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Full text of "Historia de la religión de Israel según la Biblia, la ortodoxia y la ciencia; obra escrita expresamente para la juventud española e hispano-americana .."

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PRINCETON  •  NEW  JERSEY 

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M.  12. 


JESUS, 

EL  CARPINTERO  DE  NAZARETH. 

SU  DEIFICACION 
Y  EL  CRISTIANISMO  PRIMITIVO 


Tomo 

I. 

Tomo 

II. 

Tomo 

III. 

Tomo 

IV. 

Tomo 

V. 

Tomo 

VI. 

Tomo 

VII. 

Tomo 

VIII. 

Tomo 

IX. 

Tomo 

X. 

Tomo 

XI. 

Tomo 

XII. 

DEL  MISMO  AUTOR 

HISTORIA  DE  LA  RELIGION  DE  ISRAEL,  SEGUN  LA  BIBLIA,  LA  ORTO- 
DOXIA Y  LA  CIENCIA.  1935  -  1%2.  Montevideo.  De  esta  obra  se  han 
publicado  los  siguientes  volúmenes: 

Moisés  y  su  dios  (480  págs.  con  25  grabados  y  2  mapas). 
Los  Jueces  y  el  comienzo  de  la  monarquía  israelita  (445  págs. 
con  8  grabados). 

El  rey  David  (500  págs.  con  7  grabados). 

Salomón  y  su  pretendida  obra  literaria.  1^  parte:  El  Cantar  de 
de  los  Cantares  (280  págs.  con  6  grabados). 

Salomón   y  su   pretendida   obra  literaria.  2'   parte:  Proverbios, 
Eclesiastés  y  Sabiduría  de  Salomón  (342  págs.). 
El  Cisma.  Los  comienzos  de  la  literatura  bíblica.  El  origen  del 
hombre  <368  págs.  con  24  grabados). 

Los  patriarcas  y  la  primitiva  legislación  hebrea  (344  págs.).  > 
Los  profetas  del  siglo  VIII  (509  págs.  con  8  grabados). 
El  Deuteronomio  y  los  profetas  del  siglo   VII    (548  págs.  con 
18  grabados). 

Los  profetas  exilíeos,  postexílicos  y  el  nacimiento  del  judaismo 
(600  págs.  con  21  grabados). 

Literatura  bíblica  judía  (516  págs.  con  4  grabados  y  2  planos). 
Jesús,  el  carpintero  de  Nazareth.  Su  deificación  y  el  cristianismo 
primitivo. 

El  tomo  VIII  obtuvo  el  primer  premio  en  la  Sección  Obras  Históricas,  otorgado 
por  la  Universidad  de  Montevideo,  en  el  concurso  de  libros  científicos,  históricos, 
sociológicos,  filosóficos  y  educativos,  publicados  en  la  República  O.  del  Uruguay, 
en  1951. 

LA  REPUBLICA  DEL  URUGUAY  EN  SU  PRIMER  CENTENARIO,  2*  edición, 
con  numerosos  grabados.  1930.  234  págs.  Montevideo. 

CODIGO  CIVIL  DE  LA  REPUBLICA  O.  DEL  URUGUAY,  anotado  y  concor- 
dado. 4*  edición,  puesta  al  día  por  el  Dr.  Mario  Nin  Pomoli.  1019  págs. 
Colombino  Hnos.  S.  A.  Montevideo.  1958. 

Obras  agotadas 

LA  IMPUREZA.  Estudio  de  higiene  y  moral  sexuídes  para  los  jóvenes.  2*  edi- 
ción. 1906.  Barcelona. 

LA  PUREZA  JUVENIL.  Epítome  de  un  curso  de  instrucción  sexual  para  joven- 
citos  de  14  a  16  años.  1906.  Barcelona. 

LA  DEMOCRACIA  Y  LA  IGLESIA.  1939.  Folleto. 

LA  LIBERTAD  A  TRAVES  DE  LA  HISTORIA  (488  págs.).  1943.  Montevideo. 

INTRODUCCION  AL  ESTUDIO  DE  LAS  RELIGIONES,  con  4  grabados  (496 
págs.).  1946.  Editorial  Claridad,  Buenos  Aires. 

HISTORIA  POLITICA  DE  LOS  PAPAS.  DESDE  LA  REVOLUCION  FRAN- 
CESA A  NUESTROS  DIAS.  1»  parte:  De  Pío  VI  a  León  XIII  inclusive.  1943. 
(202  págs.  con  6  grabados).  Montevideo. 


En  diciembre  de  19.50.  el  Ministro  de  Instrucción  Pública  de  la  República 
O.  del  Uruguay,  en  virtud  del  fallo  del  Jurado  del  Concurso  de  Remuneraciones 
Literarias  del  año  1949,  adjudicó, 

MEDALLA  DE  ORO 
al  Dr.  Celedonio  Nin  y  Silva  por  su  obra  literaria  realizada. 


CELEDONIO  NIN  Y  SILV. 


JESUS, 

EL  CARPINTERO  DE  NAZARETH. 

SU  DEIFICACION 
Y  EL  CRISTIANISMO  PRIMITIVO 

'"Y  Jesús  vino  a  su  patria...  y  al  llegar  el 
sábado,  comenzó  a  enseñar  en  la  sinagoga,  y  muchos 
al  oirle  se  asombraban  diciendo:  ¿De  dónde  le 
viene  a  éste,  esta  sabiduría  que  le  ha  sido  dada..? 
¿No  es  el  carpintero,  hijo  de  María,  y  hermano  de 
Santiago,  y  de  José,  Judas  y  Simón?  ¿Y  no  están 
sus  hermanas  aquí  con  nosotros?  Y  se  escandaliza- 
ban a  su  respecto". 

(Marcos,  6,  1-3). 


Colombino  Hnos.  S.  A.  -  Impresores 
Piedras  477 
MONTEVIDEO  (uruguay) 
19  6  2 


Tomo  XII  de  la 
HISTORIA  DE  LA  RELIGION  DE  ISRAEL 
SEGUN  LA  BIBLIA,  LA  ORTODOXIA  Y  LA  CIENCIA. 


Obra  escrita  expresamente  para  la  juventud 
española  e  hispanoamericana. 


Es  propiedad  de  su  autor. 
Dirección: 
Iturriaga  3437 
Montevideo  (Uruguay) 


Queda  hecho  el  depósito  que  establece  la  ley  N°  9.739 


A  la  memoria  de  mis  queridos  padres, 
CELEDONIO  NIN  (1841  -  1899) 

y 

MERCEDES  SILVA  DE  NIN  (1847  -  1938), 
quienes  me  enseñaron  a  amar  la  virtud,  el  trabajo  y  la  verdad. 


Y  a  mi  hijo  MARIO  NIN  POMOLI  y  a  su  esposa  ELDA  ESTEVEZ  DE  NIN 
POMOLI,  quienes  con  su  cariño  y  sus  atenciones  endulzan  los 
años  de  mi  tranquila  ancianidad. 


El  autor  en  junio  de  1951. 


Nota  prologal 


El  5  de  junio  de  1960  falleció  en  la  ciudad  de  Montevideo  el 
Dr.  Celedonio  Nin  y  Silva,  a  los  85  años  de  edad. 

Dejó  terminados  los  originales  de  este  tomo  XII  de  su  "Historia 
de  la  Religión  de  Israel,  según  la  Biblia,  la  Ortodoxia  y  la  Ciencia", 
que  se  publican  íntegramente  en  la  forma  que  él  deseaba  que  se  hiciera 
y  sin  sufrir  ninguna  modificación. 

Debe  tenerse  en  cuenta  lo  expuesto,  ya  que  se  realiza  esta  publicación 
sin  la  revisión  y  correcciones  que  el  autor  solía  efectuar  personalmente 
antes  de  iniciar  la  impresión  de  sus  libros. 

Queda  completa  así  la  obra  histórica  en  que  trabajó  durante  decenas 
de  años  el  Dr.  Celedonio  Nin  y  Silva,  a  la  que  dedicó  sus  mejores 
esfuerzos  y  cuya  terminación  constituyó  un  aliciente  en  los  últimos 
años  de  su  vida. 

Los  doce  tomos  de  su  '.'Historia  de  la  Religión  de  Israel"  consti- 
tuyen todo  un  símbolo  para  la  juventud,  de  lo  que  puede  el  tesón, 
la  energía,  la  capacidad  de  trabajo  y  la  convicción  de  quien  desintere- 
sadamente y  sin  perseguir  ningún  afán  de  lucro,  ni  sectarismo,  se  esforzó 
para  llevar  a  cabo  una  obra  histórica  probablemente  única  en  Hispano- 
américa, inspirado  y  guiado  exclusivamente  po'r  el  propósito  de  ser  útil 
a  los  jóvenes. 

Cumplió  así  hasta  el  final,  con  los  principios  que  rigieron  siempre 
su  vida,  y  que  él  había  concretado  en  su  lema  '"no  sólo  ser  buenos,  sino 
también  útiles",  así  como  con  la  cita  de  Anatole  France  con  la  que 
encabezó  el  Tomo  X:  '-'Trabajemos  por  lo  que  creamos  útil  y  bueno; 
pero  no  en  la  esperanza  de  un  éxito  rápido  y  maravilloso...  Resigné- 
mosnos a  preparar  con  nuestra  cooperación  imperceptible  el  porvenir 
mejor...  que  no  hemos  de  ver". 

Cabe  ahora  sólo  a  las  nuevas  generaciones  recoger  el  ejemplo  y  las 
ideas  dejadas  por  Celedonio  Nin  y  Silva,  justificando  así  toda  la  obra 
realizada  durante  una  vida  limpia  y  ejemplar  en  la  que  trató  de  difundir 


10 


NOTA  PROLOGAL 


siempre  la  verdad,  luchando  incansablemente  contra  la  superstición  y 
para  liberar  los  espíritus  del  funesto  yugo  del  dogmatismo. 

"Y  ahora,  que  este  libro  siga  su  camino  y  realice  su  finalidad:  que 
"  contribuya  a  liberar  los  espíritus  juveniles  de  falsos  prejuicios  seculares; 
"  que  los  impulse  en  la  noble  tarea  de  investigar  la  verdad;  que  les  haga 
"  amar  más  la  vida  al  quitarles  de  sobre  sus  hombros  el  pesado  fardo 
"  del  dogma  religioso ;  que  los  vuelva  enemigos  del  fanatismo ;  que  les 
"  enseñe,  en  fin,  que  una  de  las  más  preciadas  conquistas  sociales,  como 
"  una  de  las  más  hermosas  virtudes  del  hombre  debe  ser  la  tolerancia, 
"  o  sea,  el  respeto  para  con  los  que  conceptuamos  equivocados,  virtud  que 
"  no  excluye  el  firme  propósito  de  combatir  el  mal  y  el  error,  sino  que 
"  debería  ir  siempre  aunada  a  él  y  acompañada  por  sentimientos  de  bene- 
"  volencia  y  consideración  hacia  el  adversario  de  nuestras  ideas".  (1). 

Febrero  de  1962. 

Mario  Nin  Pomoli. 


(1)    Parte  final  del  Prólogo  del  Tomo  I  de  esta  Historia. 


Al  lector 


Para  sacar  el  mayor  provecho  en  la  lectura  de  este  volumen,  se 
recomienda  que  previamente  se  lean  las  Observaciones  del  principio  del 
tomo  VII  de  esta  Historia;  que  se  consulten  las  citas  de  los  párrafos 
señalados  con  este  signo  ( § )  ;  y  que  siempre  se  tenga  a  mano  una  Biblia 
cualquiera,  a  fin  de  poder  examinar  los  demás  pasajes  bíblicos  citados. 


NUMERO  DE  LOS  PARAGRAFOS  QUE  CONTIENE  CADA  TOMO 
DE  ESTA  HISTORIA: 


Tomo  Parágrafo  (§) 

I    1  al  396 

II    397  al  863 

III    864  al  1280 

IV   1281  al  1545 

V    1546  al  1913 

VI    1914  al  2220 

VII    2221  al  2763  ter 

VIII    2764  al  3184 

IX   3185  al  3699  bis 

X    3700  al  4219 

XI   4220  al  4627 


CAPITULO  I 


Introducción 


LOS  EVANGELIOS.  —  4628.  El  cristianismo  comenzó  siendo  una 
rama  herética  del  judaismo,  cuyos  escritos  sagrados,  que  constituyen 
hoy  el  N.  T.  se  fueron  formando  paulatinamente  en  el  transcurso  de  los 
años.  Los  principales  de  esos  escritos  son  los  Evangelios,  de  los  cuales 
la  Iglesia  canonizó  cuatro  a  mediados  del  siglo  II  con  los  nombres 
de  según  Mateo,  según  Marcos,  según  Lucas  y  según  Juan.  A  los  3 
primeros,  se  los  denomina  sinópticos  (del  griego  sinopsis  =  \ista  de 
conjunto)  denominación  que  explica  el  Dict.  Encyc.  de  la  Bible  de  este 
modo:  "Un  cuadro  sinóptico  es  una  disposición  metódica  que  permite 
tomar  respecto  a  los  otros  en  textos  paralelos  los  conjuntos  de  uns  vis- 
tazo: así  los  evangelios  sinópticos  pueden  ser  repartidos  de  modo  casi 
continuo  a  pesar  de  algunas  divergencias  conciliables;  por  el  contra- 
rio, una  cuarta  columna  reservada  al  evangelio  de  Juan  hace  saltar 
a  la  vista  a  pesar  del  acuerdo  profundo  de  sus  páginas  enteras  que 
no  tienen  entre  ellas  equivalentes,  una  distribución  que  sólo  a  él  le 
pertenece".  O  dicho  en  términos  más  comprensibles,  los  evangelios  si- 
nópticos son  los  tres  primeros,  cuyos  pasajes  en  general  ofrecen  refe- 
rencias entre  sí,  lo  que  pocas  veces  ocurre  con  el  Evangelio  de  Juan.  Los 
Evangelios  no  constituyen  obras  históricas,  sino  sólo  de  enseñanza  re- 
ligiosa, adaptados  a  las  necesidades  de  las  comunidades  cristianas  que 
los  adoptaron,  para  lo  cual  fueron  retocados  e  interpolados.  Abundaron 
los  Evangelios  gnósticos,  es  decir,  aquellos  que  sostenían  determinadas 
ideas  conceptuadas  como  el  fruto  de  una  gnosis  o  revelación  especial. 
Había  gnosis  cristianas  como  la  que  sostiene  Pablo  en  su  epístola  a  los 
Romanos  sobre  el  Adán  celeste,  y  otras  gnosis  juzgadas  heréticas  por 
la  Iglesia  oficial,  como  la  que  condenó  la  obra  de  Marción  a  mediados 
del  siglo  II.  Todos  los  Evangelios  nos  dan  como  personaje  central,  un 
Jesús  considerado  hijo  de  Dios;  nosotros  procediendo  como  simples  his- 
toriadores, nos  atendremos  únicamente  al  carácter  humano  de  Jesús,  de- 
jando a  los  teólogos  lo  estudien  en  su  aspecto  divino.  Contrapuesto  al 
Jesús  de  la  historia,  se  alza  el  Cristo  de  la  fe. 


14 


LOS  EVANGELIOS 


El  escritor  judío  Joseph  Klausner  en  su  obra  Jesús  de  Nazaret  (1) 
estudia  en  distintos  capítulos  los  Evangelios  apócrifos  y  no  canónicos 
y  los  Evangelios  canónicos  que  son  los  cuatro  que  se  dejan  indicados. 
Los  Evangelios  apócrifos,  muy  numerosos  en  la  literatura  cristiana 
están  llenos  de  leyendas,  especialmente  sobre  la  infancia  de  Jesús,  y 
carecen  de  todo  valor  histórico.  Los  Evangelios  no  canónicos  son  los 
que  fueron  rechazados  por  la  Iglesia  y  por  lo  tanto  de  ellos  sólo  nos 
han  llegado  algunos  fragmentos  como  el  Evangelio  de  los  Egipcios  y 
y  el  Evangelio  según  los  Hebreos.  De  este  último  existían  dos  versio- 
nes, la  primera  el  Evangelio  de  los  Ebionitas,  que  nada  decía  sobre 
el  nacimiento  y  sobre  la  infancia  de  Jesús,  porque  creían  los  ebionitas 


(1)  Entre  los  escritores  que  se  han  distinguido  en  el  estudio  de  los  Evan- 
gelios canónicos,  cita  Klausner  (§  4727)  varios  de  ellos,  de  los  cuales  indicaremos 
sólo  dos:  Hermán  Samuel  Reimarus,  profesor  de  lenguas  orientales  en  Hamburgo 
(1694-1768),  y  Wellhausen.  Observa  Klausner  el  gran  interés  del  libro  de  Rei- 
marus, para  comprender  los  Evangelios  y  la  vida  de  Jesús.  El  fue  el  primero 
que  dio  a  los  Sinópticos  la  preferencia  sobre  Juan;  el  primero  que  estudió  a 
Jesús  en  su  cuadro  histórico  y  nacional;  el  primero  que  mostró  que  Jesús  había 
permanecido  fiel  al  judaismo  en  muchas  cuestiones  y  el  primero  que  insistió 
sobre  el  valor  al  mesianismo  de  Jesús  con  relación  a  la  escatología  judía,  es  decir 
a  la  doctrina  futura  y  el  reino  de  los  cielos;  y  finalmente  fue  el  primero  que  vio 
que  la  concepción  mesiánica  judía  tenía  una  doble  base:  una  temporal  y  política 
y  la  otra  espiritual  y  moral,  una  profética  y  la  otra  apocalíptica;  pero  se  enga- 
ñaba atribuyendo  la  primera  a  Jesús  tan  sólo,  y  la  segunda  a  la  iniciativa  de  los 
discípulos  después  de  su  muerte;  como  se  engañaba  también  sobre  muchas  de  las 
explicaciones  racionalistas  de  los  sucesos  narrados  por  los  Evangelios,  explicaciones 
inspiradas  por  los  deístas  de  su  época  y  por  Voltaire.  Wellhausen  expresaba  en 
uno  de  sus  últimos  libros,  frases  como  éstas:  "Jesús  no  fue  cristiano,  fue  judío, 
no  proclamaba  una  fe  nueva;  predicaba  que  se  cumpliera  la  voluntad  de  Dios, 
voluntad  que  para  él  so  encontraba  en  la  Ley  y  en  las  escrituras  sagradas.  Solo  él 
enseñó  una  nueva  manera  de  cumplir  la  voluntad  de  Dios  y  atacó  a  los  fariseos 
que  en  su  opinión  ahogaban  el  sentimiento  religioso  por  un  desmesurado  y  abusivo 
desarrollo  de  las  prácticas  rituales".  De  modo  que  sin  quererlo  ni  saberlo,  destruía 
la  fe  judía  aunque  no  hubiera  querido  combatirla.  Provocó  así  el  derrumbe  del 
nacionalismo  judío,  no  viendo  en  los  sacrificios  del  Templo  un  valor  duradero. 
Cuando  él  se  consideró  ser  el  Mesías,  aspiraba  poder  reformar  el  judaismo  con 
una  piedad  profunda;  pero  nunca  soñó  en  hacer  revivir  el  reino  de  David,  lo  mismo 
que  no  consideró  lo  prematuro  de  su  muerte,  ni  su  resurrección  como  Hijo  del 
Hombre.  Haciendo  la  crítica  de  los  Evangelios  Sinópticos,  Wellhausen  opina  que 
debió  existir  una  fuente  aramea  oral  y  quizá  escrita  de  la  cual  se  sirvieron  Marcos, 
el  más  antiguo,  luego  Mateo  y  por  último  Lucas.  Los  dos  primeros  fueron  elabo- 
rados en  Palestina,  no  así  Lucas.  Marcos  pudo  ser  redactado  antes  de  la  des- 
trucción del  segundo  Templo,  mientras  que  los  pasajes  que  aluden  a  este  aconte- 
cimiento deben  ser  añadiduras  posteriores.  Mateo  y  Lucas  habían  sido  escritos 
después  de  esa  destrucción,  pues  se  ve  en  éstos  reflejarse  las  nuevas  concepciones 
de  la  primera  comunidad. 


LOS  EVANGELIOS 


15 


que  Jesús  había  nacido  naturalmente  del  matrimonio  de  José  y  de 
María  (recordemos  que  Santiago,  hermano  de  Jesús  era  jefe  de  los 
ebionitas)  ;  la  segunda  versión  era  el  Evangelio  de  los  Nazarenos.  Se- 
gún Jerónimo,  el  Evangelio  según  los  Hebreos  había  sido  redactado 
primitivamente  en  arameo  y  luego  traducido  al  griego,  como  el  Evan- 
gelio según  Mateo.  En  cuanto  a  los  Sinópticos,  Klausner  hace  notar 
que  en  estos  Evangelios  si  bien  en  ciertos  pasajes  existe  identidad  en 
las  palabras  y  en  los  más  pequeños  detalles,  en  cambio  en  ciertas 
páginas  difieren  en  relatos  enteros,  como  es  el  caso  para  las  parábo- 
las y  las  conversaciones  que  se  encuentran  a  veces  en  uno  o  en  dos 
de  los  Sinópticos  y  están  ausentes  en  los  otros.  Ocurre  así  en  el  re- 
lato del  nacimiento  sobrenatural  de  Jesús,  que  se  puede  leer  en  Mateo 
y  Lucas  y  que  falta  en  Marcos.  Por  otra  parte  en  Lucas  entre  el  relato 
del  ministerio  de  Jesús  en  Galilea  y  el  de  la  entrada  en  Jerusalén  se  co- 
loca un  largo  pasaje  que  encierra  gran  número  de  conversaciones  de 
Jesús  con  sus  discípulos,  pasaje  que  se  llama  generalmente  el  relato  del 
viaje  y  que  ocupa  nueve  capítulos,  casi  la  tercera  parte  de  todo  el  libro 
(9,  51;  18,  40) ;  no  encontrándose  ninguno  de  esos  capítulos  en  Marcos 
y  Mateo;  pero  en  Mateo  todas  esas  parábolas  y  conversaciones  están 
diseminadas  en  Lucas  en  el  relato  del  viaje.  Por  el  contrario^  el  capítulo 
de  Marcos  6,  45^  8,  26  y  el  de  Mateo  14,  22,  12  faltan  en  Lucas.  En 
Mateo,  en  el  sermón  sobre  la  montaña  5,  3;  8,  27  que  consta  de  ciento 
siete  versículos,  de  ellos  no  se  encuentran  en  Lucas  nada  más  que 
veintisiete  en  el  cap.  6,  doce  en  el  cap.  11,  catorce  en  el  cap.  12,  tres 
en  el  cap.  13,  uno  en  el  cap.  14  y  tres  en  el  cap.  16,  faltando  de  ellos 
totalmente  cuarenta  y  siete. 

4629.  Escribiendo  Turmel  sobre  la  fecha  de  los  Evangelios,  dice: 
el  Evangelio  de  Marcos  tuvo  dos  redacciones.  La  primera  debió  ser 
escrita  en  las  proximidades  del  año  50  o  aún  antes.  Su  autor  es  pro- 
bablemente Juan  Marcos,  que  siguió  un  instante  a  Pablo  y  después  se 
unió  a  Bernabé  (Act.  13,  13;  15,  37).  Marcos  obtuvo  sus  enseñanzas  de 
Pedro,  ya  directamente  o  ya  por  medio  de  Bernabé.  Su  libro  comenza- 
ba en  1.  15  del  Evangelio  actual  y  se  detenía  en  la  muerte  de  Jesús 
sobre  la  cruz.  Pedro  pudo  dar  sus  relatos  antes  de  ser  reconquistado  a 
la  fe  por  Bernabé  y  no  contenía  ni  la  transfiguración  (9,  2-8)  ni  la 
marcha  de  Jesús  sobre  las  aguas  (6,  48),  ni  diversas  otras  escenas  que 
no  podemos  mencionar  aquí.  La  segunda  redacción  fue  comenzada  en 
la  cercanía  del  140;  pero  no  quedó  terminada  sino  hacia  el  180.  Su 
trabajo  enteramente  ficticio  consistió  en  enriquecer  por  adiciones,  la 
redacción  primitiva  y  también  en  refundirla.  Los  relatos  que  ella  añadió 
están  consagrados  a  la  gloria  de  Jesús  (los  14  primeros  vs.  de  nuestro 
Evangelio,  los  relatos  que  siguen  a  la  muerte  de  Jesús,  etc.).  Los  re- 
latos refundidos  escandalizaban  la  piedad  cristiana  de  las  proximidades 


16 


LOS  TESTAMENTOS  DE  LOS  DOCE  PATRIARCAS 


del  140.  Los  retoques  que  le  han  sido  infligidos  los  vuelven  incoheren- 
tes; pero  suprimen  o  por  lo  menos  atenúan  el  escándalo  (ver  sobre 
todo  el  relato  de  la  última  comida  y  el  que  sigue  a  la  escena  de  Cesárea 
de  Filipo;  14,  22;  8,  37).  Lucas,  compañero  de  Pablo,  escribió  una 
primera  edición  de  su  libro  en  las  proximidades  del  año  60;  escribió 
una  segunda  después  de  la  ruina  de  Jerusalén  en  el  70.  A  partir  de  las 
proximidades  del  130,  su  libro  fue  enriquecido  con  la  concepción  divina 
de  Jesús,  1,  26-38,  y  recibió  otras  adiciones  alrededor  del  150  y  aún 
más  tarde.  El  Evangelio  de  Mateo  fue  redactado  en  las  proximidades 
del  150;  recibió  posteriormente  algunas  adiciones  poco  numerosas.  De 
todos  los  evangelios  es  el  menos  refundido.  Mateo,  a  quien  la  tradición 
lo  atribuye,  era  un  discípulo  de  Jesús;  pero  es  completamente  ajeno 
a  la  redacción  de  ese  libro.  El  Evangelio  de  Juan  tuvo  dos  redacciones. 
La  primera  es  de  las  proximidades  del  135.  La  segunda  en  la  cual  es 
visible  la  influencia  montañista  no  puede  ser  anterior  a  las  proximidades 
del  170.  Una  redacción  de  la  edición  del  135  pudo  ser  operada  hacia  el 
150.  En  este  caso  la  redacción  del  170  sería  la  tercera.  Juan  era  un 
discípulo  de  Jesús.  La  tradición  que  le  atribuye  ese  libro  es  fantástica. 
(TuRMEL,  Jesús,  sa  vie  terrestre,  ps.  45-46). 

LOS  TESTAMENTOS  DE  LOS  DOCE  PATRIARCAS.  —  4630.  Entre 
los  libros  de  piedad  religiosa  que  ejercieron  más  influencia  en  la  época 
de  la  vida  de  Jesús  se  cuentan  el  libro  de  Enoc,  del  que  hablamos  en  el 
Apéndice  del  tomo  VIII,  y  el  libro  de  los  Testamentos  de  los  Doce  Pa- 
triarcas, obra  que  vio  la  luz  en  Galilea,  cuna  del  Evangelio,  y  cuyos 
autores  vivían  en  un  cuadro  y  en  un  ambiente  análogo  a  los  de  los 
discípulos  de  Jesús.  Ningún  escrito  judío  se  aproxima  como  éste  a  los 
principios  del  cristianismo,  tanto  por  su  doctrina  como  su  moral  práctica. 
Los  autores  de  estos  seudo-epígrafos  ponían  sus  pensamientos  y  sus  ór- 
denes en  boca  de  héroes  de  la  alta  antigüedad,  reputados  por  su  piedad 
o  su  sabiduría.  Esos  autores  sabían  que  el  título  de  "Testamento"  daba 
una  autoridad  excepcional  a  sus  obras.  Las  imaginaciones  eran  muy 
crédulas  y  faltaba  por  completo  el  sentido  crítico.  Se  admitía  fácilmente 
que  los  hombres  de  antes  hubiesen  fijado  sus  ideas  en  libros  místicos 
quedados  largo  tiempo  ocultos  y  hubiesen  depositado  en  ellos  las  reve- 
laciones recibidas  al  dintel  del  más  allá.  Se  considera  que  el  tiempo  que 
precede  a  la  muerte,  cuando  las  puertas  del  mundo  supra-sensible  se 
abren  para  recibir  un  alma,  era  considerado  como  iluminado  de  gracias 
divinas  especiales.  La  mayor  recomendación  para  un  libro  era  en  ca- 
lidad de  Testamento,  ya  que  según  la  creencia  popular,  los  moribundos 
pasaban  por  ser  dotados  de  clarividencia.  Entre  esas  obras  se  contaba 
el  Testamento  de  Adán,  que  contiene  las  recomendaciones  que  éste,  an- 
tes de  morir,  hizo  a  su  hijo  Seth.  El  Testamento  de  Abraham,  conser- 


LOS  TESTAMENTOS  DE  LOS  DOCE  PATRIARCAS 


17 


vado  en  griego,  es  una  leyenda  que  muestra  al  patriarca  discutiendo  con 
el  arcángel  Miguel  enviado  para  llevar  su  alma.  El  Testamento  de  Job 
describe  la  constancia  del  justo  ante  los  asaltos  de  Satán.  El  Testamen- 
to de  Salomón  explica  cómo  éste  supo  obligar  a  los  demonios  a  cola- 
borar en  la  construcción  de  su  templo.  Recuerda  el  escritor  Roberto 
Eppel,  de  quien  tomamos  estos  detalles,  "que  la  Biblia  en  su  conjunto 
es  un  Testamento"";  algunas  de  sus  partes  tienen  particularmente  este 
carácter,  puesto  que  refieren  las  palabras  pronunciadas  por  personajes 
ilustres  antes  de  morir,  como  es  el  caso  de  la  bendición  de  Jacob  (Gen, 
49),  el  cántico  de  bendición  de  Moisés  (Deut.  32,  33)  ;  y  los  discursos 
de  adiós  de  Jesús  (Juao  14,  17,-26).  Entre  las  obras  judías  pertene- 
cientes a  esta  categoría,  la  colección  de  los  Testamentos  de  los  Doce 
Patriarcas  es  una  de  las  más  importantes  y  de  las  más  conocidas.  Pre- 
tende esa  obra  narrar  las  recomendaciones  que  cada  uno  de  los  doce 
hijos  de  Jacob,  antes  de  morir,  dirigió  a  sus  hijos  y  nietos.  Están 
compuestos  del  mismo  modelo:  el  patriarca  sintiendo  llegar  su  fin, 
reúne  su  familia;  cuenta  ciertos  sucesos  de  su  vida,  haciendo  resaltar 
un  defecto  de  ella  o  una  cualidad  que  la  caracteriza.  A  este  relato  se 
unen  exhortaciones  moralizadoras;  y  después  el  patriarca  hace  predic- 
ciones sobre  el  porvenir  de  Israel,  insistiendo  casi  siempre  sobre  la 
preponderancia  de  Leví  frente  a  las  otras  tribus  y  sobre  el  deber  de 
obedecerle.  Las  últimas  líneas  del  Testamento  refieren  la  muerte  y  la 
sepultura  del  patriarca  [Le  pietisme  juif  dans  les  Testaments  des  Douze 
Patriarches,  Roberto  Eppel,  ps.  1-4). 

4631.  En  medio  de  las  tribulaciones  los  judíos  esperaban  la  gran 
transformación  que  debía  poner  fin  al  dolor  y  al  pecado,  e  inaugurar 
para  el  pueblo,  una  era  de  paz,  de  justicia  y  de  dicha.  Muchos  se  pre- 
guntaban el  por  qué  dura  todavía  un  mundo  tan  malo.  El  IV  Esdras 
se  pregunta  con  angustia,  cuando  vendrá  "la  cosecha",  y  el  ángel  Je- 
remiel  le  responde  que  las  almas  de  los  justos  le  han  presentado  la 
misma  cuestión  en  los  lugares  donde  ellas  están  retenidas:  "y  preguntan 
¿hasta  cuándo  esperaremos  y  cuándo  cosecharemos  los  frutos  de  nues- 
tra recompensa?"  Y  en  el  Apocalipsis  del  N.  T.  "las  almas  de  aquellos 
que  fueron  inmolados  por  haber  guardado  la  palabra  de  Dios",  esperan 
que  el  Maestro  les  hará  justicia  (Apoc.  6,  9,  10). 

La  depravación  general  y  a  continuación  los  desastres  políticos  del 
pueblo,  considerados  como  un  castigo  de  Dios  aparecen  como  los  sínto- 
mas más  notables  de  los  últimos  tiempos.  Casi  todos  los  patriarcas  anun- 
cian que  en  esa  época  habrá  recrudecimiento  de  pecado  y  que  sus  des- 
cendientes se  entregarán  cada  vez  más  a  la  corrupción  y  entonces  Dios 
los  dispersará  entre  las  naciones;  la  dispersión  de  Israel  es  considerada 
generalmente  como  una  maldición  divina.  Una  vez  el  Testamento  de  Leví 
predice  catástrofes  formidables  en  la  naturaleza  que  deben  inducir  a  los 


18 


LOS  TESTAMENTOS  DE  LOS  DOCE  PATRIARCAS 


hombres  al  arrepentimiento:  las  peñas  se  hendirán,  el  sol  se  extinguirá, 
las  fuentes  se  secarán,  el  fuego  se  detendrá,  el  desorden  reinará  en  toda 
la  creación^  los  espíritus  invisibles  serán  aniquilados  y  el  sheol  será 
despojado.  Por  el  contrario  los  autores  de  los  Testamentos  indican  sobre 
todo  que  las  condiciones  morales  son  las  que  deben  preparar  la  gran 
restauración.  Juda  y  Zabulón  hacen  depender  la  salvación  así  como  el 
retorno  del  pueblo  del  arrepentimiento  sincero  de  éste,  y  Dan  afirma  que 
el  día  en  que  Israel  se  arrepienta,  concluirá  el  dominio  del  enemigo.  En 
una  gran  parte  de  la  literatura  judía  el  mundo  nuevo  será  la  obra  de 
Dios  mismo.  Esta  concepción  está  claramente  expuesta  en  los  Testamen- 
tos; la  esperanza  nacional  y  la  visión  de  la  salvación  universal  se  com- 
binan: Dios  mismo  descenderá  sobre  la  Tierra  para  juzgar  y  para  salvar 
a  los  hombres  israelitas  y  gentiles,  aniquilará  a  los  enemigos  de  Israel, 
así  como  Belial  aniquiló  a  sus  espíritus  y  juntará  su  pueblo  de  la  disper- 
sión. Esto  sería  una  escatología  sin  Mesías.  Pero  ciertos  pasajes  hablan 
de  un  intermediario,  al  cual  Dios  delega  sus  poderes,  de  un  héroe  ya 
divino,  ya  humano,  tan  pronto  alejado  como  un  semidiós  en  horizonte 
apocalíptico,  tan  pronto  próximo  en  la  historia  actual:  es  el  Mesías. 

En  el  Testamento  de  Leví  se  conserva  la  huella  de  la  figura  mesiáni- 
ca  tradicional:  es  un  rey  de  la  raza  de  Judá,  revestido  de  la  dignidad 
sacerdotal:  "un  Rey  se  levantará  de  Judá,  y  establecerá  un  sacerdocio 
nuevo".  El  Mesías  levítico  aparece  con  un  doble  carácter:  siendo  consi- 
derado como  un  hombre  que  conserva  entre  sus  manos  el  cetro  de  la 
reyecía,  excede  sin  embargo  las  proporciones  del  Mesías  histórico  tra- 
dicional y  aparece  como  un  héroe  sobrenatural  que  pertenece  al  mundo 
celeste.  En  el  cap.  18  del  Testamento  de  Leví  se  describen  los  caracteres 
que  tendrá  el  Mesías  levítico:  pertenecerá  al  mundo  supra-terrestre,  es 
una  figura  esencialmente  luminosa;  su  astro  brilla  como  el  sol  disipando 
las  tinieblas  bajo  el  cielo  y  sobre  la  tierra.  Cuando  se  manifieste,  los 
cielos  se  abrirán  y  el  Templo  de  la  gloria,  es  decir,  del  cielo  supremo 
vendrá  sobre  él  la  santificación,  con  la  voz  paternal  de  Abraham  a 
Isaac.  Según  la  tradición  rabínica,  Yahvé  habría  hecho  cesar  la  inspira- 
ción profética  con  Aggeo,  Zacarías  y  Malaquías.  A  partir  de  ese  mo- 
mento la  revelación  podía  hacerse  por  medio  de  una  voz  misteriosa  que 
viniera  del  cielo;  formado  de  teofanía  en  que  la  visión  es  reemplazada 
por  la  audición;  se  la  encuentra  ya  en  Daniel  4,  31:  "una  voz  cayó  del 
cielo:  A  ti  se  te  dice,  rey  Nahucodonosor,  que  el  reino  ha  sido  tras- 
pasado de  ti".  Josefo  recuerda  un  hecho  de  la  misma  clase:  el  sumo 
sacerdote  Juan  Hyrcan  se  encontraba  solo  en  el  Templo  para  ofrecer 
incienso  cuando  oyó  una  voz  anunciándole  la  victoria  de  sus  hijos  sobre 
Antíoco.  Numerosos  paralelos  se  hallan  también  en  el  N.  T.  (Marc.  1, 
11;  9,  7;  Juan  12,  28;  Act.  9,  4;  10,  13;  Apoc.  10,  4;  14,  13).  Se  puede 
comprender  esta  figura  del  Mesías  como  un  ensayo  de  los  Testamentos 


LOS  TESTAMENTOS  DE  LOS  DOCE  PATRIARCAS 


19 


de  hipostasear  el  espíritu  divino:  "El  espíritu  de  santidad  reposará  sobre 
él  y  él  lo  extenderá  sobre  los  justos".  El  Mesías  es  también  el  rey  de 
la  edad  de  oro,  pues  abrirá  las  puertas  del  paraíso.  Entre  las  funciones 
del  Mesías  se  cuenta  en  primer  lugar  la  de  ser  sacerdote;  y  en  segundo 
lugar  la  de  ser  rey.  La  asociación  de  la  reyecía  y  del  sacerdocio  era 
conforme  a  las  concepciones  orientales  y  primitivas,  de  la  dignidad 
del  rey.  El  rey  es  llamado  para  servir  de  intermediario  entreoíos  dioses 
nacionales  y  los  hombres,  y  el  sacerdocio  aparece  como  una  de  sus 
atribuciones  esenciales. 

Estas  ideas  habían  penetrado  también  en  Israel;  la  fraseología  de 
la  corte  en  la  época  de  la  monarquía  preexílica  lo  prueba.  Por  ejem- 
plo el  Salmo  110,  4  dice:  "Yahvé  lo  ha  jurado  y  no  se  arrepentirá: 
tú  eres  sacerdote  por  la  eternidad  según  el  orden  de  Melquisedec". 
Un  día  esas  nociones  sobre  el  rey  terrestre  serán  transportadas  en  el 
porvenir  y  aplicadas  al  Mesías.  Él  autor  del  Testamento  de  Leví  ha 
dado  esta  concepción  del  sacerdote  mesiánico  en  forma  definitiva; 
el  Mesías  es  también  el  soberano  juez  del  mundo  aplicando  su  juicio 
a  los  hombres  y  a  los  demonios;  Belial  será  encadenado  por  él  (2 
Cor.  6,  15).  La  misión  del  Mesías  es  sobre  todo  una  misión  de  salvación; 
esparcirá  sobre  la  Tierra  el  conociihiento  del  Señor;  anunciará  la  ver- 
dad a  las  naciones.  Ot»os  textos  hablan  aún  de  un  Mesías  que  vengará 
a  Israel  de  sus  enemigos;  en  el  cap.  18  del  Testamento  de  Leví  se  ocupa 
sobre  todo  de  la  salvación  de  los  pueblos,  del  triunfo  universal,  del 
bien  sobre  el  mal:  "el  Mesías  destruirá  el  pecado  y  establecerá  sobre 
toda  la  Tierra,  paz,  justicia  y  santificación".  Esta  concepción  judía  ha 
ejercido  una  influencia  sobre  el  cristianismo  primitivo,  como  de  ello 
nos  da  suficiente  testimonio  la  Epístola  a  los  Hebreos,  que  ha  exaltado 
el  sacerdocio  supremo  de  su  Cristo. 

Las  alusiones  a  la  resurrección  son  más  precisas,  pues  parece  que 
en  el  momento  en  que  los  Testamentos  fueron  compuestos,  esa  creen- 
cia comenzaba  a  germinar  entre  los  pietistas  como  la  verdad  que 
debía  aumentar  el  conocimiento.  Los  capítulos  apocalípticos  24-27  de 
Isaías  anunciaban  ya  la  gran  promesa:  "sobre  esta  montaña  Yahvé 
aniquilará  a  la  muerte  para  siempre  .  .  .  Que  tus  muertos  revivan 
que  se  levanten  tus  cadáveres" .  Los  Testamentos  contienen  los  prime- 
ros desarrollos  de  esa  esperanza;  es  el  consuelo  de  los  patriarcas 
en  la  hora  suprema.  El  Testamento  de  Benjamín  da  estos  deta- 
lles: los  primeros  antecesores  resucitarán  primeramente:  Enoc,  Noe, 
Sem,  Abraham,  Isaac,  Jacob,  y  después  los  doce  hijos  de  Jacob  como 
jefes  de  sus  tribus.  Finalmente  ese  mismo  Testamento  anuncia  la  resu- 
rrección de  todos  los  hombres,  buenos  y  malvados:  los  buenos  resucita- 
rán para  la  gloria  y  los  malvados  para  la  vergüenza.  Estas  son  leis 
diferentes  formas  que  la  creencia  en  la  resurrección  debía  revestir  suce- 


20 


LA  HISTORICIDAD  DE  JESUS 


sivamente  en  los  apocalipsis  judios.  En  algunos  apocalipsis  como  los  de 
Esdras  y  de  Baruch  se  encuentra  la  doctrina  de  la  supervivencia  del 
alma  individual  y  de  la  retribución  inmediata  en  un  reino  intermedio. 
En  el  Testamento  de  Aser  se  lee:  "cuando  el  alma  mala  se  vaya,  ella  será 
atormentada  por  el  mal  espíritu  que  ella  sirvió  en  sus  pasiones  y  en  sus 
actos".  Pero  cuando  ella  ha  sido  pacífica  conocerá  con  gozo  al  ángel  de 
la  paz  que  la  introducirá  en  la  vida  eterna.  Esta  es  una  concepción  di- 
ferente de  la  escatología  de  la  resurrección  pues  se  trata  de  la  super- 
vivencia del  alma  y  no  de  la  restauración  de  los  cuerpos.  El  mazdeismo 
presenta  un  desarrollo  análogo.  Según  un  texto  de  la  Avesta  luchan  al- 
rededor del  cadáver  durante  los  tres  días  siguientes  a  la  muerte,  y  des- 
pués al  fin  de  la  tercera  noche,  el  demonio  Vizaresha  lleva  encadenado 
el  alma  de  los  malvados,  de  los  que  viven  en  el  pecado.  El  alma  del 
malvado  es  arrastrada  al  infierno,  pero  el  alma  del  justo  es  transportada 
por  Sraosha  al  paraíso  en  la  morada  de  Amesha-Spentas  y  de  los  otros 
santos.  Sobre  las  condiciones  particulares  de  la  remuneración  de  ultra 
tumba  los  Testamentos  no  dan  indicaciones  muy  exactas,  lo  esencial  es 
que  los  justos  encontrarán  eit^el  cielo  la  justicia.  Así  en  el  Testamento 
de  Leví  se  lee:  "haced  la  justicia,  hijos  míos,  sobre  la  Tierra  al  jin>  de 
encontrarla  en  los  cielos"  ya  que  los  tormentos  del  infierno  son  reser- 
vados a  los  malos.  Habrá  castigos  eternos  para  las  mujeres  coquetas, 
así  como  para  el  alma  impenitente,  la  tortura  por  el  fuego  espera  a  los 
malos  (Ob.  cit.,  ps.  90-110). 

LA  HISTORICIDAD  DE  JESUS.  —  4632.  Desde  Volney  y  Dupuis  en 
el  siglo  XVIII  se  comenzó  a  dudar  de  la  existencia  real  de  Jesús,  siendo 
hoy  muchos  los  escritores  que  niegan  la  historicidad  de  la  vida  de  este 
personaje.  Conviene,  pues,  que  digamos  algo  sobre  esta  cuestión.  Los 
argumentos  en  los  que  generalmente  se  basan  los  mitólogos  son  éstos: 
1*=*  el  silencio  de  los  autores  profanos  sobre  la  vidá  de  Jesús;  2*?  los 
relatos  que  al  respecto  nos  proporciona  el  N.  T.  están  llenos  de  inexac- 
titudes y  de  hechos  inverosímiles;  y  3^  se  creen  encontrar  en  el  mundo 
antiguo  los  factores  que  intervinieron  en  la  formación  del  cristianismo. 
En  cuanto  al  primer  punto,  fácil  es  comprender  el  silencio  de  los  autores 
profanos  a  quienes  no  podía  impresionar  la  crucifixión  de  Jesús  por 
Poncio  Pilato,  cuando  no  hacía  mucho,  en  tiempo  de  Arquelao,  Varo 
para  tranquilizar  la  Judea  había  hecho  crucificar  a  más  de  dos  mil  in- 
surgentes f§  4625).  En  escritos  de  autores  profanos,  como  Josefo,  suelen 
hallarse  menciones  de  Jesús  que  son  simples  interpolaciones  cristianas; 
pero  otras  son  auténticas  a  pesar  de  los  esfuerzos  de  los  mitólogos 
en  negar  su  veracidad.  Así,  p.  ej.,  el  célebre  historiador  romano 
Tácito,  en  su  obra  Anales  escribe:  "Rumores  infamantes  atribuían  el 
incendio  de  Roma  a  las  órdenes  de  Nerón.  Para  desviar  estos  rumo- 


LA  HISTORICIDAD  DE  JESUS 


21 


res,  este  emperador  buscó  culpables  e  hizo  sufrir  las  más  refina- 
das torturas  a  una  clase  de  hombres  detestados  por  sus  abomi- 
naciones, vulgarmente  llamados  cristianos.  Este  nombre  les  viene  de 
Cristo  que,  bajo  Tiberio,  fue  entregado  al  suplicio  por  el  procurador 
Poncio  Pilato".  En  Suetonio,  otro  historiador  romano,  en  su  libro  Vida 
de  los  doce  Césares  se  encuentran  las^siguientes  líneas:  "Claudio  echó 
de  la  ciudad  a  los  judíos  que  excitaban  disturbios,  a  instigación  de  un 
cierto  Cresta".  Este  Cresto  debe  referirse  a  Cristo.  Loisy  dice  al  res- 
pecto: "Los  autores  paganos  los  menos  favorables  al  cristianismo,  desde 
Tácito  hasta  Celso  y  al  emperador  Juliano,  consideraron  a  Jesús  como 
un  personaje  de  la  historia;  el  Cristo  es  para  ellos  un  agitador  galileo, 
que  concluyó  mal,  y  cuyos  sectarios  tuvieron  la  ridicula  pretensión  de 
hacer  de  él  un  dios.  Queriendo  reemplazar  a  Jesús  por  un  mito,  la 
crítica  se  metería  en  un  callejón  sin  salida  y  en  interminables  sutilezas. 
Aunque  no  es  menos  ci^to  que  Jesús  vivió  en  el  mito  y  que  el  mito  lo 
ha  llevado  a  la  cumbre  de  la  historia"  (La  Naissance,  p.  83). 

En  cuanto  a  los  otros  puntos  citados,  recuérdese  que  de  los  evange- 
lios sinópticos,  resulta  claramente  que  Jesús  era  un  personaje  real,  que 
se  fatigaba,  que  tenía  hambre,  que  dormía,  preguntaba,  se  regocijaba, 
«e  afligía,  a  veces  lloraba  o  se  irritaba,  y  conocía  los  límites  de  su 
poder,  como  de  su  saber,  por  lo  que  con  razón  afirma  Guignebert: 
"Verosímilmente  no  es  así  que  se  presentaría  la  imagen  de  un  pode- 
roso dios  intercesor  que  no  tuviera  ninguna  otra  cosa  que  realizar 
sino  la  de  morir  para  salvar  a  los  hombres"  (Le  pr óbleme,  p.  151). 
Si  bien  el  apóstol  Pablo  reconoce  no  haber  visto  personalmente  a 
Jesús,  no  tiene  la  menor  duda  de  su  realidad  histórica,  pues  afirma 
su  crucifixión  a  pesar  de  manifestar  que  no  lo  ha  visto  "en  la  carne", 
asegura  que  él  ha  vivido  en  contacto  familiar  con  aquellos  que  lo 
habían  visto.  Pablo  no  dice  de  Jesús  sino  lo  que  le  interesa,  no  im- 
portándole la  vida  galilea  del  mismo  personaje.  Debe  observarse 
que  las  epístolas  de  Pablo  se  dirigen  a  cristianos  que  conocían  la 
vida  de  Jesús,  y  que  la  doctrina  pauliniana  de  la  salvación  por 
el  Cristo  exige  imprescindiblemente  la  humanidad  de  éste  (Gal.  3. 
13).  Alfredo  Loisy,  el  más  grande  exégeta  moderno  de  la  Biblia,  falle- 
cido en  1940,  que  consagró  más  de  50  años  a  estos  estudios,  al  comienzo 
de  su  obra  La  naissance  du  christianisme  declara:  "El  autor  de  este 
libro  humildemente  confiesa  no  haber  descubierto  aún  que  Jesús  no 
haya  existido.  Las  ruidosas  conjeturas  por  las  cuales  algunos  han  que- 
rido, en  estos  tiempos,  explicar  el  cristianismo  sin  aquél  que  el  cris- 
tianismo mira  como  su  fundador,  siempre  le  parecen  bastante  frágiles. 
Estas  conjeturas  provienen,  en  general,  de  personas  que  han  llegado 
tardíamente  al  problema  de  Jesús,  y  que  no  han  estudiado  previa- 
mente a  fondo  la  historia  de  la  religión  de  Israel  y  la  del  cristianismo. 


22 


LA  HISTORiaOAD  DE  JESUS 


La  inexistencia  de  Jesús,  forma  parte  para  ellos  de  un  sistema  filosófico, 
a  menos  que  no  proceda  de  una  intención  polémica,  confesada  o  dis- 
cretamente velada". 

Bauer  y  la  escuela  holandesa  ■ — salvo  no  obstante  van  Manem — 
lo  considera  simple  creación  del  alegorismo  alejandrino;  lo  que  también 
han  hecho  W.  B.  Smith,  Drews,  Robertson,  Entre  nosotros,  Couchoud, 
E.  Dujardin  han  seguido  vías  bastante  particulares:  postulando  Cou- 
choud, un  mito  precristiano,  de  Yahvé  sufriente,  que  una  visión  de 
Simón-Pedro  habría  transformado  súbitamente  en  religión  viva;  Du- 
jardin, un  culto  precristiano  de  Jesús,  con  crucifixión  ficticia  de  un 
individuo  representando  el  papel  del  dios,  debiendo  el  cristianismo  su 
origen  y  la  fecha  de  su  nacimiento  a  la  última  celebración  de  ese 
simulacro.  (1)  Estas  hipótesis  tienen  la  falta  común  de  estar  construidas 
en  el  aire  y  de  no  explicar  el  nacimiento  del  cristianismo.  Porque  la 
parte  del  mito  en  la  tradición  cristiana  concerniente  a  Jesús  es  tan 
indiscutible  como  era  inevitable  en  los  orígenes  del  movimiento  cris- 
tiano: pero  los  testimonios  relativos  al  hecho  cristiano  no  se  disuelven 
enteramente  en  un  mito  y  el  hecho  cristiano  mismo  no  es  un  mito.  El 
mito  mesiánico  ha  llevado  a  Jesús;  pero  Jesús  y  el  mito  llevan  el  cris- 
tianismo. El  mito  propiamente  cristiano  de  Jesús-Dios  no  preexistió  al 
cristianismo,  sino  que  se  formó  en  el  cristianismo  progresivamente  a  la 
gloria  de  Jesús.  El  mito  cristiano  de  la  salvación  fue  inaugurado  y 
provocado,  en  cierto  modo,  por  el  mismo  Jesús  y  fue  elaborado  por  el 
cristianismo  de  los  primeros  fieles. 


(1)  Loisy  ha  consagrado  un  libro,  Histoire  et  Mythe  a  propos  de  Jesus-Christ, 
a  la  refutación  de  las  tesis  de  Couchoud.  El  ex-sacerdote  Próspero  Alfaric  tambiéo 
se  convirtió  en  mitólogo. 

Los  dos  últimos  libros  de  Ix)isy,  publicados  por  la  Librería  Emile  Nourry, 
en  1938:  Autres  Mythes  a  propos  de  la  religión,  libro  en  que  combate  a  Dujardin, 
y  en  1939:  Un  mythe  apologetique,  contra  Sarapión,  su  última  obra.  Falleció  Loisy 
a  los  83  años  de  edad  el  1°  de  junio  de  1940. 


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CAPITULO  II 

La  anunciación  y  el  nacimiento  de 
Juan  Bautista  y  de  Jesús 

JESUS.  —  4633.  En  el  Evangelio  de  Lucas  se  lee  que  habiendo 
venido  el  ángel  Gabriel  a  anunciar  a  la  virgen  María  que  concebiría 
un  hijo  por  el  Espíritu  Santo,  hijo  al  cual  debería  ponerle  por  nombre 
Jesús  (1,  31)  en  hebreo  Jehosehuah,  que  significa  Yahvé  salva.  Guigne- 
bert  opina  que  quizá  "el  sentido  mismo  de  ese  nombre  (Salvador)  haya 
poderosamente  contribuido  a  sugerir  en  aquel  que  lo  llevaba,  la  idea  de 
su  vocación"  (La  Vie,  p.  22).  Cuando  los  cristianos  lo  consideraron 
como  el  Mesías  anunciado,  le  cambiaron  ese  nombre  por  el  de  Jesucristo, 
nombre  compuesto  que  incluía  el  de  su  destipo,  el  Cristo  con  el  que  se 
le  conoce  generalmente.  Primeramente  Jesús  fue  considerado  en  los 
medios  judeo-cristianos  como  un  profeta,  un  hombre  inspirado  por  Dios, 
según  se  ve  en  estos  pasajes  en  un  discurso  puesto  en  boca  del  apóstol 
Pedro,  en  el  que  se  dice:  "Jesús  de  Nazareth,  hombre  acreditado  ante 
nosotros,  de  parte  de  Dios,  por  milagros,  prodigios  y  señales"  (Act.  2, 
22).  En  otro  discurso  que  se  considera  pronunciado  por  el  mismo  Pedro 
y  los  demás  apóstoles,  se  lee:  "Moisés  dijo  a  los  hijos  de  Israel:  Dios 
os  suscitará  de  entre  vuestros  hermanos,  un  profeta  semejante  a  mí,  a  él 
oiréis"  (Act.  7,  37),  notable  confesión  de  la  humanidad  de  Jesús,  idén- 
tica a  la  figura  de  I  Timoteo,  2,  5;  "No  hay  sino  un  solo  Dios  y  un 
solo  mediador  entre  Dios  y  los  hombres,  el  hombre  Cristo  Jesús".  Pero 
en  tierra  pagana,  la  credulidad  y  el  entusiasmo  de  los  partidarios  de 
Jesús  convirtió  al  simple  profeta  en  ufia  encamación  de  la  divinidad, 
del  que  más  tarde  se  hizo  la  segunda  persona  de  la  Trinidad.  En  la 
cita  del  pasaje  de  Lucas  que  acabamos  de  mencionar,  se  habla  del 
ángel  Gabriel,  tomado  del  libro  de  Daniel,  y  que  es  el  héroe  del  libro 
novelesco  de  Tobías,  lo  que  ya  nos  hace  comprender  que  se  trata  de 
un  cuento  o  de  una  fábula,  pues  en  la  vida  real  no  aparecen  los  ángeles, 
sino  en  los  sueños  o  en  las  visiones.  Ahora  bien,  los  relatos  fantásticos 
que  se  encuentran  al  principio  de  los  Evangelios  de  Mateo  y  de  Lucas, 


24 


JESUS 


responden  al  deseo  de  los  cristianos  helenistas,  o  sea  de  procedencia 
pagana,  quienes  no  podían  admitir  que  el  hijo  del  dios  judío  naciera 
como  los  simples  mortales,  y  no  como  los  dioses  o  grandes  personajes 
de  otros  países.  De  ahí  los  prodigiosos  milagros  o  portentosos  prodigios 
que  se  nos  narran  al  comienzo  de  sus  Evangelios,  en  el  que  se  nos  dice 
que  el  ángel  Gabriel  nos  describe  dos  casos  de  inseminación  divina 
efectuados  en  dos  judías:  María  y  su  parienta  Elisabet,  esposa  estéril 
del  sacerdote  Zacarías  (Luc.  1,  5-31). 

4634.  He  aquí  esos  relatos:  Hubo  en  los  días  de  Herodes,  rey  de 
Judea,  cierto  sacerdote  llamado  Zacarías,  de  la  clase  de  Abías;  y  su 
mujer  era  de  las  hijas  de  Aarón,  y  su  nombre,  Elisabet.  6  Y  ambos  eran 
justos  delante  de  Dios,  andando  irreprensiblemente  en  todos  los  man- 
damientos y  estatutos  del  Señor.  7  Y  no  tenían  hijo,  porque  Elisabet 
era  estéril;  y  ambos  eran  ya  bien  avanzados  en  días.  8  Aconteció,  pues, 
que  mientras  él  ministraba  como  sacerdote  delante  de  Dios,  en  el  orden 
de  su  clase,  9  conforme  a  las  costumbres  del  sacerdocio,  le  cayó  en  suerte 
quemar  el  incienso,  entrando  en  el  Santuario  del  Señor.  10  Y  toda  la 
muchedumbre  del  pueblo  estaba  fuera  orando  a  la  hora  del  incienso. 
11  Y  le  apareció  un  ángel  del  Señor  que  estaba  de  pie  a  la  derecha 
del  altar  del  incienso.  12  Y  al  verle  Zacarías  se  turbó,  cayó  temor  sobre 
él.  13  Mas  el  ángel  le  dijo:  No  temas,  Zacarías  porque  tu  oración  ha 
sido  oída,  y  tu  mujer  Elisabet  te  dará  a  luz  mi  hijo,  y  le  pondrás  por 
nombre  Juan.  14  Y  tendrás  gozo  y  alegría,  y  muchos  se  regocijarán  en 
su  nacimiento :  15  porque  será  grande  a  la  vista  del  Señor;  y  no  beberá 
vino  ni  licor  fermentado;  y  será  lleno  del  Espíritu  Santo,  aun  desde 
el  seno  de  su  madre:  16  y  a  muchos  de  los  hijos  de  Israel  hará  volver 
al  Señor  su  Dios.  17  E  irá  delante  de  su  faz,  en  el  espíritu  y  poder  de 
Elias,  para  hacer  volver  el  corazón  de  los  padres  hacia  los  hijos,  de  los 
desobedientes  también  a  la  cordura  de  los  justos;  aparejando  así  un 
pueblo  preparado  para  el  Señor.  18  Y  dijo  Zacarías  al  ángel:  ¿en  qué 
conoceré  esto?  pues  soy  yo  viejo,  y  mi  mujer  es  avanzada  en  días. 
19  Y  respondiendo  el  ángel,  le  dijo:  Yo  soy  Gabriel,  que  asisto  en  la 
presencia  de  Dios;  y  he  sido  enviado  para  hablar  contigo,  y  para  darte 
estas  buenas  nuevas.  20  Y  he  aquí  que  estarás  mudo  y  no  podrás  ha- 
blar, hasta  el  día  en  que  esto  sea  hecho;  por  cuanto  no  creíste  mis 
palabras,  las  cuales  se  cumplirán  a  su  tiempo.  21  Y  el  pueblo  estaba 
esperando  a  Zacarías:  y  se  maravillaban  de  su  tardanza  dentro  del  San- 
tuario. 22  Mas  cuando  salió,  no  les  podía  hablar  y  percibieron  que 
había  visto  una  visión  en  el  Santuario;  pues  les  Jiablaba  por  señas  y 
permaneció  mudo.  23  Y  sucedió  que  cuando  se  cumplieron  los  días  de 
su  ministerio  se  fue  a  su  casa. 

El  sacerdote  Zacarías  de  esta  narración  era  de  la  clase  de 
Abías,  una  de  las  veinticuatro  familias  entre  las  cuales  se  dividía 


JESUS 


25 


la  clase  sacerdotal  según  1  Crón.  24,  Í0  y  su  mujer  Elisabet  per- 
tenecía a  la  línea  de  los  sumos  sacerdotes  Aarónidas,  dato  con  que 
el  evangelista  se  proponía  realzar  los  orígenes  de  Juan  el  Bautista.  Los 
citados  esposos  carecían  de  hijos  porque  Elisabet  debía  su  esterilidad  a 
su  avanzada  edad.  En  cuanto  a  Zacarías,  por  ejercer  todavía  funciones 
sacerdotales,  debería  tener  menos  de  50  años  de  acuerdo  con  lo  dis- 
puesto en  Núm.  8,  25.  Zacarías  fue  designado  por  la  suerte  para  ofrecer 
el  incienso,  o  sea,  la  renovación  de  las  brasas  y  de  los  perfumes  que 
se  practicaba  de  mañana  y  de  tarde  en  el  momento  del  sacrificio  en 
el  interior  del  Templo,  sobre  el  pequeño  altar  colocado  delante  del  lugar 
santísimo.  Según  la  tradición  judía,  ese  sacerdote  encargado  de  esta 
tarea  no  entraba  solo  en  el  Templo;  pero  como  Zacarías,  se  dice,  que 
penetró  sin  acólito  en  el  Santuario,  como  el  sumo  sacerdote  penetraba 
solo  el  día  de  la  grande  expiación,  da  a  suponer  a  algunos  exégetas 
que  Zacarías  fuera  sumo  sacerdote.  El  dato  del  v.  10  en  que  se  men- 
ciona que  el  pueblo  oraba  afuera  a  la  hora  del  incienso,  se  refiere  al 
hecho  que  esa  ceremonia  se  efectuaba  dos  veces  al  día,  después  del 
holocausto  y  se  le  apareció  el  ángel  del  Señor  (v.  11)  por  lo  que  debe 
notarse  que  a  diferencia  de  los  ángeles  de  Mateo  que  hablan  en  sueños 
a  José,  los  ángeles  de  Lucas  se  muestran  en  pleno  día  y  se  dirigen  a 
gentes  despiertas.  Este  ángel,  era  nuestro  conocido  Gabriel,  uno  de  los 
siete  mensajeros  celestes  que  están  delante  del  trono  de  Yahvé  (Tob.  12. 
15;  cf.  Ap.  4,  5;  Nuestra  Introducción  §  359-360) . 

4635.  Era  usual  que  cinco  sacerdotes  entraran  al  Santuario  para 
quemar  el  incienso,  y  al  salir  diesen  su  bendicióiv  al  pueblo,  por  lo  que 
el  mutismo  de  Zacarías  prueba  que  no  pudo  dar  la  bendición  acostum- 
brada: el  autor  de  este  relato  no  pensó  en  este  detalle,  ni  tampoco  en 
la  presencia  de  los  otros  oficiantes  junto  a  Zacarías.  Y  cuando  termi- 
naron los  días  de  su  servicio  (v.  23)  él  se  fue  a  su  casa  (v.  39-40). 
Prosigue  nuestro  narrador  diciendo:  que  estando  Elisabet  en  su  sexto 
mes,  fue  enviado  el  ángel  Gabriel  por  Dios  a  una  ciudad  de  Galilea,  lla- 
mada Nazaret.  La  concepción  divina  de  Jesús  va  a  ser  datada  de  acuerdo 
con  la  de  Juan,  por  lo  que  se  hallará  natural  hacer  nacer  a  Juan  medio 
año  antes  que  a  Jesús  ocurriendo  por  lo  tanto  la  concepción  de  Juan 
en  el  equinoxio  de  otoño  y  la  de  Jesús  en  el  equinoxio  de  primavera. 
Nuestro  autor  entiende  que  Jesús  fue  llamado  Nazareno  porque  era  de 
Nazaret,  ciudad  donde  residía  la  familia  de  Jesús.  El  ángel  fue  enviado 
a  una  virgen  desposada  con  un  hombre  llamado  José,  de  la  casa  de 
David.  Nótese  que  el  origen  davídico  se  afirma  solo  de  José,  María 
para  casarse  con  un  descendiente  de  David,  hubiera  debido  pertenecer 
a  la  raza  real,  pero  el  íutor  la  relaciona  a  una  familia  no  menos  ilustre 
que  la  de  los  reyes.  En  efecto  Gabriel  dice  en  el  v.  36  que  Elisabet  es 
parienla  de  María,  por  lo  que  siendo  Elisabet  su  parienta  ella  era  tara- 


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JESUS 


bien  de  la  raza  de  Aarón.  Pero  una  vez  de  manifestada  la  concepción 
virginal,  no  tiene  razón  de  ser  el  origen  davídico  de  Jesús.  Mateo  y 
Marcos  ignoran  el  parentesco  de  Jesús  con  Juan.  Esas  palabras  "Salud, 
el  Señor  sea  contigo",  pertenecen  al  formulario  común  de  los  saludos. 
Algunos  manuscritos  añaden  tomando  del  v.  42  estas  palabras:  "Bendita 
seas  tú,  entre  todas  las  mujeres".  El  ángel  le  anuncia  a  María  que  va 
a  ser  la  madre  del  Mesías.  Estos  vocablos  están  imitados  de  la  profecía 
de  Is.  (7,  14)  referente  al  nacimiento  de  Emmanuel  §  2895-2896.  Sigue 
el  ángel  ensalzando  a  Jesús,  el  Mesías  anunciado  por  los  profetas,  di- 
ciendo que  será  proclamado  "Hijo  del  Altísimo",  al  que  Dios  llama  su 
Hijo,  el  cual  como  Mesías  será  el  Rey  predestinado  a  gobernar  en  la 
paz  y  en  la  gloria  al  pueblo  elegido  de  Dios  (Sal.  2,  7;  Sara.  7,  13,  16; 
Is.  9,  6;  Miq.  4,  7;  Dan.  7,  14,  27).  Nada  hace  presentir  la  concepción 
virginal.  Pero  el  evangelista  atribuye  la  misión  de  Jesús  a  su  filiación 
divina  aunque  su  -lenguaje  calcado  en  las  antiguas  profecías  lo  entiende 
espiritualmente  y  lo  retiene  en  testimonio  de  lo  que  se  podría  llamar 
la  autenticidad  judía  del  cristianismo. 

4636.  El  relato  agrega:  "María  entonces  dijo  al  ángel:  ¿Cómo 
será  esto,  pues  yo  no  conozco  varón?  Y  el  ángel  respondiendo,  le  dijo: 
El  Espíritu  Santo  vendrá  sobre  tí  y  el  poder  del  Altísimo  te  hará  som- 
bra: por  lo  cual  también  la  criatura  santa  que  ha  de  nacer,  será  llamada 
Hijo  de  Dios"  (34-35).  Como  la  virgen  estaba  desposada,  ella  debería 
decir  de  acuerdo  con  las  palabras  del  ángel  que  el  primer  hijo  que 
tuviera  de  su  próximo  matrimonio  sería  el  Mesías.  Obsérvese  que  tanto 
en  el  Evangelio  como  en  el  libro  de  los  Actos  a  los  hermanos  de  Jesús 
nunca  se  les  presenta  como  hijos  de  María  y  el  mismo  Santiago  es 
llamado  "el  hermano  del  Señor".  Las  palabras  del  ángel:  "el  Espíritu 
Santo  vendrá  sobre  ti  y  el  poder  del  Altísimo  te  hará  sombra"  tratan 
de  explicar  cómo  Jesús  será  concebido  sin  intervención  humana.  El 
"Espíritu  Santo"  equivale  a  la  potencia  del  Altísimo,  no  designa  un  ser 
personal,  sino  al  espíritu  divino  como  agente  intermediario  del  Creador. 
Este  espíritu  está  presentado  como  el  principio  de  la  vida  física  de 
Jesús.  Esta  idea  no  hubiera  podido  enunciarse  en  hebreo  o  en  arameo, 
idiomas  en  los  cuales  el  vocablo  "Espíritu"  (ruach,  rucha)  son  femeni- 
nos, por  lo  cual  los  apócrifos  judeo-cristianos.  nombran  al  Espíritu 
como  la  madre  o  la  hermana  de  Cristo. 

Esta  idea  no  concuerda  con  la  teología  judía,  pues  la  trascen- 
dencia divina  no  permitía  representarse  a  Dios  como  el  principio 
generador  de  un  hombre  individual.  Esto  no  ocurría  para  el  espí-  " 
ritu  helénico.  El  apologista  Justino  hallaba  completamente  natural  de 
comparar  el  nacimiento  de  Jesús  con  el  de  los  dioses  o  héroes  nacidos 
de  un  dios  y  de  una  mortal.  La  referencia  al  parentesco  que  unía  a 
María  con  Elisabet  cesa  de  ser  una  alusión  sin  objeto,  porque  se 


JESUS 


27 


comprende  que  el  Mesías  teocrático  debe  relacionarse  a  la  cassi  de 
David  por  José  y  se  relaciona  por  María  a  la  línea  de  Aarón;  tendrá 
todos  los  poderes  y  todos  los  títulos  de  legitimidad  de  los  reyes  pon- 
tífices de  la  familia  de  los  Asmoneos  que  habían  salido  de  una  simple 
familia  sacerdotal  y  que  no  pertenecían  a  la  casa  de  David.  La  existencia 
de  una  tradición  sobre  el  origen  a  la  vez  davíflico  y  levítico  de  Jesús 
es  atestiguado  por  Ireneo,  por  Orígenes  y  por  el  Testamento  de  los  Doce 
Patriarcas.  En  el  protoevangelio  de  Santiago,  se  dice  que  Joaquín,  el 
padre  de  María,  era  sacerdote;  y  Agustín  admite  que  María  descendía 
a  la  vez  de  Leví  y  de  David.  Pablo  considera  también  a  Jesús  como 
descendiente  de  David  (Rom.  1,  3).  En  la  perspectiva  actual  del  relato, 
la  concepción  del  Cristo  se  considera  haberse  realizado  en  seguida  de 
la  adhesión  de  María  a  la  palabra  del  ángel  (v.  38) .  Según  Loisy,  las 
palabras  finales  del  v.  38,  "y  el  ángel  se  fue"  suprimen  la  transición  • 
que  debía  existir  en  el  relato  original  entre  el  de  la  anunciación  y  el 
de  la  visita  a  Elisabet:  El  primer  autor  que  decía  que  Elisabet  estaba 
encinta  señalaba  el  matrimonio  de  María  con  José,  a  continuación 
del  cual,  María,  habiendo  concebido,  se  apuró  a  visitar  a  su  anciana 
parienta.  La  estructura  rítmica  de  las  últimas  estrofas  está  alterada  por 
lo  que  se  dice  relativo  a  la  concepción  virginal;  pero  los  vs.  36-37 
unidos  a  32-33  forman  una  estrofa  normal;  faltando  a  la  última  estrofa, 
V.  38  cuatro  líneas  que  sin  duda  daban  el  dato  relativo  al  matrimonio 
de  María  y  a  la  concepción  de  Jesús. 

4637.  Continúa  el  cap.  con  la  narración  de  la  visita  de  María  a 
Elisabet.  Según  este  relato,  cuando  Elisabet  oyó  el  saludo  de  María,  la 
criatura  que  aquella  llevaba  en  su  seno  dio  saltos  y  Elisabet  fue  llena 
del  Espíritu  Santo,  invadida  por  el  mismo  espíritu  de  profecía  que  agi- 
taba al  niño,  pércibió  en  virtud  de  la  misma  iluminación  la  presencia 
del  Mesías  en  su  parienta  que  la  saluda.  Elisabet  saluda  a  María  en  su 
carácter  de  madre  del  Cristo.  La  palabra^  5eñor  designa  aquí  al  Mesías, 
de  acuerdo  con  el  Salmo  110,  1  y  según  el  uso  cristiano.  Siguen  los 
vs.  46-55;  el  salmo  o  canto  de  alabanzas  hacia  Dios  llamado  Magníficat, 
es  un  verdadero  salmo  imitado  en  mayor  parte  del  cántico  de  Ana  madre 
de  Samuel  (1  Sam.  2,  1-10)  con  otras  reminiscensias  del  A.  T.  Opina 
Loisy  que  el  Magníficat  parece  haber  sido  agregado,  probablemente  por 
el  evangelista,  y  quizá  en  vista  del  cántico  se  dice  que  Elisabet  había 
hablado  llena  del  Espíritu  Santo.  Según  el  v.  56  María  permaneció  con 
Elisabet  cerca  de  tres  meses,  es  decir,  antes  del  nacimiento  de  Juan  y 
después  regresó  a  su  casa.  Según  antiguos  manuscritos  el  Magníficat 
fue  pronunciado  por  Elisabet;  pero  Tertuliano,  como  los  más  antiguos 
testigos  orientales  lo  atribuyen  a  María.  Esta  variante  quizá  se  deba  a 
que  en  el  original  no  se  indicaba  el  sujeto  del  verbo  dice,  sujeto  que 
unos  han  atribuido  a  Elisabet  y  otros  a  María.  Para  nuestro  evangelista 


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JESUS 


el  Magníficat  es  una  efusión  de  agradecimiento,  inspirado  como  el  Bene- 
dictus  de  Zacarías,  como  el  cántico  de  Ana  la  madre  de  Samuel,  como 
los  salmos  davídicos,  es  una  especie  de  poesía  sagrada,  de  modo  que  el 
evangelista  ha  querido  hacer  de  María  una  profetisa. 

Continúa  el  texto  diciendo:  "que  habiéndose  cumplido  los  días 
para  Elisabet  de  dar  a  luz  a  su  hijo  sus  vecinos  se  regocijaron  con 
ella.  Y  cuando  al  octavo  día  llevaron  a  circuncidar  al  niño,  le  daban 
el  nombre  de  su  padre,  Zacarías.  Pero  su  madre  insistió  en  que  él  se 
llamaría  Juan  y  sus  vecinos  le  dijeron  "no  hay  nadie  en  tu  familia 
que  lleve  ese  nombre",  entonces  pidieron  a  Zacarías  que  escribiera 

[)or  signos  como  se  llamaría  la  criatura  y  éste  pidió  una  tableta  como 
as  que  se  usaban  recubiertas  de  cera  y  Zacarías  escribió  "Juan  es 
su  nombre",  concluyó  así  su  mudez,  y  comenzó  a  hablar  bendicien- 
do a  Dios.  Y  todos  los  que  lo  escucharon  decían:  ¿Qué  será  este 
niño?  Y  Zacarías  lleno  del  Espíritu  Santo  profirió  el  Benedictas 
(68-79).  En  cántico  de  Zacarías,  como  en  el  Magnificat,  el  elemento 
personal  se  separa  fácilmente  y  deja  subsistir  un  salmo  a  imitación  de 
los  del  A.  T.  El  Benedictus  comienza  por  la  doxología  usada  en  varios 
salmos,  como  en  el  Salmo  41,  13;  72,  18;  89,  53;  106,  48.  Como  se  ve 
tanto  la  anunciación  y  el  nacimiento  de  Jesús,  como  el  de  Juan  el  Bau- 
tista, se  realizaron  con  la  intervención  celestial  y  con  prodigios  mila- 
grosos. Después,  en  los  siguientes  relatos,  el  anuncio  del  nacimiento  de 
Jesús,  hecho  por  un  coro  de  ángeles  a  pastores  de  Betlehem,  seguido 
de  la  visita  de  los  magos  a  María.  La  virginidad  de  ésta,  atestiguada 
ante  partum,  in  parta  y  post  partum,  de  acuerdo  con  la  doctrina  de  los 
gnósticos  docetas,  que  negaban  la  materialidad  del  cuerpo  de  Jesús,  al 
que  le  atribuían  un  cuerpo  meramente  espiritual,  que  podía  penetrar  sin 
que  le  abrieran  en  un  recinto  cerrado  (Juan  20,  19,  26). 

En  cuanto  a  la  fábula  cristiana  del  nacimiento  milagroso  de  Jesús, 
el  filósofo  pagano  Celso,  escribió  en  el  año  179  un  libro  titulado 
Exposición  de  la  Verdad  o  Discurso  verdadero,  cuya  mayor  parte  ha 
llegado  a  nosotros  gracias  a  la  refutación  que  de  esa  obra  pretendió 
hacer  Orígenes  entre  los  años  246-249  de  los  cuatro  libros  originales 
en  ocho  libros  bajo  el  título  Contra  Celsum.  Celso  expone  en  su  exégesis 
la  tesis  judía  contra  dicho  milagroso  nacimiento,  diciendo  que  Jesús 
había  nacido  del  adulterio  de  su  madre,  una  pobre  aldeana,  casada  con 
un  carpintero,  relato  del  que  resulta  que  María  fue  seducida  por  un 
novio  suyo  llamado  Panthera,  soldado  romano,  quien  la  sedujo.  Al  darse 
cuenta  del  embarazo  de  María,  el  carpintero  con  el  que  ella  estaba  des- 
posada, trató  de  abandonarla  para  no  difamarla,  exponiéndola  a  la  igno- 
minia pública  (Mat.  1,  19) ;  pero  siendo  hombre  muy  crédulo,  se  le 
hizo  creer  que  la  criatura  que  tenía  María  en  su  seno,  provenía  del 
Espíritu  Santo.  Y  yendo  a  Bethlehem  a  empadronarse  con  su  mujer, 


JESUS 


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"aconteció,  dice  el  texto  de  Lucas  2,  6,  7,  que  se  le  cumplieron  a  María 
los  días  en  que  había  de  dar  a  luz,  y  dio  a  luz  su.  hijo  primogénito,  y  lo 
envolvió  en  pañales  y  lo  acostó  en  un  pesebre,  porque  no  había  lugar 
para  ellos  en  el  mesón".  De  esto  se  deduce  que  se  trataba  de  gente  muy 
pobre,  la  que  pudo  mejorar  su  posición  económica  gracias  al  oro  que, 
según  la  leyenda,  le  trajeron  los  magos  (Mat.  2,  11).  Nótese  que  los 
escritores  del  comienzo  del  primero  y  del  tercer  Evangelio  no  creían 
en  la  virginidad  perpetua  de  María,  pues  atestiguan  que  Jesús  fue  sólo 
el  primogénito  de  ésta,  la  que  tuvo  de  su  marido  José,  por  lo  menos 
seis  hijos  más:  cuatro  varones,  (cuyos  nombres  conocemos)  y  dos  mu- 
jeres, cuyos  nombres,  ignoramos. 

4638.  Los  relatos  prodigiosos  relativos  a  la  concepción  y  al  na- 
cimiento de  Jesús  que  nos  dan  Mateo  y  Lucas,  son  meras  ficciones, 
como  lo  prueba  el  Evangelio  de  Marcos  (3,  11,  31)  al  referir  que  María, 
acompañada  con  sus  otros  hijos,  trató  de  detener  a  su  primogénito, 
juzgándolo  atacado  de  enagenación  mental.  Si  los  referidos  actos  hu- 
bieran sido  verídicos,  María  no  podía  olvidar  lá  misión  divina  de  Jesús, 
ni  la  obra  efectuada  en  su  seno  por  el  Espíritu  Santo,  así  como  es 
imposible  que  nadie  recordara  en  Bethlehem  el  mensaje  angélico  que  los 
pastores  comunicaron  profusamente  a  los  habitantes  de  esta  población. 
En  cuanto  al  prodigio  de  la  virginidad  de  María  se  debe  a  la  necesidad 
de  justificar  por  ese  medio  el  carácter  divino  o  de  hijo  de  Dios  de 
Jesús,  es  decir,  que  éste  fue  hijo  de  Dios,  porque  su  madre  lo  concibió 
y  lo  dio  a  luz,  sin  dejar  de  ser  virgen.  Nada  sabemos  de  la  fecha  en 
que  nació  Jesús,  pues  ignoramos  tanto  el  año,  como  el  mes  y  el  día  de 
su  nacimiento  pues  la  fecha  litúrgica  del  25  de  diciembre  no  tiene  re- 
lación alguna  con  un  recuerdo  histórico.  Fue  fijada  en  Roma  en  el 
primer  cuarto  de  siglo  IV,  siendo  ignorada  durante  los  tres  primeros 
siglos  cristianos.  Clemente  de  Alejandría,  según  sus  cálculos,  se  detenía 
en  el  19  de  abril;  otros  de  sus  contemporáneos  preferían  el  18  de  abril 
o  el  19  de  mayo;  Hipólito  al  principio  del  tercer  siglo  se  inclinaba  por 
el  25  de  diciembre;  pero  en  realidad  nadie  sabía  nada  cierto  sobre 
esto:  y  ni  aún  el  papa  que  cortó  el  debate  en  Occidente  no  disponía  de 
ningún  dato  particular  sobre  el  discutido  acontecimiento.  La  tradición 
oriental  había  fijado  la  fiesta  de  la  Epifanía  en  el  6  de  enero,  consi- 
derándola a  la  vez  como  el  aniversario  del  nacimiento  y  como  el  bau- 
tismo de  Jesús.  Según  todas  las  probabilidades  la  fiesta  pagana  de  Mitra 
fijada  en  el  día  25  de  diciembre,  coincidía  con  el  solsticio  de  invierno 
en  la  misma  fecha  del  nacimiento  de  aquel  que  como  el  dios  persa  es 
para  sus  fieles  el  Invicto,  el  sol  victorioso  y  salvador  (Guignebert,  La 
vie  cachée,  ps.  41-42). 

Según  Turmel  la  concepción  virginal  de  Jesús  fue  inventada  a 
mediados  del  segundo  siglo  para  conciliar  la  doctrina  marcionista  del 


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JESUS 


Cristo  espiritual  con  los  relatos  de  Mateo  y  de  Lucas  relativos  a  la 
infancia  de  Jesús.  Contribuyó  a  formarla  la  literatura  apócrifa  de  la 
época,  sobre  ese  tema,  y  especialmente  el  Protoevangelio  de  Santiago, 
del  que  transcribimos  a  continuación  los  siguientes  párrafos:  "Y  llegó 
un  edicto  del  emperador  Augusto  que  ordenaba  que  se  empadronasen 
a  todos  los  habitantes  de  Bethlehem  en  Judea.  Y  José  dijo:  voy  a  inscri- 
bir a  mis  hijos.  Pero  ¿qué  haré  con  esta  muchacha?  ¿Cómo  la  inscribiré? 
¿Cómo  mi  esposa?  Me  avergonzaría  de  ello.  ¿Cómo  mi  hija?  Pero 
todos  los  hijos  de  Israel  saben  que  no  lo  es.  Y  ensilló  su  burra  y  puso 
sobre  ella  a  María,  y  su  hijo  llevaba  la  bestia  por  el  ronzal.  José  se 
volvió  hacia  María  y  la  vio  triste  y  dijo  entre  sí  de  esta  manera:  sin 
duda  el  fruto  que  lleva  en  su  vientre  la  hace  sufrir.  Y  por  segunda  vez 
se  volvió  hacia  la  joven  y  vio  que  reía  y  le  preguntó:  ¿qué  tienes  María 
que  encuentro  tu  rostro  tan  pronto  entristecido  como  sonriente?  Y  ella 
contestó:  Es  que  mis  ojos  contemplan  dos  pueblos,  uno  que  libra  y  se 
aflige  estrepitosamente,  y  otro  que  se  regocija  y  salta  de  júbilo.  Y  lle- 
gados a  mitad  de  camino,  María  dijo  a  José:  bájame  de  la  burra,  por- 
que lo  que  llevo  dentro  me  abruma  al  avanzar.  Y  él  la  bajó  de  la  burra 
y  le  dijo:  ¿Dónde  podría  llevarte  y  resguardar  tu  pudor?  Porque  este 
lugar  está  desierto ...  Y  encontró  allí  mismo  una  gruta  e  hizo  entrar 
en  ella  a  María.  Y  dejando  a  sus  hijos  cerca  de  ésta  fue  en  busca  de 
una  partera  al  país  de  Betlehem. .  .  Y  he  aquí  que  una  mujer  descendió 
de  una  montaña  y  me  preguntó:  ¿Dónde  vas?  Y  yo  repuse:  en  busca 
de  una  partera  judía.  Y  ella  me  interrogó:  ¿Eres  de  la  raza  de  Israel? 

Y  yo  le  contesté:  Sí.  Y  ella  replicó:  ¿Quién  es  la  mujer  que  da  a  luz 
en  la  gruta?  Y  yo  le  dije:  Es  mi  desposada.  Y  ella  me  dijo:  ¿No  es 
tu  esposa?  Y  yo  le  dije:  Es  María,  educada  ei)  el  templo  del  Señor  y 
que  se  me  dio  por  mujer,  pero  sin  serlo,  pues  ha  concebido  del  Espíritu 
Santo.  Y  la  partera  le  dijo:  ¿Es  verdad  lo  que  rne  cuentas?  Y  José  le 
dijo:  Ven  a  verla.  Y  la  partera  le  siguió.  Y  llegaron  al  lugar  en  que 
estaba  la  gruta,  y  he  aquí  que  una  nube  luminosa  la  cubría.  Y  la  partera 
exclamó:  Mi  alma  ha  sido  exaltada  en  este  día,  porque  mis  ojos  han 
visto  prodigios  anunciadores  de  que  un  Salvador  le  ha  nacido  a  Israel. 

Y  la  nube  se  retiró  en  seguida  de  la  gruta,  y  apareció  en  ella  una  luz 
tan  grande,  que  nuestros  ojos  no  podían  soportarla.  Y  esta  luz  dismi- 
nuyó poco  a  poco  hasta  que  el  niño  apareció  y  tomó  el  pecho  de  su 
madre  María.  La  partera  exclamó:  Gran  día  es  hoy  para  mí  porque 
he  visto  un  espectáculo  nuevo.  Y  la  partera  salió  de  la  gruta,  y  encon- 
tró a  Salomé  y  le  dijo:  Salomé,  Salomé,  voy  a  contarte  la  maravilla 
extraordinaria,  presenciada  por  mí,  de  una  virgen  que  ha  parido  de  un 
modo  contrario  a  la  naturaleza.  Y  Salomé  repuso:  Por  la  vida  del  Señor, 
mi  Dios,  que  si  no  pongo  mi  dedo  en  su  vientre  (en  su  vulva)  y  lo 
escruto,  no  creeré  que  una  virgen  haya  parido.  Y  la  comadrona  entró 


4 


JESUS 


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y  dijo  a  María:  Disponte  a  dejar  que  ésta  haga  algo  contigo,  porque 
no  es  un  debate  insignificante  el  que  ambas  hemos  entablado  a  cuenta 
tuya.  Y  Salomé,  firme  en  verificar  su  comprobación,  puso  su  dedo  en 
el  vientre  (en  la  vulva)  de  María,  después  de  lo  cual  lanzó  un  alarido, 
exclamando:  Castigada  es  mi  incredulidad  impía,  porque  he  tentado  al 
Dios  viviente,  y  he  aquí  que  mi  mano  es  consumida  por  el  fuego  y 
de  mí  se  separa.  Y  se  arrodilló  ante  el  Señor  diciendo:  Oh  Dios  de  mis 
padres,  acuérdate  de  que  pertenezco  a  la  raza  de  Abraham,  de  Isaac  y 
de  Jacob!  No  me  des  en  espectáculo  a  los  hijos  de  Israel,  y  devuélveme 
a  mis  pobres,  porque  bien  sabes,  Señor  que  en  tu  nombre  les  prestaba 
mis  cuidados,  y  que  mi  salario  lo  recibía  de  ti.  Y  he  aquí  que  un  ángel 
del  Señor  se  le  apareció  diciendo:  Salomé,  Salomé,  el  Señor  ha  atendido 
tu  súplica.  Aproxímate  al  niño,  cógelo  en  tus  brazos,  y  él  será  para  ti 
salud  y  alegría.  Y  Salomé  se  acercó  al  recién  nacido  y  lo  incorporó, 
diciendo:  Quiero  postrarme  ante  él,  porque  un  grafi  rey  ha  nacido  para 
Israel.  E  inmediatamente  fue  curada  y  salió  justificada  de  la  gruta. 
Y  se  dejó  oír  una  voz  que  decía:  Salomé,  Salomé  no  publiques  los 
prodigios  que  has  visto,  antes  de  que  el  niño  haya  entrado  en  Jerusalén. 
(Caps.  17  a  20.  Los  Evangelios  Apócrifos,  Tomo  I,  ps.  340-342). 

4639.  Este  cuento  novelesco  del  Protoevangelio  de  Santiago  fue 
citado  como  hecho  histórico' por  escritores  como  Clemente  de  Alejandría, 
'  Hilario  de  Poitiers  y  Zenón  de  Verona.  Según  Turmel,  él  nacimiento 
virginal  del  Cristo  fue  inventado  para  probar  una  tesis,  a  saber  que  el 
cuerpo  de  Jesús  no  era  carnal  como  el  nuestro,  sino  un  cuerpo  espiri- 
tual. Esta  tesis  era  la  de  Marción,  quien  atribuía  al  Cristo  un  organismo 
espiritual  y  hacía  descender  ese  organismo  directamente  del  cielo  sin 
pasar  por  el  seno  de  María.  El  Cristo  marcionista  había  hecho  su  apa- 
rición en  la  tierra  el  año  15  del  reinado  de  Tiberio,  es  decir,  el  año  29 
de  nuestra  era,  e  inmediatamente  se  había  puesto  a  predicar.  El  naci- 
miento virginal  del  Cristo  fue  inventado  para  conciliar  el  Cristo  de 
Marción  con  el  Cristo  de  Lucas,  presentándonos  un  Cristo  espiritual, 
hijo  de  María  [La  Vierge  Marie  por  Louis  Coulange,  uno  de  los  seu- 
dónimos de  Turmel,  p.  27).  Este  autor  confirma  que  la  divinidad  del 
Cristo  es  independiente  de  María,  citando  el  hecho  de  que  estando  Jesús 
en  la  boda  de  Cana  (Juan  2,  1-12),  donde  también  se  encontraba  María, 
ella  le  advirtió  en  el  curso  de  la  comida,  que  faltaba  vino.  Y  Jesús  le 
respondió  "Mujer  ¿qué  tengo  yo  que  ver  contigo?"  (v.  4).  Jesús  ni 
siquiera  la  llama  madre,  en  su  respuesta  lo  que  viene  a  significar:  nada 
hay  de  común  entre  nosotros;  "ese  término  de  mujer  dicho  con  cierto 
tono  despectivo  vendría  a  significar:  pasas  por  ser  mi  madre;  pero  en 
realidad  no  lo  eres;  yo  no  te  debo  nada.  Esa  negación  sorprendente 
de  la  maternidad  divina  de  María  viene  a  desvirtuar  las  historietas 
que  nos  traen  Mateo  y  Lucas  sobre  el  nacimiento  milagroso  de  Jesús" 


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JESUS 


(TuRMEL.  bajo  el  seudónimo  de  Henri  Delafosse,  en  sy  libro  Le  Qua- 
triéme  Evangile  ps.  9-13). 

Esta  doctrina  rechazada  por  los  Padres  hasta  el  fin  del  siglo 
IV,  adquirió  nueva  vida  con  la  propaganda  del  obispo  de  Milán,  San 
Ambrosio,  quien  descubrió  en  el  A.  T.  un  nuevo  texto  para  sostener  que 
María  quedó  virgen  al  dar  a  luz  a  Jesús.  Y  ese  texto  se  encuentra  en 
el  siguiente  pasaje  de  Ezequiel  44,  que  dice  así:  "1  Entonces  me  hizo 
volver  por  el  camino  de  la  puerta  anterior  del  Santuario,  que  mira  hacia 
el  Oriente,  la  cual  estaba  cerrada,  no  se  abrirá,  ni  entrará  nadie  por 
ella;  por  cuanto  Yahvé  el  dios  de  Israel  ha  entrado  por  ella,  por  lo  tanto 
estará  cerrada".  Veamos  ahora  la  fantástica  exégesis  de  este  v.  2  que 
nos  da  Ambrosio:  "María  es  la  puerta  de  que  habla  el  profeta.  Esa 
puerta  está  cerrada,  porque  María  ha  quedado  virgen.  Por  esa  puerta 
el  Cristo  entró  en  el  mundo.  Salió  por  el  parto  virginal.  No  quebró  la 
cerradura  genital  de  la  virginidad,  y  ha  quedado  intacto  el  sello  de 
la  integridad.  Hay  una  puerta  del  vientre,  que  no  está  perpetuamente 
cerrada.  Una  sola  ha  podido  permanecer  cerrada:  es  aquella  por  la  cual 
el  fruto  de  la  virgen  pasó  sin  dañar  la  cerradura  genital.  El  profeta  ha 
dicho  que  nadie  pasará  por  esa  puerta,  entre  los  hombres.  Porque  añade 
el  profeta,  el  Señor  pasó  por  ella  y  ella  será  cerrada.  Esto  significa  que 
ella  será  cerrada  antes  y  después  del  paso  del  Señor".  Termina  Ambro- 
sio comparando  el  milagro  del  nacimiento  virginal  a  los  otros  milagros, 
y  así  dice:  "¿Qué  hay  de  increíble  en  que  María  haya  dado  a  luz  contra 
el  orden  de  la  naturaleza?  ¿No  es  contra  el  orden  de  la  naturaleza 
que  las  aguas  del  Jordán  han  refluido  hacia  sus  fuentes?  ¿Puede  rehu- 
sarse a  creer  que  una  virgen  haya  dado  a  luz,  cuando  se  lee  que  una 
roca  vomitó  agua?".  Escribe  Herzog:  "Ambrosio,  apóstol  ardiente  de 
la  vida  ascética,  predicaba  sin  cesar  las  glorias  de  la  virginidad  y  su 
palabra  elocuente  hacía  conquistas  que  las  madres,  según  dice  él  mismo, 
impedían  a  veces  a  sus  hijas  de  ir  a  escucharlo.  Para  sostener  contra  el 
peligro  de  la  inconstancia  a  las  jóvenes  vírgenes  que  él  había  hecho 
renunciar  a  los  goces  del  mundo,  Ambrosio  les  ponía  ante  la  vista  el 
modelo  de  María.  ¿Dónde  encontrar,  decía  él,  más  nobleza  que  en 
la  madre  de  Dios?  ¿Dónde  encontrar  más  brillo  que  en  aquella  que 
fue  elegida  por  el  resplandor  mismo?  La  vida  de  María  es  el  modelo 
que  deben  reproducir  todas  las  vírgenes".  Resumiendo:  el  nacimiento 
virginal  de  Cristo  fue  inventado  a  mediado  del  segundo  siglo  en  honor 
del  cuerpo  espiritual  del  Cristo;  pero  bajo  esta  forma  no  logró  hacerse 
aceptar  por  los  depositarios  de  la  enseñanza  oficial  de  la  Iglesia.  Fue 
al  fin  del  cuarto  siglo  retomado  por  Ambrosio, 'pero  esta  vez  para 
desenvolver  en  las  jóvenes  la  devoción  de  María  (Coulange,  La  Vierge 
Marie,  p.  37) .  Nótese  que  ya  desde  entonces  se  cometía  la  blasfemia 
de  denominar  a  María  como  la  madre  de  Dios.  Dios,  según  la  opinión 


JESUS 


33 


corriente,  es  considerado  como  la  causa  primordial  del  universo,  por  lo 
tanto  es  un  absurdo  hablar  de  la  madre  de  esa  causa,  que  no  puede 
tener  madre.  Frase  inconcebible  si  se  piensa  en  la  insignificancia  de 
una  simple  mujer  mortal  en  comparación  al  autor  de  lo  existente. 

4640.  Estas  ideas  de  Ambrosio  fueron  prohijadas  por  Agustín  el 
gran  teólogo  creador  del  dogma  del  pecado  original,  cuya  influencia 
era  irresistible  en  la  iglesia  latina,  de  modo  que  desde  entonces  se  aceptó 
umversalmente  la  tesis  de  la  perpetua  virginidad  de  María,  erigida  en 
dogma  por  el  concilio  de  Letrán  en  649,  a  pesar  de  lo  que  enseñan  los 
Evangelios  canónicos  de  Mateo  y  de  Lucas,  los  que,  como  anteriormente 
hemos  dicho,  hablan  de  los  hermanos  de  Jesús,  de  los  cuales  éste  era 
el  primogénito.  Esas  ideas  opuestas  a  la  enseñanza  de  los  citados  Evan- 
gelios canónicos  triunfaron  gracias  a  la  difusión  del  Evangelio  apócrifo, 
titulado  el  Protoevangelio  de  Santiago,  del  que  ya  conocemos  algunos 
párrafos.  Resumiremos  ahora  algunos  trozos  del  mismo  relacionados  con 
nuestro  tema.  María  a  la  edad  de  tres  años  fue  conducida  al  Templo 
por  sus  padres  Joaquín  y  Ana  para  consagrarla  a  Dios,  que  se  las  había 
concedido  milagrosamente.  Allí  estuvo  hasta  su  pubertad,  "nutriéndose 
como  una  paloma,  y  recibía  su  alimento  de  manos  de  un  ángel".  Y 
cuando  María  tuvo  14  años  se  congregaron  los  sacerdotes  y  dijeron  al 
Sumo  sacerdote:  Tú,  que  estás  encargado  del  altar,  entra  y  ruega  por 
María,  y  haremos  lo  que  te  revele  el  Señor.  Y  el  gran  o  Sumo  sacerdote, 
poniéndose  su  traje  de  doce  campanillas,  entró  al  Santo  de  los  Santos 
y  rogó  por  María.  Y  he  aquí  un  ángel  del  Señor  se  le  apareció,  dicién- 
dole:  Zacarías,  Zacarías,  sal  y  reúne  a  todos  los  viudos  del  pueblo,  y 
da  a  cada  uno  de  ellos  una  vara,  y  aquel  a  quien  el  Señor  envíe  un 
prodigio,  de  aquel  será  María  su  esposa.  Y  los  heraldos  salieron  y  reco- 
rrieron todo  el  país  de  Judea,  y  la  trompeta  del  Señor  resonó  y  todos  los 
viudos  acudieron  a  su  llamada.  Y  José  abandonando  sus  herramientas  (o 
5u  hacha)  salió  para  juntarse  a  los  demás  viudos,  y  todos  congregados 
fueron  a  encontrar  al  gran  sacerdote.  Este  cogió  las  varas  de  cada  cual, 
penetró  en  el  Templo  y  oró.  Y  cuando  hubo  terminado  su  plegaria, 
volvió  a  coger  las  varas,  salió  y  las  devolvió  a  sus  dueños  respectivos, 
y  no  notó  en  ellas  prodigio  alguno.  Y  José  escogió  la  última,  y  he 
aquí  que  una  paloma  salió  de  ella  y  voló  sobre  la  cabeza  del  viudo.  Y 
el  gran  sacerdote  dijo  a  José:  Tú  eres  el  designado  por  la  suerte  para 
tomar  bajo  tu  guardia  a  la  Virgen  del  Señor.  Mas  José  se  negaba  a 
ello,  diciendo:  Soy  viejo  y  tengo  hijos,  mientras  que  ella  es  una  niña. 
No  quisiera  servir  de  irrisión  a  los  israelitas.  Y  el  gran  sacerdote  dijo 
a  José:  Teme  al  Señor  tu  Dios  y  recuerda  lo  que  hizo  con  Dathán, 
Abiram  y  Coré,  y  como,  entreabierta  la  tierra,  los  sumió  en  sus  entra- 


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JESUS 


ñas  a  causa  de  su  desobediencia.  Teme  José  que  no  ocurra  lo  mismo 
en  tu  caso.  Y  José  lleno  de  temor,  recibió  a  María  bajo  su  guarda, 
diciéndole:  He  aquí  que  te  he  recibido  del  templo  del  Señor,  y  que 
te  dejo  en  mi  hogar.  Ahora  voy  a  trabajar  en  mis  construcciones,  y 
después  volveré  cerca  de  ti.  Entretanto  el  Señor  te  protegerá.  A  los  16 
años  ocurre  el  embarazo  de  María  por  el  Espíritu  Santo,  y  un  ángel 
le  explica  a  José  este  suceso,  agregando  que  el  niño  que  de  ella  nacerá, 
se  llamará  "Jesús,  porque  salvará  al  pueblo  de  sus  pecados". 

4641.  A  continuación  nos  muestra  Turmel  como  el  autor  del  Proto- 
evangelio  utilizó  los  relatos  de  los  Evangelios  canónicos  adaptándolos  a 
su  tesis  contrario  a  éstos.  Dice  así  Turmel:  En  este  relato,  María  que 
ha  sido  consagrada  por  sus  padres  a  Dios,  debe  permanecer  virgen  toda 
su  vida.  Y  cuando  ciertas  necesidades  fisiológicas  obligan  a  los  sacer- 
dotes a  alejarla  del  templo,  todas  las  precauciones  son  tomadas,  con  el 
concurso  del  cielo,  para  preservarla  del  peligro.  El  hombre  a  quien  es 
confiada  María,  es  viejo.  Tiene  por  misión  guardarla,  garantizando  su 
edad,  que  no  traicionará  su  misión.  La  virginidad  perpetua  de  María 
es  una  de  las  maravillas,  cuya  prueba  quiere  dar  el  Protoevangelio. 
Y  la  da,  no  sin  contradecir  a  los  sinópticos.  Pero  nótese  con  qué  cui- 
dado, al  contradecirlos,  utiliza  sus  datos.  El  anciano  a  quien  entrega 
la  guardia  de  María,  se  llama  José  como  en  los  escritos  de  Lucas  y  de 
Mateo.  José  es  carpintero,  porque  está  ocupado  en  manejar  el  hacha, 
cuando  el  decreto  de  convocación  llega  a  su  conocimiento;  aquí  nos 
reunimos  con  los  sinópticos  que  nos  enseñan  que  Jesús  era  carpintero. 
José  lleva  a  su  casa  a  María,  de  la  cual  era  él  el  guardián.  Vive  cerca 
de  ella,  tiene  exteriormente  sobre  ella  los  desvelos  de  esposo  sobre  su 
esposa;  solos  los  sacerdotes  del  templo  conocen  la  misión  de  la  que  él 
está  investido,  a  los  ojos  del  pueblo  es  el  esposo  de  María  como  en  los 
sinópticos.  En  fin  José,  que  es  viudo,  tiene  hijos,  que  viven  junto  a 
María;  cuando  llegue  Jesús,  vivirá  en  la  compañía  de  los  hijos  de  José, 
los  que  parecerán  ser  sus  hermanos,  y  lo  serán  necesariamente  para 'el 
pueblo,  que  ignorando  el  mensaje  de  Gabriel,  tomará  a  Jesús  por  hijo 
de  José.  Y  vemos  ahora  cómo  el  Protoevangelio  se  las  ha  arreglado 
para  sustituir  a  la  madre  de  familia  de  los  sinópticos  su  retrato  de 
María  siempre  virgen.  Ha  corregido  los  textos  de  los  sinópticos,  utili- 
zándolos; los  ha  contradicho  por  vía  de  interpretación...  "La  virgi- 
nidad perpetua  de  María  ha  sido  introducida  en  el  pensamiento  cris- 
tiano por  el  relato  del  Protoevangelio,  es  decir,  por  una  leyenda  digna 
de  nuestros  cuentos  de  hadas  y  en  la  cual  las  puerilidades  se  hallan 
a  cada  línea.  ¿De  dónde  procede  que  una  leyenda  completamente  ridicu- 
la, fue  tomada  en  consideración  y  haya  encontrado  crédito?  La  virgini- 


GENEALOGIAS  DE  JESUS 


35 


dad  perpetua  de  María  ha  sido  admitida  por  ser  un  postulado  del  asce- 
tismo cristiano . .  .  Las  almas  que  buscaban  la  perfección  en  el  renun- 
ciamiento a  los  goces  de  la  familia  se  encontraban  chocadas  al  saber 
que  la  esposa  del  Espíritu  Santo  había  tenido  la  debilidad  de  caer  en 
el  rango  de  las  esposas  ordinarias.  Si  la  virginidad  era  la  primera  de 
todas  las  virtudes,  la  madre  del  Cristo  debía  ser  la  virgen  por  exce- 
lencia, la  que  había  concebido  a  su  divino  hijo  sin  cesar  de  ser  virgen" 
(CoULANGE,  Ib.  ps.  48-52).  ...El  Protoevangelio  fue  recibido  con 
entusiasmo,  porque  conservando  los  textos  evangélicos,  suprimió  los  hijos 
de  María,  porque  a  la  madre  de  familia,  de  la  que  no  se  quería  oír 
hablar  más,  sustituyó  la  imagen  de  María  siempre  virgen,  que  respondía 
al  ideal  de  los  ascetas. 

4642.  De  la  virginidad  de  María  se  pasó  a  considerarla  Santa, 
según  San  Ambrosio  porque  ella  debía  ser  el  espejo  de  las  jóvenes  cris- 
tianas, agregando  San  Agustín  que  María  debió  ser  Santa  por  el  honor 
del  Señor  y  porque  siendo  la  madre  de  éste  sus  pecados  habrían  resal- 
tado sobre  su  divino  hijo,  cuya  pureza  habría  maravillado.  Basándose 
pues  en  la  estrecha  solidaridad  existente  entre  la  madre  y  el  hijo,  San 
Agustín  ha  echado  las  bases  de  la  mariología  actual.  Todos  los  grandes 
doctores  de  la  Edad  Media  continuaron  desarrollando  las  mismas  ideas 
agustinianas  respecto  a  María,  a  la  cual  se  continuó  llamando  la  madre 
de  Dios.  Paralelamente  se  desarrolló  el  culto  popular  de  la  devoción  a 
la  virgen.  Finalmente  en  virtud  de  los  incesantes  pedidos  hechos  a  la 
Santa  Sede  de  considerar  dicha  piadosa  creencia  entre  las  verdades  reve- 
ladas, la  Iglesia  en  su  encíclica  Ineffahilis  del  8  de  diciembre  de  1854 
colocó  la  inmaculada  concepción  entre  las  revelaciones  por  las  cuales 
la  madre  de  Dios  debía  ser  gratificada  de  una  eminente  pureza. 

4643.  GENEALOGIAS  DE  JESUS.  ~  Tanto  el  Evangelio  de  Mateo 
como  el  de  Lucas  nos  dan  diferentes  genealogías  de  Jesús.  El  primero, 
(Mat.  1,  1-17)  parte  de  Abraham  y  llega  a  José,  marido  de  María, 
agregando  el  v.  17  que  "todas  las  gene;raciones  desde  Abraham  hasta 
David  son  14;  y  desde  David  hasta  la  deportación  a  Babilonia,  14  gene- 
raciones: y  desde  la  deportación  a  Babilonia  hasta  Cristo,  14  genera- 
ciones". Nota  el  ortodoxo  Bonnet  que  "los  exégetas  se  han  dado  mucho 
trabajo  para  encontrar  la  división  según  la  cual  el  autor  establecía  estas 
tres  series  de  14  generaciones".  Notaremos  solamente  que  las  generaciones 
del  primer  período,  de  Abraham  a  David,  son  enumeradas  sin  omisión, 
conforme  a  I  Crón.  1,  34-2,  1-15;  ellas  son  en  número  de  14.  En  el 
segundo  período,  el  autor  ha  omitido  cuatro  reyes  de  Judá:  Acazías, 
Joas,  Amazías.  entre  Joram  y  Osías  (v.  5),  y  Joaquim,  entre  Josías  y 


36 


GENEALOGIAS  DE  JESUS 


Jeconias  (v.  11).  Se  busca  en  vano  las  razones  de  estas  supresiones. 
La  lista  tiene  así  14  nombres,  si  se  cuenta  a  Jeconías  como  el  último 
de  este  período.  Pero  en  este  caso,  la  tercera  serie,  compuesta  en  gran 
parte  de  nombres  desconocidos,  que  no  proceden  de  fuentes  bíblicas,  no 
comprendería  más  que  trece  nombres.  Se  explica  esta  anomalía  por  una 
inadvertencia  del  copista,  que  el  autor  de  la  genealogía  al  establecer  su 
triple  división,  tenía  evidentemente  ante  sus  ojos,  14  nombres  para  cada 
serie.  Otra  particularidad  de  esta  genealogía  es  la  mención  de  4  mu- 
jeres, Tamar,  Rahab,  Rut,  y  Bathseba  (v.  3-6).  Con  respecto  a  la  genea- 
■  logia  de  Jesús,  que  nos  da  Lucas,  (3,  23-38)  escribe  el  citado  exégeta 
ortodoxo  Dr.  Bonnet,  lo  siguiente :  "La  genealogía  adoptada  por  Lucas 
se  coloca  aquí  de  un  modo  más  natural,  en  momento  en  que  Jesús  sale 
de  la  obscuridad  y  entra  en  su  carrera  pública.  ^Cf.  el  lugar  de  la 
genealogía  de  Moisés  en  Ex.  6:  14-27).  Mateo,  preocupado  de  mostrar 
la  mesianidad  de  Jesús,  coloca  la  genealogía  a  la  cabeza  de  su  Evangelio. 
La  genealogía  de  Lucas  remonta  hasta  Adán  y  Dios,  destacando  así 
desde  el  principio  la  idea  de  la  universalidad  de  la  salvación,  que  se 
halla  en  todo  este  Evangelio.  Por  el  contrario,  Mateo,  escribiendo  para 
el  pueblo  judío,  toma  por  punto  de  partida,  Abraham.  Las  dos  genea- 
logías se  encuentran  en  David;  pelo  mientras  que  Mateo  (1,  6)  des- 
ciende hasta  Jesús,  por  la  línea  de  Salomón,  Lucas  remonta  de  Jesús  a 
David  por  la  de  Natán".  Aquí  agregamos  nosotros  que  el  escritor  inventó 
la  paternidad  de  este  profeta,  que  en  ningún  otro  lado  del  A.  T.  se 
dice  que  fuera  hijo,  sino  censor  de  David.  Prosigue  Bonnet,  "de  David 
a  Abraham  coinciden  las  dos  genealogías  entre  sí  y  son  conformes  en  el 
A.  T.,  en  el  cual  toma  Lucas  la  última  parte  de  su  genealogía  de  Thara 
a  Adán.  Algunos  nombres  de  las  dos  genealogías  comparadas  ofrecen 
a  la  crítica  dificuUades,  cuya  solución  se  busca  de  diversas  maneras. 
Así,  las  dos  listas  encierran  los  nombres  de  Zorobabel  y  de  Salatiel 
(v.  27;  Mat.  1,  12),  aunque  siguen  linajes  diferentes;  así  aun  falta  el 
nombre  de  Kainán  (v.  36)  que  no  figura  en  el  texto  hebreo  (Gén.  10, 
24) ;  Lucas  lo  sacó  de  la  versión  griega  de  los  Setenta". 

Comentando  el  v.  23,  dice  Bonnet:  "Las  palabras  según  se  creía 
son  una  precaución  que  toma  el  evangelista  para  apartar  la  idea  de 
la  paternidad  de  José  (cf.  Mat.  1,  16).  ¿Pero  de  quién  es  la  genealo- 
gía que  sigue?  Unos  dicen  de  José,  otros  de  María.  Es  difícil  admitir 
que  tengamos  aquí  la  genealogía  de  José,  pues  es  totalmente  diferente' 
de  la  que  ha  conservado  Mateo  y  que  es  la  lista  genealógica  del  esposo 
de  María  (Mat.  1,1).  Allí,  para  no  citar  más  que  un  nombre,  José 
es  hijo  de  Jacob  (Mat.  1,  16)  ;  aquí  él  sería  hijo  de  Helí,  Esta  hipó- 
tesis implica  que  una  por  lo  menos  de  las  dos  genealogías  no  es  sino 


GENEALOGIAS  DE  JESUS 


37 


una  composición  de  fantasía".  Celso,  lo  mismo  que  Justino,  no  cono- 
cía sino  una  sola  genealogía  por  María,  actualmente  perdida.  Añade 
Luis  Rougier:  "Las  mencionadas  dos  genealogías  hubiesen  dado  a 
Celso  un  argumento  favorable  en  apoyo  de  la  tesis,  no  tanto  por  sus 
contradicciones,  como  porque  la  descendencia  davídica  por  José  ex- 
cluía la  filiación  divina  por  María ...  La  genealogía  davídica  que, 
partiendo  del  primer  hombre,  pretende  hacer  descender  a  Jesús  de  los 
reyes  de  Israel  por  María  es  una  obra  de  orguUosa  fantasía.  En  efecto, 
si  la  mujer  del  carpintero  hubiese  sido  de  sangre  tan  ilustre,  ni  ella, 
ni  sus  vecinos  que  apenas  la  conocían,  lo  hubieran  ignorado".  La  ver- 
sión que  el  judío  puesto  en  escena  por  Celso  da  del  nacimiento  de 
Jesús:  "La  madre  de  Jesús  fue  echada  por  el  carpintero  su  marido, 
habiendo  sido  convencida  de  haber  cometido  adulterio  con  un  solda- 
do llamado  Panthera",  procede  de  una  tradición  judía  consignada 
en  el  Talmud.  Ciertas  palabras  que  éste  pone  en  boca  de  Jesús,  no  se 
hallan  en  ninguno  de  los  cuatro  Evangelios,  por  ejemplo:  "Si  decís  que 
todo  hombre  que  nace  según  orden  de  la  Providencia  es  hijo  de  Dios, 
¿qué  ventaja  tenéis  sobre  los  otros?"  (Ib,  ps.  235-236,  239,  240). 

4644.  Guignebert  tratando  este  tema  de  las  divergencias  de  las 
genealogías  bíblicas  de  Jesús,  dice  en  su  obra  "La  Vie  cachee  de  Jésus" 
entre  otras  cosas,  lo  siguiente:  Julio  Africano  afirma  que  Herodes  des- 
truyó las  genealogías  conservadas  en  el  Templo  a  fin  de  evitar  desagra- 
dables comparaciones  entre  las  viejas  familias  judías  y  la  suya  propia 
y  que  los  parientes  de  Jesús  como  muchos  otros  honorables  israelitas 
fueron  obligados  a  reconstruir  sus  árboles  genealógicos  utilizando  tradi- 
ciones y  recuerdos  privados;  pero  todo  hace  suponer  que  al  comienzo 
de  nuestra  era  se  habían  extinguido  los  recuerdos  de  la  familia  de 
David  y  que  los  archivos  del  Templo  no  conocieran  su  genealogía,  y 
que  ninguno  se  preocupaba  de  buscar  supervivencias  genealógicas  de 
la  familia  de  David,  en  una  línea  de  aldeanos  galileos.  Además  si  hubie- 
ran existido  algunos  miembros  de  dicha  familia  no  hubieran  permitido 
relacionar  a  ella  a  Jesús  y  menos  en  dos  genealogías  contradictorias. 

Causa  asombro  que  la  Iglesia  haya  conservado  esas  dos  genealogías 
contradictorias,  manteniendo  el  cuarto  Evangelio  junto  a  los  Sinópticos, 
lo  que  supone  aún  una  mayor  contradicción.  Otras  dificultades  resultan 
de  la  comparación  de  nuestras  dos  genealogías  entre  los  dos  puntos  extre- 
mos de  la  sección  que  les  es  común.  Luc.  da  56  generaciones  y  Mat. 
solamente  40.  Y  como  las  listas  coinciden  de  Abraham  a  David,  el  des- 
acuerdo viene  a  notarse  entre  David  y  Jesús.  Luc.  enumera  42  contra 
las  26  de  Mat.;  diferencia  de  16  generaciones  que  avaluada  en  el  tiempo 
puede  representar  unos  4  siglos.  Algunos  explican  las  diferencias  entre 
las  dos  listas  diciendo  que  una  enumera  los  padres  naturales  y  la  otra 


38 


HECHOS  HISTORICOS  DE  LA  VIDA  DE  JESUS  SEGUN  LOISY 


los  padres  putativos,  diferencia  que  se  trata  de  explicar  por  el  levirato 
(Deut.  25,  5-10) .  En  cuanto  a  explicar  la  aludida  dificultad,  diciendo 
que  Mat.  da  la  genealogía  de  José  y  Luc.  da  la  de  María,  fuera  de  que 
el  evangelista  no  dice  absolutamente  nada  que  favorezca  tal  conjetura, 
tenemos  la  afirmación  de  San  Jerónimo  "que  no  es  costumbre  en  las 
escrituras  tener  en  cuenta  a  las  mujeres  en  las  generaciones".  Por  lo 
demás  no  se  puede  dudar  que  la  intención  del  genealogista  en  Luc.  haya 
tenido  la  intención  de  terminar  en  José  y  no  en  María  de  quién  Luc. 
no  dice  descender  de  David. 

En  resumen  las  dos  genealogías  aludidas  permanecen  siendo  con- 
tradictorias y  no  concuerdan  más  que  por  su  intención  que  es  la  de 
justificar  la  creencia  que  Jesús,  el  Mesías,  es  hijo  de  David  y  que 
por  su  espíritu  que  ambas  menosprecien  la  una  y  la  otra  la  realidad 
histórica  y  la  verosimilitud.  La  existencia  de  esas  dos  genealogías  di- 
vergentes muestra  que  la  tradición  no  poseía  primeramente  ninguna 
de  ellas.  Por  último  en  todos  los  textos  evangélicos  no  existe  ningún 
indicio  que  permita  deducir  el  carácter  mesiánico  de  Jesús  del  hecho 
de  ser  descendiente  de  David.  Luc.  3,  23  dice:  "y  Jesús  mismo  era 
como  de  treinta  años  cuando  comenzó  a  predicar,  siendo  hijo,  según 
se  creía,  de  José".  La  expresión  según  se  creía  deja  claramente  suponer 
destinada  a  eliminar  la  idea  de  filiación  natural  que  sugería  primera- 
mente el  texto  de  ese  pasaje  (Loisy).  En  resumen  llegarnos  a  las  con- 
clusiones siguientes:  1°  Las  dos  genealogías  terminaban  primeramente 
en  José;  2°  ellas  respondían  a  un  estado  de  la  fe  en  que  se  ignoraba 
la  concepción  virginal;  3°  se  inspiraba  en  la  convicción  judia  que  el 
Mesías  Jesús  sería  hijo  de  David  y  ellas  buscaban  probarlo  en  provecho 
de  su  apologética;  4°  una  y  otra  enteramente  imaginarias  y  no  es  impo- 
sible que  otras  análogas  igualmente  fraguadas  hoy,  perdidas  hayan  circu- 
lado en  las  primeras  comunidades  cristianas;  5°  su  razón  de  ser  se 
debilitó  a  medida  que  se  acentuó  su  armonía  con  la  fe  en  la  concepción 
virginal  que  prestaba  Jesús  otro  esplendor  que  el  de  la  descendencia 
de  David  (ps.  90-98).  Finalmente  haremos  notar  en  la  genealogía  que 
trae  Mat.  figuran  cuatro  mujeres  Tamer,  (Gen.  38)  la  incestuosa,  Rahab, 
la  prostituta  (Jos.  6,  17)  Batseba,  la  adúltera,  madre  de  Salomón  (1023) 
y  Rut,  la  extranjera  moabita.  ¿No  se  nombraría  en  la  citada  genealogía 
a  María,  la  adultera,  por  la  razón  que  da  Celso  para  explicar  el  naci- 
miento de  Jesús? 

HECHOS  HISTORICOS  DE  LA  VIDA  DE  JESUS  SEGUN  LOISY,  _ 
4645.  Loisy,  al  estudiar  los  datos  que  nos  ofrece  el  N.  T.,  dice:  "resig- 
némonos a  saber  tan  solo  que  en  el  tiempo  en  que  Poncio  Pilatos  era 
procurador  de  Judea,  quizá  en  el  año  28  o  29  n.  e.  o  un  año  o  dos 


HECHOS  HISTORICOS  DE  LA  VIDA  DE  JESUS  SEGUN  LOISY  39 


antes,  surgió  un  profeta  en  Galilea,  en  la  región  de  Capemaún.  Se 
llamaba  Jesús,  y  este  nombre  era  tan  común  entre  los  judíos  de  aquél 
tiempo  que  no  hay  verdaderamente  motivo  de  hacer  una  concesión  a 
los  mitólogos  al  acordarlo  que  le  hubiera  podido  atribuirlo  después  de 
su  muerte  en  consideración  al  papel  saludable  que  sus  fieles  no  habían 
tardado  en  reconocerlo.  Este  Jesús  era  del  más  modesto  origen.  No  es 
probable  que  el  nombre  de  su  padre  José,  y  el  de  su  madre,  María,  hayan 
sido  inventados  en  la  tradición.  Hermanos  que  él  tenía  han  desempe- 
ñado un  papel  más  o  menos  considerable  en  la  primera  comunidad.  Sin 
duda  había  nacido  en  alguna  población  o  aldea  de  la  región  donde  se 
le  ve  primeramente  enseñar.  Se  puede  creer  también  que  antes  de  po- 
nerse a  predicar  el  próximo  reino  de  Dios  había  sido  durante  algún 
tiempo  partidario  de  Juan  Bautista,  o  bien  afiliado  a  la  secta  que  se 
reclamaba  de  éste"  (La  naissance,  p.  91). 


CAPITULO  III 


Leyendas  de  la  infancia  de  Jesús 
y  de  su  tentación 

LA  LEYENDA  DE  LOS  MAGOS.  —  4646.  Ya  hemos  notado  el  error 
cronológico  del  escritor  que  hace  nacer  a  Jesús  en  vida  de  Herodes  el 
Grande  (Mat.  2,  1)  cuando  este  rey  murió  en  el  año  4  a.  n.  e.  Celso 
subraya  la  desproporción  cómica  entre  el  miedo  de  Herodes  que  temiendo 
que  Jesús,  al  llegar  a  la  edad  adulta,  pudiera  suplantarlo,  hace  perecer 
a  todos  los  recién  nacidos  de  Bethlehem.  Según  la  tradición,  los  ma- 
gos o  astrólogos  de  la  leyenda  eran  tres  reyes  llamados  Gaspar,  Mel- 
chor y  Baltasar,  los  primeros  paganos  venidos  a  adorar  a  Jesús, 
celebrándose  en  su  memoria,  la  fiesta  de  la  Epifanía,  mientras  que  al 
principio  esa  fiesta  fue  instituida  en  conmemoración  del  bautismo  de 
Jesús.  Algunas  iglesias  evangélicas  de  Alemania  celebran  en  ese  día,  6 
de  enero,  la  fiesta  de  las  misiones.  En  cuanto  a  la  estrella  que  condujo 
a  los  magos  algunos  como  el  célebre  astrónomo  Kepler,  creía  que  con- 
sistía en  una  conjunción  extraordinaria  de  astros  ocurrida  en  la  época 
del  nacimiento  de  Jesús.  Otros  intérpretes  creen  que  se  trata  de  una  es- 
trella particular  como  la  observada  por  el  mismo  Kepler  en  1604  y 
desaparecida  en  1605. 

"La  idea  poética  de  la  estrella  de  los  magos,  escribe  Alberto  Réville, 
fue  probablemente  sugerida  a  los  que  redactaron  esa  leyenda  por  el  pa- 
saje del  libro  de  los  Números  24,  17,  donde  se  habla  de  una  estrella 
que  debe  salir  de  Jacob.  Se  puede  presumir  que  en  la  enseñanza  de  los 
rabinos  se  daba  a  ese  pasaje  el  sentido  de  una  predicción  mesiánica  lo 
que  sería  confirmado  por  el  hecho  de  que  el  jefe  de  la  sublevación  de 
los  judíos  en  tiempo  de  Adriano,  se  dio  el  nombre  de  Barcocheba,  "hijo 
de  la  estrella"  (  Jesús  de  Nazareth,  Tomo  I,  p.  366). 

La  aparición  de  esa  estrella  está  relacionada  con  la  otra  leyenda  de 
la  viva  luz  que  apareció  a  los  pastores  de  Bethlehem,  (Luc.  2,  9) ,  donde 
!  interviene  el  cielo  con  un  ángel  y  un  coro  celestial  anunciándoles  el 
nacimiento  de  Jesús,  al  que  encontrarán  en  pañales  en  un  pesebre,  hechos 


LA  LEYENDA  DE  LOS  MAGOS 


41 


maravillosos  que  los  pastores  y  los  habitantes  de  Bethlehem,  a  quienes 
los  habían  referido,  los  ignoraban  completamente  varios  años  más  tarde, 
cuando  Jesús  comenzó  su  predicación. 

4647.  Mateo  y  Lucas  nos  refieren  dos  relatos  inconciliables  sobre 
la  infancia  de  Jesús.  Según  Mat.  (1,  18  ss.)  los  padres  de  Jesús  habitaban 
en  Bethlehem,  siendo  por  lo  tanto  natural  que  Jesús  naciera  allí.  Magos 
de  Oriente  advertidos  de  ese  gran  suceso  por  la  aparición  de  una  estrella 
milagrosa,  vienen  a  preguntar  a  Herodes  donde  se  encuentra  el  "Rey 
de  los  Judíos"  que  ellos  querían  adorar.  El  monarca  turbado,  "y  con 
él  toda  Jerusalén",  reúne  a  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  a  los  escri- 
bas del  pueblo  y  les  pregunta:  "¿dónde  debe  nacer  el  Mesías?",  pero 
ellos  le  responden  citando  a  Miqueas:  "y  tu  Bethlehem,  Beth  Ephrath 
tú  la  más  pequeña  para  estar  entre  los  miles  de  Judá,  de  ti  saldrá  para 
mí  aquél  que  ha  de  ser  el  caudillo  o  dominador  de  Israel"  (5,  2).  En 
consecuencia  Herodes  envía  los  magos  a  Bethlehem  recomendándoles  que 
se  informen  exactamente  del  nacimiento  de  ese  niño  divino  y  que  se  lo 
hagan  saber,  pues  tenía  el  designio  de  desembarazarse  de  un  eventual 
rival.  El  cielo  advirtió  sin  embargo,  a  los  magos  que  no  regresaran  a 
comunicar  a  Herodes  lo  que  éste  les  solicitaba,  y  un  ángel  apareció  a 
José,  en  sueños,  para  revelarle  el  peligro  que  lo  amenazaba  a  él  y  a  su 
familia  y  aconsejándole  que  huyera  a  Egipto  con  el  recién  nacido.  Hero- 
des que  no  podía  descubrir  su  víctima  no  trepida  en  hacer  matar  a 
todos  los  niños  menores  de  dos  años  existentes  en  Bethlehem.  Sólo  des- 
pués de  su  muerte  prevenidos  por  un  ángel,  José  y  su  familia  regresaron 
"a  la  tierra  de  Israel"  y  para  que  se  cumpliera  la  profecía  que  dice  "será 
llamado  Nazareno"  fueron  a  establecerse  en  Nazaret  donde  vivió  allí 
en  adelante.  Según  Lucas  2,  1  ss.  los  padres  de  Jesús  habitaban  en 
Nazaret  cuando  llega  la  orden  imperial  que  obliga  a  los  judíos  hacerse 
empadronar  en  el  lugar  de  origen  de  sus  antecesores.  José,  descendiente 
de  David,  marcha  hacia  Bethlehem  con  su  familia,  y  como  al  llegar 
encontraron  lleno  el  mesón,  se'  instalan  en  un  establo,  donde  nació  el 
Salvador,  siendo  su  primera  cuna  el  pesebre  de  los  animales;  y  sus 
primeros  adoradores  los  pastores  a  quienes  un  ángel  les  revela  el  gran 
misterio.  El  niño  fue  circuncidado  al  octavo  día  y  después  se  le  lleva  al 
templo  de  Jerusalén  donde  el  anciano  Simeón  y  la  profetiza  Ana  reco- 
nocen públicamente  su  carácter  mesiánico.  Vuelve  la  familia  a  Nazaret, 
donde  no  se  menciona  el  episodio  de  los  magos,  ni  de  la  huida  a  Egipto, 
ni  la  matanza  de  los  inocentes,  lo  mismo  que  no  se  habla  del  empa- 
dronamiento, ni  del  nacimiento  en  un  establo,  ni  la  adoración  de  los 
pastores,  ni  de  la  presentación  en  el  Templo. 

Como  se  ve  los  relatos  de  Mateo  y  Lucas  relativos  a  la  natividad 
de  Jesús  difieren  completamente  el  uno  del  otro,  buscándose  tan  sólo 
el  cumplimiento  de  diversas  profecías;  así  el  Mesías  no  podía  nacer 


42 


LA  LEYENDA  DE  LOS  MAGOS 


sino  en  Bethlehem,  porque  Miqueas  lo  había  predicho  (Mat.  2,  5) ; 
era  necesario  que  fuera  a  Egipto,  porque  Oseas  había  dicho:  "he  lla- 
mado a  mi  hijo  de  Egipto"  (Os.  11,  i);  (Mat.  2,  15):  los  lamentos 
de  las  madres,  cuyos  hijos  había  hecho  matar  Herodes  justificaban 
la  profecía  de  Jeremías  (31,  15) :  "se  oye  una  voz  en  Rama,  lamen- 
tación y  llanto  amargo:  es  Raquel  que  llora  a  sus  hijos,  y  rehusa  ser 
consolada  porque  ellos  han  dejado  de  existir"  (Mat.  2,  18) ;  y  en  fin 
la  instalación  de  José  de  Nazaret  ocurre  para  que  se  cumpla  la  pre- 
dicción de  los  profetas:  "él  será  llamado  Nazareno"  (Mat.  2,  23). 
Bonnet  recuerda  el  efecto  comentando  este  pasaje  que  no  existe  ningún 
texto  en  los  profetas  que  al  Mesías  se  le  llame  Nazareno,  de  aquí  el 
embarazo  de  los  intérpretes  que  han  recurrido  a  los  más  diversos  medios 
para  explicar  estas  palabras.  Hay  que  prescindir  primeramente  que  Mat. 
cite  un  profeta  perdido  o  un  libro  apócrifo,  o  que  aluda  a  los  votos  del 
nazareato  (Núm.  6,  13).  Un  pasaje  de  Is.  11,  1  da  una  interpretación 
más  admisible;  en  él  se  anuncia  al  Mesías  como  un  retoño,  en  hebreo 
netzer,  que  sale  del  tronco  de  Isaí,  expresión  que  indica  la  humillación 
del  Salvador,  su  poca  apariencia  a  los  ojos  de  los  hombres.  Ahora  bien 
la  palabra  netzer  es  la  etimología  del  nombre  Nazareth  o  más  bien  era 
su  nombre  mismo  entre  los  habitantes  del  país  y  el  evangelista  hallando 
la  idea  de  los  profetas  en  este  nombre  y  en  el  menosprecio  que  tenían 
los  judíos  por  esta  ciudad  oscura  y  pobre  de  la  Galilea  ha  visto  en 
ella  el  cumplimiento  del  doble  sentido  de  las  Escrituras.  Jesús  fue  en 
efecto  llamado  con  menosprecio  Nazareno  y  es  así  que  lo  designan  aún 
hoy  los  judíos,  sus  adversarios.  Este  nombre  pasó  del  Maestro  a  los 
discípulos.  No  se  puede  negar  que  esta  explicación  tiene  algo  de  rebus- 
cado y  arbitraria  y  oue  presta  al  evangelista  una  interpretación  bastante 
rabínica  del  A.  T.  Esta  preocupación  de  la  profecía  a  realizar,  mani- 
fiesta Guignebert,  no  es  para  damos  confianza  en  la  veracidad  del  evan- 
gelista. Se  observa  también  que  hace  desempeñar  a  José  un  papel  par- 
ticularmente importante,  porque  sus  actos  y  sus  sueños  son  como  los 
ejes  de  la  acción.  Ciertos  críticos,  bien  dispuestos  para  la  tradición 
ortodoxa,  han  concluido  que  Mat.  había  recibido  sus  informes  de  José 
o  de  sus  hijos  "salidos  de  un  primer  matrimonio".  ¿No  sería  más  bien 
que  el  redactor  evangélico  deseoso  de  justificar  alegaciones  aue  la  tradi- 
ción apostólica  ignoraba,  haya  insinuado  que  ellas  se  fundaban  en  el 
testimonio  de  José,  seguramente  muerto  en  tiempo  en  que  la  historia 
referida  por  Mat.  de  la  natividad  fue  redactada  y  por  consiguiente  no 
en  situación  de  conocerla?  En  sí  mismo  los  relatos  del  primer  Evangelio 
tienen  todos  los  caracteres  de  las  leyendas  y  la  sola  cuestión  que  pre- 
sentan es  la  de  su  origen  y  el  símbolo  que  quizá  recubre. 

4648.  Detengámonos  un  instante  sobre  el  episodio  de  los  magos. 
Mat.  no  nos  dice  lo  que  son  esos  personajes,  ni  cuantos  son,  ni  de  donde 


LA  LEYENDA  DE  LOS  MAGOS 


43 


exactamente  vienen;  las  palabras  "son  de  Oriente",  carecen  de  precisión, 
solamente  se  adivina  que  él  los  juzga  dignos  de  la  más  alta  considera- 
ción y  que  concede  el  mayor  valor  a  su  viaje.  La  leyenda  posterior  dirá 
que  son  tres  reyes  y  que  vinieron  de  Arabia  o  de  Persia,  precisiones  que 
no  representan  nada  más  que  los  desarrollos  de  temas  sentados  por  nues- 
tro evangelista  y  efectuados  en  la  mayor  parte  con  la  ayuda  de  textos 
del  A.  T.  Así  la  cifra  de  tres  magos  es  quizá  sacada  simplemente  del 
número  de  dones  que  son,  según  Mat.  2,  11  ''el  oro,  el  incienso  y  la 
mirra";  esos  magos  han  sido  hechos  reyes  bajo  la  influencia  verosímil 
de  Sal.  72,  11:  "todos  los  reyes  se  postrarán  ante  él"  y  de  Is.  60,  6: 
"el  torrente  de  los  camellos  te  cubrirá  también  ios  dromedarios  de 
Madián  y  de  Efa;  todos  los  de  Sabá  vendrán;  traerán  oro  e  incienso; 
y  celebrarán  las  alabanzas  de  Yahvé",  esto  unido  a  Sal.  72,  10:  "los 
reyes  de  Tarsis  y  de  las  islas  ofrecerán  presentes;  los  reyes  de  Sabá 
y  de  Seba  ofrecerán  dones",  textos  que  han  dado  los  elementos  del  cuadro 
legendario  y  preciso  de  la  patria  de  los  magos  a  la  vez  que  la  natu- 
raleza de  sus  dones.  La  mirra  ha  sido  quizá  introducida  por  el  redactor 
de  Mateo  a  causa  de  una  confusión  entre  la  palabra  mora  igual  a  mirra 
y  moq  ra  equivalente  a  cosa  preciosa.  En  cuanto  al  nombre  de  los  magos 
quizá  provenga  de  Daniel,  1,  19  y  2,  17.  Mat.  piensa/en  la  Caldea  pero 
la  naturaleza  de  los  dones  que  aportaron  los  magos  supone  más  bien  la 
Arabia,  considerada  por  los  judíos  como  el  Oriente.  Por  eso  la  tradición 
cristiana  hesitará  sobre  esto:  Justino  repetirá  que  los  magos  venían  de 
Arabia,  mientras  que  Clemente  de  Alejandría  los  hace  venir  de  Persia. 
Algunos  autores  suponen  que  los  magos  de  Oriente  vinieron  a  Jerusalén 
en  tiempo  de  Herodes  para  recoger  enseñanzas  sobre  el  mesianismo  judío 
y  que  su  viaje  fue  determinado  por  alguna  conjunción  de  astros.  El 
evangelista  relaciona  el  viaje  de  los  magos  con  la  aparición  de  una  es- 
trella milagrosa:  tema  legendario  bien  conocido.  Las  cosmología  de 
los  antiguos  no  se  oponía  a  que  el  nacimiento  o  la  muerte  de  personajes 
famosos  fuera  acompañada  por  la  ascensión  de  un  astro  extraordinario 
o  el  resplandecimiento  de  una  luz  maravillosa;  fenómeno  corriente  en 
las  leyendas  paganas,  concibiéndose  aún  que  una  estrella  desempeña  el 
papel  de  guía  en  una  circunstancia  grave.  Si  un  astro  nuevo  hubiera 
aparecido  repentinamente  en  el  cielo  no  quedarían  probablemente  otros 
testimonios  que  el  de  Mat.  cuyo  relato  basta  para  probar  que  nadie 
aún  en  Judea  donde  acababa  de  nacer  Jesús  hubiera  observado  su  es- 
trella; pero  se  ha  buscado  desde  largo  tiempo  atrás  si  algún  fenómeno 
celeste  hubiera  podido  impulsar  a  los  astrólogos  orientales  a  ponerlos 
en  movimiento.  Hay  que  suponer  que  estén  de  antemano  penetrados  de 
la  idea  de  que  un  Salvador,  un  rey  del  mundo  va  a  nacer  bien  pronto 
y  que  ellos  esperan  a  leer  en  el  cielo  el  anuncio  de  su  nacimiento.  Más 
precisamente  hay  que  admitir  que  ellos  están  al  corriente  de  las  espe- 


44 


EL  VIAJE  DE  JESUS  A  EGIPTO 


ranzas  judías  que  las  comparten  y  que  los  conducen  naturalmente  a 
Palestina,  desde  que  apercibieron  "el  signo  deseado".  Lo  que  son  ya 
muchas  suposiciones.  En  cuanto  a  la  estrella  de  los  magos  parece  que 
procede  simplemente  de  un  texto  bíblico.  Se  lee  en  Núm  24,  17  estas 
palabras  de  Balaam:  "le  estoy  viendo;  más  no  es  de  ahora;  le  estoy 
mirando  más  no  en  tiempos  cercanos:  de  Jacob  ha  salido  una  estrella, 
y  un  cetro  se  levanta  de  Israel",  y  en  Is.  60,  1-3:  "Levántate  y  brilla 
porque  tu  luz  ha  venido  y  el  esplendor  de  Yahvé  ha  resplandecido  sobre 
ti.  Y  los  pueblos  marcharán  a  la  luz  y  los  reyes  al  brillo  que  deslumhrará 
de  ti".  Maneras  orientales  de  hablar,  indudablemente,  figuras  poéticas 
pero  que  tendían  con  evidencia  a  ser  interpretadas  en  un  sentido  realista 
desde  que  se  acepta  como  mesíanica  la  predicción  que  ellas  expresan. 
No  se  puede  considerar  como  seguro  que  los  rabinos  le  reconocieran 
esta  cualidad  en  el  tiempo  de  Jesús  y  cuando  bajo  Adriano  una  terrible 
sublevación  de  tendencia  *hiesiánica,  estalló  en  Judea  y  aquél  que  la 
conducía  se  hizo  llamar  Bar-Kochba,  es  decir  "el  hijo  de  la  estrella", 
Mat.  supone  que  los  magos  conocían  esta  profecía  y  él  se  encarga  de 
verificarla  (Guignebert,  La  vie  Cachee,  ps.  44-49). 

EL  VIAJE  DE  JESUS  A  EGIPTO.  —  4649.  Después  del  viaje  de  los 
magos  y  del  regreso 'a  su  patria,  se  lee  en  Mateo  2,  i3  y  ss.  que  un  ángel 
aparece  en  sueños  a  José  y  le  dice  que  se  vaya  a  Egipto  con  el  niño 
y  su  madre  y  que  permaneciera  allá  hasta  nueva  orden  suya,  porque 
Herodes  buscará  al  niño  para  hacerle  perecer.  Este  viaje  y  la  matanza 
de  inocentes  niños  en  Bethlehem,  fue  según  el  evangelista,  para  que  se 
cumpliera  profecías  del  A.  T.  Nótese  la  falsedad  de  atribuir  esos  hechos 
al  rey  Herodes,  muerto  hacía  muchos  años  y  después  la  constante  in- 
tervención de  ángeles,  lo  que  muestra  que  se  trata  de  relatos  fantásticos. 
Rougier  escribe  al  respecto:  "se  censuraba  a  Jesús  por  haber  engañado 
al  pueblo  con  prácticas  de  magia  importadas  de  Egipto".  Jesús,  dice  San 
Justino,  había  ensayado  a  fuerza  de  prodigios  de  despertar  la  atención 
de  sus  contemporáneos;  pero  éstos  atribuían  a  la  magia  los  milagros  que 
le  veían  realizar.  San  Agustín  nos  refiere  una  leyenda  que  corría  aún 
en  su  tiempo:  el  Cristo  había  escrito  libros  en  los  que  se  encontraban 
consignadas  las  ciencias  ocultas  por  medio  de  las  cuales  él  había  rea- 
lizado sus  milagros.  Finalmente  se  lee  en  el  Talmud:  "Jesua  ben  Perachja 
y  Jesús  fueron  juntos  a  Alejandría  en  Egipto.  A  partir  de  ese  momento, 
Jesús  ejerció  la  magia  e  indujo  a  los  israelitas  en  las  vías  más  funestas" 
(Ib.  p.  237).  En  cuanto  a  que  era  corriente  en  Egipto  la  práctica  de  la 
magia,  recuérdese  que  el  mismo  Yahvé  había  enseñado  a  Moisés  y  a 
Aarón  a  Realizar  actos  de  prestidigitacíón,  como  convertir  en  culebra 
la  vara  que  llevaba  en  la  mano  Aarón  cuando  fueron  a  hablar  con  el 
rey  de  Egipto  (Ex.  7,  9,  12) ;  el  Faraón  llamó  a  sus  hechiceros  los  que 


EL  VIAJE  DE  JESUS  A  EGIPTO 


45 


hicieron  el  mismo  prodigio,  añadiendo  que  la  culebra  de  la  vara  de 
Aarón  se  tragó  a  la  de  las  varas  de  los  egipcios.  Lo  mismo  ocurrió  con 
la  conversión  del  agua  en  sangre,  lo  que  también  hicieron  los  magos 
egipcios  con  sus  encantamientos  (Ex.  7,  22). 

No  es  extraño  pues,  que  con  estos  antecedentes  se  atribuyeran 
los  milagros  de  Jesús  a  operaciones  mágicas.  Los  fundadores  de  re- 
ligiones, manifiesta  Henri  Roger,  los  sinópticos,  realizaban  actos  se- 
mejantes, y  los  paganos  continuaban  realizándolos.  Pero  había  una 
distinción  fundamental  entre  ellos:  los  cristianos  eran  recompensados 
con  milagros  divinos,  mientras  que  los  disidentes  eran  inducidos  en 
error  por  prestigios  diabólicos.  Pero  el  discernimiento  de  la  interven- 
ción divina  era  dificultoso  y  a  menudo  imposible.  El  diablo  imitaba 
los  actos  de  Dios,  ocurriéndole  realizar  lo  que  Dios  meditaba.  Lactan- 
cio  resumía  la  opinión  general,  diciendo  que  "se  hubiera  tomado  a 
Jesús  por  un  simple  mágico  si  no  hubiera  tenido  más  que  milagros 
para  creer  en  su  misión".  Rechazando  a  un  segundo  plano  los  mila- 
gros ejecutados  por  Jesús,  los  Padres  de  la  Iglesia  desenvolvieron  per- 
fectamente el  pensamiento  de  los  Evangelios.  A  menudo  se  dice  que 
Jesús,  que  hacía  muchos  milagros  ante  la  multitud  ignorante  y  cré- 
dula, fue  incapaz  de  realizarlos  ante  la  parte  selecta,  intelectual  de 
la  nación,  los  doctores,  los  escribas,  los  fariseos.  Cierta  crítica  entiende 
que  Jesús  no  ejecutaba  milagros  delante  de  los  dirigentes  de  Israel, 
porque  no  quería  realizarlos.  Cuando  los  fariseos  le  piden  que  siga  el 
ejemplo  de  los  profetas  y  dé  una  señal  de  su  misión,  se  encuentran  con 
una  negativa:  "No  será  dada  señal  a  esta  generación"  (Marc.  8,  19). 
"Una  generación  perversa  e  impía  reclama  una  señal;  pero  no  le  será 
dado  señal,  sino  la  de  Jonás"  (Mat.  16,  4),  prefigurando  Jesús  por  su 
morada  en  el  vientre  del  gran  pez  la  morada  del  Cristo  en  el  seno  de 
la  tierra.  Buena  parte  de  los  milagros  ejecutados  por  Jesús  consistían 
en  la  cura  de  endemoniados,  y  sabemos  que  desde  la  aparición  del  libro 
de  Daniel,  se  desarrolló  mucho  la  creencia  en  la  demonología,  creencia 
muy  generalizada  en  Judea,  según  lo  atestiguan  los  Evangelios. 

4650.  Con  respecto  a  esas  curas  milagrosas  de  Jesús,  recuérdese 
que  éstas  consistían  principalmente  en  sanar  a  los  endemoniados  o  que 
creían  ser  víctimas  de  los  espíritus  inmundos  (Marc.  3,  9-11),  o  sea, 
personas  cou  enfermedades  mentales,  cuya  fe  contribuía  grandemente  a 
su  curación.  Contando  con  el  poder  de  la  fe,  una  mujer  llamada  Mary 
Eddy,  nos  dice  Salomón  Reinach,  "fundó  en  Boston,  hacia  1880,  una 
secta  que  se  titula  La  Ciencia  cristiana.  Propagada  principalmente  por 
mujeres  entusiastas^  esta  doctrina  tiene  la  pretensión  de  curar  todas  las 
enfermedades  sin  otros  remedios  que  la  oración  y  la  sugestión.  La  suges- 
tión no  es  hipnótica,  consiste  simplemente  en  la  afirmación,  repetida 
hasta  lograr  el  convencimiento,  de  que  toda  enfermedad  es  imaginaria. 


46 


EL  VIAJE  DE  JESUS  A  EGIPTO 


Se  cuentan  también  Christian  scientists  en  Francia  y  en  Alemania;  ya 
han  sido  perseguidos  por  ejercicio  ilegal  de  la  medicina.  Los  Christian 
scientists  niegan  ser  ocultistas  o  aun  místicos;  pero  el  hecho  de  atribuir 
eficacia  práctica  a  sus  fórmulas  curativas  obliga  a  asignarles  un  lugar, 
que  ellos  no  solicitan,  en  la  historia  moderna  de  la  magia".  En  su  libro 
Orfeo,  publicado  en  Madrid  en  1910,  Reinach  afirma  que  "los  Estados 
Unidos  e  Inglaterra  contaban  en  esa  fecha  con  más  de  100.000  adeptos 
a  dicha  secta"  fps.  412413). 

4651.  De  la  obra  Jesús  de  Nazareth  del  profesor  Alberto  Réville 
tomamos  las  siguientes  consideraciones  relativas  al  bautismo  de  Jesús. 
El  entusiasmo  por  el  reino  de  Dios,  cuya  proximidad  se  anunciaba, 
hesitación  tocante  a  la  parte  activa  que  Jesús  deseaba  tomar  a  su  adve- 
nimiento, el  ejemplo  de  la  masa  popular,  impelieron  a  Jesús  a  unirse 
a  la  muchedumbre  de  peregrinos  que  iban  a  pedir  el  bautismo  al  pro- 
feta Juan,  iniciador  de  la  era  nueva.  Ese  bautismo  determinó  la  crisis 
decisiva  de  su  vida  interior.  Se  hizo  en  él  una  transformación  en  el 
sentido  de  una  resolución  irrevocable,  de  ponerse  a  la  obra  sin  dejarse 
detener  por  los  escrúpulos  que  hasta  entonces  lo  habían  hecho  hesitar. 
Se  comprende  fácilmente  que  a  la  vista  de  esa  afluencia  de  hombres 
movidos  por  esperanzas  .análogas  a  la  suya,  le  hayan  impelido  a  obrar 
como  lo  hizo.  Esos  grandes  movimientos  de  fe  colectiva  son  contagiosos 
y  de  un  asombroso  poder  sobre  las  determinaciones  de  los  individuos 
particularmente  dispuestos  a  sufrir  ese  impulso.  Jesús  salió  del  río  ple- 
namente persuadido  que  él  era  llamado  de  lo  Alto  a  preparar  el  adve- 
nimiento del  reino  de  Dios.  Según  los  textos  de  nuestros  Sinópticos,  en 
el  momento  en  que  Jesús  salía  del  agua  vio  abrirse  el  cielo  y  una 
paloma,  símbolo  del  Espíritu  divino  se  posó  sobre  su  cabeza,  y  oyó 
una  voz  que  le  decía  desde  el  cielo  "Tú  eres  mi  hijo  amado;  en  ti  hallo 
mi  complacencia"  ÍMarc.  1.  9-11). 

Es  interesante  observar  el  cambio  que  se  ha  operado  de  un  modo 
casi  imperceptible  o  inconsciente  en  la  manera  de  referir  esa  visión, 
que  no  debió  ser  en  el  origen  sino  la  expresión  imaginada  de  las 
emociones  en  que  desbordaba  el  alma  de  Jesús.  Esa  visión,  completa- 
mente interior,  sólo  Jesús  la  percibe;  después  poco  a  poco  se  trans- 
forma en  un  prodigio  exterior,  visible  por  todos  los  asistentes  o  sea 
se  convierte  en  un  milagro  asombroso.  Lucas  refiere  el  suceso  en  estos 
términos  "Jesús  habiendo  sido  bautizado  y  estando  en  oración,  el 
cielo  se  abrió,  y  el  Espíritu  Santo  apareciendo  en  forma  corporal 
como  una  paloma,  descendió  sobre  él  y  una  voz  venida  del  cielo,  etc." 
3,  21-22.  Mateo  refiere  el  incidente  expresando  que  la  voz  celestial  no 
se  dirige  más  a  Jesús  personalmente,  sino  que  designa  a  éste  como 
objeto  de  la  adopción  divina.  El  cuarto  Evangelio  no  menciona  el 
bautismo  de  Jesús  por  ser  este  hecho  contrario  a  su  teoría  el  Logos. 


EL  VIAJE  DE  JESUS  A  EGIPTO 


47 


Esta  transformación  gradual  procede  de  que  en  opinión  de  los  prime- 
ros cristianos  esta  selección  de  la  persona  de  Jesús,  era  una  de  las 
grandes  pruebas  de  su  misión  divina.  En  los  cristianos  primitivos  el 
bautismo  había  sido  para  Jesús  más  que  una  crisis  interior  guardada 
desde  mucho  tiempo  antes,  un  milagro  sellando  su  preeminencia  ante- 
riormente adquirida;  de  un  hombre  ordinario,  este  suceso  había  hecho 
instantáneamente  el  Mesías,  Hijo  de  Dios.  En  consecuencia,  se  habían 
sentido  impelidos  a  amplificar  los  prodigios  que  habían  metamorfoseado 
un  nazareno  vulgar  en  el  Mesías  de  Israel.  De  modo  que  de  una  visión 
interior  de  Jesús  se  hizo  un  milagro  demostrativo  para  todos. 

Se  presentaba  sin  embargo  la  siguiente  dificultad:  el  bautismo  ad- 
ministrado por  Juan  era  un  símbolo  de  arrepentimiento,  de  conversión 
en  vista  de  la  remisión  de  los  pecados  (Mar.  1,  4).  Ahora  bien,  como 
Jesús,  había  como  los  demás  peregrinos,  pedido  el  bautismo,  se  pre- 
gunta si  tenía  necesidad  de  arrepentirse  y  de  convertirse.  Esta  pre- 
gunta se  presentaba  con  mayor  sutileza  cuando  se  consideraba  a 
Jesús  como  exento  siempre  de  todo  pecado,  y  cuando  se  le  creía  con- 
cebido por  el  Espíritu  Santo.  Entre  los  ensayos  tentados  para  obviar 
esa  objeción  refiere  Gerónimo  que  sobre  ese  tema  se  leía  en  el  Evan- 
gelio de  los  Nazarenos  o  de  los  Hebreos:  "La  madre  del  Señor  y  sus 
hermanos  le  decían:  Juan  Bautista  bautiza  en  vista  de  la  remisión  de 
los  pecados,  vayamos  pues  a  hacemos  bautizar  por  él.  Pero  Jesús  les 
respondió  ¿qué  pecado  he  cometido  para  que  vaya  a  hacerme  bautizar 
por  él,  a  no  ser  que  quizá  yo  hable  así  por  ignorancia?".  Se  adivina 
la  sutileza  de  la  explicación.  Jesús  tiene  conciencia  de  no  haber  nunca 
pecado;  pero  él  se  preguntaba  si  no  se  habrá  ilusionado  de  ese  hecho. 
La  revelación  del  Jordán  lo  tranquiliza  a  ese  respecto,  luego  de  haber 
sido  bautizado.  " 

4652.  Pronto  se  convenció  Jesús  que  sus  ideas  divergían  comple- 
tamente de  las  de  Juan,  por  lo  que  resolvió  separarse  de  él.  No  le  agra- 
daba ni  el  traje,  ni  el  género  de  vida  del  Bautista.  Entendía  que  no 
era  buen  método  de  conversión  el  separarse  de  la  sociedad  de  los  hom- 
bres invitándolos  a  alejarse  con  él  al  desierto,  para  enviarlos  después 
al  medio  que  se  trataba  de  cambiar  moralmente.  Al  resjiecto  decía  Jesús 
a  que  compararé  esta  generación.  Es  semejante  a  los  niños  sentados 
en  las  plazas,  que  dan  voces  a  sus  compañeros  y  dicen:  os  tañímos 
flautas  y  no  bailasteis;  os  cantamos  lamentos  fúnebres  y  no  plañistéis. 
Porque  vino  Juan  que  ni  comía  pan  ni  bebía  vino  y  dicen:  ¡Demonio 
tiene!  Vino  el  Hijo  del  Hombre  que  come  y  bebe:  ¡he  aquí  un  hombre 
comilón  y  bebedor  de  vino,  amigo  de  publícanos  y  de  pecadores!  y  sin 
embargo  la  sabiduría  fue  vindicada  por  parte  de  sus  hijos  (Mat.  11. 
16-19).  Él  se  jactaba  pues  de  seguir  un  procedimiento  completamente 
distinto  al  seguido  por  Juan.  Pero  así  como  los  antiguos  profetas  mo- 


48 


LA  LEYENDA  DE  LA  TENTACION 


mentáneamente  buscaban  la  soledad,  para  luego  volver  al  medio  de  sus 
compatriotas,  del  mismo  modo  él  después  del  bautismo  y  antes  de 
iniciar  su  predicación,  se  retiró  al  desierto,  suceso  que  refiere  Marcos 
en  esta  forma  abreviada. 

LA  LEYENDA  DE  LA  TENTACION.  —  4653.  Después  del  bautismo 
de  Jesús,  se  dice  en  Marcos  1,  11-12:  "E  inmediatamente  el  Espíritu' 
le  impele  al  desierto.  Y  estuvo  en  el  desierto  40  días,  tentado  por  Sata- 
nás; y  estaba  con  las  fieras  y  los  ángeles  le  servían".  Esta  leyenda  fue 
ampliamente  desarrollada  por  M^teo,  en  esta  forma:  "i  Fue  conducido 
por  el  Espíritu  al  desierto,  para  ser  tentado  por  el  diablo.  2  Y  habiendo 
ayunado  cuarenta  días  y  cuarenta  noches,  después  tuvo  hambre.  3  Y 
acercándose  el  tentador,  le  dijo:  Si  eres  Hijo  de  Dios  manda  que  estas 
piedras  se  hagan  panes.  4  Mas  él  respondiendo  dijo:  No  de  pan  sola- 
mente vivirá  el  hombre,  sino  de  toda  palabra  que  sale  de  la  boca  de 
Dios.  5  Entonces  el  diablo  le  lleva  a  la  santa  ciudad  y  le  pone  sobre  el 
ala  del  templo.  6  Y  le  dice:  Si  eres  Hijo  de  Dios,  échate  de  aquí  abajo, 
porque  está  escrito:  A  sus  ángeles  dará  encargo  acerca  de  tí;  y  sobre 
sus  manos  te  elevarán,  para  que  no  tropieces  con  tu  pie  en  ninguna 
piedra.  7  Jesús  le  dijo:  También  está  escrito:  No  tentarás  al  Señor 
tu  Dios.  8  Otra  vez  le  lleva  el  diablo  a  un  monte  muy  alto  y  le  muestra 
todos  las  reinos  del  mundo  y  la  gloria  de  ellos.  9  Y  le  dice:  todo  esto 
te  daré,  si  cayendo  en  tierra  me  rindieras  homenaje,  10  Jesús  enton- 
ces le  dice:  Apártate  Satanás,  porque  escrito  está: Al  Señor  tu  Dios  ado- 
rarás y  a  él  únicamente  servirás.  11  Entonces  el  diablo  le  dejó:  y  he 
aquí,  ángeles  vinieron  y  le  servían.  Los  escritores  que  se  ocuparon  de 
los  demonios,  buscaron  darles  un  jefe:  ya  Belzebú,  ya  Satán  o  Satanás, 
siendo  este  último  el  héroe  de  nuestra  leyenda,  considerado  en  el  N.T. 
como  el  tentador  por  excelencia  o  príncipe  de  las  tinieblas,  gobernante 
de  las  huestes  espirituales  de  la  iniquidad  en  las  regiones  celestiales 
(Ef.  6,  12).  Pero  este  Diablo  en  sus  tentaciones  a  Jesús  es  menos  hábil 
que  el  Mefitófeles  del  Fausto  de  Goethe,  pues  apela  primeramente  al 
estómago  del  tentado,  quien  contaba  con  los  ángeles  para  que  lo  pro- 
veyeran de  todo  lo  que  necesitaba,  mietitras  que  al  devolver  la  juventud 
a  Fausto,  le  otorgó  el  amor  de  una  hermosa  joven.  En  el  referido  relato 
nótese  la  fuerza  impulsiva  del  Espíritu  que  conduce  a  Jesús  al  desierto, 
morada  de  los  demonios,  fuerza  impulsiva  que  coincide  con  la  de  Sa- 
tán, quien  en  un  santiamén  lleva  a  Jesús  al  techo  del  Templo  o  a*  la 
cumbre  de  un  alto  monte  imitando  a  Yahvé  que  le  hizo  emprender  a 
Ezequiel  un  viaje  de  1.300  kms.  elevándolo  por  un  mechón  de  sus  ca- 
bellos (§  3749),  o  el  viaje  que  por  idéntico  medio  le  hizo  ralizar  el 
ángel  del  Señor  ai  profeta  Habacuc  con  un  plato  de  comida  (§  3662) ; 
lo  que  prueba  la  tranquilidad  del  viaje.  No  se  nos  dice  si  el  diablo  Uevó 


LA  LEYENDA  DE  LA  TENTACION 


49 


también  a  Jesús  por  los  cabellos  para  hacer  el  indicado  recorrido.  Como 
en  las  leyendas,  sus  autores  no  se  paran  en  exageraciones,  no  es  sor- 
prendente que  se  nos  diga  que  desde  lo  alto  donde  lo  llevó  el  Diablo, 
le  mostró  Jesús  todos  los  reinos  del  mundo,  y  la  gloria  de  ellos,  ignoran- 
do nosotros  qué  es  lo  que  quiere  significar  con  esto  último.  Lo  curioso 
del  caso  es  que  tanto  el  tentador  como  el  tentado,  emplean  en  ese  com- 
bate la  misma  espada  del  Espíritu,  que  según  el  autor  de  la  Epístola 
a  los  Efesios  es  la  palabra  de  Dios  (Ef.  6,  17). 

4654.  Alberto  Réville  que  califica  el  citado  resumen  de  Marcos 
1,  12-13,  como  composición  poética,  indica  que  la  cifra  precisa  de  40 
días  parece  típica,  relacionada  con  los  40  años  de  la  morada  del  pueblo 
de  Israel  en  el  desierto.  Los  40  días  en  que  estuvo  Moisés  con  Yahvé 
(Ex.  34,  28),  y  los  40  días  empleados  por  Elias  para  ir  a  Horeb  a 
través  del  desierto  (1  Rev.  19,  8).  En  cuanto  a  la  frase  final  que  Jesús 
estuvo  con  las  fieras  y  que  los  ángeles  lo  servían,  Réville  le  da  una 
interpretación  alegórica  en  este  pasaje.  Según  él:  "las  fieras  o  animales 
salvajes,  son  las  pasiones  devoradoras  que  desencadenan  las  revoluciones 
violentas;  y  los  ángeles  que  servían  a  Jesús,  aconsejan  y  dan  las  arenas 
puras  de  la  persuasión  y  del  llamado  a  las  conciencias".  Ya  hemos  dicho 
en  todas  ocasiones  que  con  la  exégesis  alegórica  se  llega  a  cualquier 
resultado. 

Según  la  primera  tentación  que  refiere  Mateo,  Jesús  habría  res- 
pondido al  tentador  con  el  pasaje  de  Deut.  8,  3.  Lo  que  motiva  esta 
observación  de  Réville:  debemos  reconocer  aquí  el  contraste  que  se 
establecerá  entre  la  posición  social  de  aquel  que,  pobre  y  sin  recursos, 
pretenderá  fundar  el  reino  de  Dios  y  la  grandeza  de  semejante  preten- 
sión. La  desnudez,  las  privaciones  lo  esperan,  es  necesario  que  sepa 
afrontarlas  para  extender  la  vida  superior,  cuya  fuente  está  en  Dios. 
No  tienen  derecho  de  emplear  la  potencia  milagrosa  de  la  cual  es  él  el 
depositario,  para  asegurar  su  bienestar.  No  es  la  promesa  de  transfor- 
mar la  tierra  árida  en  un  jardín  de  abundancia,  que  servirá  de  cebo  o 
incentivo  a  su  predicación. 

En  cuanto  a  la  segunda  tentación  (v.  6),  Josefo  habla  de  la  gran 
profundidad  del  barranco  a  pico  que  constituía  el  reborde  ttieridional 
del  Templo  que  no  se  podía  mirar  sin  sentir  el  vértigo,  siendo  desde 
allí  arrojado  Santiago  el  justo,  hermano  de  Jesús,  de  donde  fue  pre- 
cipitado para  matarlo,  suceso  ocurrido  el  año  62,  pqco  antes  de  la 
gran  insurrección.  El  texto  bíblico  citado  por  el  tentado  (v.  6)  está 
tomado  del  Salmo  91,  11-12  cuyas  palabras  en  términos  hiperbólicos, 
dan  la  seguridad  al  verdadero  fiel  que  se  refugia  bajo  la  protección 
de  su  Dios.  Pero  el  salmo  no  dice  que  el  verdadero  fiel  deba  correr 
espontáneamente  a  una  muerte  inevitable  para  poner  a  su  Dios  en 
situación  de  salvarlo.  Así  opone  Jesús,  a  la  falsa  exégesis  de  Satán, 


50 


LA  LEYENDA  DE  LA  TENTAOON 


la  declaración  de  Deut.  6,  16.  Esa  expresión:  "No  tentarás  al  Señor  tu 
Dios"  estaba  de  acuerdo  con  el  espíritu  de  la  verdadera  piedad  judía  y 
ella  recordaba  lo  que  había  habido  de  irreligioso  en  la  conducta  del 
pueblo  de  Israel,  en  Massa  (Ex.  17,  2-7).  Una  verdadera  piedad  confía 
en  Dios,  y  no  le  impone  lo  que  debe  hacer.  Es  contrario  a  la  religión 
pura  que  el  hombre  ponga  a  Dios  en  la  alternativa  de  desplegar  su 
poder  sobrenatural  o  de  renunciar  a  lo  que  esperaba  hacer  por  medios 
humanos. 

En  cuanto  a  la  tercera  tentación  (v.S)  Jesús  responde  (v.  JO) 
con  un  texto  tomado  de  los  Setenta.  La  idea  mesiánica  popular  viene 
al  espíritu  de  Jesús:  servirse  de  la  exaltación  del  pueblo  judío  para 
declarar  la  guerra  santa,  elevarse  por  encima  del  mundo  entero,  más 
alto  que  el  César  que  lo  domina  tan  sólo  en  parte,  del  fondo  de  su 
lejana  capital,  proclamar  con  la  espada  el  reino  de  Dios  e  imponerlo 
en  nombre  de  la  victoria  a  las  multitudes,  ahogar  de  sangre  humana 
todas  las  idolatrías,  todas  las  iniquidades  y  corrupciones,  esto  sería  un 
sueño,  para  cuya  realización  habría  que  servir  a  Satán,  hacer  de  él  su 
Dios,  sentar  su  trono  sobre  montañas  de  cadáveres  sería  abjurar  del 
culto  del  verdadero  Dios  que  sólo  debe  ser  adorado  y  que  no  se  le 
adora  realmente  sino  a  condición  de  que  Jesús  conforme  su  voluntad  a 
la  de  éste,  por  lo  que  Satán  debió  retirarse  vencido,  por  un  tiempo, 
agrega  Lucas.  Réville  después  de  formular  estas  declaraciones  confiesa: 
"este  ayuno  imposible  de  cuarenta  días  y  de  cuarenta  noches;  este 
hijo  de  Dios  transportado  por  el  Diablo  como  un  hechicero  por  su  de- 
monio familiar;  esta  montaña  desde  la  cual  se  puede  de^ubrir  de  un 
vistazo  todos  los  reinos  de  la  tierra,  son  creaciones  de  la  imaginación, 
y  no  hechos  reales.  En  su  retiro  al  desierto  es  probable  que  tales  fueran 
los  combates  interiores  que  se  libraran  en  el  alma  de  Jesús,  antes  y 
durante  el  curso  de  su  acción  pública.  Debió  sufrir  la  pobreza,  los  asaltos 
intermitentes  de  la  duda  sobre  sí  mismo  y  sobre  su  obra;  la  tentación 
de  asumir  el  papel  de  Mesías  según  la  ortodoxia  popular.  No  fue  sin 
experimentar  los  estremecimientos  de  la  carne,  que  descubrió  en  el  ho- 
rizonte los  signos  anunciadores  de  un  inevitable  martirio  (cf.  Marc. 
8,  33).  Si  triunfó  de  estas  tentaciones  reiteradas,  el  eco  de  ellas  se  halla 
bien  que  reducido  al  mínimo  por  los  evangelistas  en  más  de  una  de  sus 
palabras  ulteriores.  Sin  pretender  que  los  relatos  de  la  tentación  asignen 
un  flujo  y  reflujo  de  su  pensamiento,  durante  su  retirada  al  desierto, 
es  de  creer  que  las  alternativas  que  describen  a  su  manera  imaginada, 
poco  cuidadosa  de  lo  real,  se  sucedieron  efectivamente  ante  su  pensa- 
miento. Abandonó  el  desierto  decidido  a  predicar  el  Reino  de  Dios  como 
Juan  Bautista,  pero  siguiendo  otro  método,  no  reivindicando  desde  el 
principio,  ni  el  título,  ni  las  prerrogativas  de  un  Mesías  (Ob.  cit.,  Tomo 
2,  ps.  1-18). 


CAPITULO  IV 


Relaciones  de  Jesús  con  Juan  Bautista 

JUAN  BAUTISTA.  —  4655.  Para  la  tradición  cristiana,  Juan  Bau- 
tista se  reduce  al  Precursor  de  Jesús,  según  se  ve  en  el  siguiente  pasaje 
con  1  que  comienza  el  Evangelio  de  Marcos:  Al  principio  de  Marcos  1 
se  lee:  Según  está  escrito  en  Isaías  el  profeta:  He  aquí,  yo  envío  delante 
de  tu  faz  mi  mensajero  que  preparará  tu  camino  3  voz  de  aquel  que 
clama  en  el  desierto:  Preparad  el  camino  del  Señor,  aplanad  sus  sende- 
ros. 4  Juan  apareció  bautizando  en  el  desierto  y  predicando  un  hau-^ 
tismo  de  arrepentimiento  para  remisión  de  los  pecados.  5  Y  salían  a  él 
todo  el  país  de  Judea  y  todos  los  habitantes  de  Jerusalén,  y  eran  bau- 
tizados por  él,  en  el  río  Jordán,  confesando  sus  pecados.  6  Y  Juan  iba 
vestido  de  pelos  de  camello  y  de  un  cinto  de  cuero  alrededor  de  sus 
lomos;  y  comía  langostas  y  miel  silvestre.  7  Y  predicaba  diciendo:  Viene 
en  pos  de  mí,  el  que  es  más  poderoso  que  yo,  y  a  quien  yo  no  soy  digno 
de  desatar,  inclinándome,  la  correa  de  sus  zapatos.  Yo  os  he  bautizado 
con  agua;  pero  él  os  bautizará  con  el  Espíritu  Santo.  9  Y  sucedió  en 
aquellos  días  que  Jesús  vino  de  Nazaret  de  Galilea  y  fue  bautizado  por 
Juan  en  el  Jordán.  10  Y  luego,  al  subir  del  agua,  vio  partirse  los  cielos 
y  oyó  una  voz  de  los  cielos  que  decía:  Tú  eres  mi  Hijo  muy  amado, 
en  ti  yo  me  complazco.  Lo  transcrito  contiene  en  parte  hechos  verídicos, 
y  esa  parte  encierra  un  mito  y  una  leyenda.  Los  hechos  ciertos  son  que 
antes  que  Jesús  apareció  en  Judea  un  asceta  llamado  Juan,  al  que  se 
denominó  Bautista,  porque  enseñaba  una  religión  muy  simple,  la  del 
arrepentimiento,  acompañada  de  un  rito  purificador,  el  de  la  inmer- 
sión en  el  río  Jordán,  rito  al  que  se  llamó  bautismo. 

4656.  Ese  rito  del  bautismo  tenía  un  doble  carácter,  pues  si  por 
un  lado  era  un  rito  de  purificación,  por  otro  era  un  rito  de  adición, 
por  el  cual  se  constituía  una  verdadera  cofradía  de  penitentes  que  es- 
peraban el  reino  de  Dios  y  a  él  se  preparaban.  Goguel  estudiando  la 
procedencia  del  pensamiento  de  Juan  Bautista,  recuerda  que  Juan  no 
era  esenio,  pues  sus  discípulos  no  eran  bautizados  más  que  una  sola  vez, 
mientras  que  las  abluciones  esenias  se  repetían  muchas  veces  al  día,  lo 


52 


JUAN  BAUTISTA 


que  no  tenía  nada  que  ver  con  el  arrepentimiento.  Ninguno  de  los  rasgos 
característicos  de  la  vida  esenia,  tales  como  el  culto  de  los  ángeles,  la 
plegaria  al  sol  naciente  no  se  haljan  en  Juan  y  su  traje  difiere  notable- 
mente del  traje  blanco  de  los  esenios.  Nada  sabemos  que  permita  supo- 
ner que  la  idea  del  Mesías  y  la  esperanza  del  juicio  hayan  tenido  en 
los  esenios  una  importancia  que  explicaría  el  papel  que  ellas  tenían  en 
Juan.  Más  bien  habría  que  relacionar  a  Juan  a  esos  grupos  populares 
de  piedad  sencilla  pero  muy  viva,  alimentada  por  los  profetas  y  por 
los  salmos  que,  según  la  expresión  de  que  se  sirve  Lucas:  "Esperaban 
la  liberación  o  la  consolación  de  Israel"  (2,  25) .  Juan  no  era  tampoco 
un  nazir,  pues  parece  que  en  las  proximidades  de  la  era  cristiana,  el  na- 
zideato  vitalicio  no  existía.  Juan  es  completamente  independiente  del  mo- 
vimiento zelota,  pues  sus  preocupaciones  son  tan  sólo  religiosas:  la  política 
no  desempeña  ningún  papel  en  él,  puesto  que  concibe  que  el  Mesías 
vendrá  no  para  castigar  a  los  opresores  de  Israel,  sino  para  juzgar  a 
cada  uno  según  sus  obras,  separándose  así  al  mismo  tiempo  del  movi- 
miento apocalíptico  al  cual  se  relaciona  por  otros  lados.  Por  lo  tanto 
las  diversas  influencias  que  podemos  discernir  o  suponer,  no  explican 
completamente  la  personalidad  de  Juan  y  la  formación  de  sus  ideas 
{La  Vie,  ps.  250-251). 

4657.  La  parte  mítica  de  la  leyenda  en  Marc.  1,  2-11  consiste  en 
afirmar  que  Juan  se  consideraba  como  el  precursor  de  Jesús,  y  todo 
lo  relativo  a  la  voz  venida  del  cielo,  que  manifestaba  que  Jesús  era  el  Hijo 
amado  de  Dios.  "Los  relatos,  dice  Loisy,  referentes  al  nacimiento  de 
Juan,  habrían  sido  tomados  a  la  secta  joánica,  y  no  representarían 
siempre  más  que  una  ficción.  El  testimonio  que  Juan  Bautista  hubiera 
dado  de  Jesús,  considerándose  él  mismo  como  el  precursor  del  Mesías 
(tesis  de  la  tradición  sinóptica)  o  bien  designando  expresamente  a  Jesús 
como  el  Mesías  esperado  (tesis  del  cuarto  Evangelio  en  contradicción  con 
Mateo  11,  2-6;  Luc.  7,  18-20,22,23)  es  otra  ficción  concebida  por  la 
apologética  cristiana,  para  atenuar  o  disimular  la  dependencia  original 
del  cristianismo  con  respecto  a  la  secta  de  Juan.  La  misma  descripción 
del  martirio  de  Juan  en  los  doá  primeros  Evangelios  (Marc.  6,  14-29; 
Mat.  1-12)  ofrece  muy  pocas  garantías  de  historicidad:  Herodiades  es 
una  nueva  Jezabel  que  persigue  al  nuevo  Elias;  todo  lo  que  se  puede 
retener  de  esta  leyenda  es  el  hecho  de  la  muerte,  ordenada  por  Antipas" 
{La  Naissance,  ps.  77). 

Si  los  evangelistas  quisieron  hacer  de  Juan  únicamente  el  Precur- 
sor de  Jesús,  Josefo,  por  su!  parte,  trató  de  borrar  el  carácter  mesiánico 
de  la  enseñanza  de  éste,  a  fin  de  que  sus  lectores  ignorasen  el  mesia- 
nismo  judío,  anti-romano  por  su  misma  esencia.  Josefo  habla  de  Juan 
Bautista  con  motivo  de  la  derrota  infligida  al  tetrarca  Herodes  Antipas, 
por  Aretas  rey  de  los  Nabateos,  su  suegro,  cuya  hija,  su  esposa,  él 


JUAN  BAUTISTA 


55 


la  había  abandonado  para  unirse  con  Herodías  la  mujer  de  su  medio 
hermano  Herodes.  Y  en  nota  agrega  Goguel:  "Y  no  como  lo  dicen 
los  Evangelios  (Marc.  6,  17)  la  mujer  de  Filipo.  Filipo  se  casó  con 
Salomé,  la  hija  de  Herodías.  El  nombre  particular  de  este  Herodes 
no  es  conocido.  Se  sabe  tan  sólo  que  era  hijo  de  Mariana  H,  la  tercera 
mujer  de  Herodes  el  Grande".  Ella  era  nieta  de  Herodes  el  Grande,  y  por 
lo  tanto  sobrina  de  dicho  monarca.  Refiere  Josefo  que  en  el  pueblo 
algunos  vieron  en  esa  derrota  el  castigo  del  crimen  que  Antipas  había 
cometido  haciendo  decapitar  a  Juan  Bautista  (Goguel,  La  Vie,  p.  47) . 
Los  Evangelios  sinópticos  limitan  las  relaciones  entre  Jesús  y  Juan  Bau- 
tista al  corto  momento  del  bautismo,  reduciendo  así  esas  relaciones  a 
fin  de  impedir  que  se  pudiera  creer  que  Jesús  debía  a  Juan  la  subs- 
tancia de  sus  enseñanzas.  Sin  embargo,  hay  otro  pasaje  que  nos  interesa 
conocer  para  poder  determinar  qué  juicio  tenía  Juan  Bautista  sobre 
Jesús.  Al  respecto  conviene  recordar  el  siguiente  episodio.  Mat.  11,  2-6 
y  Luc.  7,  18-23  refieren  un  episodio  que  nos  permite  conocer  mutua- 
mente lo  que  opinaba  Juan  de  Jesús'  y  éste  de  aquél.  Desde  su  prisión 
Juan  que  había  oído  hablar  de  la  actividad  de  Jesús  le  envía  dos  de 
sus  discípulos  que  le  pregunten:  "¿Eres  tú  el  que  debe  venir  o  espera- 
remos aún  a  otro?".  Jesús  responde  invocando  los  milagros  que  ha 
realizado  y  la  predicación  del  Evangelio,  es  decir  la  realización  del  pro- 
grama mesiánico  que  se  encuentra  en  el  libro  de  Isaías  (23,  1-19;  35, 
5;  61,  i)  y  termina  con  estas  palabras:  "Feliz  aquél  que  no  se  escan- 
dalice de  mí",  palabras  estas  últimas  que  parecen  indicar  que,  en  el 
pensamiento  de  los  evangelistas,  Juan  no  quedó  satisfecho  con  la  res- 
puesta de  Jesús.  Nota  Goguel  que  en  el  discurso  sobre  Juan  Bautista  que 
sigue  y  en  el  cual  Jesús  dice:  "que  el  más  pequeño  en  el  reino  de  Dios 
es  más  grande  que  Juan"  (Mat.  11,  11),  confirma  esta  impresión,  la 
cuestión  presentada  a  Jesús  es  concebida  del  punto  de  vista  cristiano 
y  no  del  punto  de  vista  de  Juan  Bautista,  quién  esperaba  un  Mesías 
transcendente  y  no  pudo  considerar  que  un  personaje  histórico  pudiera 
ser  aquél  cuya  venida  él  había  anunciado.  El  modo  como  Mateo  y  Lucas 
refieren  el  mencionado  episodio  parece  implicar  que,  en  el  pensamiento 
de  los  narradores,  Juan  no  quedó  convencido.  Si  la  tradición  hubiera 
pensado  lo  contrario,  los  evangelistas  no  hubieran  dejado  de  decir  que 
después  de  haber  dado  un  homenaje  prof ético  a  Jesús,  Juan  le  hubiera 
dado  un  segundo  homenaje,  fundado  en  su  obra  realizada.  Juan  persistió 
pues  en  su  punto  de  vista.  Después  que  Jesús  se  hubo  separado  de  él, 
no  vio  más  en  Jesús  que  un  discípulo  infiel  y  casi  un  renegado  (Lo  Vie 
ps.  260-261). 

Según  lo  expuesto  anteriormente  tanto  en  la  misión  enviada  por 
Jesús  a  los  doce,  o  a  los  pretendidos  setenta  y  dos,  Jesús  les  reco- 
mienda que  no  vayan  a  casa  de  los  paganos  o  gentiles;  pero  como 


54 


JUAN  BAUTISTA 


poco  después  Herodes  Antipas  mandó  decapitar  a  Juan  Bautista,  Jesús 
huyendo  de  la  policía  de  este  monarca,  fue  hasta  Tiro  y  a  Sidón  evan- 
gelizando así  a  pueblos  paganos,  en  contra  de  sus  pretendidos  manda- 
tos, que  se  dejan  referidos.  Igualmente,  después  de  su  última  cena  en 
Jerusalén,  el  Nazareno  viéndose  rodeado  de  peligros  de  toda  clase,  tuvo 
la  intención  de  abandonar  la  capital  judía  y  sus  cercanías  y  retirarse 
momentáneamente  a  Galilea  para  continuar  allí  tranquilamente  su  obra 
en  mejores  condiciones,  pues  en  Marc.  14,  28  los  cita  para  encontrarse 
con  ellos  en  Galilea.  El  evangelista  ha  agregado  a  esas  palabras  las 
siguientes:  después  de  mi  resurrección,  "yo  os  precederé  en  Galilea"; 
palabras  incomprensibles  para  sus  discípulos,  puesto  que  no  esperaban 
ni  la  muerte  ni  la  resurrección  del  Maestro,  como  después  de  la  crisis 
del  bautismo  en  el  Jordán,  quería  meditar  tranquilamente  bajo  la  mi- 
rada de  Dios,  lo  que  debía  hacer  para  proseguir  su  obra  en  nuevas 
condiciones.  Por  lo  tanto  debía  separarse  de  sus  discípulos  durante 
algún  tiempo;  pero  esperaba  encontrarlos  de  nuevo  para  trabajar  con 
ellos  en  la  realización  de  sus  grandes  proyectos.  Galilea  se  había  mos- 
trado más  favorable  que  Jerusalén  a  su  predicación  del  reino  de  Dios. 
Si  proyectaba  una  ruptura  abierta  con  el  judaismo  oficial,  es  allí  que 
tenía  más  probabilidades  de  tener  éxito.  Sin  embargo,  no  se  disimulaba 
los  graves  peligros  que  le  rodeaban  y  los  numerosos  obstáculos  que 
podían  en  cualquier  momento  hacer  abortar  su  plan.  De  ahí,  esas  alter- 
nativas de  confianza  y  de  desaliento  que  marcan  su  estado  de  espíritu 
durante  sus  últimas  horas.  Mientras  la  realización  de  su  plan  nuevo  le 
parecía  posible,  daba  sus  instrucciones  como  si  él  fuera  cierto.  Pero 
cuando  le  venía  a  la  mente  el  sentimiento  de  las  enormes  dificultades 
que  tendría  que  vencer  en  constante  peligro  de  su  vida,  su  lenguaje  se 
volvía  el  de  un  hombre  que  ya  se  sentía  tocado  por  el  dedo  de  la  muerte. 
Esto  es  lo  que  los  narradores  evangélicos  perdieron  completamente  de 
vista,  no  pudiendo  admitir  que  Jesús  no  hubiera  sabido  de  antemano 
todo  lo  que  debía  ocurrirle.  Todo  esto  es  lo  que  la  antigua  ortodoxia 
cristiana  no  ha  querido  comprender  al  no  querer  considerar  a  Jesús 
sino  como  un  personaje  sobrenatural. 


CAPITULO  V 


La  predicación  de  Jesús 


4658.  Los  evangelistas  manifiestan  la  impresión  producida  por 
la  predicación  de  Jesús,  diciendo:  "Enseñaba  como  teniendo  autoridad 
y  no  como  los  escribas"  (Marc.  1,  22;  Mat.  7,  29) .  Impresionaba  a  los 
oyentes  el  contraste  que  había  entre  la  enseñanza  de  Jesús  que  hablaba 
directamente  en  nombre  de  Dios  y  con  la  autoridad  que  le  confería  su 
conciencia  de  profeta  y  la  enseñanza  de  los  rabinos  que  se  limitaban 
a  comentar  o  citar  y  a  discutir  las  opiniones  de  los  doctores  del  pasado 
y  los  datos  de  la  tradición.  Pero  los  autores  ortodoxos  ensalzan  exage- 
radamente el  lenguaje  del  Maestro,  y  así  Goguel  expresa:  "Las  pala- 
bras y  los  discursos  de  Jesús  soportarían  comparación  con  las  produc- 
ciones más  selectas  del  espíritu  humano,  merecerían  ser  clasificadas  entre 
las  obras  maestras  de  la  literatura  mundial  y  citando  a  K.  Weidel, 
agrega:  la  forma  de  la  predicación  de  Jesús,  la  manera  con  la  que 
reviste  de  palabras  su  vida  interior  tienen  indudablemente  un  carácter 
artístico.  La  riqueza  del  tono  es  notable.  Jesús  sabía  contar  de  un  modo 
viviente  e  ingenuamente  sorprendente;  sabía  sacudir  con  fuerza,  vi- 
tuperar decisivamente,  consolar  con  dulzura,  humillar  con  ironía  mor- 
daz, censurar  con  amargura,  encolerizarse  con  vigor,  regocijarse  inten- 
samente. Por  doquiera  manifiesta  su  originalidad  creadora:  "todo  es 
breve,  concreto;  no  hay  en  ello  una  palabra  de  más.  Sus  palabras  hacen 
siempre  la  impresión  de  comprenderse  por  sí  mismas.  Parece  que  no 
podrían  ser  absolutamente  otras  de  lo  que  son,  y  esto  prueba  que  bro- 
taban de  adentro  de  manera  viva  y  espontánea".  Este  también  es  el 
juicio  de  H.  H.  Wendt:  es  la  elocuencia  popular  y  espontánea  en  todo 
su  arte  y  en  toda  su  fuerza.  Nada  de  pedantismo  de  los  métodos  didácti- 
cos o  de  las  sutilezas  de  la  ciencia  de  la  escuela.  Jesús  no  empleó  formas 
nuevas;  se  sirvió  de  los  procedimientos  habituales  y  espontáneos  del 
lenguaje  popular  pero  los  usa  con  facilidad  y  seguridad,  con  medida  y 
con  gusto.  Su  gran  originalidad  consiste  en  la  riqueza  de  su  imaginación 
y  en  la  penetración  de  su  juicio.  Su  imaginación  le  provee  sin  cesar  de 
nuevos  materiales.  Siempre  va  rectamente  a  lo  esencial  y  lo  exprgsa 


56 


LA  PREDICACION  DE  JESUS 


por  la  fórmula  más  sorprendente  (Goguel,  La  Vie,  p.  263).  En  opinión 
de  este  autor  no  debería  hablarse  de  la  enseñanza  de  Jesús  para  carac- 
terizar sus  palabras,  pues  valdría  hablar  de  predicación,  pues  Jesús  se 
dirige  más  a  la  voluntad,  que  a  la  inteligencia  de  sus  oyentes.  Si  quiere 
persuadir  es  para  obtener  la  obediencia.  En  cuanto  al  citado  juicio  de 
K.  Weidel  de  que  en  los  discursos  de  Jesús  no  se  encuentra  un  vocablo 
de  más;  de  que  sus  palabras  hacen  siempre  la  impresión  de  compren- 
derse por  sí  mismas,  ese  juicio  encierra  una  evidente  exageración,  pues 
hay  casos  en  que  las  palabras  de  Jesús  son  tan  obscuras  como  cuando 
después  de  la  parábola  del  amo  que  establece  un  mayordomo  para  que 
administre  bien  sus  bienes  y  castigue  a  su  servidor  infiel,  concluye  di- 
ciendo que  al  que  mucho  se  le  ha  dado  mucho  le  será  pedido,  agrega 
estas  palabras  sibilinas:  he  venido  a  echar  fuego  en  la  tierra,  ¿y  qué 
tengo  que  desear  si  ya  está  encendido?  Debo  ser  bautizado  y  me  an- 
gustio hasta,  que  sea  realizado  (Luc.  12,  49-50). 

Comentando  estos  dos  últimos  versículos,  expresa  Bonnet:  "Los 
intérpretes  se  han  dado  mucho  trabajo  para  encontrar  una  ligazón  entre 
esta  parte  del  discurso  y  la  que  lo  precede".  Para  ceñirse  al  contexto 
los  exégetas  han  dado  múltiples  explicaciones  de  que  las  palabras  de 
Jesús  se  comprendan  por  sí  mismas.  Igualmente  el  discurso  de  Jesús 
sobre  el  pan  de  vida  en  Juan  6,  (1)  a  cuyo  final  se  dice:  Muchos  de 
sus  discípulos  al  oir  esto  dijeron:  ¡que  dura  palabra  es  ésta!  ¿Quién 
la  puede  escuchar? .  .  .  Por  esto  muchos  de  sus  discípulos  se  volvie- 
ron atrás  y  ya  no  andaban  más  con  él"  (vs.  60,  66) .  Jesús  no  parte 
nunca  de  fórmulas  o  de  definiciones  abstractas  o  teóricas;  pero  la 
abundancia  de  las  imágenes  y  de  los  ejemplos  da  a  todo  lo  que  dice 
un  carácter  muy  concreto.  Así  si  se  les  presenta  una  cuestión  teórica 
sobre  el  prójimo,  él  responde  con  la  parábola  del  Buen  Samaritano 
(Luc.  10,  29-37)  ;  disputan  los  discípulos  para  saber  a  cual  de  entre 
ellos  le  corresponderá  el  primer  lugar,  él  pone  delante  de  ellos  un  niñito 
para  que  les  sirva  de  modelo  f  Marc.  9,  36) .  Para  mostrar  la  vanidad 
de  las  riquezas  en  las  cuales  ponen  su  confianza  los  hombres,  refiere 
la  historia  de  una  persona  que  se  prepara  para  demoler  sus  graneros, 
a  fin  de  construir  otros  más  grandes  para  amontonar  en  ellos  sus 
desbordantes  cosechas  y  que  muere  en  el  instante  mismo  de  haber  ase- 
gurado riquezas  para  numerosos  años  (Luc.  12,  16-21).  Para  estig- 
matizar el  orgullo  y  mostrar  que  Dios  prefiere  a  los  humildes,  pre- 
senta un  fariseo  y  un  publicano  que  suben  a  orar  al  Templo  (Luc. 
18,  9-14) .  A  veces  la  imagen  es  reemplazada  por  un  acto  y  la  palabra 


(1)  Sobre  el  citado  pasaje  del  IV  Evangelio,  leáse  el  interesante  capítulo 
que  le  consagra  F.  Petruccelli  de  la  Gattina  en  el  primer  tomo  de  su  libro  "Las 
Memorias  de  Judas"  (ps.  309-395). 


LA  PREDICACION  DE  JESUS 


57 


por  un  gesto  como  en  el  curso  de  la  última  comida  él  distribuye  a 
sus  discípulos  una  copa  para  evocar  la  que  beberá  con  ellos  en  el 
reino  -de  los  cielos  y  les  distribuye  también  pan  como  símbolo  del 
don  que  hace  de  su  vida  a  los  suyos  (Marc.  14,  22-25).  Las  imágenes 

3ue  emplea  las  toma  de  los  más  diversos  dominios,  de  la  vida  cotidiana, 
e  la  campaña,  del  lago,  del  comercio,  de  la  vida  pública,  y  hasta  de  la 
guerra.  Tal  es  el  caso  de  imágenes  como  las  del  comerciante  que  re- 
pentinamente realiza  todo  su  haber  para  comprar  una  perla  preciosa  o 
un  campo  en  el  cual  hay  un  tesoro  (Mat.  13,  44-46)  ;  o  la  del  rey  que 
se  sienta  a  calcular  las  probabilidades  que  pueda  tener  de  triunfar  de 
un  enemigo  superior  en  número  (Luc.  14,  31) :  o  del  hombre  que  se  va 
a  un  lejano  país  para  tomar  posesión  de  un  reino  (Luc.  15,  12).  A 
menudo  las  imágenes  son  tomadas  de  lo  que  Jesús  conoce  directamente. 
Así  el  sembrador  en  su  campo,  el  pescador  en  su  barca  con  sus  redes, 
el  padre  de  familia  a  quien  sus  hijos  piden  pan  o  un  pescado,  que 
gobierna  su  casa,  da  sus  instrucciones  a  sus  servidores  y  vigila  a  su 
intendente,  el  hombre  que  despierta  a  su  vecino  para  pedirle  prestado 
un  pan,  el  pastor  que  guarda  sus  ovejas  y  las  cuenta,  el  paisano  cuyo 
buey  o  asno  ha  caído  en  un  pozo,  la  mujer  que  barre  su  casa,  los  niños 
que  juegan  en  la  plaza,  los  obreros  que  esperan  que  se  les  contrate,  el 
rico  propietario  con  sus  preocupaciones  y  su  temor  de  los  ladrones,  el 
juez  que  se  ve  obligado  a  juzgar  para  hacer  justicia,  las  ovejas  que 
andan  errantes  sin  pastor.  En  todas  estas  imágenes,  no  existe  falsedad 
alguna  como  la  que  se  encuentra  en  la  párabola  del  olivo  en  Pablo  que 
habla  de  las  ramas  del  olivo  silvestre  injertadas  sobre  el  olivo  cultivado 
y  las  ramas  que  después  de  haber  sido  cortadas  y  echadas  serán  injer- 
tadas de  nuevo  (Rom.  11,  17-23).  Esto  caracteriza  una  imagen  que  no 
ha  sido  vista  y  que  es  exactamente  lo  contrario  de  las  imágenes  de  Jesús. 
Lo  mismo  ocurre  con  los  cuadros  incoherentes  que  traza  el  autor  del 
Apocalipsis.  Las  imágenes  de  Jesús  atestiguan  üna  observación  muy  viva 
y  una  visión  exacta  y  directa  de  las  cosas  (Goguel,  La  Vie  ps.  268-269) . 

4659.  —  Hemos  visto  que  según  Wellhausen  (§4628  n.)  Jesús  no 
era  cristiano;  él  era  judío.  En  efecto  con  la  crucifixión  de  Jesús,  ter- 
mina la  vida  de  éste  y  comienza  la  historia  del  cristianismo.  Según  los 
Evangelios  Jesús  nunca  soñó  ser  un  profeta  o  un  Mesías  para  los  gentiles 
y  se  esfuerza  en  ser  fiel  a  las  prácticas  judías.  Va  a  Jerusalén  para 
la  fiesta  de  los  panes  sin  levadura;  celebra  el  "Seder";  bendice  los 
panes  ázimos;  los  rompe  y  bendice  el  vino;  come  la  Pascua;  moja 
las  hierbas  en  el  charoseth  (§4671)  ;  bebe  las  cuatro  copas  de  vino 
y  concluye  con  el  cántico  del  Hallel.  No  se  opone  a  los  ayunos  y  a 
las  plegarias:  exige  solamente  que  estas  prácticas  se  realicen  sin  vani- 
dad y  sin  ostentación.  Cuando  prohibe  el  divorcio  y  que  sus  discípulos 
le  preguntan:  ¿Por  qué  Moisés  permitió  dar  carta  de  divorcio  y  que 


58 


LA  PREDICACION  DE  JESUS 


el  marido  repudie  a  su  mujer?  él  no  responde  que  ha  venido  a  abolir 
algo  de  la  Ley  de  Moisés  sino  dice:  "este  mandamiento  ha  sido  dado  a 
causa  de  la  dureza  de  vuestro  corazón"  (Maimónides  da  casi  la  misma 
explicación  tocante  a  los  sacrificios) .  Cuando  envía  a  los  apóstoles  para 
que  anuncien  la  venida  del  Mesías  y  la  proximidad  del  reino  de  Dios 
les  dice:  no  vayáis  hacia  los  paganos  ni  entréis  en  ninguna  ciudad  de 
los  samaritanos;  sino  id  más  bien  a  las  ovejas  perdidas  de  la  casa  de 
Israel  (Mat.  10,  5-6).  Una  vez  tan  sólo  curó  a  una  pagana  (la  hija  de 
la  cananea)  Mar.  7,  24-30,  y  obró  la  cura  del  esclavo  del  centurión  de 
Capernaum  (Luc.  7,  2-10).  Uno  de  los  escribas  pregunta  a  Jesús:  cuáles 
son  los  dos  mayores  mandamientos  y  Jesús  les  responde:  El  primero  es: 
amarás  al  Señor  tu  Dios  de  todo  tu  corazón  y  de  toda  tu  alma. . .  y  el 
segundo  es  éste:  amarás  a  tu  prójimo  como  a  ti  mismo.  No  hay  más 
grandes  mandamientos  aue  estos  dos.  Jesús  responde  pues  casi  de  la 
misma  manera  que  Hillell  y  ^1  rabí  Akiba  a  preguntas  semejantes.  El 
escriba  dijo  a  Jesús  "Maestro  tú  has  dicho  bien,  con  verdad  no  hay  más 
que  un  sólo  Dios,  y  amarle  con  todo  el  corazón. . .  y  amar  a  su  prójimo 
comn  a  sí  m.ism>o  esto  es  más  que  todos  los  holocaustos  y  que  todos  los 
sacrificios"  y  Jesús  le  dijo  entonces  al  escriba:  "no  estás  lejos  del  reino 
de  Dios".  Otra  vez  dijo  Jesús:  "no  penséis  que  yo  he  venido  a  abolir 
la  Ley  o  los  profetas".  Jesús  se  indigna  contra  aquellos  que  conceden 
a  las  prácticas  más  importancia  gue  a  los  preceptos  de  moral.  Jesús  no 
pensó  en  abolir  la  Tora  ni  las  prácticas,  ni  crear  una  nueva  Tora.  Lejos 
de  querer  abolir  las  prácticas  corrientes,  censuraba  a  los  fariseos  dicién- 
doles  "Ay  de  vosotros  escribas  y  fariseos,  por  que  diezmáis  la  menta, 
la  ruda  y  toda  clase  de  hierbas  pero  descuidáis  la  justicia  y  el  amor  de 
Dios.  He  aauí  las  cosas  que  deberiáis  hacer  sin  descuidar  sin  embargo 
las  otras"  (Mat.  23,  23). 

4660.  Jesús  era  y  permaneció  siendo  judío  por  su  completa  adhe- 
sión a  la  Tora.  De  acuerdo  con  la  predicación  de  Jesús,  los  primeros 
cristianos  consideraron  en  general  aue  el  anuncio  del  reino  del  cielo 
debería  ser  hecho  tan  solo  a  los  judíos  y  en  efecto  durante  los  17  años 
aue  siguieron  a  la  crucifixión,  no  hicieron  ninguna  tentativa  para  difun- 
dir la  doctrina  de  Jesús  entre  los  gentiles.  Pues  Jesús  había  dicho:  "mu- 
chos vendrán  del  Oriente  y  del  Occidente  y  se  sentarán  a  la  mesa  en 
el  reino  de  los  cielos.  Pero  los  hijos  del  reino  serán  echados  a  las  tinie- 
blas de  afuera"  (Mat.  9.  12-13).  Sería,  pues  inconcebible  que  nada  se 
hubiera  hecho  para  evangelizar  a  los  gentiles,  y  Pablo  no  se  hubiera 
visto  obligado  a  combatir  a  Pedro  y  a  Santiago,  el  hermano  del  Señor, 
tocante  a  la  abolición  de  las  prácticas  y  del  bautismo  de  los  gentiles. 
Jesús  era  pues  judío  y  permaneció  siéndolo,  no  aspiraba  a  hacer  pene- 
trar en  la  nación  la  idea  de  la  venida  del  Mesías  y  de  apresurar  el  fin 
por  el  arrepentimiento  y  las  buenas  obras.  Veamos  ahora  algunas  má- 


LA  PREDICACION  DE  JESUS 


59 


ximas  ü  prácticas  de  Jesús  opuestas  al  judaismo  nacional.  Jesús  comía 
y  bebía  con  los  publícanos  y  con  los  pecadores,  sin  tener  en  cuenta 
reservas  que  la  Ley  imponía  tocante  a  esas  frecuentaciones,  ni  las  reglas 
concernientes  a  la  impureza,  lo  mismo  que  manifestaba  gran  liberalidad 
respecto  a  la  observancia  del  Sabbat.  Igualmente  en  lo  tocante  a  las 
abluciones  de  las  manos,  permitiendo  el  consumo  de  alimentos  prohibi- 
dos. No  practicaba  tan  a  menudo  el  ayuno  como  los  fariseos  y  los  discí- 
pulos de  Juan  Bautista.  A  los  reproches  de  los  unos  y  de  los  otros  él 
responde:  "Nadie  cose  una  pieza  de  vestido  nuevo  en  un  vestido  viejo; 
de  otro  modo  el  trozo  nuevo  tira  de  una  parte  y  la  rotura  se  hace  peor; 
y  nadie  pone  vino  nuevo  en  odres  viejos,  pues  de  otra  manera  el  vino 
rompe  los  odres  y  el  vino  se  pierde  juntamente  con  los  odres"  (Marc.  2, 
21-22).  En  consecuencia  una  materia  nueva  exige  una  nueva  forma.  En 
realidad  Jesús  no  pretendió  crear  una  nueva  religión,  sino  reformar  la 
Tora  o  religión  nacional,  espiritualizándola.  Así  a  menudo  encontramos 
fórmulas  simétricamente  opuestas  como  éstas:  "se  dice  en  la  Ley  escrita 
u  oral,  tal  cosa,  pero  yo  os  digo,  tal  otra",  no  dando  en  general  mayor 
importancia  a  prácticas  religiosas,  por  considerarlas  accesorias,  con  res- 
pecto a  las  obligaciones  morales.  Considerándose  Jesús  como  el  Rey 
Mesías  que  cuando  venga  como  tal  en  el  reino  de  Dios,  juzgará  a  todos 
los  hombres,  no  da  mayor  importancia  a  los  bienes  de  este  mundo.  Así, 
encontramos  preceptos  en  que  aconseja  que  sean  como  los  lirios  de  los 
campos  que  no  tejen  ni  hilan;  pero  que  están  más  esplendorosamente 
vestidos  que  Salomón  con  toda  su  gloria  (Mat.  6,  28-29),  y  aconseja  no 
trabajar  diciendo:  Mirad  las  aves  del  cielo  que  no  siembran  ni  siegan, 
ni  recogen  en  graneros  y  sin  embargo  vuestro  Padre  celestial  las  ali' 
menta;  por  tanto  ¿no  valéis  vosotros  mucho  más  que  ellas?  Como  con- 
secuencia de  todos  estos  preceptos,  Jesús  agrega:  no  os  afanéis  por 
vuestra  vida,  sobre  lo  que  habéis  de  comer  o  lo  que  habéis  de  beber; 
y  tampoco  por  vuestro  cuerpo  cómo  lo  habéis  de  vestir  (Mat.  6,  25-26) . 

Todos  estos  preceptos,  como  tantos  otros,  que  se  encuentran  en  el  ser- 
món de  la  montaña  en  que  recomienda  por  ejemplo  al  que  hiere  en  la 
mejilla  derecha  preséntale  también  la  otra  (Mat.  5,  39  y  ss.)  importan  la 
ruina  de  la  civilización  y  sólo  pueden  ser  aceptados  por  aquellos  que  vi- 
ven exclusivamente  consagrados  a  la  religión  como  los  ermitaños  o  los 
que  viven  en  ios  monasterios,  al  margen  de  la  vida  social.  El  reino  de  Is- 
rael será  bajo  el  cetro  equitativo  del  Mesías,  en  el  que  Dios  juzgará  todas 
las  naciones  incluso  las  tribus  de  Israel;  día  del  Juicio  en  que  el  Mesías 
se  sentará  a  la  diestra  de  Dios.  Los  pecadores  que  hayan  rehusado 
arrepentirse  ya  sean  judíos  o  gentiles.  Dios  los  hará  quemar  en  el  fuego 
del  infierno.  En  el  día  del  juicio  ocurrirán  grandes  calamidades:  ham- 
bres; terribles  guerras;  luchas  intestinas;  ciudades  enteras  serán  destrui- 
das; vendrán  muchos  falsos  profetas  e  innumerables  desgracias  se  aba- 


60 


LA  PREDICACION  DE  JESUS 


tirán  sobre  el  mundo,  hasta  que  el  pequeño  número  de  los  buenos  y 
de  los  justos  será  separado  de  la  multitud  de  los  malos  y  de  los  peca- 
dores. Después  de  ese  día  terrible  del  juicio,  nacerá  un  nuevo  mundo 
y  con  él  comenzará  la  era  mesiánica,  era  de  prosperidad  y  de  dicha 
material  y  espiritual.  En  Palestina  estará  el  reino  glorioso  de  los  santos 
del  Altísimo,  que  tendrán  a  su  cabeza  el  Rey  Mesías.  El  Templo  será 
reconstruido  y  todas  las  naciones  conservarán  su  organización  política 
se  reunirán  en  multitud  sobre  la  montaña  de  Dios  y  servirán  al  Dios 
de  Israel  como  el  pueblo  elegido.  La  fertilidad  de  la  Tierra  llegará  a 
ser  extraordinaria  y  las  bestias  salvajes  no  serán  ya  más  terribles  para 
los  hombres.  La  pobreza  desaparecerá  con  la  opresión  y  el  orgullo,  la 
esclavitud  y  la  desigualdad,  en  la  humanidad  no  habrá  más  que  herma- 
nos hijos  del  mismo  Padre  que  está  en  el  cielo.  Vendrá  la  resurrección 
de  los  muertos  y  los  justos  se  albergarán  a  la  sombra  del  Mesías.  En- 
tonces solamente  comenzará  el  mundo  del  porvenir  donde  no  se  comerá 
ni  se  beberá,  donde  no  habrá  ni  comercio,  ni  celos,  ni  lucha.  Tal  era 
el  ideal  del  reino  del  cielo,  ideal  que  Jesús  tenía  delante  de  sus  ojos 
cuando  comenzó  a  predicar  su  doctrina.  El  reino  del  cielo  está  próximo. 
Lo  esencial  era  pues  para  él  la  justicia  y  la  caridad,  no  guardar  rencor, 
ni  vengarse,  no  cometer  actos  de  opresión  y  de  violencia  y  no  buscar 
ni  los  honores  ni  los  placeres  de  este  mundo,  hacer  el  bien,  perdonar 
las  ofensas,  evitar  la  hipocresía  que  consiste  en  considerar  como  capi- 
tales las  prácticas  accesorias  como  el  lavado  de  las  manos,  la  purifica- 
ción de  los  vasos,  el  diezmo  de  las  yerbas,  y  como  de  importancia  secun- 
daria los  mandamientos  concernientes  a  las  relaciones  del  hombre  con 
sus  semejantes.  En  lo  relativo  a  la  extraordinaria  fertilidad  que  ocurrirá 
en  la  era  mesiánica,  he  aquí  lo  que  nos  dice  Papías  uno  de  los  primeros 
Padres  de  la  Iglesia,  quien  cuenta  las  siguientes  palabras  de  Jesús  citadas 
por  Juan  de  Asia  Menor:  "vienen  los  días  en  que  crecerán  las  viñas  y 
cada  una  llevará  10.000  cepas  y  cada  cepa  10.000  ramas,  y  cada  rama 
10.000  botones  o  yemas  y  cada  botón  10.000  racimos  y  cada  racimo 
10.000  gramos,  y  cada  gramo  al  exprimirlo  dará  25  batios  (un  ba- 
tió =  36  litros)  de  vino,  y  cuando  uno  de  los  santos  tome  un  grano, 
otro  exclamará:  Yo  soy  el  grano  mejor:  tómame  a  mí  y  bendice  al 
Señor  por  mi  causa.  Igualmente  cada  grano  de  trigo  dará  nacimiento 
a  10.000  espigas  y  cada  espiga  a  10.000  granos,  y  cada  grano  dará  10 
libras  de  harina  pura;  será  así  para  todos  los  otros  frutos  y  para  todo 
lo  que  se  siembre  y  para  las  hierbas  de  los  campos.  Y  todos  aquellos 
que  se  nutran  de  estos  frutos  de  la  Tierra  serán  indulgentes  los  unos 
'  hacia  los  otros,  vivirán  en  paz  y  en  armonía,  y  serán  verdaderamente 
humanos"  (Klausner,  Ob.  cit.,  p.  577). 

4661.    En  los  dos  primeros  siglos  de  la  era  cristiana,  la  fe  en  un 
reino  mesiánico  temporal  era  muy  viva,  al  punto  que  durante  siglos  los 


.  LA  PREDICACION  DE  JESUS 


61 


cristianos  creyeron  en  el  reino  de  los  Mil  Años,  pues  esperaban  que  el 
reino  de  Israel  reconquistaría  su  independencia  política.  Estando  reuni- 
dos los  apóstoles  le  preguntan  a  Jesús:  ¿Señor  en  este  tiempo  restable- 
cerás el  reino  de  Israel?  (Act.  1,  6)  lo  que  prueba  que  él  creía  en  un 
mesianismo  terrestre  y  político,  aún  cuando  pensaba  que  bastaría  la 
ayuda  de  Dios  para  restablecer  el  reino  de  Israel,  lo  que  ocurriría 
cuando  los  jud\os  hicieran  penitencia  y  produjeran  buenas  obras,  sin 
necesidad  de  recurrir  a  la  espada.  Jesús  estaba  convencido  de  la  proxi- 
midad de  esos  sucesos,  pues  anunciaba  que  "no  pasará  esta  generación 
sin  que  ocurrieran  todas  estas  cosas,  y  que  algunos  de  los  presentes  no 
morirán  hasta  que  no  hubieran  visto  venir  con  su  potencia  el  reino  de 
Dios"  (Marc.  13,  30;  9,  1) .  Durante  el  primer  siglo  y  hasta  el  prin- 
cipio del  segundo,  todos  los  fieles  contemporáneos  de  Jesús  esperaban 
la  segunda  venida  del  Mesías  o  sea  la  Parusia  mientras  ellos  estaban 
vivos.  Por  eso  manifiesta  Klausner  esa  creencia  es  lo  que  explica  que 
Jesús  haya  llevado  su  moral  a  los  últimos  límites  del  ascetismo.  Si  este 
mundo  debe  desaparecer  bien  pronto  y  si  Dios  debe  crear  uno  nuevo, 
se  puede  distribuir  sus  bienes  a  los  pobres,  no  casarse,  abandonar  a  su 
familia,  abstenerse  de  hacer  juramentos,  y  no  resistir  el  mal;  se  explica 
esta  moral  intransigente,  porque  es  una  moral  de  fin  del  mundo  y  por 
lo  tanto  sombría  y  pesimista  (Oh.  cit.  p.  582).  Por  las  mismas  razones 
escribe  Schweitzer  "no  se  remienda  una  casa  que  se  vende  para  des- 
truirla y  hacer  encima  otra  nueva". 


I 


CAPITULO  VI 


Los  milagros  narrados  por  los  evangelios 


DIVISION  DE  LOS  MILAGROS.  —  4662.  Según  Klausner  los  mila- 
gros de  Jesús  pueden  repartirse  en  estos  grupos:  1^)  Milagros  debidos 
al  deseo  de  realizar  una  predicción  del  A.  T.  o  de  imitar  alguna  pro- 
fecía. 29)  Ficciones  poéticas  que  en  el  espíritu  de  los  discípulos  se 
transforman  en  milagros.  3°)  Ilusiones.  4P)  Hechos  milagrosos  sola- 
mente en  apariencia.  5°)  Curaciones  de  numerosas  neurosis. 

1°  Explicando  esos  distintos  grupoS;  Klausner  señala  que  Jesús 
ocupa  el  lugar  de  Juan  Bautista,  que  debía  asemejar  a  Elias,  en  conse- 
cuencia Jesús  debe  ejecutar  milagros,  como  lo  hizo  Elias  y  su  discípulo 
Elíseo.  El  debe  semejar  a  Elias  no  sólo  como  el  anunciador  del  Mesías, 
sino  haciendo  como  él  milagros.  Si  Elias  y  Elíseo  resucitaron  niños, 
Jesús  tenía  también  que  resucitar  a  la  hija  de  Jairo  (Marc.  5,  22-43) 
y  al  mancebo  de  Naín  (Luc.  7,  11-17).  Si  Elíseo,  discípulo  de  Elias, 
con  veinte  panes  alimentó  cien  hombres,  era  indispensable  que  Jesús 
alimentara  a  cinco  mil  hombres  con  cinco  panes  de  cebada  y  dos  pesca- 
dos, quedando  doce  cestas  llenas  de  sobras  ( 12  el  número  de  las  tribus 
de  Israel)  ;  porque  Jesús  era  más  grande  que  Elíseo.  La  imaginación  de 
los  discípulos  de  Jesús  modificó  este  episodio  en  esta  forma:  Jesús  ali- 
mentó a  cuatro  mil  hombres  con  siete  panes  y  algunos  pescados  y  los  pe- 
dazos que  quedaron  llenaron  siete  cestas.  Tenemos  aquí  pues,  el  deseo 
de  imitar  a  los  más  grandes  de  los  profetas.  Todas  las  maravillas  de  las 
cuales  habían  hablado  los  profetas  se  relacionaban,  según  la  opinión  de 
los  contemporáneos  de  Jesús,  a  la  edad  mesiánica.  Así  en  Is.  35,  5-6  se 
lee:  "entonces  serán  abiertos  ¡os  ojos  de  los  ciegos,  y  los  oídos  de  los 
sordos  serán  destapados;  entonces  los  cojos  saltarán  como  ciervos  y  se 
hará  oir  la  lengua  de  los  mudos".  Como  consecuencia,  se  imponía  que 
Jesús  curara  a  todos  los  enfermos  de  esas  distintas  clases,  ya  que  ense- 
ñaba al  pueblo  la  proximidad  del  reino  de  los  cielos  y  por  lo  tanto  las  se- 
ñales del  Mesías  al  venir  a  la  Tierra  deberían  ser  visibles  a  los  hombres. 


DIVISION  DE  LOS  MILAGROS 


63 


2*?  Ficciones  poéticas  transformadas  en  milagros.  Marcos  y  Mateo 
refieren  el  extraño  incidente  siguiente:  como  Jesús  estaba  en  Jerusalén, 
durante  la  semana  que  precedía  a  la  Pascua  tuvo  hambre  y  pasando 
cerca  de  una  higuera  buscó  un  fruto  para  aplacar  su  hambre.  No  lo 
encontró,  porque  no  era  la  estación  de  los  higos.  A  pesar  de  esto  Jesús 
maldijo  al  árbol  y  lo  condenó  a  perpetua  esterilidad;  y  la  higuera  se 
secó  al  día  siguiente.  Lucas  no  habla  de  milagro  y  refiere  tan  sólo  el 
hecho  como  una  simple  parábola:  Cierto  hombre  tenía  una  higuera  plan- 
tada en  su  viña:  y  vino  buscando  fruto  en  ella,  mas  no  lo  halló.  Dijo 
pues,  al  viñero:  He  aquí  hace  ya  tres  años  que  vengo  buscando  fruto  en 
esta  higuera,  y  no  lo  hallo,  córtala!  (13,  6-7).  Es  claro  que  con  esta  pa- 
rábola Jesús  quería  enseñar  que  los  fariseos  o  saduceos  que  no  escucha- 
ban las  enseñanzas  de  Jesús,  eran  como  un  árbol  que  debía  ser  abatido 
o  secado.  Esta  parábola  fue  transformada  por  los  discípulos  del  Maestro 
en  un  extraño  milagro,  en  el  cual  un  árbol  que  no  había  hecho  otra  cosa 
que  seguir  la  ley  de  su  naturaleza,  sufría  una  gran  injusticia. 

3°  Ilusiones.  Se  tráta  ahora  de  visiones  imaginarias,  de  alucinacio- 
nes, de  gentes  simples,  paisanos  y  pescadores  orientales,  para  quienes  el 
mundo  entero  estaba  lleno  de  prodigios.  Tal  es  el  milagro  de  Jesús,  mar- 
chando sobre  la  superficie  del  mar.  Los  discípulos  de  Jesús  se  encontra- 
ban cierta  noche  en  el  mar  de  Galilea  en  una  pequeña  barca,  habiendo  \ 
quedado  Jesús  solo  en  la  rivera;  los  remeros  teniendo  el  viento  contra- 
rio, remaban  con  dificultad.  A  la  cuarta  hora  de  la  noche,  cuando  esta- 
ban fatigados  y  somnolientos  vieron  a  Jesús  que  marchaba  sobre  el  mar 
como  si  fuera  la  tierra  firme  (Marc.  6,  47-51).  Marcos  dice  que  pen- 
saron que  lo  que  veían  sería  una  aparición,  lo  que  era  en  realidad.  Pero 
el  deseo  de  milagros  implantó  poco  a  poco  en  el  espíritu  de  ellos  la  con- 
vicción que  habían  visto  realmente  a  Jesús  que  había  venido  a  unirse 
con  ellos  en  la  barca. 

4r  Hechos  aparentemente  milagrosos.  En  este  grupo  de  sucesos  se 
puede  contar  el  incidente  de  la  tempestad  que  se  levantó  en  el  mar  de 
Galilea  cuando  Jesús  y  sus  discípulos  se  hallaban  allí  en  una  barca.  Las 
olas  amenazaban  hundir  la  embarcación,  y  los  discípulos  estaban  asus- 
tados mientras  que  Jesús  dormía  tranquilamente  sentado  en  la  parte  pos- 
terior de  ella.  Asustados,  lo  despertaron  pero  él  los  tranquilizó  diciendo 
que  tuvieran  confianza  en  Dios;  y  se  calmó  el  viento  apaciguándose  la 
mar.  He  aquí  indudablemente  lo  que  ocurrió:  la  mar  de  Galilea,  brusca- 
mente se  vuelve  peligrosa,  y  bruscamente  también  recupera  su  calma.  Y 
agrega  Klausner:  "nosotros  hemos  comprobado  estos  cambios  cuando  na- 
vegábamos en  esta  mar  en  la  primavera  de  1912.  Pero  para  los  pesca- 
dores galileos,  sedientos  de  prodigios,  aquello  era  un  milagro  realizado 
por  Jesús"  (ob.  cit.  p.  394). 


64 


DIVISION  DE  LOS  MILAGROS 


5°  Curas  de  numerosas  neurosis.  Jesús  tenía  evidentemente  un  gran 
poder  de  sugestión,  una  influencia  extraordinaria  sobre  otros.  Si  no  hu- 
biera sido  así  sus  discípulos  no  lo  hubieran  venerado  tanto,  recordando 
cada  una  de  sus  palabras  y  guardándolas  grabadas  en  su  memoria;  y  su 
recuerdo  no  hubiera  persistido  tanto  y  obrado  sobre  la  vida  espiritual  y 
temporal  de  ellos.  Este  mismo  don  aunque  en  otro  grado  o  en  otra  forma 
lo  poseyeron  el  profeta  árabe  Mahoma  y  Napoleón  I.  El  historiador  ro- 
mano Tácito,  cita  el  caso  del  emperador  Vespaciano,  que  curó  a  un 
ciego  en  Alejandría.  Que  la  cura  no  fuera  completa  sino  solamente 
temporaria,  lo  cierto  es  que  algunos  hombres  dotados  de  una  voluntad 
poderosa  y  de  una  vida  interior  extremadamente  fuerte  tienen  el  don, 
gracias  a  su  mirada  penetrante  o  tierna,  o  gracias  a  su  fe  profunda  en 
su  poder  espiritual  de  obrar  sobre  toda  clase  de  fenómenos  nerviosos, 
aún  mismo  en  los  casos  de  locura  completa.  Evidentemente  muchos 
afectados  de  neurosis  y  muchas  mujeres  histéricas  fueron  completamente 
curados  por  la  influencia  de  Jesús  y  su  asombroso  poder  hipnótico.  Debe 
notarse  sin  embargo  que  Marcos  insiste  en  el  hecho  de  que  a  Jesús  no 
le  agradaba  que  se  publicaran  sus  milagros.  En  Nazaret,  su  ciudad  natal, 
Jesús  no  pudo  hacer  ningún  milagro,  porque  no  encontró  allí  bastante 
fe  para  ello.  El  menosprecio  de  Jesús  por  la  publicidad  de  sus  milagros 
en  lo  que  insiste  tanto  Marcos,  lo  cual  es  ciertamente  histórico,  explica 
fácilmente  que  los  milagros  no  tenían  siempre  éxito  y  Jesús  debía  ha- 
berse olvidado  de  recurrir  demasiado  a  ellos.  A  menudo  se  explicaba 
en  el  Talmud  el  poder  milagroso  de  ,  Jesús,  diciendo  que  él  practicaba 
la  hechicería.  A  causa  de  las  guerras  incesantes,  de  las  perturbaciones 
políticas  de  toda  clase  y  de  la  tiranía  de  Herodes  y  los  romanos  existía 
en  Palestina,  sobre  todo  en  Galilea,  gran  cantidad  de  gentes  atacadas 
de  enfermedades  nerviosas  y  extraordinariamente  fáciles  de  impresionar, 
tipos  patológicos  considerados  hoy  como  neurasténicos  y  psicasténicos. 
Los  desórdenes  de  toda  clase  habían  agravado  el  pauperismo,  multipli- 
cado las  ruinas  y  aumentado  el  número  de  los  desocupados  o  carentes 
de  trabajo.  Particularmente  en  Galilea  eran  numerosos  los  neurópatas 
— mudos,  epilépticos  y  semi-locos — ,  considerados  por  el  vulgo  como 
casos  de  "posesión",  o  sea,  a  quienes  juzgaban  bajo  la  influencia  de 
algún  demonio  o  espíritu  maligno  o  impuro  y  se  creía  en  los  exorcis- 
mos, es  decir,  que  había  quienes  tenían  el  poder  de  echar  a  los  demo- 
nios y  por  lo  tanto  de  operar  milagros  (Ob.  cit.  ps,  390-399). 


CAPITULO  VII 


La  mesianidad  de  Jesús 


4663.  Se  nos  dice  en  Marcos  1,  17  que  después  que  Juan  fue  en- 
carcelado, Jesús  vino  a  Galilea  predicando  el  Evangelio  de  Dios.  Jesús 
se  nos  muestra  como  un  predicador  ambulante,  recorriendo  las  sinago- 
gas de  la  comarca,  y  realizando  milagros,  obrando  como  exorcista  tau- 
maturgo. Nota  Loisy  que  "en  el  cuarto  Evangelio  el  taumaturgo  se 
agranda  y  el  exorcista  desaparece . .  .  Sin  embargo  el  papel  de  exorcista 
está  mucho  más  en  la  verdad  del  tiempo  que  el  de  gran  taumaturgo, 
el  cual  no  aparece  Jesús  haber  pretendido"  (Ib.  p.  86).  La  predicación 
de  Jesús  es  una  predicación  moral  como  la  de  Juan  Bautista,  pues  acon- 
seja arrepentirse  de  las  faltas  cometidas,  a  la  vez  que  anunciaba  la  proxi- 
midad del  reino  de  Dios  (Marc.  3,  2;  4,  17).  Mateo  da  el  nombre 
de  el  reino  de  los  cielos  a  lo  que  otros  escritores  sagrados  llaman  el 
reino  de  Dios.  Estas  palabras  reino  de  Dios  están  tomadas  de  la  teo- 
cracia israelita  cuando  Yahvé  dice  hablando  del  pueblo  israelita:  Vos- 
otros me  seréis  un  reino  de  sacerdotes  y  una  nación  santa  (Ex.  19,  6). 
Jesús  emplea  las  mismas  palabras  de  Juan  Bautista,  predicando  el  arre- 
pentimiento y  anunciando  la  proximidad  del  reino  de  Dios.  Sobre  la 
citada  frase  expresa  Turmel:  La  tradición  que  hace  intervenir  en  Marc. 
1,  15  el  reino  de  los  cielos  procede  sólo  del  siglo  II  y  es  artificial.  Marcos 
y  Lucas  no  conocen  más  que  el  reino  de  Dios.  Jesús  nunca  hizo  men- 
ción del  reino  de  los  cielos  que  no  aparece  sino  en  Mateo  y  Juan;  él 
se  limitó  a  anunciar  el  reino  de  Dios.  Jesús  ha  explicado  esa  fórmula 
enigmática  en  dos  circunstancias  principales,  a  saber,  en  el  curso  de  la 
última  comida  celebrada  con  sus  discípulos  y  ante  el  tribunal  de  Pilato. 

Durante  su  última  comida  los  discípulos  se  disputaron  sobre  su  pre- 
eminencia. Para  apaciguar  esta  querella  Jesús  les  dijo  a  todos:  "yo  dis- 
pongo en  vuestro  favor  del  reino,  como  mi  Padre  ha  dispuesto  de  él  en 
mi  favor  a  fin  de  que  vosotros  comáis  y  bebáis  en  mi  mesa  en  mi  reino 
y  que  os  sentéis  en  tronos  para  gobernar  las  doce  tribus  de  Israel"  (Luc. 
22,  29).  Jesús  pronunció  esas  palabras  que  anunciaban  la  inauguración 
del  reino  de  Dios,  para  el  día  siguiente,  puesto  que  coincidiría  con  la 


66 


LA  MESIANIDAD  DE  JESUS 


próxima  comida  en  la  que  también  se  bebería  vino  en  virtud  de  que 
en  Luc.  22,  18  se  lee:  "No  beberé  más  adelante  del  fruto  de  la  viña 
hasta  que  venga  el  reino  de  Dios".  Una  decena  de  horas  después  de  esa 
comida  Jesús  fue  llevado  ante  el  tribunal  de  Pilato  inculpado  de  excitar 
al  país  a  la  revuelta,  y  de  obstaculizar  el  pago  del  tributo  al  César  y  de 
darse  a  sí  mismo  el  título  de  rey.  Por  lo  que  Pilato  le  preguntó:  "¿Eres 
tú  el  Rey  de  los  Judíos?"  y  Jesús  le  responde:  "Tú  lo  dices",  hebraísmo 
que  quiere  decir:  si,  yo  lo  soy.  Estas  declaraciones  nos  ponen  ante  un 
reino  cuyo  jefe  será  Jesús,  Rey  de  los  Judíos,  reino  que  se  extenderá 
a  las  doce  tribus  de  Israel;  o  sea  sobre  todo  el  pueblo  judío.  Repro- 
ducirá pues  el  antiguo  reino  de  David,  del  que  será  una  copia,  una 
reedición,  y  tendrá  su  sede  en  Palestina,  siendo  pues  un  reino  terrestre 
en  toda  la  plenitud  de  la  palabra;  por  otra  parte  los  discípulos  cele- 
brarán allí  festines  en  la  mesa  del  Maestro;  en  la  que  se  beberá  vino, 
jugo  de  la  viña,  por  tanto  del  vino  de  la  naturaleza  de  aquel  que  nos- 
otros bebemos.  Solamente  nada  puede  ser  hecho  hasta  que  sea  destruida 
la  potencia  romana  actualmente  dueña  del  país.  Y  como  este  resultado 
excede  a  las  fuerzas  humanas,  como  la  intervención  divina  es  la  única 
capaz  de  realizarlo,  el  reino  anunciado  será  la  obra  del  poderoso  brazo 
de  Dios,  razón  por  la  cual  se  le  llama  el  reino  de  Dios. 

A  esta  razón  fundamental  se  agrega  otra  accesoria;  desembarazado 
de  los  romanos  así  como  de  los  judíos  apóstatas  vendidos  a  los  romanos 
que  manchan  actualmente  con  su  presencia  la  Palestina  y  que  serán  exter- 
minados, el  nuevo  reino  será  también  el  reino  de  Dios,  en  el  sentido  de 
que  sólo  los  servidores  de  Dios  serán  sus  habitantes.  Y  esto  explica  el 
precepto  de  Marc.  1,  15  "arrepentios  y  creed  al  Evangelio  que  completa 
el  anuncio  del  reino  de  Dios".  Esto  se  dirige  a  los  judíos  que  por  debi- 
lidad favorecieron  más  o  menos  la  potestad  romana.  Los  induce  a  cesar 
inmediatamente  toda  realización  con  los  impíos,  so  pena  de  compartir  su 
suerte  y  ser  exterminados  con  ellos.  Al  comienzo  de  la  predicación  el 
reino  era  anunciado  como  inmediato,  y  ahora  hemos  visto  que  en  la 
última  comida  su  inauguración  coincidirá  con  la  próxima  comida.  Así 
interpretó  Jesús  el  reino  de  Dios.  Veamos  ahora  cómo  lo  comprendieron 
sus  oyentes.  Lucas  nos  ha  informado  ya  qué  en  el  curso  de  la  última 
comida,  los  discípulos  de  Jesús  se  disputaron  la  preeminencia.  Y  leemos 
en  Marc.  10,  37  que  al  aproximarse  a  Jerusalén,  Santiago  y  Juan  dije- 
jron  al  Maestro:  "Concédenos  cuando  estés  en  la  gloria  que  estemos  sen- 
tados el  uno  a  tu  derecha  y  el  otro  a  tu  izquierda".  Las  promesas  de 
Jesús  encendieron  pues  en  el  alma  de  los  discípulos  sentimientos  de 
[ambición.  Fueron  tomadas  por  ellos  literalmente.  Además  de  sus  discí- 
'  pulos  Jesús  tuvo  por  oyentes  a  los  que  lo  llevaron  ante  el  tribunal  de 
Pilato,  acusándole  de  incitar  a  la  revuelta  y  de  darse  el  título  de  Rey. 
Esas  gentes  tomaron  también  a  la  letra  el  programa  cuya  exposición 


EL  MESIAS  JESUS 


67 


habían  oído.  Sin  duda  su  malevolencia  innegable  autoriza  tales  sospe- 
chas. Pero  Jesús  hubiera  podido  infligir  desmentido  a  los  agravios  de 
que  él  era  objeto.  Hemos  visto  que  invitado  por  Pilato  para  disculparse 
si  él  era  el  Rey  de  los  Judíos,  lejos  de  invalidar  tal  acusación,  la  con- 
firma. ¿Se  dirá  que  Jesús  al  responder  ha  dado  precisiones  que  expli- 
carían su  respuesta?  Pero  Marcos  y  Mateo  son  tan  mudos  como  Lucas, 
sobre  esas  precisiones.  ¿Quién  creerá  que  esos  tres  evangelistas  han 
llevado  esa  incuria  hasta  no  mencionar  un  punto  capital  del  pensamiento 
del  Maestro?  Además  los  soldados  romanos  que  asistieron  a  la  escena 
del  interrogatorio,  ¿cómo  lo  comprendieron?  Nos  dice  Marc.  15,  17 
que  por  burla  recubrieron  a  Jesús  con  un  manto  de  púrpura,  poniéndole 
sobre  la  cabeza  una  corona  de  espinas  postrándose  ante  él  le  decían: 
"Rey  de  los  Judíos"  y  después  de  haberlo  crucificado  colocaron  encima 
de  su  cabeza,  la  inscripción:  "El  Rey  de  los  Judíos".  Estos  ultrajes  que 
le  fueron  prodigados  no  se  les  hubiera  ocurrido  si  Jesús  interrogado 
sobre  su  título  a  la  reyecía  hubiera  expresado  que  su  reino  no  era  de 
este  mundo  y  no  tenía  nada  de  material.  Este  comentario  que  más  tarde 
imaginaron  los  cristianos,  Jesús  ni  siquiera  lo  esbozó.  Y  los  soldados 
romanos  tomaron  a  la  letra  su  título  de  Rey  de  los  Judíos,  porque  Jesús 
mismo  no  le  agregó  ninguna  restricción  íTurmel,  Jesús  Sa  Vie  Terres- 
tre, ps.  9-12). 

EL  MESIAS  JESUS.  —  4664.  Ya  vimos  en  el  §  anterior  que  ante 
el  tribunal  de  Pilato,  Jesús  manifestó  que  él  era  el  Rey  de  los  Judíos, 
lo  mismo  que  confirmó  esa  pretensión  ante  el  sumo  sacerdote  Caifás, 
declaración  que  contribuyó  a  que  se  le  condenara  y  fuera  crucificado. 
De  modo  que  Jesús  al  fin  de  su  vida,  había  llegado  al  convencimiento 
de  que  él  era  realmente  el  esperado  Mesías,  lo  que  testifica  su  entrada 
triunfal  a  Jerusalén.  Sobre  las  razones  que  impulsaron  a  Jesús  a  reali- 
zar su  fatal  viaje  a  Jerusalén,  escribe  Loisy:  "Los  Evangelios  nos  lo 
representan  plenamente  consciente  de  los  designios  providenciales,  yen- 
do a  Jerusalén  para  provocar  allí  el  cumplimiento  de  las  voluntades 
divinas  y  de  las  antiguas  profecías:  concepción  sistemática  y  apologética, 
de  la  cual  nada  hay  que  retener  para  la  psicología  de  Jesús.  Seguramente 
el  joven  galileo  continuaba  siendo  movido  por  la  fe  y  la  esperanza 
que  le  habían  hecho  predicar  en  su  tierra  el  advenimiento  del  gran 
reino;  era  la  misma  impulsión  de  fe  y  de  esperanza,  sobre -excitada 
quizá  por  los  obstáculos  ya  encontrados,  alentada  también  por  los  éxitos 
obtenidos,  vuelta  más  apremiante  por  la  necesidad  moral  de  proclamar 
ante  el  pueblo  judío,  en  su  verdadero  centro,  el  mensaje  divino,  que 
arrastraba  a  Jesús  hacia  su  destino,  sin  hacérselo  claramente  presentir. 
Su  esperanza  era  demasiado  absoluta  indudablemente  para  permitirle 
pensar  con  toda  lucidez  y  tranquilidad  de  espíritu,  la  suerte  cierta,  de 


68 


EL  MESIAS  JESUS 


la  muerte  que  le  aguardaba.  Lo  que  esperaba  él,  lo  que  esperaban  los 
suyos,  era  la  manifestación  de  la  potencia  divina,  era  el  anunciado  reino, 
era  el  día  de  Dios.  Ni  en  la  tradición  mesiánica  del  judaismo,  ni  en  su 
propio  mensaje,  no  había  motivo  de  suponer  su  muerte  necesaria  como 
condición  del  gran  acontecimiento.  Él  llegaba  a  Jerusalén  confiando 
en  el  poder  de  Dios,  en  la  certeza  de  las  antiguas  promesas,  en  la  urgen- 
cia de  una  intervención  divina  para  el  establecimiento  del  reino  de 
justicia"  (Ib,  ps.  99,  100). 

4665.  Escribiendo  sobre  la  evolución  de  las  ideas  de  Jesús,  expresa 
Goguel,  cuyo  juicio  al  respecto,  resumimos  a  continuación:  desde  su 
regreso  a  Galilea,  él  tenía  un  sentimiento  que  a  tiempos  nuevos  se  re- 
querían cosas  nuevas;  no  se  sentía  ligado  por  reglas  relativas  a  las 
cuestiones  rituales,  por  lo  que  desde  el  principio  existía  en  su  pensa- 
miento un  germen  cuyo  desarrollo  lógico  apresurado  por  conflictos  sin 
cesar  renacientes,  con  los  representantes  de  la  tradición  judía  llegarían 
a  la  idea  de  una  abrogación  de  la  religión  de  Israel.  Sobre  un  punto 
esencial  Jesús  se  separó  de  la  mayoría  de  sus  contemporáneos,  como 
Juan  Bautista  cree  que  el  privilegio  de  Israel  no  hará  menos  temible 
el  juicio  del  Mesías,  pues  para  Jesús  como  para  Juan  Bautista  el  día  del 
Hijo  del  Hombre  sería  como  para  Amós  (5,  18-20)  un  día  terrible  en 
el  cual  los  hombres  serían  juzgados  según  sus  actos.  A  medida  que  se 
acentúa  la  oposición,  las  amenazas  de  Jesús  contra^  los  judíos  incrédulos 
se  harán  más  severas,  como  lo  atestiguan  la  maldición  de  las  ciudade« 
galileas  (Mat.  11,  20-24)  o  la  suerte  que  anuncia  a  los  ricos  gozando 
de  buena  reputación  (Luc.  6,  24-26).  Desde  el  principio  Jesús  predica 
la  necesidad  del  arrepentimiento,  como  preparación  a  la  venida  del  reino 
de  Dios  y  del  juicio.  El  reino  de  Dios  es  el  orden  nuevo  de  cosas  que 
se  establecerá  cuando  el  mundo  concluya.  Un  cambio  radical  se  requiere 
por  el  hecho  de  que  en  el  mundo  presente  la  soberanía  de  Dios  choca 
con  un  poder  hostil;  el  de  los  demonios  y  de  su  jefe  Satán,  que  ejercen 
su  acción  sobre  los  hombres  y  sobre  los  sucesos.  Mientras  para  los  judíos 
esa  restauración  de  la  soberanía  de  Dios  tendrá  por  consecuencia  el 
dominio  de  Israel  sobre  el  mundo,  Jesús  ve  en  ella  ante  todo  un  hecho 
de  orden  moral;  los  hombres  obedecerán  plenamente  a  Dios.  Si  Jesús 
creyó  en  la  proximidad  del  reino  de  Dios,  no  trató  de  determinar  cuándo 
vendría,  ni  de  descubrirlo  como  lo  hacen  los  apocalipsis  judíos,  los 
signos  precursores  de  su  establecimiento.  Por  el  contrario,  enseñó  que 
el  reino  vendría  de  modo  inesperado  con  la  rapidez  del  rayo,  reser- 
vando a  Dios  sólo  el  conocimiento  del  momento  preciso  en  que  esto 
ocurriría. 

La  noción  de  un  Dios,  que  es  amor  y  misericordia,  se  refleja  di- 
rectamente en  su  idea  del  reino  de  Dios,  aún  cuando  lo  mismo  que  sus 
contemporáneos,  asoció  a  la  idea  del  establecimiento  del  reino  de  Dios 


EL  MESIAS  JESUS 


69 


las  ideas  de  manifestación  del  Mesías,  resurrección  y  juicio.  Cuando 
aparezca  el  Mesías,  ejercerá  un  juicio  por  el  cual  los  enemigos  de  Dios, 
demonios  y  hombres  rebeldes  serán  aniquilados  y  los  elegidos  serán 
introducidos  en  un  mundo  nuevo  que  se  establecerá  cuando  haya  desa- 
parecido toda  oposición  a  Dios.  En  un  punto  esencial  se  separa  el  pen- 
samiento de  Jesús  desde  el  principio  de  su  ministerio,  del  pensamiento 
de  Juan  Bautista.  Él  concibe  de  otro  modo  las  condiciones  de  entrada 
en  el  reino  de  Dios.  Para  Juan  Bautista  los  que  hayan  hecho  penitencia, 
recibido  el  bautismo  y  producido  verdaderos  frutos  de  arrepentimiento, 
serán  cuando  aparezca  el  Mesías,  el  trigo  digno  de  ser  reunido  en  su 
granero.  Esto  que  Jesús  creía  también  cuando  él  predicaba  y  bautizaba 
con  Juan  Bautista,  ya  no  lo  cree  más  cuando  regresa  a  Galilea,  porque 
es  la  cuestión  de  la  purificación  lo  que  lo  ha  separado  de  Juan;  por 
eso  lo  vemos  declarar  que  los  que  han  hecho  todo  lo  que  les  es  man- 
dado no  deben  considerarse  sino  como  siervos  inútiles  (Luc.  17,  10). 
El  hombre,  aún  completamente  obediente  no  le  parece  capaz  de  adquirir 
méritos  que  le  permitan  recibir  el  reino  de  Dios  como  una  recompensa. 
Jesús  ha  hecho  así  de  su  Evangelio  una  proclamación  del  perdón  di- 
vino. Por  esto  considera  que  no  hay  seres,  por  caídos  que  sean,  que  no 
puedan  recibir  el  don  que  Dios  quiere  hacerles  suyos  por  su  amor,  con 
la  única  condición  que  sea  recibido  por  ellos  con  corazones  arrepen- 
tidos y  con  la  fe  de  un  niño,  que  no  necesita  razonar  ni  comprender 
para  aceptar  ese  don  maravilloso  (Mar.  10,  15).  El  reino  de  Dios  es 
pues  doblemente  transcendente,  porque  no  es  una  realidad  del  mundo 
actual,  pero  no  puede  venir  sino  de  Dios,  porque  tiene  un  valor  que 
excede  infinitamente  de  lo  que  los  hombres  pueden  esperar.  Así  Jesús 
hace  desempeñar  a  la  misericordia  de  Dios  el  papel  que  en  el  pensa- 
miento de  Juan,  desempeña  el  arrepentimiento  {La  Vie,  294-298).  Jesús 
no  dirige  su  mensaje  a  los  que  se  sienten  satisfechos  de  sí  mismos  y  que 
viven  con  la  seguridad  que  tienen  derechos  imprescriptibles  sobre  el 
reino  de  Dios.  Por  eso  dice  él:  "yo  no  he  venido  a  los  que  gozan  de 
buena  salud  y  no  necesitan  médico,  sino  a  los  enfermos.  No  he  venido 
a  llamar  a  los  justos  sino  a  los  pecadores"  (Marc.  2,  17).  Nótese  de 
cuán  distinta  manera  interpretan  el  concepto  de  Jesús  sobre  el  reino  de 
Dios,  Goguel  y  Turmel,  recalcando  este  último  sobre  el  aniquilamiento 
de  la  dominación  romana,  o  sea,  la  liberación  de  Israel  de  ese  doAiinio, 
lo  que  estaba  muy  de  acuerdo  con  la  situación  política  de  la  Palestina 
de  aquel  entonces  mientras  que  basar  ese  reino  en  la  misericordia  de 
Dios,  es  una  idea  esencialmente  pauliniana. 

4666.  Después  de  la  crucifixión  de  Jesús  la  idea  de  un  Mesías 
sufriente  al  principio  y  glorioso  después,  glorificado  a  causa  misma  de 
sus  sufrimientos,  se  entendió  que  era  una  idea  propia  del  cristianismo; 
pero  observa  el  escritor  Marcel  Simón,  Decano  actual  de  la  Facultad 


70 


EL  MESIAS  JESUS 


de  Letras  de  Estrasburgo,  en  su  obra  Les  Premiers  Chrétiens  que  esa  no 
era  nueva,  puesto  que  "documentos  recientes  al  margen  de  la  ortodoxia 
jerosolimitana  han  revelado  insospechadas  perspectivas.  Los  Manuscri- 
tos hace  poco  descubiertos  cerca  del  Mar  Muerto,  anteriores  a  la  era 
cristiana  nos  han  entregado  la  biblioteca  de  una  secta  judía  denomina- 
da la  Nueva  Alianza,  que  todo  invita  a  considerar  como  una  rama  de  la 
confraternidad  esenias  descrita  por  Fillón,  Joseío  y  Plinio  el  Antiguo". 
Junto  a  manuscritos  de  los  diversos  libros  canónicos  del  A.  T.,  o  apó- 
crifos, figura  un  comentario  del  libro  de  Habacuc,  interpretado  con 
tanta  ciencia  y  sagacidad  por  Dupont-Sommer,  profesor  en  la  Sorbona 
(Véase  al  respecto  el  cap.  XXIII  del  tomo  IX  de  esta  Historia). 

Dupont-Sommer  nos  hace  saber  que  el  jefe  de  esa  secta,  el  mis- 
terioso "Maestro  de  Justicia",  estuvo  expuesto  a  los  ataques  de  los 
sacerdotes  de  Jerusalén  verosímilmente  hacia  la  mitad  del  siglo  I  a. 
n.  e.  Asesinado  ese  personaje,  en  circunstancias  que  aún  permanecen 
obscuras,  fue  elevado  al  cielo,  según  así  creían  sus  discípulos,  quienes 
contaban  firmemente  con  su  retorno  por  una  extraordinaria  revancha, 
al  fin  de  los  tiempos,  y  hacían,  basándose  en  la  fe  del  Maestro,  la 
condición  de  la  salvación  y  del  acceso  al  Reino.  Todos  los  problemas 
que  suscita  este  sensacional  descubrimiento  lejos  están  de  ser  aún 
aclarados  enteramente.  Pero  sabemos  bastante  para  comprobar  que  la 
secta  ofrecía  analogías  precisas  en  ciertos  puntos,  con  el  cristianismo 
primitivo.  Como  Jesús,  el  Maestro  de  Justicia,  heraldo  y  después  ar- 
tesano del  Reino,  es  al  mismo  tiempo  objeto  de  devoción  y  de  especu- 
lación teológica.  Para  él  también  las  pruebas  de  su  vida  terrestre  son 
prenda  de  su  exaltación  y  de  su  glorioso  retorno.  Queda  por  precisar 
la  naturaleza  exacta  y  el  alcance  de  sus  influencias  posibles.  Si  parece 
dudoso  que  haya  habido  entre  la  secta  y  la  Iglesia  naciente  una  filia- 
ción directa,  se  puede  por  lo  menos  notar  que  una  atmósfera  muy 
análoga  reina  entre  una  y  otra  parte.  Ni  para  los  fieles  de  la  Nueva 
Alianza  ni  para  los  cristianos  no  resulta  dicha  la  última  palabra  con 
la  desaparición  de  su  Maestro.  Los  unos  y  los  otros  se  vuelven  hacia 
el  futuro:  la  esperanza  cristiana  prolonga  en  alguna  manera  la  de  la 
secta.  Resulta  sin  embargo  que  la  idea  de  un  Mesías  sufriente  no  fue 
aceptada  sin  trabajo  por  los  primeros  cristianos.  Jesús,  fue  considerado 
Mesías  por  ellos.  Por  alto  que  pudiéramos  remontarnos,  el  título  de 
Cristo  — Christos,  el  ungido  equivalente  en  griego  del  Meschiah  hebrai- 
co— ,  va  unido  a  su  nombre  como  un  segundo  nombre  propio  (§  4632). 

La  confesión  de  Pedro:  "Tú  eres  el  Cristo",  Marc.  8,  29,  parece 
traducir  bien  el  pensamiento  de  sus  discípulos,  durante  su  misma  vida. 
Pero  les  cuesta  aceptar  el  sufrimiento  en  la  carrera  del  Maestro,  y  la  idea 
afirmada  por  San  Pablo  del  valor  redentor  de  la  cruz  no  la  han  quizá 
imaginado:  tan  fuerte  es  la  impresión  de  los  conceptos  tradicionales  del 


LA  TRANSFIGURACION 


71 


judaismo  oficial.  Ella  se  ejerce  sobre  otros  puntos  aún:  los  primeros 
cristianos  no  tuvieron  ni  el  sentimiento  ni  la  voluntad  de  salir  del 
judaismo  (Ob.  cit.  ps.  34-35). 

LA  TRANSFIGURACION.  —  4667.  Antes  de  celebrar  Jesús  la  comi- 
da de  la  Pascua  con  sus  discípulos  predilectos,  llevó  a  Pedro,  a  Santiago 
y  a  Juan  a  un  monte  alto  y  se  transfiguró  ante  ellos  (Marc.  9,  1-9;  Mat. 
17,  1-9:  Luc.  9,  28-36).  Y  se  les  apareció  Elias  con  Moisés  y  estaban 
hablando  con  Jesús.  Y  Pedro  dice  a  Jesús:  "Rahbi,  bueno  es  que  nos  este- 
mas  aquí.  Hagamos,  pues,  tres  enramadas:  una  para  ti,  otra  para  Moisés 
y  otra  para  Elias".  Una  de  las  curiosidades  de  este  episodio  consiste  en 
saber  cómo  los  tres  apóstoles  nombrados  pudieron  saber  que  aquellos 
personajes  que  hablaban  con  Jesús  eran  Moisés  y  Elias,  pues  Moisés 
habia  muerto  y  sido  enterrado  unos  catorce  siglos  atrás  í§  329-335)  ; 
y  en  cuanto  a  Elias  había  ascendido  al  cielo,  en  el  siglo  IX  (tomo  VI, 
p.  7;  1998  y  ss.),  con  esta  peculiaridad  que  en  esa  ascención  perdió  su 
manto  (§  2000),  de  modo  que  subió  al  cielo  desnudo  o  en  paños  me- 
nores, y  sería  ahora  irreconocible  al  presentarse  en  traje  de  gala,  al 
utilizar  la  guardarropía  de  Yahvé  (Apoc.  7,  9,  14).  Es  lógico  preguntar: 
;.Cómo  pudieron  suponer  los  tres  apóstoles  nombrados  que  aquellos 
fantasmas,  eran  los  dos  célebres  personajes  referidos?  Lo  probable  es 
que  en  su  lenguaje  simbólico  el  evangelista  quiso  expresar  con  los  nom- 
bres de  Moisés  y  de  Elias,  la  Ley  y  los  Profetas,  que  ellos  representaban, 
por  lo  que  la  voz  del  cielo  que  se  oyó:  "Este  es  mi  Hijo  amado,  oidle 
a  él"  (Marc.  9,  7)  vendría  a  significar  que  leyendo  la  Ley  y  los  Profetas, 
reconocerían  que  Jesús  era  el  Mesías  anunciado,  que  vendría  a  Israel. 


* 


CAPITULO  VIII 


La  semana  santa 


4668.  La  semana  así  llamada,  comienza  con  el  recuerdo  de  la  lle- 
gada triunfal  de  Jesús  a  Jerusalén  (Marc.  11,  1-11)  y  termina  con  el 
relato  del  domingo  de  la  resurrección.  He  aquí  algunos  detalles  que  nos 
da  Marcos  de  la  aludida  marcha  a  Jerusalén,  que  Jesús  trató  de  reali- 
zarla como  Mesías,  ciñéndose  a  profecías  de  Zacarías  (14,  4).  "Cuando 
se  iban  acercando  a  Jerusalén,  al  llegar  a  Betfagé  y  Betania,  al  Monte 
de  los  Olivos,  Jesús  envía  dos  de  sus  discípulos  y  les  dice:  2  Id  a  la 
aldea  que  está  enfrente  de  nosotros  y  luego  que  entréis  en  ella,  hallaréis 
un  pollino  atado,  en  el  cual  jamás  se  sentó  hombre  alguno,  desatadle  y 
traedle.  3  Y  si  alguien  os  dijera:  ¿por  qué  hacéis  esto?  decid:  El  Señor 
lo  ha  menester,  y  al  instante  le  enviará  acá.  4  Y  ellos  fueron  y  hallaron 
el  pollino,  alado  junto  a  la  puerta,  en  la  calle,  y  lo  desataron.  5  Y  algu- 
nos de  los  que  allí  estaban  de  pie,  les  dijeron:  ¿Qué  hacéis  desatando 
el  pollino?  6  Y  ellos  les  dijeron  conforme  a  lo  que  Jesús  había  mandado; 
y  los  dejaron  ir.  7  Trajeron,  pues,  el  pollino  ai  Jesús,  y  echáronle  encima 
sus  vestidos,  y  Jesús  se  sentó  sobre  él.  8  Y  muchos  tendieron  sus  vestidos 
por  el  camino;  y  otros  cortando  ramos  de  los  árboles,  los  tendían  por 
el  camino.  9  Y  los  que  iban  delante  y  los  que  seguían  detrás  lo  aclama- 
ban diciendo:  ¡Hosanna!  ¡Bendito  el  que  viene,  en  el  nombre'  del  Señor! 
10  ¡Bendito  sea  el  reino  que  viene,  el  reino  de  nuestro  padre  David! 
Hosanna  en  las  alturas!  11  Y  entró  Jesús  en  Jerusalén,  en  el  Templo, 
y  habiéndolo  reconocido  todo  en  derredor,  siendo  ya  tarde,  salió  hasta 
Betania  con  los  doce".  Según  Loisy,  "las  aclamaciones  son  una  especie 
de  paráfrasis  del  salmo  118  (vs.  25,  26),  usando  en  la  liturgia  de  la 
fiesta  de  los  Tabernáculos.  Hosanna  viene  de  la  invocación:  Ah!  Yahvé, 
dígnate  salvarnos  (hosha-na) ,  entendida  como  grito  de  alabanza,  sin 
consideración  a  su  significado  original.  La  fórmula  del  salmo:  "Bendito 
sea,  en  nombre  de  Yahvé",  es  decir  por  el  Señor  mismo,  "aquel  que 
viene",  o  sea,  el  fiel  venido  al  templo  para  adorar,  se  ha  transformado 
para  la  adaptación  mesiánica  en:  "Alabado  sea  el  que  viene  en  el  nom- 
bre del  Señor",  es  decir,  el  Mesías,  enviado  de  Dios .  .  .  Este  cuadro  nada 


PROSECUCION  DE  LA  ENTRADA  TRIUNFAL  EN  JERUSALEN 


73 


influyó  en  la  continuación  de  los  sucesos  jerosolimitanos,  ni  en  los 
acontecimientos  que  van  a  ocurrir.  Puede  decirse  que  está  suspendido 
en  el  aire  y  sin  conexión  con  la  historia.  Quizá  fue  enteramente  cons- 
truido conforme  a  las  Escrituras,  partiendo  del  texto  de  Zacarías"  (L'Ev. 
selon  Marc.  ps.  318-  319) . 

Esa  tentativa  de  Jesús  de  ir  a  Jerusalén  para  forzar  a  Dios  a  fin 
de  que  inaugurara  cuanto  antes  su  reino,  mostrando  que  él  era  el  anun- 
ciado Mesías,  que  traería  la  liberación  de  Israel  del  pesado  yugo  ro- 
mano, a  juicio  del  citado  Loisy  "no  fue  más  razonable  que  la  de  los 
personajes  considerados  falsos  Mesías,  como  Teudas  (Act.  5,  36),  quien 
15  años  después  de  la  muerte  de  Jesús,  reclutó  en  Perea  algunos  miles  de 
fieles  y  los  condujo  a  orillas  del  Jordán,  persuadiéndolos  que  el  río  iba  a 
abrirse  delante  de  ellos  para  facilitar  su  marcha  triunfal  a  Jerusalén; 
es  como  el  Egipcio,  del  que  hablan  también  los  Actos,  que  algo  más 
tarde,  condujo  hasta  el  monte  de  los  Olivos,  un  número  mucho  más 
considerable  de  partidarios,  convencido  en  su  simplicidad,  que  los  muros 
de  Jerusalén  caerían  a  la  voz  de  su  profeta  (Act.  21,  38:  Josefo,  Anti- 
güedades XX).  Estos  casos  son  paralelos  al  de  Jesús,  y  han  sido  muy 
análogos  al  resultado  inmediato  como  lo  comprueba  implícitamente  Gama- 
liel  íAct.  5,  35-39).  Pero  no  se  contenta  con  querer  que  la  personalidad 
de  Jesús  haya  sido  moralmente  más  elevada  y  más  pura  su  influencia 
sobre  sus  sectarios,  haya  sido  más  profunda  que  la  de  esos  personajes, 
aventureros,  que  probablemente  no  fueron  sino  iluminados;  se  quiere 
que  Jesús  se  haya  hecho  menos  ilusión,  o  aun  — hipótesis  histórica  y 
psicológicamente  absurda —  que  no  se  hubiera  hecho  ninguna  ilusión 
sobre  la  suerte  que  le  esperaba  en  Jerusalén,  y  que  sin  ilusión  no  hubiese 
tenido  motivo  de  afrontarlo.  Jesús  había  venido,  con  riesgo  de  su  vida, 
a  cumplir  un  gran  deber,  manera  demasiado  moderna  y  demasiado  racio- 
nalista de  interpretar  un  acto  de  fe,  y  debe  decirse  claramente  de  ilu- 
minismo  religioso"  (La  Naissance,  ps.  97,  98) . 

PROSECUCION  DE  LA  ENTRADA  TRIUNFAL  EN  JERUSALEN.  — 
4669.  Continúa  informándonos  Marcos:  11,  12  Y  al  día  siguiente, 
cuando  hubieron  salido  de  Betania,  él  tuvo  hambre.  13  Y  viendo  desde 
lejos  una  higuera,  la  cual  tenía  hojas,  fue  allá,  por  si  acaso  hallase  en 
ella  algo,  porque  no  era  sazón  de  higos.  Mas  cuando  llegó  a  ella,  nada 
halló  sino  hojas.  14  Y  respondiendo  al  árbol  (que  le  rehusaba  su  fruto) 
Jesús  dijo  a  la  higuera:  De  aquí  en  adelante  nadie  jamás  coma  de  ti 
fruto.  Y  oyeron  esto  sus  discípulos.  Si  el  hecho  fuera  cierto  nos  probaría 
el  carácter  impulsivo  de  Jesús,  quien  contra  toda  lógica,  maldice  a  una 
higuera,  porque  no  tenía  higos  en  época  en  que  no  debía  darlos.  En 
Oriente  los  higos  maduran  en  junio  y  nos  encontramos  aquí  en  marzo, 
en  la  época  de  la  Pascua.  Además  la  higuera  echa  las  hojas  antes  de 


74 


LA  UNCION  DE  JESUS 


dar  fruto,  siendo  lo  normal  en  ese  árbol,  la  presencia  de  hojas,  sin  higos 
precoces.  Aquella  circunstancia  la  aprovechó  Jesús  para  dar  a  sus  dis- 
cípulos una  enseñanza  sin  base  lógica,  enseñanza  que  cualquiera  de  buen 
sentido,  hubiera  podido  destruir.  Prosigue  la  narración  de  Marcos:  11 
15.  Llegan,  pues  a  Jerusalén,  y  entrando  Jesús  en  el  Templo,  comenzó 
a  echar  fuera  a  los  que  vendían  y  compraban  en  el  Templo;  y  trastornó 
las  mesas  de  los  cambistas  y  las  sillas  de  los  que  vendían  palomas;  16 
y  no  consentía  que  nadie  llevase  instrumento  alguno  por  el  Templo.  27 
.  .  .  los  jefes  de  los  sacerdotes  y  los  escribas  y  los  ancianos  vinieron  a 
él  28  y  le  dijeron:  ¿Con  qué  autoridad  haces  estas  cosas?...  29  Y 
Jesús  les  dijo:  Yo  os  preguntaré  una  cosa.  .  .  30  El  bautismo  de  Juan 
¿era  del  cielo  o  de  los  hombres?  Respondedme.  31  Mas  ellos  discurrían 
entre  sí  diciendo:  Si  dijéramos:  Del  cielo,  dirá:  ¿Por  qué,  pues  no  le 
creísteis?  32  Pero  si  dijéramos:  De  los  hombres,  temieron  al  pueblo, 
porque  todos  tenían  a  Juan  por  un  verdadero  profeta.  33  Y  ellos  res- 
pondieron: No  sabemos.  Y  Jesús  les  dice:  Ni  yo  tampoco  os  digo  con 
qué  autoridad  hago  estas  cosas.  Lo  que  se  deja  transcrito,  merece  la 
siguiente  nota  de  Loisy:  "La  expulsión  de  los  vendedores  realiza  Zac. 
14,  20;  Mal.  3,  1.  Si  Jesús  y  sus  compañeros  se  hubieran  adueñado  del 
atrio  por  la  violencia,  el  incidente  no  hubiera  terminado  por  una  con- 
troversia académica  sobre  la  autoridad  que  Jesús  quería  adjudicarse, 
sino  que  la  guarnición  romana  lo  hubiera  inmediatamente  detenido. 
Comparar  el  caso  de  Pablo,  en  Actos  21,  27-34"  {La  Naissance,  p.  100) . 

LA  UNCION  DE  JESUS.  —  4670.  En  Mateo  26,  6-13,  y  en  Mar- 
eos  14,  3-6,  se  narra  el  siguiente  episodio.  En  Betania  fue  invitado  Jesús 
a  una  comida  por  un  Judío  llamado  Simón,  conocido  por  el  apodo  de 
el  leproso,  y  mientras  estaban  a  la  mesa,  una  mujer  trajo  un  frasco 
lleno  de  nardo  puro  muy  precioso,  quebró  el  cuello  del  frasco  y  derramó 
el  perfume  sobre  la  cabeza  del  Nazareno.  Algunos  de  sus  discípulos  se 
mostraron  descontentos  por  ese  incidente,  lamentando  la  pérdida  de  ese 
perfume,  que  se  hubiera  podido  vender  por  más  de  300  denarios,  para 
dar  ese  importe  a  los  pobres.  Y  oyéndolos  murmurar  así  entre  ellos, 
dijo  Jesús:  10  ¿Por  qué  molestáis  a  esa  mujer?,  pues  acaba  de  realizar 
una  buena  obra  conmigo.  11  Porque  a  los  pobres  siempre  los  tenéis 
con  vosotros;  más  a  mí  no  siempre  me  tenéis.  12  Porque  derramando 
este  perfume  sobre  mi  cuerpo  ella  ha  ungido  de  antemano  mi  cuerpo 
para  la  sepultura.  13  Y  en  verdad  os  digo,  que  dondequiera  que  este 
Evangelio  fuere  predicado  en  todo  el  mundo,  allí  también  lo  que  esta 
mujer  ha  hecho  será  contado  en  recuerdo  de  ella  (Marc.  14,  10-13). 
Este  episodio  ha  sido  totalmente  tergiversado  por  el  autor  del  cuarto 
evangelio,  quien  lo  narra  en  el  cap.  11  en  esta  forma:  la  comida  se 
efectúa  en  la  casa  de  Lázaro,  al  cual  acaba  Jesús  de  resucitar.  María, 


LA  UNCION  DE  JESUS 


75 


hermana  de  Lázaro,  tomando  una  libra  de  perfume  de  nardo  puro, 
muy  precioso,  ungió  los  pies  de  Jesús  y  los  secó  con  sus  cabellos. 
Y  Judas  Iscariote  uno  de  los  discípulos  de  Jesús  exclamó:  ¿Por  qué  no 
se  ha  vendido  este  perfume  en  300  denarios,  cuyo  importe  se  hubiera 
dado  a  los  pobres?  6  Esto  lo  dijo,  no  porque  él  tuviera  cuidado  de  los 
pobres,  sinio  porque  era  ladrón,  y  teniendo  la  bolsa  se  llevaba  lo  que  se 
echaba  en  ella.  Y  Jesús  dijo:  Dejadla  porque  ella  lo  ha  hecho  para  el 
día  de  mi  sepultura,  porque  siempre  tenéis  a  los  pobres  con  vosotros 
y  a  mí  no  siempre  me  tendréis  (v.  2-8). 

Nótese  que  el  autor  del  cuarto  Evangelio  no  menciona  que  la  co- 
mida hubiera  sido  en  casa  de  Simón  el  leproso,  y  en  cambio  hace 
desempeñar  a  María  el  papel  de  la  mujer  anónima  que  efectúa  la 
unción  en  Marcos  y  Mateo,  mujer  a  la  que  hace  desempeñar  el  papel 
de  la  pecadora  o  mujer  de  mala  vida,  en  Lucas  (cf.  7,  36-39).  En 
Marcos  y  en  Mateo  la  mujer  anónima  unge  la  cabeza  de  Jesús,  pero 
no  la  seca;  pero  en  cambio  la  pecadora  de  Lucas  derrama  sus  lágri- 
mas sobre  los  pies  del  Nazareno,  los  seca  con  sus  cabellos  y  después 
los  unge  con  perfume.  Nuestro  autor,  dice  Loisy,  ha  combinado  todos 
estos  actos  con  un  mediocre  cuidado  de  la  verosimilitud.  Se  concibe 
que  la  pecadora  haya  tenido  desatado  sus  cabellos  y  que  haya  secado 
los  pies  del  Maestro  antes  de  perfumarlos;  pero  si  puede  parecer  natural 
que  María  no  haya  derramado  el  perfume  en  la  cabeza  de  Jesús,  no 
lo  es  que  se  haya  presentado  delante  de  éste  con  los  cabellos  desatados, 
ni  que  ella  haya  echado  el  nardo  sobre  los  pies  del  Cristo.  Es  que  la 
acción  es  simbólica  y  probablemente  sirva  para  mostrar  como  María, 
la  iglesia  de  la  gentilidad,  ha  esparcido  a  los  pies  de  Jesús  el  perfume 
del  Evangelio,  que  se  difunde  en  todo  el  universo.  Esta  hipótesis  es 
tanto  más  probable,  cuanto  que  la  reflexión:  "Y  toda  la  casa  fue  llena 
del  <olor  del  perfume",  reemplaza  las  palabras  de  Jesús  que  se  leen  en 
Marcos  y  en  Mateo:  "dondequiera  se  predique  este  Evangelio  se 
referirá  el  recuerdo  de  ella  lo  que  ha  realizado  conmigo".  En  Marcos  y 
en  Mateo  son  algunos  de  los  discípulos  que  murmuran  contra  la  pérdida 
del  perfume;  pero  nuestro  autor  joánico  hace  intervenir  a  Judas  para 
describir  su  carácter  moral.  No  es  éste  el  único  pasaje  en  el  que  el  cuar- 
to Evangelio  individualiza  los  rasgos  que  los  Sinópticos  presentan  como 
colectivos.  El  Cristo  se  deja  robar,  como  se  deja  traicionar,  porque 
esto  importaba  al  designio  de,  Dios.  Esta  manera  de  considerar  a  Judas 
encargado  de  la  caja  evangélica  de  las  limosnas,  por  analogía  con  lo 
que  ocurría  en  las  comunidades  cristianas,  podría  ser  un  anacronismo 
(LoiSY,  Le  Quatriéme  Evangile,  ps.  362-364). 


CAPITULO  IX 


La  Cena  Pascual  y  la  Eucaristía 


LOS  PREPARATIVOS  DE  LA  CENA  PASCUAL.  —  4671.  Parece  que 
Jesús  iba  a  casa  de  un  amigo,  cuyo  nombre  no  dan  los  Sinópticos.  Se 
lee  en  Marcos:  14,  12  Y  el  primer  día  de  los  Azimos  fo  de  Los  panes 
sin  levadura)  cuando  se  inmolaba  la  Pascua,  sus  discípulos  le  dicen: 
¿Dónde  quieres  que  hagamos  los  preparativos  para  que  comas  la  Pas- 
cua? 13  Y  Jesús  envía  a  dos  de  sus  discípulos  y  les  dice:  Id  a  la  ciudad 
y  encontraréis  un  hombre  que  lleva  un  cántaro  de  agua;  seguidle.  14 
Y  donde  entrare  decid  al  dueño  de  la  casa:  el  Maestro  dice:  ¿Dónde 
está  el  aposento  en  que  he  de  comer  la  Pascua  con  mis  discípulos?  15  Y 
él  os  mostrará  una  gran  cámara  alta,  amueblada,  lista  y  allí  haréis  los 
preparativos  para  nosotros.  16  Y  fueron  los  discípulos,  vinieron  a  la 
ciudad,  y  encontraron  las  cosas  como  él  les  había  dicho,  y  prepararon 
la  Pascua.  "Los  habitantes  de  Jerusalén  ponían  a  disposición  de  los 
peregrinos  todos  los  locales  disponibles  de  sus  casas  para  comer  el 
cordero  de  la  Pascua.  Era  costumbre  que  los  peregrinos  dejasen  al 
dueño  de  la  casa  la  piel  del  cordero  inmolado"  (WiLLiAM,  La  vie  de 
Jesús,  p.  407).  Todos  los  detalles  que  anteceden,  comprueban  sin  lugar 
a  dudas  que  la  casa  donde  Jesús  celebró  la  Pascua  era  la  casa  de  un 
amigo  o  de  un  discípulo  suyo,  probablemente  donde  él  pasaba  la  noche, 
amigo  que  quizá  fuera  el  mismo  que  le  proporcionó  el  pollino  para 
efectuar  su  entrada  triunfal  en  Jerusalén.  22  Y  estando  ellos  comiendo, 
habiendo  Jesús  tomado  pan  y  pronunciado  una  bendición,  lo  rompió  y 
se  los  dio  diciendo:  Tomad,  esto  es  mi  cuerpo.  23  Y  habiendo  tomado 
una  copa  y  dando  gracias,  se  las  dio  y  de  ella  bebieron  todos.  24  Y 
les  dijo:  Esta  es  mi  sangre,  la  sangre  de  la  Alianza,  la  cual  es  derramada 
por  muchos.  25  En  verdad  yo  os  digo  que  no  beberé  más  del  producto 
de  la  vid,  hasta  el  día  en  que  lo  beba  de  nuevo  en  el  reino  de  Dios.  26  Y 
después  que  hubieron  cantado  los  himnos,  salieron  para  ir  al  monte  de 
los  Olivos.  "La  comida  pascual,  según  los  rabinos,  comprendía  los  si- 
guientes actos:  19  el  padre  de  familia  daba  gracias  por  el  vino  y  por  la 
fiesta  y  ponía  en  circulación  una  primera  copa.  2°  Se  traía  una  mesa 


LOS  PREPARATIVOS  DE  LA  CENA  PASCUAL 


77 


cargada  de  hierbas  amargas,  mojadas  en  vinagre  y  agua  salada,  panes 
sin  levadura,  cordero  asado  y  salsa,  llamada  charoset  (plato  compuesto 
de  dátiles,  higos,  etc,  de  color  ladrillo,  en  recuerdo  de  los  de  Egipto). 
Metían  en  esta  salsa  el  pan  y  las  hierbas  amargas.  Después  de  haber 
pronunciado  una  fórmula  de  bendición,  el  padre  de  familia  tomaba  al- 
gunas hierbas  amargas  las  mojaba  en  la  salsa  y  las  comía,  siguiendo 
su  ejemplo  los  otros  convidados.  A  una  pregunta  del  hijo  mayor,  el 
padre  indicaba  el  significado  de  ese  festín  y  de  todos  los  platos  que  lo 
componían.  Se  cantaban  los  salmos  113  y  114,  y  circulaba  la  segunda 
copa.  3°  El  padre,  después  de  lavarse  las  manos,  tomaba  dos  panes, 
rompía  uno,  colocaba  los  pedazos  sobre  el  otro,  pronunciaba  una  ben- 
dición, luego  envolvía  uno  de  esos  pedazos  con  hierbas  amargas,  lo 
mojaba  en  la  salsa  y  lo  comía  con  un  trozo  de  cordero.  Esto  era  la  señal 
de  la  comida,  propiamente  dicha,  la  que  se  prolongaba  lo  que  querían 
los  convidados,  siendo  libre  la  conversación.  El  padre  de  familia  comía 
el  último  trozo  de  cordero,  se  lavaba  las  manos  y  distribuía  la  tercera 
copa,  llamada  copa  de  bendición.  4°  Se  cantaban  los  salmos  115  y  118 
y  circulaba  una  cuarta  copa"  (Bonnet,  Ob.  cit.,  ps.  273-274). 

Del  anterior  relato  de  la  última  comida  que  celebró  Jesús  con  sus 
discípulos,  resulta  que  mientras  comían  la  Pascua,  ceremonia  esencial- 
mente judía,  Jesús  injertó  otra  ceremonia  o  rito  especial  del  cristia- 
nismo: la  eucaristía,  fracción  o  partición  del  pan  (Act.  2,  42).  El 
empleo  de  una  hostia,  en  vez  de  partir  el  pan,  ha  sido  una  derogación 
del  mencionado  rito.  Pablo  y  Lucas  manifiestan  que  Jesús  instituyó 
esa  ceremonia  después  de  haber  cenado  (Luc.  22,  20;  1^  Cor.  11,  25), 
entendiendo  por  esto  el  final  del  referido  acto  3  luego  de  la  copa 
de  bendición  (P  Cor.  10,  16).  Vimos  en  Marcos  14,  25  que  Jesús, 
siempre  creyendo  en  la  inminencia  de  la  llegada  del  reino  de  Dios, 
en  el  cual  él  sería  rey  de  Israel  en  su  calidad  de  Mesías,  afirma  que 
"él  beberá  vino  nuevo  en  el  reino  de  Dios".  Como  en  éste  ocurrirá 
el  gran  juicio  que  exterminará  a  los  malvados,  su  prédica  era:  Arre- 
pentios, hay  que  cambiar  de  vida,  porque  aquel  reino  se  acerca  (Marc. 
1,  15).  Conviene  recordar  que  los  relatos  evangélicos  que  describen 
la  historia  de  la  Pasión,  han  sido  adulterados,  puesto  que  se  ha 
buscado  hacer  recaer  sobre  los  judíos  la  responsabilidad  de  la 
muerte  de  Jesús,  descargando  de  la  misma  a  la  autoridad  romana, 
insistiendo  en  que  Pilato  estaba  convencido  de  la  inocencia  de  Je- 
sús y  que  sólo  debió  permitir  la  crucifixión  de  éste  por  la  irre- 
sistible presión  de  las  autoridades  judías  y  del  populacho  judío. 
En  efecto,  son  esas  autoridades  que  deciden  obrar  contra  Jesús  (Marc. 
14,  1,  2)  ;  que  con  alegría  reciben  la  proposición  de  Judas  de  realizar 
sus  designios  (Marc.  14,  10-11)  ;  fue  una  turba  de  judíos  que  con  espa- 
das y  palos,  arrestan  a  Jesús  (Marc.  14,  43)  ;  y  lo  conducen  al  sumo 


78 


LA  CENA  PASCUAL 


sacerdote  (Marc.  14,  55)  ;  el  sanedrín  unánimemente  lo  condena  a 
muerte  (Marc.  14,  64).  Sobre  este  tema,  ver  Goguel,  La  Vie,  ps.  449-456. 
Recuérdese  que  esa  condenación  estaba  de  acuerdo  con  los  datos  de  las 
Escrituras,  pues  téngase  presente  que  el  Yahvismo  era  una  religión  into- 
lerante (§  3228,  3229),  que  ordenaba  matar  a  todo  profeta  o  visionario 
que  enseñara  una  religión  distinta  de  la  predicada  por  Moisés.  Ahora 
bien,  Jesús  en  múltiples  ocasiones  había  manifestado  ser  hijo  de  Dios, 
al  punto  de  que  una  vez  sus  oyentes  pretendieron  lapidarlo  por  lo  cual 
se  vió  obligado  a  ocultarse  y  a  huir  (Juan  8,  38-39).  Además  el  vio- 
lento lenguaje  que  empleaba  para  caracterizar  a  los  escribas,  fariseos  y 
doctores  de  la  Ley  a  quienes  denomina  (raza  corrompida  y  adúltera, 
sepulcros  blanqueados,  ciegos,  ignorantes,  hipócritas,  insensatos  (Luc. 
12,  39-54),  lenguaje  que  contribuía  a  exasperarlos,  en  vez  de  conven- 
cerlos. Por  todas  estas  razones  Jesús  contribuyó  así  a  su  propia  conde- 
nación, ya  que  él  mismo  se  llamaba  Mesías  o  Hijo  de  Dios  (Luc.  10,  22). 

LA  CENA  PASCUAL.  —  4673.  Prosiguiendo  la  narración  de  Mar- 
cos 14,  v.  18  se  lee  Y  mientras  estaban  a  la  mesa  y  comían  Jesús  dijo: 
en  verdad  os  digo  que  uno  de  vosotros,  que  come  conmigo,  me  entregará. 

19  Y  comenzaron  a  entristecerse  y  a  decirse  el  uno  al  otro  ¿Seré  yo? 

20  Y  él  les  dijo:  es  uno  de  los  Doce  que  mete  conmigo  la  mano  en  el 
plato.  21  Porque  el  Hijo  del  hombre  se  va,  según  que  está  escrito  de 
él;  pero  ay  de  aquél  hombre  por  quien  el  Hijo  del  hombre  sea  entre- 
gado. Bueno  le  juera  a  aquel  hombre,  si  nunca  hubiese  nacido.  22  Y 
estando  ellos  comiendo,  Jesús  tomó  un  pan,  y  habiéndolo  bendecido,  lo 
partió  y  les  dio  diciendo:  Tomad,  comed:  esto  es  mi  cuerpo.  23  Y 
tomando  la  copa,  después  de  haber  dado  gracias,  se  la  dio;  y  bebieron 
todos  de  ella.  24  Y  les  dijo:  Esto  es  mi  sangre,  la  del  Nuevo  Pacto,  la 
cual  es  derramada  por  muchos.  Como  se  ve  durante  la  comida  y  antes 
de  instituir  la  eucaristía  habría  denunciado  la  traición  de  Judas. 

Con  respecto  a  Judas  y  su  traición  (Marc.  14,  10-11)  que,  como 
dice  Goguel,  fue  para  el  cristianismo  primitivo  "el  escándalo  de 
los  escándalos",  ya  que  era  difícil  conciliar  la  presciencia  atribui- 
da a  Jesús  con  el  hecho  de  haberlo  elegido  entre  sus  apóstoles,  ad- 
mitiéndolo así  en  su  intimidad.  Véase  lo  que  sobre  la  historia  de 
este  turbio  personaje  hemos  dicho  al  tratar  la  influencia  de  la  no- 
vela de  Ahicar,  en  el  cap.  IX  de  nuestro  tomo  XL  Tocante  a  los 
demás  detalles  que  sobre  la  Pasión  nos  dan  los  Evangelios,  recuér- 
dese que  éstos  fueron  escritos  muchas  décadas  después  de  los  su- 
cesos narrados,  y  buscando  amoldarlos  a  pasajes  del  A.  T.  juzgados 
mesiánicos,  como  si  fueran  cumplimiento  de  los  mismos  y  como 
peripecias  de  un  drama  litúrgico,  detrás  del  cual,  como  dice  Loisy, 
"hay  los  hechos  brutales  del  arresto,  la  condena  a  muerte  y  la  crucifi- 


LA  CENA  PASCUAL 


79 


xión;  pero  la  fisonomía  real  de  los  acontecimientos  ha  sido  alterada  en 
el  drama,  concebida  por  sí  misma,  por  el  relieve  de  su  significación  mís- 
tica, tamlíién  en  un  interés  apologético;  pero  no  por  la  expresión  exacta 
de  la  historia  que  refleja.  En  rigor,  es  posible,  aunque  no  probable  que 
Jesús  haya  sido  detenido  de  noche,  fuera  de  Jerusalén,  sorpresivamente 
por  la  policía  del  Templo  o  bien  por  la  del  procurador.  Suponiendo 
que  Jesús  hubiera  sido  violentamente  arrestado  en  una  algarada,  que 
se  hubiera  producido  en  esa  ocasión,  y  no  sin  alguna  resistencia  de 
sus  partidarios,  la  tradición  hubiese  podido  prontamente  no  recordarla. 
Porque  no  sólo  ella  no  ha  retenido  las  circunstancias  reales  de  la  se- 
pultura que  ella  tenía  quizá  interés  en  disimular;  pero  ella  no  ha  puesto 
en  claro  ni  aun  las  del  juicio  y  de  la  condenación"  (Ib.  p.  104). 

Sobre  la  declaración  de  Cristo  con  respecto  a  la  traición  de  Judas, 
expresa  Loisy:  nada  tiene  de  original  ni  por  el  fondo  ni  por  la  forma  se 
relaciona  a  la  misma  corriente  de  ideas  que  las  profecías  de  la  Pasión: 
tiende  simplemente  a  mostrar  que  Jesús  conocía  de  antemano  la  traición 
de  la  cual  fue  víctima;  era  en  la  relación  que  viene  como  una  sobrecarga 
de  la  noticia  concerniente  a  las  palabras  pronunciadas  por  Jesús  a  pro- 
pósito del  pan  y  del  vino.  No  se  comprende  como  pudo  proseguir  el 
incidente  en  lo  relativo  a  Judas  o  a  los  discípulos,  y  la  reiterada  mención 
del  Hijo  del  hombre  vino  como  acrecentamiento  a  justificar  la  hipóte- 
sis de  una  predicción  imaginada  posteriormente,  como  en  muchos  otros 
en  el  relato  de  la  Pasión.  La  palabra  del  salmo  41,  9:  "el  que  comía  mi 
pan,  ha  levantado  contra  mi  el  calcañar"  ha  sido  desde  temprano  aplica- 
da a  Judas  (Juan  13,  18).  Debe  haber  sido  bajo  la  influencia  de  este 
pasaje  que  se  ha  imaginado  el  anuncio  de  la  traición  y  que  se  le  ha 
relacionado  a  la  última  comida.  La  comida  pascual  había  ya  comenzado 
cuando  dijo  Jesús:  "uno  de  vosotros  me  traicionará".  Jesús  se  abstiene 
de  designar  al  traidor  predestinado  y  repite  solamente  con  más  vigor 
lo  que  acaba  de  decir:  el  traidor  es  uno  de  los  Doce,  uno  de  aquellos 
que  comen  con  él,  no  aquél  que  resultaría  ser  el  único  en  poner  con  él 
la  mano  en  el  plato  en  el  instante  en  que  Jesús  habla,  pues  de  lo  con- 
trario los  apóstoles  hubieran  sabido  quien  era  el  culpable.  Los  términos 
de  la  denuncia,  en  la  mente  del  evangelista  no  tienen  quizá  por  objeto 
tanto  el  hacer  resaltar  la  indignidad  de  Judas  como  el  rigor  de  la 
predicción  hecha  por  el  Cristo.  La  suerte  con  que  Jesús  amenaza  a 
Judas  es  materia  de  profecía,  y  es  una  última  llamada  a  la  conciencia 
del  discípulo  pérfido.  Quizá  el  redactor  de  esa  maldición  conocía  al- 
guna terrible  leyenda  sobre  el  fin  del  traidor,  probablemente  ha  imitado 
en  este  pasaje  lo  dicho  en  Luc.  17,  1-2.  El  rasgo  esencial  de  la  última 
comida  es  para  el  evangelista  la  institución  de  la  cena  cristiana.  Nótese 
que  en  el  antiguo  ritual  de  la  Pascua  judía,  el  padre  de  familia  que 
la  presidía,  pronunciaba  sobre  el  vino  una  fórmula  de  bendición  con- 


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LA  CENA  PASCUAL 


cebida  así:  "Bendito  sea  Dios,  que  ha  creado  el  fruto  de  la  viña"  y  sobre 
el  pan:  "Bendito  sea  Aquel  que  hace  producir  el  pan  de  la  Tierra".  Deben 
representarse  a  los  convidados  extendidos  sobre  cojines  alrededor  de 
una  mesa  baja.  Jesús  hace  pasar  el  pan  a  los  discípulos  después  de 
haberlo  roto.  La  palabra  "Tomad"  deja  entender  que  no  da  con  su  mano 
un  trozo  a  cada  uno.  Pero  esa  misma  palabra  está  destinada  sobre  todo 
a  hacer  valer  las  siguientes:  "esto  es  mi  cuerpo".  No  se  trata  de  una 
distribución  vulgar  de  alimento,  sino  de  una  acción  mística,  se  podría 
decir  de  una  acción  litúrgica  que  hace  el  Cristo  prefigurando  lo  que 
pasará  en  las  Asambleas  de  las  comunidades  cristianas.  "Esto"  designa 
el  objeto  visible  que  Jesús  presenta,  es  decir  el  pan  roto  y  repartido. 
Batallas  teológicas  se  han  librado  sobre  la  significación  de  la  palabra 
"es"  que  no  hubiera  sido  expresada  en  arameo  si  las  palabras  hubieran 
sido  realmente  pronunciadas.  "He  aquí  mi  cuerpo"  significaría  la  misma 
cosa  que  "esto  es  mí  cuerpo".  La  fórmula  siendo  paralela  a  la  que  con- 
cierne a  la  copa,  no  hay  que  dudar  que  ese  cuerpo  sea  el  cuerpo  personal 
del  Cristo.  En  virtud  de  una  participación  mística,  el  pan  roto  es  el 
cuerpo  de  Jesús  al  morir,  esto  es  que  lo  representa  simbólicamente  y 
que  para  la  fe  lo  reemplaza  virtualmente.  Todos  aquellos  que  participan 
en  ese  pan,  participan  en  su  cuerpo  y  no  forman  todos  sino  un  solo 
cuerpo  en  él. 

Lo  mismo  ocurre  con  el  vino  "la  sangre  de  la  Alianza  de- 
rramada por  el  Cristo  al  morir"  y  que  ha  comenzado  la  economía 
definitiva  de  la  salvación.  La  Antigua  Alianza  de  Israel  con  su  Dios, 
poseía  tan  sólo  la  imagen  de  los  bienes  eternos;  había  sido  concluida 
y  mantenida  con  la  sangre  de  animales.  La  Nueva  Alianza  y  verdadera 
Alianza,  la  de  los  elegidos  con  el  Padre  que  está  en  los  cielos  se  con- 
cluyó con  la  sangre  de  Jesús  crucificado  y  se  perpetúa  y  se  confirma 
en  la  sangre  de  la  copa  eucarística.  Los  israelitas  que  son  los  primeros 
en  comer  en  Egipto  el  cordero  pascual,  escaparon  a  la  muerte  que  hirió 
a  todos  los  primogénitos  de  los  egipcios,  así  los  fieles  que  comunican 
en  el  cuerpo  y  en  la  sangre  de  Jesús  en  la  eucaristía  reciben  la  prenda 
de  la  resurrección  para  la  vida  eterna.  Estas  ideas  constituyen  la  doc- 
trina misma  de  Pablo  y  son  ininteligibles  como  palabras  dirigidas  por 
Jesús  a  sus  discípulos  en  la  víspera  de  su  muerte.  Felizmente  el  evan- 
gelista ha  conservado  de  una  relación  más  antigua,  una  palabra  auténtica 
respecto  de  la  cual  lo  que  él  ha  tomado  a  Pablo  aparece  como  una  so- 
brecarga excesiva.  Al  distribuir  la  copa  a  sus  discípulos,  Jesús  habría 
dicho  también  que  él  no  bebería  más  vino  en  este  mundo,  y  al  mismo 
tiempo  habría  profesado  la  esperanza  de  reunirse  bien  pronto  con  ellos 
en  el  festín  del  reino  celeste.  Las  palabras:  "no  beberé  más  vino  antes  del 
advenimiento  del  reino  de  Dios"  y  las  palabras  "esto  es  mi  sangre  de  la 
Alianza",  pertenecen  a  dos  corrientes  de  ideas  esencialmente  diferentes,  y 


LA  CENA  PASCUAL 


81 


la3  primeras  sólo  convienen  a  la  circunstancia,  mientras  que  las  últimas 
no  tienen  significación  sino  para  los  creyentes  iniciados  en  la  teoría  de 
Pablo  sobre  la  muerte  redentora.  En  la  relación  primitiva  la  última 
comida  de  Jesús  no  parece  haber  sido  la  de  la  Pascua  sino  una  comida 
como  las  que  él  tomaba  ordinariamente  con  sus  discípulos.  Es  pues 
infinitamente  probable  que  la  identificación  de  esta  comida  con  el  festín 
pascual  se  deba  al  redactor,  quien  concibió  el  relato  de  la  unción,  in- 
ventó los  preparativos  de  la  comida  sagrada  e  hizo  anunciar  la  traición 
de  Judas.  Este  redactor  quería  ilustrar  el  significado  de  la  cena  cris- 
tiana, la  verdadera  Pascua,  mostrándola  celebrada  al  principio  e  institui- 
da en  conmemoración  de  su  muerte  por  el  Cristo  mismo.  La  idea  y  la 
forma  de  la  institución  le  han  sido  sugeridas  por  Pablo  quien  los  había 
concebido  en  una  visión  y  a  semejanza  de  los  misterios  paganos.  Si  el 
evangelista  se  abstiene  de  dar  por  Jesús  a  los  discípulos  la  orden  expre- 
sa de  renovar,  en  recuerdo  de  él,  su  acto  simbólico,  es  que  esto  era  su 
consecuencia  lógica.  El  Cristo  de  Marcos  es  como  los  dioses  de  los 
misterios:  lo  que  le  ocurre  es  el  tipo  de  lo  que  deben  hacer  sus  fieles. 
El  evangelista  no  ha  dicho  a  los  cristianos  que  deberían  ser  bautizados 
en  el  agua  y  en  espíritu,  como  lo  ha  sido  el  Cristo  mismo,  y  sin  em- 
bargo es  así  como  entiende  el  bautismo  de  Jesús  (LoiSY,  L'Ev.  selon 
Marc,  ps.  398-406) . 

4674.  Comentando  Jean  Réville  profesor  del  Colegio  de  Francia 
sobre  los  pasajes  paralelos  de  Marc.  14,  12-26  y  Mat.  26,  17-30  escribe 
en  su  obra  Les  Origines  de  V Eucharistie :  Para  Mateo  y  Marcos  la 
Cena  es  una  comida  pascual;  se  trata  de  una  verdadera  comida  aunque 
no  se  menciona  nada  más  que  el  pan  y  el  vino,  porque  Jesús  designa 
con  estas  palabras  al  que  debe  traicionarlo:  "el  que  mete  la  mano  con- 
migo en  el  pialó".  Había  pues  un  plato  conteniendo  alimentos  prepara- 
dos, sabido  es  que  los  árabes  colocan  aún  hoy  sobre  la  mesa  el  plato  o 
la  olla  que  contiene  la  comida  y  que  cada  uno,  a  su  turno  mete  en  ella 
la  mano  para  retirar,  sea  con  los  dedos,  sea  ayudada  con  un  instrumento, 
el  trozo  que  va  a  comer.  Es  así  que  Jesús  comía  con  sus  discípulos.  Los 
evangelistas  no  mencionan  ninguna  institución  de  comida  religiosa.  Los 
únicos  convidados  son  los  doce  (Mat.  v.  20;  Marc.  v.  17).  Es  a  ellos 
solos  que  Jesús  da  la  orden  de  tomar  y  comer  el  pan  que  les  extiende 
y  de  beber  la  copa.  No  existe  en  el  relato  ni  una  palabra  que  haga 
suponer  de  parte  de  Jesús  la  intención  que  esa  comida  fuera  re- 
novada ulteriormente  sino  después  del  establecimiento  del  reino  de 
Dios.  Para  que  la  comida  tenga  su  valor,  se  requiere  que  todos  coman 
del  mismo  pan  y  beban  de  la  misma  copa;  en  consecuencia  es  una 
comida  de  comunión.  Las  palabras  de  Jesús  al  romper  el  pan  y  decirles 
"tomad  esto  es  mi  cuerpo",  y  tomando  una  copa  se  las  dio  para  que 
todos  bebieran  de  ella,  diciendo:  "esta  es  mi  sangre  de  la  alianza  de- 


82 


LA  CENA  PASCUAL 


Tramada  en  favor  de  muchos",  son  palabras  simbólicas,  pues  es  evidente 
que  los  evangelistas  no  quisieron  decir  que  Jesús  sentado  a  la  mesa  con 
sus  apóstoles  y  tendiéndoles  pan  y  una  copa  de  vino  les  tendía  así  real 
y  materialmente  su  cuerpo  y  su  sangre,  o  sea,  el  cuerpo  mismo  que 
estaba  sentado  y  la  sangre  que  circulaba  en  su  cuerpo.  Semejante  in- 
terpretación es  completamente  absurda,  agregando  que  Jesús  hablaba 
de  su  sangre  que  sería  derramada;  ahora  bien  en  ese  momento  su  sangre 
corría  aún  por  su  cuerpo,  no  puede  pues  tratarse  de  esa  sangre.  De  lo 
contrario  se  llegaría  a  esta  monstruosidad  que  Jesús  había  comido  su 
propio  cuerpo  y  bebido  su  propia  sangre.  Además  es  inadmisible  que 
Jesús  sentado  a  la  mesa  con  sus  discípulos  judíos  los  haya  invitado  a 
beber  sangre  verdadera,  puesto  que  nada  era  más  formalmente  prohibi- 
do que  esto  a  los  judíos,  y  sabemos  que  los  primeros  cristianos  de  Jeru- 
salén,  incluso  los  apóstoles,  permanecieron  a  este  respecto  sometidos  a 
las  prescripciones  de  la  ley  judía. 

La  interpretación  realista  de  la  iglesia  de  la  Edad  Media  es 
aquí  inaceptable.  Para  Mateo  y  Marcos  la  Cena  es  la  afirmación 
sensible  de  la  alianza  de  Jesús  con  sus  discípulos,  que  es  consa- 
grada por  la  sangre  del  Cristo,  en  vista  de  su  reunión  ulterior  en 
el  reino  de  Dios  (Mat.  vs.  28  y  29;  Marc.  vs.  24  y  25)  ;  no  es  cuestión 
aquí  de  "nueva  alianza"  opuesta  a  la  primera.  Según  la  versión  de 
nuestros  dos  evangelistas,  Jesús  sabe  quien  lo  va  a  traicionar  y  que  él 
va  a  morir;  la  comida  que  él  toma  con  sus  apóstoles  es  sin  duda  su 
última  comida  con  ellos.  Expresa  pues  por  un  acto  sensible  de  comunión 
la  alianza  que  existe  entre  ellos  y  él,  y  como  toda  alianza  en  la  anti- 
güedad, en  los  judíos,  como  en  losl  paganos,  es  consagrada  por  el  sacri- 
ficio de  una  víctima;  presenta  el  pan  como  el  cuerpo,  el  vino  como 
la  sangre,  que  consagrarán  esta  alianza  y  les  dice:  "no  lo  beberé  más 
con  vosotros"  (Mat.  v.  29)  hasta  el  día  en  que  la  alianza  será  realizada 
en  el  reino  de  Dios.  Esta  alianza  no  es  para  los  apóstoles  sólo;  su 
beneficio  se  extenderá  a  muchas  personas.  Mateo  determina  la  eficacia 
de  ella  con  más  precisión  diciendo  que  asegura  el  perdón  de  los  pe- 
cados (v.  28)  ;  pero  en  el  fondo  estas  palabras  nada  añaden  a  lo  que 
ya  estaba  comprendido  en  la  concepción  de  Marcos.  Aquí,  como  en 
precedentes  testimonios,  se  trata  claramente  de  un  acto  de  consagración 
realizado  una  vez  por  todas  y  en  manera  alguna  de  un  sacrificio  que 
debería  renovarse.  Para  nuestros  dos  evangelistas  la  Cena  es  una  co- 
mida de  comunión  o  de  alianza  de  los  apóstoles  entre  sí  y  con  Jesús, 
de  carácter  netamente  escatológico. 

4675.  Resumiendo  Réville  su  análisis  sobre  quince  otros  documen- 
tos o  grupos  de  ellos,  en  gran  parte  independientes  los  unos  de  los 
otros  y  repartidos  en  el  espacio  de  un  siglo,  del  año  50  hasta  cerca 
del  año  150,  manifiesta:  P)  No  hemos  hallado  ninguna  huella  de  una 


LA  CENA  PASCUAL 


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enseñanza  esotérica  relacionada  con  la  Eucaristía.  2^)  La  denominación 
más  antigua  del  acto  que  estudiamos  es  "la  comida  del  Señor"  o  "frac- 
ción del  pan".  El  nombre  eucaristía  sirve  para  designar  por  metonimia 
los  alimentos  sagrados.  3°)  La  eucaristía  es  en  su  origen  una  comida 
religiosa,  colectiva,  que  debe  ser  de  gran  sencillez  porque  su  valor  re- 
side en  su  significación  religiosa  y  no  en  el  goce  de  los  alimentos.  4°) 
El  elemento  esencial,  indispensable,  de  esta  comida  es  el  pan;  habiendo 
también  probablemente  en  ella  siempre  la  bebida  aunque  no  se  la  men- 
ciona a  menudo.  La  naturaleza  de  esta  bebida  no  parece  haber  tenido 
gran  importancia,  puesto  que  ella  no  es  especificada  en  muchos  casos. 
En  general  era  vino  mezclado  con  agua,  a  veces  también  agua  pura. 
La  comida  puede  también  comprender  otros  alimentos.  5°)  La  partici- 
pación en  esta  comida  es  reservada  a  los  miembros  únicamente  de  la 
comunidad.  6"?)  Puede  ser  independiente  del  culto  propiamente  dicho 
o  estar  asociada  a  él.  7°)  En  la  primera  comunidad  de  Jerusalén  parece 
haber  sido  cotidiana.  Todos  los  testimonios  comprueban  que  la  comida 
eucarística  se  celebraba  frecuentemente.  Cuando  en  los  documentos  no 
se  indica  un  día  preciso  para  ella  se  entiende  que  se  trata  del  domingo, 
lo  que  no  excluía  su  celebración  extraordinaria  ocasionalmente  en  otros 
días.  8'=*)  Sólo  los  tres  Evangelios  Sinópticos  atribuyen  a  la  Cena  de 
Jesús  con  sus  apóstoles  un  carácter  pascual.  9°)  Se  proscribe  las  comi- 
das tomadas  fuera  de  la  presidencia  del  obispo  o  de  su  delegado,  no 
autorizando  sino  comidas  eclesiásticas  a  día  y  hora  fijas,  que  vienen  a 
ser  simples  actos  rituales.  109)  La  transformación  de  la  comida  euca- 
rística de  la  comunidad  en  rito  cultural  eclesiástico  no  suprime  las  comi- 
das eucarísticas  privadas  entre  cristianos,  pero  éstas  son  juzgadas  cada 
vez  más  desfavorablemente  por  los  cristianos  animados  del  espíritu  ecle- 
siástico. 11°)  En  ninguna  parte  la  institución  de  la  eucaristía  no  es  refe- 
rida a  Jesús,  salvo  por  Pablo  que  se  reclama  de  una  revelación  del  Cristo 
glorificado;  y  por  Lucas,  que  depende  aquí  de  Pablo,  y  por  Justino 
que  se  reclama  de  un  Evangelio  perdido  para  nosotros.  12°)  La  asimi- 
lación del  pan  al  cuerpo  de  Cristo  y  del  vino  a  su  sangre  es  atestiguada 
por  Justino  y  por  los  cuatro  Evangelios  canónicos  y  por  Pablo.  13^)  En 
ninguna  parte,  excepto  en  Pablo  no  hemos  encontrado  la  idea  que  la 
comida  eucarística  fuese  una  conmemoración  de  la  muerte  del  Señor. 
149)  En  ningún  documento  se  presenta  a  la  eucaristía  como  un  sacri- 
ficio redentor  u  otro  del  cual  el  Cristo  fuera  el  sacrificador  o  la  víctima. 
Cualquiera  que  sea  la  interpretación  que  se  dé  a  los  testimonios  de 
Mateo  y  Marcos  sobre  el  valor  de  la  Cena,  el  sólo  hecho  que  ignoren  la 
institución  de  la  comida  eucarística  basta  para  establecer  que  ellos  no 
piensan  atribuir  un  mismo  valor  al  acto  eucarístico  que  a  la  Cena. 
15°)  Sin  embargo  hay  en  ciertos  de  nuestros  documentos  una  tendencia 
a  calificar  el  acto  eucarístico  como  sacrificio  sin  otra  determinación. 


84 


LA  CENA  PASCUAL 


a  ponerlo  en  paralelo  con  las  comidas  sacrifícales  de  los  paganos  (Pa- 
blo) o  con  los  sacrificios  de  la  antigua  alianza  (Clemente  Romano). 
Pero  en  ninguno  de  estos  testimonios  la  naturaleza  de  esta  comparación 
no  está  precisada  y  allí  donde  lo  está  algo  más  como  en  Justino,  se 
dice  expresamente  que  los  únicos  sacrificios  que  los  cristianos  pueden 
ofrecer  a  Dios  son  de  orden  espiritual.  16^)  Los  elementos  de  la  co- 
mida del  Señor  o  de  la  eucaristía  cultual  son  llevados  por  los  fieles 
para  uso  de  la  comunidad.  Parece  resultar  de  ciertos  documentos  que 
los  fieles  aportaban  no  sólo  el  pan<  y  el  vino  necesarios  a  la  celebración 
sino  también  otros  dones  en  naturaleza  o  en  dinero.  17*=*)  Según  Cle- 
mente y  Justino  las  ofrendas  deben  ser  entregadas  a  los  obispos  o  al 
presidente  de  la  comunidad,  quienes  lo  presentan  a  Dios,  los  consagran: 
son  las  oblaciones.  189)  £1  valor  de  la  participación  en  la  eucaristía  es 
considerado  como  esencial  por  los  cristianos  en  todos  los  documentos 
estudiados,  excepto  en  la  Epístola  a  los  Hebreos  y  en  el  Pastor  de 
Hermas,  que  no  hace  ninguna  mención  de  ello.  Tan  pronto  la  absorción 
del  pan  y  del  vino  eucarístico  se  considera  que  procuran  directamente 
la  vida  y  la  inmortalidad,  tan  pronto  es  simplemente  la  ocasión  de  una 
conmemoración  de  los  beneficios  aportados  a  los  hombres  por  el  Cristo; 
tan  pronto  procuran  una  comunión  mística  con  el  Cristo:  o  confieren 
el  perdón  de  los  pecados,  como  sostiene  Mateo;  no  existe  ninguna  doc- 
trina general  o  común  sobre  este  punto.  19^)  A  menudo  se  concibe  la 
eucaristía  como  una  acción  de  gracias  por  los  dones  materiales  o  es- 
pirituales de  Dios  a  los  discípulos  del  Cristo.  20^)  Por  otra  parte  ella 
presenta  un  carácter  escatólogico  bien  marcado  en  varios  de  los  más 
antiguos  testimonios  en  este  sentido,  que  ella  debe  referir  los  participan- 
tes al  pensamiento  del  establecimiento  del  reino  de  Dios  sobre  la  tierra 
y  del  retorno  próximo  del  Cristo.  21^)  En  fin  y  sobre  todo,  porque  es 
éste  el  único  dato  positivo  sobre  el  cual  concuerdan  todos  los  docu- 
mentos estudiados,  hablando  de  la  eucaristía,  que  ella  es  la  afirmación 
de  la  unión,  de  la  solidaridad,  de  la  comunión,  de  la  alianza  que  existe 
entre  los  cristianos  de  una  sociedad  nueva  fundada  e  inspirada  por  el 
Cristo. 

Tales  son  los  elementos,  expresa  J.  Réville,  de  que  disponemos 
para  tratar  de  reconstruir  la  génesis  y  la  primera  evolución  de  la 
eucaristía,  porque  antes  de  emprender  este  ensayo  de  reconstrucción  de- 
bemos examinar  el  valor  histórico  del  testimonio  de  los  Evangelios  si- 
nópticos, lo  que  en  muchos  puntos  está  en  desacuerdo  con  las  otras 
fuentes,  especialmente  al  atribuir  a  la  Cena  el  carácter  de  una  comida 
pascual.  Como  ellos  son  los  únicos  documentos  que  pretenden  hacernos 
conocer  el  pensamiento  de  Jesús  mismo,  puesto  que  Pablo  apela  para 
ello  a  una  revelación  del  Cristo  glorificado,  conviene  darnos  cuenta  de 
la  autoridad  histórica  de  sus  relatos  sobre  la  Cena  y  la  relación  de  ésta 


LA  CENA  PASCUAL 


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con  las  comidas  eucarísticas  de  los  primeros  cristianos.  De  todo  esto 
resulta  que  según  lo  expresado  por  J.  Réville  no  existió  la  obligación 
de  renovar  el  rito  de  la  eucaristía;  pero  en  contra  de  esas  manifestacio- 
nes recordemos  lo  dicho  por  Loisy  en  el  >i  4673  que  "el  Cristo  de  Marcos 
es  como  los  dioses  de  los  misterios:  lo  que  le  ocurre  es  el  tipo  de  lo  que 
deben  hacer  sus  fieles".  De  modo  que  los  discípulos  de  Jesús,  tienen 
que  renovar  el  acto  simbólico  de  la  eucaristía. 

4676.  Lo  que  hay  de  menos  claro  en  todo  esto  es  la  relación  que 
puede  haber  entre  la  comida  tomada  por  Jesús  con  sus  apóstoles  en  la 
víspera  de  su  muerte  y  las  comidas  eucarísticas  celebradas  .por  sus 
discípulos  después  de  ésta.  ¿Si  la  Cena  fue  una  comida  pascual,  cómo 
se  explica  que  la  comida  eucarística  relacionada  ya  por  Pablo  a  la 
comida  efectuada  por  Jesús  con  sus  apóstoles,  la  víspera  de  su  muerte 
y  considerada  lo  mismo  por  toda  la  Iglesia  ulterior,  no  tenga  ningún 
carácter  pascual  según  el  cuadro  unánime  de  los  otros  testimonios  dis- 
tintos a  los  sinópticos?  Réville  después  de  demostrar  la  preferencia  que 
se  debe  dar  al  testimonio  de  los  sinópticos  sobre  el  testimonio  del  cuarto 
Evangelio,  agrega:  "Pero  el  hecho  de  que  la  tradición  de  los  sinópticos 
es  mejor  no  resulta  aún  que  ella  sea  buena".  Pablo  confirma  de  modo 
irrefutable  la  celebración  de  la  Cena  por  Jesús  en  la  noche  que  éste 
fue  traicionado;  pero  nada  dice  de  la  naturaleza  pascual  de  dicha  última 
comida.  Y  es  justamente  esta  identificación  de  la  Cena  con  la  comida 
pascual  que  suscita  graves  objeciones,  porque  la  cronología  de  la  Pasión 
que  de  ella  se  desprende,  parece  inadmisible.  A  muchos  críticos  les 
cuesta  admitir  que  Jesús  haya  sido  detenido  en  la  noche  de  Pascua, 
juzgado  por  el  Sanhedrín  de  mañana  temprano,  conducido  delante  de 
Pilato  y  crucificado  en  ese  primer  día  de  los  panes  sin  levadura,  que 
era  la  fiesta  más  solemne  del  judaismo;  que  ese  mismo  día  Jesús,  con- 
ducido al  Gólgota,  haya  podido  encontrar  a  Simón  el  cireneo  que  regre- 
saba del  campo  y  que  haya  consentido  en  llevar  la  cruz;  que  José  de 
Arimatea  haya  comprado  una  mortaja  y  las  santas  mujeres  bálsamos 
odoríferos  para  el  embalsamiento;  y  que  en  fin  José  de  Arimatea  lo 
hubiera  puesto  en  una  tumba  aún  provisoria,  y  todo  en  ese  día  sagrado. 

Ahora  bien,  si  Jesús  no  fue  crucificado  el  día  15  Nisan,  primer  día 
de  los  Azimos,  la  Cena  que  ha  sido  celebrada  la  víspera  de  su  muerte, 
no  era  la  comida  pascual  y  por  lo  tanto  incurre  en  error  la  tradición 
representada  por  los  sinópticos.  Las  dificultades  que  se  experimentan 
para  conciliar  los  diversos  incidentes  de  la  versión  sinóptica  con  el  ca- 
rácter sagrado  del  primer  día  de  los  Azimos  proviene  de  dos  causas: 
Primero,  por  que  se  considera  los  relatos  evangélicos  como  informes 
exactos  de  los  sucesos  hasta  en  su  menores  detalles.  Nada  sin  em- 
bargo es  menos  probable.  Universalmente  se  reconoce  que  nuestros 
Evangelios  sinópticos  fueron  compuestos  por  lo  menos  40  años  des- 


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LA  CENA  PASCUAL 


pués  de  los  acontecimientos  narrados,  estimación  muy  moderada, 
porque  es  muy  verosímil  que  los  tres,  especialmente  Lucas  y  Mateo, 
recibieron  su  redacción  definitiva  mucho  más  tarde  aún.  Todos  están 
de  acuerdo  al  reconocer  que  esos  Evangelios  fueron  redactados  se- 
gún fuentes  anteriores.  En  lo  que  concierne  a  las  narraciones  de 
la  Pasión,  carecemos  de  datos  sobre  la  naturaleza  de  sus  fuentes. 
La  tradición  parece  haberse  fijado  más  pronto  sobre  estos  puntos 
esenciales:  Los  relatos  referentes  a  la  Cena  y  a  la  condenación  de 
Jesús,  como  nos  podemos  dar  cuenta  comparándolos  con  los  re- 
lativos a  la  resurrección,  son  todos  diferentes  los  unos  de  los  otros. 
Pero  en  realidad  no  sabemos  casi  nada  sobre  las  condiciones  en  las 
cuales  Jesús  fue  juzgado,  crucificado  y  sepultado.  Según  los  únicos 
documentos  a  que  podemos  referirnos,  sus  discípulos  quedaron  en  ese 
momento  de  tal  modo  perturbados,  que  se  dispersaron:  de  manera  que 
no  fueron  más  testigos  de  dichos  sucesos.  La  misma  tradición  cristiana 
aunque  fijada,  desde  temprano,  no  sabe  decirnos  otra  cosa  nada  más 
que  esto:  juicio  y  crucifixión,  todo  se  hizo  con  muy  grande  rapidez, 
en  presencia  de  una  multitud  hostil,  y  el  cuerpo  del  crucificado  fue 
depositado  provisoriamente  hasta  que  hubiera  pasado  el  sabbat,  que 
siguió  inmediatamente  al  día  de  Pascua.  Y  cuando  hubo  pasado  el  sabbat, 
había  desaparecido  el  cuerpo  de  Jesús,  no  sabiéndose  lo  que  él  había 
llegado  a  ser.  No  hay  en  los  relatos  evangélicos  ninguna  huella  de  una 
condenación  regular,  sino  simplemente  la  búsqueda  de  los  medios  de 
hacer  morir  a  Jesús.  Los  sacerdotes  le  conducen  al  Tribunal  de  Pilato 
no  para  pedir  la  ratificación  de  una  sentencia  del  Sanhedrín,  sino  para 
acusarlo,  y  es  la  multitud  la  que  reclama  la  aplicación  de  la  pena  romana 
de  la  crucifixión. 

4677.  El  relato  de  Lucas,  más  amplificado,  más  alejado  también 
de  la  realidad,  supone  ya  una  reunión  más  completa  del  Sanhedrín 
(22,  66).  Pero  se  puede  juzgar  de  su  precisión  histórica,  cuando  se  ve 
que  coloca  en  la  misma  mañana  la  reunión  del  cuerpo  de  ancianos  y 
de  los  escribas,  la  denuncia  de  Jesús  a  Pilato  por  los  sacerdotes,  el 
envío  de  Jesús  de  Pilato  a  Herodes,  la  comparecencia  ante  éste,  el  retor- 
no de  Jesús  a  Pilato,  una  convocación  de  los  sacerdotes,  de  los  arcontes 
y  del  pueblo  en  el  tribunal  de  Pilato,  la  condenación  pronunciada  por 
éste,  la  marcha  de  Jesús  hasta  el  Calvario  situado  fuera  de  Jerusalén, 
todo  esto  de  mañana  temprano,  puesto  que  a  la  hora  sexta,  o  sea,  a 
mediodía,  Jesús  ya  está  en  la  cruz  (23,  44).  No  exageramos  pues  al 
decir  que  reina  una  gran  oscuridad  sobre  estos  sucesos  solemnes. 

La  segunda  causa  de  error  en  la  apreciación  de  la  cronología  de  la 
Pasión,  tal  como  la  dan  los  sinópticos,  consiste  en  atribuir  un  carácter 
plenamente  sabático  al  15  Nisan,  primer  día  de  los  Azimos,  partiendo  de 
esto  para  declarar,  que  los  acontecimientos  referidos  por  los  sinópticos 


LA  CENA  PASCUAL 


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no  pudieron  ocurrir  en  aquel  día,  porque  estaba  prohibido  todo  trabajo. 
Pero  nada  es  menos  demostrado  que  semejante  aserción.  La  Ley  esta- 
blece una  diferencia  bien  marcada  entre  el  primer  día  de  los  Azimos  y 
el  sabbat.  No  se  debía  trabajar  en  aquel  día  porque  era  un  día  de 
fiesta,  pero  estaba  autorizado  expresamente  la  preparación  de  los  ali- 
mentos, en  contra  de  lo  que  ocurría  los  días  de  sabbat  (Ex.  12,  16). 
No  era  el  descanso  estricto,  intransigente  que  caracterizaba  la  fiesta  de 
Pascua,  como  el  sabbat.  Era  sólo  la  obligación  de  comer  pan  sin  leva- 
dura. Así  se  especifica  en  otra  parte  que  el  trabajo  prohibido  era  el 
trabajo  profesional,  habitual  (Lev.  23,  7;  Núm.  28,  18).  Los  fariseos, 
sobre  este  punto,  como  sobre  tantos  otros,  eran  más  exigentes  que  el 
resto  de  sus  correligionarios.  Tenemos  un  curioso  ejemplo  de  ello  en 
la  controversia  entre  fariseos  y  saduceos,  que  refiere  la  Mischna:  La  Ley 
ordenaba  ofrecer  a  Yahvé  las  primicias  de  la  cosecha  "al  día  siguiente 
del  sabbat",  en  ocasión  de  los  Azimos  (Lev.  23,  11,15)  ;  los  fariseos 
pensaban  que  ese  sabbat  era  el  primer  día  de  los  Azimos  en  cualquier 
día  de  la  semana  que  cayera  la  Pascua;  pero  los  saduceos  se  rehusaban 
a  identificar  ese  día  con  un  sabbat  y  sostenían  que  el  sacrificio  de  la 
cebada  debía  ser  ofrecido  el  primer  día  después  del  sabbat  propiamente 
dicho,  es  decir,  el  domingo  de  la  semane^  de  los  Azimos.  En  esto  vemos 
una  prueba  válida  de  que  los  saduceos  no  asimilaban  el  día  15  Nisan 
a  un  sabbat.  Ahora  bien  son  los  sacerdotes  saduceos  que  condenaron 
a  Jesús.  Obrando  como  se  refiere  al  día  siguiente  de  la  comida  pascual, 
no  debían  detenerse  por  el  escrúpulo  de  violar  la  comida  sabática,  y  a 
partir  del  momento  en  que  Jesús  es  entregado  a  Pilato,  ya  no  son  más 
los  judíos  los  ejecutores  del  drama,  son  los  agentes  del  procurador 
romano.  Cuando  había  que  albergar,  alimentar  y  ocuparse  de  centenares 
de  miles  de  personas,  es  imposible  eximirse  de  todo  trabajo.  Y  con 
mayor  razón  cuando  el  día  siguiente  de  esa  fiesta  es  un  verdadero 
sabbat  como  era  el  caso  según  los  Sinópticos,  el  año  en  que  Jesús  fue 
crucificado.  La  incompatibilidad  entre  los  sucesos  narrados  por  los  Sinóp- 
ticos y  el  descanso  observado  el  primer  día  de  los  Azimos,  no  existe 
por  tanto  del  modo  riguroso  que  han  supuesto  muchos  críticos. 

4678.  Se  pregunta  Réville  si  es  admisible  que  una  tradición 
proveniente  de  Jerusalén,  como  la  de  la  Pascua,  y  que  un  autor  fami- 
liarizado con  las  cosas  judías  como  el  primer  evangelista,  haya  atri- 
buido al  primer  día  de  los  Azimos  un  conjunto  de  hechos  que  hubie- 
sen estado  en  manifiesta  oposición  con  la  Ley  y  la  práctica  de  ella 
en  Jerusalén.  Siendo  legendaria  esa  tradición  ¿es  comprensible  que 
la  piadosa  imaginación  de  los  cristianos  palestinos  haya  forjado  un 
relato  incompatible  con  las  costumbres  y  las  prácticas  del  medio  en 
que  ellos  vivían?  Que  se  amplíe  tanto  como  se  quiera  la  parte  de  la 
imaginación  popular  en  las  escenas  del  juicio  y  de  la  crucifixión,  y  esta 


88 


LA  CENA  PASCUAL 


parte  es  considerable,  — el  episodio  de  Pilato  lavándose  las  manos  de- 
lante de  la  multitud  para  atestiguar  que  él  es  inocente  de  ese  crimen 
o  la  sucesión  inverosímil  de  los  sucesos  referidos  por  Lucas  en  la  ma- 
ñana del  15  Nisan  bastan  para  probarlo — ,  el  hecho  mismo  de  la  cruci- 
fixión el  primer  día  de  los  Azimos  es  un  elemento  que  no  debe  haber 
sido  creado  por  los  narradores,  sobre  todo  si  ese  primer  día  encerraba 
para  ellos  el  pleno  reposo  sabático.  No  existe  pues,  ningún  argumento 
bastante  para  autorizarnos  a  negar  tal  tradición.  Lo  pue  confirma  este 
resultado  es  la  pobreza  de  las  explicaciones  que  han  sido  propuestas  por 
los  que  discuten  la  historicidad  de  la  versión  Sinóptica,  para  volver  plau- 
sible la  formación  de  semejante  leyenda.  Así  Goetz,  dice:  los  primeros 
cristianos  veían  en  Jesús  el  cumplimiento  de  todo  el  A.  T.,  fueron  lle- 
vados a  ver  en  su  muerte  el  cumplimiento  del  sacrificio  pascual  y  en 
su  última  comida,  la  comida  de  la  Pascua,  tanto  más  fácilmente  cuanto 
que  Jesús  había  sido  en  efecto  muerto  casi  cerca  del  momento  en  que 
se  inmolaba  el  cordero  pascual.  Este  es  siempre  el  mismo  procedimiento 
anti-científico  que  consiste  en  aplicar  a  los  Sinópticos  el  modo  de  inter- 
pretación alegórica  usado  por  el  cuarto  Evangelio.  No  hay  en  los  Sinóp- 
ticos la  menor  alusión  a  identificar  a  Jesús  con  el  cordero  pascual  o 
a  su  muerte  con  el  sacrificio  de  la  Pascua. 

En  cuanto  a  la  descripción  de  cómo  se  celebraba  la  comida 
de  Pascua,  recuérdese  lo  que  dijimos  anteriormente,  tomado  de  la 
Michna  y  atestiguado  por  Bonnet  (§  4671).  Se  puede  admitir  con 
bastante  certeza  que  las  partes  esenciales  de  esa  comida  eran  ge- 
neralmente explicadas  en  Palestina  al  comienzo  de  nuestra  era.  En 
Lucas  hallamos  muy  fielmente  la  disposición  general  de  esa  fiesta: 
una  parte  litúrgica  antes  de  la  comida,  con  bendición  primeramen- 
te de  la  copa,  después  del  pan.  y  con  explicaciones  de  Jesús  sobre 
el  sentido  de  esta  reunión  con  sus  apóstoles;  la  comida  propiamente 
dicha;  después  una  segunda  parte,  posterior  a  la  comida,  donde  Jesús 
pasa  una  nueva  copa  y  donde  es  netamente  cuestión  del  porvenir,  de 
la  alianza  entre  Jesús  y  sus  apóstoles,  de  las  recompensas  reservadas  a 
éstos  en  el  reino  de  Dios  (vs.  24-30).  Lo  que  corresponde  al  carácter 
esencialmente  mesiánico  de  la  segunda  parte  del  ritual  en  esa  comida. 
Mateo  y  Marcos  son  menos  explícitos,  reproducen  menos  exactarnente 
el  orden  de  las  bendiciones,  pero  distinguen  ellos  también  la  bendición 
del  pan  y  del  vino;  han  conservado  igualmente  el  recuerdo  de  instruc- 
ciones escatológicas  y  mesiánicas  dirigidas  por  Jesús  a  sus^  apóstoles, 
después  de  la  comida,  concernientes  sea  a  la  alianza  de  Jesús  con  sus 
discípulos,  sea  su  reunión  ulterior,  a  nuevas  comidas  en  el  reino  de  Dios 
(Mat.  26,  28  y  29;  Marc.  14,  24,  25)  y  mejor  que  Lucas  han  notado 
que  la  fiesta  se  terminaba  alegremente  por  cantos  religiosos^  (vs.  30  y 
26).  Después  según  hemos  observado  la  expresión  de  Jesús  "el  que 


LA  CENA  PASCUAL 


89 


mete  la  mano  en  el  plato  conmigo",  prueba  que  según  la  versión  de  los 
dos  evangelistas  había  sobre  la  mesa  algo  más  que  pan.  La  sola  con- 
clusión autorizada  a  sacar  de  esta  comparación  de  los  relatos  de  los 
Evangelistas  con  el  ritual  de  la  comida  de  la  Pascua  es  que  no  les  im- 
portaba demostrar  que  esa  comida  había  sido  efectuada  de  acuerdo  con 
la  de  la  Pascua.  Su  significación  y  su  valor  residían  para  ellos  sobre 
todo  en  el  hecho  de  que  había  sido  la  última  comida  celebrada  por 
Jesús  con  sus  apóstoles  (Ib.,  ps.  131-136). 

4679.  Según  la  nebulosa  teología  de  Pablo  el  bautismo  está  ínti- 
mamente relacionado  con  la  eucaristía,  siendo  el  bautismo  prefigurado 
en  la  muerte  y  en  la  resurrección  del  Cristo.  Los  reproduce  simbólica- 
mente en  la  persona  del  fiel,  diciendo:  "Habiendo  sido  bajado  a  la 
tumba  con  él  en  el  bautismo,  vosotros  sois  también  resucitados  con  él 
por  la  fe  en  la  potencia  de  Dios,  que  le  ha  resucitado  de  entre  los  muer- 
tos" (Col.  2,  12).  El  descenso  en  el  bautisterio  figura  la  muerte,  el 
emergir  de  él  figura  la  resurrección.  Pero  hay  aún  más  que  la  imagen 
y  el  simbolismo:  el  bautizado  es  de  un  modo  muy  real  asociado  a  la 
acción  salvadora  del  Cristo:  ha  venido  a  ser  "una  criatura  nueva"  (2 
Cor.  5,  17)  "se  ha  revestido  de  Cristo  (Gal.  3,  27)  y  puede  decir 
en  adelante:  Yo  no  soy  más  el  que  vivo,  es  el  Cristo  que  vive  en  mí" 
(Gal.  2,  20).  Ese  efecto  mágico  del  bautismo  es  reforzado  por  la  euca- 
ristía que  es  el  instrumento  de  una  comunión  mística  de  los  fieles  entre 
sí  y  con  el  Cristo.  Como  la  eucaristía  es  un  rito  colectivo,  en  el  cual 
participa  toda  la  asamblea,  integra  a  los  creyentes  en  la  Iglesia,  cuerpo 
del  Cristo:  "Porque  habiendo  un  solo  pan,  nosotros  siendo  muchos, 
somos  un  solo  cuerpo,  porque  todos  participamos  de  aquel  pan,  único" 
(1  Cor.  10,  17).  Como  al  consumir  las  especies  eucarísticas  el  fiel  se 
asimila  la  substancia  espiritual  del  Cristo  glorificado,  Pablo  le  da  enor- 
me trascendencia  al  hecho  de  comer  el  pan  y  beber  la  copa  indigna- 
mente, al  punto  que  no  hesita  en  imputar  a  esas  comuniones  sacrilegas 
los  casos  de  enfermedad  y  de  muerte  repentina  que  se  producían  en 
la  Iglesia. 

4680.  Lo  curioso  del  caso  es  que  el  relato  de  aquella  célebre 
comida,  vino  a  concluir  en  un  simulacro  de  comida,  terminando  con  la 
institución  en  el  catolicismo  de  la  misa.  A  este  efecto  recuerda  Turmel 
que  "en  el  imperio  romano  los  miembros  de  una  misma  corporación 
se  reunían  ciertos  días  determinados  para  celebrar  un  banquete  cor- 
porativo". De  acuerdo  con  ese  uso  general,  los  cristianos  organizaron 
también  comidas  colectivas,  y  como  antes  de  su  conversión  eran  judíos, 
celebraron  sus  reuniones  al  atardecer  del  día  que  precedía  al  sabbat. 
El  banquete  cristiano  nació  espontáneamente,  y  ningún  texto  primitivo 
hubiera  mencionado  este  hecho  tan  simple  sin  los  abusos  que  desde  el 
origen  se  produjeron.  Esos  abusos  sobrevinieron  en  Corinto,  según  se 


90 


LA  CENA  PASCUAL 


lee  en  el  cap.  11  de  la  Primera  Epístola  a  los  Corintios  (vs.  17-33), 
texto  del  que  resulta  que  cada  uno  llevaba  su  propia  comida,  o  sea,  sus 
provisiones,  aportes  que  naturalmente  eran  desiguales,  a  consecuencia 
de  los  recursos  propios  de  cada  uno.  No  hubieran  surgido  dificultades 
si  hubiera  reinado  entre  ellos  un  espíritu  de  fraternidad,  la  que  real- 
mente era  ahogada  por  el  egoísmo:  "no  los  alabo,  dice  Pablo,  por  cuanto 
os  reunís  no  para  lo  mejor,  sino  para  lo  peor;  porque  cuando  os  reunís 
cada  uno  toma  de  antemano  su  propia  comida  en  el  momento  en  que  se 
come,  resultando  que  uno  tiene  hambre  mientras  que  otro  está  ebrio. 
Averp^onzáis  así  al  que  no  tiene  nada". 

Después  del  apóstol  Pablo  los  principales  testigos  del  banquete 
cristiano  son  Plinio  el  Joven,  Tertuliano.  Clemente  Romano  y  Justi- 
no mártir.  La  célebre  carta  de  Plinio  el  Joven,  procónsul  de  Biti- 
nia,  dirigida  en  el  año  112  al  emperador  Trajano,  nos  proporciona 
un  testimonio  particularmente  interesante,  porque  es  el  único  do- 
cumento de  origen  no  cristiano  de  que  disponemos  sobre  este  tema. 
Informado  sobre  las  denuncias  formuladas  contra  los  cristianos,  dice 
Plinio  entre  otras  cosas  lo  siguiente:  "acostumbraban  a  reunirse 
en  día  fijo,  antes  de  levantarse  el  sol,  para  cantar,  respondiéndose 
los  unos  a  los  otros,  un  himno  al  Cristo  como  a  un  dios,  comprome- 
tiéndose por  una  obligación  sagrada,  no  a  cometer  un  crimen  cualquiera 
sino  a  abstenerse  de  cometerlo.  Después  de  esto,  se  retiraban;  pero  se 
reunían  de  nuevo  para  tomar  en  común  un  alimento  inocente,  y  esto 
mismo  cesaron  de  hacerlo  después  de  la  publicación  del  edicto  por  el 
cual  yo  había  conforme  a  tus  instrucciones,  prohibido  las  hetairas".  Se 
notará  que  en  este  informe  no  existe  ninguna  huella  de  la  acusación 
más  tarde  tan  popular,  que  imputaba  a  los  cristianos  el  comer  carne 
humana  en  sus  reuniones  religiosas.  Esa  acusación  procedía  seguramente 
por  la  asimilación  cristiana  del  pan  y  del  vino  eucarísticos  a  la  carne 
y  a  la  sangre  del  Cristo.  Plinio,  sin  embargo,  habla  de  que  en  esas  co- 
midas se  tomaban  inocentes  alimentos.  Él  consideraba  como  "supersti- 
ción inmoderada",  lo  que  se  le  había  dicho  de  la  pretensión  de  los 
cristianos  de  comer  la  carne  y  beber  la  sangre  de  su  dios  Cristo,  en 
sus  comidas  religiosas.  El  dato  esencial  del  testimonio  de  Plinio,  consiste 
en  distinguir  dos  clases  de  reuniones  de  cristianos;  la  primera  de  ma- 
ñana temprano  en  que  se  celebraba  un  culto  compuesto  de  cantos  y  de 
compromisos  morales  que  parecen  referirse  a  la  lectura  del  Decálogo; 
y  la  segunda  más  tarde,  después  del  medio  día  para  tomar  un  alimento 
inocente  en  común.  Esas  reuniones  ocurrían  en  un  día  determinado  pro- 
bablemente el  domingo.  Las  de  la  tarde  eran  llamadas  los  ágapes.  Ade- 
más el  edicto  por  el  cual  Trajano  prohibía  a  las  hetairas,  tenía  una 
autoridad  general  para  todo  el  Imperio.  La  transformación  del  ágape 
eucarístico  en  eucaristía  ritual,  asociado  al  culto  que  se  operó  entre  el 


LA  CENA  PASCUAL 


91 


comienzo  y  la  mitad  del  II  siglo,  se  explica  en  la  necesidad  para  las 
comunidades  cristianas  de  todo  el  Imperio  de  adaptarse  a  la  severa  re- 
glamentación de  las  hetairas  o  cortesanas  decretada  por  Trajano. 

4681.  Tertuliano  describe  extensamente  en  su  Apologética  la  asam- 
blea cristiana.  Defiende  ante  todo  a  los  cristianos  acusados  de  entregarse 
en  sus  banquetes  a  orgías  monstruosas  y  a  actos  de  canibalismo.  Y  agre- 
ga lo  que  se  hacía  en  ellos:  se  oraba,  se  leían  las  Santas  Escrituras,  se 
pronunciaban  exhortaciones  a  la  virtud,  se  efectuaban  reproches  y  ex- 
clusiones contra  los  miembros  indignos,  y  se  realizaban  cotizaciones 
para  socorrer  a  los  desgraciados,  tratándose  los  cristianos  de  hermanos. 

Luego  describe  el  banquete,  diciendo:  "¿es  acaso  sorprendente  que 
esta  gran  afección  se  tradujera  por  comidas  comunes?  El  nombre  que  se 
da  a  ese  banquete  ya  dice  por  sí  solo  lo  que  era.  Se  llamaba  con  el  nom- 
bre que  entre  los  griegos  designa  el  amor  (ágape),  no  contiene  nada  que 
sea  de  naturaleza  para  atacar  las  reglas  de  la  decencia  y  de  la  modestia. 
No  se  sientan  a  la  mesa  sino  después  de  haber  orado  a  Dios.  Se  come 
tanto  como  lo  exige  el  hambre  y  se  bebe  como  lo  hacen  los  hombres  so- 
brios. No  se  come  sin  perder  de  vista  que  habrá  aún  durante  la  noche 
que  adorar  a  Dios.  No  se  entrega  a  la  conversación  sin  olvidar  que  el 
Señor  escucha.  Cuando  han  sido  lavadas  las  manos  y  que  se  han  encen- 
dido las  antorchas,  cada  uno  es  invitado  a  celebrar  a  Dios  en  alabanzas 
sacadas  de  las  Santas  Escrituras,  o  propias  de  ellos.  Se  puede  juzgar 
por  esto  si  nosotros  bebemos  demasiado.  La  plegaria  termina  igualmente 
que  la  comida. 

Tertuliano  confiesa  pues,  que  la  asamblea  cristiana  no  es  exclusi- 
vamente consagrada  a  oraciones  o  lecturas  piadosas  sino  que  contiene 
un  banquete  que  lleva  el  nombre  de  ágape.  En  su  libro  De  oratione 
confirma  y  completa  los  datos  que  nos  da  L'Apologetique  donde  la 
plegaria  se  presenta  como  un  sacrificio  ofrecido  a  Dios  por  los  cris- 
tianos que  son  los  verdaderos  sacerdotes.  Cuando  llegaba  un  día  de 
ayuno  muchos  creían  que  no  debían  asistir  a  esos  convites,  so  pretexto 
que  la  recepción  "del  cuerpo  del  Señor,  habría  interrumpido  su  ayuno". 
Nótese  que  en  la  citada  descripción  de  la  Apologética,  se  habla  de 
antorchas  encendidas  en  el  curso  del  banquete,  lo  que  prueba  que  éste 
comenzaba  de  día  y  se  prolongaba  durante  la  noche.  Por  Lactancio  y 
San  Jerónimo  sabemos  que  los  cristianos  reunidos  en  esos  banquetes, 
en  víspera  de  Pascua  no  se  separaban  hasta  la  mañana  siguiente,  expli- 
cando que  pasaban  así  esa  noche  esperando  al  Cristo,  que  creían  que 
iba  a  'íegresar  para  fundar  el  reino  terrestre.  Los  otros  banquetes  en 
que  no  se  esperaba  la  vuelta  del  Cristo  quizás  se  terminaban  más  pronto. 
Ignacio  de  Antioquía  contemporáneo  de  Plinio,  hablando  del  citado 
banquete  prescribe  a  los  cristianos  de  no  realizarlo  sino  bajo  la  presi- 
dencia del  obispo.  De  ese  banquete  cristiano  se  habla  también  en  la 


92 


LA  CENA  PASCUAL 


Epístola  de  Judas,  v.  i2  y  en  la  2^  Epístola  de  Pedro  2,  13-14;  pero 
en  estos  dos  escritos  se  acusa  a  ciertos  convidados  de  transformar  el 
banquete  en  escenas  de  libertinaje,  lenguaje  confirmado  por  Tertuliano 
en  su  libro  "De  jejuniis",  donde  dice:  "Entre  vosotros  el  ágape  está 
encima  de  la  fe  y  la  esperanza,  porque  ella  da  a  vuestros  jóvenes  la 
ocasión  de  acostarse  con  cristianas". 

4682.  De  lo  expuesto  resulta  que  siendo  el  ágape  una  verdadera 
comida  debe  admitirse  la  eucaristía  de  un  banquete  cristiano.  En  cambio, 
Justino  en  sus  escritos  compuestos  hacia  la  mitad  del  siglo  II  nos  da 
testimonio  de  primer  orden  sobre  la  eucaristía  en  las  iglesias  católicas 
de  su  tiempo.  Debe  notarse  que  la  palabra  eucaristía  cambió  varias  veces 
de  sentido.  Así  Justino  explica  que  en  las  reuniones  de  los  cristianos 
se  acostumbraba  a  efectuar  primeramente  lecturas  piadosas,  seguidas  de 
una  exhortación.  Y  después  se  aportaba  en  ellas  pan  y  vino  con  agua. 
Entonces  el  presidente  celebraba  al  Padre  del  Universo  y  le  hace  una 
"larga  eucaristía"  (acción  de  gracias)  para  agradecerle  el  haber  procu- 
rado a  los  cristianos  estos  bienes  íes  decir,  el  pan,  el  vino  y  el  agua). 
El  uso  de  dar  gracias  antes  de  la  Cena  se  conservó  en  la  Iglesia;  y 
de  aquí  vino  el  nombre  de  eucaristía  (acción  de  gracias)  por  el  cual 
se  designaba  la  comunión.  Esta  eucaristía  acompañada  de  oraciones  "el 
presidente  la  prolonga  tanto  como  puede";  cuando  ha  concluido  el  pue- 
blo responde  amén.  Después  los  diáconos  reparten  las  ofrendas  entre 
los  asistentes,  no  siendo  olvidados  tampoco  los  ausentes.  Esto  es  posible 
gracias  a  la  generosidad  de  los  miembros  más  afortunados,  cuyos  apor- 
tes excedían  el  consumo.  Ese  excedente  permitía  socorrer  a  los  huérfa- 
nos, las  viudas,  los  enfermos,  los  indigentes,  los  huéspedes  extranjeros. 
En  estas  eucaristías  se  mencionaba  el  alimento  seco  y  el  líquido  puestos 
a  disposición  de  los  hombres  por  Dios,  a  quién  se  agradece  haberlos 
creado  para  el  hombre  con  todo  lo  que  ellos  encierran.  Su  Apología 
añade  que  la  eucaristía  es  el  cuerpo  y  la  sangre  de  Jesús  encarnado. 

Tal  es  el  cuadro  que  Justino  nos  traza  de  la  asamblea  cristiana.  Ahora 
bien,  Justino  describe  el  ritual  eucarístico  como  si  los  cristianos  no  se 
reunieran  sino  para  celebrarlo.  En  cambio  Tertuliano  se  expresa  como 
si  el  banquete  acompañado  de  plegarias,  fuese  el  único  objetivo  de  las 
asambleas  cristianas.  Este  último  nos  enseña  que  la  plegaria,  que  es  el 
sacrificio  de  los  cristianos,  se  corona  por  el  banquete  del  ágape,  expre- 
sando que  corrientemente  se  le  daba  al  ágape  el  nombre  de  eucaristía. 
Justino  y  Tertuliano  no  conocen  más  que  una  asamblea  cristiana,  que 
es  a  la  vez  una  eucaristía  y  un  banquete.  Los  judíos  contemporáneos 
de  la  era  cristiana,  santificaban  sus  comidas  con  plegarias.  Cuando  lle- 
gaba el  sabbat  o  una  fiesta  esas  plegarias  adquirían  un  carácter  más 
solemne  y  eran  acompañadas  por  una  ceremonia  consistente  en  brindar 
una  copa  y  hacerla  circular,  lo  que  se  llamaba  el  quidduch.  Como  los 


LA  CENA  PASCUAL 


93 


primeros  cristianos  eran  antiguos  judíos,  conservaron  estrictamente  el 
da^  gracias  a  Dios  al  comienzo  y  al  fin  de  sus  comidas.  El  banquete 
cristiano  tuvo  desde  su  origen  un  matiz  religioso,  a  pesar  de  su  natu- 
raleza profana;  pero  la  plegaria,  o  como  se  decía,  la  eucaristía  lo  santi- 
ficaba. Y  como  esta  plegaria  caía  al  atardecer  del  día  que  precedía  al 
sabbat,  adquiría  cierta  pompa,  y  tomaba  las  proporciones  de  un  rito. 

Algo  de  este  rito  nos  ha  sido  conservado  por  Lucas  como  en  su  Evan- 
gelio 22,  17;  donde  Jesús  hace  circular  la  copa  común  después  de  ha- 
berla bendecido,  es  decir,  realizando  el  quidduch.  En  el  origen,  el  ban- 
quete cristiano,  comenzaba  por  la  bendición  de  una  copa  de  la  cual 
todos  los  convidados  bebían,  siendo  su  primer  acto  un  quidduch.  Su 
último  acto  era  probablemente  el  canto  de  un  salmo,  según  vemos  en 
Marcos  14,  26  que  habla  de  un  canto  entonado  por  los  discípulos  de 
Jesús.  Entre  los  Salmos  de  David  numerosos  son  los  que  celebran  el 
retorno  a  la  patria,  o  que  suplican  a  Dios  de  hacer  posible  ese  retorno, 
humillando  a  los  opresores  de  Israel.  Los  judeo-cristianos,  preferían 
cantar  probablemente  los  salmos  2  y  110,  en  los  cuales  una  exégesis 
aproximativa  veía  simplemente  el  Elegido  de  Dios,  presto  a  reinar  en 
Jerusalén,  y  aplastar  a  los  paganos:  "él  quebrantará  muchas  cabezas". 
Cuando  los  paganos  entraron  a  la  Iglesia,  introdujeron  algunas  modifi- 
caciones: desapareció  el  quidduch  y  el  "día  del  Sol",  nuestro  domingo, 
vino  a  sustituir  al  sabbat,  sustitución  quizá  realizada  por  odio  a  la  Ley 
mosaica,  lo  que  en  opinión  de  Turmel  fue  operado  bajo  la  influen- 
cia de  Marción  (TuRMEL  o  su  seudónimo  Louis  Coulange,  La  Messe, 
ps.  21-26) . 

4683.  Otro  dato  interesante  nos  da  este  autor  sobre  Tertuliano, 
cuando  agrega  que  según  aquel  antiguo  exégeta  el  pan,  "el  sacramento 
de  la  eucaristía"  recibido  de  manos  del  presidente  de  la  asamblea,  podía 
ser  guardado  para  llevarlo  a  la  casa  propia  de  cada  fiel,  pues  mani- 
fiesta en  su  libro  Ad  uxorem  que  "la  esposa  cristiana,  por  la  mañana, 
antes  de  todo  otro  alimento,  debe  tomar  un  trozo  del  pan  eucarístico 
que  ella  ha  llevado  a  su  casa".  Justino  declara  que  el  pan  y  la  bebida 
cesan  de  ser  un  pan  ordinario  o  una  bebida  ordinaria  cuando  la  euca- 
ristía ha  sido  hecha  sobre  ellos  y  que  estos  elementos  han  llegado  a 
ser  una  eucaristía.  Para  los  cristianos  de  aquella  época,  el  pan  euca- 
rístico era  un  especie  de  talismán,  lleno  de  una  virtud  misteriosa,  y 
garantía  de  inmortalidad.  El  pan  eucarístico  que  los  cristianos  de  la 
época  de  Tertuliano  llevaban  a  sus  casas  para  comer  cada  mañana  antes 
de  tomar  cualquier  otro  alimento,  era  considerado  que  encerraba  una 
virtud  misteriosa,  pues  el  sacerdote  al  entregarles  ese  pan  decía  a  cada 
uno  de  los  fieles  "he  aquí  el  cuerpo  del  Cristo",  quienes  al  recibirlo 
contestaban  "amén",  Id  que  venía  a  constituir  una  profesión  de  fe  en 
la  encarnación  del  Cristo.  En  las  cercanías  del  año  220,  apareció  un 


94 


OTRA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA 


reglamento  redactado  por  Hipólito,  indicando  al  obispo  recién  ordena- 
do, el  modo  de  hacer  la  eucaristía,  la  que  tratando  de  conformarse  al 
mensaje  revelado  por  el  Cristo  a  Pablo,  suprimió  el  banquete  para  con- 
memorar tan  sólo  la  muerte  de  Jesús.  Concluye  Turmel  manifestando 
que  el  régimen  inaugurado  por  Hipólito,  con  el  nombre  de  misa  estuvo 
en  vigor  durante  toda  la  Alta  Edad  Media.  Si  Hipólito  instituyó  ese 
régimen,  Ambrosio  fue  quien  le  dio  el  nombre  de  misa.  Esa  palabra 
misa  quiere  decir  despido;  y  servía  para  designar  el  despido  de  los 
catecúmenos  que  tenía  lugar  después  de  la  homilía  o  sermón.  San  Am- 
brosio cambia  el  sentido  de  la  palabra  primitiva  misa  y  la  emplea  para 
designar  el  conjunto  de  la  liturgia  que  sigue  a  la  partida  de  los  cate- 
cúmenos. La  reforma  de  Hipólito,  poco  a  poco  penetró  en  todas  las 
liturgias  ÍTURMEL,  Ib.,  ps.  68-75). 

OTRA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA.  —  4684.  Alfredo  Loisy  en  el 
Con  gres  d'Histoire  du  Chrislianisme  publicado  con  motivo  de  su  jubileo, 
dió  a  luz  su  trabajo  sobre  los  orígenes  de  la  cena  eucarística,  estudio 
en  que  analiza  la  obra  de  Hans  Lietzman  sobre  las  más  antiguas  litur- 
gias de  este  rito,  las  que  a  su  juicio  se  reducen  a  dos  tipos:  1°  el  tipo 
designado  como  "fracción  del  pan"  en  los  actos  de  los  apóstoles;  y  el 
29  "la  Cena  del  Señor"  como  se  describe  en  la  Primera  Epístola  a  los 
Corintios.  La  Cena  no  habría  sido  instituida  por  Jesús;  históricamente 
el  primer  tipo  habría  consistido  en  continuar  las  comidas  que  Jesús 
acostumbraba  a  realizar  con  sus  discípulos;  pero  que  después  de  su 
muerte  y  adquirida  la  fe  en  su  resurrección  no  había  demorado  en  ser 
practicada  con  el  sentimiento  de  su  presencia  espiritual  y  con  la  intensa 
esperanza  de  su  próximo  advenimiento.  El  segundo  tipo  bien  pronto 
injertado  en  el  primero,  habría  interpretado  como  precepto  de  institu- 
ción permanente  las  palabras  circunstanciales  que  Jesús  había  pronun- 
ciado la  víspera  de  su  muerte,  en  la  última  comida  realizada  con  sus 
discípulos. 

Comienza  el  autor  notando  la  incoherencia  que  presenta  la  redac- 
ción de  Marc.  14,  22-25  del  cual  dependen  Mat.  y  Lucas.  Lietzman 
atribuye  a  Pablo  la  idea  de  que  la  última  comida  de  Jesús  es  el  pro- 
totipo de  la  institución  de  la  cena  cristiana  y  analizando  el  citado 
pasaje  de  Mar.  14,  22-25,  dice:  a  primera  vista,  las  palabras:  "esto  es 
mi  cuerpo"  son  puramente  ininteligibles  para  el  lector  no  advertido.  El 
lector  que  se  supone  advertido,  sabe  no  lo  que  Jesús  hubiera  dejado  de 
decir  para  comentar  este  enigma,  sino  lo  que  de  él  pensaba  el  evange- 
lista o  lo  que  se  pensaba  en  el  grupo  cristiano  para  el  cual  el  evangelis- 
ta escribió.  La  significación  del  enigma:  "esto  es  mi  cuerpo"  está  coor- 
denada al  significado  del  enigma  "esto  es  mi  sangre".  Se  trata  del 
cuerpo  crucificado,  del  cuerpo  herido  que  el  pan  roto  representa,  — un 


OTRA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA 


95 


poco  arbitrariamente,  porque  el  cuerpo  de  Jesús  no  fue  despedazado — , 
como  el  vino  de  la  copa  representa  la  sangre  de  Jesús,  — no  menos 
arbitrariamente,  porque  la  sangre  de  Jesús  no  se  extendió  a  borboto- 
nes como  lo  hubiera  sido  por  ejemplo  si  Jesús  hubiera  sido  decapitado. 

En  resumen,  no  se  concibe  que  Jesús  expresando  tales  dichos  ale- 
góricos no  dijera  simplemente  porqué  se  había  expuesto  a  la  muerte. 
Esas  palabras  místicas  no  tienen  sentido,  sino  con  relación  al  sacra- 
mento cristiano  ya  establecido  y  como  interpretación  de  ese  sacramen- 
to. Nótese  que  el  redactor  evangélico  parece  no  haber  previsto  la  ex- 
plicación mística  del  pan  que  ocurre  en  el  momento  oportuno,  cuando 
Jesús  da  a  sus  discípulos  el  pan  roto.  Para  la  copa,  el  evangelista  es- 
cribe: él  se  las  dió  y  de  ella  bebieron  todos.  De  donde  resultaría  que  la 
copa  estaba  vacía  cuando  Jesús  dijo:  "esta  es  mi  sangre".  Es  tan 
flagrante  esta  inhabilidad  de  redacción  que  Mat.  (26,  22-28)  la  ha 
modificado  escribiendo  a  propósito  de  la  copa:  "y  él  se  las  dió  diciendo 
bebed  de  ella  todos,  porque  esta  es  mi  sangre".  Esa  fórmula  reclama 
naturalmente  esta  otra:  "en  verdad  os  digo  yo  no  beberé  más  del  fruto 
de  la  vid",  etc.  Allí  está  sobreentendido  que  Jesús  bebió  como  los  otros 
del  vino  de  la  copa,  como  por  otra  parte  es  considerado  haber  comido 
pan.  Pero  las  palabras  místicas:  "esto  es  mi  cuerpo",  "esto  es  mi  sangre" 
no  implican  que  Jesús  haya  participado  en  esos  elementos  de  la  comida, 
lo  que  vendría  a  decir  que  él  comió  místicamente  su  propio  cuerpo  y 
bebió  su  propia  sangre.  Todo  esto  confirma  la  imposibilidad  de  atribuir 
esas  palabras  a  Jesús  vivo  en  carne  y  conversando  con  sus  discípulos. 
Esas  palabras  "yo  no  beberé  más",  etc.,  que  no  son  precisamente  una 
profecía  de  la  muerte  que  viene,  muerte  que  es  más  suficientemente 
predicha  en  el  contexto,  son  concebidas  a  la  vez  en  consideración  a  la 
última  comida  y  a  la  parusia  próxima;  son  una  cita  formal  a  la  cita 
a  la  comida  de  la  parusia,  figurada  en  la  comida  presente,  pensando 
el  evangelista  directamente  en  la  Cena  en  el  reino  de  Dios. 

Esas  divergencias  en  los  sinópticos  permiten  afirmar  la  existencia  en 
la  tradición  evangélica  de  una  última  comida  que  no  era  la  de  la  Pascua, 
sino  concebida  como  prototipo  de  la  Cena  cristiana  primitiva.  Esta  última 
comida  se  presenta  efectivamente  como  el  prototipo  de  una  cena  inter- 
pretada en  figura  o  anticipo  del,  festín  de  los  elegidos  en  el  reino  de 
los  cielos  con  el  vivo  sentimiento  de  la  presencia  invisible  de  Jesús, 
muerto  y  siempre  vivo.  Este  relato  no  atribuía  la  Cena  como  una 
institución  formal  de  Jesús,  la  sentía  como  una  especie  de  repetición 
de  la  última  comida,  de  modo  que  esa  Cena  no  hacía  otra  cosa  sino 
continuar  las  comidas  ordinarias  de  Jesús  con  sus  discípulos;  pero  la 
condensaba  en  una  sola,  la  última,  lo  que  permitía  introducir  en  ese 
relato  el  recuerdo  de  la  muerte.  Se  concibe  que  el  elemento  esencial  de 
esa  Cena  haya  sido  el  pan  y  que  a  menudo  haya  faltado  en  ella  el 


96 


OTRA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA 


vino,  como  había  debido  faltar  más  de  una  vez  en  las  comidas  de 
Jesús.  Puede  decirse  que  el  relato  de  Marcos  contiene  un  mito  de  insti- 
tución de  la  Cena.  Podría  encontrarse  otro  más  simbólico  y  menos 
preciso  en  los  relatos  de  la  multiplicación  de  los  panes,  cena  sin  vino, 
fracción  del  pan  después  de  la  bendición  eucarística.  del  cual  el  discurso 
joánico  sobre  el  pan  de  la  vida  en  su  primera  parte  (Juan  6,  26-51)  no 
hizo  sino  acentuar  su  significación  original,  salvo  a  orientarlo  en  su 
última  parte  (Juan  6,  51-57)  hacia  el  tipo  de  cena  donde  los  elementos 
figuran  directamente  el  cuerpo  y  la  sangre  de  Jesús  crucificado. 

Estamos  pues  en  presencia  de  una  interpretación  mística  de  la  Cena, 
de  una  interpretación  que  al  relacionarse  a  la  última  comida  de  Jesús  tiene 
claramente  la  forma  de  un  mito  de  institución.  El  autor,  cualquiera 
que  sea,  quiere  significar  que  él  narra  lo  que  Jesús  hizo  y  dijo,  en  la 
indicada  circunstancia  para  establecer  la  perpetuidad  del  rito  cristiano. 
La  perspectiva  no  es  la  de  la  parusia  inmediata  sino  la  de  una  parusia 
retardada,  cuyo  plazo  no  se  arriesga  a  fijar. 

4685.  El  nombre  de  eucaristía  ha  quedado  a  la  Cena  cristiana, 
porque  toda  la  liturgia  de  la  comida  sagrada  procedía  de  las  plegarias 
de  bendición,  de  acción  de  gracias,  que  se  pronunciaban  tanto  sobre  el 
pan  como  sobre  el  vino  en  las  comidas  religiosas  de  los  judíos.  Justino, 
en  su  Apología,  describe  por  dos  veces  la  Cena  cristiana,  una  primera 
vez  como  Cena  de  los  nuevos  bautizados,  y  una  segunda  vez  como  Cena 
del  domingo.  La  Cena  ya  no.  es  más  que  una  liturgia,  separada  comple- 
tamente de  la  antigua  comida  o  ágape.  El  servicio  del  domingo  comienza 
por  lecturas  de  los  Profetas  o  de  los  Evangelios  y  de  esta  lectura,  el 
presidente  u  obispo  que  preside  la  asamblea  cristiana,  saca  una  exhor- 
tación para  los  fieles.  Esa  parte  del  servicio  era  imitada  de  la  practicada 
en  la  sinagoga;  se  levantaban  luego  por  plegarias  comunes  pidiendo  que 
todos  los  cristianos  unieran  al  conocimiento  de  la  verdad,  la  práctica 
del  bien  y  que  obtuvieran  la  salvación  eterna;  después  de  lo  cual  se  dan 
mutuamente  el  beso  de  paz.  Entonces  comenzaba  la  eucaristía  propia- 
mente dicha.  La  representación  mística  del  cuerpo  y  de  la  sangre  fue 
concebida  en  vista  de  una  Cena  con  pan  y  vino,  pero  se  comenzó  por  no 
ver  ningún  inconveniente  en  interpretar  según  el  mismo  simbolismo  la 
Cena  con  pan  y  agua,  que  era  también  la  costumbre  cristiana  desde  el 
principio. 

En  los  Actos  apócrifos  de  los  apóstoles  se  hallan  muchos  casos 
de  cenas  eucarísticas  con  pan  y  agua  lo  que  no  impedía  que  en  la  ple- 
garia consagratoria  se  mencionara  la  carne  y  la  sangre.  Parece  estable- 
cido que  la  plegaria  eucarística  fue  en  el  principio  una  efusión  de  re- 
conocimiento del  don  de  salvación,  añadido  al  beneficio  de  la  creación; 
considerándose  al  Cristo  presente  en  espíritu  al  simple  llamado  de  los 
suyos,  siendo  los  elementos  consagrados  por  la  plegaria  de  acción  de 


NUEVA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA  Y  LA  REDENCION 


97 


gracias.  La  idea  nació  así  espontáneamente  bajo  la  influencia  general 
de  los  cultos  de  misterio,  de  una  comunión  mística  al  Cristo  en  los 
elementos  de  la  Cena,  y  esta  comunión  se  extendió  con  relación  a  la 
idea  de  la  muerte  del  Cristo  para  justificación  de  los  hombres  a  fin  de 
resucitar  para  su  glorificación  (LoiSY,  Con  gres  1,  ps.  77-95) . 

No  hay  en  los  sinópticos  ninguna  señal  de  los  otros  sacramentos  que 
el  concilio  de  Trento  proclamará  instituidos  por  Jesucristo.  Sería  ocioso 
insistir  en  ello.  ¿Se  puede  sostener,  por  ejemplo,  que  el  Maestro  ha 
establecido  el  sacramento  de  la  penitencia  porque  ha  dicho  "haced  peni- 
tencia"? Y  sin  embargo,  éste  es  aún  el  mejor  argumento  histórico  que 
se  puede  presentar  en  favor  de  uno  de  los  siete  sacramentos  ortodoxos, 
fuera  del  bautismo  y  de  la  eucaristía  (GuiGNEBERT,  Manual,  ps.  244-245) . 

NUEVA  OPINION  SOBRE  LA  EUCARISTIA  Y  LA  REDENCION.  — 
4686.  James  George  Frazer  consagra  un  párrafo  de  su  libro  "UHomme, 
Dieu  et  L'Immortalité"  a  censurar  irónicamente  la  eucaristía,  sin  nom- 
brar directamente  al  cristianismo,  párrafo  que  transcribimos  a  conti- 
nuación: "fácil  es  comprender  el  porqué  un  salvaje  desea  comer  la 
carne  de  un  animal  o  de  un  hombre  que  considera  como  divino.  Co- 
miendo el  cuerpo  del  dios  adquiere,  una  parte  de  los  atributos  y  de  los 
poderes  del  dios.  Cuando  éste  es  un  espíritu  del  trigo,  el  trigo  es  su 
verdadero  cuerpo,  cuando  es  un  dios  de  la  viña,  el  vino  es  su  sangre; 
así  al  comer  el  pan  y  beber  el  vino  el  fiel  come  realmente  el  cuerpo  y 
bebe  la  sangre  de  su  dios.  No  es  pues  por  orgía,  sino  para  celebrar  un 
solemne  sacramento  que  se  bebe  del  vino  en  los  ritos  de  un  dios  de  la 
viña  como  Dionisio.  Sin  embargo  llega  un  momento  en  que  hombres 
razonables  encuentran  muy  difícil  de  comprender  como  sensatamente 
puede  suponerse  que  comiendo  pan  y  bebiendo  vino  se  consuma  el 
el  cuerpo  o  la  sangre  de  una  divinidad.  "Cuando  llamamos  al  trigo 
Ceres  y  al  vino  Baco,  dice  Cicerón,  empleamos  una  figura  retórica  muy 
corriente;  pero  ¿creéis  que  haya  alguno  bastante  loco  para  imaginarse 
que  lo  que  él  como  es  un  dios?"  Al  expresarse  así  el  filósofo  romano  no 
preveía  que  en  esa  misma  Roma  y  los  países  que  de  ella  derivan  su 
dogma,  la  creencia  que  él  extigmatiza  aquí  con  el  nombre  de  locura, 
estaba  destinada  a  persistir  durante  millares  de  años  como  una  doctrina 
cardinal  de  la  religión  en  pueblos  que  se  enorgullecen  de  sus  luces  re- 
ligiosas, en  comparación  con  las  ciegas  supersticiones  de  la  antigüedad 
pagana.  ¡Cuán  poco  los  mayores  espíritus  de  una  generación  son  ca- 
paces de  prever  los  caminos  desviados  que  tomará  en  el  curso  de  las 
épocas  futuras  la  fe  religiosa  de  la  humanidad!"  Y  el  mismo  escritor 
en  otro  párrafo  que  titula  "El  dios  que  muere  en  el  papel  de  redentor", 
de  su  citado  libro,  dice:  "el  Dios  que  Muere  ha  servido  a  veces  de 
Macho  Cabrío  Emisario  a  fin  de  libertar  a  sus  adoradores  de  los  múl- 


98 


LA  CRUCIFIXION 


tiples  males  que  la  asaltan  en  la  vida  de  aquí  abajo. . .  Si  no  nos  equi- 
vocamos esa  noción  del  Macho  Cabrío  Emisario  Divino  se  reduce  a  una 
simple  confusión  entre  lo  material  y  lo  inmaterial,  entre  la  posibilidad 
real  de  colocar  un  fardo  concreto  sobre  los  hombros  de  otro  y  la  pre- 
tendida posibilidad  de  transferir  nuestras  miserias  físicas  y  mentales  a 
algún  otro  que  las  cargará  en  lugar  nuestro.  Cuando  examinamos  la 
historia  de  este  trágico  error  desde  su  grosera  formación  en  pleno  sal- 
vajismo, hasta  su  completo  desenvolvimiento  en  la  teología  especulativa 
de  las  naciones  civilizadas,  no  podemos  menos  de  experimentar  un  sen- 
timiento de  sorpresa  al  comprobar  el  extraño  poder  que  posee  el  espíritu 
humano  de  dar  a  los  términos  escorias  de  la  superstición,  un  falso 
brillo  de  oro  resplandeciente.  En  ninguna  parte  ciertamente  esta  alqui- 
mia del  pensamiento  se  manifiesta  con  más  evidencia  que  en  la  lenta 
evolución  en  el  curso  de  la  cual,  la  innoble  e  imbécil  práctica  del  Macho 
Cabrío  Emisario  se  ha  cambiado  en  la  sublime  concepción  del  Dios 
que,  al  morir,  se  carga  de  los  pecados  del  mundo"  (ps.  304-305). 

LA  CRUCIFIXION.  . —  4687.  Entre  los  más  espantosos  suplicios  in- 
ventados por  la  maldad  humana,  se  cuentan  la  crucifixión  y  el  empala- 
miento.  Escribiendo  sobre  el  primero  de  estos  suplicios  manifiesta 
Alberto  Réville:  "Todo  lo  que  el  arte  de  los  torturadores  trataba  de 
producir  sufrimientos  físicos  atroces,  extensión  del  tormento,  ignominia, 
efecto  sobre  la  multitud  que  presenciaba  la  lenta  agonía  del  crucificado, 
se  encuentran  en  este  cruel  y  odioso  suplicio.  Nada  más  espantoso  como 
la  vista  de  ese  cuerpo  vivo  que  respiraba,  veía,  oía,  sensible  aún  y  sin 
embargo  ya  reducido  al  estado  de  cadá^-er  por  la  inmovilidad  forzosa 
y  la  impotencia  absoluta.  No  se  puede  decir  que  el  crucificado  se  retor- 
ciera  en  el  dolor,  pues  le  era  imposible  el  retorcerse.  Despojado  de 
todos  sus  vestidos,  no  pudiendo  ni  aún  ahuyentar  los  insectos  que  se 
encarnizaban  sobre  su  piel  lacerada  por  la  previa  fustigación,  impedido 
de  contener  las  excreciones  más  repugnantes,  siendo  el  blanco  de  las 
injurias  y  de  las  vociferaciones  de  aquellos  hombres  que  siempre  han 
buscado  en  la  contemplación  de  los  suplicios,  no  sé  que  goce  malsano, 
que  lejos  de  apaciguarlos,  excita  la  vista  del  dolor  ajeno,  el  crucificado 
exhibía  la  miserable  criatura  humana  reducida  al  último  grado  de  la 
impotencia  del  sufrimiento  y  del  envilecimiento.  La  tortura,  la  degra- 
dación, la  muerte  cierta;  pero  destilada  gota  a  gota,  la  crucifixión  rea- 
lizaba todo  lo  más  abominable  que  se  podría  desear.  .  .  Al  condenado 
se  le  clavaban  las  manos  sobre  la  viga  transversal  y  por  los  pies  sobre 
la  viga  vertical.  De  ordinario  se  le  colocaba  a  horcajadas  sobre  una 
especie  de  gruesa  clavija  en  forma  do,  cuerno  que  pasaba  entre  las  pier- 
nas, pues  por  el  contrario  el  peso  del  cuerpo  hubiera  bien  pronto  des- 
trozado las  manos.  En  esta  postura  las  rodillas  debían  ser  plegadas 


LA  CRUCIFIXION 


99 


adelante  para  que  se  pudiese  sin  quebrar  los  pies,  clavarlos  sobre  el 
madero  central.  Por  excepción  no  se  clavaban  los  pies  o  eran  simple- 
mente atados.  La  práctica  romana  quería  que  en  la  viga  transversal  se 
pusiera  un  título,  indicando  la  naturaleza  del  crimen  cometido  por  el 
crucificado.  En  cuanto  al  empalamiento  que  consistía  en  una  estaca 
aguda,  colocada  verticalmente,  y  que  se  introducía  en  el  ano  del  ajus- 
ticiado, que  por  el  propio  peso  del  cuerpo  le  iba  penetrando  en  su 
interior,  suplicio  bárbaro  también  menos  prolongado  que  la  crucifixión 
(A.  RÉviLLE,  Ob.  cit.,  ps.  369-375).  Estos  bárbaros  suplicios  provenían 
de  los  persas  quienes  probablemente  los  tomaron  de  los  asirios,  los  más 
crueles  para  con  sus  enemigos,  pues  según  lo  han  revelado  sus  propios 
dibujos,  ataban  en  el  suelo  a  sus  prisioneros  de  pies  y  manos;  y  luego 
les  quitaban  la  piel,  como  entre  nosotros  se  cuerean  las  ovejas  y  vacunos. 

4688.  De  los  escasos  detalles  que  nos  dan  los  Evangelios  sobre 
la  crucifixión  y  muerte  de  Jesús,  destacaremos  tan  sólo  los  siguientes: 
Un  tal  Simón  de  Cirene  fue  obligado  a  llevar  la  cruz  que  no  podía  ser 
arrastrada  por  las  escasas  fuerzas  del  Nazareno  (Marc.  15,  21);  con 
Jesús  fueron  también  crucificados  dos  bandidos  que  habían  sido  sacados 
de  sus  calabozos,  y  que  la  tradición  denomina  el  buen  y  el  mal  ladrón; 
las  palabras  que  se  dan  como  pronunciadas  por  Jesús  en  tales  circuris- 
tancias  son:  "Padre  perdónalos,  porque  no  saben  lo  que  hacen"  (Luc.  23, 
34) ,  palabras  probablemente  auténticas  dados  los  sentimientos  de  perdón 
a  sus  enemigos  que  había  proclamado  en  otras  ocasiones  Jesús.  Y  por 
último  el  grito  de  suprema  angustia  que  pocos  minutos  antes  de  morir 
pronunció  Jesús  en  arameo:  Eli,  Eli,  lama  sabachthani?  — que  traducido 
quiere  decir:  Dios  mío!  Dios  mió!  ¿por  qué  me  has  desamparado? 
Marc.  15,  34 — .  expresión  ésta  que  ha  dado  lugar  a  grandes  discusiones 
entre  los  intérpretes,  pero  la  cual,  a  nuestro  juicio,  expresa  simple- 
mente el  hecho  de  que  Dios  no  interviene  en  los  asuntos  humanos,  pues 
de  lo  contrario  una  divinidad  bondadosa  no  hubiera  podido  permanecer 
insensible  ante  los  abominables  e  inmerecidos  sufrimientos  que  padecía 
inicuamente  un  ser  digno  de  toda  compasión  y  auxilio. 


CAPITULO  X 


Los  relatos  de  la  resurrección 


4689.  Si  los  relatos  referentes  a  la  vida  y  a  la  obra  de  Jesús,  están 
llenos  de  inexactitudes  y  omisiones,  parece  que  esto  no  debiera  ocurrir 
tratándose  de  los  hechos  que  comprobaran  inequívocamente  la  resu- 
rrección de  aquel  Maestro,  hecho  capital  en  que  descansa  toda  la  his- 
toria del  cristianismo.  Utilizando  la  erudición  de  Turmel  expondremos 
a  continuación  los  datos  que  al  repecto  nos  ofrece  el  N.  T.  Según  el 
Evangelio  de  Juan  (caps.  20  y  21)  hubo  en  total  cuatro  apariciones 
del  resucitado.  La  primera  ocurrió  en  la  mañana  del  domingo  de  Pascua 
y  fue  acordada  a  María  Magdalena.  La  segunda  se  efectuó  en  la  tarde 
del  mismo  día  ante  los  discípulos  reunidos  en  un  local  cerrado  en 
Jerusalén.  La  tercera  fue  concedida  el  domingo  siguiente  a  los  mismos 
discípulos,  a  quienes  acompañaba  esta  vez  Tomás,  ausente  cuando  la 
anterior  aparición.  La  cuarta  ocurrió  algún  tiempo  más  tarde  delante 
de  siete  discípulos,  a  orillas  del  lago  de  Tiberiades. 

El  apóstol  Pablo  en  la  primera  epístola  a  los  Corintios  dice:  "El 
Cristo  resucitado  apareció  primero  a  Pedro,  después  a  los  Doce,  en  se- 
guida a  más  de  quinientos  hermanos  a  la  vez,  luego  a  Santiago,  después 
a  todos  los  apóstoles  y  finalmente  a  mí".  En  el  IV  Evangelio,  Pedro 
no  era  admitido  a  ver  al  Resucitado  sino  en  la  compañía  de  los  otros 
discípulos.  Aquí  recibe  el  favor,  anteriormente  acordado  a  Magdalena. 
Según  los  Actos  el  Resucitado  pasó  cuarenta  días  en  compañía  de  sus 
discípulos.  Durante  ese  tiempo  permaneció  habitualmente  con  ellos  y 
las  conversaciones  que  les  concedió  no  eran  ya  tan  sólo  las  apariciones 
momentáneas  de  que  habla  el  Evangelio  de  Juan,  y  la  primera  epístola 
a  los  Corintios.  En  resumen  estos  tres  relatos  son  mutuamente  inconci- 
liables y  si  uno  de  ellos  se  tiene  por  histórico,  se  debe  rehusar  a  los  otros 
todo  crédito. 

4690.  Veamos  lo  que  nos  dicen  Marcos  y  Mateo.  Según  estos  dos 
escritores,  el  ángel  que  informó  a  las  mujeres  venidas  el  domingo  de 
mañana  a  la  tumba,  les  dijo  que  los  Once  fueran  a  Galilea  donde  les 


LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


101 


aparecería  el  Resucitado.  Después  de  esto,  Mateo  28,  16  nos  explica 
que  de  acuerdo  con  la  orden  de  las  mujeres,  los  Once  se  trasladaron 
a  Galilea,  donde  Jesús,  mostrándose  a  ellos,  les  dió  sus  supremas  instruc- 
ciones. Este  relato  falta  en  Marcos  por  la  perentoria  razón  que  el  texto 
ha  sido  amputado,  en  16,  8  (todo  lo  que  viene  después  de  16,  8  es  una 
interpolación  posterior  al  año  160).  Pero  se  encontraba  ciertamente  en 
la  parte  suprimida  puesto  que  en  16,  7  el  ángel,  como  en  Mateo,  acon- 
sejó a  las  mujeres  que  los  discípulos  se  reunieran  en  Galilea.  Marcos 
y  Mateo  pues  no  conocen  más  que  una  aparición  del  Resucitado;  la  co- 
locan en  Galilea  y  de  ella  se  benefician  los  Once  colectivamente. 

Veamos  ahora  lo  que  nos  dice  Lucas,  según  el  cual  Jesús  resucitado 
apareció  el  domingo  de  Pascuas,  primeramente  a  dos  viajeros  que  se  diri- 
gían a  la  aldea  de  Emmaús,  y  después,  la  noche  del  mismo  día,  a  los 
Once  reunidos  en  Jerusalén.  Luego  de  haber  tomado  una  frugal  comida 
delante  de  ellos,  se  elevó  en  los  aires  y  desapareció.  Lucas  no  conoce 
sino  una  aparición  a  los  Once  en  lo  que  está  de  acuerdo  con  Marcos  y 
Mateo,  acuerdo  que  dura  muy  poco  dejando  de  lado  la  aparición  a  los 
peregrinos  de  Emmaús,  de  lo  cual  Lucas  es  el  único  en  hablar. 

Veamos  el  conflicto  capital  suscitado  sobre  el  lugar  y  la  fecha  de  la 
aparición  a  los  Once.  Sabemos  ya  que  en  Marcos  y  Mateo  el  ángel  en- 
carga a  las  mujeres  que  los  Once  vayan  a  Galilea.  El  texto  de  Marcos, 
que  no  difiere  del  de  Mateo  sino  por  dos  ligeras  variantes,  dice  así:  Bus- 
cáis a  Jesús  el  nazareno  crucificado.  Él  ha  resucitado,  no  está  aquí.  Este 
es  el  sitio  donde  se  le  había  colocado.  Pero  id,  decid  a  sus  discípulos 
y  a  Pedro  que  él  os  precede  en  Galilea.  Es  allí  que  le  veréis  como 
él  os  lo  ha  dicho".  Según  Lucas,  los  Once  están  reunidos  en  una  cámara 
en  Jerusalén:  los  peregrinos  de  Emmaús  vienen  a  unirse  con  ellos,  cuan- 
do repentinamente  Jesús  entra  en  la  cámara,  se  muestra  a  sus  discípulos 
que  lo  creen  un  fantasma  y  come  delante  de  ellos  para  combatir  su 
incredulidad.  Confrontando  con  este  relato  en  que  todo  pasa  en  Jeru- 
salén, el  día  de  la  resurrección,  ¿qué  llega  a  ser  la  versión  de  los  otros 
dos  sinópticos  donde  la  aparición  ocurre  muchos  días  más  tarde  en 
Galilea?  Ninguna  conciliación  es  posible.  Nos  conformaríamos  con  el 
testimonio  de  Marcos,  si  no  hubiera  serias  razones  para  creer  que  su 
trabajo  se  detenía  en  la  muerte  de  Jesús  sobre  la  cruz  y  que  lo  que 
sigue  es  de  época  posterior.  Tenemos  por  lo  tanto  que  confiar  en  Lucas, 
concluyendo  en  consecuencia  que  hasta  más  amplio  examen,  el  Cristo 
resucitado  se  mostró  a  sus  discípulos  el  día  mismo  de  la  resurrección 
y  que  inmediatamente  partió  al  cielo,  y  que  todos  los  otros  relatos  son 
productos  de  la  imaginación,  en  los  cuales  sería  en  vano  buscar  una 
partícula  de  historicidad. 

4691.  Nos  resta  saber  lo  que  vale  dicho  relato  de  Lucas.  En  el 
discurso  pronunciado  por  Pablo  en  Antioquía  de  Pisidia   (Act.  13, 


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LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


16-41),  que  ha  sido  retocado  en  los  vs.  27-31,  Pablo  trata  de  probar  la 
resurrección  de  Jesús  por  una  demostración  únicamente  bíblica,  diciendo 
que  e$a  resurrección  fue  predicha  por  diversos  textos  de  la  Escritura, 
especialmente  por  el  salmo  XV,  donde  se  dice  que  Dios  no  permitirá 
a  su  Santo  ver  la  corrupción.  Como  de  esta  promesa  no  se  benefició 
David,  porque  sufrió  la  corrupción,  resulta  que  el  beneficiario  de  ella 
ha  sido  el  Mesías  Jesús.  Si  Pablo  hubiera  conocido  la  aparición  a  los 
Once,  hubiera  dado  a  los  antioqueños  esta  prueba  material  de  la  re- 
surrección, sin  empeñarse  en  un  razonamiento  singularmente  vago  y 
laborioso.  Es  lo  que  hace  un  siglo  más  tarde  el  discurso  pronunciado 
por  Pedro  en  Jerusalén  (Act.  2,  32)  que  no  es  sino  un  calco  del  dis- 
curso de  Antioquía  de  Pisidia  y  contiene  sin  embargo  una  alusión  a 
las  apariciones  del  Resucitado  "de  ellas  somos  todos  testigos",  discurso 
que  debe  haber  sido  escrito  hacia  el  año  150,  en  época  en  que  las  apa- 
riciones ya  habían  obtenido  derecho  de  ciudadanía  en  las  comunidades. 
La  aparición  a  los  Once  coronada  por  la  ascención  es  una  ficción  ela- 
borada por  Lucas  en  las  proximidades  del  año  60.  Pablo  la  ignora.  La 
misma  conclusión  se  desprende  de  la  predicación  de  Pablo  en  Tesaló- 
nica  y  en  Berea  (Act.  17,  2;  17,  11),  donde  Pablo  prueba  por  las  Escri- 
turas que  la  muerte  de  Jesús  formaba  parte  de  un  plan  divino  y  que 
ha  sido  seguida  por  su  resurrección. 

4692.  Hablando  de  esas  apariciones  de  Jesús,  posteriores  a  su 
muerte,  escribe  Loisy  al  respecto:  "Lo  que  los  discípulos  habían  espe- 
rado, nada  les  impedía  de  continuar  esperándolo:  porque  aquél  a  quien 
lamentaban,  no  era  aquél  que  convertía  algunas  almas  simples;  el  Maes- 
tro que  ellos  habían  perdido,  era  el  rey  de  gloria  en  el  cual  Jesús  estaba 
ahora  transfigurado  para  manifestarse  al  mundo  en  el  reino  que  se 
preparaba.  El  reino  debía  venir  de  lo  alto,  y  es  de  allá  que  muchos 
habían  comenzado  a  esperar  el  Mesías;  es  de  allá  que  ellos  mismos, 
en  cierto  sentido,  lo  habían  esperado,  y  que  ahora,  muy  resueltamente, 
lo  esperaban.  Si  todos  los  justos  deberían  resucitar  para  el  reino,  ¿no 
habría  Jesús,  profeta  e  instaurador  predestinado  del  reino,  no  habría 
resucitado  antes  que  ellos,  como  ellos  debían  bien  pronto  resucitar? 
Puesto  que  Dios  debía  enviarlo  con  el  reino,  ¿no  lo  habría  arrebatado 
primeramente  junto  a  él,  en  vez  de  dejarlo  en  la  morada  de  los  muer- 
tos? Suponiendo  que  Jesús  mismo  hubiera  considerado  delante  de  ellos 
la  eventualidad  de  su  muerte,  no  habría  podido  representarse  ni  repre- 
sentarlos de  otro  modo  su  propio  porvenir:  Dios  no  lo  abandonaría, 
y  Jesús  vendría  inmortal  y  glorioso,  con  el  reino.  La  fe  religiosa  no 
es  en  sí,  otra  cosa  que  un  esfuerzo  del  espíritu,  imaginación,  inteligencia 
y  voluntad,  para  romper  el  cuadro  natural,  aparentemente  mecánico  y 
fatal  de  la  existencia.  Las  dificultades  que  despiertan  en  nuestros  espí- 
ritus la  idea  de  la  resurrección  y  que  ella  debía  ya  levantar  resistencias 


LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


103 


en  el  mundo  helénico,  no  existía  para  esos  creyentes  judíos,  habituados 
a  concebir  así  sin  sutileza  la  supervivencia  de  los  muertos  e  incapaces 
de  concebirla  de  otro  modo.  Numerosos  apologistas  razonan  aún  en 
nuestros  días  como  si  la  resurrección  de  Jesús  hubiera  tenido  necesidad 
de  ser  demostrada  a  los  discípulos  por  pruebas  tangibles,  indiscutibles, 
que  serían  aun  válidas  hoy  para  hombres  libres  de  prejuicios:  en  rea- 
lidad, se  creyó  primeramente  en  la  resurrección  de  Jesús,  porque  no  se 
tuvo  ningún  cuidado  de  semejantes  razones;  los  discípulos,  en  virtud 
de  su  fe  antecedente  se  encontraban  en  la  imposibilidad  de  figurarse  a 
Jesús  destruido  por  la  muerte;  lo  creyeron  resucitado,  porque  no  hubie- 
ran podido  de  otra  manera  creerlo  vivo,  no  les  inquietaba  el  cómo  de 
la  resurrección:  esto  era  un  asunto  de  que  proveería  Dios.  Más  tarde 
tan  sólo,  cuando  se  anunció  el  evangelio  en  medios  no  judíos,  se  pro- 
dujeron objeciones,  y  fue  entonces  que  se  esforzaron  en  probar  la  re- 
surrección por  argumentos  perentorios;  fue  entonces  que  se  materiali- 
zaron las  visiones  más  o  menos  fugitivas  de  crue  se  había  al  principio 
alimentado  la  fe;  fue  entonces  que  se  inventó  la  historia  del  sepulcro 
encontrado  vacío  para  establecer  que  Jesús  no  había  quedado  en  la 
tumba;  que  se  le  hizo,  en  apariciones  netamente  caracterizadas,  conver- 
sar con  sus  discípulos,  comer  con  ellos,  ofrecer  a  Tomás  oue  palpara 
la  herida  de  su  costado  y  los  agujeros  de  sus  manos  crucificadas.  Este 
muestrario  de  pruebas  ingenuas  y  más  bien  singulares  no  fue  imaginado 
sino  en  una  época  ulterior  de  la  creencia.  La  fe  primitiva  no  las  había 
buscado;  se  podría  casi  decir  que  ella  no  les  hubiera  reconocido  sen- 
tido, poraue  ella  no  se  detenía  a  especular  en  las  modalidades  del  hecho, 
no  pensaba  en  averiguar  lo  que  había  sido  del  cadáver  de  Jesús,  ni  si 
ese  cadáver  había  sido  reanimado,  ni  cómo  lo  había  sido.  Si  hubieran 
estado  dispuestos  a  escrutar  todo,  los  discípulos  no  hubieran  creído  nada. 
Aquéllos  que  los  primeros  se  hicieron  los  testigos  de  Jesús  resucitado 
se  jactaban  de  haberlo  visto  vivo;  pero  no  referían  como  un  hecho  ma- 
terialmente comprobado  la  resurrección  de  su  Maestro.  Así  nació  es- 
pontáneamente, se  puede  decir  la  creencia  en  la  resurrección  de  Jesús. 
La  fe  de  sus  discípulos  en  su  porvenir  mesiánico  fue  bastante  fuerte 
para  no  desmentirse  ella  misma,  para  no  aceptar  el  desmentido  que  le 
había  dado  la  ignominia  de  la  cruz.  Ella  hizo  entrar  a  Jesús  en  la  gloria 
que  le  esperaba;  lo  declaró  siempre  vivo,  porque  ella  misma  no  quería 
morir.  Aguijoneada  por  la  prueba,  ella  se  sugirió  las  visiones  que  apla- 
caron su  angustia  y  que  la  afirmaron  a  ella  misma.  Es  con  los  trozos 
de  su  esperanza  quebrada,  es  sobre  la  muerte  de  Jesús,  que  parecería 
haber  debido  también  matarla,  que  la  fe  de  los  discípulos  fundó  la 
religión  de  Jesús  el  Cristo.  Solamente  se  asombrarán  que  la  fe  haya 
podido  hacer  tal  milagro,  aquellos  que  no  saben  lo  que  es  la  fe  religiosa 
y  lo  que  ella  puede  realizar  en  un  grupo  entusiasta  que  está  bien  con- 


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LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


vencido.  La  fe  se  procura  a  sí  misma,  inconscientemente  todas  las  ilu- 
siones que  son  necesarias  a  su  conservación  y  a  su  progreso;  haciendo 
esto,  ella  no  ejecuta  siempre,  humanamente  hablando,  una  obra  ilu- 
soria" {La  Naissance,  ps.  121-123). 

4693.  Además  de  las  apariciones  materiales  que  narran  los  Evan- 
gelios y  que  son  del  dominio  de  la  ficción,  hubo  dos  visiones  auténticas 
que  contribuyeron  a  confirmar  la  fe  de  los  primeros  partidarios  del 
Cristo  crucificado.  Ellas  son  las  de  Esteban  y  de  Pablo.  Esteban  que, 
según  los  Actos  (6,  2-6),  fue  uno  de  los  diáconos  elegidos  por  los  Doce 
fue  también  un  gran  predicador,  que  disputaba  con  los  judíos,  ensal- 
zando a  Jesús,  por  lo  que  arremetiendo  contra  él,  arrojándole  fuera  de 
la  ciudad,  lo  apedrearon,  diciendo  él  al  expirar:  "he  aquí  yo  veo  abier- 
tos los  cielos  y  al  Hijo  del  Hombre  puesto  en  pie  a  la  diestra  de  Dios" 
(7,  56).  Esta  es  una  cita  de  Daniel  7,  donde  el  pueblo  judío,  o  sea  el 
pueblo  de  los  santos,  aparece  sobre  las  nubes  de  los  cielos,  bajo  el 
símbolo  de  un  hijo  de  hombre  (7,  13)  y  recibe  el  dominio  sobre  todos 
los  pueblos.  Este  oráculo  sería  probablemente  el  tema  habitual  de  las 
predicaciones  de  Esteban  en  las  sinagogas  de  los  judíos  helenistas,  ex- 
plicando que  Jesús  era  el  Hijo  del  hombre  anunciado  por  Daniel,  que 
residía  en  las  nubes  del  cielo  y  a  quien  Dios  le  concedería  el  imperio 
de  los  pueblos.  Opina  Turmel  que  quizá  Esteban  no  vio  a  Jesús  en  el 
cielo,  y  que  se  limitó  a  citar  el  texto  de  Daniel;  sería  Lucas,  quien  dra- 
matizando la  citación,  la  transformó  en  una  visión  análoga  a  la  de 
Pablo,  en  el  camino  a  Damasco. 

4694.  Entre  las  causas  que  contribuyeron  a  afirmar  la  fe  cristiana 
después  del  desastre  del  Gólgota.  se  encuentra  en  primer  lugar  la  creen- 
cia del  retorno  de  Jesús  desde  el  cielo,  retorno  muy  próximo  en  virtud 
del  cual  exterminaría  a  los  romanos  e  instauraría  el  reino  de  David.  Nu- 
merosos son  los  textos  que  confirman  esta  creencia.  Así  Pablo  en  su  pri- 
mera epístola  a  los  Tesalonicenses  escribe:  "para  servir  al  Dios  vivo  y 
verdadero  y  para  esperar  a  su  Hijo,  cuando  venga  de  los  cielos,  a  quien 
él  resucitó  de  entre  los  muertos,  es  a  saber  a  Jesús  que  nos  liberta  de 
la  ira  venidera^'  (1,  9-10).  En  el  discurso  de  Atenas,  anuncia  que  "Dios 
ha  fijado  un  día  en  el  que  juzgará  al  mundo  según  la  justicia  por  el 
hombre  que  él  ha  designado,  de  lo  que  ha  dado  una  prueba  cierta  resu- 
citándole de  entre  los  muertos"  (Act.  17,  31).  En  el  discurso  de  An- 
tioquía  de  Prisidia,  añade:  "os  anunciamos  que  la  promesa  hecha  a 
nuestros  padres  íde  darles  la  tierra  de  Canaán),  Dios  la  ha  cumplido 
para  nosotros,  sus  hijos,  resucitando  a  Jesús  según  está  escrito  en  el 
salmo  28:  tú  eres  mi  hijo,  yo  te  he  engendrado  hoy"  (Act.  13,  32-33). 
En  los  Actos  17,  7  vemos  que  el  fondo  de  la  predicación  de  Pablo,  era 
que  hay  "otro  rey,  a  saber,  Jesús".  Casi  al  fin  de  la  primera  epístola 
a  los  Corintios,  Pablo  escribe  en  arameo  esta  fórmula  absolutamente 


LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


105 


ininteligible  a  las  gentes  de  afuera:  "Maran  Atha  (que  significa  en 
griego:  el  Señor  viene)".  Al  fin  de  la  epístola  a  los  Romanos,  escribe 
en  lenguaje  sibilino:  "El  dios  de  paz  aplastará  bien  pronto  a  Satán 
bajo  vuestros  pies". 

Cuando  se  aclaran  estos  textos  los  unos  por  los  otros,  se  obtiene 
esto:  del  cielo  donde  reside  Jesús  rodeado  de  una  escolta  de  ángeles, 
él  va  a  venir  muy  próximamente,  venida  a  la  vez  gloriosa  y  terrible, 
gloriosa  para  los  cristianos  que  se  beneficiarán  de  la  promesa  divina 
hecha  antes  a  los  patriarcas  que  van  a  recibir  el  reino  de  la  Pales- 
tina; pero  terrible  para  los  impíos  y  los  injustos  que  serán  extermi- 
nados por  el  fuego  que  rodeará  a  Jesús.  Renunciando  a  hablar  del 
rev  Jesús,  vela  su  pensamiento  con  términos  cabalísticos.  El  "Maran 
Atha"  es  uno  de  esos  subterfugios.  El  "Satán"  que  Dios  va  a  aplastar 
es  otro;  designa  el  imperio  romano  que  el  Cristo  va  próximamente  a 
aniquilar.  Lucas  que  cree  en  el  retorno  próximo  del  Cristo  sobre  la 
tierra,  pero  cuyo  aplazamiento  indefinido  le  causa  verdaderas  angus- 
tias, imagina  en  19,  12  la  parábola  de  las  minas  donde  Jesús  es  consi- 
derado explicar  a  sus  discípulos  que  antes  de  inaugurar  el  reino,  pri- 
meramente deberá  ir  al  cielo  para  recibir  allí  la  investidura  real,  y  que 
previamente  los  discípulos  deberán  entregarse  a  un  trabajo  activo  de 
propaganda.  El  expediente  era  ingenioso  y  podía  calmar  momentánea- 
mente la  impaciencia  de  los  cristianos.  ¿Pero  que  hacer  cuando  la  de- 
cepción se  prolongaba  durante  varios  años?  Para  ello  Lucas  no  teme 
recurrir  a  una  audaz  comparación.  Dice  en  sustancia:  "Un  mal  juez 
sin  je  ni  ley  importunado  por  una  pobre  viuda  le  haría  justicia  nada 
más  que  para  escapar  a  sus  jatigosas  súplicas.  ¿Cómo  Dios  sería  más 
insensible  que  un  mal  juez?  ¿Cómo  permanecería  sordo  a  las  plegarias 
de  los  jieles?  Os  lo  digo  él  les  hará  prontamente  justicia"  pero  no 
escapó  a  esta  reflexión  desalentadora,  18,  8:  "Cuando  el  hijo  del  hom- 
bre venga,  ¿encontrará  je  en  la  tierra?"  (Turmel.  Jesús.  Sa  seconde 
vie.  ps.  17-20). 

4695.  Esa  creencia  en  el  glorioso  retorno  de  Jesús  era  tan  indis- 
cutible, que  ciertas  comunidades  cristianas  se  transportaron  en  masa 
al  desierto  para  presenciar  el  acontecimiento.  Hipólito,  en  su  comenta- 
rio de  Daniel,  cita  dos  de  esas  lamentables  expediciones. 

El  segundo  objeto  que  contribuyó  a  cimentar  la  fe  de  los 
primitivos  cristianos  fueron  las  apariciones  materiales  del  Resucita- 
do que  describen  los  Evangelios,  y  cuya  contradicción  revela  su  ca- 
rácter ficticio,  según  dijimos  anteriormente.  Tendientes  a  ese  fin 
fueron  los  retoques  y  agregados  que  en  los  mismos  Evangelios  se 
hicieron  al  relato  de  la  Pasión  que  trae  Mateo,  tales  como  la  guar- 
da de  soldados  puesta  por  los  jefes  de  los  sacerdotes  junto  a  la 
tumba  de  Jesús  (Mat.  27,  62-66),  y  la  historieta  del  sepulcro  nuevo 


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LOS  RELATOS  DE  LA  RESURRECCION 


de  José  de  Arimatea.  en  el  que  éste  consiguió  sepultar  el  cuerpo 
de  Jesús  (Mat.  27,  57-60).  He  aquí  algunas  consideraciones  que 
comprueban  la  ficción  de  esta  historieta:  El  viernes  al  atardecer, 
María  Magdalena,  María,  madre  de  Santiago  y  de  José,  y  Salomé 
vieron  a  José  de  Arimatea  depositar  el  cuerpo  de  Jesús  en  un  se- 
pulcro, cuya  entrada  estaba  cerrada  con  una  gruesa  piedra.  De  re- 
greso a  sus  casas,  prepararon  perfumes  para  embalsamar  el  cuerpo  del 
crucificado.  Pero  no  pudiendo  hacer  nada  durante  el  sábado,  fueron  el 
domingo  de  mañana  a  efectuar  ese  embalsamiento.  Por  el  camino  iban 
muy  inquietas,  pensando  quien  consentiría  en  separar  la  piedra  de  la 
boca  del  sepulcro,  dificultad  que  era  natural  que  debían  haber  manifes- 
tado a  José  de  Arimatea,  que  como  ellas,  había  revelado  ser  partidario 
del  Maestro,  y  a  quien  sin  peligro  podían  haberle  comunicado  sus  pro- 
pósitos. ¿Por  qué  no  le  pidieron  ayuda  y  consejo?  ¿Cómo  el  domingo 
de  mañana,  antes  de  salir  no  vieron  que  les  era  imposible  con  sus  pro- 
pias fuerzas  abrir  el  sepulcro?  Estas  naturales  preguntas  que  debieron 
ellas  haberse  formulado,  comprueban  la  ficción  de  la  intervención  de 
las  nombradas  mujeres  en  sus  propósitos  de  embalsamar  el  cuerpo  del 
crucificado,  como  la  intervención  de  José  de  Arimatea  (Turmel,  Ib., 
ps.  22-24). 


CAPITULO  XI 


Profecías  de  Jesús  sobre  su  muerte 
y  su  próximo  retorno 
y  sobre  la  ruina  de  Jerusalén 

4696.  En  tercer  lugar,  contribuyeron  a  mantener  la  fe  en  Je- 
sús resucitado,  las  profecías  atribuidas  a  éste,  en  las  que  aparece 
Jesús  comunicando  su  próxima  muerte  y  resurrección.  Múltiples  son  las 
predicciones  claras  de  esos  sucesos,  como  ésta  que  nos  ofrece  Mateo: 
"20,  17  Y  subiendo  Jesús  a  Jerusalén  tomó  a  los  doce  discípulos  aparte 
en  el  camino,  y  les  dijo:  He  aquí  que  subimos  a  Jerusalén  y  el  Hijo  del 
hombre  será  entregado  a  los  jefes  de  los  sacerdotes  y  a  los  escribas,  los 
cuales  le  condenarán  a  muerte,  19  y  le  entregarán  a  los  gentiles  para 
que  hagan  escarnio  de  él  y  le  azoten  y  le  crucifiquen;  mas  al  tercer  día 
será  resucitado" .  En  Lucas  se  hallan  declaraciones  por  el  estilo,  en  varios 
pasajes  (9,  22;  9,  44;  17,  25;  18,  31).  Lo  curioso  del  caso  es  que 
algunas  de  estas  predicciones  son  seguidas  con  reflexiones  como  éstas: 
"9,  45  Mas  los  discípulos  no  entendían  estas  palabras,  cuyo  sentido  les 
estaba  vedado  para  que  no  las  entendiesen".  18,  34  "Mas  ellos  nada  en- 
tendían de  estas  cosas;  y  esta  declaración  les  era  encubierta;  y  no  com- 
prendían lo  que  se  decía". 

Estos  hechos  le  sugirieron  a  Turmel  el  siguiente  comentario: 
"Se  nos  dice  que  las  palabras  de  Jesús  eran  veladas  o  encubier- 
tas para  ellos,  sus  discípulos,  a  fin  de  que  no  comprendiesen  su 
sentido.  ¿Quién  creerá  semejante  enormidad?  ¿Cómo  no  ver  que  Dios 
no  ha  podido  impedir  a  los  discípulos  que  no  comprendiesen  las  pre- 
dicciones hechas  por  sus  órdenes?  Estamos  ante  una  contradicción.  Lo 
cierto  es  que  los  discípulos  creyeron  hasta  el  fin  en  el  éxito  de  la  em- 
presa de  Jesús  y  que  Jesús  mismo,  excepto  en  el  último  instante  no  tuvo 
dudas  sobre  este  punto.  Las  pretendidas  profecías  en  las  que  Jesús  anun- 
ció su  muerte,  son  fábulas  destinadas  a  ocultar  la  realidad"  (Ib,  p.  29). 

Continúa  este  autor  hablándonos  de  las  profecías  sobre  la  ruina  de 


108    PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO 


Jerusalén.  Según  Luc.  19,  43,  44,  Jesús  al  acercarse  a  Jerusalén,  lloró 
al  ver  esta  ciudad,  diciendo:  "'...vendrán  días  sobre  ti  en  que  tus 
enemigos  abrirán  trincheras  en  tu  alrededor,  y  te  pondrán  cerco...  y 
te  derribarán  al  suelo  y  a  tus  hijos  en  medio  de  ti,  y  no  te  dejarán 
piedra  sobre  piedra..."  Jesús,  marchando  al  calvario,  dijo:  "Hijas  de 
Jerusalén,  no  lloréis  por  mí,  mas  llorad  por  vosotras  mismas  y  por  vues- 
tros hijos"  (Luc.  23,  28).  Jesús,  pues,  habría  anunciado  muy  claramente 
la  ruina  de  Jerusalén,  ocurrida  en  el  año  70.  Desgraciadamente,  dice 
Turmel,  Pablo,  que  escribe  a  los  Corintios:  "El  Señor  viene",  no  sos- 
pecha que  los  acontecimientos  del  70  precederán  al  retorno  del  Cristo; 
no  tiene  idea  de  estos  sucesos.  Las  pretendidas  profecías  sobre  la  ruina 
de  Jerusalén  han  sido  fabricadas  por  Lucas  después  del  70.  Por  otra 
parte  la  ruina  de  Jerusalén  cuando  es  anunciada,  se  presenta  como  el 
castigo  de  la  muerte  de  Jesús;  ahora  bien,  Jesús  contaba  realizar  su  pro- 
grama sin  pasar  por  la  muerte"  (Ob.  cit.,  ps.  29-30). 

PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO. 
—  4697.  Por  las  mismas  razones  se  revela  el  carácter  ficticio  de  las 
siguientes  profecías  puestas  en  boca  de  Jesús  relativas  a  su  retorno: 
a)  Os  lo  digo  en  verdad  algunos  de  aquellos  que  están  aquí  no  morirán 
sin  que  hayan  visto  al  Hijo  del  hombre  venir  en  su  reino  (Mat.  16,  28 
y  textos  paralelos  de  los  otros  sinópticos).  De  esta  primera  profecía 
resulta  otra  que  nos  es  dada  por  la  siguiente  declaración  de  Jesús  delante 
del  Sanedrín  (Mar.  14,  62)  :  "Veréis,  durante  vuestra  vida,  al  Hijo  del 
hombre  sentado  a  la  diestra  del  poder  divino  y  viniendo  sobre  las  nubes 
del  cielo";  b)  cuando  veáis  todas  estas  cosas,  sabed  que  el  Hijo  del 
hombre  está  próximo,  a  la  puerta.  Os  lo  digo  en  verdad,  no  pasará  esta 
generación  antes  de  que  ocurra  todo  esto  (Mat.  24,  33  y  textos  parale- 
los) ;  c)  esta  buena  nueva  del  reino  será  predicada  en  el  mundo  entero 
para  servir  de  testimonio  a  todas  las  naciones,  después  de  esto  vendrá 
el  fin  (Mat.  24,  14;  Marc.  13,  10) ;  d)  En  cuanto  al  día  y  a  la  hora 
nadie  lo  sabe,  ni  los  ángeles  de  los  cielos,  ni  el  Hijo,  sino  sólo  el  Padre 
(Mat.  24,  36;  Marc.  13,  32). 

Todas  estas  profecías  suponen  el  Cristo  muerto,  residiendo  en 
el  cielo  y  todas  anuncian  su  retorno  a  la  tierra,  de  lo  cual  no  tuvo 
Jesús  la  menor  idea,  ya  que  nunca  creyó  que  su  empresa  fuera  deteni- 
da por  la  muerte.  Las  dos  primeras  profecías  referidas  anuncian 
la  muerte  del  Cristo  antes  del  fin  de  la  primera  generación  cris- 
tiana, a  lo  cual  la  realidad  infligió  un  cruel  desmentido;  la  se- 
gunda pone  el  retorno  después  de  la  ruina  de  Jerusalén:  ella  es  pues 
posterior  al  año  70.  La  primera  no  sospecha  la  catástrofe  de  ese  año, 
razón  por  la  cual  ha  podido  ser  redactada  en  las  proximidades  del  60, 
época  en  que  el  aplazamiento  del  retorno  comenzaba  a  inquietar  los 


PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO  109 


espíritus,  que  algunos  evangelistas  trataron  de  tranquilizarlos.  La  tercera 
explica  la  causa  por  la  cual  el  retorno  no  siguió  inmediatamente  a  la 
ruina  de  Jerusalén;  no  siguió  porque  el  Evangelio  debe  ser  predicado 
a  todas  las  naciones  antes  de  que  el  Cristo  vuelva  y  que  mucho  tiempo 
después  del  70  la  evangelización  del  mundo  no  era  aún  universal.  Esta 
profecía  trata  de  justificar  y  de  explicar  un  aplazamiento  del  retorno  del 
cual  las  dos  primeras  no  tenían  idea,  es  pues  muy  posterior  a  esos 
oráculos,  y  en  consecuencia  no  se  puede  colocarlas  antes  de  la  proximi- 
dades del  150.  La  cuarta  fue  inspirada  por  las  extravagancias  de  ciertas 
comunidades  cristianas,  de  que  hablamos  anteriormente,  comunidades 
que  se  habían  transportado  en  masa  al  desierto  para  asistir  al  aconte- 
cimiento. Nuestra  profecía  es  obra  de  un  obispo  sensato  quien,  para 
terminar  con  esas  experiencias  hace  decir  al  Cristo  mismo  esto  en  sus- 
tancia: "Yo  mismo  ignoro  en  que  fecha  el  Padre  me  autorizará  a 
regresar  a  la  Tierra,  no  creáis  pues  las  profecías  que  me  hacen  anun- 
ciar un  retorno  en  época  precisa".  Ireneo  cita  esta  profecía,  lo  que 
prueba  que  existía  antes  de  él. 

4698.  Estudiando  Alberto  Réville  la  enseñanza  de  los  Sinópticos 
sobre  las  cosas  finales,  analiza  el  pequeño  apocalipsis  que  en  los 
Evangelios  de  Mateo  y  Marcos  terminan  las  enseñanzas  de  Jesús,  en 
Jerusalén,  pequeño  apocalipsis  que  las  cierra  también  en  el  de  Lucas, 
aunque  en  este  último  muchos  fragmentos  están  diseminados  en  ese 
libro  (Luc.  21,  7-36;  12,  36-48;  17,  22-23;  26-37;  Mat.  24,  3-51; 
Marc.  13,  3-37) .  Se  notará  también  los  retoques  que  Lucas  ha  hecho 
sufrir  al  texto  común  para  atenuar  lo  más  posible  las  contradicciones 
que  presenta  ese  pasaje  con  la  historia  conocida  en  el  momento  que 
él  escribía.  Jesús,  sentado  en  el  monte  de  los  Olivos,  es  interrogado  por 
sus  apóstoles  sobre  el  momento  en  que  ocurrirá  la  catástrofe  que  él  les 
ha  predicho,  hablando  de  la  destrucción  del  Templo,  cuyas  construc- 
ciones se  levantaban  enfrente  del  otro  lado  del  profundo  barranco  del 
Cedrón,  y  le  preguntan  cual  será  el  signo  anunciador  de  su  advenimiento 
y  del  fin  del  mundo.  Comienza  por  ponerlos  en  guardia  contra  los  falsos 
mesías  que  buscarán  conquistar  la  confianza  de  ellos.  Oirán  hablar  de 
guerras  y  de  ruidos  de  guerras;  habrá  conflictos  entre  los  pueblos  y  entre 
los  imperios,  terremotos,  hambres  y  perturbaciones.  Encarnizadas  per- 
secuciones serán  dirigidas  contra  los  suyos;  en  una  misma  familia  her- 
manos entregarán  a  sus  hermanos,  padres  a  sus  hijos.  Sus  discípulos 
serán  objeto  del  odio  universal:  pero  que  no  se  inquieten  de  lo  que 
puedan  decir  delante  de  sus  perseguidores.  El  Espíritu  Santo  les  inspira- 
rá respuestas  victoriosas.  Muchos  tropezarán  y  traicionarán,  muchos 
serán  inducidos  en  error  por  falsos  profetas,  y  muchos  se  enfriarán 
ante  esta  recrudescencia  de  la  iniquidad  (Mat.  24,  10-13).  Pero  el 
Evangelio  del  Reino  deberá  ser  predicado  en  todas  las  naciones  y  en- 


110     PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO 


tonces  vendrá  el  fin.  La  gran  señal  precursora  será  dada  por  "la  abo- 
minación desoladora"  de  que  habla  el  libro  de  Daniel  (11,  31;  12,  11). 
Que  los  que  estuvieran  en  Judea  huyan  a  las  montañas,  alejándose  lo 
más  rápidamente  que  puedan.  ¡Ojalá  que  su  huida  no  se  efectúe  en 
invierno!  La  calamidad  que  ocurrirá  en  aquellos  días,  no  ha  tenido 
ni  tendrá  paralelo.  Ella  traerá  el  fin  de  toda  vida,  si  Dios  no  quisiera 
abreviar  la  duración  normal  para  que  sus  elegidos  no  sean  heridos  como 
los  otros  hombres.  Obsérvese  que  esta  es  una  precaución  del  narrador. 
La  calamidad,  cuando  él  escribía,  no  causaba  más  estragos;  sin  embargo 
el  advenimiento  del  Mesías  triunfante  se  hacía  siempre  esperar,  aunque 
idealmente  era  considerada  durar  todavía.  Lucas,  más  prudente,  deja  en- 
trever que  el  fin  será  más  tardío  de  lo  que  se  pensaba.  "Jerusalén  será 
hollada  por  los  gentiles  (las  naciones  paganas)  hasta  que  los  tiempos  de 
los  gentiles  sean  cumplidos"  (Luc.  21,  24),  lo  que  es  muy  vago  y  sus- 
ceptible de  un  prolongamiento  indefinido.  Entonces  aparecerán  todavía 
falsos  profetas  y  falsos  Cristos,  que  harán  prodigios  y  milagros,  que  se- 
ducirán a  los  mismos  elegidos  si  esto  fuera  posible;  pero  no  vayáis  a 
encontrar  a  esos  impostores  en  sitios  solitarios  u  ocultos,  a  donde  quieran 
atraeros.  La  aparición  del  Hijo  del  hombre  será  visible  por  doquiera, 
como  el  relámpago  que  se  hace  ver  de  todos,  del  Oriente  al  Occidente. 
Las  águilas  saben  volar  en  todo  el  horizonte,  hacia  la  presa  que  sus  pene- 
trantes ojos  han  percibido  desde  muy  lejos.  "Allí  donde  está  el  cadáver 
se  juntan  las  águilas".  No  obstante  la  calma  prevista  por  los  dos  primeros 
Sinópticos  no  podría  ser  larga:  expresa  Mat.  24,  29  "inmediatamente 
después  de  esta  calamidad"  (Marc.  dice:  "en  aquellos  días"  13,  24), 
ocurrirán  las  perturbaciones  del  mundo  físico  anunciadas  por  las  anti- 
guas profecías  en  su  lenguaje  imaginado  tomado  aquí  literalmente,  el  sol 
se  obscurecerá,  la  luna  no  dará  luz;  las  estrellas  caerán  (en  aquella 
época  en  que  se  creía  que  las  estrellas  eran  simples  puntos  luminosos  en 
el  cielo),  y  las  potencias  celestes  serán  conmovidas  (Lucas  añade:  "las 
angustias  de  los  pueblos,  son  como  los  bramidos  del  mar  y  la  agitación 
de  las  ondas").  Es  entonces  que  se  verá  aparecer  al  Hijo  del  hombre 
sobre  las  nubes,  revestido  de  potencia  y  de  gloria;  y  enviará  a  sus 
ángeles  para  que  junten  a  sus  elegidos  de  los  cuatro  vientos  del  cielo 
(Mat.  24,  29). Tales  son  los  signos  anunciadores  demandados.  Cuando 
se  vea  enternecer  las  ramas  de  la  higuera  y  brotar  sus  hojas,  se  concluye 
que  el  verano  está  próximo  "en  verdad  os  digo,  que  no  pasará  esta 
generación  antes  que  todo  esto  ocurra";  aserción  formal  en  los  tres 
Sinópticos  (Mat.  24,  34;  Mar.  13,  30;  Luc.  21,  32). 

4699.  Esto  ocurrirá  antes  que  la  generación  actual  haya  desa- 
parecido sin  poderse  saber  la  fecha  exacta  de  tal  ocurrencia.  En  conse- 
cuencia hay  que  ser  vigilante,  no  adormecerse  en  los  cuidados  del  mun- 
do: tener  siempre  presente  que  el  día  del  Señor  vendrá  como  ladrón 


PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO     11 1 


en  la  noche  y  que  los  servidores  del  Maestro  ausente,  que  al  partir  les 
ha  distribuido  sus  tareas  respectivas,  deben  estar  bien  despiertos  a  la 
hora  que  él  regresa.  Porque  será  como  los  días  de  Noe;  se  comerá;  se 
beberá;  contraerán  matrimonio  sin  imaginarse  de  la  inminencia  del  di- 
luvio, o  como  en  los  días  de  Sodoma  donde  nadie  preveía  la  súbita 
desaparición  de  la  ciudad  culpable;  lo  mismo  ocurrirá  al  advenimiento 
del  Hijo  del  hombre  (Luc.  18,  26-30). 

Tal  es  la  exposición  que  Jesús  habría  hecho  a  sus  discípulos 
después  de  lo  que  ocurriría  a  su  desaparición.  Hay  que  rendirse 
a  esta  evidencia  que  toda  esta  enseñanza  supone  la  proximidad  de 
estos  sucesos  que  deberán  realizarse  antes  que  se  extinguiera  la  ge- 
neración de  la  cual  formaba  parte  Jesús  mismo.  Se  puede  sin  duda 
con  alguna  complacencia  prolongar  la  duración  de  esa  generación 
hasta  el  fin  del  siglo  I;  pero  no  resulta  menos  que  esas  predic- 
ciones son  erróneas.  Los  Evangelistas,  y  antes  de  ellos  los  autores  de 
los  documentos  que  ellos  reprodujeron,  vivían  evidentemente,  en  el  mo- 
mento que  escribían,  en  persuasión  que  se  estaba  en  víspera  de  la  Paru- 
sia,  o  sea,  de  la  aparición  del  advenimiento  del  Cristo  triunfante. 

Por  lo  demás  en  los  relatos  evangélicos  anteriores  a  los  caps,  que 
acabamos  de  analizar,  se  encuentran  algunas  otras  confirmaciones  aisla- 
das, del  mismo  punto  de  vista:  por  ejemplo,  Mat.  10,  23  "Los  apóstoles 
no  habrán  acabado  de  evangelizar  todas  las  ciudades  de  Israel  antes  que 
no  haya  venido  el  Hijo  del  hombre"  (Mat.  16,  28  "en  verdad  os  digo: 
Hay  algunos  de  los  que  están  aquí,  que  no  probarán  la  muerte,  hasta  que 
hayan  visto  al  Hijo  del  hombre  viniendo  en  su  reino").  A  pesar  de  estas 
evidencias,  los  antiguos  exégetas  nunca  quisieron  reconocer  que  si  Jesús 
usó  el  lenguaje  que  le  prestan  los  Evangelios  él  se  engañó  gravemente 
en  sus  perspectivas.  Se  han  rehusado  a  ver  que  aún  mismo  que  en  el 
relato  que  se  tiene  más  en  cuenta  la  realidad  histórica,  el  de  Lucas,  la 
toma  y  el  saqueo  de  Jerusalén  no  pueden  ser  separados  del  retomo  del 
Cristo.  Han  destacado  las  incontestables  alusiones  de  ciertos  rasgos  de 
la  predicción  con  algunos  sucesos  del  siglo  L  ¿Pero  en  qué  esto  atenúa 
el  error  de  la  proximidad  del  retorno  del  Cristo?  Ellos  han  recurrido  a 
explicaciones  místicas,  diciendo  que  ese  retorno  es  permanente  en  el 
alma  de  sus  fieles,  como  si  esta  idea  tuviera  algo  de  común  con  el 
retorno  único,  visible  a  día  fijo  que  nos  es  propuesto.  Han  querido 
que  esta  venida  inopinada  del  Hijo  del  hombre  no  fuese  otra  cosa  sino 
la  muerte,  que  viene  tan  a  menudo,  a  herirnos  de  improviso,  como  si 
fuera  cuestión  de  la  muerte  en  esta  descripción  de  la  reaparición  del 
Cristo,  del  cual  todos  los  vivos  serán  testigos. 

Admitimos  que  los  predicadores  puedan  dar  a  sus  exhortaciones  ese 
cariz  edificante  al  apocalipsis  de  los  Sinópticos;  pero  no  pretendemos  que 
reproduzcan  su  sentido  real.  Jesús  habría  referido  a  un  porvenir  imagi- 


112     PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO 


nario  ese  mesianismo  teatral  y  violento,  que  él  había  tan  claramente  repu- 
diado durante  su  vida  terrestre.  Habría  tan  sólo  aplazado  el  cumplimiento 
y  en  un  sueño  embriagador  de  grandeza,  se  habría  contemplado  de  ante- 
mano bajo  los  rasgos  del  emperador  celeste  viniendo  a  inaugurar  su  domi- 
nación sobre  todos  los  reinos  de  la  Tierra  y  en  toda  su  gloria.  Sin 
duda  esto  no  sería  una  razón  para  rehusar  sus  simpatías  al  ideal  de 
la  religión  eterna  proclamada  por  él,  independientemente  de  toda  pre- 
visión de  ese  género.  Ese  ideal  que  ha  hecho  resplandecer  a  los  ojos 
del  espíritu  con  su  indecible  belleza  será  siempre  el  mismo.  La  prueba 
está  en  esta  crítica  inconsciente  de  la  cristiandad  que  no  ha  sentido 
ni  querido  ver  esta  patente  contradicción  y  la  ha  dejado  tácitamente 
fuera  de  su  horizonte.  Pero  a  pesar  de  todo,  resultaría  de  ello  una 
disminución  lamentable  de  aquel  que  al  proclamar  sus  principios  de 
religión  interior  y  puramente  moral,  les  ha  comunicado  el  calor  de  su 
propia  vida.  Después  de  haber  comenzado  por  anunciar  la  religión 
esencial,  sacada  de  la  conciencia  misma  de  la  humanidad  religiosa,  des- 
pués de  haber  afirmado  que  en  virtud  de  su  indestructible  vitalidad, 
esta  religión,  este  reino  invisible  de  las  almas  buscando  a  Dios  y  hallán- 
dolo en  el  fondo  de  ellas  mismas  como  lo  más  alto  de  los  cielos,  y 
destinada  a  triunfar  de  todo,  habría  concluido  por  dar  en  la  quimera, 
lo  que  si  bien  no  es  imposible,  hay  que  confesar  que  es  bien  extraño. 
Su  declaración  encuadrada  en  las  predicciones  apocalípticas:  "el  cielo 
y  la  tierra  pasarán;  pero  mis  palabras  no  pasarán"  (Marc.  13,  31)  no 
coincide  con  estas  visiones  de  un  porvenir  fantástico,  presentado  como 
muy  próximo  y  que  no  han  sido  sino  ilusiones  dispersas  por  el  viento 
de  la  realidad.  Mejor  vale  que  las  palabras  pasen,  cuando  no  son  más 
que  la  expresión  de  un  gran  error.  Felizmente  hay  bastantes  otras  de 
él  que  justifican  su  noble  confianza  en  el  porvenir.  Hay  que  darse 
cuenta  en  efecto,  del  desmentido  que  Jesús  se  habría  infligido  a  sí 
mismo  de  un  día  para  el  otro.  Porque  su  ministerio  como  profeta  del 
Reino  de  Dios  no  ha  excedido  más  de  tres  años.  Él  había  rechazado 
del  principio  el  mesianismo  violento  de  los  escribas  y  del  pueblo.  Él 
se  distinguía  aún  de  Juan  Bautista,  porque  su  manera  de  concebir  la 
naturaleza  del  Reino  difería  de  la  suya,  precisamente  sobre  este  punto 
había  separado  como  una  tentación  satánica,  la  idea  de  asumir  el  papel 
de  Mesías  belicoso  dominador  del  mundo,  y  triunfante  a  viva  fuerza; 
había  comprendido  desde  el  principio  el  Reino  de  Dios  como  algo 
interior,  invisible  germinando  en  el  alma  individual,  comenzando  im- 
perceptiblemente, creciendo  como  una  planta,  propagándose  de  un  alma 
a  la  otra  como  una  levadura  regeneradora,  y  no  viniendo  de  una  ma- 
nera ostensible  sino  como  una  fuerza  latente  que  transformaría  el 
mundo  de  adentro  y  del  exterior.  Es  por  que  el  reino  de  Dios  no  podía 
ser  sino  esto  para  ser  verdaderamente  tal  reino,  que  después  de  prolon- 


PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO  113 


gadas  hesitaciones,  él  había  aceptado  el  título  de  Cristo  o  Mesías.  El 
Hijo  del  hombre  portador  de  la  religión  humana,  definitiva,  universal, 
era  por  esto  mismo  el  verdadero  Mesías.  Y  ahora  él  habría  sancionado 
lo  que  había  rechazado  adjudicándose  a  sí  mismo  el  papel  de  Mesías 
judío,  que  desciende  del  cielo  sobre  el  trono  del  mundo  al  resplandor 
de  relámpagos  y  al  retumbar  de  truenos,  a  las  aclamaciones  de  los 
suyos,  al  terror  de  los  otros,  para  ejercer  ese  dominio  que  hasta  enton- 
ces él  había  desdeñado.  No  es  posible  concebir  una  más  flagrante 
contradicción. 

4700.  Sin  embargo  se  dice  que  los  textos  están  ahí  claros  y  pre- 
cisos, no  pueden  producir  ilusión.  A  nuestro  juicio  la  dificultad  pro- 
viene primeramente  del  error  que  consiste  en  traéar  las  palabras  de 
Jesús  como  si  hubieran  sido  estenografiadas  en  el  curso  de  una  sesión; 
y  en  segundo  lugar,  se  olvida  siempre  la  verdadera  relación  de  Jesús 
con  la  tradición  sagrada  de  su  país,  como  estaba  constituida  en  su 
tiempo.  Había  comenzado  en  su  juventud  por  aceptarla  totalmente  y 
no  era  por  razones  de  crítica  o  de  filosofía  con  que  se  hubiera  movido 
por  adhesiones  y  repugnancias  de  un  sentimiento  religioso  tan  justo 
como  puro,  que  la  había  modificado,  transformado,  y  aún  eliminado 
más  de  un  elemento.  La  esperanza  mesiánica  y  sus  líneas  principales 
constituían  parte  esencial  de  esa  tradición.  Por  un  lento  trabajo  inte- 
rior había  llegado  a  reconocer  que  ella  debía  ser  falsa  en  más  de  un 
punto,  en  particular  sobre  la  noción  vulgarizada  del  Mesías  esperado. 
Hay  que  entender  que  él  no  creía  en  el  retorno  real  de  Elias  y  que 
de  esta  previsión,  no  había  que  retener  más  que  la  idea  de  un  pre- 
cursor animado  del  mismo  espíritu  que  Elias  (Marc.  9,  11-13).  Igual- 
.mente  combatió  la  pretensión  de  los  escribas  que  querían  que  el  Mesías 
Idescendiera  del  rey  David  (Marc.  12,  35-37).  A  la  vez  modificó  el 
grosero  postulado  de  la  resurrección  de  los  cuerpos,  que  formaba  parte 
del  mesianismo  popular.  Eran  otras  tantas  refundiciones  parciales  de 
ese  conjunto  de  esperanzas  de  que  se  componía  la  creencia  mesiánica. 

Esto  no  quiere  decir  que  rechazara  totalmente  esa  creencia.  El  hecho 
de  que  él  concluyó  por  aceptar  el  título  mismo  de  Mesías  demuestra 
que  él  reconocía  en  ella  elementos  de  verdad.  En  resumen,  el  Mesías 
de  la  esperanza  nacional  se  pintaba  con  colores  fantásticos  y  violentos 
contra  los  cuales  protestaba  su  sentimiento  de  lo  divino.  Sin  embargo, 
este  Mesías  debía  en  todas  las  hipótesis  hacer  reinar  sobre  la  Tierra 
la  justicia  y  la  verdad.  Continuaba  pues,  de  hablar  con  el  lenguaje 
de  la  esperanza  mesiánica.  Pero  no  está  demostrado  que  la  transfor- 
mación espontánea  de  esta  esperanza  hubiese  concluido  en  su  espíritu 
cuando  una  muerte  prematura  vino  a  cortar  el  hilo  de  su  admirable 
vida.  Pero  cuando  al  fin  de  su  carrera,  se  resolvió  a  revestirse  de  la 
dignidad  de  Mesías,  — lo  que  en  realidad  no  ocurrió  más  que  en  el 


114     PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO 


último  período  y  aún  de  un  modo  muy  indirecto — ,  él  había  hablado 
del  reino  que  iba  próximamente  a  establecerse  en  la  Tierra  en  tér- 
minos a  menudo  tomados  a  las  ideas  generalmente  extendidas  y  que 
en  todos  los  casos  no  las  contradecían.  Sentado  esto,  no  olvidemos  que 
su  muerte  no  fue  sólo  para  sus  discípulos  la  causa  de  una  aflicción 
profunda,  fue  además  una  de  esas  humillaciones  dolorosas,  cruelmente 
irónicas,  irritantes,  que  crearon  el  deseo  inmenso  de  una  revancha  ex- 
traordinaria. La  fe  en  su  resurrección  fue  para  ellos  el  comienzo  de 
la  reacción  contra  el  hecho  brutal.  Porque  habían  sido  los  únicos  testi- 
gos de  este  primer  triunfo,  debían  desear  ardorosamente  una  compen- 
sación pública  deslumbrante  a  los  ojos  más  prevenidos.  La  idea  de  que 
un  personaje  elevado  a  los  cielos  por  un  acto  especial  de  la  omnipo- 
tencia de  Dios,  en  vez  de  compartir  la  suerte  común  del  confinamiento 
en  las  profundidades  y  la  inercia  del  sheol,  podía  retornar  sobre  la 
Tierra  para  cumplir  una  misión  divina,  era  una  idea  muy  extendida. 
Prueba  de  ello  eran  las  creencias  generales  relativas  al  retorno  de  Elias, 
o  de  Moisés  o  de  Enoc,  y  aún  sin  previa  ascensión,  la  disposición  a 
creer  que  Jesús  de  Nazaret  era  uno  de  los  antiguos  profetas  vueltos  a 
la  Tierra,  sin  hablar  de  los  terrores  de  Antipas  cuando  éste  se  imagina 
que  Jesús  no  es  otro  sino  Juan  Bautista  resucitado  expresamente  para 
vengarse  de  él.  Además  hubo  una  circunstancia  que  permitió  a  los  após- 
toles pensar  que  la  intención  de  Jesús  era  regresar  al  medio  de  ellos, 
después  de  haber  desaparecido  durante  algún  tiempo;  no  se  requirió 
más  para  despertar  en  su  espíritu  la  firme  esperanza  que  el  Maestro 
volvería  efectivamente  en  toda  la  gloria  del  Mesías,  Juez  del  mundo  y 
victorioso  de  todos  sus  enemigos. 

4701.  Desde  entonces  y  muy  naturalmente  debieron  referirse  a  ese 
retorno,  — que  ya  se  hacía  esperar  y  sobre  lo  que  lo  precedía — ,  todas 
las  ideas  de  la  apocalíptica  usual,  de  la  que  no  se  habían  desembarazado 
en  teoría,  por  ejemplo,  las  tribulaciones  que  debían  preludiar  la  Parusia 
(la  aparición  del  Cristo,  las  guerras,  las  hambres,  las  calamidades,  las 
persecuciones,  las  pestes,  las  conmociones  de  la  naturaleza,  las  angustias 
de  los  pueblos,  su  estupor,  su  espanto),  cuando  vieran  dibujarse  en  el 
cielo  la  amenazadora  figura  del  Cristo  vencedor.  Todo  esto  era  moneda 
corriente  y  muy  vulgar  del  género  apocalíptico.  No  es  sorprendente  que 
las  enseñanzas  de  Jesús,  cuando  anuncia  ideas  que  no  son  precisamente 
nuevas,  tengan  siempre  un  sello  original,  individual,  impresionado  sola- 
mente con  su  marca  personal  y  por  el  contrario  es  lo  más  trivial  que 
hay  en  los  apocalipsis,  lo  que  nos  es  presentado  como  su  revelación 
suprema.  Todo  lo  más  que  se  pueden  señalar  ciertas  relaciones  vagas 
con  algún  acontecimiento  perteneciente  a  la  segunda  mitad  del  siglo  I, 
y  con  la  toma  de  Jerusalén  por  los  romanos  en  el  año  70. 


PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO  115 


Obsérvese  de  uno  a  otro  evangelista  el  esfuerzo  cada  vez  más  mar- 
cado para  que  las  predicciones  relativas  a  la  proximidad  del  retorno  de 
Jesús,  no  estén  en  demasiada  patente  contradicción  con  la  experiencia 
adquirida.  Lucas,  sobre  todo  trata  de  dejar  un  cierto  margen  entre  los 
hechos  precursores  de  la  Parusia  y  esta  Pcrusia  misma.  Mateo  es  el  que 
se  inquieta  menos  del  desmentido  de  los  acontecimientos.  Todo  esto  de- 
muestra lo  arbitrario  con  que  ha  procedido  la  tradición  evangélica  en  la 
reproducción  del  apocalipsis  atribuido  a  Jesús,  quien  creyó  como  tantos 
otros  grandes  reformadores,  que  la  verdad  que  él  enseñaba  triunfaría  más 
pronto  que  el  estado  religioso  y  moral  de  su  tiempo  autorizaban  a  espe- 
rarlo. Sus  discípulos  compartieron  naturalmente  esta  confianza.  Después 
cuando  fue  axiomático  para  ellos  que  él  era  el  Mesías  de  Dios,  el  triunfo 
de  su  causa  vino  a  ser  inseparable  del  de  su  persona,  y  el  triunfo 
de  su  persona  debió  aparecerles  próximo,  como  el  de  su  causa.  De  aquí 
confusiones  imperceptibles  entre  tal  palabra  que  no  concernía  más  que 
a  la  causa  y  tal  otra  que  ponía  a  la  persona  en  el  primer  plano. 

Esto  se  ve  claramente  comparando  estos  dos  pasajes  paralelos  de 
Mateo  16,  28  y  Marcos  9,  i,  en  los  que  se  expresa  la  misma  idea,  enun- 
ciada en  la  misma  circunstancia  con  la  misma  locución  poco  común  "gus- 
tar de  la  muerte"  para  decir  "morir";  se  trata  de  la  misma  declaración; 
pero  mientras  que  en  Mateo  es  el  Hijo  del  hombre  que  viene  a  tomar  po- 
sesión de  su  Reino,  en  Marcos  es  este  Reino  el  que  se  constituye  podero- 
samente: distinción  que  escapó  a  los  primeros  cristianos.  Las  Lop;ias  más 
antiguas  que  el  Proto-Marcos  aunque  partiendo  del  mismo  punto  de 
vista  en  su  noción  de  las  cosas  finales,  son  mucho  más  sobrias  en  materia 
de  predicciones,  y  se  limitan  a  prevenir  a  los  discípulos  del  Hijo  del 
hombre  contra  los  falsos  profetas  y  los  falsos  Cristos,  al  contacto  de  una 
corrupción  creciente  alrededor  de  ellos  y  vienen  pronto  a  estas  ense- 
ñanzas prácticas,  de  las  cuales  una,  la  Parábola  de  los  Talentos,  es 
referida  por  Lucas  en  otra  ocasión;  y  de  la  cual  la  otra,  la  Parábola 
de  las  Diez  Vírgenes  parece  haber  sido  emitida  en  Jerusalén;  y  la  última 
el  Juicio  Supremo,  es  tan  hermosa  a  lo  menos  en  su  primera  parte,  que 
olvidamos  su  cuadro  apocalíptico,  para  gustar  su  admirable  sabor. 

Leemos  en  Mateo  25,  31-41 :  "Cuando  el  Hijo  del  hombre  venga  en 
su  gloria,  y  todos  los  ángeles  con  él,  entonces  se  sentará  sobre  el  trono  de 
su  gloria;  32  y  delante  de  él  serán  juntadas  todas  las  naciones;  y  apar- 
tará  a  los  hombres  unos  de  otros,  como  el  pastor  aparta  las  ovejas  de 
las  cabras:  33  y  pondrá  las  ovejas  a  su  derecha,  y  las  cabras  a  la 
izquierda.  34  Entonces  dirá  el  Rey  a  los  que  estarán  a  su  derecha:  Venid, 
benditos  de  mi  Padre,  poseed  el  reino  destinado  para  vosotros  desde  la 
fundación  del  mundo!  35  porque  tuve  hambre,  y  me  disteis  de  comer; 
tuve  sed,  y  me  disteis  de  beber;  fui  extranjero,  y  me  hospedasteis;  36 
desnudo,  y  me  vestisteis;  enfermo  y  me  visitasteis;  estuve  en  la  cárcel, 


116     PROFECIAS  DE  JESUS  SOBRE  SU  PROXIMO  RETORNO  DEL  CIELO 


y  acudisteis  a  mí.  37  Entonces  le  responderán  los  justos,  diciendo:  Señor, 
¿cuándo  te  vi  sediento,  y  te  dimos  de  beber  o  te  vimos  hambrientos  y 
te  sustentamos?  38  ¿Cuándo  te  vimos  extranjero,  y  te  hospedamos;  o 
desnudo,  y  te  vestimos?  39  ¿O  cuándo  te  vimos  enfermo,  o  en  la  cárcel, 
y  acudimos  a  ti?  40  Y  respondiendo  el  Rey,  les  dirá:  En  verdad  os  digo, 
que  en  cuanto  lo  hicisteis  a  uno  de  los  más  pequeños  de  estos  mis  her- 
manos, a  mí  lo  hicisteis.  41  Entonces  dirá  también  a  los  que  estarán 
a  su  izquierda:  ¡Apartaos  de  mí  malditos,  al  fuego  eterno,  preparado 
para  el  diablo  y  sus  ángeles! 

Este  célebre  pasaje  que  concuerda  también  con  la  enseñanza  del 
Evangelio,  según  la  cual  el  Espíritu  de  caridad  activa  determinada  por 
el  amor  del  hombre,  idéntico  al  amor  de  Dios,  es  el  criterio  por  exce- 
lencia de  la  salvación  independientemente  del  dogma  y  del  rito,  es  tam- 
bién uno  de  aquellos  que  ilustran  particularmente  sobre  el  sentido  que 
Jesús  daba  a  esa  expresión  del  Hijo  del  hombre,  principio  y  razón 
común  de  la  idea  pura,  de  humanidad,  o  que  sirve  para  designar  el 
profeta  de  la  religión  del  hombre  en  sí.  Es  claro  que  no  es  la  per- 
sona real  de  Jesús  que  ha  sido  alimentada,  vestida,  visitada  o  aliviada. 
Es  el  hombre,  sólo  como  hombre  en  su  realidad  esencial.  Pero  por 
simpatía  Jesús  se  une  tan  estrechamente  con  este  hombre  en  sí  que 
adopta  su  nombre  para  caracterizar  su  persona  y  su  obra.  Hubo  quizá 
aún  una  causa  de  confusión  en  la  manera  cómo  sus  discípulos  repro- 
dujeron sus  enseñanzas  y  sus  previsiones.  En  resumen,  Jesús  afirmó 
siempre  la  victoria  cierta  de  su  Evangelio.  La  creyó  más  cercana 
de  lo  que  ella  podía  ser.  Presintió  de  un  modo  general,  no  sólo  su 
propia  derrota  sino  también  las  desgracias  que  se  atraería  su  nación 
por  su  denegación  de  entrar  en  la  vía  que  él  le  había  abierto,  — pero 
por  lo  menos  persistió  en  la  seguridad  de  su  victoria  final — .  Muchos 
motivos  inspiraron  a  sus  discípulos  la  idea  que  él  vendría  pronto  del 
cielo  donde  lo  había  hecho  subir  su  resurrección,  y  no  distinguiendo 
más  el  triunfo  personal  del  Mesías  que  el  de  su  causa;  aplicaron  el 
tema  ordinario  de  los,  apocalipsis  a  la  reproducción  de  sus  dichos  sobre 
las  cosas  futuras.  El  fondo  mismo  de  sus  pensamientos  fue  necesaria- 
mente alterado,  modelándose  en  semejante  forma.  Pero  es  imposible  se- 
parar lo  que  es  auténtico  de  lo  que  no  lo  es  en  este  apocalipsis  de  los 
Sinópticos.  Es  solamente  cierto  que  la  compostura,  el  cariz,  la  sistema- 
tización de  sus  predicciones,  no  pertenecen  a  Jesús  mismo  y  no  podrían 
pretender  la  misma  autenticidad  que  sus  enseñanzas  verdaderamente 
originales  y  personales  (Alberto  RÉville,  Ob.  cit,  ps.  279-297). 


CAPITULO  XII 


Discursos  pesimistas  de  Jesús 


4702.  Nos  refiere  Lucas  que  ante  una  gran  muchedumbre  proce- 
dente de  toda  Judea,  de  Jerusalén  y  del  litoral  de  Tiro  y  de  Sidón,  Jesús 
les  decía:  6,  20  "Bienaventurados  vosotros  los  pobres  porgue  vuestro 
es  el  reino  de  Dios.  21  Bienaventurados  los  que  tenéis  hambre  ahora, 
porque  seréis  saciados.  Bienaventurados  los  que  lloráis  ahora  porquf 
reiréis.  22  Bienaventurados  sois  cuando  los  hombres  os  aborrecieren  y 
Y  cuando  os  apartaren  de  su  trato  y  os  vituperaren,  y  desecharen  vuestro 
nombre  como  malo,  por  causa  del  Hijo  del  hombre.  23  Regocijaos  en 
aquel  día  y  saltad  de  gozo,  porque  he  aquí,  vuestra  recompensa  es  gran- 
de en  el  cielo,  pues  del  mismo  modo  hacían  los  padres  de  ellos  con  los 
profetas.  24  Más:  ¡ay  de  vosotros  los  ricos!,  porque  tendréis  hambre. 
¡Ay  de  vosotros  los  que  reís  ahora!  porque  os  lamentaréis  y  lloraréis. 
26  ¡Ay  de  vosotros  cuando  todos  los  hombres  hablaren  bien  de  vosotros!, 
pues  del  mismo  modo  hacían  los  padres  de  ellos  con  los  falsos  profetas". 

Observa  Turmel  que  estas  palabras  carecían  de  sentido  en  la  época 
en  que  las  poblaciones  de  Galilea  aclamaban  al  Libertador  de  Palestina. 
Entonces  nadie  hubiera  podido  comprenderlas.  Ese  discurso  va  dirigido 
a  los  cristianos  del  año  60,  expuestos  a  los  ultrajes  de  los  paganos  y 
a  las  persecuciones  de  los  judíos.  Fue  escrito  teniéndolos  en  vista,  y  es 
una  ficción  literaria  ponerlo  en  boca  de  Jesús  (Turmel,  Jesús  sa  se- 
conde  vie,  p.  37) .  Nota  sin  embargo  el  ortodoxo  Bonnet  que  estas  bea- 
titudes ofrecen  algunas  variantes  en  Mateo;  así  éste  les  da  un  sentido 
puramente  espiritual,  pues  dice:  "Pobres  en  espíritu"  y  habla  de  hambre 
y  sed  de  justicia. .  .  Pero  Lucas  declara  felices  a  los  pobres  a  los  que 
tienen  hambre,  a  los  que  lloran,  e  infelices  a  los  ricos,  a  los  que  gozan 
de  prosperidad  en  la  tierra,  lo  que  parece  hacer  de  la  pobreza  y  del 
sufrimiento  títulos  para  el  reino  de  Dios,  y  que  la  posesión  de  bienes 
y  de  los  goces  de  esta  vida  son  una  desgracia  y  casi  una  maldición. 
Esta  interpretación  parece  autorizada  aun  por  esta  palabra  ahora  aquí 
abajo,  que  opone  la  condición  terrestre  actual  a  la  vida  futura.  Ella 


118 


DISCURSOS  PESIMISTAS  DE  JESUS 


parece  conforme  a  otras  enseñanzas  de  nuestro  Evangelio,  como  la  pa- 
rábola del  mal  rico  y  de  Lázaro  (16,  19  y  ss). 

4703.  Veamos  otras  enseñanzas  parado] ales  del  Maestro.  En  Luc. 
12  se  lee,  22  "Jesús  dijo  a  sus  discípulos:  No  os  afanéis  por  vuestra 
vida,  sobre  lo  que  habéis  de  comer,  ni  por  vuestro  cuerpo,  sobre  lo  que 
habéis  de  vestir.  24  Considerad  los  cuervos,  que  ellos  no  siembran,  ni 
siegan,  ni  tienen  almacén  (o  depósito)  de  granos,  y  Dios  los  alimenta. 
¿Cuánto  más  valéis  vosotros  que  las  aves?  27  Considerad  los  lirios, 
cómo  crecen,  no  trabajan  ni  hilan:  mas  yo  os  digo  que  ni  aún  Salomón 
en  toda  su  gloria  fue  vestido  como  uno  de  éstos.  29  Así  que  no  andéis 
buscando  qué  hayáis  de  comer,  o  qué  hayáis  de  beber,  ni  seáis  de  áni- 
mo dudoso.  30  Porque  las  naciones  del  mundo  buscan  ansiosamente 
todas  estas  cosas:  y  vuestro  Padre  sabe  que  tenéis  necesidad  de  éstas 
cosas.  31  Antes  bien,  buscad  primeramente  el  reino  de  Dios  y  su  jus- 
ticia, y  estas  cosas  os  serán  dadas  por  añadidura".  Veamos  otros  preceptos 
que  constituyen  verdaderas  paradojas.  9,  23  "Y  Jesús  decía  a  todos:  5¿ 
alguno  quiere  venir  en  pos  de  mí,  niéguese  a  sí  mismo,  tome  su  cruz 
cada  día  y  sígame.  27  Mas  os  digo  en  verdad,  que  hay  algunos  de  los 
aquí  presentes,  que  no  probarán  la  muerte,  hasta  que  hayan  visto  el 
reino  de  Dios".  14,  25  "Grandes  multitudes  le  iban  acompañando,  y 
volviéndose,  les  dijo:  Si  alguno  viene  a  mí,  y  no  odia  a  su  padre  y  ma- 
dre, y  mujer  e  hijos,  y  hermanos,  y  hermanas  y  a  su  misma  vida  tam- 
bién, no  puede  ser  mi  discípulo.  27  Y  el  que  no  carga  con  su  cruz  y 
sigue  en  pos  de  mí,  no  puede  ser  mi  discípulo". 

"Las  últimas  palabras,  escribe  el  ortodoxo  Bonnet,  parecen  estar  en 
contradicción  con  los  preceptos  y  el  espíritu  del  Evangelio,  que  enseña 
a  amar  a  todos  los  hombres,  aún  a  nuestros  mismos  enemigos,  y  con 
mayor  razón  a  nuestros  parientes.  ¿Cómo  se  debe  comprenderlas?  Se 
ha  buscado  dar  a  la  palabra  odiar  el  sentido  de  amar  menos  (cf.  Gén. 
29,  30,  31)  lo  que  equivaldría  a  las  mismas  palabras  referidas  por  Mateo 
(10,  37}  :  "El  que  ama  a  padre  o  madre  más  que  a  mí,  no  es  digno  de 
mí",  y  se  puede  admitir  que  tal  es  en  nuestro  pasaje  también  el  pensa- 
miento del  Salvador.  Sin  embargo,  no  hay  que  debilitar  la  expresión  más 
enérgica  y  evidentemente  escogida  a  designio,  que  emplean  aquí.  Expresa 
también  una  verdad  (cf.  6,  24).  Supone  Jesús  que  esas  afecciones  de 
familia,  entrando  en  conflicto  con  el  amor  que  le  debemos,  hayan  lle- 
gado a  ser  un  obstáculo  a  nuestra  comunión  con  él  y  nos  impidan  llegar 
a  ser  sus  discípulos.  Debemos  odiar  ese  mal,  ese  alejamiento  de  Dios,  so 
pena  de  renunciar  al  amor  del  Salvador  (cf.  12,  53).  Es  exactamente 
por  el  mismo  principio  que  el  discípulo  de  Jesús  debe  odiar  su  propia 
vida  (su  propia  alma)  su  personalidad,  su  yo,  desde  que  el  amor  de  sí 
mismo  se  opone  al  amor  de  Dios.  En  fin  es  evidente,  según  estas  pa- 
labras, que  el  cristiano  debe  estar  pronto  a  sacrificar  su  vida  terrestre 


DISCURSOS  PESIMISTAS  DE  JESUS 


119 


toda  entera  por  la  causa  de  su  Maestro".  Distinta  y  más  racional,  es  la 
opinión  de  Turmel,  quien  comentando  los  transcritos  textos,  escribe 
"Jesús  no  tenía  duda  alguna  sobre  el  éxito  inmediato  de  su  empresa,  y 
que  si  pudo  recomendar  una  confianza  ciega  en  la  Providencia,  los  an- 
teriores sombríos  discursos  no  tenían  sentido  en  sus  labios.  .  .  Su  error 
inicial  fue  la  creencia  absoluta  de  la  venida  muy  próxima  del  Hijo  del 
hombre  sobre  las  nubes  para  la  inauguración  del  reino,  después  de  la 
matanza  previa  de  los  romanos.  Ese  acontecimiento  debía  venir  en  al- 
gunas horas  o  a  lo  más  en  algunos  días,  y  no  había  más  que  esperarlo 
con  los  brazos  cruzados.  Trabajar,  atesorar,  recoger  las  cosechas,  hu- 
biera sido  inferir  una  injuria  al  Hijo  del  hombre,  que  iba  inmediata- 
mente a  proponer  para  sus  elegidos  una  mesa  abundantemente  servida, 
o  más  bien  era  injuriar  a  Dios  mismo,  cuyo  apoderado  era  el  Hijo  del 
hombre.  La  divisa  del  cristiano  era:  "Buscad  el  reino  de  Dios  y  lo 
demás  os  será  dado  por  añadidura". 

4704.  Sin  embargo,  el  Hijo  del  hombre  no  aparecía:  sin  cesar 
esperado,  aplazaba  constantemente  su  venida.  Ante  ese  desmentido  traído 
por  cada  nueva  jornada,  una  fe  ordinaria  hubiera  capitulado.  Pero  la 
de  Lucas  se  exaltó,  se  exasperó  y  con  feroz  obstinación  se  encabritó 
contra  la  evidencia.  Sin  dejarse  detener  por  las  contingencias  de  la  rea- 
lidad, decretó  que  su  esperanza  iba  a  ser  concedida  de  un  momento  a 
otro.  Desgraciadamente  los  estómagos  rehusaron  inclinarse  ante  sus  im- 
periosos requerimientos:  se  hizo  sentir  el  hambre;  pero  no  sobre  todos 
indiferentemente.  Los  ricos  se  vieron  libres  de  ella;  pero  los  pobres  no 
escaparon  a  las  privaciones,  a  las  torturas.  Lucas  pensó  que  ese  mal 
habría  sido  evitado  si  todos  los  cristianos  hubieran  beneficiado  de  igual 
reparto  de  los  bienes  de  este  mundo,  y  le  pareció  que  la  desigualdad 
social  fuese  la  causa  responsable  del  afligente  espectáculo  que  tenía  ante 
sus  ojos.  Desde  ese  día,  experimentó  sólo  aversión  por  el  estado  de 
cosas  vigente  en  la  sociedad.  Las  riquezas  fueron,  según  él,  producto  de 
la  iniquidad,  y  decidió  que  la  justicia  divina  no  dejaría  de  operar  una 
nivelación,  que  los  pobres  y  desgraciados  actuales  recibirían  una  com- 
pensación y  que  los  ricos  expiarían  un  día  su  momentáneo  bienestar. 
En  ese  estado  de  espíritu  fueron  escritas  las  beatitudes  del  sermón  de 
la  montaña  y  las  maldiciones  que  las  acompañan.  De  la  misma  menta- 
lidad se  inspira  la  parábola  del  mal  rico.  Después  de  haber  maldecido 
las  riquezas  y  a  los  ricos,  Lucas  prometió  a  estos  últimos  la  salvación, 
si  consentían  en  vender  sus  bienes. 


CAPITULO  XIII 

La  fundación  de  la  Iglesia 


4705.  En  Mateo  16  v.  13  leemos:  "Y  viniendo  Jesús  a  las  comarcas 
de  Cesárea  de  Filipo,  preguntó  a  sus  discípulos,  diciendo:  ¿Quién  dicen 
los  hombres  que  es  el  Hijo  del  hombre?  14  Y  ellos  dijeron:  Unos,  que 
Juan  Bautista;  otros,  que  Elias;  y  otros,  que  Jeremías,  o  alguno  de  los 
profetas.  15  Díceles  Jesús:  Pero  vosotros  ¿quién  decís  que  soy?  16  Y 
Simón  Pedro  le  contestó,  diciendo:  ¡Tú  eres  el  Cristo,  el  Hijo  del  Dios 
vivo!  17  Y  Jesús  respondiendo,  le  dijo:  Bienaventurado  eres,  Simón, 
hijo  de  Jonás;  porque  no  te  lo  ha  revelado  carne  ni  sangre,  sino  mi 
Padre  que  está  en  Los  cielos.  18  Y  yo  también  te  digo  a  ti,  que  tú  eres 
Pedro,  y  sobre  esta  Roca,  edificaré  mi  Iglesia;  y  las  puertas  del  sepulcro 
no  prevalecerán  contra  ella.  19  Y  a  ti  te  daré  las  llaves  del  reino  de  los 
cielos;  y  lo  que  ligares  sobre  la  tierra,  será  ligado  en  el  cielo;  y  lo 
que  desatares  sobre  la  tierra,  será  desatado  en  el  cielo.  20  Entonces 
mandó  a  los  discípulos  que  no  dijesen  a  nadie  que  era  él  el  Cristo. 

Comentando  el  escritor  ortodoxo  Bonnet  el  citado  v.  18  de  Mateo  16 
escribe:  "En  griego  Tu  es  Petros  (masculino),  una  roca;  y  sobre  esta 
petra  (femenino),  sobre  esta  roca  yo  edificaré..."  Se  ve  que  el  evan- 
gelista empleó  en  griego  estos  dos  sinónimos  de  modo  que  uno  sea  un 
nombre  propio  y  el  otro  un  nombre  común.  El  francés  como  el  griego 
expresa  este  juego  de  palabras:  "Tú  eres  Pedro  y  sobre  esta  piedra". 
Pero  Jesús  hablaba  en  arameo  y  repitió  idénticamente  el  mismo  término: 
"Tu  eres  Kefas  (roca)  y  sobre  Kefas"  (Juan  1,  43).  Se  ha  hallado  una 
contradicción  en  este  último  pasaje  y  nuestro  relato:  según  Juan,  Pedro 
habría  recibido  este  nombre  desde  el  principio;  pero  aquí  Jesús  no  le 
da  este  nombre  sino  que  se  lo  confirma  Tú  eres  Pedro  ¿Cuál  es  el  sen- 
tido de  las  palabras  tan  largamente  controvertidas  (sobre  esta  roca  edifi- 
caré mi  Iglesia)  ?  Y  primeramente  ¿qué  es  aquí  la  Iglesia?  palabra  que 
no  se  halla  en  ninguna  parte  de  nuestros  Evangelios,  excepto  en  este 
pasaje  y  en  Mateo  18,  17.  El  vocablo  Iglesia  es  griego  por  su  etimo- 
logía (ecclesia)  y  en  la  lengua  original  significa  toda  asamblea  o  más 
bien  convocación,  aún  fuera  de  un  fin  religioso  (Act.  19;  30,  40).  Jesús 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


121 


seguramente  se  habría  servido  de  la  palabra  hebrea  Kahal  que  desig- 
naba las  convocaciones  solemnes  del  pueblo  israelita.  Por  este  término 
no  entendía  designar  una  Iglesia  particular,  sino  el  conjunto  de  aquellos 
que  creían  en  él.  No  ocurre  lo  mismo  en  el  cap.  18,  17.  En  fin,  consi- 
dera la  Iglesia  según  una  figura  de  lenguaje  que  empleará  frecuentemente 
el  apóstol  Pablo,  como  un  edificio  que  hay  que  edificar.  La  crítica  nega- 
tiva no  admite  que  Jesús  pudiera  hablar  de  su  Iglesia  antes  que  ella 
existiera  y  duda  de  la  autenticidad  de  estas  palabras  que  según  ella 
pertenecen  a  un  orden  de  hechos  posteriores.  ¿Cómo  entonces  Jesús 
podría  hablar  tan  a  menudo  de  su  reino  vs.  19  y  describir  todos  los 
caracteres  y  todos  los  desarrollos  hasta  la  perfección?  La  noción  de  esa 
sociedad  espiritual  era  dada  por  la  comunión  de  las  almas  piadosas  del 
medio  del  pueblo  de  Israel  que  formaban  ya  una  Iglesia.  ¿Y  aún  el 
pequeño  número  de  creyentes  reunidos  alrededor  del  Salvador  no  eran 
ya  su  Iglesia?  ¡Y  Jesús  no  hubiera  podido  preveer  todos  los  desenvol- 
vimientos futuros!  Renunciar  a  ver  en  el  N.  T.  la  presciencia  y  la  divi- 
nidad de  Jesús,  es  condenarse  a  no  ver  en  él  sino  una  larga  serie  de 
enigmas.  Ahora  bien,  ;qué  prerrogativas  confiere  el  Señor  a  Pedro  por 
las  citadas  palabras?  Primeramente  hay  que  separar  todas  las  interpre- 
taciones contrarias  a  una  sana  exégesis.  Así  la  idea  de  Agustín  que 
Jesús  al  decir:  sobre  esta  roca  se  designaba  a  sí  mismo  con  el  gesto. 
^  Así  también  la  de  muchos  Padres  y  de  la  mayor  parte  de  los  intérpretes 
protestantes  que  esta  roca  es  la  confesión  de  Pedro,  en  su  fe  considerada 
en  sentido  abstracto.  Sin  duda  es  a  causa  de  esa  fe  que  el  Señor  lo 
proclama  la  roca  sobre  la  cual  fundará  su  Iglesia  y  un  instante  después 
cuando  Pedro  no  comprenda  las  cosas  divinas,  él  lo  llamará  Satán  v.  23. 
Pero  hav  que  reconocer  que  Jesús  al  decirle:  Tú  eres  Pedro.  .  .  sobre 
esta  piedra  yo  edificaré.  .  .  designa  bien  la  persona  del  apóstol.  Es  sobre 
su  persona  mientras  él  se  muestre  por  la  obediencia  y  la  fe  una  roca, 
es  sobre  su  acción  personal  que  descansará  el  edificio  de  la  Iglesia.  Los 
sucesos  confirman  la  profecía;  los  primeros  capítulos  del  libro  de  los 
Actos  nos  presentan  a  Pedro  como  el  fundador  de  la  Iglesia  entre  los 
judíos  (cap.  2),  entre  los  samaritanos  (caps.  8.  14,  y  ss.)  y  entre  los 
paganos  (cap.  10).  En  todos  los  catálogos  de  los  apóstoles,  Pedro  es 
nombrado  el  primero  (Mat.  10,  2;  Marc.  3,  16;  Luc.  6,  14;  Act.  1,  13) . 
Él  ha  ocupado  a  los  ojos  de  la  Iglesia  primitiva  el  rango  que  el  Maestro' 
le  había  asignado.  ¿Qué  hay  en  este  hecho  que  pueda  dar  el  menor 
pretexto  a  las  inversiones  absurdas  e  impías  de  la  Iglesia  de  Roma? 
Un  apóstol  no  tiene  sucesores.  Pedro  no  fundó  la  Iglesia  de  Roma  y  ni 
aún  fue  nunca  obispo  de  la  misma;  pero  aunque  lo  hubiera  sido  la  pre- 
tensión de  los  papas  de  heredar  su  rango  constituye  una  impiedad. 
Pablo  no  teme  sin  duda  en  mostrar  a  la  Iglesia  construida  "sobre  el 
fundamento  de  los  apóstoles",  añadiendo  que  Jesús  permanece  siempre 


122 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


siendo  la  "piedra  angular"  de  la  misma  (Ef.  2,  20;  cf.  Mat.  21,  42) 
el  único  fundamento  divino  que  se  puede  sentar  (1  Cor.  3,  11;  1  Ped. 
2,  6).  Además  en  todo  el  N.  T.  no  se  encuentra  rasgo  de  una  supremacía 
ejercida  por  Pedro  en  el  gobierno  de  la  Iglesia.  Es  la  Iglesia  la  que 
elige  los  diáconos  (Act.  6),  cuando  se  trata  de  bautizar  a  los  primeros 
cristianos  Pedro  consulta  a  los  discípulos  (Act.  10,  47),  después  se 
justifica  humildemente  ante  la  Iglesia  (Act.  11,  2  y  ss.),  en  el  concilio 
en  Jerusalén  toma  parte  decisiva  en  la  discusión;  pero  fue  Santiago 
quien  propuso  e  hizo  adoptar  la  resolución  (Act.  15) .  En  fin  este  apóstol 
acepta  la  reprensión  que  le  hace  Pablo  (Gál.  2).  Agregúese  que  todo 
este  discurso  de  Jesús  a  Pedro  está  omitido  en  el  relato  de  Marcos  "su 
intérprete"  y  en  el  de  Lucas,  lo  que  prueba  que  estas  prerrogativas  tem- 
porales tenían  poca  importancia  en  la  tradición  apostólica"  (Ob.  cit., 
ps.  190-191). 

4706.  Con  respecto  a  la  historia  de  la  interpretación  del  texto  Tu 
es  Petrus,  expresa  Goguel :  tres  fases  pueden  distinguirse  en  la  historia 
de  esa  interpretación:  hasta  el  fin  del  siglo  II  no  ha  desempeñado  papel 
alguno  en  la  evolución  de  las  doctrinas  eclesiásticas.  Desde  Tertuliano 
hasta  Cipriano  se  ha  comenzado  a  invocarlo  para  fundar  la  autoridad 
de  todos  los  obispos,  de  los  cuales  cada  uno,  cualquiera  que  sea  la  sede 
aue  él  ocupe,  tiene  la  calidad  y  los  derechos  de  un  sucesor  de  Pedro. 
En  el  siglo  III  con  el  papa  Esteban  se  abre  un  nuevo  período  en  el 
cual  los  obispos  romanos  invocan  el  Tu  es  Petrus  para  justificar  su 
preeminencia;  pero  se  requerirá  aún  algún  tiempo  para  que  esta  manera 
de  comorender  el  texto  llegue  a  ser  la  interpretación  oficial  de  la  Iglesia. 
Tertuliano  cita  el  siguiente  edicto  episcopal,  atribuido  al  papa  Calixto, 
que  dice  así:  "he  sabido  que  ha  sido  promulgado  un  edicto  verdade- 
ramente perentorio.  Un  soberano  pontífice,  un  obispo  de  los  obispos, 
ha  decidido:  yo  perdono  los  pecados  de  adulterio  y  de  fornicación  a 
aquellos  que  hagan  penitencia".  Y  comentando  ese  edicto  expresa  Tertu- 
liano: "Porque  el  Señor  dijo  a  Pedro:  sobre  esta  piedra  edificaré  mi 
Iglesia  y  yo  te  he  dado  las  llaves  del  reino  celeste  y  lo  que  tú  hayas 
ligado  o  desatado  en  la  Tierra  será  ligado  o  desatado  en  los  Cielos, 
y  ;es  por  esto  que  tú  pretendes  que  a  ti  ha  pasado  el  poder  de  ligar 
o  de  desligar?  ;  Quién  eres  tú  para  derribar  y  cambiar  la  manifiesta 
intención  del  Señor  de  confiar  a  Pedro,  a  título  personal  (personaliter) 
ese  poder?  Según  la  interpretación  de  San  Cipriano  la  promesa  hecha 
a  Pedro,  era  después  de  él,  válida  no  especialmente  para  sus  sucesores 
en  la  sede  de  Roma,  sino  para  todos  los  obispos.  Interpretación  aceptada 
por  Tertuliano  que  supone  que  la  promesa  ha  sido  hecha  a  Pedro  perso- 
naliter es  decir,  que  ella  no  valía  ni  para  sus  sucesores  romanos,  ni  para 
los  obispos  en  general,  cualquiera  que  sea  la  sede  que  ocupen.  Para  San 
Cipriano  la  unidad  de  la  Iglesia  se  manifiesta  para  él  en  el  acuerdo  y 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


123 


la  colaboración  de  los  obispos.  No  hay  sino  una  Iglesia  visible  en  una 
multiplicidad  de  Iglesias  locales,  y  del  mismo  modo  no  hay  sino  un  sólo 
episcopado  que  se  encarna  en  el  obispo  de  cada  Iglesia  particular.  La 
unidad  del  episcopado,  realidad  mística  creada  por  el  Espíritu,  se  funda 
en  el  hecho  que  los  obispos  son  los  sucesores  de  los  apóstoles,  colegio 
de  hombres  que  tenían  todos  el  mismo  rango  y  el  mismo  poder.  Hacia 
la  mitad  del  siglo  III  el  papa  Esteban  (254-257)  fue  el  primero  que 
emitió  la  pretención  de  tener,  como  sucesor  de  Pedro,  y  en  virtud  del  Tu 
es  Peírus  un  poder  superior  al  de  los  otros  obispos.  Habiendo  Esteban 
invocado  la  autoridad  que  él  poseía  para  afirmar  la  validez  del  bau- 
tismo de  los  herejes,  Firmiliano,  obispo  de  Cesárea  en  Capadocea,  escri- 
bió a  Cipriano  para  protestar  contra  esa  pretensión,  y  acusó  a  Esteban 
de  deshonrar  a  Pedro  y  a  Pablo  al  afirmar  que  eran  ellos  los  que  le 
habían  trasmitido  esa  doctrina  perversa.  Lo  mismo  ocurre  con  otros 
escritores  romanos  que  persistieron  en  la  interpretación  de  Cipriano. 
Hasta  el  papa  León  el  Grande,  muerto  en  el  461,  justificó  por  el  Tu  es 
Petrus  la  autoridad  de  todos  los  obispos.  Hubo  que  descender  hasta  un 
decreto  de  Gelasio  (492-496)  para  hallar  un  texto  oficial  que  fundara 
la  preeminencia  romana  sobre  el  Tu  es  Petrus.  Se  comprende  pues,  la 
siguiente  frase  del  modernista  católico  Schnitzer  que  "no  es  el  Tu  es 
Petrus  lo  que  creó  el  papado,  sino  que  fue  el  papado  el  que  creó  el 
Tu  es  Petrus"  (Goguel,  L'Eglise  primitive,  ps.  188-199). 

4707.  Finalmente  concluyó  por  aceptarse  que  la  Iglesia  descan- 
saba en  la  fe  de  los  Doce  en  la  resurrección  de  Jesús  según  así  se  lee 
en  Efesios,  2,  20.  Ignoramos  si  Pedro  estuvo  en  Roma  y  menos  si  fue 
obispo  de  su  Iglesia,  lo  mismo  que  nada  sabemos  con  certeza  si  allí 
fue  el  lugar  donde  ocurrió  su  muerte.  El  más  antiguo  texto  que  habla 
de  las  tumbas  de  Pedro  y  de  Pablo  en  Roma  es  el  que  nos  da  el  pres- 
bítero romano  Gaio,  quien  bajo  el  papado  de  Zefyvrim  (198-217)  res- 
pondiendo a  Proclo  que  hacía  valer  como  un  título  de  gloria  de  la 
Iglesia  de  Hierapólis  que  ella  poseía  las  tumbas  de  Filipo  y  de  sus  hijas, 
se  expresaba  así:  "pero  yo  puedo  mostrar  los  trofeos  de  los  apóstoles. 
Si  quieres  ir  al  Vaticano  en  la  Vía  de  Ostia,  encontrarás  los  trofeos 
de  aquellos  que  fundaron  la  Iglesia".  ¿Qué  son  estos  "trofeos"?  Según 
Guignebert  esos  trofeos  no  pueden  significar  sino  tumbas.  Originaria- 
mente esa  palabra  designa  todo  lo  que  evoca  el  recuerdo  de  una  victoria, 
pudiendo  así  referirse  a  todo  lo  que  la  recuerda,  incluso  naturalmente 
las  tumbas  donde  descansan  los  cuerpos  de  los  héroes  de  la  fe.  De  modo 
que  se  puede  pensar  que  hacia  el  año  200,  se  creía  conocer  los  lugares 
en  los  cuales  Pedro  y  Pablo  habían  sufrido  el  martirio,  aunque  es  difícil 
imaginar  que  en  esa  fecha  se  hubiera  podido  mostrar  la  tumba  de  Pedro 
en  los  jardines  del  Vaticano  y  aún  más  elevar  allí  un  memorial.  El 
trofeo  de  Pedro  no  puede  ser  un  objeto  material  preciso;  ese  lugar  al 


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LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


cual  la  Iglesia  de  Roma  asociaba  el  recuerdo  de  su  martirio  sin  poder 
materializarlo  y  hacer  de  él  el  objeto  de  una  celebración  litúrgica.  Si 
era  en  el  Vaticano  que  se  buscaba  el  recuerdo  del  martirio  de  Pedro, 
es  sin  duda  porque  se  pensaba  que  había  perecido  con  las  otras  vícti- 
mas de  Nerón.  El  texto  de  Gaio  prueba  tan  sólo  que  alrededor  del  año 
200,  no  existía  en  Roma  tradición  oficial  o  generalmente  extendida  lo- 
calizando las  tumbas  de  Pedro  y  de  Pablo  en  otra  parte  que  en  el  Va- 
ticano en  la  Vía  de  Ostia. 

Según  las  excavaciones  hechas  en  la  Iglesia  de  San  Sebastián,  fuera 
de  los  muros,  antiguamente  llamada  Basílica  de  los  Apóstoles,  en  la 
Vía  Appia,  al  Sur  Oeste  de  la  misma,  una  escalera  conducía  a  la  pía- 
tonia  donde  habían  descansado  los  cuerpos  de  los  apóstoles  Pedro  y 
Pablo.  Las  excavaciones  han  mostrado  que  el  recinto  de  la  Basílica  de 
los  Apóstoles  había  sido  en  el  siglo  I  el  de  una  casa  quinta  romana  con 
tumbas.  Esas  excavaciones  han  hecho  descubrir  a  dos  metros  debajo  del 
suelo  actual,  una  instalación  que  había  servido  al  culto  de  los  apóstoles. 
Era  una  triclia  de  forma  trapezoidal,  con  bancos  de  mampostería,  donde 
se  celebraban  refrigeria,  o  sea,  comidas  fúnebres  en  honor  de  aquellos 
apóstoles.  Según  San  Agustín,  los  abusos  a  que  habían  dado  lugar  las 
refrigerias,  ocasionaron  su  prohibición,  prohibición  que  debe  remontar 
al  año  350.  En  la  obra  el  Martyrium  Petri  et  Pauli,  cuya  redacción  no 
es  anterior  al  siglo  V  se  afirma  que  Pablo  fue  decapitado  en  la  Vía  de 
Ostia,  y  Pedro  crucificado  con  la  cabeza  para  abajo  sin  que  se  exprese 
en  qué  lugar  (Véase  sobre  estos  datos  Goguel,  Oh.  cit.,  ps.  217-225). 
San  Jerónimo  coloca  la  muerte  de  Pedro  en  el  año  68  el  último  del  rei- 
nado de  Nerón.  Es  probable  que  pereció  con  Pablo  en  la  persecución 
de  Julio  del  64.  Según  Rufino,  Pedro  fue  crucificado  con  la  cabeza  para 
abajo  asegurando  en  opinión  de  Jerónimo  que  "no  era  digno  de  ser 
crucificado  como  su  Señor".  Ambrosio,  obispo  de  Milán,  narra  la  si- 
guiente anécdota:  Pedro  al  abandonar  a  Roma  para  escapar  a  la  muerte, 
encontró  en  su  camino  a  Cristo  cargado  de  la  cruz.  "Señor,  dijo  el  fu- 
gitivo, ¿a  dónde  vas?  (dómine,  quoi  vadis)",  "voy  a  Roma  para  ser 
crucificado  por  segunda  vez".  El  apóstol  comprendió  y  volvió  sobre  sus 
pasos  (Fargues,  Ob.  cit.,  ps.  82-83). 

4708.  Comentando  Guignebert  el  transcrito  pasaje  de  Mateo  16, 
dice:  "un  primer  hecho  puede  ser  considerado  como  adquirido,  com- 
parando los  tres  relatos  de  nuestros  Sinópticos,  a  saber  que  en  una  a 
lo  menos  de  sus  fuentes,  representada  con  mayor  o  menor  exactitud  por 
Marcos  no  se  encuentra  ninguna  huella  de  los  vs.  17,  18  y  19  de  nuestro 
Mateo  16.  En  el  lugar  donde  éste  los  ha  colocado:  esta  localización  es 
su  obra.  Puede  afirmarse  además  que  en  ningún  otro  sitio  que  en  la 
fuente  de  Marcos  se  encuentra  la  substancia  de  esos  tres  versículos;  si 
hubiera  sido  de  otro  modo  nuestro  Marcos  y  nuestro  Lucas  nos  refe- 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


125 


rirían  alguna  cosa,  no  importa  donde,  y  ellos  no  son  mencionados  en 
ninguna  parte.  En  efecto,  particularmente,  si  se  les  concede  el  sentido 
que  reclama  la  tradición  romana,  encierran  uno  de  los  pensamientos 
capitales  de  Jesús,  tocante  al  porvenir  de  su  obra:  ellos  nos  dan  la 
manera  como  la  concebían  y  como  nosotros  debemos  considerarla,  una 
indicación  preciosa  entre  todas.  ¿Quién  pues,  se  atrevería  a  sostener 
todavía  que  la  predicación  del  Maestro  ha  sido  esencialmente  escatoló- 
gica  y  completamente  dirigida  a  la  transformación  inminente  del  mundo 
terrestre,  si  se  prueba  que  pretendió  construir  "Su  Iglesia"  sobre  la 
tierra  y  confiar  su  dirección  a  Pedro?  ¿Es  admisible  por  un  instante 
que  la  expresión  de  su  voluntad  no  haya  ocupado  el  lugar  central  en 
el  recuerdo  de  los  primeros  discípulos?  No  olvidemos  que  una  tradi- 
ción, que  podemos  remontar  por  Papías  hasta  los  confines  de  la  gene- 
ración apostólica  y  aún  quizá  más  alto,  nos  representa  a  Marcos  como 
el  compañero,  el  intérprete  y  el  hijo  espiritual  de  Pedro;  es  por  su 
orden  o  por  su  inspiración  que  él  obra  en  Egipto;  es  para  dejar  a  los 
romanos  una  especie  de  compendio  de  la  enseñanza  del  apóstol,  que 
él  redacta  su  Evangelio.  ¿Cómo  explicar  que  no  haya  mencionado  la 
consagración,  la  más  gloriosa  que  hubiera  recibido  de  la  autoridad  de 
su  Maestro?  Nunca  se  ha  respondido  esta  pregunta  de  modo  satisfac- 
torio. Según  Ensebio,  Marcos  no  asistía  a  la  conversación  referida  por 
Mateo,  y  Pedro  que  hubiera  podido  darle  el  relato  exacto,  no  lo  ha 
querido,  porque  no  creyó  oportuno  recordar  palabras  que  no  se  dirigían 
a  él  o  que  sólo  a  él  lo  tenían  en  vista . .  .  No  se  trataba  de  la  opinión 
que  Pedro  podía  hacerse  de  su  persona  sino  del  respeto,  que  debía  tener 
a  una  orden  del  Maestro  que  no  debía  ocultar:  se  trataba  aún  de  una 
responsabilidad  muy  precisa  que  le  imponía  la  misión  de  que  Jesús 
lo  había  encargado  y  de  la  cual  no  se  ve  que  se  hubiera  excusado  de 
ella.  Las  palabras  del  Cristo  habían  por  decirlo  así,  fundado  un  hecho 
que  no  pertenecía  a  Pedro  abolirlo,  y  que  no  se  ofrecía  ciertamente  a 
él  como  ocasión  permanente  de  probar  una  amable  virtud  privada. 
Supongo  también  que  además  de  Pedro,  Marcos  habría  encontrado  al- 
gunos testigos  de  la  escena  en  cuestión:  ¿Hay  pues  que  creer  que  por 
inexplicable,  o  bien  malintencionado  mutismo  de  Marcos  y  Lucas  se 
hayan  puesto  de  acuerdo  para  no  decir  nunca  preciosas  palabras  con 
las  que  el  Cristo  había  honrado  a  su  Maestro?  El  recuerdo  de  ellas  sin 
embargo  se  ha  conservado  bien  en  alguna  parte,  puesto  que  el  redactor 
del  primer  Evangelio  lo  ha  recogido.  Hay  que  pensar  que  en  el  medio 
cristiano  en  que  vivía  Marcos,  junto  a  Pedro,  nadie  las  tenía  en  cuenta 
o  bien  que  se  llenaba  al  apóstol  de  consideraciones,  que  se  le  obedecía 
sin  nunca  recordar  a  los  nuevos  convertidos,  cuan  solemne  consagración 
había  un  día  fundado  su  autoridad.  Sentar  tales  cuestiones  es  resolverlas, 
y  resulta  adquirido  que  Mateo  introdujo  en  una  anécdota  la  aludida 


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LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


frase  Tu  es  Petrus  como  elemento  esencial  que  Marcos  ignoraba"  (Gui- 
GNEBERT,  La  primauté  de  Fierre  el  la  venue  de  Fierre  a  Rome,  ps.  17-20) . 

Agrega  Guignebert  que  Mateo  no  debió  tomar  los  discutidos  vs. 
17-19  del  cap.  16,  de  las  Logia,  porque  Lucas  que  las  utilizó,  no  pudo 
omitir  la  aludida  declaración  de  Jesús  referida  por  nuestro  Mateo,  ni 
siquiera  ha  sido  transpuesta  a  otro  episodio,  por  lo  que  los  principales 
críticos  liberales  atribuyen  la  inserción  de  esos  tres  vs.  a  la  última 
copia  redaccional  de  Mateo.  La  ortodoxia  basa  dicha  interpretación  en 
que  en  el  libro  de  los  Actos,  aparece  Pedro  como  fundando  la  Iglesia 
entre  los  judíos  (cap.  2);  entre  los  samaritanos  (8,  14  y  ss.),  y  entre 
los  paganos  (cap.  10).  Estos  datos  son  considerados  por  muchos  crí- 
ticos como  ficciones  simbólicas  en  el  judeo-cristianismo.  En  cuanto  a 
la  pretensión  de  los  papas  de  ser  los  sucesores  de  Pedro,  recuérdese 
que  los  apóstoles  no  tuvieron  sucesores,  y  que  Pedro  ni  siquiera  fue 
obispo  de  Roma.  Además  en  el  N.  T.  no  se  encuentran  huellas  de  supe- 
rioridad ejercida  por  Pedro  en  el  gobierno  de  la  Iglesia.  Así  aparece 
la  Iglesia  eligiendo  los  diáconos  (Act.  6)  :  cuando  se  trata  luego  de 
bautizar  a  los  primeros  paganos,  Pedro  consulta  a  los  discípulos  (Act. 
10,  47)  y  luego  se  justifica  humildemente  ante  la  Iglesia  (Act.  11)  ; 
en  el  concilio  de  Jerusalén,  Santiago  propone  y  hace  aceptar  la  resolu- 
ción (  Act.  15,  13,  19,  20,  29)  :  en  fin  Pedro  es  reprendido  por  Pablo 
(Gál.  2).  Por  eso  Pablo  manifiesta  a  los  Corintios:  "Sois  el  edificio 
que  Dios  fabrica.  .  .  Nadie  puede  poner  otro  fundamento,  fuera  del  que 
está  puesto,  el  cual  es  Jesucristo"  (3.  9,  11)  :  y  en  Efesios  se  lee:  "Sois 
edificados  sobre  el  fundamento  de  los  apóstoles  y  los  profetas,  siendo 
Cristo  Jesús  mismo  la  piedra  angular"  (§  4705). 

4709.  Después  de  la  muerte  de  Jesús  los  primeros  creyentes  que 
residían  en  Jerusalén,  trataron  de  reunirse  ya  que  eran  mal  mirados 
por  los  sacerdotes,  creciendo  rápidamente  el  número  de  sus  adherentes 
por  la  propaganda  privada.  Aunque  la  mayoría  de  ellos  era  gente  pobre, 
según  la  tradición  las  comidas  se  efectuaban  en  común,  ya  que  los  más 
pudientes  contribuían  con  sus  bienes  al  sostén  de  la  comunidad,  pues 
parece  que  lo  imperante  entonces  era  un  régimen  comunista.  Esto  no 
asombraba  a  nadie  en  virtud  que  se  creía  que  el  reino  de  Dios  era  para 
los  pobres,  y  todos  vivían  con  la  dominante  preocupación  de  la  próxima 
Parusia,  o  del  próximo  advenimiento  del  Cristo  Jesús,  época  en  la  que 
disfrutarían  de  las  delicias  de  una  buena  mesa.  Esta  rudimentaria  orga- 
nización tenía  como  jefes  al  comité  de  los  doce,  que  según  hemos  visto, 
fueron  instituidos  por  Jesús  al  principio  de  su  predicación. 

Según  Loisy  "los  Doce  son  propiamente  hablando,  los  administrado- 
res de  la  primera  comunidad,  no  habiendo  preexistido  como  grupo 
a  la  misma  comunidad.  Si  el  número  de  estos  dirigentes  corres- 
ponde a  la  realidad,  debe  haber  sido  elegido  con  intención  simbó- 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


127 


lica.  En  Mat.  19,  27-28  se  expresa  que  Pedro  dijo  a  Jesús:  Noso- 
tros lo  hemos  dejado  todo  y  te  hemos  seguido,  ¿qué  pues  tendremos 
nosotros?  Y  Jesús  ¡es  dijo:  en  verdad  os  digo  que  vosotros  que  me 
habéis  seguido,  cuando  en  la  regeneración  el  Hijo  del  hombre  se 
siente  sobre  el  trono  de  su  gloria,  vosotros  también  os  sentaréis  sobre 
doce  tronos,  juzgando  a  las  doces  tribus  de  Israel".  Comentando  este 
pasaje  escribe  Bonnet:  "no  durante  el  tiempo  actual  de  los  traba- 
jos y  combates  sino  en  la  renovación  o  en  el  renacimiento  (gr. 
Palingenesis)  sino  que  esto  ocurrirá  cuando  el  renovamiento  de  los  cielos 
y  de  la  tierra  se  efectúe  (Rom.  8,  19  y  ss.;  II  Ped.  3,  13;  Apoc.  21,  i) 
que  coincidirá  con  el  retorno  de  Cristo  sentado  en  el  trono  de  su  gloria 
para  ejercer  el  juicio  universal  (Mat.  16,  27;  25,  31).  En  cuanto  a  las 
palabras  Las  doce  tribus  de  Israel  tienen  una  significación  simbólica, 
viéndose  en  ellas  la  imagen  teocrática  de  todo  el  pueblo  de  Dios  (Apoc. 
21,  12,  14).  Juzgar,  en  la  escritura  significa  también  gobernar,  reinar. 
En  la  economía  futura  no  se  trata  del  pueblo  judío  sólo".  Estas  pala- 
bias  de  Jesús  sobre  los  doce  tronos,  hacen  aparecer  a  los  doce  como 
administradores,  más  bien  que  como  predicadores.  Es  probable  que  ese 
comité  haya  sido  elegido  entre  los  antiguos  discípulos  galileos,  creyén- 
dose que  Pedro  haya  sido  su  presidente.  Refiere  Lucas  que  al  escoger 
Jesús  a  los  Doce,  entre  sus  discípulos,  les  dió  el  nombre  de  apóstoles. 
La  tarea  de  ese  primer  comité  de  los  Doce  era  de  orden  social,  pues 
debían  agregar  los  convertidos  a  la  comunidad,  excluir  a  los  indignos 
y  mantener  el  orden.  Nota  Loisy  que  ciertos  autores  eclesiásticos  habían 
observado  que  el  nombre  de  apóstol  pertenecía  a  los  emisarios  que  el 
patriarcado  judío  después  de  la  ruina  de  Jerusalén  mantenía  para  llevar 
las  cartas  de  la  autoridad  central  y  recoger  las  cotizaciones  que  paga- 
ban los  judíos  dispersos.  Harnack  supuso  que  ese  nombre  antes  de  la 
ruina  de  Jerusalén,  habría  pasado  a  los  predicadores  cristianos  que  or- 
ganizaban también  colectas  en  las  comunidades,  como  aparece  por  ejem- 
plo en  Pablo.  Pero  si  estos  enviados  existían  antes  del  año  70  lo  que 
es  posible,  no  se  ve  bien  como  su  nombre  hubiera  podido  aplicarse  a 
los  apóstoles  jerosolimitanos.  Según  Pablo,  el  vocablo  apóstol  como  ex- 
presión usual  en  el  lenguaje  cristiano,  debe  entenderse  en  el  sentido  de 
enviado  de  Cristo  para  la  evangelización  del  mundo  {La  Naissance,  ps. 
137-138). 

Sólo  esa  misión  de  predicar  el  Evangelio  no  emana  de  Jesús  en 
el  curso  de  su  existencia  terrestre;  Pablo  mismo  es  apóstol  por  misión 
del  Cristo  resucitado;  sin  duda  el  título  de  los  apóstoles  jerosolimitanos 
se  justifica  para  él  de  la  misma  manera;  él  no  limita  en  modo  alguno 
la  aplicación  del  título  a  los  que  fueron  discípulos  de  Jesús,  no  contando 
esta  circunstancia,  considerando  la  única  misión  que  valga  la  que  emana 
del  Cristo  inmortal.  Pablo  pues,  está  lejos  de  identificar  los  apóstoles 


128 


LA  FUNDACION  DE  LA  IGLESIA 


con  los  Doce,  como  lo  hace  el  redactor  de  los  Actos  (Ib.,  ps.  166-167). 
Ese  primer  grupo  social  se  fue  paulatinamente  diferenciando  de  la  masa 
de  los  judíos,  en  virtud  de  su  fe  en  Jesús  en  quien  esa  masa  no  creía; 
creciendo  su  individualidad  en  la  lucha  que  tuvo  que  sostener  para  con- 
servarse y  extenderse.  Esa  primitiva  sociedad  de  cristianos,  congregada 
en  torno  a  los  Doce,  vivían  esperando  el  próximo  advenimiento  de  Jesús, 
bajando  del  cielo,  en  las  nubes;  pero  como  pasaba  el  tiempo  y  no  se 
producía  la  esperada  parusia,  concluyeron  por  constituir  una  organiza- 
ción permanente,  la  Iglesia,  su  Iglesia,  que  Jesús  no  había  querido  ni 
previsto.  Recuerda  Guignebert  que  "la  palabra  Iglesia  sólo  aparece  dos 
veces  en  los  Sinópticos  en  nuestro  v.  18  y  en  Mat.  18,  17  donde  Jesús 
indica  los  medios  convenientes  para  traer  a  la  paz  a  un  hermano  que 
nos  ha  ofendido:  hay  que  tratar  de  convencerlo  en  particular;  si  se  re- 
siste, hacer  mediar  algunas  personas  de  confianza;  si  se  obstina,  "hay 
que  decirlo  a  la  Iglesia".  .  .  Este  pasaje  se  relaciona  con  el  de  Luc. 
17,  3-5. . .  Si  como  lo  quiere  Mat.  15,  17,  el  Cristo  ha  realmente  em- 
pleado la  palabra  Iglesia,  si  no  la  ha  empleado  en  su  sentido  corriente 
de  asamblea,  como  es  usada  en  los  Setenta,  y  como  parece  haya  sido 
usada  en  su  tiempo,  junto  con  la  de  sinagoga,  para  designar  las  co- 
munidades judías  de  Palestina;  de  modo  que  en  definitiva  nuestro  Mat. 
16,  18  representa  el  único  empleo  de  la  palabra  en  su  acepción  de  so- 
ciedad espiritual  de  todos  los  fieles.  No  hay  pues  que  conceder  confianza 
a  un  término  a  la  vez  tan  preciso  y  tan  inusitado  en  boca  de  Jesús.  A 
■éstas  no  sólo  en  los  Sinópticos,  sino  al  conjunto  de  los  escritos  del 
iN.  T.,  la  idea  de  una  unión  para  la  salvación  común  no  ha  sido  tan 
alentada  en  las  comunidades  cristianas  primitivas;  la  fórmula  "fuera  de 
la  Iglesia  no  hay  salvación",  carecía  para  ellos  de  sentido,  porque  creía 
que  la  salvación  era  concedida  a  cada  fiel  en  particular  y  que  cada  uno 
la  obtiene  del  Padre  en  la  plenitud  de  su  iniciativa  y  de  su  responsabili-i 
dad.  Pablo  de  Tarso  concibió  la  idea  de  que  las  diversas  iglesias,  unidas 
en  el  mismo  pensamiento  y  en  la  misma  esperanza,  formasen  un  gran 
cuerpo  separado  del  mundo  de  los  impíos,  y  que  constituyeran  la  Iglesia 
de  Dios,  y  desde  la  hora  de  su  conversión,  se  empleó  en  construir  esa 
Iglesia  divina.  Comparando  ciertas  expresiones  al  respecto  de  Pablo, 
tocante  a  su  idea  de  edificar  la  Iglesia,  con  nuestro  Mat.  16,  15,  llega 
Guignebert  a  la  conclusión  que  este  último  texto  fue  introducido  en  el 
primer  Evangelio,  por  inspiración  de  Pablo  (Ib.,  ps.  39-43). 

Escribiendo  Turmel  sobre  el  origen  del  papado  dice:  "el  Cristo 
se  proponía  liberar  a  su  país  del  yugo  de  los  romanos  que  lo  habían 
conquistado  en  el  año  62  a.  n.  e.  Ese  programa  nada  tenía  de  común 
con  la  Iglesia  que  hizo  su  aparición  en  la  mitad  del  siglo  II;  en  lo  res- 
tante él  fracasó.  El  Cristo  no  fundó  la  Iglesia  y  por  lo  tanto  no  pudo 
darle  constitución;  el  papado,  es  decir,  la  atribución  de  la  autoridad 


PEDRO  EN  LA  IGLESIA  PRIMITIVA 


129 


suprema  al  obispo  de  Roma  no  es  su  obra.  Ella  es  la  obra  del  procer 
civil  que  la  instituyó  al  fin  del  siglo  IV,  pero  que  no  ha  podido  some- 
ter la  fracción  oriental  de  la  Iglesia.  A  partir  de  las  dos  últimas  déca- 
das del  siglo  IV  el  papado  se  ejerce  y  se  desarrolla  bajo  la  protección 
del  poder  imperial  que  lo  creó,  sin  embargo  permanece  confinado  en 
la  Iglesia  de  Occidente.  Y  a  pesar  de  reiteradas  tentativas,  no  logró 
atraer  bajo  su  yugo  a  la  Iglesia  Oriental.  Antes  de  esa  fecha  el  papado 
no  existía,  y  todo  el  período  que  precede  al  fin  del  siglo  IV  era  para 
él  la  prehistoria"  {Histoire  de  Dogmes,  III,  La  papauté,  p.  12). 

PEDRO  EN  LA  IGLESIA  PRIMITIVA.  —  4710.  Veamos  ahora  si  de 
acuerdo  con  el  texto  de  Mat.  16,  17-20,  tuvo  Pedro  una  real  preeminen- 
cia sobre  los  demás  apóstoles  y  sobre  la  primitiva  comunidad  cristiana. 
Examinemos  los  datos  que  nos  ofrece  al  respecto  el  libro  Actos  de  los 
apóstoles,  que  en  la  tradución  de  Várela  y  Pratt,  figura  con  el  nombre 
de  Hechos  de  los  apóstoles.  En  el  cap.  1  leemos  después  de  la  ascensión 
de  Jesús,  se  reunieron  los  Once  en  el  aposento  alto  con  María,  la  madre 
de  Jesús  y  los  hermanos  de  éste  y  un  grupo  de  120  creyentes,  y  Pedro 
poniéndose  de  pie,  en  medio  de  aquel  grupo,  les  echó  un  discurso,  expli- 
cando la  traición  de  Judas.  Pero  ese  hecho  de  proponer  que  se  designe 
como  apóstol  a  una  persona  que  reemplace  al  traidor  Judas,  aún  supo- 
niendo auténtico  el  discurso  de  Pedro,  nada  permite  creer  que  el  orador 
tuviera  autoridad  oficial  para  hacer  la  proposición  que  adopta  la  asam- 
blea, o  que  otro  apóstol  o  un  simple  discípulo  no  pudiera  formular!^ 
como  él.  Son  los  asistentes  de  esa  asamblea  los  que  presentan  los  dos 
candidatos:  José,  llamado  Barsabás,  que  tenía  por  sobrenombre  Justo, 
y  Matías.  Y  les  hecharon  suerte,  y  cayó  la  suerte  sobre  Matías  y  fue 
contado  entre  los  once  apóstoles  (Act.  1,  12-26) .  Este  discurso  de  Pedro 
como  todos  los  discursos  del  libro  de  los  Actos,  son  obra  del  redactor; 
así  comienza  el  discurso  del  cap.  1  refiriéndose  a  la  traición  y  a  la 
muerte  de  Judas  y  hablando  del  campo  comprado  por  éste  "con  el  pre- 
cio de  su  iniquidad",  donde  se  ahorcó.  En  él  se  lee  lo  siguiente:  "19 
Y  fue  notorio  esto  a  los  moradores  de  Jerusalén,  de  manera  que  aquel 
campo  fue  llamado  en  su  lengua  (en  la  lengua  de  ellos)  Aceldama, 
esto  es  Campo  de  sangre".  Lo  que  motiva  este  comentario  de  Loisy: 
"Pedro  parece  que  quisiera  referirse  a  una  historia  antigua,  a  un  con- 
junto de  hechos,  que  en  la  perspectiva  serían  muy  recientes,  ocurridos 
a  menos  de  dos  meses  de  la  pasión,  y  de  los  cuales  sus  oyentes  deberían 
estar  bien  informados  como  él  mismo.  Evidentemente  el  redactor  se 
siente  feliz  de  relatar  a  sus  lectores  por  boca  del  apóstol  esta  grosera 
leyenda;  él  es  quien  dice:  "en  la  lengua  de  ellos",  que  era  también  la 
lengua  de  Pedro  y  de  sus  oyentes;  siendo  él  quien  da  la  traducción 
griega  de  la  fórmula  aramea"  {Les  Actes  des  Apotres,  p.  176). 


130 


EL  DESCENSO  DEL  ESPIRITU  SANTO 


EL  DESCENSO  DEL  ESPIRITU  SANTO.  —  4711.  Los  apóstoles  y 
sus  acompañantes  seguramente  ya  habían  sido  bautizados  con  agua, 
porque  Jesús  antes  de  su  ascensión  les  dice:  "Juan  en  verdad  bautizó 
con  agua;  más  vosotros  seréis  bautizados  con  el  Espíritu  Santo,  de  aquí 
a  muy  pocos  días"  (1,  5),  por  eso  leemos  en  Act.  cap.  2:  "1  Guarido 
hubo  venido  el  día  de  Pentecostés,  estaban  todos  reunidos  en  un  mismo 
lugar.  2  Y  de  repente  fue  hecho  desde  el  cielo,  un  estruendo  de  un 
viento  fuerte,  impetuoso,  y  llenó  toda  la  casa  donde  estaban  sentados. 
3  Y  se  les  aparecieron  lenguas  repartidas  como  de  fuego,  poniéndose 
sobre  cada  uno  de  ellos".  En  el  cuarto  Evangelio  se  compara  el  Espíritu 
con  el  viento  (Juan  3,  S)  ;  y  se  dice  que  el  Jesús  resucitado  sopla  sobre 
sus  discípulos  para  trasmitirles  el  Espíritu  Santo  (Juan  20,  22).  El 
autor  de  Actos  indudablemente  ya  tenía  en  su  imaginación  este  ingenio 
simbolismo,  porque  en  el  Evangelio  de  Lucas  le  hace  decir  a  Juan  Bau- 
tista que  tras  él  vendría  otro  más  poderoso  que  él,  el  cual  los  bautizaría 
con  Espíritu  Santo  y  fuego  (Luc.  3,  16) .  En  el  simbolismo  del  escritor 
esas  lenguas  con  apariencia  de  fuego,  representan  diversos  idiomas  en 
que  podían  expresarse  los  beneficiarios.  Pero  no  hay  que  confundir  este 
milagro  idiomático  con  la  glosolalia,  que  censura  Pablo  en  1  Cor.  14. 
En  la  glosolalia  se  emitían  palabras  inarticuladas,  que  los  oyentes  no 
podían  comprender,  pues  se  trataba  de  voces  proferidas  sin  sentido  en 
el  éxtasis,  y  por  lo  mismo  incomprensibles,  por  lo  cual  Pablo  aconse- 
jaba: 27  "Si  hay  (en  el  culto)  quien  hable  en  lengua  extraña,  sea  por 
dos  o  cuando  mucho  por  tres,  y  eso  por  turno,  y  uno  interprete.  28 
Mas  si  no  hubiere  intérprete,  entonces  guarde  silencio  en  la  iglesia,  y 
hable  para  consigo  mismo  y  con  Dios".  Para  los  incrédulos,  los  afecta- 
dos de  glosolalia  eran  locos,  por  eso  Pablo  exigía  que  tuvieran  un  in- 
térprete, el  que  realmente  no  podía  ser  un  traductor  de  palabras  ininteli- 
gibles, sino  otro  inspirado  que  poseyera  la  facultad  de  comprender  por 
intuición  aquellas  palabras  sin  sentido,  aquellas  expresiones  inarticu- 
ladas. Nuestro  autor  no  confunde  con  la  glosolalia  el  milagro  lingiiístico 
que  describe,  pues  al  exponer  que  el  Espíritu  Santo  hizo  hablar  a  los 
apóstoles  en  los  idiomas  de  los  pueblos  extranjeros,  con  eso  quiso  signi- 
ficar la  universalidad  de  la  predicación  del  Evangelio. 

DISCURSO  DE  PEDRO  (Act.  2,  14-40)  —  4712.  Con  la  transcrita 
descripción  el  redactor  entendía  que  esa  primera  manifestación  pública 
del  Espíritu  constituía  la  inauguración  del  apostolado  y  de  la  misma 
Iglesia.  El  estruendo  del  impetuoso  viento  y  la  algarabía  provocada 
por  el  milagro  lingüístico  influyeron  para  que  se  juntara  una  gran 
muchedumbre,  mucnos  de  sus  componentes,  burlándose  los  juzgaban 
ebrios  de  vino  nuevo  o  dulce,  burla  que  algunos  autores  juzgan  injus- 
tificada, porque  no  hay  vino  nuevo  en  la  Pentecostés,  aunque  quizá 


DISCURSO  DE  PEDRO 


se  diera  ese  nombre  a  alguna  otra  bebida  embriagante.  Pedro,  lleno  del 
Espíritu,  se  pone  en  pie  juntamente  con  los  demás  miembros  del  comité 
apostólico,  y  los  arengó  a  todos,  en  un  discurso  muy  estudiado,  lleno 
de  citas  bíblicas,  concluyendo  con  esta  exhortación:  "Arrepentios  y  sed 
bautizados  cada  uno  de  vosotros  en  el  nombre  de  Jesucristo,  para  re- 
misión de  vuestros  pecados;  y  recibiréis  el  don  del  Espíritu  Santo"  (v. 
38) .  Como  todos  los  apóstoles  no  podían  hablar  a  la  vez,  Pedro  viene 
a  hablar  por  todos  sus  compañeros,  sin  que  ese  hecho  suponga  que  tu- 
viera una  preeminencia  oficial  sobre  ellos.  Si  el  discurso  de  Pedro  fuera 
auténtico,  y  pronunciado  a  menos  de  dos  meses  de  la  Pasión  tratando 
de  probar  la  resurrección  de  Jesús,  no  hubiera  acudido  a  pruebas  saca- 
das de  las  Escrituras,  y  no  hubiese  pasado  tan  rápidamente  sobre  las 
apariciones  del  Resucitado  y  hubiera  dado  las  razones  por  las  cuales 
él  había  creído. 

OTRO  DISCURSO  DE  PEDRO,  MOTIVADO  POR  LA  CURA  MILAGROSA 
DE  UN  COJO.  —  4713.  En  Act.  3  leemos:  que  un  día  Pedro  y  Juan 
subían  al  Templo,  a  la  hora  de  la  oración,  que  era  la  de  nona  (las  3 
de  la  tarde,  hora  de  oración  relacionada  con  el  sacrificio  del  atardecer). 
2  Cierto  hombre  cojo  desde  el  seno  de  su  madre,  que  tenía  más  de  40 
años  de  edad  (Act.  4,  22),  era  llevado  diariamente  a  la  puerta  del 
Templo,  llamada  la  Hermosa,  para  pedir  limosna  a  los  que  entraban  al 
Templo.  3  El  cojo  viendo  a  Pedro  y  a  Juan  que  iban  a  entrar,  les  pidió 
una  limosna.  4  Entonces  Pedro,  clavando  en  él  los  ojos,  juntamente  con 
Juan  le  dijo:  Míranos.  5  El  les  estaba  atento,  esperando  recibir  de  ellos 
alguna  cosa.  6  Mas  Pedro  dijo:  No  tengo  plata  ni  oro,  pero  lo  que 
tengo  esto  te  doy;  en  el  nombre  de  Jesucristo  el  Nazareno,  levántate  y 
anda,  7  y  trabándole  de  la  diestra  le  levantó  y  al  instante  fueron  ro- 
bustecidos sus  pies  y  tobillos:  8  y  saltando  se  puso  en  pie  y  echó  a 
andar,  y  entró  juntamente  con  ellos  en  el  Templo,  andando  y  saltando 
y  alabando  a  Dios. 

Comentando  este  pasaje,  escribe  Loisy:  Juan  en  este  caso  es  un 
personaje  constantemente  mudo  e  inútil  al  lado  de  Pedro  y  no  es 
difícil  reconocer  que  ha  sido  añadido  por  el  redactor.  Para  éste, 
Pedro  es  el  gran  representante  del  apostolado  auténtico,  y  no  es 
simplemente  para  hacer  resaltar  junto  a  él  otro  miembro  del  colegio 
apostólico  que  se  menciona  también  a  Juan:  esto  debe  ser  porque  la 
tradición  eclesiástica  de  su  tiempo  se  ocupaba  de  este  apóstol.  "Y  estan- 
do él  asido  de  Pedro  y  de  Juan,  vino  corriendo  todo  el  pueblo  hacia 
ellos,  en  el  pórtico  llamado  de  Salomón,  sumamente  maravillado"  (v. 
77).  El  pórtico  de  Salomón,  como  dice  Josefo,  consistía  en  una  doble 
fila  de  columnas,  a  lo  largo  del  muro  oriental  del  patio  o  atrio  exterior 
del  Templo  y  en  consecuencia  este  pórtico  se  alargaba  frente  a  la  puerta 


132 


OTRO  DISCURSO  DE  PEDRO 


ia  Hermosa.  La  descripción  resulta  muy  vaga  a  partir  del  momento  en 
que  los  personajes  entran  en  el  Templo,  porque  se  diría  que  el  pueblo 
que  admira  ya  está  allí  también,  y  que  el  mismo  pueblo  en  seguida  se 
precipita  hacia  Pedro,  en  el  pórtico  de  Salomón,  como  si  ese  pórtico 
estuviera  en  el  patio  interior.  Es  singular  que  los  testigos  del  milagro 
esperen  tan  largo  rato  para  rodear  al  cojo  sanado;  pero  el  redactor 
habrá  querido  que  éste  entrase  primero  en  el  Templo  para  alabar  a  Dios 
extendiéndose  luego  sobre  la  sorpresa  del  pueblo,  a  quien  arenga  en  se- 
guida Pedro,  diciendo  a  sus  oyentes,  que  el  milagro  no  se  debe  al  poder 
o  a  la  piedad  de  ellos,  expresando  que  se  ha  realizado  no  sólo  por  el 
poder  mágico  del  nombre  de  Jesús,  sino  que  el  milagro  se  debe  a  la 
virtud  del  nombre  y  a  la  fe  en  ese  nombre.  El  prodigio  lo  ha  efectuado 
Dios  para  glorificar  a  su  siervo  Jesús  (Is.  52,  13). 

4714.  Pedro  prosigue  su  discurso  diciéndoles  que  ellos  y  sus  ma- 
gistrados por  ignorancia  mataron  a  Jesús,  desconociendo  su  carácter 
de  Mesías  y  lo  que  Dios  había  anunciado  por  boca  de  los  profetas, 
concluyendo  con  exhortarlos  al  arrepentimiento  para  remisión  de  sus 
pecados,  habiendo  Dios  resucitado  a  su  Siervo  Jesús  para  bendecirlos. 
En  cuanto  a  la  fórmula  empleada  por  Pedro  para  operar  el  milagro: 
"en  nombre  de  Jesucristo  el  Nazareno"  expresa  el  citado  exégeta:  que 
"dicha  fórmula  deja  ver  cuanta  eficacia  se  concede  a  todas  esas  pala- 
bras, que  el  nombre  es  un  nombre  poderoso,  que  ya  es  algo  pronunciar 
el  vocablo  nombre  en  tal  circunstancia;  y  que  la  virtud  de  las  tres 
palabras  que  constituyen  la  designación  completa  del  personaje  evocado, 
es  menos  el  personaje  mismo  que  su  potencia  milagrosa,  la  virtud  de  su 
nombre,  doble  mágico  de  su  persona,  que  se  pone  en  movimiento,  ligada 
en  cierto  modo  a  la  pronunciación  de  esos  tres  vocablos.  Parecería 
además  que  la  virtud  del  exorcismo  pasa  en  el  gesto  de  Pedro  haciendo 
levantar  al  hombre.  Vale  la  pena  recordar  que  el  exorcismoi  era  práctica 
generalizada  aún  entre  los  que  no  eran  discípulos  de  Jesús,  pues  se  nos 
refiere  en  Luc.  9  que  Juan  le  dijo  a  Jesús:  Maestro  hemos  visto  a  cierto 
hombre  que  echaba  fuera  demonios  en  tu  nombre  y  se  lo  vedamos,  por- 
gue no  te  sigue  con  nosotros.  Y  Jesús  les  dijo:"A^o  se  lo  vedéis,  porque 
el  que  no  es  contra  vosotros  por  vosotros  es"  (vs.  49-50) .  En  Maro. 
9,  38-40,  se  relata  este  mismo  incidente;  pero  difiere  la  reflexión  final 
de  Jesús,  pues  dice:  El  que  no  es  contra  nosotros,  por  nosotros  es,  em- 
pleando el  vocablo  nosotros,  en  vez  de  vosotros. 

Comentando  este  incidente  manifiesta  el  ortodoxo  Bonnet:  "Je- 
sús nos  enseña  a  respetar  el  menor  germen  de  fe  y  de  vida  reli- 
giosa, aún  en  aquellos  que  no  han  adoptado  las  costumbres  religiosas 
de  los  cristianos  y  no  se  han  unido  a  la  Iglesia.  Vemos  también 
por  este  ejemplo  que  la  influencia  de  Jesús  se  ejercía  mucho  más 
allá  del  círculo  de  sus  discípulos  y  de  sus  adherentes  inmediatos". 


EL  CENTURION  CORNELIO  DE  CESAREA 


133 


Es  incontestable  que  los  primeros  cristianos  pronto  practicaron 
exorcismos  en  el  nombre  de  Jesús;  y  no  es  inverosímil  que  los 
apóstoles  lo  hayan  hecho  desde  que  se  afirmaron  en  la  fe  en  su 
resurrección.  Debe  considerarse  que  Jesús  había  sido,  a  lo  menos  en 
opinión  de  los  suyos,  un  exorcista  muy  poderoso;  y  no  es  imposible 
que  sus  discípulos  hayan  exorcisado  durante  su  vida,  en  todo  caso, 
adquirida  la  fe  en  su  resurrección,  no  se  despertó  la  convicción  como 
simple  recuerdo  sino  como  una  actualidad,  de  modo  que  la  idea  de 
emplear  "su  nombre",  es  decir,  esa  virtud  personal  que  se  pone  en  mo- 
vimiento pronunciando  el  nombre  que  representa  y  evoca  la  persona  ha 
podido  presentarse  al  espíritu  de  los  discípulos  desde  que  se  ofreció 
la  ocasión.  El  relato  hace  hablar  a  Pedro  conforme  a  la  conciencia  de 
un  poder  anteriormente  adquirido,  lo  que  concuerda  con  la  tradición 
evangélica  tal  como  Lucas  la  encontraba  constituida,  ya  en  Marcos.  Si 
es  fundada  esta  tradición  es  perfectamente  natural  el  lenguaje  de  Pedro, 
quien  aprovecha  la  ocasión  para  exorcisar  en  nombre  de  Jesús  ahora 
resucitado.  Si  la  tradición  es  legendaria  en  parte,  el  apóstol  habría 
obrado  por  una  súbita  inspiración  de  su  fe,  y  así  habría  nacido  en  el 
cristianismo  primitivo  la  costumbre  de  exorcisar  en  nombre  de  Jesús 
(Les  Actes,  ps.  225-226). 

El  redactor  le  agrega  en  4,  1  que  Juan  también  hablaba  al 
pueblo;  pero  resulta  claro  que  Pedro  tenía  una  autoridad  suficien- 
te para  hablar  en  nombre  de  todos  los  apóstoles,  sin  que  nada 
permita  sostener  que  lo  hacía  en  virtud  de  una  autoridad  oficial  que 
hubiera  recibido  del  propio  Jesús.  Después  de  estas  consideraciones 
sobre  Pedro  en  los  primeros  capítulos  de  los  Actos  nos  dice  Guignebert: 
"Los  pasajes  siguientes:  Act.  4,  8-12  donde  Pedro  detenido  con  Juan, 
toma  la  palabra  en  el  sanhedrín;  Act.  5,  8-10,  donde  lo  vemos  herir 
con  su  reprobación  mortal  a  Ananías  y  Safira;  Act.  5,  29-33,  donde  res- 
ponde a  Caifás  en  nombre  de  todos  los  apóstoles  detenidos;  Act.  8, 
19-25,  donde  enviado  a  Samaría  con  Juan,  disputa  solo  con  Simón  el 
Mago;  merecen  todos  esos  pasajes  las  mismas  observaciones  y  dan  las 
mismas  impresiones:  el  autor  parece  seguir  una  tradición  que  se  refiere 
especialmente  a  Pedro,  y  en  todo  caso  no  presta  al  Apóstol  y  a  los  que 
lo  rodean  ni  una  palabra  ni  un  gesto  que  hagan  suponer  que  obra  o 
habla,  porque  sea  él  que  tenga  el  derecho  de  hablar  o  de  obrar,  que 
ningún  otro  apóstol  hiciera  o  diría  en  la  ocasión  lo  que  él  hace  o  dice, 
que  en  consecuencia  estuviera  revestido  de  distinta  autoridad  de  la  que 
toma  en  su  calidad  de  apóstol  y  en  el  respeto  particular  que  se  le 
otorga"  (Ob.  cit.,  ps.  83,  84). 

EL  CENTURION  CORNELIO  DE  CESAREA.  —  4715.  En  el  cap.  10 
de  Actos  se  detalla  la  visión  que  tuvo  el  centurión  Cornelio  de  Cesárea, 


134 


EL  CENTURION  CORNELIO  DE  CESAREA 


hombre  piadoso  y  temeroso  de  Dios,  que  vio  un  día  claramente,  como 
a  la  hora  nona,  las  tres  de  la  tarde,  un  ángel  venía  hacia  él,  llamán- 
dolo por  su  nombre.  El  autor  de  Lucas  y  de  los  Actos  es  muy  amigo  de 
hacer  figurar  apariciones  de  ángeles  en  sus  descripciones  (Luc.  1,  26; 
2,  13-15).  El  ángel  le  ordena  que  mande  hombres  a  Joppe  para  que 
inviten  a  Pedro,  que  se  hospeda  en  casa  de  Simón  el  curtidor:  Pedro 
te  dirá  lo  que  debes  hacer.  Pedro  tuvo  a  la  vez  una  visión  equivalente 
tendiente  a  mostrarle  la  igualdad  de  los  hombres,  entre  los  cuales  no 
hay  que  considerar  unos  como  puros,  que  serían  los  judíos,  y  los  im- 
puros, que  serían  los  paganos.  Vino  pues  Pedro  a  Joppe  donde  lo  espe- 
raba Cornelio,  en  cuya  casa  había  reunido  a  sus  parientes  y  a  sus 
amigos  íntimos.  A  los  allí  reunidos,  Pedro  les  dirigió  un  discurso  que 
comenzaba  así:  "34  En  verdad  yo  percibo  que  Dios  no  hace  acepción 
de  personas:  35  sino  que  en  cada  nación  el  que  le  teme  y  obra  justicia 
es  de  su  agrado.  .  .  39  Y  nosotros  somos  testigos  de  todas  las  cosas  que 
hizo  Jesús,  tanto  en  el  país  de  los  judíos  como  en  Jerusalén,  a  quien 
también  dieron  muerte,  colgándole  en  un  madero.  40  Pero  Dios  le  resu- 
citó al  tercer  día  e  hizo  que  fuese  manifestado,  41  no  a  todo  el  pueblo 
sino  a  testigos  que  habían  sido  antes  ^escogidos  de  Dios,  es  decir,  a 
nosotros  que  comimos  y  bebimos  con  él  después  que  resucitó  de  entre 
los  muertos.  42  Y  él  nos  mandó  que  predicásemos  al  pueblo  y  testifi- 
cásemos que  éste  es  Aquel  a  quien  Dios  ha  constituido  juez  de  vivos  y 
muertos.  .  .  44  Mientras  Pedro  estaba  aún  hablando  estas  cosas,  cayó 
el  Espíritu  Santo  sobre  todos  los  que  oían  la  palabra.  45  Y  los  creyen- 
tes que  eran  de  la  circuncisión,  que  habían  venido  con  Pedro,  quedaron 
admirados  de  que  sobre  los  gentiles  también  fuese  derramado  el  don 
del  Espíritu  Santo,  46  pues  que  los  oían  hablar  en  lenguas  extrañas  y 
engrandecer  a  Dios.  Entonces  respondió  Pedro:  47  ¿Puede  alguno  vedar 
el  uso  de  agua  para  que  éstos  no  sean  bautizados,  los  cuales  han  reci- 
bido el  Espíritu  Santo  lo  mismo  que  nosotros?  48  Mandó  pues  que 
fuesen  bautizados  en  el  nombre  de  Jesucristo".  En  aquel  tiempo  en  que 
triunfaba  el  universalismo  de  Pablo,  el  redactor  quiso  hacer  también  de 
Pedro  un  universalista.  Lo  que  resulta  del  citado  episodio  del  centurión 
Cornelio  que  Pedro  concede  el  bautismo  a  los  gentiles  no  en  virtud  de 
la  facultad  de  abrir  y  cerrar  a  que  se  refiere  el  célebre  pasaje  de  Mateo 
16,  18-19  sino  en  virtud  de  una  visión  particular  de  lo  alto,  que  le  ordena 
no  considerar  como  impuro  lo  que  Dios  había  purificado,  y  es  por  la 
inspiración  directa  del  Espíritu  que  manda  que  sean  bautizados  Cornelio 
y  todos  los  de  su  casa. 

4716.  Según  Act.  11,  al  regresar  Pedro  a  Jerusalén  fue  censurado 
por  algunos  creyentes  judíos,  que  contendían  con  él,  diciéndole:  Tú 
entraste  en  sociedad  de  hombres  incircuncisos  y  comiste  con  ellos  (vs. 
2,  3).  Pedro  se  vio  obligado  a  explicarles  detalladamente  cómo  habían 


EL  CENTURION  CORNELIO  DE  CESAREA 


135 


ocurrido  los  sucesos,  explicación  que  en  opinión  del  redactor  fue  convin- 
cente por  completo,  pues  dice:  Al  oír  estas  cosas  callaron  y  glorificaban 
a  Dios  diciendo:  Luego  a  los  gentiles  también  les  ha  concedido  Dios 
arrepentimiento  para  vida  (v.  18) .  Pero  no  desaparecieron  definitiva- 
mente las  prevenciones  de  los  judíos  cristianos  respecto  a  los  cristianos 
salidos  del  paganismo,  según  resulta  de  lo  expuesto  en  Act.  15,  donde 
nos  encontramos  que  había  creyentes  que  sostenían  que  para  ser  cristia- 
nos había  primero  que  convertirse  al  judaismo.  En  efecto,  allí  leemos 
que:  "ciertos  hombres  que  habían  descendido  desde  Judea  (a  Antioquía) 
enseñaron  a  los  hermanos  diciendo:  A  menos  que  seáis  circuncidados, 
conforme  a  la  institución  de  Moisés  no  podéis  ser  salvos"  (v.  I).  Habien- 
do provocado  esas  enseñanzas  judías  gran  disensión  en  la  iglesia  de  An- 
tioquía. ésta  decidió  enviar  a  Pablo  y  a  Bernabé  con  algunos  otros  her- 
manos para  que  fuesen  a  Jerusalén  y  tratasen  con  los  apóstoles  y  Jos 
ancianos  acerca  de  esta  cuestión  (vs.  1  y  2) .  4  Y  habiendo  llegado  a  Je- 
rusalén fueron  recibidos  por  la  iglesia,  por  los  apóstoles  y  por  los  ancia- 
nos; y  les  contaron  todo  lo  que  Dios  había  hecho  con  ellos.  5  Pero  se 
levantaron  ciertos  creyentes  de  la  secta  de  los  fariseos  diciendo:  es  nece- 
sario circuncidarlos  y  mandarles  guardar  la  ley  de  Moisés.  6  Y  se  reu- 
nieron los  apóstoles  y  los  ancianos  para  considerar  este  asunto.  7  Y  cuando 
había  habido  mucha  discusión,  se  levantó  Pedro  y  les  dijo:  Varones  her- 
manos, vosotros  sabéis  que  desde  los  primeros  días  eligió  Dios  entre  nos- 
otros que  por  mi  boca  oyesen  los  gentiles  la  palabra  del  Evangelio  y 
creyesen.  8  Y  Dios  que  conoce  el  corazón,  les  dio  testimonio,  dándoles 
a  ellos  el  Espíritu  Santo  del  mismo  modo  que  a  nosotros,  9  y  ninguna 
diferencia  puso  entre  ellos  y  nosotros  purificando  sus  corazones  por  la 
fe.  10  Ahora  pues  ¿por  qué  tentáis  a  Dios  poniendo  un  yugo  sobre  la 
cerviz  de  los  discípulos  que  ni  nuestros  padres  ni  nosotros  hemos  podido 
llevar?  11  Mas  creemos  salvarnos  nosotros  por  medio  de  la  gracia  de 
nuestro  Señor  Jesucristo,  precisamente  como  ellos.  12  Guardó  silencio 
toda  la  asamblea  y  escucharon  a  Bernabé  y  a  Pablo  que  les  contaban 
cuántas  señales  y  maravillas  había  hecho  Dios  entre  los  gentiles  por  medio 
de  ellos.  13  Pero  cuando  ellos  se  hubieron  callado,  tomó  la  palabra  San- 
tiago, diciendo:  Varones  hermanos,  oídme:  14  Simeón  ha  referido  como 
por  primera  vez  Dios  visitó  a  los  gentiles  para  tomar  de  entre  ellos  pueblo 
a  su  nombre.  Sigue  una  cita  de  Amós,  9,  11  tomada  de  la  versión  griega 
de  los  Setenta,  adaptada  a  la  tesis  que  defiende  el  orador.  El  redactor, 
en  lo  tocante  a  la  evangelización  de  los  gentiles,  hace  que  Pedro  con- 
vierta el  primer  pagano  y  tanto  a  ese  apóstol  como  al  judaizante  Santiago 
les  hace  sostener  la  doctrina  de  Pablo  sobre  el  principio  de  la  salvación 
y  la  no  obligación  de  la  Ley  referente  a  los  paganos  convertidos,  defi- 
niendo al  mismo  tiempo  las  condiciones  mediante  las  cuales  los  gentiles, 
bien  que  dispensados  de  la  circuncisión  y  de  otras  observancias  — es  muy 


136 


FIN  DE  LA  ACTIVIDAD  APOSTOLICA  DE  PEDRO 


notable,  nota  Loisy,  que  en  ninguna  parte  se  habla  del  sabbat —  podrán 
estar  verdaderamente  en  regla  con  la  Ley  conformándose  a  ciertas  pres- 
cripciones de  esta  misma  Ley,  que  se  imponen  a  todos  los  hombres.  De 
lo  expuesto  resulta  claramente  que  Pedro  no  logró  resolver  autoritaria- 
mente una  cuestión  tan  debatida  y  tan  importante  para  el  naciente  cris- 
tianismo, siguiendo  la  asamblea  la  opinión  emitida  por  Santiago.  En  este 
caso  no  aparece  por  ningún  lado  su  pretendido  poder  jurisdiccional. 

FIN  DE  LA  ACTIVIDAD  APOSTOLICA  DE  PEDRO.  —  4717.  El  libro 
de  los  Actos,  no  vuelve  a  mencionar  la  actividad  apostólica  de  Pedro 
después  de  la  aludida  intervención  de  este  apóstol  en  el  mencionado 
concilio  de  Jerusalén.  Sin  embargo,  la  tradición  desde  Ireneo  en  el 
siglo  II  lo  da  a  Pedro  como  establecido  en  Roma,  donde  ejerció  el 
episcopado  de  esa  Iglesia  durante  25  anos.  Combatiendo  esa  tradición, 
los  Actos  V  la  Epístola  a  los  Gálates  nos  muestran  a  Pedro  en  Jerusalén, 
en  Samaria,  en  Cesárea,  en  Antioquía;  pero  nunca  en  Roma.  Distintos 
textos  nos  dan  la  impresión  de  oue  el  apóstol  residía  ordinariamente 
en  Jerusalén  ÍAc.  15;  Gal.  2,  1-10,  11-21). 

Escribiendo  Bonnet  sobre  la  fundación  de  la  Iglesia,  dice:  Este 
hecho  queda  sumido  en  la  oscuridad;  solamente  lo  oue  se  puede 
afirmar  con  perfecta  certeza  contra  el  error  en  oue  descansa  todo 
un  vasto  sistema  eclesiástico,  es  que  Pedro  no  fue  fundador  de  esa  Iglesia 
v  que  nunca  había  estado  en  Roma  cuando  fue  escrita  la  Epístola  a  los 
Romanos.  Esa  tradición  a  pesar  de  ser  muy  anti^íua  no  es  menos  falsa, 
porque  está  en  plena  contradicción  con  los  escritos  del  A.  T.  Según 
eea  tradición,  sustentada  por  Jerónimo  v  Eusebio.  Pedro  hacia  el  año  40 
habría  eiercido  allí  el  episcopado  durante  25  afíos,  es  decir,  hasta  el 
fin  del  reinado  de  Nerón,  v  allí  habría  sufrido  el  martirio  al  mismo 
tiemoo  que  Pablo.  Ahora  bien,  si  la  muerte  de  Pedro  en  Roma  parece 
históricamente  comprobada,  he  aquí  los  hechos  que  desmienten  todo 
el  resto  de  esa  leyenda:  1?  En  el  año  44.  Pedro  ejerce  su  ministerio 
en  Jerusalén  fAct.  12,  3)  v  aún  en  el  50,  en  la  época  del  concilio 
apostólico  (Act.  15)  y  en  los  tiempos  que  siguieron  (Gal.  2,  11  ss.) 
lo  encontramos  en  esta  ciudad  como  apóstol  de  la  circuncisión.  2^  Du- 
rante su  morada  en  Efeso,  en  los  años  55-57  Pablo  toma  la  resolución 
de  ir  a  Roma  para  anunciar  allí  el  Evangelio  (Act.  19,  21),  lo  que 
según  su  propio  principio  (Rom.  15.  20)  él  no  hubiera  hecho  si  Pedro 
hubiera  sido  obispo  en  esa  ciudad.  3°  Pablo  escribiendo  su  Epístola  a 
los  Romanos,  saluda  (cap.  16)  a  todos  los  principales  miembros  de 
esa  iglesia,  ;v  ni  una  palabra  para  Pedro!  4°  Cuando  Pablo  llega 
prisionero  a  Roma  en  el  61,  el  relato  de  Lucas  (Act.  28)  prueba  con 
evidencia  que  Pedro  no  estaba  allí.  5*?  Cerca  de  dos  años  más  tarde 
Pablo  escribe  la  Epístola  a  los  Filipenses,  asociando  al  suyo  el  nombre 


\ 


FIN  DE  LA  ACTIVIDAD  APOSTOLICA  DE  PEDRO 


137 


de  Timoteo,  saluda  a  esta  iglesia  de  parte  de  todos  los  hermanos,  de 
todos  los  santos  y  de  aquellos  mismos  de  la  casa  del  emperador  ¡y  ni 
una  palabra  para  Pedro!  6°  Se  puede  sacar  la  misma  consecuencia  de 
la  2^  Epístola  a  Timoteo  escrita  mucho  más  tarde,  según  toda  apariencia. 
Se  puede  decir  que  la  Epístola  a  los  Romanos  basta  para  destruir  el  fun- 
damento de  la  Iglesia  Romana.  Pedro  no  tuvo  ninguna  intervención  en 
la  fundación  ni  aún  en  la  extensión  de  esa  Iglesia. 

He  aquí  más  bien  cual  puede  haber  sido  su  origen.  Desde  mucho 
tiempo  atrás  había  en  Roma  numerosos  judíos,  atraídos  por  su  comercio 
o  llevados  como  prisioneros  de  guerra.  Augusto  les  había  designado  un 
barrio  especial,  más  allá  del  Tiber,  donde  mantenían  varias  sinagogas. 
Por  sus  continuas  relaciones  con  su  patria,  es  fácil  concebir  que  desde 
temprano  tuvieran  conocimiento  del  Evangelio:  muchos  de  ellos  se  encon- 
traban aún  presentes  en  Jerusalén  en  el  día  de  la  Pentecostés  y  oyeron 
la  predicación  de  Pedro  CAct.  2,  10),  lo  que  quizá  haya  dado  naci- 
miento a  la  tradición  que  hace  de  Pedro  el  fundador  de  la  Iglesia  de 
Roma.  Así  ya  desde  entonces  debieran  llegar  a  la  capital  del  mundo 
romano  las  primeras  semillas  de  la  Palabra  de  Vida.  Allí  se  encontraban 
parientes  de  Pablo  que  habían  ya  recibido  antes  de  él  la  Palabra  de 
Cristo,  y  sufrido  por  el  Evangelio  (Rom.  16,  7),  allí  estaban  también 
Aquilas  y  Prescila,  quienes  por  primera  vez  encontraron  a  Pablo  en 
Corinto  (Act.  18,  2)  y  los  volvemos  a  hallar  en  Roma,  teniendo  una 
iglesia  en  su  casa  (Rom.  16,  3-5) .  Sea  cfomo  fuere  la  iglesia  de  Roma 
subsistía  desde  largo  tiempo,  cuando  Pablo  le  escribía  puesto  que  era 
universalmente  renombrada  por  su  fe  (Rom.  1,  8) .  Esta  epístola  puso 
a  esa  Iglesia  en  relación  aún  más  íntima  con  el  apóstol,  quien  al  llegar 
a  Italia,  tres  años  más  tarde,  como  un  pobre  prisionero  tuvo  el  con- 
suelo de  ver  a  sus  hermanos  en  la  fe  venir  a  su  encuentro  hasta  diez 
o  doce  leguas  de  Roma  í  Act.  28,  15) . 

4718.  El  estudio  de  la  fundación  de  la  comunidad  romana  nos 
conduce  a  este  resultado:  es  imposible  que  Pedro  haya  venido  a  Roma 
antes  del  58  o  antes  del  61;  también  es  inadmisible  que  haya  venido 
con  Pablo  en  el  61 :  lo  mismo  que  es  inverosímil  que  haya  llegado  al 
mismo  tiempo  que  Pablo  hacia  el  64,  después  de  haber  realizado  un 
viaje  por  España.  Los  testimonios  relativos  a  una  morada  de  Pedro  en 
Roma  son  escasos:  se  reducen  a  la  1^  Epístola  de  Pedro.  La  única  apa- 
riencia de  certeza  relativa  a  Pedro  es  que  murió  en  Roma  bajo  Nerón. 
La  1^  de  las  dos  Epístolas  atribuidas  a  Pedro  parece  atestiguar  su  pre- 
sencia en  Roma  sin  Pablo,  porque  en  los  saludos  finales  éste  no  es 
mencionado,  datándola  de  Babilonia  (5,  13) .  Se  cree  que  él  ha  preten- 
dido referirse  a  Roma,  simbolismo  muy  conocido  por  el  Apocalipsis. 
Pero  la  autenticidad  de  esa  Epístola  parece  muy  difícil  de  defender,  pues 
aún  cuando  al  principio  se  da  como  la  obra  de  "Pedro  Apóstol  de  Jesu- 


138 


SUPERSTICIONES  RELIGIOSAS  POPULARES 


cristo"  (1,  2),  se  sabe  con  que  tranquila  seguridad  en  los  primeros 
siglos  de  la  iglesia,  los  autores  de  los  seudo-epígrafos  tomaban  el  nombre 
de  un  apóstol  o  de  un  personaje  renombrado.  La  segunda  de  Pedro  se 
atribuye  también  a  "Simón  Pedro,  servidor  y  Apóstol  de  Jesucristo"  y 
es  mucho  más  difícil  aún  de  defender  que  la  primera.  Esta  se  dirige 
a  los  extranjeros  en  el  Ponto,  la  Galacia,  la  Capadocia.  Asia.  Bitinia. 
Pero  las  comunidades  diseminadas  en  esos  países  eran  paulinianas,  ya 
que  nada  nos  autoriza  a  pensar  que  iglesias  judeo-cristianas  se  hubieran 
fundado  juntas  a  aquéllas.  El  texto  mismo  de  la  carta  no  permite  dudar 
que  ella  se  dirige  a  gentiles  convertidos.  Veánse  por  ejemplo  estos  pa- 
sajes: 1,  14,  18;  2,  9;  4,  3. 

SUPERSTICIONES  RELIGIOSAS  POPULARES.  —  4719.  He  aquí  al- 
gunas curiosas  supersticiones  populares  que  vale  la  pena  conocer  en 
el  N.  T.  En  Act.  5,  después  del  episodio  de  la  muerte  de  Ananías  y 
Safira,  leemos:  14  en  mayor  número  fueron  añadidos  al  Señor  creyentes, 
multitudes  de  hombres  y  de  mujeres:  15  de  tal  manera  que  sacaban  los 
enfermos  a  las  calles,  y  los  ponían  en  camas  y  catres  para  que  al  pasar 
Pedro  a  lo  menos  su  sombra  cayera  sobre  algunos  de  ellos.  Y  en  el 
cap.  19  de  Act.  se  dice:  Y  obró  Dios  milagros  extraordinarios  por  mano 
de  Pablo,  12  de  tal  manera  que  de  sobre  su  cuerpo  se  les  llevaron  a 
los  enfermos  pañuelos  y  delantales  (de  trabajo)  con  lo  cual  se  aparta- 
ron de  ellos  las  enfermedades  y  salieron  los  espíritus  malignos.  .  . 

Comentando  estos  pasajes,  escribe  Loisy:  "Todo  esto  está  tomado  del 
viejo  fondo  de  las  supersticiones  populares;  la  virtud  de  una  persona 
dotada  de  poderes  extraordinarios,  puede  estar  en  su  sombra,  que  es  más 
o  menos  comprendida  en  doble  de  su  individuo  y  puede  estar  también 
por  comunicación  en  el  vestido  que  lleva  o  en  la  ropa  que  ha  tocado 
su  cuerpo.  A  Pedro  se  le  considera  más  provisto  de  potencia  milagrosa 
que  a  los  otros  apóstoles,  pues  no  se  dice  que  la  sombra  de  éstos  haya 
hecho  milagros.  A  falta  de  nada  mejor,  el  contacto  con  la  sombra  basta 
para  curar  como  en  Marcos  6.  56  los  enfermos  que  no  pueden  obtener 
más  se  contentan  con  tocar  el  borde  del  vestido  de  Jesús.  .  .  Las  cura- 
ciones por  el  pañuelo  de  Pablo  son  cosas  menos  extravagantes  que  las 
curaciones  por  la  sombra  de  Pedro  quien  no  era  dueño  del  uso  que  se 
hacía  de  su  sombra.  Y  la  sombra  que  era  como  el  doble  de  la  persona, 
tenía  un  efecto  mágico  por  contacto,  y  se  considera  tenerla  como  las 
ropas  que  han  tocado  el  cuerpo  del  taumaturgo,  que  proceden  así  del 
hombre  mismo  y  de  su  virtud  y  que  se  aplica  en  seguida  a  los  enfer- 
mos. Todo  esto  hace  parte  de  la  misma  corriente  de  ideas  y  prácticas 
mágico-religiosas  familiares  a  los  hombres  incultos  de  semi-civilización 
V  que  más  o  menos  se  perpetúan  en  los  civilizados"  {Les  Actes,  ps. 
273-274:  728). 


CAPITULO  XIV 


El  misterio  cristiano 


4720.  El  apóstol  Pablo  enseña  el  siguiente  poema  de  redención: 
dos  hombres,  cabeza  de  la  humanidad,  habrían  existido  desde  el  co- 
mienzo: uno  era  nacido  de  la  tierra,  Adán,  quién  siendo  carne,  pecó  y 
recibió  como  salario  del  pecado  la  muerte;  carne,  pecado,  muerte  tal 
es  la  triple  herencia  que  trasmite  a  sus  descendientes.  La  Ley  fue  dada 
por  Moisés  a  los  judíos:  pero  el  conocimiento  de  la  Ley  por  el  hombre 
carnal  no  contribuye  sino  a  la  multiplicación  del  pecado.  La  prueba 
que  la  Ley  no  justifica,  la  tenemos  en  que  Abraham,  antes  que  la  Ley, 
fue  justificado  por  la  fe,  según  dice  la  Escritura.  Ahora  bien,  la  fe  que 
salva  es  aquella  que  debe  tener  un  segundo  hombre,  verdadero  y  último 
jefe  de  la  humanidad,  Jesucristo.  Este  era  del  cielo;  estaba  en  el  cielo 
en  forma  de  hijo  de  Dios;  y  por  obediencia,  tomó  la  forma  del  hombre 
terrestre  y  apareció  como  un  hijo  de  Adán  nacido  de  la  mujer  y  viviendo 
bajo  la  Ley;  vino  para  morir,  destruir  el  pecado  por  su  propia  muerte 
y  rescatar  así  a  aquellos  que  la  naturaleza  y  la  Ley  volvían  esclavos  del 
pecado.  Murió  sobre  la  cruz;  pero  como  era  del  cielo,  espíritu  por  su 
origen,  él  no  podía  permanecer  en  la  tumba;  resucitado  por  Dios,  vive 
para  siempre.  Y  desde  el  mismo  modo  que  se  ha  llevado  para  la  conde- 
nación la  imagen  del  hombre  terrestre,  se  debe  llevar  para  la  salud  la 
imagen  del  hombre  celeste.  Por  el  bautismo  se  participa  en  su  sepultura, 
en  su  muerte,  muriendo  por  ese  modo  al  pecado  y  viviendo  en  Dios 
como  el  Cristo.  En  la  Cena  nos  unimos  al  Cristo  Salvador,  porque  el 
pan  que  se  reparte  en  la  comida  de  la  comunidad  no  es  otra  cosa  que 
el  cuerpo  de  Jesucristo  purificado,  la  copa  de  vino  encierra  su  sangre, 
proclamándose  así  la  salvación  operada  por  esta  muerte  bienhechora 
esperando  que  el  Cristo  aparezca.  Permanece  la  esperanza  judía  del  gran 
advenimiento;  pero  algo  que  no  es  judío  viene  en  el  primer  plano  y 
éste  elemento  nuevo  que  no  es  judío  es  propiamente  el  misterio  cristiano 
Jesucristo  no  es  el  rey  predestinado  de  un  Israel,  es  un  Dios  Salvador 
por  el  estilo  de  Osiris,  Adonis,  Attis  y  Mithra.  Como  ellos  pertenece 
originariamente  al  mundo  celeste;  como  ellos  ha  hecho  la  aparición 


140 


EL  MISTERIO  CRISTIANO 


sobre  la  tierra;  como  ellos  en  este  pasaje  ha  realizado  una  obra  eficaz 
y  típica  de  salvación  universal;  herido  de  muerte  violenta,  como  Osiris, 
Adonis  y  Attis,  ha  vuelto  como  ellos  a  la  vida,  prefigurando  en  su 
suerte  la  de  los  humanos  que  participaran  en  su  culto  conmemorando 
su  mística  aventura  y  asociándose  así  a  su  Pasión,  Y  como  los  dioses 
de  los  misterios  paganos,  no  hace  acepción  de  nacionalidades.  Dios  es- 
taba en  el  Cristo  para  reconciliarse  el  mundo,  no  para  salvar  a  Israel; 
el  pueblo  que  se  decía  escogido  era  un  pueblo  reprobado  a  lo  menos 
provisoriamente.  El  Mesías  que  esperaba  no  había  venido  para  él,  no 
le  pertenecía;  el  Hombre  celeste  pertenecía  a  la  humanidad.  Pablo  ha 
transformado  tan  bien  la  pasión  de  Cristo  en  misterio  de  salvación  que 
Jesús  de  Nazaret  no  tiene  ningún  lugar  en  su  teología;  se  jacta  de  no 
querer  conocer  al  Cristo  "según  la  carne".  La  carrera  terrestre  de  Jesu- 
cristo, la  considera  desprovista  de  significación,  lo  que  importa  es  su 
muerte,  abstracción  hecha  de  las  circunstancias  que  la  han  producido  y 
aún  no  servía  de  nada  haber  sido  testigo  de  ella.  Un  misto  de  Isis 
hubiera  podido  proclamar  del  mismo  modo  que  no  tenía  necesidad  de 
haber  vivido  en  tiempo  de  Osiris  y  haberlo  visto  matar  por  Seth  y  resu- 
citar por  Isis  con  tal  que  se  le  hubiera  unido  a  Osiris  en  su  misterio. 

4721.  Pero  Pablo  no  limita  sus  enseñanzas,  a  ese  misterio  de  su 
creación  personal,  sino  que  las  unió  a  las  enseñanzas  de  los  apóstoles 
jerosilimitanos  sobre  la  vida  y  la  obra  de  Jesús.  La  tradición  del  evan- 
gelio daba  al  cristianismo  un  punto  de  partida  en  la  historia,  un  fun- 
dador conocido  que  había  reducido  a  una  síntesis  muy  simple  la  doc- 
trina y  la  esperanza  judía,  que  había  traducido  el  sentimiento  vivo  del 
monoteísmo  moral,  que  había  llegado  a  ser  el  judaismo.  Conservó  del 
judaismo  la  idea  de  un  Dios  único  y  transcendente;  Escrituras  sagradas 
consideradas  como  conservando  una  revelación  superior  cuyo  último 
cumplimiento  era  la  venida  del  Mesías;  en  fin  el  sentimiento  muy  vivo 
de  unidad  religiosa  que  había  hecho  de  la  nación  judía  una  Iglesia  y 
que  debía  hacer  de  las  comunidades  cristianas  una  especie  de  pueblo 
disperso  en  todo  el  Universo.  Pablo  estaba  lejos  de  reunir  todos  estos 
elementos  del  cristianismo  primitivo;  pero  por  el  ímpetu  de  su  tempe- 
ramento místico  y  por  una  especie  de  necesidad  para  instalar  la  fe  del 
Cristo  fuera  de  toda  influencia  restrictiva  y  paralizante  del  judaismo, 
había  descuidado  a  lo  menos  algunos  de  ellos.  Después  de  él  y  quizá 
ya  a  su  alrededor  los  discípulos  que  él  había  formado,  comunidades  que 
había  instituido,  se  apresuraron  a  asociar  su  misterio  y  la  tradición 
apostólica  sobre  el  Cristo  en  lugar  de  sustituirla  a  él.  Los  Evangelios 
canónicos  son  los  documentos  de  esa  mezcla,  se  quiere  demostrarla  uti- 
lizando lo  que  los  apóstoles  galileos  habían  referido  del  Cristo  "según 
la  carne"  y  lo  que  la  tradición  judeo-cristiana  había  imaginado  para 
establecer  la  mesianidad  de  Jesús,  que  éste  era  el  Cristo  espiritual,  no 


EL  DOGMA  ÜE  LA  TRINIDAD 


141 


sólo  el  Mesías  que  Israel  esperaba  sino  el  Salvador  divino  de  la  huma- 
nidad. La  obra  es  sólo  esbozada  en  Marcos  y  los  otros  dos  sinópticos; 
pero  resulta  terminada  en  el  cuarto  Evangelio,  verdadero  libro  de  mis- 
terio, que  fija  la  enseñanza  de  la  iglesia  sobre  el  Cristo  presentando  la 
carrera  de  Jesús  como  la  manifestación  terrestre  del  Verbo,  hijo  de 
Dios  (LoiSY,  L'Evangile  selon  Marc,  ps.  30-35). 

4722.  Pablo  trata  de  justificar  en  la  Epístola  a  los  Gálatas  su 
aludido  misterio,  diciendo:  "Os  hago  saber,  hermanos,  que  el  Evangelio 
que  os  he  predicado  no  es  según  hombre,  porque  no  lo  he  recibido  de 
hombre  alguno,  ni  tampoco  me  fue  enseñado,  sino  que  lo  recibí  por 
revelación  de  Jesucristo.  Cuando  plugo  a  Dios  el  revelarme  a  su  hijo 
para  que  yo  lo  predicara  a  los  gentiles,  no  lo  consulté  con  carne  y 
y  sangre,  me  fui  a  Arabia  y  volví  otra  vez  a  Damasco.  .  .  Pasados 
tres  años  volví  a  Jerusalén,  donde  no  vi  a  otros  apóstoles  sino  a  Pedro 
con  quien  permanecí  quince  días  y  a  Santiago,  el  hermano  del  Señor 
(1,  11-19).  En  varios  pasajes  de  las  otras  Epístolas  relata  Pablo  que 
tiene  constantes  comunicaciones  con  Dios,  de  quien  recibe  innumerables 
revelaciones,  no  enseñando  sino  lo  que  recibe  directamente  de  él.  Este 
método  es  el  de  la  inspiración  personal  opuesto  a  la  tradición,  lo  que 
nos  revela  que  era  iluminado.  En  el  mismo  orden  de  ideas,  el  profesor 
de  la  Universidad  de  Utrech,  G.  A.  Van  Den  Bergh  Van  Eysinga,  ex- 
presa al  final  de  su  libro  "La  Literature  Chrétienne  primitive"  que: 
"El  paulinismo  original  fue  gnóstico,  pues  ideas  como  las  de  Theou 
Sophia  (o  sea  de  la  sabiduría  que  proviene  de  Dios  por  vía  de  revela- 
ción y  que  tiene  a  Dios  por  objeto,  1^  Cor.  2,  7) ,  del  Evangelio  como 
misterio  (Rom.  11,  25;  16,  25,  etc.),  del  Creador  considerado  como  ser 
de  orden  inferior  (Rom.  8,  20;  2^  Cor.  4,  4;  Ef.  2,  2),  son  ideas  seme- 
jantes a  las  expuestas  por  el  gnóstico  Marción...  En  sus  orígenes, 
el  cristianismo  fue  una  rama  del  árbol  gnóstico.  El  Padre  hasta  entonces 
oculto  y  desconocido  tiene  un  Hijo  superior  al  Señor  severo,  demiurgo 
al  autor  de  la  Ley  mosaica.  El  Dios  de  los  judíos  no  es  el  Ser  Supremo 
sino  solamente  el  jefe  de  los  dioses  planetarios;  es  justo  y  en  ocasiones 
malvado,  serias  promesas  se  refieren  al  pueblo  judío  y  son  de  orden  te- 
rrestre. El  Hijo  de  Dios,  que  no  es  el  Misericordioso  y  el  Salvador  sino 
en  un  sentido  espiritual,  nada  tiene  de  terrestre;  no  siendo  carnal  no 
ha  nacido  y  no  tiene  padres;  la  salvación  que  opera  está  fundada  en 
la  fe;  los  hombres  deben  separarse  por  completo  del  mundo  y  de  las 
obras  del  demiurgo.  No  volverá  como  Juez,  sino  que  revelará  al  fin  de  los 
tiempos,  la  gran  separación  entre  los  espíritus"  {Ob.  Cit.,  ps.  227-228). 

EL  DOGMA  DE  LA  TRINIDAD.  —  4723.  La  ortodoxia  después  del 
concilio  de  Nicea  y  sobre  todo  después  de  San  Agustín  se  creyó  obliga- 
da a  sostener  que  Pablo  creía  ya  en  la  Trinidad.  Sobre  esta  cuestión 


142 


EL  DOGMA  DE  LA  TRINIDAD 


manifiesta  V.  Courdaveaux.  profesor  en  la  Facultad  de  Letras  de  Douai, 
en  su  libro  "Saint  Paul  d'aprés  la  libre  critique  en  France  \  que  nada 
es  más  fácil  de  demostrar  lo  contrario,  con  tal  de  que  se  consulte  el 
texto  griego,  y  no  el  texto  latino,  pues  la  ausencia  de  artículos  ha  per- 
mitido a  las  imaginaciones  prevenidas,  prestar  a  las  palabras  un  sentido 
que  no  le  había  dado  nunca  el  autor.  Para  percibir  la  Trinidad  en  un 
pasaje  cualquiera  basta  que  los  tres  términos  de  Dios.  Jesús  o  Señor  y 
Espíritu  Santo  se  encuentren  uno  al  lado  de  los  otros  y  estos  tres  tér- 
minos están  yuxtapuestos  en  cuatro  pasajes  por  lo  menos  de  Pablo 
(Rom.  8,  i7.  15,  30,  1^  Cor.  12.  4-6;  2^  Cor.  13,  13).  En  ellos  sin 
embargo  el  único  Dios  es  el  Padre,  siendo  Jesús  el  Señor  siempre  dis- 
tinto. 

Como  lo  nota  el  escritor  Marcel  Simón,  las  confesiones  de  fe 
más  antiguas  en  la  Iglesia  son  únicamente  binarias,  en  las  cuales  el 
espíritu  es  a  veces  identificado  al  Cristo  (2  Cor.  3,  17).  y  en  1^  Cor. 
8,  6  leemos:  Hay  un  solo  Dios  el  Padre  de  quien  vienen  todas  las  cosas 
y  por  quien  nosotros  existimos  y  un  solo  Señor,  Jesucristo,  por  quien 
son  todas  las  cosas  y  por  quien  nosotros  somos.  El  título  de  Señor 
( Kyrios)  era  en  el  uso  pagano  un  título  cultual  conferido  a  muchos 
dioses  y  a  emperadores  divinizados,  transportado  al  Cristo  es  particu- 
larmente rico  en  significado:  evoca  al  Dios  de  la  Biblia  para  el  fiel 
de  origen  judío:  las  figuras  de  la  teología  clásica  oriental  o  imperial 
para  el  convertido  del  paganismo;  de  modo  que  sitúa  a  Jesús  fuera  de 
la  humanidad  normal  ( Les  Premiers  Chretiens,  ps.  95-96 1 .  En  cuanto 
al  Espíritu  Santo,  la  palabra  espíritu  adquiere  en  él  diez  sentidos  dife- 
rentes pues  Pablo  habla  del  espíritu  del  hombre,  del  espíritu  del  mundo, 
del  espíritu  de  esclavitud,  del  espíritu  de  enceguecimiento,  del  espíritu 
de  dulzura,  sin  convertir  estos  distintos  espíritus  en  personas  divinas. 
Sin  embargo  pocos  contribuyeron  más  que  Pablo  para  preparar  la  con- 
cepción de  la  Trinidad,  porque  fue  él  quien  la  lanzó  a  la  Iglesia,  en  la 
vía  de  la  divinización  del  Cristo,  aún  cuando  sus  opiniones  varían  según 
la  Epístola  a  que  se  acuda  para  ello.  En  los  Actos,  de  acuerdo  con  los 
Evangelios  sinópticos  Jesús  no  es  sino  un  hombre  que  Dios  ha  desig- 
nado a  la  atención  del  mundo  por  los  prodigios  que  le  hace  operar; 
que  después  lo  resucita  de  los  muertos  y  finalmente  sentado  a  su  de- 
recha haciéndolo  Señor  Cristo  y  guía  de  la  vida.  Jesús  es  allí  un  Santo, 
un  Justo,  un  profeta  como  Moisés,  un  Hijo  de  Dios,  como  David,  y 
nada  más.  Dios  lo  había  enviado  a  los  hombres  para  traerles  la  buena 
palabra  y  redimirlos  de  sus  pecados;  y  nos  lo  volverá  bien  pronto  sobre 
las  nubes  del  cielo  para  juzgar  a  los  vivos  y  a  los  muertos.  Para  la 
primera  generación  de  cristianos  el  Cristo  no  era  Dios,  ni  tampoco 
lo  era  al  fin  del  siglo  I  para  los  ebionistas,  ni  al  fin  del  siglo  II  para 


EL  DOGMA  DE  LA  TRINIDAD 


143 


el  autor  de  las  Homilías  Clementinas,  que  reproducían  la  fe  de  la  pri- 
mitiva iglesia.  Pero  en  las  Epístolas  atribuidas  a  Pablo  todo  esto  cam- 
bia gradualmente.  En  la  1^  a  los  Tesalonicenses,  la  más  antigua  de 
todas,  no  hay  una  palabra  que  exceda  al  lenguaje  de  los  Actos  sobre 
el  Cristo.  En  la  Epístola  a  los  Calatas,  posterior  a  aquellas  de  dos  o 
tres  años,  Jesús  hijo  de  Dios,  no  difiere  de  los  otros  hombres  y  cuando 
llegaron  los  tiempos,  Dios  lo  ha  simplemente  enviado,  como  en  Mateo 
11,  10,  como  ha  enviado  a  Juan  el  Bautista  y  a  todos  los  profetas  sin 
que  se  deba  atribuir  a  Jesús  una  preexistencia  que  los  otros  no  hubie- 
ran tenido. 

4724.  La  figura  del  Cristo  tendía  no  obstante  en  Pablo  a  ir  cre- 
ciendo en  su  espíritu.  Así  en  la  1^  a  los  Corintios  Jesús  no  tiene  ya 
un  cuerpo  terrestre  como  el  de  todos  los  hombres,  sino  un  cuerpo  ce- 
leste y  espiritual  y  en  vez  de  una  simple  alma  viviente  como  tuvo  Adán 
y  como  la  tienen  los  demás  humanos,  recibió  de  Dios  un  espíritu  vivi- 
ficante (1^  Cor.  15,  20-18;  39-49).  Seguramente  todos  estos  términos 
no  son  de  los  más  claros,  pero  de  ello  resulta  netamente  que  Jesús  no  es 
ya  más  un  hombre  como  los  otros,  lo  que  confirmará  la  2^  a  los  Corin- 
tios llamándolo  la  imagen  de  Dios  (2^  Cor.  4,  4).  Tampoco  es  el 
hombre  celeste  de  la  1^  a  los  Corintios  existente  antes  de  su  misión 
sobre  la  tierra,  puesto  que  por  su  intermedio  han  sido  creadas  todas  las 
cosas  (P  Cor.  8,  6) . 

Sin  embargo  en  la  Epístola  a  los  Romanos  posterior  a  aquellas, 
han  desaparecido  todas  esas  superioridades  de  Jesús.  El  Cristo  no  es 
en  ellas  sino  un  hombre  aparte  un  hijo  de  David,  que  Dios  ha  en- 
viado después  de  haber  puesto  en  él  su  espíritu,  por  el  cual  Jesús 
ha  llegado  a  ser  al  principio.  Hijo  de  Dios,  luego  Señor  después 
de  su  resurrección,  aunque  Dios  lo  hubiera  predestinado  eternamente 
a  su  papel  extraordinario  en  este  mundo  y  en  el  otro,  doctrina  que 
también  se  encuentra  en  la  1^  Epístola  de  Pedro  (1,  20-73).  La  Epís- 
tola a  los  Efesios,  que  verosímilmente  es  de  un  discípulo  de  Pablo,  no 
va  tampoco  más  lejos.  Jesús  es  Dios  allí  siempre  lo  que  es  en  las  Epísto- 
las a  los  Tesalonicenses,  a  los  Gálatas  y  a  los  Romanos,  un  hijo  de  Dios 
del  cual  éste  es  el  Dios  como  de  los  otros  hombres  (1,  17)  sin  una  sola 
palabra  que  indique  que  este  hijo  haya  preexistido  a  su  misión  terres- 
tre. Si  desde  la  eternidad  los  elegidos  en  esta  Epístola  han  sido  predesti- 
nados por  Dios  para  ser  salvados  por  el  Cristo,  nada  impide  extender, 
como  lo  hace  Pablo  mismo  en  la  Epístola  a  los  Romanos,  la  predesti- 
nación hasta  Jesús,  quien  habría  existido  antes  de  ser  enviado  entre 
nosotros  como  los  mismos  elegidos,  y  esto  es  por  así  decirlo  el  único 
sentido  al  cual  se  prestan  naturalmente  los  vs.  20-23.  En  fin  en  las 
Epístolas  a  Timoteo  y  Tito  las  últimas  que  la  Iglesia  atribuye  a  Pablo, 


144 


EL  DOGMA  DE  LA  TRINIDAD 


Jesús  el  intermediario  entre  Dios  y  el  hombre  no  es  siempre  sino  un 
hombre  por  excepcional  que  sea,  y  en  cambio  encontramos  nuevo  len- 
guaje en  las  Epístolas  a  los  Filipenses  y  a  los  Colosences.  En  esta  úl- 
tima (Col.  1,  15,  21)  Jesús  no  es  sólo  la  imagen  del  Dios  invisible, 
como  en  la  segunda  a  los  Corintios  (IV,  4)  sino  aquél  por  intermedio 
del  cual  el  mundo  ha  sido  creado,  siendo  además  el  primer  nacido  de 
toda  la  creación  en  quien  Dios  ha  querido  que  la  plenitud  de  la  deidad 
residiese  en  él  corporalmente  (II,  9). 

De  cualquier  modo  que  se  interprete  estas  oscuras  expresiones, 
tan  próximas  del  gnostisismo,  es  imposible  negar  que  allí  en  fin 
Jesús  aparezca  no  siendo  Dios.  Y  esa  expresión  será  repetida  con 
más  fuerza  aún  en  la  Epístola  a  los  Filipenses  (II,  6-11).  Jesús 
existiendo  en  forma  de  un  dios  no  estimó  el  ser  igual  a  Dios,  des- 
prendiéndose de  esa  forma  para  tomar  la  de  un  esclavo,  naciendo 
bajo  el  exterior  de  un  hombre,  y  haciéndose  tomar  por  hombre 
por  su  apariencia.  En  toda  la  Epístola  a  los  Colosences,  fuera  de  los 
enigmáticos  vs.  2-9,  Jesús  permanece  siendo  profundamente  distinto  de 
Dios  a  cuya  diestra  está  sentado  (III,  i)  ;  no  sólo  es  distinto  sino  que 
él  está  subordinado,  porque  Dios  es  su  padre,  Jesús  ha  nacido  de  él  y 
fue  resucitado  por  él  como  lo  serán  todos  los  elegidos;  fue  su  instru- 
mento para  la  creación  del  mundo  y  lo  será  aún  para  la  salvación  de 
la  humanidad,  pero  precisamente  por  estas  circunstancias  es  su  inferior 
en  la  Epístola  a  los  Filipenses,  a  su  vez  Jesús  permanece  siendo  distinto 
de  Dios  y  su  inferior  puesto  que  el  vs.  6  significa  simplemente  bajo  la 
forma  de  un  dios  e  igual  a  Dios  lo  que  deja  a  Jesús  inferior  al  Dios 
del  2,  9  quién  precisamente  para  recompensarlo  ha  elevado  su  nombre 
por  encima  de  todo  los  otros  nombres  en  vista  de  su  propia  gloria  y 
la  del  mismo  Dios  su  padre.  Esta  idea  de  un  Dios  inferior  no  chocaba 
a  los  espíritus  de  los  creyentes  de  entonces,  porque  la  expresión  de  Dios 
segundo,  de  Dios  después  del  Dios  supremo  se  encontraba  precisamente 
aplicada  a  Jesús,  hasta  en  Justino  y  en  Orígenes. 

4725.  Puede  creerse  que  Pablo  al  fin  de  su  carrera  haya  llegado 
a  la  idea  de  la  divinización  de  Jesús  debajo  de  la  de  Dios  su  padre.  En 
los  Actos  la  muerte  violenta  del  Cristo  ha  sido  anunciada  y  predicha 
por  los  profetas;  pero  en  ninguna  parte  se  nos  dice  que  sea  por  nues- 
tros pecados  y  por  su  rescate  que  el  Cristo  haya  derramado  su  sangre. 
Pablo  nos  dice  que  lo  que  importa  para  nuestra  salvación  no  es  nuestro 
arrepentimiento,  sino  sólo  la  sangre  del  Cristo  voluntariamente  ofrecida 
por  él  para  expiación  de  nuestros  pecados,  y  benévolamente  aceptada  por 
Dios  para  nuestro  rescate.  En  consecuencia,  desde  el  principio  nos  en- 
contramos en  Pablo  frente  al  dogma  a  la  vez  contradictorio  y  atroz,  de 
un  Dios  absolutamente  bueno,  absolutamente  justo,  absolutamente  per- 


EL  DOGMA  DE  LA  TRINIDAD 


145 


fecto,  que  necesita  de  la  sangre  de  un  inocente  para  perdonar  las  debi- 
lidades de  aquellos  que  él  ha  hecho  falibles  mientras  todas  las  contra- 
dicciones que  se  añadirán  al  dogma  de  la  Trinidad,  "forzarán  a  Dios  a 
matar  a  Dios  para  aplacar  a  Dios".  Históricamente  hablando,  — pues 
los  Sinópticos  son  posteriores  a  Pablo — ,  es  a  él  que  debe  imputársele 
la  invención  de  ese  Dios  Moloc,  el  desmentido  de  todas  nuestras  ideas 
de  justicia.  Esta  monstruosa  concepción,  una  vez  que  se  hubo  admitido 
que  el  Cap.  53  de  Isaías  se  aplicaba  a  Jesús,  no  es  imposible  que  haya 
entrado  en  la  Iglesia  por  otra  vía  que  por  Pablo.  Pero  lo  que  es  incon- 
testable es  que  él  ha  hecho  suya  la  idea,  sobre  la  cual  descansa  todo 
su  sistema.  En  los  Sinópticos  el  papel  expiatorio  de  Jesús  no  aparece 
sino  una  o  dos  veces,  y  como  una  idea  emitida  al  pasar  sin  lazo  con 
lo  restante.  En  Pablo  no  hay  una  epístola  donde  ese  suceso  no  sea 
como  la  piedra  fundamental  de  todo  su  edificio  teológico,  como  el  mis- 
terio que  tiene  por  misión  anunciar  al  mundo,  tan  bien  que  de  toda 
la  vida  de  Jesús,  manifiesta  Pablo  no  querer  conocer  sino  su  sacrificio 
en  la  cruz,  para  nuestro  rescate,  con  la  resurrección  que  Dios  le  ha 
concedido  el  primero  y  con  el  papel  glorioso  que  él  recibe  por  su  re- 
compensa (V.  COURDAVEAUX,  Ob.  cit.,  ps.  71-93). 


CAPITULO  XV 


Evangelización  del  mundo 
y  doble  misión  de  los  apóstoles  y  de 
setenta  de  sus  discípulos 

EVANGELIZACION  MUNDIAL.  —  4726.  Según  Mateo  28,  19  Jesús 
habría  encargado  a  sus  discípulos  que  evangelizaran  todas  las  naciones 
y  les  habría  prescripto  conferir  el  bautismo  en  nombre  del  Padre,  y  del 
Hijo  y  del  Espíritu  Santo.  Habría  instituido  una  "Iglesia",  es  decir,  una 
Sociedad  cuyo  gobierno  hubiera  conferido  a  Pedro  (16,  18).  Habría  en 
fin  entregado  los  grandes  culpables  al  tribunal  de  la  Iglesia  (18,  17). 

Pero  estas  aserciones  del  Evangelio  de  Mateo  chocan  con  las  siguien- 
tes dificultades:  a  )  el  autor  de  los  primeros  capítulos  de  los  Actos  (que 
no  es  anterior  a  las  proximidades  del  150)  no  menciona  más  que  el 
bautismo  en  nombre  del  Cristo  (2,  38;  8,  12;  8,  16).  En  esa  época  no 
se  conocía  aún  la  fórmula  "En  nombre  del  Padre,  del  Hijo  y  del  Espí- 
ritu Santo",  la  cual  no  puede  ser  anterior  a  los  alrededores  del  170. 
b)  La  misión  dada  a  los  discípulos  de  evangelizar  a  todas  las  naciones 
es  inconciliable  con  el  escrúpulo  que  provoca  en  el  alma  de  Pedro  la 
evangelización  del  centurión  Cornelio  (Act.  10) .  c)  La  noción  de  la 
Iglesia,  esto  es  de  la  sociedad  cristiana,  ha  nacido  en  un  medio  y  en 
una  época  en  que  se  comenzaba  a  no  esperar  más  o  a  aplazar  a  una 
fecha  indeterminada,  el  reino  que  el  Cristo  debía  fundar  y  gobernar 
después  de  su  retorno  del  cielo.  Esta  observación  se  aplica  al  tribunal 
que  debe  ser  la  Iglesia.  El  reino  que  todos  los  cristianos  esperaron  hasta 
las  proximidades  del  150  y  que  aún  después  de  esa  fecha  persistió  en 
la  esperanza  de  numerosas  comunidades  debía  ser  la  morada  de  las 
delicias  en  el  orden  y  en  la  paz,  debiendo  tener  por  jefe  al  Cristo  que 
no  podía  permitir  que  penetrara  en  él  ninguna  perturbación.  No  tenía 
que  hacer  pues  de  tribunal  alguno  (Turmel;  Jesús  sa  seconde  vie, 
ps.  31-32). 


IMAGINARIA  MISION  DE  LOS  SETENTA  Y  DOS 


147 


Podría  a  primera  vista  considerarse  como  formando  parte  de 
ese  tema  de  la  evangelización  del  mundo,  el  relato  de  la  doble  misión 
que  se  da  en  Luc.  10  a  los  doce  y  a  un  grupo  de  setenta  o  setenta  y 
(/o5  discípulos,  según  las  distintas  versiones.  En  muchas  Biblias  se  men- 
ciona la  misión  de  los  setenta,  mientras  que  en  otras  como  en  Loisy 
{UEv.  selon  Luc,  ps.  290-297  )  y  en  Goguel  (1)  se  expresa  que  se  trata 
de  la  misión  de  los  setenta  y  dos.  Esa  cifra  de  los  setenta  está  tomada 
de  los  pueblos  enumerados  en  Gén.  10  (70  en  el  hebreo  y  72  en  la 
versión  griega)  lo  mismo  que  setenta  es  la  cifra  de  los  antecesores  hu- 
manos del  Cristo  en  la  genealogía  del  Evangelio  de  Lucas.  Los  Padres 
han  relacionado  los  setenta  a  los  miembros  de  la  familia  de  Jacob  que 
llegaron  a  Egipto  (Gén.  46,  27;  Ex.  24,  1 ;  Núm.  11,  16).  Se  puede 
también  comparar  los  setenta  y  dos  traductores  griegos  de  la  Biblia, 
traducción  designada  a  menudo  con  el  nombre  de  los  Setenta.  Pero 
según  esa  misión  de  los  setenta  o  setenta  y  dos  en  los  Sinópticos  no 
se  refiere  a  misioneros  enviados  a  predicar  a  los  gentiles,  pues  Jesús  los 
envía  a  que  vayan  delante  de  él,  para  preparar  el  camino  en  su  pro- 
yectado viaje  a  Jerusalén.  Además,  como  nota  Loisy,  sin  chocar  violen- 
tamente con  una  tradición  cierta  no  se  podría  atribuir  a  Jesús  durante 
su  vida,  la  intención  de  evangelizar  a  los  paganos.  Los  setenta  y  dos 
figuran  los  predicadores  cristianos  que  tienen  por  fin  la  evangelización 
del  universo. 

IMAGINARIA  MISION  DE  LOS  SETENTA  Y  DOS.  —  4727.  Jesús 
simplemente  les  prohibe  entrar  en  Samaría,  región  que  representaba  al 
universo  pagano,  pues  sus  habitantes  eran  considerados  como  herejes 
cismáticos,  de  modo  que  del  punto  de  vista  judío  se  les  juzgaba  como 
paganos.  Sin  embargo,  tanto  nuestro  autor,  en  el  Evangelio,  como  en 
los  Actos,  se  complace  en  mostrar  a  Jesús  y  a  los  apóstoles  en  relación 
con  los  samaritanos,  prefigurando  así  la  universalidad  del  cristianismo. 
Recuérdese  también  que  la  idea  de  evangelizar  a  los  paganos  era  una 
idea  exclusiva  de  Pablo. 

L.  B.  de  C.  en  nota  a  Luc.  10,  1  escribe:  "Este  relato  es  un  doble 
del  envío  de  los  doce  (9,  1-6)  ;  tiene  semejanzas  que  no  pueden  com- 
prenderse sino  por  el  parentesco  de  su  origen.  Para  explicar  esta  repe- 
tición, se  ha  supuesto  que  Lucas  ha  reproducido  en  el  cap.  9  el  relato 
de  Marcos,  y  aquí,  la  fuente  de  este  relato,  probablemente  los  Logia. 
La  cifra  de  72  corresponde  al  número  de  los  pueblos  descendientes 
de  Noé,  enumerados  en  Gén.  10,  según  los  Setenta.  La  cifra  70  dada 
por  otros  testigos,  corresponde  al  número  de  los  mismos  pueblos,  según 


(1)  En  L.  B.  de  C.  las  notas  y  las  introducciones  de  los  Evangelios  fueron 
escritas  por  Goguel. 


148 


IMAGINARIA  MISION  DE  LOS  SETENTA  Y  DOS 


el  texto  hebreo".  Este  discurso  se  cita  más  adelante  (22,  35)  como 
habiendo  sido  dirigido  únicamente  a  los  doce.  He  aquí,  algunas  observa- 
ciones sobre  ese  discurso:  "el  Señor  designó",  ese  título  de  Señor  no  se 
encuentra  en  Marcos  ni  en  Mateo  como  designación  de  Jesús  pero  se 
halla  muy  a  menudo  en  Lucas.  En  la  perspectiva  aparente  del  relato  sería 
demasiado  inconcebible  que  Jesús  lanzara  una  misión  más  considerable 
que  la  de  los  doce.  El  discurso  que  el  Cristo  dirige  a  los  setenta  y  dos  no 
es  menos  un  discurso  de  misión  que  determina  las  reglas  del  apostolado 
cristiano  y  el  evangelista  se  contradiría  violentamente  si  la  unidad  de  su 
pensamiento  no  estuviera  salvaguardada  por  la  significación  simbólica 
de  los  setenta  y  dos  y  del  papel  que  les  asigna.  Son  realmente  los  enviados 
del  Cristo,  todos  estos  predicadores  que  a  continuación  de  Bernabé  y  de 
Pablo,  llevaron  el  Evangelio  a  las  naciones  como  los  doce  lo  habían 
llevado  primeramente  a  los  judíos;  son  así  heraldos  de  Jesús,  y  prepa- 
ran su  venida  en  todos  los  lugares  donde  recluían  fieles  y  anuncian  su 
próximo  advenimiento  en  la  gloria.  En  cuanto  a  la  frase  "no  saludéis  a 
nadie  en  el  camino",  parece  significar  que  no  hay  que  perder  el  tiempo 
en  cortesías  inútiles,  o  que  no  se  trate  de  hacerse  conocer  demasiado 
pronto,  relativamente  a  las  condiciones  de  la  predicación  a  domicilio. 
L.  B.  de  C.  anota:  "la  salutación  se  expresaba  en  hebreo,  en  arameo  y 
en  griego  por  la  palabra  paz  y  en  latín  por  la  palabra  salud,  los  dos 
vocablos  tienen  exactamente  el  mismo  sentido:  contienen  un  voto  de 
felicidad,  una  bendición".  En  cuanto  a  la  frase  "si  no  hubiera  allí  en 
esa  casa  algún  hijo  de  paz,  descansará  vuestra  paz  sobre  ella,  mas  si  no, 
se  volverá  a  vosotros",  significa  si  no  hay  un  hombre  benevolente,  un 
alma  predestinada  y  bien  dispuesta,  lo  que  se  reconocerá  en  la  manera 
de  tomar  el  saludo,  respuesta  desagradable  por  la  negación  de  hospita- 
lidad, "la  paz  volverá  sobre  vosotros"  que  la  aplicarán  a  otros.  No  debe 
ser  aquí  cuestión  de  una  bendición  particular,  que  recaería  sobre  los 
misioneros  rechazados,  puesto  que  son  ellos  mismos  en  posesión  del 
saludo  y  que  no  se  trata  aquí  de  sus  méritos  ni  de  su  recompensas. 

Conviene  conocer  al  respecto  la  opinión  de  José  Klausner,  profesor 
de  historia  de  la  literatura  hebraica  en  la  ciudad  de  Jerusalén,  quien  en 
su  obra  titulada  "Jesús  de  Nazareth",  escrita  en  hebreo  y  publicada  en 
francés  por  la  librería  Payot  en  1933,  expresa  que  el  número  doce  dado 
por  el  Evangelio  a  los  apóstoles,  es  posible  que  haya  sido  elegido  por 
Jesús  para  corresponder  al  número  de  las  tribus  de  Israel  y  sea  en 
consecuencia  histórico;  pero  agrega  "es  posible  también  que  haya  sido 
elegido  por  los  evangelistas  y  no  sea  más  histórico  que  el  número  setenta 
expresado  en  Luc.  10,  1  que  fue  mencionado  por  corresponder  al  de 
"setenta  naciones"  y  a  las  "setenta  lenguas"  (Ob.  cit.,  p.  30). 


CAPITULO  XVI 


La  vida  y  la  obra  del  apóstol  Pablo 


PABLO.  —  4728.  Este  joven  llamado  Saulo,  era  un  enemigo  tan 
encarnizado  de  los  cristianos,  que  según  su  propia  confesión,  echaba  a 
la  cárcel  y  azotaba  a  los  partidarios  de  Jesús,  yendo  en  su  busca  de 
sinagoga  en  sinagoga,  a  los  que  creían  en  este  profeta  crucificado,  y 
cuando  apedreaban  a  Esteban,  él  guardaba  las  ropas  de  los  apedreado- 
res  (Act.  22,  14-20).  Obsesionado  con  la  imagen  de  Jesús,  el  Hijo  del 
Hombre,  o  Mesías,  que  predicaba  Esteban,  iba  en  viaje  a  Damasco, 
cerca  de  mediodía,  bajo  un  sol  ardiente,  vio  una  gran  luz,  cayó 
a  tierra  y  oyó  una  voz  que  le  decía:  "Saulo,  Saulo,  ¿por  qué  me 
persigues?"  Los  compañeros  de  Pablo  vieron  aquella  luz  extraordina- 
ria pero  no  oyeron  la  aludida  voz.  Pablo,  enceguecido,  fue  llevado  de 
la  mano  a  Damasco,  donde  un  varón  piadoso,  llamado  Ananías,  le  de- 
volvió la  vista  (Act.  22,  6-19).  En  virtud  de  ese  choque  tremendo  que 
coincidía  con  el  tormentoso  estado  de  su  alma,  cuando  Pablo  fue  le- 
vantado de  su  caída,  era  cristiano,  creía  que  Jesús  resucitado,  residía 
en  el  cielo  y  pronto  volvería  a  la  Tierra. 

Comentando  este  suceso,  escribe  Turmel:  "El  punto  de  partida  de 
la  visión  en  el  camino  de  Damasco  es  una  insolación  acompañada  de 
una  caída  de  caballo,  es  decir  un  incidente  material.  Considerada  en  sí 
misma  es  la  reacción  psicológica  consecutiva  a  un  choque.  Como  todas 
las  reacciones  traduce  y  refleja  el  estado  de  alma  que  la  ha  producido. 
A  Pablo  lo  perseguía  una  obsesión  que  él  rechazaba  enérgicamente.  Exal- 
tado por  un  incidente  natural  la  obsesión  ha  adquirido  una  intensidad 
hasta  entonces  desconocida.  Se  ha  expandido  en  una  voz  formulando  re- 
proches y  ha  transformado  el  brillo  del  sol,  en  una  luz  emanada  de  Jesús. 
Pablo  tuvo  la  fe  cuando  su  obsesión  ayudada  por  circunstancias  fortui- 
tas, triunfó  del  combate  que  en  él  se  libraba.  Su  visión  fue  el  fruto  de 
ese  triunfo;  pero  no  ha  sido  la  causa  de  ella.  La  fe  de  Pablo  fue  con- 
firmada, desenvuelta  por  la  visión  del  camino  de  Damasco;  no  le  debe 
su  nacimiento.  De  lejos  fue  preparada  por  las  predicaciones  de  Esteban" 
{Jesús,  Sa  seconde  vie,  ps.  11-13) . 


150 


PABLO 


4729.  Como  dijimos  en  el  párrafo  anterior  Pablo  se  había  con- 
vertido a  la  nueva  religión  que  el  perseguía.  Veamos  ahora  lo  que  nos 
enseñan  los  únicos  documentos  que  poseemos  en  el  N.  T.  sobre  Pablo, 
documentos  que  son  el  libro  de  los  Actos  de  los  apóstoles  y  las  Epísto- 
las que  llevan  el  nombre  de  aquel  apóstol.  La  ortodoxia  considera  a 
dicho  libro  como  divinamente  inspirado:  lo  atribuye  a  Lucas  el  autor 
del  tercer  Evangelio;  y  supone  que  fue  compuesto  en  el  año  63  porque 
su  relato  se  detiene  en  esa  fecha. 

Estudiando  el  profesor  Courdaveaux  los  citados  documentos  juzga 
al  libro  de  los  Actos  como  una  de  las  composiciones  más  extrañas  y 
más  ilógicas  existentes  en  el  mundo.  Justifica  su  opinión  diciendo: 
"se  trata  de  un  relato,  cuyo  autor  pasa  bruscamente  en  diversas  oca- 
siones, de  la  tercera  persona  del  plural  a  la  primera  y  viceversa  sin 
dar  nunca  una  explicación  de  ese  cambio.  Toma  a  Pedro  como  héroe 
en  sus  primeros  capítulos  y  lo  abandona  en  seguida  bruscamente  por 
Pablo.  El  autor  consagra  un  capítulo  y  medio  al  viaje  de  Pablo  de 
Cesárea  a  Roma  y  en  cambio  consagra  sólo  dos  versículos  (28,  30-31) 
a  los  dos  años  de  la  predicación  del  apóstol  en  la  capital  del  Imperio". 
Y  se  pregunta  Courdaveaux:  ¿Si  así  compone  el  Espíritu  Santo  (y 
dejamos  de  lado  las  repeticiones),  como  compondrá  el  último  de  los 
manipuladores  literarios?  Si  se  objeta  la  exactitud  náutica  de  los  de- 
talles del  viaje  de  Pablo  entre  Cesárea  y  Roma,  en  los  que  el  autor 
de  los  Actos  emplea  el  pronombre  nosotros,  lo  que  parece  atestiguar 
la  mano  de  un  testigo  ocular  y  compañero  del  apóstol,  contesta  Cour- 
daveaux que  la  misma  exactitud  náutica  se  encuentra  en  los  detalles 
apócrifos  que  agregan  al  viaje  de  Pablo  los  Acta  Petri  et  Pauli,  en  los 
cuales  nadie  cree  más  hoy;  y  ella  no  prueba  realmente  más  que  el 
conocimiento  que  tenía  el  autor  de  los  lugares  de  los  cuales  habla.  Ade- 
más ¿por  qué  el  redactor  de  los  Actos  que  emplea  el  pronombre  no- 
sotros en  ese  diario  de  viaje  no  lo  emplea  ni  una  sola  vez  en  el 
largo  relato  de  los  hechos  y  de  las  palabras  de  Pablo  en  Cesárea,  donde 
se  afirma  que  había  pasado  dos  años  con  él,  inmediatamente  antes  de 
partir  ambos  para  Roma?  Finalmente  cuántos  son  los  hechos  sobre  los 
cuales  los  Actos  no  concuerdan  con  la  historia  sagrada  y  con  la  historia 
profana,  ni  aún  con  epístolas  del  mismo  Pablo!  Otro  ejemplo.  En  los 
Actos  (7,  4)  Esteban  refiere  que  Dios  hizo  salir  a  Abraham  de  la  tierra 
de  Carán,  después  de  la  muerte  de  su  padre  Tharé.  Ahora  bien,  según 
el  Génesis,  Tharé  tenía  setenta  años  cuando  engendró  a  Abraham  y 
éste  tenía  setenta  y  cinco  cuando  se  fue  de  Carán  (Gén.  11,  26;  12,  4). 
Por  lo  tanto,  según  Esteban,  Tharé  habría  vivido  145  años  a  lo  más: 
pero  según  el  Gén.  (11,  32)  vivió  doscientos  cinco  años.  Igualmente 
sostiene  Esteban  en  el  mismo  discurso  que  Jacob  fue  enterrado  en  el 
campo  comprado  a  los  hijos  de  Hamor  (Gén.  33,  19) ;  mientras  que 


PABLO 


151 


según  los  Actos  fue  sepultado  en  la  caverna  de  Macpela  ( §  2301 ) .  Todos 
estos  errores,  afirma  Courdaveaux,  serían  leves  en  un  autor  ordinario 
escribiendo  a  gran  distancia  de  los  hechos;  pero  por  mínimos  que  sean, 
no  se  comprenden  en  un  autor  inspirado  por  el  Espíritu  Santo.  Lo 
mismo  ocurre  cuando  se  compara  los  Actos  con  las  Epístolas  de  Pablo. 

4730.  He  aquí,  algunas  faltas  de  armonía:  1°  en  los  Actos,  Pablo 
después  de  su  bautismo  por  Ananías  queda  muchos  días  con  los  dis- 
cípulos (Act.  9,  40)  y  predica  inmediatamente  la  mesianidad  de  Jesús 
a  los  judíos  quienes  tratan  de  matarlo  por  lo  cual  los  discípulos  lo 
hicieron  huir  en  secreto  y  lo  condujeron  a  Jerusalén.  En  la  Epístola  a 
los  Gálatas  (1,  15-19),  Pablo  declara  que  después  de  su  conversión  por 
Dios,  inmediatamente  y  sin  consultar  lo  que  era  carne  y  sangre,  él  se 
fue  a  Arabia  de  donde  volvió  a  Damasco  y  no  regresó  a  Jerusalén 
sino  al  cabo  de  tres  años  (§  4722).  2°  En  Jerusalén,  los  Actos  lo  ponen 
en  relación  con  los  Apóstoles  que  habían  al  principio  tratado  de  eludirlo 
por  ignorancia  de  su  conversión;  pero  lo  acogieron  después  del  informe 
que  sobre  él  les  hizo  Bernabé,  por  lo  que  predica  a  Jesucristo  en  Je- 
rusalén y  en  toda  Judea.  En  la  Epístola  a  los  Gálatas  declara  Pablo  que 
cuando  subió  a  Jerusalén  para  interrogar  a  Pedro  no  vió  a  otro  apóstol 
allí,  más  que  a  él  y  a  Santiago,  el  hermano  del  Señor,  durante  los  quince 
días  que  pasó,  al  punto  que  las  Iglesias  de  Judea  no  lo  conocían  perso- 
nalmente. 39  Los  Actos  (13,  5-13)  hacen  comenzar  por  Chipre  la  gira 
de  Pablo  en  el  año  43.  En  la  misma  Epístola  a  los  Gálatas  (1,  22-23) 
Pablo  declara  que  entonces  no  estuvo  sino  en  Siria  y  en  Cilicia.  4P  Los 
Actos  (11.  30;  12.  25)  hacen  regresar  a  Pablo  a  Jerusalén  en  el  año 
42.  Pero  en  la  citada  Epístola  a  los  Gálatas  (2,  2-4),  Pablo  afirma  que 
no  regresó  a  Jerusalén  sino  catorce  años  después  de  su  visita  a  Pedro, 
o  sea,  en  el  año  51.  5*?  Los  Actos  (15,  1-2)  hacen  que  Pablo  ejecute 
ese  viaje  por  orden  de  los  hermanos  de  Antioquía  a  fin  de  entenderse 
con  los  apóstoles  y  los  ancianos  de  Jerusalén  respecto  al  tema  de  la 
circuncisión  de  los  gentiles.  Pablo  en  la  Epístola  a  los  Gálatas  declara 
que  se  trasladó  a  Jerusalén  en  virtud  de  una  revelación  para  comunicar 
allí  su  Evangelio  tratando  también  de  la  circuncisión,  única  cosa  esta 
última  de  la  cual  hablan  los  Actos  de  acuerdo  aquí  con  la  Epístola. 
6°  Este  libro  que  ha  hecho  ya  de  Pedro  un  apóstol  de  los  incircuncisos, 
pretende  que  en  esa  reunión  de  Jerusalén  Pedro  y  Santiago  permitieron 
que  no  se  circuncidara  los  gentiles;  pero  mantuvieron  rigurosamente 
para  éstos,  como  para  los  judíos,  las  prohibiciones  de  la  Ley  tocante 
a  las  carnes  inmoladas,  a  los  ídolos,  o  simplemente  a  lo  ahogado  (15, 
7-29).  Pablo  en  la  Epístola  a  los  Gálatas  (2,  5-10)  afirma  con  gran 
desdén  por  Pedro,  Santiago  y  Juan:  a)  que  reconociendo  su  misión 
v  su  derecho  ellos  partieron  terminantemente  el  mundo  en  dos,  guar- 
dando para  ellos  a  los  judíos  y  abandonándole  a  Pablo  los  incircuncisos: 


152 


PABLO 


b)  que  no  le  pidieron  otra  cosa  sino  que  se  acordara  de  los  pobres  de 
Jerusalén  en  sus  colectas  en  el  exterior  sin  mencionar  ninguna  de  las 
prohibiciones  de  la  Ley  tocante  a  las  carnes  (Act.  15,  7).  7*?  En  el 
último  capítulo  de  los  Actos  (4,  22)  los  principales  judíos  de  Roma  a 
los  cuales  se  dirige  Pablo  no  conocen  a  los  cristianos  más  que  por 
haber  oído  decir  que  se  les  contradecía  en  todas  partes.  La  Epístola  de 
Pablo  a  los  Romanos  supone  que  la  Iglesia  de  Roma  se  componía 
mitad  de  gentiles  y  mitad  de  judíos.  ¿Cómo  pues  los  principales  judíos 
de  Roma  hubieran  podido  ignorar  la  existencia  de  esa  Iglesia,  sobre 
todo  cuando  según  Pablo,  ella  era  conocida  por  su  fe  en  el  mundo  en- 
tero? (Rom  1,  8;  16,  29).  8^  La  primera  Epístola  de  Pablo  a  los  Co- 
rintios supone  a  Timoteo  enviado  junto  a  ellos  al  punto  que  Pablo  les 
ruega  que  se  lo  envíen  a  Efeso,  donde  él  lo  necesita  (4,  17;  16,  10). 
Los  Actos  nos  muestran  a  Pablo  no  enviando  a  Timoteo  a  Macedonia, 
sino  mucho  más  tarde  al  fin  de  su  segunda  permanencia  en  Efeso,  puesto 
que  el  tumulto  que  obliga  a  Pablo  a  abandonar  Efeso  sigue  inmediata- 
mente el  envío  de  Timoteo  (19,  22).  9^  En  los  Actos  Í2,  4-14)  la 
glosolalia  es  un  verdadero  don  de  lenguas,  aunque  Pedro  más  tarde  haya 
tenido  necesidad  de  Marcos  como  intérprete  para  hacerse  comprender 
de  los  latinos,  según  Eusebio.  En  Pablo  la  glosolalia  no  es  sino  la  pro- 
nunciación de  palabras  extranjeras  mezcladas  a  la  lengua  ordinaria  bajo 
la  influencia  del  entusiasmo  divino,  emisión  que  su  autor  es  a  menudo 
el  primero  en  no  comprender,  que  Pablo  la  tiene  en  muy  mediocre 
estima,  aunque  se  jacta  de  tener  ese  don  tanto  como  cualquier  otro 
(1?  Cor.  13,  10:  14,  13). 

4731.  109  En  los  Actos  Pablo  llega  a  Atenas  sin  Timoteo  que  él  ha 
dejado  en  Berea  de  Macedonia  con  Silas;  y  a  ambos  les  hace  decir  por 
aquéllos  que  lo  llevaron  a  Atenas  que  vengan  a  reunirse  con  él  lo  más 
pronto  posible;  pero  parte  antes  de  la  llegada  de  ellos  y  no  se  junta  con 
ellos  sino  en  Corinto.  En  la  primera  Epístola  a  los  Tesalonicenses  (3,  2) 
Pablo  envía  a  Timoteo  de  Atenas  a  Berea;  y  además  hav  incompatibilidad 
entre  el  poco  tiempo  después  del  cual  Pablo  ha  abandonado  a  los  tesa- 
lonicenses, según  los  Actos,  y  lo  que  les  dice  en  su  Epístola  de  las  reite- 
radas intenciones  que  ha  tenido  de  regresar  a  verlos,  así  como  de  los 
progresos  que  la  fe  ha  hecho  en  ellos  primeramente  y  después  por  ellos 
en  Macedonia  y  en  Acaia.  En  fin  la  Iglesia  de  Tesalónica  se  com- 
pone según  los  Actos  de  judíos  y  de  prosélitos  judíos,  mientras  que 
según  la  Epístola  (Tes.  1,  9)  se  compone  únicamente  de  paganos  con- 
vertidos por  Pablo.  11°  Los  Actos  pasan  en  silencio  o  ignoran  la  mayor 
parte  de  las  pruebas  de  Pablo.  En  la  segunda  Epístola  a  los  Corintios 
(11,  24-25),  escrita  en  el  año  58,  algunos  meses  antes  del  último  viaje 
del  apóstol  a  Jerusalén,  Pablo  dice:  que  he  recibido  de  los  judíos  cinco 
veces  treinta  y  nueve  azotes:  tres  veces  he  sido  azotado  con  varas,  una 


PABLO 


153 


vez  fui  apedreado,  tres  veces  he  naufragado  pasando  un  día  y  una 
noche  a  merced  de  las  olas.  Ahora  bien,  de  todos  estos  hechos  dos  sola- 
mente se  encuentran  referidos  en  los  Actos;  la  flagelación  en  Filipo 
(16,  22)  y  la  lapidación  en  Listra  (14,  18)  a  tal  punto  que  para  colocar 
en  la  vida  de  Pablo  todas  estas  pruebas  la  Iglesia  se  ha  obligado  a 
suponer  tres  años  de  viajes  entre  el  último  versículo  del  capítulo  14 
y  el  primero  del  capítulo  15.  Versículos  que  no  concuerdan  pues  el  último 
del  capítulo  14  dice:  y  permanecieron  en  Andoquia  bastante  largo  tiem- 
po con  los  discípulos;  mientras  que  el  capítulo  15  comienza  por  el  envío 
de  Pablo  y  de  Bernabé  a  Jerusalén  por  el  asunto  de  la  circuncisión.  12° 
Igualmente  los  Actos  ignoran  o  pasan  voluntariamente  en  silencio  los 
reproches  que  Pablo  en  la  Epístola  a  los  Gálatas  (2,  11-15)  dice  tan 
desdeñosamente  haber  dirigido  a  Pedro  en  Antioquía.  13°  Los  Actos  y 
esto  es  aún  más  grave  que  todo  lo  demás,  no  contienen  la  menor  alusión 
a  las  Epístolas  de  Pablo  que  parecen  ignorar  en  absoluto,  aunque  la 
mayor  parte  de  ellas  hayan  debido  ser  escritas  durante  los  años  que 
ese  libro  narra.  Allí  donde  existe  concordancia  entre  los  Actos  y  las 
Epístolas  sobre  los  hechos  de  la  vida  de  Pablo,  basta  para  explicarla 
que  se  hubieran  conservado  ciertas  tradiciones  sobre  la  vida  del  apóstol, 
lo  demás  y  lo  contrario  mismo  sería  incomprensible.  Pero  los  desacuer- 
dos nos  conducen  lógicamente  a  la  misma  conclusión  que  los  errores 
históricos  indicados  primeramente:  los  Actos  son  un  simple  libro  de 
historia  falible  como  todos  los  otros  y  cuvos  datos  no  hay  que  aceptar 
sino  con  las  mismas  precauciones  y  las  mismas  reservas  que  para  cual- 
quier otro. 

4732.  En  cuanto  a  utilizar  el  libro  de  los  Actos  como  testimonio 
histórico,  convendría  recordar  que  los  datos  que  da  sobre  Pablo  no 
deberían  utilizarse  si  no  son  confirmados  por  las  Epístolas  de  éste.  Esas 
Epístolas  no  fueron  coleccionadas  en  vida  de  Pablo  y  ni  aún  inmedia- 
tamente después  de  su  muerte.  Dirigidos  todas  a  iglesias  particulares  o 
a  individuos  aislados,  permanecieron  dispersas  v  escaparon  a  las  mira- 
das de  más  de  un  investigador  hasta  la  mitad  del  siglo  II,  pues  Papias 
que  escribía  en  ese  momento  no  menciona  ninguna  de  ellas.  Justino, 
que  nunca  nombra  al  apóstol  rechaza  sus  Epístolas  lo  mismo  que  algu- 
nas de  las  ideas  defendidas  por  ellas. 

El  primero  que  se  señala  que  haya  hecho  una  colección  de  las 
Epístolas  de  Pablo  fue  Marción,  no  comprendiendo  en  ella  sino  sólo 
diez.  Téngase  también  presente  que  algunas  de  las  Epístolas  de  Pablo 
se  perdieron  (Col.  4,  16)  ;  y  también  hubo  algunas  falsamente  circu- 
ladas bajo  su  nombre,  por  lo  que  conviene  examinar  la  autenticidad 
de  las  que  se  consideran  como  suyas.  De  las  14  Epístolas  atribuidas 
actualmente  a  Pablo,  hay  cuatro  hoy  consideradas  como  indiscutibles 
de  él;  la  Epístola  a  los  Gálatas,  las  dos  a  los  Corintios,  y  la  Epís- 


154 


PABLO 


tola  a  los  Romanos.  De  estas  cuatro,  sólo  dos  de  ellas  no  han  mere- 
cido reservas  serias:  la  Epístola  a  los  Gálatas  escrita  entre  los  años 
54  o  56,  y  la  primera  a  los  Corintios  escrita  entre  el  57  o  el  59. 
He  aquí,  algunas  de  las  observaciones  que  se  han  hecho  a  las  otras 
dos.  En  la  Epístola  a  los  Romanos  que  se  cree  sea  del  58  o  del  60, 
es  imposible  admitir  que  el  capítulo  16  que  contiene  una  larga  enu- 
meración de  las  personas  a  quienes  envía  saludos,  haya  podido  ser 
dirigida  por  él  a  una  iglesia  en  la  cual  nunca  había  estado  sin  contar 
que  la  mayor  parte  de  los  nombres  que  figuran  en  esa  lista  son  nom- 
bres de  efesios  o  de  macedonios,  fuera  de  la  dureza  del  tono  empleado 
en  los  vs.  17-19  que  contrasta  singularmente  con  las  precauciones  extre- 
mas que  toma  el  apóstol  en  lo  restante  de  la  Epístola  para  no  herir  a 
nadie  en  el  seno  de  una  iglesia  que  no  le  estaba  subordinada.  En  virtud 
de  la  seriedad  de  esas  dos  primeras  razones,  la  crítica  independiente 
ha  comprendido  que  la  carta  primitivamente  compuesta  para  la  Iglesia 
de  Roma,  había  en  seguida  sido  enviada  por  Pablo  a  diferentes  iglesias, 
con  capítulos  particulares  para  cada  una  de  ellas;  y  que  más  tarde  en 
una  de  las  colecciones  que  se  hizo  de  las  Epístolas  del  apóstol,  el  último 
capítulo  del  ejemplar  dirigido  por  él  a  los  Efesios  se  deslizó  al  fin  del 
ejemplar  dirigido  a  los  romanos.  Recuérdese  que  el  capítulo  15  faltaba 
en  la  colección  de  Marción  y  que  los  tres  últimos  vs.  del  capítulo  16, 
que  forman  un  segundo  final  después  del  vs.  24  figuran  al  fin  del 
capítulo  14  en  muchos  manuscritos.  Todo  esto  nos  autoriza  a  creer  en 
la  poca  certeza  de  los  detalles  del  texto,  conclusión  que  viene  a  reforzar 
los  debates  a  los  cuales  ha  dado  lugar  la  integridad  de  la  composición 
de  la  segunda  a  los  Corintios,  tal  como  la  tenemos  hoy.  El  desorden 
de  esa  segunda  Epístola  es  tan  evidente  que  más  de  un  crítico  ha 
creído  que  se  trataba  de  dos  de  ellas  de  las  cuales  la  segunda  comenzaba 
en  el  capítulo  9  y  había  sido  soldada  a  la  anterior  mucho  tiempo  después 
de  la  muerte  de  su  común  autor. 

A  continuación  Courdaveaux  formula  las  siguientes  observaciones: 
I*?  en  el  capítulo  1,  23  Pablo  dice  a  los  Corintios  que  no  ha  regre- 
sado aún  a  Corinto  para  evitar  serles  una  carga;  y  en  el  capítulo  13, 
1  les  dice:  que  va  a  ellos  por  la  tercera  vez,  aunque  los  Actos  no  hacen 
ir  a  Pablo  a  Corinto  entre  las  dos  epístolas.  2°  En  la  primera  a  los 
Corintios  Pablo  declara  expresamente  y  en  términos  que  parecen  abso- 
lutos que  nunca  ha  querido  recibir  nada  de  nadie  para  vivir.  En  la 
segunda  a  los  Corintios  él  les  dice  que  para  no  serles  una  carga  reci- 
biendo algo  de  ellos,  ha  recibido  de  las  otras  iglesias  cuando  estaba 
con  ellos  y  especialmente  de  la  Iglesia  de  Filipo,  de  la  cual  sin  em- 
bargo algunos  años  más  tarde,  él  dirá  no  haber  recibido  algo  sino  en 
Tesalónica.  3^  En  la  primera  a  los  Corintios  Pablo  les  previene  que 
él  les  ha  enviado  a  Timoteo,  y  les  ruega  que  se  lo  vuelvan  a  enviar, 


OPINION  DE  COURDAVEAUX  SOBRE  EL  ESTILO  DE  PABLO 


155 


desde  que  llegue  a  ellos.  En  la  segunda  considerada  escrita  en  Mace- 
donia,  algunos  meses  después,  Timoteo  está  con  él  (1,  I)  sin  que  nada 
indique  que  él  nunca  lo  haya  abandonado;  y  es  Tito  el  que  se  men- 
ciona al  principio  como  habiéndole  sido  enviado  y  después  como  ha- 
biéndole sido  dirigido  de  nuevo. 

4733.  Se  confesará  que  todo  esto  no  es  claro  y  da  por  lo  menos 
derecho  a  desconfiar  de  una  Epístola  de  la  cual  Clemente  Romano  igno- 
raba la  existencia  y  que  no  ha  dejado  huellas  hasta  la  segunda  mitad 
del  siglo  II,  más  que  en  las  sospechosas  cartas  de  Ignacio  y  de  Policarpo, 
en  las  que  se  cree  encontrar  algunos  pasajes  de  ellas,  a  pesar  de  que 
nunca  haya  sido  nombrada. 

Veamos  ahora  las  dos  Epístolas  a  los  Tesalonicenses,  escritas  a 
escasos  meses  una  de  la  otra  y  consideradas  como  las  más  antiguas  de 
todas  las  Epístolas  del  apóstol,  porque  se  colocarían  entre  los  años  52 
y  54.  Ambas  no  aparecen  sino  en  la  segunda  mitad  del  siglo  II  y 
figuraban  entre  las  diez  Epístolas  admitidas  por  Marción  y  se  encuen- 
tran en  la  traducción  siríaca  del  N.  T.  llamada  Peschitto,  traducción 
que  según  los  autores  data  del  fin  del  siglo  II  al  fin  del  siglo  IV. 

He  aquí  algunas  observaciones  respecto  a  ellas:  a)  Pablo  recuer- 
da a  los  Tesalonicenses  que  él  ha  trabajado  entre  ellos  día  y  noche 
(1^  Tes.  2,  9),  para  ganarse  la  vida  a  fin  de  no  serles  una  carga  y  en 
la  Epístola  a  los  Filipenses  (4,  16)  escrita  8  o  10  años  más  tarde,  les 
agradece  de  haberle  enviado  tres  veces  socorros  durante  su  morada  en 
Tesalónica,  que  los  Actos  dicen  haber  sido  sólo  de  tres  semanas.  Pero 
los  envíos  de  los  Filipenses  podían  no  haber  bastado  a  Pablo  y  si  él  ha 
exagerado  un  poco  expresando  a  los  Tesalonicenses  que  él  había  traba- 
jado entre  ellos  día  y  noche,  no  es  esta  la  única  exageración  que  encon- 
tramos en  él.  b)  Pablo  dice  a  los  Tesalonicenses:  que  la  ira  de  Dios 
ha  alcanzado  a  los  judíos  hasta  su  fin,  lo  que  se  cree  sea  una  alusión 
a  la  ruina  de  Jerusalén,  de  la  cual  la  epístola  sería  posterior  (2^  Tes. 
3,  8) .  Mientras  que  en  la  1^  Epístola  Pablo  de  acuerdo  con  todos  los 
Evangelios  declara  claramente  que  el  retorno  del  Cristo  sobre  las  nubes 
en  el  juicio  último,  no  sólo  debía  ocurrir  durante  su  vida  o  podía  suce- 
der a  cada  instante:  la  2^  hace  retroceder  no  menos  expresamente  ese 
retorno,  por  causas  conocidas  de  los  tesalonicenses  que  impedían  que 
aún  se  produjera  ese  suceso. 

OPINION  DE  COURDAVEAUX  SOBRE  EL  ESTILO  DE  PABLO.  —  4734. 
Prescindiendo  de  tratar  por  ahora  de  otras  Epístolas  de  Pablo,  conviene 
conocer  lo  que  opina  Courdaveaux  sobre  la  oscuridad  del  lenguaje  de 
este  apóstol,  lenguaje  que  califica  de  un  caló  griego  en  base  de  un 
hombre  habituado  a  pensar  en  hebreo  o  en  arameo  que  era  el  lenguaje 
de  Jesús;  un  idioma  semi-bárbaro  empleado  por  un  individuo  que  lo 


156 


OPINION  DE  COURDA VEAUX  SOBRE  EL  ESTILO  DE  PABLO 


manejaba  mal,  para  expresar  ideas  para  las  cuales  él  no  había  sido 
hecho.  Y  el  cerebro  de  ese  individuo  es  un  caos,  donde  se  acumulan 
y  se  chocan  las  ideas,  como  bloques  de  hielo  en  un  mar  congelado. 
Ellas  se  unen,  se  juntan  o  se  rompen,  según  los  movimientos  desorde- 
nados de  un  espíritu  siempre  afanoso,  que  su  masa  fatiga  y  agota.  Impe- 
tuoso y  violento,  sutil  a  la  vez,  como  esos  rabinos  en  medio  de  los 
cuales  había  pasado  su  juventud  y  que  se  jactaban  de  poder  encontrar 
setenta  sentidos  a  cada  palabra  de  la  Escritura,  Pablo  tiene  sobresaltos 
y  rarezas  de  estilo  a  los  cuales  nada  preparaba.  Su  razonamiento  tiene 
procedimientos  que  sólo  son  de  él.  Los  hilos  que  unen  sus  ideas  escapan 
a  la  vista  por  su  tenuidad;  y  muchas  veces  sus  frases  inconclusas  penden 
de  derecha  y  de  izquierda,  con  grandes  agujeros  en  su  cuerpo  mismo. 
La  sintáxis  no  existe  para  él,  sus  construcciones  violan  todas  las  reglas 
como  su  violento  vocabulario  a  cada  instante  el  diccionario;  y  la  más 
vana  de  todas  las  ilusiones  nos  parece  sea  la  de  creerse  en  condición  de 
explicar  todos  sus  versículos  y  de  dar  un  sentido  preciso  a  todas  sus 
frases. 

Y  bien,  a  pesar  de  todo  esto  no  titubeamos  en  decirlo,  el  Pablo 
que  se  desprende  de  todas  esas  incertidumbres,  el  Pablo  que  se  descubre 
bajo  tantas  sutilezas  e  incoherencias,  ese  Pablo  es  un  gran  hombre  por 
el  corazón  y  como  inteligencia  una  de  las  más  interesantes  y  de  las  más 
curiosas  que  se  puedan  encontrar  para  estudiar.  Los  que  lo  tratan  de 
desleal  y  de  impostor  por  el  placer  de  humillar  en  él  una  ortodoxia 
que  detestan,  y  que  tienen  cien  veces  razón  de  rechazar,  lo  calumnian 
sin  quererlo,  juzgándolo  por  los  mismos  procedimientos  que  a  los  hom- 
bres ordinarios.  Cualquiera  que  sea,  o  no  sea  en  los  Actos  la  verdad 
literal  del  detalle  de  sus  viajes,  confirmados  en  conjunto  por  las  Epís- 
tolas, su  vida  de  propaganda  por  la  fe  a  través  de  peligros  y  de  sufri- 
mientos de  toda  índole,  no  es  menos  incontestable,  y  con  ella  se  muestra 
la  grandeza  moral  que  supone  semejante  vida.  Ahora  bien,  con  esa  gran- 
deza moral  concuerdan  mal  las  pequeñeces  del  corazón,  de  donde  nacen 
la  impostura  y  la  mentira.  Pablo  nunca  miente;  si  a  veces  parece  mentir, 
porque  no  dice  todo  o  dice  demasiado,  es  que  el  hecho  del  momento 
le  absorbe  de  tal  modo  que  olvida  todos  los  otros,  o  que  la  importancia 
del  conjunto  disimula  a  sus  ojos  la  incompleta  exactitud  del  detalle. 
Un  verdadero  temperamento  de  apóstol,  violento  y  fogoso,  no  se  habrá 
nunca  encontrado  al  servicio  de  una  convicción  más  fuerte  a  riesgo  de 
falsear  a  veces  la  expresión.  Y  las  consecuencias  de  ese  temperamento 
no  se  han  detenido  allí.  Una  vez  cristiano,  y  cristiano  a  su  manera, 
Pablo  puso  en  la  propagación  de  sus  nuevas  ideas,  todo  el  ardor,  toda 
la  violencia  misma  que  él  había  puesto  al  principio  para  combatir  al 
Cristo;  y  sobre  este  terreno  nuevo,  fue  rudo  con  los  hermanos  que  no 
pensaban  como  él,  como  lo  había  sido  al  principio  para  toda  la  secta. 


ALGUNAS  DOCTRINAS  PECULIARES  DEL  APOSTOL  PABLO  157 


Flexible  al  extremo  para  con  aquellos  que  él  esperaba  ganar,  con  dulzura 
de  corazón  infinita  para  aquellos  a  quienes  él  llamaba  su  rebaño,  y 
que  eran  sus  hijos  y  su  obra,  él  tuvo  para  ellos  esas  ternuras  de  madre 
con  un  celo  feroz  del  cual  tuvieron  más  de  una  vez  que  sufrir.  Pronto 
para  dar  su  vida  por  ellos  y  preocupado  de  ellos  sin  cesar,  los  defendió 
contra  los  que  querían  tomarlos  y  contra  sus  propias  veleidades  de  esca- 
par al  modo  de  la  leona  que  defiende  a  sus  cachorros,  o  que  en  caso 
necesario  los  retiene  con  sus  garras.  Sus  faltas  en  todas  estas  cuestiones 
procedían  de  sus  cualidades,  de  los  que  no  eran  más  que  el  revés.  Querer 
a  Pablo  constantemente  más  dulce  y  más  atento  en  la  exactitud  absoluta 
del  detalle,  es  pedir  que  fuera  él  sin  serlo"  (Ob.  cit.,  ps.  3-51). 

ALGUNAS  DOCTRINAS  PECULIARES  DEL  APOSTOL  PABLO.  LA 
MUERTE.  —  4735.  Pablo  expresa  que  Jesús  nos  ha  rescatado  del  castigo 
de  la  muerte,  pues  a  causa  del  pecado  de  Adán  el  hombre  que  había 
sido  creado  para  vivir  siempre,  está  condenado  a  morir.  El  precio  del 
sacrificio  del  Cristo  es  la  derrota  de  la  muerte.  Sabemos  que  los  anti- 
guos hebreos  no  tenían  idea  alguna  de  nuestra  espiritualidad  y  de  la 
inmortalidad  del  alma,  pues  la  muerte  según  ellos  era  un  sueño  insen- 
sible, que  todos,  buenos  o  malos  indiferentemente  irán  a  dormir  en  el 
interior  de  la  tierra,  morada  designada  con  el  nombre  de  sheol,  que 
algunos  intérpretes  traducen  erróneamente  por  el  infierno;  y  la  única 
manera  de  no  comoartir  la  suerte  de  todos,  consistía  en  ser  elevado 
vivo  al  cielo  como  Enoc  y  Elias.  Después  de  la  cautividad  de  Babilonia 
y  al  contacto  con  las  ideas  persas,  los  judíos  concibieron  la  idea  de 
otra  vida  y  de  una  diferencia  en  la  suerte  de  los  muertos;  pero  se  repre- 
sentaron esta  segunda  existencia  bajo  la  forma  de  la  resurrección  de 
los  cuerpos,  idea  que  aparece  en  el  libro  de  Daniel.  Más  tarde  al  contacto 
de  las  ideas  griegas,  el  espiritualisrao  de  Platón  fue  admitido  por  muchos 
espíritus;  pero  la  fe  en  la  resurrección  continuó  siendo  la  forma  predo- 
minante de  la  creencia  en  la  otra  vida  en  el  espíritu  de  los  judíos, 
creencia  aceptada  por  Pablo,  quien  dice  indiferentemente  morir  o  dormir, 
y  para  quien  sin  esta  resurrección  los  fieles  muertos  en  Jesús,  sólo 
habrían  perseguido  una  quimera.  Ese  sueño  sin  fin  es  lo  que  Dios  ha 
querido  hacer  cesar  en  consideración  al  sacrificio  de  Jesús.  Todos  con- 
tinuarán muriendo,  como  Jesús  mismo  murió;  pero  cuando  en  el  día 
marcado,  que  vendrá,  viviendo  Pablo,  el  Cristo  aparecerá  sobre  las 
nubes  como  soberano  juez  al  sonido  de  las  trompetas  celestiales  y  a  las 
aclamaciones  de  los  arcángeles,  entonces  los  muertos  resucitarán,  a  imi- 
tación del  Cristo  con  un  cuerpo  celeste,  animado  por  el  espíritu  vivi- 
ficante, en  lugar  del  cuerpo  terrestre  y  del  alma  animal  que  tenían  en 
su  primera  existencia,  siendo  destinados  a  elevarse  hasta  el  seno  de  Dios, 


158 


LA  PREDESTINACION 


el  Padre  de  todas  las  cosas,  para  gozar  allí  de  una  eterna  felicidad 
(P  Cor.  15). 

En  cuanto  al  castigo  sobre  los  malos,  no  se  indica  si  ese  castigo 
consistirá  en  no  resucitar,  ya  que  la  resurrección  quedará  reservada  so- 
lamente a  los  justos.  ¿O  resucitarán  para  sufrimiento  efectivo,  como  se 
dice  en  los  Sinópticos,  o  ese  sufrimiento  continuará  sin  fin  como  lo 
enseña  la  Iglesia?  A  estas  preguntas  las  Epístolas  de  Pablo  dan  diver- 
sas respuestas.  De  acuerdo  con  la  Epístola  a  los  Romanos  (VIII,  21; 
XI,  32) ,  la  primera  a  Timoteo,  la  Epístola  a  los  Colocenses,  la  Epístola 
a  los  Efesios,  la  primera  a  los  Corintios  y  la  primera  a  los  Tesaloni- 
censes,  sólo  los  justos  resucitarán  al  retorno  de  Jesús  sobre  las  nubes 
y  los  otros  continuarán  durmiendo  su  insensible  sueño  hasta  el  día  de 
la  regeneración  universal,  en  que  el  Cristo  habiendo  vencido  todas  las 
potestades  del  mal  y  de  la  muerte  misma,  entregará  a  su  Padre  el 
mundo  enteramente  reconciliado.  Por  el  contrario  en  la  segunda  a  los 
Corintios  y  otros  pasajes  de  la  Epístola  a  los  Romanos  (II,  6-8)  hacen 
resucitar  a  los  malos  y  al  mismo  tiempo  que  a  los  buenos,  asignán- 
doles castigos  efectivos,  y  la  segunda  a  los  Tesalonicenses  declara  que 
esos  castigos  serán  eternos  (2,  Tes.  I,  6-9) .  Este  último  pasaje  es  de 
poco  valor;  pero  junto  con  los  otros  citados  es  difícil  de  no  tener 
cuenta  de  ellos.  Lo  probable  es  que  Pablo  varió  este  asunto  de  los 
castigos  efectivos,  como  los  mismos  Sinópticos.  Lo  esencial  para  él  en 
la  resurrección  de  los  muertos  era  el  lado  saludable  del  papel  del  Cristo. 
Parece  cierto  que  admitió  esos  sufrimientos  como  temporarios  y  que 
la  reconciliación  final,  no  sólo  de  la  humanidad  sino  de  la  naturaleza 
entera  con  Dios  por  los  méritos  de  Jesucristo,  vencedor  del  mal  y  de 
la  muerte,  era  la  última  palabra  de  su  sistema,  como  la  derrota  de 
Ahrimán  por  Ormuzd  y  su  reconciliación  con  Dios  eran  la  última  pala- 
bra de  la  religión  persa  (V.  Courdaveaux,  Oh.  cit.,  ps.  93-100). 

LA  PREDESTINACION.  —  4736.  Esta  es  una  de  las  doctrinas  más 
notables  de  Pablo.  Los  dones  de  Dios  no  datan  det  presente,  sino  de 
la  misma  eternidad.  Dios  ha  declarado  desde  la  eternidad  lo  que  él 
hará  de  los  hombres  según  su  voluntad,  predestinando  a  unos  a  la  sal- 
vación y  a  otros  al  castigo  por  sólo  efecto  de  su  voluntad  propia,  sin 
existir  razón  alguna  contra  ellos,  unos  van  predestinados  a  la  gracia 
de  Dios  y  su  elección  es  inmutable  como  toda  su  voluntad.  Los  indivi- 
duos condenados  no  podrán  quejarse  de  esa  arbitraria  resolución,  como 
la  tierra  que  modela  el  alfarero  no  tiene  derecho  de  decir:  ¿  por  qué 
has  hecho  de  mí  un  vaso  destinado  a  los  más  viles  usos,  más  bien  que 
un  vaso  de  honor?  En  vano  protesta  la  razón  humana  eh  nombre  de 
la  lógica,  como  en  nombre  de  la  conciencia,  contra  esa  arbitrariedad 
y  los  caprichos  que  se  prestan  a  aquél  a  quien  se  presenta  como  la  jus- 


EL  MATRIMONIO 


159 


ticia  y  la  sabiduría  mismas.  Las  palabras  que  se  pretenden  juntar  cho- 
can unas  contra  las  otras.  Por  lo  tanto  Pablo  al  final  de  sus  argumentos, 
no  pudiendo  disimular  las  cosas  sobre  este  asunto,  concluye  por  de- 
clarar como  la  última  palabra  de  su  doctrina  que  la  sabiduría  humana 
no  es  sino  locura  y  Dios  para  probar  su  inanidad  se  ha  consagrado 
a  contradecirle.  Así  pues  la  última  palabra  de  la  doctrina  de  Pablo  es 
que  la  fe  que  hay  que  tener  es  contradictoria  con  la  razón.  Entre  el 
principio  racional  aceptado  por  Pablo  de  la  alianza  contraída  por  Dios 
con  el  pueblo  hebreo  y  la  fe  sólo  de  Abraham  que  había  merecido  la 
elección  divina,  éste  no  aún  circuncidado  cuando  no  había  sido  elegido, 
resulta  pues  que  es  la  fe  solo  que  salva.  No  olvidemos  que  Pablo  tenía 
la  más  profunda  convicción  del  fin  próximo  del  mundo  y  por  consi- 
guiente sus  consejos  se  dirigen  a  personas  que  para  él  no  tenían  más 
que  algunos  años  de  vida. 

Tal  es  en  sus  grandes  líneas  por  lo  menos  la  teología  de  Pablo  su 
obra  bien  personal,  producto  de  un  espíritu  iluminado,  a  la  vez  positivo 
y  soñador,  atormentado  y  lógico,  sutil  y  vigoroso  que  se  ha  agotado  en 
conciliar  las  ideas  de  la  Escritura  en  desacuerdo  con  la  razón,  con  los 
hechos  de  toda  época  que  se  elevaban  ante  él.  Los  tres  primeros  Evan- 
gelios no  contienen  más  que  ideas  dispersas.  En  cambio  Pablo  ha  hecho 
de  ellas  un  sistema.  Pablo  es  el  primer  pensador  del  catolicismo  y  lo 
ha  fijado  en  sus  líneas  esenciales,  pues  lo  que  hace  la  esencia  del  cato- 
licismo como  doctrina  filosófica,  no  es  la  Trinidad,  no  es  la  Eucaristía, 
ni  el  Pecado  Original;  es  lo  arbitrario  de  la  elección  divina,  verdadero 
vestido  de  Nessus,  que  le  es  imposible  arrancar  de  encima  de  él.  La 
construcción  de  Pablo  es  un  caos;  pero  por  lo  menos  ese  caos  nos  es 
interesante,  porque  en  él  se  siente  el  sufrimiento  y  el  esfuerzo;  porque 
bajo  estas  ideas  contradictorias  se  siente  un  alma  que  pena  y  que  lucha 
como  el  Titán  de  la  fábula,  para  separar  de  ella  el  peso  que  la  aplasta. 
La  Iglesia  ha  tomado  a  Pablo  su  doctrina,  endulzándola  en  parte  por 
la  unión  de  las  ideas  contrarias  de  Santiago  sobre  el  mérito  de  las 
obras,  y  agravándola  por  otra  parte  al  rechazar  la  reconciliación  final 
de  toda  la  humanidad  con  Dios.  El  alma  y  la  vida  han  desaparecido 
con  el  esfuerzo  personal  del  pensador,  quedando  sólo  masas  contradic- 
torias las  unas  contra  las  otras,  cuyo  interés  se  ha  retirado  con  la  vida. 
Los  dogmas  que  la  Iglesia  ha  tomado  a  Pablo  no  son  más  que  un 
montón  de  contradicciones  que  ella  recubre  con  el  hermoso  nombre  de 
misterios,  sin  perjuicio  de  los  que  ella  ha  añadido  por  su  propia  auto- 
ridad (V.  COURDAVEAUX,  Ob.  cit.,  ps.  118-124). 

EL  MATRIMONIO.  —  4737.  Veamos  ahora  algunas  otras  cuestio- 
nes que  trató  particularmente  Pablo,  a  saber:  el  matrimonio,  los  dere- 
chos y  el  origen  del  poder  y  la  esclavitud.  Nadie  contribuyó  más  que 


160 


ORIGEN  DEL  PODER 


Pablo  a  establecer  la  inferioridad  moral  del  matrimonio  a  los  ojos  de 
la  Iglesia,  porque  son  numerosas  las  frases  en  que  declara  que  vale 
más  tanto  al  hombre  como  a  la  mujer  no  casarse,  aunque  en  sus  ideas 
entraba  la  convicción  del  fin  próximo  del  mundo.  Si  el  mundo  va  a 
terminar,  a  qué  darse  preocupaciones  que  contribuirán  a  no  prepararse 
a  la  inminencia  del  juicio  final.  ¿A  qué  pues  cambiar  de  situación  por 
un  tiempo  tan  corto?  Si  estáis  casado,  permaneced  casado;  si  no  lo 
estáis,  harías  mejor  en  no  casaros.  A  la  proximidad  cierta  de  la  catás- 
trofe universal,  la  Iglesia  ha  sustituido  la  proximidad  posible  de  la 
muerte  para  cada  uno^  dando  a  los  consejos  de  Pablo  un  carácter  abso- 
luto, que  probablemente  no  los  tenían. 

Esta  curiosa  doctrina  si  se  aplicara  en  todo  su  rigor  tendría  por 
resultado  necesario  el  aniquilamiento  inmediato  de  la  obra  de  Dios. 
Pablo  tenía  sobre  la  naturaleza  del  lazo  conyugal  ideas  bastante  amplias. 
Si  contrariando  a  Moisés  prohibía  el  divorcio  entre  los  fieles,  permitía 
los  matrimonios  mixtos,  si  el  cónyuge  pagano  lo  pedía.  Lo  verdadera- 
mente grave  de  Pablo,  sin  que  pueda  explicarlo  la  proximidad  de  su 
creencia  en  el  fin  del  mundo,  es  su  idea  respecto  a  la  mujer.  Sacada  ésta 
de  la  costilla  de  Adán  es  culpable  de  haber  inducido  al  hombre  a  acep- 
tar la  manzana;  y  en  castigo  la  mujer  debe  no  solamente  quedar  toda 
su  vida  subordinada  a  él,  del  cual  ella  ha  salido  y  a  quien  ha  traicio- 
nado, sino  aún  a  llevar  hasta  las  reuniones  de  los  fieles  las  señales  vi- 
sibles de  su  inferioridad.  En  esas  reuniones  ella  no  deberá  orar  o  pro- 
fetizar sino  con  el  rostro  cubierto,  mientras  que  el  hombre  tendrá  el 
rostro  descubierto.  Aquellos  que  consideran  a  Pablo  y  al  cristianismo 
como  elevando  el  nivel  moral  de  la  mujer  en  el  mundo,  deberían  to- 
marse el  trabajo  de  leer  obras  como  Las  Económicas  de  Jenofontes, 
La  Antigona  o  las  Traquinianas  de  Sófocles,  el  Alcestes  o  el  Ion  de 
Eurípides  y  compararlas  en  seguida  con  la  mujer  que  nos  pintan  las 
Epístolas  de  Pablo.  La  concepción  pagana,  aquí  como  en  otros  pasajes, 
es  inmensamente  más  elevada  que  la  concepción  pauliniana. 

ORIGEN  DEL  PODER.  —  4738.  En  cuanto  a  los  derechos  y  el  ori- 
gen del  poder,  como  la  esclavitud,  son  dos  cuestiones  sociales  que  Pablo 
no  trató  con  un  sentido  más  filosófico  y  más  elevado.  Desde  que  el 
mundo  está  más  cerca  de  su  fin  los  cristianos  harían  bien  en  respetar 
la  potestad  imperial  que  hasta  entonces  lejos  de  inquietarles  los  había 
por  el  contrario  protegido  contra  la  intolerancia  de  los  judíos.  La  su- 
misión era  pues  el  partido  más  hábil.  Así  sin  ir  más  lejos,  proclama 
Pablo,  que  todo  poder  viene  de  Dios  y  que  todos  aquellos  que  son  sus 
depositarios  tienen  derecho  como  Dios  mismo  al  respeto  y  a  la  obe- 
diencia, porque  él  es  quien  los  ha  establecido  para  la  protección  de  los 


LA  ESCLAVITUD 


161 


buenos  y  la  represión  de  los  malos.  Fuera  de  estas  consideraciones  de 
pura  prudencia  que  él  no  preveía,  se  presentaba  el  caso  de  las  órdenes 
del  poder  civil  que  estuvieran  en  contradicción  con  los  mandamientos 
de  Dios.  Lo  que  prueba  que  escribía  sólo  para  el  momento  presente 
sin  pensar  en  el  futuro. 

La  iglesia  le  atribuyó  la  teoría  del  derecho  divino  de  los  reyes  to- 
mando su  inocente  fórmula,  interpretándola  frente  a  los  gobiernos  de 
acuerdo  con  su  situación  y  sus  fuerzas.  Mientras  que  ella  se  encontraba 
bajo  los  emperadores  romanos  o  bizantinos,  frente  a  un  poder  que  no 
podía  derribar  se  limitó  a  ensáhchar  el  pensamiento  del  apóstol,  di- 
ciendo que  los  malos  príncipes  eran  enviados  de  Dios  para  probar  a 
las  personas  honestas,  en  vez  de  ser  para  protegerlas;  y  contra  las  ór- 
denes inicuas  o  impías  ella  no  reconocía  a  los  pueblos  otro  derecho  que 
el  de  la  resistencia  pasiva  hasta  la  aceptación  del  martirio.  Por  el  con- 
trario, cuando  en  la  Edad  Media  y  en  Occidente  ella  se  encontró  fuerte 
por  la  potencia  moral  del  Papado  para  enfrentar  a  los  príncipes,  de- 
claró por  boca  de  sus  más  ilustres  doctores  que  la  fórmula  de  Pablo 
debía  ser  entendida  de  un  modo  general  y  no  particular,  que  Dios  ha- 
bía decretado  in  universo,  que  habría  un  poder  en  el  centro  de  toda 
sociedad  para  que  ella  pudiera  subsistir;  pero  que  no  era  él  quien  en- 
viaba tal  o  cual  gobierno  y  que  los  reyes  o  emperadores  tomados  in- 
dividualmente pueden  muy  bien  venir  del  Diablo;  de  modo  que  contra 
los  malos  príncipes  era  admisible  la  resistencia  activa  hasta  la  misma 
deposición,  desde  que  el  clero,  única  guía  moral  de  los  pueblos,  la  juz- 
gara necesaria.  San  Pablo,  exclama  V.  Courdaveaux,  hubiera  quedado 
muy  asombrado  si  el  Espíritu  Santo  que  lo  inspiraba  le  hubiera  hecho 
conocer  de  antemano  cómo  sus  sucesores  acomodarían  su  fórmula  y 
qué  consecuencia  deberían  sacar  de  ella  {Ob.  cit.,  ps.  130-139) . 

LA  ESCLAVITUD.  —  4739.  Si  todo  poder  viene  de  Dios,  el  de  los 
amos  también  naturalmente  viene  de  él  en  una  sociedad  que  tenga  es- 
clavos, siendo  por  lo  tanto  la  consagración  de  la  esclavitud  la  conse- 
cuencia lógica  del  derecho  divino  de  todas  las  potestades.  Así  procla- 
mar la  legitimidad  de  la  esclavitud  hubiera  sido  atraerse  la  hostilidad 
y  el  odio  de  todos  los  interesados,  ¿ya  qué  exponerse  a  correr  seme- 
jante riesgo  cuando  el  mundo  estaba  en  vísperas  de  concluir?  Pablo 
aceptó  pues  implícitamente  esa  legitimidad  sin  protestar  contra  ella, 
protesta  que  no  hubiera  podido  formular  por  otra  parte  sin  censurar 
a  Yahvé  que  había  suavizado  las  condiciones  de  la  esclavitud  en  el 
seno  de  su  pueblo  elegido;  pero  que  no  había  desaprobado  ni  destruido 
la  esclavitud  misma.  El  fue  más  lejos  aún:  al  mismo  tiempo  que  reco- 
mendaba a  los  amos  la  dulzura  hacia  sus  esclavos  cristianos,  en  nombre 


162 


LA  ESCLAVITUD 


de  la  fraternidad  en  la  fe,  no  se  contentó  de  predicar  a  éstos  la  sumi- 
sión y  la  obediencia,  sino  que  los  indujo  a  no  desear  salir  de  su  estado. 
Si  ya  en  la  sociedad  pagana  la  esclavitud  era  reprobada  desde  la  época 
de  Aristóteles,  en  Pablo  la  legitimidad  de  esa  institución  se  atenuaba 
con  la  proximidad  de  la  catástrofe  final  en  la  cual  él  creia;  pero  la 
Iglesia  pretendida  depositarla  de  las  enseñanzas  divinas,  confirmaba  en 
la  Edad  Media  esa  legitimidad  por  boca  de  sus  más  ilustres  doctores, 
considerándola  aún  hoy  como  cferecho  natural  en  los  libros  utilizados 
en  sus  grandes  Seminarios  y  en  las  Facultades  de  Derecho  Católicas 
(Ib.,  ps.  139-141). 


CAPITULO  XVII 


El  sincretismo  en  la  religión  de  Jesús 


CONSECUENCIAS  DE  LA  DOCTRINA  DE  LA  RESURRECCION.  _ 
4740.  Recuerda  Guignebert  que  si  la  fe  de  los  apóstoles  en  la  resu- 
rrección de  su  Maestro  no  se  hubiera  producido,  no  habría  habido 
cristianismo,  por  lo  que  Wellhausen  ha  podido  decir  que  sin  su  muerte, 
Jesús  no  tendría  lugar  en  la  historia,  razón  por  la  cual  podría  ponerse 
como  epígrafe  de  toda  exposición  de  la  fe  ortodoxa  estas  palabras  de 
Pablo  en  su  primera  carta  a  los  Corintios  (15,  17)  :  "Si  Cristo  no  ha 
resucitado,  vana  es  nuestra  fe".  La  fe  en  el  Señor  Jesús  ha  venido  a  ser 
el  fundamento  de  una  religión  nueva,  que  pronto  separada  del  judaismo, 
se  ha  ofrecido  a  todos  los  hombres  como  la  vía  divina  de  la  salvación. 
Por  ella  aún  las  influencias  del  viejo  mito  oriental  del  dios  muerto  y 
resucitado  para  conducir  a  sus  fieles  a  la  vida  inmortal,  penetraron  en 
la  conciencia  de  las  comunidades  cristianas,  a  lo  menos  de  las  helenistas, 
y  transformaron  allí  prontamente  al  Mesías  judío,  héroe  ri/^cional  inin- 
teligible e  indiferente  a  los  griegos,  en  Jesucristo,  Señor  y  Salvador, 
Hijo  de  Dios  y  Vicario  de  Dios  en  el  mundo. 

En  la  predicación  de  Jesús  lo  esencial  era  la  inminencia  del  reino 
de  Dios;  mientras  que  en  la  predicación  apostólica  era  la  dignidad 
mesiánica  de  Jesús  y  su  próximo  retorno.  Todo  hacía  suponer  que  los 
apóstoles  tendrían  mucho  menor  éxito  que  su  Maestro  en  su  propaganda. 
Obtuvieron  sin  embargo,  algunas  docenas  de  partidarios,  y  conservaron 
la  benevolencia  del  pueblo  por  la  exactitud  de  su  piedad  judía  y  su 
asidua  concurrencia  al  Templo,  lo  que  prueba  cuan  lejos  estuvo  Jesús 
de  separarse  de  la  religión  de  Israel.  Consiguieron  algunos  adherentes 
en  las  aldeas  vecinas  de  Jerusalén  y  probablemente  entre  los  judíos  de 
raza;  escasas  conquistas  que  todo  hacía  prever  que  la  herejía  cristiana 
no  pasaría  de  la  generación  que  le  había  visto  nacer  y  que  pronto  los 
fieles  de  Jesús  de  Nazaret  se  perderían  en  el  olvido,  como  los  de  Juan 
Bautista  y  los  de  muchas  otras  pequeñas  sectas.  Esto  es  lo  que  hubiera 
ocurrido,  si  no  hubiera  intervenido  un  elemento  nuevo  que  vino  a 


164 


EL  MESIANISMO  JUDIO  DE  LA  DIASPORA 


cambiar  completamente  el  actual  estado  de  cosas;  la  esperanza  apostó- 
lica incapaz  de  arraigarse  en  el  terreno  judío,  prosperó  al  ser  transpor- 
tada al  terreno  griego,  iniciándose  así  la  primera  etapa  de  la  evolución 
del  cristianismo  {Le  Christianismc  antigüe,  ps.  66-69). 

EL  MESIANISMO  JUDIO  DE  LA  DIASPORA.  —  4741.  El  exclusivis- 
mo judío  de  los  apóstoles,  más  estrecho  aún  que  el  de  Jesús  no  les 
perrnitía  llevar  la  Buena  Nueva  a  los  paganos  y  les  era  imposible  con- 
seguir la  aceptación  del  Evangelio  por  hombres  que  previamente  no 
compartían  la  fe  judía.  Pero  gran  número  de  judíos  residían  fuera  de 
Palestina,  en  Egipto,  en  Cirenaica,  en  Antioquía,  en  Lidia,  en  Capadocea, 
en  Frigia,  en  Mesopotamia  y  hasta  en  Roma,  donde  existía  una  judería 
que  contaba  con  una  docena  de  miles  de  componentes.  Estos  judíos  de 
la  diáspora  tenían  cada  uno  su  propia  comunidad,  con  sus  jefes,  sus 
magistrados  propios,  su  justicia  y  sus  costumbres,  poseyendo  cada  una 
una  sinagoga  donde  todos  iban  a  leer  la  Ley.  orar  y  edificarse  mutua- 
mente. Los  príncipes  griegos,  sirios  o  egipcios,  habían  dejado  a  los 
judíos  obrar  a  su  voluntad,  y  concediéndoles  hasta  diversos  privilegios, 
cuyo  ejemplo  fue  seguido  por  los  romanos,  que  tenían  ampliamente  en 
cuenta  sus  prevenciones  y  sus  prejuicios,  tratando  en  lo  posible  de  tener 
miramientos  con  sus  susceptibilidades  religiosas. 

Esta  situación  excepcional,  así  como  la  singularidad  de  las  cere- 
monias de  la  sinagoga  considerada  por  el  vulgo  como  el  templo  sin  ritos 
de  un  dios  sin  imagen  y  sin  nombre;  la  circuncisión  y  las  restriccio- 
nes alimenticias  de  la  Ley  Mosaica,  contribuían  a  fomentar  muchas  ca- 
lumnias muy  desagradables  y  fácilmente  aceptadas  contra  ellos  por  el 
populacho,  como  por  ejemplo  de  practicar  el  asesinato  ritual  y  adorar 
una  cabeza  de  asno.  En  cambio  los  hebreos  de  la  diáspora  eran  gene- 
ralmente bien  vistos  de  las  gentes  ilustradas  a  quienes  chocaban  la  pue- 
rilidad mitológica,  la  grosería  ritual  y  la  escasa  moralidad  de  las  re- 
ligiones paganas  corrientes.  Así  los  judíos  del  exterior  no  cerraban  sus 
sinagogas  a  los  extranjeros  y  no  se  rehusaban  a  enseñar  a  los  que  que- 
rían conocer  la  Ley,  ya  traducida  en  griego.  Poco  a  poco  se  había  ido 
formando  alrededor  de  cada  sinagoga  una  clientela  de  prosélitos,  que 
eran  llamados  prosélitos  de  la  puerta,  algunos  de  los  cuales  llegaron  a 
convertirse  al  judaismo,  recibiendo  el  bautismo  purificador,  aceptando 
la  circuncisión  y  enviando  la  ofrenda  ritual  al  templo  de  Jerusalén. 
Otros  sin  ir  tan  lejos,  frecuentaban  regularmente  el  atrio  de  la  sinagoga 
y  contribuían  al  mantenimiento  de  la  misma,  llevando  una  vida  "judía" 
todo  lo  que  le  permitía  su  condición  social;  eran  llamados  "los  teme- 
rosos de  Dios",  siendo  muy  numerosos  alrededor  de  las  grandes  jude- 
rías de  Oriente  y  Egipto;  en  Roma  se  reclutaban  hasta  en  las  altas 


EL  MESIANISMO  JUDIO  DE  LA  DIASPORA 


Í65 


clases,  sobre  todo  entre  las  mujeres.  Como  consecuencia  de  todo  esto 
se  había  debilitado  su  antiguo  odio  a  los  gentiles,  sufriendo  la  influencia 
y  el  atractivo  de  la  cultura  helénica.  No  es  extraño  que  se  encontraran 
entre  ellos  intelectuales  como  Fidón,  el  tipo  de  los  judíos  helenizados, 
que  trataba  de  demostrar  en  Alejandría  que  las  revelaciones  de  Moisés 
y  sus  preceptos  concordaban  perfectamente  con  las  especulaciones  de 
Platón  y  de  Zenón.  Así  algunas  de  las  ideas  capitales  para  los  judíos 
palestinos  se  debilitaban  en  los  helenistas,  como  por  ejemplo  su  mesia- 
nismo,  en  vez  de  tener  la  forma  de  un  nacionalismo  estrecho  y  agresivo 
tendía  a  ser  figurado  como  la  conquista  del  mundo  a  la  verdad.  Por  lo 
que  la  simple  doctrina  apostólica  se  exponía  a  sufrir  graves  alteraciones 
al  transportarse  a  las  sinagogas  helénicas. 

Como  resultado  de  esas  combinaciones  sincretistas  surgieron  dis- 
tintas sectas,  en  la  colonia  judía  de  Mesopotamia,  bajo  la  influencia  del 
Irán,  donde  encontramos  el  mandeismo  (1),  sincretismo  judeo-babiló- 
nico,  que  parece  haber  seivido  de  fundamento  a  muchas  construcciones 
ulteriores.  Otra  colonia  judía  interesante  del  mismo  punto  de  vista  es 
la  de  Frigia.  "El  culto  propiamente  frigio  es  el  de  Cibeles  (La  Gran 
Madre)  y  de  Attis,  su  amante;  recibiendo  este  último  el  título  de  hip- 
sistos,  el  Altísimo,  de  origen  judío  que  responde  a  una  creencia  caldea, 
según  la  cual  la  morada  de  los  dioses  se  encuentra  encima  de  las  siete 
esferas  planetarias  y  del  cielo  estrellado.  Por  otra  parte,  un  juego  de  pa- 
labras identifica  a  Sabazios,  el  Júpiter  o  el  Dionisio  frigio,  a  Sabaoth 
( §  371 ) ,  y  se  perciben  lamentablemente  en  la  penumbra  de  documentos, 
sectas  semi-judías  de  hipsistios,  de  Sabbatistas  o  de  Sabastios  que  tienen 
una  misma  esperanza:  la  de  la  salvación  eterna,  de  la  vida  bienaventu- 
rada sin  fin,  obtenida  más  allá  de  la  muerte  por  la  intercesión  de  un 
Soter  o  Salvador  Divino.  La  comunión  entre  los  miembros  de  estas 
sectas  se  establece  por  su  participación  en  una  comida  litúrgica  y  mís- 
tica, con  valor  de  sacramento,  es  decir  que  confiere  a  los  convidados 
una  gracia  divina  o  una  aptitud  particular  para  recibir  esa  gracia.  Com- 
binaciones análogas  se  producen  en  otras  partes,  en  Egipto  y  sobre  todo 
en  Siria,  ideas  que  influyeron  en  la  formación  religiosa  del  apóstol 
Pablo". 

Las  sectas  sincretistas  gnósticas  de  fondo  judío  se  extienden  pues 
poco  a  poco  alrededor  de  la  Palestina;  y  no  es  imposible  que  aún  desde 
antes  del  nacimiento  de  Jesús  ellas  se  hayan  más  o  menos  difundido 
a  causa  de  las  frecuentes  peregrinaciones  que  los  judíos  de  la  diáspora 
hacían  a  Jerusalén  en  las  grandes  fiestas  del  año  litúrgico.  El  escritor 
cristiano  del  siglo  IV,  Epifanio,  da  muchas  enseñanzas  sobre  estas 


(1)    Véase  LoisY,  Le  Mandéisme  et  les  origines  chrétiennes. 


166 


EL  MESIANISMO  JUDIO  DE  LA  DIASPORA 


"herejías  orientales",  citando  entre  otras  la  de  los  nazoreanos  extendida 
en  la  región  transjordánica,  en  Perea  antes  del  comienzo  de  nuestra 
era.  Sus  adeptos  rechazaban  el  culto  del  Templo;  pero  seguían  otras 
costumbres  judías  manifestándose  la  influencia  extraña  que  había  su- 
frido en  el  hecho  de  que  no  admitían  el  carácter  divino  de  la  Ley. 
Se  consideraban  como  santos  con  relación  a  los  otros  hombres,  así 
como  procedían  los  primeros  cristianos.  Estos  nazoreanos  eran  proba- 
blemente ardientes  mesianistas  y  quizá  daban  de  antemano  un  culto  al 
Mesías,  como  hacían  a  su  dios  salvador  las  sectas  más  profundamente 
paganas  en  su  sincretismo.  Todas  esas  sectas  tienen  de  común  entre  el 
judaismo  propiamente  dicho  y  las  religiones  del  Asia  Occidental,  este 
rasgo  de  adorar  un  Salvador  divino.  En  resumen,  los  judíos  y  sobre 
todo  los  semijudíos  de  la  diáspora,  acogían  con  mucha  mayor  facilidad 
las  enseñanzas  tocante  a  Jesús,  que  los  de  Jerusalén  y  de  Palestina. 
Así  no  es  extraño  que  la  fe  en  el  Cristo  Jesús  no  hiciese  sino  agregar 
un  elemento  nuevo,  un  componente  más  o  menos  poderoso  a  un  sincre- 
tismo bastante  complicado  entre  muchos  de  ellos  (Guignebert.  06.  cit., 
ps.  71-81). 


CAPITULO  XVIIl 


La  deificación  de  Jesús 


EL  KYRIOS  JESUS.  —  4742.  Según  hemos  visto  en  los  §  4628  y 
4723  Jesús  era  considerado  simplemente  como  un  hombre,  un  profeta, 
y  sólo  más  tarde,  gracias  a  las  lucubraciones  de  Pablo,  se  le  comenzó 
a  considerar  como  un  Dios.  La  fe  en  la  resurrección  de  Jesús  cpntribuyó 
a  que  se  le  considerara  como  el  esperado  Mesías  judío  y  se  le  diera  la 
denominación  de  "Señor"  (gr.  Kyrios),  ser  celeste  encarnado  en  Jesús 
que  llegó  a  ser  objeto  de  un  culto.  Esta  concepción  de  Kyrios  Christos 
nació  en  los  primeros  años  de  la  vida  de  la  Iglesia,  en  las  comunidades 
de  origen  helénico.  Sin  embargo,  entre  los  cristianos  de  origen  judío 
es  probable  que  no  prosperó  el  nuevo  nombre  de  Kyrios,  porque  en  la 
versión  de  los  Setenta  se  traducía  así  la  palabra  hebrea  Adondi  reser- 
vada al  Dios  único.  Por  el  contrario  el  vocablo  Kyrios  era  frecuente- 
mente empleado  por  los  griegos;  designaba  al  maestro  respetado,  o 
aún  a  los  dioses  salvadores,  adorados  en  Asia  Menor,  en  Siria  y  en 
Egipto.  La  expresión  primitiva  "Servidor  de  Dios"  (pa'ís  théou)  fue 
reemplazada  entre  los  cristianos  de  origen  griego  por  la  de  "hijo  de 
Dios"  (uíos  Théou)  tanto  más  fácilmente  cuando  en  griego  pciis  signi- 
fica a  la  vez  "servidor  e  hijo".  No  tardó  en  notarse  la  analogía  entre 
los  sufrimientos  de  Jesús  y  los  del  "servidor  de  Yahvé"  del  cap.  53  de 
Isaías,  porque  a  tales  sufrimientos  se  les  asignó  un  valor  expiatorio, 
así  como  lo  atestigua  Pablo  en  1^  Cor.  15,  13.  Existía  ya,  según  pa- 
rece, un  catequismo  apostólico,  "es  decir,  cierto  tipo  de  instrucción  re- 
ligiosa oral,  pues  Pablo  habla  de  catequistas  (Gal.  6,  6)  y  de  un  tipo 
(o  modelo)  de  doctrina"  (Rom.  6,  17). 

En  el  discurso  que  se  pone  en  boca  del  diácono  Esteban,  éste 
hizo  la  apología  de  la  religión  en  espíritu  y  en  verdad,  que  preparó  el 
cisma  entre  el  Evangelio  y  la  Ley,  abriendo  así  la  vía  a  San  Pablo, 
cuya  vida  y  doctrinas  hemos  anteriormente  estudiado  en  §  4728  y  ss. 
En  el  año  144  la  Iglesia  de  Roma  redactó  la  profesión  de  fe,  conocida 
con  el  nombre  de  Símbolo  de  los  Apóstoles,  en  la  que  se  lee:  "creo  en 
Dios  el  Padre  omnipotente  y  en  Jesucristo,  su  hijo  único,  nacido  del 


168 


LAS  DOCTRINAS  DEL  VERBO  Y  DEL  PADRE  ENCARNADO 


Espíritu  Santo  y  de  la  Virgen  María".  Algo  más  tarde  Justino,  nacido 
en  las  proximidades  del  año  100,  abrió  escuela  en  Roma,  alrededor 
del  año  145,  donde  enseñaba,  siguiendo  la  doctrina  del  alejandrino 
Filón,  que  Dios  había  encargado  de  organizar  y  administrar  el  uni- 
verso, a  un  intermediario  suyo,  servidor  llamado  la  Razón  de  Dios 
(gr.  Logos).  A  ese  Logos  los  cristianos  latinos  lo  denominaron  Verbum, 
que  ha  pasado  al  castellano  con  el  nombre  de  Verbo,  el  que  para  Jus- 
tino era  la  energía  divina  considerada  como  Razón.  Justino  enseñaba 
que  Jesús  era  el  Verbo  de  Dios,  que  un  día  había  penetrado  en  el 
seno  de  María  para  tomar  un  cuerpo.  Dios  para  procurarse  ese  inter- 
mediario había  proyectado  fuera  de  su  ser  una  porción  de  la  energía 
razonable  que  existía  eternamente  en  él.  Dios  se  transforma  en  Padre, 
porque  ha  proyectado  el  Verbo  que  es  su  hijo.  Verbo  que  al  tomar 
un  cuerpo  humano  en  el  seno  de  María,  fue  llamado  Jesús.  Jesús,  pues, 
aunque  siendo  Dios  él  mismo  no  es  sino  el  servidor  del  Dios  supremo, 
de  modo  de  quedar  así  salvado  el  monoteísmo;  lo  que  impidió  que  la 
Iglesia  de  Roma  donde  él  tenía  escuela,  condenara  esta  doctrina.  A  la 
muerte  de  Justino,  alrededor  del  año  175,  un  grupo  de  sus  ardientes 
discípulos  lograron  insertar  en  el  Evangelio  de  San  Juan  estas  pala- 
bras de  su  prólogo:  "en  el  principio  era  el  Verbo,  y  el  Verbo  era  con 
Dios  y  el  Verbo  era  Dios.  Él  estaba  en  el  principio  con  Dios.  Todas 
las  cosas  por  medio  de  él  fueron  hechas,  y  sin  él  ni  una  sola  cosa  de 
lo  que  ha  sido  hecho  fue  hecha ...  Y  el  Verbo  fue  hecho  carne,  y  habitó 
entre  nosotros.  El  Evangelio  de  Juan,  largo  tiempo  discutido,  fue 
admitido  como  canónico  hacia  el  año  185,  quedando  desde  entonces 
incluido  en  el  Canon,  junto  con  los  Sinópticos.  A  partir  de  esa  fecha 
quedó  asegurada  en  la  cristiandad  la  fortuna  del  Verbo,  personaje  que 
se  difundió  en  Alejandría  y  en  el  Oriente. 

LAS  DOCTRINAS  DEL  VERBO  Y  DEL  PADRE  ENCARNADO.  _  4743. 
Hacia  el  año  170  Ireneo,  como  era  una  doctrina  corriente  en  su  época 
en  el  Asia  Menor,  sostuvo  que  lo  invisible  de  Dios  ha  llegado  a  ser 
visible  y  lo  impalpable  se  ha  vuelto  palpable;  lo  que  hay  de  invisible  en 
el  Hijo  es  el  Padre  y  lo  que  hay  de  visible  en  el  Padre  es  el  Hijo.  Sos- 
tenía por  lo  tanto  que  Dios  penetró  él  mismo  en  el  seno  de  María  or- 
ganizándose allí  un  cuerpo.  En  consecuencia,  el  Creador  que  por  natu- 
raleza es  invisible  e  impalpable,  es  Dios  mismo  vuelto  visible  y  palpable. 
Dios  inmenso  e  infinito  no  era  Padre  antes  de  penetrar  en  el  seno  de 
María;  pero  llegó  a  serlo  el  día  que  engendró  un  cuerpo  que  es  su  hijo, 
llamado  Jesús. 

Nos  encontramos  pues,  ante  dos  cristologías:  la  de  Justino  según 
el  cual  Jesús,  el  Verbo  engendrado  desde  el  principio  del  mundo  se 
había  hecho  hombre  y  nacido  por  la  voluntad  de  Dios  para  la  salva- 


LAS  DOCTRINAS  DEL  VERBO  Y  DEL  PADRE  ENCARNADO 


169 


ción  de  la  humanidad;  y  segundo,  la  doctrina  de  Ireneo  que  Turmel 
explica  en  esta  forma:  "el  Espíritu  de  Dios  que  había  engendrado  a 
Jesús  era  la  paloma  divina  de  que  habla  la  escena  del  bautismo  (el 
Espíritu  Santo  descendió  sobre  él  bajo  forma  corporal  como  una 
paloma)".  Esta  paloma  había  fecundado  a  María  por  el  mismo  proce- 
dimiento que  antes  había  servido  a  Júpiter,  disfrazado  de  cisne  para 
volver  a  Leda,  madre  de  Castor  y  Pollux.  Así  Jesús  era  hijo  de  Dios  al 
modo  de  los  semi  dioses  paganos.  Jesús  vino  a  ser  pues,  el  creador 
mismo  transformado  en  un  cuerpo  y  convertido  en  padre  de  ese  cuerpo. 
Es  el  Padre  encarnado,  de  los  doctores  asiáticos  del  año  170.  Sin  su 
iniciativa  audaz  nadie  hubiera  tenido  la  idea  de  introducir  el  Cristo 
en  la  órbita  de  la  divinidad  (salvo  las  lucubraciones  de  Pablo  que 
mencionamos  anteriormente) .  Sin  la  iniciativa  audaz  de  aquellos  doc- 
tores asiáticos  de  la  filosofía  dualista  y  oriental,  Jesús  no  habría  sobre- 
pasado a  los  semidioses  del  paganismo,  que  a  pesar  del  privilegio  de 
su  nacimiento,  eran  hombres  como  nosotros;  pero  cuando  apareció  en 
el  cielo  cristiano  el  Dios  bueno  descendido  un  instante  sobre  la  Tierra 
para  arrancarnos  del  yugo  del  Dios  malo  y  después  regresar  al  cielo, 
esta  aparición  hechicera  sedujo  los  espíritus.  Desde  entonces  el  humilde 
mortal  fundador  del  movimiento  cristiano  fue  olvidado,  y  no  se  quiso 
tener  por  jefe  más  que  a  un  Dios  descendido  del  cielo  para  salvar  a 
los  hombres. 

He  aquí,  cómo  ocurrieron  los  sucesos.  En  las  cercanías  del  año 
190,  el  clero  romano  ganado  desde  algún  tiempo  al  Evangelio  de  San 
Juan  se  aprestaba  a  dar  su  adhesión  al  Verbo  de  ese  Evangelio,  cuando 
por  ese  entonces  llegó  a  Roma  un  doctor  asiático  llamado  Praxeas  que 
como  sus  compatriotas,  creía  en  el  Padre  encarnado.  Praxeas  trató  de 
apartar  a  los  romanos  de  esa  doctrina,  explicándoles  que  la  doctrina 
del  Verbo  era  retornar  al  politeísmo,  porque  el  Verbo  engendrado  por 
Dios,  era  necesariamente  un  Dios  distinto  del  Padre  y  que  ese  Verbo, 
enseñado  por  el  Evangelio,  no  había  que  tomarlo  literalmente.  Ter- 
tuliano, comprueba  la  eficacia  de  la  propaganda  de  Praxeas,  pues 
Víctor  el  obispo  de  Roma,  se  dejó  seducir  por  ella.  La  Iglesia  de  Roma 
para  conciliar  el  Evangelio  de  San  Juan  con  la  doctrina  del  Verbo, 
sostuvo  que  éste  era  una  propiedad  impersonal  y  eterna  de  Dios,  como 
la  justicia,  el  poder  y  la  bondad.  Desde  el  fin  del  siglo  II  había  pues 
dos  cristologías  en  presencia:  la  del  Verbo,  servidor  de  Dios,  "por 
quien  todo  ha  sido  hecho"  y  la  del  Padre  encarnado.  La  primera  reinó 
en  Alejandría,  extendiéndose  poco  a  poco  por  el  Oriente;  pero  es  re- 
chazada en  Occidente  salvo  por  Hipólito  y  Tertuliano.  La  segunda  sos- 
tenida en  Oriente  por  la  Iglesia  de  Antioquía  que  había  hecho  recien- 
temente la  conquista  de  la  Iglesia  oficial  de  Roma,  que  la  propagará 
por  todo  el  Occidente.  Esos  dos  Cristos  estuvieron  en  lucha  perpetua 


170 


LA  DOCTRINA  DEL  CONSUBSTANCIAL 


hasta  que  ambos  lograron  exterminarse  mutuamente.  Tres  son  las  fases 
de  esa  lucha:  1*?)  antes  del  concilio  de  Nicea,  del  año  325;  2^)  en 
Nicea;  y  3*?)  después  de  Nicea  (TüRMEL,  Jesús,  sa  divinisation,  ps.  8-15). 

LA  DOCTRINA  DEL  CONSUBSTANCIAL.  —  4744.  El  último  de  esos 
conflictos  entre  esos  dos  Cristos,  fue  provocado  en  el  año  268  por  Pablo, 
obispo  de  Samosata.  Ese  obispo,  acusado  de  rechazar  la  divinidad  del 
Cristo,  se  disculpó  diciendo  que  él  consideraba  a  Jesús  como  el  Verbo 
Consubstancial  con  el  Padre;  pero  el  concilio  de  Antioquía  compuesto 
de  85  obispos  orientales  condenó  ese  Consubstancial.  Esos  obispos  eran 
adictos  a  la  doctrina  de  Justino  y  del  cuarto  Evangelio:  creían  en  el 
Verbo,  servidor  del  Ser  Supremo,  cuya  función  era  la  de  ejecutar  las 
órdenes  de  su  Maestro.  El  ministro  no  puede  ser  idéntido  al  jefe  que  le 
da  órdenes,  y  del  cual  necesariamente  se  diferencia  y  como  el  término 
Consubstancial  designa  de  acuerdo  con  su  etimología,  el  poseer  la  mis- 
ma substancia  y  la  misma  esencia,  resulta  que  el  Verbo  no  puede  ser 
Consubstancial  como  el  Padre.  Así  se  explica  la  oposición  de  los  obispos 
del  concilio.  En  cambio  Pablo  de  Samosata  creía  en  la  presencia  del 
Verbo  en  Jesús;  pero  adoptaba  la  cristología  en  honor  a  Roma.  Su 
Verbo  era  una  propiedad  divina  como  la  justicia  y  la  bondad,  siendo 
por  lo  tanto  su  Verbo  idéntico  al  Padre;  por  lo  cual  manifestaba  ese 
hecho  por  el  vocablo  Consubstancial,  que  expresa  esa  idea.  Pero  cosa 
curiosa,  algunos  años  antes,  hacia  el  260,  Dionisio  de  Alejandría,  ardo- 
roso adepto  del  Verbo,  servidor  de  Dios,  había  sido  acusado  de  no 
considerar  al  Hijo  como  Consubstancial  con  Dios,  limitándose  en  conse- 
cuencia Pablo  de  Samosata  a  seguir  su  ejemplo.  Desde  la  mitad  del 
siglo  III  el  Consubstancial  es  el  vocablo  que  reúne  a  los  partidarios  del 
Padre  encarnado  y  del  que  se  alejan  los  defensores  del  Verbo  de  Justino. 
Es  pues,  la  piedra  de  toque  de  las  cristologías  discutidas. 

EL  ARRIANISMO.  —  4745.  Veamos  ahora  lo  ocurrido  en  el  concilio 
de  Nicea.  Este  fue  una  asamblea  de  obispos,  reunidos  en  Nicea,  en 
Bitinia,  el  año  325,  por  orden  del  emperador  Constantino.  Estos  obispos 
en  número  de  trescientos  pertenecían  todos  al  Oriente,  con  excepción 
de  seis  Occidentales.  Los  seis  Occidentales  y  cuatro  Orientales  eran  parti- 
darios de  la  cristología  romana  del  Padre  encarnado.  Los  restantes  miem- 
bros del  concilio  lo  eran  del  Verbo,  servidor  del  Dios  Supremo.  Era  ya 
un  problema  a  explicar,  cómo  una  asamblea  casi  enteramente  hostil  al 
Consubstancial,  pudo  redactar  una  profesión  de  fe  en  este  término.  Pero 
hay  aún  otro  enigma  lo  que  decidió  a  Constantino  a  formar  ese  concilio: 
era  un  conflicto  entre  dos  antagonistas:  Alejandro,  obispo  de  Alejandría 
con  uno  de  sus  sacerdotes  llamado  Arrio.  Profesaban  la  cristología  del 
Verbo,  servidor  de  Dios,  y  discutían  tan  sólo  sobre  la  extensión  de  las 


EL  ARRIANISMO 


171 


prerrogativas  de  ese  Verbo.  Así  Alejandro  aceptaba  la  innovación  de 
Clemente  de  Alejandría  y  de  Orígenes,  quienes  atribuían  al  Verbo  la 
Eternidad;  Arrio  la  rechazaba,  aunque  ambos  estaban  de  acuerdo  en 
considerar  al  Verbo  como  servidor  de  Dios.  Ese  conflicto  fue  designado 
generalmente  con  el  nombre  de  arrianismo.  Constantino  creía  haber  reci- 
bido de  Dios,  después  de  su  conversión  al  cristianismo  en  el  año  317, 
la  obligación  de  preservar  a  los  fieles  del  error  y  mantenerlos  en  la 
verdadera  fe,  que  era  la  que  el  mismo  emperador  profesaba  de  acuerdo 
con  sus  consejeros,  el  principal  de  los  cuales  era  Osio,  obispo  de  Cór- 
doba. Por  el  año  320,  al  saber  que  en  Egipto  acababa  de  estallar  una 
discusión  teológica,  resolvió  extinguir  inmediatamente  esa  tea  de  la 
discordia.  Su  citado  consejero  Osio,  que  era  partidario  de  la  fe  de  Roma, 
cuya  cristología  era  la  del  Padre  encarnado,  explicó  al  emperador  que 
el  Verbo  de  Arrio  era  herético  y  que  el  verdadero  Cristo  era  el  Consubs- 
tancial. En  posesión  de  esa  verdad,  Constantino  resolvió  hacer  beneficiar 
de  ella  a  toda  la  Iglesia  y  obligó  a  los  miembros  del  concilio  de  Nicea 
a  que  declararan  el  Consubstancial  como  profesión  de  fe.  Aunque  casi 
todos  ellos  eran  partidarios  del  Verbo  servidor  de  Dios,  tuvieron  que 
acceder  al  pedido  del  emperador  pues  éste  los  había  amenazado  con  el 
destierro,  si  rehusaban  adherir  a  la  causa  del  Consubstancial.  Por  esto, 
expresa  Turmel,  que  si  muchas  asambleas  religiosas  han  carecido  de 
sinceridad,  ninguna  ha  sido  desprovista  de  ella  en  mayor  grado  que  el 
concilio  de  Nicea.  Muerto  el  emperador  Constantino,  su  hijo  Constan- 
cio a  quien  le  tocó  el  Imperio  de  Oriente,  renunció  a  imponer  por  la 
fuerza  el  Consubstancial.  En  el  año  341  el  concilio  de  Antioquía  redactó 
un  nuevo  símbolo,  en  el  cual  se  lee:  "Creemos  en  un  solo  Señor,  Jesu- 
cristo. .  .  nacido  del  Padre  antes  de  los  siglos.  .  .  imagen  muy  semejante 
a  la  divinidad  de  la  esencia  del  Padre . .  .  creemos  también  en  el  Espíritu 
Santo . .  .  son  tres  por  substancia,  pero  uno  por  el  acuerdo  de  los  senti- 
mientos". 

Esa  decisión  del  concilio  de  Antioquía  aún  cuando  no  nombraba 
al  consubstancial,  venía  a  combatirlo,  por  las  siguientes  razones:  1°)  al 
declarar  que  Jesús  nació  del  Padre  antes  de  los  siglos,  mientras  que 
el  Cristo  consubstancial  había  sido  engendrado  por  la  primera  vez  en 
el  seno  de  María.  2*?)  Según  dicha  decisión  del  concilio  Jesús  es  la 
imagen  muy  semejante  a  la  divinidad  y  a  la  esencia  del  Padre.  Ahora 
bien,  no  se  confunde  con  su  modelo  pues  si  Jesús  es  la  imagen  de  la 
divinidad  misma,  la  esencia  del  Padre  no  es  el  Consubstancial.  3^)  Otro 
tercer  argumento  contra  éste  es  cuando  se  dice  que  la  unidad  del  Padre 
V  del  Hii  o  (y  también  del  Espíritu  Santo  del  que  se  comienza  a  hablar), 
no  es  la  substancia,  sino  el  acuerdo  de  los  sentimientos.  Libre  de  expre- 
sar su  creencia  por  la  primera  vez  después  de  15  años  la  Iglesia  de 
Oriente  aprovechó  esa  libertad  para  afirmar  que  el  símbolo  de  Nicea 


172 


EL  CONSUBSTANCIAL  DE  ATANASIO 


no  era  su  símbolo  y  que  la  cristología  del  Occidente  no  era  su  cristo- 
logia.  Los  remolinos  de  esa  guerra  se  prolongaron  por  más  de  medio 
siglo,  y  asi  la  Iglesia  de  Oriente  condenó  de  nuevo  el  simbolo  de  Nicea 
en  el  concilio  Oriental  de  Sárdica,  donde  ella  excomulgó  a  Julio,  obispo 
de  Roma  y  a  sus  amigos.  Nótese  que  desde  Nicea  el  episcopado  oriental 
se  dividía  en  dos  partidos,  división  que  se  prolongó  hasta  los  últimos 
años  del  siglo  IV.  Había  pues  partidarios  del  Verbo  eterno  imaginado 
por  Clemente  de  Alejandría  y  por  Orígenes;  y  hubo  también  partida- 
rios del  Verbo  no  eterno  de  Justino,  y  a  estos  últimos  que  constituían 
una  minoría,  se  les  denominaba  arríanos,  los  que  a  veces  lograron  obte- 
ner la  confianza  de  los  emperadores  de  Oriente  y  por  este  medio  consi- 
guieron imponer  su  teoría  particular  del  Verbo.  Sin  embargo,  ordina- 
riamente, arríanos  y  no  arríanos  olvidaban  como  en  Nicea  sus  diver- 
gencias para  unirse  contra  el  enemigo  común,  que  era  el  Cristo  consubs- 
tancial del  Occidente,  como  ocurrió  especialmente  en  Antioquía  y  en 
Sárdica. 

EL  CONSUBSTANCIAL  DE  ATANASIO.  —  4746.  El  Cristo  Consubs- 
tancial  o  sea  el  Padre  encarnado  del  Occidente,  era  inconciliable  con 
el  Verbo  servidor  de  Dios  sostenido  por  el  Oriente,  Atanasio,  obispo 
de  Alejandría  en  el  358  se  esforzó  en  fusionar  esos  dos  Cristos  inconci- 
liables. Para  comprender  su  empresa,  recuérdese  que  el  emperador  Cons- 
tantino en  el  concilio  de  Nicea  había  garantizado  a  la  sede  alejandrina 
la  hegemonía  religiosa  del  Egipto.  Como  Atanasio  tenía  la  misma  men- 
talidad del  Oriente  sus  convicciones  lo  alejaban  de  Nicea,  aunque  sus 
intereses  lo  adherían  a  ese  concilio  que  le  había  concedido  la  aludida 
hegemonía.  Para  conciliar  sus  intereses  con  sus  convicciones,  Atanasio, 
resolvió  el  problema  por  medio  del  verbalismo.  Al  efecto  Atanasio  ad- 
mitió que  los  miembros  de  una  misma  familia  son  verdaderamente  con- 
substanciales los  unos  con  los  otros,  en  virtud  de  que  tienen  la  misma 
substancia,  la  misma  naturaleza  genérica.  Con  estas  premisas  el  Verbo, 
servidor  de  Dios,  reunía  las  condiciones  requeridas  para  llamarse  con- 
substancial con  Dios,  el  Padre.  Ateniéndose  pues  a  las  palabras,  esta 
operación  realiza  la  síntesis  de  los  dos  Cristos,  bien  que  este  nuevo 
consubstancial  no  tiene  más  que  el  nombre  común  con  el  consubstancial 
de  Roma  y  de  Nicea,  pues  en  el  fondo  es  el  Verbo  de  los  Orientales 
recubierto  con  la  librea  admitida  por  el  Occidente. 

4747.  Esta  táctica  que  consistía  en  pensar  como  el  Oriente  y  hablar 
como  el  Occidente,  ya  había  sido  inaugurada  por  Denys  de  Alejandría 
hacia  el  año  266,  táctica  que  no  fue  explotada  en  Nicea.  Atanasio  triunfó 
aunque  el  triunfo  llegó  sólo  después  de  su  muerte.  En  el  381  la  Iglesia 
de  Oriente  aceptó  el  Consubstancial  de  Atanasio,  que  no  modificaba 
nada  su  cristología.  Pero  Roma  sólo  cedió  en  las  proximidades  de  380 


EL  CONSUBSTANCIAL  DE  AGUSTIN 


173 


a  la  intervención  de  San  Basilio,  que  consiguió  el  apoyo  de  San  Am- 
brosio quien  logró  hacer  intervenir  al  emperador  Valentiniano  en  favor 
de  su  tesis.  En  el  380  el  papa  Damasio  enseñó  que  el  Verbo  había  sido 
siempre  el  Hijo  y  que  su  generación  procedía  de  las  profundidades  de 
la  eternidad.  Decreto  revolucionario  pues  hasta  él,  el  Cristo  de  Roma 
era  el  Padre  encarnado  penetrando  en  el  seno  de  María  y  transformán- 
dose allí  en  un  cuerpo  que  se  llamaba  su  hijo.  Investido  por  Damasio 
de  una  generación  anterior  a  los  tiempos,  el  Hijo  no  había  nacido  por 
la  primera  vez  en  el  seno  de  María  y  poseía  desde  la  eternidad  una 
individualidad  distinta  de  la  individualidad  del  Padre. 

4748.  Ampliando  estos  datos  que  tomamos  de  Turmel,  recordemos 
que  Constantino  murió  en  mayo  del  337  cuyos  tres  hijos  no  tenían  las 
mismas  preferencias  teológicas.  En  Oriente  Constancio  se  pronunció  en 
favor  de  los  arrrianos;  y  en  Occidente  sus  otros  dos  hermanos  se  decla- 
raron por  la  ortodoxia:  pero  los  tres  estuvieron  de  acuerdo  en  decretar 
medidas  de  clemencia,  y  al  efecto  llamaron  a  todos  los  obispos  desterra- 
dos. Atanasio  falleció  en  mayo  del  373  y  su  vida  fue  muy  dramática 
pues,  tan  pronto  se  le  reconocía  como  patriarca  de  Alejandría,  como 
era  excomulgado  en  los  distintos  concilios  o  sínodos  que  ocurrieron 
desde  el  concilio  de  Nicea  hasta  el  373.  Para  no  extendernos  en  detalles, 
notaremos  tan  sólo  que  estuvo  cinco  veces  excomulgado  y  desterrado. 
En  una  de  las  veces  que  fue  desterrado,  el  sínodo  de  Antioquía  nombró 
como  sucesor  suyo  a  Gregorio  de  Capadocea,  el  que  se  apoderó  no  sin 
violencia,  de  muchas  iglesias  de  Alejandría  con  el  apoyo  del  prefecto 
de  Egipto.  De  las  violencias  ocurridas  en  la  Iglesia  durante  ese  período 
da  fe  el  hecho  que  el  citado  Gregorio  de  Capadocia  fue  asesinado  en 
el  curso  de  una  asonada.  En  el  papado  de  Liberio,  sucesor  de  Julio  en 
la  sede  de  Roma,  Atanasio  tuvo  que  sufrir  muchas  vejaciones.  En  su 
Iglesia  (la  de  Santo  Tomás)  fue  atacado  de  noche  mientras  que  él 
presidía  al  culto;  se  mantuvo  bravamente  en  su  sede,  pero  algunos 
monjes  consiguieron  sacarlo.  Excomulgado  por  los  obispos  por  orden  de 
Constancio,  partió  para  su  tercer  destierro  entre  los  solitarios  del  Alto 
Egipto,  debiendo  errar  a  través  de  los  desiertos,  deteniéndose  en  las 
ermitas  y  en  los  monasterios.  Atanasio  desterrado  por  la  quinta  vez, 
ermaneció  oculto  durante  cuatro  meses  cerca  de  Alejandría  en  la  tum- 
a  de  su  padre;  pero  el  emperador  inquieto  de  las  sediciones  que 
estallaron  en  la  ciudad  entonces  lo  dejó  entrar.  El  valiente  patriarca 
murió  allí  el  2  de  mayo  del  373  siendo  su  memoria  venerada  en  la  Igle- 
sia (Fargues,  Ob.  cit.  Tomo  II,  ps.  27-45). 

EL  CONSUBSTANCIAL  DE  AGUSTIN.  —  4749.  Al  fin  del  siglo  IV, 
el  Cristo  de  Atanasio  fue  aceptado  por  las  dos  fracciones  de  la  Iglesia. 
Pero  medio  siglo  más  tarde,  no  quedaba  de  él  ninguna  huella  en  la 


174 


EL  CONSUBSTANCIAL  DE  AGUSTIN 


Iglesia  de  Occidente.  Al  reformador  Atanasio  sucede  otro  reformador 
más  poderoso  aún,  Agustin,  obispo  de  Hipona.  Y  el  Cristo  de  Agustín 
suplantó  en  Occidente  al  Cristo  de  Atanasio.  Recordamos  que  la  cris- 
tología  de  Atanasio  se  basaba  en  que  cada  uno  de  nosotros  tiene  una 
naturaleza  idéntica  a  la  de  su  padre;  pero  esta  identidad  es  genérica. 
Hay  pues,  un  abismo  entre  esta  semejanza  con  nuestros  padres  y  la 
identidad  con  ellos.  Tenemos  una  personalidad  nuestra  que  no  es  la  de 
nuestros  padres,  así  como  nuestra  actividad  tampoco  se  confunde  con  la 
actividad  de  ellos.  Estos  principios  se  aplican  al  Cristo  de  Atanasio.  En 
realidad  el  Cristo  de  Atanasio,  antes  de  su  encarnación  se  asemeja  a 
Dios  el  Padre  y  nada  más,  pues  posee  una  actividad  que  le  es  propia. 
Por  ejemplo,  en  el  origen  de  los  tiempos  es  el  Verbo  o  Hijo  no  aún 
encarnado  que  forma  al  mundo  por  orden  del  Padre.  La  actividad  del 
Padre  ha  consistido  en  dar  órdenes,  mientras  que  la  actividad  del  Ver- 
bo ha  consistido  en  ejecutarlas.  Lo  mismo  ocurre  con  las  teofanías,  o 
sea  con  las  apariciones  divinas  a  los  patriarcas.  Fue  el  Verbo  y  no  Dios 
el  Padre  que  paseó  con  Adán  en  el  paraíso  terrestre,  y  fue  él  también 
el  que  apareció  a  Abraham  así  como  a  los  otros  patriarcas.  En  conse- 
cuencia, este  Verbo  es  un  Dios  distinto  del  Dios  el  Padre,  por  lo  tanto 
el  Verbo  y  su  Padre  forman  dos  dioses,  como  así  cada  uno  de  nosotros 
y  su  padre  formamos  dos  hombres.  En  la  doctrina  de  Atanasio  hay  pues 
dos  dioses  a  saber,  el  Padre  y  el  Hijo,  cuya  pretendida  unidad  no  es 
más  que  una  semejanza  (hay  aún  tres  dioses  contando  con  el  Espíritu 
Santo,  que  en  Atanasio  es  una  persona  como  el  Verbo). 

Agustín  vio  esto  y  para  hacer  desaparecer  ese  disimulado  poli- 
teísmo sostuvo  que  las  personas  divinas  cuando  se  ponen  en  relación 
con  el  mundo,  no  intervienen  con  actos  propios  a  una  u  otra  de  ellas. 
La  actividad  que  despliegan  entonces  es  la  de  la  naturaleza  divina, 
que  les  es  común  a  todas.  No  fue  el  Verbo  quien  por  las  órdenes  del 
Padre  ha  creado  el  mundo,  ni  fue  él  quien  apareció  antes  a  Adán  y  a 
los  patriarcas,  ni  él  quien  haya  formado  en  el  seno  de  María  el  cuerpo 
del  Cristo.  Todas  estas  operaciones  fueron  realizadas  por  la  naturaleza 
divina  común  a  las  tres  personas.  La  unidad  que  el  Verbo  tiene  con 
el  Padre  no  es  pues  la  unidad  genérica  que  existe  entre  los  miembros 
de  una  misma  familia,  sino  una  unidad  numérica,  ateniéndonos  a  que 
ambos  tienen  la  misma  substancia.  Por  lo  tanto  el  Padre  y  el  Verbo 
no  forman  sino  un  solo  Dios,  puesto  que  la  unidad  absoluta  de  sus- 
tancia excluye  toda  dualidad.  La  cristología  de  Agustín  es  una  refun- 
dición completa  de  la  cristología  de  Atanasio  y  como  esta  última  era 
la  cristología  del  prólogo  del  cuarto  evangelio  que  circulaba  bajo  el 
pabellón  engañoso  del  Consubstancial,  la  cristología  de  Agustín  resolvió 
el  problema,  donde  había  escollado  el  prólogo  de  San  Juan  y  todo  el 
Oriente  (añadamos  el  Occidente  desde  Damasio).  Examinemos  ahora 


EL  CONSUBSTANCIAL  DE  AGUSTIN 


175 


la  teoría  de  Agustín  que  sustituyó  a  la  unidad  genérica  de  Atanasio 
la  unidad  numérica.  ¿Pero  dónde  encontrar  una  diferenciación  entre 
la  substancia  del  Verbo  idéntico  a  la  del  Padre?  Pero  si  se  objeta  que 
donde  hay  una  generación  hay  necesariamente  una  diferencia,  puede 
preguntarse  si  se  puede  encontrar  una  generación  allí  donde  la  unidad 
es  absoluta.  Decir  que  una  substancia  se  engendra  a  sí  misma  es 
una  insensatez.  Sin  embargo,  a  esto  es  lo  que  se  llega  cuando  se  de- 
clara que  en  la  substancia  divina,  absolutamente  una,  existe  un  gene- 
rador y  un  engendrado.  En  resumen,  las  personas  divinas  interpre- 
tadas por  Atanasio  no  escapan  al  politeísmo  sino  con  la  ayuda  de  la 
logomaquia.  Interpretada  por  Agustín,  para  mantenerse  necesitan  igual- 
mente de  la  logomaquia.  Decir  como  enseña  la  Iglesia:  "El  dogma  de  la 
Trinidad  contendría  una  contradicción  si  enseñara  que  hay  a  la  vez  un 
Dios  y  tres  dioses;  pero  enseña  que  no  hay  más  que  un  Dios  y  tres 
personas  en  Dios  y  esto  no  es  una  contradicción".  Esta  respuesta  es  un 
simple  juego  de  palabras  que  descansa  enteramente  sobre  el  vocablo 
persona,  que  en  el  sistema  de  Agustín  no  tiene  ningún  sentido. 

Turmel  de  quien  tomamos  estos  interesantes  datos  termina  su  eru- 
dito trabajo  manifestando  lo  siguiente,  que  resumimos:  "al  principio  de 
nuestra  era  los  judíos  profesaban  el  monoteísmo,  es  decir,  la  creencia 
en  un  solo  Dios.  Los  primeros  cristianos  que  eran  judíos  de  origen 
fueron  también  partidarios  del  monoteísmo.  Al  cabo  de  muy  pocos  años 
el  salmo  2  en  el  que  creían  ver  una  profecía  mesiánica  los  llevó  a  pro- 
clamar a  Jesús  como  Hijo  de  Dios.  Pero  esta  filiación  era  para  ellos 
puramente  adoptiva  y  no  cambiaba  nada  la  condición  de  Jesús  que 
permanecía  siendo  un  hombre.  El  monoteísmo  no  estaba  pues  en  pe- 
ligro. La  situación  cambió  el  día  en  que  Jesús  llegó  a  ser  Dios,  sin 
cesar  de  ser  Hijo.  Un  Hijo  se  diferencia  necesariamente  de  su  padre, 
de  modo  que  la  doctrina  de  un  Dios  Hijo,  que  suponía  por  definición 
un  Dios  Padre,  introducía  dos  dioses  suprimiendo  el  monoteísmo,  que 
había  sido  hasta  entonces  la  base  del  movimiento  cristiano.  Los  dos 
términos  de  la  antinomia  siendo  irreductiblemente  opuestos  obligaban 
a  hacer  una  opción:  optar  por  el  monoteísmo  y  sacrificar  uno  de  los  dio- 
ses, o  mantener  los  dos  dioses  y  abandonar  el  monoteísmo.  La  elección 
era  en  todo  caso  inevitable,  si  se  quería  proceder  con  claridad;  pero 
esta  actitud  fue  justamente  la  única  que  nadie  quiso  seguir.  En  Oriente 
se  dio  la  preferencia  a  los  dos  Dioses;  Roma,  por  el  contrario  se  pro- 
nunció netamente  por  el  monoteísmo,  rehusándose  a  abandonar  el  otro 
de  los  términos  de  la  antinomia.  Roma  pensó  salvar  al  Dios  Hijo  pro- 
clamando que  este  Dios  Hijo  era  el  Padre  mismo  transformado  en 
cuerpo  en  el  seno  de  María.  El  Oriente  explicó  que  los  dos  Dioses, 
Padre  e  Hijo  no  ocasionaban  ningún  obstáculo  al  monoteísmo.  Y  por 
medio  de  una  logomaquia  sabia,  que  confundía  los  problemas  y  se 


176 


ORACION  IMAGINARIA  DEL  CRISTO 


imponía  a  los  ingenuos,  trató  de  conciliar  lo  inconciliable.  Tal  fue  lo 
que  se  hizo  antes  de  Agustín.  Este  apegado  por  su  cultura  filosófica 
al  estricto  monoteísmo,  aplicó  sus  esfuerzos  a  salvar  la  unidad  de  la 
substancia  divina.  Pero  quiso  obtener  este  resultado  sin  renunciar  al 
Dios  Hijo,  caro  al  Oriente.  Y  como  la  empresa  era  quimérica  se  vió 
obligado  a  efectuar  lo  que  habían  hecho  sus  predecesores  o  sea  hacer 
juego  de  manos  con  las  palabras.  Según  él  las  tres  personas  divinas 
se  distinguen  las  unas  de  las  otras  porque  cada  una  de  ellas  tiene  una 
propiedad  propia  que  le  impide  confundirse  con  los  otros  (paternidad, 
filiación,  aspiración  recibida).  Sin  embargo,  las  tres  no  son  más  que 
un  solo  Dios  porque  ellas  tienen  la  misma  esencia  sin  ninguna  altera- 
ción. Pero  he  aquí,  el  dilema  al  cual  no  se  ha  podido  escapar:  o  estas 
propiedades  que  diferencian  las  personas  las  unas  de  las  otras  son  cosas 
reales,  o  no  son  sino  productos  imaginarios.  En  el  primer  caso  cada 
persona  posee  la  esencia  divina  con  algo  más  que  ella  es  la  única  en 
poseer  y  entonces  hay  tres  esencias  diferentes,  luego  tres  Dioses.  En  el 
segundo  caso,  las  personas  no  se  han  diferenciado  las  unas  de  las  otras 
en  nada,  por  tanto  ellas  desaparecen:  no  hay  más  que  un  sólo  Dios; 
pero  no  hay  tres  personas.  Todos  los  cristianos  verían  claramente  los 
sofismas  de  Agustín  si  tuvieran  la  libertad  de  juzgar;  pero  no  la  tienen. 
Desde  largos  siglos  las  especulaciones  de  este  doctor  sobre  la  Trinidad 
han  sido  erigidas  en  dogmas.  La  Iglesia  Romana  las  presenta  como  dones 
del  cielo  que  se  deben  aceptar  so  pena  de  condenación.  Al  inclinarse 
ante  los  dones  del  cielo,  no  se  les  discute  y  para  no  tentarse  a  discutirlo 
se  cierra  los  ojos  ante  ellos.  He  aquí,  lo  que  hacen  los  cristianos  por 
orden  de  la  Iglesia:  cierran  los  ojos,  y  para  tranquilizarse  dicen  que 
la  Trinidad  es  un  misterio  superior  a  la  razón;  infalible  receta  para 
aceptar  cualquier  cosa.  Pero  a  aquellos  que  no  rehusan  ver,  a  aquellos  que 
abren  los  ojos,  se  les  impone  el  siguiente  veredicto:  "el  dogma  de  la 
Trinidad  tal  como  la  Iglesia  lo  enseña  hoy  es  un  tejido  de  contradiccio- 
nes elaborado  por  la  sofística  agustiniana  con  la  ayuda  de  la  logoma- 
quia" (TuRMEL,  Ob.  cit.,  ps.  16-29). 

ORACION  IMAGINARIA  DEL  CRISTO.  —  4750.  Si  Jesús  volviera  a 
la  vida,  al  conocer  todos  estos  sucesos  relacionados  con  su  obra,  no 
hubiera  podido  menos  que  dirigir  a  Dios  una  plegaria  por  el  estilo  de 
la  siguiente:  Señor  Dios,  quiero  expresarte  mis  sentimientos  al  examinar 
de  cuan  distinto  modo  ha  sido  juzgada  mi  obra;  a  mí,  humilde  carpin- 
tero de  una  desconocida  aldea  de  Galilea,  se  me  hace  aparecer  como 
pretendiendo  igualarme  a  ti  el  Ser  Supremo  del  universo.  Criado  en  un 
ambiente  sumamente  religioso  e  inspirándome  en  nuestros  libros  sa- 
grados, creí  a  lo  más  poder  ser  el  Mesías  anunciado,  o  sea  un  enviado 


ORACION  IMAGINARIA  DEL  CRISTO 


177 


tuyo  para  enseñar  en  tu  nombre  la  justicia,  la  paz  y  el  amor  entre  mis 
semejantes.  Nunca  creí  fundar  una  religión  nueva,  sino  elevar  o  espiri- 
tualizar la  reinante  en  mi  país.  Nunca  imaginé  crear  esa  sociedad  de 
fieles,  que  se  denomina  la  Iglesia,  siendo  por  lo  mismo  ignorante  de  su 
constitución,  la  que  aparezco  fundándola  sobre  uno  de  mis  discípulos,  el 
impetuoso  Simón  Pedro,  el  mismo  que  en  el  momento  de  peligro  negó 
conocerme;  pero  después  de  mi  muerte  me  creyó  resucitado.  Igualmente 
en  los  Evangelios  Sinópticos  figuro  oponiéndome  a  la  violencia,  ense- 
ñando el  amor,  el  perdón  a  nuestros  enemigos,  y  sin  embargo  en  las 
discusiones  entre  personajes  importantes  de  esa  Iglesia,  como  ser  los 
obispos,  uno  de  ellos  titulado  patriarca  de  Alejandría,  Gregorio  de  Ca- 
padocia,  fue  vilmente  asesinado  con  motivo  de  esas  querellas.  Ante  esos 
absurdos  y  contradicciones  no  es  extraño  que  algunos  hayan  llegado 
hasta  negar  mi  existencia  personal,  del  mismo  modo  que  otros  meditan- 
do sobre  la  imposibilidad  de  admitir  un  mundo  tan  imperfecto  como 
éste  en  el  que  vivimos,  hayan  negado  tu  propia  existencia.  En  efecto, 
cuesta  admitir  que  tú,  la  soberana  perfección,  hayas  creado  esta  Tierra 
sujeta  a  terremotos,  a  desvastadoras  inundaciones,  tifones  y  otros  fenó- 
menos terroríficos  de  toda  índole,  y  lo  que  es  peor  aún,  que  hayas 
creado  al  hombre  con  tendencias  belicosas  de  manera  que  desde  el 
principio  que  vio  la  luz,  comenzó  a  pelearse  con  sus  semejantes,  utili- 
zando para  ello  palos  y  piedras,  hasta  llegar  a  crear  armas  tan  terri- 
bles que  los  mismos  humanos  están  empeñados  hoy  en  evitar  que  se 
sigan  formando  otras  nuevas.  Tú,  pues,  lo  mismo  que  yo,  hemos  fra- 
casado en  nuestras  respectivas  obras,  de  manera  que  hoy,  como  al  prin- 
cipio de  mi  carrera  debería  proseguir  en  la  misma  prédica  que  al 
comienzo  de  ella:  "Arrepentios  que  se  acerca  el  reino  de  Dios",  en  el 
cual  imperará  la  armonía  en  la  humanidad  y  la  justicia  social. 


CAPITULO  XIX 


Conclusión 


4751.  Hemos  llegado  al  fin  de  nuestro  trabajo,  siendo  nuestras 
conclusiones  sobre  Jesús,  las  siguientes:  Jesús  se  nos  aparece  como  un 
joven  que  nacido  en  un  medio  esencialmente  religioso,  se  creyó  pro- 
feta o  más  bien  el  anunciado  Mesías,  predicho  en  los  libros  sagrados, 
que  libertaría  a  Israel  de  sus  opresores,  e  inauguraría  el  reino  de 
Dios  en  el  mundo  trayendo  la  paz  y  la  felicidad  a  los  seres  huma- 
nos. Tan  convencido  llegó  a  estar  de  esto  y  tan  confiado  en  la  omnipo- 
tencia de  Dios,  que  se  atrevió  a  ir  a  Jerusalén,  en  medio  de  sus  ene- 
migos, esperando  que  la  divinidad  atestiguara  definitivamente  su 
carácter  mesiánico  y  pudiera  así  realizar  su  soñada  obra.  Sabemos  que 
ese  viaje  fue  un  rotundo  fracaso,  que  le  costó  morir  ignomiosamente 
crucificado.  Sin  embargo,  después  de  esa  muerte  intervino  un  hombre 
que  con  sus  lucubraciones  contribuyó  a  la  gloria  posterior  de  Jesús; 
ese  hombre  fue  Saulo  de  Tarso,  más  conocido  con  el  nombre  de  "el 
apóstol  Pablo".  Este  aceptando  las  ideas  generalizadas  de  las  religiones 
orientales  de  la  época,  que  admitían  la  existencia  de  dioses  que  eran 
muertos  y  luego  resucitaban  para  asegurar  la  inmortalidad  de  sus  adhe- 
rentes,  juzgó  que  Jesús  podría  ser  considerado  en  el  grupo  de  esos 
dioses  salvadores.  Para  realizar  tan  extraordinario  plan,  comenzó  por 
divinizar  a  Jesús,  y  así  en  la  Epístola  a  los  Colosenses  afirma  que  en 
Jesús  reside  toda  la  plenitud  de  la  deidad  corporalmente,  o  sea,  que 
Jesús  es  un  dios,  hijo  de  Yahvé.  Pero  como  el  dios  israelita  Yahvé  ha 
sido  transformado  en  el  Dios  universal,  resulta  este  Ser  Supremo  de 
una  deidad  arbitraria,  pues  permitió  que  asesinaran  a  su  inocente  hijo, 
para  él  poder  perdonar  a  los  pecadores,  cosa  que  él  hubiera  podido  rea- 
lizar plenamente  sin  autorizar  la  comisión  de  aquel  crimen.  En  virtud, 
pues,  de  tan  arbitraria  concepción,  vino  a  convertirse  Jesús  en  el 
Macho  Cabrío  o  Emisario  de  la  humanidad,  cuyos  pecados  lleva  sobre 
sus  hombros,  para  que  por  él  pueda  otorgarse  el  perdón  a  los  culpables. 
Además  la  tesis  de  la  redención  de  la  humanidad  pecadora  por  la 
muerte  del  justo  Jesús,  no  coincide  con  la  doctrina  de  la  responsabilidad 


CONCLUSION 


179 


personal,  tan  ardorosamente  sostenida  por  Ezequiel  (§  3805-3813).  Cada 
uno  sufrirá  la  pena  de  sus  faltas  personales,  las  que  en  consecuencia  no 
podrán  ser  cubiertas  por  la  sangre  de  un  inocente. 

Escrito  lo  que  antecede  encontramos  en  el  libro  de  P.  Fargues, 
Histoire  du  Christianisme,  T.  I,  ps.  51-52,  lo  siguiente  que  concuerda 
con  lo  que  acabamos  de  exponer:  "La  muerte  de  Cristo  en  el  Calvario 
ha  sido  considerada  por  la  Iglesia  cristiana  como  un  sacrificio  desti- 
nado a  expiar  los  pecados  de  los  hombres.  Los  partidarios  de  esta 
doctrina  invocan  los  testimonios  bíblicos  que  aluden  a  ella  o  la  en- 
señan, y  la  inmensa  influencia  espiritual  que  ella  ha  ejercido  sobre  las 
almas.  Por  el  contrario  profundos  pensadores  cristianos  como  Carlos 
Secretan,  en  La  Civilización  y  la  Creencia,  p.  364,  ss;  Enrique  Bois, 
en  La  persona  y  la  obra  de  Jesús,  y  otros  aún,  destacan  las  dificultades 
morales  e  históricas  que  obstan  a  esa  doctrina.  La  conciencia  protesta 
contra  la  idea  que  Dios  hubiera  necesitado  para  perdonar,  del  martirio 
atroz  de  un  inocente,  y  que  una  explicación  puramente  moral  hubiera 
bastado  para  inclinarla.  .  .  Añadamos  que  esta  teoría  es  extraña  al 
pensamiento  de  Cristo.  La  expiación  él  la  proclamó  con  energía;  pero 
la  hizo  consistir  no  en  la  horrible  tragedia  de  sus  sufrimientos  y  de  su 
muerte,  sino  en  el  drama  del  arrepentimiento,  terminando  en  un  himno 
de  fe,  vuelto  posible  en  su  plenitud,  por  su  acción  sobre  las  almas. 
"Jesús,  dice  el  profesor  Enrique  Bois,  sin  haber  nunca,  en  ningún 
momento,  considerado  su  muerte  como  necesaria  en  virtud  de  un  de- 
creto divino,  la  consideró  en  cierta  época  de  su  vida,  como  inevitable 
si  quería  persistir  en  ser  el  Mesías  espiritual,  y  por  consiguiente,  como 
obligatoria,  porque  él  encaraba  como  una  obligación  permanecer  fiel 
a  su  vocación.  Él  se  sustituyó  a  nosotros,  no  para  aplacar  a  un  juez 
irritado  o  para  satisfacer  una  ley  implacable,  sino  para  realizar  en  la 
humanidad  la  santidad  que  el  hombre  pecador  es  incapaz  de  realizar, 
para  fundar  así  una  humanidad  nueva  y  dar  a  los  hombres  pecadores 
la  posibilidad  de  llegar  a  ser  miembros  de  ella"  (Ob.  cit.,  ps.  62,  75). 
En  realidad  los  textos  evangélicos  que  anuncian  los  sufrimientos  del 
Cristo,  no  le  asignan  en  general  un  valor  expiatorio  (Mat.  16,  21;  21, 
19;  Marc.  8,  31;  9,  12;  12,  8;  Luc.  9,  18;  13,  32;  18,  33;  20,  14). 
A  veces  los  presentan  como  el  paso  arduo  de  la  vida  humilde  de  Jesús 
a  su  gloria  mesiánica  (Luc.  24,  26).  Hay  en  verdad  dos  textos  que  ha- 
blan de  expiación:  el  de  Marcos  10,  45  sobre  el  "rescate"  y  el  de  Mat. 
26,  28  sobre  la  "remisión  de  los  pecados". 

El  texto  de  Marcos  10,  45  dice  así:  "porque  aun  el  Hijo  del 
hombre  no  vino  para  ser  servido,  sino  para  servir,  y  para  dar  su  vida 
en  rescate  por  rhuchos".  Comentando  este  pasaje  Loisy  escribe:  "El 
Hijo  del  hombre  se  ha  sometido  a  la  regla  que  él  quiere  inculcar 


180 


CONCLUSION 


a  sus  discípulos  en  lugar  de  venir  como  un  príncipe  que  se  hace  servir, 
él  ha  venido  como  un  servidor  que  trabaja  por  otro.  Pero  su  trabajo 
tiene  este  rasgo  único,  que  él  tenía  que  sacrificar  su  propia  vida  para 
la  salvación  del  gran  número.  Su  vida  es  el  rescate  que  da  para  la 
redención  de  los  hombres.  Ella  es  dada  sin  reserva;  pero  todos  no 
aprovechan  de  este  supremo  sacrificio;  por  lo  cual  se  dice  que  es 
"dada  por  muchos".  El  redactor  ha  colocado,  según  Pablo  (cf.  Rom. 
15,  3;  Fil.  2,  7-8;  Gál.  1,  4;  2,  20),  el  servicio  esencial  del  Cristo  en 
su  muerte  redentora.  Jesús  mismo  lo  entendía  de  su  vida  o  de  su  de- 
voción a  su  obra  en  la  vida  y  en  la  muerte.  La  idea  de  su  vida 
dada  en  rescate  pertenece  a  otra  corriente  que  la  del  servicio,  y  el  Hijo 
del  hombre  que  viene  a  rescatar  a  los  hombres  por  su  muerte  es  el 
Cristo  místico,  el  ser  divino  que  se  humilla  en  la  carne  para  la  salvación 
de  los  predestinados,  no  el  predicador  que  salió  de  Nazaret  para  anun- 
ciar el  próximo  advenimiento  del  reino  de  Dios"  (L'Evan.  selon  Marc, 
ps.  310-311).  (Siempre  la  misma  idea  arbitraria  de  considerar  a  Jesús 
como  el  Macho  Cabrío  Emisario  que  según  el  Levítico  lleva  los  pecados 
del  pueblo  a  Azazel  en  el  desierto  §  4041-4046  ;  4659).  En  el  N.  T. 
no  se  insiste  en  la  doctrina  monstruosa  de  la  redención,  lo  cierto  es 
que  ella  se  desprende  de  todo  lo  que  se  enseña  sobre  la  muerte  de 
Jesús  considerada  necesaria  e  indispensable  para  la  salvación  de  la  hu- 
manidad pecadora,  siendo  simple  tautología  lo  manifestado  por  el  pro- 
fesor Enrique  Bois  de  que  esa  muerte  se  efectuó  para  que  el  pecador 
fuera  capaz  de  realizar  la  santidad  y  que  esa  doctrina  ha  ejercido  una 
acción  benéfica  sobre  todas  las  almas,  las  que  igualmente  pueden  per- 
manecer contentas  en  la  superstición  o  en  el  error,  males  que  los  par- 
tidarios de  la  verdad,  debemos  resueltamente  combatir. 


BIBLIOGRAFIA  DEL  TOMO  XII 


Agregar  a  los  libros  nombrados  en  las  Bibliografías  de  los  tomos  III,  V,  VI, 
VII,  IX  y  X  las  obras  siguientes: 

CoNCRÉs  d'Histoire  du  Christianisme.  Jubilé  Alfred  Loisy.  3  tomos,  París,  Rieder, 
1926. 

Courda VEAUX,  V.  Saint  Paul  d'aprés  la  libre  critique  en  France.  París,  Librería 

Fischbacher,  1886. 
Delafosse,  Henri.  Le  Quatriéme  Evangile.  París,  Rieder.  1925. 
Farcues,  Paul.  Histoire  du  Christianisme.  5  tomos.  París.  Lib.  Fischbacher,  1929. 
Frazer,  James  Georce.  L'Homme,  Dieu  et  L'Immortalité.  París,  Lib.  Geuthner,  1928. 
GocuEL,  Maurice.  L'Eglise  primitive.  París,  Payot,  1947. 
GocuEL,  Maurice.  La  Vie  de  Jésus.  París,  Payot,  1932. 

GuicNEBERT,  Carlos.  Manual  de  Historia  Antigua  del  Cristianismo.  Madrid,  Daniel 
Jorro,  1910. 

GuiCNEBERT,  Carlos.  Le  Christ.  París,  Editions  Albin  Michel,  1934. 

GuiCNEBERT,  Carlos.  La  vie  cachee  de  Jesús.  París,  Ernest  Flammarion.  1921. 

GuiCNEBERT,  Carlos.  La  primauté  de  Fierre  et  la  venue  de  Fierre  a  Rome.  París, 
Emile  Nourry,  1909. 

Klaussner,  José.  Jésus  de  Nazareth,  son  temps,  sa  vie,  sa  doctrine.  París,  Payot,  1933, 
Loisy,  Alfred.  L'Evangile  et  VEglise.  París,  Nourry,  1929. 
Loisy,  Alfred.  Le  Mandéisme  et  les  origines  chrétiennes.  París,  Nourry,  1934. 
Loisy,  Alfred.  Histoire  et  Mythe  a  propos  de  Jesus-Christ.  París,  Nourry.  1938. 
Los  Evangelios  Apócrifos.  Madrid,  Lib.  Bergua,  3  tomos. 

Simón,  Marcel.  Les  premiers  chrétiens.  Presses  Universitaires  de  France,  1952. 

Strauss,  David  Federico.  Nueva  vida  de  Jesús.  Madrid,  F.  Sempere  y  Cía. 

TuRMEL,  JosEPH.  Jésus.  /.  Sa  vie  terrestre.  Aux  editions  de  L'Idée  Libre,  1936. 

TuRMEL,  JosEPH.  Jésus.  U.  Sa  seconde  vie.  Aux  editions  de  L'Idée  Libre,  1936. 

TuRMEL,  JosEPH.  Jésus.  UI.  Sa  divinisation.  Aux  editions  de  L'Idée  Libre,  1936. 

TuRMEL,  JosEPH.  Histoire  des  dogmes.  6  tomos.  París,  Editions  Rieder,  1933.  ~ 

Van  Den  Berch  Van  Eysinga,  G.  A.  La  literature  chrétiene  primitive.  Editeurs  F. 
Rieder,  París,  1926. 

VoLNEY,  Conde  de.  Las  Ruinas  de  Falmira  y  la  Historia  de  Samuel.  París,  Ed. 
Gamier  Hnos.,  1911. 

Wiluam,  F.  M.  La  vie  de  Jésus  dans  le  pays  et  le  peuple  d'Israel.  París,  Ed. 
Casterman,  1934. 


Indice  del  tomo  XII 


Pág. 


Advertencia  preliminar   1 

Nota  prologal   9 

Al  lector  11 

Capítulo  I.  —  Introducción  13 

Los  Evangelios,  13.  —  Los  Testamentos  de  los  Doce  Patriar- 
cas, 16.  —  La  historicidad  de  Jesús,  20. 

■  '  M  '•  I '  ■ : 

Capítulo  II.  —  La  anunciación  y  el  nacimiento  de  Juan  Bautista 

y  de  Jesús  23 

Jesús,  23.  —  Genealogías  de  Jesús,  35.  —  Hechos  históricos 

de  la  vida  de  Jesús  según  Loisy,  38. 

Capítulo  III.  —  Leyendas  de  la  infancia  de  Jesús  y  de  su  tentación  40 

La  leyenda  de  los  magos,  40.  —  El  viaje  de  Jesús  a  Egipto, 
44.  —  La  leyenda  de  la  tentación,  48. 

Capítulo  IV.  —  Relaciones  de  Jesús  con  Juan  Bautista  ...  51 
Juan  Bautista,  51. 

Capítulo  V.  —  La  predicación  de  Jesús  55 

Capítulo  VI.  —  Los  milagros  narrados  por  los  Evangelios  .     .  62 
División  de  los  milagros,  62. 

Capítulo  VIL  —  La  mesianidad  de  Jesús   65 

El  Mesías  Jesús,  67.  —  La  transfiguración,  71. 

Capítulo  VIII.  —  La  semana  santa  72 

Prosecución  de  la  entrada  triunfal  en  Jerusalén,  73.  —  La 
unción  de  Jesús,  74. 


184 


INDICE 


Pág. 

Capítulo  IX.  —  La  cena  pascual  y  la  eucaristía  76 

Los  preparativos  de  la  cena  pascual,  76.  —  La  cena  pascual, 
78.  —  Otra  opinión  sobre  la  eucaristía,  94.  —  Nueva  opinión 
sobre  la  eucaristía  y  la  redención,  97.  —  La  crucifixión,  98. 

Capítulo  X.  —  Los  relatos  de  la  resurrección  100 

Capítulo  XL  —  Profecías  de  Jesús  sobre  su  muerte  y  su  próximo 

retorno  y  sobre  la  ruina  de  Jerusalén  107 

Profecías  de  Jesús  sobre  su  próximo  retorno  del  cielo,  108. 

Capítulo  XIL  —  Discursos  pesimistas  de  Jesús  117 

Capítulo  XIII.  —  La  fundación  de  la  Iglesia  120 

Pedro  en  la  Iglesia  primitiva,  129.  —  El  descenso  del  Espí- 
ritu Santo,  130.  —  Discurso  de  Pedro,  130.  —  Otro  discurso  de 
Pedro,  motivado  por  la  cura  milagrosa  de  un  cojo,  131.  —  El 
centurión  Cornelio  de  Cesárea,  133.  —  Fin  de  la  actividad  apos- 
tólica de  Pedro,  136.  —  Supersticiones  religiosas  populares,  138. 

Capítulo  XIV.  —  El  misterio  cristiano  139 

El  Dogma  de  la  Trinidad,  141. 

Capítulo  XV.  —  Evangelización  del  mundo  y  doble  misión  de  los 

apóstoles  y  de  setenta  de  sus  discípulos  146 

Evangelización  mundial,  146.  —  Imaginaria  misión  de  los 

setenta  y  dos,  147. 

Capítulo  XVI.  —  La  vida  y  la  obra  del  apóstol  Pablo  .     .     .  149 

Pablo,  149.  —  Opinión  de  Courdaveaux  sobre  el  estilo  de 
Pablo,  155.  —  Algunas  doctrinas  peculiares  del  apóstol  Pablo. 
La  muerte,  157.  —  La  predestinación,  158.  —  El  matrimonio,  159. 
—  Origen  del  poder,  160.  —  La  esclavitud,  161. 

Capítulo  XVII.  —  El  sincretismo  en  la  religión  de  Jesús  .     .  163 

Consecuencias  de  la  doctrina  de  la  resurrección,  163.  —  El 
mesianisrao  judío  de  la  diáspora,  164. 


INDICE  185 

Pág. 

Capítulo  XVIII.  —  La  deificación  de  Jesús  167 

El  Kyrios  Jesús,  167.  —  Las  doctrinas  del  Verbo  y  del  Padre 
encarnado,  168.  —  La  doctrina  del  Consubstancial,  170.  —  El 
arrianisrao,  170.  —  El  Consubstancial  de  Atanasio,  172.  —  El 
Consubstancial  de  Agustín,  173.  —  Oración  imaginaria  del  Cris- 
to, 176. 

Capítulo  XIX.  —  Conclusión  178 

Bibliografía  181 

Indice  183 


SINTESIS  DE  OPINIONES  SOBRE  ALGUNAS  OBRAS  DEL  DOCTOR 
CELEDONIO  NIN  Y  SILVA 


LA  LIBERTAD  A  TRAVES  DE  LA  HISTORIA. 

"Pone  el  dedo  en  la  llaga.  La  cuestión  religiosa  es  el  punto  céntrico  de  todo 
el  problema".  Clemente  Ricci,  ex-profesor  del  Instituto  de  Historia  Antigua  y 
Medieval,  Facultad  de  Filosofía  y  Letras,  Universidad  de  Buenos  Aires. 


"Obra  de  grandísima  utilidad  que  necesariamente,  tarde  o  temprano,  ha  de 
tener  honda  repercusión  dentro  y  fuera  de  nuestro  país".  Alberto  Lasplaces,  ex 
Director  del  Instituto  Normal  de  Varones  de  Montevideo. 


"No  recuerdo  haber  leído  una  obra  histórica  que  me  haya  interesado  más, 
no  sólo  por  los  hechos  que  relata,  sino  sobre  todo  por  los  comentarios  que  Ud. 
le  dedica  y  que  confieren  a  ese  libro  las  características  propias  de  un  análisis 
filosófico".  Manuel  Monteverde,  distinguido  financista  uruguayo. 


"Observo  en  ese  libro  algunas  cosas  realmente  fundamentales,  que  le  dan  una 
jerarquía  verdaderamente  excepcional ...  La  pulcritud  del  estilo ...  el  escrúpulo 
de  la  información,  la  seguridad  del  manejo  de  los  datos,  ese  afectuoso  desvelo 
por  decir  lo  que  hay  que  decir  en  la  manera  más  seria  posible,  luego  de  haber 
agotado  los  elementos  de  información  que  se  pueden  obtener  en  nuestro  país". 
Dr.  Eduardo  J.  Couture,  ex  Profesor  de  la  Facultad  de  Derecho  de  la  Universidad 
de  Montevideo. 


"El  contenido  de  verdad  histórica  que  hay  en  ese  libro,  supone  un  asombroso 
esfuerzo  de  documentación,  de  verificación  y  de  análisis,  que  ha  de  haber  sido 
todavía  aumentado  por  los  reconocidos  escrúpulos  que  distinguen  a  este  autor 
en  lo  que  respecta  a  la  verosimilitud  incuestionable  de  sus  afirmaciones".  La 
Mañana,  diario  de  Montevideo. 


"Pocas  veces,  como  en  las  actuales  circunstancias,  puede  decirse  que  llega  en 
mejor  oportunidad  a  cumplir  su  misión  docente  una  obra  de  la  jerarquía  de  ésta, 


188 


que  nos  brinda  el  vigoroso  intelecto  del  Dr.  Celedonio  Nin  y  Silva.  Con  certero 
enfoque  del  asunto  y  perspicaz  espíritu  crítico,  el  autor  estudia  en  ella  las  condi- 
ciones de  vida  que  han  deparado  al  hombre,  en  el  curso  de  la  historia,  los  distintos 
regímenes  políticos  y  sociales  a  que  ha  estado  sometido,  acotando  en  el  repertorio 
de  hechos  que  dan  su  peculiar  expresión  y  sentido  a  cada  época,  los  que  signi- 
ficaron un  esfuerzo  en  la  lucha  por  el  derecho  y  el  afianzamiento  de  las  libertades 
individuales  y  públicas".  El  Día,  diario  de  Montevideo. 


"Resulta  este  libro  una  obra  muy  completa  de  filosofía  política".  El  País, 
diario  de  Montevideo. 


HISTORIA  POLITICA  DE  LOS  PAPAS,  DESDE  LA  REVOLUCION  FRANCESA 
HASTA  NUESTROS  DIAS. 

"Este  nuevo  libro  suyo  figurará  con  muy  digna  categoría  en  la  relación  de 
obras  de  que  es  Ud.  autor,  y  que  evidencian  sus  nobles  inquietudes  intelectuales 
y  su  recia  calidad  de  estudioso  y  de  escritor.  La  documentación  es  valiosa,  depu- 
rada; el  plan  es  orgánico  y  un  serio  y  honesto  sentido  docente  da  al  libro,  sosiego 
y  serenidad  de  juicio  que  enaltece  al  autor;  y  da  a  la  obra,  la  jerarquía  adecuada 
a  la  sustancia  y  fines  del  libro".  Raúl  E.  Baethgen,  ex  Profesor  de  la  Facultad 
de  Derecho  de  la  Universidad  de  Montevideo. 


INTRODUCCION  AL  ESTUDIO  DE  LAS  RELIGIONES. 

"El  tema  está  insuperablemente  tratado  en  ese  libro  oportuno  y  formidable". 
Alberto  Lasplaces,  ya  anteriormente  nombrado. 

Elogiosas  opinionee  de  varios  órganos  de  la  prensa  argentina  sobre  este  libro, 
han  sido  transcritas  en  el  tomo  VIII  de  la  Historia  de  la  Religión  de  Israel, 
págs.  507-509. 


HISTORIA  DE  LA  RELIGION  DE  ISRAEL,  SEGUN  LA  BIBLU,  LA  ORTO- 
DOXIA Y  LA  CIENCIA. 

"Tiene  Ud.  en  grado  eminente  el  don  que  parecería  exclusivo  de  los  franceses. 
Los  más  arduos  e  intrincados  problemas  bíblicos  se  simplifican  en  sus  manos  y 
las  cerradas  conclusiones  a  que  Ud.  llega,  entran  así  en  la  cultura  general  y 
hacen  escuela".  Profesor  Clemente  Ricci. 


"Deseo  gran  éxito  a  su  hermoso  libro".  Adolfo  Lods,  miembro  del  Instituto 
de  Francia,  historiador  de  Israel. 


189 


"Mis  sinceras  felicitaciones  por  el  tomo  VIH  de  su  hermosa  obra,  Historia 
de  la  Religión  de  Israel,  trabajo  tan  arduo  pero  a  la  vez  tan  bien  documentado 
y  tan  útil  a  los  historiadores  del  Cercano  Oriente".  Eduardo  Dhorm*,  sabio  orien- 
talista y  miembro  del  Instituto  de  Francia. 


Escribiendo  sobre  el  mismo  tomo  VIII  dice  el  ¡lustre  profesor  de  la  Univer- 
sidad de  París  (Facultad  de  Letras,  Sección  Historia),  Andrés  Dupont-Sommer: 
"Hermoso  libro,  fruto  de  larga  y  proba  labor  científica  que  causa  admiración". 


"Obra  de  carácter  científico,  suministra  importante  contribución  a  la  ciencia". 
C.  Toussaint,  profesor  de  Historia  de  las  Religiones  en  la  Universidad  de  Aix  - 
Marsella. 

rri  I  ■  ;  1  7'i      f  I,  <  I  I     I!  I  '  ■  r  /    i-  ■  (    '  ; 

"Dice  Ud.  con  nitidez  y  precisión  lo  que  debe  decirse  para  que  el  lector  de 
buena  voluntad  se  dé  cuenta  de  la  verdadera  posición  de  las  cuestiones  y  com- 
prenda. La  ley  de  los  espíritus  libres  es  la  de  no  inclinarse  sino  ante  los  hechos 
probados  y  los  argumentos  de  razón.  Valientemente  sigue  Ud.  la  línea  de  conducta 
de  ese  deber  de  honestidad  y  se  le  debe  quedar  agradecido".  Carlos  Guignebert, 
notable  historiador  y  profesor  de  Historia  del  Cristianismo  en  la  Sorbona. 


"Será  poca  toda  recomendación  que  se  haga  de  la  lectura  de  este  libro, 
modelo  de  sana  erudición  y  de  juiciosa  crítica".  H.  Roger,  Decano  honorario  de 
la  Facultad  de  Medicina  de  París. 

De  una  carta  del  historiador  y  profesor  en  el  Colegio  de  Francia  en  París, 
ÍMcien  Febvre,  en  octubre  de  1937,  luego  de  leer  los  tres  primeros  tomos  de  la 
Historia  de  la  Religión  de  Israel,  dice  al  autor  entre  otras  cosas:  "Los  progresos 
de  la  civilización  se  miden  por  el  retroceso  del  miedo  entre  los  hombres,  y  Ud. 
así  lo  ha  comprendido.  Por  su  parte,  Ud.  se  ha  determinado  a  arrojarlo  de  todo 
ese  dominio  el  que,  desde  hace  tan  largo  tiempo,  reina  como  amo,  razón  por  la 
cual  todos  los  hombres  de  recto  sentido  no  pueden  sino  expresaros  su  gratitud". 

En  carta  al  autor,  con  fecha  noviembre  21  de  1938,  desde  Rennes,  escribe  el 
célebre  ex  abate  losé  Tiirmel,  sabio  historiador  de  los  Dogmas,  comentando  el 
tomo  IV  de  la  citada  obra:  "Indudablemente  que  nunca  ha  sido  objeto  El  Cantar 
de  los  Cantares  de  un  trabajo  tan  completo  como  el  vuestro . . .  Vuestra  gran  obra 
es  verdaderamente  la  historia  científica  de  la  religión  de  Israel". 


"Su  obra  Historia  de  la  Religión  de  Israel  quedará  como  el  monumento  más 
completo,  más  objetivo  y  mejor  ordenado  que  se  ha  escrito  sobre  la  materia  en 
lengua  castellana".  Dr.  Manuel  Serra  Moret,  eminente  repúblico  español  actual- 
mente expatriado  en  el  Sur  de  Francia. 


Este  tomo  XII  se  terminó  de 
imprimir  el  30  de  mayo 
de  1962,  en  los  talleres  de 
Colombino  Hnos.  S.  A., 
calle  Piedras  477  -  Montevideo. 


V