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Full text of "Historia de la República Argentina : su origen su revolución y su desarrollo político"

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HISTORIA 


REPÚBLICA  ARGENTINA 


^V^IGEJSITE    F.    i- Ó  FEZ 


HISTORIA 


REPÚBLICA  ABIIENTINA 

SU  ORIGEN 
SU  REVOLUCIÓN  Y  SU  DESARROLLO  POLÍTICO 


NUEVA     EDICIÓN 

Tomo  VI 

165J0 

{tí  LIBRARY 

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BUENOS   AIRES 

Imprenta  y  Encuadernación  de 

G.  Kraft 

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Capítulos  Págs. 

I. — Misión   á  Europa  de  los  señores    Belg-rano  y 

Rivadavia  9 

II.  — La  misión    García    3-    el    estado    General    de 

Europa  en   1815  y  1S16 60 

III. — El  gabinete  portugués  3-  el  emisario  argentino.       93 
IV.— La  alianza  convencional  del  re3-  de  Portugal 
con  las  Provincias  Argentinas  contra  el  Re3- 

de  España 149 

V. — El  gobierno  de  Pue3Tredón  y  la  Logia  Lau- 
taro      241 

VI.  —  La  invasión  portuguesa  3-  los  i)arlidos  argen- 
tinos      299 

VIL  — I<os  dos  protagonistas    de    la    Revolución  de 

Chile 366 

VIII. — Don  José  Miguel  Carrera  en  Cu3-o  y  Buenos 

Aires 424 

IX.— La  resistencia   popular  de  las  provincias  ar- 
gentinas del  Alto  Perú 451 

X.  — Campaña  defensiva    del    coronel    Güemes  en 

Salta ^79 

X[. — Los  argentinos  pasan  los  Andes  3-  libertan  á 

Chile 549 


VI  índice 

Págs. 

Apéndice  I. — Informe  del  general  Belgrano  sobre  la 

misión  á  Europa  de  1815 609 

—  II.  —  Negociación  de  don  Bernardino  Riva- 

davia  en  Madrid  en   1816 619 

—  III.  — Informe    dirigido   por  el  señor  García 

al  gabinete  de  Rio  Janeiro  sobre  las 
cuestiones  del  Río  de  la  Plata  y  po- 
tencias europeas. —  Artículos  adicio- 
nales al  Tratado  de  1S12 631 

—  IV. — Don  Tomás    M.   de  Anchorena,  Sarra- 

tea  \'  las  negociaciones  del  señor 
García 654 

—  V.— Deportación    del    coronel  I^Ianuel  Do- 

rrego  664 


COMPLEMENTO  DE  LA  REVOLUCIÓN  DE  MATO 

POR  EL  RÉGIMEN  UNITARIO  Y  POR  LAS  ARMAS 


COMPLEMENTO  DE  LA  REVOLUCIÓN  DE  MAYO 

POR  EL  RÉGIMEN  UNITARIO  Y  POR  LAS  ARMAS 


CAPITULO  I 

MISIOX    A   EUROPA   DE   LOS   SEÑORES   BELGRAXO    Y 
RIVADAVIA 

Sumario:  Las  misiones  diplomáticas  de  1814. — Indicacio- 
nes de  lord  Strangford. — Comisión  de  Sarratea. — Su  re- 
sultado.— Su  viaje  á  Londres. — Comisión  de  los  señores 
Belgrano  y  Rivadavia. — Caracteres. — Aptitudes  y  defe- 
rencias.— Vaguedades  y  peligros  del  asunto. — Miras  mo- 
nárquicas de  los  comisionados.  — Sus  primeros  pasos 
en  Río  Janeiro. — Situación  difícil  del  gobierno  de  Bue- 
nos Aires.— Don  ]\Ianuel  José  García  y  los  comisiona- 
dos.— Opiniones  sobre  la  política  portuguesa.- — Llegada 
de  los  comisionados  á  Inglaterra. — Evasión  de  Bonapar- 
te  y  restablecimiento  del  Imperio. — Preocupaciones  y  sor- 
presa de  los  comisionados. — Sarratea  y  sus  planes. — Mi- 
ras de  Luis  XVIII  rey  de  Francia. — Intriga  Cabarrús. 
— Alucinación  de  los  comisionados. — Negociaciones  y 
acuerdos. — Situación  después  de  Waterloo. — Propósito  de 
rapto  y  fuga  del  infante  don  Francisco  de  Paula  para 
coronarse  en  Buenos  Aires. — Resistencia  de  los  comisio- 
nados.— Conveniencias  indecorosas  y  crimínales  de  Sarra- 
tea.— Preparativos  de  un  duelo  entre  el  general  Belgra- 
no y  Cabarrús. — Regreso  de  Belgrano  á  Buenos  Aires. 
— Ilusiones  y  ofuscamiento  monárquico  y  colonial  de 
Rivadavia. — Su  viaje  á  Madrid.— Sus  errores  y  su  fraca- 
so.— Diplomacia  portuguesa. — Delaciones  de  Sarratea. — 
Juicio  de  Rivadavia   sobre   Sarratea. — Opinión   del   país 


I  o  BELGRANO    Y    RIVADAVIA 

sobre  estos  tratos  monárquicos. — Antecedentes  y  condicio- 
nes personales  de  los  negociadores. — Las  teorías  reinan- 
tes sobre  gobiernos  libres. — Imperfección  de  las  ideas. — 
El  régimen  republicano  parlamentario. — Emilio  Caste- 
lar. — Crítica  del  proceder  de  los  comisionados. — Supe- 
rioridad del  gran  estadista  don  Mariano  Moreno. 

Las  comisiones  diplomáticas  que  en  1814  se 
mandaron  á  Europa,  tenían  por  objeto  pedirle  á 
Inglaterra  que  mediara  con  el  rey  de  España  para 
que  oyese  proposiciones  pacíficas,  y  suspendiera 
mientras  tanto  la  expedición  y  armamentos  con  que 
amenazaba  á  Buenos  Aires.  Pero  como  los  efectos 
de  las  negociaciones  de  esta  clase  no  se  sienten  sino 
algo  después  cpe  se  inician,  las  consecuencias  de 
las  que  nos  van  á  ocupar  no  entraron  en  el  cauce 
de  nuestros  sucesos  políticos  hasta  181 6:  precisa- 
mente cuando  el  señor  Pueyrredón  tomaba  el  man- 
do, y  abría  el  difícil  y  glorioso  período  de  que  esas 
negociaciones  fueron  uno  de  los  episodios  más  im- 
portantes y  animados. 

Lord  Strangford,  cuyo  espíritu  y  previsiones 
estaban  en  la  corriente  de  las  miras  reservadas,  que 
su  gobierno  aplazaba  hasta  la  ocasión  oportuna, 
era  quien  había  indicado  la  conveniencia  de  que  se 
abriera  una  negociación  pacífica  con  el  rey  de  Es- 
paña. A  pesar  de  las  salvedades  con  que  daba  á 
entender  que  sus  indicaciones  eran  meramente  per- 
sonales y  amistosas,  que  su  gobierno  no  tenía  parte 
en  ellas,  era  de  sospechar  que  esto  último  no  fuese 
completamente  exacto;  porque  poniendo  á  un  lado 
el  peso  de  los  intereses  comerciales,  la  continuación 
de  la  lucha  y  los  percances  que  ella  producía  en 
el  mar  y  en  las  ciudades  ribereñas,  al  perderse  y 


EN    MISIÓN    A    EUROPA  II 

ganarse  su  posesión  por  las  unas  ó  por  las  otras 
tropas,  comenzaban  á  introducir  en  el  seno  mismo 
del  ministerio  inglés  síntomas  alarmantes  para  la 
cohesión  interna  de  la  mayoría  parlamentaria  con 
que  el  partido  tory  puro  estaba  gobernado.  Ya  fue- 
se por  esta  sospecha,  ya  por  el  valor  que  de  suyo 
tenían  las  indicaciones  de  un  personaje  como  lord 
Strangford,  el  gobierno  de  1814  resolvió  pedirle  la 
forma  en  que  el  asunto  podía  llevarse  á  cabo ;  y 
como  no  era  de  esperar  que  se  prestase  á  hacerlo 
por  medio  de  una  correspondencia  epistolar,  se 
creyó  que  don  Manuel  Sarratea,  por  sus  anteriores 
relaciones,  y  por  lo  que  blasonaba  de  su  intimidad 
con  él,  era  la  persona  indicada  para  recibir  y  trans- 
mitir sus  consejos. 

Lord  Strang'ford  recibió  cumplidamente  á  Sa- 
rratea. Alas,  como  conocía  que  su  índole  era  exce- 
sivamente frivola,  desparpajados  sus  procederes  y 
poco  segura  su  moralidad,  le  contestó  que  sentía 
mucho  c[ue  su  nombre  sonara  en  este  asunto,  por- 
que todo  lo  ocurrido  se  reducía  á  una  conversación 
familiar,  en  que  se  había  indicado  la  conveniencia 
de  acreditar  en  Europa  una  misión  encargada  de 
solicitar  arreglos  pacíficos  con  el  rey  de  España ; 
que  aunque  sin  carácter  ni  la  menor  intención  de 
asegurar  algo,  ó  de  dar  consejos,  había  opinado 
que  la  corte  de  Aladrid  no  rehusaría  oír  á  los  emi- 
sarios de  Buenos  Aires,  y  que  el  gobierno  inglés 
miraría  ese  paso  con  mucho  agrado. 

Las  explicaciones  de  lord  Strangford  eran,  co- 
mo se  ve,  muy  poco  positivas.  Pero  Sarratea  no 
necesitó  de  más  para  tomarse  la  ocasión  de  satis- 
facer el  deseo  que  le  devoraba  de  verse  en  Europa 


12  BELGRAXO    Y    K1\A])AVIA 

con  una  misión,  encargada  nada  menos  que  de  eri- 
gir un  trono,  y  de  andar  con  este  embeleco  en  las 
manos  entre  príncipes  y  reyes.  En  la  viveza  per- 
vertida de  su  espíritu,  columbró  al  momento  cuan- 
tas intrigas  y  marañas  podían  entrar  en  una  ges- 
tión, que  precisamente  por  ser  de  pura  fantasmago- 
ría, abría  más  vasto  campo  á  enredos  y  gastos,  sin 
responsabilidad  por  el  éxito  ni  por  la  dación  de 
cuentas.  Desde  luego  áw  por  sentado  que  las  in- 
sinuaciones del  embajador  iban  mucho  más  allá 
que  sus  palabras;  que  la  misión  era  ya  esperada  en 
Londres;  que  el  gabinete  inglés  estaba  pronto  á 
darle  su  apoyo;  y  ya  lo  creyese,  ó  no  (siendo  esto 
último  lo  más  probable)  comunicó  al  gobierno  que 
salía  con  urgencia  de  Río  Janeiro,  porque  había 
de  por  medio  grandes  intereses  y  momentos  pre- 
ciosos que  aprovechar  en  Londres,  donde  adelan- 
taría sus  trabajos  mientras  se  le  enviaban  las  ins- 
trucciones definitivas  y  los  fondos  indispensables 
para  desempeñar  en  forma  la  misión  que  se  le  había 
dado. 

A  ninguna  de  las  personas  que  influían  en  los 
negocios  de  aquella  época,  se  le  ocultaba  que  don 
Manuel  de  Sarratea  , aunque  seguro  como  patriota, 
era  un  hombre  de  principios  morales  poco  delica- 
dos, y  sólo  por  aquel  error,  tan  común,  de  creer 
que  para  la  diplomacia  es  necesario  un  espíritu  fa- 
laz, se  puede  comprender  que  se  le  hubiese  dejado 
en  libertad  de  solazarse  á  tanta  distancia  C(^n  las 
vivezas  }■  los  artificios  inquietos  en  que  hacía  con- 
sistir su  habilidad.  Se  creyó  que  todo  podía  reme- 
diarse poniéndole  al  lado  dos  hombres  respetables. 
V   fueron  nombrados   don   Bernardino   Rivadavia   v 


EX    MISIÓN    A    EUROPA  1 3 

el  general  Belgrano  para  que  fuesen  á  Londres,  to- 
mando informes  previos  en  Río  Janeiro  sobre  lo 
que  Sarratea  hubiera  arreglado  y  como  podría  ne- 
gociarse un  acuerdo  para  ganar  tiempo.  Difícil  era 
haber  dado  con  dos  personajes  menos  capaces  de 
evitar  las  malicias  de  Sarratea,  que  por  naturaleza 
era  intrigante  y  artificioso.  Rivadavia  era  un  per- 
sonaje de  tono  clásico  y  de  maneras  teatrales:  con- 
vencido de  su  importancia  vivía  en  profundas  me- 
ditaciones, y  con  escasa  atención  por  lo  mismo  á 
todo  lo  que  quedaba  más  abajo  de  la  espiral  de  sus 
ideas.  Sus  concepciones  irradiaban  con  colores  tan 
vivos  en  su  propia  fantasía  que  hacían  desaparecer 
el  valor  de  los  hechos  en  la  batalla  de  los  intereses 
que  modifican  las  alternativas  de  la  vida.  Le  fal- 
taba aquella  dote  que  los  romanos  apreciaban  tanto 
con  el  nombre  de  Ciinctafor  ( i)   y  que,  con  menos 

(i)  El  Gran  Diccionario  Latino  de  Freund,  que  es  por 
ahora  la  ultima  palabra  de  la  lingüística  latina  (3  vol. 
en  folio  major,  Didot  Fréres),  dice:  Cunctafor,  prudente, 
circunspecto,  reflexivo,  el  que  se  toma  tiempo,  el  que  no 
precipita  las  cosas;  Cunctator^  correspondiente  a  candís. 
como  puede  verse  en  Tácito  Hist.  2,  25  natura  ac  se- 
necio cunctator  (cauto  por  índole  y  por  años).  En  los  fa- 
mosos versos  de  Ennio  sobre  el  Dictador  L.  Fabio  Máxi- 
mo Cunctator  vemos :  Unus  homo  cunctando  restituit  rcm 
(un  solo  hombre  obrando  con  circunspección  restableció 
nuestra  fortuna)  .  . .  Tu  maximus  Ule  es,  Unus  qui  nobis 
cuxcTAXDO  restituit  rem  (tú  eres  aquel  grande  Fabio,  el 
que  prudenciando  salvó  la  patria).  Tito  Livio  hablando  del 
mismo,  dice:  Magister  equitum,  Fahium  pro  ciinctatore  se- 
gnem,  pro  cauto  timidnm,  affingens  vicina  virtutihus  vitia, 
compellahat.  (El  jefe  de  la  caballería  le  atribuía  á  Fabíj 
los  defectos  de  orden  parecido  á  sus  méritos  (ó  calidades) 
y  porque  era  prudente  (cunctator)  le  acusaba  de  tardo  (se- 


14  I'.KLGKAXO    V     RINADAVIA 

delicadeza,  pero  no  menos  uportunidad,  llamamos 
nosotros  olfato.  Sus  deficiencias  provenían  de  que 
había  nacido  con  la  fantasía  de  un  profeta,  expues- 
ta, por  desgracia,  á  remontarse  en  vapores  lumino- 
sos y  convertirse  en  cjuimeras  allá  en  el  horizonte 
maravilloso  del  porvenir  ó  del  vacio.  Si  como  tenia 
la  emanación  lúcida  de  las  ideas,  hubiese  venido  al 
mundo  con  la  nota  musical  en -el  manejo  de  la  len- 
gua, y  con  la  paleta  colorida  en  el  estilo,  nos  habría 
presentado  en  su  elevación  y  en  sus  flaquezas,  en 
sus  prestigios  y  en  sus  errores,  algo  de  común  con 
Víctor  Hugo ;  ese  tipo  único  y  extraño  del  mal  sen- 
tido político,  de  la  virtud  cívica,  del  error  inocente, 
de  la  enormidad  heráldica  en  el  concepto,  de  la  su- 
blimidad de  la  forma,  cuyas  caídas  todo  el  mundo 
conoce,  pero  que  todo  el  mundo  disimula  absorto 
ante  el  brío  poderoso  y  deslumbrante  del  artificio 
lírico.  Ese  genio  lírico,  sin  las  dotes  externas  del 
arte,  fué  á  la  ^-ez  el  mérito  y  la  perdición  de  Riva- 
davia.  De  ahí  el  doble  y  verídico  aspecto  con  c[ue 
se  ofrece  en  nuestra  historia  al  entusiasmo  senti- 
mental   y   apasionado    de   los    unos,     mientras     que 

giicní)  y  por  cauto  de  tíimido.  (Tit.  Lirio,  22,  12  al  fin) 
Cunctator  correspondiente  á  cautus :  cuntactor  sobrenombre 
•del  dictador  L.  Fabio  Máximo  (probablemente  en  razón  de 
los  reproches  citados  antes,  que  le  fué  conservado  como  re- 
nombre honorífico.  (Grand  Diciionnaire  de  la  Langiie  La- 
tine sur  un  nouveau  plan  par  le  Dr.  Guill.  Freund,  3,  vol., 
fol.  traduit.  en  Francais,  etc.,  etc.,  par  N.  Theil :  vol.  I, 
pág.  695.  París,  Didot  Frenes:  1858.  El  mismo  Dic.  de  Val- 
buena,  manual  'de  niños  y  de  eruditos  á  la  violeta,  trae 
esta  frase  ¡de  Plinio :  cnnctatior  dcberem  esse :  y  la  traduce 
mal,  poniendo  menos  donde  dice  más;  pues  la  geniiina  tra- 
<lucción  es :  Yo  debiera  ser  más  prudente. 


EX    MISIÓN    A    EUROPA  1 5 

Otros  lo  desmenuzan  para  reducir,  no  diré  el  res- 
peto que  merecía,  sino  las  glorias  con  que  lo  en- 
salza la  leyenda  que  le  ha  elevado  su  partido. 

Del  general  Belgrano  poco  tenemos  que  decir : 
sus  virtudes  lo  defienden  de  todo;  y  si  los  contem- 
poráneos pudieron  llamarle  como  Dairegueira,  "el 
simple  Belgrano"  (2),  las  generaciones  presentes 
saben  que  esa  simplicidad  es  la  que  lo  hace  en  la 
Historia  Argentina  el  modelo  más  simpático  de  la 
abnegación  inocente  con  que  un  patriota  puro  pue- 
de dedicar  su  vida  al  servicio  de  una  renovación  so- 
cial que,  si  alguna  vez  le  exigió  más  de  lo  que  él 
podía  darle,  recibió  lo  bastante,  con  lo  que  le  dio, 
para  dejar  justificada  la  gloria  de  su  nombre. 

Entre  Belgrano  y  Rivadavia.  el  patriota  visio- 
nario y  el  patriota  simple,  tenemos  en  acción  ahora 
á  Sarratea,  á  quien  no  titubeamos  en  llamar  el  pa- 
triota cínico,  como  le  llamaban  familiarmente  los 
más  escogidos  entre  sus  contemporáneos  (3).  Los 
tres  tenían  encargo  de  desempeñar  en  común  una 
misión  rara,  que,  á  atenerse  á  las  instrucciones,  era 
la  de  "gestionar  en  las  cortes  de  Londres  y  de  ]Ma- 
drid  según  el  semblante  que  presenten  los  tratados" . 
Ese  encargo  carecía,  pues,  de  asunto  serio :  se  re- 
ducía á  tentar  soluciones  conjeturales  por  medios 
desconocidos  que  no  les  permitían  tomar  una  acti- 

(2)  Carta  del  doctor  Darregueira  á  don  Tomás  Gui- 
do, publicada  en  la  Revista  Nacional,  del  señor  A.  Carranza, 
tomo  III,  pág.  107.  "El  simple  de  Belgrano,  últimamente 
resentido  porque  no  se  le  ha  lisonjeado  con  la  declaración 
de  la  dinastía  de  los  Incas,  nos  desacredita  v  prende  fue- 
go, etc.,  etc.'' 

(3)  Don  Tomás  Anchorena,  papeles  de  1820. 


lO  BELGRAXO    V    KIVADAVIA 

tiid  franca  como  agentes  ni  determinar  siquiera  con 
qué  gobierno  iban  á  tratar,  ó  qué  fines  debían  per- 
seguir. ¿Buscaban  alianzas?  ¿protección?  ¿arre- 
glos monárquicos?  ¿un  rey?  ¿ser  perdonados? 
;una  reforma  del  régimen  colonial?  Xada  estaba 
definido,  y  cualquiera  de  esas  diversas  y  contradic- 
torias suposiciones  podía  ser  materia  de  los  traba- 
jos. Pero,  aunque  era  obscura  en  verdad  la  indica- 
ción de  "gestionar  según  el  semblante  que  presen- 
ten los  tratados",  debieron  reflexionar  que  no  ha- 
biendo ningún  tratado  existente,  ni  pro3'ecto  al- 
guno que  lo  entablase,  se  había  querido  decirles 
que  obraran  seg'ún  la  probabilidad  que  encontrasen 
(le  tratar  cualquier  cosa,  con  tal  de  que  se  consi- 
guiese suspender  la  marcha  de  los  armamentos  que 
estaban  prontos  á  salir  de  Cádiz.  Por  desgracia, 
los  comisionados  lo  entendieron  de  otro  modo ;  en 
vez  de  preocuparse  de  este  último  punto,  que,  aun- 
que incidental,  era  el  de  mayor  interés  para  el  país, 
se  lanzaron  á  trabajar  por  una  solución  final,  que 
á  su  manera  de  ver  no  podía  ser  otra  que  la  de  cap- 
tarse el  favor  de  las  potencias  europeas  solicitando 
un  rey  que  corriera  cuanto  antes  á  ocupar  el  trono 
imaginario  que  ellos  le  adjudicaban  ya  en  el  Río 
de  la  Plata. 

El  magnífico  proyecto  les  sonreía  á  los  tres  aun- 
que por  diversos  motivos :  á  Rivadavia.  porque  su 
genio  le  inclinaba  á  esas  visiones  de  primer  minis- 
tro de  un  Floridablanca  al  lado  de  un  trono  liberal, 
moderno  y  abierto  á  todos  los  progresos  del  siglo; 
á  Belgrano,  porque  creía  que  decididas  las  poten- 
cias á  no  dejar  república  con  vida  en  Sud  América, 
veía  en  eso  el  paladión  que  debía  salvar  la  indepen- 


EX    MISIOX    A    EUROPA  1/ 

ciencia  de  la  patria;  á  Sarratea,  porque  le  convenia 
vivir  del  erario  y  armar  intrigas  que  le  proporcio- 
nasen manejos,  relaciones,  emisarios  y  fondos. 

El  campo  de  acción  era  como  mandado  hacer 
para  este  último.  Con  el  maravilloso  encargo  de 
buscar  un  rey,  de  adjudicar  una  corona,  y  en  la  ne- 
cesidad de  llevarlo  á  efecto  por  conductos  secretos, 
con  medios  reservados  y  con  agentes  irresponsa- 
bles, es  claro  que  Belgrano  y  Rivadavia  estaban 
perdidos  donde  el  maquinista  del  cómico  enredo 
había  de  salir  con  provecho  y  con  impunidad  tam- 
bién; porque  así  sucede  en  los  pueblos  en  que  la 
moral  pública  carece  de  clases  tradicionales  que  le 
den  sanción  y  fuerza  contra  la  corrupción  adminis- 
trativa. 

Lo  curioso  es  que,  según  parece,  alguien  había 
}-a  pre\isto  en  Buenos  Aires  los  peligros  á  que  ha- 
bía de  quedar  expuesta  esa  misión  interviniendo 
en  ella  Sarratea ;  y  se  atribuía  á  indicaciones  de  don 
Manuel  José  García  una  orden  reservada  que  este 
mismo  le  entregó  á  Rivadavia  en  Río  Janeiro  para 
que  en  llegando  á  Londres  "viese  de  encontrar  el 
medio  más  honesto  de  hacer  que  Sarratea  regresase 
inmediatamente".  Pero  no  se  cumplió;  porque 
cuando  Rivadavia  y  Belgrano  llegaron  á  Londres 
quedaron  hechizados,  como  lo  vamos  á  ver,  de  los 
preciosos  trabajos  cpie  Sarratea  había  ya  iniciado 
allí  con  otros  truhanes  para  adjudicar  la  corona  ar- 
gentina al  infante  don  Francesco  de  Paula,  hermano 
de  Fernando  VIL 

Belgrano  y  Rivadavia  salieron  de  Buenos  Aires 
al  mismo  tiempo  que  el  general  Alvear  marchaba 
á  tomar  el  mando  del  ejército  concentrado  en  Jujuy. 

HIST.   DE  LA   REP.   ARGENTINA.   TOMO  VI. — 2 


1 8  BELGRAXO    Y    KIVADAVIA 

La  campaña  debía  ser  rápida,  no  sólo  por  las  apti- 
tudes probadas  del  general,  sino  por  la  insurrección 
en  que  se  hallaba  toda  la  parte  central  y  más  im- 
portante del  Perú,  como  hemos  visto  (4).  La  mi- 
sión tenía,  pues,  el  interesante  objeto  de  proponer 
una  base  cualquiera  de  arreglo  que  alucinara  al  go- 
bierno español,  con  tal  que  suspendiese  la  expedi- 
ción del  general  Morillo,  y  que  diese  tiempo  á  que 
el  general  argentino  ocupara  á  Lima.  Este  contaba 
con  dos  probabilidades:  la  una  que  España  acu- 
diera entonces  con  esa  expedición  por  el  norte  á 
defender  ó  reconquistar  aquella  joya,  la  más  va- 
liosa de  su  corona  colonial ;  y  la  otra  que,  en  todo 
caso,  él  mismo  tendría  tiempo  de  volver  con  una 
fuerza  imponente  á  poner  á  Buenos  Aires  fuera  de 
todo  pelig"ro  de  ser  atacada. 

Llegados  á  Río  Janeiro,  los  emisarios  se  pusie- 
ron en  relación  con  la  embajada  inglesa.  Lord 
Strangford  les  repitió  lo  que  había  dicho  á  Sarratea; 
y  aunque  los  felicitase  de  que  llevaran  un  encargo 
conducente  á  pacificar  el  país,  que  Inglaterra  había 
de  mirar  con  agrado,  les  declaró  también  que  después 
de  los  últimos  sucesos  de  Europa,  y  de  los  tratados 
á  que  habían  dado  lugar,  se  hallaba  sin  instrucciones 
acerca  de  los  asuntos  del  Río  de  la  Plata  y  en 
completa  ignorancia  de  lo  que  su  gobierno  pensaba 
hacer,  ó  no,  en  el  caso  de  que  partiera  de  Cádiz  la 
fuerte  expedición  de  que  tanto  se  hablaba  en  Amé- 
rica y  en  Europa. 

Poco  satisfechos  de  este  resultado,  trataron  de 
tentar  si  la  cancillería  portuguesa    (á  la  que  supo- 

(4)     Vol.  \'..  pág.  99  y  siguientes. 


EX    MISIÓN    A    EUROPA  I9 

nían  muy  influyente  en  el  gobierno  español)  acep- 
taría tomar  bajo  su  protección  los  preliminares  de 
un  arreglo  con  el  rey  de  España  sobre  bases  úti- 
les y  ventajosas  al  comercio  de  Portugal  y  de  In- 
glaterra. El  conde  de  Aguiar,  primer  ministro  del 
principe  regente  (5),  después  de  muy  expresivos 
cumplimientos,  les  dijo  que  deseaba  mucho  que 
tuviesen  feliz  éxito,  para  que  las  provincias  del  Río 
de  la  Plata  recobrasen  el  orden  y  la  prosperidad  de 
que  por  más  de  dos  siglos  habían  gozado  bajo  la 
corona  de  su  legitimo  soberano;  pero  que  no  tenía 
antecedentes  para  conocer  las  miras  del  rey  de  Es- 
paña ;  y  que  los  vínculos  de  familia  que  ligaban  á 
los  dos  reyes  le  impedían  tomar  la  iniciativa  en 
asunto  tan  delicado  que  incumbía  exclusivamente 
á  uno  de  ellos.  Lo  singular  es  que  las  relaciones  y 
diligencias  de  los  emisarios  tomaron  desde  el  prin- 
cipio un  carácter  más  cordial  y  franco  con  la  lega- 
ción española.  Xo  sólo  fueron  bien  recibidos,  y  se 
cambiaron  mutuas  visitas,  sino  que  el  encargada 
de  Xegocios  les  dio  recomendaciones  para  la  em- 
bajada de  Londres,  adelantándoles  la  creencia  de 
que  por  ese  medio  podrían  obtener  licencia  para 
entrar  en  Madrid. 

Entre  tanto,  como  se  habrá  observado,  cuando 
los  emisarios  salieron  de  Buenos  Aires,  nada  se 
sabía  del  criminal  motín  encabezado  por  Rondeau : 
que  acababa  de  echar  á  tierra  los  trabajos  y  las  es- 
peranzas   del   general   Alvear.     Así   es   que   cuando 

(5)  El  príncipe  heredero,  que  poco  después  fué  rey 
con  el  nombre  de  don  Juan  VI,  era  entonces  regente,  su- 
pliendo á  su  madre  que  estaba  loca,  y  que  era  la  reina  titular 


20  HELGRAXO    Y    RIVADAVIA 

ellos  fiaban  en  Río  Janeiro  los  primeros  pasos  de 
su  comisión,  era  cuando  el  supremo  director  Po- 
sadas renunciaba,  y  cuando  una  situación  extrema 
ponía  al  general  Alvear  en  la  necesidad  de  asumir 
las  responsabilidades  del  gobierno  y  de  hacer  frente 
á  la  borrasca  desencadenada  ya  contra  él. 

En  medio  de  la  guerra  ci\il  que  asolaba  todo 
el  litoral,  de  la  desmoralización  de  las  tropas,  de 
las  amenazas  de  Pezuela  y  Os(^rio  por  el  lado  de 
Salta  y  por  Cuyo,  de  la  próxima  aparición  de  ^Slo- 
rillo  que  navegaba  ya  en  el  Atlántico  con  15  mil 
soldados,  y  del  rugido  volcánico  de  las  facciones, 
el  director  Alvear  se  imaginó,  con  razón,  que  ha- 
bía llegado  el  caso  supremo  de  recurrir  á  los  favo- 
res de  un  poder  extranjero;  y  creyendo  enemigo 
también  á  Portugal,  echó  los  ojos  á  Inglaterra, 
cuyos  antecedentes  políticos,  principios  generales 
y  valiosos  intereses  de  comercio,  le  hacían  esperar 
que  quisiese  contener  el  brazo  tremendo  y  venga- 
tivo del  monstruo  que  enlodaba  el  trono  que  Car- 
los III  había  dejado  tan  puro  y  tan  simpático.  De- 
cidido, pues,  á  implorar  esa  protección,  dirigió  una 
nota  al  gobierno  inglés,  y  otra  á  su  embajador  en 
Río  Janeiro;  y  para  no  quedar  expuesto  á  las  de- 
moras de  una  contestación  eventual,  encargó  á  don 
Manuel  José  García  que  las  condujese,  y  que  des- 
pués de  conferenciar  sobre  el  asunto  con  dicho  em- 
bajador, activase  la  pronta  salida  para  Europa  de 
los  señores  Belgrano  y  Rivadavia. 

García  salió  de  Buenos  Aires  creyendo,  como 
todos,  que  el  gobierno  portugués  estaba  aliado  con 
el  de  España  en  el  propósito  de  someter  las  provin- 
cias   argentinas.    La    cosa    era    tanto    más    probable 


EX    MISIOX    A    EUROPA  21 

cuanto  que  los  dos  soberanos  (que  ya  eran  cuña- 
dos), acababan  de  vincularse  más  todavía  casán- 
dose Fernando  VII,  y  su  hermano  don  Carlos,  con 
las  dos  hijas  de  Portugal.  De  manera  que,  en  esa 
suposición,  se  había  creído  inútil  acreditar  á  Gar- 
cía con  encargo  alguno  ante  un  gobierno  que  ya 
se   suponía   enemigo. 

Rivadavia  y  Belgrano  supieron  por  García  los 
aciagos  sucesos  de  la  patria,  y  aunque  con  pocas 
esperanzas  de  adelantar  cosa  alguna,  convinieron 
en  esperar  el  resultado  de  la  conferencia  que  Gar- 
cía, en  cumplimiento  de  su  comisión,  había  solici- 
tado del  embajador  inglés;  y  cuando  éste  les  comu- 
nicó que  nada  había  conseguido  (reservando  sus 
inferencias)  sino  la  aprobación  de  que  marchasen 
á  tentar  en  Inglaterra  un  medio  cualquiera  de  sal- 
var á  su  país,  decidieron  que  García  quedase  en 
Río  Janeiro  á  la  mira  de  lo  que  pudiera  acontecei 
á  la  llegada  de  las  fuerzas  de  Morillo,  y  se  pusieron 
en  viaje.  Sanatea  los  esperaba  en  Londres. 

Al  desembarcar  en  Falmouth  se  encontraron 
con  la  pasmosa  novedad  de  que  Bonaparte.  evadi- 
do de  la  isla  de  Elba,  había  atravesado  la  Francia 
en  triunfo  y  restablecido  el  trono  imperial  que  un 
año  antes  había  abdicado.  La  Europa  entera  estaba 
conmovida :  los  intereses  más  grandes  anarquiza- 
dos, y  subvertidos  todos  los  cálculos  políticos.  El 
partido  reaccionario  de  las  viejas  monarquías  en  el 
continente  y  el  partido  tory  en  Inglaterra  habían 
rehecho  sus  vínculos  contra  el  espíritu  revolucio- 
nario y  democrático,  recobrando  una  fuerza  com- 
pacta y  dominante  en  la  opinión  de  las  clases  in- 
teresadas  en    el   orden   público   y   de   la   burguesía, 


21  BELGRAXO    V    RIVADAVIA 

adherida  ahora  al  ijarlamentarismo  monárquico- 
liberal.  En  medio  de  esta  explosión  vigorosa  de  los 
intereses  conservadores,  que  tan  sangrienta  queja 
guardaljan  contra  los  brutales  escándalos  y  carni- 
cerías de  la  repúlilica  francesa,  todo  parecía  como 
preparado  por  la  mano  misma  de  la  fatalidad  para 
concentrar  la  aversión  de  los  reyes  y  de  los  gobier- 
nos europeos,  contra  los  insurgentes  de  Sud  Amé- 
rica, que  osaban  constituirse  en  repúblicas  demo- 
cráticas y  contrarrestar  insolentemente  los  derechos 
de  su  legítimo  rey,  restituido  ahora  á  toda  la  ma- 
jestad de  su  omnipotencia  divina  con  el  apoyo  y  el 
favor  de  las  más  grandes  potencias  del  orbe. 

Fué  tan  lúgubre  la  impresión  que  estos  sucesos 
hicieron  en  el  ánimo  de  los  dos  emisarios,  (harto 
afligidos  ya  por  la  situación  desesperada  en  que 
suponían  á  su  país),  que  bajo  el  influjo  del  des- 
concierto natural  de  sus  ideas,  entraron  á  divagar, 
allí  solitarios  3'  arrumbados  en  un  puerto  inglés, 
sobre  los  rumbos  más  ó  menos  acertados  que  po- 
dían tomar  para  desempeñar  su  cometido. 

Los  dos  convenían  en  que  no  había  más  salva- 
ción que  dar  cuanto  antes  la  mayor  notoriedad  á  la 
resolución  que  suponían  hecha  en  el  Río  de  la  Plata 
de  constituirse  en  monarquía,  desarmar  con  esa  de- 
claración la  hostilidad  poderosa  de  los  tory  ingle- 
ses é  inducirlos  á  proteger  esta  solución  igualmente 
ventajosa  á  los  intereses  comerciales,  á  los  compro- 
misos políticos  y  á  los  pueblos  que  buscaban  su  sal- 
vación por  ese  medio. 

Mas,  al  abandonarse  á  estas  conjeturas,  discre- 
paban en  la  manera  de  iniciar  los  primeros  pasos. 
Rivada\'¡a.   en   quien   el   respeto   y  la   veneración   á 


EX    MISIÓN    -V  EUROPA  23 

España  eran  trailicionales,  y  tan  sinceros  como  su 
amor  á  la  independencia,  se  forjaba  la  ilusión  de 
que  el  gobierno  y  el  gabinete  de  Fernando  VII  re- 
posara todavía  en  sus  majestuosos  antecedentes, 
con  las  formas  y  con  la  augusta  justicia  que  Flori- 
dablanca  había  dado  al  reino  de  Carlos  III,  ó  que 
se  conservase  allí,  por  lo  menos,  el  espíritu  bene- 
volente y  simpático  de  Carlos  IV.  Sin  contar,  pues, 
con  los  Calomardes,  los  Chamorros  y  los  toreros 
que  constituían  la  baja  entidad  del  gobierno  en  la 
alcoba  del  nuevo  rey,  ni  con  su  índole  astuta  y  fe- 
roz, creía  llano  y  acertado  trasladarse  desde  luego 
á  IMadrid,  presentarle  la  sumisión  y  vasallaje  de 
los  pueblos  del  Río  de  la  Plata,  y  solicitar  con  in- 
genua honradez  la  erección  de  una  monarquía  con 
un  príncipe  de  la  estirpe  española ;  ó,  si  esto  no 
fuera  posible,  que  se  acordase  alguna  reforma  be- 
nigna del  régimen  colonial  en  aquellos  ramos  de 
la  administración  en  que  era  más  indispensal^le 
para  el  buen  gobierno  y  pacificación  del  país;  sus- 
pendiéndose por  lo  pronto  las  hostilidades  donde 
estuvieran  reabiertas;  pues  nada  se  sabía  sobre  el 
punto  á  donde  hubiera  arribado  el  armamento  del 
general  Morillo. 

Belgrano,  menos  teórico,  pero  mucho  más  sen- 
timental que  Rivadavia,  encontraba  en  el  fondo  de 
su  corazón  y  de  su  amor  á  la  patria  nativa,  una  re- 
pulsión de  instinto  contra  las  miras  de  su  compa- 
ñero ;  y  aunque  pensaba  que  para  salvarse  era  de 
absoluta  necesidad  adoptar  resueltamente  el  régi- 
men monárquico,  opinaba  que  no  convenía  comen- 
zar desde  luego  por  ir  á  postrarse  á  los  pies  del  rey 
de  España,   sino  hacer  antes  pública  manifestación 


24  BELGRANÜ    V    RIVADAVIA 

y  profesión  de  fe  catei^órica  á  noniljre  del  gobierno 
de  Buenos  Aires  contra  el  viciosísimo  organismo 
democrático  republicano;  desarmar  así  la  mala  vo- 
luntad de  los  poderes,  producida  por  los  escánda- 
los y  las  torpezas  de  la  anarquía  en  que  se  revol- 
caban las  colonias  insurrectas;  ponerse  en  sus  ma- 
nos y  pedirles  que  arbitrasen  una  manera  de  crear 
y  de  adjudicar  el  nuevo  trono,  á  ñn  de  que  fuesen 
ellas  con  esta  solemne  base  las  que  les  abrieran  la 
entrada  en  Madrid  y  protegieran  la  negociación, 
si  es  c|ue  no  se  podía  conseguir  un  candidato  más 
simpático  que  los  menguados  infantes  de  España. 

Lo  singular  es  que  con  estas  cavilaciones  coin- 
cidía un  algo  que  ellos  ignoraban.  Adelantándose 
á  la  misión  que  traían,  y  procurando  quizás  facili- 
tarles las  negociaciones,  el  gabinete  inglés,  en  re- 
serva absoluta  y  de  por  sí  mismo,  había  indicado  á 
su  embajador  en  Madrid  que  hablase  confidencial- 
mente con  el  ministro  del  rey  sobre  la  conveniente 
l)osibilidad  de  arribar  á  un  arreglo  en  la  lucha  de 
sus  colonias,  y  que  si  se  creía  conveniente  ofreciera 
la  mediación.  Pero  esta  oferta,  que  probablemente 
procedía  de  las  noticias  transmitidas  por  lord 
Strangford  acerca  de  las  comisiones  que  salían  del 
Río  de  la  Plata,  fué  terminantemente  rechazada 
pocos  días  antes  de  la  llegada  de  Rivadavia  y  Bel- 
grano;  y  el  gabinete  británico  volvió  á  envolverse 
en  la  indiferencia  soberbia  de  su  habitual  actitud, 
harto  misteriosa  por  cierto  para  que  fuese  defini- 
tiva. 

Bajo  el  doloroso  influjo  de  tamañas  contrarie- 
dades, y  dando  vuelo  á  mil  cavilaciones  tan  incohe- 
rentes  con   la   marcha   de   los   sucesos   en   el   Plata, 


EX    MISIOX    A    EUROPA  25 

como  ccni  el  estado  de  las  cosas  en  Europa,  los  dos 
emisarios  llegaron  á  Londres  y  encontraron  á  Sa- 
rratea  completamente  opuesto  al  viaje  de  Rivada- 
via  á  Madrid  por  muchísimas  razones.  La  princi- 
pal era  que  ya  tenía  en  sus  manos  todos  los  hilos 
y  los  recursos  de  un  vasto  plan  que  debía  realizarse 
en  aquellos  mismos  días.  L'n  príncipe  español,  her- 
mano de  Fernando  VH.  don  Francisco  de  Paula, 
joven  virtuoso,  bueno  y  muy  bien  inclinado,  estaba 
próximo  á  llegar  á  Londres  con  la  debida  autori- 
zación de  sus  padres  para  negociar  y  aceptar  el 
trono  del  Río  de  la  Plata.  Todo  estaba  ya  para  alla- 
narse. Carlos  IV  debía  ser  autorizado  por  las  po- 
tencias para  hacer  un  nuevo  acto  de  abdicación  y 
subdividir  los  dominios  españoles  entre  sus  hijos. 
Con  este  plan  y  con  los  lisonjeros  detalles  que  Sa- 
rratea  les  comunicó,  los  dos  emisarios  quedaron 
mistificados,  y  reconfortado  el  ánimo  se  dieron  á 
nuevas  y  grandiosas  esperanzas. 

Pasó  entre  tanto  el  efímero  imperio  de  los  C'uii 
días :  cayó  de  nuevo  Bonaparte,  y  volvieron  los 
borbones  al  trono  de  Francia. 

La  especie  que  Sarratea  ponía  en  conocimiento 
de  sus  compañeros,  no  era  del  todo  una  invención 
suya  ó  de  sus  agentes ;  tenía  una  verdad  relativa, 
y  había  sido  materia  de  algunas  sugestiones  serias 
antes  de  la  perturbación  causada  por  el  regreso  de 
Bonaparte.  Luis  XVIII  miraba  con  cariño  á  Car- 
los IV,  que  oh-idado  de  todos  y  maltratado  por  el 
hijo  perverso  que  lo  había  destronado,  soportaba 
su  suerte  miserable  en  un  rincón  de  Roma,  care- 
ciendo de  todo,  hasta  de  recursos  para  remediar 
sus  crueles  dolencias.   El  monarca   francés   sintió  ó 


26  BELGRAXO    Y    RIVADAVIA 

simuló  sentir  ciertos  escrúpulos  delicados  por  la 
manera  con  que  el  hijo  había  destronado  al  padre 
é  impuéstole,  por  la  fuerza  y  amenaza  de  armas, 
una  abdicación  inicua ;  que  por  otra  abdicación  no 
menos  criminal,  había  hecho  pasar  á  los  Bonapartc 
al  trono  de  España.  Si  la  segunda  abdicación  era 
nula,  lo  era  con  más  razón  la  primera  que  había 
servido  de  anillo  á  la  violenta  correlación  de  los  dos 
actos.  Inspirado  en  estos  sentimientos  benévolos, 
Luis  X\"III  inició  con  mucha  mesura  la  necesidad 
de  rever  -estos  antecedentes  y  regularizar  la  situa- 
ción respectiva  del  padre  destronado  por  el  hijo  en 
virtud  del  Motín  de  Aran  juez;  sacudimiento  anár- 
quico y  rebelde  que,  dadas  las  leyes  y  doctrinas  del 
derecho  público,  no  podía  aceptarse  como  título  le- 
gítimo á  seguir  ocupando  un  trono.  Luís  XVIII  no 
decía  hasta  donde  quería  llevar  las  consecuencias 
que  fluían  de  estos  antecedentes;  pero  de  muchq 
alcance  habían  de  ser  si  tomamos  en  cuenta  las  in- 
dicaciones que  en  esas  mismas  cartas  confidenciales 
hacía  de  la  política  sanguinaria  de  Fernando  VII 
y  de  la  horrible  desesperación  que  estaba  provocan- 
d )  con  ella  entre  los  españoles.  \"erdad  es  también 
que  sí  era  justa  }■  piadosa  la  compasión  con  que 
Luís  XVITI  miraba  á  Carlos  IV,  doble  era  la  re- 
])ulsión  que  personalmente  le  inspiraba  Fernan- 
do VIL 

Bien  se  comprende  que  una  vez  admitido  el 
principio,  las  consecuencias  eran  claras  y  de  grandí- 
sima importancia.  X^o  sólo  quedaba  sujeto  á  una 
revisión  el  título  con  que  Fernando  VII  reinaba, 
sino  que  podía  serle  retirado,  ya  por  la  abolición 
de  la  Ley  Sálica  y  por  el  restablecimiento  del  orden 


EN    MISIÓN    A    EUROPA  2/ 

sucesorio  de  las  partidas,  ya  per  desheredamiento 
fundado  en  la  conducta  atroz  que  había  tenido  con 
su  bondadoso  padre,  ya  en  fin  por  la  necesidad  de 
dar  á  España  un  monarca  más  consecuente  y  res- 
petuoso para  con  los  principios  del  siglo.  Y  á  ser 
Carlos  IV  otro  hombre,  las  consecuencias  hubieran 
ido  mucho  más  lejos,  y  se  habrían  colmado  las  mi- 
ras del  monarca  francés  cooperando  á  ellas  con  de- 
cisión el  liberalismo  español  (6).  Una  de  esas  con- 
secuencias, según  parece,  era  la  de  allanar  la  insu- 
rrección de  las  colonias  por  medio  de  una  subdivi- 
sión de  monarquías  en  los  dominios  españoles,  ad- 
judicadas á  los  hijos  de  Carlos  IV  y  puestas  bajo 
el  protectorado  francés  mientras  se  consolidaba  en 
ellas  el  orden  interior  y  el  nuevo  régimen  (7). 

La  alarma  de  Fernando  VII  fué  profunda.  Lle- 
no de  pavor  y  de  rabia  acudió  al  Congreso  de  las 
potencias  protestando  que  levantaría  toda  la  Espa- 
ña si  se  trataba  de  llevar  adelante  semejante  preten- 
sión; que  contra  él,  Francia  y  los  que  tomasen  su 
partido,  no  tendrían  en  el  suelo  español  más  alia- 
dos que  los  jacobinos,  ni  más  sostén  que  éstos  el 
trono  de  su  padre.  Medroso  y  pusilámine  por  ca- 
rácter el  anciano  destronado,  y  amenazado  brutal- 
mente por  el  hijo,  se  apresuró  á  contestar  á  las  car- 

(6)  Debe  notarse  que  con  respecto  á  España,  la  polí- 
tica de  Luis  XVIII  fué  imuy  distinta  de  la  que  adoptó  Car- 
los X  cuando  le  sucedió  en  el  trono. 

{y)  Francia  persistió  en  esta  pretensión  por  algún 
tiempo,  y  cuando  Carlos  X  repuso  á  Fernando  VII,  en  1823, 
había  resuelto  compensarse  con  la  cesión  de  Méjico  ó  del 
Río  de  la  Plata.  Véase  Granville  Stapleton's  Political  Life 
of  R.  H.  Gcorgc  Canning :  vol.  II,  cap.  VIII. 


28  BELGRAXO    Y    RIVADAVIA 

tas  de  Luís  XX'IIl,  que  nu  quería  ni  ¡)o(lía  reinar, 
pues  estaba  incapaz  de  soportar  los  contratiempos 
y  las  amarguras  del  mando.  Las  potencias  encoi\- 
traron  un  modo  de  salvar  la  diñcultad  liaciendo  el 
del^ido  honor  á  las  observaciones  de  Luís  XVlIt 
sin  perjuicio  de  Fernando  VII,  que  fué  el  de  pe- 
dirle á  Carlos  IV  que  hiciera  nueva  renuncia,  sim- 
ple y  llana,  en  favor  de  su  hijo.  El  decaído  anciauíj 
obedeció:  el  rey  de  Francia  reservó  para  otra  oca- 
sión sus  miras  sobre  Sud  América,  que  no  había 
descubierto  del  todo,  y  Fernando  VII  se  entregó 
á  perseguir  con  el  último  rigor  á  un  gran  número 
de  personas  que  supuso  inclinadas  á  la  restaurac^'cn 
de  su  padre   (8). 

El  incidente  había  sido  pasajero,  pero  oportu- 
nísimo para  dar  margen  á  la  fecunda  inventiva  de 
Sar ratea  y  de  los  agentes  con  quienes  ya  maniobra- 
ba cuando  llegaron  Rivadavia  y  Belgrano.  Es  claro 
que  por  si  mismo  Sarratea  no  hubiera  llegado  á  sa- 
ber lo  ocurrido  en  la  reserva  de  tan  altas  esferas ; 
pero  la  casualidad  le  puso  en  relación  con  un  cala- 
vera, ó,  más  bien  dicho,  tunante  de  esclarecido  nom- 
bre, que  vivía  de  artificios,  de  juegos  y  de  coimas, 
alrededor  de  príncipes  aventureros  y  damas  nobles, 
que  en  aquella  época  revuelta  y  de  radicales  reno- 
vaciones, andaban  por  Europa  á  caza  de  posiciones 
y  de  dinero.  Era  hijo  del  conde  de  Cabarrús,  el  co- 
nocido  economista   de   la   escuela   de   Campomanes. 

(8)  His.  Gen.  de  España  por  don  Víctor  Gebhardt; 
vol.  y  I,  cap.  XVI.  Granville  Stapletou's — Politieal  Life  of 
thc  R.  H.  Gcorge  Canning;  vol.  II,  cap.  \'III.  \'iel  Castel ; 
Histoire  de  la  Restanration,  etc.,  etc. 


EX    MISIÓN    A    EUROPA  29 

autor  de  unas  Cartas  recopiladas  en  un  volumen 
muy  estimado,  que  Rivadavia  y  Belgrano  conocían 
y  leían  con  devoción,  como  la  mayor  parte  de  los 
hombres  de  su  tiempo.  El  hijo  tenía  admirable  vi- 
veza ;  pero  la  vida  de  las  cortes  y  el  roce  de  las  in- 
trigas, lo  habían  corrompido  en  términos  que,  aun- 
que soportado  en  la  alta  sociedad,  pasaba  por  un 
píllete  de  maneras  aristocráticas  (9).  Sin  princi- 
pios políticos  que  lo  embanderasen  de  este  ó  del 
otro  lado,  A-ivía  metiéndose  en  todas  partes  donde 
husmeaba  una  intriga.  Xo  podría  decirse  si  era 
francés  ó  español,  pero  como  la  corte  de  Fernan- 
do VII,  donde  todo  era  grosero  y  temible,  no  se 
adecuaba  al  genio  y  á  las  vivezas  de  Cabarrús,  fre- 
cuentaba más,  con  aristocrático  desparpajo,  los  apo- 
sentos de  la  reina  María  Luisa,  mujer  de  Carlos  IV; 
visitaba  á  los  cardenales  más  influyentes  en  los  ne- 
gocios del  papa ;  iba  y  venía  á  París  y  á  Londres, 
y  en  uno  de  los  acasos  que  le  proporcionaba  su  ex- 
tremada movilidad  dio  con  Sarratea,  siendo  enton- 
ces cuando  se  armó  entre  los  dos  el  proyecto  de  co- 
ronar á  don  Francisco  de  Paula,  soberano  del  Río 
de  la  Plata,  entrando  por  supuesto  el  Alto  Perú, 
que  formaba  parte  de  la  vasta  y  opulenta  región 
que  había  de  ser  monarquizada.  Decir  que  era  due- 
ño del  afecto  de  la  reina  y  de  Godoy,  es  como  decir 

(9)  Tenía  una  hermana  de  singular  belleza  y  talen- 
tos, mayor  que  él,  que  lo  amaba  como  á  hijo.  Era  una  dama 
de  vida  liviana,  pero  rica,  que  había  sido  concubina  de 
Barras  de  otros  personajes  después,  y  de  la  íntima  amis- 
tad de  Talleyrand;  con  todo  lo  cual  vivía  informada  y 
actuaba  en  todas  las  intrigas  del  tiempo.  Gebhardt,  Hist. 
Gen.  de  España. 


30  EELGRANO     Y     RIVADAX  lA 

que  SUS  opiniones,  sus  noticias  y  sus  consejos,  pre- 
valecían en  los  conciliábulos  de  aquella  desgracia- 
da familia  que  no  cesaba  de  prestar  oído  atento  y 
ávido  á  todo  lo  que,  por  ilusorio  que  fuera,  le  ofre- 
cía alguna  esperanza  de  mejorar  de  suerte,  aunque 
no  fuese  más  que  con  sumas  de  dinero  que  le  faci- 
litasen vida  más  holgada  y  más  tranquila. 

Las  ventajas  del  proyecto  no  se  limitaban  á  la 
rehabilitación  del  rey  Carlos  IV,  de  la  reina  y  de 
sus  hijos  menores,  sino  que  se  extendían  también 
á  la  corte  pontificia,  con  cuyo  poderoso  influjo  so- 
bre España  se  contaba,  por  el  inmenso  interés  que 
tenía  en  restablecer  y  consolidar  las  relaciones  de 
la  Iglesia  con  las  provincias  católicas  de  ultramar, 
que,  desmembradas  al  presente,  ocasionaban  per- 
juicios muy  considerables  al  tesoro  del  obispo  de 
Roma. 

El  conde  había  hecho  ya  varios  viajes  á  Roma 
con  estos  fines.  La  reina  y  Godoy  habían  aprobado 
el  plan  3^  convenido  en  que  el  futuro  monarca  ocu- 
paría el  trono  bajo  una  constitución  liberal  á  la  in- 
glesa, cuya  obediencia  juraría  previamente  en  ma- 
nos de  los  emisarios.  Carlos  IV  amaba  mucho  á  su 
hijo  menor  por  su  buen  carácter,  y,  con  razón,  más 
que  á  los  mayores,  que  eran  asaz  perversos.  El 
trono  que  le  ofrecían  lisonjeaba  en  extremo  su  ca- 
riño paternal,  porque  quedaba  inmediato  á  los  do- 
minios de  sus  buenos  hijos  y  nietos  los  príncipes 
de  Eraganza.  Pero  el  infeliz  era  tan  pusilánime  por 
temperamento,  y  había  quedado  tan  humillado  por 
las  amarguras  de  su  vida,  que  de  todo  temblaba; 
y,  según  decía  Cabarrús  á  los  emisarios  argentinos, 
se  había  negado  á  dar  documentos  de  aprobación 


EN    MISIÓN    A    EUROPA  3T 

que  pudieran  comprometerlo  en  el  ánimo  de  su  hijo, 
ó  en  el  influjo  que  á  éste  le  suponía  entre  las  gran-í 
des  potencias  de  Europa. 

La  reina  María  Luisa,  al  contrario,  se  mostraba 
indignada  de  la  cobardía  de  su  marido;  y  delante 
del  mismo  rey  le  había  dicho  á  Cabarrús  con  he- 
roica decisión :  "Anda  tú,  y  que  se  haga ;  yo  misma 
iré  con  mi  hijo  á  Buenos  Aires''.  En  la  opinión  de 
Godoy,  que  era  el  gran  consejero  de  la  mísera  fa- 
milia, convenía  sin  duda  proseguir  la  negociación; 
pero  ante  todo  debía  ponérsele  fondos  en  Londres 
para  escapar  de  Roma,  porque  estaba  cierto  de  que 
no  bien  se  presentase  el  proyecto,  ó  se  supiera  la 
partida  oculta  del  infante,  Fernando  AI  I  pediría  y 
obtendría  su  extradición. 

Rivadavia  quedó  deslumljrado,  y  sintió  su  áni- 
mo reconfortado.  Belgrano,  que  estaba  dominado 
por  el  profundo  respeto,  ó,  mejor  dicho,  por  la 
afectuosa  admiración  con  que  miraba  á  su  compa- 
ñero, se  entregó  á  él  con  tal  sumisión  que,  según 
sus  propias  expresiones,  no  hizo  otro  papel  que  el 
de  su  escribiente  cuando  llegó  el  caso  de  dar  formas 
al  asunto    (lo). 

(lo)  "En  una  palabra,  Rivadavia  fué  el  director  del 
asunto,  como  perfectamente  instruido  en  nuestros  sucesos 
y  en  atención  á  los  conocimientos  que  posee  y  el  pulso  y 
tino  que  le  acompaña,  quedándome  á  mí,  sólo  el  ser  escri- 
biente de  todo".  Belgrano. — Relación  de  mis  pasos  y  ocu- 
rrencias de  mi  viaje  al  Brasil  é  Inglaterra  extendida  de 
orden  verbal  del  excelentísimo  señor  supremo  director  in- 
terino. Este  documento  del  Archivo  se  halla  íntegramente 
transcrito  por  el  general  B.  Mitre  en  su  Historia  de  Bel- 
grano. Apéndice  núni.  33,  tomo  III,  página  488,  3.^*  edición. 


32  BELGRANO    Y    R1VA13AVIA 

Con  un  rey  de  la  estirpe  española,  miembro  de 
la  casa  de  Borbón,  que  por  toda  la  Europa  recupe- 
raba sus  antiguos  dominios,  y  con  un  régimen  mo- 
nárquico asentado  en  el  Río  de  la  Plata,  ¿qué  po- 
dían objetar  las  grandes  potencias,  y  sobre  todo 
Inglaterra,  que  les  impidiese  dar  en  el  acto  su  be- 
neplácito y  contener  la  saña  de  Fernando  \'II  ? 
¿  Podrían  soportar  que  este  tirano  persistiera  en 
perjudicar  al  comercio,  perturbando  las  relaciones 
comerciales  de  otras  naciones  como  la  Gran  Bre- 
taña y  Francia,  por  sólo  el  capricbo  de  no  querer 
reconocer  una  monarcjuía  regular,  tranquila  y  go- 
bernada por  uno  de  sus  hermanos?  No  era  posible; 
y  aun  cuando  las  potencias  aparentaran  en  el  pri- 
mer tiempo  algunas  vacilaciones,  su  diplomacia  ha- 
bía de  ponerse  por  fuerza  en  grande  actividad  des- 
de el  primer  día ;  y  cuando  vieran  que  el  nuevo 
trono  contaba  con  las  fuerzas  nacionales  que  defen- 
dían la  independencia,  era  indudable  que  las  po- 
tencias se  habían  de  oponer  á  que  continuara  la 
guerra,  y  sobre  todo  á  que  se  corriera  el  peligro 
de  que  viniese  á  terminar  desgraciadamente  por  el 
triunfo  de  los  monopolios  y  de  los  excesos  absur- 
dos que  estaban  ya  condenados  por  el  mundo  civi- 
lizado. De  haber  sido  posible  la  consumación  de 
semejantes  visiones,  no  hay  duda  que  el  razona- 
miento era  fundado  é  incuestionables  las  consecuen- 
cias. Pero  era  menester  ser  Rivadavia  y  Belgrano 
para  creer  que  esas  mistificaciones  pudieran  enton- 
ces convertirse  en  realidades. 

El  primer  paso  de  la  intriga  estaba  dado.  Ri- 
vadavia y  Belgrano  aceptaban  el  proyecto  de  Sarra- 
tea  y  de  Cal:)arrús :   faltaba  solamente  que  éste  lie- 


EN   MISIÓN   A  EUROPA  33 

gase  á  Londres  con  las  instrncciones  definitivas  de 
Carlos  IV  y  de  la  reina,  para  dar  forma  solemne  á 
los  pactos,  y  que  comenzase  la  explotación  del  ad- 
mirable candor  con  que  nuestros  honrados  emisa- 
rios se  entregaban  á  la  comedia. 

Con  la  llegada  del  conde  comenzó  la  parte  seria 
del  asunto :  el  dinero.  El  conde  era  hombre  de  em- 
puje que  no  vacilaba  ni  dejaba  vacilar  á  los  otros, 
una  vez  que  los  tenía  al  alcance  de  su  mano;  audaz 
y  bien  cuadrado  en  sus  intenciones,  procedía  de 
manera  que  con  él  no  podían  tomarse  aquellas  pre- 
cauciones que  son  de  regla  común  en  negocios  en 
que  media  dinero.  El  era,  decía,  un  hombre  excep- 
cional y  superior  á  esas  miserias.  Daba  por  sen- 
tado que  la  necesidad  de  dinero,  no  para  él,  sino 
para  los  otros,  era  cosa  natural  y  entendida,  y  no 
se  tomaba  el  trabajo  ni  de  suponer  siquiera  que  pu- 
diera a^■anzarse  la  más  ligera  insinuación  que  ate- 
nuara la  confianza  absoluta  que  él  merecía  en  ese 
particular.  Era  impávido  y  tenía  el  talento  de  ha- 
cer callar  hasta  las  dudas  ó  las  sospechas  que  ins- 
piraba. Lo  primero  que  hizo  fué  hablar  con  mucha 
seriedad  de  los  gastos  personales  cjue  llevaba  va 
hechos  en  tantos  viajes  como  los  que  había  repe- 
tido de  Londres  á  Roma  ó  á  París  por  encargo  de 
Sarratea.  Y  aunque  él  no  se  consideraba  expoliado 
ni  habría  admitido  serlo,  pues  obraba  por  el  inte- 
rés mucho  más  elevado  que  tenía  en  el  éxito  de  un 
negocio  tan  importante  para  los  viejos  monarcas  de 
España,  á  quienes  quería  entrañablemente,  sin  em- 
bargo, su  posición  no  era  tampoco  tan  amplia  que 
le  permitiera  adelantar  gruesas  erogaciones  como 
las  que  hacía  en  vista  de  la  comisión  política  de  un 

HIST.  DE  LA  REP.  ARGENTIN.\.  TOMO  VI. — 3 


34  BELGRAXO    V    RIVADAVIA 

gobierno  extranjero  todavia  para  él.  En  Londres 
la  vida  era  muy  cara,  y  para  venir  á  esta  ciudad, 
tenía  que  abandonar  los  valiosisimos  intereses  pro- 
pios y  ajenos,  que  estaban  á  su  cargo  en  el  conti- 
nente. \^erdad  es  Cjue  entre  todo  lo  que  al  presente 
le  interesaba,  nada  le  ofrecía  mayores  ventajas  que 
la  erección  de  un  trono  en  el  Río  de  la  Plata  ocu- 
pado ])or  príncipes  que  tenían  en  él  una  confianza 
sin  límites,  y  en  cuyo  cariño  }'  estimación  se  con- 
sideraba sin  rival.  Si  no  fuera  más  C[ue  esto  lo  ha- 
ría todo  por  sí  mismo ;  pero  adelantos  de  sumas  im- 
portantes no  los  podía  hacer.  Lo  primero  era  ase- 
gurar la  posición  pecuniaria  del  príncipe  de  la  Paz, 
y  como  éste  no  quería  ni  podía  dejar  que  figurase 
su  nombre,  era  menester  ponerle  la  suma  conve- 
niente en  Londres  v  en  manos  seguras,  es  decir, 
de  amigos  que  no  divulgaran  el  secreto.  Tenía  tam- 
bién c[ue  hacer  notar  á  los  emisarios  del  gobierno 
de  Buenos  Aires  que  debía  asegurarse  una  grande 
pensión  y  estado  decoroso  al  rey  Carlos  IV  y  á  la 
reina,  y,  por  último,  determinar  lo  indispensable 
para  el  candidato,  y  para  su  ^•iaje.  Sin  que  él  (de- 
cía el  conde)  tuviera  declaraciones  y  datos  categó- 
ricos sobre  estos  detalles  esenciales,  le  era  imposi- 
ble dar  un  paso  má-,  puesto  que,  estando  aceptado 
el  asunto  en  principio,  sólo  faltaba  a  justar  los  me- 
dios materiales  de  llevarlo  á  cabo  mediante  los  pac- 
tos que  al  efecto  estaba  facultado  para  recibir  y 
transmitir  á  los  reyes. 

Rivadavia,  al  ver  que  el  asunto  comenzaba  á 
imponer  erogaciones  sin  garantías,  observó  que  la 
forma  para  cosa  tan  grave  carecía  de  aquella  solem- 
nidad que  debía  dársele  antes  de  convertirla  en  una 


EN   MISIOX   A  EUROPA  35 

negociación  formal :  y  que  la  falta  de  ese  principio 
exigía  algún  documento  de  Su  Alajertad,  aunque 
no  fuese  más  que  una  carta  de  su  puño  en  que  die- 
ra su  aprobación  y  confirmase  la  agencia  con  que 
mediaba  el  señor  Conde.  Este  y  Sarratea  contesta- 
ron que  eso  ya  se  había  intentado;  c[ue  no  era  po- 
sible decidir  al  rey  á  un  paso  que  consideraba  de 
la  mayor  audacia  y  peligrosísimo  para  su  quietud ; 
c[ue  Godoy  se  negaba  también  á  que  lo  diesen  la 
reina  ó  el  infante,  porque  estaba  dominado  por  igual 
miedo  de  ser  perseguido  y  llevado  á  España  ó  Áfri- 
ca á  perecer  en  un  presidio.  Si  eso  se  exigía  como 
paso  previo,  la  negociación  fracasaba. 

Al  andar  de  estos  tratos  pudo  notarse  algo  que 
dio  á  sospechar  la  sórdida  intención  y  poca  delica- 
deza de  Cabarrús  (ii).  Rivadavia,  haciéndolo  no- 
tar confidencialmente  á  sus  compañeros,  les  pro- 
puso deshacerse  de  este  agente  y  echar  mano  del 
señor  don  José  Olaguer  Feliú  c[ue  además  de  ha- 
ber sido  paje  de  Carlos  IV  y  de  ser  un  compatriota, 
tenía  bastante  despejo  para  ocuparse  con  éxito  del 
asunto ;  pero  Sarratea  se  opuso  violentamente,  y 
*^  fué  preciso  ceder,  porcjue  de  otro  modo  la  soñada 
monarquía  naufragaba  en  el  puerto. 

Colocado,  pues,  el  asunto  donde  Sarratea  lo  te- 
nía preparado,  Rivadavia  hubo  de  contraerse  con 
grave  seriedad  á  la  tarea  de  escribir  las  instruccio- 
♦  '  nes,  convenios,  actas  de  compromisos  respectivos 
y,  por  fin,  todos  los  documentos  de  E-tado  que  de- 
bían constituir  el  pacto  del  infante  con  la  nación  y 
la  Carta  Constitucional  del  trono.  ¡  Parece  una  bro- 

(ii)     Lo  dice  Belgrano  en  el  informe  antes  citado. 


36  BELGRANO    Y    RIVADAVIA 

ma  inventada  por  el  g'enio  mismo  de  la  burla!  Pero 
la  verdad  es  que  don  Bernardino  Rivadavia,  sir- 
viéndole de  escribiente  el  señor  Belg^rano,  como 
acabamos  de  verlo,  se  puso  á  ese  trabajo  con  pro- 
lijo y  cauteloso  esmero.  En  las  extensas  y  minucio- 
sas instrucciones  que  escribió  para  Cabarrús.  le  ano- 
tó todo  aquello  á  que  debía  ceñir  su  conducta;  se 
le  ordenaba  en  ellas  que  recabase  la  venida  del  in- 
fante á  Líindres,  lomando  por  pretexto  unas  cuen- 
tas que  su  padre  tenía  que  saldar  con  ciertos  ban- 
queros holandeses  de  esta  plaza;  y  de  e-e  modo  los 
emisarios  lo  tratarían  y  terminarían  el  asunto  con 
él.  Se  le  indicaba  que  pusiese  grande  cuidado  en 
no  hablar  con  nadie,  y  que  visitase  muy  poco  á  los 
reyes  padres,  para  no  despertar  la  suspicaz  vigi- 
lancia de  la  policía  que  Fernando  VII. mantenía  en 
Roma.  Con  estas  y  otras  tonterías  estaban  casi  lle- 
nos los  largaos  pliegos  de  esas  Instrucciones.  Se 
determinaba  en  ellas  lo  más  mínimo,  hasta  por  cuá- 
les caminos  y  acompañado  de  cuántas  per.-onas  ha- 
bía de  salir  el  infante  á  fin  de  que  nada  se  transcen- 
diese hasta  el  momento  de  hacer  pública  la  candi- 
datura. Marchar  rectamente  á  ocupar  el  trono  por 
medio  de  la  fitga,  era  cosa  chocante  por  demás  á 
la  dignidad  y  al  decoro  con  que  debía  erigirse  la 
nueva  monarquía,  donde  todo  había  de  ser  desde 
el  principio,  circunspecto,  franco  y  noble.  Era, 
pues,  menester  que  la  familia  real  cambiase  á  tiem- 
po la  residencia  que  tenía  en  Roma,  por  la  de  al- 
guna ciudad  de  Austria ;  y  que  el  infante  pasase 
de  allí  á  Norte-América  con  cualquier  pretexto. 
Como  este  cambio  daría  lugar  seguramente  á  que 
Fernando   VII    les   retirase   la   miserable   jubilación 


EN   MISIOX  A  EUROPA  37 

con  que  los  mantenía,  las  provincias  del  Río  de  la 
Plata  tomaban  á  su  cargo  ese  sagrado  deber,  y 
Rivadavia,  con  Belgrano.  .  .  y  con  Sarratea  también 
"prometían  y  juraban  asistirlos  á  todos  con  regias 
pensiones"  que.  por  la  de  Godoy.  puede  calcularse 
á  cuánto  subirían  las  de  los  reyes  y  la  de  Cabarrús 
como  primer  chambelán  del  nuevo  monarca. 

"Plenamente  facultados  (decían  los  emisarios 
en  esos  pliegos)  por  el  Supremo  Gobierno  de  las  pro- 
vincias del  Río  de  la  Plata,  para  tratar  con  el  rey 
nuestro  señor  (el  señor  don  Carlos  IV)  y  con  to- 
dos los  de  su  real  familia,  á  fin  de  conseguir  del 
justo  y  poderoso  ánimo  de  su  Majestad  (?)  la  ins- 
titución de  un  reino  en  aquellas  provincias,  y  ce- 
sión de  él  al  Serenísimo  Infante  don  Francisco  de 
Paula,  declaran  que  los  méritos  y  servicios  del  Se- 
renísimo y  Excelentísimo  señor  príncipe  de  la  Paz 
don  Manuel  Godoy  son  tales  que  se  le  señala  una 
pensión  anual  de  cien  mil  duros,  sobre  la  cual  así 
como  las  anteriores  se  abrirá  un  crédito  y  partida 
en  el  'tesoro",  etc.,  etc.  Con  esto  se  alcanza  bien  lo 
que  fué  aquella  misión  tan  hablada  entonces  y  des- 
pués. 

Es  cosa,  en  verdad,  de  quedar  uno  aturdido  de- 
lante de  dos  personajes  tan  graves,  tan  creyentes 
á  su  manera,  pero  de  una  inocencia  los  dos.  .  .  íba- 
mos á  decir  virginal,  diremos  sin  ejemplo,  que  me- 
tidos en  un  cartucho  obscuro  de  Londres,  v  alum- 
brados por  cuatro  bujías,  se  entregaban  así  á  la  ta- 
rca de  redactar  y  de  "poner  en  limpio"  estos  pape- 
les. .  .  para  uso  de  Cabarrús  y  de  Sarratea;  ¡qué  ad- 
mirable enredo  para  el  futuro  Moliere,  ó  el  futuro 
!Moratín  de  estas  regiones ! 


38  BF.LGRAXO    V    R1\\\DAVIA 

Al  misiiKj  tiempo  que  nuestros  emisarios  se  en- 
tretenían en  habilitar  á  Cabarrús  con  tan  solemnes 
documentos  y  también  con  dinero,  se  ventilaba  entre 
Bonaparte  y  las  i)otencias  tradicionales  de  Europa, 
la  larga  v  porfiada  lucha  entre  el  despotismo  mili- 
tar y  el  despotismo  reaccionario,  que  tenía  pen- 
diente su  solución  final  de  la  campaña  de  Bélgica. 
El  conde  de  Cabarrús  había  hecho  presente  que  de 
cualquiera  de  los  lados  que  resultase  el  triunfo,  era 
seguro  el  éxito  de  la  negociación.  Si  quedaba  im- 
perando Bonaparte,  el  favor  del  poder  había  de  ser 
hostil  á  Fernando  VII  y  benévolo  para  Carlos  IV; 
si  caía,  y  surgía  otra  vez  Luis  XVIII  con  una  so- 
beranía bien  asegurada  ya.  volvería  á  su  proyecto 
de  que  se  reviesen  los  títulos  originarios  de  Fer- 
nando, y  se  repusiera  á  su  padre  en  las  facultades 
legítimas  que  le  correspondían  para  disponer  de 
sus  estados.  Y  observaba  el  conde,  que  para  uno  y 
otro  caso,  era  indispensable  que  se  le  proveyese  de 
todo,  papeles  y  dinero,  pues  era  urgente  su  marcha 
á  esperar  en  el  continente  la  solución  de  la  guerra 
y  aprovechar  los  instantes  para  traer  al  infante  á 
Londres,  á  favor  del  ruido  y  de  la  confusión  que 
debía  producir  la  próxima  batalla  entre  aliados  y 
franceses.  Xada  podía  objetársele :  fué  preciso  so- 
meterse á  entregarle  fondos,  que  era  lo  substancial 
para  él,  y  papeles  que  para  nada  le  servían. 

Pasaron  los  días :  cayó  Bonaparte  derrotado  en 
Waterlóo ;  y  después  de  hacerse  esperar  algunos 
meses  volvió  el  conde  de  Cabarrús  á  Londres.  ¡Pe- 
ro nada  había  podido  conseguir!  El  rey  de  Francia 
había  desistido  de  proteger  á  Carlos  IV.  El  poder 
y  el  influjo  de  Fernando  VII  se  habían  consolida- 


EN   MISIÓN  A  EUROPA  39 

do;  y  el  anciano  rey  más  pusilánime  que  nunca,  y 
Godoy  más  aterrado  que  él  todavía,  se  negaron  á 
todas  las  condiciones  que  los  emisarios  les  habían 
propuesto.  De  toda  la  familia  y  criados,  sólo  podía 
contarse  con  la  reina  y  con  el  infante,  que  persis- 
tían en  aceptar  por  su  parte  todo  lo  propuesto,  y  en 
dejarse  robar  para  ser  trasladados  á  Buenos  Aires. 
Como  esto,  según  la  opinión  del  conde,  era  al  cabo 
lo  esencial  del  asunto  en  que  trabajaban,  él  había 
dejado  á  sueldo  un  hombre  de  corazón  y  de  valor, 
con  cjuien  el  infante  se  entendería  para  fugarse. 
Pero  el  rapto,  además  de  ser  peligroso,  exigía  que 
se  contase  con  medios  de  movilidad  rápidos  y  bien 
preparados.  Se  necesitaba,  por  consiguiente,  que 
se  pusiese  á  su  disposición  en  libras  esterlinas,  una 
suma  suficiente  con  cjue  llevar  á  cabo  la  operación. 

Rivadavia  y  Belgrano  se  opusieron  á  semejante 
atentado.  La  comedia  comenzaba  en  efecto  á  ser 
demasiado  grosera  y  degeneraba  en  farsa.  No  podía 
olvidarse,  decían  ellos,  cjue  el  trono  C[ue  tenían  en- 
cargo de  negociar,  debía  ser  serio  y  de  condiciones. 
legales.  Los  americanos  tenían  pleno  derecho  para 
reconocer  por  único  rey  á  Carlos  IV,  y  en  él  la  fa- 
cultad de  adjudicar  al  infante  don  Francisco  de 
Paula  la  soberanía  inmanente  en  su  persona  de  los 
dominios  del  Río  de  la  Plata.  Sin  esta  delegación, 
y  traído  por  rapto  ó  por  fuga,  el  señor  don  Fran- 
cico  de  Paula  no  pasaba  de  ser  un  simple  aventu- 
rero c[ue  nadie  aceptaría  en  el  país  á  donde  se  le 
cjuería  llevar  así.  Con  este  motivo  se  promovió  una 
agria  disputa  en  cjue  el  conde  encontró  ya  la  oca- 
sión de  romper  con  los  emisarios.  Luego  cjue  éste 
se  ausentó  dando  muestras  de  grande  enfado,   Sa- 


40  EELGRANO    Y    RIN'ADAVIA 

rratea  trató  de  insistir  en  que  convenía  hacer  traer 
al  infante  á  Londres  de  cualquier  modo  que  fuese, 
dic'endo  que  él  estaba  seguro  de  que  si  le  daban 
á  Cabarrús  algunos  recursos  cumpliría  su  promesa. 
Fundaba  la  conveniencia  de  esta  entrevista  con  el 
infante  en  la  notoriedad  con  c|ue  se  haría  saber  á 
las  potencias  victoriosas  cjue  las  provincias  del  Río 
de  la  Plata  no  sólo  querían  constituirse  en  monar- 
quía, sino  coronar  un  príncipe  español,  desarman- 
do con  esto  á  los  poderes  que  las  suponían  anár- 
quicas y  rebeldes  contra  la  familia  de  sus  reyes  na- 
turales. En  segundo  lugar  era  de  todo  punto  ne- 
cesario "ocultar  al  gobierno  de  Buenos  Aires  lo  que 
había  pasado,  y  asegurarle  que  todo  se  había  redu- 
cido á  poner  al  infante  en  Londres,  donde  podía 
deliberar  con  libertad,  hasta  esperar  la  resolución 
del  gobierno  de  Buenos  Aires"'. 

Belgrano  se  opuso  á  este  temperamento  porque, 
á  su  modo  de  ver,  en\olvía  inexactitudes  poco  ho- 
norables y  desnaturalizaba  el  orden  y  el  sentido  de 
los  hechos  que  habían  ocurrido;  y  dijo  que  ha- 
biendo resuelto  regresar  mmediatamente,  tuviese 
á  bien  entregarle  los  papeles  originales  y  las  cuen- 
tas que  había  tenido  con  Cabarrús  debidamente 
justificadas  para  dar  al  gobierno  el  debido  informe 
de  todo.  No  necesitó  más  Sarratea  para  desatarse 
de  un  torrente  de  palabras  violentas  y  de  imprope- 
rios contra  el  gobierno,  contra  el  país  y  contra  los 
hombres  todos  que  lo  habitaban.  A  él  siempre  lo 
habían  sacrificado,  perseguido  y  engañado;  no  co- 
nocía allá  sino  bribones ;  y  no  les  daría  cuenta  de 
nada  porque  de  él  no  merecían  respeto  ni  conside- 
ración (le  ninguna  clase. 


EN   MISIÓN  A  EUROPA  4 1 

Tal  fué  la  situación  en  que  se  parapetó;  y  sería 
cosa  de  dudarlo  si  no  constara  asimismo  del  me- 
lancólico informe  con  cjue  Belgrano  le  expuso  al 
gobierno  los  tristes  percances  de  la  misión. 

Requerido  Cal^arrús  buenamente  por  la  devo- 
lución de  las  instrucciones  y  proyectos  que  se  le 
habían  entregado,  así  como  por  una  forma  ó  razón 
justificada  de  los  fondos  que  había  recibido,  con- 
testó negándose  á  todo ;  y  habiéndose  encontrado 
con  Belgrano  en  casa  de  los  banqueros  Cjue  tenían 
los  fondos  de  la  misión,  le  dijo  á  éste  que  estaba 
bien  informado  de  las  palabras  injuriosas  que  ha- 
bía emitido  solare  él,  y  que  pasaría  á  pedirle  expli- 
caciones. Iba  á  tener  lugar  un  duelo :  Rivadavia, 
Olaguer  y  otros  argentinos  lograron  frustrarlo, 
evitando  así  un  escándalo  más  en  tan  triste  negocio. 
Por  supuesto,  que  el  entremetido  y  el  agitador  de 
esta  iniquidad  fué  Sarratea:  él  mismo  anduvo  ocu- 
pado en  esos  días  de  los  preparativos  del  duelo  y 
hasta  del  armero  á  quien  encargó  revisar  y  tener 
listas  las  pistolas. 

Belgrano  regresó  á  Buenos  Aires  á  dar  una 
prueba  más  de  su  mal  sentido  político  con  la  sin- 
gular ocurrencia  de  la  monarquía  incaica;  y  Ri- 
vadavia, no  menos  iluso,  insistió  en  las  preocupa- 
ciones que  tenían  extraviado  su  espíritu  con  visio- 
nes, que  aunque  de  otro  color,  no  eran  menos  con- 
trarias también  al  buen  criterio  y  á  la  sensatez  de 
un  hombre  de  Estado. 

Sin  escarmentar  con  lo  cjue  acababa  de  pasarle, 
se  puso  en  busca  de  recomendaciones  que  le  abrie- 
ran entrada  en  Madrid,  convencido  de  que  allí  iba 
á  negociar  un  arreglo  honorable  con  el  rey  de  Es- 


42  BELGRANO    Y    RIVADAVIA 

paña.  Esta  inocente  esperanza  basta  á  mostrarnos 
que  no  tenía  idea  de  lo  que  era  ese  rey,  de  lo  que 
era  España,  ni  del  movimiento  político  que  lie  va- 
lgan los  pueblos  que  él  pretendía  rep^resentar  en  ese 
desatinado  intento.  Si  hubiese  tenido  aquel  tacto 
que  enseña  á  no  aventurar  empresas  arriesgadas 
sin  haber  estudiado  los  medios  de  darles  solución, 
habría  visto  que  se  ponía  fuera  de  las  condiciones 
diplomáticas  (esto  es  tratables)  de  su  asunto;  y 
que  usurpaba  una  posición  oficial  sin  tener  título, 
sin  saber  lo  que  habría  de  proponer,  ni  cómo  pen- 
saba salir  de  las  dificultades  que  afrontaba.  Nece- 
sario es  tomar  en  cuenta  la  fatal  inclinación  de  su 
espíritu  á  sublimar  en  formas  agigantadas  las  ema- 
naciones de  su  fantasía,  para  explicarnos  que  se 
hubiese  ofuscado  al  grado  de  no  ver  que  metido  en 
Madrid,  en  aquel  Madrid  mudo  y  policiaco  de  Fer- 
nando VII,  había  de  encontrarse  sin  independen- 
cia de  proponer  y  discutir  cláusula  alguna  que 
fuese  favorable  á  su  país ;  y  que  abandonado  á  sí 
mismo  bajo  el  peso  de  una  tiranía  soberbia  y  ven- 
gativa, no  le  había  de  quedar  otro  recurso  que  ab- 
jurar de  su  propio  patriotismo,  y  prosternarse  "hu- 
miaemente" — son  sus  palabras — en  las  gradas  san- 
grientas de  aquel  mismo  trono  que  los  pueblos  del 
Río  de  la  Plata  habían  jurado  no  obedecer  ni  so- 
portar jamás. 

Olvidando,  por  su  mal,  los  consejos  hábiles  y 
prudentes  que  García  le  había  dado  en  Río  Janeiro 
sobre  los  inconvenientes  de  este  viaje,  y  sobre  otros 
puntos  no  menos  delicados  de  la  misión,  no  trató 
de  otra  cosa,  después  de  la  partida  de  Belgrano, 
que  de  propiciarse  la  relación  personal  de  algunos 


EN   MISIÓN  A  EUROPA  43 

españoles  de  influjo  que  se  hallaban  en  Londres. 
Hombre  honorable  v  virtuoso  que  se  hacía  conocer 
á  primera  vista,  no  le  fué  difícil  captarse  la  esti- 
mación de  les  principales  entre  ellos.  Les  hizo  con- 
fianza de  los  encargos  c[ue  llevaba,  ó  más  bien  di- 
cho que  él  se  atribuía,  y  se  propició  su  estimación 
exponiéndoles  los  inmensos  beneficios  que  España 
podría  asegurar  cambiando  prudencialmente  su  vie- 
jo régimen  colonial  por  el  de  una  monarquía  his- 
pano-americana  que  debía  ser,  natural  3-  forzosa- 
mente, una  nueva  y  anchurosa  patria  para  los  pue- 
blos de  la  península  ibérica,  para  su  comercio  y 
para  su  nobleza  también. 

Rivadavia  se  imaginaba  que  era  imposible  que 
el  rey  y  sus  ministros  no  alcanzasen  los  resultados 
evidentes  de  esta  sublime  solución.  Pfero  cjue,  si 
por  desgracia  se  creía  desdoroso  comenzar  la  re- 
forma por  ese  gran  paso,  bastaría  por  lo  pronto  que 
el  rey  desarmase  la  insurrección  anárquica  que  de- 
voraba el  porvenir  y  las  riquezas  de  la  provincia 
del  Río  de  la  Plata,  haciéndoles  algunas  concesio- 
nes administrativas  que  las  colocasen  en  el  goce  de 
aquellos  beneficios  que  los  progresos  del  siglo  ha- 
cían indispensables  en  la  vida  de  todos  los  pueblos 
civilizados. 

En  la  atmósfera  de  Londres  se  volvían  claras  y 
simpáticas  las  cosas  que  bajo  el  despotismo  reac- 
cionario de  Madrid  pasaban  por  ser  el  colmo  de  la 
insolencia  y  del  crimen  político.  Los  españoles  que 
hablaban  con  Rivadavia  y  que  miraban  á  América 
como  el  paraíso  perdido  de  España,  creyeron  de 
sumo  interés  proporcionarle  la  manera  de  que  se 
presentase  á  los  ministros  de  Fernando  VII   á  in- 


44  BELGRANO    V    RIVADAVIA 

formarles  de  su  misión  con  los  amplios  horizontes 
que  les  trazaba  en  su  fantasía,  y  con  la  evidente 
honradez  de  su  carácter. 

A  estar  á  ciertas  alusiones  de  la  prensa  de  Lon- 
dres parece  cjue  no  faltó  en  el  gabinete  inglés  quien 
indicara  al  embajador  español  la  conveniencia  de 
que  recabase  una  licencia  ó  salvoconducto  que  au- 
torizara á  Rivadavia  para  trasladarse  á  Madrid  y 
obtener  audiencia.  El  que  más  afanoso  anduvo  en 
esto,  y  entend'do  también,  seg'ún  se  creyó  enton- 
ces, con  el  ministerio  inglés,  fué  don  Juan  Manuel 
de  Gandasegui,  director  de  la  Compañía  de  Fili- 
pinas, que  tenía  asiento  y  bastante  valía  en  Lon- 
dres y  en  Madrid.  Fué  él  quien  obtuvo  el  salvo- 
conducto por  real  cedida;  y  cuando  estuvo  provisto 
de  ella,  Rivadavia  vio  colmado  al  fin  el  vehemen- 
tísimo deseo  c[ue  por  tan  largo  tiempo  lo  había 
deslumhrado:  ¡Ya  iba  á  Madrid! 

Para  darnos  cuenta  de  esta  rara  infatuación,  se- 
ría necesario  suponer  que  Rivadavia  daba  por  per- 
dida ó  anonadada  ya  la  independencia  argentina, 
lo  que  no  es  de  creer,  pues  no  podía  ignorar  que 
no  todo  se  había  desquiciado,  como  se  temió  en  el 
primer  momento  de  la  caída  de  la  Asamblea :  pre- 
cisamente entonces  era  cuando  Rondeau  invadía 
el  Alto  Perú  con  un  ejército,  que,  como  quiera  que 
fuese,  se  tenía  por  más  fuerte  y  mejor  templado  que 
el  de  los  enemigos.  Ese  paso  no  estaba  tampoco  de 
acuerdo  con  sus  instrucciones,  con  la  ley  de  que 
emanal)a  su  misión,  ni  con  las  resoluciones  del  go- 
bierno que  lo  hal)ía  nombrado.  Verdad  es  que  al 
enviarlo  se  hal)ía  previsto  el  caso  de  que  pudiera 
convenir   que   se    trasladase   á   Madrid;   pero   se   le 


EN   MISIÓN  A  EUROPA  45 

había  recomendado  expresamente  que  lo  hiciese 
"según  e]  semblante  qne  ]3resentasen  los  tratados" 
lo  cual  importaba  la  orden  de  que  ante  todo  nego- 
ciase bases  de  tratado  en  Londres ;  y  que  sólo  te- 
niéndolas pasase  á  discutirlas  á  ]\Iadrid  "dando 
cuenta  de  sus  pasos  antes  de  comprometer  cosa  al- 
guna definitiva".  Ningún  hombre  de  juicio  se  hu- 
biera creído  con  facultades  para  proceder  de  otro 
modo ;  y  mucho  menos  después  que  García  le  había 
comunicado  en  Río  Janeiro  que  cuanto  se  teníase 
debía  tener  por  base  la  protección  ó  interposición 
del  gobierno  inglés,  "porque  era  de  todo  punto  im- 
posible que  las  provincias  del  Río  de  la  Plata  hu- 
bieran de  volver  á  la  antigua  dominación  espa- 
ñola"  (12). 

Metido  en  Madrid,  Rivadavia  se  encontró  en  la 
dificultosa  posición  que  era  de  esperarse.  Xadie  lo 
había  llamado :  no  tenía  antecedente  ninguno  con 
que  abrir  una  negociación :  el  rey  y  su  gobierno 
estaban  inflexibles  en  su  legítimo  derecho  de  sobe- 
ranía absoluta  sobre  las  colonias  hispano-america- 
nas ;  los  primeros  sucesos  de  la  expedición  de  Mo- 
rillo les  hacían  contar  con  que  todo  el  país  de  Tie- 
rra Firme  estaba  ya  reducido,  y  que  el  ejército  ven- 
cedor pasaría  pronto  del  Ecuador  al  Perú  donde  se 
concentraría  una  fuerza  formidable  de  30,000  hom- 
bre?. Xinguna  indicación  se  le  había  hecho  de  que 
el  rey  quisiera  oír  proposiciones  de  transigencia. 
¿Qué  papel,  pues,  qué  carácter  iba  h  tomar  el  se- 

(12)  Xota  del  director  Alvear  á  lord  Strangford,  de 
la  que  García  llevaba  copia :  Véase  tom.  V,  Apéndice  III. 


40  BELGRANO    V    RIVADAVIA 

ñor  Rivadavia  ante  el  gobierno  de  la  metrópoli? 
¿El  ageftte  de  los  Rebeldes...?  Hubiera  bastado 
para  que  lo  arrojasen  de  la  corte.  ¿El  de  implorar 
medidas  benévolas  y  actos  de  perdón?  Le  habrían 
exigido  el  previo  arrepentimiento  de  los  rebeldes, 
la  sumisión  completa  y  la  entrega  del  país  á  la  cle- 
mencia de  Fernando  VII.  ¿Las  Aventajas  de  la  crea- 
ción de  una  nueva  monarquía?  Eso  era  pedir  que 
el  soberano  dueño  de  todo,  se  despojase  por  puro 
gusto,  de  la  mayor  parte  de  sus  opulentas  propie- 
dades. ¿  Qué  hacer  entonces  ?  ¿  Por  dónde  comenzar  ? 

No  había  sino  un  camino:  ¡tristísimo  y  vergon- 
zoso en  verdad ! 

Pero  no  pudiendo  retroceder  ni  escaparse  de 
Madrid,  no  había  más  remedio  que  mentir;  y  don 
Bcrnardino  Rivadavia,  oprimido  por  la  falsa  y  fa- 
tal situación  en  que  se  había  colocado  se  resignó  á 
mentir,  y  escribió:  "Como  la  misión  de  lo>  pue- 
blos que  me  han  diputado  se  reduce  á  cumplir  con 
la  sagrada  obligación  de  presentar  á  los  pies  de  Su 
Majestad  las  más  sinceras  protestas  de  reconoci- 
miento de  su  vasallaje;  felicitándolo  por  su  ventu- 
rosa y  deseada  restitución  al  trono;  y  suplicarle  hu- 
mildemente que  se  digne,  como  padre  de  sus  pue- 
blos, darles  á  entender  los  térmuios  que  han  de  re- 
glar su  gobierno  y  administración.  Vuestra  Exce- 
lencia (13)  me  permitirá  el  que  sobre  tan  intere- 
santes particulares  le  pidan  una  contestación,  cual 
la  desean  los  indicados  pueblos  y  demanda  la  si- 
tuación de  aquella  parte  de  la  monarquía"   (14). 

(13)  Se  dirige  al  ministro  Cevallos. 

(14)  Documento  copiado   en  el   Archivo    Ministerial 


EN  MISIOX  A   EUROPA  47 

Al  (lar  este  paso,  Rivadavia  no  había  contado 
con  la  perfidia  de  Sarratca  ni  con  el  vil  proceder 
ccn  que  este  intrigante  podia  clavarlo  en  una  situa- 
ción harto  desairada  y  no  poco  peligrosa.  Apenas 
tuvo  noticia  del  viaje  á  Madrid,  Sarratea  escribió 
al  ministro  Cevallos,  por  medio  del  mismo  Caba- 
rrús,  que  Rivadavia  no  tenía  ni  los  poderes  ni  las 
instrucciones  que  se  atribuía,  y  que  en  vista  de  sus 
procederes  arbitrarios  y  puramente  personales  el 
gobierno  de  Buenos  Aires  le  acababa  de  retirar  su 
carácter,  constituyéndosele  á  él  único  representante 
en  Europa  de  las  provincias  del  Río  de  la  Plata ; 
pero  con  la  cláusula  terminante  de  que  cualquiera 
que  fuese  la  solución  que  se  entrase  á  tratar  había 
de  ser  sobre  la  base  de  la  independencia  de  las  pro- 
vincias unidas  del  Río  de  la  Plata,  pues  Rivadavia 
no  había  tenido  jamás  poderes  para  otra  cosa,  co- 
mo se  vería  si  se  le  pedía  que  mostrase  las  facul- 
tades con  que  había  ido  á  ^Madrid.  Lo  peor  para 
Rivadavia  era  que  no  podía  levantar  la  delación, 
porque  era  cierta  (15). 

Indignado  el  ministro  español  con  semejantes 
informalidades  contestó  á  la  nota  de  Rivadavia  en 
los  términos  más  duros  que  podía  darle:  "Si  con 
el  deseo,  dijo,  de  restablecer  la  tranquilidad  de  sus 
dominios  se  había  prestado  el  rey  á  oir  las  expre- 
siones de  sujiiisión  \  vasallaje  de  los  que  se  dicen 
diputados   del   llamado   gobierno   de   Buenos   Aires, 

de  Madrid  por  don  José  Prudencio  Guerrico,  por  encargo 
del  doctor  don  Manuel  Rafael  García,  ministro  argentino  en 
Londres. 

(15)     Documentos  inéditos  del  comisionado  don  Manuel 
José  Garda,  publicados  por  el  Dr.  D.  I\I.  R.  García,  cuad.  2. 


4S  BELGRAN'O    Y    RIVADAVIA 

tenía  ahora  motivos  para  sospechar  de  su  legitimi- 
dad, no  sólo  por  el  documento  del  poder  tan  infor- 
mal y  destituido  de  autencidad  cjue  le  había  pre- 
sentado en  su  primera  conferencia,  sino  por  lo  que 
Sarratea,  que  también  se  dice  diputado,  acababa 
de  informarle". 

''Pregunté  á  usted  si  tenia  instrucciones,  y  me 
respondió  que  no  las  traía  ni  las  había  pedido  á 
sus  comitentes,  porque  habiendo  en  la  Junta  de 
Buenos  Aires  (sic)  caberas  exaltadas,  le  pareció 
que  era  preferible  no  traer  instrucciones  y  evitar 
que  algunas  de  las  que  se  le  diesen  pudieran  irritar 
el  ánimo  de  Su  Majestad,  y  poner  estorbos  al  ejer- 
cicio de  su  cleuicncia.  Pero  á  los  dos  días  se  me 
presentó  el  director  de  la  Compañía  de  Filipinas, 
don  Juan  Manuel  Gandaseguí,  y  de  parte  de  us- 
ted me  dijo  que  se  le  había  olvidado  decirme  que 
en  un  capitulo  de  sus  instrucciones  se  le  había  pre- 
venido sobre  la  conveniencia  que  habría  en  cjue  Su 
Majestad  enviase  sujetos  de  su  confianza  al  Río  de 
la  Plata  para  que  instruidos  prácticamente  de  la 
situación  informasen  etc.,  etc.  Esta  es,  pues,  una 
contradicción  que  aumenta  las  sospechas  contra  la 
buena  fe  de  que  debieran  estar  animados  aquellos 
Cjue  arrepentidos  acuden  ahora  á  la  clemencia  del 
mejor  de  los  soberanos.  Las  sospechas  crecieron 
con  la  noticia  de  que  los  corsarios  de  Buenos  Aires 
se  habían  apostado  en  las  cercanías  de  Cádiz  para 
hostilizar  nuestro  comercio,  llegándose  así  á  la  evi- 
dencia de  que  los  designios  de  Buenos  Aires  no 
eran  otros  que  ganar  tiempo  y  adormecer  las  pro- 
N'idencias  reclamadas  por  la  justicia  y  el  decoro  del 
Gobierno.  .  .  Es  preciso,  pues,  cortar  el  hilo  de  unas 


ÜN   MISIÓN  A  EUROPA  49 

conferencias  dcsfifíiídas  por  parte  de  usted  de  la 
buena  fe  y  del  sincero  arrepentimiento  que  debían 
animarlas...  En  consecuencia,  ha  determinado  Su 
Majestad  que  usted  se  retire  de  su  real  garantía, 
pues  como  ésta  se  acordó  á  un  sujeto  á  quien  se 
creyó  adornado  de  las  cualidades  que  inspiran  con- 
fianza, después  de  las  conferencias  es  otro  muy  dis- 
tinto á  los  ojos  de  la  ley.  Sin  embargo.  Su  i\Iajes- 
tad  se  desentiende  de  sus  derechos  y  sólo  se  acuer- 
da de  lo  que  se  debe  á  sí  mismo". 

Con  este  oficio  en  que  Fernando  VII  terminaba 
mostrándose  harto  generoso  en  no  mandar  á  Riva- 
davia  á  los  presidios  de  África,  ó  en  no  hacerlo 
ahorcar,  venía  acompañada  una  real  cédula  de  ex- 
pulsión en  el  término  de  veinticuatro  horas.  Su 
única  garantía  en  este  caso  fué  que  el  gabinete  in- 
glés, como  lo  veremos  más  tarde,  y  sin  que  Riva- 
davia  lo  supiese,  había  cooperado  á  que  fuera  re- 
cudido y  oído  en  Madrid,  por  medio  del  señor  O'Fa- 
rril,  embajador  de  España  en  Londres,  que  á  su 
vez  había  tratado  á  Rivadavia  y  le  tenía  muy  buena 
voluntad. 

Insultado  de  un  modo  tan  acerbo,  Rivadavia 
solicitó  una  nueva  conferencia  por  medio  de  Gan- 
daseguí ;  pero  se  le  denegó  ordenándosele  que  ex- 
tendiese por  escrito  lo  que  tuviese  que  decir  al  go- 
bierno del  rey.  Semejante  orden  colmó  la  desven- 
tura de  su  situación  y  la  vergüenza  de  las  protes- 
tas que  para  sincerarse  tuvo  que  dejar  consignadas. 

Convino  desde  luego  en  que  había  ido  á  Ma- 
drid poco  documentado,  y  con  instrucciones  muy 
deficientes.  "Cuando  don  Manuel  Sarratea  se  ingi- 
rió   en    este    asunto,    aseguré    al    señor    Gandaseguí 

HIST.   DE  LA  REP.   ARGENTINA.  TOMO  VI. — 4 


50  BELGRANO    Y    RIVADAVIA 

que  ese  incidente  me  obligaba  á  suspender  todo 
procedimiento,  dar  parte  á  Buenos  Aires  y  esperar 
los  informes  que  había  llevado  don  Manuel  Bel- 
grano.  Pero  el  señor  Gandaseguí.  animado  del  más 
vivo  y  justo  celo  por  el  servicio  de  Su  Majestad  é 
intereses  de  la  nación,  me  excitó  á  no  demorar  por 
motivo  alguno,  negocio  de  tanta  importancia,  y 
aprovechar  las  fa\-orables  disposiciones  que  le  cons- 
taba que  había...  En  la  primera  audiencia  se  dignó 
Vuestra  Excelencia  decirme  que  le  había  hablado  á 
Su  ]\Iaj estad  con  toda  claridad  sobre  los  asuntos 
de  América,  conxenciéndole  de  la  necesidad  de  pro- 
clamar á  aquellos  pueblos,  otorgándoles  gracias 
efecfk'as:  que  inclinado  á  ello  el  real  ánimo  se  ha- 
bía consultado  al  Consejo  de  Indias,  para  que  en 
z'ista  de  las  leyes  de  aquellos  reinos  y  de  las  cir- 
cunstancias actuales  fuese  informado  Su  ]^>Iajestad 
de  lo  que  pudiera  acordárseles.  En  seguida  me  dijo 
Vuestra  Excelencia  que  era  natural  que  yo  trajese 
proposiciones  de  aquellos  pueblos.  A  esto  contesté 
que  yo  no  venía  á  hacer  proposiciones,  y  que  de  he- 
cho aquellos  pueblos  no  las  pedían ;  pues  aún  cuan- 
do me  las  hubieran  dado  no  me  hubiera  hecho  cargo 
de  ellas;  á  lo  que  Wiestra  Excelencia  se  sirvió  de- 
cirme que  era  de  mi  parecer,  pues  lo  contrario  ha- 
bría sido  dictar  condiciones  al  soberano  (i6). 

Como  el  ministro  Cevallos  le  hiciera  serios  y 
fundados  cargos  por  los  hechos  de  Brown  en  el  Ca- 

(i6)  Esto  está  en  contradicción  manifiesta  con  las 
palabras  del  documento  anteriormente  transcripto  que  dice : 
''Como  la  misión  de  los  pueblos  que  me  ban  diputado  se  re- 
duce á  cumplir  con  la  sagrada  obligación  de  presentar  á 
los  pies  de  S.  M..  etc.,  etc." 


]'N  MISIÓN  A  KUROPA  5  I 

Ilao  y  en  Guayaquil,  Rivadavia  le  contestó  que  esos 
hechos  eran  consecuencia  del  estado  de  aquellos  pue- 
blos, "pero  que  procederían  de  muy  distinto  modo 
después  de  los  informes  que  había  llevado  don  ^Ir- 
nuel  Belgrano,  y  así  que  estuviesen  instruidos  de 
que  Su  Alaj estad  se  había  dignado  oirle  y  admitir 
sü  misión;  que  sobre  eso  había  escrito  con  repeti- 
ción y  lo  bastante  á  inspirarles  confianza  y  preve- 
nirles del  respeto  y  circunspección  con  que  debían 
esperar  las  piedades  del  soberano".  El  señor  Ri- 
vadavia no  había  escrito  jamás  semejante  cosa;  pe- 
ro continuaba:  "Ahora  me  veo  argüido  de  mala  fe 
é  indigno  de  inspirar  confianza;  y  no  me  resta  sino 
suplicar,  por  medio  de  Wiestra  Excelencia  sumisa 
y  encarecidamente  á  nuestro  soberano  que  por 
mí  no  se  perjudique  á  aquellos  pueblos... 

"En  fin,  yo  me  hallo  autorizado,  y  me  consi- 
dero en  la  obligación  de  protestar  que  aquellos  pue- 
blos desean  y  están  de  buena  intención  dispuestos 
á  entrar  en  el  plan  general  que  se  estableciese  para 
todos  sus  hermanos  de  América :  en  este  caso  no 
tratarán  de  impetrar  más  de  la  piedad  de  su  sobe- 
rano, que  aquellas  providencias  cjue  aconseja  la 
prudencia  para  contener  las  venganzas,  y  cortar 
los  resentimientos  y  animosidades  que  ha  produ- 
cido la  GUERRA  civil...  Y  si  hay  algún  medio  de 
reponer  la  confianza,  tanto  por  mi  parte  como  por 
la  de  aquellos  pueblos,  tenga  A'uestra  Excelencia 
la  bondad  de  manifestármelo,  pues  á  todo  estoy 
resuelto  para  probar  á  mi  soberano  los  leales  sen- 
timientos de  dichos  pueblos,  y  los  míos,  para  con- 
vencer de  que  el  honor,  ó  más  propiamente  el  cum- 
plimiento de  mis  obligaciones,  es  la  base  de  mi 
conducta". 


52  BELGRANO    Y    RIVADAVIA 

Esta  nota,  y  más  cjue  todo  los  informes  que 
Gandaseguí  le  dio  á  Cevallos.  al  entregársela,  sobre 
el  abatimiento  y  desesperación  en  que  dejaba  á  Riva- 
davia,  de  cuya  buena  fe  Gandasegui  estaba  ínti- 
mamente convencido,  condolieron  al  ministro ;  y 
para  bacerle  menos  jDenosa  su  situación  le  contes- 
tó "que  las  observaciones  que  le  había  hecho  sobre 
falta  de  buena  fe  no  recaían  sobre  su  persona,  sino 
sobre  su  comisión  de  diputado  de  Buenos  Aires 
para  implorar  la  clemencia  del  rey,  cuando  sus  co- 
mitentes no  merecían  otra  que  la  mayor  severidad, 
ni  podían  esquivar  la  justicia  sino  á  beneficio  del 
más  sincero  arrepentimiento  y  á  la  sombra  de  la 
l)enignidad  de  su  soberano".  Dicho  esto  se  le  repi- 
tió la  orden  de  salir  inmediatamente  de  la  corte. 

Temiendo  con  razón  que  la  diplomacia  portu- 
guesa participase  lo  ocurrido  al  gobierno  de  Río 
Janeiro.  Rivadavia  procuró  asegurarse  del  silencio 
de  García  y  le  dio  cuenta  del  fracaso,  en  términos 
medios  y  sin  transcribir  por  supuesto  ninguno  de 
los  documentos.  Asimismo,  le  suplicó  que  reser- 
vase el  tenor  de  su  nota,  "pues  á  Buenos  Aires  no 
escribo  tan  claro,  le  decía,  porque  creo  que  debo 
omitir  cnanto  pueda  exasperar,  y  me  sea  lícito  sigi- 
lar; así  doy  parte  oficial  más  circunspecto,  instruido 
de  todas  las  copias  y  de  las  contestaciones".  Por 
desgracia,  esto  tampoco  era  cierto :  y  servía  sólo  á 
mostrar  cuan  comprometida  se  hallaba  á  sus  pro- 
pios ojos  la  situación  injustificable  en  que  se  había 
colocado. 

Xatural  era  (|ue  Sarratea  se  apro\echase  de  tan 
buena  ocasión  para  dejar  á  Rivadavia  en  un  punto 
de  vista  ridículo  y  culpable.   Pero  ya  fuese  porque 


KN  MISIÓN  A  EUROPA  53 

ignorara  la  parte  oficial  del  incidente,  ya  porque 
tuviera  más  de  bufón  que  de  verdadera  índole  polí- 
tica, se  ocupó  en  escribir  tonterías  de  cómo  Ceva- 
llos  á  coscorrones  y  puntapiés  había  echado  del 
minisíerio  á  Rivadavia,  liaciéndolo  salir  de  Madrid 
á  espetaperros ;  con  otras  fruslerías  menos  graves 
por  cierto  que  la  realidad.  Que  si  los  hechos  y  los 
documentos  se  hubieran  conocido  en  toda  su  ver- 
dad, la  parte  ridicula  del  asunto,  que  fué  la  que 
prevaleció  en  su  tiempo,  hubiera  desaparecido  al 
peso  de  la  indignación  que  la  verdad  habría  levan- 
tado. 

Merece  aquí  tenerse  presente  el  hidalgo  proce- 
der de  don  Manuel  José  García,  que  informado  por 
el  ministerio  portugués  del  triste  episodio,  guardó 
un  estricto  silencio  toda  su  vida,  aun  teniendo  des- 
pués amargos  motivos  de  queja  contra  don  Bernar- 
dino.  El  rastro  quedó,  sin  embargo,  en  sus  pape- 
les reservados,  y  allí  lo  tomó  su  distinguido  hijo, 
para  pedir  al  señor  Guerrico  que  le  sacase  copia  de 
los  documentos  que  existieran  en  el  Archivo  de  Ma- 
drid sobre  este  incidente  de  la  misión. 

Como  hecho  histórico,  el  episodio  no  tuvo  más 
importancia  en  nuestros  sucesos,  que  los  vagos  ru- 
mores con  que  contribuyó  á  mantener  agitadas  las 
prevenciones  y  las  alarmas  rencorosas  del  partido 
republicano,  que,  estrictamente  hablando,  no  era 
un  simple  partido,  sino  el  país  entero  tomado  en 
globo  como  opinión  pública.  Pueyrredón  pensaba 
del  mismo  modo,  por  más  que  su  vigilante  pruden- 
cia lo  tuviese  embarazado  entre  los  exagerados  que 
se  habían  declarado  sus  adversarios,  amenazando 
el  orden,  v  la  infatuación  incomprensible  por  fun- 


54  BEIvGUANO    Y    RIVADAV^A 

dar  una  monarquía  que  extraviaba  la  fantasía  del 
partido  conservador,  cuya  estabilidad  en  el  influjo 
gubernativo  tenía  que  mantener  con  firmeza  el  Di- 
rector vSupremo,  so  pena  de  anular  la  autoridad  del 
Congreso,  y  la  suya  propia,  ante  un  movimiento 
desordenado,  desprovisto  de  bases  orgánicas,  que 
luchaba  por  a^■enturarse  á  los  azares  de  lo  desco- 
nocido, sin  consideración  á  los  conflictos  en  que  la 
suerte  de  la  nación  estaba  todavía  gravemente  com- 
prometida. 

Informado  Rivadavia  de  la  parte  que  Sarratea 
había  tenido  en  presentar  como  culpables  y  ridicu- 
los los  desgraciados  pasos  que  había  dado  en  ]\Ia- 
drid,  escribió  á  Pueyrredón  en  estos  términos,  que 
si  no  bastaban  á  justificarlo  á  él,  eran  bien  mereci- 
dos de  su  delator :  "Ale  dicen  que  don  Manuel  Sa- 
rratea ha  escrito  á  esa  que  el  general  Belgrano  y 
yo  le  hemos  impedido  el  cjue  consiguiese  el  reco- 
nocimiento de  nuestra  independencia.  Esta  es  una 
tan  triste  como  evidente  prueba  de  las  ventajas  de 
la  moralidad  sobre  las  más  felices  disposiciones  de 
la  naturaleza  si  él  hubiera  aprovechado  mejor,  ó 
al  menos  no  hubiera  corrompido  tanto  las  que  tan 
graciosamente  baldía  recibido,  cuando  su  conducta 
le  ha  puesto  en  la  vergonzosa  necesidad  de  recurrir 
á  la  impostura,  lo  hiciera  con  menos  torpeza .  .  .  Yo 
no  sé  si  dicho  caballero  se  habrá  arrojado  á  escribir 
tan  torpe  calumnia.  Si  ha  tocado  en  tal  extremo, 
es  de  mi  deber  exigirle  las  pruebas,  y  rendir  yo  las 
niuv  abundantes  que  puedo  presentar;  las  QVt  LK 

HARÁN    TANTA    JUSTICIA    COMO    DESHONOR.    Te    pro- 

testo  que  sobre  este  asunto  no  puedo  caer  jamás  sino 
forzado  y  con  la  mayor  repugnmicia;  pues  aunque 


EN  MISIÓN  A  EUROPA  55 

don  Manuel  Sarratea  ha  hecho  demasiado  para  no 
merecer  cosa  alguna  de  mí,  }'o  me  debo  á  mí  y  á 
mis  principios ;  consideraciones  que  él  desconoce, 
y  de  que  abusa  criininalmente" . 

Resumiendo  ahora  nuestro  sentir  sobre  estos  in- 
cidentes, diremos  cjue  no  es  el  deseo  de  establecer 
una  monarc|uía  liberal  lo  que  vituperaríamos,  si  se 
hubiese  trabajado  con  tiempo  en  la  manera  prác- 
tica de  agrupar  los  elementos  más  sanos  y  robustos 
del  cómputo  social,  dando  una  dirección  seria,  en 
ese  sentido,  al  movimiento  político  de  1810  que  nos 
llevaba  á  la  independencia.  Tampoco  nos  causaría 
escándalo  que  un  grupo  distinguido  de  nuestros 
principales  comuneros  se  hubiese  alarmado  al  ver 
apuntar  una  república  democrática  y  callejera,  que 
con  sus  inclinaciones  al  desorden  y  con  su  genial 
insolencia  amenazaba  sobreponerse  á  las  tradicio- 
nes y  á  los  influjos  consagrados,  que  el  régimen 
colonial  monárquico  había  dejado  en  pie  y  en  ar- 
monía perfecta  con  la  marcha  de  la  nueva  nación. 
En  aquella  época  y  en  el  ambiente  que  envolvía  á 
nuestros  emisarios,  hablar  de  república  y  de  repu- 
blicanos en  Europa  era  evocar  el  fantasma  luctuoso 
y  sanguinario  de  la  república  francesa  que  había 
subvertido  los  asientos  de  la  vida  social  y  atacado 
la  naturaleza  moral  de  las  leyes  que  rigen  el  orden 
y  el  progreso  de  los  pueblos  cultos.  Los  Estados 
Unidos  no  eran  todavía  un  argumento  satisfacto- 
rio contra  estas  preocupaciones;  pues,  por  más  que 
la  fuerza  del  hecho  y  la  nobleza  de  su  filiación  los 
hiciesen  pasar  como  una  entidad  extraña,  poco  ex- 
plicable y  simplemente  tolerada,  nadie  olvidaba  que 
de  ese  lejano  oeste  era  de  donde  habían  venido  mu- 


56  BÜLGRANO    Y    KIVADAVIA 

chos  de  los  gérmenes  que  en  Francia  habían  pre- 
cipitado la  borrasca.  Estas  prevenciones  se  halla- 
ban desgraciadamente  corroboradas  por  los  escán- 
dalos anárquicos  de  Méjico,  de  Tierra  Firme,  de 
Chile  y  del  Río  de  la  Plata,  cuyos  emisarios  anda- 
ban pidiendo  la  conmiseración  de  las  potencias  eu- 
ropeas, convencidos  de  que  sin  esa  protección  no 
podían  salvarse  de  España  ni  salir  del  desorden  que 
los  enloquecía. 

Hombres  como  Rivadavia  que  habían  nacido 
con  un  temperamento  eminentemente  monárquico, 
no  podían  sacudir  desde  el  primer  día  las  preocu- 
paciones angustiosas  que  oprimían  su  espíritu,  ni 
mirar  sin  terror  la  demolición  del  orden  de  cosas  .á 
que  se  hallaban  adheridos  por  principios,  intereses 
y  esperanzas.  Pensaban,  pues,  que  las  naciones  de 
Europa  tenían  razón  en  abominar  cuanto  tuviera 
relación  con  el  espíritu  republicano,  sinónimo  en- 
tonces de  anarquía,  de  revuelta  y  de  sangre;  espí- 
ritu que  para  ellos  mismos  era  una  amenaza  pre- 
sente y  una  catástrofe  próxima.  Desde  este  punto 
de  vista,  es  menester  hacerles  justicia,  si  creyeron 
que  su  deber  era  trabajar  por  constituir  una  monar- 
quía con  príncipes  de  una  casa  reinante  que  les  pro- 
piciase la  buena  voluntad  de  los  poderes  extranje- 
ros, y  la  aquiescencia  de  España  á  un  propósito 
como  este,  que  les  parecía  tanto  más  acertado  cuan- 
to que  venía  preconizado  desde  el  glorioso  reinado 
de  Carlos  III  por  uno  de  sus  más  célebres  minis- 
tros, el  afamado  conde  de  Aranda,  tan  ilustre  como 
liberal  entre  los  hombres  preeminentes  del  siglo 
XVIII  (17). 

(17)     Vol.  I,  pág.  596. 


EN  MISIÓN  A  EUROPA  57 

En  esto,  los  hombres  de  ese  grupo,  aunque  ilu- 
sos, eran  hombres  de  su  tiempo :  participaban  de 
los  mismos  temores,  habían  pasado  por  los  mismos 
desengaños  y  obedecían  á  las  mismas  precauciones 
c|ue  en  Europa  hacían  reaccionar  la  vida  política 
en  busca  de  la  fórmula  completa  del  organismo  li- 
bre conservador,  es  decir,  del  organismo  parlamen- 
tario, de  ese  orden  constitutivo  del  debate  guber- 
namental que  lleva  y  mantiene  en  el  poder  los  mo- 
vimientos varios  de  la  opinión  pública,  sin  lo  cual 
el  gobierno  de  las  naciones  se  convierte  desvergon- 
zadamente en  un  simple  derecho  de  prescripción, 
ganado  por  el  primer  ocupante  in  re  nnllius,  trans- 
mitido, clam  et  z'im,  por  testamento  ológrafo  y  en 
puridad. 

Por  mucho  tiempo  se  estuvo  creyendo  que  este 
precioso  resultado  de  la  ciencia  política  moderna 
era  una  propiedad  exclusiva  del  sistema  monárqui- 
co constitucional;  y  por  eso  fué,  que  aquellos  hom- 
bres de  los  primeros  tiempos  de  nuestra  revolución, 
ignorando  que  podía  haberse  hermanado  también 
con  un  régimen  electivo,  lo  buscaban  en  la  monar- 
quía, verdaderamente  inspirados  por  un  deseo  sin- 
cero de  libertad  que  según  ellos  no  podía  ser  fruto 
de  la  república  democrática  electoral  (i8). 

(18)  Hoy  no  hay  en  el  mundo  ningún  pensador  se- 
rio, ni  hombre  de  Estado  conspicuo,  monárquico  ó  repu- 
blicano, con  tal  que  sea  liberal,  que  no  profese  estos  prin- 
cipios de  la  política  científica  como  los  únicos  que  pueden 
hermanar  org-ánicamente,  de  manera  estable,  el  orden  libre 
con  la  libertad  ordenada,  y  subsanar  los  defectos  capitales 
del  organismo  presidencial,  que  por  su  mala  naturaleza 
produce   una  vida   fatalmente  intermitente,   dominada   por 


58  BEI<GRAN0    Y    RIVADAVIA 

Aunque  esto  pudiera  disculpar  como  teoría  la 
candidatura  de  don  Francisco  de  Paula,  que  si  no 
fué  inventada  fué  patrocinada  por  los  señores  Ri- 
vadax  ia  y  Belgrano.  cjuedaría  siempre  mucho  que 
vituperar  en  la  manera  con  que  se  condujeron.  No 
es  poca  prueba  de  su  poco  tino  reparar  que.  cuando 
estos  señores  buscaban  en  esa  intriga  lamentable 
cómo  sacar  á  su  país  de  las  dificultades  en  (|ue  se 
hallaba,  los  puel)los  argentinos  obraban  de  su  cuen- 
ta confiados  en  la  justicia  y  en  la  robustez  de  la 
causa  nacional ;  y  sea  porque  les  viniera  del  orden 
de  su  formación,  á  iiiz'cl,  en  el  seno  del  régimen 
colonial,  ó  por  la  ciega  terquedad  de  España,  que 

el  acaso  y  por  lo  desconocido,  que  si  puede  ser  de  buena 
condición  en  un  período,  es  casi  seguro  que  será  de  muy 
malas  condiciones  en  la  mayor  parle  de  los  períodos  subsi- 
guientes. Emilio  Castelar,  el  hambre  de  lengua  española 
más  tomado  en  cuenta  en  las  naciones  libres  de  nuestro 
tiempo,  piensa  como  nosotros.  Sus  talentos,  sus  virtudes 
cívicas,  su  extensísimo  saber,  y  la  circunstancia  de  ser  un 
republicano  intachable,  dan  una  gran  autoridad  á  su  opi- 
nión, y  nos  complace,  por  eso,  poder  citar  las  palabras  de 
una  preciosa  y  reciente  carta  que  de  su  mano  ha  publicado 
la  Nación  del  13  de  septiembre  de  1887.  Hablando  allí  de 
Ruiz-Zorrilla,  que,  como  gran  parte  de  nuestros  republica- 
nos de  aquí,  anda  harto  confuso  en  saber  cómo  pueda  ar- 
monizarse el  sistema  republicano  con  el  ascendiente  cons- 
tante y  orgánico  de  ila  opinión  pública,  dice :  ''ignoramos 
aún  si  quiere  la  dictadura,  ó  la  libertad :  el  régimen  par- 
lamentario tan  admirable,  ó  el  régimen  presidencial  tan 
absolutista  y  odioso",  con  otras  consideraciones,  que  agre- 
ga á  su  intención,  visiblemente  sugeridas  por  el  elocuente 
ensayo  que  Francia  está  haciendo  del  parlamentarismo  re- 
publicano, es  decir,  de  la  política  conservadora  y  libre  que 
constituve  la  ciencia  moderna  el  vitalismo  social. 


EN  MISIÓN  A  EUROPA  59 

con  otras  mil  causas  se  combinaron  en  los  sucesos 
diarios,  la  verdad  es  que  echados  ellos  en  un  mo- 
vimiento democrático  definitivo  iban  adelante  y 
realizaban  la  evolución  política  hacia  su  propio  des- 
tino, sin  que  nadie  pudiera  ya  hacer  retroceder  el 
torrente.  Moreno  lo  había  previsto  desde  los  pri- 
meros días :  es  quizá  el  primer  estadista  que  en  su 
época  hubiera  concebido  la  república  democrática 
atenuada  con  los  resortes  orgánicos  del  sistema  par- 
lamentario inglés.  Pero  murió,  como  ]\Iirabeau, 
apenas  planteado  el  problema ;  y  los  que  quedaron 
en  su  lugar  no  conocían  la  primera  palabra  siquiera 
de  la  fórmula  científica  del  gobierno  libre. 


CAPITULO  II 

LA    MISIÓN    garcía,    Y    EL    ESTADO    GENERAL    DE 
EUROPA   EN    1815   Y    1816 

Sumario:  Juicio  retrospectivo  'de  la  misión  Garcia  á  Rio 
Janeiro. — Su  primitivo  objeto. — Inglaterra  y  España. — 
El  protectorado  inglés. — Diferencias  fundamentales  en- 
tre la  misión  de  García  y  la  de  Rivadavia  y  Belgrano. 
— Situación  del  gobierno  argentino. — Las  condiciones 
■persona'es  del  comisionado  don  Manuel  José  García. — 
Sus  presunciones  sobre  los  intereses  y  las  relaciones  de 
Portugal  con  España. — Situación  política  de  la  Banda 
Oriental  del  Río  de  la  Plata. — Llegada  de  García  á  Río 
Janeiro. — Rumores  Hostiles  del  país. — Las  notas  del  go- 
bierno argentino  al  embajador  inglés. — Conferencia  de 
García  con  este  personaje. — Lo  público  y  escrito,  y  lo 
que  quedó  como  conversación  confidencial. — Las  lentitu- 
des calculadas  de  la  política  inglesa  según  sus  historia- 
dores.— Nueva  faz  y  nuevas  esperanzas. — García  y  la  le- 
gación española  de  Río  Janeiro. — Reminiscencias  y  car- 
gos.— La  legación  española  y  la  embajada  inglesa. — In- 
dicación sobre  la  necesidad  de  que  mediaran  Portugal 
ó  Inglaterra. — Negativa  absoluta  del  ministro  español. 
—Conflicto  gravísimo  y  secreto  entre  España  y  Portugal 
á  consecuencia  del  tratado  de  Badajoz. — La  Banda  Orien- 
tal.— Derechos  y  necesidades  de  España. — Desquite  y 
pretensiones  del  gobierno  de  Río  Janeiro. — Fuerza  y  ma- 
terial de  la  expedición  del  general  Morillo. — Oposición 
y  amenaza  de  Portugal. — Interposición  de  Inglaterra. — 
'Articulación  sobre  la  jurisdicción  correspondiente  al  Con- 
greso de  las  potencias  europeas. — Incidente  sobre  el  du- 
cado de  Toscana  v  actitud  del  príncipe  Metternich. — Con- 


ESTADO   GENERAL   DE   EUROPA  6 1 

tratiempo  y  cansas  del  rumbo  de  la  expedición  del  ge- 
neral Morillo. — Intereses  reservados  de  Inglaterra. — El 
nuevo  armamento  de  España  contra  Portugal  y  contra  el 
Río  de  la  Plata. — La  experiencia  de  los  sucesos  colonia- 
les.— Reserva  absoluta  de  los  gabinetes  europeos  sobre 
este  conflicto  gravísimo  para  ellos. — Reciprocidad  forzosa 
de  los  intereses  argentinos  con  la  política  de  Portugal. 

Cualquiera  que  sea  el  juicio  que  se  haga  de  la 
misión  que  don  ]\Ianuel  José  García  desempeñó  en 
Río  Janeiro  el  año  de  1816.  será  siempre  de  admi- 
rar el  tino  y  la  firmeza  con  que  la  condujo,  de  acuer- 
do con  las  circunstancias  en  que  se  hallaba  y  con 
los  fines  que  se  propuso  alcanzar.  Con  ideas  bien 
concebidas  en  provecho  del  país  que  servía,  y  con 
un  conocimiento  perfecto  de  los  hombres  y  de  los 
intereses  en  cuyo  seno  había  de  actuar,  dio  las  más 
altas  pruebas  de  sagacidad  y  de  talento  en  la  elec- 
ción de  los  medios  con  que  llegó  á  la  solución  de 
sus  dos  problemas  capitales :  impedir  la  confabu- 
lación de  España  con  Portugal  y  exterminar  á  Ar- 
tigas. El  rey  de  Portugal  volvió  la  espalda  á  Fer- 
nando VII  su  cuñado  y  su  yerno ;  y  Artigas  fué 
suprimido  para  siempre,  sin  que  para  ningiuia  de 
las  dos  cosas  se  sacrificara  un  palmo  de  tierra  ar- 
gentina, ni  quedasen  comprometidas  las  ulteriori- 
dades  que  el  hábil  negociador  supo  dejar  pendien- 
tes hasta  mejor  ocasión. 

Por  lo  pronto,  la  comisión  de  García  se  limitaba 
á  ponerse  al  habla  con  el  embajador  inglés.  Este 
honorable  personaje  había  mostrado  desde  18 10  tan 
grandes  simpatías  en  favor  de  los  pueblos  argen- 
tinos, cjue  se  esperaba  mucho  de  su  amistad  en  los 
aciagos   momentos   del   año   de    1815.    García  tenía 


62  LA  MISIÓN  garcía 

encargo  de  presentarle  una  nota,  en  que  se  le  in- 
sinuaba que  mientras  el  gobierno  inglés  contestaba 
á  la  solicitud  que  las  provincias  del  Río  de  la  Plata 
le  dirigían  pidiéndole  su  protectorado,  él  como  em- 
bajador pusiese  estorbo  interino  á  cualquier  ataque 
que  fuerzas  armadas  de  España  ó  de  Portugal  tra- 
taran de  llevar  sobre  Buenos  Aires, 

Estas  solicitudes  no  eran  tan  ajenas  al  buen  sen- 
tido, como  pudiera  creerse  á  primera  vista.  Dados 
los  intereses  primordiales  que  imperaban  en  el  mun- 
do, y  traída  la  cuestión  al  terreno  de  los  hechos, 
nadie  ignoraba  que  los  gabinetes  de  Londres  y  de 
Río  Janeiro  aspiraban  á  que  el  rey  de  España  otor- 
gase una  reforma  liberal  en  el  régimen  económico 
de  sus  colonias;  y  se  presentía  que  en  ese  camino 
habían  de  tropezar  al  fin  con  la  escandalosa  terque- 
dad de  un  gobierno  que  en  pleno  año  de  1816  por- 
fiaba todavía  por  mantener  secuestradas  las  costas 
del  Atlántico  y  del  Pacífico  al  comercio  y  á  las  in- 
dustrias de  las  naciones  civilizadas.  En  Inglaterra 
la  opinión  pública  había  tomado  ya  su  partido,  así 
como  la  de  España  se  mantenía  en  el  suyo.  Fermen- 
taban, pues,  entre  las  dos  naciones  gérmenes  ac- 
tivísimos de  discordia,  que,  por  más  que  los  gabine- 
tes lo  disimulasen,  habían  de  producir  sus  efectos 
naturales,  y  quebrar  la  situación  poco  cómoda,  po- 
co sincera  que  ambos  estaban  ocultando.  De  ma- 
nera que  si  los  encargos  conferidos  á  los  señores 
Belgranó  y  Rivadavia  eran  en  gran  parte  conjetu- 
rales, los  que  el  general  Alvear  confería  poco  des- 
pués al  señor  García  tenían  un  carácter  esencial- 
mente diplomático,  obedecían  á  propósitos  bien  me- 
ditados y  debían  producir  consecuencias  excelentes; 


ESTADO   GENERAL   DE   EUROPA  63 

porque  es  cosa  sabida  que  interviniendo  manos  há- 
biles, los  intereses  económicos  y  la  supremacía  di- 
plomática son,  entre  naciones  y  gobiernos,  los  dos 
estímulos  que  priman  sobre  todos  los  demás. 

Cuando  el  señor  García  salió  de  Buenos  Aires, 
todo  hacía  creer  que  la  nación  co- 
181 5  rria   en   la   rápida   pendiente   de   la 

Enero  26  anarquía  y  de  la  barbarie.  El  or- 
ganismo social  creado  por  la  cé- 
lebre Asamblea  de  181 3.  próximo  á  derruml^arse 
con  el  general  Alvear.  que  había  sido  su  principal 
columna,  caía  á  pedazos  entre  las  llamas  del  incen- 
dio que  lo  devoraban. 

La  situación  externa  vacilaba  entre  dos  grandes 
temores :  el  abandono  de  Inglaterra  y  las  hostili- 
dades de  Portugal.  Si  como  se  vociferaba  en  Bue- 
nos Aires.  Portugal  tomaba  la  vanguardia  de  la 
expedición  española,  ocupando  la  Banda  Oriental 
y  bloqueando  la  capital,  había  llegado  para  la  pa- 
tria el  día  de  la  prueba  suprema :  y  antes  que  en- 
tregarla postrada  á  los  pies  del  tirano  aborrecido 
que  la  reclamaba  como  esclava,  era  preferible  echar- 
la en  los  brazos  de  la  barbarie  misma  y  arrasar  todo 
su  suelo  por  la  propia  mano  de  sus  hijos.  Ese  era 
el  sentimiento  público ;  eso  lo  que  se  habría  hecho 
indudablemente,  como  en  \'enezuela  y  en  Xueva 
Granada,  y  eso,  lo  (¡ue  la  misión  de  García  llevaba 
encargo  de  evitar. 

García  había  recibido  una  educación  muy  esme- 
rada. Era  hijo  del  coronel  de  ingenieros  don  Pedro 
Andrés  García,  uno  de  los  hombres  más  distingui- 
dos y  de  mejor  posición  en  la  última  década  del 
régimen  colonial.   Su  hijo,  nuestro  actual  persona- 


04  I-A  MISIÓN  garcía 

je,  había  gcihcrnadu  siendo  aún  muy  j(ncn  la  po- 
pulosa provincia  de  Chayanta  en  el  Alto  Perú,  co- 
mo subintendente  del  gobierno  presidencial  de  Chu- 
quisaca.  Por  su  posición,  por  sus  tradiciones  de  fa- 
milia y  hasta  por  inclinación  estudiosa,  se  hallaba 
cumplidamente  instruido  en  todos  los  antecedentes 
administrativos  y  jurídicos  (jue  formalían  la  his- 
toria de  los  virreinatos  del  Perú  y  de  Buenos  Aires. 
Conocía,  pues,  á  fondo  los  famosos  altercados  que 
Inglaterra  y  Portugal  habían  sostenido  contra  Es- 
paña en  el  empeño  de  tomar  y  conservar  apostade- 
ros de  tráfico  en  las  riberas  orientales  del  Río  de  la 
Plata.  Era  demasiado  sagaz  para  no  haber  adver- 
tido que  nunca,  como  ahora,  habían  tenido  esas  dos 
potencias  una  ocasión  más  favorable,  un  interés 
más  ^•ivo  en  que  esa  interesante  parte  del  país  que- 
dase separada  de  los  dominios  españoles  y  abierta 
al  comercio  bajo  el  pabellón  portugués. 

Precisamente  era  esto  lo  que  unas  veces  cau- 
saba sus  alarmas,  y  lo  que  otras  veces  le  sugería 
esperanzas  en  el  éxito  de  su  misión.  Si  España, 
comprendiendo  bien  sus  intereses,  se  había  resuel- 
to á  ceder  á  Portugal  los  territorios  orientales,  me- 
diante su  cooperación  contra  la  insurrección  argen- 
tina, todo  estaba  perdido.  En  primer  lugar,  con  eso 
bastaba  para  poner  al  gobierno  inglés  en  posesión 
de  todas  las  ventajas  que  buscaba,  y  en  segundo 
lugar,  las  simpatías  mismas  de  los  gremios  in(iu.^- 
triales  \'  mercantiles  de  Londres  iban  á  perder  su 
razón  de  ser.  en  cuanto  la  libertad  de  comercio 
les  quedase  garantida  en  los  puertos  orientales  del 
Plata  ocupados  por  los  portugueses.  Pero.  .  .  ¿no 
era  este  también  un  motivo  muy  fuerte  para  dudar 


ESTADO   GENERAL   DE   EUROPA  65 

de  que  eso  se  hubiera  podido  tratar  y  convenir? 
¿Podía  creerse  que  Fernando  VII  hubiese  acor- 
dado una  concesión  c[ue  debía  producirle  discordias 
y  confHctos,  internos  y  externos,  mil  veces  más  pe- 
ligrosos para  su  imperio  colonial  que  la  insurrec- 
ción misma  en  que  estaban  los  pueblos  sudame- 
ricanos ? 

García  se  resistía  á  creerlo;  su  razón,  y  el  ín- 
timo conocimiento  que  tenía  de  las  antiguas  com- 
plicaciones que  en  el  Río  de  la  Plata  habían  pro- 
ducido tan  larga  lucha  entre  las  tres  naciones,  le 
inspiraban  vehementes  sospechas  de  que  en  el  fon- 
do de  la  política  inglesa  y  de  los  negocios  portu- 
gueces,  anduviera  algo  grave,  algún  misterio,  que 
el  gobierno  argentino  tenía  interés  en  conocer  y 
aprovechar. 

Por  otra  parte,  en  el  caso  de  que  no  se  hubiera 
acordado  aquella  cesión,  era  difícil  suponer  que  un 
gobierno  tan  astuto  y  tan  admirablemente  servido 
por  hombres  expertos  como  el  de  Portugal,  no  se 
hubiese  advertido  siquiera  de  que  le  convenía  tener 
á  su  lado  una  nación  relativamente  débil  como  la 
del  Río  de  la  Plata,  mucho  más  que  pegado  á  sus 
flancos,  en  América  y  en  Europa,  un  vecino  sober- 
bio, cuyas  exigencias  tomarían  forzosamente  carác- 
ter imperioso  y  agresivo,  así  que  por  fuerza  de  ar- 
mas restableciera  su  vasto  imperio  colonial  sobre 
la  cerviz  humillada  de  los  pueblos  rebeldes  que  ha- 
bían osado  disputárselo.  ;Qué  podía,  pues,  ganar 
Portugal  con  la  alianza  de  Fernando  \^II,  que  no 
pudiera  conseguir  con  mayores  ventajas  entendién- 
dose con  las  provincias  argentinas?  ¿Qué  podía 
obtener    Inglaterra,    sosteniendo  el  régimen  de  los 

HIST.  DE  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. — 5 


66  LA    MISIÓN    garcía 

monopolios,  que  pudiera  valerle  más  que  la  liber- 
tad comercial  del  Río  de  la  Plata,  garantida  por  la 
ocupación  portuguesa  al  oriente,  y  por  los  princi- 
pios liberales  del  gobierno  argentino  al  occidente? 

Si  como  era  de  presumir  por  estas  razones,  los 
intereses  de  Portugal  y  de  Inglaterra  se  hallaran  en 
lucha  latente  todavía  con  España,  delante  de  obs- 
táculos como  estos,  el  gobierno  de  Buenos  Aires, 
acudiendo  á  tiempo  y  con  habilidad  podía  ganarle 
de  mano  á  España,  y  restablecer  la  partida  en  su 
favor,  con  el  doble  resultado  de  paralizar  sus  ope- 
raciones militares  por  el  Río  de  la  Plata  y  de  darle 
jaquemate  á  Artigas. 

Por  lo  que  hacía  á  la  Banda  Oriental,  el  go- 
bierno de  Buenos  Aires  se  encontraba  en  perfecta 
y  justificada  libertad.  Esa  provincia,  antes  argen- 
tina, se  había  armado  contra  la  nación,  y  se  hallaba 
política  y  jurídicamente  segregada  de  las  demás 
constituidas  en  gobierno  común  ó  nacional.  Xo  sa- 
tisfecha con  eso,  había  declarado  á  su  anterior  go- 
bierno y  le  hacía  una  guerra  á  muerte :  subvertía 
el  orden  social  incitando  al  alzamiento  voraz  de  las 
masas  salvajes  que  habitaban  las  selvas  y  campos 
desiertos  del  litoral,  y  tenía  bandera  propia  levan- 
tada contra  las  autoridades  nacionales  residentes 
en  la  capital.  Los  poderes  públicos  habían  decla- 
rado independiente  todo  el  territorio  oriental,  de- 
jándolo á  merced  de  sus  propios  caudillos,  con  to- 
dos los  derechos  y  con  todas  las  responsabilidades 
por  consecuencia  que  competen  á  un  poder  extran- 
jero. Pero  ni  eso  había  bastado  á  saciar  la  saña,  ó 
la  sed  de  usurpación,  con  que  el  virulento  asola- 
dor,  que  allá  gobernaba  á  su  antojo,  pretendía  lie- 


ESTADO   GEXKRAI,   DE   EUROPA  67 

várselo  todo  por  delante  á  sangre  y  fuego,  hasta 
imponer  su  dominación  personal  y  la  sangrienta 
bandera  con  qne  guerreaba. 

Entre  tanto,  el  gobierno  argentino  se  hallaba 
desarmado  y  completamente  impotente  para  conte- 
ner las  brutales  aspiraciones  de  este  enemigo  forá- 
neo. Las  únicas  fuerzas  sólidas  con  que  contaba  se 
encontraban  paralizadas  dentro  de  la  capital,  en 
Mendoza  y  en  Tucumán,  al  frente  de  las  tropas 
realistas  cjue  se  concentraban  ya  en  las  fronteras  del 
Norte  y  del  Oeste,  con  ánimo  resuelto  de  empren- 
der una  formidable  invasión.  Por  consiguiente,  si 
Portugal  quería  posesionarse  ahora  de  la  Banda 
Oriental,  ahí  la  tenía  al  alcance  de  su  brazo.  De 
este  lado  del  Plata  nadie  podía  impedírselo;  y  nin- 
gún interés  más  apremiante  existía,  que  el  de  sa- 
carse las  garras  cj[ue  un  bárbaro  sin  juicio  ni  cora- 
zón tenía  clavadas  en  los  costados  del  país  culto, 
para  poder  emplear  en  defensa  de  la  independencia 
los  últimos  recursos  que  aún  quedaban  disponibles. 

Fluctuando  entre  temores  de  que  fuese  tarde,  y 
esperanzas  de  que  aun  tuviese 
18 1 5  tiempo,  llegó  García  á  Río  Janei- 

Febrero  1 1  ro.  Así  que  el  buque  dio  fondo 
saltaron  á  bordo  muchos  emplea- 
dos del  puerto  y  gran  número  de  curiosos,  que,  sin 
consideración  ni  comedimiento,  hablaban  con  jú- 
bilo y  en  voz  alta  de  la  situación  agonizante  en  que 
se  hallaban  los  republicanos  rebeldes  del  Río  de  la 
Plata.  ]\Iuy  pronto  (decían)  llegará  la  expedición 
española :  aquí  la  esperan  ya  los  comisarios  que 
deben  prepararle  los  víveres  de  refresco  y  todo  lo 
demás  necesario  á  la  recalada  en  este  puerto,  para 


68  LA    MISIÓN    garcía 

proseguir  sobre  Buenos  Aires.  El  ejército  portu- 
gués ha  entrado  ya  por  las  fronteras  del  Yaguarón. 
El  rey  de  España  ha  cedido  á  nuestro  rey  toda  la 
parte  oriental  del  Uruguay^  etc.,  etc. 

Mal  impresionado  por  estos  comentarios  de  tan 
triste  augurio,  nuestro  comisionado  tardó  poco  en 
saber  por  los  señores  Belgrano  y  Rivadavia  que  no 
existía  confirmación  oficial  de  esos  rumores;  pero 
que  eran  tan  públicos  y  tan  repetidos  que  no  sería 
extraño  que  tuviesen  algo  de  cierto.  En  cuanto  á 
ellos,  sus  diligencias  habían  sido  completamente  in- 
útiles :  tanto  el  embajador  inglés  como  el  primer 
m.inistro  de  Portugal  les  habían  hablado  con  entera 
franqueza,  y  nada  había  que  esperar  por  ese  lado. 

Sin  embargo,  como  hemos  dicho,  García  era 
portador  de  notas;  su  comisión  se  limitaba  á  po- 
nerlas en  manos  del  embajador  inglés;  leerle  su  te- 
nor en  la  copia  de  ellas  que  se  le  había  entregado, 
y  conferenciar  sobre  la  materia  haciendo  supremos 
esfuerzos  por  obtener  lo  que  el  gobierno  argentino 
solicitaba.  Una  de  esas  notas  iba  dirigida  al  emba- 
jador, y  la  otra  en  pliego  cerrado,  con  la  súplica 
de  que  la  remitiese  al  gobierno.  En  la  primera,  el 
Supremo  Director  don  Carlos  de  Alvear  acreditaba 
la  persona  del  señor  García,  y  pasaba  á  declarar 
que  la  situación  de  las  provincias  argentinas  hacía 
desesperar  de  que  pudiesen  conseguir  su  indepen- 
dencia y  constituirse,  sin  que  ''una  mano  exterior 
ocurriera  á  salvarlas  de  los  horrores  de  la  anar- 
quía". Esta  mano  no  podía  ser  la  del  rey  de  Espa- 
ña, porque  "el  odio  á  esa  dominación  soberbia  y 
opresiva  había  subido  á  tal  punto  con  los  actos  de 
fiereza  de  la  última  época,  que  hasta  era  menester 


ESTADO   GENERAI,  DE  EUROPA  69 

ocultar  á  los  pueblos  los  pasos  conciliatorios  que  el 
gobierno  habia  tentado;  porque  el  sentimiento  po- 
pular con  España  llegaba  al  último  grado  de  pre- 
ferir la  muerte  antes  que  volver  á  depender  de  su 
gobierno".  El  único  refugio  era  Inglaterra;  á  ella 
correspondía  "acoger  en  sus  brazos  á  estas  provin- 
cias que  adoptarán  sus  leyes  y  su  autoridad  con  el 
mayor  placer,  para  salvarse  de  la  antigua  servidum- 
bre y  gozar  de  una  existencia  pacífica.  Ese  es  el 
deseo,  la  aspiración  y  la  esperanza  de  todos  los 
hombres  sensatos".  El  Supremo  Director  creía  que 
la  única  objeción  que  podía  hacer  Inglaterra  era 
sus  relaciones  con  el  rey  de  España :  "Cuestión  de 
simple  pundonor  que  debía  ceder  á  dos  motivos 
tan  poderosos  y  tan  justos  como  la  posesión  exclu- 
siva de  este  continente  y  la  gloria  de  evitar  la  des- 
trucción de  una  parte  considerable  del  nuevo  mun- 
do; tanto  más  cuanto  que  el  gobierno  inglés  debe 
saber,  y  sabe,  c[ue  con  negarse  á  eso  no  asegurará 
los  derechos  de  España;  por  el  contrario  la  guerra 
será  interminable,  y  tan  ruinosa  para  la  metrópoli 
como  para  las  demás  naciones  europeas".  Inglate- 
rra, libertadora  de  los  negros  africanos,  y  C[ue  en 
ese  propósito  usa  de  la  fuerza  contra  sus  mismos 
aliados,  no  puede  permitir  la  ruina  de  los  habitan- 
tes del  Río  de  la  Plata,  "ni  abandonarlos  en  el  acto 
mismo  en  que  se  arrojan  á  sus  brazos  generosos". 
Repelerlos  es  despeñarlos  al  abismo  de  la  desespe- 
ración. .  .  "Yo  deseo  que  \\iestra  Excelencia  se  dig- 
ne escuchar  á  mi  enviado,  acordar  con  él  lo  que 
Vuestra  Excelencia  juzgue  conducente,  y  manifes- 
tarme sus  resoluciones,  en  la  inteligencia  de  que 
estoy  dispuesto  á  dar  todas  las  pruebas  de  la  since- 


yo  LA  MISIÓN  garcía 

ridail   (le   esta   comunicación,   y   tomar   de   consuno 
las  medidas  necesarias": 

En  la  necesidad  de  cumplir  con  el  encargu  de 
entregar  las  dos  notas,  y  de  con- 
1815  ferenciar   sobre   su   tenor,   García 

Febrero  26  solicitó  y  obtuvo  que  el  embaja- 
dor le  acordase  una  entrevista  en 
la  noche  del  26.  Hacía  ocho  años,  á  lo  menos,  que 
lord  Strangford  tenía  frecuente  roce  con  los  nego- 
cios y  con  los  hombres  que  actuaban  en  el  Río  de 
la  Plata  desde  1809;  de  modo  que  no  puede  dudar- 
se de  que  conociera  la  reputación  de  que  gozaba 
García  como  hombre  de  talentos  excepcionales  y 
de  cumplida  distinción. 

Sin  pretensión  ni  estudio,  pues  era  demasiado 
hábil  para  ser  fatuo,  el  comisionado  se  condujo  en 
la  entrevista  con  aquella  cordura  de  buen  tono,  y 
propia  de  un  ingenio  cultivado,  con  que  sabía  dar 
siempre  un  vivísimo  interés  á  su  trato.  Fué  franco, 
firme,  y  sinceramente  informativo.  Nada  ocultó, 
nada  disimuló.  Habló  de  los  hombres  y  de  las  co- 
sas con  tanta  verdad,  que  el  embajador  se  mostró 
en  muchos  momentos  encantado  de  oirlo;  pero,  con 
la  misma  franqueza.  García  le  dijo  también  cjue  el 
gobierno  inglés  no  cumpliría  con  los  sagrados  de- 
beres, ni  aún  con  los  intereses  inmediatos  Cjue  tenía 
como  cabeza  y  providencia  de  los  pueblos  libres  y 
nuevos,  si  no  los  acogía  bajo  su  protección,  de 
modo  que  al  amparo  de  sus  leyes,  ó  de  su  influjo, 
pudiesen  consolidar  el  orden  interior  y  ponerse  en 
actitud  de  contribuir  con  sus  enormes  riquezas  á  la 
prosperidad  del  comercio  universal.  En  el  nuevo 
mundo,    nadie    se    hallaba    en    mejores  condiciones 


ESTADO  GENERAL  DE  EUROPA  / 1 

para  eso  que  las  provincias  argentinas;  pero  nadie 
tampoco  en  peores  condiciones  politicas,  y  por 
consiguiente,  en  mayor  necesidad  de  c|ue  Inglaterra 
las  tomase  bajo  su  amparo.  Esta  potencia  no  debia 
olvidar  cjue  la  revolución  de  1810  había  tenido  por 
causa  en  el  Río  de  la  Plata  la  resolución  de  resistir 
á  las  usurpaciones  de  Bonaparte,  y  de  no  caer  en 
sus  manos  como  colonias  de  España :  no  debía  ol- 
vidar que  al  dar  este  paso  aventurado  se  había  con- 
tado con  su  protección  para  el  caso  de  ser  atacado 
el  país,  y  principalmente  para  conseguir  como  con- 
pensación  una  reforma  completa  de  los  abusos  é 
injusticias  de  la  metrópoli,  ó  separarse,  sí  esto  se 
les  negaba.  Cuando  la  necesidad  las  forzó  á  este 
paso,  las  provincias  argentinas  contaron  siempre 
con  que  tenían  su  principal  garantía  en  la  política 
seguida  por  ^Ir.  Pitt,  y  corroborada  por  las  ten- 
tativas de  1806  y  1807,  y  aun  por  la  que  se  tenía 
preparada  en  1808.  Los  gobiernos  provisionales  de 
Buenos  Aires  se  han  sostenido  en  la  expectativa 
de  que  Su  ^lajestad  Británica  se  convenciese  al  fin 
de  que  tenía  el  deber  de  intervenir  para  asegurarles 
su  destino.  Pero  no  era  posible  esperar  más  sin  ex- 
poner al  país  á  sus  últimas  desgracias.  La  guerra 
cada  vez  más  cruel  sigue  sin  interrupción,  las  di- 
sensiones civiles  lo  tienen  todo  en  anarquía,  el 
pueblo  se  corrompe  y  las  fuentes  de  la  riqueza  pú- 
blica se  agotan.  España  se  resiste  á  oír  las  más 
sensatas  y  moderadas  proposiciones;  y  no  sólo  es 
menester  sino  justo  huir  de  un  gobierno  inepto,  in- 
capaz de  proteger  al  país  y  que  no  piensa  en  otra 
cosa  que  en  vengarse  y  tiranizarlo.  Esta  es  una  si- 
tuación desastrosa   que   arrastra  á  los  pueblos   del 


72  LA    MISIOX    garcía 

Rio  de  la  Plata  y  que  convertirá  este  hermoso  pais 
en  un  desierto  espantoso.  Si  Inglaterra  lo  abandona 
3^  desecha  sus  reclamos,  si  este  caso  horrible  c[ue 
tan  próximo  está,  llegara,  ;qué  hacer?  Todo  es  me- 
jor que  la  anarquía  y  aun  el  mismo  gobierno  es- 
pañol "después  de  saciar  sus  venganzas  y  de  agra- 
viar al  país  con  su  yugo  de  hierro" ,  dejaría  alguna 
esperanza  más  de  mejorar  que  las  pasiones  desen- 
cadenadas de  masas  en  anarquía.  Una  sola  palabra 
de  la  Gran  Bretaña  bastaría  á  hacer  la  felicidad  de 
rnil  pueblos,  abriría  un  campo  glorioso  al  nombre 
inglés  y  consolador  para  la  humanidad  entera.  Aho- 
ra bien,  si  la  grande  nación  que  había  dado  vida  y 
libertad  á  Europa  sin  pensar  en  sacrificios  ni  en  la 
ingratitud  de  sus  protegidos,  nada  puede  hacer  en 
favor  de  ^a  América  del  Sur,  y  queda  ésta  destinada 
á  ser  víctima  de  sus  esfuérzaos  generosos  y  de  su 
credulidad,  las  provincias  argentinas,  sin  acusar 
más  que  á  su  mala  fortuna,  tomarán  el  partido  que 
el  tiempo  les  deje,  ya  que  habiendo  procedido  sobre 
principios  de  política  conocida  habrían  tenido  de- 
recho á  que  se  les  hiciera  justicia'. 

Después  de  oírle  lord  Strangford  le  observó  que 
era  mejor  no  hacer  mérito  del  pliego  original  que 
aun  permanecía  cerrado,  porque  no  teniendo  él  ins- 
trucciones ni  carácter  para  recibirlo,  tendría  que 
dar  una  satisfacción  poco  satisfactoria.  Pero  al  mis- 
mo tiempo  pidió  á  García  que  tuviese  la  deferencia 
de  redactar  y  de  remitirle  un  resumen  de  lo  que  le 
había  expuesto;  lo  que  probaba  que  pensaba  dar 
cuenta  confidencial  á  su  gobierno  del  tenor  de  la 
entrevista.  En  cuanto  al  pliego  dirigido  al  ministro 
de   Relaciones   Extranjeras   de  Inglaterra  el  emba- 


ESTADO  GENERAL  DE  EUROPA  J  T^ 

jador  observó  que  á  él  no  le  incumbía  dirigirlo  ni 
abrir  opinión  sobre  el  particular:  y  c¡ue  como  se 
hallaba  en  Río  Janeiro  una  comisión  que,  según  en- 
tendía, iba  á  Londres,  ése  era  el  conducto  de  diri- 
girlo. 

Por  de  contado  que  la  entrevista  no  se  limitó  á 
lo  que  contiene  el  resumen  que  García  hizo  y  remi- 
tió al  embajador.  En  este  re5umen  no  podía  entrar 
nada  de  lo  C[ue  se  había  conversado  confidencial- 
mente; y  tanto  García  como  sus  amigos  íntimos 
hablaban  algunos  años  después  de  los  servicios  y 
de  las  indicaciones  ventajosísimas  con  c[ue  el  noble 
lord  le  había  allanado  el  camino  para  tomar  pose- 
sión del  terreno  y  desempeñarse  con  éxito.  Con  re- 
ferencia á  Inglaterra  el  embajador  se  refirió  al  tes- 
timonio universal  c[ue  la  prensa  de  Londres  daba 
de  la  notoriedad  con  que  la  opinión  pública  estaba 
declarada  en  favor  de  las  provincias  argentinas :  y 
agregó  c]ue  eso  era  siempre  de  mucho  peso  en  los 
consejos  del  gabinete :  pero  el  rey  de  España  pare- 
cía resuelto  á  no  admitir  mediación,  ni  intercesión 
extranjera  de  ningún  género.  Después  que  los  suce- 
sos parecían  favorecer  su  empeño  de  reconquistar 
sus  colonias,  no  sólo  por  las  victorias  que  había  ob- 
tenido, sino  por  los  desórdenes  y  la  anarquía  que 
las  hacían  suponer  en  grande  debilidad  para  resis- 
tir, se  mostraba  más  imperioso  y  más  aferrado  á  sus 
derechos.  De  manera  que  al  gobierno  británico  no 
le  era  permitido  violar  los  deberes  que  le  imponían 
sus  relaciones  políticas  y  diplomáticas;  y  si  España 
expedicionaba.  ponía  bloqueos,  ó  ejercía  otras  de 
aquellas  hostilidades  ordinarias  permitidas  á  todas 
las  naciones,   era  casi   imp<3sible  que  la  Gran   Bre- 


74  í-A  Misiox  garcía 

taña  pudiera  estorbarlo  en  principio,  ni  asumir  el 
protectorado  de  provincias  que  por  el  derecho  pú- 
blico de  las  naciones  no  estaban  aún  reconocidas 
como  independientes.  Pero  á  pesar  de  todo  esto,  el 
embajador  tuvo  tales  condescendencias  con  García 
que  se  puede  decir  que  le  abrió  una  puerta  privada 
para  llegar  á  los  secretos  de  Estado.  "Yo  creo,  le 
dijo,  que  ese  sistema  de  intransigencia  adoptado 
por  el  rey  de  España  le  dará  resultados  fatales,  y 
acabará  por  una  catástrofe  qitc  hubiera  podido  evi- 
tarse con  ¡a  mediación  hriiánlca" ;  y  como  García 
había  razonado  sobre  los  intereses  de  Portugal,  de 
acuerdo  con  las  ideas  que  tenía  sobre  ellos,  el  em- 
bajador le  observó  con  un  tono  singularmente  mar- 
cado :  "Quizá  tenga  usted  razón  en  creer  que  sea 
aquí  donde  está  la  llave  de  la  política  del  Río  de  la 
Plata:  usted  habrá  oído  como  cosa  indudable  (y 
creo  que  lo  es)  que  Su  Alteza  el  príncipe  regente 
ha  resuelto  expedir  un  decreto  declarando  al  Brasil 
reino  unido  con  Portugal ;  por  el  hecho  esta  región 
cesaría,  pues,  de  ser  colonia,  y  es  un  golpe  contra 
el  sistema  colonial  de  España  que  no  es  posible  sa- 
ber cómo  será  recibido  en  ]\Iadrid.  "Entonces,  le 
dijo  García,  Vuestra  Excelencia  cree  que  no  hay 
tratado  de  alianza  entre  los  dos  reyes",  y  lord 
Strangford  le  contestó  con  amistosa  deferencia  que 
en  su  opinión  "no  la  había." 

Un  historiador  inglés  muy  apreciado,  hablando 
de  nuestros  asuntos  con  grande  abundancia  de  da- 
tos diplomáticos,  que  hemos  de  aprovechar  á  su 
tiempo,  dice  que  se  había  formado  en  el  mundo  po- 
lítico una  opinión  extraña  de  que  Inglaterra  no 
osaba  proteger,  como  quería,  á  las  repúblicas  sud- 


ESTADO   GENERAL   DE   EUROPA  75 

americanas,  por  temor  de  la  guerra  con  las  grandes 
potencias  que  se  inclinaban  á  proteger  á  España. 
Xo  era  tal  temor,  agrega,  lo  c]ue  hacía  que  ella  an- 
duviera despacio  en  ese  camino,  sino  la  moderación 
y  la  paciencia  á  que  todo  gobierno  fuerte  está  obli- 
gado, cuando  se  trata  de  conveniencias  que  aunque 
debidas  y  justas  no  son  directas.  Así  es  que  cuando 
perdió  toda  esperanza  de  ser  atendida,  y  temió  que- 
dar expuesta  á  quebrantos  serios,  declaró  su  reso- 
lución de  proteger  la  existencia  de  las  repúblicas 
sudamericanas  contra  cualquier  potencia  extranjera 
que  pretendiese  inmiscuirse  en  apoyo  de  España; 
y  dijo  que  iría  hasta  la  guerra  en  caso  de  que  no  se 
respetase  su  declaración;  "tan  claros  y  tan  extensos 
eran  los  intereses  de  su  próspero  comercio,  que  te- 
nía comprometidos  con  el  Río  de  la  Plata  (i)".  De 
manera  que  las  tentativas  del  Director  Posadas  y 
de  su  sucesor  el  general  Alvear  por  obtener  el  pro- 
tectorado, ó  mejor  dicho,  la  protección  de  la  Gran 
Bretaña;  la  famosa  nota  encomendada  á  don  ]\Ia- 
nuel  José  García,  la  conferencia  no  menos  intere- 
sante de  este  comisionado  con  lord  Strangford,  y 
cuantos  pasos  más  se  dieron  con  este  fin,  no  se 
prestan  á  otra  crítica,  por  más  que  se  haya  dicho, 
que  á  la  antelación  con  que  fueron  intentados;  pues 
la  verdad  es  que  el  gabinete  Ijritánico  esperaba  la 
ocasión  de  dar  esa  protección,  y  que  la  misma  Doc- 
trina Monroe  negociada  por  ^Nlr.  Canning  no  fué 
otra  cosa  que  el  complemento  de  las  miras  y  espe- 
ranzas con  que  se  enviaron  los  emisarios  de  1814  á 
Londres  y  Río  Janeiro. 

(i)     Granville  Stapleton's — Political  Life  of  thc  R.  H. 
George  Canning:  v.  II,  cap.  VIII. 


76  LA    MISIÓN    garcía 

Más  tranquilo  en  cnanto  al  presente,  García  vio 
con  satisfacción  que  las  cosas  se  le  presentaban  fa- 
vorablemente y  cjue  aun  era  tiempo  de  ponerse  en 
acción  para  sacar  provecho  en  el  sentido  de  sus 
ideas.  Obligado  á  guardar  en  honorable  reserva  la 
parte  confidencial  de  la  entrevista,  se  limitó  con  los 
señores  Belgrano  y  Rivadavia  á  lo  necesario  para 
que  cumpliera  la  orden  que  tenían  de  marcharse 
con  urgencia  á  Europa;  y  si  algo  comunicó  al  go- 
bierno fué  en  términos  generales;  nada  más  que  lo 
bastante  para  que  advirtiese  las  ventajas  importan- 
tísimas que  podían  obtenerse  en  Río  Janeiro ;  á  no 
ser  que  en  cartas  muy  reservadas  y  personales  di- 
rigidas al  ministro  doctor  Tagle,  hubiera  entrado 
en  mavores  confidencias,  como  parece  desprenderse 
de  algunos  papeles  cjue  más  adelante  estudiaremos. 
Sin  embargo,  en  lo  que  nos  queda,  tenemos  lo  bas- 
tante para  seguir  la  vinculación  de  los  trabajos  he- 
chos en  Río  Janeiro  y  juzgar  del  espíritu  cjue  los 
dirigió. 

El  señor  García  era,  sin  duda,  el  hombre  de  su 
misión.  El  gobierno  que  se  la  había  confiado  podía 
estar  bien  seguro  de  que  nada  importante  había  de 
escapar  á  su  previsión,  y  de  que  había  de  perseguir 
con  habilidad  todas  las  ventajas  y  los  accidentes 
que  el  juego  de  los  sucesos  le  trajera  á  la  mano. 
Que  fuera  por  consejo  ajeno,  ó  por  intuición  de  su 
propia  sagacidad,  García  se  manejó  de  manera  que 
el  encargado  de  los  negocios  de  España,  don  An- 
drés AHllalba  le  hiciera  saber  por  conducto  de  recí- 
procas relaciones,  cjue  deseaba  tratarlo  y  hablar  con 
él  de  los  negocios  públicos  que  les  interesaban.  De- 
masiado seguro  de  sí  mismo  para  saber  á  qué  ate- 


ESTADO    GENERA!,    DE    EUROPA  JJ 

nerse,  y  también  para  inquirir  si  había  por  allí  algo 
que  pudiera  convenirle,  aceptó  la  invitación.  Reci- 
biólo don  José  María  Salazar,  aquel  jefe  de  la  ma- 
rina española  y  gobernador  de  Montevideo  en  1810 
que  hemos  visto  figurar  entonces,  que  arrojado  des- 
pués por  Elío,  de  quien  era  mortal  enemgio,  había 
venido  á  Río  Janeiro  con  el  empleo  de  primer  co- 
misario de  la  expedición  de  Murillo  á  tener  presto 
todo  cuanto  ella  hubiera  de  necesitar  para  proceder 
adelante.  García  tenía  la  ventaja  de  conocer  la  his- 
toria asaz  pública  de  Salazar  y  de  todas  sus  reyer- 
tas con  Elío,  mientras  que  Salazar  veía  por  primera 
vez  quién  era  García,  y  si  algo  sabía  de  él,  sería  á 
lo  más  lo  que  se  decía  de  sus  talentos.  El  encargado, 
por  medio  de  una  de  esas  maniobras  pueriles  y  poco 
acertadas  en  gentes  de  posición,  había  cjuerido  que 
Salazar  afrontase  el  primer  encuentro  con  el  emi- 
sario de  Buenos  Aires,  para  tomar  su  partido  en 
consecuencia  de  lo  c|ue  resultase.  La  galantería  y 
el  tono  francamente  amistoso  de  García  hizo  exce- 
lente impresión  en  Salazar;  y  cuando  éste  trató  de 
■excusar  al  ministro  con  algún  quehacer  sumamente 
urgente  que  le  impedía  acudir  desde  luego,  por  lo 
cual  le  había  encargado  de  conversar  de  los  nego- 
cios del  Río  de  la  Plata,  García  no  solamente  lo 
tomó  muy  á  bien,  sino  c[ue  se  felicitó  de  poder  con- 
versar con  un  hombre  informado  de  los  anteceden- 
tes y  que  sabía  perfectamente  que  todos  los  males 
y  contratiempos  en  cjue  había  fracasado  el  resta- 
blecimiento de  la  concordia  entre  Su  Majestad  Ca- 
tólica y  sus  colonias  del  Río  de  la  Plata,  procedían 
del  error  cometido  por  la  regencia  de  Cádiz  man- 
dando de  virrev  á  un  hombre  aborrecido  v  brutal 


78  IwN.    MISIÓN    garcía 

como  Elío,  quien  apenas  llegó  á  ^íontevideo  hizo 
materialmente  imposible  todo  acuerdo,  poniendo 
siempre  por  condición  que  se  le  había  de  recibir  por 
virrey,  con  otras  medidas  y  agresiones  que  supo- 
nían un  ánimo  feroz  de  venganza  y  de  tiranía.  Di- 
cho todo  esto  con  aquella  oportunidad  y  talento  fjue 
se  incrusta  y  se  asimila  en  el  ánimo  del  oyente,  Sa- 
lazar  se  puso  enteramente  de  acuerdo,  y  la  conver- 
sación tomó  aquel  tono  cómodo  y  desahogado  con 
que  conversan  dos  amigos  sobre  las  disidencias,  ho- 
norables para  uno  y  otro,  que  antes  los  habían  di- 
vidido. 

García  hizo  ademán  de  retirarse,  pero  Salazar 
se  opuso  diciéndole  que  el  ministro  sentiría  mucho  no 
verlo;  y  después  de  hacer  el  aparato  de  entrar  á  ha- 
blar con  él,  volvió  rogándole  que  lo  siguiese  al  des- 
pacho donde  Su  Excelencia  le  esperaba.  La  conver- 
sación no  pasó  de  generalidades  con  protestas 
de  estimación,  y  su  resultado  se  redujo  á  convenir 
que  al  día  siguiente  tendrían  una  conferencia  espe- 
cial sobre  el  arreglo  de  los  intereses  comunes  de 
que  estaban  encargados.  Así  lo  hicieron ;  García 
tomó  el  hilo  de  la  conversación  donde  la  había  de- 
jado el  día  anterior  en  su  entrevista  con  Salazar. 
Invocando  el  testimonio  de  éste  en  cuanto  al  funes- 
to influjo  de  Elío,  origen  de  cuanto  había  sucedido 
después,  afirmó  en  buen  terreno  todo  lo  c[ue  se  pro- 
ponía decir  sobre  la  terquedad  y  el  espíritu  malig- 
no con  que  las  autoridades  de  Montevideo  habían 
cerrado  las  puertas  á  cuanto  se  había  tentado  por 
armisticios,  treguas,  y  otros  convenios  ó  propues- 
tas de  concordia.  Nada  de  esto  habría  sucedido  si 
el  rev  hubiese  estado  mejor  informado  de  los  negó- 


ESTADO   GENERAL   DE  EUROPA  79 

cios  de  América,  y  al  presente  mismo  sería  fácil 
entenderse,  si  se  comenzaba  por  convenir  en  que 
la  primera  necesidad  era  la  de  sacar  de  en  medio  el 
influjo  terrible  de  los  acontecimientos  que  por  acjue- 
llas  causas  habían  venido  á  agravar  la  situación; 
pues  las  enemistades  y  las  desconfianzas  se  habían 
hecho  tan  fuertes  por  ambas  partes,  que  sería  in- 
dispensable un  género  de  garantías  eficaces  que  no 
diesen  lugar  á  la  menor  duda. 

El  encargado  de  negocios  de  España  observó 
que,  dado  caso  de  que  hubiese  alguna  verdad  en 
todo  eso,  tampoco  podía  negarse  que  por  parte  del 
gobierno  de  Buenos  Aires  se  habían  cometido  ex- 
cesos monstruosos  que  justificaban  la  conducta  y  las 
precauciones  de  los  funcionarios  del  rey;  que  pres- 
cindiendo de  muchos  que  podría  enumerar,  le  bas- 
taría recordar  la  falta  de  buena  fe,  la  traición  con 
cjue  se  había  procedido  al  apoderarse  de  la  plaza  de 
Montevideo  y  de  su  gobernador  el  general  Vigodet. 

El  señor  García  negó  c[ue  ese  suceso  pudiese 
prestarse  al  modo  con  que  se  le  calificaba :  Es  me- 
nester, dijo,  tener  presente  que  hacía  muy  poco  que 
el  virrey  de  Lima  y  sus  altos  funcionarios  eclesiás- 
ticos y  judiciales  acababan  de  violar  la  capitulación 
juramentada  de  Salta,  de  una  manera  tan  desca- 
rada, que  quizá  hacía  el  hecho  un  ejemplo  único 
-entre  naciones  civilizadas ;  que  se  creía  obligado  á 
convenir  en  que  algunas  veces  se  había  procedido 
con  rigor,  pero  siempre  se  había  hecho  eso  contra 
conatos  de  conjuraciones  peligrosas  debidaniente 
probadas  y  notorias,  ó  con  gentes  que  sin  tener  co- 
misión oficial  del  rey  de  España,  habían  preten- 
dido hacer  armas  de  su  cuenta  contra  el  orden  pú- 


8o 


LA    MISIÓN    GARCÍA 


blico  que  las  provincias  del  Río  de  la  Plata  habían 
establecido  durante  la  cautividad  del  rey,  con  el  mis- 
mo soberano  derecho  con  que  España  había  esta- 
blecido sus  Juntas  provinciales;  y  que  si  en  la  ca- 
pitulación de  Montevideo  había  habido  premura  en 
consumar  lo  que  estaba  pactado,  era  porque  se  ha- 
bía descubierto  la  confabulación  de  los  jefes  de  la 
guarnición  realista  con  los  montoneros  y  cabecillas 
anarquistas  de  la  campaña,  para  atacar  y  destruir 
por  sorpresa  y  perfidia  al  ejército  argentino  que  se 
hallaba  entregado  á  la  confianza  de  lo  acordado. 
Ese  había  sido,  pues,  un  acto  de  precaución  justifi- 
cada; como  el  señor  encargado  lo  vería  en  la  Expo- 
sición general  de  Alveav,  que  le  remitiría  más  tarde. 
Pero  esto,  agregó  el  comisionado,  pertenecía  ya 
á  un  orden  de  sucesos  consumados,  c|ue  no  eran  del 
caso;  lo  grave  por  allanar,  era  las  consecuencias 
que  esos  antecedentes  habían  dejado  en  la  situación 
moral  de  los  espíritus;  no  sólo  por  los  odios  y  las 
desconfianzas  que  habían  creado,  sino  por  la  doc- 
trina de  c|ue  "era  indecoroso  que  el  rey  tratase  con 
rebeldes;  y  que  aun  después  de  tratar,  no  estaba 
obligado  á  cumplir  lo  tratado,  y  podía  escarmen- 
tarlos con  todo  rigor".  Esta  doctrina,  monstruosa 
á  los  ojos  de  la  humanidad  y  mal  avenida  con  la 
conducta  de  Inglaterra  en  el  caso  de  los  Estados 
Unidos,  era  la  que  se  había  practicado  en  el  hecho 
de  Salta,  y  la  misma  que  con  tanto  ímpetu  como 
notoriedad,  había  proclamado  en  las  Cortes,  con 
asentimiento  general,  nada  menos  que  el  jefe  del 
partido  liberal,  y  uno  de  los  hombres  más  impor- 
tantes de  España,  el  conde  de  Toreno,  que  había 
llegado  á  decir  que  nada  de  aquello  que  pudiese  ate- 


ESTADO    GENERAL   DE   EL'ROPA  8 1 

linar  el  poder  absoluto  y  soberano  que  España  tenía 
sobre  sus  colonias,  podía  ser  admitido  por  ningún 
tratado  con  los  rebeldes  ni  debía  ser  cumplido. 

\  El  ministro  español  convino  en  que  esa  era  una 
exageración  que  no  tenía  el  valor  que  se  le  daba : 
había  dependido  del  enfado  que  causó  la  circuns- 
tancia de  que  "los  insurgentes  se  hubiesen  dirigido 
al  rey  por  intermedio  de  Inglaterra :  intervención 
odiosa  y  ofensiva  para  España  c|ue  muy  bien  aper- 
cibida estaba  de  las  miras  ocultas  del  gobierno  bri- 
tánico, acerca  de  las  cuales  los  americanos  se  hallan 
sumidos  en  un  error  deplorable .  .  .  No  ignoraba, 
dijo,  que  el  señor  García  había  visitado  y  confe-? 
renciado  mucho  con  el  embajador  inglés,  ni  tam- 
poco cjue  este  caballero  había  obsequiado  con  esme- 
ro á  los  señores  Rivadavia  y  Belgrano",  dejándolos 
embelesados  con  las  falaces  esperanzas  que  maño- 
samente les  había  despertado  en  la  fantasía.  Pero 
que  todo  eso  valía  muy  poco,  porque  lo  real  era  que 
Su  Alajestad  Británica  había  renovado  su  alianza 
con  el  rey  católico,  y  que  todos  los  soberanos  de 
Europa  propendían  unánimes  á  hacer  que  se  res- 
petaran los  tronos  y  la  integridad  territorial  de  los 
re:^pectivos  dominios:  errado  andará,  pues,  quien 
se  forje  ilusiones. 

Aunque  todo  esto  se  decía  modificando  con  ur- 
banidad y  buen  tono  lo  acerbo  del  fondo,  y  con 
cierta  gracia  que  dejaba  pasar  y  volver  los  concep- 
tos sin  herir  las  susceptibilidades,  García  trató  de 
desconcertar  al  ministro  con  una  simulada  fran- 
queza C[ue  tenía  por  objeto  ver  hasta  dónde  iba  la 
firmeza  de  sus  datos  sobre  la  política  inglesa.  Por 
su  parte  no  extrañaba  que  el  ministro  supiera  sus 

HIST.   DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. 6 


S2  LA    MI.>1(>N    garcía 

visitas  en  la  embajada  británica,  porque  no  había 
hecho  misterii;)  de  ellas,  ni  creía  que  lo  hubiese  he- 
cho el  noble  lord.  Ignoraba  lo  que  hubiera  pasr.do 
con   los   señores   Belgrano   y   Rivadavia;   pero  que 
con  él  había  sido  franco  y  amistosísimo;  le  había 
dicho  lo  mismo  que  repetía  el  señor  ministri".  que 
los   tratados   y   amigables   relaciones   del   g'sbinete 
británico  con  el  rey  de  España  le  impedían  tomar 
parte  en  los  actos  conciliatorios  en  que  ?e  desea- 
ba hacerlo   intervenir;   aunque   su   opinión  particu- 
lar, según  se  la  había  expresado  era  "que  el  siste- 
ma adoptado  por  el  gabinete  de  ^Madrid  acarrearía 
resultados   fatales  á  la   nación  española,   y   condu- 
ciría á  una  catástrofe  que  habría  podido  evitar  la 
intervención  británica".  La  \isible  perturbación  que 
se  produjo  en  el  semblante  del  ministro  era  un  sig- 
no de  que  abrigaba  bastantes  dudas  sobre  la  ma- 
nera con  que  había  caracterizado  la  política  inglesa. 
'"El  señor  embajador  dirá  lo  que  quiera,  contestó; 
pero  yo  he  hecho  decir  á  usted  que  tengo  instruc- 
ciones muy  favorables  sobre  el  particular,  y  que  las 
provincias  del  Río  de  la  Plata  deberían  desde  luego 
dirigirse  al  rey  por  iiiterniedio  mío  para  entablar 
una  negociación  bajo   favorables  auspicios.     A  un 
hombre  experto  como  García  le  bastaba  esta  ino- 
centada para  saber  ya  á  pinito  hjo  que  España  no 
tenía  ningún  concierto  con   Portugal,  que  era  por 
lo  pronto  lo  que  más  le  interesaba  averiguar;  pues 
era  evidente,  que  de  haber  pactos  y  alianzas,  la  le- 
gación española   no  estaría  habilitada  para  propo- 
ner lo  que  proponía. 

Aceptando  la  indicación  al    instante,    observó 
García  que  en  el  estado  de  temores  y  desconfianzas 


ESTADO   GENERAL  DE   EUROPA  83 

evi  que  se  hallaban  ambas  partes  sería  indispensa- 
ble que  interviniera  un  gobierno  neutral  y  respeta- 
ble como  e!  de  Inglaterra,  ó  el  rey  de  Portugal^ 
quienes  por  su  interés  y  por  sus  conexiones,  dieran 
una  garantía  eficaz  de  que  sería  firme  y  obligato- 
rio aquello  que  se  tratase;  pues  á  pesar  del  respeta 
y  veneración  que  los  pueblos  del  Río  de  la  Plata 
tenían  por  la  persona  del  rey,  no  confiarían  en  la 
palabra  de  su  gobierno,  porque  alcanzaban  muy 
bien  las  venganzas  y  el  retroceso  á  que  habían  de 
quedar  expuestos  bajo  gobernantes  y  agentes  que 
profesaban  como  dogma  el  de  no  guardar  fe  á  lo 
pactado  con  los  que  ellos  llamaban  rebeldes.  Hacía 
tiempo,  agregó,  que  este  temor,  y  el  natural  deseo 
de  su  propia  seguridad  habría  llevado  á  esos  pue- 
blos á  arrostrarlo  todo  y  declararse  independientes ; 
y  si  no  lo  han  hecho  ya  es  porque  se  mantienen  en 
la  esperanza  de  conseguir  una  reconciliación  plau- 
sible con  la  garantía  del  gobierno  inglés  ó  del  rey 
de  Portugal;  pero  si  se  insiste  en  no  darles  esta  ga- 
rantía y  en  reducirlos  por  medidas  coercitivas  y  ata- 
que de  armas,  el  antiguo  virreinato  del  Río  de  la 
Plata  se  desligará  de  España:  otros  pueden  dudar 
del  éxito,  pero  lo  que  yo  aseguro  á  Vuestra  Exce- 
lencia es  que  la  lucha  será  harto  funesta  ciertamente 
para  la  metrópoli  también. 

A  una  propuesta  tan  categórica  y  cuya  inten- 
ción era  muy  diversa  de  la  que  el  ministro  español 
podía  figurarse,  contestó  éste  que  su  soberano  no 
consentiría  jamás  en  tratar  con  subditos  desobedien- 
tes bajo  otra  garantía  que  la  de  su  regia  palabra, 
ni  que  interviniera  entre  él  y  sus  pueblos  potencia 
alguna  extranjera  para  vigilar  su  manera  de  gober- 


§4  LA    MISIÓN    garcía 

narlos.  Se  comprende  que  al  aceptar  la  conferencia 
con  el  señor  \'illalba,  el  agente  argentino  no  se  ha- 
bía propuesto  hacer  un  convenio,  ni  otra  cosa  que 
explorar  la  situación  en  que  la  legación  española 
se  hallaba  con  respecto  al  gobierno  portugués.  No 
creía  tampoco  que  el  ministro  de  Fernando  VII  tu- 
viera las  instrucciones  que  decantaba.  Lo  que  ha- 
bía querido  inquirir  ya  lo  tenía;  pues  era  visto  que 
la  política  portuguesa  (cualquiera  que  fuese  su  rum- 
bo secreto)  no  se  había  ligado  todavía  con  el  rey 
de  España  contra  las  provincias  del  Río  de  la  Pía- 
ta ;  y  en  cuanto  á  Inglaterra,  el  ministro  español  se 
hallaba  en  relaciones  poco  cordiales  con  la  emba- 
jada inglesa.  Los  hombres  son  hombres  en  todas 
partes,  cualquiera  que  sea  la  aliura  á  que  se  hallen. 
Una  predisposición  de  ánimo  enojosa,  aunque  sea 
muy  disimulada,  produce  á  veces  importantísimas 
consecuencias;  y  en  este  caso  tenemos  motivo  par'i 
asegurar  que  las  produjo. 

Con  excepción  del  gabinete  inglés,  ignoraban 
todos  que  en  1814  se  estuviese  ventilando  con  toda 
reserva  un  gravísimo  altercado  entre  las  cortes  de 
Río  Janeiro  y  de  Madrid.  El  gobierno  portugués 
exigía  que  e!  de  España  le  devolviese  la  plaza  de 
Olivenza  y  territorios  de  Jurumenha  que  le  retenía 
desde  1801  por  el  inicuo  despojo  perpetrado  en  el 
tratado  de  Badajoz,  por  imposición  de  Bonaparte 
cjue  meditaba  ya  poner  allí  guarniciones  francesas 
para  echarse  sobre  Portugal.  Vencidos  al  fin  los 
franceses  5^  obligados  á  retirarse,  Fernando  VII  se 
negó  con  su  habitual  terquedad  á  la  justa  devolu- 
ción de  esa  parte  del  territorio  portugués;  y  la  cor- 
le de  Río  Janeiro,  ofendidísima  con  esta  injuriosa 


ESTADO   GENERAL   DE    EUROPA  85 

pretensión,  se  preparó  á  tomar  desquite  ocupando 
á  su  vez  á  ^Montevideo  y  los  demás  puertos  de  esa 
costa  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  acosado  por 
Artigas,  había  tenido  que  abandonar  y  que  dejar 
independientes  como  hemos  visto. 

Pero  á  los  ojos  de  España  toda  esa  comarca  era 
siempre  parte  integrante  de  sus  dominios  ultramari- 
nos; y  ahora  la  necesitaba  más  que  nunca  porque 
era  ese  precisamente  el  único  punto  donde  la  expe- 
dición del  general  Morillo  podía  tomar  pie,  refres- 
car sus  tropas  y  reorganizarlas  después  del  viaje 
de  mar,  para  atacar  á  Buenos  Aires  en  combina- 
ción con  Pezuela  por  Salta  y  con  Osorio  por  los 
Andes. 

Esta  expedición  era  tan  poderosa,  y  el  estado  de 
las  provincias  argentinas  tan  aciago  y  doloroso,  que 
dentro  y  fuera  del  país  dominaba  la  triste  convic- 
ción de  que  Morillo  ocuparía  á  ^Montevideo  sin  ti- 
rar una  bala;  y  que  desde  luego  era  de  todo  punto 
probable,  que  estando  Buenos  Aires  desarmado, 
desorganizado  y  anarquizado  como  en  efecto  se  ha- 
llaba, había  de  sucumbir  al  peso  del  enorme  arma- 
mento y  tropas  con  que  contaba  la  expedición,  sin 
perjuicio  de  lo  que  á  la  larga  daría  la  insurrección 
general  de  los  pueblos  y  de  las  masas,  sincera  y  vi- 
rilmente resueltos  á  resistir  sin  treguas  hasta  ven- 
cer: cosa  que  además  de  venirnos  de  raza,  era  pro- 
pia también  de  las  condiciones  primitivas  en  que  se 
hallaba  la  vasta  región  que  se  quería  someter   (2). 

(2)  Para  que  se  juzgue  del  peligro  que  corría  Buenos 
Aires,  y  por  simple  información  pondremos  aquí  el  deta- 
nie  de  las  fuerzas  que  componían  esa  expedición :  "Seis  re- 


86  LA    MISIÓN    garcía 

El  general  ^^lorillo  estaba  ya  á  punto  de  partir 
con  destino  al  Río  de  la  Plata  cuando  el  principe 
regente  de  Portugal  dio  orden  de  que  se  le  enviasen 
al  Brasil,  con  toda  brevedad,  diez  mil  hombres  de 
su  ejército  europeo;  y  protestó  que  si  el  rey  de  Es- 
paña no  le  devoh'ia  la  plaza  y  los  distritos  fronte- 
rizos que  le  detentaba,  tomaría  posesión  inmediata 
de  Montevideo  y  de  las  costas  orientales  con  sú 
ejército  y  con  su  escuadra  que  era  mucho  más  fuer- 
te que  la  (|ue  España  podía  poner  en  el  mar.  El  con- 
flicto amenazaba  hacerse  de  tal  gravedad  que  el  go- 
bierno inglés  tuvo  que  interponerse  entre  los  dos 
reyes  para  evitar  el  sorprendente  escándalo  que  iban 
á  dar  perturbandD  los  intereses  comerciales,  y  com- 
prometiendo los  arreglos  con  cjue  las  potencias  tra- 
bajaban en  ese  momento  por  dar  pacífica  solución- 
á  las  cuestiones  territoriales  del  viejo  continente. 
Sin  prejuzgar  de  la  justicia  C[ue  uno  ú  otro  rey  pu- 
dieran tener,  hizo  presente  que  la  obligación  de  am- 
bos era  recurrir  inmediatamente  al  juicio  arbitral 
del  Congreso  de  las  Potencias,  porque  sin  ese  re- 
gimientos de  infantería  de  1,200  hombres  cada  mío:  una 
columna  de  800  cazadores  escogidos :  un  escuadrón  comple- 
to de  artillería  volante  con  18  piezas:  dos  compañías  de 
artillería  de  plaza,  y  tres  de  zapadores :  del  regimiento  de 
caballería  de  Fernando  VII  y  de  cuatro  escuadrones  de  hú- 
sares: en  total  10,642  hombres.  Contaba  además  con  un 
parque  de  artillería  con  la  dotación  correspondiente  para 
atacar  plazas  de  2.°  orden,  y  para  fortificar  posiciones,  con 
todos  los  demás  útiles  necesarios  para  una  expedición  de 
desembarco.  La  fuerza  naval  se  componía  del  navio  San 
Pedro  de  74  cañones :  de  tres  fragatas,  de  treinta  buques- 
menores  con  artillería  de  iS  y  de  24,  y  de  68  transportes. 


ESTADO   GEXERAL   DE    EUROPA  8/ 

qtiisito  no  pedía  permitirse  que  se  pusiesen  en  gue- 
rra (3). 

Cuadraba  aquí  también  que  en  este  momento  se 
hubiera  suscitado  otra  altercado  no  menos  grave. 
Don  Pedro  Gómez  Labrador,  ministro  de  Espafii 
en  el  Congreso  europeo,  y  hombre  de  carácter  alta- 
nero y  procaz,  inició  una  reclamación  violenta  con 
motivo  de  que  el  ducado  de  Toscana,  perteneciente 
-al  infante  español  don  Carlos  Luis  de  Borbón  por 
herencia  directa  de  su  abuela  doña  Isabel  de  Far- 
nesio.  se  había  adjudicado,  por  el  influjo  de  Aus- 
tria á  la  archiduquesa  ]^Iaría  Luisa,  viuda  y  mujer 
todavía  de  Bonaparte.  Que  era  este  un  despojo  co- 
metido contra  la  justicia  y  contra  los  antecedentes 
que  habían  servido  de  pacto  fundamental  á  los  tra- 
tados en  que  reposaba  el  Congreso,  no  hay  la  me- 
nor duda.  La  injusticia  era  evidente;  pero  asunto 
era  también  en  que  la  fuerza  sobrepujaba  al  de- 
recho; y  como  ^Nletternich  era  casi  omnipotente,  se 
opusD  á  que  el  reclamo  se  discutiese;  y  á  secas,  y 
con  imperio  contestó  al  embajador  español  que  el 
asunto  de  Toscana  no  podía  ser  materia  de  acomo- 
damiento alguno,  s{}io  de  una  guerra;  á  esta  res- 
puesta no  hubo  más  remedio  que  doblegarse  (4). 

Xo  sólo  por  lo  dicho  sino  por  el  reciente  enlace 
del  príncipe,  del  Brasil  don  Pedro  con  otra  archi- 
duquesa (la  madre  del  emperador  don  Pedro  II) 
el  momento  era  malísimo,  como  se  ve,  para  que 
Fernando  \'IT  apelase  á  la  guerra  contra  Portugal. 

(3)  Hist.  Gen.  de  Esp.  por  Gebhardt,  tomo  \'I.  cap. 
XVII,  pág.  666. 

(4)  Hist.  Gen.  de  Esp..  i"..ídem. 


88  LA    MISIÓN    garcía 

menospreciando  las  indicaciones  significativas  de 
Inglaterra,  y  las  malas  disposiciones  de  Austria. 
Así  fué  que  teniendo  una  expedición  reconcentrada 
ya  en  el  puerto  y  pronta  á  marchar,  era  imposible 
y  cosa  superior  á  sus  medios,  más  que  á  los  de  nin- 
guna otra  nación  en  su  caso,  conservarla  acampa- 
da, y  en  situación  indecisa,  por  el  larguísimo  tiem- 
po de  un  año,  á  lo  menos,  que  se  habría  hecho  du- 
rar el  juicio  arbitral  del  Congreso  y  las  argumen- 
taciones de  las  partes  interesadas.  No  solamente 
había  peligro,  sino  que  había  certidumbre  de  que 
en  ese  estado,  sin  pagamentos  regulares  ni  recur- 
sos con  que  sostener  las  tropas  y  la  escuadra  en  ac- 
titud de  dar  la  vela,  habría  de  desorganizarse  la 
expedición  y  desbandarse;  si  es  que  dada  la  situa- 
ción política  interna  no  sucedía  algo  peor.  Fernan- 
do VII  se  vio,  pues,  forzado  á  cambiar  secretamen- 
te el  destino  de  la  expedición  antes  que  se  resignase 
á  desorganizarla,  y  la  envió  á  Tierra  Firme  contra 
los  independientes  de  Venezuela  y  de  Nueva  Gra- 
nada, contando  con  que,  restablecido  allí  su  imperio 
colonial,  el  poderoso  ejército  diese  la  vuelta  al  Perú 
por  el  Pacífico  y  marchase  sobre  las  fronteras  ar- 
gentinas á  esperar  en  ellas  la  llegada  por  el  Río  de 
la  Plata  de  otra  expedición,  mayor  aún,  que  inme- 
diatamente se  puso  á  organizar  bajo  el  mando  de 
los  generales  Conde  de  La  Bisbal  (O'Donnell)  y 
don  Pedro  de  Sarsfield. 

Es  digna  de  notarse  en  este  episodio  curioso,  y 
más  que  curioso  importantísimo,  no  diremos  la  ha- 
bilidad ó  la  persistencia,  que  son  cosas  que  pasan 
por  demás  sabidas,  sino  la  fina  destreza,  y,  digá-^ 
moslo  de  una  vez.  la  hipocresía  puritana  con  que  el 


ESTADO    GENERAL   DE    EUROPA  89 

gabinete  inglés,  aparentando  fluctuar  entre  las  dos 
cortes,  echaba  siempre  su  mirada  y  extendía  su  ma- 
no c  in  disimulo  en  el  rumbo  por  donde  le  convenía 
que  se  desenvolviesen  los  sucesos.  En  su  interés 
final  estaba  que  Portugal  perdiese  á  Olivenza,  con 
tal  que  una  de  las  riberas  del  Río  de  la  Plata  que- 
dase separada  de  España  y  en  libre  tráfico  maríti- 
mo. Protestaba  á  cada  momento  que  nada  le  haría 
faltar  á  la  lealtad  de  las  relaciones  que  tenía  con 
España ;  y  se  amparaba  en  los  principios  severos? 
de  esa  moralidad  para  rechazar  las  súplicas  y  de- 
mostraciones que  á  nombre  de  la  humanidad,  de  la 
libertad,  del  liberalismo  y  de  sus  propias  conve- 
niencias le  hacían  los  independientes  del  Río  de  la 
Plata.  Pero  es  que  estaba  en  el  secreto  capital  del 
asunto,  y  sabía  que,  mientras  el  rey  de  Portugal  se 
mantuviese  firme  en  ocupar,  como  prenda  de  sus 
reclamos,  el  puerto  de  ^lontevideo  y  los  territorios 
orientales  del  Río  de  la  Plata,  no  corría  ningún 
riesgo  la  libertad  de  comercio  que  era  su  preocupa- 
ción capital.  jManejándose,  pues,  con  esa  paciencia 
pertinaz  y  latente,  que  forma  el  carácter  conocido 
de  los  individuos,  de  la  sociedad,  de  la  política  y 
del  gobierno  inglés,  en  que  todo  adolece  del  tipo 
tolerante,  egoísta  y  silencioso  de  su  culto,  el  gabi- 
nete se  encerraba  en  sensata  reserva  para  con  las 
tres  partes  en  cuyos  intereses  influía  sin  cesar  á  dis- 
tancia ;  y  esperaba  los  resultados  con  tanta  mayor 
confianza  cuanto  que  sus  miras  tenían,  en  lo  tras- 
cendental, una  base  segura  en  los  intereses  y  en  la 
política  propia  con  que  el  gabinete  portugués  había 
resuelto  obrar. 

Precisamente,  esas  miras  eran  las  que  justifica- 


90  LA    MISIÓN    garcía 

ban  á  España  en  su  doble  resistencia  á  devolver  la 
plaza  fuerte  de  Olivenza  y  á  ceder  los  territorios 
orientales  del  Río  de  la  Plata,  ni  aún  con  el  cebo 
engañoso  que  se  le  había  ofrecido  de  concurrir  al 
sometimiento  de  los  rebeldes  de  la  ribera  occiden- 
tal. La  historia  de  la  época  colonial  había  puesto 
en  completa  transparencia  cjue  los  monopolios  de 
las  leyes  de  Indias,  que  eran  todavía  los  estribos 
del  sistema  comercial  y  del  derecho  administrativo 
de  España,  eran  de  todo  punto  imposibles,  siempre 
que  ambas  riberas  dejaran  de  pertenecerle  por  com- 
pleto. Y  ahora  que  á  los  inconvenientes  geográfi- 
cos, que  á  tan  mal  trance  la  habían  traído  antes, 
había  que  agregar  la  insurrección  general  de  los 
pueblos  con  la  bandera  de  la  independencia,  era 
mil  veces  más  claro  que,  pasando  la  costa  oriental 
á  dominio  portugués,  sería  empeño  desesperado 
querer  impedir  que  toda  la  vasta  región  del  litoral 
se  convirtiera  en  un  centro  permanente  de  conspi- 
raciones y  correrías  que,  ligadas  al  patriotismo  in- 
tratable de  los  pueblos  occidentales,  acabarían  al 
fin  por  devorar  todas  las  tropas  en  el  cráter  de  ese 
enorme  volcán. 

Los  españoles  conocían  bien  que  Portugal  no 
había  renunciado,  ni  renunciaría  jamás,  á  extender 
sus  dominios  hasta  el  Río  de  la  Plata,  mientras  Es- 
paña pretendiera  substraerlos  al  comercio  libre. 
Fernando  \'II  podía  concederles  los  territorios ;  pe- 
ro concederles  también  el  comercio  libre  del  Río 
era  desbaratar  y  dar  muerte  al  régimen  colonial ; 
porque  tras  de  Portugal,  Liglaterra.  Francia,  Es- 
tados Unidos,  todas  las  naciones,  en  fin,  tenían  el 
derecho  de  exigir  que  se  les  tuviera  en  iguales  con- 


ESTADO    GENERAL   DE    EUROPA  9I 

dicioiies ;  y  ceder  los  territorios  sin  la  libertad  de 
traficar,  era  crear  un  orden  de  cosas  peor  todavía  y 
más  peligroso  por  las  reyertas  y  los  conflictos  con- 
tinuos de  los  intereses  que  forzosamente  tenían  que 
sobrevenir. 

Así,  pues,  como  Fernando  \'II  veía  bien  claro 
el  estado  irremediable  de  las  cosas,  se  aferraba  á 
mantener  en  sus  manos  la  plaza  de  Olivenza  y  dis- 
trito de  Jurumenha.  que  eran  puerta  abierta  por 
donde  podía  comenzar  seriamente  Portugal  si  éste 
porfiara  en  cerrar  á  sus  tropas  la  entrada  por  el  Río 
de  la  Plata.  Advertido  de  lo  que  había  de  suceder 
al  fin,  se  contrajo  á  formar  un  nuevo  y  más  pode* 
roso  ejército  de  veintidós  mil  hombres,  destinados 
á  tomar  tierra  en  los  puertos  orientales  de  nuestro 
río,  quisiese  ó  no  el  rey  de  Portugal;  entabló  ne- 
gociaciones con  Rusia,  sobre  concesión  de  grandes 
buques  de  guerra  para  el  convoy,  y  al  mismo  tiem- 
po comenzó  á  formar  un  campo  de  treinta  mil  hom- 
bres en  la  frontera  portuguesa,  que  debía  entrar  por 
ella  á  las  órdenes  del  general  Castaños  y  de  Elío, 
si  al  salir  la  nueva  expedición  persistiera  aún  el 
rey  de  Portugal  en  oponerse  á  su  desembarco. 

Xada  de  esto  se  sabía  en  Buenos  Aires ;  eran  su- 
cesos que  se  mantenían  cerrados  entre  los  secretos 
de  Estado  con  un  esmero  demasiado  grande  para 
que  pudieran  salir  á  la  publicidad  con  el  carácter 
verdadero  que  tenían.  Rumores  más  ó  menos  va- 
gos, pero  intangibles,  daban  una  idea  incierta  de 
los  hechos  en  globo ;  y  por  otra  parte,  era  tan  com- 
pleto el  aislamiento  oficial  en  que  nuestro  país  y 
nuestro  gobierno  se  hallaban  de  cuanto  pasaba  en 
el  mundo  europeo,  y  tal  la  agitación  interna  que  se 


92  LA    MISIÓN    garcía 

arrebataba  la  atención  en  el  torbellino  de  las  cosas 
propias,  que  el  oído  público  no  alcanzaba  á  hacerse 
una  idea  práctica  é  inmediata  de  lo  que  vallan  esos 
lejanos  y  sordos  rumores  que,  de  vez  en  cuando,  nos 
enviaba  la  alta  política  de  las  potencias;  ni  com- 
prendía tampoco  que  por  allá  se  tratara  con  tanto 
interés  de  lo  que  más  de  cerca  tocaba  á  nuestra 
causa.  A  eso  se  debe  que  hasta  ahora  hayan  perma- 
necido tan  obscuros  y  misteriosos  los  motivos  ver- 
daderos que  influyeron  en  que  la  expedición  de 
Morillo  cambiase  repentinamente  de  destinación, 
con  tanta  sorpresa  y  asombro  de  los  que  sabían  que 
positivamente  se  había  formado  y  aprontado  para 
atacar  á  Buenos  Aires. 


CAPITULO   Ili 

EL    GABINETE    PORTUGUÉS    Y    EL    EMISARIO 
ARGENTINO 

Sumario  :  Buena  reputación  y  favorable  acogida  del  comi- 
sario argentino  en  Río  Janeiro. — Adelanto  de  sus  mi- 
ras y  de  Su  favor. — Indicaciones  sobre  los  secretos  de 
Estado. — Benevolencia  del  influjo  portugués. — Mala  aco- 
gida de  sus  ideas  en  Buenos  Aires. — Intransigencia  del 
comisionado  con  toda  tentativa  de  arreglo  con  España. — 
Sus  opiniones  sobre  España. — Sus  dolorosas  aprensiones 
sobre  el  estado  lamentable  de  las  provincias  argentinas. — 
Su  plan  contra  Artigas. — La  conveniencia  de  una  inteli- 
gencia cordial  con  el  rey  del  Brasil. — Decisión  del  comi- 
sionado en  ese  sentido. — García  y  el  señor  Tagle  ministra 
del  gobierno  de  B.  A. — Importancia  general  de  los  mi- 
nistros en  la  primera  época. — Influencia  consistente  de 
Tagle. — Su  persona  y  su  carácter. — Nueva  credencial  de 
García. — Su  confianza  en  el  éxito. — Resolución  del  go- 
bierno de  Balcarce  y  Tagle  acerca  de  España. — Simpatías 
del  mismo  hacia  el  rey  de  Portugal. — Aversión  de  las 
facciones  populares  contra  la  política  portuguesa  del  go- 
bierno.— Estado  de  descomposición  social  y  angustiosa 
situación  del  gobierno. — Situación  ang-ustiosa  de  García. 
— Necesidad  de  asirse  al  influjo  portugués. — Razones  de 
analogía  y  conveniencia. — Prevenciones  de  la  corte  de 
Río  Janeiro  sobre  el  estado  social  de  Buenos  Aires. — Ideas 
de  García. — Primeras  operaciones  de  la  invasión  portu- 
guesa en  la  Banda  Oriental. — Apuros  administrativos  y 
agitaciones  de  España. — La  mediación   de  Portugal,  se- 


94  EL    GABINETE    PORTUGUÉS 

gim  García. — Invitación  del  ministro  español. — Un  anó- 
nimo.— Las  pretensiones  de  la  legación  española. — Dis- 
yuntiva entre  la  sumisión  á  España  ó  la  protección  por- 
tuguesa.— Nada  peor  que  la  dominación  española. — Re- 
laciones de  García  con  los  ministros  del  rey  de  Portugal. 
— Intimidad  con  el  conde  de  la  Barca. — Elevación  á  la 
primera  categoría  diplomática  de  la  negociación  argen- 
tina.— Las  influencias  europeas  y  la  independencia  del 
Gabinete  brasileño. — 'Lisboa  y  Río  Janeiro. — Favor  del 
rey  de  Portugal. — Error  fatal  de  un  rompimiento  con 
Portugal. — El  conde  da  Barca  y  García. — García  y 
Rivadavia. — Efectos  de  la  elección  de  Pueyrredón. — Ne- 
cesidad V  posibilidad  de  negociar  una  alianza  formal  en- 
tre Portugal  y  las  provincias  argentinas  contra  España. 

]\Iuy  pronto  comenzó  á  sentirse  en  las  altas  re- 
giones de  la  política  portuguesa  la  opinión  fa\ora- 
ble  con  que  el  agente  argentino  ganaba  terreno  en 
ellas.  Las  relaciones  íntimas  con  las  personas  más 
influyentes  en  la  corte  se  formaban  naturalmente 
alrededor  de  su  persona,  baciendo  resonar  sus  mé- 
ritos, su  saber  y  las  amenidades  de  su  exquisito 
trato.  Lord  Strangford  habló  de  él  con  los  minis- 
tros del  rey.  elogiándolo  como  un  hombre  digno 
de  ser  tomado  en  cuenta  y  capaz  de  desempeñar  con 
buen  éxito  los  más  difíciles  negocios  de  Estado.  En 
la  correspondencia  del  agente  se  trasluce  el  ascenso 
gradual  de  su  posición  en  ciertas  indicaciones  de 
muy  grande  importancia,  que  van  marcando  su 
confianza  en  el  éxito  de  su  misión  y  mostrando  un 
conocimiento  tan  perfecto  de  los  secretos  del  go- 
bierno portugués,  que  no  era  de  suponer  que  hu- 
biese obtenido  sin  que  una  mano  autoi  izada  se  los 
hubiera  suministrado  y  abiértole  el  camino  de  apro- 
vecharlos. 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  95 

Asi  le  vemos  transmitir  al  gobierno  estas  nota- 
bles   y    significativas    indicaciones, 
1815  que  eran  ya  como  una  llave  maes- 

Xoviembre  24  tra  de  los  grandes  negocios  que 
aún  estaban  en  completa  reserva 
en  la  diplomacia  europea :  "La  conducta  misteriosa 
de  esta  corte  excita  la  curiosidad  de  cuantos  la  juz- 
gan sólo  por  las  apariencias ;  y  por  eso  se  ve  mudar 
las  opiniones  todos  los  días.  He  escrito  \a,  y  lo  re- 
pito ahora,  que  una  feliz  combinación  de  circuns- 
tancias me  ha  puesto  en  estado  de  ser  útil  á  ese  país 
en  la  crisis  que  se  avecina;  crisis  que  decidirá  c[uizá 
de  las  colonias  americanas  por  algunas  generacio- 
nes" (i). 

Esa  crisis  era  nada  menos  que  el  próximo  rom- 
pimiento de  Portugal  con  España,  que  el  comisio- 
nado transmitía  de  esa  manera  embozada  porque 
tenía  cjue  cumplir  con  el  deber  de  guardar  estricta 
reserva  que  se  le  había  recomendado.  Que  tan  va- 
liosa confianza  se  le  había  hecho  por  persona  in- 
formada en  los  secretos  de  Estado  ( por  un  ministro 
quizá),  es  cosa  Cjue  no  puede  dudarse,  puesto  que 
Se  le  ve  agregar  también :  "Creo  importantísimo, 
ante  todo,  que  venga  ó  se  coloque  aquí  un  sujeto 
instruido  en  los  principios  de  este  gobierno,  y  que 
sepa  hasta  donde  pueda  extenderse  en  el  caso  de  ser 
llamado  á  tratar  alguna  cosa  de  interés  para  nues- 
tro país.  ¡Xo  hay  que  perder  tiempo!" 

La  importancia  de  estas  indicaciones  toma  un 

( I )  Documentos  y  Papeles  inéditos  de  don  Manuel  Jo- 
sé García;  cuaderno  I,  pág.  9.  Imp.  de  Juan  J.  Alsina,  1883 ; 
y  Rcv.  del  Río  de  la  Plata,  Vol.  XII. 


96  EL    GABINETE    PORTUGUÉS 

carácter  más  preciso  cuando  se  ve  al  comisionado 
indicar  claramente  que  la  base  esencial  del  pacto 
con  que  deben  unirse  el  gobierno  argentino  y  el  go- 
bierno portugués,  es  la  de  no  hacer  causa  común 
con  Artigas,  ni  cuestionar  la  posesión  y  propiedad 
de  la  Banda  Oriental.  "Un  particular  podrá,  si  se 
le  antoja,  hacer  regla  de  su  conducta  aquello  de  que 
¡todo  ó  nada!  Pero  un  gobierno  encargado  de  la 
suerte  futura  de  los  pueblos,  no  tendría  disculpa  si 
envidase  al  vuelco  de  un  dado  la  vida  del  Estado  y 
la  libertad  de  sus  pueblos .  .  .  Cuando  se  trabaja  por 
establecer  la  libertad  debe  sacrificarse  todo  antes 
que  exponerse  á  que  se  sofoquen  sus  semillas .  .  .  De- 
masiado convencido  estoy  de  que  nuestros  pueblos 
necesitan  libertad  é  independencia,  especialmente 
del  desgraciado  gobierno  español,  pero  saber  ha- 
cerse dignos  de  una  independencia  c[ue  sea  compa- 
tible con  el  estado  de  los  pueblos  que  la  van  á  re- 
cibir y  con  los  intereses  de  aquellos  á  quienes  puede 
convenir  protegerla,  he  ahí  el  problema  y  la  difi- 
cultad". 

Que  al  consignar  estas  ideas,  el  comisionado  ar- 
gentino estaba  va  en  relaciones  confidenciales  con 
el  gabinete  del  rey  de  Portugal,  es  cosa  que  se  vie- 
ne á  la  mente  con  sólo  poner  atención  á  sus  concep- 
tuosas palabras :  "Yo  me  he  puesto  en  estado  de 
decir  lo  que  opino  sin  más  respeto  que  al  bien  de 
mi  país.  Pero  una  explicación  no  pedida  y  extem- 
poránea, por  luminosa  que  fuere,  podría  pasar  por 
ridicula".  La  convicción  del  agente  era,  pues,  qué 
debía  trabajarse  por  una  alianza  ó  combinación 
amigable  con  Portugal  contra  España.  Y  si  por  lo 
pronto  se  excusaba  de  decirlo  abiertamente,  ei'a  por- 


Y  EL  EMISARIO   ARGEXTIXO  97 

que  las  preocupaciones  vulgares  que  predominaban 
en  Buenos  Aires  hacían  de  Portugal  una  potencia 
demasiado  nula  y  débil  para  tomar  una  actitud  in- 
dependiente y  afrontar  las  iras  del  rey  de  España. 
Y  tan  arraigado  estaba  ese  error,  que  todos  se  ha- 
brían reído  de  que  un  hombre  serio  como  García, 
creyese  de  veras  que  sin  el  pláceme  de  Inglaterra 
fuera  posible  obtener  protección  eficaz  de  parte  de 
Portugal. 

El  mismo  Director  del  Estado  se  manifestó  in- 
clinado á  burlarse  de  las  esperanzas  que  el  comi- 
sionado había  avanzado  sobre  esa  combinación, 
dando  lugar  á  que  éste  le  contestara  así  con  digni- 
dad :  "Las  cosas  de  nuestro  país  son  tan  importan- 
tes, y  sus  negocios  corren  tanto  peligro  de  perder- 
se, que  no  pueden  sufrirse  chufardas ;  y  cuando  la 
ocasión  de  remediarlos  es  tan  oportuna,  y  tan  fugi- 
tiva al  mismo  tiempo,  no  hay  lugar  para  que  se 
ocupen  en  eso  aquellos  que  se  interesan  con  since- 
ridad en  el  bien  de  la  patria.  Bajo  estos  principios, 
usted  debe  creer  que  yo  voy  á  trabajar  incesante- 
mente en  la  asecución  de  aquellos  objetos  que  juzgo 
compatible  con  el  estado  actual  de  ese  país,  con  la 
política  presente  de  las  Cortes  de  Europa  y  Amé- 
rica, y,  lo  que  es  más,  con  los  intereses  verdaderos 
y  únicos  de  nuestros  compatriotas  con  su  gloria  só- 
lida y  perdurable,  si  es  que  puede  haberla  en  lo 
humano".  Hemos  subrayado  estas  palabras,  por- 
que no  habiendo  en  América  más  corte  que  la  de 
Portugal,  se  ^•e  que  el  comisionado  conocía  ya  en 
enero  de  1816  la  disidencia  enconadísima  en  que 
esta  corte  se  hallaba  con  la  de  España;  y  que  de 
acuerdo  con  eso  estaba  resuelto  á  sacar  partido  de 

HIST.  DE  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. — J 


98  Elv  GABINETE   PORTUGUÉS 

tan  importantísimo  incidente  dándole  análogos  gi- 
ros y  más  amplias  proporciones  á  su  misión.  "La 
desastrosa  jornada  del  Perú  (\3ipe-Sipe)  me  ha 
causado  el  más  profundo  dolor;  pero  sin  sorpren- 
derme ni  abatirme.  Me  parece  que  es  de  la  primera 
importancia  ocurrir  á  las  gargantas  del  Perú,  con 
todas  las  fuerzas  posibles,  á  detener  el  torrente. 
Mientras  tanto,  se  trabo  ¡ora  á  dos  manos  para  dar 
tal  dirección  á  iiuestras  cosos,  que  nos  pongamos 
fuera  del  alcance  de  esos  enemigos,  que  á  todos  los 
horrores  de  una  venganza  feroz,  añaden  la  impo- 
tencia de  establecer  ¡ni  orden  social  cualquiera,  y 
la  peste  de  brutalidad  y  fanatismo  que  los  está  de- 
vorando" (2). 

(2)  Aunque  propias  del  tiempo,  ciertamente  que  se- 
rian injustas  estas  palabras  si  hubieran  de  aplicarse  á  la  ge- 
neralidad de  los  españoles.  Pero  también  es  verdad  que 
nada  tenían  de  exageradas  con  relación  á  Fernando  VII, 
á  sus  corifeos  y  á  sus  medios  de  gobierno.  Nosotros  las 
señalamos  en  su  fecha  de  16  de  enero  de  1816  para  que 
se  vea  que  las  hipoftéticas  apreciaciones  que  hablando  con 
el  embajador  inglés  (página  y6)  y  en  otras  raras  ocasio- 
nes, hizo  García  de  que  era  preferible  todo,  hasta  el  mis- 
mo régimen  colonial,  antes  que  caer  en  la  anarquía  sal- 
vaje levantada  por  Artigas,  eran  raciocinios  de  extrema 
lógica  y  suposiciones  imaginarias  de  simple  argumenta- 
ción, que  carecían  en  su  mente  de  todo  valor  presente  ó 
futuro.  Si  estos  conceptos  figuran  en  un  último  caso  ó 
como  una  fatalidad  que  precisamente  se  desea  evitar,  se- 
ría contra  toda  lógica  presentar  al  comisionado  favorable- 
mente dispuesto  á  semejante  solución.  Por  otra  parte,  la 
justicia  exige  que  en  estos  casos  las  angustias  morales 
de  los  hombres  públicos  y  las  dolorosas  presunciones  que 
ellas  les  arranquen,  no  se  juzguen  después  que  los  suce- 
sos han  despejado  la  incógnita  y  resuelto  los  problemas, 
sino  en  el  tiempo    de    las  dudas    amargas,    y    de    acuerdo 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  99 

Convencido  de  que  las  provincias  del  Rio  de  la 
Plata  debían  buscar  en  el  gobierno  portugués  los 
medios  de  suprimir  á  Artigas,  y  de  substraer  los 
puertos   orientales   á   las   tentativas  hostiles   de   Es- 

con  los  antecedentes  que  forman  la  tradición  social  de 
cada  época.  Los  hombres  de  1816,  caídos  en  un  desor- 
den espantoso  y  amenazados  por  el  salvajismo  artigueño, 
que  parecía  próximo  á  envolverlo  todo  en  las  tinieblas  del 
caos,  no  podían  menos  que  recordar  la  situación  que  ha- 
bían tenido  bajo  el  gobierno  honrado  y  progresista  de  Car- 
los III.  Exigirles,  pues,  que  en  caso  de  ser  vencidos,  co- 
mo parecía  que  iban  á  serlo,  no  prefiriesen  hipotéticamente 
ese  recuerdo,  más  bien  que  caer  en  el  otro  abismo,  sería 
cerrar  los  ojos  á  la  justicia.  Es  cierto  que  los  demagogos 
y  los  caudillos  del  vandalismo  preferían  ir  á  todo  por  todo ; 
pero  es  porque  ellos  no  trataban  de  fundar  orden  alguno 
conocido,  v  por  eso  es  absurdo  suponer  que  pueda  haber 
futuro  sistema  ú  organismo  latente  en  el  desorden  por  el 
desorden. 

Darles,  pues,  una  mejor  intuición  de  la  patria  y  de  su 
porvenir  á  los  bárbaros  sanguinarios  que  levantaban  la 
bandera  de  la  anarquía,  sería  como  poner  á  Marat  y  sus 
satélites  con  más  inteligencia  política  que  Mirabeau,  que 
Barnave,  que  Thouret,  que  Cázales :  á  los  demagogos  de 
1818  sobre  Guizot  y  sobre  Thiers,  y  dar  á  Robespierre  por 
padrino  de  la  república  conservadora  y  parlamentaria  que 
preside  Mr.  Grevy.  Los  que  hacen  de  estas  aproximacio- 
nes arbitrarias  una  ecuación  simple  y  eslabonada  suprimen 
graciosamente  las  atenuaciones  y  el  trabajo  de  asimilación 
operado  por  los  siglos,  á  cuyo  influjo  se  debe  que  el  pro- 
greso sea  la  obra  de  la  moral  y  de  la  virtud :  la  obra  que 
quede  y  triunfe  en  las  formas  nuevas,  y  no  la  del  crimen 
y  de  la  barbarie.  García  pudo  reclamar  la  gloriosa  parte 
que  le  tocó  en  la  administración  de  1821 ;  pudo  también, 
si  hubiera  vivido,  reclamarla  en  1853.  Pero  Artigas,  An- 
dresito,  Blasito,  José  Culta,  Encarnación.  .  .  ¡  jamás  !  porque 
el  reactivo  saludable  en  la  química  política  no  es  la  per- 
versidad ni  la  ignorancia,  sino  lo  bueno,  lo  noble  y  lo 
bello. 


loo  El,  GABINETE  PORTUGUÉS 

paña,  Garcia  le  escribía  al  gobierno  que  conside- 
raba como  el  más  grande  de  los  errores  formar  es- 
peranzas de  orden  y  de  prosperidad  sin  dos  condi- 
ciones urgentes  y  esenciales.  La  primera  era  sofo- 
car la  anarquía.  "La  experiencia  ha  dado  ya  su 
fallo,  y  es  unánime  la  opinión  de  todos  los  hom- 
bres sensatos  sobre  este  punto.  Así  no  recelo  ya 
asegurar  que  la  extinción  del  poder  ominoso  que 
se  ha  levantado  en  la  Banda  Oriental,  es  á  todas 
luces  no  sólo  provechosa  sino  necesaria  á  la  salva- 
ción del  país.  Pero  ese  gobierno  (el  de  Buenos  Ai- 
res) está  privado  de  la  fuerza  necesaria  para  sofo- 
car ese  amenazante  poder;  y  la  pasmosa  variedad 
de  opiniones,  de  pasiones  y  de  intereses,  privará 
también  al  soberano  Congreso  de  la  grande  fuerza 
moral  que  necesitaría  para  sojuzgar  á  su  autoridad 
hombres  feroces  y  salvajes  acostumbrados  á  man- 
dar como  déspotas,  y  á  ser  temidos  por  los  prime- 
ros magistrados  de  los  pueblos.  En  tal  situación  no 
nos  queda  esperanza  de  contener  por  nosotros  mis- 
mos estos  gérmenes  de  la  disolución  general  que 
nos  amenaza...  necesitamos,  pues,  de  la  fuerza  fí- 
sica y  moral  de  un  poder  extraño  para  terminar 
esta  lucha,  y  poder  formarnos  un  centro  común  de 
autoridad  capaz  de  organizar  el  caos  en  que  hoy 
están  divididas  nuestras  provincias.  En  la  escala 
de  nuestras  necesidades  más  urgentes  cuento  como 
de  primer  orden  la  de  no  recaer  en  el  sistema  colo- 
nial que  nos  envolvería  en  los  horrores  con  que  nos 
amenaza  la  venganza  de  una  nación  ofendida,  que 
está  ella  mi.sma  impregnada  de  todos  los  elementos 
de  una  horrenda  revolución,  capaz  de  aniquilar  los 
restos  de  orden  y  riqueza  que  quedasen  en  nuestra 


Y  líL  EMISARIO  ARGENTINO  lOI 

patria,  ó  de  traerla  al  dominio  arbitrario  del  primer 
malvado  que  lo  intente". 

Estas  eran,  pues,  de  enero  3.  junio  de  1816,  las 
opiniones  de  García,  no  sólo  con  respecto  á  la  ne- 
cesidad de  destruir  á  Artigas,  sino  muy  principal- 
mente á  la  más  vital  aun  de  710  recaer  jamás  en  el 
régimen  colonial,  ni  en  arreglo  alguno  que  nos  vol- 
viese al  poder  de  España.  ]\Iás  adelante  veremos  si 
las  cambió,  como  algunos  lo  han  creído,  interpre- 
tando erróneamente  actos  suyos  que  eran,  sin  em- 
bargo, consecuentes  con  estas  opiniones. 

De  acuerdo,  pues,  con  el  nuevo  giro  que  había 
resuelto  dar  á  su  misión,  le  demostraba  al  gobierno 
que  el  país  se  hallaba  en  tal  situación  que,  de  no 
entenderse  con  el  gobierno  portugués,  tenía  que  su- 
cumbir bajo  el  peso  de  las  armas  españolas,  ó  en- 
tregarse al  bárbaro  caudillo  que  capitaneaba  el  al- 
zamiento anárquico  de  las  masas  contra  la  capital 
y  contra  el  régimen  orgánico  de  que  ella  era  el  úl- 
timo asilo :  "Esto  era  lo  c[ue  debiera  tenerse  á  la  vis- 
ta ;  porque  según  las  circunstancias,  este  soberano 
podrá  ser  nuestro  aliado,  protector,  neutral,  media- 
dor, ó  garantirnos  también  en  último  caso  incor- 
porándonos á  sus  Estados".  Hasta  ahí  iba  García 
antes  que  aceptar  la  recaída  en  manos  de  Fernan- 
do VIL  ¡Y  á  fe  que  tenía  razón!  Porque  á  princi- 
pios de  18 1 6,  como  ya  lo  hemos  visto  en  el  volu- 
men anterior,  era  de  tal  manera  desgraciada  la  si- 
tuación en  que  el  país  se  hallaba,  tal  su  descrédito 
y  el  menosprecio  con  que  lo  miraban  todos  los  go- 
biernos civilizados  del  mundo,  que  no  había  un 
solo  hombre  de  criterio,  dentro  ó  fuera,  que  no  ad- 
mitiese, como  probable  cuando  menos,  que  España 


I02  EL  GABINETE   PORTUGUÉS 

acabaría  pov  someternos,  si  no  encontráramos  me- 
dios extraños  de  cerrark  el  Río  y  de  sofocar  la  in- 
terna anaríjuía. 

Puestas  las  cosas  en  este  extremo,  desahuciados 
de  la  protección  y  del  amparo  de  Inglaterra,  que 
tanto  se  había  solicitado,  era  mil  veces  preferible 
acogernos  á  un  soberano  benigno,  que  no  tenía 
agravios  que  castigar,  fuentes  de  riqueza  que  ago- 
tar; que  gobernaba  sus  Estados  con  medios  cultos 
y  templados,  con  procederes  liberales  antes  que 
caer  en  la  tiranía  atroz  de  un  rey  cruel  y  parricida, 
de  un  monstruo  que  con  saña  de  fiera  desgarraba 
las  nicas  nobles  partes  de  sus  mismos  pueblos;  ó  te- 
ner que  entregar  la  bella  causa  de  nuestra  indepen- 
dencia y  de  nuestra  cultura  política,  al  bárbaro  que 
encabezaba  la  insurrección  de  las  masas  agrestes  v 
salvajes  de  las  selvas  litorales. 

Aunque  no  hay  duda  que  la  idea  de  una  anexión 
se  presenta  una  sola  vez  en  la  frase  oficial  de  Gar- 
cía, como  una  lejana  y  dolorosa  visión  sugerida  por 
un  caso  supremo  y  último,  no  es  como  anexión  á 
las  provincias  ó  al  reino  brasileño,  sino  como  un 
reino  con  autonomía  propia  unido  á  la  corona  de 
Portugal,  con  el  carácter  mismo  de  independencia 
en  que  se  hallaba  el  Brasil.  Pero  aun  así.  y  si  bien 
alguna  vez  mencionara  la  idea,  no  es  eso  lo  que  él 
prohija  y  favorece,  sino  el  proyecto  de  hacer  una 
alianza  entre  los  dos  gobiernos  contra  Artigas  y 
contra  España,  á  condición  de  que  siendo  Portugal 
el  que  tenía  medios  de  hacer  efectivos  los  dos  pun- 
tos del  negocio,  fuera  él  quien  ocupara  el  territorio 
de  que  le  convenía  posesionarse.  Ese  era  el  campo 
de  acción  al  que.  como  lo  había  dicho  en  enero,  iba 


Y  TÍL  EMISARIO  ARGENTINO  IO3. 

á  dedicar  todos  sus  esfuerzos.  "Esté  usted  cierto, 
le  escribia  al  Supremo  Director,  cjue  he  de  marchar 
hacia  lo  que  creo  supremamente  útil  y  necesario  á 
esa  tierra,  aunc¡ue  sepa  que  ustedes  me  quemen  en 
estatua ;  porque  la  verdad  es  lo  más  fuerte  del  mun- 
do :  pasarán  los  acaloramientos  y  las  convulsiones 
y  la  verdad  triunfará  con  honra  mía...  Yo  quisiera 
c|ue  ustedes  pensasen  sobre  lo  siguiente :  ¿  Cuál  es 
mejor?  ¿Hacer  nosotros  solos  el  negocio,  empe- 
ñándonos en  inmensas  sumas,  y  corriendo  todos  los 
riesgos,  o  asociarnos  á  otro  que  nos  asegure  los 
riesgos,  aunque  parta  con  nosotros  las  utilidades? 
Demos  un  balance,  juzguemos  y  comparemos". 
Este  sencillo  concepto,  que,  á  la  vez  c|ue  presenta 
de  bulto  el  pensamiento  concreto  de  la  misión,  re- 
sume en  una  forma  picante  el  poderoso  juego  que 
pensaba  dar  á  sus  resortes,  es  desde  el  primer  día 
hasta  el  último,  la  idea  persistente  que  va  á  dirigir 
y  dominar  todas  las  tentativas  y  trabajos  del  hábil 
operador.  Dejando,  pues,  á  un  lado  el  colorido  ac- 
cidental de  las  frases  y  la  necesidad  ó  la  convenien- 
cia de  agrupar  argumentos  de  circunstancias,  se  ve 
con  evidencia  que  no  es  el  protectorado,  ni  la  neu- 
tralidad, ni  la  anexión  á  Portugal,  lo  que  le  pre- 
ocupa V  anima,  sino  la  alianza:  la  asociación  contra 
los  riesgos  y  la  participación  igual  de  las  z'cntajas: 
el  triunfo  de  la  independencia  argentina,  unido  con 
el  exterminio  de  la  anarquia  es  el  único  y  verdadero 
motivo  de  su  constante  actividad. 

A  pesar  de  la  desconfianza,  de  la  sorpresa  y  de 
la  oposición  con  que  los  partidos  de  Buenos  Aires 
levantaron  el  grito  contra  lo  que  llamaban  la  polí- 
tica portuguesa.  García  encontró  al  lado  del  Supre- 


I04  Eív  GABINETE   PORTUGUÉS 

mo  Director  del  Estado  un  hombre  que  supo  com- 
prenderlo y  penetrarse  al  instante  de  que  el  comi- 
sionado argentino  se  había  puesto  en  la  verdadera 
vía  de  afrontar  con  ventaja  los  peligros  y  de  dar 
solución  al  doble  problema  que  formaba  el  doloroso 
conflicto  del  momento  presente.  Sin  la  más  mínima 
conformidad  moral,  existía,  sin  embargo,  algo  que 
podría  tomarse  como  analogía  lejana,  entre  el  es- 
píritu del  ministro  don  Gregorio  Tagle  y  el  espí- 
ritu del  comisionado  don  Manuel  José  García.  Ta- 
gle no  era  ni  fué  nunca  uno  de  esos  ministros  que 
sirven  á  los  jefes  del  Poder  Ejecutivo  sin  voluntad 
personal  y  sin  ideas  propias.  Este  vicio  lamentable 
era  entonces,  no  sólo  desconocido,  sino  también  in- 
comprensible. Nuestros  primeros  ministros  fueron 
siempre,  desde  1810,  desde  Moreno  hasta  la  apari- 
ción del  tirano  Rosas,  hombres  de  gobierno  con 
acción  efectiva  y  propia  en  la  dirección  de  los  ne- 
gocios del  Estado.  En  ese  concepto  se  nombraban 
siempre,  y  para  eso  se  llevaban  al  gobierno.  Año 
por  año,  cambio  por  cambio,  puede  comprobarse 
esta  verdad  con  sólo  allegar  unos  á  otros  los  nom- 
bres de  los  personajes  que  ocuparon  los  ministe- 
i'ios :  Moreno,  Passo,  Rivadavia,  Pueyrredón,  Ro- 
dríguez Peña,  Herrera,  Alvear,  López  (Vicente), 
Viana,  Agüero,  general  Cruz,  Guido,  etc.,  etc.  Y 
entre  ellos  Tagle  fué,  durante  tres  administraciones 
importantísimas,  uno  de  los  más  caracterizados  y 
poderosos  en  ese  puesto.  Cuando  ascendió  á  él  traía 
una  filiación  irreprochable  y  notoria  entre  los  pa- 
triotas de  Mayo.  Su  voto  y  su  ingerencia  en  las  pe- 
ripecias de  la  Gran  Soiíana  de  1810  constan  de  las 
actas  mismas  que  consagraron  al  recuerdo  de  esos 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  IO5 

días  memorables;  y  en  1812,  cuando  bajo  el  inñiijo 
de  Pueyrredón  y  Rivadavia  se  creó  la  Intendencia 
de  la  capital  con  el  carácter  de  una  verdadera  go- 
bernación de  toda  la  provincia,  Tagle  fué  llamado 
á  la  Secretaría  donde  hubo  de  recaer  sobre  él  la 
complicada  y  difícil  tarea  de  construir  y  determi- 
nar los  resortes  y  los  nuevos  procederes  de  esa  ins- 
titución, cjue  si  es  importantísima  en  todos  los  tiem- 
pos, lo  era  mucho  más  entonces. 

Hemos  dicho  que,  aunque  á  lo  lejos,  podía  en- 
contrarse entre  el  espíritu  de  ese  ministro  y  el  de 
García,  una  cierta  semejanza  que  los  predisponía  á 
comprenderse  en  el  terreno  de  la  diplomacia  pecu- 
liar del  año  de  1816.  Y,  en  efecto,  la  sagacidad  que 
en  García  brotaba  naturalmente  con  índole  social 
y  comunicativa,  fresca  y  abierta  (pero  que  en  re- 
sumidas cuentas  era  siempre  sagacidad  sin  pizca  de 
candor,  ni  un  momento  de  descuido)  asumía  en  el 
personalismo  de  Tagle  los  rasgos  peculiares  y  más 
peligrosos  de  la  astucia,  con  aquellos  accidentes  de 
la  destreza  felina  que  combina  sus  fines  sin  ruido, 
y  que  marcha  á  ellos  con  las  apariencias  del  más 
estricto  reposo.  Dotado  indudablemente  de  talentos 
políticos  de  primer  orden,  Tagle  tenía  tan  intensa 
mirada  que,  desde  las  cavernas  sombrías  donde  es- 
condía la  vivacidad  de  su  negra  pupila,  sabía  pe- 
netrar hasta  el  recóndito  fondo  de  las  cosas  y  de  los 
hombres. 

Slcech-headcd  nien  such  as  sleep  o'nights: 
Y  ond'  Cassius  has  a  lean  and  hiingry  ook; 
He  tliinks  too  much:  such  men  are  dang  rous  (3) 

(3)  Me  son  simpáticos  los  hombres  regordetes  y  de 
rostro   rozagante  que   duermen   bien   toda   la   noche.   Este 


I06  EL  GABIXKTE   PORTUGUÉS 

Lo  niisnii)  haljria  podido  decirse  de  la  mirada 
escondida,  y  á  ratos  fulgurosa  que  daba  su  expre- 
sión característica  á  la  biliosa  fisonomía  de  Tagle. 
Nada,  pues,  más  natural  que  el  que  este  hombre 
experto  y  astuto,  tan  señalado  desde  antes  por  una 
grande  habilidad  en  las  prácticas  forenses,  que  Sal- 
gado llamaba  Lahyrinthiis  Creditonim,  hubiese 
comprendido  á  primera  vista  el  valor  práctico  de 
las  indicaciones  y  miras  que  García  le  apuntaba. 
Y  así  fué  que,  sin  vacilar,  puso  al  Supremo  Direc- 
tor en  la  corriente  de  esos  propósitos,  y  confirmó 
la  misión  dándole  carácter  oficial  en  27  de  septiem- 
bre de  181 5  (4). 

García  contestó  aceptando  el  puesto  con  una  vi- 
sible satisfacción.  "Recibí  los  oficios  de  \  uestra 
Excelencia  y  con  ellos  los  despachos  que  me  auto- 
rizan ampliamente  cerca  de  Su  Alteza  el  príncipe 
regente  de  Portugal"    (5). 

'"Por  una  consecuencia  precisa  de  los  grandes 
acontecimientos  que  acaban  de  tener  lugar  en  el 
mundo  político,  pienso  que  mi  comisión  va  á  ha- 
cerse no  sólo  interesante  sino  muy  delicada.  De-  lo 
único  que  puedo  responder  es  de  mis  buenos  de- 
seos; y  hablaré  con  claridad  sin  que  nada  me  in- 
timide... Doy  á  \'uestra  Excelencia  las  gracias,  así 

Casio  no  me  gusta :  tiene  la  mirada  sombría,  el  semblan- 
te enjuto:  siempre  anda  pensativo;  y  esa  clase  de  hombres 
es  muy  peligrosa.  (Shakspere:  Vcsar). 

(4)  Nota  del  5  de  febrero  de  1816. 

(5)  Es  de  advertir  que  en  Portugal  las  mujeres  he- 
redaban el  trono.  La  reina  titular  era  la  madre  de  don 
Juan,  pero  como  estaba  atacada  de  demencia  gobernaba 
su  hijo  con  el  titulo  de  príncipe  regente. 


Y  EL  KMISAKIO  ARGENTINO  I07 

porque  me  proporciona  la  ocasión  de  dar  nuevas 
pruebas  de  mi  sincero  amor  á  mi  patria,  como  por 
la  honra  que  me  dispensa  con  una  tan  noble  como 
gloriosa  confianza". 

El  4  de  mayo  de  1816.  el  Supremo  Director  ge- 
neral Balcarce  y  su  ministro  el  doctor  don  Gregorio 
Tagle,  le  comunicaban  á  García  que  el  gobierno 
había  dado  cuenta  al  congreso  del  estado  de  las  re- 
laciones exteriores,  y  en  particular  de  los  pasos 
que  él  había  dado  para  establecerlas  con  la  corte  de 
Río  Janeiro :  "El  Congreso  ha  mostrado  las  dispo- 
siciones más  favorables  á  este  respecto ;  y  cree  que 
los  vínculos  que  lleguen  á  estrechar  á  estas  provin- 
cias con  esa  nación,  sean  el  mejor  asilo  en  nuestros 
conflictos...  El  asunto  se  trata  con  interés  y  con 
una  reserva  que  casi  parece  increíble  en  el  crítico 
estado  de  nuestras  cosas.  En  el  desempeño  de  su 
comisión  usted  debe,  pues,  aprovccliar  los  instan- 
tes de  tratar  sobre  este  particular  con  absoluta  pre- 
ferencia, remitiendo  informes  detallados  de  cuanto 
se  nos  exija,  y  de  las  ventajas  que  se  ofrezcan  á 
nuestro  país.  Indíquenos  también  todos  los  medios 
que  deban  adoptarse  por  parte  de  este  gobierno, 
en  combinación  con  ese  ministerio,  para  allanar  los 
obstáculos  que  puedan  oponerse  á  lo  que  sea  razo- 
nable... Averigüe  si  Artigas  tiene  algunas  relacio- 
nes con  esa  corte  y  de  qué  género,  pues  su  con- 
ducta lo  hace  sospechoso".  Extraña  es  por  cierto 
sospecha  tan  extravagante  de  que  tuviese  algo  de 
verdad  uno  de  los  infinitos  rumores,  á  cual  más  ab- 
surdo, que  corrían  con  datos  asertivos,  al  parecer, 
pero  en  realidad  imaginarios. 

Por  eso  no  faltaba  ([uien  asegurara  (jue  había 


I08  EL  GABINETE  PORTUGUÉS 

combinación  secreta  entre  España  con  Artigas  v 
Portugal.  La  suposición  con  respecto  á  los  dos  pri- 
meros tenía  en  efecto  antecedentes ;  y  hubo  de  rea- 
lizarse como  lo  vamos  á  ver;  el  último  estaba  fuera 
de  toda  combinación  posible  con  los  otros.  "No  se 
detenga  usted  en  gastos  (agregaba  el  ministro)  si 
es  preciso  hacer  alguna  comunicación  importante; 
repita  usted  en  cuantas  ocasiones  se  le  proporcio- 
nen, la  relación  de  todo  lo  que  usted  hubiese  ade- 
lantado en  un  negocio  de  tanto  interés...  La  reso- 
lución del  país  es  no  sufrir  otra  vez  el  yugo  de  fie- 
rro de  los  españoles,  y  no  tratar  con  ellos  de  espe- 
cie alguna  de  conciliación.  Este  convencimiento 
debe  dirigir  todos  los  pasos  de  usted  al  estrechar 
sus  relaciones  con  este  gabinete,  cuyos  principios 
liberales  aprecian  aquí  todas  las  gentes  de  juicio 
con  esperanzas  de  los  magnánimos  proyectos  que 
la  proximidad  de  nuestras  provincias  debe  inspirar 
á  Su  Majestad  Fidelísima  don  Juan  VL  Bajo  tales 
datos  no  omita  usted  medio  alguno  capaz  de  inspi- 
rar la  mayor  confianza  á  ese  ministerio  sobre  nues- 
tras intenciones  amigables  y  el  deseo  de  ver  termi- 
nada la  guerra  civil  con  el  auxilio  de  un  poder  res- 
petable, que  de  cierto,  no  obraría  contra  sus  inte- 
reses cautivando  nuestra  gratitud''. 

El  gobierno  no  ignoraba,  sin  embargo,  que  la 
opinión  popular  acogía  con  un  raro  furor  los  vagos 
rumores  que  ya  habían  transpirado  sobre  la  inten- 
ción que  el  gobierno  de  Portugal  tenía  de  invadir 
y  ocupar  el  territorio  y  los  puertos  orientales.  Ase- 
gurábase como  una  verdad  conocida  que  García, 
el  Director  y  sus  ministros  eran  cómplices  y  coope- 
radores de  ese  atentado  contra  los  derechos  argén- 


Y  El.  EMISARIO  ARGENTINO  IO9 

tinos;  y  á  tales  términos  había  subido  la  indigna- 
ción general,  ó  mejor  dicho,  el  pretexto  con  que  los 
partidos  revoltosos  la  hacían  fermentar  en  prove- 
cho de  sus  malos  fines,  que  nadie,  y  Tagle  princi- 
palmente, desconocía  que,  de  un  momento  á  otro, 
debía  tener  lugar  un  sacudimiento  y  la  deposición 
del  general  Balcarce,  que  reprodujo  y  consumó  en 
Buenos  Aires  el  desquiciamiento  y  la  anarquía  en 
que  quedó  envuelto  el  país  del  uno  al  otro  extremo. 
Previéndolo  como  cercano,  Tagle  le  escribía  pri- 
vadamente á  García  en  4  de  mayo :  "Hay  necesidad 
de  tomar  medidas  prontas  para  fijar  con  fruto  nues- 
tra suerte,  y  así  no  pierda  usted  ocasión  de  alcan- 
zarlo. Todo  amenaza  una  disolución  general,  y  lo 
más  sensible  es  que  los  pueblos  (las  provincias) 
que  ya  nos  miran  y  tratan  á  esta  capital  como  á  su 
mayor  enemigo,  pueden,  si  nos  descuidamos,  re- 
ducirnos á  la  impotencia  de  ajusfar  tratados.  Sál- 
venos, pues,  nuestra  diligencia  y  la  seguridad 
de  los  medios  que  adoptemos.  El  Congreso  está 
conforme  con  cuanto  asegure  la  independen- 
cia y  la  seguridad  del  país ;  y  previene  á  us- 
ted que  obre  bajo  tal  garantía  con  franqueza  y 
con  empeño".  Al  mismo  tiempo  que  Tagle  decía 
esto  desde  Buenos  Aires,  García  escribía  con  fecha 
5  desde  Río  Janeiro  bajo  las  mismas  impresiones : 
"Considero  muy  grave  la  situación  de  nuestros  ne- 
gocios. Por  lo  que  veo,  ya  no  tenemos  más  provin- 
cias libres  que  las  muy  pocas  que  nos  ha  dejado  la 
última  derrota  del  Perú.  Pero  es  preciso  no  deses- 
perar, porque  con  eso  nada  sacaríamos,  y  si  perdié- 
semos agn^/Za  firmeza  varonil  que  no  se  abate  ni 
desespera,    nos    cubriríamos    de    ignominia    y    nos 


lio  Elv  GABINETE  PORTUGUÉS 

arruinaríamos"'.  A  la  vista  de  conceptos  tan  termi- 
nantes, es  evidente  que  no  puede  atril)uirse  á  Gar- 
cía, sin  error,  la  más  mínima  inclinación  al  restable- 
cimiento del  régimen  colonial,  ni  aun  en  aquellos 
momentos  más  angustiosos  que  pudieron  afligir  su 
ánimo.  Y  si  es  verdad  que  alguna  vez  presentó  esa 
última  y  fatal  perspectiva  en  sus  despachos,  jamás 
lo  hizo  como  opinión  personal,  sino  presumiendo 
cuáles  pudieran  ser  los  recursos  extremos  con  que 
se  podría  atenuar  los  males  espantosos  de  la  caída 
final,  dado  caso  que  se  prefiriera  la  ruina,  antes 
que  una  inteligencia  cordial  con  el  gobierno  por- 
tugués, que  era  lo  que  siempre  había  sido  su  plan 
y  la  base  de  sus  esperanzas  para  triunfar  de  Es- 
paña. 

La  caída  del  Director  suplente  Aharez  Thomas 
en  abril  de  1816  no  produjo  grande  desagrado  en 
el  ánimo  de  García;  porque  además  de  que  el  suce- 
sor general  don  Antonio  González  Balcarce  le  me- 
recía mayor  concepto  como  hombre  más  serio  y 
conspicuo  para  el  puesto,  éste  hizo  continuar  al 
frente  de  su  ministerio  al  anterior  ministro  señor 
Tagle,  que  era  lo  verdaderamente  importante  para 
los  fines  y  los  trabajos  del  comisionado.  Interesado 
éste  en  explicar  al  nuevo  Director  la  política  del 
rey  don  Juan  \l.  le  decía  en  junio  de  ese  año:  "Es- 
te ministerio  está  hondamente  alarmado  con  los  pro- 
gresos desastrosos  que  el  caudillo  de  los  anarquis- 
tas I-a  haciendo  sobre  el  gobierno  de  las  provincias 
argentinas;  y  no  ha  podido  menos  que  represen- 
tarlo así  á  Su  ^lajestad  Fidelísima  para  que  pusiese 
pronto  remedio  á  un  mal  que.  creciendo  con  tanta 
fiereza,  podría  en  poco  tiempo  cundir  por  estos  sus 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  I  I  I 

dominios  y  hacer  madores  estragos.  En  consecuen- 
cia Sil  Majestad  ha  resuelto  empeñar  todo  su  poder 
para  extinguir  radicahnente,  hasta  la  memoria  de 
tan  funesta  calamidad,  y  cree  C[ue  no  sólo  hace  con 
€sto  el  bien  de  sus  z'usallos,  sino  un  beneficio  que 
le  han  de  agradecer  sits  z'cciiios".  García  no  había 
comprometido,  pues,  la  independencia  política  de 
esos  vecinos,  puesto  que  los  consideraba  en  una  ca- 
tegoría autonómica  y  separada  de  los  vasallos  na- 
turales de  Portugal,  aunque  con  intereses  perfec- 
tamente análogos  en  el  resultado  que  se  buscaba. 
Y  si  pensaba  también  que  debía  mirarse  como  una 
circunstancia  feliz  que  el  trono  portugués  se  hu- 
biese trasladado  á  este  lado  del  /\tlántico,  era  por- 
que con  eso  había  ^•enido  á  ser  una  potencia  siid- 
americana ,  y  había  puesto  sus  intereses  en  analogía 
con  los  que  habían  proclamado  las  colonias  inde- 
pendientes para  sacudir  el  monopolio  y  el  yugo  ser- 
vil que  España  pretendía  seguir  imponiéndolos  por 
su  vergonzoso  atraso  en  la  obra  y  en  la  ley  de  los 
tiempos.  "El  gran  paso  de  declarar  abolido  el  sis- 
tema colonial  ha  puesto  á  esta  nación  del  lado  de 
nosotros  en  la  cuestión  que  nos  divide  de  la  Euro- 
pa, y  necesita  ahora  nuevas  fuerzas  para  seguir  cor- 
tando las  ligaduras  que  detienen  los  pasos  de  su 
política,  y  que  embarazan  la  marcha  natural  de  esta 
parte  del  mundo,  á  sus  altos  destinos  (6). 

(6)  Al  mencionar  la  abolición  del  sistema  colonial,  el 
señor  García  se  refería  al  famoso  decreto  expedido  por 
el  rey  don  Juan  VI  creando  el  reino  del  Brasil  en  igua- 
les condiciones  á  las  del  reino  de  Portugal,  con  lo  que  este 
país  americano  había  dejado  de  ser  colonia  y  pasado  á  ser 
nación. 


112  EL  GABINETE   PORTUGUÉS 

Desde  luego  se  deja  ver  como  comienza  á  trasun- 
tarse ya,  con  mayor  claridad,  en  el  ánimo  del  comi- 
sionado, la  idea  predominante  de  concertar  con  Por- 
tugal una  alianza  bélica  contra  España.  "Quizá,  de 
nuestra  cordura  pende  en  gran  parte  la  llegada  de 
esta  época  verdaderamente  grande  por  sus  conse- 
cuencias, y  yo  pienso  que  toda  nuestra  política  debe 
dirigirse  á  obrar  en  el  mismo  sentido  que  esta  nue- 
va nación ;  á  enlazar  íntimamente  nuestros  intere- 
ses, y  á  identificarlos  con  ella  si  fuese  posible".  No 
deja  de  ser  extraño  que  en  un  concepto  como  éste, 
tan  claro  en  el  sentido  de  aliar  la  independencia  ar- 
gentina con  los  intereses  peculiares  de  Portugal  co- 
mo gobierno  americano,  se  haya  querido  ver  un 
propósito  de  anexión  que  está  literalmente  excluido 
en  la  frase  misma  con  que  el  comisionado  se  expre- 
sa. "De  otro  modo  podrían  desvanecerse  tan  hala- 
güeñas esperanzas,  y  la  recaída  de  la  América  á  su 
anterior  nulidad  vendría  á  ser  la  obra  de  nuestra 
propia  estupidez  ó  de  nuestra  corrupción.  Así  es 
que,  si  miramos  la  cuestión  por  este  lado,  los  inte- 
reses de  esta  nación  no  aparecen  extranjeros  á  los 
de  la  nuestra. 

Lo  que  quiere  decir  que  se  trata  de  dos  naciones 
independientes  con  identidad  de  intereses  respecto 
de  las  de  Europa  que  trabajaban,  al  contrario,  por 
restablecer  el  régimen  colonial  en  favor  de  España. 
Y  la  prueba  que  García  daba  de  que  en  sus  propó- 
sitos no  entraba  nada  que  amenguase  los  derechos 
de  nuestra  independencia,  es  como  él  lo  hace  no- 
tar con  justicia,  que  al  mismo  tiempo  que  el  rey  en 
Portugal  preparaba  su  expedición  contra  Artigas, 
"redoblaba  sus  ciudados  por  conservar  el  comercio 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  II3 

y  las  relaciones  amistosas  cotí  el  gobierno  de  las 
provincias.  Sus  buques  cargados  con  las  propieda- 
des de  sus  vasallos  salen  libremente  para  Buenos 
Aires  por  entre  la  escuadra  destinada  á  las  costas  de 
]Maldonado;  y  sus  tribunales  funcionan  protegien- 
do las  propiedades  argentinas". 

Decía  también  que  por  más  convencido  que  él 
estuviera,  tal  vez  no  era  prudente  que  el  gobierno 
nacional  y  el  Congreso  aventuraran  sus  decisiones 
sobre  la  fe  de  sus  palabras;  y  que  por  eso  le  com- 
placería mucho  que  enviasen  á  Río  Janeiro  una  per- 
sona que  "infomiándose  á  boca  de  las  cosas,  for- 
mara opinión  y  regresara  con  el  plan  que  debiera 
adoptarse".  Si  esto  fuera  premeditar  una  anexión 
sería  preciso  convenir  en  que  no  hay  sentido  recto 
ni  propio  en  el  idioma  de  los  hombres  de  bien.  Alas 
claro  lo  vamos  á  ver  adelante. 

Hemos  visto  el  espectáculo  que  la  capital  y  las 
provincias  presentaban  en  aquel  año.  El  gobierno 
de  la  capital  era  una  continua  acción  y  reacción  en- 
tre grupos  que  podríamos  llamar  ventoleras  de  de- 
mocracia pura  y  anárquica  como  la  de  los  tiempos 
en  que  las  repúblicas  griegas  se  disolvían.  En  las 
provincias,  igual  desorden,  con  una  tendencia  mar- 
cada á  dispersarse  cada  una  en  sentidos  encontra- 
dos, y  en  las  campañas  el  alarido  atronador  de  las 
hordas.  Visto  este  espantoso  desorden  desde  una 
corte  sensata  y  trancjuila  que  se  gobernaba  con  las 
tradiciones  respetables  de  un  régimen  sano  y  pa- 
ternal, no  podía  menos  que  provocar  la  reprobación 
de  todos;  y  no  hay  por  qué  extrañar  que  semejante 
vergüenza  martirizase  el  espíritu  culto  y  honorable 
del  comisionado  argentino  cuyas  opiniones   fueron 

HIST.  DE  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. 8 


114  EL    GABINKTl!;    PORTUGUÉS 

siempre  conservadoras  y  unitarias.  Por  eso  decía 
con  muchísima  razón  y  con  la  misma  verflad  con 
que  hoy  también  lo  repetiríamos  muchos  de  nos- 
otros: "Los  i)rincipios  puramente  democráticos  no 
son  combinables  con  los  de  una  monartjuía  abso- 
luta como  la  de  Portugal ;  y  ese  sistema  que  afectan 
las  provincias  del  Rio  de  la  Plata  destruye  ó  mar- 
chita cuando  menos,  los  frutos  que  debiera  produ- 
cir la  analogía  de  nuestros  intereses  con  los  de  la 
nación  portuguesa".  Porque,  en  efecto,  siendo  in- 
dispensable la  alianza  de  los  dos  países,  ó  su  con- 
cierto político  cuando  menos,  había  cierta  incom- 
patibilidad de  organismos,  y  de  situaciones  que  po- 
día ser  funesta  y  hacer  que  fracasase  la  mancomu- 
nidad de  los  medios  y  de  los  esfuerzos  contra  Arti- 
gas y  contra  España.  Pero  lejos  de  que  con  esto  se 
apuntara  nada  contrario  á  la  independencia,  era  una 
condición,  para  conseguir  ese  triunfo,  que  la  enti- 
dad política  y  nacional — provincias  del  Río  de  la 
Plata — "tuviese  respetabilidad,  fuerza  propia,  y 
centro  de  acción  hacia  el  cual  gravitasen  las  partes 
de  su  escasa  población;  pues  si  se  dispersan  y  obran 
en  direcciones  diversas,  su  gravedad  vendría  á  ser 
igual  á  cero  en  la  balanza  política".  Y  desde  luego, 
es  de  la  última  evidencia  (¡ue  cjuien  busca  la  respe- 
tahilidad,  la  fuerza  y  la  cohesión  de  las  partes  anar- 
quizadas de  una  cierta  nación,  no  es  quien  abriga 
el  propósito  de  hacer  que  se  anexione  á  otra.  Por- 
que no  por  medios  perfectos  y  vigorosos  se  cae  en 
ese  triste  estado,  sino  precisamente  por  la  disolu- 
ción y  por  el  desparramo  de  las  partes,  las  naciones 
se  disuelven  y  pierden  "su  centro  de  acción',  para 
pasar  á  ser  una  ajena  dependencia. 


Y  EL  EMISARIO  ARGENTINO  II5 

A  este  respecto.  García  estaba  tan  lejos  de  bus- 
car para  la  realización  de  sus  planes  golpes  de  po- 
der y  de  sorpresa  sobre  la  confianza  y  el  descuido 
de  los  pueblos  interesados  en  los  asuntos  cjue  ne- 
gociaba, cjue  cuando  proponía  asegurar  la  buena 
^•oluntad  del  rey  de  Portugal  en  cualquiera  carác- 
ter que  fuese  contra  España,  aconsejaba  que  todo 
lo  que  se  hiciera  fuese  con  el  beneplácito  de  la  opi- 
nión púl)lica ;  porque  "aun(jue  se  haya  concertado 
y  atinado  con  lo  mejor  para  obtener  el  favor  y  el 
apoyo  que  se  pide,  no  debe  darse  paso  alguno  de- 
cisi\-o  contando  sólo  con  la  aprobación  de  algunos 
ó  muchos  hombres  ilustrados,  sino  que  es  necesa- 
rio también  tomar  en  cuenta  las  preocupaciones  y 
los  errores  vulgares,  para  ([ue  no  salgan  fallidos  los 
proyectos  mejor  concertados,  y  para  que  los  pue- 
blos no  encuentren  su  desgracia  en  ac|uello  mismo 
qne  se  había  tomado  como  un  bien  supremo". 

A  últimos  de  junio  y  principios  de  julio  vinieron 
á  coincidir  sucesos  de  importancia  que  preocuparon 
seriamente  el  ánimo  del  señor  García.  La  expedi- 
ción portuguesa  estaba  ya  en  momentos  de  mar- 
char á  la  Banda  Oriental.  Una  parte  de  ella,  com- 
puesta de  lo  mejor  de  las  tropas  europeas,  debía 
ton">ar  tierra  en  el  puerto  de  Alaldonado  y  dirigirse 
á  ]*^Iontevideo  bajo  las  órdenes  del  general  don  Car- 
los Federico  Lecor,  hombre  de  corte  y  político  muy 
diestro,  aunque  no  tenía  gran  renombre  de  guerre- 
ro. Otras  dos  divisiones,  de  una  fuerza  considera- 
ble, debían  entrar  por  las  fronteras  de  Santa  Ana 
}■  del  Yaguarón.  á  operar  en  abierta  campaña  con- 
tra Artigas  á  las  órdenes  de  los  generales  Curado 
y  marqués  de  Alégrete,  que  eran  tenidos  con  justi- 


Il6  EL    GABIXKTIC    PORTUGUÉS 

cía  por  militares  de  alta  escuela  y  de  conocida  com- 
petencia. García  pensaba  con  razón  que  la  entrada 
de  todas  estas  tropas  en  número  de  diez  á  doce  mil 
hombres  iba  á  levantar  mía  írrita  furibunda  v  alar- 
mantés  desconfianzas  en  la  capital.  Pero,  además 
de  haber  cooperado  al  hecho,  y  de  que  no  estaba  en 
su  mano  aplazar  el  curso  acentuadísimo  que  había 
tomado  la  política  portuguesa  contra  Artigas,  opi- 
naba que  á  costa  de  cualquier  sacrificio  debía  mar- 
charse de  acuerdo  con  ella  para  conseguir  la  tran- 
quilidad en  el  interior,  sin  la  que  no  podría  cons- 
tituirse jamás  "un  centro  de  acción  en  que  gravita- 
ran las  partes  dispersas  de  la  nación",  asegurando, 
por  lo  mismo,  el  orden  público,  que  jamás  puede 
ser  servido  ni  salvado  de  otro  modo  que  por  una 
política  sistematizada,  que  si  ha  de  ser  lealmente 
liberal,  tiene  que  ser  conservadora  y  pura. 

Sin  embargo,  los  momentos  eran  de  aquellos 
que  conturban  el  ánimo  aun  de  los  hombres  c[ue 
lo  tienen  mejor  templado  para  marchar  á  buen  fin 
al  través  de  las  borrascas  políticas,  y  no  sin  verda- 
dera inquietud  el  comisionado  argentino  esperaba 
la  repercusión  en  Buenos  Aires  de  los  movimientos 
militares  de  Portugal,  cuando  le  llegaron  las  noti- 
cias de  los  tristes  sucesos  de  junio,  la  reyerta  del  Ca- 
bildo y  de  la  Junta  de  Observación  con  el  Director 
delegado  general  Balcarce,  las  peticiones  de  los  ba- 
rrios populares  y  de  la  campaña  para  que  no  se 
admitiese  en  la  ciudad  al  Congreso  ni  al  Supremo 
Director  Pueyrredón,  que  acababa  de  ser  nombrado 
por  él,  la  gresca  sobre  si  las  resoluciones  habían 
de  tomarse  directamente  por  el  pueblo  en  Cabildo 
abierto  ó  por  procuradores  electos  al  efecto;  y,  por 


Y   El   EMISARIO   ARGENTINO  II7 

Último,  la  seguridad  de  que  Balcarce  y  su  ministro 
Tagle  iban  á  ser  destituidos  y  substituidos  por  los 
señores  del  Cabildo,  que  representaban  el  influjo  de 
cabezas  huecas  que  Garcia  consideraba  sin  inicia- 
tiva ni  valor  alguno  para  entender  y  resolver  las 
grandes  cuestiones  del  momento,  y  no  poco  incli- 
nados á  entrar  en  arreglos  con  España  antes  que 
con  Portugal. 

Si  triste  era  la  situación  por  el  lado  del  Río  de 
la  Plata,  las  noticias  que  en  esos  mismos  días  vi- 
nieron de  Europa  presentaban  afortunadamente  la 
situación  de  España  en  peores  condiciones  todavía. 
"Creo  que  en  la  marcha  difícil  que  tenemos  que  se- 
guir el  primer  objeto  es  hacer  cesar  por  un  armis- 
ticio de  algún  tiempo  la  guerra  y  obligar  á  que  nos 
oigan.  La  corte  de  España  se  ve  en  embarazos  muy 
graves.  Su  erario  exhausto  y  la  miseria  rayando  en 
lo  insoportable.  Los  ministros  actuales,  atados  por 
las  mismas  cadenas  que  pusieron  al  partido  ven- 
cido (liberal)  y  á  la  nación  que  gobiernan,  no  sa- 
ben ni  se  atreven  á  salir  del  círculo  de  las  más  mi- 
serables preocupaciones,  que  los  retienen  por  si- 
glos á  retaguardia  de  las  otras  naciones  civilizadas. 
El  descontento  y  la  alarma  son  generales  entre  los 
que  tienen  alguna  ilustración,  y  el  disgusto  y  la 
inquietud,  compañeros  de  la  pobreza,  van  difun- 
diéndose en  las  clases  bajas  y  haciendo  muy  pro- 
bable una  grande  revolución,  si  se  toma  en  cuenta 
también  que  el  ejército,  sin  pagos,  se  relaja  y  co- 
mienza ya  á  disponerse  á  novedades  que  le  presen- 
tan perspectiva  más  halagüeña.  Y  si  el  fanatismo 
y  el  hábito  de  la  servidumbre  llegasen  á  estorbar 
este  acontecimiento,   que  parece  probable,   la   indo- 


Il8  r:i.    GABIXKTE    PORTUGUÉS 

lencia  y  la  apatía  acabarían  bien  pronto  por  pos- 
trar al  gobierno  de  Fernarido  VII  en  la  más  com- 
pleta impotencia.  Este  conoce  l)ien  los  riesgos  que 
está  corriendo,  y  creo  que  no  seria  imposíl)le,  sa- 
biendo conducirse,  llevarlo  hasta  el  término  de  con- 
ceder ciertas  libertades  que  abrirían  la  puerta  á  lar- 
gas y  provechosas  negociaciones". 

Este  había  sido  desde  el  principio,  y  este  siguió 
siendo  síen'ii)re  el  punto  único  de  vista  en  (jue  el  co- 
misionado encaraba  la  conveniencia  de  tentar  una 
negociación  con  España :  ganar  tiempo  y  traer  á 
Portugal  á  que  interviniese  con  el  carácter  de  me- 
diador, primero,  y  como  fiador  después,  concedién- 
dole al  efecto  la  ocupación  de  los  puertos  orienta- 
les, que  era  la  más  sólida  y  eficaz  de  las  posibles 
garantías  contra  Fernando  \'II  y  contra  Artigas. 
Si  el  rey  de  España  se  rehusaba  in  líininc  á  esta 
proposición,  ó  si  lo  hacía  después  de  haber  comen- 
zado á  negociar,  se  podía  contar  ya  con  el  gobierno 
portugués :  y  cuando  el  señor  García  lo  aseguralm 
sabía  bien  lo  que  el  ministerio  y  el  rey  de  Portugal 
pensaban  en  ese  respecto :  "Esta  corte  se  halla  dis- 
puesta á  quedarse  aquí,  y  empieza  á  mirar  con  aten- 
ción los  intereses  de  este  continente .  .  .  Puedo  ase- 
gurar con  aquella  certeza  que  es  posible  en  tan  obs- 
cura é  intrincada  materia,  y  segim  los  datos  adqui- 
ridos en  repetidas  conferencias  con  personas  muy 
principales  en  el  Consejo,  que  Su  ^lajestad  Fidelí- 
sima aceptaría  ser  mediador,  porque  con  eso 
aventajaría  sus  actuales  empeños  y  sus  miras  para 
lo  futuro.  .  .  Y  aunque  es  cierto  que  todos  los  reyes 
miran  con  malos  ojos  todo  lo  (|ue  suena  á  formas 
democráticas   y    principios    jacol)ínicos,    también    lo 


Y   KL   EMISARIO   ARC.EXTIXO  II9 

es  que  la  masa  de  la  opinión  los  obliga  á  aceptar 
ciertas  ideas  de  libertad  propias  del  sistema  repre- 
sentativo, que  son  ya  para  todos  verdades  inconcu- 
sas (7).  Es  preciso,  pues,  que  comencemos  á  dar 
á  nuestras  ideas  la  dirección  que  únicamente  puede 
ser  aprobada  por  la  generalidad  de  los  gobiernos 
actuales  del  mundo  civilizado".  Y  para  probar  Cjue 
el  comisionado  no  entendía  con  esto  aconsejar  ane- 
xión á  Portugal,  ni  sometimiento  á  España,  bas- 
taría ver  que  continúa  diciendo :  "Asimismo,  creo 
que  todos  reflexionarán  en  ese  país  Cjue  ningún  par- 
tido ventajoso  puede  esperarse,  sino  estando  arma- 
dos y  en  una  actitud  fuerte,  que  manifieste  que  es- 
tamos resueltos  á  todo  antes  que  ceder  de  aquellas 
pretensiones  que  sean  justas,  al  mismo  paso  que 
razonables  y  propias  de  nuestro  pobre  3'  naciente 
Estado" ;  y  en  eso,  el  comisionado  entendía  que  el 
gobierno  argentino  debía  resignarse  á  la  separa- 
ción definitiva  del  territorio  oriental,  no  sólo  por- 
que no  podía  ya  recuperarlo,  sino  porcjue  en  nin- 
gún caso  (ni  aún  pudiéndolo)  le  convenía  empe- 
ñarse en  una  absorción  contraria  á  su  prosperidad 
futura  y  á  la  solidez  de  su  orden  interno. 

Aíuv  reservadas  debían  estar  las  connivencias 
de  García  con  la  corte  de  Río  Janeiro  cuando  la 
legación  española,  sin  haberse  percatado  de  ellas, 
creía  candorosaniente  que  el  comisionado  tenía 
puesto  su  ánimo  y  sus  miras  en  el  mismo  sentido 

(7)  Es  menester  tener  presente  que  en  Buenos  Aires 
no  había  habido,  hasta  entonces,  ni  la  sombra  siquiera 
de  semejantes  ideas  representativas,  sino  un  desorden  tu- 
multuario, que  era  lo  que  llamaban  democracia,  con  amor 
irnos  y  con  vilipendio  otros. 


I20  EL  gabim;tk  portugués 

que  la  grita  furiosa  de  los  partidos  anárquicos  de 
la  capital  contra  la  invasión  portuguesa.  Imbuido 
en  este  error,  y  profundamente  alarmado  al  ver  que 
la  expedición  portuguesa  salía  á  tomar  posesión  del 
territorio  y  de  los  puertos  orientales,  el  ministro 
español  creyó  muy  hábil  de  su  parte  llamar  con  ur- 
gencia al  comisionado  argentino,  y  abrir  con  él  una 
negociación  en  el  sentido  de  que  las  provincias  del 
Río  de  la  Plata  se  salvasen  de  la  conquista  portu- 
guesa sometiéndose  de  nuevo  al  vasallaje  de  Es- 
paña. Esta  iniciativa  tenía  lugar  en  los  momentos 
en  que  el  comisionado  recibía  las  noticias  de  los 
sucesos  de  junio  y  veía  con  doloroso  desaliento  que, 
envuelto  en  un  torbellino  incomprensible  (y  se  pue- 
de decir  que  sin  gobierno),  el  pueblo  de  Buenos 
Aires  parecía  resuelto  á  la  guerra  contra  Portugal, 
poniéndose  á  disposición  de  Artigas.  Semejante  si- 
tuación amenazaba  dejar  sin  resultado  todos  sus 
trabajos;  y  como  temiera  que  se  apoderaran  del  go- 
bierno de  Buenos  Aires  hombres  de  opiniones  con- 
trarias á  las  que  Balcarce  y  Tagle  habían  aceptado, 
creyó  conveniente  acudir  al  llamamiento  del  minis- 
tro español  para  ver  qué  podía  esperarse  por  ese 
conducto  y  para  que  supieran  en  Buenos  Aires  á 
qué  atenerse  en  caso  de  elegir  una  política  amiga- 
ble con  Portugal  ó  conciliatoria  con  España.  La 
situación  le  parecía  desesperada;  y  lo  peor  era  c|ue 
los  desafueros  y  locuras  de  los  partidos  argentinos 
eran  tan  públicos  en  Río  Janeiro,  que  la  legación 
española  las  conocía  en  todos  sus  detalles;  y  que 
por  eso  mismo  creía  y  tenía  por  cierto  que  el  go- 
bierno portugués  obraba  resuelto  á  apoderarse   de 


Y    EL    EMISARIO    ARGENTINO  121 

las  dos  riberas  del  Plata  y  del  Uruguay,  para  in- 
corporarlas á  sus  estados. 

Es  preciso  saber  también  que  si  el  comisionado 
argentino  no  lo  fraguó  directamente,  aparentó  al 
menos  dar  una  cierta  autoridad  y  favor  á  un  papel 
anónimo  que  se  hizo  correr  en  Rio  Janeiro  en  la 
forma  de  un  acuerdo  de  anexión  á  Portugal,  y  cuyo 
fin  era  que,  puesta  en  ascuas  la  embajada  española, 
y  alarmada  con  la  invasión  de  tropas  portuguesas 
en  la  Banda  Oriental,  aceptase  un  armisticio  y  sus- 
pensión de  hostilidades  para  entrar  á  negociar  un 
tratado  de  pacificación  con  la  mediación  y  garantía 
del  gobierno  portugués.  Decia  este  papel:  "i.°  Bue- 
nos Aires  y  las  provincias  de  su  dependencia  reco- 
nocen por  soberano  suyo  á  Su  Alteza  Real  el  prín- 
cipe regente  de  Portugal;  2.°  Buenos  Aires  se  obli- 
ga á  sostener  este  reconocimiento  con  todas  sus 
fuerzas,  uniéndolas  con  las  de  Su  Alteza  Real  para 
operar  contra  los  díscolos  perturbadores  del  orden 
y  promovedores  de  la  anarquía;  3.°  Su  Alteza  Real 
se  obliga  en  cambio  y  empeña  su  real  palabra  de 
que  allanará  todas  las  dificultades  que  puedan  opo- 
nerse por  parte  de  Su  Majestad  Católica  el  rey  de 
España".  Lo  demás  del  papel  se  reducía  á  grandes 
favores  en  empleos  y  nobleza,  libertades  absolutas 
en  materias  religiosas,  políticas,  comerciales,  indus- 
triales, de  entradas  y  salidas,  y  de  todo,  en  fin, 
-cuanto  era  contrario  al  régimen  colonial  que  Es- 
paña pretendía  mantener. 

Salvo  el  punto  de  la  anexión  y  del  vasallaje  re- 
conocido á  la  corona  de  Portugal,  el  anónimo  es- 
taba evidentemente  calcado  sobre  las  ideas  capita- 
les con  que  García  procuraba  ligar  la  causa  de  las 


122  KL    GABIXKTE    PORTUGUÉS 

provincias  independientes  del  Rio  de  la  Plata  con 
los  intereses  territoriales  de  Portugal ;  y  aun  cuan- 
do era  de  una  evidencia  completa  para  todo  hombre 
de  juicio  correcto  que  el  rey  don  Juan  no  podía 
asumir  ante  las  potencias  europeas  la  enorme  res- 
ponsabilidad de  anexionarse  por  autoridad  propia 
dominios  de  otro  rey.  había  algo  de  serio  en  el  fon- 
do, que  era  el  graxe  entredicho  de  Olivenza  y  la 
resolución  de  tomar  un  desquite.  Ese  papel  (dice 
García  incluyéndoselo  al  Director  Balcarce )  ha  ve- 
nido á  mis  manos  por  una  casualidad,  y  parece  que 
ha  sido  presentado  aquí  por  un  amigo  de  ese  país. 
Aunque  no  tiene  carácter  ninguno  oficial,  ;//  creo 
que  produzca  efecto  alguno,  he  pensado  que  siem- 
pre sería  curioso  y  útil  leerlo.  Si  he  de  decir  mi 
opinión,  creo  que  este  gobierno  no  se  resolvería 
por  ahora  á  aparecer  como  aliado,  ni  como  confe- 
derado. Quizá  admitirá  más  bien  el  papel  de  me~ 
diador,  ó  también  el  de  protector;  y  quizá  tam- 
bién, comprometido  su  honor  por  un  paso  atrevi- 
do, tendría  que  abandonar  sus  miramientos  políti- 
cos". La  prueba  de  (jue  en  este  episodio  se  trataba 
sólo  de  un  artificio  dirigido  á  poner  en  alarma  á 
la  legación  española,  es  la  siguiente  cláusula  de  la 
carta  de  García  á  Balcarce :  '*A  nuestro  amigo  Bow- 
les  dele  usted  siempre  á  entender  que  no  le  inquie- 
tan los  movimientos  de  los  portugueses,  y  aun  que 
van  de  acuerdo  con  nosotros,  de  modo  que  entre  en 
grandes  cuidados.  Yo  también  haré  entender  aquí 
que  los  ingleses  ofrecen  servirnos  contra  los  portu- 
gueses siempre  que  se  lo  pidamos :  de  manera  que 
aparezca  con  mérito  la  libre  voluntad  de  ese  go- 
bierno. .  .'"  ;al  entenderse  con  Portugal?.  .  .   parece 


Y    EL    EMISARIO    ARGENTINO  I23 

que  eso  es  lo  que  debe  deducirse  (8).  Esta  última 
frase,  prueba  por  un  lado  que  el  papel  anónimo  que 
figuraba  en  este  episodio  servia  de  medio  artifi- 
cioso con  cjue  promover  alarmas  y  resoluciones  en 
la  embajada  española;  y  por  otro,  que  las  confe- 
rencias celebradas  con  esta  embajada  tenían  por 
objeto  decidir  a  Portugal  á  entrar  en  acuerdos  for- 
males con  las  provincias  argentinas. 

Por  lo  pronto,  el  comisionado  argentino  consi- 
guió   que   el    encargado   de   nego- 
18 1 6  cios    español    se    alarmara    seria- 

Julio  12  mente;    y  así    fué    que    el    mismo 

día  en  que  la  expedición  portu- 
guesa salió  para  Santa  Catalina,  le  escribió  á  Gar- 
cía que  lo  ^•isitase  con  urgencia.  Este  acudió  al  lla- 
mamiento, y  después  de  los  preliminares  de  estilo, 
el  ministro  le  dijo  que  tenía  noticias  muy  halagüe- 
ñas sobre  las  favorables  disposiciones  en  que  la 
corte  de  Madrid  se  hallaba  ahora  para  con  las  pro- 
vincias del  Río  de  la  Plata;  "y  le  rogó  que  si  no 
estaba  comprometido  le  ayudase  á  desviar  la  tor- 
menta que  iba  á  descargar  sobre  ellas  el  gobierno 
portugués".  García  le  objetó  que  de  su  parte  sería 
una  imprudencia  muy  grande  mezclarse  en  eso  sin 
saber  si  la  corte  de  Portugal  procedía  ó  no  de  aciier- 

(8)  En  la  copia  de  esta  comunicación,  que  se  halla  in- 
corporada al  proceso  de  Alta  traición  formado  en  1820,  so 
ha  eliminado  con  puntos  suspensivos  la  frase  que  hemos 
subrayado. 

El  capitán  Bowles  era  el  jefe  de  la  fragata  inglesa 
Albión,  que  según  se  creía  tenía  comisión  privada  de  su 
gobierno  para  andar  metido  en  todos  los  incidentes  de  la 
política  argentina  y  portuguesa. 


124  EL    GABINETE    PORTUGUÉS 

do  con  la  de  Madrid,  como  se  decía  públicamente. 
El  ministro  español  llegó  hasta  jurarle  que  era  falso 
é  imposible  también  semejante  acuerdo :  que  los  que 
repetían  ese  rumor  estaban  muy  lejos  de  imaginar 
la  doblez  y  la  mala  fe  con  que  procedían  los  portu- 
gueses. García  le  observó  que  aún  siendo  así,  pues- 
to que  se  lo  aseguraba,  no  le  era  lícito  aunarse  á 
sus  reclamos  contra  la  expedición,  sin  concertar 
antes  por  escrito  las  bases  de  una  negociación  y 
arreglo  pacífico  entre  las  provincias  argentinas  y 
el  rey  de  España;  y  convinieron  entonces  que  Gar- 
cía le  escribiría  pidiéndole  esas  bases,  y  que  el  mi- 
nistro le  contestaría  formulándolas  en  la  inteligen- 
cia de  que  tales  como  fuesen  propuestas  serían 
transmitidas  al  gobierno  de  Buenos  Aires,  para  que 
resolviera  si  le  convenía  tomarlas  como  punto  de 
partida  de  la  negociación  indicada   (9). 

(9)  He  aquí  el  texto  -de  las  comunicaciones: 
Señor  don  Andrés  Villalba. — ^Siendo  tan  públicos  los 
deseos  que  tiene  S.  M.  de  concluir  sin  más  derramamien- 
to de  sangre  las  prolongadas  discordias  del  Río  de  la  Pla- 
ta, no  extrañará  V.  S.  me  tome  la  licencia  de  suplicarle 
quiera  ihistrarme  sobre  los  medios  que  juzgue  más  pro- 
pios para  conseguir  aquel  objeto,  pues  deseo  contribuir  á 
él  con  todas  mis  fuerzas.  Bien  entendido  que  la  contestación 
de  V.  S.  servirá  de  fundamento  á  las  propuestas  que  pien- 
so transmitir  al  gobierno  de  Buenos  Aires. — Río  Janeiro, 
julio  18  de  1816. 

Contestación  :  Son  bien  públicos  los  deseos  que  S.  M. 
ha  tenido  siempre  de  ver  terminadas  las  desgracias  que 
afligen  á  sus  vasallos  de  América;  é  infiriendo  yo  de  la 
pregunta  de  V.  que  las  provincias  del  Río  de  la  Plata 
están  cansadas  de  los  horrores  y  males  que  sufren  desde 
que  se  extraviaron    con    su  exaltada    imaginación,    y  que 


Y    EL    EMISARIO    ARGENTINO  I25 

La  contestación  del  ministro  español  fné,  como 
ahí  se  ve,  tanto  más  necia  ó  ridicula  cuanto  que  ha- 
bía sido  él  mismo  quien  habia  solicitado  la  confe- 
rencia, invocando  algunos  peligros  ó  intereses  de 
su  rey.  Su  lectura  hizo  en  el  comisionado  argen- 
tino el  efecto  de  una  de  esas  inocentadas  dignas  de 
lástima  más  bien  que  de  enojo;  así  fué  c[ue  al 
transmitir  á  su  gobierno  la  cómica  pieza,  le  decía : 

desean  volver  al  gobierno  paternal  de  nuestro  rey,  debo 
decirle :  Que  el  rey  está  dispuesto  á  recibirlas  de  nuevo 
en  el  seno  de  sus  demás  vasallos,  olvidando  cuanto  ha 
pasado  en  ellas  desde  1810;  pero  para  disfrutar  de  este 
beneficio  es  menester  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  cir- 
cule en  el  acto  un  manifiesto,  en  el  que  mostrando  la 
crítica  situación  en  que  se  halla,  los  grandes  peligros  que 
lo  amenazan,  la  imposibilidad  de  continuar  así  y  la  fe- 
licidad de  que  gozan  todas  las  otras  provincias  obedien- 
tes al  rey,  declare :  que  es  indispensable  volver  al  domi- 
nio de  S.  M.  con  tiempo  y  voluntariamente,  antes  que  se 
acerquen  las  tropas  del  rey,  pues  de  otro  ■¡¡iodo  mudarían 
del  todo  las  circunstancias.  Hecho  esto,  el  dicho  gobierno 
quedaría  mandando  como  interino  á  nombre  de  nuestro  so- 
berano :  las  cosas  volverían  al  estado  que  tenían  en  1808, 
se  enarbolaría  la  bandera  española,  quitándose  la  escara- 
pela y  demás  símbolos  de  la  revolución.  Como  consecuen- 
cia de  estas  medidas  se  enviarán  diputados  que  imploren 
la  protección  poderosa  de  la  augusta  hermana  de  S.  M.  C. 
la  reina  de  Portugal,  ante  el  rey  nuestro  señor,  y  para  que 
se  entiendan  con  esta  legación :  la  que,  una  vez  satisfecha, 
les  asegurará  todos  los  beneficios  indicados;  y.  oficiará  al 
general  don  Joaquín  de  la  Pezuela  que  baje  á  ocupar  á 
Buenos  Aires  y  trate  á  sus  habitantes  con  el  cariño  que  el 
rey  les  tiene,  en  premio  de  su  espontánea  sumisión.  Su 
Majestad  está  bien  dispuesto,  y  yo  bien  autorizado  para  re- 
compensar dignamente  á  las  personas  que  tomaren  esto  con 
empeño,  y  promoviesen  la  sumisión  voluntaria  de  esas 
provincias  á  su  soberano. — Río  Janeiro,  20  de  julio  de  1816. 


126  El<    GABINETE    PORTUGUÉS 

"Lü  ingenuidad  del  ministro  csf^añol  me  ahorra  ex. 
plicaciones.  .  .  Pero,  sea  de  esto  lo  (jue  fuere,  me 
creo  obligado  á  suplicar  encarecidamente  á  Vuestra 
Excelencia  que  por  ahora  no  dé  publicidad  á  este 
documento  para  que  no  sea  objeto  de  sátiras  y  de 
in\-ectivas  (|ue  herirían  el  amor  projiio  sin  prove- 
cho alguno,  y  que  aún  harían  sospechosa  la  lealtad 
de  un  gobierno  que  pusiera  en  lii:;  odiosa  comuni- 
caciones fundadas  en  confianzas  personales"  (lo). 
El  comisionado  argentino  había  entrado  en  esta 
conferencia  con  la  mira  de  conocer  cuáles  eran  y 
hasta  donde  se  extendían,  las  instrucciones  que  el 
ministro   español   hubiera    recibido   de   su   gobierno 


(lo)  Tengo  el  honor  de  incluir  la  contestación  origi- 
nal del  Encargado  de  Negocios  de  S.  M.  C.  Como  él  mismo 
fué  el  primero  en  abrirse  tan  francamente  conmigo,  me 
prepuse  llevar  este  negocio  hasta  el  último  punto  posible : 
primero  ipara  que  en  ningún  tiempo  se  pusiesen  en  duda 
los  resultados  que  pudieran  esperarse  de  aquella  provoca- 
ción amistosa :  Segundo  para  que  no  apareciese  desaira- 
da la  interferencia  que  se  dignaba  ofrecer  S.  M.  la  reina 
Fidelísima;  y  en  fin  para  que  las  provincias  del  Río  de 
la  Plata  no  tuviesen  motivo  de  acusarme  de  negligencia. 
ó  de  espíritu  de  sistema  cu  mi  conducta  política.  La  inge- 
nuidad del  ministro  español  me  ahorra  explicaciones.  A 
V.  E.  le  toca  decidir  cuál  sea  lo  que  en  las  circunstancias 
actuales  prefieran  por  voluntad  y  por  interés  los  pueblos 
que  gobierna.  Pero  sea  de  esto  lo  que  fuere  yo  me  creo 
obligado  á  suplicar  á  V.  E.  que  por  ahora  excuse  dar  pu- 
blicidad á  este  documento  para  que  no  sea  objeto  de  sá- 
tiras V  de  sangrientas  invectivas,  pues  esto  heriría  pro-, 
fundamente  al  ministro  español  sin  provecho  alguno,  y 
aun  haría  sospechosa  la  honradez  del  gobierno  que  diera 
luz  odiosa  á  comunicaciones  que  aparecen  fundadas  sobre 
confianzas  personales. 


Y    EL    EMISARIO    ARGENTINO  \2J 

en  vista  de  los  nuevos  sucesos  y  de  la  actitud  que 
tomaba  el  gobierno  portugués.  Su  objeto  era  que 
en  Buenos  Aires  viesen  lo  Cjue  podía  esperarse  de 
España  y  de  las  vergonzosas  negociaciones  en  que 
se  habían  comprometido  los  señores  Belgrano  y 
Rivadavia,  y  que  nada  de  eso  ofrecía  las  ventajas 
que  podría  dar  un  arreglo  con  Portugal.  Si  él  de- 
fendía, pues,  esta  última  solución,  no  era  "por  es- 
píritu de  sistema",  ni  por  predilección  personal, 
sino  porcjue  tenía  convicción  y  pruebas  evidentes 
de  las  favorables  disposiciones  del  rey  y  de  sus  mi- 
nistros. 

Pero  las  noticias  c[ue  le  llegaron  de  Buenos  Ai- 
res eran  abrumantes.  Desde  Río  Janeiro,  el  comi- 
sionado debía  suponer  las  cosas  en  las  angustias  de 
los  últimos  momentos  y  de  los  partidos  extremos : 
¡disuelto  el  gobierno,  abandonada  la  capital  por 
las  provincias,  Santa  Fe  en  poder  de  Artigas  y  Pe- 
zuela  en  marcha  triunfal  por  el  centro  del  territo- 
rio !  Ese  era  el  carácter  que  habían  tomado  los  su- 
cesos mirados  desde  afuera  y  al  través  de  los  co- 
mentarios poco  caritativos  cjue  se  hacen  siempre  en 
los  países  extranjeros.  Para  mayor  desconsuelo, 
García  estaba  desde  mayo  sin  comunicaciones  de 
su  gobierno :  nada  sabía,  y  todo  podía  suponerlo 
por  los  datos  anteriores  que  le  habían  anunciado 
como  próximo  el  día  final  de  la  crisis  y  de  la  ca- 
tástrofe. "Desde  que  falte  la  esperanza  razonable 
(escribía)  de  obtener  una  pretensión  por  justa  que 
sea,  son  imprudentes  y  criminales  los  más  heroicos 
esfuerzos,  si  ellos  han  de  llevar  al  país  al  abismo 
de  una  declarada  anarquía .  .  .  Para  salvarse  se  le 
presentan    á    A^uestra    Excelencia    dos    caminos :    el 


128  EL  gabinete;  portugués 

re)'  de  España  con  las  proposiciones  que  liace  por 
medio  de  su  encargado,  y  el  rey  de  Portugal  con 
sus  amigables  disposiciones .  .  .  En  el  estado  de 
nuestro  país  creo  c[ue  nada  debe  despreciarse,  y  si 
él  ha  de  entregarse  á  discreción  de  un  general,  pue- 
den valer  esos  otros  partidos,  ó  la  garantía  de  una 
soberana,  cjue  al  fin  es  mejor  que  la  arbitrariedad 
de  un  soldado.  Esto  servirá  de  excusa  á  mi  proce- 
dimiento, y  también  la  consideración  de  que  no  he 
formado  el  más  ligero  compromiso" .  En  cuanto  á 
Portugal  "será  siempre  provechoso  haber  prepa- 
rado en  sus  dominios  íin  asilo  (n  )  tan  seguro  como 

(ii)  El  sentido  de  estas  palabras,  que  hoy  pudiera  pa- 
recer obscuro,  era :  que  si  la  fatalidad  obligaba  al  gobierno 
á  someterse  á  Pezuela,  convenía  recabar  la  garantía  de 
la  reina  de  Portugal,  hermana  de  Fernando  VII ;  y  no 
sacrificarlo  todo  (hombres  y  bienes)  á  una  defensa  deses- 
perada; pues  era  una  felicidad  para  los  comprometidos  y 
sus  familias  que  contaran  con  un  asilo  seguro  en  Monte- 
video y  en  las  costas  Orientales  bajo  la  bandera  ¡portu- 
guesa; y  que  se  salvaran  así  de  las  venganzas  de  España, 
dejando  quieta  á  la  masa  popular  bajo  el  antiguo  yugo; 
(mientras  se  reunían  elementos  y  se  produjeran  circunstan- 
cias favorables  para  reaccionar  desde  las  costas  vecinas : 
cosa  que  á  García  le  parecía  próxima  é  indudable,  por- 
que contaba  con  un  rompimiento  entre  España  y  Portu- 
gal. Tan  cerca  andaba  de  la  verdad,  que,  á  influjo  pre- 
cisamente de  los  mismos  temores,  el  gobierno  portugués 
se  apresuró  á  marchar  sobre  Montevideo,  procurando  ade- 
lantarse á  Pezuela  y  á  las  tropas  que  estaban  por  llegar 
de  España.  Ese  es  el  sentido  que  todos  encontrarán  con 
claridad  en  las  cláusulas  de  esas  correspondencias,  sobre 
cuyo  sentido  y  propósitos  se  ha  divagado  bastante.  El  co- 
misionado era  y  fué  siempre  consecuente :  la  salvación  por 
medio  de  un  concierto  con  Portugal  y  la  ocupación  inme- 
diata de  la  Banda  Oriental. 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  I29 

Vuestra  Excelencia  lo  sabe,  evitándose  así  que  una 
desesperación  funesta  sacrifique  el  sosiego  de  la  ge- 
neración actual  y  las  esperanzas  de  las  venideras, 
á  la  defensa  de  determinadas  personas".  Pero  no 
bien  había  puesto  su  imaginación  v  reflexionado 
con  sensatez  en  el  caso  extremo  de  una  pérdida  to- 
tal, cuando  su  espíritu  reaccionaba  y  creía  que, 
después  de  todo,  las  propuestas  del  encargado  es- 
pañol eran  propias  sólo  de  una  pueril  "ingenuidad" 
y  tan  tontas  que  de  ser  publicadas  en  Buenos  Ai- 
res serían  objeto  de  sátiras  sangrientas  y  de  gene- 
ral reclufla.  Así  es  que  en  los  mismos  días  García 
le  escribía  á  Rivadavia  diciéndole:  "Yo  he  llevado 
mi  condescendencia  con  Villalba  hasta  el  extremo, 
y  estamos  convenidos  en  que  me  pondrá  por  escri- 
to sus  propuestas,  pero  no  sé  si  se  arrepentirá. 
Yo  le  disculpo :  creo  que  sus  instrucciones  son  tan 
ambiguas  que.  á  pesar  de  sus  deseos,  no  se  atreve 
á  dar  un  paso  sino  temblando.  Esos  hombres  (los 
de  España)  no  se  han  puesto,  ó  no  quieren  poner- 
se en  el  punto  de  la  dificultad:  no  piensan  sino  para 
el  día".  Aquí  está,  pues,  reducida  á  su  verdadera 
y  última  expresión  la  infundada  acusación  de  que 
hubiera  negociado,  ó  propuesto  en  1816.  la  entrega 
del  país  al  yugo  metropolitano  de  E-paña,  al  mis- 
mo tiempo  que  se  ha  ensalzado  la  enérgica  per- 
sistencia, en  sentido  contrario,  del  señor  Rivada- 
via, que  era  precisamente  el  que  había  puesto  su 
misión  en  ese  rumbo  lamentable.  Por  eso  García 
le  contestaba  que  concebiría  esperanzas  de  una  fe- 
liz solución,  si  viese  al  rey  de  España  adoptar  un 
sistema  liberal  para  el  gobierno  de  las  Colonias, 
que  es  también  lo  que  convenía  á  los  intereses  de 

HIST.  DE  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. — 9 


130  EL   GABINETE    PORTUGUÉS 

la  Península.  "Pero  si  en  su  gobierno  influye  sólo 
la  fortuna  de  la  guerra  y  no  abandona  enteramente 
ese  empeño  de  sostener  á  todo  trance  las  leyes  de 
Indias,  que  con  furor  fanático  tratan  de  restablecer 
los  empleados  de  ese  rey  doquier  ponen  su  pie,  en- 
tonces todo  es  perdido  para  España  y  para  Amé- 
rica ;  3'  los  anicricauos  que  tengamos  algún  honor, 
debemos  abstenernos  de  tomar  parte  en  unas  tran- 
sacciones que  lle^"arán  nuestro  país  á  la  mise- 
ria. .  .  (12).  Por  las  de  usted  y  por  otros  anteceden- 
tes, hago  á  usted  en  ^Madrid.  ¡Que  sea  para  bien 
de  todos !  Pero  entre  tanto,  séame  lícito  abstener- 
me de  ilusiones  que  si  llegan  á  desvanecerse  me 
causarán  mortal  pesadumbre"'    (13). 

Al  principio  de  la  misión,  García  pensó  dirigir 
sus  trabajos  á  conseguir  la  mediación  del  rey  de 
Portugal  adjudicándole  la  ocupación  interina  de  la 
Banda  Oriental  y  de  sus  puertos,  como  medio  efec- 
tivo, puesto  en  sus  manos,  de  garantir  el  acuerdo 
que  por  su  intermedio  se  hiciese  con  España.  Pero, 
cuando  descubrió  "por  una  feliz  combinación  de 
circunstancias",  como  él  dice :  que  además  de  los 
intereses  portugueses  en  la  Banda  Oriental,  existía 
ya  el  grave  entredicho  producido  por  la  retención 
de  Olivenza.  y  que  era  de  toda  probabilidad  un 
rompimiento,  sus  miras  tomaron  un  carácter  mu- 
cho más  audaz,  y  se  propuso,  no  ya  negociar  una 

(12)  Carta  de  García  á  Rivadavia,  de  7  de  julio  de 
1816,  en  los  mismos  días  en  que  conferenciaba  con  Mllal- 
ba:  lo  que  prueba  también  la  poca  importancia  que  él 
daba  á  esa  conferencia. 

(13)  Confidencias  de  la  diplomacia  portuguesa  sobre 
los  pasos  de  Rivadavia  en  España. 


Y   EL   EMISARIO    ARGEXTlXO  I3I 

mediación  que  era  imposible  en  el  estado  vidrioso 
de  los  dos  reinos,  sino  una  alianza  en  toda  forma, 
que  hiciera  del  gobierno  portugués  parte  belige- 
rante en  nuestra  guerra  de  la  Independencia  contra 
España. 

Fuese  por  prudencia,  ó  para  rodearse  de  una 
reserva  misteriosa  que  aumentara  su  prestigio,  la 
verdad  es  que  Garcia  nunca  explicó  asertivamente 
como  era  que  se  habia  introducido  en  el  trato  ín- 
timo del  ministro  portugués  conde  da  Barca,  y  en 
la  estimación  personal  del  rey  don  Juan.  La  cosa 
por  otra  parte  no  tiene  importancia,  pues  siendo 
ese  el  hecho,  es  evidente  que  se  inició  con  la  inter- 
vención ó  agencia  de  algún  personaje  de  grande 
influjo  en  la  corte.  Esta  consideración,  se  confirma 
cuando  se  repara  que  Garcia  no  entró  á  negociar 
por  el  conducto  regular  y  directo  del  despacho,  sino 
circunvalando,  diremos  así,  las  posiciones.  El  pri- 
mer ministro  y  jefe  del  despacho  de  Relaciones  Ex- 
teriores era  á  princii)ios  del  1816  el  marqués  de 
Aguiar,  y  como  tal,  era  él  quien  hasta  entonces  ha- 
bía estado  manejando  la  gestión  para  que  España 
devolviese  la  plaza  de  Olivenza.  ó  la  compensara 
con  la  cesión  de  los  territorios  uruguayos.  Parece, 
pues,  que  lo  regular  habría  sido  que  García  hu- 
biese entablado  sus  gestiones  ante  este  poderoso 
ministro.  Pero  en  vez  de  eso.  le  vemos  iniciarlas 
por  ciertas  relaciones  excusadas  y  personales  con 
el  conde  da  Barca,  ministro  de  ^Marina,  cuyo  ramo 
no  e"a  al  parecer  el  que  debía  abrazar  un  asunto 
en  que  andaban  ya  envueltos  los  intereses  más  gra- 
ves de  la  diplomacia  portuguesa.  Y.  sin  embargo, 
así  debía  ser,  dadas  las  circunstancias  que  el  negó- 


132  EL   GABINETE    PORTUGUÉS 

CÍO  tenía  en  su  doble  carácter  de  europeo  y  ame- 
ricano. 

Fernando  VII  había  aceptado  su  enlace  matri- 
monial y  el  de  su  hermano  con  las  princesas  de 
Braganza,  en  el  concepto  de  que  formando  así  una 
misma  familia,  tendría  en  el  gobierno  portugués  un 
aliado  dispuesto  á  servirlo  en  el  más  grande  de  los 
intereses  que  en  tiempo  alguno  hubiera  tenido  Es- 
paña :  la  restauración  de  un  vasto  imperio  colonial. 
El  gabinete  portugués  había  dejado  entrever  buena 
disposición,  esperanzado  también  en  que  esos  en- 
laces le  traerían,  como  gaje,  la  cesión. de  los  terri- 
torios y  puertos  orientales  del  Río  de  la  Plata.  Pero 
España  no  podía  hacer  esta  cesión  sin  arruinar  sus 
monopolios  y  sin  poner  en  continuo  riesgo,  segiín 
lo  hemos  demostrado,  la  quietud  de  su  dominación 
en  las  costas  occidentales.  Al  influjo  de  tan  enorme 
dificultad  se  acentuaron  sus  resistencias  poco  á  po- 
co, y  Portugal  comenzó  á  retraerse  de  facilitar  sus 
recursos  y  sus  fuerzas  de  mar  y  tierra,  sin  que  una 
compensación  como  aquella  le  diese  un  poder  sólido 
y  efectivo  sobre  los  ríos  y  las  costas  adonde  que- 
ría adelantar  sus  fronteras.  La  negociación  predi- 
lecta del  marqués  de  Aguiar  andaba,  pues,  bas- 
tante torcida ;  comenzaba  á  prevalecer  dentro  del 
gabinete  la  idea  mucho  más  práctica  de  obtener  las 
mismas  ventajas  por  medio  de  un  acuerdo  con  las 
provincias  argentinas,  que  de  tiempo  atrás  era  lo 
que  prefería  el  conde  da  Barca,  ministro  de  Marina. 

El  viejo  y  enfermizo  marqués  de  Aguiar,  era  un 
personaje  de  antigua  extirpe,  muy  honorable  por 
cierto,  pero  absolutista  y  jerárquico  á  todo  trance. 
Desde   luego,   era   un   enemigo   intransigente   de  lo 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  I33 

que  se  tenía  por  espíritu  del  siglo,  cerrado  á  toda 
idea  de  reforma  social  que  desvirtuara  el  carácter 
patriarcal  y  autoritatorio  de  los  reyes  que  hasta  en- 
tonces habían  hecho  la  felicidad  de  su  país ;  y  que 
como  carácter  moral  parece  que  hubiera  sido  ima 
dote  feliz  de  la  familia  de  Braganza  hasta  nuestros 
días.  Todo  eso  tenía  el  viejo  marqués  imbuido  en 
un  odio  notorio  contra  los  intereses  revolucionarios 
y  contra  la  situación  social  de  los  pueblos  del  Río 
de  la  Plata ;  pero  era  demasiado  portugués,  y  cier- 
tamente muy  digno  de  serlo,  para  que  cerrara  el 
oído  y  el  corazón  á  las  tentaciones  de  ensanchar  los 
dominios  del  Brasil  desde  el  Alto  Uruguay  hasta 
Montevideo ;  y  cuando  comenzó  á  persuadirse  de 
que  España  no  se  lo  consentiría,  comprendió  que 
su  colega  el  de  INIarina  tenía  razón,  y  que  era  ne- 
cesario cambiar  de  rumbo  buscando  aliados  en  los 
que  él  había  C[uerido  hacer  enemigos,  y  enemigos 
en  los  que  él  había  querido  hacer  aliados.  Sin  em- 
bargo, declinó  de  comprometer  su  carácter,  su  je- 
rarquía y  sus  principios  de  monarquista  absoluto, 
descendiendo  á  oír  y  tratar  sobre  acuerdos  políti- 
cos con  un  comisionado  de  republicanos  rebeldes  á 
su  rey,  y  cedió  este  encargo  al  conde  da  Barca,  á 
cjuien  cuadraba  mejor,  no  sólo  por  su  índole  popu- 
lar y  progresista,  sino  por  las  opiniones  que  lo  au- 
torizaban á  desempeñarlo  con  más  naturalidad  y 
mejor  éxito. 

Difícil  es  precisar  en  que  días  comenzaron  á  es- 
trecharse las  relaciones  políticas  y  personales  de 
García  con  el  conde  da  Barca :  pero  no  tiene  duda 
Cjue  habían  llegado  á  confidencias  de  supremo  in- 
terés V  de  absoluta  confianza  en  fecha  muv  anterior 


134  EL   GABINETE    PORTUGUÉS 

á  la  segunda  conferencia,  de  García  con  el  ministro 
español ;  y  señalamos  esta  circunstancia  para  que 
se  vea  que  cuando  García  remitía  á  su  gobierno  las 
propuestas  de  vasallaje  y  sometimiento  á  Pezuela 
que  ese  ministro  le  había  presentado,  tenía  ya  sóli- 
damente establecida  con  el  gabinete  portugués  una 
política  diestralmente  o])uesta  en  los  medios,  y 
conducente  precisamente  á  sacudir  para  siempre  esa 
ridicula  proposición  que  sólo  le  parecía  disculpa- 
ble como  un  acto  de  ingenuidad:  "Las  conversa- 
ciones que  he  tenido  con  el  encargado  español,  y 
con  otras  personas  de  influjo.  }'  aun  la  aseveración 
bajo  palabra  de  lionor  de  un  sujeto  del  primer  ca- 
rácter (14).  me  persuaden  que  nada  efectivamente 
hay  arreglado  con  España  relativamente  á  la  Ban- 
da Oriental,  y  que  este  gobierno  se  Jialla  conipleta- 
viente  libre  de  todo  compromiso.  .  .  Repito  que  la 
clave  de  nuestra  política  está  aquí;.  .  .  y  sé  cuan  in- 
quieto anda  el  ministro  de  España  con  el  temor  de 
que  se  comprenda  v  se  generalice  esta  verdad.  El 
mismo  se  me  ha  manifestado  con  mucha  alarma 
sobre  las  miras  que  le  atribuye  este  gabinete.  En 
Inglaterra  temen  también  que  resulten  complica- 
ciones graves.  Pero  los  ingleses  andan  sin  querer 
romper  con  España,  quebrar  con  Portugal  ni  mal- 
quistarse con  nosotros.  Ale  parece  que  de  buena 
gana  se  introducirían  entre  todos  con  el  laudable 
objeto  de  conciliar  y  conservar  la  amistad  de  los 
interesados,  sin  perder  las  simpatías  de  los  ameri- 
canos,  que  pueden  serles  muy   útiles  para   después, 

(14)     El  conde  da  Barca. 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  1 35 

aunque  ahora  cayéíemos  postrados  á  los  pies  de  los 
vencedores"  (15). 

Puestas  así  sobre  las  esferas  superiores,  no  ya 
de  la  diplomacia  local  de  los  argentinos,  sino  de  la 
diplomacia  general  de  Europa,  las  ideas  de  García 
se  agigantaron,  y  concibió  el  proyecto  más  audaz 
y  más  vasto  Cjue  haya  entrado  en  la  cabeza  de  di- 
plomático alguno  sudamericano. 

Lo  de  expulsar  á  Artigas  y  pacificar  las  provin- 
cias argentinas  del  litoral,  era  ya  muy  poca  cosa 
para  los  extensísimos  fines  que  pensaba  dar  á  su 
misión.  ¡  Su  empresa  era  ahora  llevar  las  cosas  de 
tal  modo  que  estallase  una  guerra  entre  España  y 
Portugal,  y  que  este  reino,  aliado  así  por  la  fuerza 
de  las  cosas  con  las  provincias  unidas  del  Río  de  la 
Plata,  sirviese  con  sus  tropas,  su  grande  escuadra 
y.  sus  recursos,  no  ya  en  los  límites  de  un  incidente 
local,  sino  en  todo  el  desarrollo  de  los  sucesos  hasta 
llegar  á  la  solución  definitiva  de  la  guerra  de  la  In- 
dependencia ! .  .  .  Y  por  cierto  que  bien  cerca  estuvo 
de  ver  realizados  esos  propósitos,  que  llegaban  ya 
á  consumarse,  cuando  los  esfuerzos  desesperados 
que  hizo  Inglaterra  para  evitarlo  y  el  miedo  á  las 
facciones  democráticas  y  anárquicas  que  sobreco- 
gió á  Pueyrredón.  dejaron  á  García  sin  el  apoyo 
del  gobierno  que  más  interesado  estaba  en  abrazar 
y  seguir  sus  apiraciones. 

Lleno  ya  de  su  formidable  plan,  el  comisionado 
escribía  al  gobierno  de  Buenos  Aires :  "Es  preciso 
que  ustedes  dejen  á  un  lado  el  género  declamatorio, 

(15)  Doc.  inéditos  de  don  Manuel  J.  García,  cuad.  2, 
páginas  y  k  g. 


136  EL   GABIXETE    PORTUGUÉS 

y  que  se  reduzcan  á  estudiar  lo  substancial".  V 
echando  una  mirada  compasiva  sobre  la  grita  de  la 
prensa  de  Buenos  Aires  contra  las  maquinaciones 
y  las  amenazas  de  Portugal,  observaba  que  "bueno 
sería  que  esos  nuevos  Demóstenes  tuviesen  presen- 
te el  éxito  final  de  las  inflamadas  arengas  del  viejo 
Griego,  y  los  consejos  del  prudente  y  valeroso  Po- 
ción. Lo  que  necesitamos  es  formarnos  ideas  prác- 
ticas y  luiiiiiiosas". 

La  empresa  de  aliar  á  Portugal  con  las  provin- 
cias unidas  del  Río  de  la  Plata  levantaba  la  misión 
y  los  trabajos  de  García  á  la  altura  misma  de  la 
misión  de  Franklin  en  1776.  cuando  consiguió  que 
Francia  y  España  cooperasen  á  la  independencia 
de  los  Estados  L'nidos  contra  Inglaterra.  Del  mis- 
mo modo,  dada  la  situación  en  que  se  hallaban  las 
potencias  reunidas  en  el  Congreso  de  \'iena.  la 
guerra  entre  Portugal  y  España  debía  introducir 
la  más  completa  perturbación  entre  ella? :  y  hubie- 
ra trastornado  la  situaci(')n  reservada  con  que  Ingla- 
terra estaba  haciendo  el  papel  de  potencia  arbitral. 
Rusia  se  hubiera  puesto  al  lado  de  España,  y  como 
el  primer  resultado  de  esa  guerra  tenía  que  ser  la 
invasión  del  ejército  español  en  Portugal,  no  le 
quedaba  otro  camino  al  gabinete  británico  que  eri- 
girse en  protector  de  éste,  y,  por  consecuencia,  de 
su  aliado  el  gobierno  independiente  del  Río  de  la 
Plata.  Y  esto  que  quizá  se  tome  por  simples  con- 
jeturas, lo  vamos  á  ver  claro  y  documentado  en  los 
hechos  y  en  los  historiadores  europeos  más  acredi- 
tados de  aquel  tiempo. 

Precisamente  la  necesidad  de  conservar  su  in- 
dependencia en  este  conflicto  y  de  no  sufrir  la  pre- 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  1 37 

sión  de  España  ó  de  las  demás  potencias  europeas 
del  Congreso  de  Aix-la-Chapelle,  era  lo  que  afir- 
maba al  rey  de  Portugal  en  la  resolución  de  man- 
tener su  gobierno  y  su  persona  á  una  distancia  que 
lo  hiciera  inconmovible  contra  todas  las  tentativas 
que  se  le  hiciesen  para  que  se  humillara  á  España 
en  nombre  de  la  paz  del  \-iejo  mundo  y  de  los  inte- 
reses de  la  Santa  Alianza.  ¿Cómo  alcanzar  á  po- 
nerle la  mano,  ni  cómo  doblegarlo  á  eso,  residiendo 
él  en  el  Brasil? 

Tanto  se  empeoraban  por  días  las  relaciones  de 
Portugal  con  España  que  el  gabinete  de  Londres 
se  percató  de  que  todo  marchaba  á  un  rompimiento 
entre  los  dos  reinos ;  rompimiento  que  una  vez  pro- 
ducido habría  perturbado  completamente  los  con- 
ciertos eurppeos  en  que  este  gabinete  hacía  el  po- 
deroso papel  de  arbitro  prudencial  y  decisivo.  El 
único  modo  de  allanar  este  embarazo  era  traer  al 
rey  don  Juan  á  Lisboa  y  restablecerlo  así  en  el  seno 
de  las  otras  potencias,  sacándolo  del  influjo  de  las 
preocupaciones  territoriales  del  Brasil  y  de  la  po- 
sición en  que  se  había  encastillado  á  este  lado  del 
Atlántico. 

Coincidía  con  estas  conveniencias  de  la  política 
continental  la  fundada  alarma  con  que  los  portu- 
gueses europeos  comenzaban  á  mirar  el  abandono 
de  Lisboa  por  Río  Janeiro,  cosa  que  iba  ya  con- 
virtiéndose en  un  cambio  fundamental  de  centros 
políticos  y  de  relaciones  administrativas  entre  una 
y  otra  capital.  Los  grandes  portugueses  diputaron 
al  general  Beresford  con  el  encargo  de  informar  al 
gobierno  inglés  sobre  este  grave  temor  que  los  afli- 
gía, y  mucho  más  de  que  se  les  expusiese  á  ser  in- 


138  EL  GABINETE   PORTUGUÉS 

vadidos  por  España  con  motivo  de  territorios  que, 
aunque  unidos  á  la  corona  de  Portugal,  va  no  eran 
parte  de  Portugal,  sino  de  otro  reino  cuyas  conve- 
niencias podian  traerles  á  ellos  mismos  conflictos, 
guerras  y  sempiternas  disputas  que  le  había  traído 
á  Inglaterra  su  reino  alemán  de  Hannover. 

Inglaterra  accedió  á  la  solicitud  de  los  grandes 
de  Portugal  y  mandó  preparar  el  navio  "Duncan" 
con  la  magnificencia  que  correspondía  á  la  real  fa- 
milia que  debía  regresar  en  él.  Embarcáronse  allí 
ima  comisión  de  los  grandes  portugueses  y  una 
embajada  especial  de  honor  con  que  el  príncipe  Re- 
gente de  Inglaterra  honraba  los  ilustres  huéspedes 
que  la  nave  debía  conducir. 

El  rey  recibió  á  los  comisionados  ingleses ;  agra- 
deció la  demostración  de  aprecio  que  le  daba  su  go- 
bierno :  pero  con  tono  demasiado  solemne  para  ser 
amistoso,  les  declaró  que  su  regreso  á  Europa  era 
un  punto  que  resolvería  á  su  tiempo  de  acuerdo  con 
sus  deberes  y  con  el  bien  de  sus  reinos.  Despedidos 
así,  hizo  venir  á  su  presencia  á  los  grandes  portu- 
gueses y  les  amonestó  con  severidad  por  eso  de 
atribuirse  mayor  interés  por  las  cosas  del  Reino 
Unido  que  el  que  suponían  en  su  real  ánimo,  sien- 
do él  el  soberano  á  quien  le  incumbía  mirar  con 
igual  amor  y  cuidado  por  el  bien  de  sus  vasallos 
de  Europa  y  de  América;  y  con  esto  los  despidió 
poniendo  á  su  servicio  un  buque  de  pabellón  por- 
tugués. '"Su  ^Majestad  Fidelísima  (dice  García)  se 
negó  á  retirarse  á  Europa  y  despidió  con  desaire 
el  navio  "Duncan"  preparado  con  tanto  estrépito 
por  Inglaterra  para  llevarse  la  familia  real  del  Bra- 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  1 39 

sil  y  dar  más  fuerza  con  esta  expectativa  á  sus  tra- 
bajos y  opiniones  en  \^iena.  .  ." 

La  estimación  y  la  confianza  que  el  rey  y  el  con- 
de da  Barca  dispensaban  al  señor  Garcia  era  tal, 
que  éste  no  solamente  se  hallaba  bien  y  cumplida- 
mente informado  en  las  miras  y  en  los  incidentes 
de  la  politica  inmediata,  sino  que  conocía  con  igual 
extensión  ctianto  se  trataba  y  premeditaba  en  el 
seno  de  las  grandes  potencias  europeas,  por  medio 
de  la  alta  y  vigilante  diplomacia  que  la  casa  de  Bra- 
ganza  mantenía  entre  ellas,  con  relación  á  las  cosas 
de  España  y  á  los  pueblos  del  Xuevo  Mundo  que 
luchaban  por  trozar  las  ligaduras  del  régimen  ó  ser- 
vidumbre colonial.  Con  tantos  y  tan  preciosos  ele- 
mentos en  sus  manos  el  comisionado  argentino  se 
persuadió  de  que,  si  su  gobierno  le  ayudaba,  podía 
llegar  con  éxito  glorioso  á  negociar  con  ventajas 
tales,  que  Portugal  viniese  á  constituirse  parte  be- 
ligerante en  nuestra  guerra  de  la  Independencia. 

En  ]\Iayo  de  1816  el  comisionado  se  muestra  de 
más  en  más  seguro  de  que  era  en  la  política  portu- 
guesa donde  las  provincias  argentinas  debían  bus- 
car la  solución  completa  de  las  dos  dificultades  que 
amenazaban  más  de  cerca  su  suerte ;  y  en  4  de  ese 
mes  le  decía  á  su  gobierno:  "Ustedes  oirán  ahí  (en 
Buenos  Aires)  mil  especies  acerca  de  las  miras  ocul- 
tas de  este  gabinete,  de  tratados  secretos,  de  i)lanes 
combinados,  etc.,  etc. :  suspenda  usted  su  juicio  so- 
bre todo  eso" ;  y  temiendo  que  en  previsión  de  la 
invasión  portuguesa  se  tomara  alguna  medida  im- 
prudente, ó  se  tuviera  la  debilidad  de  contempori- 
zar con  los  demagogos  y  aventureros  que  la  recla- 
maban para  defender  la  patria  de  los  dos  tiranos 


I40  EL   GABINETE    PORTUGUÉS 

europeos  que  \'enían  en  acuerdo  contra  ella,  agre- 
gaba: "Por  lo  más  sagrado  que  hay  en  el  cielo  y 
en  la  tierra  les  suplico  c[ue  no  se  precipiten  á  me- 
dida alguna  decisiva.  Miren  ustedes  que  si  de  esta 
vez  la  erramos,  nos  perdemos  para  siempre.  Yo  he 
de  enviar  á  ustedes  mi  opinión  formada  acerca  de  los 
movimientos  hostiles  de  los  portugueses  sobre  la 
Banda  Oriental:  hasta  que  la  vean  (que  será  muy 
luego)  no  hay  que  comi)rometerse".  Al  pedir  así 
que  se  procediese  con  grande  prudencia,  decía  tam- 
bién con  el  mismo  juicio,  que  el  gobierno  portu- 
gués contaba  con  una  escuadra  muy  poderosa,  con 
diez  mil  veteranos  concentrados  en  cuerpo  de  ejér- 
cito, sin  incluir  milicias  y  otros  fuertes  destacamen- 
tos de  fronteras.  Con  estas  fuerzas  estaba  en  dispo- 
sición de  contribuir  á  nuestra  subyugación,  si  lo 
provocábamos  á  ello :  "O  podía  proporcionarnos  la 
única  salida  que  nos  quedaba  en  ¡a  soledad  y  aban- 
dono universal  en  que  nuestro  gobierno  había  caí- 
do. Con  un  paso  en  falso  nos  perdemos :  ya  nos 
queda  muy  poca  distancia  al  precipicio:  dejémonos 
de  locuras  y  de  cálculos  pueriles.  El  mayor  y  últi- 
mo servicio  que  pienso  hacer  á  mi  país,  es  el  de 
decirles  á  ustedes  lo  que  me  parece  mejor  en  tan 
terrible  crisis.  ¡Después  hagan  lo  que  quieran!  J.es 
repito  que  nada  hay  que  temer  ahora  de  este  gabi- 
nete ;  y  que  quizá  está  en  nuestra  mano  tener  mucho 
que  esperar.  Texgo  motivos  muy  fuertes  p.\ra 
decirlo"'. 

Palabras  tan  graves,  y  tanta  confianza  para  emi- 
tirlas muestran  con  toda  claridad  que  el  hábil  ne- 
gociador había  puesto  ya  un  pie  seguro  en  los  se- 
cretos y  en  las  miras  del  gabinete  portugués,  y  que 


Y   EL   EMISARIO    ARGENTINO  I4I 

la  generalidad  con  que  las  avanza  eliminando  los 
detalles,  procede  por  el  momento  del  carácter  de 
estricta  reserva  con  que  lo  habían  iniciado  en  esos 
secretos  del  Estado  portugués.  Y  dice  por  eso : 
"Sentiría,  pues,  muchísimo  que  esta  carta  cayese 
en  manos  de  ciertos  compatriotas  míos,  y  que  su- 
cediese con  ella  lo  que  más  de  una  vez  ha  sucedido 
ya;  y  esto  no  tanto  por  mi  perjuicio  particular, 
cuanto  por  los  gravísimos  niales  que  su  indiscreción 
traería  á  la  cansa  pública". 

El  comisionado  argentino  estaba  ya  estrecha- 
mente ligado  en  efecto  con  el  conde  da  Barca,  c|ue 
aunque  no  era  hasta  entonces  serio  ministro  de 
Marina,  gozaba  de  la  amistad  particular  y  de  la 
predilección  del  rey  don  Juan.  El  ministro  y  el  co- 
misionado habían  nacido,  á  lo  que  parece,  para 
estimarse  y  comprenderse:  ofrecían  en  su  trato  los 
rasgos  del  minmo  carácter,  igual  cultura  y  recípro- 
ca amenidad  de  espíritu,  gustos  literarios  idénticos, 
sal  y  gracia  exquisita  en  el  decir,  con  las  mismas 
travesuras:  y  malicias  en  el  concepto,  criterio  polí- 
tico análogo  sobre  los  hombres  y  los  sucesos  del 
tiempo ;  y  todo  en  fin  en  tales  términos,  que  á  poco 
andar,  el  comisionado  ya  no  sólo  era  un  agente  ex- 
tranjero bien  recibido,  sino  un  amigo  cordial  y  me- 
recedor de  la  más  completa  confianza  por  su  hono- 
rable lealtad,  con  quien  se  trataba  de  todo  en  el  ga- 
binete del  rey,  con  anuencia  del  rey  mismo  que  no 
pocas  veces  indicó  que  se  consultase  con  García 
asuntos  de  pública  entidad.  Pero  á  medida  c|ue  el 
comisionado  avanzaba  en  el  favor  de  la  corte  de 
Río  Janeiro  las  provincias  argentinas  parecían 
acercarse  cada  día  más  á  su  ruina.   "Las  cosas  de 


142  EL   GABINETE    PORTUGUÉS 

nuestro  país  cada  día  empeoran,  le  escribía  García 
á  Rivadavia.  La  nueva  revolución  acaecida  en  el 
mes  pasado  por  la  que  han  sido  depuestos  Alvarez 
y  Belgrano,  apareciendo  Díaz-Vélez,  Ereñú  y  el  cé- 
lebre Carranza  como  héroes,  no  es  otra  cosa  que 
un  acceso  anárquico.  Es  preciso  que  el  remedio 
vaya  de  fuera  antes  que  nuestra  patria  se  convierta 
en  un  desierto  de  bárbaros.  .  .  Dentro  de  unos  días 
saldrán  las  tropas  portuguesas,  recién  llegadas  de 
Europa,  á  ocupar  á  ^Montevideo,  desde  donde  obra- 
rán en  combinación  con  las  demás  divisiones  que 
se  mueven  por  las  fronteras''  (i6). 

Desde  el  mes  de  junio  García  estaba  en  una 
completa  ignorancia  de  lo  que  había  acontecido  en 
Buenos  Aires.  A  estar  á  sus  últimas  noticias  y  al 
rumbo  que  traían  los  sucesos,  él  creía  (como  proba- 
ble al  menos)  que  Pueyrredón  hubiera  sido  recha- 
zado de  la  capital,  que  Güemes  estuviese  alzado, 
como  Córdoba  y  Santa  Fe.  y  que  el  Congreso  se  hu- 
biera disuelto.  Xo  fué,  pues,  pequeño  su  júbilo 
cuando  supo  en  agosto  que  nada  de  esto  había  su- 
cedido y  que,  al  contrario,  parecía  que  el  orden  pú- 
blico estaba  en  camino  de  salvarse  con  los  nuevos 
elementos  de  gobierno  que  trataban  de  consolidar- 
se en  la  capital.  Satisfecho,  pues,  de  que  la  vida 
social  hubiera  reaccionado  en  sentido  tan  favorable, 
le  escribía  así  al  nuevo  Director  Supremo  don  Juan 
Martín  de  Pueyrredón :  "Con  el  arribo  de  la  es- 
cuna Ferret  he  salido  de  la  terrible  ansiedad  en  que 
me  tenían  los  sucesos  de  junio.  No  sé  si  se  puede 
felicitar  á  quien  ocupa  un  puesto  tan  peligroso  co- 

(i6)     Docum.  y  Pap.  inéditos,  cuad.  2,  pág.  15. 


Y   El   EMISARIO  ARGENTINO  I43 

nio  el  de  usted.  Pero  me  he  alegrado  entrañable- 
irieiite  al  ver  restablecida  la  tranquilidad  con  la  pre- 
sencia de  usted  y  me  alegro  también  porque  con  la 
discreción  que  no  es  posible  exigir  de  hombres  nue- 
vos en  los  negocios,  usted  hará  que  sean  más  lige- 
ros aquellos  males  que  no  se  pueden  evitar,  y  evi- 
tará otros  aprovechando  las  circunstancias.  Los 
pliegos  que  remito  en  esta  ocasión  darán  á  usted 
alguna  idea  de  como  veo  yo  el  estado  de  las  cosas, 
y  ya  cjue  tengo  la  satisfacción  de  hablar  con  cpiien 
me  entiende,  añadiré  algo  de  aquello  cuyo  conoci- 
miento puede  ser  importante  en  la  situación  de  los 
negocios".  El  fundamento  con  que  debía  formarse 
un  criterio  acertado  en  esta  materia,  según  obser- 
vaba García,  era  el  hecho  de  que  habiendo  fijado 
su  trono  en  el  Brasil,  el  rey  de  Portugal  se  había 
desprendido  del  círculo  y  de  los  influjos  de  los  otros 
reyes  europeos  para  ciuienes  el  Xue\'o  !Mundo  era 
simplemente  tierra  de  servidumbre  y  de  explotación 
colonial.  Convirtiéndose,  pues,  en  una  potencia 
americana,  la  corte  de  Río  Janeiro  había  venido  á 
ponerse  en  armonía  de  causa  y  de  principios  nacio- 
nales con  las  provincias  unidas  del  Río  de  la  Plata. 
Su  interés  primordial  era  ahora  mantener  bien  defi- 
nido su  carácter  nacional  americano,  y  aumentar 
su  poder  para  consolidar  su  propia  independencia, 
su  seguridad  también,  lejos  de  grandes  vecinos  eu- 
ropeos mal  inspirados  contra  ella  (17). 

(17)  "El  ministerio  actual  del  Brasil,  á  cuya  cabeza 
puede  considerarse  al  conde  da  Barca  (caballero  Araujo), 
parece  decidido  á  establecer  el  trono  portugués  de  esta 
parte  del  mar,  y  obtener  así  una  independencia  que  en 
las  actuales  circunstancias  no  podría  tener  en  Portugal. 


144  ^-^^  GABINKTE  PORTUGUÉS 

Que  las  ideas  de  García  eran  fundamentalmente 
opuestas  á  ese  desorden  vergonzoso,  ó  confusión 
de  todos  los  elementos  constructores  cjue  desde  los 
griegos  hasta  nosotros  se  ha  pretendido  llamar  de- 
mocracia, cuando  no  es  sino  un  pugilato  callejero, 
ó  el  atropello  tumultuario  de  las  facciones  unas  con 
otras,  es  cosa  (|ue  ni  se  debía  notar  siquiera :  tan 
natural  era  que  así  fuese,  en  quien  á  pensar  de  ese 
modo  era  llevado  por  su  misma  distinci(jn  moral, 
por  sus  altas  cualidades  de  hombre  de  gobierno, 
por  el  seno  tradicional  de  que  procedía  y  por  la 
clase  de  los  contemporáneos  entre  quienes  debía 
actuar  durante  toda  su  vida.  García  era  un  eminen- 
te liberal;  y  porque  era  liberal,  era  un  conservador 
bien  persuadido  de  que  el  mérito  absoluto  y  perdu- 
rable de  los  gobiernos  dignos  de  este  nombre,  de- 
pende de  su  respeto  á  los  medios  orgánico.- ,  y  no 
de  esa  preocupación  apasionada  de  los  fines  egoís- 
tas ó  seudofilosóficos  que  es  la  que  da  su  carácter, 
ya  cínico,  ya  demoledor,  á  las   facciones  democrá- 

Ha  sido  de  conformidad  con  esto,  y  para  esto,  que  se  ha 
'hecho  la  declaración  del  17  de  diciembre  de  181 5,  crean- 
do el  Reino  Unido  del  Brasil  y  Portugal.  Se  han  habilita- 
do los  puertos  para  todas  las  naciones  quedando  aboli- 
do aquí  el  régimcin  colonial.  Se  ha  resuelto  no  renovar 
los  tratadas  y  la  alianza  celebrados  con  España,  y  que  sub- 
sistían hasta  1807,  con  lo  cual  han  quedado  anulados... 
En  los  contratos  matrimoniales  últimamente  celebrados, 
esta  corte  no  ha  alterado  en  parte  alguna  sus  principios, 
sino  que  aprovechándose  de  la  inbecilidad  del  gabinete 
de  Madrid,  ha  colocado  dos  de  sus  infantas  quedando  per- 
fectamente libre  de  todo  compromiso  capaz  de  atravesar 
sus  proyectos".  (Doc.  incd.,  cuad.  2,  págs.  56  á  59 :  carta 
de  García  á  Pueyrredón.) 


Y  ]•!.  ÜMISAKIO  ARGENTINO  I45 

ticas,  Ijien  sea  que  gobiernen  con  reyes  despóticos, 
ó  con  multitudes  y  caudillos  revoltosos.  Pero  de 
esto  no  puede  deducirse  que  García  fuera  enemigo 
del  orden  republicano  constitucional,  ni  que  estu- 
viese más  inclinado  á  la  anexión  del  pais  en  una 
corona  extranjera  que  á  su  independencia,  cuando 
es  por  otra  parte  notorio  que  entre  las  grandes  figu- 
ras de  nuestros  mayores  en  edad  nacional,  él  es 
uno  de  los  que  menos  explícitos  fueron,  aun  en  sus 
más  ligeras  insinuaciones,  en  verter  deseos  monár- 
quicos; los  mismos  documentos  que  ha  dejado  co- 
mo pruebas  de  su  activo  influjo  en  los  sucesos  de 
1812  á  1825  prueban,  por  el  contrario,  que  nunca 
claudicó  en  su  empeño  de  asegurar  y  de  honrar  la 
independencia  n.acional  (i8j. 

(18)  Para  prueba  bastaría  tomar  con  un  criterio  des- 
preocupado cualquiera  de  sus  escritos  ó  de  sus  actos.  Apre- 
ciándolos en  su  preciso  momento  y  de  acuerdo  con  el  ob- 
jeto que  tenían,  se  vería  que  ese  objeto  fué  siempre  al- 
canzar el  triunfo  de  la  independencia,  y  consolidar  un  go- 
bierno de  orden,  es  decir,  conservador.  Y  si  no,  tomemos 
aquellas  palabras  mismas  que  se  han  mirado  como  un  car- 
go contra  su  patriotismo  nacional  y  republicano.  Hablando 
de  las  dificultades  en  que  podía  tropezar  la  negociación 
de  alianza  con  Portugal,  que  él  miraba  como  indispensable 
(  y  que  lo  fué)  para  exterminar  á  los  anarquistas  y  cerrar 
el  Rio  á  las  fuerzas  de  España,  decía :  "También  es  verdad 
que  á  las  ideas  de  un  gobierno  monárquico  absoluto  como 
éste  (Portugal),  no  pueden  ser  adecuados  los  principios 
puramente  democráticos ;  pero  suponiéndose,  como  se  su- 
pone aquí,  que  estos  principios  son  inconscientes  con  la 
educación  y  costumbres  de  los  españoles  americanos,  no 
asustan  mucho  por  ahora;  y  se  espera  que  al  fin  vendrán 
á  adoptarse  aquellas  formas,  que  sean  más  análogas  á  las 
suyas  y  que  se  juzguen  más  propias  para  asegurar  la  i.v- 

HIST.  DE  la  REP.  argentina.  TOMO  VI. — 10 


146  KI.  GAIJINKTJC   PORTUCUES 

En  la  \iveza  natural  de  su  espíritu,  y  conocien- 
do á  Pueyrredón  como  lo  conocía  de  antemano, 
García  coni])ren(li(')  (jue  el  gobierno  portugués  tenía 
que  salir  de  las  Nagas  reser\'as  que  aun  le  imponía 
por  razones  de  su  diplomacia  europea;  y  que  para 
que  él  acreditara  sus  miras  y  sus  trabajos,  era  in- 
dispensable aclarar  más  el  fondo  de  las  negocia- 
ciones que  tenían  adelantadas,  formulando  bases 
formales  y  dignas  de  ser  ofrecidas  á  un  hombre  de 
ideas  propias,  de  voluntad  firme  y  de  sesudo  cri- 
terio en  los  negocios  públicos,  como  el  nuevo  jefe 
del  Estado.  Mas  por  lo  mismo,  y  á  pesar  de  que  el 
cambio  ofrecía  grandes  esperanzas  con  relación  al 
orden  interno,  en  otro  sentido  el  receso  del  minis- 
tro Tagle  era  un  contratiempo  que  el  comisionado 
argentino  de  Río  Janeiro  tenía  que  encimar  ahora 
con  demostraciones,  antecedentes  y  justificativos  de 
sus  anteriores  pasos,  pues  se  hallaba  no  sólo  con 
dudas,  sino  con  aprensiones  de  cómo  pensarían  los 
sucesores  de  aquel  ministro  travieso  y  resuelto  con 
(juien   había   estado   en   tan   completo   acuerdo.    No 

dependencia".  Lo  único  que  de  estas  palabras  se  deduce 
es  el  deseo  de  que  se  constituya  un  gobierno  de  orden  y  de 
solidez  permanente :  cosa  que  se  hace  más  clara  al  ver  que 
más  adelante  agrega:  "Ostenten  ustedes  principios  de  paz, 
de  moralidad  y  de  justicia,  opuestos  á  ese  frenesí  de  los 
jacobinos  que  tanto  amenazan  á  las  monarquías  como  á 
las  repúblicas".  Creía,  por  consiguiente,  que  lo  esencial 
era  el  orden  público :  y  que  el  orden  público  era  tan  co- 
herente con  un  régimen  republicano  constitucional,  como 
compatible  de  la  buena  inteligencia  con  una  monarquía 
de  tradiciones  templadas  y  patriarcales.  ¿A  quién  se  le 
oculta  hoy  esta  verdad?  ¿No  es  ese  un  rasgo  de  republí-. 
canismo  más  bien  que  de  monarquismo? 


Y  El,  EMISARIO  ARGENTINO  1 47 

eran  opiniones  contrarias  lo  que  García  temia ;  bien 
seguro  estaba  de  que  no  habla  otro  camino  de  sal- 
vación que  ese  que  él  había  adoptado.  Lo  que  temía 
era  las  vacilaciones  del  espíritu  y  el  influjo  de  la 
prudencia  política  puesta  en  conflicto  gubernativo 
con  la  efervescencia  y  con  los  desmanes  del  frenesí 
demagógico  que  bullía  en  la  capital  tratando  de 
imponer  el  exceso  y  el  terror  imaginario  de  sus 
alarmas. 

Xada  más  diestro  ni  más  mesurado  que  la  ex- 
posición sencilla,  al  parecer,  pero  calculada  á  fon- 
do, con  que  el  comisionado  trató  de  poner  al  alcan- 
ce del  Director  Supremo  los  sucesos  y  las  coinci- 
dencias c[ue  debía  estudiar  para  resolver  las  arduas 
cuestiones  que  se  le  presentaban  en  la  Banda  Orien- 
tal, en  España  y  en  Portugal. 

Cambiando  el  tono  de  su  anterior  confianza  pa- 
ra hacerse  más  simpático  y  persuasivo,  no  con  re- 
lación á  los  hombres  del  gabinete  portugués  que 
se  la  habían  inspirado,  sino  por  el  presunto  temor 
de  que  las  graves  complicaciones  de  Europa  los  sa- 
casen del  poder,  hacía  pensar  sin  decirlo,  que  al 
gobierno  de  Buenos  Aires  le  convenía  para  esa 
eventualidad  desfavorable  y  posible,  adelantarse  á 
formalizar  cuanto  antes  algún  acuerdo  que  consti- 
tuyese la  fuerza  indisoluble  de  un  vínculo  interna- 
cional ;  de  manera  que  en  adelante  nada  se  pudiese 
acordar  entre  las  potencias  europeas.  España  y  Por- 
tugal, sin  que  las  provincias  argentinas  entraran 
también  con  ¡personalidad  propia  al  lado  de  este  úl- 
timo gobierno.  Domina  una  calma  tan  expositiva 
y  tan  paciente  en  todas  las  perspectivas  con  que 
García  presenta  el  cuadro  general  de  los  negocios 


J48  El.  GAI5INKTE   PORTUGUÉS 

argentinos,  mirados  dentro  del  gabinete  portugués, 
que  es  menester  seguirlo  con  una  atención  parti- 
cular para  percibir  el  esmero  y  el  tino  con  que  la 
pieza  había  sido  escrita  (i). 

(19)     Apéndice  III. 


CAPITULO  IV 

LA  ALIANZA  CONVENCIONAL  DEL  REY 

DE  PORTUGAL  Y  LAS  PROVINCIAS  ARGENTINAS 

CONTRA  EL  REY  DE  ESPAÑA 

Sumario  :  Declaraciones  amigables  que  el  gobierno  por- 
tugués hace  transmitir  oficialmente  al  de  Buenos  Aires. 
— Confianza  de  García. — Conveniencia  de  un  Manifiesto 
dirigido  á  las  potencias  europeas. — El  nuevo  ministro 
inglés  Mr.  Chamberlain.^Lealtad  del  gabinete  portu- 
gués.— Reclamación  española  sobre  la  extradición  de 
García  como  subdito  rebelde. — Negativa  y  contestación 
del  gabinete  portugués.— El  armisticio  y  convenio  de  ma- 
yo de  1812  considerado  como  un  tratado. — Reclamación 
de  Mr.  Chamberlain  con  este  motivo. — Contestación. — 
Ambigüedades  de  la  diplomacia  inglesa.— Enfado  del 
rey  de  España. — Situación  especial  y  favorable  de  la 
corte  portuguesa  como  potencia  americana. — Su  interés 
por  la  independencia  del  Río  de  la  Plata. — España  soli- 
cita la  mediación  de  Inglaterra  con  condiciones  que  son 
rechazadas  por  el  gabinete  británico. — Exigencia  y  ame- 
nazas del  rey  de  España  al  rey  del  Brasil. — Los  nuevos 
preparativos  expedicionarios. — Inquietudes  de  Portugal. 
— Indicaciones  sobre  la  negociación  de  un  tratado  de 
alianza  defensiva. — Conveniencia  de  tenerlo  preparado 
y  convenido  bajo  la  forma  de  Artículos  Adicionales  al 
Convenio  de  1812. — Artículos  propuestos  en  ese  sentido 
«por  el  gobierno  portugués  y  remitidos  á  la  aprobación 
del  gobierno  de  Buenos  Aires. — Evidente  deseo  de  Gar- 
cía por  ver  firmada  y  formalizada  la  alianza. — Indecisión 
del  gobierno  argentino. — Sus  causas. — Procederes  agre- 
sivos del  gobierno  argentino  contra  la  bandera  portugue- 


150  LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

sa. — Mala  inteligencia  con  el  general  Lecor,  jefe  de  la 
invasión  portuguesa. — Consejos  prudentes  de  García. — 
Quejas  graves  del  gobierno  portugués  apaciguadas  por 
la  habilidad  y  el  influjo  de  García. — Reclamación  de  éste 
por  el  extraviado  proceder  de  su  gobierno. — Paralelo  en- 
tre la  amistad  con  Portugal  y  la  supremacía  bárbara  de 
Artigas. — Amagos  de  transtornos  en  Buenos  Aires. — Ar- 
tigas y  el  gobierno  argentino. — Muerte  lamentable  del 
conde  da  Barca. — El  nuevo  gabinete. — Favor  del  rey  en 
apoyo  de  García. — Exigencia  del  nuevo  ministro  por  ce- 
lebrar cuanto  antes  el  tratado  de  alianza. — Actitud  bélica 
de  Fernando  VIL — Ultimátum  presentado  al  rey  de  Por- 
tugal por  el  embajador  español  conde  de  Casa  Flores. 
— Conferencia  de  García  con  el  ministro  portugués. — El 
embajador  ruso. — Intromisión  de  Rusia  en  los  negocios 
del  Río  de  la  Plata. — Xuevo  conflicto  con  el  general 
Lecor. — El  edicto. — El  bando. — Angustiosa  posición  del 
comisionado  argentino  en  Río  Janeiro. — Su  triunfo  di- 
plomático en  este  incidente.— Incidente  fatal  del  corsa- 
rio San  Martín. — Proceder  honesto  y  amigable  del  go- 
bierno argentino. — ^Apresamiento  de  la  polacra  Augusta. 
— Femando  VII  concurre  al  Congreso  de  las  potencias 
europeas  reclamando  contra  el  proceder  del  rey  de  Portu- 
gal.— Inquietud  natural  del  gobierno  portugués. — La  vic- 
toria de  Chacabuco  y  la  debilidad  real  del  gobierno  ar- 
gentino.— Insistencia  de  García  por  la  aceptación  de  los 
artículos  adicionales  propuestos  por  Portugal. — El  Con- 
greso europeo  v  las  cuestiones  coloniales. — Mr.  Canning 
y  lord  \\'éllington. — La  not::  conjunta  Je  las  potencias 
al  gobierno  portugués. — La  contestación. — ]\Ianejos  de 
la  política  inglesa,  é  influjo  en  ella  de  los  liberales  con- 
servadores.— Dificultades  internas  del  gabinete  inglés. — 
La  torpeza  de  España. — Instancia  del  comisionado  Gar- 
cía por  celebrar  el  tratado  de  alianza. — Sus  temores  de 
que  quede  sin  efecto  por  razón  de  las  nuevas  circunstan- 
cias.— Descuido  del  gobierno  argentino. — Cambio  de  si- 
tuación en  el  gobierno  portugués. — Inconvenientes  que 
opone  á  la  decisión  tardía  del  gobierno  argentino. — Acti- 
tud leal  pero  independiente  en  que  el  gabinete  portugués 


CON   LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  15I 

se  coloca. — Situación  ambigua  de  los  intereses  respecti- 
vos.— El  mérito  de  los  trabajos  de  García. 

No  desconoció  García  (\ue  el  luievo  gobierno 
nacional,  constituido  por  Pneyrredón.  se  presen- 
taba con  mayor  solidez  que  los  anteriores,  tanto  por 
su  origen  cuanto  por  la  autoridad  moral  del  esta- 
dista que  le  daba  su  nombre;  y  que  desde  luego 
era  necesario  y  conveniente  tomar  formas  más  ex- 
plícitas y  positivas  en  las  negociaciones  que  hubie- 
ran de  entablarse  para  caracterizar  la  política  res- 
pecti\a  de  las  dos  naciones.  En  este  concepto,  pidió 
que  el  gabinete  portugués  le  hiciese  una  declara- 
ción oficial  de  las  miras  con  que  ocupaba  la  Banda 
Oriental,  no  por  él.  que  no  la  necesitaba,  sino  para 
aquietar  el  ánimo  de  los  nuevos  gobernantes  de  su 
país,  y  probarles  con  ese  documento  que  las  pro- 
mesas y  seguridades  que  antes  baldía  dado  merecían 
todo  crédito.  La  indicación  fué  acogida  al  momen- 
to, como  era  de  esperar,  y  el  conde  da  Barca  le  hizo 
declaraciones,  que  si  no  descubrían  por  el  momen- 
to todo  lo  que  entre  ellos  tenían  en  reserva  segiin 
viniesen  los  sucesos,  eran  bastante  satisfacto- 
rias  (i). 

(i)  Excmo.  señor.  Aunque  las  miras  del  gabinete  del 
Brasil  con  respecto  á  las  provincias  del  Río  de  la  Plata 
pueden  conjeturarse  con  algún  fundamento,  como  también 
los  motivos  que  por  ahora  le  impiden  explicarse  oficialmen- 
te, me  resolví  á  exigir  de  este  ministerio  respuestas  categó- 
ricas, á  lo  menos  sobre  aquellos  puntos  que  consideré  de 
más  urgente  necesidad. 

'"Estoy  autorizado  á  transmitir  á  V.  E.  las  siguientes 
formales  declaraciones : 

"Primera.  S.  M.  F.  al  mover  sus  tropas  sobre  la  Banda 


152  LA  ALIANZA  DKL  RlvY  DE  PORTUGAL 

García,  como  antes  hemos  dicho,  era  uno  de 
esos  hombres  que  no  engañan  ni  pueden  ser  enga- 
ñados. Su  intimidad  con  los  ministros  portugueses 
y  su  favor  con  el  rey  don  Juan  lo  habían  puesto  en 
aptitud  de  penetrar  á  fondo  los  caracteres,  las  cos- 
tumbres, las  genialidades  y  la  índole  personal  de 
los  hombres  con  quienes  trataba.  De  modo  que  co- 

Oriental  del  Uruguay,  no  tiene  otra  mira  que  la  de  ase- 
gurarse contra  el  poder  anárquico  del  caudillo  Artigas, 
igualmente  incompatible  con  su  quietud,  que  con  la  de  los 
gobiernos  vecinos. 

"Segunda.  Xo  existe  ninguna  especie  de  tratado,  con- 
venio ni  compromiso  entre  Portugal  y  España  ú  otra  po- 
tencia alguna,  relativamente  á  la  América  del  Sud. 

"Tercera.  El  gobierno  de  Buenos  Aires  puede  estar  en 
la  plena  seguridad,  de  que  S.  M.  F.  conservará  la  misma 
buena  armonía  que  hasta  aquí,  y  que  teniendo  dadas  al 
efecto  las  órdenes  más  positivas  al  general  Lecor,  será 
luego  desvanecida  toda  duda,  del  modo  más  satisfactorio. 

"En  seguida  me  preguntó  el  ministro  si  quería  que  me 
escribiese  esas  mismas  declaraciones.  Contesté  que  me  pa- 
recían excusadas  otras  seglaridades  que  las  de  la  palabra 
de  un  rey  y  de  un  ministro  que  se  hacen  un  deber  de 
publicar  que  el  engaño  siempre  daña,  aún  á  los  mismos 
á  quienes  parece  aprovechar. 

"El  ministro  se  conformó,  pero  insistió  que  si  V.  E. 
pensaba  de  otro  modo,  estaba  pronto  á  explicarse  por  es- 
crito. 

"He  creído  útil  proceder  con  esta  galantería,  porque  si 
realmente  hubiera  siniestras  intenciones,  poco  valdría  lo 
escrito,  puesto  que  la  verdadera  garantía  está  fundada 
esencialmente  sobre  la  reciprocidad  de  intereses,  y  junta- 
mente sobre  el  carácter  personal  del  rey  y  de  su  minis- 
tro. En  cuyo  caso  es  ventajosa  esta  prueba  de  confianza, 
sin  traer  perjuicio  alguno,  mucho  menos  cuando  V.  E. 
puede  enmendarlo  en  el  momento  que  quiera. 

"Dios  guarde  á  \\  E. — Río  Janeiro,  agosto  23  de  1816". 


CON   LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  1 53 

nocía  á  ciencia  cierta  la  honradez  característica  y 
bondadosa  del  rey,  lo  mismo  qne  la  noble  lealtad 
de  su  primer  ministro  y  de  cuantos  alrededor  de 
ambos  formaban  el  cuerpo  de  cooperadores  que  ser- 
vía al  gobierno.  Escribiéndole  particularmente  á 
Pueyrredón,  decía :  "Cada  día  tengo  nuevos  moti- 
vos que  confirmen  cuanto  he  dicho  á  usted  en  mis 
anteriores  comunicaciones.  Después  de  haberme 
impuesto  de  lo  (jue  ya  indiqué  en  otra  ocasión,  pro- 
curé adquirir  más  luz,  y  realmente  he  sabido  por 
un  conducto  muy  seguro,  que  España  no  sólo  se 
queja  á  las  cortes  extranjeras,  sino  que  además  les 
pidió  su  mediación  con  Portugal.  Inglaterra  acep- 
tó, por  supuesto.  Créese  probable  que  también  acep- 
te Austria ;  se  ignora  de  Rusia  y  Prusia.  El  solo 
hecho  de  ocurrir  Su  Majestad  Católica  á  ese  ex- 
pediente, prueba  cuánto  le  impone  el  sistema  que 
ve  ya  en  este  gabinete,  respecto  de  las  provincias 
unidas.  Si  llega  el  caso  de  formalizarse  una  media- 
ción, será  esta  una  coyuntura  favorable  que  está  en 
nuestra  mano  aprovechar,  para  presentarnos  delan- 
te de  las  potencias  con  toda  la  opinión  de  nuestros 
triunfos,  y  también  con  el  favor  de  esta  potencia 
vecina  que  será  parte  principal  en  la  cuestión ;  y 
haciendo  valer  de  tal  modo  nuestra  justicia  que  las 
esperanzas  de  España  queden  desvanecidas,  y  nues- 
tra independencia  reconocida.  Con  este  fin,  me  han 
insinuado  aquí  de  un  modo  expreso  que,  para  apre- 
surar este  momento,  sería  muy  conveniente  que  sin 
pérdida  de  tiempo  publicara  ese  gobierno  un  Ma- 
nifiesto á  las  potencias  en  que  se  represente  la  im- 
posibilidad de  restablecer  una  autoridad,  como  la 
de  España,  demolida  ya  con  el  peso  de  siete  años 


154      LA  ALIANZA  DHL  KEY  DE  PORTUGAL 

de  guerra  liorrenda  y  desastrosa.  Hágase  mérito  en 
él  con  documentos  de  lá  intratable  terquedad  de 
España;  del  armisticio  de  1811  rechazado  por  la 
regencia;  del  proyecto  amistoso  de  181 3  rechazado 
por  \igodet;  de  mis  tentativas  aquí  con  la  legación 
española;  de  la  misión  de  Rivadavia,  etc.,  etc.;  y 
es  preciso  hacerlo  evitando  el  lenguaje  jacobínico, 
y  la  reclamación  de  derechos  abstractos  que  puedan 
chocar  con  los  principios  de  las  cortes  ante  quienes 
hayamos  de  hacer  valer  nuestra  justicia,  pues  har- 
tos agravios  directos  tenemos  para  alegar.  Con  este 
manifiesto  y  con  el  acta  de  nuestra  independencia 
es  preciso  agitar  con  empeño  que  nos  reconozcan ; 
la  primera  potencia  que  lo  haga  abrirá  un  camino 
fácil  á  las  demás"   (2  ). 

La  marcha  de  la  escuadra  y  de  las  tropas  portu- 
guesas á  tomar  posesión  de  Montevideo  produjo, 
como  era   consiguiente,,   suma  agitación  y  violento 

(2)  La  cuestión  interna  sobre  la  forma  de  gobierno 
pasaba  siempre  como  un  accesorio  de  poca  entidad  en  las 
consideraciones  y  trabajos  de  García.  Así  es  que,  reflexio- 
nando sobre  el  contenido  que  debía  darse  á  ese  mismo  ma- 
nifiesto se  preocupaba  sólo  de  su  estilo  é  inculcaba  en  que 
se  evitase  todo  lo  que  pudiera  parecer  demagógico;  pues 
al  fin  y  al  cabo  eso  era  tan  contrario  al  orden  monárquico 
como  al  orden  republicano:  "Si  bay  algo  pensado  sobre  la 
forma  de  gobierno  permanente,  dense  instrucciones.  Si  el 
proyecto  es  tal  que  pueda  lisonjear  las  ideas  de  los  sobe- 
ranos interferentes.  y  que  interese  á  la  misma  casa  reinan- 
te en  España,  puede  tener  un  éxito  más  pronto.  Pero  en 
este  caso  sólo  debiera  apuntarse  la  idea,,  en  el  manifiesto, 
como  una  simple  hipótesis,  sin  puntualizar  nada  de  posi- 
tivo; y  como  no  han  de  faltar  aspirantes,  la  corte  de  Es- 
paña se  ha  de  alarmar  más  y  ha  de  ceder  de  su  capricho". 


CON   LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  1 55 

enojo  en  la  Legación  de  España,  y  en  la  camarilla 
de  palaciegos  ilusos  que  rodeaban  á  doña  Car- 
lota (3). 

Míster  Chamberlain,  ministro  residente  de  In- 
glaterra después  del  retiro  de  lord  Strangford,  te- 
nía órdenes  de  estar  vigilante  para  evitar  á  tiempo, 
con  su  interposición,  que  estallase  el  rompimiento 
que  se  temía  entre  las  dos  cortes ;  y  en  cumplimien- 
to de  esas  órdenes  reclamó  contra  la  invasión  de  un 
territorio  "que  de  antiguo,  y  por  derecho  incues- 
tionable pertenecía  á  la  corona  de  España". 

A  tal  punto  había  subido  la  intimidad  de  Gar- 
cía en  las  interioridades  del  gabinete  portugués,  que 
podía  escribir  lo  siguiente  á  su  gobierno:  "He  leído 
en  esta  Secretaría  de  Estado  la  nota  del  encargado 
de  negocios  de  Su  Majestad  Británica  pidiendo  ex- 
plicaciones, por  encargo  particular  de  su  corte,  so- 
bre la  ocupación  de  la  Banda  Oriental,  é  insinuan- 
do la  conveniencia  de  evacuar  ese  territorio  español 
para  no  ofender  los  derechos  reconocidos  de  Su 
Majestad  Católica  ni  perturbar  las  operaciones  de 
sus  tropas  sobre  sus  vasallos  rebeldes...  Puede  ser 
que  este  gobierno  adolezca  de  los  mismos  achaques 
que  los  demás ;  pero  puedo  asegurar  á  Vuestra  Ex- 
celencia que  sus  intereses  actuales,  el  carácter  per- 
sonal del  rey  y  las  ideas  de  su  ministro,  alejan  toda 

(3)  Contuci,  Juanicó,  Acevedo,  Covenera,  Garfias, 
etc.,  etcétera ;  que  metidos  todo  el  día  en  los  aposentos  de 
esta  reina  atolondrada,  la  tenían  infatuada  con  las  esperan- 
zas, ó  seguridades,  de  que  por  solución  final  era  ella  la  que 
iba  á  ocupar  el  trono  del  Río  de  la  Plata,  como  regenta 
á  nombre  de  su  hermano  Fernando  VII  ó  de  uno  de  sus 
hijos  por  transacción  con  España. 


156  I,A  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

idea  de  perfidia  respecto  de  nosotros.  Me  consta  que 
el  punto  cardinal  de  sus  contestaciones  á  España 
y  á  Inglaterra  es  un  principio  conocido  del  derecho 
público,  á  saber:  que  Su  Majestad  Fidelísima  no 
juzga  del  derecho  ó  legitimidad  entre  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  y  Su  Majestad  Católica ;  pero  que 
reconoce  la  posesión  en  quien  la  tiene,  y  que  en 
consecuencia,  ha  tratado  con  el  gobierno  de  Buenos 
Aires,  y  tratará  en  adelante  cuanto  convenga  á  los 
intereses  de  su  reino,  sin  que  esto  pueda  agraviar 
razonablemente  á  ninguno". 

Esta  grande  influencia  del  comisionado  argen- 
tino había  ya  llamado  la  atención  de  todos  los  di- 
plomáticos y  ministros  extranjeros  acreditados  ante 
el  rey  de  Portugal,  y  tanta  importancia  se  daba  á 
su  permanencia  en  la  corte  que  se  hicieron  muchas 
y  diversas  tentativas  para  alejarlo  de  ella.  Una  fué  la 
indicación  directa  de  ^Ir.  Chamberlain  hecha  al  con- 
de da  Barca  de  que  mantener  relaciones  políticas  y 
negociaciones  con  un  agente  que  representaba  noto- 
riamente los  intereses  de  provincias  rebeldes  á  su 
legítimo  soberano,  era  atentatorio  á  los  conciertos 
que  desde  181 3  habían  impuesto  una  política  uni- 
forme y  amigable  á  todas  las  potencias  europeas. 
Otra  fué  la  propuesta  hecha  á  García  mismo  por  el 
ministro  español,  de  que  fuese  á  Buenos  Aires,  con 
el  pretexto  de  llevar  unas  propuestas  conciliatorias 
de  Carlota;  y  por  fin,  el  mismo  Cevallos,  ministro 
de  Estado  de  Fernando  \^II,  reclamó  la  entrega  pe- 
rentoria de  García  (4). 

El  conde  da  Barca  le  contestó  á  Cevallos  que  el 

(4)     DociDii.  incd.,  cuad.  2,  págs.  33  á  loi. 


CON   LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  1 5/ 

armisticio  de  26  de  mayo  de  18 12,  celebrado  con  la 
intervención  de  lord  Strangford,  era  un  convenio 
que,  en  el  concepto  de  Su  Majestad  Fidelísima,  pro- 
ducía todos  los  efectos  de  un  tratado  de  paz  con  el 
gobierno  de  Buenos  Aires ;  que  en  su  consecuen- 
cia, los  subditos  de  este  gobierno  podían  entrar  y 
permanecer  libremente  en  los  dominios  de  Su  Ma- 
jestad Fidelísima,  asi  como  también  tratar  sus  mi- 
nistros con  los  agentes  de  Buenos  Aires ;  debién- 
dose entender  que  Su  Majestad  Fidelísima  por  nin- 
guna razón  del  mundo  faltaría  á  sus  compromisos, 
ni  cometería  una  felonía  como  la  que  se  le  exigía... 
"Vuestra  Excelencia  debe  notar  (decía  García)  que 
un  principio  como  este  alegado  ya  por  esta  Corte, 
la  prepara  al  reconocimiento  de  nuestra  indepen- 
dencia luego  que  el  estado  de  nuestras  cosas  no  lo 
califique  de  imprudente  ó  prematuro". 

Pero  Mr.  Chamberlain  no  se  dio  por  satisfecho, 
y  animado  de  un  vivo  interés  en  favor  de  España, 
ó  más  bien  de  odio  contra  los  republicanos  del  Río 
de  la  Plata,  pues  no  en  vano  era  un  viejo  tory,  vol- 
vió sobre  el  asunto,  y  objetó:  c[ue  puesto  C[ue  se  in- 
vocaba el  acto  de  1812  diciéndose  que  había  sido 
intervenido  por  Inglaterra,  podía  reclamar  como 
parte  en  ese  acto,  contra  la  nueva  invasión,  por 
cuanto  era  una  infracción  terminante  de  la  evacua- 
ción del  territorio  oriental  pactada  en  el  artículo  3.° 
A  ese  cargo  contesto  el  conde  da  Barca  cjue  el  tra- 
tado de  26  de  mayo  de  1812  había  establecido  va- 
rios puntos  dignos  ahora  de  atención:  el  i.°  era  la 
paz  y  buena  armonía  entre  el  rey  de  Portugal  y  el 
gobierno  de  las  provincias  del  Río  de  la  Plata;  el 
2."  la  inmunidad  de  l(3s  territorios  respectivos.  Que 


158  I.A  ALIANZA  Día.   KlvY  DK  PORTUGAL 

Su  Majestad  I^delísiiiia  hal)ía  invocado  el  tratado 
en  el  ])rinier  sentido  para  mostrar  (¡ue  estaba  obli- 
gado á  reliusar  al  rey  de  Kspaña  las  medidas  hos- 
tiles y  represivas  que  le  exigía  contra  el  agente  del 
gobierno  de  Buenos  Aires.  Mas,  que  en  cuanto  al 
segundo  articulo,  el  señor  encargado  de  Su  Majes- 
tad Británica  debía  reparar  que  por  actos  solemnes 
de  1 8 14,  el  gobierno  argentino  había  declarado  in- 
dependiente y  separado  de  sus  provincias  el  terri- 
torio de  la  Banda  Oriental :  que  con  esto  el  gobier- 
no portugués  había  perdido  la  garantía  del  orden 
y  de  la  quietud  que  debía  conservarse  en  sus  fron- 
teras, y  había  (juedado  en  perfecta  libertad  para 
usar  de  un  derecho  propio  ocupando  interinamente 
un  país  que.  abandonado  también  por  España,  ser- 
vía de  abrigo  á  facinerosos  de  todo  género  y  á  cau- 
dillos sin  ley  ni  señor  que  ejecutaban  correrías  y 
agresiones  vandálicas  sobre  los  campos  y  haciendas 
de  sus  vecinos. 

La  política  del  gabinete  fory  era  tan  ambigua 
que  más  bien  parecía  hostil  al  gobierno  republicano 
del  Río  de  la  Plata.  Calculando  que  en  las  eventua- 
lidades de  la  lucha  pudiera  convenirle  cooperar  á 
que  España  recuperase  sus  colonias,  á  precio  de  la 
libertad  de  comercio  ó  de  alguna  parte  de  sus  te- 
rritorios, se  mantenía  en  prudente  amistad  con  ella. 
No  le  convenía,  pues,  que  perturbando  la  paz  de 
Europa,  Portugal  lo  pusiese  en  la  alternativa  de 
obrar  á  remokiue  de  los  otros  gobiernos  sin  tener 
los  mismos  intereses  que  ellos,  ó  de  abandonar  su 
reserva  para  oponerse  á  ({ue  ellos  intervinieran  en 
las  cuestiones  coloniales  y  ultramarinas,  cuya  reso- 
lución final  había  resuelto  mantener  bien  cerrada  en 
su  mano. 


COX   LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  I59 

España,  que  lo  comprendía  bien,  y  que  sentía 
por  todas  partes  esta  presión,  estaba  tanto  más  in- 
dignada en  el  fondo,  cuanto  que  no  podía  desaho- 
garse contra  esta  respetuosa  y  pérfida  amistad,  in- 
teresada en  la  presa,  y  bastante  parecida,  por  cier- 
to, á  la  intimidad  de  una  garra  con  la  masa  que 
aprieta.  Todo  lo  que  parece  contradictorio  é  inex- 
plicable en  la  política  inglesa  respecto  de  la  Amé- 
rica del  Sur  después  de  la  restauración  de  Fernan- 
do Yll.  depende  de  los  fines  reservados  y  alterna- 
tivos con  que  se  había  propuesto  aprovechar  las 
eventualidades  de  la  lucha  entre  España  y  sus  co- 
lonias, hasta  que  le  llegase  la  ocasión  de  acenttiarse 
en  el  sentido  de  sus  intereses,  como  lo  hizo  después 
en  el  de  nuestra  independencia. 

A  esto  aludía  García  cuando  escribía  al  gobier- 
no de  Buenos  Aires  que  prefiriese  la  coalición  con 
Portugal  á  las  vanas  esperanzas  de  apoyo  por  parte 
de  Inglaterra.  "Las  relaciones  de  este  país  con  In- 
glaterra no  están  muy  corrientes,  y  cada  día  se  co- 
noce mejor  que  sólo  en  América  puede  gozar  la 
nación  portuguesa  de  independencia.  La  Gran  Bre- 
taña quizá  celebraría  mucho  tener  una  ocasión  de 
ingerirse  entre  nosotros  y  los  portugueses;  pero  es 
preciso  repetirlo  mil  z'eces,  no  es  !a  independencia 
de  América  su  deseo,  no;  la  Gran  Bretaña,  durante 
su  actual  ministerio  á  lo  menos,  no  entrará  en  nin- 
guna transacción  sino  sobre  la  líase  de  reconoci- 
miento y  obediencia  al  rey  de  España.  Inglaterra 
no  dará  auxilios  á  la  causa  de  los  independientes, 
sino  para  alejarlos  más  del  término  de  sus  afanes 
V  trabajos.  Si  Inglaterra  se  declara  a1)iertamente 
protectora  de  nuestra  causa,  y  si  quiere  compróme- 


1 6o      LA  ALIANZA  DKL  REY  DE  PORTUGAL 

terse  por  ella,  entonces  esto  es  lo  primero;  pero  si 
no  es  así.  será  preciso  no- pasar  la  plaza  de  candidos 
en  demasía,  perdiéndolo  todo  por  vanas  aparien- 
cias". 

Los  principios  c|ue  Inglaterra  había  sustentado 
en  el  Congreso  de  Viena  habían  sido  tan  contrarios 
á  los  gobiernos  independientes  de  Siid  América  y 
tan  faNorables  á  los  derechos  de  España,  que  no 
podía  comprender  (decía  el  comisionado  argenti- 
no) cómo  era  que  en  Buenos  Aires  se  continuaba 
teniendo  esperanzas  en  la  protección  de  una  poten- 
cia que  se  había  aliado  con  España,  y  c|ue  había 
prometido  solemnemente  por  un  tratado  no  auxi- 
liar directa  ni  indirectamente  á  los  rebeldes  de  la 
América  española.  ¿Y  en  este  caso,  cómo  podemos 
pensar  que  los  ingleses  quieran  proteger,  ni  reco- 
nocer nuestra  independencia?  ¿Cómo  puede  inter- 
venir en  ninguna  transacción,  que  no  tenga  por 
base  la  obediencia  al  rey  Fernando,  y  el  restableci- 
miento del  sistema  colonial?  (5). 

(5)  "Parece  que  subsiste  aún  en  esa  la  opinión  de  que 
Inglaterra  desempeñará  este  honorífico  papel.  Sea  de  esto 
lo  que  fuese,  yo  no  puedo  ver  sino  lo  que  está  á  mi  al- 
cance. 

"Xos  principios  políticos  de  Inglaterra  en  Viena  rela- 
tivamente á  colonias  son  muy  públicos,  y  no  creo  que 
quiera  mudarlos  tan  fácilmente.  Después  de  esto,  Ingla- 
terra ha  solicitado  con  empeño  un  ventajoso  tratado  de 
comercio,  empleando  en  esta  comisión  al  señor  Fleming, 
uno  de  los  ingleses  más  acreditados  en  la  península,  por 
el  entusiasmo  que  manifestó  siempre  en  su  favor,  x^tenién- 
donos  solamente  á  este  hecho,  parece  fuera  de  duda,  que 
Inglaterra,  deseosa  de  un  arreglo  ventajoso  de  comercio, 
ha  de  dar  algo  á  España  por  su  parte ;  y  concediendo  gra- 


COX   LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  íól 

"Mas,  supongamos  que  Inglaterra  mire  con  in- 
terés nuestra  contienda,  y  demos  por  cierto  que  ella 
sólo  busca  un  pretexto  para  intervenir.  En  tal  caso, 
ningún  estimulante  más  fuerte  que  la  ocupación  de 
la  Banda  Oriental  del  Río  por  los  portugueses.  Si 
esto  no  la  mue^•e  crea  usted  que  no  hay  coco  capaz 
de  moverla,  y  que  son  vanísimas  nuestras  espe- 
ranzas. Si  la  ocupación  de  la  Banda  Oriental 
por  los  portugueses  hace  mudar  en  efecto  la  ac- 
titud de  Inglaterra  respecto  de  nosotros,  enton- 
ces es  preciso  que  miremos  esa  ocupación  como 
un  bien  muy  grande,  sin  que  la  pérdida  feíii- 
poránea  de  esa  parte  de  nuestro  territorio  haya 
hecho  más  que  disminuir  el  poder  ominoso  del  jefe 
de  los  anarquistas.  Además  de  esto,  el  estado  de 
fuerzas  de  esta  nación  vecina  nos  liberta  de  todo  te- 
mor de  nuevas  empresas,  y  nos  facilita  una  neu- 
tralidad de  que  podemos  aprovecharnos  para  con- 
solidar el  orden  interior  y  cargar  con  todas  nuestras 
fuerzas  sobre  el  enemigo  natural ;  pues  cualquiera 
que  sea  la  combinación  futura  de  los  intereses  políti- 
cos de  las  naciones,  nuestras  ventajas  sobre  el  par- 
tido metropolitano,  y  la  consistencia  del  gobierno, 
han  de  influir  esencialmente  sobre  el  destino  de 
nuestra  patria.  Portugal  tiene  grande  interés  en 
asociarnos  á  su  causa;  no  tiene  voluntad  ni  poder 
de  subyugarnos :  amigo,  casi  nos  asegura  la  inde- 
pendencia :  enemigos,  daría  una  fuerza  irresistible  á 

tuitamente  que  nada  de  eso  se  íe  ofreciese,  ratificaría  si- 
quiera lo  mismo  que  ofreció  en  el  tratado  de  alianza 
de  1814,  por  el  cual  se  comprometió  á  no  auxiliar  ni  permi- 
tir que  directa  ni  indirectamente  auxiliasen  sus  subditos 
á  los  rebeldes  de  la  América  española"'. 

HIST.   DE  LA  REP.   ARGEXTIXA.   TOMO   VI. —  II 


102  LA  AUAXZA  DKL  RKY  DE  PORTUGAL 

España  contra  nosotros.  La  incerticlumbre  de  las 
relaciones  actuales  de  ésta  corte,  nueva  y  débil,  con 
las  de  Inglaterra  y  España,  puede  darnos  á  nos- 
otros la  ventaja  de  vender  cara  nuestra  decisión,  y 
nos  deja  siempre  en  aptitud  de  tomar  otro  partido 
cuando  no  nos  contente  el  que  se  nos  haga  por  acá. 
A  ustedes  les  toca  decidir".  Informado  de  que  el 
encargado  español  se  había  presentado  también  re- 
clamando contra  la  marcha  de  las  tropas  portugue- 
sas á  la  Banda  Oriental,  por  los  perjuicios  que  un 
proceder  tan  injustificado  y  atentatorio  como  ese, 
irrogaba  á  los  "derechos  del  rey  su  amo,  y  á  las  ope- 
raciones militares  de  sus  tropas...",  "estuve  á  visi- 
tar al  ministro  (dice  García)  y  me  lo  ha  confirma- 
do, agregándome  que  mucho  más  fuerte  ha  sido  la 
reconvención  hecha  en  ^ladrid  al  señor  de  Souza, 
ministro  de  Portugal.  La  contestación  (me  dijo 
también)  será  lacónica  y  bastante  terminante  para 
desengañar  al  gobierno  español.  ÍVo,  pites,  acer- 
carse el  día  en  que  este  gabinete  tendrá  tanto  inte- 
rés en  entenderse  con  nosotros,  como  nosotros  con 
él,  para  dar  consistencia  á  nuestra  obra.  Una  im- 
prudencia de  cualquiera  de  las  dos  partes  tendría 
lamentables  consecuencias"  (6). 

(6)  "Esta  es  una  nación  americana  que  goza  de  in- 
flujo y  relaciones  con  las  potencias  que  constituyen  el  Di- 
rectorio de  Europa,  tres  de  las  cuales  quieren  abrir  gran- 
des relaciones  comerciales  con  esta  parte  del  mundo.  Si 
indirectamente  nos  unimos  con  ella  en  cuanto  al  interés 
general  del  continente  americano,  es  de  su  interés  (y  yo 
puedo  anticiparlo  sin  temeridad)  que  sus  ministros  nos  in- 
troduzcan bajo  mano  en  aquellas  grandes  cortes,  y  presen- 
ten ellos  mismos    á  ese  gobierno,    no   como    efímero  ó  de 


COX    LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  1 63 

Como  se  ve,  los  sucesos  venían  tomando  poco 
á  poco  el  giro  favorable  que  García  había  previsto 
3^  preparado  con  la  elevada  mira  de  enlazar  la  cues- 
tión de  nuestra  independencia,  y  el  exterminio  de 
Artigas,  con  las  contingencias  de  la  diplomacia  y 
de  la  política  europea,  nada  menos.  "España  (de- 
cía ya  á  fines  de  1816)  ha  enviado  á  Londres  un  ofi- 
cial de  su  Secretaría  de  Estado  con  el  encargo  ex- 
clusivo de  tratar  sobre  los  asuntos  de  América  y  de 
negociar  la  intervención  de  Inglaterra  en  nuestras 
C|uerellas.  Y  como  es  regular  que  el  ministerio  es- 
pañol haya  insistido  con  su  habitual  terquedad,  en 
las  mismas  bases  que  tiene  fijadas  hasta  aquí,  el 
emisario  ha  regresado  á  Madrid  sin  resultado".  El 
caso  había  sido,  en  efecto,  que  el  gabinete  inglés, 
aceptando  en  principio  la  conveniencia  de  una  ne- 
gociación pacífica  con  su  buen  deseo  de  intervenir, 
había  exigido  que  las  bases  fueran  tales  que  im- 
maligna naturaleza,  sino  como  muy  capaz  de  desenvolver 
la  civilización  y  aumenl¡ar  la  población,  y  por  consiguiente 
el  comercio,  que  es  el  punto  de  vista  desde  el  cual  solamente 
interesamos  á  aquellas  naciones.  Esto  acelerará  en  alguna 
de  ellas  el  reconocimiento  de  nuestra  independencia,  y  al 
ejemplo  de  la  primera,  entrarán  más  fácilmente  las  de- 
más. A  lo  menos,  quedarán  anulados  los  esfuerzos  de  Es- 
paña para  desacreditarnos  y  alejar  de  nosotros  toda  rela- 
ción de  los  gabinetes  extranjeros.  Nos  proporciona  otra 
grandísima  ventaja,  á  sajber:  la  de  dejarnos  obrar  fuerte- 
mente contra  los  ejércitos  españoles;  lo  cual  es,  no  sola- 
mente de  nuestro  primero  y  más  urgente  interés,  sino  que 
cada  victoria  nos  acerca  más  á  nuestra  independencia,  v 
aumenta  nuevos  grados  de  poder  para  sostenerla  contra  las 
pretensiones  de  cualquiera  nación.  Estas  consideraciones  me 
parecen  tan  graves,  que  no  puedo  persuadirme  las  equilibre 
por  ahora  ninguna  otra." 


104  LA  ALIANZA  DHL  REY  DE  PORTUGAL 

portaran  una  reforma  orgánica  y  económica  del  re- 
gimen  colonial,  no  tanto  por  los  americanos  mis- 
mos de  cuyos  intereses  no  se  preocupaba,  cuanto 
porque  sin  eso,  el  gabinete  inglés  no  podría  sin- 
cerar su  intervención  ante  el  parlamento  ni  ante  la 
opinión  pública  del  país,  enteramente  declarada  en 
favor  de  los  sudamericanos   (7). 

Pero  esperar  que  un  vuelco  tan  radical  en  el 
vetusto  organismo  de  su  gobierno  fuese  acordado 
á  rebeldes  que  lo  reclamaban  con  las  armas  en  la 
mano,  por  un  rey  que  los  odiaba  con  toda  la  hiél 
de  su  perverso  corazón,  y  que  acababa  de  castigar 
á  sus  genuinos  subditos  por  análogas  pretensiones, 
con  la  última  crueldad,  era  harto  justo,  harto  sen- 
sato y  propio  del  progreso  de  los  tiempos  para  que 
entrase  en  el  ánimo  de  Fernando  VII  ó  en  las  ideas 
de  los  españoles  (8).  La  mediación  cjuedó,  pues, 
sin  efecto :  el  gabinete  británico  se  encogió  de  hom- 
bros y  siguió  á  la  espera  de  los  sucesos  (9). 

Desahuciado  por  este  lado,  y  advertido  ya  de 
que  al  llevar  adelante  sus  esfuerzos  contra  la  Repú- 

(7)  Spencer  Walpole,  vol.  II,  págs.  17  y  18. 

(8)  Sólo  uno,  el  ilustre  don  ]\Ianuel  José  de  la  Quin- 
tana fué  excepción  entre  ellos.  Los  demás,  víctimas  de 
su  rey  y  por  el  crimen  de  haber  querido  ser  libres,  se 
enfurecían  de  que  quisiesen  serlo  los  americanos ;  á  tér- 
minos de  sostener,  como  el  conde  de  Toreno  en  las  Cortes, 
que  el  derecho  público  no  regía  con  ellos,  que  no  obli- 
gaba la  buena  fe  de  los  convenios,  y  que  España  no 
tenía  más  regla  que  la  de  perseguir,  agarrar  y  castigar 
á  los  criminales.  Precisamente  eso  fué  lo  que  hizo  Fer- 
nando VII  con  los  rebeldes  de  la  península  de  1814  á 
1820,  y  de  1823  hasta  su  muerte. 

(9)  The  Times  del  10  de  agosto  de  1816. 


CON   LAS    PROXINCIAS   ARGENTINAS  165 

blica  Argentina  había  de  encontrarse  con  la  oposi- 
ción de  Portugal  en  las  costas  y  puertos  orientales, 
es  decir,  con  una  guerra  inevitable  y  doble  en  Amé- 
rica y  en  Europa,  Fernando  VII  montó  en  ira,  y 
procuró  levantar  el  fatigado  brazo  de  su  nación  co- 
mo si  tuviera  sus  antiguas  fuerzas,  y  como  si  el  ré- 
gimen absoluto  y  sacerdotal  con  c|ue  la  gobernaba 
no  hubiera  caído  en  la  postración  intermitente  de 
los  organismos  caducos  y  embrutecidos.  Infatuado 
cá  pesar  de  eso  con  la  idea  de  cjue  si  amenazaba  á 
Portugal  con  tono  arrogante  y  resuelto  á  tomar  des- 
cjuite,  había  de  amedrentarlo,  ordenó  al  encargado 
de  negocios  de  España  cjue  pidiese  audiencia  espe- 
cial al  rey  de  Portugal  y  cpe  le  entregara  la  vigo- 
rosa protesta  que  le  hacía  por  sus  procedimientos 
en  la  Banda  Oriental.  Don  Juan  VI  recibió  el  papel 
con  ceño  adusto;  pero  sin  faltar  á  las  formas  del 
caso,  manifestó  su  real  interés  por  la  prosperidad 
de  Su  Majestad  Católica  y  dijo  que  á  la  protesta 
contestaría  su  ministro  de  Estado  al  ministro  del 
rey  de  España  como  era  de  estilo. 

Decidido  á  ir  mucho  más  adelante  en  todos  sen- 
tidos, é  inspirándose  en  la  soberbia  que  aun  le  que- 
daba, en  los  recuerdos  al  menos  de  sus  antiguas 
grandezas,  Fernando  VII  hizo  un  esfuerzo  convul- 
sivo y  supremo.  Mandó  apresurar  á  costa  de  cual- 
quier sacrificio  los  preparativos  de  su  grande  expe- 
dición contra  el  Río  de  la  Plata,  y  c]ue  se  formase 
un  cuerpo  de  treinta  mil  hombres  próximos  á  las 
fronteras  portuguesas   (lo). 

(10)      ''Hemos  recibido  noticias  de  Madrid,  decia  Gar- 
cía. La  grande  expedición  contra  esas  provincias  está  va  de- 


1 66      I, A  ALIANZA  DKL  REY  DE  PORTUGAL 

Comenzaba  también  la  corte  de  Portugal  á  pre- 
ver la  probabilidad  de  que  llegaran  á  su  último  ex- 
tremo las  consecuencias  de  su  disidencia  con  el  rey 
de  España,  cuando  acaeció  la  muerte  del  viejo  y  en- 
fermizo marqués  de  Aguiar  que  cerca  de  un  año 
hacía  que  no  atendía  los  negocios  públicos.  ''Por 
su  muerte,  dice  García,  ha  sido  elevado  al  Alinis- 
terio  de  Estado  el  conde  da  Barca ;  y  puedo  asegu- 
rar á  Vuestra  Excelencia  que,  conforme  á  sus  prin- 
cipios de  mejor  voluntad  concluirá  un  tratado  con 
ese  gobierno  que  con  la  corte  de  Madrid"'  (ii). 

cretada.  y  se  apronta  sin  ninguna  duda,  ^'a  de  general 
en  jefe  el  conde  de  la  Bisbal  (O'Donell).  De  comandante 
de  la  fuerza  de  mar  don  Rudecindo  Porlier  y  lleva  por  se- 
gundo á  Romarate.  Por  el  lado  del  dinero  hay  dificultades ; 
pero  el  rey  está  tan  personalmente  empeñado,  que  por  los 
medios  violentos  de  que  puede  disponer,  y  por  las  pasiones 
del  pueblo  de  Cádiz  contra  nosotros,  sacará  pronto  indu- 
blemente  las  sumas  necesarias  y  se  apoderará  á  la  fuerza 
de  cuanto  le  venga  á  la  mano.  Aseg^irase  que  la  expedición 
saldrá  de  Cádiz  allá  para  noviembre;  quizá  esto  no  pueda 
ser;  pero  si  no  hay  algún  accidente  particular  en  España 
ó  en  la  otra  América,  es  probable  que  salga  á  principios 
del  año  venidero.  La  suerte  que  le  espera  á  nuestro  país 
es  horrorosa.  Resista  ó  sucumba,  todos  sus  habitantes  de- 
ben venir  á  las  últimas  miserias ;  y  la  peor  de  ellas  es 
que  la  guerra  no  puede  acabarse  en  este  caso.  Si  todos 
se  convenciesen  de  esta  verdad,  no  sería  dudoso  el  éxito, 
y  la  libertad  del  país  estaba  asegurada.  Sólo  la  unión  de 
intereses  y  de  esfuerzos  puede  salvarnos.  Es  cada  vez  más 
urgente  quedar  claros  con  esta  corte,  apurar  todos  los  re- 
cursos de  la  prudencia  política  para  sacar  el  mejor  par- 
tido de  sus  circunstancias  y  de  las  nuestras.  Yo  me  atrevo 
á  recomendarlo  encarecidamente  porque  lo  creo  de  una  im- 
portancia poco  menos  que  decisiva  del  destino  de  nues- 
tro país''. 

(ii)      "Este  caballero  es  tenido  por  el  primer  estadista 


CON  LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  1 67 

Con  las  medidas  amenazantes  del  rey  de  España 
y  con  la  ele\-ación  del  conde  da  Barca  al  Alinisterio 
de  Estado,  la  política  de  alianza  entre  Portugal  y 
el  gobierno  argentino,  que  tanto  y  con  razón  pre- 
ocupaba á  García,  se  hizo  predominante  en  el  ga- 
binete portugués;  y  el  comisionado  de  Buenos  Ai- 
res, más  confiado  ahora  en  sus  miras  y  completa- 
mente seguro  de  su  terreno,  redobló  su  anhelo  por 
traer  á  su  gobierno  á  vincular  resueltamente  la  cau- 
sa de  la  independencia  con  Portugal,  por  medio  de 
un  tratado  de  alianza.  "Nuestros  intereses,  y  la  im- 
portancia de  esta  parte  de  América,  están  íntima- 
mente unidos  á  los  intereses  del  trono  del  Brasil, 
igualmente  contrarios  hoy  al  estado  colonial  que 
las  potencias  europeas  pretenden  perpetuar.  Para 
que  esta  feliz  coincidencia  no  se  malogre,  es  pre- 
ciso propagar  estas  ideas  de  acuerdo  con  las  opor- 
tunidades, y  asegurarse  de  los  principios  políticos 
y  de  la  sincera  cooperación  de  esta  potencia.  Com- 
binado todo  lo  que  ocurre,  ella  quiere  ahora  dar  se- 
guridades categóricas  al  gobierno  de  Buenos  Ai- 
res, sobre  aquellos  puntos  que  le  son  esencialmente 
necesarios  para  calcular  sus  operaciones  con  ven- 
taja. Pero  tiene  que  hacerlo  con  cautela  y  pruden- 
cia, de  modo  que  no  se  alarmen  antes  de  tiempo  los 
gobiernos  de  Europa.  Así  es  que,  evitando  por  aho- 
ra hacer  un  tratado,  convendría  tomar  como  punto 
de  partida  el  armisticio  de  26  de  mayo  de  1812,  que 

de  Portugal.  Es  jefe  del  partido  que  aboga  por  el  esta- 
blecimiento de  la  casa  de  Braganza  en  América.  Sus  ta- 
lentos, y  el  feliz  resultado  de  los  tratados  de  alianza  con 
la  casa  de  Austria,  que  se  puede  considerar  obra  suya,  le 
constituyen  en  el  mayor  favor  é  influjo"'. 


l68      LA  ALIANZA  DF.L  KEV  DE  PORTUGAL 

está  consentido,  y  dar  sobre  esa  base  un  carácter 
regular  á  todo  lo  que  se  quiera  estipular  de  nuevo, 
como  consecuencia  ó  prosecución  de  ese  acto  ya 
público  y  consagrado  (12)." 

(12 )  "Lo  siguiente,  por  ejemplo,  podría  pactarse 
ahora  en  forma  de  Artículos  Adicionales  al  Tratado  de  26 
de  ttmyo  de  1812: 

"i.°  S.  M.  F.,  y  el  gobierno  de  Buenos  Aires  declaran 
subsistir  en  su  fuerza  y  vigor  la  buena  armonía  estipulada 
en  el  Armisticio  de  1812. 

"2.°  S.  2^1.  F.,  restablecido  el  orden  en  la  Banda  Orien- 
tal del  Uruguay,  no  permitirá  pasar  sus  tropas  al  Entre- 
rríos,  pero  esta  provincia  se  sujetará  al  Congreso  y  Go- 
bierno de  las  Provincias  Unidas,  como  las  demás:  de  suer- 
te que  el  dicho  gobierno  pueda  garantir  á  S.  !M.  F.  la  tran- 
quilidad de  esta  frontera. 

"3.°  S.  M.  F.  se  obliga  solemnemente  á  no  contribuir 
directa  ó  indirectamente,  á  que  sea  atacado  ni  invadido 
el  territorio  de  las  Provincias  Unidas. 

''4."  Los  buques  de  comercio,  así  como  los  subditos 
del  gobierno  de  Buenos  Aires,  entrarán,  saldrán  y  per- 
manecerán en  los  puertos  y  dominios  de  S.  M.  F.,  del 
mismo  modo  que  les  de  sus  vasallos  en  los  de  las  Provin- 
cias Unidas. 

"El  general  Lecor  será  autorizado  suficientemente  ad 
hoc  y  el  señor  Director  Supremo  nombrará  igualmente 
otra  persona  de  su  confianza,  para  que  ccncluyan  esta  es- 
tipulación, y  para  hacer  en  consecuencia  las  publicaciones 
convenientes,  á  fin  de  evitar  equivocaciones  y  perjuicios. 

'"Este  es  el  bosquejo  que  quedó  trazado  ayer.  El  domin- 
go tendremos  otra  conferencia  para  redactar  los  artículos 
en  términos  que  sean  apropiados  en  lo  posible  á  los  com- 
promisos actuales  de  este  gabinete.  Se  sacarán  dos  copias, 
de  las  cuales  una  se  dirigirá  al  general  Lecor,  y  otra  to- 
maré yo  para  enviarla  á  V.  E.  por  el  mismo  buque  de  gue- 
rra que  conduzca  aquélla,  si  no  hay  otra  vía ;  lo  que  aviso 
para  inteligencia". 


CON   LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  1 69 

Con  una  mediana  atención,  es  fácil  percibirse 
de  que  el  laconismo  y  la  prudencia  con  que  están 
calculados  los  términos  y  los  detalles  de  estas  ba- 
ses, envolvían  ya  una  concepción  completa  de  todo 
aquello  que  forma  el  germen  de  un  positivo  y  ver- 
dadero tratado  de  alianza  entre  dos  gobiernos ;  y  no 
es  menos  digno  de  señalarse  también  el  especialí- 
simo  cuidado  con  que  Garcia  limita  la  cordial  inte- 
ligencia de  su  gobierno  con  el  de  Portugal,  á  las 
dos  cuestiones  externas  que  la  hacían  necesaria : 
España  y  Artigas;  con  absoluta  exclusión  de  los 
enlaces  y  arreglos  dinásticos  que  el  Congreso  de- 
seaba también  negociar  como  una  garantía  necesa- 
ria del  orden  interno  y  de  la  estabilidad  del  orga- 
nismo político  en  cjue  ese  orden  debía  reposar.  Gar- 
cía, y  preciso  es  también  decirlo,  el  gobierno  por- 
tugués, eran  demasiado  serios  y  sensatos  para  no 
alcanzar  lo  ridículo  y  efímero,  á  la  vez  que  peli- 
groso, de  semejantes  veleidades. 

Lo  que  en  justicia  conviene  observar  es  que  tra- 
tando ambos  gobiernos  en  igual  categoría  de  dos 
poderes  soberanos  con  perfecta  posesión  de  sus  res- 
pectivas provincias,  era  evidente  que  el  vínculo  con 
que  se  ligaba  reposaba  sobre  el  reconocimiento  de 
la  independencia  argentina,  y  de  la  soberanía  polí- 
tica del  Congreso,  cuya  obediencia  ambas  partes 
invocaban  é  imponían  á  las  provincias  rayanas,  co- 
mo un  deber  de  orden  público  y  de  quietud  interna. 

Harto  sentía  el  comisionado  no  poder  cerrar  en 
el  día  esta  negociación,  para  dejar  comprometido 
al  gobierno  portugués  en  una  alianza  como  esta, 
que  provocando  la  guerra  con  España  debía  natu- 
ralmente ocupar  todas  las   fuerzas  de  esta  nación. 


I /O     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

dejar  libre  de  todo  ataque  á  Buenos  Aires,  privar 
á  Pezuela  y  á  Osorio,  en  el  Perú  y  en  el  sud  de 
Chile,  de  los  refuerzos  militares  y  marítimos  que  se 
les  enviaba  y  obligar  directamente  á  Portugal,  é 
indirectamente  á  Inglaterra,  á  que  no  pudiesen  ha- 
cer la  paz,  ni  desistir  de  la  guerra,  sin  cumplir  al 
gobierno  argentino  la  solemne  promesa  de  no  per- 
mitir que  fuese  atacado  ó  invadido  su  territorio  que 
se  contenía  en  la  base  3.^ :  es  decir,  la  Indepen- 
dencia. 

Pero  fuese  por  desconfianzas,  ó  porque  se  en- 
contrara coartado  en  medio  de  las  facciones  dema- 
gógicas y  patrioteras  que  lo  amenazaban,  Pueyrre- 
dón  tenía  al  comisionado  sin  instrucciones,  sin  no- 
ticia siquiera,  hacía  mi  año.  De  modo  que  el  hábil 
negociador  tenía  que  detenerse  y  suspender  las  con- 
secuencias de  su  obra  ante  este  proceder  inexplica- 
ble de  su  gobierno:  "Ale  he  visto  obligado  á  dife- 
rir la  formalización  de  esta  estipulación ;  en  primer 
lugar,  por  falta  de  poderes ;  después,  porque  no  sé 
nada  de  lo  que  ahí  pasa,  ni  tengo  instrucciones,  ni 
carta,  ni  insinuacioiies  siquiera  de  Vuestra  Excelen- 
cia. En  tercer  lugar,  porque  ignoro  las  mudanzas 
que  pueden  sobrevenir  ahí  en  el  tiempo  intermedio, 
y  por  último,  por  dejar  que  intervenga  una  persona 
de  la  -elección  y  confianza  de  Vuestra  Excelencia 
para  que  los  de  contraria  opinión  no  hagan  valer 
sus  calumnias  contra  mí.  Dios  quiera  dariios  luz 
en  circunstancias  tan  delicadas''. 

Razón  tenía  nuestro  agente  cuando  sospechaba 
que  Pueyrredón  y  los  hombres  que  con  él  habían 
entrado  al  gobierno  estaban  sobrado  indecisos  para 
aventurarse  á  continuar  de  pura  confianza  la  buena 


CON  LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  l/I 

voluntad  con  que  el  gobierno  anterior  había  acep- 
tado la  idea  de  formar  una  alianza  bélica  con  el  go- 
bierno portugués.  Los  rumores  de  la  invasión  ha- 
bían exacerbado  á  tal  grado  el  frenesí  de  ese  con- 
junto anónimo  é  informe  que  en  los  momentos  de 
gruesa  agitación  bulle  con  el  nombre  ficticio  de  pue- 
blo, que  el  tumulto  apasionado  parecía  dispuesto 
á  todo  contra  el  reciente  gobierno  si  no  acudiera 
con  ánimo  y  rapidez  á  defender  la  inmunidad  del 
territorio  uruguayo.  Creencia  general  era  que  el 
ejército  portugués  entraba  preparando  el  arribo  de 
las  tropas  españolas;  y  la  verdad  era  que  presen- 
taba tantas  dudas  y  problemas  el  propósito  efectivo 
y  final  de  sus  marchas,  que  el  gobierno  de  Buenos 
Aires,  más  por  prudencia  y  por  preocupación  de 
los  sacudimientos  que  podía  producir  la  efervescen- 
cia de  los  espíritus  intoxicados  con  la  idea  de  que 
se  estaba  haciendo  traición  á  la  patria,  que  por  mi- 
rar como  realmente  hostil  y  peligrosa  la  política 
portuguesa  y  sus  operaciones  militares  contra  Ar- 
tigas, tomó  una  actitud  especiante  por  no  decir  am- 
bigua. Ciñóse  deliberadamente  el  Supremo  Direc- 
tor á  un  silencio  absoluto  para  con  García :  ni  apro- 
bó ni  reprobó  sus  negociaciones,  y  eximiéndose  di» 
dar  la  menor  opinión  propia,  se  limitó  á  transmitir 
al  Congreso  todas  las  conmunicaciones  y  cartas  de 
García  que  existían  en  las  Secretarías,  con  palabras 
que  denotaban  mucha  duda  sobre  la  buena  fe  del 
gobierno  portugués,  y  bastante  temor  de  que  nues- 
tro mismo  comisionado  estuvie:€  desgraciadamen- 
te engañado  por  las  arterías  tradicionales  de  esa 
política  que  todos  consideraban  demasiado  hábil  y 
calculadora   para   ser   sincera.    Por   fortuna   García 


I-J  LA  ALIANZA  DICL  RKY  DK   PORTUGAL 

sahía  bien  á  qué  atenerse,  y  bien  seguro  de  que  los 
resultados  serían  el  exterminio  de  Artigas,  la  clau- 
sura de  los  puertos  orientales  á  las  expediciones  es- 
pañolas, el  rompimiento  de  Portugal  con  España, 
como  consecuencia,  y  su  alianza  con  las  provincias 
argentinas,  estaba  resuelto  á  menospreciarlo  todo, 
y  seguía  su  ancho  camino,  "aunque  por  lo  pronto 
lo  quemaran  en  estatua". 

Pero  de  improviso  las  noticias  de  Buenos  Aires 
comenzaron  á  producirle  serias  alarmas.  "Un  bu- 
que inglés  que  salió  de  esa  el  i8  de  diciembre  ha 
traído  un  ejemplar  de  la  Crónica  Argentina  en  que 
se  ve  una  furiosa  invectiva  contra  la  persona  mis- 
ma de  ese  príncipe.  Ponderarle  á  usted  la  exalta- 
ción y  el  júbilo  con  que  lo  han  leído  los  españoles, 
es  de  más.  Sin  perder  tiempo  lo  pusieron  en  manos 
del  rey  fundando  ya  nuevas  y  grandes  esperanzas. 
No  sé  el  resultado  que  esto  pueda  tener.  Espero 
mucho  del  carácter  personal  del  ofendido  y  de  los 
principios  de  su  actual  ministro.  Bueno  sería  que 
nuestros  Demóstenes  tuviesen  presente  el  éxito  de 
las  inflamadas  arengas  del  viejo  Griego,  y  los  con- 
sejos del  prudente  y  valeroso  Poción". 

Poco  daño  habrían  hecho  los  artículos  de  la 
Crónica  Argentina  si  no  se  hubiese  sabido  al  mis- 
mo tiempo,  que  en  la  necesidad  de  satisfacer  las  te- 
rrililes  amenazas  de  los  partidos,  el  gobierno  se  ha- 
bía visto  obligado  á  dirigir  al  general  Lecor  una 
conminación  categórica,  de  aquellas  que  son  una 
intimación  de  guerra;  y  que  para  corroborar  sus 
amenazas  parecía  dispuesto  á  ponerse  en  buenos 
términos  con  Artigas.  Al  principio  García  miró 
esta  noticia  como  una   fábula,   ó  como   un   simple 


CON    I,AS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  1/3 

alarde  de  política  interior,  pues  no  podía  conven- 
cerse que  fuese  verdad  tan  monstruoso  error.  "Si 
acaso  ustedes  no  han  roto  todavía  hostilidades  con 
los  portugueses  sería  muy  conveniente  que  man- 
dasen un  sujeto  de  toda  su  confianza,  que  viniese 
á  imponerse  radicalmente  aquí  de  lo  que  pasa  y  se 
hace  para  transmitirlo  á  usted  y  quedar  al  cargo 
de  esta  comisión.  Así  no  aventurarían  ustedes  la 
suerte  del  país.  Hace  mucho  tiempo  que  lo  he  pre- 
venido, y  por  desgracia  se  han  despreciado  mis  in- 
dicaciones   (13).   Pero  puestos  los  ánimos  en  una 

(13)  "Yo  sé  bien  cuánto  se  trabaja  y  se  maniobra  des- 
■de  aquí  para  introducir  en  ésa  especies  que  revuelvan  los  es- 
píritus, y  no  los  dejen  fijarse.  Este  es  un  género  de  gue- 
rra muy  temible  y  que  puede  darnos  grandes  pesadumbres. 
El  modo  de  terminarla  es  averiguar  ¡a  verdad  y  publicarla. 
Contra  mi  hay  una  conjuración  universal,  y  los  tiros  se 
han  de  multiplicar  de  mil  maneras.  Para  quitar  todo  pre- 
texto, nada  mejor  que  mandar  otro  hombre  de  quien  no 
pueden  maldecir  sin  que  se  descubra  el  verdadero  objeto 
de  ese  gran  celo  aparente.  Quisiera  que  no  se  perdiese 
tiempo.  No  envío  noticias  de  Méjico  y  Caracas  porque  las 
verán  ustedes  en  las  Gacetas  inglesas  que  ahí  van.  Hay 
mucha  obscuridad  y  contradicciones  en  lo  que  pasa  poi 
allá.  Lo  que  parece  fuera  de  duda  es  que  los  realistas  de- 
güellan sin  piedad  á  los  prisioneros,  ya  en  los  campos  de 
batalla,  ya  bajo  formas  legales,  que  es  más  odioso  todavía. 
Yo  me  estremezco  cuando  considero  que  nuestra  fatal  des- 
unión, y  ese  maldito  espíritu  de  provincia,  ó  de  ferocidad 
y  corrupción  puede  llevarnos  hasta  caer  bajo  la  espada  de 
semejantes  enemigos.  Ese  foco  de  anarquía  que  forma  y 
conserva  Artigas  nos  devorará  sin  remedio,  si  luego  no 
se  le  extingue.  Me  confundo  cuando  observo  que  habiendo 
ahí  licencia  para  todo,  para  atacar  al  gobierno  y  para  ha- 
cer elogios  seductores  del  jefe  de  los  Orientales,  no  la 
pueda  haber  para  presentarlo  al  país  y  al  mundo  con  los 


174     í-'^  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

situación  tan  tirante  como  ésta,  era  ya  natural  que 
por  momentos  surgiese  algún  conflicto:  que  en  vez 
de  la  alianza  tan  empeñosamente  buscada  por  Gar- 
cía se  produjera  un  triste  y  doloroso  rompimiento. 
El  hecho  fué  que  Pueyrredón  y  Lecor  se  cambiaron 
notas  cuyo  tono  se  hizo  tan  acre  y  tan  hostil,  que 
vinieron  á  quedar  como  en  estado  de  guerra;  y  que 
el  gobierno  de  Buenos  Aires  recibió  delegados 
orientales  con  quienes  negoció  que  cooperaría  á  la 
defensa  de  su  territorio,  y  que  enviaría  inmediata- 
mente una  fuerte  división  de  tropas  á  guarnecer  á 
Montevideo. 

Bien  se  comprende  cuál  debió  ser  la  posición 
en  que  este  giro  extraño  de  la  política  argentina, 
colocó  á  García  delante  de  un  gobierno  respetable 
que  lo  había  colmado  de  confianzas  y  distinciones: 
"En  la  noche  del  21  de  abril  he  tenido  una  confe- 
rencia bien  seria  y  bien  desagradable...  el  ministró- 
me ha  hecho  entender  que  el  gobierno  de  las  Pro- 
vincias Unidas  parecía  resuelto  á  declarar  la  guerra 
á  Portugal,  y  me  anunció  con  grandes  muestras  de 
disgusto  que  todas  las  medidas  tomadas  para  con- 
servar la  buena  armonía,  especialmente  el  proyec- 
to de  los  artículos  adicionales  le  parecían  ilusorias,. 
y  hasta  indecoroso  hablar  más  de  ellas.  Recordó- 
me que  yo  estaba  instruido  de  los  principios  en  que 
se  fundaba  el  sistema  de  política  adoptado  por  esta 
corte,  entre  España  y  las  Provincias  Unidas,  y  de 
su  tendencia  notoria  en  favor  de  éstas.  Que  verse 

verdaderos  colores  que  le  darían  los  documentos  y  los  he- 
chos constantes.  Es  imposible  que  no  haya  para  esto  gran- 
des causas  á  que  el  gobierno  mismo  tiene  que  ceder". 


COX  LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  1 75 

ahora  obligado  á  mudarlo,  le  era  doblemente  sen- 
sible, tanto  por  los  intereses  del  reino  del  Brasil 
cuanio  por  ser  como  ima  prueba  pública  de  que  era 
impracticable  la  línea  de  conducta  para  cuya  adop- 
ción se  había  arrostrado  tantas  contrariedades.  Yo 
no  pude  contestar  sino  con  reflexiones  generales, 
esperanzas  vagas  y  débiles  conjeturas". 

Pero  aún  así,  nuestro  comisionado  salió  airoso 
■de  tan  comprometida  situación,  y  consiguió  dar  al 
proyecto  de  artículos  adicionales  la  forma  defini- 
tiva de  un  tratado  de  alianza  verdadero  contra  Es- 
paña, y  remitirlo  por  medio  del  general  Lecor  al 
gobierno  de  Buenos  Aires  para  que  lo  ratifi- 
case  (14). 

Ofendidísimo  empero  del  modo  con  que  se  le 
trataba,  se  quejó  al  gobierno  diciéndole :  "Hace  mu- 
cho tiempo  que  mi  existencia  y  mi  bienestar  corren 
imidos  al  destino  de  mi  patria.  Yo  debo  confor- 
marmic  con  sus  decretos,  cuando  haya  agotado  mis 
fuerzas  para  moderar  su  rigor.  Sé  también  que  mis 
razones  serán  desatendidas,  ó  despreciadas,  y  aún 
que  mis  discursos  pasarán  por  criminales  para  los 
que  estén  agitados  de  pasiones,  ó  se  crean  mejor 
informados  de  los  verdaderos  intereses  de  nuestro 
país.  Pero  cuando  yo  lo  veo  de  otro  modo,  ¿no  ten- 
dré un  derecho  para  decirlo?  ¿Xo  podré  hablar  á 
usted  como  á  un  amigo,  como  á  un  hombre  de  bien, 
como  á  un  patriota?...  Xi  basta  á  persuadírmelo  el 
silencio  de  un  año  en  que  se  ha  obstinado  usted  des- 
de que  he  tenido  el  honor  de  escribirle  como  á  jefe 

(14)     Véase  en  el  Apéndice  este  docupiento  que  como 
pieza  diplomática  es  de  primer  orden. 


176     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

del  Estado;  y  una  ])rueba  de  ello  es  la  confiaiva 
con  que  interpelo  á  usted  por  la  patria,  y  por  lo  que 
hay  de  más  querido  y  de  más  sagrado  entre  los 
hombres,  para  que  suspenda,  á  lo  menos,  una  de- 
claración que  considero  funestísima  en  este  momen- 
to á  la  consolidación  de  nuestra  independencia,  y 
á  la  existencia  misma  de  la  patria.  Las  razones  que 
voy  á  dar  á  usted  para  ello,  son  claras  y  muy  sen- 
cillas. Si  me  engaño,  compadézcame  usted;  si  le 
hacen  fuerza,  dígalas  á  cuantos  puedan  tener  in- 
flujo en  la  opinión  y  á  cuantos  desean  sinceramen- 
te la  felicidad  de  su  país.  Demos  por  supuesto  que 
podamos  triunfar  de  los  portugueses,  y  obligarlos 
á  evacuar  ¡a  Banda  Oriental.  ■Más  que  eso  no  pode- 
mos pretender.  Y  pregunto  ahora :  ¿  Habremos  ga- 
nado algo  en  fuerza  y  poder?  No,  señor;  entonces 
el  poder  de  Artigas  aparece  con  mayor  ímpetu  y 
será  irresistible.  La  naturaleza  de  este  poder  es 
anárquica,  es  incompatible  con  la  libertad  y  con  la 
gloria  del  país:  es  inconciliable  con  los  principios 
del  gobierno  de  Buenos  Aires  y  con  los  de  todo  go- 
bierno regular.  Artigas  y  sus  bandas  son  una  ver- 
dadera calamidad.  Usted  lo  sabe,  todos  los  hombres 
de  bien  lo  conocen,  y  no  pueden  decir  otra  cosa  sin 
desacreditarse.  Conque  entonces  habremos  gastado 
nuestras  fuerzas,  atrasado  nuestras  relaciones  exte- 
riores, habremos  enflaquecido  nuestros  ataques  al 
enemigo  común,  no  para  recobrar  ¡a  Batida  Orien- 
tal, sino  para  alimentar  y  robustecer  á  un  monstruo 
que  revolverá  sus  fuerzas  y  desgarrará  las  provin- 
cias para  dominar  sobre  sus  ruinas'. 

Inspirado  por  el  vehemente  amor  de  la  patria, 
y  temblando  de  que  en  manos  indecisas  cayese  en 


COX   LAS   PROVINCIAS  ARGEXTI^'AS  I77 

el  abismo  de  su  ruina,  el  diplomático  argentino  se 
siente  conmovido  por  la  melancólica  angustia  que 
lo  entristece:  y  el  sentimiento  palpitante  de  su  jus- 
ticia, de  la  verdad,  de  la  honra,  lastimado  por  el 
desaire  que  se  le  hace,  le  arranca  al  fin  las  mismas 
palabras,  casi,  con  que  el  cónsul  romano  habia  he- 
cho repercutir  los  muros  del  Senado  y  estremecer 
en  sus  asientos  á  los  graves  patricios  que  lo  escu- 
chaban— patcrc  consilia  tita  non  sentisf  Constric- 
taui  joui  onuiiiim  honorum  conscientia  teneri  con- 
jurationeni  tiiam,  non  videsF .  .  .  Soiatiis  hace  in- 
felügif.  cónsul  videt:  hic  (Artigas)  tamcn  ziritF 
Vii'itf  iuio  z'cro  in  Senatnni  venif. 

"De  manera  (continúa)  c[ue  si  consiguiéramos 
el  objeto  de  esa  guerra  habríamos  hecho  omnipo- 
tente al  enemigo  de  nuestro  orden  interior  sin  com- 
pensar nuestros  sacrificios  y  sin  haber  ganado  si- 
quiera la  paz  con  los  de  afuera.  ;Y  si  no  consegui- 
mos triunfar? 

"Fácil  es  conocer  las  consecuencias. 

"Si  Portugal  advierte  que  no  puede  contar  ab- 
solutamente con  la  coherencia  de  principios  por 
nuestra  parte;  si  recela  que  haciendo  causa  común 
con  Artigas,  somos  igualmente  peligrosos,  cam- 
biará de  ideas  enteramente :  tratará  de  ponernos  en 
impotencia  de  dañarlo  y  no  le  faltarán  medios  de 
hacer  un  tratado  de  alianza  y  limites  con  España. 
Inglaterra  acudirá  á  esto  con  gusto,  pues  ya  tiene 
ofrecida  su  mediación  entre  ambas  potencias.  Los 
poderes  del  Xorte  nos  mirarán  como  gobiernos  de 
principios  inciertos  ó  dañados,  é  incapaces  de  los 
adelantamientos  que  les  interesan :  y  tendremos  que 
luchar,  contra  el  poder  de  Artigas  y  sus  ideas  di- 

HIST.   DE   LA   REP.   ARGENTINA.   TOMO   VI. — 12 


IjS  LA   ALIANZA   DEL   REV  DE   PORTUGAL 

seminadas  profusamente  en  todas  las  provincias  del 
Estado,  y  contra  las  fuerzas  de  Portugal  v  Espr.ña 
reunidas.  El  valor  de  nuestros  compatriotas  es  mu- 
cho, pero  no  podemos  exigir  milagros  de  ellos,  y 
sus  sacrificios  exigen  c^ue  se  considere  muy  despa- 
cio los  empeños  en  que  se  pone  al  Estado,  y  cjue 
se  evite  á  toda  costa  el  malograr  su  sangre  y  sus 
esfuerzos  heroicos.  Tampoco  debe  desconocerse  que 
si  no  damos  pasos  muy  decisivos,  España  puede,  á 
lo  menos,  prolongar  por  muchos  años  la  guerra  en 
nuestro  continente.  Si  Portugal  se  le  une,  tendrá 
el  mar,  lo  cual  aumentará  infinitamente  nuestros 
conflictos.  El  reino  del  Brasil  puede  poner  una  es- 
cuadra invencible  para  nosotros".  Entraba  en  se- 
guida á  demostrar  cuál  sería  la  suerte  del  Río  de 
la  Plata  si  declarando  la  guerra  á  Portugal,  hacía 
no  sólo  posible  sino  necesaria  la  reconciliación  de 
los  dos  reyes,  y  un  arreglo  de  intereses  que  produ- 
jese su  alianza;  y  decía  que  no  era  por  inspirar  te- 
rror y  dar  ese  fundamento  á  sus  consejos  sino  "para 
que  \'uestra  Excelencia  esté  pre\'enido  de  que  los 
portugueses  han  resuelto  acabar  con  el  poder  de 
Artigas  á  todo  trance,  y  que  cuanto  más  fuerte  y 
auxiliado  lo  vean,  mayor  será  su  empeño.  .  .  Así  es 
que  si  nos  declaramos  sus  enemigos  será  preciso 
que  \'uestra  Excelencia  prepare  contra  ellos  más 
fuerzas  que  contra  los  españoles ;  y  no  por  eso  nos 
dejarán  libre  el  mar.  .  .  Y  como  he  dicho,  ni  aún 
evacuando  el  territorio  oriental  volverá  á  nuestro 
poder,  sino  que  quedará  en  manos  de  un  caudillo 
que  ataca  los  principios  vitales  de  nuestro  Estado. 
A  su  sombra  no  crecerá  ni  prosperará  orden  alguno 
regular,  y  por  el  contrario,  además  de  la  anarquía 


CON    LAS    PROVINCIAS   ARGEXTlXAS  1 79 

líos  traerá  conflictos  y  enemistades  funestas.  .  .  El 
Ministerio  portugués,  en  manos  de  un  hombre  co- 
mo el  conde  da  Barca,  nos  puede  proporcionar  tal 
favor  y  ayuda  c|ue  serán  de  un  alto  precio  para  nos- 
otros que  estamos  hoy  abandonados  por  todos.  Y 
si  ustedes  dudan,  deténganse  un  momento  siquiera 
hasta  averiguar  la  verdad.  ¿Por  qué  ese  empeño  en 
precipitarse?  Olvídense  de  mí,  enhorabuena,  no  me 
escriban  más ;  pero  mientras  se  preparan  á  esa  gue- 
rra envien  una  persona  de  toda  su  confianza  cjue 
vea  y  c[ue  informe  sobre  lo  que  tengo  dicho.  La 
franqueza  con  que  me  explico,  conociendo  las  mu- 
danzas de  ese  pais,  y  teniendo  prendas  de  él  que  no 
es  la  primera  vez  que  han  sufrido  por  mí,  deben 
probar  que  hablo  lo  que  siento,  pues  de  otro  modo 
no  aumentaría  mis  compromisos,  ni  me  expondría 
á  más  desprecios,  ni  pediría  á  usted  un  testigo  ó  un 
fiscal  de  mi  conducta  en  cualquiera  c|ue  quisiese  en- 
viar con  sus  poderes  á  esta  corte.  La  idea  sólo  de 
la  exaltación  con  que  nuestros  enemigos  leerán  la 
declaración  de  guerra,  y  verán  desvanecidos  los  nu- 
blados que  tanto  los  asustan,  esta  idea,  después  de 
tantas  otras,  colma  la  amargura  de  mi  corazón,  y 
hace  que  me  explique  quizá  con  más  calor  que  el 
que  debiera.  Entre  tanto,  si  mis  presentimientos  se 
verifican,  tendré  el  triste  consuelo  de  haber  hecho 
todo  cuanto  me  fué  dado,  por  apartar  de  mi  país 
las  calamidades  c|ue  pueden  sobrevenir.  El  cielo 
haga  lo  demás ...  Si  declaramos  ahora  la  guerra, 
¡cuántos  embarazos  no  vamos  á  poner  á  nuestra 
marcha !  ¡  cuántos  años  no  vamos  á  retardar  el  tér- 
mirio  de  nuestros  deseos !  ]\Iírese  usted  mucho  en 
ello.  .  .   El  ministro  actual  tiene  muy  comprometida 


l8o  I.A   ALIANZA   L»I-:l   KKV   DE   PORTUGAL 

SU  opinión  respecto  de  nosotros.  Goza  ahora  de  un 
alto  favor.  Quizá  hará  nins  de  lo  que  le  permite  la 
circunspección  de  un  estadista  por  salvar  sus  prin- 
cipios, y  desmentir  á  los  que  ya  se  aplauden  de  lo 
que  ellos  llaman  sus  errores  políticos.  Suspenda  esa 
guerra  miserabilísima :  haga  usted  las  protestas,  los 
convenios,  las  declaraciones  que  les  parezcan  para 
lo  futuro.  Mándeme  dos  letras  privadas  siquiera,  en 
que  me  manifieste  coherencia  con  estas  ideas,  aun- 
que dé  quejas  y  presente  dudas. 

"Instruya  usted  á  los  generales,  á  los  jefes  mi- 
litares, á  todos  los  que  pueden  ser  instruidos.  Este 
sistema  de  neutralidad,  por  ahora,  es  compatible 
con  todos  cuantos  proyectos  puede  haber  para  des- 
pués. Que  se  acuerden  de  lo  que  discurrían  el  año 
pasado  sobre  coalición  con  los  españoles,  y  que 
vean  cuanto  se  engañaron.  Portugal  no  se  unirá 
contra  nosotros  con  España,  sino  lo  precipitamos  á 
ello  violentamente.  Sabemos  bien  cuáles  pueden  ser 
sus  pretensiones,  no  crea  usted  que  se  me  ocultan. 
Aseguremos  lo  principal,  y  luego,  después  habla- 
remos con  más  probabilidades  de  suceso.  Esto  lo 
hacen  todos,  y  parece  dictarlo  el  sentido  común". 
García  se  encontró  pues,  en  una  situación  sobrado 
azarosa  delante  del  gobierno  de  Río  Janeiro;  y  sólo 
por  su  extraordinaria  habilidad  favorecida  por  la 
confianza  inagotable  que  el  rey  y  sus  ministros  po- 
nían en  su  lealtad  y  en  sus  informes,  pudo  dominar 
esa  mala  posición  y  conseguir  que  el  gobierno  por- 
tugués mirase  con  calma  lo  que  pasaba  entonces  en 
Buenos  Aires,  y  las  apariencias  hostiles  c|ue  toma- 
ba allí  la  política.  García  que  conocía  su  país  como 
pocos,  que  á  su  criterio  práctico  reunía  una  pers- 


PROVINCIAS   ARGENTINAS  l8l 


picaqa.  que  penetraba  en  todo  con  una  luz  excep- 
cional; '^ue^conocía  el  juicio  y  la  excpiisita  pruden- 
cia a'é-^^^^edón  y  de  sus  ministros,  que  los  veía 
asaltados  por  una  prensa  apasionada,  ciega,  viru- 
lenta, y  por  un  círculo  audaz  de  facciosos  decididos 
á  ir  á  la  revuelta;  que  por  todo  esto  comprendía  que 
^1  juego  del  gobierno  era  consolidar  su  posición 
para  echarse  después  sobre  los  que  se  animaban  á 
volcarla;  que  sabía  además  que  en  aquellos  mo- 
mentos, por  mucho  que  el  Directorio  blasonara  de 
sus  fuerzas  y  de  su  voluntad  de  hacer  esa  guerra, 
no  tenía  ni  cómo  sujetar  á  Santa  Fe  ni  cómo  auxi- 
liar á  Artigas  con  medios  capaces  de  afrontar  los 
que  Portugal  poseía  para  dominar  los  ríos  y  el  te- 
rritorio que  había  resuelto  ocupar :  logró  tranquili- 
zar completamente  al  gobierno  portugués  y  dejarlo 
convencido  de  que  lo  que  lo  había  alarmado  no  pa- 
saba de  ser  una  simple  farsa  interna  de  la  capital, 
porcjue  era  de  todo  punto  imposible  que  pudiesen 
amalgamarse  y  entenderse  el  gobierno  nacional  de 
las  Provincias  Unidas  con  el  partido  demagógico, 
y  con  el  caudillo  oriental,  pues  al  primer  paso  se 
habían  de  encontrar  con  la  absoluta  incompatibi- 
lidad que  existía  en  la  índole  genial  de  las  tres  en- 
tidades; y  logró  que  se  le  concediera  un  término, 
prudencial  v  tranquilo  (sin  cambiar  el  estado  de  las 
cosas),  dentro  del  cual  prometía  despejar  comple- 
tamente los  tropiezos  efímeros  que  habían  venido 
á  dificultar  el  arreglo  final  de  los  intereses  recípro- 
cos de  ambos  gobiernos   (15). 

(15)     Por  fortuna,  García  pudo  corroborar  todas  es- 
lías protestas  con  una  carta  de  su  distinguido  padre,  el  co- 


1 82  LA   ALIANZA   DEL   REY  DE   PORTUGAL 

Muy  poco  tiempo  después,  tuvo  García  la  pla- 
centera satisfacción  de  que  el  gobierno  portugués 
tuviese  pruebas  concluyentes  de  su  buen  juicio,  de 
su  lealtad  y  de  lo  acelerado  de  sus  previsiones.  Ha- 
bía fracasado  completamente  la  tentativa  de  arre- 
glos entre  el  gobierno  de  Buenos  Aires  y  Artigas. 
Este  bárbaro  procaz  y  estúpido  á  la  vez  estaba  des- 
atado en  injurias  contra  Pueyrredón  y  contra  los 
porteños.  Despechado  y  enfurecido  como  una  bes- 
tia de  circo,  lanzaba  proclamas,  unas  tras  otras,, 
acusando  de  traiciones  al  Supremo  Director  y  con- 

ronel  de  ingenieros  don  Pedro  Andrés  García :  ''Xunca 
(decía  este  honorable  viejo)  he  visto  más  cortado  un  go- 
bierno para  obrar  con  libertad  y  con  energía  según  lo  pi- 
dan los  casos;  así  es  que  hierven  los  díscolos. .  .  y  los  sec- 
tarios de  las  montoneras  de  Artigas :  á  términos  que  las 
corporaciones  se  inclinaban  ya  á  que  se  declarase  la  gue- 
rra ;  pero  el  gobierno  que  toca  más  de  cerca  las  dificulta- 
des resolvió  dar  cuenta  al  Congreso;  y  entre  tanto,  acaso- 
se  ha  visto  precisado  á  manifestar  que  iba  á  mandar  auxi- 
lios á  los  orientales,  y  enviar  á  Vedia  (el  general  don  Ni- 
colás) en  misión  á  Lecor,  que  es  lo  que  ha  dado  lugar  á  las 
celebradas  "Crónicas"  del  Masuna  Pasos  (*)  sugeridas 
por  el  buen  Agrelo  y  compañeros  que  dicen  son  los  insufla- 
dorcs  de  esc  periódico  (**)  ;  y  los  que  señalan  traidores: 
También  los  antiguos  cabildantes  bien  hallados  con  sus 
empleos,  metían  fuego  para  reelegirse  y  daban  calor  á  las. 
traiciones,  que  todo  cuadró  en  aquellos  momentos  y  ofre- 
cía el  contraste  de  opiniones  una  t^lrbulencia  diabólica, 
que  á  poco  tiempo  fué  calmándose ;  pero  que  no  la  miro  ex- 
tinguida, y  he  aquí  uno  de  los  motivos  por  que  insta  Sa- 

(*■)     Cara  (le  Murciélago,  apodo  con  que  este  individuo  era  conocido. 

(**)  véase,  pues,  corroborado  por  un  competente  contempotáneo 
lo  que  dijimos  en  la  pág  479  del  volumen  quinto  sobre  que  los  artícu- 
los de  la  Crónica  Anjeiitiiia  no  eran  de  Pasos  (a)  Kaiili,  sino  de  Moreno, 
Dorrego,  Agrelo.  etc.,  etc  .  Pasos  no  tenia  e.«;tilo.  erudición,  ni  el  más 
trivial  mérito  como  escritor  ó  periodista.  T'.  lic^p.  al  t'aiif   de  hallimore^ 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGEXTI^'AS  1 83 

minándolo  con  castigarle  á  sangre  y  fuego,  por  no 
haber  puesto  bajo  sus  órdenes  y  á  su  dirección  to- 
dos los  recursos  del  país.  Pueyrredón,  á  su  vez,  for- 
zado á  defender  la  autoridad  legal  y  el  orden  pú- 
blico, abandonó  á  su  suerte  al  miserable  caudillo 
cjue  lo  injuriaba,  y  puso  una  mano  pesada  sobre 
los  perturbadores  c[ue  pretendían  hacerle  coro  den- 
tro de  la  capital,  embarcándoles  inmediatamente 
para  Xorte  América  por  un  golpe  de  Estado  dolo- 
roso pero  necesario  y  justificado,  al  menos,  por  las 
circunstancias. 

Cuando  parecía  que  las  cosas,  á  favor  de  estos 
incidentes  tomarían  un  sesgo  ventajoso  á  los  pro- 
rratea en  su  propósito,  buscando  Cirineos  que  le  auxilien, 
pero  á  mi  juicio  se  engaña".  "Según  el  modo  de  evadirse 
con  que  aquí  se  manejan  acerca  del  cargo  que  los  artiguis- 
tas  hacen  al  gobierno  y  autoridades  descargando  sobre  ti 
todo  el  peso  del  asunto,  creo  que  tu  muerte  sería  inevita- 
ble, pues  quieren  deducir  de  tu  última  co¡nunicación,  que 
opinas  y  que  eres  un  apasionado  de  los  portugueses.  Esto, 
pues,  debe  servirte  de  gobierno,  para  excusar  tu  regreso 
hasta  tiempos  más  serenos.  Pero  lo  peor  es  que  me  parece 
que  este  remedio  no  les  alcanza  á  ponerse  á  cubierto,  por- 
que se  habla  con  toda  libertad  de  que  estallará  en  breves 
días  una  pueblada  infernal,  para  variar  el  gobierno  y  de- 
clarar la  guerra  al  Brasil.  Se  espera  al  Congreso  de  ésta, 
y  Dios  quiera  que  no  salga  por  la  Puerta  de  los  Carros,  co- 
mo salió  la  Asamblea. 

"Todo  presenta  un  funesto  cuadro,  y  deben  esperarse 
de  im  momento  á  otro  novedades  en  todos  los  puntos  de 
armas,  pues  en  todos  están  pendientes  batallas,  y  su  re- 
sultado aquietará  ó  alterará  las  gentes  de  revolución,  que 
siempre  esperan  sacar  partido  de  ellas...  Se  trató  de  en- 
viar al  Janeiro  en  misión  especial,  á  don  Miguel  Irigoyen 
-el  cual  rehusó.  En  vista  de  su  resistencia  se  trató  de  en- 
viar á  don  Manuel  H.  Aguirre  que  tampoco  aceptó." 


iN-l  LA    ALIANZA   DKL   RKV   DE   PORTUGAL 

pósitos  de  Garcia.  cayó  sobre  él  otro  golpe  tan  sen- 
sible para  su  afecto  como  desfavorable  para  los  ne- 
gocios públicos  cjiíe  tenía  entre  manos.  "Seria  muy 
conveniente  (le  escribe  al  Supremo  Director;  que 
ustedes  no  demorasen  la  ratificación  de  los  artícu- 
los adicionales  al  convenio  de  26  de  mayo  de  1812; 
j)orque  ha  sobrevenido  un  incidente  cuyas  conse- 
cuencias no  podemos  adivinar.  El  señor  conde  da 
Barca  ha  fallecido.  La  causa  del  Nuevo  Mundo  ha 
perdido  en  él  un  amigo  smcero  y  un  defensor  ar- 
diente. El  veía  las  inmensas  consecuencias  que  de- 
bía producir  la  emancipación  de  nuestro  continen- 
te, y  era  capaz  de  sentir  las  emociones  que  puede 
excitar  esta  perspectiva  y  la  gloria  de  tener  parte 
en  tan  grandes  beneficios.  A  esto  aplicaba  sus  ta- 
lentos, en  esto  empleaba  gustosamente  los  restos 
de  una  vida  trabajada  y  ya  fugitiva.  Ha  muerto 
este  estadista  muy  mal  á  propósito  para  los  intere- 
ses de  su  patria,  cuando  casi  todos  los  hilos  de  este, 
delicado  negocio  estaban  sueltos.  Nuestra  pérdida 
también  parecería  enorme,  si  hubiera  de  calcularse 
por  la  exaltación  con  que  han  visto  caer  á  este  hom- 
bre, el  ministro  de  España  y  sus  amigos.  }^Ias  pue- 
de ser  que  su  mal  deseo  los  alucine  en  esta  oca 
como  en  otras.  El  impulso  está  dado,  y  la  sombra 
de  Araujo,  vagará  aún  muchos  días  por  este  ga- 
binete. 

"Es  verdad  que  tenemos  muchas  faltas  que  sen- 
tir, pero  quizá  podremos  suplirlas  con  un  manejo 
más  cuidadoso,  y  más  conforme  á  las  circunstan- 
cias que  se  vayan  presentando.  .  .  Parece  que  los 
nuevos  ministros  tienen,   en  general  buenas  ideas,. 


CON    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  1 85 

pero  necesito  tiempo  para  ratificar  mi  juicio"  (i6). 
En  la  duda  de  cuál  sería'  su  posición  con  el 
nuevo  ministerio,  García  se  mantuvo  en  una  digna 
reserva.  No  estando  reconocida  nuestra  independen- 
cia carecía  de  carácter  público  diplomático  para  ha- 
cer visitas  oficiales.  Pero  cinco  días  después  volvió 
á  establecer  sus  relaciones  con  el  nuevo  ministerio 
en  el  mismo  pie  en  que  las  había  tenido  con  el  con- 
de da  Barca:  "El  día  7  del  corriente  (agosto)  fui 
convidado  (decía)  á  una  conferencia,  por  Su  Ex- 
celencia el  señor  Juan  Pablo  Becerra :  fui  recibido 
de  una  manera  singularmente  honorífica,  siéndo- 
me sobre  todo  notable  el  lenguaje  de  Su  Excelen- 
cia, al  entrar  en  materia.  Me  informó,  en  primer 
lugar,  que  habiéndole  pedido  Su  Majestad  cpie  me 
tratase,  él  se  había  apresurado  á  cumplir  con  los 
deseos  del  soberano,  y  con  los  suyos  mismos; 
que  estaba  muy  cierto  de  la  nobleza  de  mis  senti- 
mientos, y  esperaba  por  eso  que,  desempeñando  con 
ella,  yo,  los  encargos  de  mi  nación,  y  él  los  de  la 
suya,  vendríamos  á  perfeccionar  relaciones  sólidas, 
porque  serían  mutuamente  útiles.  Hablóme  de  la 
conveniencia  de  hacer  algunos  arreglos  comercia- 
les, tocando  de  paso  la  necesidad  de  tranquilizar  á 
los  neutrales  en  cuanto  á  los  abusos  de  los  corsa- 
rios ;  y  concluyó  diciendo,  que  aunque  me  creía  per- 
suadido  de   que   Portugal   no   entraría  en  liga   con 

(16)  El  conde  de  la  Palmella  era  nombrado  ministro 
de  Estado;  pero  como  desempeñaba  la  embajada  de  Lon- 
dres y  la  representación  de  su  soberano  en  el  Congreso  de 
las  potencias,  debía  suplirlo  durante  su  ausencia  el  señor 
Bezerra,  presidente  del  Real  Erario.  Con  éste  entraban 
Tomás  Antonio  de  Villanova  Portugal  y  el  conde  de  Arcos. 


1 86     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

España,  contra  la  América,  él  me  aseguraba  de  nue- 
vo que  lo  tenía  por  absolutamente  inverificable. 

"Contesté  á  Su  Excelencia  con  la  debida  corte- 
sía :  le  aseguré  cjue  mi  gobierno  tendría  un  verda- 
dero pesar,  sí  se  realizasen  los  daños  cjue  se  supo- 
nían hechos  á  los  neutrales,  por  abuso  del  pabellón 
de  las  Provincias  Unidas,  y  Cjue  estaba  cierto  de  que 
se  tomarían  medidas  eficaces  para  evitarlos  en  ade- 
lante. Hice  luego  una  exposición  de  los  principios 
generales  de  nuestra  política,  y  de  la  capacidad  de 
las  Provincias  Unidas,  para  entretener  ventajosas 
relaciones  de  comercio  con  estos  reinos,  y  terminé 
mi  exposición,  diciendo,  que  un  punto  había  fun- 
damental, inmutable,  y  que  no  admitía  alteración, 
á  saber:  Independencia  absoluta  de  la  dominación 
española.  Que  podía  lisonjearme  de  que  Su  Majes- 
tad Fidelísima  lo  reconocía  justo,  de  c]ue  no  lo  ata- 
caría directa  ni  indirectamente,  y  por  eso  creía  que 
podrían  realizarse  las  ventajosas  transacciones  que 
Su  Excelencia  deseaba  celebrar  para  mutua  utili- 
dad de  las  dos  naciones  vecinas.  Que  para  mostrar 
á  Su  Excelencia  el  estado  de  la  opinión  de  las  pro- 
vincias respecto  de  aquel  punto  fundamental,  no 
podía  hallar  comparación  más  propia  que  la  de  la 
nación  portuguesa,  al  tiempo  de  la  restauración  de 
la   monarquía. 

Parecióme  Su  Excelencia  extremadamente  sa- 
tisfecho: me  rogó  expresamente  quisiese  tratarlo 
con  amistad,  añadiendo  que  las  puertas  de  su  ga- 
binete estarían  abiertas  para  mí,  á  todas  horas.  Yo 
puse  término  á  la  visita,  ofreciéndole  pruebas  su- 
cesivas de  cuánto  apreciaba  las  muestras  de  con- 
fianza que  se  me  daban. 


CON    LAS    PROV^INCIAS   ARGENTINAS  1 8/ 

"Me  consta  que  el  ministro  hizo  al  rey  una  des- 
cripción muy  favorable  de  su  entrevista  conmigo. 
Su  Majestad,  que  fué  el  promovedor  de  ella,  quedó 
sumamente  satisfecho  y  confirmado  en  su  buenas 
disposiciones  respecto  de  nosotros '. 

A  pesar  de  esto,  el  comisionado  tenía  algunos 
temores  que  no  carecían  de  importancia  y  C[ue  lo 
impelían  á  convertirse  á  su  gobierno  de  que  debía 
ganarle  cic  mano  á  España  ligándose  á  Portugal 
con  un  tratado  de  alianza.  En  apoyo  de  sus  conse- 
jos observaba  que  la  ocupación  de  la  Banda  Orien- 
tal tenía  un  carácter  interino ;  que  desde  luego  po- 
día considerársele  tanto  como  una  condición  favo- 
rable á  los  intereses  argentinos,  cuanto  como  un 
recurso  que  quedaba  en  manos  del  gobierno  portu- 
gués para  obrar  según  fuesen  sus  intereses,  en  el 
caso  c[ue  á  ello  se  viese  obligado  por  la  poca  dis- 
creción del  gobierno  de  Buenos  Aires,  por  la  fuer- 
za fatal  de  las  cosas  europeas  ó  por  otros  inciden- 
tes, muy  posibles,  que  vinieran  á  poner  en  peligro 
sus  intereses  primordiales.  García  no  temía  que  pu- 
diera ser  fementido  un  gobierno  notoriamente  res- 
petable como  el  del  rey  don  Juan  VI  y  sus  minis- 
tros. Pero  comprendía  que  permaneciendo  las  mu- 
tuas relaciones  en  un  estado  indeciso,  y  aún  con 
síntomas  hostiles  de  parte  de  Buenos  Aires,  la  des- 
ocupación de  la  Banda  Oriental  era  una  eventuali- 
dad peligrosísima  para  el  orden  interior,  no  sólo 
po^  la  prepotencia  en  que  cjuedaría  Artigas,  sino 
porque  podía  servir  de  base  al  gobierno  portugués 
para  transigir  con  España  acatando  el  influjo  ó  las 
amenazas  de  las  grandes  potencias  decididas  á  po- 
nerlos en  paz;  y  esto,   sin  contar  con  la  creciente 


l88  LA   AUIAKZA   DEL   UEV  DE   PORTUGAL 

agitación  por  el  regreso  del  rey  á  Lisboa  que  co- 
menzaba á  liacerse  sentir  en  las  graneles  ciudades 
de  Portugal.  Tan  gravísimos  peligros  no  podian 
apartarse  sino  aprovechando  la  reyerta  de  los  dos 
reyes  de  la  península  ibérica  para  celebrar  un  con- 
venio que  inutilizase  los  medios  políticos  que  tenía 
todavía  el  de  España,  y  que  estaba  despreciando; 
de  modo  que  cuando  volviese  y  se  viese  obligado  á 
emplearlos  por  sí  mismo,  ó  con  la  mediación  de  las 
otras  potencias,  se  encontrase  con  que  el  gobierno 
del  Río  de  la  Plata  ya  era  aliado  del  de  Portugal, 
y  parte  necesaria  por  consecuencia  en  los  arreglos 
finales  de  la  cuestión  europea. 

Tomando  el  asunto  bajo  este  aspecto,  el  habilí- 
simo diplomático  le  decía  al  gobierno :  "Tal  es  el 
semblante  que  hoy  presenta  esta  corte.  Algunas 
ventajas  puede  proporcionarnos,  pero  el  bien  más 
sólido,  y  que  más  eminentemente  nos  importa  aho- 
ra, es,  si  no  me  engaño,  ganar  de  mano  á  España, 
para  que  no  haga  uso  de  los  recursos  políticos  que 
tiene,  y  que  ha  despreciado  hasta  aquí.  La  fortuna 
suele  ser  tan  varía  en  las  cortes,  como  en  las  cam- 
pañas militares,  y  suele  en  aquéllas  castigar  con 
igual  severidad  que  en  éstas,  á  los  que  desprecian 
sus  favores.  Esta  reflexión  me  inquieta  de  continuo, 
y  me  hace  desear  mucho  sus  instrucciones,  pién- 
sese ó  no  en  mantener  esta  diputación.  No  crea  us- 
ted que  estas  ideas  provengan  de  un  exceso  de  ti- 
midez; ellas  se  fundan  en  la  instabilidad  de  las  opi- 
niones políticas,  afectadas  indistintamente  por  los 
infinitos  objetos  que  pueden  mover  el  corazón  hu- 
mano niiciitras  no  está  contenido  por  las  leyes  na- 
turales  ó   por   coin'cuciones  sagradas  y   peligrosas 


CON    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  1 89 

de   infringir.    Se    fundan   también,    en   la    situación 
presente  de  esta  corte''    (17). 

Decidido  á  obrar  con  energia,  Fernando  AI  I 
C[uiso  primero  interpelar  á  las  potencias,  no  preci- 

(17)  "Las  causas  de  temor  que  expliqué  á  usted 
cuando  le  avisé  la  muerte  del  conde  da  Barca,  no  han  des- 
aparecido aún.  Las  agitaciones  del  Portugal  europeo  han 
crecido,  como  verá  usted  por  los  papeles  públicos  de  Li- 
glaterra;  y  su  partido  aquí  se  enfervoriza  con  nuevas  es- 
peranzas. Dícese  que  Lisboa  ha  enviado  al  rey  una  vigo- 
rosa representación,  firmada  por  más  de  tres  mil  personas, 
en  que  le  hacen  presentes  las  calamidades  del  reino,  y  la 
necesidad  de  que  S.  M.  ó  el  príncipe  real  vuelva  á  su  an- 
tigua metrópoli.  No  es  fácil  adivinar  el  resultado.  Usted  lo 
pensará,  y  no  olvidará  nunca  que  mis  reflexiones  tocan  di- 
rectamente al  período  actual.  Los  motivos  que  haya  para 
esperar,  ó  para  temer  en  lo  venidero,  ni  se  ocultan  á  usted, 
ni  es  prudente  desmenuzarlos  aquí.  Bastará,  me  parece, 
no  perderlos  de  vista,  y  que  en  nuestras  comunicaciones 
oficiales  nos  conformemos  escrupulosamente  al  lenguaje 
que  ha  usado  esta  corte  con  nosotros  y  con  los  gabinetes 
europeos,  para  sincerar  sus  intenciones. 

"Ha  dicho  que  su  ejército  es  de  viera  ocupación  y  que 
ésta  debe  cesar  con  los  motivos  que  ella  misma  ha  publi- 
cado. 

"Conservando  cuidadosamente  ese  derecho,  podremos 
reclamarlo  después  con  justicia,  ó  cederlo  con  utilidad  y 
ventaja,  según  lo  hallase  mejor  ¡a  sabiduría  de  nuestros 
Consejos. —  Entretanto,  no  sería  bueno  dejar  escapar  ame- 
nazas, ni  deseos  indiscretamente  anticipados ;  irritarían,  si 
hay  buena  fe,  y  si  no  la  hay,  desvanecerán  demasiado  pron- 
to les  fantasmas  de  la  ambición. 

"Y  ciertamente  que  usted  no  hallará  justo  que  yo  ande 
siempre  asendereado,  y  sin  más  regla  de  aprobación  que  los 
resultados,  en  materias  tan  difíciles,  y  en  tiempos  tales,  que 
una  misma  cosa  puede,  en  el  espacio  de  pocas  horas,  repu- 
tarse óptima,  y  pésima, 

''Ni  la  opinión  sostenida  del  rey  Fidelísimo,  ni  su  buen 


IQO  LA   ALIANZA   DEL   REY   DE   PORTUGAL 

sámente  para  que  nicdiascii,  sino  ])ai'a  que  iatcri'i- 
niesen  con  su  autoridad  y  con  sus  medios  de  acción 
á  exigir  que  Portugal  desalojase  la  Banda  Orien- 
tal del  Río  de  la  Plata.  De  manera  que  restrin- 
giendo el  reclamo  al  límite  de  su  soberbia  y  de  su 
exclusivo  interés,  eliminaba  la  cuestión  de  Oliven- 
za  que  no  quería  poner  en  tela  de  juicio,  liasta  que 
el  rey  de  Portugal  se  restituyese  á  Lisboa,  pues  su 
permanencia  en  Rio  Janeiro  perjudicaba  moral  y 
positivamente  al  sistema  y  al  imperio  colonial  de 
España.  Fernando  VII  esperaba  con  esto,  que  si 
al  fin  tenía  que  hacer  la  guerra  é  invadir  á  Portu- 
gal, encontraría  en  el  seno  del  país  la  adhesión  de 
un  fuerte  partido  portugués  que  ofendido  por  el 
abandono  de  la  vieja  patria,  en  provecho  de  la  nu.^- 
va  capital  sudamericana,  se  declarase  por  él  reco- 
nociéndole los  derechos  que  le  venían  de  su  tía  do- 
ña i\Iaría  Ana  de  Borbón,  hermana  de  su  abuelo 
Carlos  III,  y  viuda  de  don  José  I  de  Portugal. 

Mientras  ponía  en  juego  estos  y  otros  medios 
de  tomar  grandes  desquites  en  el  caso  que  no  con- 
siguiera el  desalojo  de  la  Banda  Oriental,  hizo  mar- 
char á  Badajoz  doce  regimientos  de  infantería,  cin- 
co de  caballería,  y  la  artillería  llamada  de  Segoz'ia, 
bajo  las  órdenes  de  Castaños  como  general  en  jefe 
del  Ejército  de  Extremadura,  y  de  Elío  como  su  se- 
gundo, con  otras  disposiciones  militares  que  hacían 
comprender  su  propósito  de  aumentar  esta  base  á 

carácter,  ni  los  compromisos  gravísimos  en  que  se  ha  pues- 
to delante  del  mundo  entero,  ni  las  muestras  de  favor  da- 
das por  sus  ministros,  pueden  alucinarme  hasta  el  punto 
de  confiar  en  que  se  harán  otras  iguales  adquisiciones,  ó 
que  mantendré  las  hechas  sin  que  ustedes  me  ayuden". 


COX    LA?    PROVINCIAS   ARGENTINAS  IQI 

lo  necesario  para  ejecutar  una  formidable  invasión 
en  el  vecino  reino.  Contando  en  seguida  con  el  po- 
deroso efecto  moral  que  estas  medidas  debian  pro- 
ducir entre  las  potencias  interesadas  en  conservar 
la  paz  en  Europa,  y  sobre  el  ánimo  de  los  portu- 
gueses, mand(5  el  conde  de  Casa  Flores  en  misión 
especialisima  para  c|ue  presentara  su  últiinofmn  en 
Rio  Janeiro.  AJe  parece  que  tendremos  algún  lance, 
pero  estoy  dispuesto  á  todo'',  decía  Garcia  al  anun- 
ciar la  llegada  de  este  individuo,  especie  de  matón 
deslenguado  y  A-iolento.  que  habia  sido  escogido 
precisamente  para  que  hiciera  ruidosa  y  amena- 
zante la  gestión  (i8). 

Deseoso  de  que  su  gobierno  conociera  á  fondo 
el  estado  de  las  cosas  y  de  los  intereses  Cjue  podian 
afectar,  en  bien  ó  en  mal,  la  suerte  de  las  Provin- 
cias Unidas  del  Rio  de  la  Plata,  García  pasa  una 
mirada  llena  de  luz  sobre  la  situación  interna  de 
España  y  sobre  los  estímulos  ó  tendencias  de  cada 
una  de  las  otras  naciones  c[ue  podían  ayudarla  ó 
contrariarla  en  sus  ofensas  contra  Portugal  y  en  el 
empeño  de  reconquistar  su  imperio  colonial.  Y  aun- 
que consideraba  que  la  situación  financiera  de  Es- 
paña era  de  las  más  atrasadas  y  necesitadas  que 
podían  imaginarse,  creía  también  que  no  era  del 
todo  imposible  que  pudiera  hacer  un  esfuerzo  su- 
premo y  último,  que  no  sería  por  eso  menos  peli- 

(i8)  Don  ]\íanuel  José  García  había  probado  tener 
mucho  valor  personal  como  capitán  del  Batallón  de  Cán- 
tabros, que  á  las  órdenes  de  su  padre  defendió  la  línea  de 
Santo  Domingo  en  1807  é  hizo  rendir  en  ella  á  la  división 
del  general  Craufurd  que  atacó  la  plaza  por  ese  costado 
Véase  el  vol.  II,  pág.  143. 


19-2  LA   ALIANZA  DEL   REY   DE   PORTUGAL 

groso  y  pesado  para  el  gobierno  de  Buenos  Aires,' 
si  no  se  contara  con  Portugal  para  contener  ese 
golpe.  Entre  las  potencias  europeas,  la  más  digna 
de  tomarse  en  consideración  era  Inglaterra,  porque 
su  imperio  de  los  mares  la  hacía  arbitra  del  Atlán- 
tico. Pero  era  mu}'  dudoso  saber  lo  que  se  podía 
esperar  ó  temer  de  ella,  porque  aún  cuando  no 
obrase  directamente,  con  sólo  dejar  hacer  á  las  otras 
podía   causarnos   males   enormes    (19). 

En  Río  Janeiro,  todo  el  gabinete  y  el  comisio- 
nado argentino  estaban  esperando  con  ansiedad  los 
primeros  pasos  con  que  el  conde  de  Casa  Flores 
diera  principio  á  su  estrepitosa  misión.  Al  fin  rom- 

(19)  '"Para  aclarar  cuanto  llevo  dicho,  echemos  una 
ojeada  sobre  las  disposiciones  de  aquellas  naciones  que 
más  principalmente  pueden  dañarnos,  ó  favorecernos,  se-, 
gún  puede  deducirse  de  los  papeles  públicos  de  Europa. 
España,  en  primer  lugar  es  atormentada  por  sus  heridas 
antiguas  y  nuevas,  agravadas  con  el  peso  del  despotismo, 
envenenada  por  odios  fraternales  y  venganzas  de  partido, 
y  sin  medio  de  curarlas,  por  el  estancamiento  del  comercio, 
por  la  aniquilación  de  la  industria,  y  por  la  suma  tenaci- 
dad de  sus  preocupaciones  religiosas  y  políticas. 

''Pero,  como  sus  males  tocan  ya  la  raya  de  intolerables, 
y  el  estado  de  sus  rentas  públicas  anuncia  muy  cercana 
una  espantosa  bancarrota,  los  ministros  actuales  según  pa- 
rece se  han  resuelto  á  arrostrarlo  todo.  El  ministro  de 
Hacienda  ha  propuesto  un  plan  de  que  hablé  á  usted  otra 
vez,  y  que,  segiín  las  Gacetas  extranjeras  y  cartas  de  Ma- 
drid, parece  que  es  en  substancia  el  que  incluyo.  No  sé  si 
me  engañaré,  juzgando  que  él  es  absolutamente  incompa- 
tible con  el  atraso  de  España  y  con  el  ascendiente  del 
clero  sobre  el  pueblo  y  sobre  el  ánimo  del  rey  Fernando. 

"Veo  que  se  habían  pedido  á  Roma,  bulas  para  alla- 
nar el  privilegio  eclesiástico,  y  muchos  días  después,  el 
Titiles,  refiriéndose  á  carta  de  Madrid  del  23  de  mayo,  pre- 


CON     LAS     PROVINCIAS    ARGENTINAS     '        I93 

pióse  la  d;da  el  10  de  octubre.  "Ayer  (escribía 
García)  fui  llamado  con  urgencia,  y  tuve  una  inte- 
resante entrevista  con  el  ministro  de  Relaciones 
Exteriores.  Una  orden  del  mismo  rey  le  había  in- 
dicado  que   me   diese   conocimiento   de   la   primera 

senta  el  proyecto  en  la  forma  que  aparece  por  la  ccpia  (*) 
cotéjelo  usted  con  el  primero;  hallará  usted  una  enorm.e 
diferencia,  y  que  es  inadecuado  al  objeto.  La  causa  que 
ha  producido  estos  proyectos  ciertos  ó  falsos  en  el  minis- 
terio de  Hacienda  español,  ha  influido  también  en  el  de 
Relaciones  Exteriores.  España  ha  estado  constantemente 
aferrada  al  siato  quo  de  Carlos  V.  en  América,  y  á  no 
admitir  la  más  pequeña  intervención  extranjera  en  su  lu- 
cha actual  con  ella.  Parece  que  empieza  á  sentir  que  es 
necesario  sacrificar  lo  segundo,  para  obtener  lo  primero. 
De  aquí  ese  nuevo  sistema  de  mediaciones.  Apela  á  las 
grandes  potencias  para  que  medien  en  Portugal,  y  á  Ingla- 
terra para  que  intervenga  en  la  causa  de  América ;  pero 
su  conducta  se  resiste  del  vicio  radical  de  la  corte  de  Ee- 
lipe  II,  y  esto  ipuede  hacer  sus  esfuerzos  tan  inútiles  como 
los  demás  que  ha  hecho. 

"En  cuanto  á  la  mediación  inglesa,  ó  más  propiamente 
su  liga  con  España,  para  subyugar  la  América,  juzgo  que 
simples  concesiones  temporáneas,  acompañadas  de  una  obs- 
tinación en  el  principio  de  que  ésta  sea  absolutamente  su- 
jeta al  despotismo  religioso,  civil  y  político  de  España,  la 
harán  impracticable  por  ahora.  La  popularidad  inglesa,  y 
la  del  continente  europeo,  miran  con  horror  la  tiranía  de 
Fernando  VII,  y  nuestros  heroicos  sacrificios  por  evitarla, 
les  inspiran   interés  y  estimación,    al    mismo    paso  que   la 

(.)  Sobre  el  estado  de  la  Hacienda  de  España  en  I816,  véase  el 
volunieit  séptimo  de  la  Historia  del  siglo  XIX  por  Gerviiuis,  pág.  179, 
edicii'iii  citada  anteriormente.  Id.  volumen  tercero,  pág.  238  Fu  ;u 
Historia  Gcmu-al  ríe  f.spaiif,  volu  -en  XXVII,  La  Fuente  se  expesa  en 
términos  idénticos  á  los  que  muchos  años  antes  había  formulado  el  di- 
putado argentino,  respecto  á  las  inútiles  tentativas  del  ministro  Garay 
por  organizar  la  liacienda  en  ese  año.  estrellándose  con  el  ley.  el  clero 
el  partido  absolutista  y  la  ignorancia  y  preocupaciones  del  pueblo. 

HIST.  JF   1,.\  P.HP.   ARGENTINA.  TOMO  VI. — 13 


194     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

nota  oficial  que  el  conde  de  Casa  Flores  acababa  de 
pasar. 

"La  he  leído  con  atención ;  su  estilo  es  el  que 
me  había  figurado,  pero  más  acrimonioso  de  lo  que 

liberalidad  inherente  á  los  nuevos  estados  americanos  pre- 
senta esperanzas  más  lisonjeras  y  más  constantes  que  el 
sistema  mezquino  de  Fernando  y  sus  promesas  sin  garan- 
tía. Todo  forma  una  masa  de  opinión,  que  no  puede  arros- 
trarse con  honor  ó  con  decencia  para  el  gabinete  de  St.  Ja- 
mes. Es  verdad  que  no  sería  cosa  pasmosa  si  sucediese.  A 
lo  menos,  pienso  que  por  grande  que  sea  la  seguridad  que 
inspiran  las  razones  dichas,  no  debemos  adormecernos  so- 
bre ellas,  al  modo  que  los  marineros  cuando  calculan  pró- 
ximo el  puerto  suelen  dormir  menos  que  cuando  corren  en 
alta  mar  en  desecho  temporal. 

"Aunque  el  ensayo  que  hace  España  en  su  nueva  ca- 
rrera sea  ahora  insuficiente,  reconozco  con  todo  ciertos 
principios  que  desenvueltos  podrían  mudar  grandemente  el 
estado  de  las  cosas.  El  impulso  de  una  necesidad  irresisti- 
ble, ha  conmovido  la  primera  y  antigua  base  de  la  polí- 
tica española:  ha  forzado  á  sus  ministros  á  pretender  la 
intervención  aborrecida,  y  tantas  veces  rechazada,  de  In- 
'glaterra,  y  á  abrirle,  bien  que  con  el  encogimiento  penoso 
de  un  avaro,  su  comercio  directo  con  América.  ¿  Será,  pues, 
tan  extraño  que  creciendo  aquel  impulso  de  la  necesidad, 
vayan  sucesivamente  extendiéndose  las  concesiones  del  ga- 
binete español,  hasta  llegar  á  punto  que  lisonjeen  la  codi- 
cia del  comercio  inglés,  y  concilien  la  popularidad  al  minis- 
terio británico,  para  un  proyecto  con  las  colonias  ?  ¿  Será 
imposible  que  el  mismo  ministerio,  una  vez  decidido,  haga 
que  España,  se  presente  menos  injusta,  para  que  no  sea 
tan  chocante  su  filantropía?  Los  principios  elementales  del 
gabinete  británico,  relativamente  á  nuevos  estados  tras- 
atlánticos, no  son  un  misterio.  Hasta  dónde  puede  contarse 
con  la  moral  política  de  Inglaterra  y  de  las  demás  gran- 
des potencias,  nos  lo  enseña  el  Congreso  de  Viena.  La 
popularidad  inglesa,  además,  se  maneja  muy  hábilmente 
por  el   ministerio:   buena  prueba  es   la  suspensión   indefi- 


CON    LAS    PROVINCIAS    ARGENTINAS  I95 

podía  yo  mismo  esperar  de  una  primera  abertura. 
Está  cuajada  de  expresiones  que  son  verdaderos 
insultos,  y  termina  con  una  intimación  que  estando 
al  valor  de  las  expresiones,  podría  pasar  por  ulti- 
mátum, en  el  que  el  ministro  español  dice :  que 
para  conservarse  la  paz  entre  ambas  coronas,  es 
preciso  que  Su  Majestad  Fidelísima  conteste  ter- 
minantemente, y  convenga  desde  luego:  i."  En  pu- 
blicar de  un  modo  solemne,  que  reconoce  la  sobe- 

nida  de  la  ley  de  babeas  corpas.  Finalmente,  el  Congreso 
de  Viena,  consagró  una  palabra  que  sirve  maravillosamen- 
te para  coJionestar  las  más  grandes  injusticias^  la  legiti- 
midad, sucesora  de  la  soberanía  del  pueblo  que  sirvió  an- 
tes para  santificar  guerras  escandalosas. 

"Después  de  todo,  no  debemos  olvidar  el  estado  de  la 
América  septentrional,  en  donde  se  hacen  esfuerzos  parcia- 
les, y  dudosos  por  consiguiente :  y  donde  la  falta  de  go- 
biernos regulares  pueden  dar  pretextos  á  la  nación  britá- 
nica para  intervenir  en  la  pacificación,  aún  conservando 
la  neutralidad  con  los  americanos  del  Sud.  En  este  caso, 
la  posesión  quieta  del  virreinato  en  Lima,  daría  medios  á 
España  para  prolongar  la  guerra  de  un  modo  eficaz,  sin 
necesidad  de  hacer  ruidosas  expediciones  desde  la  penín- 
sula, especialmente  si  conoce  bien  la  importancia  de  las 
fuerzas  navales. 

"Según  colijo  de  las  disposiciones  generales  de  ese  go- 
bierno, parece  que  Chile  entra  como  parte  esencial  en  el 
plan  de  nuestra  defensa  y  ataque;  aseguro  á  usted  que 
esta  idea  me  llena  de  satisfacción  y  confianza.  ¡  Cuánto  ce- 
lebraría que  entrase  del  mismo  modo  en  el  plan  de  nuestras 
operaciones  políticas  !  Cubiertos  por  los  dos  flancos  y  por 
el  frente  (Portugal)  por  naciones  ligadas  naturalmente 
contra  los  intereses  de  España,  podríamos  hacer  impenetra- 
bles las  fronteras  del  Perú  y  dirigir  con  seguridad  nues- 
tros ataques,  doquier  que  nos  conviniese.  Puestos  en  tal 
situación,  podríamos  entregarnos  sosegadamente  al  grande 
objeto :  la  consolidación  del  orden  interior". 


196  LA   ALIANZA   DEL   REY    DE    PORTl-GAL 

ranía  actual  positiva  de  Sn  Majestad  Cató'ica  sobre 
todos  los  dominios  que  integran  la  monarquía  es- 
pañola, y  especialmente  sobre  el  territorio  de  la 
Banda  Oriental.  2.°  Que  prometa  entregar  desde 
luego  á  Su  Majestad  las  plazas  y  tierras  que  ocupa, 
dando  para  e'.lo  la  garantía  de  alguna  potencia  res- 
petable, ó  la  de  algunas  plazas  fuertes  en  Europa. 
3.°  Que  entre  tanto  España  toma  las  medidas  para 
recibirse  de  estas  sus  posesiones,  las  mandará  Su 
^Majestad  Fidelísima  por  ella,  pero  enarbolando  en 
Montevideo,  y  demás  plazas,  la  bandera  española, 
recibiendo  en  ellas  gobernadores  españoles,  y  des- 
pachándose todo  á  nombre  y  por  la  autoridad  de 
Su  Majestad  Católica.  Que  sólo  con  estas  condi-- 
ciones  podrá  conservarse  la  paz,  siendo  sin  ellas, 
inevitable  la  guerra,  de  cu}'OS  males  será  única- 
mente culpable  el  gobierno  portugués,  al  cual  tam- 
bién pueden,  por  otra  parte,  ser  temibles  las  con- 
secuencias. 

"Propone  luego,  cpe  si  cumplidas  exactamente 
las  condiciones  mencionadas,  quiere  Su  ^^lajestad 
Fidelísima  entrar  en  una  alianza  ofensiva  contra 
los  rebeldes  del  Río  de  la  Plata,  está  dispuesto  á 
ello  Su  Majestad  Católica,  y  que  se  tratará  el  nego- 
cio convenientemente.  Concluye  la  nota  con  un 
cumplimiento  al  ministro  actual,  á  quien  supone 
de  diferentes  principios  que  su  antecesor,  que  por 
motivos  particulares  ha  traído  las  cosas  á  este  ex- 
tremo; cumplimiento,  que  sin  obligar  al  ministro 
Bezerra,  ha  ofendido  al  rey,  á  quien  se  supone,  con 
grosería  un  ser  insignificante  en  la  dirección  de  su 
gabinete. 

"Vea  usted,  pues,  el  e-tado  de  las  cosas.  Yo  he 


CON     LAS     PROVINCIAS    ARGENTINAS  1 97 

leído  dos  veces  la  nota  original,  y  estoy  aiif orinado 
para  decir  á  usted  que  Su  Majested  Fidelísima  no 
entra  por  semejante  partido :  que  será  fiel  á  las  pro- 
mesas hechas  por  mí  conducto,  y  presentadas  en 
el  proyecto  consabido  (20),  y  que  ésta  es  su  inmu- 
dable resolución". 

"El  ministro  me  ha  dicho  que  él  juzga  inevita- 
l;le  un  rompimiento,  y  que  es  preciso  nos  entenda- 
mos. Ale  ha  recordado  la  procastínación  de  los  ar- 
tículos adicionales,  cuya  sanción  desea  muchísimo, 
y  es  muy  importante.  Hemos  quedado  en  que  cua- 
lesquiera diferencias  ó  dudas  sobre  esa  materia,  las. 
hemos  de  arreglar  al  instante,  y  que  no  habrá  em- 
barazos por  la  línea  de  ocupación,  ó  de  operacio- 
nes, ni  por  otro  motivo  semejante. 

"Es  llegado,  pues,  el  momento  de  redoblar  nues- 
tras diligencias.  Xo  perdamos  circunstancias  tan 
favorables.  Contésteme  usted  sin  demora,  expliqúe- 
se conmigo  en  lo  ostensible,  haciéndose  cargo  de 
la  actitud  de  España  y  de  las  potencias  que  parecen 
amenazar  á  Portugal;  diga  que  Su  Majestad  Fi- 
delísima tendrá  en  sus  vecinos  buenos  amigos  y 
aliados  naturales  que  no  le  abandonarán  con  ba- 
jeza, ni  venderán  sus  servicios,  etc.  Sobre  todo, 
esos  artículos  adicionales,  que  no  se  entorpezcan. 
La  diligencia  es  madre  de  la  buena  ventura :  y  us- 
ted sabe  que  un  instante  suele  valer  muchos  siglos 
de  gloria  6  de  ignominia.  ^Mientras  los  españoles 
desahogan  su  natural  fiereza,  avancemos  nosotros 
sobre  el   corazón   del   rey   fidelísimo.    Esto   está  en 

(20)      De  Artículos  Adicionales  al  convenio  de  26  de 
mavo  de  181 2. 


198     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

nuestro  poder.  Que  cuando  aquéllos  vuelvan  sobre 
sí,  estén  ganados  de  mano". 

Estaba,  pues,  á  punto  de  conseguirse  el  objeto 
que  el  comisionado  argentino  había  buscado  con 
tanto  talento  como  discreción.  Las  esperanzas  con 
que  había  iniciado  su  misión  estaban  por  decirlo 
así  realizadas.  Después  de  la  nota  y  de  los  denues- 
tos del  conde  de  Casa  Flores  era  de  esperarse  que 
estallara  la  guerra  entre  España  y  Portugal  dando 
á  las  provincias  argentinas  la  alianza  de  un  respe- 
table poder  europeo  puesto  con  su  fuerte  escuadra 
al  servicio  de  nuestra  independencia.  La  causa  ha- 
bía venido  á  ser  una  misma  para  las  dos  naciones 
"y  sus  intereses  estaban  políticamente  indentifica- 
dos"  como  el  hábil  diplomático  lo  había  previsto  y 
prometido. 

Al  ver  que  eran  vanas  las  amenazas  y  la  viru- 
lencia de  sus  agentes,  Fernando  VII  monto  en  ira 
y  le  comunicó  al  embajador  ruso,  conde  de  Tattis- 
cheff,  su  más  íntimo  é  influyente  consejero,  que  iba 
á  poner  en  marcha  inmediata  sobre  el  territorio 
portugués  el  Ejército  de  Estremadura.  Tattischeff 
convino  en  que  el  derecho  del  rey  de  España  era 
incuestionable  y  de  práctica  en  todos  los  casos  co- 
mo este  en  que  un  gobierno  cualquiera  invadía  gra- 
tuitamente el  territorio  ó  las  provincias  de  otro  rey. 
Pero  temiendo  que  su  gobierno  lo  hiciese  respon- 
sable de  no  haber  paralizado  las  resoluciones  tem- 
pestuosas del  rey  de  España,  hasta  que  el  empera- 
dor de  Rusia  meditase  y  resolviese  sobre  tan  grave 
incidente,  hizo  presente  lo  difícil  y  comprometido 
de  su  situación  personal,  y  consiguió  que  Fernando 
(sin  perjuicio  de  poner  la  última  mano  á  sus  pre- 


CON    IvAS    PROVINCIAS    ARGENTINAS  I99 

parativos  de  guerra  en  Europa  y  en  el  Río  de  la 
Plata)  comunicase  al  emperador  moscovita  la  reso- 
lución que  había  tomado,  pidiéndole  su  apoyo,  di- 
plomático al  menos,  para  el  caso  muy  probable  de 
que  se  opusiese  Inglaterra,  que  era  la  única  poten- 
cia que  podía  estorbárselo.  Fernando  VII,  que  sa- 
bía muy  bien  que  ese  era  el  lado  de  donde  debía 
temer  un  interdicto,  aceptó  el  consejo  (21). 

El  czar  comprendió  la  inmensa  gravedad  de  la 
situación.  Pero  penetrado  también  de  la  justicia 
con  que  el  rey  de  España  representaba  sus  derechos 
tradicionales  al  territorio  embestido  por  el  de  Por- 
tugal, y  de  la  necesidad  urgentísima  que  tenía  de 
disponer  de  él  con  entera  libertad  de  acción,  creyó 
que  podía  convenirle  tomar  cartas  en  el  asunto;  y 
contestó  que  en  último  caso  daría  su  apoyo,  pero 
que  antes  de  tomar  desquite  y  prendas  positivas 
era  indispensable  que  el  rey  de  España  protestase 
enérgicamente  ante  la  Dieta  de  las  potencias,  ha- 
ciendo presente  que  si  el  rey  del  Brasil  no  era  em- 

(21)  Aficionado  á  gentes  de  baja  índole  y  de  ruin 
extracción,  Fernando  Vil  había  formado  en  su  aposento 
una  Junta  de  ellas  que  entendían  en  los  asuntos  de  Estado 
más  que  los  mismos  ministros,  designada  con  el  nombre  de 
¡a  Camarilla.  La  componían  el  jesuíta  Ostalaza  confesor 
de  don  Carlos,  Ramírez-Arellano,  el  duque  de  Alagón,  un 
cierto  Collado  conocido  por  Chamorro,  el  barbero  IManillo 
y  otros,  que  tenían  mano  en  las  decisiones  del  rey,  aumen- 
tando más  con  su  ineptitud  y  bajos  manejos  "los  apuros  y 
negrura  de  la  situación".  El  enviado  ruro  Tattischeff,  con 
cuya  corte  estaba  la  de  España  en  muy  amistosas  relacio- 
nes, ejercía  gran  influjo  en  la  Camarilla,  y  por  consiguien- 
te, en  todos  los  ramos  de  la  administración.  Gebhardt,  to- 
mo VI,  pág.  662-3. 


200     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

plazado  á  desistir  de  la  usurpación  militar  que  ha- 
l)ía  hecho  de  los  puertos  orientales  del  Río  de  la 
Plata,  donde  coartaba  las  operaciones  de  las  tro- 
pas españolas  contra  los  rebeldes,  se  haría  justicia 
por  su  propia  mano,  apoderándose  de  Portugal  en 
prenda,  ó  como  conquista,  según  fuese  la  satisfac- 
ción que  se  le  diese  por  el  despojo  y  por  la  ofensa 
inferida. 

Mas,  cuando  todo  parecía  concurrir  así  á  poner 
en  armonía  la  causa  y  los  intereses  de  las  dos  na- 
ciones americanas,  surgió  de  improviso  un  virulen- 
to altercado  entre  el  general  en  jefe  de  las  tropas 
portuguesas,  y  el  Supremo  Director  de  las  Provin- 
cias Unidas  del  Río  de  la  Plata.  Lecor  había  entra- 
do en  ^Montevideo,  y  la  verdad  sea  dicha,  lejos  de 
encontrar  resistencia,  ó  mala  voluntad,  el  vecin- 
dario y  todos  aquellos  habitantes  afincados,  de  hono- 
rable familia  y  de  intereses  urbanos,  lo  recibieron 
con  los  brazos  abiertos,  porque  llegaba  en  efecto 
como  protector  de  vidas  y  haciendas  á  salvarlos  de 
los  atentados  intermitentes  de  Artigas  y  de  los  ca- 
pitanejos Otorgues,  Encarnación,  José  Culta,  el 
negro  Casavalle  y  otros  no  menos  feroces,  que  den- 
tro de  la  plaza  á  veces,  y  merodeando  siempre  por 
los  suburbios,  robaban,  saqueaban,  mataban  y  sa- 
ciaban de  todos  modos  sus  terribles  y  enérgicas  pa- 
siones. El  imperio  de  las  autoridades  portuguesas 
llegó,  pues,  como  la  salvación  en  un  naufragio, 
para  aquellos  infelices  expuestos  todos  los  días  á 
los  pavorosos  estremecimientos  del  terror  y  del  cri- 
men. Pero  estas  gentes  desventuradas  estaban  muy 
lejos  de  ser  el  país.  De  su  mejor  y  más  distinguida 
parte,  aquellos  que  habían   sido  afectos  ó  que  ha- 


CON    LAS     PROVINCIAS    ARGENTINAS  20I 

bían  estado  ligados  con  los  intereses  españoles,  se 
hallaban  emigrados  en  Río  Janeiro ;  y  los  otros, 
que  habían  tomado  partido  por  la  Independencia 
argentina  se  habían  afincado  y  refundido  en  el  ve- 
cindario de  Buenos  Aires,  ó  seguían  con  honra  la 
carrera  de  las  armas  en  los  ejércitos  del  Xorte  y  de 
los  Andes.  El  residuo  que  esta  disolución  interna 
había  dejado  en  ]\Iontevideo  y  en  las  aldeas  cerca- 
nas, era  tan  diminuto  que  ya  no  formaba  clase  con 
carácter  político  que  pudiera  tener  valimiento  ó  in- 
flujo, ni  siquiera  como  simple  entidad  moral.  El 
país  y  la  patria  de  los  orientales  estaban  en  otra 
parte :  eran  la  campaña  vasta,  plegada,  montuosa^ 
habitada  por  indios  y  gauchos  cerriles,  c|ue  al  ha- 
cer uso  de  su  vigorosa  naturaleza  confundían  en 
conciencia  el  derecho  con  el  desorden,  la  patria  con 
la  mirada  del  caudillo,  y  la  autoridad  pública  con 
el  rebenque  y  con  el  facón  que  llevaba  al  cinto  (■22). 
Estos  eran  los  orientales  genuínos  de  la  lucha. 
los  patriotas  del  país  interesados  con  espontánea  y 
primitiva  pasión  en  la  defensa  de  su  independen- 
cia :  esto  es,  de  los  hábitos  y  de  la  robusta  barbarie 
que  gozaban  en  los  campos  y  selvas  en  cjue  vivían. 
Por  tradición  y  por  comunidad  de  preocupaciones 
con  sus  caudillos  (que  por  lo  general  tenían  para 
ellos  el  mérito  de  ser  prófugos  de  la  ley)  no  respi- 
raban sino  odio  á  sus  vecinos  del  Xorte  y  del  Oes- 
te, portugueses  y  porteños.  Mucho  de  natural  había 
en  esto  por  la  innata  ojeriza  con  que  se  miran  siem- 
pre las  poblaciones  rayanas,  pero  en  este  caso,  es 
menester  convenir  en  Cjue  había  mucho  de  bárbaro 

(22)     Facón  era  el  nombre  gauchesco  del  machete. 


202     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

también,  y  no  poco  de  histórico  contra  la  fama  y  los 
influjos  absorbentes  de  una  ciudad  capital,  rica  y 
predominante,  que  en  la  ribera  occidental  había 
sido  el  centro  de  los  poderes  constituidos  y  que 
como  órgano  de  las  autoridades  supremas  había 
pesado,  con  el  brazo  fuerte  de  la  policía  colonial, 
sobre  esa  Calabria,  caos  de  crímenes  y  de  vida 
agreste- que  prevalecía,  hosca  y  huraña,  en  la  orilla 
oriental.  De  todo  esto  se  había  condensado  una  ma- 
sa de  rencores  políticos  y  de  apasionado  localismo 
que  ya  no  ofrecía  más  solución  que  su  tremendo 
triunfo  ó  su  caída  bajo  la  represión  armada  de  las 
fuerzas  extranjeras.  Con  la  invasión  la  obra  de  Ar- 
tigas estaba  consumada  y  completa :  eso  había  que- 
rido, eso  tenía  ahora  á  su  frente.  Los  orientales  (y 
ya  hemos  dicho  quienes  lo  eran)  levantaron  su  bra- 
zo como  un  solo  hombre  contra  los  invasores  por- 
tugueses. No  quedó  selva,  hondonada,  cuchilla,  ni 
serranía  en  que  no  apareciese  la  cabeza,  ó  no  se 
percibiese  el  trote  de  algún  grupo  de  patriotas  me- 
dio soldados,  medio  bandidos,  pero  bravamente  re- 
sueltos todos  á  defender  la  entidad  nacional,  si  se 
quiere,  que  formaban.  Temeroso  de  los  daños  que 
podía  causarle  una  decisión  tan  unánime  de  toda  la 
campaña,  el  general  Lecor  incurrió  en  el  error  im- 
perdonable de  no  meditar  que  su  autoridad  sobre 
el  país  invadido  era  reciente,  intrusa  y  externa;  y 
sin  tener  presente  que  en  estos  casos  el  pueblo  que 
brega  contra  el  extranjero  no  tiene  ni  tiempo  ni 
medios  de  regimentarse  ó  de  tomar  uniforme  en  lí- 
neas regulares,  incurrió  en  el  atentado  de  promul- 
gar un  edicto  brutal  de  muerte,  no  sólo  contra  los 
prisioneros  que  sin  uniforme  y  sin  número  de  cuer- 


CON    LAS    PROVINCIAS    ARGENTINAS  2O3 

po  cayera  en  sus  manos,  sino  contra  las  familias 
de  los  que  asi  anduviesen  en  armas,  "en  las  cuales, 
dijo,  que  tomarla  severas  represalias".  A  un  gene- 
ral portugués  menos  que  á  nadie  le  correspondía 
promulgar  tan  abominable  medida,  pues  debió  ha- 
ber recordado  que  cuando  Massena  la  tomó  en  1810 
contra  los  portugueses,  en  el  mismo  sentido  y  con 
iguales  razones,  \\'éllington  se  lo  reprochó  como  un 
acto  que  repugnaba  á  la  moral  y  á  la  civilización, 
en  aquella  célebre  nota  que  es  la  más  sublime  ex- 
presión de  la  justicia  en  esta  materia.  "Vuestra  Ex- 
celencia también  aprendió  la  noble  carrera  de  las 
armas  en  que  tanta  gloria  ha  obtenido,  al  lado  de 
patriotas  que  sallan  de  sus  chozas  á  defender  el  sue- 
lo de  su  patria  contra  los  invasores  extranjeros  sin 
tener  tiempo  de  vestir  uniforme  cuando  caían  muer- 
tos ó  prisioneros  al  frente  de  sus  enemigos". 

El  edicto  de  Lecor  causó  en  Buenos  Aires  tan 
violenta  explosión  de  horror,  que  el  gobierno,  pro- 
fundamente chocado  de  que  un  general  europeo  que 
servía  á  una  potencia  civilizada  tuviese  la  insolen- 
cia de  adoptar  iguales  procederes  á  los  de  Artigas, 
tomó  á  su  vez  una  de  esas  medidas  que  á  falta  de 
más  nobles  desquites  sacian  por  un  momento  la 
grita  apasionada  de  los  pueblos,  y  sirven  para  sacar 
del  riesgo  inminente  de  que  sean  sacrificados  aque- 
llos que  sin  culpa  propia  tienen  comunidad  de  ori- 
gen ó  de  ideas  con  los  autores  de  los  hechos,  y  que 
habitan  el  país  ofendido.  Al  edicto  de  Lecor  res- 
pondió Pueyrredón  con  un  bando  mandando  inter- 
nar hasta  la  guardia  fronteriza  del  Lujan  á  todos 
los  subditos  portugueses  que  por  sus  negocios  ó  por 
vecindad  vivían  en  Buenos  Aires. 


204     I-A  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

Aquí  tenemos,  pues,  que  cuando  el  comisionado 
argentino  de  Río  Janeiro  esperaba  por  momentos 
la  autorización  para  hacer  su  ventajoso  tratado  de 
alianza,  se  encuentra  con  uno  de  los  conflictos  más 
difíciles  de  componer  que  puedan  caer  sobre  un  di- 
plomático comprometido  ya  en  sentido  contrario. 
Lo  peor  de  todo  era  que  el  gobierno  no  se  había 
dignado  dar  aviso  siquiera  á  su  comisionado  de  lo 
que  había  acaecido  con  instrucciones  para  señalarle 
como  había  de  proceder :  "Han  venido  pliegos  d: 
^Montevideo  en  que  el  general  Lecor  consulta  lo 
que  hará  en  vista  de  los  oficios  de  Vuestra  Exce- 
lencia relativos  al  edicto  de  15  de  febrero.  Con  este 
motivo  fui  invitado  á  conferenciar  con  un  consejero 
íntimo  de  Su  Majestad  por  estar  muy  indispuesto 
el  primer  ministro.  Yo  no  había  recibido  la  menor 
noticia,  pero  por  los  detalles  que  me  dio  el  capitán 
de  Su  Majestad  Británica  mister  Bowles  que  ve- 
nía de  Buenos  Aires,  pude  instruirme  lo  bastante 
para  expedirme  con  libertad  sobre  la  naturaleza  de 
los  artículos  del  edicto  del  general  Lecor.  y  sobre 
la  necesidad  en  que  el  .había  puesto  al  gobierno  de 
íisted  de  hacer  una  demostración  enérgica" . 

El  comisionado  abundó  con  este  motivo  sobre 
la  necesidad  de  que  no  se  pusiese  así  al  gobierno 
argentino  en  compromisos  directos  con  las  faccio- 
nes internas  que  lo  acechaban ;  de  que  se  le  diese 
tiempo  á  fortificar  su  autoridad  y  reconcentrar  sus 
medios  de  gobierno  para  caer  con  una  mano  fuerte 
sobre  los  facciosos  que  no  le  permitían  desempe- 
ñarse en  los  negocios  exteriores  con  el  tino  y  con 
el  criterio  tranquilo  que  su  misma  gravedad  reque- 
ría.  Sólo   después  que  hubiese   recobrado   su  líber- 


CON    I.AS     PROVINCIAS    ARGENTINAS  205 

tacl  de  acción,  se  hacía  posible  que  el  Supremo  Di- 
rector pudiese  hacer  justicia  á  la  buena  fe  del  rey 
de  Portugal,  y  venir  á  entenderse  con  su  gabinete 
como  estaba  ya  planteado.  Como  esto  era  demasia- 
do racional  y  coherente  con  el  estado  político  de 
Buenos  Aires,  para  que  no  fuese  comprendido  y 
aceptado  por  el  gobierno  portugués,  el  comisionado 
consiguió  superar  el  contratiempo  con  un  éxito 
completo;  y  tuvo  la  satisfacción  de  poder  escribir 
á  su  gobierno  lo  siguiente :  "En  cuanto  al  edicto 
del  general  Lecor,  me  protestó  el  consejero  que  Su 
Majestad  no  sólo  reprobaba  sus  términos  porque 
eran  incompatibles  con  sus  sentimientos,  sino  que 
deseaba  manifestarlo  así  al  gobierno  de  Buenos  Ai- 
res y  á  todo  el  mundo,  con  tal  que  se  hallase  un 
modo  que  no  ofendiese  su  decoro.  Yo  dije  que  no 
lo  dudaba  y  que  me  parecía  conveniente  manifes- 
tarlo. Se  me  pidió  entonces  que  indicase  cómo  po- 
dría hacerse  ésto :  prometí  responder  al  día  siguien- 
te, y  propuse:  i."  Que  los  individuos  pertenecientes 
á  cuerpos  de  tropa  mandados  por  jefes  indepen- 
dientes, que  hiciesen  la  guerra  regularmente  serían 
tratados  conforme  el  derecho  de  las  naciones ;  2.'^ 
Que  los  que  se  amotinasen  después  de  haber  reco- 
nocido la  autoridad  de  Su  Majestad  Fidelísima  y  en 
territorios  ocupados  por  sus  armas  serían  puestos 
en  seguridad  y  responderían  de  los  daños  que  hu- 
bie-en  inferido,  procedicndose  en  forma  legal  y  por 
querella  de  parte  legítima;  3.°  Que  las  familias  y 
personas  inermes,  serían  indistintamente  protegi- 
das y  amparadas  por  las  armas  de  Su  Majestad  Fi- 
delísima cualquiera  que  fuese  la  conducta  de  sus 
autores,  parientes  ó  relaciones.  Consultado  Su  Ma- 


206     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

j estad  se  me  ha  asegurado  que  todo  fué  de  su  apro- 
bación, y  que  se  le  ha  ordenado  al  general  Lecor 
que  siga  esas  reglas". 

Este  triunfo  diplomático  hace  alto  elogio  de 
García.  Para  apreciarlo  en  todo  su  valor  es  menes- 
ter considerar  que  la  deportación  en  masa  de  los 
subditos  portugueses  era  una  agresión  gratuita, 
porque  cualquiera  que  fuese  la  reprobación  que 
mereciera  el  edicto  inicuo  del  general  portugués, 
el  gobierno  argentino  no  era  protector  legal  de  los 
orientales,  ni  tenía  representación  tuitiva  de  ningu- 
na clase  para  favorecer  ó  amparar  oficialmente  á 
los  soldados  ó  bandoleros  que  obraban  á  las  órde- 
nes de  Artigas;  tal  medida  como  ésta  tomada  así  al 
tiempo  mismo  en  que  se  negociaba  paz  y  alianza 
con  el  representante  público  del  agresor,  constituía, 
pues,  uno  de  los  casos  más  difíciles  de  allanar  entre 
dos  naciones.  Pero  no  sólo  eso  fué  lo  que  consiguió 
el  comisionado  argentino,  sino  que  de  un  quebran- 
to que  pudo  producir  el  total  derrumbe  de  sus  tra- 
bajos sacó  la  inmensa  ventaja  de  que  el  gabinete 
portugués  conviniese  con  él  en  que  el  modo  mejor 
de  cortar  para  siempre  estos  conflictos  era  tomar  un 
camino  franco,  y  reconocer  la  independencia  de  las 
Provincias  Unidas  del  Sur :  "Cuando  el  ministro 
se  mejoró  lo  visité,  y  conversamos  sobre  el  bando 
de  Vuestra  Excelencia  del  2  de  marzo.  En  otras 
circunstancias  este  incidente  hubiera  dificultado 
mucho  lo  pendiente.  Pero  afortunadamente  el  go- 
bierno portugués  lo  ha  considerado  como  una  me- 
dida producida  por  la  necesidad  del  momento ;  y 
según  se  lo  entendí  en  el  curso  de  la  conversación 
me  perece  que  podríamos  obtener  que  fuese  recono- 


CON    IvAS     PROVINCIAS    ARGENTINAS  20/ 

cida  la  Independencia  como  existente  de  hecho  en 
una  forma  quizá  más  ampHa  que  la  adoptada  pri- 
mero por  Luís  XVI  respecto  de  los  Estados  Uni- 
dos. Puede  ser  que  esta  condescendencia  acelere  un 
rompimiento  con  España,  como  sucedió  entonces 
entre  Francia  é  Inglaterra.  Esta  circunstancia  ú 
otra  que  puede  sobrevenir,  apresuraría  ciertamente 
el  cumplimiento  de  nuestros  deseos". 

Después  de  haber  tranquilizado  al  gobierno  por- 
tugués el  comisionado  esperaba  que  sus  protestas 
y  promesas  fuesen  oficialmente  corroboradas  por 
su  gobierno,  en  vista  de  los  esfuerzos  supremos 
que  había  hecho  para  llevar  las  cosas  hasta  el  punto 
en  que  se  hallaban.  Se  necesitaba  en  efecto  un  pa- 
triotismo de  alto  temple  y  carácter  persistente  y 
nada  común  en  la  fijeza  y  solidez  de  sus  ideas  para 
mantenerse  con  esa  decisión  en  el  camino  que  había 
adoptado,  á  pesar  de  los  obstáculos  que  á  cada  paso 
se  lo  cerraban. 

Aun  no  estaba  bien  recompuesta  la  negociación 
casi  desbaratada  por  el  edicto  de  Lecor  y  por  el 
bando  de  Pueyrredón,  y  que  tan  favorable  aspecto 
había  ofrecido  después  del  violento  ultimátum  del 
conde  de  Casa  Flores,  cuando  un  nuevo  y  graví- 
simo disgusto  volvía  á  poner  las  relaciones  en  un 
estado  muy  vidrioso,  y  con  circunstancias  de  mal 
carácter.  El  corsario  San  Martín  había  apresado 
con  bandera  argentina,  á  inmediaciones  de  Río  Ja- 
neiro, los  buques  Carolina  y  Gran  Para  de  bandera 
portuguesa.  Los  armadores  de  ese  corsario  se  ha- 
bían prestado  á  ese  inicuo  atentado  obedeciendo  á 
las   malignas   insinuaciones   de   los   facciosos   de  la 


208     LA  ALIANZA  DEL  KEV  DE  PORTUGAL 

capital  empeñados  en  producir  un  rompimiento  que 
acabase  por  haceríe  intransigible.  "Así  que  el  en- 
cargado de  negocios  español  tuvo  noticia  de  este 
apresamiento  ha  puesto  en  acción  todos  los  resor- 
tes para  reconquistar  el  ánimo  del  rey  y  decidirlo 
contra  nosotros.  No  ha  omitido  ninguna  especie, 
por  falsa  y  maliciosa  que  fuere ;  y  los  desafectos  á 
nuestra  causa  han  levantado  grande  ruido  y  redo- 
blado SU5  ataques.  El  rey  estaba  verdaderamente 
contristado :  sentía  verse  convencido  de  error  en  los 
principios  que  de  tan  buena  fe  ha  adoptado.  Me 
hizo  decir  sus  quejas ;  y  yo,  sin  instrucciones  ni 
conocimiiento  de  nada  no  tenía  más  armas  para  con- 
trarrestar á  mis  adversarios  que  la  negativa  d;  que 
el  hecho  se  hubiese  perpetrado  por  corsarios  de 
Buenos  Aires  poniendo  por  medio  mi  honra  per- 
sonal, y  la  de  ese  gobierno  con  la  íntima  seguridad 
de  que  hombres  cuya  moralidad  y  prudencia  co- 
nozco, no  habían  autorizado  semejante  crimen,  pro- 
metí que  si  el  hecho  era  cierto,  mi  gobierno  lo  ig- 
noraba y  daría  la  más  completa  reparación". 

En  esta  vez  el  comisionado  tuvo  la  lisonjera  sa- 
tisfacción de  que  el  proceder  del  gobierno  argen- 
tino fuera  el  que  debía  esperarse  de  su  moralidad 
y  del  buen  nombre  de  los  que  lo  desempeñaban. 
Muy  pocos  días  habían  pasado  cuando  el  gobierno 
de  Buenos  A.ires  se  dirigía  oficialmente  al  de  Río 
Janeiro,  asegurándole  que  miraba  el  hecho  como 
un  atentado,  y  que  bajo  este  concepto  iba  á  proce- 
der contra  sus  autores.  Se  anuló  la  patente  del  bar- 
c)  corsario,  se  inhabilitó  al  comandante  para  servir 
con  bandera  argentina,  y  se  devolvieron  las  presas 


COX   LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  20g 

reconociéndoles  su  derecho  á  las  debidas  indemni- 
zaciones (23  ). 

Auncjue  contrariado  á  cada  instante,  el  comisio- 
nado argentino  seguía  empujando  su  misión  á  los 
vastos  fines  con  que  la  había  concebido  desde  sus 
primeras  conferencias  é  intimidades  con  el  conde  de 

(2;^)  Con  este  motivo,  García  le  escribía  á  Pueyrre- 
dón :  "El  rey,  estaba  verdaderamente  contristado,  y  sentía 
ser  convencido  de  error  en  los  principios  que  de  buena  fe 
había  adoptado.  Me  hizo  decir  sus  quejas;  y  yo  no  tenía 
más  armas  para  contrarrestar  á  mis  adversarios,  que  la  ne- 
gativa de  que  fuese  perpetrado  el  hecho  por  corsarios  de 
Buenos  Aires —  y  promesas  de  que  el  gobierno  daría  en  tal 
oa£0  satisfacciones  completas. — Usted  lo  ha  cumplido  todo 
mejor  de  lo  que  yo  acerté  á  ofrecer. — Nuestros  enemigos 
han  quedado  confundidos,  y  hemos  ganado  un  triunfo  que 
puede  tener  excelentes  resultados. — Mas,  dejarnos  llevar 
desidicsamente  de  estas  halagüeñas  esperanzas,  será  una 
necedad  semejante  á  la  de  un  piloto  que  fiase  sólo  al  buen 
viento  y  á  las  corrientes,  el  cuidado  de  su  derrotero.  El 
rey  es  nuestro  mejor  amigo  entre  los  portugueses :  él  adop- 
tó los  principios  de  su  ministro  el  conde  da  Barca,  y  no 
los  ha  variado.  Después  de  la  muerte  de  aquel  ministro, 
eílos  viven  en  el  ministerio  del  Brasil;  pero,  transplanta- 
dos de  su  cabeza  nativa,  necesitan  de  más  esmero  y  cul- 
tivo, para  que  no  se  marchiten. 

"Di  cuenta  á  usted  de  mi  primera  visita  al  ministro 
í'e  Relaciones  Exteriores.  Después,  no  ha  sido  posible  que 
hablemos  despacio,  porque  es  un  hombre  cadavérico.  De- 
seo amplificar  algunas  especies  de  las  que  dejé  caer  en 
mi  conferencia.  Entre  otras  la  más  urgente  á  nuestro  in- 
tento, era  la  de  complicar  los  intereses  comerciales  de  este 
país  con  los  de  ese.  para  despertar  la  codicia,  agente  muy 
poderoso  en  las  amalgamaciones  políticas.  Aunque  yo  no 
podía  expedirme  en  este  punto,  sin  saber  el  resultado  de 
los  artículos  adicionales,  y  sin  tener  algunas  instrucciones 
de  usted,  ccn  todo,  no  me  pareció  arriesgar  nada,  prepa- 

HIST.    EE    LA   KEP.    ARGENTIX.\.    TOMO    VI  14 


2IO  LA  AUANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

Barca.  Su  ardoroso  y  persistente  conato  era  siem- 
pre reproducir  el  caso  de  Franklin :  provocar  una 
guerra  más  ó  menos  general  entre  las  potencias  eu- 
ropeas, á  cuya  terminación  las  Provincias  Unidas 
del  Sur  sacarán  triunfante  y  gloriosa  su  indepen- 
dencia por  los  mismos  medios  con  que  los  Estados 
Unidos  del  Norte  habían  sacado  la  suya  en  el  siglo 
anterior. 

Verdad  es  cjue  tenía  á  su  favor  la  circunstancia 
de  que  era  tal  la  decisión  con  que  el  gabinete  por- 
tugués había  enderezado  su  política  en  este  sentido, 
que  llegaba  hasta  el  extremo  de  poner  á  un  lado  las 
reglas  inconcusas  del  derecho  de  gentes  para  darle 
pruebas  al  gobierno  argentino  de  amistad,  y  más 
que  de  amistad  de  verdadera  parcialidad,  como  se 
va  á  ver.  Al  tiempo  en  que  el  corsario  San  Martin 
apresaba  los  dos  buques  de  pabellón  portugués  que 
antes  dijimos,  otro  corsario  argentino  entraba  en 
el  puerto  de  Montevideo  trayendo  apresada  la  pola- 
era  "Augusta"  de  la  bandera  española.  El  ministro 
español  que  creía  que  el  gobierno  portugués  estaría 
en  malas  relaciones  con  el  de  Buenos  Aires,  y  que 
tenía  un  derecho  incuestionable  de  que  no  se  diese 
abrigo  á  un  acto  de  corso  en  puerto  neutral,  recla- 
mó la  entrega  de  la  presa,  pero  sufrió  el  desaire  de 
que  se  le  negase  esa  justicia  con  razones  que  por  sí 

rando  de  lejos  los  ánimos,  con  perspectivas  agradables  de 
nuestras  provincias  y  de  Chile.  Y  como  se  sabe  muy  poco 
aquí  de  la  capacidad  de  esos  países,  contaba  siempre  con 
los  efectos  de  la  sorpresa  y  de  la  admiración.  Parece  que 
mis  insinuaciones  han  hecho  efecto,  y  tengo  alguna  proba- 
bilidad de  que  se  trate  de  ellas  con  calor.  Veremos  lo  que 
esto  da  de  sí,  ó  si  se  hielan  €n  ciernes  las  esperanzas". 


CON  LAS  PROVINCIAS  ARGENTINAS  211 

solas  constituían  mayor  ofensa,  y  que  probaban  la 
verdad  con  que  García  aseguraba  que  "el  gabinete 
de  Río  Janeiro  estaba  en  la  mejor  disposición  de 
celebrar  una  alianza  formal  con  las  provincias  del 
Río  de  la  Plata"  (24). 

Cuando  todo  esto  ocurría  á  este  lado  del  Atlán- 
tico, las  cuestiones  promovidas  por  la  revolución  y 
la  independencia  del  Río  de  la  Plata,  envueltas  con 
las  del  rey  de  Portugal  y  Fernando  VII,  entraban 
á  figurar  en  la  vasta  y  solemne  plataforma  de  la 
diplomacia  europea ;  y  con  ese  motivo  nuestro  agen- 
te de  Río  de  Janeiro  le  escribía  al  Supremo  Director : 
"El  hecho  solo  de  que  este  déspota  soberbio  haya 
ocurrido  á  pedir  la  intervención  de  los  otros  pode- 
res en  los  asuntos  de  América,  después  de  haber 
rechazado  hasta  las  insinuaciones  más  benévolas  y 
comedidas,  prueba  cuánto  le  impone  el  sistema  que 
ve ,  ya  adoptado  por  el  gabinete  portugués  respecto 
de  las  provincias  unidas". 

(24)  "A  las  razones  que  tengo  para  asegurarlo  posi- 
tivamente, puedo  añadir  un  hecho  reciente  que  las  confir- 
ma. El  señor  Ministro  de  España,  creyendo  esta  ocasión 
oportuna,  solicitó  la  entrega  de  una  polacra  española  apre- 
sada por  los  corsarios  de  las  Provincias  Unidas,  y  lle- 
vada al  puerto  de  Montevideo.  La  contestación  del  ministe- 
rio ha  sido  que  existía  entre  el  gobierno  de  las  Provincias 
Unidas,  y  S.  M.  F.,  un  Armisticio  igual  á  una  verdadera 
paz,  y  que  teniendo  S.  M.  grande  interés  en  conservarla, 
no  podía  acceder  á  la  solicitud  del  señor  ministro  de  S.  M. 
C.  Ruego,  pues,  á  V.  E.,  quiera  tomar  en  consideración  es- 
te grave  negocio,  y  hacerlo  presente,  si  así  fuese  necesario, 
al  soberano  Congreso  de  las  Provincias  Unidas,  teniendo 
por  cierto  é  ind-udable,  que  es  del  primer  interés  una  pronta 
resolución  sobre  los  Art.  Adic." 


212     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

En  efecto,  ofendido  y  desengañado  también  al 
ver  las  lentitudes  y  ambigüedades  de  la  política  in- 
glesa, Fernando  VII  le  pidió  la  mano  al  poderoso 
emperador  de  Rusia  para  que  lo  apoyara  en  el  Con- 
greso de  las  Potencias  (25). 

Como  era  consiguiente,  el  Congreso  europeo 
prestó  una  seria  atención  á  los  reclamos  de  Fer- 
nando VII  contra  el  rey  de  Portugal.  Xo  sólo  por  el 
riesgo  de  que  la  guerra  entre  ambos  viniese  á  per- 
turbar la  uniformidad  de  las  potencias  representa- 
das en  ese  Congreso,  de  Inglaterra  quizá,  sino  por- 
que la  recomendación  y  amparo  que  Rusia  daba  á 
esos  reclamos  era  demasiado  respetable,  para  que 
los  plenipotenciarios  pudieran  prescindir  de  tomar- 
los en  consideración.  Aunque  la  corte  de  Río  Ja- 
neiro estaba  decidida  á  mantenerse  en  la  ocupación 
militar  de  la  Banda  Oriental,  el  conflicto  tomaba 
un  carácter  demasiado  grave  para  mirarlo  sin  cui- 
dado; y  mucho  más  si  alguna  de  las  grandes  po- 

(25)  "España  ha  entablado  relaciones  estrechísimas 
con  Rusia.  Se  tiene  como  muy  cierto  que.  Jiay  Tratados 
en  telar,  v  que  el  rey  Fernando  ofrece  á  Menorca  punto 
interesantísimo  para  la  marina  militar  y  comerciante  de 
ese  imperio.  He  tomado  algunas  medidas  desde  acá,  car- 
gando sobre  mí  solo  la  responsabilidad  de  ellas,  y  de  tal 
manera  que  no  se  comprometa  ni  atraviese  otro  cualquier 
plan.  .  .  Me  han  parecido  conveniente  adelantar  algunas 
ideas  al  gabinete  de  San  Petersburgo,  que  harán  ver  nues- 
tras cosas  por  diverso  sentido  que  el  de  España  é  Inglate- 
rra. Estoy  trabajando  una  Memoria,  que  irá  por  el  próxi- 
mo paquete,  solamente  como  un  pensamiento  mío.  Llegará 
ciertamente  á  manos  del  emperador  y  por  persona  que  in- 
fluye mucho  sobre  él.  Valga  esta  oficiosidad  por  lo  que 
valiere,  la  aviso  á  usted  (al  director)  y  si  tengo  ocasión 
segura  enviaré  una  copia". 


COI\    LAS   PROVINCIAS   ARGENTINAS  213 

'tencias  tomaba  cartas  como  parecía  probable.   Esta 
natural  aprensión  vino  á  ser  más  alarmante  cuan- 
do se  recibió  la  nota  conjunta  de  las  potencias  por 
la  que  constituyéndose  en  tribunal  arbitral,  empla- 
zaban á  Portugal  á  que  les  sometiera  el  caso  y  las 
razones    de   su   disidencia   con   España   de   acuerdo 
con  los  tratados  vigentes.  Producida,  pues,  una  si- 
tuación como  esta,  cuyos  riesgos  no  era  fácil  pre- 
ver, Portugal  prescindió  de  agravios  más  ó  menos 
disculpables;  y  todo  lo  pospuso  á  la  ventaja  de  con- 
solidar con  el  gobierno  argentino  una  cordial  inte- 
ligencia que  en  caso  de  peligro  común  fuese  la  base 
de  la  alianza  que  venía  acentuándose  como  una  ne- 
cesidad   para    ambos.    El    gobierno    argentino,    por 
otra  parte,   se  había  consolidado :  inspiraba  mayor 
confianza  y  por  consiguiente  el  gabinete  portugués 
tenía  un   interés   más   vi\'o   de   concertarse   con  él. 
Nuestro   ejercito   de  los  Andes  había   triunfado  en 
Chile  restableciendo  la  comunidad  política  de  am- 
bas repúblicas ;  y  aunque  con  eso  nuestro  poder  mi- 
litar se  había  debilitado   intrínsecamente  más  bien 
que  fortificado,  pues  carecíamos  de  ese  ejército,  de 
cuyo  precioso  personal  y  armamento  no  habíamos 
de  volver  á  ver  un  solo  soldado  ni  un  solo  cañón, 
los  de  afuera  no  lo  sabían  ni  podían  sospecharlo  si- 
quiera, con  excepción  de  García  que  por  lo  mismo 
se   empeñaba  más   que  nunca  en  suplir  esa   debili- 
dad  con  la  alianza  portuguesa,   y  de   Tagle.   cuya 
mirada  penetrante   alcanzaba   bien   la   dura   verdad 
át  que  el  gobierno  nacional  había  quedado  comple- 
tamente desarmado  al   frente   de  la  anarquía  inte- 
rior ó  de  las  invasiones  españolas  que  pudieran  apa- 
recer por  el  Río. 


214  LA   AUANZA   DEI.   REY  DE   PORTUGAI, 

Pero  á  la  distancia  no  se  veia  sino  las  victorias 
de  San  Martin  y  los  triunfos  de  Güemes,  que  des- 
pejando los  temores  al  lado  del  Norte,  aseguraban 
de  hecho  nuestra  independencia,  al  mismo  tiempo 
que  con  sus  efectos  morales  habían  dado  autoridad 
al  gobierno  para  reprimir  con  energía  las  tentati- 
vas de  los  facciosos  quitándoles  el  incentivo  y  los 
motivos  para  reproducir  alarmas  populares  (26). 

De  modo  que  si  antes,  cuando  la  suerte  de  las 
provincias  argentinas  parecía  desesperada,  Portu- 
gal había  creído  que  una  alianza  con  ellas  le  ofre- 
cía buenas  ventajas  en  la  doble  faz  de  expulsar  á 
Artigas  y  de  "cerrar  de  firme  á  España  la  boca  del 
Río  de  la  Plata",  como  decía  García,  hoy  que  los 
monarcas  absolutos  amenazaban  abrazar  los  inte- 
reses de  Fernando  VII,  y  que  el  gobierno  de  Bue- 
nos Aires  presentaba  una  entidad  más  sana  y  rehe- 
cha, era  natural  y  legítimo  que  el  gobierno  portu- 
gués exigiese  las  seguridades  que  en  estos  casos  se 
dan  las  naciones,  en  vista  de  las  contingencias  que 
pudiera  producirle  su  entredicho  y  sus  controver- 
sias con  España. 

Es  bien  sabido  que  en  aquellos  momentos  en 

(26)  'Xas  Gacetas  y  las  cartas  particulares  me  han 
dado  bastante  luz  para  conocer  el  estado  de  la  opinión  y 
de  las  pasiones  de  esta  ciudad,  y  por  ellas  he  venido  en 
conocimiento  de  la  destreza  y  sagacidad  que  usted  ha  ne- 
cesitado para  librar  al  país  de  un  compromiso  fatal.  Lo 
felicito  á  usted.  Se  habla  aquí  de  la  reelección  de  usted  por 
tres  años  más;  yo  me  alegraré  mucho,  porque  esto  proba- 
ría que  ahí  se  comienza  á  sentir  que  el  principio  de  la  vida 
social  está  en  la  unidad  y  firmeza  de  las  autoridades... 
Creo  que  usted  tendrá  bastante  entereza  para  asegurar  el 
crédito  nacional  á  despecho  de  sus  enemigos". 


CON  LAS  PROVINCIAS  ARGENTINAS  21.5 

que  tantos  y  tan  contrarios  intereses  se  debatían 
entre  monarcas  de  origen  bueno  y  de  origen  bas 
tardo,  legítimos  unos  y  advenedizos  otros,  preten- 
dientes aquéllos  y  destronados  éstos,  ávidos  todos 
por  tronos  y  por  ducados,  la  corte  de  Río  Janeiro 
tenía  entre  todos  ellos  un  cuerpo  diplomático  hábil 
y  respetable  que  seguía  todos  los  incidentes  de  ese 
drama,  muy  principalmente  en  ac^uello  que  afec- 
taba intereses  del  Río  de  la  Plata;  y  como  García 
se  había  captado  la  íntima  confianza  del  rey  y  de 
los  ministros,  se  hallaba  informado  en  lo  más  ínti- 
mo de  esos  secretos  y  tenía  la  mano  en  todo  cuanto 
el  gabinete  portugués  resolvía  y  hacía  en  el  sentido 
de  su  política  y  de  los  intereses  comunes  america- 
nos. Preocupado  de  una  situación  en  que  el  mundo 
entero,  pueblos  y  reyes,  dogmas,  doctrinas,  escue- 
las y  partidos,  en  suma,  tres  siglos  de  movimiento 
y  de  controversia,  habían  venido  á  refundirse  en  el 
actual  combate  de  los  gigantescos  intereses  del  pa- 
sado con  los  estremecimientos  volcánicos  del  por- 
venir, reacción  por  un  lado,  revolución  por  el  otro, 
furia  y  violencia  por  ambos.  García  temía  que  de 
un  momento  á  otro  se  produjera  alguna  complica- 
ción contraria  á  los  intereses  y  libertades  argenti- 
nas. "El  tiempo,  decía,  se  adelanta  con  nuevos  su- 
cesos que  hacen  entrever  otro  orden  de  cosas  que 
pudiera  sernos  fatal  si  equivocamos  los  principios 
de  nuestra  conducta.  España  ha  mudado  los  suyos, 
y  busca  ahora,  entre  las  potencias  europeas,  ami- 
gos y  cooperadores,  para  subyugar  á  América;  y 
resuelta,  como  parece  estar,  á  sacrificar  la  integri- 
dad de  sus  antiguas  colonias,  por  la  consecración 
de  una  parte  de  ellas,  tiene  dado  un  gran  paso  para 


2l6  LA   ALIANZA   DEL   KEY   DE   PORTUGAL 

la  consecución  de  su  fin.  Es  indudable  que  Rusia 
mantiene  relaciones  muy  estrechas  con  Su  Majes- 
tad Católica.  Por  muchos  conductos  se  sabe  que 
está  concluido,  ó  á  punto  de  concluirse,  un  tratado 
entre  las  cortes  de  San  Petersburgo  y  de  Madrid, 
en  el  cual  se  asegura  que  España  cede  las  Califor- 
nias y  Menorca,  á  trueque  de  un  contingente  de 
tropas  conducido  á  América,  á  costa  de  Rusia.  To- 
dos sabemos  que  ésta  aspira  á  ser  una  grande  po- 
tencia marítima  y  comercial.  Nadie  ignora  lo  im- 
portante que  le  es  una  escala  en  el  Mediterráneo, 
y  cuánto  puede  valerle  la  California,  por  su  situa- 
ción, mucho  más,  después  de  descubierto  el  paso 
al  mar  de  Tartaria"  (27). 

(27)  "La  conducta  pública  del  emperador  Alejandro 
confirma  todo  esto  de  un  modo  particular,  agregaba.  El 
espíritu  continental,  que  dio  cuna  á  la  Santa  Alianza,  y  que 
ha  formado  un  tribunal  pluscuam  soberano,  para  decidir 
de  los  destinos  del  mundo,  facilita  mucho  las  resolucio- 
nes generales,  y  hace  de  suma  importancia  tener  partida- 
rios entre  sus  miembros.  Inglaterra  hizo  decretar  en  el 
Congreso  de  Viena,  la  abolición  del  tráfico  de  negros :  y 
aunque  la  filosofía  se  aplaude  de  este  precioso  triunfo,  no 
deja  por  eso  de  envolver  un  principio,  que  puede  ser  des- 
tructivo de  la  independencia  de  las  naciones. 

"Las  mismas  potencias,  unas  por  interés,  y  otras  por 
desocupación,  tienen  vueltos  los  ojos  hacia  América.  La 
pacificación  del  Nuevo  Mundo,  puede  también  excitar  la 
am.bición  de  los  pacificadores  del  viejo;  y  si  no  oyen  más 
que  á  España,  no  será  ciertamente  muy  satisfactorio  para 
América  su  resultado.  Un  artículo  de  Madrid,  de  la  Ga- 
ceta de  22  de  julio,  me  ha  dado  alguna  confirmación  de 
estas  ideas.  Dice  en  suma:  No  está  lejos  el  tiempo  en  que 
todas  las  naciones  de  Europa  se  convenzan  de  que,  en  la 
destrucción  del  realismo  en  América,  no  es  sola  España 
la  que  pierde,  sino  todas  ellas. Porque  si  América  juntase 


CON    IvAS    PROV'INCIAS    ARGENTINAS  21"/ 

Dando  cuenta  de  estos  importantísimos  sucesos, 
García  le  decía  al  Supremo  Director :  "Como  de- 
ducirá Vuestra  Excelencia  de  la  actitud  que  toman 
las  potencias,  y  de  la  Nota  del  conde  de  Casa  Fió- 
la independencia  á  sus  ventajas  naturaleSj  la  población,  h 
industria  y  las  ciencias,  desertarían  de  Europa  en  busca 
de  un  suelo  más  favorecido,  y  entonces  esta  parte  del 
mundo,  hasta  ahora  la  primera  de  las  demás,  quedaría  su- 
jeta á  una  humillante  dependencia".  En  fin,  no  sólo  son 
conjeturas:  se  trata  seriamente  sobre  nuestro  destino,  y  si 
no  miramos  por  nosotros,  no  será  extraño  que  aparezca 
una  cruzada  por  el  Occidente,  igual  en  justicia  á  la  que  se 
hizo  por  el  Oriente. 

"Aunque  la  preponderancia  de  Rusia  no  sea  del  in- 
terés de  Inglaterra,  todos  saben  sus  ideas  respecto  de  la 
independencia  de  América.  Y  parece  probable  que  ella  las 
desplegaría  eficazmente,  en  el  momento  que  la  docilidad 
de  España  y  nuestras  continuadas  aberraciones,  presen- 
tasen motivos  de  honra,  utilidad  y  conveniencia,  con  que 
cubrir  su  marcha  política,  á  los  ojos  de  la  popularidad. 
También  parece  cierto  que  España  ha  concluido  sus  dife- 
rencias con  los  Estados  Unidos,  y  que  les  cede  sus  derechos 
á  las  Floridas,  porque  impidan  eficazmente  la  prestación 
de  socorros  á  las  provincias  españolas  independientes. 

"Muchas  veces  he  dicho  francamente  mi  opinión  so- 
bre la  importancia  de  conservar  la  adhesión  amistosa  del 
Brasil,  durante  la  cuestión  de  nuestra  independencia..  Este 
gabinete,  ha  venido  ya  al  caso  de  un  compromiso :  tiene  in- 
tereses europeos  y  americanos :  tiene  amigos  poderosos  en 
la  Dieta  Europea :  está  entre  España  y  sus  antiguas  co- 
lonias :  puede  inclinarse  á  uno  ú  otro  lado ;  lo  está  de  fac- 
to  en  nuestro  favor;  pero  si  le  rechazamos  sin  miramiento, 
ya  se  ve  el  partido  que  podrá  quedarle. 

"Entretanto,  puedo  asegurar  que  el  actual  ministro 
de  Relaciones  Exteriores,  me  trata  con  singular  distinción: 
que  sus  ideas  son  luminosas,  y  genorosos  sus  sentimientos, 
de  modo  que  puedo  decir  con  toda  verdad,  que  nunca  he 
tenido  tantos  motivos  de  esperar  la  consolidación  de  núes- 


2l8  LA   AUANZA  DEL  REY  DE   PORTUGAL 

r€s,  es  urgentísimo  y  de  un  interés  supremo  que  se 
tome  una  resolución  definitiva  sobre  el  proyecto  de 
los  artículos  adicionales.  El  señor  Bezerra  me  ha 
hecho  presente  en  los  términos  más  expresivos  que 
esto  es  de  absoluta  é  indispensable  necesidad;  pues 
Su  Majestad  Fidelísima  desea  que  se  establezcan 
finalmente  las  bases  de  la  conducta  respectiva  de 
ambos  estados  para  expedirse  sin  recelos  con  las  po- 
tencias de  Europa,  y  determinar  con  precisión  lo 
que  ha  de  hacerse,  tanto  en  las  circunstancias  pre- 
sentes como  en  las  que  haga  probable  el  curso  de 

tras  relaciones  amistosas,  útilísima  á  ambos  países,  y  que, 
una  vez  fijadas  las  bases  de  nuestra  recíproca  conducta, 
tendrán  las  provincias  pruebas  sucesivas  de  una  amistad 
fundada  en  intereses  naturales. 

"Después  de  haber  hecho  cuanto  es  posible  para  ali-. 
mentar  el  espíritu  de  confianza  y  buena  inteligencia,  y  de 
haber  traído  la  decisión  contra  todas  las  apariencias,  á 
manos  del  gobierno  de  esas  provincias,  mis  medios  se  han 
agotado  y  no  puedo  pasar  adelante.  Usted  resolverá,  y  al 
decidir  tan  grave  negocio,  tendrá  presente  entre  otras  co- 
sas, que  en  la  lucha  de  Europa  con  América,  está  por 
aquélla  la  ventaja  de  la  disciplina  y  la  unidad  -de  la  acción; 
por  ésta  la  extensión  del  territorio  y  las  distancias,  las 
cuales,  multiplicando  al  infinito  los  puntos  de  ataque,  ha- 
cen imposible  la  unidad,  y  atenúan  las  ventajas  de  la 
disciplina.  Por  consiguiente,  cuanto  mayor  sea  el  espacio 
que  ocupe  la  causa  de  América  en  su  continente,  tanto  más 
ineficaces  serán  los  esfuerzos  de  Europa  y  tanto  más  difí- 
cil su  triunfo. 

"Esta  verdad  es  tan  conocida  que  la  adopción  de  un 
sistema  fundado  en  semejantes  principios  basta  quizá  á 
desvanecer  los  proyectos  de  ataque. 

"Sea  de  esto  lo  que  fuere,  es  importantísimo  que  usted 
se  sirva  contestarme,  con  toda  la  brevedad  que  esté  en 
su  mano". 


CON  I,AS  PROVINCIAS  ARGENTINAS  2I9 

los  negocios''.  Estas  indicaciones  tenían,  como  es 
fácil  que  cualquiera  lo  vea,  un  alcance  de  la  mayor 
importancia;  iban  nada  menos  que  á  puntualizar  la 
conveniencia  de  hacer  desde  luego  un  tratado  se- 
creto de  alianza  ofensiva  y  defensiva  que  asegurara 
á  Portugal  una  base  de  resistencia,  no  sólo  en  las 
cuestiones  ya  promovidas,  sino  en  otra  cualquiera 
en  que,  por  un  accidente  imprevisto  viniesen  á  con- 
trovertirse intereses  de  una  ú  otra  nación.  Por  con- 
siguiente, el  reconocimiento  de  nuestra  independen- 
cia y  la  cooperación  del  gobierno  portugués  á  de- 
fenderla, diplomáticamente  al  menos,  era  una  es- 
tipulación subentendida  y  evidente  en  ese  convenio 
de  seguridades  mutuas  con  que  aspiraban  á  ligarse 
los  dos  gobiernos.  Si  el  señor  Bezerra  tenía  ese  in- 
terés tan  vivo  como  legítimo  en  concertar  cuanto 
antes  el  tratado,  igual  si  no  mayor  debía  tenerlo  el 
comisionado  argentino  por  afirmar  la  causa  de  su 
patria  en  un  terreno  en  que  ya  no  pudiera  vacilar, 
y  en  el  que  quedaran  asegurados  también  los  prin- 
cipios y  los  fines  de  la  Revolución  de  1810.  Bajo 
el  concepto  de  ambos  negociadores  había,  pues, 
grande  urgencia  en  que  el  gobierno  argentino  se 
expidiese  á  la  mayor  brevedad  sobre  el  proyecto 
de  artículos  alicionales  al  convenio  de  26  de  mayo 
de  18 12  que  se  le  había  sometido,  y  cuya  demora  en 
manos  del  Supremo  Director  era  inexplicable.  No 
teniendo  García  cómo  hacer  llegar  á  manos  del  Su- 
premo Director  las  justas  indicaciones  del  ministro 
portugués,  el  rey  mandó  que  se  le  aprontase  un  bu- 
que de  guerra  al  efecto. 

La  nota  que  el  comisionado  argentino  dirigió  á 
su  gobierno  con  este  motivo,  es  de  tal  importancia, 
que  merece  ser  presentada  con  alguna  extensión : 


220  LA   AUANZA   DKL   RKY   DE   PORTUGAL 

"La  resolución  en  que  está  el  gabinete  del  Bra- 
sil de  persistir  en  sus  principios  pacíficos  respecto 
de  las  provincias  unidas  del  Río  de  la  Plata,  en- 
vuelve compromisos  con  la  corte  de  España,  y  la 
prudencia  exige  e\itar  los  peligros  de  una  falsa 
posición,  por  medio  de  un  precedente  arreglo  de 
las  bases  sobre  que  debe  fundarse  la  conducta  de 
Su  Majestad  Fidelísima  y  la  de  las  Provincias  Uni- 
das, fijándolas  de  modo  cjiíe  ambas  partes  queden 
perfectamente  aseguradas  entre  sí,  y  libres  de  todo 
recelo  para  lo  futuro.  Como  las  exigencias  del  ga- 
binete de  Madrid  son  urgentes,  es  preciso  no  ¡xrr- 
der  momento,  y  que  Su  Majestad  Fidelísima  sepa 
luego,  con  la  claridad  y  1ire\"edad  posible,  la  reso- 
lución final  del  gobierno  de  las  Provincias  Unidas. 
Esta  debe  caer  sobre  las  circunstancias  presentes 
y  sobre  las  eventuales.  En  cuanto  á  las  primeras, 
se  considera  como  fundamento  la  realización  del 
proyecto  de  los  artículos  adicionales  y  secretos  al 
armisticio  de  1812,  formados  en  el  mes  de  abril  del 
presente  año  y  pendientes  hasta  ahora.  Se  consi- 
dera también  como  esencialmente  necesario  á  la 
seguridad  del  reino  del  Brasil,  la  desaparición  com- 
pleta y  absoluta  del  poder  del  jefe  Artigas,  en  la 
Banda  Septentrional  del  Paraná.  Por  consiguiente, 
Su  Majestad  Fidelísima  quiere  no  sean  embaraza- 
das las  operaciones  de  sus  tropas  dirigidas  á  ese 
efecto.  Sin  embargo  de  lo  que  se  deduce  del  tenor 
del  Proyecto  de  los  Artículos  Adicionales,  ya  men- 
cionados, y  de  las  protestas  hechas  solemnemente 
al  gobierno  de  las  Prozdncias  Unidas,  para  evitar 
toda  sombra  de  desconfianza,  y  motivo  aún  el  más 
leve,  de  siniestras  interpretaciones,  no  duda  Su  Ma- 


COX   LAS   PROVINCIAS  ARGENTINAS  221 

jcstad  Fidelísima  declarar  iiuez'ainenfe,  que  la  ocu- 
pación hecha,  y  la  que  en  adelante  pueda  hacerse 
de  puntos  militares,  ó  territorios  en  la  Banda  Sep- 
tentrional del  Paraná,  en  persecución  del  jefe  Ar- 
tigas no  tiene  otro  objeto  que  su  propia  seguridad 
y  conservación :  y  que  no  pretende  deducir  de  seme- 
jantes actos  derecho  de  dominio,  perpetua  posesión, 
}ii  mucho  menos  de  conquista,  sino  que  cesando 
aquel  motivo  procederá  por  una  transacción  amiga- 
ble con  la  autoridad  existente,  á  tratar  los  términos 
de  la  desocupación,  y  á  hacer  las  convenciones  que 
sean  mutuamente  útiles  y  necesarias  á  la  futura  per- 
manente tranquilidad  de  ambos  Estados  veci- 
nos (28). 

■'Resuelto  como  está  Su  ^^lajestad  Fidelísima  á 

(28)  Como  el  gobierno  brasileño  convirtió  después 
en  conquista  y  anexión  el  mencionado  territcrio.  se  ha  que- 
rido hacer  argumento,  si  no  de  candidez,  de  perfidia  y 
engaño  contra  el  comisionado  argentino.  Pero  los  que  ha- 
cen este  argumento  no  recuerdan  ó  ignoran,  que  el  Brasil 
no  negó  jamás  que  la  ocupación  de  1816  hubiera  sido 
interina  en  su  origen,  sino  que  eso  había  quedado  anulado 
y  reformado  por  la  anexión,  en  virtud  del  voto  popular 
y  oficial  de  los  orientales  mismos,  que  por  medio  de  una 
Comisión  pública  habían  ido  á  declarar  ante  el  gobierno 
biasileño  (después  de  libertadoí:  de  Artigas)  que  no  que- 
rían ni  debían  volver  á  anexionarse  jamás  á  las  provincias 
argentinas,  ni  tenían  cómo  fundar  y  conservar  su  inde- 
pendencia, y  que  por  lo  tanto  era  su  voluntad  y  Ubre  albe- 
drío  constituirse  en  provincia  unida  al  Brasil.  Funda  io 
en  esto,  y  en  los  actos  de  1814  que  habían  declarado  á  la 
Banda  Oriental  independiente  v  separada  de  las  provm- 
cias  argentinas,  dedujo  el  Brasil  en  1823,  que  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  no  tenía  papel  entre  él  v  sus  súbdiíos 
orientales. 


222     LA  ALIANZA  DEL  REY  DE  PORTUGAL 

conservarse  neutral  durante  la  guerra  presente  de 
las  Provincias  Unidas,  Su  Majestad  Fidelísima  pro- 
cederá respecto  á  ambas  potencias  beligerantes, 
exactamente  conforme  á  las  leyes  establecidas  por 
el  derecho  de  gentes.  Asimismo,  y  en  consecuen- 
cia del  artículo  7.°  de  los  Adicionales  al  Annisticio 
de  1812,  declara  Su  Majestad  Fidelísima  que,  du- 
rante la  ocupación  de  cualquier  punto  ó  territorio 
de  la  Banda  Septentrional  del  Paraná,  no  consen- 
tirá que  las  tropas  de  Su  ^Majestad  Católica  se  apo- 
deren de  ellos,  ni  se  prevalgan  de  la  ocupación  di- 
cha, para  proceder  á  inquietar  directa  ni  indirecta- 
mente, ni  dañar  en  modo  alguno  á  los  subditos  del 
gobierno  de  las  Provincias  Unidas,  sus  posesiones 
ó  propiedades.  Declárase  también,  que  las  conven- 
ciones de  los  Artículos  Adicionales,  y  sus  conse- 
cuentes explicaciones,  producirán  el  mismo  efecto, 
y  las  mismas  recíprocas  obligaciones,  que  un  tra- 
tado solemne  de  paz. 

"Aunque  esta  conducta  de  Su  Majestad  Fidelí- 
sima sea  justa  y  legal,  es  opuesta  á  las  exigencias 
actuales  de  Su  Majestad  Católica,  lo  cual  pudiera 
traer  nn  rompimiento  entre  ambos  soberanos.  En 
consecuencia,  el  gabinete  del  Brasil  accedería  sin 
dificultad  á  una  alianza  defensiva  eventual,  que  se- 
ría publicada  juntamente  con  el  reconocimiento  so- 
lemne de  la  independencia  de  las  Provincias  Uni- 
das en  el  momento  en  que  ese  rompimiento  tenga 
lugar". 

Por  una  parte  el  Supremo  Director  vacilaba  en- 
tre aceptar  la  dirección  que  García  había  dado  á  la 
misión  de  Río  Janeiro,  por  otra,  temía  suspenderla 
y  romper  con  el  gobierno  portugués.  No  se  le  ocul- 


CON  LAS  PROVINCIAS  ARGENTINAS  223 

taba  que  lo  primero  era  incoherente  con  el  estado 
moral  del  país  y  contrario  á  las  ideas  que  predo- 
minaban en  él;  pero  comenzaba  también  á  ver  que 
ya  no  podía  contar  con  el  ejército  de  los  Andes 
para  apoyar  su  autoridad  en  uno  ú  otro  caso;  y 
que  si  estaba  impotente  contra  la  insurrección  de 
las  masas  litorales,  cuya  vanguardia  mostraba  su 
cabeza  con  impunidad  en  Santa  Fe  y  en  Córdoba 
dominando  á  retaguardia  Entrerríos  y  Corrientes, 
ningún  resultado  práctico  podía  esperar  tampoco 
poniéndose  en  lucha  contra  un  gobierno  limítrofe 
bien  provisto  de  fuerzas  terrestres  y  marítimas,  que 
era  por  lo  mismo  una  potencia  respetable  en  la  si- 
tuación, que  podía  cambiar  de  frente  para  pactar 
con  España  ó  con  las  potencias  europeas  ventajas 
más  ó  menos  extensas,  dado  caso  de  que  por  este 
lado  se  hiciese  causa  común  y  nacional  con  la 
vandálica  bandera  de  Artigas. 

Algo  de  muy  serio  trataban  entre  tanto  las  po- 
tencias europeas  sobre  estos  mismos  asuntos.  Pro- 
tegiendo á  España  el  zar  introdujo  sus  reclama- 
ciones contra  Portugal  en  el  Congreso ;  y  promo- 
vió la  idea  de  que  se  le  diese  cooperación  con  tro- 
pas y  buques  para  restablecer  su  dominación  colo- 
nial. Francia  se  mostró  inclinada  á  tomar  parte  en 
esos  auxilios,  pero  indicó  la  necesidad  de  que  se  le 
señalase  también  una  compensación  en  las  regiones 
de  la  América  del  Sur.  Sobre  el  primer  punto,  las 
potencias  creyeron  que  no  era  propio  proceder  mi- 
litarmente desde  luego  contra  el  rey  de  Portugal  y 
decidieron  pasar  una  nota  conjunta  para  que  acor- 
dara con  justicia  á  España,  ó  sometiera  el  litigio 
al   Congreso.    Sobre  lo   segundo,   encontraron  tales 


224  LA    ALIANZA    DKI<    RKY    DE    PORTUGAL 

rese^^•as  }•  oljjeciones  de  parte  de  Inglaterra,  sin 
cuyo  asenso  nada  se  podía  emprender  en  el  mar,  que 
se  pudo  ya  ver  bien  claro,  que  si  ella  dejaba  andar 
las  cosas  mientras  no  htibiese  sino  proyectos,  ha- 
bía de  pronunciarse  con  firmeza  y  producirse  tam- 
bién alguna  cuestión  de  gabinete  capaz  de  desor- 
ganizar la  m.ayoría  ministerial,  el  día  en  que  de  los 
proyectos  se  quisiese  pasar  á  los  hechos;  porque 
ya  se  repetía  fine  esa  situación  ambigua  y  pruden- 
te en  que  se  mantenía  el  gabinete  británico  nacía 
de  que  mister  Canning  patrocinaba  la  antigua  polí- 
tica comercial  de  William  Pitt,  enteramente  favo- 
rable á  la  independencia  de  las  repúblicas  sud- 
americanas, en  contradicción  con  lord  W^éllington 
y  lord  Castlereagh,  que  hubieran  querido  dar  su 
apoyo  á  España  para  someterlas. 

García  tenía  siempre  su  vista  sobre  todos  estos 
intereses;  y  sin  cansarse  ni  ofenderse  por  el  aban- 
dono en  que  se  le  dejaba,  enviaba  á  su  gobierno  á 
cada  instante  preciosas  indicaciones  sobre  los  me- 
dios liberales  y  económicos  de  que  debía  echar  ma- 
no para  captarse  la  simpatía  y  el  interés  de  las  na- 
ciones comerciales  y  ci\ilizadas  (29). 

(29)  De  Rusia,  se  dice  que  ha  obtenido  realmente  la 
cesión  de  Menorca,  á  trueque  de  navios  de  línea,  y  que 
pretende  algún  punto  en  el  mar  del  Sud.  Los  intereses 
menos  combinables  hoy,  son  los  de  Portugal.  Pero,  hasta 
ahora  conserva  una  posición  neutral,  y  es  preciso  trabajar 
con  empeño  y  sagacidad,  para  ganar  mucho  terreno,  antes 
que  una  de  las  muchísimas  casualidades  que  trae  consi- 
go el  tiempo,  llegue  á  mudar  el  semblante  de  las  cosas  el 
día  menos  pensado.  Así.  me  parece  que  el  arreglo  de  nues- 
tro sistema  de  impuestos,  y  los  tratados  de  comercio  con 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  225 

Uno  de  los  historiadores  españoles  mejor  infor- 
mados.en  el  origen  de  las  cosas  de  su  país,  y  más 
serio  en  su  relato,  nos  dice  hablando  de  esto  mis- 
mo :  "Entre  los  sucesos  de  este  año  fué  muy  grave 
la  toma  por  los  portugueses  de  la  plaza  de  Monte- 
video, como  en  prenda  de  los  territorios  de  Oliven- 
za  que  continuaban  en  posesión  de  España.  Al 
anunciar  este  hecho  la  Gaceta  Oficial  de  Madrid 
decía  que  el  sistema  federativo  establecido  para 
mantener  la  paz  de  Europa,  las  sabias  y  políticas 
medidas  de  Su  Majestad,  y  los  nobles  sentimientos 
del  rey  fidelísimo  de  Portugal  darían  á  este  nego- 
cio un  término  favorable.  Sin  embargo,  no  sucedió 
así.  Las  potencias  aliadas  de  Austria,  Rusia,  In- 
glaterra. Francia  y  Prusia,  á  quienes  España  acu- 
dió en  queja,  publicaron  una  declaración,  en  la 
cual,  elogiando  el  comportamiento  del  gabinete  de 
Madrid,  que  antes  de  repeler  la  fuerza  con  la  fuerza 

esta  nación  vecina,  v  con  otras    si  es  posible,  vienen  á  ser 
una  parte  principal  en  nuestra  defensa  contra  España. 

"Muchas  veces  he  querido  hablar  á  usted  sobre  el  nue- 
vo arancel  de  nuestra  Aduana,  pero  me  ha  detenido  siem- 
pre esta  reflexión :  no  es  posible  que  hayan  mudado  los 
principios  de  economía  que  manifestó  en  el  año  de  1812; 
luego  es  de  '.presumir  que  una  fuerza  insuperable  lo  pre- 
cise á  adoptar  ideas  que,  aunque  dañosísimas  en  sí,  sean 
convenientes  por  el  momento.  Deseo  mucho  que  pase  este 
momento,  y  que  usted  pueda  proceder  según  sus  propíos 
conocimientos  en  la  materia.  Así  lograremos  sin  duda  una 
popularidad  interesada  en  este  reino,  la  cual  siempre  in- 
fluve  en  el  caso  de  una  decisión  importante  del  ministerio. 
Sobre  todo,  asegurados  bien  del  corazón  del  rey  podemos 
contar  con  la  cooperación  del  ministerio.  He  pintado  á 
usted  su  carácter  y  sus  sentimientos;  nada,  pues,  añadiré, 
que  usted  no  haya  penetrado." 

HIST.   DE  L.\  REP.   .\RGEXTIX.A.  TOMO   VI. —  I^ 


220  LA    AIJAXZA   DKL    REY    DE    PORTUGAL 

empleaba  el  método  ele  la  negociación,  manifesta- 
ban su  sor])resa  y  sentimiento  por  la  invasión  ve- 
rificada, y,  firmemente  resueltas  á  proteger  la  paz 
de  Europa,  exhortaban  al  portugués  á  desvanecer 
las  fundadas  alarmas  que  su  conducta  había  inspi- 
rado y  á  satisfacer  las  justas  reclamaciones  de  Es- 
paña al  mismo  tiempo  que  los  principios  de  justicia 
que  dirigian  á  las  potencias  mediadoras,  amenazán- 
dole con  tomar  justa  satisfacción  de  aquel  agra- 
vio (30). 

Ante  estas  amenazas  que  á  lo  lejos  se  presenta- 
ban con  un  aspecto  sumamente  serio,  el  rey  de 
Portugal  instaba  al  gobierno  argentino  por  la  for- 
malización  de  un  tratado  de  alianza  tan  necesario 
para  la  una  como  para  la  otra  nación;  y  al  mismo 
tiempo  se  servia  del  talento  del  comisionado  argen- 
tino en  la  redacción  de  una  respuesta  victoriosa  al 
ultimátum  ó  nota  conjunta  de  las  potencias,  demos- 
trándoles con  firme  razonamiento,  que  entre  Por- 
tugal y  España  se  trataba  de  un  negocio  especia- 
lísimo,  ajeno  á  los  tratados  y  asuntos  de  la  compe- 
tencia del  Congreso  europeo,  en  el  cual  las  poten- 
cias nada  tenian  que  ver.  Era  verdad,  decía,  que  el 
entredicho  partía  de  la  insólita  pretensión  de  Fer- 
nando VII  á  mantener  como  vigente  el  tratado  de 
Badajoz  con  las  usurpaciones  del  territorio  portu- 
gués impuestas  allí  por  Bonaparte,  cuando  preci- 
samente la  reunión  de  ese  Congreso  general  había 
tenido  por  causa  anular  todas  esas  demasías  y  rein- 
tegrar á  los  gobiernos  de  lo  que  se  les  había  arre- 

(30)  Hist.  Gen.  de  España,  por  Víctor  Gebhardt, 
volumen  W,  pág.  674. 


CON    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  22/ 

batado  por  la  fuerza.  Desde  este  punto  de  vista,  era 
España  y  no  Portugal  quien  en  todo  caso  debería 
ser  reo  ante  el  Congreso ;  pues  él  tenía  el  deber  de 
someter  á  su  rey  á  lo  que  era  de  derecho  preciso  en 
el  nuevo  estado  de  las  cosas.  Pero  no  era  de  esto  de 
lo  que  se  trataba  ahora :  Portugal  no  había  interpe- 
lado todavía  á  España  por  esa  devolución  ni  había 
sometido  su  derecho  al  arbitraje  de  las  potencias. 
De  lo  que  se  trataba  ahora  era  de  la  ocupación  de 
la  Banda  Oriental,  y  de  saber  cómo  y  por  Cjué  la 
habían  ocupado  las  tropas  portuguesas.  España  ha- 
bía sido   vencida  allí   y   expulsada   de   Montevideo 
por   las   tropas    argentinas.    Después   de   eso,   nada 
había  hecho  por  recuperar  esa  parte  de  sus   colo- 
nias. De  manera  que  todo  ese  territorio  había  que- 
dado abandonado  á  sí  mismo,   enteramente  barba- 
rizado y  en  tal  desorden,  que  más  bien  que  provin- 
cia ó  entidad  social  de  un  género  cualquiera  era  un 
conjunto   de  bandoleros  en  anarquía,   sin   freno  ni 
regla  conocida,   que  hacían  la  guerra   á   todos   sus 
vecinos,     á    Portugal    especialmente,     acometiendo, 
matando,  robando  y  constitu}'endo  en  suma  un  pe- 
ligrosísimo contagio  al  lado  de  las  provincias  por- 
tuguesas,  cuyas  vastas  campañas,  población  nume- 
rosa y  semibárbara  también,  no  poco  expuestas  es- 
taban á  que  prendiese  en  su  seno  la   fermentación 
anárquica   de   sus   vecinos.    Así   pues,    á   las   causas 
originarias  del  entredicho  se  habían  acumulado  es- 
tas  otras,   no  menos   graves,   que  habían   obligado 
á    Su   Majestad   Fidelísima   á   ponerse   de   acuerdo 
con  el  gobierno  culto  y  regular  de  las  Provincias 
Unidas  del  Río  de  la  Plata  para  ocupar  y  pacificar 
la   Banda   Oriental.    Esto   había   ocasionado   gastos 


228  LA    AíJANZA    DKlv    RKY    DK    PORTUGAL 

enormes,  convenios  boiiafidc  y  obligatorios,  y  otras 
complicaciones  que  el  rey  de  Portugal  estaba  muy 
dispuesto  á  debatir  y  arreglar  con  el  de  España; 
porque  eran  asuntos  peculiares  de  ambos,  ajenos 
al  estatuto  del  Congreso  de  las  potencias,  y  que  por 
consiguiente  no  entraban  en  el  orden  de  aquellos 
en  que  él  arbitraba  resoluciones  de  un  carácter  li- 
tigioso puramente  europeo. 

Fué  tan  completo  el  buen  efecto  de  esta  nota 
(jue  la  misma  corte  de  Río  Janeiro  se  sorprendió 
de  que  hubiese  bastado  á  contener  el  fervor  con  que 
los  plenipotenciarios  del  Congreso  habían  aceptado 
los  reclamos  de  Fernando  VIí  :  "Sus  embajadores 
en  Londres  y  en  París  (escribe  García)  le  dicen  al 
rey  que  después  que  llegó  la  nota  de  abril  (la  indi- 
cada antes j  del  Ministerio  portugués  explicando 
los  motivos  é  intenciones  de  este  gobierno  en  la 
ocupación  de  Montevideo,  Inglaterra  ha  desistido 
enteramente  de  su  empeño;  y  cpie  las  demás  grandes 
potencias  quisieran  no  ver  suscrita  por  sus  minis- 
tros la  nota  de  París;  y  c|ue  sólo  por  haberse  ya 
comprometido  en  ella  esperaban  una  respuesta  cual- 
quiera de  Portugal,  para  darse  por  separadas  de  la 
cuestión  y  dejar  á  España  que  se  arregle  en  ella 
como  mejor  pueda.  Todo  esto  tiene,  especialmente 
ahora,  más  relación  de  lo  que  parece  con  nuestros 
intereses.  Sospecho  que  se  tra])aja  de  nuevo,  y  muy 
hábilmente  para  arrancar  de  aquí  el  trono  de  Por- 
tugal. No  quiero  echarla  de  malicioso,  y  suspendo 
explicarme  hasta  ver  más  claro.  No  nos  descuide- 
mos" (31). 

(31)     Y  en  efecto    así  era:  "Durante    el  calor  de  la 
contienda  que  se  ha  levantado  aquí  sobre  la  traslación  de 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  229 

Pero  este  sorprendente  resultado  había  depen- 
dido muy  principalmente  de  la  rara  situación  que 
el  gabinete  británico  tenia  en  aquel  momento.  Los 
miembros  principales  de  la  mayoría  gubernativa  y 
j)arlamentaria  se  hallaban  en  tal  divergencia  res- 
pecto á  los  asuntos  de  España  y  de  sus  colonias, 
que  no  podían  tomar  una  actitud  manifiesta  en  uno 
ó  en  otro  sentido  sin  precipitar  la  disolución  de  esa 
mayoría  y  abandonar  el  poder.  Wellington,  Castle- 
reagh  y  el  rey,  se  inclinaban  á  mancomunarse  con 
los  monarcas  absolutos  en  nombre  de  lo  que  ellos 
llamaban  los  principios  conservadores  del  orden  pú- 
mayoría  y  abandonar  el  poder.  W^éllington,  Castle- 
ción  de  los  que  profesaban  ideas  más  modernas  y 
más  inglesas  rehusaban  categóricamente  ponerse  á 
remolque  de  gobiernos  despóticos,  empeñados  en 
imponerse  á  los  pueblos  y  en  mantener  por  la  fuer- 
za principios  ya  caducos,  en  cuyo  triunfo  iba  fatal- 
mente vinculada  la  restauración  de  todos  los  mo- 
la silla  del  gobierno  portugués  á  Europa,  se  me  había 
insinuado  repetidas  veces  que  el  rey  deseaba  conocer  mi 
opinión.  Sugiriendo  siempre  consejos  y  pareceres  conve- 
nientes, yo  había  cuidado  mucho  de  no  tomar  parte  en 
el  asunto,  sin  embargo  de  estar  tan  ligado  con  los  intere- 
ses generales  de  nuestro  país.  Al  fin  recibí  un  billete  en 
el  cual  se  me  pedía  que  diese  mi  parecer  sobre  estos  dos 
puntos: — 1.°  Por  qué  razones  podía  ser  preferible  la  re- 
sidencia de  la  corte  en  el  Brasil: — 2."  Qué  medios  serían 
los  más  apropiados  para  conservar  la  unión  de  los  dos 
reinos.  Yo  me  expliqué  con  libertad  y  sencillez,  preocupa- 
do siempre  de  nuestros  intereses  y  de  no  ofender  la  extrema 
susceptibilidad  del  partido  de  oposición,  que  cuenta  con 
gentes  de  primer  orden.  Parece  que  he  sido  feliz  y  creo 
haber  hecho  un  trabajo  útil". 


230  LA   ALIANZA   DKL    RlvY   DE    PORTUGAL 

nopolios  contrarios  al  desarrollo  del  comercio  ma- 
rítimo y  de  la  riqueza  general  de  las  naciones  nue- 
vas, en  que  Inglaterra  estaba  vitalmente  interesada. 
Embarazado,  pues,  en  sus  decisiones,  el  Ministerio 
inglés  vivoteaba  tratando  de  doblar  las  dificultades 
de  esa  situación  y  de  sostener  ante  todo  su  influjo 
exterior.  Para  salvar  su  aparente  cohesión  y  man- 
tener compacta  su  mayoría  parlamentaria,  que  bas- 
tante expuesta  estaba  á  desgranarse  entre  Castle- 
reagh  y  Canning,  había  tratado  de  convencer  á  Es- 
paña de  que  le  convenía  zanjar  la  reyerta  sangrien- 
ta que  sostenía  contra  sus  antiguas  colonias,  acor- 
dándoles una  reforma  liberal  del  régimen  vetusto 
y  absurdo  que  las  había  obligado  á  ponerse  en  ar- 
mas. Pero  no  lo  había  conseguido;  y  como  después 
de  eso,  hubiera  venido  el  conflicto  de  España  y 
Portugal  á  poner  en  mayor  peligro  la  adherencia 
interna  de  sus  miembros,  al  mismo  tiempo  que  las 
otras  potencias  se  manifestaban  inclinadas  á  in- 
tervenir, el  gabinete  inglés  se  propuso  hacer  que 
eso  se  transigiese,  devolviendo  España  las  plazas 
de  Olí  venza  y  Jurumenha,  á  fin  de  que,  desocupada 
la  Banda  Oriental  por  los  portugueses,  le  quedase 
hbre  su  acceso  al  Río  de  la  Plata,  con  todas  las 
responsabilidades  y  contingencias  de  la  guerra,  so- 
brado pesada  y  ruinosa,  que  sostenía  contra  los 
patriotas  independientes.  De  aquí,  los  esfuerzos  c[ue 
hacía  por  sacar  de  Río  Janeiro  al  rey  don  Juan,  y 
la  resistencia  de  este  honorable  monarca  á  mantener 
con  firmeza  su  independencia  política  y  personal  en 
una  posición  en  que  nadie  podía  arrebatársela. 

Era  digno  de  notarse  también  que  mientras  In- 
glaterra  no   pudiera   dar  á   su  política   un   carácter 


CON    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  2 ¿I 

más  positivo,  las  otras  potencias  tampoco  podían 
hacer  nada  real  en  favor  de  España,  por  muy  ami- 
gables y  explícitas  que  fuesen  las  manifestaciones 
con  que  la  lisonjeasen.  Porque  todo  cuanto  en  ese 
sentido  pudieran  emprender,  habría  tenido  que  efec- 
tuarse por  el  mar  y  causar,  por  consiguiente,  no 
sólo  el  desplazamiento  de  la  mayoría  gubernativa, 
sino  sin  duda  ninguna,  la  disolución  del  parlamen- 
to; es  decir,  lo  que  el  gabinete  inglés  y  los  monar- 
cas europeos  trataban  de  evitar  á  toda  costa. 

Coartada,  pues,  la  diplomacia  de  las  potencias 
europeas  en  los  negocios  hispano-americanos,  Es- 
paña se  veía  condenada  á  permanecer  indefinida- 
mente aislada  entre  el  gobierno  enemigo  del  Río 
de  la  Plata  y  la  política,  divergente  al  menos,  del 
gobierno  portugués.  España  había  perdido  el  tiem- 
po :  si  hubiera  tenido  habilidad  y  amplitud  de  ge- 
nio político  habría  tenido  modo  de  negociar  una 
alianza  con  Portugal  dividiendo  las  dos  riberas  del 
Río  de  la  Plata.  Inglaterra  hubiera  batido  palmas 
con  esa  solución.  De  eso  era  de  lo  que  García  había 
temblado  al  principio  de  su  misión.  Pero  el  rey  de 
España,  siempre  torpe,  habiendo  perdido  la  oca- 
sión, veíase  ahora  reducido  á  la  impotencia  por  su 
propia  terquedad ;  el  honor  portugués  estaba  ya 
comprometido  de  este  lado  del  Atlántico  y  el  rey 
de  Portugal  era  demasiado  hombre  de  bien  para 
pesar  sus  intereses  echando  en  la  balanza  una  fe- 
lonía. 

Entre  tanto,  los  recursos  de  España  se  agotaban 
día  por  día.  y  dado  el  carácter  que  iban  tomando 
los  sucesos,  la  guerra  de  la  Independencia  podría 
ser   larga,    sangrienta,   llena   de   vaivenes ;   pero   no 


27,2  ],A    AMANZA   DKL    KKY    DE    PORTUGAL 

había  duda,  estalla  destinada  á  terminar  ¡)or  la  pos- 
tración de  Esi)aña,  y  por  la' emancipación  completa 
de  las  libertades  y  franquicias  comerciales  en  los 
puertos  americanos ;  que.  al  fin  y  al  cabo,  era  lo  que 
á  Inglaterra  le  importaba,  aunque  esas  regiones 
quedasen  más  ó  menos  barbarizadas  por  el  desor- 
den y  las  matanzas  de  una  larga  guerra. 

Empeñado  nuestro  comisionado  en  sacar  par- 
tido de  tan  honroso  influjo  como  el  que  se  había 
captado  en  el  seno  del  gobierno  de  Río  Janeiro, 
instaba  y  aún  suplicaba  que  el  de  Buenos  Aires  le 
despachase  el  Proyecto  de  los  Artículos  Adiciona- 
les al  convenio  de  mayo  de  1812,  para  formalizar  y 
anudar  las  obligaciones  respectivas. 

Pero,  desde  que  había  comenzado  á  decaer  el 
tono  altivo  de  las  potencias  europeas,  el  gobierno 
portugués  se  había  vuelto  también  menos  exigente 
por  la  celebración  de  ese  acuerdo,  ó  alianza,  con 
el  de  las  Provincias  Unidas.  Indiferente  ahora  al 
retardo  y  á  la  poca  animación  que  el  gobierno  de 
Euenos  Aires  había  mostrado  por  formalizarlo,  el 
de  Río  Janeiro  comenzó  también  á  dejar  en  calma 
el  asunto,  aunque  sin  romper  con  los  antecedentes 
que  traía  la  negociación,  ni  con  la  amistosa  simpa- 
tía que  se  le  seguía  prestando  al  comisionado.  Este 
preveía,  sin  embargo,  cada  día  con  más  evidencia. 
c[ue  las  potencias  europeas  acabarían  por  conseguir 
que  España  y  Portugal  transigieran  en  su  contien- 
da, y  que  la  corte  se  trasladara  definitivamente  á 
Lisboa.  Bajo  el  influjo  de  estos  presentimientos,  y 
sin  el  don  de  adivinar  las  contingencias  del  futuro, 
que  no  es  de  facultades  humanas,  y  mucho  menos 
de  diplomáticos  hábiles  y  prácticos  que  del)en  mar- 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  2¿T, 

char  sobre  los  hechos  públicos  ó  tendencias  laten- 
tes, el  comisionado  temía  con  razón  que  su  país 
volviese  á  quedar  abandonado  á  los  azares  de  la 
anarquía  y  de  la  formidable  invasión  que  España 
preparaba  con  extraordinario  y  supremo  esfuerzo, 
auxiliada  insidiosamente  por  Rusia,  y  casi  sin  duda 
por  Francia  y  otros  gobiernos  de  la  Santa  Alianza, 
como  lo  vamos  á  ver.  ¿Podía  él  contar  con  que  el 
temible  armamento  de  los  generales  La  Bisbal  y 
Calderón  se  había  de  sublevar  en  Cádiz  y  no  había 
de  caer  sobre  Buenos  Aires  en  pleno  año  1820, 
cuando  en  peores  condiciones  para  España,  aca- 
baba de  ver  la  expedición  de  Morillo  caer  sobre  \  e- 
nezuela  con  la  violencia  de  un  huracán  y  llevárselo 
todo  á  sangre  y  fuego  desde  Caracas  á  Bogotá? 

Pero,  como  hemos  dicho,  la  situación  política 
de  Portugal  iba  cambiando  radicalmente  con  res- 
pecto á  las  potencias  de  la  Santa  Alianza,  y  sobre 
todo  en  el  sentir  de  Inglaterra.  Bien  había  escrito 
García  á  su  gobierno :  "Xingún  estimulante  puede 
obrar  más  ciertamente  sobre  Inglaterra  que  la  se- 
paración de  Montevideo  del  conjunto  de  los  domi- 
nios españoles.  Si  esto  no  la  mueve  alguna  vez, 
crea  usted  que  no  hay  coco  capaz  de  moverla".  Este 
nuevo  giro  que  tomaban  los  negocios  debía  produ- 
cir consecuencias  de  diverso  género  en  los  intere- 
ses europeos  y  americanos. 

Las  unas,  en  cuyas  complicaciones  vino  al  fin 
Inglaterra  á  hacer  un  papel  principal,  fueron  ulte- 
rioridades  procedentes  de  estos  mismos  gérmenes 
que  acabamos  de  exponer  y  que  estudiaremos  en 
su  tiempo  y  lugar,  limitándonos  ahora  á  señalar  las 
que  vinieron  á  tener  un  influjo  inmediato  para  anu- 


234  I-^    A1.IAXZA    DKL    KKY    DF,    PORTUGAL 

lar  los  efectos  de  las  negociaciones  que  García  ha- 
bía llevado  hasta  el  instante  mismo  en  que  va  iban 
á  producir  sus  más  ruidosos  y  decisivos  resultados. 
En  efecto,  cuando  el  gobierno  portugués  se  ase- 
guró de  que  las  amenazas  de  una  guerra  y  de  la 
inmediata  invasión  del  reino  de  Portugal  habían 
desaparecido  por  el  desistimiento  de  las  potencias, 
y  por  la  actitud  en  que  se  mantenía  Inglaterra,  co- 
noció que  su  conflicto  con  España  quedaba  redu- 
cido á  un  simple  pleito  ó  litigio  diplomático,  lar- 
guísimo en  sí  mismo  por  su  materia,  por  la  lejanía 
y  la  ol)scuridad  de  los  incidentes,  y  por  el  aban- 
dono del  tribunal  arbitral  que  había  pretendido  in- 
miscuirse. Desde  entonces  era  ya  evidente  para  él, 
que  de  una  ú  otra  manera  había  de  tener  de  su  lado 
los  intereses  comerciales  de  las  otras  naciones,  y 
que  no  sólo  no  tenía  urgente  necesidad  en  preci- 
pitar las  cosas,  sino  que  una  política  agresiva  po- 
día traerle  reproches  y  consecuencias  de  mal  carác- 
ter, si  después  de  una  terminación  tan  favorable 
para  su  honra  y  para  sus  intereses,  se  presentase 
ante  los  soberanos  de  Europa  (siendo  su  rey  uno 
de  los  más  antiguos  entre  ellos)  con  un  tratado  de 
alianza  celebrado  con  pueblos  insurgentes  sin  nin- 
guna índole  política  respetable,  republicanos  de 
mero  título,  pero  enfermos  de  anarquía  y  de  des- 
orden. Su  política  tomó  entonces  un  sesgo  diver- 
gente del  que  había  traído.  Pero  en  honra  suya 
debemos  apresurarnos  á  decir  que  no  dio  la  espalda 
á  los  compromisos  que  había  contraído,  sino  que 
los  conservó  restringiendo  la  forma  y  reiterando  las 
garantías  que  había  ofrecido  acerca  de  la  inmuni- 
dad  de  las   costas   que  mantenía   ocupadas   en   una 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  235 

expectativa  de  los  sucesos  más  prudentes  ahora  que 
antes,  en  su  sentido.  García  lo  había  previsto  con 
tiempo,  y  había  hecho  sentir  al  gobierno  de  Bue- 
nos Aires  el  urgente  interés  que  tenía  en  que  se  for- 
malizase el  tratado.  Pero  cuando  el  gobierno  de 
Buenos  Aires  se  decidió  á  autorizar  su  consuma- 
ción, ya  no  era  tiempo.  El  Congreso  había  hecho 
algunas  alteraciones  y  reparos  al  texto  original  del 
acuerdo  remitido  por  García  (s^)-  Las  potencias 
europeas,  Francia  principalmente,  instigada  por 
España  que  sabía  á  que  atenerse,  habían  pedido 
declaración  categórica  al  embajador  portugués,  con- 
de de  la  Palmella,  sobre  si  era  cierto  ó  no  que  su' 
gobierno  hubiera  celebrado  un  tratado  de  alianza 
con  los  rebeldes  del  Río  de  la  Plata,  y  Palmella  lo 
había  negado  redonda  y  categóricamente  también. 
Y  además,  como  no  se  había  aceptado  el  texto  acor- 
dado y  remitido  por  el  agente  argentino,  el  go- 
bierno portugués  dijo  que  se  consideraba  libre  á 
su  vez  para  mirar  como  fracasada  la  negociación 
aunque  de  ninguna  manera  quería  innovar  el  fon- 
do de  la  situación  amistosa  y  de  común  interés  que 
lo  ligaba  todavía  con  el  gobierno  del  Río  de  la 
Plata.  A  él  le  convenía  también  negarse  á  recibir 
en  los  puertos  de  la  Banda  Oriental  las  fuerzas  mi- 
litares de  España  que  pretendieran  tomar  pie  en 
ellos;  y  como  en  eso  corría  el  peligro  de  ser  ata- 
cado y  de  tener  que  repeler  la  fuerza  con  la  fuerza, 
rehabilitó  las  fortalezas  de  Alontevideo  y  de  la  Co- 
lonia, reforzó  su  guarnición  y  proveyó  de  nume- 
rosa   y    buena    artillería    los    baluartes,    poniéndose 

(32)     \"éase  el  Apéndice. 


236  ].A    AJ.IAXZA    D'.'A.    KKV    DK    l'ORTUGAI. 

en  estado  de  resistir  dublés  (')  trii)]es  fuerza^  de  las 
de  mar  ó  de  tierra  (|ue  pudieran  venir  á  atacarlas. 
Pero  al  hacer  todo  esto  en  su  sentido,  declaró  tam- 
bién que  si  la  expedición  española  pasaba  adelan- 
te, á  Buenos  Aires  ó  sus  costas,  Portugal  no  le 
opondría  obstáculos,  según  lo  había  ofrecido  y  ga- 
rantido desde  tiempo  atrás  el  finado  conde  da  Barca. 
,\unque  esta  salvedad  tuviera  la  apariencia  de 
dejar  á  España  en  aptitud  de  atacar  directamente 
á  Buenos  Aires,  eso  era  mucho  más  difícil  de  lo 
que  parecía.  Llegar  con  20  mil  hombres  y  60  bu- 
ques á  la  rada  de  un  río  sin  canales,  ni  puertos  ac- 
cesibles á  la  artillería  de  mar,  después  de  seis  ú 
ocho  meses  de  navegación  miser-able,  difícil  y  llena 
de  contingencias  como  la  de  aquel  tiempo,  con  tri- 
pulaciones totalmente  bisoñas  y  medios  marítimos 
deficientes  para  los  desastres  que  habían  soportado, 
era  empresa  imposible  al  frente  de  una  capital, 
donde  formaban  12,000  cívicos  aguerridos  y  bra- 
vos, sin  contar  cinco  mil  veteranos  y  las  innume- 
rables partidas  de  jinetes  que  se  habrían  agrupado 
á  defenderla.  ¿Cómo  bajar  y  tomar  pie  en  sus  ir.- 
mediaciones  ?  Tomar  como  antecedentes  la  sorpre- 
sa de  Beresford  en  1806,  sería  ahora  un  desatino; 
mucho  más  cuando  con  un  solo  año  de  más  se  ha- 
bía \isto  que  los  ingleses  mismos  no  habían  podido 
repetir  su  expedición  sino  contando  con  la  posesión 
de  Montevideo,  sin  la  cual  \\'hitelocke  no  hubiera 
podido  presentarse  delante  de  Buenos  Aires  inme- 
diatamente después  de  su  desembarco  en  la  B use- 
nada.  Así  es  que  estorbando  el  desembarco  de  la 
expedición  española  en  la  Banda  Oriental,  Portu- 
gal hacía  im])osible  (|ue  ella  operase  sol)re  Buenos 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGENTINAS  Z^^J 

Aires,  y  ese  incon\-eniente  fué  lo  que  principalmeu- 
te  la  tuvo  demorada  en  las  costas  de  Andalucía, 
hasta  que  se  disolvió  en  1820  por  el  levantamiento 
liberal  de  Riego  y  de  Quiroga,  en  los  momentos 
en  que  ya  iba  á  zarpar,  contando  con  que  el  rey  de 
Portugal  regresaba  á  Lisboa,  y  con  que  haría  des- 
alojar á  Montevideo  y  la  Banda  Oriental  previa  la 
devolución  de  Olivenza  y  territorio  de  Jurumenha. 
"Logróse  al  fin  (dice  Gebhardt,  tom.  iv,  pág.  675) 
que  la  corte  de  Río  Janeiro  prometiese  devolver  á 
Montevideo  con  tal  que  se  le  reintegrase  de  los 
gastos  ocasionados  por  su  adquisición ;  y  en  este 
estado  se  señaló  la  ciudad  de  París  para  ventilar 
este  asunto;  pero  fuese  por  poca  destreza  en  el  re- 
jDresentante  español,  ó  pían  concertado  de  aiitcina- 
110  entre  las  potencias,  acabóse  por  acordar  que 
Montevideo  permaneciese  en  poder  de  Portugal 
provisionalmente". 

El  historiador  español  estaba  perfectamente  in- 
formado. Durante  esta  última  faz  de  la  disidencia, 
el  ejército  de  las  Provincias  Unidas  del  Sur,  que 
ocupaba  á  Chile  bajo  el  mando  del  general  San 
Martín,  había  ganado  la  decisiva  batalla  de  Maipu 
el  5  de  abril  de  1818:  Güemes  había  destrozado  li- 
teralmente en  Salta  y  en  Jujuy  el  ejército  del  Alto 
Perú,  que  mandaba  el  general  Laserna.  Nuestro 
ejército  de  Tucumán  restablecido  en  fuerza  y  en 
rigurosa  disciplina,  se  ponía  apto  para  hacer  una 
nue\-a  y  más  fácil  entrada  por  el  camino  de  las  sie- 
rras bolivianas.  Piar  (el  heroico  y  desgraciado 
Piar)  con  Bolívar  y  Páez  comenzaban  á  tomar  su- 
perioridad sobre  Morillo  en  Venezuela,  y  amena- 
zaljan  al  virrev  de  Xueva  Granada.  De  manera  que 


238  I,A    ALIANZA   DKI,    RKY    Dlí    PORTUC.AI. 

todo  este  conjunto  de  hechos  había  ya  convencido 
á  las  potencias,  y  sobre  todo  á  Inglaterra,  que  re- 
ducida España  al  Perú  y  á  las  fuerzas  con  que  Pe- 
zuela  se  mantenía  allí,  era  de  todo  punto  absurdo 
que  contase  con  recobrar  el  dominio  del  vasto  con- 
tinente que  ya  estaba  en  armas  y  victorioso  sobre 
ella  por  todas  partes. 

La  expedición  de  Cádiz  no  era,  pues,  en  nada 
más  que  un  simple  episodio  en  este  cuadro  general. 
Ella  no  podía  hacer  que  retrogradasen  los  hechos 
consumados,  ni  producir  otra  cosa  que  ruinas  y 
matanzas  inútiles.  En  el  Parlamento  repercutía  con 
frecuencia,  y  cada  vez  mejor  autorizado,  el  eco  po- 
deroso de  los  reclamos  del  país  y  del  comercio  con- 
tra el  capricho  y  la  ruda  terquedad  del  rey  de  Es- 
paña. Era,  pues,  preferible  que  una  expedición  que 
debía  levantar  un  grito  general  de  indignación  en 
toda  la  Gran  Bretaña  no  tuviese  lugar ;  y  la  manera 
de  estorbarla  era  llevar  á  la  larga  la  evacuación  de 
Zvlontevideo,  mientras  que  Inglaterra  y  Portugal 
unidos  ahora  en  la  misma  intención  y  en  los  mis- 
mos intereses  comerciales,  insistían  abiertamente. 
ya  en  el  Congreso  europeo  de  Aix-la-Chapelle,  ya 
en  España,  sobre  la  conveniencia  de  reconocer  la 
independencia  del  Río  de  la  Plata  para  entrar  á  re- 
gularizar la  situación  política  en  que  se  había  co- 
locado el  gobierno  de  Buenos  Aires. 

En  los  trabajos  de  García  hay  que  apreciar,  al 
lado  de  su  valor  real  y  del  talento  práctico  que  los 
distingue,  los  resultados  inmediatos  que  produje- 
ron, y  el  influjo  permanente  con  que  siguieron  ac- 
tuando hasta  1823,  en  la  misma  linea  de  operacio- 
nes {|ue  él  dejó  abierta  }'  trazada  desde   1815.   Su 


COX    LAS    PROVINCIAS   ARGEXTI^'AS  239 

conferencia  del  z'j  de  enero  con  lord  Strangford 
abraza  ya  con  admirable  exactitud  los  puntos  de 
la  célebre  entrevista  de  Canning  con  lord  ^^'élling- 
ton,  en  que  el  primero  declaró  abiertamente  que  si 
Francia  ó  alguna  otra  potencia  prestaba  mano  fuer- 
te á  España,  Inglaterra  se  presentaría  también  con 
dobles  fuerzas  á  proteger  el  fair-play  entre  los  ame- 
ricanos y  su  vieja  metrópoli  (33). 

El  amor  de  la  independencia  y  el  deseo  de  que 
su  triunfo  fuese  también  el  triunfo  de  la  cultura  y 
del  orden  social  que  caracteriza  á  los  pueblos  libres, 
resume,  por  decirlo  así,  en  dos  grandes  capítulos, 
el  sentido  fundamental  y  precioso  de  los  trabajos 
del  comisionado  argentino  en  Río  Janeiro.  Su  ta- 
rea de  arruinar  á  Artigas  y  de  contener  á  España 
llevada  á  cabo  en  su  doble  dirección  con  hábil  per- 
sistencia y  con  espíritu  varonil,  hace  el  elogio  del 
estadista  y  lo  justifica  en  la  historia.  Eso  fué  lo  que 
nos  puso  en  condiciones  de  superar  los  tremendos 
y  vergonzosos  reveses  del  orden  interno  y  de  la 
bancarrota  del  año  1820.  Sin  eso.  Artigas  hubiera 
prevalecido :  hubiera  asolado  la  tierra  argentina ; 
desbaratado  todo  el  orden  civil  y  doméstico  de  nues- 
tras ciudades:  sujetádolo  todo  al  imperio  bárbaro 
y  guerrero  con  que  soñaba ;  habría  reducido  nues- 
tras provincias  urbanas  á  la  vida  de  tribu  y  de 
aduar;  y  en  pos  de  él  se  habría  eslabonado  una  ca- 
dena no  interrumpida  de  gobiernos  bárbaros,  con 
todas  las  eventualidades  del  acaso.  La  emancipa- 
ción de  Entrerríos  y  Corrientes,  el  Tratado  del  Pi- 

(33)      Spencer  \\'alpole :  The  Grcat  IVar.  vol.  XI.  pá- 
.?ina  357. 


J40  LA    ALIANZA    DKL    RKY    DIÍ    PORTUC.AI, 

lar,  la  reconciliación  con  Santa  Fe,  la  liga  con  Cór- 
doba y  con  Cuyo,  que  salvó,  el  orden  público  en 
Chile ;  la  expulsión  de  Ramirez  y  de  Carrera,  la 
pacificación  general  de  1821.  la  reconstrucción  del 
gobierno  regular  y  Hljre,  nada  en  fin  de  todo  eso, 
huljiera  sido  posible.  .  .  y  sólo  Dios  sabe  que  rum- 
bos miserables  pudiera  haber  tomado  esa  naciona- 
lidad de  que  hoy  nos  enorgullecemos,  para  salir 
de  aquel  caos  espantoso  en  que  se  hundia  el  país, 
cuando  Garcia,  humilde,  y  solo,  bajaba  cual  otro 
Colón  en  Rio  Janeiro  sin  más  capital  ni  más  in- 
flujo que  una  idea  fecunda,  que  en  sus  manos  debía 
contribuir  á  la  salvación  de  su  patria.  "He  nave- 
gado (decía  en  una  de  sus  notas)  en  un  mar  pro- 
celoso é  inconstante,  sorteando  las  olas  y  evitando 
los  escollos  SIN  PERDER  MI  CAMINO.  .  .  \"endrá  la 
\er(lad,  y  con  la  verdad  la  justicia  y  la  honra  para  mi 
nombre"   (34). 

(34)     A'éase  el  Apéndice.- 


CAPITULO  \' 

EL   GOBIERNO   DE    PUEYRREDOX    Y   LA    LOGL\ 
LAUTARO 

Sumario  :  Xueva  evolución  hacia  el  régimen  unitario. — 
El  Congreso  y  Pueyrredón. — Estado  económico. — El  nu- 
merario.— Aniquilamiento  y  disolución  gubernativa.  — 
Incoherencias  y  antagonismos  locales. — Disyuntivas  fa- 
tales.— Preocupaciones  y  angustias  de  los  patriotas. — Los 
portugueses. — Insensatez  de  la  oposición. — Dificultades 
del  caso. — Fortaleza  y  serenidad  del  Supremo  Directoi. 
— Sus  condiciones  personales. — Su  reputación  y  sus  coo- 
peradores.— ;Por  qué  era  hombre  de  Estado? — Equili- 
brio de  su  espíritu  en  la  controversia  de  los  partidos. — 
Las  ideas  constitutivas  en  el  Congreso. — Inconveniente  de 
la  traslación  del  Congreso  á  la  capital. — Lo  malo  y  lo 
bueno  del  partido  democrático. — Compromisos  de  la  di- 
plomacia en  Europa  y  en  Río  Janeiro. — Amenazas  y  sín^ 
tomas  de  subversión. — Centro  revolucionario  en  la  im- 
prenta de  la  ''Crónica  Argentina". — La  logia  Lautaro, 
sus  antecedentes  y  sus  fines. — Coincidencia  y  armonía  de 
ideas  del  Supremo  Director  con  el  general  San  Martín. 
■^Incompatibilidad  entre  el  rompimiento  con  Portugal  y 
de  la  expedición  á  Chile. — El  nuevo  ministerio. — !Medi- 
das  administrativas  é  intervención  de  la  logia. — Inquie- 
tudes.— La  Junta  de  Observación  y  su  anomalía. — Alar- 
ma del  sentimiento  local  sobre  los  peligros  de  la  capital. 
— Representación  del  Cabildo  y  de  la  Junta  de  Observa- 
ción.— Contestación  y  protesta  del  Supremo  Director. — 
El  general  Soler  v  los  revoltosos. — El  personal  de  este 
club. — El  coronel  Dorrego  y  sus  explicaciones  posterio- 
res.— Su   entrevista   con   el    Supremo   Director. — Estado 

HIST.   DE  LA  REP.    ARGEXTIXA.   TOMO   VI. 1 6 


242  EL    GOBIERNO    DE    rUEVKREDOX 

subversivo  en  Córdoba,  la  Rioja  y  Santiago  del  Estero. 
— Deportación  de  Dorrego. — Rigor  excesivo  del  acto. 

Lo  que  fué  verdaderamente  inesperado  es  el 
desvío  que  tomó  la  violenta  con- 
1816  moción  del  año  anterior.  A  sus 

Junio  3  primeros  pasos  pudo  temerse  que 
iban  á  quedar  en  escom.bros  los 
trabajos  que  desde  18 10  se  venían  haciendo  para 
constituir  el  gobierno  liberal  concentrado,  que  ema- 
naba del  espíritu  público  como  propio  producto  de 
la  Revolución  de  ]\Iayo.  Pero  poco  después,  pa- 
sando por  variadísimos  incidentes,  y  al  influjo  de 
necesidades  espontáneas,  apremiantes,  surge  de  en- 
tre las  ruinas,  envuelto  todavía  en  la  polvareda  del 
derrumbe,  un  Congreso  enfermizo,  anónimo  casi, 
que  relegado  allá  en  una  provincia  pobre  y  lejana, 
echa  raíces  profundas  en  lo  más  fecundo  del  sen- 
timiento nacional,  invierte  los  antecedentes  de  su 
creación  y  acaba  por  restablecer,  pasado  apenas  un 
año,  el  orden  de  cosas  poco  antes  destruido. 

Con  la  elección  de  don  Juan  Martín  Pueyrre- 
dón,  este  cambio  feliz  alcanza  su  forma  completa 
en  las  esferas  superiores  del  orden  político.  La  bur- 
guesía tomada  en  globo  acepta  la  tendencia  conser- 
vadora y  se  adhiere  á  ella.  Pero  el  rencor  de  las 
perturbaciones  anteriores,  desalojado  de  la  super- 
ficie, se  había  precipitado  como  un  residuo  intra- 
table en  lo  hondo  de  los  ánimos,  y  seguía  fermen- 
tando pronto  á  estallar  al  menor  descuido  de  la 
mano  que  había  recibido  encargo  de  comprimirlo. 

La  situación  era  tanto  más  delicada  cuanto  que 
las  inquietudes  de  adentro  y  las  alarmas  que  venían 


Y    LA   LOGIA   LAUTARO  243 

del  exterior,  coincidían  con  las  amargas  pri\-acio- 
nes  de  una  pobreza  general  y  tan  completa,  cpie 
S(31o  recordando  sus  cansas  podrá  concebirse.  Las 
operaciones  militares  en  las  fronteras  del  Alto  Pe- 
rú, las  correrías  de  las  partidas  armadas,  las  levas 
}•  el  armamento  en  masa  de  los  pueblos  de  este  y 
de  a(|uel  lado,  habían  esterilizado  el  suelo,  anulado 
el  comercio  de  ganados,  obstruido  el  de  tránsito 
y  paralizado  el  retorno  de  metales  que  lo  alimen- 
taba. A  estas  calamidades  respondía  otra  penuria 
no  menos  pesada,  que  era  su  consecuencia;  los 
ahogos  administrativos  eran  tales,  que  obligaban 
al  gobierno  á  designar  capitaciones  excesivas  so- 
bre determinada  clase  de  vecinos;  á  imponer  em- 
préstitos forzosos  y  otras  exacciones  de  detalle.  Con 
esto,  el  numerario  se  había  agotado  á  tal  extremo 
que  aquellos  que  habían  salvado  algunos  restos 
preferían  esconderlo  en  los  techos  ó  debajo  de  tie- 
rra, antes  que  dejarlo  sospechar  por  sus  gastos  y 
tren  de  vida.  A  excepción  de  algunas  de  las  gran- 
des figuras  que  sevían  con  su  persona  á  la  causa 
de  la  independencia,  los  demás,  sobre  todo  si  eran 
godos,  como  se  llamaba  á  los  partidarios  del  rey, 
afectaban  la  miseria,  y  hasta  por  sus  trajes  raheces 
y  envejecidos,  más  que  propietarios  parecían  ju- 
díos pordioseros.  Y  tenían  sin  embargo  bastante 
dinero,  propio  y  depositado  por  otros  realistas  pró- 
fugos, cjue  rara  ^'ez  recibieron  buena  cuenta  del 
suyo. 

Al  aceptar  su  puesto,  el  señor  Pueyrredón  sabía 
l)ien  que  tomaba  las  responsabilidades  de  un  mo- 
mento crítico.  Desgajados  y  dispersos  los  medios 
ordinarios   de   gobierno   no   quedaba   al   alcance   de 


244  '-I'    OOBIERXO    DE    rUKYRKKDOX 

la  ^"ista  común,  camino  ni  rumbo  en  donde  el  i>uder 
público  pudiese  encontrar  los  resortes  administra- 
tivos que  era  menester  rehabilitar  para  reanimar  la 
vida  nacional  y  darle  coherencia.  Chile,  Salta,  el 
litoral  uruguayo  y  el  seno  desgarrado  de  las  otras 
provincias,  eran  cuatro  problemas  de  tal  magnitud, 
que  bastaba  con  que  la  solución  fuese  desgraciada 
en  uno  solo  de  ellos,  para  que  todo  lo  demás  se  per- 
diese y  quedase  consumada  la  ruina  total  de  la  na- 
ción. 

El  suelo  de  la  capital  palpitaba  como  si  un  vol- 
cán estuviese  por  reventar.  L"n  conjunto  incohe- 
rente de  pueblos,  ó  mejor  dicho,  de  tribus  enemi- 
gas, aprontaba  sus  armas  contra  el  poder  nuevo ; 
V  los  intereses  anárquicos  de  las  facciones,  cerrado 
el  oído  y  extraviada  la  conciencia  en  este  torbellino 
de  calamidades,  producían  ese  delirio  general  que 
se  apodera  de  los  pueblos,  en  lo  alto  y  en  lo  bajo, 
cuando  se  altera  el  equilibrio  normal  de  los  orga- 
nismos. Cada  una  de  esas  facciones,  invocando  esos 
mismos  peligros  y  zozobras  que  estremecían  al  país, 
pugnaba  por  escalar  el  poder  á  todo  trance,  bien 
convencida  de  que  sólo  ella  y  sus  corifeos  podían 
salvar  la  patria  y  contener  la  obra  de  la  estupidez 
ó  de  las  traiciones  con  que  los  otros  (el  gobierno 
sobre  todo)  iban  á  sacrificarla.  Según  unos,  era 
menester  levantar  la  muralla  de  la  China  entre  Bue- 
nos Aires  y  las  provincias:  "¡Buenos  Aires  para 
Buenos  Aires  y  para  los  porteños;  busquen  los  de- 
más como  entenderse,  que  nada  queremos  de  co- 
mún con  ellos,  ni  gobernarlos,  ni  que  nos  gobier- 
nen 1"  Los  otros  no  abrigaban  más  vivo  anhelo  que 
el  de  rodar  sus  masas  sobre  Buenos  Aires:  estran- 


Y   LA    LOGIA    LAUTARO  245 

guiarlo,  exprimirlo,  hollarlo,  saquearlo,  aveutar 
sus  escombros,  y  "sembrar  con  sal  el  terreno :  Hic 
Troia'  nos  decía  á  nosotros  mismos  un  legista  cor- 
dobés en  el  acaloramiento  de  una  disputa  retros- 
pectiva. A  este  exterminio,  subsecuente  á  la  con- 
quista, á  esta  ejecución  bárbara  y  de  imitación  he- 
lénica es  á  lo  que  ellos  llamaban  nacionalismo.  El 
ejército,  cuyas  divisiones  principales  se  hallaban 
en  ]\[endoza,  en  Tucumán  y  en  la  capital,  era  el 
único  elemento  vital  que  se  mantenía  tranquilo  es- 
perando sus  grandes  días  bajo  la  mano  firme  de  San 
Martín  y  de  Güemes. 

Las  cosas  habían  llegado  á  tal  punto  que  la  sal- 
vación de  la  independencia  ó  la  recaída  en  la  tira- 
nía reaccionaria  }■  vengativa  del  gobierno  español, 
la  salvación  del  orden  social  ó  el  hundimiento  en 
la  barbarie,  dependían  sólo  de  sucesos  eventualí- 
simos,  próximos  á  pronunciar  su  última  palabra  y 
decidir  con  ella  la  cruel  alternativa  en  que  el  espí- 
ritu público,  colgado  á  un  hilo,  se  balanceaba  so- 
bre el  abismo.  Y  cuidado  que  no  hacemos  una  figu- 
ra, sino  un  resumen.  Se  necesitaba  haber  oído  á  los 
hombres  del  tiempo,  haberlos  sentido  estremecerse 
todavía  en  sus  viejos  años  al  recuerdo  de  aquellas 
horas  de  insomnio,  iluminadas  por  los  relámpagos 
fugaces  de  la  esperanza  y  por  la  energía  del  patrio- 
tismo, para  medir  su  obra  y  la  talla  con  que  se  le- 
vantan en  esos  tiempos  de  nuestra  historia.  ¡Cuán- 
ta pureza!  ¡cuánta  hombría  de  bien!  ¡cuántos  es- 
fuerzos de  voluntad  en  servicio  de  su  país,  y  cuán- 
to desinterés ! 

Si  desde  lo  interior  quisiéramos  lanzar  nuestra 
vista  sobre  el  anchuroso  Río  y  preguntar  qué  es  lo 


246  EL    GOBIICKXO    DE    PUEYRREDOX 

(jLie  quería  distinguir,  en  los  lejanos  horizontes,  el 
ojo  inquieto  de  nuestros  padres,  encontrarianios  que 
se  figuraban  ver  al  través  de  las  nieblas  del  Atlán- 
tico las  formas  gigantescas  de  los  navios  que  ha- 
bían salido  de  Cádiz  saludando  con  salvas  y  con 
gallardetes  las  naves  del  rey  de  Portugal,  cuyas 
tropas  traspasaban  ya  las  fronteras  orientales,  sin 
que  se  supiese  para  qué  ni  por  qué  venían  á  situar- 
se en  las  puertas  de  la  capital  argentina,  llave  de 
todos  los  canales  interiores. 

Rumores  varios  y  contradictorios  corrían  en  el 
pueblo  alborotado  delante  de  esta  esfinge  muda  pe- 
ro agresiva  que  contenía  uno  de  los  más  grandes  y 
misteriosos  secretos  de  la  situación  Quienes  la  mi- 
raban como  la  vanguardia  de  la  expedición  espa- 
ñola, quienes  como  una  invasión  contra  Artigas, 
sin  otra  mira  que  redondear  los  territorios  del  Bra- 
sil en  los  limites  uruguayos.  Pero  tal  era  la  niaig- 
nación  popular  que  la  invasión  portuguesa  provo- 
caba en  ambos  conceptos,  que  si  bien  no  faltaban 
quienes  la  miraran  como  una  garantía  por  el  mo- 
mento, nadie  osaba  decirlo.  El  pueblo  no  lo  creía 
ni  quería  creerlo;  habría  puesto  en  la  picota  de  los 
traidores  á  los  que  se  lo  hubieran  dicho;  y  como  el 
miedo  es  casi  siempre  el  más  fuerte  factor  del  des- 
orden y  de  la  anarquía,  una  gritería  irracional  de 
guerra  inmediata  contra  Portugal  avasallaba  todas 
las  voces  de  la  prudencia,  y  convertía  en  cómplices, 
aparentes  al  menos,  á  los  hombres  que  creían  que 
lo  mejor  era  contemporizar  con  la  opinión  pronun- 
ciada del  pueblo,  hasta  que  los  sucesos  se  caracte- 
rizasen por  sí  mismos  y  señalasen  el  momento  pre- 
ciso de  intervenir  en  la  solución. 


Y    LA    LOGIA    LAUTARO  247 

El  gobierno  sabía  bien  que  no  tenía  recursos 
para  emprender  nueva  guerra  con  un  poder  marí- 
timo y  terrestre  que  dominaba  las  aguas  de  la  ca- 
pital. "Reflexionen  (había  escrito  el  comisionado 
de  Rio  Janeiro)  que  para  hacer  guerra  á  Portugal, 
necesitan  ustedes  doble  número  de  tropas,  y  dobles 
recursos  de  los  que  tienen  comprometidos  contra 
España".  El  Supremo  Director  y  los  hombres  de 
buen  consejo  que  se  agrupaban  en  derredor  suyo, 
atraídos  por  la  importancia  necesaria  de  su  perso- 
na, S€  inclinaban  decididamente  á  la  política  expec- 
tante, pero  sin  poder  desprenderse  de  la  alarma  en 
que  los  ponía  el  poderoso  movimiento  de  tropas  que 
el  rey  de  Portugal  desplegaba  en  el  centro  del  te- 
rritorio oriental.  Temían,  como  era  natural,  aven- 
turarse á  contenerlas  cuando  la  insurrección  \'andá- 
lica  era  allí  más  violenta  y  más  brutal  que  nunca : 
cuando  la  vanguardia  realista  pasaba  ya  la  fron- 
tera de  Jujuy.  y  cuando  había  llegado  el  momento 
de  emprender  la  azarosísima  reconquista  de  Chile, 
en  que  se  iba  jugando  el  todo  por  el  todo. 

Cualquiera  creería  que  esta  situación  imponía 
á  los  partidos  el  deber  de  aquietarse  y  de  dar  treguas 
á  la  inconcebible  exaltación  de  sus  ataques.  Todo 
lo  contrario :  esa  prudencia,  esa  resen-a  probaban 
para  ellos  que  el  gobierno  era  cómplice  de  las  fuer- 
zas extranjeras  que  entraban  á  consumar  la  cons- 
piración de  los  monárquicos.  Para  estos  adversa- 
rios era  llegado  el  momento  de  fraternizar  con  Ar- 
tigas :  de  abandonar  todas  las  demás  atenciones 
para  contraerse  á  salvar  ''la  provincia  oriental"'. 
Era  forzoso  darle  todos  los  recursos  de  la  capital 
contra    el  invasor    portugués ;    ocupar    la  plaza  de 


248  El    GOBIKRXO    DE    PUEYRREDON 

AJonievideo  antes  que  sus  tropas  y  cerrar  así  con 
nuestros  propios  recursos  la  entrada  en  el  Río  á  la 
expedición  de  Cádiz.  En  vano  era  que  se  ignorase 
si  Artigas  aceptaría  esa  cooperación  subordinándo- 
se como  oficial  argentino  al  gobierno  de  la  nación. 
En  \ano  que  de  otro  modo  fuese  imposible  de  todo 
punto  acordársela.  En  ^'ano  hacer  presente  que  has- 
ta a([uel  momento  Artigas  era  un  enemigo,  un  in- 
Aasor  armado  y  usurpador  violento  de  las  pro\'in- 
cias  argentinas,  cjue  no  podía  figurar  como  aliado. 
Todo  era  inútil :  se  necesitaba  acumular  cargos 
(quizás  sinceros)  contra  las  macjuinaciones  monár- 
quicas que  se  ocultaban  debajo  de  esa  política  hi- 
pócrita con  c[ue  el  Supremo  Director,  el  Congreso 
y   su  partido  ocultaban  sus  verdaderas  miras. 

Pocas  veces  se  habrá  visto  un  gobernante  en- 
vuelto en  una  situación  más  compleja  que  la  cj[ue 
tuvo  que  afrontar  el  señor  Pueyrredón  al  tomar  las 
riendas  del  gobierno.  Pero  en  honra  suya  hay  que 
decir  que  pocas  veces  también  se  habrá  visto  c¡uien 
asumiera  tantas  y  tan  pesadas  responsabilidades, 
con  mayor  confianza  en  sí  mismo,  con  honradez 
más  acrisolada,  con  una  energía  más  desentendida 
de  todo  interés  propio  ó  ajeno  cjue  no  fuera  el  de 
la  gloria  y  la  honra  de  su  país. 

El  nuevo  Director  Supremo  tomó  su  puesto  con 
el  aire  natural  y  sencillo  de  grande  hombre  que  era 
uno  de  sus  rasgos  personales,  y  (jue  la  historia  le 
acordará,  cada  día  con  mayor  respeto,  á  medida  que 
se  estudie  su  obra  y  su  tiempo.  Por  linaje,  por  edu- 
cación y  por  hábitos,  don  Juan  ]\Iartín  de  Puey- 
rredón podía  pasar  como  una  muestra  perfecta  del 
hermoso  tipo  meridional     (que    es  bastante  decir) 


Y   LA    LOGIA    LAUTARO  249 

de  los  Últimos  años  del  siglo  xvin.  Era  alto  y  de 
cabeza  erguida;  más  bien  que  grave,  templado;  el 
ojo  vivo  y  observador,  imperioso  á  veces,  se  velaba 
con  esmero  en  las  delicadas,  urbanidades  del  trato 
social ;  afable  para  con  todos,  para  elevados  per- 
sonajes y  para  humildes  subalternos.  Franco  y  ame- 
no en  la  intimidad,  gustaba  del  reir  ático;  sabo- 
reaba con  placer  los  chismes  sociales,  y  no  pocas 
veces  incurría  en  libertades  que  rozaban  de  cerca 
(con  ingenio  y  vivacidad  siempre)  en  la  sátira  an- 
tigua, sin  que  excusemos  ninguna  de  las  crudezas 
Cjue  se  le  conocen  en  Juvenal  ó  en  Suetonio.  Pero 
al  mismo  tiempo  era  de  una  regularidad  inquebran- 
table en  sus  costumljres  privadas  y  modelo  de  ca- 
riño con  todos  los  suyos. 

Subía  al  gobierno  sin  cpe  lo  impusiera  la  fuer- 
za armada  ni  el  asalto  de  un  partido  servil  atraído 
á  él  por  los  favores  del  poder  personal.  Sus  únicos 
medios  de  gobierno  eran  la  legalidad  de  su  man- 
dato, el  conocimiento  de  las  necesidades  del  país, 
la  conciencia  luminosa  de  sus  deberes,  y  la  saga- 
cidad admirable  con  que  supo  colocarse  en  la  co- 
rriente de  la  opinión  pública,  que  muy  pocos  cjuizá 
conocían  antes  que  él  la  hubiese  desembarazado  de 
los  obstáculos  que  la  ol)Struían.  Lo  primero  que 
preocupó  su  espíritu  fué  la  necesidad  de  consolidar 
un  organismo  interno  capaz  de  vigorizar  la  entidad 
política  de  la  nación,  por  el  país  y  para  el  país. 

Y  sin  más  artificio  que  la  elección  de  sus  coo- 
peradores entre  lo  mejor  conceptuado  del  país  por 
el  saber  y  por  la  honradez,  infundió  desde  luego 
ac[uel  respeto  moral  que  acompaña  siempre  á  las 
administraciones  honestas,  y  que  á  la  vez  C|ue  ro- 


250  KI    GOBIlvRNO    Dt    PUKYRREDON 

biistece  á  los  gobiernos,  desanima  ó  contiene  al  me- 
nos el  arrojo  y  los  medios  de  los  que  quisieran  agre- 
dirlos. Las  revoluciones  no  triunfan  sino  de  los  go- 
biernos desacreditados,  o  de  los  que  han  tratado 
de  subsanar  su  descrédito  con  la  fuerza,  que  es  la 
evolución  final  y  patológica  de  los  gobiernos  per- 
sonales y  corrompidos. 

Persuadido  de  que  sólo  los  principios  morales 
dan  valor  histórico  y  propia  importancia  á  los  go- 
bernantes, Pueyrredón  tenía  conciencia  de  que  en 
las  esferas  elevadas  y  sanas  del  criterio  público,  se 
hacía  honor  á  los  suyos ;  y  sabía  que  la  entereza 
circunspecta  de  su  carácter  no  sólo  le  captaba  la 
deferencia  de  los  hombres  políticos  que  figuraban 
en  esas  esferas,  sino  que  trascendía  al  sentir  gene- 
ral de  los  pueblos  llevándoles  el  respeto  espontá- 
neo con  que  se  extiende  la  reputación  de  los  hom- 
bres eminentes. 

Sus  esfuerzos  por  aquietar  la  capital  y  apaci- 
guar las  aspiraciones  inquietas  al  freno  del  orden, 
no  le  enajenaban  el  sentimiento  político  y  liberal 
del  partido  patricio  ó  vecinal  de  1810,  despojado  en 
181 1,  pero  retemplado  en  18 12,  agredido  y  destro- 
zado en  181 5,  pero  que  recuperando  de  nuevo  su 
altiva  confianza  al  influjo  del  grande  ciudadano  que 
tomaba  ahora  las  responsabilidades  del  gobierno, 
entraba  gradualmente  en  línea,  se  acomodaba  con 
los  disidentes  de  ayer  y  reorganizaba  su  formación 
de  combate  contra  España  y  contra  la  anarquía,  sus 
dos  enemigos  mortales.  Un  recuento  nominal  de 
los  hombres  políticos  que  conversionahan  sobre  este 
centro  bastaría  á  demostrarlo.  Y  en  verdad  que  no 
es  poco  lo  que  eso  hablaba  en  honor  y  gloria  del 


Y    LA    LOGIA    LAUTARO  25 1 

nuevo  magistrado,  pues  su  poderoso  influjo  enton- 
ces, asi  como  su  gloria  histórica,  fueron  debidos  á 
que  todos  sabían  que  su  ambición  no  era  el  ape- 
tico  cínico  del  mando  por  gozar  en  el  mando  con 
la  humillación  y  la  explotación  de  su  patria,  sino 
el  anhelo  de  fundar  un  gobierno  puro,  capaz  de  re- 
concentrar todas  las  fuerzas  sociales  para  lanzar 
por  cima  de  los  Andes  el  glorioso  ejército  cuyo 
triunfo  había  de  despejar  los  peligros  más  graves 
del  momento  y  poner  la  causa  de  la  independencia 
en  el  camino  de  las  victorias  que  la  salvaron. 

Sólo  los  que  como  él  gobiernan  con  grandes 
fines  y  con  medios  honestos,  son  hombres  de  Es- 
tado, ó  entidades  históricas  que  se  iluminan  en  el 
cuadro  de  su  tiempo.  Los  demás,  felices  á  su  ma- 
nera, pasan  por  la  cumbre  como  aventureros  del 
acaso,  para  desaparecer  en  el  abismo  del  olvido, 
si  es  que  por  todo  recuerdo  no  dejan  el  ominoso 
rastro  de  la  tiranía,  el  de  la  corrupción  ó  de  la  des- 
vergüenza propia  de  los  medios  que  emplearon. 
Para  los  unos  hay  Plutarcos,  para  los  otros  Táci- 
tos y  Suetonios :  ninguno  escapa  á  la  justicia,  ni  á 
la  medida  de  su  propia  talla. 

Cualesquiera  que  fuesen  las  ideas  ulteriores  de 
Pueyrredón  sobre  los  fines  de  la  Revolución  de 
Mayo  y  sobre  el  sistema  político  en  cjue  había  de 
encuadrarse,  era  demasiado  sensato  y  recto  para 
no  ver  con  dolor  que  la  propaganda  de  Belgrano  y 
del  elemento  alti-peruano  que  en  el  Congreso  se- 
guía la  voz  de  este  iluso  patriota,  daba  motivos 
harto  graves  y  fundados  para  C{ue  el  país  creyese 
que  se  fraguaba  en  efecto  un  vasto  complot  contra 
el  régimen  democrático-republicano,  que  en  el  sen- 


25-í  KI    GüBIlvKNü    UL-:    PUKYKREDOX 

tir  de  los  pueblos  era  inseparable  de  la  idea  y  del 
nombre  mismo  de  /(/  patria.  Y  lo  peor  era  que  en 
ese  sentido  aparecian  haciendo  el  primer  papel  los 
diputados  alti-peruanos  con  los  de  algunas  otras 
provincias  andinas,  al  paso  que  los  de  Buenos  Ai- 
res, poniendo  el  oído  al  espiritu  popular  de  la  suya, 
se  habían  declarado  resueltamente  hostiles  á  esa 
solución  absurda  é  imposible  ya  en  aquel  momento. 
Uno  de  los  diputados  más  entendidos  del  Con- 
greso escribía  lo  siguiente  á  un  amigo  suyo :  'Xa 
opinión  acerca  de  la  forma  de  gobierno  se  va  de- 
jando conocer  en  los  encapotados,  por  la  contro- 
versia que  ofrecen  á  este  respecto  nuestros  perió- 
dicos; y  aunque  el  juicio  de  los  más  ilustrados  se 
fija  en  la  monarc[uia  constitucional,  se  divide  se- 
gún comprendo  en  incas,  portugueses,  ó  algún  otro 
príncipe  extranjero.  Mientras  se  discute  una  mate- 
ria tan  espinosa  en  el  Congreso,  en  las  tertulias  y 
en  los  papeles  públicos,  la  esperanza  de  los  monár- 
(juicos  no  se  disminuye  con  relación  al  héroe  que 
cada  uno  privativamente  se  propone  alzar.  Dificul- 
tades y  ventajas  se  alegan  por  los  prosélitos  en  cada 
secta.  Las  razones  especiosas  de  unos,  con  los  dis- 
cursos sólidos  de  los  otros,  conservan  un  contraste 
que  sirve  para  analizar  los  sentimientos  y  descu- 
brir el  sistema  que  arrastra  en  su  favor  mayor  nú- 
mero de  sectarios.  Ese  contraste,  ese  choque  entre 
los  mismos  que  piensan  en  la  monarquía  modera- 
da, será  estrepitoso  desde  el  momento  cjue  se  escu- 
che una  resolución  soberana  c[ue  clasifique  prema- 
turamente el  gobierno.  Pero  en  contra  de  los  que 
discurren  en  favor  del  sistema  monárquico,  se  pre- 
senta una  masa  enorme  de   federalistas  que  traba- 


Y    LA    LOGIA   LAUTARO  253 

jan  sobre  un  campo  preparado,  contando  con  el 
vulgo  de  todos  los  pueblos  y  con  algunos  hombres 
de  séquito  que  apadrinan  sus  pensamientos.  Las 
ideas  de  todos  éstos  están  en  oiX)sición  con  las  que 
el  Congreso  ha  dejado  entrever  en  sus  sesiones;  y 
no  es  despreciable  la  fuerza  fisica  y  moral  que  obra 
en  cada  una  de  las  provincias  en  apoyo  de  un  des- 
enfrenado republicanism,o.  La  contradicción  de 
principios  en  los  diversos  partidos  .que  conspiran 
á  constituir  un  gobierno  nacional,  amaga  la  diso- 
lución del  Estado  si  la  decisión  del  problema  se 
precipita  por  el  Congreso,  si  no  se  medita  antes 
la  combinación  de  los  espíritus  y  no  se  disponen 
los  medios  para  contener  el  furor  de  los  c^ue  sin  de- 
tenerse en  ellos  buscan  el  término  feliz  de  sus  pro- 
yectos"'  (i). 

"Esta  controversia  que  por  acalorada  que  fuese 
dentro  del  Congreso  no  tenía  por  afuera  ninguna 
importancia  radical,  ocasionaba  sin  embargo  una 
de  las  incoherencias  más  curiosas  é  intrincadas  del 
momento.  El  Supremo  Director  había  entrado  en 
la  capital  sorprendiendo  y  sujetando  por  su  con- 
fianza la  mala  voluntad  de  los  cpie  se  aprontaban 
á  cerrarle  el  paso,  y  había  tomado  posesión  de  su 
terreno.  Pero  la  cosa  cambiaba  de  aspecto  en  cuan- 
to al  Congreso,  pues  era  tal  la  impopularidad  y  el 
agrio  localismo  que  sus  invenciones  monárc^uicas, 
y  su  origen  provincial,  alti-peruano  más  bien,  le- 
^•antaban  en  el  ánimo  de  la  masa  republicana  }"  atre- 

(i)  Carta  del  diputado  Darragueira  á  don  Tomás 
Guido  en  la  Rez-ista  Xacional  de  don  Adolfo  Carranza,  to- 
mo XIV,  pág.  68. 


254  El    GOBIERNO    Dlv    PUEYRKKDOX 

\i(la  (|iie  tenia  en  Ijnllicio  á  la  capital,  que  no  sólo 
era  inoportuno,  sino  sumamente  arriesgado,  que 
en  aquel  momento  viniese  á  funcionar,  y  á  exhibir 
su  personal,  delante  de  las  antipatías  del  pueblo 
porteño.  Resultaba,  pues,  que  en  los  hechos  se 
constituía  con  rapidez  un  vigoroso  poder  ejecuti- 
vo en  manos  del  patriciado  vecinal  de  Buenos  Ai- 
res, presidido  por  Pueyrredón,  mientras  que  el 
Congreso,  relegado  á  enorme  distancia,  continuaba 
siendo  un  parásito  sin  jurisdicción  ni  vínculos  di- 
rectos orgánicos,  con  la  provincia  misma  en  que 
vegetaba. 

Muchos  diputados  de  los  más  notables  se  ma- 
nifestaban ya  seriamente  ofendidos  con  esta  irre- 
gularidad, tan  contraria  á  la  dignidad  de  su  carác- 
ter como  de  sus  funciones,  y  nació  de  ahí  que  se 
hiciese  moción  y  cjue  se  decretase  la  traslación  á 
la  capital  en  breve  plazo.  El  Supremo  Director  se 
había  esquivado  varias  veces  ya,  de  pronunciarse 
sobre  este  punto;  pero  al  saber  la  resolución  allí 
tomada  entró  en  inquietudes  y  se  opuso  á  que  se 
llevase  á  efecto  en  término  tan  breve.  Temía  no  te- 
ner bastante  influjo  sobre  el  ánimo  de  los  dipu- 
tados, para  que  renunciasen  á  la  idea  fija  en  que 
estaban  de  que  era  menester  salvarse  echándose  en 
manos  de  una  dinastía.  El  terror  que  los  dominaba 
al  verse  en  la  inmediación  del  ejército  realista  que 
amenazaba  por  Jujuy,  los  ofuscaba;  y  ya  que  no 
había  sido  posible  encontrar  la  salvación  en  un  mo- 
narca de  Europa,  ni  galvanizar  la  ridicula  resu- 
rrección de  "los  incas"  de  Belgrano,  querían  que 
el  Supremo  Director,  á  toda  costa  y  pronto,  pidiese 
un  príncipe  real  á  la  casa  de  Braganza  que  trajera 


Y   LA    LOGIA   LAUTARO  255 

alianzas  europeas  para  contener  á  España;  y  algo 
peor  se  les  ocurrió,  que  fué  pedir,  en  último  caso, 
una  princesa  á  quien  entroncar  con  la  dinastía  in- 
cásica". 

Ahora,  pues,  traer  esas  divagaciones  á  la  ca- 
pital donde  (localismo  contra  localismo)  fermen- 
taba la  idea  republicana  en  todos  los  espíritus,  era 
dar  ocasión  á  escándalos  y  á  más  bullicios  provo- 
cando desórdenes,  ataques  probables  á  los  dipu- 
tados, que  comprometerían  al  gobierno  á  tomar  me- 
didas represivas  para  protegerlos,  que  aunque  for- 
zosas, hubiesen  quizá  de  ser  injustas,  atendiendo 
á  las  provocaciones  que  con  todo  eso  habrían  exci- 
tado la  opinión  popular. 

El  Director  Supremo,  que  hartos  disgustos  y 
contrariedades  tenía  sobre  su  ánimo,  y  cuya  firme 
prudencia  se  proponía  ir  venciendo  con  oportuni- 
dad las  asperezas  de  la  situación,  en  la  ardua  tarea 
de  comprimir  á  los  unos  y  modificar  las  extrava- 
gancias de  los  otros,  se  oponía  con  fundado  motivo 
á  que  el  Congreso  viniese  á  reagravar  de  ese  modo 
los  peligros  que  el  orden  público  corría  aún  en  la 
capital.  Seriamente  preocupado,  además,  con  los 
pasos  ambiguos  y  amenazantes  de  la  corte  del  Bra- 
sil, que  unas  veces  parecían  propicios,  y  otras,  sa- 
cando provecho  de  las  circunstancias  para  ir  ade- 
lante en  sus  intentos,  quería  mantener  en  sus  ma- 
nos y  en  la  estricta  reserva  de  sus  consejeros  ínti- 
mos, todo  el  secreto  de  sus  dudas  y  de  las  medidas 
cjue  en  último  caso  fuese  indispensable  tomar,  ya 
para  la  defensa  del  país,  ya  para  hacer  un  conve- 
niente arreglo  de  los  intereses  del  momento.  El  Su- 
premo Director  procedía  en  esto  como  proceden  to- 


256  KI    GOBIEUXO    DE    PUEYRREDOX 

dos  los  gobiernos,  aun  aquellos  más  libres  y  par- 
lamentarios, en  los  grandes  conflictos  diplomáticos 
cuyo  secreto  puede  afectar  la  existencia  misma  de 
una  nación.  Pero  entre  los  diputados  del  Congreso 
hicieron  malísimo  efecto  las  resoluciones  y  las  cau- 
telas que  el  Supremo  Director  alegaba  para  justifi- 
car la  necesidad  de  que  tuviesen  paciencia  y  se 
mantuviesen  alejados  de  la  capital,  cosa  C[ue  ellos 
miraban  como  una  confinación  ofensiva  de  su  dig- 
nidad y  de  sus  funciones. 

Un  diputado  escribía : 

"Excuso  contraerme  á  contestar  debidamente 
la  apreciable  última  de  usted  por  no  herir  en  lo  más 
vivo  á  los  opositores  de  la  translación  del  Congreso 
á  esa  capital.  Sólo  diré  (porque  no  es  lo  mejor  ca- 
llarlo todo)  que  por  mi  voto  no  se  ha  de  mezclar  el 
Congreso  en  lo  que,  aunque  le  sea  peculiar,  no  pue- 
de intervenir,  ni  examinar  por  sí  con  presencia  de 
los  conflictos  y  opiniones  de  ese  gran  pueblo,  que 
da  el  tono  á  los  demás.  Si,  pues,  la  distancia  nos 
impide  tomar  los  conocimientos  necesarios  sobre 
las  últimas  ocurrencias  de  la  Banda  Oriental,  para 
poder  calcular  con  acierto  los  resultados  del  rom- 
pimiento con  el  Brasil,  ;que  razón  habría  para  que 
en  materia  de  tanta  gravedad  é  importancia  nos 
dejemos  guiar  como  ciegos  por  las  luces  y  concep- 
tos, buenos  ó  malos,  c[ue  nos  suministre  el  Direc- 
tor del  Estado?  ¿Podrá  esto  en  ningún  caso  cubrir 
nuestro  honor  y  responsabilidad?  No,  amigo,  va- 
mos claros :  disuélvase  más  bien  el  Congreso  por- 
que es  monstruoso  y  hasta  ridículo  el  que  perma- 
nezca aquí  en  aquellos   términos". 

"Un   semejante  acontecimiento  parecerá  acaso 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  257 

violento  á  los  que  tienen  un  interés  doble  en  el 
figurón  del  Congreso.  Pero  hágase  usted  cargo  que 
entre  el  ser  ó  dejar  de  ser,  no  hay  medio  que  no  sea 
indecoroso  y  eversivo  absolutamente  de  la  repre- 
sentación nacional.  Si  allí  han  decidido  ustedes  ya 
de  un  modo  irrevocable  la  cuestión  general,  es  de- 
cir, la  incorporación  de  ^Montevideo,  sin  contar  pa- 
ra nada  con  el  Congreso,  ;á  que  viene  consultarle 
sobre  la  declaratoria  de  guerra?  Puesto  aquel  ante- 
cedente, ;qué  arbitrio  ni  ulterioridad  se  reserva  al 
juicio  soberano?  Esto  se  llama  en  claros  términos 
querer  hacernos  la  forzosa ;  lo  mismo  que  se  intentó 
cuando  el  nombramiento  de  Director  en  la  persona 
de  don  Antonio  Balcarce.  ]\ías  se  engañan  de  medio 
á  medio  los  que  piensan  darnos  así  la  ley;  porque 
no  nos  falta  entereza  para  sostener  hasta  con  nues- 
tras vidas  los  verdaderos  intereses  del  país,  sin  mie- 
do ni  temores  de  que  nos  arrostren  por  las  calles. 
Dispense  usted  si  me  excedo,  porque  después  que 
recibimos  la  última  comunicación  oficial  de  ese  go 
bierno,  estoy  que  no  sé  lo  que  pasa  por  mi .  .  .  Poco 
era  correr  riesgos  si  hubiera  la  menor  probabilidad 
ó  esperanza  de  conseguir  el  fin  que  se  proponen, 
porcjue  para  eso  estamos,  pero  repito  que  lejos  de 
ello  se  expone  el  Congreso  á  ser  víctima  de  los  cor- 
dobeses, (alusión  á  los  levantamientos  de  Bulnes, 
Díaz,  etc.)  En  fin.  mi  amigo,  yo  desespero  del  éxi- 
to de  nuestra  causa,  porque  sin  embargo  de  los  es- 
fuerzos del  Supremo  Director,  sigue  haciendo  es- 
tragos por  todas  partes  el  espíritu  de  anarquía.  El 
simple  de  Belgrano.  altamente  resentido  porque  no 
se  le  ha  linsojeado  con  la  proclamación  de  la  dinas- 
tía de  los  incas,  nos  desacredita  y  prende  fuego, 
HisT.  DE  La  rep.  argextixa.  tomo  vi. — 17 


258  Elv    GO.'IERNO   DE    PUEYRREDON 

ayudando  con  sus  horrorosas  invectivas  que  hace 
volar  á  Salta  á  los  enemigos-  del  orden  y  del  Con- 
greso ;  de  suerte  que  cuando  éste  no  tuviera  más 
razón  que  esa  para  traslada r.-e  huyendo  de  aquí  y 
de  sus  inmediaciones  no  habría  hecho  otra  cosa  que 
cumplir  con  el  más  sagrado  de  su5  deberes"  (2). 

Si  el  Supremo  Director  no  estaba  entendido  con 
el  general  San  Martín  y  con  Güemes  para  retener 
al  Congreso  en  Tucumán,  parece  al  menos  que  los 
tres,  por  diversos  y  particulares  motivo?,  hubiesen 
tenido  el  mismo  interés.  De  parte  de  Pueyrredón, 
ya  lo  conocemos :  á  Güemes  le  convenía  que  el  po- 
der legislativo  y  soberano  estuviese  al  alcance  de 
su  voz,  no  sólo  para  prestigio  personal,  sino  para 
hacerse  de  las  facultades  que  necesitaba  manejar  en 
la  tremenda  lucha  que  le  esperaba  con  los  aguerri- 
dos y  bravos  soldados  que  el  general  Laserna,  Es- 
partero. Valdé>,  Canterac  y  otros  jefes  de  gran 
cuenta  habían  traído  de  Esj^aña  á  las  fronteras  de 
Jujuy.  Y  el  general  San  Martín,  desconfiando  siem- 
pre de  las  genialidades  del  pueblo  de  Buenos  Aires, 
temía  muclio  por  la  suerte  del  Supremo  Director, 
3'  creía  que,  en  un  mal  caso,  el  Congreso  debía  y 
podía  constituir  el  punto  céntrico  á  cuyo  amparo 
se  respaldaran  las  fuerza?  salvadoras  de  la  entidad 
política  nacional,  y  para  eso  nada  más  conveniente 
que  mantenerlo  en  Tucumán. 

A  la  vista  de  todos  estaba  que,  proclamándose 
democrático  y  republicano,  el  partido  de  oix)SÍción 
se   deslizaba   de?graciadamente,   y   sin   sentirlo  bien 

(2)  Cartas  del  señor  Darregueira  al  señor  Guido: 
Revista  Nacional  del  señor  Carranza,  vol.  y  pág.  citada. 


Y    LA    LOGIA    LAUTARO  259 

quizá  en  la  pendiente  fatal  de  la  demagogia,  por 
el  efecto  mismo  de  la  lucha,  de  las  amistades,  de  las 
pasiones  y  de  los  intereses  personales  que  se  iban 
desenvolviendo  y  caracterizando  cada  día  más  en 
ese  sentido.  Pero  sería  injusto  también  creer  que 
todo  fuera  atrabiliario  y  antojadizo  con  él.  cuando 
levantaba  el  grito  de  alarma  contra  "los  intrigantes 
de  la  amistad  particular  y  política  del  gobierno  di- 
rectorial  que  trabajaban  por  cambiar  en  monárqui- 
co el  régimen  republicano". 

El  Director  Supremo  se  había  abstenido  siempre 
con  esmerada  discreción  de  comprometer  palabra  ó 
acto  alguno  público  que  lo  hiciera  sospechoso  de 
estar  inclinado  á  favorecer  ese  cambio.  Pero  todos 
veían  entre  tanto  que.  por  fantásticas  }■  candidas 
que  pareciesen  esas  veleidades,  los  agentes  que  el 
gobierno  sostenía  en  Europa  se  mostraban  ciega- 
mente empeñados  en  negociar  la  transformación 
monárquica  de  nuestras  provincias ;  que  entre  los 
hombres  que  desde  1810  venían  figurando  en  pri- 
mera línea  se  había  hecho  como  de  buen  tono  afec- 
tar esas  mismas  opiniones :  que  fuera  de  ellos,  que- 
daban poquísimos  con  aptitudes  reconocidas  y  buen 
concepto  general  de  quienes  el  Supremo  Director 
pudiera  echar  mano  para  constituir  una  adminis- 
tración seria  y  respetada  en  el  seno  de  la  opinión 
pública.  Resultaba  así  que  el  general  Belgrano.  el 
Congreso.  Rivadavia,  García,  con  otros,  del  lado 
de  afuera,  v  muchos  más  del  mismo  valer  por  el  de 
adentro,  comprometían  fatalmente  la  posición  per- 
sonal del  Supremo  Director,  á  pesar  de  todos  los 
esfuerzos  de  habilidad  y  prudencia  con  que  él  evi- 
taba todo  aquello  qrc  pudiera  dar  mérito  á  justas 


200  EL  GOBIERNO  DE  PUEYRREDON 

acusaciones  jíor  parte  de  los  enemigos  de  su  gobier- 
no, que  lo  eran  también  gratuitamente  de  su  per- 
sona, como  acontece  en  tiempos  revueltos,  en  que 
los  espíritus  mediocres  convierten  las  disidencias 
políticas  en  envidia  y  en  odios  personales. 

En  todo  aquello  que  podía  quedar  escrito  no  sólo 
no  acogía  llanamente  el  señor  Pueyrredón  las  opor- 
tunidades que  Se  le  presentaban  de  combinar  su 
gobierno  con  la  política  y  con  los  intereses  de  Por- 
tugal, sino  que  se  manifestaba  inquieto  de  las  ope- 
raciones que  esta  potencia  ejecutaba  con  sus  tropas; 
y  llegaba  hasta  avanzar  dudas  sobre  la  sinceridad 
'ó  el  criterio  diplomático  del  mismo  señor  García, 
para  eximirse  de  explicaciones  ó  connivencias  que 
no  le  parecía  tiempo  de  asumir.  Porcjue  así  como 
tenía  las  grandes  cualidades,  tenía  también  defec- 
tos característicos  de  los  hombres  de  Estado.  De- 
jaba obrar  al  comisionado  sin  retirarlo  de  su  pues- 
to, sin  coartarle  sus  trabajos,  pero  se  abstenía  de 
aprobarlo  y  aun  de  protegerlo  de  las  iras  y  de  las 
'calumnias  que  cada  día  se  levantaban  más  agitadas 
contra  él.  Don  Pedro  A.  García,  el  venerable  viejo, 
padre  del  comisionado  cerca  de  la  corte  de  Río  Ja- 
neiro, le  escribía :  "Según  el  modo  de  evadirse  acer- 
ca del  cargo  que  los  artiguistas  le  hacen  al  gobier- 
^no,  y  autoridades,  cargándole  todo  el  peso  de  la 
cuestión,  creo  que  tu  muerte  sería  inevitable,  pues 
te  acusan  de  estar  entregado  en  cuerpo  y  alma  á  los 
portugueses.  Que  esto  te  sirva  para  tu  gobierno  y 
excusar  tu  regreso.  Pero  lo  peor  es  que  según  me 
parece,  este  remedio  no  alcanzará  á  ponerlos  á  cu- 
bierto, porque  se  habla  con  toda  libertad  de  que  en 
breves  días  habrá  una  pueblada  infcrncd,  que  se  va- 


Y   LA  LOGIA  LAUTARO  201 

riará   el  gobierno   y   acaso   se   declarará  guerra   al 
Brasil". 

Y  en  efecto,  había  mucho  de  verdad  en  esto.  El 
estado  social  estaba  en  situación  de  complot.  Pu- 
diera ser  que  aun  no  estuviese  formada  la  conjura- 
ción que  las  fuerzas  del  estallido  no  estuviesen  aún 
confabuladas,  ni  vencidos  los  escrúpulos  ó  las  difi- 
cultades con  que  tropieza  el  agrupamiento  explo- 
sivo en  estos  casos;  pero  así  como  los  higienistas 
denotan  con  la  acepción  de  constitución  física,  at- 
mosférica ó  climatérica,  un  cierto  estado  del  am- 
biente que  determina  la  influencia  de  enfermedades 
típicas  y,  al  parecer,  espontáneas,  así  también  se 
había  pronunciado  en  la  capital  un  estado  atmos- 
férico moral,  dentro  del  que  evidentemente  se  des- 
envolvían los  gérmenes  de  un  sacudimiento  anár- 
quico contra  el  partido  unitario  y  los  elementos 
conservadores  que  ocupaban  el  poder.  Se  señalaba 
la  imprenta  de  la  Crónica  Argentina  como  el  cuar- 
tel general  de  los  revolucionarios  que  premeditaban 
atentar  contra  el  orden.  Aunque  de  una  oposición 
•vigorosa,  la  redacción  de  este  periódico  se  mante- 
nía todavía  correcta.  Pero  la  verdad  era  que  la  im- 
prenta estaba  convertida  en  un  taller  de  anónimos 
y  pasquines  manuscritos  que  se  hacían  circular  con 
profusión,  y  que  se  fijaban  por  la  noche  en  las  pa- 
redes de  los  templos  v  calles  más  concurridas. 

Entre  estas  especies  figuraba  una  (cierta  por 
desgracia)  que  había  comenzado  á  surgir  como  un 
rumor  vago  v  lejano,  pero  que  poco  á  poco  iba  to- 
mando las  formas  amenazantes  de  un  monstruo 
tanto  más  terrible  cuanto  que  se  le  daba  una  gua- 
rida oculta  y  tenebrosa,   Se  decía  que  el   Supremo 


202  EL    GOBIKRXO    DK    PL'EYRREDON 

Director  hal)ia  Cfjnstitnidt^  una  logia  de  gobierno 
SECRETO,  servida  por  el  espionaje,  que  sus  miem- 
bros estaban  ligados  por  juramentos  de  sangre  y  de 
obediencia  ciega  á  sus  superiores  como  los  jesuitas; 
que  el  gobierno  ostensible,  los  tribunales,  los  em- 
pleados, no  eran  sino  instrumentos  engañosos  para 
el  pueblo,  del  poder  secreto  de  esa  gran  logia,  cu- 
yos agentes  vigilaban  todos  los  actos  dentro  de  las 
mismas  oficinas,  y  daban  parte  de  las  opiniones, 
conducta  y  amistades,  no  sólo  de  los  empleados  si- 
no de  los  particulares  que  hablaban,  intervenían, 
servian  ó  conspiraban  contra  el  gobierno.  Este  ru- 
mor sobre  la  formación  de  la  logia  secreta,  comenzó 
á  extenderse  como  se  extienden  las  primeras  noti- 
cias de  un  flagelo,  de  una  peste.  Es  sabido  que 
cuando  los  rumores  de  esta  clase  son  invenciones 
de  pura  maledicencia,  nacen,  alborotan  un  día  y  se 
desvanecen  al  otro.  Pero  no  es  lo  mismo  cuando 
en  el  fondo  hay  un  hecho  cierto:  entonces,  el  mal, 
las  perturbaciones  y  las  provocaciones  se  producen 
y  entran  como  las  llamas  del  incendio  en  la  imagi- 
nación del  común,  y  se  levantan  con  tanta  vio- 
lencia cuanto  más  densas  son  las  sombras  en  que 
se  pretende  ocultar  el  secreto.  De  ahí  el  creciente 
ruido  de  los  pasquines  y  de  las  revelaciones  sobre 
la  horrible  organización  de  un  gobierno  veneciano. 
Su  mira  era  acabar  con  el  espíritu  republicano  (que 
para  el  pueblo  era  sinónimo  de  patria)  y  crear  una 
monarquía  sometida  á  un  príncips  portugués,  es- 
pañol, ó  al  mismo  Fernando  VII,  si  en  último  caso 
no  había  otro  medio  que  éste  de  poner  fin  á  los  ex- 
travíos de  la  Revolución  de  Mayo.  Por  desgracia, 
repetimos,  era  cierto  que  el  señor  Pueyrredón  ha- 


Y   LA   LOGIA    LAUTARO  263 

bia  venido  con  el  compromiío  y  con  la  resolución 
de  crear  una  logia  política,  que  fué  mucho  menos 
dañina  por  sus  hechos  reales,  que  por  los  falsos  tes- 
timonios y  perturbaciones  del  espíritu  público  que 
contribuyó  á  levantar. 

Fuese  por  no  conocer  el  país  ó  por  estar  mal- 
quisto con  el  giro  democrático  de  su  revolución,  el 
general  San  Martín  había  venido  de  España  im- 
buido en  la  desgraciada  idea  de  que  para  adelantar 
la  guerra  de  la  Independencia,  era  indispensable 
que  el  gobierno  ostensible  reposase  sobre  una  logia 
de  hombres  comprometidos  y  juramentados  que  re- 
solviese en  secreto  los  asuntos  políticos,  é  hiciese 
la  alta  policía  del  orden  interior,  con  facultades  dis- 
ciplinarias sobre  los  negocios  y  las  personas,  in- 
'clusos  los  miembros  mismos  y  afiliados  del  núcleo 
que  fueran  tachados  ó  culpables  de  infidelidad.  El 
general  no  se  proponía  ciertamente  petrificar  el  po- 
der en  una  tiranía  sombría  y  misteriosa ;  pero  con- 
A-encido  de  que  en  situaciones  convulsionadas  con- 
venia coiitraiiiinar  las  tentativas  sediciosas  de  los 
facciosos  y  las  conjuraciones  de  los  enemigos,  por 
los  mismos  medios  que  ellos  empleaban,  miraba  ese 
organismo  de  gobierno  secreto  y  policiaco  como  la 
mejor  garantía  del  orden  interior  y  como  medio  se- 
guro de  mantener  compactas  las  fuerzas  políticas  y 
militares  que  debían  operar  contra  el  gi:)l:)ierno  co- 
lonial. 

No  es  de  este  momento  discurrir  sobre  lo  que 
tenía  de  erróneo  y  de  perjudicial  cavilosidad  tan 
incongruente  como  esta,  que  causó  infinitos  males 
al  país  y  á  los  hombres  públicos  que  tuvieron  la  de- 
bilidad de  condescender  con  el  general,  sin  que  sus 


264  EL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDOX 

resultados,  en  lo  de  interés  público  al  menos,  hu- 
biesen sido  otros  que  aquellos  que  eran  emergen- 
cias genuinas  del  movimiento  moral  y  politíco  que 
los  pueblos  argentinos  seguian  por  impulso  y  sin 
necesidad  de  artificios  de  convención. 

Esta  manía  (pues  no  merece  otro  nombre  que 
el  de  manía)  se  había  hecho  de  moda  en  España. 
No  había  joven  de  alguna  posición  civil  ó  militar 
que  no  fuese  circundado  por  fervorosos  propagan- 
Vlistas,  é  ingresado  al  fin  en  alguna  familia  de  los 
Hijos  de  la  Viuda.  El  movimiento  llegó  á  su  com- 
pleto desarrollo  en  las  célebres  Cortes  de  Cádiz, 
cuando  los  liberales  que  habían  organizado  la  de- 
fensa de  su  patria  contra  Bonaparte  advirtieron  que 
corrían  peligro  de  que  los  prebendados  y  serviles 
del  absolutismo  se  aprovechasen  contra  ellos  de  la 
victoria  y  del  poder.  Habíanse  constituido  estos  ca- 
marines políticos  de  España  sobre  el  modelo  de  las 
logias  de  aprendices,  maestros  v  caballeros  Rosa- 
Cruces,  á  reminiscencia  de  los  templos  de  inicia- 
ción de  la  antigüedad,  y  de  las  cofradías  y  juran- 
'días  de  la  Edad  Media,  reorganizadas  y  puestas  en 
auge  por  los  fracmasones  desde  mediados  del  si- 
glo xviii.  En  el  fondo,  los  fines  prácticos  de  los 
fracmasones  y  de  los  camarines  liberales  de  Espa- 
ña eran  los  mismos ;  los  primeros  buscaban  la  eman- 
cipación de  los  pueblos  del  orbe  simbolizando  el 
poder  de  la  Razón  con  la  luz  del  Oriente  que  ilu- 
mina las  tinieblas.  Los  segundos  concretaban  sus 
miras,  con  el  mismo  simbolismo,  á  -la  victoria  y 
consolidación  de  sus  libertades  políticas.  Los  dos 
caminos  como  se  ve  concurrían  al  mismo  fin.  Pero 
la  fracmasonería  política  española  tenía  una  origi- 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  265 

nalickid  pelicular  en  las  tradiciones  liberales  de  la  na- 
ción. El  simbolismo  de  los  dos  solsticios  que  los 
fracmasones  puros  miran  como  el  gran  festival  de 
la  naturaleza  en  los  dos  hemisferios,  se  consigna 
bajo  la  advocación  de  un  San  Juan  en  el  mes  de 
junio,  y  de  otro  San  Juan  en  el  mes  de  diciembre. 
En  España  esos  dos  Juanes  consignaban  un  sim- 
bolismo más  terrenal  y  más  revolucionario  que  el 
simbolismo  solar :  Juan  de  Padilla,  Juan  de  Lanu- 
za,  y  el  dictado  alegórico  de  los  Hijos  de  la  Viuda 
se  refería  á  la  de  Padilla,  cuyo  heroico  patriotismo 
'había  dejado  la  hermosa  leyenda  con  que  Martínez 
de  la  Rosa  hizo  palpitar  los  teatros  de  la  España 
libre  de  tiranos  y  los  de  la  América  libres  de  espa- 
ñoles. 

San  Martín,  lo  mismo  que  Alvear,  que  Zapiola, 
Balcarce  y  los  demás  oficiales  argentinos  que  ha- 
bían servido  en  España  contra  los  franceses,  se  ha- 
bían afiliado  á  las  logias  con  más  ó  menos  seriedad, 
según  las  genialidades  de  cada  uno;  y  el  primero, 
sobre  todo,  había  venido  á  Buenos  Aires  conven- 
cidísimo  de  la  necesidad  de  establecer  el  sistema 
por  las  grandes  ventajas  que  debía  dar  un  gobierno 
montado  sobre  esa  base. 

Con  esa  esperanza  se  adhirió  al  movimiento  del 
8  de  Octubre  de  1812.  Pero  á  poco  andar,  Alvear, 
que  no  era  dado  á  ritos  de  convención  ni  á  tener 
trabados  sus  pies  por  compromisos  juramentados, 
se  emancipó  de  los  vínculos  secretos :  se  dejó  llevar 
por  el  movimiento  público  que  se  produjo  en  de- 
rredor de  su  persona;  se  desentendió  de  los  conci- 
liábulos de  la  logia  {ó  cstableciniincto  de  educa- 
ción, como  le  llamaban)   y  la  convirtió  en  un  par- 


206  EL    GOBIERNO    DE    PL'EYRKEDOX 

*tido  esencialmente  político,  y  gubernativo  al  aire 
•libre.  No  sería  extraño  tam]:)Oco  que  con  la  \'ivaci- 
dad  fosfórica  y  natural  de  sus  percepciones,  hubie- 
se comprendido  que  la  índole  del  país,  sus  tradi- 
ciones de  trato  franco,  y  las  condiciones  de  una  re- 
volución vecinal  como  la  nuestra,  hacían  imposible 
k[ue  echara  raíces  ese  organismo  artificial  de  go- 
bierno secreto  en  un  estado  de  cosas  esencialmente 
popular.  Y  en  efecto,  lo  natural  era  que  marchá- 
ramos con  más  desembarazo  al  \icio  del  persona- 
lismo puro,  que  al  gobierno  de  iniciaciones  secre- 
tas ;  y  c|ue  en  vez  de  tener  un  gobierno  agente  su- 
miso á  un  Consejo,  tuviésemos  un  Consejo  ó  una 
■logia  agente  sumisa  al  gobierno :  que.  al  fin  y  al 
cabo,  fué  lo  que  sucedió. 

Caído  Alvear,  el  general  San  Martín  redobló 
desde  Mendoza  su  extraña  insistencia  por  reorga- 
nizar una  nueva  logia  gubernamental.  Pero,  á  lo 
que  se  ve  en  su  correspondencia,  consiguió  apenas 
la  tibia  deferencia  de  uno  que  otro  de  sus  íntimos 
amigos,  como  don  Tomás  Guido,  más  dispuesto  á 
'servir  al  general  que  á  la  logia.  Los  hombres  que 
habían  reemplazado  en  el  influjo  al  partido  del  ge- 
neral Alvear,  eran  de  opiniones  demasiado  encon- 
tradas para  poder  contribuir  á  las  miras  del  gober- 
nador de  Mendoza  con  un  contigente  de  buenos 
logistas.  Los  Anchorenas.  Aranas,  Obligados. 
•JDíaz-Vélez,  Sáenz.  fray  Cayetano.  Escaladas. 
Aguirre.  Azcuénaga.  etc..  etc..  eran  de  escuelas,  de 
caracteres  y  de  intereses  tan  diversos  como  el  per- 
sonalismo de  cada  uno.  De  manera,  que  aun  cuan- 
do hubiera  quedado  algún  afiliado  de  pura  condes- 
cendencia, no  había  ni  podía  haber  logia  verdade- 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  20/ 

ra,  es  decir,  fervor  v  propaganda,  credulidad  y  con- 
fianza. 

Las  provincias  y  los  provincianos,  tomados  en 
globo,  no  podían  tampoco  proporcionar  fuerzas  mo- 
rales, en  número  y  calidad,  con  que  contribuir  á 
una  logia  capaz  de  concentrar  la  acción  poderosa 
de  un  gobierno  secreto.  Y  por  último,  en  el  orden 
moderno,  en  que  las  sociedades,  libres  ó  tiraniza- 
das, viven  exclusivamente  de  la  actividad  indivi- 
dual, sin  ser  como  antes  agregaciones  ni  grupos 
clasificados  y  sobrepuestos,  era  cosa  absurda  cjuerer 
regularizar  á  cuadrante  ese  múltiple  y  libre  movi- 
miento del  individualismo,  por  medio  de  un  meca- 
nismo material,  secuestrado  aparte  y  ajeno  á  las 
fuerzas  mismas  populares  que  debian  darle  su  es- 
píritu y  su  acción.  Se  puede  conspirar,  y  se  cons- 
pira en  efecto  contra  el  despotismo,  por  medio  de 
asociaciones  secretas  y  por  juramentos  de  martirio; 
"pero  hoy  no  se  puede  gobernar  por  ese  mismo  me- 
dio;  y  es  el  colmo  del  error  querer  conspirar  en  el 
seno  de  la  revolución  social  que  se  trata  de  dirigir 
y  de  salvar. 

Podría,  pues,  parece  incomprensible  que  un 
•hombre  tan  cuerdo  como  el  general  San  Martín,  de 
tan  honrado  criterio  y  tanto  genio  militar,  to- 
mase tan  grande  empeño  en  comprometer  su  nom- 
bre y  la  suerte  del  gobierno  de  sus  amigos,  con  la 
introducción  de  un  artificio  dañino  y  evidentemente 
'innecesario,  para  dar  cima  á  sus  gloriosas  campa- 
ñas de  Chile  y  del  Perú.  Pero  la  anomalía  se  ex- 
plica por  el  hombre  mismo.  Ese  hombre  cuya  ha- 
bilidad y  aptitudes  militares  eran  superiores  á  su 
propia   reputación  y   á   los  hechos  mismos   en   que 


268  EL    GOBIl'RNO    DE    PL'EYRREDON 

pudo  niostraiias,  era  de  una  timidez  extraña  para 
encarar  ó  afrontar  el  1)ullicio  y  la  fermentación  mo- 
ral con  que  se  agitan  los  pueblos  trabajados  por  el 
sacudimiento  febril  de  una  revolución  social.  Su 
cordura,  la  moderación  de  sus  ideas,  la  templanza 
de  sus  pasiones,  la  acrisolada  honradez  de  sus  sen- 
timientos, su  amor  al  orden  y  á  la  disciplina,  lo 
desconcertaban  delante  de  las  demasías  irrespetuo- 
sas y  violentas  de  las  multitudes  puestas  en  acción. 
Actor  y  testigo  en  algunos  sucesos  terribles,  con- 
servaba impresiones  amargas  que  nunca  se  borra- 
ron de  su  recuerdo.  Era  edecán  del  general  Solano, 
marqués  del  Socorro  y  gobernador  militar  de  Cá- 
diz en  1808,  cuando  el  pueblo  brutal  de  ese  puerto, 
indignado  hasta  la  demencia  por  el  estado  calami- 
toso del  reino,  se  alzó,  acometió  la  mansión  del  ve- 
nerable magistrado,  lo  sacó  á  las  calles,  lo  asesinó 
en  un  arrebato  de  refinado  ^■andalismo  y  arrastró 
su  cadáver  como  trofeo  de  su  victoria.  El  edecán, 
que  en  los  primeros  ataques  de  la  multitud  había 
tratado  de  defender  á  su  jefe,  tuvo  cpie  ceder  des- 
pués de  herido,  al  torrente  de  la  barbarie;  que  ocul- 
tarse á  la  ira  con  que  lo  perseguían,  y  que  refugiarse 
en  la  división  del  general  Castaños  donde  con  el 
puesto  correspondiente  á  su  grado  tomó  parte  hon- 
rosa en  la  batalla  de  Bailen.  El  mismo  decía  que, 
desde  entonces,  el  odio  al  pueblo  de  Cádiz  había 
sido  una  de  las  más  tenaces  preocupaciones  de  su 
espíritu,  porque  jamás  había  visto  canalla  más 
atroz,  ni  más  baja,  que  la  que  se  había  presentado 
allí  á  sus  ojos. 

No  diremos  que  su  valor  personal  flaqueara  en 
el  terreno  de  las  luchas  políticas  y  convulsivas,  por- 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  269 

que  su  carácter  no  era  capaz  de  flaquezas ;  pero  sí 
diremos  que  conociéndose  sin  calidades  para  figu- 
rar en  el  combate  de  las  pasiones  y  de  los  intereses 
políticos,  ó  en  el  manejo  directo  del  gobierno  re- 
publicano, sin  ambición  de  gobierno  quizá  por  las 
mismas  causas,  huía  de  las  responsabilidades  que 
esos  puestos  imponen,  y  trataba  de  que  otros  gober- 
nasen en  servicio  de  las  operaciones  militares  á  que 
él  reducía  su  competencia  y  su  anhelo.  Concentrado 
todo  su  espíritu  en  el  vivo  deseo  de  consolidar  el 
triunfo  de  la  causa  nacional,  de  llevar  á  Chile  las 
armas  argentinas,  y  de  adelantarse  con  ellas  á  li- 
bertar el  Perú,  no  sería  de  extrañar  tampoco  que 
en  esas  grandes  miras  mantuviese  envuelto  otro 
propósito  más  personal  y  reservado :  el  de  eman- 
ciparse— él  también — de  la  insubsistencia  democrá- 
tica que  prevalecía  en  las  provincias  argentinas,  y 
dejarlas  á  merced  de  su  propio  destino  para  conti- 
nuar él  su  obra,  sin  trabas,  por  las  demás  regiones 
de  la  América  del  Sur  que  estuviesen  oprimidas  aún 
por  las  tropas  del  rey  de  España. 

He  aquí  los  motivos  de  la  insistencia  del  gene- 
ral San  Martín  en  restablecer  la  logia  gubernamen- 
-tal.  Y  de  eso  fué  de  lo  que  se  trató  en  su  mentada 
entrevista  de  Córdoba  con  el  Supremo  Director  del 
Estado,  á  cuya  elección  acababa  de  contribuir  con 
su  poderoso  influjo  sobre  una  gran  parte  de  los 
miembros  del  Congreso  (3). 

(3)  Los  cronistas  chilenos  malísimamente  informa- 
dos han  avanzado  especies  inexactas  sobre  las  malas  rela- 
ciones en  que  se  hallan  San  Martín  y  Pueyrredón  al 
tiempo  de  ser  éste  electo  Director  Supremo  del  Estado. 
¿A  quién  se  le  ocurre,  por  ejemplo,  echar  á  vuelo  en  pá- 


270  EL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

Pueyrredón  era  también  un  iniciado.  Durante 
•su  viaje  por  España  en  1806  á  1809  se  habia  afiliado 
en  las  logias  de  los  fracmasones  políticos,  y  oficiaba 
en  las  aras  de  los  Tres  Puntos.  Ya  fuese,  pues,  por 
•condescender  con  el  influjo  de  San  Martin,  ya  por- 
(|ue  creyera  también  que  convenía  á  la  estabilidad 
de  un  gobierno  reparador  organizar  bajo  su  mano 
un  grupo  fuerte  de  operarios  políticos  juramenta- 
dos, quedó  acordada  en  esa  entrevista  la  reorgani- 
zación de  la  logia  con  el  nombre  de  Logia  Lau- 
taro, que  no  fué  como  generalmente  se  ha  creído 
un  título  de  ocasión  sacado  al  acaso  de  la  Leyenda 

ginas  serias  la  ridicula  versión,  por  no  decir  otra  cosa, 
de  que  en  la  conferencia  de  Córdoba,  San  Martín  ame- 
nazara á  Pueyrredón  con  hacerlo  asesinar  por  su  propia 
escolta  si  no  asentía  á  su  proyecto  de  pasar  á  Chile,  con 
otros  disparates  no  menos  ridiculos?  Es  preciso  no  tener 
la  menor  idea  del  carácter  y  de  los  hábitos  de  estos  dos  al- 
tos y  honorables  personajes  para  imaginar  que  el  uno  tu- 
viera la  brutal  grosería  de  echar  en  la  entrevista  semejan- 
tes términos,  y  que  el  otro  se  hubiese  sometido  á  palabras  y 
actos  de  bodegón  ó  de  ebrios.  Cualquiera  podria  sospechar 
que  todo  el  fin  de  semejantes  mezquindades  es  rebajar  el 
mérito  del  gobernante  argentino  en  ese  grande  acto  para 
hacerlo  obra  impuesta  y  exclusiva  de  un  soldado  brutal, 
cuando  San  Martin  fué  siempre  modelo  de  moderación  y 
de  respeto  hacia  los  hombres  con  quienes  tuvo  necesidad 
de  tratar,  y  Pueyrredón  mismo,  en  el  acto  lo  hubiera  des-, 
tituído  si  con  él  hubiese  cometido  semejante  desmán.  La 
causa  que  se  atribuyó  á  la  enemistad  había  sido  explicada 
en  los  mismos  días  del  suceso  de  1812  por  San  Martín  en 
formas  y  palabras  respetuosísimas,  que  Pueyrredón  aceptó 
con  el  mayor  comedimiento,  quedando  ambos  unidos  como 
fracmasones  y  patriotas,  sin  que  jamás  se  renovase  entre 
ellos  motivo  alguno  de  disgusto.  Muy  al  contrario,  la  pro- 
vincia de   San  Luis  era  una  dependencia  de   San  Martín, 


Y   LA   LOGIA    LALTTARO  2/1 

Araucana  de  Ercilla.  sino  una  "palabra"  intencio- 
nalmente  masónica  y  simbólica,  cuyo  significado 
específico  no  era  "guerra  á  España',  sino  expedi- 
ción á  Chile:  secreto  que  rolo  se  revelaba  á  los  ini- 
ciados al  tiempo  de  jurar  el  compromiso  de  adhe- 
rirse y  consagrarse  á  ese  fin.  De  otro  modo  habría 
sido  trivial  antojo  bautizar  la  más  grande  empresa 
militar  de  los  argentinos  con  el  nombre  de  un  indio 
chileno.  Pero  el  simbolismo  salvaba  aquí  la  mate- 
rialidad del  lema ;  y  el  sentido  recóndito  de  la  pa- 
labra sacramental  contenia  el  contrato  solemne  y  ju- 
ramentado de  la  expedición  á  Chile  hecho  con  el 
general  que  explica,  como  vamos  á  verlo,  murgas 
de  las  costosas  y  difíciles  condescendencias  que  el 
gobierno  de  Buenos  Aires  se  vio  obligado  á  sopor- 
gobernador  de  Cuyo,  cuando  Pueyrredón  fué  electo  dipu- 
tado al  Congreso ;  y  San  Martín  contaba  ta'nbién  con  la 
mayoría  cuando  Pueyrredón  fué  electo  Supremo  Director. 
Mucho  antes  de  que  tuviese  lugar  la  entrevista  de  Córdoba, 
Pueyrredón  estaba  completamente  decidido  á  fomentar  la 
expedición  á  Chile.  Entre  muchísimos  documentos  que  hay 
de  eso,  y  que  á  su  tiempo  agruparemos  en  nuestras  páginas, 
nos  bastará  aquí  transcribir  estas  pocas  palabras  de  un 
oficio  reservado  que  dirigió  al  general  Balcarce,  que  go- 
bernaba interinamente  en  Buenos  Aires :  "Estoy  persuadido 
(decía  un  mes  antes  de  la  entrevista)  de  iin  modo  irresis- 
tible de  la  preferente  dedicación,  de  los  esfuerzos  del  go- 
bierno para  realizar  la  expedición  á  Chile"  y  con  este  mo- 
tivo daba  ya  órdenes  de  que  se  remitiesen  desde  luego  tro- 
pas y  recursos  de  todo  género  al  general  San  Martín.  Esto 
resolvía  un  mes  antes  de  la  entrevista  (de  14  de  junio  á 
15  de  julio).  Luego  es  más  que  absurdo  suponer  que  las 
''amenazas  de  hacerlo  asesinar",  hechas  por  San  Martín, 
lo  redujesen  á  esa  vergonzosa  obediencia. 


2-ji  i:l  gobierno  de  pueyrredon 

tar,  y  muclios  otros  actos  importantes  que  de  otro 
modo  serían  casi  inconcebibles. 

Al  tiempo  de  la  entrevista,  la  expedición  á  Chi- 
le era  una  operación  militar  aprobada  desde  mucho 
antes,  por  parte  del  Supremo  Director,  no  sólo  sin 
oposición  ni  vacilaciones,  sino  muy  al  contrario, 
con  su  más  decidida  cooi>eración.  Un  mes  antes  de 
la  entrevista  en  Córdoba  el  señor  Pueyrredon  había 
ya  dado  órdenes  positivas  para  que  se  hiciese  mar- 
char á  Mendoza  las  tropas  de  la  capital  con  todo 
género  de  recursos  (4). 

Xo   fué,  pues,  la  necesidad  de  imponerle  con 

(4)  En  14  de  junio,  escribía  al  general  Balcarce,  que 
como  delegado  gobernaba  por  él  en  Buenos  Aires: — "La 
expedición  á  Chile  no  debe  efectuarse  con  menos  de  cua- 
tro mil  hombres  de  línea  y  de  toda  arma,  para  atravesar 
la  Cordillera.  Por  las  últimas  comunicaciones,  he  visto 
que  el  ejército  de  Mendoza  no  llega  á  mil  ochocientos  hom- 
bres y  que  para  todo  septiembre  apenas  podrá  subir  á  dos 
mil  trescientos.  Es  pues  de  necesidad  reforzarlos  con  nues- 
tros regimientos  veteranos  (la  guarnición  de  la  capital)  por- 
que el  corto  tiempo  que  queda  hasta  la  apertura  de  la 
Cordillera  no  da  lugar  á  formar  nuevas  tropas.  Resuelta 
la  expedición  debe  aprovecharse  la  primera  estación  opor- 
tuna, para  no  dar  lugar  á  que  desmaye  la  opinión  públi- 
ca de  aquellos  lugares  (Chile)  con  cuya  fuerza  contamos, 
ni  que  el  enemigo  sacando  fruto  de  nuestras  demoras,  se 
refuerce  y  afirme"'.  Así  pues,  ni  Pueyrredon  estuvo  en  opo- 
sición á  San  Martín,  ni  dudó  jamás  del  éxito  y  competen- 
cia del  general,  ni  éste  tuvo  que  amenazarlo  ó  imponerle 
sumisión,  como  corre  con  evidente  inexactitud  en  los  his- 
toriadores chilenos.  Este  documento,  el  anterior  y  otros 
de  que  nos  valdrem.os  después,  lo  tomamos  del  tomo  IV, 
Revista  de  Buenos  Aires,  págs.  161  á  235.  Corresponden- 
cia del  general  San  Martín  con  don  Tomás  Guido,  puesta 
allí  por  su  hijo  el  señor  Guido  Spano. 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  2/3 

amenazas  ó  argumentos  un  proyecto  al  que  ya  coo- 
peraba con  su  propia  decisión,  lo  que  movió  al  ge- 
neral San  Martín  á  venir  á  Córdoba  al  encuentro 
de  Pueyrredón.  Xo  fué  tampoco  la  necesidad  de 
concertar  el  número  de  las  tropas  ni  el  monto  de  los 
recursos,  pues  un  mes  antes  estaba  convenido  que 
ó  ¡o  menos  seria  de  cuatro  mil  hombres,  que  fué 
el  número  efectivo  de  soldados  que  llevó  la  expedi- 
ción. Menos  pudo  ser  el  de  discutir  las  operaciones, 
aunque  de  eso  se  hubiese  hablado  como  era  natu- 
ral, porque  el  señor  Pueyrredón,  aunque  condeco- 
rado con  q]  grado  militar  por  sus  servicios  como 
ciudadano  armado  en  1806  y  como  magistrado  civil 
en  las  in\-asiones  anteriores  al  Perú,  era  demasiado 
modesto  y  sensato  para  no  conocerse,  y  jamás  pre- 
tendió tener  competencia  ó  iniciativa  como  general 
de  ejército  en  operaciones  de  campaña,  ni  para 
hombrearse  á  discutir  operaciones  con  San  Martín, 
como  esa  del  paso  estratégico  de  los  Andes.  El  úni- 
co asunto  especialísimo  y  grave  de  la  conferencia 
fué  la  organización  de  la  logia,  la  materia  guber- 
nativa y  el  orden  interno.  La  opinión  pública,  la  de 
les  partidos  militantes  al  menos,  era  en  gran  parte 
adversa  á  la  aventurada  expedición  por  sobre  los 
Andes  llevándose  las  únicas  tropas  sólidas  con  que 
contaba  la  nación.  El  general  San  Martin,  que  du- 
rante los  años  de  181 5  3'  181 6,  como  veremos,  había 
pasado  grandes  ansiedades  temiendo  á  cada  instan- 
te que  el  día  menos  pensado  se  le  escapara  la  oca- 
sión de  hacer  esa  expedición,  estaba  nervioso,  in- 
'quieto,  y  quería  asegurarse  contra  las  flaquezas  de 
.sus  amigos,  contra  las  veleidades  del  poder,  contra 
las  tentativas  de  los  demagogos  empeñados  en  ha- 

HIST.   DE  LA  REP.   ARGENTINA.  TOMO  VI. — 18 


2/4  KL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

cei"  concentración  de  fuerzas  en  la  capital  para  em- 
prenderla con  Portugal  y  apoderarse  otra  vez  de 
^klontevideo,  como  llave  de  la  defensa  del  Río  de  la 
Plata  contra  España.  Todo  esto  lo  ponía  en  ascuas 
á  él.  que  estaba  viendo  la  gloria  y  la  salvación  por 
encima  de  los  Andes.  Y  de  ahí  la  fascinación  de  la 
logia  secreta,  de  la  Logia  Lautaro  que  debía  con- 
tener y  oprimir  todos  esos  gases  maléficos  mientras 
él  daba  sueltas  á  su  vuelo.  Después  de  la  entrevista 
San  Martín  escribía:  "IVIi  viaje  á  Córdoba  y  mi  en- 
trevista con  Pueyrredón  han  sido  del  mayor  inte- 
rés á  la  causa  y  creo  que  ya  se  procederá  en  todo 
sin  estar  sujetos  á  oscilaciones  políticas  que  tanto 
nos  han  perjudicado.  .  .  Estoy  bien  seguro  que  no 
■solamente  promoverá  al  l)ien  del  país,  sino  su  base : 
cual  es  el  establecimiexto  de  educaciox  publica 
(la  Logia  Lautaro)  (5). 

El  Supremo  Director  había  convenido  también 
con  el  general  cuáles  ministros  habían  de  formar 
su  Ministerio :  los  señores  don  Vicente  López  como 
ministro  de  Gobierno  v  Relaciones  Exteriores,  don 
Domingo  Trillo  en  Hacienda  y  el  mayor  coronel 
don  Juan  Florencio  Terrada  en  Guerra  y  ^Marina 
eran  los  designados.  Los  dos  últimos  eran  afiliados 
á  la  primera  logia  de  18 13  que  habían  quedado  re- 
zagados después  del  descalabro  de  181 5,  el  uno,  sir- 
viendo como  contador  y  tesorero  con  suma  compe- 
tencia administrativa  en  su  ramo ;  el  otro,  que  era 
hombre  de  finas  maneras,  de  trato  exciuisito.  de 
bella  y  arrogante  persona,  con  un  espíritu  despierto 

(5)      Papeles  publicados    por  C.    Guido    Spano  en  la 
Revista  de  Buenos  Aires,  ya  citados. 


Y  I.A  LOGIA  LAUTARO  2/5 

y  servicial,  se  había  mantenido  en  simpática  impar- 
cialidad para  con  los  amigos  y  parientes  del  gene- 
ral San  ]\Iartín,  y  era  además  amigo  íntimo  del  se- 
ñor Pueyrredón  desde  1806.  Una  de  las  razones  que 
.salvó  al  señor  López  de  la  rigurosa  persecución  que 
sufrieron  los  partidarios  del  general  Alvear,  fué 
que  no  figuraba  como  afiliado  de  la  Gran  Logia, 
cosa  por  la  c|ue  siempre  había  tenido  poco  gusto  y 
menos  confianza.  Sin  embargo,  era  conocida  su  ad- 
hesión á  la  independencia  y  al  orden ;  era  amigo 
personal  del  señor  Pueyrredón  y  uno  de  l'^s  patrio- 
tas más  estimados  en  el  país  y  en  el  círculo  de  la 
familia  de  Luca,  de  los  Irigoyen,  Darregueira, 
Guido,  Patrón,  ]Madero,  Ramón  Díaz,  los  herma- 
nos Rojas,  los  hermanos  Lezica  y  de  casi  todos  los 
demás  que  formaban  el  me  )llo  del  nuevo  partido 
y  que  tenían  en  casa  de  aquella  culta  familia  su 
centro  de  amenidades  sociales  y  su  intercambio  de 
influjos  políticos.  Pero  era  necesario  que  el  que  de- 
bía ocupar  el  ministerio  de  gobierno  fuese  afiliado, 
y  los  amigos  del  círculo,  que  á  veces  tomaba  todos 
los  caracteres  de  lo  que  hoy  llamamos  un  club,  lo 
llevaron  á  la  casa  en  que  tenían  sus  reuniones. 

El  Supremo  Director  recibió  al  señor  López  con 
especial  agasajo,  y  entre  halagos  y  observaciones 
serias  sobre  las  necesidades  del  momento,  lo  redu- 
jeron entre  todos  á  quedar  afiliado  á  la  logia.  En 
seguida  el  primero  informó  á  los  presentes  de  las 
miras  del  general  San  Martín,  y  de  la  facilidad  con 
que  Se  podía  recuperar  á  Chile  y  caer  por  mar  so- 
bre Lima.  Pero  para  esto  lo  esencial  era  asegurar 
el  orden  interior  y  exigir  nuevos  y  grandes  recur- 
sos de  dinero  y  de  sangre  al  país.  Con  este  motivo 


2/6  TL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDOX 

les  leyó  rna  carta  del  general  San  Martín,  y  les 
manifestó  que  ningún  patriota  debía  ni  podía  ex- 
cusarse de  lo  que  en  ella  recomendaba  (6). 

El  doctor  López  tenía  un  interés  capital  en  el 
triunfo  de  la  causa  de  la  independencia,  pero  su 
carácter  era  demasiado  apacible  y  escrupuloso,  pa- 
ra que  fuese  hombre  adecuado  á  las  necesidades  po- 
líticas del  tiempo,  ó  á  las  responsabilidades  en  que 
aquel  gobierno  debía  envolverse.  Pero,  por  más  que 
hizo,  no  pudo  vencer  la  resolución  del  Director;  y 
sin  darse  bien  cuenta  de  lo  que  hacía,  se  dejó  afi- 
liar á  la  logia  con  los  juramentos  c|ue  el  ritual  exi- 
gía, previa  la  explicación  de  que  todo  eso  se  con- 
cretaba á  cooperar  á  la  expedición  sobre  Chile.  Su 
opinión  era  cpie  no  había  en  Buenos  Aires  sino  un 
hombre  capaz  de  desempeñar  al  lado  de  Pueyrre- 
dón,  el  difícil  encargo  de  llevar  persistentemente 
ihasta  los  hechos  las  miras  de  tan  dudoso  carácter 
y  de  tan  graves  consecuencias,  que  el  Director  es- 
tal)a  resuelto  á  realizar:  ese  hombre  era  el  doctor 
Tagle.  López  instó  ardorosamente  á  Pueyrredón 
que  preparase  este  cambio,  resignándose  á  servir 
mientras  esto  pudiese  tener  lugar,  diciéndole  que 
necesitaba  á  su  lado  un  hombre  esencialmente  polí- 
tico, capaz  de  obrar  con  entereza  en  los  casos  ex- 
tremos que  preveía.  Pero  el  señor  Pueyrredón  ha- 
bía venido  á  Buenos  Aires  disgustado  con  la  con- 
ducta indecisa  que  el  doctor  Tagle  había  observado 
al  lado  del  general  Balcarce.  Los  amigos  presentes 
desaprobaban  también  la  indicación,  el  general  San 
I^vlartín  no  estaba  tampoco  satisfecho  y  todos  creían 

(6)     \"éase  el  Apéndice. 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  2/7 

que  no  era  conveniente  que  el  gobierno  tomase  des- 
de sns  primeros  pasos,  el  tinte  malicioso  é  insidioso 
que  la  figura  del  doctor  Tagle  daba  á  toda  política 
en  que  fueran  sensibles  sus  influjos. 

Ligado  á  este  funesto  compromiso  de  encerrar 
en  una  logia  secreta  los  resortes  internos  del  go- 
bierno, y  mientras  el  Congreso  por  su  parte  se  en- 
contraba empeñado  desde  Tucumán  en  hacer  con- 
verger artificialmente  las  fuerzas  vivas  del  país,  al 
plan  subversivo  de  crear  una  monarquía,  sueño  de 
cabezas  enfermas  y  desorientadas  por  el  desorden 
revolucionario.  Pueyrredón  tomaba  el  gobierno 
dispuesto  á  sofrenar  á  los  díscolos  que  quisieran 
ser  obstáculo  á  la  sumisión  del  pueblo,  ya  fuera 
que  ejerciesen  algún  mando  militar,  ya  que  echasen 
mano  de  h  prensa,  ó  que  tratasen  de  anarquizar  la 
opinión  popular  por  las  calles,  en  los  cafés,  ó  en 
sospechosas  reuniones  privadas;  quedando  á  la  Lo- 
gia el  encargo  de  hacer  la  policía  secreta  y  el  espio- 
naje para  atender  á  la  seguridad  del  gobierno. 

Como  sucede  en  toda  evolución  popular  com- 
plicada con  guerras  civiles,  la  clase  de  traje  mili- 
tar se  había  acrecentado  rápida  y  desordenadamen- 
te. Infinidad  de  coroneles  había  que  sin  campañas 
ni  méritos,  vagando  alrededor  del  gobierno,  pre- 
ferían vivir  del  desorden,  á  la  dura  tarea  de  ir  á  los 
campamentos  de  Salta  y  de  ^Mendoza  al  encuentro 
de  los  realistas.  Desparramados  por  la  capital  se 
abandonaban  al  juego  de  una  manera  pública  en 
multitud  de  infames  garitos.  El  Supremo  Director 
lanzó  un  decreto,  que  hizo  ejecutar  con  energía  lle- 
vando adelante  su  resolución  de  contener  estos  des- 
órdenes y  de  imponer  la  reforma  radical  del  estado 


2/8  EL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

social  qne  el  interés  público  pedía  á  gritos.  Estos 
militares  de  ocasión,  que  además  de  ser  muchos, 
contaban  con  algunos  de  ellos  influyentes  y  auda- 
ces en  materia  de  conmociones'  populares,  sabían 
que  el  general  San  Martín  era  intransigente  en 
cuanto  á  disciplina  y  decoro  personal  del  militar, 
y  que  bajo  sus  órdenes  no  había  descanso  en  los 
ejercicios  tácticos,  ni  otro  mérito  que  el  del  servicio 
de  línea  al  lado  de  los  soldados  que  habian  de  di- 
rigir contra  el  enemigo. 

Además  de  ser,  pues,  un  peligro  muy  grande 
para  la  tranquilidad  pública,  era  este  uno  de  los 
inconvenientes  más  formidables  que  impedía  regu- 
larizar la  administración  y  dar  un  empleo  prudente, 
á  las  exiguas  rentas  con  que  contaba  el  gobierno; 
y  lo  curioso  es  que  todos  esos  oficiales  sin  servi- 
cios, se  adornaban  con  medallas  de  su  propia  cuen- 
ta, que  nadie  sabía  si  haliían  adquirido  de  otro  mo- 
do que  comprándolas  á  otros  más  necesitados,  ó 
ganándolas  en  el  juego.  Urgentísimo  era  por  consi- 
guiente poner  inmediato  remedio  á  esta  relajación 
inaudita.  El  Supremo  Director  venía  resuelto  a  ha- 
cerlo. Pero  como  se  habían  sentido  los  síntomas 
del  golpe,  los  numerosos  intereses  personales  que 
se  consideraban  amenazados  eran  oíros  tantos  ele- 
mentos de  subversión  que  se  habían  creado  en  esa 
atmósfera  tormentosa  en  que  bullían  los  gérmenes 
de  una  revolución  armada  como  la  que  había  des- 
quiciado al  gobierno  de  Alvear.  De  modo  que.  por 
días,  se  veía  el  gobierno  precipitado  á  la  necesidad 
de  usar  el  poder  discrecional,  y  de  emplear  el  rigu- 
roso sistema  de  represiones,  prisiones,  destierros  y 
otros  castigos  llevados  á  la  ú'tima  severidad  en 
nombre  de  la  razón  de  estado. 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  2/9 

Puesto  en  el  camino  de  regularizar  la  adminis- 
tración, se  contrajo  el  gobierno  á  poner  en  claro  la 
percepción  y  recaudación  de  los  impuestos  directos 
y  de  Aduana ;  á  poner  en  ejercicio  eficaz  la  policía 
de  seguridad  y  de  vigilancia ;  á  dar  tramitación  co- 
rriente á  los  negocios  y  al  despacho  de  las  oficinas ; 
á  restablecer  y  mejorar  los  reglamentos  y  el  hora- 
rio del  trabajo  administrativo,  que  se  hallaba  en  un 
lamentable  descuido;  y  se  dispuso  que  se  enten- 
diese retirados  todos  los  auxilios  y  asignaciones 
militares  que  no  fuesen  en  favor  de  inválidos,  ó  de 
los  oficiales  y  tropas  que  servían  en  ^Mendoza,  en 
Tucumán  y  en  Salta,  cuyas  familias  (  decía)  inspiran 
al  gobierno  su  más  alto  y  primordial  interés. 

El  ánimo  sereno  y  prudente  con  que  el  nuevo 
Director  se  había  mantenido  siempre  al  servicio  de 
la  honradez  administrativa :  la  energía  de  sus  ac- 
tos probada  en  muchos  otros  momentos  de  grande 
peligro ;  la  seriedad  de  su  criterio :  su  habilidad 
para  rodearse  de  hombres  superiores  en  el  concepto 
público,  y  su  rara  sagacidad  para  prevenirse  con- 
tra las  asechanzas,  le  granjeaban  la  confianza  ge- 
neral, pero  lo  hacían  al  mismo  tiempo  el  blanco  más^ 
asestado  por  la  ira  de  los  facciosos  ligados  al  des- 
orden  (7). 

El  Congreso  creyó  que.  por  lo  mismo,  era  in- 
dispensable   reforzar   las    facultades   ordinarias    del 

1(7)  "Ya  empezamos  á  sentir  los  efectos  de  la  elec- 
ción de  Pueyrredón :  los  descontentos  nos  han  escrito  car- 
tas anónimas  y  pasquines  llenos  de  amenazas  y  disver- 
güenzas ;  al  paso  que  otros  celebran  y  aplauden  esa  elec- 
ción tributando  los  mayores  elogios  al  Congreso."  (Carta 
de  Darregiieira  á  Guido  en  el  lugar  citado). 


28o  EL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

:Pocler  Ejecutivo;  y  expidió  un  bando  ó  edicto  po- 
niendo la  nación,  y  especialmente  la  capital,  en  es- 
tado de  sitio  á  manera  del  famoso  Senado-consulto 
C|ue  creaba  la  Dictadura  Romana  en  los  días  del 
peligro  de  la  patria : 

"Fin  á  la  revolución,  principio  al  orden :  reco- 
nocimiento, obediencia  y  respeto  á  la  autoridad  so- 
berana de  las  provincias  y  de  los  pueblos,  repre- 
sentada en  el  Congreso,  y  á  sus  determinaciones. 
•Los  c|ue  promoviesen  la  insurrección,  ó  atentaren 
contra  esta  autoridad  y  las  demás  constituidas :  los 
cjue  promovieren  la  discordia  ó  la  auxiliaren,  serán 
reputados  enemigos  del  Estado,  perturbadores  del 
orden  y  de  la  tranquilidad  pública,  y  castigados 
con  todo  el  rigor  de  las  penas  hasta  con  la  muerte 
y  expatriación.  Xo  hay  clase  ;;/  persona  residente 
en  el  territorio  del  Estado  exenta  de  la  observancia 
y  comprensión  de  este  decreto,  ninguna  causa  po- 
drá exculpar  su  infracción.  Queda  libre  y  expedito 
el  derecho  de  petición,  no  clamorosa  ni  tumultua- 
ria, á  las  autoridades  y  al  Congreso  por  medio  de 
sus  representantes.  Comuniqúese  al  Supremo  Di- 
rector del  Estado  para  su  publicación  en  toda  la 
extensión  de  su  mando". 

La  prudencia  para  esperar  el  buen  momento  y 
la  energía  para  aprovecharlo  sin  vacilaciones,  eran 
•dos  rasgos  acentuadísimos  que  se  unían,  con  un 
admirable  talento,  en  el  carácter  del  Supremo  Di- 
rector. En  la  marcha  serena  y  fiíme  con  que  había 
entrado  á  Buenos  Aires,  imponiéndose  á  la  respe- 
tuosa sorpresa  de  las  facciones,  que  se  preparaban 
á  cerrarle  el  paso,  había  tenido  la  cautela  de  no 
inquietar  demasiado  á  la  Junta  de  Observación. 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  28 1 

'Era  esta  una  anomalía  orgánica  y  singular,  que 
encontraba  de  pié,  con  ínfulas  de  poder  constitu- 
yente, con  su  famoso  Estatuto  de  1815  en  las  ma- 
nos, y  que  continuaba  constituida,  sin  saber  por 
qué,  ni  para  qué,  en  poder  tuitivo  y  agente  directo 
del  localismo  de  la  capital,  delante  del  Congreso 
Constituyente  relegado  en  Tucumán  y  del  Supre- 
mo Director  del  Estado.  Esta  anomalía  chocante 
era  un  hecho  grave,  y  que  la  prudencia  política  no 
permitía  atacar  de  frente  en  los  primeros  momen- 
tos, porque  se  había  formado  en  el  concepto  de  to- 
dos la  preocupación  de  que  Buenos  Aires  tenía  su 
protección  natural  concentrada  en  ese  resto  inca- 
lificable, pero  amenazante,  del  movimiento  popu- 
lar que  derrocó  al  gobierno  de  Alvear.  A  pesar  de 
que  era  evidente  que  semejante  Junta  de  Obser- 
vación, de  ligilancia,  de  control,  de  veto,  no  tenía 
ya  función  regular  después  de  la  recomposición  de 
los  poderes  orgánicos,  aunque  hubiera  de  regir  poi 
lo  pronto  el  Estatuto  Provisioual  que  ella  había 
dado,  subsistía  respetada  por  el  Supremo  Director, 
y  mirada  por  los  facciosos  como  un  elemento  de 
seguridad  contra  la  absorción  completa  de  la  capi- 
tal en  el  poder  del  Congreso  y  del  Ejecutivo  Na- 
cional, acusados  públicamente  de  ser  monárquicos 
altiperuanos  y  favorecedores  de  la  anexión  al  reino 
de  Portugal. 

Bastaba  la  personalidad  provincial,  individuali- 
•zada  en  esta  corporación  anómala,  y  su  propia  in- 
coherencia dentro  del  organismo  regular  nuevamen- 
te restablecido,  para  que  por  el  impulso  de  sus  pre- 
ocupaciones y  de  su  carácter  propio,  se  impreg- 
nase de  un  espíritu  ajeno  á  la?  instituciones  nació- 


16510 


282  EL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

nales,  é  inclinado  á  simpatizar  con  las  vociferaciones 
de  la  oposición  local.  Llevábanla  á  eso  los  rumores 
'de  los  alarmistas,  de  que  todas  las  tropas  de  la 
capital  tenían  orden  de  marchar  á  Mendoza  para 
maniobrar  sobre  Chile.  Buenos  .Vires  iba,  pues,  á 
quedar  desguarnecida:  al  albedrío  de  los  portugue- 
ses, que  entraban  por  la  Banda  Oriental  de  acuerdo 
con  el  rey  de  España  y  con  la  facción  de  los  mo- 
nárquicos que  rodeaban  al  Supremo  Director,  y 
que  predominaban  en  el  Congreso,  cosa  esta  últi- 
ma que  por  desgracia  era  cierta.  La  Junta  de  Ob- 
servación participaba  de  estas  alarmas ;  ó  si  no  las 
tomaba  como  fundadas,  tenía  interés  en  arrogarse 
la  pretensión  de  defender  la  seguridad  de  la  capi- 
tal, y  de  mancomunar  así  su  influjo  y  su  existencia 
con  el  sentimiento  del  común  de  la  ciudad.  Deci- 
dida á  obrar  en  ese  sentido  provocó  una  conferen- 
cia con  el  Ayuntamiento,  que  por  interés  personal 
de  sus  miembros  y  por  el  espíritu  de  su  instituto 
estaba  naturalmente  inclinado  también  á  gestionar 
todo  cuanto  pudiera  interesar  á  ia  seguridad  y  de- 
fensa de  la  ciudad,  y  no  poco  alarmado  por  consi- 
guiente de  que  se  le  extrajesen  los  tres  batallones 
veteranos  con  que  contaba.  Los  primeros  pasos  fue- 
ron confidenciales  acerca  del  Director ;  pero  como 
éste  se  mantuviera  firme  en  la  resolución  de  acumu- 
lar las  tropas  en  Mendoza,  los  miembros  de  una  y 
otra  corporación,  que  de  ningún  modo  querían  ir 
hasta  la  sedición,  ni  autorizarla,  buscaron  un  tér- 
mino medio  que,  manteniéndolos  en  su  terreno,  les 
evitase  un  conflicto  directo  con  el  Supremo  Direc- 
tor y  el  estallido  de  la  situación  anómala  en  que 
'estaban    colocados.     Ese   medio    fué    representar   la 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  283 

necesidad  de  que  se  garantiese  la  seguridad  de  la 
-capital,  y  de  que  para  todo  evento  se  formase  pron- 
tamente un  ejército  de  seis  mil  hombres  de  línea 
bajo  condición  ó  compromiso  público  de  que  en  nin- 
gún caso  \  por  ningún  pretexto  ó  motivo  podría 
sacárseles  fuera  de  su  recinto  (8). 

(8)  "Siendo  Buenos  Aires  como  el  baluarte  de  la  li- 
bertad, expuesta  más  que  otra  á  las  miras  ambiciosas  de 
un  poder  extranjero,  y  la  que  por  su  situación  \ocdA' debe 
ser  el  blanco  de  sus  embates,  debe  por  lo  mismo  ponerse  en 
un  estado  imponente  de  respetabilidad  capaz  de  resistirlos. 
Por  desgracia  ¡ha  llegado  la  época  en  que  los  continuados 
esfuerzos  que  ha  hecho  la  capital  para  reparar  los  con- 
trastes de  nuestras  armas  han  casi  apurado  sus  recursos : 
miles  de  hombres  arrancados  de  su  seno  y  de  su  campa- 
ña han  compuesto  las  filas  de  sus  ejércitos:  se  ha  des- 
prendido generosamente  (sic\)  de  millares  de  brazos  ro- 
bustos útiles  al  incremento  del  país  y  necesarios  á  la  agri- 
cultura y  cultivo  de  su  fértil  territorio  en  los  esclavos  que 
ha  redimido  y  demás  jóvenes  de  que  ha  hecho  soldados. 
Las  fatigosas  campañas  de  la  Banda  Oriental,  Perú  y 
Mendoza  han  sido,  y  lo  son,  sostenidas  por  las  legiones 
que  con  repetición  han  salido  de  Buenos  Aires,  que  em- 
peñado en  llevar  á  cabo  la  gloriosa  lucha  de  la  libertad, 
que  proclamó  la  primera,  no  ha  reparado  en  sacrificios  y 
todo  lo  ha  prodigado.  Ya   xo  tiene  que  dar  ni  de  que 

VALERSE    SI    NO    AGOTA     SUS     RECURSOS,     ¿Y     SERA    PRUDENTE 

EXPONERLOS  FUERA  DE  SU  SENO,  dejándose  á  sí  misma  in- 
defensa, al  riesgo  de  ser  la  presa  de  sus  enemigos,  y  de 
abrir  con  su  abandono  una  espaciosa  puerta  á  la  subyuga- 
ción de  las  demás  provincias?  Estamos  persuadidos  que 
no,  y  que  las  provincias  hermanas  mirarían  con  execra- 
ción un  descuido  tan  criminal:  principalmente  en  circuns- 
tancias las  más  criticas  y  notorias  de  verse  la  capital  de 
Buenos  Aires  amagada  por  la  aproximación  de  una 
formidable  fuerza  extranjera.  Es,  pues,  preciso  pen- 
sar en  su  propia  seguridad,  de  la  que  depende  la  segu- 
ridad  de   las   demás  provincias;   porque    (ojalá   fuese  va- 


2S4  LL    GOBIERNO    DE    PUEYRREDON 

Un  miembro  de  la  Junta  y  otro  del  Cabildo :  don 
Felipe  Arana  por  la  primera,  y  don  Francisco  Ra- 
mos Aíejía  por  el  segundo,  fueron  comisionados 
para  presentar  esta  petición  á  nombre  de  la  ciudad 
al  Supremo  Director,  y  para  observarle  que  Buenos 
Aires  no  debía  ser  privado  de  los  batallones  cjue 
guarnecían  la  plaza,  ni  debía  ser  depuesto  Dorrego 

NA  presunción)  es  incuestionable  que  la  suerte  que  co- 
rra Buenos  Aires  debe  ser,  tarde  ó  temprano,  el  destino  de 
todas  las  demás." 

Con  estas  consideraciones,  que,  como  se  ve,  contienen 
en  el  fondo  los  mismos  reproches  que  la  oposición  hacía 
á  los  planes  del  gobierno,  se  autorizaba  la  junta  de  ob- 
servación y  el  Cabildo  para  "incitar"'  al  Supremo  Direc- 
tor "á  fin  de  que  por  los  medios  que  estén  á  su  alcance  y 
facultades,  se  sirva  con  la  exigencia  y  prontitud  que  re- 
quieren la  scircunstancias,  decretar  la  oranización  de 
una  fuerza  de  línea  fuerte  de  cuatro  mil  infantes,  y  en 
COMPETENTE  NUMERO  de  caballería,  bajo  la  base  inaltera- 
ble DE  QUE  EN  NINGÚN  CASO  Buenos  Aires  debe  carecer 
de  esta  fuerza  veterana,  ni  salir  ella  de  su  territorio 
mientras  dure  la  presente  guerra  por  la  libertad;  "que- 
dando al  arbitrio  del  gobierno  poder  hacerlo  (es  decir: 
hacer  salir)  con  respecto  á  los  jefes  y  oficiales  siempre 
que  lo  exija  el  bien  del  estado". 

El  peligroso  carácter  de  las  opiniones  dominantes,  y 
de  las  alarmas  en  que  se  hallaba  el  pueblo,  puede  dedu- 
cirse de  lo  que  sigue,  para  hacerse  una  idea  de  las  com- 
plicaciones desgraciadísimas  que  amargaban  la  situación : 
"Nos  lisonjeamos  de  que  esta  sola  idea  facilitará  la  al- 
ta de  estas  nuevas  tropas.  La  certeza  de  que  jamás  se- 
rán expuestas  á  los  padecimientos  y  horrores  de  las  cam- 
pañas en  países  lejanos,  será  un  aliciente  é  incentivo  para 
toda  clase  de  sus  (habitantes,  que  los  induzca  é  incline  á 
presentarse  gustosos  á  militar  en  ella ;  y  en  el  prest  que 
disfruten  encontrarán  un  recurso  seguro  con  que  sostener- 
se y  sostener  sus  respectivas  familias  sin  el  desconsuelo 
de  verse  precisados  á  separarse  de  ellas". 


Y   LA  LOGIA  LAUTARO  285 

por  ser  general  el  prestigio  y  la  confianza  que  ins- 
piraba su  arrojo,  su  decisión  y  sus  aptitudes  mili- 
tares. El  Director  les  dijo  que  aceptaba  como  cosa 
acertadisima  la  creación  de  una  nueva  guarnición 
de  seis  á  ocho  mil  lujmbres  de  las  tres  armas,  y  de- 
bidamente dotada  para  la  defensa  de  la  provincia. 
Pero  se  resistió  enérgicamente  á  tomar  el  compro- 
miso de  no  disponer  del  batallón  número  8.  una 
parte  del  cual  estaba  ya  en  marcha  á  ]\Iendoza  á  las 
órdenes  del  mayor  Garcia.  En  cuanto  á  Dorrego 
fué  también  insistente.  Era  indispensable,  dijo,  quvi 
marchara  con  ese  cuerpo  que  debia  ser  elevado  á 
regimiento,  y  que  no  sería  destituido,  porque  el  go- 
bierno y  el  general  San  ]\Iartin  estaban  inspirados 
P'jr  un  patriotismo  demasiado  puro  para  descono- 
cer su  importancia  y  la  del  general  Soler  en  una 
¡campaña  como  la  que  iba  á  emprenderse.  Pero  el 
Director  agregó  que  el  gobierno  deseaba  meditar 
algún  tiempo  más  sobre  esto  y  que  contestaría  opor- 
tunamente á  la  Junta  y  al  Cabildo. 

Con  fecha  20  de  septiembre  contestaba  en  efec- 
to, en  una  forma  rara  que  parece  á  la  vez  decreto  ó 
nota,  y  decía :  "Tomando  en  consideración  las  po- 
derosas reflexiones  aducidas  en  la  nota  del  Excelen- 
tísimo Cabildo  y  Honorable  Junta  de  Observación 
y  coincidiendo  en  los  mismos  principios  de  conve- 
niencia común  de  todos  los  pueblos,  que  han  impul- 
sado á  estas  respetables  Corporaciones  á  proponer 
el  proyecto  que  se  detalla,  he  venido  desde  luego  en 
aprobarlo  como  una  medida  capaz  de  poner  el  país 
á  cubierto  de  cualquiera  agresión  extraña". 

En  seguida  se  aprovechaba  con  habilidad  de  la 
instancia  que  las  dos  corporaciones  provinciales  le 


286  r-L    G(>BIKR\0    DE    PUEVRREDON 

liacían  á  (|Ue  se  armase.  Eso  era  lo  que  él  también 
quería,  para  tener  con  que  imperar  á  su  vez  sobre 
líos  díscolos  (le  adentro.  Sin  perder  tiempo  mandó 
que  se  sacasen  novecientos  veinte  hombres  de  los 
TERCIOS  I."  y  2."  de  Cívicos,  del  batallón  urbano 
de  Pardos  y  Morenos  y  de  los  seis  regimientos  de 
las  milicias  de  campaña  que  de  acuerdo  con  los  re- 
glamentos de  aquel  tiempo  dependían  directamente 
del  Cabildo  y  no  del  Poder  Ejecutivo.  Remontó  así 
en  pocos  días  el  personal  del  batallón  de  artillería 
que  mandaba  el  coronel  Pinto,  oficial  de  orden,  de 
poco  genio  pero  sensato  y  sumiso.  Completó  del 
mismo  modo  el  batallón  de  granaderos  argenti- 
nos, que  por  el  ascenso  del  general  Soler  á  mayor 
general  del  ejército  de  los  Andes,  había  quedado 
á  las  órdenes  del  comandante  don  Celeslino  Vidal, 
oficial  seguro  también  por  su  carácter  leal,  y  des- 
tituido de  aspiraciones.  Y  para  tener  bajo  su  mano 
á  los  oficiales  que  andaban  disponibles  mandó  for- 
mar una  legión  de  honor  que  resultó  muy  numero- 
sa :  la  hizo  dotar  de  buenas  armas,  y  la  sujetó  á 
severa  disciplina  y  diarios  ejercicios.  Al  mismo 
tiempo  expidió  un  decreto  mandando  levantar  un 
numeroso  batallón  de  libertos  con  uno  por  cada 
tres  de  los  esclavos  que  pertenecieran  á  los  españo- 
les ó  á  las  iglesias,  que  fuesen  americanos  y  sol- 
teros ;  con  uno  por  cada  seis  de  los  que  pertenecie- 
ran á  hijos  del  país  casados,  exceptuando  cá  los  de 
viudas  y  de  huérfanos.  En  el  preámbulo  del  decreto 
íen  que  daba  estas  órdenes  hacía  á  los  alarmistas 
este  reproche  de  debilidad  y  de  cobardía :  "Los  pe- 
ligros que  sólí^  abaten  á  las  almas  débiles,  han  sido 
siempre   los   primeros   agentes   de   la   constancia   y 


Y   LA   LOGIA  LAUTARO  287 

magnanimidad  de  los  pueblos  de  nuestra  nación; 
jv'  aunque  la  suerte  de  la  patria  en  medio  de  los 
riesgos  que  la  circundan  parezca  vacilante  á  la 
vista  de  nuestros  enemigos,  ella  se  apoya  en  las 
virtudes  cívicas  de  los  que  se  han  consagrado  á  de- 
fenderla; y  no  hay  contraste  capaz  de  alterar  el 
destino  que  nos  ha  concedido  el  Dios  de  la  justicia, 
mientras  exista  en  el  corazón  de  cada  ciudadano  el 
amor  á  la  libertad  y  mientras  cualquier  sacrificio 
sea  menor  que  nuestra  resolución  á  sostener  á  todo 
trance  los  derechos  santos  que  hemos  proclamado". 

^Moralizado  en  la  ciudad  con  estas  medidas  el 
influjo  de  la  autoridad  legal,  el  Supremo  Director 
consideró  llegado  el  momento  de  desarmar  las  ma- 
las inspiraciones  de  los  sediciosos  haciéndoles  com- 
prender que  se  creía  seguro  en  su  puesto,  y  que  es- 
'taba  resuelto  á  salvar  el  orden  y  la  disciplina  mili- 
tar á  toda  costa. 

La  voz  pública,  como  ya  dijimos,  señalaba  la 
imprenta  de  la  Crónica  Argentina  como  un  foco 
de  donde  partían  los  chismes,  los  pasquines,  y  todo 
cúmulo  de  papeles  subversivos  que  tenían  inquietas 
y  alzadas  las  pasiones  populares.  Xumerosas  de- 
laciones, motivadas  quizá,  nunque  no  estuviesen 
justificadas,  llegaban  om  insistencia  á  los  oídos  del 
gobierno  haciendo  recaer  sospechas  muy  graves  so- 
bre el  general  Soler,  sobre  el  general  French.  sobre 
el  coronel  Dorrego  y  sobre  otras  personas  de  in- 
flujo y  de  apasionado  arrojo.  El  general  Soler  era 
un  militar  de  buena  cabeza,  ambicioso  y  bravo,  muy 
severo  y  cumplido  en  los  actos  de  su  carrera,  de  una 
competencia  reconocida  en  la  organización  de  las 
tropas,    pero    soberbio   y   bastante    impetuoso   para 


255  KL    GOBIERNO    DE    PCEYRREDOX 

echarse  en  una  aventura  arriesgada  contra  el  orden, 
sin  preocuparse  mucho  de  las  malas  consecuencias 
que  pudiera  tener  el  hecho.  Aunque  la  gente  jui- 
ciosa no  tenía  mucho  concepto  de  sus  condiciones 
políticas,  ni  de  la  seriedad  moral  de  su  carácter,  lo 
miraban  sin  embargo  con  respeto,  con  miedo  tam- 
bién, por  su  importancia  militar.  El  Supremo  Di- 
rector, que  Se  consideraba  de  una  habilidad  diplo- 
mática muy  superior  al  temple  y  á  la  resistencia  del 
general,  no  quiso  proceder  contra  él  antes  de  lla- 
marlo á  una  entrevista,  á  la  que  desde  el  principio 
le  dio  el  tono  franco  y  fácil  de  una  conversación 
amistosísima.  Empezó  por  confiarle  las  dudas  que 
le  inspiraba  y  por  quejarse  de  que  no  fuese  su  ami- 
go; le  llamó  la  atención  sobre  las  angustias  de  su 
puesto;  su  anhelo  exclusivo  de  levantar  los  elemen- 
tos militares  del  país  para  dar  grandes  formas  á  la 
guerra  de  la  Independencia  y  llevar  las  banderas 
argentinas  en  manos  de  sus  bravos  hijos  por  todo 
el  continente;  le  hizo  columbrar  la  gloria  que  á  él, 
uno  de  los  primeros,  si  no  el  primero  entre  los  ge- 
nerales argentinos  después  de  San  ^Martín,  le  es- 
taba reservada  en  la  campaña  de  Chile  y  en  la  re- 
conquista del  Perú.  ;Oué  era,  al  lado  de  esta  gran- 
de perspectiva,  un  miserable  motín  ayudado  de 
facciosos  sin  elevada  ambición,  que,  al  otro  día  de 
servirse  de  él,  habían  de  conspirar  contra  su  perso- 
na y  envolver  el  país  en  una  borrasca  de  calamida- 
des que  lo  hundirían  en  su  ruina  final? 

Lisonjeando  su  orgullo  con  destreza  (y  con  ver- 
dad también)  le  hizo  pasar  en  revista  todos  los 
militares  del  país  para  que  se  estimase  en  lo  que 
valía,  pues  era  el  único  de  su  grado  que  podía  lia- 


Y   LA    LOGIA   LAUTARO-  289 

marse  verdadero  hombre  de  guerra;  esa  era  la  opi- 
nión del  general  San  Alartin,  que  hacía  instancias 
de  todo  género  para  que  se  le  mandase  á  Alendoza 
con  el  empleo  de  segundo  jefe  del  ejército  y  cargo 
de  mayor  general.  El  resultado  fué  satisfactorio : 
Soler  se  entregó  á  los  deseos  halagüeños  del  Supre- 
mo Director;  el  5  de  septiembre  fué  nombrado 
CUARTEL  MAESTRE  Y  MAYOR  GENERAL  del  cjército  de 
los  Andes;  y  el  19  del  mismo  mes,  alejado  ya  de 
la  imprenta  de  la  Crónica  Argentina,  iba  en  camino 
de  Mendoza  con  asombro  y  grande  descontento  de 
los  que  hablan  contado  con  él  para  dar  un  vuelco 
á  la  situación. 

De  los  otros  indicados  como  comprometidos  en 
la  conjuración,  había  dos  solamente  que  pudieran 
tenerse  por  peligrosos.  Uno  era  el  general  Domin- 
go French,  muy  señalado  entonces  en  el  movimien- 
to político  de  la  capital,  aunque  muy  obscurecido 
después.  El  otro  era  el  joven  coronel  del  batallón 
número  8  de  cazadores  don  Manuel  Dorrego.  El 
primero,  agitador  incansable  desde  los  primeros 
días  de  la  Gran  Semana  de  1810,  tenía  poco  de  suyo 
en  la  opinión  pública :  era  mirado  como  un  patriota 
aturdido  y  novelero.  Xo  era  un  militar  en  regla  que 
hubiera  mostrado  aptitudes  distinguidas  en  el  man- 
do, ni  hecho  campañas  serias,  ó  contribuido  con 
una  personalidad  acentuada  á  los  sucesos  impor- 
tantes de  la  guerra.  Agregúese  á  esto  c|ue  su  devota 
adhesión  á  la  feble  figura  de  Rondeau,  á  quien  en 
1816  nadie  tomaba  en  cuenta  para  cosa  que  valiera, 
lo  ponían  en  un  punto  de  vista  muy  desfavorable, 
ante  los  mismos  con  quienes  se  había  ligado,  y  so- 

HIST.  DE  LA  REP.   ARGEXTIXA.  TOMO  VI. — 19 


290  El,   GOBIERNO   DE   PUEYRREDON 

bre  todo  con  Dorrego  (juc  les  hal)ia  declarado  con 
energía  que  nunca  consentiría  en  levantar  de  nue- 
vo á  Rondeau.  Los  otros  personajes  del  grupo, 
como  don  Pedro  José  de  .Agrelo,  don  Manuel 
Moreno,  Pasos  Silva,  eran  hombres  de  pala- 
bras exageradas,  inquietos,  bulliciosos,  incómo- 
dos pero  incapaces  de  reconcentrar  fuerzas  de 
acción  ó  de  opinión  para  dar  con  éxito  un  gol- 
pe de  mano,  sin  que  los  encabezase  un  jefe  capaz 
de  imponerse  por  la  rapidez  de  la  ejecución  y 
por  el  acierto  de  las  medidas. 

El  único  que  por  sus  talentos,  su  audacia  y  su 
pericia  militar  podía  ocasionar  serios  temores  era, 
pues,  el  coronel  Dorrego,  señalado  como  el  adver- 
sario más  franco  y  descubierto  del  gobierno.  La 
ardiente  sinceridad  de  su  republicanismo,  el  brillo 
de  sus  ideas  y  la  elocuencia  apasionada  de  sus  crí- 
ticas, lo  tenían  de  punta  contra  las  veleidades  mo- 
nárquicas del  Congreso,  que  con  empeño  raro  in- 
sistía en  que  se  recabase  el  apoyo  del  rey  de  Por- 
tugal para  colocar  uno  de  los  príncipes  ó  princesas 
de  su  real  familia  en  el  trono  de  Buenos  Aires.  En 
muchos,  debiéramos  decir  en  los  más,  estos  traba- 
jos producían  una  duda  inquietante.  Pero  Dorrego 
no  dudaba :  la  duda  no  era  un  estado  posible  de  su 
espíritu.  Creía  sin  vacilar  que  la  invasión  portu- 
guesa venía  mancomunada  con  el  rey  de  España 
y  entendida  también  con  la  "tenebrosa  logia"  que 
tenía  en  sus  manos  el  gobierno  secreto  del  país.  Si 
Dorrego  no  estaba  ya  comprometido  á  encabezar 
una  re\olución  armada  contra  el  gobierno,  estaba 
en  el  camino  fatal  de  tomar  ese  compromiso,  como 


Y   LA    LOGIA   LAUTARO  29 1 

él  mismo  lo  reveló  después  de  manera  tan  explícita 
que  110  admite  la  menor  atenuación  (9). 
^         A  lo  que  resulta  de  los  documentos  oficiales  y 
de  lo  que  sabemos  por  informes  verbales  de  perso- 

(9)  Al  regresar  del  destierro  en  1820,  el  coronel  Do- 
rrego  fué  calumniado  é  insultado  por  Fr.  Francisco  Cas- 
tañeda;  y  contestó  con  una  hoja  suelta  de  donde  tomamos 
estas  palabras  que  nos  parecen  de  mucho  interés,  y  muy 
necesarias  también  para  juzgar  con  imparcialidad  las  cosas 
y  los  hombres  de  aquel  tiempo:  "Son  bien  notorias  las  cau- 
sas con  que  me  persiguieron  Pueyrredón  y  los  Caballeros 
de  la  Mesa  Redonda  (la  logia)  que  maquinaban  con  él 
Pero  si  el  unirse  los  oprimidos  para  sacudir  el  yugo  de 
unas  autoridades  que  habían  hecho  la  liga  jesuítica  para 
obstruir  el  curso  de  las  leyes,  considerándolas,  no  como 
im  depósito  que  debían  administrar  y  mejorar,  sino  como 
jjropiedad  de  que  podían  disponer  ad  libitum;  si  el  haber 
derribado  las  barreras  de  la  libertad  civil,  que  son  las  leyes 
■que  protegen  la  libertad  de  censurar  la  conducta  de  los  ser- 
•vidores  del  público,  y  la  seguridad  individual  del  ciudada- 
no; si  el  haber  reducido  toda  la  Sociedad  á  la  situación 
humillante  de  existir,  no  bajo  la  protección  de  las  leyes 
conocidas  sino  por  la  gracia  del  Supremo  Director;  haber 
expatriado  patricios  y  arrojádolos  en  playas  extranjeras 
sin  más  formalidad  judicial  que  la  que  se  usa  para  expor- 
tar muías ;  y  sembrar  todo  el  mundo  civilizado  de  estos 
monumentos  de  nuestro  oprobio  é  ignominia  cuando  una 
PARTE  DEL  TERRITORIO  SE  MUTILABA,  y  el  resto  Se  ponía 
en  pregón.  Si  todo  esto  con  lo  infinito  más  que  podría  agre- 
garse no  justifica  la  resistencia  á  un  gobierno  establecido, 
en  el  concepto  de  un  fraile  que  quisiera  estar  todavía  en 
posesión  de  las  parrillas  y  asador  que  la  civilización  le  ha 
arrancado  de  las  manos,  para  tostar  y  asar  hombres  en  este 
siglo  como  en  los  que  han  precedido,  por  eso  no  será 
menos  cierto  que  la  razón  y  el  derecho  natural  autoriza  á 
todo  hombre  á  repeler  la  fuerza  con  la  fuerza.  Porque  si 
bien  hay  sublevaciones  contra  la  autoridad  legítima,  que 
son  altamente  criminales,  en  cuanto  sacrifican  la  seguridad 


292  EL   GOBIERNO   DE   PUEYRREDON 

ñas  inmediatas  á  los  sucesos,  al  Supremo  Director 
le  costaba  decidirse  á  proceder  violentamente  con- 
tra Dorrego,  á  pesar  de  las  instigaciones  y  de  los 
cargos  que  por  no  hacerlo  le  dirigían  de  todas  par- 
tes y  aun  del  seno  mismo  del  Congreso.  Muchos 
dias  había  sido  materia  de  acuerdos  el  determinar 
lo  que  se  haría  con  este  joven  cuyo  mérito  era  por 
todos  reconocido.  El  Supremo  Director  lo  estimaba 
muchísimo  y  repetía  á  cada  instante:  "¡que  era  lás- 
tima c[ue  fuese  alocado  y  peligroso ! '  Como  jefe  di- 
visionario, Dorrego  estaba  colocado  en  primera  lí- 
nea por  todos  nuestros  militares  de  aquel  tiempo : 
y  antes  de  que  la  campaña  de  Chile  pusiese  en  evi- 

y  el  bienestar  de  la  sociedad,  á  la  ambición  de  los  que  las 
promueven,  hay  también  revoluciones  necesarias  y  jus- 
tas y  sin  las  cuales  jamás  habrían  salido  unos  pueblos  del 
estado  de  servidumbre,  ni  elevádose  otros  al  grado  de 
prosperidad  y  de  esplendor  que  hoy  disfrutan.  La  libertad 
■de  escribir,  única  seguridad  de  todos  los  demás  derechos 
civiles,  sin  la  cual  todos  los  estatutos,  reglamentos  y  cons- 
tituciones no  son  más  que  una  mofa,  y  que  debe  ser  pa- 
trimonio inenajenable  del  patricio:  esta  libertad  en  el  es- 
tado de  infancia  á  que  la  hab'a  hecho  retroceder  la  admi- 
nistración Congresi-.Directorial,  no  tiene  garantía  más  po- 
derosa que  la  que  resulta  de  los  principios  individuales 
del  depositario  de  la  autoridad  pública  sobre  la  naturaleza 
v  valor  intrínsecos  de  este  derecho.  Los  principies  que  pro- 
fesaba ANTES  la  persona  que  actualmente  tiene  las  riendas 
de  la  administración  interna,  son  bien  conocidos;  y  cuanto 
se  han  fortificado  después  de  su  expatriación  filantrópica 
á  las  regiones  federales  de  los  Estados  Unidos  de  Amé- 
rica, es  cosa  demasiado  pública."  (Respuesta  á  algunas 
preguntas,  etc.,  etc.,  que  se  han  publicado  en  los  papeles 
mordaces  y  sediciosos  que  corren  con  el  titulo  de  ''Desper- 
tador Teo-Filántropo"  y  "Desengañador  Gauchi-Politico". 
Por  un  protervo  Barbado.  Lnprenta  de  Poción,  1820). 


Y   LA   LOGIA    LAUTARO  293 

ciencia  á  otros,  ninguno  había  en  nuestro  ejército 
que  tuviese  mayor  y  más  merecido  nombre  que  él. 
A  todos  los  que  contribuían  á  los  reservados  acuer- 
dos del  gobierno  se  les  ocurría  que  debía  proceder- 
se  con  él  como  se  había  procedido  con  el  general 
Soler.  Pero  precisamente  por  sus  nobles  cualida- 
des se  dudaba  de  que  se  aviniese  á  dar  la  espalda  á 
los  compromisos  que  ya  hubiera  contraído.  El  Su- 
premo Director  accedió  por  fin  á  las  instancias  de 
dos  de  sus  secretarios — López  y  Obligado — y  llamó 
al  coronel  Dorrego  á  su  despacho. 

Por  desgracia,  lamentable  y  enojoso  fué  el  re- 
sultado de  la  entrevista.  El  coronel  Dorrego  des- 
echó todas  las  insinuaciones  del  Supremo  Director; 
protestó  que  prefería  ser  castigado  y  aun  fusilado 
antes  que  obedecer  á  la  orden  de  marchar  con  su  ba- 
tallón á  ponerse  bajo  las  órdenes  del  general  San 
^Martín;  y  fué  por  último  tan  rebelde  á  la  disciplina 
y  tan  descomedido  en  palabras,  que  el  Supremo  Di- 
rector, profundamente  ofendido  lo  despidió,  resuel- 
to á  castigarlo  con  el  último  rigor.  Fué  un  grande 
dolor  para  los  miembros  del  gobierno,  saber  este 
resultado  }'  ver  cjue  era  irremediable  la  triste  suerte 
del  joven  coronel  (lo). 

(10)  En  publicaciones  anteriores  he  presentado  una 
exposición  anecdótica  de  la  entrevista  del  Director  con  el 
coronel  Dorrego,  tal  cual  la  he  oído  referir  á  mi  padre 
y  al  doctor  Tagle ;  que,  aunque  no  la  habían  presenciado 
la  tenían  del  señor  Pueyrredón ;  el  primero  se  la  oyó  refe- 
rir en  los  días  inmediatos  al  suceso,  y  el  segundo  pocos  me- 
ses después,  con  motivo  de  unas  cartas  de  diputados  del 
Congreso  que  consideraban  excesivo  el  proceder  y  el  cas- 
tigo. Por  estas  razones  voy  á  insistir  en  mi  anterior  ver- 
sión. Tomaré  en  cuenta  papeles  que  me  mostró  después  el 


294  Hl<  GOBIERNO  DE  PUEVRREDOx 

Además  de  la  gravedad  del  incidente  como  acto 
de  insubordinación,  y  de  que  había  ^■ellementísimas 
sospechas  de  estar  por  reventar  una  re\'olución,  es 
menester  tener  presente  también  el  sombrío  y  ate- 
rrante aspecto  que  el  cuadro  de  la  nación  presen- 
taba en  esos  mismos  días. 

Entonces  era,  como  hemos  visto,  cuando  Juan 
Pablo  Bulnes  y  don  José  Javier  Díaz  en  Córdoba, 
se  alzaban  confabulados  con  las  insurrecciones  de 
Caparros  en  la  Rioja,  y  de  Borjes  en  Santiago  del 
Estero :  cuando  la  invasión  portuguesa,  los  realis- 
tas triunfadores  en  Jujuy  y  en  Chile,  y  las  monto- 
neras desmelenadas  de  Artigas,  de  Entrerríos  y  de 
Santa  Fe.  hacían  terrible  (pero  sublime)  la  lucha 
titánica  de  los  elementos  vitales  del  orden  so- 
cial contra  el  ímpetu  animal  de  la  anarquía  y  de 
la  barbarie  que  estrechaban  y  acometían  á  la 
capital  de  todas  partes. 

En  medio  de  este  amenazante  desorden,  todos 
los  que  tenían  algún  interés  en  la  vida  culta  de  la 
sociedad  argentina,  el  Congreso.  San  ]\'Iartín.  Bel- 
grano,  Güemes,  la  burguesía  patricia  del  munici- 
pio, tenían  puestos  sus  ojos  y  su  confianza  en 
Pueyrredón.  El  era  quien  respondía  del  orden  pú- 
blico ;  él  quien  respondía  del  poder  y  de  la  \ictoria 
de   nuestros   ejércitos;  él  quien  tenía   que   imponer 

coronel  don  Mariano  E.  Moreno,  que  según  él  creía,  des- 
autorizaban el  fondo  de  la  entrevista ;  pero  que  en  todo 
caso  desautorizarán,  no  mi  versión  de  la  entrevista,  sino 
los  documentos  oficiales  emanados  del  mismo  Pueyrredón 
que  van  á  verse.  Dejo  esta  discusión  para  un  Apéndice, 
porque  tratarla  aquí  sería  demasiado  largo,  y  perturbaría 
la  conexión  del  texto. 


Y    LA   LOGIA   LAUTARO  295 

los  sacrificios  y  que  endurecer  la  mano  á  las  riendas 
del  carro  en  el  declive  violento  del  precipicio. 

A  la  luz  de  este  siniestro  incendio,  del  tumulto 
^de  las  pasiones  y  del  desorden  de  intereses  c|ue  se 
provocan  unos  á  otros,  se  hacía  azarosa  la  situa- 
ción de  Belgrano  en  Tucumán,  y  difíciles  de  llenar 
las  exigencias  de  San  Alartín  en  Mendoza,  por  la 
destemplada  oposición  que  levantaban  sus  propó- 
sitos de  lanzarse  á  Chile  llevándose  la  única  fuerza 
sólida  con  c|ue  contaba  la  nación.  Pero  estaba  re- 
suelto, y  era  preciso  hacerlo.  Sospechaba  el  Direc- 
tor, ó  lo  sabía  por  conductos  secretos,  que  los  re- 
volucionarios esperaban  la  marcha  de  San  ?\[artiii 
para  pronunciarse.  Esperando,  pues,  el  momento 
favorable,  trataba  de  aquietar  la  opinión  haciendo 
protestas  de  su  resolución  á  salir  al  encuentro  de 
los  portugueses  en  defensa  de  la  Banda  Oriental, 
y  ganaba  tiempo  con  medidas  previas  en  este  sen- 
tido. El  general  San  Martín  comunicó  Cjue  á  me- 
diados de  diciembre  ó  principios  de  enero  de  18 17, 
á  más  tardar,  saldría  de  Mendoza  en  camino  de 
Chile.  Había  llegado,  pues,  el  momento  de  preve- 
nirse y  de  dar  principio  á  la  represión  de  los  cons- 
piradores que  amenazaban  perturbar  el  orden. 

En  la  tarde  del  15  de  noviembre  el  coronel  Bo- 
rrego fué  repentinamente  reducido  á  prisión  y  em- 
barcado en  un  buque  que  en  ese  momento  estaba 
al  salir  para  las  Antillas.  El  Supremo  Director 
creyó  necesario  justificar  esta  medida  manifestando 
los  motivos  Cjue  lo  habían  forzado  á  tomarla,  y  dio 
además  un  decreto  sobre  el  deber  que  el  gobierno 
reconocía  de  atender  á  las  necesidades  de  la  familia 


296  KL  GOBIERNO  DE   PUEYRKEDOX 

del  coronel,  en  atención  á  los  heroicos  servicios  que 
la  patria  argentina  le  debía   (11). 

La  medida  fué  cruel  y  excesiva,  no  tanto  en  sí 
misma  cuanto  por  la  manera  iracunda  de  ejecutar- 

(11)  El  manifiesto  decía:  '"Siendo  tan  criminales  y 
escandalosos  los  actos  de  insubordinación  y  altanería  con 
que  el  coronel  don  Manuel  Dorrego  ha  marcado  sus  ser- 
vicios en  la  carrera  míTitar,  debiéndose  á  ellos  que  el 
señor  brigadier  Belgrano  lo  hubiese  separado  y  confinado 
en  1813  del  ejército  auxiliar  del  Perú,  y  en  1814  hiciese 
igual  demostración  el  general  en  jefe  del  ejército  de  Cuyo 
don  José  de  San  Martin,  de  que  existen  antecedentes  justi- 
ficados en  la  secretaría  de  guerra  sin  que  hayan  bastado 
á  contener  su  genio  díscolo  y  tumultuario  las  suaves  pre- 
venciones de  sus  jefes,  ni  la  seria  y  formal  reprensión  que 
recibió  del  gobierno,  cuando  por  iguales  causas  se  quejó 
el  señor  brigadier  don  !Miguel  Azcuénaga,  siendo  goberna- 
dor y  comandante  general  de  armas,  de  que  también  obran 
antecedentes  en  la  Inspección  general;  antes  bien  hacien- 
do alarde  de  su  impunidad,  ha  repetido  y  reagravado  igua- 
les delitos  después  de  mi  mando,  reduciendo  á  conflictos  la 
quietud  y  armonía  de  los  pueblos  hermanos,  insultando 
oficialmente  sus  más  respetables  superiores  (como  me  lo 
ha  representado  el  señor  Inspector  general  don  José  Gaz- 
cón,  quien  me  ha  pedido  justamente  su  separación  del 
Regimiento)  (*)  y  lo  que  es  más  criminal,  llegando  al 
extremo  de  amenazar  á  la  misma  autoridad  suprema  de  los 
pueblos  de  que  se  pasaría  á  la  montonera,  si  no  le  otor- 
gaba sus  pretensiones :  negarse  al  reconocimiento  del  Ins- 
pector General  por  no  estarle  comunicado  particularmen- 
te su  nombramiento,  esto  en  audiencia  pública,  y  á  pre- 
sencia del  comisario  general  de  guerra;  y  por  iiltimo  ha- 

(*)  Azcuéuaga  y  Gazcóii,  personas  muy  respetables  siu  duna,  de 
edad  provecta  los  dos.  y  de  liuena  posición  social,  eran  cuanto  puede 
haber  de  más  ridículo  como  militares  para  los  que  realmente  lo  eran,  y 
tenían  grados  ganados  en  camparía.  Precisamente  esa  clase  imbuida  de 
figurones  engalonados  por  obsequio,  eran  las  víctimas  constantes  de  !a 
facuudia  irónica  de  Dorrego. 


Y   LA   LOGIA   LAUTARO  297 

la.  A  un  hombre  de  los  servicios  y  méritos  del  jo- 
ven coronel  Dorrego  no  se  le  embarca  así  como  si 
fuese  un  bulto  despreciable,  y  sin  más  garantía  ni 
¡decencia  que  "la  recomendación  hecha  á  un  mari- 

berme  protestado  con  la  mayor  osadía,  que  consentiría  pri- 
mero su  fusilación,  que  continuar  sirviendo  bajo  las  órde- 
nes del  general  del  ejército  de  Cuyo,  á  que  estaba  destina- 
do, á  más  de  otros  gravísimos  incidentes  que  reservo,  y 
de  que  daré  cuenta  al  Soberano  Congreso  Nacional:  he 
creído  pues  un  deber  preciso  de  mi  autoridad  y  del  orden 
sancionado  por  el  augusto  Cuerpo,  castigar  ejemplarmente 
tan  graves  como  públicos  y  justificados  crímenes,  extra- 
ñando PARA  SIEMPRE  á  don  ^Manuel  Dorrego,  como  así  lo 
extraño  de  estas  provincias,  atya  tranquilidad,  seguridad  y 
fidelidad  (sic)  forman  el  noble  y  sagrado  objeto  de  poder, 
y  autoridad  que  me  han  confiado  los  pueblos,  y  lo  son  igual- 
mente los  del  Congreso  de  la  nación  en  su  soberano  de- 
creto de  i.°  de  agosto  del  corriente  año.  Con  la  misma 
fecha  el  decreto  decía:  "Si  la  ley  imperiosa  de  la  quie- 
tud, del  orden  y  de  la  salud  de  los  pueblos,  si  la  nece- 
sidad de  castigar  con  imponencia  actos  sediciosos  de  in- 
subordinación, si  la  urgencia  de  destruir  en  su  raiz  la? 
nuevas  convulsiones  que  preparaba  contra  el  Estado  la 
última  conducta  de  -don  ]\Ianuel  Dorrego  han  arrancado 
al  gobierno  la  providencia  de  su  expatriación  fuera  de  las 
Provincias  Unidas,  como  indica  el  acto  de  esta  fecha,  la 
justicia  y  la  gratitud  reclaman  la  memoria  de  los  re- 
comendables servicios  que  rindió  á  su  país  durante  la  glo- 
riosa revolución  en  las  ocasiones  en  que  supo  desviarse 
de  los  principios  á  que  lo  ha  conducido  la  indocilidad  de 
un  genio  que  ni  la  amistad  ni  el  deber  pudieron  doblegar: 
á  este  respecto  y  considerando  que  la  esposa  y  la  hija  del 
citado  Dorrego  son  dignas  de  la  compasión  y  amparo  de 
un  gobierno  imparcial,  he  acordado  que  sin  embargo  de 
haberse  librado  orden  para  que  se  le  entreguen  quinien- 
tos pesos  en  el  lugar  de  su  relegación,  de  no  habérsele  pri- 
vado de  los  despachos  de  coronel  á  fin  de  que  con  ellos 


298  KL   GOBIKRXO   DIC   PUKVRREDOn 

iiero  extranjero  y  desconocido  de  que  se  le  tratase 
bien".  Los  gobiernos  no  pueden  abandonar  el  de- 
coro y  la  justicia  de  sus  actos  al  criterio  discrecio- 
nal de  un  agente  eventual,  tomado  al  acaso,  é  irres- 
ponsable como  el  que  recibió  ese  encargo  (12). 

pueda  presentarse  en  cualquiera  de  los  Estados  libres  de 
América,  de  habérsele  recomendado  con  especialidad  al 
comandante  del  buque  que  le  conduce  el  mejor  trato,  dis- 
frute su  esposa  doña  Angela  Baudriz  y  su  hija  doña  Jabei 
desde  la  fecha  del  presente  decreto  la  mitad  del  sueldo  que 
por  su  clase  obtenía  el  citado  Dorrego,  como  un  testimonio 
de  la  beneficencia  y  distinción  con  que  la  patria  remunera 
los  servicios  de  sus  hijos  aun  siendo  eclipsados  por  los 
mismos  con  los  crímenes  que  la  consternan". 

(12)  Dos  de  los  secretarios  se  excusaron  de  firmar 
los  decretos,  aduciendo  que  tratándose  de  insubordinación 
militar  ó  conducta  irregular  de  un  coronel,  el  asunto .  co- 
rrespondía exclusivamente  al  ramo  de  guerra.  Véase  el 
Apéndice,  Deportación  del  coronel  Dorrego. 


CAPITULO  VI 

LA   INVASIÓN   PORTUGUESA   Y   LOS   PARTIDOS 
ARGENTINOS 

Sumario  :  Primeras  impresiones. — El  Congreso  y  la  polí- 
tica portuguesa. — Aprobación  de  los  pasos  de  García. — 
Disidencia  de  Pueyrredón. — Prudencia  aparente  y  artifi- 
ciosas reservas. — Mistificación  hecha  al  Congreso. — Las 
instrucciones  reservadas  y  reservadísimas. — Inquietud  y 
angustias  de  la  opinión. — }klala  fe  de  las  simpatías  por 
Artigas. — Incompatibilidad  de  este  caudillo  con  la  inter- 
vención del  gobierno  argentino. — La  invasión  militar. — 
El  plan  de  Artigas. — Su  completa  derrota  en  el  Cnarahin. 
— Derrota  de  Rivera  en  India  muerta. — Efervescencia  en 
Buenos  Aires. — Dificultosa  posición  del  gobierno. — "La 
Crónica  Argentina". — Ineficacia  de  las  instrucciones  en- 
viadas por  el  Congreso. — Misión  del  coronel  \"edia. — 
Pueyrredón  v  Lecor. — Una  circular  de  Artigas  contra 
Pueyrredón. — Marcha  de  Lecor  sobre  Montevideo. — An- 
gustiosas solicitudes  de  las  autoridades  artiguistas  de 
Montevideo  pidiendo  auxilio  al  gobierno  argentino. — La 
Comisión. — El  acuerdo. — El  júbilo  público. — Desconfian- 
zas V  temores  de  los  hombres  prudentes- — Un  artículo 
anónimo  de  don  Manuel  ^Moreno. — Cavilaciones  del  su- 
premo Director. — Conferencia  con  los  señores  López  y 
.  Tagle. — Suspensión  de  medidas  definitivas. — Indignación 
de  Artigas  contra  el  acuerdo  celebrado  por  los  comisio- 
nados orientales. — Vindicación  concluyente  de  estos  se- 
ñores.— Virulencia  excesiva  de  "La  Crónica  Argentina". 
— La  conjuración  y  la  resolución  inminente. — Consejo 
■privado  en  el  gabinete. — Condiciones  morales  y  genera- 
les  de   estas   situaciones. — Represión   y   deportaciones. — 


300  LA    INVASIÓN    rORTUGUESA 

^Manifiesto  del  Director. — Un  batallón  oriental  al  man- 
do del  coronel  Bauza  deja  el' servicio  de  Artigas  y  se 
hace  trasladar  por  los  portugueses  á  Buenos  Aires- — Los 
deportados  contestan  desde  Baltimore(  Estados  Unidos) 
al  manifiesto  del  Supremo  Director. — Vindicación  de 
éste,  escrita  por  don  Ign.  Núñez. — La  conjuración  com- 
probada por  confesión  de  los  conjurados. — ^>ntajas  que 
dio  el  restablecimiento  del  orden. 

Este  breve  período,  de  septiembre  á  diciembre, 
se  hace  más  dramático  todaA'ía  con  la  intervención 
secreta  que  el  Congreso  tomó,  desde  Tiicumán,  en 
los  incidentes  diplomáticos  de  la  misión  en  el  Bra- 
sil. Los  Directores  interinos  Alvarez-Thomas  y  ge- 
neral Balcarce,  como  sabemos,  habían  dado  cuenta, 
)y  recabado  también  una  explícita  aprobación  de  los 
primeros  casos  }-  projxSsitos  con  que  el  señor  Gar- 
cía se  proponía  adelantar  las  negociaciones.  Pero 
este  señor  había  advertido  también  "que  no  le  era 
permitido  comunicar  por  escrito  datos  sumamente 
reservados  y  de  grande  importancia  para  los  intere- 
ses argentinos'' ;  por  lo  cual  sería  muy  acertado  que 
el  gobierno  enviase  á  Río  Janeiro  una  persona  de 
posición  y  crédito,  que  comprobase  las  cosas  por 
sí  mismo,  y  regresara  con  el  testimonio  de  sus  pro- 
pias indagaciones.  Que  además  de  esto,  el  señor 
Lecor,  general  en  jefe  de  las  tropas  portuguesas,  y 
su  secretario  don  Nicolás  Herrera  (i),  iban  auto- 
rizados por  el  rey  para  dar  todas  aquellas  explica- 
ciones y  hacer  los  acuerdos  que  fueran  necesarios 
á  la  tranquilidad  y  confianza  del  gobierno  argen- 

(i)  Era  oriundo  de  ^Montevideo,  y  había  sido  minis- 
tro de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores  del  gobierno  de 
Buenos  Aires  en  1814.  \'éase  tomo  IV,  pág.  396. 


Y    LOS    PARTIDOS    ARGENTINOS  3OI 

tino ;  de  modo  que  sería  muy  conveniente  también 
entablar  comunicación  privada  con  ellos  por  medio 
de  un  agente  experto  y  prudente  c[ue  supiese  man- 
tenerlos en  buenas  relaciones,  con  el  necesario  in- 
flujo para  Cjue  no  estallase  ningún  compromiso  que 
pusiese  en  peligro  el  acuerdo  de  ambos  gobiernos 
€n  los  grandes   fines  del  momento. 

El  general  Balcarce,  su  ministro  el  señor  Tagle 
y  el  Congreso,  estaban  tan  acordes  con  las  ideas  y 
propósitos  de  García  que  creyeron  completamente 
inútil  hacer  la  comprobación  que  él  les  pedía;  y 
lejos  de  eso  le  escribieron:  ''El  gobierno  descansa 
todo  en  el  celo  y  patriotismo  de  usted ...  De  todos 
modos  los  pueblos  están  resueltos  á  no  sufrir  otra 
vez  el  yugo  de  fierro  de  los  españoles,  y  á  no  tratar 
€011  dios  de  especie  alguna  de  conciliación.  Este 
convencimiento  debe  dirigir  todos  los  pasos  de  us- 
ted al  estrechar  sus  relaciones  con  ese  gabinete.  To- 
das las  gentes  de  juicio  cuentan — además  de  los  es- 
fuerzos que  nos  restan  por  hacer  en  la  lucha — con 
los  principios  liberales  que  ha  manifestado  Su  !Ma- 
jestad  Fidelísima  el  señor  don  Juan  VI ;  y  fundan 
.jpus  esperanzas  en  los  proyectos  magnánimos  que 
debe  inspirar  á  Su  Majestad  la  aproximación  de 
nuestras  provincias  (2).  No  omita  usted  medio  al- 
:guno  de  inspirar  confianza  á  ese  ^Ministerio  sobre 
nuestras  intenciones  pacíficas  y  el  deseo  de  ver  ter- 
minada la  guerra  civil  con  el  auxilio  de  un  poder 
respetable,  cjue  no  obraría  contra  sus  propios  inte- 

'(2)  Alude  á  la  erección  del  Brasil  en  reino  indepen- 
-diente  de  Portugal,  y  á  la  abolición  del  régimen  colonial 
en  esa  gran  porción  de  la  América  del  Sur. 


302  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

reses  cautivando  nuestra  gratitud...  El  Congreso 
está  conforme  con  cuanto  asegure  la  indepen- 
dencia V  seguridad  del  país;  y  previene  á  usted 
que  obre  bajo  esta  garantía  con  toda  franque- 
za  y   empeño''  (3). 

Déjanse  ver  en  estas  palabras  las  miras  profun- 
damente calculadas  de  una  cabeza  fuerte,  y  esen- 
cialmente política  como  la  de  Tagle,  que  de  un 
golpe  de  A-ista  había  ya  comprendido  todas  las  fa- 
ses de  la  cuestión  portuguesa,  en  el  presente  y  en- 
el  porvenir,  y  que  la  caracterizaba  con  sus  tres  ras- 
gos capitales :  independencia,  seguridad  exterior  y 
expulsión  del  caudillo  de  la  anarcjuía. 

Pero  viene  el  gobierno  del  señor  Pueyrredón,  y 
en  medio  de  las  furias  suscitadas  por  "la  política 
portuguesa  de  Balcarce,  de  Tagle,  de  García",  po- 
lítica que  había  dado  en  tierra  con  ellos,  tiene  que 
tomar  una  actitud  prudente  y  expectante.  Se  ve  obli- 
gado á  maniobrar  de  modo  que  pueda  suprimir  pri- 
mero á  los  facciosos,  y  adquirir  después  bastante 
libertad  de  acción  para  determinar  con  calma  las. 
resoluciones  que  el  gobierno  debía  tomar  en  cues- 
tión tan  espinosa  como  esa.  Deja  las  reponsabili- 
dades  de  los  actos  anteriores  y  el  compromiso  de  la 
negociación  sobre  los  hombros  de  García,  mientras 
él,  para  no  comprometer  su  posición,  se  dirige  al 
Congreso  avanzando  dudas,  desconfianzas,  emba- 
razos y  escrúpulos  (que  nc  tenía)  y  c[ue  apenas 
eran  mía  manera  hábil  y  diestra  de  que  no  se  le  em- 

(3)  Comunicaciones  del  4  de  mayo  de  1816,  firma- 
das por  el  Director  Interino  general  Balcarce  y  por  su  mi- 
nistro el  señor  Tagle. 


Y    LOS    PARTIDOS    ARGENTINOS  3O3 

pujara  á  uno  ni  á  otro  lado  del  terreno  resbaladizo 
3-  angosto  que  tenía  que  atravesar,  hasta  que  llegara 
á  ser  dueño  de  sí  mismo :  "Llamo  vuestra  atención 
(decía  en  una  proclama)  á  las  operaciones  de  la  na- 
ción limitrofe.  que  con  mano  armada  ha  penetrado 
en  el  territorio  ocultando  sus  futuros  designios,  los 
principios  en  que  funda  su  agresión,  la  conniven- 
cia que  tenga  con  nuestros  enemigos  naturales  (los 
españoles)  afectando  el  tono  altivo  de  dictar  la  ley 
á  los  "pueblos  hermanos"  á  quienes  imponga  su 
yugo,  y  recatando  acaso  la  intención  de  llevar  ade- 
lante sus  miras''. 

Que  el  Supremo  Director  no  tenía  estas  dudas 
ni  estos  temores,  y  que  semejante  lenguaje  estaba 
calculado  nada  más  que  para  hacer  efecto  en  las  ca- 
lles de  la  capital,  es  cosa  que  se  cae  de  su  propio 
peso;  porque  bien  sabía  él  que  García  tenía  mano 
en  todo  ese  negocio :  que  al  dar  cuenta  de  esas  ope- 
raciones cuyo  carácter  se  fingía  ignorar,  había  di- 
cho categóricamente  á  lo  que  se  dirigían  y  dónde  se 
limitaban;  y.  después  de  todo,  si  el  Supremo  Di- 
rector reprobaba  esa  política  y  estaba  resuelto  á 
mirarla  como  atentatoria  y  dañosa  á  los  intereses 
-argentinos,  su  primer  paso  debió  haber  sido  desau- 
torizar al  comisionado  que  actuaba  en  Río  Janeiro : 
substituirlo  con  un  representante  genuino  de  las 
ideas  del  gobierno.  ¿Era  eso  imprudente  porque 
pudiera  traer  un  rompimiento  con  Portugal?  ¿Por 
•qué  no  aceptar  entonces  las  indicaciones  de  García, 
y  referir  las  indagaciones  á  un  agente  especial  que 
las  rectificase  en  el  terreno  mismo  de  los  hechos. 
para  traerlas  al  gobierno  con  la  reserva  del  caso? 
Pero  desde  que  el  Supremo  Director,  lejos  de  pro- 


304  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

ceder  así,  mantenía  al  señor  García  en  el  carácter 
oficial  con  que  el  gobierno  anterior  lo  había  acredi- 
tado mostraba  estar  bien  seguro  de  que  ese  agente 
era  un  hombre  incorruptible,  un  patriota  á  toda 
prueba,  incapaz  de  contemporizar  con  nada  que  pu- 
diera poner  en  peligro  la  independencia  de  la  pa- 
tria, y  dotado  de  una  habilidad  consumada  para  lle- 
var la  negociación  á  los  fines  capitales  que  el  mis- 
mo Director  deseaba  obtener  de  todo  corazón.  Así 
es  que  la  aparente  divergencia  no  era  otra  cosa  que 
diversidad  de  posiciones  personales  y  de  compro- 
misos inmediatos.  El  uno  tenía  que  cortar  el  viento- 
contrario  dentro  del  proceloso  golfo  de  la  agitación 
argentina :  el  otro,  que  sacar  el  mejor  partido  de  un 
poder  extraño,  movido  por  intereses  propios;  pero- 
ambos  se  hacían  justicia  y  se  entendían  á  pesar  de 
todo.  Así  es  que  el  buen  sentido  público  no  se  en- 
gañaba; y  si  algunos  los  miraban  como  conniven- 
tes en  el  mismo  crimen,  todos  sospechaban  que  con 
miras  acordes  buscaban  iguales  resultados. 

El  que  cayó  en  un  error  bastante  gracioso,  por 
no  decir  bastante  desairado,  fué  el  Congreso,  que, 
jtomando  á  lo  serio  las  alarmas  del  Supremo  Direc- 
tor, entró  á  combinar  medios  heroicos  de  que  la  in- 
vasión portuguesa,  que  tan  grande  amenaza  se  de- 
cía ser  para  el  país,  se  bonificase  y  fuese  un  medio- 
de  salvación,  sin  más  que  ponerle  en  las  manos  un 
obsequio  mucho  mayor  que  el  que  ella  misma  ape- 
tecía, y  que  de  seguro  no  ambicionaba  tampoco  po- 
seer. ¡Curioso  episodio  por  cierto! 

El  Supremo  Director  había  oficiado  al  Congreso 
en  16  de  agosto,  enviándole  las  comunicaciones  y 
cartas  que  García  había  dirigido  al  señor  Balcarce,. 


Y   LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  305 

en  la  inteligencia  de  que  aun  ocupara  el  gobierno, 
y  le  decía:  "Hoy  mismo  han  llegado  á  mis  manos 
las  últimas  comunicaciones  del  enviado  de  este  go- 
bierno cerca  de  la  corte  del  Brasil  correlativas  á  las 
anteriores  (4)  y  en  los  propios  términos  dirijo  és- 
tas en  que  ya  parecen  expresos  los  conceptos  que 
indicaban  las  primeras  (5).  Asi  espero  que  á  la 
mayor  brevedad  posible  me  dicte  Wiestra  Sobera- 
nía las  reglas  ciue  yo  deba  observar  en  el  caso  tan 
próximo  que  se  anuncia"  (6).  Poco  después  escri- 
bía bajo  reserva  poniendo  en  sospecha  el  criterio 
del  señor  García  y  hasta  su  probidad  oficial :  "Sus 
comunicaciones  son  tan  misteriosas  y  tan  poco  ca- 
racterizadas que  el  gobierno  se  cree  con  motivos 
para  aspirar  á  su  mejora  (7).  Su  empeño  en  inter- 
pretar constantemente  como  favorable  un  paso  de 
suyo  tan  equívoco,  como  es  la  invasión  de  los  por- 
tugueses, y  de  referir  la  sanción  de  los  intereses  de 
este  país  ante  un  general  de  ejército,  hace  lugar  al 
deseo  de  un  nuevo  genero  de  relaciones  \ 

Dirigirse  al  Congreso  en  términos  tan  vagos,  y 
tanto  más  alarmantes  cuanto  más  reservado  era  el 
carácter  que  se  le  daba,  era  poner  en  confusión  el 
ánimo  de  los  diputados,  harto  conmovido  ya  por 
las  controversias  y  fantasías  en  que  se  halla1)an  en- 

(4)  Pueden  verse  en  los  caps.  III  y  IV. 

(5)  Véaseles  en  el  mismo  lugar. 

(6)  Proceso  de  alta  traición  formado  en  1820  con- 
tra la  administración  del  señor  Pueyrredón  y  contra  el 
Congreso,  página  43. 

(7)  5s^o  sabremos  decir  si  la  palabra  mejora  se  apli- 
caba á  obtener  mayor  claridad,  mejores  condiciones,  ó  me- 
jor proceder. 

HIST.   DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — 20 


306  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

vueltos.  Para  hacerles  justicia  es  menester  que  tam- 
bién nos  hagamos  cargo  de  la  situación  en  que  se 
hallaban,  cuando  el  Supremo  Director,  mejor  in- 
formado que  nadie,  y  bien  avisado  de  la  política 
que  había  de  seguir,  ponía  sobre  ellos,  que  estaban 
<:iegos  como  se  ve  en  las  cartas  del  señor  Darre- 
gueira,  nada  menos  que  la  responsabilidad  de  dis- 
cutir, y  de  dar  una  sanción  que  resolviese  las  difi- 
cultades. Aislados  en  el  Tucumán  del  año  1816.  su- 
mido entonces  en  la  soledad  y  el  desierto;  ávido  el 
oído,  por  un  lado,  al  eco  de  las  dianas  del  cercano 
•ejército  de  Pezuela,  y  por  el  otro,  al  ronco  bramido 
de  la  anarquía  pro\incial  brotando  allí  en  derredor 
suyo,  esos  buenos  patriotas  experimentaban  todas 
las  angustias  morales  de  la  inseguridad  política  v 
de  la  inseguridad  personal.  De  vez  en  cuando  pa- 
.saba  un  transeúnte  que  iba  sembrando  por  los  ca- 
minos la  noticia  de  que  Buenos  Aires  quedaba  ar- 
diendo en  un  incendio  voraz.  Artigas,  al  decir  de 
otros,  había  trasladado  sus  hordas  á  las  cercanías 
•de  la  capital,  cjue  unidas  á  las  bandas  santafecinas 
la  sitiaban  y  la  tenían  reducida  al  último  apuro. 
Otro  contaba  que  había  aparecido  en  el  puerto  la 
■expedición  española;  que  el  pueblo  se  había  levan- 
tado en  masa;  que  Pueyrredón  había  sido  asesi- 
nado ;  días  de  prolongado  silencio  después.  Y  aun- 
que estos  rumores  viniesen  y  pasasen  sobre  las  alas 
•del  viento  al  través  de  las  pampas,  el  ánimo  que- 
daba acongojado,  porque  si  bien  la  catástrofe  no  se 
había  consumado,  no  era  menos  cierto  para  todos 
que  ella  estaba  en  la  naturaleza  de  la  situación  y  en 
-el  curso  fatal  (|ue  llevaban  las  cosas. 


Y    LOS    PARTIDOS   ARGENTINOS  3O7 

Creía,  pues,  el  Congreso  que  el  país  se  hallaba 
en  el  límite  de  su  existencia,  y  que  era  llegado  ya  el 
momento  de  echar  mano  del  último  recurso  que  po- 
dría salvarlo.  El  Supremo  Director  se  les  presen- 
taba fluctuando,  al  parecer,  y  sin  ideas  fijas.  Pedía 
reglas  para  conducirse,  y  no  sabía  qué  pensar  de 
García  ni  del  gol)ierno  portugués.  Instado  así  por 
el  jefe  mismo  del  Estado  á  tomar  la  iniciativa,  el 
Congreso  la  tomó  de  acuerdo  con  sus  principios  y 
con  lo  que  creía  ser  necesidad  extrema  del  país. 
Siguiendo  sus  inspiraciones  bien  conocidas,  bajo- 
el  honrado  influjo  del  general  Belgrano,  desde  lue- 
go se  contrajo  á  formular  el  plan,  con  que  debía 
llevarse  la  negociación  de  Río  Janeiro,  para  intere- 
sar al  rey  de  Portugal  en  una  solución,  que  salvan- 
do la  independencia  argentina,  fuese  también  glo- 
ria suya,  con  honra  y  provecho  de  su  dinastía. 

-\sí  que  le  llegaron  las  notas  del  Supremo  Di- 
rector el  Congreso  formó  una  comisión  especial  en- 
cargada de  estudiar  el  asunto  y  de  formular  un  des- 
pacho. 

El  señor  García  había  observado  que  era  muy 
conveniente  que  se  mandara  un  agente  privado  á 
Río  Janeiro,  y  otro  al  cuartel  general  del  señor  Le- 
cor,  con  los  encargos  de  que  antes  hemos  hablado. 
Crevó.  pues,  la  comisión  que  el  gobierno  debía  em- 
pezar por  ahí.  En  consecuencia,  procedió  á  redac- 
tar doble  serie  de  instrucciones,  para  gobierno  de 
esos  agentes,  una  reservada  y  la  otra  reservadísima. 
Nombró  al  coronel  mayor  don  Florencio  Terrada 
para  que  pasase  con  carcácter  público  al  campamen- 
to portugués,  y  al  ciudadano  don  ^Miguel  Irigoyen 


308  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

para  que   fuese  á  Río  Janeiro  con  carácter  priva- 
do (8). 

Según  las  instrucciones  reservadas  (que  fueron 
sancionadas  en  la  misma  fecha  en  c[ue  se  presenta- 
ron )  el  comisionado  público  debía  comenzar  por 
ponerse  al  habla  con  don  Nicolás  Herrera ;  saber 
de  él  las  miras  del  gabinete  brasileño,  y  comunicar- 
le su  autorización  para  tratar  con  el  general  Le- 
cor,  de  buena  fe  }'  con  el  vi\o  deseo  de  mantener 
la  paz,  con  tal  que  la  condición  indeclinable  fuera 
la  libertad  y  la  independencia  de  las  provincias  re- 
preseníadas  en  el  Congreso  :  lo  que  muestra  á  las 
claras  que  el  Congreso  abandonaba  la  Banda  Orien- 
tal á  su  propia  suerte  en  la  contienda  de  Artigas 
con  Portugal.  Era  esto  entrar  de  lleno  en  la  polí- 
tica de  García.  Pero  como  el  Supremo  Director  ba- 
ldía mostrado  desconfianza  sobre  el  particular,  el 
nuevo  comisionado  debía  recabar  del  señor  Lecor 
3-  del  señor  Herrera  datos  acerca  "de  las  transaccio- 
nes celebradas  por  García  con  el  gobierno  del  Bra- 
sil", ya  fuera  obteniendo  los  documentos,  ya  un  re- 
lato oficial  y  detallado,  si  aquellos  no  existieren  en 
el  archivo  del  ejército;  y  además  de  esto  la  decla- 
ración terminante  de  que  el  único  fin  de  la  invasión 
sería  poner  en  orden  la  Banda  Oriental,  y  de  nin- 
guna manera  ocupar  á  Entrerríos.  que  era  y  debía 

(8)  El  señor  Irigoyen  (don  3iíiguel)  sujeto  hono- 
rable y  de  noble  nacimiento,  era  cuñado  del  general  Con- 
cha, y  tío  carnal  por  consiguiente  de  los  dos  generales  es- 
pañoles 'de  este  nombre,  el  marqués  del  Duero,  y  el  marqués 
de  la  Habana  que  reclamó  con  justicia  ante  el  gobierno  ar- 
gentino, compensación  por  los  bienes  .paternos  de  que  les 
privaron  los  gobiernos  revolucionarios  de  nuestro  pais. 


Y   LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  3O9 

ser  territorio  de  Buenos  Aires.  Encargábale  tam- 
bién el  Congreso  que  diese  una  idea  muy  lisonjera 
del  crédito  y  del  respeto  que  el  Congreso  y  el  go- 
bierno gozaban  en  todo  el  país,  ''y  que  dijera  que 
á  pesar  de  la  exaltación  de  las  ideas  democráticas, 
el  Congreso,  la  parte  sana  é  ilustrada  de  los  pue- 
blos, y  aun  el  común  de  éstos,  estaban  dispuestos 
á  un  sistema  monárquico  moderado,  bajo  las  bases 
■de  la  Constitución  inglesa,  á  fin  de  estrechar  así  sus 
intereses  y  relaciones  con  el  Brasil  hasta  el  punto 
de  identificarlos  en  la  mejor  forma  posible".  Que 
con  estas  promesas  moviese  al  gabinete  del  Brasil 
"á.  declararse  protector  de  la  libertad  é  independen- 
cia de  estas  provincias,  restableciendo  la  casa  de 
los  Incas  y  enlazándola  con  la  de  Braganza,  lo  que 
hará  que  unidos  ambos  Estados  se  aumente  tanto 
la  importancia  y  el  poder  de  este  continente  que 
pueda  balancear  el  del  viejo  mundo".  Esto  era  co- 
mo se  ve,  un  cómico  comentario  de  la  cabeza  de 
Belgrano  sobre  las  vistas  sensatas  y  trascendenta- 
les que  García  había  arrojado  en  sus  comunicacio- 
nes acerca  de  la  alianza  de  los  dos  países,  pero  que 
jamás  habían  ido  hasta  abrir  ó  iniciar  la  menor  idea 
de  una  negociación  de  esta  clase.  El  Congreso  iba 
todavía  más  lejos :  "Si  después  de  los  más  podero- 
sos esfuerzos  para  obtener  lo  anterior,  fuese  rec!.:i- 
zado,  propondrá  la  Coronación  de  un  Infante  del 
Brasil,  ó  la  de  otro  cualquiera  Príncipe  extranjero, 
con  tal  que  no  sea  de  España,  para  que  enlazándose 
con  alguna  de  las  infantas  del  Brasil  gobierne  bajo 
la  constitución  que  le  dará  el  Congreso".  Por  ino- 
cente que  la  cláusula  pareciese,  tenía  su  grano  de 
•grande  malicia,  pues  recomendaba  que  en  caso  de 


3IO  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

aceptar  Portugal  algunas  de  estas  proposiciones^ 
"tomase  á  su  cargo  el  allanar  las  dificultades  que 
presentara  España",  encargo  bastante  difícil  y  gra- 
voso por  cierto. 

Las  instrucciones  reservadísimas  comenzaban 
por  recomendar  que  el  comisionado  tratase  de 
"orientarse  con  sigilo  y  circunspección  de  la  con- 
ducta pública  de  Herrera  y  de  García  en  el  Brasil, 
de  las  intenciones  y  sentimientos  que  se  les  hubiese 
traslucido  con  respecto  á  dicha  corte  y  á  la  de  Es- 
paña, de  lo  cual  diera  noticia  al  Congreso  por  con- 
ducto del  Supremo  Director".  Esta  cláusula,  indig- 
na y  absurda  á  la  vez.  era  un  simple  resultado  de 
las  vaguedades  y  reservas  que  el  Supremo  Director 
había  avanzado  al  dirigirse  al  Congreso.  Y  más  sin- 
gular es.  que  cuando  el  Congreso  no  tenía  funda- 
mento ninguno  que  pusiera  á  García  bajo  semejan- 
tes indicaciones,  le  encargaba  al  comisionado  que : 
"Si  se  le  exigía  que  estas  provincias  se  incorpora- 
sen á  la  del  Brasil,  se  opusiera ;  pero  que  si  después 
de  apurados  todos  los  recursos  se  insistiese,  dijese 
como  cosa  suya,  que  lo  más  á  que  podía  llegarse 
sería  "a  que  formando  un  Estado  distinto  del  Bra- 
sil reconocieran  por  su  monarca  al  rey  de  Portu- 
gal, mientras  mantuviera  su  corte  en  este  continen- 
te, bajo  una  constitución,  etc.,  etc." 

El  mes  de  noviembre  se  pasó  con  grandes  an- 
siedades acerca  de  las  miras  de  la  invasión  portu- 
guesa. Era  tal  la  inquietud  de  los  ánimos,  y  tanto 
el  terror  que  inspiraban  los  rumores  de  que  Portu- 
gal venía  aliado  con  España  y  con  Inglaterra,  que 
el  sentimiento  general  del  pueblo,  en  pugna  con  to- 
dos sus  antecedentes,  comenzaba  á  pronunciarse  en 


Y   LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  3II 

■el  sentido  de  un  acuerdo  cualquiera  con  Artigas, 
aunque  fuese  reconociéndole  ó  consagrando  el  po- 
der autocrático  cjue  se  atribuía  en  los  territorios  flu- 
viales del  Uruguay  y  del  Paraná  hasta  Corrientes, 
-donde  una  barbarie  ruda  imperaba,  sin  otra  religión 
ni  otro  principio  común  que  la  licencia  que  cada 
uno  de  los  cabecillas  locales  que  martirizaban  al 
país,  como  partidarios  y  agentes  libres  del  protec- 
tor oriental.  Pero,  decían  en  Buenos  Aires,  ¿qué 
hemos  de  hacer?  Esas  provincias  están  pobladas 
por  cuarenta  ó  cincuenta  mil  bárbaros,  que  armados 
obedecen  á  un  bárbaro  como  ellos ;  que  son  más  va- 
lientes y  arrojados :  y  que  por  lo  mismo  es  imposi- 
ble c[ue  defendamos  el  país  sin  ellos,  si  somos  ata- 
■cados  como  ya  lo  estamos  viendo.  No  tenemos  tiem- 
po  que  perder :  esto  es  urgente,  y  el  gobierno  se 
está  haciendo  criminal  en  alto  grado  con  su  iner- 
cia, decían  unos,  con  su  traición,  decían  muchos 
otros.  La  Crónica,  dejándose  extraviar  por  los  ren- 
cores del  momento,  salía  del  terreno  verdadero  de 
la  política  juiciosa  en  que  debiera  haberse  conser- 
vado, y  emprendía  una  rei\'indicación  indirecta  de 
Artigas.  Lo  presentaba  como  una  necesidad  forzosa 
del  momento,  y  pretendía  sincerar  su  conducta  á 
favor  de  los  conflictos  pasados.  "El  Director  Posa- 
das, decía,  recibió  todavía  las  provincias  verdade- 
ramente unidas;  y  los  pueblos,  en  medio  de  sus  jus- 
tos resentimientos,  aun  esperaban  de  la  Asamblea 
su  constiliicióii  federafií'a.  La  misma  Banda  Orien- 
tal, con  acuerdo  del  general  don  José  Artigas,  nom- 
bró sus  diputados,  que  la  facción  de  aquel  señor 
repugnó  que  se  incorporasen.  En  consecuencia  de 
esta  política  se   sucedieron   con   violencia   los   rom- 


31-  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

pimientos  de  las  provincias  y  de  los  pueblos.  Res- 
pondan ahora  los  autores  de  aquella  idea:  ; cuáles 
han  sido  en  la  práctica  sus  verdaderos  resultados  ?"^ 

Los  que  esto  escribían  habían  sido  partidarios 
del  genera]  Ahear,  miembros  de  la  Asamblea  Ge- 
neral Constituyente  de  1813  á  1815;  habían  sido 
encausados  y  sentenciados  por  su  participación  en 
aquellos  sucesos,  y  sabían  por  consiguiente  que  al 
presentarlos  ahora  bajo  la  faz  que  les  habían  dado 
los  facciosos  de  aquel  tiempo,  incurrían  en  falseda- 
des á  cual  más  indigna  de  la  consecuencia  que  todo- 
ciudadano  honrado  debe  á  sus  principios  morales. 
Falso  era  que  la  Asamblea  hubiese  tenido  jamás 
por  base  el  organismo  federativo;  falso  que  la  Ban- 
da Oriental  hubiese  nombrado  sus  diputados;  y  por 
el  contrario,  al  rechazar  los  agentes  personales  que 
sin  más  elección  que  la  suya  había  querido  Arti- 
gas introducir  en  ese  augusto  cuerpo,  no  hizo  otra 
cosa  que  ponerse  del  lado  de  los  ciudadanos  de 
aquella  provincia  á  quienes  el  caudillo  había  arran- 
cado violentamente  su  derecho  (9). 

En  cuanto  á  lo  de  la  constitución  fcdcratha  que 
estorbara  en  181 4  la  "facción  de  Alvear"  podría  to- 
marse como  un  antojadizo  sofisma  en  boca  de  otras, 
personas;  pero,  de  parte  de  los  que  ahora  hacían  esa 
referencia  es  algo  peor  que  un  sofisma. 

Xo  sólo  habían  sido  parte  principal  en  lo  que 
ahora  tachaban  de  criminal,  sino  que  sabían  que  no 
hay  Constitución  federal  posible  sin  concentración 
de   vínculos    interprovinciales,    ó    sin   la    unidad    de 

(9)     Véase  el  vol.  IV  de  esta  obra,  págs.  355  y  si- 
guientes. 


Y   LOS   PARTIDOS   ARGEXTlXOS  313 

administración  general :  y  precisamente  eso  era  lo 
que  Artigas  había  repelido  antes  y  repella  ahora. 
Don  ^lanuel  Aloreno  había  ido  á  Montevideo  como 
secretario  del  señor  don  Xicolás  Rodríguez  Peña, 
primer  intendente  y  gobernador  de  esta  plaza,  des- 
pués de  rendida  la  guarnición  española  que  la  ocu- 
paba; Agrelo,  French,  Fasos-Kaiiki,  \^aldenegro, 
etc.,  etc.,  habían  sido  actores,  y  todos  ellos  sabían 
que  Artigas  no  era  federal :  que  su  ideal  y  sus  pre- 
tensiones eran  reanudar  en  sus  manos  todos  los 
poderes  discrecionales  de  un  caudillo  dominador  y 
absoluto  dueño  de  los  recursos  y  fuerzas  de  la  ca- 
pital. Sabían  que  acceder  á  semejantes  pretensio- 
nes habría  sido  lo  mismo  que  reconocerlo  por  jefe 
general  de  la  República  y  por  mandatario  efectivo 
de  la  capital,  y  que  su  dilema  era  "ó  eso  ó  la  gue- 
rra". La  alternativa  no  podía  ser  más  clara  ni  más 
forzosa;  y  la  política  del  gobierno  legal,  delante 
de  la  invasión  portuguesa  no  tenía  otro  tempera- 
mento posible  que  guardar  abstención  en  esa  lucha 
á  muerte  que  iban  á  trabar  á  sus  ojos  los  dos  ene- 
migos, y  prepararse  á  obrar  contra  el  uno,  ó  contra 
el  otro,  en  mejores  condiciones. 

Poner  los  recursos  y  las  fuerzas  de  la  capital  en 
manos  del  caudillo,  habría  sido  armar  al  peor  de 
los  enemigos  que  tenía  la  nacionalidad  argentina 
en  ese  instante;  y  siendo  conocida  por  otra  parte 
su  ineptitud  para  manejar  tropas  regladas,  en  lucha 
contra  tropas  extranjeras,  era  evidente  que  seme- 
jante imprudencia  no  hubiera  servido  para  otra  co- 
sa que  para  perder  los  escasos  elementos  del  país, 
é  ir  de  fracaso  en  fracaso  hasta  que  el  mismo  cau- 
dillo arrojado  al  fin  á  este  lado  del  Uruguay,  vi- 


314  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

niese  á  hacernos  la  guerra  de  vandalismo  y  disolu- 
ción, en  nuestro  propio  suelo  y  con  nuestros  mis- 
mos soldados.  Xos  habría  desmoralizado  y  después 
de  hal)er  agotado  todos  nuestros  recursos  de  acción 
y  de  defensa,  habría  justificado  la  alianza  de  Portu- 
gal con  España,  contra  Buenos  Aires  y  reducido- 
nos  al  último  trance.  Artigas  era  por  otra  parte  in- 
compatible con  la  causa  sagrada  de  nuestra  Revo- 
lución. Bárbaro  é  intransigente,  criado  y  enalteci- 
do en  las  selvas,  menospreciaba  á  los  hombres  cul- 
tos y  á  las  leyes  de  la  ci\ilización,  en  cuanto  no 
eran  aptos  para  servir  de  instrumento  á  sus  inicuos 
intereses.  Simpático  para  con  los  malvados,  no  sólo 
porc[ue  él  lo  era.  sino  porque  en  ellos  encontraba 
esa  energía  primitiva  que  de  nada  necesita,  y  que 
tanto  sirve  á  los  hombres  del  desierto  para  defender 
su  aislamiento,  era  el  protector  nato  de  la  impuni- 
dad de  todos  los  delitos ;  y  con  esto  atraía  desde  las 
demás  las  regiones  litorales  y  conservaba  siempre 
en  sus  campamentos  volantes  una  multitud  inmen- 
sa de  vagos  y  de  criminales,  que  de  las  otras  pro- 
vincias argentinas  venían  á  ampararse  en  él.  incli- 
nados naturalmente  á  vivir  de  lo  ajeno,  y  á  violen- 
tar con  las  armas  el  derecho  de  los  demás  á  favor 
del  profundo  trastorno  en  que  se  hallaba  hundido 
el  país  aquel  por  donde  vagaban  sus  hordas  (10). 

Para  poder  apreciar  la  política  que  el  Director 
acabó  por  adoptar,  es  indispensable  que  con  una 
mirada  rápida  y  concisa  resumamos  los  negocios 
orientales  y  las  operaciones  de  Artigas.    Desde  el 

(10)  Don  Pedro  F.  de  Cavia:  Biografía  de  Artigas 
y  Tabla  de  Sangre. 


Y   LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  315 

mes  de  junio  de  1816.  se  supo,  como  hemos  visto 
antes,  que  los  portugueses  enviaban  á  Santa  Cata- 
lina una  división  de  diez  mil  hombres,  con  fuerzas 
marítimas,  destinadas  á  invadir  el  territorio  orien- 
tal del  Uruguay  por  la  provincia  de  Rio  Grande. 
Bien  informado  de  esto.  Artigas  despachó  el  2^  del 
mismo  mes  expresos  urgentes  á  Entrerríos.  á  Co- 
rrientes y  demás  guardias  de  la  frontera,  para  que 
sus  tenientes  reuniesen  sus  divisiones.  Ordenó  tam- 
bién que  en  Montevideo  y  en  los  demás  pueblos  se 
armasen  cuerpos  de  infanteria  con  todos  los  vecinos 
capaces  de  tomar  armas,  y  que  los  dirigiesen  in- 
mediatamente al  CuARAHiN  frente  á  Sania  Ana.  á 
donde  él  mismo  se  dirigió  con  su  campamento  ge- 
neral. Puesto  en  este  movimiento,  hizo  que  el  gue- 
rrillero A^erdum  fuese  á  situarse  con  las  divisiones 
entrerrianas  sobre  la  linea  del  mismo  Río  Cua- 
RAHiN,  diez  y  ocho  leguas  más  abajo  de  Santa  Ana, 
en  comunicación  con  el  comandante  Sotelo  que  ya 
ocupaba  también  paralelamente  un  punto  avanzado 
por  la  parte  occidental  del  Uruguay.  Dos  divisio- 
nes correntinas  que  pasaban  de  2.500  hombres,  al 
mando  de  AndrEsito  (indio  guarani  á  quien  Ar- 
tigas había  dado  su  apellido)  recibieron  orden  de 
correrse  sobre  el  Alto  Uruguay  para  caer  de  impro- 
viso y  oportunamente,  por  el  Este,  sobre  las  ^h- 
siONEs.  y  apoderarse  del  pueblo  de  San  Borja,  ca- 
pital de  esa  provincia.  Artigas  tenía,  como  se  ve, 
la  resolución  de  lle\ar  la  guerra  al  territorio  ene- 
migo, de  expulsar  á  los  portugueses  del  Alto  Uru- 
guay, atacar  á  San  Pablo  y  entrar  en  Río  Grande 
por  la  retaguardia  de  los  invasores,  para  obligarlos 


3l6  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

á  retroceder  en  auxilio  de  sus  propias  provincias, 
y  desocupar  la  Banda  Oriental. 

El  proyecto,  auncjue  atrevido,  era  absurdo  en 
si  mismo,  pues  aún  cuando  hubiera  logrado  sus  pri- 
meros intentos,  no  quedaba  menos  expuesto  á  ser 
batido  por  el  ejército  invasor  en  Río  Grande  que  á 
serlo  en  el  Estado  Oriental.  Desde  que  la  fuerza 
que  llevaba  no  le  permitía  contar  con  posesionarse 
de  las  provincias  brasileñas,  sus  fuerzas  tenían  que 
quedar  inutilizadas  para  la  defensa  de  su  país  que 
era  lo  único  correcto  y  juicioso. 

Cuando  Artigas  supo  que  la  expedición  del  ge- 
neral Lecor  entraba  en  la  Banda  Oriental  por  Cerro 
Largo,  soltó  sus  bandas  sobre  las  fronteras;  y  ha- 
bía procedido  con  tan  rara  y  singular  reserva,  que 
incendiaba  y  talaba  el  país  enemigo  sin  que  nadie 
le  hubiera  notado  todavía  por  aquellos  lados  soli- 
tarios del  Alto  Uruguay  (ii).  Los  habitantes,  ver- 
daderamente sorprendidos  con  este  brusco  ataque, 
se  retiraban  despavoridos  al  interior;  y  como  al  fin 
ellos  eran  tan  montoneros  como  los  gauchos  orien- 
tfdes,  apelaban  también  á  la  guerra  de  recursos  y 
de  partidas,  mientras  los  jefes  veteranos  hacían  es- 
fuerzos consiguientes  para  reunir  fuerzas  sólidas  y 
poner  en  acción  sus  medios  de  defensa.  El  coronel 
Abreu  logró  en  efecto  reunir  una  división;  al  mis- 
mo tiempo  el  general  Curado,  reconcentrando  las 
fuerzas  de  Río  Pardo,  venía  también  á  situarse  en 
Ibirapitifan  Chico  para  cubrir  la  margen  izquierda 
del  Uruguay. 

(ii)  Rcvist.  Trim.  de  Hist.  c  Geog.  X-  del  26  de  Ju- 
lio de  1845  (periódico  brasileño).  Nota  de  la  página  127, 
art.  Campauha  de  181 6. 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS        317 

En  los  primeros  encuentros,  aunque  puramente 
parciales,  las  divisiones  de  Artigas  merced  á  la  sor- 
presa y  su  bravura  habían  triunfado  por  todas 
partes.  Puede  señalarse  como  reñido,  glorioso  y  san- 
griento el  combate  de  Sa)ita  Ana.  La  posición  de 
las  fuerzas  portuguesas  era  apurada.  Verdum,  atra- 
vesando el  Ciiarahin  se  habían  situado  en  Ibiracoay. 
Xo  sólo  apoyaba  allí  por  su  izquierda  las  fuerzas  de 
Andresito  que  habían  entrado  en  ^Misiones  y  que 
sitiaban  á  San  Borja,  sino  que  se  ponía  en  apti- 
tud de  flanquear  por  su  derecha  al  general  Curado, 
avanzando  hasta  Saiifa  María  para  que  Artigas  lo 
embistiese  por  el  frente.  Con  esta  operación  que- 
daba cortado  también  el  coronel  Abren .  que  pro- 
curaba socorrer  á  San  Borja.  Pero  por  desgracia, 
\'erdum.  cuya  posición  era  tan  ventajosa,  no  supo 
ó  no  pudo  impedir  que  una  división  veterana  de  800 
hombres  de  infantería  y  cinco  cañones,  al  mando 
del  brigadier  Costa  se  incorporase  con  el  general 
Curado.  Y  habiendo  recobrado  el  general  portu- 
gués una  efectiva  superioridad  con  esa  incorpora- 
ción, pudo  reforzar  al  coronel  Abren  para  que  ca- 
yese sobre  Sotelo  y  en  seguida  marchar  rápidamen- 
te sobre  Andresito.  El  uno  y  el  otro  fueron  en  efec- 
to completamente  deshechos.  La  caballería  de  Ar- 
tigas tuvo  que  huir  desbandada  por  el  paso  del  Ba- 
tuy;  parte  de  la  infantería  se  salvó  atravesando  la 
margen  occidental  del  Uruguay  por  el  frente  de 
San  Borja;  y  la  famosa  invasión  de  Misiones  acabó 
así  por  un  completo  descalabro,  como  era  natural 
que  sucediese  dadas  las  cabezas  que  habían  tomado 
á  su  cargo  tan  arriesgada  operación  de  guerra.  A 
favor  de  estas  ventajas  el  general  Curado  lanzó  al 


3 '8  LA    INVASIÓN    PORTUGUKSA 

brigadier  Barrete  con  una  inerte  ccjlninna,  que  atacó 
á  Verdum  }-  consiguió  destrozarlo  completamente 
sobre  el  río  Ibiracoay  el  19  de  octubre  de  181 6.  Se 
cuenta  que  los  portugueses  ejecutaron  en  aquel  en- 
cuentro actos  atroces  contra  los  prisioneros,  y  con- 
tra las  mujeres  que  en  grande  cantidad  seguían  los 
grupos  que  Artigas  llamaba  enfáticamente  mi  ejer- 
cito. Estas  montoneras  eran,  como  se  ve,  de  poquí- 
sima consistencia  para  invadir  y  ocupar  un  país 
enemigo;  y  esto,  además  de  que  no  era  posible  es- 
perar que  un  plan  tan  descabellado,  que  no  contaba 
con  el  apoyo  de  un  ejército  verdadero  y  bien  diri- 
gido, para  operar  con  solidez  y  conser\-ar  el  terreno 
avanzado  con  movimientos  estratégicos,  pudiera 
producir  otra  cosa  que  un  grande  descalabro.  Pero 
Artigas,  en  su  absoluta  ignorancia  de  lo  que  eran 
las  operaciones  de  la  guerra  sobre  una  escala  formal, 
se  había  figurado  que  lo  mismo  era  invadir  un  país 
enemigo  que  guerrear  en  su  propia  tierra,  con  gru- 
pos libres,  contra  fuerzas  aisladas  y  divisiones  pe- 
queñas, que  á  cada  instante  se  veían  traicionadas, 
sorprendidas,  flanqueadas  3'  circundadas  por  la  va- 
quía  y  por  la  iniciativa  propia  con  que  cada  monto- 
nero es  grande  estratégico  en  sus  pagos.  Y  hasta 
tenía  la  ridicula  pretensión  de  haber  in^■entado  una 
táctica  nueva  de  líneas  semicirculares  con  otras 
pamplinas  propias  de  su  tonta  infatuación  y  cortos 
alcances. 

Artigas  era  hombre  de  una  terquedad  intrata- 
ble. No  comprendía  nada  de  lo  que  era  superior  á 
su  ridicula  vanidad;  y  aunque  conocía  que  su  pro- 
3'ecto  de  invasión  estaba  perdido  por  el  Alto  Uru- 
guav,  se  obstinó  en  volver  á  reunir  sus  montone- 


Y    LOS    PARTIDOS   ARGENTINOS  3I9 

ras,  ya  desmoralizadas,  para  continuar  amenazando 
la  frontera  de  Soiifa  Ano.  Mientras  tanto  los  por- 
tugueses, trabajando  activamente  restablecían  el  or- 
den en  aquella  frontera,  un  momento  conturbada 
por  la  invasión :  organizaban  con  solidez  un  verda- 
dero cuerpo  de  ejército  para  entrar  por  allí  también 
en  la  Banda  Oriental,  y  trataban  de  cooperar  asi  á 
los  movimientos  que  Lecor  ejecutaba  por  el  Este 
con  la  di\isión  principal.  Cuando  este  general  supo 
que  las  fronteras  del  lado  del  Uruguay  habían  sido 
embestidas  y  sorprendidas  por  Artigas,  detuvo  las 
marchas  con  que  se  dirigía  á  ocupar  á  Montevideo, 
para  optar  según  fueran  los  sucesos.  Artigas  había 
dejado  delante  de  las  columnas  de  Lecor  al  gue- 
rrillero Fructuoso  Rivera  con  mil  y  tantos  hombres, 
y  á  Otorguez  con  otra  columna  de  la  misma  fuerza 
más  ó  menos,  que  obraban  independientemente. 
Uno  y  otro  jefe  oriental  obtuvieron  algunas  venta- 
jas de  detalle.  Pero  cuando  Lecor  vio  que  los  bra- 
sileños habían  logrado  restablecer  su  superioridad 
por  lado  del  Alto  Uruguay,  maniobró  con  firme- 
za sobre  Rivera,  lo  derrotó  completamente  en  india 
MUERTA,  y  desbarató  también  cá  Otorguez  ponién- 
dose en  franquía  para  marchar  con  seguridad  sobre 
Montevideo.  Este  era  el  estado  de  los  negocios 
orientales  y  de  las  operaciones  de  Artigas  á  fines 
de  noviembre  de  1816. 

Al  llegar  estas  noticias  creció  de  punto  la  agita- 
ción de  los  espíritus  de  Buenos  Aires,  y  el  Supre- 
mo Director  comprendió  que  no  podía  mostrarse 
indiferente  sin  incurrir  en  graves  responsabilida- 
des, y  atraerse  la  animadversión  del  patriotismo 
exaltado  que  por  todas  partes  prorrumpía  en  amar- 


320  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

gas  acriminaciones.  La  sitúaciini  del  gobierno  era 
sin  embargo  diíicil  y  complicada.  Artigas  no  había 
solicitado  auxilios  ni  cooperación :  se  mantenía  en 
la  misma  soberbia,  en  la  misma  animosidad  que  ha- 
bía mostrado  siempre  contra  los  argentinos:  prefe- 
ría sucumbir  al  peso  de  las  armas  brasileñas  antes 
que  reconciliarse  con  la  organización  política  que 
de  nuevo  había  concentrado  el  poder  y  las  armas  en 
el  Directorio  Nacional.  Era.  pues,  un  enemigo;  y 
el  país  donde  él  mandaba  era  en  realidad  una  na- 
ción extraña  en  guerra  abierta  contra  el  gobierno 
de  las  Provincias  Unidas.  ^Mandarle  tropas  y  au- 
xilios en  este  estado,  habría  sido  enajenar  la  facul- 
tad de  diiigir  sus  propias  fuerzas,  de  inspeccionar 
el  uso  y  la  administración  privativa  que  el  gobierno 
tenía  de  sus  propios  recursos ;  y  esto  era  de  todo 
punto  imposible.  Proceder  á  invadir,  por  su  parte, 
llevando  la  guerra  á  los  dos  enemigos  que  allí  lu- 
chaban, habría  sido  absurdo.  No  lo  era  menos  po- 
nerse en  guerra  con  Portugal  gratuitamente  sin  po- 
der operar  en  la  Banda  Oriental  con  tropas  argen- 
tinas. Pero,  algo  era  preciso  hacer,  porque  al  pue- 
Ijlo  se  le  había  puesto  que  la  causa  oriental  era  cau- 
sa argentina  á  pesar  de  Artigas. 

No  se  le  ocultaba  á  Artigas  que  era  bien  cono- 
cido de  los  mismos  que  lo  tomaban  por  bandera  de 
oposición;  que  eran  ellos  los  que  en  1814  lo  habían 
declarado  traidor  y  bandolero;  que  lo  odiaban,  y 
que  su  primer  acto,  si  conseguían  recuperar  el  po- 
der y  concentrarlo  en  sus  manos,  sería  exigirle  su- 
bordinación, proscribirlo  ó  abandonarlo  á  su  des- 
tino. Tampoco  ignoraba  que  el  interés  más  apre- 
miante de  los  aro^entinos  era  lil)rarse  de  él  v  hacer- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS         321 

lo  expulsar  de  la  Banda  Oriental ;  que  la  Banda 
Oriental  no  era,  ni  podía  ser  ya  "provincia  argen- 
tina", como  afectaban  llamarla,  con  evidente  mala 
fe,  los  partidarios  de  la  guerra,  que  eran  en  gran 
parte  los  mismos  que  dos  años  antes  la  hablan  de- 
clarado independiente  y  desligada,  de  hecho  y  de 
derecho,  de  toda  comunidad  política  con  el  régimen 
nacional  argentino.  A  la  vista  de  todos  estaba  que 
el  gobierno  portugués,  demasiado  sensato  y  posi- 
tivo, limitaba  el  movimiento  expansivo  de  sus  tro- 
pas en  las  riberas  del  Uruguay,  y  que  en  ningún 
caso  era  capaz  de  cometer  el  desatino  de  atravesar- 
las para  enfrascarse  en  los  vastos  territorios  occi- 
dentales. Pero,  á  pesar  de  todo  eso,  Artigas  era  de- 
masiado astuto  para  no  contar  con  el  odio  tradicio- 
nal que  se  habían  tenido  las  dos  razas,  y  compren- 
día bien  cjue  las  ciegas  pasiones  que  ese  odio  en- 
gendraba en  las  multitudes  irreflexivas,  unido  al  es- 
píritu de  partido,  debían  tener  bastante  poder  para 
avasallar  las  opiniones  moderadas  y  juiciosas  de  la 
parte  culta  del  país  y  de  la  capital.  Aun  cuando  él 
no  sacase  más  auxilio  ni  más  provecho  que  promo- 
ver así  un  vuelco  de  cosas  en  Buenos  Aires,  le  bas- 
taba eso  por  el  momento  para  poner  en  llamas  las 
provincias,  y  hacerse  el  arbitro  necesario  en  el  ge- 
neral trastorno  del  orden  que  provocaba.  Abstener- 
se y  resistir  á  la  vocinglería  estrepitosa  de  la  dema- 
gogia guerrera,  era  como  constituirse  traidor  y  cóm- 
plice ele  la  invasión  portuguesa :  ¡  abominación  de 
las  abominaciones !  Muchos  de  los  hombres  que  ro- 
deaban al  Director  comprimidos  con  este  temor, 
opinaban  que  la  indiferencia  podía  llevar  al  colmo 
lo3  furores  del  pueblo  y  del  populacho,  una  gran 

HIST.   DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — 21 


2,22  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

parte  del  cual  tenía  armas  y  pasiones  políticas  en 
el  seno  de  los  tercios  cívicos.  Seguir  su  impul- 
so, era  por  otro  lado  echarse  á  una  aventura  desas- 
trada, en  el  momento  menos  adecuado  para  tentar- 
la. Pero  llegaba  á  tal  punto  la  obcecación  de  los 
enemigos  del  Director,  que  confesando  ellos  mis- 
mos que  por  sus  propios  corresponsales  de  Río  Ja- 
neiro sabían  que  lá  invasión  portuguesa  había  pro- 
vocado un  conflicto  grave  con  España,  aseguraban 
todavía  que  esa  era  una  intriga  de  Pueyrredón  para 
engañar  inocentes ;  y  persistían  en  proclamarse 
adeptos  de  Artigas".  "Las  últimas  noticias  de  la 
Banda  Oriental,  decían,  que  corren  hace  dos  días, 
son  demasiado  tristes :  el  general  Artigas  ha  sido 
batido  en  parte,  y  los  invasores  avanzan  como  á 
ocupar  Montevideo .  .  .  aún  se  habla  de  que  han  en- 
trado. Las  comunicaciones  de  Río  Janeiro  dicen 
que  el  ministro  español  ha  protestado  formalmente 
contra  esta  invasión  en  el  territorio  del  rey  su  amo. 
Que  igual  declaración  ha  hecho  á  los  ministros  de 
las  otras  potencias,  manifestándoles  las  instruccio- 
nes que  tenía  pra  ello.  Xo  dudamos  de  ellas,  pues 
aquel  ministro  ha  permitido  que  su  nota  circule 
como  en  confianza  hasta  verla  algunos  corresponsa- 
les nuestros.  Esta  medida,  que  sagazmente  se  ha 
tomado,  es  probablemente  para  soportar  á  los  in- 
cautos, y  que  queden  persuadidos  de  que  no  hay 
combinación  con  los  españoles .  .  .  '\l\\y  atrasado  en 
política  deberá  estar  el  que  lo  crea :  y  nosotros  no 
dudamos  que  esta  es  una  duda  de  las  muchas  tra- 
mas que  urden  los  gabinetes.  .  .  Nosotros  tenemos 
por  el  contrario  fundamentos  poderosísimos  para 
no  dudar  de  la  coalición;  y  que  el  objeto  de  la  in- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  323 

vasión  es  tomar  nuestras  posesiones,  conquistarnos 
V  entregarnos  otra  vez  á  nuestros  antiguos  due- 
ños" (12). 

Sólo  conociendo  la  intemperancia  característica 
de  don  Pedro  José  de  Agrelo,  y  las  pasiones  tena- 
ces de  don  ]Manuel  ^Moreno,  puede  uno  explicarse 
que  se  publicaran  semejantes  desatinos.  Entre  tan- 
to, en  el  fondo  de  las  clases  tranquilas,  aunque  so- 
focada y  tímida,  existía  una  opinión  pública  uni- 
forme; y  se  sabe  que  cuando  la  opinión  pública  es 
verdadera  no  está  discorde  jamás  con  la  moral  ni 
con  los  intereses  de  una  nación  libre  ó  en  camino 
de  ser  libre.  El  mérito  del  señor  Pueyrredón  fué  sa- 
ber tenderle  la  mano  á  tiempo;  sacarla  del  encogi- 
miento en  que  se  hallaba;  reconstituir  con  ella  el 
buen  crédito  del  gobierno,  y  esquivar  una  guerra 
descabellada  en  la  que  sólo  tenía  interés  el  bárbaro 
que  la  había  provocado  con  crímenes  y  tropelías  de 
todo  género. 

El  Supremo  Director  consideró  como  cosa  inútil 
las  famosas  instrucciones  resen'adas  y  rcsen'adísi- 
inas  del  Congreso.  El  tenía  su  opinión  reservada 
también  sobre  el  particular.  Sabía  que  no  había  ob- 
jeto en  ir  á  investigar  ni  tomar  datos  sobre  la  con- 
ducta del  señor  García.  Conocía  bien  sus  talentos; 
no  había  dudado  jamás  de  su  patriotismo,  de  su 
honradez  ni  de  su  criterio.  Lo  que  había  escrito  al 
Congreso  era  simple  cautela  por  lo  difícil  de  su  si- 
tuación, y  en  previsión  de  contratiempos  más  ó  me- 
nos probables  en  el  interior.  ]^íandar  investigacio- 
nes era  cosa  que  tenía  graves  inconvenientes :  podía 

(12)      Cróii.  Arg.  del  20  de  agosto  de  1815. 


324  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

perturbar  los  trabajos  de  García  cuyo  éxito  estaba 
en  los  deseos  y  esperanzas  secretas  del  Supremo  Di- 
rector; y  después  de  eso,  suponiendo  que  el  agente 
investigador  regresase  convencido  del  acierto  y  ha- 
bilidad con  que  Garcia  llevaba  la  negociación,  él 
tendría  que  descubrirse  y  salir  del  terreno  de'  las 
dudas  y  de  las  ambigüedades  en  que  le  convenía 
continuar  embozado,  lisonjeando  unas  veces  el  sen- 
timiento apasionado  del  pueblo,  y  dejando  entre 
tanto  que  los  sucesos  se  pronunciasen,  para  entrar 
en  acción  de  acuerdo  con  los  intereses  argenti- 
nos (13). 

Pueyrredón  hizo  á  un  lado  las  instrucciones  del 
Congreso  como  cosa  de  muy  poca  cuenta,  y  tomó 
una  medida  de  puro  aparato,  más  ruidosa  que  se- 
ria, pero  mejor  calculada  para  hacer  ilusión  en  el 
ánimo  inocente  del  pueblo,  y  para  favorecer  al  mis- 
mo tiempo  la  prudente  expectativa  en  que  deseaba 
mantenerse.  Esa  medida  fué  comisionar  al  coronel 
don  Nicolás  Vedia,  no  para  ir  á  buscar  datos,  sino 
para  entregarle  al  general  portugués  una  reclama- 
ción enérgica  que  tenía  todo  el  carácter  de  un  iilti- 
mátiini,  y  que  terminaba  con  estas  palabras :  "á  fin 
de  evitar  un  rompimiento  requiero  de  Vuestra  Ex- 

(13)  Desgraciadamente  cuando  Sarratea  publicó  ca 
1S20  las  cartas  y  oficios  reservados  que  encontró  en  el 
archivo  secreto  del  Congreso,  el  señor  García  se  consideró 
tan  ofendido  por  los  conceptos  que  el  señor  Pueyrredón 
había  vertido,  que  nunca  más  le  volvió  su  amistad,  ni  qui- 
so aceptarle  explicaciones  de  ningún  género;  y  según  he- 
mos oído,  ni  los  empeños  del  señor  Rivadavia,  ni  los  del 
general  Las  Heras  fueron  bastantes  á  sacarlo  de  la  resolu- 
ción de  no  volver  á  mencionar  en  pro  ni  en  contra  el  nom- 
bre del  señor  Puevrredcn. 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  325 

celencia  que  disponga  que  el  ejército  de  su  mando 
suspenda  sus  marchas  y  retrograde  á  sus  límites, 
etc.,  etc."  (14). 

Con  esto  sólo  bastará  para  que  se  comprenda 
que  la  comisión  del  señor  Vedia  tenía  poca  impor- 
tancia. El  general  Lecor  obraba  por  órdenes  de  su 
rey ;  se  le  había  mandado  que  ocupase  militarmen- 
te la  Banda  Oriental  y  la  plaza  de  Montevideo;  á 
nadie  podía,  pues,  ocurrírsele  que  había  de  retro- 
ceder porque  se  lo  ordenase  un  gobierno  extraño. 
El  Supremo  Director  se  desviaba  notoriamente  con 
este  proceder  de  las  reglas  elementales  del  caso.  De- 
bió haber  dirigido  el  ultimátum  al  gobierno  por 
cuyas  órdenes  se  hacía  la  ofensa,  y  comenzar  por 
retirar  de  su  inmediación  al  agente  que  estaba  acre- 
ditado para  mantener  con  él  las  buenas  relaciones. 
La  comisión  del  señor  Vedia  era,  pues,  una  simple 
manifestación,  más  intencionada  para  los  partidos 
de  adentro,  que  adecuada  para  producir  efecto  al- 
guno sobre  las  operaciones  portuguesas. 

Lo  que  acentuaba  más  el  carácter  meramente 
aparente  de  la  comisión  era  el  encargo  de  conducir 
y  entregar  otras  tres  notas,  una  para  el  delegada? 
Barreiro  que  gobernaba  en  Montevideo  á  nombre 
de  Artigas;  la  segunda  para  el  Cabildo  de  la  mis- 
ma ciudad,  y  la  tercera  para  Artig'as,  que  no  sabe- 
mos si  llegó  á  sus  manos. 

Estas  tres  notas  tenían  en  verdad  tantas  pala- 
bras como  protestas  de  interés;  pero  nada,  absolu- 
tamente nada  más  en  el  fondo  que  el  aviso  de  que 

(16)  Of.  del  31  de  octubre  en  la  Gacct.  Est.  de  di- 
ciembre i.°. 


326  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

el  coronel  Veclia  marchaba  llevando  una  enérgica 
intimación  contra  el  gobierno  portugués.  Con  ese 
motivo  se  le  pedía  al  delegado  Barreiro  que  le  pro- 
curara todos  los  medios  indispensables  para  que  se 
trasladase  á  los  puntos  indicados  en  la  comisión,  y 
que  permitiera  c[ue  la  goleta  de  guerra  "Dolores" 
que  llevaba  al  señor  Vedia,  quedase  allí  hasta  su 
regreso. 

Explicándose  con  el  Cabildo,  el  Supremo  Di- 
rector decía  que  si  hasta  entonces  se  había  abste- 
nido de  intervenir  era  porque  "el  silencio  profundo 
del  general  don  José  Artigas"  había  contribuido  á 
mantener  en  misterio  los  pasos  de  los  portugueses : 
que  hasta  ese  momento  no  los  había  conocido  el  go- 
bierno sino  por  vías  indirectas  é  ineficaces  para 
fijar  su  juicio:  y  de  ahí  que  no  se  hubiese  hecho 
antes  una  intimación,  ni  se  hubiese  oficiado  al  jefe 
de  los  orientales  "por  esos  documentos  juzgará 
Vuestra  Excelencia  el  interés  que  este  gobierno  se 
toma  en  la  libertad  general;  y  la  sinceridad  de  sus 
votos  por  la  seguridad  de  esos  recomendables  habi- 
tantes. Lejos  siempre  de  mí  (decía  el  Supremo  Di- 
rector) una  política  suspicaz,  crea  Vuestra  Excelen- 
cia que  obraré  en  "tono  firme"  y  consecuente  en 
cuanto  sea  relativo  á  la  independencia  de  la  patria. 

y  á  la  DESEADA  UNIDAD  QUE  APETEZCO  ENTRE  AMBOS 

territorios". 

Estos  conceptos  demuestran  acabadamente  que 
el  Supremo  Director  intentaba  poner  como  condi- 
ción precisa  de  su  cooperación  en  la  defensa  de  la 
Banda  Oriental,  no  sólo  la  sumisión  de  Artigas 
á  las  autoridades  argentinas  y  al  orden  militar  que 
eso   exige,    sino   al   restablecimiento   de  la   integri- 


Y  LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  32/ 

dad  nacional  que  Artigas  habia  roto.  Claro  era  que 
por  grande  que  fuese  el  sacrificio  que  hubiere  de 
hacerse,  una  vez  traídas  las  cosas  á  ese  punto  no 
había  modo  de  excusar  la  guerra.  Los  actos  mismos 
de  García  en  Río  Janeiro  no  estaban  á  esa  solu- 
ción. Pero  también  es  indudable  que  Portugal  ha- 
bría bloqueado  á  ]vIontevideo  y  á  Buenos  Aires  en 
el  acto;  que  habría  buscado  un  arreglo  natural  con 
España ;  que  los  auxiliares  argentinos  no  habrían 
continuado  en  armonía  con  los  orientales ;  y  que  el 
resultado  habría  sido  fatal  y  funesto  para  la  causa 
de  nuestra  independencia.  Xo  había,  pues,  más  po- 
lítica sensata  que  la  política  de  García;  y  era  im- 
posible que  un  hombre  como  Pueyrredón  no  lo 
comprendiese,  á  pesar  de  estas  apariencias  que  no 
podían  tener  otro  fin  que  el  de  ir  salvando  los  es- 
collos interiores  hasta  poner  las  cosas  en  su  verda- 
dero centro  de  gravitación. 

El  coronel  Vedia  fué  perfectamente  recibido  y 
agasajado  en  el  cuartel  general  de  los  portugueses. 
Era  un  caballero  finamente  educado;  sabía  conver- 
sar con  fluidez,  con  un  tono  reflexivo  y  modesto  que 
lo  hacía  sumamente  simpático,  aún  en  situaciones 
en  que  no  podía  transigir  como  era  ésta  en  que  le 
ponía  su  comisión.  Así  es  que  á  nuestro  modo  de 
ver,  no  fué  "mero  cumplimiento"  sino  merecida 
justicia,  la  que  el  general  Lecor  le  hizo  al  final  de 
la  nota  con  que  respondió  á  la  intimación  del  Su- 
premo Director.  "De  todos  modos  agradeceré  siem- 
pre á  Vuestra  Excelencia  haberme  dado  ocasión  de 
conocer  al  señor  coronel  don  Nicolás  Vedia".  Pero 
ningún  otro  resultado  se  obtuvo. 

Precisamente  en  esos  mismos  momentos,  llega- 


328  LA    IXVASIOX    PORTUGUESA 

ba  allí  á  Montevideo  la  noticia  del  descalabro  de 
Artigas  en  el  norte,  y  de  la  derrota  completa  de  Ri- 
vera hacia  el  este,  en  la  India  Muerta,  y  como  esto 
hacía  que  fuese  muy  peligroso  para  el  comisionado 
argentino  atravesar  la  campaña  desde  Santa  Teresa 
hasta  iMontevideo,  tomó  camino  seguro  á  Maldo- 
nado;  y  ahí  se  embarcó  de  regreso  á  Buenos  Aires, 
donde  llegó  el  7  de  diciembre,  trayendo  la  contes- 
tación del  general  portugués.  Este  documento  era 
perfectamente  consecuente  con  las  declaraciones 
que  el  gabinete  le  había  hecho  al  señor  García.  "Sus 
o  ^eraCiOr.e?,  decía,  no  pueden  inspirar  desconfian- 
zas al  gobierno  de  Buenos  Aires,  desde  que  han  de 
limitarse  estrictamente  al  territorio  oriental,  que  es- 
tá declarado  en  absoluta  independencia  del  gobier- 
no occidental,  y  desde  que  sus  órdenes  le  imponían 
un  completo  respeto  al  tratado  de  26  de  mayo  de 
1 81 2  que  era  la  base  inconmovible  de  la  amistad 
entre  los  dos  países .  .  .  Yo  continúo  mis  marchas 
que  sólo  pueden  ser  suspendidas  por  orden  del  rey 
mi  señor;  y  si  fuere  hostilizado  tomaré  medidas  de 
precaución.  En  breve,  y  de  más  cerca,  tendré  me- 
jor ocasión  de  poder  manifestar  á  Vuestra  Excelen- 
cia cuan  de  buena  fe  son  mis  operaciones  mili- 
tares". 

La  sagacidad  de  Pueyrredón  tenía  su  horma  en 
la  sagacidad  de  Lecor.  Moralmente  hablando,  po- 
dría decirse  que  eran  dos  manifestaciones  de  un 
mismo  tipo.  Don  Juan  Federico  Lecor  era  agudo, 
inteligente,  cortesano  tan  experto  y  consumado  co- 
mo lo  era  don  Juan  Martín  de  Pueyrredón.  Ni  uno 
ni  otro,  aunque  generales,  eran  verdaderamente 
hombres  de  guerra  como  militares.    Su  verdadero 


Y   LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  329 

terreno  era  la  diplomacia  y  la  política.  Lecor,  euro- 
peo y  educado  bajo  las  doctrinas  de  la  milicia  de 
corte  y  de  las  tradiciones  clásicas,  era  naturalmente 
más  inclinado  á  respetar  más  los  elementos  de  gue- 
rra europeos  c[ue  los  nuestros ;  debía  suponer  que 
las  tropas  españolas  eran  muy  superiores  á  las  tro- 
pas argentinas,  y  que  la  expedición  á  Chile  sería 
al  fin,  como  la  expedición  á  Misiones  de  Artigas^ 
una  farsa  ó  una  aventura  que  habría  de  acabar  por 
una  catástrofe.  Consideraba  que  ya  por  este  des- 
calabro, ya  por  el  estado  de  anarquía  en  que  veía 
nuestro  país,  ese  pretendido  ejército  de  los  Andes 
tenía  que  desgranarse  en  medio  del  desorden ;  que 
el  Directorio  caería  dejando  el  país  entero  en  ma- 
nos de  los  montoneros  y  de  la  anarquía,  y  que  la 
Banda  Oriental  debía  quedar  definitivamente  ane- 
xionada á  la  corona  de  Portugal,  y  sin  más  enemigo 
serio  que  el  rey  de  España. 

La  verdad  es  que  se  necesitaba  ser  ciego  ó  ser 
argentino  para  que  esta  previsión  no  fuese  incues- 
tionable á  los  ojos  de  un  extranjero,  y  sobre  todo 
de  un  general  ó  diplomático  europeo,  que  tan  poco 
acertados  han  andado  siempre  para  juzgarnos  y 
comprendernos.  Con  estos  antecedentes,  Lecor  de- 
ducía lógicamente  que  el  éxito  de  la  política  portu- 
guesa consistía  en  contemporizar:  en  dejar  al  Di- 
rectorio y  á  Artigas  luchando  con  todas  las  dificul- 
tades de  un  avenimiento,  que  él  trataba  de  aumen- 
tar haciendo  notorio  su  amistoso  comedimiento  pa- 
ra con  el  Supremo  Director  y  gobierno  de  Buenos 
Aires.  De  manera  que  avivadas  las  sospechas  de 
los  pueblos  y  de  los  caudillos  acreciesen  las  mutuas 
desconfianzas  y  se  imposibilitase  toda  tentativa  de 


330  LA   INVASIOX    PORTUGUESA 

concierto.  Por  cierto  que  el  general  Lecur  n(j  iba 
desencaminado  en  su  astuto  proceder,  y  prueba  de 
ello  fué  la  conducta  frenética  de  Artigas. 

Puesto  en  el  colmo  de  la  rabia  por  las  derrotas 
del  Cuarahin  y  de  la  India  Muerta,  lanzó  el  i6  de 
noviembre  una  circular  propia  de  un  loco  que,  no 
teniendo  como  desahogarse,  arremete  á  patadas  y 
moquetes  contra  las  puertas  y  murallas  que  le  cie- 
rran el  paso.  Llamaba  traidor  infame  y  gran  cri- 
minal al  Supremo  Director  porque  no  le  había  man- 
dado tropas  y  recursos  (y  lo  curioso  era  que  no  los 
había  solicitado)  ;  hacía  saber  á  los  pueblos  argen- 
tinos que  muy  pronto  iba  á  castigar  á  ese  malvado, 
no  sólo  porque  estaba  empeñado  en  arruinar  á  los 
orientales,  sino  por  la  perfidia  con  que  mantenía 
relaciones  diplomáticas  y  comerciales  con  el  go- 
bierno portugués.  Era,  pues,  cómplice  de  la  inva- 
sión extranjera,  y,  por  consiguiente,  debiendo  su 
gobierno  ser  tratado  como  un  enemigo,  "hizo  ce- 
rrar absolutamente  todos  los  puertos  de  la  Banda 
Oriental  al  tráfico  de  Buenos  Aires  y  de  sus  perte- 
nencias, y  mandó  embargar  todos  los  buques  y 
mercaderías  argentinas  que  se  hallasen  en  ellos,  ha- 
ciendo responsables  á  todos  sus  jefes  y  caudillejos 
de  la  costa  por  la  menor  infracción  que  se  cometiese 
á  lo  mandado. 

Sea  que  Barreiro  no  conociese  la  circular  de  Ar- 
tigas, ó  que  lo  creyere  vencido  y  sin  poder  para  es- 
torbar la  reincorporación  de  la  Banda  Oriental  á  la 
unión  argentina,  el  hecho  es  que  había  iniciado  una 
política  de  concordancia  con  el  gobierno  de  Buenos 
Aires  totalmente  opuesta  á  la  del  caudillo,  y  ani- 
mada al  menos  con  el  deseo  de  poner  en  defensa  la 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  33 1 

plaza  de  Alontevideo  sobre  la  cual  marchaba  ya  el 
general  portugués.  Barreiro  se  dirigió  al  Supremo 
Director ;  pidióle  con  urgencia  auxilios,  y  le  ase- 
guró que  estaba  resuelto  á  firmar  el  pacto  de  la  re- 
conciliación, reincorporándose  al  gobierno  ¡nacio- 
nal. El  Supremo  Director  aceptó  la  indicación  siem- 
pre que  la  base  fuese  el  reconocimiento  del  sobe- 
rano Congreso  y  del  Poder  Ejecutivo  Nacional.  Sin 
esto  le  declaró  el  gobierno  que  no  podía  proceder 
á  embarcar  tropas,  armas  ni  recursos;  y  como  el 
caso  era  ya  urgentísimo,  se  le  recomendaba  al  de- 
legado -Barreiro  que  se  decidiese  con  toda  brevedad, 
pues  de  otro  modo  sería  imposible  la  operación  y 
se  atribuiría  el  fracaso  á  falta  de  interés  ó  de  pér- 
fida complicidad  con  los  portugueses  (15). 

Tanto  más  necesaria  era  esta  precaución  cuanto 
que  no  hacía  sino  tres  meses  que  Artigas  había  co- 
metido un  acto  de  la  más  baja  perfidia.  Fingiéndose 
escasísimo  de  armas  y  municiones,  al  amago  de  la 
invasión  portuguesa,  había  hecho  que  el  Cabildo 
de  Montevideo  pidiese  este  auxilio  al  gobierno  de 
Buenos  Aires;  y  se  cometió  la  debilidad  de  remitir 
á  fray  B cutos  como  seiscientas  armas  entre  sables 
y  fusiles  con  una  gruesa  cantidad  de  pólvora  y  de 
plomo.  Más  como  Artigas  contaba  con  la  revolu- 
ción que  se  preparaba  para  derrocar  á  Pueyrredón, 
remitió  todo  ese  armamento  á  Santa  Fe  para  que  los 
montoneros  de  esta  provincia,  coaligados  con  él  y 
en    rebelión    armada    contra    el    gobierno    nacional, 

(15)  Estos  documentos  son  parte  del  Archivo  Secre- 
to del  Congreso  de  Tucumán  que  está  depositado  en  el  Ar- 
chivo de  la  Cámara  de  diputados  de  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires. 


T,T^2  LA    TXVASION    PORTUGUESA 

estuvieran  prontos  y  armados  á  marchar  solare  la 
capital  en  apoyo  de  los  revolucionarios,  y  pudiesen 
entre  tanto  interceptar  y  apresar  los  piquetes  y  con- 
\oyes  de  armas  y  pertrechos  que  el  gobierno  remi- 
tia  á  los  ejércitos  de  los  Andes,  de  Tucumán  y  de 
Salta.  La  cosa  fué  tan  pública  y  tan  sabida  de  to- 
dos, que  fué  materia  de  explicaciones  entre  Barrei- 
ro  y  Pueyrredón,  entre  Pueyrredón  y  Lecor,  ?in 
que  se  escapara  el  señor  García  en  Río  Janeiro  uc 
oir  cargos  y  de  tener  que  dar  disculpas  sobre  la 
irregularidad  del  hecho. 

Destrozado  Artigas  en  el  Ciiarahin^  á  la  extre- 
ma izquierda  de  su  línea  de  defensa,  y  derrotado 
Rivera  en  la  India  Muerta,  al  extremo  de  la  dere- 
cha, Lecor  dejó  las  inmediaciones  de  Santa  Teresa 

V  se  puso  en  marcha  hacia  ^lontevideo.  Barreiru 
consideró  entonces  perdida  la  plaza  si  el  gobierno 
argentino  no  ocurría  rápidamente  á  guarnecerla. 
Llamó  á  consejo  al  Cabildo,  y  el  día  6  de  diciembre 
Se  resolvió  á  prescindir  de  notas  y  mandar  á  Bue- 
nos Aires  una  comisión  compuesta  de  don  Juan 
José  Duran,  alcalde  de  primer  voto,  de  don  J^an 
Francisco  Giró,  regidor  y  juez  de  menores,  y  de 
don  José  \'idal,  regidor  tesorero  y  juez  de  merca- 
do, vecinos  ricos  los  tres  y  de  lo  más  respetable  que 
en  su  clase  tenía  aquel  municipio.  Se  les  dio  orden 
de  que  partiesen  en  el  día,  proveyéndolos  de  una 
credencial  ó  poder  en  que  Barreiro,  como  delegado 
de  Artigas  decía :  "Por  tanto  faculto  ampliamexti: 

Y  SIN    LIMITACIÓN    NINGUNA    á    los    dícllOS    ScñoreS 

(aquí  los  nombres  y  cargos)  para  qi'.e  en  mi  nom- 
bre y  representación  traten,  estipulen  y  convengan 
con  el  Gobierno   Supremo  de  las   Provincias  L^ni- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS         333 

das  de  la  América  del  Sur  cuanto  concierna  á  la  de- 
fensa de  la  plaza  y  de  sus  incidentes"  (i6). 

Dirigiéndose  en  seguida  al  Supremo  Director 
en  igual  fecha,  trataba  Barreiro  de  disculpar  á  "Su 
Xefe"  (son  sus  pakibras),  y  alegaba  que  al  lanzai" 
éste  la  circular  de  noviembre  ignoraba  que  se  hu- 
liiera  comisionado  al  coronel  Vedia  y  dirigido  una 
intimación  al  general  Lecor;  "pero  esta  tardía  me- 
dida (observaba)  se  ha  tomado  mucho  después  de 
estar  consumada  la  invasión  sin  que  se  hubiera  au- 
xiliado con  tropas  al  general  Artigas,  á  pesar  de 
las  indicaciones  que  este  Cabildo  hizo  para  que  se 
le  remitiesen".  ¡A  la  verdad  que  el  argumento  es 
curioso,  y  más  curioso  todavía  era  la  exigencia  de 
que  sin  más  que  eso,  se  auxiliase  con  tropas  á  un^ 
enemigo  armado  y  pérfido,  y  se  declarase  guerra  á 
otro  enemigo,  sin  más  interés  que  dar  gusto  al  pri- 
mero que  era  el  peor ! .  .  .  "Lo  de  Santa  Fe,  seguía  di- 
ciendo Barreiro,  fué  efecto  de  chismes  y  de  alarmas 
que  le  hicieron  temer  á  mi  Xefe  que  se  trataba  de 
avasallar  aquella  provincia  al  Congreso  y  al  Eje- 
cutivo de  Buenos  Aires  (Nacional) .  .  . 

"Yo  le  juro  á  usted  por  mi  honor  (  !)  que  he 
sentido  infinito  tener  que  escribirle  ese  largo  oficio. 
Pero  como  usted  en  el  suyo  me  pide  explicaciones 
sobre  la  circular  de  mi  general,  yo  me  he  visto 
en  la  precisión  de  hacerlo.  ¿Qué  quiere  usted?  Hay 
la  fatalidad  de  mil  complicaciones.  .  .  sucedieron  los 
lances  de  Santa  Fe,  don  José  Artigas  recibió  partes 
que  debieron  exaltarlo.  A  usted  se  le  dijo  lo  de  la 
pólvora  remitida  á  aquella  ciudad.  .  .   Se  fueron  fo- 

(i6)      Colección  Lamas,  287-288. 


334  LA   INVASIÓN    PORTUGUESA 

mentando  las  sospechas :  la  distancia  agrandó  los 
motivos .  .  .  Pero  la  defensa  común  es  lo  que  debe 
inspirarnos :  ahoguemos  cuanto  pueda  influir  en 
atrasarla.  Este  es  el  supremo  interés  3^  la  suprema 
ley.  Exija  usted.  Todo  esta  hecho.  Ahí  va  una 
diputación  formal.  Xo  perdamos  un  instante,  y  que 
veamos  de  una  vez  garantido  el  fruto  de  tantos  tra- 
bajos. Yo  le  ruego  á  usted  por  la  voz  sagrada  de 
la  patria  que  un  día  quede  todo  arreglado .  .  .  Juro 
otra  vez  á  usted  en  nombre  de  mi  Xefe,  que  será 
restablecida  muy  en  breve  la  confianza  y  más  sin- 
cera amistad,  como  corresponde  entre  hermanos; 
que  se  removerán  los  motivos  que  recientemente 
han  turbado  nuestra  próxima  reconciliación,  y  que 
reunidos  nuestros  esfuerzos  con  la  actitud  y  ener- 
gía que  exige  el  conflicto  de  nuestras  circunstan- 
cias, podemos  contar  como  infalible  el  triunfo  con- 
tra el  enemigo  común.  .  .  Las  garantías,  que  prome- 
to, decía,  siempre  que  Vuestra  Excelencia  se  preste 
á  hacer  causa  común  con  esta  provincia  contra  el 
ejército  portugués  que  la  invade,  son  pruebas  nada 
inequívocas  de  cuan  distante  estoy  de  pensar  en  otra 
cosa  que  en  la  unión".  "¿Es  posible,  decía  en  se- 
guida, que  tengamos  que  emplear  todavía  tiempo 
en  contestaciones?  ¿Cómo  convencerlo  á  usted  de 
la  sinceridad  de  mis  pasos?  La  conveniencia  general 
grita  por  remover  todo  obstáculo". 

Estas  grandes  conveniencias  del  país,  estos  sa- 
crosantos deberes  del  patriotismo  y  de  la  naciona- 
lidad, habían  nacido,  en  el  concepto  de  Artigas  y 
de  Bárreiro,  el  mismo  día  en  que  los  portugueses 
los  amenazaban.  Xo  habían  existido  anteí — cuando 
Salta  y  Tucumán  gemían  y  luchaban  en  mares  de 


Y  LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  335 

sangre  contra  España — cuando  Chile  caía,  hacien- 
do indispensable  redimirlo  por  interés  de  la  causa 
y  de  la  propia  dignidad :  no  habían  existido  cuando 
Buenos  Aires  se  liacia  pedazos  para  arrancarle  cá 
España  las  muralla-  de  Montevideo  y  por  asegurar 
la  causa  de  todos  arrojando  sus  hijos  á  millares  en 
el  Perú.  Durante  todo  eso,  no  se  trataba  de  la  causa 
de  Artigas  ó  de  Barreiro  y  no  había  por  consi- 
guiente ínteres  general  para  ellos.  "Nuestra  sal- 
vación está  vinculada  exactamente  á  la  actividad, 
y  es  preciso  que  aprovechemos  hasta  los  minutos". 
Así  hablaba  ahora  este  nuevo  patriota  que  había 
felicitado  oficialmente  á  "Su  Xefe"  por  la  derrota 
de  los  porteños  en  Sipe-Sipe. 

Los  comisionados  de  la  Banda  Oriental  llega- 
ron el  día  8  de  diciembre  por  la  mañana  muy  tem- 
prano. Fueron  recibidos  y  oídos  inmediatamente 
por  el  Director  y  por  el  secretario  de  gobierno  don 
Vicente  López.  El  Director  se  mostró  muy  solícito 
por  la  causa  de  los  orientales :  ofreció  que  no  cesa- 
ría de  dar  auxilios  de  armas  y  pertrechos,  como  lo 
había  hecho  hasta  entonces,  siempre  que  Artigas 
los  emplease  contra  los  invasores  extranjeros,  v  v'W 
en  armar  á  las  montoneras  argentinas  que  guerrea- 
ban  contra  la  autoridad  legítima  del  Congreso,  co- 
mo ya  lo  había  hecho  inicuamente,  sin  querer  com- 
prender los  deberes  y  las  necesidades  de  su  difícil 
posición.  Pero  el  Director  declaró  también  categó- 
ricamente que  no  entraría  de  una  manera  oficial  en 
la  guerra,  guarneciendo  con  tropas  argentinas  á 
^íontevideo  y  poniendo  un  ejército  en  la  campaña 
oriental,  mientras  no  fuese  sobre  la  base  solemne  de 
que  Artigas  y  los  orientales   reconocieran  al  Con- 


33<-'  I-A   INVASIÓN    PORTUGUESA 

gre:o  General  }"  la  autoridad  suprema  del  jefe  de 
Li  nación. 

Los  comisionados  invocaron  consideraciones  de 
prudencia  y  de  vanidad  que  en  los  primeros  mo- 
mentos de':ían  tenerse  presente  para  ir  salvando  los 
obstáculos  poco  á  poco.  Pero  el  Director  les  declaró 
(jue  hablar  de  eso  era  perder  el  tiempo,  y  que  nada, 
absolutamente  nada  le  haría  atenuar  esta  condición 
indeclinable,  porcjue  él  no  podia  disponer  de  los 
recursos  y  de  la  sangre  del  país  sino  para  el  país 
mismo;  que  si  Artigas  quería  ser  independiente  y 
enemigo  del  gobiernD  de  las  Provincias  Unidas, 
no  era  justo  cjue  éstas  se  sacrificasen  por  él  en  se- 
mejantes momentos  y  en  una  lucha  tan  llena  de  pe- 
ligros. Los  comisionados  hubieren  de  conformarse, 
imes  sus  credenciales  eran  amplias  y  sin  liniiiacióii 
alguna^  como  se  ha  visto.  El  Director  encargó  á  su 
ministro  que  acordara  y  que  redactara  el  convenio 
c  m  los  comisionados,  mientras  se  citaba  al  Cabil- 
do, y  á  la  Junta  de  Observación  y  Corporaciones., 
para  darles  cuenta  de  lo  actuado  y  obtener  su  san- 
ción. A  las  doce  del  día  estaba  hecho  y  sancionado 
el  convenio  cuyas  cláusulas  capitales  son  estas : 
Primera,  obediencia  jurada  al  Supremo  Congreso 
y  al  Supremo  Director  por  la  Provincia  Oriental, 
entrando  ésta  en  la  unión  como  una  de  las  tantas 
provincias  que  la  formaban.  Segunda,  juramento 
de  la  independencia  nacional  proclamada  por  el 
Congreso  enarbo'.ando  el  pabellón  argentino  y  en- 
viando inmediatamente  diputados  al  Congreso  en 
razón  de  su  población.  Tercera,  envío  de  fuer- 
zas y  auxilios  para  la  defensa  y  para  la  gue- 
rra.   Otro    convenio     reservado     explicaba    el    ar- 


Y  LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  33/ 

ticiilo  tercero  y  determinaba  que  el  gobierno  argen- 
tino se  comprometía  á  mandar  con  toda  urgencia 
á  la  plaza  de  Montevideo  un  cuerpo  de  mil  hom- 
bres, 200  quintales  de  pólvora,  100,000  cartuchos, 
1. 000  fusiles,  8  cañones  de  bronce  de  calibre  mayor, 
y  seis  de  tren  volante,  con  lanchas  para  sacar  las 
familias  de  la  plaza  {í/). 

Difícil  es  dar  una  idea  del  alborozo,  de  la  ex- 
pansión y  de  las  manifestaciones  de  entusiasmo  en 
<|ue  la  ciudad  entera  prorrumpió  desde  que  se  supo 
el  resultado  de  la  negociación.  De  todos  los  cuar- 
teles y  de  todos  los  cafés  se  levantaron  al  aire  cen- 
tenares de  cohetes  voladores.  Las  salvas  de  artille- 
ría atronaban  el  aire.  Delante  de  todas  las  tiendas 
y  casas  particulares  se  arrojaban  millares  de  cohe- 
tes de  la  India.  Por  todos  los  suburbios  los  cívicos 
hacían  fuego  de  pólvora  con  sus  fusiles;  grupos 
de  mozos  alegres  de  la  clase  popular  cuajaban  las 
pulperías  de  mayor  crédito  en  los  barrios  del  Alto, 
de  la  Concepción,  de  Monserrat,  de  San  Nicolás  y 
del  Socorro  hablando  ya  de  ir  á  batirse  con  los  por- 
tugueses. En  los  cafés  más  aristocráticos  y  en  las 
plazas  se  organizaban  grupos  con  algunas  músi- 
cas y  banderas  cielo-blancas,  que  seguidos  de  un 
pueblo  inmenso  recorrían  las  calles  viveando  á  la 
patria,  al  gobierno,  á  los  orientales,  y  aún  al  mis- 
mo Artigas.  La  casa  del  señor  Riglos  en  que  se 
habían   alojado   los  comisionados   orientales   estaba 

(17)  En  el  mismo  día  8,  llenos  de  júbilo  y  satisfac- 
ción los  comisionados  daban  cuenta  á  Barreiro  del  éxito 
completo  de  su  encargo  y  de  esa  remesa  que  hemos  copiado 
textualmente  del  oficio  original,  y  que  se  inserta  en  la 
Colección  Lamas,  págs.  291  á  293. 

HIST.   DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO    VI. — 22 


^;^P>  I.A   INVASIÓN    PORTUGUESA,, 

materialmente  atestada  de  gentes  que  \enían  á  fe- 
licitarlos (i8). 

Ante  un  suceso  tan  inesperado  y  repentino,  la 
Crónica  Argentina  no  tenía  más  remedio  que  de- 
clamar al  unísono  del  pueblo  y  de  lo  que  en  aquel 
día  era  la  opinión  prevaleciente  (19). 

(18)  Alguien  le  dijo  á  Pueyrredón : — ¡Qué  bueno 
sería  tener  ahora  á  Borrego  ! — Realmente — contestó, — era 
el  hombre  para  Artigas :  el  diablo  se  lo  llevaba  á  uno  de 
los  dos. 

(19)  '"Hoy  ha  adquirido  inicra  vida  la  patria,  y  es 
muy  glorioso  para  el  gobierno  actual  haber  cortado  la  anar- 
quía que  irremisiblemente  hubiera  perdido  aquellos  va- 
liosos territorios  (de  la  Banda  Oriental) ...  El  peligro  co- 
mún es  el  mejor  cáustico  para  cortar  la  gangrena  políti- 
ca:  nada  hay  peor  que  la  dominación  extranjera;  ¡  y  qué 
dominación  !  ¡  ¡  ¡  Portuguesa  !  ! !  Que  sin  duda  es  peor  que 
la  española,  pues  son  sin  comparación  más  ignorantes, 
más  supersticiosos,  más  intolerantes,  y  por  eso  se  han  uni- 
do para  subyugarnos,  hombres  que  se  arrodillan  todavía 
delante  de  un  príncipe  como  si  fuera  la  Deidad ;  que 
sin  embargo  de  estar  bajo  la  tutoría  de  Inglaterra,  no  hat: 
podido  hacer  progreso  alguno  en  la  civilización  y  cultura 
de  las  costumbres :  que  son  verdugos  de  la  especie  huma- 
na ;  díganlo  los  millares  de  esclavos  que  gimen  en  su  do- 
minación con  vergüenza  de  la  ihumanidad.  Este  es  el  go- 
bierno que  a'hora  ha  armado  la  guerra  de  la  Santa  Cruzada 
para  hacer  cesar  la  anarquía  de  la  Banda  Oriental,  y  res- 
tablecer el  orden,  á  fin  de  que  la  revolución  no  cunda  en 
los  dominios  de  S.  M.  F.  A  la  verdad  que  la  empresa  es 
filantrópica...  pero  acuérdese  el  rey  Fidelísimo  que  es- 
tá en  un  hemisferio  donde  los  revés  no  se  miran  como 
deidades  á  quienes  toda  criatura  debe  adorar.  Y  vosotros, 
bravos  orientales,  deponed  esos  falsos  temores  que  son  el 
aliento  de  los  espíritus  turbulentos  que  viven  de  la  dis- 
cordia... el  amor  á  la  patria  es  el  vínculo  más  fuerte  de 
la  naturaleza. . .  Quieren  entregarnos  al  déspota  y  fanático 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS        339 

Había,  sin  embargo,  muchas  personas  de  gran- 
de criterio  y  talento  político,  que  miraban  como  un 
error  lamentable  y  de  funestísimas  consecuencias 
lo  que  el  gobierno  acababa  de  pactar  con  los  orien- 
tales. Para  ellos  (}-  tenían  razón)  Artigas  era  in- 
compatible con  toda  política  regular  que  propen- 
diera á  dar  cohesión  á  las  leyes  y  al  gobierno  de  la 
República ;  y  lamentaban  el  profundo  trastorno  de 
cosas  y  de  principios  que  debía  producir  una  alian- 
za como  esa,  propia  sólo  para  consagrar  el  imjDerio 
de  los  caudillos  y  el  mo^■imiento  subversivo  y  bru- 
tal de  las  masas  populares.  La  Crónica  decía  con 
este  motivo:  "Sería  muy  conveniente  que  esta  clase 
de  hombres  hiciese  un  parólelo  entre  su  sifiiación 
actual  y  ¡a  que  tenían  antes  de  los  trastornos  popu- 
lares: entre  sus  esperansas  presentes  y  las  que  po- 
dían formar  durante  el  sistema  espaíwl :  entre  lo 
que  el  país  exige  para  terminar  la  grande  obra  em- 
pegada, y  lo  que  sería  útil  en  el  curso  ordinario  de 
las  cosas.  Pensar  que  la  Revolución  debía  reducirse 
á  que  los  americanos  suplantasen  á  los  peninsula- 
res en  el  ejercicio  de  los  empleos,  é  imitarlos  en  su 
conducta;  pensar  que  verificado  ac¡uel  trastorno 
trascendental  al  interés,  al  brillo  y  comodidades  de 
muchas  familias  de  que  no  se  podía  desprender  el 
país,  era  dable  poner  un  punto  á  la  efervescencia 
popular  que  debía  provenir  de  aquella  grande  mu- 
tación; es  entregarse  á  un  campo  matizado  de  in- 
signes QUIMERAS  en  que  no  habitan  la  naturaleza 

Fernando,  el  patricida...  Xuestra  causa  tiene  muy  serias 
consecuencias :  y  puesto  que  él  honor  se  opone  á  toda  hu- 
millación, no  hay  más  que  ferro  riim penda  per  ostes  cst 
via". 


340  I.A    INVASIÓN    PORTUGUESA 

r.i  el  corazón  liuniano.  Tanta  locura  \'iene,  pues,  á 
ser  el  declamar  ahora  en  contra  de  la  Revolución. 
como  lo  es  el  declamar  contra  las  enfermedades  de 
los  hombres.  Después  de  grandes  desórdenes  y 
abusos,  el  cuerpo  político  viene  á  un  estado  con- 
vulso que  lo  lleva  á  la  salud,  ó  á  la  muerte;  v 
supuesta  la  existencia  de  aquellos  antecedentes,  esta 
crisis  es  natural  y  necesaria  en  uno  y  otro  caso. 
Pero  formar  una  Liga  contra  los  mismos  elemen- 
tos qite  deben  entrar  en  esta  operación  política  (ha- 
blamos de  las  virtudes  republicanas)  y  empeñar- 
se en  aparecer  cortesanos,  importa  tanto  como  arre- 
batar al  nuevo  edificio  de  sus  cimientos,  y  Cjuererlo 
transportar  de  golpe  donde  no  los  tuviese.  .  ."  (20). 

(20)  Está  aquí  tan  evidente  la  mano  de  don  ^^lanuei 
Moreno,  que  para  tocarla  no  tenemos  más  que  reparar 
las  palabras  que  hemos  subrayado  y  que  son  trasunto 
textual  de  las  que  su  hermano  don  Mariano  esculpía,  di- 
remos así,  con  estilete  de  acero  en  la  Gaceta  de  1810: 
'"Algunos,  transportados  de  alegría  por  ver  la  adminis- 
tración pública  en  manos  patriotas  cifran  la  felicidad  ge- 
neral en  la  circunstancia  de  que  los  hijos  del  país  ob- 
tengan los  empleos  de  que  antes  eran  excluidos.  Aunque 
laudables  estas  ideas  son  mezquinas  y  el  estrecho  círcu- 
lo que  los  contiene  podrá  alguna  vez  ser  tan  peligrosu 
al  bien  público  como  el  mismo  sistema  de  opresión  n 
que  se  oponen.  El  país  no  sería  menos  desgraciado  por 
ser  hijos  suyos  los  que  lo  gobernasen  mal  etc."  Como  se 
ve  la  Crónica  Argentina  es  aquí  el  comentario  de  la  Gaceta 
de  1810,  V  es  sabido  el  profundo  respeto,  la  veneración 
filial  con  que  don  Manuel  Moreno  reproducía  siempre  como 
texto  incontrovertible  cuanto  había  escrito  ó  dicho  su  ilus- 
tre hermano.  Por  lo  demás,  puede  tenerse  presente  que 
don  Pedro  Andrés  García,  hombre  competentísimo  en  la 
materia,  decía  que  Moreno  era  en  la  Crónica,  insuflado)- 
de!  massuna  Pasos   (Kanki)    y  el   autor  de  la  defensa  de 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  34 1 

El  Supremo  Director  estaba  también  inquieto. 
Por  momentos  le  venía  la  idea  de  que  los  sucesos  y 
la  presión  popular  lo  había  echado  en  una  aventura 
peligrosísima.  Cuanto  más  pensaba  más  difícil  se 
le  hacía  comprender  cómo  podría  formarse  comu- 
nidad de  miras  y  armonía  de  procederes,  con  un 
h.ombre  como  Artigas,  dado  el  estado  de  las  pro- 
vincias litorales  y  de  los  partidos  en  todas  las  otras. 
Caviloso  con  estas  dudas,  mandó  llamar  á  su  se- 
cretario de  gobierno.  Eran  las  diez  de  la  noche 
cuando  éste  llegó  á  la  Fortaleza  ó  casa  de  gobier- 
no. El  doctor  López  participaba  de  la  misma  situa- 
ción de  espíritu  en  que  se  hallaba  el  Director,  y  es- 
taba también  deseoso  de  oir  y  consultar  opiniones 
serias  que  pudiesen  contribuir  á  madurar  su  juicio 
sobre  la  situación.  Con  este  motivo,  hizo  nuevos 
empeños  á  fin  de  cpe  el  Director  restableciese  sus 
relaciones  con  el  doctor  Tagle,  y  le  consultase  in- 
mediatamente antes  de  comprometerse  en  ningún 
paso  definitivo  con  Portugal;  y  se  ofreció  á  ir  él 
mismo  á  traer  á  Tagle.  El  Director  consintió  en  oir 
al  menos  á  este  hombre  que  pasaba  por  agudo  y 
certero  en  sus  cálculos.  Media  hora  después  estaba 
el  doctor  Tagle  con  el  Director,  con  el  secretario  de 
Gobierno,  y  con  el  secretario  de  la  Guerra  coronel 

Pueyrredón  centra  el  Panfleto  de  Baltimore.  Hablando  de 
este  Pasos,  dice  con  toda  verdad:  "Es  un  desconocido,  un 
pobre  hombre  escasísimo  de  talentos,  y  que  en  los  periódi- 
cos que  ha  tenido  á  su  cargo  en  Buenos  Aires  no  ha  sido 
más  que  un  cañón  de  calibre  que  algunos  artilleros  carga- 
ban á  metralla  por  dispararlo :  quicá  en  todos  sus  papeles 
no  hay  veinte  líneas  escritas  por  él".  Folleto  de  1818,  es- 
crito por  don  Ignacio  Núñez. 


342  LA   INVASIÓN    PORTUGUESA 

don  Juan  Florencio  Terrada.  Tagle,  con  una  cal- 
ma prolija  y  con  un  excepticismo  inflexible,  declaró 
que  Artigas  no  podía  entrar  en  la  unión;  que  lo 
probable  era  que  guardaría  silencio  sobre  el  acuerdo 
de  reconciliación,  hasta  que  estuvieran  las  tropas 
argentinas  en  Montevideo  y  en  la  Banda  Oriental, 
con  todos  sus  pertrechos;  y  que  teniéndolas  enton- 
ces aisladas  y  comprometidas  volvería  á  sus  mis- 
mos procederes,  hasta  que  se  le  rindiesen,  y  hom- 
bres y  cosas  entrasen  á  su  servicio.  Según  esto, 
dijo,  que  el  Director  haría  mal  en  empezar  por  re- 
mitir auxilios  á  un  caudillo  pérfido  que  había  ya 
engañado  inicuamente  al  gobierno :  que  él  suspen- 
dería esos  envíos  en  su  caso,  publicaría  el  acuerdo 
y  mandaría  una  nueva  misión  al  general  portu- 
gués, comunicándole  que  la  Banda  Oriental  se  ha- 
bía reincorporado  á  las  Provincias  Unidas;  que 
había  cesado  por  consiguiente  el  motivo  de  la  in- 
vasión, y  que  era  llegado  el  caso  de  que  tuviese  to- 
da su  fuerza  antigua  el  tratado  de  1812,  cjue  el  mis- 
mo gobierno  portugués  tomaba  como  vigente  y 
obligatorio.  Mientras  tanto,  decía  el  doctor  Tagle, 
Artigas  tendrá  que  pronunciarse  sobre  el  acuerdo 
de  hoy  (8  de  diciembre),  tendrá  que  entregar  En- 
trerríos,  Corrientes  y  Santa  Fe,  á  los  intendentes  que 
nombre  el  gobierno :  halaremos  tomado  garantías  de 
cumplimiento  y  obediencia  antes  de  entrar  en  la 
guerra,  3'  podremos  tan  ¡bien  sugerirle  á  Lecor,  que, 
como  cláusula  de  paz  y  evacuación,  nos  pongamos 
de  acuerdo  para  que  Artigas  salga  del  territorio  ar- 
gentino. Si  Artigas  se  niega  nos  limitaremos  á  la 
neutralidad  armada,  y  esperaremos  sobre  esto  los 
resultados  del  «-eneral  San  Martín.  Si  Lecor  se  nie- 


Y  LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  343 

ga,  mandemos  una  misión  á  Río  Janeiro  con  las 
mismas  instrucciones,  para  dar  tiempo  á  que  la 
campaña  de  Chile  se  desenvuelva,  auxiliando  con 
armas  y  dinero  á  los  orientales  mientras  tratamos. 
Todo  lo  Cjue  no  sea  esto,  es  ciisartanios  en  las  astas 
ckl  toro,  sin  conservar  albedrío  para  manejar  des- 
pués nuestros  propios  recursos  ó  hacer  lo  que  nos 
convenga  entre  dos  enemigos,  de  los  cuales  el  peor 
es  el  que  nos  pide  que  le  salvemos  para  sacarnos 
los  ojos.  "Esta  es  mi  convicción,  señor  Director, 
de  hace  mucho  tiempo". 

El  Director  se  ratificó  por  consiguiente  en  sus 
previsiones,  y  ordenó  al  secretario  doctor  López 
que  llamase  ]X)r  la  mañana  siguiente  á  los  comisio- 
nados orientales,  que  les  impusiese  francamente  de 
todo  lo  que  habían  meditado  y  resuelto,  sin  men- 
cionar al  doctor  Tagle  porque  por  ahora  era  inútil. 
Los  comisarios  oyeron  todo.  Xadie  mejor  que  ellos 
sabía  las  miserables  condiciones  de  la  Banda  Orien- 
tal bajo  la  férula  de  Artigas;  y  nadie  más  que  ellos 
ansiaba  por  verla  libre  de  este  bárbaro  atroz.  Con- 
vinieron en  que  el  gobierno  argentino  tenía  plena 
razón  en  sus  temores  y  precauciones;  pero  insistie- 
ron vivamente  en  que  al  menos  las  armas,  los  per- 
trechos y  una  pequeña  guarnición,  se  enviasen  con 
urgencia.  Se  accedió  á  esto,  y  los  comisionados 
acordaron  dar  cuenta  al  delegado.  Convenido  así, 
se  formó  nuevo  consejo  de  corporaciones,  para  pro- 
poner la  misión  diplomcitica  previa  á  la  declaración 
de  guerra  y  á  la  responsabilidad  de  las  operacio- 
nes. "Después  de  nuestras  últimas  notas  (le  decían 
los  comisionados  al  delegado )  hemos  sido  convo- 
cados á  nuevas  sesiones  con  Su  Excelencia  el  Di- 


344  I' A   INVASIÓN    rORTc'GUESA 

rector  del  Estado  y  principales  corporaciones  sobre 
el  interesante  punto  de  declarar  la  guerra  á  los  por- 
tugueses. .  .  Se  ha  discutido  mucho  la  materia.  .  .  y 
como  de  hecho  están  abiertas  las  hostilidades  por 
los  auxilios  y  fuerzas  que  se  proveerán,  se  ha  re- 
suelto que  por  ahora  se  suspenda  la  declaración  y 
que  se  envíe  una  nueva  legación  al  general  Lecor 
instruyéndole,  etc.,  etc. .  .  . ,  ínterin  se  remite  una  em- 
bajada cerca  de  la  corte  del  Brasil.  .  .  bajo  el  supues- 
to de  que  esta  medida  sólo  es  adoptada  por  ver  si 
se  consigue  aletargar  al  enemigo,  y  tomarnos  tiem- 
po para  reforzar  con  desahogo  ese  punto.  .  .  pues  la 
guerra,  si  aquél  no  admite,  será  sobre  el  momento 
publicada  del  modo  más  solemne". 

Desde  este  momento,  como  se  comprenderá,  el 
doctor  Tagle  había  recuperado  todo  su  valimiento 
en  el  gabinete  argentino.  Se  le  llamaba  para  todo. 
El  doctor  López  insistía  per  retirarse,  puesto  que 
tenía  sucesor,  pero  el  Director  insistía  también  en 
que  el  cambio  no  debía  hacerse  hasta  que  no  que- 
dase en  claro  si  había  de  haber  guerra  ó  neutrali- 
dad con  los  portugueses :  guerra  ó  sumisión  de  par- 
te de  Artigas. 

Tagle  tenía  razón.  Comunicado  el  convenio  del 
8,  y  corrida  la  noticia  de  su  publicación.  Artigas  se 
entregó  como  un  demonio  al  enojo  y  á  la  ira;  man- 
dó que  en  Aíontevideo,  en  Entrerríos  y  en  todas 
sus  dependencias  fuese  quemado  en  las  plazas  el 
documento  con  un  bando  brutalmente  injurioso  con- 
tra el  Director  y  contra  los  porteños:  "Ninguna  con- 
testación hemos  recibido  de  Vuestra  Excelencia  en 
contestación  á  nuestros  pliegos  del  8  y  del  9  (decían 
con   fecha   19  de  diciembre  los  comisionados,   diri- 


Y  LOS  PARTIDOS   ARCxENTINOS  345 

giéndose  al  delegado),  no  obstante  que  somos  ins- 
truidos con  sorpresa  de  las  notables  ocn-rencias  que 
les  subsiguieron.  Vuestra  Excelencia  no  se  ha  dig- 
nado aprobar  el  acta  del  8.   Sin  cuestionar  si  esto 
es  con  razón  ó  sin  ella,  lo  que  toca  la  raya  de  lo  in- 
creíble es  que  Vuestra  Excelencia  pretenda  que  los 
comisionados  se  han   excedido.    Recuerde  Vuestra 
Excelencia  el   tenor   de   las   credenciales   con   que 
fuimos  habilitados,  y  las  instrucciones  verbales, 
y  \-erá  que  no  ha  podido  ser  más  ajustada  nuestra 
conducta.    Si    tan   criminal    imputación    hubiese    de 
servir  á  la  salvación  de  nuestra  patria,  la  soporta- 
ríamos con  virtud.  Pero  cuando  ella  labra  su  sepul- 
cro, excede  de  todo  punto  su  invención.  El  resulta- 
do de  estas  políticas  tramoyas  ha  venido  á  ser:  que 
en  este  mismo  dia  destinado  para  el  embarque  de 
las  primeras  tropas  (350  hombres),  y  en  la  víspera 
de  dar  la  vela  el  convoy,  se  hayan  recibido  los  plie- 
gos de  \^uestra  Excelencia  desaprobatorios  del  con- 
venio, con  otras  indicaciones  que  no  pudieron  me- 
nos c[ue  exaltar  los  áiiimos.  Sobre  el  momento  se 
expidieron  órdenes  para  suspender  el  embarque  de 
las  tropas,  y  retención  del  convoy,  y  convocada  nue- 
va Junta,  se  oyó  allí  al  intérprete  de  Vuestra  Exce- 
lencia don  Victorio  García  Zúñiga;  y  con  ellos  y 
con  los  pareceres  de  los  Aocales  quedó  resuelto  no 
prestar  el  menor  auxilio  sin  que  antes  fuese  sancio- 
nado el  convenio.  .  .  Todo  ha  sufrido,  pues,  el  ma- 
yor trastorno  en  un  momento;  y  ac[uel  placer  gene- 
ral que  reinaba  en  todos,  y  de  mil  modos  se  pro- 
curaba insinuar,   se  ha  convertido  súbitamente    en 
FUROR  y  EN  UN  Encono  inapagable".  Y  así  era  en 
efecto :  la  reacción  se  había  producido.   El  patrio- 


34^  LA   INVASIÓN    PORTUGUESA 

lisnio  de  los  porteños,  siempre  instintivo  y  animo- 
so, que  lleno  de  entusiasmo  había  prorrumpido  en 
un  grito  espontáneo  de  guerra  contra  los  portugue- 
ses, chasqueado  ahora  por  la  conducta  enemiga  é 
intransigente  de  Artigas,  lo  maldecía  como  la  pie- 
dra del  escándalo  y  de  la  perdición  de  la  patria, 
conviniendo  en  que  lo  único  prudente  y  ventajoso, 
era  la  neutralidad  armada  y  la  expectativa.  El  Su- 
premo Director  había  conseguido,  pues,  restable- 
cer el  mérito  de  su  política  en  la  opinión  pública, 
al  mismo  tiempo  que  dejaba  en  el  mal  lado  á  los 
opositores,  sobre  quienes  podía  ahora  asentar  la 
mano  con  dureza,  seguro  de  que  no  estaban  al  lado 
del  l)uen  viento,  como  él.  "La  patria  iba  á  recibir 
nueva  vida  (decían  los  comisionados  al  terminar), 
pero  ésta  en  su  misma  cuna  desapareció,  y  de  nada 
somos  responsables  habiendo  procedido  por  mera 
comisión".  El  delegado  les  contestaba: — "Yo  he 
desaprobado  el  acta,  porque  he  debido  hacerlo.  No 
me  es  posible  comprender  cuál  de  mis  instruccio- 
nes, ó  de  los  poderes  conferidos  hayan  podido  in- 
fluir para  entrar  á  firmarlos.  Este  indulgente  Ca- 
bildo y  yo  tenemos  una  representación  subalterna; 
y  cualesquiera  que  fuesen  las  facultades  con  que  hu- 
biésemos investido  á  Vuestras  Señorías  nunca  po- 
dían tener  otro  carácter  que  ese.  .  .  Si  Vuestras  Se- 
ñorías se  hallan  convencidos  de  que  ese  Director 
no  procederá  á  auxiliarnos  sin  la  ratificación  del 
acta,  pueden  Vuestras  Señorías  dedicar  sus  esfuer- 
zos á  comprar  y  remitir  por  cuenta  de  esta  caja  500 
fusiles  por  lo  menos  y  cuanta  pólvora  y  fornituras 
puedan  hallar,  y  regresar  inmediatamente".  En 
cuanto  á  este  encargo  de  comprar  fusiles  y  pólvora, 


Y  LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  34" 

respondió  la  Comisión  que  no  omitir ia  diligencia 
alguna  para  desempeñarlo,  pero  agregaba  con  sor- 
na :  "Para  el  caso  de  hallarlos  se  hace  necesario  que 
\'uestra  Excelencia  ordene  lo  conveniente  para  el 
giro  de  los  libramientos  contra  la  caja  de  esa  pro- 
vincia, y  á  donde  deban  dirigirse".  En  cuanto  al 
regreso,  los  comisionados  habían  resuelto  no  po- 
nerse al  alcance  de  Artigas. 

Los  comisionados,  movidos  por  las  angustias 
del  patriotismo,  ocurrieron  de  nue\-o  al  Director 
para  que  al  menos  les  proporcionase  los  500  fusiles 
y  fornituras  de  que  necesitaba  Montevideo,  y  obtu- 
vieron que  á  pesar  de  todo  lo  que  habia  ocurrido, 
fuesen  remitidos  esos  auxilios  á  la  Colonia  para 
evitar  que  el  enemigo  los  apresase ;  y  no  sólo  esto 
hemos  conseguido  (dicen  en  su  nota  del  30  de  di- 
ciembre), "sino  que  partan  pasado  mañana  por  el 
Río  á  la  Purificación  y  de  allí  donde  se  encuentre 
nuestro  general,  los  señores  don  Marcos  Salcedo  y 
don  Victorio  García  Zúñiga  con  el  objeto  de  ha- 
cerle todavía  proposiciones  y  de  inclinar  su  ánimo 
á  una  transacción  de  las  desavenencias  sobre  bases 
adaptables  á  las  presentes  circunstancias'. 

]\le  ha  parecido  necesario  insistir  en  la  trans- 
cripción de  los  mismos  documentos  oficiales  para 
poner  en  toda  su  luz  esta  época  obscura  de  nuestra 
historia,  respecto  de  la  cual  corren,  acreditados  por 
las  injustas  y  mezquinas  pasiones  del  vulgo  y  del 
localismo,  errores  y  calumnias  que  no  pueden  sos- 
tener el  examen  de  una  crítica  sincera;  y  por  lo 
mismo  hemos  cuidado  en  dar  documentos  de  pura 
procedencia  oriental,  y  cjue  emanaron  además  de 
dos  hombres,  como  Duran  y  Giró,  superiores  á  todo 


348  T-^   INVASIÓN    PORTUGUESA 

reproche  y  á  toda  desconfianza.  Dirigiéndose  ellos 
al  mismo  Artigas,  le  hacían  presente  que  no  eran 
culpables  de  la  iniciativa  en  este  asunto,  pues  todos 
los  pasos  con  que  se  había  preparado  la  negocia- 
ción habían  procedido,  única  y  exclusivamente  del 
delegado  Barreiro :  "Reposábamos  tranquilos  en  el 
seno  de  nuestras  familias.  .  .  cuando  instruido  vues- 
tro delegado  de  los  desgraciados  eventos  de  noviem- 
bre, concibió  el  proyecto  de  mandarnos  en  diputa- 
ción á  Buenos  Aires.  .  .  Era  cosa  ardua;  así  es  que 
además  de  la  amplitud  de  nuestros  poderes,  quisi- 
mos recibir  explicaciones  iiiás  directas  de  boca  del 
mismo  delegado  vuestro  \'ice-Regente  (¡sic!)  en 
^íontevideo.  .  .  habiendo  pasado  él  mismo  á  nuestra 
habitación  y  habiéndosele  objetado  sobre  las  difi- 
cultades  del  allanamiento  de  Vuestra  Excelencia  á 

LOS    MISMOS    PACTOS    QUE   DESPUÉS   SE   ESTAMPARON 

en  el  acta  del  8  del  corriente,  fuimos  contestados  de 
hallarse  Vuestra  Excelencia  avenido  á  cualquiera 
partido,  por  duro  que  fuera,  con  tal  que  redi- 
miese la  plaza  de  caer  en  poder  de  los  portugueses, 
cuya  pérdida  se  tenía  por  inevitable". 

Los  comisionados  descubren  aquí  una  faz  im- 
portantísima de  la  situación;  y  es  la  desesperación 
en  que  Artigas  tenía  á  los  hombres  de  Montevideo 
y  de  los  demás  pueblos  orientales,  por  el  yugo  atroz 
(|ue  hacía  pesar  sobre  ellos.  Toda  la  juventud,  y 
con  ella  la  parte  culta  de  la  clase  militar,  procura- 
ban desde  entonces  levantarse  contra  el  caudillo,  y 
allanar  patrióticamente  con  esto  los  obstáculos  de 
la  reincorporación  argentina,  como  lo  tentaron  al- 
gún tiempo  después,  según  lo  veremos.  Muchos 
otros  vecinos,  sobre  todo  las  gentes  acomodadas  de 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS        349 

la  campaña,  igualmente  desesperados,  comenzaron 
á  entregarse  y  á  dar  también  sus  sen-icios  á  los  por- 
tugueses, cuyos  nombres  notorios  se  pueden  hoy 
verificar  en  documentos  públicos  (21).  Los  más  pa- 
triotas miraban,  pues,  hacia  el  lado  de  Buenos  Ai- 
res, como  era  natural ;  y  el  mismo  Barreiro  había 
comenzado  á  comprender  cjue  Artigas  era  incom- 
patible con  la  salvación  de  la  Banda  Oriental,  y 
que  era  preciso  librarse  de  él  entrando  en  la  unión 
argentina.  Así  es  que  los  comisionados  Duran  y 
Giró,  obrando  con  poca  consideración,  por  no  de- 
cir otra  cosa,  y  dejándose  llevar  de  su  despecho, 
descubrieron  en  su  nota  las  confidencias  que  les  hi- 
ciera Barreiro  mismo,  diciendo :  ''vSin  ser  del  caso 
referir  ahora  otras  Exposiciones  de  vuestro  dele- 
gado, poco  reverentes  á  lo  representación  de  Vues- 
tra Excelencia".  ¿Hicieron  mal?...  La  verdad  es 
que  con  ese  desahogo  pusieron  en  riesgo  la  vida  de 
Barreiro,  como  adelante  lo  veremos,  pero  no  falta- 
ron á  la  verdad,  sino  á  la  estricta  lealtad  que  mere- 
cía lo  que  entre  ellos  había  sido  reservado  y  confi- 
dencial. 

En  ese  mismo  papel  hacían  los  comisionados 
orientales  otra  gravísima  suposición,  que  acaso 
contenía  una  gran  verdad  dada  la  perfidia  de  Ba- 
rreiro y  de  los  picaros  que  actuaban  con  él.  "Pudie- 
ra acaso  decirse  que  al  habérsenos  prodigado  aque- 
llas amplias  facultades  no  había  sido  con  ánimo  se- 
rio y  formal  de  prestarse  á  lo  acordado,  sino  una 

(21)  ^Memoria  de  un  testigo  ocular,  etc.,  etc.,  sobre 
la  guerra  con  los  portugueses  y  con  Buenos  Aires,  de  181 1 
á  1819. — Colección  Lamas,  págs-  332  á  334. 


350  LA   INVASIÓN    PORTUGUESA 

mera  trama,  ó  más  bien  una  intriga,  para  con  ella 
hacer  esperanzar  demasiado  al  Director,  y  extraerle 
los  auxilios  de  que  carecía  la  plaza,  y  después  de 
haberlo  conseguido  verse  libre  del  compromiso  á 
trueque  de  cualquier  fruslería.  .  .  Sería  esta  la  felo- 
nía más  inaudita,  y  la  traición  más  remarcable  con- 
tra nuestras  personas,  pues  habiendo  de  ser  sacri- 
ficados al  último,  no  era  dable  sin  depravación  de 
las  intenciones  habernos  ingerido  en  la  trama  sin 
darnos  noticia  para  confesar  sin  rubor  nuestra  in- 
suficiencia para  manejos  á  que  no  estamos  acos- 
tumbrados"   (22). 

La  contestación  que  les  dio  Artigas  merece  con- 
signarse. ''Por  precisos  que  fuesen  los  momentos 
del  conflicto,  por  plenos  que  hayan  sido  los  pode- 
res, nunca  debieron  \'uestras  Señorías  creerse  bas- 
tante á  sellar  los  intereses  de  tantos  pueblos  sin  mi 
consentimiento .  .  .  ;  Era  dable  ni  decente  que  el  Su- 
premo Director  se  ocupase  en  otro  objeto  (?)  que 
el  de  franquear  auxilios  como  lo  exigía  el  apuro 
de  los  instantes?"  La  reflexión  es  verdaderamente 
digna  de  un  loco.  "Cualquiera  otro  resultado  (con- 
tinuaba diciendo)  era  impertinente  á  la  causa  co- 
mún. .  .  ¿Por  qué  se  pretende  acriminar  la  conducta 
de  mi  delegado,  siendo  tan  rastrera  la  de  ese  go- 
bierno?. .  .  El  acta  era  nula  sin  las  ratificaciones 
precisas.  .  .  y  la  rapidez  en  mandarla  imprimir  y  cir- 
cular sin  aquel  requisito,  era  ostentar  un  triunfo 
que  está  reservado  á  otros  afanes.  .  .  Wiestras  Seño- 
rías han  cesado  en  su  comisión,  y  si  les  place  pue- 
den retirarse  á  ^^íontevideo.  Allí  podrán  efectuarse 

(22)     Colección  Lamas,  (1849),  pág.  295. 


Y   LOS   PARTIDOS  ARGENTINOS  35 1 

las  justificaciones  competentes,  y  ojalá  que  los  re- 
sultados de  su  comisión  condigan  á  los  de  su 
conocida  Jionrade::".  Este  final  irónico  era  bastante 
significativo  para  los  infelices  comisionados.  El  ti- 
rano comprendia  bien  que  era  odiado ;  que  de  cerca 
ó  de  lejos,  la  negociación  liabia  tenido  por  mira  me- 
diata substraerse  á  su  dominio,  por  medio  de  fuer- 
zas argentinas  á  cuyo  alrededor  pudiesen  amparar- 
se y  obrar  los  patriotas;  y  esta  era  la  causa  princi- 
pal de  sus  enojos. 

A  la  noticia  de  haber  fracasado  la  negociación, 
la  Crónica  Argentina  levanta  el  grito  con  más  fu- 
ror, con  más  encono  y  con  más  audacia  que  antes. 
Al  Supremo  Director  le  dice  c|ue  es  un  apóstata  del 
patriotismo  y  los  juramentos  con  que  recibió  su 
puesto,  lo  llena  de  cargos  injuriosos,  y  lo  menos 
que  le  dice  es  c[ue  es  cómplice  de  los  portugueses, 
"esos  insensatos  concjuistadores  del  siglo  XIX  cuyas 
relaciones  con  España  y  sucesivas  miras  sobre  nues- 
tros pueblos  occidentales  son  tan  manifiestas  que 
aún  los  más  ignorantes  los  conocen".  Pensaba  el 
Supremo  Director  hacer  caso  omiso  de  estos  ata- 
ques y  dejar  que  su  propio  fuego  sirviese  de  des- 
ahogo á  sus  enemigos. 

Creia  cjue  con  la  expulsión  del  coronel  Dorrego 
habria  quedado  desarmado  é  impotente  el  partido 
revolucionario.  Pero  de  pronto,  sabe  cpe  el  orden 
estaba  en  grande  peligro,  que  seguían  afiliados  á 
la  conjuración  algunos  otros  hombres  de  cierta  im- 
portancia como  los  coroneles  Chiclana,  Valdenegro 
y  Pagóla  que  no  carecían  de  medios,  de  energía,  y 
que  estaban  también  en  el  equivocado  concepto  de 
creerse  populares  y  poderosos  en  uno  de  los  tercios 


352  LA   INVASIOV   PORTUGUESA 

t 

de  cívicos  de  la  capital,  compuesto  de  mozcs  ori- 
lleros y  "criollos"  entre  los  cuales  el  viejo  patriota 
Chiclana  se  tenía  por  patriarca.  Muy  pronto  se  im- 
puso de  que  la  supresión  de  Dorrego  había  sido 
motivo  para  que  los  demás  redoblasen  su  actividad 
y  apurasen  todos  los  medios  de  dar  el  golpe  con 
que  pensaban  volcar  al  gobierno.  El  comandante  de 
los  granaderos  de  infantería,  don  Celestino  Vidal, 
el  de  artilleros  don  Manuel  G.  Pinto,  el  de  caza- 
dores, el  teniente  coronel  Elizalde.  y  muchos  otros 
oficiales  advirtieron  al  Director  que  algunos  sar- 
gentos y  cabos  de  sus  respectivos  cuerpos  les  ha- 
bían declarado  Cjue  el  general  French  y  los  corone- 
les Pagóla  y  Valdenegro  habían  tratado  de  sobor- 
narlos para  que  insurreccionasen  sus  cuerpos,  ase- 
gurándoles que  serían  apoyados  por  el  levantamien- 
to en  masa  de  los  tercios  2.°  y  3.°  de  cívicos,  y  que 
que  por  lo  que  á  ellos  hacía  no  tenían  seguridad 
ninguna  de  su  tropa,  porque  esas  mismas  delacio- 
nes podían  ser  maniobras  subentendidas  para  ex- 
traviar las  sospechas.  Con  estas  advertencias  coin- 
cidía el  carácter  agresivo  é  insultante  que  había 
tomado  la  Crónica  Argentina  desde  que  se  había 
encargado  de  redactarla  don  Pedro  Agrelo,  habién- 
dose retirado,  según  se  decía,  don  Alanuel  Moreno. 
Para  colmo  de  desastres  y  de  alarmas,  llega  en 
esos  momentos  la  noticia  de  que  el  ejército  portu- 
gués al  mando  de  Lecor  había  entrado  en  la  plaza 
de  Montevideo,  y  cjuedaba  instalado  ya  en  el  domi- 
nio de  las  aguas  del  Plata.  Tratando  de  aprovechar 
la  furibunda  indignación  del  pueblo,  la  Crónica  Ar- 
gentina lanzó  al  momento  este  artículo:  ''Miraos, 
traidores,  en  este  espejo.   \^osotros   debéis  esperar 


Y  J^OS  PARTIDOS  ARGENTINOS  353 

el  castigo  que  merecen  vuestros  delitos.  La  patria 
es  inexorable  con  sus  hijos  pérfidos...  ¡Paisanos! 
Siete  mil  portugueses  vienen  á  fecundar  nuestros 
campos;  la  pólvora  y  la  sangre  son  un  excelente 
abono  para  la  tierra;  de  cada  bayoneta  saldrán  mi- 
llones de  aristas  de  trigo..."  En  esta  causa  "están 
unánimes  todos  los  hombres  á  excepción  de  aque- 
llos que  viendo  su  propia  ruina  inevitable,  quieren 
más  bien  perecer  en  el  naufragio  general  del  país 
que  exponerse  á  lo  que  por  sus  delitos  les  espera... 
á  estos  los  excluyo  porque  los  considero  como  ene- 
migos implacables" . 

El  II  de  febrero,  después  de  haber  recibido  en 
la  noche  anterior  las  últimas  correspondencias  del 
general  San  Martín  datadas  de  su  campamento  en 
marcha,  el  Director  convocó  urgentemente  un  gran 
consejo  secreto  de  gobierno.  Asistieron  á  él,  ade- 
más de  los  secretarios,  los  doctores  don  Manuel  An- 
tonio de  Castro,  don  José  Joaquín  Ruiz,  cura  de 
San  Nicolás,  dos  miembros  del  Cabildo,  Escalada 
y  Azcuénaga,  Anchorena  (Juan  José)  y  Anchoris, 
el  tribunal  de  apelaciones,  el  Cabildo  y  dos  miem- 
bros de  la  Junta  de  Observación,  y  una  comisión 
de  tres  miembros  del  Congreso  que  le  había  traído 
amplias  autorizaciones  para  proceder :  es  decir,  lo 
que  los  ingleses  llaman  ley  de  indemnidad.  El  Di- 
rector les  dio  cuenta  de  la  difícil  situación  en  que 
se  hallaban  los  negocios;  les  dijo  que  en  los  días 
anteriores  había  tenido  que  hacer  prender  á  los  co- 
roneles Pagóla  y  Valdenegro  y  al  capitán  Marino, 
porque  habían  sido  delatados  por  varios  sargentos 
de  la  guarnición  á  quienes  habían  visto  para  reali- 
zar un  movimiento  revolucionario,  y  dio  lectura  de 

HIST.    DE    La    REP.    ARCE-N'TIXA.    TOMO    VI. — 2^ 


354  LA    IXVASIOX    PORTUGUKSA 

algunas  piezas  justificati\as  que  complicaban  gra- 
vemente á  los  ciudadanos  Agrelo  y  Moreno,  al  ge- 
neral French  y  al  coronel  Chiclana.  A  lo  que  tuvi- 
mos por  informes  verbales  posteriores,  los  justifi- 
cativos se  reducían  á  denuncias  más  ó  menos  afir- 
mativas, bastante  probables,  y  á  la  confirmación 
vaga  que  estas  sospechas  recibían  de  la  notoria 
agitación  y  sordos  urmores  que  corrían  de  uno  á 
otro  extremo  de  la  ciudad.  Se  daba,  pues,  por  he- 
cho que  estaba  á  punto  de  estallar  un  gran  complot 
contra  el  gobierno,  cuyas  ramificaciones  y  fuerzas 
efectivas   se   ignoraba. 

Todos  sabemos  hoy  lo  que  son  estas  situacio- 
nes. El  despecho  de  los  partidos  se  atribuye  á  sí 
propio  intenciones  y  medios  de  que  carece;  se  jacta 
en  secreto  de  su  poder;  derrumba  á  cada  instante 
el  poder  cuya  existencia  le  irrita,  y  se  calumnia  in- 
conscientemente. 

Sus  enemigos,  si  las  circunstancias  son  inquie- 
tantes, se  alarman ;  el  peligro  es  anónimo  y  subte- 
rráneo; se  trata  de  adelantarse  de  mano  á  una  sor- 
presa y  de  prevenir  un  golpe  premeditado  como  si 
ya  fuese  un  atentado  que  requiriese  un  severo  cas- 
tigo. Visto  así  el  caso  por  la  reunión,  y  tomados  en 
consideración  los  momentos  difíciles  en  que  se  ha- 
llaba el  país,  todos  los  que  la  componían  estuvieron 
de  acuerdo  en  que  el  Director  debía  prender  y  de- 
portar á  los  acusados,  con  urgencia  y  con  rigor, 
para  desarmar  y  atemorizar  á  los  cómplices  ocul- 
tos ó  menos  importantes,  que  se  les  suponían  ó  que 
en  efecto  tuvieran  en  los  cuerpos  armados. 

A  las  dos  de  la  tarde  del  mismo  día  eran  lleva- 
dos á  prisión  y  embarcados.   Moreno,  Agrelo,   Pa- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  355 

sos-Kanki,  French,  Chiclana,  Pagóla,  Valdenegro, 
Marino,  etc.  El  bergantín  Belén  los  condujo  á  Mar- 
tín García ;  á  los  dos  días  fueron  llevados  de  allí  á 
la  Punta  del  Indio,  donde  se  trasbordaron  á  un 
ciittcr  inglés  llamado  Hcro  que  los  condujo  á  los 
Estados  Unidos. 

El  Director  publicó  en  la  Gaceta  del  15  otro 
MANIFIESTO  sobre  este  suceso.  Se  lamentaba  en  él 
de  la  necesidad  en  que  su  posición  le  había  puesto 
de  adoptar  medidas  tan  estrepitosas.  Hacía  mérito 
de  los  esfuerzos  cjue  había  hecho  por  reconciliar 
con  él  á  sus  enemigos,  de  una  manera  preferente, 
"porque  cabalmente  á  ellos  era  á  quienes  había  que- 
rido dar  pruebas  menos  equívocas  de  su  disposi- 
ción á  la  concordia" ;  pero  la  experiencia  le  había 
sido  contraria :  "En  estos  desgraciados  tiempos  es 
peligrosa  tanta  delicadeza;  el  odio  privado  encuen- 
tra placer  en  quitar  al  que  aborrece  hasta  la  ocasión 
de  ejercitar  las  ^■irtudes.  El  genio  de  la  patria  hace 
que  en  los  países  constituidos  sea  respetable  la  au- 
toridad ;  pero  en  los  pueblos  agitados  como  el  nues- 
tro, los  hábitos  de  insubordinación,  la  enemistad, 
la  ambición,  la  envidia  y  la  licencia,  se  revelan  con- 
tra a([uel  mismo  genio:  se  disfrazan  con  la  más- 
cara del  celo,  y  se  conjuran  á  minar  los  fundamen- 
tos del  gobierno.  De  nada  hablo  QuE  no  sEa  noto- 
rio con  una  grande  publicidad.  Cada  ciudadano  de 
los  menos  relacionados  y  mezclados  en  los  negocios 
públicíjs,  es  testigo  de  que  se  espera  una  revolución 
de  día  en  día  contra  el  gobierno,  y  que  en  cada  ma- 
ñana se  extraña  no  verla  realizada.  Desde  la  plaza 
pública  hasta  los  más  distantes  puntos  de  la  cam- 
paña se  repite  el  eco  de  una  revolución  próxima : 


356  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

se  designan  personas  para  \íctimas,  se  señalan  me- 
dios, se  alegan  causas,  se  proponen  designios,  eje- 
cuciones y  venganzas.  Los  papeles  públicos  ocul- 
tan con  más  ó  menos  sagacidad  el  veneno  de  la 
maledicencia,  y  mil  agentes  de  la  discordia  y  del 
desorden  se  encargan  de  hacer  de  palabra  las  expli- 
caciones odiosas  que  sus  autores  interpretan  en  sen- 
tido inocente.  .  .  Ellos  propagan  la  idea  de  que  el 
gobierno  está  complicado  en  planes  de  perfidia  y 
traición,  confabulado  con  los  portugueses  para  ven- 
der el  país,  y  que  es  preciso  sacrificarlo  todo  para 
destronar  una  administración  indolente  y  pérfida.  .  . 
El  gobierno,  que  sabía  paso  por  paso  las  maquina- 
ciones que  se  fraguaban,  estaba  seguro  de  que  po- 
día contenerlas ...  ha  esperado  día  por  día  ver  abor- 
tar los  más  negros  designios,  y  el  pueblo  no  puede 
imaginarse  cuanto  trastorno  ha  causado  semejante 
expectativa  en  la  dirección  del  principal  asunto 
que  ocupa  hoy  nuestra  atención :  la  invasión  de  los 
portugueses".  Protestaba  el  Director,  con  este  mo- 
tivo, contra  la  iniquidad  que  se  cometía  con  él  pre- 
sentándole como  un  traidor  pérfido  á  los  sagrados 
derechos  del  país,  y  llamaba  la  atención  pública  so- 
bre las  operaciones  delicadísiinas  que  la  cuestión 
portuguesa  requería,  imposibles  de  lograr  si  el  go- 
bierno se  veía  asaltado  por  los  perturbadores  del  or- 
den y  privado  de  tranquilidad  para  expedirse.  "Os 
puedo  asegurar  que  en  estos  mismos  días  he  expe- 
rimentado con  armagura  de  mi  alma  las  consecuen- 
cias funestas  de  estos  obstáculos" ;  y  agregaba  que 
había  tenido  tentaciones  de  abandonar  el  gobierno 
y  el  país,  habiéndole  detenido  sólo  los  graves  com- 
promisos que  pesaban  sobre  él. 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  35/ 

El  negocio  reser\-ado  á  que  el  Supremo  Direc- 
tor se  refería  era,  en  efecto,  de  muchísima  impor- 
tancia entonces,  en  el  sentido  militar;  y  hoy  la  con- 
serva en  el  sentido  histórico,  porcjue  es  el  más 
grande  y  el  más  concluyente  testimonio  c[ue  pode- 
mos invocar,  para  justificar  cuanto  hemos  dicho 
sobre  la  índole  y  las  perversidades  con  que  Artigas 
provocaba  el  odio  de  la  clase  culta  y  honorable  de 
la  Banda  Oriental.  El  coronel  don  Rufino  Bauza, 
honorable  militar,  mandaba  á  la  sazón  un  regi- 
miento de  600  hombres  llamado  Libertos  ó  Caza- 
dores de  Montevideo,  que  Artigas  había  llamado  á 
campaña  y  agregado  á  la  división  de  Otorguez. 
Eran  capitanes  y  oficiales  de  ese  cuerpo  jóvenes  de 
la  primera  distinción  y  rango  de  familia  de  la  ciu- 
dad de  Alontevideo :  don  Manuel  Oribe,  y  su  her- 
mano don  Ignacio  Oribe,  don  Gabriel  \>lazco,  don 
Carlos  San  Vicente,  don  \^ictorino  Monjaime,  don 
Atanasio  Lapido  y  varios  otros  de  igual  clase,  á 
términos  c[ue  puede  decirse  c[ue  allí  estaba  la  no- 
bleza y  el  porvenir  del  Estado  Oriental,  como  es 
notorio  en  aquel  país. 

"No  queriendo  ellos  servir  (son  sus  palabras)  á 
las  órdenes  de  Artigas,  á  quien  miraban  como  un 
tirano,  que  si  llegaba  á  ser  vencedor  reduciría  su 
país  íí  la  más  feroz  barbarie,  y  cjue  si  era  vencido  lo 
dejaría  en  manos  de  los  extranjeros,  creían  que  nin- 
gún patriota  honrado  debía  sujetarse  á  semejante 
hombre,  antes  bien  echar  mano  del  último  recurso 
que  le  quedara  contra  él  para  salvar  su  honra  y  su 
decoro".  Este  último  recurso  que  querían  tentar  es- 
tos oficiales,  era  sublevar  su  cuerpo  y  trasladarlo  á 
Buenos   Aires   con   todo   su  personal  y  armas.   La 


358  LA    INVASIÓN    PORTUGUESA 

cosa  no  era  pusil)le  síikj  de  nn  solo  mijdo :  haciendo 
un  conxenio  secreto  con  los  portugueses  que  ocu- 
paban á  ^Montevideo  para  que  el  cuerpo  de  libertos 
fuese  recibido  en  la  plaza  bajo  un  solemne  compro- 
miso de  trasladarlo  inmediatamente  á  Buenos  Ai- 
res.  Pueyrredón  tuvo  que  negarse  con  dolor  á  las 
indicaciones  que  le    hicieron  estos  oficiales  para  que 
entablase  y  concluyese  la  negociación  con  el  gene- 
ral portugués.   Temió   que   si   venía  cualquiera  es- 
torbo,  cualquiera   contingencia    (y   aun   cuando  no 
viniera   ninguna)    la   oposición   lo   presentase   bajo 
los  feos  colores  de  un  traidor  que  hacía  desertar  los 
cuerpos  orientales  para  que  se  refugiasen  en  la  plaza 
ocupada  por  los  enemigos.   No  podía  tampoco  re- 
husar el  servicio  que  le  pedían  jóvenes  tan  patrio- 
tas y   de   tanta   importancia  para  la  guerra,   dado 
caso  que  se  hiciese  indispensable,  exponiéndolos  á 
una  catástrofe,  3^  fué  necesario  valerse  de  agentes 
secretos  cuya  posición  subalterna  cubría  las  respon- 
sabilidades del  gobierno  para  llevar  á  buen  fin  el 
delicado  asunto.   "Se  puso  en  ejercicio  la  persua- 
sión y  la  seducción  también  cuando  el   cuerpo   se 
halló  dentro  de  la  plaza  para  que  los  oficiales  y  los 
soldados  desistiesen  de  su  propósito  de  trasladarse 
á  Buenos  Aires,  quedándose  en  su  país,  ya   fuese 
al  servicio  de  nuestras  armas  (habla  un  brasileño), 
ya  bien  garantidos  como  simples  particulares;  pero 
la  pertinacia  de  don  ^lanuel  Oribe,  mozo  de  un  ca- 
rácter hnpcrioso  y  ardiente,   frustró  todos  los  me- 
dios;   y    se    le    dio    el    transporte    convenido,    aun- 
que con  la  pérdida  de  algunas  plazas .  .  .    Esto  bien 
dio  á  conocer  que  entre  los  orientales  y  el  gobierno 
de  Buenos  .\ires  había  ideas   futuras  de  restaura- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  359 

cióii.  pues  en  su  ánimo  todos  aquellos  individuos 
se  tenian  por  compatriotas  con  los  naturales  de  Bue- 
nos Aires". 

Este  era  el  negocio  que  el  Supremo  Director  se 
lamentaba  de  no  haber  podido  tratar  con  toda  efi- 
cacia, pues  cuando  él  publicaba  el  manifiesto  que 
acabamos  de  transcribir,  el  resultado  era  todavía  un 
problema,  y  el  conflicto  de  salvar  ó  de  dejar  perdi- 
dos á  los  orientales  del  cuerpo  de  libertos  pesaba 
de  una  manera  cruel  sobre  el  ánimo  de  los  que  es- 
taban en  tan  delicado  como  difícil  secreto.  Según 
aseguraba  el  señor  Pueyrredón,  este  asunto,  y  los 
otros  muchos  de  su  género  que  podrían  surgir,  era 
uno  de  los  motivos  más  influyentes  que  lo  habían 
decidido  á  suspender  la  libertad  de  imprenta  y  á 
escarmentar  á  los  que  especulaban  con  la  idea  de 
hacer  una  revolución.  Estaba  decidido  á  emprender 
la  guerra  contra  los  portugueses  si  la  expedición 
de  Chile  tenia  buen  resultado ;  pero  quería  hacer 
esa  guerra  sin  Artigas  y  contra  Artigas,  manio- 
Ijrando  de  manera  que  desengañados  los  orienta- 
les de  la  feroz  barbarie  de  ese  caudillo,  como  decían 
los  oficiales  del  cuerpo  de  libertos,  hiciesen  la  mis- 
ma evolución  que  éstos,  entrando  en  la  fraternal 
cohesión  de  los  grandes  elementos  con  que  el  go- 
bierno argentino  creía  que  podría  obrar,  si  triun- 
faba el  general  San  ^lartín  en  Chile. 

"El  Supremo  Director  no  carece  de  medios  para 
observar  y  hacer  observar  los  menores  pasos  de  los 
malvados,  ó  ilusos  que  atentan  contra  el  orden, 
cualesquiera  que  sean  su  origen  y  relaciones  pri- 
vadas ó  públicas.  Tiene  acordadas  todas  las  medi- 
das que  cree  necesarias  para  la  defensa  del  país; 


360  LA    IX\ASir)X    PORTUGUKSA 

pero  se  guardarán   muy   bicji   de  anticiparlas  á  los 
invasores". 

En  su  manifiesto  el  Supremo  Director  era  más 
explícito :  "Grandes  peligros  nos  amenazan  y  un 
vasto  campo  se  ofrece  para  emplear  el  \alor  y  la 
constancia  con  gloria.  Los  portugueses  no  desean 
la  guerra,  quisieran  que  las  Provincias  Unidas  fue- 
sen indiferentes  en  medio  de  la  agresión  hecha  á 
una  parte  de  su  territorio;  pero  la  guerra  será  inevi- 
table SI  MUY  EN  BREVE  no  Satisfacen  al  gobierno 
sobre  sus  miras;  y  si  la  incursión  de  tropas  extran- 
jeras, más  peligrosas  que  otras  algunas  por  ser  ve- 
cinas, no  se  demuestra  compatible  con  nuestra  li- 
bertad absoluta  y  con  nuestra  independencia".  Se 
ve  bien  que  temiendo  el  Director  el  caso  de  algún 
contratiempo  en  Chile,  quería  dejar  abierta  una 
válvula  de  salvación  contra  España,  por  el  lado  del 
Río  de  la  Plata,  y  que  contaba  con  que  los  portu- 
gueses, por  el  interés  de  la  conquista  oriental,  fuesen 
el  primer  obstáculo  contra  la  expedición  marítima 
que  se  organizaba  en  Cádiz.  "Ningún  tratado  defi- 
nitivo (seguía  diciendo  el  manifiesto)  se  hará  con 
los  portugueses  sin  vuestro  conocimiento.  Ejército 
portugués  ó  de  cualquiera  otra  nación  no  pisará 
ningún  punto  de  esta  banda  sin  que  encuentre  la 
más  vigorosa  resistencia.  Se  llevará  la  guerra  á  la 
misma  Banda  Oriental,  se  arrojará  á  los  extranje- 
ros de  aquellos  campos  y  de  los  pueblos  que  ocu- 
pan; y  ESTO  SERA  MUY  PRONTO,  sí  no  somos  con- 
vencidos plenamente  de  que  lo  contrario  es  lo  que 
conviene  á  nuestro  interés  y  á  nuestra  gloria".  Se 
comprende  que  las  miradas  ansiosas  del  gobierno 
estaban  tendidas  hacia  los  sucesos,  ignorados  toda- 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  36 1 

vía.    que   estaban   desenvolviéndose  ya   en   Chile,   y 
hacia  la  necesidad  de  procurarse  contra  la  expedi- 
ción   de    Cádiz    un    parapeto    portugués,    que,    por 
odiado   que    fuese,    era   necesario   en   aquellos   mo- 
mentos de  tan  inquieta  expectativa.   "Tales  son  las 
disposiciones  del  gobierno,  tales  los  motivos  de  su 
conducta  pública  y  tales  los  que  le  han  decidido  á 
decretar  la  desgracia  que  han  atraído  sobre  sí  los 
más  culpables  de  los  perturbadores.  .  .  El  orden  está 
restablecido.  .  .    Yo  ofrezco  segunda  vez  echar  un 
velo   sobre   todo   lo  pasado.  .  .    \"amos   á  salvar   la 
patria  que  está  amenazada  de  inminentes  peligros.  .  . 
Una   revolución   más,   conduciría  nuestro   estado   á 
la  barbarie".  Y  en  efecto,  si  la  pasajera  barbarie  del 
año  1820  se  hubiera  adelantado  cuatro  años,  nues- 
tra pérdida  era  irremediable,  si  es  que  fuese  posi- 
l)le  hacer  conjeturas  racionales  sobre  cosas  que  no 
han  sucedido.  El  Director  aseguraba  que  no  había 
tocado  con  su  castigo  sino  á  los  inaqu'uiadorcs  más 
despechados  y  peligrosos:  se  mostraba  informadí- 
sinio  y  convencido  de  que  no  perdonaban  ocasión 
de  tentar,  de  seducir  y  de  corromper  á  los  jefes  y  á 
los  subalternos  de  la  luilicia,  y  hasta  los  ciudadanos 
particulares  para  ejecutqr  sus  obscuros  proyectos. 
Decía  también  que  al  imponer  ese  castigo  había  ce- 
rrado los  ojos  sobre  una  infinidad  de  cómplices  su- 
balternos y  alucinados  "que  habían  entrado  en  este 
complot  de  hundir  al  Estado  en  los  horrores  de  la 
anarquía,  siguiendo  el  estandarte  de  los  que  hacían 
cabeza.  Yo  lo  sé,  y  vosotros  mismos  sabéis  que  no 
lo  ignoro.  .  .  Si  se  levantaran  procesos  para  esclare- 
cerlo, sería  imposible  evitar  el  cumplimiento  de  las 
leyes,  y  tener  que  perseguir  con  ellas  á  ciudadanos 
meritorios  por  sus  servicios". 


3^^^  I-A    IWASIOX    PORTUGUESA 

Al  tener  conocimiento  cíe  estos  sucesos,  el  se- 
ñor García  escribía  al  señor  Pueyrredón  en  estos 
términos:  "Las  Gacetas  y  las  cartas  particulares 
de  esa  me  han  dado  bastante  luz  para  conocer  el 
estado  de  la  opinión  y  de  las  pasiones  en  esa  ciu- 
dad, y  por  ellas  he  venido  igualmente  en  conoci- 
miento de  la  destreza  y  sagacidad  que  le  ha  sido  á 
usted  necesaria  para  librar  al  país  de  un  compro- 
miso fatal.  Felicito  á  usted  por  ello  con  todo  mi- 
corazón;  pero  me  parece  que  para  desarmar  á  los 
que  trabajan  sin  cesar  por  novedades;  que  para  ex- 
tirpar las  infernales  montoneras  y  para  convertir 
libremente  todas  las  fuerzas  contra  el  enemigo  que 
se  adelanta,  es  indispensable  convencer  al  pueblo 
y  hacerle  ver  con  evidencia  que  los  portugueses  no 
van  de  acuerdo  con  España.  Piense  usted  en  esto 
.y  exijan  formalmente  á  esta  corte  las  pruebas  que 
le  parezcan  suficientes". 

Bien  lejos  estaba  el  señor  Pueyrredón  de  com- 
prometerse más  aceptando  tan  peligroso  consejo. 
El  sabía  que  á  los  partidos  se  les  puede  reprimir,  ó 
derrotar,  pero  no  se  les  puede  convencer.  De  oírlo, 
él  no  estaba  tranquilo  tampoco  respecto  de  las  in- 
tenciones del  gabinete  portugués ;  ó  si  lo  estaba, 
convenía  á  su  política  manifestarse  alarmado,  y  aun 
adelantar  dudas  de  la  sinceridad  ó  del  criterio  del 
mismo  señor  García,  para  eximirse  de  acentuar  opi- 
niones en  uno  ó  en  otro  sentido.  Entre  tanto  dejaba 
obrar  libremente  al  comisionado  sin  retirarle  sus 
poderes,  sin  darle  instrucciones,  pero  sin  proteger- 
lo de  las  iras  y  de  las  calumnias  que  pesaban  so- 
bre él. 

Los  desterrados  contestaron  desde  Baltimore  al 


Y  LOS  PARTIDOS  ARGENTINOS  363 

manifiesto  del  Supremo  Director.  En  el  estado  na- 
tural de  su  espíritu  no  puede  extrañarse,  ni  repro- 
chárseles, el  tono  acerbo  y  los  conceptos  destem- 
plados en  que  lo  hicieron.  Apelaron  á  las  injurias 
y  á  los  cargos  más  virulentos  contra  la  persona,  el 
origen  de  la  familia,  el  casamiento,  las  costumbres, 
los  actos  personales  del  Director,  clasificándolo  co- 
mo un  hombre  excepcional  en  el  crimen  y  en  la  ti- 
ranía con  cuanto  tiene  el  vocabulario  de  más  apa- 
sionado y  de  más  fuerte  en  los  tintes  del  estilo. 
Este  contramanifiesto,  escrito  por  el  abogado  Agre- 
lo.  es  un  papel  que  hoy  carece  de  valor  político  ó 
histórico;  y  si  se  prescinde  de  las  injurias  perso- 
nales dirigidas  al  Director  y  á  su  secretario  de  go- 
bierno, propias  del  estado  de  irritación,  quizá  jus- 
tificado, en  que  debían  hallarse  los  que  lo  escribie- 
ron, se  reduce  á  insistir  en  las  traiciones  del  Direc- 
tor y  en  las  connivencias  de  su  gobierno  con  la  in- 
vasión portuguesa,  atribuyéndole  el  propósito  de 
vender  el  país  á  un  déspota  extranjero.  Convienen, 
sin  embargo,  en  que  cuando  fueron  deportados  eran 
miembros  y  centro  de  un  complot  revolucionario, 
que  esperan  que  habrá  ya  estallado  en  el  momento 
en  que  escriben:  "El  sabe  (el  Director)  que  su  nom- 
bre es  detestado  en  todo  el  país,  y  que  jamás  en 
ninguna  otra  época  ha  habido  tanto  descontento ; 
(jue  los  pueblos  corren  todos  los  días  á  las  armas 
para  derrumbar  su  poder,  y  que  en  esa  misma  ciu- 
dad, oprimida  por  los  soldados  venales  que  ha  ga- 
nado Buenos  Aires,  circula  secretamente  el  justo 
desprecio  y  abominación  que  se  merece  su  persona. 
Bra,  pues,  palpable,  ó  debía  serlo,  que  se  esperaba 
una  revolución  ó  propiamente  un  cambianiiento  que 


364  LA    INVASIÓN    POKTUGUIiSA 

trajese  á  ese  déspota  y  traidor  al  condigne  castigo 
de  sus  delitos".  Pero  al  mismo  tiempo,  sin  negar 
su  participación  en  estos  conatos,  ponen  toda  la 
fuerza  de  su  justicia  en  que  no  se  habrán  encontra- 
do pruebas  contra  ellos,  y  en  que  se  les  ha  forma- 
do causa  sin  descargos  ni  defensa,  en  lo  que  tenían 
sin  duda  evidente  justicia  contra  la  razón  de  Estado 
alegada  por  el  Director.  "¿Acaso  somos  criminales 
en  conocer  lo  que  el  mismo  conoce,  que  se  apetecía 
su  caída?  ¿Qué  delito  es  el  nuestro  si  como  uno  de 
tantos  y  á  vista  de  datos  que  sólo  están  al  alcance 
de  todos,  hemos  creído  como  ellos,  que  el  gobierno 
estaba  implicado  en  planes  de  perfidia  y  de  trai- 
ción, y  que  había  llamado  y  rogado  á  los  portugue- 
ses que  invadiesen  el  territorio?...  ¡Se  esperaba 
una  revolución ! .  .  .  Es  cierto ;  y  acaso  en  estos  mo- 
mentos Pueyrredón  ha  aparecido  ya  ante  el  tribu- 
nal incorrupto  de  la  nación,  y  satisfecho  con  su  ca- 
beza á  la  venganza  de  las  leyes,  tal  evento  era 

ANUNCIADO  POR  TODOS  Y  NOTORIO  A  TODOS  ; .  .  .    pero 

esta  notoriedad  no  basta  para  castigar  á  cualquiera 
si  no  ha  sido  probado  que  es  este  el  autor  y  senten- 
ciado como  tal.  .  .  La  conjuración  existía,  y  nosotros 
somos  inocentes  ante  la  ley  por  no  habérsenos  ven- 
cido en  juicio.  Desde  el  tiempo  de  Alvear  se  formó 
el  infernal  proyecto  de  postrar  la  revolución  á  los 
pies  del  rey  del  Brasil ;  este  plan  ha  seguido  con 
más  ó  menos  descaro  por  las  épocas  sucesivas  hasta 
el  actual  Pueyrredón,  y  ha  habido  concordatos  y 
mutuas  promesas  entre  los  agentes  de  aquel  prín- 
cipe }"  nuestros  ministros". 

Está,  pues,  demostrado  que  había  una  conspi- 
ración próxima  á  estallar,  porque,  como  dicen  los 


J 


Y  I,OS  PARTIDOS  ARGENTINOS  365 

juristas,  la  confesión  de  parte  releva  de  más  prue- 
bas. Por  consiguiente,  aunque  el  proceder  del  Su- 
premo Director  hubiese  sido  violento  y  arbitrario, 
ó  de  mal  carácter  para  servir  de  precedente  en  go- 
biernos libres,  lo  que  lo  justifica  es  que  no  lo  em- 
pleó en  servicio  de  su  ambición  ni  de  su  predomi- 
nio personal,  sino  para  salvar  á  tiempo  el  orden  pú- 
blico :  quedar  en  actitud  de  expedicionar  sobre  Chi- 
le, y  poder  adoptar  una  política,  propia  entre  la  bar- 
barie oriental  y  la  invasión  portuguesa.  Desde  el 
honorable  retiro  en  que  acabó  sus  días,  bien  podría 
responder  á  sus  detractores  como  Escipión :  "En 
tal  día  como  hoy  salvé  la  patria :  Aamos  al  templo 
á  dar  sfracias  á  los  dioses". 


CAPITULO  MI 

LOS   DOS    PR0TAG0XISTA5    DE   LA   REVOLUCIÓN    DE 
CHILE 

Sumario:  Sincronismo  histórico  de  la  revolución  argen- 
tina con  la  de  Chile. — Los  dos  protagonistas. — Nuestra 
manera  de  estudiarlos,  y  sus  motivos. — Niñez  y  juven- 
tud de  don  José  ^Miguel  Carrera. — Su  residencia  en  Li- 
ma.— Su  viaje  á  España. — Su  incorporación  al  ejército 
español  en  la  guerra  contra  Bonaparte. — Su  regreso  á 
Chile- — Complot  y  usurpación  del  poder. — Retiro  v  de- 
saliento de  Marín  y  de  O'Higgins. — Paralelo  del  origen 
y  de  la  juventud  de  O'Higgins  con  la  de  Carrera. — 
Nacimiento  de  O'Higgins. — Sus  padres. — Su  educación 
y  su  vida  en  Londres. — Carácter  y  fortuna  de  su  padre 
don  Ambrosio  O'Higgins  virrey  del  Perú. — Rehabilita- 
ción del  estado  civil  del  joven  O'Higgins. — Sus  prime- 
ros servicios  en  la  revolución. — Respetabilidad  y  crédi- 
to de  su  persona. — Sus  primeras  disidencias  con  Carre- 
ra.— La  primera  invasión  de  los  realistas  sobre  las  pro- 
vincias centrales  de  Chile. — El  general  Pareja. — Situa- 
ción del  Perú  antes  de  emprender  la  reconquista  de 
Chile. — Envió  del  batallón  argentino  Auxiliares  de  los 
Andes. — Naturaleza  y  condiciones  respectivas  de  los  be- 
ligerantes en  Chile. — Entrega  de  la  plaza  de  Talcahuano 
y  de  la  ciudad  de  Concepción. — Sorpresa  nocturna  de 
Yerbas  Buenas- — Retirada  de  los  realistas. — Pareja  pos- 
trado por  el  tifus  y  substituido  por  Sánchez. — Acción  in- 
decisa de  San  Carlos. — Retirada  de  Sánchez  á  Chillan. 
— Desvío  de  Carrera  hacia  Concepción.-^Fortificación 
de  Chillan. — Excursiones  amenazantes  de  los  realistas. — 
Marcha  de  Carrera  sobre  Chillan. — El  sitio  y  su  mal 
éxito. — Indignación  pública    y  descrédito    de  Carrera. — 


LA  REVOLUCIÓN  DE  CHILE  367 

La  Junta  Gubernativa  de  Santiago  lo  destituye. — Sus  in- 
trigas.— Toma  O'Higgins  el  mando  de  los  restos  del 
ejército. — Mackenna  se  sitúa  en  Membrillar. — Carrera  y 
su  hermano  Luis  caen  prisioneros  de  los  realistas. — Ca- 
rácter criminal  y  luctuoso  de  su  gobierno. — Arribo  de 
nuevas  tropas  de  realistas  con  el  general  Gainza. — Incor- 
poración de  los  Auxiliares  Argentinos  á  la  división  del 
Membrillar. — El  coronel  Balcarce  y  el  sargento  mayor 
Las  Heras. — Acción  de  Cuchaciicha. — Victoria  gloriosa 
del  Membrillar. — El  comodoro  inglés  Hillyar. — Tratados 
de  Lircay — Separación  de  los  argentinos. — Nueva  aso- 
nada y  usurpación  de  Carrera. — Despotismo  y  guerra 
civil. — Llegada  del  nuevo  general  realista  don  Mariano 
Ossorio  ocn  el  batallón  Talaveras  y  otras  tropas  penin- 
sulares.— Difíciles  y  dudosos  conciertos  entre  Carrera  y 
O'Higgins. — Desastre  de  Rancagua. — Espantosa  situa- 
ción de  Chile. — Emigración  general  de  la  burguesía  con 
familias  y  niños. — Los  Auxiliares  Argentinos. — El  coro- 
nel Las  Heras. — Situación  y  soberbia  de  Carrera. — 
O'Higgins  y  su  partido. — Abandono  y  terminación  de 
la  lucha  ipor  la  independencia  de  Chile. — Retirada  á 
Mendoza. — Fin  de  la  época  y  del  influjo  de  Carrera  en 
Chile. — Principio  de  su  papel  en  las  provincias  argen- 
tinas- 

Los  dos  protagonistas  de  la  revolución  de  Chile, 
don  José  Miguel  Carrera  y  don  Bernardo  O'Hig- 
gins. pertenecen  por  entero  á  la  historia  argentina. 
El  orden  de  los  sucesos  y  la  necesidad  de  ligar  sus 
recursos,  su  suerte,  sus  pasiones  y  hasta  el  movi- 
miento personal  de  sus  partidos,  en  que  ambos  paí- 
ses se  vieron,  hizo  de  ellos,  más  que  dos  naciones 
independientes,  dos  partes  de  una  misma  comuni- 
dad. Y  de  ahí  que  nuestros  hombres  públicos,  nues- 
tros gobiernos  y  nuestros  partidos  políticos,  sean 
una  rama  indispensable  de  la  hist'oria  de  Chile  en 
aquel  tiempo,  como  que  lo  sea  de  la  nuestra,  quizá 
con    mayor    razón,    pero    indudablemente    con    más 


368  LOS   DO'í    PROTAGONISTAS 

gloria,  todo  lo  que  en  esa  relación  de  hombres  y 
de  cosas  acontecía  al  otro  lado  de  nuestras  grandes 
cordilleras. 

Desde  este  punto  de  \ista,  podríamos  en  nues- 
tra calidad  de  argentinos,  hablar  en  nombre  pro- 
pio, de  los  protagonistas  del  movimiento  revolu- 
cionario de  Chile.  Pero  habríamos  faltado  al  deber 
que  nos  hemos  impuesto,  de  no  emitir  juicio  alguno 
soljre  aquellos  americanos  de  diversa  nacionalidad 
que  el  curso  de  las  cosas  haya  mezclado  á  nuestra 
vida  histórica,  sino  por  el  testimonio  de  sus  pro- 
pios compatriotas;  y  eso  mismo,  cuidando  con  es- 
tricta atención  de  no  echar  mano  de  más  datos,  ni 
de  otros  informes  que  los  que  tenemos  en  escritores 
conocidos  por  la  severa  investigación  de  sus  estu- 
dios, por  la  intachable  moralidad  de  su  carácter  y 
por  el  aplomo  de  su  criterio ;  pues  usar  en  estos 
casos  de  folletos,  de  panegíricos  ó  de  diarios  con- 
temporáneos, corrompidos  necesariamente  con  to- 
das las  impurezas  que  se  engendran  de  suyo  en  los 
desórdenes  inherentes  á  un  profundo  trastorno  so- 
cial, sería  poco  serio,  poco  honrado,  y  nada  proba- 
ría tampoco  ante  el  juicio  tranquilo  con  que  la  con- 
ciencia humana  busca  sanas  lecciones,  y  verdad 
pura,  en  la  experiencia  de  los  tiempos  pasados,  y 
en  el  influjo  psicológico  de  las  individualidades  que 
han  servido,  ó  contrariado,  la  benéfica  solución  de 
los  problemas  de  su  tiempo  y  de  su  patria. 

En  este  caso,  es  más  estricto  que  en  otro  nues- 
tro deber  de  proceder  así.  O'Híggins  fué  un  aliado 
leal  y  decidido  de  los  influjos  argentinos.  Carrera, 
por  el  contrarió,  un  enemigo  intransigente,  que 
dejó  en  nuestros  campos  el  rastro  terrible  y   san- 


DE  LA  REVOLUCIOX  DE  CHILE  369 

griento  de  su  pasaje.  De  aquél  podríamos  liablar, 
pues,  con  entera  libertad  de  espíritu;  de  éste  no, 
sin  que  nuestro  testimonio  fuese  tachable,  al  me- 
nos por  su  origen. 

^lostróse  Carrera  desde  niño  excitado  por  los 
estímulos  de  una  actividad  bulliciosa  y  agresiva. 
Señorito  de  campaña  en  la  opulenta  hacienda  de 
San  Miguel,  que  pertenecía  á  sus  padres,  criábase 
voluntarioso  y  soberbio  entre  los  humildes  h  nasos 
del  fundo,  especie  de  siervos  atados  á  la  tierra,  de 
padres  á  hijos,  por  el  vínculo  tradicional  de  las  an- 
tiguas "encomiendas"  que,  si  no  de  ley  vigente, 
subsistía  aún  en  Chile  utilizable  por  la  escasez  del 
terreno,  por  la  institución  de  los  mayorazgos  y  por 
la  crecidísima  población  de  campesinos  y  mestizos 
que  seguían  viviendo  y  acrecentándose  dentro  de 
sus  límites  infranqueables.  ^luy  \ivaz,  pero  des- 
graciadamente muy  díscolo,  don  José  Miguel  to- 
maba en  sus  solturas  de  la  vida  la  costumbre  de 
menospreciar  todos  los  influjos  morales  que  le  pa- 
recieran contrarios  á  sus  antojos,  ó  que  mirara  co- 
mo estorbos  á  su  soberbia,  por  buena  posición,  por 
aprecio  general  y  hasta  por  el  justo  título  de  la 
edad  cuyos  respetos  no  viola  hombre,  ó  niño  nin- 
guno nacido  para  el  bien  de  los  demás. 

La  vivacidad  y  el  ím|>etu  apasionado  de  los  sen- 
timientos ó  de  las  ideas,  no  siempre  van  acompa- 
ñados de  aquel  talento  que  madura  los  propósitos 
con  la  reflexión,  ó  que  con  el  rápido  relámpago  del 
genio  percibe  las  dificultades  al  mismo  tiempo  que 
la  manera  decisiva  de  superarlas;  y  más  fácil  es  que 
los  hombres  de  la  tercera  y  de  la  segunda  catego- 
ría,   como    Bonaparte   ó   Alvear,   como   Federico   ó 

HIST.   DE   LA    REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — 24 


3/0  LOS   DOS   PROTAGOXISTAS 

San  Aíartín,  se  señalen  como  grandes  guerreros  ó 
como  hombres  de  Estado,  que  el  que  lleguen  á  te- 
ner valor  positivo  los  de  la  j^rimera  categoría,  que 
por  lo  general  luchan  con  dificultades  superiores 
á  sus  fuerzas,  y  acaban  como  aturdidos  vulgares 
estrellándose  en  los  escollos  que  ellos  mismos  se 
buscan.  Que  toda  la  vida  y  las  desgracias  de  don 
José  Miguel  Carrera  se  explican  por  el  influjo  de 
estos  rasgos  psicológicos  de  su  índole,  es  cosa  que 
puede  comprobarse  con  los  accidentes  conocidos  de 
su  niñez,  de  su  juventud  y  de  toda  su  carrera  po- 
lítica en  su  país  y  en  el  nuestro. 

Don  Diego  Barros  y  Arana,  que  á  más  de  cro- 
nista escrupulosísimo  y  bien  informado  es  hombre 
de  una  moralidad  intachable  y  superior  á  toda  sos- 
pecha, nos  dice :  "Don  José  ]\Iiguel  había  sido  en 
sus  primeros  años  un  verdadero  calavera  y  autor 
de  mil  travesuras  C[ue  dieron  grandes  trabajos  y  an- 
gustias á  su  anciano  padre.  .  .  Naturalmente  pen- 
denciero, andaba  siempre  provisto  con  armas  de 
filo  que  alguna  vez  usó  también  contra  sus  mismos 
maestros,  quienes  considerándolo  como  indómito, 
tuvieron  que  condenarle  al  fin  en  el  colegio  de  San 
Carlos  de  Chile  á  un  castigo  severo  después  del 
cual  debía  ser  arrojado  de  la  casa.  Pero  él,  fugán- 
dose por  los  tejados,  evadió  lo  uno  y  lo  otro,  y  vagó 
fugitivo  por  las  calles  de  Santiago  encabezando  al- 
borotos nocturnos  y  riñas  á  pedradas  c[ue  lo  hicie- 
ron tan  notable  como  temido  por  todo  el  vecinda- 
rio. Además  de  ser  osado  y  sagacísimo,  tenía  ideas 
eminentes  acerca  de  su  nobleza,  con  una  grande 
confianza  en  la  ventajosa  posición  de  su  familia; 
así  es  que  abusaba    de  su    soberbia    y  de  su  valor 


DE  LA  REVOLCCIOX  DE  CHILE  3/1 

personal,  para  oprimir  y  vejar  á  los  demás  con  ul- 
trajante impunidad.  Hacía  gala  de  ser  agresivo  y 
descreído :  pisoteaba  las  preocupaciones  más  arrai- 
gadas de  la  colonia,  y  se  burlaba  desde  joven  de 
los  hombres  más  encumbrados,  así  como  más  tarde 
los  había  de  humillar  en  su  carrera  política.  A  los 
veinte  años  se  había  dado  á  la  vida  libre :  su  exis- 
tencia era  una  perpetua  tempestad,  y  un  lance  des- 
graciado en  que  hubo  de  mezclarse  la  justicia,  hizo 
Cjue  su  padre  tuviese  cjue  ocultarle  en  la  hacienda 
de  San  Miguel .  .  .  Otra  vez  tuvo  un  choque  con  un 
huaso  soberbio  que  se  negaba  á  complacerle.  Se 
provocaron,  sacaron  puñal  y  se  empeñó  uno  de 
esos  duelos  á  muerte  que  tienen  aplaudidores  por 
padrinos :  don  José  Miguel  tuvo  la  dicha  de  sal- 
var su  vida  y  la  desgracia  de  dejar  en  el  sitio  á 
su  contendiente". 

Después  de  esto  era  inevitable  que  la  justici.i 
pública  interviniese  en  la  indagación  y  castigo  de 
los  hechos.  No  se  trataba  ya  de  un  niño  sino  de  un 
hombre  de  veintidós  años.  Pero  el  respetable  padre 
del  matador  consiguió  que  el  oidor  Irigoyen,  amigo 
íntimo  de  la  familia,  contuviese  los  procedimientos 
judiciales,  mientras  él  embarcaba  secretamente  á  su 
hijo,  y  lo  ponía  en  Lima  al  cargo  de  su  tío  materno 
don  José  María  Verdugo,  comerciante  chileno  de 
fortuna,  y  de  grande  crédito,  debido  á  su  acriso- 
lada honradez,  á  sus  severas  costumbres  y  á  la  es- 
tricta corrección  de  todos  sus  actos.  Esperaba  el 
bondadoso  padre  de  don  José  Miguel,  que  con  estas 
condiciones  personales,  fuese  su  cuñado  el  hombre 
mejor  indicado  para  reducir  á  su  hijo  á  vida,  si  no 
regular,  menos  ruidosa  por  lo  menos ;  pero  á  poco 


"^Jl  LOS   DOS    PRO!  AGONISTAS 

tiempo,  éste  se  hallaba  ya  en  malísimos  términos 
con  su  tío,  ó  por  mejor  decir,  en  completa  relielión 
y  desorden.  Acostumbrado  á  no  respetar  Aalla  al- 
guna que  pudiera  contenerlo,  su  carácter  se  había 
hecho  más  imperioso  y  más  obstinado ;  y  queriendo 
su  tío  evitar  á  su  familia  la  mengua  de  otra  causa 
criminal,  obtuvo  que  el  \irrey.  por  providencia  pri- 
vada, lo  confinase  por  algún  tiempo  en  la  fragata 
de  guerra  Castor.  Arreglado  este  nuevo  asunto  por 
los  mismos  medios,  don  José  Miguel  salió  del  arres- 
to; pero  el  tío  se  negó  á  reanudar  relaciones  con 
él ;  y  el  encargo  de  hacerle  los  suministros  necesa- 
rios para  vivir  en  Lima,  pasó  á  otro  coiuerciante 
chileno,  don  Francisco  Javier  de  Ríos.  A  muy  poco 
tiempo  se  hizo  indispensable  sacar  de  allí  á  don 
José  Miguel,  y  se  resolvió  mandarlo  á  España  para 
que  entrase  al  servicio  de  la  insurrección  popular 
provocada  por  el  inicuo  atentado  de  las  tropas  bo- 
napartistas.  Al  efectuarse  la  partida  se  produjo  un 
grave  embarazo :  había  de  por  medio  un  reclamo 
de  dinero,  sobre  cuyo  origen  nos  abstenemos  de 
hablar  porque  no  podríamos  aseverar  los  informes 
meramente  tradicionales  que  tenemos.  La  causa  es- 
tuvo á  punto  de  ir  á  los  tribunales,  y  el  padre  se 
vio  otra  vez  forjado  á  evitar  nuevo  escándalo  pa- 
gando la  suma  y  poniendo  por  fin  á  su  hijo  en 
viaje  para  España. 

Dado  el  estado  revolucionario  y  de  guerra  po- 
pular en  qu€  se  hallaba  España,  las  escuelas  mili- 
tares habían  dejado  de  ser  académicas  y  habían 
trasladado  su  enseñanza  práctica  al  campo  de  ba- 
talla. El  cambio  era  favorable,  á  no  poderlo  ser 
más.  no  sólo  al  pronto  ingreso  de  don  José  Miguel 


DE   LA   REVOLUCIÓN   DE   CHILE  2>7Z 

en  las  líneas  del  ejército  sin  los  exámenes  y  las 
otras  formalidades  que  eran  antes  de  estilo,  sino  á 
su  genio  impetuoso  é  impaciente  por  vivir  en  ac- 
ción y  en  movimiento  perpetuo,  que,  como  se  ha- 
brá comprendido,  era  la  necesidad  enfermiza  de  su 
temperamento  en  lo  fisico  y  en  lo  moral.  En  medio 
de  estos  grandes  defectos,  don  José  ^Miguel  tenía 
distinguidísimos  accidentes  de  exhibición :  brillan- 
te locuacidad,  bellísima  presencia,  fisonomía  ani- 
mada y  graciosa  agilidad  en  todos  sus  mo\imien- 
tos.  Era,  no  sé  si  diga  generoso,  pero  la  verdad  es 
que  se  mostraba  despreocupado  en  punto  de  inte- 
reses materiales,  y  que  estaba  pronto  siempre  á  pro- 
digar dinero,  favores  y  promesas  con  cierta  elasti- 
cidad que  se  imponía  naturalmente  á  la  confianza 
de  los  que  tenían  que  contar  con  él. 

Desde  este  jnmto  de  vista  era  todo  un  gentil 
houihrc,  y  hasta  por  la  índole  de  calavera  arries- 
gado y  bravo  que  daba  el  verdadero  colorido  ge- 
nial de  su  persona,  se  hacía  simpático  y  atrayente. 
siempre  que  su  malhadada  soberbia  excitada  por 
el  menor  accidente,  no  lo  ponía  fuera  del  quicio  en 
que  sus  buenas  calidades  podían  pasar  como  un  mé- 
rito; aunque  no  sé  si  podría  decirse  Cjue  todas  ellas 
juntas  constituyeran  un  talento  verdadero  para  la 
guerra  ó  el  gobierno,  cosas  que  requieren  ante  todo, 
juicio  reflexivo  ó  genial  inspiración. 

Llegado  á  Cádiz,  llevaba  recomendaciones  que 
le  abrieron  al  momento  el  puesto  de  teniente  de  ca- 
ballería en  el  regimiento  de  Algarvcs.  Poco  después 
prefirió  alistarse  en  Voluntarios  de  Madrid,  cuerpo 
de  mozos  alegres  y  resueltos,  que  habían  tomado 
las  armas  en  defensa  de  su  patria  contra  la  usur- 


374  LOS   DOS   PROTAGONISTAS 

pación  extranjera.  Entre  ellos  ascendió  á  capitán, 
y  ya  fuese  por  inquietud  de  espíritu  ó  genio  des- 
contentadizo, dejó  también  este  cuerpo  por  el  de 
Húsares  voluntarios  de  Galicia.  De  cualquier  modo 
que  fuese,  en  todos  esos  cuerpos  tu^'o  ocasión  de 
acreditar  su  valor  personal  como  oficial  subalterno : 
se  encontró  en  el  ataque  de  la  Mora,  en  la  retirada 
de  Consuegra,  en  la  batalla  de  Yevenes,  en  Tala- 
vera  y  en  la  derrota  de  Ocaña,  donde  fué  herido, 
dando  en  todas  muestras  de  valor. 

Hallábase  en  Cádiz  curándose  de  esa  herida 
cuando  le  alcanzaron  las  noticias  de  los  sucesos  re- 
volucionarios de  Buenos  Aires  y  de  Chile.  A  ate- 
nerse á  sus  palabras  se  diría  que  sus  primeras  im- 
presiones hubiesen  sido  contrarias  á  la  causa  ame- 
ricana, pues  al  decir  que  había  resuelto  regresar  á 
Chile,  agregaba :  "Yendo  yo  por  allá  les  haré  en- 
trar  en  vereda:  hablan  de  Juntas  y  de  Congresos 
porque  no  tienen  en  qué  pensar,  y  sin  saber  lo  que 
dicen".  Pero  los  hombres  que  gobernaban  en  Cá- 
diz tenían  muchos  motivos  ya  para  sospechar  que 
los  oficiales  sudamericanos  que  servían  en  España 
participaban  de  las  ideas  liberales  c[ue  se  habían 
levantado  contra  el  régimen  colonial  en  las  provin- 
cias ultramarinas;  y  así  que  supieron  los  alardes  de 
Carrera  lo  pusieron  en  arresto  por  pronta  providen- 
cia, y  unos  días  después  le  dieron  orden  de  que  se 
incorporase  á  su  regimiento.  Mas  para  esto  era  me- 
nester ir  embarcado,  porque  las  nuevas  operacio- 
nes de  Bonaparte  hacían  impracticable  el  camino 
de  tierra.  Carrera  se  aprovechó  de  esto:  bajó  en 
Gibraltar,  tomó  pasaje  en  un  buque  inglés  y  llegó 
á  Chile  el  ii   de  Julio  de  1811. 


DE   LA   REVOLUCIÓN  DE  CHILE  375 

En  esa  inisnia  noche  se  puso  de  acuerdo  con 
sus  hermanos  don  Juan  José  y  don  Luis  y  combinó 
un  motín  que  al  otro  día  lo  llevó  al  poder.  Una  ó 
dos  semanas  habían  pasado  apenas  cuando  concibió 
sospechas  de  que  los  partidarios  que  lo  habían  ayu- 
dado pensaban  en  hacer  oposición  á  sus  desmanes ; 
y  provocó  contra  ellos  una  asonada  que  le  permitió 
asociarse  nuevos  cooperantes.  Quiso  captarse  otra 
vez  la  adhesión  de  los  que  había  destituido  á  su 
llegada,  é  hizo  elegir  á  dos  personas  de  mérito  con 
quienes  creyó  que  podría  tranquilizar  la  opinión 
pública  que  harto  alarmada  estaba  ya  con  las  arbi- 
trariedades y  caprichos  de  un  mozo  audaz  que  en 
todo  y  por  todo  hacía  sentir  su  insolencia  y  su  so- 
berbia. Pero  los  elegidos,  don  Gaspar  IMarín  y  don 
Bernardo  O'Higgins,  se  negaron  á  sancionar  "la 
escandalosa  tropelía  que  había  dado  origen  á  su 
elección" ;  y  fué  preciso  que  los  adversarios  de  Ca- 
rrera les  suplicasen  en  nombre  del  país  que  entra- 
sen á  la  Junta  para  moderar  los  avances  y  tropelías 
de  acjuel  caudillo  que  se  había  alzado  con  el  poder, 
para  que  ellos  se  sobrepusiesen  á  su  repugnancia  y 
tentaran  esa  dudosa  probabilidad  de  restablecer  un 
orden  de  cosas  menos  personal  y  violento  c[ue  el 
que  imperaba. 

Poco  tiempo  pasó  sin  que  se  convencieran  de 
que  era  cosa  imposible  contener  en  límites  conve- 
nientes los  antojos,  los  intereses  personales  y  la 
ambición  de  don  José  Miguel.  Apenas  reunido  el 
Congreso  que  se  había  convocado  para  dar  formas 
constitutivas  á  la  nueva  nacionalidad,  Carrera  creyó 
descubrir  que  germinaban  en  su  seno  síntomas  con- 
tra la  dominación  absoluta  que  pretendía  ejercer;  y 


3/6  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

sin  consultar  ni  dar  aviso  siquiera  á  los  otros  vo- 
cales de  la  Junta,  que  eran  tanto  como  él,  echó  ma- 
no de  la  fuerza  armada  y  disolvió  el  Congreso,  bo- 
tando á  los  diputados  nacionales  á  sus  respectivas 
provincias.  "El  crimen  único  del  Congreso  era  el 
haberse  opuesto  á  las  pretensiones  de  Carrera,  te- 
niendo éste  el  apoyo  de  la  fuerza.  .  .  O'Higgins  y 
Marín  no  quisieron  transigir  con  este  atentado,  y 
se  separaron:  circunstancia  que  vino  á  favorecer  las 
miras  de  Carrera;  pues  desde  c[ue  estos  dos  patrio- 
tas habían  manifestado  tener  ideas  propias,  con- 
Aeníale  ahora  buscar  dos  colegas  manejables,  que 
dependiesen  enteramente  de  su  sola  voluntad;  que- 
ría REUNIR  en  sus  manos  la  suma  de  los  poderes''. 
Para  hacer  la  elección  de  los  nuevos  vocales.  Ca- 
rrera hizo  reunir  al  Cabildo  con  los  jefes  militares 
de  sil  bando;  y  tan  humillante  debió  ser  el  acto,  que 
todos  los  que  fueron  llamados  renunciaron,  y  Ca- 
rrera se  vio  obligado  á  poner  á  su  lado  dos  desco- 
nocidos sin  reputación  ni  nombre  de  familia,  uno 
de  los  cuales,  un  tal  Manso,  era  además  un  cuitado 
español  harto  tímido  y  aterrado  de  lo  que  veía  para 
ser  otra  cosa  allí  que  un  in^rumento  servil  del  que 
imperaba. 

Con  este  atentado  estalló  la  guerra  civil.  El 
partido  del  Congreso  levantó  tropa.s  en  las  provin- 
cias del  Sud,  y  se  puso  en  marcha  hacia  Santiago. 
Carrera  no  estaba  preparado  aún  á  defenderse  con 
éxito.  Acudió  á  O'Higgins  y  le  suplicó  que  mar- 
chase al  Sud  y  tratase  de  hacer  un  arreglo  conve- 
niente á  todos.  O'Higgins  marchó  en  efecto  y  ha- 
l)ía  conseguido  apaciguar  los  ánimos,  cuando  Ca- 
rrera,  promoviendo   allí   una   contrarrevolución,    se 


DE  I,A   REVOLUCIÓN  DE  CHILE  ^^'J'J 

apoderó  de  los  jefes  de  aquellas  provincias,  los  des- 
terró á  Mendoza  y  quedó  imperando. 

Estos  son  los  hechos  de  don  José  Miguel  Ca- 
rrera que  registra  la  crónica  de  Chile  antes  de  que 
su  encumbramiento  á  los  primeros  puestos  milita- 
res lo  pusiese  en  acción  y  en  evidencia  como  gene- 
ral en  jefe  contra  las  armas  del  rey  de  España.  Y 
á  la  luz  de  la  exposición  tranquila  y  documentada 
que  hace  de  ellos  el  honrado  cronista  de  quien  los 
tomamos,  ha  de  notarse  quizá  que  son  lógicamente 
los  que  debían  esperarse  de  las  inclinaciones  y  ge- 
nialidades de  su  primera  juventud. 

Ya  no  es  Barros  Arana,  tachado  de  ohiglnista 
quien  hablará  ahora,  sino  Vicuña  Mackenna,  el 
más  carrerista  de  los  buenos  escritores  chilenos : 
"La  mano  temeraria  de  Carrera  (dice)  había  levan- 
tado la  compuerta  de  las  pasiones  antes  mudas;  y 
á  su  soplo,  veloz  ahora,  apagaríase  en  los  pechos 
de  los  chilenos  la  luz  del  amor  patrio,  ardiendo  en 
su  lugar  las  teas  de  fratricida  discordia,  c[ue  alum- 
brarían su  feudo  de  familia,  sus  enconos  de  pro- 
vincia á  provincia,  sus  combates  de  facciones,  y  á 
la  postre  su  ruina  y  su  nuevo  cautiverio.  Consuma- 
da esta  injustificable  revolución.  Carrera,  lanzado 
en  la  pendiente  de  una  dictadura  que  no  tenía  más 
sostén  que  su  propio  genio  y  su  no\-el  audacia, 
abrió  de  hecho  la  era  de  las  discordias,  encerrando 
en  prisiones  á  los  más  importantes  de  sus  aliados 
en  el  movimiento  precedente ...  El  reto  de  la  con- 
ciencia civil  estaba  hecho,  y  José  Miguel  Carrera 
era  el  que  había  tirado  osadamente  el  guante  al 
medio  de  la  plaza  pública  de  Santiago,  vasalla  aho- 
ra de  su  ley".  El  escritor  compara  en  seguida  á  Ca- 


^y8  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

rrera  con  (3"Higgins.  y  dice  con  mucho  acierto: 
"Diferente  fué  en  todo  de  su  émulo,  don  José  Mi- 
guel Carrera,  c[ue  quiso  ser  solo  y  único,  y  (]ue 
cuando  no  pudo  serlo  en  su  patria  fuélo  contra  ella, 
hasta  c[ue  el  mundo  habitado  no  tuvo  ya  espacio  á 
su  ardiente  é  insaciable  ambición,  y  fuese  á  las  tol- 
derías del  desierto  y  murió  con  la  muerte  de  los 
parias,  grande,  solitario  y  maldito". 

En  efecto,'  si  ha  habido  en  el  mundo  dos  hom- 
bres que  hayan  venido  á  juntarse  y  á  chocarse  en 
un  mismo  día,  sobre  un  m.ismo  terreno,  por  una 
misma  causa,  con  la  misma  bandera,  con  los  mis- 
mos intereses  generales,  con  el  mismo  fin,  y  que 
más  incompatibles  hayan  sido,  por  origen,  por  prin- 
cipios, por  educación  y  por  fortuna,  son  indispu- 
tablemente Carrera  y  O'Higgins,  dos  protagonis- 
tas del  brillante  panorama  de  la  historia  de  Chile, 
iluminado  por  San  ]Martín,  que  como  el  gigante  de 
aquellos  días  calientes,  reparte  con  sus  victorias  y 
con  el  ademán  de  su  fuerte  brazo,  las  luces  y  las 
sombras  del  cuadro. 

Hemos  visto  á  Carrera  nacido  en  la  opulencia 
de  una  gran  familia,  al  lado  de  un  padre  bueno  pero 
harto  débil,  que  soporta  cuando  no  autoriza  y  es- 
conde, todos  los  desarreglos  de  un  mozo  indómito 
y  soberbio.  Libre  así  de  estorbos  á  sus  caprichos, 
este  mozo  crece  y  desenvuelve  los  instintos  bravios 
de  su  genio  con  cierta  galanura  de  buena  estirpe 
que  le  ayuda  á  domeñar  voluntades. 

Su  futuro  rival  es  el  hijo  desdichado  de  un  ofi- 
cial de  fortuna  nacido  en  Irlanda :  es  el  fruto  de  una 
indigna  violación  del  sacrosanto  derecho  del  hos- 
pedaje y  de  la  amistad :  y  nace  del  seno  de  una  niña 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  3/9 

de  quince  años,  noble  pero  campesina  del  más  apar- 
tado lugar  del  Sur  (de  Chillan),  que  ni  voluntad 
ni  malicia  ha  podido  tener  siquiera  para  medir  el 
acto  que  iba  á  hacerla  víctima  y  vergüenza  á  la 
vez  de  su  honrado  hogar.  El  seductor,  don  Ambro- 
sio O'Higgins,  es  un  hon]bre  que  con  más  inge- 
niosidad que  ingeniería  ha  conseguido  "colarse" 
al  servicio  del  virrey  de  Lima.  Por  pasos  lentos  y 
sufridos  ha  ido  mereciendo  comisiones  de  confianza : 
y  al  tiempo  de  ser  padre  tenía  más  de  cincuenta 
años  y  era  comandante  general  del  Sur  de  Chile. 
Honorable  como  empleado  y  como  soldado,  pero 
de  hosco  y  egoísta  carácter,  pasaría  hoy  por  un 
monstruo  como  padre  y  como  amante,  sin  embargo 
de  que  en  su  tiempo  era  un  padre  como  el  común 
de  los  padres,  de  frío  y  reservado  cariño,  de  temple 
duro  y  adusto,  de  aquellos  que  tenían  por  natural 
y  necesario  poner  á  sus  hijos  al  yunque  de  las  es- 
caseces y  de  la  subordinación  absoluta;  tributo  de 
la  veneración  que  todo  lo  de  abajo  debía  pagar  á  lo 
de  arriba,  y  mucho  más  al  padre,  que  en  la  fami- 
lia era  la  piedra  angular  del  trono  y  del  altar;  pa- 
dre, rey  y  pontífice.  Además  de  no  ser  sino  padre 
natural  el  viejo  O'Higgins,  era  padre  furtivo,  por- 
que la  ley  de  España  prohibía  á  sus  empleados  que 
se  casasen  ó  tuviesen  hijos,  digo  mal,  que  recono- 
ciesen hijos  ó  hijas  en  los  lugares  donde  ejercían 
alguna  autoridad.  Don  Ambrosio  O'Higgins,  cal- 
culador y  egoísta,  no  era  hombre  de  perder  sus  ga- 
jes y  sus  ascensos  por  una  belleza  de  quince  años 
y  mucho  menos  por  el  amcr  de  un  hijo,  que  al  fin 
y  al  cabo,  si  había  de  valer  algo,  debía  abrirse  paso 
en  la  \ida  como  el  padre,  desde  abajo,  desde  muy 


380  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

abajo,  por  entre  estorbos,  y  endureciendo  el  carác- 
ter con  los  sufrimientos  de  la  miseria  y  con  el  poco 
pan  que  bastara  para  su  escaso  alimento.  Por  la 
honra  de  la  familia  materna,  y  más  quizá  por  su 
propio  interés,  el  padre  toma  pronto  sus  medidas 
para  ocultar  el  hecho  á  los  extraños  que  pudieran 
delatarlo;  y  apenas  nacido  el  niño,  con  peligro  del 
tétano  y  todo,  se  le  entrega  á  un  fiel  soldado  de 
Dragones  de  la  Frontera  c[ue,  á  lomo  de  caballo, 
bajando  y  subiendo  riscos  en  la  noche,  lo  lleva  á 
muchas  leguas  del  lugar  en  que  había  dado  el  pri- 
mer suspiro  quien  tantos  otros  debía  dar  después, 
antes  de  que  su  voz  tronara  en  el  fragor  de  los  com- 
bates pro  patria,  y  de  que  se  apagase  en  el  seno  de 
Dios  con  la  conciencia  de  haber  merecido  su  glo- 
ría en  los  arduos  trabajos  de  la  independencia  sud- 
americana. 

Entre  tanto,  el  tronco  añoso,  de  céltica  estirpe, 
que  le  ha  llamado  á  la  vida,  y  cuyas  bastas  astillas 
hieren  al  que  pone  la  mano  en  ellas,  sube  y  sube, 
sabe  Dios  cómo,  hasta  sentarse  bajo  el  espléndido 
dosel  de  los  virreyes  del  Perú;  y  como  á  medida 
que  sube  se  aumenta  su  inquietud  con  el  temor  de 
que  se  conozca  la  existencia  de  su  hijo,  lo  saca  si- 
gilosamente de  Chile  en  la  primera  niñez  y  lo  em- 
barca con  destino  á  Cádiz,  al  cargo  de  un  conocido 
indiferente,  que  por  orden  del  padre  le  pone  á  Lon- 
dres en  casa  de  unos  traperos  judíos,  tan  afanosos 
del  provecho  que  encuentran  todavía  como  esquil- 
mar, en  mala  ropa  y  calzado  de  hierro,  sobre  la 
asignación  de  una  guinea  mensual  que,  para  su 
persona,  fuera  de  escuela  y  comida  debían  sumi- 
nistrarle.  Hambre  v    desnudez,    ohido  v  desamor, 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  38 1 

aislamiento  en  el  mundo.  .  .  todo  fué  soportado  por 
aquella  criatura  con  la  fortaleza  de  un  alma  quieta 
que  sabe  hacer  de  la  dignidad  personal  y  de  la  pa- 
ciencia, la  ley  y  el  consuelo  de  su  temprana  des- 
ventura. Y  como  no  podía  llevar  el  nombre  de  su 
padre  sin  poner  en  peligro  la  posición  y  la  fortuna 
de  que  éste  gozaba,  creció  así,  hasta  los  veinte  años, 
con  el  nombre  de  Bernardo  Riquelme,  cjuien  había 
de  llamarse  después  Bernardo  O'Higgins,  y  hacer 
famoso  en  la  historia  de  la  libertad  y  del  siglo  xix 
ese  nombre  que,  á  no  ser  por  él,  apenas  hubiera 
sido  exhumado  como  una  rareza  por  algún  cronista 
fastidioso,  de  las  trivialidades  del  tiempo  pasado. 

Cayó  al  fin  el  viejo  O'Híggins,  perdiendo  los 
favores  de  la  corte  cjue  tanto  lo  habían  elevado.  Era 
extranjero,  y  el  virrey  inglés  sucumbió  á  las  intri- 
gas que  le  minaron.  El  golpe  le  fué  mortal;  y  cuan- 
do en  el  fervor  de  su  fe,  se  tuvo  ya  por  libre  de  otro 
juicio  y  de  otra  ley  que  la  de  Dios,  se  dio  cuenta 
del  duro  y  largo  martirio  que  su  pobre  hijo  había 
soportado  con  heroica  virtud,  y  le  dio  su  nombre 
con  la  herencia  de  los  cuantiosos  bienes  que  había 
acumulado.  Bernardo  O'Higgins  llegaba,  pues,  á 
la  fortuna  y  á  la  posesión  de  su  estado  civil,  por  el 
camino  del  trabajo  y  de  la  honra  nunca  mancillada 
ni  por  el  más  mínimo  desarreglo  de  la  primera 
edad.  Su  primer  cuidado  fué  realzar  la  posición  de 
su  madre,  y  colmar  de  cariño  y  de  favores  á  una 
hermana  que  ella,  en  un  subsiguiente  y  honorable 
matrimonio,  le  había  dado;  y  sin  distraerse,  de  allí 
adelante  por  los  cuidados  y  las  tremendas  peripe- 
cias de  su  vida  pública,  repartió  su  corazón  entre 
el  amor  de  su  patria  y  el  amor  de  estos  dos  seres 


382  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

que  fueron  su  única  familia  y  el  hogar  de  su  des- 
canso hasta  su  muerte. 

Con  la  independencia  personal,  con  el  prestigio 
del  nombre  virreinal,  que  aunque  tarde  le  había 
venido  á  tiempo,  comenzaron  á  salir  á  la  luz  las 
condiciones  morales  que  la  naturaleza  le  había  da- 
do, y  que  la  dura  experiencia  de  la  vida  liabía  tem- 
plado para  las  cosas  de  su  tiempo.  Xo  contaba  sino 
veintiocho  años,  y  era  ya  tenido  en  el  Sur  de  Chile 
como  un  hombre  de  cuenta  y  de  primera  importan- 
cia. La  madurez  del  juicio,  la  energía  del  carácter. 
y  aquel  no  sé  qué  que  condensa  luces  vagas  en  la 
frente  de  los  hombres  de  acción,  le  habían  ya  dado 
una  favorable  aureola  aun  antes  de  que  sus  hechos 
futuros  fuesen  siquiera  sospechados.  O'Higgins  era 
uno  de  esos  jóvenes  de  quienes  todos  dicen  "ahí 
hay  algo"  y  para  quien  ese  algo  se  va  convirtiendo 
rápidamente  en  un  verdadero  capital  que  forma  su 
crédito  é  inspira  la  confianza  con  que  todos  des- 
cuentan anticipos  de  popularidad  sobre  su  porve- 
nir, preparándole  una  grande  escena  y  un  nombre 
histórico  en  ella. 

Fué  allí  donde  lo  encontró  la  revolución  de  Chi- 
le, producto  de  la  Revolución  de  ]\íayo  en  Buenos 
Aires ;  y  ahí  donde  don  José  ^liguel  Carrera  echó 
mano  de  él,  como  mediador  de  paz,  mientras  se 
tomaba  tiempo  para  engañarlo  y  hacerlo  instrumen- 
to de  la  perfidia  con  que  logró  desbaratar  y  domi- 
nar á  sus  contrarios.  Ofendidísimo  y  descorazona- 
do, el  joven  O'Higgins  se  retiró  á  su  Hacienda  de 
las  Canteras.  El  inquieto  dictador  respetó  su  ale- 
jamiento de  la  cosa  pública  con  la  deferencia  que 
se  merecía  un  patriota  sensato,  cuyo  principal  ras- 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  383 

go  como  hombre  privado  era  la  hidalguía  y  la 
franqueza.  Al  ver  la  suerte  del  pais  entregada, 
sin  brújula  ni  criterio,  á  los  antojos  y  capricho 
de  un  personalismo  intermitente  y  desarreglado, 
O'Higgins  resolvió  trasladarse  á  Buenos  Aires, 
donde  tenía  amigos  que  lo  habían  tratado  en  Eu- 
ropa, en  valida  posición  como  los  coroneles  Mana 
y  Terrada.  Pasó  el  año  de  1812  haciendo  el  arreglo 
de  sus  intereses  para  cambiar  de  residencia.  Pero, 
cuando  á  punto  estaba  de  efectuarlo,  ocurrieron 
importantísimos  sucesos  eme  le  impusieron  otros 
deberes  de  mayor  cuenta. 

El  \'irrey  del  Perú  había  resuelto  al  fin  r  esta- 
blecer en  Chile  el  imperio  de  las  autoridades  espa- 
ñolas. Si  hasta  entonces  no  lo  había  emprendido, 
no  era  ciertamente  por  la  ridicula  razón  "de  que 
hubiese  temido  irritar  el  ánimo  de  los  chilenos", 
que  dan  ahora  algunos  cronistas  de  esa  repú- 
blica, y  que  no  es  sino  un  candoroso  error,  que 
procede  de  no  haberse  tomado  en  cuenta  la  si- 
tuación especial  que  acababa  de  amenazar  a\  vi- 
rreinato del  Perú. 

Los  hombres  que  manejaban  los  intereses  de  la 
Revolución  de  Mayo  en  Buenos  Aires  se  habían 
lanzado  con  tal  rapidez  y  bríos  al  Alto  Perú,  c[ue 
habían  ganado  la  batalla  de  Su  i  pacha  y  ocupado 
todo  el  país  desde  Tupiza  al  Desaguadero,  incluso 
la  Paz  y  Cochabamba,  antes  de  que  el  virrey  Abas- 
cal  hubiera  tenido  tiempo  siquiera  de  sacudir  el 
asombro  cj[ue  le  habían  causado  las  primeras  noti- 
cias de  los  sucesos  de  181  o.  Lejos  de  que  pudiera 
pensar  en  echar  fuerzas  y  recursos  á  la  distancia 
en  que    quedaba    Chile,  Abascal  tuvo  que  contraer 


384  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

todos  SUS  anhelos  y  sus  medios  á  poner  en  defensa 
las  fronteras  interiores  de  su  virreinato,  que  harto 
y  de  bien  cerca  estaban  amenazadas  por  las  fuerzas 
argentinas  concentradas  ya  á  orillas  del  Titicaca 
para  marchar  sobre  el  Cuzco.  Nada  más  difícil  y 
apurado  que  la  situaci(3n  del  virrey  del  Perú  en  los 
días  de  181 1   (i). 

Pero  quiso  su  buena  suerte  que  el  ejército  ar- 
gentino, manejado  con  evidente  ineptitud  por  sus 
jefes,  proporcionase  á  los  realistas  la  espléndida  y 
fácil  victoria  de  Hiiaquí.  Desde  luego  contrájose  el 
"\irrey  del  Perú  á  recuperar  todas  las  provincias  que 
había  perdido.  Aproximó  su  vanguardia  á  las  fron- 
teras argentinas,  y  tomó  las  medidas  necesarias  pa- 
ra reintegrar  su  autoridad  en  Chile.  Y  digo  reinte- 
grar, porque  aún  no  la  había  perdido  del  todo,  pues 
satisfecho  don  José  ]\Iiguel  Carrera  con  dominar  de 
Santiago  á  Coquimbo  por  el  norte,  y  hasta  Con- 
cepción de  Penco  por  el  sur,  había  descuidado  com- 
pletamente las  provincias  extremas  de  Valdivia,  de 
Arauco  y  de  Chiloé,  donde  algunos  jefes  españo- 
les se  mantenían  leales  al  rey,  y  donde  la  numerosa 
población  del  país,  ya  por  el  mismo  sentimiento, 
ya  por  aversión  local  á  los  jíueblos  del  Norte,  es- 
taba completamente  decidida  á  hacer  causa  común 
con  ellos. 

Con  este  fin  salió  de  Lima  para  Chiloé  y  \'al- 
divia,  llevando  algunos  cuadros  de  oficiales  y  sar- 
gentos, el  brigadier  don  Antonio  Pareja,  que  ayu- 
dado de  los  coroneles  don  U^an  Francisco  Sánchez, 
Elorreaga  y  Quintanilla,   que  ya  le  esperaban  allí 

(i)     \'éase  el  vol.  III,  cap.  I\'. 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  385 

con  bastantes  recursos  y  tropas,  se  vio  muy  pronto 
á  la  cabeza  de  cinco  mil  hombres,  con  los  que  si- 
guiendo las  corrientes  de  las  costas  vino  á  desem- 
barcar en  la  caleta  de  San  Vicente,  al  lado  inme- 
diato del  puerto  y  plaza  fuerte  de  Talcahiiano. 

La  noticia  del  desembarco  corre  por  todo  Chile 
}•  produce  la  agitación  y  las  alarmas  que  eran  con- 
siguientes. Al  sentirse  necesario  á  la  defensa  de  su 
patria,  O'Higgins  cambia  de  resolución :  ya  no 
piensa  en  alejarse,  abraza  á  su  madre  y  á  su  her- 
mana, 'toma  sus  armas,  monta  á  caballo  y  ofrece  sus 
servicios  al  gobierno  revolucionario  (2). 

A  la  noticia  del  peligro  de  Chile,  el  gobierno 

argentino  se  sintió  en  el  deber  de 

181 3         retribuir    el    generoso    auxilio    que 

Junio  2  le  había  traído  en  1811  el  Bata- 
llón de  Penco  cuando  perdida  la 
batalla  de  Huaquí,  se  temió  que  Buenos  Aires  fue- 
se atacada  por  Elío  en  combinación  con  el  ejército 
portugués  que  mandaba  don  Diego  de  Souza  (3)  ; 
y  dio  orden  al  coronel  don  Santiago  Carreras  que 
se  preparase  á  marchar  á  Chile  tan  pronto  como  pu- 

(2)  Cuentan  sus  biógrafos  que  en  ese  arranque,  fue- 
ra de  su  patriotismo  cumplía  también  un  juramento  que 
siendo  aun  muy  joven  le  había  hecho  en  Londres  al  famoso 
general  colombiano  don  Francisco  Miranda.  La  necesidad 
y  los  contratiempos  habían  obligado  á  Miranda  á  mante- 
nerse dando  lecciones  de  matemáticas  en  algunas  escuelas ; 
y  fué  en  una  de  ellas  donde  conoció  á  O'Higgins  con  el 
nombre  de  Bernardo  Riquelme  que  entonces  llevaba.  Bien 
se  comprende  cuáles  fueron  las  ideas  políticas  que  el  maes- 
tro inoculó  en  el  joven  compatriota,  harto  dispuesto  á 
servirlas  con  las  nobles  pasiones  de  su  alma. 

(3)  \'éase  vol.  III,  cap.  XIII. 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGEN'TIXA.    TOMO    VI. — 2^ 


386  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

diese  con  el  precioso  batallón  de  su  mando,  de  350 
plazas  que  se  denominó  entonces  Auxiliares  de  los 
Andes  (4).  Los  preparativos  no  se  efectuaron  con 
la  prontitud  requerida,  según  parece,  dando  esto 
motivo  á  que  se  hiciese  marchar  al  coronel  don  Mar- 
cos Balcarce  como  jefe  superior  de  esa  fuerza  cuyo 
sargento  mayor  era  el  joven  don  Juan  Gregorio  de 
Las  Heras,  destinado  á  hacerse  conocer  en  ese  pri- 
mer ensayo  del  Paso  de  los  Andes,  que  con  tanta 
gloria  debía  repetirse  después  en  18 17. 

Ni  los  Auxiliares  de  los  Andes,  ni  su  jefe  el 
coronel  Balcarce  llegaron  á  tiempo  para  tomar  par- 
te en  los  encuentros  de  la  primera  campaña  de  18 13. 

Con  el  desembarco  del  general  Pareja  y  con  la 
marcha  de  los  realistas  al  centro  del  país,  había  lle- 
gado para  don  José  Miguel  Carrera  la  solemne  oca- 
sión de  justificar  la  competencia  que  él  se  atribuía, 
y  el  genio  militar  que  le  suponían  los  demás.  La 
partida  era  igual  para  ambos  generales  y  para  am- 
bos ejércitos.  Del  lado  de  los  realistas  nada  había 
que  pudiera  considerarse  superior  á  lo  que  tenían 
los  patriotas.  Pareja  era  un  general  gastado  y  en- 
fermo. Se  contaba  de  él  hechos  honrosos  como  ma- 
rino y  como  actor  en  los  terribles  contrastes  que 
"España  había  sufrido  en  los  primeros  años  del  si- 
glo; pero  no  sabemos  que  en  parte  alguna  se  hu- 
biese mostrado  entendido  tn  el  arte  de  dirigir  cam- 
pañas  y  maniobras   propias   de   un   general   de   tie- 

(4)  Don  Santiago  Carreras  era  natural  de  Córdoba. 
No  tenía  ningún  parentesco  con  el  caudillo  de  Chile,  de 
cuyo  apellido  se  diferenciaba  por  la  í  final.  Era  oficial 
de  mérito  que  ha  dejado  un  nombre  honorable  por  sus 
servicios. 


DE  LA   REVOLLXION  DE   CHILE  387 

rra ;  y  si  hemos  de  juzgarlo  por  lo  que  hizo  en  Chi- 
le, pudiéramos  decir  que  pocas  veces  se  habrá  visto 
otro  que  haya  dado  más  claras  pruebas  de  inexpe- 
riencia y  de  incapacidad. 

Verdad  es  que  no  contaba  ?ino  con  soldados  co- 
lecticios y  bisoñes  reclutados  al  acaso  €n  los  apar- 
tados lugares  de  Valdivia  y  de  Chiloé  y  con  oficia- 
les noveles,  entusiastas  y  bravos,  pero  más  que  tác- 
ticos baqiíiajios,  que  hacían  sus  primeras  campa- 
ñas con  grados  de  pura  convención,  sin  ser  otra 
cosa  que  guerrilleros  audaces  y  conocedores  del  te- 
rreno, como  el  porteño  Barañao.  el  Vizcaíno  EIo- 
rreaga,  los  chilenos  Urréjola  y  Vergara.  Del  lado 
de  los  patriotas  eran  más  ó  menos  lo  mismo  con  la 
sola  excepción  del  veterano  coronel  Mackenna, 
cuya  bravura  corría  pareja  con  su  competencia  y 
con  su  espíritu  militar;  v  de  dos;  cuerpos,  los  arti- 
lleros que  mandaba  don  Luis  Carrera,  y  los  grana- 
deros formados  con  esmero  en  Santiago.  Podría, 
pues,  decirse  que  los  elementos  de  don  José  IMiguel 
Carrera  eran  superiores  con  mucho  á  los  que  entra- 
ban en  campaña  á  las  ordenes  de  Pareja. 

Por  lo  pronto  y  tomando  en  cuenta  el  material 
y  el  personal  con  que  realistas  y  patriotas  comen- 
zaban la  guerra  de  la  Independencia  en  Chile,  po- 
dría decirse  que  era  una  guerra  civil.  Chiloé,  Araii- 
co,  Valdivia,  Chillan,  y  algunos  otros  distritos  del 
sur  estaban  declarados  por  las  armas  del  rey  con- 
tra la  revolución :  y  por  la  revolución  campeaban 
Concepción,  Santiago  y  las  provincias  del  norte. 
Pareja  no  había  traído  más  que  un  cuadro  de  ofi- 
ciales; los  soldados  eran  todos  sacados  de  las  po- 


388  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

blaciones  del  sur,  y  sólo  por.  acaso  habría  mezclado 
entre  ellos  algunos  españoles  europeos. 

IMientras  Carrera  reúne  reclutas  y  se  prepara 
con  arrogante  diligencia  á  salir  de  Santiago  contra 
los  invasores,  mal  seguros  de  los  ánimos  de  los  pue- 
blos chilenos  entre  la  patria  y  d  rey,  entregan  á 
Pareja,  por  traición  según  unos,  por  vacilaciones 
ó  inexperiencia  según  otros,  nada  menos  que  la 
fuerte  plaza  de  Talcahuano  y  la  importantísima  ciu- 
dad de  Concepción,  centro  político  y  social  de  las 
provincias  del  sur.  Huye  de  allí  con  gran  número 
de  parciales  el  coronel  O'Higginns,  y  se  presenta 
á  Carrera  en  la  ciudad  Talca,  á  donde  ha  venido 
éste  á  toda  prisa  con  su  cuartel  general,  dejando 
órdenes  de  que  le  sigan  las  tropas  y  pertrechos  con 
que  se  propone  defender  la  línea  de  Maule,  y  arro- 
jar á  los  realistas  al  otro  lado  del  Bío-Bío. 

El  Maule  es'  un  río  caudaloso  que  parte  en  dos 
regiones  el  centro  de  Chile.  La  región  que  queda 
al  norte,  se  concentra  política  y  mediterráneamente 
en  Santiago;  y  la  que  queda  al  sur  se  concencraba 
entonces  del  mismo  modo  en  Concepción  prolon- 
gándose detrás  del  Bío-Bío  á  las  provincias  austra- 
les de  Arauco,  Valdivia  y  Chiloc.  Entre  el  Maule  y 
el  BÍO-BÍO  se  halla  el  terreno  que  fué  teatro  de  la 
campaña  de  Carrera  y  de  Pareja  en  181 3. 

Acababa  Carrera  de  llegar  á  alca  cuando  se 
supo  que  algunas  partidas  de  caballería  enemiga 
se  hacían  sentir  en  la  ribera  izquierda  del  IMaule,  y 
que  una  fuerza  mayor  ocupaba  el  punto  de  Yerbas 
Buenas.  Las  indagaciones  que  se  tomaron  en  se- 
guida hicieron  pensar  que  esa  fuerza  fuera  la  divi- 
sión de  caballería  que  mandaba  Elorreaga,  y  entre 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  389 

tanto  no  era  esta  sola  división  la  que  allí  estaba 
sino  todo  el  ejército  de  Pareja.  ]\Iás  como  Carrera 
lo  ignoraba,  hizo  preparar  una  sorpresa  nocturna, 
al  mando  del  teniente  coronel  Puga.  La  fuerza  pa- 
tricia se  arrojó  á  galope  tendido  al  centro  de  la  al- 
dea, y  produjo  por  consiguiente  una  terrible  con- 
fusión en  dos  cuerpos  que  ocupaban  la  plaza.  Pero 
al  momento  se  encontró  envuelta  por  otras  fuer- 
zas que  acudieron  de  los  demás  campamentos  en 
que  estaban  distribuidas,  y  los  agresores  tuvieron 
que  retirarse  á  escape. 

Con  todo,  fué  tanto  lo  que  sufrió  el  ejército  rea- 
lista por  la  desbandada  de  la  noche,  la  carrera  de 
caballos  y  de  bueyes,  que  sin  más  que  eso,  Pareja 
retrocedió  con  la  mira  de  hacerse  fuerte  «n  Chillan. 
Verdad  es  que  allí  pudo  conocer  la  superioridad  no- 
toria del  ejército  patriota  sobre  el  suyo  en  número, 
en  material  de  guerra  y  en  la  calidad  de  algunos 
cuerpos  de  línea. 

Puesto,  pues,  en  fuerza  y  en  aptitud  de  salir  de 
Talca  y  adelantarse  al  sur,  Carrera  se  puso  en  per- 
secución de  los  realistas.  Hallábase  Pareja  en  esos 
momentos  atacado  de  una  fiebre  gástrica  que  lo  te- 
nía postrado  5'  en  evidente  peligro  de  muerte.  Pro- 
fundamente entristecido  y  agobiado  por  una  pre- 
matura vejez  ó  agotamiento  de  fuerzas,  era  llevado 
en  parihuelas  á  brazos  de  hombres  por  aquellos  ás- 
peros caminos  y  fangales  donde  se  atollaban  las 
piezas  dando  un  enorme  trabajo  para  ponerlas  en 
movimiento.  Viéndose  forzado  á  hacer  pié.  Pareja 
hizo  reconocer  por  general  en  jefe  al  coronel  Sán- 
chez y  delegó  en  él  las  disposiciones  indispensables 
del  caso. 


390  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

Sánchez  se  situó  en  una  loma  bien  escogida,  y 
fortificó  su  posición  con  carretas, 
1813  tercios,  fardos  y  otros  bultos  del 
Mayo  15  bagaje.  "El  ejército  de  Carrera 
no  tenia  la  disciplina  necesaria 
para  llevar  á  cabo  su  plan  de  aíacju'e,  y  la  turbación 
y  el  más  completo  desorden  vinieron  á  desconcertar 
sus  propósitos.  El  comandante  don  Juan  José  Ca- 
rrera, lleno  de  ignorancia  y  de  insubordinación, 
dice  sil  mismo  hermano  don  José  Miguel  en  su 
"Diario  Militar",  apenas  formó  en  batalla  cuando 
mandó  atacar  á  la  bayoneta  marchando  á  toda  ca- 
rrera; pero  no  habían  avanzado  cien  pasos  cuando 
empezaron  á  sufrir,  etc.,  etc.  Desordenado  el  cuer- 
po de  granaderos,  abandonado  por  dos  de  sus  ca- 
pitanes. Portales  y  Tuñón,  disparó.  .  .  Para  mayor 
confusión  la  artillería  de  la  2.^  división  se  inutili- 
zó. .  .  En  esos  mismos  instantes  la  caballería  que  ha- 
bía recibido  orden  de  formar  á  retaguardia  del  ene- 
migo, recibió  algunos  tiros  de  cañón  y  se  disper- 
só. .  .  La  batalla  estaba  concluida:  el  ejército  insur- 
gente se  hallaba  disperso  y  desordenado"  (5). 

Quedaba  aún  intacta  la  división  de  retaguardia 
mandada  por  el  coronel  ]\Iackenna  —  el  militar 
más  competente  del  ejército  —  pero  por  desgracia, 
atrabancada  por  los  bagajes  y  por  la  artillería,  no 
había  podido  seguir  el  movimienlo  impetuoso  y  des- 
ordenado del  general  en  jefe;  y  era  ya  la  tarde  cuan- 
do alcanzaba  á  entrar  al  campo  de  batalla.  Venía 
casi  en  esqueleto,  tanto  por  la  deserción  cuanto  por 

(5)     Barros  Arana:  Hist.  de  la  Ind.  de  Chile:  vol.  II, 
cap.   III:    VIII.   pág.   75. 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  39 1 

la  caprichosa  separación  de  algunos  cuerpos  para 
darles  otra  colocación.  Asimismo  consiguió  poner- 
se á  retaguardia  de  la  posición  de  Sánchez,  y  co- 
menzó á  hostilizarlo  con  alguna  artillería  y  con  par- 
tidas de  caballeria.  Pero  "la  noche  vino  á  poner 
término  á  trm  singular  jornada",  y  don  José  Miguel 
dio  orden  de  que  todos  los  cuerpos  y  los  dispersos 
retrocediesen  á  la  Villa  de  San  Carlos,  que  fué  la 
que  dio  su  nombre  á  este  encuentro. 

Viéndose  sin  municiones  para  continuar  en  la 
posición  que  había  defendido,  Sánchez  se  aprove- 
chó de  la  noche  para  seguir  en  precipitada  retirada 
hacia  Chillan,  donde  los  realistas  tenían  su  plaza 
de  armas  y  de  provisiones.  Pero  era  preciso  pasar 
el  caudaloso  Nuble,  y  no  era  de  suponer se^^que  fue- 
se tanta  la  ineptitud  del  ejército  patriota,  que  de- 
jase al  enemigo  realizar  impunemente  esa  difícil 
operación. 

Entre  tanto,  así  sucedió:  los  realistas  levantaron 
su  campamento  á  las  once  de  la  noche ;  llegaron  al 
Nuble  á  las  cinco  de  la  madrugada  del  día  i6  de 
mayo  sin  que  nadie  los  hubiese  sentido;  pasaron 
al  otro  lado,  ante  todo,  una  buena  batería  que  apun- 
taron al  paso  para  sostenerlo ;  colocaron  otra  donde 
se  hallaban  para  mantener  á  distancia  al  enemigo 
y  proteger  su  retaguardia,  y  se  hallaba  casi  termi- 
nada la  operación  á  las  diez  de  la  mañana  cuando 
algunas  partidas  patriotas  aparecieron  sobre  el  río. 
Los  realistas  abandonaron  dos  cañones  y  algunas 
carretas;  pero  cuando  el  reducido  grupo  que  aún 
quedaba  en  la  ribera  del  norte  trató  de  ponerse  en 
salvo  tuvo  que  tirarse  al  río,  pereciendo  ahogados 
muchos  de  ellos.  "Si  hubieran  sido  inquietados,  su 


39-  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

ruina  liabría  sido  inevitable  y  completa",  dice  Ba- 
rros Arana  con  razón.  En  esa  misma  tarde  alcan- 
zaron los  realistas  á  Chillan,  y  tuvieron  tiempo,  co- 
mo lo  vamos  á  ver,  de  hacer  inexpugnable  el  punto 
mientras  le  llegaba  la  fuerte  columna  de  tropas  que 
habia  salido  de  Lima  á  las  órdenes  del  general  don 
Gavino  Gainza,  que  vino  á  tiempo,  por  cierto,  pues 
en  esos  mismos  días  fallecía  ya  Pareja  de  la  fiebre 
inflamatoria  que  como  ya  dijimos  lo  habia  atacado. 

En  vez  de  marchar  inmediatamente  sobre  Chi- 
llan como  el  coronel  ]\Iackenna  se  lo  exigía,  don 
José  Miguel  se  obstinó  en  ir  primero  á  ocupar  á 
Concepción  y  Talcahuano,  empresa  fácil,  por  estar 
ambos  puntos  desguarnecidos,  pero  que  en  opinión 
de  aquel  competente  militar  importaba  perder  sin 
fruto  un  tiempo  precioso  en  dos  puntos  lejanos, 
cuya  ocupación  no  influía  en  manera  alguna  sobre 
la  posición  en  que  el  enemigo  esperaba  sus  refuer- 
zos, pues  le  quedaban  abiertas  sus  comunicaciones 
por  la  costa  de  Arauco.  Menospreciando  este  buen 
consejo.  Carrera  bajó  por  la  costa  derecha  del  Ñu- 
ble  hacia  el  Itata  y  ocupó  los  dos  puntos  indicados 
con  escasa  resistencia.  O'Higgins,  entre  tanto,  ga- 
naba mucho  crédito  y  popularidad,  haciendo  una 
campaña  feliz  en  la  parte  alta  del  Bio-Bío.  Cortó 
las  relaciones  de  Chillan  con  las  fronteras  de  Arau- 
co, s-e  apoderó  de  la  plaza  de  los  "Angeles"  y  en- 
grosó su  división  con  más  de  mil  hombres,  con  ca- 
torce piezas  de  artillería  y  su  servicio,  y  con  una 
cantidad  considerable  de  pertrechos  de  guerra. 

El  resultado  de  la  ocupación  de  Concepción  y 
Talcahuano  justifica  hasta  cierto  punto  la  empresa, 
pues  Carrera  "de  ambos  puntos   sacó  ingentes   re- 


DE  LA  REVOLUCIOX  DE   CHILE  '  393 

cursos,  bastante  artillería  y  abundante  armamen- 
to. .  ."  Pero  los  realistas  á  su  vez  habían  sabido  apro- 
vecharse de  la  demora  para  construir  fortificaciones 
que  á  la  distancia  parecían  formidables.  En  Con- 
cepción se  ponderaba  tanto  su  solidez,  que  el  ge- 
neral creyó  indispensable  el  envío  de  artillería  de 
grueso  calibre,  y  hacer  venir  de  Santiago  una  di- 
visión de  reserva  de  ochocientos  á  mil  hombres. 

Una  vez  fortificados  en  Chillan,  los  realistas  co- 
mienzan á  hacerse  sentir  á  la  distancia  con  éxito. 
Elorreaga  ataca  y  rinde  toda  la  división  patriota 
que  formaba  la  guardia  de  avanzada  sobre  el  Nuble, 
y  este  contratiempo  obliga  á  Carrera  á  salir  de  pri- 
sa de  Concepción,  y  emprender  el  sitio  de  Chillan. 
El  3  de  agosto  se  percató  Sánchez  de  que  los 

patriotas     se     concentraban     sobre 

181 3         Chillan    con    ánimo    de    formalizar 

Agosto  3       el   sitio.   Y  en  efecto,   en  la  noche 

del  2  el  coronel  Mackenna  había 
colocado  oportunamente  una  batería  sostenida  por 
O'Higgins  y  por  otros  dos  oficiales  de  mucho  mé- 
rito, el  coronel  Spano,  y  el  sargento  mayor  Oller, 
que  perdió  la  A-ida  en  ese  día.  Sánchez  ordenó  k 
Elorreaga  que  hicies-e  una  vigorosa  salida  y  los  ata- 
case. El  jefe  realista  puso  en  marcha  su  columna 
á  paso  muy  rápido  y  levantadas  las  culatas  de  los 
fusiles  en  ademán  de  ir  pasados.  Logró  con  esto 
hacer  vacilar  la  resolución  de  los  patriotas  y  apro- 
ximarse sin  las  pérdidas  que  de  otro  modo  habría 
sufrido.  Pero  Spano  comprendió  que  aquello  no 
era  sino  un  ardid  de  guerra ;  mandó  hacer  un  vivo 
fuego  y  contuvo  por  un  momento  á  los  realistas 
obligándolos  á  que  cambiaran  el  ademán  de  las  ar- 


394  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

mas.  y  rectificaran  sus  líneas.  Sánchez  los  vio  va- 
cilar cuando  estaban  ya  pegados  á  las  piezas,  y 
lanzó  cá  paso  de  trote  el  batallón  J^aldiz'ia.  Pero  los 
patriotas  estaban  ya  apercibidos,  y  acabaron  por 
doblar  al  enemigo  persiguiéndolo  tan  de  cerca  que 
O'Higgins  y  Spano  entraron  hasta  las  calles  de  la 
villa,  dominaron  la  trinchera  Santo  Domingo,  y  se 
abrían  ya  camino  al  través!  de  paredes  y  tejados, 
cuando  órdenes  repetidas  del  general  en  jefe  los 
obligaron  á  retirarse.  Con  razón,  ó  sin  ella,  y  como 
sucede  casi  siempre,  se  levantó  en  el  ejército  la  voz 
de  que  O'Higgins  habría  tomado  á  Chillan  si  Ca- 
rrera no  se  lo  hubiera  impedido  por  no  aumentar 
el  crédito  que  ya  comenzaba  á  presentárselo  como 
un  rival  afamado  y  peligroso  de  su  ambiciosa  so- 
berbia. En  todos  estos  casos  germina  siempre  una 
leyenda  popular  que  sin  ser  falsa  produce  los  efec- 
tos del  lente  y  abulta  imaginativamente  la  propor- 
ción moral  de  los  hechos. 

Pero  ya  fuera  que  los  realistas  se  consideraran 
en  la  necesidad  de  salvar  su  mala  situación  con 
grandes  esfuerzos,  ó  que  tuvieran  el  conocimiento  de 
que  los  patriotas  no  tenían  cómo  persistir  por  mu- 
cho tiempo  en  el  asedio,  hicieron  en  la  tarde  una 
nueva  salida  por  diverso  costado  que  les  dio  mejo- 
res resultados :  arrollaron  una  parte  de  la  fuerza  que 
lo  cubría,  y  aunque  no  pudieron  penetrar  al  centro 
donde  jugaba  la  artillería,  lograron  incendiar  tres 
carros  de  pólvora  y  municiones,  é  introducir  tal  tur- 
bación en  el  campamento  que  comenzó  á  decaer  el 
ánimo,  y  á  preverse  que  aquel  sitio  emprendido 
mal  y  á  destiempo,  amenazaba  tener  un  fin  lamen- 
table en  poco  tiempo. 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  395 

En  efecto,  al  día  siguiente  los  realistas  sorpren- 
dieron y  destruyeron  completamente  un  grande 
convoy  de  municiones,  pertrechos  y  vestuarios  que 
venía  de  Talca.  Siguiéronse  otros  encuentros  más 
ó  menos  desgraciados,  y  el  hecho  fué,  según  dice 
Barros  Arana,  "que  á  los  tres  días  de  estrechado  el 
sitio,  el  ejercito  de  Carrera  había  sufrido  grandes 
quebrantos.'".  Desesperando,  pues,  de  tomar  la  pla- 
za, y  temiendo  perderlo  todo,  resolvió  levantar  el 
campamento  y  replegarse  á  Concepción  donde  es- 
peraba rehacerse  y  reponer  sus  pérdidas.  Cuando 
Mackenna  lo  supo  prorrumpió  en  un  grande  enojo. 
Según  él,  los  sitiados  estaban  exhaustos,  hacían 
fuerza  de  flaqueza,  y  no  tendrían  más  remedio  que 
capitular  si  se  seguía  estrechándolos.  Con  este  mo- 
tivo tuvo  un  grande  altercado  con  el  general ;  pero 
éste  sin  darle  oídos  se  retiró  en  un  estado  lamen- 
table y  vergonzoso.  "Tal  fué  (dice  el  mismo  cro- 
nista) el  principio,  y  tal  el  fin  del  desastroso  ase- 
dio de  Chillan. 

Excusando  detalles  que  no  nos  conciernen,  nos 
limitaremos  á  decir  que  como  estos  desastres  fue- 
ron atribuidos  generalmente  á  la  inexperiencia  é 
incapacidad  de  Carrera,  levantaron  un  grito  gene- 
ral de  enojo  y  de  desprecio  contra  él.  "Cuando  salió 
de  Santiago  á  contener  á  los  invasores,  todo  el  mun- 
do creía  que  la  campaña  duraría  apenas  unos  pocos 
días.  .  .  El  tiempo  vino  en  breve  á  probar  á  los  pa- 
triotas de  Santiago  que  se  habían  engañado  gran- 
demente. La  posición  de  Carrera  no  tenía  nada  de 
halagüeña,  y  su  decantada  victoria  de  San  Carlos  no 
pasaba  en  realidad  á  un  triunfo  dudoso  y  medio- 
cre. .  .    Pero  sobraron  ilusos  que  creyeron  en  todas 


3f)6  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

las  palabras  enfáticas  de  los  partes  del  general  en 
jefe.  .  .  Xo  faltaban  sin  embargo,  militares  que  im- 
pusiesen al  gobierno  de  la  realidad  de  lo  ocurrido; 
pero  éste  tenía  que  someterse  á  necesidad  de 
mantener  el  ¡entusiasmo,  y  sabía  bien  que  esos  par- 
tes contribuían  á  ello.  El  gobierno  guardaba  para 
sí  un  conocimiento  perfecto  de  la  marcha  de  la  cam- 
paña, y  aglomeraba  sigilosamente  graz'cs  cargos 
contra  el  general  Carrera".  Sus  aptitudes  no  com- 
pensaron ni  justificaron  los  vicios  del  hombre  dís- 
colo que  no  se  satisfacía  sino  con  el  poder  personal 
y  despótico  sobre  su  país,  y  que  no  había  sabido 
defenderlo  de  sus  enemigos.  "Don  José  Miguel 
Infante  le  hizo  el  primer  cargo  acusándole  de  ha- 
ber dado  á  sus  hermanos  los  puestos  más  importan- 
tes y  lucrativos  del  ejército,  su  plan  de  campaña 
fué  el  motivo  de  mil  críticas,  que  si  bien  se  hacían 
con  grande  cautela  y  sigilo,  no  eran  por  eso  menos 
amargas.  .  ." 

Carrera  había  desperdiciado,  pues,  los  recursos 
y  refuerzos  que  en  repetidas  veces  le  había  remi- 
tido el  gobierno  de  Santiago.  El  desastroso  fin  del 
asedio  de  C Julián  vino  á  quitarle  el  poco  prestigio 
que  le  quedaba  ante  los  miembros  de  la  Junta,  y  á 
desmentir  el  crédito  que  sus  anunciados  triunfos  le 
habían  granjeado  en  el  vulgo.  Prorrumpieron  en- 
tonces las  quejas  y  los'  reproches.  Su  ineptitud  mi- 
litar se  hizo  evidente  y  su  despotismo  levantó  con- 
tra él  la  opinión  pública. 

El  favor  de  los  sueldos  prodigados  á  su  familia, 
las  tropelías  de  sus  deudos  y  sicarios  cometidas  con 
notoria  impunidad,  y  el  agotamiento  de  los  recur- 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  39/ 

SOS  públicos,  pusieron  el  colmo  á  la  paciencia  del 
pueblo  y  minaron  la  base  del  poder  omnímodo  que 
había  usurpado.  Al  leer  la  nota  de  un  cronista  con- 
temporáneo que  el  señor  Barros  Arana  hace  suya 
en  el  texto  de  su  Historia,  podría  uno  creer  que  leía 
un  retazo  de  las  fechorías  de  Artigas,  de  José  Cul- 
ta, Encarnación,  Blasito  y  Otorguez,  con  nombres 
de  allende  la  Cordillera:  "El  saqueo  de  las  casas, 
los  asesinatos,  las  violencias  á  las  mujeres  con  el 
simulado  título  de  los  diferentes  partidos,  tanto  en- 
tre sí  como  con  los  realistas,  ponían  á  todos  en  pe- 
ligro de  no  tener  un  instante  de  seguridad  en  parte 
alguna".  Tenían  además  los  Carrera  algunos  deu- 
dos suyos  empleados  en  las  más  importantes  co- 
misiones, y  siendo  estos  unos  públicos  facinerosos, 
conocidos  por  tales  aún  antes  de  la  revolución,  se 
puede  conjeturar  cuáles  serían  ahora  autorizados  y 
defendidos  por  el  gobierno.  Esta  era  una  de  las 
principales  causas  del  odio  de  los  Carrera,  y  los 
nombres  de  Bartolo  Araoz,  con  el  de  los  Carrera 
■de  la  Viña  del  mar,  y  otra  gran  caterva  de  esta  cla- 
se capitaneados  por  aquéllos,  perpetuarían  en  Chile 
la  memoria  de  la  época  de  los  delitos  (6). 

Aunque  llamados  por  Carrera,  y  á  su  antojo, 
los  vocales  de  la  Junta  Ejecutiva  á  quienes  había 
tiejado  el  gobierno  de  Santiago  "le  miraban  de 
tiempo  atrás  con  grande  ojeriza",  y  tomaron  oca- 
•sión  de  los  sucesos  para  sacudir  su  yugo. 

Muy  pronto  surgieron  causas  graves  de  disen- 
timiento ;   la  más   ofensiva  tuvo  lugar  con  el  her- 

(6)  Hisf.  de  la  Indep.  de  Chile,  por  don  Diego  Ba- 
:rros  Arana:  vol.  II,  cap.  IX,  II,  nota. 


398  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

mano  don  Luís,  hombre  violento  é  irascible  *'que 
descubría  injurias  en  cada  queja  ó  cargo  que  les 
hacían  los  miembros  del  gobierno".  A  Barros  Ara- 
na lo  corrobora  en  esto  el  mismo  Vicuña  Alacken- 
na:  "Carrera  (dice)  se  dejaba  arrebatar  por  su  alti- 
vez, los  consejos  eran  desoídos,  las  ocasiones  se 
malograban  lastimosamente  y  los  desaciertos  se  su- 
cedían á  las  pasiones,  ya  desacordadas,  y  á  las  in- 
tenciones secretamente  hostiles.  El  mal  éxito  del 
sitio  de  Chillan  debido  sólo  á  su  impericia  desunía 
los  ánimos  y  trajo  al  suelo  el  crédito  del  general"  : 

Instruido  don  José  Miguel  de  que  el  vocal  In- 
fante era  quien  más  abiertamente  le  acusaba  y  pe- 
día su  destitución,  le  escribió  á  su  hermano  don 
Luis:  "Infante  es  un  ignorante  y  un  alma  vil.  Le 
vendría  bien  un  bofetón  y  puedes  dárselo  en  la  in- 
teligencia de  que  lo  recibe  un  intruso  y  un  villano". 

La  Junta  Gubernativa  tuvo  que  acceder  á  las  exi- 
gencias áe  la  opinión  pública  y  destituyó  á  Carrera 
substituyendo  en  O'Higgins  el  mando  del  ejército. 
Pero  fueron  tales  las  intrigas  y  las  resistencias  que 
pusieron  en  juego,  él,  sus  hermanos  y  sus  parcia- 
les, que  se  hizo  dificilísimo  el  cambio,  y  O'Higgins 
mismo  se  abstuvo  por  mucho  tiempo  de  aceptarlo,, 
por  no  asumir  las  reponsabilidades  de  la  lucha  in- 
terna que  preveía.  En  vista  de  esto,  la  Junta  salió> 
de  Santiago  y  se  trasladó  á  Talca,  con  el  objeto  de 
quedar  más  próxima  á  los  sucesos.  Logró  al  fin  que 
Carrera  entregase  el  mando,  y  O'Higgins  recon- 
centró en  Concepción  la  reorganización  del  ejér- 
cito. Mas  como  el  desastre  de  Chillan  dejaba  abier- 
to á  los  realistas  el  camino  del  centro  hasta  Santia- 
go, el  nuevo  general  adelantó  á  la  margen  derecha 


DE  LA  REVOLUCIÓN  DE   CHILE  399 

del  Itata  una  división  que  bajo  las;  órdenes  del  co- 
ronel Mackenna  se  situó  en  el  Membrillar,  con  el 
íin  de  defender  el  camino  de  Talca,  mientras  en  la 
capital  se  formaba  una  nueva  base  de  tropas  para 
defenderla.  De  manera  c[ue  si  los  realistas  'empren- 
dían S!U  marcha  al  norte  tu\'ieran  que  contar  con  la 
división  del  ]\Iembrillar,  y  si  prescindían  de  esta 
división  para  seguir  sobre  Santiago,  pudiera 
O'Híggins  salir  de  Concepción,  incorporarse  á  Mac- 
kenna, apoderarse  de  Chillan,  c[ue  era  la  plaza  de 
armas  del  enemigo,  continuar  por  retaguardia  so- 
bre los  realistas,  y  ponerlos  entre  Santiago  por  el 
frente  y  las  fuerzas  patriotas  dueñas  de  todos^  los 
•caminos  y  recursos  del  sur,  'en  un  país  estrecho  y 
largo  donde  es  sumamente  difícil  maniobrar  sobre 
los  flancos  para  evitar  encuentros  y  retroceder. 

Hallábase  así  la  situación  cuando  un  nuevo  ge- 
neral realista,  don  Gabino  de  Gainza,  desembarca- 
ba en  la  costa  de  Arauco  con  nuevas  tropas  venidas 
de  Lima,  y  tomaba  en  Chillan  el  mando  del  ejér- 
cito del  rey.  Pero  al  mismo  tiempo  llegaba  también 
al  teatro  de  los  sucesos  el  coronel  don  Marcos  Bal- 
caree  á  la  cabeza  del  batallón  argentino  Auxiliares 
de  los  Andes  (número  ii  después)  de  que  era  co- 
mandante dolí  Juan  Gregorio  de  Las  Heras,  y  re- 
cibía orden  de  marchar  aprisa  á  incorporarse  á  la 
división  de  Mackenna  en  el  Membrillar.  Llegado 
allí  el  señor  Mackenna,  nombraba  jefe  del  Estado 
Mayor  al  señor  Balcarce,  y  estrechando  la  mere- 
cida estimación  y  armonía  de  que  ambos  eran  dig- 
nos, ponían  todo  su  esmero  en  hacer  inexpugnable 
la  posición  que  habían  tomado  en  la  margen  dere- 
cha del  Ifafa.  Por  su  espalda  quedaban  recostados 


400  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

en  los  enormes  barrancos  del  río  que  eran  insal- 
vables; al  frente,  es  decir,  al  nordeste,  formaron 
tres  reductos:  el  del  centro  elevado  desde  el  fondo 
de  una  quebrada,  cuyos  fuegos  rectos  de  fusil  y 
cañón  quedaban  cruzados  por  los  de  dos  lomas  late- 
rales y  ásperas,  donde  las  fuerzas  que  debían  deftn- 
der  la  posición  quedaban  bien  parapetadas  también 
y  en  comunicación  fácil  por  el  interior  para  apo- 
yarse mutuam-ente. 

Prescindiendo  de  detalles  que  como  hemso  di- 
cho son  innecesarios  á  la  marcha  de  nuestra  narra- 
ción, bastará  que  digamos  que  Gainza,  sin  temor 
ya  por  Chillan,  abrió  su  campaña  en  camino  de 
Santiago,  decidido  á  destruir  y  tomar  la  fuerza  del 
Membrillar,  conseguido  lo  cual,  O'Higgins  habría 
quedado  perdido  en  Concepción,  y  expedita  la  mar- 
cha sobre  la  capital. 

En  efecto  O'Higgins  pasaba  por  grandes  em- 
barazos. Además  de  que  sus  tropas  estaban  desmo- 
ralizadas, consistían  en  milicias  de  caballería,  y  la 
escasa  infantería  con  que  contaba  parecía  próxima 
á  anarquizarse  por  los  manejos  y  tentativas  de  todo 
género  que  don  José  Miguel  Carrera  y  su  hermano 
don  Luis  ponían  en  juego  para  producir  un  motín 
y  recuperar  el  mando  de  ese  embrionario  conjunto 
que  se  llamaba  ejército.  Al  fin  fué  preciso  expul- 
sarlos de  Concepción  y  darles  una  escolta  para  que 
pasaran  á  la  capital.  Pero  cayeron  en  poder  de 
Gainza,  cuya  partida  de  vanguardia  maniobraban 
sobre  el  Río  Nuble,  y  fueron  llevados  á  Chillan. 
Ellos  y  sus  partidarios  acusaron  á  O'Higgins  de 
haberlos  entregado,  lo  que  no  estaba  por  cierto  fue- 
ra de  las  sospechas  racionales  del  caso,   ni   de  las. 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  4OI 

condiciones  morales  del  homl)re :  y  muy  poco  des- 
pués les  sirvió  esa  ofensa  de  pretexto  para  tomar 
un  horrible  desquite  en  el  desastre  de  Rancagua. 

Poco  hacia  que  Alackenna  y  Balcarce  ocupaban 
la  posición  del  Membrillar  cuando  se  hicieron  sentir 
sobre  el  Itata  y  el  Nuble  dos  gruesas  divisiones  que 
formaban  la  vanguardia  de  Gainza.  El  coronel 
Mackenna  no  tuvo  calma  para  soportar  esa  cerca- 
nía, y  resolvió  salir  de  sus  reductos  y  atacarlas. 
Verdad  es  también  c[ue  llevaba  el  interés  de  recoger 
caballos  y  ganados,  cosa  que  no  había  tenido  tiem- 
po de  hacer  antes  por  no  haber  contado  con  tan  rá- 
pida aparición  del  enemigo. 

La  división  patriota,  en  número  de  400  á  500 
hombres,  salió  de  los  reductos  á 
1 8 14  las  doce  de  la  noche  con  el  ánimo 

Febrero  22  de  sorprender  en  la  madrugada 
del  23  á  las  divisiones  realistas 
que  se  suponían  acampadas  en  Cucha-Cucha.  Iban 
á  su  cabeza  el  mismo  señor  Mackenna,  el  coronel 
Alcázar  como  segundo,  y  el  teniente  coronel  Bue- 
ras  al  mando  de  unos  150  caballos  entre  dragones  y 
milicianos,  quedando  los  reductos  al  mando  del  jefe 
de  Estado  Mayor  Balcarce,  y  el  comandante  Las 
Heías  sobre  las  armas  para  llevar  su  protección 
donde  fuera  necesario  según  las  ocurrencias  de  la 
empresa.  A  la  madrugada  los  patriotas  encontraron 
las  casas  de  Cucha-Cucha  desiertas.  Fuera  por  pre- 
caución ó  por  noticia  del  movimiento  que  los  rea- 
listas hubieran  recibido,  se  habían  emboscado  en 
las  barrancas  y  arboledas  del  Nuble  en  observación, 
y  habían  pedido  refuerzos  al  cuartel  general  para 
envolver  de  sorpresa  y  rendir  á  los  expediciona- 
rios. 

HIST.   DE  LA  REP.   ARGENTIN.'K.  TOMO  VI. — 26 


402  LOS    DOS    PROTAGONISTAS 

Por  lo  pronto  no  hubo  sino  algunas  guerrillas 
y  escaramuzas;  pero  á  mediodía,  cuando  la  división 
patriota  se  retiraba,  encontró  el  camino  y  los  flan- 
cos ocupados  por  fuerzas  de  consideración  que  cor- 
taron la  caballería  de  Bueras  dificultando  enorme- 
mente la  retirada ;  y  como  iban  llegando  más  y  más 
fuerzas,  habrían  acabado  por  poner  á  Mackenna 
en  dificultades  algo  más  que  serias.  Viéndolo  así 
Balcarce,  y  alarmadísimo  con  el  mal  sesgo  que  to- 
maba la  acción,  lanzó  al  mayor  Las  Heras  y  capi- 
tán Vargas  en  su  auxilio.  Los  argentinos  llevaron 
de  frente  el  ataque  y  despejaron  completamente  el 
campo  para  que  la  división  pudiese  entrar  salva  á 
los  reductos.  "El  teniente  coronel  Bueras  hacía 
frente  por  todas  partes  hasta  que  fué  auxiliado  por 
las  demás  tropas  y  en  particular  por  el  valeroso 
sargento  mayor  de  Auxiliares  de  Buenos  Aires  don 
Juan  Gregorio  Las  Heras,  que  bien  sostenido  por 
el  capitán  Vargas,  del  inisnio  cuerpo,  avanzó  con 
€l  mayor  orden  sobre  el  enemigo,  etc." 

O'Higgins  se  aprontaba  en  Concepción  para 
marchar  al  norte,  cuando  recibió  una  funesta  no- 
ticia :  Talca  acababa  de  caer  en  manos  de  los  rea- 
listas. Su  comandante  el  coronel  Spano,  con  otros 
oficiales  dignos  de  su  jefe,  como  los  héroes  de  un 
navio  resueltos  á  luchar  hasta  hundirse,  habían  sa- 
crificado su  vida,  salvando  sólo  la  gloria  de  su  nom- 
bre con  un  alto  ejemplo  que  no  ha  olvidado  ni  ol- 
vidará la  historia  de  Chile.  Puestos  en  la  alterna- 
tiva de  reforzar  la  división  de  Membrillar  con 
cuanto  ellos  tenían  para  su  propia  defensa,  se  que- 
daron reducidos  al  mínimo  de  recursos  y  de  fuer- 
zas en  la  esperanza  que  de  Santiago  se  les  repusiese 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  4OJ 

pronto  lo  que  habían  mandado ;  pero  en  vano  lo  es- 
peraron, y  atacados  por  cuádruples  fuerzas  á  las 
órdenes  de  Elorreaga,  resistieron  hasta  ser  ultima- 
dos uno  á  uno. 

Este  triste  suceso  puso  á  O'Higgins  en  las  más 
dolorosas  angustias ...  y  no  era  para  menos,  pues 
con  la  pérdida  de  Talca  quedaba  franqueado  el  río 
Maule,  y  completamente  cortadas  las  comunicacio- 
nes de  la  división  del  Membrillar  al  norte  y  al  sur. 
No  había,  pues,  que  vacilar;  y  fuese  como  fuese, 
O'Higgins  salió  de  Concepción  por  el  camino  del 
oriente,  siguiendo  por  los  cerros  de  la  derecha  con 
suma  cautela  la  retaguardia  y  el  flanco  derecho  del 
enemigo,  porque  no  tenía  fuerzas  ni  medios  con  que 
aventurar  un  combate  decisivo  en  el  camino  del 
centro. 

Cuando  Gainza  marchaba  resueltamente  á  des- 
baratar la  posición  del  Membrillar 
18 14  para    adelantarse    libremente    á 

Marzo  20  Santiago,  sintió  sobre  su  flanco 
derecho  las  avanzadas  de  O'Hig- 
gins ;  y  como  esto  podía  embarazar  sus  movimientos, 
ordenó  al  coronel  Barañao  que  lo  desalojase  y  lo 
hiciese  retroceder  al  sur.  El  jefe  patriota  tuvo  tiempo 
de  tomar  unas  alturas  inaccesibles  donde  pudo  sos- 
tenerse con  ventaja;  pero  se  convenció  también  de 
su  impotencia  para  bajar  al  terreno  de  la  acción  y 
dar  un  apoyo  eficaz  á  la  división  del  Membrillar. 
Bien  seguro  de  esto,  el  general  realista  se  decidió 
al  ataque  inmediato  de  este  punto :  y  al  amanecer 
del  día  20  de  marzo  pudieron  ya  notarse  todos  los 
preliminares  que  hacen  presagiar  un  día  de  sangre. 
Las  descubiertas  de  los  reductos  patriotas  comen- 


404  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

zaron  á  batirse  tenazmente  con  las  avanzadas  ex- 
ploradoras de  los  realistas,  hasta  que  á  mediodía 
los  unos  se  reconcentraban  poco  á  poco  á  sus  trin- 
cheras, quedando  formadas  de  la  otra  parte  las  co- 
lumnas de  asalto.  Una  de  ellas,  llevando  á  la  ca- 
beza el  estandarte  real,  adelantó  por  la  quebrada  á 
cuyo  fondo  estaba  el  reducto  del  centro,  sufriendo 
el  fuego  nutrido  que  de  frente  le  hacía  la  trinchera, 
y  cuando  estuvo  al  pie  de  la  loma,  comenzó  á  tre- 
parla con  intrepidez;  pero  los  reductos  de  los  cos- 
tados cruzaron  entonces  sus  fuegos  sobre  ella  con 
tal  viveza  v  acierto  que  la  hicieron  vacilar;  y  se  po- 
nía ya  en  desorden  cuando  el  coronel  Barañao, 
con  una  gruesa  reserva,  trepó  á  su  vez  la  loma  en 
auxilio  de  los  suyos  y  renovó  el  asalto  con  nuevos 
bríos.  Cúpole  entonces  á  los  soldados  argentinos 
hacer  sentir  su  pujanza  sobre  los  Clülotcs  del  ejér- 
cito realista.  Púsose  á  la  cabeza  de  los  Auxiliares 
de  los  Andes  el  coronel  Balcarce,  salió  por  un  flan- 
co del  reducto  y  cargando  á  la  bayoneta  se  llevó  por 
delante  toda  la  columna  realista,  haciendo  un  for- 
midable estrago  en  ella.  Desembarazada  así  la  po- 
sición, "Balcarce  volvió  á  las  trincheras,  dice  un 
historiador  chileno,  trayendo  fusiles,  sables  y  mu- 
chos otros  despojos",  y  entre  ellos  algunos  jirones 
del  estandarte  real  colgando  de  la  lanza  de  que  lo 
habían  arrancado  para  salvarlo. 

A  este  primer  ataque,  se  siguió  un  asalto  ge- 
neral. Los  realistas  avanzaron  con  cuatro  piezas  de 
artillería  hasta  ponerse  á  tiro  de  pistola,  á  pesar  de 
la  metralla  y  del  fuep/~>  de  700  fusileros  bien  atrin- 
cherados. La  acción  se  hizo  entonces  general,  re- 
pitiéndose las  tentativas  de  asalto  y  las  maniobras 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  405 

para  dominar  las  trincheras.  Todo  fué  inútil  por 
más  de  cuatro  horas.  Por  el  favor  del  humo  y  del 
fogueo,  una  columna  enemiga  como  de  800  hom- 
bres logró  doblar  por  el  flanco  el  reducto  de  la  de- 
recha é  interponiéndose  entre  esa  loma  y  el  rio 
Itata,  abocó  tres  cañones  á  la  trinchera.  Defendida 
con  la  misma  bravura  con  que  era  atacada,  el  asalto 
se  había  repetido  por  tres  veces,  cada  vez  con  más 
empuje,  demostrándose  así  que  los  enemigos  esta- 
ban decididos  á  conseguir  su  intento  á  toda  costa. 
El  coronel  Balcarce  sacó  del  reducto  central  una 
culebrina,  con  dos  compañías  de  Auxiliares  de  los 
Andes;  reforzó  así  la  guarnición  del  reducto  ame- 
nazado, y  restableció  de  tal  modo  las  ventajas  de 
su  defensa,  que  la  columna  realista  tuvo  que  aban- 
donar su  empeño  y  bajar  en  precipitada  dispersión. 
Entraba  ya  la  noche  y  comenzaba  á  llover  co- 
piosamente. Los  realistas  se  alejaron,  y  después  de 
haber  empleado  dos  días  en  reorganizar  sus  tropas, 
resolvieron  dirigirse  rápidamente  sobre  la  capital. 
Aprovechándose  de  la  victoria,  O'Higgins  conse- 
guía al  fin  incorporarse  con  ]\Iackenna;  y  como  el 
movimiento  del  enemigo  les  hizo  suponer  que  la 
■capital  corría  peligro,  tomaron  la  misma  dirección 
por  caminos  paralelos,  y  pasaron  al  norte  del  oían- 
le en  la  misma  noche.  Desde  luego,  el  ejército  pa- 
triota quedaba  en  mejores  condiciones.  Había  ob- 
tenido una  victoria,  había  restablecido  sus  comu- 
nicaciones Tcon  la  capital,  y  podía  maniobrar  con- 
servando este  sólido  respaldar  con  los  numerosos 
recursos  que  allí  se  le  preparaban.  El  enemigo,  aun- 
que más  poderoso  y  compuesto  de  tropas  más  ague- 
rridas, se  hallaba  en  una  posición  más  difícil;  no 


406  LOS   DOS   PROTAGONISTAS 

sólo  por  la  distancia  á  que  quedaba  de  Chillan  que 
era  su  centro,  sino  porque  siendo  muy  aventurada 
seguir  marchando  sobre  Santiago  y  pasar  el  cau- 
daloso Maipú  al  frente  de  fuerzas  contrarias  bien 
establecidas  en  las  dos  riberas,  tenía  que  optar  en- 
tre una  batalla  para  ejecutar  ese  pasaje,  ó  una  re- 
tirada al  sur  que  podía  serle  desastrosa. 

Esta  era  la  inminente  situación  de  las  cosas 
cuando  tuvo  lugar  uno  de  aquellos  acontecimientos 
tan  inesperados,  como  anormales,  que  sin  saber  cómo 
cambian  el  orden  lógico  de  los  sucesos. 

La  destitución  de  Carrera  en  Concepción  y  su 
caída  en  poder  de  los  realistas,  dio  ocasión  al  par- 
tido conservador  de  Santiago  de  pensar  en  dar  al 
gobierno  una  forma  más  concentrada,  é  imitanda 
lo  que  se  había  hecho  en  Buenos  Aires  después  de 
reunida  la  Asamblea  General  Constituyente  de 
1813,  y  nombrado  el  señor  Posadas  Director  Su- 
premo del  Estado,  substituyóse  también  en  Chile 
la  Junta  Gubernativa  de  tres  miembros  por  un  Di- 
rector Supremo,  y  fué  puesto  en  este  rango  el  co- 
ronel don  Francisco  de  la  Lastra,  hombre  bueno  y 
virtuosísimo,  marino  de  honor,  pero  de  poquísima 
notoriedad  en  su  carrera,  así  como  de  poquísima 
energía  y  consistencia  para  gobernar. 

Vacilaba,  pues,  la  suerte  entre  el  ejército  de 
O'Higgins  y  el  de  Gainza,  y  no  era  -poco  favorable 
para  el  primero  haber  conseguido  ocupar  la  posi- 
ción de  Ouechereguas  é  interponerse  entre  la  capi- 
tal y  los  realistas,  cuando  un  comodoro  inglés,  mís- 
ter  James  Hillyar,  metiéndose  á  negociador  y  di- 
plomático de  su  sola  cuenta,  se  presentó  imperioso 
en    Santiago   haciendo   valer   una   comisión   que   le 


DE    LA    REVOLUCIÓN'    DE    CHILE  4O7 

había  dado  el  virrey  de  Lima  señor  Abascal.  Abo- 
cándose con  el  señor  Lastra,  le  notificó  que  Ingla- 
terra se  había  aliado  con  España;  que  la  prepoten- 
cia de  Fernando  VII  y  su  incuestionable  derecho 
sobre  América  habían  sido  reconocidos  por  todas 
las  potencias;  que  Chile  no  podía  contar  con  auxi- 
lios argentinos,  no  sólo  porque  las  derrotas  de  Vil- 
capugio  y  Ayouma  habían  puesto  al  virrey  del  Pe- 
rú en  libertad  de  hacer  lo  que  quisiera  con  sus  tro- 
pas vencedoras,  sino  porque  Buenos  Aires  y  las 
Provincias  Argentinas  estaban  devoradas  por  la 
anarquía,  amenazadas  por  Portugal  y  en  el  último 
estado  de  postración.  Así  pues,  á  Chile  no  le  que- 
daba más  salvación  que  acogerse  á  un  tratado  con 
el  virrey  del  Perú,  en  condiciones  muy  favorables, 
que  él,  mistar  Hillyar,  propondría  y  garantizaría 
como  almirante  inglés. 

El  Director  Lastra  y  los  hombres  de  su  consejo, 
se  dejaron  dominar  por  la  petulancia  incisiva  del 
marino  británico,  y  se  pusieron  materialmente  en 
sus  manos.  Míster  Hillyar  formuló  é  impuso  las 
■condiciones  que,  á  decir  verdad,  salvaban  en  gran 
parte  los  intereses  del  comercio  marítimo  libre,  co- 
mo á  Inglaterra  le  convenía.  En  lo  demás  Chile 
declaraba  que  volvía  al  vasallaje  español,  que  se 
comprometía  á  mandar  diputados  á  las  Cortes  del 
reino,  y  que  en  consecuencia  debía  ponerse  en  li- 
bertad á  los  prisioneros  de  ambas  partes,  después 
de  lo  cual  Gainza  debía  retirarse  con  su  ejército  á 
Valdivia,  quedando  íntegra  la  autoridad  del  go- 
bierno de  vSantiago  al  norte  del  Bío-Bío  hasta  que 
€l  virrey  reorganizase  el  gobierno  general  del  país 
^n  consonancia  con  estas  bases.  Luego  que  míster 


4t^8  LOS   DOS   PROTAGONISTAS 

HillNar  redujo  á  Lastra  á  pasar  por  estas  condicio- 
nes, salió  él  mismo  hacia  los  campamentos  de  los 
dos  ejércitos;  reunió  los  comisionados  de  las  par- 
tes, y  les  hizo  firmar  el  tratado  de  pacificación  que 
tomó  el  nombre  de  Lircay,  por  el  lugar  de  donde  se 
había  concertado. 

El  tratado  de  Lircay  vino  á  probar  de  una  ma- 
nera categórica  que  no  sólo  había  sido  feliz  sino 
hábil  también  la  campaña  que  Balcarce,  ]\Iackenna 
y  O'Higgins  acababan  de  hacer  contra  Gainza, 
pues  éste,  apenas  firmado  ese  tratado,  lo  aprovechó- 
para  zafar  de  donde  estaba,  y  retrogradó  á  esperar 
en  Chillan  las  resoluciones  del  virrey  de  Lima. 
Cumplió,  sin  embargo,  lo  convenido  acerca  de  los 
prisioneros  poniendo  en  libertad  á  don  José  Miguel 
Carrera  y  á  su  hermano  don  Luís  con  otros  de  su 
partido. 

Llegaron  éstos  á  Santiago  en  momentos  de  agi- 
tación :  el  coronel  Balcarce  y  el  plenipotenciario  ar- 
gentino don  Juan  José  Passo,  negaban  su  aquies- 
cencia al  tratado  de  Lircay.  y  en  consecuencia  se  re- 
solvió retirar  de  Chile  el  batallón  de  Auxiliares.  La 
opinión  pública  se  manifestaba  también  unánime 
contra  ese  vergonzoso  convenio,  y  exigía  que  se 
continuara  la  guerra.  O'Higgins  había  obedecido 
al  gobierno,  pero  opinaba  públicamente  en  el  otro 
sentido.  En  Lima  sucedía  lo  mismo.  La  conducta 
de  Hillyar  había  sorprendido  y  escandalizado  al  vi- 
rrey Abascal,  quien  indignado  por  la  ineptitud  y 
credulidad  de  Gainza  lo  hizo  retirar  y  mandó  en  su 
lugar  al  general  don  ^Mariano  Ossorio  con  el  afa- 
mado regimiento  de  los  Talavcras  que  acababa  de 
llegar  de  España,  y  que  era  uno  de  los  cuerpos  que 


DE    LA    REVOLUCIOX    DE    CHILE  4O9 

más  glorias  había  ganado  contra  los  franceses  á  las 
órdenes  de  Wéllington. 

Los  Auxiliares  Argentinos,  conducidos  por  su 
coronel  don  Marcos  Balcarce  y  acompañando  al  ple- 
nipotenciario, llegaban  á  Santa  Rosa  de  los  Andes 
para  trasladarse  á  ^Mendoza,  cuando  un  deshecho 
temporal  de  los  primeros  días  de  mayo  cerró  los 
caminos  de  la  Cordillera  é  hizo  imposible  que  el 
plenipotenciario  y  el  batallón  pudieran  transmon- 
tarla. Pero  como  el  coronel  Balcarce  tenía  órdenes 
urgentes  de  pasar  á  Cuyo,  emprendió  el  viaje  solo 
y  por  sobre  las  nieves,  dejando  en  Santa  Rosa  de 
los  Andes  al  comandante  Las  Heras,  que  por  su 
brillante  comportamiento  en  Membrillar  y  en  Que- 
chereguas  acababa  de  ser  ascendido  á  coronel,  con 
la  orden  de  continuar  su  marcha  así  que  pasase  la 
estación  de  las  nieves. 

Al  mismo  tiempo  que  los  Auxiliares  Argenti- 
nos se  retiraban  de  la  escena,  tenían  lugar  en  San- 
tiago gravísimos  acontecimientos  que  terminaron 
por  una  catástrofe.  Apenas  salidos  de  Chillan  los 
hermanos  Carrera  se  introdujeron  furtivamente  en 
la  capital  y  se  pusieron  á  combinar  una  nueva  aso- 
nada. Comenzóse  á  sentir  una  sorda  agitación  que, 
acentuándose  de  más  en  más,  produjo  una  profun- 
da alarma  en  todo  el  pueblo;  hasta  que  en  la  ma- 
drugada del  23  de  julio  se  amotinaron  las  tropas  y 
milicias  movilizadas,  se  apoderaron  del  Director 
Supremo  Lastra  y  proclamaron  un  nuevo  Gobierno 
de  Junta  bajo  la  presidencia  de  don  José  Miguel. 
El  primer  caso  fué  prender  y  expatriar  á  Mendoza 
á  todas  aquellas  personas  que  Carrera  supuso  ad- 
versarios suyos;  y  entre  ellos  fué  deportado  el  co- 


4IO  LOS  DOS   PROTAGONISTAS 

ronel  Mackenna,  que  por  acaso  se  hallaba  en  San- 
tiago esa  noche,  don  Antonio  José  Irizarri,  minis- 
tro de  gobierno,  con  muchos  otros  personajes  de 
primera  nota. 

Como  era  de  creer  que  O'Higgins  acudiera  con 
su  división  á  restablecer  el  gobierno  legal,  don  José 
jMiguel  proclamó  la  ley  marcial  y  levantó  tropas 
con  que  defender  la  autoridad  personal  y  absoluta 
que  había  usurpado.  Siguióse,  como  era  consiguiente, 
un  periodo  de  anarquía  y  de  guerra  civil  cuyos 
detalles  no  nos  conciernen. 

Ambos  partidos  se  batieron  encarnizadamente, 
pero  sin  resultado  efectivo,  en  el  llano  de  ]\Iaipo; 
y  se  preparaban  con  feroz  encono  á  un  nuevo  en- 
cuentro, cuando  se  oyeron  en  el  campo  de  O'Hig- 
gins las  trompetas  de  un  parlamentario  realista, 
que  venía  trayendo  en  nombre  del  nuevo  general 
Ossorio  una  intimación  fulminante  para  que  todos 
se  le  rindieran  á  discreción  so  pena  de  sufrir  el  cas- 
tigo de  rebeldes  incorregibles. 

En  efecto,  Ossorio  marchaba  ya  con  todo  el 
ejército  realista  en  dirección  á  Santiago.  El  motín 
de  los  hermanos  Carrera  y  el  desorden  consiguien- 
te habían  sido  causas  de  qne  nadie  lo  hubiera  sen- 
tido aproximarse  ni  tratado  de  detenerlo  en  su  mar- 
cha. En  tan  apurado  trance,  trató  O'Higgins  de 
ganar  tiempo,  y  contestó  al  parlamentario  que  de- 
fería la  resolución  al  gobierno  de  la  capital.  Al 
efecto  escribió  también  á  don  José  ^Miguel  que  re- 
nunciaba á  toda  pretensión  política;  cjue  desde  lue- 
go lo  reconocía  por  general  en  jefe  y  por  primera 
autoridad  pública  del  país:  que  para  combinar  los 
medios   de  defensa  con  satisfacción  y  cooperación 


DE    LA    REVOLUCIOX    DE    CHILE  4II 

de  todos,  le  parecía  que  lo  más  acertado  sería  con- 
vocar un  Cabildo  Abierto  para  que  el  pueblo,  libre- 
mente y  con  exclusión  de  todo  individuo  de  tropa 
armada,  eligiese  un  gobierno  provisional.  "Carrera 
rechazó  la  propuesta,  sea  porque  no  la  creyese  pru- 
dente, ó  porque  sospechase  que  la  elección  no  le 
sería  favorable",  dice  Barros  Arana.  Afligido 
O'Higgins  con  las  ambigüedades  y  reticencias  de 
su  rival,  vio  claro  que  para  éste  no  había  más  al- 
ternativa que  la  de  someterse  á  su  mando;  y  avi- 
niéndose á  eso,  se  puso  á  sus  órdenes  sin  mirar 
otra  cosa  que  la  salvación  de  la  patria ;  y  entró  á 
concertar  lo  necesario  para  hacer  frente  á  los  rea- 
listas reclamando  solamente  una  posición  en  la  van- 
guardia con  la  sacrosanta  promesa  de  que  sería 
protegido  y  reforzado  á  tiempo.  Ardua  empresa  era 
esa  por  cierto  visto  el  agotamiento  de  energía,  el 
cansancio  y  la  indiferencia  humillante  en  que  se 
hallaba  todo  el  país,  especialmente  el  pueblo  bajo, 
para  el  que  lo  mismo  eran  patriotas  que  realistas, 
sin  que  aspirase  á  otra  cosa  que  á  desertar  de  las 
filas  en  que  lo  metían.  Pero  aún  esto  mismo  no  era 
lo  peor;  la  dificultad  de  traer  á  conciliación  los  dos 
partidos  era  tan  grande,  que  entre  los  parciales  de 
Carrera  se  acariciaba  la  idea  de  que  los  realistas 
acabasen  con  O'Higgins,  y  llegó  el  caso  de  que 
este  mismo  recibiera  graves  y  repetidos  avisos  de 
que  se  procuraba  traicionarlo  para  que  cayera  en 
manos  de  aquéllos.  Fué  imposible  amalgamar  y 
concentrar  las  dos  divisiones  en  un  solo  cuerpo  de 
ejército.  Carrera  insistió  en  que  O'Higgins  tomara 
con  los  suyos  posiciones  á  vanguardia :  pero  te- 
miendo hacerlo  más  fuerte  y  debilitarse  él,  se  negó 


412  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

á  darle  tropas  de  las  del  cuerpo  que  él  dirigía.  En 
la  imposibilidad  de  remediar  estas  incompatibili- 
dades, O'Higgins  se  avino  á  hacer  pie  en  un  punto 
fortificado,  comprometiéndose  Carrera  á  maniobrar 
por  el  exterior  y  aprovechar  las  dificultades  que  ese 
punto  pudiera  ofrecer  á  la  marcha  del  enemigo. 
Discutióse  mucho  la  elección  del  lugar  más  conve- 
niente :  en  la  opinión  de  O'Higgins  (y  el  resultado 
probó  que  tenía  razón)  debía  ser  la  villa  de  Ranca- 
gua,  situada  sobre  el  paso  preciso  del  río  Cacha- 
pual;  por  lo  cual,  rma  vez  ocupada  y  atrincherada, 
el  enemigo  tenía  que  estrellar  en  ella  sus  embesti- 
das, y  si,  como  era  probable,  se  veía  rechazado, 
podía  ser  atacado  á  la  vez  en  buenas  condiciones 
por  las  tropas  de  Carrera  unidas  á  las  de  O'Higgins 
en  una  vigorosa  salida.  Carrera,  que  no  pensaba 
del  mismo  modo,  se  empeñaba  en  que  O'Higgins 
tomase  su  posición  en  una  estrechez  de  cerros  más 
cercana  al  río  Maipú  que  se  llama  la  Angostura  de 
Paine.  Pero  se  le  observó  que  habiendo  tres  cami- 
nos perfectamente  practicables  por  donde  los  ene- 
migos podían  flanquear  la  posición,  la  fuerza  que 
allí  se  colocase  quedaba  perdida  é  inutilizada  para 
contener  la  marcha  del  enemigo.  Aceptóse  al  fin  el 
parecer  de  O'Higgins;  pero  una  gran  parte  de  sus 
oficiales  y  de  sus  amigos  políticos  presagiaron  que 
lejos  de  que  Carrera  pensara  en  darle  apoyo  y  con- 
tribuir á  la  operación  combinada  de  las  dos  divi- 
siones, lo  dejaría  sucumbir,  para  ir  libre  de  su  ri- 
val, á  hacer  pie  al  norte  del  río  Maipú,  en  los  alre- 
dedores 3^  suburbios  de  Santiago.  Cuenta  Barros 
Arana  que  con  fecha  26  de  septiembre,  O'Higgins 
escribía  á  Carrera  "que    algunos    hombres    depra- 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  4I5 

vados  se  empeñaban  en  probarle  que  el  general  en 
jefe  trataba  de  perderlo,  y  que  era  por  eso  que  le 
había  confiado  el  mando  de  la  vanguardia,  pero 
que  él  no  creía  en  chismes,  y  que  había  aceptado 
gustoso  el  delicado  puesto  que  se  le  había  confiado^ 
porque  iba  á  ser  allí  el  primer  chileno  que  tuviera 
la  honra  de  batirse  con  los  invasores". 

Había  marchado  Ossorio  tomando  lentamente 
sus  medidas,  sin  encontrar  enemigos  hasta  las  in- 
mediaciones de  Rancagua,  cuando  recibió  por  tri- 
plicado urgentísima  misiva  de  Abascal  haciéndole 
saber  que  !Monte video  había  caído  en  manos  de  los 
argentinos,  y  que  el  Perú  iba  á  ser  atacado  por  és- 
tos con  fuerzas  imponentes;  que  desde  luego  la  re- 
conquista de  Chile  era  una  operación  secundaria 
que  debía  postergarse  al  interés  primordial  de  de- 
fender el  virreinato  donde  era  de  absoluta  necesi- 
dad que  le  trajese  el  regimiento  de  Talaveras. 

Xada  más  difícil  que  cumplir  esta  orden :  la  re- 
tirada era  imposible  sin  exponerse  á  enormes  que- 
brantos. Xo  había,  pues,  que  vacilar,  y  se  resolvió 
atacar  decididamente  la  posición.  Preparóse  todo 
en  la  noche  del  30  de  septiembre :  cinco  mil  vetera- 
nos pusieron  cerco  á  la  Anilla:  y  el  i.°  de  octubre 
por  la  madrugada  se  lanzaron  los  Talaveras  en  una 
primera  embestida  sobre  las  trincheras.  El  asalto 
de  estos  bravos  y  crueles  soldados  fué  tremendo  y 
porfiado;  muchos  de  ellos  subieron  y  pelearon  cuer- 
po á  cuerpo  con  los  defensores;  nada  les  valió  y 
tuvieron  que  retroceder  enfurecidos  de  rabia,  pero 
descalabrados  y  dejando  el  terreno  cubierto  de  ca- 
dáveres. Otras  y  otras  tentativas  se  repitieron  con 
mayor  saña,  ya  de  parte  de  estos  mismos  peninsv.- 


414  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

lares,  ya  por  los  húsares  de  Barañao  ó  de  otros 
cuerpos  que  vinieron  á  reforzarlos;  pero  tampoco 
consiguieron  dominar  la  resistencia;  y  al  caer  la 
noche  era  evidente  que  los  sitiados  habían  conse- 
guido desbaratar  las  columnas  que  los  habían  ata- 
cado y  destrozar  una  parte  considerable  del  ejército 
enemigo. 

Vacilando  Ossorio  entre  la  resistencia  inespe- 
rada que  había  encontrado  y  las  órdenes  reiteradas 
del  virrey,  pensó  en  retirarse,  y  formó  Junta  de  ofi- 
ciales generales  para  oír  consejo;  pero  acabó  por 
resolverse  que  se  continuase  el  ataque,  costase  lo 
que  costase,  porque  una  retirada  en  aquellas  con- 
diciones era  una  derrota  y  la  pérdida  total  del  ejér- 
cito. Parece  que  contribuyó  también  á  esta  resolu- 
ción la  llegada  de  algunos  pasados  de  la  plaza  que 
dieron  noticia  de  la  mala  situación  y  escasez  de  mu- 
niciones en  que  se  hallaba.  "Una  carga  de  la  3.*  di- 
visión que  tenían  bajo  sus  órdenes  don  José  Miguel 
y  don  Luís  Carrera  habría  bastado  para  destruir  á 
Ossorio  en  aquellos  momentos.  Esa  división  nume- 
rosa y  fuerte  estaba  acampada  a  dos  leguas  de  Ran- 
cagua.  Desde  allí  se  oían  perfectamente  los  caño- 
nazos de  la  batalla,  pero  el  general  en  jefe  no  se 
movió,  ni  mandó  una  partida  para  socorrer  ó  alen- 
tar á  los  sitiados.  Por  el  contrario,  á  la  primera  no- 
ticia que  tuvo  de  que  O'Higgins  se  hallaba  ya  si- 
tiado en  Rancagua  despachó  á  su  edecán  don  Ra- 
fael de  la  Sota  con  orden  á  su  hermano  don  Juan 
José  (jefe  de  su  vanguardia),  que  inniediataniente 
se  replegase  á  la  angostura,  aun  cuando  fuese  ne- 
cesario clavar  la  artillería  y  perder  las  municiones, 
porque  en  su  opinión  la   resistencia   debía  organi- 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  415 

zarse  en  otra  parte'".  Esto  era  mostrar  que  su  idea 
había  sido  abandonar  á  O'Higgins  como  se  le  ha- 
bía pronosticado  á  éste  según  hemos  visto.  Por  for- 
tuna, que  fuese  inexperiencia,  ó  descuido,  don  Juan 
José  no  pudo  cumphr  á  tiempo  lo  que  se  le  preve- 
nía: los  realistas  le  cortaron  el  camino,  y  no  tuvo 
más  remedio  que  replegarse  á  Rancagua. 

En  la  noche  de  ese  día  glorioso  en  que  Carrera 
podía  haber  cooperado  á  la  salvación  de  su  patria, 
según  el  historiador  chileno  cuyo  sesudo  criterio 
seguimos,  O'Higgins  le  escribió  un  breve  papel 
comunicándole  el  éxito  brillante  de  la  defensa  en 
aquella  primera  jornada  de  la  resistencia,  y  pidién- 
dole encarecidamente  que  se  aproximase  para  com- 
binar operaciones  y  un  ataque  decisivo.  Carrera  se 
adelantó  hasta  media  legua  de  Rancagua.  Al  dis- 
tinguir las  cabezas  de  las  columnas,  los  sitiados 
prorrumpieron  en  gritos  de  alegría,  hicieron  repi- 
car las  campanas  y  se  prepararon  á  una  vigorosa 
salida.  Pero  pasaba  el  tiempo  y  reparaban  absortos 
que  Carrera  se  mantenía  inmóvil  á  la  distancia  sin 
amenazar  siquiera  al  enemigo.  Se  le  hizo  una  salva 
con  nuevos  repiques  y  elevación  de  banderas :  ¡  in- 
útil! nada  bastó  para  que  adelantase.  .  .  "Poco  des- 
pués, á  eso  de  mediodía,  dio  orden  á  sus  tropas  de 
retirarse  al  norte  con  el  propósito,  según  dice  en 
su  Diario  Militar^  de  reorganizar  la  defensa  en  otra 
parte.  .  ."  O'Higgins  vio  entonces  con  gran  sorpresa 
suya  que  la  3.''  división  se  alejaba  de  Rancagua 
dejándolo  sin  medios  de  defensa  y  próximo  á  un 
desastre  inevitable.  .  .  Hubo  un  instante  en  que  se 
sintió  desfallecer,  pero  en  la  necesidad  de  arrostrar- 
lo todo  hasta  el  último  trance,  aparentóse  siempre 


4l6  LOS    DOS    PROTAGONISTAS 

confiado  en  el  triunfo;  montó  á  caballo,  visitó  las 
trincheras  con  aire  jovial  y  trató  de  alentar  á  los 
oficiales  3'  á  la  tropa,  que  en  todo  aquel  día  hicieron 
prodigios  de  valor  resistiendo  los  repetidos  asaltos 
del  enemigo. 

Pero  á  las  cuatro  de  la  tarde  O'Higgins  había 
perdido  como  dos  tercios  de  su  tropa;  las  municio- 
nes estaban  tan  agotadas  que  la  mayor  parte  de  los 
soldados  no  contaba  sino  con  uno  ó  dos  cartuchos 
lX)r  hombre;  las  piezas  estaban  sin  servicio  por  es- 
tar heridos  ó  muertos  los  artilleros,  y  por  carecer 
de  oficiales;  y  como  si  esto  fuese  poco  todavía,  el 
enemigo  se  había  apoderado  de  la  boca  del  río  que 
surtía  de  agua  á  la  villa  y  había  cegado  los  canales. 
No  había,  pues,  más  remedio  que  rendirse  á  dis- 
creción ó  abrirse  paso  á  todo  evento  por  entre  los 
enemigos.  Lo  primero  era  aceptar  la  humillación, 
la  vergüenza  y  la  muerte,  porque  los  Talaveras  no 
sólo  no  acordaban  cuartel,  no  sólo  no  permitían  que 
las  demás  tropas  lo  diesen,  sino  que  usaban  de  la 
victoria  saqueando  y  exterminando.  Lo  segundo, 
era  arriesgado,  había  de  causar  pérdidas  dolorosas, 
pero  ofrecía  esperanza  para  cada  uno  de  salvar  ó 
de  morir  en  el  ardor  de  la  lucha,  cuando  la  tensión 
de  los  nervios  y  del  ánimo  eliminan  el  sentimiento 
acerbo  del  dolor.  Tenía  O'Higgins  en  la  plaza  co- 
mo doscientos  caballos :  no  alcanzaban  para  todos, 
pero  eran  jinetes  como  son  los  americanos  del  sur, 
y  montaron  los  unos  en  los  caballos  de  los  otros. 
L^na  vez  montados  y  blandiendo  sus  armas,  for- 
maron un  grupo  impetuoso,  tomaron  en  tropel  la 
calle  de  mejor  salida,  y  se  abrieron  paso  por  entre 
el  fuego  y  las  líneas  enemigas  que  quisieron  cerrar- 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  417 

selo.  ]\Iuchos  cayerijn.  y  fueron  sacrilicados :  pero 
el  valeroso  jefe,  con  la  mayor  parte  de  los  suyos 
lograron  salvarse  atravesando  aquel  campo  de 
muerte. 

Contar  lo  que  en  aquel  desastre  tuvo  lugar  en 
la  villa  sería  hacer  una  hiitoria  infernal  de  crímenes 
y  de  horrores.  Los  Talarcras  se  mostraron  dignos 
de  su  fama.  Dos  capitanes,  entre  ellos  Zambruno. 
el  de  horrible  recordación,  y  \'illalobos  igualmente 
bárbaro,  espantaron  con  sus  atrocidades  á  los  jefes 
de  las  demás  tropas,  como  Barañao,  Elorreaga.  y 
aún  al  mismo  ]\Iaroto,  coronel  del  cuerpo.  En  me- 
dio del  saqueo  y  del  incendio  estos  dos  malvados 
arrastraban  de  los  cabellos  á  las  mujeres  jóvenes  y 
niñas,  y  las  entregaban  á  discreción  de  la  soldades- 
ca recomendándole  qu€  aumentaran  el  número  de 
los  vasallos  fieles  al  rey  de  España ;  mataban  sin 
piedad  ni  examen  á  cuantos  hombres  jóvenes,  vie- 
jos ó  niños  descubrían  ocultos  en  los  vericuetos  de 
las  casas ;  y  pasaron  así  toda  la  noche  en  una  es- 
pantosa algazara  y  orgía  con  las  desdichadas  mu- 
jeres de  la  villa  que  sacrificaban,  á  la  luz  del  voraz 
incendio  en  que  ardían  los  techos  pajizos  y  los  en- 
maderados de  los  edificios. 

Favorecidos  por  las  sombras  de  la  noche,  O'Hig- 
gins  y  sus  compañeros  consiguieron  desconcertar 
á  las  partidas  enemigas  que  los  perseguían  y  entrar 
en  Santiago.  Pero  viendo  allí  que  todo  era  desor- 
den y  anarquía,  que  la  plebe  estaba  alzada  y  sa- 
queaba la  ciudad  al  grito  de  ¡  viva  el  rey !  y  con  mo- 
tivo para  temer  las  tropelías  de  Carrera,  que  situa- 
do en  los  suburbios  parecía  próximo  á  entrar  por 
la  capital,  los  fugitivos  salieron  de  allí  en  la  madru- 

HIST.    DE   L.\    REP.    ARGENTINA.    TOMO    VI. — 'JJ 


41 8  I,OS   DOS    PROTAGONISTAS 

gada  siguiente,  y  tomaron  el  camino  de  Santa  Roso 
de  los  Andes  con  ánimo  de  dirigirse  á  Mendoza, 
pensando  cjiíe  ya  los  hubiese  adelantado  en  esa  di- 
rección el  coronel  Las  Heras  con  los  AuxUiarcs 
Argentinos  c[ue  comandaba. 

La  situación  de  Chile  en  aquellos  días  era  es- 
pantosa. En  las  provincias  ya  caídas,  el  incendio, 
el  saqueo  y  la  barbarie  de  los  vencedores  desplega- 
da en  todas  sus  furias.  Aterradas  con  el  rumor  de 
todos  estos  horrores,  las  gentes  de  la  capital,  de 
Valparaíso,  de  Aconcagua,  de  la  costa  y  de  todas 
las  ricas  haciendas  de  los  valles  del  norte  de  ^Nlaipú, 
emigraban  en  masa  hacia  la  Cordillera  anhelantes 
por  pasar  á  Cuyo.  Todas  esas  gentes  y  familias, 
todos  los  hombres  de  mayor  notoriedad  y  riqueza 
del  país,  se  habían  echado  á  esos  caminos  con  lo 
puesto,  ó  con  lo  que  habían  podido  levantar  á  la 
ligera  de  sus  casas;  y  en  medio  de  aquella  pavo- 
rosa confusión  arrastraban  consigo  á  sus  mujeres, 
sus  hijos,  niños  en  lactancia,  en  vehículos  de  cual- 
quier clase  tirados  por  caballos,  ó  muías,  ó  bueyes, 
muchísimos  á  pie,  y  hasta  en  literas  llevadas  á 
mano  por  sirvientes  y  ocupadas  por  enfermos,  ó 
por  ancianos  que  trataban  de  escapar  á  la  caballe- 
ría de  Elorreaga,  próxima  ya  á  ellos,  según  lo  re- 
petían todos. 

Desesperado  O'Higgins  á  la  vista  de  tan  gran- 
de desolación,  y  sin  recursos  para  mitigar  las  lá- 
grimas y  las  plegarias  de  los  -que  imploraban  su 
auxilio,  creyó  cjue  lo  más  eficaz  era  correr  á  toda 
prisa  detrás  de  Las  Heras  y  pedirle  con  las  súpli- 
cas de  la  amistad  y  del  dolor  acerbo  que  ahogaba 
su  corazón,  que  detuviese  su  retirada,  y  que  retro- 


DE    IvA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  419 

gradase  á  contener  las  avanzadas  realistas  v  pro- 
teger á  ese  pobre  pueblo  de  fugitivos.  Por  fortuna 
era  falso  que  Las  Heras  hubiese  desguarnecido  el 
desfiladero  de  Santa  Rosa  y  cjue  estuviese  en  reti- 
rada para  Cuyo.  Por  el  contrstrio,  acababa  de  re- 
cibir órdenes  del  coronel  Balcarce  y  del  general  San 
Martín  de  cjue  se  incorporase  al  ejército  de  Chile, 
en  el  concepto  de  que  O'Higgins  y  Carrera  se  hu- 
biesen reconciliado  y  de  que  hubiesen  preparado 
autoridades  y  fuerzas  compactas  contra  la  invasión. 
Bien  claro  era  que  ahora  tenía  que  interpretar  esas 
órdenes  según  su  propio  criterio,  pues  no  sólo  no 
había  cjuedado  autoridad  ni  fuerza  compacta,  sino 
que  había  acontecido  una  derrota  ó  catástrofe  cuyas 
consecuencias  no  podía  remediar  con  la  pecjueña 
fuerza  c[ue  mandaba.  Pero  no  había  escapado  á  su 
ojo  militar  que,  en  las  posiciones  que  tenía,  y  que 
podía  tomar  más  adelante,  podía  esperar  los  últi- 
mos acontecimientos,  y  proteger  á  los  patriotas  y 
restos  dispersos  de  las  tropas  derrotadas  que  vinie- 
sen á  salvarse  en  la  dirección  de  Cuyo. 

Las  Heras  y  Balcarce  tenían  malísima  opinión 
del  carácter  y  de  las  aptitudes  militares  de  don  José 
Miguel;  y  éste,  que  siempre  los  halíía  mirado  de 
reojo,  los  tenía  por  enemigos;  creía  que,  aunque 
afectaban  la  imparcialidad  que  el  deber  les  imponía 
como  argentinos,  eran  demasiado  explícitos  y  fran- 
cos en  su  amistad  particular,  y  afectuosa  confianza 
de  trato,  con  Mackenna,  con  O'Higgins  y  con  el 
grupo  de  distinguidos  militares  que  actuaban  con 
estos  dos  jefes.  Al  pasar  ]\rackenna  por  Saiifa  Rosa 
tres  meses  antes,  desterrado  á  Cuyo  por  Carrera,  le 
había  hecho  á  Las  Heras  tal  pintura  del  desorden 


420  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

en  que  quedaba  el  país.  de.  la  perversidad  y  de  la 
suprema  ignorancia  de  aquel  díscolo  con  quien  era 
imposible  entenderse  ni  hacer  nada  de  provecho, 
que  no  podía  ya  dudarse  de  la  ruina  de  la  revolu- 
ción chilena :  }•  Las  Heras,  que  era  vehemente  y 
harto  precavido,  comenzó  á  tomar  sus  medidas  pa- 
ra salvar  á  sus  soldados,  en  el  caso  de  que  la  catás- 
trofe que  pre\"enía  ?\íackenna  lo  tomara  antes  de 
que  la  Cordillera  diera  fácil  paso  á  su  tropa.  Ahora 
llegaban  á  su  campamento  los  escapados  de  Ranca- 
giia  hablándole  á  boca  llena  de  la  infame  traición 
que  les  había  hecho  don  José  Miguel.  Lo  pintaban 
con  todo  el  calor  de  la  verdad  y  de  la  indignación, 
como  un  monstruo  que  había  sacrificado  la  patria 
antes  que  contribuir  al  triunfo  ya  obtenido  por  sus 
adversarios  políticos.  Cierto  ó  no  cierto,  eso  era  lo 
que  todos  repetían  en  derredor  del  jefe  de  los  Au- 
xiliares con  pruebas  y  demostraciones  que  le  pare- 
cían concluyentes.  Por  todo  lo  que  él  mismo  inqui- 
ría, hasta  escarbando  los  informes  de  los  amigos  de 
Carrera  que  habían  llegado  con  los  demás  disper- 
sos, formaba  juicio  que  la  conducta  de  este  caudillo 
era  incalificable,  sosjDechosa,  criminal,  y  que  por 
consiguiente  su  deber  como  jefe  argentino  era  man- 
tener á  todo  trance  su  libertad  de  acción  para  obrar 
por  sí  mismo  según  se  le  presentasen  las  cosas. 

Al  tiempo  que  O'Higgins  le  rogaba  que  hiciera 
una  excursión  hasta  la  cuesta  de  Chacabuco  en 
protección  de  la  emigración,  recibió  una  orden  ter- 
minante de  Carrera  para  que  bajase  á  la  costa  y 
guarneciera  el  puerto  de  San  Antonio.  En  esta  or- 
den se  ocultaba  una  nue^■a  malignidad,  una  nueva 
perfidia,  una  idea  de  venganza  para  perderlo,  ó  una 


DE    I<A    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  42 1 

crasa  ignorancia  del  estado  del  país  y  de  la  situa- 
ción cuando  los  realistas  venían  avanzando  con  cin- 
co mil  veteranos  vencedores  por  el  centro  del  terri- 
torio. De  manera  que  de  haber  ido  el  batallón  á  ese 
punto  extremo,  habría  quedado  cortado  de  sus  co- 
municaciones con  la  cordillera,  y  completamente 
perdido.  Las  Heras  contestó  secamente  que  estando 
facultado  por  las  autoridades  de  que  dependía  para 
obrar  con  toda  libertad  de  acción  en  medio  de  los 
sucesos  que  se  habían  producido,  tenía  otras  opera- 
ciones más  útiles  que  desempeñar,  por  lo  cual  pres- 
cindiría de  esa  orden  y  de  las  demás  que  se  le  die- 
sen sin  concordancia  con  sus  opiniones  y  con  sus 
deberes   (7). 

Prescindiendo,  pues,  de  órdenes  ajenas,  formó 
una  pequeña  división  de  caballería  con  los  disper- 
sos que  obedecían  al  general  O  Higgins,  y  apoyán- 
dolos con  su  tropa  se  adelantó  hasta  la  cuesta  de 
Chacabuco.  á  tiempo  para  contener  á  Elorreaga,  á 
quien  hicieron  ponerse  en  retirada,  salvando  así  el 
grueso  de  una  numerosísima  emigración  de  fami- 
lias, entre  las  que  venía  también  la  de  don  José  ^li- 
guel,  y  su  hermana  la  famosa  doña  Javiera  Carre- 
ra acompañada  de  numerosos  niños  y  sin  más  guar- 
da que  el  canónigo  argentino  doctor  Tollo  que  ja- 
más la  desamparaba   ( 8  ) . 

(7)  Tales  son  las  referencias  que  el  mismo  señor  Las 
Heras  nos  ha  hecho  personalmente  en  1843. 

(8)  Xos  decía  el  señor  Las  Heras  que  venía  anegada 
de  lágrimas,  y  que  jamás  había  visto  él  figura  más  bella 
en  forma  de  mujer.  El  comandante  se  esmeró  en  darle  ca- 
ballos y  muías  que  la  pusieran  en  franquía  y  completa  sal- 
vación. 


422  LOS   DOS    PROTAGONISTAS 

Realizada  esta  operación  con  el  éxito  consi- 
guiente. Las  Heras  se  puso  en  retirada  para  Santa 
Rosa  á  las  seis  de  la  tarde.  En  esa  noche  supo  que 
don  José  Miguel,  ofendido  por  su  negativa,  había 
pasado  por  el  camino  sin  querer  \erlo,  ni  darle  la 
menor   atención. 

La  noticia  de  que  Carrera  se  había  adelantado 
esa  noche  en  el  camino  de  Mendoza,  le  causó  á 
O'Higgins  una  extraña  inquietud.  Difícil  es  decir 
si  temió  que  con  la  prestancia  personal  y  la  pres- 
tigiosa palabra  de  que  estaba  dotado,  pudiera  tor- 
cer la  verdad  de  los  sucesos  ocurridos,  y  ponerlo  en 
disfavor  ante  las  autoridades  de  Cuyo,  ó  si  (lo  que 
es  más  probable)  quiso  impedirle  que  cometiera  ac- 
tos de  violencia  ó  de  opresión  contra  los  amigos  y 
¡partidarios  suyos  cj[ue  seguían  por  el  mismo  cami- 
no; porque  Carrera  iba  en  la  inteligencia  de  que 
revestía  aún,  y  de  que  seguiría  revistiendo  en  Men- 
doza el  carácter  de  general  en  jefe  de  los  chilenos, 
y  de  Presidente  de  la  Junta  Soberana  en  quien  xe- 
sidía,  según  él,  la  plena  autoridad  del  gobierno  de 
Chile.  Sea  lo  que  fuere,  el  hecho  fué  c[ue  auxiliado 
por  Las  Heras  con  medios  fáciles  de  movilidad, 
O'Higgins  penetró  también  en  la  Cordillera,  y  con- 
siguió adelantarse  de  dos  jornadas  sobre  su  rival. 

Seguro  ya  de  poder  retirarse  cuando  fuere  ne- 
cesario y  le  conviniera,  el  teniente  coronel  Las  He- 
ras dejó  pasar  la  emigración  y  permaneció  en  Santa 
Rosa  tratando  de  cubrir  el  punto  al  favor  de  las  po- 
siciones ventajosísimas  que  ocupaba,  mientras  re- 
cibía órdenes  de  sus  jefes.  En  efecto,  informado  .del 
desastre  de  Rancagua,  el  general  San  Martín  le 
ordenó  que  se  mantuviese  allí,  y  que  no  permitiera 


DE    LA    REVOLUCIÓN    DE    CHILE  423 

la  entrada  de  los  realistas  mientras  se  con^derase 
con  fuerzas  para  rechazarlos. 

Asi  terminó  en  la  historia  de  Chile  el  periodo 
revolucionario  que  podríamos  llamar  "La  Época  de 
los  Carrera".  ¡Pluguiera  al  cielo  que  ahi  se  hubiese 
cerrado  su  vida  política  también ! .  .  .  Pero,  por  su 
desgracia,  y  por  la  nuestra,  un  destino  fatal  le  te- 
nia deparado  más  trágico  papel  en  el  drama  argen- 
tino; y  si  la  catástrofe  final  no  fuera  un  pleito  ven- 
tilado todavía  entre  las  dolorosas  reclamaciones  de 
la  tradición  chilena  y  la  incontrovertible  justifica- 
ción de  las  autoridades  argentinas,  no  nos  hubié- 
ramos tomado  ciertamente  el  ingrato  trabajo  de 
compendiar  sucesos  Cjue  hasta  cierto  punto  queda- 
ban á  un  lado  de  nuestro  camino.  Pero  esos  suce- 
sos constituyen  los  antecedentes  psicológicos  y  bio- 
gráficos de  un  caudillo  extranjero  cjue  se  ingirió 
malignamente  en  los  desórdenes  anárquicos  de 
nuestra  revolución  para  caer  bajo  la  ley  de  sus  he- 
chos y  de  su  carácter.  Era,  pues,  menester  que  lo 
estudiásemos;  que  lo  hiciésemos  conocer  tal  cual 
venía  trasuntado  desde  su  niñez,  por  los  contem- 
poráneos y  los  cronistas  de  su  propio  país.  Y  aun. 
cuando  no  fuera  sino  exponiendo  sencillamente  lo 
que  ellos  dicen,  era  nuestro  deber  comprobar  cuál 
había  sido  su  índole  moral,  cuáles  sus  hechos,  sus 
méritos  ó  sus  defectos,  sus  servicios  ó  sus  atenta- 
dos. Conociéndolo,  y  \iendo  en  seguida  sus  proce- 
deres en  tierra  argentina,  se  podrá  juzgar  el  des- 
enlace que  tuvieron  sus  miras  y  su  existencia.  Lo 
que  el  hombre  fué  en  Chile  queda  al  juicio  de 
todos :  lo  que  fué  entre  nosotros  resultará  tam- 
bién de  la  estricta  y  seca  verdad  con  que  ha- 
blarán sus  actos. 


CAPITULO  \'III 

DON   JOSÉ   MIGüEl.  CARRERA   EN    CUYO  Y   EN 
BUENOS    AIRES 


Sumarios  Prevenciones  de  Carrera  al  entrar  en  Cuyo. — • 
Su  jerarquía  política  y  sus  derechos  como  Poder  Pú- 
blico Aliado- — Divisiones  y  bandos  entre  los  emigrados. 
— 'Reserva  y  criterio  de  San  Martín. — ^La  situación  de 
su  espíritu  y  sus  preocupaciones  en  Cuyo. — Incompatibi- 
lidad de  su  ambición  con  el  predominio  de  Carrera  en 
Chile. — Efecto  natural  que  debió  causarle  el  desastre  de 
Rancagua. — San  Martín  y  el  pueblo  de  Mendoza. — Mar- 
cha de  San  Martín  al  encuentro  de  la  emigración  chile- 
na.— Desórdenes  de  los  emigrados. — Encuentro  con  el 
general  O'Higgins. — Enojo  y  ofensas  de  Carrera. — Gro- 
sero proceder  de  éste  y  de  sus  parciales. — Explicaciones 
y  declaraciones  de  San  Martín. — Avenimiento  transi- 
torio y  proceder  de  O'Higgins. — Altercados  y  agitacio- 
nes.— Peligros  de  orden  público. — Informes  del  estado 
de  la  provincia  remitidos  al  gobierno  general.— Autori- 
zación para  que  San  Martín  procediese  á  la  conservación 
del  orden. -Expulsión  de  Carrera. -Duelo  de  don  Luis  Ca- 
rrera con  Mackenna. — Diligencias  de  don  José  Miguel  en 
Buenos  Aires. — Asenso  momentáneo  que  le  da  el  Director 
supremo  don  Carlos  de  Alvear. — Caída  de  Alvear. — Em- 
peños de  Carrera  con  Alvarez-Thomas  para  que  lo  auxi- 
lie á  invadir  á  Chile. -Elección  del  general  Balcarce.-Elec- 


é 


CARRERA   EN    CUYO   Y   BUENOS   AIRES  425 

ción  de  Pueyrredón. — Desengaños  de  Carrera. — \'iaje  j. 
los  Estados  Unidos. 

Al  entrar  por  los  Andes.  Carrera  llevaba  el  áni- 
mo prevenido  ya  contra  los  hom- 
1814  bres  y  las  cosas  de  Cuyo.    Sabía 

Octubre  que   el    coronel    Balcarce,    espíritu 

correcto  y  amigo  severo  del  or- 
den, había  regresado  á  ^lendoza  con  impresiones 
muy  desfavorables  acerca  de  su  carácter  personal, 
de  su  maligna  influencia  en  la  revolución  de  Chile, 
y  con  un  desprecio  profundo  de  sus  pretensiones 
militares :  "Es  un  atolondrado  que  hace  de  gene- 
ral y  de  personaje  debido  sólo  á  la  inexperiencia  y 
á  la  ignorancia  de  aquel  país  en  estas  materias",  le 
decía  Balcarce  á  San  Martín.  Pensaba  y  decía  lo 
mismo  Irizarri,  hombre  hábil  y  eficiente,  á  quien 
Carrera  había  expatriado  después  de  volcar  el  go- 
bierno de  Lastra;  y  en  igual  sentido  hablaba  Mac- 
kenna  cuyas  apreciaciones  y  noticias  tenían  gran 
peso  por  la  competencia  de  su  juicio  y  por  la  .supe- 
rioridad de  sus  méritos.  Xo  podía,  pues,  ocultár- 
sele que  lo  habían  precedido  malísimos  informes,  y 
que  debía  contar  con  muy  pocas  simpatías.  La  con- 
ducta del  teniente  coronel  Las  Heras  era  ya  un  in- 
dicio de  ello,  tanto  más  significativo  cuanto  que 
Carrera  suponía  que  proviniese  de  órdenes  recibidas 
de  Mendoza  al  efecto. 

En  el  carácter  soberbio,  impetuoso  é  impreme- 
ditado que  le  dan  todos  los  historiadores  y  cronis- 
tas de  su  país — de  la  sospecha  al  enojo,  y  del  eno- 
jo á  la  ira, — no  había  gran  trecho  que  digamos;  y 
antes  de  tener  hecho  alguno  concluyente  que  justi- 


426  josií  migue:i.  carrkra 

ficase  sus  prevenciones,  iba  ya  iracundo  contra  los 
figurones  de  aldea  que  suponía  confabulados  y  dis- 
puestos á  vejarlo.  Pero  también  iba  resuelto  á  ha- 
cerles respetar  en  su  persona  la  eminente  jerarquía 
de  presidente  de  la  Junta  Gubernativa  con  que  sa- 
lía de  Chile. 

Los  historiadores  de  este  episodio  han  divagado 
mucho  sobre  su  naturaleza  jurídica  y  el  carácter  de 
las  complicaciones  á  C[ue  dio  lugar.  Ninguno  se  ha 
hecho  cargo  del  valor  de  los  principios  comprome- 
tidos en  la  controversia,  ni  de  cómo  fué  que  esos 
principios  se  alteraron  en  su  aplicación.  A  fuer  de 
imparciales  vamos  nosotros  á  restablecerlos. 

Los  unos  han  mirado  como  chocante  infatua- 
ción, propia  sólo  de  un  insensato,  la  pretensión  de 
Carrera  de  que  le  fuese  respetada  y  mantenida,  en 
país  extraño,  la  jerarquía  política  que  tenía  en  Chi- 
le. Los  otros,  sin  entrar  tampoco  en  el  fondo  de  la 
cuestión,  han  atropellado  con  injurias  y  cargos  in- 
fundados al  general  San  Martín  suponiendo  falsa- 
mente que  hubiera  negado  ó  atacado  aquella  jerar- 
quía del  general  chileno. 

Ahora  bien,  que  Carrera  tenía  razón  y  derecho 
á  conservar  su  investidura  en  las  provincias  argen- 
tinas, no  hay  duda;  como  no  la  hay  tampoco  que 
no  fué  el  gobernador  de  Cuyo  quien  pretendiera  ja- 
más desconocérsela. 

Prescindamos  de  la  índole  desgraciada  de  la 
persona  y  pongámonos  sin  otra  preocupación  en  el 
terreno  de  los  principios. 

Hasta  el  momento  del  desastre  de  Rancagua.  las 
dos  repúblicas  eran  aliadas  en  igual  guerra  contra 
España.  La  suerte  c[ue  corría  la  una,  la  corría  tam- 


líN  CUYO  Y  EN  BUENOS  AIRES  427 

bien  la  otra.  Carrera  salía  de  su  país  dejándolo  con- 
quistado y  violentado  por  los  mismos  enemigos 
que  se  preparaban  á  conquistar  y  violentar  la  tie- 
rra de  los  argentinos.  Por  consiguiente,  el  supre- 
mo magistrado  y  general  en  jefe  que  se  amparaba 
con  sus  tropas  y  con  sus  conciudadanos  en  el  terri- 
torio de  su  propio  aliado,  no  estaba  en  el  caso  del 
beligerante  que  se  salva  y  ampara  en  el  territo- 
rio neutral,  ni  perdía  como  pierde  éste  la  inves- 
tidura del  mando  que  llevaba,  virtualmente  consa- 
grada en  su  persona  y  garantida  por  la  misma  alian- 
za que  unía  á  los  dos  gobiernos.  Así  es  que  ni  las 
autoridades  locales  de  Cu}'o,  ni  las  nacionales,  po- 
dían retirarle  á  Carrera  la  jerarquía  de  origen  chi- 
leno, nacional  y  propia  con  que  entraba,  y  cuya 
doble  razón  de  ser  era  la  soberanía  respectiva  de 
cada  uno  de  los  Estados,  y  la  alianza  defensiva  y 
ofensiva  que  los  unía.  Negar  estos  principios  se- 
ría negar  la  parte  más  elemental  del  derecho  pú- 
blico internacional  y  de  las  obligaciones  y  derechos 
recíprocos  de  los  aliados. 

Es  verdad  que  la  jerarquía  política  que  Carrera 
se  atribuía  traía  origen  de  un  atentado  contra  el  or- 
den interno  y  de  una  usurpación;  pero  habían  me- 
diado acuerdos  posteriores  y  conciliatorios  entre  los 
partidos  chilenos,  y,  por  otra  parte,  las  autoridades 
argentinas  no  eran  jueces  de  lo  ocurrido,  y  tenían 
el  deber  de  aceptar  los  hechos  consumados  en  las 
condiciones  mismas  con  que  se  presentaban  en  su 
territorio. 

Si  carrera  hubiese  sido  un  hombre  de  reposo, 
y  su  vivacidad  no  hubiese  sido  lo  contrario  de  lo 
que  se  llama  talento  ó  genio  entre  los  personajes 


428  JOSK    MIGIl.L    CAKKKRA 

políticos,  no  hubiera  echado  á  perder  jamás  la  si- 
tuación que  tenía.  Pero  en  ninguna  época  de  su 
tempestuosa  vida  se  mostró  más  inepto;  en  ningu- 
na menos  cuerdo  ni  más  desnudo  de  los  méritos  y 
de  los  conocimientos  que  sus  parciales  se  empeña- 
ban en  concederle;  pues  no  se  le  ocurrió  sic^uiera, 
(jue  si  bien  era  innegable  su  derecho  á  la  investi- 
dura electiva  del  gobierno  aliado,  la  tenía  ahora  li- 
mitada por  la  soberanía  del  territorio  en  que  entra- 
ba, y  que  por  consiguiente  la  cuestión  de  orden  pú- 
blico de  regularidad  en  los  procedimientos  y  en  el 
respeto  debido  á  las  autoridades  locales,  era  tam- 
bién una  ley  de  supremo  interés  y  necesidad  para 
él,  puesto  que  tenía  conveniencia  y  deber  de  res- 
petar á  los  que  eran  la  única  autoridad  con  misión 
y  poder  para  hacerlo  respetar  á  él.  Por  otra  parte 
se  olvidó  de  que  no  era  un  monarca  de  derecho  di- 
vino asilado  y  protegido  por  su  aliado,  sino  un  ma- 
gistrado electivo  cuyo  carácter  político  y  magistra- 
tura dependía  de  que  se  mantuviese  compacto  y 
unísono  el  sentir  de  los  conciudadanos  y  tropas  que 
le  daban  su  apoyo  y  su  asentimiento. 

\^eamos  ahora  cómo  se  produjeron  los  hechos  y 
cómo  se  justificaron  los  procederes  á  que  esos  he- 
chos dieron  lugar. 

Que  la  emigración  y  los  derrotados  de  Chile  ve- 
nían divididos  en  dos  bandos  enfurecidos  é  intran- 
sigentes, es  cosa  que  no  tenemos  que  repetir ;  y  co- 
mo era  consiguiente  uno  de  esos  dos  bandos,  des- 
conocía la  autoridad  del  jefe  del  bando  contrario: 
los  unos  venían  por  Carrera  deseando  arruinar  á 
O'Higgins;  los  otros  por  O'Higgins  resueltos  á 
no  obedecer  á  Carrera. 


KX  CUYO  Y  EX   EUEXOS  AIRES  429 

El  general  San  Martín  sabía  perfectamente  á 
qué  atenerse  en  su  juicio  y  en  su  próximo  contacto 
con  don  José  Miguel  Carrera.  Pero  discreto,  pacien- 
te y  reservado  como  pocos,  sabía  callar  y  disimular 
hasta  el  momento  oportuno  de  poner  la  razón  y  el 
éxito  de  su  lado;  y  nadie  le  había  oído  jamás  la  me- 
nor alusión  desfavorable  ó  irrespetuosa  á  la  persona 
ó  hechos  del  presidente  de  la  Jnnta  Gubernativa  de 
Chile. 

Sin  embargo,  el  inñujo  y  la  supremacía  de  Ca- 
rrera al  otro  lado  de  los  Andes  había  sido  la  más 
grande  contrariedad,  y  el  tormento  secreto  de  la 
ambición  militar  de  San  ]\íartín,  desde  su  llegada 
á  Mendoza. 

Los  cjue  suponen  que  había  solicitado  el  gobier- 
no de  esta  provincia  con  la  mira  de  expedicionar 
á  Chile,  saltan  por  encima  del  tiempo  y  de  las  cosas 
sin  reflexionar  que  á  un  hombre  tan  cuerdo  y  co- 
rrecto no  pudo  ocurrí rsele  esto  jamás.  Antes  del 
desastre  de  Rancagua,  Chile  tenía  su  gobierno  so- 
berano y  medios  de  propia  defensa  al  mando  de  los 
oficiales  del  país.  A  San  Alartín  no  le  era,  pues, 
permitido  abrigar  sino  uno  de  estos  dos  propósitos: 
ó  tomar  servicio  en  Chile,  ya  que  el  gobierno  ar- 
gentino, bajo  el  influjo  de  Alvear  no  le  ofrecía  cam- 
po á  sus  grandes  aptitudes,  ó  conseguir  el  mando 
de  la  división  auxiliar  argentina  convenientemente 
reforzada  con  tres  ó  cuatro  batallones  y  un  escua- 
drón para  concurrir  á  la  defensa  de  Chile,  y  com- 
binar una  expedición  de  fuerzas  aliadas  sobre  el 
Perú  por  las  costas  del  Pacífico.  Si  esta  era  la  me- 
jor de  sus  ideas,  la  verdad  es  que  no  pasaba  de  ser 
una  idea  totalmente  irrealizable  é  ilusoria. 


430  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

En  efecto,  ¿cómo  llegar  á  ese  resultado  impe- 
rando en  Chile  un  hombre  como  don  José  Miguel 
Carrera?  ;Cómo  conseguir  de  él  fuerzas  y  medios 
cuando  todo  le  era  poco  para  afianzar  su  poder  per- 
sonal y  dominar  de  un  modo  absoluto  en  su  país? 
¿Cómo  traerlo  á  consentir  en  que  dejara  entrar  á 
Chile  una  fuerza  argentina  preponderante,  resi>eta- 
ble  al  menos,  con  propósitos  que  de  uno  ó  de  otro 
modo  habrían  de  complicarse  con  las  cuestiones  y 
con  los  partidos  internos  del  país,  y  todo  esto  sin 
contar  las  consecuencias  del  desorden,  los  capri- 
chos, las  persecuciones,  los  recelos,  las  rivalidades, 
el  desquiciamiento  interior,  y  las  arbitrariedades  de 
un  gobernante  soberbio,  intratable  y  pueril  también 
en  medio  de  su  misma  malignidad?  (i). 

Apenas  llegado  á  Alendoza  (supongamos  que 
con  ilusiones),  San  Martín  había  palpado  día  por 
día  y  con  profundo  desaliento,  todos  estos  incon- 
venientes. Debió  conocer  cpie  eran  el  escollo  insu- 
perable de  sus  grandiosas  miras,  y  que  su  ambición 
mihtar  estaba  condenada  por  ellos  á  vegetar  entre 
Carrera,  que  le  cerraba  los  horizontes  del  Pacífico, 
y  Alvear,  vencedor  en  ^Montevideo,  que  victoreado 
por  un  partido  ilustre  y  brillante  se  consideraba  ya 
en  marcha  triunfal  sobre  Lima  (2). 

Por  discreto  y  moderado  que  sea  el  disimulo  de 

(i)  Aquí  es  el  caso  de  repitir  que  ninguno  de  estos 
epítetos  ó  calificativos  es  nuestro,  sino  tomados  al  pie  de 
^a  letra  de  los  señores  Barros  Arana  y  Vicuña  Mackenna. 
(2)  No  solamente  era  la  opinión  del  país,  sino  la  de 
los  hombres  más  competentes  para  formularla;  entre  ellos 
el  general  Paz,  como  se  ve  en  sus  Memorias,  vol.  I,  pági- 
na 190.  Véase  vol.  V,  pág.  150  de  esta  obra. 


EN  CUYO  Y  EN  BUENOS  AIRES  43! 

itn  grande  hombre,  no  es  posible  que  su  ánimo  se 
desentienda  de  sus  más  caros  intereses  ó  de  las  pre- 
venciones cjue  dejen  en  él  acjuellos  que  le  han  da- 
ñacb.  De  manera  que  San  ]\Iartín,  espectador  inte- 
resado y  paciente  de  las  tropelías  y  maldades  del 
caudillo  de  Chile,  venía  necesariamente  predispues- 
to, por  sus  propios  intereses,  á  mirarlo  como  el  más 
grande  de  los  estorbos  que  le  impedían  tomar  su 
vuelo,  al  paso  que  los  amigos  de  O'Higgins  y  de 
Mackenna,  deseosos  de  sacudir  un  }ugo  insoporta- 
ble, le  brindaban  amistad  y  cordial  inteligencia, 
aun  antes  de  Cjue  los  sucesos  hubieran  tomado  di- 
rección y  carácter  en  este  sentido ;  porque  lo  qut 
está  en  la  naturaleza  de  las  cosas  tiene  que  dar  al 
cabo  sus  resultados  necesarios ;  y  nadie  menos  ca- 
paz que  Carrera,  intransigente  é  indómito  por  há- 
bito, por  tradición  y  por  genio,  de  volver  en  amis- 
tad y  concordia  los  antecedentes  y  las  incompatibi- 
lidades que  le  precedían  al  entrar  en  la  provincia  de 
Cuyo. 

Desde  este  punto  de  vista,  es  presumible  cjue  el 
desastre  chileno  de  Rancagua  no  fuera  para  el  ge- 
neral San  Martín  un  contratiempo  lamentable,  sino 
un  suceso  feliz,  que,  quitándole  estorbos,  le  ofrecía 
desde  luego  la  perspectiva  halagüeña  de  convertir 
en  grandes  hechos  su  soñado  propósito  de  hacer  la 
guerra  en  Chile  y  de  trasladar  al  Pacífico  el  glo- 
rioso problema  de  la  independencia  general  de  la 
América  del  Sur.  Así  es  que  por  más  que  se  reser- 
vara, ó  que  disimulase  su  verdadero  sentir  por  el 
cambio  de  posiciones,  favorable  para  él,  que  aquel 
desastre  había  producido,  es  el  caso  de  repetir  con 
Terencio :  "Nihil  alienuin.  .  ."  y  de  convenir  en  que 


432  JOSK    MIGUr-L    CARRERA 

estaba  en  lo  más  caro  de  sus  intereses,  y  en  lo  n:ás 
profundo  de  sus  miras,  suprimir  la  figura  de  'Ca- 
rrera en  los  subsiguientes  sucesos  de  Chile,  dudan- 
te el  tiempo,  al  menos,  que  se  necesitara  para  uni- 
ficar la  liga  de  los  dos  países  y  llevar  unidas  sus 
fuerzas  militares  al  Perú  y  á  Quito;  pues  no  hay 
duda  de  que  callado  é  impenetrable  en  la  provincia 
argentina  más  austral,  más  ladeada  hacia  los  fríos 
del  polo.  San  ]\Iartín  tenía  ya  clavada  sa  vista  con 
anhelo  en  los  resplandores  del  trópico  y  del  Ecua- 
dor. 

La  llegada  de  los  seis  ú  ocho  fugitivos  que  fue- 
ron los  primeros  en  entrar  propa- 
1814  lando    en    Mendoza    la    caída    de 

Octubre  Chile    en    poder    de    los    realistas, 

debió  resonar  en  el  ánimo  del  go- 
bernador de  Cuyo  como  el  eco  de  las  trompetas  c[ue 
despertaron  á  Josué  en  el  desierto  para  señalarle 
bajo  un  rayo  de  luz  la  tierra  de  Canaán.  Abierto  se 
le  presentaba  ahora  el  campo  de  acción  : 

Limiiia  pcrnnnpit 

.    ct  ingciitcm  lato    dcdit    ore  fcncstraiii 

Así  pues,  ¡cuánto  anhelo,  cuántas  inquietudes  y 
cuántas  alarmas,  producidas  por  el  temor  de  que 
pudiera  írsele  de  las  manos  aquella  ocasión  de 
echarse  por  ahí  á  tomar  posesión  del  porvenir! 

Lo  primero  que  comprende  con  su  habitual  sa- 
gacidad es  la  indispensable  necesidad  de  que  los 
mendocinos  hagan  causa  común  con  él  é  interesen 
su  orgullo  en  la  honra  de  ilustrar,  al  otro  lado  de 
los  Andes,  el  nombre  y  la  pujanza  de  su  provincia 
Todo  lo  pone  en  juego  con  ese  fin :  estímulos,  lison- 


EX    CUYO    Y    EX    BUEXOS    AIRES  433 

jas,  prestigio  personal,  trabajo  asiduo,  promesas  de 
todo  género,  insistencia  en  hacerse  amar  y  admirar; 
todo  hasta  quedar  seguro  de  que  ha  hecho  suyo  el 
terreno,  y  de  que  tiene  allí  el  punto  aquel  de  apoyo 
que  pedia  Arquimedes  para  mover  el  mundo.  En 
Buenos  Aires  pueden  caer  y  subir  gobernantes :  San 
Martín  debe  ser  inconmovible  en  Mendoza  por  el 
sentimiento  apasionado  y  por  la  adhesión  unánime 
y  personal  de  toda  la  provincia.  Tratar  de  sacarlo 
de  en  medio  de  sií  pueblo  sería  un  crimen  de  lesa 
patria.  Si  un  Director  Supremo  le  dio  el  puesto,  la 
soberanía  de  Mendoza  se  lo  ha  consagrado  á  per- 
petuidad, y  no  hay  ya  Supremo  Director  que  pueda 
arrancarlo  al  amor  filial  de  los  que  lo  han  adoptado 
por  padre  y  por  jefe. 

Chile  ha  caído,  ¡generosos  hijos  de  Cuyo!  sus 
habitantes,  sus  familias  enteras  con  ancianos,  mu- 
jeres y  niños  vienen  por  las  ásperas  cordilleras  bus- 
cando en  vuestros  brazos  cómo  salvarse  de  la  saña 
y  de  la  barloarle  de  los  enemigos  de  la  independen- 
cia argentina :  venid  conmigo  y  corramos  á  darles 
el  auxilio  de  la  hospitalidad,  mientras  nos  armamos 
y  les  llevamos  el  de  nuestros  soldados  para  repo- 
nerlos en  la  posesión  del  suelo  de  cjue  los  tiranos 
extranjeros  pretenden  despojarlos ;  ¡  sea  esa  la  glo- 
ria de  Cuyo ! 

A  la  voz  de  su  gobernador  Mendoza  entera  se 
conmueve :  antes  de  veinticuatro 
1 8 14  horas   parten   por   el   camino   de 

Octubre  ii  Usíipallacta  mil  trescientas  mu- 
las,  ciento  ochenta  cabezas  de  ga- 
nado, doscientos  líos  de  cecina  (cJiarqiti),  frutas 
secas,   vino,    aguardiente,   y   otros   diversos   comes- 

HIST.   DE   LA   REP.   ARGENTINA.   TOMO   VI. 28 


434  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

tibies  de  los  que  se  tienen  i)or  apropiados  para  las 
alturas  de  la  cordillera;  ropas,  que  las  familias  han 
traído  en  grande  cantidad ;  y  todo  va  de  prisa  á  en- 
contrar á  los  menesterosos  que  vienen  atravesando 
las  cumbres  con  todo  el  peso  de  la  desgracia  y  de  la 
miseria.  Antes  de  partir  él  también  á  los  lugares 
donde  se  hace  necesaria  su  presencia,  nombra  una 
comisión  de  vecinos  C[ue  prepare  alojamiento  y 
cuarteles  para  la  emigración  y  para  los  soldados. 

En  el  camino  le  llegan  dos  noticias  desagrada- 
bles :  le  dicen  los  dispersos  que  el  teniente  coronel 
Las  Heras  ha  abandonado  los  boquetes  occidenta- 
les de  la  Cordillera,  y  que  los  realistas  entran^  por 
ellos  dando  caza  á  los  prófugos  y  á  los  cargueros 
que  traían  el  dinero  de  las  arcas  públicas  de  Chile. 
Esto  último  era  cierto,  pero  no  era  Las  Heras  sino 
Carrera  quien  se  las  había  dejado  arrebatar  en  el 
camino  en  que  él  las  traía.  Las  Heras  permanecía 
en  su  puesto,  y  la  orden  de  San  ^Martín  de  que  allí 
se  conservase  hasta  que  más  no  pudiese  lo  encon- 
tró cumpliendo  su  deber.  La  otra  noticia  era  que 
los  víveres  y  auxilios  remitidos  el  día  antes  habían 
sido  asaltados,  robados  ó  arrebatados  en  medio  del 
desorden  por  la  soldadesca  chilena  que  venía  en  tu- 
multo y  sin  gobierno  bajando  los  desfiladeros  de  la 
cordillera.  Junto  con  estos  avisos  lo  rodea  multitud 
de  vecinos  de  la  campaña  que  vienen  á  darle  clamo- 
rosas quejas  de  que  sus  casas  han  sido  invadidas, 
robadas  y  ultrajadas  por  los  dispersos  y  por  la  gen- 
tuza que  viene  emigrando.  La  cosa  era  en  sí  misma 
natural,  y  nadie  podía  tomarle  de  sorpresa.  Pero 
lo  que  impresionó  muy  mal  el  ánimo  del  goberna- 
dor de  Cuyo,  fué  que  los  jefes  chilenos  que  entra- 


.  CUYO    Y    EN    BUENOS    AIRES  435 

ban  eft  ííift'i^rfevincia,  no  hubiesen  tratado  de  regu- 
larizar ^éj^^g  junto  de  hombres  dispersos,  para  que 
no  se-pre'^entáse,  en  el  país  aliado  que  los  recibía, 
como" S-ujrbanda  de  salteadores  (3). 

Trató,  pues,  de  adelantarse  á  poner  pronto  re- 
medio á  tamaño  desorden,  cuando  á  poco  trecho  se 
encontró  con  el  general  O'Higgins,  coronel  Alcá- 
zar, Freyre  y  otros  jefes  de  ese  partido  seguidos  de 
algunos  hombres  de  su  inmediato  servicio.  Quejóse 
á  ellos  de  lo  que  pasaba,  les  hizo  oír  las  reclamacio- 
nes de  los  vecinos  que  habían  ocurrido  á  él,  y  con- 
firió mando  absoluto  á  O'Higgins  para  que  reunie- 
se los  dispersos  chilenos  y  los  sometiese  al  orden 
castigándolos  si  era  necesario,  á  cuyo  efecto  le  dio 
una  partida  de  milicianos  mendocinos.  Entre  los 
dispersos  chilenos  habían  alcanzado  ya  al  mismo 
lugar  algunos  oficiales  del  partido  contrario  que 
rehusando  prestar  obediencia  á  O'Higgins  retroce- 
dieron á  encontrar  á  Carrera  con  el  chisme  de  que 
San  Martín  había  conferido  el  mando  del  "ejército 
chileno"  á  O'Higgins  destituyéndolo  á  él  que  ade- 
más de  presidente  de  la  Junta  Gubernativa  era  el 
general  de  ese  ejército. 

Fácil  es  concebir  la  ira  que  se  levantó  en  esa 
alma  soberbia  al  sentirse  ajado  por  un  acto  que  ve- 
nía á  probarle,  una  vez  más  que  el  ínfimo  goberna- 
dor de  Cuyo  se  atrevía  á  ponerle  la  mano  confabu- 
lado ya  con  sus  enemigos  políticos  Mackenna,  Iri- 
zarri,  O'Higgins  y  Balcarce.  Completamente  ajeno 

(3)  "San  Martín  supo  en  el  camino  que  Jos  soldados 
emigrados  cometían  mil  excesos :  que  robaban  cuanto  veían 
en  las  habitaciones  de  su  tránsito,  sin  obedecer  á  nadie". 
Barros  Arana,  Hisf.  de  Chile,  vol.  III,  pág.  97. 


436  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

San  ?klartíii  al  enojo  que  ha1)ía  provocado  con  um 
simple  comisión  del  momento,  eventualísima,  y  que 
estaba  muy  lejos  de  tener  el  sentido  y  los  efectos 
que  Carrera  le  daba,  siguió  adelantándose  al  en- 
cuentro de  éste  para  prestarle  toda  la  obsecuencia  y 
galante  recibimiento  que  su  categoría  política  y  mi- 
litar hacía  de  estricto  deber. 

Había  andado  una  legua  escasa  y  penetrado  en 
un  desfiladero,  cuandj  sus  acompañantes,  en  una 
vuelta  repentina  del  camino,  le  señalaron  la  pre- 
sencia de  don  José  Miguel  que  cabalgaba  acompa- 
ñado de  sus  hermanos  don  Luís  y  don  Juan  José, 
del  coronel  Benavente  y  de  su  hermano  don  Diego 
con  otros  muchos  de  sus  más  adictos  secuaces.  San 
^Martín  se  hizo  con  su  comitiva  á  un  lado  del  ca- 
mino suponiendo  que  allí  se  haría  con  toda  natu- 
ralidad el  primer  encuentro  y  las  primeras  comu- 
nicaciones que  requería  la  situación.  Pero  puede 
calcularse  cuál  sería  su  sorpresa  al  ver  que  Carrera, 
sus  hermanos  y  demás  jefes  ó  subalternos  que  lo 
acompañaban  afectal^an  no  haber  reparado  en  él,  y 
pasaban  adelante  sin  el  menor  ademán  á  saludarlo 
siquiera  (4). 

La  indignación  del  grupo  argentino  y  de  los 
chilenos  oficiosos  que  acompañaban  al  gobernador 
de  Cuyo,  fué  profunda :  muchas  voces  se  levanta- 
ron contra  tan  grosera  insolencia:  pero  San  Mar- 
tín, más  asombrado  y  reflexivo  que  ofendido,  aun- 
que sin  saber  á  qué  atribuir  aquella  torpeza,   disí- 

(4)  .  .  .'Tero  don  José  Miguel,  que  pasó  en  frente  de 
ellos  ni  aun  se  dignó  tocarse  el  sombrero  delante  del  jefe 
superior  del  territorio  en  que  buscaba  asilo".  Hist.  de  Chile, 
por  Barros  Arana,  vol.  III.  pág.  97. 


EN    CUYO    Y    EX    BCEXOS    AIRES  437 

mulo  SUS  impresiones,  evitó  la  menor  alusión  al  in- 
cidente y  afectó  un  aire  festivo  y  despreocupado  ha- 
blando sólo  de  "castigar  en  breve  á  los  godos"  ;  y 
después  de  lui  corto  descanso  tomó  el  camino  de 
regreso  para  ^Mendoza  detrás  de  Carrera. 

Xo  siendo  posible  llegar  á  la  ciudad  en  la  mis- 
ma tarde,  tomaron  diversos  alojamientos  para  pasar 
la  noche,  y  acababa  de  desmontarse  San  Martín  en 
el  suyo  cuando  un  oficial  subalterno  vino  á  decirle 
"que  el  general  en  jefe  quería  hablar  con  él".  Dígale 
usted  que  voy  para  alLá — contestó  San  Martín  con 
el  tono  más  comedido  del  mundo  ( 5 ) . 

El  objeto  de  la  cita  era  reclamar  por  el  desacato 
que  el  gobernador  de  Cuyo  había  cometido  permi- 
tiéndose dar  el  mando  de  los  soldados  chilenos  á  un 
jefe  de  su  elección  con  mengua  de  los  principios  y 
de  la  obsecuencia  que  las  autoridades  argentinas 
debían  guardar  con  las  que  venían  de  Chile  en  el 
concepto  de  que  entraban  en  país  aliado.  Don  José 
Miguel  estuvo  soberbio  é  imperioso  como  siempre. 

El  gobernador  de  Cuyo  era  demasiado  discreto 
y  hábil  para  dar  á  la  conferencia  el  estallido  de  un 
rompimiento  prematuro.  Se  mostró  bien  informado 
de  los  principios  y  del  deber  en  que  estaba  de  cum- 
plir con  ellos  evitando  agraviar  en  lo  más  mínimo 
la  jerarquía  de  carácter  chileno  cjue  traía  Carrera. 
Pero  á  su  vez  reclamó  moderadamente  la  suya,  sos- 
teniendo que  el  orden  policiaco  y  la  seguridad  per- 

(5)  Me  lo  ha  referido  así  el  licenciado  mendocino  don 
N.  Vargas  que  se  daba  por  acompañante  y  confidente  de 
San  Martín  en  ese  momento :  y  cuyo  trato  frecuente  y  amis- 
toso con  él  es  históricamente  notorio  en  efecto.  Lo  reza 
también   el   cronista   chileno  que   antes  hemos   citado. 


438  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

sonal  de  los  habitantes  de  su  provincia,  así  como  el 
inviolable  respeto  de  las  propiedades  particulares, 
era  una  atribución  de  su  propia  y  exclusiva  com- 
petencia. Que  á  él  era  á  quien  le  concernía  el  deber 
y  el  poder  de  no  permitir  desafueros  y  turbulencias 
en  nombre  de  partidos  ó  de  autoridades  extrañas  al 
gobierno  y  á  la  soberanía  de  las  Provincias  Unidas 
del  Río  de  la  Plata;  que  al  dar  esa  comisión  even- 
tualísima  al  señor  O'Higgins,  para  que  contuviera 
los  desmanes  que  una  tropa  que  marchaba  desban- 
dada, haciendo  daño  y  destruyendo  los  mismos  ví- 
veres, acémilas  y  demás  auxilios  recogidos  para  el 
común  de  la  emigración,  no  había  pensado  que  pu- 
diera ofender  á  nadie,  porque  el  señor  general  Ca- 
rrera venía  todavía  muy  atrás  para  poder  poner  or- 
den en  eso,  y  allí  no  había  encontrado  más  jefe  su- 
perior chileno  que  al  señor  O'Higgins,  que  habría 
sido  ó  no  en  su  país  de  un  partido  contrarío  al  del 
señor  general  en  jefe,  pero  que  era  de  notoriedad 
un  jefe  superior  chileno;  de  manera  que  al  darle 
esa  comisión  momentánea,  estaba  tan  lejos  de  ha- 
ber faltado  á  sus  deberes  Cí^mo  autoridad  en  el  país 
aliado,  que  creía  más  bien  haberle  prestado  la  más 
completa  deferencia.  Pero  que  puesto  que  con  eso 
había  agraviado  al  señor  general  en  jefe,  podía  con- 
tar con  que  había  cesado  la  comisión  del  señor 
O'Higgins;  y  quedar  en  la  inteligencia  de  que  el 
señor  Carrera  se  hallaba  en  la  completa  posesión 
de  su  carácter  público  en  todo  lo  que  concerniese 
á  sus  soldados  y  subalternos;  pero  por  lo  mismo, 
todo  lo  que  fuere  de  orden  interno  y  de  tranquili- 
dad pública  en  la  provincia,  era  y  sería  del  resorte 
único  de  su  gobernador  y  de  las  autoridades  loca- 


EX    CUYO    Y    EX    BUEXOS    AIRES  439 

les,  sin  que  hubiese  de  reconocer  fuero  de  oficiales 
ó  de  soldados  extranjeros,  en  esa  materia. 

La  soberbia  imperante  de  Carrera  tuvo,  pues, 
que  estrellarse  en  la  firmeza  moderada  del  gober- 
nador de  Cuyo.  Pero  quedó  indignado  y  aperci- 
bido ya  de  que  aquel  era  el  principio  de  una  lucha 
implacable  entre  ambos. 

San  ^Martín  comunicó  en  el  acto  á  O'Higgins 
que  el  general  en  jefe  del  ejército  chileno  habia  en- 
contrado irregular  la  comisión  de  reunir  dispersos 
y  de  regularizar  la  marcha  que  le  había  conferido; 
que  en  consecuencia  pusiera  á  las  órdenes  inmedia- 
tas de  dicho  general  los  soldados  y  oficiales  que  hu- 
biese reunido.  O'Higgins  cumplió  esta  resolución 
en  la  madrugada  del  día  siguiente.  Pero  he  ahí  que 
estalla  el  tumulto  y  la  confusión  entre  los  dos  ban- 
dos. Los  unos  se  niegan  á  ponerse  bajo  las  órdenes 
del  "traidor  de  Rancagua",  según  gritan  á  voz  en 
cuello.  Los  otros  pretenden  reducirlos  á  la  obedien- 
cia y  arrastrarlos  al  campamentíj  del  general.  To- 
man las  armas  y  llega  un  momento  en  que  ya  van 
á  reñir.  El  gobernador  de  ^^lendoza  no  tiene  sino 
un  corlo  grupo  de  milicianos;  el  batallón  de  Las 
Heras  ha  quedado  guardando  los  boquetes  al  otro 
lado  de  la  cordillera ;  ni  á  su  lado  ni  en  toda  la  pro- 
vincia tiene  una  compañía  veterana'siquiera  con  que 
imponer  el  respeto  de  su  autoridad,  y  no  le  queda 
más  papel  que  el  de  presenciar  indiferente  aquel 
escándalo  que  salDe  Dios  hasta  qué  excesos  habría 
llegado,  si  O'Higgins  no  se  hubiera  interpuesto  y 
logrado,  con  un  grande  esfuerzo,  traer  á  sus  amigos 
á  cjue  reflexionaran  en  las  bochornosas  y  graves 
consecuencias  de  lo  que  sucedía ;  les  declaró  que  no 


440  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

era  ni  quería  ser  jefe  de  nadie,  y  se  maichó  á  Men- 
doza (6). 

Con  esto,  los  oficiales  tomaron  situaciones  in- 
dividuales según  su  gusto  ó  su  necesidad ;  una  par- 
te de  los  soldados,  no  teniendo  como  mantenerse, 
Se  acogió  á  las  raciones  de  alimentos  que  el  gober- 
nador le  pasaba  al  general  chileno,  y  otros  se  des- 
granaron siguiendo  particularmente  á  sus  oficiales. 
Carrera,  á  la  cabeza  de  unos  cuatrocientos  hombres 
más  ó  menos,  reorganizados  bajo  el  mando  del  co- 
ronel Benavente,  pero  no  bien  armados,  entró  er\ 
la  ciudad  y  ocupó  un  vasto  corralón  que  debía  ser- 
virle de  cuartel. 

Comenzó  allí  una  serie  de  disgustos  y  de  alter- 
cados sin  término  entre  el  gobernador  y  el  general 
chileno.  Este,  conociéndose  con  mayor  fuerza  efec- 
tiva, se  dio  á  echarla  de  sol^erbio  y  de  indiscreto 
sin  ton  ni  son. 

Un  subdelegado  de  la  Aduana  Nacional,  sin 
que  San  Martín  tuviera  arte  ni  parte,  quiso  regis- 
trar equipajes,  cumpliendo  ciegamente  con  la  ley, 
aunque  sin  el  tino  práctico  del  momento.  Apenas 
lo  supo  Carrera,  le  dirigió  una  nota  agria  é  impe- 
riosa. El  oficial  cjue  la  conducía,  entró  en  el  gabi- 
nete del  despacho  sin  quitarse  el  sombrero,  y  con 
alarde  de  insolencia  la  alargó  al  gobernador.  Era 
la  segunda  vez  cjue  el  mismo  oficial  cometía  el  mis- 

i(6)  "Trabóse  con  este  motivo  un  serio  altercado  que 
habría  terminado  por  un  encuentro  formal  si  O'Higgins 
no  hubiese  tenido  la  prudencia  'de  ceder  el  mando  de 
las  tropas  que  entraban  á  su  lado  para  sesuir  su  mar- 
cha á  Mendoza". — B.  Arana,  Hisf.  de  Chile,  vol.  III,  pá- 
gina 99. 


EX    CUYO    Y    EX    BUEXOS    AIRES  44 1 

mo  desacato;  y  San  ]**Iartín.  sin  poder  contenerse, 
se  levanta,  de  un  puñetazo  arroja  el  sombrero  de  la 
cabeza  en  que  estaba,  empuña  al  oficial  por  el  cue- 
llo, lo  arrastra  hasta  la  puerta  y  lo  pone  en  el  patio. 
Lo  más  irritante  era  "que  la  mayor  parte  de  los 
oficiales  hacian  esto  mismo  en  las  calles,  á  térmi- 
nos de  poderse  sospechar  que  estaban  autorizados 
para  este  y  otros  ademanes  de  burla  ó  de  menos- 
precio" (7).  Otra  vez.  unos  soldados  del  cuartel 
chileno  asaltaron  y  robaron  á  mediodia  una  pul- 
pería. La  policía  pudo  alcanzarlos,  desarmarlos  y 
ponerlos  en  el  camino  de  la  cárcel.  Llega  la  noticia 
á  don  José  Miguel,  y  éste  hace  salir  una  gruesa 
partida  bien  armada  que  corre  á  los  policías  y  res- 
cata los  presos,  hospedándolos  en  su  cuartel.  Sería 
nunca  acabar,  detallar  los  otros  mil  incidentes  del 
mismo  género  que  se  sucedían  el  uno  al  otro.  El 
vecindario  de  Mendoza  estaba  excitado,  inquieto  y 
sumamente  alarmado  con  estos  desórdenes  y  riñas 
de  cada  momento. 

Era  menester  nue  todo  esto  tuviese  un  término, 
y  el  gobernador,  contenido  siempre  en  la  suma  pru- 
dencia que  le  era  característica,  mandó  decir  al  te- 
niente coronel  Las  Heras  que  regresase  á  Mendoza, 
y  despachó  con  urgencia  á  Buenos  Aires  el  coronel 
]\Iackenna.  al  señor  Irizarri  y  al  sargento  mayor 
don  Pablo  Bargas  para  que  instruyesen  circims- 
tancialmente  al  Director  Supremo  don  Gervasio 
Posadas  y  al  ministro  v^e  la  Guerra  don  Francisco 
Javier  de  X'iana.  de  lo  que  pasaba  en  ^Mendoza. 
Sospechó  Carrera  al  fin  de  esa  misión,  y  despachó 

(7)      B.  Arana,  lugar  citado. 


442  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

él  á  su  vez  á  su  hermano  don  Luis  y  al  coronel  Be- 
navente  para  que  expresasen  los  agravios  que  se  le 
hacían.  Del  encuentro  de  don  Luis  con  ]Mackenna 
en  Buenos  Aires  resultó  un  duelo  y  la  muerte  del 
segundo,  que  fue  sumamente  lamentada  sobre  todo 
por  el  ministro  Viana.  antiguo  y  buen  amigo  suyo. 

Posadas  y  el  ministro  no  necesitaron  de  mucho 
para  comprender  que  la  justicia  y  el  orden  públicr» 
les  imponía  el  deber  de  sostener  la  autoridad  del 
gobernador  de  Cuyo,  y  lo  autorizaron  con  toda  am- 
plitud para  restablecer  el  orden  }'  la  quietud  de  su 
gobernación. 

La  noche  antes  de  recibir  esta  autorización  ha- 
bía llegado  á  Mendoza  Las  Heras  con  su  batallón. 
San  Martín  hubiera  procedido  como  autoridad  lo- 
cal sin  el  menor  cuidado;  pero  creyó  más  conve- 
niente que  la  represión  misma  tomase  carácter  chi- 
leno para  mantener  sin  menoscabo  las  formas  subs- 
tanciales de  la  alianza. 

El  caso  de  don  José  Miguel  Carrera  no  era  el 
que  habría  tenido  un  monarca  de  derecho  disnástico 
en  el  territorio  de  su  aliado :  no  era,  pues,  sino  un 
magistrado  electivo  que  habiendo  perdido  el  terri- 
torio de  su  país  no  tenía  ya  el  derecho  de  imponer 
su  imperio  personal  á  los  que  habían  salido  con  él, 
ni  podía  darse  jerarquía  nacional  sin  más  base  que 
la  de  un  bando  de  partidarios  contra  otro.  Apare- 
ció en  esto  una  acta  firmada  ])or  un  número  consi- 
derable de  chilenos  pidiéndole  al  gobernador  de 
Cuyo  que  expulsase  de  Mendoza  al  general  Ca- 
rrera. 

Livocando,  pues,  la  necesidad  de  mantener  el 
orden  público  y  el  imperio  exclusivo  de  las  autori- 


EX    CUYO    Y    EX    BUEXOS    AIRES  443 

dades  locales  para  desempeñar  ese  servicio,  el  ge- 
neral San  ]\Iartin  le  pasó  una  nota  á  Carrera  orde- 
nándole categóricamente  que  diese  á  reconocer  en 
su  cuartel  al  coronel  don  Marcos  Balcarce  como  co- 
mandante general  de  armas  de  la  provincia.  Carre- 
ra no  contestó  ni  cumplió  la  orden,  y  con  fecha  28 
de  octubre,  participó  que  había  resuelto  invadir  á 
Chile  por  Coquimbo  á  la  cabeza  de  las  fuerzas  que 
tenia  en  su  cuartel.  San  ^lartin  le  envió  al  momen- 
to la  licencia  para  que  se  pusiese  en  marcha.  Pero 
como  esto  no  era  sino  una  farsa  destinada  á  ganar 
tiempo  con  la  esperanza  de  que  el  gobierno  de  la 
capital  lo  apoyase,  pues  ignoraba  todavía  lo  que 
ya  se  había  resuelto  y  comunicado,  Carrera  se  dejó 
estar  en  el  cuartel  sin  fingir  siquiera  preparativos 
para  el  intento. 

En  la  mañana  del  30  de  octubre,  el  coronel  Bal- 
earse se  puso  á  la  cabeza  del  ba- 
18 14  tallón    de    Las    Heras,    de   cuatro 

Octubre  30  piezas  de  artillería  y  de  un  grupo 
de  doscientos  y  tantos  dragones 
chilenos  que  habían  reunido  bajo  sus  órdenes  el  co- 
ronel Alcázar,  el  teniente  coronel  Freiré  y  otros  ofi- 
ciales subalternos.  El  gobernador  San  ^Martín,  con 
las  milicias  de  la  ciudad  tomó  el  puesto  de  reserva. 
Circunvalado  convenientemente  el  corralón  que  ser- 
vía de  cuartel  á  los  carrcrinos,  se  le  pasó  á  su  jefe 
una  nota  diciéndole  que  pusiese  toda  su  fuerza  á 
las  órdenes  del  señor  Balcarce.  en  la  inteligencia 
de  que  habiendo  caducado  las  autoridades  de  Chi- 
le, los  soldados  y  oficiales  que  habían  emigrado 
quedaban  libres  y  dueños  absolutos  de  su  situación 
personal.    ''Se   le   previene   á  Vuestra   Señoría   que 


444  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

cumpla  esta  orden  en  el  términu  de  diez  minutos, 
pues  de  otro  modo  se  le  tomará  como  enemigo  é 
infractor  de  las  leyes  del  país". 

No  había  qué  decir,  y  la  orden  se  cumplió  es- 
trictamente. Las  Heras  vohió  á  guarnecer  los  des- 
filaderos de  la  cordillera;  Carrera  y  los  principales 
de  sus  parciales  fueron  mantenidos  en  prisión  hasta 
que  todo  se  aquietó  y  pudo  dejárseles  en  libertad  de 
irse  á  Buenos  Aires.  "San  ]\Iartín  (dice  Barros  Ara- 
na) no  quiso  tomar  á  su  servicio  los  soldados  de 
Carrera,  y  contestó  al  Supremo  Director,  que  era 
mejor  que  se  fuesen  á  otra  provincia  ó  dejarlos  que 
se  buscasen  medios  de  vivir,  porque  él  no  quería 
tomar  á  sus  órdenes  "soldados  que  servían  á  un 
caudillo  mejor  que  á  la  patria". 

Cuando  don  José  Miguel  llegó  á  Buenos  Aires 
se  encontró  con  que  su  hermano  don  Luis  estaba 
preso  y  criminalmente  encausado  por  la  muerte  del 
coronel  Mackenna.  Había  en  esto  una  verdadera 
injusticia.  Los  duelistas  eran  dos  oficiales  del  ejér- 
cito chileno  y  de  alta  graduación.  El  lance  había 
tenido  lugar  con  todas  las  reglas  del  caso:  los  pa- 
drinos habían  sido  hombres  conocidos  y  militares 
de  honor;  las  armas  habían  sido  de  fuego,  porque 
en  ese  tiempo  esas  eran  las  que  se  usaban  entre  ca- 
balleros y  entre  militares,  porque  excluían  tí^da  su- 
perioridad de  arte  é  igualaban  mejor  el  acaso  de  la 
suerte  y  de  la  desgracia ;  y  sabido  era  que  el  duelo 
entre  militares  no  era  entonces,  ni  ahora,  un  cri- 
men, como  lo  es  entre  personas  civiles.  Sin  em- 
bargo, costóle  mucho  á  don  José  Miguel  sacar  de 
piisión  y  en  libertad  á  su  hermano. 

Su  grande  empeño  fué  ahora  que  se  le  permi- 


KX    CUYO    Y    EX    BL'EXOS    AIRES  4-15 

tiera  organizar  una  expedición  combinada  para  re- 
conqnistar  á  Chile.  Posadas,  con  su  trato  hábil  é 
insinuante,  pero  poco  ingenuo,  lo  mantenía  entre 
esperanzas  y  dudas :  pero  en  lo  que  menos  pensaba 
era  en  darle  comisión  ninguna  qtie  lo  pusiera  en 
contacto  con  el  gobernador  de  Cuyo.  Carrera  in- 
sistía, y  aún  había  presentado  al  gobierno  una  Me- 
moria de  la  manera  práctica  de  caer  por  las  Cordi- 
lleras sobre  Chile,  con  grandes  resultados  de  la  em- 
presa, cuando  el  ejército  de  Rondeau  se  sublevaba 
en  Jujuy.  renunciaba  Posadas,  y  se  hacía  cargo  de 
aquella  mala  situación  el  general  Alvear.  Carrera 
lo  había  ya  conocido  y  tratado  con  intimidad  y  sol- 
tura en  España.  Aunque  mucho  más  decente  y  más 
cuidado  en  sus  gustos  y  en  sus  hábitos,  Alvear  te- 
nía también  accidentes  de  calavera  gentil  y  audaz, 
que  concordaban  en  parte  con  los  de  Carrera.  Por 
cierto  que  éste  no  tenía  la  chispa  del  genio  militar, 
ni  aquel  golpe  de  vista,  ó  genial  rapidez  en  la  eje- 
cución, que  realzaban  tanto  la  importancia  del  ven- 
cedor de  Ituzaingó.  Pero  en  la  parte  superficial  de 
las  ideas,  en  el  brillante  colorido  de  la  conversa- 
ción, en  la  rapidez  de  los  conceptos,  había  mucho 
que  los  acercaba  y  que  podía  vincularlos  en  las  al- 
ternativas de  la  vida. 

Desde  el  primer  momento  Carrera  procuró  ga- 
narse el  ánimo  de  Alvear  para  conseguir  que  favo- 
reciese su  expedición  á  Chile.  Pero  Alvear  había 
estado  hasta  entonces  tan  preocupado  con  los  in- 
cómodos sucesos  de  la  Banda  Oriental  y  con  los 
grandes  prestigios  de  su  expedición  al  Alto  Perú, 
que  no  había  dado  mucha  atención  ni  importancia 
á  los  sucesos  de  Chile.  En  su  opinión  la  cuestión  de 


44^  JOSÉ     MIGUEL     CARRERA 

Chile  era  muy  subalterna  para  influir  en  las  solu- 
ciones que  requería  la  guerra  de  la  Independencia. 
Que  estuviese  ó  no  estuviese  en  poder  de  los  rea- 
listas, nada  podía  influir  sobre  la  suerte  de  la  gue- 
rra, cuyo  principal  problema  era  apoderarse  del 
Cuzco  y  de  las  sierras  que  dominan  el  resto  del 
país.  En  su  opinión  la  invasión  por  las  costas  del 
Pacífico  era  una  operación  desacertada  é  ineficaz  para 
dar  resultados  definitivos  (8). 

Alvear  acogió  al  principio  con  mucha  frialdad 
las  sugestiones  y  las  instancias  de  Carrera ;  pero 
como  se  veía  coartado  por  el  lado  del  Alto  Perú,  y 
como  deseaba  continuar  figurando,  se  dejó  ganar 
al  fin,  con  la  idea  de  trasladarse  á  Cuyo  con  Carrera 
y  de  organizar  allí  una  expedición  sobre  Chile  de 
cinco  ó  seis  mil  hombres.  Lo  primero  para  esto  era 
separar  á  San  Alartín,  cuyo  puesto  era  puramente 

(8)  A  él  mismo  le  hemos  oído  estas  ideas  en  1837 
conversando  en  nuestra  casa  con  nuestro  padre.  Y  sea 
que  fuesen  reflejo  de  lo  que  había  demostrado  la  expe- 
dición del  general  San  ]\íartín  en  1820  ó  que  fuese  ver- 
dad que  ya  las  tenía  de  antes,  sucedió  que  transmitiéndo- 
selas nosotros  al  general  Las  Heras,  en  cuya  mesa  familiar 
comía  también  ese  día  el  general  don  Mariano  Xecochea, 
decían  los  dos  que  aunque  las  creían  formadas  después 
de  aquella  experiencia,  tenía  razón ;  pues  la  campaña  de 
Sucre  de  1824  no  hubiera  terminado  por  la  victoria  de 
Ayacucho,  ó  no  hubiera  esta  victoria  terminado  la  guerra, 
á  no  haber  existido  la  guerra  civil  entre  la  Serna  y  Ola- 
ñeta,  que  privó  al  uno  y  al  otro  de  la  unidad  de  acción  y 
de  fuerzas.  Después  de  esto,  en  la  última  guerra  del 
Pacífico  se  ha  visto  que  un  ejército  de  cerca  de  60  mil 
chilenos,  no  ha  podido  acabar  con  el  general  Cáceres,  y 
ha  tenido  que  desistir,  dejándolo  dueño  de  la  situación  in- 
terna del  país. 


EN    CUYO    Y    EN    BUENOS    AIRES  447 

administrativo,  y  podía  serle  legalmente  retirado  á 
voluntad  y  juicio  del  Poder  Ejecutivo.  Fué  nom- 
brado al  efecto  intendente  gobernador  de  Cuyo  el 
coronel  don  Gregorio  Perdriel,  cjue  muy  poco  sig- 
nificaba como  entidad  política  ó  militar  y  C[ue  podía 
ser  separado  sin  estrépito  cualquier  día.  Pero  la 
provincia  entera  de  ]\Iendoza  se  alzó  á  resistir  el 
cambio.  San  Martín  aparentó  una  completa  suje- 
ción á  su  deber;  suplicó  y  aconsejó  que  se  obede- 
ciese al  gobierno  nacional ;  fué  en  vano ;  el  vecin- 
dario, llamado  á  Cabildo  ab.ierto,  se  reunió  en  la 
plaza  con  grande  excitación  de  los  ánimos.  San 
Martín  quiso  hablar,  pero  se  le  hizo  presente  que 
allí  estaba  de  más  porque  se  trataba  de  asuntos  que 
le  concernían  personalmente,  y  hubo  de  retirarse. 
Se  resolvió  al  fin  que  el  coronel  Perdriel  fuese  re- 
chazado; que  se  abstuviese  de  pasar  de  San  Luis; 
y  salió  para  Buenos  Aires  en  comisión  de  la  pro- 
vincia, el  licenciado  don  Juan  de  la  Cruz  Vargas, 
á  reclamar  y  solicitar  que  el  Supremo  Director  con- 
tinuase al  general  San  Alartín  en  el  gobierno  de 
Mendoza. 

Llegó  el  comisionado  á  la  capital  en  momentos 
tan  aciagos  para  el  general  Alvear,  que  á  los  pocos 
días  fué  volcado  del  poder  por  el  sacudimiento  del 
15  de  abril  de  1815. 

El  contratiempo  fué  grande  y  fatal  para  Carre- 
ra ;  pero  no  perdió  el  ánimo.  Se  buscó  gentes  de 
influjo  que  le  franquearon  el  trato  confidencial  del 
Director  Alvarez  Thomas.  No  tenía  éste  ni  influjo, 
ni  valimiento,  ni  voluntad  tampoco  como  para  co- 
meter acto  alguno  contra  la  persona  y  el  puesto  del 
general  San  Martín,  y  se  limitó  á  pasarle  en  con- 


448  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

siilta  la  Memoria  ilitslratii'a  que  había  escrito  Ca- 
rrera y  que  cada  día  ampliaba  y  completaba  con 
nuevos  datos  y  nuevas  vistas.  San  ^Martín  la  devol- 
vió con  observaciones  que  no  dejaban  la  menor  du- 
da sobre  lo  ilusorio  de  toda  empresa  sobre  Chile, 
que  no  tuviese  por  base  la  marcha  de  un  ejército 
formal  de  cuatro  mil  hombres  á  lo  menos,  habili- 
tado con  todo  lo  necesario  para  tomar  pie  de  un 
modo  firme  y  para  batirse  en  regla  con  las  tropas 
veteranas  y  harto  fuertes  que  ocupaban  á  Chile. 
Desde  luego  con  esta  base,  con  esta  condición  era 
claro  que  á  la  cabeza  de  ese  ejército  había  de  ir  un 
general  argentino,  y  no  don  José  ]^Iiguel  cuyo  cré- 
dito de  general  andaba  por  los  suelos,  puesto  ahí 
por  sus  propios  compatriotas. 

A  Alvarez  Thomas  le  sucedió  el  general  don 
.\ntonio  Balcarce  hermano,  estrechamente  ligado 
por  aprecio  y  cariño,  del  coronel  don  ^Marcos.  De 
éstos  no  podía  esperar  Carrera  nada  favorable.  Por 
el  contrario,  fué  llamado  O'Higgins  y  se  le  pidió 
una  Memoria  sobre  la  población  de  Chile,  su  terri- 
torio, sus  entradas,  las  opiniones  predominantes, 
etc.,  etc.,  que  según  parece  salió  de  manos  del  au- 
tor en  una  forma  poco  adecuada  al  prestigio  que 
se  trataba  de  dar  á  la  idea  en  la  opinión  pública;  y 
se  comisionó  entonces  al  oficial  mayor  del  ]Minís- 
terio  de  la  Guerra,  don  Tomás  Guido,  hombre  há- 
bil y  diestro  en  el  manejo  de  las  formas  literarias, 
la  tarea  de  recoger  todos  esos  antecedentes,  y  los 
informes  del  general  San  Martín,  para  darles  la 
vida  necesaria  en  una  Memoria  fácil  de  compren- 
der, de  amplias  miras,  que  viniese  á  servir  de  base 
justificada  á  los  propósitos  del  gobierno  permanen- 


EN  CUYO  Y  EN  BUENOS  AIRES  449 

te,  de  cuya  elección  se  ocupaba  ya  el  Congreso  de 
Tucumán.  Vino  en  seguida  el  gobierno  de  Puey- 
rredón,  y  se  consolidó  el  predominio  absoluto,  el 
favor  y  el  influjo  del  general  San  Martín. 

Carrera  comprendió  entonces  que  nada  tenia 
que  esperar  en  tierra  argentina;  pero  no  desistió  de 
su  idea  de  reconquistar  á  Chile  por  sus  propios  me- 
dios. Si  su  genio  político  y  militar  hubiera  estado 
á  la  altura  de  la  consistencia  y  de  la  terquedad  de 
su  ánimo,  hubiera  alcanzado  indudablemente  á  ser 
un  grande  hombre.  Pero  ¡cuánta  distancia  entre 
esos  dos  elementos  de  la  superioridad  humana !  Re- 
unió entre  lo  suyo,  lo  de  sus  hermanos  y  sus  ami- 
gos unos  treinta  ó  cuarenta  mil  pesos,  y  partió  á 
los  Estados  Unidos  con  la  mira  de  armar  algunos 
buques,  de  reclutar  un  número  conveniente  de  aven- 
tureros, de  venir  al  puerto  de  Buenos  Aires,  levan- 
tar á  los  demás  emigrados  chilenos,  y  bajar  en  las 
costas  del  Sur  de  Chile. 

Lo  probable  es  que  si  hubiera  podido  realizar 
esa  empresa  hubiera  tenido  malísima  suerte.  Los 
realistas  contaban  entonces  ccn  algo  más  de  siete 
mil  hombres,  disciplinados  y  aguerridos,  al  man- 
do de  oficiales  hechos,  bravos  y  expertos.  Contar 
con  el  alzamiento  de  las  masas,  era  más  que  aven- 
turado, porque  como  lo  revelan  y  repiten  los  mis- 
inos historiadores  chilenos,  esas  masas  estaban 
inertes,  humilladas,  y  tanto  -vociferaban  ¡z'k'a  la 
patria!  cuando  dominaban  los  patriotas,  como  voci- 
feraban ¡viva  el  rey!  cuando  dominaban  los  realis- 
tas. Pero  eso  no  quita  el  mérito  de  los  esfuerzos 
y  de  la  heroica  persistencia  que  en  este  caso  mostró 
el  caudillo  chileno. 

HIST.    DE   LA    REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — 2g 


450  JOSÉ  MIGUEL  CARRERA 

Hemos  procurado  exponer  en  este  episodio  los 
antecedentes  y  las  causas  que  arrastraron  á  los  ar- 
gentinos á  tomar  una  parte  activa  en  la  historia 
militar  y  política  de  Chile.  Veamos  ahora  en  qué 
perspectiva  se  presentaban  al  mismo  tiempo  los 
otros  sucesos,  que  en  concurrencia  con  éstos  for- 
maban parte  de  la  tremenda  lucha  que  la  Repúbli- 
ca Argentina  sostenía  contra  España,  en  defensa 
de  su  independencia  y  de  sus  libertades. 


CAPITULO  IX 

r.A   RESISTENCIA  POPULAR  DE  IvAS  PROVINCIAS 
ARGENTINAS  DEE  ALTO  PERU 

Sumario:  Propósitos  del  gobierno  argentino  y  previsio- 
nes de  Pezuela. — La  importancia  y  las  consecuencias  de 
la  victoria  de  los  realistas  en  Viluma. — El  ejército  de 
invasión. — Insurrección  de  las  provincias  alti-peruanas. 
El  coronel  Lavín. — El  patriota  Padilla. — Su  consorte  do- 
ña Juana  Azurduy. — Ataque  de  Chuquisaca. — Expedición 
de  los  realistas  al  Este. — El  coronel  Herrera. — Acción  de 
la  Hacienda  del  Villar. — Muerte  de  Herrera. — Retirada 
de  Las  Heras. — Entrada  de  Tacón. — Muerte  de  Padilla. — 
El  patriota  Camargo. — Sus  correrías  felices. — Expedición 
de  una  división  del  ejército  de  Tucumán  al  mando  de 
Lamadrid. — Sus  primeros  triunfos. — Su  derrota. — Asesi- 
nato de  Camargo. — Disolución  de  las  guerrillas  patriotas 
en  el  Alto  Perú. — Aprestos  para  invadir  á  Salta. 

El  gobierno  de  Buenos  Aires  y  el  general  San 
Martín  habían  consagrado  enormes  esfuerzos,  de 
1815  á  181 6,  para  formar  el  ejército  de  los  Andes. 
Pero  la  concentración  de  esa  fuerza  relativamente 
considerable  en  Mendoza,  había  llamado  también 
la  atención  del  activo  virrey  del  Perú;  y  no  le  ha- 
bían faltado  avisos  de  que  se  trataba  de  reconquis- 
tar á  Chile,  y  de  amenazar  á  Lima  por  el  Pacífico, 
para  dividir  y  debilitar  las  fuerzas  realistas  que  se 
preparaban  á  operar  contra  Jujuy  y  Salta.  El  ge- 
neral  Pezuela,   que  en  este  momento  iba  á  ser  el 


45-  LA  RESISTENCIA  POPULAR 

sucesor  de  Abascal  y  que  era,  sin  duda,  el  militar 
de  mayor  fama  que  España  tenía  en  la  América 
del  Sur.  comprendió  que  no  podía  dejar  á  su  ejér- 
cito de  Chile  entregado  á  una  guerra  puramente  de- 
fensiva, desfavorable  siempre  en  un  país  conquis- 
tado y  oprimido;  y  que  la  operación  decisiva  para 
hacer  fracasar  los  propósitos  del  ejército  de  los  An- 
des, era  invadir  cuanto  antes  por  el  norte,  flanquear 
la  posición  de  San  Martín  en  Mendoza  y  obligarlo 
á  replegarse  al  centro  para  cubrir  la  capital,  mien- 
tras el  ejército  de  Chile,  sin  ningún  enemigo  al 
paso,  venía  á  situarse  en  Cuyo. 

La  combinación  debió  parecerle  á  Pezuela  tanto 
más  práctica  cuanto  que  hacía  poco  más  de  un  año 
que  él  mismo  había  ocupado  á  Salta,  y  si  se  había 
retirado  había  sido  sólo  porque  la  rendición  de 
Montevideo  y  la  grande  sublevación  del  Cuzco  ha- 
bían comprometido  su  situación,  y  puesto  en  dis- 
posición de  venir  contra  él,  al  poderoso  y  brillante 
ejército  que  Rondeau  perdió  después  en  Sipc-Sipc. 
Ahora  no  había  que  temer  nada  de  eso :  Buenos 
Aires  no  tenía  más  ejército  que  el  que  se  hallaba 
concentrado  en  Cuyo,  y  el  esqueleto  del  que  á  gran- 
des esfuerzos  se  reorganizaba  en  Tucumán  era  una 
sombra  incapaz  de  sostener  el  terreno.  Xo  dudaba, 
pues,  el  nuevo  virrey  de  que  podía  entrar  por  Jujuy 
y  marchar  hasta  Córdoba  casi  sin  resistencias. 

Los  vencedores  de  Sipe-Sipe  se  preparaban  h. 
bajar  de  las  sierras  alti-peruanas  para  recoger  los 
frutos  de  su  espléndida  victoria,  y  lavar  en  sangre 
de  rebeldes  argentinos  las  manchas  que  habían  caí- 
do sobre  las  banderas  españolas  en  las  jornadas  de 
TucuMAN^  de  Salta  y  de  Montevideo.  El  nuevo 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      453 

ejército  de  los  realistas  se  componía  ahora  de  los 
bravos  veteranos  que  habían  triunfado  sobre  las 
tropas  francesas.  A  la  cabeza  de  sus  formidables 
columnas  venían  Laserna  y  Espartero  (el  famoso 
Regente  de  España  años  después),  Valdés,  Can- 
terac,  Tacón.  Carratalá.  Sardina  y  cien  otros  jus- 
tamente enorgullecidos  de  sus  hechos  militares  y 
de  la  brillante  carrera  que  habían  hecho  en  la  es- 
cuela de  Wéllington,  de  Beresford  y  de  Castaños. 

En  aquellos  aciagos  momentos,  de  1815  y  181 6, 
que  debían  pasar  con  tanta  gloria  para  nosotros. 
todo  á  excepción  de  las  Provincias  Argentinas  ha- 
bía sucumbido  al  empuje  de  la  reacción  realista,  de 
un  extremo  á  otro  de  la  América  del  Sur. 

En  todos  los  otros  virreinatos,  las  tropas  espa- 
ñolas habían  restablecido  el  yugo  colonial  como  re- 
sultado inmediato  de  las  batallas  campales  que  ha- 
bían ganado.  En  Chile  después  de  Rancagiia,  en 
el  Alto  Perú  después  de  Hiiaqiii  y  de  Ayomna,  en 
el  Cuzco,  en  Nueva  Granada,  en  Venezuela,  la  re- 
acción había  triunfado,  y  en  1815  la  América  del 
Sur  crujía  bajo  la  planta  de  sus  opresores.  Después 
de  SiPE-SiPE,  los  españoles  debieron  creer  que  no 
les  quedaba  más  por  hacer  que  reorganizar  sus  co- 
lumnas, marchar  hasta  Córdoba,  para  reunirse  en 
el  corazón  de  la  República  Argentina  con  el  ejér- 
cito de  Chile,  y  ahogar  en  las  aguas  del  Plata  la 
Comuna  audaz  que  había  osado  desafiar,  sola,  todo 
el  poderío  del  monarca  católico  y  de  sus  cuatro  si- 
glos de  glorias  y  de  poder  imperial. 

La  derrota  de  los  argentinos  en  aquella  funesta 
batalla  había  sido  para  las  tropas  del  rey  una  es- 
pléndida  victoria.    ¿Quién   podía   dudarlo?   Era   un 


454  l-A  RESISTENCIA  POPULAR 

suceso  definitivo  que  había  coronado  la  l)uena  for- 
tuna de  las  banderas  españolas  con  resultados  más 
evidentes  que  cualquiera  de  los  otros  desastres  que 
la  causa  argentina  había  sufrido  hasta  entonces. 

Con  razón,  pues,  y  con  justicia  el  rey  de  España 
había  ordenado  que  la  famosa  victoria  de  Vilu- 
iiia  (i)  fuese  bulliciosamente  festejada  en  todos  sus 
dominios.  Las  salvas  de  artillería,  los  cánticos  de 
las  iglesias  arzobispales,  las  campanas  de  todas  las 
catedrales  y  de  todos  los  conventos,  habían  atrona- 
do los  aires  y  envuelto  las  banderas  españolas  en  el 
humo  y  en  los  festejos  de  la  gloria,  desde  los  Piri- 
neos al  Tajo,  desde  Ceuta  hasta  ^Manila ;  y  no  era 
extraño  que  su  poderoso  primo  el  monarca  de  París 
hubiera  felicitado  cordioliiieiife  á  Fernando  VII  por 
el  próspero  suceso  que  le  volvía  íntegro  el  trono  de 
todas  las  Indias.  "El  monarca  español  había  que- 
rido que  Europa  entera  admirase  las  hazañas  de 
su  grande  y  fiel  subdito  el  general  Pezuela,  que 
había  huniillado  por  fin  á  los  indómitos  porteños ; 
y  dio  la  mayor  publicidad  á  tan  ilustres  hechos, 
mandando  con  fecha  2  de  abril  de  18 16.  lo  que  has- 
ta entonces  no  se  había  visto  sino  con  rarísimas  ex- 
cepciones desde  San  Quintín,  á  saber,  que  se  can- 
tase un  solemne  Te-Deum  en  todas  las  iglesias  de 
la  monarquía"  (2),  ¿Qué  faltaba,  pues,  para  con- 
sumar la  obra?  Nada  más  que  marchar;  que  mar- 
char con  tanta  mayor  confianza,  cuanto  que  las  Pro- 
vincias Argentinas  tenían  el   seno   desgarrado  por 

(i)  Este  era  el  nombre  que  los  españoles  dieron  á 
nuestra  derrota  de  Sipe-Sipe. 

(2)  Torrente :  Historia  de  la  Revolución  Hispanoame- 
ricana. 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      455 

Artigas  y  por  la  guerra  civil,  estando  su  ejército  en 
Jujuy,  reducido  á  un  esqueleto  de  i,ooo  hombres 
escasos.  Pezuela,  por  supuesto  no  contaba  encon- 
trar en  su  camino  los  pueblos  argentinos  del  norte 
ni  á  Güemes  en  ellos. 

A  principios  de  1816,  el  ejército  realista  estaba 
reorganizado  y  había  sido  remontado  con  los  ba- 
tallones Gerona,  Extremadura,  Albuera,  General  y 
otros  no  menos  acreditados.  Sardina,  Canterac  y 
muchos  oficiales  de  un  mérito  sólido  y  de  talentos 
muy  distinguidos,  habían  venido  con  planteles  de 
sargentos  y  cabos  instructores  para  dar  á  la  caba- 
llería realista  una  organización  moderna  que  la  ha- 
cía ahora  fuerte  é  irresistible.  Todo  el  armamento 
había  sido  renovado  con  lo  llegado  en  el  gran  con- 
voy de  Panamá.  Excelentes  baterías  de  campaña, 
dinero  y  aprestos  completos,  todo  lo  había  acumu- 
lado el  general  vencedor  cuando  movió  su  campo 
para  Cotagaita  con  la  mira  de  embestir  la  frontera 
argentina. 

Para  emprender  sus  operaciones,  Pezuela  em- 
pezó por  ordenar  al  general  Olañeta,  jefe  de  la  van- 
guardia, que  desalojase  de  Tupiza  al  general  ar- 
gentino don  Martín  Rodríguez,  que  como  gober- 
nador de  aquel  punto  seguía  ocupándolo  con  algu- 
nos piquetes  de  tropa.  Cumplida  la  orden,  se  apron- 
taba el  general  en  jefe  á  invadir,  cuando  supo  que 
las  guerrillas  de  los  patriotas  que  se  habían  guare- 
cido en  los  bosques  del  Este  que  orilleaban  el  Gran 
Chaco,  desde  Tarija  hasta  CocJiabamha,  tenían 
una  importancia  que  él  no  les  había  supuesto,  ni 
por  el  número  ni  por  la  hábil  dirección  con  que  se 
manejaban  sus  jefes  ó  caudillos.  Don  Manuel  Asen- 


45^  LA  RESISTENCIA   POPULAR 

sio  Padilla,  operaba  sobre  Chuqiiisaca  con  cer- 
ca de  cuatro  mil  hombres.  Don  Vicente  Camargo 
se  había  apoderado  de  las  escabrosidades  y  de  los 
bosques  de  Cinti :  y  no  sólo  tocaba,  por  decirlo  así. 
en  el  flanco  izquierdo  del  cuartel  general  de  Cota- 
gaita,  sino  que  daba  atrevidísimos  golpes  sobre  las 
guarniciones  realistas  de  esa  frontera.  Y  \\'arnes. 
el  famoso  gobernador  intendente  de  Saiifa  Cruz  de 
la  Sierra,  más  temible  y  más  capaz  que  todos  los 
otros  se  había  hecho  el  Robix-Hood  de  los  montes 
y  de  las  sierras  de  Cochabamba  (3). 

Al  concentrar  sus  fuerzas  en  Cotagaita.  Pezuela 
había  distribuido  el  cuidado  de  cubrir  toda  esa  lí- 
nea inmensa  que  formaba  su  flanco  izquierdo  des- 
de Tari] a  hasta  Mizque,  entre  los  coroneles  Lahera 
y  La\in.  Lahera.  gobernador  de  Charcas,  era  un 
oficial  de  mérito  é  instrucción  entre  los  que  se  lla- 
maron Ayaciichos,  que  ascendió  después  á  maris- 
cal de  campo.  Lavin  era  argentino,  había  nacido 
en  Entrerríos  y  había  salido  de  su  provincia  á  prin- 
cipios de  1810  trabajado  por  dos  influencias  que  le 
fueron  fatales :  la  de  ,  su  padre  que  era  godo  rea- 
cio, y  la  del  provincialismo.  De  modo  que  estas  cir- 

(3)  Warnes  era  porteño.  Su  abuelo  había  sido  una  de 
los  ingleses  empleados  en  el  Registro,  que  habían  venido 
á  Buenos  Aires  por  el  tratado  de  Utrech.  Casado  con  una 
porteño  de  distinción,  formó  una  familia  muy  honorable, 
de  la  que  descienden  los  Ballesteros  y  en  Chile  los  hijos  del 
general  Prieto.  Warnes  se  había  distinguido  mucho  en 
la  Defensa  contra  los  ingleses  como  teniente  de  patricios. 
Nombrado  en  1813  gobernador  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra 
supo  sostenerse  con  un  valor  impertérrito  después  de  Mlca- 
pugio  y  Ayouma.  L?.  derrota  de  Sipe-Sipe  lo  encontró  en 
5u  puesto. 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERU      45'7 

cunstancias.  unidas  á  su  carácter  violento  y  apasio- 
nado, y  á  una  inteligencia  vivaz  y  bien  dotada,  lo 
habian  hecho  un  muchacho  atrevido  y  entusiasta 
contra  los  propósitos  y  contra  los  hombres  de  la 
Comuna  de  Buenos  Aires.  Al  mandarlo  al  Alto 
Perú,  no  habia  sido  el  propósito  de  su  padre  que 
tomase  servicio  militar,  sino  que  estudiase  derecho 
para  que  aprovechase  de  sus  precoces  talentos, 
substrayéndole  al  contagio  de  las  influencias  inmo- 
rales y  subversivas  de  la  revolución.  Pero  Lavin 
había  nacido  con  el  oído  músico  para  los  clarines 
y  para  el  estruendo  de  los  cañones :  tenía  diez  y  siete 
años  cuando  Goyeneche  derrotó  al  general  don  An- 
tonio Balcarce  en  Huaqui,  y  entusiasmado  con  la 
victoria  de  los  suyos  había  corrido  á  tomar  una  es- 
pada contra  los  porteños  en  defensa  del  rey.  Seña- 
lado muy  pronto  por  hechos  asombrosos,  no  sólo 
de  arrojo  sino  de  sagacidad  estratégica,  había  as- 
cendido rápidamente.  A  los  veintitrés  años  era  uno 
de  los  coroneles  más  acreditados  del  ejército  rea- 
lista ;  y  los  mismos  jefes  que  habían  venido  de  la 
Península,  después  de  la  guerra  de  los  franceses, 
le  haijían  reconocido  cualidades  y  colmádolo  de 
honrosas  distinciones   (4). 

(4)  Después  de  la  batalla  de  Maypú,  y  por  el  trato  in- 
timo que  formó  con  los  jefes  liberales  ó  francmasones  del 
ejército  español,  Lavín  empezó  á  comprender  que  había 
equivocado  su  verdadera  bandera,  y  como  el  malogrado 
coronel  Castro,  entró  en  un  complot  para  declararse  por  los 
independientes  contra  la  tropa  que  mandaba.  Estaba  pronto 
á  estallar  el  movimiento,  cuíindo  Olañeta  lo  supo.  Inme- 
diatamente se  entró  en  el  cuartel  de  Lavín,  estando  este 
ausente,  y  apoderado  de  la  tropa  con  oficiales  seguros, 
esperó  á  que  Lavín  se  presentase  en  la  puerta.  Al  llegar, 


45^  IvA  RESISTENCIA  POPULAR 

Lahera  y  Pezuela  ignoraban  que  el  patriota  don 
Asensio  Padilla,  en  combinación  con  el  coronel 
AVarnes,  hubiese  reunido  una  fuerza  tan  conside- 
rable como  la  que  tenía.  Verdad  es  que,  aislados  y 
desprovistos  de  toda  vía  de  comunicación  militar 
con  Buenos  Aires,  estaban  tan  mal  armados  que 
la  mayor  parte  no  llevaban  sino  chuzos  con  puntas 
de  piedra  ó  de  huesos  aguzados,  macanas  y  hondas; 
los  pocos  fusiles  y  espadas  de  que  podían  dispo- 
ner se  hallaban  en  manos  de  los  hombres  escogidos 
y  de  los  oficiales  que  se  habían  agrupado  alrededor 
de  aquellos  dos  caudillos  emprendedores  y  presti- 
giosos. Warnes  había  encargado  á  Padilla  que  di- 
rigiese sus  ataques  sobre  Chuquisaca  por  la  dere- 
cha de  las  vertientes  del  Pilcomayo;  al  comandante 
Camargo  le  había  ordenado  que  se  abrigase  en  Ciii- 
fi  y  que  tuviese  en  incesante  alarma  las  fuerzas  rea- 
listas, que  colocadas  en  Tarija  y  en  las  picadas  del 
río  San  Juan  cubrían  los  flancos  del  cuartel  gene- 
ral de  Cotagaita;  y  él  mismo  se  había  reservado 
dirigir  sus  empresas  sobre  Cochabamba  y  Mizque 
que  formaban  los  puntos  extremos  de  la  línea  de 
ocupación,  y  la  retaguardia  del  terreno  que  tenían 
que  defender  los  realistas.  Lahera,  que  ignoraba 
los  aprestos  y  propósitos  de  Warnes  y  de  sus  dos 
tenientes,  descansaba  en  la  seguridad  de  que  con 
el  batallón  y  el  piquete  de  caballería  veteranos  que 
tenía  á  sus  órdenes,  podía  en  el  momento  en  que 

la  guardia  le  hizo  una  descarga,  dejándolo  atravesado 
por  infinidad  de  balas  y  bañado  en  sangre.  Lavín  tenía 
el  defecto  de  ser  cruel  }•  frío  en  medio  de  su  carácter  im- 
petuoso. 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      459 

se  levantase  una  montonera,  acosarla  y  perseguirla 
hasta  exterminarla;  y  como  Pezuela  estaba  en  la 
idea  de  que  lo  mismo  podían  hacer  Lavin  en  Tarija, 
y  Aguilera  en  Cochabamha,  concretaba  sus  afanes 
con  un  empeñoso  celo  á  acelerar  los  momentos  de 
invadir  el  suelo  argentino,  á  cuyo  fin  reunía  todos 
sus  elementos  sobre  la  frontera  de  Jujuy. 

Apuntaba  apenas  el  alba  del  lo  de  febrero  de 
1816    cuando   un   rumor   lejano  y 
1 81 6  sordo  despertó  sobresaltado  al  co- 

Febrero  10  ronel  Lahera.  Unos  momentos 
después  ese  rumor  era  un  tremen- 
do alboroto  y  gritería  que  vagaba  por  todas  las  ca- 
lles de  Chuquisaca.  Por  fortuna  suya,  Lahera,  que 
era  un  hombre  de  guerra  experimentado  y  sagaz, 
mantenía  siempre  su  tropa  como  en  campaña  ha- 
ciéndola vivaquear  todas  las  noches  en  la  plaza 
central,  cuyas  bocacalles  defendía  con  un  pequeño 
tren  volante,  desde  que  caía  la  tarde,  hubiese  ó  no 
peligro  inmediato.  Sin  esto,  no  se  salva  uno  solo 
de  sus  soldados  en  este  momento  supremo  en  que 
Padilla  con  tres  mil  setecientos  hombres,  y  ayudado 
además  de  la  plebe  de  la  ciudad,  entraba  con  mu- 
chedumbres que  parecían  un  mar  desatado  por  to- 
das sus  calles.  Rodeado  y  casi  sorprendido,  Lahera 
se  puso  á  la  cabeza  de  sus  fusileros,  y  apoyados  por 
los  fuegos  de  la  artillería  comenzó  á  despejar  las  ca- 
lles más  cercanas,  hasta  establecer  cantones  que  le 
diesen  un  radio  de  acción  algo  más  extenso  que  la 
plaza  misma.  Pero  eran  tantas  las  multitudes  que 
lo  atacaban,  saqueando  tiendas  y  pegando  fuego  á 
muchas  casas,  que  no  podía  aventurarse  sino  en  las 
proyecciones  estrictas  del  fuego  de  sus  cañones;  y 


460  LA  RESISTENCIA  POPULAR 

como  empezara  á  perder  algunos  hombres,  precio- 
sos para  él  en  aquel  conflicto,  prefirió  mantenerse  á 
la  defensiva. 

Lo  que  más  llamaba  la  atención  de  los  realistas 
era  una  mujer  de  gallardo  ademán,  á  la  distancia, 
que  montaba  un  caballo  brioso.  Recorría  las  calles 
armada  de  espada  con  pistoleras  y  cubierta  la  ca- 
beza con  un  gorro  rojo:  envuelto  un  chai  celeste 
del  hombro  á  la  cintura  y  parecía  jefe  de  las  turbas 
invasoras  que  la  seguían  con  un  entusiasmo  atro- 
nador y  con  un  brío  que  desafiaba  la  muerte  hasta 
la  inmediación  de  los  cañones.  Presentándose  unas 
veces  ya  por  una  calle,  ya  por  otras,  impartía  órde- 
nes que  eran  al  punto  obedecidas.  El  ataque  duró 
todo  el  día  10  y  todo  el  día  11.  Pero  á  la  tarde, 
aquella  extraña  ainazo)ia  se  puso  á  la  cabeza  de  una 
embestida  nueva  y  formidable  contra  las  trincheras 
como  si  se  tratase  de  un  esfuerzo  supremo  y  defini- 
tivo. Al  principio  los  soldados  realistas  habían  te- 
nido escrúpulos  de  hacer  puntería  sobre  tan  arro- 
gante mujer  que  venía  con  tal  arrojo  á  ponerse  en 
la  boca  de  los  fusiles.  Dentro  y  fuera  se  oía  llamar- 
la á  voces  doña  Juana.  Los'  oficiales  mismos  habían 
tenido  la  galantería  de  recomendar  que  se  le  guar- 
dase aquel  miramiento.  Pero  cansados  al  fin  de  los 
actos  de  audacia  que  ella  cometía,  y  AÍendo  que  su 
presencia  era  el  mayor  peligro  del  caso,  por  el  em- 
puje animoso  que  inspiraba  á  los  asaltantes,  el  co- 
ronel don  Pedro  de  Herrera  tomó  un  fusil  y  comen- 
zó á  hacerle  algunos  tiros.  Rayaba  ya  el  crepúsculo 
de  la  noche,  cuando  se  la  vio  caer  derribándose  tam- 
bién el  caballo  que  montaba.  En  el  momento  la  ro- 
dearon sus  partidarios,  y  entre  gritos  que  ya  pare- 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      46 1 

rían  lamentos,  ya  felicitaciones  de  júbilo,  sacaron 
su  cuerpo  del  lugar  del  peligro,  cesando  el  com- 
bate en  todos  los  alrededores  de  la  plaza.  Esta  ex- 
traña guerrera  era  en  efecto  doña  Juana  Azurduy 
de  Padilla,  la  consorte  misma  del  caudillo ;  señora 
de  un  trato  y  de  una  educación  nada  común  y  es- 
pecie de  Semiramis  en  las  comarcas  fronterizas  del 
Chaco.  Estaba  acostumbrada  á  gobernar  los  inte- 
reses de  su  marido,  á  dirigir  los  negocios  de  todas 
aquellas  reducciones;  y  era  venerada  como  una  pro- 
videncia ó  genio  superior  entre  todas  aquellas  gen- 
tes, por  su  beneficencia  y  por  la  solicitud  con  que 
se  ocupaba  de  sus  intereses.  Tan  cabal  era  la  re- 
partición que  ella  hacía  de  su  amor  entre  su  marido 
y  la  patria,  que  muchos  creían  que  amaba  á  la  pa- 
tria, por  seguir  las  pasiones  de  su  marido,  mientras 
que  muchos  otros  aseguraban  que  lo  que  más  ama- 
ba en  su  marido  era  su  patriotismo. 

La  bala  que  la  había  derribado  no  la  había  muer- 
to ni  la  había  herido.  Era  sólo  su  caballo  el  que 
quedaba  postrado  en  el  campo  de  batalla.  Sin  em- 
bargo, en  esa  misma  noche  los  montoneros  desapa- 
recieron de  la  ciudad  de  Chuquisaca  como  por  en- 
canto :  que  si  persisten,  el  jefe  realista  habría  tenido 
que  rendirse  por  hambre  y  sed.  Pero  por  fortuna 
suya,  una  guardia  de  caballería  avanzada  en  Tara- 
buco había  descubierto  el  día  7  por  la  noche  la  mar- 
cha de  Padilla  sobre  Chuquisaca,  y  había  huido  lle- 
vando inmediatamente  hasta  Cofagaita  la  noticia 
de  aquella  grande  invasión.  Justamente  alarmado 
con  tan  grave  ocurrencia,  é  informado  al  mismo 
tiempo  de  que  Warnes  estaba  dominando  en  Santa 
Cruz  y  de  que  el  comandante  Camargo  había  suble- 


462  LA  RESISTENCIA  POPULAR 

vado  todo  el  distrito  de  Cinti  { lioy  departamento  (te 
C amargo),  Pezuela  hizo  salir  innisdiatanier.te  una 
vanguardia  ligera  en  auxilio  de  Chuquisaca,  ha- 
ciéndola seguir  de  cerca  por  una  división  de  las 
tres  armas  al  mando  del  mayor  general  Tacón. 
\"iendo,  pues,  que  las  montoneras  eran  dueñas  de 
todo  su  flanco  izquierdo  y  retaguardia,  tuvo  que 
aplazar  el  anhelo  de  invadir  el  territorio  argentino, 
y  se  vio  forzado  á  estacionarse  en  la  frontera  mien- 
tras diseminaba  sus  divisiones  en  la  inmensa  línea 
del  Chaco  para  exterminar  aquellos  grupos  pode- 
rosos que  podían  poner  en  grave  peligro  sus  fuer- 
zas si  no  los  destinan  antes  de  marchar  hacia  el 
país  de  abajo. 

Así  que  Lahera  se  vio  reforzado  por  la  división 
de  Tacón,  salió  en  busca  de  Padilla  con  dirección 
al  Pilcomayo  llevando  760  veteranos;  Tacón  quedó 
en  Chuquisaca  con  una  fuerza  de  1,600  á  1,800  hom- 
bres, con  la  que  debía  pasar  á  Cochabamba  después 
que  Lahera  exterminase  las  montoneras  del  Pilco- 
mayo,  para  batir  á  ^^^arnes.  Desempeñaban  Ola- 
ñeta  y  Lavin  igual  .operación  en  Cinti  y  Tarija  con- 
tra Camargo.  y  se  esperaba  con  esto  dejar  asegu- 
rada la  retaguardia  y  el  flanco  izquierdo.  Lahera 
marchó  con  los  batallones  Fernando  Vil,  General 
y  Gerona,  tres  piezas  de  campaña  y  170  Dragones 
del  Rey,  y  encomendó  la  vanguardia  al  coronel  don 
Pedro  de  Herrera,  oficial  bravo  y  entendido  que  se 
había  ganado  una  notoria  reputación  de  hombre 
cruel  haciendo  la  guerra  á  muerte  y  sin  cuartel  con- 
tra los  cuerpos  francos  de  los  patriotas.  En  todas 
partes  se  sabía  que  él  era  quien  había  apuntado  su 
fusil  á  doña  Juana  y  derribádola  del  caballo. 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      463 

Padilla,  por  su  parte  baldía  previsto,  al  retirar- 
se ck  Chuquisaca,  que  descubierta  por  los  realistas 
la  importancia  de  sus  fuerzas,  habían  de  venir  in- 
mediatamente á  buscarlo  en  los  lugares  de  su  abri- 
go. Para  esperarlos  había  despachado  á  su  mujer 
X-)or  delante  con  el  encargo  de  formar  un  punto  de 
parada  y  de  resistencia  en  su  hacienda  del  Hilar 
(hoy  distrito  de  Padilla)  situada  entre  los  afluentes 
del  Pilcomayo  y  del  Río  Grande  ó  Guapei :  y  había 
dejado  también  en  los  puntos  intermedios  de  Ta- 
rabuco y  de  Supaichíu  tres  tenientes  suyos  con  una 
fuerza  de  mil  y  tantos  hombres  para  observar  á  los 
realistas  y  replegarse  escaramuceando  al  centro  de 
los  bosques,  donde  esperaba  sorprenderlos  con  seis 
mil  ó  más  hombres  que,  para  reunirlos  prontamen- 
te, se  había  ido  él  mismo  á  toda  prisa  á  los  pueblos 
y  reducciones  de  Piimabamba  á  fin  de  arreglar  cier- 
tas disidencias  que  tenían  entre  ellos,  y  traerlos  al 
campo  de  la  lucha  con  otros  tres  mil  combatientes, 
á  lo  menos,  de  flecha,  honda  y  macana  que  lo  se- 
guían. 

Estaba  Padilla  en  esta  tarea  cuando  recibió  un 
chasqui  urgente  de  su  mujer  diciéndole  que  los  es- 
pañoles avanzaban  con  una  fuerte  división,  resuel- 
tos al  parecer  á  internarse  tierra  adentro.  Apresura 
entonces  la  marcha  de  los  refuerzos  que  había  ido 
á  buscar,  y  ocurre  al  lugar  del  peligro,  bastante  in- 
quieto, porque  preveía  que  los  indios  que  había  de- 
jado en  el  camino  de  los  realistas  no  se  habían  de 
sostener  si  no  le  veían  á  su  frente,  á  él  ó  á  su  mu- 
jer. Pero  no  pudo  alcanzar  á  tiempo.  Sus  divisio- 
nes de  Tarabuco  y  de  Supaichíu  se  habían  disper- 
sado en   la   mayor  confusión  al  simple   amago   de 


4^4  LA  RESISTENCIA  POPULAR 

los  realistas,  con  una  cobardía  de  que  él  culpa  en 
sus  partes  á  los  jefes  que  los  mandaban.  Sin  em- 
bargo, reuniendo  con  éxito  muchas  de  las  partidas 
que  se  fugaban  dispersas  por  entre  los  montes  y 
cerrillos,  vino  al  frente  de  los  realistas  con  gruesos 
grupos  cuya  moral  se  había  restablecido  cor  su  pre- 
sencia; y  escaramuceando  con  aquella  destreza  pe- 
culiar de  los  montoneros,  logró  hacerse  seguir  has- 
ta el  puesto  del  Villar  defendido  por  su  valiente 
compañera.  Cuando  Herrera  dio  con  este  puesto, 
creyó  que  eran  las  mismas  partidas  que  habían  ve- 
nido persiguiendo  las  que  se  paraban  allí  á  hacerle 
frente,  y,  no  titubeó  en  lanzarse  sobre  ellas  con  los 
cásadores  y  el  escuadrón  de  dragones.  Pero  la  he- 
roína encargada  de  recibirlo  había  hecho  zanjas  y 
cercos  de  ramajes  y  palos  espinosos  detrás  de  los 
cuales  tenía  6o  fusileros,  contando  con  que  su  ma- 
rido, oculto  en  los  bosques  inmediatos,  iba  á  caer 
por  todos  lados  sobre  los  realistas  en  el  momento 
que  empeñaran  el  ataque.  Asimismo  sucedió;  de 
modo  que  rodeada  la  vanguardia  española  y  sofo- 
cada, diremos  así,  entre  centenares  de  asaltantes  en- 
tusiasmados, fué  acribillada  á  golpes  en  un  instante 
y  destruida  antes  que  Lahera  con  el  cuerpo  prin- 
cipal tuviese  tiempo  de  impedir  el  desastre.  El  co- 
ronel Herreraj  comprendiendo  tarde  el  conflicto,, 
tomó  la  bandera  realista  para  animar  á  la  tropa  y 
evitar  eb  primer  espanto  de  los  soldados  hasta  for- 
marlos en  cuadro.  Pero  doña  Juana  misma  lo  aco- 
metió; le  arrancó  la  bandera,  lo  derribó  en  tierra, 
y  lo  hizo  matar  con  sus  prosélitos.  El  triunfo  no 
podía  ser  más  completo :  la  caballería  se  había  des- 
bandado,   y   muy   pocos   soldados   ó   caballos   esca- 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      465 

paren  de  los  indios  que  lo  perseguían  y  agarraban 
por  el  monte. 

Con  este  contratiempo  inesperado,  Lahera  se  en- 
contró inhabilitado  para  continuar  su  operación, 
y  deteniendo  su  marcha  se  concretó  á  rechazar  los 
ataques  repetidos  c[ue  le  traían  los  vencedores;  "se 
puso  en  fuga  vergonzosa  desde  la  Laguna  (dice 
Padilla  por  su  parte),  á  media  noche,  persiguién- 
dolo yo  con  un  continuado  fuego  hasta  los  subur- 
bios de  Chuquisaca,  sin  permitirles  descanso  ni  ali- 
mento, y  quitándoles  la  presa  de  mayor  estimación 
Cjue  es  la  bandera  reconcjuistadora  de  las  ciudades 
de  la  Paz,  Puno,  Arequipa  y  el  Cuzco.  .  .  Se  me  da 
parte  ahora  que  el  tirano  Tacón  procura  atacarme 
con  dos  mil  hombres  y  cinco  cañones,  según  cons- 
ta de  los  pliegos  que  se  le  han  inteceptado,  y  pro- 
curo ahora  mismo  disponer  el  campo  del  ataque 
con  los  planes  más  correspondientes". 

Al  remitir  este  parte,  el  general  Belgrano,  que 
acababa  de  substituir  á  Rondeau,  le  decía  al  go- 
bierno de  Buenos  Aires :  "Paso  á  manos  de  Vuestra 
Excelencia  el  diseño  de  la  bandera  que  la  mazona 
doña  Juana  Azurduy  tomó  en  el  cerro  de  la  Plata, 
como  once  leguas  al  este  de  Chuquisaca.  El  co- 
mandante Padilla  calla  que  esta  gloria  pertenece  á 
la  predicha  su  esposa,  por  moderación ;  pero  por 
conductos  fidedignos  me  consta  que  ella  misma 
arrancó  de  las  manos  del  abanderado  este  signo  de 
la  tiranía  á  esfuer::os  de  su  valor  y  de  sus  conoci- 
mientos en  la  milicia". 

No  es  nuestro  ánimo  ni  corresponde  á  la  natu- 
raleza de  nuestro  trabajo  el  entrar  en  detalles  pro- 
lijos sobre  esta  azarosa  y  sangrienta  epopeya  de  la 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — ^O 


466  LA    RESISTENCIA    POPULAR 

guerra  popular  entre  los  cuerpos  francos  del  Ciíaco 
y  los  realistas;  lo  único  que  nos  hemos  propuesto 
es  poner  en  relieve  su  fisonomía  y  la  situación  ge- 
neral de  las  cosas,  por  medio  de  algunos  hechos 
señalados  como  este,  para  que  se  comprendan  las 
dificultades  con  que  los  españoles  tuvieron  que  lu- 
char en  su  propósito  de  sacar  pronto  el  fruto  defi- 
nitivo que  según  ellos  debía  darles  su  famosa  vic- 
toria de  SiPE-SiPE. 

Habla  Torrente,  el  apasionado  historiador  de 
los  realistas,  y  dice:  "Las  tropas  del  rey  debieron 
renunciar  por  entonces  á  operaciones  arriesgadas, 
y  ceñirse  á  la  defensiva.  El  general  en  jefe  mandó 
entonces  que  el  batallón  de  Granaderos  que  estaba 
en  marcha  para  el  cuartel  general,  retrocediese  á 
la  villa  de  Potosí,  con  encargo  de  salir  prontamente 
á  las  órdenes  del  mayor  general  Tacón  hacia  Chu- 
quisaca,  á  fin  de  poner  aquella  ciudad  en  estado  de 
respeto  y  de  proteger  la  división  de  Lahera.  Al 
mismo  tiempo  que  el  señor  Pezuela  disponía  esta 
expedición  sobre  Chuquisaca,  trataba  de  situar  su 
ejército  en  Moraya  y  la  vanguardia  en  Yaví,  hasta 
que  recibiese  refuerzos  que  debían  llegarle  muy 
pronto  de  la  Península,  sin  los  cuales  era  muy 
arriesgado  extender  sus  operaciones,  tanto  por  los 
nuevos  é  inesperados  recelos  que  ofrecían  las  pro- 
vincias por  la  espalda,  como  por  haber  recibido  va 
Rondeau  (era  el  general  Belgrano)  otros  dos  mil 
hombres  con  muchas  armas  y  municiones". 

A  medida  que  se  hacía  seria  para  Pezuela  la  re- 
sistencia que  le  oponían  las  montoneras  que  queda- 
ban á  su  espalda,  se  hacía  también  inminente  la 
ruina  de  los   principales  cuerpos   que  la   sostenían, 


EX  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      467 

pues  empezaban  á  marchar  sobre  ellos  las  divisio- 
nes más  fuertes  del  ejército  realista.  Los  patriotas 
estaban  aislados  en  medio  de  soledades  desprovis- 
tas de  todo  y  sin  puntos  de  comunicación  militar 
con  las  provincias  Argentinas  de  Abajo.  Carecían 
por  consiguiente  de  armas  de  fuego,  de  artilleria  y 
de  todos  aquellos  medios  de  acción  campal  de  c¡ue 
necesitaban  para  contener  el  empuje  de  columnas 
veteranas  y  perfectamente  armadas  como  las  del 
ejército  realista.  Padilla  tenia  apenas  150  fusiles  re- 
partidos entre  masas  de  tres  á  cuatro  mil  hombres, 
y  era  imposible  que  á  la  larga  pudiese  resistir.  El 
mayor  general  Tacón  era  sin  disputa  un  militar  de 
capacidad,  aunque  brutal  y  destemplado  en  la  cruel- 
dad de  sus  procederes.  Habia  declardo  que  los 
realistas  tenían  el  derecho  de  hacer  la  guerra  á 
muerte  contra  los  insurgentes,  y  lo  iba  á  cumplir 
con  sus  tropas  al  pie  de  la  letra  (5).  Estaban  en  su 
derecho.  Las  guerrillas  patriotas  levantaron  tam- 
bién la  bandera  de  las  represalias,  y  no  se  daba  ni 
se  recibía  cuartel  entre  los  de  uno  y  otro  bando. 
Pero  ya  veremos  á  su  tiempo  como  los  sáltenos  do- 
blaron esa  tiesura  de  estos  esbirros,  haciéndoles  le- 
vantar el  grito  de  la  angustia  y  obligándolos  á  cla- 
mar por  la  clemencia  y  por  la  mansedumbre  pro- 
pias de  vma  guerra  civilizada. 

Establecido  Tacón  en  Chuquisaca,  y  reunido 
otra  vez  con  Lahera.  hicieron  venir  más  tropas,  y 

(5)  Tacón  fué  en  1838  capitán  general  de  Cuba.  Se 
hizo  natar  por  su  genio  tétrico  y  por  su  despotismo  ta- 
citurno. Dícese  que  aun  entonces  llamaba  porteños  á  los 
liberales  de  Cuba,  donde  fuá  un  azote  de  todo  lo  que  era 
liberal  y  progresista. 


408  LA   RESISTENCIA   POPULAR 

formaron  un  cuerpo  expedicionario  contra  Padilla 
á  las  ordenes  del  coronel  Aguilera.  Atacado  el  jefe 
patriota  en  los  últimos  puestos  donde  tenía  su  cen- 
tro de  acción,  se  sostuvo  desesperadamente  durante 
algunos  meses;  pero  estrechado  }•  diezmado  al  fin, 
sus  parciales  fueron  exterminados  en  dos  días  de 
duro  combate,  el  13  y  14  de  septiembre  de  181 6. 
Perseguido  él  mismo  entre  los  bosques  de  Pilco- 
mayo,  cayó  muerto  en  la  última  refriega.  El  jefe 
realista  le  hizo  cortar  la  cabeza,  y  mandó  que  fuese 
enastada  á  una  pica  en  la  plaza  principal  de  Chu- 
quisaca.  Ploy  se  llama  pueblo  de  Padilla  el  luga- 
rejo  que  entonces  se  llamaba  el  J^illar:  y  es  menes- 
ter que  conservemos  ese  nombre  glorioso  como  una 
santa  reliquia,  hasta  el  día  en  que  los  silbatos  de  las 
locomotoras  puedan  anunciar  á  sus  futuros  viaje- 
ros que  han  llegado  á  la  estación  donde  habrán  de 
ser  eternos  estC'S  patrios  recuerdos.  La  esposa  del 
héroe  se  salvó  entre  las  tribus  del  Chaco,  hasta  que 
recogida  por  los  capitanes  de  Güemes  vino  á  morir 
en  Jujuy  celebrando  las  victorias  de  la  patria  en  su 
vejez. 

El  coronel  de  las  milicias  de  Cinti,  don  Vicente 
Camargo,  no  fué  menos  glorioso  é  importante  que 
don  Manuel  Asensio  Padilla,  en  esta  terrible  lucha;  y 
su  nombre  ha  quedado  también  grabado  en  la  nueva 
geografía  de  Sud-América,  que  hoy  llama  Cixti  de 
Camargo  al  lugar  de  sus  proezas.  No  bien  comen- 
zaron á  concentrarse  en  Cotagaita  las  fuerzas  de  Pe- 
zuela.  cuando  empezaron  á  sufrir  otra  vez  sorpre- 
sas y  golpes  bastante  serios  de  parte  de  las  monto- 
neras de  Camargo.  Cotagaita  está  situado  en  las 
márgenes  de  un  río  que  corre  en  la  misma   direc- 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      469 

ción  que  las  fronteras  pertenecientes  entonces  á  Ju- 
juy,  es  decir,  de  oeste  á  este,  formando  un  recodo  al 
derramarse  en  el  río  de  Tola-Pampa  que  viene  á 
cortarlo  verticalmente.  Al  otro  lado  de  este  vasto 
recodo,  es  decir,  al  este,  quedan  la  sierra  y  los  va- 
lles de  CiNTi  donde  Camargo  tenía  su  abrigo.  Pe- 
zuela  había  puesto  una  fuerte  guardia  de  observa- 
ción en  Vichacta  y  otra  en  Ouiraipú,  puntos  con- 
venientes para  conservar  y  reponer  las  caballadas. 
Pero  una  noche,  Camargo  hizo  con  los  realistas 
lo  que  había  hecho  Aníbal  con  los  romanos.  Juntó 
yeguas,  les  ató  á  la  colas  grandes  manojos  de  ra- 
ma y  ,paja,  prendiéndoles  fuego,  y  las  echó  sobre 
las  caballadas,  poniendo  todo  aquello  en  confusión 
y  pasando  á  degüello  la  guardia  de  Vichacta.  Algu- 
nas otras  sorpresas  que  supo  aprovechar  con  inge- 
nio siempre  fecundo  y  audaz,  le  dieron  en  poco 
tiempo  grande  nombradla;  de  manera  que  com- 
prendiendo el  general  Belgrano  la  importancia  que 
tenía  este  caudillo  para  privar  á  los  españoles  de 
c|ue  intentaran  nada  en  serio  sobre  el  territorio  ar- 
gentino, mientras  nuestro  ejército  se  remontaba  y 
se  moralizaba  de  nuevo  para  poder  operar,  despa- 
chó á  Cinti  al  comandante  don  Gregorio  Araoz  de 
Lamadrid  con  trescientos  infantes  del  número  12  y 
ciento  cincuenta  dragones,  á  fin  de  que  unido  con 
Camargo  se  continuasen  con  mayor  extensión  las 
felices  operaciones  con  que  éste  se  había  acredi- 
tado. 

Lamadrid  no  era  el  oficial  más  á  propósito  para 
esta  confianza.  Brillante  y  arrojado  en  sus  cargas, 
carecía  de  prudencia  y  de  talentos  estratégicos.  Era 
bravo  pero  inocente  y  aturdido;  y  sus  empresas  ad- 


4/0'  LA   RESISTENCIA   POPULAR 

mirablemente  iniciadas  acababan  siempre  por  rui- 
nosos descalabros.  Lamadrid  emprendió  su  marcha 
por  la  costa,  es  decir,  partiendo  de  Guacalera,  que 
es  el  principio  de  la  Quebrada  de  Humahuacac, 
costeó  por  el  poniente  de  la  sierra  de  Zenta,  vadeó 
las  vertientes  del  Bermejo,  atravesó  el  Tarija  por 
Guadalupe  y,  pasando  por  el  este  de  la  ciudad  de 
este  nombre,  se  reunió  con  Camargo  en  un  punto 
de  la  Sierra  de  Santa  Elena  (ó  Tacúa  Racca)  de- 
nominado Culpina.  Era  tal  la  felicidad  y  la  rapidez 
con  que  había  hecho  esta  marcha  por  entre  terrenos 
difíciles  y  despoblados,  que  los  realistas  ignoraban 
completamente  que  Camargo  hubiese  recibido  tan 
importante  contingente  de  tropas  y  de  armas. 

Sin  embargo,  suponiendo  Pezuela  que  aquellas 
montoneras  fuesen  muy  numerosas,  por  la  audacia 
de  las  embestidas  y  correrías  que  hacían  sobre  su 
flanco,  envió  al  brigadier  don  Antonio  María  Al- 
varez  con  un  regimiento  de  infantería  Primer  Real 
de  Lima,  compuesto  de  500  plazas  veteranas  y  eu- 
ropeas, y  con  alguna  caballería  para  que  traquease 
aquellos  incómodos  vecinos  hasta  concluirlos.  Ape- 
nas entraron  los  realistas  en  las  mesetas  de  Cinti 
comenzaron  á  sufrir  sorpresas  y  contrariedades  de 
detalle.  Al  desfilar  por  los  bosques  los  patriotas  les 
enlazaban  los  hombres  rezagados  ó  les  cortaban  las 
filas  de  retaguardia  haciendo  pesada  v  peligrosa  la 
marcha  por  los  desfiladeros;  otras  veces  les  hacían 
rodar  por  encima  enormes  piedras.  Entre  tanto, 
Lamadrid  y  Camargo  lo  esperaban  en  Ingíiahuasi 
y  Culpina,  dentro  de  la  Sierra  de  Santa  Elena,  re- 
sueltos á  batirle.  Tuvieron  en  efecto  un  choque.  El 
regimiento  español  fué  batido,  y  el  piquete  de  ca- 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      47 1 

ballería  completamente  deshecho  y  tomado.  Como 
ciento  ochenta  infantes  que  se  salvaron  pudieron 
abrigarse  tn  la  sierra,  y  poniéndose  en  retirada  al- 
canzaron á  llegar  á  Cotagaita  perseguidos  y  perju- 
dicados de  muy  cerca  por  los  vencedores.  "La  pér- 
dida fué  horrorosa  para  ellos  en  tan  trabajosas  jor- 
nadas, pues  los  naturales  al  mando  del  digno  co- 
mandante Camargo,  trepando  del  uno  al  otro  cerro 
de  los  costados  por  cuyo  pie  debian  pasar  precisa- 
mente, descolgaban  gangas  sobre  ellos,  derrumba- 
ban peñascos,  los  alcanzaban  con  sus  hondas  y  ase- 
guraban todos  sus  golpes  en  los  despeñaderos  ás- 
peros y  peligrosos,  en  tanto  que  nuestra  caballería, 
picándoles  la  retaguardia,  los  sableaba  á  discreción 
impunemente''   (6). 

El  desastre  debió  ser  de  mucha  consideración 
en  efecto  para  que  Torrente  refiriese  el  suceso  con 
estas  palabras:  "El  primer  regimiento  (Real  de 
Lima)  que  al  mando  de  su  coronel  el  brigadier  don 
Antonio  María  Alvarez,  hoy  mariscal,  había  salido 
de  Potosí  para  Tupiza  con  órdenes  de  que  reco- 
rriese de  paso  el  partido  de  Cijíti,  tropezó  en  los 
primeros  días  de  marzo  con  aquellas  gavillas,  por 
las  que  se  vio  estrechado  y  en  la  necesidad  de  reti- 
rarse con  alguna  pérdida :  este  contraste,  si  bien 
fué  de  poca  consideración,  dio  sin  embargo  nuevo 
pábulo  á  la  insolencia  y  altivez  de  los  citados  cau- 
dillos. Conociendo  el  general  en  jefe  las  fatales  con- 
secuencias que  podía  tener  aquel  infundado  engrei- 
miento, tomó  las  más  activas  disposiciones  para  que 
otra  división  compuesta  de  un  batallón  y  de  un  es- 

i(6)     Parte  oficial  en  la  Gaceta  del  9  de  marzo  de  1816. 


4/2  LA   RESISTENCIA    POPULAR 

cuadrón  al  mando  del  coronel  don  Buenaventura 
Centeno,  saliera  inmediatamente  contra  ellos"'.  Pe- 
zuela  sabía  que  esta  fuerza  no  era  bastante,  así  es 
que  le  ordenó  á  Olañeta  que  guarneciese  la  costa 
del  río  San  Juan  para  cortarle  á  Camargo  su  reti- 
rada á  la  provincia  de  Jtijuy,  y  c[ue  mandase  350 
fusileros  más  con  140  caballos  para  apoyar  por  la 
derecha  las  operaciones  de  Centeno. 

Después  de  muchas  y  variadas  peripecias,  más 
ó  menos  pintorescas  en  medio  de  acjuellas  escenas 
de  sangre  y  de  enconada  lucha,  Lamadrid  fué  com- 
pletamente derrotado  cerca  de  Tarija.  pudiendo  sal- 
var su  persona  y  llegar  al  cuartel  general  del  gene- 
ral Belgrano  con  una  cierta  aureola  romanesca,  que 
á  pesar  de  su  derrota  le  habían  dado  los  ecos  de  las 
correrías  que  había  realizado  en  aquellos  terrenos 
emboscados  y  montañosos,  que  parecían  (y  eran 
verdaderamente),  como  partes  agrestes  y  separadas 
del  mundo.  Pero  Camargo  continuó  abrigado  en 
Cinti  y  siempre  activo  en  la  lucha.  "El  general  Pe- 
zuela,  dice  Torrente,  buscaba  con  anhelo  los  me- 
dios de  sacar  al  ejército  de  sus  apuros  y  de  hallar 
los  fondos  necesarios  para  continuar  aquella  cam- 
paña que  se  hacía  cada  vez  más  penosa  por  las  ga- 
villas que  infestaban  el  país  y  por  la  predisposición 
de  sus  habitantes  á  proteger  sus  correrías.  .  .  Era. 
pues,  de  la  maj^or  Urgencia  dar  un  golpe  decisivo 
á  Camargo,  que  iba  fomentando  su  partido  con  su 
artificiosa  seducción". 

Conociendo  el  jefe  patriota  que  no  era  prudente 
resistir  á  la  fuerza  de  Centeno  antes  de  haberla  que- 
brantado con  ataques  y  sorpresas  parciales,  la  dejó 
entrar  en  el   pueblo  de  Cinti.  limitándose  á  zaran- 


EN  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      473 

dearla  en  un  continuo  movimiento  y  vigilancia. 
Cuando  creyó  agotado  y  perdido  el  brío  de  la  tropa 
enemiga,  reiniió  todos  sus  tenientes  y  concentró 
una  fuerza  de  tres  mil  y  pico  de  hombres  sobre  Cen- 
teno, que  tuvo  que  encerrarse  en  el  pueblo  de  Cinti 
sin  otra  esperanza  de  salvación  que  la  de  algún  au- 
xilio que  pudiera  mandarle  Pezuela.  Si  Lamadrid. 
obrando  con  su  genial  impresión,  no  hubiera  com- 
prometido y  perdido  su  división  veterana  en  mar- 
chas de  pura  fantasía,  por  la  falta  de  quietud  y  de 
paciencia  que  lo  echaba  genialmente  en  un  movi- 
miento continuo  por  buscar  al  enemigo  aunque 
fuese  desatinado,  aquel  habría  sido  el  momento  de 
haber  dado  un  golpe  irreparable  sobre  las  mejores 
fuerzas  españolas;  y  Pezuela  se  hubiera  visto  for- 
zado á  comprometer  todo  su  ejército  en  la  campaña 
sobre  Cinti.  Pero  la  falta  de  500  soldados  de  buena 
infantería  y  de  un  centenar  de  caballos  sólidos,  era 
una  fatal  contrariedad  para  Camargo,  porque  le  im- 
pedía hacer  frente  á  las  coliunnas  íntegras  y  vigo- 
rosas que  el  general  realista  echaba  sobre  él. 

Inmediatamente  que  Pezuela  supo  el  peligro  de 
Centeno  envió  en  su  auxilio  al  coronel  Olarría  con 
un  escuadrón  y  300  infantes  del  batallón  Extrema- 
dura compuesto  de  los  guerreros  más  antiguos  de 
la  Península.  Camargo  tuvo  que  levantar  el  sitio 
de  Cinti  y  replegarse  á  Culpina  sobre  las  sierras  de 
Santa  Elena.  Los  dos  jefes  españoles,  ansiosos  por 
exterminarlo  salieron  tras  de  él :  pero  el  caudillo 
patriota  había  subdividido  toda  su  gente  en  peque- 
ñas partidas ;  y  cuando  los  españoles  lo  buscaban 
por  la  sierra,  él  se  hacía  sentir  á  su  retaguardia  por 
los  valles  que  ellos  acababan  de  abandonar.  ''Estos 


474  I'^  RESISTENCIA   POPULAR 

movimientos,  dice  Torrente,  si  bien  ejecutados  por 
los  jefes  realistas  con  el  mayor  celo  é  inteligencia 
no  produjeron  los  felices  resultados  que  se  "habían 
prometido  á  cansa  de  lo  encontrado  de  las  marchas 
de  los  rebeldes". 

Pezuela  hubo  de  desesperar  de  su  poder  militar 
contra  este  bravo  campesino;  y  temiendo  con  razón 
el  arruinamiento  parcial  en  que  ya  caminaban  las 
preciosas  divisiones  de  Centeno  y  de  Olarría.  por 
tantas  marchas  y  contramarchas  inútiles  y  fatigo- 
sas, buscó  otro  medio  que  en  efecto  le  dio  mejor  re- 
sultado. A  precio  de  oro  encontró  dos  traidores  que 
condujeron  á  Centeno  hasta  una  quebrada  donde 
Camargo  descansaba  con  una  corta  partida.  Sor- 
prendido allí  en  una  noche  de  luna,  tuvo  que  defen- 
derse á  pie  con  admirable  bravura,  hasta  que  rota 
la  pierna  derecha  por  una  bala  cayó  al  suelo  donde 
fué  degollado  "por  el  mismo  comandante  realista", 
dice  Torrente,  para  que  su  cabeza  sirviera  de  es- 
carmiento en  el  precioso  valle  que  hoy  lleva  su  nom- 
bre como  un  timbre  de  gloria  y  patriotismo. 

Sólo  el  coronel  Warnes.  gobernador  intendente 
de  Santa  Crua  de  la  Sierra,  era  el  que  quedaba  en 
armas  á  espaldas  de  los  realistas.  Pero  aunque  solo, 
^\'arnes  era  famoso  y  temible  también  entre  estos 
precursores  de  Güemes.  Las  campañas  de  Warnes 
sobre  Cochabamba,  seguido  por  las  masas  que  lo 
adoraban,  y  sus  operaciones  en  Santa  Cruz  y  en  el 
Chaco  cuando  los  realistas  lo  acosaron,  tendrían 
hoy,  como  la  guerra  social  del  Morhidan  y  de  la 
Vcndée,  los  prestigios  de  la  leyenda,  si  no  fuera 
que  la  lejanía  remota  de  los  lugares,  el  alboroto  y 
las   preocupaciones   urgentes   de   aquel   tiempo,   nos 


EX  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      475 

han  dejado  sin  menudos  datos  ni  crónicas  circuns- 
tanciadas con  que  seguirlas.  "El  formidable  Bar- 
nes  exhaló  el  postrer  aliento  (decía  el  virrey  de  Li- 
ma en  el  parte  que  dirigió  á  España)  entre  monto- 
nes de  cadáveres :  nueve  cañones,  una  porción  con- 
siderable de  fusiles  y  lanzas  y  cuanto  poseían  aque- 
llas HORDAS  DESALMADAS,  caycrou  CU  podcr  del 
vencedor,  quien  en  medio  del  puro  gozo  de  que  re- 
bosaba su  alma  por  tan  distinguida  victoria,  sufrió 
no  poca  aflicción  al  tender  la  vista  sobre  los  desca- 
labros sufridos  por  sus  valientes  soldados"  (7). 

Pezuela,  que  después  de  Sipe-Sipe  había  creído 
poder  invadir  inmediatamente  las  provincias  ar- 
gentinas, y  tomarlas  en  el  estupor  de  tan  seria  de- 
rrota, había  tenido,  pues,  que  emplear  casi  un  año 
en  guerrear  contra  ^^'arnes,  Padilla  y  Camargo. 
sin  contar  con  otras  montoneras  que  siguieron  dán- 
dole trabajo.  Es  verdad  que  al  fin  había  conseguido 
su  objeto.  Tenía  asegurada  su  retaguardia,  y  todo 
su  flanco  izquierdo  desde  Tarija  hasta  Mizque  es- 
taba libre  de  partidas.  Podía  invadir  ahora  las  Pro- 
vincias Argentinas.  Pero  ese  año  perdido  era  el  año 
de  1816,  aciago  al  principio,  laborioso  é  ilustre  des- 
pués por  todo  lo  que  los  argentinos  supieron  hacer 
y  preparar  en  él.  El  Congreso  había  declarado  la 
Independencia,  y  se  había  trasladado  á  la  capital 
para  reconcentrar  otra  vez  el  gobierno  y  el  poder 
eficaz  del  Ejecutivo.  La  diplomacia  manejada  por 
don  Manuel  José  García  y  por  Tagle,  había  asegu- 
rado las  entradas  del  Río  de  la  Plata.  wSan  Martín 

(7)     Palabras  del  parte  citado  que  Torrente  insertó  en 
su  texto. 


47^  I'A   RESISTENCIA    POPULAR 

tenía  pronto  y  pertrechado  ya  su  precioso  ejército 
para  descolgarse  sobre  Chile.  La  flotilla  argentina  al 
mando  de  Brown,  había  devastado  y  aterrado  el  Ca- 
llao y  las  costas  del  Pacífico  hasta  Guayaquil  v  Nue- 
va Granada.  El  general  Belgrano  había  rehecho  el 
plantel  de  un  nuevo  ejército  en  Tucumán,  con  jefes 
de  cuerpo  jóvenes,  como  Paz,  Heredia,  Bustos,  La- 
madrid  y  otros,  habituados  á  la  diciplina  y  al  ser- 
vicio regular  de  linea.  Por  último,  Güemes,  el  ín- 
clito gobernador  de  Salta  y  el  jefe  de  la  vanguardia 
del  norte,  unido  á  Belgrano  por  los  vínculos  de  un 
patriotismo  puro  y  de  un  respeto  casi  filial,  tenía 
prontos  sus  gauchos  á  repetir  y  superar  los  glorio- 
sos ejemplos  que  le  dejaban  los  mártires  que  aca- 
baban de  sucumbir. 

En  efecto :  \\'arnes.  Padilla  y  Camargo,  eran  los 
gloriosos  precursores  cuyas  hazañas  iba  Güemes  á 
superar  por  la  amplitud  del  teatro,  por  la  porfía  de 
la  lucha  y  por  la  gloria  del  éxito.  Si  bien  estaba  fa- 
talmente destinado,  como  aquéllos  á  rendir  el  alien- 
to herido  por  el  plomo  enemigo,  debía  tener  el  con- 
suelo de  caer  en  los  brazos  de  sus  soldados  victo- 
riosos, y  después  de  haber  oído  el  eco  de  la  entrada 
triunfal  de  San  ]\Iartín  en  Lima,  á  la  que  podero- 
samente había  contribuido  barreando  al  enemigo 
las  entradas  del  Santuario  Argentino.  Sin  él  no  ha- 
bría habido  ejército  de  los  Andes  para  emancipar 
á  la  América  del  Sur.  Bolívar  no  habría  podido 
triunfar  definitivamente  en  Colombia,  si  San  ^Lar- 
tin  no  hubiese  arrancado  el  Perú  y  el  Pacífico  á  las 
garras  del  León  de  Castilla.  Por  eso.  la  gloria  y 
los  servicios  de  la  provincia  de  Salta  y  de  Güemes, 
donde  el  enemigo  fué  detenido  á  costa  de  inmen- 


EX  LAS  PROVINCIAS  DEL  ALTO  PERÚ      477 

SOS  sacrificios  para  dar  tiempo  á  que  todos  esos 
elementos  se  preparasen  y  pudiesen  obrar,  son  ad- 
mirables "a  pesar  de  que  todavía  no  hayan  sido 
bien  apreciados  ni  bien  agradecidos  en  la  historia 
americana",  decíamos  nosotros  en  1872"  (8). 

Cuando  los  vencedores  de  Sipe-Sipe  marcha- 
ban, pues,  al  territorio  argentino  á  recoger  los  frutos 
de  la  victoria,  la  suerte  estaba  ya  echada  contra  ellos ; 
iban  á  ser  irremisiblemente  vencidos.  La  espada 
que  debía  herirlos  en  el  corazón  brillaba  ya  en  Men- 
doza :  la  barrera  que  debía  quebrantar  y  doblar  el 
empuje  de  las  columnas,  estaba  en  Salta.  Y  entre 
estos  dos  guardianes  de  sus  fueros  soberanos,  la  vi- 
gorosa Comuna  de  18 10,  sola  en  todo  el  vasto  con- 
tinente, era  la  que  quedaba  en  pie.  apoyándose  en 
su  río  majestuoso,  con  la  frente  siempre  ceñida  de 
luces  y  el  brazo  armado  para  defender  su  territorio 
y  encalar  vencedora  los  Andes. 

Los  mismos  realistas  eran  los  que  hacían  notar 
con  asombro  y  con  despecho  esta  situación  única 
de  las  Provincias  Argentinas.  El  brigadier  Cossio 
escribía  desde  Lima  á  otro  militar  en  1816,  y  le  de- 
cía :  "Lo  cierto  es,  amigo  mío,  que  mientras  el  in- 
fame y  pestilencial  árbol  de  Buenos  Aires  se  man- 
tenga PARADO,  sus  ramas  extendidas  en  estos  reinos 
han  de  conservar  su  verdor  y  lozanía.  Así  es  que 
estoy  decidido  á  mantenerme  en  esta  capital  hasta 
que  caiga  de  raíz.  Sólo  cuando  se  verifique  la  diso- 
lución de  aquel  inicuo  gobierno,  principio  de  todos 
nuestros  males,  podemos  persuadirnos  que  al  me- 
nos se  amortiguarían  las  ramas  tan  extendidas  que 

(8)     Véase  la  Rev.  del  Rio  de  la  Plata. 


478  LA   RESISTENCIA    POPULAR 

ha  echado,  y  acaso  se  secarán  y  morirán  las  espe- 
ranzas que  producen  tan  mortíferos  frutos".  Una 
pkima  argentina  le  respondía  con  este  verso  de  Mar- 
cial : 

Ecce  rubet  quídam,  pallet,  stupet,  oscilat,  odit ; 
Hoc  voló :  nunc  nobis  carmina  nostra  placent. 

Esa  rabia,  ese  despecho,  eran  el  efecto  natural 
provocado  por  el  espíritu  invasor  con  que  las  ar- 
mas argentinas  abrían  la  entrada  del  vasto  conti- 
nente á  los  principios  fecundos  y  liberales  que  eran 
la  fuerza  y  el  carácter  propio  de  la  Revolución  de 
Mayo  de  1810. 


CAPITULO  X 

CAMPAÑA  DEFENSIVA  DEL  CORONEL  GÜEMES  EN  SALTA 

Sumario:  Rasgos  peculiares  del  terreno  y  de  las  opera- 
ciones.— Güemes  física  y  moralmente  estudiado. — Estado 
del  país  cuando  Güemes  salió  al  encuentro  de  la  in- 
vasión.— Pezuela. — Los  nuevos  jefes  del  ejército  realis- 
ta.— Los  sucesos  iniciales  de  la  invasión. — El  campo 
de  acción  y  la  disposición  de  las  fuerzas  beligerantes. — 
Campaña  de  Olañeta  y  Marquiegui  sobre  Oran. — Ope- 
raciones de  los  jefes  patriotas  Rojas  y  Uriondo  sobre 
ese  flanco  izquierdo  de  los  invasores. — Entrada  de  és- 
tos por  Humahuaca. — Descalabro  del  marqués  del  Tojo. 
— Desarrollo  de  las  operaciones  defensivas  de  Güemer, 
por  el  frente  y  por  su  flarco  derecho. — Ocupación  de 
Jujuy. — Glorioso  encuentro  de  los  Infernales  de  Salta 
con  el  regimiento  español  Extremadura. — Mala  situación 
de  ]\íarquiegui  y  de  Olañeta  en  Oran. — Marcha  del  ge- 
neral Valdés  en  auxilio  de  ellos. — Triunfo  de  Arias  sobre 
los  reductos  de  los  realistas  en  Humahuaca. — Dificulta- 
des enormes  de  Laserna. — Obcecación  de  Pezuela. — De- 
rrota y  aprisionamiento  del  teniente  coronel  realista  don 
Antonio  Martínez. — Cae  prisionero  el  coronel  realista 
Seoane. — Conducta  noble  y  humana  de  Güemes.— Reco- 
nocimiento y  gratitud  de  Laserna. — Operaciones  del 
comandante  Lamadrid,  á  retaguardia  de  los  realistas.— 
Entrada  en  Salta  de  los  realistas. — Operación  y  muerte 
del  famoso  coronel  español  don  José  Sardina. — Batalla 
campal  del  Bañado  y  de  los  Cerrillos. — ^Mala  situación  de 
Laserna  en  Salta. — Su  retroceso  á  Jujuy. — Disidencia 
política  entre  los  jefes  realistas.— Los  liberales  y  los  ab- 
solutistas.— Apuros  de  Laserna  en  Jujuy. — Descalabra 
del  batallón  GÉTona.— Retirada  definitiva  de  Laserna. — 


480  CAMPAÑA  DEFENSIVA 

Opiniones  y  transcripciones  tomadas  de  los  escritores 
españoles  sobre  el  mérito  de  Güemes  y  sobre  la  calidad  de 
sus  tropas. — Narraciones  del  general  realista  GaTcía 
Camba. — Resumen  sobre  el  mérito  de  Güemes. — Su  leal 
adhesión  al  régimen  nacional  en  unidad  de  régimen  polí- 
tico y  administrativo. — Artigas.^Carrera. 

La  gloriosa  campaña  de  1816  en  que  el  coronal 
don  Martín  Güemes  rechazó  al  ejército  español  ( i ) 
que  al  mando  del  general  Laserna  había  invadido 
victorioso  la  provincia  de  Salta,  presenta  tan  vivo 
interés  por  los  caracteres  y  los  hechos,  tanto  mo- 
vimiento por  los  actores,  tal  colorido  y  originalidad 
en  los  tipos,  en  el  paisaje  y  en  la  novedad  de  los 
medios,  que  uno  se  figura  estar  dentro  de  un  cuadro 
vivo  y  fantástico,  agitado  y  bullicioso,  en  que  el 
tiroteo  de  las  armas  repercute  en  los  ámbitos  obs- 
curos del  bosque,  en  que  los  caballos  y  los  jinetes 
corren,  se  atrepellan  y  se  matan  con  el  rostro  enfu- 
recido por  la  pasión  de  la  guerra,  lanzando  gritos 
de  agonía  y  de  fiereza  que  todavía  parecen  herir 
nuestros  oídos  como  si  estuviésemos  en  el  campo 
empapado  en  la  sangre  de  la  lucha. 

Los  vencedores  que  desde  Bailen  hasta  J'itoria 
habían  llegado  al  fin  á  salvar  su  patria  del  yugo  ex- 
tranjero en  largos  y  gloriosos  años  de  combates, 
cargados  ahora  de  regias  condecoraciones  y  de  ex- 
periencia militar,  venían  al  frente  de  sus  importan- 
tes columnas  á  estrellarse  contra  el  brío  de  nuestros 
gauchos,  en  un  duelo  á  muerte  en  que  los  unos  y 
los  otros  entraban  declarando  que  no  daban  ni  pe- 

(i)     Le  llamamos  español  porque  todo  él  se  componii 
de  tropas  y  de  oficiales  peninsulares. 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  48 1 

dían  cuartel.  Armados  los  unos  con  el  texto  de  la 
ley  vieja,  se  consideraban  los  justicieros  de  su  rey, 
con  derecho  á  sacrificar  sin  piedad  á  los  que  habían 
levantado  el  grito  de  la  independencia  nacional, 
buscando  libertades.  Estos,  armados  con  la  doctri- 
na de  la  evolución  social  y  progresiva  de,  los  pue- 
blos modernos,  declaraban  verdugos  sanguinarios 
á  los  invasores :  morian  cuando  caían,  pero  cuando 
vencían  sacrificaban  con  igual  rencor  á  los  asesi- 
nos de  sus  hermanos  y  de  sus  padres,  decididos  á 
no  ceder  hasta  que  el  terror  y  el  miedo  aconsejasen 
una  política  más  humana  á  los  c[ue  habían  comen- 
zado por  querer  castigar  el  patriotismo  de  los  hijos 
de  la  tierra. 

Si  los  realistas  con  el  pomposo  aparato  de  sus 
tribunales  militares  ejecutaban  algún  desertor  ame- 
ricano ó  algunos  soldados  milicianos  de  las  parti- 
das patriotas,  Güemes  ordenaba  á  sus  gauchos  que 
en  la  misma  noche  acometiesen  dos  ó  tres  guardias 
españolas,  que  tomasen  á  ¡oso,  costase  lo  que  cos- 
tase, dos  ó  tres  oficiales  realistas,  que  al  otro  día 
amanecían  colgados  en  los  árboles  del  bosque  fren- 
te á  frente  del  puesto  de  donde  habían  sido  arreba- 
tados (2).  Empecinado  y  rencoroso,  Pezuela  no 
quería  ceder  de  su  rigor  á  pesar  del  terror  con  que 
sus  tropas  habían  empezado  á  temblar  al  nombre 
solo  de  los  GAUCHOS  (3).  Güemes  tampoco  cedía. 
Sus  milicianos  estaban  de  más  en  más  animados 
por  el  espíritu  de  la  venganza;  y  no  pasaba  un  día 
sin  que  estas  tremendas  represalias  de  la  frontera 

(2)  Torrente:  Hist.  de  la  Rev.  Hisp.  Amer. 

(3)  Nombre  oficial  de  las  milicias  de  Salta. 
nisT.  DE  La  rep.  argentina,  tomo  \"i. — 31 


4^2  CAMPAÑA    DEFKNSIVA 

fuesen  el  terrible  preludio  de  los  horrores  que  de- 
bían desatarse  sobre  los  unos  y  los  otros,  cuando 
las  columnas  realistas  rompiesen  decididamente  su 
movimiento  de  invasión  en  el  suelo  argentino. 

La  campaña  defensiva  de  Güemes  que  voy  á 
escribir,  es  en  mi  concepto  un  modelo  en  su  género 
como  plan  estratégico  y  como  ejecución  consuma- 
da. No  faltó  en  ella  una  sola  previsión;  no  hubo 
que  lamentar  un  solo  descuido;  y  todas  aquellas 
milicias  movidas  y  electrizadas  por  el  jefe  de  la  pro- 
vincia invadida,  obedecieron  directamente  á  su  sola 
voz  con  la  regularidad  del  ejército  veterano  más 
prolijamente  preparado  para  las  operaciones  estra- 
tégicas de  una  guerra  estrictamente  campal.  Si  ex- 
ceptuamos la  famosa  campaña  de  San  Martin  so- 
bre Chile,  las  mayores  luces  de  la  escena,  y  la  im- 
ponente solemnidad  de  las  batallas  que  le  dan  tan- 
tos prestigios,  no  hay  entre  las  guerras  de  nuestra 
Revolución  ninguna  otra,  que,  como  la  de  Güemes 
en  Salta,  ofrezca  un  modelo  más  acabado  de  regu- 
laridad en  el  plan  y  en  los  resultados.  Y  ella  se  rea- 
lizó, no  como  creen  y  dicen  algunos,  con  correrías 
de  grupos  independientes  y  francos  á  la  manera  de 
las  bandas  bárbaras  de  Artigas  ó  del  empecinado 
de  España,  sino  con  milicias  regladas,  y  oficiales 
cultos  como  Rojas,  Arias,  Ruiz-de-los-Llanos,  Al- 
varez-Prado,  y  como  tantos  otros  hijos  de  las  me- 
jores familias  de  Salta  y  de  Jujuy  que  operaron  á 
la  cabeza  de  cuerpos  sometidos  á  una  voluntad  su- 
perior y  bajo  un  plan  estratégico  en  toda  forma. 
Llegado  el  momento,  Güemes  dio  dos  grandes  com- 
bates en  campo  abierto  que  pueden  considerarse 
como  verdaderas  batallas  campales;  en  ellas  mostró 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  483 

que  su  pericia  y  sus  soldados  no  eran  inferiores  á 
los  guerreros  tan  justamente  preciados  contra  quie- 
nes combatían.  Y  de  ahí  que  la  célebre  campaña  de 
Salta  forme  el  cuadro  más  vivo  y  más  romanesco 
que  sea  posible  encontrar  en  las  luchas  sangrientas 
que  las  masas  humanas  hayan  sostenido  alguna 
vez,  las  unas  contra  las  otras,  cualquiera  que  sea  el 
país  donde  se  tomen  ejemplos  (4). 

Hasta  por  su  figura  parecía  Güemes  haber  na- 
cido para  el  papel  que  debía  desempeñar  en  la  gue- 
rra de  nuestra  independencia.  Diestrísimo  jinete  si 
es  que  hubo  alguno  que  le  igualara  en  aquella  pro- 
vincia, que  fama  de  serlo  más  tiene  entre  las  nues- 
tras, todo  contribuía  á  realzar  en  la  suya  el  tipo 
perfecto  de  un  hombre  ágil,  tan  flexible  como  li- 
viano para  volar  en  alas  del  brioso  potro,  como  un 
pájaro,  por  entre  las  sinuosidades  del  enmarañado 
bosque  y  de  la  áspera  montaña.  Difícil  es  que  na- 
die, sin  haberlo  visto,  se  haga  cargo  de  lo  que  son 
los  bosques  de  Salta  y  de  Jujuy :  de  lo  que  son  sus 
serranías.  No  es  sólo  el  árbol  espinoso  y  garaba- 
tado,  apiñadísimo  en  un  desorden  salvaje  y  som- 
brío, el  que  ocupa  por  leguas  de  leguas  el  terreno, 
levantándose  en  el  llano  y  en  la  sierra  á  treinta  me- 
tros de  altura,  sino  la  robusta  maleza  que  crece,  que 
se  prende  por  los  troncos  hasta  las  copas,  ligándolo 
todo  con  sus  múltiples  agarraderas  en  una  exten- 
sión sin  término.  Allí  la  vaqiiía  es  instinto,  ojo, 
i'istazo  rápido  como  el  relámpago,  para  dar  á  ca- 

(4)  Le  llamamos  célebre  porque  como  tal  la  han  cla- 
sificado y  estudiado  todos  los  historiadores  militares  espa- 
ñoles que  actuaron  en  ella. 


484  CAMPAÑA    DEFKNSIVA 

rrera  tendida  en  la  entrada  y  en  la  salida  del  labe- 
rinto, sin  quedar  trenzado  entre  las  lianas  ó  clavado 
en  las  formidables  espinas  que  como  punta  de  pu- 
ñales rozan  al  jinete  que  cruza,  que  escapa,  ó  que 
ataca  por  las  aberturas  que  caen  á  la  senda  por  don- 
de pasa  el  enemigo. 

Güemes  era  de  una  familia  principal  del  vecin- 
dario de  Salta,  c[ue,  como  se  sabe,  tenia  titulo  de 
ilustre  y  noble  Cabildo  en  la  época  colonial.  Había 
hecho  su  aprendizaje  de  jinete  desde  niño,  pero 
nunca  había  dejado  de  ser  culto  ni  se  había  hecho 
gaucho  bárbaro  y  montaraz  como  Artigas.  Se  pue- 
de decir  que  Güemes  había  nacido  caballero  de  es- 
tirpe y  de  instinto,  y  que  su  destreza  admirable  so- 
bre el  caballo,  era  una  de  esas  aptitudes  que  Dios 
reparte  con  la  estrella  misteriosa  que  ilumina  la  vida 
y  la  carrera  de  cada  uno  de  los  que  sobresalen  en- 
tre los  hombres.  Su  talla  alta  y  delgada  se  encor- 
vaba algo  hacia  adelante  con  ese  movimiento  agra- 
ciado y  ondulante  del  mimbre  que  el  hábito  del  ca- 
ballo da  á  la  peculiar  manera  con  cjue  nuestros  gan- 
chos lo  montan  y  lo  manejan.  Tenía  la  fisonomía 
vivaz,  la  nariz  aguileña,  poca  barba  como  los  hom- 
bres de  temperamento  bilioso,  el  ojo  centelleante  y 
maneras  adaptadas  ya  fuese  que  tratase  con  gentes 
cultas,  con  damas  sobre  todo,  con  las  que  era  asaz 
cumplido,  ya  que  se  abandonase  á  la  familiar  ori- 
ginalidad con  que  sabía  encantar  y  entusiasmar  á 
los  gauchos  de  Salta.  Si  hubiera  de  buscarse  una 
piueba  de  su  cultura  y  de  su  elevado  mérito  en  to- 
dos sentidos,  bastaría  recordar  que  no  sólo  fué  el 
amigo  íntimo  del  virtuoso  y  venerable  general  Bel- 
grano,    sino    cjue    el   general    San   ^lartín,    que    en 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EN    SALTA  485 

luanto  á  conocimiento  de  hombres  jamás  se  equi- 
\ocaba,  miró  siempre  a  Güemes  con  verdadero  afec- 
to y  con  tanta  estimación,  que  fué  imo  de  los  pri- 
meros á  quienes  le  escribió  de  su  propia  mano  no- 
tificándole su  grande  \-ictoria  del  llano  de  Alaipú. 
Retrogrademos. 

Cuando  el  general  Belgrano  vio  cuál  era  el  es- 
tado lastimoso  de  los  restos  del  Ejército  Auxiliar 
del  Perú  que  dejaba  Rondeau  después  de  su  ver- 
gonzosa campaña  de  1815,  se  convenció  de  que  na- 
da podía  emprenderse  con  él,  ni  la  defensa  siquiera 
de  las  provincias  amenazadas  por  los  realistas ;  y 
(|ue  no  quedaba  más  alternativa  cjue  retirarlo  á  donde 
no  pudiera  ser  alcanzado  por  el  enemigo.  Todo  en 
él  era  desquiciamiento :  la  disciplina  estaba  com- 
pletamente perdida  y  la  moral  relajada;  los  bata- 
llones eran  apenas  compañías ;  no  había  adminis- 
tración, ni  podía  comprenderse  cómo  era  que  Ron- 
deau había  podido  dejar  caer  en  semejante  disolu- 
ción un  ejército  que  San  ]^Iartín  le  había  dado  con 
excelentes  principios  de  organización,  y  que  había 
sido  remontado  después  por  los  brillantes  cuerpos 
que  habían  servido  con  el  general  Alvear. 

Por  fortuna  las  milicias  salteñas  que  había  or- 
ganizado Güemes  mostraban  todas  las  aptitudes  ne- 
cesarias para  substituir  á  los  veteranos  en  la  de- 
fensa de  su  provincia,  y  el  general  Belgrano  i)udo 
esperar  que  ellas  bastarían  á  contener  al  enemigo, 
mientras  que  él  retrogradaba  á  Tucumán,  y  se  po- 
nía á  cubierto,  en  el  tiempo  necesario  para  reorga- 
nizarlo y  hacerlo  digno  de  servir  sus  banderas.  Tal 
era  la  situación  de  las  cosas  por  parte  de  los  argen- 
tinos. 


486  CAMPAÑA    DEPENSIVA 

Por  parte  de  los  realistas,  Peziiela  trabajaba  con 
una  actividad  incesante  en  aglomerar  todos  los  me- 
dios de  la  invasión  pronto  y  de  manera  á  no  dar 
tiempo  de  que  el  ejército  patriota  se  remontase  y 
reorganizase.  Pero  cuando  más  empeñado  estaba 
en  esta  tarea,  un  decreto  real  vino  á  elevarlo  al  vi- 
rreinato del  Peni,  separando  al  señor  Abascal,  mar- 
qués de  la  Concordia;  y  el  mando  del  ejército  real 
pasó  al  general  don  José  de  Laserna,  militar  de  la 
nueva  escuela,  dotado  de  calidades  serias,  de  pa- 
siones templadas,  de  un  criterio  maduro,  y  que  te- 
nía una  experiencia  de  la  guerra  campal  muy  su- 
perior á  la  de  Pezuela  y  á  la  de  los  hombres  como 
Olañeta  formados  en  la  escuela  tumultuaria  de  los 
sucesos  diarios. 

No  bien  se  posesionó  Pezuela  del  virreinato  del 
Perú  cuando  comprendió  toda  la  seriedad  del  pe- 
ligro en  que  se  hallaba  Chile,  si  San  Martin  logra- 
ba pisar  el  otro  lado  de  las  Cordilleras;  y  como  to- 
dos los  datos  C[ue  recibía  le  convencían  de  que  era 
incuestionable  que  el  general  argentino  se  apron- 
taba á  emprender  ese  pasaje  á  fines  de  año,  Pezuela 
expidió  órdenes  terminantes  y  urgentes  á  Laserna 
de  que  á  toda  costa  entrase  en  las  Provincias  Ar- 
gentinas. Creía  el  virrey  que  atacadas  por  un  ejér- 
cito veterano  de  la  importancia  que  tenía  el  nuevo 
ejército  realista,  San  Martín  tendría  que  ocurrir  á 
reforzar  la  línea  de  Tucumán  y  de  Salta,  y  que  en- 
tonces quedaría  paso  para  que  cuatro  mil  hombres 
del  de  Chile  cayesen  sobre  ]\Iendoza. 

Para  comprender  bien  los  sucesos  y  los  grandes 
intereses  que  se  iban  á  jugar  al  Norte,  en  este  te- 
rrible drama  del  año  181 6,  oigamos  al  mismo  Pe- 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  487 

ziiela  que,  dirigiéndose  á  Marcó  del  Pont,  presi- 
dente y  gobernador  del  reino  de  Chile,  le  decía : 
"He  escrito  al  general  Laserna  acompañándole 
copia  de  todos  los  papeles  de  Vuestra  Señoría.  Le 
reitero  al  mismo  tiempo  como  medida  indicada  por 
todos  los  antecedentes,  que  sin  pérdida  de  momen- 
tos se  ponga  en  marcha  para  ponerse  en  Tuaimán, 
y  se  detenga  allí  sin  pasar  adelante  hasta  obser- 
var los  movimientos  de  los  insurgentes  en  todos 
los  puntos  que  ocupan  y  cerciorarse  bien  de  sus 
positivas  intenciones;  de  manera  que  no  pueda  ca- 
berle la  menor  duda  acerca  de  éstas,  ni  recelo  de 
ser  engañado  por  ellos  mismos,  ni  por  los  portu- 
gueses, si  vienen  de  mala  fe,  como  lo  teme  el  en- 
cargado (5).  Esta  marcha  hasta  Tucumán  y  San- 
tiago del  Estero  ejecutada  con  celeridad,  es  el  me- 
dio infalible  para  desbaratar  los  proyectos  de  San 
Martín  sobre  Chile,  si  fuese  cierto  que  piensa  se- 
riamente en  invadirle ;  porque  noticiosos  los  cau- 
dillos de  la  aproximación  de  Laserna,  es  más  natu- 
ral c[ue  se  reúnan  para  resistirle  que  el  exponerse 
si  la  emprenden  por  la  Cordillera  á  ser  batidos  por 
frente  y  espalda.  Gradúo,  pues,  que  dentro  de  dos 
meses  de  la  fecha  estará  Vuestra  Señoría  libre  por 
esta  parte  de  las  amenazas  de  San  Martín,  y  con- 
vendrá C[ue  Vuestra  Señoría  se  mantenga  en  obser- 
vación de  esto,  para  que  en  el  caso  que  él  se  replie- 
gue sobre  Tucumán  contra  Laserna  haga  Vuestra 
Señoría  un  movimiento  sobre  Mendoza  que  atraiga 
su  atención'    (6).   El  historiador  Torrente,  que  ha 

(5)  Se  refiere  al  brigadier  don  Juan  Bautista  Este- 
11er  comisionado  militar  de  España  en  Río  Janeiro. 

(6)  Oficio  de  4  de  noviembre  de  1816 


488  CAMPAÑA    DEI-ENSIVA 

escrito  como  se  salje  con  una  completa  posesión  de 
los  datos  oficiales  y  archivos  españoles,  dice  tam- 
bién :  "Cuando  el  general  Pezuela,  libre  ya  de  los 
graves  peligros  que  aniezaban  á  sus  divisiones 
ambulantes  se  preparaba  á  emprender  operaciones 
mayores,  y  cuando  sólo  esperaba  la  reunión  de  los 
batallones  de  Extremadura  y  demás  fuerzas  que  se 
le  había  prometido  para  caer  sobre  el  ejército  de 
Rondeau,  ocupar  las  provincias  de  Salta  y  de  Tu- 
cumán,  y  los  valles  de  Catamarca  y  la  Rioja,  entrar 
en  comunicación  directa  con  el  reino  de  Chile,  y 
obrar  en  combinación  con  las  fuerzas  que  aquel 
presidente  hiciese  salir  para  Mendoza,  se  recibió 
la  real  orden  de  14  de  octubre  del  año  anterior  por 
la  que  había  sido  nombrado  virrey  del  Perú,  etcé- 
tera, etc." 

El  general  Laserna  era  un  militar  muy  superior 
á  Pezuela.  Tenía  un  carácter  bastante  reflexivo,  y 
era  poco  inclinado  á  operaciones  atropelladas  que 
110  hubiesen  sido  preparadas  con  seriedad  en  los 
propósitos  y  con  seguridad  en  los  medios  de  eje- 
cución. A^erdad  es  que  él,  como  todos  sus  compa- 
ñeros, había  llegado  á  América  tan  convencido  de 
la  superioridad  de  los  soldados  europeos,  que  pen- 
saba que  las  nuevas  tropas  de  su  mando  poco  más 
tendrían  que  hacer  que  marchar  adelante,  para  ir 
arrollando  indios  y  criollos  pusilánimes,  entecos  y 
destituidos  de  aptitudes  militares,  que  quedarían 
sometidos  con  unos  cuantos  sablazos  y  con  dos  ó 
tres  horcas  en  cada  pueblo.  Pero  todo  lo  que  veía 
y  oía  ahora,  en  el  teatro  de  los  sucesos,  le  hacía 
pensar  de  otra  manera,  y  había  comenzado  á  com- 
prender que  al  entrar  en  el  suelo  argentino  era  de 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  489 

creer  que  no  sólo  liabía  de  encontrar  tropas  firmes 
y  expertas,  sino  masas  populares  llenas  de  ardor  y 
resueltas  á  todo  con  un  brío  y  con  una  tenacidad 
esencialmente  española  (y). 

A  los  pocos  días  de  haber  llegado  á  su  cuartel 
general,  Laserna  tuvo  ya  un  ejemplo  bastante  serio 
(jue  debió  darle  mucho  que  pensar  sobre  la  guerra 
que  emprendía.  Entre  los  oficiales  que  habían  ve- 
nido con  él,  era  uno  de  los  más  gallardos  y  bravos 
el  teniente  coronel  de  fusileros  don  Pedro  Zavala. 
Confiando  mucho  el  general  en  los  datos  é  infor- 
mes que  pudiera  darle  este  jefe,  lo  hizo  adelantar 
por  la  Quebrada  de  Sococha  para  que  inclinándose 
á  la  derecha  de  Yavi  se  situase  con  ciento  y  tantos 
hombres  en  Colpayo  y  cubriese  el  flanco  derecho 
de  otras  fuerzas  con  que  el  general  realista  se  pro- 
ponía explorar  por  su  frente  las  entradas  de  la  Que- 
brada de  Uma-Huackac   (8).  Güemes  había  encar- 

(7)  Hasta  ahora  la  nuestra  es  la  raza  que  en  España 
y  en  América  ha  tenido  energía  más  indomable  contra  los 
invasores   extraños. 

(8)  Esta  denominación  ofrece  una  alternativa  curio- 
sa. A  mi  convicción  de  que  contiene  una  leyenda  ó  un  rito 
antiguo  y  precolombiano,  se  ha  pretendido  objetar  que  co- 
mo los  indios  no  dicen  Vaca  sino  Huaca  ó  Waca,  el  nom- 
bre de  la  Quebrada  significa  puramente  Cabeza  de  Vaca. 
La  dirección  sería  contraria  á  la  gramática  del  quichua, 
según  el  cual  el  genitivo  precede  y  se  antepone  al  sustan- 
tivo, en  cuyo  caso  el  nombre  sería  Vaca  de  Cabeza :  lo  que 
es  absurdo.  Yo  he  sostenido  siempre  que  Unía  Uuacak 
equivalía  á  oráculo,  cabeza  que  habla :  capiit  loquens,  ó 
bien  casa  ó  templo  de  adivinaciones.  En  estos  últimos 
meses  he  tenido  ocasión  de  conversar  de  esto  con  mi  res- 
petable amigo  el  señor  E.  Caballero,  jurisconsulto  boliviano 
de    reputación    y    de    grande    saber,   que    ha    desempeñado 


490  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

gado  al  coronel  Campero,  marqués  de  Yaz'i  y  del 
Tojo,  la  vigilancia  de  esos  puntos  que  constituían 
el  flanco  izquierdo  de  la  línea  en  que  se  proponía 
operar;  y  el  marqués  á  quien  llamaremos  coronel 
Campero  en  adelante  había  encargado  sus  avanza- 
das al  comandante  don  Bonifacio  Ruiz-Llanos,  ofi- 
cial activo  y  emprendedor,  que  había  hecho  las  an- 
teriores campañas  del  general  Belgrano.  No  bien 
supo  este  oficial  la  posición  que  ocupaba  el  jefe  rea- 
lista, cuando  hizo  aproximar  sobre  él  una  partida 
de  noventa  hombres  compuesta  de  treinta  dragones 
infernales,  veinte  milicianos  ó  gauchos  y  treinta  in- 
dios baquianos  de  macana.  Era  la  media  noche 
cuando  los  patriotas  llegaron  al  lugar  de  la  escena; 
y  pasando  á  retaguardia  del  enemigo  esperaron  á 
que  saliera  la  luna  para  dar  la  sorpresa.  El  capi- 
tán Rivera  y  el  teniente  González  echaron  pie  á 
tierra  con  veinte  infernales  y  veinte  ganchos  y  ata- 
caron de  frente  al  piquete  enemigo  mientras  el  resto 
caía  á  caballo  sobre  las  caballadas.  Los  realistas  tu- 
vieron tiempo,  sin  embargo,  de  tomar  sus  armas  y 
de  agruparse  en  una  pequeña  elevación  que  estaba 

altos  destinos  diplomáticos  en  el  Brasil  y  en  el  Para- 
guay ;  y  á  pedido  mío  me  ha  dirigido  una  carta  siguiente 
que  comprueba  plenamente  las  deducciones  que  yo  había 
sacado  de  la  observación  de  la  lengua  misma:  "Contes- 
tando á  la  pregunta  que  usted  me  hace  sobre  el  origen 
de  la  palabra  Hurnaguaca,  nombre  de  un  departamento  de 
la  provincia  de  Jujuy.  le  diré  que  en  el  mismo  pueblo 
he  oído  que  existe  una  tradición,  según  la  cual,  había  en 
tiempo  remoto  una  calavera  célebre,  por  cuanto  los  mora- 
dores creían  que  este  cráneo  se  lamentaba  por  las  noches : 
de  allí  viene  el  nombre  de  humaguacac,  cabeza  que  llora. 
Buenos  Aires,  enero  8  de  1888. — Eugenio  Caballero" 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  49 1 

inmediata,  donde  trataron  de  defenderse;  i>ero  fue- 
ron al  fin  literalmente  exterminados  con  su  jefe, 
quien  no  queriendo  rendirse  (dice  el  parte),  murió 
á  manos  del  capitán  Rivera. 

Este  hecho,  que  fué  muy  sonado  entre  los  rea- 
listas con  algunos  otros  del  mismo  género,  les  da- 
ban ya  ideas  muy  diversas  de  las  c[ue  habían  traído 
sobre  la  calidad  de  nuestros  soldados  y  de  las  mili- 
cias con  quienes  venían  á  batirse.  No  pocas  veces 
habían  visto  también  con  asombro  que  nuestras 
partidas  de  caballería  no  se  limitaban  á  simples 
correrías  y  sorpresas,  sino  que  cuando  la  ocasión  se 
les  presentaba  favorable  ó  necesaria  daban  cargas 
admirables  y  correctas  como  las  mejores  tropas  de 
línea,  ó  echaban  pie  á  tierra,  como  dragones,  con 
un  brío  y  con  una  fiereza  indomable,  en  los  buenos 
lo  mismo  que  en  los  malos  trances. 

Con  estos  hechos  preliminares,  Laserna  y  Val- 
dés  comenzaron  á  comprender  cómo  era  que  los  rea- 
listas habían  podido  ser  vencidos  en  las  invasiones 
anteriores  sin  haber  logrado  hasta  entonces  sacar 
ningún  resultado  definitivo  de  sus  esfuerzos  ni  aún 
de  sus  victorias;  y  bajo  el  influjo  de  estas  impre- 
siones poco  lisonjeras,  el  general  en  jefe  hizo  pre- 
sente al  virrey  Pezuela  los  graves  temores  y  las  du- 
das que  le  asaltaban  en  cuanto  al  éxito  de  una  in- 
^•asión  para  la  cual  no  se  creía  con  medios  suficien- 
tes contra  enemigos  de  una  bravura  notoria  y  acos- 
tumbrados ya  á  vivir  combatiendo  con  ánimo  de  no 
ceder.  Según  las  ideas  de  Laserna  se  necesitaban 
dos  ejércitos  como  el  que  mandaba  para  esta  cam- 
paña; uno  para  mantener  su  línea  de  comunicacio- 
nes y  parques   de  reserva,   y  otro  para  operar  en 


49¿  CAMPANA    DEFENSIVA 

SUS  flancos  mientras  el  del  centro  marchase  sol»re 
Tucumán  y  Córdoba.  El  brigadier  Olañeta  y  su  cu- 
ñado el  coronel  Alarquiegui,  que  eran  hombres  apa- 
sionados y  de  otra  escuela,  se  reían  de  las  preocu- 
paciones clásicas  de  Laserna;  y  como  eran  de  los 
jefes  más  antiguos  de  aquel  ejército,  miraban  de  re- 
ojo, y  como  á  clasicones  de  cotufa,  á  los  nuevos  ofi- 
ciales que  habían  venido  de  Europa.  Para  ellos  todo 
consistía  en  atacar  pronto,  bravamente,  y  en  este 
sentido  le  habían  escrito  á  Pezuela  criticando  la  po- 
ca resolución  del  nuevo  general  (9). 

Pezuela  recibió  mal,  por  consiguiente,  las  indi- 
caciones de  su  sucesor,  é  insistió  en  que  era  preciso 
atacar  de  punta  por  el  frente  arrollando  los  gauchos 
hasta  ocupar  á  Tucumán  para  desembarazar  pronto 
á  Chile  del  peligro  en  que  estaba;  insistió  en  que 
con  pequeñas  divisiones  de  soldados  aguerridos  co- 
mo los  que  Laserna  tenía,  era  fácil  cortar  y  destruir 
las  guerrillas  que  lo  incomodaran  por  los  flancos. 
"El  infatigable  Pezuela  (lo)  acudía  á  cuantos  pun- 
tos era  llamada  su  atención.  Potosí  se  vio  muy 
pronto  surtido  de  una  cantidad  mayor  de  municio- 
nes y  pertrechos  de  guerra  de  la  que  tenía  antes  de 
su  incendio;  fueron  enviados  al  mismo  tiempo  al- 
gunos buques  á  Chile  con  tropas,  armamento  y  au- 
xilios pecuniarios.  Se  remitieron  igualmente  al  Al- 
to Perú  grandes  sumas  de  dinero,  refuerzos  de  tro- 
pas y  todo  lo  que  podía  necesitarse  para  llevar  á 
cabo  la  expedición  sobre  Tucumán.  Eran  tan  vivos 

(9)  García    Camba.    Memoria   sobre    las    guerras    de 
América,  vol.  I,  pág.  225 

(10)  Copiamos  á  Torrente. 


DEL    COROXEL    GUEMES    EN    SALTA  493 

los.  deseos  de  Pezuela  de  \er  realizados  sus  pro}'ec- 
tos  sobre  este  punto,  que  no  había  correo  en  el  que 
no  inculcase  al  nuevo  general  esta  idea  que  formaba 
el  objeto  principal  de  sus  desvelos.  Grande  repug- 
nancia tenía  Laserna  para  emprender  esta  marcha. 
Conocía  las  dificultades  que  se  oponían  á  su  buen 
resultado,  le  faltaba  un  cuerpo  de  reserva  que  al 
paso  que  mantuviese  en  sujeción  las  provincias  del 
Alto  Perú  le  sirviera  de  centro  para  recibir  de  él 
nuevos  recursos,  si  llegaba  á  necesitarlos  ó  para  ha- 
llar un  punto  de  apoyo  seguro  en  caso  de  algún  im- 
previsto contratiempo,  pero  se  determinó  á  dar  cum- 
plimiento á  las  órdenes  superiores,  pura  que  en  nin- 
gún tiempo  pudieran  ser  interpretados  sus  reparos 
como  falta  de  subordinación  ó  como  flojedad  de  áni- 
mo. ¡Así  pues,  había  empleado  los  últimos  meses 
del  año  de  1816  en  organizar  su  ejército,  en  pro- 
veerse de  toda  clase  de  pertrechos  de  guerra  y  en 
l^roporcionarse  acémilas  para  principiar  aquella  im- 
portante operación ! .  .  .  Mas  el  pomposo  aparato  de 
los  europeos  y  su  táctica  no  bastaban  para  hacer 
la  guerra  en  América.  Se  necesitaban  soldados  acos- 
tumbrados á  aquel  clima  y  que  conociesen  parti- 
cularmente al  enemigo  que  iban  á  combatir,  su  ca- 
rácter, sus  inclinaciones,  sus  astucias  y  sus  ardi- 
des", dice  Torrente. 

Se  preparaba  como  se  ve  un  drama  ardiente  y 
terrible  en  la  provincia  de  Salta.  Para  pasar  á  Chile 
era  preciso  que  San  Martín  y  el  país  descansasen 
en  la  confianza  de  que  Güemes  defendería  palmo  á 
palmo  el  suelo  de  la  patria,  contra  la  invasión  de 
un  ejército  que  era  sin  disputa  el  mejor  que  había 
pisado  en  la  América  del  Sur  después  de  los  ingle- 
ses de  Whitelocke. 


494  CAMTANA    DEFENSIVA 

Cuando  el  éxito  ha  consagrado  los  resultados  de 
un  problema  político  ó  de  un  problema  de  guerra, 
es  muy  fácil  mirarlo  como  un  efecto  natural  de  las 
cosas,  y  tomar  en  menos  la  parte  del  esfuerzo  indi- 
vidual y  del  de  conjunto  que  ha  costado,  es  decir, 
del  genio  y  de  la  abnegación  con  que  se  ha  conse- 
guido. Pero  si  se  compara  el  fracaso  miserable  de 
Carrera  en  la  defensa  de  Chile,  el  de  Artigas  en  la 
defensa  de  la  Banda  Oriental  contra  el  ejército  por- 
tugués, y  si  se  toma  en  cuenta  la  inmensa  diferen- 
cia que  separaba  las  tropas  de  Laserna,  de  las  tro- 
pas de  Gainza  ó  de  Lecor,  sobre  todo,  si  se  reflexio- 
na en  la  superioridad  y  en  la  competencia  de  los  je- 
fes y  de  la  oficialidad  cjue  acompañaban  al  primero, 
se  comprenderá  bien  cuanto  más  serio  era  el  con- 
flicto en  que  iba  á  operar  Güemes  y  cuanto  más 
grande  fué  la  victoria  que  obtuvo,  cuando  después 
de  haber  bazuqueado  y  estropeado  en  cien  encuen- 
tros parciales  á  los  vencedores  de  Bailen  y  de  Ta- 
¡avera,  acabó  por  humillar  el  orgullo  de  sus  líneas 
veteranas  en  dos  grandes  combates,  cjue  fueron  más 
bien  dos  gloriosas  batallas,  obligándolos  á  una  re- 
tirada precipitadísima  sin  la  que  no  se  hubieran  sal- 
\ado  de  la  vergüenza  de  una  capitulación,  que  cada 
día  se  hacía  más  inminente  para  ellos.  Este  precio- 
so resultado  fué  la  obra  de  una  campaña  preparada 
por  el  jefe  patriota  con  suma  previsión  y  con  un 
método  admirable,  que  puso  en  relieve  la  energía 
de  lias  provincias  argentinas  cuyos  habitantes  se 
mostraron  soldados  con  una  bravura  c¡ue  no  ha  sido 
superada  en  ninguna  otra  parte  del  mundo.  Nues- 
tra historia  debe,  pues,  realzar  con  esmero  esta  pá- 
gina gloriosa  donde  brillan  tanto  los  rasgos  acen- 
tuados de  nuestro  país.     . 


DEL    CORONEL    QUEMES    EX    SALTA  495 

Por  más  que  el  general  San  Martín  hubiera  pro- 
curado ocultar  sus  preparativos,  Pezuela  tenía  da- 
tos fehacientes  para  suponer  que  su  propósito  era 
moverse  sobre  Chile,  de  octubre  á  diciembre  de 
1816;  así  es  que  para  impedirlo  ordenó  categórica- 
mente á  Laserna  que  se  pusiese  en  marcha  sobre 
nuestras  fronteras  y  que  invadiese  á  Salta  en  el  mes 
de  septiembre  á  más  tardar. 

En  ese  tiempo,  Güemes  estaba  ya  pronto  para 
recibir  á  los  enemigos  que  venían  á  buscarlo.  Había 
dispuesto  sus  fuerzas  con  habilidad,  no  sólo  por 
los  puntos  en  que  las  había  situado,  sino  por  las 
aglomeraciones  proporcionadas  con  que  había  dis- 
tribuido su  número  para  que  tuviesen  consistencia 
y  empuje  propio  cada  una  en  su  terreno.  Así  es  que 
cuando  el  general  Belgrano  le  escribía  inquieto, 
avisándole  que,  según  sus  informes,  de  un  momen- 
to á  otro  debía  ser  invadida  la  provincia  de  Salta  y 
que  activase  sus  medidas  para  recibir  al  enemigo, 
Güemes  le  contestaba:  "Seguramente  intentan  in- 
comodarnos con  falsos  amagos.  .  .  pero  se  engañan. 
Tiempo  ha  que  todo  está  dispuesto  de  un  modo. 
que,  á  mi  primera  voz,  se  presentarán  los  bravos 
que  les  han  de  hacer  sentir  todo  el  peso  del  rigor,  sin 
que  sea  necesario  mientras  llega  ese  dichoso  día  que 
se  separen  de  sus  labores  y  talleres  ni  del  lado  de 
sus  familias"  (ii).  He  aquí  la  clase  de  soldados 
con  que  Güemes  se  proponía  contener  á  los  discí- 
pulos de  Wéllington  y  de  Castaños  que  venían  de 
vencer  á  Dupont  y  á  Junot,  á  Mctor,  á  Soul  y  á 
Suchet. 

(11)     Oficio  de  Güemes  del  30  de  diciembre  de  i8ió. 


40  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

Entre  el  Alto  Perú  y  las  Pro\  incias  Argentinas 
no  hay  sino  un  camino  estratégico  por  donde  un 
ejército  invasor  pueda  operar  de  frente  con  todo  su 
material.  Ese  camino  es  el  de  la  Quebrada  de  Hii- 
ma-HiLackac,  angostura  estrechada  por  masas  áspe- 
ras de  montañas  al  uno  y  al  otro  lado.  Por  el  lado 
del  norte,  esta  angostura  ó  Quebrada  comienza  en 
las  haciendas  de  Yavi  (12),  y  del  Tojo,  terminando 
por  el  lado  del  sur  en  Huc-Kya  y  Till-Kara  (13). 
Las  sierras  en  que  se  encajona  este  trayecto  forman 
un  laberinto  de  rajaduras  que  producen  algunos 
desfiladeros  por  donde  se  puede  pasar  á  Tarija  y 
Oran  (14)  tomando  al  naciente,  y  al  Despoblado 
tomando  al  poniente.  Hacia  el  lado  de  Tarija  las 
montañas  comienzan  á  descender  en  la  dirección 
del  río  Bermejo,  formando  valles  y  depresiones  on- 
dulosas  llenas  de  grandes  selvas  y  campos  pasto- 
sos, que  se  unen  en  una  sola  región  con  Oran  y  con 
el  Cliacii-Huallampa,  al  oriente  de  Jujuy  y  de  Sal- 
ta. El  Despoblado  es  una  aglomeración  de  mesetas 
iplateanx)  situadas  dentro  de  las  cumbres,  que 
unen  la  provincia  de  Jujuy  con  las  ramificaciones 
fundamentales  de  los  Andes  por  el  lado  de  poniente, 
donde  pacían  los  rebaños  y  ganados  de  las  pingües 
haciendas  de  Cuchin-Hucka  (15),  de  la  Rinconada, 
del  Puesto  y  del  Toro,  pertenecientes  todas  á  la  ilus- 

(12)  Palabra   española   corrompida   por   llave   ó   en- 
trada. . 

(13)  Huc-.Kia:  la  Bajada  angosta — Tilla  ó  Till-cara: 
los  bárbaros. 

(14)  Tarik:  Los  valles — Oran  ó   (Uran)    las  tierras 
llanas  y  bajas. 

(15)  El    Bajo    de    los    Chanchos    que    generalmente 
pronuncian  Cuchinoca. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  497 

tre  familia  de  Campero  Pérez  de  Uriondo,  cuyo  pri- 
mogénito, inmensamente  rico,  gozaba  del  titulo  de 
marqués  de  Yavi  y  del  Tojo.  Y  hago  notar  estos 
detalles  por  la  relaci(3n  indispensable  que  tienen  con 
los  graves  acontecimientos  que  voy  á  referir. 

Así  pues,  para  entrar  en  el  territorio  argentino, 
el  ejército  realista  estaba  obligado  á  bajar  forzosa- 
mente por  la  Quebrada  de  Hiiiua-Huackac  dejando 
á  su  flanco  izquierdo  los  desfiladeros  intrincados  y 
portezuelos  de  Tari  ja  y  de  Oran,  y  á  su  flanco  de- 
recho las  mesetas  y  las  obras  del  Despoblado.  Fue- 
ra del  camino  del  centro  de  la  Quebrada  es  impo- 
sible bajar  estratégicamente  del  Alto  Perú  á  los  te- 
rritorios argentinos.  La  dificultad,  pues,  que  esta 
campaña  ofrecía  á  los  realistas,  era  que  no  podían 
desembocar  en  la  provincia  de  Jujuy  sin  exponer 
sus.  flancos  y  su  retaguardia  á  las  fuerzas  argenti- 
nas que  operasen  contra  ellos  por  el  lado  de  Oran 
y  del  Bermejo. 

Güemes  había  dispuesto  su  plan  de  defensa  en 
esta  forma.  Sus  fuerzas  se  proyectaban  en  dos  lí- 
neas oblicuas,  á  manera  de  un  abanico  cuyo  ángulo 
se  cerraba  en  la  ciudad  de  Salta,  donde  tenía  su 
cuartel  general.  La  línea  de  la  derecha  oblicuaba 
sobre  Oran,  que  era  el  punto  de  apoyo  de  las  di- 
visiones avanzadas  que  debían  cubrir  los  valles  in- 
termedios hasta  Tarija.  La  línea  de  la  izquierda 
oblicuaba  hasta  la  Rinconada,  una  de  las  hacien- 
das del  marqués  del  Tojo  situada  en  el  extremo  no- 
roeste del  Despoblado,  con  avanzadas  sobre  Cu- 
chin-Hucka  y  sobre  Abra-Pampa,  dos  puntos  tan- 
gentes con  los  desfiladeros  de  la  Quebrada,  que  es 
como  una  espina  dorsal  en  el  centro. 

HIST.   DE  LA   REP.   ARGENTINA.  TOMO   VL — ^2 


498  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

La  línea  de  la  derecha  estaba  á  carf^'o  de  dos 
hombres  sólidos  y  de  una  actividad  incesante.  ]\Ian- 
dal)a  las  fuerzas  de  Oran,  donde  como  hemos  di- 
cho estaba  la  base  del  flanco  derecho,  el  teniente  c<v 
ron^l  don  Manuel  Eduardo  Arias,  y  el  cuerpo  avan- 
zado sobre  Tarija  estaba  á  las  órdenes  de  Pérez  de 
Uriondo,  pariente  del  marqués  de  Yavi  y  amigo 
personal  de  Güemes  desde  la  infancia.  Entre  las 
dos  divisiones  componían  un  total  de  mil  doscien- 
tos hombres  de  milicia  bien  organizada,  con  un  pi- 
quete veterano  de  cien  Dragones  Infernales  (16)  al 
mando  del  mayor  don  Francisco  Gorriti,  conocido 
con  el  nombre  de  Pachi.  Estas  fuerzas,  así  como 
todas  las  otras  que  obedecían  las  órdenes  de  Güe- 
mes, estaban  armadas  con  sable,  con  fusil,  con  bo- 
leadoras y  con  lazo,  y  usaban  generalmente  guarda- 
montes de  cuero,  lo  que  no  sólo  les  daba  mucha  su- 
perioridad para  maniobrar  dentro  de  las  selvas,  si- 
no cjue  les  servía  para  azorar  al  enemigo  por  el 
estrépido  de  sus  cargas,  haciendo  aparecer  cada  par- 
tida con  triple  número  del  que  realmente  tenía. 

La  línea  de  la  izquierda  estaba  aparentemente  al 
cargo  del  marqués  de  Yavi,  que  habiéndose  decla- 
rado patriota  decidido,  se  había  dado  (él  mismo) 
el  grado  de  coronel  mayor.  Aunque  el  marqués  era 
hombre  inepto  para  la  milicia,  ofrecía  la  ventaja  de 
ser  muy  rico  y  de  sostener  sus  fuerzas  con  los  nu- 
merosos arrendatarios  ó  siervos  de  sus  campos  del 
Despoblado  y  había  sido  indispensable  contem.po- 
rizar  con  el  título  y  con  el  mando  que  había  asu- 
mido; pero  quien  realmente  dirigía  todas  esas  tro- 

(16)     Cuerpo  veterano  de  dragones. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  499 

pas  era  el  teniente  coronel  don  Juan  José  Ouesada, 
militar  de  línea  á  quien  se  le  suponían  aptitudes,  y 
que  habiendo  desertado  poco  antes  del  ejército  de 
Rondeau,  había  tomado  servicio  con  Güemes  y  pa- 
sado de  allí  á  asesorar  y  dirigir  al  marqués.  Esta 
linea  constaba  de  novecientos  hombres. 

En  la  línea  del  centro,  que  era  la  que  debía  for- 
mar el  eje  de  las  fuerzas  que  operaban  en  las  dos 
líneas  oblicuas  que  he  descrito,  mandaba  el  mismo 
Güemes :  tenía  su  cuartel  general  en  Salta,  que  era 
por  consiguiente  el  punto  de  apoyo,  con  fuerzas 
avanzadas  en  la  proyección  de  la  Quebrada,  que 
entraban  ó  se  replegaban  de  frente  según  las  cir- 
cunstancias, á  las  órdenes  del  coronel  Urdininea  y 
del  teniente  coronel  don  Juan  Antonio  Rojas,  que 
era  en  quien  confiaba  Güemes  el  éxito  de  las  ope- 
raciones de  esta  parte. 

El  plan  de  Güemes  era  hacer  que  sus  divisiones 
de  la  derecha  y  de  la  izquierda  convergiesen  sobre 
los  flancos  de  la  línea  vertical  que  formaba  la  Que- 
brada, á  medida  que  los  realistas  entrasen  por  ella, 
de  manera  que  cuando  estos  saliesen  á  los  valles 
abiertos  de  Salta,  encontrasen  obstruida  su  comu- 
nicación con  sus  puntos  de  apoyo  y  con  todos  los 
puestos  de  su  retaguardia,  ó  bien  tuviesen  que  di- 
seminar gruesas  divisiones  á  derecha  é  izciuierda, 
debilitando  el  centro  de  su  marcha  ó  estacionán- 
dola mientras  operaban  por  desembarazar  sus  flan- 
cos. Dueño  él  entonces  de  ocurrir  adonde  fuera  ne- 
cesario aglomerar  mayores  fuerzas,  creía  poder  ba- 
tir al  enemigo  en  cualquiera  de  estas  hipótesis,  ple- 
gando, por  decirlo  así,  las  partes  movibles  del  aba- 
nico  en  cualc[uiera   de   sus   tres  puntos  cardinales, 


500  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

para  ser  allí  el  más  fuerte,  ni: entras  que  los  realis- 
tas estaban  en  imposibilidad  de  concentrarse  á  unu 
ó  á  otro  lado  con  la  misma  precisión.  La  base  de 
las  fuerzas  del  ceniro  era  el  regimiento  de  Dragones 
Infernales  apoyado  por  la  población  campesina  de 
las  inmediaciones  de  la  ciudad,  cuya  bravura  y  de- 
cisión podia  ponerse  á  toda  prueba  sin  riesgo  al- 
guno de  que  flaquease. 

Para  que  una  campaña  defensiva  pueda  dar  re- 
sultados y  hacer  retrogradar  al  enemigo,  es  menes- 
ter que  en  el  sistema  de  movimientos  que  se  coor- 
dinen haya  un  punto  movible  cuya  fuerza  pueda 
tener  iniciativa  y  acción  propia  para  ofender  al 
invasor,  al  mismo  tiempo  que  todo  el  resto  de  los 
esfuerzos  se  concretan  á  la  defensiva.  Güemes  no 
podía  llevar  esta  iniciativa  ofensiva  por  el  lado  de 
Oran,  pues  estando  descuberto  su  flanco  por  ese 
costado  tenía  que  aglomerar  en  él  medios  defensi- 
vos que  cubriesen  á  Salta.  Por  el  centro  tampoco 
podía  contener  á  tropas  como  las  del  ejército  rea- 
lista, poniéndose  frente  á  frente  con  ellas  antes  de 
bazuquearlas.  Pero,  como  su  costado  izquierdo  es- 
taba cubierto  por  el  Despoblado  y  por  las  ramifi- 
caciones de  los  Andes,  que  caen  por  ahí,  podía  dis- 
minuir allí  las  fuerzas  defensivas,  poniendo  pura- 
mente fuerzas  flanqueadoras  que,  abrigadas  en  las 
Punas,  incomodasen  y  pusiesen  en  conflicto  al  ene- 
migo obligado  á  guardar  sus  puestos  de  retirada  y 
de  retaguardia.  Esta  parte  de  la  obra  era  la  que  es- 
taba encomendada  al  marqués  de  Yavi. 

Xi  el  general  realista  don  José  de  Laserna,  ni 
los  otros  jefes  que  lo  acompañaban,  eran  hombres 
á  quienes  pudiera  esconderse  la  base  estratégica  de 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  50! 

la  defensa  tomada  así  en  general.  La  naturaleza  del 
terreno  en  que  iban  á  operar,  y  los  primeros  en- 
cuentros que  tuvieron  con  las  guerrillas  de  avan- 
zadas, bastaron  á  convencerlos  de  que  Güemes  se 
proponía  obrar  vigorosamente  por  los  flancos  antes 
de  ofrecerles  oposición  verdadera  por  el  frente.  Su- 
poniendo también,  como  era  natural,  que  sus  prin- 
cipales masas  estuvieran  aglomeradas  entre  Oran 
y  Tarija,  Laserna  formó  dos  fuertes  columnas :  pu- 
so una  de  ellas  al  mando  del  coronel  ]\Iarquiegui 
para  que  corriéndose  sobre  su  izquierda  fuese  á 
ocupar  sólidamente  á  Tarija;  mientras  la  otra,  á  las 
órdenes  de  Olañeta,  iba  á  colocarse  en  Yavi  para 
despejar  la  Quebrada  y  mantener  por  su  izquierda 
las  comunicaciones  con  la  otra  columna  de  modo 
que  llegado  el  caso  pudieran  ambas  combinarse.  Xo 
bien  se  inició  el  movimiento  cuando  las  guerrillas 
descubridoras  de  los  patriotas  comenzaron  á  reco- 
rrer con  g'rande  actividad  los  puntos  inmediatos, 
molestando  vivamente  á  las  guardias  realistas;  y  á 
medida  que  la  ocupación  de  Tarija  se  revelaba  como 
una  operación  sólida  y  determinada,  las  masas  de 
los  patriotas  se  aglomeraban  también  de  día  en  día 
hacia  ese  costado,  de  modo  que  ]\Iarquiegui  se  abs- 
tuvo de  pasar  adelante  sobre  Oran,  é  informó  á  La- 
serna  de  que  siendo  serias  y  numerosas  las  fuerzas 
que  tenía  á  su  frente,  no  consideraba  prudente  ba- 
jar á  los  llanos  y  comprometerse  en  una  marcha  so- 
bre Oran  con  peligro  de  ser  envuelto  y  de  tener  que 
retirarse  en  malas  condiciones ;  y  hacía  notar  la  con- 
veniencia de  que  todo  el  ejército  operase  sobre  la 
Quebrada  para  desahogar  su  división. 

La  columna  de  Olañeta  tenía  también  compro- 


502  CAMPANA    DEFENSIVA 

metida  su  derecha;  pues  desde  que  había  amagado 
entrar  á  la  Quebrada,  Güemes  había  reforzado  la 
división  del  marqués  (i/)  para  que  operase  viva- 
mente sobre  el  flanco  enemigo  y  sobre  la  retaguar- 
dia, si  es  que  esa  columna  se  aventuraba  á  meterse 
en  la  angostura.  Era  claro  cjue  para  hacerlo,  el  jefe 
enemigo  tenía  que  fraccionarse  y  diseminar  pique- 
tes á  su  espalda  y  por  sus  costados;  de  modo  que 
Güemes  contaba  con  destrozárselos  en  detalle  y  por 
sorpresas,  hasta  obligarlo  á  retrogradar  para  po- 
nerse fuera  de  su  alcance. 

El  precioso  y  pronto  resultado  que  dio  esta  com- 
binación de  operaciones  fue  tan  rápido  que  á  todos 
les  pareció  muy  natural.  Para  toda  la  línea  patrio- 
ta, de  Tarija  al  Despoblado,  había  venido  á  ser 
evidente  que  los  realistas  tenían  que  retirarse,  por 
la  superioridad  de  las  fuerzas  que  los  iba  envolvien- 
do por  cada  uno  de  los  flancos  y  por  el  centro  don- 
de el  comandante  Rojas  y  los  Infernales  comenza- 
ban á  ganar  una  terrible  nombradía.  El  teniente  co- 
ronel Uriondo  desde  Tarija,  el  marqués  desde  el 
Despoblado,  y  todas  las  otras  divisiones  estaban, 
pues,  convencidas  que  de  un  momento  á  ot;-o  los 
realistas  tenían  que  pronunciarse  en  retirada.  Y  en 
efecto :  tanto  Marquiegui  como  Olañeta  se  veían 
imposibilitados  de  adelantar  y  de  mantenerse  en 
aquella  situación.  Así  es  que  las  dos  columnas  re- 
trogradaron repentinamente :  la  de  IMarquiegui  ha- 
cia Livi-Livi^  y  la  de  Olañeta  por  la  quebrada  de 
Sacocha  hacia  Suipacha,  alejándose  con  precipita- 
ción de  las  fronteras  argentinas.  Era  tan  natural  y 

(17)     Parte  oficial  de  24  de  septiembre  de  1816. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  5O3 

tan  esperado  este  movimiento,  que  todos  los  jefes 
de  las  avanzadas,  Uriondo  desde  la  derecha,  el  mar- 
qués desde  la  izquierda,  y  Rojas  al  centro,  le  co- 
municaron á  Güemes  simultáneamente  la  retirada 
del  enemigo,  diciéndole  que  ellos  lo  seguían  tomán- 
dole prisioneros,  armas  y  parte  de  los  pertrechos 
que  iba  dejando.  "Xada  tiene  de  extraño  (le  decía 
Güemes  al  general  Belgrano)  que  el  enemigo  en- 
gañado, seducido  ó  mal  aconsejado  hubiese  avan- 
zado hasta  la  angostura  de  Huacka-lera^  como  he 
dicho  á  Vuestra  Excelencia  en  mis  anteriores  no- 
tas, creyendo  que  acaso  penetraría  hasta  el  pueblo 
de  Jujuy.  Pero  seguramente  allí  se  desengañó  de 
su  loca  temeridad,  tal  vez  por  noticia  privada  que 
tuvo  de  mis  ejecutivas  medidas  de  defensa,  y  ha 
retrocedido  con  tal  precipitación  que  en  un  día  ha 
perdido  el  terreno  que  había  ganado  en  tres .  .  .  Hu- 
yen ahora  desengañados  por  su  propia  experiencia 
de  que  jamás  serán  capaces  de  atentar  contra  los 
sagrados  derechos  de  los  pueblos  que  han  jurado 
ser  libres,  y  que  la  digna  provincia  de  mi  mando 
es  y  será  la  barrera  inexpugnable  que  pondrá  tér- 
mino á  sus  agresiones" . 

Como  Güemes  al  saber  que  los  realistas  baja- 
ban por  Huma-Huackac  había  movilizado  las  mi- 
licias y  las  fuerzas  del  centro,  esto  es,  de  los  su- 
burbios y  distritos  rurales  de  la  ciudad  de  Salta, 
mandó  licenciarlas  al  ver  que  aquéllos  se  retiraban 
echándoles  ó  repartiendo  una  proclama  un  tanto 
jactanciosa  y  patriotera  como  era  de  moda;  y  com- 
prendiendo la  importancia  que  tenía  la  fuerza  del 
marqués  ahora  que  se  trataba  de  posesionarse  de 
Yavi  y  de  seguir  mordiendo  en  los  flancos  del  ene- 


504  CAMPANA    DEFENSIVA 

migo,  le  dice  al  general  Belgrano  con  la  misma  fe- 
cha :  "Hoy  mismo  salen  dos  cargas  de  municiones 
al  Toro  para  habilitar  500  hombres  que  de  los  Vac- 
iles he  mandado  salir  en  auxilio  del  marqués,  los 
que  estarán  con  él  dentro  de  tres  días". 

Entre  las  cosas  que  los  realistas  abandonaron  en 
la  retirada  quedó  el  equipaje  de  un  oficial  en  el  que 
se  tomó  una  carta  del  coronel  Ostria,  de  la  que  voy 
cá  insertar  un  fragmento  característico  para  mostrar 
los  cuidados  que  los  nuestros  inspiraban  á  los  ene- 
migos :  "Nosotros  vamos  á  salir  á  hacer  lo  mismo 
con  los  caudillos  Urdininea,  Rojas,  Aparicio  y  una 
gavilla  de  h.  .  .  d.  .  .  p.  .  .  que  andan  por  acá  con 
Dragones  Infernales  y  gauchos  queriéndonos  ata- 
car. .  .  El  señor  general  ha  venido  á  la  vanguardia, 
ha  habido  junta  de  jefes  y  se  ha  determinado  que  la 
vanguardia  baje  á  Humahuaca  para  donde  vamos 
á  salir". 

Sin  embargo,  Güemes  no  estaba  del  todo  con- 
vencido que  la  retirada  enemiga  no  encubriese  al- 
gún proyecto  disimulado  para  conseguir  una  sor- 
presa; así  es  que  en  otra  comunicación  que  dirigía 
al  general  Belgrano  mostraba  toda  la  sagacidad  de 
sus  previsiones  y  la  habilidad  estratégica  de  sus 
medidas.  "El  enemigo  no  nos  ha  permitido  poner 
en  ejecución  los  planes  concertados  con  Vuestra 
Excelencia,  pues  esa  retirada  tan  indecorosa  y  tan 
perjudicial  para  ellos,  la  han  hecho  sin  más  motivo 
que  el  haber  sabido  que  yo  me  movía;  de  modo  que 
no  solamente  se  han  fugado  los  de  Ya  vi  dejando 
muchas  cosas,  y  tomando  el  peor  camino,  sino  que 
quedan  desconcertados  sus  planes".  Sin  embargo 
de  esto,   Güemes  agregaba  que  no  estaba  lejos  de 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  505 

sospechar  que  esta  retirada  fuese  "una  combina- 
ción" para  cortar  las  fuerzas  del  marqués,  y  mandó 
inmediatamente  que  el  jefe  de  vanguardia  con  "los 
Infernales  y  Gauchos"'  avanzase  por  la  Quebrada 
hasta  Cangrejos  y  que  el  comandante  Arias  viniese 
también  rápidamente  desde  la  derecha  hasta  Corral 
Blanco. 

Esta  previsión  fué  sumamente  feliz,  porque  lo 
que  él  preveía  era  precisamente  lo  que  había  suce- 
dido. Los  comandantes  Rojas  y  Ruiz  Llanos  ocu- 
paron á  Yavi  el  1 1  de  noviembre :  el  marqués  ocupó 
el  Puesto,  punto  que  queda  á  la  izquierda  de  Yavi, 
Arias  ocupó  el  14  el  Corral  Blanco  á  la  derecha,  y 
Urdininea  se  situó  en  Cangrejos.  Entre  tanto  01a- 
ñeta  y  Marquiegui,  reuniéndose  en  la  Marquina, 
desanduvieron  rápidamente  la  Quebrada  de  Sococha 
y,  cayendo  el  día  15  sobre  el  marqués,  que  estaba 
situado  en  el  Puesto,  lo  destrozaron  completamente 
tomándolo  prisionero  á  él  y  á  Quesada,  y  haciendo 
una  matanza  considerable  de  soldados  y  oficiales. 
Pero  cuando  quisieron  cruzar  sobre  su  izquierda 
para  cortar  á  Ruiz  Llanos  y  á  Rojas  que  ocupaban 
el  centro  de  la  línea  de  agresión,  se  encontraron  con 
la  fuerza  que  Güemes  había  avanzado  á  Cangrejos, 
y  no  pudieron  ni  sorprenderla  ni  evitar  que  la  van- 
guardia se  replegase  sobre  Corral  Blanco  desenre- 
dándose  del   conflicto. 

Güemes  recibía  en  esto  el  castigo  de  la  condes- 
cendencia que  había  tenido  permitiéndole  al  mar- 
qués del  Tojo  que  se  tomase  el  mando  de  un  punto 
tan  interesante  como  aquel,  punto  que  si  bien  no 
era  en  rigor  la  base  de  la  defensa,  era  por  lo  menos 
la  línea  ofensiva  más  eficaz  que  podía  llevarse  so- 


506  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

bre  el  flanco  y  la  retaguardia  del  enemigo.  El  gene- 
ral Paz,  que  no  ha  creído  propio  de  sus  Memorias 
estudiar  con  precisión  las  operaciones  ni  el  plan  ge- 
reral  de  campaña  seguido  por  Güemes,  suelta  de 
paso  y  como  para  mero  adorno  pintoresco  algunas 
noticias  burlescas  sobre  la  malhadada  campaña  del 
marqués  y  sobre  su  grotesca  figura  militar.  Dice- 
(jue  impartía  sus  órdenes,  que  firmaba  sus  notas  y 
daba  sus  partes  con  el  título  teatral  de :  Don  Juan  Jo- 
sé Fernánde::  Campero,  Maturena  del  Barranco, 
Pérez  de  Uriondo,  Hernández  de  la  Lanza,  Marqués 
del  Valle  del  Tojo,  Vizconde  de  San  Mateo,  Coman- 
dante General  de  la  Puna,  y  Coronel  del  primer  Re- 
gimiento Peruano,  etc.,  etc.  En  las  Gacetas  del  tiem- 
po encontramos  muchos  partes  y  notas  del  mar- 
qués, pero  su  nombre  no  figura  con  título  alguno 
aristocrático,  sino  simplemente  Fernández  Campe- 
ro, coronel  mayor.  Verdad  es  que  ya  Güemes,  ya 
otros,  y  aún  las  mismas  Gacetas,  lo  designan  co- 
rrientemente con  el  nombre  del  Marqués.  Según 
el  mismo  general  Paz,  el  marqués  hizo  una  ridicula 
figura  en  la  derrota;  aunque  sorprendido,  pudo  ha- 
ber escapado,  pues  sus  criados  y  dependientes  le 
montaron  á  tiempo  en  un  buen  caballo,  pero  agre- 
ga que  era  tal  el  susto  que  se  había  apoderado  de 
su  ánimo,  que  apenas  quería  andar  se  resbalaba  y 
caía  pesadamente  por  uno  de  los  dos  lados;  de  mo^ 
do  que  en  este  empeño  inútil  por  hacerlo  cabalgar 
llegaron  algunas  partidas  enemigas  que  se  apode- 
raron de  él.  No  es  exacto,  sin  embargo,  lo  que  dice 
este  mismo  cronista,  que  el  coronel  don  Juan  José 
Ouesada,  alma  y  voluntad  de  aquella  fuerza,  hu- 
biese huido  y  escapado  de  los  vencedores  á  uña  de 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  507 

caballo,  abandonando  á  su  jefe  titular :  el  coronel 
Ouesada,  que  si  tenía  defectos  de  carácter  no  era 
por  cierto  un  cobarde,  cayó  también  prisionero  (i8) 
al  hacer  esfuerzos  por  reunir  alguna  tropa,  y  fué 
llevado  á  los  Castillos  del  Callao  (19). 

De  todos  modos  el  desgraciado  marqués  era  un 
patriota  de  mérito.  En  los  primeros  días  de  la  Re- 
volución se  había  declarado  partidario  del  rey;  pero 
reaccionó  en  18 13,  y  se  puso  al  servicio  de  la  inde- 
pendencia no  sólo  con  su  dinero  sino  con  el  de  los 
miembros  de  su  familia  y  con  la  numerosa  servi- 
dumbre de  quichuas  y  criollos  que  vivía  en  sus  ha- 
ciendas. En  el  fondo,  según  me  han  dicho,  no  era 
otra  cosa  que  un  buen  hombre,  inocentón,  rollizo 
y  cotudo  también  según  he  oído,  cuyo  espíritu  es- 
taba probablemente  en  el  siglo  xvi,  todo  lo  cual 
hacía  mucho  más  meritoria  la  cooperación  sincera' 
con  que  se  había  adherido  á  la  causa  de  la  indepen- 
dencia hasta  sacrificarse  por  ella  como  se  ve. 

De  todos  modos,  este  triunfo  de  los  realistas  era 

(18)  Gaceta  de  B.  A.  del  4  de  enero  de  1817. 

(19)  El  general  Paz  confunde  las  fechas  de  estos  su- 
cesos; pues  cuando  tuvieron  lugar,  él  no  estaba  ya  en 
Huma-Huackac,  como  dice,  sino  en  los  Lules  de  Tuou- 
mán :  véase  la  Gaceta  de  B.  A  del  7  de  diciembre.  A  esa  fe- 
cha, el  general  Belgrano  había  ya  retirado  de  Jujuy  todo 
el  ejército ;  y  el  cuerpo  del  señor  Paz  había  contramar- 
chado  con  los  demás.  No  fueron  tampoco  las  miserables 
partidas  con  que  el  marqués  empezó  sus  correrías  lo  que 
detuvo  á  los  realistas,  como  dice  el  general,  sino  la  ne- 
cesidad de  limpiar  su  flanco  izquierdo  donde  operaban  Pa- 
dilla y  Camargo.  El  marqués  no  tenía  fuerzas  entonces  ni 
estaba  en  movimiento  como  se  puso  después  cuando  Güe- 
mes   tomó   el   mando. 


5o8  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

importante ;  pues  aunque  no  por  haberlo  olitenido 
podían  invadir  por  el  lado  del  Despoblado,  sin  em- 
bargo, echando  una  división  fuerte  sobre  Tarija 
para  cubrir  su  izquierda,  podían  entrar  ahora  por 
Huma-Huackac,  y  desembocar  en  Jujuy,  sin  pe- 
ligro ninguno  por  su  flanco  derecho,  lo  que  ya  era 
en  sí  mismo  una  grande  ventaja  para  tropas  que, 
por  su  frente,  se  reputaban  con  razón  muy  supe- 
riores al  enemigo  con  quien  iban  á  combatir. 

Comprendiendo  que  los  vencedores  de  Yavi  tra- 
tarían de  aprovecharse  con  rapidez  de  la  ventaja  que 
habían  obtenido,  Güemes,  con  su  sagacidad  natu- 
ral, aglomeró  pronto  fuerzas  considerables  sobre  el 
flanco  izquierdo  de  los  realistas,  movilizando  una 
masa  como  de  2,500  hombres  que  escalonó  con  to- 
das sus  divisiones  en  la  linea  oblicua  que  forma  el 
terreno,  por  las  pendientes  de  los  Cerros,  desde 
Salta  á  Oran,  apoyando  su  espalda  en  Bermejo  y 
manteniendo  al  coronel  Uriondo  con  un  grueso 
cuerpo  de  guerrillas  sobre  Tarija  para  contener  á 
]Marquiegui.  De  esta  manera,  Güemes  obligaba  otra 
vez  á  los  realistas  á  que  fraccionaran  sus  fuerzas  del 
centro,  con  expediciones  parciales  sobre  su  izquier- 
da por  terrenos  en  que  la  infantería  no  sólo  perdía 
todas  sus  ventajas,  sino  que  la  caballería  misma 
quedaba  sin  movimientos  de  conjunto.  Sí  el  ene- 
migo tomaba,  pues,  este  partido,  su  cuerpo  prin- 
cipal de  invasión  tenía  que  estacionarse  para  espe- 
rar el  resultado  de  las  operaciones  de  detalle  de  la 
izquierda,  mientras  que  Güemes  podía  maniobrar 
en  toda  la  línea  concentrando  sus  fuerzas  en  cada 
uno  de  sus  puntos  sobre  cuerpos  fragmentados  y 
relativamente  más  débiles.   Pero  si  en  vez  de  esto. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  509 

los  realistas  preferían  marchar  compactos  sobre  la 
ciudad  de  Salta,  Güemes  quedaba  libre  entonces 
para  plegar  gradualmente  sus  dos  líneas  oblicuas 
y  concentrar  todas  sus  fuerzas  sobre  la  retaguardia 
y  el  flanco  izquierdo  del  enemigo,  cortándolo  y  po- 
niéndolo por  consiguiente  en  una  situación  deses- 
perada, que  podía  obligarlo  á  dar  otra  vez  su  fren- 
te á  los  puntos  por  donde  había  invadido;  y  en  este 
caso  los  cuerpos  nuevos  y  reorganizados  con  que 
ya  contaba  el  general  Belgrano  podían  en  Tucu- 
mán  (20)  entrar  en  movimiento,  de  modo  que  los 
invasores  tendrían  que  retirarse  en  derrota  hasta 
Tupiza  ó  capitular  en  Salta  como  en  el  año  1812. 

Los  generales  Laserna  y  Valdés  comprendían 
las  dificultades  de  la  campaña  y  trataban  de  proce- 
der con  pulso,  operando  poco  á  poco  sobre  su  iz- 
quierda antes  de  comprometer  la  invasión :  y  ha- 
bían hecho  que  Alarquiegui  se  estableciese  firme- 
mente en  Tari  ja  y  en  los  valles  de  la  Concepción, 
desde  donde  ellos  suponían  que  podía  adelantar 
gradualmente  hasta  dominar  la  línea  de  Oran.  Pe- 
ro mientras  preparaban  estos  trabajos,  el  virrey  Pe- 
zuela,  bien  informado  de  que  de  un  momento  á  otro 
pasaba  los  Andes  San  Martín,  y  queriendo  evitar- 
lo con  un  ataque  brusco  hasta  Córdoba,  expidió  ór- 
denes categóricas  á  Laserna  de  que  invadiese  in- 
mediatamente por  el  centro,  sin  ninguna  clase  de 
demora.  La  vanguardia  del  ejército  realista  entró, 
pues,  en  la  Quebrada  de  Huma-Huackac  arrollan- 
do las  avanzadas  argentinas,  y  ocupó  á  Jujuy  des- 

(20)  El  número  2  mandado  por  Bustos,  el  7  por  Lu- 
zuriaga,  el  10  por  Pinto  y  los  dragones  por  Zelaya. 


5IO  CAMPANA    DEFENSIVA 

pues  de  algunos  encuentros  .  de  detalle  que  fueron 
mucho  más  sangrientos  de  lo  que  debieron  haberlo 
sido  en  un  movimiento  de  frente  en  que  no  era  po- 
sible contener  al  invasor.  Pero  tal  era  el  encarniza- 
miento y  el  entusiasmo  de  los  gauchos,  que  en  cada 
angostura  hacían  pie  luchando  hasta  el  último  tran- 
ce, en  términos  que  los  realistas  mismos  tenían  que 
preconizar  la  gloria  que  según  ellos  ganaban,  cuan- 
do venciendo  estas  resistencias  daban  un  paso  ade- 
lante y  hacían  retrogradar  á  Gorriti,  á  Ruiz  Llanos 
y  á  otros  de  los  comandantes  de  la  vanguardia. 

La  vanguardia  realista  ocupó  á  Jujuy  como  era 
de  esperarse,  Marquiegui  se  adelantó  entonces  so- 
bre Oran  donde  también  entró;  de  modo  que  los 
generales  Laserna  y  Valdés,  con  el  cuerpo  del  ejér- 
cito, pudieron  entrar  francamente  en  la  Quebrada. 
Para  adelantarse  fortificaron  el  cementerio  de  Hu- 
ma-Huackac  demoliendo  la  capilla  y  construyendo 
en  ella  un  buen  reducto  con  artillería,  donde  dejaron 
una  guarnición. 

Entre  tanto,  establecidos  ya  en  Jujuy,  tenían  que 
sostener  combates  diarios  para  procurarse  forrajes 
y  víveres  frescos;  y  eran  tan  bravas  las  partidas 
que  recorrían  todo  el  terreno,  que  para  proporcio- 
narse esos  recursos  indispensables  tenían  que  salir 
regimientos  enteros  para  poder  hacer  resistencia  só- 
lida, mientras  los  colectores  trabajaban  de  prisa, 
porque  cada  encuentro  era  terriblemente  sangriento 
y  muy  disputado  como  hemos  dicho. 

El  día  6  de  febrero  (1817)  el  escuadrón  de  los 
Extremeños,  que  eran  los  mejores  soldados  de  ca- 
ballería que  traían  los  realistas,  salió  de  Jujuy  á  fo- 
rrajear en  los  potreros  de  alfalfa  de  San  Pedrito. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  5II 

^Mientras  los  cortadores  del  pasto  desempeñaban  su 
trabajo,  el  escuadrón  referido  ocupaba  uno  de  los 
cercos  del  potrero,  y  había  colocado  sus  partidas  de 
observación  en  el  Carril  y  en  otros  puntos  sospe- 
chosos. Luego  que  fué  informado  de  esto  el  coman- 
dante don  Juan  Antonio  Rojas,  tomó  cien  hombres 
de  Infernales  con  un  escuadrón  de  gauchos,  y  ade- 
lantó sus  bomberos  para  conocer  bien  la  posición 
que  ocupaba  el  enemigo.  ''Eran  (dice  él  mismo) 
los  mejores  y  más  valientes  soldados  que  he  visto 
en  el  ejército  del  rey;  pero  trayendo  á  la  memoria 
las  órdenes  terminantes  que  Vuestra  Señoría  me 
dio  cuando  me  arranqué  de  su  cuartel  general,  me 
resolví  á  atacar  á  los  Extremeños''.  Agrega  en  se- 
guida que  dividió  su  columna  en  tres  grupos  para 
atacar  por  los  flancos ;  pero  como  los  enemigos  lo 
habían  sentido,  tuvo  que  reconcentrar  de  nuevo  á 
los  suyos  y  los  echó  en  guerrillas.  Los  enemigos  se 
dirigieron  entonces  á  la  salida  del  potrero  para  po- 
der maniobrar,  y  queriendo  impedirlo  los  argenti- 
nos cargaron  con  un  denuedo  tal  que  aún  cuando 
recibieron  "dos  formidables  descargas  á  boca-jarro" 
al  atravesar  los  cercos  del  potrero,  cayeron  sobre  el 
enemigo  "como  unos  leones :  desbarataron  su  línea 
y  los  pasaron  á  cuchillo  concluyendo  á  casi  todos 
los  tiranos  extremeños,  de  los  cuales  por  milagro 
EXTRAORDixARio  se  salvarou  siete  que  tomamos  pri- 
sioneros .  .  .  Cuando  con  este  triunfo  me  consideraba 
ya  sin  enemigos,  se  me  presentó  una  partida  de 
quince  oficiales  muy  bien  vestidos.  Me  figuré  que 
venían  con  otra  fuerza  mayor,  y  salí  en  retirada 
después  de  reunir  la  mía;  pero  habiéndome  desen- 
gañado prontamente,  formé  el  pelotón  de  inferna- 


512  CAMPANA    DEFENSIVA 

les  y  cargué  rápidamente;  y  á  pesar  de  que  eran 
unos  hombres  que  asustaban,  di  cu  tierra  con  ellos 
á  excepción  de  tres  que  escaparon.  La  contienda 
duró  dos  horas ;  y  como  salió  de  Jnjuy  todo  el  ejér- 
cito con  mucha  artillería,  me  retiré  á  este  punto  (El 
Bordo)  donde  permaneceré  esperando  las  órdenes* 
de  Vuestra  Señoría.  Mis  soldados  han  regresado 
vestidos  con  muchas  batas,  charreteras  y  levitas. 
Se  han  tomado  como  setenta  y  tantas  armas  de  fuego 
y  otros  tantos  sables". 

Esto  decía  el  parte  del  comandante  Rojas;  y  de- 
be creerse  que  el  descalabro  fué  mucho  más  grave 
para  los  enemigos  que  lo  que  resulta  de  sus  pala- 
bras, cuando  Torrente  refiere  en  globo  el  suceso  de 
San  Pedrito  con  estas  circunstancias :  "Los  corone- 
les Olarria,  Centeno,  Carratalá,  Seoane,  Becerra 
se  cubrieron  de  gloria  en  varios  encuentros  que  tu- 
vieron con  los  gauchos  y  con  el  regimiento  insur- 
gente llamado  de  Dragones  Infernales,  en  las  in- 
mediaciones de  Tujuy:  si  bien  el  fruto  de  estas  ven- 
tajas se  perdió  en  gran  parte  en  una  sorpresa  dada 
por  los  rebeldes  en  las  mismas  puertas  de  la  ciudad 
á  los  forrajeadores  de  la  división  de  Olañeta,  cuyo 
golpe  funesto  causó  la  muerte  de  40  europeos  y  70 
americanos  con  dos  oficiales  de  los  más  valien- 
tes"  (21). 

Por  el  lado  de  Oran,  Marquiegui  se  encontraba 
también  sumamente  apurado.  Un  número  conside- 
rable de   fuerzas  le  hostilizaba  con  la  misma  bra- 

(21)  Torrente  altera  siempre  una  parte  de  los  deta- 
lles, ya  sea  para  deprimir  nuestros  triunfos  ya  para  agran- 
dar los  de  los  realistas ;  y,  sobre  tcdo,  los  de  los  europeos. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  513 

Aura,  y  no  sólo  se  había  visto  contenido  dentro  del 
pueblo  sin  atreverse  á  adelantarse  sobre  Salta,  sino 
que  los  gauchos  recorrían  por  su  espalda  todos  los 
portezuelos  de  la  Sierra  de  Santa  Victoria  y  Zenta, 
cortándole  sus  comunicaciones  con  Huma-Huac- 
kac  que  era  la  base  de  ellas  y  con  el  cuartel  general 
de  Jujuy.  El  coronel  realista  conocía,  sin  embargo, 
que  no  podía  ceder  en  aquel  punto  sin  descubrir 
todo  el  flanco  izquierdo  del  ejército  invasor,  y  ha- 
cer indispensable  su  retirada  de  Jujuy;  así  es  que, 
determinado  á  todo  sacrificio,  había  pedido  que  le 
reforzaran  prontamente,  porque  de  otro  modo  no 
podía  cerrar  al  enemigo  sus  correrías  en  el  terreno 
intermedio  hasta  Huma-Huackac. 

En  efecto :  el  bravo  comandante  don  Manuel 
Eduardo  Arias  había  dejado  al  comandante  ürion- 
do  sobre  Marquiegui ;  y  corriéndose  él  á  su  izquier- 
da por  los  desfiladeros  de  Zenta,  se  había  situado 
con  una  fuerza  considerable  sobre  la  posición  ene- 
miga de  Huma-Huackac,  sin  ser  sentido  de  nadie ; 
y  se  preparaba  allí  á  dar  el  golpe  decisivo  que  de- 
bía poner  en  evidencia  la  perfecta  habilidad  y  pre- 
cisión del  plan  de  campaña  de  Güemes.  Colocado 
en  esta  posición,  Arias  le  comunicó  á  Güemes  que 
por  sus  bomberos  había  sabido  que  la  vanguardia 
enemiga  era  como  de  dos  mil  hombres  muy  bien 
armados,  muy  buena  mozada,  con  seis  piezas  de 
cañón  y  una  caballería  regularmente  montada ;  que 
el  cuerpo  principal  del  ejército  con  el  cuartel  gene- 
ral, se  componía  de  igual  número  poco  más  ó  me- 
nos, con  ocho  piezas  y  la  escolta  del  general  bien 
montada;  que  la  reserva  constaba  de  ochocientos 
hombres,    los   que   en   aquel   momento   estaban   pa- 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO   VI.  —  33 


514  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

sando  por  la  Quebrada;  que  habían  atrincherado 
la  villa,  volteado  la  capilla  de  Santa  Bárbara,  de 
cuyo  desbarranco  habían  formado  un  reducto  ó  ba- 
tería con  artillería;  y  concluye  diciendo  estas  her- 
mosas y  sencillas  palabras,  que  prueban  el  espíritu 
de  que  estaban  animados  los  sáltenos  en  aquella  ar- 
diente lucha :  ''Yo  veo  que  se  me  proporcionan  mil 
lances  lisonjeros  para  operar  á  mi  satisfacción  en 
casos  ventajosos".  En  efecto.  Torrente  dice:  "Al 
llegar  el  general  en  jefe  á  Huma-Huackac  expidió 
proclamas,  y  como  hubiera  elegido  este  punto  pa- 
ra depósito  militar  de  retaguardia,  y  como  un  me- 
dio de  mantener  expeditas  sus  comunicaciones, 
mandó  que  fueran  construidos  parapetos  en  la  igle- 
sia y  en  el  cementerio,  á  fin  de  que  las  tropas  que 
debían  quedar  de  guarnición  tuvieran  todos  los  me- 
dios de  rechazar  victoriosamente  los  ataques  de  los 
gauchos  y  demás  cuerpos  francos,  luego  que  el  ejér- 
cito se  hubiera  alejado". 

El  27  de  febrero  cerca  de  oraciones,  y  bajo  una 
tormenta  deshecha,  movió  Arias  su  campo  y  mar- 
chó á  reunirse  con  sus  avanzadas.  Luego  que  in- 
corporó toda  la  fuerza,  se  adelantó  con  su  escolta, 
que  era  un  piquete  de  treinta  Infernales,  y  ordenó 
que  le  siguiese  en  silencio  el  resto  de  la  división. 
Caminó  así  todo  el  día  hasta  entrada  la  noche  del 
28,  y  el  29,  á  las  tres  de  la  mañana,  estaba  á  una 
legua  de  Huma-Huackac  disponiendo  la  atrevida 
sorpresa  que  procuraba  dar  sobre  el  reducto  y  las 
trincheras  del  enemigo.  Su  tropa  alcanzaba  á  200 
hombres,  ó  muy  poco  más;  Arias  la  dividió  en  tres 
trozos :  el  primero  á  las  órdenes  del  capitán  Rodrí- 
guez debía  dejar  sus  cabalgaduras  en  una  quebra- 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EN    SALTA  515 

da  inmediata  para  acometer  á  pie  la  batería ;  el  otro 
á  las  órdenes  del  capitán  Portal  debía  entrar  á  san- 
gre y  fuego  en  la  casa  del  cura  que  servía  de  cuartel 
á  los  fusileros  del  rey;  y  Arias  con  el  tercero 
debía  proteger  los  movimientos  de  uno  ú  otro  si- 
tuándose en  la  casa  de  la  Posta.  "Combinados  así, 
nos  aproximamos  á  los  puntos  señalados  con  un 
silencio  y  orden  admirables,  con  el  objeto  de  espe- 
rar á  que  amaneciese,  y  yo  personalmente  (dice) 
no  dejé  por  reconocer  tapial,  zanja,  ni  escondrijo 
alguno  del  campo.  .  .  Llegó  la  hora,  y  cuando  con 
la  más  impaciente  ansiedad  aguardaba  yo  que  obra- 
se la  primera  división,  oigo  una  descarga  tan  orde- 
nada y  completa  que  me  pareció  un  cañonazo,  y  un 
VIVA  LA  PATRIA  de  los  bravos  de  Rodríguez  que 
acababan  de  ganar  la  batería.  Lo  singular  fué  que 
penetraron  hasta  ella  sin  que  los  repetidos  alertas 
de  los  enemigos  hiciesen  convertir  la  atención  ha- 
cia los  que  daban  el  asalto,  en  términos  de  apode- 
rarse de  los  cañones  antes  que  fuesen  sentidos.  El 
z^iva  la  patria  de  nuestros  bravos  fué  contestado  con 
un  viva  el  rey  por  un  ayudante  de  artillería  que 
pudo  escapar  de  la  batería,  pero  no  á  tanta  distan- 
cia que  no  le  alcanzase  una  bala  de  fusil  disparada 
por  un  cabo  de  mi  tropa,  que  le  dejó  en  el 
sitio.  Al  oír  la  descarga,  Portal  se  dirigió  al 
cuartel  que  debía  rendir,  y  yo  á  ganar  el  de- 
pósito de  la  pólvora".  Arias  experimentó  resis- 
tencia :  el  fuego  era  vivo,  y  habiendo  caído  algunos 
de  sus  soldados,  los  demás  hicieron  un  esfuerzo 
de  bravura,  cargaron  la  guardia  de  la  pólvora  y 
la  rindieron  al  momento.  "El  oficial  realista  que 
mandaba,   escapaba  como  un  gamo  hacia  el  cuar- 


5l6  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

tel.  Pero  las  alas  del  miedo  no  pudieron  ponerle  á 
cubierto  de  la  diligencia  de  la  tropa,  que  vengó  en 
su  cabeza  las  ilustres  vidas  de  los  compañeros  per- 
didos. I\'li  gente  era  poca  y  los  peligros  llamaban 
mi  atención  á  todas  partes.  La  actividad  y  el  valor 
debían  suplir  el  número;  dejé  la  pólvora  con  una 
pequeña  custodia  y  corrí  en  auxilio  de  Portal  que 
hallaba  en  el  asalto  una  resistencia  insuperable". 
A  las  cinco  de  la  mañana,  los  realistas  pudieron  re- 
tirarse á  la  torre  de  la  capilla  donde  se  sostuvieron 
haciendo  un  fuego  porfiado;  pero  al  fin  tuvieron 
que  rendirse  al  ver  que  los  asaltantes  habían  echado 
abajo  las  puertas  y  los  iban  á  pasar  á  degüello. 
Los  realistas  perdieron  siete  piezas  hermosas  de 
cañón,  gran  cantidad  de  fusiles,  cargas  numerosas 
de  municiones,  muchos  equipajes;  200  ovejas.  80 
vacas,  60  muías ;  la  bandera  del  cuerpo  de  artillería ; 
96  ¡prisioneros,  7  oficiales  y  el  comandante  don 
Juan  Antonio  Pardo  entre  éstos  (22). 

La  destrucción  de  este  punto  capital  de  la  línea 
de  reserva,  fué  un  golpe  mortal  para  el  ejército  in- 
vasor, y  decidió  como  vamos  á  ver  de  toda  la  cam- 
paña, porque  Laserna  se  vio  obligado  á  operar  co- 
mo Güemes  quería,  es  decir,  fraccionando  su  ejér- 
cito. Comprendiendo  Laserna  la  mala  posición  que 
le  quedaba  á  Marquiegui  en  Oran  á  causa  de  este 
desastre,  puesto  que  podía  ser  cortado  y  rendido, 

(22)  Torrente  dice:  "Atacados  por  el  caudillo  Arias, 
muerto  el  capitán  de  artillería  don  Félix  de  la  Rosa,  fu- 
gados don  Narciso  Martínez  y  don  Juan  Santa-Cruz  al  ver 
el  desaliento  de  sus  compañeros  de  armas,  los  demás  fuCr 
ron  hechos  prisioneros  con  toda  la  tropa,  seis  cañones,  500 
fusiles  y  otros  varios  pertrechos. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  517 

le  avisó  inmediatamente  el  suceso;  con  lo  que  el  co- 
ronel realista  se  puso  en  una  retirada  precipitadí- 
sima hasta  Tarija  que  fué  una  verdadera  derrota. 
Laserna  se  proponía  reforzarlo  allí  prontamente  en- 
viando la  famosa  división  de  Olañeta.  Pero  como 
Uriondo  estaba  sobre  él,  al  retirarse  perdió  como 
280  hombres  de  tropa,  muchos  bagajes,  ganados  y 
municiones  que  no  podía  arrastrar  por  la  precipi- 
tación de  su  movimiento  y  por  lo  áspero  de  los  ca- 
minos que  tuvo  que  elegir. 

El  general  Laserna  había  hecho  todos  los  es- 
fuerzos imaginables  por  no  dividir  sus  tropas,  por- 
que después  que  había  comenzado  á  conocer  el  tem- 
ple y  la  disciplina  que  Güemes  había  dado  á  las  mi- 
licias de  Salta,  estaba  convencido  que  todo  su  éxito 
dependía  de  que  pudiera  llevar  compacto  su  ejér- 
cito hasta  Tucumán,  darle  una  batalla  campal  á 
Belgrano,  y  sucumbir,  ó  vencer  para  correrse  hasta 
Córdoba.  Cuando  empezó  á  ver  que  las  dificultades 
eran  más  graves  aún  de  lo  que  había  creído,  le  ha- 
bía escrito  al  virrey  Pezuela  asegurándole  que  los 
tiempos  habían  cambiado  :  que  á  cada  paso  se  en- 
contraba con  oficiales  patriotas  llenos  de  brío  y  con 
cuerpos  que  hacían  frente  con  un  denuedo  igual  al 
de  los  realistas;  y  que  se  convenciese  de  que  treinta 
mil  hombres  eran  absolutamente  indispensables  pa- 
ra hacer  una  campaña  que  pudiese  dar  el  resultado 
apetecido  de  las  Provincias  Argentinas.  El  virrey 
estaba  obcecado :  la  situación  de  Chile,  la  seguri- 
dad de  que  San  Martín  maniobraba  de  un  momento 
á  otro,  lo  tenían  angustiado  y  nervioso  (23J. 

(23)     Cuando  Laserna  estaba  en  Jujuy,   San   Martín 
entraba  va  en  Santiago. 


5l8  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

Era  preciso,  costase  lo  que  costase,  y  á  todo 
trance,  entrar  hasta  Tucumán.  y  dominar  á  Cór- 
doba. vSi  ¡Dará  ello  era  indispensable  hacer  milagros, 
^lo  había  remedio.  Laserna  tenía  que  hacerlos  y  de- 
jar airoso  al  virrey. 

Restablecida  la  prepotencia  de  Güemes  en  todo 
el  flanco  izquierdo  y  en  la  retaguardia  de  los  rea- 
listas, desde  Salta  hasta  Oran,  no  le  quedaba  á  La- 
serna  otro  remedio  que  retirarse  de  Jujuy,  ó  repo- 
ner con  doble  fuerza  el  punto  de  apoyo  de  Huma- 
Huackac,  enviando  sobre  Oran  una  división  de  mu- 
cha   fuerza    para    desde    allí    operase    sólidamente 
con  ]\Iarquiegui  arrollando  las  fuerzas  patriotas  ha- 
cia Salta,  para  despejar  el  flanco  de  la  marcha  que 
él  mismo  debía  hacer  de  frente;  y  aunque  esto  de- 
bilitaba mucho  su  columna,  las  órdenes  del  virrey 
no  le  dejaban,  como  se  ve,  otra  alternativa.  "Sor- 
prendido el  general  en  jefe  con  este  infausto  suceso 
(dice  Torrente)  dispuso  al  momento  saliese  el  bri- 
gadier   Olañeta    con    una    brillante    columna    sobre 
Oran,   á  donde   se  dirigían  los  rebeldes,   para  que 
obrando  cu  combinación  con  otra,  á  toda  costa  re- 
cuperasen la  presa  cogida  en  Humaguaca".  Torren- 
te pretende   que   Olañeta   alcanzó   á   Arias,    que   le 
mató  mucha  gente  y  que  descubrió  el  armamento 
V  la  artillería  escondida  en  unos  montes  \olviendo 
á  recuperarla:  todo  lo  cual  no  pasa  de  ser  un  ri- 
dículo cuento  que  él  mismo  forja  ó  que  otros  le  han 
hecho.   Los  primeros  partes  de  Olañeta.   según   se 
ve  en  la  Gaceta  de  Lima,  se  reducían  á  decir  que 
había  dispersado  y  corrido  en  todos  sentidos  á  los 
grupos  de  Arias,  haciéndole  muchos  prisioneros,  y 
con  ellos  gran  parte  de  las  armas  que  habían  to- 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  519 

maclo  en  Huma-Huackac;  pero  la  verdad  es  que  la 
artillería  quedó  oculta  en  los  montes  de  Ledesma, 
y  que  después  de  la  retirada  final  de  Laserna,  Que- 
mes la  hizo  recoger  y  conducir  á  Salta;  porque, 
aún  cuando  -  Olañeta  despejara  como  despejó  en 
efecto,  los  caminos  por  donde  marchaba,  hasta  re- 
unirse con  ]\Iarquiegui.  las  numerosísimas  guerri- 
llas de  Arias  y  de  Uriondo  le  hostilizaljan  y  envol- 
vían de  tal  suerte,  que  poco  tiempo  tardaron  en  ver- 
se ambos  tan  impotentes  y  perdidos,  que  Laserna 
tuvo  que  mandar  para  desenredarlos  la  mejor  parte 
de  su  ejército,  á  las  órdenes  del  general  Valdés,  co- 
mo lo  vamos  á  ver,  sin  que  al  volverse  pudiesen 
traer  trenes  ni  hacer  otra  cosa  que  regresar  á  Jujuy 
á  incorporarse  todos  en  un  solo  cuerpo  de  ejército. 

La  expedición  de  Olañeta  y  de  Centeno  dejó  al 
ejército  en  Jujuy  sumamente  enflaquecido,  como 
Güemes  lo  había  previsto ;  así  es  que  echando  so- 
bre él  infinitas  guerrillas  para  privarlo  de  víveres, 
le  cortó  todas  sus  comunicaciones  con  aquellos  dos 
jefes,  y  lo  redujo  de  día  en  día  á  mayor  estrechez, 
sobre  todo  de  forrajes  y  cabalgaduras,  por  medio 
de  sorpresas  ejecutadas  con  denuedo  en  las  quintas 
y  potreros  á  donde  tenían  que  sacar  á  pacer  sus 
bestias. 

El  general  Laserna  empezaba  á  estar  seriamente 
alarmado,  al  verse  obligado  á  diseminar  sus  fuer- 
zas en  grupos  de  detalle  que  perdían  todas  las  ven- 
tajas de  su  disciplina  y  de  su  escuela  militar.  "Co- 
mo el  ejército  se  veía  acosado  (dice  Torrente)  en 
todas  direcciones  por  los  gauchos  durante  la  expe- 
dición del  brigadier  Olañeta,  tuvieron  que  salir  va- 
rias columnas  con  la   idea   de   despejar   el    camino 


520  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

Una  de  ellas  fué  confiada  al  coronel  Sanjuanena 
con  200  hombres  del  regimiento  Gerona;  pero  ata- 
cado este  valiente  jefe  por  fuerzas  muy  superiores 
de  la  facción  de  Güemes,  fué  preciso  enviar  en  su 
auxilio  al  bizarro  jefe  del  Estado  Mayor  general, 
don  Gerónimo  Valdés,  con  cuyo  oportuno  auxilio 
fueron  completamente  derrotados  los  enemigos  y 
perseguidos  por  el  espacio  de  tres  leguas".  El  ge- 
neral Valdés  volvió  á  Jujuy  dejando  al  coronel  San- 
juanena fortificado  con  una  fuerte  columna  en  la 
casa  de  los  Alisos,  á  tres  leguas  de  Jujuy,  para  que 
cubriese  la  costa  del  rio  de  este  nombre  y  de  los  al- 
falfares del  derredor  del  pueblo  que  eran  indispen- 
sables para  el  ejército;  pero  atacado  y  sorprendido 
el  13  y  el  25  de  marzo  por  los  comandantes  Maurin 
y  Gorriti,  fué  muerto,  y  su  tropa  pudo  retirarse  á 
duras  penas  replegándose  á  la  escolta  de  Laserna 
y  á  dos  batallones  más  que  salieron  del  pueblo  á 
salvarla ;  aún  así  los  gauchos  esforzaron  el  ataque, 
y  lograron  desbaratar  la  escolta  real  de  caballería, 
tomando  prisionero  á  su  jefe  el  sargento  mayor  don 
Antonio  Martínez. 

Con  este  motivo  hubo  cambio  de  notas  y  ci- 
vilidades entre  Güemes  3^  Laserna  que  merece  dar- 
se á  conocer.  Gorriti,  como  hombre  decente  y  de 
buena  familia,  procuró  salvar  y  salvó  en  efecto  la 
vida  del  jefe  enemigo,  que  había  caído  herido  y  que 
iba  á  ser  sacrificado  por  los  soldados.  Después  que 
lo  recogió,  trató  de  hacerle  curar  sus  heridas,  y  supo 
entonces  por  el  mismo  prisionero  que  era  sobrino 
carnal  del  general  Laserna  y  jefe  de  su  escolta.  En 
el  acto  lo  hizo  poner  con  la  comodidad  posible  y  lo 
remitió  á  Salta.  Güemes  se  crevó  obligado  á  diri- 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  52 1 

girse  á  Laseriia  participándole  que  el  joven  oñcial 
estaba  vivo  y  mejorado;  y  el  general  le  contestó 
con  una  carta  de  la  que  vamos  á  extractar  algunos 
pasajes :  "Por  la  de  usted  que  me  ha  entregado  el 
teniente  Caleru,  veo  que  el  capitán  del  escuadrón 
de  mi  guardia  don  Antonio  Martínez  fué  herido  y 
prisionero  de  guerra  en  la  tarde  del  dia  15.  Su  valor 
lo  precipitó,  y  el  poco  conocimiento  del  terreno  fué 
causa  de  la  pérdida  de  este  valiente  oficial  y  de 
los  bravos  que  lo  acompañaban.  Siento  como  de- 
bo la  pérdida  de  tan  dignos  compañeros  de  ar- 
mas, pero  al  mismo  tiempo  me  ha  servido  de  satis- 
facción, el  saber  que  se  ha  dispuesto  que  se  le 
asista  al  capitán  como  al  lancero  que  igualmente  se 
halla  herido,  etc.,  etc.  No  esperaba  menos  de  un 
sujeto  de  las  circunstancias  de  usted,  y  no  dudo  que 
en  todos  los  casos  procurará  se  trate  al  desgraciado 
con  la  humanidad  que  el  derecho  de  gentes  exige, 
así  como  debe  estar  seguro  de  que  por  mi  parte  tra- 
taré al  prisionero  con  la  hospitalidad  y  dulzura  que 
es  justo".  Aunque  este  proceder  era  consecuente  con 
el  carácter  y  con  la  nobleza  de  los  sentimientos  del 
general  Laserna,  es  preciso  observar  que  este  cam- 
bio de  política  después  de  las  matanzas  perpetra- 
das contra  Padilla,  Camargo  y  Warnes,  era  debido 
también  al  terror  que  la  bravura  de  los  sáltenos  ha- 
bía inspirado  á  los  enemigos  haciéndoles  compren- 
der el  interés  personal  que  les  iba  en  ello.  ''Debo 
decir  á  usted  (decía  Laserna)  que  si  los  gauchos 
continúan  quemando  las  chácaras  de  aquellos  que 
han  tomado  el  partido  contrario  al  que  ellos  siguen, 
me  veré  en  la  dura  precisión  de  hacer  otro  tanto 
á  pesar  de  que  me  sea  muy  repugnante,  pues  com- 


5-^^  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

prendo  que  toda  especie  de  guerra  debe  hacerse  se- 
gún lo  exige  el  derecho  de  gentes  y  la  civilización 
del  siglo  en  que  vivimos".  El  general  terminaba 
proponiendo  el  canje  del  capitán  graduado  de  ma- 
yor don  Antonio  Martínez  y  de  los  soldados  de  la 
escolta,  por  prisioneros  patriotas  de  igual  clase,  en 
la  suposición  de  que  Gücmcs,  como  comandante 
general  y  gobernador  de  Salta,  tuviese  autoridad 
para  ello. 

Es  de  notar  en  esta  nota  la  intención  con  que  el 
general  realista  le  quita  á  Guemes  el  tratamiento  de 
Su  Excelencia  que  oficialmente  le  correspondía; 
así  es  que  tomando  éste  el  mismo  tono,  le  con- 
testó:  "Con  la  nota  de  usted  se  han  recibido  los  125 
pesos  remitidos  al  prisionero  capitán  Martínez  á 
quien  se  han  entregado.  Se  halla  muy  mejorado  y 
casi  fuera  de  peligro.  .  .  Será  igual  mi  proceder  con 
éste  y  con  cuantos  tengan  la  misma  suerte ;  y  sólo 
en  los  casos  de  justa  represalia  se  cambiarán  (aun- 
que sea  con  dolor)  mis  honrados  sentimientos.  .-. 
Antes  de  ahora  he  librado  órdenes  para  que  las  pro- 
piedades de  enemigos  que  sirven  la  causa  que  lla- 
man del  rey  sean  respetadas.  Pero  si  alguna  vez 
sucede  lo  contrario,  es  efecto  de  la  justa  indigna- 
ción contra  esos  desnaturalizados  que  huyen  del 
bien  para  verse  envueltos  en  la  antigua  servidum- 
bre. Y  es  también  lección  que  han  aprendido  de  las 
tropas  que  usted  manda,  pues  quemaron  el  Terchel. 
las  sementeras  y  los  ranchos  del  Perico;  degollaron 
al  maestro  de  postas  de  la  torre,  hombre  anciano  é 
indefenso,  y  han  cometido  escándalos  y  desórde- 
nes, cuando  yo  ni  aún  á  convictos  y  confesos  es- 
pías he  sacrificado  como  podía  y  como  debía.  Estoy 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  523 

satisfecho  de  la  humanidad  y  lenidad  de  usted,  pero 
no  así  de  la  de  sus  subalternos  Centeno  y  otros,  au- 
tores de  mil  excesos,  etc.,  etc". 

Torrente  mismo  confiesa  que  este  y  otros  con- 
tratiempos fueron  fruto  de  la  desmembración  en 
que  había  quedado  el  ejército  realista  por  la  expe- 
dición de  Olañeta  y  de  Centeno  sobre  Oran. 

Estos  jefes  habían  marchado  arrollando  al  prin- 
cipio las  guerrillas  patriotas;  pero  desde  que  llega- 
ron á  Oran  y  se  reunieron  con  Marquiegui  queda- 
ron incomunicados  y  envueltos  por  ellas.  En  unas 
cuantas   sorpresas    felices,    los   comandantes   Arias, 
Uriondo,  Alendieta,  Benavides  y  Corte,  les  arreba- 
taron y  destruyeron  las  caballadas,  tomándoles  tam- 
bién muchos  prisioneros.  Con  esto  su  posición  co- 
menzó á  ser  tan  crítica  que  no  sabiéndose  nada  de 
ellos  en  más  de  veinte  días,  Laserna  los  juzgó  en 
inminente   peligro,   como   en   efecto   estaban ;   y   se 
apresuró  á  mandar  al  mayor  general  don  Jeróni- 
mo Valdés  con  setecientos  infantes,  ciento  treinta 
jinetes  y  tres  piezas  de  artillería  contra  el  coman- 
dante Corte  que  era  el  que  interceptaba  las  comu- 
nicaciones entre  Jujuy  y  Oran.  Hecho  esto,  el  ge- 
neral Valdés  llevaba  órdenes  de  internarse  al  na- 
ciente para  retirar  á  Olañeta  y  Marquiegui  si  los 
encontraba  en  apuros,  pues  Laserna  había  resuelto 
prescindir  de  los  flancos,  donde  ya  veía  que  no  po- 
día operar  con  ventaja,  para  echarse  desesperada- 
mente sobre  Salta  y  Tucumán  con  todas  sus  tropas, 
Valdés   logró   sorprender   al   comandante   Corte,   le 
dispersó  la  tropa  y  le  mató  bastante  gente.  Se  ade- 
lantó  después  hasta   Sapla,   y  de   Sapla  hasta  Or- 
menta   donde    encontró   los   cuerpos   de   Olañeta   y 


524  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

INIarquiegui,  que  haljiendo  tenido  que  abandonar  á 
Oran  regresaban  á  Jujuy  sumamente  apurados  por 
Arias  y  por  los  demás  comandantes  patriotas  de 
aquella  parte,  cuyas  fuerzas  traían  envueltas  á  las 
columnas  realistas  persiguiéndolas  con  tesón.  En 
uno  de  los  innumerables  combates  que  se  venían 
dando,  fué  deshecho  el  cuerpo  realista  de  Centeno, 
cayendo  prisionero  el  acreditado  coronel  Seoane, 
que  era  el  jefe  del  Estado  Mayor  de  toda  la  colum- 
na, siete  oficiales  de  graduación  y  toda  la  escolta. 
Este  desastre  habría  sido  definitivo  para  los  espa- 
ñoles si  no  hubiese  sido  por  el  oportuno  apoyo  que 
les  trajo  la  columna  del  general  Valdés. 

"Como  la  situación  de  Laserna  se  hacía  más  di- 
fícil cada  día  en  Jujuy",  dice  Torrente,  se  hicieron 
A-enir  cuatro  batallones  y  dos  escuadrones  más  que 
habían  quedado  guarneciendo  á  Potosí  y  á  Chu- 
quisaca,  entre  los  cuales  venía  el  Imperial  que  los 
españoles  reputaban  por  eximio.  Güemes  se  lo  avi- 
só en  el  acto  al  general  Belgrano,  indicándole  que 
este  era  el  momento  oportuno  para  que  mandase 
por  la  costa  del  Bermejo  ana  división  de  caballería 
con  algunos  infantes  montados,  que,  cayendo  sobre 
Tari  ja,  pasasen  á  ocupar  á  Potosí  y  Chuquisaca, 
que  eran  los  dos  depósitos  (ahora  desguarnecidos) 
donde  el  enemigo  tenía  sus  parques,  y  levantasen 
las  masas  que  en  todos  aquellos  lugares  estaban 
prontas  á  tomar  otra  vez  las  armas  desde  que  fueran 
apoyadas.  El  general  Belgrano  ordenó  al  coman- 
dante Lamadrid  que  marchara  inmediatamente  en 
aquella  dirección  dándole  280  hombres  de  caballe- 
ría escogidos  entre  los  Húsares  y  los  Dragones,  con 
cien  infantes  y  dos  piezas  de  montaña,  á  los  que  co- 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  525 

mo  voluntarios  se  unieron  muchos  emigrados,  com- 
poniendo entre  todos  un  número  de  450  á  500  hom- 
bres. 

Güemes,  que  tenía  muy  poca  opinión  de  Lama- 
drid,  indicó  al  general  que  sería  mejor  enviar  á 
Bustos  ó  á  otro  jefe  de  más  juicio  y  combinación. 
Pero  el  general,  pensaba  que  para  esta  empresa  se 
requería  cierto  genio  aventurado  y  poco  reflexivo, 
■é  insistió  en  la  elección  que  había  hecho,  contri- 
buyendo no  poco  quizás  el  afecto  personal  con  que 
miraba  al  joven  oficial.  La  verdad  es  que  si  la  ex- 
pedición hubiera  sido  encargada  al  comandante 
Paz  (general  después)  habría  tenido  otra  clase  de 
resultados ;  pero  tal  vez  el  general  Belgrano  no  ha- 
bía advertido  las  calidades  superiores  que  Paz  ha- 
bía recibido  de  la  naturaleza  para  mandar  y  com- 
binar con  acierto  los  movimientos  militares.  Basta 
leer  lo  que  el  mismo  Paz  dice  en  sus  Memorias  so- 
bre este  incidente,  para  conocer  la  noble  envidia  que 
sintió  al  ver  á  Lamadrid  designado  para  una  opera- 
ción que  evidentemente  habría  deseado  cpe  le  hu- 
biera sido  confiada.  La  verdad  es  que  ni  Lamadrid 
ni  Bustos  servían  para  el  caso. 

Desde  que  llegaron  al  cuartel  general  las  guar- 
niciones de  Potosí  y  de  Chuquisaca,  quedando  tam- 
bién repuesto  el  parque  con  el  abundante  convoy 
que  se  había  hecho  bajar  con  ellas,  el  general  La- 
serna  se  decidió  á  cumplir  las  órdenes  del  virrey 
Pezuela ;  y  como  la  división  de  Olañeta  hubiera  que- 
dado descalabrada  después  de  la  campaña  de 
Oran,  y  poco  apta  por  consiguiente  para  acompa- 
ñar al  ejército  en  tan  laboriosa  marcha,  el  general 
la  dejó  guarneciendo  la  plaza  de  Jujuy  y  se  movió 


526  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

de  trente  sobre  Salta.  Las  tropas  españolas  eran 
magníficas;  pero  era  tal  la  bravura,  la  decisión  y 
el  excelente  estado  de  disciplina  que  las  milicias  de 
Salta  desplegaban  al  frente  del  enemigo,  que  el  ge- 
neral Laserna  emprendía  la  campaña  visiblemente 
preocupado  con  dudas  amargas,  y  sin  otra  espe- 
ranza que  la  de  algún  golpe  de  fortuna. 

Al  ver  el  movimiento  del  ejército  del  rey,  Güe- 
mes  se  resistía  á  creer  que  se  dirigiese  sobre  Salta^ 
porque  no  podía  comprender  que  los  españoles  co- 
metieran semejante  desatino.  Pero  cuando  el  pro- 
pósito se  hizo  manifiesto  sin  que  pudiese  ya  du- 
darse de  él,  se  encontró  bastante  embarazado  para 
sincerarse  con  el  general  Belgrano  (24) ;  porque 
éste  le  había  estado  haciendo  indicaciones  continuas 
sobre  la  probabilidad  de  esta  embestida,  á  las  que 
Güemes  (bien  informado  como  estaba  del  estado 
de  las  cosas)  había  contestado  siempre  que  seme- 
jante temor  era  ilusorio,  puesto  que  el  enemigo  no 
podía  cometer  un  error  tan  craso  y  tan  inútil,  para 
perderse  en  pocos  días  si  se  empeñase  en  ello.  Rea- 
lizado el  hecho,  no  había  más  que  aceptarlo  y  que 
operar  en  consecuencia ;  pero  el  general  Belgrana 
entró  en  una  agitación  tanto  más  natural  cuanto 
que  su  ejército  no  estaba  pronto  para  operar,  y  que 
habiendo  pasado  el  general  San  Martín  á  Chile, 
era  natural  temer  que  á  pesar  de  la  bravura  y  de- 
cisión de  los  sáltenos,  las  columnas  enemigas  pu- 
diesen penetrar  hasta  el  corazón  de  nuestras  pro- 

(24)  Consúltense  los  partes  oficiales  y  notas  cam- 
biadas entre  ellos  que  se  hallan  en  la  Gaceta  de  B  A.  del 
mes  de  enero  á  abril. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  527 

vincias  en  busca  de  una  batalla  campal  con  el  ejér- 
cito de  Tucumán.  Para  todo  evento,  comenzó,  pues, 
á  mover  los  batallones  de  Bustos  y  de  Pinto  con 
dos  cuerpos  pequeños  de  caballería  en  dirección  á 
los  Cerrillos  por  el  camino  de  las  Trancas. 

Al  amago  de  los  Maturrangos  (25),  la  provin- 
cia de  Salta  toda  entera  se  levantó  como  un  solo 
hombre :  todos  los  habitantes  de  la  ciudad  que  po- 
dían montar  á  caballo  y  tomar  armas  salieron  á  in- 
corporarse á  las  divisiones  que  operaban  en  la  cam- 
paña. Las  fuerzas  del  flanco  derecho  convergieron 
rápidamente  sobre  la  retaguardia  y  los  flancos  del 
■enemigo  á  medida  que  sus  columnas  iban  adelan- 
tando sobre  la  capital  de  la  provincia:  de  modo  que 
€stas  columnas  tenían  que  sostener  á  cada  instante 
repetidos  y  terribles  combates  de  flanco  y  de  reta- 
guardia para  desembarazar  la  marcha  de  sus  divi- 
siones, de  su  convoy,  de  su  parque,  de  las  caballa- 
das y  de  las  muías,  que  tenía  que  traer  consigo  y 
que  defender  como  un  tesoro  inapreciable  (26)  . 
Fué  entonces,  como  lo  confiesa  Torrente  mismo 
cuando  el  lazo  y  las  boleadoras  (libes)  (2y)  co- 
menzaron á  desempeñar  un  servicio  aterrante  entre 

(25)  ^Maturrango  llamaban  nuestros  gauchos  á  to- 
dos los  hombres  incapaces  de  manejar  el  caballo  como  ellos, 
y  designaban  directamente  con  él,  á  los  españoles  en  el 
idioma  popular.  Un  maturrango  era  un  enemigo  en  los 
tiempos  de  la  revolución. 

(26)  Véanse  los  partes  oficiales  en  las  Gacetas  ci- 
tadas. 

(27)  Libi  es  el  nombre  indígena  con  que  se  llama  á 
las  boleadoras  en  nuestras  provincias  montañosas,  y  viene 

de   la   palabra   quichua   Llick.   enredar,   entrampar.   Llicp\ 
quiere,  pues,  decir  las  enredadoras. 


528  CAMPAÑA    DE1="ENSIVA 

las  armas  de  los  argentinos.  A  cada  encuentro,  seis 
ó  más  hombres,  oficiales  sobre  todo,  salían  arreba- 
tados de  los  entreveros  y  de  las  filas  realistas,  á  pe- 
recer espantosamente  arrastrados  y  deshechos  al  co- 
rrer tendido  de  los  caballos.  Los  gauchos  caían  tam- 
bién por  centenares  á  cada  descarga  de  los  batallo- 
nes realistas.  Pero  ¡qué  importaba!...  Enardecido 
el  entusiasmo  popular,  sus  pelotones  pululaban  ca- 
da vez  con  mayor  número  de  combatientes,  que 
siempre  ágiles  y  arrojados  para  el  ataque  y  para  la 
fuga,  como  enjambres  de  golondrinas  cuando  per- 
siguen al  gavilán,  iban  tenaces  de  día  y  de  noche 
sobre  los  costados  de  la  columna  enemiga,  has- 
ta que  mezclados  unos  con  otros  entraron  batién- 
dose por  las  calles  de  la  ciudad  de  Salta  y  sembrán- 
dolas de  cadáveres,  el  15  de  abril  de  181 7. 

En  aquel  estado  era  imposible  que  el  enemigo- 
pudiese  continuar  inmediatamente  su  marcha  sobre 
Tucumán  sin  exponerse  á  verse  materialmente  ro- 
deado y  obligado  á  perecer  en  campo  raso  por  ham- 
bre y  sin  movimiento.  Todos  los  ganados  y  las  ca- 
balladas habían  sido  retirados  á  puntos  remotos  y 
ocultos.  Los  españoles  no  tenían  más  remedio  que 
hacer  de  la  ciudad  su  punto  de  apoyo  para  operar 
con  paciencia  y  labor  sobre  la  campaña,  hasta  re- 
ducir por  las  armas  y  el  rigor  esta  infernal  resisten- 
cia que  el  país  entero  les  oponía.  Convencido  en 
muy  pocos  días  de  que  la  guerra  de  detalle  lo  arrui- 
naba, el  general  Laserna  tomó  informes  fidedignos 
acerca  de  un  depósito  de  ganados  y  caballos  que  los 
patriotas  habían  acumulado  en  un  punto  denomi- 
nado el  Bañado,  al  sudoeste  de  la  ciudad ;  y  como- 
la  escasez  de  alimentos  comenzara  á  poner  en  se- 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EN    SALTA  529 

rios  conflictos  al  ejército  realista,  aquel  general  hizo- 
formar  una  columna  de  Soo  hombres  de  infantería 
con  2CO  de  caballería,  y  una  pieza  volante  y  la  hiza 
salir  el  21  de  abril  á  las  órdenes  del  afamado  coro- 
nel don  José  Sardina,  comandante  general  de  la 
caballería  española,  para  que  marchando  con  toda 
rapidez  sobre  el  lugar  indicado  se  apoderase  de  to- 
dos acjuellos  recursos.  El  jefe  español,  que  era  re- 
putado como  lo  mejor  que  Jiabía  venido  á  América^ 
en  su  arma  (28)  procuró  disimular  su  rumbo  hasta 
poder  colocarse  en  un  punto  favorable  desde  el  cual 
pudiera  correrse  directa  3^  rápidamente  sobre  el  Ba- 
ñado, antes  que  los  patriotas  hubieran  podido  tras- 
lucir sus  intenciones.  Las  partidas  de  Güemes  se 
replegaban  delante  de  la  columna  enemiga ;  pero 
mientras  las  unas  se  condensaban  sobre  los  flancos, 
las  otras  tomaban  lugares  favorables  para  resistir 
y  para  poner  emboscadas.  Lo  crudo  del  combate 
comenzó  en  los  Cerrillos  con  las  fuerzas  de  los  co- 
mandantes patriotas  Burela,  Ruiz-Llanos  y  don 
Pedro  Zavala.  Guerrilleando  duramente,  estos  bra- 
vos oficiales  atrajeron  á  los  realistas  hasta  Gauna^ 
donde  favorecidos  por  el  terreno  habían  puesto  una 
emboscada  considerable.  Al  dar  en  ella  la  cabeza 
de  la  columna  realista  sufrió  un  enorme  daño  con- 
turbándose bastante  toda  ella.  Pero  repuesto  en  po- 
cos momentos  el  orden  de  marcha,  y  dirigidos  por 
un  famoso  baquiano  llamado  Urbida.  español  y  an- 
tic[uísimo  vecino  de  aquella  campaña,  los  realistas. 

(28)  Más  adelante  se  verá  que  no  exageramos.  Con- 
súltese á  Torrente  y  la  Gaceta  de  Buenos  Aires,  mayo: 
de  1817. 

HIST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. — 34 


530  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

continuaron  hacia  el  sudoeste  desplegando  una  ener- 
gía que  ocasionaba  grandes  "pérdidas  en  las  filas 
salteñas,  hasta  que  dieron  en  el  Rosario  con  todas 
las  fuerzas  de  Güemes,  trabándose  un  combate  ge- 
neral y  sangriento  que  duró  hasta  la  noche.  La  úl- 
tima refriega  sobre  todo  tuvo  lugar  á'las  cuatro  de 
la  tarde  y  fué  tan  sostenida,  que  el  general  Sardina 
tuvo  que  poner  en  acción  teda  su  línea,  y  hacer  un 
bravo  esfuerzo  para  desembarazar  la  cabeza  de  la 
columna  comprometida  con  las  divisiones  de  los 
comandantes  don  Pablo  Latorre  y  de  don  Juan  An- 
tonio Rojas.  Considerando  grave  el  conflicto,  Sar- 
dina resolvió  entonces  ponerse  en  retirada;  pero  no 
teniendo  tiempo  para  guarecerse  rectamente  en  Sal- 
ta, prefirió  dirigirse  á  los  Cerros  de  C  hiena  na,  y 
tomó  la  ribera  del  río  de  Fulares  para  para|^>etar  sus 
flancos  y  su  retaguardia;  y  así  pernoctó  alli  sin  atre- 
verse á  encender  fnego,  ó  pesar  de  que  en  todo  el 
día  sus  tropas  no  habían  podido  tomar  ningún  ali- 
énenlo. 

Apenas  amaneció  el  22,  empezó  el  fuego  otra 
vez  y  con  mayor  encarnizamiento.  Para  evitar  las 
cargas  de  las  guerrillas,  el  general  español  tomó  la 
costa  de  La  Viña  y  trató  de  escarmentarlas  lanzan- 
do contra  ellos  todas  sus  fuerzas  en  orden  de  caza- 
dores apoyados  por  la  caballería.  Los  gauchos  des- 
envoh'ieron  entonces  sus  maniobras.  Alontados  á 
la  grupa  los  unos  por  los  otros  venían  á  carrera 
tendida  por  dentro  del  monte  sobre  los  cazadores 
enemigos  y  echando  pie  á  tierra  en  medio  de  ellos, 
operaban  unos  como  infantería,  mientras  otros  les 
tenían  los  caballos  y  los  demás  entraban  haciendo 
fuego  v  sableando  sin  desmontarse.  Como  nada  de 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  53 1 

esto  podía  hacerse  sino  con  un  arrojo  diabólico  de 
que  parecía  animado  cada  liombre,  el  asombro  de 
los  realistas  comenzó  pronto  á  tomar  todas  las  apa- 
riencias del  terror.  La  batalla  se  hizo  general,  y  en 
un  momento  de  confusión,  el  coronel  Sardina  re- 
cibió un  sablazo  profundo  en  el  cuello,  y  casi  al 
mismo  tiempo  un  balazo  Cjue  le  dañó  el  pulmón. 
Hubo  de  creérsele  perdido  aj  verlo  cortado  entre 
los  gauchos.  Pero  tos  suyos  le  pudieron  rescatar  y 
tomó  el  mando  el  coronel  don  Bernardo  de  la  To- 
rre, guerrero  también  de  reputación  establecida. 
Aunque  éste  hubo  de  ver  que  el  movimiento  no  ofre- 
cía ya  ningtin  fruto,  no  se  atrevió  á  tomar  directa- 
mente el  camino  de  la  ciudad  y  continuó  parapetán- 
dose hacia  el  Carril.  Pero  al  llegar  á  este  punto,  la 
columna  chocó  fuertemente  con  las  emboscadas  que 
le  había  puesto  el  comandante  Burela;  fué  mal  he- 
rido también  el  coronel  de  La  Torre,  muertos  y  pri- 
sioneros algunos  oficiales,  con  setenta  y  seis  sol- 
dados del  afamado  batallón  Gerona;  perdieron  una 
pieza  de  artillería,  muchos  fusiles,  y  bastantes  ca- 
ballos. La  columna  realista  pudo  ganar  á  Salta  á 
las  nueve  de  la  noche,  tan  perjudicada  que  llegaba 
deshecha,  y  á  las  diez  murió  el  coronel  Sardina. 

La  muerte  de  tan  afamado  militar  causó  en  todo 
el  ejército  español  un  estupor  profundo.  Los  que 
habían  conocido  la  bizarra  arrogancia  y  el  enérgico 
ademán  de  su  figura,  no  podían  convencerse  de  que 
la  vigorosa  existencia  de  un  jefe  tal,  á  quien  tenían 
por  el  más  bravo  y  entendido  del  ejército  en  su  ar- 
ma, hubiese  terminado  en  tal  fracaso.  Al  dar  parte 
de  este  suceso  al  general  Belgrano,  Güemes  le  de- 
cía :   "Seguramente.    Sardina  era  el  mejor  jefe  de 


53-  CAMPANA    DEFKXSIVA 

aquel  ejército,  según  nic  lo  ponderó  el  prisionero 
coronel  don  Antonio  Seoane  que  marchó  á  dispo- 
sición de  Vuestra  Excelencia  (29) ;  y  se  confirma 
la  importancia  de  Sardina  por  el  general  sentimien- 
to según  me  consta  que  ha  habido  en  todo  el  ejér- 
cito enemigo"   (30). 

El  general  Cruz,  mayor  general  del  ejército  de 
Tucumán,  dándole  parte  del  mismo  suceso  al  Su- 
premo Director  Pueyrredón,  decía :  "Han  tenido 
ciento  y  cincuenta  muertos  y  entre  ellos  el  coman- 
dante general  de  caballería  don  José  Sardina,  un 
•comandante  de  división,  }  sesenta  heridos.  .  .  fué 
grande  el  luto  que  causó  la  muerte  de  Sardina, 
■C[uien  tenía  gran  concepto  de  buen  militar,  etc." 

Por  mucho,  pues,  que  hubiera  lucido,  como 
realmente  lució,  la  bravura  y  el  continente  de  aque- 
llas tropas  europeas,  sus  propios  jefes  tuvieron  que 
reconocer  que  el  resultado  de  tan  sangrienta  jorna- 
da había  sido  para  ellos  un  desastre-  evidente,  que 
les  quitaba  toda  ilusión  acerca  de  la  posibilidad  de 
avanzar  hasta  Tucumán,  ó  de  persistir  en  Salta  sin 
riesgo  de  tener  muy  pronco  que  capitular.  Y  en 
efecto :  reunida  una  Junta  de  Guerra  con  los  gene- 
rales Valdés,  Carratalá,  Espartero,  La  Torre  y  de- 
más jefes  de  cuerpo,  todos  ellos  declararon  que  la 
prueba  había  sido  decisiva,  y  que  era  forzoso  salvar 
el  ejército  del  rey  poniéndose  en  inmediata  retirada 
liasta  Tupiza.  .  .   y  quizás  más  adentro  todavía. 

Por  otra  parte,  el  general  Laserna  acababa  de 
saber  oficialmente  las  victorias  de  San  Martín  en 

(29)  Vase   pág.   223   del   mismo. 

(30)  Gacetas  del  17  y  del  21  de  mayo. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  533 

Chile,  y  la  toma  inesperada  de  Tarija  con  toda  su 
guarnición,  que  acababa  de  hacer  el  coronel  Lama- 
drid.  Xo  habia,  pues,  cómo  persistir;  y  aun  cuando 
Larsena  comprendía  el  despecho  y  la  rabia  de  Pe- 
zuela.  ahí  estaba  todo  su  ejército,  todos  sus  mejo- 
res oficiales,  sus  mismos  parciales  Olañeta,  Mar- 
quiegui,  Olarria,  Centeno,  que  daban  testimonio 
de  que  no  se  había  cometido  una  sola  falta,  un  solo 
descuido;  que  todo  se  había  ensayado;  pero  que  no 
habían  tenido  suficientes  medios  para  obtener  el  re- 
sultado que  se  les  pedía;  porque  si  bien  habían 
bastado  cuatro  ó  seis  mil  hombres  para  someter  los 
otros  virreinatos  de  Sud  América,  no  era  posible 
(declaraba  \'aldés,  el  jefe  del  Estado  Mayor  Gene- 
ral) pensar  en  dominar  la  resistencia  excepcional 
del  de  Buenos  Aires,  y  llegar  á  la  brava  capital, 
sin  treinta  mil  hombres  sólidos  á  lo  menos.  .  .  ¿De 
dónde  sacarlos? 

Entre  tanto,  para  emprender  la  marcha  retró- 
grada desde  Salta  era  indispensable  hacerse  de  al- 
gún ganado  y  acémilas;  y  no  pasaba  un  día  sin  que 
el  ejército  realista  tuviese  cjue  hacer  para  ello  algu- 
na tentativa  angustiosa,  que  le  costaba  enormes 
pérdidas,  derramándose  siempre  sangre  preciosa  en 
tantos  y  tan  terribles  encuentros  como  los  que  te- 
nían á  cada  instante  con  las  fuerzas  nacionales. 
Güemes  mismo  se  había  quedado  escasísimo  de  ca- 
ballos, y  por  más  que  clamaba  que  se  los  mandasen 
pronto,  el  general  Belgrano  no  podía  suministrarle 
todos  los  que  eran  necesarios  para  mantener  tan  fer- 
viente movilidad  como  la  que  estaban  desplegando 
las  fuerzas  de  Salta.  Los  comisionados  de  este  ge- 
neral recorrían  todas  las  provincias  inmediatas,  so- 


534  CAMPAÑA     DEFENSIVA 

licitando  é  implorando  el  favor  público.  El  vecin- 
dario respondía  bien;  pero  los  que  había  eran  pocos 
para  lo  que  se  necesitaba,  y  no  bien  se  recibía  una 
partida  ya  se  necesitaban  otras  y  otras,  aumentán- 
dose la  escasez  como  era  consiguiente.  Esta  circuns- 
tancia, aunque  desfavorable  para  la  movilidad  de 
los  patriotas,  no  redundaba  tampoco  en  ventaja  de 
los  realistas,  que,  encerrados  en  Salta,  quedaban 
igualmente  expuestos  á  perecer  de  hambre  cuando 
menos.  Desesperado  el  general  Laserna,  salió  él 
mismo  en  persona  el  29  de  abril  á  la  cabeza  de  mil 
y  cuatro  cientos  hombres  de  las  tres  armas.  Había 
tenido  noticia,  por  un  espía,  que  en  una  rinconada 
oculta  de  la  J^illcta  existía  una  cierta  cantidad  de 
ganado,  algunas  muías  y  muchos  burros  en  los  que- 
se  podría  cargar  el  parque  y  llevar  montada  alguna 
infantería  con  bagajes.  Salió  y  logró  en  efecto  to- 
mar sesenta  cabezas  de  ganado,  las  muías  y  los  bu- 
rros que  encontró,  porque,  como  dice  Güemes,  él 
mismo  ignoraba  c[ue  existiesen  allí,  porque  las  ha- 
bía escondido  un  indio  rico  emigrado  de  Charcas 
contando  salvarlas  de  los  dos  beligerantes.  Con  este 
elemento,  aunque  tan  escaso,  el  ejército  abandonó- 
á  Salta  con  grande  sigilo  en  la  noche  del  4  de  mayo ; 
y  haciendo  marchas  forzadísimas  de  día  y  de  no- 
che, bajo  una  persecución  tenaz,  logró  asilarse  en 
Jujuy,  donde  Olañeta,  apercibido  del  peligro,  había 
hecho  esfuerzos  desesperados  por  reunir  algunas 
cabezas  de  ganado  y  poca  caballada  con  que  se  lle- 
naron los  primeros  apuros. 

El  virrey  Pezuela  había  seguido  con  ansiedad  y 
dolor  las  vicisitudes  de  la  invasión,  que  día  por  día 
le  comunicaba  Olañeta  confidencialmente.  Olañeta,. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EN    SALTA  535 

]Marquiegui  y  los  otros  jefes  del  tiempo  de  Abascal 
que  habían  militado  con  Pezuela  en  los  combates 
de  Vilcapugio  {Jí'ilka-Piickyu)  y  de  Si  pe-Si  pe  se 
habían  puesto  en  pugna  abierta  con  los  nuevos  ofi- 
ciales que  estaban  llegando  de  la  Península  Ibérica 
después  de  caído  Bonaparte.  Había  comenzado  esta 
malquerencia  por  la  tradición  local  de  los  unos  en 
los  hechos  anteriores,  y  por  la  altivez  que  los  re- 
pelentemente venidos  fundaban  en  sus  campañas  eu- 
ropeas y  sobre  todo  en  el  menosprecio  que  á  ellos, 
liombres  de  la  nueva  escuela  militar,  les  inspira- 
ban los  resabios  y  las  rutinas  de  los  tiempos  de  Go- 
yeneche  y  de  Tristán  continuados  por  Pezuela.  Ola- 
ñeta,  que  indudablemente  tenía  grandes  condicio- 
nes para  el  género  de  guerra,  con  sorpresas  y  reti- 
radas, embestidas,  disoluciones  y  recomposiciones 
de  la  tropa  recogida  en  los  lugares  mismos,  era  el 
cjue  se  había  montado  en  mayor  soberbia  contra  las 
infatuaciones  de  los  nuevos ;  y  aunque  estaba  muy 
lejos  de  ser  un  general,  era  un  guerrillero  c[ue,  co- 
mo jefe  de  cazadores  en  los  ásperos  terrenos  del 
país,  no  tenía  igual  en  el  ejército  del  rey. 

A  estos  motivos  de  antipatías  y  de  mala  volun- 
tad se  habían  unido  otras  causas  de  más  grave  in- 
flujo. La  hostilidad  de  las  ideas  liberales  que  había 
en  el  ejército  y  en  la  juventud  ilustrada,  la  famosa 
tradición  de  las  Cortes  de  1812,  contra  la  resurrec- 
ción de  la  monarquía  absoluta  restablecida  por  Fer- 
nando VII,  é  impuesta  con  todos  los  horrores,  per- 
secuciones y  sangre  de  su  atroz  tiranía,  eran  causas 
que  habían  transportado  al  suelo  americano  el  an- 
tagonismo entre    absolutistas  ó    seniles,  y  liberales 


53^  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

Ó  revolucionarios,  según  titulaban  los  unos  su  par- 
tido y  el  de  los  otros. 

El  régimen  de  espionaje  y  de  terror  establecido 
por  el  rey  absoluto  hacía  que  no  sólo  fuera  criminal 
sino  peligroso  profesar  en  España  los  principios  li- 
berales. Sus  adeptos  los  cultivaban  por  eso  sigilo- 
samente en  Logias  Masónicas,  como  y:i  dijimos. 
Pero  no  era  lo  mismo  en  América.  La  distan- 
cia, el  nuevo  teatro,  el  ambiente  libre  que  corría 
por  el  país,  y  la  importancia  personal  de  je- 
fes, que  aunque  liberales,  servían  con  honra  y  con 
lealtad  los  intereses  coloniales  de  su  nación  y  de  su 
bandera,  eran  para  ellos  garantías  de  una  perfecta 
independencia  personal ;  y  como  constituían  un  par- 
tido poderoso,  con  raíces  y  con  expansión  propia 
en  el  ejército,  y  aun  entre  los  funcionarios  del  ré- 
gimen que  defendían,  no  sólo  eran  impotentes  con- 
tra ellos  los  virreyes,  sino  que  el  rey  mismo  habría 
arruinado  su  causa  y  sus  esfuerzos  por  reconquistar 
su  perdido  imperio  colonial,  si  hubiese  pretendido- 
perseguir  y  castigar  por  el  espionaje  y  por  el  terror 
ese  nuevo  elemento  que  actuaba  en  el  suelo  ameri- 
cano, y  que  era  lealmente  español. 

Pero,  si  el  interés  común  de  los  realistas  hacía 
que  el  uno  y  el  otro  partido  en  que  estaban  dividi- 
dos se  soportasen,  no  por  eso  se  odiaban  menos  en- 
tre sí.  Los  absolutistas,  que  se  miraban  como  los- 
representantes  genuinos  y  puros  del  régimen  colo- 
nial, odiaban  á  los  fracuiasones ;  los  tenían  por  re- 
beldes disimulados  y  secuaces  de  las  mismas  ideas 
abominables  y  pestilentes  con  que  los  revoluciona- 
rios de  Buenos  Aires  habían  subvertido  el  orden 
político  y  religioso  en  toda  la  América  del  Sur.  Las. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  537 

famosas  Logias  de  San  Juan,  no  eran  á  sus  ojos 
otra  cosa  que  un  escándalo,  que  conciliábulos  dia- 
bólicos donde  se  conspiraba  contra  el  rey  y  con- 
tra el  altar. 

Enemistados  asi,  era  indispensable  que  la  gue- 
rra civil  estallara  también,  más  ó  menos  tarde  en- 
tre los  jefes  del  ejército  realista.  ]Mas,  por  fortuna 
ahora  de  los  liberales,  Olañeta  y  Marquiegui,  cau- 
dillos en  cuyas  banderas  se  veía  siempre  el  lema 
Rey  y  Fe,  c[ue  los  otros  cuerpos  no  habían  querido 
agregar  á  la  suya,  habían  tenido  la  peor  parte  en  la 
campaña  de  Salta.  De  ellos  había  dependido  todo 
€l  éxito.  Si  hubieran  asegurado  la  línea  del  flanco 
izquierdo,  que  era  en  la  que  consistía  toda  la  fuer- 
za y  el  éxito  de  la  invasión,  era  indudable  (decían 
ellos)  que  Güemes  y  sus  gauchos  hubiesen  sido 
arrollados  hasta  Tucumán.  y  dueño  el  ejército  rea- 
lista de  los  campos  de  Salta,  se  hubiera  creado,  por 
el  terror  y  por  la  política,  preciosos  y  grandes  re- 
cursos. Estos  jefes  no  podían  tampoco  quejarse  de 
la  solicitud  del  general,  puerto  que  él  los  había  sal- 
vado á  tiempo  por  medio  de  la  expedición  de  su 
amigo  y  correligionario  el  general  Valdés.  Pero  á 
pesar  de  todo  esto,  como  sucede  siempre  en  los  des- 
calabros militares,  el  ejército  realista  estaba  profun- 
damente carcomido  por  estas  disputas  y  recíprocas 
acriminaciones,  que  cuando  una  vez  comienzan  se 
hacen  muy  pronto  irremediables. 

Como  Pezuela  veía  justificada  por  el  descalabro 
la  mala  gana  con  que  Laserna  se  había  resignado 
á  la  expedición  de  Salta,  preveía  también  que  éste 
iba  á  retirarse;  y  anheloso  siempre  por  defender  á 
Chile,  ó  por  volver  á  ganarlo  en  otro  azar,  ordenó 


5  38  C  A  M  P  A  XA     DEFENSIVA 

que  el  ejército  se  hiciera  fuerte  en  Jiijiiy  á  toda  cos- 
ta, mientras  él  hacía  diligencias  por  mandarle  nue- 
vos refuerzos,  más  dinero  y  toda  clase  de  recursos. 
Pero  esto  mismo  era  ya  imposible;  Tarija  había 
caído  en  poder  de  Lamadrid,  y  con  este  suceso  se 
había  vuelto  á  levantar  todo  el  valle  de  Cinti.  La- 
s^rna  estaba,  pues,  confinado  en  Jujuy,  rodeado  por 
todas  las  fuerzas  de  Güemes,  privado  de  víveres  y 
sin  movilidad  ni  acción  decisiva  sobre  su  frente, 
descubierto  á  sus  dos  flancos,  cortada  su  retaguar- 
dia por  Lamadrid,  c|ue  amenazaba  á  Potosí  y  Chu- 
quisaca.  y  sin  comunicación  ni  medios  de  abrírsela 
por  su  espalda,  estaba  viendo  por  horas  que  era  de 
todo  punto  imposible  permanecer  así,  y  de  todo 
punto  indispensable  replegarse  hasta  Cotagaita  y 
Tupiza. 

Todas  las  fuerzas  de  vSalta  operaban  concentra- 
das sobre  Jujuy  y  formaban,  como  es  fácil  com- 
prenderlo, un  formidable  ejército  de  caballería  al- 
rededor del  ejército  realista,  que  estaba  material- 
mente bazuqueado  á  cada  momento,  de  todos  la- 
dos, con  tanta  mayor  energía  cuanto  que  los  pa- 
triotas se  tenían  por  vencedores  que  perseguían,  y 
los  realistas  por  obligados  á  buscar  su  salvación  en 
la  defensiva  y  en  la  retirada.  Los  comandantes  don 
Apolinario  Saravia  }'  don  Juan  Antonio  Rojas  al 
mando  de  mil  hombres,  les  picaban  vivamente  la 
retaguardia  sin  darles  descanso.  Arias  los  incomo- 
daba por  toda  su  línea  de  retirada  y  por  el  flanco 
izquierdo.  Gorriti,  Corte,  Alvarez-Prado,  Ruiz  Lla- 
nos, cuya  conducta  encomian  sin  cesar  los  partes 
del  general  Belgrano  y  de  Güemes,  seguían  por  los 
boquetes  del  Despoblado    la    retirada    de    los  espa- 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EN    SALTA  539 

fióles,  y  se  extendían  hasta  Abra-Pampa  y  Yavi 
retirando  todos  los  recursos,  cortando  los  convoyes, 
haciéndoles  prisioneros  y  otros  daños  considera- 
bles á  cada  momento. 

Güemes  se  desesperaba  por  caballos :  veía  que 
si  los  tuviera  tendría  también  la  gloria  de  hacer  ca- 
pitular en  Jujuy  al  ejército  del  rey.  "Me  faltan  ex- 
presiones (le  decía  al  general  Belgrano)  para  sig- 
nificar á  Vuestra  Excelencia  mi  gratitud  por  los 
300  caballos  que  se  sirve  remitirme.  Ahora  verá 
Vuestra  Excelencia  el  empeño  de  mi  provincia  en 
viéndose  bien  montada.  .  .  Los  Decididos  por  quie- 
nes pregunta  Vuestra  Excelencia  se  hallan  sirvien- 
do con  el  empeño  que  el  resto  de  las  tropas :  unos 
€n  clase  de  oficiales  de  mis  gauchos,  otros  en  co- 
misiones; y  cada  uno  en  lo  cjue  puede;  pero  entre 
ellos  no  encuentro  ninguno  que  me  desempeñe  en 
clase  de  jefe.  Doy  á  Vuestra  Excelencia  las  más  ex- 
presivas gracias  por  el  auxilio  de  cuarenta  fusiles 
que  se  ha  dignado  remitirme,  porcpe  es  lo  que  mi 
gente  necesita  más".  En  otra  ocasión  decía:  "Estoy 
tan  escaso  de  oficiales  y  jefes,  que  tengo  yo  que  ha- 
cer de  jefe  de  división,  de  general,  de  oficial  y  de 
todo,  y  hallarme  tan  pronto  á  vanguardia  como  á 
retaguardia  y  flancos.  Tengo  que  atender  á  orde- 
nar, á  ejecutar  y  á  dirigir;  y  en  fin  á  tantas  aten- 
ciones como  Vuestra  Excelencia  no  puede  figurar- 
se. Séame,  pues,  disculpado  el  no  haber  contesta- 
do, etc."  El  mismo  en  persona  iba  dirigiendo  la 
persecución  contra  los  realistas    (31). 

(31)  La  historia  debe  mencionar  con  honra  el  nom- 
bre de  don  Tadeo  Tedín,  modesto  y  habilísimo  administra- 


5|0  CAMPAiXA    DEFENSIVA 

Replegados  éstos  á  Jujny,  necesitaron  ante  to- 
do despejar  las  quintas  y  terrenos  adyacentes,  para 
que  pudieran  pastar  sus  acémilas  y  las  puntas  es- 
casas del  ganado  que  conservaban  para  alimentar- 
se; pero  fueron  desgraciados.  "El  comandante  Ro- 
jas, á  mi  vista,  dice  Güemes,  ha  hecho  triunfar  las 
armas  de  la  patria'.  La  fuerza  que  había  salido  per- 
tenecía al  batallón  Gerona;  pero  fué  batida,  que- 
dando prisionero  su  jefe  el  mayor  Barreyra;  y  el 
suceso  debió  ser  de  consideración  porque  precipitó 
el  desalojo  de  Jujuy. 

Marquiegui,  el  batallón  de  C  hilo  tes,  los  Caza- 
dores, los  Partidarios,  los  Húsares  y  los  Dragones 
ocuparon  la  Quebrada  de  Huma-Huackac  para  re- 
tirar todo  el  convoy  y  los  bagajes,  cjuedando  en  Ju- 
juy, para  proteger  este  movimiento  retrógrado,  dos 
batallones  del  Gerona  y  otros  dos  del  Extremadura. 
El  21  de  mayo  fué  desalojado  Jnjuy.  Los  patriotas 
continuaron  persiguiendo  al  enemigo  hasta  las  ca- 
lles de  Tupiza  aunque  exhaustos  de  caballadas. 
"Haciendo  los  últimos  esfuerzos  (decía  Güemes) 
he  podido  montar  300  hombres,  que  armados  y  mu- 
nicionados marcharon  ayer  mismo  sobre  ellos.  Los 
seguirán  y  perseguirán  hasta  donde  más  no  puedan 
los  caballos,  pues  el  mal  estado  de  éstos  hace  que 
mis  medidas  no  tengan  la  eficacia  que  debían.  ¡Creo 
que  al  mejor  tiempo  me  van  á  faltar!  y  siento  sobre 
mi  corazón  que  por  esta  causa  no  se  le  hagan  más 
daños  al  enemigo,  y  que  regrese  el  general  Laserna 

dor  que  era  el  jefe  y  el  alma  de  la  secretaría  de  Güemes, 
y  que  fué  también  el  honorable  consejero  de  la  política 
conciliadora  y  justa  con  que  este  caudillo  supo  realzar  el 
gran  mérito  de  sus  servicios  militares. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  541 

cuando  debió  ser  presa  de  mis  armas.  El  estado  en 
que  se  hallan  es  tan  malo  que  toda  ponderación  es 
ninguna.  El  hambre  y  todo  género  de  miserias  les 
rodea :  han  quemado  fusiles,  vestuarios,  municio- 
nes, cureñas  y  mil  artículos  de  guerra.  En  la  per- 
secución han  perdido  gente,  equipajes,  cargas  de 
paños,  etc.,  etc. ;  es  verdad  que  se  ha  apurado  el 
arte  de  la  industria  para  redoblar  la  hostilidad .  .  . 
!\>ngan  300  caballos!...  y  por  su  defecto  muías 
siquiera !" 

Al  entrar  en  la  quebrada,  la  retaguardia  realis- 
ta fué  sorprendida  por  el  infatigable  Arias  unido  con 
don  ^lanuel  Alvarez-Prado,  cjuienes  lograron  arre- 
batarles setenta  caballos  y  algunos  prisioneros,  con- 
tinuando la  persecución  hasta  Tilcara,  Abrapampa 
y  ciuebrada  de  Sacocha,  mientras  las  fuerzas  de 
Uriondo,  por  la  derecha,  entraban  hasta  Tupiza  y 
sorprendían  las  primeras  divisiones  realistas  que 
acababan  de  establecerse  en  este  punto  remoto. 

He  aquí  la  gloriosa  campaña  de  Salta.  Si  sus 
prestigios  no  igualan  á  los  de  la  campaña  de  Chile, 
ella  tiene  un  mérito  grande  y  mucha  honra  para  el 
pueblo  heroico  que  la  llevó  á  cabo  y  para  el  jefe  que 
dirigió  sus  esfuerzos.  Ninguna  otra  en  las  guerras 
de  Sud  América  puede  rivalizar  con  ella  como  éxito 
ni  como  campaña  defensiva,  estratégicamente  ha- 
blando. Dirigida  por  un  plan  riguroso  y  por  una 
voluntad  que  reanudaba  todo  el  conjunto  de  las 
operaciones,  cada  resultado  fué  el  efecto  de  la  causa 
preconcebida    para  obtenerlo    (32).    El    mérito    de 

(32)  El  general  don  Mariano  Xecochea  me  decía  et 
1842  que  el  general   San   Martín  era  quien  había  trazado 


54-2  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

Güemes  como  hábil  general  y  como  grande  patrio- 
ta está  reconocido  y  puesto  como  de  primera  im- 
portancia por  los  mismos  guerreros  realistas  que 
se  tuvieron  entonces,  y  después,  por  los  mejores  mi- 
litares del  ejército  español:  y  si  Bolívar  y  Sucre 
cuentan  los  buenos  quilates  de  su  gloria  por  haber 
vencido  á  Laserna,  á  Valdés  y  á  Espartero,  esos 
precisamente  fueron  los  generales  y  los  jefes  á  quie- 
nes Güemes  arrojó  vencidos  de  su  provincia,  y  esas 
las  tropas  que  mandaban,  las  primeras  venidas  de 
España,  cuyos  restos  sucum.bieron  en  Ayacucho.  No 
seríamos  los  escritores  argentinos  los  que  podría- 
mos hacer  inconcusos  estos  honrosos  recuerdos  de 
nuestra  historia,  porque  seríamos  tachados  de  jac- 
tanciosos. Pero  con  mayor  autoridad  para  el  caso 
los  abonan  los  escritores  españoles,  y  entre  ellos  el 
honrado  cronista  y  general  García  Camba,  cjue  des- 
pués de  haber  sido  uno  de  los  conspicuos  actores 
en  los  sucesos  mismos,  tom<3  la  pluma  para  escri- 
birlos con  una  verdad  fundamental  que  apenas,  y 
pocas  veces,  se  atenúa  en  los  detalles  inferiores  ó 
en  las  causas  con  que  explica  y  disculpa  los  desas- 
tres de  las  tropas  realistas  en  cuyas  filas  era  él  una 
figura  de  importancia. 

Hablando  de  los  gandíos  ó  milicias  de  caballe- 
ría de  Salta,  dice :  "Los  r/aKcJws  eran  hombres  del 

á  Güemes  el  plan  y  el  método  de  todas  las  operaciones : 
"Yo  mismo,  me  decía,  he  acompañado  á  don  José  como 
jefe  de  su  escolta  en  una  exploración  que  hizo  con  Güe- 
mes desde  Salta  hasta  Oran,  con  el  objeto  de  determinar 
}•  fijar  lo  que  convenía.  Así  es  que  no  debe  extrañarse  de 
que  Güemes,  que  era  muy  vivo  y  vaqueano,  haya  compren- 
dido bien  V  realizado  todas  las  ideas  del  general". 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  543 

campo  bien  montados  y  armados  de  machete  ó  sa- 
ble, fusil  ó  rifle,  de  los  que  se  servían  alternativa- 
viente  sobre  sus  caballos  con  sorprendente  habili- 
dad, acercándose  á  las  tropas  con  tal  confianza,  sol- 
tura y  sangre  fría,  que  admiraban  á  los  militares 
europeos  aquellos  hombres  extraordinarios  á  caba- 
llo cuyas  disposiciones  tuvieron  repetidas  ocasiones 
de  comprobar   (2)o)- 

"Son  individualmente  muy  bravos,  tan  diestros 
á  caballo,  que  igualan,  \y/  no  exceden,  á  cuanto  se 
dice  de  los  célebres  mamelucos  y  de  los  famosos  co- 
sacos. Tuvieron  en  continua  alarma  el  cuartel  ge- 
neral y  sus  puestos  avanzados  sosteniendo  diarios 
combates,  sin  que  los  españoles  pudiésemos  jamás 
poder  darles  un  golpe  decisivo,  manteniendo  á  ve- 
ces desde  sus  caballos  un  vivo  fuego,  y  otras  echan- 
do pie  á  tierra  y  cubriéndose  como  una  buena  in- 
fantería"   (34). 

Describe  en  seguida  el  honrado  historiador  los 
sucesos  todos  de  que  nos  hemos  ocupado  en  este 
capítulo,  corroborándolos  uno  á  uno  sin  discrepar 
de  lo  que  hemos  dicho ;  y  dice :  "La  resistencia  se 
aumentaba  á  proporción  que  las  columnas  españo- 
las se  acercaban  á  Salta.  .  .  La  situación  de  las  tro- 
pas españolas  en  medio  de  una  campaña  tan  activa 
y  fatigosa  como  llevamos  indicado,  empeoraba  por 
momentos;  el  número  de  heridos  era  grande  y  la 
escasez  de  transportes  muy  embarazosa.  Los  ene- 
migos habían  llevado  su  osadía  al  extremo  de  enla- 
zar y  arrastrar  con  sits  caballos  las  centinelas  sobre 

i^T,)      García  Camba,  Memorias,  etc.,  vol.  I,  pág.  231. 
(34)     IJv  pág.  240. 


544  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

SUS  iiiisiiios  cuerpos  de  guardia,  y  este  nuevo  mé- 
todo de  ofender  causó  singular  horror.  .  .  El  forra- 
je se  había  hecho  tan  difícil  que  para  protegerlo 
era  preciso  emplear  grandes  precauciones  y  fuertes 
escoltas.  .  .  El  estado  en  que  se  veía  el  general  La 
Serna  era  angustioso    (35). 

"En  una  de  esas  noches  los  enemigos  atacaron 
el  campo  español  de  un  modo  tan  nuevo  y  extraño 
que  hubiera  producido  las  más  fatales  consecuen- 
cias si  la  posición  no  hubiese  estado  resguardada 
por  un  pequeño  barranco:  reunieron  un  considera- 
ble número  de  yeguas  cerriles,  de  que  abundan 
aquellos  campos,  y  con  la  habilidad  peculiar  con 
que  ellos  saben  dirigirlas,  las  lanzaron  en  tropel  á 
media  noche  sobre  el  campamento  con  horrible  al- 
gazara, al  mismo  tiempo  que  400  gauchos  hacían 
fuego  en  distintas  direcciones  sobre  las  mismas  ye- 
guas y  sobre  el  campamento.  Este  inexplicable  tu- 
multo, del  que  sin  haberlo  presenciado  nadie  se 
formará  un  cabal  juicio,  tomó  todas  las  apariencias 
de  un  ataque  general  y  decidido.  .  .  Las  mismas  po- 
derosas razones  que  nos  habían  obligado  al  aban- 
dono de  Salta,    nos    impedían    hacer    pie    en    Ju- 

j^iy  (36)- 

"Las  penalidades,  los  sufrimientos  y  las  pérdi- 
das que  experimentó  el  ejército  real  en  esta  cam- 
paña y  retirada,  ni  fuera  fácil  describirlas  con  pun- 
tualidad, ni  á  ser  posible,  se  creyeran  tal  vez,  por 
lo  singular  y  extraordinario  de  sus  pormenores .  .  . 
Las   tropas   llevaban  algunas   ventajas   á  las   euro- 

(35)  Id.,  pág.  253. 

(36)  Id.,  pág.  255. 


DEL    CORONEL    GUEMES    EX    SALTA  545 

peas,  por  la  práctica  que  habían  adquirido,  por  el 
hábito  del  clima,  y  aún  por  su  imponderable  so- 
briedad"  (37). 

La  situación  de  las  cosas  no  se  presentaba  nada 
bien  para  los  realistas  en  la  provincia  de  Charcas 
ni  en  las  demás  del  Alto  Perú,  donde  las  masas  co- 
menzaban á  levantarse  otra  vez  á  la  espalda  del 
«jército  realista.  Todas  las  milicias  de  Salta  nue- 
vamente reorganizadas  acudían  por  grandes  grupos 
sobre  Jujuy  tratando  de  cortar  las  comunicaciones 
y  de  encerrar  al  enemigo  dentro  del  pueblo.  Los 
regimientos  número  2  y  número  9  de  infantería 
mandados  el  primero  por  el  coronel  Juan  Bautista 
Bustos,  y  el  segundo  por  el  coronel  León  Domín- 
guez, con  dos  escuadrones,  el  de  Húsares  á  las  ór- 
denes de  A.  Heredia  y  el  de  Dragones  á  las  de 
J.  M.  Paz,  habían  salido  del  campamento  de  los 
Lules  para  incorporarse  á  Quemes  al  mando  del 
bravo  coronel  Zelaya.  Por  todo  el  país  se  reco- 
gían caballos  y  muías  con  rigor  y  asidua  diligen- 
cia, para  extremar  la  persecución  y  ver  si  era  po- 
sible hacer  capitular  en  jujuy  al  ejército  español. 
Con  estas  esperanzas  se  aumentaba  la  audacia  y  la 
energía  de  las  milicias  salteñas,  que  no  se  conten- 
taban ya  con  impedir  á  los  enemigos  que  se  pro- 
veyesen de  medios  de  subsistencia  en  la  campaña, 
sino  que  los  buscaban  en  las  mismas  calles  del  pue- 
blo, donde  dieron  tres  asaltos  de  sorpresa  que  hi- 
cieron profunda  impresión  en  el  ánimo  de  los  jefes 
realistas. 

Laserna    resolvió  por  fin  retirarse  precipitada- 

Í2,7)     Wv  pág.  258. 

niST.    DE   LA    REP.    .\RGEXTIXA.    TOMO   VI. — 35 


54^  CAMPAÑA    DEFENSIVA 

mente.  Su  ejército  estaba,  en  efecto,  expuestisimo 
á  sucumbir,  si  no  retrocedía  Aelozmente  al  centro 
de  sus  recursos.  Se  puso,  pues,  en  retirada  con  un 
sigilo  humilde  y  con  el  convencimiento  de  que  las 
Provincias  Argentinas  eran  inexpugnables ;  de  que 
el  ejército  realista  había  hecho  su  última  tentativa 
de  agresión  por  aquel  camino,  y  de  que  en  adelante 
debía  limitarse  á  operaciones  defensivas,  con  el  fin 
único  de  pacificar  el  Alto  Perú,  donde  él  creia  que 
tomándose  tiempo  podía  reorganizarse  un  buen 
ejército  de  15  ó  20  mil  hombres  con  que  defender 
los  dominios  que  quedaban  todavía  en  poder  de 
España. 

Algunos  han  tributado  grandes  elogios  á  Güe- 
mes  por  haber  rechazado  con  indignación  y  con 
burla  también,  las  opulentas  ofertas  y  premios  que 
los  españoles  le  hacían  si  se  declaraba  de  su  par- 
tido. Pero  elogiar  á  un  hombre  como  Güemes  por 
no  haberse  hecho  el  instrumento  del  vasallaje  de 
su  patria  á  España  y  por  no  haber  aceptado  conde- 
coraciones de  carachas  y  honores  personales  á  true- 
que de  ser  traidor,  nos  parece,  francamente,  cjue  es 
no  comprender  la  naturaleza  de  su  alma  ni  las  as- 
piraciones políticas  que  lo  animaban.  El  coman- 
dante Uriondo  rechazó  también  iguales  tentaciones, 
y  esa  nobleza  es  más  bella  aún  en  él.  por  la  humil- 
dad relativa  de  la  posición  que  ocupaba. 

Si  Güemes  resulta,  pues,  grande  como  militar 
y  como  patriota,  depende  de  sus  hechos,  de  las  vir- 
tudes y  del  heroísmo  que  puso  al  servicio  de  la  in- 
dependencia sudamericana.  Los  historiadores  ene- 
migos,  los  cjue  combatieron  contra  él,  los  cjue  po- 


DEL    CORONEL    GÜEMES    EX    SALTA  ^47 

dían  dar  el  testimonio  verdadero  de  sus  talentos  y 
de  su  indomable  energía,  son  los  que  corroboran 
hoy  cuanto  podríamos  decir  en  elogio  suyo  los  es- 
critores argentinos,  gratos  á  los  inmensos  servicios 
que  hizo  á  la  patria.  Su  fama  no  es  hija  de  los  ecos 
interesados  del  espíritu  de  partido,  ni  del  puntillo 
local  ó  de  las  pasiones  fratricidas  que  han  forjado 
otras  leyendas  y  vaciado  en  mal  bronce,  ó  inerte 
piedra,  otras  estatuas,  sino  de  la  pujanza  con  que 
hizo  franqueable  la  raya  que  no  habían  de  volver 
á  pasar  los  antiguos  dominadores  que  pretendían 
voh'ernos  al  vasallaje  de  un  rey  europeo. 

Si  del  campo  de  batalla  lo  traemos  al  terreno 
del  organismo  nacional,  culto  y  liberal,  le  veremos 
jurar  entre  los  primeros  el  pacto  de  la  fraternidad  y 
de  la  abnegación  de  los  sáltenos  con  los  demás  pue- 
blos argentinos;  reconocer  y  obedecer  con  un  res- 
peto honrado  la  autoridad  militar  y  legítima  de  San 
Martín  y  de  Belgrano;  recibir  sus  órdenes,  comu- 
nicarles sus  medidas,  y  vencedor,  presentarse  digno 
de  la  gratitud  de  la  nación  en  las  páginas  impere- 
cederas con  cjue  enriqueció  las  glorias  argentinas. 
Y  esto  sin  contar,  como  lo  veremos  después,  con 
el  noble  ejemplo  de  amor  al  orden  nacional,  en 
unión  del  régimen  político,  que  dio  cuando  le  con- 
testó á  Ramírez,  el  caudillo  anarquista  de  Entre- 
rríos,  que  lo  solicitaba  á  entrar  en  un  acuerdo  de 
guerra  contra  Buenos  Aires :  "cjue  para  él,  allí,  en 
esa  capital,  era  donde  estaba  el  centro  de  la  vida, 
del  porvenir  y  del  progreso  de  los  pueblos  argen- 
tinos, y  c[ue  si  en  algo  estimaba  su  opinión  y  su 
amistad,  volviese  sobre  sus  pasos  y  contribuyese  á 


548  CAMPAÑA    DE:I?E;NSIVA 

la  convocación  de  un  Congreso  Nacional  que  esta- 
bleciese la  unidad  de  los  pueblos  argentinos  bajo 
el  régimen  de  una  ley  común  y  libre". 

Artigas  y  Carrera...    ¡Bah!  Hablemos  de  co- 
sasniás  encumbradas. 


CAPITULO  XI 

LOS     ARGENTINOS     PASAN     I,OS     ANDES     Y     LIBERTAN 
A   CHILE 

Sumario  :  Güemes  y  San  Martin. — Los  dos  problemas  es- 
tratégicos del  momento. — Ppr  el  Alto  Perú,  ó  por  Chile. 
— Prevenciones  y  predisposiciones  del  general  San  Mar- 
tín.-— El  resultado  de  su  plan. — Sus  trabajos  preparato- 
rios.— -Su  inmensa  popularidad  en  Cuyo. — El  ejército 
realista  en  Chile. — Artificios  y  maniobras  de  San  Mar- 
tín para  desorientar  al  enemigo. — Su  conferencia  ó  gran 
parlamento  con  los  caciques  del  Sur. — El  terreno  de  sus 
operaciones. — El  Pico  de  Ackon-Kahiiac. — Las  laderas. 
El  ejército  y  su  material  de  guerra. — Los  dos  caminos. 
— Las  instrucciones. — Combate  de  la  Guardia. — El  gene- 
ral Soler  y  ocupación  de  Putaendo. — Acción  de  las  Coi- 
mas.— Ocupación  de  la  provincia  de  Ackon-Kahuac. — 
Correspondencia  del  general  en  jefe  con  el  coronel  Las 
Heras. — Grandes  ventajas  de  la  ocupación  de  San  Felipe 
de  Ackon-Kahuac.  —  Confianza  y  satisfacción  de  San 
Martín. — La  situación  de  Santiago  y  de  los  realistas. — 
Trastorno  completo  de  sus  previsiones. — El  general  Ma- 
roto  y  la  cuesta  de  Chacabuco. — Plan  de  San  Martín. — 
^larcha  de  las  divisiones. — Primer  encuentro  sobre  la 
Cuesta.^Descenso  é  imprudencia  de  O'Hígins. — El  éxi- 
to de  la  batalla  comprometido  por  su  falta  de  criterio. — 
Aparición  oportuna  y  decisiva  del  general  Soler. — La 
victoria. — Incidente  y  rompimiento  entre  Soler  y  O'Hig- 
gins. — Ocupación  de  la  capital. — Ejecución  de  los  facine- 
rosos Zambruno  y  Villalobos. — Apresamiento  del  presi- 
dente y  gobernador  de  Chile  el  mariscal  Marcó  del  Pont. 
— Su   confinamiento   en   la   provincia   argentina   de    San 


550  LOS   ARGENTINOS   PASAN    LOS   ANDES 

Luis. — O'Higgins    Supremo    Director    de    Chile. — Sepa- 
ración del  general  Soler. 

Cuando  el  general  Laserna  iniciaba  por  Huma- 
Hiiackac  la  formidable  invasión 
1816  que  el  general    Güemes    destrozó 

Diciembre  24  en  los  heroicos  combates  que  he- 
mos narrado,  era  también  cuando 
el  general  San  ]\íartín  daba  la  última  mano  á  su 
laboriosa  organización  del  Ejercito  de  ¡os  Andes,  y 
le  comunicaba  al  Supremo  Director  que  en  pocos 
días  más  estaría  ya  sobre  las  enormes  Cordilleras 
para  caer  sobre  los  realistas  que  ocupaban  á  Chile 
con  cerca  de  diez  mil  hombres. 

Una  de  dos :  ó  el  general  tenía  una  ciega  y  hon- 
rosísima confianza  en  los  talentos  y  en  la  populari- 
dad de  Güemes,  al  confiarle  así  la  defensa  de  las 
Provincias  Argentinas,  ó  contaba  por  más  apode- 
rarse de  Chile,  Cjue  defenderlas  él  mismo.  De  todos 
modos,  ese  es  el  hecho ;  siendo  de  notar  que,  desde 
entonces,  el  general  San  ^lartín  estaba  constituido 
en  dueño  absoluto  de  ese  ejército,  y  que  era  su  vo- 
luntad sola  la  que  imperaba  y  la  que  debía  seguir 
imperando  en  él.  ]\íayor  es,  por  lo  mismo,  la  honra 
y  la  gloria  con  cpe  Güemes  desempeñó  el  puesto 
que  se  le  dejaba. 

Dos  eran,  y  á  cual  más  importante,  las  opera- 
ciones que  se  ofrecían  al  talento  y  á  la  energía  mili- 
tar del  general  en  jefe  del  ejército  de  los  Andes.  En 
los  últimos  días  del  año  de  181 6,  su  ejército  estaba 
pronto  y  pertrechado  para  una  larga  y  laboriosa 
marcha  en  cualquier  sentido  en  que  hubiera  que- 
rido   emprenderla.    El   general   lo    había  preparad(^ 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  55 1 

para  subir  á  las  Cordilleras  y  caer  en  Chile  como 
el  cóndor  que  haciendo  flecha  de  sus  alas,  descien- 
de sobre  el  lomo  de  su  presa  con  la  rapidez  del  me- 
teoro. De  manera  que  si  podía  transmontar  esas  se- 
rranías, á  cuyo  lado  son  pigmeos  los  Alpes  cuyo 
paso  cuenta  entre  las  grandes  hazañas  de  Aníbal  y 
de  Bonaparte,  el  general  San  Martín  podía  con 
mayor  rapidez  correrse  por  el  Jaclial  y  Valle  Fértil 
para  aparecer  por  retaguardia  del  general  Laserna, 
al  tiempo  que  sacudido  y  desgarrado  por  Güemes 
no  tenía  ya  más  salvación  que  una  retirada  desas- 
trosa. Traído  á  ese  terreno,  el  ejército  de  los  An- 
des habría  consumado  la  pérdida  total  de  los  rea- 
listas. Todo  habría  quedado  en  su  poder,  y  ese  todo 
contenía  nada  menos  que  los  famosos  y  bravos  re- 
gimientos que  habían  venido  de  la  península  ibé- 
rica :  el  Gerona,  el  Extreinadura,  el  Imperial  Ale- 
jandro, el  Real  de  Lima,  el  Burgos,  los  Húsares 
de  Sardina,  un  magnífico  tren  de  artillería,  con  urt 
cúmulo  de  jefes  que  rayaban  en  lo  más  alto  de  la. 
jerarquía  militar :  Laserna,  Valdés,  Canterac,  Es- 
partero, Carratalá,  Tacón.  .  .  ¿á  qué  contarlos?  Eu- 
ropa entera  los  conoce. 

En  esa  marcha  triunfal  cuyo  camino  le  había 
abierto  Güemes,  el  general  San  Martín  hubiera  in- 
corporado á  su  efectivo  de  4.000  hombres,  tres  mil 
con  excelentes  oficiales  c|ue  tenía  á  la  mano  el  ge- 
neral Belgrano,  y  otros  tres  mil  á  lo  menos  que 
Güemes  tenía  ya  en  campaña.  Su  marcha  con  diez 
mil  soldados  de  primera  clase,  al  través  del  Alto 
Perú  hasta  el  Cuzco  y  las  sierras  que  dominan  y 
proveen  de  todo  á  la  región  marítima  del  país,  ha- 
bría sido  asunto  de  veinte  días  á  lo  más,   porque 


552  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

nadie  podía  haberle  opuesto  en  todo  ese  trayecto  un 
cuerpo  de  dos  mil  hombres  siquiera  reunidos  y  en 
aptitud  de  hacerle  frente. 

El  general  optó  por  lo  primero;  pero  los  resul- 
tados se  encargaron  de  demostrarle  que  había  co- 
metido un  error  irreparable.  Sus  operaciones  no 
pudieron  desenvolverse  y  fracasaron  sus  esperanzas 
de  terminar  en  Lima  la  emancipación  de  la  Amé- 
rica del  Sur. 

Dos  fueron  las  causas  que  lo  indujeron  á  dejar 
el  camino  del  Cuzco  y  preferir  el  de  Chile.  La  una 
enteramente  personal :  el  general  tenía  ansia  de 
emanciparse  de  la  política  argentina  y  de  dar  la  es- 
palda á  la  inquieta  y  vacilante  situación  de  esa  so- 
ciabilidad democrática  y  anárquica  que  cuando 
suelta  dominaba  en  el  gobierno,  y  cuando  compri- 
mida mantenía  un  estado  insoportable  de  alarmas 
y  de  violentas  represiones.  Creía  que  transportado 
á  Chile  con  su  ejército  comenzaba  á  ser  él  mismo, 
á  tener  é  imponer  una  voluntad  propia  desde  un 
centro,  ó  "un  baluarte",  como  él  mismo  decía,  en 
donde  nadie  podía  dominarlo  ni  nombrarle  sucesor ; 
el  camino  del  Cuzco  no  le  daba  la  misma  indepen- 
dencia ni  le  permitía  la  misma  libertad  de  acción 
respecto  de  los  gobiernos  de  Buenos  Aires,  que  tan- 
to habían  pesado  sobre  su  suerte.  Pero  además  de 
esta  causa  influyó  otra  también,  que  fué  el  concep- 
to equivocado  en  que  se  hallaba  sobre  el  valor  es- 
tratégico de  las  posiciones  que  pensaba  ocupar. 
Creía  cpe  todo  el  secreto  de  la  guerra  por  la  eman- 
cipación sudamericana  consistía  en  ocupar  á  Lima ; 
que  allí  comenzaba  y  acababa  todo,  y  no  se  daba 
cuenta  de  que  la  posesión  militar  y  política  del  Pe- 


Y   WBERTAX   A    CHILE  553 

rú  no  dependía  de  Lima,  sino  del  Cuzco  y  de  las 
Sierras  que  forman  el  contrafuerte  oriental  de  la 
región  marítima  que,  estéril,  malsana  y  poco  po- 
blada, no  podía  vivir  de  sí  propia  ni  servir  de  cen- 
tro á  poderosas  fuerzas  militares. 

"San  Martín  me  anima  á  que  tengamos  pacien- 
cia (le  escribía  el  general  Belgrano  á  Güemes)  ;  me 
dice  que  nada  puede  emprenderse  antes  de  que  ten- 
ga pronta  su  marítima  para  mandar  una  expedición 
á  desembarcar  en  Lima,  su  objeto  es  atacar  el  foco 
de  los  recursos  del  virrey,  porque  si  esa  capital  cae 
el  resto  caerá  también  de  suyo"  ( i ) . 

(i)  Carta  del  general  Belgrano  al  general  Güemes 
que  concuerda  con  la  que  se  transcribe  en  el  tomo  III  de  la 
Rez:  Chucua,  pág.  608.  "He  aquí  el  error  cuyas  tristes 
consecuencias  se  hicieron  sentir  muy  pronto  en  el  éxito 
de  la  expedición  al  Perú.  Apenas  puesto  en  las  costas  del 
Pacífico,  el  general  comprendió  que  las  dificultades  de 
la  empresa  eran  insuperables;  que  la  había  acometido  con 
fuerzas  insuficientes;  que  el  Perú  y  su  configuración  topo- 
gráfica no  respondían  á  sus  presunciones :  que  aquellos  só- 
lidos tercios  que  había  organizado  en  Cuyo  iban  ya  próxi- 
mos, por  esto  mismo,  á  vacilar  en  su  antigua  moral  por 
la  agitación  y  la  premura  con  que  se  había  lanzado  á  esta 
nueva  campaña  que  hubo  de  terminar  con  una  tremenda 
catástrofe,  aplazada  apenas  por  el  precipitado  abandono  que 
tuvo  que  hacer  de  la  escena  á  pesar  de  que  nunca  había 
lucido  como  entonces  la  fecundidad  de  sus  talentos  mili- 
tares. Dos  tentativas  hizo  el  general  San  Martín  para  to- 
mar pie  en  la  Sierra  del  Perú,  y  las  dos  fracasaron :  la 
primera  á  pesar  de  la  honrosísima  victoria  de  Pasco,  y  la 
segunda,  por  una  retirada  felizmente  hecha  á  tiempo  aun- 
que no  sin  sacrificios"'.  (Véase  la  Campaña  del  general  don 
J.  A.  A.  de  Arenales  en  1821,  escrita  por  su  hijo  el  coronel 
de  artillería  don  José  de  Arenales;  y  los  Apuntes  sobre  lo 
mismo  del  general  don  Toribio  de  Luzuriaga,  insertos  en 
el  tom.  V  de  la  Revista  de  Buenos  Aires,  i§6o). 


554  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

Obedeciendo  á  estos  dos  motivos,  y  sinceramen- 
te convencido  del  éxito  infalible  qne  la  ocupación 
de  Chile  debía  tener  en  la  caída  de  Lima  y  en  la  des- 
trucción del  poder  español  en  el  Perú,  había  el  ge- 

El  ejército  comenzó  pronto  á  padecer  enfermedades  y 
penurias  que  poco  á  poco  lo  consumían  sin  tener  cómo 
ni  dónde  reponerse  de  lo  que  perdía.  Los  habilísimos  mo- 
vimientos que  el  general  hizo  por  penetrar  en  el  país  y 
apoderarse  de  Lima,  le  convencieron  de  que,  aun  consi- 
guiendo esto  último,  el  resto,  donde  estaba  la  fuente  de 
los  recursos  y  el  respaldar  del  enemigo,  no  sólo  no  queda- 
ría dominado  como  él  se  lo  había  imaginado,  sino  que 
los  españoles  reconcentrándose  en  Cuzco,  se  harían  mucho 
más  fuertes  y  le  obligarían  á  regresar  á  las  costas  de  Chile 
con  los  restos  desgraciados  del  gigante  en  cuyos  robustos 
brazos  había  atravesado  las  Cordilleras  de  la  patria. 

Tanto  y  tan  pronto  conoció  su  error  el  eminente  ge- 
neral, aunque  por  desgracia  tarde  para  remediarlo,  que 
entre  los  dos  ó  tres  fines  serios  con  que  entabló  la  Ne- 
gociación de  Miraflores,  sus  representantes,  los  señores 
Guido  y  García  del  Río  recibieron  encargo  especial  de  pro- 
poner á  los  señores  U^nanue  y  Villar  de  Fuentes,  represen- 
tantes del  virrey  Pezuela,  entre  varias  condiciones  de  arre- 
glo, una  que  presentaban  como  muy  favorable  á  los  realis- 
tas, por  la  cual  el  general  San  Martín  se  obligaría  á  "aban- 
donar las  costas  y  el  apoyo  de  la  escuadra  que  mandaba  Co- 
chrane,  y  transportarse  con  su  ejército  al  Sur  del  Alto  Pe- 
rú, es  decir,  á  la  frontera  argentina.  En  el  transcurso  de 
estas  negociaciones  que  nos  da  el  señor  don  Mariano  F.  Paz 
Soldán,  que  es  el  escritor  clásico  é  irreprochable  en  esta 
materia,  nos  dice  en  su  Historia  del  Perú  Independiente 
(tom.  I,  pág.  70)  :  "Los  comisionados  de  San  Martín,  revis- 
tiéndose de  toda  moderación  y  deseando  buscar  el  medio 
de  terminar  la  guerra,  propusieron  que  el  ejército  liberta- 
dor se  trasladaría  al  otro  lado  del  Desaguadero ;  que  las 
tropas  del  rey  desocuparían  las  provincias  del  Alto  Perú 
replegándose  á  este  lado  del  Desaguadero  (es  decir,  al  nor- 
te)"'. Pezuela  no  tenía  un  pelo  de  tonto,  conocía  á  palmos  el 


Y   LIBERTAN   A    CIIILTv  555 

neral  San  ^Martín  preparado  sn  ejército  con  una 
menudencia  tal  de  detalles  y  con  una  atención  tan 
prolija  al  lleno  de  cada  necesidad  cpie  pudiera  ofre- 
cer,  no   sólo   el   conjunto   de   su   movimiento,    sino 

suelo  de  su  mando  y  sabía  bien  que  con  ese  cambio  la 
posición  y  la  fuerza  del  ejército  argentino  habría  mejorado 
radicalmente;  y  á  pesar  de  la  destreza  y  del  disimulo  dé 
la  proposición,  la  rehusó  redondamente.  El  resultado  fué 
que  abandonada  la  capital  por  los  realistas,  el  general  San 
Martín  se  vio  delante  de  una  situación  insostenible,  sin  li- 
bertad de  movimiento,  ni  objetivo  á  donde  llevar  su  acción. 
Comprendió  que  no  había  llegado  por  el  buen  camino; 
y  se  acercaba  á  la  dura  alternativa  de  desistir  de  su  em- 
presa, cuando  vino  á  tomarla  Bolívar  mejor  servido  por 
el  acaso  de  circunstancias  que  no  habían  sido  de  prever. 
Si  la  negociación  de  Miraflorcs  es  una  prueba  incontrasta- 
ble de  su  error  dada  por  el  general  mismo,  no  lo  es  de  me- 
nos valor  la  opinión  de  otro  de  los  mejores  estrategas  del 
ejército  español  que  actuaba  en  la  misma  campaña.  El 
general  García  Camba,  honradísimo  y  verídico  historia- 
dor á  la  vez,  juzga  así  la  difícil  situación  en  que  se  colocó 
el  general  San  Martín:  "Bien  cara  costó  á  los  indepen- 
dientes su  arrogante  confianza.  Las  tropas  del  ufano  San 
Martín  no  tardaron  en  experimentar  graves  enfermedades, 
derrotas  y  humillaciones  (*)  viéndose  al  fin  obligado  á 
abandonar  la  empresa  comenzada  bajo  tan  felices  auspi- 
cios, V  dejar  al  dichoso  caudillo  de  Colombia  la  tarea  de 
proseguirla  y  la  gloria  de  llevarla  á  venturosa  cima,  más 
por  efecto  de  nuestras  tristes  disensiones  (insurrección  de 
Olañeta)  que  por  la  superioridad  de  sus  armas"  (cap.  XVII 
pág.  302).  Y  la  verdad  es  que  sin  la  sublevación  de  Ola- 
ñeta que  privó  al  virrey  de  todas  las  provincias  meri- 
dionales  del  Desaguadero  á   Tupiza  y  de  una  división  do 

i*\  Suponemos  que  se  refiera  á  'I'orntn  y  Mocqnehna,  á, pesar  de  que 
San  Martin  había  abandonado  en  esos  dias  el  Perú:  quizá  también  á  la 
impugne  operación  de  Canterac  sobre  el  Callao. 


556  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

cada  cuerpo,  cada  arma  y  cada  soldado,  que  nada 
había  dejado  pendiente  al  acaso  ó  á  lo  imprevisto. 

La  manera  de  transportar  los  cañones  y  las  cu- 
reñas al  través  de  las  rápidas  y  estrechas  laderas  de 
la  Cordillera;  el  forraje  y  los  aparejos  para  las  mu- 
las,  apropiados  á  cada  caso  y  á  cada  género  de  car- 
ga; el  abrigo  de  cada  soldado,  los  cueros  indispen- 
sables para  que  salvasen  el  pie  de  las  asperezas  del 
suelo  de  la  nieve  y  de  las  demás  contingencias  de 
la  marcha;  los  alimentos  para  neutralizar  la  asfi- 
xia que  producen  aquellas  alturas ;  el  cuidado  y  la 
distribución  de  los  caballos;  los  herradores,  el  in- 
menso tráfago  del  parque,  de  las  municiones;  la 
manera  de  descender  al  terreno  enemigo,  de  mon- 
tar la  artillería,  de  ejecutar  las  primeras  sorpresas, 
de  apoderarse  de  los  mejores  recursos,  de  montar 
y  de  poner  en  movimiento  sus  vanguardias,  de  ocu- 
par los  flancos  y  de  tomar  en  detalle  las  fuerzas  ene- 
migas con  su  ejército  compacto  y  reconcentrado  á 
un  punto,  de  las  diversas  direcciones  con  que  en  un 

cinco  mil  veteranos  que  mandaba  este  caudillo  realista, 
el  general  Sucre  no  habría  cometido  la  locura  de  operar 
sobre  la  Sierra  con  5.000  hombres  escasos,  ni  habría  aven- 
turado la  batalla  de  Ayacucho,  que  harto  dudosa  estuvo. 
El  mismo  general  San  Martin  lo  creía  así,  como  consta  en 
■la  famosa  carta  que  al  retirarse  del  Perú  escribió  á  Bolívar 
en  1822.  El  asunto  es  de  suyo  interesante  y  digno  del  des- 
envolvimiento necesario  que  quizá  le  daremos  á  su  tiempo 
en  un  Apéndice  especial.  Por  ahora  nuestro  objeto  se  ha 
limitado  á  juzgar,  en  su  momento  inicial,  el  carácter  mi- 
litar y  respectivo  de  las  dos  operaciones  que  á  fines  de 
1816  se  le  ofrecía  al  general  San  Martín:  atacar  al  enemi- 
go en  Chile,  ó  seguir  los  triunfos  de  Güemes  y  llevar  has*-a 
el  Cuzco  las  armas  de  la  patria. 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  55/ 

día  debían  llegar  sus  díxisiones  á  ese  punto ;  todo 
este  cúmulo  maravilloso  de  previsiones  que  no  pue- 
de formarse  y  tomar  vida  sino  en  una  gran  cabeza 
militar  y  administrativa,  fué  obra  del  general  San 
Martín  en  Cuyo  llevada  á  cabo  con  una  deficiencia 
de  medios  y  de  recursos  que  bace  más  asombroso 
el  poderoso  trabajo  de  ingenio  que  tuvo  que  con- 
sagrarle ;  porque  fuera  de  él  ningún  hombre 
superior  tenía  á  su  lado  que  le  supliese,  sino 
afanosos  cooperadores  que  ponían  todo  su  saber  en 
hacer  ejecutar  lo  que  él  les  detallaba,  les  formula- 
ba ó  les  sugería. 

Es  ahí  donde  está  tocio  entero,  y  en  su  mayor 
grandeza,  el  general  San  Martín.  Sus  grandes  vic- 
torias fueron  la  consecuencia  de  esta  ardua  combi- 
nación de  los  elementos  con  que  supo  prepararlas. 
Verdad  es  que  Buenos  Aires  y  Pueyrredón  se  re- 
dujeron á  extrema  flaqueza  por  robustecerlo,  y  que 
Cuyo  le  entregó  cuanto  tenía,  no  diré  la  provincia, 
que  eso  sería  nada,  sino  cuanto  tenía  cada  vecino : 
ropa,  muías,  caballos,  peones,  alimentos,  charqui, 
enseres  y  hasta  trebejos,  porque  nada  quedó  en  las 
casas  de  aquellos  sobre  que  el  general  echaba  el  ojo 
con  alguna  idea  de  utilizarlo,  que  al  momento  no 
le  fuera  entregado  con  buena  voluntad  exquisita  que 
rayaba  en  el  entusiasmo.  Su  gran  secreto  había  sido 
enardecer  el  patriotismo  de  los  cuyanos  y  hacerles 
sentir  toda  la  gloria  que  debía  enaltecerlos  en  la  re- 
conquista de  Chile. 

El  ejército  realista  que  había  vencido  en  Ran- 
cagua  no  se  hallaba  todavía  en  aptitud  de  aprove- 
char el  verano  (1814-15)  para  pasar  la  Cordillera 
y  operar  en  Cuyo.  Pero,  si  en  ese  ejército  hubiese 


558  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

habido  nn  hombre  de  genio,  capaz  de  "preparar  y 
de  ejecutar"  el  paso  de  la  Cordillera,  magnífica  oca- 
sión se  le  hubiera  presentado  en  el  verano  siguien- 
te (J815-16),  pues  fué  entonces  precisamente  cuan- 
do Rondeau  perdía  en  Sipe-Sipe  el  único  ejército 
organizado  de  la  República,  y  cuando,  como  antes 
vimos,  el  mofimiento  social  ofrecía  el  caos  sombrío 
de  una  borrasca  que  parecía  final.  Felizmente  pasó 
ese  momento  sin  que  el  enemigo  hubiese  hecho 
nada  serio  para  sacar  el  provecho  con  que  le  brin- 
daba esa  ocasión.  En  la  primavera  de  181 6,  Pezuela 
se  preparaba  á  invadir  primero  por  Salta,  para  des- 
pejar la  bajada  sobre  Cuyo  del  ejército  de  Chile  é 
incorporarse  con  él  en  Córdoba.  Pero  San  Martín, 
á  su  vez,  tenía  ya  organizado  el  suyo;  y  el  ejército 
de  Chile  estaba  más  temeroso  de  ser  atacado,  que 
pronto  á  concentrar  la  extensa  línea  de  sus  cuidados 
para  ejecutar  una  invasión  compacta  y  poderosa  al 
través  de  la  Cordillera. 

Maestro  en  el  arte  de  desorientar  al  enemigo 
con  noticias  ó  avisos  traviesos  y  bien  combinados, 
San  Martín  no  separaba  su  vista  de  Chile  ni  por  un 
instante.  Fértil  y  oportuno  en  el  empleo  de  expedien- 
tes, el  general  supo  ocultar  á  la  penetración  de  los 
realistas,  no  sólo  sus  miras  sino  las  fuerzas,  los  re- 
cursos y  los  conocimientos  que  había  aglomerado 
y  adquirido  durante  dos  años  de  asiduos  estudios. 
Tenía  planos  y  croquis  de  toda  la  zona  de  la  cordi- 
llera por  donde  se  proponía  pasar.  No  había  una 
garganta,  una  estrechura,  ladera,  precipicio  ó  río 
cuyas  proporciones  y  circunstancias  no  conociese 
en  todos  sus  detalles.  Había  medido  todas  las  dis- 
tancias,   estudiado   con    esmero   todos   los    inconve- 


Y   I^IBERTAX    A    CHILE  559 

nientes  y  preparado  los  medios  de  vencer  cada  difi- 
cultad en  su  lugar  mismo  con  relación  al  tránsito 
de  la  tropa  y  al  transporte  de  todo  su  material.  Bien 
previsto  y  dominado  en  su  mente  el  conjunto  de  los 
medios,  había  formado  el  plan  general  de  la  inva- 
sión, el  número,  la  fuerza,  y  la  distribución  de  sus 
divisiones;  de  manera  que  en  un  momento  dado  y 
preciso,  bajando  por  distintos  boquetes  convergie- 
sen todas  al  punto  en  que  había  determinado  dar  la 
primer  batalla  y  ganar  la  victoria  decisiva  de  la 
campaña. 

En  todo  este  tiempo  liabía  obrado  el  general 
con  tal  destreza,  que  los  realistas  de  Chile,  menuda 
y  asiduamente  informados  por  los  espías  y  corres- 
ponsales secretos  que  tenían  en  ^Mendoza,  estaban 
convencidísimos  de  que  la  invasión  en  caso  de  ser 
intentada  se  haría  sentir  por  alguno  de  los  boquetes 
que  caen  á  Chillan,  es  decir,  del  sur  al  norte,  cosa 
Cjue  parecía  entonces  lo  único  racional,  porque  el 
vulgo  nunca  alcanza  á  comprender  los  secretos  mis- 
teriosos que  dan  luz  á  las  previsiones  del  genio. 
\"erdad  es  que  no  puede  darse  mayor  astucia  que 
ía  cjue  San  Martín  empleó  para  imbuir  á  los  enemi- 
gos en  este  error,  al  paso  que  su  mira  era  caer  de 
sorpresa  en  el  centro  mismo  de  las  líneas  españolas, 
partirlas  y  desbaratarlas  en  detalle  sobre  la  misma 
capital,  y  apoderarse  de  ella  como  por  encanto. 

Excusando  mínimos  detalles,  nos  limitaremos 
á  narrar  uno  cjue  otro  de  los  hábiles  artificios  de  c|ue 
usó  para  ello.  Ante  todo  es  preciso  convenir  en  cjue 
la  destreza  del  general  argentino  para  ocultar  su 
plan  de  ataque  tenía  por  cómplice  la  naturaleza 
misma  de  las  serranías  y  de  las  breñas  que  se  pro- 


560  LOS   ARGICNTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

punía  atravesar.  Los  realistas  y  los  patriotas  sabían 
que  una  ú  otra  partida,  ligeramente  armada,  podía 
aprovecharse  de  la  silenciosa  soledad  que  reina  so- 
lemne en  esas  altas  y  extensas  asperezas  que  sepa- 
ran á  Alendoza  de  Chile,  ejecutar  una  rápida  co- 
rrería, asaltar  alguna  guardia  avanzada  y  matar 
diez  ó  doce  soldados,  á  este  ó  al  otro  lado.  El  hecho 
se  había  repetido  algunas  veces  sin  (jue  pudiera 
ser  otra  cosa  que  un  simple  pasatiempo  en  la  vida 
monótona  que  llevaban  los  piquetes  aislados  en  las 
cumbres  desnudas  de  ese  puntiagudo  desierto  de 
piedra.  Pero  lo  que  á  nadie  se  le  había  ocurrido,  lo 
que  nadie  creía  posible,  era  que  un  ejército,  pobre 
y  menesteroso  como  todos  los  de  aquel  tiempo  en 
la  América  del  Sur,-  c[ue  entre  soldados  y  coopera- 
dores contaba  más  de  cinco  mil  hombres,  con  arti- 
llería, bagajes,  parques,  acémilas,  víveres,  máqui- 
nas, fraguas  y  todo  un  material  completo  de  guerra, 
pudiese  atrevesar  las  cordilleras  de  Ushit-PaHacta 
y  de  los  Patos  en  aptitud  de  batirse  con  ventaja  en 
batalla  campal  y  en  el  centro  mismo  de  los  recursos 
y  del  poder  enemigo. 

Por  consiguiente,  el  convencimiento  en  que  el 
vulgo  estaba  de  esta  imposibilidad,  fué  el  primer 
cómplice  que  el  genio  militar  de  San  ]\Iartín  tuvo 
para  ejecutar  la  maravillosa  operación  que  el  ene- 
migo no  sospechó  siquiera.  Pero  astuto,  prevenido 
y  avisado  en  todo,  el  general  no  sólo  no  se  aban- 
donó á  esta  material  seguridad,  sino  que  puso  en 
juego  toda  la  fertilidad  de  su  genio  para  mantener 
en  su  error  á  los  realistas.  Tomando  precauciones 
inauditas  de  reserva  y  de  misterio,  mandó  á  las  tri- 
bus araucanas  de  las  cadenas  del  Negro  y  del  Li- 


Y  UBERTAX   A   CIIILlC  561 

iiiay  algunos  emisarios  conocidos  entre  ellos,  bue- 
nos lenguaraces,  de  cuya  fidelidad  estaba  él  bien 
seguro  por  sus  afinidades  con  los  hacendados  del 
Sur  de  Mendoza.  Llevaban  comisión  de  hacer  gran- 
de ^  promesas  de  regalos  á  ciertos  caciques  de  gran 
nombre  en  las  fronteras,  tanto  de  las  pampas  ar- 
gentinas como  de  la  otra  banda,  cuyas  relaciones 
con  los  realistas  de  Valdivia  y  de  Arauco  eran  muy 
conocidas.  Haciéndose  el  cpe  lo  ignoraba,  y  apa- 
rentando confianza  en  que  servirían  á  los  del  país 
contra  los  españoles,  San  Martín  les  rogaba  que 
vinieren  al  Fortín  de  San  Rafael  con  los  caciqui- 
llos  y  familias  de  su  dependencia  á  celebrar  un  gran 
parlamento.  Para  halagarlos  les  hizo  ofrecer  mu- 
chos regalos,  banquetes,  bebidas  y  festejes  según 
la  usanza,  donde  se  habían  de  pronunciar  solemnes 
discursos  con  motivo  de  la  alianza  que  se  les  pro- 
pondría. I'ero  todo  á  condición  de  que  guardasen 
la  mayor  reserva  á  fin  de  que  las  autoridades  de 
Chile  nada  sospechasen  y  pudiesen  ser  sorprendi- 
das con  la  entrada  del  ejército  argentino  por  las  tie- 
rras de  los  araucanos. 

Entre  los  grandes  encantos  que  podía  procurar- 
se á  las  tribus  del  Sur,  ninguno  había  más  hala- 
güeño que  el  de  abrirles  un  parlamento  y  la  ocasión 
de  hacer  en  él  inacabables  discursos.  Todo  entraba 
en  la  facundia  natural  de  su  índole.  Sentados  en 
cuclillas  unos  al  lado  de  los  otros,  y  formando  un 
ancho  círculo  en  cuyo  remate  estaba  el  cacique  ge- 
neral con  sus  huéspedes,  se  daban  á  hablar  de  los 
héroes  legendarios  de  su  raza,  de  las  hazañas  y  ma- 
tanzas de  cristianos,  de  fieras  ó  de  otros  enemigos 
que  habían  ejecutado,  de  los  potros  indómitos  con 

HIST.   DE   LA   REP.    ARGENTINA.   TOMO   VI. 36 


562  LOS    ARGPZXTIXOS    PASAN    LOS    AXDES 

que  entraban  en  batalla,  de  las  herniosísimas  muje- 
res que  habían  cautivado  por  la  fuerza  de  su  brazo 
primero,  y  por  los  encantos  del  amor  después,  que 
le  habían  llenado  su  toldo  de  lindísimos  hijos  blan- 
cos como  la  nieve  de  las  cúspides  andinas.  Conta- 
ban de  un  tirón  todas  sus  tradiciones,  y  á  la  manera 
de  los  héroes  de  Homero,  ya  lloraban  cá  lágrima 
viva  por  sus  ilustres  muertos,  por  sus  madres  ó  mu- 
jeres ó  hijos  exterminados  por  el  feroz  cristiano 
(enemigo  siempre  del  huésped  presente,  que  era  un 
dechado  de  buen  amigo),  ya  enardecidos  con  el  des- 
pojo de  los  campos  que  antes  fueron  suyos,  y  con 
el  recuerdo  de  las  venganzas  que  habían  tomado, 
iba  la  exaltación  subiendo  hasta  el  tono  del  furor 
épico  y  sonoro,  propio  de  la  vida  y  del  colorido 
grandioso  que  siempre  toma  la  palabra  apasionada 
del  salvaje  cuando  se  siente  libre  y  fuerte  en  la 
vasta  región  de  su  poder.  Eso  es  lo  cjue  nunca  ol- 
vida ;  y  por  eso  es  siempre  pérfido  en  sus  tratos. 
Inútil  es  decir  que  los  huéspedes  que  han  venido 
al  parlamento  no  entienden  una  palabra;  pero  el 
secretario  y  lenguaraz  del  cacique  sigue  el  discurso 
traduciéndolo  con  tono  enfático  y  oficial,  y  en  un 
castellano  que,  aunque  extravagante,  asume  toda 
la  bárbara  y  poética  energía  del  original.  Después 
del  jefe  de  las  tribus  congregadas  cada  cacique  feu- 
datario hace  también  su  areng'a  para  hacer  sentir 
su  importancia  v  su  derecho  al  reparto  de  los  re- 
galos con  que  ha  de  sellarse  el  arreglo  ó  la  aHanza. 
San  ^Martín  sal)ia  perfectamente  que  apenas  pro- 
pusiera la  alianza,  los  caciques  del  Rio  Xegro  y  del 
Limay  lia1)ían  de  aceptar  al  momento  y  venir  de 
prisa  á  la  cita ;  pero  que,  por  lo  mismo  que  les  ha- 


Y   LIBERTAX    A    CHILE  563 

bía  hecho  jurar  la  obHgación  de  guardar  reserva  con 
grande  aparato  y  misterio,  habían  de  apresurarse  á 
informar  á  los  españoles  de  la  grande  novedad, 
para  ponerse  en  condiciones  de  sacar  partido  de  lo 
que  más  les  conviniera,  que  seguramente  sería  ex- 
traviarlo en  los  pliegues  obscuros  del  desierto,  de- 
jarlo á  pie,  exterminarlo  y  hacer  botín  de  todo.  Sin 
embargo,  tan  penetrados  estaban  todos  de  que  ese 
era  el  único  camino  por  donde  se  podía  maniobrar, 
y  tanta  confianza  tenían  los  patriotas,  como  temor 
los  realistas  de  su  habilidad,  que  los  unos  espera- 
ban y  los  otros  tenían  que  arriesgar  por  ahí  su  gran- 
de aventura. 

En  ese  sentido,  la  imposición  del  silencio  y  de 
la  reserva  se  llevó  adelante  en  Mendoza  con  los  más 
menudos  requisitos  del  caso.  Se  prohibió  bajo  se- 
veras penas  que  nadie  hablase  ó  escribiese  noticia 
alguna  del  viaje  de  San  ^lartín  al  Sur,  y  entre  tanto 
se  hacía  circular  la  noticia  y  el  objeto,  de  labio  en 
labio,  y  como  si  se  tratase  de  un  secreto  de  estado 
peligrosísimo.  Los  espías  realistas  que  el  general 
conocía  y  dejaba  vivir  en  ^Mendoza,  comunicaron 
el  asunto  al  gobierno  de  Chile :  y  con  eso  se  conse- 
guía el  fin  verdadero  del  artificio. 

El  6  de  septiembre  partió  San  Martín  para  el 
Fuerte  San  Rafael  llevando  por  escolta  un  pic[uete 
de  granaderos  á  caballo  y  como  150  milicianos,  pre- 
caución así  para  su  seguridad  como  para  el  boato 
regio  de  la  entrevista.  Con  anticipación  había  re- 
mitido á  ese  fortín  grandes  cantidades  de  bel^daSy 
trajes  vistosos,  telas,  abalorios,  plumas  y  cuentas 
de  color,  con  muchas  otras  cosas  que  eran  del  gusto 
especial   de  los  salvajes  de  esa  región.   El  general 


564  LOS    ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

estuvo  ocho  días  entre  ellos :  los  halagó  de  todos 
modos ;  les  demostró  una  credulidad  llena  de  can- 
dor y  de  cariño;  cada  día  les  repartía  una  parte  de 
los  regalos  y  buena  cantidad  de  bebidas;  y  cuando 
hicieron  y  juraron  el  concierto  de  alianza  para  in- 
vadir juntos  á  Chile  por  los  boquetes  que  ellos  do- 
minaban y  conocían,  el  general  nombró  general  al 
cacique  Yanquetruz  (si  mal  no  recuerdo),  lo  con- 
decoró con  uniforme,  galones  dorados  y  charreteras 
de  general ;  le  regaló  algún  dinero,  espada,  lanza 
y  apero  completo.  Con  los  demás  cíiciques  hizo  pa- 
recidas demostraciones,  reconociendo  á  unos  como 
coroneles,  como  capitanes  ó  tenientes  á  otros,  según 
su  importancia,  con  los  sueldos  correspondientes  á 
su  grado  desde  que  se  abriese  la  campaña.  Después 
se  arregló  el  detalle  de  las  marchas,  el  lugar  de  la 
reunión  y  la  manera  de  verificar  el  pasaje  á  Chile. 
Para  esto  recogió  con  toda  seriedad  nimios  y  cui- 
dadosos detalles  sobre  el  país  y  lugar  del  tránsito; 
y  trazó  croquis  y  distribuyó  instrucciones  precisas 
de  acuerdo  con  los  datos  evidentemente  pérfidos  que 
le  daban  los  indios.  Se  juró  con  solemne  gravedad 
todo  lo  convenido,  sin  que  se  olvidase  nada  de  aque- 
llo que  sirviese  para  dejar  engañados  á  los  caciques. 
Y  después  de  señalada  la  fecha  del  15  al  20  de  di- 
ciembre (1816)  para  la  unión  de  todas  las  fuerzas, 
se  procedió  al  reparto  de  víveres  y  bebidas;  y  co- 
menzó el  período  de  los  banquetes  con  la  general 
borrachera  y  báquico  furor  en  que  todos  ellos  to- 
man parte  en  conjunto,  mezclados  los  machos  con 
las  hembras,  los  niños  con  los  viejos,  en  una  colo- 
sal orgía  en  que  los  unos  sobre  los  otros  se  echan 
sobre  los  cascos  del  licor  hasta  los  últimos  extrc- 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  565 

mo3  y  quedar  tendidos  sobre  el  campo,  para  volver 
á  saturarse  de  aguardiente  apenas  recobran  fuerzas 
para  arrastrarse  hasta  los  barriles  (2). 

Fué  tanta  la  serenidad  y  la  aparente  reserva  con 
que  San  ^^íartín  llevó  adelante  esta  famosa  farsa, 
que  aun  las  personas  más  allegadas  á  su  trato  creían 
en  ella.  Pero  apenas  regresó  á  ^Mendoza  prendió  re- 
pentinamente y  puso  incomunicados  á  los  espías 
del  gobierno  de  Chile ;  cerró  de  una  manera  abso- 
luta las  salidas  de  modo  que  nada  de  lo  que  pasaba 
en  Mendoza  pudiera  llegar  á  saberse  del  otro  lado 
de  la  Cordillera ;  y  con  las  pruebas  patentes  del  es- 
pionaje y  de  la  traición,  interceptadas  á  tiempo,  ate- 
rró á  los  criminales,  haciéndoles  ver  que  tenían  de- 
lito de  muerte.  Les  presentó  entonces  una  serie  de 
borradores  de  cartas  trazadas  por  él  mismo,  para 
que  de  puño  y  letra  las  escribiesen  y  firmasen, 
y  las  hizo  pasar  como  genuinas  á  manos  del  previ- 
dente  de  Chile,  mariscal  ]\Iarcó  del  Pont,  valiéndo- 
se de  arbitrios  tan  eficaces,  que  quedó  completa- 
mente seguro  de  que  los  vencedores  de  Rancagua 
estaban  á  obscuras  y  completamente  engañados 
acerca  del  plan,  del  terreno  y  de  los  medios  con  que 
iba  á  batirlos  en  pocos  días  más. 

Para  dar  una  idea  del  acierto  con  que  el  general 
San  ^Martín  había  preparado  el  buen  éxito  de  la 
operación  trazaremos  á  grandes  rasgos    la    fisono- 

(2)  Informes  y  noticias  ciadas  al  autor  por  el  honra- 
do ciudadano  y  respetable  patriota  don  Juan  Godoy,  que 
concurrió  al  referido  parlamento  en  el  piquete  de  milicianos 
que  formaba  parte  de  la  escolta  del  general.  Iguales  no- 
ticias me  ha  dado  también  el  licenciado  mendocino  señor 
Videla. 


566  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS    ANDES 

mía  y  distribución  topográfica  del  terreno  en  que 
iba  á  ejecutarla.  A\  otro  lado  de  la  Cordillera,  en 
línea  gráficamente  paralela  con  Mendoza,  se  halla  la 
provincia  de  San  Felipe  de  Ackon-Kahuac  (3)  que 
forma  un  recodo  extenso  de  terrenos  fértiles  y  abun- 
dantes, limitado  al  naciente  por  las  cordilleras  del 
limite  argentino;  por  la  cuesta  ó  cerrillada  de  Cha- 
cabuco  al  Sur;  por  las  ásperas  montañas  de  Co- 
quimbo al  Norte,  y  por  los  intrincados  y  desnudos 
ramales  que  van  á  caer  exabrupto  en  el  mar  por  el 
Oeste.  El  general  consideraba  con  razón  que  si  lo- 
graba ocupar  esta  provincia  y  concentrar  en  ella 
sus  fuerzas  antes  que  el  enemigo  hubiera  conocido 
su  marcha,  se  haría  dueño  de  Santiago  y  podría 
arrojar  hacia  el  sur  las  fuerzas  realistas  que  en  la 
sorpresa  quisieran  venir  á  contenerlo. 

Dos  caminos  (si  es  cjue  aquel  estrecho  laberinto 
puede  llamarse  camino)  podía  tomar  el  general  pa- 
ra caer  en  el  valle  de  San  Felipe :  el  de  Usliupa" 
Liada  que  va  rectamente  á  las  faldas  de  la  Cordi- 
llera, y  el  de  los  Patos  que  entra  á  tres  ó  cuatro  le- 
guas al  norte  del  mismo  punto  de  partida.  El  ca- 
mino de  Ushupa-Llacta  va  siguiendo  en  subida  los 
innumerables  accidentes  del  contrafuerte  volcánico 
que  toma  su  nombre  del  Pico  de  Ackon-Kahuac, 
el  Centinela  de  Piedra  (4).  Lo  que  se  llama  camino 

(3)  \"éase  la  nota  siguiente. 

(4)  Ackon  (peñasco)  Kanhac  (vigía  ó  mirador,  el 
que  mira).  En  el  idioma  se  consigna  también  la  tradición 
del  tiempo  en  que  el  Aconcagua  de  ahora  era  un  volcán  en 
ignición,  porque  la  palabra  compuesta  Ushupa-Llacta  (Us- 
pallata)  significa  Región  de  Cenizas,  ó  lava  volcánica;  á 
lo  que  la  Provincia  de  Aconcagua  debe  indudablemente  su 
mentada  feracidad. 


Y   LIBERTAN    A    CHILE  567 

es  una  senda  estrechísima  que  se  va  trazando  en  el 
costado  de  la  serranía  al  ras  del  paredón  colosal  C[ue 
la  domina,  cortado  á  pique,  al  otro  lado,  por  abis- 
mos á  cuyo  fondo  se  precipitan  \'iolentos  torrentes 
que  arrastran  enormes  peñascos  desprendidos  de 
aquellas  "inquietas  masas  de  granito",  como  dice 
Humboldt.  Esa  senda  es  tan  estrecha  y  pedregosa 
que  en  su  mayor  extensión  no  permite  marchar  á 
más  de  dos  hombres  juntos. 

El  otro  camino,  llamado  de  los  Patos  es  menos 
cortado  por  laderas  ó  precipicios;  pero  era  (y  es 
todavía)  mucho  menos  frecuentado  por  viajeros  y 
correos,  porque  ofrecía  otros  peligros.  La  senda  es 
mucho  más  elevada ;  el  aire,  mucho  más  enrarecido, 
produce  una  clase  de  asfixia  llamada  pima  ó  soro- 
cho que  ataca  á  los  viajeros  con  frecuencia  y  que 
debía  temerse  tuviese  fatal  influjo  sobre  los  solda- 
dos argentinos,  hombres  de  tierras  bajas  y  sin  nin- 
gún hábito  ó  predisposición  natural  á  respirar  en 
tamañas  alturas.  El  frío  de  la  noche  es  allí  cruel,  y 
á  eso  se  agrega  el  serio  peligro  de  las  continuas 
nevazones  C|ue  suelen  caer  aún  en  verano.  Así  es 
que,  en  previsión  de  todo  esto,  las  precauciones  y 
los  cuidados  del  general  San  Martín  habían  llega- 
do hasta  los  últimos  detalles  de  una  solicitud  pater- 
nal, no  sólo  en  la  limitación  de  las  jornadas  para 
evitar  el  cansancio,  en  el  fuerte  abrigo  contra  las 
intemperies,  sino  en  la  mejor  calidad  de  los  alimen- 
tos, de  su  condimentación  con  los  ingredientes  tó- 
nicos y  estimulantes  adaptados,  con  vinos  y  aguar- 
dientes de  exquisita  fabricación  y  bien  escogidos 
en  las  bodegas  de  Cuvo. 


568  LOS    ARGENTINOS    PASAN    LOS    ANDES 

Había  llegado,  pues,  el. gran  momento;  el  ejér- 
cito estaba  pronto  á  emprender  el 
18 17  paso  de  los  Andes.  Constaba  de 

Enero  18  cuatro  batallones  de  infantería,  á 
saber:  El  número  11  (antes  Au- 
xiliares) al  mando  del  comandante  Las  Heras;  el 
y.°,  al  del  comandante  don  Pedro  Conde;  el  S.",  al 
de  igual  clase  Clamer;  y  el  de  cazadores  (núme- 
ro i.°)  al  de  don  Rudecindo  Alvarado:  tres  mil 
doscientos  soldados  en  todo.  Formaban  la  caballe- 
ría, cuatro  escuadrones  de  granaderos  á  caballo  en 
número  de  seiscientos  cuarenta  jinetes  al  mando  de 
los  comandantes  Xecochea  (don  Mariano),  Melián 
(don  José),  ]\íedina  y  Escalada  (don  Manuel)  re- 
unidos en  v.n  solo  cuerpo  á  las  órdenes  del  coronel 
don  Matías  Zapiola.  La  artillería  constaba  de  10  ca- 
ñones de  á  6,  2  obuses  y  4  piezas  de  montaña  de  á 
4  con  400  artilleros  á  las  órdenes  del  comandante 
don  Pedro  Regalado  de  la  Plaza.  El  ejército  en  su. 
total  ascendía  á  poco  más  de  cuatro  mil  doscientos 
hombres;  pero  llevaba  además  mil  doscientos  mi- 
licianos de  caballería  para  el  cuidado  y  servicio  de 
10,000  muías  de  silla  y  de  carga,  de  1,600  caballos, 
de  6oo  cabezas  de  ganado,  provisiones  para  quince 
días,  puentes  portátiles,  hospitales  de  campaña,  y 
parque  con  el  número  conveniente  de  municiones, 
herramientas,  annas  de  repuesto,  y  todo  cuanto  ha- 
bía podido  prever  la  incesante  actividad  y  solicitud 
del  general.  El  cuerpo  de  ingenieros  y  zapadores, 
aunque  modesto,  estaba  organizado  bajo  la  direc- 
ción del  padj'e  don  Luís  Beltrán  y  de  don  José  An- 
tonio Alvarez  Condarco.  El  primero  se  había  for- 
mado poco  á  poco    por    una  afición  decidida,  desde 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  569 

la  niñez,  á  los  artificios  de  la  pirotécnica,  y  habia 
llegado  á  tener  una  verdadera  competencia  científica 
en  todos  los  ramos  de  la  materia.  Del  convento  de 
Franciscanos  había  pasado  al  cuartel  de  artillería, 
y  tomado  rango  de  jefe  especial  é  irreemplazable  en 
ese  puesto. 

Bien  se  comprende,  no  diremos  las  dificultades, 
sino  los  arduos  trabajos  y  los  infinitos  detalles  c[ue 
exigía  el  Paso  de  los  Andes  con  un  material  de  gue- 
rra y  abastecimientos  de  tanta  magnitud,  y  con  la 
certidumbre  de  tener  que  batirse  en  batalla  campal 
apenas  descendieran  las  tropas  de  las  alturas  que 
tenían  que  atravesar.  Inútil  es  hablar  del  enorme 
tráfago  que  conducían,  de  las  muías,  de  los  caba- 
llos obligados  á  andar  con  orden  al  través  de  aquel 
erizadísimo  desierto  cuyas  puntas  siniestras  cubier- 
tas eternamente  de  sus  nieves  semejan  un  vasto  ce- 
menterio de  gigantes  inmóviles  y  fatídicos. 

El  general  había  dividido  el  grueso  de  su  ejér- 
cito en  tres  cuerpos  principales.  Uno  de  ellos  al 
mando  del  teniente  coronel  Las  Heras  debía  entrar 
por  Ushiipa-Llacta  y  maniobrar  sobre  Sajifa  Rosa 
de  los  Andes,  llevando  á  retaguardia  el  parque  y 
todo  su  servicio.  La  vanguardia  al  mando  del  ma- 
yor general  Soler,  debía  tomar  el  camino  de  los  Pa- 
tos, siguiéndole  á  cortas  jornadas  la  segunda  divi- 
sión y  el  cuartel  general. 

Todo  estaba  calculado  de  modo  que  cuando  la 
división  del  teniente  coronel  Las  Heras  se  hiciese 
sentir  en  Santa  Rosa,  al  sudoeste  del  semicírculo 
que  forma  la  provincia  de  Ackon-Kahuac,  y  llama- 
se por  allí  la  atención  de  los  realistas  c[ue  la  guar- 
daban, se  hiciese  también  sentir  la  vanguardia  So- 


570  LOS    ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

1er  al  noroeste  del  mismo  ámbito,  de  modo  que  en 
cualquier  sentido  en  que  los  enemigos  diesen  su 
frente  se  sintiesen  flanqueados,  y  tuviesen  que  re- 
plegarse abandonando  el  valle  de  Piitacndo,  que 
era  sin  duda  el  más  rico  y  mejor  situado  en  toda  esa 
parte  de  Chile  para  tomar  pie. 

La  operación  era  sumamente  delicada ;  y  como 
á  primera  vista  se  comprende,  el  movimiento  más 
oportuno  y  estratégico  era  el  que  se  había  encar- 
gado á  Las  Heras,  pues  de  él  dependía  que  la  tropa 
enemiga  retrocediese  de  Putaendo  á  dar  frente  á 
Santa  Rosa,  y  que  desocupase  por  consiguiente  ese 
valle  sobre  el  que  San  ]\Iartín  hacia  girar  todo  el 
éxito  de  su  empresa.  Era  menester,  pues,  que  la  di- 
visión de  la  izquierda  ejecutase  su  marcha  con  una 
precisión  suma,  y  que  realizara  un  prodigio  de  re- 
gularidad á  día  cierto  para  que  no  fallase  la  combi- 
nación de  sus  movimientos  con  los  de  la  vanguar- 
dia. Ambas  comisiones  requerían  en  alto  grado  je- 
fes de  ánimo  firme,  de  arrojo  y  de  rapidez  para 
aprovechar  los  momentos  oportunos,  de  estricta  re- 
gularidad en  la  ejecución  y  de  una  suma  prudencia 
para  no  precipitar  irreflexivamente  detalle  alguno 
que  pudiera  dañar  la  armonía  general  del  plan.  Pa- 
ra tan  difícil  desempeño,  el  general  San  ]\Iartín  no 
tenia  á  la  mano  sino  los  dos  jefes  á  quienes  lo  ha- 
bía encargado:  Soler  y  Las  Heras  (5). 

(5)  Verdad  es  que  marchaba  también  en  el  ejército  el 
general  O'Higgins,  pero  aunque  muy  estimado,  carecía  de 
los  dotes  que  constituyen  un  buen  general  en  jefe  ó  de 
división,  y  no  tenía  crédito  de  tal,  como  lo  vamos  á  ver 
más  adelante,  ni  aun  en  el  concepto  de  sus  mejores  ami- 
gos como  Pueyrredón  v  el  mismo  San  IMartin. 


Y   LIBERTAN   A    CHILE  5/1 

El  1 8  de  enero  comenzaron  las  tropas  á  moverse 
sin  que  nadie  se  hubiese  percatado  en  Mendoza  de 
esto,  ni  de  la  dirección  que  habían  tomado.  Por 
más  de  tres  dias  se  estuvo  creyendo  que  estaban  aún 
en  el  campamento,  donde  vivaqueaba  en  efecto  un 
cuerpo  numeroso  de  milicias,  en  completa  incomu- 
nicación con  el  exterior.  Ese  día,  antes  de  la  ma- 
drugada, entró  Las  Heras  en  los  desfiladeros  de 
Ushupa-Llacta.  Componíase  su  división  del  anti- 
guo batallón  de  Auxiliares  de  los  Andes,  elevado 
ahora  á  regimiento  con  el  número  1 1  y  728  plazas, 
de  un  piquete  de  40  granaderos  á  caballo,  y  dos  pie- 
zas de  montaña  de  á  cuatro  con  30  artilleros.  Sus 
instrucciones  le  ordenaban  que  el  día  4  de  febrero 
cayese  sobre  el  puesto  de  la  guardia  que  los  realis- 
tas tenían  avanzado  por  su  lado  para  observar  los 
boquetes  c[ue  bajan  á  Santa  Rosa.  Debía  atacarlo 
ese  día  con  vigor,  pero  sin  precipitarse  á  los  valles, 
contentándose  con  haberse  hecho  sentir  hasta  el  8 
en  cjue  debía  ocupar  resueltamente  al  pueblo  de 
Santa  Rosa  y  manifestarse  en  actitud  de  invadir  á 
Sa)i  Felipe  de  Ackon-Kahnac  por  ese  costado. 

Al  día  siguiente  (19  de  enero)  se  movió  el  resto 
del  ejército  y  tomó  el  camino  de  los  Patos.  La  di- 
visión de  vanguardia  al  mando  del  general  Soler  se 
componía  del  regimiento  de  cazadores  con  600  pla- 
zas, de  las  compañías  de  granaderos  y  cazadores 
del  7  y  del  8  (340  hombres),  de  la  escolta  del  gene- 
ral, de  los  escuadrones  3  y  4  de  granaderos  á  caba- 
llo al  mando  del  comandante  don  ^Mariano  Xeco- 
chea,  y  de  cinco  piezas  de  montaña,  haciendo  un  to- 
tal de  1,550  soldados.  Por  delante  de  la  vanguardia 
marchaba  en  el  mismo  camino  una  partida  expío- 


5/2  LOS   ARGENTINOS    PASAN    LOS   ANDES 

radora  de  -oo  hombres  al  mando  del  sargento  ma- 
yor de  ingenieros  don  Antonio  de  Arcos,  oficial  es- 
pañol muy  ligado  con  San  Martín  desde  la  escuela 
militar  y  en  las  campañas  contra  los  franceses.  Esta 
partida  debía  entrar  por  Valle  Hernioso  y  atacar 
las  guardias  del  Ciénago  y  de  las  Achiipallas  por 
los  boquetes  que  quedaban  un  poco  á  la  derecha,  á 
fin  de  que  los  realistas,  alarmados  por  estos  boque- 
tes, y  por  el  lado  de  Santa  Rosa  no  descubrieran  la 
entrada  de  la  vanguardia  ni  la  de  la  segunda  divi- 
sión que  bajaba  sobre  Putaendo  por  los  cerros  Pin- 
qiicncs  á  las  órdenes  de  O'Higgins,  con  el  cuartel 
general.  Esta  segunda  división,  con  una  fuerza  más 
ó  menos  igual  á  la  de  la  vanguardia,  se  componía 
del  grueso  de  los  batallones  7  y  8,  del  i."  y  2.° 
escuadrones  de  granaderos  montados,  del  cuadro  de 
oficiales  y  de  la  brigada  de  artillería  que  debía  tomar 
sus  cañones  en  San  Felipe  cuando  la  división  de 
Las  Heras  bajase  con  el  parque,  que  le  seguía  como 
hemos  dicho. 

Grata  la  tropa  al  prolijo  esmero  con  que  se  la 
atendía  marchaba  contenta,  confiada  en  el  genio 
protector  que  la  dirigía,  y  excitada  también  con  la 
grandeza  sublime  del  espectáculo  que  llevaba  de- 
lante de  los  ojos:  "Yo  había  ordenado  (contaba  el 
general  en  Buenos  Aires)  que  en  cada  descanso  las 
músicas  tocasen  nuestro  himno;  y  era  de  ver  como 
oficiales  y  soldados,  llenos  de  alegría  lo  entonaban 
también  como  si  estuviesen  en  las  fiestas  de  la  plaza 
(de  la  Victoria)". 

Las  Lleras  conocía  perfectamente  el  terreno  que 
lle\aba.  pues,  como  vimos  antes,  había  estado 
acampado  y  había  operado  en  él  todo  el  invierno 


Y   LIBERTAN   A    CHILE  573 

de  1814  y  parte  del  verano  de  1815.  Presumía,  pues, 
que  los  realistas  tendrían  ocupado  el  punto  avan- 
zado de  la  guardia  vieja,  y  tenía  grande  interés  en 
apoderarse  de  toda  la  guarnición  que  hubiese  allí 
para  que  no  diesen  noticia  anticipada  de  su  apari- 
ción. Pero  ignoraba  el  número  y  la  calidad  de  la 
fuerza  enemiga  que  guardaba  el  punto;  y  se  apro- 
ximaba con  infinitas  precauciones,  para  c[ue  todos 
los  momentos  de  su  marcha  concordaran  con  sus 
instrucciones. 

En  la  noche  del  2  de  febrero,  la  avanzada  del 
número  1 1  c[ue  mandaba  el  teniente  don  Román 
Deheza,  le  trajo  una  mujer  como  de  veinticinco 
años  que  acababa  de  introducirse  en  esa  avanzada 
sin  saberse  cómo  y  cjue  parecía  lunática  ó  loca  por 
la  extravagancia  de  sus  miradas  y  de  las  señas  con 
que  parecía  querer  indicar  un  peligro  cercano,  ó  la 
dirección  preferente  de  los  caminos  que  señalaba. 
La  primera  sospecha  fué  de  que  era  espía  del  ene- 
migo; y  se  tomaron  todas  las  precauciones  del  caso 
Pero  puesta  ella  en  presencia  del  principal  guía  de 
la  división  don  Justo  Estay  (un  chileno  del  Sur) 
expertísimo  bacjuiano  de  las  cordilleras  y  de  Chile, 
se  arrojó  á  sus  brazos  con  extremos  c[ue  revelaban 
una  naturaleza  delirante,  y  fué  reconocida  como 
perteneciente  á  una  familia  de  Rancagua,  que  ha- 
bía sufrido  todos  los  horrores  del  asalto  y  cjue  se 
había  enloquecido  por  el  exceso  del  espanto  y  de 
las  tropelías  que  había  sufrido.  Estay  habló  larga- 
mente con  ella,  3^  aún  cuando  divagaba  en  lo  que  á 
ella  se  le  ocurría,  contestaba  asertivamente  y  con 
excelentes  detalles  á  las  preguntas  que  se  le  hacían; 
de  manera  que  Las  Heras  y  los  baquianos  pudieron 


574  LOS    ARGENTINOS    PASAN    LOS    ANDES 

fijar  bien  sus  ideas,  para  sorprender  la  fuerza  ene- 
miga que  custodiaba  el  punto  (6). 

Los  realistas  habían  fortificado  el  puesto  con 

bastante   esmero,   pero  como   no 

1817  pensaran,  ó  no  supieran  que  po- 

Febrcro  4         dia  practicarse  una  áspera  cerri- 

llada  que  formaba  una  espalda  á 

su  derecha,  no  habían  previsto  c[ue  pudiera  venir- 

(6)  Aunque  desde  mucho  tiempo  antes  conocía  yo 
por  las  narraciones  de  mi  íntimo  amigo  el  general  Dehesa 
esta  anécdota,  que  me  había  confirmado  también  el  ge- 
neral Las  Heras,  no  me  había  atrevido  á  darle  carácter 
histórico  por  no  haber  tenido  el  cuidado  de  haber  reco- 
gido una  carta  ó  noticia  comprobante.  Pero  una  singu- 
lar casualidad  me  lia  servido  para  tenerla.  Una  broma 
de  sociedad  y  una  apuesta,  me  echó  en  la  divertida  nece- 
sidad de  improvisar  un  romance,  y  tomé  por  tema  la 
anécdota  de  La  Loca  de  la  Guardia  que  publiqué  en  1883 
en  el  folletín  del  Xacional,  sin  mi  firma,  pero  prometién- 
dome firmarla  así  que  tuviese  tiempo  de  rehacer  el  li- 
gero esbozo  que  día  á  día  había  mandado  á  ese  diario,  á 
medida  que  lo  escribía,  y  de  darle  una  forma  literaria 
más  acabada.  Me  encontré  entonces  casualmente  con  el 
respetable  anciano  don  Félix  Pico,  uno  de  los  hombres 
que  goza  de  mayor  aprecio  en  nuestro  país  y  cuya  pa- 
labra vale  en  todo  como  escritura  pública,  y  me  dijo :  "He 
leído  con  mucho  gusto  el  folletín  de  la  Loca  de  la  Guardia, 
que  según  me  han  dicho,  es  de  su  'hijo  de  usted,  don  Lucio 
Vicente ;  y  dígale  que  yo  también  sé  mucho  de  esa  mujer 
por  los  oficiales  del  ejército  de  los  Andes  que  conocí  en 
la  campaña  del  Brasil".  Después  de  algún  tiempo  me  pa- 
reció interesante  recoger  su  testimonio,  y  se  lo  pedí  por 
intermedio  de  su  nieto  el  capitán  de  la  Armada  Xacional 
don  Félix  Ponsatí.  He  aquí  su  contestación :  "Señor  don 
Vicente  F.  López. — Casa  de  usted,  Santa  Fe.  núm.  1060. 
Noviembre  21  de  1887.  Muy  estimado  señor:  Mi  nieto  Félix 
Ponsatí  me  ha  dicho  que  se  ha  empeñado  usted  en  que  le 


Y   LIBERTAN    A    CHILE  5/5 

les  nn  ataque  por  ese  lado.  El  día  3  hizo  Las  Heras 
que  el  sargento  mayor  don  Enrique  ]\Iartinez  con 
30  granaderos  á  caballo  y  50  fusileros  atacase  de 
improviso  la  guardia  i'icja  por  uno  de  los  puntos 
en  que  era  accesible ;  pero  tomando  en  cuenta  los 

comunique  lo  que  sepa  yo  de  la  famosa  Loca  de  la  Guardia 
que  hizo  servicios  distinguidos  á  las  tropas  argentinas  que 
invadieron  á  Chile.  Yo  no  sé  más  que  lo  que  nos  contaba  el 
coronel  don  Ramón  Dehesa  (debe  decir  Román)  en  nuestro 
ejército  que  invadió  el  Brasil  á  fin  de  año  de  1826,  siendo 
yo  ayudante  mayor  del  Regimiento  de  Artillería,  muchacho 
de  16  años  y  el  mencionado  coronel  jefe  de  Estado  Mayor 
del  ejército  argentino.  Nos  contaba  que  aquella  loca  vivía 
en  las  breñas  de  la  Cordillera  de  los  Andes,  y  que  ellos 
ni  sabían  sus  guaridas;  pero  siempre  que  partidas  españo- 
las venían  por  los  Andes,  á  batir,  ó  sorprender  á  los  pa- 
triotas, la  loca  era  la  primera  que  se  presentaba  á  avisar 
á  éstos,  la  venida  de  los...  daba  un  nombre  clásico  á  los 
españoles  que,  francamente,  no  puedo  recordar,  pues  hace 
la  friolera  de  60  años  que  Dehesa  nos  contaba  esta  aven- 
tura. Era  una  mujer  singular,  patriota  exaltada,  pues  su 
extravío  mental  procedía  de  malos  tratamientos  de  los  es- 
pañoles á  ella.  Jamás  dejó  de  presentarse  en  esas  embos- 
cadas y  acompañar  las  partidas  patriotas  aun  en  los  tiro- 
teos; extraviada  su  mente  en  todo,  menos  en  las  cosas  de 
la  patria.  Era  muy  estimada  y  protegida  por  los  oficiales 
y  soldados  patriotas,  pues  les  hacía  remarcables  servicios. 
Creo  recordar  que  cuando  el  ejército  pasó  los  Andes,  tam- 
bién se  presentó  y  siguió  al  ejército.  Por  la  noche  nadiq 
sabía  dónde  estaba,  pero  cuando  tenía  que  comunicar  algo 
á  los  patriotas  se  presentaba  antes  de  diana  á  avisarles. 
Todos  la  respetaban.  Esto  es.  señor  doctor  López,  lo  único 
que  sé  de  esta  benemérita  mujer.  Saludo  á  usted  con  mi 
consideración  distinguida. — Félix  Pico  (padre)".  Autoriza- 
do con  este  testimonio  que  acredita  las  noticias  que  á  mi 
también  me  habían  referido  los  generales  Dehesa  y  Las 
Heras.  las  he  puesto  en  las  páginas  á  cuyo  pie  va  esta  nota. 


576  LOS   ARGENTINOS   PASAN    LOS   ANDES 

datos  que  les  había  dado  la  Loca,  corroborados  por 
tres  prisioneros  que  había  sorprendido  y  tomado  á 
la  distancia  cuando  andaban  recogiendo  leña,  man- 
dó 20  infantes  del  número  11,  al  mando  del  teniente 
don  Juan  Apóstol  Martínez,  dirigidos  por  el  ba- 
quiano Antonio  Cruz  y  por  la  Loca.  Esta  (7)  diri-, 
gió  la  partida  con  una  destreza  notable,  inclinán- 
dose á  la  izquierda.  Iban  en  marcha  cuando  el  nu- 
trido tiroteo  que  sintieran  á  la  derecha  les  hizo  co- 
nocer que  había  comenzado  el  ataque;  por  más  que 
apresuraron  el  paso  no  pudieron  aproximarse  sino 
después  de  largo  tiempo;  pero  entonces  se  dejaron 
ver  sobre  una  eminencia  desde  donde  podían  hacer 
un  fuego  mortífero  sobre  el  centro  del  reducto;  de 
modo  que  los  realistas  atacados  y  diezmados  por  el 
frente  y  por  los  fusiles  que  dominaban  el  barran- 
co, se  vieron  forzados  á  buscar  abrigo  en  las  paredes 
de  las  habitaciones  y  de  los  ranchos.  Los  argentinos 
saltaron  entonces,  unos  por  las  trincheras,  y  otros 
descolgándose  por  ese  barranco  y  se  hicieron  dueños 
de  todo  antes  de  anochecer  (8). 

El  mismo  día  4  el  mayor  Arcos  sorprendía  tam- 
bién la  guardia  de  AcJiítpallas,  con  mucha  menos 
resistencia.  Con  esto  quedaba  franqueada  la  bajada 

(7)  Según  la  narración  del  señor  Dehesa. 

(8)  Sin  hablar  de  muertos  y  heridos  quedaron  49 
realistas  prisioneros,  dos  oficiales,  3.000  cartuchos,  57  fusi- 
les, 10  tercerolas  y  grande  acopio  de  víveres.  Cuando  con- 
cluyó la  acción  fué  en  vano  buscar  á  la  Loca,  y  como  no 
estaba  entre  los  cadáveres,  á  pesar  de  que  la  habían  vis- 
to en  medio  de  la  refriega  se  creyó  que  había  desapa- 
recido; y  en  efecto,  no  se  la  volvió  á  ver  en  los  días  in- 
mediatos. 


V    LIBERTAN    A    CHILE  ^JJ 

por  Pinqucncs  y  el  bravo  é  impetuoso  general  So- 
ler, tomando  entonces  la  escolta  del  general  en  jefe 
y  dos  escuadrones  de  granaderos,  se  adelantó  dando 
orden  á  la  infantería  que  lo  siguiese  de  prisa,  y  se 
situó  en  las  bocas  del  valle  Puiacndo,  el  día  6  de 
febrero  á  las  nueve  de  la  mañana. 

Dos  horas  después,  reunida  allí  toda  la  ^•an- 
guardia,  montó  cinco  piezas  de  montaña  con  una 
actividad  asombrosa;  tomó  posiciones  en  la  hacien- 
la  del  Tártaro;  reunió  como  300  caballos,  y  con 
ellos  hizo  avanzar  los  dos  escuadrones  de  granade- 
ros, uno  á  las  órdenes  del  comandante  i^klelian  que 
fué  á  ocupar  la  villa  de  San  Antonio  de  Putaendo. 
y  el  otro,  á  las  del  comandante  Xecochea.  que  ade- 
lantó hacia  San  Felipe  de  Ackon-KaJiuac,  capital 
de  la  provincia,  por  el  camino  de  las  Coimas.  Los 
informes  de  la  invasión  que  le  venían  de  todos  la- 
dos al  gobernador  de  la  provincia  coronel  Atero, 
eran  tales  que  lo  ponían  en  confusión  sobre  el  punto 
que  más  le  convenía  defender.  Algunos  de  los  fu- 
gitivos de  la  guardia  vieja  llegaron  á  Santa  Rosa 
al  día  siguiente  introduciendo  una  profunda  alar- 
ma, cuyos  ecos  llegaron  á  oídos  de  Atero  en  la  ma- 
ñana del  día  6.  Se  preparaba  á  salir  con  su  fuerza 
en  la  dirección  de  Santa  Rosa  cuando  llegaron  á 
San  Felipe  los  fugitivos  de  A  chupa!  I  as  y  los  del 
Valle  de  Putae^vdo,  que  lo  daban  ya  como  ocupado 
por  los  argentinos.  Pero  en  ese  mismo  momento, 
llegaba  uno  de  los  prisioneros  de  la  guardia,  tra- 
yéndüle  una  nota  del  coronel  Las  Heras  en  que  le 
proponía  el  canje  de  los  prisioneros  que  acababa  de 
hacer  por  algunos  soldados  del  número  1 1 ,  que  los 
realistas  le  habían  tomado  en  una  escaramuza  an- 

HIST.   DE  LA   REP.   ARGENTINA.   TOMO   VI. — 2)7 


5/8  I.OS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDKS 

terior,  y  señalándole  para  la  entrega  y  recibo  de 
unos  y  otros  el  punto  de  Pichaita,  que  quedaba 
muy  adentro  de  la  Cordillera  y  que  hacía  suponer 
una  retirada.  En  efecto,  al  remitir  y  despachar  al 
prisionero.  Las  Heras  había  simulado  los  movi- 
mientos de  un  retroceso.  Pero  á  un  intervalo  con- 
veniente volvió  á  tomar  la  dirección  de  Santa  Rosa 
para  estar  sobre  el  punto  el  día  8  como  se  le  tenía 
indicado.  Al  recibir  la  nota  de  Las  Heras  y  la  no- 
ticia de  la  retirada.  Atero  supuso  que  aquel  ataque 
no  hubiera  tenido  más  objeto  que  llamar  su  aten- 
ción por  aquel  lado ;  y  como  creyera  que  el  peligro 
más  grande  aparecía  en  Putacndo  se  adelantó  con 
su  fuerza  hasta  las  Coimas.  El  día  7  por  la  mañana 
se  puso  á  la  vista  de  Xecochea ;  éste  comenzó  á  re- 
plegarse á  Putaendo.  procurando  tomar  poco  á  poco 
el  camino  del  valle  y  su  llanura ;  el  otro,  dejando  su 
infantería  en  los  cerros  sacó  su  caballería  y  comen- 
zó á  picar  vivamente  la  marcha  de  los  patriotas  has- 
ta que  en  el  momento  oportuno  dieron  éstos  frente 
y  sablearon  de  tal  manera  á  los  enemigos  que  que- 
dó fama  de  la  tremenda  carga  con  que  los  extermi- 
naron. Se  distinguieron  mucho  en  este  bizarro  en- 
cuentro los  capitanes  don  Manuel  Soler,  hermano 
del  mayor  general,  y  don  Ángel  Pacheco,  que  di- 
rigieron las  dos  alas  de  la  carga  (9).  La  infantería 

(9)  Dice  Barros  Arana  (sin  que  tengamos  nosotros 
como  abonarlo)  que  los  derrotados  de  las  Coimas  llegaron 
á  San  Felipe  á  las  11  del  día  7.  Atemorizados  todavía  por 
los  estragos  de  la  derrota,  contaban  que  habían  sido  ata- 
cados por  una  numerosa  columna  de  jinetes  armados  de 
unos  sables  tan  largos  y  afilados  que  era  imposible  poder- 
les resistir.  Según  ellos,  toda  la  caballería  realista  de  Chile 


Y   LIBERTAN    A    CHILE  579 

enemiga  se  mantuvo  inmó\il  en  los  cerros.  Pero 
pasado  mediodía  se  le  vio  ponerse  en  retirada.  Ate- 
ro  cargó  con  todo  lo  que  podía  arrastrar,  abandonó 
la  provincia  y  tomó  como  á  escape  el  camino  de 
Santiago.  Era  que  acababa  de  saber  que  la  gruesa 
división  de  Las  Heras  amenazaba  seriamente  el  ca- 
mino de  Santa  Rosa,  poniéndole  en  riesgo  de  que 
se  corriese  á  la  cuesta  de  Chacabuco  y  le  dejase  cor- 
tado sin  otra  alternativa  que  capitular  ó  rendirse. 
Ocupada  la  provincia  de  Ackon-Kahiiac  por  el  ge- 
neral Soler,  llegó  al  día  siguiente  la  segunda  di\i- 
sión  al  mando  de  O'Higgins,  y  el  cuartel  general. 
Pero  el  general  no  tenía  noticias  de  Las  Heras,  que 
esperaba  absolutamente  necesarias  para  marchar  in- 
mediatamente á  la  cuesta  de  Chacabuco,  que  era 
su  gran  deseo  en  este  momento.  "Mi  amigo :  todo  el 
ejército  está  en  esta  (le  escribía)  y  sólo  faltan  las 
noticias  de  usted.  Ahora  mismo  salen  las  partidas 
á  Chacabuco :  déme  noticias  de  usted,  pues  esta  no- 
che nos  movemos  para  el  dicho  Chacabuco,  pero 
A-enga  una  relación  suscinta  y  pronto  de  todo.  Su 
amigo,  San  Martin". 

Inmediatamente  le  contestaba  Las  Heras:  "Ali 
general :  Su  amigo  entró  hoy  en  esta  poco  antes  de 
recibir  la  suya.  Martínez  anda  ya  tiroteando  á  los 
enemigos  de  Chacabuco.  ]\Ii  tropa  está  á  pie  y  can- 
sada; pero  diga  usted  lo  que  quiera  y  marchare- 
no  habría  bastado  para  contener  el  ímpetu  de  los  granade- 
ros insurgentes",  vol.  III,  p.  407.  La  carga  fué  brillante  y 
tuvo  fama  en  efecto,  pero  no  podemos  admitir  que  ningún 
militar  español  haya  incurrido  en  esas  exageraciones,  ni 
salido,  en  todo  caso,  de  aquellos  límites  que  son  permitidos 
aiin  en  el  caso  de  elogiar  á  los  enemigos  que  lo  merecieran. 


580  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  AXDES 

mes'"  A  las  siete  de  la  tarde  del  mismo  día  8  vol- 
vía Las  Heras  á  escribirle  al  general  y  le  decía:  "Mi 
segundo  el  mayor  Enrique  Martínez  acaba  de  reti- 
rarse de  media  falda  de  la  cuesta  de  Chacabuco  don- 
de ha  batido  y  deshecho  una  guerrilla  enemiga". 
Además  de  esto  Las  Heras  había  tomado  en  Santa 
Rosa  seis  mil  cartuchos  de  fusil,  sesenta  caballos, 
un  pequeño  parque  con  bastantes  municiones  y 
grande  acopio  de  víveres.  De  modo  c|ue  en  el  mis- 
mo día  y  hora  en  que  la  vanguardia,  la  segunda  di- 
visión y  el  cuartel  general  entraban  en  Sa)i  Felipe, 
Además  de  esto  Las  Heras  había  tomado  en  Santa 
Rosa  seis  mil  cartuchos  de  fusil,  sesenta  caballos, 
principal.  Todo  había  marchado,  pues,  admirable- 
mente bien ;  y  en  el  mismo  día  y  en  las  mismas  ho- 
ras, se  había  cumplido  el  plan  del  general  San  Alar- 
tín  en  sus  más  ínfimos  detalles  y  previsiones. 

El  general,  y  con  razón,  consideró  este  resultado 
como  una  espléndida  victoria.  Xada  tenía  ya  que  te- 
mer sino  la  suerte  de  la  batalla  próxima  en  que  las 
probabilidades  y  las  ventajas  estaban  ya  de  su  par- 
te. El  enemigo  había  sido  completamente  sorpren- 
dido, y  todos  sus  aprestos  de  resistencia  debían  na- 
turalmente resentirse  de  la  falta  de  cohesión  en  sus 
movimientos  y  del  aturdimiento  completo  en  que 
tenía  que  ocurrir  á  contener  al  invasor.  Así  fué  que 
desde  allí  dató  San  Martín  sus  primeras  comunica- 
ciones al  Supremo  Director  de  Buenos  Aires.  ''El 
tránsito  sólo  de  la  sierra  ha  sido  un  triunfo.  Díg- 
nese Vuestra  Excelencia  figurarse  la  mole  de  un 
ejército  moviéndose  con  el  embarazoso  bagaje  de 
subsistencias  para  un  mes,  armamento,  municio- 
nes y  demás  adherencias  por  un  camino  de  cien  le- 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  58 1 

guas  y  cortado  por  cuatro  cordilleras".  Después 
encomia  la  intrepidez  de  Necochea  cuyo  uicrito  es- 
pecial recomienda  diciendo :  "Cargó  sable  en  mano 
y  todo  lo  desbarató  por  su  frente,  abriendo  la  pro- 
^•incia  entera  delante  del  ejército".  Grandes  elogios 
hace  de  la  distinguida  cooperación,  del  acierto  y  de 
la  competencia  del  general  Soler.  "El  ejército  (dice ) 
ha  descendido  á  pie.  Los  1,200  caballos  que  traía 
para  maniobrar,  no  obstante  las  herraduras  y  otras 
mil  precauciones,  han  quedado  inutilizados.  Maña- 
na (9  de  febrero)  salgo  á  cubrir  la  Sierra  de  Cha- 
cabuco  y  demás  avenidas  de  Santiago"  (10). 

En  efecto,  después  de  un  breve  descanso,  la  di- 
visión Las  Heras  bajó  de  Santa  Rosa  y  se  incor- 
poró al  cuerpo  principal  en  San  Felipe  en  esa  mis- 
ma noche  del  9.  Allí  entregó  el  parque,  los  cañones, 
las  cureñas  y  todo  el  material  de  su  servicio  que  ha- 
bía traído  por  retaguardia  á  lomo  de  muía;  y  como 
ese  camino  era  el  que  debía  servir  para  la  retirada 
del  ejército  en  caso  de  un  contratiempo,  había  de- 
jado en  él  paraderos  bien  distribuidos,  con  víveres, 
abrigos,  municiones  y  armas  que  aseguraban  una 
perfecta  defensa.  Horas  de  febril  actividad  fueron 
aquellas;  pero  todo  se  hizo,  y  todo  quedó  bien  he- 
cho. Se  puso  la  artillería  en  sus  montajes,  se  montó 
la  caballería  en  excelentes  caballos  tomados  en  el 
terreno  mismo,  y  se  proveyó  al  soldado  de  cuanto 
era  indispensable  para  marchar  y  dar  la  primera 
batalla. 

Reinaba  por  supuesto  grande  alarma  con  los 
apuros  consiguientes  en  Santiago.  Los  realistas  no 

(10)     Gaceta  Bxt.  del  20  de  febrero  de  1817. 


582  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDES 

habían  supuesto  jamás  (jue  San  Martín  hubiese  de 
tentar  siquiera  su  paso  por  sobre  el  macizo  ó  con- 
trafuerte de  Ackon-Kahuac  y  amenazar  la  capital 
con  un  ejército  en  forma,  .\ntes  de  ^•erlo,  nadie  hu- 
biera presumido  ni  tomado  á  lo  serio  semejante  des- 
atino; y  como  lo  natural,  lo  único  posible,  según 
ellos,  era  que  en  caso  de  in\adir  entrara  por  el  sur, 
hal)ían  escalonado  sus  tropas  en  ese  sentido  con  bas- 
tante acierto  y  previsión.  En  Santiago,  y  en  sus  in- 
mediaciones, habían  concentrado  una  fuerte  reser- 
va de  2,000  á  2.500  hombres,  compuesta  de  sus  me- 
jores cuerpos.  Valióles  eso :  que  si  no.  no  habrían 
podido  ocurrir  á  la  defensa  de  la  cuesta  de  Chaca- 
buco.  Esta  reserva  debía  servir  de  punto  de  con- 
centración avanzando  al  sur  é  incorporando  los  de- 
más cuerpos,  escalonados  desde  San  Femando  á 
Talca,  á  medida  que  la  supuesta  invasión  por  los 
boquetes  de  ese  extremo  se  internase  en  el  país. 
Ahora  era  indispensable  trastornar  de  pronto  y 
completamente  ese  orden  de  cosas :  dar  vuelta  el 
frente  al  lado  contrario;  y  lo  que  antes  se  había  he- 
cho retrocediendo  estratégicamente  hasta  el  punto 
de  la  concentración  general,  era  menester  hacerlo 
ahora  con  una  marcha  precipitada  y  confusa  en  sen- 
tido contrario,  sin  más  combinación  que  á  quien 
llegue  primero,  y  con  el  grave  inconveniente  de  que 
los  cuerpos  más  cercanos,  en  los  apuros  del  movi- 
miento, gastasen  sin  orden  los  medios  de  movilidad 
de  que  iban  á  necesitar  los  más  lejanos  para  llegar 
oportunamente  al  punto  del  peligro.  La  invasión 
se  había  ejecutado,  pues,  sobre  la  retaguardia  de 
las  columnas,  descargando  su  golpe  sobre  la  capi- 
tal, centro  de  todos  los  recursos  del  enemigo ;  y  ro- 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  583 

to  el  plan  primitivo,  es  fácil  hacerse  una  idea  del 
conflicto  en  que  se  hallaba  Santiago  y  del  apuro 
con  que  la  guarnición  debió  salir  á  toda  prisa  á  de- 
fender la  cuesta  de  Chacabnco,  que  era  ya  el  único 
punto  de  importancia  que  el  ejército  argentino  te- 
nía que  dominar  para  hacerse  dueño  de  la  capital, 
y  con  ella  el  resto  del  país  hasta  las  márgenes  del 
Bío-Bio. 

La  derrota  de  las  Coimas  y  la  pujanza  de  los 
granaderos  de  Xecochea  había  hecho  tal  impresión, 
que  el  mismo  presidente  Marcó  del  Pont  con  otros 
muchos  de  sus  más  allegados  cortesanos  dieron  to- 
do por  perdido,  y  comenzaron  á  remitir  sus  equi- 
pajes á  \'alparaíso  con  orden  de  embarcarlos  en  el 
Jiisfiíiiano,  buque  de  la  real  hacienda  anclado  á  la 
sazón  en  ese  puerto. 

Este  vergonzoso  apuro  por  huir  mostraba  bien 
el  grado  de  sorpresa  y  de  miedo  en  que  había  caído 
el  gobierno  de  Chile.  Pero,  como  algo  era  preciso 
hacer.  ]\íarcó  del  Pont  nombró  comandante  general 
de  las  fuerzas  realistas  al  general  Maroto,  coronel 
titular  del  regimiento  de  Talazrras:  y  las  tropas  que 
pudieron  reunirse  en  la  capital  salieron  á  sus  órde- 
nes á  cerrar  el  paso  á  los  argentinos,  dejando  órde- 
nes apremiantes  de  que  los  cuerpos  que  quedaban 
escalonados  hacia  el  Sur  retrocediesen  á  toda  prisa 
á  concentrarse  en  el  punto  amenazado  (ii ) .  Se  lo 
gró  así  oponer  á  los  invasores  lo  mejor  de  las  tro- 
pas de  ocupación,  con  la  única  excepción  del  coronel 

di)  El  general  Maroto  era  el  mismo  que  mandaba 
en  jefe  el  ejército  de  don  Carlos  en  las  provincias  Vascon- 
gadas, y  que  hizo  el  famoso  Convenio  de  Vergara  con  los 

cristinos. 


584  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDES 

don  Manuel  Barañao,  porteño  renegado  que  no  pu- 
do llegar  á  tiempo  (12).  Pero  se  pusieron  en  linea 
con  excelentes  y  aguerridos  soldados,  Elorreaga. 
^Nlarqueli,  Sánchez.  Ouintanilla,  Morgado,  Calvo, 
y  otros  al  mando  de  los  carabineros  de  Abascal  de 
los  Talaveras,  del  Cliiloe.  del  Valdivia,  de  los  Dra- 
gones, en  número  de  2.400  á  2,600  soldados.  El  ge- 
neral I\Iaroto  salió  de  Santiago  el  dia  1 1  :  llegó  á  la 
hacienda  de  Chacabuco  en  la  tarde  y  trató  de  dis- 
poner sus  fuerzas  con  la  idea  de  subir  á  coronarla 
en  la  mañana  siguiente,  pero  comprendiendo  la  im- 
portancia de  asegurarse  de  la  altura,  mandó  que  los 
Talaveras  se  colocasen  inmediatamente  en  ella. 

Por  su  parte,  el  general  San  Martín  tenía  la  mis- 
ma intención  y  grande  interés  en  no  dejarse  ganar 
de  mano.  Bien  informado  de  la  topografía  de  aque- 
lla región,  dividió  el  ejército  en  dos  cuerpos :  com- 
binando un  hábil  movimiento  de  flanco  con  el  uno, 
y  de  frente  con  el  otro,  que  siendo  ejecutados  con 
precisión  y  con  armonía  debían  darle  una  victoria 
segura.  Puso  la  división  del  ataque  por  el  frente  á 
las  órdenes  de  O'Higgins.  recomendándole  seria- 
mente que  no  comprometiese  á  fondo  sus  armas 
hasta  no  tener  evidencia  de  que  el  flanco  izquierdo 
de  la  línea  enemiga  se  hallaba  amenazado  por  la 
otra  división  que  debía  marchar  circunvalando  los 
cerros  de  su  derecha  para  caer  sobre  ese  flanco  del 
enemigo. 

(12)  Don  Manuel  Barañao  era  nacido  en  el  pueblo  de 
las  Conchas,  y  ardiente  partidario  de  la  causa  del  rey.  Se 
había  hecho  el  más  temible  y  emprendedor  de  los  coroneles 
del  ejército  realista  de  Chile. 


Y   LIBERTAN    A    CHILE  585 

Esta  división,  que  llamaremos  la  división  flan- 
queadora,  fué  puesta  á  las  órdenes  del  general  So- 
ler y  del  coronel  Las  Heras — los  mejores  y  más  ex- 
pertos jefes  con  que  contaba  el  ejército, — por  ser- 
ella  la  que  iba  á  desempeñar  el  movimiento  capital 
de  la  jornada.  El  general  en  jefe  quedó  á  la  cabeza 
de  la  reserva,  en  aptitud  de  ocurrir  á  donde  su  pre- 
sencia se  hiciera  indispensable  para  el  cumplimien- 
to de  las  órdenes  é  instrucciones  que  había  repar- 
tido. 

El  general  Soler  debía  iniciar  su  movimiento 
por  la  derecha,  dos  horas  antes  que  el  cuerpo  del 
centro  acentuase  el  suyo  por  el  frente.  Llegando  á 
colocarse  al  flanco  izquierdo  del  enemigo  debía  con- 
verger á  su  izquierda  y  flanquear  la  cuesta,  donde 
se  suponía  que  el  enemigo  tendría  su  línea  de  de- 
fensa. Pero,  si  en  vez  de  esto  descubría  que  el  ene- 
migo estuviese  sólidamente  establecido  en  el  case- 
río de  la  hacienda  y  con  la  mira  de  defender  la  es- 
trecha garganta  que  da  entrada  á  los  valles  de  la 
capital,  debía  el  general  Soler  continuar  su  marcha 
por  los  cerros  del  mismo  costado  y  ejecutar  la  mis- 
ma operación  descendiendo  sobre  el  flanco  de  los 
realistas  para  que  la  división  del  centro  al  mando 
de  O'Higgins  formalizase  entonces  el  ataque  de 
frente. 

La  división  del  general  O'Higgins  se  componía 
de  los  regimientos  número  7  y  8,  dos  piezas  de 
montaña  y  tres  escuadrones  de  granaderos  á  caballo 
al  mando  del  coronel  don  Matías  Zapiola.  La  di- 
visión flanqueadora  llevaba  el  número  i  (calado- 
res de  los  Andes),  á  vanguardia  al  mando  del  co- 
mandante R.  Alvarado :  el  número  11   Hos  antiguos 


586  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDES 

Auxiliares },  las  compañías  de  cazadores  del  7  y  del 
8,  siete  piezas  de  montaña,  y  el  4."  escuadrón  de 
granaderos  á  caballo  al  mando  de  don  Mariano  Ne- 
cochea.  Por  la  clase  y  por  el  número  de  su  fuerza 
se  ve  bien  que  en  ella  estribaba  toda  la  importancia 
estratégica  de  la  batalla,  y  que  la  del  centro  debía 
influir  solamente  como  amenaza  apremiante  para 
disfrazar  el  gran  movimiento  de  flanco  que  era  el 
decisivo.  Esta  habilísima  combinación  del  general 
en  jefe  estuvo  á  punto  de  fracasar  por  la  poca  inte- 
ligencia y  excesivo  ardimiento  del  general  O'Hig- 
gins.  Entrada  ya  la  noche  del  día  1 1  de  febrero,  el 
ejército  argentino  vino  á  acampar  al  pie  de  la  cues- 
ta, sin  que  los  enemigos  hubiesen  podido  descubrir 
en  la  tarde  la  posición  que  ocupaba.  Sin  saber  có- 
mo, y  á  pesar  de  toda  la  vigilancia  que  se  observa 
en  estos  casos,  apareció  en  medio  de  los  soldados 
del  número  1 1  la  singular  mujer  que  tanto  los  ha- 
bía servido  en  el  ataque  de  la  guardia.  Las-  Heras 
informó  al  general  Soler  de  sus  antecedentes,  y 
éste  la  envió  escoltada  al  general  San  Martín.  Sú- 
pose por  ella,  ó  por  lo  menos  corroboráronse  las 
noticias  que  ya  se  tenían  de  que  los  realistas  se  ha- 
bían fortificado  en  la  angostura  donde  estaba  el  ca- 
serío de  la  hacienda,  y  que  sólo  tenían  avanzado  en 
la  cuesta  el  regimiento  de  Talavcras.  Contestó  á 
cuanto  se  le  preguntaba  sobre  los  caminos  que  po- 
dían practicarse,  y  tanto  el  general  O'Higgins  co- 
mo los  guías  y  otros  oficiales  chilenos  alionaron  sus 
informes.  El  general  en  jefe  la  devolvió  á  la  divi- 
sión Soler,  y  éste  la  mandó  á  vanguardia  con  los 
guías  y  orden  de  obscn'arla  (13).  A  la  una  de  la 

(13)     Estos  informes  son  los  que  nos  ha  dado  el  ge- 
neral Dehesa,  capitán  entonces  en  el  núm.   11  y  nos  agre- 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  587 

noche  (a.  ni.)  se  dio  orden  de  comenzar  los  movi- 
mientos. Los  soldados  dejaron  las  mochilas  al  pie 
de  la  cuesta  sin  llevar  peso  ninguno  que  pudiese 
fatigarlos.  La  división  Soler  entró  á  esa  hora  por 
los  cerros  de  la  derecha:  y  á  las  tres  y  media  (a.  m.) 
la  división  de  O'Higgins  emprendió  paulatina- 
mente la  ascensión  de  la  cuesta.  El  camino  de  la 
primera  era  difícil  y  de  una  marcha  muy  embara- 
zosa :  pero  así  que  el  número  8.  mandado  por  el  co- 
mandante Cramer  comenzó  por  el  frente  el  fuego 
de  guerrillas  sobre  los  Talavcras,  asomaron  por  la 
izquierda  de  éstos  las  cabezas  de  las  columnas  del 
número  i .°  y  del  1 1  :  y  los  Talaveras,  en  peligro  de 
ser  cortados,  se  plegaron  á  la  posición  que  tenían 
los  suyos  en  el  bajo  de  la  hacienda.  Perdió  enton- 
ces el  general  O'Higgins  el  tino  del  mando  que 
debía  haber  observado,  y.  sin  recordar  las  órdenes 
del  general  en  jefe  (ó  violándolas  de  su  cuenta), 
hizo  ascender  toda  su  columna  en  prosecución  de  la 
marcha  que  había  hecho  el  número  8.  Esto  mismo 
no  hubiera  sido  tan  censurable,  si  se  hubiese  limi- 
tado á  ocupar  la  cuesta  y  hacer  movimientos  de  des- 
cubierta para  conocer  bien  la  posición  enemiga. 
Pero  él,  sin  esta  indispensable  precaución,  sin  es- 
perar lo's  movimientos  de  la  división  flanqueadora 
y  temiendo  sólo  que  otro  le  arrebatase  un  triunfo 
que  creía  fácil  con  sólo  atrepellar,  descendió  la  cues- 
ta como  un  torrente  y  fué  á  estrellarse  contra  los 
cuerpos  realistas,  harto  fuertes  y  expertos  para  que 

gaba  que  la  presencia  de  la  Loca  de  la  Guardia  había  cau- 
sado indecible  júbilo  y  confianza  en  las  tropas  de  su  re- 
gimiento. 


588  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDES 

así  no  más  se  dejasen  llevar  de  frente  por  un  ataque 
imprudente  y  temerario. 

En  efecto,  Maroto  había  formado  su  línea  con 
ima  discreción  verdaderamente  militar.  Al  princi- 
{ño  había  pensado  hacerse  fuerte  en  la  cuesta;  pero 
observó  que  podía  ser  flanqueado,  y  que  las  salidas 
á  Santiago  podían  serle  tomadas  por  los  patriotas 
circunvalando  la  posición.  Resolvió  entonces  esta- 
blecerse en  el  descenso  de  la  cuesta,  ocupando  el 
declive  de  un  cerro  que  se  cerraba  en  una  angostu- 
ra por  su  derecha ;  en  ese  barranco  colocó  su  arti- 
llería y  apoyó  su  izquierda  en  los  cordones  intran- 
sitables que  se  engranan  con  la  cuesta  y  que  creían 
inaccesibles,  cubriendo  su  retaguardia  por  los  dra- 
gones del  coronel  Morgado  y  carabineros  de  Abas- 
cal  que  mandaba  el  coronel  Ouintanilla. 

O'Higgins  sintió  muy  pronto  el  desgraciado 
error  que  había  cometido  comprometiendo  así  la 
batalla .  Los  realistas  lo  rechazaron  causándole 
enormes  pérdidas,  y  lanzaron  sobre  él  dos  cuerpos 
de  infantería.  El  7  y  el  8  se  cruzaron  con  ellos  á  la 
bayoneta,  y  consiguieron  hacerlos  retroceder  á  su 
línea,  pero  estropeados  también  no  estaban  ya  en 
estado  de  repetir  el  ataque  ni  de  arrostrar  los  fue- 
gos de  la  artillería  enemiga  que  les  causaba  un  daño 
considerable. 

San  Martín,  en  el  colmo  de  la  angustia  creyó 
por  un  momento  que  la  jornada  estaba  perdida,  y 
desde  la  cuesta  trajo  la  reserva  al  campo  de  batalla. 
Nada  sabía  de  la  división  Soler,  no  alcanzaban  si- 
cjuiera  á  percibir  la  cabeza  de  sus  columnas,  y  le 
despachaba  avisos  sobre  avisos  para  que  bajase 
cuanto  antes  por  el  flanco  enemigo;  porque  aunque 


Y   LIBERTAN    A    CHILE  589 

los  cuerpos  de  Cramer  y  de  Conde  (8  y  7J  se  sos- 
tenían con  prodigios  de  bravura,  los  granaderos  á 
caballo  no  habían  podido  operar  sobre  la  línea  de 
Alaroto.  y  habían  sido  desgraciados  en  las  dos  ten- 
tativas que  habían  hecho,  á  causa  del  terreno  im- 
practicable en  que  O'Higgins  los  había  compro- 
metido. 

Al  oir  el  nutrido  tiroteo,  las  descargas  y  el  fue- 
go de  la  artillería  que  tenía  lugar  sobre  su  izquier- 
da, el  general  Soler  veía  con  una  profunda  ansie- 
dad que  la  batalla  se  había  comprometido  á  des- 
tiempo, y  que  el  éxito  dependía  de  que  él  pudiera 
llegar  cuanto  antes  sobre  el  flanco  enemigo;  así  es 
que  puesto  á  la  cabeza  de  la  columna,  no  cesaba  de 
repetir  sus  voces:  ;Al  fuego,  mucJiachos!  ¡Al  fue- 
go!, avanzando  al  trote  de  su  caballo,  seguido  de 
los  batallones  que  á  toda  prisa  corrían  también  en 
la  misma  dirección  por  entre  barrancos  y  precipi- 
cios. 

De  improviso  se  encuentra  en  una  quebrada 
sin  salida ;  el  comandante  Alvarado  avisa  que  no 
puede  pasar.  Acude  el  general  y  se  indigna  con  los 
guías.  Estos  se  excusan  por  la  premura  en  que  los 
habían  puesto  y  vacilan.  .  .  ;y  la  Loca?.  .  .  la  Loca 
de  pie  en  una  eminencia  cercana  gritaba  ¡por  aquí! 
¡por  aquí!...  Siguen  sus  indicaciones  y  pasan  las 
columnas  convergiendo  sobre  el  campo  de  batalla. 
Sube  el  general  Soler  á  una  meseta  de  donde  do- 
mina el  flanco  izquierdo  de  la  posición  de  ]\Iaroto. 
Una  sola  ojeada  le  basta  para  hacerse  cargo  de  lo 
crítico  del  momento,  é  indignado  de  que  el  general 
O'Higgins  hubiese  procedido  sin  tenerlo  en  consi- 
deración trata  de  reparar  la  falta  cometida. 


590  LOS  ARGENTINOS  PASAN  I.OS  ANDES 

Lle\"al)a  la  cabeza  de  la  columna  el  batallón  de 
cazadores  á  las  órdenes  de  Alvarado,  y  en  el  mo- 
mento el  capitán  de  la  primera  compañía,  don  Lu- 
cio Salvadores,  recibe  orden  de  descolgarse  sobre  el 
flanco  de  los  realistas,  siguiéndolo  por  allí  las  de- 
más fuerzas  de  infantería,  al  mismo  tiempo  Cjue  por 
debajo  de  la  pendiente  entraba  en  acción,  sobre  el 
mismo  flanco,  el  coronel  don  Mariano  Xecochea — 
el  Murat  argentino — á  la  cabeza  de  sus  granaderos 
á  caballo. 

La  acción  toma  en  el  instante  otro  carácter.  El 
enemigo  abre  su  flanco  derecho  por  la  turbación 
que  sufría  su  línea  en  el  izquierdo.  El  coronel  Za- 
piola  penetra  por  allí  con  otros  tres  escuadrones  de 
granaderos  á  caballo:  acuchilla  la  caballería  realis- 
ta y  ocupa  la  retaguardia  del  caserío,  al  mismo  tiem- 
po que  la  columna  de  O'Híggins,  bajo  las  órde- 
n.es  ahora  del  general  San  Martín,  y  reforzada  por 
la  reserva,  acomete  de  frente  llevándoselo  todo  por 
delante. 

La  persecución  fué  tan  tenaz  que  no  salvó  abso- 
lutamente cuerpo  ninguno  de  las  fuerzas  del  gene- 
ral ]\íaroto  que  no  quedase  deshecho  ó  prisionero : 
y  de  todas  ellas  no  pudo  rehacerse  ni  una  compañía 
siquiera  que  consiguiese  incorporarse  organizada  á 
las  fuerzas  que  venían  del  Sur  á  toda  prisa  para  de- 
fender la  capital. 

Decidida  y  terminada  la  batalla  á  eso  de  la  una 
del  día,  el  general  San  ^lartín,  sentado  en  un  tosco 
madero  á  la  sombra  de  una  frondosa  y  soberbia 
patagua,  descansaba  de  la  fatiga  y  conversaba  con 
Arcos,  con  Alvarez  Condarco,  sus  edecanes,  y  otros 
muchos  oficiales  que  venían  á   saludarlo.   Al  reci- 


Y    LIBERTAN    A    CHILE  59 1 

birlos  con  la  jovialidad  que  le  era  natural  en  estos 
casos,  notó  con  sumo  disgusto  que  algo  nuiy  grave 
pasaba  entre  los  generales  Soler  y  O'Higgins.  El 
primero  traía  el  rostro  visiblemente  enfadado  y  si- 
niestro. Dio  la  mano  á  todos  los  compañeros  que 
se  apresuraron  á  felicitarlo  por  su  oportuna  apari- 
ción en  el  campo  de  batalla,  menos  á  O'Higgins, 
marcando  bien  la  voluntad  que  tenía  de  ofenderlo 
con  este  desaire. 

O'Higgins  lo  notó  también,  produciéndose  con 
esto  un  incidente  que  aunque  mudo  y  contenido 
perturbó  visiblemente  la  cordialidad  de  la  reunión. 
San  Alartin  se  puso  de  pie,  le\antó  una  copa  de 
vino  y  dijo : 

— ¡  Señores :  á  los  bravos  de  la  derecha,  y  á  los 
bravos  del  frente ! — Todos  aplaudieron ;  y  sin  dar 
tiempo  á  más,  con  aquella  sagacidad  y  viveza  de 
percepción  con  que  sabía  obrar  en  los  momentos 
difíciles,  agregó  tomando  el  tono  oficial  del  mando : 

— General  Soler :  póngase  Vuestra  Señoría  al 
mando  de  la  vanguardia  con  toda  su  división,  in- 
corporando los  cuatro  escuadrones  de  granaderos  á 
caballo ;  y  ordene  Vuestra  Señoría  que  la  persecu- 
ción no  pase  del  portezuelo  de  Colina,  porque  es 
muy  probable  que  las  fuerzas  enemigas  que  quedan 
al  Sur,  estén  concentrándose  ahora  en  Santiago, 
para  presentarnos  otra  batalla. 

— ¿Otra  batalla,  señor  general ?— dijo  O'Hig- 
gins. 

— Es  natural :  Abandonarnos  la  capital  quedán- 
doles todavía  intactas  las  fuerzas  que  tienen  al  Sur 
— los  tres  escuadrones  de  Barañao,  los  batallones 
de  Chiloe  y  de  Chillan,  el  de  la  Palma,  y  quince  ca- 


59-  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS  ANDES 

ñones  que  pueden  mover  con  300  artilleros, — me 
parece  que  sería  el  colmo  de  la  imbecilidad.  Han  de 
aventurar  otra  batalla,  porque  si  se  retiran  ahora 
tendrían  que  replegarse  á  Concepción;  todo  queda- 
ría perdido  para  ellos  y  tendríamos  el  país  entero 
con  nosotros. 

— General,  Vuestra  Excelencia  no  los  conoce.  .  . 

Los  jefes  presentes  se  sorprendieron  al  oír  esta 
observación  que  les  pareció  impertinente. 

— Creo,  señor  general — agregó  O'Higgins. — 
que  estamos  hablando  entre  amigos,  ¿no  es  cierto? 

— ¡Por  supuesto! — contestó  San  Martín  dando 
una  forma  llana  y  fácil  á  sus  palabras. 

— Pues  en  este  caso  rae  permito  insistir  en  que 
no  hemos  de  tener  otra  batalla ...  Si  Vuestra  Exce- 
lencia quiere,  me  comprometo  á  marchar  sobre  San- 
tiago y  ocuparlo  mañana  al  amanecer. 

— Puesto  que  la  conversación  es  amistosa,  se- 
ñor general — dijo  Soler, — yo  me  permitiré  opinar 
como  Vuestra  Señoría  y  decirle  que  si  Vuestra  Exce- 
lencia me  retira  el  honroso  puesto  de  dirigir  la 
\anguardia  para  encargárselo  al  señor  general 
O'Higgins.  que  parece  desearlo,  cuide  Vuestra  Ex- 
celencia de  que  una  fuerte  división  pueda  operar  de 
flanco  en  el  momento  oportuno  y  bien  apercibida  de 
lo  que  pueda  ocurrir  en  esta  noche. 

— ¡Señor  general  Soler! — dijo  O'Higgins. — 
¡  Explique  Vuestra  Señoría  si  esas  palabras  tienen 
doble  sentido ! 

— Tienen,  señar  general  O'Higgins,  el  que  \'ues- 
tra  Señoría  les  ha  dado. 

— ¡General! — dijo  San  Martín  incorporándose 
co-.i  ademán  supremo. — ¡X^uestra  Señoría  acaba  de 


Y  LIBERTAN   A   CHILE  593 

recibir  una  orden  perentoria  y  urgente !  Alarche 
Vuestra  Señoría  á  cumplirla.  Los  momentos  son 
preciosos ;  y  ya  que  "V^uestra  Señoría  sabe  lo  que 
preveo,  obre  del  modo  conveniente  para  que  el  ene- 
migo no  lo  encuentre  desprevenido. 

Soler  era  entonces  un  hombre  de  treinta  años  á 
lo  más.  Era  el  oficial  de  una  talla  más  elevada  y  más 
arrogante  del  ejército  argentino.  Derecho  y  esbelto 
como  un  álamo,  militar  consumado  en  su  andar, 
en  la  severidad  de  su  gesto  y  en  la  cortesía  reser- 
vada de  sus  modales,  pasaba  por  ser  el  más  enten- 
dido de  los  jefes  de  división  que  tenía  entonces 
nuestro  ejército:  y  en  la  reciente  campaña  había 
desempeñado  la  importante  pa:te  que  le  había  en- 
cargado el  general  en  jefe  con  una  habilidad  noto- 
r.'a  y  con  una  competencia  de  primera  clase. 

El  rompimiento  del  general  Soler  con  el  gene- 
ral O'Híggins,  la  intransigente  soberbia  de  su  ca- 
rácter y  la  idea  que  el  primero  se  había  formado 
de  la  poca  capacidad  militar  del  segundo,  iban  á 
?^r  causa  de  su  separación  del  ejército  de  los  An- 
des en  cuanto  O'Híggins  ocupase  en  Chile  el  pues- 
to de  Supremo  Director  del  Estado,  que  le  es- 
taba destinado  por  los  propósitos  políticos  y  nece- 
sarios del  general  San  Martín.  Ambos  jefes  eran 
ya  incompatibles  en  el  Ejército  de  los  Andes. 

Entre  tanto,  era  cierto  que  cuando  el  general 
San  ^lartín  preveía  con  buen  juicio  una  nueva  ba- 
talla, y  se  preparaba  á  ganarla,  el  coronel  Barañao, 
recién  llegado  á  Santiago,  promovía  la  necesidad 
de  tentar  ese  nuevo  ataque  y  de  caer  esa  misma  no- 
che sobre  los  argentinos.  Juntóse  sobre  eso  consejo 
de  jefes,  pero  prevaleció  el  parecer  de  que  la  ope- 

IIIST.  DE  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. — 38 


594  I'OS   ARGENTINOS   PASAN  LOS  ANDES 

ración  era  aventurada,  porque  no  podia  suponerse 
que  se  tomasen  desprevenidos  á  jefes  de  tanta  im- 
portancia y  experiencia  como  los  que  habían  ejecu- 
tado la  invasión  y  ganado  la  batalla  de  la  cuesta  de 
Chacabuco. 

La  escena  anterior  puso  preocupado  al  general 
San  Martín :  y  aunque  procuraban  disimularlo,  to- 
dos estaban  también  más  ó  menos  afectados  por  el 
sinsabor  que  causan  siempre  los  incidentes  de  este 
género. 

— ¡Las  Heras! — dijo  el  general,  sentándose  de 
nuevo. — Téngame  al  corriente  de  lo  que  pase  entre 
O'Higgins  y  Soler  y  trate  de  aquietarlo  hasta  que 
entremos  en  Santiago. 

— ¿yie  permite  Vuestra  Excelencia  una  simple 
observación  ? 

— ¿Cómo  no? 

— Entonces  suplicaré  á  Vuestra  Excelencia  que 
no  me  encargue  ese  cuidado.  Xo  tengo  ninguna  in- 
timidad con  el  señor  general  Soler,  y  no  deseo  ro- 
zarme con  él  sino  en  cosas  de  servicio.  Por  lo  de- 
más, estoy  cierto  que  el  señor  general  Soler  no  se 
ocupará  por  ahcra  de  otra  cosa  que  de  cumplir  las 
órdenes  que  Vuestra  Excelencia  le  ha  dado. 

En  la  tarde  del  12  de  febrero,  que  tan  glorioso 
día  había  sido  para  el  ejército  argentino,  el  general 
Soler  ocupaba  el  portezuelo  de  Colina.  Establecido 
allí  sólidamente  con  toda  la  vanguardia,  hizo  re- 
plegar al  coronel  Necochea,  que  había  llevado  una 
tenaz  persecución  hasta  dos  leguas  más  adelante. 

Esta  persecución  había  sido  terrible  para  los 
vencidos.  Porque  como  recordará  el  lector,  la  ca- 
ballería argentina,   al  mando  de  Zapiola  por  la  iz- 


Y  LIBERTAN  A   CHILE  595 

quierda.  y  de  Xecochea  por  la  derecha,  había  pe- 
netrado hasta  tomar  posesión  de  la  retaguardia  rea- 
lista, al  mismo  tiempo  que  Soler  doblaba  el  flanco 
izquierdo  del  enemigo,  y  que  la  división  de  O'Hig- 
gins,  dirigida  por  el  general  en  jefe,  rehacía  sus  co- 
lumnas al  favor  de  esos  movimientos  y  lo  arrollaba 
por  el  frente.  Con  esto  los  enemigos  habían  per- 
dido su  formación  y  se  habían  declarado  en  una  de- 
rrota espantosa.  Pero  al  huir  hacia  la  ciudad,  en  el 
más  completo  desorden  y  confusión,  habían  encon- 
trado que  los  granaderos  á  caballo  les  cerraban  el 
paso ;  y  como  les  faltara  ya  la  disciplina,  al  mar- 
char así  revueltos  en  grandes  grupos  se  permitían 
algunos  la  imprudencia  de  hacer  fuego,  para  abrir- 
se camino;  de  modo  que  los  granaderos  á  caballo, 
lanzados  á.  fondo,  los  sablearon  por  más  de  cuatro 
leguas  en  los  callejones  de  la  vía,  dejando  detrás 
de  sí  una  enorme  cantidad  de  enemigos  muertos, 
heridos  y  prisioneros,  sin  que  alcanzaran  á  salvar- 
se sino  algunos  pocos  fugitivos,  que,  trepándose  á 
los  cerros,  ó  escondiéndose  en  las  asperezas,  logra- 
ron substraerse  por  el  momento  al  sable  de  los  ven- 
cedores, pero  no  salvarse  de  caer  en  sus  manos, 
hora  más  ó  menos  después. 

Serían  ya  como  las  ocho  de  la  tarde,  cuando 
el  general  Soler  avisó  que  quedaba  en  posición  de 
contener  cualquiera  tentativa  que  el  enemigo  pre- 
tendiese hacer  en  esa  noche;  y  que,  habiendo  sido 
estudiada  la  topografía  del  lugar  por  los  ingenie- 
ros Arcos  y  Alvarez  Condarco,  estaba  ya  indicado 
el  campo  en  cjiue  todo  el  ejército  podía  acampar,  pa- 
ra reconcentrarse  y  quedar  prevenido  á  todo  evento. 

El  o-eneral  San  Martín  se  adelantó  entonces  con 


596  LOS  ARGENTINOS  PASAN  LOS   ANDES 

el  Estado  Mayor  hasta  la  vanguardia ;  y  después  de 
unas  cuantas  horas  dadas  á  la  reorganización  de 
los  cuerpos,  al  refrigerio  de  la  tropa  y  al  descanso, 
el  ejército  se  puso  en  marcha  en  las  primeras  horas 
de  la  aurora  (14). 

(14)  V^oy  á  narrar  aquí  por  vía  de  amenidad  una  anéc- 
dota característica  de  algunos  actores,  que  tiene  un  per- 
fecto sabor  histórico,  y  que  salvo  la  forma  literaria  en  que 
la  voy  á  verter,  es  perfectamente  idéntica  al  suceso  tal 
cual  lo  he  oído  al  señor  don  Juan  Godoy,  gran  sabedor 
de  aventuras,  y  que  los  generales  Dehesa  y  Las  Heras 
me  decían  que  en  efecto  'había  corrido  ese  cuento  en  el 
ejército. 

Detrás  de  las  últimas  columnas  de  la  retaguardia  ca- 
balgaban con  negligencia,  lado  á  lado,  dos  hombres  segui- 
dos de  un  piquete  de  soldados  que  arrastraban  un  cañón 
de  montaña. 

El  uno  era  un  jovencíto  de  diez  y  seis  años,  escribiente 
por  aquel  entonces  de  la  secretaría  del  general  en  jefe, 
que  por  primera  vez  en  su  vida  atravesaba  un  campo  de 
(batalla. 

El  otro  era  un  hombre  como  de  treinta  años :  figura 
grotesca  y  aire  siniestro;  parecía  encantado  con  el  ho- 
rrible espectáculo  que  se  desenvolvía  á  su  vista,  y  había 
tomado  una  parte  viva  en  la  carnicería  de  la  jornada. 

Algunos  grupos  de  campesinos  silenciosos,  dirigidos 
por  agentes  subalternos,  provistos  de  algunos  faroles  y  de 
angarillas  de  cañas  hechas  á  la  ligera,  recogían  heridos 
en  aquel  campo  de  muerte  y  los  transportaban  á  las  casa? 
de  la  Hacienda.  Los  que  dirigían  aquel  piadoso  trabajo 
les  gritaban  de  cuando  en  cuando :  "¡  Carguen  primero  á 
los  patriotas  !" — "A  los  godos  después". 

— ¡Zeñor  por  Dior:!...  ¡  Un  vazito  de  agua;  ¡que  perez- 
co de  zed!... — exclamaba  un  infeliz  que  yacía  por  allí. 

Al  oírlo,  dos  ó  tres  campesinos  procuraron  acercarse  á 
él  para  auxiliarlo.  Pero  el  hombre  que  cabalgaba  con  el 
joven,  les  gritó: — ¡  Eh  !  ¡bestias!  ¿no  están  oyendo  que  di- 


Y  LIBERTAN'  A   CHILE  597 

El  general  San  ]\Iartín  acababa  de  tener  las  pri- 
meras noticias  de  que  las  fuerzas  enemigas  se  ha- 
bían desorganizado  completamente;  de  que  la  ca- 
pital   estaba    abandonada    y    en    completa    acefalía. 

c€  zeta?  ¡  A  los  patriotas  primero  ! — dijo   entrometiéndo- 
se en  lo  que  no  le  incumbía. 

• — ;  Mal   rayo   te  parta  !..,    ¡  y  el   alma  y   el   cuerpo  ze 
te  pudran,  hijo  de  una  tal  por  cual ! — exclamó  el  herido. 
— ¡  Antes  te  vas  á  pudrir  tú,  raza  de  moros  ! — le  con- 
testó el  jinete,  riéndose  complacido. 

De  todos  lados  del  estrecho  camino  se  oían  salir  ayes 
lastimeros. 

— ;  Ay,  por  Dioz ;  ¡  zocórranme  presto ; — decía  el  uno 
con  una  voz  moribunda. 

— ;  Por  los  clavos  del  Zeñor !  ¡  misericordia,  misericor- 
dia !...  ¡  tengo  traspasado  el  pecho !...  ¡  Me  ahoga  la  zan- 
gre  ! — gritaba  otro. 

Y  los  horribles  lamentos  daban  un  lúgubre  aspecto  á 
las  tinieblas  de  la  noche,  al  vago  andar  de  los  escasos 
faroles  con  que  las  partidas  de  campesinos  andaban  ins- 
peccionando y  recogiendo  los  heridos. 

Una  voz  angustiada  se  alzó  por  delante  de  los  dos 
jinetes,  y  en  el  tono  de  la  más  grande  desesperación  les 
gritó : 

— ¡  Por  la  Virgen  Santísima  de  Dolores,  zeñor  ofi-. 
cial ! !...  me  van  á  aplastar  los  caballos  y  el  cañón...  ¡  ten- 
go las  dos  piernas  destrozadas !  no  me  puedo  mover... 
j  por  piedad,  por  piedad  !  ¡  que  todos  zomos  cristianos  ! 

— ¡Pues  mejor!...  ¡Te  despenarás  cuanto  antes; — le 
dijo  el  mayor  de  nuestros  dos  hombres,  mientras  los  sol- 
dados continuaban  impasibles  arrastrando  el  cañón  hacia  el 
herido. 

Pero  el  más  joven  tirándose  prestamente  del  caballo, 
corrió  al  herido;  y  tomándolo  por  debajo  de  los  dos  bra- 
zos lo  sacó  de  la  vía,  y  lo  puso  á  un  lado  contristadísimo 
de  los  espantosos  quejidos  que  lanzaba  al  ser  arrastrado. 
— ¡  Xo  puedo  hacer  más  por  usted,  amigo! — le  dijo  el 
joven,   y    volvióse   ligero    á   su   caballo    dejándolo    en    sus 


598  LOS  ARGENTINOS   PASAN  LOS  ANDES 

Aunque  bastantes  vagos  y  poco  auténticos  todavía, 
había  sin  embargo  algunos  datos  que  parecían  fun- 
dados, para  presumir  la  necesidad  de  que  el  ejér- 
cito argentino  se  adelantase  á  ocuparla  tan  pronto 
como  fuera  posible.  En  efecto :  en  esos  momentos, 
Santiago  ofrecía  el  efecto  de  un  caos,  entregado 
al  desorden  más  espantoso. 

atroces  padecimientos  y  clamando  :  ¡  agua  !  ¡  agua  !  ¡  por 
todos  los  santos  del  cielo  ! 

— ¡  Mira — le  dijo  el  otro — si  vas  á  ocuparte  de  eso 
con  cada  uno  de  los  que  te  llamen,  vas  fresco  !...  Apren- 
de— agregó  señalándole  con  el  dedo  un  bulto,  que  á  la 
orilla  del  camino  estaba  dándole  vuelta  á  un  cadáver  para 
ponerlo  boca  arriba. — Mira  esa  mujer  que  en  vez  de  en- 
ternecerse por  los  quejidos  anda  haciendo  provecho  y 
robando  á  los  muertos,  que  den  gracias  también  si  no  los 
despena    para   aumentar   la    cosecha. 

— ¡  Miserable  !  ¡  Harpía  !  ¡  deja  esos  infelices  !  —  le 
gritó   el  joven   adelantando   á  ella   su  caballo. 

Pero  al  oirlo,  la  mujer  se  incorporó  arrogante  como 
un  fantasma,  y  le  dijo  con  imperio — ¡sigue  tu  camino!  y 
deja  á  los  cóndores  su  presa!  ¿qué  sabes  tú  de  lo  que  yo 
busco,  ni  de  lo  que  yo  hago? 

¡  Ah ! — dijo  el  otro  riéndose  á  carcajadas. — Es  la 
Loca   del   Once    (*). 

— ¿La  Loca? — preguntó   el   joven   con   sorpresa. 

— Sí,  hombre;  déjala... — y  tomándolo  de  la  rienda  de 
su  caballo  le  obligó  á  seguir  el  camino. 

— No  hay  duda  que  un  campo  de  batalla  es  una  cosa 
tremenda:  en  este  momento  quisiera  ser  sordo — dijo  el 
joven. 

— ¡  Pamplina  !  ¡  Horrible  y  tremendo  es  cada  día  que 
pasa !...  O  se  te  figura,  inocente  criatura,  que  el  mundo  no 
es  también  un  campo  de  batalla  en  que  van  al  hoyo,  con 

(*)  Decia  la  leyenda  que  buscaba  por  todas  partes  el  cadáver  de 
Zambruno,  el  feroz  capitán  de  Tatarera»,  autor  y  actor  en  las  íechorias 
de  Rancagua,  á  quien  descubrió  y  denunció  en  la  crujía  de  los  prisioneros. 


Y  LIBERTAN  A  CHILE  599 

Las  fuerzas  venidas  del  sur  aquel  mismr)  dia  al 
mando  de  Barañao  y  de  otros  jefes,  hablan  tenido 
la  intención  de  atacar  al  ejército  vencedor  esperan- 
do encontrarlo  desprevenido  y  entregado  á  la  con- 

dolores  y  lamentos  espantosos,  no  digo  yo  quinientos  ó  seis- 
cientos pobres   diablos   como  aqui,   sino  millones  por  día. 

— Pero  uno  no  los  ve. 

— ¡Vaya  con  el  consuelo!  Pero  los  ven  sus  hijos,  sus 
padres,  sus  .hermanos,  el...  que  los  confiesa.,  el  médico 
que  los  mata  sin  refregarse  los  ojos...  los  asesinos  que  los 
despachan  y  qué  sé  yo  que  otros  mil. 

— Pero  á  esos  desgraciados  los  auxilian  y  los  atien- 
den otros;  mientras  que  estos  desgraciados  quedan  ahí 
postrados  y  mueren  sin  más  compañero  que  el  abandono, 
la  soledad,  las  tinieblas  y  el  frío  de  la  noche,  clamando 
por  un  dedal  de  agua  que  nadie  les  da. 

— Pues  mira:  duerme  bien  esta  nodhe;  y  mañana  ve- 
rás salir  el  sol  como  todos  los  días.  Los  muertos  se  pu- 
drirán enterrados  ó  no  enterrados :  los  que  no  sean  de- 
vorados por  los  gusanos  serán  devorados  por  los  cóndo- 
res. Se  pondrá  el  sol  después,  saldrá  la  luna  y  brillarán 
las  estrellas  como  siempre.  Y  por  último  ¿para  qué  hemos 
tomado  servicio  y  cargamos  esta  espada?...  Para  matar 
y  para  matar,  mientras  no  nos  maten  otros  á  nosotros.  Y 
como  nosotros  también  hemos  de  morir  sin  que  el  sol  se 
pare  por  eso,  ni  dejen  de  parir  las  mujeres,  todo  se  redu- 
ce al  fin  á  morir  unos  cuantos  años  antes  ú  unos  cuantos 
años  después.  Con  que  así,  deja  tú  á  los  que  mueren  que 
mueran,  y  veamos  si  en  el  tiempo  que  hemos  de  vivir 
logramos  ser  nosotros  de  los  que  matan  y  gobiernan  y 
gozan...  Por  lo  que  hace  á  mí,  eso  es  lo  que  voy  buscando, 
y  para  eso  pongo  en  riesgo  mi  vida...  A  mí  me  gusta  ma- 
tar y  mandar;  ;y  maldito  si  me  importa  un  bledo  de  los 
que   caen,   con   tal  que  yo   sea   de   los   que  queden ! 

— Pues  yo  me  he  decidido  á  tomar  parte  en  el  ejérci- 
to  sólo  para   defender   la  patria. 

— ;  Matando  ! 

— ^Matando,    no;    peleando    por    el    triunfo;    y    por    la 


600  LOS  ARGENTINOS   PASAN   LOS  ANDES 

fianza  de  su  triunfo,  pero  habían  tenido  que  desis- 
tir de  la  aventura  prefiriendo  replegarse.  La  des- 
moralización se  había  apoderado  de  los  cuerpos; 
relajada  la  disciplina,  los  derrotados  no  obedecían 
órdenes  de  nadie,  y  corrían  por  grupos  en  la  direc- 

victoria  de  la  tierra  en  que  hemos  nacido,  para  ser  libres 
en  ella  y  hacerla  feliz. 

— ¡  Y  todo  esto  matando !...  La  prueba  está  en  todos 
esos  quejidos  y  lamentos  que  estás  oyendo  y  que  te  horro- 
rizan. 

— ¡  Así  será !  pero  lo  que  sé  es  que  tengo  aquí  en  el 
corazón  otra  clase  de  sentimientos  v  de  ideas  que  no  son 
esas...  ¡  Libertar  á  Chile  y  triunfar  de  España,  es  algo 
más  que  matar !  ¡  La  gloria  y  la  gratitud  de  los  pueblos ! 

— Sí...  i  Ya  verás  la  gratitud  de  los  pueblos !...  y  en 
cuanto  á  la  gloria  no  es  gratitud  sino  agravios  y  renco- 
res lo  que  te  ha  de  dar  si  un  tonto  como  vos  llega  á  ver 
la...   ¡  Para  los  pavos  ! 

— Si  todos  viesen  el  mundo  como  usted,  sería  mejor 
haber  nacido  pampa,  fray  Félix ! — le  dijo  el  joven  con  un 
enfado  visible  y  con  acrimonia. 

Pero  no  bien  había  pronunciado  estas  últimas  pala- 
bras cuando  el  fraile,  acercándole  su  caballo  con  un  mo- 
vimiento violentísimo,  levantó  la  mano  con  todo  el  ím- 
petu de  la  rabia  como  para  descargarla  de  revés  sobre  su 
compañero.  Y  lo  hubiera  hecho,  si  éste,  sorprendido,  pero 
ágil,  no  hubiera  separado  á  tiempo  su  cuerpo  y  echado 
mano  al  puño  de  su  espada. 

El  fraile  Aldao  se  contuvo  entonces,  y  le  dijo   (**)  : 

— i  Mira,  mocoso !  si  no  te  hubiera  visto  nacer,  y  si 
no  fuéramos  los  dos  de  Mendoza,  te  daría  una  lección  que 

(••)  Don  Félix  Aldao,  era  un  fraile  mendocino  que  dado  por 
genio  á  las  aventuras  consiguió  que  lo  hicieran  capellán  del  batallón 
número  ii.  En  el  ataque  de  la  Guardia,  se  saco  los  hábitos,  se  metió 
en  el  piquete  de  los  granaderos,  y  tomó  una  parte  cruel  en  la  matanza. 
Desde  entonces  comenzó  á  figurar  como  teniente  y  no  habia  para  él 
mayor  injuria  que  decirle  el  fraile;  por  lo  cual  se  lo  repetían  siempre 
los  demás  oficiales.  Sabido  es  que  ascendió  hasta  coronel  y  que  fué 
el   tirano   más   atroz   y   siniestro   de   Mendoza   á    su   vuelta   del   Perú. 


Y  LIBERTAN  A  CHILE  6oi 

ción  de  \'alparaÍ60  y  de  otros  puertos  sin  más  mira 
que  huir  y  que  embarcarse  en  los  buques  que  pu- 
dieran encontrar.  Los  demás  cuerpos  que  no  ha- 
bían entrado  en  la  acción,  contagiados  también  del 
pánico  general,  y  sin  contar  con  la  cohesión  nece- 
saria ni  con  la  autoridad  de  un  mando  superior  pa- 
ra hacer  pie,  volvían  á  tomar  á  toda  prisa  el  camino 
del  sur  replegándose  á  Concepción  y  á  Talcahuano. 
para  tener  tiempo  de  reconocer  la  situación  general 
en  que  habían  de  quedar  las  cosas,  y  tomar  medi- 
das de  defensa  ó  esperar  refuerzos  del  Perú. 

no  olvidarías  jamás...  Pero  te  advierto  que  si  otra  vez 
me  injurias  te  has  de  arrepentir. 

— Xo  quiero  contestarle,  teniente  Aldao,  porque  re- 
conozco mi  falta  y  porque  estamos  delante  de  la  tropa. 
Pero  usted  comprende  que  el  hábito... 

— ¿El  hábito?  ¿Vuelves? — dijo  el  fraile  Aldao  como 
si  quisiera  contenerse  antes  de  estallar. 

— Quiero  decir  la  costumbre.  Xo  he  tenido  la  menor 
intención  de  ofenderlo;  ni  pensé  lo  qué  decía. 

Pues  ten  cuidado  para  adelante,  porque  estoy  resuel- 
to á  meterle  cuatro  pulgadas  de  acero  al  que  pretenda  se- 
guir con  esta  costumbre,  sin  tener  en  cuenta  lo  que  soy 
ahora  y  lo  que  quiero  ser  en  adelante. 

Después  de  esta  escena,  los  dos  compañeros  marcha- 
ban en  silencio,  cuando  á  poco  tiempo  se  sintió  el  galope 
de  un  caballo  que  venía  de  la  vanguardia  y  que  detuvo  su 
carrera  junto  á  ellos. — ¿Qué  hay,  Juan  Apóstol?  le  pre- 
guntó Aldao    (***). 

— Orden  de  que  todos  los  piquetes  se  pongan  al  trote ; 
y  que  usted  se  incorpore  á   su  cuerpo,   fray   Félix. 

— ¡  Fray  tu  madre,  loco  de  m . .  .  ! 

El  oficial  soltó  una  carcajada,  y  dando  vuelta  á  su  ca- 
ballo tomó  otra  vez  hacia  el  cuartel  general. 


(***)     Dou  Juan  Apóstol  Martínez,  uno  de  los  oficiales  más  bravos  y 
más  desparpajados  del  ejército. 


602  LOS  ARGENTINOS   PASAN  LOS  ANDES 

El  mariscal  ]^Iarcó  del  Pont  había  huido  con 
tiempo  de  la  ciudad.  Desde  mucho  antes  había  he- 
cho marchar  en  dirección  á  Valparaíso  las  carretas 
de  su  gran  equipaje,  los  papeles  de  los  archivos,  y 
todos  los  valores  líquidos,  en  barra  y  en  dinero,  que 
'había  podido  tomar  del  tesoro,  sin  [)ensar  en  otra 
cosa  c[ue  en  embarcarse. 

Cuando  el  pueblo  se  dio  cuenta  de  todo  esto  se- 
rían como  las  nueve  de  la  noche.  Alborotada  la  ple- 
be, se  lanzó  á  las  calles  armada  de  hachas,  barretas 
y  picos,  vociferando  en  un  desorden  atroz,  y  ata- 
cando á  mano  armada  las  casas  que  se  tenían  por 
más  opulentas  y  ricas,  sin  distinción  de  partido.  A 
e?ta  terrible  confusión  se  agregó  que  los  grupos 
de  realistas  derrotados,  creyéndose  en  peligro,  atra- 
vesaban las  calles,  disparando  sus  fusiles  y  atacan- 
do también  todo  lo  C[ue  encontraban  al  paso,  en  su 
deseo  de  ganar  pronto  los  caminos  por  donde  trata- 
ban de  escapar.  Andaban  así  revueltos  con  las 
familias,  mujeres  y  niños,  que  ansiosos  seguían  á 
sus  deudos,  y  mujeres  y  pilludos  de  la  clase  baja 
que  robaban  y  agredían  sin  piedad. 

En  tan  crueles  angustias,  unos  cuantos  de  los 
vecinos  principales  se  reunieron  con  urgencia  en  la 
casa  del  opulento  don  Francisco  Ruiz  Tagle.  Con 
la  firma  de  éste  lograron  hacer  venir  á  la  reunión  á 
muchos  otros  y  constituir  por  el  momento  una  es- 
pecie de  autoridad  que  tomó  á  su  cargo  el  restable- 
cimiento del  orden.  La  empresa  era  ardua  por  cier- 
to; fué  preciso  emplear  muchas  horas  antes  de  po- 
der organizar  y  armar  algunas  patrullas  de  vecinos, 
sirvientes  y  gente  buena  con  c[ue  tratar  de  restable- 
cer algún  orden.   Pero,  desesperando  de  tener  me- 


Y  LIBERTAN  A   CHILE  603 

dios  con  que  llevarlo  á  cabo,  despacharon  expreso 
sobre  expreso  al  general  San  Martín  para  que  apre 
surase  su  marcha  sobre  la  capital,  y  acudiese  á  sal- 
varla cuanto  antes  del  saqueo  que  por  momentos 
tomaba  formas  terribles,  y  del  incendio  de  edificios 
que  ya  comenzaba  á  pronunciarse  en  muchos  pun- 
tos de  importancia.  El  general  San  ^Martin  mandó 
adelantar  al  general  Soler  con  orden  de  ocupar  la 
capital. 

Entre  tanto,  las  fuerzas  realistas  que  no  habían 
alcanzado  á  entrar  en  acción,  se  retiraban  á  prisa 
por  los  caminos  que  van  al  sur.  al  mando  de  Sán- 
chez, de  Ouintanilla.  Barañao  v  ^Morgado :  Elo- 
rreaga  y  JMarqueli  quedaban  muertos  en  el  campo 
de  batalla  con  muchos  oficiales  subalternos. 

Los  cuerpos  que  habían  tomado  parte  en  la  ba- 
talla, estaban  deshechos :  los  Talaz'cras  casi  lodos 
prisioneros,  y  de  sus  oficiales  no  escapó  uno  solo. 
El  feroz  Zaiubniuo  y  su  cómplice  Villalobos,  fue- 
ron encausados  como  facinerosos,  y  destituidos  de 
la  calidad  de  militares  en  razón  de  la  notoriedad 
de  sus  crímenes,  fueron  fusilados  y  colgados  en  la 
horca,  sin  que  el  virrey  ni  los  realistas  hubiesen  re- 
clamado jamás,  ni  ejercido  represalia,  tal  era  el  co- 
iiocimiento  que  todos  tenían  de  sus  infames  aten- 
tados y  de  la  justicia  de  la  sentencia. 

El  presidente  Marcó  del  Pont  fué  aprehendido 
en  la  inmediaciones  del  puerto  de  Scdi  Antonio,  y 
traído  á  la  presencia  del  General  San  Martín,  envia- 
do á  la  provincia  argentina  de  San  Luis,  con  or- 
den de  no  impedirle  la  lüjertad  de  su  persona, 
mientras  no  tratara  de  salir  de  los  límites  de  esa 
villa  provincial. 


604  LOS  ARGENTINOS   PASAN  LOS  ANDES 

El  general  Maroto  pensó  un  momento  en  reunir 
á  los  dispersos  y  embarcarse  con  ellos  hacia  el  Sur. 
Pero  en  la  cuesta  de  Prado,  camino  de  Valparaíso, 
se  desorganizó  todo  al  sentir  las  primeras  avanza- 
das de  granaderos  á  caballo  que  se  aproximaban. 
Maroto  llegó  á  tiempo  para  embarcarse  y  llevar  al 
Perú  la  noticia  de  que  el  ejército  argentino  quedaba 
dueño  de  la  capital  y  del  centro  de  Chile. 

En  los  dos  primeros  días  de  la  ocupación  siguió 
gobernando  ostensiblemente  el  anciano  Ruiz  Ta- 
gle  con  el  título  de  gobernador  interino.  El  15  de 
febrero  publicó  San  ]\Iartín  un  bando  convocando 
al  pueblo  á  elegir  en  Santiago  el  Jefe  Supremo  de 
la  nación.  Presidida  la  grande  Asamblea  por  el  go- 
bernador interino,  resultó  electo  casi  por  unanimi- 
dad de  votos  el  general  San  ^Martín.  Pero  como  éste 
se  negase  redondamente  á  ocupar  semejante  puesto, 
repitióse  el  acto,  y  recayeron  los  votos  en  don  Ber- 
nardo O'Higgins.  Este  se  posesionó  del  mando  y 
nombró  ministros  á  don  Miguel  Zañartu  y  á  don 
Ignacio  Centeno :  el  primero,  hombre  de  grande 
fibra,  y  partidario  celosísimo  de  la  influencia  ar- 
gentina ;  el  segundo,  un  administrador  modelo,  y 
sujeto  honorabilísimo  á  quien  San  Martín  había 
distinguido  en  Alendcza  con  cargos  de  alta  con- 
fianza, y  con  el  peso  de  todo  lo  relativo  á  las  cuen- 
tas y  administración  del  ejército. 

Lo  más  urgente  ahora  era  continuar  lo  campaña 
sobre  los  realistas  que  se  habían  retirado  al  Sur. 
Pero  una  vez  electo  el  general  O'Higgins  Director 
Supremo  del  Estado,  el  general  Soler  se  avistó  con 
el  general   San  Martín  y  le  hizo  presente  que  de- 


Y  LIBERTAN   A   CHILE  605 

seaba  retirarse  del  Ejército  de  los  Andes,  porque 
comprendía  que  todo  debía  marchar  de  acuerdo  con 
el  Supremo  Director,  cuya  dirección  ú  órdenes  no 
estaba  dispuesto  á  aceptar.  Al  general  San  Martín 
le  convenía  esa  separación,  por  razones  de  armonía 
política  en  el  nue\'o  centro  de  su  autoridad  perso- 
nal, y  condescendió,  aunque  conocía  perfectamen- 
te la  inmensa  superioridad  militar  del  general  So- 
ler sobre  O'Híggins  (15). 

Al  mismo  tiempo  de  haber  concentrado  su  po- 
deroso ataque  sobre  la  provincia  de  Ackon-Kahuac, 
San  Martín  había  desprendido  por  el  sur  al  tenien- 
te coronel  de  Chile  don  Ramón  Freiré,  y  por  el 
norte  al  de  igual  grado  don  Juan  ^^lanuel  Cabot.  El 
primero  tenía  orden  de  entrar  con  unos  pocos  par- 
tidarios por  Colchagiia,  levantar  guerrillas  del  país 
y  ocupar  á  Talca.  El  segimdo,  debía  ejecutar  la 
misma  operación  sobre  Coquimbo.  Las  dos  opera- 
ciones se  realizaron  con  éxito,  pero  sin  importan- 
cia notable  ó  positiva  en  los  sucesos,  que  al  fin  y  al 
cabo  fueron  todos  ellos  puro  efecto  de  la  victoria  de 
Ch.\cabuco. 

(15)  Tratándose  de  cómo  podría  suplirse  el  mando 
en  una  ausencia  del  general  San  Martín,  el  señor  Puey- 
rredón  escribía  al  señor  Guido:  "Considero  á  O'Híg- 
gins muy  bueno,  pero  en  la  guerra,  la  opinión  (¿el  cré- 
dito?) es  un  arma  muy  eficaz,  y  es  preciso  convenir  en 
que  no  tiene  la  necesaria,  ni  entre  nuestras  tropas,  ni  en- 
tre las  del  enemigo".  (Carta  del  9  de  septiembre  de  1817 
inserta  en  la  página  32  de  los  Papeles  del  general  Gui- 
do). Podríamos  dar  muchos  más  datos  sobre  la  poca 
opinión  que  se  tenía  de  la  competencia  militar  de  O'Híg- 
gins; pero  lo  consideramos  inútil  y  fuera  de  nuestro 
asunto. 


6o6  LOS  ARGENTINOS   PASAN   LOS   ANDES 

He  aquí  el  conjunto  de  los  sucesos  y  de  las  proe- 
zas que  volaban  en  boca  de  todos 
1817  los  habitantes  de  Buenos  Aires, 
Febrero  26  como  fantástica  leyenda,  en  medio 
del  bullicio  de  las  músicas,  de  los 
cohetes,  de  los  repicjues  y  de  las  salvas  de  artillería, 
á  las  tres  de  la  tarde  del  día  26  de  febrero  de  181 7. 
Las  cartas  particulares ;  las  relaciones  verbales  del 
oficial  que  había  traído  el  parte  y  la  corresponden- 
cia; las  invenciones  naturales  del  entusiasmo  y  de 
la  imaginación  popular  llenando  de  colorido  poé- 
tico los  hechos,  y  quizás  más  verdaderas  que  los  he- 
chos mismos,  oídas  y  referidas  por  todos  con  avidez 
insaciable  en  aquella  bellísima  tarde  de  nuestro  plá- 
cido otoño,  servían  de  alimento  á  la  llama  vivida 
en  que  ardían  los  hijos  de  la  grande  capital  exalta- 
dos por  el  jiibilo.  ¡Los  deudos,  los  hermanos,  los 
amigos,  los  iiiilos  de  la  casa  eran  los  héroes  que 
habían  reconquistado  á  Chile  haciendo  brillar  las 
espadas  argentinas  en  el  campo  de  la  victoria ! 
Pronto,  muy  pronto,  embarcándose  aunque  fuese 
en  lanchas,  iban  ellos,  victoriosos  á  la  vez.  á  plan- 
tar la  BANDERA  CELESTE  Y  BLANCA  sobre  el  solío  hu- 
millado de  los  virreyes  de  Lima.  San  ^Martín  lo 
anunciaba  y  lo  escribía  así  en  ese  mismo  momento 
á  muchas  personas.  ¿Cómo  dudarlo?...  El  pueblo, 
ebrio  de  placer,  ebrio  de  noble  orgullo  miraba  sa- 
tisfecho y  respetuoso  al  Supremo  Director,  á  quien 
tanta  parte  tocaba  en  el  éxito  de  esa  campaña  para 
decir  con  justicia  que  había  contribuido  á  salvar  la 
patria,  á  asegurar  la  feliz  terminación  de  la  guerra 
de  la  Lidependencia  Argentina,  y  poner  su  brazo 
en  la  emancipación  del  continente  sudamerica- 


Y  LIBERTAN  A   CHILE  00/ 

NO,  que  era  ya  una  consecuencia  de  la  \ictoria  prime- 
ra del  Ejercito  de  los  Andes. 

El   Supremo   Director  de   Chile   don   Bernardo 
O'Higgins,    se    dirigió    al    gobier- 
1817         no  de  los  Estados  Unidos  de  Xor- 
Abril  i.°       te  América,   al  emperador  de   Ru- 
sia,   y   á   otros   gobiernos   europeos 
anunciándoles  la  restauración  de  Chile  y  su  exalta- 
ción al  mando,  en  estos  términos:  "Después  de  ha- 
ber sido  restaurado  el  hermoso  reino  de  Chile  por 

LAS  ARMAS  DE  LAS    PROVINCIAS  UNIDAS  DEL   RlO  DE 

LA  Plata  el  12  de  febrero  del  corriente  año  bajo  las 
órdenes  del  general  San  Martin,  y  elevado  como  he 
sido  por  la  voluntad  del  pueblo  á  la  Suprema  Di- 
rección del  Estado,  es  de  mi  del^er  anunciar  al  mun- 
do un  nuevo  asilo  en  estos  países  á  la  industria,  á 
la  amistad  y  á  los  ciudadanos  de  todas  las  naciones 
del  globo .  .  .  La  sabiduría  y  recursos  de  la  nación 
ARGENTINA  limítrofe,  decidida  por  nuestra  emanci- 
pación, da  lugar  á  un  porvenir  próspero  y  feliz  en 
estas  regiones""  (16). 

(16)     Papeles  del  señor  Guido,  págs.   27  á  ^2. 


APÉNDICE  I 

(Págiua  42; 

INFORME     DEL     GENERAL     BELGRANO     SOBRE     LA     MISIÓN 
A    EUROPA     EN     1815 

Las  INSTRUCCIONES :  Como  el  exacto  desempeño  y 
éxito  feliz  de  la  Comisión  encargada  á  V.  S.  y  D.  Ber- 
nardino  Rivadavia  exige  que  dividan  su  atención  para 
gestionar  con  igual  destreza  en  las  Cortes  de  Madrid  y 
Londres,  según  el  semblante  que  presenten  los  tratados  en 
la  primera,  se  hace  preciso  que  dirigiéndose  á  ella  sólo 
su  compañero  fije  V.  S.  en  esa  su  residencia  para  apro- 
vechar las  circunstancias,  y  sacar  todo  el  partido  posible 
-de  las  noticias  y  comunicaciones  que  deberá  hacer  aquél 
desde  Madrid ;  quedando  siempre  expedito  en  un  caso  im- 
previsto y  desgraciado  que  haga  desaparecer  toda  espe- 
ranza de  conciliación  por  parte  del  monarca,  para  adop- 
tar medidas  y  entablar  pretensiones  de  acuerdo  en  todo 
con  don  Manuel  de  Sarratea  á  efecto  de  proporcionar 
las  mejores  ventajas  y  la  pacificación  de  estas  provincias 
sobre  bases  sólidas  y  permanentes.  En  su  consecuencia  y 
considerando  que  el  viaje  y  permanencia  en  España  de 
don  Bernardino  Rivadavia  debe  ponerlo  en  la  necesidad 
de  causar  mayores  gastos,  he  determinado  que  lleve  con- 
sigo las  dos  terceras  partes  de  los  fondos  destinados  á  la 
comisión,  quedando  V.  S.  con  lo  restante  para  su  subsis- 
tencia, mientras  que  le  llegan  los  socorros  pecuniarios 
que  trataré  de  hacer  poner  en  manos  de  V.  S.  con  la  ca- 
lidad de  remitir  las  dos  terceras  partes  al  expresado  don 
Bernardino  Rivadavia  durante  su  existencia  en  España. 
— Dios  guarde  á  V.  S.  muchos  años.  Buenos  Aires,  di- 
ciembre 10  de  1814. — Gervasio  Antonio  de  Posadas. — Al 
brigadier   don    Manuel    Belgrano. 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO    VI. 39 


6lO  APÉNDICE  I 


INFORME    DE    BELGRANO 

Relación  de  mis  pasos  y  ocurrencias  de  mi  viaje  al  Brasil 
c  Inglaterra,  extendida  de  orden  verbal  del  Excmo. 
Supremo  Director  Interino. 

A  consecuencia  del  nombramiento  que  el  Director 
don  Gervasio  Posadas  hizo  en  mí,  confiándome  instruccio- 
nes y  otros  papeles  que  debian  gobernarme,  á  la  vez  que 
á  don  Bernardino  Rivadavia,  en  la  diputación  para  ante 
la  corte  del  Brasil  y  la  de  España,  hice  mis  diligencias 
para  hallarme  pronto  á  salir  de  ésta  en  el  momento  que 
se  me  avisase 

Llegados  á  Rio  Janeiro  dimos  todos  los  pasos  que  se 
nos  habían  encargado  por  el  gobierno,  de  que  debe  estar 
instruido  por  nuestras  comunicaciones 

De  allí   pasamos  á   Inglaterra. 

Sarratea  vino,  se  le  impuso  de  todo  y  nos  manifestó 
que  había  asuntos  de  otra  importancia  y  que  de  ningún 
modo  debía  ir  alguno  á  España :  que  habíamos  llegado  lo 
más  á  propósito  que  podía  ser,  según  que  ya  había  ha- 
blado con  Rivadavia  la  noche  anterior. 

En  seguida  no3  condujo  á  casa  de  los  señores  Hullet 
Hermanos  y  Compañía  á  entregar  nuestras  recomendacio- 
nes y  por  un  modo  improviso  hizo  que  pusiese  en  manos 
de  aquellos  señores  las  letras  que  llevábamos  contra  la  de 
Wigmare  que  goza  de  altas  consideraciones  en  Londres: 
yo  me  resistía,  pero  Rivadavia,  me  expuso  que  convenía  al 
honor  del  país,  y  al  momento  depuse  mi  resistencia  que 
no  se  llegó  á  percibir. 

Cuando  íbamos  á  la  nominada  casa  me  indicó  el  pro- 
yecto que  había  entablado  y  de  que  había  instruido  la 
noche  anterior  á  Rivadavia,  para  ver  si  conseguía  que  el 
infante  don  Francisco  de  Paula  viniese  á  ésta;  que  es- 
taba  de   vuelta   de   ver   á   los   reyes    padres   y   príncipe   de 


APEXDicE  I  6ir 

la  Paz,  el  conde  de  Cabarrús,  á  quien  había  escogido 
para  agente  de  este  negocio,  y  que  vendría  á  hablarnos 
de  la  entrevista  y  conversaciones  que  había  tenido  con 
los  expresados  personajes,  por  los  cuales  decía  Sarratea 
que  todos  estaban  dispuestos,  v  nos  presentó  la  cosa  de 
modo  tan  fácil  de  verificarse,  que  sólo  faltaba  que  nosotros 
entrásemos  al  pensamiento. 

En  efecto  nos  acercamos  á  personas  que  podrían  ins- 
truirnos y  hallamos  conformes  á  todos  en  que  la  alianza 
de  los  soberanos  era  la  más  estrecha  que  tal  vez  habían 
presentado  los  siglos ;  que  las  miras  de  todos  ellos  era 
sostener  la  legitimidad,  y  que  no  había  que  pensar  en  que 
tuviesen  cabida  las  ideas  del  republicanismo;  que  además 
esas  ideas  habían  venido  por  el  orden  de  los  sucesos  y  ex- 
periencias de  veinte  y  cinco  años  en  Francia,  á  reducirse 
á  las  de  monarquía  constitucional,  teniéndose  ya  este 
g'obierno  por  el  único,  y  presentando  para  sostenerlo  el 
ejemplo  de  Inglaterra. 

A  los  diez  días  se  nos  presentó  el  conde  de  Cabarrús  á 
instruirnos  del  pormenor  de  sus  conversaciones  con  el 
rey,  la  reina  y  príncipe  de  la  Paz,  para  conseguir  que  el 
infante  ya  dicho  viniese  á  ésta;  que  había  hallado  en  los 
últimos  días  las  disposiciones  más  favorables,  y  que  en  el 
primero,  aunque  no  una  decisión,  al  menos  una  predisposi- 
ción á  consentir,  deteniéndole  su  conciencia  para  dar  su 
consentimiento,  y  que  para  convencerse  debía  consultar  la 
materia 

que  ahora  con  nuestra  venida  se  daba  nuevo  apoyo  al 
pensamiento ;  puesto  que  la  representación  tenía  otro  ca- 
rácter y  que  al  fin  se  verificaría  lo  que  le  había  dicho  la 
reina,  de  que  quisiera  ó  no  el  rey,  el  joven  se  pondría  en 
marcha,  luego  que  el  conde  volviese  con  las  seguridades 
que  nosotros  le  podíamos  dar,  sin  embargo  de  que  el  prin- 
cipe de  la  Paz  se  había  insinuado  que  se  buscase  el  favor 
del  gobierno  inglés  ó  el  de  Napoleón,  para  llevar  adelante 
esta  empresa,  añadiendo  que  éste  quería  que  se  le  pusie- 
sen fondos  para  trasladarse  inmediatamente  á  Inglaterra 
y   tener  cómo   vivir  en   ella,   pues   en  el   momento  que   se 


6l2  APÉNDICE  I 

supiese  la  salida  del  infante  lo  perseguirían  por  el  influjo 
de    la    corte   de    Uspaña 

Nosotros  tratamos  de  reflexionar  sobre  la  materia  con 
aquel  pulso  y  madurez  que  exigía :  observamos,  por  una 
parte,  el  estado  en  que  habíamos  dejado  las  Provincias 
Unidas  y  el  de  los  gobernantes  que  las  regían,  v  las  dis- 
posiciones de  la  corte  de  España  para  traernos  la  guerra 
á  nosotros,  que  por  un  efecto  sólo  de  la  Providencia,  se 
variaron  en  la  expedición  de  Morillo;  la  frialdad  del  go- 
bierno inglés,  ó  no  sé  si  me  atreva  á  decir,  enemiga  con 
nosotros  y  con  todos  los  demás  gobiernos  de  América ;  el 
interés  que  manifestaban  el  resto  de  las  potencias,  inclu- 
yendo los  Estados  Unidos  de  la  América,  en  que  nos  con- 
servásemos   unidos    á    la    España 


Observamos  la  reacción  que  se  obraría  en  la  familia  de 
España  con  este  hecho,  como  se  cruzarían  sus  ideas  en 
contra  de  la  América  con  él.  desde  que  nosotros  apoyáse- 
mos el  proyecto  en  el  derecho  que  nos  asistía  de  escoger 
este  infante,  lo  mismo  que  habían  hecho  los  españoles 
escogiendo  á  Fernando  y  despojando  á  su  padre  del  rei- 
no; que  nombrando  el  padre  á  su  hijo,  el  predicho  in- 
fante, por  su  sucesor  en  las  provincias  del  Río  de  la  Pla- 
ta, se  declararía  precisamente  el  gobierno  inglés  por  el 
pensamiento,  así  porque  era  nuestro  y  consiguiente  á  los 
principios  con  que  obra  en  sus  transacciones  políticas  con 
el  continente  de  Europa,  como  porque  entonces,  no  te- 
niendo disculpa  para  con  su  nación  que  está  empeñada 
en  nuestra  independencia,  y  se  empeñaría  más,  viendo  que 
la  imitábamos  en  su  clase  de  soberano,  se  vería  precisado 
á    seguir    sus    votos     

y  que  a]  fin  por  este  medio  conseguiríamos  la  indepen- 
dencia, y  que  ella  fuera  reconocida  con  los  mayores  elogios, 
puesto  que  en  Europa,  como  ya  dejé  apuntado^-  no  hay 
el  furor  republicano,  é  igualmente  establecer  un  gobier- 
no con  bases  sólidas  y  permanentes  según  la  voluntad 
de  los  pueblos,  en  quien  estuviesen  deslindadas  las  facul- 
tades de  los  poderes,  conforme  á  sus  circunstancias,  carác- 
ter, principios,  educación  y  demás  ideas  que  predominan. 


APÉNDICE  I  613 

y  que  la  experiencia  de  cinco  y  más  años  que  llevamos  de 
revolución  nos  han  enseñado.  Considerando,  pues,  todo  es- 
to, y  teniendo  también  presente  de  que  resistirnos  era  obrar 
no  sólo  contra  lo  que  la  razón  dictaba  en  las  circunstancias 
como  único  remedio  á  nuestra  patria,  sino  que  se  atribuiría 
después  á  nuestra  resistencia  su  pérdida ;  considerando 
igualmente  las  instrucciones  que  gobernaban  á  Rivadavia, 
y,  las  que  tanto  á  él  como  á  mí  se  dirigían,  de  hacer  lo 
que  pudiéramos  por  ellas,  y  este  era  el  único  arbitrio  que 
se  presentaba  más  análogo  para  llevarlas,  como  se  conven- 
cerá cualquiera  que  conozca  el  estado  de  Europa  desde 
marzo  de  1814,  nos  resolvimos  á  entrar  en  el  proyecto  y 
prestarle  todos  los  auxilios  que  de  nuestra  parte  estuviesen, 
hasta  el  término  de  habernos  hecho  cargo  de  parte  de  los 
gastos  que  se  habían  causado  en  el  primer  viaje  del  con- 
de de  Cabarrús ;  procurando  que  se  guardase  en  la  ma- 
teria el  sigilo  que  ella  requería,  pues  aspirábamos  á  que 
el  tal  infante  fuese  á  Londres  y  traerlo  sin  que  se  llegase 
á  penetrar,  hasta  que  se  supiera  hallarse  en  ésta,,  con  las 
miras  que  referiré  y  que  no  son  de  fiarse  á  la  pluma. 

Fué  consiguiente  á  esto  que  don  Bernardino  Rivadavia 
tratase  de  metodizar  el  plan,  darle  existencia  de  un  mo- 
do sólido  y  ponerse  todo  tan  en  orden  que  á  haber  que- 
rido el  rey,  nada  tenía  qoie  hacer  sino  firmar;  enseñó  á 
Sarratea  cómo  había  de  extender  las  instrucciones  que  todos 
tres  formamos  y  cómo  se  había  de  dirigir  en  su  presentación 
al  rey ;  en  una  palabra,  Rivadaria  fué  el  director  del  asunto 
como  perfectamente  instruido  en  nuestros  sucesos  y  en 
atención  á  los  conocimientos  que  posee  y  el  pulso  y  tino 
que  le  acompaña;  quedándome  á  ¡ni  sólo  el  ser  escribiente 
del  todo. 

Mientras  se  arreglaban  los  papeles  que  debia  llevar  el 
conde,  advertimos  en  él  cierta  conducta  impropia  en  cuan- 
to á  intereses,  en  que  inculcaba  Sarratea,  haciéndonos  con- 
cebir ideas  poco  ventajosas,  y  aun  de  algunas  ligerezas 
por  la  mucha  importancia  que  daba  á  los  grandes  conoci- 
mientos y  talentos  del  príncipe  de  la  Paz ;  tanto  que  Riva- 
davia propuso  que  se  echase  mano  de  don  José  Olaguer, 
que  había  ido  á  Londres  para  pasar  á  ésta,  así  porque  co- 
nocimos  en    él  despejo  y   talento   suficiente  para   la  comi- 


6l4  APÉNDICE  I 

sión,  cuanto  porque  habiendo  sido  paje  del  rey,  podría  lo- 
grar la  introducción  que  necesitábamos,  agregándose  á 
todo  la  gran  circunstancia  de  ser  hijo  de  nuestra  patria ; 
pero   Sarratea   se   empeñó   en   que   había   de   ir   el    conde. 

Salió  el  conde  á  fines  de  junio:  porque  así  Rivadavia 
como  yo  tratábamos  de  ver  el  resultado  de  la  batalla  que 
se  esperaba  y  que  al  fin  tuvo  lugar  el  i8  en  Waterloó  tan 
en  contra  de  la  causa  de  los  pueblos;  y  viajó  hasta  en- 
contrarse con  los  reyes  padres  en  Roma,  en  donde  se 
halló  con  todo  el  teatro  cambiado :  sólo  puedo  presentar 
una  copia  número  17  de  una  de  sus  cartas  que  había  sa- 
cado Rivadavia,  pues  Sarratea  no  ha  querido  franqueár- 
melas para   sacar  copia,  ni   dármelas. 

Por  lo  que  oí  á  éste,  insistiendo  Rivadavia  por  las 
cartas  para  que  yo  trajese  copia,  su  doctrina,  verdadera- 
mente singular,  era  de  que  nunca  la  presentaría  ni  aun 
al  gobierno ;  pues  éste  debía  creerle  sobre  su  palabra,  y 
que  si  no  tenía  confianza  en  él,  que  nombrase  otro. 

El  conde  que  se  vio  con  un  éxito  tan  contrario  á  lo 
que  nos  había  prometido,  y  que  en  verdad  nosotros  no 
esperábamos,  escribió  que  se  proponía  robar  al  infante 
para  traerlo :  proyecto  descabellado,  si  es  que  lo  hubo,  y 
no  fué  empresa  para  lo  que  después  se  verá ;  inmediata- 
mente le  dijimos  á  Sarratea  que  se  le  mandase  venir;  no 
hubo  cosa  que  no  se  le  ocurriese  á  éste  para  degradarlo 
y  para  hacernos  concebir  las  ideas  de  su  mal  manejo ;  di- 
ciéndonos  que  sin  duda  quería  hacerse  de  todo  el  dinero 
librado  para  el  objeto:  en  una  palabra,  nada  de  cuanto 
hay    de   malo,   dejó   de    atribuirle 

Entre  tanto,  convinimos  en  que  éste  vendría  igualmente 
que  yo  á  dar  cuenta  de  todo,  á  imponerle  al  gobierno,  y 
que  don  Bernardino  Rivadavia  quedase  para  continuar  el 
negocio,  si  las  circunstancias  lo  permitían,  v  sobre  todo 
para  seguir  una  relación  con  el  gobierno  de  España,  que 
lo  entretuviese  y  separase  de  ideas  de  expedición,  respec- 
to á  los  conocimientos  de  Rivadavia,  á  su  carácter,  al 
concepto  que  había  adquirido  con  la  persona  intermedia 
en  la  materia,  al  opuesto  de  la  que  tiene  Sarratea  en  Es- 


APÉNDICE  I  615 

paña  por  su  descabellada  conducta  v  Qííc  él  uiisiiw  confesó 
que  nadie  quería  tratar  con  él.  bastando  que  oyese  su 
nombre  para  no  darle  crédito:  tuvimos  también  en  mira 
separarlo  de  nuestra  parte,  y  don  Bernardino  Rivadavia 
aun  franqueádole  intereses  de  su  propiedad. 

Esperando  el  regreso  de  Cabarrús,  sucedió  que  fuese 
yo  una  mañana  á  visitarlo,  y  hablando  de  nuestra  venida, 
me  propuso,  que  no  debería  decir  al  gobierno  dando  cuen- 
ta de  mis  pasos  v  procedimientos,  que  nuestra  intención 
había  sido  traer  al  infante,  sino  tenerlo  en  Londres,  has- 
ta que  el  gobierno  dispusiese:  como  mi  carácter  jamás 
me  permitía  andar  con  engaños,  v  sé  que  la  verdad  en  me- 
dio de  las  contradicciones  tarde  ó  temprano  aparece,  le  oí, 
y  esperé  que  hubiera  ocasión  para  hallarnos  junto  con  Ri- 
vadavia :  no  tardó  mucho  en  verificarse  ésto,  porque  siem- 
pre estaba  en  casa  á  almorzar  y  comer  en  nuestra  mesa 
con  toda  la  deferencia  y  confianza  que  de  nuestra  parte 
eran  imaginables;  porque  teniendo  en  consideración  que 
siempre  las  reuniones  de  diferentes  sujetos  á  un  mismo 
objeto,  producen  desavenencias,  nosotros  hemos  querido 
ceder  en  todo :  así  es  que  le  hemos  complacido  en  cuanto 
á  Londres  por  el  desprecio  con  que  trataba  á  nuestros  go- 
bernantes y  á  lo  general  de  nuestros  compatriotas  que  tie- 
nen algún  ascendiente  y  nombre  en  el  país ;  por  la  osten- 
tación que  le  habíamos  visto  hacer  de  profesar  principios 
enteramente  opuestos  para  hacerse  lugar  entre  gentes  que 
de  nada  pueden  servir  á  nuestra  causa,  igualmente  por  evi- 
tar el  sacrificio  de  los  fondos  del  estado  con  sus  gastos  des- 
cabellados, sin  provecho  alguno  de  aquél ;  pues  no  tenía 
una  sola  relación  con  los  ministros  de  Inglaterra,  ni  sus 
adherentes ;  en  una  palabra,  convencidos  del  concepto  que 
ya  tenía  entre  los  que  habíanle  mandado  á  nuestra  salida 
de  ésta  y  habían  encargado  á  Rivadavia  particularmente 
que  viese  el  medio  más  honesto  de  hacerlo  volver,  lo  que 
yo  creía,  séame  permitido  decir  mi  engaño,  que  era  más 
bien  obra  de  la  rivalidad  que  de  la  razón. 

Bien  pronto  se  presentó  la  ocasión  en  aquel  mismo  día, 
y  en  su  presencia  manifestó  á  Rivadavia  la  proposición, 
que  inmediatamente   desechó   como  ajena  de   la  verdad,  y 


6l6  APÉNDICE  I 

entonces  Sarratca  repuso  que  si  no  se  liacia  aquello,  él  se 
separaba   desde  aquel   momento  de  to<lo 

Llegó  por  fin  el  conde  de  Cabarrús,  y  Sarratea  que 
tanto  nos  había  hablado  en  contra  suya,  que  decía  lo  re- 
convendría sobre  los  hechos  de  tomar  dinero  de  nuestros 
banqueros,  de  haber  intentado  un  paso  ridículo  con  sólo 
el  objeto  de  apoderarse  de  los  fondos  que  se  habían  des- 
tinado para  el  objeto,  empezó  á  variar  en  su  conducta 
hacia  nosotros :  el  mismo  conde  vino  á  visitarnos  y  darnos 
noticias  del  resultado  de  su  misión ;  de  su  capricho  de  ro- 
bar al  infante;  de  la  cortedad  de  sus  gastos  por  la  bara- 
tura del  continente  con  respecto  á  Inglaterra,  y  por  último 
que  habían  sobrado  algunas  libras ;  y  que  luego  que  viniese 
un  tal  Durand  que  debía  haber  servido  para  conducir  al 
infante,  así  que  se  le  nombrase  por  rey,  presentaría  la 
cuenta. 

A  pocos  días  de  esto.  Sarratea  se  apareció  una  maña- 
na en  casa,  conforme  á  su  costumbre,  pero  con  un  aire 
brusco  y  grosero,  y  tratándole  Rivadavía  de  las  cartas  del 
conde,  puesto  que  mi  marcha  se  acercaba,  se  produjo  en 
los  términos  que  antes  he  apuntado,  el  que  ni  al  gobierno 
las  presentaría :  Rivadavía  con  quien  era  la  conversación, 
,pues  yo  me  hallaba  bastante  indispuesto,  le  expuso  lo  con- 
veniente, y  que  de  dónde  había  sacado  que  al  gobierno  se 
le  podía  satisfacer  con  relaciones ;  que  era  de  obligación 
presentar  los  documentos  que  acreditaban  aquéllas ;  la  res- 
puesta fué  decir: — A  mí  no  me  convence  usted,  mándeme 
usted  con  su  criado  los  papeles  que  tiene  aquí,  que  yo  le 
enviaré  los  que  tenga  en  casa,  y  salióse  sin  la  contestación. 

Desde  aquel  día  dejó  de  venir;  sin  embargo  á  la  noche 
siguiente,  vino  á  darme  satisfacción ;  estuvimos  hablando 
amigablemente,  y  como  en  reserva  me  dijo:  que  tocando 
en  Gibraltar  y  en  Madrid,  pensaba  venir  á  ésta;  se  despi- 
dió, y  siguió  su  sistema  de  no  venir  á  almorzar,  ni  á  co- 
mer,  como  lo   había   estado   haciendo   meses  consecutivos. 

Pero  acercándose  mi  marcha  y  no  teniendo  ni  la  cuen- 
ta ofrecida  de  Cabarrús,  ni  los  papeles  que  debía  presen- 
tar, le  escribí  pidiéndola,  para  ajustar  con  los  banqueros; 


APÉNDICE  I  617 

me  la  mandó,  con  el  núm.  3.  del  que  saqué  copia  núm.  4 
y  le  contesté  con  el  número  5,  á  que  contestó  con  el  núm.  6, 
diciéndome  que  á  él  no  se  le  mandaban  órdenes  v  que  por 
deferencia  hacia  mí  me  daría  un  extracto  de  los  papeles; 
que    las    instrucciones   no    se    le   podían    recoger   al   conde 

mi  contestación  fué :  que  yo  no  le  había  pasado  órdenes, 
que  le  había  pedido  lo  que  era  de  mi  deber  con  toda  la 
atención,  según  mis  cartas  lo  indican ;  que  las  instruccio- 
nes podían  y  debían  recogerse,  concluido  el  negocio,  pues, 
como  habíamos  convenido,  debían  recogerse  todos  los  pa- 
peles de  la  mano  del  conde,  luego  que  llegase,  para  que 
no  quedase  rastro  alguno,  y  que  por  ellos  no  se  viniese  á 
traicionar  en  un  negocio  que  cerraba  la  puerta  á  toda  ne- 
gociación con  la  corte  de  España,  y  que  me  enseñase  el 
artículo  reservado  para  hacerle  ver  que  no  daba  al  conde 
facultad  para  quedarse  con  ellos  más  de  lo  preciso ;  y  que 
para  mí  no  era  un  hombre  de  bien  el  que  presentaba  cuen- 
tas como  él.  sin  un  documento  que  las  justificase;  me  dijo 
que  me  contestaría  al  día  siguiente,  y  que  yo  no  veía  claro 
en  la  materia :  indicándome  sentimientos  contra  Rivadavia 
con  palabras  enfáticas  de  que  colegí,  de  que  todo  era  obra 
de  su   conducta   y   aspiraba  á   buscar  medios  de   dorarla. 

El  resultado  de  mi  carta  de  reflexiones  sobre  la  cuenta 
del  conde  de  Cabarrús,  fué  hallarme  con  éste  en  casa 
de  los  banqueros,  adonde  fui  á  pedir  nuestras  cuentas 
para  dejarlo  todo  finiquitado,  por  lo  que  hacía  á  mí,  y  que 
allí  me  dijese  que  á  mi  carta  contestaría  á  don  Manuel  Sa- 
rratea  y  á  mí  pasaría  á  pedirme  explicaciones  sobre  ella 
á  mi  casa:  á  lo  que  le  contesté  que  el  día  que  quisiese; 
y  por  donde  se  ve,  que  Sarratea  lejos  de  valerse  de  mis 
reflexiones,  que  dudo  no  parecerán  sociales  á  cualquiera  que 
las  lea,  fué  y  las  puso  en  manos  de  Cabarrús,  para  fomentar 
el  escándalo  á  que  se  condujo,  y  que  añadiré  pruebas  que 
califiquen   mi   contesto   de   un   modo  indudable. 

Pasaron  dos  ó  tres  días  de  mi  expresada  entrevista  con 
el  conde,  cuando  en  la  mañana  del  2  de  noviembre,  me 
encontré  con  una  cita  suya,  y  en  su  consecuencia  fui  al 
punto  designado  llevando  en  mi  compañía  á  don  Mariano 
Miller  sin  que   supiese   el   objeto  que  me   conducía:   cum- 


6l8  APÉNDICE  I 

plida  la. hora  de  la  cita  me  regresaba  á  mi  casa  y  encon- 
tramos al  conde  con  don  José  Olaguer :  le  dije  al  verlo 
que  la  hora  se  había   pasado,  y  queriendo   apartarlo  para 

hablarle  de  su  singularidad,  se  empeñó  en  publicar  su 
objeto  que  era  reducido,  á  que  le  diese  satisfacción  de  la 
prcdicha  carta  escrita  á  don  Manuel  Sarratea:  á  que  le 
contesté  que  esta  carta  no  era  escrita  á  él ;  y  que  si  le 
ofendían  las  reflexiones  de  ella  no  era  yo  quien  le  hacía 
la  ofensa  sino  quien  se  la  había  enseñado;  no  queriendo 
darle  otra  satisfacción,  seguía  acalorándose  la  disputa,  y 
entonces  Olaguer  le  dijo  que  hasta  allí  había  venido  como 

un  amigo  suyo;  y  volviéndose  á  mí  me  protestó  á  nombre 
de  todos  los  americanos  de  cualquier  paso  que  diese,  y 
me  presentó  la  carta  núm.  i8  de  don  Bernardino  Rivada- 
via,  la  leí,  y  considerando  la  trascendencia  que  traería  la 
publicidad  del  hecho,  viendo  también  que  su  padrino  se  le 
había  vuelto  en  contra,  me  despedí. 

Al  regreso  á  mi  casa  dije  á  Rivadavia  que  había  reci- 
bido su  carta ;  entonces  él  me  significó  que  había  atinado 
con  el  objeto  del  papel  de  Cabarrús,  y  deducía  que  todo 
era  obra  de  Sarratea,  como  yo  mismo  me  lie  convencido: 
sin  duda  éste  no  teniendo  qué  decir  de  mí,  quería  tener  un 
motivo  del  concepto  que  felizmente  merezco  en  Inglate- 
rra. El  hedho  es  que  él  le  dio  la  carta  al  conde ;  que  fué 
sabedor  de  todos  sus  pasos,  que  era  su  consultor  y  á  to- 
das horas  estaban  juntos;  por  último  que  le  proporcionó 
hasta  las  pistolas  por  medio  de  su  crédito,  dándole  un 
papel  para  que  las  fuese  á  recibir  de  casa  del  armero,  don- 
de el  mismo  Sarratea  las  había  hecho  preparar:  hecho 
que  sólo  puede  ser  obra  del  corazón  más  inicuo. 


Buenos  Aires,  3  de  febrero  de  1816. 

(Firmado)    M.\nuel  Belgrano. 


APEXDICE  II 
(Página    58) 

NEGOCIACIÓN  DE  DOX   BERXARDIXO  RIVADAVIA  EN    MADRID 

EX  1 81 6 
"Excmo.   Señor : 

"El  2^  del  corriente  tuve  la  satisfacción  de  presen- 
tarme á  V.  S.  en  cumplimiento  de  la  Real  Orden  de  21  de 
diciembre  de  1815,  de  poner  en  sus  manos  la  Credencial 
de  mi  Comisión,  y  de  explicarle  el  objeto  de  ella,  así  como 
los  incidentes  que  pueden  influir  más  substancialmente 
en  el  asunto. 

"Como  la  misión  de  los  pueblos  que  me  han  diputa- 
do, se  reduce  á  cumplir  con  la  sagrada  obligación  de  pre- 
sentar á  los  pies  de  S.  M.  las  más  sinceras  protestas  de 
reconocimiento  de  su  vasallaje:  felicitándolo  por  su  ven- 
turosa y  deseada  restitución  al  trono :  y  suplicarle  humil- 
demente el  que  se  digne,  como  padre  de  sus  pueblos,  dar- 
les á  entender  los  términos  que  han  de  reglar  su  gobierno 
y  administración.  V.  E.  me  permitirá  el  que  sobre  tan  in- 
teresantes particulares  le  pida  una  contestación,  cual  la 
desean  los  indicados  pueblos  y  demande  la  situación  de 
aquella  parte  de  la  monarquía. 

"Madrid,   á  28  de  mayo   de   1816. 

"Excmo.    Señor : 

Berxardixo    Rivadavia." 

Después  de  este  solemne  reconocimiento  del  vasalla- 
je, acto  que  cerraba  al  diputado  toda  vía  decorosa  de  in- 
vocar  derechos   en   nombre   de  los   pueblos  del   Río  de   la 


620  APÉNDICE  II 

Plata,  parece  que  el  diputado  comprendió  los  peligros  de 
la  falsa  situación  en  que  se  había  colocado,  y,  trató  de 
atenuar,  aunque  tarde,  el  alcance  de  sus  palabras,  diri- 
giendo al  mismo  Cevallos,  en  el  día  inmediato,  la  comu- 
nicación   que    transcribimos : 

'"Excnio.    Señor: 

"Cuando  se  me  confirió  la  Comisión  de  que  he  ins- 
truido á  V.  E..  haciéndose  cargo  aquellos  pueblos  de  que 
la  recíproca  confianza  debía  ser  la  base  de  la  seguridad  y 
acierto  de  todo  resultado,  me  previnieron  expresamente  el 
suplicar  á  S.  M.  que  quisiese,  si  era  de  su  soberano  agra- 
do, enviar  á  aquel  país  uno  ó  más  sujetos  que  mereciesen 
su  real  confianza,  para  qeu  instruidos  prácticamente  de  la 
situación  de  dichos  pueblos,  informen  con  verdad  y  exac- 
titud, y  aun  acuerden  conforme  á  las  facultades  que  S.  M. 
tenga   á  bien   conferirles. 

"Espero  igualmente  que  sobre  este  punto  V.  E.  ten- 
drá la  bondad  de  contestarme. 

"Dios  guarde  á  V.  E.  muchos   años. 

"Madrid,   29  de   mayo   de   1816. 

"Berxardixo    Rivadavia." 

Exento.  Sr.  D.   Pedro  Cevallos.  Primer  Ministro   de   Es- 
tado de!  Despaeho  de  S.  M. 


La  respuesta  del  ministro  fué  como  sigue : 
"El  Rey  Nuestro  Señor,  acordándose  de  que  es  padre 
de  sus  vasallos,  y  deseando  por  todos  los  medios  posibles 
restablecer  la  tranquilidad  de  sus  dominios,  se  prestó  á 
oir  las  expresiones  de  sumisión  \<  vasallaje  de  los  que  se 
dicen...  diputados  del  llamado  gobierno  de  Buenos  Aires. 
"En  consecuencia  de  esta  determinación  expedida 
por  el  extinguido  Ministerio  Universal  de  Indias,  he  dado 
á  usted  pasaporte  para  venir  á  la  Corte  á  fin  de  tratar 
de  los  medios  de  restablecer  el  orden  y  el  verdadero  res- 
peto á  la  autoridad  de  S.  M. 


APÉNDICE  II  621 

"En  nuestra  primera  conferencia,  se  sirvió  usted  pre- 
sentarme el  documento  de  su  Poder,  pero,  tan  informal  y 
desnudo  de  autenticidad,  que  me  dio  motivo  para  sospe- 
char de  su  legitimidad,  mucho  más,  después  que  Sarratea. 
que  también  se  dice  diputado,  me  había  escrito  que  los 
Poderes  de  usted  estaban  revocados :  mas  por  todo  pasé. 
animado  del  deseo  de  no  poaer  estorbos  á  las  paternales 
y  benéficas  miras  del   Rey. 

'"Pregunté  á  usted  si  tenía  instrucciones,  y  me  res- 
pondió que  no  las  traía,  ni  había  pedido  á  sus  comiten- 
tes, porque  habiendo  en  la  Junta  de  Buenos  Aires  algunas 
cabezas  exaltadas,  le  pareció  que  era  preferible  no  traer 
instrucciones  algunas  antes,  que  traerlas  tales  que  pudie- 
sen irritar  el  ánimo  de  S.  M.,  y  oponer  estorbos  al  ejerci- 
cio de  su  clemencia.  Con  esto,  y  con  haber  manifestado  á 
usted  el  deseo  del  Rev  de  poner  término  feliz  á  las  tur- 
baciones de  Buenos  Aires,  se  terminó  nuestra  primera 
sesión. 

"A  los  dos  días,  se  me  presentó  el  Director  de  la 
Compañía  de  Filipinas,  don  Juan  Manuel  de  Gandasegui. 
y  me  dijo  de  parte  de  usted,  que  se  le  había  olvidado  de- 
cirme que  en  un  capítulo  de  sus  Instrucciones,  se  le  pre- 
venía el  punto  de  que  habla  el  oficio  de  2"/  de  mayo  úl- 
timo. 

"Xueva  contradicción,  que  aumenta  las  sospechas 
contra  la  buena  fe  de  que  debía  estar  animada  la  conduc- 
ta de  unos  sujetos  que  arrepentidos  de  la  tenida  hasta 
aquí  acuden  á  la  clemencia  del  mejor  de  los  Soberanos. 

"Las  sospechas  crecieron  con  la  noticia  de  que  los 
corsarios  de  Buenos  Aires  se  habían  apostado  á  las  cer- 
canías de  Cádiz,  para  hostilizar  nuestro  comercio,  y  esta 
noticia,  unida  al  retardo  de  la  venida  de  usted,  dieron  á 
las  sospechas  un  grado  de  evidencia,  de  que  los  designios 
de  Buenos  Aires,  no  eran  otros  que  los  de  ganar  tiempo  y 
adormecer  las  provincias  reclamadas  por  la  justicia  y 
el  decoro  del  gobierno. 

"Después  que  éste  ha  puesto  en  práctica  todas  las 
medidas  recomendadas  por  la  clemencia,  y  por  el  deseo  de 
poner  fin  á  una  discordia  intestina  que  hace  la  desolación 
de  unos  pueblos  hasta  ahora  felices,  así  por  su  aventaja- 
do clima,  como  por  la  prudencia  y  suavidad  de  las  leyes 
que  los  regían ;  es  preciso  que  acordándose  de  su  decoro, 


022 


APÉNDICE  II 


corte  el  hilo  de  unas  conferencias  destituidas  por  parte  ce 
nstcd  del  candor,  de  la  buena  fe  y  sincero  arrepentimien- 
to que  debían  animarlas,  singularmente  cuando  se  enta- 
blaron bajo  la  autoridad  de  un  soberano  que  ha  querida 
que  el  atributo  de  padre  de  su  pueblos,  resalte  sobre  las. 
demás  de  su  soberanía.  En  consecuencia,  ha  determinado 
S.  M.  que  usted  se  retire  de  su  real  garantía,  pues  como- 
quiera que  ésta  se  concedió  á  un  sujeto  que  se  creyó  ador- 
nado de  las  calidades  que  inspiran  la  confianza,  después 
de  las  conferencias,  es  otro  muy  distinto  á  los  ojos  de  la 
ley;  sin  embargo,  el  rey  se  desentiende  de  sus  derechos^ 
y  sólo  se  acuerda  de  lo  que  se  debe  á  sí  mismo. 

"Lo  participo  á  usted,  de  Real  orden,  para  su  inte- 
ligencia y  puntual  cumplimiento. 

"Dios  guarde  á  usted.  Palacio,  21  junio  de  1816.  Fe- 
cho por  medio  de  oficio  á   Gandasegui  en  el  mismo  día. 

"Señor   don   Bernardina   Rivadavia" . 


El  diputado  no  podía  devorar  en  silencio  las  afrento- 
sas calificaciones  de  Cevallos,  en  consecuencia  contestó  en 
los  términos  que  siguen : 

"Excmo  Señor:  Luego  que  don  Juan  Manuel  de  Gan- 
dasegui me  entregó  el  oficio  de  21  del  corriente,  le  su- 
pliqué que  viese  á  V.  E.  y  le  hiciese  presente  que  yo 
obedecía  las  órdenes  de  S.  ]\L ;  pero  que,  sin  perjuicio  de 
su  cumplimiento,  y  antes  de  contestar  por  escrito,  me  con- 
cediese  una   audiencia. 

"El  señor  de  Gandasegui  me  dijo  al  día  siguiente,  ha- 
ber ejecutado  mi  encargo,  mas  que  V.  E.  decía  no  po- 
der acceder  á  la  audiencia  que  solicitaba,  y  que  lo  que 
tuviese  que  exponer,  lo  hiciese  por  escrito.  En  esta  vir- 
tud, creí  que  debía  tomarme  algún  tiempo  para  reflexio- 
nar con  toda  madurez  sobre  una  contestación  de  tanta 
trascendencia. 

"Aunque  las  dos  conferencias  que  V.  E.  me  ha  dis- 
pensado, han  sido  mucho  más  abundantes  de  lo  que  apare- 
cen  del   citado   juicio,   que    lo   es   aún   más   la   historia   de. 


APÉNDICE  II  623 

te  negocio,  habré  de  contraerme  á  los  puntos  en  que 
se\  funda  la  resolución  Soberana  que  se  me  ha  comvmica- 
do,  olvidando  lo  mucho  con  que  pudiera  demostrar  la 
jus;ificación  de  mi   conducta. 

"Cuando  D.  ^lanuel  de  Sarratea  se  ingirió  en  este 
asun':o,  hallándome  en  París,  aseguré  á  don  Juan  Manuel 
de  Gandasegui,  que  aquel  incidente  me  obligaba  á  sus- 
pender todo  procedimiento,  dar  parte  á  Buenos  Aires,  y 
esperar  de  aquella  capital  los  informes  que  había  Ueva- 
•do  don  Manuel  Belgrano.  Pero  el  señor  Gandasegui,  ani- 
mado del  más  vivo  y  justo  celo  por  el  servicio  de  S.  M., 
é  intereses  de  la  nación,  me  excitó  á  no  demorar  por  mo- 
tivo alguno  negocio  de  tanta  importancia,  y  aprovechar 
las  favorables  disposiciones  que  le  constaba  que  había. 
Yo,  después  de  haber  hecho  presente  cuanto  la  circuns- 
pección y  la  delicadeza  dictaba,  convine  en  que  escribiría 
á  V.  E.  que  aunque  don  ^Manuel  de  Sarratea  no  estaba  es- 
pecialmente facultado  para  dicho  asunto,  pues  yo  lo  había 
sido  exclusivan:ente,  sin  embargo  que  S.  M.  eligiese 
cualquiera  de  los  dos,  y.  que  en  el  caso  de  preferirme  á 
mí,  se  me  librase  una  real  orden  llamándome  al  efecto. 
Procediendo  con  toda  franqueza,  entregué  al  señor  Gan- 
dasegui el  original  de  mis  Credenciales,  para  que  sacando 
copia  exacta,  diese  con  ella  cuanta  instrucción  estaba  en 
mi  mano  dar  por  entonces. 

"En  consecuencia  recibí  la  Real  Orden  de  21  de  di- 
ciembre de  181 5,  y  en  su  cumplimiento  tuve  la  satisfac- 
ción de  presentar  el  indicado  poder  original  y  lejos  de 
oponérseme  reparo  alguno,  recibí  el  consuelo  de  obser- 
var señales  de  aprobación. 

"En  la  segunda  conferencia,  como  por  incidente  me 
dijo  V.  E.,  había  notado  alguna  falta  de  formalidad  en 
el  citado  documento.  Entonces  le  supliqué  me  expresa- 
ra terminantemente  cuanto  hubiera  echado  de  menos, 
pero  era  un  punto  que  yo  no  podía  dejar  pasar  sin  satis- 
facer á  V.  E. ;  dándome  á  entender  no  ser  cosa  de  consi- 
deración, ¡  sólo  me  indicó  la  falta  de  testimonio  de  escri- 
bano, conforme  á  la  práctica  ordinaria ! 

"A  esto  expuse  que  la  citada  Credencial  no  podía 
considerarse  sujeta   á  dicha  práctica,  y  que  al   efecto   de 


024  APÉNDICE  II 

comprobar  la  legitimidad  de  las  firmas,  é  identidad  de  .ni 
persona,  se  había  tomado  el  temperamento  que  se  creyó 
más  adaptable  al  caso,  cual  fué  oficiar  al  Ministerio  de 
S.  M.  cerca  de  la  Corte  del  Brasil,  como  se  ejecutó,  v  yo 
mismo  le  habia  entregado  el  oficio. 

"V.  E.  con  esto  se  dignó  hacerme  entender  que  no 
tenía  más  que  objetar  á  este  respeto. 

"Acerca  del  mérito  que  V.  E.  da  á  lo  que  ha  escrito 
don  Manuel  Sarratea,  pudiera  bastar  lo  que  hacia  este 
punto  refiero  en  la  exacta  relación  que  procede.  Pero,  á 
más  de  lo  que  le  he  dicho  personalmente,  sobre  este  des- 
graciado incidente,  tuve  la  satisfacción  de  instruirle  en 
la  segunda  conferencia,  de  haber  recibido  avisos  de  Bue- 
nos Aires,  en  que  se  me  prometía  enviárseme  sin  dem.ora 
resolución  terminante  sobre  este  punto,  v  demás  sobre  que 
había  informado,  que  consiguientemente  esta  cuestión  po- 
día  quedarse   concluida. 

"Bn  la  primera  audiencia,  una  de  las  tres  cosas  que 
V.  E.  se  dignó  decirme  de  las  disposiciones  de  S.  M., 
fué  que  le  había  hablado  con  toda  claridad  con  relación 
de  los  asuntos  de  América,  convenciéndole,  de  la  necesi- 
dad de  proclamar  á  aquellos  pueblos,  otorgándoles  gra- 
cias solicitadas  y  efectivas  y  que  habiendo  inclinado  á 
ello  el  Real  ánimo,  se  había  consultado  hacía  tres  meses 
al  Supremo  Consejo  de  Indias,  para  que  teniendo  en  con- 
sideración las  leyes  de  aquellos  reinos,  con .  las  circuns- 
tancias actuales,  elevasen  al  conocimiento  de  S.  M.  todo 
lo  que  pudiera  acordarse  en   favor  de   ellos. 

"En  seguida  V.  E.  me  dijo  que  era  natural  que  yo 
trajese  proposiciones  de  aquellos  pueblos,  y  que  no  tarda- 
se en  presentarlas  para  tomarlas  en  consideración,  junto 
con  lo  que  opinase  el  Supremo  Consejo.  A  esto  contesté 
que  conforme  á  lo  que  tenía  instruido  desde  Londres  y 
París,  por  medio  del  señor  Gandasegui,  yo  no  venía  a 
hacer  proposiciones,  y  que  de  hecho  aquellos  pueblos  no 
las  pedían  :  que  aun  cuando  me  las  hubieran  dado  no  me 
hubiera  hecho  cargo  de  ellas,  y  que  por  tanto  estuve 
muy  distante  de  pedirlas. 

"Cuando  empezaba  á  dar  las  razones  de  estas  expre- 
siones  decididas,    V.    E.    tuvo   á   bien   prevenirme,   dicién- 


APÉNDICE  II  625 

dome,  que  se  hacía  cargo,  y  que  era  de  mi  parecer,  pues 
lo  contrario  sería  dictar  condiciones  al  Soberano. 

"Recordando  en  el  mismo  día  de  la  primera  audien- 
cia, que  había  olvidado  en  ella  el  importante  punto  á  que 
se  contrae  mi  oficio  del  2y  del  pasado,  supliqué  al  señor 
Gandasegui  que  no  perdiese  tiempo  en  hacerlo  presente  á 
\'.  E. 

"Después  tuve  el  honor  de  tener  la  segunda  confe- 
rencia, en  la  que  traté  largamente  sobre  el  citado  particu- 
lar, y  y.  E.  tuvo  la  bondad  de  mostrarse  de  acuerdo  sin 
indicarme  lo  más  mínimo  sobre  la  contradicción  de  que 
ahora   me   arguye. 

"Cuando  se  inició  este  negocio,  fué  sobre  el  conoci- 
miento de  un  punto  muy  principal  de  mis  instrucciones: 
á  ellas  me  referí  en  Londres  y  París,  y  lo  mismo  me  per- 
suade mi  memoria  que  he  hecho  en  presencia  de  V.  E., 
las  dos  veces  que  me  ha  admitido  á  ella.  Lo  contrario  me 
sucede  con  la  causa  que  dice  V.  E.  haberle  yo  dado  para 
asegurarle  que  no  traía  instrucciones. 

'"Con  respecto  al  retardo  de  mi  venida,  creía  haber 
satisfecho  á  V.  E.  manifestándole  las  causas  de  él.  Pero 
si  ellas  no  se  'han  considerado  suficientes,  no  podrá  dedu- 
cirse más  que  una  omisión  personalmente  mía. 

"Mucho  más,  cuando  debo  suplicar  á  \  .  E.  el  que  me 
permita  observar  que  lejos  de  auxiliar  la  aparición  de 
corsarios  de  Buenos  Aires  cerca  de  Cádiz,  el  retardo  de 
mi  venida,  para  fundar  las  sospechas  de  que  aquellos  pue- 
blos no  tratan  más  que  de  ganarse  tiempo,  parece  que 
no  podían  haber  dado  paso  más  contrario  á  dicho  objeto. 

"Cuando  en  la  segunda  conferencia  me  reconvino 
V.  E.  sobre  que  las  fuerzas  navales  de  Buenos  Aires,  estu- 
viesen bloqueando  el  puerto  del  Callao  en  el  mar  del  Sur, 
y  que  un  corsario  de  la  misma  procedencia  hubiese  hecho 
una  ó  dos  presas  en  las  cercanías  de  Cádiz,  le  expuse  con 
respecto  al  contrario,  que  no  podía  ser  más  que  un  pro- 
ceder arbitrario  de  los  empresistas  particulares  que  ha- 
bían armado  varios  buques  en  aquellos  puertos ;  mas  que 
con  respecto  al  bloqueo  del  Callao,  era  una  consecuencia 
del  estado  de  aquellos  pueblos :  que  procederían  de  muy 
distinto  modo  después  de  los  informes  que  había  llevado 
don  Manuel  Belgrano.  y  así  que  estuviesen  instruidos  de 
que  S.  M.  se  había  dignado  oírles  y  admitir  su  misión. 

HIST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO    VI. —   40 


626  APÉNDICE  II 

'■Que  yo  hal)ía  escrito  con  repetición  !o  bastante  á 
inspirarles  confianza,  y  provenirles  del  respeto  y  circuns- 
pección con  que  debían  espera)-  las  piedades  del  Sobera- 
no, y  que  volvería  á  hacerlo. 

"Precisamente  yo  recordaba  con  satisfacción  haber 
concluido  la  última  conferencia  suplicando  muy  encareci- 
damente á  V.  E.  el  que  se  dignase  indicarme  n  ordenar 
cuanto  juzgase  que  yo  podía  hacer  para  alcanzar  toda  la 
confianza  que  demandaba,  como  base  principal,  negocio 
de  tanto  momento,  y  para  evitar  que  recayese  sobre  aque- 
llos pueblos  perjuicio  alguno,  resultante  ó  de  defecto  mío, 
ó  de  cualquiera  de  los  accidentes  que  por  desgracia  suelen 
«er  tan  comunes  como  inevitables,  respecto  de  regiones 
tan  remotas,  y  situadas  en  circunstancias  como  las  ac- 
tuales. 

"V.  E.  tuvo  entonces  la  bondad  de  repetirme  sus  fa- 
vores, cerrando  la  sesión  con  decirme  que  estaba  bien ; 
que  no  había  por  entonces  más  que  tratar;  que  se  espera- 
ría á  las  resoluciones  que  debían  llegar  de  Buenos  Aires, 
y  que  reposase  en  la  inteligencia  de  que  de  mí  tenía  la 
suficiente  confianza,  pues  me  había  notado  un  carácter 
y  principios  que  se  la  inspiraban. 

"Ahora,  contra  una  persuasión  involuntaria,  me  veo 
argüido  de  falta  de  candor,  buena  fe,  y  desnudo  de  las 
cualidades    capaces    de   conciliar    confianza. 

"En  su  virtud,  á  mí  no  me  resta  qué  hacer  sino  supli- 
car por  medio  de  V.  E.  sumisa  y  encarecidamente  á 
nuestro  Soberano,  que  por  mí  no  se  perjudique  á  aque- 
llos pueblos.  Yo  puedo  ser  substituido,  y  ésta  puede  ser 
lina  obra  de  poco  tiempo ;  pero  antes  concluiré  llenando 
mis   deberes. 

"Los  citados  pueblos  que  acordaron  esta  misión  con 
presencia  de  la  Circular  de  la  Gobernación  de  Ultramar  á 
todas  las  Américas,  de  24  de  mayo  de  1814,  no  omitieron 
circunstancia  alguna  de  las  que  juzgaron  ser  consecuen- 
tes á  tal  providencia,  y  que  pudiera  influir  en  el  buen 
éxito  de  ellas. 

"Ellos  oficiaron  á  los  Capitanes  Generales  del  Reino 
de  Chile,  y  del  ejército  que  operaba  en  el  Alto  Perú,  dán- 
doles parte  de  didha  misión,  proponiéndoles  una  suspen- 
sión de  hostilidades,  bajo  bases  de  recíproca  seguridad. 


APÉNDICE  II  627 

"Según  después  se  me  comunicó,  el  Capitán  General 
de  Chile,  ni  aun  se  dignó  contestar;  y  el  de  la  parte  del 
Perú,  después  de  varias  contestaciones,  no  se  convino  en 
la   seguridad    (reciprocidad). 

"A  más  de  esto,  imploraron  la  mediación  v  el  favor 
de  S.  A.  R.  la  serenísima  Infanta  señora  doña  Carlota 
Joaquina,  y  el  de  su  Augusto  esposo. 

"En  fin,  yo  me  hallo  autorizado,  y  me  considero  en 
la  obligación  de  protestar  que,  aquellos  pueblos  desean  y 
están  de  buena  intención  dispuestos  á  entrar  en  el  plan 
general  que  se  establezca  para  todos  sus  hermanos  de 
América :  en  este  caso  no  tratarán  de  impetrar  wás  de  la 
piedad  de  su  Soberano,  que  aquellas  providencias  que 
aconseja  la  prudencia,  para  contener  las  venganzas  y 
cortar  los  resentimientos  y  animosidades  que  ha  produ- 
cido la  guerra  civil. 

"Si.  pues,  V.  E.  no  ha  creído  conveniente  esperar  á 
las  resoluciones  que  deben  venir  de  Buenos  Aires  y  que 
probablemente  no  pueden  tardar;  yo  no  puedo  menos  de 
suplicarle  con  todo  el  interés  que  inspira  la  humanidad 
y  se  merece  una  tan  considerable  parte  de  la  monarquía, 
que  se  digne  indicarme  lo  que  S.  M.  quiere  de  aquellos 
pueblos,  pites  marcharé  sin  tardanza  á  proponérselo  y 
persuadirlos...  y  daré  con  fidelidad  parte  del  resultado. 

"Y  si  hay  cualquier  otro  medio  de  reparar  la  con- 
fianza, tanto  por  mi  parte,  como  por  la  de  aquellos  pue- 
blos, tenga  V.  E.  la  bondad  de  manifestármelo,  pues  á 
todo  estoy  resuelto  para  probar  á  mi  Soberano  los  lea- 
les sentimientos  de  dichos  pueblos  y  los  míos,  y  para 
convencer  de  que  el  honor,  ó  más  propiamente,  el  cumpli- 
miento de  mis  obligaciones,  son  la  base  de  mi  conducta. 

"Dios  guarde  á  \'.  E.  muchos  años. 

"Madrid,  á  28  de  junio  de  1816. 
"Excelentísimo  señor : 

"Bernardino    Rivadavia." 


628  APÉNDICE  II 

(Contestación    de    Cevallos) 

"He  leído  con  atención  la  exposición  que  usted  se 
ha  servido  pasar  á  mis  manos  con  fecha  28  de  junio  pró- 
ximo pasado,  y  creo  que  no  es  oportuno  después  de  lo 
dicho  en  mi  último  juicio,  entrar  en  el  examen  de  las 
inexactitudes   de   que  adolece   este  escrito. 

"Que  las  observaciones  sobre  ¡a  falta  de  candor  y 
buena  fe  no  recaen  sobre  su  persona,  sino  sobre  su  Co- 
misión de  diputado  de  Buenos  Aires  para  reconocer  la 
Soberana  Autori<lad  del  Rey.  é  implorar  el  ejercicio  de 
su  clemencia  en  favor  de  unos  vasallos,  cuyos  extravíos, 
mereciendo  la  graduación  más  severa,  sólo  pueden  dejar 
de  ser  de  la  atribución  de  la  justicia  á  beneficio  del  más 
sincero  arrepentimiento,  y  á  la  sombra  de  la  benignidad 
de  un  Rey  padre,  que  no  ahorra  medio  para  libertar  sus 
hijos   de  los  horrores  del   crimen. 

Que  los  de  Buenos  Aires  se  acumulan  diariamente 
ejercitando  en  los  mares  de  Cádiz  la  piratería  más  des- 
tructora del  comercio  de  la  Península,  de  lo  que  se  tiene 
una  prueba  muy  dolorosa.  En  tal  estado  el  decoro  del 
Rey  no  permite  que  por  más  tiempo  se  prolongue  su  pre- 
sencia en  la  Península.    (Fecha  6  de  julio  de   1816.)" 

Con  fecha  8  del  mismo  mes  (la  víspera  de  la  declara- 
ción de  la  Independencia  en  Tucumán),  don  Juan  Ma- 
nuel de  Gandasegui,  comunicaba  á   Cevallos  lo   siguiente: 

"He  entregado  en  mano  propia  á  don  Bernardino  Ri- 
vadavia  el  pasaporte  que  V.  E.  se  sirvió  pasarme  con  su 
apreciable  oficio  de  ayer;  y  en  consecuencia,  y  con  arre- 
glo á  la  Real  Orden  que  V.  E.  comunicó  al  mismo,  está 
practicando  diligencias  de  carruaje  para  emprender  su 
viaje  á  Francia,  pasando  por  Valencia  y  Barcelona  con  el 
objeto  de  ver  aquellas  capitales,  lo  que  me  ha  parecido 
poner  en  noticia  de  V.  E.  para  su  superior  conocimiento. 
Madrid,  8  de  julio  de  1816. 

"Nuestro   Señor  guarde  á  \\   E.  muchos  años. 

Juan    Manuel    de    Gandasegui". 


APÉNDICE  II  629 

Dando  cuenta  á  García  del  fracaso  de  su  viaje  á  Ma- 
drid, Rivadavia  le  decía  en  septiembre  20  de   1816: 

"Excuso  decir  á  usted  cuál  fué  siempre  mi  juicio  y 
mi  esperanza  acerca  del  resultado  de  este  negocio :  pero 
cualquiera  que  él  fuere,  yo  debí  emprenderlo  y  obrar 
como  he  obrado. 

"Usted  me  dispensará  el  que  le  suplique  que  de  toda 
esta  exposición  haga  el  uso  más  prudente  y  reservado 
posible,  pues  á  Buenos  Aires  no  escribo  tan  claro:  creo 
que  debo  omitir  cuando  pueda  exasperar  v  »ie  sea  lícito 
sigilar;  así,  doy  el  parte  oficial  más  circunspecto,  ius- 
truído  de  todas  las  copias  de  las  contestaciones."  (Ri- 
vadavia á  García,   París,   septiembre  20  de   1816). 

La  Relación  de  Rivadavia  á  García  sobre  las  confe- 
rencias en  Madrid,  se  reduce  á  lo  siguiente : 

''Conforme  á  lo  que  le  decía  en  la  mía  del  18  de 
marzo  y  á  lo  que  debió  instruirle  el  señor  Sáenz,  entré 
el  20  de  mayo  en  Madrid. 

"Al  día  siguiente  fui  recibido  por  el  señor  Cevallos 
con  las  más  atentas  demostraciones.  Después  de  en- 
tregada mi  Credencial  y  reconocida  al  parecer  por  bas- 
tante, dicho  ministro  habló  bastante,  y  más  de  lo  que 
yo  había  calculado.  Así,  no  tuve  necesidad  de  mucho  arte, 
ni  me  costó  grande  esfuerzo  mantener  una  situación  ven- 
tajosa para  reconocer  á  mi  salvo  el  terreno. 

"A  la  verdad  vi  más  claro  que  lo  que  yo  creí  que 
pudiera  por  la  primera  vez.  Mis  observaciones  y  mi  expo- 
sición fueron  tan  medidas,  que  tuvo  el  señor  ministro  que 
reformar  varias  veces  sus  proposiciones,  y  á  algunas  dar- 
les un  sentido  enteramente  contrario. 

"Después,  pues,  de  habernos  despedido  de  esta  sesión 
con  recíprocas  demostraciones  de  confianza,  y  de  haber  di- 
cho el  ministro  que  me  contestaría  lo  más  pronto  que 
fuese  posible  á  los  puntos  que  por  introducción  me  había 
ceñido,  é  igualmente  de  que  nos  veríamos  con  fre- 
cuencia. 

"Al  día  siguiente,  empecé  á  recibir  visitas  que  desde 
el  primer  momento  no  dudé  que  eran  emisarios:  yo  creo 
que  jamás  me  descuidé,  y  tengo  de  ello  pruebas. 

"Al  otro  día  llegó  la  noticia  de  que  un  corsario  de 
Buenos    Aires    había    hecho    varias    presas    cerca    de    Cá- 


630  APÉNDICE  II 

diz,  y  recibí  igualmente  recado  del  ministro,  de  que  le 
pusiere  por  escrito   los  puntos  á-  que  debía  contestar. 

"Inmediatamente  pasé  un  oficio,  y  al  día  inmediato 
se  lo  llevé  en  persona. 

"Lo  encontré  muy  mudado :  leyó  y  releyó,  y  prorrum- 
pió al  fin,  diciendo  que  aquello  estaba  en  el  orden,  pero 
que  estaba  en  contradicción  con  las  ideas  y  proposicio- 
nes de  don  Manuel  de  Sarralea,  á  las  que  llamó  insolen- 
tes, criminales  y  desacatadas.  Me  repitió  lo  que  dicho  Sa- 
rratea  había  escrito,  hecho  é  informado  por  medio  de  un 
emisario   que   había   enviado   á   aquella   Corte. 

"Me  argüyó  fuertemente  contra  el  corsario  dicho  y  et 
bloqueo  del  Callao,  descendió  con  calor  á  otros  muchos 
puntos.  Yo  procuré  suavizar  todo  lo  posible,  dorar  el  cri- 
minal proceder  de  Sarratea,  y  disipar  las  dudas  y  descon- 
fianza que  éste  le  había  excitado.  En  fin,  la  sesión  fué 
larga,  muy  animada  y  muv  interesante. 

"Me  pidió  que  le  pasase  otros  dos  oficios,  al  uno  con- 
sentí, pero  sobre  el  otro  le  demostré  que  no  debía  hacerlo. 
Al  fin  yo  tuve  la  satisfacción  de  que  me  despidiese  di- 
ciéndome  que  sobre  mi  tenía  toda  la  confianza,  pero  que 
el  asunto  era  muy  arduo  y  pedía  mucho  tiempo  para  con- 
testar. 

"Xo  puedo  decir  á  usted  cuántas  y  cuáles  eran  las  su- 
gestiones y  los  ataques  que  yo  sufrí  casi  diariamente,  has- 
ta que  notando  su  engaño,  y  que  iba  sacando  ventajas  de 
sus  mismas  artes  y  maniobras,  desesperó  el  ministro  y  se 
despechó  pasándome  un  oficio.  Real  Orden,  parecida  en 
un  todo  á  las  del  tiempo  de  Felipe  II..." 


APEXDICE  III 
(Página    148) 

INFORME  DIRIGIDO  POR  EL  SR.  GARCÍA  AL  GABINETE  DE 
RIO  JANEIRO  SOBRE  LAS  CUESTIONES  DEL  RIO  DE  LA  PLATA 
Y  P&TEXCIAS  EUROPEAS. — ARTÍCULOS  ADICIONALES  AL 
TRATADO   DE    1812. 

■■linio,  y  Excmo.  Señor:  Aunque  nada  hayan  podido 
añadir  á  la  evidencia  en  que  estoy  de  los  sentimientos  de 
S.  M.  F.,  las  singulares  confianzas,  con  que  V.  E.  quiso 
honrarme  en  la  última  conferencia,  me  es  muv  agrada- 
l)le  confesar,  que  ellas  han  acrecentado  notablemente  el 
número  de  mis  obligaciones. 

'"V,  E.  tuvo  la  bondad  de  insinuarme  que  era  preciso 
nos  entendiésemos ;  espero  que  nos  entenderemos,  pues 
que  nuestro  lenguaje  será  siempre  el  de  la  verdad.  En 
•esta  certeza,  me  adelanto  á  hacer  una  exposición  franca 
de  mis  oponiones  privadas  sobre  el  asunto  en  cuestión, 
deseoso  de  que  ella  pueda  ser  útil  en  las  circunstancias 
actuales. 

"La  Corte  de  Madrid  se  manifiesta  ofendida  de  la 
conducta  del  Gabinete  del  Brasil,  por  la  ocupación  militar 
de  la  plaza  de  Montevideo.  Yo  pienso  que  habiendo  pro- 
bado S.  M.  F.,  hallarse  autorizado  por  el  derecho  de  pro- 
pia conservación,  v  protestado,  además,  que  ninguna  mi- 
ra de  invasión  ni  de  conquista  tiene  parte  en  sus  de- 
terminaciones, nada  más  puede  exigir  la  más  escrupu- 
losa delicadeza.  Este  derecho,  una  vez  reconocido,  des- 
truye el  principio  fundamental  de  las  quejas  del  Gabi- 
rjete  de  Madrid,  y  deja  señalada  la  línea  de  conducta,  que 
S.  M.  F.  puede  observar,  sin  agravio  de  nadie,  entre 
■aquella  Corte  y  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Pla- 
ta. Porque,  si  la  propia  conservación,  ese  derecho  que  es 


G;]2  APÉNDICE  III 

el  más  fuerte  entre  los  individuos,  y  entre  las  naciones, 
autorizó  á  S.  M.  F.  para  la  ocupación  de  la  plaza  y  terri- 
torio de  Montevideo,  lo  autorizó  también  para  la  adop- 
ción de  otros  medios  que  fuesen  conducentes  al  mismo 
primer  objeto. 

"S.  M.  F.  adoptó  entre  éstos,  el  de  consolidar  la  bue- 
na armonía  con  el  gobierno  de  las  Provincias  Unidas  del 
Río  de  la  Plata,  y  arreglar  con  él  los  puntos  esencial- 
mente convenientes,  á  la  seguridad  recíproca  de  las  per- 
sonas y  bienes  de  sus  subditos.  Por  consiguiente,  los  pac- 
tos que  hayan  tenido  lugar,  son  legítimos  en  su  origen, 
y  su  cumplimiento  recíprocamente  obligatorio,  sin  que 
España  pueda  reclamar  de  injuria,  ni  obligación  de  repa- 
rarla por  parte  de  S.  M.  F.  Las  pretensiones  actuales  del 
Gabinete  de  Madrid  son  inadmisibles  absolutamente,  y  en 
especialidad,  porque  repugnan  á  la  justicia,  y  perjudican 
á  los  derechos  incontestables  de  las  naciones. 

"Digo  que  repugnan  á  la  justicia,  porque  S.  ^I.  F.  en 
uso  libre  de  una  facultad  legítima,  ha  prometido  que  la 
ocupación  militar  de  la  plaza  y  territorio  de  ^Montevideo 
se  haría  á  su  nombre ;  y  que  se  abtendría  de  intervenir 
en  cosa  que  directa  ó  indirectamente  perjudicase  los  in- 
tereses de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata.  El 
gobierno  de  éstas  reposa  únicamente  sobre  la  fe  de  tan 
sagrada  palabra.  Si  antes  de  decidir  la  cuestión  pendien- 
te sobre  la  Independencia,  procediese  S.  M.  F.  á  entre- 
gar la  plaza  y  territorio  ocupado,  como  pretende  el  Gabi- 
nete de  Madrid,  las  provincias  del  Río  de  la  Plata  reci- 
birían un  perjuicio  directo  de  suma  gravedad,  y  en  el 
exceso  de  su  dolor,  acusarían  de  injusto  al  Gabinete  del 
Brasil.  Pero,  afortunadamente,  este  caso  es  imposible, 
atendido  el  carácter  de  S.  M.  F.,  que  tan  brillantes  ejem- 
plos ha  dado,  la  fidelidad  á  su  palabra,  en  medio  de  los 
más  terribles  contrastes;  y  cuya  política  parece  tien  por 
base  el  principio  de  que:  la  justicia  y  la  conveniencia  pú- 
blica   son    inseparables. 

"Las  pretensiones  del  Gabinete  de  Madrid,  además  de 
injustas,  son  ofensivas  del  derecho  que  tienen  las  nacio- 
nes constituidas,  para  tratar  oportunamente  con  las  que 
se  constituyen   de  nuevo.   Aquella   Corte   acusará   quizá   á 


APÉNDICE  III  633 

la  de  Portugal  de  tratar,  y  aun  de  ayudar  á  las  provincias 
que  llama  rebeldes,  y  pretenderá  también  que  sus  derechos 
se  reconozcan  eternamente  existentes,  sean  cuales  fuesen 
las  mudanzas  que  el  tiempo  traiga,  para  desnaturalizar- 
los, ó  convertirlos  en  meras  abstracciones :  ni  creo  tiene 
otro  objeto  el  extraño  nuevo  reconocimiento  de  soberanía 
exigido  por  primera  condición  en  la  nota  del  señor  conde 
de  Casa  Flores. 

"Ciertamente  que  no  se  puede  faltar  más  directa- 
mente á  los  primeros  principios  del  derecho  de  gentes, 
que  provocando  en  un  país  la  guerra  civil,  y  sosteniendo 
en  él  á  los  rebeldes.  Pero,  es  preciso  saber  hasta  qué  pun- 
to los  z'osallos  pueden  ser  considerados  como  rebeldes, 
y  de  consiguiente,  cuándo  es  permitido  ó  prohibido  á  una 
potencia  extranjera,  en  tiempo  de  paz,  abrazar  su  causa, 
sin  violar  el  derecho  de  gentes.  Que  hay  casos  en  que 
esto  tiene  lugar,  es  evidente.  Xadie  duda  del  principio :  la 
cuestión  viene  á  ser  práctica  y  dependiente  de  las  cir- 
cunstancias en  que  haya  de  hacerse  la  aplicación.  Por  es- 
to, me  permitirá  \'.  E.  recordar  aquí  tres  casos  de  los  que 
conoce  la  historia  moderna.  El  primero  es  la  independen- 
cia  de  las   Provincias  Unidas  de   los   Países   Bajos. 

"La  tiranía  de  España  desesperó  á  los  flamencos,  y 
ellos  ajustaron  entre  sí  la  pacificación  de  Gante,  en  1556, 
para  la  defensa  de  su  libertad. 

"Isabel,  rema  de  Inglaterra,  se  ligó  desde  luego  con 
ellos,  por  un  Tratado  secreto,  y  se  comprometió  á  sumi- 
nistrarles tropas,  municiones  y  dinero.  El  Rey  de  Espa- 
ña, Felipe  II,  se  quejó ;  é  Isabel  contestó  con  protestas  de 
amistad  y  deseos  de  conservar  la  buena  armonía  entre 
las  dos  monarquías.  Esta  Princesa  se  defendió  también 
contra  el  reproche  de  fomentar  la  rebelión,  y  no  dudó 
declarar  que  dando  á  los  Confederados  socorros  de  hom- 
bres y  dinero,  su  política  había  sido  impedir  que  los  in- 
surgentes, reducidos  á  la  desesperación,  se  entregasen  á 
una  potencia  extranjera,  y  prevenir  la  subyugación  abso- 
luta de  los  Países  Bajos  españoles,  cosa  que  podría  tener 
consecuencias  funestas  para  Inglaterra.  Por  un  nuevo 
Tratado,  de  7  de  enero  de  1578,  Isabel  prometió  nuevos 
socorros  á  los  Confederados,  con  la  condición  que  no  ha 


634  APÉNDICE  III 

rían  la  paz  con  su  Rey  Católico,  sin  comprender  en  ella 
á  esta  Princesa.  En  fin,  los  Confederados  declararon  su 
independencia  en  1585.  Este  paso  fué  seguido  de  una  nue- 
va alianza  ofensiva. 

"Los  holandeses  alegaron  en  sus  Poderes,  que  ellos 
habían  sacudido  enteramente  el  yugo  de  España,  y  que 
se  habían  declarado  libres  é  independientes  de  su  sobera- 
nía. En  seguida  de  este  tratado,  Isabel  publicó  un  mani- 
fiesto, donde  expuso  menudamente  los  motivos  de  su  con- 
ducta. Ni  ese  manifiesto,  ni  el  tratado,  causaron  rompi- 
miento entre  las  dos  Cortes  ni  fueron  llamados  los  em- 
bajadores respectivos. 

"Enrique  IV,  Rey  de  Francia,  de  inteligencia  con 
Isabel,  intervino  en  la  querella,  hasta  que  la  Independen- 
cia de  las  siete  provincias  Bátavas,  fué  consolidada  en 
1648,  por  el  tratado  de  Munster. 

"El  segundo  caso,  es  el  de  la  guerra  llamada  de 
Treinta  años.  El  incendio  comenzó  en  Bohemia.  Actos 
arbitrarios  del  emperador  Fernando  II,  extendieron  bien 
presto  la  guerra  civil  en  toda  la  Alemania.  La  Suecia  in- 
tervino, la  Francia  imitó  su  ejemplo,  y  la  guerra  terminó 
por  el  Tratado  de  Westfalia  que  es  el  Código  de  la  liber- 
tad Germánica. 

"El  tercer  acontecimiento,  el  más  reciente  y  memora- 
ble, es  la  Revolución  de  los  Estados  Unidos  de  la  Améri- 
ca Septentrional.  El  gobierno  inglés  hizo  infracciones  su- 
cesivas de  los  privilegios  de  las  provincias,  y  á  su  in- 
dependencia del  Parlamento.  Los  americanos  hicieron 
tentativas  infructuosas  por  la  conservación  de  sus  fueros. 
Cansados  en  fin,  de  no  recibir  más  que  repulsas,  y  viendo 
que  el  ministerio  inglés  hacía  preparativos  para  subyu- 
garlos, se  reunieron  en  un  Consejo,  y  tomaron  la  resolu- 
ción de  persistir  en  sus  reclamaciones.  Las  hostilidades 
comenzaron  de  hecho  por  parte  de  las  tropas  británicas. 
Los  americanos  lucharon  dos  años  enteros,  hasta  que  no 
teniendo  más  esperanzas  de  conciliación,  se  declararon 
independientes,  el  día  4  de  julio  de  1778. 

"Hasta  entonces  el  gobierno  de  Versalles  no  había 
tomado  parte  directa  ni  indirecta  en  la  querella.  Los  ame- 
ricanos tenían  comisarios  en   Francia,  pero  éstos  se  ocu- 


APÉNDICE  III  635 

paban  únicamente  en  procurar,  por  vía  de  comercio,  ar- 
tículos de  guerra  para  su  país.  Los  americanos  presenta- 
ron al  gobierno  francés  una  acta  de  su  Independencia,  y 
poco  después  se  recibieron  noticias  de  que  el  general  Bur- 
goyne  había  sido  derrotado  y  hecho  prisionero  cerca  de 
Saratoga.  Entonces,  la  Francia,  fatigada  ya  de  las  veja- 
ciones de  la  marina  inglesa,  reflexionó  seriamente  sobre 
la  propuesta  de  los  americanos,  y  sobre  su  situación.  Por 
un  lado  veía  su  independencia,  legal  é  irrevocablemente 
establecida;  por  otro,  sabía  que  el  ministro  inglés  preten- 
día secretamente  tratar  con  ellos,  proponiéndolos  su  inde- 
pendencia con  una  condición  contra  la  Francia.  Estas  ra- 
zones unidas  á  la  obstinación  de  la  Inglaterra,  fijaron  fi- 
nalmente la  irresolución  de  aquella  potencia,  que  firmó 
con  los  comisarios  americanos  un  Tratado  de  Amistad  y 
de  Comercio,  y  una  alianza  defensiva  eventual,  en  6  de 
febrero  de  1778. 

Esta  cuestión  fué  terminada  en  el  año  1783,  por  el 
solemne  reconocimiento  que  hizo  Inglaterra  de  la  Inde- 
pendencia Americana.  Siendo  de  observar  estas  notables 
palabras  de  la  nota  del  embajador  francés,  pasando  al 
ministerio  británico,  en  13  de  marzo  de  1778:  "Les  Etats 
"  Unís  de  l'Amérique  Septentrionale,  qui  sont  en  pleine 
possesion  de  l'Independence,  prononcée  par  leur  acte 
"  du  4  Juillet  1776,  ayant  fait  proposer  au  Roí  de  conso- 
''  lider  par  une  convention  formalle,  les  liaissons  qui  ont 
"  comencé  á  s'établir  entre  les  deux  Xations,  les  Plenipo- 
"  tentiaires  respectifs  ont  signé  un  Traite  d'Amitié  et 
de  Commerce,  destiné  a  servir  de  base  á  la  bonne  corres- 
"  pondence  mutuelle". 

"Sin  anticipar  mi  juicio,  sobre  la  aplicación  de  estos 
ejemplos  á  las  circunstancias  actuales,  me  parece  que  ellos 
demuestran  que  S.  M.  F.  puede  reconocer  la  Independen- 
cia de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata,  y  cele- 
brar con  ellas  tratados  de  toda  especie,  sin  injuria  de 
España,  sin  infracción  de  la  paz,  y  en  uso  libre  é  ino- 
cente de  sus  derechos,  y  que  con  mucha  más  razón  po- 
drá mantener  la  neutralidad  y  observar  las  convenciones 
en  que  ella   se   funde. 

"No  alcanzo,  pues,  por  qué  España  exige  de  Portu- 
gal una  degradante   renuncia   de  estos  derechos,  el   sacri- 


Ó36  APÉNDICE  III 

ficio  aún  más  humillante  de  la.  fe  de  sus  empeños  y  la 
retractación  de  sus  principios  políticos.  Esto  es  aun 
más  inconcebible  de  parte  de  España  y  con  respecto  á 
F'ortugal :  pues  aunque  la  moral  prohibe  imitar  el  ejem- 
plo de  su  conducta  con  S.  M.  F.  en  los  últimos  tiempos, 
su  recuerdo  debiera  hacerla  más  moderada  con  Portugal, 
que  calla  tamaños  agravios,  que  ha  procedido  en  Europa 
con  una  generosidad  sin  igual,  y  en  América  con  una  cir- 
cunspección que  puede  pa?ar  por  excesiva,  comparada  con 
la  de  otras  potencias,  y  con  la  de  la  misma  España,  en 
casos  semejantes. 

"Pero  sea  que  S.  M.  C.  reforme  sus  ideas,  ó  que  se 
obstine  en  ellas,  siempre  será  útil  que  conozca  \'.  E.  cuá- 
les son  las  pretensiones  de  las  Provincias  Unidas,  y  qué 
podrá  esperar  de  ella  S.  M.  F. 

"Estoy  persuadido  que  éstas  se  reducen  á  una  verda- 
dera neutralidad  y  justa  imparcialidad,  por  parte  de 
S.  M.  F.,  durante  la  guerra  que  se  ven  forzadas  á  soste- 
ner con  el  Rey  Católico.  De  consiguiente,  exigen  que 
S.  M  .F.  no  altere  los  términos  en  que  se  Iw  z'erificado  la 
ocupación  de  Montevideo,  ni  consienta  que  España,  du- 
rante la  presente  guerra,  se  apodere  de  ese  puerto,  de 
modo  alguno.  En  una  palabra,  no  quieren  sino  el  cum- 
plimiento de  las  protestas  que  el  finado  conde  de  la  Bar- 
ca, y  V.  E.  mismo,  se  han  dignado  hacer  por  mi  conduc- 
to, á  nombre  de  S.  M.  F. 

"Si  las  convenciones  proyectadas,  pareciesen  inade- 
cuadas, puedo  asegurar,  conforme  á  las  expresiones  de 
mi  gobierno,  que  estará  pronto  á  ampliarlas  cuanto  sea 
posible,  dentro  de  los  límites  que  prescribe  la  línea  de 
conducta  que  S.  M]  F.  ha  querido  observar  hasta  aquí, 
entre  éí  y  la  Corte  de  Madrid. 

'"Si  las  circunstancias  deciden  á  S.  '\l.  F.  á  usar  am- 
pliamente de  la  facultad  que  el  derecho  de  gentes  le  con- 
cede, para  celebrar  ccn  el  gobierno  de  las  Provincias  Uni- 
das, pactos  de  una  naturaleza  más  solemne  y  permanen- 
te, en  tal  caso,  S.  M.  puede  contar  con  toda  la  capaci- 
dad física  y  moral  de  las  dichas  provincias.  Esta  decisión 
se  reputaría  allí  como  un  bien  de  primer  orden.  Los  pue- 
blos en  quienes   las   apariencias,  y   quizá   malignas   suges- 


APÉNDICE  III  637 

tiones  han  conservado  un  fondo  de  desconfianza  que  más 
de  una  vez  ha  afectado  la  marcha  del  mismo  gobierno, 
pasarian  al  extremo  de  la  confianza  y  del  entusiasmo,  dis- 
posición que  facilitaria  grandemente  la  conclusión  feliz 
de  tratados  mutuamente  ventajosos;  mucho  más,  estando 
tan  ligados  los  intereses  del  Brasil  con  los  de  las  provin- 
cias americanas  del  sud,  en  independencia.  De  donde  re- 
sulta, que  pueden  hacerse  convenciones  entre  ellos,  que  se- 
rian  inverificables   con   cualquier   otro   poder   ultramarino. 

"El  monopolio,  es  casi  siempre  el  motivo  de  las  hos- 
tilidades, y  entra  comúnmente  en  los  articulos  de  paz.  allá 
en  Europa :  aqui,  una  concurrencia  igualmente  protegida, 
será  el  principio  necesario  de  la  propiedad  de  los  pueblos 
americanos. 

"Los  inmensos  depósitos  minerales,  que  la  naturaleza 
reservó  en  el  seno  de  los  Andes,  podrán  ser  comunes  a 
los  portugueses  y  á  los  españoles  americanos :  la  plata  y 
el  oro  del  Perú  y  de  Chile,  animarán  igualmente  su  indus- 
tria, y  el  mundo  verá  con  sorpresa  estos  metales  ominosos, 
convertidos  en  instrumentos  de  paz  y  de  fortuna.  Los  fru- 
tos preciosos  de  la  agricultura  del  Brasil,  hallarán  nuevos 
mercados  donde  presentarse,  sin  rivales.  Los  habitantes  del 
sud  disfrutarán  en  el  Brasil  iguales  ventajas,  y  tendrán 
depósitos  útiles  v  seguros  en  sus  soberbios  puertos.  La 
marina  portuguesa  llevará  entonces  los  frutos  del  Brasil, 
les  del  Asia,  África  y  Europa,  desde  el  Amazonas  hasta  el 
mar  del  Sud,  segura  siempre  de  hallar  en  toda  esta  in- 
mensa costa,  compatriotas  ó  amigos,  gobiernos  y  leyes 
protectoras. 

"Mas,  conociendo  \".  E.  estas  verdades  en  toda  su  ex- 
tensión, debo  añadir  solamente,  que  el  goce  de  tantos  bie- 
nes, pende  de  la  voluntad  de  S.  M.  F. 

"Unidos  los  intereses  comerciales  de  ambos  países,  de- 
be ser  natural  su  alianza,  en  el  caso  que  un  enemigo  in- 
justo pretenda  cortar  sus  relaciones,  ó  alterar  un  orden 
lan  fecundo  en  bienes.  El  tínico  poder  que  más  probable- 
mente pudiera  intentarlo,  es  también  el  único  enemigo 
de  las  Provincias  L^nidas.  Por  consiguiente,  puede  por  do- 
ble razón  contar  S.  M.  F.  con  una  alianza  cordial,  fuerte: 
é  indisoluble.  La  fuerza  resultante  de  esta  unión,  obliga- 
ría al  agresor  á  ser  justo. 


638  APEXDICE  III 

"Debo  observar  también  que  las  mismas  disposiciones 
existen  en  las  provincias  de  Chile:  y  que  en  caso  nece- 
sario, se  emplearía  eficazmente  la  influencia  que  ahora 
goza   el  gobierno  de   las  provincias   del   Río   de   la   Plata. 

"Concluyo  protestando  á  V.  E.  que  cuanto  llevo  dicho 
es  la  sincera  expresión  de  mis  propias  ideas,  y  que  me 
parece  pueden  servir  á  V.  E.,  para  calcular  el  sistema 
que  S.  M.  F.  quiera  establecer,  sea  para  consolidar  la 
prosperidad  pública  en  la  paz,  sea  para  defenderla  en 
la  guerra. 

"Dios  guarde  á  V.  E.  Río  Janeiro,  octubre  20,  1817". 


Proyecto  de  Alianza  con  Portugal  adicionado  al  armisticio 
de  1812 

1.° 

Don  X'...  por  parte  de  S.  M.  F.  y  don  X...  por  la  del 
Gobierno  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata  en 
orden  á  reintegrar  y  mantener  en  toda  su  fuerza  y  vigor 
el  armisticio  de  26  de  mayo  de  1812,  echando  los  funda- 
mentos de  relaciones  más  estrechas  entre  ambos  estados, 
que  sean  de  recíproco  interés  á  los  mismos,  establecen  los 
siguientes  artículos  adicionales  y  secretos  bajo  las  limita- 
ciones que  han  de  expresarse,  y  á  cuyo  cumplimiento  que- 
dan respectivamente  obligadas  las  partes  contratantes. 

i.° — El  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas  pondrán  in- 
mediatamente en  completa  libertad  á  los.  vasallos  portu- 
gueses, que  por  efecto  del  Bando  publicado  en  Buenos 
Aies,  el  día  2  de  marzo  del  corriente  año,  hubieren  sido 
removidos  para  la  guardia  de  Lujan,  v  levantará  el  em- 
bargo que  hubiere  hecho  sobre  propiedades  portuguesas, 
de  cualquier  especie  y  denominación  que  sean. 

2.° — S.  M.  F.  declara  nuevamente  que  la  ocupación  he- 
cha hasta  aquí,  y  la  que  en  adelante  pueda  hacerse  de 
puntos  militares,  ó  territorios  de  la  Banda  Septentrional 
del  Paraná  en  persecución  del  jefe  Artigas,  no  tiene  otro 
objeto,  que  su  propia  seguridad  y  conservación;  y  que  no 


APÉNDICE  III  639 

pretende  deducir  de  semejantes  actos  derecho  alguno  de 
dominio,  perpetua  posesión,  ni  mucho  menos  de  conquis- 
ta ;  sino  que  cesando  aquel  motivo,  procederá  por  una  tran- 
sacción amigable  con  la  autoridad  existente  en  Buenos 
Aires,  por  parte  de  las  Provincias  Unidas,  á  tratar  los  tér- 
minos de  su  desocupación,  y  á  hacer  las  convenciones  que 
sean  mutuamente  útiles  y  necesarias  á  la  futura  permanen- 
te tranquilidad  de  ambos   estados  vecinos. 

3.° — El  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas  se  obliga  á 
retirar  inmediatamente  todas  las  tropas  que  con  sus  res- 
pectivas municiones  de  guerra  hubiese  mandado  en  soco- 
rro de  Artigas  y  de  sus  partidarios,  y  á  no  prestarle  en 
lo  futuro  auxilios  algunos  de  cualesquiera  especie  y  de- 
nominación que  sean ;  y  por  último  á  no  admitir  aquel 
jefe  y  sus  partidarios  aunados  en  el  territorio  de  la  Banda 
Occidental  que  perteneciese  al  Estado.  Y  cuando  sucela 
que  ellos  se  entren  por  fuerza,  y  no  haya  medios  de  expul- 
sarlos con  la  mayor  celeridad  posible,  el  dicho  gobierno 
de  las  provincias  podrá  solicitar  la  cooperación  de  las  tro- 
pas portuguesas  para  este  efecto;  la  que  deberá  prestarse 
por  las  últimas  cuando  menos  en  una  tercera  parte  de  la 
fuerza  con  que  concurran  las  Provincias  Unidas  y  consti- 
tuyéndose las  tropas  auxiliares  bajo  la  dirección  del  jefe 
principal    de    las    fuerzas   de    las    mencionadas    provincias. 

4." — El  dicho  Gobierno  se  obliga  asimismo  á  indemni- 
zar con  sujección  á  las  L.  L.  del  Corso  y  Alarina,  á  los 
dueños  de  todas  las  embarcaciones  portuguesas  que  se  ve- 
rificase haber  sido  capturadas  desde  el  36  de  Mayo  de  1812, 
hasta  ahora,  por  corsarios  autorizados  con  patentes,  que 
él  hubiese  expedido,  ó  por  las  embarcaciones  de  guerra ; 
quedando  S.  M.  F.  obligado  á  la  recíproca,  y  expidiéndose 
en  su  consecuencia  las  más  terminantes  órdenes  á  los  cru- 
ceros pertenecientes  á  ambos  estados  á  efecto  de  evitar 
la  continuación  de  tal  hostilidad,  sobre  lo  que  se  instrui- 
rán  mutuamente  ambos  gobiernos. 

5.° — En  consecuencia  de  esto  continuará  el  referido 
armisticio  en  entera  fuerza  y  vigor,  tanto  por  parte  de  S. 
M.  F.  como  del  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas  del  Río 
de   la   Plata. 

6.° — En  orden  á  prevenir  equivocaciones  y  embarazos 


640  APÉNDICE  III 

en  las  operaciones  de  las  tropas  S.  M.  F..  queda  recí- 
procamente ajustado  que  ellas  podrán  perseguir  á  Arti- 
gas y  á  sus  partidarios  hasta  la  margen  izquierda  del  Río 
Uruguay,  cuya  línea,  como  que  lo  será  del  subsistente  ar- 
misticio en  el  caso  del  artículo  2.",  no  podrá  ser  traspasada 
sino  con  sujección  al  artículo  3.° — En  consecuencia,  los  te- 
rritorios del  Paraguay,  Corrientes  y  Entrerríos,  quedan 
comprendidos  expresamente  dentro  de  la  línea,  que  demarca 
provisoriamente  la  jurisdicción  de  las  Provincias  Unidas. 

7.° — Ambos  gobiernos  se  obligan  durante  el  armisticio 
á  no  hacer,  ni  permitir  tentativa  alguna  que  directa  ó  in- 
directamente pueda  perjudicar  la  tranquilidad  de  los  ha- 
bitantes que  ocupen  los  territorios  demarcados  en  el  ar- 
tículo antecedente. 

8.° — En  responsabilidad  del  artículo  tercero  á  que  se 
ha  obligado  el  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas,  se  obli- 
ga por  su  parte  S.  M.  F.  á  no  emprender  ni  aliarse  con- 
tra ellas,  á  no  prestar  municiones,  víveres,  ni  otro  género 
de  auxilio  á  sus  enemigos,  pero  ni  aun  á  permitirles  paso 
ó  puerto  en  sus  dominios  ó  en  territorio  ocupado  por  sus 
tropas. 

9.° — Los  subditos  de  ambos  estados  podrán  entrar  y 
salir  libremente  de  los  territorios  de  uno  y  otro  origen 
como  cualesquiera  otros  individuos  pertenecientes  á  esta- 
dos neutrales. 

10. — Se  establece  igualmente  que  los  buque  de  guerra 
y  comercio  de  ambos  estados  podrán  entrar  libremente  en 
los  puertos  de  uno -y  otro  origen;  pero  siendo  general  y 
extensiva  á  todos  los  buques  extranjeros  la  prohibición 
de  internarse  á  los  ríos  de  nuestras  costas,  quedan  com- 
prendidos en  ella  los  buques  portugueses,  sino  es  en  los 
casos  de  perseguir  los  partidarios  de  Artigas,  en  los  que 
se  procederá  con   sujeción  al   artículo  3." 

II. — En  el  caso  desgraciado  de  renovarse  las  hoscili- 
dades,  queda  recíprocamente  ajustado,  que  el  rompimien- 
to del  armisticio  subsistente,  será  oficialmente  notificado 
seis  meses  antes,  y  solamente  después  de  concluido  este 
plazo,  recomenzarán  las  hostilidades.  Queda  igualmente 
ajustado  que  en  el  decurso  de  estos  seis  meses,  los  subdi- 
tos de  cada  una  de  las  partes  que  estuviesen  en  el  territo- 


APEXDICE  III  641 

rio  de  la  otra,  podrán  ó  permanecer  allí  una  vez  que  no 
se  hagan  sospechosos,  ó  salir  libremente  con  todos  sus 
efectos  ó  capitales. 

12. — En  orden  á  los  criminosos,  desertores  y  esclavos 
fugitivos  se  procederá  por  ambos  Gobiernos  con  sujeción 
al  derecho  general  de  gentes,  y  prácticas  recibidas  de  las 
naciones    civilizadas    neutrales. 

13. — Se  declara  que  las  conver clones  de  los  presentes 
artículos  producen  el  mismo  efecto  que  un  solemne  tra- 
tado  de  paz. 

14. — Como  la  conducta  de  S.  M.  F.  aunque  justa  y  le- 
gal se  considera  opuesta  á  las  exigencias  actuales  de  S.  M. 
C.  la  cual  pudiera  traer  un  rompimiento,  queda  ajustado 
para  tal  caso  por  ambos  gobiernos,  que  habrá  entre  ellos 
una  alianza  defensiva  eventual,  que  será  publicada  junta- 
mente con  el  reconocimiento  solemne  de  la  Independen- 
cia de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata  por  S.  M. 
F.,   en  el  momento  de  sobrevenir  el  expresado   accidente. 

15. — Se  guardará  por  ambas  partes  contratantes  un 
inviolable  secreto  de  los  artículos  cuya  publicación  ó  di- 
vulgación no  Se  creyese  conveniente,  que  sólo  se  entende- 
rán serlo  los  que  se  expresan  á  continuación. — Por  lo  que, 
cuando  á  pesar  de  las  precauciones  que  se  adopten  por 
parte  de  las  Provincias,  llegasen  á  traslucirse  algunos  ar- 
tículos de  los  reservados,  el  gobierno  de  dichas  se  obliga 
á  contradecir  de  un  modo  solemne  y  comprometiendo  su 
dignidad  si  fuere  preciso,  la  existencia  de  tales  artículos. 
— Los  artículos  uno,  dos,  cuatro,  cinco  y  once  serán  des- 
glosados de  los  presentes,  y  bajo  la  nueva  forma  que  se 
considere  oportuno,  serán  publicados. — En  el  caso  de  que 
por  la  incursión  de  Artigas  y  sus  partidarios  armados  en 
la  Banda  Oriental,  se  hiciese  precisa  la  cooperación  de 
que  habla  el  artículo  3.°  será  libre  al  gobierno  de  las  Pro- 
vincias su  publicación  de  un  modo  más  ó  menos  solemne. — 
Los  artículos  restantes  quedarán  en  el  sigilo  más  inviola- 
ble, mientras  que  el  orden  de  los  mismos  sucesos,  no  acon- 
seje otra  cosa,  pero  siempre  de  acuerdo  de  las  partes  con- 
tratantes. 

16. — Los  presentes  artículos  adicionales  y  secretos, 
tendrán  la  misma  fuerza  y  vigor  que  si  estuviesen  inser- 

HIST.  r.>r.  LA  REP.  ARGENTINA.  TOMO  VI. — 4I 


(^^2  APÉNDICE    III 

tos  palabra  por  palabra  en  el  acta  por  la  cual  se  concluyó 
el  armisticio  de  26  de  mayo  181 2.  En  fe  y  testimonio  de 
lo  que,   etc. — Es  copia. — Tagle. 


Carta  de  García  á  que  se  refiere  el  Director  en  su  anterior 

En  este  momento  llego  de  casa  del  ministro  de  Rela- 
ciones Exteriores,  y  me  pongo  á  escribir  con  el  designio 
de  enviar  la  carta  dentro  de  dos  horas  á  alcanzar  la  go- 
leta holandesa  "Constante"  que  está  detenida  cerca  del 
castillo  de  Santa  Cruz,  para  salir  mañana  al  amanecer.  El 
señor  Becerra  me  llamó  con  urgencia  para  mostrarme  la 
primera  nota  con  que  ha  abierto  ayer  el  señor  Casa  Flores 
su  correspondencia  oficial.  La  he  leído  con  atención ;  su 
estilo  es  el  que  me  había  yo  figurado,  pero  más  acrimo- 
nioso que  lo  que  yo  mismo  podía  esperar  en  una  primera 
abertura.  El  papel  está  cuajado  de  expresiones  que  son 
verdaderos  insultos.  Termina  con  una  intimación  que  es- 
tando á  la  verdad  del  texto  es  un  ultimátum  en  que 
el  ministro  español  dice :  que  para  conservar  la  paz  es 
preciso  que  S.  M.  F.  convenga  desde  luego,  en  público 
de  un  modo  solemne,  i.°,  que  reconoce  la  soberanía  actual 
de  S.  M.  C.  sobre  todos  los  países  y  provincias  que  inte- 
gran la  monarquía  española,  y  especialmente  de  las  inva- 
didas en  la  Banda  Oriental  del  Paraná;  2.°  Que  promete 
entregar  luego  á  S.  M.  C.  las  plazas  y  tierras  que  en  esta 
parte  ocupan  ahora  las  tropas  portuguesas,  dando  la  ga- 
rantía de  alguna  potencia  respetable,  ó  bien  depositando 
algunas  de  sus  plazas  fuertes  de  Europa;  3.°  Que  entre- 
tanto tome  España  sus  medidas  para  recibirse  de  sus 
posesiones,  las  mantendrá  S.  M.  F.  conservándolas  para 
aquélla :  pero  enarbolando  en  ^Montevideo  el  pabellón  es- 
pañol, recibiendo  un  gobernador  español,  y  despachando 
todo  dentro  de  la  provincia  á  nombre  de  S.  M.  C.  Que 
sin  estas  condiciones  será  inevitable  la  guerra,  cuyas  con- 
secuencias serían  solamente  imputables,  así  como  sólo  te- 
mibles á  Portugal.  Propone  luego,  que  si  cumplidas  exac- 


APÉNDICE  III  643 

tamente  las  condiciones  mencionadas,  quiere  S.  M.  F.  en- 
trar en  una  alianza  ofensiva  contra  los  rebeldes,  S.  M.  C. 
está  dispuesto  á  tratar  de  ello  convenientemente.  Concluye 
con  un  cumplimiento  al  ministro  actual  y  una  descarga 
sobre  el  finado  conde  da  Barca. 

(Carta   del    señor   García   al   señor   Pueyrredón). 


OFICIO    DEL    SR.    DIRECTOR    DEL    CONGRESO    SOBRE    LA 
ALIANZA    CON    PORTUGAL 

Soiberano  señor :  Cumpliendo  fielmente  con  las  instruc- 
ciones de  vuestra  Soberanía,  he  ido  difiriendo  hasta  aquí 
el  concluir  ninguna  especie  de  tratado  con  la  Corte  del 
Brasil,  sin  comprometer  la  buena  armonía,  ni  engendrar 
distancias  entre  los  gobiernos  de  ambos  estados.  Pero  ha 
llegado  el  momento  en  que  sin  estrechar  con  nuevos  víncu- 
los las  relaciones  subsistentes,  es  inevitable  una  ruptura 
que  sería  igualmente  funesta  á  las  dos  partes.  Como  por 
la  nuestra  se  ha  afectado,  que  no  nos  imponen  ó  que  no 
se  prevén  los  resultados  de  este  desgraciado  accidente,  co- 
mo no  ha  poc'ido  menos  que  trascender  al  Gabinete  brasi- 
leño el  alma  de  nuestra  política,  esa  resistencia  á  contraer 
empeños  al  presente  con  las  miras  de  sacar  partidos  más 
ventajosos  en  lo  sucesivo,  como  por  último  el  próspero  es- 
tado de  nuestros  negocios  pone  de  nuestra  parte  la  espe- 
ranza de  nuevos  progresos,  podemos  lisonjearnos  de  con- 
seguir una  transacción  en  las  actuales  circunstancias  de 
que  no  nos  desdeñaríamos  ni  entre  las  embriagueces  de  ma- 
yores triunfos.  El  proyecto  que  tengo  el  honor  de  incluir 
á  Vuestra  Soberanía  será  por  estos  principios  substancial- 
mente  .admitido  por  la  Corte  del  Brasil,  y  yo  suplico  á 
Vuestra  Soberanía  quiera  considerar,  la  importancia  que 
adquieren  las  Provincias  casi  identificando  sus  intereses 
con  los  de  un  Monarca,  cuya  sola  vecindad  era  considera- 
da un  peligro.  Por  nuestra  parte  no  se  hace  otra  cosa  que 
no  poner  al  Gabinete  portugués  en  la  necesidad  humillante 
de  retroceder  sobre  sus  propios  pasos,  de  lo  que  sería  forzó- 


644  APÉNDICE  III 

sa  consecuencia  al  asociarse  á  nuestros  enemigos  por  interés 
y  por  resentimiento.  La  intimación  del  conde  de  Casa  Flo- 
res, ministro  de  la  Corte  de  Madrid  en  el  Janeiro,  á  la 
de  este  último,  ni  da  lugar  á  esperar  nuevas  distracciones 
en  nuestra  resolución,  ni  permite  equivocar  el  partido  que 
debería  tomar  S.  M.  F.  no  teniendo  nada  que  esperar  de 
nosotros.  Haría  mérito  de  su  forzada  deferencia  á  las  inti- 
maciones hechas  á  nombre  de  los  grandes  poderes  de  Eu- 
ropa para  empeñarles  á  sofocar  la  anarquía  de  los  nuevos 
gobiernos  americanos  que  han  servido  de  pretexto  á  su 
agresión. 

Unidas  sus  relaciones  con  las  de  España,  excitando  el 
interés  de  las  potencias  ultramarinas  que  nada  bueno  es- 
peran del  engrandecimiento  del  nuevo  mundo,  libres  los 
puertos  del  Brasil  para  refrescar  las  tropas  peninsulares, 
franco  el  tránsito  por  su  territorio,  si  no  se  hubiese  pen- 
sado ya  en  expedición  á  este  Río  por  los  españoles,  como 
se  asegura  por  varios  conductos,  y  muy  determinadamente 
por  la  carta  que  tengo  el  honor  de  incluir  á  Vuestra  Sobe- 
ranía, no  puede  dudarse  á  lo  menos  que  aprovecharían  tan- 
tas oportunidades  para  hacer  los  últimos  esfuerzos  y  poner 
en  conflictos  nuestra  seguridad,  contando  con  los  auxilios 
y  cooperación  de  los  portugueses.  Calcule  Vuestra  Sobe- 
ranía el  peligro  que  va  á  correr  en  la  demora,  y  sea  bajo 
e!  cierto  principio  de  que  esta  ocasión  despreciada  se  es- 
capa para  siempre. 

Por  lo  mismo  me  dirijo  á  Vuestra  Soheranía  para  que 
con  la  posible  brevedad  se  sirva  sancionar  por  su  parte 
lor  artículos  comprendidos  en  el  mencionado  proyecto, 
para  que  no  venga  á  suceder,  que  prestado  el  avenimien- 
to por  parte  de  S.  M.  F.  como  lo  esperamos,  se  niegue 
la  ratificación  por  parte  de  las  Provincias  que  han  tomado 
la  iniciativa,  lo  que  sería  monstruoso,  y  para  hacer  á  Vues- 
tra Soberanía  misma  juez  de  la  necesidad  á  que  no  pode- 
mos sustraernos  de  establecer  estos  nuevos   pactos. 

El  enviado  secreto  que  se  destine  por  este  gobierno  á 
intervenir  en  tan  grave  negocio,  deberá  sin  embargo  ir 
autorizado  para  deferir  á  una  ú  otra  modificación  que  no 
altere  las  bases  fundamentales  del  convenio,  dejando  en 
caso  preciso  sujetas  á  la  ratificación  posterior  dichas  va- 
riaciones. 


APÉNDICE  III  645 

Ruego  encarecidamente  á  \'uestra  Soberanía  quiera  to- 
mar las  más  estrechas  precauciones  para  impedir  la  rela- 
jación del  secreto  en  una  materia  de  tanta  importancia: 
para  que  no  se  eche  de  menos  por  parte  de  S.  M.  F.  la 
principal  circunstancia  que  recomienda  á  los  gobiernos  bien 
constituidos,  y  cuyo  defecto  acaso  retraería  á  otras  nacio- 
nes á  entrar  en  estipulaciones  con  nosotros. 

Ruego  por  último  á  vufestra  Soberanía  quiera  redoblar 
sus  tareas  para  el  despacho  de  este  asunto,  á  efecto  de 
que  la  demora  no  acabe  de  producir  el  desaliento  en  la 
Corte  vecina,  y  que  se  aprovechen  de  tan  peligrosa  situa- 
ción nuestros  enemigos. — Dios  guarde  á  \'ue3tra  Soberanía 
muchos  años. — Buenos  Aires,  Chacra  de  San  Isidro,  di- 
ciembre I."  de  1847. — Soberano  Señor. — /.  Martín  de  Piiey- 
rredón. — Soberano  Congreso  Nacional  de  las  Provincias 
Unidas  de   Sud  América. 


CAMBIO    DE    LA    POLÍTICA    PORTUGUESA 

(Xota  del  señor  García  al  nucz'o  ministro  portugués') 

Como  las  resoluciones  del  Gobierno  de  las  Provincias 
Unidas  del  Río  de  la  Plata  acerca  del  proyecto  de  artícu- 
los adicionales  al  armisticio  de  1812,  llegaron  á  mis  ma- 
nos después  de  la  muerte  del  Excmo.  Sr.  Juan  Pablo  Be- 
cerra y  en  la  ausencia  del  Oficial  especialmente  encargado 
de  estos  asuntos,  desde  luego  me  persuadí  que  podrá  ser 
útil  repetir  la  historia  de  estas  transacciones  al  nuevo  mi- 
nistro de  S.  ]\I.  F. ;  mas,  por  lo  que  V.  E.  me  acaba  de 
comunicar,  hoy  lo  creo  no  sólo  útil  sino  absolutamente 
necesario,  y  voy  á  hacerlo  brevemente : 

El  día  II  de  octubre  del  año  pasado  me  convidó  el 
Excmo.  Sr.  ministro  Becerra,  á  una  conferencia.  Su  ob- 
jeto fué  informarse  del  estado  de  la  cuestión  entre  S.  M.  C. 
y  S.  M.  F.  relativamente  á  la  ocupación  de  Montevideo: 
me  indicó  igualmente  la  necesidad  de  una  resolución  pron- 
tísima y  terminante  por  parte  de  mi  Gobierno  sobre  las 
bases   en  que   debería   fundarse   una  buena   armonía   para 


646  APÉNDICE  III 

lo  presente,  y  la  seguridad  de  ayuda  y  cooperación  recí- 
proca para  el  caso  eventual  de-  un  rompimiento  con  la 
España :  me  impuso  asimismo  de  las  pretensiones  de  la 
Corte  de  Madrid  manifestadas  por  su  ministro  en  ésta  el 
Excmo.  Sr.  conde  de  Casa  Flores,  en  nota  de  10  de  octu- 
bre ;  y  últimamente  me  hizo  la  honra  de  pedirme  le  ex- 
pusiera mis  ideas  sobre  estos  puntos.  En  consecuencia  pa- 
sé á  su  Excelencia  la  nota  vtrbal  cuya  copia  acompaño 
bajo  el  núm.   i. 

Propuse  después  á  Su  Excelencia  que  sería  bueno  des- 
tinar un  buque  de  guerra  con  el  objeto  de  llevar  comuni- 
caciones mías  y  acelerar  las  resoluciones  de  mi  gobierno. 
S.  E.  comunicó  que  fué  comisionado  para  este  servicio  la 
escuna  "Emilia".  , 

Para  evitar  en  lo  posible  todas  las  dificultades,  y  ha- 
cer más  claras  las  explicaciones  del  contexto  del  proyecto 
redactado  en  abril  durante  el  ministerio  del  Excmo.  señor 
conde  da  Barca,  acordamos  con  S.  E.  la  exposición  que 
va   insertada  v  señalada  al  margen. 


(Nota  del  señor  García  al  ministro  señor  Tagle) 

Cuando  recibí  los  despachos  que  V.  S.  me  dirigió  con 
oficio  de  9  de  diciembre  último,  acababa  de  fallecer  el  se- 
ñor Juan  J.  Becerra,  y  estaba  en  comisión  para  Europa 
el  caballero  oficial  de  la  Secretaría  de  Estado,  que  du- 
rante los  últimos  ministerios  había  sido  únicamente  en- 
cargado de  lo  perteneciente  á  nuestras  relaciones  secre- 
tas. Estas  mudanzas  debían  ofrecerme  nuevos  embarazos, 
un  principio  con  su  antecesor,  difícilmente  podría  esperar- 
se igual  conformidad  en  cuanto  á  la  aplicación  de  ellas, 
por  esas  discordias  naturales  á  los  principios  humanos  en 
estas  materias.  Así  dudoso  de  todo  menos  del  carácter  y 
buena  voluntad  de  S.  M.  elevé  el  11  de  enero  los  documen- 
tos oficiales  que  le  eran  dirigidos  por  mi  conducto,  y  que 
S.  M.  aceptó  con  la  más  satisfactoria  complacencia.  Y  aun- 
que  expresó  sus   deseos    de   corresponder   inmediatamente, 


APÉNDICE  III  647 

el  ministerio  juzgó  que  antes  de  poner  en  deliberación  el 
negocio  de  los  artículos  adicionales  era  indispensable  reci- 
bir las  comunicaciones  del  Excmo.  Sr.  Barón  de  la  La- 
guna encargado  ad  hoc.  Estas  se  demoraron  hasta  el  18  de 
febrero,  y  de  este  intervalo  llegué  á  cerciorarme  de  que  las 
opiniones  del  nuevo  ministerio  no  eran  del  todo  conformes 
á  las  de  su  antecesor,  que  tenía  ideas  confusas  ó  entera- 
mente equivocadas  en  puntos  esenciales,  por  lo  que  algunos 
de  los  artículos  del  proyecto  le  sorprendían  aun  y  otros  le 
prevenían  desfavorablemente;  pero  no  desesperé  por  eso, 
y  aguardé  sosegadamente  la  primera  abertura.  Con  efecto, 
hallándose  la  Corte  en  el  sitio  de  Santa  Cruz,  fué  especial- 
mente comisionado  por  S.  M.  F.  el  Ilustrísimo  Sr.  Conse- 
jero Pablo  Francisco  Viana,  para  que,  asegurándome  la 
invariabilidad  de  sus  sentimientos,  me  informase  de  las 
dificultades  en  que  se  hallaba  el  ministerio  para  la  sanción 
del  proyecto  de  artículos  adicionales  en  las  circunstancias 
presentes.  Entonces  referí  prolijamente  á  S.  E.  la  historia 
de  estas  transacciones  y  le  entregué  aquel  mismo  día  el 
memorándum  que  va  copiado  en  el  iiúm.  i.  Mis  razones 
fielmente  trasmitidas  por  el  limo.  Sr.  Consejero  para  que 
desvanecieran  las  falsas  ideas  que  había  podido  convenir 
el  ministerio  en  momentos  de  obscuridad,  aun  quedaba  en 
pie  una  enorme  dificultad,  esta  era  combinar  satisfactoria- 
mente la  consideración  justamente  debida  á  las  Provincias 
Unidas  con  las  exigencias  de  las  grandes  potencias  me- 
diadoras. 

El  día  22  de  marzo  recibí  por  mano  del  mismo  Ilustrí- 
simo Consejero  el  papel  que  copio  bajo  el  núm.  2,  que  con- 
sidero como  la  expresión  genuina  de  las  ideas  del  primer 
ministro,  en  este  concepto  escribí  la  nota  núm.  3  en  que 
sólo  hice  aquellas  observaciones  que  me  parecieron  más 
eficaces  para  persuadirlo  de  la  necesidad  de  explicaciones 
oficiales,  cuidando  al  mismo  tiempo  de  no  aumentar  el 
conflicto  y  perplejidad  en  que  se   hallaba. 

El  resultado  no  burló  del  iodo  mis  esperanzas.  S.  E. 
me  ofreció  una  conferencia  primero  para  el  día  3  y  luego 
por  el  6  de  abril.  Pero  habiendo  llegado  el  15  sin  que 
tuviese  efecto,  le  dirigí  la  carta  que  copio  bajo  el  núm.  4; 
en  seguida  quedó  señalada  para  el  día  21   en  que  se  rea- 


648  APÉNDICE  III 

lizó.  A  esta  siguieron  otras  muchas  en  las  que  se  fueron 
rectificando  las  ideas  de  S.  E.  y  habiéndose  abierto  su  co- 
razón gradualmente  á  la  confianza.  Al  principio  sólo  re- 
pitió las  razones  de  la  copia  núm.  2.  Luego  añadió  para 
confirmarlas,  que  siguiendo  el  Gabinete  español  en  su  em- 
peño de  alarmar  y  prevenir  que  Portugal  formaba  quejas 
de  las  causas  más  leves,  las  que  hacían  circular  de  oficio 
á  las  cortes  europeas :  que  se  hacía  mucho  ruido  con  la 
repulsa  dada  á  la  solicitud  del  conde  de  Casa  Flores  para 
que  se  le  entregue  una  polacra  española  presa,  que  fué  in- 
troducida en  Montevideo ;  que  además  hacía  valer  una  se- 
rie de  hechos  y  pequeñas  circunstancias  notadas  por  sus 
agentes  en  la  ocupación  y  sostenimiento  de  aquella  plaza, 
todo  con  el  objeto  de  probar  una  irregular  connivencia  de 
S.  M.  F.  con  las  Provincias  Unidas  y  un  proyecto  insidioso 
•de  usurpación.  En  fin,  Excelentísimo  Sr.,  S.  E.  llegó  á 
revelarme  que  el  señor  Malíes  cónsul  general  de  Francia 
en  el  Brasil  y  su  Encargado  de  Negocios  en  esta  Corte, 
había  asegurado  de  Oficio  á  su  ministerio  el  ajuste  de  un 
tratado  secreto  entre  esta  Corte  y  las  Provincias  Unidas 
del  Río  de  la  Plata,  cuya  noticia  hizo  tal  impresión  en  los 
ministros  reunidos  en  París,  que  el  conde  de  Palmella  no 
pudo  desvanecerla  de  otro  modo  que  desmintiendo  al  cón- 
sul de  Francia  y  protestando  á  nombre  del  rey  su  amo, 
que  pendiente  la  mediación  no  procedería  á  celebrar  con- 
vención alguna  secreta  con  cualquiera  de  las  partes  inte- 
resadas. 

De  todo  esto  deducía  S.  E.  que  era  sólo  imprudente 
sino  contrario  á  los  intereses  del  Brasil  y  aun  á  los  de 
las  Provincias  Unidas  el  afirmar  en  esta  sazón  el  con- 
venio proyectado,  en  que  se  comprendían  artículos  que  es- 
critos y  firmados  en  forma  de  convención  se  tendrían  por 
otras  tantas  infracciones  del  compromiso  de  la  mediación : 
que  las  potencias  mediadoras  se  ofenderían  de  la  sanción 
secreta  en  América  de  puntos  que  en  Europa  se  publica- 
ban pendientes  en  su  atribución,  y  de  una  alianza  eventual 
celebrada  con  las  Provincias  Unidas  sin  su  conocimiento, 
los  cual  autorizaría  las  imputaciones  de  España  y  privaría 
cuando  menos  á  S.  M.  F.  de  una  influencia  que  si  no  es 
necesaria  debe  ser  gradualmente  útil  á  la  causa  general 
del  continente  americano. 


APÉNDICE  III  649 

El  ministro  no  parecía  artificioso  en  su  discurso,  y  sus 
razones  sin  ser  débiles  tenían  una  fuerza  irresistible  en 
el  temple  natural  de  su  ánimo.  Yo  me  convencí  finalmen- 
te de  la  extrema  dificultad  de  reducirlo  á  una  convención, 
ó  de  que  para  ello  serían  precisos  tantos  debates,  y  tantos 
días  que  equivaldrían  á  atenerse  simplemente  á  la  (buena 
fe  del  armisticio  de  1812  hasta  la  conclusión  de  la  media- 
ción presente.  Y  observando  por  una  parte  que  según  mis 
instrucciones  debía  estar  precisamente  á  la  letra  de  los  ar- 
tículos sancionados  por  el  Soberano  Congreso  Nacional,  y 
por  otra  el  grande  interés  de  obtener  algunas  decisiones 
sobre  lo  más  esencial  de  ellas  sin  interrumpir  el  curso  que 
había  tomado  ya  la  disputa  entre  Portugal  y  España,  ni 
prestar  á  ésta  la  menor  oportunidad  de  mejorar  su  fortu- 
na, me  resolví  á  no  insistir  en  la  sanción  del  proyecto  re- 
duciéndome á  pedir  una  respuesta  al  ministerio. 

Yo  'había  cuidado  de  preparar  bien  este  paso.  S.  M.  F. 
había  adoptado  con  calor  la  idea  de  insertar  en  su  res- 
puesta una  declaración  que  comprendiese  lo  más  sustan- 
cial del  proyecto,  dejando  lugar  á  la  discreción  y  buena 
fe,  para  inferir  de  todo  su  contexto  aquello  que  una  in- 
vencible  necesidad   prohibiese   expresar   en   ella. 

Presentía  además  que  libre  el  ministerio  del  conflicto 
de  firmar  una  convención  en  esta  razón,  condescendería 
prontamente  con  las  ideas  y  con  los  deseos  de  su  Sobe- 
rano. Así  fué  en  efecto.  Nuestras  desgracias  del  mes  de 
marzo  (i)  llegaron  en  estos  días  á  alimentar  los  temores 
del  Gabinete,  porque  dieron  gran  boga  á  la  opinión  ya 
muy  válida  de  un  próximo  trastorno  del  gobierno  en  esa 
capital  en  que  ganarían  los  principios  anárquicos  una  fu- 
nesta preponderancia  (2).  Mas  la  fortaleza  del  gobierno 
en  tan  severos  contrastes,  y  la  gloriosísima  victoria  del 
Maypú,  fortificaron  grandemente  su  crédito  y  relajaron 
mucho   de   la  cautelosa  circunspección   de   este  ministerio. 

La  nota  del  Excmo.  señor  ministro  de  Relaciones  Ex- 
teriores de  23  de  julio  que  tengo  el  honor  de  elevar  por 
conducto   de   V.   E.    al   Excmo.    Supremo    Director   de   las 

(i)     Derrota    de    Cancharrayada    en    Chile. 

(2)      La   conjuración   de   los    hermanos    Carrera   y    de    los   Franceses. 


650  APÉNDICE  III 

Provincias  Unidas,  instruye  del  modo  con  que  ha  procu- 
rado  llenar  los  objetos  que  se   propuso   al   escribirla. 

La  indemnidad  del  armisticio  de  1812  declarada  en 
esta  ocasión  no  sólo  conserva  el  statu  quo  de  aquella  con- 
vención especialmente  importante  por  lo  relativo  á  los  li- 
mites reconocidos  entre  ambos  Estados,  sino  que  reintegr-i 
incondicionalmente  su  primera  fuerza,  que  debía  suponerse 
disminuida  por  la  alteración  de  las  circunstancias  causadas 
por  la  vuelta  del  Rey  Fernando,  en  cuya  ausencia  trató 
á  su  nombre  el  gobierno  provisional,  y  por  la  declaración 
solemne  de  su  Independencia  que  hicieran  posteriormente 
las  provincias  del  Río  de  la  Plata. 

La  neutralidad  declarada  oficialmente  por  S.  ^I.  F. 
sólo  determina  la  facultad  de  esta  nación  vecina,  cuya 
ambigüedad  sería  tan  alarmante,  sino  fuese  que  conside- 
rando por  este  hecho  en  igual  paralelo  á  la  nación  (3) 
española,  y  á  las  Provincias  Unidas,  viene  á  reconocer  en 
esta  S.  M.  F.  un  carácter  político  mucho  más  elevado  que 
el  que  supone  el  armisticio  de  1812.  De  esto  se  deduce 
también  que  la  pacificación  en  que  se  empeña  S.  M.  F. 
sea  digna  de  unos  pueblos  á  que  estima  cordialmente  y 
á  los  que  juzga  acreedores  al  goce  de  los  bienes  que 
poseen.  Seguidamente  refiere  el  señor  ministro  las  cau- 
sas que  impelieran  á  S.  M.  F.  á  ocupar  interinamente 
el  territorio  de  Montevideo,  declara  la  naturaleza  pu- 
ramente provisoria  de  esta  ocupación  y  demarca  su  lí- 
mite en  el  Río  Uruguay.  Finalmente  la  manifestacióu 
hecha  por  S.  ^L  F.  de  estas  sus  1  e5,oluciones  á  las  gran- 
des potencias  europeas,  es  voluntario  solemne  compromi- 
so, que  garantiendo  á  las  Provincias  Unidas  su  inviola- 
bilidad señala  á  la  Corte  de  Madrid,  y  á  las  mismas  po- 
tencias mediadoras,  la  línea  de  donde  no  pueden  pasar 
sus  pretensiones  ni  los  proyectos  de  mediación. 

La  política  del  gobierno  del  Brasil  ha  dejado  de  ser 
im  misterio;  quizá  podría  lisonjearse  el  Excmo.  Supremo 
Director  de  haber  conocido  mejor  que  muchos  hombres  de 
Estado  las  verdaderas  intenciones  de  S.  M.  F.  como  dice 
su  ministro,  expresión  que  siendo  referentes  á  la  nota  de 

(?)     Neiitralidnd  del  Rio  de  la  Plata  y  de  las  costas  orieutales. 


APÉNDICE  III  651 

19  de  diciembre  ilustra  considerablemente  todo  el  contexto 
de  este  documento  oficial. 

El  no  satisfará  tan  completamente  los  deseos  del  So- 
berano Congreso  como  la  sanción  de  los  artículos  proyec- 
tados en  abril  y  octubre,  pero  cuando  una  necesidad  in- 
vencible obliga  á  suspenderla,  estas  declaraciones  del  mi- 
nistro del  Brasil  podrán  á  lo  menos  calmar  las  inquie- 
tudes, mucho  más  si  se  observa  que  ese  respeto  tributado 
á  las  potencias  mediadoras  que  no  nos  deja  perfeccionar 
ahora  la  convención  adicional,  puede  asegurar  el  buen  éxi- 
to de  la  causa  de  S.  M.  F.  contra  las  pretensiones  del 
Rey  Católico.  Suceso  de  grande  interés  para  las  Provin- 
cias Unidas  porque  él  anularía  probablemente  los  esfuer- 
zos del  poder  vecino  que  resiste  su  Independencia. 

La  sabiduría  del  gobierno  que  rige  tan  gloriosamente 
los  pueblos  del  Río  del  Plata,  verá  con  toda  su  extensión 
y  apreciará  exactísimamente  los  hechos,  y  los  documen- 
tos de  que  acabo  de  informar.  Yo  concluyo  rogando  á  V.  E. 
se  digne  asegurar  al  Excmo.  Director  Supremo,  que  no  he 
podido  obtener  más  ventajas  en  circunstancias  tan  embara- 
zosas, ni  combinar  mejor  los  intereses  locales  ya  tempora- 
rio ya  permanente  de  nuestra  patria  en  el  presente  estado 
de  cosas. — Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. — Río  de  Ja- 
neiro á  26  de  julio  de  1818. — Manuel  José  García. — Señor 
Secretario  de  Estado  del  Departamento  de  Gobierno  de 
las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata. 


Nota  del  nuevo  ministro  portugués  al  señor  Director  de 
las  Provincias  Unidas  del  Rio  de  la  Plata,  explicando 
el  cambio  de  su  política. 

Excmo.  Señor:  Habiendo  tenido  el  honor  de  recibir 
una  carta  de  V.  E.  dirigida  á  S.  M.  el  Rey  mi  amo,  y 
pedido  sus  Reales  Ordenes  para  responder  á  V.  E.  sobre 
su  contenido,  tengo  la  mayor  satisfacción,  en  expresar  á 
V.  E.  cuan  agradable  ha  sido  para  S.  M.  el  conocer  por 
las   atentas   expresiones   de   \'.   E.,   no   solamente   los    per- 


652  APÉNDICE  III 

sonales  sentimientos  de  \'.  E.,  sino  también  los  de  un  pue- 
blo vecino,  á  (juicn  S.  M.  no  solamente  por  la  propen- 
sión natural  de  su  Real  ánimo,  sino  por  una  particular 
predilección,  que  la  vecindad  en  Europa  y  América  y 
tantas  otras  relaciones,  lo  obligan  á  que  desee  vivamen- 
te toda  su  prosperidad.  Nada  le  ha  podido  ser  más  gra- 
to que  asegurar  á  Y.  E.  haber  despreciado  todas  las  es- 
pecies que  los  enemigos  de  S.  M.  excitaban  para  intro- 
ducir las  desconfianzas,  que  con  un  esfuerzo  extraordina- 
rio había  conservado  la  armonía  que  es  tan  útil  y  nece- 
saria entre  pueblos  vecinos;  pues  que  V.  E.  en  esto  tie- 
ne la  gloria  de  haber  conocido,  mejor  que  otros  muchos 
hombres  de  estado  las  verdaderas  intenciones  de  S.  M.  F. 
Ninguno  más  que  S.  M.  aborrece  la  guerra,  y  desea  la 
tranquilidad.  Países  á  quienes  la  naturaleza  ha  dotado  de 
los  dones  más  ricos,  merecen  que  sus  habitantes  puedan 
gozar  de  los  bienes  que  posean;  y  por  su  parte  habiendo 
convencionado  el  armisticio  de  26  de  mayo  de  1812,  ha  de 
sostenerlo,  pues  para  S.  M.  es  inviolable  su  real  palabra. 
En  la  presente  guerra  ha  de  conservar  la  neutralidad ;  pero 
no  ha  de  cesar  de  apurar  todos  sus  esfuerzos  para  que  las 
desgracias  de  la  guerra  se  acaben,  para  que  se  consiga  la 
pacificación,  y  vuelvan  sus  vecinos  que  cordialmente  estima, 
á  gozar  del  bien  inestimable  de  la  paz.  La  ocupación  del 
territorio  de  Montevideo  fué  una  medida  provisoria  para 
procurar  este  fin,  aquietando  lo  que  le  quedaba  contiguo, 
y  que  la  inquietud  de  José  Artigas,  y  sus  proyectos,  no 
permitían  demorarlo,  por  más  tiempo;  y  por  lo  tanto  el 
general  barón  de  la  Laguna  tiene  orden  de  contenerse  en 
la  Línea  del  Uruguay,  y  él  con  toda  seguridad,  siempre 
ha  respetado  á  V.  E.,  y  con  los  pueblos  ha  conservado  la 
armonía,  y  las  consideraciones  que  se  le  recomendaron,  y 
que  positivamente  se  le  ha  ordenado. 

Estos  principios  ha  manifestado  S.  'SI.  á  las  potencias 
de  Europa  que  se  declararon  mediadoras  en  este  negocio 
del  Río  de  la  Plata ;  y  lo  que  ha  instado  más  fuertemente 
es  que  consoliden  una  pacificación,  que  vuelva  á  hacer 
felices  á  estos  pueblos,  pues  esto  igualmente  pone  en  tran- 
quilidad al  Brasil.  De  este  modo  continúa  excitando  con 
la  mayor  eficacia ;  y  el  respeto  con  que  S.  ^L  debe  tratar  á 


APÉNDICE  III  653 

potencias  tan  respetables  lo  lia  hecho  suspender  cualquier 
otro  paso  político  por  más  interesante  que  él  fuese,  para 
no  dar  ni  aun  el  más  leve  motivo,  á  disfavores  que 
hubiesen  de  perjudicar  al  fin  principal  de  la  pacificación 
que  S.  M.  desea  más.  Habiendo  tenido  de  este  modo  el 
honor  de  ser  el  intérprete  de  los  sentimientos  de  S.  M.  el 
Rey  mi  amo,  para  con  V.  E.  y  para  con  esos  pueblos,  me 
permitirá,  que  por  mi  particular  proteste  á  V.  E.  la  alta 
consideración  y  profundo  aprecio  con  que  soy  — De  V.  E. 
Mayor  y  más  seguro  servidor. — Thomas  Antonio  de  Villa- 
nova  Portugal. — Excmo.  Sr.  Juan  Martín  de  Pueyrredón. 
— Sr.  Director  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Pla- 
ta.— Río  Janeiro  23  de  julio  de  1818. — Es  copia  del  origi- 
nal que  en  portugués  pasó  al  señor  Director. 

Nota  .'•  Los  demás  documentos  á  que  hace  referencia  la 
nota  se  devolvieron  al  P.  E.  originales. — (Nota  de  la  Se- 
cretaría del  Congreso.) 


Oficio  del  señor  Director  al  Congreso 

Reservado. — Soberano  Señor :  Debiendo  Vuestra  So- 
beranía tomar  conocimiento  sobre  el  resultado  que  ha 
tenido  en  la  Corte  del  Brasil  el  proyecto  de  artículos  adi- 
cionales al  armisticio  del  25  de  mayo  de  1812,  acompa- 
ño al  efecto  la  nota  oficial  del  ministro  de  Relaciones 
Exteriores  de  aquella  Corte  núm.  i.°  y  la  de  igual  clase 
del  diputado  don  Manuel  José  García  núm.  2,  con  las  cua- 
tro copias  que  incluye.  Para  mejor  instrucción  remito  tam- 
bién la  carta  confidencial  de  este  último  núm.  3,  y  espero 
que,  enterado  de  todo,  se  servirá  Vuestra  Soberanía  devol- 
vérmelas, con  las  prevenciones  que  crea  del  caso  para 
arreglar  la  contestación,  pues  que  al  diputado  García  se  le 
previene,  que  se  contestará  á  todo  en  primera  oportunidad 
según  y  en  los  términos  que  acordase  el  Soberano  Con- 
greso. 

Dios  guarde  á  Vuestra  Soberanía  muchos  años. — Bue- 
nos Aires,  octubre  8  de  1818. — Soberano  Señor. — .t .  Martin 
de  Pueyrredón. — Soberano  Congreso  Nacional. 


APÉNDICE  IV 

(Página  240) 

DON    TOMAS    M.    UE    ANCHORENA,    SARRATEA    Y    LAS    NEGOCIA- 
CIONES   DEL    SEÑOR    garcía 

Para  adular  y  servir  á  los  caudillos  de  Santa  Fe  y  de 
Entrerríos  que  acababan  de  desbaratar  el  orden  nacional 
en  1820,  y  por  cuyo  favor  se  había  hecho  gobernador,  don 
Manuel  Sarratea  promovió  un  juicio  de  ^-ílta  Traición  con- 
tra el  Congreso  el  gobierno  de  Pueyrredón,  en  que  hizo 
comparecer  como  complicado  al  doctor  Tomás  M.  de  An- 
chorena.  Este  publicó  en  el  acto  varios  papeles  contra  el 
go'bernador,  de  los  cuales  damos  en  seguida  algunas  trans- 
cripciones capitales,  seguida  de  los  demás  documentos  so- 
bre las  negociaciones  del  señor  García  en  Río  Janeiro. 

...  "El  es  (Sarratea)  quien  encargado  de  las  relaciones 
exteriores  de  estas  provincias  con  las  cortes  de  Europa, 
trató  de  restablecer  en  ellas  la  dinastía  de  los  Borbones 
ingiriendo  al  conde  de  Cabarrús  en  este  negocio,  y  que  ha- 
biendo consumido  al  Estado  ingentes  miles  en  aquella  co- 
misión, jamás  hizo  cosa  alguna  que  mereciese  nuesti-a  aten- 
ción. 

Habiendo  S.  S.  leído  desde  el  principio  todas  las  co- 
municiones  con  la  corte  del  Brasil,  y  demás  concernien- 
te á  ellas,  y  habiendo  hablado  repetidas  veces  sobre  su  con- 
tenido con  varios  de  los  anteriores  representantes,  les  ase- 
guró que,  por  parte  del  Congreso,  no  encontraba  en  ellas 
malicia,  sino  que  había  obrado  ciego  y  como  á  tientas,  sin 
saber  lo  qué  hacía...  No  es  conforme  á  la  integridad,  buena 
fe,  é  imparcialidad  de  un  magistrado  saltear  las  comuni- 
caciones, y  que  habiendo  publicado  el  oficio  del  Director 
Supremo  del  estado  de  19  de  noviembre  de  1846,  omita  el 
de  18  del  mismo,  v  la  contestación  del  Congreso,  sin  más 


APÉNDICE  IV  655 

antecedentes,  según  presumo,  que,  porque  el  i.",  aunque 
bajo  supuestos  falsos  é  injuriosos  al  Congreso,  pone  en 
buena  vista  la  conducta  de  don  Juan  ^lartín  Pueyrredón, 
mientras  que  la  contestación  presentando  el  plan  que  se 
había  propuesto  seguir  el  Congreso  en  dichas  relaciones  no 
sólo  satisface  á  los  injustos  reparos  que  hacía  el  Director 
del  Estado,  sino  que  manifiesta  de  un  modo  positivo  é  in- 
dudable las  sabias  y  benéficas  intenciones  que  animaban 
al  Congreso,  y  que  el  medio  adoptado  por  él  era  el  único 
que  podía  y  debía  seguirse  en  defensa  v  seguridad  del  país, 
y  sostén  de  nuestra  libertad  é  independencia.  Siguiendo 
el  tema  en  que  funda  S.  S.  sus  procedimientos  contra  los 
diputados  en  congreso,  mejor  que  las  relaciones  del  Bra- 
sil, deberían  publicars3  las  del  señor  de  Sarratea  relativas 
á  la  misión  del  conde  de  Cabarrús  cerca  de  la  persona  de 
nuestro  viejo  Rey  el  señor  don  Carlos  IV,  y  que  sólo  por 
no  olvidar  el  refrán  que  dice,  la  justicia  por  casa  ajena, 
S.  S.  ha  aflojado  en  esta  parte  del  gran  celo  que  manifiesta 


y  ahora  trata  de  vengar  resentimientos  particulares  com- 
prometiendo al  mejor  de  nuestros  agentes  (el  señor  Gar- 
cía) por  más  que  S.  S.  pinte  santos,  ó  aparente  pintarlos, 
jamás  merecerá  otro  concepto  en  el  mundo  que  el  que  le  da 
la  incomparable  infamia  y  criminalidad  de  sus  procedi- 
mientos en  este  negocio 

Sin  delicadeza  ni  pudor  él  se  ha  erigido,  contra  todo 
derecho,  en  Juez  de  los  Representantes  de  los  pueblos  en 
congreso,  siendo  público  su  enconado  resentimiento  con- 
tra ellos 

y  siendo  él  el   primero,  y  acaso  el 

único  verdadero  delincuente,  por  haber  tratado  nada  me- 
nos que  con  el  mismo  rey  don  Carlos  IV,  por  medio  del 
conde  de  Cabarrús,  sin  poderes  ni  representación  legíti- 
ma de  estas  Provincias,  ni  aun  del  gobierno,  para  coro- 
nar en  ellas  á  uno  de  los  infantes  de  la  casa  de  Borbón, 
reinante  en  España :  ha  tenido,  no  obstante,  bastante  des- 
caro é  impudencia  para  hacer  un  crimen  á  los  represen- 
tantes de  los  pueblos  de  unas  relaciones,  que  según  los 
sujetos,  las  circunstancias  y  los  términos  en  que  las  con- 


656  APÉNDICE  IV 

dujeron,  harán  siempre  honor  á  los  diputados  del  CongresJ. 

Con  una  insolencia  sin  ejemplo  él  aseguró  en  su  pro- 
clama que  habíamos  jurado  (por  un  honor  que  no  tenía- 
mos) que  no  había  tratado  existente  con  la  corte  del  Bra- 
sil. Comprometido  de  un  modo  tan  solemne  á  convencer- 
nos del  perjurio,  aunque  se  arrojó  sobre  los  archivos  del 
Congreso  y  se  apoderó  de  sus  más  secretas  comunicaciones, 
no  ha  podido  presentar  hasta  ahora,  ni  presentará  jamás, 
ese  documento  diplomático  con  que  debe  desmentirnos,  que- 
dando de  este  modo  confundida  su  atroz  calumnia. 

Se  queja  del  estilo  que  yo  uso  para  con  él ;  pero  yo  pre- 
gunto :  ¿  el  ardor  y  acrimonia  con  que  Cicerón  increpaba  á 
Catilina  era  impropio  de  sus  luces  ni  -del  amor  que  profe- 
saba la  justicia?...  el  señor  Sarratea  ha  procedido  peor 
que  Catilina,  no  solamente  atacando  la  República,  sino 
traicionando  la  confianza  que  se  le  había  hecho. 

Y  siendo  un  segundo  Catilina  más  perverso  que  el  pri- 
mero, ¿qué  extraño  es  que  yo  usase  de  toda  acrimonia 
y  vehemencia  que  pueda  imaginarse  en  reproche  de  sus 
crímenes?... 

...Para  disimular  su  perfidia  se  presenta  este  malvado 
en  su  contestación  muy  ufano,  con  toda  la  impavidez  y 
descaro  de  un  hombre  acostumbrado  al  crimen,  echándo- 
me en  rostro  de  que  él  no  fué  acusado  de  traidor  al  país, 
de  aliado  con  los  portugueses,  de  ladrón,  ni  de  asesino  de 
sus  compatriotas;  como  si  estas  acusaciones  en  su  boca, 
sin  probarlas,  constituyéndose,  al  mismo  tiempo,  en  juez 
de  ellas,  importasen  algo  en  ninguna  parte  del  mundo ;  y 
como  si  las  reclamaciones  de  palabra  y  por  la  prensa,  que 
se  han  hecho  en  esta  ciudad  sobre  su  pérfida  conducta,  y 
á  Jos  cargos  arbitrarios  que  formó  al  Estado,  y  demás  gas- 
tos hechos  en  su  misión  á  Londres  no  fuesen  las  más  so- 
lemnes acusaciones  de  traidor,  de  ladrón  y  de  asesino  de 
sus  conciudadanos,  á  que  no  ha  satisfecho,  ni  satisfará  ja- 
más; porque  cabalmente  el  mismo  pueblo  ha  sido  testigo 
presencial  de  su  conducta. 

Usando  de  ese  mismo  tono  insolente  y  atrevido  pregun- 
ta ¿  si  pertenezco  á  los  que  firmaban  y  pasaban  por  todo 


APÉNDICE  IV  657 

en  el  Congreso,  sin  saber  ni  cuidar  de  las  relaciones  ex- 
teriores, ó  á  los  iluminados  en  ellas  ?  Y  aunque  el  des- 
precio de  la  pregunta  sería  la  verdadera  contestación  que 
debería  darle,  le  diré  sin  embargo,  por  si  lo  ignora,  que 
todos  los  pueblos  saben  á  qué  parte  pertenezco :  que  no 
comprendo  á  quiénes  llama  iluminados  en  dichas  relacio- 
nes ;  y  que,  cuando  se  explique  con  más  claridad  y  no  con 
la  falacia  que  acostumbra,  le  contestaré  si  estuviese  de 
humor  para  ello. 

Supone  también  que  yo  juzgo  que  nada  han  tenido  de 
malo  los  tratados  con  los  portugueses:  que  es  nada  que 
en  virtud  de  ellos  se  haya  ocupado  en  substancia  la  llave 
de  todo  este  continente,  y  una  de  las  más  interesantes  por- 
ciones de  territorio  por  las  armas  de  aquella  nación:  que 
es  una  cosa  indiferente  v  aun  laudable,  que  para  mante- 
nerles en  aquella  usurpación  se  les  haya  auxiliado,  no  sólo 
con  cuanto  han  necesitado  para  hacer  la  guerra  á  los  orien- 
tales, sino  haciéndosela  nosotros  mismos  de  común  acuer- 
do ;  que  poco  importan  las  violencias  de  todo  género  que 
se  han  cometido  contra  los  opuestos  á  estos  proyectos ;  que 
todo  se  salva  con  que  el  Congreso  ignorase  en  la  mayor 
parte  los  misterios,  que  sólo  estaban  al  alcance  de  un  cier 
to  número;  que  el  agente  que  ha  trabajado  en  ellos  e¿ 
en  mi  concepto  el  mejor  de  nuestros  agentes. 

Todo  esto  supone  con  toda  la  fe  y  charlatanería  que  le 
caracteriza,  siendo  así  que,  como  se  verá  en  mi  excusa- 
ción, yo  no  he  entrado  en  la  discusión  de  estos  puntos,  ni 
he  dicho  que  todo  se  salva  con  que  el  Congreso  ignora- 
se en  la  mayor  parte  los  misterios,  que,  sin  probar,  su- 
pone Catilina;  y  que  niego,  y  negaré  siempre,  porque  es 
falso,  que  haya  celebrado  el  Congreso,  mientras  yo  fui 
diputado,  tratados  con  los  portugueses ;  que  á  virtud  de 
ellos  haya  ocupado  la  Banda  Oriental,  ni  la  más  peque- 
ña parte  de  nuestro  territorio;  que  entonces  haya  coope- 
rado de  algún  modo  el  Congreso  á  mantener  la  usurpación, 
que  haya  cometido  ó  autorizado  violencia  contra  ninguna 
persona  por  opuesta  á  estos  proyectos ;  y  que  haya  tra- 
bajado en  ellos  nuestro  agente  en  el  Brasil,  á  quien  se- 
guramente tengo  por  el  mejor  de  nuestros  agentes,  porque 
Catilina,  á  pesar  de  todo  sit  empeño,  no  podrá  hacer  ver  lo 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO    VI. — 42 


658  APÉNDICE  IV 

contrario.  Pero  como  su  primer  conato  es  promover  la  di- 
visión, la  cliscordia  y  la  anarquía  en  todos  los  pueblos  de 
las  provincias,  y  principalmente  en  los  que  forman  la 
puerta  de  este  gran  territorio  para  llevar  adelante  sus 
pérfidos  designios;  y  como  no  encuentra  bastante  mate- 
rial en  la  verdad  de  los  hechos,  se  vale  de  la  impostura, 
de  la  acriminación,  de  suposiciones  falsas  y  de  cuanta  cla- 
se de  embrollos  es  imaginable  para  hacer  odiosas  á  to- 
das las  personas  que  no  son  de  su  amaño.  Así  es,  que 
en  su  boca  fueron  unos  criminales  todos  los  que  adminis- 
traron los  negocios  del  país  antes  de  entrar  él  la  primera 
vez  al  gobierno,  los  que  le  acompañaron  en  aquella  épo- 
ca, sus  compañeros  de  armas  en  la  Banda  Oriental,  to- 
dos los  que  ejercieron  después  los  principales  ramos  de 
administración  pública  hasta  que  ha  vuelto  al  Gobierno 
de  la  Provincia ;  de  modo  que  según  su  opinión  no  hay 
en  esta  ciudad  un  hombre  de  talento,  imparcial,  justo, 
desinteresado,  de  honor,,  y  patriota,  sino  Catilina,  y  los 
pocos  que,  por  demasiada  estupidez  ó  corrupción,  le  for- 
man su  corta  pandilla.  Mas  es  tal  la  desgracia  de  este 
buen  hombre,  que  todos  le  tienen  por  un  trapalón,  embus- 
tero, y  nadie  le  cree,  ni  aun  cuando  por  descuido  dice  al- 
guna verdad 

Pasemos  ahora  á  manifestar  todos  los  efugios  con  que 
pretende  evadir  los  argumentos  que  se  le  hacen,  y  cargos 
á  que  tiene  que  responder.  Dice  al  principio  que  al  im- 
putarle yo  crímenes  no  me  vindica  de  la  nota  con  que 
ha  vedado  mi  elección.  En  esto  dice  una  verdad,  pero 
una  verdad  que  no  hace  al  caso,  ni  satisface  á  mis  refle- 
xiones. Las  indicaciones  que  yo  he  hecho  de  su  conducta 
pública,  cuando  fué  gobernante,  cuando  general  en  la  Ban- 
da Oriental  y  cuando  enviado  cerca  de  las  cortes  de  Eu- 
ropa, no  son  para  vindicarme  de  sus  acriminaciones,  sino 
para  demostrar  que  no  ha  podido  ser  destinado  á  residen- 
ciar las  anteriores  administraciones,  como  principió  á  ha- 
cerlo con  la  de  don  Ignacio  Alvarez,  porque  sería  el  pri- 
mero que  debería  quedar  sujeto  á  este  juicio.  Pero  el  em- 
brollón, que  sólo  trata  de  embrollar,  se  desentiende  del 
asunto.  V  todo  lo  llama  á  embrollo 


APÉNDICE  IV  659 

Cotéjense,  pues,  ahora  estos  hechos  con  la  relación  de 
Catilina,  y  se  verá  hasta  qué  grado  de  insolencia  lleva 
este  bribón  sus  embustes.  Es  verdad  que  él,  con  la  im- 
pavidez que  acostumbra,  dirá  que  todo  esto,  y  mucho  más 
que  se  dice,  es  falso;  pero  el  pueblo  que  lo  sabe,  esté 
persuadido  de  ello  con  mucho  fundamento 

En  cuanto  á  las  relaciones  con  Carlos  IV,  en  que  trató 
de  traer  uno  de  los  infantes  y  coronarle  en  estas  provin- 
cias elevadas  al  rango  de  nación,  no  libre,  sino  indepen- 
diente (sobre  lo  que  yo  no  he  dicho  más,  que  lo  que  apa- 
rece de  su  mismo  relato),  trata  de  vindicarse  con  decir, 
que  fué  incitándolo  á  que  hiciese  una  declaración  pública 
de  la  usurpación  del  hijo;  y  que  hizo  entre  tanto  dos  re- 
mesas de  armas  y  municiones  sin  estar  provisto  de  fondos 
para  su  compra. 

Yo  celebro  oir  esta  confesión,  aunque  no  muy  ingenua, 
en  boca  de  Catilina,  porque  me  presenta  la  oportunidad 
de  examinarle  la  conciencia  á  este  trapacero  embrollón. 
¿Conque,  según  eso,  el  llamar  secretamente  y  sin  sufi- 
cientes poderes,  cuando  no  existía  representación  alguna 
en  el  país,  á  un  infante  de  la  familia  más  enemiga  nuestra, 
para  coronarlo  de  Rey  en  estas  provincias,  sin  constitu- 
ción, \-  sin  más  rango,  que  el  de  nación  independiente, 
no  es  una  intriga,  una  traición,  no  es  poner  en  subasta  el 
país,  no  es  vender  á  los  americanos  como  á  negros,  no 
es  buscar  y  llamar  príncipes  clandestinamente?  ¿Y  por 
qué  lo  será  el  haher  propuesto  con  suficientes  poderes  la 
coronación  de  un  infante  de  otra  familia  real  estableci- 
da en  América,  vecina  nuestra,  enemiga  de  aquélla,  ba- 
jo la  constitución  que  estas  provincias  le  diesen,  y  que- 
dando, por  lo  mismo,  elevadas  al  rango  de  nación  libre 
é  independiente  ?  Ya  me  parece  que  oigo  á  Catilina  des- 
atarse con  una  contestación  llena  de  invectivas,  de  supo- 
siciones falsas ;  y  que  soltando  por  acá  y  por  allá  espe- 
cies y  acriminaciones,  y  desconociendo  los  principios  que 
reglan  la  política  de  estos  negocios,  se  desvía  de  la  cues- 
tión y  grita :  Traición,  traición,  y  todo  lo  llama  á  em- 
brollo. Pero  iremos  poco  á  poco,  y  á  pesar  de  todos  sus 
efugios  y  tramoyas,  procuraremos  ponerlo  en  vereda. 


66o  APÉNDICE  IV 

Coronar  un  infante  sin  asegurar  la  libertad  del  pais. 
por  medio  de  una  constitución  liberal,  y  por  ello  formar  un 
cargo  al  gobierno  de  ingentes  miles  fuera  de  lo  que  llevó 
Catilina,  esto  sí  que  es  traicionar,  jugar  con  nosotros  v 
vendernos  como  á  negros;  pues  es  bien  sabido,  que  el  pri- 
mero y  principal  objeto  de  nuestra  revolución  ha  sido  esta- 
blecer nuestra  libertad  política  y  civil.  Coronar  un  infante 
de  la  familia  real  que  ha  desplegado  el  mayor  furor  y  más 
negro  encono  contra  nosotros,  ya  por  el  desaire  que  hemos 
hecho  á  su  autoridad  despótica,  y  ya  por  el  desprecio  con 
que  se  le  ha  tratado  en  nuestros  papeles  públicos,  esto  sí 
que  es  más  que  perfidia,  más  que  traición  y  más  que  venta 
como  de  negros;  es  entregarnos  por  nuestro  dinero  á  la 
ira  de  un  hombre  agraviado  y  resentido  hasta  el  último 
punto  (que  jamás  podría  olvidar  las  injurias  que  conside- 
rase hechas  á  su  familia)  para  cebar  en  nosotros  el  fuego 
de  su  venganza.  Y  á  la  verdad  ¿quién  podrá  dudar  un  sólo 
momento  que  éste  es  el  concepto  en  que  están  todos  los 
pueblos? 

Pero  Catilina  dice  que  esto  no  es  traición,  por  haber 
hecho  entre  tanto  dos  remesas  de  armas  y  municiones,  sin 
expresar  qué  clase  de  armas,  ni  el  número,  ni  quién  las 
trajo;  remesas  á  la  verdad  milagrosas,  porque  se  hi-, 
cieron  venciendo  grandísimas  dificultades,  sin  tener  fon- 
dos (menos  crédito,  que  jamás  lo  tuvo)  sin  ajustar  pre- 
cios, sino  á  la  contingencia  de  lo  que  quisiese  convenir 
el  gobierno  con  los  armadores.  Y  aunque  los  que  cree- 
mos en  milagros  sabemos  exigir  para  ellos  pruebas  evi- 
dentes, éste  es  preciso  creerlo  bajo  la  simple  palabra  de 
Catilina,  que  es  tan  segura,  como  la  de  honor  que  suele  dar 
y  como  los  juramentos  que  hace,  de  que  tenemos  larga  ex- 
periencia. 

Al  contrario,  es  traición  el  proponer  la  coronación  de 
un  infante  del  Brasil  bajo  -de  una  consitución,  que  ele- 
vando estas  provincias  al  rango  de  nación,  afianzase  su 
libertad  é  independencia.  En  vano  se  le  dirá;  pero  señor 
Catilina,  ¿  cómo  pudo  ser  traición  cuando  por  el  oficio  de 
enero  de  1817,  que  usted  no  ha  querido  publicar  maliciosa- 
mente, constan  los  interesantes  fines  v  justos  motivos  que 
tuvo  el  Congreso  para  acordar  esta  proposición,  y  que  en 
ella    estaban    tan    distantes    los    diputados    de    contravenir 


APÉNDICE  IV  66 1 

á  sus  poderes  é  instrucciones,  ni  al  voto  de  los  pueblos, 
que  muchos  de  ellos  sostenían  públicamente  en  Congreso, 
que  una  monarquía  constitucional  era  lo  que  más  convenía 
al  país,  sin  que  por  esto  los  pueblos  los  mirasen  como  trai- 
dores ? 

Pero  ¿  cómo  pudo  haber  intriga  con  los  portugueses 
cuando  el  Congreso  circulaba  órdenes  al  mismo  tiempo  á 
todos  los  jefes  de  provincia  para  que  alarmasen  los  pue- 
blos y  los  pusiesen  en  el  mejor  pie  de  defensa;  se  ordena- 
ba el  reclutamiento  de  gente  al  cinco  por  ciento  de  la  po- 
blación ;  que  se  proyectaban  y  plantificaban  medios  de  en- 
grosar los  fondos  públicos  para  el  sostén  de  los  ejércitos, 
que  debían  aumentarse,  y  que  se  les  protestase  á  los  mis- 
mos portugueses  sobre  la  ocupación  de  la  Banda  Oriental, 
según  aparece  de  las  comunicaciones  oficiales  dirigidas  al 
Director  del  Estado? 

Es  un  hecho  notorio  y  público  que  el  Congreso  hizo  los 
mayores  esfuerzos  para  la  unión  con  Artigas,  mandándole 
una  diputación  de  su  mismo  seno,  por  la  que  lo  invitaba 
al  nombramiento  de  diputados  por  la  Banda  Oriental,  pa- 
ra tomar  parte  en  la  representación  de  aquel  cuerpo,  que 
el  general  don  Antonio  Balcarce.  siendo  Director  interino, 
remitió  auxilios  á  dicho  general,  que  fueron  recibidos  con 
desdén,  y  que,  á  pesar  de  eso,  ¡el  Congreso  ordenó  repe-, 
tidas  veces  se  le  auxiliase  del  modo  posible  por  el  supremo 
gobierno  del  Estado  ! 

¿No  recuerda  usted  que  jamás  estuvieron  en  peor  esta- 
do que  entonces  las  provincias  para  declarar  la  guerra  á 
ninguna  potencia?  ¿No  tiene  usted  presente  la  completa 
derrota  que  había  sufrido  nuestro  ejército  en  el  Perú? 
¿  Qué  el  general  La  Serna  marchaba  á  ocupar  á  Salta  y  Tu- 
cumán?  ¿Qué  se  interceptaron  comunicaciones  al  enemigo 
en  que  dicho  general  y  Marcó  del  Pont  trataban  de  obrar 
en  combinación  para  batir  los  restos  de  nuestro  ejército, 
que  se  habían  replegado  al  Tucumán?  ¿Que  el  de  Men- 
doza ocupaba  toda  la  atención  del  gobierno  y  congreso  por 
el  indispensable  empeño  en  que  nos  hallábamos  de  re- 
cuperar la  libertad  de  Chile?  ¿Que  entre  tanto  retocados 
aun  los  pueblos  de  la  disolución  del  año  15,  se  estaban  á 
cada  paso  convulsionando? 


662  APÉNDICE  IV 

¿Que  hubo  una  revolución  en  la  Rioja,  que  tardó  en 
sofocarse,  otra  en  Santiago  del  Estero,  dos  en  Córdoba: 
que  Santa  Fe  estaba  en  guerra  abierta  con  Buenos  Aires,  y 
que  en  esta  ciudad  liubo  varias  convulsiones  y  mutacio- 
nes de  gobierno?  En  una  palabra,  ¿que  todo  el  Estado  ar- 
día en  disensiones  y  rivalidades,  y  que  era  imposible  acallar 
de  pronto  las  p  siones,  reconciliar  los  ánimos,  y  concentrar 
la  fuerza  moral  y  fisica  de  las  provincias? 

¿  No  recuerda  usted  que  el  general  Artigas  no  quena 
que  pisase  un  solo  hombre  de  nuestras  tropas  en  la  Banda 
Oriental  ni  en  Entre  Rios  en  clase  de  auxiliar  ni  de  alia- 
do, y  que  por  lo  mismo,  nosotros,  declarando  la  guerra  á 
Portugal  no  podiamos  hostilizarlo  por  agua  ni  por  tierra, 
y  menos  defender  el  territorio  Oriental?  ^  para  que  los 
portugueses  se  uniesen  con  la  España  y  cooperasen  á  nues- 
tra subyugación  ?  ¿  para  que  empeñados  en  una  empresa 
superior  á  nuestros  recursos  olvidásemos  las  atenciones 
sobre  el  Perú  y  Chile,  y  estrechados  por  españoles  y  portu- 
gueses pereciese  la  causa  del  país  v  recibiésemos  la  ley 
que  nos  quisiesen  imponer? 

Pero  señor  Catilina.  ¿no  ve  usted  que  discurriendo  así, 
cuando  le  oigan  han  de  mirarlo  como  á  un  trapalón  despre- 
ciable, al  considerar  que  si  usted  no  se  tuvo  per  pérfido,  ni 
por  ente,  cuando  se  trataba  de  someternos  á  la  familia 
real  de  España  en  la  negociación  con  Carlos  IV,  menos 
lo  serán  bajo  este  concepto  los  que  proponían  la  corona- 
ción del  infante  del  Brasil? 

¿  No  considera  usted  por  otra  parte  que  estas  proposi- 
ciones pudieran  ser  hechas  con  el  objeto  de  ocultar  las  mi- 
ras ulteriores  del  congreso,  ó  explorar  las  intenciones  de  la 
corte  del  Brasil,  ó  de  desviarla  de  alguna  combinación 
con  la  España,  ó  de  entretener  aquel  misterio  con  es- 
peranzas lisonjeras,  ínterin  las  provincias  mejoraban  de 
situación,  ó  por  hacer  juego  con  la  Inglaterra  y  demás 
potencias  de  Europa  para  comprometerlas  á  una  resolu- 
ción favorable,  ó  por  no  refriar  la  buena  armonía  con 
aquel  reino,  para  que  en  caso  que  no  se  consiguiese  res- 
tablecer la  unión  y  orden  de  nuestros  pueblos,  y  de  que 
invadido   por   las    fuerzas   españolas   tocásemos   los   extre- 


APÉNDICE  IV  663 

mos  de  una  fatalidad,  nunca  más  temible  que  en  medio 
de  la  división,  tuviesen  los  hombres  comprometidos  un 
pronto  asilo  en  donde  se  viesen  libres  del  furor  de  nues- 
tros enemigos?  ¿Y  no  cree  usted  que  si  el  Congreso  obró 
animado  de  estas  ideas,  tan  lejos  de  merecer  la  nota  de 
traidor,  es  digno  de  la  gratitud  de  los  pueblos,  pues  que, 
aun  cuando  los  poderes  é  instrucciones  de  todos  los  dipu- 
tados expresamente  les  prohibiesen  establecer  una  mo- 
narquía en  estas  provincias,  pudieron  y  debieron  dar  es- 
tos pasos  políticos  y  llevarlos  hasta  un  punto  en  que  ni 
el  congreso,  ni  los  pueblos  quedasen  ligados  al  cumpli- 
miento de  semejantes  proposiciones,  con  tal  que  se  logra- 
ra el  objeto  á  que  se  dirigían? 

El  doctor  Anchorena  ha  dicho  que  él  había  sido  uno 
de  los  comisionados  para  presentar  el  proyecto  de  Instruc- 
ciones Reservadas  y  Reservadísimas,  que  debía  llevar  el  en- 
viado cerca  del  general  Lecor,  que  no.  tenía  presente  si 
había  salvado  algunos  votos  en  lo  perteneciente  á  las  re- 
laciones con  la  corte  del  Brasil,  pero  que  su  opinión  y 
conducto  estaban  explicadas  con  toda  claridad  en  el  ex- 
presado oficio  de  II  de  enero  de  1817,  que  dirigió  el  con- 
greso al  supremo  Director  del  Estado,  del  que  tenía  una 
copia  de  su  poder 

Hemos  entresacado  estos  fragmentos  de  los  escritos  de 
Anchorena,  porque  prescindiendo  de  la  intemperancia  del 
estilo,  reproducen  con  verdad  el  juicio  de  la  opinión  pú- 
blica sohre  el  carácter  y  las  debilidades  de  don  Manuel 
de  Serratea.  Bastará  que  así  resulte  y  se  tenga  presente 
que  iguales  conceptos  ha  vertido  Rivadavia,  Belgrano, 
García,  etc.,  hombres  todos  de  diversos  partidos  y  caracte- 
res; pero  contestes  con  este  juicio. 


APÉNDICE    V 

(Página   238) 
DEPORTACIOX     DEL    COROXEL     MANUEL    DORREGO 

Habiéndome  ocupado  del  triste  incidente  que  acabo  de 
narrar,  en  la  Revista  del  Río  de  ¡a  Plata  (vol.  VI,  pági- 
na 386)  el  coronel  don  Mariano  E.  Moreno,  me  observó  que 
no  eran  exactos  los  cargos  con  que  yo  había  presentado  el 
carácter  y  el  tenor  de  la  ''Entrevista  del  Supremo  Director 
Pueyrredón  con  el  coronel  Dorrego".  Hícele  yo  notar  que 
mi  relato  y  las  reminiscencias  en  que  lo  había  fundado,  es- 
taban totalmente  conformes  con  el  Manifiesto  y  con  el 
Decreto  que  he  transcrito  al  pie  del  texto ;  y  que  estas  eran 
piezas  oficiales  de  que  ningún  historiador  podía  prescindir, 
y  mucho  menos  yo  que  no  conocía  documento  que  pudiera 
invalidarlas.  Como  el  coronel  Moreno  conservaba  un  re- 
cuerdo amistosísimo  y  piadoso  por  la  memoria  de  su  desgra- 
ciado amigo  el  coronel  Dorrego,  tenía  sumo  interés  en  vin- 
dicarlo:  y  como  era  hijo  político  del  general  don  Marcos 
Balcarce,  tenía  muchos  papeles  curiosos  de  éste  y  de 
sus  hermanos  en  los  cuales  figuraban  las  dos  cartas  si- 
guientes, de  que  permitió  tomar  copia  para  cuando  yo, 
revisando  mi  trabajo,  hubiera  de  volver  sobre  el  asunto : 
"Baltimore  2  de  junio  de  1817. — Sr.  general  don  Antonio 
G.  Balcarce "Desde  Santa  Fe  es- 
cribí al  general  San  Martín  solicitando  ir  á  servir  á  sus 
órdenes;  los  oficiales  del  N.°  8  saben  cuántas  veces  ha- 
bíamos acordado  solicitar  que  se  nos  destinase  á  esa  cam- 
paña. Dígalo  usted  y  cuantos  me  conocen,  el  placer  con 
que  estaba  desde  el  momento  en  que  recibí  la  orden ;  apa- 
rezca una  sola  persona  que  me  notase  alguna  resistencia. 
,:  Xo  estaban  parte  de  mis  trastes  cargados,  carruaje  pron- 


APÉNDICE  \^  665 

to  y  también  mi  familia  para  hacerlo  al  día  siguiente?  ¿  Xo 
me  tenía  casa  pronta  en  Mendoza  don  Gregorio  Lemus? 
Muestre  el  mismo  sus  cartas  y  las  mías.  Mas  por  fortuna, 
vaciaré  un  documento  que  original  conservo  por  haberlo 
recibido  en  mi  prisión,  por  medio  del  mismo  señor  Direc- 
tor.— ^Sr.  D.  Manuel  Dorrego. — Mendoza,  noviembre  13  de 
1816.- — ^Mi  paisano  y  amigo:  La  de  usted  fecha  10  (?)  la 
tengo  á  la  vista,  créame  que  soy  ingenuo  y  franco  en  medio 
de  mis  defectos,  la  venida  de  usted  es  de  la  mayor  satis- 
facción, trabajaremos  juntos  y  yo  le  acreditaré  que  soy 
su  amigo  sincero  y  que  sé  apreciar  su  valor  y  su  talento. 
Hasta  que  tenga  el  gusto  de  abrazarlo,  su  compañero  y 
amigo :  José  de  San  Martín". 

Volviendo  ahora  á  la  exactitud  ó  falsedad  de  los  cargos 
hechos  por  Pueyrredón  á  Dorrego,  es  de  notarse  que  de 
todo  el  relato  de  faltas  que  se  le  echan  en  cara,  éste  no 
levanta  más  cargo  que  el  de  haberse  negado  á  incorpo- 
rarse al  ejército  de  los  Andes.  Pero  ¿cómo  resolver  ahora 
cuál  de  losados  adversarios  dice  la  verdad  siendo  tan 
categórica  la  acusación  del  uno  com.o  la  negativa  del 
otro?  ¿Es  el  Supremo  Director  quien  faltaba  á  la  buena 
fe  y  á  la  honradez  en  el  acto  mismo  en  que  castigaba 
cruelmente  á  un  heroico  militar  de  la  independencia  ar- 
gentina ?  ¿O  es  el  acusado,  la  víctima,  quien  niega  y 
oculta  una  negativa  contraria  á  sus  deberes  militares  y 
á  su  misma  gloria?  La  duda  me  parece  insoluble;  á  pe- 
sar de  qué  fijando  la  atención  en  las  fechas,  muy  bien 
pudiera  encontrarse  que  los  cargos  y  los  descargos  encu- 
bran una  distancia  notable  de  tiempos  y  de  momentos.  Dice 
el  coronel  Dorrego :  ''que  escribió  su  carta  á  San  Martín 
desde  Santa  Fe".  De  junio  á  agosto,  Dorrego  era  en  efec- 
to 2.°  jefe  de  la  división  que  á  las  órdenes  de  Díaz-Vélez 
ocupaba  Santa  Fe;  pero  en  esos  días  el  Supremo  Director 
era  el  general  A.  G.  Balcarce  y  no  Pueyrredón.  El  gene- 
ral San  Martín  le  contesta  con  fecha  13  de  noviembre  á 
la  carta  del  10;  pero  no  dice  el  10  de  qué  mes.  No  puede 
ser  de  noviembre  porque  en  tres  días  no  podía  una  carta 
llegar  de  Santa  Fe  á  Mendoza.  De  manera  que  la  carta  de 
Dorrego  debió  ser  de  10  de  octubre  ó  septiembre.  Después  de 
esta  fecha  fué  precisamente  cuando  se  agriaron  al  extremo 


666  APÉNDICE  V 

las  relaciones  de  Pueyrredón  con  Dorrego.  Este  habia  sido 
partidario  de  la  elección  de  Balcárce,  y  derrotado  en  este 
intento  se  afilió  ardientemente  á  los  enemigos  del  nuevo 
Director  Supremo.  Así  es  que  en  el  tiempo  que  medió  entre 
su  carta  á  San  Martín  y  la  llegada  de  Pueyrredón  á  la 
capital,  la  creación  de  la  Logia  Lautaro,  y  la  fundación 
de  la  nueva  política  unitaria,  muy  bien  pudieron  suscitar 
pasiones  y  rencillas,  compromisos  de  partidos  é  intereses 
de  círculo  que  influyeron  en  el  joven  coronel  para  que  le 
negase  á  Pueyrredón,  lo  mismo  que  antes  había  ofrecido 
á  San  Martín.  Si  con  esta  presunción  no  se  explicase  la 
singular  contradicción  de  los  documentos,  no  quedaría  más 
solución  que  la  de  convenir  en  que  el  Supremo  Director 
había  faltado  á  la  verdad  y  á  la  honra  al  asegurar  en  su 
Manifiesto  que  el  coronel  Dorrego  se  había  negado  á  po- 
nerse á  las  órdenes  del  general  San  Martín,  pues  la  carta 
de  éste  no  deja  duda  posible  de  lo  contrario...  en  fecha 
anterior  al  menos. 

De  todos  modos  el  proceder  del  Supremo  pirector  fué, 
como  hemos  dicho  excesivo  y  cruel :  el  coronel  Dorrego 
fué  echado  en  buquecillo  miserable  que  partía  para  el 
mar  de  las  Antillas,  sin  puerto  determinado. 

Xada  se  hizo  para  depararle  un  viaje  cómodo  al  me- 
nos y  una  acogida  digna  de  un  argentino  de  su  mérito 
en  parajes  donde  era  ignorado  hasta  el  nombre  del  país 
en  que  este  brillante  guerrero  de  la  independencia  había 
nacido.  Cuando  supo  que  el  buque  debía  llevarlo  á  Cuba, 
comprendió  que  la  idea  había  sido  sacrificarlo  y  poner- 
lo en  manos  de  los  españoles;  para  que  probablemente 
lo  llevaran  á  Ceuta.  A  fuerza  de  empeños  logró  que  el  ca- 
pitán arríbase  á  la  isla  casi  solitaria  de  Pinos,  donde  fué 
arrojado  á  tierra  en  un  bote.  En  el  momento,  con  la  vi- 
veza que  le  era  genial,  pudo  captarse  la  protección  compa- 
siva de  un  pobre  vecino  que  comprendió  las  aptitudes  y 
la  distinción  de  la  persona  de  Dorrego;  y  á  los  dos  días 
consiguió  que  le  dieran  pasaje  en  un  cntter,  único  buque 
que  había  en  aquellos  parajes,  que  partía,  según  decían, 
para  los  Estados  Unidos.  Estuvo  á  punto  de  ser  tenido  y 
tratado  como  compañero  de  piratas  por  una  goleta  de  gue- 
rra inglesa  que  apresó  el  buque  en  que  viajaba.  Su  fortu- 


APÉNDICE  V  667 

na  fué  que  impresionado  el  teniente  i."  de  la  goleta  por  el 
talento  y  las  demostraciones  de  Dorrego  se  hizo  fiador  de 
su  persona,  hasta  que  tocando  en  el  primer  puerto  de  los 
Estados  Unidos,  pudiesen  verificarse  los  hechos  que  alega- 
ba en   su  defensa,  como  en  efecto  los  verificaron. 

Travieso  en  las  cosas  de  detalle  é  irreverente  también 
con  sus  superiores,  por  exceso  de  ingenio  y  de  vivacidad, 
nunca  dejó  de  tener  un  corazón  sano  en  el  fondo :  nun- 
ca fué  verdaderamente  revoltoso  ó  revolucionario;  por  su 
patriotismo,  siempre  puro  y  elevado,  sabía  poner  límite 
á  sus  genialidades  delante  del  interés  común  de  su  país. 
Con  fecha  19  de  mayo  de  1873  escribía  desde  Baltimore 
esta  carta  al  general  don  Antonio  González  Balcarce,  que 
es  digna  de  ser  consignada  en  las  páginas  de  nuestra  his- 
toria:  "Mi  apreciado  amigo  y  señor:  por  medio  del  oficial 
don  Juan  José  Pica  he  escrito  á  usted.  Mas  dudando  que 
aquélla  llegue  á  sus  manos  repito  ésta.  Siempre  he  creído 
á  usted  con  sobrada  rectitud  y  juicio  para  no  dar  crédito 
á  un  folleto  que,  con  el  nombre  de  auto,  se  ha  publicado 
en  esa  contra  mí,  pero  que  hasta  la  fecha  no  se  me  ha 
hecho  saber,  por  lo  que  ignoro  si  me  obligará.  Mas,  por 
si  acaso  ha  producido  en  usted  algún  escrúpulo,  pronto  lle- 
gará á  sus  manos  una  carta  apologética ;  en  ella  solicito, 
no  indulto  (pues  soy  inocente)  más  que  si  soy  criminal 
ante  la  ley,  se  me  juzgue  con  arreglo  á  ella.  Esta  petición, 
en  un  país  que  se  dice  libre,  es  un  dogma,  y  espero  que  us- 
ted propenderá  por  cuantos  medios  estén  á  sus  alcances 
para  que  se  me  otorgue. 

'"En  estos  Estados,  las  muchas  presas,  nuestras  vic- 
torias en  Chile  y  Perú,  las  últimas  ventajas  de  Bolívar, 
y  la  conmoción  de  Pernambuco,  han  dado  la  más  grande 
opinión  á  los  independendientes,  en  especial  á  los  de  la 
América  del  Sud.  Ya  es  casi  indudable  que  reconocerán 
nuestra  independencia  en  el  próximo  Congreso.  Mas  por 
desgracia  nuestro  Tompson  está  fuera  de  quicio.  El  oficia! 
Pica  contará  á  usted  algunos  comprobantes  de  estos  he- 
chos que  no  se  merecen  escribirse.  Pero  lo  que  es  más 
de  consideración,  es,  que  habiéndose  poco  ha  suscitado 
varias  competencias  ruidosas  por  el  embajador  y  cónsules 
españoles,   por    cuyas    resultas   el    corsario    de   Almeyda   y 


668  APÉNDICE  V 

Otra  corbeta  han  estado  embargadas,  no  sólo  no  se  ha  po- 
dido conseguir  que  Tompson  reclamase  la  inmunidad  de 
la  bandera,  sino  que  por  el  contrario  donde  está  el  emba- 
jador, ó  algún  cónsul,  él  huye.  Se  ha  llegado  hasta  mudar 
el  nombre,  y  actualmente  nadie  sabe  dónde  existe.  Todos 
sus  papeles,  hasta  las  instrucciones  reservadas,  las  dejó 
más  de  seis  meses  en  la  Secretaría  de  Estado.  Una  de  las 
personas  de  más  categoría  en  Washington,  me  ha  llegado 
á  decir,  que  en  esa,  ó  no  había  hombres  de  quienes  echar 
mano,  ó  que  se  había  querido  ridiculizar  al  gobierno  de 
Norte-América  con  la  misión  de  Mr.  Tompson.  Carrera, 
que  supongo  estará  en  esa,  tiene  también  un  conocimiento 
de  lo  que  he  dicho;  y  yo  en  obsequio  de  mi  adorada  patria 
(aunque  proscripto)  y  á  instancias  de  los  comisionados  de 
Caracas  y  Méjico,  y  de  los  emigrados  franceses  que  tanto 
se  interesan  en  nuestra  prosperidad,  le  suplico  haga  se 
nombre  un  diputado  con  plenos  poderes,  que  entable  rela- 
ciones con  Caracas  y  Méjico,  y  que  de  acuerdo  con  dichos 
diputados  y  el  de  Pernambuco  solicite  nuestro  reconoci- 
miento. Debe  tener  viveza  y  energía  para  contrarrestar  al 
partido  español,  y  conocimientos  para  saberse  dirigir.  Es- 
pero que  usted  hará  uso  de  esta  noticia,  pero  sin  que  de 
modo  alguno  suene  mi  nombre. 

"Las  últimas  contestaciones  del  embajador  y  cónsules 
españoles  en  este  Gobierno,  me  parecen  que  dan  un  com- 
probante de  que  es  casi  indudable  un  rompimiento.  Asi 
también  lo  desean  todos  los  habitantes  de  estos  Estados, 
que  sin  duda  son  los  más  amantes  de  ¡a  libertad  de  cuantos 
habitan  el  globo.  Hace  dos  días  se  ha  publicado  en  ésta, 
que  las  diarias  convulsiones  de  la  ciudad  de  Méjico  han 
obligado  á  su  vizir  Apodaca  á  declararse  por  el  partido  in- 
dependiente, y  que  en  el  mes  de  abril  se  enarboló  en  aque- 
lla capital  el  Pabellón  republicano ;  mas  yo  suspendo  ei 
juicio.  El  autor  son  las  Gacetas  de  Nueva  Orleans  de  i6 
de  abril  relativas  á  un  barco  que  acaba  llegar  de  \'era- 
cruz"   (4). 

Proscripto  y  perseguido  con  una  forma  exagerada, 
como  hemos  visto,  Dorrego  era,  sin  embargo,  en  los  Esta- 

(4)     Colección  de  autógrafos  de  la  Biblioteca  Pi'iblica  de  Bueuos  Aires 


APÉNDICE  V  669 

dos  Unidos  un  patriota  ejemplar  y  sólido  como  se  ve.  Solí- 
cito y  vigilante  por  los  intereses  argentinos,  hasta  donde  su 
posición  y  sus  fuerzas  le  alcanzaban,  se  mostró  ajeno  á  los 
rencores  y  á  las  tentaciones  del  egoísmo  resentido,  que 
habrían  sido  tan  naturales  dada  su  situación,  y  multipli- 
caba sus  servicios  y  sus  diligencias,  como  si  nada  tuviese 
de  qué  quejarse.  Relacionado  como  aquí  aparece  con  don 
José  Miguel  Carrera,  se  abstuvo  de  venir  con  él  al  Río 
de  la  Plata,  apercibido  probablemente  de  los  dañinos  in- 
tentos que  traía:  y  cuando  él  regresó  á  Buenos  Aires,  se 
puso  al  momento  al  servicio  de  la  causa  del  orden  y  de  la 
rehabilitación  del  espíritu  culto  por -cuya  salvación  luchaba 
la  capital  contra  los  montoneros  3-  los  bárbaros  de  Santa  Fe 
y  del  litoral. 

Casi  podría  decirse  con  justicia  que  la  persecución  y 
la  deportación  del  coronel  Dorrego  es  una  página  que 
afea  al  glorioso  período  del  gobierno  directorial  de  Puey- 
rredón. 


El  señor  Director  al   Congreso  sobre  la   negociación   con 
Portugal 

Reservado. 

Soberano  Sr. :  Todo  examen  es  poco  cuando  se  trata 
de  unos  pasos,  con  que  vamos  á  provocar  la  futura  suerte 
de  nuestra  Patria.  Dígnese  Vuestra  Soberanía  tener  á  bien 
que  justifique  las  detenciones  (demoras)  de  este  gobierno 
poniendo  una  máxima  tan  importante  al  frente  de  mi  con- 
testación á  la  soberana  correspondencia  reservada  de  27 
del  pasado.  Yo  insisto  en  exponer  á  Vuestra  Soberanía 
consideraciones  de  grave  entidad  sobre  algunos  particu- 
lares del  plan  de  relaciones  diplomáticas  que  ella  con- 
tiene. El  amor  que  profeso  á  la  dignidad  de  mi  país,  y  la 
vehemencia  con  que  anhelo  la  reputación  progresiva  de 
esa  augusta  corporación  son  los  agentes  poderosos  que 
me  impulsan. 

Xo  puedo  dejar  de  convenir  en  que  es  urgente  una  mi- 
sión   que    recabando    de  las    autoridades    del    Brasil    una 


6/0  APÉNDICE  V 

exposición  segura  de  sus  verdaderas  intenciones,  nos  pon- 
ga en  estado  de  tener  ideas  exactas  de  la  seguridad  de 
estas  provincias,  ó  del  peligro  inminente  que  las  amaga. 
Igual  es  mi  opinión  sobre  el  acierto  de  la  persona  electa ; 
pues  siendo  el  buen  éxito  de  toda  empresa  proporcional  al 
influjo  y  conducencia  de  los  medios  que  se  emplean,  el 
crédito  de  que  justamente  goza  el  ciudadano  Irigoyen  pre- 
vendrá la  confianza  pública  de  un  modo  ventajoso  á  su  co- 
misión. 

Mas  el  mismo  crédito  que  recomienda  la  elección  del 
ciudadano  Irigoyen,  es  un  obstáculo  poderoso  para  la 
misión  secreta  que  nuevamente  le  encarga  Vuestra  So- 
beranía; y  aunque  esto  se  ha  hecho  más  impracticable 
desde  la  partida  del  Mayor  general  Vedia,  efectuada  con 
anticipación  á  la  nueva  orden,  pues  ya  no  hay  un  motivo 
ostensible  con  que  pueda  disfrazarse,  el  Gobierno  la  ha 
considerado  en  todo  caso  evidentemente  peligrosa  á  la 
reputación  de  Vuestra  Soberanía  y  á  la  suya.  La  salida 
de  esta  ciudad  de  don  Miguel  Irigoyen,  jamás  podía  ha- 
cerse secretamente  por  la  misma  calidad  de  su  persona,  y 
de  sus  relaciones.  El  pueblo  se  mantiene  incesantemente 
en  una  desconfiada  observación.  Si  por  algún  tiempo  hu- 
biese ignorancia  de  su  destino,  las  noticias  sucesivas  del 
viaje  irían  marcando  sus  huellas,  y  tarde  ó  temprano  con- 
ducirían al  conocimiento  de  su  entrevista  con  un  general 
que  públicamente  se  vocifera  enemigo.  Los  misterios  alar- 
marían la  sumisión,  y  tal  vez  se  verían  reproducidas  las 
escenas  de  la  anrquía.  El  caso  es  de  tal  naturaleza  que 
el  mismo  Irigoyen  se  resiste  firmemente. 

Además,  todo  tratado  con  el  general  Lecor  no  tiene  á 
los  ojos  del  Gobierno  aquel  carácter  de  dignidad  y  deco- 
ro que  corresponde  á  los  que  debe  celebrar  una  nación 
ya  constituida  independiente.  Un  general  militar,  á  la 
cabeza  de  las  legiones,  no  es  á  quien  deben  ocurrir  los 
pueblos  libres  para  asegurar  por  un  tratado  mutuamente 
benéfico  su  libertad  é  intereses.  Ya  que  nada  impide  poi" 
ahora  un  fácil  acceso  al  mismo  trono,  reclama  preferen- 
temente esta  vía  la  dignidad  de  nuestra  Patria :  la  una 
aparece  como  un  recurso  sólo  reservado  á  la  debiliaad, 
la  otra  es  usada  por  todas  las  naciones  que  tienen  fuer- 
zas bastantes  para  sostener  su  independencia. 


APÉNDICE  V  671 

El  documento  número  i."  relativo  al  Paraguay  pondrá 
á  Vuestra  Soberanía  en  estado  de  formar  un  concepto 
aproximado  de  la  mala  fe  con  que  proceden  los  portugue- 
ses: por  manera  que  se  hace  indispensable  reconvenir  á 
.aquel  ministro  previamente  á  todo  tratado  por  un  proce- 
dimiento de  esta  naturaleza,  que  está  en  contradicción 
con  las  declaraciones  oficiales  que  hizo  á  nuestro  envia- 
do, y  especialmente  con  el  artículo  segundo  de  no  existir 
entre  aquella  corte  y  la  de  España  tratado,  ni  convenio 
alguno  respecto  á  la  América  del  Sud ;  y  en  caso  que  in- 
sista en  el  tenor  del  artículo  indicado,  parece  necesario 
exigirle  una  garantía,  como  la  de  Inglaterra,  ó  de  los 
Estados  Unidos,  que  sea  capaz  de  afianzar  el  cumplimien- 
to de  cualquiera  convención  entre  aquella  corte  y  ésta. 

Si  sobre  las  bases  antecedentes  llegare  á  entrarse  en 
negociación,  es  presumible  que  la  proposición  sobre  el  en- 
lace de  la  casa  del  Inca  con  la  de  Braganza  no  sea 
oída  con  aprecio,  no  sólo  por  la  diversa  entidad  que  ofre- 
ce en  el  mundo  político  la  dinastía  de  ambas  jerarquías, 
sino  porque  tratándose  de  la  base  fundamental  de  una 
negociación,  se  ofrecen  por  una  parte  términos  un  punto 
menos  que  quiméricos,  cuando  se  exigen  de  la  otra  pren- 
das efectivas,  cuya  disonancia  hace  inconciliables  los  ex- 
tremos de  un  convenio.  Mas  aun  suponiéndose  avenimien-. 
to  por  la  corte  del  Brasil  á  entroncarse  con  la  raza  de 
los  Incas,  dándola  por  restablecida  sin  tropiezo,  no  se 
presenta  por  ahora  un  medio  que  asegure  al  Congreso  y 
al  Gobierno  la  posibilidad  de  la  ejecución,  cuando  la  opi- 
nión de  las  Provincias  bajas  (5)  ha  mirado  esta  idea  como 
una  sombra  fugitiva,  las  del  alto  Perti  no  han  explicado 
libremente  su  consentimiento,  los  periódicos  de  la  capital 
ha  ridiculizado  el  pensamiento,  demostrando  su  vaciedad; 
y  cuando  una  alarma  pública  de  otros  partidos  amenaza 
una  guerra  civil  en  el  acto  de  su  declaración.  La  decencia 
y  honor  de  las  Autoridades  Supremas  del  país  se  compro- 
mete á  un  concepto  innoble  de  las  naciones,  si  en  los  mo- 
mentos de  continuarse,  provoca  á  una  nación  antigua  y 
relacionada  en  Europa  á  concertar  tratados  de  alianza  per- 

(5)     Las    que    hoy    son    argentinas. 


672  APÉNDICE  V 

nianentes  por  vías  desconocidas  en  la  política  de  los  Po- 
deres  establecidos. 

Se  presenta  desde  luego  en  mejor  punto  de  vista  la 
proposición  relativa  á  la  coronación  de  un  Príncipe  de 
la  casa  de  Braganza  en  calidad  de  Monarca  de  las  Pro- 
vincias Unidas  con  sujeción  á  la  constitución,  que  el  So- 
berano Congreso  le  presentare ;  y  si  ella  fuese  admitida, 
entonces  podrían  concertarse  los  medios  de  inspirar  con- 
fianza á  la  corte  del  Brasil,  de  poner  á  cubierto  la  emanci- 
pación del  Estado  de  cualquier  cambio  ó  alteración  que 
pudiera  sobrevenir  bajo  la  influencia  del  Príncipe,  de 
evitar  combinaciones  sombrías  entre  las  potencias  de  Es- 
paña y  Portugal,  y  del  modo  y  tiempo  en  que  (hubiese  de 
ejecutarse  el  proyecto. 

Es  de  presumirse,  que  por  la  unidad  política  que  hasta 
estos  tiempos  han  conservado  los  gobiernos  de  San  Ja- 
mes y  de  Portugal,  no  recate  éste  de  aquél  sus  relaciones 
ulteriores  respectivamente  á  la  América,  al  menos  aquellas 
que  contribuyan  á  demostrar  una  consonancia  aparente  con 
los  intereses  de  la  Gran  Bretaña.  Para  conseguir  toda  la 
ventaja  posible  en  este  caso  será  del  resorte  del  comisiona- 
do procurar  ingerir  la  intervención  ó  garantía  de  esta  úl- 
tima potencia,  examinando  antes  con  impenetrable  sagaci- 
dad la  opinión  del  embajador  de  Inglaterra.  Un  manejo 
igual  parece  que  sería  conveniente  en  toda  negociación  di- 
rigida á  la  adquisición  de  algún  otro  Príncipe  extranjero. 

Dios  guarde  á  Vuestra  Soberanía  muchos  años.  Buenos 
Aires,  ig  de  noviembre  de  1816. — Juan  Martín  de  Pueyrrc- 
dón. — Soberano  Congreso  Nacional. 


FIX    DEL    VOLUMEX    SEXTO 


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López,  Vicente  Fidel,  1815-1903. 

Historia  de  la  República 
Argentina  : 


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