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A. 9
HISTORIA
REPÚBLICA ARGENTINA
^V^IGEJSITE F. i- Ó FEZ
HISTORIA
REPÚBLICA ABIIENTINA
SU ORIGEN
SU REVOLUCIÓN Y SU DESARROLLO POLÍTICO
NUEVA EDICIÓN
Tomo VI
165J0
{tí LIBRARY
*~^.„^
BUENOS AIRES
Imprenta y Encuadernación de
G. Kraft
>9i3
n> r> 1 o E
Capítulos Págs.
I. — Misión á Europa de los señores Belg-rano y
Rivadavia 9
II. — La misión García 3- el estado General de
Europa en 1815 y 1S16 60
III. — El gabinete portugués 3- el emisario argentino. 93
IV.— La alianza convencional del re3- de Portugal
con las Provincias Argentinas contra el Re3-
de España 149
V. — El gobierno de Pue3Tredón y la Logia Lau-
taro 241
VI. — La invasión portuguesa 3- los i)arlidos argen-
tinos 299
VIL — I<os dos protagonistas de la Revolución de
Chile 366
VIII. — Don José Miguel Carrera en Cu3-o y Buenos
Aires 424
IX.— La resistencia popular de las provincias ar-
gentinas del Alto Perú 451
X. — Campaña defensiva del coronel Güemes en
Salta ^79
X[. — Los argentinos pasan los Andes 3- libertan á
Chile 549
VI índice
Págs.
Apéndice I. — Informe del general Belgrano sobre la
misión á Europa de 1815 609
— II. — Negociación de don Bernardino Riva-
davia en Madrid en 1816 619
— III. — Informe dirigido por el señor García
al gabinete de Rio Janeiro sobre las
cuestiones del Río de la Plata y po-
tencias europeas. — Artículos adicio-
nales al Tratado de 1S12 631
— IV. — Don Tomás M. de Anchorena, Sarra-
tea \' las negociaciones del señor
García 654
— V.— Deportación del coronel I^Ianuel Do-
rrego 664
COMPLEMENTO DE LA REVOLUCIÓN DE MATO
POR EL RÉGIMEN UNITARIO Y POR LAS ARMAS
COMPLEMENTO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
POR EL RÉGIMEN UNITARIO Y POR LAS ARMAS
CAPITULO I
MISIOX A EUROPA DE LOS SEÑORES BELGRAXO Y
RIVADAVIA
Sumario: Las misiones diplomáticas de 1814. — Indicacio-
nes de lord Strangford. — Comisión de Sarratea. — Su re-
sultado.— Su viaje á Londres. — Comisión de los señores
Belgrano y Rivadavia. — Caracteres. — Aptitudes y defe-
rencias.— Vaguedades y peligros del asunto. — Miras mo-
nárquicas de los comisionados. — Sus primeros pasos
en Río Janeiro. — Situación difícil del gobierno de Bue-
nos Aires.— Don ]\Ianuel José García y los comisiona-
dos.— Opiniones sobre la política portuguesa.- — Llegada
de los comisionados á Inglaterra. — Evasión de Bonapar-
te y restablecimiento del Imperio. — Preocupaciones y sor-
presa de los comisionados. — Sarratea y sus planes. — Mi-
ras de Luis XVIII rey de Francia. — Intriga Cabarrús.
— Alucinación de los comisionados. — Negociaciones y
acuerdos. — Situación después de Waterloo. — Propósito de
rapto y fuga del infante don Francisco de Paula para
coronarse en Buenos Aires. — Resistencia de los comisio-
nados.— Conveniencias indecorosas y crimínales de Sarra-
tea.— Preparativos de un duelo entre el general Belgra-
no y Cabarrús. — Regreso de Belgrano á Buenos Aires.
— Ilusiones y ofuscamiento monárquico y colonial de
Rivadavia. — Su viaje á Madrid.— Sus errores y su fraca-
so.— Diplomacia portuguesa. — Delaciones de Sarratea. —
Juicio de Rivadavia sobre Sarratea. — Opinión del país
I o BELGRANO Y RIVADAVIA
sobre estos tratos monárquicos. — Antecedentes y condicio-
nes personales de los negociadores. — Las teorías reinan-
tes sobre gobiernos libres. — Imperfección de las ideas. —
El régimen republicano parlamentario. — Emilio Caste-
lar. — Crítica del proceder de los comisionados. — Supe-
rioridad del gran estadista don Mariano Moreno.
Las comisiones diplomáticas que en 1814 se
mandaron á Europa, tenían por objeto pedirle á
Inglaterra que mediara con el rey de España para
que oyese proposiciones pacíficas, y suspendiera
mientras tanto la expedición y armamentos con que
amenazaba á Buenos Aires. Pero como los efectos
de las negociaciones de esta clase no se sienten sino
algo después cpe se inician, las consecuencias de
las que nos van á ocupar no entraron en el cauce
de nuestros sucesos políticos hasta 181 6: precisa-
mente cuando el señor Pueyrredón tomaba el man-
do, y abría el difícil y glorioso período de que esas
negociaciones fueron uno de los episodios más im-
portantes y animados.
Lord Strangford, cuyo espíritu y previsiones
estaban en la corriente de las miras reservadas, que
su gobierno aplazaba hasta la ocasión oportuna,
era quien había indicado la conveniencia de que se
abriera una negociación pacífica con el rey de Es-
paña. A pesar de las salvedades con que daba á
entender que sus indicaciones eran meramente per-
sonales y amistosas, que su gobierno no tenía parte
en ellas, era de sospechar que esto último no fuese
completamente exacto; porque poniendo á un lado
el peso de los intereses comerciales, la continuación
de la lucha y los percances que ella producía en
el mar y en las ciudades ribereñas, al perderse y
EN MISIÓN A EUROPA II
ganarse su posesión por las unas ó por las otras
tropas, comenzaban á introducir en el seno mismo
del ministerio inglés síntomas alarmantes para la
cohesión interna de la mayoría parlamentaria con
que el partido tory puro estaba gobernado. Ya fue-
se por esta sospecha, ya por el valor que de suyo
tenían las indicaciones de un personaje como lord
Strangford, el gobierno de 1814 resolvió pedirle la
forma en que el asunto podía llevarse á cabo ; y
como no era de esperar que se prestase á hacerlo
por medio de una correspondencia epistolar, se
creyó que don Manuel Sarratea, por sus anteriores
relaciones, y por lo que blasonaba de su intimidad
con él, era la persona indicada para recibir y trans-
mitir sus consejos.
Lord Strang'ford recibió cumplidamente á Sa-
rratea. Alas, como conocía que su índole era exce-
sivamente frivola, desparpajados sus procederes y
poco segura su moralidad, le contestó que sentía
mucho c[ue su nombre sonara en este asunto, por-
que todo lo ocurrido se reducía á una conversación
familiar, en que se había indicado la conveniencia
de acreditar en Europa una misión encargada de
solicitar arreglos pacíficos con el rey de España ;
que aunque sin carácter ni la menor intención de
asegurar algo, ó de dar consejos, había opinado
que la corte de Aladrid no rehusaría oír á los emi-
sarios de Buenos Aires, y que el gobierno inglés
miraría ese paso con mucho agrado.
Las explicaciones de lord Strangford eran, co-
mo se ve, muy poco positivas. Pero Sarratea no
necesitó de más para tomarse la ocasión de satis-
facer el deseo que le devoraba de verse en Europa
12 BELGRAXO Y K1\A])AVIA
con una misión, encargada nada menos que de eri-
gir un trono, y de andar con este embeleco en las
manos entre príncipes y reyes. En la viveza per-
vertida de su espíritu, columbró al momento cuan-
tas intrigas y marañas podían entrar en una ges-
tión, que precisamente por ser de pura fantasmago-
ría, abría más vasto campo á enredos y gastos, sin
responsabilidad por el éxito ni por la dación de
cuentas. Desde luego áw por sentado que las in-
sinuaciones del embajador iban mucho más allá
que sus palabras; que la misión era ya esperada en
Londres; que el gabinete inglés estaba pronto á
darle su apoyo; y ya lo creyese, ó no (siendo esto
último lo más probable) comunicó al gobierno que
salía con urgencia de Río Janeiro, porque había
de por medio grandes intereses y momentos pre-
ciosos que aprovechar en Londres, donde adelan-
taría sus trabajos mientras se le enviaban las ins-
trucciones definitivas y los fondos indispensables
para desempeñar en forma la misión que se le había
dado.
A ninguna de las personas que influían en los
negocios de aquella época, se le ocultaba que don
Manuel de Sarratea , aunque seguro como patriota,
era un hombre de principios morales poco delica-
dos, y sólo por aquel error, tan común, de creer
que para la diplomacia es necesario un espíritu fa-
laz, se puede comprender que se le hubiese dejado
en libertad de solazarse á tanta distancia C(^n las
vivezas }■ los artificios inquietos en que hacía con-
sistir su habilidad. Se creyó que todo podía reme-
diarse poniéndole al lado dos hombres respetables.
V fueron nombrados don Bernardino Rivadavia v
EX MISIÓN A EUROPA 1 3
el general Belgrano para que fuesen á Londres, to-
mando informes previos en Río Janeiro sobre lo
que Sarratea hubiera arreglado y como podría ne-
gociarse un acuerdo para ganar tiempo. Difícil era
haber dado con dos personajes menos capaces de
evitar las malicias de Sarratea, que por naturaleza
era intrigante y artificioso. Rivadavia era un per-
sonaje de tono clásico y de maneras teatrales: con-
vencido de su importancia vivía en profundas me-
ditaciones, y con escasa atención por lo mismo á
todo lo que quedaba más abajo de la espiral de sus
ideas. Sus concepciones irradiaban con colores tan
vivos en su propia fantasía que hacían desaparecer
el valor de los hechos en la batalla de los intereses
que modifican las alternativas de la vida. Le fal-
taba aquella dote que los romanos apreciaban tanto
con el nombre de Ciinctafor ( i) y que, con menos
(i) El Gran Diccionario Latino de Freund, que es por
ahora la ultima palabra de la lingüística latina (3 vol.
en folio major, Didot Fréres), dice: Cunctafor, prudente,
circunspecto, reflexivo, el que se toma tiempo, el que no
precipita las cosas; Cunctator^ correspondiente a candís.
como puede verse en Tácito Hist. 2, 25 natura ac se-
necio cunctator (cauto por índole y por años). En los fa-
mosos versos de Ennio sobre el Dictador L. Fabio Máxi-
mo Cunctator vemos : Unus homo cunctando restituit rcm
(un solo hombre obrando con circunspección restableció
nuestra fortuna) . . . Tu maximus Ule es, Unus qui nobis
cuxcTAXDO restituit rem (tú eres aquel grande Fabio, el
que prudenciando salvó la patria). Tito Livio hablando del
mismo, dice: Magister equitum, Fahium pro ciinctatore se-
gnem, pro cauto timidnm, affingens vicina virtutihus vitia,
compellahat. (El jefe de la caballería le atribuía á Fabíj
los defectos de orden parecido á sus méritos (ó calidades)
y porque era prudente (cunctator) le acusaba de tardo (se-
14 I'.KLGKAXO V RINADAVIA
delicadeza, pero no menos uportunidad, llamamos
nosotros olfato. Sus deficiencias provenían de que
había nacido con la fantasía de un profeta, expues-
ta, por desgracia, á remontarse en vapores lumino-
sos y convertirse en cjuimeras allá en el horizonte
maravilloso del porvenir ó del vacio. Si como tenia
la emanación lúcida de las ideas, hubiese venido al
mundo con la nota musical en -el manejo de la len-
gua, y con la paleta colorida en el estilo, nos habría
presentado en su elevación y en sus flaquezas, en
sus prestigios y en sus errores, algo de común con
Víctor Hugo ; ese tipo único y extraño del mal sen-
tido político, de la virtud cívica, del error inocente,
de la enormidad heráldica en el concepto, de la su-
blimidad de la forma, cuyas caídas todo el mundo
conoce, pero que todo el mundo disimula absorto
ante el brío poderoso y deslumbrante del artificio
lírico. Ese genio lírico, sin las dotes externas del
arte, fué á la ^-ez el mérito y la perdición de Riva-
davia. De ahí el doble y verídico aspecto con c[ue
se ofrece en nuestra historia al entusiasmo senti-
mental y apasionado de los unos, mientras que
giicní) y por cauto de tíimido. (Tit. Lirio, 22, 12 al fin)
Cunctator correspondiente á cautus : cuntactor sobrenombre
•del dictador L. Fabio Máximo (probablemente en razón de
los reproches citados antes, que le fué conservado como re-
nombre honorífico. (Grand Diciionnaire de la Langiie La-
tine sur un nouveau plan par le Dr. Guill. Freund, 3, vol.,
fol. traduit. en Francais, etc., etc., par N. Theil : vol. I,
pág. 695. París, Didot Frenes: 1858. El mismo Dic. de Val-
buena, manual 'de niños y de eruditos á la violeta, trae
esta frase ¡de Plinio : cnnctatior dcberem esse : y la traduce
mal, poniendo menos donde dice más; pues la geniiina tra-
<lucción es : Yo debiera ser más prudente.
EX MISIÓN A EUROPA 1 5
Otros lo desmenuzan para reducir, no diré el res-
peto que merecía, sino las glorias con que lo en-
salza la leyenda que le ha elevado su partido.
Del general Belgrano poco tenemos que decir :
sus virtudes lo defienden de todo; y si los contem-
poráneos pudieron llamarle como Dairegueira, "el
simple Belgrano" (2), las generaciones presentes
saben que esa simplicidad es la que lo hace en la
Historia Argentina el modelo más simpático de la
abnegación inocente con que un patriota puro pue-
de dedicar su vida al servicio de una renovación so-
cial que, si alguna vez le exigió más de lo que él
podía darle, recibió lo bastante, con lo que le dio,
para dejar justificada la gloria de su nombre.
Entre Belgrano y Rivadavia. el patriota visio-
nario y el patriota simple, tenemos en acción ahora
á Sarratea, á quien no titubeamos en llamar el pa-
triota cínico, como le llamaban familiarmente los
más escogidos entre sus contemporáneos (3). Los
tres tenían encargo de desempeñar en común una
misión rara, que, á atenerse á las instrucciones, era
la de "gestionar en las cortes de Londres y de ]Ma-
drid según el semblante que presenten los tratados" .
Ese encargo carecía, pues, de asunto serio : se re-
ducía á tentar soluciones conjeturales por medios
desconocidos que no les permitían tomar una acti-
(2) Carta del doctor Darregueira á don Tomás Gui-
do, publicada en la Revista Nacional, del señor A. Carranza,
tomo III, pág. 107. "El simple de Belgrano, últimamente
resentido porque no se le ha lisonjeado con la declaración
de la dinastía de los Incas, nos desacredita v prende fue-
go, etc., etc.''
(3) Don Tomás Anchorena, papeles de 1820.
lO BELGRAXO V KIVADAVIA
tiid franca como agentes ni determinar siquiera con
qué gobierno iban á tratar, ó qué fines debían per-
seguir. ¿Buscaban alianzas? ¿protección? ¿arre-
glos monárquicos? ¿un rey? ¿ser perdonados?
;una reforma del régimen colonial? Xada estaba
definido, y cualquiera de esas diversas y contradic-
torias suposiciones podía ser materia de los traba-
jos. Pero, aunque era obscura en verdad la indica-
ción de "gestionar según el semblante que presen-
ten los tratados", debieron reflexionar que no ha-
biendo ningún tratado existente, ni pro3'ecto al-
guno que lo entablase, se había querido decirles
que obraran seg'ún la probabilidad que encontrasen
(le tratar cualquier cosa, con tal de que se consi-
guiese suspender la marcha de los armamentos que
estaban prontos á salir de Cádiz. Por desgracia,
los comisionados lo entendieron de otro modo ; en
vez de preocuparse de este último punto, que, aun-
que incidental, era el de mayor interés para el país,
se lanzaron á trabajar por una solución final, que
á su manera de ver no podía ser otra que la de cap-
tarse el favor de las potencias europeas solicitando
un rey que corriera cuanto antes á ocupar el trono
imaginario que ellos le adjudicaban ya en el Río
de la Plata.
El magnífico proyecto les sonreía á los tres aun-
que por diversos motivos : á Rivadavia. porque su
genio le inclinaba á esas visiones de primer minis-
tro de un Floridablanca al lado de un trono liberal,
moderno y abierto á todos los progresos del siglo;
á Belgrano, porque creía que decididas las poten-
cias á no dejar república con vida en Sud América,
veía en eso el paladión que debía salvar la indepen-
EX MISIOX A EUROPA 1/
ciencia de la patria; á Sarratea, porque le convenia
vivir del erario y armar intrigas que le proporcio-
nasen manejos, relaciones, emisarios y fondos.
El campo de acción era como mandado hacer
para este último. Con el maravilloso encargo de
buscar un rey, de adjudicar una corona, y en la ne-
cesidad de llevarlo á efecto por conductos secretos,
con medios reservados y con agentes irresponsa-
bles, es claro que Belgrano y Rivadavia estaban
perdidos donde el maquinista del cómico enredo
había de salir con provecho y con impunidad tam-
bién; porque así sucede en los pueblos en que la
moral pública carece de clases tradicionales que le
den sanción y fuerza contra la corrupción adminis-
trativa.
Lo curioso es que, según parece, alguien había
}-a pre\isto en Buenos Aires los peligros á que ha-
bía de quedar expuesta esa misión interviniendo
en ella Sarratea ; y se atribuía á indicaciones de don
Manuel José García una orden reservada que este
mismo le entregó á Rivadavia en Río Janeiro para
que en llegando á Londres "viese de encontrar el
medio más honesto de hacer que Sarratea regresase
inmediatamente". Pero no se cumplió; porque
cuando Rivadavia y Belgrano llegaron á Londres
quedaron hechizados, como lo vamos á ver, de los
preciosos trabajos cpie Sarratea había ya iniciado
allí con otros truhanes para adjudicar la corona ar-
gentina al infante don Francesco de Paula, hermano
de Fernando VIL
Belgrano y Rivadavia salieron de Buenos Aires
al mismo tiempo que el general Alvear marchaba
á tomar el mando del ejército concentrado en Jujuy.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 2
1 8 BELGRAXO Y KIVADAVIA
La campaña debía ser rápida, no sólo por las apti-
tudes probadas del general, sino por la insurrección
en que se hallaba toda la parte central y más im-
portante del Perú, como hemos visto (4). La mi-
sión tenía, pues, el interesante objeto de proponer
una base cualquiera de arreglo que alucinara al go-
bierno español, con tal que suspendiese la expedi-
ción del general Morillo, y que diese tiempo á que
el general argentino ocupara á Lima. Este contaba
con dos probabilidades: la una que España acu-
diera entonces con esa expedición por el norte á
defender ó reconquistar aquella joya, la más va-
liosa de su corona colonial ; y la otra que, en todo
caso, él mismo tendría tiempo de volver con una
fuerza imponente á poner á Buenos Aires fuera de
todo pelig"ro de ser atacada.
Llegados á Río Janeiro, los emisarios se pusie-
ron en relación con la embajada inglesa. Lord
Strangford les repitió lo que había dicho á Sarratea;
y aunque los felicitase de que llevaran un encargo
conducente á pacificar el país, que Inglaterra había
de mirar con agrado, les declaró también que después
de los últimos sucesos de Europa, y de los tratados
á que habían dado lugar, se hallaba sin instrucciones
acerca de los asuntos del Río de la Plata y en
completa ignorancia de lo que su gobierno pensaba
hacer, ó no, en el caso de que partiera de Cádiz la
fuerte expedición de que tanto se hablaba en Amé-
rica y en Europa.
Poco satisfechos de este resultado, trataron de
tentar si la cancillería portuguesa (á la que supo-
(4) Vol. \'.. pág. 99 y siguientes.
EX MISIÓN A EUROPA I9
nían muy influyente en el gobierno español) acep-
taría tomar bajo su protección los preliminares de
un arreglo con el rey de España sobre bases úti-
les y ventajosas al comercio de Portugal y de In-
glaterra. El conde de Aguiar, primer ministro del
principe regente (5), después de muy expresivos
cumplimientos, les dijo que deseaba mucho que
tuviesen feliz éxito, para que las provincias del Río
de la Plata recobrasen el orden y la prosperidad de
que por más de dos siglos habían gozado bajo la
corona de su legitimo soberano; pero que no tenía
antecedentes para conocer las miras del rey de Es-
paña ; y que los vínculos de familia que ligaban á
los dos reyes le impedían tomar la iniciativa en
asunto tan delicado que incumbía exclusivamente
á uno de ellos. Lo singular es que las relaciones y
diligencias de los emisarios tomaron desde el prin-
cipio un carácter más cordial y franco con la lega-
ción española. Xo sólo fueron bien recibidos, y se
cambiaron mutuas visitas, sino que el encargada
de Xegocios les dio recomendaciones para la em-
bajada de Londres, adelantándoles la creencia de
que por ese medio podrían obtener licencia para
entrar en Madrid.
Entre tanto, como se habrá observado, cuando
los emisarios salieron de Buenos Aires, nada se
sabía del criminal motín encabezado por Rondeau :
que acababa de echar á tierra los trabajos y las es-
peranzas del general Alvear. Así es que cuando
(5) El príncipe heredero, que poco después fué rey
con el nombre de don Juan VI, era entonces regente, su-
pliendo á su madre que estaba loca, y que era la reina titular
20 HELGRAXO Y RIVADAVIA
ellos fiaban en Río Janeiro los primeros pasos de
su comisión, era cuando el supremo director Po-
sadas renunciaba, y cuando una situación extrema
ponía al general Alvear en la necesidad de asumir
las responsabilidades del gobierno y de hacer frente
á la borrasca desencadenada ya contra él.
En medio de la guerra ci\il que asolaba todo
el litoral, de la desmoralización de las tropas, de
las amenazas de Pezuela y Os(^rio por el lado de
Salta y por Cuyo, de la próxima aparición de ^Slo-
rillo que navegaba ya en el Atlántico con 15 mil
soldados, y del rugido volcánico de las facciones,
el director Alvear se imaginó, con razón, que ha-
bía llegado el caso supremo de recurrir á los favo-
res de un poder extranjero; y creyendo enemigo
también á Portugal, echó los ojos á Inglaterra,
cuyos antecedentes políticos, principios generales
y valiosos intereses de comercio, le hacían esperar
que quisiese contener el brazo tremendo y venga-
tivo del monstruo que enlodaba el trono que Car-
los III había dejado tan puro y tan simpático. De-
cidido, pues, á implorar esa protección, dirigió una
nota al gobierno inglés, y otra á su embajador en
Río Janeiro; y para no quedar expuesto á las de-
moras de una contestación eventual, encargó á don
Manuel José García que las condujese, y que des-
pués de conferenciar sobre el asunto con dicho em-
bajador, activase la pronta salida para Europa de
los señores Belgrano y Rivadavia.
García salió de Buenos Aires creyendo, como
todos, que el gobierno portugués estaba aliado con
el de España en el propósito de someter las provin-
cias argentinas. La cosa era tanto más probable
EX MISIOX A EUROPA 21
cuanto que los dos soberanos (que ya eran cuña-
dos), acababan de vincularse más todavía casán-
dose Fernando VII, y su hermano don Carlos, con
las dos hijas de Portugal. De manera que, en esa
suposición, se había creído inútil acreditar á Gar-
cía con encargo alguno ante un gobierno que ya
se suponía enemigo.
Rivadavia y Belgrano supieron por García los
aciagos sucesos de la patria, y aunque con pocas
esperanzas de adelantar cosa alguna, convinieron
en esperar el resultado de la conferencia que Gar-
cía, en cumplimiento de su comisión, había solici-
tado del embajador inglés; y cuando éste les comu-
nicó que nada había conseguido (reservando sus
inferencias) sino la aprobación de que marchasen
á tentar en Inglaterra un medio cualquiera de sal-
var á su país, decidieron que García quedase en
Río Janeiro á la mira de lo que pudiera acontecei
á la llegada de las fuerzas de Morillo, y se pusieron
en viaje. Sanatea los esperaba en Londres.
Al desembarcar en Falmouth se encontraron
con la pasmosa novedad de que Bonaparte. evadi-
do de la isla de Elba, había atravesado la Francia
en triunfo y restablecido el trono imperial que un
año antes había abdicado. La Europa entera estaba
conmovida : los intereses más grandes anarquiza-
dos, y subvertidos todos los cálculos políticos. El
partido reaccionario de las viejas monarquías en el
continente y el partido tory en Inglaterra habían
rehecho sus vínculos contra el espíritu revolucio-
nario y democrático, recobrando una fuerza com-
pacta y dominante en la opinión de las clases in-
teresadas en el orden público y de la burguesía,
21 BELGRAXO V RIVADAVIA
adherida ahora al ijarlamentarismo monárquico-
liberal. En medio de esta explosión vigorosa de los
intereses conservadores, que tan sangrienta queja
guardaljan contra los brutales escándalos y carni-
cerías de la repúlilica francesa, todo parecía como
preparado por la mano misma de la fatalidad para
concentrar la aversión de los reyes y de los gobier-
nos europeos, contra los insurgentes de Sud Amé-
rica, que osaban constituirse en repúblicas demo-
cráticas y contrarrestar insolentemente los derechos
de su legítimo rey, restituido ahora á toda la ma-
jestad de su omnipotencia divina con el apoyo y el
favor de las más grandes potencias del orbe.
Fué tan lúgubre la impresión que estos sucesos
hicieron en el ánimo de los dos emisarios, (harto
afligidos ya por la situación desesperada en que
suponían á su país), que bajo el influjo del des-
concierto natural de sus ideas, entraron á divagar,
allí solitarios 3' arrumbados en un puerto inglés,
sobre los rumbos más ó menos acertados que po-
dían tomar para desempeñar su cometido.
Los dos convenían en que no había más salva-
ción que dar cuanto antes la mayor notoriedad á la
resolución que suponían hecha en el Río de la Plata
de constituirse en monarquía, desarmar con esa de-
claración la hostilidad poderosa de los tory ingle-
ses é inducirlos á proteger esta solución igualmente
ventajosa á los intereses comerciales, á los compro-
misos políticos y á los pueblos que buscaban su sal-
vación por ese medio.
Mas, al abandonarse á estas conjeturas, discre-
paban en la manera de iniciar los primeros pasos.
Rivada\'¡a. en quien el respeto y la veneración á
EX MISIÓN -V EUROPA 23
España eran trailicionales, y tan sinceros como su
amor á la independencia, se forjaba la ilusión de
que el gobierno y el gabinete de Fernando VII re-
posara todavía en sus majestuosos antecedentes,
con las formas y con la augusta justicia que Flori-
dablanca había dado al reino de Carlos III, ó que
se conservase allí, por lo menos, el espíritu bene-
volente y simpático de Carlos IV. Sin contar, pues,
con los Calomardes, los Chamorros y los toreros
que constituían la baja entidad del gobierno en la
alcoba del nuevo rey, ni con su índole astuta y fe-
roz, creía llano y acertado trasladarse desde luego
á IMadrid, presentarle la sumisión y vasallaje de
los pueblos del Río de la Plata, y solicitar con in-
genua honradez la erección de una monarquía con
un príncipe de la estirpe española ; ó, si esto no
fuera posible, que se acordase alguna reforma be-
nigna del régimen colonial en aquellos ramos de
la administración en que era más indispensal^le
para el buen gobierno y pacificación del país; sus-
pendiéndose por lo pronto las hostilidades donde
estuvieran reabiertas; pues nada se sabía sobre el
punto á donde hubiera arribado el armamento del
general Morillo.
Belgrano, menos teórico, pero mucho más sen-
timental que Rivadavia, encontraba en el fondo de
su corazón y de su amor á la patria nativa, una re-
pulsión de instinto contra las miras de su compa-
ñero ; y aunque pensaba que para salvarse era de
absoluta necesidad adoptar resueltamente el régi-
men monárquico, opinaba que no convenía comen-
zar desde luego por ir á postrarse á los pies del rey
de España, sino hacer antes pública manifestación
24 BELGRANÜ V RIVADAVIA
y profesión de fe catei^órica á noniljre del gobierno
de Buenos Aires contra el viciosísimo organismo
democrático republicano; desarmar así la mala vo-
luntad de los poderes, producida por los escánda-
los y las torpezas de la anarquía en que se revol-
caban las colonias insurrectas; ponerse en sus ma-
nos y pedirles que arbitrasen una manera de crear
y de adjudicar el nuevo trono, á ñn de que fuesen
ellas con esta solemne base las que les abrieran la
entrada en Madrid y protegieran la negociación,
si es c|ue no se podía conseguir un candidato más
simpático que los menguados infantes de España.
Lo singular es que con estas cavilaciones coin-
cidía un algo que ellos ignoraban. Adelantándose
á la misión que traían, y procurando quizás facili-
tarles las negociaciones, el gabinete inglés, en re-
serva absoluta y de por sí mismo, había indicado á
su embajador en Madrid que hablase confidencial-
mente con el ministro del rey sobre la conveniente
l)osibilidad de arribar á un arreglo en la lucha de
sus colonias, y que si se creía conveniente ofreciera
la mediación. Pero esta oferta, que probablemente
procedía de las noticias transmitidas por lord
Strangford acerca de las comisiones que salían del
Río de la Plata, fué terminantemente rechazada
pocos días antes de la llegada de Rivadavia y Bel-
grano; y el gabinete británico volvió á envolverse
en la indiferencia soberbia de su habitual actitud,
harto misteriosa por cierto para que fuese defini-
tiva.
Bajo el doloroso influjo de tamañas contrarie-
dades, y dando vuelo á mil cavilaciones tan incohe-
rentes con la marcha de los sucesos en el Plata,
EX MISIOX A EUROPA 25
como ccni el estado de las cosas en Europa, los dos
emisarios llegaron á Londres y encontraron á Sa-
rratea completamente opuesto al viaje de Rivada-
via á Madrid por muchísimas razones. La princi-
pal era que ya tenía en sus manos todos los hilos
y los recursos de un vasto plan que debía realizarse
en aquellos mismos días. L'n príncipe español, her-
mano de Fernando VH. don Francisco de Paula,
joven virtuoso, bueno y muy bien inclinado, estaba
próximo á llegar á Londres con la debida autori-
zación de sus padres para negociar y aceptar el
trono del Río de la Plata. Todo estaba ya para alla-
narse. Carlos IV debía ser autorizado por las po-
tencias para hacer un nuevo acto de abdicación y
subdividir los dominios españoles entre sus hijos.
Con este plan y con los lisonjeros detalles que Sa-
rratea les comunicó, los dos emisarios quedaron
mistificados, y reconfortado el ánimo se dieron á
nuevas y grandiosas esperanzas.
Pasó entre tanto el efímero imperio de los C'uii
días : cayó de nuevo Bonaparte, y volvieron los
borbones al trono de Francia.
La especie que Sarratea ponía en conocimiento
de sus compañeros, no era del todo una invención
suya ó de sus agentes ; tenía una verdad relativa,
y había sido materia de algunas sugestiones serias
antes de la perturbación causada por el regreso de
Bonaparte. Luis XVIII miraba con cariño á Car-
los IV, que oh-idado de todos y maltratado por el
hijo perverso que lo había destronado, soportaba
su suerte miserable en un rincón de Roma, care-
ciendo de todo, hasta de recursos para remediar
sus crueles dolencias. El monarca francés sintió ó
26 BELGRAXO Y RIVADAVIA
simuló sentir ciertos escrúpulos delicados por la
manera con que el hijo había destronado al padre
é impuéstole, por la fuerza y amenaza de armas,
una abdicación inicua ; que por otra abdicación no
menos criminal, había hecho pasar á los Bonapartc
al trono de España. Si la segunda abdicación era
nula, lo era con más razón la primera que había
servido de anillo á la violenta correlación de los dos
actos. Inspirado en estos sentimientos benévolos,
Luis X\"III inició con mucha mesura la necesidad
de rever -estos antecedentes y regularizar la situa-
ción respectiva del padre destronado por el hijo en
virtud del Motín de Aran juez; sacudimiento anár-
quico y rebelde que, dadas las leyes y doctrinas del
derecho público, no podía aceptarse como título le-
gítimo á seguir ocupando un trono. Luís XVIII no
decía hasta donde quería llevar las consecuencias
que fluían de estos antecedentes; pero de muchq
alcance habían de ser si tomamos en cuenta las in-
dicaciones que en esas mismas cartas confidenciales
hacía de la política sanguinaria de Fernando VII
y de la horrible desesperación que estaba provocan-
d ) con ella entre los españoles. \"erdad es también
que sí era justa }■ piadosa la compasión con que
Luís XVITI miraba á Carlos IV, doble era la re-
])ulsión que personalmente le inspiraba Fernan-
do VIL
Bien se comprende que una vez admitido el
principio, las consecuencias eran claras y de grandí-
sima importancia. X^o sólo quedaba sujeto á una
revisión el título con que Fernando VII reinaba,
sino que podía serle retirado, ya por la abolición
de la Ley Sálica y por el restablecimiento del orden
EN MISIÓN A EUROPA 2/
sucesorio de las partidas, ya per desheredamiento
fundado en la conducta atroz que había tenido con
su bondadoso padre, ya en fin por la necesidad de
dar á España un monarca más consecuente y res-
petuoso para con los principios del siglo. Y á ser
Carlos IV otro hombre, las consecuencias hubieran
ido mucho más lejos, y se habrían colmado las mi-
ras del monarca francés cooperando á ellas con de-
cisión el liberalismo español (6). Una de esas con-
secuencias, según parece, era la de allanar la insu-
rrección de las colonias por medio de una subdivi-
sión de monarquías en los dominios españoles, ad-
judicadas á los hijos de Carlos IV y puestas bajo
el protectorado francés mientras se consolidaba en
ellas el orden interior y el nuevo régimen (7).
La alarma de Fernando VII fué profunda. Lle-
no de pavor y de rabia acudió al Congreso de las
potencias protestando que levantaría toda la Espa-
ña si se trataba de llevar adelante semejante preten-
sión; que contra él, Francia y los que tomasen su
partido, no tendrían en el suelo español más alia-
dos que los jacobinos, ni más sostén que éstos el
trono de su padre. Medroso y pusilámine por ca-
rácter el anciano destronado, y amenazado brutal-
mente por el hijo, se apresuró á contestar á las car-
(6) Debe notarse que con respecto á España, la polí-
tica de Luis XVIII fué imuy distinta de la que adoptó Car-
los X cuando le sucedió en el trono.
{y) Francia persistió en esta pretensión por algún
tiempo, y cuando Carlos X repuso á Fernando VII, en 1823,
había resuelto compensarse con la cesión de Méjico ó del
Río de la Plata. Véase Granville Stapleton's Political Life
of R. H. Gcorgc Canning : vol. II, cap. VIII.
28 BELGRAXO Y RIVADAVIA
tas de Luís XX'IIl, que nu quería ni ¡)o(lía reinar,
pues estaba incapaz de soportar los contratiempos
y las amarguras del mando. Las potencias encoi\-
traron un modo de salvar la diñcultad liaciendo el
del^ido honor á las observaciones de Luís XVlIt
sin perjuicio de Fernando VII, que fué el de pe-
dirle á Carlos IV que hiciera nueva renuncia, sim-
ple y llana, en favor de su hijo. El decaído anciauíj
obedeció: el rey de Francia reservó para otra oca-
sión sus miras sobre Sud América, que no había
descubierto del todo, y Fernando VII se entregó
á perseguir con el último rigor á un gran número
de personas que supuso inclinadas á la restaurac^'cn
de su padre (8).
El incidente había sido pasajero, pero oportu-
nísimo para dar margen á la fecunda inventiva de
Sar ratea y de los agentes con quienes ya maniobra-
ba cuando llegaron Rivadavia y Belgrano. Es claro
que por si mismo Sarratea no hubiera llegado á sa-
ber lo ocurrido en la reserva de tan altas esferas ;
pero la casualidad le puso en relación con un cala-
vera, ó, más bien dicho, tunante de esclarecido nom-
bre, que vivía de artificios, de juegos y de coimas,
alrededor de príncipes aventureros y damas nobles,
que en aquella época revuelta y de radicales reno-
vaciones, andaban por Europa á caza de posiciones
y de dinero. Era hijo del conde de Cabarrús, el co-
nocido economista de la escuela de Campomanes.
(8) His. Gen. de España por don Víctor Gebhardt;
vol. y I, cap. XVI. Granville Stapletou's — Politieal Life of
thc R. H. Gcorge Canning; vol. II, cap. \'III. \'iel Castel ;
Histoire de la Restanration, etc., etc.
EX MISIÓN A EUROPA 29
autor de unas Cartas recopiladas en un volumen
muy estimado, que Rivadavia y Belgrano conocían
y leían con devoción, como la mayor parte de los
hombres de su tiempo. El hijo tenía admirable vi-
veza ; pero la vida de las cortes y el roce de las in-
trigas, lo habían corrompido en términos que, aun-
que soportado en la alta sociedad, pasaba por un
píllete de maneras aristocráticas (9). Sin princi-
pios políticos que lo embanderasen de este ó del
otro lado, A-ivía metiéndose en todas partes donde
husmeaba una intriga. Xo podría decirse si era
francés ó español, pero como la corte de Fernan-
do VII, donde todo era grosero y temible, no se
adecuaba al genio y á las vivezas de Cabarrús, fre-
cuentaba más, con aristocrático desparpajo, los apo-
sentos de la reina María Luisa, mujer de Carlos IV;
visitaba á los cardenales más influyentes en los ne-
gocios del papa ; iba y venía á París y á Londres,
y en uno de los acasos que le proporcionaba su ex-
tremada movilidad dio con Sarratea, siendo enton-
ces cuando se armó entre los dos el proyecto de co-
ronar á don Francisco de Paula, soberano del Río
de la Plata, entrando por supuesto el Alto Perú,
que formaba parte de la vasta y opulenta región
que había de ser monarquizada. Decir que era due-
ño del afecto de la reina y de Godoy, es como decir
(9) Tenía una hermana de singular belleza y talen-
tos, mayor que él, que lo amaba como á hijo. Era una dama
de vida liviana, pero rica, que había sido concubina de
Barras de otros personajes después, y de la íntima amis-
tad de Talleyrand; con todo lo cual vivía informada y
actuaba en todas las intrigas del tiempo. Gebhardt, Hist.
Gen. de España.
30 EELGRANO Y RIVADAX lA
que SUS opiniones, sus noticias y sus consejos, pre-
valecían en los conciliábulos de aquella desgracia-
da familia que no cesaba de prestar oído atento y
ávido á todo lo que, por ilusorio que fuera, le ofre-
cía alguna esperanza de mejorar de suerte, aunque
no fuese más que con sumas de dinero que le faci-
litasen vida más holgada y más tranquila.
Las ventajas del proyecto no se limitaban á la
rehabilitación del rey Carlos IV, de la reina y de
sus hijos menores, sino que se extendían también
á la corte pontificia, con cuyo poderoso influjo so-
bre España se contaba, por el inmenso interés que
tenía en restablecer y consolidar las relaciones de
la Iglesia con las provincias católicas de ultramar,
que, desmembradas al presente, ocasionaban per-
juicios muy considerables al tesoro del obispo de
Roma.
El conde había hecho ya varios viajes á Roma
con estos fines. La reina y Godoy habían aprobado
el plan 3^ convenido en que el futuro monarca ocu-
paría el trono bajo una constitución liberal á la in-
glesa, cuya obediencia juraría previamente en ma-
nos de los emisarios. Carlos IV amaba mucho á su
hijo menor por su buen carácter, y, con razón, más
que á los mayores, que eran asaz perversos. El
trono que le ofrecían lisonjeaba en extremo su ca-
riño paternal, porque quedaba inmediato á los do-
minios de sus buenos hijos y nietos los príncipes
de Eraganza. Pero el infeliz era tan pusilánime por
temperamento, y había quedado tan humillado por
las amarguras de su vida, que de todo temblaba;
y, según decía Cabarrús á los emisarios argentinos,
se había negado á dar documentos de aprobación
EN MISIÓN A EUROPA 3T
que pudieran comprometerlo en el ánimo de su hijo,
ó en el influjo que á éste le suponía entre las gran-í
des potencias de Europa.
La reina María Luisa, al contrario, se mostraba
indignada de la cobardía de su marido; y delante
del mismo rey le había dicho á Cabarrús con he-
roica decisión : "Anda tú, y que se haga ; yo misma
iré con mi hijo á Buenos Aires''. En la opinión de
Godoy, que era el gran consejero de la mísera fa-
milia, convenía sin duda proseguir la negociación;
pero ante todo debía ponérsele fondos en Londres
para escapar de Roma, porque estaba cierto de que
no bien se presentase el proyecto, ó se supiera la
partida oculta del infante, Fernando AI I pediría y
obtendría su extradición.
Rivadavia quedó deslumljrado, y sintió su áni-
mo reconfortado. Belgrano, que estaba dominado
por el profundo respeto, ó, mejor dicho, por la
afectuosa admiración con que miraba á su compa-
ñero, se entregó á él con tal sumisión que, según
sus propias expresiones, no hizo otro papel que el
de su escribiente cuando llegó el caso de dar formas
al asunto (lo).
(lo) "En una palabra, Rivadavia fué el director del
asunto, como perfectamente instruido en nuestros sucesos
y en atención á los conocimientos que posee y el pulso y
tino que le acompaña, quedándome á mí, sólo el ser escri-
biente de todo". Belgrano. — Relación de mis pasos y ocu-
rrencias de mi viaje al Brasil é Inglaterra extendida de
orden verbal del excelentísimo señor supremo director in-
terino. Este documento del Archivo se halla íntegramente
transcrito por el general B. Mitre en su Historia de Bel-
grano. Apéndice núni. 33, tomo III, página 488, 3.^* edición.
32 BELGRANO Y R1VA13AVIA
Con un rey de la estirpe española, miembro de
la casa de Borbón, que por toda la Europa recupe-
raba sus antiguos dominios, y con un régimen mo-
nárquico asentado en el Río de la Plata, ¿qué po-
dían objetar las grandes potencias, y sobre todo
Inglaterra, que les impidiese dar en el acto su be-
neplácito y contener la saña de Fernando \'II ?
¿ Podrían soportar que este tirano persistiera en
perjudicar al comercio, perturbando las relaciones
comerciales de otras naciones como la Gran Bre-
taña y Francia, por sólo el capricbo de no querer
reconocer una monarcjuía regular, tranquila y go-
bernada por uno de sus hermanos? No era posible;
y aun cuando las potencias aparentaran en el pri-
mer tiempo algunas vacilaciones, su diplomacia ha-
bía de ponerse por fuerza en grande actividad des-
de el primer día ; y cuando vieran que el nuevo
trono contaba con las fuerzas nacionales que defen-
dían la independencia, era indudable que las po-
tencias se habían de oponer á que continuara la
guerra, y sobre todo á que se corriera el peligro
de que viniese á terminar desgraciadamente por el
triunfo de los monopolios y de los excesos absur-
dos que estaban ya condenados por el mundo civi-
lizado. De haber sido posible la consumación de
semejantes visiones, no hay duda que el razona-
miento era fundado é incuestionables las consecuen-
cias. Pero era menester ser Rivadavia y Belgrano
para creer que esas mistificaciones pudieran enton-
ces convertirse en realidades.
El primer paso de la intriga estaba dado. Ri-
vadavia y Belgrano aceptaban el proyecto de Sarra-
tea y de Cal:)arrús : faltaba solamente que éste lie-
EN MISIÓN A EUROPA 33
gase á Londres con las instrncciones definitivas de
Carlos IV y de la reina, para dar forma solemne á
los pactos, y que comenzase la explotación del ad-
mirable candor con que nuestros honrados emisa-
rios se entregaban á la comedia.
Con la llegada del conde comenzó la parte seria
del asunto : el dinero. El conde era hombre de em-
puje que no vacilaba ni dejaba vacilar á los otros,
una vez que los tenía al alcance de su mano; audaz
y bien cuadrado en sus intenciones, procedía de
manera que con él no podían tomarse aquellas pre-
cauciones que son de regla común en negocios en
que media dinero. El era, decía, un hombre excep-
cional y superior á esas miserias. Daba por sen-
tado que la necesidad de dinero, no para él, sino
para los otros, era cosa natural y entendida, y no
se tomaba el trabajo ni de suponer siquiera que pu-
diera a^■anzarse la más ligera insinuación que ate-
nuara la confianza absoluta que él merecía en ese
particular. Era impávido y tenía el talento de ha-
cer callar hasta las dudas ó las sospechas que ins-
piraba. Lo primero que hizo fué hablar con mucha
seriedad de los gastos personales cjue llevaba va
hechos en tantos viajes como los que había repe-
tido de Londres á Roma ó á París por encargo de
Sarratea. Y aunque él no se consideraba expoliado
ni habría admitido serlo, pues obraba por el inte-
rés mucho más elevado que tenía en el éxito de un
negocio tan importante para los viejos monarcas de
España, á quienes quería entrañablemente, sin em-
bargo, su posición no era tampoco tan amplia que
le permitiera adelantar gruesas erogaciones como
las que hacía en vista de la comisión política de un
HIST. DE LA REP. ARGENTIN.\. TOMO VI. — 3
34 BELGRAXO V RIVADAVIA
gobierno extranjero todavia para él. En Londres
la vida era muy cara, y para venir á esta ciudad,
tenía que abandonar los valiosisimos intereses pro-
pios y ajenos, que estaban á su cargo en el conti-
nente. \^erdad es Cjue entre todo lo que al presente
le interesaba, nada le ofrecía mayores ventajas que
la erección de un trono en el Río de la Plata ocu-
pado ])or príncipes que tenían en él una confianza
sin límites, y en cuyo cariño }' estimación se con-
sideraba sin rival. Si no fuera más C[ue esto lo ha-
ría todo por sí mismo ; pero adelantos de sumas im-
portantes no los podía hacer. Lo primero era ase-
gurar la posición pecuniaria del príncipe de la Paz,
y como éste no quería ni podía dejar que figurase
su nombre, era menester ponerle la suma conve-
niente en Londres v en manos seguras, es decir,
de amigos que no divulgaran el secreto. Tenía tam-
bién c[ue hacer notar á los emisarios del gobierno
de Buenos Aires que debía asegurarse una grande
pensión y estado decoroso al rey Carlos IV y á la
reina, y, por último, determinar lo indispensable
para el candidato, y para su ^•iaje. Sin que él (de-
cía el conde) tuviera declaraciones y datos categó-
ricos sobre estos detalles esenciales, le era imposi-
ble dar un paso má-, puesto que, estando aceptado
el asunto en principio, sólo faltaba a justar los me-
dios materiales de llevarlo á cabo mediante los pac-
tos que al efecto estaba facultado para recibir y
transmitir á los reyes.
Rivadavia, al ver que el asunto comenzaba á
imponer erogaciones sin garantías, observó que la
forma para cosa tan grave carecía de aquella solem-
nidad que debía dársele antes de convertirla en una
EN MISIOX A EUROPA 35
negociación formal : y que la falta de ese principio
exigía algún documento de Su Alajertad, aunque
no fuese más que una carta de su puño en que die-
ra su aprobación y confirmase la agencia con que
mediaba el señor Conde. Este y Sarratea contesta-
ron que eso ya se había intentado; c[ue no era po-
sible decidir al rey á un paso que consideraba de
la mayor audacia y peligrosísimo para su quietud ;
c[ue Godoy se negaba también á que lo diesen la
reina ó el infante, porque estaba dominado por igual
miedo de ser perseguido y llevado á España ó Áfri-
ca á perecer en un presidio. Si eso se exigía como
paso previo, la negociación fracasaba.
Al andar de estos tratos pudo notarse algo que
dio á sospechar la sórdida intención y poca delica-
deza de Cabarrús (ii). Rivadavia, haciéndolo no-
tar confidencialmente á sus compañeros, les pro-
puso deshacerse de este agente y echar mano del
señor don José Olaguer Feliú c[ue además de ha-
ber sido paje de Carlos IV y de ser un compatriota,
tenía bastante despejo para ocuparse con éxito del
asunto ; pero Sarratea se opuso violentamente, y
*^ fué preciso ceder, porcjue de otro modo la soñada
monarquía naufragaba en el puerto.
Colocado, pues, el asunto donde Sarratea lo te-
nía preparado, Rivadavia hubo de contraerse con
grave seriedad á la tarea de escribir las instruccio-
♦ ' nes, convenios, actas de compromisos respectivos
y, por fin, todos los documentos de E-tado que de-
bían constituir el pacto del infante con la nación y
la Carta Constitucional del trono. ¡ Parece una bro-
(ii) Lo dice Belgrano en el informe antes citado.
36 BELGRANO Y RIVADAVIA
ma inventada por el g'enio mismo de la burla! Pero
la verdad es que don Bernardino Rivadavia, sir-
viéndole de escribiente el señor Belg^rano, como
acabamos de verlo, se puso á ese trabajo con pro-
lijo y cauteloso esmero. En las extensas y minucio-
sas instrucciones que escribió para Cabarrús. le ano-
tó todo aquello á que debía ceñir su conducta; se
le ordenaba en ellas que recabase la venida del in-
fante á Líindres, lomando por pretexto unas cuen-
tas que su padre tenía que saldar con ciertos ban-
queros holandeses de esta plaza; y de e-e modo los
emisarios lo tratarían y terminarían el asunto con
él. Se le indicaba que pusiese grande cuidado en
no hablar con nadie, y que visitase muy poco á los
reyes padres, para no despertar la suspicaz vigi-
lancia de la policía que Fernando VII. mantenía en
Roma. Con estas y otras tonterías estaban casi lle-
nos los largaos pliegos de esas Instrucciones. Se
determinaba en ellas lo más mínimo, hasta por cuá-
les caminos y acompañado de cuántas per.-onas ha-
bía de salir el infante á fin de que nada se transcen-
diese hasta el momento de hacer pública la candi-
datura. Marchar rectamente á ocupar el trono por
medio de la fitga, era cosa chocante por demás á
la dignidad y al decoro con que debía erigirse la
nueva monarquía, donde todo había de ser desde
el principio, circunspecto, franco y noble. Era,
pues, menester que la familia real cambiase á tiem-
po la residencia que tenía en Roma, por la de al-
guna ciudad de Austria ; y que el infante pasase
de allí á Norte-América con cualquier pretexto.
Como este cambio daría lugar seguramente á que
Fernando VII les retirase la miserable jubilación
EN MISIOX A EUROPA 37
con que los mantenía, las provincias del Río de la
Plata tomaban á su cargo ese sagrado deber, y
Rivadavia, con Belgrano. . . y con Sarratea también
"prometían y juraban asistirlos á todos con regias
pensiones" que. por la de Godoy. puede calcularse
á cuánto subirían las de los reyes y la de Cabarrús
como primer chambelán del nuevo monarca.
"Plenamente facultados (decían los emisarios
en esos pliegos) por el Supremo Gobierno de las pro-
vincias del Río de la Plata, para tratar con el rey
nuestro señor (el señor don Carlos IV) y con to-
dos los de su real familia, á fin de conseguir del
justo y poderoso ánimo de su Majestad (?) la ins-
titución de un reino en aquellas provincias, y ce-
sión de él al Serenísimo Infante don Francisco de
Paula, declaran que los méritos y servicios del Se-
renísimo y Excelentísimo señor príncipe de la Paz
don Manuel Godoy son tales que se le señala una
pensión anual de cien mil duros, sobre la cual así
como las anteriores se abrirá un crédito y partida
en el 'tesoro", etc., etc. Con esto se alcanza bien lo
que fué aquella misión tan hablada entonces y des-
pués.
Es cosa, en verdad, de quedar uno aturdido de-
lante de dos personajes tan graves, tan creyentes
á su manera, pero de una inocencia los dos. . . íba-
mos á decir virginal, diremos sin ejemplo, que me-
tidos en un cartucho obscuro de Londres, v alum-
brados por cuatro bujías, se entregaban así á la ta-
rca de redactar y de "poner en limpio" estos pape-
les. . . para uso de Cabarrús y de Sarratea; ¡qué ad-
mirable enredo para el futuro Moliere, ó el futuro
!Moratín de estas regiones !
38 BF.LGRAXO V R1\\\DAVIA
Al misiiKj tiempo que nuestros emisarios se en-
tretenían en habilitar á Cabarrús con tan solemnes
documentos y también con dinero, se ventilaba entre
Bonaparte y las i)otencias tradicionales de Europa,
la larga v porfiada lucha entre el despotismo mili-
tar y el despotismo reaccionario, que tenía pen-
diente su solución final de la campaña de Bélgica.
El conde de Cabarrús había hecho presente que de
cualquiera de los lados que resultase el triunfo, era
seguro el éxito de la negociación. Si quedaba im-
perando Bonaparte, el favor del poder había de ser
hostil á Fernando VII y benévolo para Carlos IV;
si caía, y surgía otra vez Luis XVIII con una so-
beranía bien asegurada ya. volvería á su proyecto
de que se reviesen los títulos originarios de Fer-
nando, y se repusiera á su padre en las facultades
legítimas que le correspondían para disponer de
sus estados. Y observaba el conde, que para uno y
otro caso, era indispensable que se le proveyese de
todo, papeles y dinero, pues era urgente su marcha
á esperar en el continente la solución de la guerra
y aprovechar los instantes para traer al infante á
Londres, á favor del ruido y de la confusión que
debía producir la próxima batalla entre aliados y
franceses. Xada podía objetársele : fué preciso so-
meterse á entregarle fondos, que era lo substancial
para él, y papeles que para nada le servían.
Pasaron los días : cayó Bonaparte derrotado en
Waterlóo ; y después de hacerse esperar algunos
meses volvió el conde de Cabarrús á Londres. ¡Pe-
ro nada había podido conseguir! El rey de Francia
había desistido de proteger á Carlos IV. El poder
y el influjo de Fernando VII se habían consolida-
EN MISIÓN A EUROPA 39
do; y el anciano rey más pusilánime que nunca, y
Godoy más aterrado que él todavía, se negaron á
todas las condiciones que los emisarios les habían
propuesto. De toda la familia y criados, sólo podía
contarse con la reina y con el infante, que persis-
tían en aceptar por su parte todo lo propuesto, y en
dejarse robar para ser trasladados á Buenos Aires.
Como esto, según la opinión del conde, era al cabo
lo esencial del asunto en que trabajaban, él había
dejado á sueldo un hombre de corazón y de valor,
con cjuien el infante se entendería para fugarse.
Pero el rapto, además de ser peligroso, exigía que
se contase con medios de movilidad rápidos y bien
preparados. Se necesitaba, por consiguiente, que
se pusiese á su disposición en libras esterlinas, una
suma suficiente con cjue llevar á cabo la operación.
Rivadavia y Belgrano se opusieron á semejante
atentado. La comedia comenzaba en efecto á ser
demasiado grosera y degeneraba en farsa. No podía
olvidarse, decían ellos, cjue el trono C[ue tenían en-
cargo de negociar, debía ser serio y de condiciones.
legales. Los americanos tenían pleno derecho para
reconocer por único rey á Carlos IV, y en él la fa-
cultad de adjudicar al infante don Francisco de
Paula la soberanía inmanente en su persona de los
dominios del Río de la Plata. Sin esta delegación,
y traído por rapto ó por fuga, el señor don Fran-
cico de Paula no pasaba de ser un simple aventu-
rero c[ue nadie aceptaría en el país á donde se le
cjuería llevar así. Con este motivo se promovió una
agria disputa en cjue el conde encontró ya la oca-
sión de romper con los emisarios. Luego cjue éste
se ausentó dando muestras de grande enfado, Sa-
40 EELGRANO Y RIN'ADAVIA
rratea trató de insistir en que convenía hacer traer
al infante á Londres de cualquier modo que fuese,
dic'endo que él estaba seguro de que si le daban
á Cabarrús algunos recursos cumpliría su promesa.
Fundaba la conveniencia de esta entrevista con el
infante en la notoriedad con c|ue se haría saber á
las potencias victoriosas cjue las provincias del Río
de la Plata no sólo querían constituirse en monar-
quía, sino coronar un príncipe español, desarman-
do con esto á los poderes que las suponían anár-
quicas y rebeldes contra la familia de sus reyes na-
turales. En segundo lugar era de todo punto ne-
cesario "ocultar al gobierno de Buenos Aires lo que
había pasado, y asegurarle que todo se había redu-
cido á poner al infante en Londres, donde podía
deliberar con libertad, hasta esperar la resolución
del gobierno de Buenos Aires"'.
Belgrano se opuso á este temperamento porque,
á su modo de ver, en\olvía inexactitudes poco ho-
norables y desnaturalizaba el orden y el sentido de
los hechos que habían ocurrido; y dijo que ha-
biendo resuelto regresar mmediatamente, tuviese
á bien entregarle los papeles originales y las cuen-
tas que había tenido con Cabarrús debidamente
justificadas para dar al gobierno el debido informe
de todo. No necesitó más Sarratea para desatarse
de un torrente de palabras violentas y de imprope-
rios contra el gobierno, contra el país y contra los
hombres todos que lo habitaban. A él siempre lo
habían sacrificado, perseguido y engañado; no co-
nocía allá sino bribones ; y no les daría cuenta de
nada porque de él no merecían respeto ni conside-
ración (le ninguna clase.
EN MISIÓN A EUROPA 4 1
Tal fué la situación en que se parapetó; y sería
cosa de dudarlo si no constara asimismo del me-
lancólico informe con cjue Belgrano le expuso al
gobierno los tristes percances de la misión.
Requerido Cal^arrús buenamente por la devo-
lución de las instrucciones y proyectos que se le
habían entregado, así como por una forma ó razón
justificada de los fondos que había recibido, con-
testó negándose á todo ; y habiéndose encontrado
con Belgrano en casa de los banqueros Cjue tenían
los fondos de la misión, le dijo á éste que estaba
bien informado de las palabras injuriosas que ha-
bía emitido solare él, y que pasaría á pedirle expli-
caciones. Iba á tener lugar un duelo : Rivadavia,
Olaguer y otros argentinos lograron frustrarlo,
evitando así un escándalo más en tan triste negocio.
Por supuesto, que el entremetido y el agitador de
esta iniquidad fué Sarratea: él mismo anduvo ocu-
pado en esos días de los preparativos del duelo y
hasta del armero á quien encargó revisar y tener
listas las pistolas.
Belgrano regresó á Buenos Aires á dar una
prueba más de su mal sentido político con la sin-
gular ocurrencia de la monarquía incaica; y Ri-
vadavia, no menos iluso, insistió en las preocupa-
ciones que tenían extraviado su espíritu con visio-
nes, que aunque de otro color, no eran menos con-
trarias también al buen criterio y á la sensatez de
un hombre de Estado.
Sin escarmentar con lo cjue acababa de pasarle,
se puso en busca de recomendaciones que le abrie-
ran entrada en Madrid, convencido de que allí iba
á negociar un arreglo honorable con el rey de Es-
42 BELGRANO Y RIVADAVIA
paña. Esta inocente esperanza basta á mostrarnos
que no tenía idea de lo que era ese rey, de lo que
era España, ni del movimiento político que lie va-
lgan los pueblos que él pretendía rep^resentar en ese
desatinado intento. Si hubiese tenido aquel tacto
que enseña á no aventurar empresas arriesgadas
sin haber estudiado los medios de darles solución,
habría visto que se ponía fuera de las condiciones
diplomáticas (esto es tratables) de su asunto; y
que usurpaba una posición oficial sin tener título,
sin saber lo que habría de proponer, ni cómo pen-
saba salir de las dificultades que afrontaba. Nece-
sario es tomar en cuenta la fatal inclinación de su
espíritu á sublimar en formas agigantadas las ema-
naciones de su fantasía, para explicarnos que se
hubiese ofuscado al grado de no ver que metido en
Madrid, en aquel Madrid mudo y policiaco de Fer-
nando VII, había de encontrarse sin independen-
cia de proponer y discutir cláusula alguna que
fuese favorable á su país ; y que abandonado á sí
mismo bajo el peso de una tiranía soberbia y ven-
gativa, no le había de quedar otro recurso que ab-
jurar de su propio patriotismo, y prosternarse "hu-
miaemente" — son sus palabras — en las gradas san-
grientas de aquel mismo trono que los pueblos del
Río de la Plata habían jurado no obedecer ni so-
portar jamás.
Olvidando, por su mal, los consejos hábiles y
prudentes que García le había dado en Río Janeiro
sobre los inconvenientes de este viaje, y sobre otros
puntos no menos delicados de la misión, no trató
de otra cosa, después de la partida de Belgrano,
que de propiciarse la relación personal de algunos
EN MISIÓN A EUROPA 43
españoles de influjo que se hallaban en Londres.
Hombre honorable v virtuoso que se hacía conocer
á primera vista, no le fué difícil captarse la esti-
mación de les principales entre ellos. Les hizo con-
fianza de los encargos c[ue llevaba, ó más bien di-
cho que él se atribuía, y se propició su estimación
exponiéndoles los inmensos beneficios que España
podría asegurar cambiando prudencialmente su vie-
jo régimen colonial por el de una monarquía his-
pano-americana que debía ser, natural 3- forzosa-
mente, una nueva y anchurosa patria para los pue-
blos de la península ibérica, para su comercio y
para su nobleza también.
Rivadavia se imaginaba que era imposible que
el rey y sus ministros no alcanzasen los resultados
evidentes de esta sublime solución. Pfero cjue, si
por desgracia se creía desdoroso comenzar la re-
forma por ese gran paso, bastaría por lo pronto que
el rey desarmase la insurrección anárquica que de-
voraba el porvenir y las riquezas de la provincia
del Río de la Plata, haciéndoles algunas concesio-
nes administrativas que las colocasen en el goce de
aquellos beneficios que los progresos del siglo ha-
cían indispensables en la vida de todos los pueblos
civilizados.
En la atmósfera de Londres se volvían claras y
simpáticas las cosas que bajo el despotismo reac-
cionario de Madrid pasaban por ser el colmo de la
insolencia y del crimen político. Los españoles que
hablaban con Rivadavia y que miraban á América
como el paraíso perdido de España, creyeron de
sumo interés proporcionarle la manera de que se
presentase á los ministros de Fernando VII á in-
44 BELGRANO V RIVADAVIA
formarles de su misión con los amplios horizontes
que les trazaba en su fantasía, y con la evidente
honradez de su carácter.
A estar á ciertas alusiones de la prensa de Lon-
dres parece cjue no faltó en el gabinete inglés quien
indicara al embajador español la conveniencia de
que recabase una licencia ó salvoconducto que au-
torizara á Rivadavia para trasladarse á Madrid y
obtener audiencia. El que más afanoso anduvo en
esto, y entend'do también, seg'ún se creyó enton-
ces, con el ministerio inglés, fué don Juan Manuel
de Gandasegui, director de la Compañía de Fili-
pinas, que tenía asiento y bastante valía en Lon-
dres y en Madrid. Fué él quien obtuvo el salvo-
conducto por real cedida; y cuando estuvo provisto
de ella, Rivadavia vio colmado al fin el vehemen-
tísimo deseo c[ue por tan largo tiempo lo había
deslumhrado: ¡Ya iba á Madrid!
Para darnos cuenta de esta rara infatuación, se-
ría necesario suponer que Rivadavia daba por per-
dida ó anonadada ya la independencia argentina,
lo que no es de creer, pues no podía ignorar que
no todo se había desquiciado, como se temió en el
primer momento de la caída de la Asamblea : pre-
cisamente entonces era cuando Rondeau invadía
el Alto Perú con un ejército, que, como quiera que
fuese, se tenía por más fuerte y mejor templado que
el de los enemigos. Ese paso no estaba tampoco de
acuerdo con sus instrucciones, con la ley de que
emanal)a su misión, ni con las resoluciones del go-
bierno que lo hal)ía nombrado. Verdad es que al
enviarlo se hal)ía previsto el caso de que pudiera
convenir que se trasladase á Madrid; pero se le
EN MISIÓN A EUROPA 45
había recomendado expresamente que lo hiciese
"según e] semblante qne ]3resentasen los tratados"
lo cual importaba la orden de que ante todo nego-
ciase bases de tratado en Londres ; y que sólo te-
niéndolas pasase á discutirlas á ]\Iadrid "dando
cuenta de sus pasos antes de comprometer cosa al-
guna definitiva". Ningún hombre de juicio se hu-
biera creído con facultades para proceder de otro
modo ; y mucho menos después que García le había
comunicado en Río Janeiro que cuanto se teníase
debía tener por base la protección ó interposición
del gobierno inglés, "porque era de todo punto im-
posible que las provincias del Río de la Plata hu-
bieran de volver á la antigua dominación espa-
ñola" (12).
Metido en Madrid, Rivadavia se encontró en la
dificultosa posición que era de esperarse. Xadie lo
había llamado : no tenía antecedente ninguno con
que abrir una negociación : el rey y su gobierno
estaban inflexibles en su legítimo derecho de sobe-
ranía absoluta sobre las colonias hispano-america-
nas ; los primeros sucesos de la expedición de Mo-
rillo les hacían contar con que todo el país de Tie-
rra Firme estaba ya reducido, y que el ejército ven-
cedor pasaría pronto del Ecuador al Perú donde se
concentraría una fuerza formidable de 30,000 hom-
bre?. Xinguna indicación se le había hecho de que
el rey quisiera oír proposiciones de transigencia.
¿Qué papel, pues, qué carácter iba h tomar el se-
(12) Xota del director Alvear á lord Strangford, de
la que García llevaba copia : Véase tom. V, Apéndice III.
40 BELGRANO V RIVADAVIA
ñor Rivadavia ante el gobierno de la metrópoli?
¿El ageftte de los Rebeldes...? Hubiera bastado
para que lo arrojasen de la corte. ¿El de implorar
medidas benévolas y actos de perdón? Le habrían
exigido el previo arrepentimiento de los rebeldes,
la sumisión completa y la entrega del país á la cle-
mencia de Fernando VII. ¿Las Aventajas de la crea-
ción de una nueva monarquía? Eso era pedir que
el soberano dueño de todo, se despojase por puro
gusto, de la mayor parte de sus opulentas propie-
dades. ¿ Qué hacer entonces ? ¿ Por dónde comenzar ?
No había sino un camino: ¡tristísimo y vergon-
zoso en verdad !
Pero no pudiendo retroceder ni escaparse de
Madrid, no había más remedio que mentir; y don
Bcrnardino Rivadavia, oprimido por la falsa y fa-
tal situación en que se había colocado se resignó á
mentir, y escribió: "Como la misión de lo> pue-
blos que me han diputado se reduce á cumplir con
la sagrada obligación de presentar á los pies de Su
Majestad las más sinceras protestas de reconoci-
miento de su vasallaje; felicitándolo por su ventu-
rosa y deseada restitución al trono; y suplicarle hu-
mildemente que se digne, como padre de sus pue-
blos, darles á entender los térmuios que han de re-
glar su gobierno y administración. Vuestra Exce-
lencia (13) me permitirá el que sobre tan intere-
santes particulares le pidan una contestación, cual
la desean los indicados pueblos y demanda la si-
tuación de aquella parte de la monarquía" (14).
(13) Se dirige al ministro Cevallos.
(14) Documento copiado en el Archivo Ministerial
EN MISIOX A EUROPA 47
Al (lar este paso, Rivadavia no había contado
con la perfidia de Sarratca ni con el vil proceder
ccn que este intrigante podia clavarlo en una situa-
ción harto desairada y no poco peligrosa. Apenas
tuvo noticia del viaje á Madrid, Sarratea escribió
al ministro Cevallos, por medio del mismo Caba-
rrús, que Rivadavia no tenía ni los poderes ni las
instrucciones que se atribuía, y que en vista de sus
procederes arbitrarios y puramente personales el
gobierno de Buenos Aires le acababa de retirar su
carácter, constituyéndosele á él único representante
en Europa de las provincias del Río de la Plata ;
pero con la cláusula terminante de que cualquiera
que fuese la solución que se entrase á tratar había
de ser sobre la base de la independencia de las pro-
vincias unidas del Río de la Plata, pues Rivadavia
no había tenido jamás poderes para otra cosa, co-
mo se vería si se le pedía que mostrase las facul-
tades con que había ido á ^Madrid. Lo peor para
Rivadavia era que no podía levantar la delación,
porque era cierta (15).
Indignado el ministro español con semejantes
informalidades contestó á la nota de Rivadavia en
los términos más duros que podía darle: "Si con
el deseo, dijo, de restablecer la tranquilidad de sus
dominios se había prestado el rey á oir las expre-
siones de sujiiisión \ vasallaje de los que se dicen
diputados del llamado gobierno de Buenos Aires,
de Madrid por don José Prudencio Guerrico, por encargo
del doctor don Manuel Rafael García, ministro argentino en
Londres.
(15) Documentos inéditos del comisionado don Manuel
José Garda, publicados por el Dr. D. I\I. R. García, cuad. 2.
4S BELGRAN'O Y RIVADAVIA
tenía ahora motivos para sospechar de su legitimi-
dad, no sólo por el documento del poder tan infor-
mal y destituido de autencidad cjue le había pre-
sentado en su primera conferencia, sino por lo que
Sarratea, que también se dice diputado, acababa
de informarle".
''Pregunté á usted si tenia instrucciones, y me
respondió que no las traía ni las había pedido á
sus comitentes, porque habiendo en la Junta de
Buenos Aires (sic) caberas exaltadas, le pareció
que era preferible no traer instrucciones y evitar
que algunas de las que se le diesen pudieran irritar
el ánimo de Su Majestad, y poner estorbos al ejer-
cicio de su cleuicncia. Pero á los dos días se me
presentó el director de la Compañía de Filipinas,
don Juan Manuel Gandaseguí, y de parte de us-
ted me dijo que se le había olvidado decirme que
en un capitulo de sus instrucciones se le había pre-
venido sobre la conveniencia que habría en cjue Su
Majestad enviase sujetos de su confianza al Río de
la Plata para que instruidos prácticamente de la
situación informasen etc., etc. Esta es, pues, una
contradicción que aumenta las sospechas contra la
buena fe de que debieran estar animados aquellos
Cjue arrepentidos acuden ahora á la clemencia del
mejor de los soberanos. Las sospechas crecieron
con la noticia de que los corsarios de Buenos Aires
se habían apostado en las cercanías de Cádiz para
hostilizar nuestro comercio, llegándose así á la evi-
dencia de que los designios de Buenos Aires no
eran otros que ganar tiempo y adormecer las pro-
N'idencias reclamadas por la justicia y el decoro del
Gobierno. . . Es preciso, pues, cortar el hilo de unas
ÜN MISIÓN A EUROPA 49
conferencias dcsfifíiídas por parte de usted de la
buena fe y del sincero arrepentimiento que debían
animarlas... En consecuencia, ha determinado Su
Majestad que usted se retire de su real garantía,
pues como ésta se acordó á un sujeto á quien se
creyó adornado de las cualidades que inspiran con-
fianza, después de las conferencias es otro muy dis-
tinto á los ojos de la ley. Sin embargo. Su i\Iajes-
tad se desentiende de sus derechos y sólo se acuer-
da de lo que se debe á sí mismo".
Con este oficio en que Fernando VII terminaba
mostrándose harto generoso en no mandar á Riva-
davia á los presidios de África, ó en no hacerlo
ahorcar, venía acompañada una real cédula de ex-
pulsión en el término de veinticuatro horas. Su
única garantía en este caso fué que el gabinete in-
glés, como lo veremos más tarde, y sin que Riva-
davia lo supiese, había cooperado á que fuera re-
cudido y oído en Madrid, por medio del señor O'Fa-
rril, embajador de España en Londres, que á su
vez había tratado á Rivadavia y le tenía muy buena
voluntad.
Insultado de un modo tan acerbo, Rivadavia
solicitó una nueva conferencia por medio de Gan-
daseguí ; pero se le denegó ordenándosele que ex-
tendiese por escrito lo que tuviese que decir al go-
bierno del rey. Semejante orden colmó la desven-
tura de su situación y la vergüenza de las protes-
tas que para sincerarse tuvo que dejar consignadas.
Convino desde luego en que había ido á Ma-
drid poco documentado, y con instrucciones muy
deficientes. "Cuando don Manuel Sarratea se ingi-
rió en este asunto, aseguré al señor Gandaseguí
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 4
50 BELGRANO Y RIVADAVIA
que ese incidente me obligaba á suspender todo
procedimiento, dar parte á Buenos Aires y esperar
los informes que había llevado don Manuel Bel-
grano. Pero el señor Gandaseguí. animado del más
vivo y justo celo por el servicio de Su Majestad é
intereses de la nación, me excitó á no demorar por
motivo alguno, negocio de tanta importancia, y
aprovechar las fa\-orables disposiciones que le cons-
taba que había... En la primera audiencia se dignó
Vuestra Excelencia decirme que le había hablado á
Su ]\Iaj estad con toda claridad sobre los asuntos
de América, conxenciéndole de la necesidad de pro-
clamar á aquellos pueblos, otorgándoles gracias
efecfk'as: que inclinado á ello el real ánimo se ha-
bía consultado al Consejo de Indias, para que en
z'ista de las leyes de aquellos reinos y de las cir-
cunstancias actuales fuese informado Su ]^>Iajestad
de lo que pudiera acordárseles. En seguida me dijo
Vuestra Excelencia que era natural que yo trajese
proposiciones de aquellos pueblos. A esto contesté
que yo no venía á hacer proposiciones, y que de he-
cho aquellos pueblos no las pedían ; pues aún cuan-
do me las hubieran dado no me hubiera hecho cargo
de ellas; á lo que Wiestra Excelencia se sirvió de-
cirme que era de mi parecer, pues lo contrario ha-
bría sido dictar condiciones al soberano (i6).
Como el ministro Cevallos le hiciera serios y
fundados cargos por los hechos de Brown en el Ca-
(i6) Esto está en contradicción manifiesta con las
palabras del documento anteriormente transcripto que dice :
''Como la misión de los pueblos que me ban diputado se re-
duce á cumplir con la sagrada obligación de presentar á
los pies de S. M.. etc., etc."
]'N MISIÓN A KUROPA 5 I
Ilao y en Guayaquil, Rivadavia le contestó que esos
hechos eran consecuencia del estado de aquellos pue-
blos, "pero que procederían de muy distinto modo
después de los informes que había llevado don ^Ir-
nuel Belgrano, y así que estuviesen instruidos de
que Su Alaj estad se había dignado oirle y admitir
sü misión; que sobre eso había escrito con repeti-
ción y lo bastante á inspirarles confianza y preve-
nirles del respeto y circunspección con que debían
esperar las piedades del soberano". El señor Ri-
vadavia no había escrito jamás semejante cosa; pe-
ro continuaba: "Ahora me veo argüido de mala fe
é indigno de inspirar confianza; y no me resta sino
suplicar, por medio de Wiestra Excelencia sumisa
y encarecidamente á nuestro soberano que por
mí no se perjudique á aquellos pueblos...
"En fin, yo me hallo autorizado, y me consi-
dero en la obligación de protestar que aquellos pue-
blos desean y están de buena intención dispuestos
á entrar en el plan general que se estableciese para
todos sus hermanos de América : en este caso no
tratarán de impetrar más de la piedad de su sobe-
rano, que aquellas providencias cjue aconseja la
prudencia para contener las venganzas, y cortar
los resentimientos y animosidades que ha produ-
cido la GUERRA civil... Y si hay algún medio de
reponer la confianza, tanto por mi parte como por
la de aquellos pueblos, tenga A'uestra Excelencia
la bondad de manifestármelo, pues á todo estoy
resuelto para probar á mi soberano los leales sen-
timientos de dichos pueblos, y los míos, para con-
vencer de que el honor, ó más propiamente el cum-
plimiento de mis obligaciones, es la base de mi
conducta".
52 BELGRANO Y RIVADAVIA
Esta nota, y más cjue todo los informes que
Gandaseguí le dio á Cevallos. al entregársela, sobre
el abatimiento y desesperación en que dejaba á Riva-
davia, de cuya buena fe Gandasegui estaba ínti-
mamente convencido, condolieron al ministro ; y
para bacerle menos jDenosa su situación le contes-
tó "que las observaciones que le había hecho sobre
falta de buena fe no recaían sobre su persona, sino
sobre su comisión de diputado de Buenos Aires
para implorar la clemencia del rey, cuando sus co-
mitentes no merecían otra que la mayor severidad,
ni podían esquivar la justicia sino á beneficio del
más sincero arrepentimiento y á la sombra de la
l)enignidad de su soberano". Dicho esto se le repi-
tió la orden de salir inmediatamente de la corte.
Temiendo con razón que la diplomacia portu-
guesa participase lo ocurrido al gobierno de Río
Janeiro. Rivadavia procuró asegurarse del silencio
de García y le dio cuenta del fracaso, en términos
medios y sin transcribir por supuesto ninguno de
los documentos. Asimismo, le suplicó que reser-
vase el tenor de su nota, "pues á Buenos Aires no
escribo tan claro, le decía, porque creo que debo
omitir cnanto pueda exasperar, y me sea lícito sigi-
lar; así doy parte oficial más circunspecto, instruido
de todas las copias y de las contestaciones". Por
desgracia, esto tampoco era cierto : y servía sólo á
mostrar cuan comprometida se hallaba á sus pro-
pios ojos la situación injustificable en que se había
colocado.
Xatural era (|ue Sarratea se apro\echase de tan
buena ocasión para dejar á Rivadavia en un punto
de vista ridículo y culpable. Pero ya fuese porque
KN MISIÓN A EUROPA 53
ignorara la parte oficial del incidente, ya porque
tuviera más de bufón que de verdadera índole polí-
tica, se ocupó en escribir tonterías de cómo Ceva-
llos á coscorrones y puntapiés había echado del
minisíerio á Rivadavia, liaciéndolo salir de Madrid
á espetaperros ; con otras fruslerías menos graves
por cierto que la realidad. Que si los hechos y los
documentos se hubieran conocido en toda su ver-
dad, la parte ridicula del asunto, que fué la que
prevaleció en su tiempo, hubiera desaparecido al
peso de la indignación que la verdad habría levan-
tado.
Merece aquí tenerse presente el hidalgo proce-
der de don Manuel José García, que informado por
el ministerio portugués del triste episodio, guardó
un estricto silencio toda su vida, aun teniendo des-
pués amargos motivos de queja contra don Bernar-
dino. El rastro quedó, sin embargo, en sus pape-
les reservados, y allí lo tomó su distinguido hijo,
para pedir al señor Guerrico que le sacase copia de
los documentos que existieran en el Archivo de Ma-
drid sobre este incidente de la misión.
Como hecho histórico, el episodio no tuvo más
importancia en nuestros sucesos, que los vagos ru-
mores con que contribuyó á mantener agitadas las
prevenciones y las alarmas rencorosas del partido
republicano, que, estrictamente hablando, no era
un simple partido, sino el país entero tomado en
globo como opinión pública. Pueyrredón pensaba
del mismo modo, por más que su vigilante pruden-
cia lo tuviese embarazado entre los exagerados que
se habían declarado sus adversarios, amenazando
el orden, v la infatuación incomprensible por fun-
54 BEIvGUANO Y RIVADAV^A
dar una monarquía que extraviaba la fantasía del
partido conservador, cuya estabilidad en el influjo
gubernativo tenía que mantener con firmeza el Di-
rector vSupremo, so pena de anular la autoridad del
Congreso, y la suya propia, ante un movimiento
desordenado, desprovisto de bases orgánicas, que
luchaba por a^■enturarse á los azares de lo desco-
nocido, sin consideración á los conflictos en que la
suerte de la nación estaba todavía gravemente com-
prometida.
Informado Rivadavia de la parte que Sarratea
había tenido en presentar como culpables y ridicu-
los los desgraciados pasos que había dado en ]\Ia-
drid, escribió á Pueyrredón en estos términos, que
si no bastaban á justificarlo á él, eran bien mereci-
dos de su delator : "Ale dicen que don Manuel Sa-
rratea ha escrito á esa que el general Belgrano y
yo le hemos impedido el cjue consiguiese el reco-
nocimiento de nuestra independencia. Esta es una
tan triste como evidente prueba de las ventajas de
la moralidad sobre las más felices disposiciones de
la naturaleza si él hubiera aprovechado mejor, ó
al menos no hubiera corrompido tanto las que tan
graciosamente baldía recibido, cuando su conducta
le ha puesto en la vergonzosa necesidad de recurrir
á la impostura, lo hiciera con menos torpeza . . . Yo
no sé si dicho caballero se habrá arrojado á escribir
tan torpe calumnia. Si ha tocado en tal extremo,
es de mi deber exigirle las pruebas, y rendir yo las
niuv abundantes que puedo presentar; las QVt LK
HARÁN TANTA JUSTICIA COMO DESHONOR. Te pro-
testo que sobre este asunto no puedo caer jamás sino
forzado y con la mayor repugnmicia; pues aunque
EN MISIÓN A EUROPA 55
don Manuel Sarratea ha hecho demasiado para no
merecer cosa alguna de mí, }'o me debo á mí y á
mis principios ; consideraciones que él desconoce,
y de que abusa criininalmente" .
Resumiendo ahora nuestro sentir sobre estos in-
cidentes, diremos cjue no es el deseo de establecer
una monarc|uía liberal lo que vituperaríamos, si se
hubiese trabajado con tiempo en la manera prác-
tica de agrupar los elementos más sanos y robustos
del cómputo social, dando una dirección seria, en
ese sentido, al movimiento político de 1810 que nos
llevaba á la independencia. Tampoco nos causaría
escándalo que un grupo distinguido de nuestros
principales comuneros se hubiese alarmado al ver
apuntar una república democrática y callejera, que
con sus inclinaciones al desorden y con su genial
insolencia amenazaba sobreponerse á las tradicio-
nes y á los influjos consagrados, que el régimen
colonial monárquico había dejado en pie y en ar-
monía perfecta con la marcha de la nueva nación.
En aquella época y en el ambiente que envolvía á
nuestros emisarios, hablar de república y de repu-
blicanos en Europa era evocar el fantasma luctuoso
y sanguinario de la república francesa que había
subvertido los asientos de la vida social y atacado
la naturaleza moral de las leyes que rigen el orden
y el progreso de los pueblos cultos. Los Estados
Unidos no eran todavía un argumento satisfacto-
rio contra estas preocupaciones; pues, por más que
la fuerza del hecho y la nobleza de su filiación los
hiciesen pasar como una entidad extraña, poco ex-
plicable y simplemente tolerada, nadie olvidaba que
de ese lejano oeste era de donde habían venido mu-
56 BÜLGRANO Y KIVADAVIA
chos de los gérmenes que en Francia habían pre-
cipitado la borrasca. Estas prevenciones se halla-
ban desgraciadamente corroboradas por los escán-
dalos anárquicos de Méjico, de Tierra Firme, de
Chile y del Río de la Plata, cuyos emisarios anda-
ban pidiendo la conmiseración de las potencias eu-
ropeas, convencidos de que sin esa protección no
podían salvarse de España ni salir del desorden que
los enloquecía.
Hombres como Rivadavia que habían nacido
con un temperamento eminentemente monárquico,
no podían sacudir desde el primer día las preocu-
paciones angustiosas que oprimían su espíritu, ni
mirar sin terror la demolición del orden de cosas .á
que se hallaban adheridos por principios, intereses
y esperanzas. Pensaban, pues, que las naciones de
Europa tenían razón en abominar cuanto tuviera
relación con el espíritu republicano, sinónimo en-
tonces de anarquía, de revuelta y de sangre; espí-
ritu que para ellos mismos era una amenaza pre-
sente y una catástrofe próxima. Desde este punto
de vista, es menester hacerles justicia, si creyeron
que su deber era trabajar por constituir una monar-
quía con príncipes de una casa reinante que les pro-
piciase la buena voluntad de los poderes extranje-
ros, y la aquiescencia de España á un propósito
como este, que les parecía tanto más acertado cuan-
to que venía preconizado desde el glorioso reinado
de Carlos III por uno de sus más célebres minis-
tros, el afamado conde de Aranda, tan ilustre como
liberal entre los hombres preeminentes del siglo
XVIII (17).
(17) Vol. I, pág. 596.
EN MISIÓN A EUROPA 57
En esto, los hombres de ese grupo, aunque ilu-
sos, eran hombres de su tiempo : participaban de
los mismos temores, habían pasado por los mismos
desengaños y obedecían á las mismas precauciones
c|ue en Europa hacían reaccionar la vida política
en busca de la fórmula completa del organismo li-
bre conservador, es decir, del organismo parlamen-
tario, de ese orden constitutivo del debate guber-
namental que lleva y mantiene en el poder los mo-
vimientos varios de la opinión pública, sin lo cual
el gobierno de las naciones se convierte desvergon-
zadamente en un simple derecho de prescripción,
ganado por el primer ocupante in re nnllius, trans-
mitido, clam et z'im, por testamento ológrafo y en
puridad.
Por mucho tiempo se estuvo creyendo que este
precioso resultado de la ciencia política moderna
era una propiedad exclusiva del sistema monárqui-
co constitucional; y por eso fué, que aquellos hom-
bres de los primeros tiempos de nuestra revolución,
ignorando que podía haberse hermanado también
con un régimen electivo, lo buscaban en la monar-
quía, verdaderamente inspirados por un deseo sin-
cero de libertad que según ellos no podía ser fruto
de la república democrática electoral (i8).
(18) Hoy no hay en el mundo ningún pensador se-
rio, ni hombre de Estado conspicuo, monárquico ó repu-
blicano, con tal que sea liberal, que no profese estos prin-
cipios de la política científica como los únicos que pueden
hermanar org-ánicamente, de manera estable, el orden libre
con la libertad ordenada, y subsanar los defectos capitales
del organismo presidencial, que por su mala naturaleza
produce una vida fatalmente intermitente, dominada por
58 BEI<GRAN0 Y RIVADAVIA
Aunque esto pudiera disculpar como teoría la
candidatura de don Francisco de Paula, que si no
fué inventada fué patrocinada por los señores Ri-
vadax ia y Belgrano. cjuedaría siempre mucho que
vituperar en la manera con que se condujeron. No
es poca prueba de su poco tino reparar que. cuando
estos señores buscaban en esa intriga lamentable
cómo sacar á su país de las dificultades en (|ue se
hallaba, los puel)los argentinos obraban de su cuen-
ta confiados en la justicia y en la robustez de la
causa nacional ; y sea porque les viniera del orden
de su formación, á iiiz'cl, en el seno del régimen
colonial, ó por la ciega terquedad de España, que
el acaso y por lo desconocido, que si puede ser de buena
condición en un período, es casi seguro que será de muy
malas condiciones en la mayor parle de los períodos subsi-
guientes. Emilio Castelar, el hambre de lengua española
más tomado en cuenta en las naciones libres de nuestro
tiempo, piensa como nosotros. Sus talentos, sus virtudes
cívicas, su extensísimo saber, y la circunstancia de ser un
republicano intachable, dan una gran autoridad á su opi-
nión, y nos complace, por eso, poder citar las palabras de
una preciosa y reciente carta que de su mano ha publicado
la Nación del 13 de septiembre de 1887. Hablando allí de
Ruiz-Zorrilla, que, como gran parte de nuestros republica-
nos de aquí, anda harto confuso en saber cómo pueda ar-
monizarse el sistema republicano con el ascendiente cons-
tante y orgánico de ila opinión pública, dice : ''ignoramos
aún si quiere la dictadura, ó la libertad : el régimen par-
lamentario tan admirable, ó el régimen presidencial tan
absolutista y odioso", con otras consideraciones, que agre-
ga á su intención, visiblemente sugeridas por el elocuente
ensayo que Francia está haciendo del parlamentarismo re-
publicano, es decir, de la política conservadora y libre que
constituve la ciencia moderna el vitalismo social.
EN MISIÓN A EUROPA 59
con otras mil causas se combinaron en los sucesos
diarios, la verdad es que echados ellos en un mo-
vimiento democrático definitivo iban adelante y
realizaban la evolución política hacia su propio des-
tino, sin que nadie pudiera ya hacer retroceder el
torrente. Moreno lo había previsto desde los pri-
meros días : es quizá el primer estadista que en su
época hubiera concebido la república democrática
atenuada con los resortes orgánicos del sistema par-
lamentario inglés. Pero murió, como ]\Iirabeau,
apenas planteado el problema ; y los que quedaron
en su lugar no conocían la primera palabra siquiera
de la fórmula científica del gobierno libre.
CAPITULO II
LA MISIÓN garcía, Y EL ESTADO GENERAL DE
EUROPA EN 1815 Y 1816
Sumario: Juicio retrospectivo 'de la misión Garcia á Rio
Janeiro. — Su primitivo objeto. — Inglaterra y España. —
El protectorado inglés. — Diferencias fundamentales en-
tre la misión de García y la de Rivadavia y Belgrano.
— Situación del gobierno argentino. — Las condiciones
■persona'es del comisionado don Manuel José García. —
Sus presunciones sobre los intereses y las relaciones de
Portugal con España. — Situación política de la Banda
Oriental del Río de la Plata. — Llegada de García á Río
Janeiro. — Rumores Hostiles del país. — Las notas del go-
bierno argentino al embajador inglés. — Conferencia de
García con este personaje. — Lo público y escrito, y lo
que quedó como conversación confidencial. — Las lentitu-
des calculadas de la política inglesa según sus historia-
dores.— Nueva faz y nuevas esperanzas. — García y la le-
gación española de Río Janeiro. — Reminiscencias y car-
gos.— La legación española y la embajada inglesa. — In-
dicación sobre la necesidad de que mediaran Portugal
ó Inglaterra. — Negativa absoluta del ministro español.
—Conflicto gravísimo y secreto entre España y Portugal
á consecuencia del tratado de Badajoz. — La Banda Orien-
tal.— Derechos y necesidades de España. — Desquite y
pretensiones del gobierno de Río Janeiro. — Fuerza y ma-
terial de la expedición del general Morillo. — Oposición
y amenaza de Portugal. — Interposición de Inglaterra. —
'Articulación sobre la jurisdicción correspondiente al Con-
greso de las potencias europeas. — Incidente sobre el du-
cado de Toscana v actitud del príncipe Metternich. — Con-
ESTADO GENERAL DE EUROPA 6 1
tratiempo y cansas del rumbo de la expedición del ge-
neral Morillo. — Intereses reservados de Inglaterra. — El
nuevo armamento de España contra Portugal y contra el
Río de la Plata. — La experiencia de los sucesos colonia-
les.— Reserva absoluta de los gabinetes europeos sobre
este conflicto gravísimo para ellos. — Reciprocidad forzosa
de los intereses argentinos con la política de Portugal.
Cualquiera que sea el juicio que se haga de la
misión que don ]\Ianuel José García desempeñó en
Río Janeiro el año de 1816. será siempre de admi-
rar el tino y la firmeza con que la condujo, de acuer-
do con las circunstancias en que se hallaba y con
los fines que se propuso alcanzar. Con ideas bien
concebidas en provecho del país que servía, y con
un conocimiento perfecto de los hombres y de los
intereses en cuyo seno había de actuar, dio las más
altas pruebas de sagacidad y de talento en la elec-
ción de los medios con que llegó á la solución de
sus dos problemas capitales : impedir la confabu-
lación de España con Portugal y exterminar á Ar-
tigas. El rey de Portugal volvió la espalda á Fer-
nando VII su cuñado y su yerno ; y Artigas fué
suprimido para siempre, sin que para ningiuia de
las dos cosas se sacrificara un palmo de tierra ar-
gentina, ni quedasen comprometidas las ulteriori-
dades que el hábil negociador supo dejar pendien-
tes hasta mejor ocasión.
Por lo pronto, la comisión de García se limitaba
á ponerse al habla con el embajador inglés. Este
honorable personaje había mostrado desde 18 10 tan
grandes simpatías en favor de los pueblos argen-
tinos, cjue se esperaba mucho de su amistad en los
aciagos momentos del año de 1815. García tenía
62 LA MISIÓN garcía
encargo de presentarle una nota, en que se le in-
sinuaba que mientras el gobierno inglés contestaba
á la solicitud que las provincias del Río de la Plata
le dirigían pidiéndole su protectorado, él como em-
bajador pusiese estorbo interino á cualquier ataque
que fuerzas armadas de España ó de Portugal tra-
taran de llevar sobre Buenos Aires,
Estas solicitudes no eran tan ajenas al buen sen-
tido, como pudiera creerse á primera vista. Dados
los intereses primordiales que imperaban en el mun-
do, y traída la cuestión al terreno de los hechos,
nadie ignoraba que los gabinetes de Londres y de
Río Janeiro aspiraban á que el rey de España otor-
gase una reforma liberal en el régimen económico
de sus colonias; y se presentía que en ese camino
habían de tropezar al fin con la escandalosa terque-
dad de un gobierno que en pleno año de 1816 por-
fiaba todavía por mantener secuestradas las costas
del Atlántico y del Pacífico al comercio y á las in-
dustrias de las naciones civilizadas. En Inglaterra
la opinión pública había tomado ya su partido, así
como la de España se mantenía en el suyo. Fermen-
taban, pues, entre las dos naciones gérmenes ac-
tivísimos de discordia, que, por más que los gabine-
tes lo disimulasen, habían de producir sus efectos
naturales, y quebrar la situación poco cómoda, po-
co sincera que ambos estaban ocultando. De ma-
nera que si los encargos conferidos á los señores
Belgranó y Rivadavia eran en gran parte conjetu-
rales, los que el general Alvear confería poco des-
pués al señor García tenían un carácter esencial-
mente diplomático, obedecían á propósitos bien me-
ditados y debían producir consecuencias excelentes;
ESTADO GENERAL DE EUROPA 63
porque es cosa sabida que interviniendo manos há-
biles, los intereses económicos y la supremacía di-
plomática son, entre naciones y gobiernos, los dos
estímulos que priman sobre todos los demás.
Cuando el señor García salió de Buenos Aires,
todo hacía creer que la nación co-
181 5 rria en la rápida pendiente de la
Enero 26 anarquía y de la barbarie. El or-
ganismo social creado por la cé-
lebre Asamblea de 181 3. próximo á derruml^arse
con el general Alvear. que había sido su principal
columna, caía á pedazos entre las llamas del incen-
dio que lo devoraban.
La situación externa vacilaba entre dos grandes
temores : el abandono de Inglaterra y las hostili-
dades de Portugal. Si como se vociferaba en Bue-
nos Aires. Portugal tomaba la vanguardia de la
expedición española, ocupando la Banda Oriental
y bloqueando la capital, había llegado para la pa-
tria el día de la prueba suprema : y antes que en-
tregarla postrada á los pies del tirano aborrecido
que la reclamaba como esclava, era preferible echar-
la en los brazos de la barbarie misma y arrasar todo
su suelo por la propia mano de sus hijos. Ese era
el sentimiento público ; eso lo que se habría hecho
indudablemente, como en \'enezuela y en Xueva
Granada, y eso, lo (¡ue la misión de García llevaba
encargo de evitar.
García había recibido una educación muy esme-
rada. Era hijo del coronel de ingenieros don Pedro
Andrés García, uno de los hombres más distingui-
dos y de mejor posición en la última década del
régimen colonial. Su hijo, nuestro actual persona-
04 I-A MISIÓN garcía
je, había gcihcrnadu siendo aún muy j(ncn la po-
pulosa provincia de Chayanta en el Alto Perú, co-
mo subintendente del gobierno presidencial de Chu-
quisaca. Por su posición, por sus tradiciones de fa-
milia y hasta por inclinación estudiosa, se hallaba
cumplidamente instruido en todos los antecedentes
administrativos y jurídicos (jue formalían la his-
toria de los virreinatos del Perú y de Buenos Aires.
Conocía, pues, á fondo los famosos altercados que
Inglaterra y Portugal habían sostenido contra Es-
paña en el empeño de tomar y conservar apostade-
ros de tráfico en las riberas orientales del Río de la
Plata. Era demasiado sagaz para no haber adver-
tido que nunca, como ahora, habían tenido esas dos
potencias una ocasión más favorable, un interés
más ^•ivo en que esa interesante parte del país que-
dase separada de los dominios españoles y abierta
al comercio bajo el pabellón portugués.
Precisamente era esto lo que unas veces cau-
saba sus alarmas, y lo que otras veces le sugería
esperanzas en el éxito de su misión. Si España,
comprendiendo bien sus intereses, se había resuel-
to á ceder á Portugal los territorios orientales, me-
diante su cooperación contra la insurrección argen-
tina, todo estaba perdido. En primer lugar, con eso
bastaba para poner al gobierno inglés en posesión
de todas las ventajas que buscaba, y en segundo
lugar, las simpatías mismas de los gremios in(iu.^-
triales \' mercantiles de Londres iban á perder su
razón de ser. en cuanto la libertad de comercio
les quedase garantida en los puertos orientales del
Plata ocupados por los portugueses. Pero. . . ¿no
era este también un motivo muy fuerte para dudar
ESTADO GENERAL DE EUROPA 65
de que eso se hubiera podido tratar y convenir?
¿Podía creerse que Fernando VII hubiese acor-
dado una concesión c[ue debía producirle discordias
y confHctos, internos y externos, mil veces más pe-
ligrosos para su imperio colonial que la insurrec-
ción misma en que estaban los pueblos sudame-
ricanos ?
García se resistía á creerlo; su razón, y el ín-
timo conocimiento que tenía de las antiguas com-
plicaciones que en el Río de la Plata habían pro-
ducido tan larga lucha entre las tres naciones, le
inspiraban vehementes sospechas de que en el fon-
do de la política inglesa y de los negocios portu-
gueces, anduviera algo grave, algún misterio, que
el gobierno argentino tenía interés en conocer y
aprovechar.
Por otra parte, en el caso de que no se hubiera
acordado aquella cesión, era difícil suponer que un
gobierno tan astuto y tan admirablemente servido
por hombres expertos como el de Portugal, no se
hubiese advertido siquiera de que le convenía tener
á su lado una nación relativamente débil como la
del Río de la Plata, mucho más que pegado á sus
flancos, en América y en Europa, un vecino sober-
bio, cuyas exigencias tomarían forzosamente carác-
ter imperioso y agresivo, así que por fuerza de ar-
mas restableciera su vasto imperio colonial sobre
la cerviz humillada de los pueblos rebeldes que ha-
bían osado disputárselo. ;Qué podía, pues, ganar
Portugal con la alianza de Fernando \^II, que no
pudiera conseguir con mayores ventajas entendién-
dose con las provincias argentinas? ¿Qué podía
obtener Inglaterra, sosteniendo el régimen de los
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 5
66 LA MISIÓN garcía
monopolios, que pudiera valerle más que la liber-
tad comercial del Río de la Plata, garantida por la
ocupación portuguesa al oriente, y por los princi-
pios liberales del gobierno argentino al occidente?
Si como era de presumir por estas razones, los
intereses de Portugal y de Inglaterra se hallaran en
lucha latente todavía con España, delante de obs-
táculos como estos, el gobierno de Buenos Aires,
acudiendo á tiempo y con habilidad podía ganarle
de mano á España, y restablecer la partida en su
favor, con el doble resultado de paralizar sus ope-
raciones militares por el Río de la Plata y de darle
jaquemate á Artigas.
Por lo que hacía á la Banda Oriental, el go-
bierno de Buenos Aires se encontraba en perfecta
y justificada libertad. Esa provincia, antes argen-
tina, se había armado contra la nación, y se hallaba
política y jurídicamente segregada de las demás
constituidas en gobierno común ó nacional. Xo sa-
tisfecha con eso, había declarado á su anterior go-
bierno y le hacía una guerra á muerte : subvertía
el orden social incitando al alzamiento voraz de las
masas salvajes que habitaban las selvas y campos
desiertos del litoral, y tenía bandera propia levan-
tada contra las autoridades nacionales residentes
en la capital. Los poderes públicos habían decla-
rado independiente todo el territorio oriental, de-
jándolo á merced de sus propios caudillos, con to-
dos los derechos y con todas las responsabilidades
por consecuencia que competen á un poder extran-
jero. Pero ni eso había bastado á saciar la saña, ó
la sed de usurpación, con que el virulento asola-
dor, que allá gobernaba á su antojo, pretendía lie-
ESTADO GEXKRAI, DE EUROPA 67
várselo todo por delante á sangre y fuego, hasta
imponer su dominación personal y la sangrienta
bandera con qne guerreaba.
Entre tanto, el gobierno argentino se hallaba
desarmado y completamente impotente para conte-
ner las brutales aspiraciones de este enemigo forá-
neo. Las únicas fuerzas sólidas con que contaba se
encontraban paralizadas dentro de la capital, en
Mendoza y en Tucumán, al frente de las tropas
realistas cjue se concentraban ya en las fronteras del
Norte y del Oeste, con ánimo resuelto de empren-
der una formidable invasión. Por consiguiente, si
Portugal quería posesionarse ahora de la Banda
Oriental, ahí la tenía al alcance de su brazo. De
este lado del Plata nadie podía impedírselo; y nin-
gún interés más apremiante existía, que el de sa-
carse las garras cj[ue un bárbaro sin juicio ni cora-
zón tenía clavadas en los costados del país culto,
para poder emplear en defensa de la independencia
los últimos recursos que aún quedaban disponibles.
Fluctuando entre temores de que fuese tarde, y
esperanzas de que aun tuviese
18 1 5 tiempo, llegó García á Río Janei-
Febrero 1 1 ro. Así que el buque dio fondo
saltaron á bordo muchos emplea-
dos del puerto y gran número de curiosos, que, sin
consideración ni comedimiento, hablaban con jú-
bilo y en voz alta de la situación agonizante en que
se hallaban los republicanos rebeldes del Río de la
Plata. ]\Iuy pronto (decían) llegará la expedición
española : aquí la esperan ya los comisarios que
deben prepararle los víveres de refresco y todo lo
demás necesario á la recalada en este puerto, para
68 LA MISIÓN garcía
proseguir sobre Buenos Aires. El ejército portu-
gués ha entrado ya por las fronteras del Yaguarón.
El rey de España ha cedido á nuestro rey toda la
parte oriental del Uruguay^ etc., etc.
Mal impresionado por estos comentarios de tan
triste augurio, nuestro comisionado tardó poco en
saber por los señores Belgrano y Rivadavia que no
existía confirmación oficial de esos rumores; pero
que eran tan públicos y tan repetidos que no sería
extraño que tuviesen algo de cierto. En cuanto á
ellos, sus diligencias habían sido completamente in-
útiles : tanto el embajador inglés como el primer
m.inistro de Portugal les habían hablado con entera
franqueza, y nada había que esperar por ese lado.
Sin embargo, como hemos dicho, García era
portador de notas; su comisión se limitaba á po-
nerlas en manos del embajador inglés; leerle su te-
nor en la copia de ellas que se le había entregado,
y conferenciar sobre la materia haciendo supremos
esfuerzos por obtener lo que el gobierno argentino
solicitaba. Una de esas notas iba dirigida al emba-
jador, y la otra en pliego cerrado, con la súplica
de que la remitiese al gobierno. En la primera, el
Supremo Director don Carlos de Alvear acreditaba
la persona del señor García, y pasaba á declarar
que la situación de las provincias argentinas hacía
desesperar de que pudiesen conseguir su indepen-
dencia y constituirse, sin que ''una mano exterior
ocurriera á salvarlas de los horrores de la anar-
quía". Esta mano no podía ser la del rey de Espa-
ña, porque "el odio á esa dominación soberbia y
opresiva había subido á tal punto con los actos de
fiereza de la última época, que hasta era menester
ESTADO GENERAI, DE EUROPA 69
ocultar á los pueblos los pasos conciliatorios que el
gobierno habia tentado; porque el sentimiento po-
pular con España llegaba al último grado de pre-
ferir la muerte antes que volver á depender de su
gobierno". El único refugio era Inglaterra; á ella
correspondía "acoger en sus brazos á estas provin-
cias que adoptarán sus leyes y su autoridad con el
mayor placer, para salvarse de la antigua servidum-
bre y gozar de una existencia pacífica. Ese es el
deseo, la aspiración y la esperanza de todos los
hombres sensatos". El Supremo Director creía que
la única objeción que podía hacer Inglaterra era
sus relaciones con el rey de España : "Cuestión de
simple pundonor que debía ceder á dos motivos
tan poderosos y tan justos como la posesión exclu-
siva de este continente y la gloria de evitar la des-
trucción de una parte considerable del nuevo mun-
do; tanto más cuanto que el gobierno inglés debe
saber, y sabe, c[ue con negarse á eso no asegurará
los derechos de España; por el contrario la guerra
será interminable, y tan ruinosa para la metrópoli
como para las demás naciones europeas". Inglate-
rra, libertadora de los negros africanos, y C[ue en
ese propósito usa de la fuerza contra sus mismos
aliados, no puede permitir la ruina de los habitan-
tes del Río de la Plata, "ni abandonarlos en el acto
mismo en que se arrojan á sus brazos generosos".
Repelerlos es despeñarlos al abismo de la desespe-
ración. . . "Yo deseo que \\iestra Excelencia se dig-
ne escuchar á mi enviado, acordar con él lo que
Vuestra Excelencia juzgue conducente, y manifes-
tarme sus resoluciones, en la inteligencia de que
estoy dispuesto á dar todas las pruebas de la since-
yo LA MISIÓN garcía
ridail (le esta comunicación, y tomar de consuno
las medidas necesarias":
En la necesidad de cumplir con el encargu de
entregar las dos notas, y de con-
1815 ferenciar sobre su tenor, García
Febrero 26 solicitó y obtuvo que el embaja-
dor le acordase una entrevista en
la noche del 26. Hacía ocho años, á lo menos, que
lord Strangford tenía frecuente roce con los nego-
cios y con los hombres que actuaban en el Río de
la Plata desde 1809; de modo que no puede dudar-
se de que conociera la reputación de que gozaba
García como hombre de talentos excepcionales y
de cumplida distinción.
Sin pretensión ni estudio, pues era demasiado
hábil para ser fatuo, el comisionado se condujo en
la entrevista con aquella cordura de buen tono, y
propia de un ingenio cultivado, con que sabía dar
siempre un vivísimo interés á su trato. Fué franco,
firme, y sinceramente informativo. Nada ocultó,
nada disimuló. Habló de los hombres y de las co-
sas con tanta verdad, que el embajador se mostró
en muchos momentos encantado de oirlo; pero, con
la misma franqueza. García le dijo también cjue el
gobierno inglés no cumpliría con los sagrados de-
beres, ni aún con los intereses inmediatos Cjue tenía
como cabeza y providencia de los pueblos libres y
nuevos, si no los acogía bajo su protección, de
modo que al amparo de sus leyes, ó de su influjo,
pudiesen consolidar el orden interior y ponerse en
actitud de contribuir con sus enormes riquezas á la
prosperidad del comercio universal. En el nuevo
mundo, nadie se hallaba en mejores condiciones
ESTADO GENERAL DE EUROPA / 1
para eso que las provincias argentinas; pero nadie
tampoco en peores condiciones politicas, y por
consiguiente, en mayor necesidad de c|ue Inglaterra
las tomase bajo su amparo. Esta potencia no debia
olvidar cjue la revolución de 1810 había tenido por
causa en el Río de la Plata la resolución de resistir
á las usurpaciones de Bonaparte, y de no caer en
sus manos como colonias de España : no debía ol-
vidar que al dar este paso aventurado se había con-
tado con su protección para el caso de ser atacado
el país, y principalmente para conseguir como con-
pensación una reforma completa de los abusos é
injusticias de la metrópoli, ó separarse, sí esto se
les negaba. Cuando la necesidad las forzó á este
paso, las provincias argentinas contaron siempre
con que tenían su principal garantía en la política
seguida por ^Ir. Pitt, y corroborada por las ten-
tativas de 1806 y 1807, y aun por la que se tenía
preparada en 1808. Los gobiernos provisionales de
Buenos Aires se han sostenido en la expectativa
de que Su ^lajestad Británica se convenciese al fin
de que tenía el deber de intervenir para asegurarles
su destino. Pero no era posible esperar más sin ex-
poner al país á sus últimas desgracias. La guerra
cada vez más cruel sigue sin interrupción, las di-
sensiones civiles lo tienen todo en anarquía, el
pueblo se corrompe y las fuentes de la riqueza pú-
blica se agotan. España se resiste á oír las más
sensatas y moderadas proposiciones; y no sólo es
menester sino justo huir de un gobierno inepto, in-
capaz de proteger al país y que no piensa en otra
cosa que en vengarse y tiranizarlo. Esta es una si-
tuación desastrosa que arrastra á los pueblos del
72 LA MISIOX garcía
Rio de la Plata y que convertirá este hermoso pais
en un desierto espantoso. Si Inglaterra lo abandona
3^ desecha sus reclamos, si este caso horrible c[ue
tan próximo está, llegara, ;qué hacer? Todo es me-
jor que la anarquía y aun el mismo gobierno es-
pañol "después de saciar sus venganzas y de agra-
viar al país con su yugo de hierro" , dejaría alguna
esperanza más de mejorar que las pasiones desen-
cadenadas de masas en anarquía. Una sola palabra
de la Gran Bretaña bastaría á hacer la felicidad de
rnil pueblos, abriría un campo glorioso al nombre
inglés y consolador para la humanidad entera. Aho-
ra bien, si la grande nación que había dado vida y
libertad á Europa sin pensar en sacrificios ni en la
ingratitud de sus protegidos, nada puede hacer en
favor de ^a América del Sur, y queda ésta destinada
á ser víctima de sus esfuérzaos generosos y de su
credulidad, las provincias argentinas, sin acusar
más que á su mala fortuna, tomarán el partido que
el tiempo les deje, ya que habiendo procedido sobre
principios de política conocida habrían tenido de-
recho á que se les hiciera justicia'.
Después de oírle lord Strangford le observó que
era mejor no hacer mérito del pliego original que
aun permanecía cerrado, porque no teniendo él ins-
trucciones ni carácter para recibirlo, tendría que
dar una satisfacción poco satisfactoria. Pero al mis-
mo tiempo pidió á García que tuviese la deferencia
de redactar y de remitirle un resumen de lo que le
había expuesto; lo que probaba que pensaba dar
cuenta confidencial á su gobierno del tenor de la
entrevista. En cuanto al pliego dirigido al ministro
de Relaciones Extranjeras de Inglaterra el emba-
ESTADO GENERAL DE EUROPA J T^
jador observó que á él no le incumbía dirigirlo ni
abrir opinión sobre el particular: y c¡ue como se
hallaba en Río Janeiro una comisión que, según en-
tendía, iba á Londres, ése era el conducto de diri-
girlo.
Por de contado que la entrevista no se limitó á
lo que contiene el resumen que García hizo y remi-
tió al embajador. En este re5umen no podía entrar
nada de lo C[ue se había conversado confidencial-
mente; y tanto García como sus amigos íntimos
hablaban algunos años después de los servicios y
de las indicaciones ventajosísimas con c[ue el noble
lord le había allanado el camino para tomar pose-
sión del terreno y desempeñarse con éxito. Con re-
ferencia á Inglaterra el embajador se refirió al tes-
timonio universal c[ue la prensa de Londres daba
de la notoriedad con que la opinión pública estaba
declarada en favor de las provincias argentinas : y
agregó c]ue eso era siempre de mucho peso en los
consejos del gabinete : pero el rey de España pare-
cía resuelto á no admitir mediación, ni intercesión
extranjera de ningún género. Después que los suce-
sos parecían favorecer su empeño de reconquistar
sus colonias, no sólo por las victorias que había ob-
tenido, sino por los desórdenes y la anarquía que
las hacían suponer en grande debilidad para resis-
tir, se mostraba más imperioso y más aferrado á sus
derechos. De manera que al gobierno británico no
le era permitido violar los deberes que le imponían
sus relaciones políticas y diplomáticas; y si España
expedicionaba. ponía bloqueos, ó ejercía otras de
aquellas hostilidades ordinarias permitidas á todas
las naciones, era casi imp<3sible que la Gran Bre-
74 í-A Misiox garcía
taña pudiera estorbarlo en principio, ni asumir el
protectorado de provincias que por el derecho pú-
blico de las naciones no estaban aún reconocidas
como independientes. Pero á pesar de todo esto, el
embajador tuvo tales condescendencias con García
que se puede decir que le abrió una puerta privada
para llegar á los secretos de Estado. "Yo creo, le
dijo, que ese sistema de intransigencia adoptado
por el rey de España le dará resultados fatales, y
acabará por una catástrofe qitc hubiera podido evi-
tarse con ¡a mediación hriiánlca" ; y como García
había razonado sobre los intereses de Portugal, de
acuerdo con las ideas que tenía sobre ellos, el em-
bajador le observó con un tono singularmente mar-
cado : "Quizá tenga usted razón en creer que sea
aquí donde está la llave de la política del Río de la
Plata: usted habrá oído como cosa indudable (y
creo que lo es) que Su Alteza el príncipe regente
ha resuelto expedir un decreto declarando al Brasil
reino unido con Portugal ; por el hecho esta región
cesaría, pues, de ser colonia, y es un golpe contra
el sistema colonial de España que no es posible sa-
ber cómo será recibido en ]\Iadrid. "Entonces, le
dijo García, Vuestra Excelencia cree que no hay
tratado de alianza entre los dos reyes", y lord
Strangford le contestó con amistosa deferencia que
en su opinión "no la había."
Un historiador inglés muy apreciado, hablando
de nuestros asuntos con grande abundancia de da-
tos diplomáticos, que hemos de aprovechar á su
tiempo, dice que se había formado en el mundo po-
lítico una opinión extraña de que Inglaterra no
osaba proteger, como quería, á las repúblicas sud-
ESTADO GENERAL DE EUROPA 75
americanas, por temor de la guerra con las grandes
potencias que se inclinaban á proteger á España.
Xo era tal temor, agrega, lo c]ue hacía que ella an-
duviera despacio en ese camino, sino la moderación
y la paciencia á que todo gobierno fuerte está obli-
gado, cuando se trata de conveniencias que aunque
debidas y justas no son directas. Así es que cuando
perdió toda esperanza de ser atendida, y temió que-
dar expuesta á quebrantos serios, declaró su reso-
lución de proteger la existencia de las repúblicas
sudamericanas contra cualquier potencia extranjera
que pretendiese inmiscuirse en apoyo de España;
y dijo que iría hasta la guerra en caso de que no se
respetase su declaración; "tan claros y tan extensos
eran los intereses de su próspero comercio, que te-
nía comprometidos con el Río de la Plata (i)". De
manera que las tentativas del Director Posadas y
de su sucesor el general Alvear por obtener el pro-
tectorado, ó mejor dicho, la protección de la Gran
Bretaña; la famosa nota encomendada á don ]\Ia-
nuel José García, la conferencia no menos intere-
sante de este comisionado con lord Strangford, y
cuantos pasos más se dieron con este fin, no se
prestan á otra crítica, por más que se haya dicho,
que á la antelación con que fueron intentados; pues
la verdad es que el gabinete Ijritánico esperaba la
ocasión de dar esa protección, y que la misma Doc-
trina Monroe negociada por ^Nlr. Canning no fué
otra cosa que el complemento de las miras y espe-
ranzas con que se enviaron los emisarios de 1814 á
Londres y Río Janeiro.
(i) Granville Stapleton's — Political Life of thc R. H.
George Canning: v. II, cap. VIII.
76 LA MISIÓN garcía
Más tranquilo en cnanto al presente, García vio
con satisfacción que las cosas se le presentaban fa-
vorablemente y cjue aun era tiempo de ponerse en
acción para sacar provecho en el sentido de sus
ideas. Obligado á guardar en honorable reserva la
parte confidencial de la entrevista, se limitó con los
señores Belgrano y Rivadavia á lo necesario para
que cumpliera la orden que tenían de marcharse
con urgencia á Europa; y si algo comunicó al go-
bierno fué en términos generales; nada más que lo
bastante para que advirtiese las ventajas importan-
tísimas que podían obtenerse en Río Janeiro ; á no
ser que en cartas muy reservadas y personales di-
rigidas al ministro doctor Tagle, hubiera entrado
en mavores confidencias, como parece desprenderse
de algunos papeles cjue más adelante estudiaremos.
Sin embargo, en lo que nos queda, tenemos lo bas-
tante para seguir la vinculación de los trabajos he-
chos en Río Janeiro y juzgar del espíritu cjue los
dirigió.
El señor García era, sin duda, el hombre de su
misión. El gobierno que se la había confiado podía
estar bien seguro de que nada importante había de
escapar á su previsión, y de que había de perseguir
con habilidad todas las ventajas y los accidentes
que el juego de los sucesos le trajera á la mano.
Que fuera por consejo ajeno, ó por intuición de su
propia sagacidad, García se manejó de manera que
el encargado de los negocios de España, don An-
drés AHllalba le hiciera saber por conducto de recí-
procas relaciones, cjue deseaba tratarlo y hablar con
él de los negocios públicos que les interesaban. De-
masiado seguro de sí mismo para saber á qué ate-
ESTADO GENERA!, DE EUROPA JJ
nerse, y también para inquirir si había por allí algo
que pudiera convenirle, aceptó la invitación. Reci-
biólo don José María Salazar, aquel jefe de la ma-
rina española y gobernador de Montevideo en 1810
que hemos visto figurar entonces, que arrojado des-
pués por Elío, de quien era mortal enemgio, había
venido á Río Janeiro con el empleo de primer co-
misario de la expedición de Murillo á tener presto
todo cuanto ella hubiera de necesitar para proceder
adelante. García tenía la ventaja de conocer la his-
toria asaz pública de Salazar y de todas sus reyer-
tas con Elío, mientras que Salazar veía por primera
vez quién era García, y si algo sabía de él, sería á
lo más lo que se decía de sus talentos. El encargado,
por medio de una de esas maniobras pueriles y poco
acertadas en gentes de posición, había cjuerido que
Salazar afrontase el primer encuentro con el emi-
sario de Buenos Aires, para tomar su partido en
consecuencia de lo c|ue resultase. La galantería y
el tono francamente amistoso de García hizo exce-
lente impresión en Salazar; y cuando éste trató de
■excusar al ministro con algún quehacer sumamente
urgente que le impedía acudir desde luego, por lo
cual le había encargado de conversar de los nego-
cios del Río de la Plata, García no solamente lo
tomó muy á bien, sino c[ue se felicitó de poder con-
versar con un hombre informado de los anteceden-
tes y que sabía perfectamente que todos los males
y contratiempos en cjue había fracasado el resta-
blecimiento de la concordia entre Su Majestad Ca-
tólica y sus colonias del Río de la Plata, procedían
del error cometido por la regencia de Cádiz man-
dando de virrev á un hombre aborrecido v brutal
78 IwN. MISIÓN garcía
como Elío, quien apenas llegó á ^íontevideo hizo
materialmente imposible todo acuerdo, poniendo
siempre por condición que se le había de recibir por
virrey, con otras medidas y agresiones que supo-
nían un ánimo feroz de venganza y de tiranía. Di-
cho todo esto con aquella oportunidad y talento fjue
se incrusta y se asimila en el ánimo del oyente, Sa-
lazar se puso enteramente de acuerdo, y la conver-
sación tomó aquel tono cómodo y desahogado con
que conversan dos amigos sobre las disidencias, ho-
norables para uno y otro, que antes los habían di-
vidido.
García hizo ademán de retirarse, pero Salazar
se opuso diciéndole que el ministro sentiría mucho no
verlo; y después de hacer el aparato de entrar á ha-
blar con él, volvió rogándole que lo siguiese al des-
pacho donde Su Excelencia le esperaba. La conver-
sación no pasó de generalidades con protestas
de estimación, y su resultado se redujo á convenir
que al día siguiente tendrían una conferencia espe-
cial sobre el arreglo de los intereses comunes de
que estaban encargados. Así lo hicieron ; García
tomó el hilo de la conversación donde la había de-
jado el día anterior en su entrevista con Salazar.
Invocando el testimonio de éste en cuanto al funes-
to influjo de Elío, origen de cuanto había sucedido
después, afirmó en buen terreno todo lo c[ue se pro-
ponía decir sobre la terquedad y el espíritu malig-
no con que las autoridades de Montevideo habían
cerrado las puertas á cuanto se había tentado por
armisticios, treguas, y otros convenios ó propues-
tas de concordia. Nada de esto habría sucedido si
el rev hubiese estado mejor informado de los negó-
ESTADO GENERAL DE EUROPA 79
cios de América, y al presente mismo sería fácil
entenderse, si se comenzaba por convenir en que
la primera necesidad era la de sacar de en medio el
influjo terrible de los acontecimientos que por acjue-
llas causas habían venido á agravar la situación;
pues las enemistades y las desconfianzas se habían
hecho tan fuertes por ambas partes, que sería in-
dispensable un género de garantías eficaces que no
diesen lugar á la menor duda.
El encargado de negocios de España observó
que, dado caso de que hubiese alguna verdad en
todo eso, tampoco podía negarse que por parte del
gobierno de Buenos Aires se habían cometido ex-
cesos monstruosos que justificaban la conducta y las
precauciones de los funcionarios del rey; que pres-
cindiendo de muchos que podría enumerar, le bas-
taría recordar la falta de buena fe, la traición con
cjue se había procedido al apoderarse de la plaza de
Montevideo y de su gobernador el general Vigodet.
El señor García negó c[ue ese suceso pudiese
prestarse al modo con que se le calificaba : Es me-
nester, dijo, tener presente que hacía muy poco que
el virrey de Lima y sus altos funcionarios eclesiás-
ticos y judiciales acababan de violar la capitulación
juramentada de Salta, de una manera tan desca-
rada, que quizá hacía el hecho un ejemplo único
-entre naciones civilizadas ; que se creía obligado á
convenir en que algunas veces se había procedido
con rigor, pero siempre se había hecho eso contra
conatos de conjuraciones peligrosas debidaniente
probadas y notorias, ó con gentes que sin tener co-
misión oficial del rey de España, habían preten-
dido hacer armas de su cuenta contra el orden pú-
8o
LA MISIÓN GARCÍA
blico que las provincias del Río de la Plata habían
establecido durante la cautividad del rey, con el mis-
mo soberano derecho con que España había esta-
blecido sus Juntas provinciales; y que si en la ca-
pitulación de Montevideo había habido premura en
consumar lo que estaba pactado, era porque se ha-
bía descubierto la confabulación de los jefes de la
guarnición realista con los montoneros y cabecillas
anarquistas de la campaña, para atacar y destruir
por sorpresa y perfidia al ejército argentino que se
hallaba entregado á la confianza de lo acordado.
Ese había sido, pues, un acto de precaución justifi-
cada; como el señor encargado lo vería en la Expo-
sición general de Alveav, que le remitiría más tarde.
Pero esto, agregó el comisionado, pertenecía ya
á un orden de sucesos consumados, c|ue no eran del
caso; lo grave por allanar, era las consecuencias
que esos antecedentes habían dejado en la situación
moral de los espíritus; no sólo por los odios y las
desconfianzas que habían creado, sino por la doc-
trina de c|ue "era indecoroso que el rey tratase con
rebeldes; y que aun después de tratar, no estaba
obligado á cumplir lo tratado, y podía escarmen-
tarlos con todo rigor". Esta doctrina, monstruosa
á los ojos de la humanidad y mal avenida con la
conducta de Inglaterra en el caso de los Estados
Unidos, era la que se había practicado en el hecho
de Salta, y la misma que con tanto ímpetu como
notoriedad, había proclamado en las Cortes, con
asentimiento general, nada menos que el jefe del
partido liberal, y uno de los hombres más impor-
tantes de España, el conde de Toreno, que había
llegado á decir que nada de aquello que pudiese ate-
ESTADO GENERAL DE EL'ROPA 8 1
linar el poder absoluto y soberano que España tenía
sobre sus colonias, podía ser admitido por ningún
tratado con los rebeldes ni debía ser cumplido.
\ El ministro español convino en que esa era una
exageración que no tenía el valor que se le daba :
había dependido del enfado que causó la circuns-
tancia de que "los insurgentes se hubiesen dirigido
al rey por intermedio de Inglaterra : intervención
odiosa y ofensiva para España c|ue muy bien aper-
cibida estaba de las miras ocultas del gobierno bri-
tánico, acerca de las cuales los americanos se hallan
sumidos en un error deplorable . . . No ignoraba,
dijo, que el señor García había visitado y confe-?
renciado mucho con el embajador inglés, ni tam-
poco cjue este caballero había obsequiado con esme-
ro á los señores Rivadavia y Belgrano", dejándolos
embelesados con las falaces esperanzas que maño-
samente les había despertado en la fantasía. Pero
que todo eso valía muy poco, porque lo real era que
Su Alajestad Británica había renovado su alianza
con el rey católico, y que todos los soberanos de
Europa propendían unánimes á hacer que se res-
petaran los tronos y la integridad territorial de los
re:^pectivos dominios: errado andará, pues, quien
se forje ilusiones.
Aunque todo esto se decía modificando con ur-
banidad y buen tono lo acerbo del fondo, y con
cierta gracia que dejaba pasar y volver los concep-
tos sin herir las susceptibilidades, García trató de
desconcertar al ministro con una simulada fran-
queza C[ue tenía por objeto ver hasta dónde iba la
firmeza de sus datos sobre la política inglesa. Por
su parte no extrañaba que el ministro supiera sus
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. 6
S2 LA MI.>1(>N garcía
visitas en la embajada británica, porque no había
hecho misterii;) de ellas, ni creía que lo hubiese he-
cho el noble lord. Ignoraba lo que hubiera pasr.do
con los señores Belgrano y Rivadavia; pero que
con él había sido franco y amistosísimo; le había
dicho lo mismo que repetía el señor ministri". que
los tratados y amigables relaciones del g'sbinete
británico con el rey de España le impedían tomar
parte en los actos conciliatorios en que ?e desea-
ba hacerlo intervenir; aunque su opinión particu-
lar, según se la había expresado era "que el siste-
ma adoptado por el gabinete de ^Madrid acarrearía
resultados fatales á la nación española, y condu-
ciría á una catástrofe que habría podido evitar la
intervención británica". La \isible perturbación que
se produjo en el semblante del ministro era un sig-
no de que abrigaba bastantes dudas sobre la ma-
nera con que había caracterizado la política inglesa.
'"El señor embajador dirá lo que quiera, contestó;
pero yo he hecho decir á usted que tengo instruc-
ciones muy favorables sobre el particular, y que las
provincias del Río de la Plata deberían desde luego
dirigirse al rey por iiiterniedio mío para entablar
una negociación bajo favorables auspicios. A un
hombre experto como García le bastaba esta ino-
centada para saber ya á pinito hjo que España no
tenía ningún concierto con Portugal, que era por
lo pronto lo que más le interesaba averiguar; pues
era evidente, que de haber pactos y alianzas, la le-
gación española no estaría habilitada para propo-
ner lo que proponía.
Aceptando la indicación al instante, observó
García que en el estado de temores y desconfianzas
ESTADO GENERAL DE EUROPA 83
evi que se hallaban ambas partes sería indispensa-
ble que interviniera un gobierno neutral y respeta-
ble como e! de Inglaterra, ó el rey de Portugal^
quienes por su interés y por sus conexiones, dieran
una garantía eficaz de que sería firme y obligato-
rio aquello que se tratase; pues á pesar del respeta
y veneración que los pueblos del Río de la Plata
tenían por la persona del rey, no confiarían en la
palabra de su gobierno, porque alcanzaban muy
bien las venganzas y el retroceso á que habían de
quedar expuestos bajo gobernantes y agentes que
profesaban como dogma el de no guardar fe á lo
pactado con los que ellos llamaban rebeldes. Hacía
tiempo, agregó, que este temor, y el natural deseo
de su propia seguridad habría llevado á esos pue-
blos á arrostrarlo todo y declararse independientes ;
y si no lo han hecho ya es porque se mantienen en
la esperanza de conseguir una reconciliación plau-
sible con la garantía del gobierno inglés ó del rey
de Portugal; pero si se insiste en no darles esta ga-
rantía y en reducirlos por medidas coercitivas y ata-
que de armas, el antiguo virreinato del Río de la
Plata se desligará de España: otros pueden dudar
del éxito, pero lo que yo aseguro á Vuestra Exce-
lencia es que la lucha será harto funesta ciertamente
para la metrópoli también.
A una propuesta tan categórica y cuya inten-
ción era muy diversa de la que el ministro español
podía figurarse, contestó éste que su soberano no
consentiría jamás en tratar con subditos desobedien-
tes bajo otra garantía que la de su regia palabra,
ni que interviniera entre él y sus pueblos potencia
alguna extranjera para vigilar su manera de gober-
§4 LA MISIÓN garcía
narlos. Se comprende que al aceptar la conferencia
con el señor \'illalba, el agente argentino no se ha-
bía propuesto hacer un convenio, ni otra cosa que
explorar la situación en que la legación española
se hallaba con respecto al gobierno portugués. No
creía tampoco que el ministro de Fernando VII tu-
viera las instrucciones que decantaba. Lo que ha-
bía querido inquirir ya lo tenía; pues era visto que
la política portuguesa (cualquiera que fuese su rum-
bo secreto) no se había ligado todavía con el rey
de España contra las provincias del Río de la Pía-
ta ; y en cuanto á Inglaterra, el ministro español se
hallaba en relaciones poco cordiales con la emba-
jada inglesa. Los hombres son hombres en todas
partes, cualquiera que sea la aliura á que se hallen.
Una predisposición de ánimo enojosa, aunque sea
muy disimulada, produce á veces importantísimas
consecuencias; y en este caso tenemos motivo par'i
asegurar que las produjo.
Con excepción del gabinete inglés, ignoraban
todos que en 1814 se estuviese ventilando con toda
reserva un gravísimo altercado entre las cortes de
Río Janeiro y de Madrid. El gobierno portugués
exigía que e! de España le devolviese la plaza de
Olivenza y territorios de Jurumenha que le retenía
desde 1801 por el inicuo despojo perpetrado en el
tratado de Badajoz, por imposición de Bonaparte
cjue meditaba ya poner allí guarniciones francesas
para echarse sobre Portugal. Vencidos al fin los
franceses 5^ obligados á retirarse, Fernando VII se
negó con su habitual terquedad á la justa devolu-
ción de esa parte del territorio portugués; y la cor-
le de Río Janeiro, ofendidísima con esta injuriosa
ESTADO GENERAL DE EUROPA 85
pretensión, se preparó á tomar desquite ocupando
á su vez á ^Montevideo y los demás puertos de esa
costa que el gobierno de Buenos Aires, acosado por
Artigas, había tenido que abandonar y que dejar
independientes como hemos visto.
Pero á los ojos de España toda esa comarca era
siempre parte integrante de sus dominios ultramari-
nos; y ahora la necesitaba más que nunca porque
era ese precisamente el único punto donde la expe-
dición del general Morillo podía tomar pie, refres-
car sus tropas y reorganizarlas después del viaje
de mar, para atacar á Buenos Aires en combina-
ción con Pezuela por Salta y con Osorio por los
Andes.
Esta expedición era tan poderosa, y el estado de
las provincias argentinas tan aciago y doloroso, que
dentro y fuera del país dominaba la triste convic-
ción de que Morillo ocuparía á ^Montevideo sin ti-
rar una bala; y que desde luego era de todo punto
probable, que estando Buenos Aires desarmado,
desorganizado y anarquizado como en efecto se ha-
llaba, había de sucumbir al peso del enorme arma-
mento y tropas con que contaba la expedición, sin
perjuicio de lo que á la larga daría la insurrección
general de los pueblos y de las masas, sincera y vi-
rilmente resueltos á resistir sin treguas hasta ven-
cer: cosa que además de venirnos de raza, era pro-
pia también de las condiciones primitivas en que se
hallaba la vasta región que se quería someter (2).
(2) Para que se juzgue del peligro que corría Buenos
Aires, y por simple información pondremos aquí el deta-
nie de las fuerzas que componían esa expedición : "Seis re-
86 LA MISIÓN garcía
El general ^^lorillo estaba ya á punto de partir
con destino al Río de la Plata cuando el principe
regente de Portugal dio orden de que se le enviasen
al Brasil, con toda brevedad, diez mil hombres de
su ejército europeo; y protestó que si el rey de Es-
paña no le devoh'ia la plaza y los distritos fronte-
rizos que le detentaba, tomaría posesión inmediata
de Montevideo y de las costas orientales con sú
ejército y con su escuadra que era mucho más fuer-
te que la (|ue España podía poner en el mar. El con-
flicto amenazaba hacerse de tal gravedad que el go-
bierno inglés tuvo que interponerse entre los dos
reyes para evitar el sorprendente escándalo que iban
á dar perturbandD los intereses comerciales, y com-
prometiendo los arreglos con cjue las potencias tra-
bajaban en ese momento por dar pacífica solución-
á las cuestiones territoriales del viejo continente.
Sin prejuzgar de la justicia C[ue uno ú otro rey pu-
dieran tener, hizo presente que la obligación de am-
bos era recurrir inmediatamente al juicio arbitral
del Congreso de las Potencias, porque sin ese re-
gimientos de infantería de 1,200 hombres cada mío: una
columna de 800 cazadores escogidos : un escuadrón comple-
to de artillería volante con 18 piezas: dos compañías de
artillería de plaza, y tres de zapadores : del regimiento de
caballería de Fernando VII y de cuatro escuadrones de hú-
sares: en total 10,642 hombres. Contaba además con un
parque de artillería con la dotación correspondiente para
atacar plazas de 2.° orden, y para fortificar posiciones, con
todos los demás útiles necesarios para una expedición de
desembarco. La fuerza naval se componía del navio San
Pedro de 74 cañones : de tres fragatas, de treinta buques-
menores con artillería de iS y de 24, y de 68 transportes.
ESTADO GEXERAL DE EUROPA 8/
qtiisito no pedía permitirse que se pusiesen en gue-
rra (3).
Cuadraba aquí también que en este momento se
hubiera suscitado otra altercado no menos grave.
Don Pedro Gómez Labrador, ministro de Espafii
en el Congreso europeo, y hombre de carácter alta-
nero y procaz, inició una reclamación violenta con
motivo de que el ducado de Toscana, perteneciente
-al infante español don Carlos Luis de Borbón por
herencia directa de su abuela doña Isabel de Far-
nesio. se había adjudicado, por el influjo de Aus-
tria á la archiduquesa ]^Iaría Luisa, viuda y mujer
todavía de Bonaparte. Que era este un despojo co-
metido contra la justicia y contra los antecedentes
que habían servido de pacto fundamental á los tra-
tados en que reposaba el Congreso, no hay la me-
nor duda. La injusticia era evidente; pero asunto
era también en que la fuerza sobrepujaba al de-
recho; y como ^Nletternich era casi omnipotente, se
opusD á que el reclamo se discutiese; y á secas, y
con imperio contestó al embajador español que el
asunto de Toscana no podía ser materia de acomo-
damiento alguno, s{}io de una guerra; á esta res-
puesta no hubo más remedio que doblegarse (4).
Xo sólo por lo dicho sino por el reciente enlace
del príncipe, del Brasil don Pedro con otra archi-
duquesa (la madre del emperador don Pedro II)
el momento era malísimo, como se ve, para que
Fernando \'IT apelase á la guerra contra Portugal.
(3) Hist. Gen. de Esp. por Gebhardt, tomo \'I. cap.
XVII, pág. 666.
(4) Hist. Gen. de Esp.. i"..ídem.
88 LA MISIÓN garcía
menospreciando las indicaciones significativas de
Inglaterra, y las malas disposiciones de Austria.
Así fué que teniendo una expedición reconcentrada
ya en el puerto y pronta á marchar, era imposible
y cosa superior á sus medios, más que á los de nin-
guna otra nación en su caso, conservarla acampa-
da, y en situación indecisa, por el larguísimo tiem-
po de un año, á lo menos, que se habría hecho du-
rar el juicio arbitral del Congreso y las argumen-
taciones de las partes interesadas. No solamente
había peligro, sino que había certidumbre de que
en ese estado, sin pagamentos regulares ni recur-
sos con que sostener las tropas y la escuadra en ac-
titud de dar la vela, habría de desorganizarse la
expedición y desbandarse; si es que dada la situa-
ción política interna no sucedía algo peor. Fernan-
do VII se vio, pues, forzado á cambiar secretamen-
te el destino de la expedición antes que se resignase
á desorganizarla, y la envió á Tierra Firme contra
los independientes de Venezuela y de Nueva Gra-
nada, contando con que, restablecido allí su imperio
colonial, el poderoso ejército diese la vuelta al Perú
por el Pacífico y marchase sobre las fronteras ar-
gentinas á esperar en ellas la llegada por el Río de
la Plata de otra expedición, mayor aún, que inme-
diatamente se puso á organizar bajo el mando de
los generales Conde de La Bisbal (O'Donnell) y
don Pedro de Sarsfield.
Es digna de notarse en este episodio curioso, y
más que curioso importantísimo, no diremos la ha-
bilidad ó la persistencia, que son cosas que pasan
por demás sabidas, sino la fina destreza, y, digá-^
moslo de una vez. la hipocresía puritana con que el
ESTADO GENERAL DE EUROPA 89
gabinete inglés, aparentando fluctuar entre las dos
cortes, echaba siempre su mirada y extendía su ma-
no c in disimulo en el rumbo por donde le convenía
que se desenvolviesen los sucesos. En su interés
final estaba que Portugal perdiese á Olivenza, con
tal que una de las riberas del Río de la Plata que-
dase separada de España y en libre tráfico maríti-
mo. Protestaba á cada momento que nada le haría
faltar á la lealtad de las relaciones que tenía con
España ; y se amparaba en los principios severos?
de esa moralidad para rechazar las súplicas y de-
mostraciones que á nombre de la humanidad, de la
libertad, del liberalismo y de sus propias conve-
niencias le hacían los independientes del Río de la
Plata. Pero es que estaba en el secreto capital del
asunto, y sabía que, mientras el rey de Portugal se
mantuviese firme en ocupar, como prenda de sus
reclamos, el puerto de ^lontevideo y los territorios
orientales del Río de la Plata, no corría ningún
riesgo la libertad de comercio que era su preocupa-
ción capital. jManejándose, pues, con esa paciencia
pertinaz y latente, que forma el carácter conocido
de los individuos, de la sociedad, de la política y
del gobierno inglés, en que todo adolece del tipo
tolerante, egoísta y silencioso de su culto, el gabi-
nete se encerraba en sensata reserva para con las
tres partes en cuyos intereses influía sin cesar á dis-
tancia ; y esperaba los resultados con tanta mayor
confianza cuanto que sus miras tenían, en lo tras-
cendental, una base segura en los intereses y en la
política propia con que el gabinete portugués había
resuelto obrar.
Precisamente, esas miras eran las que justifica-
90 LA MISIÓN garcía
ban á España en su doble resistencia á devolver la
plaza fuerte de Olivenza y á ceder los territorios
orientales del Río de la Plata, ni aún con el cebo
engañoso que se le había ofrecido de concurrir al
sometimiento de los rebeldes de la ribera occiden-
tal. La historia de la época colonial había puesto
en completa transparencia cjue los monopolios de
las leyes de Indias, que eran todavía los estribos
del sistema comercial y del derecho administrativo
de España, eran de todo punto imposibles, siempre
que ambas riberas dejaran de pertenecerle por com-
pleto. Y ahora que á los inconvenientes geográfi-
cos, que á tan mal trance la habían traído antes,
había que agregar la insurrección general de los
pueblos con la bandera de la independencia, era
mil veces más claro que, pasando la costa oriental
á dominio portugués, sería empeño desesperado
querer impedir que toda la vasta región del litoral
se convirtiera en un centro permanente de conspi-
raciones y correrías que, ligadas al patriotismo in-
tratable de los pueblos occidentales, acabarían al
fin por devorar todas las tropas en el cráter de ese
enorme volcán.
Los españoles conocían bien que Portugal no
había renunciado, ni renunciaría jamás, á extender
sus dominios hasta el Río de la Plata, mientras Es-
paña pretendiera substraerlos al comercio libre.
Fernando \'II podía concederles los territorios ; pe-
ro concederles también el comercio libre del Río
era desbaratar y dar muerte al régimen colonial ;
porque tras de Portugal, Liglaterra. Francia, Es-
tados Unidos, todas las naciones, en fin, tenían el
derecho de exigir que se les tuviera en iguales con-
ESTADO GENERAL DE EUROPA 9I
dicioiies ; y ceder los territorios sin la libertad de
traficar, era crear un orden de cosas peor todavía y
más peligroso por las reyertas y los conflictos con-
tinuos de los intereses que forzosamente tenían que
sobrevenir.
Así, pues, como Fernando \'II veía bien claro
el estado irremediable de las cosas, se aferraba á
mantener en sus manos la plaza de Olivenza y dis-
trito de Jurumenha. que eran puerta abierta por
donde podía comenzar seriamente Portugal si éste
porfiara en cerrar á sus tropas la entrada por el Río
de la Plata. Advertido de lo que había de suceder
al fin, se contrajo á formar un nuevo y más pode*
roso ejército de veintidós mil hombres, destinados
á tomar tierra en los puertos orientales de nuestro
río, quisiese ó no el rey de Portugal; entabló ne-
gociaciones con Rusia, sobre concesión de grandes
buques de guerra para el convoy, y al mismo tiem-
po comenzó á formar un campo de treinta mil hom-
bres en la frontera portuguesa, que debía entrar por
ella á las órdenes del general Castaños y de Elío,
si al salir la nueva expedición persistiera aún el
rey de Portugal en oponerse á su desembarco.
Xada de esto se sabía en Buenos Aires ; eran su-
cesos que se mantenían cerrados entre los secretos
de Estado con un esmero demasiado grande para
que pudieran salir á la publicidad con el carácter
verdadero que tenían. Rumores más ó menos va-
gos, pero intangibles, daban una idea incierta de
los hechos en globo ; y por otra parte, era tan com-
pleto el aislamiento oficial en que nuestro país y
nuestro gobierno se hallaban de cuanto pasaba en
el mundo europeo, y tal la agitación interna que se
92 LA MISIÓN garcía
arrebataba la atención en el torbellino de las cosas
propias, que el oído público no alcanzaba á hacerse
una idea práctica é inmediata de lo que vallan esos
lejanos y sordos rumores que, de vez en cuando, nos
enviaba la alta política de las potencias; ni com-
prendía tampoco que por allá se tratara con tanto
interés de lo que más de cerca tocaba á nuestra
causa. A eso se debe que hasta ahora hayan perma-
necido tan obscuros y misteriosos los motivos ver-
daderos que influyeron en que la expedición de
Morillo cambiase repentinamente de destinación,
con tanta sorpresa y asombro de los que sabían que
positivamente se había formado y aprontado para
atacar á Buenos Aires.
CAPITULO Ili
EL GABINETE PORTUGUÉS Y EL EMISARIO
ARGENTINO
Sumario : Buena reputación y favorable acogida del comi-
sario argentino en Río Janeiro. — Adelanto de sus mi-
ras y de Su favor. — Indicaciones sobre los secretos de
Estado. — Benevolencia del influjo portugués. — Mala aco-
gida de sus ideas en Buenos Aires. — Intransigencia del
comisionado con toda tentativa de arreglo con España. —
Sus opiniones sobre España. — Sus dolorosas aprensiones
sobre el estado lamentable de las provincias argentinas. —
Su plan contra Artigas. — La conveniencia de una inteli-
gencia cordial con el rey del Brasil. — Decisión del comi-
sionado en ese sentido. — García y el señor Tagle ministra
del gobierno de B. A. — Importancia general de los mi-
nistros en la primera época. — Influencia consistente de
Tagle. — Su persona y su carácter. — Nueva credencial de
García. — Su confianza en el éxito. — Resolución del go-
bierno de Balcarce y Tagle acerca de España. — Simpatías
del mismo hacia el rey de Portugal. — Aversión de las
facciones populares contra la política portuguesa del go-
bierno.— Estado de descomposición social y angustiosa
situación del gobierno. — Situación ang-ustiosa de García.
— Necesidad de asirse al influjo portugués. — Razones de
analogía y conveniencia. — Prevenciones de la corte de
Río Janeiro sobre el estado social de Buenos Aires. — Ideas
de García. — Primeras operaciones de la invasión portu-
guesa en la Banda Oriental. — Apuros administrativos y
agitaciones de España. — La mediación de Portugal, se-
94 EL GABINETE PORTUGUÉS
gim García. — Invitación del ministro español. — Un anó-
nimo.— Las pretensiones de la legación española. — Dis-
yuntiva entre la sumisión á España ó la protección por-
tuguesa.— Nada peor que la dominación española. — Re-
laciones de García con los ministros del rey de Portugal.
— Intimidad con el conde de la Barca. — Elevación á la
primera categoría diplomática de la negociación argen-
tina.— Las influencias europeas y la independencia del
Gabinete brasileño. — 'Lisboa y Río Janeiro. — Favor del
rey de Portugal. — Error fatal de un rompimiento con
Portugal. — El conde da Barca y García. — García y
Rivadavia. — Efectos de la elección de Pueyrredón. — Ne-
cesidad V posibilidad de negociar una alianza formal en-
tre Portugal y las provincias argentinas contra España.
]\Iuy pronto comenzó á sentirse en las altas re-
giones de la política portuguesa la opinión fa\ora-
ble con que el agente argentino ganaba terreno en
ellas. Las relaciones íntimas con las personas más
influyentes en la corte se formaban naturalmente
alrededor de su persona, baciendo resonar sus mé-
ritos, su saber y las amenidades de su exquisito
trato. Lord Strangford habló de él con los minis-
tros del rey. elogiándolo como un hombre digno
de ser tomado en cuenta y capaz de desempeñar con
buen éxito los más difíciles negocios de Estado. En
la correspondencia del agente se trasluce el ascenso
gradual de su posición en ciertas indicaciones de
muy grande importancia, que van marcando su
confianza en el éxito de su misión y mostrando un
conocimiento tan perfecto de los secretos del go-
bierno portugués, que no era de suponer que hu-
biese obtenido sin que una mano autoi izada se los
hubiera suministrado y abiértole el camino de apro-
vecharlos.
Y EL EMISARIO ARGENTINO 95
Asi le vemos transmitir al gobierno estas nota-
bles y significativas indicaciones,
1815 que eran ya como una llave maes-
Xoviembre 24 tra de los grandes negocios que
aún estaban en completa reserva
en la diplomacia europea : "La conducta misteriosa
de esta corte excita la curiosidad de cuantos la juz-
gan sólo por las apariencias ; y por eso se ve mudar
las opiniones todos los días. He escrito \a, y lo re-
pito ahora, que una feliz combinación de circuns-
tancias me ha puesto en estado de ser útil á ese país
en la crisis que se avecina; crisis que decidirá c[uizá
de las colonias americanas por algunas generacio-
nes" (i).
Esa crisis era nada menos que el próximo rom-
pimiento de Portugal con España, que el comisio-
nado transmitía de esa manera embozada porque
tenía cjue cumplir con el deber de guardar estricta
reserva que se le había recomendado. Que tan va-
liosa confianza se le había hecho por persona in-
formada en los secretos de Estado ( por un ministro
quizá), es cosa Cjue no puede dudarse, puesto que
Se le ve agregar también : "Creo importantísimo,
ante todo, que venga ó se coloque aquí un sujeto
instruido en los principios de este gobierno, y que
sepa hasta donde pueda extenderse en el caso de ser
llamado á tratar alguna cosa de interés para nues-
tro país. ¡Xo hay que perder tiempo!"
La importancia de estas indicaciones toma un
( I ) Documentos y Papeles inéditos de don Manuel Jo-
sé García; cuaderno I, pág. 9. Imp. de Juan J. Alsina, 1883 ;
y Rcv. del Río de la Plata, Vol. XII.
96 EL GABINETE PORTUGUÉS
carácter más preciso cuando se ve al comisionado
indicar claramente que la base esencial del pacto
con que deben unirse el gobierno argentino y el go-
bierno portugués, es la de no hacer causa común
con Artigas, ni cuestionar la posesión y propiedad
de la Banda Oriental. "Un particular podrá, si se
le antoja, hacer regla de su conducta aquello de que
¡todo ó nada! Pero un gobierno encargado de la
suerte futura de los pueblos, no tendría disculpa si
envidase al vuelco de un dado la vida del Estado y
la libertad de sus pueblos . . . Cuando se trabaja por
establecer la libertad debe sacrificarse todo antes
que exponerse á que se sofoquen sus semillas . . . De-
masiado convencido estoy de que nuestros pueblos
necesitan libertad é independencia, especialmente
del desgraciado gobierno español, pero saber ha-
cerse dignos de una independencia c[ue sea compa-
tible con el estado de los pueblos que la van á re-
cibir y con los intereses de aquellos á quienes puede
convenir protegerla, he ahí el problema y la difi-
cultad".
Que al consignar estas ideas, el comisionado ar-
gentino estaba va en relaciones confidenciales con
el gabinete del rey de Portugal, es cosa que se vie-
ne á la mente con sólo poner atención á sus concep-
tuosas palabras : "Yo me he puesto en estado de
decir lo que opino sin más respeto que al bien de
mi país. Pero una explicación no pedida y extem-
poránea, por luminosa que fuere, podría pasar por
ridicula". La convicción del agente era, pues, qué
debía trabajarse por una alianza ó combinación
amigable con Portugal contra España. Y si por lo
pronto se excusaba de decirlo abiertamente, ei'a por-
Y EL EMISARIO ARGEXTIXO 97
que las preocupaciones vulgares que predominaban
en Buenos Aires hacían de Portugal una potencia
demasiado nula y débil para tomar una actitud in-
dependiente y afrontar las iras del rey de España.
Y tan arraigado estaba ese error, que todos se ha-
brían reído de que un hombre serio como García,
creyese de veras que sin el pláceme de Inglaterra
fuera posible obtener protección eficaz de parte de
Portugal.
El mismo Director del Estado se manifestó in-
clinado á burlarse de las esperanzas que el comi-
sionado había avanzado sobre esa combinación,
dando lugar á que éste le contestara así con digni-
dad : "Las cosas de nuestro país son tan importan-
tes, y sus negocios corren tanto peligro de perder-
se, que no pueden sufrirse chufardas ; y cuando la
ocasión de remediarlos es tan oportuna, y tan fugi-
tiva al mismo tiempo, no hay lugar para que se
ocupen en eso aquellos que se interesan con since-
ridad en el bien de la patria. Bajo estos principios,
usted debe creer que yo voy á trabajar incesante-
mente en la asecución de aquellos objetos que juzgo
compatible con el estado actual de ese país, con la
política presente de las Cortes de Europa y Amé-
rica, y, lo que es más, con los intereses verdaderos
y únicos de nuestros compatriotas con su gloria só-
lida y perdurable, si es que puede haberla en lo
humano". Hemos subrayado estas palabras, por-
que no habiendo en América más corte que la de
Portugal, se ^•e que el comisionado conocía ya en
enero de 1816 la disidencia enconadísima en que
esta corte se hallaba con la de España; y que de
acuerdo con eso estaba resuelto á sacar partido de
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — J
98 Elv GABINETE PORTUGUÉS
tan importantísimo incidente dándole análogos gi-
ros y más amplias proporciones á su misión. "La
desastrosa jornada del Perú (\3ipe-Sipe) me ha
causado el más profundo dolor; pero sin sorpren-
derme ni abatirme. Me parece que es de la primera
importancia ocurrir á las gargantas del Perú, con
todas las fuerzas posibles, á detener el torrente.
Mientras tanto, se trabo ¡ora á dos manos para dar
tal dirección á iiuestras cosos, que nos pongamos
fuera del alcance de esos enemigos, que á todos los
horrores de una venganza feroz, añaden la impo-
tencia de establecer ¡ni orden social cualquiera, y
la peste de brutalidad y fanatismo que los está de-
vorando" (2).
(2) Aunque propias del tiempo, ciertamente que se-
rian injustas estas palabras si hubieran de aplicarse á la ge-
neralidad de los españoles. Pero también es verdad que
nada tenían de exageradas con relación á Fernando VII,
á sus corifeos y á sus medios de gobierno. Nosotros las
señalamos en su fecha de 16 de enero de 1816 para que
se vea que las hipoftéticas apreciaciones que hablando con
el embajador inglés (página y6) y en otras raras ocasio-
nes, hizo García de que era preferible todo, hasta el mis-
mo régimen colonial, antes que caer en la anarquía sal-
vaje levantada por Artigas, eran raciocinios de extrema
lógica y suposiciones imaginarias de simple argumenta-
ción, que carecían en su mente de todo valor presente ó
futuro. Si estos conceptos figuran en un último caso ó
como una fatalidad que precisamente se desea evitar, se-
ría contra toda lógica presentar al comisionado favorable-
mente dispuesto á semejante solución. Por otra parte, la
justicia exige que en estos casos las angustias morales
de los hombres públicos y las dolorosas presunciones que
ellas les arranquen, no se juzguen después que los suce-
sos han despejado la incógnita y resuelto los problemas,
sino en el tiempo de las dudas amargas, y de acuerdo
Y EL EMISARIO ARGENTINO 99
Convencido de que las provincias del Rio de la
Plata debían buscar en el gobierno portugués los
medios de suprimir á Artigas, y de substraer los
puertos orientales á las tentativas hostiles de Es-
con los antecedentes que forman la tradición social de
cada época. Los hombres de 1816, caídos en un desor-
den espantoso y amenazados por el salvajismo artigueño,
que parecía próximo á envolverlo todo en las tinieblas del
caos, no podían menos que recordar la situación que ha-
bían tenido bajo el gobierno honrado y progresista de Car-
los III. Exigirles, pues, que en caso de ser vencidos, co-
mo parecía que iban á serlo, no prefiriesen hipotéticamente
ese recuerdo, más bien que caer en el otro abismo, sería
cerrar los ojos á la justicia. Es cierto que los demagogos
y los caudillos del vandalismo preferían ir á todo por todo ;
pero es porque ellos no trataban de fundar orden alguno
conocido, v por eso es absurdo suponer que pueda haber
futuro sistema ú organismo latente en el desorden por el
desorden.
Darles, pues, una mejor intuición de la patria y de su
porvenir á los bárbaros sanguinarios que levantaban la
bandera de la anarquía, sería como poner á Marat y sus
satélites con más inteligencia política que Mirabeau, que
Barnave, que Thouret, que Cázales : á los demagogos de
1818 sobre Guizot y sobre Thiers, y dar á Robespierre por
padrino de la república conservadora y parlamentaria que
preside Mr. Grevy. Los que hacen de estas aproximacio-
nes arbitrarias una ecuación simple y eslabonada suprimen
graciosamente las atenuaciones y el trabajo de asimilación
operado por los siglos, á cuyo influjo se debe que el pro-
greso sea la obra de la moral y de la virtud : la obra que
quede y triunfe en las formas nuevas, y no la del crimen
y de la barbarie. García pudo reclamar la gloriosa parte
que le tocó en la administración de 1821 ; pudo también,
si hubiera vivido, reclamarla en 1853. Pero Artigas, An-
dresito, Blasito, José Culta, Encarnación. . . ¡ jamás ! porque
el reactivo saludable en la química política no es la per-
versidad ni la ignorancia, sino lo bueno, lo noble y lo
bello.
loo El, GABINETE PORTUGUÉS
paña, Garcia le escribía al gobierno que conside-
raba como el más grande de los errores formar es-
peranzas de orden y de prosperidad sin dos condi-
ciones urgentes y esenciales. La primera era sofo-
car la anarquía. "La experiencia ha dado ya su
fallo, y es unánime la opinión de todos los hom-
bres sensatos sobre este punto. Así no recelo ya
asegurar que la extinción del poder ominoso que
se ha levantado en la Banda Oriental, es á todas
luces no sólo provechosa sino necesaria á la salva-
ción del país. Pero ese gobierno (el de Buenos Ai-
res) está privado de la fuerza necesaria para sofo-
car ese amenazante poder; y la pasmosa variedad
de opiniones, de pasiones y de intereses, privará
también al soberano Congreso de la grande fuerza
moral que necesitaría para sojuzgar á su autoridad
hombres feroces y salvajes acostumbrados á man-
dar como déspotas, y á ser temidos por los prime-
ros magistrados de los pueblos. En tal situación no
nos queda esperanza de contener por nosotros mis-
mos estos gérmenes de la disolución general que
nos amenaza... necesitamos, pues, de la fuerza fí-
sica y moral de un poder extraño para terminar
esta lucha, y poder formarnos un centro común de
autoridad capaz de organizar el caos en que hoy
están divididas nuestras provincias. En la escala
de nuestras necesidades más urgentes cuento como
de primer orden la de no recaer en el sistema colo-
nial que nos envolvería en los horrores con que nos
amenaza la venganza de una nación ofendida, que
está ella mi.sma impregnada de todos los elementos
de una horrenda revolución, capaz de aniquilar los
restos de orden y riqueza que quedasen en nuestra
Y líL EMISARIO ARGENTINO lOI
patria, ó de traerla al dominio arbitrario del primer
malvado que lo intente".
Estas eran, pues, de enero 3. junio de 1816, las
opiniones de García, no sólo con respecto á la ne-
cesidad de destruir á Artigas, sino muy principal-
mente á la más vital aun de 710 recaer jamás en el
régimen colonial, ni en arreglo alguno que nos vol-
viese al poder de España. ]\Iás adelante veremos si
las cambió, como algunos lo han creído, interpre-
tando erróneamente actos suyos que eran, sin em-
bargo, consecuentes con estas opiniones.
De acuerdo, pues, con el nuevo giro que había
resuelto dar á su misión, le demostraba al gobierno
que el país se hallaba en tal situación que, de no
entenderse con el gobierno portugués, tenía que su-
cumbir bajo el peso de las armas españolas, ó en-
tregarse al bárbaro caudillo que capitaneaba el al-
zamiento anárquico de las masas contra la capital
y contra el régimen orgánico de que ella era el úl-
timo asilo : "Esto era lo c[ue debiera tenerse á la vis-
ta ; porque según las circunstancias, este soberano
podrá ser nuestro aliado, protector, neutral, media-
dor, ó garantirnos también en último caso incor-
porándonos á sus Estados". Hasta ahí iba García
antes que aceptar la recaída en manos de Fernan-
do VIL ¡Y á fe que tenía razón! Porque á princi-
pios de 18 1 6, como ya lo hemos visto en el volu-
men anterior, era de tal manera desgraciada la si-
tuación en que el país se hallaba, tal su descrédito
y el menosprecio con que lo miraban todos los go-
biernos civilizados del mundo, que no había un
solo hombre de criterio, dentro ó fuera, que no ad-
mitiese, como probable cuando menos, que España
I02 EL GABINETE PORTUGUÉS
acabaría pov someternos, si no encontráramos me-
dios extraños de cerrark el Río y de sofocar la in-
terna anaríjuía.
Puestas las cosas en este extremo, desahuciados
de la protección y del amparo de Inglaterra, que
tanto se había solicitado, era mil veces preferible
acogernos á un soberano benigno, que no tenía
agravios que castigar, fuentes de riqueza que ago-
tar; que gobernaba sus Estados con medios cultos
y templados, con procederes liberales antes que
caer en la tiranía atroz de un rey cruel y parricida,
de un monstruo que con saña de fiera desgarraba
las nicas nobles partes de sus mismos pueblos; ó te-
ner que entregar la bella causa de nuestra indepen-
dencia y de nuestra cultura política, al bárbaro que
encabezaba la insurrección de las masas agrestes v
salvajes de las selvas litorales.
Aunque no hay duda que la idea de una anexión
se presenta una sola vez en la frase oficial de Gar-
cía, como una lejana y dolorosa visión sugerida por
un caso supremo y último, no es como anexión á
las provincias ó al reino brasileño, sino como un
reino con autonomía propia unido á la corona de
Portugal, con el carácter mismo de independencia
en que se hallaba el Brasil. Pero aun así. y si bien
alguna vez mencionara la idea, no es eso lo que él
prohija y favorece, sino el proyecto de hacer una
alianza entre los dos gobiernos contra Artigas y
contra España, á condición de que siendo Portugal
el que tenía medios de hacer efectivos los dos pun-
tos del negocio, fuera él quien ocupara el territorio
de que le convenía posesionarse. Ese era el campo
de acción al que. como lo había dicho en enero, iba
Y TÍL EMISARIO ARGENTINO IO3.
á dedicar todos sus esfuerzos. "Esté usted cierto,
le escribia al Supremo Director, cjue he de marchar
hacia lo que creo supremamente útil y necesario á
esa tierra, aunc¡ue sepa que ustedes me quemen en
estatua ; porque la verdad es lo más fuerte del mun-
do : pasarán los acaloramientos y las convulsiones
y la verdad triunfará con honra mía... Yo quisiera
c|ue ustedes pensasen sobre lo siguiente : ¿ Cuál es
mejor? ¿Hacer nosotros solos el negocio, empe-
ñándonos en inmensas sumas, y corriendo todos los
riesgos, o asociarnos á otro que nos asegure los
riesgos, aunque parta con nosotros las utilidades?
Demos un balance, juzguemos y comparemos".
Este sencillo concepto, que, á la vez c|ue presenta
de bulto el pensamiento concreto de la misión, re-
sume en una forma picante el poderoso juego que
pensaba dar á sus resortes, es desde el primer día
hasta el último, la idea persistente que va á dirigir
y dominar todas las tentativas y trabajos del hábil
operador. Dejando, pues, á un lado el colorido ac-
cidental de las frases y la necesidad ó la convenien-
cia de agrupar argumentos de circunstancias, se ve
con evidencia que no es el protectorado, ni la neu-
tralidad, ni la anexión á Portugal, lo que le pre-
ocupa V anima, sino la alianza: la asociación contra
los riesgos y la participación igual de las z'cntajas:
el triunfo de la independencia argentina, unido con
el exterminio de la anarquia es el único y verdadero
motivo de su constante actividad.
A pesar de la desconfianza, de la sorpresa y de
la oposición con que los partidos de Buenos Aires
levantaron el grito contra lo que llamaban la polí-
tica portuguesa. García encontró al lado del Supre-
I04 Eív GABINETE PORTUGUÉS
mo Director del Estado un hombre que supo com-
prenderlo y penetrarse al instante de que el comi-
sionado argentino se había puesto en la verdadera
vía de afrontar con ventaja los peligros y de dar
solución al doble problema que formaba el doloroso
conflicto del momento presente. Sin la más mínima
conformidad moral, existía, sin embargo, algo que
podría tomarse como analogía lejana, entre el es-
píritu del ministro don Gregorio Tagle y el espí-
ritu del comisionado don Manuel José García. Ta-
gle no era ni fué nunca uno de esos ministros que
sirven á los jefes del Poder Ejecutivo sin voluntad
personal y sin ideas propias. Este vicio lamentable
era entonces, no sólo desconocido, sino también in-
comprensible. Nuestros primeros ministros fueron
siempre, desde 1810, desde Moreno hasta la apari-
ción del tirano Rosas, hombres de gobierno con
acción efectiva y propia en la dirección de los ne-
gocios del Estado. En ese concepto se nombraban
siempre, y para eso se llevaban al gobierno. Año
por año, cambio por cambio, puede comprobarse
esta verdad con sólo allegar unos á otros los nom-
bres de los personajes que ocuparon los ministe-
i'ios : Moreno, Passo, Rivadavia, Pueyrredón, Ro-
dríguez Peña, Herrera, Alvear, López (Vicente),
Viana, Agüero, general Cruz, Guido, etc., etc. Y
entre ellos Tagle fué, durante tres administraciones
importantísimas, uno de los más caracterizados y
poderosos en ese puesto. Cuando ascendió á él traía
una filiación irreprochable y notoria entre los pa-
triotas de Mayo. Su voto y su ingerencia en las pe-
ripecias de la Gran Soiíana de 1810 constan de las
actas mismas que consagraron al recuerdo de esos
Y EL EMISARIO ARGENTINO IO5
días memorables; y en 1812, cuando bajo el inñiijo
de Pueyrredón y Rivadavia se creó la Intendencia
de la capital con el carácter de una verdadera go-
bernación de toda la provincia, Tagle fué llamado
á la Secretaría donde hubo de recaer sobre él la
complicada y difícil tarea de construir y determi-
nar los resortes y los nuevos procederes de esa ins-
titución, cjue si es importantísima en todos los tiem-
pos, lo era mucho más entonces.
Hemos dicho que, aunque á lo lejos, podía en-
contrarse entre el espíritu de ese ministro y el de
García, una cierta semejanza que los predisponía á
comprenderse en el terreno de la diplomacia pecu-
liar del año de 1816. Y, en efecto, la sagacidad que
en García brotaba naturalmente con índole social
y comunicativa, fresca y abierta (pero que en re-
sumidas cuentas era siempre sagacidad sin pizca de
candor, ni un momento de descuido) asumía en el
personalismo de Tagle los rasgos peculiares y más
peligrosos de la astucia, con aquellos accidentes de
la destreza felina que combina sus fines sin ruido,
y que marcha á ellos con las apariencias del más
estricto reposo. Dotado indudablemente de talentos
políticos de primer orden, Tagle tenía tan intensa
mirada que, desde las cavernas sombrías donde es-
condía la vivacidad de su negra pupila, sabía pe-
netrar hasta el recóndito fondo de las cosas y de los
hombres.
Slcech-headcd nien such as sleep o'nights:
Y ond' Cassius has a lean and hiingry ook;
He tliinks too much: such men are dang rous (3)
(3) Me son simpáticos los hombres regordetes y de
rostro rozagante que duermen bien toda la noche. Este
I06 EL GABIXKTE PORTUGUÉS
Lo niisnii) haljria podido decirse de la mirada
escondida, y á ratos fulgurosa que daba su expre-
sión característica á la biliosa fisonomía de Tagle.
Nada, pues, más natural que el que este hombre
experto y astuto, tan señalado desde antes por una
grande habilidad en las prácticas forenses, que Sal-
gado llamaba Lahyrinthiis Creditonim, hubiese
comprendido á primera vista el valor práctico de
las indicaciones y miras que García le apuntaba.
Y así fué que, sin vacilar, puso al Supremo Direc-
tor en la corriente de esos propósitos, y confirmó
la misión dándole carácter oficial en 27 de septiem-
bre de 181 5 (4).
García contestó aceptando el puesto con una vi-
sible satisfacción. "Recibí los oficios de \ uestra
Excelencia y con ellos los despachos que me auto-
rizan ampliamente cerca de Su Alteza el príncipe
regente de Portugal" (5).
'"Por una consecuencia precisa de los grandes
acontecimientos que acaban de tener lugar en el
mundo político, pienso que mi comisión va á ha-
cerse no sólo interesante sino muy delicada. De- lo
único que puedo responder es de mis buenos de-
seos; y hablaré con claridad sin que nada me in-
timide... Doy á \'uestra Excelencia las gracias, así
Casio no me gusta : tiene la mirada sombría, el semblan-
te enjuto: siempre anda pensativo; y esa clase de hombres
es muy peligrosa. (Shakspere: Vcsar).
(4) Nota del 5 de febrero de 1816.
(5) Es de advertir que en Portugal las mujeres he-
redaban el trono. La reina titular era la madre de don
Juan, pero como estaba atacada de demencia gobernaba
su hijo con el titulo de príncipe regente.
Y EL KMISAKIO ARGENTINO I07
porque me proporciona la ocasión de dar nuevas
pruebas de mi sincero amor á mi patria, como por
la honra que me dispensa con una tan noble como
gloriosa confianza".
El 4 de mayo de 1816. el Supremo Director ge-
neral Balcarce y su ministro el doctor don Gregorio
Tagle, le comunicaban á García que el gobierno
había dado cuenta al congreso del estado de las re-
laciones exteriores, y en particular de los pasos
que él había dado para establecerlas con la corte de
Río Janeiro : "El Congreso ha mostrado las dispo-
siciones más favorables á este respecto ; y cree que
los vínculos que lleguen á estrechar á estas provin-
cias con esa nación, sean el mejor asilo en nuestros
conflictos... El asunto se trata con interés y con
una reserva que casi parece increíble en el crítico
estado de nuestras cosas. En el desempeño de su
comisión usted debe, pues, aprovccliar los instan-
tes de tratar sobre este particular con absoluta pre-
ferencia, remitiendo informes detallados de cuanto
se nos exija, y de las ventajas que se ofrezcan á
nuestro país. Indíquenos también todos los medios
que deban adoptarse por parte de este gobierno,
en combinación con ese ministerio, para allanar los
obstáculos que puedan oponerse á lo que sea razo-
nable... Averigüe si Artigas tiene algunas relacio-
nes con esa corte y de qué género, pues su con-
ducta lo hace sospechoso". Extraña es por cierto
sospecha tan extravagante de que tuviese algo de
verdad uno de los infinitos rumores, á cual más ab-
surdo, que corrían con datos asertivos, al parecer,
pero en realidad imaginarios.
Por eso no faltaba ([uien asegurara (jue había
I08 EL GABINETE PORTUGUÉS
combinación secreta entre España con Artigas v
Portugal. La suposición con respecto á los dos pri-
meros tenía en efecto antecedentes ; y hubo de rea-
lizarse como lo vamos á ver; el último estaba fuera
de toda combinación posible con los otros. "No se
detenga usted en gastos (agregaba el ministro) si
es preciso hacer alguna comunicación importante;
repita usted en cuantas ocasiones se le proporcio-
nen, la relación de todo lo que usted hubiese ade-
lantado en un negocio de tanto interés... La reso-
lución del país es no sufrir otra vez el yugo de fie-
rro de los españoles, y no tratar con ellos de espe-
cie alguna de conciliación. Este convencimiento
debe dirigir todos los pasos de usted al estrechar
sus relaciones con este gabinete, cuyos principios
liberales aprecian aquí todas las gentes de juicio
con esperanzas de los magnánimos proyectos que
la proximidad de nuestras provincias debe inspirar
á Su Majestad Fidelísima don Juan VL Bajo tales
datos no omita usted medio alguno capaz de inspi-
rar la mayor confianza á ese ministerio sobre nues-
tras intenciones amigables y el deseo de ver termi-
nada la guerra civil con el auxilio de un poder res-
petable, que de cierto, no obraría contra sus inte-
reses cautivando nuestra gratitud''.
El gobierno no ignoraba, sin embargo, que la
opinión popular acogía con un raro furor los vagos
rumores que ya habían transpirado sobre la inten-
ción que el gobierno de Portugal tenía de invadir
y ocupar el territorio y los puertos orientales. Ase-
gurábase como una verdad conocida que García,
el Director y sus ministros eran cómplices y coope-
radores de ese atentado contra los derechos argén-
Y El. EMISARIO ARGENTINO IO9
tinos; y á tales términos había subido la indigna-
ción general, ó mejor dicho, el pretexto con que los
partidos revoltosos la hacían fermentar en prove-
cho de sus malos fines, que nadie, y Tagle princi-
palmente, desconocía que, de un momento á otro,
debía tener lugar un sacudimiento y la deposición
del general Balcarce, que reprodujo y consumó en
Buenos Aires el desquiciamiento y la anarquía en
que quedó envuelto el país del uno al otro extremo.
Previéndolo como cercano, Tagle le escribía pri-
vadamente á García en 4 de mayo : "Hay necesidad
de tomar medidas prontas para fijar con fruto nues-
tra suerte, y así no pierda usted ocasión de alcan-
zarlo. Todo amenaza una disolución general, y lo
más sensible es que los pueblos (las provincias)
que ya nos miran y tratan á esta capital como á su
mayor enemigo, pueden, si nos descuidamos, re-
ducirnos á la impotencia de ajusfar tratados. Sál-
venos, pues, nuestra diligencia y la seguridad
de los medios que adoptemos. El Congreso está
conforme con cuanto asegure la independen-
cia y la seguridad del país ; y previene á us-
ted que obre bajo tal garantía con franqueza y
con empeño". Al mismo tiempo que Tagle decía
esto desde Buenos Aires, García escribía con fecha
5 desde Río Janeiro bajo las mismas impresiones :
"Considero muy grave la situación de nuestros ne-
gocios. Por lo que veo, ya no tenemos más provin-
cias libres que las muy pocas que nos ha dejado la
última derrota del Perú. Pero es preciso no deses-
perar, porque con eso nada sacaríamos, y si perdié-
semos agn^/Za firmeza varonil que no se abate ni
desespera, nos cubriríamos de ignominia y nos
lio Elv GABINETE PORTUGUÉS
arruinaríamos"'. A la vista de conceptos tan termi-
nantes, es evidente que no puede atril)uirse á Gar-
cía, sin error, la más mínima inclinación al restable-
cimiento del régimen colonial, ni aun en aquellos
momentos más angustiosos que pudieron afligir su
ánimo. Y si es verdad que alguna vez presentó esa
última y fatal perspectiva en sus despachos, jamás
lo hizo como opinión personal, sino presumiendo
cuáles pudieran ser los recursos extremos con que
se podría atenuar los males espantosos de la caída
final, dado caso que se prefiriera la ruina, antes
que una inteligencia cordial con el gobierno por-
tugués, que era lo que siempre había sido su plan
y la base de sus esperanzas para triunfar de Es-
paña.
La caída del Director suplente Aharez Thomas
en abril de 1816 no produjo grande desagrado en
el ánimo de García; porque además de que el suce-
sor general don Antonio González Balcarce le me-
recía mayor concepto como hombre más serio y
conspicuo para el puesto, éste hizo continuar al
frente de su ministerio al anterior ministro señor
Tagle, que era lo verdaderamente importante para
los fines y los trabajos del comisionado. Interesado
éste en explicar al nuevo Director la política del
rey don Juan \l. le decía en junio de ese año: "Es-
te ministerio está hondamente alarmado con los pro-
gresos desastrosos que el caudillo de los anarquis-
tas I-a haciendo sobre el gobierno de las provincias
argentinas; y no ha podido menos que represen-
tarlo así á Su ^lajestad Fidelísima para que pusiese
pronto remedio á un mal que. creciendo con tanta
fiereza, podría en poco tiempo cundir por estos sus
Y EL EMISARIO ARGENTINO I I I
dominios y hacer madores estragos. En consecuen-
cia Sil Majestad ha resuelto empeñar todo su poder
para extinguir radicahnente, hasta la memoria de
tan funesta calamidad, y cree C[ue no sólo hace con
€sto el bien de sus z'usallos, sino un beneficio que
le han de agradecer sits z'cciiios". García no había
comprometido, pues, la independencia política de
esos vecinos, puesto que los consideraba en una ca-
tegoría autonómica y separada de los vasallos na-
turales de Portugal, aunque con intereses perfec-
tamente análogos en el resultado que se buscaba.
Y si pensaba también que debía mirarse como una
circunstancia feliz que el trono portugués se hu-
biese trasladado á este lado del /\tlántico, era por-
que con eso había ^•enido á ser una potencia siid-
americana , y había puesto sus intereses en analogía
con los que habían proclamado las colonias inde-
pendientes para sacudir el monopolio y el yugo ser-
vil que España pretendía seguir imponiéndolos por
su vergonzoso atraso en la obra y en la ley de los
tiempos. "El gran paso de declarar abolido el sis-
tema colonial ha puesto á esta nación del lado de
nosotros en la cuestión que nos divide de la Euro-
pa, y necesita ahora nuevas fuerzas para seguir cor-
tando las ligaduras que detienen los pasos de su
política, y que embarazan la marcha natural de esta
parte del mundo, á sus altos destinos (6).
(6) Al mencionar la abolición del sistema colonial, el
señor García se refería al famoso decreto expedido por
el rey don Juan VI creando el reino del Brasil en igua-
les condiciones á las del reino de Portugal, con lo que este
país americano había dejado de ser colonia y pasado á ser
nación.
112 EL GABINETE PORTUGUÉS
Desde luego se deja ver como comienza á trasun-
tarse ya, con mayor claridad, en el ánimo del comi-
sionado, la idea predominante de concertar con Por-
tugal una alianza bélica contra España. "Quizá, de
nuestra cordura pende en gran parte la llegada de
esta época verdaderamente grande por sus conse-
cuencias, y yo pienso que toda nuestra política debe
dirigirse á obrar en el mismo sentido que esta nue-
va nación ; á enlazar íntimamente nuestros intere-
ses, y á identificarlos con ella si fuese posible". No
deja de ser extraño que en un concepto como éste,
tan claro en el sentido de aliar la independencia ar-
gentina con los intereses peculiares de Portugal co-
mo gobierno americano, se haya querido ver un
propósito de anexión que está literalmente excluido
en la frase misma con que el comisionado se expre-
sa. "De otro modo podrían desvanecerse tan hala-
güeñas esperanzas, y la recaída de la América á su
anterior nulidad vendría á ser la obra de nuestra
propia estupidez ó de nuestra corrupción. Así es
que, si miramos la cuestión por este lado, los inte-
reses de esta nación no aparecen extranjeros á los
de la nuestra.
Lo que quiere decir que se trata de dos naciones
independientes con identidad de intereses respecto
de las de Europa que trabajaban, al contrario, por
restablecer el régimen colonial en favor de España.
Y la prueba que García daba de que en sus propó-
sitos no entraba nada que amenguase los derechos
de nuestra independencia, es como él lo hace no-
tar con justicia, que al mismo tiempo que el rey en
Portugal preparaba su expedición contra Artigas,
"redoblaba sus ciudados por conservar el comercio
Y EL EMISARIO ARGENTINO II3
y las relaciones amistosas cotí el gobierno de las
provincias. Sus buques cargados con las propieda-
des de sus vasallos salen libremente para Buenos
Aires por entre la escuadra destinada á las costas de
]Maldonado; y sus tribunales funcionan protegien-
do las propiedades argentinas".
Decía también que por más convencido que él
estuviera, tal vez no era prudente que el gobierno
nacional y el Congreso aventuraran sus decisiones
sobre la fe de sus palabras; y que por eso le com-
placería mucho que enviasen á Río Janeiro una per-
sona que "infomiándose á boca de las cosas, for-
mara opinión y regresara con el plan que debiera
adoptarse". Si esto fuera premeditar una anexión
sería preciso convenir en que no hay sentido recto
ni propio en el idioma de los hombres de bien. Alas
claro lo vamos á ver adelante.
Hemos visto el espectáculo que la capital y las
provincias presentaban en aquel año. El gobierno
de la capital era una continua acción y reacción en-
tre grupos que podríamos llamar ventoleras de de-
mocracia pura y anárquica como la de los tiempos
en que las repúblicas griegas se disolvían. En las
provincias, igual desorden, con una tendencia mar-
cada á dispersarse cada una en sentidos encontra-
dos, y en las campañas el alarido atronador de las
hordas. Visto este espantoso desorden desde una
corte sensata y trancjuila que se gobernaba con las
tradiciones respetables de un régimen sano y pa-
ternal, no podía menos que provocar la reprobación
de todos; y no hay por qué extrañar que semejante
vergüenza martirizase el espíritu culto y honorable
del comisionado argentino cuyas opiniones fueron
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. 8
114 EL GABINKTl!; PORTUGUÉS
siempre conservadoras y unitarias. Por eso decía
con muchísima razón y con la misma verflad con
que hoy también lo repetiríamos muchos de nos-
otros: "Los i)rincipios puramente democráticos no
son combinables con los de una monartjuía abso-
luta como la de Portugal ; y ese sistema que afectan
las provincias del Rio de la Plata destruye ó mar-
chita cuando menos, los frutos que debiera produ-
cir la analogía de nuestros intereses con los de la
nación portuguesa". Porque, en efecto, siendo in-
dispensable la alianza de los dos países, ó su con-
cierto político cuando menos, había cierta incom-
patibilidad de organismos, y de situaciones que po-
día ser funesta y hacer que fracasase la mancomu-
nidad de los medios y de los esfuerzos contra Arti-
gas y contra España. Pero lejos de que con esto se
apuntara nada contrario á la independencia, era una
condición, para conseguir ese triunfo, que la enti-
dad política y nacional — provincias del Río de la
Plata — "tuviese respetabilidad, fuerza propia, y
centro de acción hacia el cual gravitasen las partes
de su escasa población; pues si se dispersan y obran
en direcciones diversas, su gravedad vendría á ser
igual á cero en la balanza política". Y desde luego,
es de la última evidencia (¡ue cjuien busca la respe-
tahilidad, la fuerza y la cohesión de las partes anar-
quizadas de una cierta nación, no es quien abriga
el propósito de hacer que se anexione á otra. Por-
que no por medios perfectos y vigorosos se cae en
ese triste estado, sino precisamente por la disolu-
ción y por el desparramo de las partes, las naciones
se disuelven y pierden "su centro de acción', para
pasar á ser una ajena dependencia.
Y EL EMISARIO ARGENTINO II5
A este respecto. García estaba tan lejos de bus-
car para la realización de sus planes golpes de po-
der y de sorpresa sobre la confianza y el descuido
de los pueblos interesados en los asuntos cjue ne-
gociaba, cjue cuando proponía asegurar la buena
^•oluntad del rey de Portugal en cualquiera carác-
ter que fuese contra España, aconsejaba que todo
lo que se hiciera fuese con el beneplácito de la opi-
nión púl)lica ; porque "aun(jue se haya concertado
y atinado con lo mejor para obtener el favor y el
apoyo que se pide, no debe darse paso alguno de-
cisi\-o contando sólo con la aprobación de algunos
ó muchos hombres ilustrados, sino que es necesa-
rio también tomar en cuenta las preocupaciones y
los errores vulgares, para ([ue no salgan fallidos los
proyectos mejor concertados, y para que los pue-
blos no encuentren su desgracia en ac|uello mismo
qne se había tomado como un bien supremo".
A últimos de junio y principios de julio vinieron
á coincidir sucesos de importancia que preocuparon
seriamente el ánimo del señor García. La expedi-
ción portuguesa estaba ya en momentos de mar-
char á la Banda Oriental. Una parte de ella, com-
puesta de lo mejor de las tropas europeas, debía
ton">ar tierra en el puerto de Alaldonado y dirigirse
á ]*^Iontevideo bajo las órdenes del general don Car-
los Federico Lecor, hombre de corte y político muy
diestro, aunque no tenía gran renombre de guerre-
ro. Otras dos divisiones, de una fuerza considera-
ble, debían entrar por las fronteras de Santa Ana
}■ del Yaguarón. á operar en abierta campaña con-
tra Artigas á las órdenes de los generales Curado
y marqués de Alégrete, que eran tenidos con justi-
Il6 EL GABIXKTIC PORTUGUÉS
cía por militares de alta escuela y de conocida com-
petencia. García pensaba con razón que la entrada
de todas estas tropas en número de diez á doce mil
hombres iba á levantar mía írrita furibunda v alar-
mantés desconfianzas en la capital. Pero, además
de haber cooperado al hecho, y de que no estaba en
su mano aplazar el curso acentuadísimo que había
tomado la política portuguesa contra Artigas, opi-
naba que á costa de cualquier sacrificio debía mar-
charse de acuerdo con ella para conseguir la tran-
quilidad en el interior, sin la que no podría cons-
tituirse jamás "un centro de acción en que gravita-
ran las partes dispersas de la nación", asegurando,
por lo mismo, el orden público, que jamás puede
ser servido ni salvado de otro modo que por una
política sistematizada, que si ha de ser lealmente
liberal, tiene que ser conservadora y pura.
Sin embargo, los momentos eran de aquellos
que conturban el ánimo aun de los hombres c[ue
lo tienen mejor templado para marchar á buen fin
al través de las borrascas políticas, y no sin verda-
dera inquietud el comisionado argentino esperaba
la repercusión en Buenos Aires de los movimientos
militares de Portugal, cuando le llegaron las noti-
cias de los tristes sucesos de junio, la reyerta del Ca-
bildo y de la Junta de Observación con el Director
delegado general Balcarce, las peticiones de los ba-
rrios populares y de la campaña para que no se
admitiese en la ciudad al Congreso ni al Supremo
Director Pueyrredón, que acababa de ser nombrado
por él, la gresca sobre si las resoluciones habían
de tomarse directamente por el pueblo en Cabildo
abierto ó por procuradores electos al efecto; y, por
Y El EMISARIO ARGENTINO II7
Último, la seguridad de que Balcarce y su ministro
Tagle iban á ser destituidos y substituidos por los
señores del Cabildo, que representaban el influjo de
cabezas huecas que Garcia consideraba sin inicia-
tiva ni valor alguno para entender y resolver las
grandes cuestiones del momento, y no poco incli-
nados á entrar en arreglos con España antes que
con Portugal.
Si triste era la situación por el lado del Río de
la Plata, las noticias que en esos mismos días vi-
nieron de Europa presentaban afortunadamente la
situación de España en peores condiciones todavía.
"Creo que en la marcha difícil que tenemos que se-
guir el primer objeto es hacer cesar por un armis-
ticio de algún tiempo la guerra y obligar á que nos
oigan. La corte de España se ve en embarazos muy
graves. Su erario exhausto y la miseria rayando en
lo insoportable. Los ministros actuales, atados por
las mismas cadenas que pusieron al partido ven-
cido (liberal) y á la nación que gobiernan, no sa-
ben ni se atreven á salir del círculo de las más mi-
serables preocupaciones, que los retienen por si-
glos á retaguardia de las otras naciones civilizadas.
El descontento y la alarma son generales entre los
que tienen alguna ilustración, y el disgusto y la
inquietud, compañeros de la pobreza, van difun-
diéndose en las clases bajas y haciendo muy pro-
bable una grande revolución, si se toma en cuenta
también que el ejército, sin pagos, se relaja y co-
mienza ya á disponerse á novedades que le presen-
tan perspectiva más halagüeña. Y si el fanatismo
y el hábito de la servidumbre llegasen á estorbar
este acontecimiento, que parece probable, la indo-
Il8 r:i. GABIXKTE PORTUGUÉS
lencia y la apatía acabarían bien pronto por pos-
trar al gobierno de Fernarido VII en la más com-
pleta impotencia. Este conoce l)ien los riesgos que
está corriendo, y creo que no seria imposíl)le, sa-
biendo conducirse, llevarlo hasta el término de con-
ceder ciertas libertades que abrirían la puerta á lar-
gas y provechosas negociaciones".
Este había sido desde el principio, y este siguió
siendo síen'ii)re el punto único de vista en (jue el co-
misionado encaraba la conveniencia de tentar una
negociación con España : ganar tiempo y traer á
Portugal á que interviniese con el carácter de me-
diador, primero, y como fiador después, concedién-
dole al efecto la ocupación de los puertos orienta-
les, que era la más sólida y eficaz de las posibles
garantías contra Fernando \'II y contra Artigas.
Si el rey de España se rehusaba in líininc á esta
proposición, ó si lo hacía después de haber comen-
zado á negociar, se podía contar ya con el gobierno
portugués : y cuando el señor García lo aseguralm
sabía bien lo que el ministerio y el rey de Portugal
pensaban en ese respecto : "Esta corte se halla dis-
puesta á quedarse aquí, y empieza á mirar con aten-
ción los intereses de este continente . . . Puedo ase-
gurar con aquella certeza que es posible en tan obs-
cura é intrincada materia, y segim los datos adqui-
ridos en repetidas conferencias con personas muy
principales en el Consejo, que Su ^lajestad Fidelí-
sima aceptaría ser mediador, porque con eso
aventajaría sus actuales empeños y sus miras para
lo futuro. . . Y aunque es cierto que todos los reyes
miran con malos ojos todo lo (|ue suena á formas
democráticas y principios jacol)ínicos, también lo
Y KL EMISARIO ARC.EXTIXO II9
es que la masa de la opinión los obliga á aceptar
ciertas ideas de libertad propias del sistema repre-
sentativo, que son ya para todos verdades inconcu-
sas (7). Es preciso, pues, que comencemos á dar
á nuestras ideas la dirección que únicamente puede
ser aprobada por la generalidad de los gobiernos
actuales del mundo civilizado". Y para probar Cjue
el comisionado no entendía con esto aconsejar ane-
xión á Portugal, ni sometimiento á España, bas-
taría ver que continúa diciendo : "Asimismo, creo
que todos reflexionarán en ese país Cjue ningún par-
tido ventajoso puede esperarse, sino estando arma-
dos y en una actitud fuerte, que manifieste que es-
tamos resueltos á todo antes que ceder de aquellas
pretensiones que sean justas, al mismo paso que
razonables y propias de nuestro pobre 3' naciente
Estado" ; y en eso, el comisionado entendía que el
gobierno argentino debía resignarse á la separa-
ción definitiva del territorio oriental, no sólo por-
que no podía ya recuperarlo, sino porcjue en nin-
gún caso (ni aún pudiéndolo) le convenía empe-
ñarse en una absorción contraria á su prosperidad
futura y á la solidez de su orden interno.
Aíuv reservadas debían estar las connivencias
de García con la corte de Río Janeiro cuando la
legación española, sin haberse percatado de ellas,
creía candorosaniente que el comisionado tenía
puesto su ánimo y sus miras en el mismo sentido
(7) Es menester tener presente que en Buenos Aires
no había habido, hasta entonces, ni la sombra siquiera
de semejantes ideas representativas, sino un desorden tu-
multuario, que era lo que llamaban democracia, con amor
irnos y con vilipendio otros.
I20 EL gabim;tk portugués
que la grita furiosa de los partidos anárquicos de
la capital contra la invasión portuguesa. Imbuido
en este error, y profundamente alarmado al ver que
la expedición portuguesa salía á tomar posesión del
territorio y de los puertos orientales, el ministro
español creyó muy hábil de su parte llamar con ur-
gencia al comisionado argentino, y abrir con él una
negociación en el sentido de que las provincias del
Río de la Plata se salvasen de la conquista portu-
guesa sometiéndose de nuevo al vasallaje de Es-
paña. Esta iniciativa tenía lugar en los momentos
en que el comisionado recibía las noticias de los
sucesos de junio y veía con doloroso desaliento que,
envuelto en un torbellino incomprensible (y se pue-
de decir que sin gobierno), el pueblo de Buenos
Aires parecía resuelto á la guerra contra Portugal,
poniéndose á disposición de Artigas. Semejante si-
tuación amenazaba dejar sin resultado todos sus
trabajos; y como temiera que se apoderaran del go-
bierno de Buenos Aires hombres de opiniones con-
trarias á las que Balcarce y Tagle habían aceptado,
creyó conveniente acudir al llamamiento del minis-
tro español para ver qué podía esperarse por ese
conducto y para que supieran en Buenos Aires á
qué atenerse en caso de elegir una política amiga-
ble con Portugal ó conciliatoria con España. La
situación le parecía desesperada; y lo peor era c|ue
los desafueros y locuras de los partidos argentinos
eran tan públicos en Río Janeiro, que la legación
española las conocía en todos sus detalles; y que
por eso mismo creía y tenía por cierto que el go-
bierno portugués obraba resuelto á apoderarse de
Y EL EMISARIO ARGENTINO 121
las dos riberas del Plata y del Uruguay, para in-
corporarlas á sus estados.
Es preciso saber también que si el comisionado
argentino no lo fraguó directamente, aparentó al
menos dar una cierta autoridad y favor á un papel
anónimo que se hizo correr en Rio Janeiro en la
forma de un acuerdo de anexión á Portugal, y cuyo
fin era que, puesta en ascuas la embajada española,
y alarmada con la invasión de tropas portuguesas
en la Banda Oriental, aceptase un armisticio y sus-
pensión de hostilidades para entrar á negociar un
tratado de pacificación con la mediación y garantía
del gobierno portugués. Decia este papel: "i.° Bue-
nos Aires y las provincias de su dependencia reco-
nocen por soberano suyo á Su Alteza Real el prín-
cipe regente de Portugal; 2.° Buenos Aires se obli-
ga á sostener este reconocimiento con todas sus
fuerzas, uniéndolas con las de Su Alteza Real para
operar contra los díscolos perturbadores del orden
y promovedores de la anarquía; 3.° Su Alteza Real
se obliga en cambio y empeña su real palabra de
que allanará todas las dificultades que puedan opo-
nerse por parte de Su Majestad Católica el rey de
España". Lo demás del papel se reducía á grandes
favores en empleos y nobleza, libertades absolutas
en materias religiosas, políticas, comerciales, indus-
triales, de entradas y salidas, y de todo, en fin,
-cuanto era contrario al régimen colonial que Es-
paña pretendía mantener.
Salvo el punto de la anexión y del vasallaje re-
conocido á la corona de Portugal, el anónimo es-
taba evidentemente calcado sobre las ideas capita-
les con que García procuraba ligar la causa de las
122 KL GABIXKTE PORTUGUÉS
provincias independientes del Rio de la Plata con
los intereses territoriales de Portugal ; y aun cuan-
do era de una evidencia completa para todo hombre
de juicio correcto que el rey don Juan no podía
asumir ante las potencias europeas la enorme res-
ponsabilidad de anexionarse por autoridad propia
dominios de otro rey. había algo de serio en el fon-
do, que era el graxe entredicho de Olivenza y la
resolución de tomar un desquite. Ese papel (dice
García incluyéndoselo al Director Balcarce ) ha ve-
nido á mis manos por una casualidad, y parece que
ha sido presentado aquí por un amigo de ese país.
Aunque no tiene carácter ninguno oficial, ;// creo
que produzca efecto alguno, he pensado que siem-
pre sería curioso y útil leerlo. Si he de decir mi
opinión, creo que este gobierno no se resolvería
por ahora á aparecer como aliado, ni como confe-
derado. Quizá admitirá más bien el papel de me~
diador, ó también el de protector; y quizá tam-
bién, comprometido su honor por un paso atrevi-
do, tendría que abandonar sus miramientos políti-
cos". La prueba de (jue en este episodio se trataba
sólo de un artificio dirigido á poner en alarma á
la legación española, es la siguiente cláusula de la
carta de García á Balcarce : '*A nuestro amigo Bow-
les dele usted siempre á entender que no le inquie-
tan los movimientos de los portugueses, y aun que
van de acuerdo con nosotros, de modo que entre en
grandes cuidados. Yo también haré entender aquí
que los ingleses ofrecen servirnos contra los portu-
gueses siempre que se lo pidamos : de manera que
aparezca con mérito la libre voluntad de ese go-
bierno. . .'" ;al entenderse con Portugal?. . . parece
Y EL EMISARIO ARGENTINO I23
que eso es lo que debe deducirse (8). Esta última
frase, prueba por un lado que el papel anónimo que
figuraba en este episodio servia de medio artifi-
cioso con cjue promover alarmas y resoluciones en
la embajada española; y por otro, que las confe-
rencias celebradas con esta embajada tenían por
objeto decidir a Portugal á entrar en acuerdos for-
males con las provincias argentinas.
Por lo pronto, el comisionado argentino consi-
guió que el encargado de nego-
18 1 6 cios español se alarmara seria-
Julio 12 mente; y así fué que el mismo
día en que la expedición portu-
guesa salió para Santa Catalina, le escribió á Gar-
cía que lo ^•isitase con urgencia. Este acudió al lla-
mamiento, y después de los preliminares de estilo,
el ministro le dijo que tenía noticias muy halagüe-
ñas sobre las favorables disposiciones en que la
corte de Madrid se hallaba ahora para con las pro-
vincias del Río de la Plata; "y le rogó que si no
estaba comprometido le ayudase á desviar la tor-
menta que iba á descargar sobre ellas el gobierno
portugués". García le objetó que de su parte sería
una imprudencia muy grande mezclarse en eso sin
saber si la corte de Portugal procedía ó no de aciier-
(8) En la copia de esta comunicación, que se halla in-
corporada al proceso de Alta traición formado en 1820, so
ha eliminado con puntos suspensivos la frase que hemos
subrayado.
El capitán Bowles era el jefe de la fragata inglesa
Albión, que según se creía tenía comisión privada de su
gobierno para andar metido en todos los incidentes de la
política argentina y portuguesa.
124 EL GABINETE PORTUGUÉS
do con la de Madrid, como se decía públicamente.
El ministro español llegó hasta jurarle que era falso
é imposible también semejante acuerdo : que los que
repetían ese rumor estaban muy lejos de imaginar
la doblez y la mala fe con que procedían los portu-
gueses. García le observó que aún siendo así, pues-
to que se lo aseguraba, no le era lícito aunarse á
sus reclamos contra la expedición, sin concertar
antes por escrito las bases de una negociación y
arreglo pacífico entre las provincias argentinas y
el rey de España; y convinieron entonces que Gar-
cía le escribiría pidiéndole esas bases, y que el mi-
nistro le contestaría formulándolas en la inteligen-
cia de que tales como fuesen propuestas serían
transmitidas al gobierno de Buenos Aires, para que
resolviera si le convenía tomarlas como punto de
partida de la negociación indicada (9).
(9) He aquí el texto -de las comunicaciones:
Señor don Andrés Villalba. — ^Siendo tan públicos los
deseos que tiene S. M. de concluir sin más derramamien-
to de sangre las prolongadas discordias del Río de la Pla-
ta, no extrañará V. S. me tome la licencia de suplicarle
quiera ihistrarme sobre los medios que juzgue más pro-
pios para conseguir aquel objeto, pues deseo contribuir á
él con todas mis fuerzas. Bien entendido que la contestación
de V. S. servirá de fundamento á las propuestas que pien-
so transmitir al gobierno de Buenos Aires. — Río Janeiro,
julio 18 de 1816.
Contestación : Son bien públicos los deseos que S. M.
ha tenido siempre de ver terminadas las desgracias que
afligen á sus vasallos de América; é infiriendo yo de la
pregunta de V. que las provincias del Río de la Plata
están cansadas de los horrores y males que sufren desde
que se extraviaron con su exaltada imaginación, y que
Y EL EMISARIO ARGENTINO I25
La contestación del ministro español fné, como
ahí se ve, tanto más necia ó ridicula cuanto que ha-
bía sido él mismo quien habia solicitado la confe-
rencia, invocando algunos peligros ó intereses de
su rey. Su lectura hizo en el comisionado argen-
tino el efecto de una de esas inocentadas dignas de
lástima más bien que de enojo; así fué c[ue al
transmitir á su gobierno la cómica pieza, le decía :
desean volver al gobierno paternal de nuestro rey, debo
decirle : Que el rey está dispuesto á recibirlas de nuevo
en el seno de sus demás vasallos, olvidando cuanto ha
pasado en ellas desde 1810; pero para disfrutar de este
beneficio es menester que el gobierno de Buenos Aires cir-
cule en el acto un manifiesto, en el que mostrando la
crítica situación en que se halla, los grandes peligros que
lo amenazan, la imposibilidad de continuar así y la fe-
licidad de que gozan todas las otras provincias obedien-
tes al rey, declare : que es indispensable volver al domi-
nio de S. M. con tiempo y voluntariamente, antes que se
acerquen las tropas del rey, pues de otro ■¡¡iodo mudarían
del todo las circunstancias. Hecho esto, el dicho gobierno
quedaría mandando como interino á nombre de nuestro so-
berano : las cosas volverían al estado que tenían en 1808,
se enarbolaría la bandera española, quitándose la escara-
pela y demás símbolos de la revolución. Como consecuen-
cia de estas medidas se enviarán diputados que imploren
la protección poderosa de la augusta hermana de S. M. C.
la reina de Portugal, ante el rey nuestro señor, y para que
se entiendan con esta legación : la que, una vez satisfecha,
les asegurará todos los beneficios indicados; y. oficiará al
general don Joaquín de la Pezuela que baje á ocupar á
Buenos Aires y trate á sus habitantes con el cariño que el
rey les tiene, en premio de su espontánea sumisión. Su
Majestad está bien dispuesto, y yo bien autorizado para re-
compensar dignamente á las personas que tomaren esto con
empeño, y promoviesen la sumisión voluntaria de esas
provincias á su soberano. — Río Janeiro, 20 de julio de 1816.
126 El< GABINETE PORTUGUÉS
"Lü ingenuidad del ministro csf^añol me ahorra ex.
plicaciones. . . Pero, sea de esto lo (jue fuere, me
creo obligado á suplicar encarecidamente á Vuestra
Excelencia que por ahora no dé publicidad á este
documento para que no sea objeto de sátiras y de
in\-ectivas (|ue herirían el amor projiio sin prove-
cho alguno, y que aún harían sospechosa la lealtad
de un gobierno que pusiera en lii:; odiosa comuni-
caciones fundadas en confianzas personales" (lo).
El comisionado argentino había entrado en esta
conferencia con la mira de conocer cuáles eran y
hasta donde se extendían, las instrucciones que el
ministro español hubiera recibido de su gobierno
(lo) Tengo el honor de incluir la contestación origi-
nal del Encargado de Negocios de S. M. C. Como él mismo
fué el primero en abrirse tan francamente conmigo, me
prepuse llevar este negocio hasta el último punto posible :
primero ipara que en ningún tiempo se pusiesen en duda
los resultados que pudieran esperarse de aquella provoca-
ción amistosa : Segundo para que no apareciese desaira-
da la interferencia que se dignaba ofrecer S. M. la reina
Fidelísima; y en fin para que las provincias del Río de
la Plata no tuviesen motivo de acusarme de negligencia.
ó de espíritu de sistema cu mi conducta política. La inge-
nuidad del ministro español me ahorra explicaciones. A
V. E. le toca decidir cuál sea lo que en las circunstancias
actuales prefieran por voluntad y por interés los pueblos
que gobierna. Pero sea de esto lo que fuere yo me creo
obligado á suplicar á V. E. que por ahora excuse dar pu-
blicidad á este documento para que no sea objeto de sá-
tiras V de sangrientas invectivas, pues esto heriría pro-,
fundamente al ministro español sin provecho alguno, y
aun haría sospechosa la honradez del gobierno que diera
luz odiosa á comunicaciones que aparecen fundadas sobre
confianzas personales.
Y EL EMISARIO ARGENTINO \2J
en vista de los nuevos sucesos y de la actitud que
tomaba el gobierno portugués. Su objeto era que
en Buenos Aires viesen lo Cjue podía esperarse de
España y de las vergonzosas negociaciones en que
se habían comprometido los señores Belgrano y
Rivadavia, y que nada de eso ofrecía las ventajas
que podría dar un arreglo con Portugal. Si él de-
fendía, pues, esta última solución, no era "por es-
píritu de sistema", ni por predilección personal,
sino porcjue tenía convicción y pruebas evidentes
de las favorables disposiciones del rey y de sus mi-
nistros.
Pero las noticias c[ue le llegaron de Buenos Ai-
res eran abrumantes. Desde Río Janeiro, el comi-
sionado debía suponer las cosas en las angustias de
los últimos momentos y de los partidos extremos :
¡disuelto el gobierno, abandonada la capital por
las provincias, Santa Fe en poder de Artigas y Pe-
zuela en marcha triunfal por el centro del territo-
rio ! Ese era el carácter que habían tomado los su-
cesos mirados desde afuera y al través de los co-
mentarios poco caritativos cjue se hacen siempre en
los países extranjeros. Para mayor desconsuelo,
García estaba desde mayo sin comunicaciones de
su gobierno : nada sabía, y todo podía suponerlo
por los datos anteriores que le habían anunciado
como próximo el día final de la crisis y de la ca-
tástrofe. "Desde que falte la esperanza razonable
(escribía) de obtener una pretensión por justa que
sea, son imprudentes y criminales los más heroicos
esfuerzos, si ellos han de llevar al país al abismo
de una declarada anarquía . . . Para salvarse se le
presentan á A^uestra Excelencia dos caminos : el
128 EL gabinete; portugués
re)' de España con las proposiciones que liace por
medio de su encargado, y el rey de Portugal con
sus amigables disposiciones . . . En el estado de
nuestro país creo c[ue nada debe despreciarse, y si
él ha de entregarse á discreción de un general, pue-
den valer esos otros partidos, ó la garantía de una
soberana, cjue al fin es mejor que la arbitrariedad
de un soldado. Esto servirá de excusa á mi proce-
dimiento, y también la consideración de que no he
formado el más ligero compromiso" . En cuanto á
Portugal "será siempre provechoso haber prepa-
rado en sus dominios íin asilo (n ) tan seguro como
(ii) El sentido de estas palabras, que hoy pudiera pa-
recer obscuro, era : que si la fatalidad obligaba al gobierno
á someterse á Pezuela, convenía recabar la garantía de
la reina de Portugal, hermana de Fernando VII ; y no
sacrificarlo todo (hombres y bienes) á una defensa deses-
perada; pues era una felicidad para los comprometidos y
sus familias que contaran con un asilo seguro en Monte-
video y en las costas Orientales bajo la bandera ¡portu-
guesa; y que se salvaran así de las venganzas de España,
dejando quieta á la masa popular bajo el antiguo yugo;
(mientras se reunían elementos y se produjeran circunstan-
cias favorables para reaccionar desde las costas vecinas :
cosa que á García le parecía próxima é indudable, por-
que contaba con un rompimiento entre España y Portu-
gal. Tan cerca andaba de la verdad, que, á influjo pre-
cisamente de los mismos temores, el gobierno portugués
se apresuró á marchar sobre Montevideo, procurando ade-
lantarse á Pezuela y á las tropas que estaban por llegar
de España. Ese es el sentido que todos encontrarán con
claridad en las cláusulas de esas correspondencias, sobre
cuyo sentido y propósitos se ha divagado bastante. El co-
misionado era y fué siempre consecuente : la salvación por
medio de un concierto con Portugal y la ocupación inme-
diata de la Banda Oriental.
Y EL EMISARIO ARGENTINO I29
Vuestra Excelencia lo sabe, evitándose así que una
desesperación funesta sacrifique el sosiego de la ge-
neración actual y las esperanzas de las venideras,
á la defensa de determinadas personas". Pero no
bien había puesto su imaginación v reflexionado
con sensatez en el caso extremo de una pérdida to-
tal, cuando su espíritu reaccionaba y creía que,
después de todo, las propuestas del encargado es-
pañol eran propias sólo de una pueril "ingenuidad"
y tan tontas que de ser publicadas en Buenos Ai-
res serían objeto de sátiras sangrientas y de gene-
ral reclufla. Así es que en los mismos días García
le escribía á Rivadavia diciéndole: "Yo he llevado
mi condescendencia con Villalba hasta el extremo,
y estamos convenidos en que me pondrá por escri-
to sus propuestas, pero no sé si se arrepentirá.
Yo le disculpo : creo que sus instrucciones son tan
ambiguas que. á pesar de sus deseos, no se atreve
á dar un paso sino temblando. Esos hombres (los
de España) no se han puesto, ó no quieren poner-
se en el punto de la dificultad: no piensan sino para
el día". Aquí está, pues, reducida á su verdadera
y última expresión la infundada acusación de que
hubiera negociado, ó propuesto en 1816. la entrega
del país al yugo metropolitano de E-paña, al mis-
mo tiempo que se ha ensalzado la enérgica per-
sistencia, en sentido contrario, del señor Rivada-
via, que era precisamente el que había puesto su
misión en ese rumbo lamentable. Por eso García
le contestaba que concebiría esperanzas de una fe-
liz solución, si viese al rey de España adoptar un
sistema liberal para el gobierno de las Colonias,
que es también lo que convenía á los intereses de
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 9
130 EL GABINETE PORTUGUÉS
la Península. "Pero si en su gobierno influye sólo
la fortuna de la guerra y no abandona enteramente
ese empeño de sostener á todo trance las leyes de
Indias, que con furor fanático tratan de restablecer
los empleados de ese rey doquier ponen su pie, en-
tonces todo es perdido para España y para Amé-
rica ; 3' los anicricauos que tengamos algún honor,
debemos abstenernos de tomar parte en unas tran-
sacciones que lle^"arán nuestro país á la mise-
ria. . . (12). Por las de usted y por otros anteceden-
tes, hago á usted en ^Madrid. ¡Que sea para bien
de todos ! Pero entre tanto, séame lícito abstener-
me de ilusiones que si llegan á desvanecerse me
causarán mortal pesadumbre"' (13).
Al principio de la misión, García pensó dirigir
sus trabajos á conseguir la mediación del rey de
Portugal adjudicándole la ocupación interina de la
Banda Oriental y de sus puertos, como medio efec-
tivo, puesto en sus manos, de garantir el acuerdo
que por su intermedio se hiciese con España. Pero,
cuando descubrió "por una feliz combinación de
circunstancias", como él dice : que además de los
intereses portugueses en la Banda Oriental, existía
ya el grave entredicho producido por la retención
de Olivenza. y que era de toda probabilidad un
rompimiento, sus miras tomaron un carácter mu-
cho más audaz, y se propuso, no ya negociar una
(12) Carta de García á Rivadavia, de 7 de julio de
1816, en los mismos días en que conferenciaba con Mllal-
ba: lo que prueba también la poca importancia que él
daba á esa conferencia.
(13) Confidencias de la diplomacia portuguesa sobre
los pasos de Rivadavia en España.
Y EL EMISARIO ARGEXTlXO I3I
mediación que era imposible en el estado vidrioso
de los dos reinos, sino una alianza en toda forma,
que hiciera del gobierno portugués parte belige-
rante en nuestra guerra de la Independencia contra
España.
Fuese por prudencia, ó para rodearse de una
reserva misteriosa que aumentara su prestigio, la
verdad es que Garcia nunca explicó asertivamente
como era que se habia introducido en el trato ín-
timo del ministro portugués conde da Barca, y en
la estimación personal del rey don Juan. La cosa
por otra parte no tiene importancia, pues siendo
ese el hecho, es evidente que se inició con la inter-
vención ó agencia de algún personaje de grande
influjo en la corte. Esta consideración, se confirma
cuando se repara que Garcia no entró á negociar
por el conducto regular y directo del despacho, sino
circunvalando, diremos así, las posiciones. El pri-
mer ministro y jefe del despacho de Relaciones Ex-
teriores era á princii)ios del 1816 el marqués de
Aguiar, y como tal, era él quien hasta entonces ha-
bía estado manejando la gestión para que España
devolviese la plaza de Olivenza. ó la compensara
con la cesión de los territorios uruguayos. Parece,
pues, que lo regular habría sido que García hu-
biese entablado sus gestiones ante este poderoso
ministro. Pero en vez de eso. le vemos iniciarlas
por ciertas relaciones excusadas y personales con
el conde da Barca, ministro de ^Marina, cuyo ramo
no e"a al parecer el que debía abrazar un asunto
en que andaban ya envueltos los intereses más gra-
ves de la diplomacia portuguesa. Y. sin embargo,
así debía ser, dadas las circunstancias que el negó-
132 EL GABINETE PORTUGUÉS
CÍO tenía en su doble carácter de europeo y ame-
ricano.
Fernando VII había aceptado su enlace matri-
monial y el de su hermano con las princesas de
Braganza, en el concepto de que formando así una
misma familia, tendría en el gobierno portugués un
aliado dispuesto á servirlo en el más grande de los
intereses que en tiempo alguno hubiera tenido Es-
paña : la restauración de un vasto imperio colonial.
El gabinete portugués había dejado entrever buena
disposición, esperanzado también en que esos en-
laces le traerían, como gaje, la cesión. de los terri-
torios y puertos orientales del Río de la Plata. Pero
España no podía hacer esta cesión sin arruinar sus
monopolios y sin poner en continuo riesgo, segiín
lo hemos demostrado, la quietud de su dominación
en las costas occidentales. Al influjo de tan enorme
dificultad se acentuaron sus resistencias poco á po-
co, y Portugal comenzó á retraerse de facilitar sus
recursos y sus fuerzas de mar y tierra, sin que una
compensación como aquella le diese un poder sólido
y efectivo sobre los ríos y las costas adonde que-
ría adelantar sus fronteras. La negociación predi-
lecta del marqués de Aguiar andaba, pues, bas-
tante torcida ; comenzaba á prevalecer dentro del
gabinete la idea mucho más práctica de obtener las
mismas ventajas por medio de un acuerdo con las
provincias argentinas, que de tiempo atrás era lo
que prefería el conde da Barca, ministro de Marina.
El viejo y enfermizo marqués de Aguiar, era un
personaje de antigua extirpe, muy honorable por
cierto, pero absolutista y jerárquico á todo trance.
Desde luego, era un enemigo intransigente de lo
Y EL EMISARIO ARGENTINO I33
que se tenía por espíritu del siglo, cerrado á toda
idea de reforma social que desvirtuara el carácter
patriarcal y autoritatorio de los reyes que hasta en-
tonces habían hecho la felicidad de su país ; y que
como carácter moral parece que hubiera sido ima
dote feliz de la familia de Braganza hasta nuestros
días. Todo eso tenía el viejo marqués imbuido en
un odio notorio contra los intereses revolucionarios
y contra la situación social de los pueblos del Río
de la Plata ; pero era demasiado portugués, y cier-
tamente muy digno de serlo, para que cerrara el
oído y el corazón á las tentaciones de ensanchar los
dominios del Brasil desde el Alto Uruguay hasta
Montevideo ; y cuando comenzó á persuadirse de
que España no se lo consentiría, comprendió que
su colega el de INIarina tenía razón, y que era ne-
cesario cambiar de rumbo buscando aliados en los
que él había C[uerido hacer enemigos, y enemigos
en los que él había querido hacer aliados. Sin em-
bargo, declinó de comprometer su carácter, su je-
rarquía y sus principios de monarquista absoluto,
descendiendo á oír y tratar sobre acuerdos políti-
cos con un comisionado de republicanos rebeldes á
su rey, y cedió este encargo al conde da Barca, á
cjuien cuadraba mejor, no sólo por su índole popu-
lar y progresista, sino por las opiniones que lo au-
torizaban á desempeñarlo con más naturalidad y
mejor éxito.
Difícil es precisar en que días comenzaron á es-
trecharse las relaciones políticas y personales de
García con el conde da Barca : pero no tiene duda
Cjue habían llegado á confidencias de supremo in-
terés V de absoluta confianza en fecha muv anterior
134 EL GABINETE PORTUGUÉS
á la segunda conferencia, de García con el ministro
español ; y señalamos esta circunstancia para que
se vea que cuando García remitía á su gobierno las
propuestas de vasallaje y sometimiento á Pezuela
que ese ministro le había presentado, tenía ya sóli-
damente establecida con el gabinete portugués una
política diestralmente o])uesta en los medios, y
conducente precisamente á sacudir para siempre esa
ridicula proposición que sólo le parecía disculpa-
ble como un acto de ingenuidad: "Las conversa-
ciones que he tenido con el encargado español, y
con otras personas de influjo. }' aun la aseveración
bajo palabra de lionor de un sujeto del primer ca-
rácter (14). me persuaden que nada efectivamente
hay arreglado con España relativamente á la Ban-
da Oriental, y que este gobierno se Jialla conipleta-
viente libre de todo compromiso. . . Repito que la
clave de nuestra política está aquí;. . . y sé cuan in-
quieto anda el ministro de España con el temor de
que se comprenda v se generalice esta verdad. El
mismo se me ha manifestado con mucha alarma
sobre las miras que le atribuye este gabinete. En
Inglaterra temen también que resulten complica-
ciones graves. Pero los ingleses andan sin querer
romper con España, quebrar con Portugal ni mal-
quistarse con nosotros. Ale parece que de buena
gana se introducirían entre todos con el laudable
objeto de conciliar y conservar la amistad de los
interesados, sin perder las simpatías de los ameri-
canos, que pueden serles muy útiles para después,
(14) El conde da Barca.
Y EL EMISARIO ARGENTINO 1 35
aunque ahora cayéíemos postrados á los pies de los
vencedores" (15).
Puestas así sobre las esferas superiores, no ya
de la diplomacia local de los argentinos, sino de la
diplomacia general de Europa, las ideas de García
se agigantaron, y concibió el proyecto más audaz
y más vasto Cjue haya entrado en la cabeza de di-
plomático alguno sudamericano.
Lo de expulsar á Artigas y pacificar las provin-
cias argentinas del litoral, era ya muy poca cosa
para los extensísimos fines que pensaba dar á su
misión. ¡ Su empresa era ahora llevar las cosas de
tal modo que estallase una guerra entre España y
Portugal, y que este reino, aliado así por la fuerza
de las cosas con las provincias unidas del Río de la
Plata, sirviese con sus tropas, su grande escuadra
y. sus recursos, no ya en los límites de un incidente
local, sino en todo el desarrollo de los sucesos hasta
llegar á la solución definitiva de la guerra de la In-
dependencia ! . . . Y por cierto que bien cerca estuvo
de ver realizados esos propósitos, que llegaban ya
á consumarse, cuando los esfuerzos desesperados
que hizo Inglaterra para evitarlo y el miedo á las
facciones democráticas y anárquicas que sobreco-
gió á Pueyrredón. dejaron á García sin el apoyo
del gobierno que más interesado estaba en abrazar
y seguir sus apiraciones.
Lleno ya de su formidable plan, el comisionado
escribía al gobierno de Buenos Aires : "Es preciso
que ustedes dejen á un lado el género declamatorio,
(15) Doc. inéditos de don Manuel J. García, cuad. 2,
páginas y k g.
136 EL GABIXETE PORTUGUÉS
y que se reduzcan á estudiar lo substancial". V
echando una mirada compasiva sobre la grita de la
prensa de Buenos Aires contra las maquinaciones
y las amenazas de Portugal, observaba que "bueno
sería que esos nuevos Demóstenes tuviesen presen-
te el éxito final de las inflamadas arengas del viejo
Griego, y los consejos del prudente y valeroso Po-
ción. Lo que necesitamos es formarnos ideas prác-
ticas y luiiiiiiosas".
La empresa de aliar á Portugal con las provin-
cias unidas del Río de la Plata levantaba la misión
y los trabajos de García á la altura misma de la
misión de Franklin en 1776. cuando consiguió que
Francia y España cooperasen á la independencia
de los Estados L'nidos contra Inglaterra. Del mis-
mo modo, dada la situación en que se hallaban las
potencias reunidas en el Congreso de \'iena. la
guerra entre Portugal y España debía introducir
la más completa perturbación entre ella? : y hubie-
ra trastornado la situaci(')n reservada con que Ingla-
terra estaba haciendo el papel de potencia arbitral.
Rusia se hubiera puesto al lado de España, y como
el primer resultado de esa guerra tenía que ser la
invasión del ejército español en Portugal, no le
quedaba otro camino al gabinete británico que eri-
girse en protector de éste, y, por consecuencia, de
su aliado el gobierno independiente del Río de la
Plata. Y esto que quizá se tome por simples con-
jeturas, lo vamos á ver claro y documentado en los
hechos y en los historiadores europeos más acredi-
tados de aquel tiempo.
Precisamente la necesidad de conservar su in-
dependencia en este conflicto y de no sufrir la pre-
Y EL EMISARIO ARGENTINO 1 37
sión de España ó de las demás potencias europeas
del Congreso de Aix-la-Chapelle, era lo que afir-
maba al rey de Portugal en la resolución de man-
tener su gobierno y su persona á una distancia que
lo hiciera inconmovible contra todas las tentativas
que se le hiciesen para que se humillara á España
en nombre de la paz del \-iejo mundo y de los inte-
reses de la Santa Alianza. ¿Cómo alcanzar á po-
nerle la mano, ni cómo doblegarlo á eso, residiendo
él en el Brasil?
Tanto se empeoraban por días las relaciones de
Portugal con España que el gabinete de Londres
se percató de que todo marchaba á un rompimiento
entre los dos reinos ; rompimiento que una vez pro-
ducido habría perturbado completamente los con-
ciertos eurppeos en que este gabinete hacía el po-
deroso papel de arbitro prudencial y decisivo. El
único modo de allanar este embarazo era traer al
rey don Juan á Lisboa y restablecerlo así en el seno
de las otras potencias, sacándolo del influjo de las
preocupaciones territoriales del Brasil y de la po-
sición en que se había encastillado á este lado del
Atlántico.
Coincidía con estas conveniencias de la política
continental la fundada alarma con que los portu-
gueses europeos comenzaban á mirar el abandono
de Lisboa por Río Janeiro, cosa que iba ya con-
virtiéndose en un cambio fundamental de centros
políticos y de relaciones administrativas entre una
y otra capital. Los grandes portugueses diputaron
al general Beresford con el encargo de informar al
gobierno inglés sobre este grave temor que los afli-
gía, y mucho más de que se les expusiese á ser in-
138 EL GABINETE PORTUGUÉS
vadidos por España con motivo de territorios que,
aunque unidos á la corona de Portugal, va no eran
parte de Portugal, sino de otro reino cuyas conve-
niencias podian traerles á ellos mismos conflictos,
guerras y sempiternas disputas que le había traído
á Inglaterra su reino alemán de Hannover.
Inglaterra accedió á la solicitud de los grandes
de Portugal y mandó preparar el navio "Duncan"
con la magnificencia que correspondía á la real fa-
milia que debía regresar en él. Embarcáronse allí
ima comisión de los grandes portugueses y una
embajada especial de honor con que el príncipe Re-
gente de Inglaterra honraba los ilustres huéspedes
que la nave debía conducir.
El rey recibió á los comisionados ingleses ; agra-
deció la demostración de aprecio que le daba su go-
bierno : pero con tono demasiado solemne para ser
amistoso, les declaró que su regreso á Europa era
un punto que resolvería á su tiempo de acuerdo con
sus deberes y con el bien de sus reinos. Despedidos
así, hizo venir á su presencia á los grandes portu-
gueses y les amonestó con severidad por eso de
atribuirse mayor interés por las cosas del Reino
Unido que el que suponían en su real ánimo, sien-
do él el soberano á quien le incumbía mirar con
igual amor y cuidado por el bien de sus vasallos
de Europa y de América; y con esto los despidió
poniendo á su servicio un buque de pabellón por-
tugués. '"Su ^Majestad Fidelísima (dice García) se
negó á retirarse á Europa y despidió con desaire
el navio "Duncan" preparado con tanto estrépito
por Inglaterra para llevarse la familia real del Bra-
Y EL EMISARIO ARGENTINO 1 39
sil y dar más fuerza con esta expectativa á sus tra-
bajos y opiniones en \^iena. . ."
La estimación y la confianza que el rey y el con-
de da Barca dispensaban al señor Garcia era tal,
que éste no solamente se hallaba bien y cumplida-
mente informado en las miras y en los incidentes
de la politica inmediata, sino que conocía con igual
extensión ctianto se trataba y premeditaba en el
seno de las grandes potencias europeas, por medio
de la alta y vigilante diplomacia que la casa de Bra-
ganza mantenía entre ellas, con relación á las cosas
de España y á los pueblos del Xuevo Mundo que
luchaban por trozar las ligaduras del régimen ó ser-
vidumbre colonial. Con tantos y tan preciosos ele-
mentos en sus manos el comisionado argentino se
persuadió de que, si su gobierno le ayudaba, podía
llegar con éxito glorioso á negociar con ventajas
tales, que Portugal viniese á constituirse parte be-
ligerante en nuestra guerra de la Independencia.
En ]\Iayo de 1816 el comisionado se muestra de
más en más seguro de que era en la política portu-
guesa donde las provincias argentinas debían bus-
car la solución completa de las dos dificultades que
amenazaban más de cerca su suerte ; y en 4 de ese
mes le decía á su gobierno: "Ustedes oirán ahí (en
Buenos Aires) mil especies acerca de las miras ocul-
tas de este gabinete, de tratados secretos, de i)lanes
combinados, etc., etc. : suspenda usted su juicio so-
bre todo eso" ; y temiendo que en previsión de la
invasión portuguesa se tomara alguna medida im-
prudente, ó se tuviera la debilidad de contempori-
zar con los demagogos y aventureros que la recla-
maban para defender la patria de los dos tiranos
I40 EL GABINETE PORTUGUÉS
europeos que \'enían en acuerdo contra ella, agre-
gaba: "Por lo más sagrado que hay en el cielo y
en la tierra les suplico c[ue no se precipiten á me-
dida alguna decisiva. Miren ustedes que si de esta
vez la erramos, nos perdemos para siempre. Yo he
de enviar á ustedes mi opinión formada acerca de los
movimientos hostiles de los portugueses sobre la
Banda Oriental: hasta que la vean (que será muy
luego) no hay que comi)rometerse". Al pedir así
que se procediese con grande prudencia, decía tam-
bién con el mismo juicio, que el gobierno portu-
gués contaba con una escuadra muy poderosa, con
diez mil veteranos concentrados en cuerpo de ejér-
cito, sin incluir milicias y otros fuertes destacamen-
tos de fronteras. Con estas fuerzas estaba en dispo-
sición de contribuir á nuestra subyugación, si lo
provocábamos á ello : "O podía proporcionarnos la
única salida que nos quedaba en ¡a soledad y aban-
dono universal en que nuestro gobierno había caí-
do. Con un paso en falso nos perdemos : ya nos
queda muy poca distancia al precipicio: dejémonos
de locuras y de cálculos pueriles. El mayor y últi-
mo servicio que pienso hacer á mi país, es el de
decirles á ustedes lo que me parece mejor en tan
terrible crisis. ¡Después hagan lo que quieran! J.es
repito que nada hay que temer ahora de este gabi-
nete ; y que quizá está en nuestra mano tener mucho
que esperar. Texgo motivos muy fuertes p.\ra
decirlo"'.
Palabras tan graves, y tanta confianza para emi-
tirlas muestran con toda claridad que el hábil ne-
gociador había puesto ya un pie seguro en los se-
cretos y en las miras del gabinete portugués, y que
Y EL EMISARIO ARGENTINO I4I
la generalidad con que las avanza eliminando los
detalles, procede por el momento del carácter de
estricta reserva con que lo habían iniciado en esos
secretos del Estado portugués. Y dice por eso :
"Sentiría, pues, muchísimo que esta carta cayese
en manos de ciertos compatriotas míos, y que su-
cediese con ella lo que más de una vez ha sucedido
ya; y esto no tanto por mi perjuicio particular,
cuanto por los gravísimos niales que su indiscreción
traería á la cansa pública".
El comisionado argentino estaba ya estrecha-
mente ligado en efecto con el conde da Barca, c|ue
aunque no era hasta entonces serio ministro de
Marina, gozaba de la amistad particular y de la
predilección del rey don Juan. El ministro y el co-
misionado habían nacido, á lo que parece, para
estimarse y comprenderse: ofrecían en su trato los
rasgos del minmo carácter, igual cultura y recípro-
ca amenidad de espíritu, gustos literarios idénticos,
sal y gracia exquisita en el decir, con las mismas
travesuras: y malicias en el concepto, criterio polí-
tico análogo sobre los hombres y los sucesos del
tiempo ; y todo en fin en tales términos, que á poco
andar, el comisionado ya no sólo era un agente ex-
tranjero bien recibido, sino un amigo cordial y me-
recedor de la más completa confianza por su hono-
rable lealtad, con quien se trataba de todo en el ga-
binete del rey, con anuencia del rey mismo que no
pocas veces indicó que se consultase con García
asuntos de pública entidad. Pero á medida c|ue el
comisionado avanzaba en el favor de la corte de
Río Janeiro las provincias argentinas parecían
acercarse cada día más á su ruina. "Las cosas de
142 EL GABINETE PORTUGUÉS
nuestro país cada día empeoran, le escribía García
á Rivadavia. La nueva revolución acaecida en el
mes pasado por la que han sido depuestos Alvarez
y Belgrano, apareciendo Díaz-Vélez, Ereñú y el cé-
lebre Carranza como héroes, no es otra cosa que
un acceso anárquico. Es preciso que el remedio
vaya de fuera antes que nuestra patria se convierta
en un desierto de bárbaros. . . Dentro de unos días
saldrán las tropas portuguesas, recién llegadas de
Europa, á ocupar á ^Montevideo, desde donde obra-
rán en combinación con las demás divisiones que
se mueven por las fronteras'' (i6).
Desde el mes de junio García estaba en una
completa ignorancia de lo que había acontecido en
Buenos Aires. A estar á sus últimas noticias y al
rumbo que traían los sucesos, él creía (como proba-
ble al menos) que Pueyrredón hubiera sido recha-
zado de la capital, que Güemes estuviese alzado,
como Córdoba y Santa Fe. y que el Congreso se hu-
biera disuelto. Xo fué, pues, pequeño su júbilo
cuando supo en agosto que nada de esto había su-
cedido y que, al contrario, parecía que el orden pú-
blico estaba en camino de salvarse con los nuevos
elementos de gobierno que trataban de consolidar-
se en la capital. Satisfecho, pues, de que la vida
social hubiera reaccionado en sentido tan favorable,
le escribía así al nuevo Director Supremo don Juan
Martín de Pueyrredón : "Con el arribo de la es-
cuna Ferret he salido de la terrible ansiedad en que
me tenían los sucesos de junio. No sé si se puede
felicitar á quien ocupa un puesto tan peligroso co-
(i6) Docum. y Pap. inéditos, cuad. 2, pág. 15.
Y El EMISARIO ARGENTINO I43
nio el de usted. Pero me he alegrado entrañable-
irieiite al ver restablecida la tranquilidad con la pre-
sencia de usted y me alegro también porque con la
discreción que no es posible exigir de hombres nue-
vos en los negocios, usted hará que sean más lige-
ros aquellos males que no se pueden evitar, y evi-
tará otros aprovechando las circunstancias. Los
pliegos que remito en esta ocasión darán á usted
alguna idea de como veo yo el estado de las cosas,
y ya cjue tengo la satisfacción de hablar con cpiien
me entiende, añadiré algo de aquello cuyo conoci-
miento puede ser importante en la situación de los
negocios". El fundamento con que debía formarse
un criterio acertado en esta materia, según obser-
vaba García, era el hecho de que habiendo fijado
su trono en el Brasil, el rey de Portugal se había
desprendido del círculo y de los influjos de los otros
reyes europeos para ciuienes el Xue\'o !Mundo era
simplemente tierra de servidumbre y de explotación
colonial. Convirtiéndose, pues, en una potencia
americana, la corte de Río Janeiro había venido á
ponerse en armonía de causa y de principios nacio-
nales con las provincias unidas del Río de la Plata.
Su interés primordial era ahora mantener bien defi-
nido su carácter nacional americano, y aumentar
su poder para consolidar su propia independencia,
su seguridad también, lejos de grandes vecinos eu-
ropeos mal inspirados contra ella (17).
(17) "El ministerio actual del Brasil, á cuya cabeza
puede considerarse al conde da Barca (caballero Araujo),
parece decidido á establecer el trono portugués de esta
parte del mar, y obtener así una independencia que en
las actuales circunstancias no podría tener en Portugal.
144 ^-^^ GABINKTE PORTUGUÉS
Que las ideas de García eran fundamentalmente
opuestas á ese desorden vergonzoso, ó confusión
de todos los elementos constructores cjue desde los
griegos hasta nosotros se ha pretendido llamar de-
mocracia, cuando no es sino un pugilato callejero,
ó el atropello tumultuario de las facciones unas con
otras, es cosa (|ue ni se debía notar siquiera : tan
natural era que así fuese, en quien á pensar de ese
modo era llevado por su misma distinci(jn moral,
por sus altas cualidades de hombre de gobierno,
por el seno tradicional de que procedía y por la
clase de los contemporáneos entre quienes debía
actuar durante toda su vida. García era un eminen-
te liberal; y porque era liberal, era un conservador
bien persuadido de que el mérito absoluto y perdu-
rable de los gobiernos dignos de este nombre, de-
pende de su respeto á los medios orgánico.- , y no
de esa preocupación apasionada de los fines egoís-
tas ó seudofilosóficos que es la que da su carácter,
ya cínico, ya demoledor, á las facciones democrá-
Ha sido de conformidad con esto, y para esto, que se ha
'hecho la declaración del 17 de diciembre de 181 5, crean-
do el Reino Unido del Brasil y Portugal. Se han habilita-
do los puertos para todas las naciones quedando aboli-
do aquí el régimcin colonial. Se ha resuelto no renovar
los tratadas y la alianza celebrados con España, y que sub-
sistían hasta 1807, con lo cual han quedado anulados...
En los contratos matrimoniales últimamente celebrados,
esta corte no ha alterado en parte alguna sus principios,
sino que aprovechándose de la inbecilidad del gabinete
de Madrid, ha colocado dos de sus infantas quedando per-
fectamente libre de todo compromiso capaz de atravesar
sus proyectos". (Doc. incd., cuad. 2, págs. 56 á 59 : carta
de García á Pueyrredón.)
Y ]•!. ÜMISAKIO ARGENTINO I45
ticas, Ijien sea que gobiernen con reyes despóticos,
ó con multitudes y caudillos revoltosos. Pero de
esto no puede deducirse que García fuera enemigo
del orden republicano constitucional, ni que estu-
viese más inclinado á la anexión del pais en una
corona extranjera que á su independencia, cuando
es por otra parte notorio que entre las grandes figu-
ras de nuestros mayores en edad nacional, él es
uno de los que menos explícitos fueron, aun en sus
más ligeras insinuaciones, en verter deseos monár-
quicos; los mismos documentos que ha dejado co-
mo pruebas de su activo influjo en los sucesos de
1812 á 1825 prueban, por el contrario, que nunca
claudicó en su empeño de asegurar y de honrar la
independencia n.acional (i8j.
(18) Para prueba bastaría tomar con un criterio des-
preocupado cualquiera de sus escritos ó de sus actos. Apre-
ciándolos en su preciso momento y de acuerdo con el ob-
jeto que tenían, se vería que ese objeto fué siempre al-
canzar el triunfo de la independencia, y consolidar un go-
bierno de orden, es decir, conservador. Y si no, tomemos
aquellas palabras mismas que se han mirado como un car-
go contra su patriotismo nacional y republicano. Hablando
de las dificultades en que podía tropezar la negociación
de alianza con Portugal, que él miraba como indispensable
( y que lo fué) para exterminar á los anarquistas y cerrar
el Rio á las fuerzas de España, decía : "También es verdad
que á las ideas de un gobierno monárquico absoluto como
éste (Portugal), no pueden ser adecuados los principios
puramente democráticos ; pero suponiéndose, como se su-
pone aquí, que estos principios son inconscientes con la
educación y costumbres de los españoles americanos, no
asustan mucho por ahora; y se espera que al fin vendrán
á adoptarse aquellas formas, que sean más análogas á las
suyas y que se juzguen más propias para asegurar la i.v-
HIST. DE la REP. argentina. TOMO VI. — 10
146 KI. GAIJINKTJC PORTUCUES
En la \iveza natural de su espíritu, y conocien-
do á Pueyrredón como lo conocía de antemano,
García coni])ren(li(') (jue el gobierno portugués tenía
que salir de las Nagas reser\'as que aun le imponía
por razones de su diplomacia europea; y que para
que él acreditara sus miras y sus trabajos, era in-
dispensable aclarar más el fondo de las negocia-
ciones que tenían adelantadas, formulando bases
formales y dignas de ser ofrecidas á un hombre de
ideas propias, de voluntad firme y de sesudo cri-
terio en los negocios públicos, como el nuevo jefe
del Estado. Mas por lo mismo, y á pesar de que el
cambio ofrecía grandes esperanzas con relación al
orden interno, en otro sentido el receso del minis-
tro Tagle era un contratiempo que el comisionado
argentino de Río Janeiro tenía que encimar ahora
con demostraciones, antecedentes y justificativos de
sus anteriores pasos, pues se hallaba no sólo con
dudas, sino con aprensiones de cómo pensarían los
sucesores de aquel ministro travieso y resuelto con
(juien había estado en tan completo acuerdo. No
dependencia". Lo único que de estas palabras se deduce
es el deseo de que se constituya un gobierno de orden y de
solidez permanente : cosa que se hace más clara al ver que
más adelante agrega: "Ostenten ustedes principios de paz,
de moralidad y de justicia, opuestos á ese frenesí de los
jacobinos que tanto amenazan á las monarquías como á
las repúblicas". Creía, por consiguiente, que lo esencial
era el orden público : y que el orden público era tan co-
herente con un régimen republicano constitucional, como
compatible de la buena inteligencia con una monarquía
de tradiciones templadas y patriarcales. ¿A quién se le
oculta hoy esta verdad? ¿No es ese un rasgo de republí-.
canismo más bien que de monarquismo?
Y El, EMISARIO ARGENTINO 1 47
eran opiniones contrarias lo que García temia ; bien
seguro estaba de que no habla otro camino de sal-
vación que ese que él había adoptado. Lo que temía
era las vacilaciones del espíritu y el influjo de la
prudencia política puesta en conflicto gubernativo
con la efervescencia y con los desmanes del frenesí
demagógico que bullía en la capital tratando de
imponer el exceso y el terror imaginario de sus
alarmas.
Xada más diestro ni más mesurado que la ex-
posición sencilla, al parecer, pero calculada á fon-
do, con que el comisionado trató de poner al alcan-
ce del Director Supremo los sucesos y las coinci-
dencias c[ue debía estudiar para resolver las arduas
cuestiones que se le presentaban en la Banda Orien-
tal, en España y en Portugal.
Cambiando el tono de su anterior confianza pa-
ra hacerse más simpático y persuasivo, no con re-
lación á los hombres del gabinete portugués que
se la habían inspirado, sino por el presunto temor
de que las graves complicaciones de Europa los sa-
casen del poder, hacía pensar sin decirlo, que al
gobierno de Buenos Aires le convenía para esa
eventualidad desfavorable y posible, adelantarse á
formalizar cuanto antes algún acuerdo que consti-
tuyese la fuerza indisoluble de un vínculo interna-
cional ; de manera que en adelante nada se pudiese
acordar entre las potencias europeas. España y Por-
tugal, sin que las provincias argentinas entraran
también con ¡personalidad propia al lado de este úl-
timo gobierno. Domina una calma tan expositiva
y tan paciente en todas las perspectivas con que
García presenta el cuadro general de los negocios
J48 El. GAI5INKTE PORTUGUÉS
argentinos, mirados dentro del gabinete portugués,
que es menester seguirlo con una atención parti-
cular para percibir el esmero y el tino con que la
pieza había sido escrita (i).
(19) Apéndice III.
CAPITULO IV
LA ALIANZA CONVENCIONAL DEL REY
DE PORTUGAL Y LAS PROVINCIAS ARGENTINAS
CONTRA EL REY DE ESPAÑA
Sumario : Declaraciones amigables que el gobierno por-
tugués hace transmitir oficialmente al de Buenos Aires.
— Confianza de García. — Conveniencia de un Manifiesto
dirigido á las potencias europeas. — El nuevo ministro
inglés Mr. Chamberlain.^Lealtad del gabinete portu-
gués.— Reclamación española sobre la extradición de
García como subdito rebelde. — Negativa y contestación
del gabinete portugués.— El armisticio y convenio de ma-
yo de 1812 considerado como un tratado. — Reclamación
de Mr. Chamberlain con este motivo. — Contestación. —
Ambigüedades de la diplomacia inglesa.— Enfado del
rey de España. — Situación especial y favorable de la
corte portuguesa como potencia americana. — Su interés
por la independencia del Río de la Plata. — España soli-
cita la mediación de Inglaterra con condiciones que son
rechazadas por el gabinete británico. — Exigencia y ame-
nazas del rey de España al rey del Brasil. — Los nuevos
preparativos expedicionarios. — Inquietudes de Portugal.
— Indicaciones sobre la negociación de un tratado de
alianza defensiva. — Conveniencia de tenerlo preparado
y convenido bajo la forma de Artículos Adicionales al
Convenio de 1812. — Artículos propuestos en ese sentido
«por el gobierno portugués y remitidos á la aprobación
del gobierno de Buenos Aires. — Evidente deseo de Gar-
cía por ver firmada y formalizada la alianza. — Indecisión
del gobierno argentino. — Sus causas. — Procederes agre-
sivos del gobierno argentino contra la bandera portugue-
150 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
sa. — Mala inteligencia con el general Lecor, jefe de la
invasión portuguesa. — Consejos prudentes de García. —
Quejas graves del gobierno portugués apaciguadas por
la habilidad y el influjo de García. — Reclamación de éste
por el extraviado proceder de su gobierno. — Paralelo en-
tre la amistad con Portugal y la supremacía bárbara de
Artigas. — Amagos de transtornos en Buenos Aires. — Ar-
tigas y el gobierno argentino. — Muerte lamentable del
conde da Barca. — El nuevo gabinete. — Favor del rey en
apoyo de García. — Exigencia del nuevo ministro por ce-
lebrar cuanto antes el tratado de alianza. — Actitud bélica
de Fernando VIL — Ultimátum presentado al rey de Por-
tugal por el embajador español conde de Casa Flores.
— Conferencia de García con el ministro portugués. — El
embajador ruso. — Intromisión de Rusia en los negocios
del Río de la Plata. — Xuevo conflicto con el general
Lecor. — El edicto. — El bando. — Angustiosa posición del
comisionado argentino en Río Janeiro. — Su triunfo di-
plomático en este incidente.— Incidente fatal del corsa-
rio San Martín. — Proceder honesto y amigable del go-
bierno argentino. — ^Apresamiento de la polacra Augusta.
— Femando VII concurre al Congreso de las potencias
europeas reclamando contra el proceder del rey de Portu-
gal.— Inquietud natural del gobierno portugués. — La vic-
toria de Chacabuco y la debilidad real del gobierno ar-
gentino.— Insistencia de García por la aceptación de los
artículos adicionales propuestos por Portugal. — El Con-
greso europeo v las cuestiones coloniales. — Mr. Canning
y lord \\'éllington. — La not:: conjunta Je las potencias
al gobierno portugués. — La contestación. — ]\Ianejos de
la política inglesa, é influjo en ella de los liberales con-
servadores.— Dificultades internas del gabinete inglés. —
La torpeza de España. — Instancia del comisionado Gar-
cía por celebrar el tratado de alianza. — Sus temores de
que quede sin efecto por razón de las nuevas circunstan-
cias.— Descuido del gobierno argentino. — Cambio de si-
tuación en el gobierno portugués. — Inconvenientes que
opone á la decisión tardía del gobierno argentino. — Acti-
tud leal pero independiente en que el gabinete portugués
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 15I
se coloca. — Situación ambigua de los intereses respecti-
vos.— El mérito de los trabajos de García.
No desconoció García (\ue el luievo gobierno
nacional, constituido por Pneyrredón. se presen-
taba con mayor solidez que los anteriores, tanto por
su origen cuanto por la autoridad moral del esta-
dista que le daba su nombre; y que desde luego
era necesario y conveniente tomar formas más ex-
plícitas y positivas en las negociaciones que hubie-
ran de entablarse para caracterizar la política res-
pecti\a de las dos naciones. En este concepto, pidió
que el gabinete portugués le hiciese una declara-
ción oficial de las miras con que ocupaba la Banda
Oriental, no por él. que no la necesitaba, sino para
aquietar el ánimo de los nuevos gobernantes de su
país, y probarles con ese documento que las pro-
mesas y seguridades que antes baldía dado merecían
todo crédito. La indicación fué acogida al momen-
to, como era de esperar, y el conde da Barca le hizo
declaraciones, que si no descubrían por el momen-
to todo lo que entre ellos tenían en reserva segiin
viniesen los sucesos, eran bastante satisfacto-
rias (i).
(i) Excmo. señor. Aunque las miras del gabinete del
Brasil con respecto á las provincias del Río de la Plata
pueden conjeturarse con algún fundamento, como también
los motivos que por ahora le impiden explicarse oficialmen-
te, me resolví á exigir de este ministerio respuestas categó-
ricas, á lo menos sobre aquellos puntos que consideré de
más urgente necesidad.
'"Estoy autorizado á transmitir á V. E. las siguientes
formales declaraciones :
"Primera. S. M. F. al mover sus tropas sobre la Banda
152 LA ALIANZA DKL RlvY DE PORTUGAL
García, como antes hemos dicho, era uno de
esos hombres que no engañan ni pueden ser enga-
ñados. Su intimidad con los ministros portugueses
y su favor con el rey don Juan lo habían puesto en
aptitud de penetrar á fondo los caracteres, las cos-
tumbres, las genialidades y la índole personal de
los hombres con quienes trataba. De modo que co-
Oriental del Uruguay, no tiene otra mira que la de ase-
gurarse contra el poder anárquico del caudillo Artigas,
igualmente incompatible con su quietud, que con la de los
gobiernos vecinos.
"Segunda. Xo existe ninguna especie de tratado, con-
venio ni compromiso entre Portugal y España ú otra po-
tencia alguna, relativamente á la América del Sud.
"Tercera. El gobierno de Buenos Aires puede estar en
la plena seguridad, de que S. M. F. conservará la misma
buena armonía que hasta aquí, y que teniendo dadas al
efecto las órdenes más positivas al general Lecor, será
luego desvanecida toda duda, del modo más satisfactorio.
"En seguida me preguntó el ministro si quería que me
escribiese esas mismas declaraciones. Contesté que me pa-
recían excusadas otras seglaridades que las de la palabra
de un rey y de un ministro que se hacen un deber de
publicar que el engaño siempre daña, aún á los mismos
á quienes parece aprovechar.
"El ministro se conformó, pero insistió que si V. E.
pensaba de otro modo, estaba pronto á explicarse por es-
crito.
"He creído útil proceder con esta galantería, porque si
realmente hubiera siniestras intenciones, poco valdría lo
escrito, puesto que la verdadera garantía está fundada
esencialmente sobre la reciprocidad de intereses, y junta-
mente sobre el carácter personal del rey y de su minis-
tro. En cuyo caso es ventajosa esta prueba de confianza,
sin traer perjuicio alguno, mucho menos cuando V. E.
puede enmendarlo en el momento que quiera.
"Dios guarde á \\ E. — Río Janeiro, agosto 23 de 1816".
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 53
nocía á ciencia cierta la honradez característica y
bondadosa del rey, lo mismo qne la noble lealtad
de su primer ministro y de cuantos alrededor de
ambos formaban el cuerpo de cooperadores que ser-
vía al gobierno. Escribiéndole particularmente á
Pueyrredón, decía : "Cada día tengo nuevos moti-
vos que confirmen cuanto he dicho á usted en mis
anteriores comunicaciones. Después de haberme
impuesto de lo (jue ya indiqué en otra ocasión, pro-
curé adquirir más luz, y realmente he sabido por
un conducto muy seguro, que España no sólo se
queja á las cortes extranjeras, sino que además les
pidió su mediación con Portugal. Inglaterra acep-
tó, por supuesto. Créese probable que también acep-
te Austria ; se ignora de Rusia y Prusia. El solo
hecho de ocurrir Su Majestad Católica á ese ex-
pediente, prueba cuánto le impone el sistema que
ve ya en este gabinete, respecto de las provincias
unidas. Si llega el caso de formalizarse una media-
ción, será esta una coyuntura favorable que está en
nuestra mano aprovechar, para presentarnos delan-
te de las potencias con toda la opinión de nuestros
triunfos, y también con el favor de esta potencia
vecina que será parte principal en la cuestión ; y
haciendo valer de tal modo nuestra justicia que las
esperanzas de España queden desvanecidas, y nues-
tra independencia reconocida. Con este fin, me han
insinuado aquí de un modo expreso que, para apre-
surar este momento, sería muy conveniente que sin
pérdida de tiempo publicara ese gobierno un Ma-
nifiesto á las potencias en que se represente la im-
posibilidad de restablecer una autoridad, como la
de España, demolida ya con el peso de siete años
154 LA ALIANZA DHL KEY DE PORTUGAL
de guerra liorrenda y desastrosa. Hágase mérito en
él con documentos de lá intratable terquedad de
España; del armisticio de 1811 rechazado por la
regencia; del proyecto amistoso de 181 3 rechazado
por \igodet; de mis tentativas aquí con la legación
española; de la misión de Rivadavia, etc., etc.; y
es preciso hacerlo evitando el lenguaje jacobínico,
y la reclamación de derechos abstractos que puedan
chocar con los principios de las cortes ante quienes
hayamos de hacer valer nuestra justicia, pues har-
tos agravios directos tenemos para alegar. Con este
manifiesto y con el acta de nuestra independencia
es preciso agitar con empeño que nos reconozcan ;
la primera potencia que lo haga abrirá un camino
fácil á las demás" (2 ).
La marcha de la escuadra y de las tropas portu-
guesas á tomar posesión de Montevideo produjo,
como era consiguiente,, suma agitación y violento
(2) La cuestión interna sobre la forma de gobierno
pasaba siempre como un accesorio de poca entidad en las
consideraciones y trabajos de García. Así es que, reflexio-
nando sobre el contenido que debía darse á ese mismo ma-
nifiesto se preocupaba sólo de su estilo é inculcaba en que
se evitase todo lo que pudiera parecer demagógico; pues
al fin y al cabo eso era tan contrario al orden monárquico
como al orden republicano: "Si bay algo pensado sobre la
forma de gobierno permanente, dense instrucciones. Si el
proyecto es tal que pueda lisonjear las ideas de los sobe-
ranos interferentes. y que interese á la misma casa reinan-
te en España, puede tener un éxito más pronto. Pero en
este caso sólo debiera apuntarse la idea,, en el manifiesto,
como una simple hipótesis, sin puntualizar nada de posi-
tivo; y como no han de faltar aspirantes, la corte de Es-
paña se ha de alarmar más y ha de ceder de su capricho".
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 55
enojo en la Legación de España, y en la camarilla
de palaciegos ilusos que rodeaban á doña Car-
lota (3).
Míster Chamberlain, ministro residente de In-
glaterra después del retiro de lord Strangford, te-
nía órdenes de estar vigilante para evitar á tiempo,
con su interposición, que estallase el rompimiento
que se temía entre las dos cortes ; y en cumplimien-
to de esas órdenes reclamó contra la invasión de un
territorio "que de antiguo, y por derecho incues-
tionable pertenecía á la corona de España".
A tal punto había subido la intimidad de Gar-
cía en las interioridades del gabinete portugués, que
podía escribir lo siguiente á su gobierno: "He leído
en esta Secretaría de Estado la nota del encargado
de negocios de Su Majestad Británica pidiendo ex-
plicaciones, por encargo particular de su corte, so-
bre la ocupación de la Banda Oriental, é insinuan-
do la conveniencia de evacuar ese territorio español
para no ofender los derechos reconocidos de Su
Majestad Católica ni perturbar las operaciones de
sus tropas sobre sus vasallos rebeldes... Puede ser
que este gobierno adolezca de los mismos achaques
que los demás ; pero puedo asegurar á Vuestra Ex-
celencia que sus intereses actuales, el carácter per-
sonal del rey y las ideas de su ministro, alejan toda
(3) Contuci, Juanicó, Acevedo, Covenera, Garfias,
etc., etcétera ; que metidos todo el día en los aposentos de
esta reina atolondrada, la tenían infatuada con las esperan-
zas, ó seguridades, de que por solución final era ella la que
iba á ocupar el trono del Río de la Plata, como regenta
á nombre de su hermano Fernando VII ó de uno de sus
hijos por transacción con España.
156 I,A ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
idea de perfidia respecto de nosotros. Me consta que
el punto cardinal de sus contestaciones á España
y á Inglaterra es un principio conocido del derecho
público, á saber: que Su Majestad Fidelísima no
juzga del derecho ó legitimidad entre el gobierno
de Buenos Aires y Su Majestad Católica ; pero que
reconoce la posesión en quien la tiene, y que en
consecuencia, ha tratado con el gobierno de Buenos
Aires, y tratará en adelante cuanto convenga á los
intereses de su reino, sin que esto pueda agraviar
razonablemente á ninguno".
Esta grande influencia del comisionado argen-
tino había ya llamado la atención de todos los di-
plomáticos y ministros extranjeros acreditados ante
el rey de Portugal, y tanta importancia se daba á
su permanencia en la corte que se hicieron muchas
y diversas tentativas para alejarlo de ella. Una fué la
indicación directa de ^Ir. Chamberlain hecha al con-
de da Barca de que mantener relaciones políticas y
negociaciones con un agente que representaba noto-
riamente los intereses de provincias rebeldes á su
legítimo soberano, era atentatorio á los conciertos
que desde 181 3 habían impuesto una política uni-
forme y amigable á todas las potencias europeas.
Otra fué la propuesta hecha á García mismo por el
ministro español, de que fuese á Buenos Aires, con
el pretexto de llevar unas propuestas conciliatorias
de Carlota; y por fin, el mismo Cevallos, ministro
de Estado de Fernando \^II, reclamó la entrega pe-
rentoria de García (4).
El conde da Barca le contestó á Cevallos que el
(4) DociDii. incd., cuad. 2, págs. 33 á loi.
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 5/
armisticio de 26 de mayo de 18 12, celebrado con la
intervención de lord Strangford, era un convenio
que, en el concepto de Su Majestad Fidelísima, pro-
ducía todos los efectos de un tratado de paz con el
gobierno de Buenos Aires ; que en su consecuen-
cia, los subditos de este gobierno podían entrar y
permanecer libremente en los dominios de Su Ma-
jestad Fidelísima, asi como también tratar sus mi-
nistros con los agentes de Buenos Aires ; debién-
dose entender que Su Majestad Fidelísima por nin-
guna razón del mundo faltaría á sus compromisos,
ni cometería una felonía como la que se le exigía...
"Vuestra Excelencia debe notar (decía García) que
un principio como este alegado ya por esta Corte,
la prepara al reconocimiento de nuestra indepen-
dencia luego que el estado de nuestras cosas no lo
califique de imprudente ó prematuro".
Pero Mr. Chamberlain no se dio por satisfecho,
y animado de un vivo interés en favor de España,
ó más bien de odio contra los republicanos del Río
de la Plata, pues no en vano era un viejo tory, vol-
vió sobre el asunto, y objetó: c[ue puesto C[ue se in-
vocaba el acto de 1812 diciéndose que había sido
intervenido por Inglaterra, podía reclamar como
parte en ese acto, contra la nueva invasión, por
cuanto era una infracción terminante de la evacua-
ción del territorio oriental pactada en el artículo 3.°
A ese cargo contesto el conde da Barca cjue el tra-
tado de 26 de mayo de 1812 había establecido va-
rios puntos dignos ahora de atención: el i.° era la
paz y buena armonía entre el rey de Portugal y el
gobierno de las provincias del Río de la Plata; el
2." la inmunidad de l(3s territorios respectivos. Que
158 I.A ALIANZA Día. KlvY DK PORTUGAL
Su Majestad I^delísiiiia hal)ía invocado el tratado
en el ])rinier sentido para mostrar (¡ue estaba obli-
gado á reliusar al rey de Kspaña las medidas hos-
tiles y represivas que le exigía contra el agente del
gobierno de Buenos Aires. Mas, que en cuanto al
segundo articulo, el señor encargado de Su Majes-
tad Británica debía reparar que por actos solemnes
de 1 8 14, el gobierno argentino había declarado in-
dependiente y separado de sus provincias el terri-
torio de la Banda Oriental : que con esto el gobier-
no portugués había perdido la garantía del orden
y de la quietud que debía conservarse en sus fron-
teras, y había (juedado en perfecta libertad para
usar de un derecho propio ocupando interinamente
un país que. abandonado también por España, ser-
vía de abrigo á facinerosos de todo género y á cau-
dillos sin ley ni señor que ejecutaban correrías y
agresiones vandálicas sobre los campos y haciendas
de sus vecinos.
La política del gabinete fory era tan ambigua
que más bien parecía hostil al gobierno republicano
del Río de la Plata. Calculando que en las eventua-
lidades de la lucha pudiera convenirle cooperar á
que España recuperase sus colonias, á precio de la
libertad de comercio ó de alguna parte de sus te-
rritorios, se mantenía en prudente amistad con ella.
No le convenía, pues, que perturbando la paz de
Europa, Portugal lo pusiese en la alternativa de
obrar á remokiue de los otros gobiernos sin tener
los mismos intereses que ellos, ó de abandonar su
reserva para oponerse á ({ue ellos intervinieran en
las cuestiones coloniales y ultramarinas, cuya reso-
lución final había resuelto mantener bien cerrada en
su mano.
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS I59
España, que lo comprendía bien, y que sentía
por todas partes esta presión, estaba tanto más in-
dignada en el fondo, cuanto que no podía desaho-
garse contra esta respetuosa y pérfida amistad, in-
teresada en la presa, y bastante parecida, por cier-
to, á la intimidad de una garra con la masa que
aprieta. Todo lo que parece contradictorio é inex-
plicable en la política inglesa respecto de la Amé-
rica del Sur después de la restauración de Fernan-
do Yll. depende de los fines reservados y alterna-
tivos con que se había propuesto aprovechar las
eventualidades de la lucha entre España y sus co-
lonias, hasta que le llegase la ocasión de acenttiarse
en el sentido de sus intereses, como lo hizo después
en el de nuestra independencia.
A esto aludía García cuando escribía al gobier-
no de Buenos Aires que prefiriese la coalición con
Portugal á las vanas esperanzas de apoyo por parte
de Inglaterra. "Las relaciones de este país con In-
glaterra no están muy corrientes, y cada día se co-
noce mejor que sólo en América puede gozar la
nación portuguesa de independencia. La Gran Bre-
taña quizá celebraría mucho tener una ocasión de
ingerirse entre nosotros y los portugueses; pero es
preciso repetirlo mil z'eces, no es !a independencia
de América su deseo, no; la Gran Bretaña, durante
su actual ministerio á lo menos, no entrará en nin-
guna transacción sino sobre la líase de reconoci-
miento y obediencia al rey de España. Inglaterra
no dará auxilios á la causa de los independientes,
sino para alejarlos más del término de sus afanes
V trabajos. Si Inglaterra se declara a1)iertamente
protectora de nuestra causa, y si quiere compróme-
1 6o LA ALIANZA DKL REY DE PORTUGAL
terse por ella, entonces esto es lo primero; pero si
no es así. será preciso no- pasar la plaza de candidos
en demasía, perdiéndolo todo por vanas aparien-
cias".
Los principios c|ue Inglaterra había sustentado
en el Congreso de Viena habían sido tan contrarios
á los gobiernos independientes de Siid América y
tan faNorables á los derechos de España, que no
podía comprender (decía el comisionado argenti-
no) cómo era que en Buenos Aires se continuaba
teniendo esperanzas en la protección de una poten-
cia que se había aliado con España, y c|ue había
prometido solemnemente por un tratado no auxi-
liar directa ni indirectamente á los rebeldes de la
América española. ¿Y en este caso, cómo podemos
pensar que los ingleses quieran proteger, ni reco-
nocer nuestra independencia? ¿Cómo puede inter-
venir en ninguna transacción, que no tenga por
base la obediencia al rey Fernando, y el restableci-
miento del sistema colonial? (5).
(5) "Parece que subsiste aún en esa la opinión de que
Inglaterra desempeñará este honorífico papel. Sea de esto
lo que fuese, yo no puedo ver sino lo que está á mi al-
cance.
"Xos principios políticos de Inglaterra en Viena rela-
tivamente á colonias son muy públicos, y no creo que
quiera mudarlos tan fácilmente. Después de esto, Ingla-
terra ha solicitado con empeño un ventajoso tratado de
comercio, empleando en esta comisión al señor Fleming,
uno de los ingleses más acreditados en la península, por
el entusiasmo que manifestó siempre en su favor, x^tenién-
donos solamente á este hecho, parece fuera de duda, que
Inglaterra, deseosa de un arreglo ventajoso de comercio,
ha de dar algo á España por su parte ; y concediendo gra-
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS íól
"Mas, supongamos que Inglaterra mire con in-
terés nuestra contienda, y demos por cierto que ella
sólo busca un pretexto para intervenir. En tal caso,
ningún estimulante más fuerte que la ocupación de
la Banda Oriental del Río por los portugueses. Si
esto no la mue^•e crea usted que no hay coco capaz
de moverla, y que son vanísimas nuestras espe-
ranzas. Si la ocupación de la Banda Oriental
por los portugueses hace mudar en efecto la ac-
titud de Inglaterra respecto de nosotros, enton-
ces es preciso que miremos esa ocupación como
un bien muy grande, sin que la pérdida feíii-
poránea de esa parte de nuestro territorio haya
hecho más que disminuir el poder ominoso del jefe
de los anarquistas. Además de esto, el estado de
fuerzas de esta nación vecina nos liberta de todo te-
mor de nuevas empresas, y nos facilita una neu-
tralidad de que podemos aprovecharnos para con-
solidar el orden interior y cargar con todas nuestras
fuerzas sobre el enemigo natural ; pues cualquiera
que sea la combinación futura de los intereses políti-
cos de las naciones, nuestras ventajas sobre el par-
tido metropolitano, y la consistencia del gobierno,
han de influir esencialmente sobre el destino de
nuestra patria. Portugal tiene grande interés en
asociarnos á su causa; no tiene voluntad ni poder
de subyugarnos : amigo, casi nos asegura la inde-
pendencia : enemigos, daría una fuerza irresistible á
tuitamente que nada de eso se íe ofreciese, ratificaría si-
quiera lo mismo que ofreció en el tratado de alianza
de 1814, por el cual se comprometió á no auxiliar ni permi-
tir que directa ni indirectamente auxiliasen sus subditos
á los rebeldes de la América española"'.
HIST. DE LA REP. ARGEXTIXA. TOMO VI. — II
102 LA AUAXZA DKL RKY DE PORTUGAL
España contra nosotros. La incerticlumbre de las
relaciones actuales de ésta corte, nueva y débil, con
las de Inglaterra y España, puede darnos á nos-
otros la ventaja de vender cara nuestra decisión, y
nos deja siempre en aptitud de tomar otro partido
cuando no nos contente el que se nos haga por acá.
A ustedes les toca decidir". Informado de que el
encargado español se había presentado también re-
clamando contra la marcha de las tropas portugue-
sas á la Banda Oriental, por los perjuicios que un
proceder tan injustificado y atentatorio como ese,
irrogaba á los "derechos del rey su amo, y á las ope-
raciones militares de sus tropas...", "estuve á visi-
tar al ministro (dice García) y me lo ha confirma-
do, agregándome que mucho más fuerte ha sido la
reconvención hecha en ^ladrid al señor de Souza,
ministro de Portugal. La contestación (me dijo
también) será lacónica y bastante terminante para
desengañar al gobierno español. ÍVo, pites, acer-
carse el día en que este gabinete tendrá tanto inte-
rés en entenderse con nosotros, como nosotros con
él, para dar consistencia á nuestra obra. Una im-
prudencia de cualquiera de las dos partes tendría
lamentables consecuencias" (6).
(6) "Esta es una nación americana que goza de in-
flujo y relaciones con las potencias que constituyen el Di-
rectorio de Europa, tres de las cuales quieren abrir gran-
des relaciones comerciales con esta parte del mundo. Si
indirectamente nos unimos con ella en cuanto al interés
general del continente americano, es de su interés (y yo
puedo anticiparlo sin temeridad) que sus ministros nos in-
troduzcan bajo mano en aquellas grandes cortes, y presen-
ten ellos mismos á ese gobierno, no como efímero ó de
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 63
Como se ve, los sucesos venían tomando poco
á poco el giro favorable que García había previsto
3^ preparado con la elevada mira de enlazar la cues-
tión de nuestra independencia, y el exterminio de
Artigas, con las contingencias de la diplomacia y
de la política europea, nada menos. "España (de-
cía ya á fines de 1816) ha enviado á Londres un ofi-
cial de su Secretaría de Estado con el encargo ex-
clusivo de tratar sobre los asuntos de América y de
negociar la intervención de Inglaterra en nuestras
C|uerellas. Y como es regular que el ministerio es-
pañol haya insistido con su habitual terquedad, en
las mismas bases que tiene fijadas hasta aquí, el
emisario ha regresado á Madrid sin resultado". El
caso había sido, en efecto, que el gabinete inglés,
aceptando en principio la conveniencia de una ne-
gociación pacífica con su buen deseo de intervenir,
había exigido que las bases fueran tales que im-
maligna naturaleza, sino como muy capaz de desenvolver
la civilización y aumenl¡ar la población, y por consiguiente
el comercio, que es el punto de vista desde el cual solamente
interesamos á aquellas naciones. Esto acelerará en alguna
de ellas el reconocimiento de nuestra independencia, y al
ejemplo de la primera, entrarán más fácilmente las de-
más. A lo menos, quedarán anulados los esfuerzos de Es-
paña para desacreditarnos y alejar de nosotros toda rela-
ción de los gabinetes extranjeros. Nos proporciona otra
grandísima ventaja, á sajber: la de dejarnos obrar fuerte-
mente contra los ejércitos españoles; lo cual es, no sola-
mente de nuestro primero y más urgente interés, sino que
cada victoria nos acerca más á nuestra independencia, v
aumenta nuevos grados de poder para sostenerla contra las
pretensiones de cualquiera nación. Estas consideraciones me
parecen tan graves, que no puedo persuadirme las equilibre
por ahora ninguna otra."
104 LA ALIANZA DHL REY DE PORTUGAL
portaran una reforma orgánica y económica del re-
gimen colonial, no tanto por los americanos mis-
mos de cuyos intereses no se preocupaba, cuanto
porque sin eso, el gabinete inglés no podría sin-
cerar su intervención ante el parlamento ni ante la
opinión pública del país, enteramente declarada en
favor de los sudamericanos (7).
Pero esperar que un vuelco tan radical en el
vetusto organismo de su gobierno fuese acordado
á rebeldes que lo reclamaban con las armas en la
mano, por un rey que los odiaba con toda la hiél
de su perverso corazón, y que acababa de castigar
á sus genuinos subditos por análogas pretensiones,
con la última crueldad, era harto justo, harto sen-
sato y propio del progreso de los tiempos para que
entrase en el ánimo de Fernando VII ó en las ideas
de los españoles (8). La mediación cjuedó, pues,
sin efecto : el gabinete británico se encogió de hom-
bros y siguió á la espera de los sucesos (9).
Desahuciado por este lado, y advertido ya de
que al llevar adelante sus esfuerzos contra la Repú-
(7) Spencer Walpole, vol. II, págs. 17 y 18.
(8) Sólo uno, el ilustre don ]\Ianuel José de la Quin-
tana fué excepción entre ellos. Los demás, víctimas de
su rey y por el crimen de haber querido ser libres, se
enfurecían de que quisiesen serlo los americanos ; á tér-
minos de sostener, como el conde de Toreno en las Cortes,
que el derecho público no regía con ellos, que no obli-
gaba la buena fe de los convenios, y que España no
tenía más regla que la de perseguir, agarrar y castigar
á los criminales. Precisamente eso fué lo que hizo Fer-
nando VII con los rebeldes de la península de 1814 á
1820, y de 1823 hasta su muerte.
(9) The Times del 10 de agosto de 1816.
CON LAS PROXINCIAS ARGENTINAS 165
blica Argentina había de encontrarse con la oposi-
ción de Portugal en las costas y puertos orientales,
es decir, con una guerra inevitable y doble en Amé-
rica y en Europa, Fernando VII montó en ira, y
procuró levantar el fatigado brazo de su nación co-
mo si tuviera sus antiguas fuerzas, y como si el ré-
gimen absoluto y sacerdotal con c|ue la gobernaba
no hubiera caído en la postración intermitente de
los organismos caducos y embrutecidos. Infatuado
cá pesar de eso con la idea de cjue si amenazaba á
Portugal con tono arrogante y resuelto á tomar des-
cjuite, había de amedrentarlo, ordenó al encargado
de negocios de España cjue pidiese audiencia espe-
cial al rey de Portugal y cpe le entregara la vigo-
rosa protesta que le hacía por sus procedimientos
en la Banda Oriental. Don Juan VI recibió el papel
con ceño adusto; pero sin faltar á las formas del
caso, manifestó su real interés por la prosperidad
de Su Majestad Católica y dijo que á la protesta
contestaría su ministro de Estado al ministro del
rey de España como era de estilo.
Decidido á ir mucho más adelante en todos sen-
tidos, é inspirándose en la soberbia que aun le que-
daba, en los recuerdos al menos de sus antiguas
grandezas, Fernando VII hizo un esfuerzo convul-
sivo y supremo. Mandó apresurar á costa de cual-
quier sacrificio los preparativos de su grande expe-
dición contra el Río de la Plata, y c]ue se formase
un cuerpo de treinta mil hombres próximos á las
fronteras portuguesas (lo).
(10) ''Hemos recibido noticias de Madrid, decia Gar-
cía. La grande expedición contra esas provincias está va de-
1 66 I, A ALIANZA DKL REY DE PORTUGAL
Comenzaba también la corte de Portugal á pre-
ver la probabilidad de que llegaran á su último ex-
tremo las consecuencias de su disidencia con el rey
de España, cuando acaeció la muerte del viejo y en-
fermizo marqués de Aguiar que cerca de un año
hacía que no atendía los negocios públicos. ''Por
su muerte, dice García, ha sido elevado al Alinis-
terio de Estado el conde da Barca ; y puedo asegu-
rar á Vuestra Excelencia que, conforme á sus prin-
cipios de mejor voluntad concluirá un tratado con
ese gobierno que con la corte de Madrid"' (ii).
cretada. y se apronta sin ninguna duda, ^'a de general
en jefe el conde de la Bisbal (O'Donell). De comandante
de la fuerza de mar don Rudecindo Porlier y lleva por se-
gundo á Romarate. Por el lado del dinero hay dificultades ;
pero el rey está tan personalmente empeñado, que por los
medios violentos de que puede disponer, y por las pasiones
del pueblo de Cádiz contra nosotros, sacará pronto indu-
blemente las sumas necesarias y se apoderará á la fuerza
de cuanto le venga á la mano. Aseg^irase que la expedición
saldrá de Cádiz allá para noviembre; quizá esto no pueda
ser; pero si no hay algún accidente particular en España
ó en la otra América, es probable que salga á principios
del año venidero. La suerte que le espera á nuestro país
es horrorosa. Resista ó sucumba, todos sus habitantes de-
ben venir á las últimas miserias ; y la peor de ellas es
que la guerra no puede acabarse en este caso. Si todos
se convenciesen de esta verdad, no sería dudoso el éxito,
y la libertad del país estaba asegurada. Sólo la unión de
intereses y de esfuerzos puede salvarnos. Es cada vez más
urgente quedar claros con esta corte, apurar todos los re-
cursos de la prudencia política para sacar el mejor par-
tido de sus circunstancias y de las nuestras. Yo me atrevo
á recomendarlo encarecidamente porque lo creo de una im-
portancia poco menos que decisiva del destino de nues-
tro país''.
(ii) "Este caballero es tenido por el primer estadista
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 67
Con las medidas amenazantes del rey de España
y con la ele\-ación del conde da Barca al Alinisterio
de Estado, la política de alianza entre Portugal y
el gobierno argentino, que tanto y con razón pre-
ocupaba á García, se hizo predominante en el ga-
binete portugués; y el comisionado de Buenos Ai-
res, más confiado ahora en sus miras y completa-
mente seguro de su terreno, redobló su anhelo por
traer á su gobierno á vincular resueltamente la cau-
sa de la independencia con Portugal, por medio de
un tratado de alianza. "Nuestros intereses, y la im-
portancia de esta parte de América, están íntima-
mente unidos á los intereses del trono del Brasil,
igualmente contrarios hoy al estado colonial que
las potencias europeas pretenden perpetuar. Para
que esta feliz coincidencia no se malogre, es pre-
ciso propagar estas ideas de acuerdo con las opor-
tunidades, y asegurarse de los principios políticos
y de la sincera cooperación de esta potencia. Com-
binado todo lo que ocurre, ella quiere ahora dar se-
guridades categóricas al gobierno de Buenos Ai-
res, sobre aquellos puntos que le son esencialmente
necesarios para calcular sus operaciones con ven-
taja. Pero tiene que hacerlo con cautela y pruden-
cia, de modo que no se alarmen antes de tiempo los
gobiernos de Europa. Así es que, evitando por aho-
ra hacer un tratado, convendría tomar como punto
de partida el armisticio de 26 de mayo de 1812, que
de Portugal. Es jefe del partido que aboga por el esta-
blecimiento de la casa de Braganza en América. Sus ta-
lentos, y el feliz resultado de los tratados de alianza con
la casa de Austria, que se puede considerar obra suya, le
constituyen en el mayor favor é influjo"'.
l68 LA ALIANZA DF.L KEV DE PORTUGAL
está consentido, y dar sobre esa base un carácter
regular á todo lo que se quiera estipular de nuevo,
como consecuencia ó prosecución de ese acto ya
público y consagrado (12)."
(12 ) "Lo siguiente, por ejemplo, podría pactarse
ahora en forma de Artículos Adicionales al Tratado de 26
de ttmyo de 1812:
"i.° S. M. F., y el gobierno de Buenos Aires declaran
subsistir en su fuerza y vigor la buena armonía estipulada
en el Armisticio de 1812.
"2.° S. 2^1. F., restablecido el orden en la Banda Orien-
tal del Uruguay, no permitirá pasar sus tropas al Entre-
rríos, pero esta provincia se sujetará al Congreso y Go-
bierno de las Provincias Unidas, como las demás: de suer-
te que el dicho gobierno pueda garantir á S. !M. F. la tran-
quilidad de esta frontera.
"3.° S. M. F. se obliga solemnemente á no contribuir
directa ó indirectamente, á que sea atacado ni invadido
el territorio de las Provincias Unidas.
''4." Los buques de comercio, así como los subditos
del gobierno de Buenos Aires, entrarán, saldrán y per-
manecerán en los puertos y dominios de S. M. F., del
mismo modo que les de sus vasallos en los de las Provin-
cias Unidas.
"El general Lecor será autorizado suficientemente ad
hoc y el señor Director Supremo nombrará igualmente
otra persona de su confianza, para que ccncluyan esta es-
tipulación, y para hacer en consecuencia las publicaciones
convenientes, á fin de evitar equivocaciones y perjuicios.
'"Este es el bosquejo que quedó trazado ayer. El domin-
go tendremos otra conferencia para redactar los artículos
en términos que sean apropiados en lo posible á los com-
promisos actuales de este gabinete. Se sacarán dos copias,
de las cuales una se dirigirá al general Lecor, y otra to-
maré yo para enviarla á V. E. por el mismo buque de gue-
rra que conduzca aquélla, si no hay otra vía ; lo que aviso
para inteligencia".
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 69
Con una mediana atención, es fácil percibirse
de que el laconismo y la prudencia con que están
calculados los términos y los detalles de estas ba-
ses, envolvían ya una concepción completa de todo
aquello que forma el germen de un positivo y ver-
dadero tratado de alianza entre dos gobiernos ; y no
es menos digno de señalarse también el especialí-
simo cuidado con que Garcia limita la cordial inte-
ligencia de su gobierno con el de Portugal, á las
dos cuestiones externas que la hacían necesaria :
España y Artigas; con absoluta exclusión de los
enlaces y arreglos dinásticos que el Congreso de-
seaba también negociar como una garantía necesa-
ria del orden interno y de la estabilidad del orga-
nismo político en cjue ese orden debía reposar. Gar-
cía, y preciso es también decirlo, el gobierno por-
tugués, eran demasiado serios y sensatos para no
alcanzar lo ridículo y efímero, á la vez que peli-
groso, de semejantes veleidades.
Lo que en justicia conviene observar es que tra-
tando ambos gobiernos en igual categoría de dos
poderes soberanos con perfecta posesión de sus res-
pectivas provincias, era evidente que el vínculo con
que se ligaba reposaba sobre el reconocimiento de
la independencia argentina, y de la soberanía polí-
tica del Congreso, cuya obediencia ambas partes
invocaban é imponían á las provincias rayanas, co-
mo un deber de orden público y de quietud interna.
Harto sentía el comisionado no poder cerrar en
el día esta negociación, para dejar comprometido
al gobierno portugués en una alianza como esta,
que provocando la guerra con España debía natu-
ralmente ocupar todas las fuerzas de esta nación.
I /O LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
dejar libre de todo ataque á Buenos Aires, privar
á Pezuela y á Osorio, en el Perú y en el sud de
Chile, de los refuerzos militares y marítimos que se
les enviaba y obligar directamente á Portugal, é
indirectamente á Inglaterra, á que no pudiesen ha-
cer la paz, ni desistir de la guerra, sin cumplir al
gobierno argentino la solemne promesa de no per-
mitir que fuese atacado ó invadido su territorio que
se contenía en la base 3.^ : es decir, la Indepen-
dencia.
Pero fuese por desconfianzas, ó porque se en-
contrara coartado en medio de las facciones dema-
gógicas y patrioteras que lo amenazaban, Pueyrre-
dón tenía al comisionado sin instrucciones, sin no-
ticia siquiera, hacía mi año. De modo que el hábil
negociador tenía que detenerse y suspender las con-
secuencias de su obra ante este proceder inexplica-
ble de su gobierno: "Ale he visto obligado á dife-
rir la formalización de esta estipulación ; en primer
lugar, por falta de poderes ; después, porque no sé
nada de lo que ahí pasa, ni tengo instrucciones, ni
carta, ni insinuacioiies siquiera de Vuestra Excelen-
cia. En tercer lugar, porque ignoro las mudanzas
que pueden sobrevenir ahí en el tiempo intermedio,
y por último, por dejar que intervenga una persona
de la -elección y confianza de Vuestra Excelencia
para que los de contraria opinión no hagan valer
sus calumnias contra mí. Dios quiera dariios luz
en circunstancias tan delicadas''.
Razón tenía nuestro agente cuando sospechaba
que Pueyrredón y los hombres que con él habían
entrado al gobierno estaban sobrado indecisos para
aventurarse á continuar de pura confianza la buena
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS l/I
voluntad con que el gobierno anterior había acep-
tado la idea de formar una alianza bélica con el go-
bierno portugués. Los rumores de la invasión ha-
bían exacerbado á tal grado el frenesí de ese con-
junto anónimo é informe que en los momentos de
gruesa agitación bulle con el nombre ficticio de pue-
blo, que el tumulto apasionado parecía dispuesto
á todo contra el reciente gobierno si no acudiera
con ánimo y rapidez á defender la inmunidad del
territorio uruguayo. Creencia general era que el
ejército portugués entraba preparando el arribo de
las tropas españolas; y la verdad era que presen-
taba tantas dudas y problemas el propósito efectivo
y final de sus marchas, que el gobierno de Buenos
Aires, más por prudencia y por preocupación de
los sacudimientos que podía producir la efervescen-
cia de los espíritus intoxicados con la idea de que
se estaba haciendo traición á la patria, que por mi-
rar como realmente hostil y peligrosa la política
portuguesa y sus operaciones militares contra Ar-
tigas, tomó una actitud especiante por no decir am-
bigua. Ciñóse deliberadamente el Supremo Direc-
tor á un silencio absoluto para con García : ni apro-
bó ni reprobó sus negociaciones, y eximiéndose di»
dar la menor opinión propia, se limitó á transmitir
al Congreso todas las conmunicaciones y cartas de
García que existían en las Secretarías, con palabras
que denotaban mucha duda sobre la buena fe del
gobierno portugués, y bastante temor de que nues-
tro mismo comisionado estuvie:€ desgraciadamen-
te engañado por las arterías tradicionales de esa
política que todos consideraban demasiado hábil y
calculadora para ser sincera. Por fortuna García
I-J LA ALIANZA DICL RKY DK PORTUGAL
sahía bien á qué atenerse, y bien seguro de que los
resultados serían el exterminio de Artigas, la clau-
sura de los puertos orientales á las expediciones es-
pañolas, el rompimiento de Portugal con España,
como consecuencia, y su alianza con las provincias
argentinas, estaba resuelto á menospreciarlo todo,
y seguía su ancho camino, "aunque por lo pronto
lo quemaran en estatua".
Pero de improviso las noticias de Buenos Aires
comenzaron á producirle serias alarmas. "Un bu-
que inglés que salió de esa el i8 de diciembre ha
traído un ejemplar de la Crónica Argentina en que
se ve una furiosa invectiva contra la persona mis-
ma de ese príncipe. Ponderarle á usted la exalta-
ción y el júbilo con que lo han leído los españoles,
es de más. Sin perder tiempo lo pusieron en manos
del rey fundando ya nuevas y grandes esperanzas.
No sé el resultado que esto pueda tener. Espero
mucho del carácter personal del ofendido y de los
principios de su actual ministro. Bueno sería que
nuestros Demóstenes tuviesen presente el éxito de
las inflamadas arengas del viejo Griego, y los con-
sejos del prudente y valeroso Poción".
Poco daño habrían hecho los artículos de la
Crónica Argentina si no se hubiese sabido al mis-
mo tiempo, que en la necesidad de satisfacer las te-
rrililes amenazas de los partidos, el gobierno se ha-
bía visto obligado á dirigir al general Lecor una
conminación categórica, de aquellas que son una
intimación de guerra; y que para corroborar sus
amenazas parecía dispuesto á ponerse en buenos
términos con Artigas. Al principio García miró
esta noticia como una fábula, ó como un simple
CON I,AS PROVINCIAS ARGENTINAS 1/3
alarde de política interior, pues no podía conven-
cerse que fuese verdad tan monstruoso error. "Si
acaso ustedes no han roto todavía hostilidades con
los portugueses sería muy conveniente que man-
dasen un sujeto de toda su confianza, que viniese
á imponerse radicalmente aquí de lo que pasa y se
hace para transmitirlo á usted y quedar al cargo
de esta comisión. Así no aventurarían ustedes la
suerte del país. Hace mucho tiempo que lo he pre-
venido, y por desgracia se han despreciado mis in-
dicaciones (13). Pero puestos los ánimos en una
(13) "Yo sé bien cuánto se trabaja y se maniobra des-
■de aquí para introducir en ésa especies que revuelvan los es-
píritus, y no los dejen fijarse. Este es un género de gue-
rra muy temible y que puede darnos grandes pesadumbres.
El modo de terminarla es averiguar ¡a verdad y publicarla.
Contra mi hay una conjuración universal, y los tiros se
han de multiplicar de mil maneras. Para quitar todo pre-
texto, nada mejor que mandar otro hombre de quien no
pueden maldecir sin que se descubra el verdadero objeto
de ese gran celo aparente. Quisiera que no se perdiese
tiempo. No envío noticias de Méjico y Caracas porque las
verán ustedes en las Gacetas inglesas que ahí van. Hay
mucha obscuridad y contradicciones en lo que pasa poi
allá. Lo que parece fuera de duda es que los realistas de-
güellan sin piedad á los prisioneros, ya en los campos de
batalla, ya bajo formas legales, que es más odioso todavía.
Yo me estremezco cuando considero que nuestra fatal des-
unión, y ese maldito espíritu de provincia, ó de ferocidad
y corrupción puede llevarnos hasta caer bajo la espada de
semejantes enemigos. Ese foco de anarquía que forma y
conserva Artigas nos devorará sin remedio, si luego no
se le extingue. Me confundo cuando observo que habiendo
ahí licencia para todo, para atacar al gobierno y para ha-
cer elogios seductores del jefe de los Orientales, no la
pueda haber para presentarlo al país y al mundo con los
174 í-'^ ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
situación tan tirante como ésta, era ya natural que
por momentos surgiese algún conflicto: que en vez
de la alianza tan empeñosamente buscada por Gar-
cía se produjera un triste y doloroso rompimiento.
El hecho fué que Pueyrredón y Lecor se cambiaron
notas cuyo tono se hizo tan acre y tan hostil, que
vinieron á quedar como en estado de guerra; y que
el gobierno de Buenos Aires recibió delegados
orientales con quienes negoció que cooperaría á la
defensa de su territorio, y que enviaría inmediata-
mente una fuerte división de tropas á guarnecer á
Montevideo.
Bien se comprende cuál debió ser la posición
en que este giro extraño de la política argentina,
colocó á García delante de un gobierno respetable
que lo había colmado de confianzas y distinciones:
"En la noche del 21 de abril he tenido una confe-
rencia bien seria y bien desagradable... el ministró-
me ha hecho entender que el gobierno de las Pro-
vincias Unidas parecía resuelto á declarar la guerra
á Portugal, y me anunció con grandes muestras de
disgusto que todas las medidas tomadas para con-
servar la buena armonía, especialmente el proyec-
to de los artículos adicionales le parecían ilusorias,.
y hasta indecoroso hablar más de ellas. Recordó-
me que yo estaba instruido de los principios en que
se fundaba el sistema de política adoptado por esta
corte, entre España y las Provincias Unidas, y de
su tendencia notoria en favor de éstas. Que verse
verdaderos colores que le darían los documentos y los he-
chos constantes. Es imposible que no haya para esto gran-
des causas á que el gobierno mismo tiene que ceder".
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 75
ahora obligado á mudarlo, le era doblemente sen-
sible, tanto por los intereses del reino del Brasil
cuanio por ser como ima prueba pública de que era
impracticable la línea de conducta para cuya adop-
ción se había arrostrado tantas contrariedades. Yo
no pude contestar sino con reflexiones generales,
esperanzas vagas y débiles conjeturas".
Pero aún así, nuestro comisionado salió airoso
■de tan comprometida situación, y consiguió dar al
proyecto de artículos adicionales la forma defini-
tiva de un tratado de alianza verdadero contra Es-
paña, y remitirlo por medio del general Lecor al
gobierno de Buenos Aires para que lo ratifi-
case (14).
Ofendidísimo empero del modo con que se le
trataba, se quejó al gobierno diciéndole : "Hace mu-
cho tiempo que mi existencia y mi bienestar corren
imidos al destino de mi patria. Yo debo confor-
marmic con sus decretos, cuando haya agotado mis
fuerzas para moderar su rigor. Sé también que mis
razones serán desatendidas, ó despreciadas, y aún
que mis discursos pasarán por criminales para los
que estén agitados de pasiones, ó se crean mejor
informados de los verdaderos intereses de nuestro
país. Pero cuando yo lo veo de otro modo, ¿no ten-
dré un derecho para decirlo? ¿Xo podré hablar á
usted como á un amigo, como á un hombre de bien,
como á un patriota?... Xi basta á persuadírmelo el
silencio de un año en que se ha obstinado usted des-
de que he tenido el honor de escribirle como á jefe
(14) Véase en el Apéndice este docupiento que como
pieza diplomática es de primer orden.
176 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
del Estado; y una ])rueba de ello es la confiaiva
con que interpelo á usted por la patria, y por lo que
hay de más querido y de más sagrado entre los
hombres, para que suspenda, á lo menos, una de-
claración que considero funestísima en este momen-
to á la consolidación de nuestra independencia, y
á la existencia misma de la patria. Las razones que
voy á dar á usted para ello, son claras y muy sen-
cillas. Si me engaño, compadézcame usted; si le
hacen fuerza, dígalas á cuantos puedan tener in-
flujo en la opinión y á cuantos desean sinceramen-
te la felicidad de su país. Demos por supuesto que
podamos triunfar de los portugueses, y obligarlos
á evacuar ¡a Banda Oriental. ■Más que eso no pode-
mos pretender. Y pregunto ahora : ¿ Habremos ga-
nado algo en fuerza y poder? No, señor; entonces
el poder de Artigas aparece con mayor ímpetu y
será irresistible. La naturaleza de este poder es
anárquica, es incompatible con la libertad y con la
gloria del país: es inconciliable con los principios
del gobierno de Buenos Aires y con los de todo go-
bierno regular. Artigas y sus bandas son una ver-
dadera calamidad. Usted lo sabe, todos los hombres
de bien lo conocen, y no pueden decir otra cosa sin
desacreditarse. Conque entonces habremos gastado
nuestras fuerzas, atrasado nuestras relaciones exte-
riores, habremos enflaquecido nuestros ataques al
enemigo común, no para recobrar ¡a Batida Orien-
tal, sino para alimentar y robustecer á un monstruo
que revolverá sus fuerzas y desgarrará las provin-
cias para dominar sobre sus ruinas'.
Inspirado por el vehemente amor de la patria,
y temblando de que en manos indecisas cayese en
COX LAS PROVINCIAS ARGEXTI^'AS I77
el abismo de su ruina, el diplomático argentino se
siente conmovido por la melancólica angustia que
lo entristece: y el sentimiento palpitante de su jus-
ticia, de la verdad, de la honra, lastimado por el
desaire que se le hace, le arranca al fin las mismas
palabras, casi, con que el cónsul romano habia he-
cho repercutir los muros del Senado y estremecer
en sus asientos á los graves patricios que lo escu-
chaban— patcrc consilia tita non sentisf Constric-
taui joui onuiiiim honorum conscientia teneri con-
jurationeni tiiam, non videsF . . . Soiatiis hace in-
felügif. cónsul videt: hic (Artigas) tamcn ziritF
Vii'itf iuio z'cro in Senatnni venif.
"De manera (continúa) c[ue si consiguiéramos
el objeto de esa guerra habríamos hecho omnipo-
tente al enemigo de nuestro orden interior sin com-
pensar nuestros sacrificios y sin haber ganado si-
quiera la paz con los de afuera. ;Y si no consegui-
mos triunfar?
"Fácil es conocer las consecuencias.
"Si Portugal advierte que no puede contar ab-
solutamente con la coherencia de principios por
nuestra parte; si recela que haciendo causa común
con Artigas, somos igualmente peligrosos, cam-
biará de ideas enteramente : tratará de ponernos en
impotencia de dañarlo y no le faltarán medios de
hacer un tratado de alianza y limites con España.
Inglaterra acudirá á esto con gusto, pues ya tiene
ofrecida su mediación entre ambas potencias. Los
poderes del Xorte nos mirarán como gobiernos de
principios inciertos ó dañados, é incapaces de los
adelantamientos que les interesan : y tendremos que
luchar, contra el poder de Artigas y sus ideas di-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 12
IjS LA ALIANZA DEL REV DE PORTUGAL
seminadas profusamente en todas las provincias del
Estado, y contra las fuerzas de Portugal v Espr.ña
reunidas. El valor de nuestros compatriotas es mu-
cho, pero no podemos exigir milagros de ellos, y
sus sacrificios exigen c^ue se considere muy despa-
cio los empeños en que se pone al Estado, y cjue
se evite á toda costa el malograr su sangre y sus
esfuerzos heroicos. Tampoco debe desconocerse que
si no damos pasos muy decisivos, España puede, á
lo menos, prolongar por muchos años la guerra en
nuestro continente. Si Portugal se le une, tendrá
el mar, lo cual aumentará infinitamente nuestros
conflictos. El reino del Brasil puede poner una es-
cuadra invencible para nosotros". Entraba en se-
guida á demostrar cuál sería la suerte del Río de
la Plata si declarando la guerra á Portugal, hacía
no sólo posible sino necesaria la reconciliación de
los dos reyes, y un arreglo de intereses que produ-
jese su alianza; y decía que no era por inspirar te-
rror y dar ese fundamento á sus consejos sino "para
que \'uestra Excelencia esté pre\'enido de que los
portugueses han resuelto acabar con el poder de
Artigas á todo trance, y que cuanto más fuerte y
auxiliado lo vean, mayor será su empeño. . . Así es
que si nos declaramos sus enemigos será preciso
que \'uestra Excelencia prepare contra ellos más
fuerzas que contra los españoles ; y no por eso nos
dejarán libre el mar. . . Y como he dicho, ni aún
evacuando el territorio oriental volverá á nuestro
poder, sino que quedará en manos de un caudillo
que ataca los principios vitales de nuestro Estado.
A su sombra no crecerá ni prosperará orden alguno
regular, y por el contrario, además de la anarquía
CON LAS PROVINCIAS ARGEXTlXAS 1 79
líos traerá conflictos y enemistades funestas. . . El
Ministerio portugués, en manos de un hombre co-
mo el conde da Barca, nos puede proporcionar tal
favor y ayuda c|ue serán de un alto precio para nos-
otros que estamos hoy abandonados por todos. Y
si ustedes dudan, deténganse un momento siquiera
hasta averiguar la verdad. ¿Por qué ese empeño en
precipitarse? Olvídense de mí, enhorabuena, no me
escriban más ; pero mientras se preparan á esa gue-
rra envien una persona de toda su confianza cjue
vea y c[ue informe sobre lo que tengo dicho. La
franqueza con que me explico, conociendo las mu-
danzas de ese pais, y teniendo prendas de él que no
es la primera vez que han sufrido por mí, deben
probar que hablo lo que siento, pues de otro modo
no aumentaría mis compromisos, ni me expondría
á más desprecios, ni pediría á usted un testigo ó un
fiscal de mi conducta en cualquiera c|ue quisiese en-
viar con sus poderes á esta corte. La idea sólo de
la exaltación con que nuestros enemigos leerán la
declaración de guerra, y verán desvanecidos los nu-
blados que tanto los asustan, esta idea, después de
tantas otras, colma la amargura de mi corazón, y
hace que me explique quizá con más calor que el
que debiera. Entre tanto, si mis presentimientos se
verifican, tendré el triste consuelo de haber hecho
todo cuanto me fué dado, por apartar de mi país
las calamidades c|ue pueden sobrevenir. El cielo
haga lo demás ... Si declaramos ahora la guerra,
¡cuántos embarazos no vamos á poner á nuestra
marcha ! ¡ cuántos años no vamos á retardar el tér-
mirio de nuestros deseos ! ]\Iírese usted mucho en
ello. . . El ministro actual tiene muy comprometida
l8o I.A ALIANZA L»I-:l KKV DE PORTUGAL
SU opinión respecto de nosotros. Goza ahora de un
alto favor. Quizá hará nins de lo que le permite la
circunspección de un estadista por salvar sus prin-
cipios, y desmentir á los que ya se aplauden de lo
que ellos llaman sus errores políticos. Suspenda esa
guerra miserabilísima : haga usted las protestas, los
convenios, las declaraciones que les parezcan para
lo futuro. Mándeme dos letras privadas siquiera, en
que me manifieste coherencia con estas ideas, aun-
que dé quejas y presente dudas.
"Instruya usted á los generales, á los jefes mi-
litares, á todos los que pueden ser instruidos. Este
sistema de neutralidad, por ahora, es compatible
con todos cuantos proyectos puede haber para des-
pués. Que se acuerden de lo que discurrían el año
pasado sobre coalición con los españoles, y que
vean cuanto se engañaron. Portugal no se unirá
contra nosotros con España, sino lo precipitamos á
ello violentamente. Sabemos bien cuáles pueden ser
sus pretensiones, no crea usted que se me ocultan.
Aseguremos lo principal, y luego, después habla-
remos con más probabilidades de suceso. Esto lo
hacen todos, y parece dictarlo el sentido común".
García se encontró pues, en una situación sobrado
azarosa delante del gobierno de Río Janeiro; y sólo
por su extraordinaria habilidad favorecida por la
confianza inagotable que el rey y sus ministros po-
nían en su lealtad y en sus informes, pudo dominar
esa mala posición y conseguir que el gobierno por-
tugués mirase con calma lo que pasaba entonces en
Buenos Aires, y las apariencias hostiles c|ue toma-
ba allí la política. García que conocía su país como
pocos, que á su criterio práctico reunía una pers-
PROVINCIAS ARGENTINAS l8l
picaqa. que penetraba en todo con una luz excep-
cional; '^ue^conocía el juicio y la excpiisita pruden-
cia a'é-^^^^edón y de sus ministros, que los veía
asaltados por una prensa apasionada, ciega, viru-
lenta, y por un círculo audaz de facciosos decididos
á ir á la revuelta; que por todo esto comprendía que
^1 juego del gobierno era consolidar su posición
para echarse después sobre los que se animaban á
volcarla; que sabía además que en aquellos mo-
mentos, por mucho que el Directorio blasonara de
sus fuerzas y de su voluntad de hacer esa guerra,
no tenía ni cómo sujetar á Santa Fe ni cómo auxi-
liar á Artigas con medios capaces de afrontar los
que Portugal poseía para dominar los ríos y el te-
rritorio que había resuelto ocupar : logró tranquili-
zar completamente al gobierno portugués y dejarlo
convencido de que lo que lo había alarmado no pa-
saba de ser una simple farsa interna de la capital,
porcjue era de todo punto imposible que pudiesen
amalgamarse y entenderse el gobierno nacional de
las Provincias Unidas con el partido demagógico,
y con el caudillo oriental, pues al primer paso se
habían de encontrar con la absoluta incompatibi-
lidad que existía en la índole genial de las tres en-
tidades; y logró que se le concediera un término,
prudencial v tranquilo (sin cambiar el estado de las
cosas), dentro del cual prometía despejar comple-
tamente los tropiezos efímeros que habían venido
á dificultar el arreglo final de los intereses recípro-
cos de ambos gobiernos (15).
(15) Por fortuna, García pudo corroborar todas es-
lías protestas con una carta de su distinguido padre, el co-
1 82 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
Muy poco tiempo después, tuvo García la pla-
centera satisfacción de que el gobierno portugués
tuviese pruebas concluyentes de su buen juicio, de
su lealtad y de lo acelerado de sus previsiones. Ha-
bía fracasado completamente la tentativa de arre-
glos entre el gobierno de Buenos Aires y Artigas.
Este bárbaro procaz y estúpido á la vez estaba des-
atado en injurias contra Pueyrredón y contra los
porteños. Despechado y enfurecido como una bes-
tia de circo, lanzaba proclamas, unas tras otras,,
acusando de traiciones al Supremo Director y con-
ronel de ingenieros don Pedro Andrés García : ''Xunca
(decía este honorable viejo) he visto más cortado un go-
bierno para obrar con libertad y con energía según lo pi-
dan los casos; así es que hierven los díscolos. . . y los sec-
tarios de las montoneras de Artigas : á términos que las
corporaciones se inclinaban ya á que se declarase la gue-
rra ; pero el gobierno que toca más de cerca las dificulta-
des resolvió dar cuenta al Congreso; y entre tanto, acaso-
se ha visto precisado á manifestar que iba á mandar auxi-
lios á los orientales, y enviar á Vedia (el general don Ni-
colás) en misión á Lecor, que es lo que ha dado lugar á las
celebradas "Crónicas" del Masuna Pasos (*) sugeridas
por el buen Agrelo y compañeros que dicen son los insufla-
dorcs de esc periódico (**) ; y los que señalan traidores:
También los antiguos cabildantes bien hallados con sus
empleos, metían fuego para reelegirse y daban calor á las.
traiciones, que todo cuadró en aquellos momentos y ofre-
cía el contraste de opiniones una t^lrbulencia diabólica,
que á poco tiempo fué calmándose ; pero que no la miro ex-
tinguida, y he aquí uno de los motivos por que insta Sa-
(*■) Cara (le Murciélago, apodo con que este individuo era conocido.
(**) véase, pues, corroborado por un competente contempotáneo
lo que dijimos en la pág 479 del volumen quinto sobre que los artícu-
los de la Crónica Anjeiitiiia no eran de Pasos (a) Kaiili, sino de Moreno,
Dorrego, Agrelo. etc., etc . Pasos no tenia e.«;tilo. erudición, ni el más
trivial mérito como escritor ó periodista. T'. lic^p. al t'aiif de hallimore^
COX LAS PROVINCIAS ARGEXTI^'AS 1 83
minándolo con castigarle á sangre y fuego, por no
haber puesto bajo sus órdenes y á su dirección to-
dos los recursos del país. Pueyrredón, á su vez, for-
zado á defender la autoridad legal y el orden pú-
blico, abandonó á su suerte al miserable caudillo
cjue lo injuriaba, y puso una mano pesada sobre
los perturbadores c[ue pretendían hacerle coro den-
tro de la capital, embarcándoles inmediatamente
para Xorte América por un golpe de Estado dolo-
roso pero necesario y justificado, al menos, por las
circunstancias.
Cuando parecía que las cosas, á favor de estos
incidentes tomarían un sesgo ventajoso á los pro-
rratea en su propósito, buscando Cirineos que le auxilien,
pero á mi juicio se engaña". "Según el modo de evadirse
con que aquí se manejan acerca del cargo que los artiguis-
tas hacen al gobierno y autoridades descargando sobre ti
todo el peso del asunto, creo que tu muerte sería inevita-
ble, pues quieren deducir de tu última co¡nunicación, que
opinas y que eres un apasionado de los portugueses. Esto,
pues, debe servirte de gobierno, para excusar tu regreso
hasta tiempos más serenos. Pero lo peor es que me parece
que este remedio no les alcanza á ponerse á cubierto, por-
que se habla con toda libertad de que estallará en breves
días una pueblada infernal, para variar el gobierno y de-
clarar la guerra al Brasil. Se espera al Congreso de ésta,
y Dios quiera que no salga por la Puerta de los Carros, co-
mo salió la Asamblea.
"Todo presenta un funesto cuadro, y deben esperarse
de im momento á otro novedades en todos los puntos de
armas, pues en todos están pendientes batallas, y su re-
sultado aquietará ó alterará las gentes de revolución, que
siempre esperan sacar partido de ellas... Se trató de en-
viar al Janeiro en misión especial, á don Miguel Irigoyen
-el cual rehusó. En vista de su resistencia se trató de en-
viar á don Manuel H. Aguirre que tampoco aceptó."
iN-l LA ALIANZA DKL RKV DE PORTUGAL
pósitos de Garcia. cayó sobre él otro golpe tan sen-
sible para su afecto como desfavorable para los ne-
gocios públicos cjiíe tenía entre manos. "Seria muy
conveniente (le escribe al Supremo Director; que
ustedes no demorasen la ratificación de los artícu-
los adicionales al convenio de 26 de mayo de 1812;
j)orque ha sobrevenido un incidente cuyas conse-
cuencias no podemos adivinar. El señor conde da
Barca ha fallecido. La causa del Nuevo Mundo ha
perdido en él un amigo smcero y un defensor ar-
diente. El veía las inmensas consecuencias que de-
bía producir la emancipación de nuestro continen-
te, y era capaz de sentir las emociones que puede
excitar esta perspectiva y la gloria de tener parte
en tan grandes beneficios. A esto aplicaba sus ta-
lentos, en esto empleaba gustosamente los restos
de una vida trabajada y ya fugitiva. Ha muerto
este estadista muy mal á propósito para los intere-
ses de su patria, cuando casi todos los hilos de este,
delicado negocio estaban sueltos. Nuestra pérdida
también parecería enorme, si hubiera de calcularse
por la exaltación con que han visto caer á este hom-
bre, el ministro de España y sus amigos. }^Ias pue-
de ser que su mal deseo los alucine en esta oca
como en otras. El impulso está dado, y la sombra
de Araujo, vagará aún muchos días por este ga-
binete.
"Es verdad que tenemos muchas faltas que sen-
tir, pero quizá podremos suplirlas con un manejo
más cuidadoso, y más conforme á las circunstan-
cias que se vayan presentando. . . Parece que los
nuevos ministros tienen, en general buenas ideas,.
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 85
pero necesito tiempo para ratificar mi juicio" (i6).
En la duda de cuál sería' su posición con el
nuevo ministerio, García se mantuvo en una digna
reserva. No estando reconocida nuestra independen-
cia carecía de carácter público diplomático para ha-
cer visitas oficiales. Pero cinco días después volvió
á establecer sus relaciones con el nuevo ministerio
en el mismo pie en que las había tenido con el con-
de da Barca: "El día 7 del corriente (agosto) fui
convidado (decía) á una conferencia, por Su Ex-
celencia el señor Juan Pablo Becerra : fui recibido
de una manera singularmente honorífica, siéndo-
me sobre todo notable el lenguaje de Su Excelen-
cia, al entrar en materia. Me informó, en primer
lugar, que habiéndole pedido Su Majestad cpie me
tratase, él se había apresurado á cumplir con los
deseos del soberano, y con los suyos mismos;
que estaba muy cierto de la nobleza de mis senti-
mientos, y esperaba por eso que, desempeñando con
ella, yo, los encargos de mi nación, y él los de la
suya, vendríamos á perfeccionar relaciones sólidas,
porque serían mutuamente útiles. Hablóme de la
conveniencia de hacer algunos arreglos comercia-
les, tocando de paso la necesidad de tranquilizar á
los neutrales en cuanto á los abusos de los corsa-
rios ; y concluyó diciendo, que aunque me creía per-
suadido de que Portugal no entraría en liga con
(16) El conde de la Palmella era nombrado ministro
de Estado; pero como desempeñaba la embajada de Lon-
dres y la representación de su soberano en el Congreso de
las potencias, debía suplirlo durante su ausencia el señor
Bezerra, presidente del Real Erario. Con éste entraban
Tomás Antonio de Villanova Portugal y el conde de Arcos.
1 86 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
España, contra la América, él me aseguraba de nue-
vo que lo tenía por absolutamente inverificable.
"Contesté á Su Excelencia con la debida corte-
sía : le aseguré cjue mi gobierno tendría un verda-
dero pesar, sí se realizasen los daños cjue se supo-
nían hechos á los neutrales, por abuso del pabellón
de las Provincias Unidas, y Cjue estaba cierto de que
se tomarían medidas eficaces para evitarlos en ade-
lante. Hice luego una exposición de los principios
generales de nuestra política, y de la capacidad de
las Provincias Unidas, para entretener ventajosas
relaciones de comercio con estos reinos, y terminé
mi exposición, diciendo, que un punto había fun-
damental, inmutable, y que no admitía alteración,
á saber: Independencia absoluta de la dominación
española. Que podía lisonjearme de que Su Majes-
tad Fidelísima lo reconocía justo, de c]ue no lo ata-
caría directa ni indirectamente, y por eso creía que
podrían realizarse las ventajosas transacciones que
Su Excelencia deseaba celebrar para mutua utili-
dad de las dos naciones vecinas. Que para mostrar
á Su Excelencia el estado de la opinión de las pro-
vincias respecto de aquel punto fundamental, no
podía hallar comparación más propia que la de la
nación portuguesa, al tiempo de la restauración de
la monarquía.
Parecióme Su Excelencia extremadamente sa-
tisfecho: me rogó expresamente quisiese tratarlo
con amistad, añadiendo que las puertas de su ga-
binete estarían abiertas para mí, á todas horas. Yo
puse término á la visita, ofreciéndole pruebas su-
cesivas de cuánto apreciaba las muestras de con-
fianza que se me daban.
CON LAS PROV^INCIAS ARGENTINAS 1 8/
"Me consta que el ministro hizo al rey una des-
cripción muy favorable de su entrevista conmigo.
Su Majestad, que fué el promovedor de ella, quedó
sumamente satisfecho y confirmado en su buenas
disposiciones respecto de nosotros '.
A pesar de esto, el comisionado tenía algunos
temores que no carecían de importancia y C[ue lo
impelían á convertirse á su gobierno de que debía
ganarle cic mano á España ligándose á Portugal
con un tratado de alianza. En apoyo de sus conse-
jos observaba que la ocupación de la Banda Orien-
tal tenía un carácter interino ; que desde luego po-
día considerársele tanto como una condición favo-
rable á los intereses argentinos, cuanto como un
recurso que quedaba en manos del gobierno portu-
gués para obrar según fuesen sus intereses, en el
caso c[ue á ello se viese obligado por la poca dis-
creción del gobierno de Buenos Aires, por la fuer-
za fatal de las cosas europeas ó por otros inciden-
tes, muy posibles, que vinieran á poner en peligro
sus intereses primordiales. García no temía que pu-
diera ser fementido un gobierno notoriamente res-
petable como el del rey don Juan VI y sus minis-
tros. Pero comprendía que permaneciendo las mu-
tuas relaciones en un estado indeciso, y aún con
síntomas hostiles de parte de Buenos Aires, la des-
ocupación de la Banda Oriental era una eventuali-
dad peligrosísima para el orden interior, no sólo
po^ la prepotencia en que cjuedaría Artigas, sino
porque podía servir de base al gobierno portugués
para transigir con España acatando el influjo ó las
amenazas de las grandes potencias decididas á po-
nerlos en paz; y esto, sin contar con la creciente
l88 LA AUIAKZA DEL UEV DE PORTUGAL
agitación por el regreso del rey á Lisboa que co-
menzaba á liacerse sentir en las graneles ciudades
de Portugal. Tan gravísimos peligros no podian
apartarse sino aprovechando la reyerta de los dos
reyes de la península ibérica para celebrar un con-
venio que inutilizase los medios políticos que tenía
todavía el de España, y que estaba despreciando;
de modo que cuando volviese y se viese obligado á
emplearlos por sí mismo, ó con la mediación de las
otras potencias, se encontrase con que el gobierno
del Río de la Plata ya era aliado del de Portugal,
y parte necesaria por consecuencia en los arreglos
finales de la cuestión europea.
Tomando el asunto bajo este aspecto, el habilí-
simo diplomático le decía al gobierno : "Tal es el
semblante que hoy presenta esta corte. Algunas
ventajas puede proporcionarnos, pero el bien más
sólido, y que más eminentemente nos importa aho-
ra, es, si no me engaño, ganar de mano á España,
para que no haga uso de los recursos políticos que
tiene, y que ha despreciado hasta aquí. La fortuna
suele ser tan varía en las cortes, como en las cam-
pañas militares, y suele en aquéllas castigar con
igual severidad que en éstas, á los que desprecian
sus favores. Esta reflexión me inquieta de continuo,
y me hace desear mucho sus instrucciones, pién-
sese ó no en mantener esta diputación. No crea us-
ted que estas ideas provengan de un exceso de ti-
midez; ellas se fundan en la instabilidad de las opi-
niones políticas, afectadas indistintamente por los
infinitos objetos que pueden mover el corazón hu-
mano niiciitras no está contenido por las leyes na-
turales ó por coin'cuciones sagradas y peligrosas
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 89
de infringir. Se fundan también, en la situación
presente de esta corte'' (17).
Decidido á obrar con energia, Fernando AI I
C[uiso primero interpelar á las potencias, no preci-
(17) "Las causas de temor que expliqué á usted
cuando le avisé la muerte del conde da Barca, no han des-
aparecido aún. Las agitaciones del Portugal europeo han
crecido, como verá usted por los papeles públicos de Li-
glaterra; y su partido aquí se enfervoriza con nuevas es-
peranzas. Dícese que Lisboa ha enviado al rey una vigo-
rosa representación, firmada por más de tres mil personas,
en que le hacen presentes las calamidades del reino, y la
necesidad de que S. M. ó el príncipe real vuelva á su an-
tigua metrópoli. No es fácil adivinar el resultado. Usted lo
pensará, y no olvidará nunca que mis reflexiones tocan di-
rectamente al período actual. Los motivos que haya para
esperar, ó para temer en lo venidero, ni se ocultan á usted,
ni es prudente desmenuzarlos aquí. Bastará, me parece,
no perderlos de vista, y que en nuestras comunicaciones
oficiales nos conformemos escrupulosamente al lenguaje
que ha usado esta corte con nosotros y con los gabinetes
europeos, para sincerar sus intenciones.
"Ha dicho que su ejército es de viera ocupación y que
ésta debe cesar con los motivos que ella misma ha publi-
cado.
"Conservando cuidadosamente ese derecho, podremos
reclamarlo después con justicia, ó cederlo con utilidad y
ventaja, según lo hallase mejor ¡a sabiduría de nuestros
Consejos. — Entretanto, no sería bueno dejar escapar ame-
nazas, ni deseos indiscretamente anticipados ; irritarían, si
hay buena fe, y si no la hay, desvanecerán demasiado pron-
to les fantasmas de la ambición.
"Y ciertamente que usted no hallará justo que yo ande
siempre asendereado, y sin más regla de aprobación que los
resultados, en materias tan difíciles, y en tiempos tales, que
una misma cosa puede, en el espacio de pocas horas, repu-
tarse óptima, y pésima,
''Ni la opinión sostenida del rey Fidelísimo, ni su buen
IQO LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
sámente para que nicdiascii, sino ])ai'a que iatcri'i-
niesen con su autoridad y con sus medios de acción
á exigir que Portugal desalojase la Banda Orien-
tal del Río de la Plata. De manera que restrin-
giendo el reclamo al límite de su soberbia y de su
exclusivo interés, eliminaba la cuestión de Oliven-
za que no quería poner en tela de juicio, liasta que
el rey de Portugal se restituyese á Lisboa, pues su
permanencia en Rio Janeiro perjudicaba moral y
positivamente al sistema y al imperio colonial de
España. Fernando VII esperaba con esto, que si
al fin tenía que hacer la guerra é invadir á Portu-
gal, encontraría en el seno del país la adhesión de
un fuerte partido portugués que ofendido por el
abandono de la vieja patria, en provecho de la nu.^-
va capital sudamericana, se declarase por él reco-
nociéndole los derechos que le venían de su tía do-
ña i\Iaría Ana de Borbón, hermana de su abuelo
Carlos III, y viuda de don José I de Portugal.
Mientras ponía en juego estos y otros medios
de tomar grandes desquites en el caso que no con-
siguiera el desalojo de la Banda Oriental, hizo mar-
char á Badajoz doce regimientos de infantería, cin-
co de caballería, y la artillería llamada de Segoz'ia,
bajo las órdenes de Castaños como general en jefe
del Ejército de Extremadura, y de Elío como su se-
gundo, con otras disposiciones militares que hacían
comprender su propósito de aumentar esta base á
carácter, ni los compromisos gravísimos en que se ha pues-
to delante del mundo entero, ni las muestras de favor da-
das por sus ministros, pueden alucinarme hasta el punto
de confiar en que se harán otras iguales adquisiciones, ó
que mantendré las hechas sin que ustedes me ayuden".
COX LA? PROVINCIAS ARGENTINAS IQI
lo necesario para ejecutar una formidable invasión
en el vecino reino. Contando en seguida con el po-
deroso efecto moral que estas medidas debian pro-
ducir entre las potencias interesadas en conservar
la paz en Europa, y sobre el ánimo de los portu-
gueses, mand(5 el conde de Casa Flores en misión
especialisima para c|ue presentara su últiinofmn en
Rio Janeiro. AJe parece que tendremos algún lance,
pero estoy dispuesto á todo'', decía Garcia al anun-
ciar la llegada de este individuo, especie de matón
deslenguado y A-iolento. que habia sido escogido
precisamente para que hiciera ruidosa y amena-
zante la gestión (i8).
Deseoso de que su gobierno conociera á fondo
el estado de las cosas y de los intereses Cjue podian
afectar, en bien ó en mal, la suerte de las Provin-
cias Unidas del Rio de la Plata, García pasa una
mirada llena de luz sobre la situación interna de
España y sobre los estímulos ó tendencias de cada
una de las otras naciones c[ue podían ayudarla ó
contrariarla en sus ofensas contra Portugal y en el
empeño de reconquistar su imperio colonial. Y aun-
que consideraba que la situación financiera de Es-
paña era de las más atrasadas y necesitadas que
podían imaginarse, creía también que no era del
todo imposible que pudiera hacer un esfuerzo su-
premo y último, que no sería por eso menos peli-
(i8) Don ]\íanuel José García había probado tener
mucho valor personal como capitán del Batallón de Cán-
tabros, que á las órdenes de su padre defendió la línea de
Santo Domingo en 1807 é hizo rendir en ella á la división
del general Craufurd que atacó la plaza por ese costado
Véase el vol. II, pág. 143.
19-2 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
groso y pesado para el gobierno de Buenos Aires,'
si no se contara con Portugal para contener ese
golpe. Entre las potencias europeas, la más digna
de tomarse en consideración era Inglaterra, porque
su imperio de los mares la hacía arbitra del Atlán-
tico. Pero era mu}' dudoso saber lo que se podía
esperar ó temer de ella, porque aún cuando no
obrase directamente, con sólo dejar hacer á las otras
podía causarnos males enormes (19).
En Río Janeiro, todo el gabinete y el comisio-
nado argentino estaban esperando con ansiedad los
primeros pasos con que el conde de Casa Flores
diera principio á su estrepitosa misión. Al fin rom-
(19) '"Para aclarar cuanto llevo dicho, echemos una
ojeada sobre las disposiciones de aquellas naciones que
más principalmente pueden dañarnos, ó favorecernos, se-,
gún puede deducirse de los papeles públicos de Europa.
España, en primer lugar es atormentada por sus heridas
antiguas y nuevas, agravadas con el peso del despotismo,
envenenada por odios fraternales y venganzas de partido,
y sin medio de curarlas, por el estancamiento del comercio,
por la aniquilación de la industria, y por la suma tenaci-
dad de sus preocupaciones religiosas y políticas.
''Pero, como sus males tocan ya la raya de intolerables,
y el estado de sus rentas públicas anuncia muy cercana
una espantosa bancarrota, los ministros actuales según pa-
rece se han resuelto á arrostrarlo todo. El ministro de
Hacienda ha propuesto un plan de que hablé á usted otra
vez, y que, segiín las Gacetas extranjeras y cartas de Ma-
drid, parece que es en substancia el que incluyo. No sé si
me engañaré, juzgando que él es absolutamente incompa-
tible con el atraso de España y con el ascendiente del
clero sobre el pueblo y sobre el ánimo del rey Fernando.
"Veo que se habían pedido á Roma, bulas para alla-
nar el privilegio eclesiástico, y muchos días después, el
Titiles, refiriéndose á carta de Madrid del 23 de mayo, pre-
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS ' I93
pióse la d;da el 10 de octubre. "Ayer (escribía
García) fui llamado con urgencia, y tuve una inte-
resante entrevista con el ministro de Relaciones
Exteriores. Una orden del mismo rey le había in-
dicado que me diese conocimiento de la primera
senta el proyecto en la forma que aparece por la ccpia (*)
cotéjelo usted con el primero; hallará usted una enorm.e
diferencia, y que es inadecuado al objeto. La causa que
ha producido estos proyectos ciertos ó falsos en el minis-
terio de Hacienda español, ha influido también en el de
Relaciones Exteriores. España ha estado constantemente
aferrada al siato quo de Carlos V. en América, y á no
admitir la más pequeña intervención extranjera en su lu-
cha actual con ella. Parece que empieza á sentir que es
necesario sacrificar lo segundo, para obtener lo primero.
De aquí ese nuevo sistema de mediaciones. Apela á las
grandes potencias para que medien en Portugal, y á Ingla-
terra para que intervenga en la causa de América ; pero
su conducta se resiste del vicio radical de la corte de Ee-
lipe II, y esto ipuede hacer sus esfuerzos tan inútiles como
los demás que ha hecho.
"En cuanto á la mediación inglesa, ó más propiamente
su liga con España, para subyugar la América, juzgo que
simples concesiones temporáneas, acompañadas de una obs-
tinación en el principio de que ésta sea absolutamente su-
jeta al despotismo religioso, civil y político de España, la
harán impracticable por ahora. La popularidad inglesa, y
la del continente europeo, miran con horror la tiranía de
Fernando VII, y nuestros heroicos sacrificios por evitarla,
les inspiran interés y estimación, al mismo paso que la
(.) Sobre el estado de la Hacienda de España en I816, véase el
volunieit séptimo de la Historia del siglo XIX por Gerviiuis, pág. 179,
edicii'iii citada anteriormente. Id. volumen tercero, pág. 238 Fu ;u
Historia Gcmu-al ríe f.spaiif, volu -en XXVII, La Fuente se expesa en
términos idénticos á los que muchos años antes había formulado el di-
putado argentino, respecto á las inútiles tentativas del ministro Garay
por organizar la liacienda en ese año. estrellándose con el ley. el clero
el partido absolutista y la ignorancia y preocupaciones del pueblo.
HIST. JF 1,.\ P.HP. ARGENTINA. TOMO VI. — 13
194 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
nota oficial que el conde de Casa Flores acababa de
pasar.
"La he leído con atención ; su estilo es el que
me había figurado, pero más acrimonioso de lo que
liberalidad inherente á los nuevos estados americanos pre-
senta esperanzas más lisonjeras y más constantes que el
sistema mezquino de Fernando y sus promesas sin garan-
tía. Todo forma una masa de opinión, que no puede arros-
trarse con honor ó con decencia para el gabinete de St. Ja-
mes. Es verdad que no sería cosa pasmosa si sucediese. A
lo menos, pienso que por grande que sea la seguridad que
inspiran las razones dichas, no debemos adormecernos so-
bre ellas, al modo que los marineros cuando calculan pró-
ximo el puerto suelen dormir menos que cuando corren en
alta mar en desecho temporal.
"Aunque el ensayo que hace España en su nueva ca-
rrera sea ahora insuficiente, reconozco con todo ciertos
principios que desenvueltos podrían mudar grandemente el
estado de las cosas. El impulso de una necesidad irresisti-
ble, ha conmovido la primera y antigua base de la polí-
tica española: ha forzado á sus ministros á pretender la
intervención aborrecida, y tantas veces rechazada, de In-
'glaterra, y á abrirle, bien que con el encogimiento penoso
de un avaro, su comercio directo con América. ¿ Será, pues,
tan extraño que creciendo aquel impulso de la necesidad,
vayan sucesivamente extendiéndose las concesiones del ga-
binete español, hasta llegar á punto que lisonjeen la codi-
cia del comercio inglés, y concilien la popularidad al minis-
terio británico, para un proyecto con las colonias ? ¿ Será
imposible que el mismo ministerio, una vez decidido, haga
que España, se presente menos injusta, para que no sea
tan chocante su filantropía? Los principios elementales del
gabinete británico, relativamente á nuevos estados tras-
atlánticos, no son un misterio. Hasta dónde puede contarse
con la moral política de Inglaterra y de las demás gran-
des potencias, nos lo enseña el Congreso de Viena. La
popularidad inglesa, además, se maneja muy hábilmente
por el ministerio: buena prueba es la suspensión indefi-
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS I95
podía yo mismo esperar de una primera abertura.
Está cuajada de expresiones que son verdaderos
insultos, y termina con una intimación que estando
al valor de las expresiones, podría pasar por ulti-
mátum, en el que el ministro español dice : que
para conservarse la paz entre ambas coronas, es
preciso que Su Majestad Fidelísima conteste ter-
minantemente, y convenga desde luego: i." En pu-
blicar de un modo solemne, que reconoce la sobe-
nida de la ley de babeas corpas. Finalmente, el Congreso
de Viena, consagró una palabra que sirve maravillosamen-
te para coJionestar las más grandes injusticias^ la legiti-
midad, sucesora de la soberanía del pueblo que sirvió an-
tes para santificar guerras escandalosas.
"Después de todo, no debemos olvidar el estado de la
América septentrional, en donde se hacen esfuerzos parcia-
les, y dudosos por consiguiente : y donde la falta de go-
biernos regulares pueden dar pretextos á la nación britá-
nica para intervenir en la pacificación, aún conservando
la neutralidad con los americanos del Sud. En este caso,
la posesión quieta del virreinato en Lima, daría medios á
España para prolongar la guerra de un modo eficaz, sin
necesidad de hacer ruidosas expediciones desde la penín-
sula, especialmente si conoce bien la importancia de las
fuerzas navales.
"Según colijo de las disposiciones generales de ese go-
bierno, parece que Chile entra como parte esencial en el
plan de nuestra defensa y ataque; aseguro á usted que
esta idea me llena de satisfacción y confianza. ¡ Cuánto ce-
lebraría que entrase del mismo modo en el plan de nuestras
operaciones políticas ! Cubiertos por los dos flancos y por
el frente (Portugal) por naciones ligadas naturalmente
contra los intereses de España, podríamos hacer impenetra-
bles las fronteras del Perú y dirigir con seguridad nues-
tros ataques, doquier que nos conviniese. Puestos en tal
situación, podríamos entregarnos sosegadamente al grande
objeto : la consolidación del orden interior".
196 LA ALIANZA DEL REY DE PORTl-GAL
ranía actual positiva de Sn Majestad Cató'ica sobre
todos los dominios que integran la monarquía es-
pañola, y especialmente sobre el territorio de la
Banda Oriental. 2.° Que prometa entregar desde
luego á Su Majestad las plazas y tierras que ocupa,
dando para e'.lo la garantía de alguna potencia res-
petable, ó la de algunas plazas fuertes en Europa.
3.° Que entre tanto España toma las medidas para
recibirse de estas sus posesiones, las mandará Su
^Majestad Fidelísima por ella, pero enarbolando en
Montevideo, y demás plazas, la bandera española,
recibiendo en ellas gobernadores españoles, y des-
pachándose todo á nombre y por la autoridad de
Su Majestad Católica. Que sólo con estas condi--
ciones podrá conservarse la paz, siendo sin ellas,
inevitable la guerra, de cu}'OS males será única-
mente culpable el gobierno portugués, al cual tam-
bién pueden, por otra parte, ser temibles las con-
secuencias.
"Propone luego, cpe si cumplidas exactamente
las condiciones mencionadas, quiere Su ^^lajestad
Fidelísima entrar en una alianza ofensiva contra
los rebeldes del Río de la Plata, está dispuesto á
ello Su Majestad Católica, y que se tratará el nego-
cio convenientemente. Concluye la nota con un
cumplimiento al ministro actual, á quien supone
de diferentes principios que su antecesor, que por
motivos particulares ha traído las cosas á este ex-
tremo; cumplimiento, que sin obligar al ministro
Bezerra, ha ofendido al rey, á quien se supone, con
grosería un ser insignificante en la dirección de su
gabinete.
"Vea usted, pues, el e-tado de las cosas. Yo he
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 1 97
leído dos veces la nota original, y estoy aiif orinado
para decir á usted que Su Majested Fidelísima no
entra por semejante partido : que será fiel á las pro-
mesas hechas por mí conducto, y presentadas en
el proyecto consabido (20), y que ésta es su inmu-
dable resolución".
"El ministro me ha dicho que él juzga inevita-
l;le un rompimiento, y que es preciso nos entenda-
mos. Ale ha recordado la procastínación de los ar-
tículos adicionales, cuya sanción desea muchísimo,
y es muy importante. Hemos quedado en que cua-
lesquiera diferencias ó dudas sobre esa materia, las.
hemos de arreglar al instante, y que no habrá em-
barazos por la línea de ocupación, ó de operacio-
nes, ni por otro motivo semejante.
"Es llegado, pues, el momento de redoblar nues-
tras diligencias. Xo perdamos circunstancias tan
favorables. Contésteme usted sin demora, expliqúe-
se conmigo en lo ostensible, haciéndose cargo de
la actitud de España y de las potencias que parecen
amenazar á Portugal; diga que Su Majestad Fi-
delísima tendrá en sus vecinos buenos amigos y
aliados naturales que no le abandonarán con ba-
jeza, ni venderán sus servicios, etc. Sobre todo,
esos artículos adicionales, que no se entorpezcan.
La diligencia es madre de la buena ventura : y us-
ted sabe que un instante suele valer muchos siglos
de gloria 6 de ignominia. ^Mientras los españoles
desahogan su natural fiereza, avancemos nosotros
sobre el corazón del rey fidelísimo. Esto está en
(20) De Artículos Adicionales al convenio de 26 de
mavo de 181 2.
198 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
nuestro poder. Que cuando aquéllos vuelvan sobre
sí, estén ganados de mano".
Estaba, pues, á punto de conseguirse el objeto
que el comisionado argentino había buscado con
tanto talento como discreción. Las esperanzas con
que había iniciado su misión estaban por decirlo
así realizadas. Después de la nota y de los denues-
tos del conde de Casa Flores era de esperarse que
estallara la guerra entre España y Portugal dando
á las provincias argentinas la alianza de un respe-
table poder europeo puesto con su fuerte escuadra
al servicio de nuestra independencia. La causa ha-
bía venido á ser una misma para las dos naciones
"y sus intereses estaban políticamente indentifica-
dos" como el hábil diplomático lo había previsto y
prometido.
Al ver que eran vanas las amenazas y la viru-
lencia de sus agentes, Fernando VII monto en ira
y le comunicó al embajador ruso, conde de Tattis-
cheff, su más íntimo é influyente consejero, que iba
á poner en marcha inmediata sobre el territorio
portugués el Ejército de Estremadura. Tattischeff
convino en que el derecho del rey de España era
incuestionable y de práctica en todos los casos co-
mo este en que un gobierno cualquiera invadía gra-
tuitamente el territorio ó las provincias de otro rey.
Pero temiendo que su gobierno lo hiciese respon-
sable de no haber paralizado las resoluciones tem-
pestuosas del rey de España, hasta que el empera-
dor de Rusia meditase y resolviese sobre tan grave
incidente, hizo presente lo difícil y comprometido
de su situación personal, y consiguió que Fernando
(sin perjuicio de poner la última mano á sus pre-
CON IvAS PROVINCIAS ARGENTINAS I99
parativos de guerra en Europa y en el Río de la
Plata) comunicase al emperador moscovita la reso-
lución que había tomado, pidiéndole su apoyo, di-
plomático al menos, para el caso muy probable de
que se opusiese Inglaterra, que era la única poten-
cia que podía estorbárselo. Fernando VII, que sa-
bía muy bien que ese era el lado de donde debía
temer un interdicto, aceptó el consejo (21).
El czar comprendió la inmensa gravedad de la
situación. Pero penetrado también de la justicia
con que el rey de España representaba sus derechos
tradicionales al territorio embestido por el de Por-
tugal, y de la necesidad urgentísima que tenía de
disponer de él con entera libertad de acción, creyó
que podía convenirle tomar cartas en el asunto; y
contestó que en último caso daría su apoyo, pero
que antes de tomar desquite y prendas positivas
era indispensable que el rey de España protestase
enérgicamente ante la Dieta de las potencias, ha-
ciendo presente que si el rey del Brasil no era em-
(21) Aficionado á gentes de baja índole y de ruin
extracción, Fernando Vil había formado en su aposento
una Junta de ellas que entendían en los asuntos de Estado
más que los mismos ministros, designada con el nombre de
¡a Camarilla. La componían el jesuíta Ostalaza confesor
de don Carlos, Ramírez-Arellano, el duque de Alagón, un
cierto Collado conocido por Chamorro, el barbero IManillo
y otros, que tenían mano en las decisiones del rey, aumen-
tando más con su ineptitud y bajos manejos "los apuros y
negrura de la situación". El enviado ruro Tattischeff, con
cuya corte estaba la de España en muy amistosas relacio-
nes, ejercía gran influjo en la Camarilla, y por consiguien-
te, en todos los ramos de la administración. Gebhardt, to-
mo VI, pág. 662-3.
200 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
plazado á desistir de la usurpación militar que ha-
l)ía hecho de los puertos orientales del Río de la
Plata, donde coartaba las operaciones de las tro-
pas españolas contra los rebeldes, se haría justicia
por su propia mano, apoderándose de Portugal en
prenda, ó como conquista, según fuese la satisfac-
ción que se le diese por el despojo y por la ofensa
inferida.
Mas, cuando todo parecía concurrir así á poner
en armonía la causa y los intereses de las dos na-
ciones americanas, surgió de improviso un virulen-
to altercado entre el general en jefe de las tropas
portuguesas, y el Supremo Director de las Provin-
cias Unidas del Río de la Plata. Lecor había entra-
do en ^Montevideo, y la verdad sea dicha, lejos de
encontrar resistencia, ó mala voluntad, el vecin-
dario y todos aquellos habitantes afincados, de hono-
rable familia y de intereses urbanos, lo recibieron
con los brazos abiertos, porque llegaba en efecto
como protector de vidas y haciendas á salvarlos de
los atentados intermitentes de Artigas y de los ca-
pitanejos Otorgues, Encarnación, José Culta, el
negro Casavalle y otros no menos feroces, que den-
tro de la plaza á veces, y merodeando siempre por
los suburbios, robaban, saqueaban, mataban y sa-
ciaban de todos modos sus terribles y enérgicas pa-
siones. El imperio de las autoridades portuguesas
llegó, pues, como la salvación en un naufragio,
para aquellos infelices expuestos todos los días á
los pavorosos estremecimientos del terror y del cri-
men. Pero estas gentes desventuradas estaban muy
lejos de ser el país. De su mejor y más distinguida
parte, aquellos que habían sido afectos ó que ha-
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 20I
bían estado ligados con los intereses españoles, se
hallaban emigrados en Río Janeiro ; y los otros,
que habían tomado partido por la Independencia
argentina se habían afincado y refundido en el ve-
cindario de Buenos Aires, ó seguían con honra la
carrera de las armas en los ejércitos del Xorte y de
los Andes. El residuo que esta disolución interna
había dejado en ]\Iontevideo y en las aldeas cerca-
nas, era tan diminuto que ya no formaba clase con
carácter político que pudiera tener valimiento ó in-
flujo, ni siquiera como simple entidad moral. El
país y la patria de los orientales estaban en otra
parte : eran la campaña vasta, plegada, montuosa^
habitada por indios y gauchos cerriles, c|ue al ha-
cer uso de su vigorosa naturaleza confundían en
conciencia el derecho con el desorden, la patria con
la mirada del caudillo, y la autoridad pública con
el rebenque y con el facón que llevaba al cinto (■22).
Estos eran los orientales genuínos de la lucha.
los patriotas del país interesados con espontánea y
primitiva pasión en la defensa de su independen-
cia : esto es, de los hábitos y de la robusta barbarie
que gozaban en los campos y selvas en cjue vivían.
Por tradición y por comunidad de preocupaciones
con sus caudillos (que por lo general tenían para
ellos el mérito de ser prófugos de la ley) no respi-
raban sino odio á sus vecinos del Xorte y del Oes-
te, portugueses y porteños. Mucho de natural había
en esto por la innata ojeriza con que se miran siem-
pre las poblaciones rayanas, pero en este caso, es
menester convenir en Cjue había mucho de bárbaro
(22) Facón era el nombre gauchesco del machete.
202 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
también, y no poco de histórico contra la fama y los
influjos absorbentes de una ciudad capital, rica y
predominante, que en la ribera occidental había
sido el centro de los poderes constituidos y que
como órgano de las autoridades supremas había
pesado, con el brazo fuerte de la policía colonial,
sobre esa Calabria, caos de crímenes y de vida
agreste- que prevalecía, hosca y huraña, en la orilla
oriental. De todo esto se había condensado una ma-
sa de rencores políticos y de apasionado localismo
que ya no ofrecía más solución que su tremendo
triunfo ó su caída bajo la represión armada de las
fuerzas extranjeras. Con la invasión la obra de Ar-
tigas estaba consumada y completa : eso había que-
rido, eso tenía ahora á su frente. Los orientales (y
ya hemos dicho quienes lo eran) levantaron su bra-
zo como un solo hombre contra los invasores por-
tugueses. No quedó selva, hondonada, cuchilla, ni
serranía en que no apareciese la cabeza, ó no se
percibiese el trote de algún grupo de patriotas me-
dio soldados, medio bandidos, pero bravamente re-
sueltos todos á defender la entidad nacional, si se
quiere, que formaban. Temeroso de los daños que
podía causarle una decisión tan unánime de toda la
campaña, el general Lecor incurrió en el error im-
perdonable de no meditar que su autoridad sobre
el país invadido era reciente, intrusa y externa; y
sin tener presente que en estos casos el pueblo que
brega contra el extranjero no tiene ni tiempo ni
medios de regimentarse ó de tomar uniforme en lí-
neas regulares, incurrió en el atentado de promul-
gar un edicto brutal de muerte, no sólo contra los
prisioneros que sin uniforme y sin número de cuer-
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 2O3
po cayera en sus manos, sino contra las familias
de los que asi anduviesen en armas, "en las cuales,
dijo, que tomarla severas represalias". A un gene-
ral portugués menos que á nadie le correspondía
promulgar tan abominable medida, pues debió ha-
ber recordado que cuando Massena la tomó en 1810
contra los portugueses, en el mismo sentido y con
iguales razones, \\'éllington se lo reprochó como un
acto que repugnaba á la moral y á la civilización,
en aquella célebre nota que es la más sublime ex-
presión de la justicia en esta materia. "Vuestra Ex-
celencia también aprendió la noble carrera de las
armas en que tanta gloria ha obtenido, al lado de
patriotas que sallan de sus chozas á defender el sue-
lo de su patria contra los invasores extranjeros sin
tener tiempo de vestir uniforme cuando caían muer-
tos ó prisioneros al frente de sus enemigos".
El edicto de Lecor causó en Buenos Aires tan
violenta explosión de horror, que el gobierno, pro-
fundamente chocado de que un general europeo que
servía á una potencia civilizada tuviese la insolen-
cia de adoptar iguales procederes á los de Artigas,
tomó á su vez una de esas medidas que á falta de
más nobles desquites sacian por un momento la
grita apasionada de los pueblos, y sirven para sacar
del riesgo inminente de que sean sacrificados aque-
llos que sin culpa propia tienen comunidad de ori-
gen ó de ideas con los autores de los hechos, y que
habitan el país ofendido. Al edicto de Lecor res-
pondió Pueyrredón con un bando mandando inter-
nar hasta la guardia fronteriza del Lujan á todos
los subditos portugueses que por sus negocios ó por
vecindad vivían en Buenos Aires.
204 I-A ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
Aquí tenemos, pues, que cuando el comisionado
argentino de Río Janeiro esperaba por momentos
la autorización para hacer su ventajoso tratado de
alianza, se encuentra con uno de los conflictos más
difíciles de componer que puedan caer sobre un di-
plomático comprometido ya en sentido contrario.
Lo peor de todo era que el gobierno no se había
dignado dar aviso siquiera á su comisionado de lo
que había acaecido con instrucciones para señalarle
como había de proceder : "Han venido pliegos d:
^Montevideo en que el general Lecor consulta lo
que hará en vista de los oficios de Vuestra Exce-
lencia relativos al edicto de 15 de febrero. Con este
motivo fui invitado á conferenciar con un consejero
íntimo de Su Majestad por estar muy indispuesto
el primer ministro. Yo no había recibido la menor
noticia, pero por los detalles que me dio el capitán
de Su Majestad Británica mister Bowles que ve-
nía de Buenos Aires, pude instruirme lo bastante
para expedirme con libertad sobre la naturaleza de
los artículos del edicto del general Lecor. y sobre
la necesidad en que el .había puesto al gobierno de
íisted de hacer una demostración enérgica" .
El comisionado abundó con este motivo sobre
la necesidad de que no se pusiese así al gobierno
argentino en compromisos directos con las faccio-
nes internas que lo acechaban ; de que se le diese
tiempo á fortificar su autoridad y reconcentrar sus
medios de gobierno para caer con una mano fuerte
sobre los facciosos que no le permitían desempe-
ñarse en los negocios exteriores con el tino y con
el criterio tranquilo que su misma gravedad reque-
ría. Sólo después que hubiese recobrado su líber-
CON I.AS PROVINCIAS ARGENTINAS 205
tacl de acción, se hacía posible que el Supremo Di-
rector pudiese hacer justicia á la buena fe del rey
de Portugal, y venir á entenderse con su gabinete
como estaba ya planteado. Como esto era demasia-
do racional y coherente con el estado político de
Buenos Aires, para que no fuese comprendido y
aceptado por el gobierno portugués, el comisionado
consiguió superar el contratiempo con un éxito
completo; y tuvo la satisfacción de poder escribir
á su gobierno lo siguiente : "En cuanto al edicto
del general Lecor, me protestó el consejero que Su
Majestad no sólo reprobaba sus términos porque
eran incompatibles con sus sentimientos, sino que
deseaba manifestarlo así al gobierno de Buenos Ai-
res y á todo el mundo, con tal que se hallase un
modo que no ofendiese su decoro. Yo dije que no
lo dudaba y que me parecía conveniente manifes-
tarlo. Se me pidió entonces que indicase cómo po-
dría hacerse ésto : prometí responder al día siguien-
te, y propuse: i." Que los individuos pertenecientes
á cuerpos de tropa mandados por jefes indepen-
dientes, que hiciesen la guerra regularmente serían
tratados conforme el derecho de las naciones ; 2.'^
Que los que se amotinasen después de haber reco-
nocido la autoridad de Su Majestad Fidelísima y en
territorios ocupados por sus armas serían puestos
en seguridad y responderían de los daños que hu-
bie-en inferido, procedicndose en forma legal y por
querella de parte legítima; 3.° Que las familias y
personas inermes, serían indistintamente protegi-
das y amparadas por las armas de Su Majestad Fi-
delísima cualquiera que fuese la conducta de sus
autores, parientes ó relaciones. Consultado Su Ma-
206 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
j estad se me ha asegurado que todo fué de su apro-
bación, y que se le ha ordenado al general Lecor
que siga esas reglas".
Este triunfo diplomático hace alto elogio de
García. Para apreciarlo en todo su valor es menes-
ter considerar que la deportación en masa de los
subditos portugueses era una agresión gratuita,
porque cualquiera que fuese la reprobación que
mereciera el edicto inicuo del general portugués,
el gobierno argentino no era protector legal de los
orientales, ni tenía representación tuitiva de ningu-
na clase para favorecer ó amparar oficialmente á
los soldados ó bandoleros que obraban á las órde-
nes de Artigas; tal medida como ésta tomada así al
tiempo mismo en que se negociaba paz y alianza
con el representante público del agresor, constituía,
pues, uno de los casos más difíciles de allanar entre
dos naciones. Pero no sólo eso fué lo que consiguió
el comisionado argentino, sino que de un quebran-
to que pudo producir el total derrumbe de sus tra-
bajos sacó la inmensa ventaja de que el gabinete
portugués conviniese con él en que el modo mejor
de cortar para siempre estos conflictos era tomar un
camino franco, y reconocer la independencia de las
Provincias Unidas del Sur : "Cuando el ministro
se mejoró lo visité, y conversamos sobre el bando
de Vuestra Excelencia del 2 de marzo. En otras
circunstancias este incidente hubiera dificultado
mucho lo pendiente. Pero afortunadamente el go-
bierno portugués lo ha considerado como una me-
dida producida por la necesidad del momento ; y
según se lo entendí en el curso de la conversación
me perece que podríamos obtener que fuese recono-
CON IvAS PROVINCIAS ARGENTINAS 20/
cida la Independencia como existente de hecho en
una forma quizá más ampHa que la adoptada pri-
mero por Luís XVI respecto de los Estados Uni-
dos. Puede ser que esta condescendencia acelere un
rompimiento con España, como sucedió entonces
entre Francia é Inglaterra. Esta circunstancia ú
otra que puede sobrevenir, apresuraría ciertamente
el cumplimiento de nuestros deseos".
Después de haber tranquilizado al gobierno por-
tugués el comisionado esperaba que sus protestas
y promesas fuesen oficialmente corroboradas por
su gobierno, en vista de los esfuerzos supremos
que había hecho para llevar las cosas hasta el punto
en que se hallaban. Se necesitaba en efecto un pa-
triotismo de alto temple y carácter persistente y
nada común en la fijeza y solidez de sus ideas para
mantenerse con esa decisión en el camino que había
adoptado, á pesar de los obstáculos que á cada paso
se lo cerraban.
Aun no estaba bien recompuesta la negociación
casi desbaratada por el edicto de Lecor y por el
bando de Pueyrredón, y que tan favorable aspecto
había ofrecido después del violento ultimátum del
conde de Casa Flores, cuando un nuevo y graví-
simo disgusto volvía á poner las relaciones en un
estado muy vidrioso, y con circunstancias de mal
carácter. El corsario San Martín había apresado
con bandera argentina, á inmediaciones de Río Ja-
neiro, los buques Carolina y Gran Para de bandera
portuguesa. Los armadores de ese corsario se ha-
bían prestado á ese inicuo atentado obedeciendo á
las malignas insinuaciones de los facciosos de la
208 LA ALIANZA DEL KEV DE PORTUGAL
capital empeñados en producir un rompimiento que
acabase por haceríe intransigible. "Así que el en-
cargado de negocios español tuvo noticia de este
apresamiento ha puesto en acción todos los resor-
tes para reconquistar el ánimo del rey y decidirlo
contra nosotros. No ha omitido ninguna especie,
por falsa y maliciosa que fuere ; y los desafectos á
nuestra causa han levantado grande ruido y redo-
blado SU5 ataques. El rey estaba verdaderamente
contristado : sentía verse convencido de error en los
principios que de tan buena fe ha adoptado. Me
hizo decir sus quejas ; y yo, sin instrucciones ni
conocimiiento de nada no tenía más armas para con-
trarrestar á mis adversarios que la negativa d; que
el hecho se hubiese perpetrado por corsarios de
Buenos Aires poniendo por medio mi honra per-
sonal, y la de ese gobierno con la íntima seguridad
de que hombres cuya moralidad y prudencia co-
nozco, no habían autorizado semejante crimen, pro-
metí que si el hecho era cierto, mi gobierno lo ig-
noraba y daría la más completa reparación".
En esta vez el comisionado tuvo la lisonjera sa-
tisfacción de que el proceder del gobierno argen-
tino fuera el que debía esperarse de su moralidad
y del buen nombre de los que lo desempeñaban.
Muy pocos días habían pasado cuando el gobierno
de Buenos A.ires se dirigía oficialmente al de Río
Janeiro, asegurándole que miraba el hecho como
un atentado, y que bajo este concepto iba á proce-
der contra sus autores. Se anuló la patente del bar-
c) corsario, se inhabilitó al comandante para servir
con bandera argentina, y se devolvieron las presas
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 20g
reconociéndoles su derecho á las debidas indemni-
zaciones (23 ).
Auncjue contrariado á cada instante, el comisio-
nado argentino seguía empujando su misión á los
vastos fines con que la había concebido desde sus
primeras conferencias é intimidades con el conde de
(2;^) Con este motivo, García le escribía á Pueyrre-
dón : "El rey, estaba verdaderamente contristado, y sentía
ser convencido de error en los principios que de buena fe
había adoptado. Me hizo decir sus quejas; y yo no tenía
más armas para contrarrestar á mis adversarios, que la ne-
gativa de que fuese perpetrado el hecho por corsarios de
Buenos Aires — y promesas de que el gobierno daría en tal
oa£0 satisfacciones completas. — Usted lo ha cumplido todo
mejor de lo que yo acerté á ofrecer. — Nuestros enemigos
han quedado confundidos, y hemos ganado un triunfo que
puede tener excelentes resultados. — Mas, dejarnos llevar
desidicsamente de estas halagüeñas esperanzas, será una
necedad semejante á la de un piloto que fiase sólo al buen
viento y á las corrientes, el cuidado de su derrotero. El
rey es nuestro mejor amigo entre los portugueses : él adop-
tó los principios de su ministro el conde da Barca, y no
los ha variado. Después de la muerte de aquel ministro,
eílos viven en el ministerio del Brasil; pero, transplanta-
dos de su cabeza nativa, necesitan de más esmero y cul-
tivo, para que no se marchiten.
"Di cuenta á usted de mi primera visita al ministro
í'e Relaciones Exteriores. Después, no ha sido posible que
hablemos despacio, porque es un hombre cadavérico. De-
seo amplificar algunas especies de las que dejé caer en
mi conferencia. Entre otras la más urgente á nuestro in-
tento, era la de complicar los intereses comerciales de este
país con los de ese. para despertar la codicia, agente muy
poderoso en las amalgamaciones políticas. Aunque yo no
podía expedirme en este punto, sin saber el resultado de
los artículos adicionales, y sin tener algunas instrucciones
de usted, ccn todo, no me pareció arriesgar nada, prepa-
HIST. EE LA KEP. ARGENTIX.\. TOMO VI 14
2IO LA AUANZA DEL REY DE PORTUGAL
Barca. Su ardoroso y persistente conato era siem-
pre reproducir el caso de Franklin : provocar una
guerra más ó menos general entre las potencias eu-
ropeas, á cuya terminación las Provincias Unidas
del Sur sacarán triunfante y gloriosa su indepen-
dencia por los mismos medios con que los Estados
Unidos del Norte habían sacado la suya en el siglo
anterior.
Verdad es cjue tenía á su favor la circunstancia
de que era tal la decisión con que el gabinete por-
tugués había enderezado su política en este sentido,
que llegaba hasta el extremo de poner á un lado las
reglas inconcusas del derecho de gentes para darle
pruebas al gobierno argentino de amistad, y más
que de amistad de verdadera parcialidad, como se
va á ver. Al tiempo en que el corsario San Martin
apresaba los dos buques de pabellón portugués que
antes dijimos, otro corsario argentino entraba en
el puerto de Montevideo trayendo apresada la pola-
era "Augusta" de la bandera española. El ministro
español que creía que el gobierno portugués estaría
en malas relaciones con el de Buenos Aires, y que
tenía un derecho incuestionable de que no se diese
abrigo á un acto de corso en puerto neutral, recla-
mó la entrega de la presa, pero sufrió el desaire de
que se le negase esa justicia con razones que por sí
rando de lejos los ánimos, con perspectivas agradables de
nuestras provincias y de Chile. Y como se sabe muy poco
aquí de la capacidad de esos países, contaba siempre con
los efectos de la sorpresa y de la admiración. Parece que
mis insinuaciones han hecho efecto, y tengo alguna proba-
bilidad de que se trate de ellas con calor. Veremos lo que
esto da de sí, ó si se hielan €n ciernes las esperanzas".
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 211
solas constituían mayor ofensa, y que probaban la
verdad con que García aseguraba que "el gabinete
de Río Janeiro estaba en la mejor disposición de
celebrar una alianza formal con las provincias del
Río de la Plata" (24).
Cuando todo esto ocurría á este lado del Atlán-
tico, las cuestiones promovidas por la revolución y
la independencia del Río de la Plata, envueltas con
las del rey de Portugal y Fernando VII, entraban
á figurar en la vasta y solemne plataforma de la
diplomacia europea ; y con ese motivo nuestro agen-
te de Río de Janeiro le escribía al Supremo Director :
"El hecho solo de que este déspota soberbio haya
ocurrido á pedir la intervención de los otros pode-
res en los asuntos de América, después de haber
rechazado hasta las insinuaciones más benévolas y
comedidas, prueba cuánto le impone el sistema que
ve , ya adoptado por el gabinete portugués respecto
de las provincias unidas".
(24) "A las razones que tengo para asegurarlo posi-
tivamente, puedo añadir un hecho reciente que las confir-
ma. El señor Ministro de España, creyendo esta ocasión
oportuna, solicitó la entrega de una polacra española apre-
sada por los corsarios de las Provincias Unidas, y lle-
vada al puerto de Montevideo. La contestación del ministe-
rio ha sido que existía entre el gobierno de las Provincias
Unidas, y S. M. F., un Armisticio igual á una verdadera
paz, y que teniendo S. M. grande interés en conservarla,
no podía acceder á la solicitud del señor ministro de S. M.
C. Ruego, pues, á V. E., quiera tomar en consideración es-
te grave negocio, y hacerlo presente, si así fuese necesario,
al soberano Congreso de las Provincias Unidas, teniendo
por cierto é ind-udable, que es del primer interés una pronta
resolución sobre los Art. Adic."
212 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
En efecto, ofendido y desengañado también al
ver las lentitudes y ambigüedades de la política in-
glesa, Fernando VII le pidió la mano al poderoso
emperador de Rusia para que lo apoyara en el Con-
greso de las Potencias (25).
Como era consiguiente, el Congreso europeo
prestó una seria atención á los reclamos de Fer-
nando VII contra el rey de Portugal. Xo sólo por el
riesgo de que la guerra entre ambos viniese á per-
turbar la uniformidad de las potencias representa-
das en ese Congreso, de Inglaterra quizá, sino por-
que la recomendación y amparo que Rusia daba á
esos reclamos era demasiado respetable, para que
los plenipotenciarios pudieran prescindir de tomar-
los en consideración. Aunque la corte de Río Ja-
neiro estaba decidida á mantenerse en la ocupación
militar de la Banda Oriental, el conflicto tomaba
un carácter demasiado grave para mirarlo sin cui-
dado; y mucho más si alguna de las grandes po-
(25) "España ha entablado relaciones estrechísimas
con Rusia. Se tiene como muy cierto que. Jiay Tratados
en telar, v que el rey Fernando ofrece á Menorca punto
interesantísimo para la marina militar y comerciante de
ese imperio. He tomado algunas medidas desde acá, car-
gando sobre mí solo la responsabilidad de ellas, y de tal
manera que no se comprometa ni atraviese otro cualquier
plan. . . Me han parecido conveniente adelantar algunas
ideas al gabinete de San Petersburgo, que harán ver nues-
tras cosas por diverso sentido que el de España é Inglate-
rra. Estoy trabajando una Memoria, que irá por el próxi-
mo paquete, solamente como un pensamiento mío. Llegará
ciertamente á manos del emperador y por persona que in-
fluye mucho sobre él. Valga esta oficiosidad por lo que
valiere, la aviso á usted (al director) y si tengo ocasión
segura enviaré una copia".
COI\ LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 213
'tencias tomaba cartas como parecía probable. Esta
natural aprensión vino á ser más alarmante cuan-
do se recibió la nota conjunta de las potencias por
la que constituyéndose en tribunal arbitral, empla-
zaban á Portugal á que les sometiera el caso y las
razones de su disidencia con España de acuerdo
con los tratados vigentes. Producida, pues, una si-
tuación como esta, cuyos riesgos no era fácil pre-
ver, Portugal prescindió de agravios más ó menos
disculpables; y todo lo pospuso á la ventaja de con-
solidar con el gobierno argentino una cordial inte-
ligencia que en caso de peligro común fuese la base
de la alianza que venía acentuándose como una ne-
cesidad para ambos. El gobierno argentino, por
otra parte, se había consolidado : inspiraba mayor
confianza y por consiguiente el gabinete portugués
tenía un interés más vi\'o de concertarse con él.
Nuestro ejercito de los Andes había triunfado en
Chile restableciendo la comunidad política de am-
bas repúblicas ; y aunque con eso nuestro poder mi-
litar se había debilitado intrínsecamente más bien
que fortificado, pues carecíamos de ese ejército, de
cuyo precioso personal y armamento no habíamos
de volver á ver un solo soldado ni un solo cañón,
los de afuera no lo sabían ni podían sospecharlo si-
quiera, con excepción de García que por lo mismo
se empeñaba más que nunca en suplir esa debili-
dad con la alianza portuguesa, y de Tagle. cuya
mirada penetrante alcanzaba bien la dura verdad
át que el gobierno nacional había quedado comple-
tamente desarmado al frente de la anarquía inte-
rior ó de las invasiones españolas que pudieran apa-
recer por el Río.
214 LA AUANZA DEI. REY DE PORTUGAI,
Pero á la distancia no se veia sino las victorias
de San Martin y los triunfos de Güemes, que des-
pejando los temores al lado del Norte, aseguraban
de hecho nuestra independencia, al mismo tiempo
que con sus efectos morales habían dado autoridad
al gobierno para reprimir con energía las tentati-
vas de los facciosos quitándoles el incentivo y los
motivos para reproducir alarmas populares (26).
De modo que si antes, cuando la suerte de las
provincias argentinas parecía desesperada, Portu-
gal había creído que una alianza con ellas le ofre-
cía buenas ventajas en la doble faz de expulsar á
Artigas y de "cerrar de firme á España la boca del
Río de la Plata", como decía García, hoy que los
monarcas absolutos amenazaban abrazar los inte-
reses de Fernando VII, y que el gobierno de Bue-
nos Aires presentaba una entidad más sana y rehe-
cha, era natural y legítimo que el gobierno portu-
gués exigiese las seguridades que en estos casos se
dan las naciones, en vista de las contingencias que
pudiera producirle su entredicho y sus controver-
sias con España.
Es bien sabido que en aquellos momentos en
(26) 'Xas Gacetas y las cartas particulares me han
dado bastante luz para conocer el estado de la opinión y
de las pasiones de esta ciudad, y por ellas he venido en
conocimiento de la destreza y sagacidad que usted ha ne-
cesitado para librar al país de un compromiso fatal. Lo
felicito á usted. Se habla aquí de la reelección de usted por
tres años más; yo me alegraré mucho, porque esto proba-
ría que ahí se comienza á sentir que el principio de la vida
social está en la unidad y firmeza de las autoridades...
Creo que usted tendrá bastante entereza para asegurar el
crédito nacional á despecho de sus enemigos".
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 21.5
que tantos y tan contrarios intereses se debatían
entre monarcas de origen bueno y de origen bas
tardo, legítimos unos y advenedizos otros, preten-
dientes aquéllos y destronados éstos, ávidos todos
por tronos y por ducados, la corte de Río Janeiro
tenía entre todos ellos un cuerpo diplomático hábil
y respetable que seguía todos los incidentes de ese
drama, muy principalmente en ac^uello que afec-
taba intereses del Río de la Plata; y como García
se había captado la íntima confianza del rey y de
los ministros, se hallaba informado en lo más ínti-
mo de esos secretos y tenía la mano en todo cuanto
el gabinete portugués resolvía y hacía en el sentido
de su política y de los intereses comunes america-
nos. Preocupado de una situación en que el mundo
entero, pueblos y reyes, dogmas, doctrinas, escue-
las y partidos, en suma, tres siglos de movimiento
y de controversia, habían venido á refundirse en el
actual combate de los gigantescos intereses del pa-
sado con los estremecimientos volcánicos del por-
venir, reacción por un lado, revolución por el otro,
furia y violencia por ambos. García temía que de
un momento á otro se produjera alguna complica-
ción contraria á los intereses y libertades argenti-
nas. "El tiempo, decía, se adelanta con nuevos su-
cesos que hacen entrever otro orden de cosas que
pudiera sernos fatal si equivocamos los principios
de nuestra conducta. España ha mudado los suyos,
y busca ahora, entre las potencias europeas, ami-
gos y cooperadores, para subyugar á América; y
resuelta, como parece estar, á sacrificar la integri-
dad de sus antiguas colonias, por la consecración
de una parte de ellas, tiene dado un gran paso para
2l6 LA ALIANZA DEL KEY DE PORTUGAL
la consecución de su fin. Es indudable que Rusia
mantiene relaciones muy estrechas con Su Majes-
tad Católica. Por muchos conductos se sabe que
está concluido, ó á punto de concluirse, un tratado
entre las cortes de San Petersburgo y de Madrid,
en el cual se asegura que España cede las Califor-
nias y Menorca, á trueque de un contingente de
tropas conducido á América, á costa de Rusia. To-
dos sabemos que ésta aspira á ser una grande po-
tencia marítima y comercial. Nadie ignora lo im-
portante que le es una escala en el Mediterráneo,
y cuánto puede valerle la California, por su situa-
ción, mucho más, después de descubierto el paso
al mar de Tartaria" (27).
(27) "La conducta pública del emperador Alejandro
confirma todo esto de un modo particular, agregaba. El
espíritu continental, que dio cuna á la Santa Alianza, y que
ha formado un tribunal pluscuam soberano, para decidir
de los destinos del mundo, facilita mucho las resolucio-
nes generales, y hace de suma importancia tener partida-
rios entre sus miembros. Inglaterra hizo decretar en el
Congreso de Viena, la abolición del tráfico de negros : y
aunque la filosofía se aplaude de este precioso triunfo, no
deja por eso de envolver un principio, que puede ser des-
tructivo de la independencia de las naciones.
"Las mismas potencias, unas por interés, y otras por
desocupación, tienen vueltos los ojos hacia América. La
pacificación del Nuevo Mundo, puede también excitar la
am.bición de los pacificadores del viejo; y si no oyen más
que á España, no será ciertamente muy satisfactorio para
América su resultado. Un artículo de Madrid, de la Ga-
ceta de 22 de julio, me ha dado alguna confirmación de
estas ideas. Dice en suma: No está lejos el tiempo en que
todas las naciones de Europa se convenzan de que, en la
destrucción del realismo en América, no es sola España
la que pierde, sino todas ellas. Porque si América juntase
CON IvAS PROV'INCIAS ARGENTINAS 21"/
Dando cuenta de estos importantísimos sucesos,
García le decía al Supremo Director : "Como de-
ducirá Vuestra Excelencia de la actitud que toman
las potencias, y de la Nota del conde de Casa Fió-
la independencia á sus ventajas naturaleSj la población, h
industria y las ciencias, desertarían de Europa en busca
de un suelo más favorecido, y entonces esta parte del
mundo, hasta ahora la primera de las demás, quedaría su-
jeta á una humillante dependencia". En fin, no sólo son
conjeturas: se trata seriamente sobre nuestro destino, y si
no miramos por nosotros, no será extraño que aparezca
una cruzada por el Occidente, igual en justicia á la que se
hizo por el Oriente.
"Aunque la preponderancia de Rusia no sea del in-
terés de Inglaterra, todos saben sus ideas respecto de la
independencia de América. Y parece probable que ella las
desplegaría eficazmente, en el momento que la docilidad
de España y nuestras continuadas aberraciones, presen-
tasen motivos de honra, utilidad y conveniencia, con que
cubrir su marcha política, á los ojos de la popularidad.
También parece cierto que España ha concluido sus dife-
rencias con los Estados Unidos, y que les cede sus derechos
á las Floridas, porque impidan eficazmente la prestación
de socorros á las provincias españolas independientes.
"Muchas veces he dicho francamente mi opinión so-
bre la importancia de conservar la adhesión amistosa del
Brasil, durante la cuestión de nuestra independencia.. Este
gabinete, ha venido ya al caso de un compromiso : tiene in-
tereses europeos y americanos : tiene amigos poderosos en
la Dieta Europea : está entre España y sus antiguas co-
lonias : puede inclinarse á uno ú otro lado ; lo está de fac-
to en nuestro favor; pero si le rechazamos sin miramiento,
ya se ve el partido que podrá quedarle.
"Entretanto, puedo asegurar que el actual ministro
de Relaciones Exteriores, me trata con singular distinción:
que sus ideas son luminosas, y genorosos sus sentimientos,
de modo que puedo decir con toda verdad, que nunca he
tenido tantos motivos de esperar la consolidación de núes-
2l8 LA AUANZA DEL REY DE PORTUGAL
r€s, es urgentísimo y de un interés supremo que se
tome una resolución definitiva sobre el proyecto de
los artículos adicionales. El señor Bezerra me ha
hecho presente en los términos más expresivos que
esto es de absoluta é indispensable necesidad; pues
Su Majestad Fidelísima desea que se establezcan
finalmente las bases de la conducta respectiva de
ambos estados para expedirse sin recelos con las po-
tencias de Europa, y determinar con precisión lo
que ha de hacerse, tanto en las circunstancias pre-
sentes como en las que haga probable el curso de
tras relaciones amistosas, útilísima á ambos países, y que,
una vez fijadas las bases de nuestra recíproca conducta,
tendrán las provincias pruebas sucesivas de una amistad
fundada en intereses naturales.
"Después de haber hecho cuanto es posible para ali-.
mentar el espíritu de confianza y buena inteligencia, y de
haber traído la decisión contra todas las apariencias, á
manos del gobierno de esas provincias, mis medios se han
agotado y no puedo pasar adelante. Usted resolverá, y al
decidir tan grave negocio, tendrá presente entre otras co-
sas, que en la lucha de Europa con América, está por
aquélla la ventaja de la disciplina y la unidad -de la acción;
por ésta la extensión del territorio y las distancias, las
cuales, multiplicando al infinito los puntos de ataque, ha-
cen imposible la unidad, y atenúan las ventajas de la
disciplina. Por consiguiente, cuanto mayor sea el espacio
que ocupe la causa de América en su continente, tanto más
ineficaces serán los esfuerzos de Europa y tanto más difí-
cil su triunfo.
"Esta verdad es tan conocida que la adopción de un
sistema fundado en semejantes principios basta quizá á
desvanecer los proyectos de ataque.
"Sea de esto lo que fuere, es importantísimo que usted
se sirva contestarme, con toda la brevedad que esté en
su mano".
CON I,AS PROVINCIAS ARGENTINAS 2I9
los negocios''. Estas indicaciones tenían, como es
fácil que cualquiera lo vea, un alcance de la mayor
importancia; iban nada menos que á puntualizar la
conveniencia de hacer desde luego un tratado se-
creto de alianza ofensiva y defensiva que asegurara
á Portugal una base de resistencia, no sólo en las
cuestiones ya promovidas, sino en otra cualquiera
en que, por un accidente imprevisto viniesen á con-
trovertirse intereses de una ú otra nación. Por con-
siguiente, el reconocimiento de nuestra independen-
cia y la cooperación del gobierno portugués á de-
fenderla, diplomáticamente al menos, era una es-
tipulación subentendida y evidente en ese convenio
de seguridades mutuas con que aspiraban á ligarse
los dos gobiernos. Si el señor Bezerra tenía ese in-
terés tan vivo como legítimo en concertar cuanto
antes el tratado, igual si no mayor debía tenerlo el
comisionado argentino por afirmar la causa de su
patria en un terreno en que ya no pudiera vacilar,
y en el que quedaran asegurados también los prin-
cipios y los fines de la Revolución de 1810. Bajo
el concepto de ambos negociadores había, pues,
grande urgencia en que el gobierno argentino se
expidiese á la mayor brevedad sobre el proyecto
de artículos alicionales al convenio de 26 de mayo
de 18 12 que se le había sometido, y cuya demora en
manos del Supremo Director era inexplicable. No
teniendo García cómo hacer llegar á manos del Su-
premo Director las justas indicaciones del ministro
portugués, el rey mandó que se le aprontase un bu-
que de guerra al efecto.
La nota que el comisionado argentino dirigió á
su gobierno con este motivo, es de tal importancia,
que merece ser presentada con alguna extensión :
220 LA AUANZA DKL RKY DE PORTUGAL
"La resolución en que está el gabinete del Bra-
sil de persistir en sus principios pacíficos respecto
de las provincias unidas del Río de la Plata, en-
vuelve compromisos con la corte de España, y la
prudencia exige e\itar los peligros de una falsa
posición, por medio de un precedente arreglo de
las bases sobre que debe fundarse la conducta de
Su Majestad Fidelísima y la de las Provincias Uni-
das, fijándolas de modo cjiíe ambas partes queden
perfectamente aseguradas entre sí, y libres de todo
recelo para lo futuro. Como las exigencias del ga-
binete de Madrid son urgentes, es preciso no ¡xrr-
der momento, y que Su Majestad Fidelísima sepa
luego, con la claridad y 1ire\"edad posible, la reso-
lución final del gobierno de las Provincias Unidas.
Esta debe caer sobre las circunstancias presentes
y sobre las eventuales. En cuanto á las primeras,
se considera como fundamento la realización del
proyecto de los artículos adicionales y secretos al
armisticio de 1812, formados en el mes de abril del
presente año y pendientes hasta ahora. Se consi-
dera también como esencialmente necesario á la
seguridad del reino del Brasil, la desaparición com-
pleta y absoluta del poder del jefe Artigas, en la
Banda Septentrional del Paraná. Por consiguiente,
Su Majestad Fidelísima quiere no sean embaraza-
das las operaciones de sus tropas dirigidas á ese
efecto. Sin embargo de lo que se deduce del tenor
del Proyecto de los Artículos Adicionales, ya men-
cionados, y de las protestas hechas solemnemente
al gobierno de las Prozdncias Unidas, para evitar
toda sombra de desconfianza, y motivo aún el más
leve, de siniestras interpretaciones, no duda Su Ma-
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 221
jcstad Fidelísima declarar iiuez'ainenfe, que la ocu-
pación hecha, y la que en adelante pueda hacerse
de puntos militares, ó territorios en la Banda Sep-
tentrional del Paraná, en persecución del jefe Ar-
tigas no tiene otro objeto que su propia seguridad
y conservación : y que no pretende deducir de seme-
jantes actos derecho de dominio, perpetua posesión,
}ii mucho menos de conquista, sino que cesando
aquel motivo procederá por una transacción amiga-
ble con la autoridad existente, á tratar los términos
de la desocupación, y á hacer las convenciones que
sean mutuamente útiles y necesarias á la futura per-
manente tranquilidad de ambos Estados veci-
nos (28).
■'Resuelto como está Su ^^lajestad Fidelísima á
(28) Como el gobierno brasileño convirtió después
en conquista y anexión el mencionado territcrio. se ha que-
rido hacer argumento, si no de candidez, de perfidia y
engaño contra el comisionado argentino. Pero los que ha-
cen este argumento no recuerdan ó ignoran, que el Brasil
no negó jamás que la ocupación de 1816 hubiera sido
interina en su origen, sino que eso había quedado anulado
y reformado por la anexión, en virtud del voto popular
y oficial de los orientales mismos, que por medio de una
Comisión pública habían ido á declarar ante el gobierno
biasileño (después de libertadoí: de Artigas) que no que-
rían ni debían volver á anexionarse jamás á las provincias
argentinas, ni tenían cómo fundar y conservar su inde-
pendencia, y que por lo tanto era su voluntad y Ubre albe-
drío constituirse en provincia unida al Brasil. Funda io
en esto, y en los actos de 1814 que habían declarado á la
Banda Oriental independiente v separada de las provm-
cias argentinas, dedujo el Brasil en 1823, que el gobierno
de Buenos Aires no tenía papel entre él v sus súbdiíos
orientales.
222 LA ALIANZA DEL REY DE PORTUGAL
conservarse neutral durante la guerra presente de
las Provincias Unidas, Su Majestad Fidelísima pro-
cederá respecto á ambas potencias beligerantes,
exactamente conforme á las leyes establecidas por
el derecho de gentes. Asimismo, y en consecuen-
cia del artículo 7.° de los Adicionales al Annisticio
de 1812, declara Su Majestad Fidelísima que, du-
rante la ocupación de cualquier punto ó territorio
de la Banda Septentrional del Paraná, no consen-
tirá que las tropas de Su ^Majestad Católica se apo-
deren de ellos, ni se prevalgan de la ocupación di-
cha, para proceder á inquietar directa ni indirecta-
mente, ni dañar en modo alguno á los subditos del
gobierno de las Provincias Unidas, sus posesiones
ó propiedades. Declárase también, que las conven-
ciones de los Artículos Adicionales, y sus conse-
cuentes explicaciones, producirán el mismo efecto,
y las mismas recíprocas obligaciones, que un tra-
tado solemne de paz.
"Aunque esta conducta de Su Majestad Fidelí-
sima sea justa y legal, es opuesta á las exigencias
actuales de Su Majestad Católica, lo cual pudiera
traer nn rompimiento entre ambos soberanos. En
consecuencia, el gabinete del Brasil accedería sin
dificultad á una alianza defensiva eventual, que se-
ría publicada juntamente con el reconocimiento so-
lemne de la independencia de las Provincias Uni-
das en el momento en que ese rompimiento tenga
lugar".
Por una parte el Supremo Director vacilaba en-
tre aceptar la dirección que García había dado á la
misión de Río Janeiro, por otra, temía suspenderla
y romper con el gobierno portugués. No se le ocul-
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 223
taba que lo primero era incoherente con el estado
moral del país y contrario á las ideas que predo-
minaban en él; pero comenzaba también á ver que
ya no podía contar con el ejército de los Andes
para apoyar su autoridad en uno ú otro caso; y
que si estaba impotente contra la insurrección de
las masas litorales, cuya vanguardia mostraba su
cabeza con impunidad en Santa Fe y en Córdoba
dominando á retaguardia Entrerríos y Corrientes,
ningún resultado práctico podía esperar tampoco
poniéndose en lucha contra un gobierno limítrofe
bien provisto de fuerzas terrestres y marítimas, que
era por lo mismo una potencia respetable en la si-
tuación, que podía cambiar de frente para pactar
con España ó con las potencias europeas ventajas
más ó menos extensas, dado caso de que por este
lado se hiciese causa común y nacional con la
vandálica bandera de Artigas.
Algo de muy serio trataban entre tanto las po-
tencias europeas sobre estos mismos asuntos. Pro-
tegiendo á España el zar introdujo sus reclama-
ciones contra Portugal en el Congreso ; y promo-
vió la idea de que se le diese cooperación con tro-
pas y buques para restablecer su dominación colo-
nial. Francia se mostró inclinada á tomar parte en
esos auxilios, pero indicó la necesidad de que se le
señalase también una compensación en las regiones
de la América del Sur. Sobre el primer punto, las
potencias creyeron que no era propio proceder mi-
litarmente desde luego contra el rey de Portugal y
decidieron pasar una nota conjunta para que acor-
dara con justicia á España, ó sometiera el litigio
al Congreso. Sobre lo segundo, encontraron tales
224 LA ALIANZA DKI< RKY DE PORTUGAL
rese^^•as }• oljjeciones de parte de Inglaterra, sin
cuyo asenso nada se podía emprender en el mar, que
se pudo ya ver bien claro, que si ella dejaba andar
las cosas mientras no htibiese sino proyectos, ha-
bía de pronunciarse con firmeza y producirse tam-
bién alguna cuestión de gabinete capaz de desor-
ganizar la m.ayoría ministerial, el día en que de los
proyectos se quisiese pasar á los hechos; porque
ya se repetía fine esa situación ambigua y pruden-
te en que se mantenía el gabinete británico nacía
de que mister Canning patrocinaba la antigua polí-
tica comercial de William Pitt, enteramente favo-
rable á la independencia de las repúblicas sud-
americanas, en contradicción con lord W^éllington
y lord Castlereagh, que hubieran querido dar su
apoyo á España para someterlas.
García tenía siempre su vista sobre todos estos
intereses; y sin cansarse ni ofenderse por el aban-
dono en que se le dejaba, enviaba á su gobierno á
cada instante preciosas indicaciones sobre los me-
dios liberales y económicos de que debía echar ma-
no para captarse la simpatía y el interés de las na-
ciones comerciales y ci\ilizadas (29).
(29) De Rusia, se dice que ha obtenido realmente la
cesión de Menorca, á trueque de navios de línea, y que
pretende algún punto en el mar del Sud. Los intereses
menos combinables hoy, son los de Portugal. Pero, hasta
ahora conserva una posición neutral, y es preciso trabajar
con empeño y sagacidad, para ganar mucho terreno, antes
que una de las muchísimas casualidades que trae consi-
go el tiempo, llegue á mudar el semblante de las cosas el
día menos pensado. Así. me parece que el arreglo de nues-
tro sistema de impuestos, y los tratados de comercio con
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 225
Uno de los historiadores españoles mejor infor-
mados.en el origen de las cosas de su país, y más
serio en su relato, nos dice hablando de esto mis-
mo : "Entre los sucesos de este año fué muy grave
la toma por los portugueses de la plaza de Monte-
video, como en prenda de los territorios de Oliven-
za que continuaban en posesión de España. Al
anunciar este hecho la Gaceta Oficial de Madrid
decía que el sistema federativo establecido para
mantener la paz de Europa, las sabias y políticas
medidas de Su Majestad, y los nobles sentimientos
del rey fidelísimo de Portugal darían á este nego-
cio un término favorable. Sin embargo, no sucedió
así. Las potencias aliadas de Austria, Rusia, In-
glaterra. Francia y Prusia, á quienes España acu-
dió en queja, publicaron una declaración, en la
cual, elogiando el comportamiento del gabinete de
Madrid, que antes de repeler la fuerza con la fuerza
esta nación vecina, v con otras si es posible, vienen á ser
una parte principal en nuestra defensa contra España.
"Muchas veces he querido hablar á usted sobre el nue-
vo arancel de nuestra Aduana, pero me ha detenido siem-
pre esta reflexión : no es posible que hayan mudado los
principios de economía que manifestó en el año de 1812;
luego es de '.presumir que una fuerza insuperable lo pre-
cise á adoptar ideas que, aunque dañosísimas en sí, sean
convenientes por el momento. Deseo mucho que pase este
momento, y que usted pueda proceder según sus propíos
conocimientos en la materia. Así lograremos sin duda una
popularidad interesada en este reino, la cual siempre in-
fluve en el caso de una decisión importante del ministerio.
Sobre todo, asegurados bien del corazón del rey podemos
contar con la cooperación del ministerio. He pintado á
usted su carácter y sus sentimientos; nada, pues, añadiré,
que usted no haya penetrado."
HIST. DE L.\ REP. .\RGEXTIX.A. TOMO VI. — I^
220 LA AIJAXZA DKL REY DE PORTUGAL
empleaba el método ele la negociación, manifesta-
ban su sor])resa y sentimiento por la invasión ve-
rificada, y, firmemente resueltas á proteger la paz
de Europa, exhortaban al portugués á desvanecer
las fundadas alarmas que su conducta había inspi-
rado y á satisfacer las justas reclamaciones de Es-
paña al mismo tiempo que los principios de justicia
que dirigian á las potencias mediadoras, amenazán-
dole con tomar justa satisfacción de aquel agra-
vio (30).
Ante estas amenazas que á lo lejos se presenta-
ban con un aspecto sumamente serio, el rey de
Portugal instaba al gobierno argentino por la for-
malización de un tratado de alianza tan necesario
para la una como para la otra nación; y al mismo
tiempo se servia del talento del comisionado argen-
tino en la redacción de una respuesta victoriosa al
ultimátum ó nota conjunta de las potencias, demos-
trándoles con firme razonamiento, que entre Por-
tugal y España se trataba de un negocio especia-
lísimo, ajeno á los tratados y asuntos de la compe-
tencia del Congreso europeo, en el cual las poten-
cias nada tenian que ver. Era verdad, decía, que el
entredicho partía de la insólita pretensión de Fer-
nando VII á mantener como vigente el tratado de
Badajoz con las usurpaciones del territorio portu-
gués impuestas allí por Bonaparte, cuando preci-
samente la reunión de ese Congreso general había
tenido por causa anular todas esas demasías y rein-
tegrar á los gobiernos de lo que se les había arre-
(30) Hist. Gen. de España, por Víctor Gebhardt,
volumen W, pág. 674.
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 22/
batado por la fuerza. Desde este punto de vista, era
España y no Portugal quien en todo caso debería
ser reo ante el Congreso ; pues él tenía el deber de
someter á su rey á lo que era de derecho preciso en
el nuevo estado de las cosas. Pero no era de esto de
lo que se trataba ahora : Portugal no había interpe-
lado todavía á España por esa devolución ni había
sometido su derecho al arbitraje de las potencias.
De lo que se trataba ahora era de la ocupación de
la Banda Oriental, y de saber cómo y por Cjué la
habían ocupado las tropas portuguesas. España ha-
bía sido vencida allí y expulsada de Montevideo
por las tropas argentinas. Después de eso, nada
había hecho por recuperar esa parte de sus colo-
nias. De manera que todo ese territorio había que-
dado abandonado á sí mismo, enteramente barba-
rizado y en tal desorden, que más bien que provin-
cia ó entidad social de un género cualquiera era un
conjunto de bandoleros en anarquía, sin freno ni
regla conocida, que hacían la guerra á todos sus
vecinos, á Portugal especialmente, acometiendo,
matando, robando y constitu}'endo en suma un pe-
ligrosísimo contagio al lado de las provincias por-
tuguesas, cuyas vastas campañas, población nume-
rosa y semibárbara también, no poco expuestas es-
taban á que prendiese en su seno la fermentación
anárquica de sus vecinos. Así pues, á las causas
originarias del entredicho se habían acumulado es-
tas otras, no menos graves, que habían obligado
á Su Majestad Fidelísima á ponerse de acuerdo
con el gobierno culto y regular de las Provincias
Unidas del Río de la Plata para ocupar y pacificar
la Banda Oriental. Esto había ocasionado gastos
228 LA AíJANZA DKlv RKY DK PORTUGAL
enormes, convenios boiiafidc y obligatorios, y otras
complicaciones que el rey de Portugal estaba muy
dispuesto á debatir y arreglar con el de España;
porque eran asuntos peculiares de ambos, ajenos
al estatuto del Congreso de las potencias, y que por
consiguiente no entraban en el orden de aquellos
en que él arbitraba resoluciones de un carácter li-
tigioso puramente europeo.
Fué tan completo el buen efecto de esta nota
(jue la misma corte de Río Janeiro se sorprendió
de que hubiese bastado á contener el fervor con que
los plenipotenciarios del Congreso habían aceptado
los reclamos de Fernando VIí : "Sus embajadores
en Londres y en París (escribe García) le dicen al
rey que después que llegó la nota de abril (la indi-
cada antes j del Ministerio portugués explicando
los motivos é intenciones de este gobierno en la
ocupación de Montevideo, Inglaterra ha desistido
enteramente de su empeño; y cpie las demás grandes
potencias quisieran no ver suscrita por sus minis-
tros la nota de París; y c|ue sólo por haberse ya
comprometido en ella esperaban una respuesta cual-
quiera de Portugal, para darse por separadas de la
cuestión y dejar á España que se arregle en ella
como mejor pueda. Todo esto tiene, especialmente
ahora, más relación de lo que parece con nuestros
intereses. Sospecho que se tra])aja de nuevo, y muy
hábilmente para arrancar de aquí el trono de Por-
tugal. No quiero echarla de malicioso, y suspendo
explicarme hasta ver más claro. No nos descuide-
mos" (31).
(31) Y en efecto así era: "Durante el calor de la
contienda que se ha levantado aquí sobre la traslación de
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 229
Pero este sorprendente resultado había depen-
dido muy principalmente de la rara situación que
el gabinete británico tenia en aquel momento. Los
miembros principales de la mayoría gubernativa y
j)arlamentaria se hallaban en tal divergencia res-
pecto á los asuntos de España y de sus colonias,
que no podían tomar una actitud manifiesta en uno
ó en otro sentido sin precipitar la disolución de esa
mayoría y abandonar el poder. Wellington, Castle-
reagh y el rey, se inclinaban á mancomunarse con
los monarcas absolutos en nombre de lo que ellos
llamaban los principios conservadores del orden pú-
mayoría y abandonar el poder. W^éllington, Castle-
ción de los que profesaban ideas más modernas y
más inglesas rehusaban categóricamente ponerse á
remolque de gobiernos despóticos, empeñados en
imponerse á los pueblos y en mantener por la fuer-
za principios ya caducos, en cuyo triunfo iba fatal-
mente vinculada la restauración de todos los mo-
la silla del gobierno portugués á Europa, se me había
insinuado repetidas veces que el rey deseaba conocer mi
opinión. Sugiriendo siempre consejos y pareceres conve-
nientes, yo había cuidado mucho de no tomar parte en
el asunto, sin embargo de estar tan ligado con los intere-
ses generales de nuestro país. Al fin recibí un billete en
el cual se me pedía que diese mi parecer sobre estos dos
puntos: — 1.° Por qué razones podía ser preferible la re-
sidencia de la corte en el Brasil: — 2." Qué medios serían
los más apropiados para conservar la unión de los dos
reinos. Yo me expliqué con libertad y sencillez, preocupa-
do siempre de nuestros intereses y de no ofender la extrema
susceptibilidad del partido de oposición, que cuenta con
gentes de primer orden. Parece que he sido feliz y creo
haber hecho un trabajo útil".
230 LA ALIANZA DKL RlvY DE PORTUGAL
nopolios contrarios al desarrollo del comercio ma-
rítimo y de la riqueza general de las naciones nue-
vas, en que Inglaterra estaba vitalmente interesada.
Embarazado, pues, en sus decisiones, el Ministerio
inglés vivoteaba tratando de doblar las dificultades
de esa situación y de sostener ante todo su influjo
exterior. Para salvar su aparente cohesión y man-
tener compacta su mayoría parlamentaria, que bas-
tante expuesta estaba á desgranarse entre Castle-
reagh y Canning, había tratado de convencer á Es-
paña de que le convenía zanjar la reyerta sangrien-
ta que sostenía contra sus antiguas colonias, acor-
dándoles una reforma liberal del régimen vetusto
y absurdo que las había obligado á ponerse en ar-
mas. Pero no lo había conseguido; y como después
de eso, hubiera venido el conflicto de España y
Portugal á poner en mayor peligro la adherencia
interna de sus miembros, al mismo tiempo que las
otras potencias se manifestaban inclinadas á in-
tervenir, el gabinete inglés se propuso hacer que
eso se transigiese, devolviendo España las plazas
de Olí venza y Jurumenha, á fin de que, desocupada
la Banda Oriental por los portugueses, le quedase
hbre su acceso al Río de la Plata, con todas las
responsabilidades y contingencias de la guerra, so-
brado pesada y ruinosa, que sostenía contra los
patriotas independientes. De aquí, los esfuerzos c[ue
hacía por sacar de Río Janeiro al rey don Juan, y
la resistencia de este honorable monarca á mantener
con firmeza su independencia política y personal en
una posición en que nadie podía arrebatársela.
Era digno de notarse también que mientras In-
glaterra no pudiera dar á su política un carácter
CON LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 2 ¿I
más positivo, las otras potencias tampoco podían
hacer nada real en favor de España, por muy ami-
gables y explícitas que fuesen las manifestaciones
con que la lisonjeasen. Porque todo cuanto en ese
sentido pudieran emprender, habría tenido que efec-
tuarse por el mar y causar, por consiguiente, no
sólo el desplazamiento de la mayoría gubernativa,
sino sin duda ninguna, la disolución del parlamen-
to; es decir, lo que el gabinete inglés y los monar-
cas europeos trataban de evitar á toda costa.
Coartada, pues, la diplomacia de las potencias
europeas en los negocios hispano-americanos, Es-
paña se veía condenada á permanecer indefinida-
mente aislada entre el gobierno enemigo del Río
de la Plata y la política, divergente al menos, del
gobierno portugués. España había perdido el tiem-
po : si hubiera tenido habilidad y amplitud de ge-
nio político habría tenido modo de negociar una
alianza con Portugal dividiendo las dos riberas del
Río de la Plata. Inglaterra hubiera batido palmas
con esa solución. De eso era de lo que García había
temblado al principio de su misión. Pero el rey de
España, siempre torpe, habiendo perdido la oca-
sión, veíase ahora reducido á la impotencia por su
propia terquedad ; el honor portugués estaba ya
comprometido de este lado del Atlántico y el rey
de Portugal era demasiado hombre de bien para
pesar sus intereses echando en la balanza una fe-
lonía.
Entre tanto, los recursos de España se agotaban
día por día. y dado el carácter que iban tomando
los sucesos, la guerra de la Independencia podría
ser larga, sangrienta, llena de vaivenes ; pero no
27,2 ],A AMANZA DKL KKY DE PORTUGAL
había duda, estalla destinada á terminar ¡)or la pos-
tración de Esi)aña, y por la' emancipación completa
de las libertades y franquicias comerciales en los
puertos americanos ; que. al fin y al cabo, era lo que
á Inglaterra le importaba, aunque esas regiones
quedasen más ó menos barbarizadas por el desor-
den y las matanzas de una larga guerra.
Empeñado nuestro comisionado en sacar par-
tido de tan honroso influjo como el que se había
captado en el seno del gobierno de Río Janeiro,
instaba y aún suplicaba que el de Buenos Aires le
despachase el Proyecto de los Artículos Adiciona-
les al convenio de mayo de 1812, para formalizar y
anudar las obligaciones respectivas.
Pero, desde que había comenzado á decaer el
tono altivo de las potencias europeas, el gobierno
portugués se había vuelto también menos exigente
por la celebración de ese acuerdo, ó alianza, con
el de las Provincias Unidas. Indiferente ahora al
retardo y á la poca animación que el gobierno de
Euenos Aires había mostrado por formalizarlo, el
de Río Janeiro comenzó también á dejar en calma
el asunto, aunque sin romper con los antecedentes
que traía la negociación, ni con la amistosa simpa-
tía que se le seguía prestando al comisionado. Este
preveía, sin embargo, cada día con más evidencia.
c[ue las potencias europeas acabarían por conseguir
que España y Portugal transigieran en su contien-
da, y que la corte se trasladara definitivamente á
Lisboa. Bajo el influjo de estos presentimientos, y
sin el don de adivinar las contingencias del futuro,
que no es de facultades humanas, y mucho menos
de diplomáticos hábiles y prácticos que del)en mar-
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 2¿T,
char sobre los hechos públicos ó tendencias laten-
tes, el comisionado temía con razón que su país
volviese á quedar abandonado á los azares de la
anarquía y de la formidable invasión que España
preparaba con extraordinario y supremo esfuerzo,
auxiliada insidiosamente por Rusia, y casi sin duda
por Francia y otros gobiernos de la Santa Alianza,
como lo vamos á ver. ¿Podía él contar con que el
temible armamento de los generales La Bisbal y
Calderón se había de sublevar en Cádiz y no había
de caer sobre Buenos Aires en pleno año 1820,
cuando en peores condiciones para España, aca-
baba de ver la expedición de Morillo caer sobre \ e-
nezuela con la violencia de un huracán y llevárselo
todo á sangre y fuego desde Caracas á Bogotá?
Pero, como hemos dicho, la situación política
de Portugal iba cambiando radicalmente con res-
pecto á las potencias de la Santa Alianza, y sobre
todo en el sentir de Inglaterra. Bien había escrito
García á su gobierno : "Xingún estimulante puede
obrar más ciertamente sobre Inglaterra que la se-
paración de Montevideo del conjunto de los domi-
nios españoles. Si esto no la mueve alguna vez,
crea usted que no hay coco capaz de moverla". Este
nuevo giro que tomaban los negocios debía produ-
cir consecuencias de diverso género en los intere-
ses europeos y americanos.
Las unas, en cuyas complicaciones vino al fin
Inglaterra á hacer un papel principal, fueron ulte-
rioridades procedentes de estos mismos gérmenes
que acabamos de exponer y que estudiaremos en
su tiempo y lugar, limitándonos ahora á señalar las
que vinieron á tener un influjo inmediato para anu-
234 I-^ A1.IAXZA DKL KKY DF, PORTUGAL
lar los efectos de las negociaciones que García ha-
bía llevado hasta el instante mismo en que va iban
á producir sus más ruidosos y decisivos resultados.
En efecto, cuando el gobierno portugués se ase-
guró de que las amenazas de una guerra y de la
inmediata invasión del reino de Portugal habían
desaparecido por el desistimiento de las potencias,
y por la actitud en que se mantenía Inglaterra, co-
noció que su conflicto con España quedaba redu-
cido á un simple pleito ó litigio diplomático, lar-
guísimo en sí mismo por su materia, por la lejanía
y la ol)scuridad de los incidentes, y por el aban-
dono del tribunal arbitral que había pretendido in-
miscuirse. Desde entonces era ya evidente para él,
que de una ú otra manera había de tener de su lado
los intereses comerciales de las otras naciones, y
que no sólo no tenía urgente necesidad en preci-
pitar las cosas, sino que una política agresiva po-
día traerle reproches y consecuencias de mal carác-
ter, si después de una terminación tan favorable
para su honra y para sus intereses, se presentase
ante los soberanos de Europa (siendo su rey uno
de los más antiguos entre ellos) con un tratado de
alianza celebrado con pueblos insurgentes sin nin-
guna índole política respetable, republicanos de
mero título, pero enfermos de anarquía y de des-
orden. Su política tomó entonces un sesgo diver-
gente del que había traído. Pero en honra suya
debemos apresurarnos á decir que no dio la espalda
á los compromisos que había contraído, sino que
los conservó restringiendo la forma y reiterando las
garantías que había ofrecido acerca de la inmuni-
dad de las costas que mantenía ocupadas en una
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS 235
expectativa de los sucesos más prudentes ahora que
antes, en su sentido. García lo había previsto con
tiempo, y había hecho sentir al gobierno de Bue-
nos Aires el urgente interés que tenía en que se for-
malizase el tratado. Pero cuando el gobierno de
Buenos Aires se decidió á autorizar su consuma-
ción, ya no era tiempo. El Congreso había hecho
algunas alteraciones y reparos al texto original del
acuerdo remitido por García (s^)- Las potencias
europeas, Francia principalmente, instigada por
España que sabía á que atenerse, habían pedido
declaración categórica al embajador portugués, con-
de de la Palmella, sobre si era cierto ó no que su'
gobierno hubiera celebrado un tratado de alianza
con los rebeldes del Río de la Plata, y Palmella lo
había negado redonda y categóricamente también.
Y además, como no se había aceptado el texto acor-
dado y remitido por el agente argentino, el go-
bierno portugués dijo que se consideraba libre á
su vez para mirar como fracasada la negociación
aunque de ninguna manera quería innovar el fon-
do de la situación amistosa y de común interés que
lo ligaba todavía con el gobierno del Río de la
Plata. A él le convenía también negarse á recibir
en los puertos de la Banda Oriental las fuerzas mi-
litares de España que pretendieran tomar pie en
ellos; y como en eso corría el peligro de ser ata-
cado y de tener que repeler la fuerza con la fuerza,
rehabilitó las fortalezas de Alontevideo y de la Co-
lonia, reforzó su guarnición y proveyó de nume-
rosa y buena artillería los baluartes, poniéndose
(32) \"éase el Apéndice.
236 ].A AJ.IAXZA D'.'A. KKV DK l'ORTUGAI.
en estado de resistir dublés (') trii)]es fuerza^ de las
de mar ó de tierra (|ue pudieran venir á atacarlas.
Pero al hacer todo esto en su sentido, declaró tam-
bién que si la expedición española pasaba adelan-
te, á Buenos Aires ó sus costas, Portugal no le
opondría obstáculos, según lo había ofrecido y ga-
rantido desde tiempo atrás el finado conde da Barca.
,\unque esta salvedad tuviera la apariencia de
dejar á España en aptitud de atacar directamente
á Buenos Aires, eso era mucho más difícil de lo
que parecía. Llegar con 20 mil hombres y 60 bu-
ques á la rada de un río sin canales, ni puertos ac-
cesibles á la artillería de mar, después de seis ú
ocho meses de navegación miser-able, difícil y llena
de contingencias como la de aquel tiempo, con tri-
pulaciones totalmente bisoñas y medios marítimos
deficientes para los desastres que habían soportado,
era empresa imposible al frente de una capital,
donde formaban 12,000 cívicos aguerridos y bra-
vos, sin contar cinco mil veteranos y las innume-
rables partidas de jinetes que se habrían agrupado
á defenderla. ¿Cómo bajar y tomar pie en sus ir.-
mediaciones ? Tomar como antecedentes la sorpre-
sa de Beresford en 1806, sería ahora un desatino;
mucho más cuando con un solo año de más se ha-
bía \isto que los ingleses mismos no habían podido
repetir su expedición sino contando con la posesión
de Montevideo, sin la cual \\'hitelocke no hubiera
podido presentarse delante de Buenos Aires inme-
diatamente después de su desembarco en la B use-
nada. Así es que estorbando el desembarco de la
expedición española en la Banda Oriental, Portu-
gal hacía im])osible (|ue ella operase sol)re Buenos
COX LAS PROVINCIAS ARGENTINAS Z^^J
Aires, y ese incon\-eniente fué lo que principalmeu-
te la tuvo demorada en las costas de Andalucía,
hasta que se disolvió en 1820 por el levantamiento
liberal de Riego y de Quiroga, en los momentos
en que ya iba á zarpar, contando con que el rey de
Portugal regresaba á Lisboa, y con que haría des-
alojar á Montevideo y la Banda Oriental previa la
devolución de Olivenza y territorio de Jurumenha.
"Logróse al fin (dice Gebhardt, tom. iv, pág. 675)
que la corte de Río Janeiro prometiese devolver á
Montevideo con tal que se le reintegrase de los
gastos ocasionados por su adquisición ; y en este
estado se señaló la ciudad de París para ventilar
este asunto; pero fuese por poca destreza en el re-
jDresentante español, ó pían concertado de aiitcina-
110 entre las potencias, acabóse por acordar que
Montevideo permaneciese en poder de Portugal
provisionalmente".
El historiador español estaba perfectamente in-
formado. Durante esta última faz de la disidencia,
el ejército de las Provincias Unidas del Sur, que
ocupaba á Chile bajo el mando del general San
Martín, había ganado la decisiva batalla de Maipu
el 5 de abril de 1818: Güemes había destrozado li-
teralmente en Salta y en Jujuy el ejército del Alto
Perú, que mandaba el general Laserna. Nuestro
ejército de Tucumán restablecido en fuerza y en
rigurosa disciplina, se ponía apto para hacer una
nue\-a y más fácil entrada por el camino de las sie-
rras bolivianas. Piar (el heroico y desgraciado
Piar) con Bolívar y Páez comenzaban á tomar su-
perioridad sobre Morillo en Venezuela, y amena-
zaljan al virrev de Xueva Granada. De manera que
238 I,A ALIANZA DKI, RKY Dlí PORTUC.AI.
todo este conjunto de hechos había ya convencido
á las potencias, y sobre todo á Inglaterra, que re-
ducida España al Perú y á las fuerzas con que Pe-
zuela se mantenía allí, era de todo punto absurdo
que contase con recobrar el dominio del vasto con-
tinente que ya estaba en armas y victorioso sobre
ella por todas partes.
La expedición de Cádiz no era, pues, en nada
más que un simple episodio en este cuadro general.
Ella no podía hacer que retrogradasen los hechos
consumados, ni producir otra cosa que ruinas y
matanzas inútiles. En el Parlamento repercutía con
frecuencia, y cada vez mejor autorizado, el eco po-
deroso de los reclamos del país y del comercio con-
tra el capricho y la ruda terquedad del rey de Es-
paña. Era, pues, preferible que una expedición que
debía levantar un grito general de indignación en
toda la Gran Bretaña no tuviese lugar ; y la manera
de estorbarla era llevar á la larga la evacuación de
Zvlontevideo, mientras que Inglaterra y Portugal
unidos ahora en la misma intención y en los mis-
mos intereses comerciales, insistían abiertamente.
ya en el Congreso europeo de Aix-la-Chapelle, ya
en España, sobre la conveniencia de reconocer la
independencia del Río de la Plata para entrar á re-
gularizar la situación política en que se había co-
locado el gobierno de Buenos Aires.
En los trabajos de García hay que apreciar, al
lado de su valor real y del talento práctico que los
distingue, los resultados inmediatos que produje-
ron, y el influjo permanente con que siguieron ac-
tuando hasta 1823, en la misma linea de operacio-
nes {|ue él dejó abierta }' trazada desde 1815. Su
COX LAS PROVINCIAS ARGEXTI^'AS 239
conferencia del z'j de enero con lord Strangford
abraza ya con admirable exactitud los puntos de
la célebre entrevista de Canning con lord ^^'élling-
ton, en que el primero declaró abiertamente que si
Francia ó alguna otra potencia prestaba mano fuer-
te á España, Inglaterra se presentaría también con
dobles fuerzas á proteger el fair-play entre los ame-
ricanos y su vieja metrópoli (33).
El amor de la independencia y el deseo de que
su triunfo fuese también el triunfo de la cultura y
del orden social que caracteriza á los pueblos libres,
resume, por decirlo así, en dos grandes capítulos,
el sentido fundamental y precioso de los trabajos
del comisionado argentino en Río Janeiro. Su ta-
rea de arruinar á Artigas y de contener á España
llevada á cabo en su doble dirección con hábil per-
sistencia y con espíritu varonil, hace el elogio del
estadista y lo justifica en la historia. Eso fué lo que
nos puso en condiciones de superar los tremendos
y vergonzosos reveses del orden interno y de la
bancarrota del año 1820. Sin eso. Artigas hubiera
prevalecido : hubiera asolado la tierra argentina ;
desbaratado todo el orden civil y doméstico de nues-
tras ciudades: sujetádolo todo al imperio bárbaro
y guerrero con que soñaba ; habría reducido nues-
tras provincias urbanas á la vida de tribu y de
aduar; y en pos de él se habría eslabonado una ca-
dena no interrumpida de gobiernos bárbaros, con
todas las eventualidades del acaso. La emancipa-
ción de Entrerríos y Corrientes, el Tratado del Pi-
(33) Spencer \\'alpole : The Grcat IVar. vol. XI. pá-
.?ina 357.
J40 LA ALIANZA DKL RKY DIÍ PORTUC.AI,
lar, la reconciliación con Santa Fe, la liga con Cór-
doba y con Cuyo, que salvó, el orden público en
Chile ; la expulsión de Ramirez y de Carrera, la
pacificación general de 1821. la reconstrucción del
gobierno regular y Hljre, nada en fin de todo eso,
huljiera sido posible. . . y sólo Dios sabe que rum-
bos miserables pudiera haber tomado esa naciona-
lidad de que hoy nos enorgullecemos, para salir
de aquel caos espantoso en que se hundia el país,
cuando Garcia, humilde, y solo, bajaba cual otro
Colón en Rio Janeiro sin más capital ni más in-
flujo que una idea fecunda, que en sus manos debía
contribuir á la salvación de su patria. "He nave-
gado (decía en una de sus notas) en un mar pro-
celoso é inconstante, sorteando las olas y evitando
los escollos SIN PERDER MI CAMINO. . . \"endrá la
\er(lad, y con la verdad la justicia y la honra para mi
nombre" (34).
(34) A'éase el Apéndice.-
CAPITULO \'
EL GOBIERNO DE PUEYRREDOX Y LA LOGL\
LAUTARO
Sumario : Xueva evolución hacia el régimen unitario. —
El Congreso y Pueyrredón. — Estado económico. — El nu-
merario.— Aniquilamiento y disolución gubernativa. —
Incoherencias y antagonismos locales. — Disyuntivas fa-
tales.— Preocupaciones y angustias de los patriotas. — Los
portugueses. — Insensatez de la oposición. — Dificultades
del caso. — Fortaleza y serenidad del Supremo Directoi.
— Sus condiciones personales. — Su reputación y sus coo-
peradores.— ;Por qué era hombre de Estado? — Equili-
brio de su espíritu en la controversia de los partidos. —
Las ideas constitutivas en el Congreso. — Inconveniente de
la traslación del Congreso á la capital. — Lo malo y lo
bueno del partido democrático. — Compromisos de la di-
plomacia en Europa y en Río Janeiro. — Amenazas y sín^
tomas de subversión. — Centro revolucionario en la im-
prenta de la ''Crónica Argentina". — La logia Lautaro,
sus antecedentes y sus fines. — Coincidencia y armonía de
ideas del Supremo Director con el general San Martín.
■^Incompatibilidad entre el rompimiento con Portugal y
de la expedición á Chile. — El nuevo ministerio. — !Medi-
das administrativas é intervención de la logia. — Inquie-
tudes.— La Junta de Observación y su anomalía. — Alar-
ma del sentimiento local sobre los peligros de la capital.
— Representación del Cabildo y de la Junta de Observa-
ción.— Contestación y protesta del Supremo Director. —
El general Soler v los revoltosos. — El personal de este
club. — El coronel Dorrego y sus explicaciones posterio-
res.— Su entrevista con el Supremo Director. — Estado
HIST. DE LA REP. ARGEXTIXA. TOMO VI. 1 6
242 EL GOBIERNO DE rUEVKREDOX
subversivo en Córdoba, la Rioja y Santiago del Estero.
— Deportación de Dorrego. — Rigor excesivo del acto.
Lo que fué verdaderamente inesperado es el
desvío que tomó la violenta con-
1816 moción del año anterior. A sus
Junio 3 primeros pasos pudo temerse que
iban á quedar en escom.bros los
trabajos que desde 18 10 se venían haciendo para
constituir el gobierno liberal concentrado, que ema-
naba del espíritu público como propio producto de
la Revolución de ]\Iayo. Pero poco después, pa-
sando por variadísimos incidentes, y al influjo de
necesidades espontáneas, apremiantes, surge de en-
tre las ruinas, envuelto todavía en la polvareda del
derrumbe, un Congreso enfermizo, anónimo casi,
que relegado allá en una provincia pobre y lejana,
echa raíces profundas en lo más fecundo del sen-
timiento nacional, invierte los antecedentes de su
creación y acaba por restablecer, pasado apenas un
año, el orden de cosas poco antes destruido.
Con la elección de don Juan Martín Pueyrre-
dón, este cambio feliz alcanza su forma completa
en las esferas superiores del orden político. La bur-
guesía tomada en globo acepta la tendencia conser-
vadora y se adhiere á ella. Pero el rencor de las
perturbaciones anteriores, desalojado de la super-
ficie, se había precipitado como un residuo intra-
table en lo hondo de los ánimos, y seguía fermen-
tando pronto á estallar al menor descuido de la
mano que había recibido encargo de comprimirlo.
La situación era tanto más delicada cuanto que
las inquietudes de adentro y las alarmas que venían
Y LA LOGIA LAUTARO 243
del exterior, coincidían con las amargas pri\-acio-
nes de una pobreza general y tan completa, cpie
S(31o recordando sus cansas podrá concebirse. Las
operaciones militares en las fronteras del Alto Pe-
rú, las correrías de las partidas armadas, las levas
}• el armamento en masa de los pueblos de este y
de a(|uel lado, habían esterilizado el suelo, anulado
el comercio de ganados, obstruido el de tránsito
y paralizado el retorno de metales que lo alimen-
taba. A estas calamidades respondía otra penuria
no menos pesada, que era su consecuencia; los
ahogos administrativos eran tales, que obligaban
al gobierno á designar capitaciones excesivas so-
bre determinada clase de vecinos; á imponer em-
préstitos forzosos y otras exacciones de detalle. Con
esto, el numerario se había agotado á tal extremo
que aquellos que habían salvado algunos restos
preferían esconderlo en los techos ó debajo de tie-
rra, antes que dejarlo sospechar por sus gastos y
tren de vida. A excepción de algunas de las gran-
des figuras que sevían con su persona á la causa
de la independencia, los demás, sobre todo si eran
godos, como se llamaba á los partidarios del rey,
afectaban la miseria, y hasta por sus trajes raheces
y envejecidos, más que propietarios parecían ju-
díos pordioseros. Y tenían sin embargo bastante
dinero, propio y depositado por otros realistas pró-
fugos, cjue rara ^'ez recibieron buena cuenta del
suyo.
Al aceptar su puesto, el señor Pueyrredón sabía
l)ien que tomaba las responsabilidades de un mo-
mento crítico. Desgajados y dispersos los medios
ordinarios de gobierno no quedaba al alcance de
244 '-I' OOBIERXO DE rUKYRKKDOX
la ^"ista común, camino ni rumbo en donde el i>uder
público pudiese encontrar los resortes administra-
tivos que era menester rehabilitar para reanimar la
vida nacional y darle coherencia. Chile, Salta, el
litoral uruguayo y el seno desgarrado de las otras
provincias, eran cuatro problemas de tal magnitud,
que bastaba con que la solución fuese desgraciada
en uno solo de ellos, para que todo lo demás se per-
diese y quedase consumada la ruina total de la na-
ción.
El suelo de la capital palpitaba como si un vol-
cán estuviese por reventar. L"n conjunto incohe-
rente de pueblos, ó mejor dicho, de tribus enemi-
gas, aprontaba sus armas contra el poder nuevo ;
V los intereses anárquicos de las facciones, cerrado
el oído y extraviada la conciencia en este torbellino
de calamidades, producían ese delirio general que
se apodera de los pueblos, en lo alto y en lo bajo,
cuando se altera el equilibrio normal de los orga-
nismos. Cada una de esas facciones, invocando esos
mismos peligros y zozobras que estremecían al país,
pugnaba por escalar el poder á todo trance, bien
convencida de que sólo ella y sus corifeos podían
salvar la patria y contener la obra de la estupidez
ó de las traiciones con que los otros (el gobierno
sobre todo) iban á sacrificarla. Según unos, era
menester levantar la muralla de la China entre Bue-
nos Aires y las provincias: "¡Buenos Aires para
Buenos Aires y para los porteños; busquen los de-
más como entenderse, que nada queremos de co-
mún con ellos, ni gobernarlos, ni que nos gobier-
nen 1" Los otros no abrigaban más vivo anhelo que
el de rodar sus masas sobre Buenos Aires: estran-
Y LA LOGIA LAUTARO 245
guiarlo, exprimirlo, hollarlo, saquearlo, aveutar
sus escombros, y "sembrar con sal el terreno : Hic
Troia' nos decía á nosotros mismos un legista cor-
dobés en el acaloramiento de una disputa retros-
pectiva. A este exterminio, subsecuente á la con-
quista, á esta ejecución bárbara y de imitación he-
lénica es á lo que ellos llamaban nacionalismo. El
ejército, cuyas divisiones principales se hallaban
en ]\[endoza, en Tucumán y en la capital, era el
único elemento vital que se mantenía tranquilo es-
perando sus grandes días bajo la mano firme de San
Martín y de Güemes.
Las cosas habían llegado á tal punto que la sal-
vación de la independencia ó la recaída en la tira-
nía reaccionaria }■ vengativa del gobierno español,
la salvación del orden social ó el hundimiento en
la barbarie, dependían sólo de sucesos eventualí-
simos, próximos á pronunciar su última palabra y
decidir con ella la cruel alternativa en que el espí-
ritu público, colgado á un hilo, se balanceaba so-
bre el abismo. Y cuidado que no hacemos una figu-
ra, sino un resumen. Se necesitaba haber oído á los
hombres del tiempo, haberlos sentido estremecerse
todavía en sus viejos años al recuerdo de aquellas
horas de insomnio, iluminadas por los relámpagos
fugaces de la esperanza y por la energía del patrio-
tismo, para medir su obra y la talla con que se le-
vantan en esos tiempos de nuestra historia. ¡Cuán-
ta pureza! ¡cuánta hombría de bien! ¡cuántos es-
fuerzos de voluntad en servicio de su país, y cuán-
to desinterés !
Si desde lo interior quisiéramos lanzar nuestra
vista sobre el anchuroso Río y preguntar qué es lo
246 EL GOBIICKXO DE PUEYRREDOX
(jLie quería distinguir, en los lejanos horizontes, el
ojo inquieto de nuestros padres, encontrarianios que
se figuraban ver al través de las nieblas del Atlán-
tico las formas gigantescas de los navios que ha-
bían salido de Cádiz saludando con salvas y con
gallardetes las naves del rey de Portugal, cuyas
tropas traspasaban ya las fronteras orientales, sin
que se supiese para qué ni por qué venían á situar-
se en las puertas de la capital argentina, llave de
todos los canales interiores.
Rumores varios y contradictorios corrían en el
pueblo alborotado delante de esta esfinge muda pe-
ro agresiva que contenía uno de los más grandes y
misteriosos secretos de la situación Quienes la mi-
raban como la vanguardia de la expedición espa-
ñola, quienes como una invasión contra Artigas,
sin otra mira que redondear los territorios del Bra-
sil en los limites uruguayos. Pero tal era la niaig-
nación popular que la invasión portuguesa provo-
caba en ambos conceptos, que si bien no faltaban
quienes la miraran como una garantía por el mo-
mento, nadie osaba decirlo. El pueblo no lo creía
ni quería creerlo; habría puesto en la picota de los
traidores á los que se lo hubieran dicho; y como el
miedo es casi siempre el más fuerte factor del des-
orden y de la anarquía, una gritería irracional de
guerra inmediata contra Portugal avasallaba todas
las voces de la prudencia, y convertía en cómplices,
aparentes al menos, á los hombres que creían que
lo mejor era contemporizar con la opinión pronun-
ciada del pueblo, hasta que los sucesos se caracte-
rizasen por sí mismos y señalasen el momento pre-
ciso de intervenir en la solución.
Y LA LOGIA LAUTARO 247
El gobierno sabía bien que no tenía recursos
para emprender nueva guerra con un poder marí-
timo y terrestre que dominaba las aguas de la ca-
pital. "Reflexionen (había escrito el comisionado
de Rio Janeiro) que para hacer guerra á Portugal,
necesitan ustedes doble número de tropas, y dobles
recursos de los que tienen comprometidos contra
España". El Supremo Director y los hombres de
buen consejo que se agrupaban en derredor suyo,
atraídos por la importancia necesaria de su perso-
na, S€ inclinaban decididamente á la política expec-
tante, pero sin poder desprenderse de la alarma en
que los ponía el poderoso movimiento de tropas que
el rey de Portugal desplegaba en el centro del te-
rritorio oriental. Temían, como era natural, aven-
turarse á contenerlas cuando la insurrección \'andá-
lica era allí más violenta y más brutal que nunca :
cuando la vanguardia realista pasaba ya la fron-
tera de Jujuy. y cuando había llegado el momento
de emprender la azarosísima reconquista de Chile,
en que se iba jugando el todo por el todo.
Cualquiera creería que esta situación imponía
á los partidos el deber de aquietarse y de dar treguas
á la inconcebible exaltación de sus ataques. Todo
lo contrario : esa prudencia, esa resen-a probaban
para ellos que el gobierno era cómplice de las fuer-
zas extranjeras que entraban á consumar la cons-
piración de los monárquicos. Para estos adversa-
rios era llegado el momento de fraternizar con Ar-
tigas : de abandonar todas las demás atenciones
para contraerse á salvar ''la provincia oriental"'.
Era forzoso darle todos los recursos de la capital
contra el invasor portugués ; ocupar la plaza de
248 El GOBIKRXO DE PUEYRREDON
AJonievideo antes que sus tropas y cerrar así con
nuestros propios recursos la entrada en el Río á la
expedición de Cádiz. En vano era que se ignorase
si Artigas aceptaría esa cooperación subordinándo-
se como oficial argentino al gobierno de la nación.
En \ano que de otro modo fuese imposible de todo
punto acordársela. En ^'ano hacer presente que has-
ta a([uel momento Artigas era un enemigo, un in-
Aasor armado y usurpador violento de las pro\'in-
cias argentinas, cjue no podía figurar como aliado.
Todo era inútil : se necesitaba acumular cargos
(quizás sinceros) contra las macjuinaciones monár-
quicas que se ocultaban debajo de esa política hi-
pócrita con c[ue el Supremo Director, el Congreso
y su partido ocultaban sus verdaderas miras.
Pocas veces se habrá visto un gobernante en-
vuelto en una situación más compleja que la cj[ue
tuvo que afrontar el señor Pueyrredón al tomar las
riendas del gobierno. Pero en honra suya hay que
decir que pocas veces también se habrá visto c¡uien
asumiera tantas y tan pesadas responsabilidades,
con mayor confianza en sí mismo, con honradez
más acrisolada, con una energía más desentendida
de todo interés propio ó ajeno cjue no fuera el de
la gloria y la honra de su país.
El nuevo Director Supremo tomó su puesto con
el aire natural y sencillo de grande hombre que era
uno de sus rasgos personales, y (jue la historia le
acordará, cada día con mayor respeto, á medida que
se estudie su obra y su tiempo. Por linaje, por edu-
cación y por hábitos, don Juan ]\Iartín de Puey-
rredón podía pasar como una muestra perfecta del
hermoso tipo meridional (que es bastante decir)
Y LA LOGIA LAUTARO 249
de los Últimos años del siglo xvin. Era alto y de
cabeza erguida; más bien que grave, templado; el
ojo vivo y observador, imperioso á veces, se velaba
con esmero en las delicadas, urbanidades del trato
social ; afable para con todos, para elevados per-
sonajes y para humildes subalternos. Franco y ame-
no en la intimidad, gustaba del reir ático; sabo-
reaba con placer los chismes sociales, y no pocas
veces incurría en libertades que rozaban de cerca
(con ingenio y vivacidad siempre) en la sátira an-
tigua, sin que excusemos ninguna de las crudezas
Cjue se le conocen en Juvenal ó en Suetonio. Pero
al mismo tiempo era de una regularidad inquebran-
table en sus costumljres privadas y modelo de ca-
riño con todos los suyos.
Subía al gobierno sin cpe lo impusiera la fuer-
za armada ni el asalto de un partido servil atraído
á él por los favores del poder personal. Sus únicos
medios de gobierno eran la legalidad de su man-
dato, el conocimiento de las necesidades del país,
la conciencia luminosa de sus deberes, y la saga-
cidad admirable con que supo colocarse en la co-
rriente de la opinión pública, que muy pocos cjuizá
conocían antes que él la hubiese desembarazado de
los obstáculos que la ol)Struían. Lo primero que
preocupó su espíritu fué la necesidad de consolidar
un organismo interno capaz de vigorizar la entidad
política de la nación, por el país y para el país.
Y sin más artificio que la elección de sus coo-
peradores entre lo mejor conceptuado del país por
el saber y por la honradez, infundió desde luego
ac[uel respeto moral que acompaña siempre á las
administraciones honestas, y que á la vez C|ue ro-
250 KI GOBIlvRNO Dt PUKYRREDON
biistece á los gobiernos, desanima ó contiene al me-
nos el arrojo y los medios de los que quisieran agre-
dirlos. Las revoluciones no triunfan sino de los go-
biernos desacreditados, o de los que han tratado
de subsanar su descrédito con la fuerza, que es la
evolución final y patológica de los gobiernos per-
sonales y corrompidos.
Persuadido de que sólo los principios morales
dan valor histórico y propia importancia á los go-
bernantes, Pueyrredón tenía conciencia de que en
las esferas elevadas y sanas del criterio público, se
hacía honor á los suyos ; y sabía que la entereza
circunspecta de su carácter no sólo le captaba la
deferencia de los hombres políticos que figuraban
en esas esferas, sino que trascendía al sentir gene-
ral de los pueblos llevándoles el respeto espontá-
neo con que se extiende la reputación de los hom-
bres eminentes.
Sus esfuerzos por aquietar la capital y apaci-
guar las aspiraciones inquietas al freno del orden,
no le enajenaban el sentimiento político y liberal
del partido patricio ó vecinal de 1810, despojado en
181 1, pero retemplado en 18 12, agredido y destro-
zado en 181 5, pero que recuperando de nuevo su
altiva confianza al influjo del grande ciudadano que
tomaba ahora las responsabilidades del gobierno,
entraba gradualmente en línea, se acomodaba con
los disidentes de ayer y reorganizaba su formación
de combate contra España y contra la anarquía, sus
dos enemigos mortales. Un recuento nominal de
los hombres políticos que conversionahan sobre este
centro bastaría á demostrarlo. Y en verdad que no
es poco lo que eso hablaba en honor y gloria del
Y LA LOGIA LAUTARO 25 1
nuevo magistrado, pues su poderoso influjo enton-
ces, asi como su gloria histórica, fueron debidos á
que todos sabían que su ambición no era el ape-
tico cínico del mando por gozar en el mando con
la humillación y la explotación de su patria, sino
el anhelo de fundar un gobierno puro, capaz de re-
concentrar todas las fuerzas sociales para lanzar
por cima de los Andes el glorioso ejército cuyo
triunfo había de despejar los peligros más graves
del momento y poner la causa de la independencia
en el camino de las victorias que la salvaron.
Sólo los que como él gobiernan con grandes
fines y con medios honestos, son hombres de Es-
tado, ó entidades históricas que se iluminan en el
cuadro de su tiempo. Los demás, felices á su ma-
nera, pasan por la cumbre como aventureros del
acaso, para desaparecer en el abismo del olvido,
si es que por todo recuerdo no dejan el ominoso
rastro de la tiranía, el de la corrupción ó de la des-
vergüenza propia de los medios que emplearon.
Para los unos hay Plutarcos, para los otros Táci-
tos y Suetonios : ninguno escapa á la justicia, ni á
la medida de su propia talla.
Cualesquiera que fuesen las ideas ulteriores de
Pueyrredón sobre los fines de la Revolución de
Mayo y sobre el sistema político en cjue había de
encuadrarse, era demasiado sensato y recto para
no ver con dolor que la propaganda de Belgrano y
del elemento alti-peruano que en el Congreso se-
guía la voz de este iluso patriota, daba motivos
harto graves y fundados para C{ue el país creyese
que se fraguaba en efecto un vasto complot contra
el régimen democrático-republicano, que en el sen-
25-í KI GüBIlvKNü UL-: PUKYKREDOX
tir de los pueblos era inseparable de la idea y del
nombre mismo de /(/ patria. Y lo peor era que en
ese sentido aparecian haciendo el primer papel los
diputados alti-peruanos con los de algunas otras
provincias andinas, al paso que los de Buenos Ai-
res, poniendo el oído al espiritu popular de la suya,
se habían declarado resueltamente hostiles á esa
solución absurda é imposible ya en aquel momento.
Uno de los diputados más entendidos del Con-
greso escribía lo siguiente á un amigo suyo : 'Xa
opinión acerca de la forma de gobierno se va de-
jando conocer en los encapotados, por la contro-
versia que ofrecen á este respecto nuestros perió-
dicos; y aunque el juicio de los más ilustrados se
fija en la monarc[uia constitucional, se divide se-
gún comprendo en incas, portugueses, ó algún otro
príncipe extranjero. Mientras se discute una mate-
ria tan espinosa en el Congreso, en las tertulias y
en los papeles públicos, la esperanza de los monár-
(juicos no se disminuye con relación al héroe que
cada uno privativamente se propone alzar. Dificul-
tades y ventajas se alegan por los prosélitos en cada
secta. Las razones especiosas de unos, con los dis-
cursos sólidos de los otros, conservan un contraste
que sirve para analizar los sentimientos y descu-
brir el sistema que arrastra en su favor mayor nú-
mero de sectarios. Ese contraste, ese choque entre
los mismos que piensan en la monarquía modera-
da, será estrepitoso desde el momento cjue se escu-
che una resolución soberana c[ue clasifique prema-
turamente el gobierno. Pero en contra de los que
discurren en favor del sistema monárquico, se pre-
senta una masa enorme de federalistas que traba-
Y LA LOGIA LAUTARO 253
jan sobre un campo preparado, contando con el
vulgo de todos los pueblos y con algunos hombres
de séquito que apadrinan sus pensamientos. Las
ideas de todos éstos están en oiX)sición con las que
el Congreso ha dejado entrever en sus sesiones; y
no es despreciable la fuerza fisica y moral que obra
en cada una de las provincias en apoyo de un des-
enfrenado republicanism,o. La contradicción de
principios en los diversos partidos .que conspiran
á constituir un gobierno nacional, amaga la diso-
lución del Estado si la decisión del problema se
precipita por el Congreso, si no se medita antes
la combinación de los espíritus y no se disponen
los medios para contener el furor de los c^ue sin de-
tenerse en ellos buscan el término feliz de sus pro-
yectos"' (i).
"Esta controversia que por acalorada que fuese
dentro del Congreso no tenía por afuera ninguna
importancia radical, ocasionaba sin embargo una
de las incoherencias más curiosas é intrincadas del
momento. El Supremo Director había entrado en
la capital sorprendiendo y sujetando por su con-
fianza la mala voluntad de los cpie se aprontaban
á cerrarle el paso, y había tomado posesión de su
terreno. Pero la cosa cambiaba de aspecto en cuan-
to al Congreso, pues era tal la impopularidad y el
agrio localismo que sus invenciones monárc^uicas,
y su origen provincial, alti-peruano más bien, le-
^•antaban en el ánimo de la masa republicana }" atre-
(i) Carta del diputado Darragueira á don Tomás
Guido en la Rez-ista Xacional de don Adolfo Carranza, to-
mo XIV, pág. 68.
254 El GOBIERNO Dlv PUEYRKKDOX
\i(la (|iie tenia en Ijnllicio á la capital, que no sólo
era inoportuno, sino sumamente arriesgado, que
en aquel momento viniese á funcionar, y á exhibir
su personal, delante de las antipatías del pueblo
porteño. Resultaba, pues, que en los hechos se
constituía con rapidez un vigoroso poder ejecuti-
vo en manos del patriciado vecinal de Buenos Ai-
res, presidido por Pueyrredón, mientras que el
Congreso, relegado á enorme distancia, continuaba
siendo un parásito sin jurisdicción ni vínculos di-
rectos orgánicos, con la provincia misma en que
vegetaba.
Muchos diputados de los más notables se ma-
nifestaban ya seriamente ofendidos con esta irre-
gularidad, tan contraria á la dignidad de su carác-
ter como de sus funciones, y nació de ahí que se
hiciese moción y cjue se decretase la traslación á
la capital en breve plazo. El Supremo Director se
había esquivado varias veces ya, de pronunciarse
sobre este punto; pero al saber la resolución allí
tomada entró en inquietudes y se opuso á que se
llevase á efecto en término tan breve. Temía no te-
ner bastante influjo sobre el ánimo de los dipu-
tados, para que renunciasen á la idea fija en que
estaban de que era menester salvarse echándose en
manos de una dinastía. El terror que los dominaba
al verse en la inmediación del ejército realista que
amenazaba por Jujuy, los ofuscaba; y ya que no
había sido posible encontrar la salvación en un mo-
narca de Europa, ni galvanizar la ridicula resu-
rrección de "los incas" de Belgrano, querían que
el Supremo Director, á toda costa y pronto, pidiese
un príncipe real á la casa de Braganza que trajera
Y LA LOGIA LAUTARO 255
alianzas europeas para contener á España; y algo
peor se les ocurrió, que fué pedir, en último caso,
una princesa á quien entroncar con la dinastía in-
cásica".
Ahora, pues, traer esas divagaciones á la ca-
pital donde (localismo contra localismo) fermen-
taba la idea republicana en todos los espíritus, era
dar ocasión á escándalos y á más bullicios provo-
cando desórdenes, ataques probables á los dipu-
tados, que comprometerían al gobierno á tomar me-
didas represivas para protegerlos, que aunque for-
zosas, hubiesen quizá de ser injustas, atendiendo
á las provocaciones que con todo eso habrían exci-
tado la opinión popular.
El Director Supremo, que hartos disgustos y
contrariedades tenía sobre su ánimo, y cuya firme
prudencia se proponía ir venciendo con oportuni-
dad las asperezas de la situación, en la ardua tarea
de comprimir á los unos y modificar las extrava-
gancias de los otros, se oponía con fundado motivo
á que el Congreso viniese á reagravar de ese modo
los peligros que el orden público corría aún en la
capital. Seriamente preocupado, además, con los
pasos ambiguos y amenazantes de la corte del Bra-
sil, que unas veces parecían propicios, y otras, sa-
cando provecho de las circunstancias para ir ade-
lante en sus intentos, quería mantener en sus ma-
nos y en la estricta reserva de sus consejeros ínti-
mos, todo el secreto de sus dudas y de las medidas
cjue en último caso fuese indispensable tomar, ya
para la defensa del país, ya para hacer un conve-
niente arreglo de los intereses del momento. El Su-
premo Director procedía en esto como proceden to-
256 KI GOBIEUXO DE PUEYRREDOX
dos los gobiernos, aun aquellos más libres y par-
lamentarios, en los grandes conflictos diplomáticos
cuyo secreto puede afectar la existencia misma de
una nación. Pero entre los diputados del Congreso
hicieron malísimo efecto las resoluciones y las cau-
telas que el Supremo Director alegaba para justifi-
car la necesidad de que tuviesen paciencia y se
mantuviesen alejados de la capital, cosa C[ue ellos
miraban como una confinación ofensiva de su dig-
nidad y de sus funciones.
Un diputado escribía :
"Excuso contraerme á contestar debidamente
la apreciable última de usted por no herir en lo más
vivo á los opositores de la translación del Congreso
á esa capital. Sólo diré (porque no es lo mejor ca-
llarlo todo) que por mi voto no se ha de mezclar el
Congreso en lo que, aunque le sea peculiar, no pue-
de intervenir, ni examinar por sí con presencia de
los conflictos y opiniones de ese gran pueblo, que
da el tono á los demás. Si, pues, la distancia nos
impide tomar los conocimientos necesarios sobre
las últimas ocurrencias de la Banda Oriental, para
poder calcular con acierto los resultados del rom-
pimiento con el Brasil, ;que razón habría para que
en materia de tanta gravedad é importancia nos
dejemos guiar como ciegos por las luces y concep-
tos, buenos ó malos, c[ue nos suministre el Direc-
tor del Estado? ¿Podrá esto en ningún caso cubrir
nuestro honor y responsabilidad? No, amigo, va-
mos claros : disuélvase más bien el Congreso por-
que es monstruoso y hasta ridículo el que perma-
nezca aquí en aquellos términos".
"Un semejante acontecimiento parecerá acaso
Y LA LOGIA LAUTARO 257
violento á los que tienen un interés doble en el
figurón del Congreso. Pero hágase usted cargo que
entre el ser ó dejar de ser, no hay medio que no sea
indecoroso y eversivo absolutamente de la repre-
sentación nacional. Si allí han decidido ustedes ya
de un modo irrevocable la cuestión general, es de-
cir, la incorporación de ^Montevideo, sin contar pa-
ra nada con el Congreso, ;á que viene consultarle
sobre la declaratoria de guerra? Puesto aquel ante-
cedente, ;qué arbitrio ni ulterioridad se reserva al
juicio soberano? Esto se llama en claros términos
querer hacernos la forzosa ; lo mismo que se intentó
cuando el nombramiento de Director en la persona
de don Antonio Balcarce. ]\ías se engañan de medio
á medio los que piensan darnos así la ley; porque
no nos falta entereza para sostener hasta con nues-
tras vidas los verdaderos intereses del país, sin mie-
do ni temores de que nos arrostren por las calles.
Dispense usted si me excedo, porque después que
recibimos la última comunicación oficial de ese go
bierno, estoy que no sé lo que pasa por mi . . . Poco
era correr riesgos si hubiera la menor probabilidad
ó esperanza de conseguir el fin que se proponen,
porcjue para eso estamos, pero repito que lejos de
ello se expone el Congreso á ser víctima de los cor-
dobeses, (alusión á los levantamientos de Bulnes,
Díaz, etc.) En fin. mi amigo, yo desespero del éxi-
to de nuestra causa, porque sin embargo de los es-
fuerzos del Supremo Director, sigue haciendo es-
tragos por todas partes el espíritu de anarquía. El
simple de Belgrano. altamente resentido porque no
se le ha linsojeado con la proclamación de la dinas-
tía de los incas, nos desacredita y prende fuego,
HisT. DE La rep. argextixa. tomo vi. — 17
258 Elv GO.'IERNO DE PUEYRREDON
ayudando con sus horrorosas invectivas que hace
volar á Salta á los enemigos- del orden y del Con-
greso ; de suerte que cuando éste no tuviera más
razón que esa para traslada r.-e huyendo de aquí y
de sus inmediaciones no habría hecho otra cosa que
cumplir con el más sagrado de su5 deberes" (2).
Si el Supremo Director no estaba entendido con
el general San Martín y con Güemes para retener
al Congreso en Tucumán, parece al menos que los
tres, por diversos y particulares motivo?, hubiesen
tenido el mismo interés. De parte de Pueyrredón,
ya lo conocemos : á Güemes le convenía que el po-
der legislativo y soberano estuviese al alcance de
su voz, no sólo para prestigio personal, sino para
hacerse de las facultades que necesitaba manejar en
la tremenda lucha que le esperaba con los aguerri-
dos y bravos soldados que el general Laserna, Es-
partero. Valdé>, Canterac y otros jefes de gran
cuenta habían traído de Esj^aña á las fronteras de
Jujuy. Y el general San Martín, desconfiando siem-
pre de las genialidades del pueblo de Buenos Aires,
temía muclio por la suerte del Supremo Director,
3' creía que, en un mal caso, el Congreso debía y
podía constituir el punto céntrico á cuyo amparo
se respaldaran las fuerza? salvadoras de la entidad
política nacional, y para eso nada más conveniente
que mantenerlo en Tucumán.
A la vista de todos estaba que, proclamándose
democrático y republicano, el partido de oix)SÍción
se deslizaba de?graciadamente, y sin sentirlo bien
(2) Cartas del señor Darregueira al señor Guido:
Revista Nacional del señor Carranza, vol. y pág. citada.
Y LA LOGIA LAUTARO 259
quizá en la pendiente fatal de la demagogia, por
el efecto mismo de la lucha, de las amistades, de las
pasiones y de los intereses personales que se iban
desenvolviendo y caracterizando cada día más en
ese sentido. Pero sería injusto también creer que
todo fuera atrabiliario y antojadizo con él. cuando
levantaba el grito de alarma contra "los intrigantes
de la amistad particular y política del gobierno di-
rectorial que trabajaban por cambiar en monárqui-
co el régimen republicano".
El Director Supremo se había abstenido siempre
con esmerada discreción de comprometer palabra ó
acto alguno público que lo hiciera sospechoso de
estar inclinado á favorecer ese cambio. Pero todos
veían entre tanto que. por fantásticas }■ candidas
que pareciesen esas veleidades, los agentes que el
gobierno sostenía en Europa se mostraban ciega-
mente empeñados en negociar la transformación
monárquica de nuestras provincias ; que entre los
hombres que desde 1810 venían figurando en pri-
mera línea se había hecho como de buen tono afec-
tar esas mismas opiniones : que fuera de ellos, que-
daban poquísimos con aptitudes reconocidas y buen
concepto general de quienes el Supremo Director
pudiera echar mano para constituir una adminis-
tración seria y respetada en el seno de la opinión
pública. Resultaba así que el general Belgrano. el
Congreso. Rivadavia, García, con otros, del lado
de afuera, v muchos más del mismo valer por el de
adentro, comprometían fatalmente la posición per-
sonal del Supremo Director, á pesar de todos los
esfuerzos de habilidad y prudencia con que él evi-
taba todo aquello qrc pudiera dar mérito á justas
200 EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
acusaciones jíor parte de los enemigos de su gobier-
no, que lo eran también gratuitamente de su per-
sona, como acontece en tiempos revueltos, en que
los espíritus mediocres convierten las disidencias
políticas en envidia y en odios personales.
En todo aquello que podía quedar escrito no sólo
no acogía llanamente el señor Pueyrredón las opor-
tunidades que Se le presentaban de combinar su
gobierno con la política y con los intereses de Por-
tugal, sino que se manifestaba inquieto de las ope-
raciones que esta potencia ejecutaba con sus tropas;
y llegaba hasta avanzar dudas sobre la sinceridad
'ó el criterio diplomático del mismo señor García,
para eximirse de explicaciones ó connivencias que
no le parecía tiempo de asumir. Porcjue así como
tenía las grandes cualidades, tenía también defec-
tos característicos de los hombres de Estado. De-
jaba obrar al comisionado sin retirarlo de su pues-
to, sin coartarle sus trabajos, pero se abstenía de
aprobarlo y aun de protegerlo de las iras y de las
'calumnias que cada día se levantaban más agitadas
contra él. Don Pedro A. García, el venerable viejo,
padre del comisionado cerca de la corte de Río Ja-
neiro, le escribía : "Según el modo de evadirse acer-
ca del cargo que los artiguistas le hacen al gobier-
^no, y autoridades, cargándole todo el peso de la
cuestión, creo que tu muerte sería inevitable, pues
te acusan de estar entregado en cuerpo y alma á los
portugueses. Que esto te sirva para tu gobierno y
excusar tu regreso. Pero lo peor es que según me
parece, este remedio no alcanzará á ponerlos á cu-
bierto, porque se habla con toda libertad de que en
breves días habrá una pueblada infcrncd, que se va-
Y LA LOGIA LAUTARO 201
riará el gobierno y acaso se declarará guerra al
Brasil".
Y en efecto, había mucho de verdad en esto. El
estado social estaba en situación de complot. Pu-
diera ser que aun no estuviese formada la conjura-
ción que las fuerzas del estallido no estuviesen aún
confabuladas, ni vencidos los escrúpulos ó las difi-
cultades con que tropieza el agrupamiento explo-
sivo en estos casos; pero así como los higienistas
denotan con la acepción de constitución física, at-
mosférica ó climatérica, un cierto estado del am-
biente que determina la influencia de enfermedades
típicas y, al parecer, espontáneas, así también se
había pronunciado en la capital un estado atmos-
férico moral, dentro del que evidentemente se des-
envolvían los gérmenes de un sacudimiento anár-
quico contra el partido unitario y los elementos
conservadores que ocupaban el poder. Se señalaba
la imprenta de la Crónica Argentina como el cuar-
tel general de los revolucionarios que premeditaban
atentar contra el orden. Aunque de una oposición
•vigorosa, la redacción de este periódico se mante-
nía todavía correcta. Pero la verdad era que la im-
prenta estaba convertida en un taller de anónimos
y pasquines manuscritos que se hacían circular con
profusión, y que se fijaban por la noche en las pa-
redes de los templos v calles más concurridas.
Entre estas especies figuraba una (cierta por
desgracia) que había comenzado á surgir como un
rumor vago v lejano, pero que poco á poco iba to-
mando las formas amenazantes de un monstruo
tanto más terrible cuanto que se le daba una gua-
rida oculta y tenebrosa, Se decía que el Supremo
202 EL GOBIKRXO DK PL'EYRREDON
Director hal)ia Cfjnstitnidt^ una logia de gobierno
SECRETO, servida por el espionaje, que sus miem-
bros estaban ligados por juramentos de sangre y de
obediencia ciega á sus superiores como los jesuitas;
que el gobierno ostensible, los tribunales, los em-
pleados, no eran sino instrumentos engañosos para
el pueblo, del poder secreto de esa gran logia, cu-
yos agentes vigilaban todos los actos dentro de las
mismas oficinas, y daban parte de las opiniones,
conducta y amistades, no sólo de los empleados si-
no de los particulares que hablaban, intervenían,
servian ó conspiraban contra el gobierno. Este ru-
mor sobre la formación de la logia secreta, comenzó
á extenderse como se extienden las primeras noti-
cias de un flagelo, de una peste. Es sabido que
cuando los rumores de esta clase son invenciones
de pura maledicencia, nacen, alborotan un día y se
desvanecen al otro. Pero no es lo mismo cuando
en el fondo hay un hecho cierto: entonces, el mal,
las perturbaciones y las provocaciones se producen
y entran como las llamas del incendio en la imagi-
nación del común, y se levantan con tanta vio-
lencia cuanto más densas son las sombras en que
se pretende ocultar el secreto. De ahí el creciente
ruido de los pasquines y de las revelaciones sobre
la horrible organización de un gobierno veneciano.
Su mira era acabar con el espíritu republicano (que
para el pueblo era sinónimo de patria) y crear una
monarquía sometida á un príncips portugués, es-
pañol, ó al mismo Fernando VII, si en último caso
no había otro medio que éste de poner fin á los ex-
travíos de la Revolución de Mayo. Por desgracia,
repetimos, era cierto que el señor Pueyrredón ha-
Y LA LOGIA LAUTARO 263
bia venido con el compromiío y con la resolución
de crear una logia política, que fué mucho menos
dañina por sus hechos reales, que por los falsos tes-
timonios y perturbaciones del espíritu público que
contribuyó á levantar.
Fuese por no conocer el país ó por estar mal-
quisto con el giro democrático de su revolución, el
general San Martín había venido de España im-
buido en la desgraciada idea de que para adelantar
la guerra de la Independencia, era indispensable
que el gobierno ostensible reposase sobre una logia
de hombres comprometidos y juramentados que re-
solviese en secreto los asuntos políticos, é hiciese
la alta policía del orden interior, con facultades dis-
ciplinarias sobre los negocios y las personas, in-
'clusos los miembros mismos y afiliados del núcleo
que fueran tachados ó culpables de infidelidad. El
general no se proponía ciertamente petrificar el po-
der en una tiranía sombría y misteriosa ; pero con-
A-encido de que en situaciones convulsionadas con-
venia coiitraiiiinar las tentativas sediciosas de los
facciosos y las conjuraciones de los enemigos, por
los mismos medios que ellos empleaban, miraba ese
organismo de gobierno secreto y policiaco como la
mejor garantía del orden interior y como medio se-
guro de mantener compactas las fuerzas políticas y
militares que debían operar contra el gi:)l:)ierno co-
lonial.
No es de este momento discurrir sobre lo que
tenía de erróneo y de perjudicial cavilosidad tan
incongruente como esta, que causó infinitos males
al país y á los hombres públicos que tuvieron la de-
bilidad de condescender con el general, sin que sus
264 EL GOBIERNO DE PUEYRREDOX
resultados, en lo de interés público al menos, hu-
biesen sido otros que aquellos que eran emergen-
cias genuinas del movimiento moral y politíco que
los pueblos argentinos seguian por impulso y sin
necesidad de artificios de convención.
Esta manía (pues no merece otro nombre que
el de manía) se había hecho de moda en España.
No había joven de alguna posición civil ó militar
que no fuese circundado por fervorosos propagan-
Vlistas, é ingresado al fin en alguna familia de los
Hijos de la Viuda. El movimiento llegó á su com-
pleto desarrollo en las célebres Cortes de Cádiz,
cuando los liberales que habían organizado la de-
fensa de su patria contra Bonaparte advirtieron que
corrían peligro de que los prebendados y serviles
del absolutismo se aprovechasen contra ellos de la
victoria y del poder. Habíanse constituido estos ca-
marines políticos de España sobre el modelo de las
logias de aprendices, maestros v caballeros Rosa-
Cruces, á reminiscencia de los templos de inicia-
ción de la antigüedad, y de las cofradías y juran-
'días de la Edad Media, reorganizadas y puestas en
auge por los fracmasones desde mediados del si-
glo xviii. En el fondo, los fines prácticos de los
fracmasones y de los camarines liberales de Espa-
ña eran los mismos ; los primeros buscaban la eman-
cipación de los pueblos del orbe simbolizando el
poder de la Razón con la luz del Oriente que ilu-
mina las tinieblas. Los segundos concretaban sus
miras, con el mismo simbolismo, á -la victoria y
consolidación de sus libertades políticas. Los dos
caminos como se ve concurrían al mismo fin. Pero
la fracmasonería política española tenía una origi-
Y LA LOGIA LAUTARO 265
nalickid pelicular en las tradiciones liberales de la na-
ción. El simbolismo de los dos solsticios que los
fracmasones puros miran como el gran festival de
la naturaleza en los dos hemisferios, se consigna
bajo la advocación de un San Juan en el mes de
junio, y de otro San Juan en el mes de diciembre.
En España esos dos Juanes consignaban un sim-
bolismo más terrenal y más revolucionario que el
simbolismo solar : Juan de Padilla, Juan de Lanu-
za, y el dictado alegórico de los Hijos de la Viuda
se refería á la de Padilla, cuyo heroico patriotismo
'había dejado la hermosa leyenda con que Martínez
de la Rosa hizo palpitar los teatros de la España
libre de tiranos y los de la América libres de espa-
ñoles.
San Martín, lo mismo que Alvear, que Zapiola,
Balcarce y los demás oficiales argentinos que ha-
bían servido en España contra los franceses, se ha-
bían afiliado á las logias con más ó menos seriedad,
según las genialidades de cada uno; y el primero,
sobre todo, había venido á Buenos Aires conven-
cidísimo de la necesidad de establecer el sistema
por las grandes ventajas que debía dar un gobierno
montado sobre esa base.
Con esa esperanza se adhirió al movimiento del
8 de Octubre de 1812. Pero á poco andar, Alvear,
que no era dado á ritos de convención ni á tener
trabados sus pies por compromisos juramentados,
se emancipó de los vínculos secretos : se dejó llevar
por el movimiento público que se produjo en de-
rredor de su persona; se desentendió de los conci-
liábulos de la logia {ó cstableciniincto de educa-
ción, como le llamaban) y la convirtió en un par-
206 EL GOBIERNO DE PL'EYRKEDOX
*tido esencialmente político, y gubernativo al aire
•libre. No sería extraño tam]:)Oco que con la \'ivaci-
dad fosfórica y natural de sus percepciones, hubie-
se comprendido que la índole del país, sus tradi-
ciones de trato franco, y las condiciones de una re-
volución vecinal como la nuestra, hacían imposible
k[ue echara raíces ese organismo artificial de go-
bierno secreto en un estado de cosas esencialmente
popular. Y en efecto, lo natural era que marchá-
ramos con más desembarazo al \icio del persona-
lismo puro, que al gobierno de iniciaciones secre-
tas ; y c|ue en vez de tener un gobierno agente su-
miso á un Consejo, tuviésemos un Consejo ó una
■logia agente sumisa al gobierno : que. al fin y al
cabo, fué lo que sucedió.
Caído Alvear, el general San Martín redobló
desde Mendoza su extraña insistencia por reorga-
nizar una nueva logia gubernamental. Pero, á lo
que se ve en su correspondencia, consiguió apenas
la tibia deferencia de uno que otro de sus íntimos
amigos, como don Tomás Guido, más dispuesto á
'servir al general que á la logia. Los hombres que
habían reemplazado en el influjo al partido del ge-
neral Alvear, eran de opiniones demasiado encon-
tradas para poder contribuir á las miras del gober-
nador de Mendoza con un contigente de buenos
logistas. Los Anchorenas. Aranas, Obligados.
•JDíaz-Vélez, Sáenz. fray Cayetano. Escaladas.
Aguirre. Azcuénaga. etc.. etc.. eran de escuelas, de
caracteres y de intereses tan diversos como el per-
sonalismo de cada uno. De manera, que aun cuan-
do hubiera quedado algún afiliado de pura condes-
cendencia, no había ni podía haber logia verdade-
Y LA LOGIA LAUTARO 20/
ra, es decir, fervor v propaganda, credulidad y con-
fianza.
Las provincias y los provincianos, tomados en
globo, no podían tampoco proporcionar fuerzas mo-
rales, en número y calidad, con que contribuir á
una logia capaz de concentrar la acción poderosa
de un gobierno secreto. Y por último, en el orden
moderno, en que las sociedades, libres ó tiraniza-
das, viven exclusivamente de la actividad indivi-
dual, sin ser como antes agregaciones ni grupos
clasificados y sobrepuestos, era cosa absurda cjuerer
regularizar á cuadrante ese múltiple y libre movi-
miento del individualismo, por medio de un meca-
nismo material, secuestrado aparte y ajeno á las
fuerzas mismas populares que debian darle su es-
píritu y su acción. Se puede conspirar, y se cons-
pira en efecto contra el despotismo, por medio de
asociaciones secretas y por juramentos de martirio;
"pero hoy no se puede gobernar por ese mismo me-
dio; y es el colmo del error querer conspirar en el
seno de la revolución social que se trata de dirigir
y de salvar.
Podría, pues, parece incomprensible que un
•hombre tan cuerdo como el general San Martín, de
tan honrado criterio y tanto genio militar, to-
mase tan grande empeño en comprometer su nom-
bre y la suerte del gobierno de sus amigos, con la
introducción de un artificio dañino y evidentemente
'innecesario, para dar cima á sus gloriosas campa-
ñas de Chile y del Perú. Pero la anomalía se ex-
plica por el hombre mismo. Ese hombre cuya ha-
bilidad y aptitudes militares eran superiores á su
propia reputación y á los hechos mismos en que
268 EL GOBIl'RNO DE PL'EYRREDON
pudo niostraiias, era de una timidez extraña para
encarar ó afrontar el 1)ullicio y la fermentación mo-
ral con que se agitan los pueblos trabajados por el
sacudimiento febril de una revolución social. Su
cordura, la moderación de sus ideas, la templanza
de sus pasiones, la acrisolada honradez de sus sen-
timientos, su amor al orden y á la disciplina, lo
desconcertaban delante de las demasías irrespetuo-
sas y violentas de las multitudes puestas en acción.
Actor y testigo en algunos sucesos terribles, con-
servaba impresiones amargas que nunca se borra-
ron de su recuerdo. Era edecán del general Solano,
marqués del Socorro y gobernador militar de Cá-
diz en 1808, cuando el pueblo brutal de ese puerto,
indignado hasta la demencia por el estado calami-
toso del reino, se alzó, acometió la mansión del ve-
nerable magistrado, lo sacó á las calles, lo asesinó
en un arrebato de refinado ^■andalismo y arrastró
su cadáver como trofeo de su victoria. El edecán,
que en los primeros ataques de la multitud había
tratado de defender á su jefe, tuvo cpie ceder des-
pués de herido, al torrente de la barbarie; que ocul-
tarse á la ira con que lo perseguían, y que refugiarse
en la división del general Castaños donde con el
puesto correspondiente á su grado tomó parte hon-
rosa en la batalla de Bailen. El mismo decía que,
desde entonces, el odio al pueblo de Cádiz había
sido una de las más tenaces preocupaciones de su
espíritu, porque jamás había visto canalla más
atroz, ni más baja, que la que se había presentado
allí á sus ojos.
No diremos que su valor personal flaqueara en
el terreno de las luchas políticas y convulsivas, por-
Y LA LOGIA LAUTARO 269
que su carácter no era capaz de flaquezas ; pero sí
diremos que conociéndose sin calidades para figu-
rar en el combate de las pasiones y de los intereses
políticos, ó en el manejo directo del gobierno re-
publicano, sin ambición de gobierno quizá por las
mismas causas, huía de las responsabilidades que
esos puestos imponen, y trataba de que otros gober-
nasen en servicio de las operaciones militares á que
él reducía su competencia y su anhelo. Concentrado
todo su espíritu en el vivo deseo de consolidar el
triunfo de la causa nacional, de llevar á Chile las
armas argentinas, y de adelantarse con ellas á li-
bertar el Perú, no sería de extrañar tampoco que
en esas grandes miras mantuviese envuelto otro
propósito más personal y reservado : el de eman-
ciparse— él también — de la insubsistencia democrá-
tica que prevalecía en las provincias argentinas, y
dejarlas á merced de su propio destino para conti-
nuar él su obra, sin trabas, por las demás regiones
de la América del Sur que estuviesen oprimidas aún
por las tropas del rey de España.
He aquí los motivos de la insistencia del gene-
ral San Martín en restablecer la logia gubernamen-
-tal. Y de eso fué de lo que se trató en su mentada
entrevista de Córdoba con el Supremo Director del
Estado, á cuya elección acababa de contribuir con
su poderoso influjo sobre una gran parte de los
miembros del Congreso (3).
(3) Los cronistas chilenos malísimamente informa-
dos han avanzado especies inexactas sobre las malas rela-
ciones en que se hallan San Martín y Pueyrredón al
tiempo de ser éste electo Director Supremo del Estado.
¿A quién se le ocurre, por ejemplo, echar á vuelo en pá-
270 EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
Pueyrredón era también un iniciado. Durante
•su viaje por España en 1806 á 1809 se habia afiliado
en las logias de los fracmasones políticos, y oficiaba
en las aras de los Tres Puntos. Ya fuese, pues, por
•condescender con el influjo de San Martin, ya por-
(|ue creyera también que convenía á la estabilidad
de un gobierno reparador organizar bajo su mano
un grupo fuerte de operarios políticos juramenta-
dos, quedó acordada en esa entrevista la reorgani-
zación de la logia con el nombre de Logia Lau-
taro, que no fué como generalmente se ha creído
un título de ocasión sacado al acaso de la Leyenda
ginas serias la ridicula versión, por no decir otra cosa,
de que en la conferencia de Córdoba, San Martín ame-
nazara á Pueyrredón con hacerlo asesinar por su propia
escolta si no asentía á su proyecto de pasar á Chile, con
otros disparates no menos ridiculos? Es preciso no tener
la menor idea del carácter y de los hábitos de estos dos al-
tos y honorables personajes para imaginar que el uno tu-
viera la brutal grosería de echar en la entrevista semejan-
tes términos, y que el otro se hubiese sometido á palabras y
actos de bodegón ó de ebrios. Cualquiera podria sospechar
que todo el fin de semejantes mezquindades es rebajar el
mérito del gobernante argentino en ese grande acto para
hacerlo obra impuesta y exclusiva de un soldado brutal,
cuando San Martin fué siempre modelo de moderación y
de respeto hacia los hombres con quienes tuvo necesidad
de tratar, y Pueyrredón mismo, en el acto lo hubiera des-,
tituído si con él hubiese cometido semejante desmán. La
causa que se atribuyó á la enemistad había sido explicada
en los mismos días del suceso de 1812 por San Martín en
formas y palabras respetuosísimas, que Pueyrredón aceptó
con el mayor comedimiento, quedando ambos unidos como
fracmasones y patriotas, sin que jamás se renovase entre
ellos motivo alguno de disgusto. Muy al contrario, la pro-
vincia de San Luis era una dependencia de San Martín,
Y LA LOGIA LALTTARO 2/1
Araucana de Ercilla. sino una "palabra" intencio-
nalmente masónica y simbólica, cuyo significado
específico no era "guerra á España', sino expedi-
ción á Chile: secreto que rolo se revelaba á los ini-
ciados al tiempo de jurar el compromiso de adhe-
rirse y consagrarse á ese fin. De otro modo habría
sido trivial antojo bautizar la más grande empresa
militar de los argentinos con el nombre de un indio
chileno. Pero el simbolismo salvaba aquí la mate-
rialidad del lema ; y el sentido recóndito de la pa-
labra sacramental contenia el contrato solemne y ju-
ramentado de la expedición á Chile hecho con el
general que explica, como vamos á verlo, murgas
de las costosas y difíciles condescendencias que el
gobierno de Buenos Aires se vio obligado á sopor-
gobernador de Cuyo, cuando Pueyrredón fué electo dipu-
tado al Congreso ; y San Martín contaba ta'nbién con la
mayoría cuando Pueyrredón fué electo Supremo Director.
Mucho antes de que tuviese lugar la entrevista de Córdoba,
Pueyrredón estaba completamente decidido á fomentar la
expedición á Chile. Entre muchísimos documentos que hay
de eso, y que á su tiempo agruparemos en nuestras páginas,
nos bastará aquí transcribir estas pocas palabras de un
oficio reservado que dirigió al general Balcarce, que go-
bernaba interinamente en Buenos Aires : "Estoy persuadido
(decía un mes antes de la entrevista) de iin modo irresis-
tible de la preferente dedicación, de los esfuerzos del go-
bierno para realizar la expedición á Chile" y con este mo-
tivo daba ya órdenes de que se remitiesen desde luego tro-
pas y recursos de todo género al general San Martín. Esto
resolvía un mes antes de la entrevista (de 14 de junio á
15 de julio). Luego es más que absurdo suponer que las
''amenazas de hacerlo asesinar", hechas por San Martín,
lo redujesen á esa vergonzosa obediencia.
2-ji i:l gobierno de pueyrredon
tar, y muclios otros actos importantes que de otro
modo serían casi inconcebibles.
Al tiempo de la entrevista, la expedición á Chi-
le era una operación militar aprobada desde mucho
antes, por parte del Supremo Director, no sólo sin
oposición ni vacilaciones, sino muy al contrario,
con su más decidida cooi>eración. Un mes antes de
la entrevista en Córdoba el señor Pueyrredon había
ya dado órdenes positivas para que se hiciese mar-
char á Mendoza las tropas de la capital con todo
género de recursos (4).
Xo fué, pues, la necesidad de imponerle con
(4) En 14 de junio, escribía al general Balcarce, que
como delegado gobernaba por él en Buenos Aires: — "La
expedición á Chile no debe efectuarse con menos de cua-
tro mil hombres de línea y de toda arma, para atravesar
la Cordillera. Por las últimas comunicaciones, he visto
que el ejército de Mendoza no llega á mil ochocientos hom-
bres y que para todo septiembre apenas podrá subir á dos
mil trescientos. Es pues de necesidad reforzarlos con nues-
tros regimientos veteranos (la guarnición de la capital) por-
que el corto tiempo que queda hasta la apertura de la
Cordillera no da lugar á formar nuevas tropas. Resuelta
la expedición debe aprovecharse la primera estación opor-
tuna, para no dar lugar á que desmaye la opinión públi-
ca de aquellos lugares (Chile) con cuya fuerza contamos,
ni que el enemigo sacando fruto de nuestras demoras, se
refuerce y afirme"'. Así pues, ni Pueyrredon estuvo en opo-
sición á San Martín, ni dudó jamás del éxito y competen-
cia del general, ni éste tuvo que amenazarlo ó imponerle
sumisión, como corre con evidente inexactitud en los his-
toriadores chilenos. Este documento, el anterior y otros
de que nos valdrem.os después, lo tomamos del tomo IV,
Revista de Buenos Aires, págs. 161 á 235. Corresponden-
cia del general San Martín con don Tomás Guido, puesta
allí por su hijo el señor Guido Spano.
Y LA LOGIA LAUTARO 2/3
amenazas ó argumentos un proyecto al que ya coo-
peraba con su propia decisión, lo que movió al ge-
neral San Martín á venir á Córdoba al encuentro
de Pueyrredón. Xo fué tampoco la necesidad de
concertar el número de las tropas ni el monto de los
recursos, pues un mes antes estaba convenido que
ó ¡o menos seria de cuatro mil hombres, que fué
el número efectivo de soldados que llevó la expedi-
ción. Menos pudo ser el de discutir las operaciones,
aunque de eso se hubiese hablado como era natu-
ral, porque el señor Pueyrredón, aunque condeco-
rado con q] grado militar por sus servicios como
ciudadano armado en 1806 y como magistrado civil
en las in\-asiones anteriores al Perú, era demasiado
modesto y sensato para no conocerse, y jamás pre-
tendió tener competencia ó iniciativa como general
de ejército en operaciones de campaña, ni para
hombrearse á discutir operaciones con San Martín,
como esa del paso estratégico de los Andes. El úni-
co asunto especialísimo y grave de la conferencia
fué la organización de la logia, la materia guber-
nativa y el orden interno. La opinión pública, la de
les partidos militantes al menos, era en gran parte
adversa á la aventurada expedición por sobre los
Andes llevándose las únicas tropas sólidas con que
contaba la nación. El general San Martin, que du-
rante los años de 181 5 3' 181 6, como veremos, había
pasado grandes ansiedades temiendo á cada instan-
te que el día menos pensado se le escapara la oca-
sión de hacer esa expedición, estaba nervioso, in-
'quieto, y quería asegurarse contra las flaquezas de
.sus amigos, contra las veleidades del poder, contra
las tentativas de los demagogos empeñados en ha-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 18
2/4 KL GOBIERNO DE PUEYRREDON
cei" concentración de fuerzas en la capital para em-
prenderla con Portugal y apoderarse otra vez de
^klontevideo, como llave de la defensa del Río de la
Plata contra España. Todo esto lo ponía en ascuas
á él. que estaba viendo la gloria y la salvación por
encima de los Andes. Y de ahí la fascinación de la
logia secreta, de la Logia Lautaro que debía con-
tener y oprimir todos esos gases maléficos mientras
él daba sueltas á su vuelo. Después de la entrevista
San Martín escribía: "IVIi viaje á Córdoba y mi en-
trevista con Pueyrredón han sido del mayor inte-
rés á la causa y creo que ya se procederá en todo
sin estar sujetos á oscilaciones políticas que tanto
nos han perjudicado. . . Estoy bien seguro que no
■solamente promoverá al l)ien del país, sino su base :
cual es el establecimiexto de educaciox publica
(la Logia Lautaro) (5).
El Supremo Director había convenido también
con el general cuáles ministros habían de formar
su Ministerio : los señores don Vicente López como
ministro de Gobierno v Relaciones Exteriores, don
Domingo Trillo en Hacienda y el mayor coronel
don Juan Florencio Terrada en Guerra y ^Marina
eran los designados. Los dos últimos eran afiliados
á la primera logia de 18 13 que habían quedado re-
zagados después del descalabro de 181 5, el uno, sir-
viendo como contador y tesorero con suma compe-
tencia administrativa en su ramo ; el otro, que era
hombre de finas maneras, de trato exciuisito. de
bella y arrogante persona, con un espíritu despierto
(5) Papeles publicados por C. Guido Spano en la
Revista de Buenos Aires, ya citados.
Y I.A LOGIA LAUTARO 2/5
y servicial, se había mantenido en simpática impar-
cialidad para con los amigos y parientes del gene-
ral San ]\Iartín, y era además amigo íntimo del se-
ñor Pueyrredón desde 1806. Una de las razones que
.salvó al señor López de la rigurosa persecución que
sufrieron los partidarios del general Alvear, fué
que no figuraba como afiliado de la Gran Logia,
cosa por la c|ue siempre había tenido poco gusto y
menos confianza. Sin embargo, era conocida su ad-
hesión á la independencia y al orden ; era amigo
personal del señor Pueyrredón y uno de l'^s patrio-
tas más estimados en el país y en el círculo de la
familia de Luca, de los Irigoyen, Darregueira,
Guido, Patrón, ]Madero, Ramón Díaz, los herma-
nos Rojas, los hermanos Lezica y de casi todos los
demás que formaban el me )llo del nuevo partido
y que tenían en casa de aquella culta familia su
centro de amenidades sociales y su intercambio de
influjos políticos. Pero era necesario que el que de-
bía ocupar el ministerio de gobierno fuese afiliado,
y los amigos del círculo, que á veces tomaba todos
los caracteres de lo que hoy llamamos un club, lo
llevaron á la casa en que tenían sus reuniones.
El Supremo Director recibió al señor López con
especial agasajo, y entre halagos y observaciones
serias sobre las necesidades del momento, lo redu-
jeron entre todos á quedar afiliado á la logia. En
seguida el primero informó á los presentes de las
miras del general San Martín, y de la facilidad con
que Se podía recuperar á Chile y caer por mar so-
bre Lima. Pero para esto lo esencial era asegurar
el orden interior y exigir nuevos y grandes recur-
sos de dinero y de sangre al país. Con este motivo
2/6 TL GOBIERNO DE PUEYRREDOX
les leyó rna carta del general San Martín, y les
manifestó que ningún patriota debía ni podía ex-
cusarse de lo que en ella recomendaba (6).
El doctor López tenía un interés capital en el
triunfo de la causa de la independencia, pero su
carácter era demasiado apacible y escrupuloso, pa-
ra que fuese hombre adecuado á las necesidades po-
líticas del tiempo, ó á las responsabilidades en que
aquel gobierno debía envolverse. Pero, por más que
hizo, no pudo vencer la resolución del Director; y
sin darse bien cuenta de lo que hacía, se dejó afi-
liar á la logia con los juramentos c|ue el ritual exi-
gía, previa la explicación de que todo eso se con-
cretaba á cooperar á la expedición sobre Chile. Su
opinión era cpie no había en Buenos Aires sino un
hombre capaz de desempeñar al lado de Pueyrre-
dón, el difícil encargo de llevar persistentemente
ihasta los hechos las miras de tan dudoso carácter
y de tan graves consecuencias, que el Director es-
tal)a resuelto á realizar: ese hombre era el doctor
Tagle. López instó ardorosamente á Pueyrredón
que preparase este cambio, resignándose á servir
mientras esto pudiese tener lugar, diciéndole que
necesitaba á su lado un hombre esencialmente polí-
tico, capaz de obrar con entereza en los casos ex-
tremos que preveía. Pero el señor Pueyrredón ha-
bía venido á Buenos Aires disgustado con la con-
ducta indecisa que el doctor Tagle había observado
al lado del general Balcarce. Los amigos presentes
desaprobaban también la indicación, el general San
I^vlartín no estaba tampoco satisfecho y todos creían
(6) \"éase el Apéndice.
Y LA LOGIA LAUTARO 2/7
que no era conveniente que el gobierno tomase des-
de sns primeros pasos, el tinte malicioso é insidioso
que la figura del doctor Tagle daba á toda política
en que fueran sensibles sus influjos.
Ligado á este funesto compromiso de encerrar
en una logia secreta los resortes internos del go-
bierno, y mientras el Congreso por su parte se en-
contraba empeñado desde Tucumán en hacer con-
verger artificialmente las fuerzas vivas del país, al
plan subversivo de crear una monarquía, sueño de
cabezas enfermas y desorientadas por el desorden
revolucionario. Pueyrredón tomaba el gobierno
dispuesto á sofrenar á los díscolos que quisieran
ser obstáculo á la sumisión del pueblo, ya fuera
que ejerciesen algún mando militar, ya que echasen
mano de h prensa, ó que tratasen de anarquizar la
opinión popular por las calles, en los cafés, ó en
sospechosas reuniones privadas; quedando á la Lo-
gia el encargo de hacer la policía secreta y el espio-
naje para atender á la seguridad del gobierno.
Como sucede en toda evolución popular com-
plicada con guerras civiles, la clase de traje mili-
tar se había acrecentado rápida y desordenadamen-
te. Infinidad de coroneles había que sin campañas
ni méritos, vagando alrededor del gobierno, pre-
ferían vivir del desorden, á la dura tarea de ir á los
campamentos de Salta y de ^Mendoza al encuentro
de los realistas. Desparramados por la capital se
abandonaban al juego de una manera pública en
multitud de infames garitos. El Supremo Director
lanzó un decreto, que hizo ejecutar con energía lle-
vando adelante su resolución de contener estos des-
órdenes y de imponer la reforma radical del estado
2/8 EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
social qne el interés público pedía á gritos. Estos
militares de ocasión, que además de ser muchos,
contaban con algunos de ellos influyentes y auda-
ces en materia de conmociones' populares, sabían
que el general San Martín era intransigente en
cuanto á disciplina y decoro personal del militar,
y que bajo sus órdenes no había descanso en los
ejercicios tácticos, ni otro mérito que el del servicio
de línea al lado de los soldados que habian de di-
rigir contra el enemigo.
Además de ser, pues, un peligro muy grande
para la tranquilidad pública, era este uno de los
inconvenientes más formidables que impedía regu-
larizar la administración y dar un empleo prudente,
á las exiguas rentas con que contaba el gobierno;
y lo curioso es que todos esos oficiales sin servi-
cios, se adornaban con medallas de su propia cuen-
ta, que nadie sabía si haliían adquirido de otro mo-
do que comprándolas á otros más necesitados, ó
ganándolas en el juego. Urgentísimo era por consi-
guiente poner inmediato remedio á esta relajación
inaudita. El Supremo Director venía resuelto a ha-
cerlo. Pero como se habían sentido los síntomas
del golpe, los numerosos intereses personales que
se consideraban amenazados eran oíros tantos ele-
mentos de subversión que se habían creado en esa
atmósfera tormentosa en que bullían los gérmenes
de una revolución armada como la que había des-
quiciado al gobierno de Alvear. De modo que. por
días, se veía el gobierno precipitado á la necesidad
de usar el poder discrecional, y de emplear el rigu-
roso sistema de represiones, prisiones, destierros y
otros castigos llevados á la ú'tima severidad en
nombre de la razón de estado.
Y LA LOGIA LAUTARO 2/9
Puesto en el camino de regularizar la adminis-
tración, se contrajo el gobierno á poner en claro la
percepción y recaudación de los impuestos directos
y de Aduana ; á poner en ejercicio eficaz la policía
de seguridad y de vigilancia ; á dar tramitación co-
rriente á los negocios y al despacho de las oficinas ;
á restablecer y mejorar los reglamentos y el hora-
rio del trabajo administrativo, que se hallaba en un
lamentable descuido; y se dispuso que se enten-
diese retirados todos los auxilios y asignaciones
militares que no fuesen en favor de inválidos, ó de
los oficiales y tropas que servían en ^Mendoza, en
Tucumán y en Salta, cuyas familias ( decía) inspiran
al gobierno su más alto y primordial interés.
El ánimo sereno y prudente con que el nuevo
Director se había mantenido siempre al servicio de
la honradez administrativa : la energía de sus ac-
tos probada en muchos otros momentos de grande
peligro ; la seriedad de su criterio : su habilidad
para rodearse de hombres superiores en el concepto
público, y su rara sagacidad para prevenirse con-
tra las asechanzas, le granjeaban la confianza ge-
neral, pero lo hacían al mismo tiempo el blanco más^
asestado por la ira de los facciosos ligados al des-
orden (7).
El Congreso creyó que. por lo mismo, era in-
dispensable reforzar las facultades ordinarias del
1(7) "Ya empezamos á sentir los efectos de la elec-
ción de Pueyrredón : los descontentos nos han escrito car-
tas anónimas y pasquines llenos de amenazas y disver-
güenzas ; al paso que otros celebran y aplauden esa elec-
ción tributando los mayores elogios al Congreso." (Carta
de Darregiieira á Guido en el lugar citado).
28o EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
:Pocler Ejecutivo; y expidió un bando ó edicto po-
niendo la nación, y especialmente la capital, en es-
tado de sitio á manera del famoso Senado-consulto
C|ue creaba la Dictadura Romana en los días del
peligro de la patria :
"Fin á la revolución, principio al orden : reco-
nocimiento, obediencia y respeto á la autoridad so-
berana de las provincias y de los pueblos, repre-
sentada en el Congreso, y á sus determinaciones.
•Los c|ue promoviesen la insurrección, ó atentaren
contra esta autoridad y las demás constituidas : los
cjue promovieren la discordia ó la auxiliaren, serán
reputados enemigos del Estado, perturbadores del
orden y de la tranquilidad pública, y castigados
con todo el rigor de las penas hasta con la muerte
y expatriación. Xo hay clase ;;/ persona residente
en el territorio del Estado exenta de la observancia
y comprensión de este decreto, ninguna causa po-
drá exculpar su infracción. Queda libre y expedito
el derecho de petición, no clamorosa ni tumultua-
ria, á las autoridades y al Congreso por medio de
sus representantes. Comuniqúese al Supremo Di-
rector del Estado para su publicación en toda la
extensión de su mando".
La prudencia para esperar el buen momento y
la energía para aprovecharlo sin vacilaciones, eran
•dos rasgos acentuadísimos que se unían, con un
admirable talento, en el carácter del Supremo Di-
rector. En la marcha serena y fiíme con que había
entrado á Buenos Aires, imponiéndose á la respe-
tuosa sorpresa de las facciones, que se preparaban
á cerrarle el paso, había tenido la cautela de no
inquietar demasiado á la Junta de Observación.
Y LA LOGIA LAUTARO 28 1
'Era esta una anomalía orgánica y singular, que
encontraba de pié, con ínfulas de poder constitu-
yente, con su famoso Estatuto de 1815 en las ma-
nos, y que continuaba constituida, sin saber por
qué, ni para qué, en poder tuitivo y agente directo
del localismo de la capital, delante del Congreso
Constituyente relegado en Tucumán y del Supre-
mo Director del Estado. Esta anomalía chocante
era un hecho grave, y que la prudencia política no
permitía atacar de frente en los primeros momen-
tos, porque se había formado en el concepto de to-
dos la preocupación de que Buenos Aires tenía su
protección natural concentrada en ese resto inca-
lificable, pero amenazante, del movimiento popu-
lar que derrocó al gobierno de Alvear. A pesar de
que era evidente que semejante Junta de Obser-
vación, de ligilancia, de control, de veto, no tenía
ya función regular después de la recomposición de
los poderes orgánicos, aunque hubiera de regir poi
lo pronto el Estatuto Provisioual que ella había
dado, subsistía respetada por el Supremo Director,
y mirada por los facciosos como un elemento de
seguridad contra la absorción completa de la capi-
tal en el poder del Congreso y del Ejecutivo Na-
cional, acusados públicamente de ser monárquicos
altiperuanos y favorecedores de la anexión al reino
de Portugal.
Bastaba la personalidad provincial, individuali-
•zada en esta corporación anómala, y su propia in-
coherencia dentro del organismo regular nuevamen-
te restablecido, para que por el impulso de sus pre-
ocupaciones y de su carácter propio, se impreg-
nase de un espíritu ajeno á la? instituciones nació-
16510
282 EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
nales, é inclinado á simpatizar con las vociferaciones
de la oposición local. Llevábanla á eso los rumores
'de los alarmistas, de que todas las tropas de la
capital tenían orden de marchar á Mendoza para
maniobrar sobre Chile. Buenos .Vires iba, pues, á
quedar desguarnecida: al albedrío de los portugue-
ses, que entraban por la Banda Oriental de acuerdo
con el rey de España y con la facción de los mo-
nárquicos que rodeaban al Supremo Director, y
que predominaban en el Congreso, cosa esta últi-
ma que por desgracia era cierta. La Junta de Ob-
servación participaba de estas alarmas ; ó si no las
tomaba como fundadas, tenía interés en arrogarse
la pretensión de defender la seguridad de la capi-
tal, y de mancomunar así su influjo y su existencia
con el sentimiento del común de la ciudad. Deci-
dida á obrar en ese sentido provocó una conferen-
cia con el Ayuntamiento, que por interés personal
de sus miembros y por el espíritu de su instituto
estaba naturalmente inclinado también á gestionar
todo cuanto pudiera interesar á ia seguridad y de-
fensa de la ciudad, y no poco alarmado por consi-
guiente de que se le extrajesen los tres batallones
veteranos con que contaba. Los primeros pasos fue-
ron confidenciales acerca del Director ; pero como
éste se mantuviera firme en la resolución de acumu-
lar las tropas en Mendoza, los miembros de una y
otra corporación, que de ningún modo querían ir
hasta la sedición, ni autorizarla, buscaron un tér-
mino medio que, manteniéndolos en su terreno, les
evitase un conflicto directo con el Supremo Direc-
tor y el estallido de la situación anómala en que
'estaban colocados. Ese medio fué representar la
Y LA LOGIA LAUTARO 283
necesidad de que se garantiese la seguridad de la
-capital, y de que para todo evento se formase pron-
tamente un ejército de seis mil hombres de línea
bajo condición ó compromiso público de que en nin-
gún caso \ por ningún pretexto ó motivo podría
sacárseles fuera de su recinto (8).
(8) "Siendo Buenos Aires como el baluarte de la li-
bertad, expuesta más que otra á las miras ambiciosas de
un poder extranjero, y la que por su situación \ocdA' debe
ser el blanco de sus embates, debe por lo mismo ponerse en
un estado imponente de respetabilidad capaz de resistirlos.
Por desgracia ¡ha llegado la época en que los continuados
esfuerzos que ha hecho la capital para reparar los con-
trastes de nuestras armas han casi apurado sus recursos :
miles de hombres arrancados de su seno y de su campa-
ña han compuesto las filas de sus ejércitos: se ha des-
prendido generosamente (sic\) de millares de brazos ro-
bustos útiles al incremento del país y necesarios á la agri-
cultura y cultivo de su fértil territorio en los esclavos que
ha redimido y demás jóvenes de que ha hecho soldados.
Las fatigosas campañas de la Banda Oriental, Perú y
Mendoza han sido, y lo son, sostenidas por las legiones
que con repetición han salido de Buenos Aires, que em-
peñado en llevar á cabo la gloriosa lucha de la libertad,
que proclamó la primera, no ha reparado en sacrificios y
todo lo ha prodigado. Ya xo tiene que dar ni de que
VALERSE SI NO AGOTA SUS RECURSOS, ¿Y SERA PRUDENTE
EXPONERLOS FUERA DE SU SENO, dejándose á sí misma in-
defensa, al riesgo de ser la presa de sus enemigos, y de
abrir con su abandono una espaciosa puerta á la subyuga-
ción de las demás provincias? Estamos persuadidos que
no, y que las provincias hermanas mirarían con execra-
ción un descuido tan criminal: principalmente en circuns-
tancias las más criticas y notorias de verse la capital de
Buenos Aires amagada por la aproximación de una
formidable fuerza extranjera. Es, pues, preciso pen-
sar en su propia seguridad, de la que depende la segu-
ridad de las demás provincias; porque (ojalá fuese va-
2S4 LL GOBIERNO DE PUEYRREDON
Un miembro de la Junta y otro del Cabildo : don
Felipe Arana por la primera, y don Francisco Ra-
mos Aíejía por el segundo, fueron comisionados
para presentar esta petición á nombre de la ciudad
al Supremo Director, y para observarle que Buenos
Aires no debía ser privado de los batallones cjue
guarnecían la plaza, ni debía ser depuesto Dorrego
NA presunción) es incuestionable que la suerte que co-
rra Buenos Aires debe ser, tarde ó temprano, el destino de
todas las demás."
Con estas consideraciones, que, como se ve, contienen
en el fondo los mismos reproches que la oposición hacía
á los planes del gobierno, se autorizaba la junta de ob-
servación y el Cabildo para "incitar"' al Supremo Direc-
tor "á fin de que por los medios que estén á su alcance y
facultades, se sirva con la exigencia y prontitud que re-
quieren la scircunstancias, decretar la oranización de
una fuerza de línea fuerte de cuatro mil infantes, y en
COMPETENTE NUMERO de caballería, bajo la base inaltera-
ble DE QUE EN NINGÚN CASO Buenos Aires debe carecer
de esta fuerza veterana, ni salir ella de su territorio
mientras dure la presente guerra por la libertad; "que-
dando al arbitrio del gobierno poder hacerlo (es decir:
hacer salir) con respecto á los jefes y oficiales siempre
que lo exija el bien del estado".
El peligroso carácter de las opiniones dominantes, y
de las alarmas en que se hallaba el pueblo, puede dedu-
cirse de lo que sigue, para hacerse una idea de las com-
plicaciones desgraciadísimas que amargaban la situación :
"Nos lisonjeamos de que esta sola idea facilitará la al-
ta de estas nuevas tropas. La certeza de que jamás se-
rán expuestas á los padecimientos y horrores de las cam-
pañas en países lejanos, será un aliciente é incentivo para
toda clase de sus (habitantes, que los induzca é incline á
presentarse gustosos á militar en ella ; y en el prest que
disfruten encontrarán un recurso seguro con que sostener-
se y sostener sus respectivas familias sin el desconsuelo
de verse precisados á separarse de ellas".
Y LA LOGIA LAUTARO 285
por ser general el prestigio y la confianza que ins-
piraba su arrojo, su decisión y sus aptitudes mili-
tares. El Director les dijo que aceptaba como cosa
acertadisima la creación de una nueva guarnición
de seis á ocho mil lujmbres de las tres armas, y de-
bidamente dotada para la defensa de la provincia.
Pero se resistió enérgicamente á tomar el compro-
miso de no disponer del batallón número 8. una
parte del cual estaba ya en marcha á ]\Iendoza á las
órdenes del mayor Garcia. En cuanto á Dorrego
fué también insistente. Era indispensable, dijo, quvi
marchara con ese cuerpo que debia ser elevado á
regimiento, y que no sería destituido, porque el go-
bierno y el general San ]\Iartin estaban inspirados
P'jr un patriotismo demasiado puro para descono-
cer su importancia y la del general Soler en una
¡campaña como la que iba á emprenderse. Pero el
Director agregó que el gobierno deseaba meditar
algún tiempo más sobre esto y que contestaría opor-
tunamente á la Junta y al Cabildo.
Con fecha 20 de septiembre contestaba en efec-
to, en una forma rara que parece á la vez decreto ó
nota, y decía : "Tomando en consideración las po-
derosas reflexiones aducidas en la nota del Excelen-
tísimo Cabildo y Honorable Junta de Observación
y coincidiendo en los mismos principios de conve-
niencia común de todos los pueblos, que han impul-
sado á estas respetables Corporaciones á proponer
el proyecto que se detalla, he venido desde luego en
aprobarlo como una medida capaz de poner el país
á cubierto de cualquiera agresión extraña".
En seguida se aprovechaba con habilidad de la
instancia que las dos corporaciones provinciales le
286 r-L G(>BIKR\0 DE PUEVRREDON
liacían á (|Ue se armase. Eso era lo que él también
quería, para tener con que imperar á su vez sobre
líos díscolos (le adentro. Sin perder tiempo mandó
que se sacasen novecientos veinte hombres de los
TERCIOS I." y 2." de Cívicos, del batallón urbano
de Pardos y Morenos y de los seis regimientos de
las milicias de campaña que de acuerdo con los re-
glamentos de aquel tiempo dependían directamente
del Cabildo y no del Poder Ejecutivo. Remontó así
en pocos días el personal del batallón de artillería
que mandaba el coronel Pinto, oficial de orden, de
poco genio pero sensato y sumiso. Completó del
mismo modo el batallón de granaderos argenti-
nos, que por el ascenso del general Soler á mayor
general del ejército de los Andes, había quedado
á las órdenes del comandante don Celeslino Vidal,
oficial seguro también por su carácter leal, y des-
tituido de aspiraciones. Y para tener bajo su mano
á los oficiales que andaban disponibles mandó for-
mar una legión de honor que resultó muy numero-
sa : la hizo dotar de buenas armas, y la sujetó á
severa disciplina y diarios ejercicios. Al mismo
tiempo expidió un decreto mandando levantar un
numeroso batallón de libertos con uno por cada
tres de los esclavos que pertenecieran á los españo-
les ó á las iglesias, que fuesen americanos y sol-
teros ; con uno por cada seis de los que pertenecie-
ran á hijos del país casados, exceptuando cá los de
viudas y de huérfanos. En el preámbulo del decreto
íen que daba estas órdenes hacía á los alarmistas
este reproche de debilidad y de cobardía : "Los pe-
ligros que sólí^ abaten á las almas débiles, han sido
siempre los primeros agentes de la constancia y
Y LA LOGIA LAUTARO 287
magnanimidad de los pueblos de nuestra nación;
jv' aunque la suerte de la patria en medio de los
riesgos que la circundan parezca vacilante á la
vista de nuestros enemigos, ella se apoya en las
virtudes cívicas de los que se han consagrado á de-
fenderla; y no hay contraste capaz de alterar el
destino que nos ha concedido el Dios de la justicia,
mientras exista en el corazón de cada ciudadano el
amor á la libertad y mientras cualquier sacrificio
sea menor que nuestra resolución á sostener á todo
trance los derechos santos que hemos proclamado".
^Moralizado en la ciudad con estas medidas el
influjo de la autoridad legal, el Supremo Director
consideró llegado el momento de desarmar las ma-
las inspiraciones de los sediciosos haciéndoles com-
prender que se creía seguro en su puesto, y que es-
'taba resuelto á salvar el orden y la disciplina mili-
tar á toda costa.
La voz pública, como ya dijimos, señalaba la
imprenta de la Crónica Argentina como un foco
de donde partían los chismes, los pasquines, y todo
cúmulo de papeles subversivos que tenían inquietas
y alzadas las pasiones populares. Xumerosas de-
laciones, motivadas quizá, nunque no estuviesen
justificadas, llegaban om insistencia á los oídos del
gobierno haciendo recaer sospechas muy graves so-
bre el general Soler, sobre el general French. sobre
el coronel Dorrego y sobre otras personas de in-
flujo y de apasionado arrojo. El general Soler era
un militar de buena cabeza, ambicioso y bravo, muy
severo y cumplido en los actos de su carrera, de una
competencia reconocida en la organización de las
tropas, pero soberbio y bastante impetuoso para
255 KL GOBIERNO DE PCEYRREDOX
echarse en una aventura arriesgada contra el orden,
sin preocuparse mucho de las malas consecuencias
que pudiera tener el hecho. Aunque la gente jui-
ciosa no tenía mucho concepto de sus condiciones
políticas, ni de la seriedad moral de su carácter, lo
miraban sin embargo con respeto, con miedo tam-
bién, por su importancia militar. El Supremo Di-
rector, que Se consideraba de una habilidad diplo-
mática muy superior al temple y á la resistencia del
general, no quiso proceder contra él antes de lla-
marlo á una entrevista, á la que desde el principio
le dio el tono franco y fácil de una conversación
amistosísima. Empezó por confiarle las dudas que
le inspiraba y por quejarse de que no fuese su ami-
go; le llamó la atención sobre las angustias de su
puesto; su anhelo exclusivo de levantar los elemen-
tos militares del país para dar grandes formas á la
guerra de la Independencia y llevar las banderas
argentinas en manos de sus bravos hijos por todo
el continente; le hizo columbrar la gloria que á él,
uno de los primeros, si no el primero entre los ge-
nerales argentinos después de San ^Martín, le es-
taba reservada en la campaña de Chile y en la re-
conquista del Perú. ;Oué era, al lado de esta gran-
de perspectiva, un miserable motín ayudado de
facciosos sin elevada ambición, que, al otro día de
servirse de él, habían de conspirar contra su perso-
na y envolver el país en una borrasca de calamida-
des que lo hundirían en su ruina final?
Lisonjeando su orgullo con destreza (y con ver-
dad también) le hizo pasar en revista todos los
militares del país para que se estimase en lo que
valía, pues era el único de su grado que podía lia-
Y LA LOGIA LAUTARO- 289
marse verdadero hombre de guerra; esa era la opi-
nión del general San Alartin, que hacía instancias
de todo género para que se le mandase á Alendoza
con el empleo de segundo jefe del ejército y cargo
de mayor general. El resultado fué satisfactorio :
Soler se entregó á los deseos halagüeños del Supre-
mo Director; el 5 de septiembre fué nombrado
CUARTEL MAESTRE Y MAYOR GENERAL del cjército de
los Andes; y el 19 del mismo mes, alejado ya de
la imprenta de la Crónica Argentina, iba en camino
de Mendoza con asombro y grande descontento de
los que hablan contado con él para dar un vuelco
á la situación.
De los otros indicados como comprometidos en
la conjuración, había dos solamente que pudieran
tenerse por peligrosos. Uno era el general Domin-
go French, muy señalado entonces en el movimien-
to político de la capital, aunque muy obscurecido
después. El otro era el joven coronel del batallón
número 8 de cazadores don Manuel Dorrego. El
primero, agitador incansable desde los primeros
días de la Gran Semana de 1810, tenía poco de suyo
en la opinión pública : era mirado como un patriota
aturdido y novelero. Xo era un militar en regla que
hubiera mostrado aptitudes distinguidas en el man-
do, ni hecho campañas serias, ó contribuido con
una personalidad acentuada á los sucesos impor-
tantes de la guerra. Agregúese á esto c|ue su devota
adhesión á la feble figura de Rondeau, á quien en
1816 nadie tomaba en cuenta para cosa que valiera,
lo ponían en un punto de vista muy desfavorable,
ante los mismos con quienes se había ligado, y so-
HIST. DE LA REP. ARGEXTIXA. TOMO VI. — 19
290 El, GOBIERNO DE PUEYRREDON
bre todo con Dorrego (juc les hal)ia declarado con
energía que nunca consentiría en levantar de nue-
vo á Rondeau. Los otros personajes del grupo,
como don Pedro José de .Agrelo, don Manuel
Moreno, Pasos Silva, eran hombres de pala-
bras exageradas, inquietos, bulliciosos, incómo-
dos pero incapaces de reconcentrar fuerzas de
acción ó de opinión para dar con éxito un gol-
pe de mano, sin que los encabezase un jefe capaz
de imponerse por la rapidez de la ejecución y
por el acierto de las medidas.
El único que por sus talentos, su audacia y su
pericia militar podía ocasionar serios temores era,
pues, el coronel Dorrego, señalado como el adver-
sario más franco y descubierto del gobierno. La
ardiente sinceridad de su republicanismo, el brillo
de sus ideas y la elocuencia apasionada de sus crí-
ticas, lo tenían de punta contra las veleidades mo-
nárquicas del Congreso, que con empeño raro in-
sistía en que se recabase el apoyo del rey de Por-
tugal para colocar uno de los príncipes ó princesas
de su real familia en el trono de Buenos Aires. En
muchos, debiéramos decir en los más, estos traba-
jos producían una duda inquietante. Pero Dorrego
no dudaba : la duda no era un estado posible de su
espíritu. Creía sin vacilar que la invasión portu-
guesa venía mancomunada con el rey de España
y entendida también con la "tenebrosa logia" que
tenía en sus manos el gobierno secreto del país. Si
Dorrego no estaba ya comprometido á encabezar
una re\olución armada contra el gobierno, estaba
en el camino fatal de tomar ese compromiso, como
Y LA LOGIA LAUTARO 29 1
él mismo lo reveló después de manera tan explícita
que 110 admite la menor atenuación (9).
^ A lo que resulta de los documentos oficiales y
de lo que sabemos por informes verbales de perso-
(9) Al regresar del destierro en 1820, el coronel Do-
rrego fué calumniado é insultado por Fr. Francisco Cas-
tañeda; y contestó con una hoja suelta de donde tomamos
estas palabras que nos parecen de mucho interés, y muy
necesarias también para juzgar con imparcialidad las cosas
y los hombres de aquel tiempo: "Son bien notorias las cau-
sas con que me persiguieron Pueyrredón y los Caballeros
de la Mesa Redonda (la logia) que maquinaban con él
Pero si el unirse los oprimidos para sacudir el yugo de
unas autoridades que habían hecho la liga jesuítica para
obstruir el curso de las leyes, considerándolas, no como
im depósito que debían administrar y mejorar, sino como
jjropiedad de que podían disponer ad libitum; si el haber
derribado las barreras de la libertad civil, que son las leyes
■que protegen la libertad de censurar la conducta de los ser-
•vidores del público, y la seguridad individual del ciudada-
no; si el haber reducido toda la Sociedad á la situación
humillante de existir, no bajo la protección de las leyes
conocidas sino por la gracia del Supremo Director; haber
expatriado patricios y arrojádolos en playas extranjeras
sin más formalidad judicial que la que se usa para expor-
tar muías ; y sembrar todo el mundo civilizado de estos
monumentos de nuestro oprobio é ignominia cuando una
PARTE DEL TERRITORIO SE MUTILABA, y el resto Se ponía
en pregón. Si todo esto con lo infinito más que podría agre-
garse no justifica la resistencia á un gobierno establecido,
en el concepto de un fraile que quisiera estar todavía en
posesión de las parrillas y asador que la civilización le ha
arrancado de las manos, para tostar y asar hombres en este
siglo como en los que han precedido, por eso no será
menos cierto que la razón y el derecho natural autoriza á
todo hombre á repeler la fuerza con la fuerza. Porque si
bien hay sublevaciones contra la autoridad legítima, que
son altamente criminales, en cuanto sacrifican la seguridad
292 EL GOBIERNO DE PUEYRREDON
ñas inmediatas á los sucesos, al Supremo Director
le costaba decidirse á proceder violentamente con-
tra Dorrego, á pesar de las instigaciones y de los
cargos que por no hacerlo le dirigían de todas par-
tes y aun del seno mismo del Congreso. Muchos
dias había sido materia de acuerdos el determinar
lo que se haría con este joven cuyo mérito era por
todos reconocido. El Supremo Director lo estimaba
muchísimo y repetía á cada instante: "¡que era lás-
tima c[ue fuese alocado y peligroso ! ' Como jefe di-
visionario, Dorrego estaba colocado en primera lí-
nea por todos nuestros militares de aquel tiempo :
y antes de que la campaña de Chile pusiese en evi-
y el bienestar de la sociedad, á la ambición de los que las
promueven, hay también revoluciones necesarias y jus-
tas y sin las cuales jamás habrían salido unos pueblos del
estado de servidumbre, ni elevádose otros al grado de
prosperidad y de esplendor que hoy disfrutan. La libertad
■de escribir, única seguridad de todos los demás derechos
civiles, sin la cual todos los estatutos, reglamentos y cons-
tituciones no son más que una mofa, y que debe ser pa-
trimonio inenajenable del patricio: esta libertad en el es-
tado de infancia á que la hab'a hecho retroceder la admi-
nistración Congresi-.Directorial, no tiene garantía más po-
derosa que la que resulta de los principios individuales
del depositario de la autoridad pública sobre la naturaleza
v valor intrínsecos de este derecho. Los principies que pro-
fesaba ANTES la persona que actualmente tiene las riendas
de la administración interna, son bien conocidos; y cuanto
se han fortificado después de su expatriación filantrópica
á las regiones federales de los Estados Unidos de Amé-
rica, es cosa demasiado pública." (Respuesta á algunas
preguntas, etc., etc., que se han publicado en los papeles
mordaces y sediciosos que corren con el titulo de ''Desper-
tador Teo-Filántropo" y "Desengañador Gauchi-Politico".
Por un protervo Barbado. Lnprenta de Poción, 1820).
Y LA LOGIA LAUTARO 293
ciencia á otros, ninguno había en nuestro ejército
que tuviese mayor y más merecido nombre que él.
A todos los que contribuían á los reservados acuer-
dos del gobierno se les ocurría que debía proceder-
se con él como se había procedido con el general
Soler. Pero precisamente por sus nobles cualida-
des se dudaba de que se aviniese á dar la espalda á
los compromisos que ya hubiera contraído. El Su-
premo Director accedió por fin á las instancias de
dos de sus secretarios — López y Obligado — y llamó
al coronel Dorrego á su despacho.
Por desgracia, lamentable y enojoso fué el re-
sultado de la entrevista. El coronel Dorrego des-
echó todas las insinuaciones del Supremo Director;
protestó que prefería ser castigado y aun fusilado
antes que obedecer á la orden de marchar con su ba-
tallón á ponerse bajo las órdenes del general San
^Martín; y fué por último tan rebelde á la disciplina
y tan descomedido en palabras, que el Supremo Di-
rector, profundamente ofendido lo despidió, resuel-
to á castigarlo con el último rigor. Fué un grande
dolor para los miembros del gobierno, saber este
resultado }' ver cjue era irremediable la triste suerte
del joven coronel (lo).
(10) En publicaciones anteriores he presentado una
exposición anecdótica de la entrevista del Director con el
coronel Dorrego, tal cual la he oído referir á mi padre
y al doctor Tagle ; que, aunque no la habían presenciado
la tenían del señor Pueyrredón ; el primero se la oyó refe-
rir en los días inmediatos al suceso, y el segundo pocos me-
ses después, con motivo de unas cartas de diputados del
Congreso que consideraban excesivo el proceder y el cas-
tigo. Por estas razones voy á insistir en mi anterior ver-
sión. Tomaré en cuenta papeles que me mostró después el
294 Hl< GOBIERNO DE PUEVRREDOx
Además de la gravedad del incidente como acto
de insubordinación, y de que había ^■ellementísimas
sospechas de estar por reventar una re\'olución, es
menester tener presente también el sombrío y ate-
rrante aspecto que el cuadro de la nación presen-
taba en esos mismos días.
Entonces era, como hemos visto, cuando Juan
Pablo Bulnes y don José Javier Díaz en Córdoba,
se alzaban confabulados con las insurrecciones de
Caparros en la Rioja, y de Borjes en Santiago del
Estero : cuando la invasión portuguesa, los realis-
tas triunfadores en Jujuy y en Chile, y las monto-
neras desmelenadas de Artigas, de Entrerríos y de
Santa Fe. hacían terrible (pero sublime) la lucha
titánica de los elementos vitales del orden so-
cial contra el ímpetu animal de la anarquía y de
la barbarie que estrechaban y acometían á la
capital de todas partes.
En medio de este amenazante desorden, todos
los que tenían algún interés en la vida culta de la
sociedad argentina, el Congreso. San ]\'Iartín. Bel-
grano, Güemes, la burguesía patricia del munici-
pio, tenían puestos sus ojos y su confianza en
Pueyrredón. El era quien respondía del orden pú-
blico ; él quien respondía del poder y de la \ictoria
de nuestros ejércitos; él quien tenía que imponer
coronel don Mariano E. Moreno, que según él creía, des-
autorizaban el fondo de la entrevista ; pero que en todo
caso desautorizarán, no mi versión de la entrevista, sino
los documentos oficiales emanados del mismo Pueyrredón
que van á verse. Dejo esta discusión para un Apéndice,
porque tratarla aquí sería demasiado largo, y perturbaría
la conexión del texto.
Y LA LOGIA LAUTARO 295
los sacrificios y que endurecer la mano á las riendas
del carro en el declive violento del precipicio.
A la luz de este siniestro incendio, del tumulto
^de las pasiones y del desorden de intereses c|ue se
provocan unos á otros, se hacía azarosa la situa-
ción de Belgrano en Tucumán, y difíciles de llenar
las exigencias de San Alartín en Mendoza, por la
destemplada oposición que levantaban sus propó-
sitos de lanzarse á Chile llevándose la única fuerza
sólida con c|ue contaba la nación. Pero estaba re-
suelto, y era preciso hacerlo. Sospechaba el Direc-
tor, ó lo sabía por conductos secretos, que los re-
volucionarios esperaban la marcha de San ?\[artiii
para pronunciarse. Esperando, pues, el momento
favorable, trataba de aquietar la opinión haciendo
protestas de su resolución á salir al encuentro de
los portugueses en defensa de la Banda Oriental,
y ganaba tiempo con medidas previas en este sen-
tido. El general San Martín comunicó Cjue á me-
diados de diciembre ó principios de enero de 18 17,
á más tardar, saldría de Mendoza en camino de
Chile. Había llegado, pues, el momento de preve-
nirse y de dar principio á la represión de los cons-
piradores que amenazaban perturbar el orden.
En la tarde del 15 de noviembre el coronel Bo-
rrego fué repentinamente reducido á prisión y em-
barcado en un buque que en ese momento estaba
al salir para las Antillas. El Supremo Director
creyó necesario justificar esta medida manifestando
los motivos Cjue lo habían forzado á tomarla, y dio
además un decreto sobre el deber que el gobierno
reconocía de atender á las necesidades de la familia
296 KL GOBIERNO DE PUEYRKEDOX
del coronel, en atención á los heroicos servicios que
la patria argentina le debía (11).
La medida fué cruel y excesiva, no tanto en sí
misma cuanto por la manera iracunda de ejecutar-
(11) El manifiesto decía: '"Siendo tan criminales y
escandalosos los actos de insubordinación y altanería con
que el coronel don Manuel Dorrego ha marcado sus ser-
vicios en la carrera míTitar, debiéndose á ellos que el
señor brigadier Belgrano lo hubiese separado y confinado
en 1813 del ejército auxiliar del Perú, y en 1814 hiciese
igual demostración el general en jefe del ejército de Cuyo
don José de San Martin, de que existen antecedentes justi-
ficados en la secretaría de guerra sin que hayan bastado
á contener su genio díscolo y tumultuario las suaves pre-
venciones de sus jefes, ni la seria y formal reprensión que
recibió del gobierno, cuando por iguales causas se quejó
el señor brigadier don !Miguel Azcuénaga, siendo goberna-
dor y comandante general de armas, de que también obran
antecedentes en la Inspección general; antes bien hacien-
do alarde de su impunidad, ha repetido y reagravado igua-
les delitos después de mi mando, reduciendo á conflictos la
quietud y armonía de los pueblos hermanos, insultando
oficialmente sus más respetables superiores (como me lo
ha representado el señor Inspector general don José Gaz-
cón, quien me ha pedido justamente su separación del
Regimiento) (*) y lo que es más criminal, llegando al
extremo de amenazar á la misma autoridad suprema de los
pueblos de que se pasaría á la montonera, si no le otor-
gaba sus pretensiones : negarse al reconocimiento del Ins-
pector General por no estarle comunicado particularmen-
te su nombramiento, esto en audiencia pública, y á pre-
sencia del comisario general de guerra; y por iiltimo ha-
(*) Azcuéuaga y Gazcóii, personas muy respetables siu duna, de
edad provecta los dos. y de liuena posición social, eran cuanto puede
haber de más ridículo como militares para los que realmente lo eran, y
tenían grados ganados en camparía. Precisamente esa clase imbuida de
figurones engalonados por obsequio, eran las víctimas constantes de !a
facuudia irónica de Dorrego.
Y LA LOGIA LAUTARO 297
la. A un hombre de los servicios y méritos del jo-
ven coronel Dorrego no se le embarca así como si
fuese un bulto despreciable, y sin más garantía ni
¡decencia que "la recomendación hecha á un mari-
berme protestado con la mayor osadía, que consentiría pri-
mero su fusilación, que continuar sirviendo bajo las órde-
nes del general del ejército de Cuyo, á que estaba destina-
do, á más de otros gravísimos incidentes que reservo, y
de que daré cuenta al Soberano Congreso Nacional: he
creído pues un deber preciso de mi autoridad y del orden
sancionado por el augusto Cuerpo, castigar ejemplarmente
tan graves como públicos y justificados crímenes, extra-
ñando PARA SIEMPRE á don ^Manuel Dorrego, como así lo
extraño de estas provincias, atya tranquilidad, seguridad y
fidelidad (sic) forman el noble y sagrado objeto de poder,
y autoridad que me han confiado los pueblos, y lo son igual-
mente los del Congreso de la nación en su soberano de-
creto de i.° de agosto del corriente año. Con la misma
fecha el decreto decía: "Si la ley imperiosa de la quie-
tud, del orden y de la salud de los pueblos, si la nece-
sidad de castigar con imponencia actos sediciosos de in-
subordinación, si la urgencia de destruir en su raiz la?
nuevas convulsiones que preparaba contra el Estado la
última conducta de -don ]\Ianuel Dorrego han arrancado
al gobierno la providencia de su expatriación fuera de las
Provincias Unidas, como indica el acto de esta fecha, la
justicia y la gratitud reclaman la memoria de los re-
comendables servicios que rindió á su país durante la glo-
riosa revolución en las ocasiones en que supo desviarse
de los principios á que lo ha conducido la indocilidad de
un genio que ni la amistad ni el deber pudieron doblegar:
á este respecto y considerando que la esposa y la hija del
citado Dorrego son dignas de la compasión y amparo de
un gobierno imparcial, he acordado que sin embargo de
haberse librado orden para que se le entreguen quinien-
tos pesos en el lugar de su relegación, de no habérsele pri-
vado de los despachos de coronel á fin de que con ellos
298 KL GOBIKRXO DIC PUKVRREDOn
iiero extranjero y desconocido de que se le tratase
bien". Los gobiernos no pueden abandonar el de-
coro y la justicia de sus actos al criterio discrecio-
nal de un agente eventual, tomado al acaso, é irres-
ponsable como el que recibió ese encargo (12).
pueda presentarse en cualquiera de los Estados libres de
América, de habérsele recomendado con especialidad al
comandante del buque que le conduce el mejor trato, dis-
frute su esposa doña Angela Baudriz y su hija doña Jabei
desde la fecha del presente decreto la mitad del sueldo que
por su clase obtenía el citado Dorrego, como un testimonio
de la beneficencia y distinción con que la patria remunera
los servicios de sus hijos aun siendo eclipsados por los
mismos con los crímenes que la consternan".
(12) Dos de los secretarios se excusaron de firmar
los decretos, aduciendo que tratándose de insubordinación
militar ó conducta irregular de un coronel, el asunto . co-
rrespondía exclusivamente al ramo de guerra. Véase el
Apéndice, Deportación del coronel Dorrego.
CAPITULO VI
LA INVASIÓN PORTUGUESA Y LOS PARTIDOS
ARGENTINOS
Sumario : Primeras impresiones. — El Congreso y la polí-
tica portuguesa. — Aprobación de los pasos de García. —
Disidencia de Pueyrredón. — Prudencia aparente y artifi-
ciosas reservas. — Mistificación hecha al Congreso. — Las
instrucciones reservadas y reservadísimas. — Inquietud y
angustias de la opinión. — }klala fe de las simpatías por
Artigas. — Incompatibilidad de este caudillo con la inter-
vención del gobierno argentino. — La invasión militar. —
El plan de Artigas. — Su completa derrota en el Cnarahin.
— Derrota de Rivera en India muerta. — Efervescencia en
Buenos Aires. — Dificultosa posición del gobierno. — "La
Crónica Argentina". — Ineficacia de las instrucciones en-
viadas por el Congreso. — Misión del coronel \"edia. —
Pueyrredón v Lecor. — Una circular de Artigas contra
Pueyrredón. — Marcha de Lecor sobre Montevideo. — An-
gustiosas solicitudes de las autoridades artiguistas de
Montevideo pidiendo auxilio al gobierno argentino. — La
Comisión. — El acuerdo. — El júbilo público. — Desconfian-
zas V temores de los hombres prudentes- — Un artículo
anónimo de don Manuel ^Moreno. — Cavilaciones del su-
premo Director. — Conferencia con los señores López y
. Tagle. — Suspensión de medidas definitivas. — Indignación
de Artigas contra el acuerdo celebrado por los comisio-
nados orientales. — Vindicación concluyente de estos se-
ñores.— Virulencia excesiva de "La Crónica Argentina".
— La conjuración y la resolución inminente. — Consejo
■privado en el gabinete. — Condiciones morales y genera-
les de estas situaciones. — Represión y deportaciones. —
300 LA INVASIÓN rORTUGUESA
^Manifiesto del Director. — Un batallón oriental al man-
do del coronel Bauza deja el' servicio de Artigas y se
hace trasladar por los portugueses á Buenos Aires- — Los
deportados contestan desde Baltimore( Estados Unidos)
al manifiesto del Supremo Director. — Vindicación de
éste, escrita por don Ign. Núñez. — La conjuración com-
probada por confesión de los conjurados. — ^>ntajas que
dio el restablecimiento del orden.
Este breve período, de septiembre á diciembre,
se hace más dramático todaA'ía con la intervención
secreta que el Congreso tomó, desde Tiicumán, en
los incidentes diplomáticos de la misión en el Bra-
sil. Los Directores interinos Alvarez-Thomas y ge-
neral Balcarce, como sabemos, habían dado cuenta,
)y recabado también una explícita aprobación de los
primeros casos }- projxSsitos con que el señor Gar-
cía se proponía adelantar las negociaciones. Pero
este señor había advertido también "que no le era
permitido comunicar por escrito datos sumamente
reservados y de grande importancia para los intere-
ses argentinos'' ; por lo cual sería muy acertado que
el gobierno enviase á Río Janeiro una persona de
posición y crédito, que comprobase las cosas por
sí mismo, y regresara con el testimonio de sus pro-
pias indagaciones. Que además de esto, el señor
Lecor, general en jefe de las tropas portuguesas, y
su secretario don Nicolás Herrera (i), iban auto-
rizados por el rey para dar todas aquellas explica-
ciones y hacer los acuerdos que fueran necesarios
á la tranquilidad y confianza del gobierno argen-
(i) Era oriundo de ^Montevideo, y había sido minis-
tro de Gobierno y Relaciones Exteriores del gobierno de
Buenos Aires en 1814. \'éase tomo IV, pág. 396.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3OI
tino ; de modo que sería muy conveniente también
entablar comunicación privada con ellos por medio
de un agente experto y prudente c[ue supiese man-
tenerlos en buenas relaciones, con el necesario in-
flujo para Cjue no estallase ningún compromiso que
pusiese en peligro el acuerdo de ambos gobiernos
€n los grandes fines del momento.
El general Balcarce, su ministro el señor Tagle
y el Congreso, estaban tan acordes con las ideas y
propósitos de García que creyeron completamente
inútil hacer la comprobación que él les pedía; y
lejos de eso le escribieron: ''El gobierno descansa
todo en el celo y patriotismo de usted ... De todos
modos los pueblos están resueltos á no sufrir otra
vez el yugo de fierro de los españoles, y á no tratar
€011 dios de especie alguna de conciliación. Este
convencimiento debe dirigir todos los pasos de us-
ted al estrechar sus relaciones con ese gabinete. To-
das las gentes de juicio cuentan — además de los es-
fuerzos que nos restan por hacer en la lucha — con
los principios liberales que ha manifestado Su !Ma-
jestad Fidelísima el señor don Juan VI ; y fundan
.jpus esperanzas en los proyectos magnánimos que
debe inspirar á Su Majestad la aproximación de
nuestras provincias (2). No omita usted medio al-
:guno de inspirar confianza á ese ^Ministerio sobre
nuestras intenciones pacíficas y el deseo de ver ter-
minada la guerra civil con el auxilio de un poder
respetable, cjue no obraría contra sus propios inte-
'(2) Alude á la erección del Brasil en reino indepen-
-diente de Portugal, y á la abolición del régimen colonial
en esa gran porción de la América del Sur.
302 LA INVASIÓN PORTUGUESA
reses cautivando nuestra gratitud... El Congreso
está conforme con cuanto asegure la indepen-
dencia V seguridad del país; y previene á usted
que obre bajo esta garantía con toda franque-
za y empeño'' (3).
Déjanse ver en estas palabras las miras profun-
damente calculadas de una cabeza fuerte, y esen-
cialmente política como la de Tagle, que de un
golpe de A-ista había ya comprendido todas las fa-
ses de la cuestión portuguesa, en el presente y en-
el porvenir, y que la caracterizaba con sus tres ras-
gos capitales : independencia, seguridad exterior y
expulsión del caudillo de la anarcjuía.
Pero viene el gobierno del señor Pueyrredón, y
en medio de las furias suscitadas por "la política
portuguesa de Balcarce, de Tagle, de García", po-
lítica que había dado en tierra con ellos, tiene que
tomar una actitud prudente y expectante. Se ve obli-
gado á maniobrar de modo que pueda suprimir pri-
mero á los facciosos, y adquirir después bastante
libertad de acción para determinar con calma las.
resoluciones que el gobierno debía tomar en cues-
tión tan espinosa como esa. Deja las reponsabili-
dades de los actos anteriores y el compromiso de la
negociación sobre los hombros de García, mientras
él, para no comprometer su posición, se dirige al
Congreso avanzando dudas, desconfianzas, emba-
razos y escrúpulos (que nc tenía) y c[ue apenas
eran mía manera hábil y diestra de que no se le em-
(3) Comunicaciones del 4 de mayo de 1816, firma-
das por el Director Interino general Balcarce y por su mi-
nistro el señor Tagle.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3O3
pujara á uno ni á otro lado del terreno resbaladizo
3- angosto que tenía que atravesar, hasta que llegara
á ser dueño de sí mismo : "Llamo vuestra atención
(decía en una proclama) á las operaciones de la na-
ción limitrofe. que con mano armada ha penetrado
en el territorio ocultando sus futuros designios, los
principios en que funda su agresión, la conniven-
cia que tenga con nuestros enemigos naturales (los
españoles) afectando el tono altivo de dictar la ley
á los "pueblos hermanos" á quienes imponga su
yugo, y recatando acaso la intención de llevar ade-
lante sus miras''.
Que el Supremo Director no tenía estas dudas
ni estos temores, y que semejante lenguaje estaba
calculado nada más que para hacer efecto en las ca-
lles de la capital, es cosa que se cae de su propio
peso; porque bien sabía él que García tenía mano
en todo ese negocio : que al dar cuenta de esas ope-
raciones cuyo carácter se fingía ignorar, había di-
cho categóricamente á lo que se dirigían y dónde se
limitaban; y. después de todo, si el Supremo Di-
rector reprobaba esa política y estaba resuelto á
mirarla como atentatoria y dañosa á los intereses
-argentinos, su primer paso debió haber sido desau-
torizar al comisionado que actuaba en Río Janeiro :
substituirlo con un representante genuino de las
ideas del gobierno. ¿Era eso imprudente porque
pudiera traer un rompimiento con Portugal? ¿Por
•qué no aceptar entonces las indicaciones de García,
y referir las indagaciones á un agente especial que
las rectificase en el terreno mismo de los hechos.
para traerlas al gobierno con la reserva del caso?
Pero desde que el Supremo Director, lejos de pro-
304 LA INVASIÓN PORTUGUESA
ceder así, mantenía al señor García en el carácter
oficial con que el gobierno anterior lo había acredi-
tado mostraba estar bien seguro de que ese agente
era un hombre incorruptible, un patriota á toda
prueba, incapaz de contemporizar con nada que pu-
diera poner en peligro la independencia de la pa-
tria, y dotado de una habilidad consumada para lle-
var la negociación á los fines capitales que el mis-
mo Director deseaba obtener de todo corazón. Así
es que la aparente divergencia no era otra cosa que
diversidad de posiciones personales y de compro-
misos inmediatos. El uno tenía que cortar el viento-
contrario dentro del proceloso golfo de la agitación
argentina : el otro, que sacar el mejor partido de un
poder extraño, movido por intereses propios; pero-
ambos se hacían justicia y se entendían á pesar de
todo. Así es que el buen sentido público no se en-
gañaba; y si algunos los miraban como conniven-
tes en el mismo crimen, todos sospechaban que con
miras acordes buscaban iguales resultados.
El que cayó en un error bastante gracioso, por
no decir bastante desairado, fué el Congreso, que,
jtomando á lo serio las alarmas del Supremo Direc-
tor, entró á combinar medios heroicos de que la in-
vasión portuguesa, que tan grande amenaza se de-
cía ser para el país, se bonificase y fuese un medio-
de salvación, sin más que ponerle en las manos un
obsequio mucho mayor que el que ella misma ape-
tecía, y que de seguro no ambicionaba tampoco po-
seer. ¡Curioso episodio por cierto!
El Supremo Director había oficiado al Congreso
en 16 de agosto, enviándole las comunicaciones y
cartas que García había dirigido al señor Balcarce,.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 305
en la inteligencia de que aun ocupara el gobierno,
y le decía: "Hoy mismo han llegado á mis manos
las últimas comunicaciones del enviado de este go-
bierno cerca de la corte del Brasil correlativas á las
anteriores (4) y en los propios términos dirijo és-
tas en que ya parecen expresos los conceptos que
indicaban las primeras (5). Asi espero que á la
mayor brevedad posible me dicte Wiestra Sobera-
nía las reglas ciue yo deba observar en el caso tan
próximo que se anuncia" (6). Poco después escri-
bía bajo reserva poniendo en sospecha el criterio
del señor García y hasta su probidad oficial : "Sus
comunicaciones son tan misteriosas y tan poco ca-
racterizadas que el gobierno se cree con motivos
para aspirar á su mejora (7). Su empeño en inter-
pretar constantemente como favorable un paso de
suyo tan equívoco, como es la invasión de los por-
tugueses, y de referir la sanción de los intereses de
este país ante un general de ejército, hace lugar al
deseo de un nuevo genero de relaciones \
Dirigirse al Congreso en términos tan vagos, y
tanto más alarmantes cuanto más reservado era el
carácter que se le daba, era poner en confusión el
ánimo de los diputados, harto conmovido ya por
las controversias y fantasías en que se halla1)an en-
(4) Pueden verse en los caps. III y IV.
(5) Véaseles en el mismo lugar.
(6) Proceso de alta traición formado en 1820 con-
tra la administración del señor Pueyrredón y contra el
Congreso, página 43.
(7) 5s^o sabremos decir si la palabra mejora se apli-
caba á obtener mayor claridad, mejores condiciones, ó me-
jor proceder.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 20
306 LA INVASIÓN PORTUGUESA
vueltos. Para hacerles justicia es menester que tam-
bién nos hagamos cargo de la situación en que se
hallaban, cuando el Supremo Director, mejor in-
formado que nadie, y bien avisado de la política
que había de seguir, ponía sobre ellos, que estaban
<:iegos como se ve en las cartas del señor Darre-
gueira, nada menos que la responsabilidad de dis-
cutir, y de dar una sanción que resolviese las difi-
cultades. Aislados en el Tucumán del año 1816. su-
mido entonces en la soledad y el desierto; ávido el
oído, por un lado, al eco de las dianas del cercano
•ejército de Pezuela, y por el otro, al ronco bramido
de la anarquía pro\incial brotando allí en derredor
suyo, esos buenos patriotas experimentaban todas
las angustias morales de la inseguridad política v
de la inseguridad personal. De vez en cuando pa-
.saba un transeúnte que iba sembrando por los ca-
minos la noticia de que Buenos Aires quedaba ar-
diendo en un incendio voraz. Artigas, al decir de
otros, había trasladado sus hordas á las cercanías
•de la capital, cjue unidas á las bandas santafecinas
la sitiaban y la tenían reducida al último apuro.
Otro contaba que había aparecido en el puerto la
■expedición española; que el pueblo se había levan-
tado en masa; que Pueyrredón había sido asesi-
nado ; días de prolongado silencio después. Y aun-
que estos rumores viniesen y pasasen sobre las alas
•del viento al través de las pampas, el ánimo que-
daba acongojado, porque si bien la catástrofe no se
había consumado, no era menos cierto para todos
que ella estaba en la naturaleza de la situación y en
-el curso fatal (|ue llevaban las cosas.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3O7
Creía, pues, el Congreso que el país se hallaba
en el límite de su existencia, y que era llegado ya el
momento de echar mano del último recurso que po-
dría salvarlo. El Supremo Director se les presen-
taba fluctuando, al parecer, y sin ideas fijas. Pedía
reglas para conducirse, y no sabía qué pensar de
García ni del gol)ierno portugués. Instado así por
el jefe mismo del Estado á tomar la iniciativa, el
Congreso la tomó de acuerdo con sus principios y
con lo que creía ser necesidad extrema del país.
Siguiendo sus inspiraciones bien conocidas, bajo-
el honrado influjo del general Belgrano, desde lue-
go se contrajo á formular el plan, con que debía
llevarse la negociación de Río Janeiro, para intere-
sar al rey de Portugal en una solución, que salvan-
do la independencia argentina, fuese también glo-
ria suya, con honra y provecho de su dinastía.
-\sí que le llegaron las notas del Supremo Di-
rector el Congreso formó una comisión especial en-
cargada de estudiar el asunto y de formular un des-
pacho.
El señor García había observado que era muy
conveniente que se mandara un agente privado á
Río Janeiro, y otro al cuartel general del señor Le-
cor, con los encargos de que antes hemos hablado.
Crevó. pues, la comisión que el gobierno debía em-
pezar por ahí. En consecuencia, procedió á redac-
tar doble serie de instrucciones, para gobierno de
esos agentes, una reservada y la otra reservadísima.
Nombró al coronel mayor don Florencio Terrada
para que pasase con carcácter público al campamen-
to portugués, y al ciudadano don ^Miguel Irigoyen
308 LA INVASIÓN PORTUGUESA
para que fuese á Río Janeiro con carácter priva-
do (8).
Según las instrucciones reservadas (que fueron
sancionadas en la misma fecha en c[ue se presenta-
ron ) el comisionado público debía comenzar por
ponerse al habla con don Nicolás Herrera ; saber
de él las miras del gabinete brasileño, y comunicar-
le su autorización para tratar con el general Le-
cor, de buena fe }' con el vi\o deseo de mantener
la paz, con tal que la condición indeclinable fuera
la libertad y la independencia de las provincias re-
preseníadas en el Congreso : lo que muestra á las
claras que el Congreso abandonaba la Banda Orien-
tal á su propia suerte en la contienda de Artigas
con Portugal. Era esto entrar de lleno en la polí-
tica de García. Pero como el Supremo Director ba-
ldía mostrado desconfianza sobre el particular, el
nuevo comisionado debía recabar del señor Lecor
3- del señor Herrera datos acerca "de las transaccio-
nes celebradas por García con el gobierno del Bra-
sil", ya fuera obteniendo los documentos, ya un re-
lato oficial y detallado, si aquellos no existieren en
el archivo del ejército; y además de esto la decla-
ración terminante de que el único fin de la invasión
sería poner en orden la Banda Oriental, y de nin-
guna manera ocupar á Entrerríos. que era y debía
(8) El señor Irigoyen (don 3iíiguel) sujeto hono-
rable y de noble nacimiento, era cuñado del general Con-
cha, y tío carnal por consiguiente de los dos generales es-
pañoles 'de este nombre, el marqués del Duero, y el marqués
de la Habana que reclamó con justicia ante el gobierno ar-
gentino, compensación por los bienes .paternos de que les
privaron los gobiernos revolucionarios de nuestro pais.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3O9
ser territorio de Buenos Aires. Encargábale tam-
bién el Congreso que diese una idea muy lisonjera
del crédito y del respeto que el Congreso y el go-
bierno gozaban en todo el país, ''y que dijera que
á pesar de la exaltación de las ideas democráticas,
el Congreso, la parte sana é ilustrada de los pue-
blos, y aun el común de éstos, estaban dispuestos
á un sistema monárquico moderado, bajo las bases
■de la Constitución inglesa, á fin de estrechar así sus
intereses y relaciones con el Brasil hasta el punto
de identificarlos en la mejor forma posible". Que
con estas promesas moviese al gabinete del Brasil
"á. declararse protector de la libertad é independen-
cia de estas provincias, restableciendo la casa de
los Incas y enlazándola con la de Braganza, lo que
hará que unidos ambos Estados se aumente tanto
la importancia y el poder de este continente que
pueda balancear el del viejo mundo". Esto era co-
mo se ve, un cómico comentario de la cabeza de
Belgrano sobre las vistas sensatas y trascendenta-
les que García había arrojado en sus comunicacio-
nes acerca de la alianza de los dos países, pero que
jamás habían ido hasta abrir ó iniciar la menor idea
de una negociación de esta clase. El Congreso iba
todavía más lejos : "Si después de los más podero-
sos esfuerzos para obtener lo anterior, fuese rec!.:i-
zado, propondrá la Coronación de un Infante del
Brasil, ó la de otro cualquiera Príncipe extranjero,
con tal que no sea de España, para que enlazándose
con alguna de las infantas del Brasil gobierne bajo
la constitución que le dará el Congreso". Por ino-
cente que la cláusula pareciese, tenía su grano de
•grande malicia, pues recomendaba que en caso de
3IO LA INVASIÓN PORTUGUESA
aceptar Portugal algunas de estas proposiciones^
"tomase á su cargo el allanar las dificultades que
presentara España", encargo bastante difícil y gra-
voso por cierto.
Las instrucciones reservadísimas comenzaban
por recomendar que el comisionado tratase de
"orientarse con sigilo y circunspección de la con-
ducta pública de Herrera y de García en el Brasil,
de las intenciones y sentimientos que se les hubiese
traslucido con respecto á dicha corte y á la de Es-
paña, de lo cual diera noticia al Congreso por con-
ducto del Supremo Director". Esta cláusula, indig-
na y absurda á la vez. era un simple resultado de
las vaguedades y reservas que el Supremo Director
había avanzado al dirigirse al Congreso. Y más sin-
gular es. que cuando el Congreso no tenía funda-
mento ninguno que pusiera á García bajo semejan-
tes indicaciones, le encargaba al comisionado que :
"Si se le exigía que estas provincias se incorpora-
sen á la del Brasil, se opusiera ; pero que si después
de apurados todos los recursos se insistiese, dijese
como cosa suya, que lo más á que podía llegarse
sería "a que formando un Estado distinto del Bra-
sil reconocieran por su monarca al rey de Portu-
gal, mientras mantuviera su corte en este continen-
te, bajo una constitución, etc., etc."
El mes de noviembre se pasó con grandes an-
siedades acerca de las miras de la invasión portu-
guesa. Era tal la inquietud de los ánimos, y tanto
el terror que inspiraban los rumores de que Portu-
gal venía aliado con España y con Inglaterra, que
el sentimiento general del pueblo, en pugna con to-
dos sus antecedentes, comenzaba á pronunciarse en
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3II
■el sentido de un acuerdo cualquiera con Artigas,
aunque fuese reconociéndole ó consagrando el po-
der autocrático cjue se atribuía en los territorios flu-
viales del Uruguay y del Paraná hasta Corrientes,
-donde una barbarie ruda imperaba, sin otra religión
ni otro principio común que la licencia que cada
uno de los cabecillas locales que martirizaban al
país, como partidarios y agentes libres del protec-
tor oriental. Pero, decían en Buenos Aires, ¿qué
hemos de hacer? Esas provincias están pobladas
por cuarenta ó cincuenta mil bárbaros, que armados
obedecen á un bárbaro como ellos ; que son más va-
lientes y arrojados : y que por lo mismo es imposi-
ble c[ue defendamos el país sin ellos, si somos ata-
■cados como ya lo estamos viendo. No tenemos tiem-
po que perder : esto es urgente, y el gobierno se
está haciendo criminal en alto grado con su iner-
cia, decían unos, con su traición, decían muchos
otros. La Crónica, dejándose extraviar por los ren-
cores del momento, salía del terreno verdadero de
la política juiciosa en que debiera haberse conser-
vado, y emprendía una rei\'indicación indirecta de
Artigas. Lo presentaba como una necesidad forzosa
del momento, y pretendía sincerar su conducta á
favor de los conflictos pasados. "El Director Posa-
das, decía, recibió todavía las provincias verdade-
ramente unidas; y los pueblos, en medio de sus jus-
tos resentimientos, aun esperaban de la Asamblea
su constiliicióii federafií'a. La misma Banda Orien-
tal, con acuerdo del general don José Artigas, nom-
bró sus diputados, que la facción de aquel señor
repugnó que se incorporasen. En consecuencia de
esta política se sucedieron con violencia los rom-
31- LA INVASIÓN PORTUGUESA
pimientos de las provincias y de los pueblos. Res-
pondan ahora los autores de aquella idea: ; cuáles
han sido en la práctica sus verdaderos resultados ?"^
Los que esto escribían habían sido partidarios
del genera] Ahear, miembros de la Asamblea Ge-
neral Constituyente de 1813 á 1815; habían sido
encausados y sentenciados por su participación en
aquellos sucesos, y sabían por consiguiente que al
presentarlos ahora bajo la faz que les habían dado
los facciosos de aquel tiempo, incurrían en falseda-
des á cual más indigna de la consecuencia que todo-
ciudadano honrado debe á sus principios morales.
Falso era que la Asamblea hubiese tenido jamás
por base el organismo federativo; falso que la Ban-
da Oriental hubiese nombrado sus diputados; y por
el contrario, al rechazar los agentes personales que
sin más elección que la suya había querido Arti-
gas introducir en ese augusto cuerpo, no hizo otra
cosa que ponerse del lado de los ciudadanos de
aquella provincia á quienes el caudillo había arran-
cado violentamente su derecho (9).
En cuanto á lo de la constitución fcdcratha que
estorbara en 181 4 la "facción de Alvear" podría to-
marse como un antojadizo sofisma en boca de otras,
personas; pero, de parte de los que ahora hacían esa
referencia es algo peor que un sofisma.
Xo sólo habían sido parte principal en lo que
ahora tachaban de criminal, sino que sabían que no
hay Constitución federal posible sin concentración
de vínculos interprovinciales, ó sin la unidad de
(9) Véase el vol. IV de esta obra, págs. 355 y si-
guientes.
Y LOS PARTIDOS ARGEXTlXOS 313
administración general : y precisamente eso era lo
que Artigas había repelido antes y repella ahora.
Don ^lanuel Aloreno había ido á Montevideo como
secretario del señor don Xicolás Rodríguez Peña,
primer intendente y gobernador de esta plaza, des-
pués de rendida la guarnición española que la ocu-
paba; Agrelo, French, Fasos-Kaiiki, \^aldenegro,
etc., etc., habían sido actores, y todos ellos sabían
que Artigas no era federal : que su ideal y sus pre-
tensiones eran reanudar en sus manos todos los
poderes discrecionales de un caudillo dominador y
absoluto dueño de los recursos y fuerzas de la ca-
pital. Sabían que acceder á semejantes pretensio-
nes habría sido lo mismo que reconocerlo por jefe
general de la República y por mandatario efectivo
de la capital, y que su dilema era "ó eso ó la gue-
rra". La alternativa no podía ser más clara ni más
forzosa; y la política del gobierno legal, delante
de la invasión portuguesa no tenía otro tempera-
mento posible que guardar abstención en esa lucha
á muerte que iban á trabar á sus ojos los dos ene-
migos, y prepararse á obrar contra el uno, ó contra
el otro, en mejores condiciones.
Poner los recursos y las fuerzas de la capital en
manos del caudillo, habría sido armar al peor de
los enemigos que tenía la nacionalidad argentina
en ese instante; y siendo conocida por otra parte
su ineptitud para manejar tropas regladas, en lucha
contra tropas extranjeras, era evidente que seme-
jante imprudencia no hubiera servido para otra co-
sa que para perder los escasos elementos del país,
é ir de fracaso en fracaso hasta que el mismo cau-
dillo arrojado al fin á este lado del Uruguay, vi-
314 LA INVASIÓN PORTUGUESA
niese á hacernos la guerra de vandalismo y disolu-
ción, en nuestro propio suelo y con nuestros mis-
mos soldados. Xos habría desmoralizado y después
de hal)er agotado todos nuestros recursos de acción
y de defensa, habría justificado la alianza de Portu-
gal con España, contra Buenos Aires y reducido-
nos al último trance. Artigas era por otra parte in-
compatible con la causa sagrada de nuestra Revo-
lución. Bárbaro é intransigente, criado y enalteci-
do en las selvas, menospreciaba á los hombres cul-
tos y á las leyes de la ci\ilización, en cuanto no
eran aptos para servir de instrumento á sus inicuos
intereses. Simpático para con los malvados, no sólo
porc[ue él lo era. sino porque en ellos encontraba
esa energía primitiva que de nada necesita, y que
tanto sirve á los hombres del desierto para defender
su aislamiento, era el protector nato de la impuni-
dad de todos los delitos ; y con esto atraía desde las
demás las regiones litorales y conservaba siempre
en sus campamentos volantes una multitud inmen-
sa de vagos y de criminales, que de las otras pro-
vincias argentinas venían á ampararse en él. incli-
nados naturalmente á vivir de lo ajeno, y á violen-
tar con las armas el derecho de los demás á favor
del profundo trastorno en que se hallaba hundido
el país aquel por donde vagaban sus hordas (10).
Para poder apreciar la política que el Director
acabó por adoptar, es indispensable que con una
mirada rápida y concisa resumamos los negocios
orientales y las operaciones de Artigas. Desde el
(10) Don Pedro F. de Cavia: Biografía de Artigas
y Tabla de Sangre.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 315
mes de junio de 1816. se supo, como hemos visto
antes, que los portugueses enviaban á Santa Cata-
lina una división de diez mil hombres, con fuerzas
marítimas, destinadas á invadir el territorio orien-
tal del Uruguay por la provincia de Rio Grande.
Bien informado de esto. Artigas despachó el 2^ del
mismo mes expresos urgentes á Entrerríos. á Co-
rrientes y demás guardias de la frontera, para que
sus tenientes reuniesen sus divisiones. Ordenó tam-
bién que en Montevideo y en los demás pueblos se
armasen cuerpos de infanteria con todos los vecinos
capaces de tomar armas, y que los dirigiesen in-
mediatamente al CuARAHiN frente á Sania Ana. á
donde él mismo se dirigió con su campamento ge-
neral. Puesto en este movimiento, hizo que el gue-
rrillero A^erdum fuese á situarse con las divisiones
entrerrianas sobre la linea del mismo Río Cua-
RAHiN, diez y ocho leguas más abajo de Santa Ana,
en comunicación con el comandante Sotelo que ya
ocupaba también paralelamente un punto avanzado
por la parte occidental del Uruguay. Dos divisio-
nes correntinas que pasaban de 2.500 hombres, al
mando de AndrEsito (indio guarani á quien Ar-
tigas había dado su apellido) recibieron orden de
correrse sobre el Alto Uruguay para caer de impro-
viso y oportunamente, por el Este, sobre las ^h-
siONEs. y apoderarse del pueblo de San Borja, ca-
pital de esa provincia. Artigas tenía, como se ve,
la resolución de lle\ar la guerra al territorio ene-
migo, de expulsar á los portugueses del Alto Uru-
guay, atacar á San Pablo y entrar en Río Grande
por la retaguardia de los invasores, para obligarlos
3l6 LA INVASIÓN PORTUGUESA
á retroceder en auxilio de sus propias provincias,
y desocupar la Banda Oriental.
El proyecto, auncjue atrevido, era absurdo en
si mismo, pues aún cuando hubiera logrado sus pri-
meros intentos, no quedaba menos expuesto á ser
batido por el ejército invasor en Río Grande que á
serlo en el Estado Oriental. Desde que la fuerza
que llevaba no le permitía contar con posesionarse
de las provincias brasileñas, sus fuerzas tenían que
quedar inutilizadas para la defensa de su país que
era lo único correcto y juicioso.
Cuando Artigas supo que la expedición del ge-
neral Lecor entraba en la Banda Oriental por Cerro
Largo, soltó sus bandas sobre las fronteras; y ha-
bía procedido con tan rara y singular reserva, que
incendiaba y talaba el país enemigo sin que nadie
le hubiera notado todavía por aquellos lados soli-
tarios del Alto Uruguay (ii). Los habitantes, ver-
daderamente sorprendidos con este brusco ataque,
se retiraban despavoridos al interior; y como al fin
ellos eran tan montoneros como los gauchos orien-
tfdes, apelaban también á la guerra de recursos y
de partidas, mientras los jefes veteranos hacían es-
fuerzos consiguientes para reunir fuerzas sólidas y
poner en acción sus medios de defensa. El coronel
Abreu logró en efecto reunir una división; al mis-
mo tiempo el general Curado, reconcentrando las
fuerzas de Río Pardo, venía también á situarse en
Ibirapitifan Chico para cubrir la margen izquierda
del Uruguay.
(ii) Rcvist. Trim. de Hist. c Geog. X- del 26 de Ju-
lio de 1845 (periódico brasileño). Nota de la página 127,
art. Campauha de 181 6.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 317
En los primeros encuentros, aunque puramente
parciales, las divisiones de Artigas merced á la sor-
presa y su bravura habían triunfado por todas
partes. Puede señalarse como reñido, glorioso y san-
griento el combate de Sa)ita Ana. La posición de
las fuerzas portuguesas era apurada. Verdum, atra-
vesando el Ciiarahin se habían situado en Ibiracoay.
Xo sólo apoyaba allí por su izquierda las fuerzas de
Andresito que habían entrado en ^Misiones y que
sitiaban á San Borja, sino que se ponía en apti-
tud de flanquear por su derecha al general Curado,
avanzando hasta Saiifa María para que Artigas lo
embistiese por el frente. Con esta operación que-
daba cortado también el coronel Abren . que pro-
curaba socorrer á San Borja. Pero por desgracia,
\'erdum. cuya posición era tan ventajosa, no supo
ó no pudo impedir que una división veterana de 800
hombres de infantería y cinco cañones, al mando
del brigadier Costa se incorporase con el general
Curado. Y habiendo recobrado el general portu-
gués una efectiva superioridad con esa incorpora-
ción, pudo reforzar al coronel Abren para que ca-
yese sobre Sotelo y en seguida marchar rápidamen-
te sobre Andresito. El uno y el otro fueron en efec-
to completamente deshechos. La caballería de Ar-
tigas tuvo que huir desbandada por el paso del Ba-
tuy; parte de la infantería se salvó atravesando la
margen occidental del Uruguay por el frente de
San Borja; y la famosa invasión de Misiones acabó
así por un completo descalabro, como era natural
que sucediese dadas las cabezas que habían tomado
á su cargo tan arriesgada operación de guerra. A
favor de estas ventajas el general Curado lanzó al
3 '8 LA INVASIÓN PORTUGUKSA
brigadier Barrete con una inerte ccjlninna, que atacó
á Verdum }- consiguió destrozarlo completamente
sobre el río Ibiracoay el 19 de octubre de 181 6. Se
cuenta que los portugueses ejecutaron en aquel en-
cuentro actos atroces contra los prisioneros, y con-
tra las mujeres que en grande cantidad seguían los
grupos que Artigas llamaba enfáticamente mi ejer-
cito. Estas montoneras eran, como se ve, de poquí-
sima consistencia para invadir y ocupar un país
enemigo; y esto, además de que no era posible es-
perar que un plan tan descabellado, que no contaba
con el apoyo de un ejército verdadero y bien diri-
gido, para operar con solidez y conser\-ar el terreno
avanzado con movimientos estratégicos, pudiera
producir otra cosa que un grande descalabro. Pero
Artigas, en su absoluta ignorancia de lo que eran
las operaciones de la guerra sobre una escala formal,
se había figurado que lo mismo era invadir un país
enemigo que guerrear en su propia tierra, con gru-
pos libres, contra fuerzas aisladas y divisiones pe-
queñas, que á cada instante se veían traicionadas,
sorprendidas, flanqueadas 3' circundadas por la va-
quía y por la iniciativa propia con que cada monto-
nero es grande estratégico en sus pagos. Y hasta
tenía la ridicula pretensión de haber in^■entado una
táctica nueva de líneas semicirculares con otras
pamplinas propias de su tonta infatuación y cortos
alcances.
Artigas era hombre de una terquedad intrata-
ble. No comprendía nada de lo que era superior á
su ridicula vanidad; y aunque conocía que su pro-
3'ecto de invasión estaba perdido por el Alto Uru-
guav, se obstinó en volver á reunir sus montone-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 3I9
ras, ya desmoralizadas, para continuar amenazando
la frontera de Soiifa Ano. Mientras tanto los por-
tugueses, trabajando activamente restablecían el or-
den en aquella frontera, un momento conturbada
por la invasión : organizaban con solidez un verda-
dero cuerpo de ejército para entrar por allí también
en la Banda Oriental, y trataban de cooperar asi á
los movimientos que Lecor ejecutaba por el Este
con la di\isión principal. Cuando este general supo
que las fronteras del lado del Uruguay habían sido
embestidas y sorprendidas por Artigas, detuvo las
marchas con que se dirigía á ocupar á Montevideo,
para optar según fueran los sucesos. Artigas había
dejado delante de las columnas de Lecor al gue-
rrillero Fructuoso Rivera con mil y tantos hombres,
y á Otorguez con otra columna de la misma fuerza
más ó menos, que obraban independientemente.
Uno y otro jefe oriental obtuvieron algunas venta-
jas de detalle. Pero cuando Lecor vio que los bra-
sileños habían logrado restablecer su superioridad
por lado del Alto Uruguay, maniobró con firme-
za sobre Rivera, lo derrotó completamente en india
MUERTA, y desbarató también cá Otorguez ponién-
dose en franquía para marchar con seguridad sobre
Montevideo. Este era el estado de los negocios
orientales y de las operaciones de Artigas á fines
de noviembre de 1816.
Al llegar estas noticias creció de punto la agita-
ción de los espíritus de Buenos Aires, y el Supre-
mo Director comprendió que no podía mostrarse
indiferente sin incurrir en graves responsabilida-
des, y atraerse la animadversión del patriotismo
exaltado que por todas partes prorrumpía en amar-
320 LA INVASIÓN PORTUGUESA
gas acriminaciones. La sitúaciini del gobierno era
sin embargo diíicil y complicada. Artigas no había
solicitado auxilios ni cooperación : se mantenía en
la misma soberbia, en la misma animosidad que ha-
bía mostrado siempre contra los argentinos: prefe-
ría sucumbir al peso de las armas brasileñas antes
que reconciliarse con la organización política que
de nuevo había concentrado el poder y las armas en
el Directorio Nacional. Era. pues, un enemigo; y
el país donde él mandaba era en realidad una na-
ción extraña en guerra abierta contra el gobierno
de las Provincias Unidas. ^Mandarle tropas y au-
xilios en este estado, habría sido enajenar la facul-
tad de diiigir sus propias fuerzas, de inspeccionar
el uso y la administración privativa que el gobierno
tenía de sus propios recursos ; y esto era de todo
punto imposible. Proceder á invadir, por su parte,
llevando la guerra á los dos enemigos que allí lu-
chaban, habría sido absurdo. No lo era menos po-
nerse en guerra con Portugal gratuitamente sin po-
der operar en la Banda Oriental con tropas argen-
tinas. Pero, algo era preciso hacer, porque al pue-
Ijlo se le había puesto que la causa oriental era cau-
sa argentina á pesar de Artigas.
No se le ocultaba á Artigas que era bien cono-
cido de los mismos que lo tomaban por bandera de
oposición; que eran ellos los que en 1814 lo habían
declarado traidor y bandolero; que lo odiaban, y
que su primer acto, si conseguían recuperar el po-
der y concentrarlo en sus manos, sería exigirle su-
bordinación, proscribirlo ó abandonarlo á su des-
tino. Tampoco ignoraba que el interés más apre-
miante de los aro^entinos era lil)rarse de él v hacer-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 321
lo expulsar de la Banda Oriental ; que la Banda
Oriental no era, ni podía ser ya "provincia argen-
tina", como afectaban llamarla, con evidente mala
fe, los partidarios de la guerra, que eran en gran
parte los mismos que dos años antes la hablan de-
clarado independiente y desligada, de hecho y de
derecho, de toda comunidad política con el régimen
nacional argentino. A la vista de todos estaba que
el gobierno portugués, demasiado sensato y posi-
tivo, limitaba el movimiento expansivo de sus tro-
pas en las riberas del Uruguay, y que en ningún
caso era capaz de cometer el desatino de atravesar-
las para enfrascarse en los vastos territorios occi-
dentales. Pero, á pesar de todo eso, Artigas era de-
masiado astuto para no contar con el odio tradicio-
nal que se habían tenido las dos razas, y compren-
día bien cjue las ciegas pasiones que ese odio en-
gendraba en las multitudes irreflexivas, unido al es-
píritu de partido, debían tener bastante poder para
avasallar las opiniones moderadas y juiciosas de la
parte culta del país y de la capital. Aun cuando él
no sacase más auxilio ni más provecho que promo-
ver así un vuelco de cosas en Buenos Aires, le bas-
taba eso por el momento para poner en llamas las
provincias, y hacerse el arbitro necesario en el ge-
neral trastorno del orden que provocaba. Abstener-
se y resistir á la vocinglería estrepitosa de la dema-
gogia guerrera, era como constituirse traidor y cóm-
plice ele la invasión portuguesa : ¡ abominación de
las abominaciones ! Muchos de los hombres que ro-
deaban al Director comprimidos con este temor,
opinaban que la indiferencia podía llevar al colmo
lo3 furores del pueblo y del populacho, una gran
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 21
2,22 LA INVASIÓN PORTUGUESA
parte del cual tenía armas y pasiones políticas en
el seno de los tercios cívicos. Seguir su impul-
so, era por otro lado echarse á una aventura desas-
trada, en el momento menos adecuado para tentar-
la. Pero llegaba á tal punto la obcecación de los
enemigos del Director, que confesando ellos mis-
mos que por sus propios corresponsales de Río Ja-
neiro sabían que lá invasión portuguesa había pro-
vocado un conflicto grave con España, aseguraban
todavía que esa era una intriga de Pueyrredón para
engañar inocentes ; y persistían en proclamarse
adeptos de Artigas". "Las últimas noticias de la
Banda Oriental, decían, que corren hace dos días,
son demasiado tristes : el general Artigas ha sido
batido en parte, y los invasores avanzan como á
ocupar Montevideo . . . aún se habla de que han en-
trado. Las comunicaciones de Río Janeiro dicen
que el ministro español ha protestado formalmente
contra esta invasión en el territorio del rey su amo.
Que igual declaración ha hecho á los ministros de
las otras potencias, manifestándoles las instruccio-
nes que tenía pra ello. Xo dudamos de ellas, pues
aquel ministro ha permitido que su nota circule
como en confianza hasta verla algunos corresponsa-
les nuestros. Esta medida, que sagazmente se ha
tomado, es probablemente para soportar á los in-
cautos, y que queden persuadidos de que no hay
combinación con los españoles . . . '\l\\y atrasado en
política deberá estar el que lo crea : y nosotros no
dudamos que esta es una duda de las muchas tra-
mas que urden los gabinetes. . . Nosotros tenemos
por el contrario fundamentos poderosísimos para
no dudar de la coalición; y que el objeto de la in-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 323
vasión es tomar nuestras posesiones, conquistarnos
V entregarnos otra vez á nuestros antiguos due-
ños" (12).
Sólo conociendo la intemperancia característica
de don Pedro José de Agrelo, y las pasiones tena-
ces de don ]Manuel ^Moreno, puede uno explicarse
que se publicaran semejantes desatinos. Entre tan-
to, en el fondo de las clases tranquilas, aunque so-
focada y tímida, existía una opinión pública uni-
forme; y se sabe que cuando la opinión pública es
verdadera no está discorde jamás con la moral ni
con los intereses de una nación libre ó en camino
de ser libre. El mérito del señor Pueyrredón fué sa-
ber tenderle la mano á tiempo; sacarla del encogi-
miento en que se hallaba; reconstituir con ella el
buen crédito del gobierno, y esquivar una guerra
descabellada en la que sólo tenía interés el bárbaro
que la había provocado con crímenes y tropelías de
todo género.
El Supremo Director consideró como cosa inútil
las famosas instrucciones resen'adas y rcsen'adísi-
inas del Congreso. El tenía su opinión reservada
también sobre el particular. Sabía que no había ob-
jeto en ir á investigar ni tomar datos sobre la con-
ducta del señor García. Conocía bien sus talentos;
no había dudado jamás de su patriotismo, de su
honradez ni de su criterio. Lo que había escrito al
Congreso era simple cautela por lo difícil de su si-
tuación, y en previsión de contratiempos más ó me-
nos probables en el interior. ]^íandar investigacio-
nes era cosa que tenía graves inconvenientes : podía
(12) Cróii. Arg. del 20 de agosto de 1815.
324 LA INVASIÓN PORTUGUESA
perturbar los trabajos de García cuyo éxito estaba
en los deseos y esperanzas secretas del Supremo Di-
rector; y después de eso, suponiendo que el agente
investigador regresase convencido del acierto y ha-
bilidad con que Garcia llevaba la negociación, él
tendría que descubrirse y salir del terreno de' las
dudas y de las ambigüedades en que le convenía
continuar embozado, lisonjeando unas veces el sen-
timiento apasionado del pueblo, y dejando entre
tanto que los sucesos se pronunciasen, para entrar
en acción de acuerdo con los intereses argenti-
nos (13).
Pueyrredón hizo á un lado las instrucciones del
Congreso como cosa de muy poca cuenta, y tomó
una medida de puro aparato, más ruidosa que se-
ria, pero mejor calculada para hacer ilusión en el
ánimo inocente del pueblo, y para favorecer al mis-
mo tiempo la prudente expectativa en que deseaba
mantenerse. Esa medida fué comisionar al coronel
don Nicolás Vedia, no para ir á buscar datos, sino
para entregarle al general portugués una reclama-
ción enérgica que tenía todo el carácter de un iilti-
mátiini, y que terminaba con estas palabras : "á fin
de evitar un rompimiento requiero de Vuestra Ex-
(13) Desgraciadamente cuando Sarratea publicó ca
1S20 las cartas y oficios reservados que encontró en el
archivo secreto del Congreso, el señor García se consideró
tan ofendido por los conceptos que el señor Pueyrredón
había vertido, que nunca más le volvió su amistad, ni qui-
so aceptarle explicaciones de ningún género; y según he-
mos oído, ni los empeños del señor Rivadavia, ni los del
general Las Heras fueron bastantes á sacarlo de la resolu-
ción de no volver á mencionar en pro ni en contra el nom-
bre del señor Puevrredcn.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 325
celencia que disponga que el ejército de su mando
suspenda sus marchas y retrograde á sus límites,
etc., etc." (14).
Con esto sólo bastará para que se comprenda
que la comisión del señor Vedia tenía poca impor-
tancia. El general Lecor obraba por órdenes de su
rey ; se le había mandado que ocupase militarmen-
te la Banda Oriental y la plaza de Montevideo; á
nadie podía, pues, ocurrírsele que había de retro-
ceder porque se lo ordenase un gobierno extraño.
El Supremo Director se desviaba notoriamente con
este proceder de las reglas elementales del caso. De-
bió haber dirigido el ultimátum al gobierno por
cuyas órdenes se hacía la ofensa, y comenzar por
retirar de su inmediación al agente que estaba acre-
ditado para mantener con él las buenas relaciones.
La comisión del señor Vedia era, pues, una simple
manifestación, más intencionada para los partidos
de adentro, que adecuada para producir efecto al-
guno sobre las operaciones portuguesas.
Lo que acentuaba más el carácter meramente
aparente de la comisión era el encargo de conducir
y entregar otras tres notas, una para el delegada?
Barreiro que gobernaba en Montevideo á nombre
de Artigas; la segunda para el Cabildo de la mis-
ma ciudad, y la tercera para Artig'as, que no sabe-
mos si llegó á sus manos.
Estas tres notas tenían en verdad tantas pala-
bras como protestas de interés; pero nada, absolu-
tamente nada más en el fondo que el aviso de que
(16) Of. del 31 de octubre en la Gacct. Est. de di-
ciembre i.°.
326 LA INVASIÓN PORTUGUESA
el coronel Veclia marchaba llevando una enérgica
intimación contra el gobierno portugués. Con ese
motivo se le pedía al delegado Barreiro que le pro-
curara todos los medios indispensables para que se
trasladase á los puntos indicados en la comisión, y
que permitiera c[ue la goleta de guerra "Dolores"
que llevaba al señor Vedia, quedase allí hasta su
regreso.
Explicándose con el Cabildo, el Supremo Di-
rector decía que si hasta entonces se había abste-
nido de intervenir era porque "el silencio profundo
del general don José Artigas" había contribuido á
mantener en misterio los pasos de los portugueses :
que hasta ese momento no los había conocido el go-
bierno sino por vías indirectas é ineficaces para
fijar su juicio: y de ahí que no se hubiese hecho
antes una intimación, ni se hubiese oficiado al jefe
de los orientales "por esos documentos juzgará
Vuestra Excelencia el interés que este gobierno se
toma en la libertad general; y la sinceridad de sus
votos por la seguridad de esos recomendables habi-
tantes. Lejos siempre de mí (decía el Supremo Di-
rector) una política suspicaz, crea Vuestra Excelen-
cia que obraré en "tono firme" y consecuente en
cuanto sea relativo á la independencia de la patria.
y á la DESEADA UNIDAD QUE APETEZCO ENTRE AMBOS
territorios".
Estos conceptos demuestran acabadamente que
el Supremo Director intentaba poner como condi-
ción precisa de su cooperación en la defensa de la
Banda Oriental, no sólo la sumisión de Artigas
á las autoridades argentinas y al orden militar que
eso exige, sino al restablecimiento de la integri-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 32/
dad nacional que Artigas habia roto. Claro era que
por grande que fuese el sacrificio que hubiere de
hacerse, una vez traídas las cosas á ese punto no
había modo de excusar la guerra. Los actos mismos
de García en Río Janeiro no estaban á esa solu-
ción. Pero también es indudable que Portugal ha-
bría bloqueado á ]vIontevideo y á Buenos Aires en
el acto; que habría buscado un arreglo natural con
España ; que los auxiliares argentinos no habrían
continuado en armonía con los orientales ; y que el
resultado habría sido fatal y funesto para la causa
de nuestra independencia. Xo había, pues, más po-
lítica sensata que la política de García; y era im-
posible que un hombre como Pueyrredón no lo
comprendiese, á pesar de estas apariencias que no
podían tener otro fin que el de ir salvando los es-
collos interiores hasta poner las cosas en su verda-
dero centro de gravitación.
El coronel Vedia fué perfectamente recibido y
agasajado en el cuartel general de los portugueses.
Era un caballero finamente educado; sabía conver-
sar con fluidez, con un tono reflexivo y modesto que
lo hacía sumamente simpático, aún en situaciones
en que no podía transigir como era ésta en que le
ponía su comisión. Así es que á nuestro modo de
ver, no fué "mero cumplimiento" sino merecida
justicia, la que el general Lecor le hizo al final de
la nota con que respondió á la intimación del Su-
premo Director. "De todos modos agradeceré siem-
pre á Vuestra Excelencia haberme dado ocasión de
conocer al señor coronel don Nicolás Vedia". Pero
ningún otro resultado se obtuvo.
Precisamente en esos mismos momentos, llega-
328 LA IXVASIOX PORTUGUESA
ba allí á Montevideo la noticia del descalabro de
Artigas en el norte, y de la derrota completa de Ri-
vera hacia el este, en la India Muerta, y como esto
hacía que fuese muy peligroso para el comisionado
argentino atravesar la campaña desde Santa Teresa
hasta iMontevideo, tomó camino seguro á Maldo-
nado; y ahí se embarcó de regreso á Buenos Aires,
donde llegó el 7 de diciembre, trayendo la contes-
tación del general portugués. Este documento era
perfectamente consecuente con las declaraciones
que el gabinete le había hecho al señor García. "Sus
o ^eraCiOr.e?, decía, no pueden inspirar desconfian-
zas al gobierno de Buenos Aires, desde que han de
limitarse estrictamente al territorio oriental, que es-
tá declarado en absoluta independencia del gobier-
no occidental, y desde que sus órdenes le imponían
un completo respeto al tratado de 26 de mayo de
1 81 2 que era la base inconmovible de la amistad
entre los dos países . . . Yo continúo mis marchas
que sólo pueden ser suspendidas por orden del rey
mi señor; y si fuere hostilizado tomaré medidas de
precaución. En breve, y de más cerca, tendré me-
jor ocasión de poder manifestar á Vuestra Excelen-
cia cuan de buena fe son mis operaciones mili-
tares".
La sagacidad de Pueyrredón tenía su horma en
la sagacidad de Lecor. Moralmente hablando, po-
dría decirse que eran dos manifestaciones de un
mismo tipo. Don Juan Federico Lecor era agudo,
inteligente, cortesano tan experto y consumado co-
mo lo era don Juan Martín de Pueyrredón. Ni uno
ni otro, aunque generales, eran verdaderamente
hombres de guerra como militares. Su verdadero
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 329
terreno era la diplomacia y la política. Lecor, euro-
peo y educado bajo las doctrinas de la milicia de
corte y de las tradiciones clásicas, era naturalmente
más inclinado á respetar más los elementos de gue-
rra europeos c[ue los nuestros ; debía suponer que
las tropas españolas eran muy superiores á las tro-
pas argentinas, y que la expedición á Chile sería
al fin, como la expedición á Misiones de Artigas^
una farsa ó una aventura que habría de acabar por
una catástrofe. Consideraba que ya por este des-
calabro, ya por el estado de anarquía en que veía
nuestro país, ese pretendido ejército de los Andes
tenía que desgranarse en medio del desorden ; que
el Directorio caería dejando el país entero en ma-
nos de los montoneros y de la anarquía, y que la
Banda Oriental debía quedar definitivamente ane-
xionada á la corona de Portugal, y sin más enemigo
serio que el rey de España.
La verdad es que se necesitaba ser ciego ó ser
argentino para que esta previsión no fuese incues-
tionable á los ojos de un extranjero, y sobre todo
de un general ó diplomático europeo, que tan poco
acertados han andado siempre para juzgarnos y
comprendernos. Con estos antecedentes, Lecor de-
ducía lógicamente que el éxito de la política portu-
guesa consistía en contemporizar: en dejar al Di-
rectorio y á Artigas luchando con todas las dificul-
tades de un avenimiento, que él trataba de aumen-
tar haciendo notorio su amistoso comedimiento pa-
ra con el Supremo Director y gobierno de Buenos
Aires. De manera que avivadas las sospechas de
los pueblos y de los caudillos acreciesen las mutuas
desconfianzas y se imposibilitase toda tentativa de
330 LA INVASIOX PORTUGUESA
concierto. Por cierto que el general Lecur n(j iba
desencaminado en su astuto proceder, y prueba de
ello fué la conducta frenética de Artigas.
Puesto en el colmo de la rabia por las derrotas
del Cuarahin y de la India Muerta, lanzó el i6 de
noviembre una circular propia de un loco que, no
teniendo como desahogarse, arremete á patadas y
moquetes contra las puertas y murallas que le cie-
rran el paso. Llamaba traidor infame y gran cri-
minal al Supremo Director porque no le había man-
dado tropas y recursos (y lo curioso era que no los
había solicitado) ; hacía saber á los pueblos argen-
tinos que muy pronto iba á castigar á ese malvado,
no sólo porque estaba empeñado en arruinar á los
orientales, sino por la perfidia con que mantenía
relaciones diplomáticas y comerciales con el go-
bierno portugués. Era, pues, cómplice de la inva-
sión extranjera, y, por consiguiente, debiendo su
gobierno ser tratado como un enemigo, "hizo ce-
rrar absolutamente todos los puertos de la Banda
Oriental al tráfico de Buenos Aires y de sus perte-
nencias, y mandó embargar todos los buques y
mercaderías argentinas que se hallasen en ellos, ha-
ciendo responsables á todos sus jefes y caudillejos
de la costa por la menor infracción que se cometiese
á lo mandado.
Sea que Barreiro no conociese la circular de Ar-
tigas, ó que lo creyere vencido y sin poder para es-
torbar la reincorporación de la Banda Oriental á la
unión argentina, el hecho es que había iniciado una
política de concordancia con el gobierno de Buenos
Aires totalmente opuesta á la del caudillo, y ani-
mada al menos con el deseo de poner en defensa la
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 33 1
plaza de Alontevideo sobre la cual marchaba ya el
general portugués. Barreiro se dirigió al Supremo
Director ; pidióle con urgencia auxilios, y le ase-
guró que estaba resuelto á firmar el pacto de la re-
conciliación, reincorporándose al gobierno ¡nacio-
nal. El Supremo Director aceptó la indicación siem-
pre que la base fuese el reconocimiento del sobe-
rano Congreso y del Poder Ejecutivo Nacional. Sin
esto le declaró el gobierno que no podía proceder
á embarcar tropas, armas ni recursos; y como el
caso era ya urgentísimo, se le recomendaba al de-
legado -Barreiro que se decidiese con toda brevedad,
pues de otro modo sería imposible la operación y
se atribuiría el fracaso á falta de interés ó de pér-
fida complicidad con los portugueses (15).
Tanto más necesaria era esta precaución cuanto
que no hacía sino tres meses que Artigas había co-
metido un acto de la más baja perfidia. Fingiéndose
escasísimo de armas y municiones, al amago de la
invasión portuguesa, había hecho que el Cabildo
de Montevideo pidiese este auxilio al gobierno de
Buenos Aires; y se cometió la debilidad de remitir
á fray B cutos como seiscientas armas entre sables
y fusiles con una gruesa cantidad de pólvora y de
plomo. Más como Artigas contaba con la revolu-
ción que se preparaba para derrocar á Pueyrredón,
remitió todo ese armamento á Santa Fe para que los
montoneros de esta provincia, coaligados con él y
en rebelión armada contra el gobierno nacional,
(15) Estos documentos son parte del Archivo Secre-
to del Congreso de Tucumán que está depositado en el Ar-
chivo de la Cámara de diputados de la provincia de Bue-
nos Aires.
T,T^2 LA TXVASION PORTUGUESA
estuvieran prontos y armados á marchar solare la
capital en apoyo de los revolucionarios, y pudiesen
entre tanto interceptar y apresar los piquetes y con-
\oyes de armas y pertrechos que el gobierno remi-
tia á los ejércitos de los Andes, de Tucumán y de
Salta. La cosa fué tan pública y tan sabida de to-
dos, que fué materia de explicaciones entre Barrei-
ro y Pueyrredón, entre Pueyrredón y Lecor, ?in
que se escapara el señor García en Río Janeiro uc
oir cargos y de tener que dar disculpas sobre la
irregularidad del hecho.
Destrozado Artigas en el Ciiarahin^ á la extre-
ma izquierda de su línea de defensa, y derrotado
Rivera en la India Muerta, al extremo de la dere-
cha, Lecor dejó las inmediaciones de Santa Teresa
V se puso en marcha hacia ^lontevideo. Barreiru
consideró entonces perdida la plaza si el gobierno
argentino no ocurría rápidamente á guarnecerla.
Llamó á consejo al Cabildo, y el día 6 de diciembre
Se resolvió á prescindir de notas y mandar á Bue-
nos Aires una comisión compuesta de don Juan
José Duran, alcalde de primer voto, de don J^an
Francisco Giró, regidor y juez de menores, y de
don José \'idal, regidor tesorero y juez de merca-
do, vecinos ricos los tres y de lo más respetable que
en su clase tenía aquel municipio. Se les dio orden
de que partiesen en el día, proveyéndolos de una
credencial ó poder en que Barreiro, como delegado
de Artigas decía : "Por tanto faculto ampliamexti:
Y SIN LIMITACIÓN NINGUNA á los dícllOS ScñoreS
(aquí los nombres y cargos) para qi'.e en mi nom-
bre y representación traten, estipulen y convengan
con el Gobierno Supremo de las Provincias L^ni-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 333
das de la América del Sur cuanto concierna á la de-
fensa de la plaza y de sus incidentes" (i6).
Dirigiéndose en seguida al Supremo Director
en igual fecha, trataba Barreiro de disculpar á "Su
Xefe" (son sus pakibras), y alegaba que al lanzai"
éste la circular de noviembre ignoraba que se hu-
liiera comisionado al coronel Vedia y dirigido una
intimación al general Lecor; "pero esta tardía me-
dida (observaba) se ha tomado mucho después de
estar consumada la invasión sin que se hubiera au-
xiliado con tropas al general Artigas, á pesar de
las indicaciones que este Cabildo hizo para que se
le remitiesen". ¡A la verdad que el argumento es
curioso, y más curioso todavía era la exigencia de
que sin más que eso, se auxiliase con tropas á un^
enemigo armado y pérfido, y se declarase guerra á
otro enemigo, sin más interés que dar gusto al pri-
mero que era el peor ! . . . "Lo de Santa Fe, seguía di-
ciendo Barreiro, fué efecto de chismes y de alarmas
que le hicieron temer á mi Xefe que se trataba de
avasallar aquella provincia al Congreso y al Eje-
cutivo de Buenos Aires (Nacional) . . .
"Yo le juro á usted por mi honor ( !) que he
sentido infinito tener que escribirle ese largo oficio.
Pero como usted en el suyo me pide explicaciones
sobre la circular de mi general, yo me he visto
en la precisión de hacerlo. ¿Qué quiere usted? Hay
la fatalidad de mil complicaciones. . . sucedieron los
lances de Santa Fe, don José Artigas recibió partes
que debieron exaltarlo. A usted se le dijo lo de la
pólvora remitida á aquella ciudad. . . Se fueron fo-
(i6) Colección Lamas, 287-288.
334 LA INVASIÓN PORTUGUESA
mentando las sospechas : la distancia agrandó los
motivos . . . Pero la defensa común es lo que debe
inspirarnos : ahoguemos cuanto pueda influir en
atrasarla. Este es el supremo interés 3^ la suprema
ley. Exija usted. Todo esta hecho. Ahí va una
diputación formal. Xo perdamos un instante, y que
veamos de una vez garantido el fruto de tantos tra-
bajos. Yo le ruego á usted por la voz sagrada de
la patria que un día quede todo arreglado . . . Juro
otra vez á usted en nombre de mi Xefe, que será
restablecida muy en breve la confianza y más sin-
cera amistad, como corresponde entre hermanos;
que se removerán los motivos que recientemente
han turbado nuestra próxima reconciliación, y que
reunidos nuestros esfuerzos con la actitud y ener-
gía que exige el conflicto de nuestras circunstan-
cias, podemos contar como infalible el triunfo con-
tra el enemigo común. . . Las garantías, que prome-
to, decía, siempre que Vuestra Excelencia se preste
á hacer causa común con esta provincia contra el
ejército portugués que la invade, son pruebas nada
inequívocas de cuan distante estoy de pensar en otra
cosa que en la unión". "¿Es posible, decía en se-
guida, que tengamos que emplear todavía tiempo
en contestaciones? ¿Cómo convencerlo á usted de
la sinceridad de mis pasos? La conveniencia general
grita por remover todo obstáculo".
Estas grandes conveniencias del país, estos sa-
crosantos deberes del patriotismo y de la naciona-
lidad, habían nacido, en el concepto de Artigas y
de Bárreiro, el mismo día en que los portugueses
los amenazaban. Xo habían existido anteí — cuando
Salta y Tucumán gemían y luchaban en mares de
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 335
sangre contra España — cuando Chile caía, hacien-
do indispensable redimirlo por interés de la causa
y de la propia dignidad : no habían existido cuando
Buenos Aires se liacia pedazos para arrancarle cá
España las muralla- de Montevideo y por asegurar
la causa de todos arrojando sus hijos á millares en
el Perú. Durante todo eso, no se trataba de la causa
de Artigas ó de Barreiro y no había por consi-
guiente ínteres general para ellos. "Nuestra sal-
vación está vinculada exactamente á la actividad,
y es preciso que aprovechemos hasta los minutos".
Así hablaba ahora este nuevo patriota que había
felicitado oficialmente á "Su Xefe" por la derrota
de los porteños en Sipe-Sipe.
Los comisionados de la Banda Oriental llega-
ron el día 8 de diciembre por la mañana muy tem-
prano. Fueron recibidos y oídos inmediatamente
por el Director y por el secretario de gobierno don
Vicente López. El Director se mostró muy solícito
por la causa de los orientales : ofreció que no cesa-
ría de dar auxilios de armas y pertrechos, como lo
había hecho hasta entonces, siempre que Artigas
los emplease contra los invasores extranjeros, v v'W
en armar á las montoneras argentinas que guerrea-
ban contra la autoridad legítima del Congreso, co-
mo ya lo había hecho inicuamente, sin querer com-
prender los deberes y las necesidades de su difícil
posición. Pero el Director declaró también categó-
ricamente que no entraría de una manera oficial en
la guerra, guarneciendo con tropas argentinas á
^íontevideo y poniendo un ejército en la campaña
oriental, mientras no fuese sobre la base solemne de
que Artigas y los orientales reconocieran al Con-
33<-' I-A INVASIÓN PORTUGUESA
gre:o General }" la autoridad suprema del jefe de
Li nación.
Los comisionados invocaron consideraciones de
prudencia y de vanidad que en los primeros mo-
mentos de':ían tenerse presente para ir salvando los
obstáculos poco á poco. Pero el Director les declaró
(jue hablar de eso era perder el tiempo, y que nada,
absolutamente nada le haría atenuar esta condición
indeclinable, porcjue él no podia disponer de los
recursos y de la sangre del país sino para el país
mismo; que si Artigas quería ser independiente y
enemigo del gobiernD de las Provincias Unidas,
no era justo cjue éstas se sacrificasen por él en se-
mejantes momentos y en una lucha tan llena de pe-
ligros. Los comisionados hubieren de conformarse,
imes sus credenciales eran amplias y sin liniiiacióii
alguna^ como se ha visto. El Director encargó á su
ministro que acordara y que redactara el convenio
c m los comisionados, mientras se citaba al Cabil-
do, y á la Junta de Observación y Corporaciones.,
para darles cuenta de lo actuado y obtener su san-
ción. A las doce del día estaba hecho y sancionado
el convenio cuyas cláusulas capitales son estas :
Primera, obediencia jurada al Supremo Congreso
y al Supremo Director por la Provincia Oriental,
entrando ésta en la unión como una de las tantas
provincias que la formaban. Segunda, juramento
de la independencia nacional proclamada por el
Congreso enarbo'.ando el pabellón argentino y en-
viando inmediatamente diputados al Congreso en
razón de su población. Tercera, envío de fuer-
zas y auxilios para la defensa y para la gue-
rra. Otro convenio reservado explicaba el ar-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 33/
ticiilo tercero y determinaba que el gobierno argen-
tino se comprometía á mandar con toda urgencia
á la plaza de Montevideo un cuerpo de mil hom-
bres, 200 quintales de pólvora, 100,000 cartuchos,
1. 000 fusiles, 8 cañones de bronce de calibre mayor,
y seis de tren volante, con lanchas para sacar las
familias de la plaza {í/).
Difícil es dar una idea del alborozo, de la ex-
pansión y de las manifestaciones de entusiasmo en
<|ue la ciudad entera prorrumpió desde que se supo
el resultado de la negociación. De todos los cuar-
teles y de todos los cafés se levantaron al aire cen-
tenares de cohetes voladores. Las salvas de artille-
ría atronaban el aire. Delante de todas las tiendas
y casas particulares se arrojaban millares de cohe-
tes de la India. Por todos los suburbios los cívicos
hacían fuego de pólvora con sus fusiles; grupos
de mozos alegres de la clase popular cuajaban las
pulperías de mayor crédito en los barrios del Alto,
de la Concepción, de Monserrat, de San Nicolás y
del Socorro hablando ya de ir á batirse con los por-
tugueses. En los cafés más aristocráticos y en las
plazas se organizaban grupos con algunas músi-
cas y banderas cielo-blancas, que seguidos de un
pueblo inmenso recorrían las calles viveando á la
patria, al gobierno, á los orientales, y aún al mis-
mo Artigas. La casa del señor Riglos en que se
habían alojado los comisionados orientales estaba
(17) En el mismo día 8, llenos de júbilo y satisfac-
ción los comisionados daban cuenta á Barreiro del éxito
completo de su encargo y de esa remesa que hemos copiado
textualmente del oficio original, y que se inserta en la
Colección Lamas, págs. 291 á 293.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 22
^;^P> I.A INVASIÓN PORTUGUESA,,
materialmente atestada de gentes que \enían á fe-
licitarlos (i8).
Ante un suceso tan inesperado y repentino, la
Crónica Argentina no tenía más remedio que de-
clamar al unísono del pueblo y de lo que en aquel
día era la opinión prevaleciente (19).
(18) Alguien le dijo á Pueyrredón : — ¡Qué bueno
sería tener ahora á Borrego ! — Realmente — contestó, — era
el hombre para Artigas : el diablo se lo llevaba á uno de
los dos.
(19) '"Hoy ha adquirido inicra vida la patria, y es
muy glorioso para el gobierno actual haber cortado la anar-
quía que irremisiblemente hubiera perdido aquellos va-
liosos territorios (de la Banda Oriental) ... El peligro co-
mún es el mejor cáustico para cortar la gangrena políti-
ca: nada hay peor que la dominación extranjera; ¡ y qué
dominación ! ¡ ¡ ¡ Portuguesa ! ! ! Que sin duda es peor que
la española, pues son sin comparación más ignorantes,
más supersticiosos, más intolerantes, y por eso se han uni-
do para subyugarnos, hombres que se arrodillan todavía
delante de un príncipe como si fuera la Deidad ; que
sin embargo de estar bajo la tutoría de Inglaterra, no hat:
podido hacer progreso alguno en la civilización y cultura
de las costumbres : que son verdugos de la especie huma-
na ; díganlo los millares de esclavos que gimen en su do-
minación con vergüenza de la ihumanidad. Este es el go-
bierno que a'hora ha armado la guerra de la Santa Cruzada
para hacer cesar la anarquía de la Banda Oriental, y res-
tablecer el orden, á fin de que la revolución no cunda en
los dominios de S. M. F. A la verdad que la empresa es
filantrópica... pero acuérdese el rey Fidelísimo que es-
tá en un hemisferio donde los revés no se miran como
deidades á quienes toda criatura debe adorar. Y vosotros,
bravos orientales, deponed esos falsos temores que son el
aliento de los espíritus turbulentos que viven de la dis-
cordia... el amor á la patria es el vínculo más fuerte de
la naturaleza. . . Quieren entregarnos al déspota y fanático
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 339
Había, sin embargo, muchas personas de gran-
de criterio y talento político, que miraban como un
error lamentable y de funestísimas consecuencias
lo que el gobierno acababa de pactar con los orien-
tales. Para ellos (}- tenían razón) Artigas era in-
compatible con toda política regular que propen-
diera á dar cohesión á las leyes y al gobierno de la
República ; y lamentaban el profundo trastorno de
cosas y de principios que debía producir una alian-
za como esa, propia sólo para consagrar el imjDerio
de los caudillos y el mo^■imiento subversivo y bru-
tal de las masas populares. La Crónica decía con
este motivo: "Sería muy conveniente que esta clase
de hombres hiciese un parólelo entre su sifiiación
actual y ¡a que tenían antes de los trastornos popu-
lares: entre sus esperansas presentes y las que po-
dían formar durante el sistema espaíwl : entre lo
que el país exige para terminar la grande obra em-
pegada, y lo que sería útil en el curso ordinario de
las cosas. Pensar que la Revolución debía reducirse
á que los americanos suplantasen á los peninsula-
res en el ejercicio de los empleos, é imitarlos en su
conducta; pensar que verificado ac¡uel trastorno
trascendental al interés, al brillo y comodidades de
muchas familias de que no se podía desprender el
país, era dable poner un punto á la efervescencia
popular que debía provenir de aquella grande mu-
tación; es entregarse á un campo matizado de in-
signes QUIMERAS en que no habitan la naturaleza
Fernando, el patricida... Xuestra causa tiene muy serias
consecuencias : y puesto que él honor se opone á toda hu-
millación, no hay más que ferro riim penda per ostes cst
via".
340 I.A INVASIÓN PORTUGUESA
r.i el corazón liuniano. Tanta locura \'iene, pues, á
ser el declamar ahora en contra de la Revolución.
como lo es el declamar contra las enfermedades de
los hombres. Después de grandes desórdenes y
abusos, el cuerpo político viene á un estado con-
vulso que lo lleva á la salud, ó á la muerte; v
supuesta la existencia de aquellos antecedentes, esta
crisis es natural y necesaria en uno y otro caso.
Pero formar una Liga contra los mismos elemen-
tos qite deben entrar en esta operación política (ha-
blamos de las virtudes republicanas) y empeñar-
se en aparecer cortesanos, importa tanto como arre-
batar al nuevo edificio de sus cimientos, y Cjuererlo
transportar de golpe donde no los tuviese. . ." (20).
(20) Está aquí tan evidente la mano de don ^^lanuei
Moreno, que para tocarla no tenemos más que reparar
las palabras que hemos subrayado y que son trasunto
textual de las que su hermano don Mariano esculpía, di-
remos así, con estilete de acero en la Gaceta de 1810:
'"Algunos, transportados de alegría por ver la adminis-
tración pública en manos patriotas cifran la felicidad ge-
neral en la circunstancia de que los hijos del país ob-
tengan los empleos de que antes eran excluidos. Aunque
laudables estas ideas son mezquinas y el estrecho círcu-
lo que los contiene podrá alguna vez ser tan peligrosu
al bien público como el mismo sistema de opresión n
que se oponen. El país no sería menos desgraciado por
ser hijos suyos los que lo gobernasen mal etc." Como se
ve la Crónica Argentina es aquí el comentario de la Gaceta
de 1810, V es sabido el profundo respeto, la veneración
filial con que don Manuel Moreno reproducía siempre como
texto incontrovertible cuanto había escrito ó dicho su ilus-
tre hermano. Por lo demás, puede tenerse presente que
don Pedro Andrés García, hombre competentísimo en la
materia, decía que Moreno era en la Crónica, insuflado)-
de! massuna Pasos (Kanki) y el autor de la defensa de
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 34 1
El Supremo Director estaba también inquieto.
Por momentos le venía la idea de que los sucesos y
la presión popular lo había echado en una aventura
peligrosísima. Cuanto más pensaba más difícil se
le hacía comprender cómo podría formarse comu-
nidad de miras y armonía de procederes, con un
h.ombre como Artigas, dado el estado de las pro-
vincias litorales y de los partidos en todas las otras.
Caviloso con estas dudas, mandó llamar á su se-
cretario de gobierno. Eran las diez de la noche
cuando éste llegó á la Fortaleza ó casa de gobier-
no. El doctor López participaba de la misma situa-
ción de espíritu en que se hallaba el Director, y es-
taba también deseoso de oir y consultar opiniones
serias que pudiesen contribuir á madurar su juicio
sobre la situación. Con este motivo, hizo nuevos
empeños á fin de cpe el Director restableciese sus
relaciones con el doctor Tagle, y le consultase in-
mediatamente antes de comprometerse en ningún
paso definitivo con Portugal; y se ofreció á ir él
mismo á traer á Tagle. El Director consintió en oir
al menos á este hombre que pasaba por agudo y
certero en sus cálculos. Media hora después estaba
el doctor Tagle con el Director, con el secretario de
Gobierno, y con el secretario de la Guerra coronel
Pueyrredón centra el Panfleto de Baltimore. Hablando de
este Pasos, dice con toda verdad: "Es un desconocido, un
pobre hombre escasísimo de talentos, y que en los periódi-
cos que ha tenido á su cargo en Buenos Aires no ha sido
más que un cañón de calibre que algunos artilleros carga-
ban á metralla por dispararlo : quicá en todos sus papeles
no hay veinte líneas escritas por él". Folleto de 1818, es-
crito por don Ignacio Núñez.
342 LA INVASIÓN PORTUGUESA
don Juan Florencio Terrada. Tagle, con una cal-
ma prolija y con un excepticismo inflexible, declaró
que Artigas no podía entrar en la unión; que lo
probable era que guardaría silencio sobre el acuerdo
de reconciliación, hasta que estuvieran las tropas
argentinas en Montevideo y en la Banda Oriental,
con todos sus pertrechos; y que teniéndolas enton-
ces aisladas y comprometidas volvería á sus mis-
mos procederes, hasta que se le rindiesen, y hom-
bres y cosas entrasen á su servicio. Según esto,
dijo, que el Director haría mal en empezar por re-
mitir auxilios á un caudillo pérfido que había ya
engañado inicuamente al gobierno : que él suspen-
dería esos envíos en su caso, publicaría el acuerdo
y mandaría una nueva misión al general portu-
gués, comunicándole que la Banda Oriental se ha-
bía reincorporado á las Provincias Unidas; que
había cesado por consiguiente el motivo de la in-
vasión, y que era llegado el caso de que tuviese to-
da su fuerza antigua el tratado de 1812, cjue el mis-
mo gobierno portugués tomaba como vigente y
obligatorio. Mientras tanto, decía el doctor Tagle,
Artigas tendrá que pronunciarse sobre el acuerdo
de hoy (8 de diciembre), tendrá que entregar En-
trerríos, Corrientes y Santa Fe, á los intendentes que
nombre el gobierno : halaremos tomado garantías de
cumplimiento y obediencia antes de entrar en la
guerra, 3' podremos tan ¡bien sugerirle á Lecor, que,
como cláusula de paz y evacuación, nos pongamos
de acuerdo para que Artigas salga del territorio ar-
gentino. Si Artigas se niega nos limitaremos á la
neutralidad armada, y esperaremos sobre esto los
resultados del «-eneral San Martín. Si Lecor se nie-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 343
ga, mandemos una misión á Río Janeiro con las
mismas instrucciones, para dar tiempo á que la
campaña de Chile se desenvuelva, auxiliando con
armas y dinero á los orientales mientras tratamos.
Todo lo Cjue no sea esto, es ciisartanios en las astas
ckl toro, sin conservar albedrío para manejar des-
pués nuestros propios recursos ó hacer lo que nos
convenga entre dos enemigos, de los cuales el peor
es el que nos pide que le salvemos para sacarnos
los ojos. "Esta es mi convicción, señor Director,
de hace mucho tiempo".
El Director se ratificó por consiguiente en sus
previsiones, y ordenó al secretario doctor López
que llamase ]X)r la mañana siguiente á los comisio-
nados orientales, que les impusiese francamente de
todo lo que habían meditado y resuelto, sin men-
cionar al doctor Tagle porque por ahora era inútil.
Los comisarios oyeron todo. Xadie mejor que ellos
sabía las miserables condiciones de la Banda Orien-
tal bajo la férula de Artigas; y nadie más que ellos
ansiaba por verla libre de este bárbaro atroz. Con-
vinieron en que el gobierno argentino tenía plena
razón en sus temores y precauciones; pero insistie-
ron vivamente en que al menos las armas, los per-
trechos y una pequeña guarnición, se enviasen con
urgencia. Se accedió á esto, y los comisionados
acordaron dar cuenta al delegado. Convenido así,
se formó nuevo consejo de corporaciones, para pro-
poner la misión diplomcitica previa á la declaración
de guerra y á la responsabilidad de las operacio-
nes. "Después de nuestras últimas notas (le decían
los comisionados al delegado ) hemos sido convo-
cados á nuevas sesiones con Su Excelencia el Di-
344 I' A INVASIÓN rORTc'GUESA
rector del Estado y principales corporaciones sobre
el interesante punto de declarar la guerra á los por-
tugueses. . . Se ha discutido mucho la materia. . . y
como de hecho están abiertas las hostilidades por
los auxilios y fuerzas que se proveerán, se ha re-
suelto que por ahora se suspenda la declaración y
que se envíe una nueva legación al general Lecor
instruyéndole, etc., etc. . . . , ínterin se remite una em-
bajada cerca de la corte del Brasil. . . bajo el supues-
to de que esta medida sólo es adoptada por ver si
se consigue aletargar al enemigo, y tomarnos tiem-
po para reforzar con desahogo ese punto. . . pues la
guerra, si aquél no admite, será sobre el momento
publicada del modo más solemne".
Desde este momento, como se comprenderá, el
doctor Tagle había recuperado todo su valimiento
en el gabinete argentino. Se le llamaba para todo.
El doctor López insistía per retirarse, puesto que
tenía sucesor, pero el Director insistía también en
que el cambio no debía hacerse hasta que no que-
dase en claro si había de haber guerra ó neutrali-
dad con los portugueses : guerra ó sumisión de par-
te de Artigas.
Tagle tenía razón. Comunicado el convenio del
8, y corrida la noticia de su publicación. Artigas se
entregó como un demonio al enojo y á la ira; man-
dó que en Aíontevideo, en Entrerríos y en todas
sus dependencias fuese quemado en las plazas el
documento con un bando brutalmente injurioso con-
tra el Director y contra los porteños: "Ninguna con-
testación hemos recibido de Vuestra Excelencia en
contestación á nuestros pliegos del 8 y del 9 (decían
con fecha 19 de diciembre los comisionados, diri-
Y LOS PARTIDOS ARCxENTINOS 345
giéndose al delegado), no obstante que somos ins-
truidos con sorpresa de las notables ocn-rencias que
les subsiguieron. Vuestra Excelencia no se ha dig-
nado aprobar el acta del 8. Sin cuestionar si esto
es con razón ó sin ella, lo que toca la raya de lo in-
creíble es que Vuestra Excelencia pretenda que los
comisionados se han excedido. Recuerde Vuestra
Excelencia el tenor de las credenciales con que
fuimos habilitados, y las instrucciones verbales,
y \-erá que no ha podido ser más ajustada nuestra
conducta. Si tan criminal imputación hubiese de
servir á la salvación de nuestra patria, la soporta-
ríamos con virtud. Pero cuando ella labra su sepul-
cro, excede de todo punto su invención. El resulta-
do de estas políticas tramoyas ha venido á ser: que
en este mismo dia destinado para el embarque de
las primeras tropas (350 hombres), y en la víspera
de dar la vela el convoy, se hayan recibido los plie-
gos de \^uestra Excelencia desaprobatorios del con-
venio, con otras indicaciones que no pudieron me-
nos c[ue exaltar los áiiimos. Sobre el momento se
expidieron órdenes para suspender el embarque de
las tropas, y retención del convoy, y convocada nue-
va Junta, se oyó allí al intérprete de Vuestra Exce-
lencia don Victorio García Zúñiga; y con ellos y
con los pareceres de los Aocales quedó resuelto no
prestar el menor auxilio sin que antes fuese sancio-
nado el convenio. . . Todo ha sufrido, pues, el ma-
yor trastorno en un momento; y ac[uel placer gene-
ral que reinaba en todos, y de mil modos se pro-
curaba insinuar, se ha convertido súbitamente en
FUROR y EN UN Encono inapagable". Y así era en
efecto : la reacción se había producido. El patrio-
34^ LA INVASIÓN PORTUGUESA
lisnio de los porteños, siempre instintivo y animo-
so, que lleno de entusiasmo había prorrumpido en
un grito espontáneo de guerra contra los portugue-
ses, chasqueado ahora por la conducta enemiga é
intransigente de Artigas, lo maldecía como la pie-
dra del escándalo y de la perdición de la patria,
conviniendo en que lo único prudente y ventajoso,
era la neutralidad armada y la expectativa. El Su-
premo Director había conseguido, pues, restable-
cer el mérito de su política en la opinión pública,
al mismo tiempo que dejaba en el mal lado á los
opositores, sobre quienes podía ahora asentar la
mano con dureza, seguro de que no estaban al lado
del l)uen viento, como él. "La patria iba á recibir
nueva vida (decían los comisionados al terminar),
pero ésta en su misma cuna desapareció, y de nada
somos responsables habiendo procedido por mera
comisión". El delegado les contestaba: — "Yo he
desaprobado el acta, porque he debido hacerlo. No
me es posible comprender cuál de mis instruccio-
nes, ó de los poderes conferidos hayan podido in-
fluir para entrar á firmarlos. Este indulgente Ca-
bildo y yo tenemos una representación subalterna;
y cualesquiera que fuesen las facultades con que hu-
biésemos investido á Vuestras Señorías nunca po-
dían tener otro carácter que ese. . . Si Vuestras Se-
ñorías se hallan convencidos de que ese Director
no procederá á auxiliarnos sin la ratificación del
acta, pueden Vuestras Señorías dedicar sus esfuer-
zos á comprar y remitir por cuenta de esta caja 500
fusiles por lo menos y cuanta pólvora y fornituras
puedan hallar, y regresar inmediatamente". En
cuanto á este encargo de comprar fusiles y pólvora,
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 34"
respondió la Comisión que no omitir ia diligencia
alguna para desempeñarlo, pero agregaba con sor-
na : "Para el caso de hallarlos se hace necesario que
\'uestra Excelencia ordene lo conveniente para el
giro de los libramientos contra la caja de esa pro-
vincia, y á donde deban dirigirse". En cuanto al
regreso, los comisionados habían resuelto no po-
nerse al alcance de Artigas.
Los comisionados, movidos por las angustias
del patriotismo, ocurrieron de nue\-o al Director
para que al menos les proporcionase los 500 fusiles
y fornituras de que necesitaba Montevideo, y obtu-
vieron que á pesar de todo lo que habia ocurrido,
fuesen remitidos esos auxilios á la Colonia para
evitar que el enemigo los apresase ; y no sólo esto
hemos conseguido (dicen en su nota del 30 de di-
ciembre), "sino que partan pasado mañana por el
Río á la Purificación y de allí donde se encuentre
nuestro general, los señores don Marcos Salcedo y
don Victorio García Zúñiga con el objeto de ha-
cerle todavía proposiciones y de inclinar su ánimo
á una transacción de las desavenencias sobre bases
adaptables á las presentes circunstancias'.
]\le ha parecido necesario insistir en la trans-
cripción de los mismos documentos oficiales para
poner en toda su luz esta época obscura de nuestra
historia, respecto de la cual corren, acreditados por
las injustas y mezquinas pasiones del vulgo y del
localismo, errores y calumnias que no pueden sos-
tener el examen de una crítica sincera; y por lo
mismo hemos cuidado en dar documentos de pura
procedencia oriental, y cjue emanaron además de
dos hombres, como Duran y Giró, superiores á todo
348 T-^ INVASIÓN PORTUGUESA
reproche y á toda desconfianza. Dirigiéndose ellos
al mismo Artigas, le hacían presente que no eran
culpables de la iniciativa en este asunto, pues todos
los pasos con que se había preparado la negocia-
ción habían procedido, única y exclusivamente del
delegado Barreiro : "Reposábamos tranquilos en el
seno de nuestras familias. . . cuando instruido vues-
tro delegado de los desgraciados eventos de noviem-
bre, concibió el proyecto de mandarnos en diputa-
ción á Buenos Aires. . . Era cosa ardua; así es que
además de la amplitud de nuestros poderes, quisi-
mos recibir explicaciones iiiás directas de boca del
mismo delegado vuestro \'ice-Regente (¡sic!) en
^íontevideo. . . habiendo pasado él mismo á nuestra
habitación y habiéndosele objetado sobre las difi-
cultades del allanamiento de Vuestra Excelencia á
LOS MISMOS PACTOS QUE DESPUÉS SE ESTAMPARON
en el acta del 8 del corriente, fuimos contestados de
hallarse Vuestra Excelencia avenido á cualquiera
partido, por duro que fuera, con tal que redi-
miese la plaza de caer en poder de los portugueses,
cuya pérdida se tenía por inevitable".
Los comisionados descubren aquí una faz im-
portantísima de la situación; y es la desesperación
en que Artigas tenía á los hombres de Montevideo
y de los demás pueblos orientales, por el yugo atroz
(|ue hacía pesar sobre ellos. Toda la juventud, y
con ella la parte culta de la clase militar, procura-
ban desde entonces levantarse contra el caudillo, y
allanar patrióticamente con esto los obstáculos de
la reincorporación argentina, como lo tentaron al-
gún tiempo después, según lo veremos. Muchos
otros vecinos, sobre todo las gentes acomodadas de
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 349
la campaña, igualmente desesperados, comenzaron
á entregarse y á dar también sus sen-icios á los por-
tugueses, cuyos nombres notorios se pueden hoy
verificar en documentos públicos (21). Los más pa-
triotas miraban, pues, hacia el lado de Buenos Ai-
res, como era natural ; y el mismo Barreiro había
comenzado á comprender cjue Artigas era incom-
patible con la salvación de la Banda Oriental, y
que era preciso librarse de él entrando en la unión
argentina. Así es que los comisionados Duran y
Giró, obrando con poca consideración, por no de-
cir otra cosa, y dejándose llevar de su despecho,
descubrieron en su nota las confidencias que les hi-
ciera Barreiro mismo, diciendo : ''vSin ser del caso
referir ahora otras Exposiciones de vuestro dele-
gado, poco reverentes á lo representación de Vues-
tra Excelencia". ¿Hicieron mal?... La verdad es
que con ese desahogo pusieron en riesgo la vida de
Barreiro, como adelante lo veremos, pero no falta-
ron á la verdad, sino á la estricta lealtad que mere-
cía lo que entre ellos había sido reservado y confi-
dencial.
En ese mismo papel hacían los comisionados
orientales otra gravísima suposición, que acaso
contenía una gran verdad dada la perfidia de Ba-
rreiro y de los picaros que actuaban con él. "Pudie-
ra acaso decirse que al habérsenos prodigado aque-
llas amplias facultades no había sido con ánimo se-
rio y formal de prestarse á lo acordado, sino una
(21) ^Memoria de un testigo ocular, etc., etc., sobre
la guerra con los portugueses y con Buenos Aires, de 181 1
á 1819. — Colección Lamas, págs- 332 á 334.
350 LA INVASIÓN PORTUGUESA
mera trama, ó más bien una intriga, para con ella
hacer esperanzar demasiado al Director, y extraerle
los auxilios de que carecía la plaza, y después de
haberlo conseguido verse libre del compromiso á
trueque de cualquier fruslería. . . Sería esta la felo-
nía más inaudita, y la traición más remarcable con-
tra nuestras personas, pues habiendo de ser sacri-
ficados al último, no era dable sin depravación de
las intenciones habernos ingerido en la trama sin
darnos noticia para confesar sin rubor nuestra in-
suficiencia para manejos á que no estamos acos-
tumbrados" (22).
La contestación que les dio Artigas merece con-
signarse. ''Por precisos que fuesen los momentos
del conflicto, por plenos que hayan sido los pode-
res, nunca debieron \'uestras Señorías creerse bas-
tante á sellar los intereses de tantos pueblos sin mi
consentimiento . . . ; Era dable ni decente que el Su-
premo Director se ocupase en otro objeto (?) que
el de franquear auxilios como lo exigía el apuro
de los instantes?" La reflexión es verdaderamente
digna de un loco. "Cualquiera otro resultado (con-
tinuaba diciendo) era impertinente á la causa co-
mún. . . ¿Por qué se pretende acriminar la conducta
de mi delegado, siendo tan rastrera la de ese go-
bierno?. . . El acta era nula sin las ratificaciones
precisas. . . y la rapidez en mandarla imprimir y cir-
cular sin aquel requisito, era ostentar un triunfo
que está reservado á otros afanes. . . Wiestras Seño-
rías han cesado en su comisión, y si les place pue-
den retirarse á ^^íontevideo. Allí podrán efectuarse
(22) Colección Lamas, (1849), pág. 295.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 35 1
las justificaciones competentes, y ojalá que los re-
sultados de su comisión condigan á los de su
conocida Jionrade::". Este final irónico era bastante
significativo para los infelices comisionados. El ti-
rano comprendia bien que era odiado ; que de cerca
ó de lejos, la negociación liabia tenido por mira me-
diata substraerse á su dominio, por medio de fuer-
zas argentinas á cuyo alrededor pudiesen amparar-
se y obrar los patriotas; y esta era la causa princi-
pal de sus enojos.
A la noticia de haber fracasado la negociación,
la Crónica Argentina levanta el grito con más fu-
ror, con más encono y con más audacia que antes.
Al Supremo Director le dice c|ue es un apóstata del
patriotismo y los juramentos con que recibió su
puesto, lo llena de cargos injuriosos, y lo menos
que le dice es c[ue es cómplice de los portugueses,
"esos insensatos concjuistadores del siglo XIX cuyas
relaciones con España y sucesivas miras sobre nues-
tros pueblos occidentales son tan manifiestas que
aún los más ignorantes los conocen". Pensaba el
Supremo Director hacer caso omiso de estos ata-
ques y dejar que su propio fuego sirviese de des-
ahogo á sus enemigos.
Creia cjue con la expulsión del coronel Dorrego
habria quedado desarmado é impotente el partido
revolucionario. Pero de pronto, sabe cpe el orden
estaba en grande peligro, que seguían afiliados á
la conjuración algunos otros hombres de cierta im-
portancia como los coroneles Chiclana, Valdenegro
y Pagóla que no carecían de medios, de energía, y
que estaban también en el equivocado concepto de
creerse populares y poderosos en uno de los tercios
352 LA INVASIOV PORTUGUESA
t
de cívicos de la capital, compuesto de mozcs ori-
lleros y "criollos" entre los cuales el viejo patriota
Chiclana se tenía por patriarca. Muy pronto se im-
puso de que la supresión de Dorrego había sido
motivo para que los demás redoblasen su actividad
y apurasen todos los medios de dar el golpe con
que pensaban volcar al gobierno. El comandante de
los granaderos de infantería, don Celestino Vidal,
el de artilleros don Manuel G. Pinto, el de caza-
dores, el teniente coronel Elizalde. y muchos otros
oficiales advirtieron al Director que algunos sar-
gentos y cabos de sus respectivos cuerpos les ha-
bían declarado Cjue el general French y los corone-
les Pagóla y Valdenegro habían tratado de sobor-
narlos para que insurreccionasen sus cuerpos, ase-
gurándoles que serían apoyados por el levantamien-
to en masa de los tercios 2.° y 3.° de cívicos, y que
que por lo que á ellos hacía no tenían seguridad
ninguna de su tropa, porque esas mismas delacio-
nes podían ser maniobras subentendidas para ex-
traviar las sospechas. Con estas advertencias coin-
cidía el carácter agresivo é insultante que había
tomado la Crónica Argentina desde que se había
encargado de redactarla don Pedro Agrelo, habién-
dose retirado, según se decía, don Alanuel Moreno.
Para colmo de desastres y de alarmas, llega en
esos momentos la noticia de que el ejército portu-
gués al mando de Lecor había entrado en la plaza
de Montevideo, y cjuedaba instalado ya en el domi-
nio de las aguas del Plata. Tratando de aprovechar
la furibunda indignación del pueblo, la Crónica Ar-
gentina lanzó al momento este artículo: ''Miraos,
traidores, en este espejo. \^osotros debéis esperar
Y J^OS PARTIDOS ARGENTINOS 353
el castigo que merecen vuestros delitos. La patria
es inexorable con sus hijos pérfidos... ¡Paisanos!
Siete mil portugueses vienen á fecundar nuestros
campos; la pólvora y la sangre son un excelente
abono para la tierra; de cada bayoneta saldrán mi-
llones de aristas de trigo..." En esta causa "están
unánimes todos los hombres á excepción de aque-
llos que viendo su propia ruina inevitable, quieren
más bien perecer en el naufragio general del país
que exponerse á lo que por sus delitos les espera...
á estos los excluyo porque los considero como ene-
migos implacables" .
El II de febrero, después de haber recibido en
la noche anterior las últimas correspondencias del
general San Martín datadas de su campamento en
marcha, el Director convocó urgentemente un gran
consejo secreto de gobierno. Asistieron á él, ade-
más de los secretarios, los doctores don Manuel An-
tonio de Castro, don José Joaquín Ruiz, cura de
San Nicolás, dos miembros del Cabildo, Escalada
y Azcuénaga, Anchorena (Juan José) y Anchoris,
el tribunal de apelaciones, el Cabildo y dos miem-
bros de la Junta de Observación, y una comisión
de tres miembros del Congreso que le había traído
amplias autorizaciones para proceder : es decir, lo
que los ingleses llaman ley de indemnidad. El Di-
rector les dio cuenta de la difícil situación en que
se hallaban los negocios; les dijo que en los días
anteriores había tenido que hacer prender á los co-
roneles Pagóla y Valdenegro y al capitán Marino,
porque habían sido delatados por varios sargentos
de la guarnición á quienes habían visto para reali-
zar un movimiento revolucionario, y dio lectura de
HIST. DE La REP. ARCE-N'TIXA. TOMO VI. — 2^
354 LA IXVASIOX PORTUGUKSA
algunas piezas justificati\as que complicaban gra-
vemente á los ciudadanos Agrelo y Moreno, al ge-
neral French y al coronel Chiclana. A lo que tuvi-
mos por informes verbales posteriores, los justifi-
cativos se reducían á denuncias más ó menos afir-
mativas, bastante probables, y á la confirmación
vaga que estas sospechas recibían de la notoria
agitación y sordos urmores que corrían de uno á
otro extremo de la ciudad. Se daba, pues, por he-
cho que estaba á punto de estallar un gran complot
contra el gobierno, cuyas ramificaciones y fuerzas
efectivas se ignoraba.
Todos sabemos hoy lo que son estas situacio-
nes. El despecho de los partidos se atribuye á sí
propio intenciones y medios de que carece; se jacta
en secreto de su poder; derrumba á cada instante
el poder cuya existencia le irrita, y se calumnia in-
conscientemente.
Sus enemigos, si las circunstancias son inquie-
tantes, se alarman ; el peligro es anónimo y subte-
rráneo; se trata de adelantarse de mano á una sor-
presa y de prevenir un golpe premeditado como si
ya fuese un atentado que requiriese un severo cas-
tigo. Visto así el caso por la reunión, y tomados en
consideración los momentos difíciles en que se ha-
llaba el país, todos los que la componían estuvieron
de acuerdo en que el Director debía prender y de-
portar á los acusados, con urgencia y con rigor,
para desarmar y atemorizar á los cómplices ocul-
tos ó menos importantes, que se les suponían ó que
en efecto tuvieran en los cuerpos armados.
A las dos de la tarde del mismo día eran lleva-
dos á prisión y embarcados. Moreno, Agrelo, Pa-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 355
sos-Kanki, French, Chiclana, Pagóla, Valdenegro,
Marino, etc. El bergantín Belén los condujo á Mar-
tín García ; á los dos días fueron llevados de allí á
la Punta del Indio, donde se trasbordaron á un
ciittcr inglés llamado Hcro que los condujo á los
Estados Unidos.
El Director publicó en la Gaceta del 15 otro
MANIFIESTO sobre este suceso. Se lamentaba en él
de la necesidad en que su posición le había puesto
de adoptar medidas tan estrepitosas. Hacía mérito
de los esfuerzos cjue había hecho por reconciliar
con él á sus enemigos, de una manera preferente,
"porque cabalmente á ellos era á quienes había que-
rido dar pruebas menos equívocas de su disposi-
ción á la concordia" ; pero la experiencia le había
sido contraria : "En estos desgraciados tiempos es
peligrosa tanta delicadeza; el odio privado encuen-
tra placer en quitar al que aborrece hasta la ocasión
de ejercitar las ^■irtudes. El genio de la patria hace
que en los países constituidos sea respetable la au-
toridad ; pero en los pueblos agitados como el nues-
tro, los hábitos de insubordinación, la enemistad,
la ambición, la envidia y la licencia, se revelan con-
tra a([uel mismo genio: se disfrazan con la más-
cara del celo, y se conjuran á minar los fundamen-
tos del gobierno. De nada hablo QuE no sEa noto-
rio con una grande publicidad. Cada ciudadano de
los menos relacionados y mezclados en los negocios
públicíjs, es testigo de que se espera una revolución
de día en día contra el gobierno, y que en cada ma-
ñana se extraña no verla realizada. Desde la plaza
pública hasta los más distantes puntos de la cam-
paña se repite el eco de una revolución próxima :
356 LA INVASIÓN PORTUGUESA
se designan personas para \íctimas, se señalan me-
dios, se alegan causas, se proponen designios, eje-
cuciones y venganzas. Los papeles públicos ocul-
tan con más ó menos sagacidad el veneno de la
maledicencia, y mil agentes de la discordia y del
desorden se encargan de hacer de palabra las expli-
caciones odiosas que sus autores interpretan en sen-
tido inocente. . . Ellos propagan la idea de que el
gobierno está complicado en planes de perfidia y
traición, confabulado con los portugueses para ven-
der el país, y que es preciso sacrificarlo todo para
destronar una administración indolente y pérfida. . .
El gobierno, que sabía paso por paso las maquina-
ciones que se fraguaban, estaba seguro de que po-
día contenerlas ... ha esperado día por día ver abor-
tar los más negros designios, y el pueblo no puede
imaginarse cuanto trastorno ha causado semejante
expectativa en la dirección del principal asunto
que ocupa hoy nuestra atención : la invasión de los
portugueses". Protestaba el Director, con este mo-
tivo, contra la iniquidad que se cometía con él pre-
sentándole como un traidor pérfido á los sagrados
derechos del país, y llamaba la atención pública so-
bre las operaciones delicadísiinas que la cuestión
portuguesa requería, imposibles de lograr si el go-
bierno se veía asaltado por los perturbadores del or-
den y privado de tranquilidad para expedirse. "Os
puedo asegurar que en estos mismos días he expe-
rimentado con armagura de mi alma las consecuen-
cias funestas de estos obstáculos" ; y agregaba que
había tenido tentaciones de abandonar el gobierno
y el país, habiéndole detenido sólo los graves com-
promisos que pesaban sobre él.
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 35/
El negocio reser\-ado á que el Supremo Direc-
tor se refería era, en efecto, de muchísima impor-
tancia entonces, en el sentido militar; y hoy la con-
serva en el sentido histórico, porcjue es el más
grande y el más concluyente testimonio c[ue pode-
mos invocar, para justificar cuanto hemos dicho
sobre la índole y las perversidades con que Artigas
provocaba el odio de la clase culta y honorable de
la Banda Oriental. El coronel don Rufino Bauza,
honorable militar, mandaba á la sazón un regi-
miento de 600 hombres llamado Libertos ó Caza-
dores de Montevideo, que Artigas había llamado á
campaña y agregado á la división de Otorguez.
Eran capitanes y oficiales de ese cuerpo jóvenes de
la primera distinción y rango de familia de la ciu-
dad de Alontevideo : don Manuel Oribe, y su her-
mano don Ignacio Oribe, don Gabriel \>lazco, don
Carlos San Vicente, don \^ictorino Monjaime, don
Atanasio Lapido y varios otros de igual clase, á
términos c[ue puede decirse c[ue allí estaba la no-
bleza y el porvenir del Estado Oriental, como es
notorio en aquel país.
"No queriendo ellos servir (son sus palabras) á
las órdenes de Artigas, á quien miraban como un
tirano, que si llegaba á ser vencedor reduciría su
país íí la más feroz barbarie, y cjue si era vencido lo
dejaría en manos de los extranjeros, creían que nin-
gún patriota honrado debía sujetarse á semejante
hombre, antes bien echar mano del último recurso
que le quedara contra él para salvar su honra y su
decoro". Este último recurso que querían tentar es-
tos oficiales, era sublevar su cuerpo y trasladarlo á
Buenos Aires con todo su personal y armas. La
358 LA INVASIÓN PORTUGUESA
cosa no era pusil)le síikj de nn solo mijdo : haciendo
un conxenio secreto con los portugueses que ocu-
paban á ^Montevideo para que el cuerpo de libertos
fuese recibido en la plaza bajo un solemne compro-
miso de trasladarlo inmediatamente á Buenos Ai-
res. Pueyrredón tuvo que negarse con dolor á las
indicaciones que le hicieron estos oficiales para que
entablase y concluyese la negociación con el gene-
ral portugués. Temió que si venía cualquiera es-
torbo, cualquiera contingencia (y aun cuando no
viniera ninguna) la oposición lo presentase bajo
los feos colores de un traidor que hacía desertar los
cuerpos orientales para que se refugiasen en la plaza
ocupada por los enemigos. No podía tampoco re-
husar el servicio que le pedían jóvenes tan patrio-
tas y de tanta importancia para la guerra, dado
caso que se hiciese indispensable, exponiéndolos á
una catástrofe, 3^ fué necesario valerse de agentes
secretos cuya posición subalterna cubría las respon-
sabilidades del gobierno para llevar á buen fin el
delicado asunto. "Se puso en ejercicio la persua-
sión y la seducción también cuando el cuerpo se
halló dentro de la plaza para que los oficiales y los
soldados desistiesen de su propósito de trasladarse
á Buenos Aires, quedándose en su país, ya fuese
al servicio de nuestras armas (habla un brasileño),
ya bien garantidos como simples particulares; pero
la pertinacia de don ^lanuel Oribe, mozo de un ca-
rácter hnpcrioso y ardiente, frustró todos los me-
dios; y se le dio el transporte convenido, aun-
que con la pérdida de algunas plazas . . . Esto bien
dio á conocer que entre los orientales y el gobierno
de Buenos .\ires había ideas futuras de restaura-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 359
cióii. pues en su ánimo todos aquellos individuos
se tenian por compatriotas con los naturales de Bue-
nos Aires".
Este era el negocio que el Supremo Director se
lamentaba de no haber podido tratar con toda efi-
cacia, pues cuando él publicaba el manifiesto que
acabamos de transcribir, el resultado era todavía un
problema, y el conflicto de salvar ó de dejar perdi-
dos á los orientales del cuerpo de libertos pesaba
de una manera cruel sobre el ánimo de los que es-
taban en tan delicado como difícil secreto. Según
aseguraba el señor Pueyrredón, este asunto, y los
otros muchos de su género que podrían surgir, era
uno de los motivos más influyentes que lo habían
decidido á suspender la libertad de imprenta y á
escarmentar á los que especulaban con la idea de
hacer una revolución. Estaba decidido á emprender
la guerra contra los portugueses si la expedición
de Chile tenia buen resultado ; pero quería hacer
esa guerra sin Artigas y contra Artigas, manio-
Ijrando de manera que desengañados los orienta-
les de la feroz barbarie de ese caudillo, como decían
los oficiales del cuerpo de libertos, hiciesen la mis-
ma evolución que éstos, entrando en la fraternal
cohesión de los grandes elementos con que el go-
bierno argentino creía que podría obrar, si triun-
faba el general San ^lartín en Chile.
"El Supremo Director no carece de medios para
observar y hacer observar los menores pasos de los
malvados, ó ilusos que atentan contra el orden,
cualesquiera que sean su origen y relaciones pri-
vadas ó públicas. Tiene acordadas todas las medi-
das que cree necesarias para la defensa del país;
360 LA IX\ASir)X PORTUGUKSA
pero se guardarán muy bicji de anticiparlas á los
invasores".
En su manifiesto el Supremo Director era más
explícito : "Grandes peligros nos amenazan y un
vasto campo se ofrece para emplear el \alor y la
constancia con gloria. Los portugueses no desean
la guerra, quisieran que las Provincias Unidas fue-
sen indiferentes en medio de la agresión hecha á
una parte de su territorio; pero la guerra será inevi-
table SI MUY EN BREVE no Satisfacen al gobierno
sobre sus miras; y si la incursión de tropas extran-
jeras, más peligrosas que otras algunas por ser ve-
cinas, no se demuestra compatible con nuestra li-
bertad absoluta y con nuestra independencia". Se
ve bien que temiendo el Director el caso de algún
contratiempo en Chile, quería dejar abierta una
válvula de salvación contra España, por el lado del
Río de la Plata, y que contaba con que los portu-
gueses, por el interés de la conquista oriental, fuesen
el primer obstáculo contra la expedición marítima
que se organizaba en Cádiz. "Ningún tratado defi-
nitivo (seguía diciendo el manifiesto) se hará con
los portugueses sin vuestro conocimiento. Ejército
portugués ó de cualquiera otra nación no pisará
ningún punto de esta banda sin que encuentre la
más vigorosa resistencia. Se llevará la guerra á la
misma Banda Oriental, se arrojará á los extranje-
ros de aquellos campos y de los pueblos que ocu-
pan; y ESTO SERA MUY PRONTO, sí no somos con-
vencidos plenamente de que lo contrario es lo que
conviene á nuestro interés y á nuestra gloria". Se
comprende que las miradas ansiosas del gobierno
estaban tendidas hacia los sucesos, ignorados toda-
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 36 1
vía. que estaban desenvolviéndose ya en Chile, y
hacia la necesidad de procurarse contra la expedi-
ción de Cádiz un parapeto portugués, que, por
odiado que fuese, era necesario en aquellos mo-
mentos de tan inquieta expectativa. "Tales son las
disposiciones del gobierno, tales los motivos de su
conducta pública y tales los que le han decidido á
decretar la desgracia que han atraído sobre sí los
más culpables de los perturbadores. . . El orden está
restablecido. . . Yo ofrezco segunda vez echar un
velo sobre todo lo pasado. . . \"amos á salvar la
patria que está amenazada de inminentes peligros. . .
Una revolución más, conduciría nuestro estado á
la barbarie". Y en efecto, si la pasajera barbarie del
año 1820 se hubiera adelantado cuatro años, nues-
tra pérdida era irremediable, si es que fuese posi-
l)le hacer conjeturas racionales sobre cosas que no
han sucedido. El Director aseguraba que no había
tocado con su castigo sino á los inaqu'uiadorcs más
despechados y peligrosos: se mostraba informadí-
sinio y convencido de que no perdonaban ocasión
de tentar, de seducir y de corromper á los jefes y á
los subalternos de la luilicia, y hasta los ciudadanos
particulares para ejecutqr sus obscuros proyectos.
Decía también que al imponer ese castigo había ce-
rrado los ojos sobre una infinidad de cómplices su-
balternos y alucinados "que habían entrado en este
complot de hundir al Estado en los horrores de la
anarquía, siguiendo el estandarte de los que hacían
cabeza. Yo lo sé, y vosotros mismos sabéis que no
lo ignoro. . . Si se levantaran procesos para esclare-
cerlo, sería imposible evitar el cumplimiento de las
leyes, y tener que perseguir con ellas á ciudadanos
meritorios por sus servicios".
3^^^ I-A IWASIOX PORTUGUESA
Al tener conocimiento cíe estos sucesos, el se-
ñor García escribía al señor Pueyrredón en estos
términos: "Las Gacetas y las cartas particulares
de esa me han dado bastante luz para conocer el
estado de la opinión y de las pasiones en esa ciu-
dad, y por ellas he venido igualmente en conoci-
miento de la destreza y sagacidad que le ha sido á
usted necesaria para librar al país de un compro-
miso fatal. Felicito á usted por ello con todo mi-
corazón; pero me parece que para desarmar á los
que trabajan sin cesar por novedades; que para ex-
tirpar las infernales montoneras y para convertir
libremente todas las fuerzas contra el enemigo que
se adelanta, es indispensable convencer al pueblo
y hacerle ver con evidencia que los portugueses no
van de acuerdo con España. Piense usted en esto
.y exijan formalmente á esta corte las pruebas que
le parezcan suficientes".
Bien lejos estaba el señor Pueyrredón de com-
prometerse más aceptando tan peligroso consejo.
El sabía que á los partidos se les puede reprimir, ó
derrotar, pero no se les puede convencer. De oírlo,
él no estaba tranquilo tampoco respecto de las in-
tenciones del gabinete portugués ; ó si lo estaba,
convenía á su política manifestarse alarmado, y aun
adelantar dudas de la sinceridad ó del criterio del
mismo señor García, para eximirse de acentuar opi-
niones en uno ó en otro sentido. Entre tanto dejaba
obrar libremente al comisionado sin retirarle sus
poderes, sin darle instrucciones, pero sin proteger-
lo de las iras y de las calumnias que pesaban so-
bre él.
Los desterrados contestaron desde Baltimore al
Y LOS PARTIDOS ARGENTINOS 363
manifiesto del Supremo Director. En el estado na-
tural de su espíritu no puede extrañarse, ni repro-
chárseles, el tono acerbo y los conceptos destem-
plados en que lo hicieron. Apelaron á las injurias
y á los cargos más virulentos contra la persona, el
origen de la familia, el casamiento, las costumbres,
los actos personales del Director, clasificándolo co-
mo un hombre excepcional en el crimen y en la ti-
ranía con cuanto tiene el vocabulario de más apa-
sionado y de más fuerte en los tintes del estilo.
Este contramanifiesto, escrito por el abogado Agre-
lo. es un papel que hoy carece de valor político ó
histórico; y si se prescinde de las injurias perso-
nales dirigidas al Director y á su secretario de go-
bierno, propias del estado de irritación, quizá jus-
tificado, en que debían hallarse los que lo escribie-
ron, se reduce á insistir en las traiciones del Direc-
tor y en las connivencias de su gobierno con la in-
vasión portuguesa, atribuyéndole el propósito de
vender el país á un déspota extranjero. Convienen,
sin embargo, en que cuando fueron deportados eran
miembros y centro de un complot revolucionario,
que esperan que habrá ya estallado en el momento
en que escriben: "El sabe (el Director) que su nom-
bre es detestado en todo el país, y que jamás en
ninguna otra época ha habido tanto descontento ;
(jue los pueblos corren todos los días á las armas
para derrumbar su poder, y que en esa misma ciu-
dad, oprimida por los soldados venales que ha ga-
nado Buenos Aires, circula secretamente el justo
desprecio y abominación que se merece su persona.
Bra, pues, palpable, ó debía serlo, que se esperaba
una revolución ó propiamente un cambianiiento que
364 LA INVASIÓN POKTUGUIiSA
trajese á ese déspota y traidor al condigne castigo
de sus delitos". Pero al mismo tiempo, sin negar
su participación en estos conatos, ponen toda la
fuerza de su justicia en que no se habrán encontra-
do pruebas contra ellos, y en que se les ha forma-
do causa sin descargos ni defensa, en lo que tenían
sin duda evidente justicia contra la razón de Estado
alegada por el Director. "¿Acaso somos criminales
en conocer lo que el mismo conoce, que se apetecía
su caída? ¿Qué delito es el nuestro si como uno de
tantos y á vista de datos que sólo están al alcance
de todos, hemos creído como ellos, que el gobierno
estaba implicado en planes de perfidia y de trai-
ción, y que había llamado y rogado á los portugue-
ses que invadiesen el territorio?... ¡Se esperaba
una revolución ! . . . Es cierto ; y acaso en estos mo-
mentos Pueyrredón ha aparecido ya ante el tribu-
nal incorrupto de la nación, y satisfecho con su ca-
beza á la venganza de las leyes, tal evento era
ANUNCIADO POR TODOS Y NOTORIO A TODOS ; . . . pero
esta notoriedad no basta para castigar á cualquiera
si no ha sido probado que es este el autor y senten-
ciado como tal. . . La conjuración existía, y nosotros
somos inocentes ante la ley por no habérsenos ven-
cido en juicio. Desde el tiempo de Alvear se formó
el infernal proyecto de postrar la revolución á los
pies del rey del Brasil ; este plan ha seguido con
más ó menos descaro por las épocas sucesivas hasta
el actual Pueyrredón, y ha habido concordatos y
mutuas promesas entre los agentes de aquel prín-
cipe }" nuestros ministros".
Está, pues, demostrado que había una conspi-
ración próxima á estallar, porque, como dicen los
J
Y I,OS PARTIDOS ARGENTINOS 365
juristas, la confesión de parte releva de más prue-
bas. Por consiguiente, aunque el proceder del Su-
premo Director hubiese sido violento y arbitrario,
ó de mal carácter para servir de precedente en go-
biernos libres, lo que lo justifica es que no lo em-
pleó en servicio de su ambición ni de su predomi-
nio personal, sino para salvar á tiempo el orden pú-
blico : quedar en actitud de expedicionar sobre Chi-
le, y poder adoptar una política, propia entre la bar-
barie oriental y la invasión portuguesa. Desde el
honorable retiro en que acabó sus días, bien podría
responder á sus detractores como Escipión : "En
tal día como hoy salvé la patria : Aamos al templo
á dar sfracias á los dioses".
CAPITULO MI
LOS DOS PR0TAG0XISTA5 DE LA REVOLUCIÓN DE
CHILE
Sumario: Sincronismo histórico de la revolución argen-
tina con la de Chile. — Los dos protagonistas. — Nuestra
manera de estudiarlos, y sus motivos. — Niñez y juven-
tud de don José ^Miguel Carrera. — Su residencia en Li-
ma.— Su viaje á España. — Su incorporación al ejército
español en la guerra contra Bonaparte. — Su regreso á
Chile- — Complot y usurpación del poder. — Retiro v de-
saliento de Marín y de O'Higgins. — Paralelo del origen
y de la juventud de O'Higgins con la de Carrera. —
Nacimiento de O'Higgins. — Sus padres. — Su educación
y su vida en Londres. — Carácter y fortuna de su padre
don Ambrosio O'Higgins virrey del Perú. — Rehabilita-
ción del estado civil del joven O'Higgins. — Sus prime-
ros servicios en la revolución. — Respetabilidad y crédi-
to de su persona. — Sus primeras disidencias con Carre-
ra.— La primera invasión de los realistas sobre las pro-
vincias centrales de Chile. — El general Pareja. — Situa-
ción del Perú antes de emprender la reconquista de
Chile. — Envió del batallón argentino Auxiliares de los
Andes. — Naturaleza y condiciones respectivas de los be-
ligerantes en Chile. — Entrega de la plaza de Talcahuano
y de la ciudad de Concepción. — Sorpresa nocturna de
Yerbas Buenas- — Retirada de los realistas. — Pareja pos-
trado por el tifus y substituido por Sánchez. — Acción in-
decisa de San Carlos. — Retirada de Sánchez á Chillan.
— Desvío de Carrera hacia Concepción.-^Fortificación
de Chillan. — Excursiones amenazantes de los realistas. —
Marcha de Carrera sobre Chillan. — El sitio y su mal
éxito. — Indignación pública y descrédito de Carrera. —
LA REVOLUCIÓN DE CHILE 367
La Junta Gubernativa de Santiago lo destituye. — Sus in-
trigas.— Toma O'Higgins el mando de los restos del
ejército. — Mackenna se sitúa en Membrillar. — Carrera y
su hermano Luis caen prisioneros de los realistas. — Ca-
rácter criminal y luctuoso de su gobierno. — Arribo de
nuevas tropas de realistas con el general Gainza. — Incor-
poración de los Auxiliares Argentinos á la división del
Membrillar. — El coronel Balcarce y el sargento mayor
Las Heras. — Acción de Cuchaciicha. — Victoria gloriosa
del Membrillar. — El comodoro inglés Hillyar. — Tratados
de Lircay — Separación de los argentinos. — Nueva aso-
nada y usurpación de Carrera. — Despotismo y guerra
civil. — Llegada del nuevo general realista don Mariano
Ossorio ocn el batallón Talaveras y otras tropas penin-
sulares.— Difíciles y dudosos conciertos entre Carrera y
O'Higgins. — Desastre de Rancagua. — Espantosa situa-
ción de Chile. — Emigración general de la burguesía con
familias y niños. — Los Auxiliares Argentinos. — El coro-
nel Las Heras. — Situación y soberbia de Carrera. —
O'Higgins y su partido. — Abandono y terminación de
la lucha ipor la independencia de Chile. — Retirada á
Mendoza. — Fin de la época y del influjo de Carrera en
Chile. — Principio de su papel en las provincias argen-
tinas-
Los dos protagonistas de la revolución de Chile,
don José Miguel Carrera y don Bernardo O'Hig-
gins. pertenecen por entero á la historia argentina.
El orden de los sucesos y la necesidad de ligar sus
recursos, su suerte, sus pasiones y hasta el movi-
miento personal de sus partidos, en que ambos paí-
ses se vieron, hizo de ellos, más que dos naciones
independientes, dos partes de una misma comuni-
dad. Y de ahí que nuestros hombres públicos, nues-
tros gobiernos y nuestros partidos políticos, sean
una rama indispensable de la hist'oria de Chile en
aquel tiempo, como que lo sea de la nuestra, quizá
con mayor razón, pero indudablemente con más
368 LOS DO'í PROTAGONISTAS
gloria, todo lo que en esa relación de hombres y
de cosas acontecía al otro lado de nuestras grandes
cordilleras.
Desde este punto de \ista, podríamos en nues-
tra calidad de argentinos, hablar en nombre pro-
pio, de los protagonistas del movimiento revolu-
cionario de Chile. Pero habríamos faltado al deber
que nos hemos impuesto, de no emitir juicio alguno
soljre aquellos americanos de diversa nacionalidad
que el curso de las cosas haya mezclado á nuestra
vida histórica, sino por el testimonio de sus pro-
pios compatriotas; y eso mismo, cuidando con es-
tricta atención de no echar mano de más datos, ni
de otros informes que los que tenemos en escritores
conocidos por la severa investigación de sus estu-
dios, por la intachable moralidad de su carácter y
por el aplomo de su criterio ; pues usar en estos
casos de folletos, de panegíricos ó de diarios con-
temporáneos, corrompidos necesariamente con to-
das las impurezas que se engendran de suyo en los
desórdenes inherentes á un profundo trastorno so-
cial, sería poco serio, poco honrado, y nada proba-
ría tampoco ante el juicio tranquilo con que la con-
ciencia humana busca sanas lecciones, y verdad
pura, en la experiencia de los tiempos pasados, y
en el influjo psicológico de las individualidades que
han servido, ó contrariado, la benéfica solución de
los problemas de su tiempo y de su patria.
En este caso, es más estricto que en otro nues-
tro deber de proceder así. O'Híggins fué un aliado
leal y decidido de los influjos argentinos. Carrera,
por el contrarió, un enemigo intransigente, que
dejó en nuestros campos el rastro terrible y san-
DE LA REVOLUCIOX DE CHILE 369
griento de su pasaje. De aquél podríamos liablar,
pues, con entera libertad de espíritu; de éste no,
sin que nuestro testimonio fuese tachable, al me-
nos por su origen.
^lostróse Carrera desde niño excitado por los
estímulos de una actividad bulliciosa y agresiva.
Señorito de campaña en la opulenta hacienda de
San Miguel, que pertenecía á sus padres, criábase
voluntarioso y soberbio entre los humildes h nasos
del fundo, especie de siervos atados á la tierra, de
padres á hijos, por el vínculo tradicional de las an-
tiguas "encomiendas" que, si no de ley vigente,
subsistía aún en Chile utilizable por la escasez del
terreno, por la institución de los mayorazgos y por
la crecidísima población de campesinos y mestizos
que seguían viviendo y acrecentándose dentro de
sus límites infranqueables. ^luy \ivaz, pero des-
graciadamente muy díscolo, don José Miguel to-
maba en sus solturas de la vida la costumbre de
menospreciar todos los influjos morales que le pa-
recieran contrarios á sus antojos, ó que mirara co-
mo estorbos á su soberbia, por buena posición, por
aprecio general y hasta por el justo título de la
edad cuyos respetos no viola hombre, ó niño nin-
guno nacido para el bien de los demás.
La vivacidad y el ím|>etu apasionado de los sen-
timientos ó de las ideas, no siempre van acompa-
ñados de aquel talento que madura los propósitos
con la reflexión, ó que con el rápido relámpago del
genio percibe las dificultades al mismo tiempo que
la manera decisiva de superarlas; y más fácil es que
los hombres de la tercera y de la segunda catego-
ría, como Bonaparte ó Alvear, como Federico ó
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 24
3/0 LOS DOS PROTAGOXISTAS
San Aíartín, se señalen como grandes guerreros ó
como hombres de Estado, que el que lleguen á te-
ner valor positivo los de la j^rimera categoría, que
por lo general luchan con dificultades superiores
á sus fuerzas, y acaban como aturdidos vulgares
estrellándose en los escollos que ellos mismos se
buscan. Que toda la vida y las desgracias de don
José Miguel Carrera se explican por el influjo de
estos rasgos psicológicos de su índole, es cosa que
puede comprobarse con los accidentes conocidos de
su niñez, de su juventud y de toda su carrera po-
lítica en su país y en el nuestro.
Don Diego Barros y Arana, que á más de cro-
nista escrupulosísimo y bien informado es hombre
de una moralidad intachable y superior á toda sos-
pecha, nos dice : "Don José ]\Iiguel había sido en
sus primeros años un verdadero calavera y autor
de mil travesuras C[ue dieron grandes trabajos y an-
gustias á su anciano padre. . . Naturalmente pen-
denciero, andaba siempre provisto con armas de
filo que alguna vez usó también contra sus mismos
maestros, quienes considerándolo como indómito,
tuvieron que condenarle al fin en el colegio de San
Carlos de Chile á un castigo severo después del
cual debía ser arrojado de la casa. Pero él, fugán-
dose por los tejados, evadió lo uno y lo otro, y vagó
fugitivo por las calles de Santiago encabezando al-
borotos nocturnos y riñas á pedradas c[ue lo hicie-
ron tan notable como temido por todo el vecinda-
rio. Además de ser osado y sagacísimo, tenía ideas
eminentes acerca de su nobleza, con una grande
confianza en la ventajosa posición de su familia;
así es que abusaba de su soberbia y de su valor
DE LA REVOLCCIOX DE CHILE 3/1
personal, para oprimir y vejar á los demás con ul-
trajante impunidad. Hacía gala de ser agresivo y
descreído : pisoteaba las preocupaciones más arrai-
gadas de la colonia, y se burlaba desde joven de
los hombres más encumbrados, así como más tarde
los había de humillar en su carrera política. A los
veinte años se había dado á la vida libre : su exis-
tencia era una perpetua tempestad, y un lance des-
graciado en que hubo de mezclarse la justicia, hizo
Cjue su padre tuviese cjue ocultarle en la hacienda
de San Miguel . . . Otra vez tuvo un choque con un
huaso soberbio que se negaba á complacerle. Se
provocaron, sacaron puñal y se empeñó uno de
esos duelos á muerte que tienen aplaudidores por
padrinos : don José Miguel tuvo la dicha de sal-
var su vida y la desgracia de dejar en el sitio á
su contendiente".
Después de esto era inevitable que la justici.i
pública interviniese en la indagación y castigo de
los hechos. No se trataba ya de un niño sino de un
hombre de veintidós años. Pero el respetable padre
del matador consiguió que el oidor Irigoyen, amigo
íntimo de la familia, contuviese los procedimientos
judiciales, mientras él embarcaba secretamente á su
hijo, y lo ponía en Lima al cargo de su tío materno
don José María Verdugo, comerciante chileno de
fortuna, y de grande crédito, debido á su acriso-
lada honradez, á sus severas costumbres y á la es-
tricta corrección de todos sus actos. Esperaba el
bondadoso padre de don José Miguel, que con estas
condiciones personales, fuese su cuñado el hombre
mejor indicado para reducir á su hijo á vida, si no
regular, menos ruidosa por lo menos ; pero á poco
"^Jl LOS DOS PRO! AGONISTAS
tiempo, éste se hallaba ya en malísimos términos
con su tío, ó por mejor decir, en completa relielión
y desorden. Acostumbrado á no respetar Aalla al-
guna que pudiera contenerlo, su carácter se había
hecho más imperioso y más obstinado ; y queriendo
su tío evitar á su familia la mengua de otra causa
criminal, obtuvo que el \irrey. por providencia pri-
vada, lo confinase por algún tiempo en la fragata
de guerra Castor. Arreglado este nuevo asunto por
los mismos medios, don José Miguel salió del arres-
to; pero el tío se negó á reanudar relaciones con
él ; y el encargo de hacerle los suministros necesa-
rios para vivir en Lima, pasó á otro coiuerciante
chileno, don Francisco Javier de Ríos. A muy poco
tiempo se hizo indispensable sacar de allí á don
José Miguel, y se resolvió mandarlo á España para
que entrase al servicio de la insurrección popular
provocada por el inicuo atentado de las tropas bo-
napartistas. Al efectuarse la partida se produjo un
grave embarazo : había de por medio un reclamo
de dinero, sobre cuyo origen nos abstenemos de
hablar porque no podríamos aseverar los informes
meramente tradicionales que tenemos. La causa es-
tuvo á punto de ir á los tribunales, y el padre se
vio otra vez forjado á evitar nuevo escándalo pa-
gando la suma y poniendo por fin á su hijo en
viaje para España.
Dado el estado revolucionario y de guerra po-
pular en qu€ se hallaba España, las escuelas mili-
tares habían dejado de ser académicas y habían
trasladado su enseñanza práctica al campo de ba-
talla. El cambio era favorable, á no poderlo ser
más. no sólo al pronto ingreso de don José Miguel
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 2>7Z
en las líneas del ejército sin los exámenes y las
otras formalidades que eran antes de estilo, sino á
su genio impetuoso é impaciente por vivir en ac-
ción y en movimiento perpetuo, que, como se ha-
brá comprendido, era la necesidad enfermiza de su
temperamento en lo fisico y en lo moral. En medio
de estos grandes defectos, don José ^Miguel tenía
distinguidísimos accidentes de exhibición : brillan-
te locuacidad, bellísima presencia, fisonomía ani-
mada y graciosa agilidad en todos sus mo\imien-
tos. Era, no sé si diga generoso, pero la verdad es
que se mostraba despreocupado en punto de inte-
reses materiales, y que estaba pronto siempre á pro-
digar dinero, favores y promesas con cierta elasti-
cidad que se imponía naturalmente á la confianza
de los que tenían que contar con él.
Desde este jnmto de vista era todo un gentil
houihrc, y hasta por la índole de calavera arries-
gado y bravo que daba el verdadero colorido ge-
nial de su persona, se hacía simpático y atrayente.
siempre que su malhadada soberbia excitada por
el menor accidente, no lo ponía fuera del quicio en
que sus buenas calidades podían pasar como un mé-
rito; aunque no sé si podría decirse Cjue todas ellas
juntas constituyeran un talento verdadero para la
guerra ó el gobierno, cosas que requieren ante todo,
juicio reflexivo ó genial inspiración.
Llegado á Cádiz, llevaba recomendaciones que
le abrieron al momento el puesto de teniente de ca-
ballería en el regimiento de Algarvcs. Poco después
prefirió alistarse en Voluntarios de Madrid, cuerpo
de mozos alegres y resueltos, que habían tomado
las armas en defensa de su patria contra la usur-
374 LOS DOS PROTAGONISTAS
pación extranjera. Entre ellos ascendió á capitán,
y ya fuese por inquietud de espíritu ó genio des-
contentadizo, dejó también este cuerpo por el de
Húsares voluntarios de Galicia. De cualquier modo
que fuese, en todos esos cuerpos tu^'o ocasión de
acreditar su valor personal como oficial subalterno :
se encontró en el ataque de la Mora, en la retirada
de Consuegra, en la batalla de Yevenes, en Tala-
vera y en la derrota de Ocaña, donde fué herido,
dando en todas muestras de valor.
Hallábase en Cádiz curándose de esa herida
cuando le alcanzaron las noticias de los sucesos re-
volucionarios de Buenos Aires y de Chile. A ate-
nerse á sus palabras se diría que sus primeras im-
presiones hubiesen sido contrarias á la causa ame-
ricana, pues al decir que había resuelto regresar á
Chile, agregaba : "Yendo yo por allá les haré en-
trar en vereda: hablan de Juntas y de Congresos
porque no tienen en qué pensar, y sin saber lo que
dicen". Pero los hombres que gobernaban en Cá-
diz tenían muchos motivos ya para sospechar que
los oficiales sudamericanos que servían en España
participaban de las ideas liberales c[ue se habían
levantado contra el régimen colonial en las provin-
cias ultramarinas; y así que supieron los alardes de
Carrera lo pusieron en arresto por pronta providen-
cia, y unos días después le dieron orden de que se
incorporase á su regimiento. Mas para esto era me-
nester ir embarcado, porque las nuevas operacio-
nes de Bonaparte hacían impracticable el camino
de tierra. Carrera se aprovechó de esto: bajó en
Gibraltar, tomó pasaje en un buque inglés y llegó
á Chile el ii de Julio de 1811.
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 375
En esa inisnia noche se puso de acuerdo con
sus hermanos don Juan José y don Luis y combinó
un motín que al otro día lo llevó al poder. Una ó
dos semanas habían pasado apenas cuando concibió
sospechas de que los partidarios que lo habían ayu-
dado pensaban en hacer oposición á sus desmanes ;
y provocó contra ellos una asonada que le permitió
asociarse nuevos cooperantes. Quiso captarse otra
vez la adhesión de los que había destituido á su
llegada, é hizo elegir á dos personas de mérito con
quienes creyó que podría tranquilizar la opinión
pública que harto alarmada estaba ya con las arbi-
trariedades y caprichos de un mozo audaz que en
todo y por todo hacía sentir su insolencia y su so-
berbia. Pero los elegidos, don Gaspar IMarín y don
Bernardo O'Higgins, se negaron á sancionar "la
escandalosa tropelía que había dado origen á su
elección" ; y fué preciso que los adversarios de Ca-
rrera les suplicasen en nombre del país que entra-
sen á la Junta para moderar los avances y tropelías
de acjuel caudillo que se había alzado con el poder,
para que ellos se sobrepusiesen á su repugnancia y
tentaran esa dudosa probabilidad de restablecer un
orden de cosas menos personal y violento c[ue el
que imperaba.
Poco tiempo pasó sin que se convencieran de
que era cosa imposible contener en límites conve-
nientes los antojos, los intereses personales y la
ambición de don José Miguel. Apenas reunido el
Congreso que se había convocado para dar formas
constitutivas á la nueva nacionalidad, Carrera creyó
descubrir que germinaban en su seno síntomas con-
tra la dominación absoluta que pretendía ejercer; y
3/6 LOS DOS PROTAGONISTAS
sin consultar ni dar aviso siquiera á los otros vo-
cales de la Junta, que eran tanto como él, echó ma-
no de la fuerza armada y disolvió el Congreso, bo-
tando á los diputados nacionales á sus respectivas
provincias. "El crimen único del Congreso era el
haberse opuesto á las pretensiones de Carrera, te-
niendo éste el apoyo de la fuerza. . . O'Higgins y
Marín no quisieron transigir con este atentado, y
se separaron: circunstancia que vino á favorecer las
miras de Carrera; pues desde c[ue estos dos patrio-
tas habían manifestado tener ideas propias, con-
Aeníale ahora buscar dos colegas manejables, que
dependiesen enteramente de su sola voluntad; que-
ría REUNIR en sus manos la suma de los poderes''.
Para hacer la elección de los nuevos vocales. Ca-
rrera hizo reunir al Cabildo con los jefes militares
de sil bando; y tan humillante debió ser el acto, que
todos los que fueron llamados renunciaron, y Ca-
rrera se vio obligado á poner á su lado dos desco-
nocidos sin reputación ni nombre de familia, uno
de los cuales, un tal Manso, era además un cuitado
español harto tímido y aterrado de lo que veía para
ser otra cosa allí que un in^rumento servil del que
imperaba.
Con este atentado estalló la guerra civil. El
partido del Congreso levantó tropa.s en las provin-
cias del Sud, y se puso en marcha hacia Santiago.
Carrera no estaba preparado aún á defenderse con
éxito. Acudió á O'Higgins y le suplicó que mar-
chase al Sud y tratase de hacer un arreglo conve-
niente á todos. O'Higgins marchó en efecto y ha-
l)ía conseguido apaciguar los ánimos, cuando Ca-
rrera, promoviendo allí una contrarrevolución, se
DE I,A REVOLUCIÓN DE CHILE ^^'J'J
apoderó de los jefes de aquellas provincias, los des-
terró á Mendoza y quedó imperando.
Estos son los hechos de don José Miguel Ca-
rrera que registra la crónica de Chile antes de que
su encumbramiento á los primeros puestos milita-
res lo pusiese en acción y en evidencia como gene-
ral en jefe contra las armas del rey de España. Y
á la luz de la exposición tranquila y documentada
que hace de ellos el honrado cronista de quien los
tomamos, ha de notarse quizá que son lógicamente
los que debían esperarse de las inclinaciones y ge-
nialidades de su primera juventud.
Ya no es Barros Arana, tachado de ohiglnista
quien hablará ahora, sino Vicuña Mackenna, el
más carrerista de los buenos escritores chilenos :
"La mano temeraria de Carrera (dice) había levan-
tado la compuerta de las pasiones antes mudas; y
á su soplo, veloz ahora, apagaríase en los pechos
de los chilenos la luz del amor patrio, ardiendo en
su lugar las teas de fratricida discordia, c[ue alum-
brarían su feudo de familia, sus enconos de pro-
vincia á provincia, sus combates de facciones, y á
la postre su ruina y su nuevo cautiverio. Consuma-
da esta injustificable revolución. Carrera, lanzado
en la pendiente de una dictadura que no tenía más
sostén que su propio genio y su no\-el audacia,
abrió de hecho la era de las discordias, encerrando
en prisiones á los más importantes de sus aliados
en el movimiento precedente ... El reto de la con-
ciencia civil estaba hecho, y José Miguel Carrera
era el que había tirado osadamente el guante al
medio de la plaza pública de Santiago, vasalla aho-
ra de su ley". El escritor compara en seguida á Ca-
^y8 LOS DOS PROTAGONISTAS
rrera con (3"Higgins. y dice con mucho acierto:
"Diferente fué en todo de su émulo, don José Mi-
guel Carrera, c[ue quiso ser solo y único, y (]ue
cuando no pudo serlo en su patria fuélo contra ella,
hasta c[ue el mundo habitado no tuvo ya espacio á
su ardiente é insaciable ambición, y fuese á las tol-
derías del desierto y murió con la muerte de los
parias, grande, solitario y maldito".
En efecto,' si ha habido en el mundo dos hom-
bres que hayan venido á juntarse y á chocarse en
un mismo día, sobre un m.ismo terreno, por una
misma causa, con la misma bandera, con los mis-
mos intereses generales, con el mismo fin, y que
más incompatibles hayan sido, por origen, por prin-
cipios, por educación y por fortuna, son indispu-
tablemente Carrera y O'Higgins, dos protagonis-
tas del brillante panorama de la historia de Chile,
iluminado por San ]Martín, que como el gigante de
aquellos días calientes, reparte con sus victorias y
con el ademán de su fuerte brazo, las luces y las
sombras del cuadro.
Hemos visto á Carrera nacido en la opulencia
de una gran familia, al lado de un padre bueno pero
harto débil, que soporta cuando no autoriza y es-
conde, todos los desarreglos de un mozo indómito
y soberbio. Libre así de estorbos á sus caprichos,
este mozo crece y desenvuelve los instintos bravios
de su genio con cierta galanura de buena estirpe
que le ayuda á domeñar voluntades.
Su futuro rival es el hijo desdichado de un ofi-
cial de fortuna nacido en Irlanda : es el fruto de una
indigna violación del sacrosanto derecho del hos-
pedaje y de la amistad : y nace del seno de una niña
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 3/9
de quince años, noble pero campesina del más apar-
tado lugar del Sur (de Chillan), que ni voluntad
ni malicia ha podido tener siquiera para medir el
acto que iba á hacerla víctima y vergüenza á la
vez de su honrado hogar. El seductor, don Ambro-
sio O'Higgins, es un hon]bre que con más inge-
niosidad que ingeniería ha conseguido "colarse"
al servicio del virrey de Lima. Por pasos lentos y
sufridos ha ido mereciendo comisiones de confianza :
y al tiempo de ser padre tenía más de cincuenta
años y era comandante general del Sur de Chile.
Honorable como empleado y como soldado, pero
de hosco y egoísta carácter, pasaría hoy por un
monstruo como padre y como amante, sin embargo
de que en su tiempo era un padre como el común
de los padres, de frío y reservado cariño, de temple
duro y adusto, de aquellos que tenían por natural
y necesario poner á sus hijos al yunque de las es-
caseces y de la subordinación absoluta; tributo de
la veneración que todo lo de abajo debía pagar á lo
de arriba, y mucho más al padre, que en la fami-
lia era la piedra angular del trono y del altar; pa-
dre, rey y pontífice. Además de no ser sino padre
natural el viejo O'Higgins, era padre furtivo, por-
que la ley de España prohibía á sus empleados que
se casasen ó tuviesen hijos, digo mal, que recono-
ciesen hijos ó hijas en los lugares donde ejercían
alguna autoridad. Don Ambrosio O'Higgins, cal-
culador y egoísta, no era hombre de perder sus ga-
jes y sus ascensos por una belleza de quince años
y mucho menos por el amcr de un hijo, que al fin
y al cabo, si había de valer algo, debía abrirse paso
en la \ida como el padre, desde abajo, desde muy
380 LOS DOS PROTAGONISTAS
abajo, por entre estorbos, y endureciendo el carác-
ter con los sufrimientos de la miseria y con el poco
pan que bastara para su escaso alimento. Por la
honra de la familia materna, y más quizá por su
propio interés, el padre toma pronto sus medidas
para ocultar el hecho á los extraños que pudieran
delatarlo; y apenas nacido el niño, con peligro del
tétano y todo, se le entrega á un fiel soldado de
Dragones de la Frontera c[ue, á lomo de caballo,
bajando y subiendo riscos en la noche, lo lleva á
muchas leguas del lugar en que había dado el pri-
mer suspiro quien tantos otros debía dar después,
antes de que su voz tronara en el fragor de los com-
bates pro patria, y de que se apagase en el seno de
Dios con la conciencia de haber merecido su glo-
ría en los arduos trabajos de la independencia sud-
americana.
Entre tanto, el tronco añoso, de céltica estirpe,
que le ha llamado á la vida, y cuyas bastas astillas
hieren al que pone la mano en ellas, sube y sube,
sabe Dios cómo, hasta sentarse bajo el espléndido
dosel de los virreyes del Perú; y como á medida
que sube se aumenta su inquietud con el temor de
que se conozca la existencia de su hijo, lo saca si-
gilosamente de Chile en la primera niñez y lo em-
barca con destino á Cádiz, al cargo de un conocido
indiferente, que por orden del padre le pone á Lon-
dres en casa de unos traperos judíos, tan afanosos
del provecho que encuentran todavía como esquil-
mar, en mala ropa y calzado de hierro, sobre la
asignación de una guinea mensual que, para su
persona, fuera de escuela y comida debían sumi-
nistrarle. Hambre v desnudez, ohido v desamor,
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 38 1
aislamiento en el mundo. . . todo fué soportado por
aquella criatura con la fortaleza de un alma quieta
que sabe hacer de la dignidad personal y de la pa-
ciencia, la ley y el consuelo de su temprana des-
ventura. Y como no podía llevar el nombre de su
padre sin poner en peligro la posición y la fortuna
de que éste gozaba, creció así, hasta los veinte años,
con el nombre de Bernardo Riquelme, cjuien había
de llamarse después Bernardo O'Higgins, y hacer
famoso en la historia de la libertad y del siglo xix
ese nombre que, á no ser por él, apenas hubiera
sido exhumado como una rareza por algún cronista
fastidioso, de las trivialidades del tiempo pasado.
Cayó al fin el viejo O'Híggins, perdiendo los
favores de la corte cjue tanto lo habían elevado. Era
extranjero, y el virrey inglés sucumbió á las intri-
gas que le minaron. El golpe le fué mortal; y cuan-
do en el fervor de su fe, se tuvo ya por libre de otro
juicio y de otra ley que la de Dios, se dio cuenta
del duro y largo martirio que su pobre hijo había
soportado con heroica virtud, y le dio su nombre
con la herencia de los cuantiosos bienes que había
acumulado. Bernardo O'Higgins llegaba, pues, á
la fortuna y á la posesión de su estado civil, por el
camino del trabajo y de la honra nunca mancillada
ni por el más mínimo desarreglo de la primera
edad. Su primer cuidado fué realzar la posición de
su madre, y colmar de cariño y de favores á una
hermana que ella, en un subsiguiente y honorable
matrimonio, le había dado; y sin distraerse, de allí
adelante por los cuidados y las tremendas peripe-
cias de su vida pública, repartió su corazón entre
el amor de su patria y el amor de estos dos seres
382 LOS DOS PROTAGONISTAS
que fueron su única familia y el hogar de su des-
canso hasta su muerte.
Con la independencia personal, con el prestigio
del nombre virreinal, que aunque tarde le había
venido á tiempo, comenzaron á salir á la luz las
condiciones morales que la naturaleza le había da-
do, y que la dura experiencia de la vida liabía tem-
plado para las cosas de su tiempo. Xo contaba sino
veintiocho años, y era ya tenido en el Sur de Chile
como un hombre de cuenta y de primera importan-
cia. La madurez del juicio, la energía del carácter.
y aquel no sé qué que condensa luces vagas en la
frente de los hombres de acción, le habían ya dado
una favorable aureola aun antes de que sus hechos
futuros fuesen siquiera sospechados. O'Higgins era
uno de esos jóvenes de quienes todos dicen "ahí
hay algo" y para quien ese algo se va convirtiendo
rápidamente en un verdadero capital que forma su
crédito é inspira la confianza con que todos des-
cuentan anticipos de popularidad sobre su porve-
nir, preparándole una grande escena y un nombre
histórico en ella.
Fué allí donde lo encontró la revolución de Chi-
le, producto de la Revolución de ]\íayo en Buenos
Aires ; y ahí donde don José ^liguel Carrera echó
mano de él, como mediador de paz, mientras se
tomaba tiempo para engañarlo y hacerlo instrumen-
to de la perfidia con que logró desbaratar y domi-
nar á sus contrarios. Ofendidísimo y descorazona-
do, el joven O'Higgins se retiró á su Hacienda de
las Canteras. El inquieto dictador respetó su ale-
jamiento de la cosa pública con la deferencia que
se merecía un patriota sensato, cuyo principal ras-
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 383
go como hombre privado era la hidalguía y la
franqueza. Al ver la suerte del pais entregada,
sin brújula ni criterio, á los antojos y capricho
de un personalismo intermitente y desarreglado,
O'Higgins resolvió trasladarse á Buenos Aires,
donde tenía amigos que lo habían tratado en Eu-
ropa, en valida posición como los coroneles Mana
y Terrada. Pasó el año de 1812 haciendo el arreglo
de sus intereses para cambiar de residencia. Pero,
cuando á punto estaba de efectuarlo, ocurrieron
importantísimos sucesos eme le impusieron otros
deberes de mayor cuenta.
El \'irrey del Perú había resuelto al fin r esta-
blecer en Chile el imperio de las autoridades espa-
ñolas. Si hasta entonces no lo había emprendido,
no era ciertamente por la ridicula razón "de que
hubiese temido irritar el ánimo de los chilenos",
que dan ahora algunos cronistas de esa repú-
blica, y que no es sino un candoroso error, que
procede de no haberse tomado en cuenta la si-
tuación especial que acababa de amenazar a\ vi-
rreinato del Perú.
Los hombres que manejaban los intereses de la
Revolución de Mayo en Buenos Aires se habían
lanzado con tal rapidez y bríos al Alto Perú, c[ue
habían ganado la batalla de Su i pacha y ocupado
todo el país desde Tupiza al Desaguadero, incluso
la Paz y Cochabamba, antes de que el virrey Abas-
cal hubiera tenido tiempo siquiera de sacudir el
asombro cj[ue le habían causado las primeras noti-
cias de los sucesos de 181 o. Lejos de que pudiera
pensar en echar fuerzas y recursos á la distancia
en que quedaba Chile, Abascal tuvo que contraer
384 LOS DOS PROTAGONISTAS
todos SUS anhelos y sus medios á poner en defensa
las fronteras interiores de su virreinato, que harto
y de bien cerca estaban amenazadas por las fuerzas
argentinas concentradas ya á orillas del Titicaca
para marchar sobre el Cuzco. Nada más difícil y
apurado que la situaci(3n del virrey del Perú en los
días de 181 1 (i).
Pero quiso su buena suerte que el ejército ar-
gentino, manejado con evidente ineptitud por sus
jefes, proporcionase á los realistas la espléndida y
fácil victoria de Hiiaquí. Desde luego contrájose el
"\irrey del Perú á recuperar todas las provincias que
había perdido. Aproximó su vanguardia á las fron-
teras argentinas, y tomó las medidas necesarias pa-
ra reintegrar su autoridad en Chile. Y digo reinte-
grar, porque aún no la había perdido del todo, pues
satisfecho don José ]\Iiguel Carrera con dominar de
Santiago á Coquimbo por el norte, y hasta Con-
cepción de Penco por el sur, había descuidado com-
pletamente las provincias extremas de Valdivia, de
Arauco y de Chiloé, donde algunos jefes españo-
les se mantenían leales al rey, y donde la numerosa
población del país, ya por el mismo sentimiento,
ya por aversión local á los jíueblos del Norte, es-
taba completamente decidida á hacer causa común
con ellos.
Con este fin salió de Lima para Chiloé y \'al-
divia, llevando algunos cuadros de oficiales y sar-
gentos, el brigadier don Antonio Pareja, que ayu-
dado de los coroneles don U^an Francisco Sánchez,
Elorreaga y Quintanilla, que ya le esperaban allí
(i) \'éase el vol. III, cap. I\'.
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 385
con bastantes recursos y tropas, se vio muy pronto
á la cabeza de cinco mil hombres, con los que si-
guiendo las corrientes de las costas vino á desem-
barcar en la caleta de San Vicente, al lado inme-
diato del puerto y plaza fuerte de Talcahiiano.
La noticia del desembarco corre por todo Chile
}• produce la agitación y las alarmas que eran con-
siguientes. Al sentirse necesario á la defensa de su
patria, O'Higgins cambia de resolución : ya no
piensa en alejarse, abraza á su madre y á su her-
mana, 'toma sus armas, monta á caballo y ofrece sus
servicios al gobierno revolucionario (2).
A la noticia del peligro de Chile, el gobierno
argentino se sintió en el deber de
181 3 retribuir el generoso auxilio que
Junio 2 le había traído en 1811 el Bata-
llón de Penco cuando perdida la
batalla de Huaquí, se temió que Buenos Aires fue-
se atacada por Elío en combinación con el ejército
portugués que mandaba don Diego de Souza (3) ;
y dio orden al coronel don Santiago Carreras que
se preparase á marchar á Chile tan pronto como pu-
(2) Cuentan sus biógrafos que en ese arranque, fue-
ra de su patriotismo cumplía también un juramento que
siendo aun muy joven le había hecho en Londres al famoso
general colombiano don Francisco Miranda. La necesidad
y los contratiempos habían obligado á Miranda á mante-
nerse dando lecciones de matemáticas en algunas escuelas ;
y fué en una de ellas donde conoció á O'Higgins con el
nombre de Bernardo Riquelme que entonces llevaba. Bien
se comprende cuáles fueron las ideas políticas que el maes-
tro inoculó en el joven compatriota, harto dispuesto á
servirlas con las nobles pasiones de su alma.
(3) \'éase vol. III, cap. XIII.
HIST. DE LA REP. ARGEN'TIXA. TOMO VI. — 2^
386 LOS DOS PROTAGONISTAS
diese con el precioso batallón de su mando, de 350
plazas que se denominó entonces Auxiliares de los
Andes (4). Los preparativos no se efectuaron con
la prontitud requerida, según parece, dando esto
motivo á que se hiciese marchar al coronel don Mar-
cos Balcarce como jefe superior de esa fuerza cuyo
sargento mayor era el joven don Juan Gregorio de
Las Heras, destinado á hacerse conocer en ese pri-
mer ensayo del Paso de los Andes, que con tanta
gloria debía repetirse después en 18 17.
Ni los Auxiliares de los Andes, ni su jefe el
coronel Balcarce llegaron á tiempo para tomar par-
te en los encuentros de la primera campaña de 18 13.
Con el desembarco del general Pareja y con la
marcha de los realistas al centro del país, había lle-
gado para don José Miguel Carrera la solemne oca-
sión de justificar la competencia que él se atribuía,
y el genio militar que le suponían los demás. La
partida era igual para ambos generales y para am-
bos ejércitos. Del lado de los realistas nada había
que pudiera considerarse superior á lo que tenían
los patriotas. Pareja era un general gastado y en-
fermo. Se contaba de él hechos honrosos como ma-
rino y como actor en los terribles contrastes que
"España había sufrido en los primeros años del si-
glo; pero no sabemos que en parte alguna se hu-
biese mostrado entendido tn el arte de dirigir cam-
pañas y maniobras propias de un general de tie-
(4) Don Santiago Carreras era natural de Córdoba.
No tenía ningún parentesco con el caudillo de Chile, de
cuyo apellido se diferenciaba por la í final. Era oficial
de mérito que ha dejado un nombre honorable por sus
servicios.
DE LA REVOLLXION DE CHILE 387
rra ; y si hemos de juzgarlo por lo que hizo en Chi-
le, pudiéramos decir que pocas veces se habrá visto
otro que haya dado más claras pruebas de inexpe-
riencia y de incapacidad.
Verdad es que no contaba ?ino con soldados co-
lecticios y bisoñes reclutados al acaso €n los apar-
tados lugares de Valdivia y de Chiloé y con oficia-
les noveles, entusiastas y bravos, pero más que tác-
ticos baqiíiajios, que hacían sus primeras campa-
ñas con grados de pura convención, sin ser otra
cosa que guerrilleros audaces y conocedores del te-
rreno, como el porteño Barañao. el Vizcaíno EIo-
rreaga, los chilenos Urréjola y Vergara. Del lado
de los patriotas eran más ó menos lo mismo con la
sola excepción del veterano coronel Mackenna,
cuya bravura corría pareja con su competencia y
con su espíritu militar; v de dos; cuerpos, los arti-
lleros que mandaba don Luis Carrera, y los grana-
deros formados con esmero en Santiago. Podría,
pues, decirse que los elementos de don José IMiguel
Carrera eran superiores con mucho á los que entra-
ban en campaña á las ordenes de Pareja.
Por lo pronto y tomando en cuenta el material
y el personal con que realistas y patriotas comen-
zaban la guerra de la Independencia en Chile, po-
dría decirse que era una guerra civil. Chiloé, Araii-
co, Valdivia, Chillan, y algunos otros distritos del
sur estaban declarados por las armas del rey con-
tra la revolución : y por la revolución campeaban
Concepción, Santiago y las provincias del norte.
Pareja no había traído más que un cuadro de ofi-
ciales; los soldados eran todos sacados de las po-
388 LOS DOS PROTAGONISTAS
blaciones del sur, y sólo por. acaso habría mezclado
entre ellos algunos españoles europeos.
IMientras Carrera reúne reclutas y se prepara
con arrogante diligencia á salir de Santiago contra
los invasores, mal seguros de los ánimos de los pue-
blos chilenos entre la patria y d rey, entregan á
Pareja, por traición según unos, por vacilaciones
ó inexperiencia según otros, nada menos que la
fuerte plaza de Talcahuano y la importantísima ciu-
dad de Concepción, centro político y social de las
provincias del sur. Huye de allí con gran número
de parciales el coronel O'Higginns, y se presenta
á Carrera en la ciudad Talca, á donde ha venido
éste á toda prisa con su cuartel general, dejando
órdenes de que le sigan las tropas y pertrechos con
que se propone defender la línea de Maule, y arro-
jar á los realistas al otro lado del Bío-Bío.
El Maule es' un río caudaloso que parte en dos
regiones el centro de Chile. La región que queda
al norte, se concentra política y mediterráneamente
en Santiago; y la que queda al sur se concencraba
entonces del mismo modo en Concepción prolon-
gándose detrás del Bío-Bío á las provincias austra-
les de Arauco, Valdivia y Chiloc. Entre el Maule y
el BÍO-BÍO se halla el terreno que fué teatro de la
campaña de Carrera y de Pareja en 181 3.
Acababa Carrera de llegar á alca cuando se
supo que algunas partidas de caballería enemiga
se hacían sentir en la ribera izquierda del IMaule, y
que una fuerza mayor ocupaba el punto de Yerbas
Buenas. Las indagaciones que se tomaron en se-
guida hicieron pensar que esa fuerza fuera la divi-
sión de caballería que mandaba Elorreaga, y entre
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 389
tanto no era esta sola división la que allí estaba
sino todo el ejército de Pareja. ]\Iás como Carrera
lo ignoraba, hizo preparar una sorpresa nocturna,
al mando del teniente coronel Puga. La fuerza pa-
tricia se arrojó á galope tendido al centro de la al-
dea, y produjo por consiguiente una terrible con-
fusión en dos cuerpos que ocupaban la plaza. Pero
al momento se encontró envuelta por otras fuer-
zas que acudieron de los demás campamentos en
que estaban distribuidas, y los agresores tuvieron
que retirarse á escape.
Con todo, fué tanto lo que sufrió el ejército rea-
lista por la desbandada de la noche, la carrera de
caballos y de bueyes, que sin más que eso, Pareja
retrocedió con la mira de hacerse fuerte «n Chillan.
Verdad es que allí pudo conocer la superioridad no-
toria del ejército patriota sobre el suyo en número,
en material de guerra y en la calidad de algunos
cuerpos de línea.
Puesto, pues, en fuerza y en aptitud de salir de
Talca y adelantarse al sur, Carrera se puso en per-
secución de los realistas. Hallábase Pareja en esos
momentos atacado de una fiebre gástrica que lo te-
nía postrado 5' en evidente peligro de muerte. Pro-
fundamente entristecido y agobiado por una pre-
matura vejez ó agotamiento de fuerzas, era llevado
en parihuelas á brazos de hombres por aquellos ás-
peros caminos y fangales donde se atollaban las
piezas dando un enorme trabajo para ponerlas en
movimiento. Viéndose forzado á hacer pié. Pareja
hizo reconocer por general en jefe al coronel Sán-
chez y delegó en él las disposiciones indispensables
del caso.
390 LOS DOS PROTAGONISTAS
Sánchez se situó en una loma bien escogida, y
fortificó su posición con carretas,
1813 tercios, fardos y otros bultos del
Mayo 15 bagaje. "El ejército de Carrera
no tenia la disciplina necesaria
para llevar á cabo su plan de aíacju'e, y la turbación
y el más completo desorden vinieron á desconcertar
sus propósitos. El comandante don Juan José Ca-
rrera, lleno de ignorancia y de insubordinación,
dice sil mismo hermano don José Miguel en su
"Diario Militar", apenas formó en batalla cuando
mandó atacar á la bayoneta marchando á toda ca-
rrera; pero no habían avanzado cien pasos cuando
empezaron á sufrir, etc., etc. Desordenado el cuer-
po de granaderos, abandonado por dos de sus ca-
pitanes. Portales y Tuñón, disparó. . . Para mayor
confusión la artillería de la 2.^ división se inutili-
zó. . . En esos mismos instantes la caballería que ha-
bía recibido orden de formar á retaguardia del ene-
migo, recibió algunos tiros de cañón y se disper-
só. . . La batalla estaba concluida: el ejército insur-
gente se hallaba disperso y desordenado" (5).
Quedaba aún intacta la división de retaguardia
mandada por el coronel ]\Iackenna — el militar
más competente del ejército — pero por desgracia,
atrabancada por los bagajes y por la artillería, no
había podido seguir el movimienlo impetuoso y des-
ordenado del general en jefe; y era ya la tarde cuan-
do alcanzaba á entrar al campo de batalla. Venía
casi en esqueleto, tanto por la deserción cuanto por
(5) Barros Arana: Hist. de la Ind. de Chile: vol. II,
cap. III: VIII. pág. 75.
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 39 1
la caprichosa separación de algunos cuerpos para
darles otra colocación. Asimismo consiguió poner-
se á retaguardia de la posición de Sánchez, y co-
menzó á hostilizarlo con alguna artillería y con par-
tidas de caballeria. Pero "la noche vino á poner
término á trm singular jornada", y don José Miguel
dio orden de que todos los cuerpos y los dispersos
retrocediesen á la Villa de San Carlos, que fué la
que dio su nombre á este encuentro.
Viéndose sin municiones para continuar en la
posición que había defendido, Sánchez se aprove-
chó de la noche para seguir en precipitada retirada
hacia Chillan, donde los realistas tenían su plaza
de armas y de provisiones. Pero era preciso pasar
el caudaloso Nuble, y no era de suponer se^^que fue-
se tanta la ineptitud del ejército patriota, que de-
jase al enemigo realizar impunemente esa difícil
operación.
Entre tanto, así sucedió: los realistas levantaron
su campamento á las once de la noche ; llegaron al
Nuble á las cinco de la madrugada del día i6 de
mayo sin que nadie los hubiese sentido; pasaron
al otro lado, ante todo, una buena batería que apun-
taron al paso para sostenerlo ; colocaron otra donde
se hallaban para mantener á distancia al enemigo
y proteger su retaguardia, y se hallaba casi termi-
nada la operación á las diez de la mañana cuando
algunas partidas patriotas aparecieron sobre el río.
Los realistas abandonaron dos cañones y algunas
carretas; pero cuando el reducido grupo que aún
quedaba en la ribera del norte trató de ponerse en
salvo tuvo que tirarse al río, pereciendo ahogados
muchos de ellos. "Si hubieran sido inquietados, su
39- LOS DOS PROTAGONISTAS
ruina liabría sido inevitable y completa", dice Ba-
rros Arana con razón. En esa misma tarde alcan-
zaron los realistas á Chillan, y tuvieron tiempo, co-
mo lo vamos á ver, de hacer inexpugnable el punto
mientras le llegaba la fuerte columna de tropas que
habia salido de Lima á las órdenes del general don
Gavino Gainza, que vino á tiempo, por cierto, pues
en esos mismos días fallecía ya Pareja de la fiebre
inflamatoria que como ya dijimos lo habia atacado.
En vez de marchar inmediatamente sobre Chi-
llan como el coronel ]\Iackenna se lo exigía, don
José Miguel se obstinó en ir primero á ocupar á
Concepción y Talcahuano, empresa fácil, por estar
ambos puntos desguarnecidos, pero que en opinión
de aquel competente militar importaba perder sin
fruto un tiempo precioso en dos puntos lejanos,
cuya ocupación no influía en manera alguna sobre
la posición en que el enemigo esperaba sus refuer-
zos, pues le quedaban abiertas sus comunicaciones
por la costa de Arauco. Menospreciando este buen
consejo. Carrera bajó por la costa derecha del Ñu-
ble hacia el Itata y ocupó los dos puntos indicados
con escasa resistencia. O'Higgins, entre tanto, ga-
naba mucho crédito y popularidad, haciendo una
campaña feliz en la parte alta del Bio-Bío. Cortó
las relaciones de Chillan con las fronteras de Arau-
co, s-e apoderó de la plaza de los "Angeles" y en-
grosó su división con más de mil hombres, con ca-
torce piezas de artillería y su servicio, y con una
cantidad considerable de pertrechos de guerra.
El resultado de la ocupación de Concepción y
Talcahuano justifica hasta cierto punto la empresa,
pues Carrera "de ambos puntos sacó ingentes re-
DE LA REVOLUCIOX DE CHILE ' 393
cursos, bastante artillería y abundante armamen-
to. . ." Pero los realistas á su vez habían sabido apro-
vecharse de la demora para construir fortificaciones
que á la distancia parecían formidables. En Con-
cepción se ponderaba tanto su solidez, que el ge-
neral creyó indispensable el envío de artillería de
grueso calibre, y hacer venir de Santiago una di-
visión de reserva de ochocientos á mil hombres.
Una vez fortificados en Chillan, los realistas co-
mienzan á hacerse sentir á la distancia con éxito.
Elorreaga ataca y rinde toda la división patriota
que formaba la guardia de avanzada sobre el Nuble,
y este contratiempo obliga á Carrera á salir de pri-
sa de Concepción, y emprender el sitio de Chillan.
El 3 de agosto se percató Sánchez de que los
patriotas se concentraban sobre
181 3 Chillan con ánimo de formalizar
Agosto 3 el sitio. Y en efecto, en la noche
del 2 el coronel Mackenna había
colocado oportunamente una batería sostenida por
O'Higgins y por otros dos oficiales de mucho mé-
rito, el coronel Spano, y el sargento mayor Oller,
que perdió la A-ida en ese día. Sánchez ordenó k
Elorreaga que hicies-e una vigorosa salida y los ata-
case. El jefe realista puso en marcha su columna
á paso muy rápido y levantadas las culatas de los
fusiles en ademán de ir pasados. Logró con esto
hacer vacilar la resolución de los patriotas y apro-
ximarse sin las pérdidas que de otro modo habría
sufrido. Pero Spano comprendió que aquello no
era sino un ardid de guerra ; mandó hacer un vivo
fuego y contuvo por un momento á los realistas
obligándolos á que cambiaran el ademán de las ar-
394 LOS DOS PROTAGONISTAS
mas. y rectificaran sus líneas. Sánchez los vio va-
cilar cuando estaban ya pegados á las piezas, y
lanzó cá paso de trote el batallón J^aldiz'ia. Pero los
patriotas estaban ya apercibidos, y acabaron por
doblar al enemigo persiguiéndolo tan de cerca que
O'Higgins y Spano entraron hasta las calles de la
villa, dominaron la trinchera Santo Domingo, y se
abrían ya camino al través! de paredes y tejados,
cuando órdenes repetidas del general en jefe los
obligaron á retirarse. Con razón, ó sin ella, y como
sucede casi siempre, se levantó en el ejército la voz
de que O'Higgins habría tomado á Chillan si Ca-
rrera no se lo hubiera impedido por no aumentar
el crédito que ya comenzaba á presentárselo como
un rival afamado y peligroso de su ambiciosa so-
berbia. En todos estos casos germina siempre una
leyenda popular que sin ser falsa produce los efec-
tos del lente y abulta imaginativamente la propor-
ción moral de los hechos.
Pero ya fuera que los realistas se consideraran
en la necesidad de salvar su mala situación con
grandes esfuerzos, ó que tuvieran el conocimiento de
que los patriotas no tenían cómo persistir por mu-
cho tiempo en el asedio, hicieron en la tarde una
nueva salida por diverso costado que les dio mejo-
res resultados : arrollaron una parte de la fuerza que
lo cubría, y aunque no pudieron penetrar al centro
donde jugaba la artillería, lograron incendiar tres
carros de pólvora y municiones, é introducir tal tur-
bación en el campamento que comenzó á decaer el
ánimo, y á preverse que aquel sitio emprendido
mal y á destiempo, amenazaba tener un fin lamen-
table en poco tiempo.
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 395
En efecto, al día siguiente los realistas sorpren-
dieron y destruyeron completamente un grande
convoy de municiones, pertrechos y vestuarios que
venía de Talca. Siguiéronse otros encuentros más
ó menos desgraciados, y el hecho fué, según dice
Barros Arana, "que á los tres días de estrechado el
sitio, el ejercito de Carrera había sufrido grandes
quebrantos.'". Desesperando, pues, de tomar la pla-
za, y temiendo perderlo todo, resolvió levantar el
campamento y replegarse á Concepción donde es-
peraba rehacerse y reponer sus pérdidas. Cuando
Mackenna lo supo prorrumpió en un grande enojo.
Según él, los sitiados estaban exhaustos, hacían
fuerza de flaqueza, y no tendrían más remedio que
capitular si se seguía estrechándolos. Con este mo-
tivo tuvo un grande altercado con el general ; pero
éste sin darle oídos se retiró en un estado lamen-
table y vergonzoso. "Tal fué (dice el mismo cro-
nista) el principio, y tal el fin del desastroso ase-
dio de Chillan.
Excusando detalles que no nos conciernen, nos
limitaremos á decir que como estos desastres fue-
ron atribuidos generalmente á la inexperiencia é
incapacidad de Carrera, levantaron un grito gene-
ral de enojo y de desprecio contra él. "Cuando salió
de Santiago á contener á los invasores, todo el mun-
do creía que la campaña duraría apenas unos pocos
días. . . El tiempo vino en breve á probar á los pa-
triotas de Santiago que se habían engañado gran-
demente. La posición de Carrera no tenía nada de
halagüeña, y su decantada victoria de San Carlos no
pasaba en realidad á un triunfo dudoso y medio-
cre. . . Pero sobraron ilusos que creyeron en todas
3f)6 LOS DOS PROTAGONISTAS
las palabras enfáticas de los partes del general en
jefe. . . Xo faltaban sin embargo, militares que im-
pusiesen al gobierno de la realidad de lo ocurrido;
pero éste tenía que someterse á necesidad de
mantener el ¡entusiasmo, y sabía bien que esos par-
tes contribuían á ello. El gobierno guardaba para
sí un conocimiento perfecto de la marcha de la cam-
paña, y aglomeraba sigilosamente graz'cs cargos
contra el general Carrera". Sus aptitudes no com-
pensaron ni justificaron los vicios del hombre dís-
colo que no se satisfacía sino con el poder personal
y despótico sobre su país, y que no había sabido
defenderlo de sus enemigos. "Don José Miguel
Infante le hizo el primer cargo acusándole de ha-
ber dado á sus hermanos los puestos más importan-
tes y lucrativos del ejército, su plan de campaña
fué el motivo de mil críticas, que si bien se hacían
con grande cautela y sigilo, no eran por eso menos
amargas. . ."
Carrera había desperdiciado, pues, los recursos
y refuerzos que en repetidas veces le había remi-
tido el gobierno de Santiago. El desastroso fin del
asedio de C Julián vino á quitarle el poco prestigio
que le quedaba ante los miembros de la Junta, y á
desmentir el crédito que sus anunciados triunfos le
habían granjeado en el vulgo. Prorrumpieron en-
tonces las quejas y los' reproches. Su ineptitud mi-
litar se hizo evidente y su despotismo levantó con-
tra él la opinión pública.
El favor de los sueldos prodigados á su familia,
las tropelías de sus deudos y sicarios cometidas con
notoria impunidad, y el agotamiento de los recur-
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 39/
SOS públicos, pusieron el colmo á la paciencia del
pueblo y minaron la base del poder omnímodo que
había usurpado. Al leer la nota de un cronista con-
temporáneo que el señor Barros Arana hace suya
en el texto de su Historia, podría uno creer que leía
un retazo de las fechorías de Artigas, de José Cul-
ta, Encarnación, Blasito y Otorguez, con nombres
de allende la Cordillera: "El saqueo de las casas,
los asesinatos, las violencias á las mujeres con el
simulado título de los diferentes partidos, tanto en-
tre sí como con los realistas, ponían á todos en pe-
ligro de no tener un instante de seguridad en parte
alguna". Tenían además los Carrera algunos deu-
dos suyos empleados en las más importantes co-
misiones, y siendo estos unos públicos facinerosos,
conocidos por tales aún antes de la revolución, se
puede conjeturar cuáles serían ahora autorizados y
defendidos por el gobierno. Esta era una de las
principales causas del odio de los Carrera, y los
nombres de Bartolo Araoz, con el de los Carrera
■de la Viña del mar, y otra gran caterva de esta cla-
se capitaneados por aquéllos, perpetuarían en Chile
la memoria de la época de los delitos (6).
Aunque llamados por Carrera, y á su antojo,
los vocales de la Junta Ejecutiva á quienes había
tiejado el gobierno de Santiago "le miraban de
tiempo atrás con grande ojeriza", y tomaron oca-
•sión de los sucesos para sacudir su yugo.
Muy pronto surgieron causas graves de disen-
timiento ; la más ofensiva tuvo lugar con el her-
(6) Hisf. de la Indep. de Chile, por don Diego Ba-
:rros Arana: vol. II, cap. IX, II, nota.
398 LOS DOS PROTAGONISTAS
mano don Luís, hombre violento é irascible *'que
descubría injurias en cada queja ó cargo que les
hacían los miembros del gobierno". A Barros Ara-
na lo corrobora en esto el mismo Vicuña Alacken-
na: "Carrera (dice) se dejaba arrebatar por su alti-
vez, los consejos eran desoídos, las ocasiones se
malograban lastimosamente y los desaciertos se su-
cedían á las pasiones, ya desacordadas, y á las in-
tenciones secretamente hostiles. El mal éxito del
sitio de Chillan debido sólo á su impericia desunía
los ánimos y trajo al suelo el crédito del general" :
Instruido don José Miguel de que el vocal In-
fante era quien más abiertamente le acusaba y pe-
día su destitución, le escribió á su hermano don
Luis: "Infante es un ignorante y un alma vil. Le
vendría bien un bofetón y puedes dárselo en la in-
teligencia de que lo recibe un intruso y un villano".
La Junta Gubernativa tuvo que acceder á las exi-
gencias áe la opinión pública y destituyó á Carrera
substituyendo en O'Higgins el mando del ejército.
Pero fueron tales las intrigas y las resistencias que
pusieron en juego, él, sus hermanos y sus parcia-
les, que se hizo dificilísimo el cambio, y O'Higgins
mismo se abstuvo por mucho tiempo de aceptarlo,,
por no asumir las reponsabilidades de la lucha in-
terna que preveía. En vista de esto, la Junta salió>
de Santiago y se trasladó á Talca, con el objeto de
quedar más próxima á los sucesos. Logró al fin que
Carrera entregase el mando, y O'Higgins recon-
centró en Concepción la reorganización del ejér-
cito. Mas como el desastre de Chillan dejaba abier-
to á los realistas el camino del centro hasta Santia-
go, el nuevo general adelantó á la margen derecha
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 399
del Itata una división que bajo las; órdenes del co-
ronel Mackenna se situó en el Membrillar, con el
íin de defender el camino de Talca, mientras en la
capital se formaba una nueva base de tropas para
defenderla. De manera c[ue si los realistas 'empren-
dían S!U marcha al norte tu\'ieran que contar con la
división del ]\Iembrillar, y si prescindían de esta
división para seguir sobre Santiago, pudiera
O'Híggins salir de Concepción, incorporarse á Mac-
kenna, apoderarse de Chillan, c[ue era la plaza de
armas del enemigo, continuar por retaguardia so-
bre los realistas, y ponerlos entre Santiago por el
frente y las fuerzas patriotas dueñas de todos^ los
•caminos y recursos del sur, 'en un país estrecho y
largo donde es sumamente difícil maniobrar sobre
los flancos para evitar encuentros y retroceder.
Hallábase así la situación cuando un nuevo ge-
neral realista, don Gabino de Gainza, desembarca-
ba en la costa de Arauco con nuevas tropas venidas
de Lima, y tomaba en Chillan el mando del ejér-
cito del rey. Pero al mismo tiempo llegaba también
al teatro de los sucesos el coronel don Marcos Bal-
caree á la cabeza del batallón argentino Auxiliares
de los Andes (número ii después) de que era co-
mandante dolí Juan Gregorio de Las Heras, y re-
cibía orden de marchar aprisa á incorporarse á la
división de Mackenna en el Membrillar. Llegado
allí el señor Mackenna, nombraba jefe del Estado
Mayor al señor Balcarce, y estrechando la mere-
cida estimación y armonía de que ambos eran dig-
nos, ponían todo su esmero en hacer inexpugnable
la posición que habían tomado en la margen dere-
cha del Ifafa. Por su espalda quedaban recostados
400 LOS DOS PROTAGONISTAS
en los enormes barrancos del río que eran insal-
vables; al frente, es decir, al nordeste, formaron
tres reductos: el del centro elevado desde el fondo
de una quebrada, cuyos fuegos rectos de fusil y
cañón quedaban cruzados por los de dos lomas late-
rales y ásperas, donde las fuerzas que debían deftn-
der la posición quedaban bien parapetadas también
y en comunicación fácil por el interior para apo-
yarse mutuam-ente.
Prescindiendo de detalles que como hemso di-
cho son innecesarios á la marcha de nuestra narra-
ción, bastará que digamos que Gainza, sin temor
ya por Chillan, abrió su campaña en camino de
Santiago, decidido á destruir y tomar la fuerza del
Membrillar, conseguido lo cual, O'Higgins habría
quedado perdido en Concepción, y expedita la mar-
cha sobre la capital.
En efecto O'Higgins pasaba por grandes em-
barazos. Además de que sus tropas estaban desmo-
ralizadas, consistían en milicias de caballería, y la
escasa infantería con que contaba parecía próxima
á anarquizarse por los manejos y tentativas de todo
género que don José Miguel Carrera y su hermano
don Luis ponían en juego para producir un motín
y recuperar el mando de ese embrionario conjunto
que se llamaba ejército. Al fin fué preciso expul-
sarlos de Concepción y darles una escolta para que
pasaran á la capital. Pero cayeron en poder de
Gainza, cuya partida de vanguardia maniobraban
sobre el Río Nuble, y fueron llevados á Chillan.
Ellos y sus partidarios acusaron á O'Higgins de
haberlos entregado, lo que no estaba por cierto fue-
ra de las sospechas racionales del caso, ni de las.
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 4OI
condiciones morales del homl)re : y muy poco des-
pués les sirvió esa ofensa de pretexto para tomar
un horrible desquite en el desastre de Rancagua.
Poco hacia que Alackenna y Balcarce ocupaban
la posición del Membrillar cuando se hicieron sentir
sobre el Itata y el Nuble dos gruesas divisiones que
formaban la vanguardia de Gainza. El coronel
Mackenna no tuvo calma para soportar esa cerca-
nía, y resolvió salir de sus reductos y atacarlas.
Verdad es también c[ue llevaba el interés de recoger
caballos y ganados, cosa que no había tenido tiem-
po de hacer antes por no haber contado con tan rá-
pida aparición del enemigo.
La división patriota, en número de 400 á 500
hombres, salió de los reductos á
1 8 14 las doce de la noche con el ánimo
Febrero 22 de sorprender en la madrugada
del 23 á las divisiones realistas
que se suponían acampadas en Cucha-Cucha. Iban
á su cabeza el mismo señor Mackenna, el coronel
Alcázar como segundo, y el teniente coronel Bue-
ras al mando de unos 150 caballos entre dragones y
milicianos, quedando los reductos al mando del jefe
de Estado Mayor Balcarce, y el comandante Las
Heías sobre las armas para llevar su protección
donde fuera necesario según las ocurrencias de la
empresa. A la madrugada los patriotas encontraron
las casas de Cucha-Cucha desiertas. Fuera por pre-
caución ó por noticia del movimiento que los rea-
listas hubieran recibido, se habían emboscado en
las barrancas y arboledas del Nuble en observación,
y habían pedido refuerzos al cuartel general para
envolver de sorpresa y rendir á los expediciona-
rios.
HIST. DE LA REP. ARGENTIN.'K. TOMO VI. — 26
402 LOS DOS PROTAGONISTAS
Por lo pronto no hubo sino algunas guerrillas
y escaramuzas; pero á mediodía, cuando la división
patriota se retiraba, encontró el camino y los flan-
cos ocupados por fuerzas de consideración que cor-
taron la caballería de Bueras dificultando enorme-
mente la retirada ; y como iban llegando más y más
fuerzas, habrían acabado por poner á Mackenna
en dificultades algo más que serias. Viéndolo así
Balcarce, y alarmadísimo con el mal sesgo que to-
maba la acción, lanzó al mayor Las Heras y capi-
tán Vargas en su auxilio. Los argentinos llevaron
de frente el ataque y despejaron completamente el
campo para que la división pudiese entrar salva á
los reductos. "El teniente coronel Bueras hacía
frente por todas partes hasta que fué auxiliado por
las demás tropas y en particular por el valeroso
sargento mayor de Auxiliares de Buenos Aires don
Juan Gregorio Las Heras, que bien sostenido por
el capitán Vargas, del inisnio cuerpo, avanzó con
€l mayor orden sobre el enemigo, etc."
O'Higgins se aprontaba en Concepción para
marchar al norte, cuando recibió una funesta no-
ticia : Talca acababa de caer en manos de los rea-
listas. Su comandante el coronel Spano, con otros
oficiales dignos de su jefe, como los héroes de un
navio resueltos á luchar hasta hundirse, habían sa-
crificado su vida, salvando sólo la gloria de su nom-
bre con un alto ejemplo que no ha olvidado ni ol-
vidará la historia de Chile. Puestos en la alterna-
tiva de reforzar la división de Membrillar con
cuanto ellos tenían para su propia defensa, se que-
daron reducidos al mínimo de recursos y de fuer-
zas en la esperanza que de Santiago se les repusiese
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 4OJ
pronto lo que habían mandado ; pero en vano lo es-
peraron, y atacados por cuádruples fuerzas á las
órdenes de Elorreaga, resistieron hasta ser ultima-
dos uno á uno.
Este triste suceso puso á O'Higgins en las más
dolorosas angustias ... y no era para menos, pues
con la pérdida de Talca quedaba franqueado el río
Maule, y completamente cortadas las comunicacio-
nes de la división del Membrillar al norte y al sur.
No había, pues, que vacilar; y fuese como fuese,
O'Higgins salió de Concepción por el camino del
oriente, siguiendo por los cerros de la derecha con
suma cautela la retaguardia y el flanco derecho del
enemigo, porque no tenía fuerzas ni medios con que
aventurar un combate decisivo en el camino del
centro.
Cuando Gainza marchaba resueltamente á des-
baratar la posición del Membrillar
18 14 para adelantarse libremente á
Marzo 20 Santiago, sintió sobre su flanco
derecho las avanzadas de O'Hig-
gins ; y como esto podía embarazar sus movimientos,
ordenó al coronel Barañao que lo desalojase y lo
hiciese retroceder al sur. El jefe patriota tuvo tiempo
de tomar unas alturas inaccesibles donde pudo sos-
tenerse con ventaja; pero se convenció también de
su impotencia para bajar al terreno de la acción y
dar un apoyo eficaz á la división del Membrillar.
Bien seguro de esto, el general realista se decidió
al ataque inmediato de este punto : y al amanecer
del día 20 de marzo pudieron ya notarse todos los
preliminares que hacen presagiar un día de sangre.
Las descubiertas de los reductos patriotas comen-
404 LOS DOS PROTAGONISTAS
zaron á batirse tenazmente con las avanzadas ex-
ploradoras de los realistas, hasta que á mediodía
los unos se reconcentraban poco á poco á sus trin-
cheras, quedando formadas de la otra parte las co-
lumnas de asalto. Una de ellas, llevando á la ca-
beza el estandarte real, adelantó por la quebrada á
cuyo fondo estaba el reducto del centro, sufriendo
el fuego nutrido que de frente le hacía la trinchera,
y cuando estuvo al pie de la loma, comenzó á tre-
parla con intrepidez; pero los reductos de los cos-
tados cruzaron entonces sus fuegos sobre ella con
tal viveza v acierto que la hicieron vacilar; y se po-
nía ya en desorden cuando el coronel Barañao,
con una gruesa reserva, trepó á su vez la loma en
auxilio de los suyos y renovó el asalto con nuevos
bríos. Cúpole entonces á los soldados argentinos
hacer sentir su pujanza sobre los Clülotcs del ejér-
cito realista. Púsose á la cabeza de los Auxiliares
de los Andes el coronel Balcarce, salió por un flan-
co del reducto y cargando á la bayoneta se llevó por
delante toda la columna realista, haciendo un for-
midable estrago en ella. Desembarazada así la po-
sición, "Balcarce volvió á las trincheras, dice un
historiador chileno, trayendo fusiles, sables y mu-
chos otros despojos", y entre ellos algunos jirones
del estandarte real colgando de la lanza de que lo
habían arrancado para salvarlo.
A este primer ataque, se siguió un asalto ge-
neral. Los realistas avanzaron con cuatro piezas de
artillería hasta ponerse á tiro de pistola, á pesar de
la metralla y del fuep/~> de 700 fusileros bien atrin-
cherados. La acción se hizo entonces general, re-
pitiéndose las tentativas de asalto y las maniobras
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 405
para dominar las trincheras. Todo fué inútil por
más de cuatro horas. Por el favor del humo y del
fogueo, una columna enemiga como de 800 hom-
bres logró doblar por el flanco el reducto de la de-
recha é interponiéndose entre esa loma y el rio
Itata, abocó tres cañones á la trinchera. Defendida
con la misma bravura con que era atacada, el asalto
se había repetido por tres veces, cada vez con más
empuje, demostrándose así que los enemigos esta-
ban decididos á conseguir su intento á toda costa.
El coronel Balcarce sacó del reducto central una
culebrina, con dos compañías de Auxiliares de los
Andes; reforzó así la guarnición del reducto ame-
nazado, y restableció de tal modo las ventajas de
su defensa, que la columna realista tuvo que aban-
donar su empeño y bajar en precipitada dispersión.
Entraba ya la noche y comenzaba á llover co-
piosamente. Los realistas se alejaron, y después de
haber empleado dos días en reorganizar sus tropas,
resolvieron dirigirse rápidamente sobre la capital.
Aprovechándose de la victoria, O'Higgins conse-
guía al fin incorporarse con ]\Iackenna; y como el
movimiento del enemigo les hizo suponer que la
■capital corría peligro, tomaron la misma dirección
por caminos paralelos, y pasaron al norte del oían-
le en la misma noche. Desde luego, el ejército pa-
triota quedaba en mejores condiciones. Había ob-
tenido una victoria, había restablecido sus comu-
nicaciones Tcon la capital, y podía maniobrar con-
servando este sólido respaldar con los numerosos
recursos que allí se le preparaban. El enemigo, aun-
que más poderoso y compuesto de tropas más ague-
rridas, se hallaba en una posición más difícil; no
406 LOS DOS PROTAGONISTAS
sólo por la distancia á que quedaba de Chillan que
era su centro, sino porque siendo muy aventurada
seguir marchando sobre Santiago y pasar el cau-
daloso Maipú al frente de fuerzas contrarias bien
establecidas en las dos riberas, tenía que optar en-
tre una batalla para ejecutar ese pasaje, ó una re-
tirada al sur que podía serle desastrosa.
Esta era la inminente situación de las cosas
cuando tuvo lugar uno de aquellos acontecimientos
tan inesperados, como anormales, que sin saber cómo
cambian el orden lógico de los sucesos.
La destitución de Carrera en Concepción y su
caída en poder de los realistas, dio ocasión al par-
tido conservador de Santiago de pensar en dar al
gobierno una forma más concentrada, é imitanda
lo que se había hecho en Buenos Aires después de
reunida la Asamblea General Constituyente de
1813, y nombrado el señor Posadas Director Su-
premo del Estado, substituyóse también en Chile
la Junta Gubernativa de tres miembros por un Di-
rector Supremo, y fué puesto en este rango el co-
ronel don Francisco de la Lastra, hombre bueno y
virtuosísimo, marino de honor, pero de poquísima
notoriedad en su carrera, así como de poquísima
energía y consistencia para gobernar.
Vacilaba, pues, la suerte entre el ejército de
O'Higgins y el de Gainza, y no era -poco favorable
para el primero haber conseguido ocupar la posi-
ción de Ouechereguas é interponerse entre la capi-
tal y los realistas, cuando un comodoro inglés, mís-
ter James Hillyar, metiéndose á negociador y di-
plomático de su sola cuenta, se presentó imperioso
en Santiago haciendo valer una comisión que le
DE LA REVOLUCIÓN' DE CHILE 4O7
había dado el virrey de Lima señor Abascal. Abo-
cándose con el señor Lastra, le notificó que Ingla-
terra se había aliado con España; que la prepoten-
cia de Fernando VII y su incuestionable derecho
sobre América habían sido reconocidos por todas
las potencias; que Chile no podía contar con auxi-
lios argentinos, no sólo porque las derrotas de Vil-
capugio y Ayouma habían puesto al virrey del Pe-
rú en libertad de hacer lo que quisiera con sus tro-
pas vencedoras, sino porque Buenos Aires y las
Provincias Argentinas estaban devoradas por la
anarquía, amenazadas por Portugal y en el último
estado de postración. Así pues, á Chile no le que-
daba más salvación que acogerse á un tratado con
el virrey del Perú, en condiciones muy favorables,
que él, mistar Hillyar, propondría y garantizaría
como almirante inglés.
El Director Lastra y los hombres de su consejo,
se dejaron dominar por la petulancia incisiva del
marino británico, y se pusieron materialmente en
sus manos. Míster Hillyar formuló é impuso las
■condiciones que, á decir verdad, salvaban en gran
parte los intereses del comercio marítimo libre, co-
mo á Inglaterra le convenía. En lo demás Chile
declaraba que volvía al vasallaje español, que se
comprometía á mandar diputados á las Cortes del
reino, y que en consecuencia debía ponerse en li-
bertad á los prisioneros de ambas partes, después
de lo cual Gainza debía retirarse con su ejército á
Valdivia, quedando íntegra la autoridad del go-
bierno de vSantiago al norte del Bío-Bío hasta que
€l virrey reorganizase el gobierno general del país
^n consonancia con estas bases. Luego que míster
4t^8 LOS DOS PROTAGONISTAS
HillNar redujo á Lastra á pasar por estas condicio-
nes, salió él mismo hacia los campamentos de los
dos ejércitos; reunió los comisionados de las par-
tes, y les hizo firmar el tratado de pacificación que
tomó el nombre de Lircay, por el lugar de donde se
había concertado.
El tratado de Lircay vino á probar de una ma-
nera categórica que no sólo había sido feliz sino
hábil también la campaña que Balcarce, ]\Iackenna
y O'Higgins acababan de hacer contra Gainza,
pues éste, apenas firmado ese tratado, lo aprovechó-
para zafar de donde estaba, y retrogradó á esperar
en Chillan las resoluciones del virrey de Lima.
Cumplió, sin embargo, lo convenido acerca de los
prisioneros poniendo en libertad á don José Miguel
Carrera y á su hermano don Luís con otros de su
partido.
Llegaron éstos á Santiago en momentos de agi-
tación : el coronel Balcarce y el plenipotenciario ar-
gentino don Juan José Passo, negaban su aquies-
cencia al tratado de Lircay. y en consecuencia se re-
solvió retirar de Chile el batallón de Auxiliares. La
opinión pública se manifestaba también unánime
contra ese vergonzoso convenio, y exigía que se
continuara la guerra. O'Higgins había obedecido
al gobierno, pero opinaba públicamente en el otro
sentido. En Lima sucedía lo mismo. La conducta
de Hillyar había sorprendido y escandalizado al vi-
rrey Abascal, quien indignado por la ineptitud y
credulidad de Gainza lo hizo retirar y mandó en su
lugar al general don ^Mariano Ossorio con el afa-
mado regimiento de los Talavcras que acababa de
llegar de España, y que era uno de los cuerpos que
DE LA REVOLUCIOX DE CHILE 4O9
más glorias había ganado contra los franceses á las
órdenes de Wéllington.
Los Auxiliares Argentinos, conducidos por su
coronel don Marcos Balcarce y acompañando al ple-
nipotenciario, llegaban á Santa Rosa de los Andes
para trasladarse á ^Mendoza, cuando un deshecho
temporal de los primeros días de mayo cerró los
caminos de la Cordillera é hizo imposible que el
plenipotenciario y el batallón pudieran transmon-
tarla. Pero como el coronel Balcarce tenía órdenes
urgentes de pasar á Cuyo, emprendió el viaje solo
y por sobre las nieves, dejando en Santa Rosa de
los Andes al comandante Las Heras, que por su
brillante comportamiento en Membrillar y en Que-
chereguas acababa de ser ascendido á coronel, con
la orden de continuar su marcha así que pasase la
estación de las nieves.
Al mismo tiempo que los Auxiliares Argenti-
nos se retiraban de la escena, tenían lugar en San-
tiago gravísimos acontecimientos que terminaron
por una catástrofe. Apenas salidos de Chillan los
hermanos Carrera se introdujeron furtivamente en
la capital y se pusieron á combinar una nueva aso-
nada. Comenzóse á sentir una sorda agitación que,
acentuándose de más en más, produjo una profun-
da alarma en todo el pueblo; hasta que en la ma-
drugada del 23 de julio se amotinaron las tropas y
milicias movilizadas, se apoderaron del Director
Supremo Lastra y proclamaron un nuevo Gobierno
de Junta bajo la presidencia de don José Miguel.
El primer caso fué prender y expatriar á Mendoza
á todas aquellas personas que Carrera supuso ad-
versarios suyos; y entre ellos fué deportado el co-
4IO LOS DOS PROTAGONISTAS
ronel Mackenna, que por acaso se hallaba en San-
tiago esa noche, don Antonio José Irizarri, minis-
tro de gobierno, con muchos otros personajes de
primera nota.
Como era de creer que O'Higgins acudiera con
su división á restablecer el gobierno legal, don José
jMiguel proclamó la ley marcial y levantó tropas
con que defender la autoridad personal y absoluta
que había usurpado. Siguióse, como era consiguiente,
un periodo de anarquía y de guerra civil cuyos
detalles no nos conciernen.
Ambos partidos se batieron encarnizadamente,
pero sin resultado efectivo, en el llano de ]\Iaipo;
y se preparaban con feroz encono á un nuevo en-
cuentro, cuando se oyeron en el campo de O'Hig-
gins las trompetas de un parlamentario realista,
que venía trayendo en nombre del nuevo general
Ossorio una intimación fulminante para que todos
se le rindieran á discreción so pena de sufrir el cas-
tigo de rebeldes incorregibles.
En efecto, Ossorio marchaba ya con todo el
ejército realista en dirección á Santiago. El motín
de los hermanos Carrera y el desorden consiguien-
te habían sido causas de qne nadie lo hubiera sen-
tido aproximarse ni tratado de detenerlo en su mar-
cha. En tan apurado trance, trató O'Higgins de
ganar tiempo, y contestó al parlamentario que de-
fería la resolución al gobierno de la capital. Al
efecto escribió también á don José ^Miguel que re-
nunciaba á toda pretensión política; cjue desde lue-
go lo reconocía por general en jefe y por primera
autoridad pública del país: que para combinar los
medios de defensa con satisfacción y cooperación
DE LA REVOLUCIOX DE CHILE 4II
de todos, le parecía que lo más acertado sería con-
vocar un Cabildo Abierto para que el pueblo, libre-
mente y con exclusión de todo individuo de tropa
armada, eligiese un gobierno provisional. "Carrera
rechazó la propuesta, sea porque no la creyese pru-
dente, ó porque sospechase que la elección no le
sería favorable", dice Barros Arana. Afligido
O'Higgins con las ambigüedades y reticencias de
su rival, vio claro que para éste no había más al-
ternativa que la de someterse á su mando; y avi-
niéndose á eso, se puso á sus órdenes sin mirar
otra cosa que la salvación de la patria ; y entró á
concertar lo necesario para hacer frente á los rea-
listas reclamando solamente una posición en la van-
guardia con la sacrosanta promesa de que sería
protegido y reforzado á tiempo. Ardua empresa era
esa por cierto visto el agotamiento de energía, el
cansancio y la indiferencia humillante en que se
hallaba todo el país, especialmente el pueblo bajo,
para el que lo mismo eran patriotas que realistas,
sin que aspirase á otra cosa que á desertar de las
filas en que lo metían. Pero aún esto mismo no era
lo peor; la dificultad de traer á conciliación los dos
partidos era tan grande, que entre los parciales de
Carrera se acariciaba la idea de que los realistas
acabasen con O'Higgins, y llegó el caso de que
este mismo recibiera graves y repetidos avisos de
que se procuraba traicionarlo para que cayera en
manos de aquéllos. Fué imposible amalgamar y
concentrar las dos divisiones en un solo cuerpo de
ejército. Carrera insistió en que O'Higgins tomara
con los suyos posiciones á vanguardia : pero te-
miendo hacerlo más fuerte y debilitarse él, se negó
412 LOS DOS PROTAGONISTAS
á darle tropas de las del cuerpo que él dirigía. En
la imposibilidad de remediar estas incompatibili-
dades, O'Higgins se avino á hacer pie en un punto
fortificado, comprometiéndose Carrera á maniobrar
por el exterior y aprovechar las dificultades que ese
punto pudiera ofrecer á la marcha del enemigo.
Discutióse mucho la elección del lugar más conve-
niente : en la opinión de O'Higgins (y el resultado
probó que tenía razón) debía ser la villa de Ranca-
gua, situada sobre el paso preciso del río Cacha-
pual; por lo cual, rma vez ocupada y atrincherada,
el enemigo tenía que estrellar en ella sus embesti-
das, y si, como era probable, se veía rechazado,
podía ser atacado á la vez en buenas condiciones
por las tropas de Carrera unidas á las de O'Higgins
en una vigorosa salida. Carrera, que no pensaba
del mismo modo, se empeñaba en que O'Higgins
tomase su posición en una estrechez de cerros más
cercana al río Maipú que se llama la Angostura de
Paine. Pero se le observó que habiendo tres cami-
nos perfectamente practicables por donde los ene-
migos podían flanquear la posición, la fuerza que
allí se colocase quedaba perdida é inutilizada para
contener la marcha del enemigo. Aceptóse al fin el
parecer de O'Higgins; pero una gran parte de sus
oficiales y de sus amigos políticos presagiaron que
lejos de que Carrera pensara en darle apoyo y con-
tribuir á la operación combinada de las dos divi-
siones, lo dejaría sucumbir, para ir libre de su ri-
val, á hacer pie al norte del río Maipú, en los alre-
dedores 3^ suburbios de Santiago. Cuenta Barros
Arana que con fecha 26 de septiembre, O'Higgins
escribía á Carrera "que algunos hombres depra-
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 4I5
vados se empeñaban en probarle que el general en
jefe trataba de perderlo, y que era por eso que le
había confiado el mando de la vanguardia, pero
que él no creía en chismes, y que había aceptado
gustoso el delicado puesto que se le había confiado^
porque iba á ser allí el primer chileno que tuviera
la honra de batirse con los invasores".
Había marchado Ossorio tomando lentamente
sus medidas, sin encontrar enemigos hasta las in-
mediaciones de Rancagua, cuando recibió por tri-
plicado urgentísima misiva de Abascal haciéndole
saber que !Monte video había caído en manos de los
argentinos, y que el Perú iba á ser atacado por és-
tos con fuerzas imponentes; que desde luego la re-
conquista de Chile era una operación secundaria
que debía postergarse al interés primordial de de-
fender el virreinato donde era de absoluta necesi-
dad que le trajese el regimiento de Talaveras.
Xada más difícil que cumplir esta orden : la re-
tirada era imposible sin exponerse á enormes que-
brantos. Xo había, pues, que vacilar, y se resolvió
atacar decididamente la posición. Preparóse todo
en la noche del 30 de septiembre : cinco mil vetera-
nos pusieron cerco á la Anilla: y el i.° de octubre
por la madrugada se lanzaron los Talaveras en una
primera embestida sobre las trincheras. El asalto
de estos bravos y crueles soldados fué tremendo y
porfiado; muchos de ellos subieron y pelearon cuer-
po á cuerpo con los defensores; nada les valió y
tuvieron que retroceder enfurecidos de rabia, pero
descalabrados y dejando el terreno cubierto de ca-
dáveres. Otras y otras tentativas se repitieron con
mayor saña, ya de parte de estos mismos peninsv.-
414 LOS DOS PROTAGONISTAS
lares, ya por los húsares de Barañao ó de otros
cuerpos que vinieron á reforzarlos; pero tampoco
consiguieron dominar la resistencia; y al caer la
noche era evidente que los sitiados habían conse-
guido desbaratar las columnas que los habían ata-
cado y destrozar una parte considerable del ejército
enemigo.
Vacilando Ossorio entre la resistencia inespe-
rada que había encontrado y las órdenes reiteradas
del virrey, pensó en retirarse, y formó Junta de ofi-
ciales generales para oír consejo; pero acabó por
resolverse que se continuase el ataque, costase lo
que costase, porque una retirada en aquellas con-
diciones era una derrota y la pérdida total del ejér-
cito. Parece que contribuyó también á esta resolu-
ción la llegada de algunos pasados de la plaza que
dieron noticia de la mala situación y escasez de mu-
niciones en que se hallaba. "Una carga de la 3.* di-
visión que tenían bajo sus órdenes don José Miguel
y don Luís Carrera habría bastado para destruir á
Ossorio en aquellos momentos. Esa división nume-
rosa y fuerte estaba acampada a dos leguas de Ran-
cagua. Desde allí se oían perfectamente los caño-
nazos de la batalla, pero el general en jefe no se
movió, ni mandó una partida para socorrer ó alen-
tar á los sitiados. Por el contrario, á la primera no-
ticia que tuvo de que O'Higgins se hallaba ya si-
tiado en Rancagua despachó á su edecán don Ra-
fael de la Sota con orden á su hermano don Juan
José (jefe de su vanguardia), que inniediataniente
se replegase á la angostura, aun cuando fuese ne-
cesario clavar la artillería y perder las municiones,
porque en su opinión la resistencia debía organi-
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 415
zarse en otra parte'". Esto era mostrar que su idea
había sido abandonar á O'Higgins como se le ha-
bía pronosticado á éste según hemos visto. Por for-
tuna, que fuese inexperiencia, ó descuido, don Juan
José no pudo cumphr á tiempo lo que se le preve-
nía: los realistas le cortaron el camino, y no tuvo
más remedio que replegarse á Rancagua.
En la noche de ese día glorioso en que Carrera
podía haber cooperado á la salvación de su patria,
según el historiador chileno cuyo sesudo criterio
seguimos, O'Higgins le escribió un breve papel
comunicándole el éxito brillante de la defensa en
aquella primera jornada de la resistencia, y pidién-
dole encarecidamente que se aproximase para com-
binar operaciones y un ataque decisivo. Carrera se
adelantó hasta media legua de Rancagua. Al dis-
tinguir las cabezas de las columnas, los sitiados
prorrumpieron en gritos de alegría, hicieron repi-
car las campanas y se prepararon á una vigorosa
salida. Pero pasaba el tiempo y reparaban absortos
que Carrera se mantenía inmóvil á la distancia sin
amenazar siquiera al enemigo. Se le hizo una salva
con nuevos repiques y elevación de banderas : ¡ in-
útil! nada bastó para que adelantase. . . "Poco des-
pués, á eso de mediodía, dio orden á sus tropas de
retirarse al norte con el propósito, según dice en
su Diario Militar^ de reorganizar la defensa en otra
parte. . ." O'Higgins vio entonces con gran sorpresa
suya que la 3.'' división se alejaba de Rancagua
dejándolo sin medios de defensa y próximo á un
desastre inevitable. . . Hubo un instante en que se
sintió desfallecer, pero en la necesidad de arrostrar-
lo todo hasta el último trance, aparentóse siempre
4l6 LOS DOS PROTAGONISTAS
confiado en el triunfo; montó á caballo, visitó las
trincheras con aire jovial y trató de alentar á los
oficiales 3' á la tropa, que en todo aquel día hicieron
prodigios de valor resistiendo los repetidos asaltos
del enemigo.
Pero á las cuatro de la tarde O'Higgins había
perdido como dos tercios de su tropa; las municio-
nes estaban tan agotadas que la mayor parte de los
soldados no contaba sino con uno ó dos cartuchos
lX)r hombre; las piezas estaban sin servicio por es-
tar heridos ó muertos los artilleros, y por carecer
de oficiales; y como si esto fuese poco todavía, el
enemigo se había apoderado de la boca del río que
surtía de agua á la villa y había cegado los canales.
No había, pues, más remedio que rendirse á dis-
creción ó abrirse paso á todo evento por entre los
enemigos. Lo primero era aceptar la humillación,
la vergüenza y la muerte, porque los Talaveras no
sólo no acordaban cuartel, no sólo no permitían que
las demás tropas lo diesen, sino que usaban de la
victoria saqueando y exterminando. Lo segundo,
era arriesgado, había de causar pérdidas dolorosas,
pero ofrecía esperanza para cada uno de salvar ó
de morir en el ardor de la lucha, cuando la tensión
de los nervios y del ánimo eliminan el sentimiento
acerbo del dolor. Tenía O'Higgins en la plaza co-
mo doscientos caballos : no alcanzaban para todos,
pero eran jinetes como son los americanos del sur,
y montaron los unos en los caballos de los otros.
L^na vez montados y blandiendo sus armas, for-
maron un grupo impetuoso, tomaron en tropel la
calle de mejor salida, y se abrieron paso por entre
el fuego y las líneas enemigas que quisieron cerrar-
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 417
selo. ]\Iuchos cayerijn. y fueron sacrilicados : pero
el valeroso jefe, con la mayor parte de los suyos
lograron salvarse atravesando aquel campo de
muerte.
Contar lo que en aquel desastre tuvo lugar en
la villa sería hacer una hiitoria infernal de crímenes
y de horrores. Los Talarcras se mostraron dignos
de su fama. Dos capitanes, entre ellos Zambruno.
el de horrible recordación, y \'illalobos igualmente
bárbaro, espantaron con sus atrocidades á los jefes
de las demás tropas, como Barañao, Elorreaga. y
aún al mismo ]\Iaroto, coronel del cuerpo. En me-
dio del saqueo y del incendio estos dos malvados
arrastraban de los cabellos á las mujeres jóvenes y
niñas, y las entregaban á discreción de la soldades-
ca recomendándole qu€ aumentaran el número de
los vasallos fieles al rey de España ; mataban sin
piedad ni examen á cuantos hombres jóvenes, vie-
jos ó niños descubrían ocultos en los vericuetos de
las casas ; y pasaron así toda la noche en una es-
pantosa algazara y orgía con las desdichadas mu-
jeres de la villa que sacrificaban, á la luz del voraz
incendio en que ardían los techos pajizos y los en-
maderados de los edificios.
Favorecidos por las sombras de la noche, O'Hig-
gins y sus compañeros consiguieron desconcertar
á las partidas enemigas que los perseguían y entrar
en Santiago. Pero viendo allí que todo era desor-
den y anarquía, que la plebe estaba alzada y sa-
queaba la ciudad al grito de ¡ viva el rey ! y con mo-
tivo para temer las tropelías de Carrera, que situa-
do en los suburbios parecía próximo á entrar por
la capital, los fugitivos salieron de allí en la madru-
HIST. DE L.\ REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 'JJ
41 8 I,OS DOS PROTAGONISTAS
gada siguiente, y tomaron el camino de Santa Roso
de los Andes con ánimo de dirigirse á Mendoza,
pensando cjiíe ya los hubiese adelantado en esa di-
rección el coronel Las Heras con los AuxUiarcs
Argentinos c[ue comandaba.
La situación de Chile en aquellos días era es-
pantosa. En las provincias ya caídas, el incendio,
el saqueo y la barbarie de los vencedores desplega-
da en todas sus furias. Aterradas con el rumor de
todos estos horrores, las gentes de la capital, de
Valparaíso, de Aconcagua, de la costa y de todas
las ricas haciendas de los valles del norte de ^Nlaipú,
emigraban en masa hacia la Cordillera anhelantes
por pasar á Cuyo. Todas esas gentes y familias,
todos los hombres de mayor notoriedad y riqueza
del país, se habían echado á esos caminos con lo
puesto, ó con lo que habían podido levantar á la
ligera de sus casas; y en medio de aquella pavo-
rosa confusión arrastraban consigo á sus mujeres,
sus hijos, niños en lactancia, en vehículos de cual-
quier clase tirados por caballos, ó muías, ó bueyes,
muchísimos á pie, y hasta en literas llevadas á
mano por sirvientes y ocupadas por enfermos, ó
por ancianos que trataban de escapar á la caballe-
ría de Elorreaga, próxima ya á ellos, según lo re-
petían todos.
Desesperado O'Higgins á la vista de tan gran-
de desolación, y sin recursos para mitigar las lá-
grimas y las plegarias de los -que imploraban su
auxilio, creyó cjue lo más eficaz era correr á toda
prisa detrás de Las Heras y pedirle con las súpli-
cas de la amistad y del dolor acerbo que ahogaba
su corazón, que detuviese su retirada, y que retro-
DE IvA REVOLUCIÓN DE CHILE 419
gradase á contener las avanzadas realistas v pro-
teger á ese pobre pueblo de fugitivos. Por fortuna
era falso que Las Heras hubiese desguarnecido el
desfiladero de Santa Rosa y cjue estuviese en reti-
rada para Cuyo. Por el contrstrio, acababa de re-
cibir órdenes del coronel Balcarce y del general San
Martín de cjue se incorporase al ejército de Chile,
en el concepto de que O'Higgins y Carrera se hu-
biesen reconciliado y de que hubiesen preparado
autoridades y fuerzas compactas contra la invasión.
Bien claro era que ahora tenía que interpretar esas
órdenes según su propio criterio, pues no sólo no
había cjuedado autoridad ni fuerza compacta, sino
que había acontecido una derrota ó catástrofe cuyas
consecuencias no podía remediar con la pecjueña
fuerza c[ue mandaba. Pero no había escapado á su
ojo militar que, en las posiciones que tenía, y que
podía tomar más adelante, podía esperar los últi-
mos acontecimientos, y proteger á los patriotas y
restos dispersos de las tropas derrotadas que vinie-
sen á salvarse en la dirección de Cuyo.
Las Heras y Balcarce tenían malísima opinión
del carácter y de las aptitudes militares de don José
Miguel; y éste, que siempre los halíía mirado de
reojo, los tenía por enemigos; creía que, aunque
afectaban la imparcialidad que el deber les imponía
como argentinos, eran demasiado explícitos y fran-
cos en su amistad particular, y afectuosa confianza
de trato, con Mackenna, con O'Higgins y con el
grupo de distinguidos militares que actuaban con
estos dos jefes. Al pasar ]\rackenna por Saiifa Rosa
tres meses antes, desterrado á Cuyo por Carrera, le
había hecho á Las Heras tal pintura del desorden
420 LOS DOS PROTAGONISTAS
en que quedaba el país. de. la perversidad y de la
suprema ignorancia de aquel díscolo con quien era
imposible entenderse ni hacer nada de provecho,
que no podía ya dudarse de la ruina de la revolu-
ción chilena : }• Las Heras, que era vehemente y
harto precavido, comenzó á tomar sus medidas pa-
ra salvar á sus soldados, en el caso de que la catás-
trofe que pre\"enía ?\íackenna lo tomara antes de
que la Cordillera diera fácil paso á su tropa. Ahora
llegaban á su campamento los escapados de Ranca-
giia hablándole á boca llena de la infame traición
que les había hecho don José Miguel. Lo pintaban
con todo el calor de la verdad y de la indignación,
como un monstruo que había sacrificado la patria
antes que contribuir al triunfo ya obtenido por sus
adversarios políticos. Cierto ó no cierto, eso era lo
que todos repetían en derredor del jefe de los Au-
xiliares con pruebas y demostraciones que le pare-
cían concluyentes. Por todo lo que él mismo inqui-
ría, hasta escarbando los informes de los amigos de
Carrera que habían llegado con los demás disper-
sos, formaba juicio que la conducta de este caudillo
era incalificable, sosjDechosa, criminal, y que por
consiguiente su deber como jefe argentino era man-
tener á todo trance su libertad de acción para obrar
por sí mismo según se le presentasen las cosas.
Al tiempo que O'Higgins le rogaba que hiciera
una excursión hasta la cuesta de Chacabuco en
protección de la emigración, recibió una orden ter-
minante de Carrera para que bajase á la costa y
guarneciera el puerto de San Antonio. En esta or-
den se ocultaba una nue^■a malignidad, una nueva
perfidia, una idea de venganza para perderlo, ó una
DE I<A REVOLUCIÓN DE CHILE 42 1
crasa ignorancia del estado del país y de la situa-
ción cuando los realistas venían avanzando con cin-
co mil veteranos vencedores por el centro del terri-
torio. De manera que de haber ido el batallón á ese
punto extremo, habría quedado cortado de sus co-
municaciones con la cordillera, y completamente
perdido. Las Heras contestó secamente que estando
facultado por las autoridades de que dependía para
obrar con toda libertad de acción en medio de los
sucesos que se habían producido, tenía otras opera-
ciones más útiles que desempeñar, por lo cual pres-
cindiría de esa orden y de las demás que se le die-
sen sin concordancia con sus opiniones y con sus
deberes (7).
Prescindiendo, pues, de órdenes ajenas, formó
una pequeña división de caballería con los disper-
sos que obedecían al general O Higgins, y apoyán-
dolos con su tropa se adelantó hasta la cuesta de
Chacabuco. á tiempo para contener á Elorreaga, á
quien hicieron ponerse en retirada, salvando así el
grueso de una numerosísima emigración de fami-
lias, entre las que venía también la de don José ^li-
guel, y su hermana la famosa doña Javiera Carre-
ra acompañada de numerosos niños y sin más guar-
da que el canónigo argentino doctor Tollo que ja-
más la desamparaba ( 8 ) .
(7) Tales son las referencias que el mismo señor Las
Heras nos ha hecho personalmente en 1843.
(8) Xos decía el señor Las Heras que venía anegada
de lágrimas, y que jamás había visto él figura más bella
en forma de mujer. El comandante se esmeró en darle ca-
ballos y muías que la pusieran en franquía y completa sal-
vación.
422 LOS DOS PROTAGONISTAS
Realizada esta operación con el éxito consi-
guiente. Las Heras se puso en retirada para Santa
Rosa á las seis de la tarde. En esa noche supo que
don José Miguel, ofendido por su negativa, había
pasado por el camino sin querer \erlo, ni darle la
menor atención.
La noticia de que Carrera se había adelantado
esa noche en el camino de Mendoza, le causó á
O'Higgins una extraña inquietud. Difícil es decir
si temió que con la prestancia personal y la pres-
tigiosa palabra de que estaba dotado, pudiera tor-
cer la verdad de los sucesos ocurridos, y ponerlo en
disfavor ante las autoridades de Cuyo, ó si (lo que
es más probable) quiso impedirle que cometiera ac-
tos de violencia ó de opresión contra los amigos y
¡partidarios suyos cj[ue seguían por el mismo cami-
no; porque Carrera iba en la inteligencia de que
revestía aún, y de que seguiría revistiendo en Men-
doza el carácter de general en jefe de los chilenos,
y de Presidente de la Junta Soberana en quien xe-
sidía, según él, la plena autoridad del gobierno de
Chile. Sea lo que fuere, el hecho fué c[ue auxiliado
por Las Heras con medios fáciles de movilidad,
O'Higgins penetró también en la Cordillera, y con-
siguió adelantarse de dos jornadas sobre su rival.
Seguro ya de poder retirarse cuando fuere ne-
cesario y le conviniera, el teniente coronel Las He-
ras dejó pasar la emigración y permaneció en Santa
Rosa tratando de cubrir el punto al favor de las po-
siciones ventajosísimas que ocupaba, mientras re-
cibía órdenes de sus jefes. En efecto, informado .del
desastre de Rancagua, el general San Martín le
ordenó que se mantuviese allí, y que no permitiera
DE LA REVOLUCIÓN DE CHILE 423
la entrada de los realistas mientras se con^derase
con fuerzas para rechazarlos.
Asi terminó en la historia de Chile el periodo
revolucionario que podríamos llamar "La Época de
los Carrera". ¡Pluguiera al cielo que ahi se hubiese
cerrado su vida política también ! . . . Pero, por su
desgracia, y por la nuestra, un destino fatal le te-
nia deparado más trágico papel en el drama argen-
tino; y si la catástrofe final no fuera un pleito ven-
tilado todavía entre las dolorosas reclamaciones de
la tradición chilena y la incontrovertible justifica-
ción de las autoridades argentinas, no nos hubié-
ramos tomado ciertamente el ingrato trabajo de
compendiar sucesos Cjue hasta cierto punto queda-
ban á un lado de nuestro camino. Pero esos suce-
sos constituyen los antecedentes psicológicos y bio-
gráficos de un caudillo extranjero cjue se ingirió
malignamente en los desórdenes anárquicos de
nuestra revolución para caer bajo la ley de sus he-
chos y de su carácter. Era, pues, menester que lo
estudiásemos; que lo hiciésemos conocer tal cual
venía trasuntado desde su niñez, por los contem-
poráneos y los cronistas de su propio país. Y aun.
cuando no fuera sino exponiendo sencillamente lo
que ellos dicen, era nuestro deber comprobar cuál
había sido su índole moral, cuáles sus hechos, sus
méritos ó sus defectos, sus servicios ó sus atenta-
dos. Conociéndolo, y \iendo en seguida sus proce-
deres en tierra argentina, se podrá juzgar el des-
enlace que tuvieron sus miras y su existencia. Lo
que el hombre fué en Chile queda al juicio de
todos : lo que fué entre nosotros resultará tam-
bién de la estricta y seca verdad con que ha-
blarán sus actos.
CAPITULO \'III
DON JOSÉ MIGüEl. CARRERA EN CUYO Y EN
BUENOS AIRES
Sumarios Prevenciones de Carrera al entrar en Cuyo. — •
Su jerarquía política y sus derechos como Poder Pú-
blico Aliado- — Divisiones y bandos entre los emigrados.
— 'Reserva y criterio de San Martín. — ^La situación de
su espíritu y sus preocupaciones en Cuyo. — Incompatibi-
lidad de su ambición con el predominio de Carrera en
Chile. — Efecto natural que debió causarle el desastre de
Rancagua. — San Martín y el pueblo de Mendoza. — Mar-
cha de San Martín al encuentro de la emigración chile-
na.— Desórdenes de los emigrados. — Encuentro con el
general O'Higgins. — Enojo y ofensas de Carrera. — Gro-
sero proceder de éste y de sus parciales. — Explicaciones
y declaraciones de San Martín. — Avenimiento transi-
torio y proceder de O'Higgins. — Altercados y agitacio-
nes.— Peligros de orden público. — Informes del estado
de la provincia remitidos al gobierno general.— Autori-
zación para que San Martín procediese á la conservación
del orden. -Expulsión de Carrera. -Duelo de don Luis Ca-
rrera con Mackenna. — Diligencias de don José Miguel en
Buenos Aires. — Asenso momentáneo que le da el Director
supremo don Carlos de Alvear. — Caída de Alvear. — Em-
peños de Carrera con Alvarez-Thomas para que lo auxi-
lie á invadir á Chile. -Elección del general Balcarce.-Elec-
é
CARRERA EN CUYO Y BUENOS AIRES 425
ción de Pueyrredón. — Desengaños de Carrera. — \'iaje j.
los Estados Unidos.
Al entrar por los Andes. Carrera llevaba el áni-
mo prevenido ya contra los hom-
1814 bres y las cosas de Cuyo. Sabía
Octubre que el coronel Balcarce, espíritu
correcto y amigo severo del or-
den, había regresado á ^lendoza con impresiones
muy desfavorables acerca de su carácter personal,
de su maligna influencia en la revolución de Chile,
y con un desprecio profundo de sus pretensiones
militares : "Es un atolondrado que hace de gene-
ral y de personaje debido sólo á la inexperiencia y
á la ignorancia de aquel país en estas materias", le
decía Balcarce á San Martín. Pensaba y decía lo
mismo Irizarri, hombre hábil y eficiente, á quien
Carrera había expatriado después de volcar el go-
bierno de Lastra; y en igual sentido hablaba Mac-
kenna cuyas apreciaciones y noticias tenían gran
peso por la competencia de su juicio y por la .supe-
rioridad de sus méritos. Xo podía, pues, ocultár-
sele que lo habían precedido malísimos informes, y
que debía contar con muy pocas simpatías. La con-
ducta del teniente coronel Las Heras era ya un in-
dicio de ello, tanto más significativo cuanto que
Carrera suponía que proviniese de órdenes recibidas
de Mendoza al efecto.
En el carácter soberbio, impetuoso é impreme-
ditado que le dan todos los historiadores y cronis-
tas de su país — de la sospecha al enojo, y del eno-
jo á la ira, — no había gran trecho que digamos; y
antes de tener hecho alguno concluyente que justi-
426 josií migue:i. carrkra
ficase sus prevenciones, iba ya iracundo contra los
figurones de aldea que suponía confabulados y dis-
puestos á vejarlo. Pero también iba resuelto á ha-
cerles respetar en su persona la eminente jerarquía
de presidente de la Junta Gubernativa con que sa-
lía de Chile.
Los historiadores de este episodio han divagado
mucho sobre su naturaleza jurídica y el carácter de
las complicaciones á C[ue dio lugar. Ninguno se ha
hecho cargo del valor de los principios comprome-
tidos en la controversia, ni de cómo fué que esos
principios se alteraron en su aplicación. A fuer de
imparciales vamos nosotros á restablecerlos.
Los unos han mirado como chocante infatua-
ción, propia sólo de un insensato, la pretensión de
Carrera de que le fuese respetada y mantenida, en
país extraño, la jerarquía política que tenía en Chi-
le. Los otros, sin entrar tampoco en el fondo de la
cuestión, han atropellado con injurias y cargos in-
fundados al general San Martín suponiendo falsa-
mente que hubiera negado ó atacado aquella jerar-
quía del general chileno.
Ahora bien, que Carrera tenía razón y derecho
á conservar su investidura en las provincias argen-
tinas, no hay duda; como no la hay tampoco que
no fué el gobernador de Cuyo quien pretendiera ja-
más desconocérsela.
Prescindamos de la índole desgraciada de la
persona y pongámonos sin otra preocupación en el
terreno de los principios.
Hasta el momento del desastre de Rancagua. las
dos repúblicas eran aliadas en igual guerra contra
España. La suerte c[ue corría la una, la corría tam-
líN CUYO Y EN BUENOS AIRES 427
bien la otra. Carrera salía de su país dejándolo con-
quistado y violentado por los mismos enemigos
que se preparaban á conquistar y violentar la tie-
rra de los argentinos. Por consiguiente, el supre-
mo magistrado y general en jefe que se amparaba
con sus tropas y con sus conciudadanos en el terri-
torio de su propio aliado, no estaba en el caso del
beligerante que se salva y ampara en el territo-
rio neutral, ni perdía como pierde éste la inves-
tidura del mando que llevaba, virtualmente consa-
grada en su persona y garantida por la misma alian-
za que unía á los dos gobiernos. Así es que ni las
autoridades locales de Cu}'o, ni las nacionales, po-
dían retirarle á Carrera la jerarquía de origen chi-
leno, nacional y propia con que entraba, y cuya
doble razón de ser era la soberanía respectiva de
cada uno de los Estados, y la alianza defensiva y
ofensiva que los unía. Negar estos principios se-
ría negar la parte más elemental del derecho pú-
blico internacional y de las obligaciones y derechos
recíprocos de los aliados.
Es verdad que la jerarquía política que Carrera
se atribuía traía origen de un atentado contra el or-
den interno y de una usurpación; pero habían me-
diado acuerdos posteriores y conciliatorios entre los
partidos chilenos, y, por otra parte, las autoridades
argentinas no eran jueces de lo ocurrido, y tenían
el deber de aceptar los hechos consumados en las
condiciones mismas con que se presentaban en su
territorio.
Si carrera hubiese sido un hombre de reposo,
y su vivacidad no hubiese sido lo contrario de lo
que se llama talento ó genio entre los personajes
428 JOSK MIGIl.L CAKKKRA
políticos, no hubiera echado á perder jamás la si-
tuación que tenía. Pero en ninguna época de su
tempestuosa vida se mostró más inepto; en ningu-
na menos cuerdo ni más desnudo de los méritos y
de los conocimientos que sus parciales se empeña-
ban en concederle; pues no se le ocurrió sic^uiera,
(jue si bien era innegable su derecho á la investi-
dura electiva del gobierno aliado, la tenía ahora li-
mitada por la soberanía del territorio en que entra-
ba, y que por consiguiente la cuestión de orden pú-
blico de regularidad en los procedimientos y en el
respeto debido á las autoridades locales, era tam-
bién una ley de supremo interés y necesidad para
él, puesto que tenía conveniencia y deber de res-
petar á los que eran la única autoridad con misión
y poder para hacerlo respetar á él. Por otra parte
se olvidó de que no era un monarca de derecho di-
vino asilado y protegido por su aliado, sino un ma-
gistrado electivo cuyo carácter político y magistra-
tura dependía de que se mantuviese compacto y
unísono el sentir de los conciudadanos y tropas que
le daban su apoyo y su asentimiento.
\^eamos ahora cómo se produjeron los hechos y
cómo se justificaron los procederes á que esos he-
chos dieron lugar.
Que la emigración y los derrotados de Chile ve-
nían divididos en dos bandos enfurecidos é intran-
sigentes, es cosa que no tenemos que repetir ; y co-
mo era consiguiente uno de esos dos bandos, des-
conocía la autoridad del jefe del bando contrario:
los unos venían por Carrera deseando arruinar á
O'Higgins; los otros por O'Higgins resueltos á
no obedecer á Carrera.
KX CUYO Y EX EUEXOS AIRES 429
El general San Martín sabía perfectamente á
qué atenerse en su juicio y en su próximo contacto
con don José Miguel Carrera. Pero discreto, pacien-
te y reservado como pocos, sabía callar y disimular
hasta el momento oportuno de poner la razón y el
éxito de su lado; y nadie le había oído jamás la me-
nor alusión desfavorable ó irrespetuosa á la persona
ó hechos del presidente de la Jnnta Gubernativa de
Chile.
Sin embargo, el inñujo y la supremacía de Ca-
rrera al otro lado de los Andes había sido la más
grande contrariedad, y el tormento secreto de la
ambición militar de San ]\íartín, desde su llegada
á Mendoza.
Los cjue suponen que había solicitado el gobier-
no de esta provincia con la mira de expedicionar
á Chile, saltan por encima del tiempo y de las cosas
sin reflexionar que á un hombre tan cuerdo y co-
rrecto no pudo ocurrí rsele esto jamás. Antes del
desastre de Rancagua, Chile tenía su gobierno so-
berano y medios de propia defensa al mando de los
oficiales del país. A San Alartín no le era, pues,
permitido abrigar sino uno de estos dos propósitos:
ó tomar servicio en Chile, ya que el gobierno ar-
gentino, bajo el influjo de Alvear no le ofrecía cam-
po á sus grandes aptitudes, ó conseguir el mando
de la división auxiliar argentina convenientemente
reforzada con tres ó cuatro batallones y un escua-
drón para concurrir á la defensa de Chile, y com-
binar una expedición de fuerzas aliadas sobre el
Perú por las costas del Pacífico. Si esta era la me-
jor de sus ideas, la verdad es que no pasaba de ser
una idea totalmente irrealizable é ilusoria.
430 JOSÉ MIGUEL CARRERA
En efecto, ¿cómo llegar á ese resultado impe-
rando en Chile un hombre como don José Miguel
Carrera? ;Cómo conseguir de él fuerzas y medios
cuando todo le era poco para afianzar su poder per-
sonal y dominar de un modo absoluto en su país?
¿Cómo traerlo á consentir en que dejara entrar á
Chile una fuerza argentina preponderante, resi>eta-
ble al menos, con propósitos que de uno ó de otro
modo habrían de complicarse con las cuestiones y
con los partidos internos del país, y todo esto sin
contar las consecuencias del desorden, los capri-
chos, las persecuciones, los recelos, las rivalidades,
el desquiciamiento interior, y las arbitrariedades de
un gobernante soberbio, intratable y pueril también
en medio de su misma malignidad? (i).
Apenas llegado á Alendoza (supongamos que
con ilusiones), San Martín había palpado día por
día y con profundo desaliento, todos estos incon-
venientes. Debió conocer cpie eran el escollo insu-
perable de sus grandiosas miras, y que su ambición
mihtar estaba condenada por ellos á vegetar entre
Carrera, que le cerraba los horizontes del Pacífico,
y Alvear, vencedor en ^Montevideo, que victoreado
por un partido ilustre y brillante se consideraba ya
en marcha triunfal sobre Lima (2).
Por discreto y moderado que sea el disimulo de
(i) Aquí es el caso de repitir que ninguno de estos
epítetos ó calificativos es nuestro, sino tomados al pie de
^a letra de los señores Barros Arana y Vicuña Mackenna.
(2) No solamente era la opinión del país, sino la de
los hombres más competentes para formularla; entre ellos
el general Paz, como se ve en sus Memorias, vol. I, pági-
na 190. Véase vol. V, pág. 150 de esta obra.
EN CUYO Y EN BUENOS AIRES 43!
itn grande hombre, no es posible que su ánimo se
desentienda de sus más caros intereses ó de las pre-
venciones cjue dejen en él acjuellos que le han da-
ñacb. De manera que San ]\Iartín, espectador inte-
resado y paciente de las tropelías y maldades del
caudillo de Chile, venía necesariamente predispues-
to, por sus propios intereses, á mirarlo como el más
grande de los estorbos que le impedían tomar su
vuelo, al paso que los amigos de O'Higgins y de
Mackenna, deseosos de sacudir un }ugo insoporta-
ble, le brindaban amistad y cordial inteligencia,
aun antes de Cjue los sucesos hubieran tomado di-
rección y carácter en este sentido ; porque lo qut
está en la naturaleza de las cosas tiene que dar al
cabo sus resultados necesarios ; y nadie menos ca-
paz que Carrera, intransigente é indómito por há-
bito, por tradición y por genio, de volver en amis-
tad y concordia los antecedentes y las incompatibi-
lidades que le precedían al entrar en la provincia de
Cuyo.
Desde este punto de vista, es presumible cjue el
desastre chileno de Rancagua no fuera para el ge-
neral San Martín un contratiempo lamentable, sino
un suceso feliz, que, quitándole estorbos, le ofrecía
desde luego la perspectiva halagüeña de convertir
en grandes hechos su soñado propósito de hacer la
guerra en Chile y de trasladar al Pacífico el glo-
rioso problema de la independencia general de la
América del Sur. Así es que por más que se reser-
vara, ó que disimulase su verdadero sentir por el
cambio de posiciones, favorable para él, que aquel
desastre había producido, es el caso de repetir con
Terencio : "Nihil alienuin. . ." y de convenir en que
432 JOSK MIGUr-L CARRERA
estaba en lo más caro de sus intereses, y en lo n:ás
profundo de sus miras, suprimir la figura de 'Ca-
rrera en los subsiguientes sucesos de Chile, dudan-
te el tiempo, al menos, que se necesitara para uni-
ficar la liga de los dos países y llevar unidas sus
fuerzas militares al Perú y á Quito; pues no hay
duda de que callado é impenetrable en la provincia
argentina más austral, más ladeada hacia los fríos
del polo. San ]\Iartín tenía ya clavada sa vista con
anhelo en los resplandores del trópico y del Ecua-
dor.
La llegada de los seis ú ocho fugitivos que fue-
ron los primeros en entrar propa-
1814 lando en Mendoza la caída de
Octubre Chile en poder de los realistas,
debió resonar en el ánimo del go-
bernador de Cuyo como el eco de las trompetas c[ue
despertaron á Josué en el desierto para señalarle
bajo un rayo de luz la tierra de Canaán. Abierto se
le presentaba ahora el campo de acción :
Limiiia pcrnnnpit
. ct ingciitcm lato dcdit ore fcncstraiii
Así pues, ¡cuánto anhelo, cuántas inquietudes y
cuántas alarmas, producidas por el temor de que
pudiera írsele de las manos aquella ocasión de
echarse por ahí á tomar posesión del porvenir!
Lo primero que comprende con su habitual sa-
gacidad es la indispensable necesidad de que los
mendocinos hagan causa común con él é interesen
su orgullo en la honra de ilustrar, al otro lado de
los Andes, el nombre y la pujanza de su provincia
Todo lo pone en juego con ese fin : estímulos, lison-
EX CUYO Y EX BUEXOS AIRES 433
jas, prestigio personal, trabajo asiduo, promesas de
todo género, insistencia en hacerse amar y admirar;
todo hasta quedar seguro de que ha hecho suyo el
terreno, y de que tiene allí el punto aquel de apoyo
que pedia Arquimedes para mover el mundo. En
Buenos Aires pueden caer y subir gobernantes : San
Martín debe ser inconmovible en Mendoza por el
sentimiento apasionado y por la adhesión unánime
y personal de toda la provincia. Tratar de sacarlo
de en medio de sií pueblo sería un crimen de lesa
patria. Si un Director Supremo le dio el puesto, la
soberanía de Mendoza se lo ha consagrado á per-
petuidad, y no hay ya Supremo Director que pueda
arrancarlo al amor filial de los que lo han adoptado
por padre y por jefe.
Chile ha caído, ¡generosos hijos de Cuyo! sus
habitantes, sus familias enteras con ancianos, mu-
jeres y niños vienen por las ásperas cordilleras bus-
cando en vuestros brazos cómo salvarse de la saña
y de la barloarle de los enemigos de la independen-
cia argentina : venid conmigo y corramos á darles
el auxilio de la hospitalidad, mientras nos armamos
y les llevamos el de nuestros soldados para repo-
nerlos en la posesión del suelo de cjue los tiranos
extranjeros pretenden despojarlos ; ¡ sea esa la glo-
ria de Cuyo !
A la voz de su gobernador Mendoza entera se
conmueve : antes de veinticuatro
1 8 14 horas parten por el camino de
Octubre ii Usíipallacta mil trescientas mu-
las, ciento ochenta cabezas de ga-
nado, doscientos líos de cecina (cJiarqiti), frutas
secas, vino, aguardiente, y otros diversos comes-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. 28
434 JOSÉ MIGUEL CARRERA
tibies de los que se tienen i)or apropiados para las
alturas de la cordillera; ropas, que las familias han
traído en grande cantidad ; y todo va de prisa á en-
contrar á los menesterosos que vienen atravesando
las cumbres con todo el peso de la desgracia y de la
miseria. Antes de partir él también á los lugares
donde se hace necesaria su presencia, nombra una
comisión de vecinos C[ue prepare alojamiento y
cuarteles para la emigración y para los soldados.
En el camino le llegan dos noticias desagrada-
bles : le dicen los dispersos que el teniente coronel
Las Heras ha abandonado los boquetes occidenta-
les de la Cordillera, y que los realistas entran^ por
ellos dando caza á los prófugos y á los cargueros
que traían el dinero de las arcas públicas de Chile.
Esto último era cierto, pero no era Las Heras sino
Carrera quien se las había dejado arrebatar en el
camino en que él las traía. Las Heras permanecía
en su puesto, y la orden de San ^Martín de que allí
se conservase hasta que más no pudiese lo encon-
tró cumpliendo su deber. La otra noticia era que
los víveres y auxilios remitidos el día antes habían
sido asaltados, robados ó arrebatados en medio del
desorden por la soldadesca chilena que venía en tu-
multo y sin gobierno bajando los desfiladeros de la
cordillera. Junto con estos avisos lo rodea multitud
de vecinos de la campaña que vienen á darle clamo-
rosas quejas de que sus casas han sido invadidas,
robadas y ultrajadas por los dispersos y por la gen-
tuza que viene emigrando. La cosa era en sí misma
natural, y nadie podía tomarle de sorpresa. Pero
lo que impresionó muy mal el ánimo del goberna-
dor de Cuyo, fué que los jefes chilenos que entra-
. CUYO Y EN BUENOS AIRES 435
ban eft ííift'i^rfevincia, no hubiesen tratado de regu-
larizar ^éj^^g junto de hombres dispersos, para que
no se-pre'^entáse, en el país aliado que los recibía,
como" S-ujrbanda de salteadores (3).
Trató, pues, de adelantarse á poner pronto re-
medio á tamaño desorden, cuando á poco trecho se
encontró con el general O'Higgins, coronel Alcá-
zar, Freyre y otros jefes de ese partido seguidos de
algunos hombres de su inmediato servicio. Quejóse
á ellos de lo que pasaba, les hizo oír las reclamacio-
nes de los vecinos que habían ocurrido á él, y con-
firió mando absoluto á O'Higgins para que reunie-
se los dispersos chilenos y los sometiese al orden
castigándolos si era necesario, á cuyo efecto le dio
una partida de milicianos mendocinos. Entre los
dispersos chilenos habían alcanzado ya al mismo
lugar algunos oficiales del partido contrario que
rehusando prestar obediencia á O'Higgins retroce-
dieron á encontrar á Carrera con el chisme de que
San Martín había conferido el mando del "ejército
chileno" á O'Higgins destituyéndolo á él que ade-
más de presidente de la Junta Gubernativa era el
general de ese ejército.
Fácil es concebir la ira que se levantó en esa
alma soberbia al sentirse ajado por un acto que ve-
nía á probarle, una vez más que el ínfimo goberna-
dor de Cuyo se atrevía á ponerle la mano confabu-
lado ya con sus enemigos políticos Mackenna, Iri-
zarri, O'Higgins y Balcarce. Completamente ajeno
(3) "San Martín supo en el camino que Jos soldados
emigrados cometían mil excesos : que robaban cuanto veían
en las habitaciones de su tránsito, sin obedecer á nadie".
Barros Arana, Hisf. de Chile, vol. III, pág. 97.
436 JOSÉ MIGUEL CARRERA
San ?klartíii al enojo que ha1)ía provocado con um
simple comisión del momento, eventualísima, y que
estaba muy lejos de tener el sentido y los efectos
que Carrera le daba, siguió adelantándose al en-
cuentro de éste para prestarle toda la obsecuencia y
galante recibimiento que su categoría política y mi-
litar hacía de estricto deber.
Había andado una legua escasa y penetrado en
un desfiladero, cuandj sus acompañantes, en una
vuelta repentina del camino, le señalaron la pre-
sencia de don José Miguel que cabalgaba acompa-
ñado de sus hermanos don Luís y don Juan José,
del coronel Benavente y de su hermano don Diego
con otros muchos de sus más adictos secuaces. San
^Martín se hizo con su comitiva á un lado del ca-
mino suponiendo que allí se haría con toda natu-
ralidad el primer encuentro y las primeras comu-
nicaciones que requería la situación. Pero puede
calcularse cuál sería su sorpresa al ver que Carrera,
sus hermanos y demás jefes ó subalternos que lo
acompañaban afectal^an no haber reparado en él, y
pasaban adelante sin el menor ademán á saludarlo
siquiera (4).
La indignación del grupo argentino y de los
chilenos oficiosos que acompañaban al gobernador
de Cuyo, fué profunda : muchas voces se levanta-
ron contra tan grosera insolencia: pero San Mar-
tín, más asombrado y reflexivo que ofendido, aun-
que sin saber á qué atribuir aquella torpeza, disí-
(4) . . .'Tero don José Miguel, que pasó en frente de
ellos ni aun se dignó tocarse el sombrero delante del jefe
superior del territorio en que buscaba asilo". Hist. de Chile,
por Barros Arana, vol. III. pág. 97.
EN CUYO Y EX BCEXOS AIRES 437
mulo SUS impresiones, evitó la menor alusión al in-
cidente y afectó un aire festivo y despreocupado ha-
blando sólo de "castigar en breve á los godos" ; y
después de lui corto descanso tomó el camino de
regreso para ^Mendoza detrás de Carrera.
Xo siendo posible llegar á la ciudad en la mis-
ma tarde, tomaron diversos alojamientos para pasar
la noche, y acababa de desmontarse San Martín en
el suyo cuando un oficial subalterno vino á decirle
"que el general en jefe quería hablar con él". Dígale
usted que voy para alLá — contestó San Martín con
el tono más comedido del mundo ( 5 ) .
El objeto de la cita era reclamar por el desacato
que el gobernador de Cuyo había cometido permi-
tiéndose dar el mando de los soldados chilenos á un
jefe de su elección con mengua de los principios y
de la obsecuencia que las autoridades argentinas
debían guardar con las que venían de Chile en el
concepto de que entraban en país aliado. Don José
Miguel estuvo soberbio é imperioso como siempre.
El gobernador de Cuyo era demasiado discreto
y hábil para dar á la conferencia el estallido de un
rompimiento prematuro. Se mostró bien informado
de los principios y del deber en que estaba de cum-
plir con ellos evitando agraviar en lo más mínimo
la jerarquía de carácter chileno cjue traía Carrera.
Pero á su vez reclamó moderadamente la suya, sos-
teniendo que el orden policiaco y la seguridad per-
(5) Me lo ha referido así el licenciado mendocino don
N. Vargas que se daba por acompañante y confidente de
San Martín en ese momento : y cuyo trato frecuente y amis-
toso con él es históricamente notorio en efecto. Lo reza
también el cronista chileno que antes hemos citado.
438 JOSÉ MIGUEL CARRERA
sonal de los habitantes de su provincia, así como el
inviolable respeto de las propiedades particulares,
era una atribución de su propia y exclusiva com-
petencia. Que á él era á quien le concernía el deber
y el poder de no permitir desafueros y turbulencias
en nombre de partidos ó de autoridades extrañas al
gobierno y á la soberanía de las Provincias Unidas
del Río de la Plata; que al dar esa comisión even-
tualísima al señor O'Higgins, para que contuviera
los desmanes que una tropa que marchaba desban-
dada, haciendo daño y destruyendo los mismos ví-
veres, acémilas y demás auxilios recogidos para el
común de la emigración, no había pensado que pu-
diera ofender á nadie, porque el señor general Ca-
rrera venía todavía muy atrás para poder poner or-
den en eso, y allí no había encontrado más jefe su-
perior chileno que al señor O'Higgins, que habría
sido ó no en su país de un partido contrarío al del
señor general en jefe, pero que era de notoriedad
un jefe superior chileno; de manera que al darle
esa comisión momentánea, estaba tan lejos de ha-
ber faltado á sus deberes Cí^mo autoridad en el país
aliado, que creía más bien haberle prestado la más
completa deferencia. Pero que puesto que con eso
había agraviado al señor general en jefe, podía con-
tar con que había cesado la comisión del señor
O'Higgins; y quedar en la inteligencia de que el
señor Carrera se hallaba en la completa posesión
de su carácter público en todo lo que concerniese
á sus soldados y subalternos; pero por lo mismo,
todo lo que fuere de orden interno y de tranquili-
dad pública en la provincia, era y sería del resorte
único de su gobernador y de las autoridades loca-
EX CUYO Y EX BUEXOS AIRES 439
les, sin que hubiese de reconocer fuero de oficiales
ó de soldados extranjeros, en esa materia.
La soberbia imperante de Carrera tuvo, pues,
que estrellarse en la firmeza moderada del gober-
nador de Cuyo. Pero quedó indignado y aperci-
bido ya de que aquel era el principio de una lucha
implacable entre ambos.
San ^Martín comunicó en el acto á O'Higgins
que el general en jefe del ejército chileno habia en-
contrado irregular la comisión de reunir dispersos
y de regularizar la marcha que le había conferido;
que en consecuencia pusiera á las órdenes inmedia-
tas de dicho general los soldados y oficiales que hu-
biese reunido. O'Higgins cumplió esta resolución
en la madrugada del día siguiente. Pero he ahí que
estalla el tumulto y la confusión entre los dos ban-
dos. Los unos se niegan á ponerse bajo las órdenes
del "traidor de Rancagua", según gritan á voz en
cuello. Los otros pretenden reducirlos á la obedien-
cia y arrastrarlos al campamentíj del general. To-
man las armas y llega un momento en que ya van
á reñir. El gobernador de ^^lendoza no tiene sino
un corlo grupo de milicianos; el batallón de Las
Heras ha quedado guardando los boquetes al otro
lado de la cordillera ; ni á su lado ni en toda la pro-
vincia tiene una compañía veterana'siquiera con que
imponer el respeto de su autoridad, y no le queda
más papel que el de presenciar indiferente aquel
escándalo que salDe Dios hasta qué excesos habría
llegado, si O'Higgins no se hubiera interpuesto y
logrado, con un grande esfuerzo, traer á sus amigos
á cjue reflexionaran en las bochornosas y graves
consecuencias de lo que sucedía ; les declaró que no
440 JOSÉ MIGUEL CARRERA
era ni quería ser jefe de nadie, y se maichó á Men-
doza (6).
Con esto, los oficiales tomaron situaciones in-
dividuales según su gusto ó su necesidad ; una par-
te de los soldados, no teniendo como mantenerse,
Se acogió á las raciones de alimentos que el gober-
nador le pasaba al general chileno, y otros se des-
granaron siguiendo particularmente á sus oficiales.
Carrera, á la cabeza de unos cuatrocientos hombres
más ó menos, reorganizados bajo el mando del co-
ronel Benavente, pero no bien armados, entró er\
la ciudad y ocupó un vasto corralón que debía ser-
virle de cuartel.
Comenzó allí una serie de disgustos y de alter-
cados sin término entre el gobernador y el general
chileno. Este, conociéndose con mayor fuerza efec-
tiva, se dio á echarla de sol^erbio y de indiscreto
sin ton ni son.
Un subdelegado de la Aduana Nacional, sin
que San Martín tuviera arte ni parte, quiso regis-
trar equipajes, cumpliendo ciegamente con la ley,
aunque sin el tino práctico del momento. Apenas
lo supo Carrera, le dirigió una nota agria é impe-
riosa. El oficial cjue la conducía, entró en el gabi-
nete del despacho sin quitarse el sombrero, y con
alarde de insolencia la alargó al gobernador. Era
la segunda vez cjue el mismo oficial cometía el mis-
i(6) "Trabóse con este motivo un serio altercado que
habría terminado por un encuentro formal si O'Higgins
no hubiese tenido la prudencia 'de ceder el mando de
las tropas que entraban á su lado para sesuir su mar-
cha á Mendoza". — B. Arana, Hisf. de Chile, vol. III, pá-
gina 99.
EX CUYO Y EX BUEXOS AIRES 44 1
mo desacato; y San ]**Iartín. sin poder contenerse,
se levanta, de un puñetazo arroja el sombrero de la
cabeza en que estaba, empuña al oficial por el cue-
llo, lo arrastra hasta la puerta y lo pone en el patio.
Lo más irritante era "que la mayor parte de los
oficiales hacian esto mismo en las calles, á térmi-
nos de poderse sospechar que estaban autorizados
para este y otros ademanes de burla ó de menos-
precio" (7). Otra vez. unos soldados del cuartel
chileno asaltaron y robaron á mediodia una pul-
pería. La policía pudo alcanzarlos, desarmarlos y
ponerlos en el camino de la cárcel. Llega la noticia
á don José Miguel, y éste hace salir una gruesa
partida bien armada que corre á los policías y res-
cata los presos, hospedándolos en su cuartel. Sería
nunca acabar, detallar los otros mil incidentes del
mismo género que se sucedían el uno al otro. El
vecindario de Mendoza estaba excitado, inquieto y
sumamente alarmado con estos desórdenes y riñas
de cada momento.
Era menester nue todo esto tuviese un término,
y el gobernador, contenido siempre en la suma pru-
dencia que le era característica, mandó decir al te-
niente coronel Las Heras que regresase á Mendoza,
y despachó con urgencia á Buenos Aires el coronel
]\Iackenna. al señor Irizarri y al sargento mayor
don Pablo Bargas para que instruyesen circims-
tancialmente al Director Supremo don Gervasio
Posadas y al ministro v^e la Guerra don Francisco
Javier de X'iana. de lo que pasaba en ^Mendoza.
Sospechó Carrera al fin de esa misión, y despachó
(7) B. Arana, lugar citado.
442 JOSÉ MIGUEL CARRERA
él á su vez á su hermano don Luis y al coronel Be-
navente para que expresasen los agravios que se le
hacían. Del encuentro de don Luis con ]Mackenna
en Buenos Aires resultó un duelo y la muerte del
segundo, que fue sumamente lamentada sobre todo
por el ministro Viana. antiguo y buen amigo suyo.
Posadas y el ministro no necesitaron de mucho
para comprender que la justicia y el orden públicr»
les imponía el deber de sostener la autoridad del
gobernador de Cuyo, y lo autorizaron con toda am-
plitud para restablecer el orden }' la quietud de su
gobernación.
La noche antes de recibir esta autorización ha-
bía llegado á Mendoza Las Heras con su batallón.
San Martín hubiera procedido como autoridad lo-
cal sin el menor cuidado; pero creyó más conve-
niente que la represión misma tomase carácter chi-
leno para mantener sin menoscabo las formas subs-
tanciales de la alianza.
El caso de don José Miguel Carrera no era el
que habría tenido un monarca de derecho disnástico
en el territorio de su aliado : no era, pues, sino un
magistrado electivo que habiendo perdido el terri-
torio de su país no tenía ya el derecho de imponer
su imperio personal á los que habían salido con él,
ni podía darse jerarquía nacional sin más base que
la de un bando de partidarios contra otro. Apare-
ció en esto una acta firmada ])or un número consi-
derable de chilenos pidiéndole al gobernador de
Cuyo que expulsase de Mendoza al general Ca-
rrera.
Livocando, pues, la necesidad de mantener el
orden público y el imperio exclusivo de las autori-
EX CUYO Y EX BUEXOS AIRES 443
dades locales para desempeñar ese servicio, el ge-
neral San ]\Iartin le pasó una nota á Carrera orde-
nándole categóricamente que diese á reconocer en
su cuartel al coronel don Marcos Balcarce como co-
mandante general de armas de la provincia. Carre-
ra no contestó ni cumplió la orden, y con fecha 28
de octubre, participó que había resuelto invadir á
Chile por Coquimbo á la cabeza de las fuerzas que
tenia en su cuartel. San ^lartin le envió al momen-
to la licencia para que se pusiese en marcha. Pero
como esto no era sino una farsa destinada á ganar
tiempo con la esperanza de que el gobierno de la
capital lo apoyase, pues ignoraba todavía lo que
ya se había resuelto y comunicado, Carrera se dejó
estar en el cuartel sin fingir siquiera preparativos
para el intento.
En la mañana del 30 de octubre, el coronel Bal-
earse se puso á la cabeza del ba-
18 14 tallón de Las Heras, de cuatro
Octubre 30 piezas de artillería y de un grupo
de doscientos y tantos dragones
chilenos que habían reunido bajo sus órdenes el co-
ronel Alcázar, el teniente coronel Freiré y otros ofi-
ciales subalternos. El gobernador San ^Martín, con
las milicias de la ciudad tomó el puesto de reserva.
Circunvalado convenientemente el corralón que ser-
vía de cuartel á los carrcrinos, se le pasó á su jefe
una nota diciéndole que pusiese toda su fuerza á
las órdenes del señor Balcarce. en la inteligencia
de que habiendo caducado las autoridades de Chi-
le, los soldados y oficiales que habían emigrado
quedaban libres y dueños absolutos de su situación
personal. ''Se le previene á Vuestra Señoría que
444 JOSÉ MIGUEL CARRERA
cumpla esta orden en el términu de diez minutos,
pues de otro modo se le tomará como enemigo é
infractor de las leyes del país".
No había qué decir, y la orden se cumplió es-
trictamente. Las Heras vohió á guarnecer los des-
filaderos de la cordillera; Carrera y los principales
de sus parciales fueron mantenidos en prisión hasta
que todo se aquietó y pudo dejárseles en libertad de
irse á Buenos Aires. "San ]\Iartín (dice Barros Ara-
na) no quiso tomar á su servicio los soldados de
Carrera, y contestó al Supremo Director, que era
mejor que se fuesen á otra provincia ó dejarlos que
se buscasen medios de vivir, porque él no quería
tomar á sus órdenes "soldados que servían á un
caudillo mejor que á la patria".
Cuando don José Miguel llegó á Buenos Aires
se encontró con que su hermano don Luis estaba
preso y criminalmente encausado por la muerte del
coronel Mackenna. Había en esto una verdadera
injusticia. Los duelistas eran dos oficiales del ejér-
cito chileno y de alta graduación. El lance había
tenido lugar con todas las reglas del caso: los pa-
drinos habían sido hombres conocidos y militares
de honor; las armas habían sido de fuego, porque
en ese tiempo esas eran las que se usaban entre ca-
balleros y entre militares, porque excluían tí^da su-
perioridad de arte é igualaban mejor el acaso de la
suerte y de la desgracia ; y sabido era que el duelo
entre militares no era entonces, ni ahora, un cri-
men, como lo es entre personas civiles. Sin em-
bargo, costóle mucho á don José Miguel sacar de
piisión y en libertad á su hermano.
Su grande empeño fué ahora que se le permi-
KX CUYO Y EX BL'EXOS AIRES 4-15
tiera organizar una expedición combinada para re-
conqnistar á Chile. Posadas, con su trato hábil é
insinuante, pero poco ingenuo, lo mantenía entre
esperanzas y dudas : pero en lo que menos pensaba
era en darle comisión ninguna qtie lo pusiera en
contacto con el gobernador de Cuyo. Carrera in-
sistía, y aún había presentado al gobierno una Me-
moria de la manera práctica de caer por las Cordi-
lleras sobre Chile, con grandes resultados de la em-
presa, cuando el ejército de Rondeau se sublevaba
en Jujuy. renunciaba Posadas, y se hacía cargo de
aquella mala situación el general Alvear. Carrera
lo había ya conocido y tratado con intimidad y sol-
tura en España. Aunque mucho más decente y más
cuidado en sus gustos y en sus hábitos, Alvear te-
nía también accidentes de calavera gentil y audaz,
que concordaban en parte con los de Carrera. Por
cierto que éste no tenía la chispa del genio militar,
ni aquel golpe de vista, ó genial rapidez en la eje-
cución, que realzaban tanto la importancia del ven-
cedor de Ituzaingó. Pero en la parte superficial de
las ideas, en el brillante colorido de la conversa-
ción, en la rapidez de los conceptos, había mucho
que los acercaba y que podía vincularlos en las al-
ternativas de la vida.
Desde el primer momento Carrera procuró ga-
narse el ánimo de Alvear para conseguir que favo-
reciese su expedición á Chile. Pero Alvear había
estado hasta entonces tan preocupado con los in-
cómodos sucesos de la Banda Oriental y con los
grandes prestigios de su expedición al Alto Perú,
que no había dado mucha atención ni importancia
á los sucesos de Chile. En su opinión la cuestión de
44^ JOSÉ MIGUEL CARRERA
Chile era muy subalterna para influir en las solu-
ciones que requería la guerra de la Independencia.
Que estuviese ó no estuviese en poder de los rea-
listas, nada podía influir sobre la suerte de la gue-
rra, cuyo principal problema era apoderarse del
Cuzco y de las sierras que dominan el resto del
país. En su opinión la invasión por las costas del
Pacífico era una operación desacertada é ineficaz para
dar resultados definitivos (8).
Alvear acogió al principio con mucha frialdad
las sugestiones y las instancias de Carrera ; pero
como se veía coartado por el lado del Alto Perú, y
como deseaba continuar figurando, se dejó ganar
al fin, con la idea de trasladarse á Cuyo con Carrera
y de organizar allí una expedición sobre Chile de
cinco ó seis mil hombres. Lo primero para esto era
separar á San Alartín, cuyo puesto era puramente
(8) A él mismo le hemos oído estas ideas en 1837
conversando en nuestra casa con nuestro padre. Y sea
que fuesen reflejo de lo que había demostrado la expe-
dición del general San ]\íartín en 1820 ó que fuese ver-
dad que ya las tenía de antes, sucedió que transmitiéndo-
selas nosotros al general Las Heras, en cuya mesa familiar
comía también ese día el general don Mariano Xecochea,
decían los dos que aunque las creían formadas después
de aquella experiencia, tenía razón ; pues la campaña de
Sucre de 1824 no hubiera terminado por la victoria de
Ayacucho, ó no hubiera esta victoria terminado la guerra,
á no haber existido la guerra civil entre la Serna y Ola-
ñeta, que privó al uno y al otro de la unidad de acción y
de fuerzas. Después de esto, en la última guerra del
Pacífico se ha visto que un ejército de cerca de 60 mil
chilenos, no ha podido acabar con el general Cáceres, y
ha tenido que desistir, dejándolo dueño de la situación in-
terna del país.
EN CUYO Y EN BUENOS AIRES 447
administrativo, y podía serle legalmente retirado á
voluntad y juicio del Poder Ejecutivo. Fué nom-
brado al efecto intendente gobernador de Cuyo el
coronel don Gregorio Perdriel, cjue muy poco sig-
nificaba como entidad política ó militar y C[ue podía
ser separado sin estrépito cualquier día. Pero la
provincia entera de ]\Iendoza se alzó á resistir el
cambio. San Martín aparentó una completa suje-
ción á su deber; suplicó y aconsejó que se obede-
ciese al gobierno nacional ; fué en vano ; el vecin-
dario, llamado á Cabildo ab.ierto, se reunió en la
plaza con grande excitación de los ánimos. San
Martín quiso hablar, pero se le hizo presente que
allí estaba de más porque se trataba de asuntos que
le concernían personalmente, y hubo de retirarse.
Se resolvió al fin que el coronel Perdriel fuese re-
chazado; que se abstuviese de pasar de San Luis;
y salió para Buenos Aires en comisión de la pro-
vincia, el licenciado don Juan de la Cruz Vargas,
á reclamar y solicitar que el Supremo Director con-
tinuase al general San Alartín en el gobierno de
Mendoza.
Llegó el comisionado á la capital en momentos
tan aciagos para el general Alvear, que á los pocos
días fué volcado del poder por el sacudimiento del
15 de abril de 1815.
El contratiempo fué grande y fatal para Carre-
ra ; pero no perdió el ánimo. Se buscó gentes de
influjo que le franquearon el trato confidencial del
Director Alvarez Thomas. No tenía éste ni influjo,
ni valimiento, ni voluntad tampoco como para co-
meter acto alguno contra la persona y el puesto del
general San Martín, y se limitó á pasarle en con-
448 JOSÉ MIGUEL CARRERA
siilta la Memoria ilitslratii'a que había escrito Ca-
rrera y que cada día ampliaba y completaba con
nuevos datos y nuevas vistas. San ^Martín la devol-
vió con observaciones que no dejaban la menor du-
da sobre lo ilusorio de toda empresa sobre Chile,
que no tuviese por base la marcha de un ejército
formal de cuatro mil hombres á lo menos, habili-
tado con todo lo necesario para tomar pie de un
modo firme y para batirse en regla con las tropas
veteranas y harto fuertes que ocupaban á Chile.
Desde luego con esta base, con esta condición era
claro que á la cabeza de ese ejército había de ir un
general argentino, y no don José ]^Iiguel cuyo cré-
dito de general andaba por los suelos, puesto ahí
por sus propios compatriotas.
A Alvarez Thomas le sucedió el general don
.\ntonio Balcarce hermano, estrechamente ligado
por aprecio y cariño, del coronel don ^Marcos. De
éstos no podía esperar Carrera nada favorable. Por
el contrario, fué llamado O'Higgins y se le pidió
una Memoria sobre la población de Chile, su terri-
torio, sus entradas, las opiniones predominantes,
etc., etc., que según parece salió de manos del au-
tor en una forma poco adecuada al prestigio que
se trataba de dar á la idea en la opinión pública; y
se comisionó entonces al oficial mayor del ]Minís-
terio de la Guerra, don Tomás Guido, hombre há-
bil y diestro en el manejo de las formas literarias,
la tarea de recoger todos esos antecedentes, y los
informes del general San Martín, para darles la
vida necesaria en una Memoria fácil de compren-
der, de amplias miras, que viniese á servir de base
justificada á los propósitos del gobierno permanen-
EN CUYO Y EN BUENOS AIRES 449
te, de cuya elección se ocupaba ya el Congreso de
Tucumán. Vino en seguida el gobierno de Puey-
rredón, y se consolidó el predominio absoluto, el
favor y el influjo del general San Martín.
Carrera comprendió entonces que nada tenia
que esperar en tierra argentina; pero no desistió de
su idea de reconquistar á Chile por sus propios me-
dios. Si su genio político y militar hubiera estado
á la altura de la consistencia y de la terquedad de
su ánimo, hubiera alcanzado indudablemente á ser
un grande hombre. Pero ¡cuánta distancia entre
esos dos elementos de la superioridad humana ! Re-
unió entre lo suyo, lo de sus hermanos y sus ami-
gos unos treinta ó cuarenta mil pesos, y partió á
los Estados Unidos con la mira de armar algunos
buques, de reclutar un número conveniente de aven-
tureros, de venir al puerto de Buenos Aires, levan-
tar á los demás emigrados chilenos, y bajar en las
costas del Sur de Chile.
Lo probable es que si hubiera podido realizar
esa empresa hubiera tenido malísima suerte. Los
realistas contaban entonces ccn algo más de siete
mil hombres, disciplinados y aguerridos, al man-
do de oficiales hechos, bravos y expertos. Contar
con el alzamiento de las masas, era más que aven-
turado, porque como lo revelan y repiten los mis-
inos historiadores chilenos, esas masas estaban
inertes, humilladas, y tanto -vociferaban ¡z'k'a la
patria! cuando dominaban los patriotas, como voci-
feraban ¡viva el rey! cuando dominaban los realis-
tas. Pero eso no quita el mérito de los esfuerzos
y de la heroica persistencia que en este caso mostró
el caudillo chileno.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 2g
450 JOSÉ MIGUEL CARRERA
Hemos procurado exponer en este episodio los
antecedentes y las causas que arrastraron á los ar-
gentinos á tomar una parte activa en la historia
militar y política de Chile. Veamos ahora en qué
perspectiva se presentaban al mismo tiempo los
otros sucesos, que en concurrencia con éstos for-
maban parte de la tremenda lucha que la Repúbli-
ca Argentina sostenía contra España, en defensa
de su independencia y de sus libertades.
CAPITULO IX
r.A RESISTENCIA POPULAR DE IvAS PROVINCIAS
ARGENTINAS DEE ALTO PERU
Sumario: Propósitos del gobierno argentino y previsio-
nes de Pezuela. — La importancia y las consecuencias de
la victoria de los realistas en Viluma. — El ejército de
invasión. — Insurrección de las provincias alti-peruanas.
El coronel Lavín. — El patriota Padilla. — Su consorte do-
ña Juana Azurduy. — Ataque de Chuquisaca. — Expedición
de los realistas al Este. — El coronel Herrera. — Acción de
la Hacienda del Villar. — Muerte de Herrera. — Retirada
de Las Heras. — Entrada de Tacón. — Muerte de Padilla. —
El patriota Camargo. — Sus correrías felices. — Expedición
de una división del ejército de Tucumán al mando de
Lamadrid. — Sus primeros triunfos. — Su derrota. — Asesi-
nato de Camargo. — Disolución de las guerrillas patriotas
en el Alto Perú. — Aprestos para invadir á Salta.
El gobierno de Buenos Aires y el general San
Martín habían consagrado enormes esfuerzos, de
1815 á 181 6, para formar el ejército de los Andes.
Pero la concentración de esa fuerza relativamente
considerable en Mendoza, había llamado también
la atención del activo virrey del Perú; y no le ha-
bían faltado avisos de que se trataba de reconquis-
tar á Chile, y de amenazar á Lima por el Pacífico,
para dividir y debilitar las fuerzas realistas que se
preparaban á operar contra Jujuy y Salta. El ge-
neral Pezuela, que en este momento iba á ser el
45- LA RESISTENCIA POPULAR
sucesor de Abascal y que era, sin duda, el militar
de mayor fama que España tenía en la América
del Sur. comprendió que no podía dejar á su ejér-
cito de Chile entregado á una guerra puramente de-
fensiva, desfavorable siempre en un país conquis-
tado y oprimido; y que la operación decisiva para
hacer fracasar los propósitos del ejército de los An-
des, era invadir cuanto antes por el norte, flanquear
la posición de San Martín en Mendoza y obligarlo
á replegarse al centro para cubrir la capital, mien-
tras el ejército de Chile, sin ningún enemigo al
paso, venía á situarse en Cuyo.
La combinación debió parecerle á Pezuela tanto
más práctica cuanto que hacía poco más de un año
que él mismo había ocupado á Salta, y si se había
retirado había sido sólo porque la rendición de
Montevideo y la grande sublevación del Cuzco ha-
bían comprometido su situación, y puesto en dis-
posición de venir contra él, al poderoso y brillante
ejército que Rondeau perdió después en Sipc-Sipc.
Ahora no había que temer nada de eso : Buenos
Aires no tenía más ejército que el que se hallaba
concentrado en Cuyo, y el esqueleto del que á gran-
des esfuerzos se reorganizaba en Tucumán era una
sombra incapaz de sostener el terreno. Xo dudaba,
pues, el nuevo virrey de que podía entrar por Jujuy
y marchar hasta Córdoba casi sin resistencias.
Los vencedores de Sipe-Sipe se preparaban h.
bajar de las sierras alti-peruanas para recoger los
frutos de su espléndida victoria, y lavar en sangre
de rebeldes argentinos las manchas que habían caí-
do sobre las banderas españolas en las jornadas de
TucuMAN^ de Salta y de Montevideo. El nuevo
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 453
ejército de los realistas se componía ahora de los
bravos veteranos que habían triunfado sobre las
tropas francesas. A la cabeza de sus formidables
columnas venían Laserna y Espartero (el famoso
Regente de España años después), Valdés, Can-
terac, Tacón. Carratalá. Sardina y cien otros jus-
tamente enorgullecidos de sus hechos militares y
de la brillante carrera que habían hecho en la es-
cuela de Wéllington, de Beresford y de Castaños.
En aquellos aciagos momentos, de 1815 y 181 6,
que debían pasar con tanta gloria para nosotros.
todo á excepción de las Provincias Argentinas ha-
bía sucumbido al empuje de la reacción realista, de
un extremo á otro de la América del Sur.
En todos los otros virreinatos, las tropas espa-
ñolas habían restablecido el yugo colonial como re-
sultado inmediato de las batallas campales que ha-
bían ganado. En Chile después de Rancagiia, en
el Alto Perú después de Hiiaqiii y de Ayomna, en
el Cuzco, en Nueva Granada, en Venezuela, la re-
acción había triunfado, y en 1815 la América del
Sur crujía bajo la planta de sus opresores. Después
de SiPE-SiPE, los españoles debieron creer que no
les quedaba más por hacer que reorganizar sus co-
lumnas, marchar hasta Córdoba, para reunirse en
el corazón de la República Argentina con el ejér-
cito de Chile, y ahogar en las aguas del Plata la
Comuna audaz que había osado desafiar, sola, todo
el poderío del monarca católico y de sus cuatro si-
glos de glorias y de poder imperial.
La derrota de los argentinos en aquella funesta
batalla había sido para las tropas del rey una es-
pléndida victoria. ¿Quién podía dudarlo? Era un
454 l-A RESISTENCIA POPULAR
suceso definitivo que había coronado la l)uena for-
tuna de las banderas españolas con resultados más
evidentes que cualquiera de los otros desastres que
la causa argentina había sufrido hasta entonces.
Con razón, pues, y con justicia el rey de España
había ordenado que la famosa victoria de Vilu-
iiia (i) fuese bulliciosamente festejada en todos sus
dominios. Las salvas de artillería, los cánticos de
las iglesias arzobispales, las campanas de todas las
catedrales y de todos los conventos, habían atrona-
do los aires y envuelto las banderas españolas en el
humo y en los festejos de la gloria, desde los Piri-
neos al Tajo, desde Ceuta hasta ^Manila ; y no era
extraño que su poderoso primo el monarca de París
hubiera felicitado cordioliiieiife á Fernando VII por
el próspero suceso que le volvía íntegro el trono de
todas las Indias. "El monarca español había que-
rido que Europa entera admirase las hazañas de
su grande y fiel subdito el general Pezuela, que
había huniillado por fin á los indómitos porteños ;
y dio la mayor publicidad á tan ilustres hechos,
mandando con fecha 2 de abril de 18 16. lo que has-
ta entonces no se había visto sino con rarísimas ex-
cepciones desde San Quintín, á saber, que se can-
tase un solemne Te-Deum en todas las iglesias de
la monarquía" (2), ¿Qué faltaba, pues, para con-
sumar la obra? Nada más que marchar; que mar-
char con tanta mayor confianza, cuanto que las Pro-
vincias Argentinas tenían el seno desgarrado por
(i) Este era el nombre que los españoles dieron á
nuestra derrota de Sipe-Sipe.
(2) Torrente : Historia de la Revolución Hispanoame-
ricana.
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 455
Artigas y por la guerra civil, estando su ejército en
Jujuy, reducido á un esqueleto de i,ooo hombres
escasos. Pezuela, por supuesto no contaba encon-
trar en su camino los pueblos argentinos del norte
ni á Güemes en ellos.
A principios de 1816, el ejército realista estaba
reorganizado y había sido remontado con los ba-
tallones Gerona, Extremadura, Albuera, General y
otros no menos acreditados. Sardina, Canterac y
muchos oficiales de un mérito sólido y de talentos
muy distinguidos, habían venido con planteles de
sargentos y cabos instructores para dar á la caba-
llería realista una organización moderna que la ha-
cía ahora fuerte é irresistible. Todo el armamento
había sido renovado con lo llegado en el gran con-
voy de Panamá. Excelentes baterías de campaña,
dinero y aprestos completos, todo lo había acumu-
lado el general vencedor cuando movió su campo
para Cotagaita con la mira de embestir la frontera
argentina.
Para emprender sus operaciones, Pezuela em-
pezó por ordenar al general Olañeta, jefe de la van-
guardia, que desalojase de Tupiza al general ar-
gentino don Martín Rodríguez, que como gober-
nador de aquel punto seguía ocupándolo con algu-
nos piquetes de tropa. Cumplida la orden, se apron-
taba el general en jefe á invadir, cuando supo que
las guerrillas de los patriotas que se habían guare-
cido en los bosques del Este que orilleaban el Gran
Chaco, desde Tarija hasta CocJiabamha, tenían
una importancia que él no les había supuesto, ni
por el número ni por la hábil dirección con que se
manejaban sus jefes ó caudillos. Don Manuel Asen-
45^ LA RESISTENCIA POPULAR
sio Padilla, operaba sobre Chuqiiisaca con cer-
ca de cuatro mil hombres. Don Vicente Camargo
se había apoderado de las escabrosidades y de los
bosques de Cinti : y no sólo tocaba, por decirlo así.
en el flanco izquierdo del cuartel general de Cota-
gaita, sino que daba atrevidísimos golpes sobre las
guarniciones realistas de esa frontera. Y \\'arnes.
el famoso gobernador intendente de Saiifa Cruz de
la Sierra, más temible y más capaz que todos los
otros se había hecho el Robix-Hood de los montes
y de las sierras de Cochabamba (3).
Al concentrar sus fuerzas en Cotagaita. Pezuela
había distribuido el cuidado de cubrir toda esa lí-
nea inmensa que formaba su flanco izquierdo des-
de Tari] a hasta Mizque, entre los coroneles Lahera
y La\in. Lahera. gobernador de Charcas, era un
oficial de mérito é instrucción entre los que se lla-
maron Ayaciichos, que ascendió después á maris-
cal de campo. Lavin era argentino, había nacido
en Entrerríos y había salido de su provincia á prin-
cipios de 1810 trabajado por dos influencias que le
fueron fatales : la de , su padre que era godo rea-
cio, y la del provincialismo. De modo que estas cir-
(3) Warnes era porteño. Su abuelo había sido una de
los ingleses empleados en el Registro, que habían venido
á Buenos Aires por el tratado de Utrech. Casado con una
porteño de distinción, formó una familia muy honorable,
de la que descienden los Ballesteros y en Chile los hijos del
general Prieto. Warnes se había distinguido mucho en
la Defensa contra los ingleses como teniente de patricios.
Nombrado en 1813 gobernador de Santa Cruz de la Sierra
supo sostenerse con un valor impertérrito después de Mlca-
pugio y Ayouma. L?. derrota de Sipe-Sipe lo encontró en
5u puesto.
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERU 45'7
cunstancias. unidas á su carácter violento y apasio-
nado, y á una inteligencia vivaz y bien dotada, lo
habian hecho un muchacho atrevido y entusiasta
contra los propósitos y contra los hombres de la
Comuna de Buenos Aires. Al mandarlo al Alto
Perú, no habia sido el propósito de su padre que
tomase servicio militar, sino que estudiase derecho
para que aprovechase de sus precoces talentos,
substrayéndole al contagio de las influencias inmo-
rales y subversivas de la revolución. Pero Lavin
había nacido con el oído músico para los clarines
y para el estruendo de los cañones : tenía diez y siete
años cuando Goyeneche derrotó al general don An-
tonio Balcarce en Huaqui, y entusiasmado con la
victoria de los suyos había corrido á tomar una es-
pada contra los porteños en defensa del rey. Seña-
lado muy pronto por hechos asombrosos, no sólo
de arrojo sino de sagacidad estratégica, había as-
cendido rápidamente. A los veintitrés años era uno
de los coroneles más acreditados del ejército rea-
lista ; y los mismos jefes que habían venido de la
Península, después de la guerra de los franceses,
le haijían reconocido cualidades y colmádolo de
honrosas distinciones (4).
(4) Después de la batalla de Maypú, y por el trato in-
timo que formó con los jefes liberales ó francmasones del
ejército español, Lavín empezó á comprender que había
equivocado su verdadera bandera, y como el malogrado
coronel Castro, entró en un complot para declararse por los
independientes contra la tropa que mandaba. Estaba pronto
á estallar el movimiento, cuíindo Olañeta lo supo. Inme-
diatamente se entró en el cuartel de Lavín, estando este
ausente, y apoderado de la tropa con oficiales seguros,
esperó á que Lavín se presentase en la puerta. Al llegar,
45^ IvA RESISTENCIA POPULAR
Lahera y Pezuela ignoraban que el patriota don
Asensio Padilla, en combinación con el coronel
AVarnes, hubiese reunido una fuerza tan conside-
rable como la que tenía. Verdad es que, aislados y
desprovistos de toda vía de comunicación militar
con Buenos Aires, estaban tan mal armados que
la mayor parte no llevaban sino chuzos con puntas
de piedra ó de huesos aguzados, macanas y hondas;
los pocos fusiles y espadas de que podían dispo-
ner se hallaban en manos de los hombres escogidos
y de los oficiales que se habían agrupado alrededor
de aquellos dos caudillos emprendedores y presti-
giosos. Warnes había encargado á Padilla que di-
rigiese sus ataques sobre Chuquisaca por la dere-
cha de las vertientes del Pilcomayo; al comandante
Camargo le había ordenado que se abrigase en Ciii-
fi y que tuviese en incesante alarma las fuerzas rea-
listas, que colocadas en Tarija y en las picadas del
río San Juan cubrían los flancos del cuartel gene-
ral de Cotagaita; y él mismo se había reservado
dirigir sus empresas sobre Cochabamba y Mizque
que formaban los puntos extremos de la línea de
ocupación, y la retaguardia del terreno que tenían
que defender los realistas. Lahera, que ignoraba
los aprestos y propósitos de Warnes y de sus dos
tenientes, descansaba en la seguridad de que con
el batallón y el piquete de caballería veteranos que
tenía á sus órdenes, podía en el momento en que
la guardia le hizo una descarga, dejándolo atravesado
por infinidad de balas y bañado en sangre. Lavín tenía
el defecto de ser cruel }• frío en medio de su carácter im-
petuoso.
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 459
se levantase una montonera, acosarla y perseguirla
hasta exterminarla; y como Pezuela estaba en la
idea de que lo mismo podían hacer Lavin en Tarija,
y Aguilera en Cochabamha, concretaba sus afanes
con un empeñoso celo á acelerar los momentos de
invadir el suelo argentino, á cuyo fin reunía todos
sus elementos sobre la frontera de Jujuy.
Apuntaba apenas el alba del lo de febrero de
1816 cuando un rumor lejano y
1 81 6 sordo despertó sobresaltado al co-
Febrero 10 ronel Lahera. Unos momentos
después ese rumor era un tremen-
do alboroto y gritería que vagaba por todas las ca-
lles de Chuquisaca. Por fortuna suya, Lahera, que
era un hombre de guerra experimentado y sagaz,
mantenía siempre su tropa como en campaña ha-
ciéndola vivaquear todas las noches en la plaza
central, cuyas bocacalles defendía con un pequeño
tren volante, desde que caía la tarde, hubiese ó no
peligro inmediato. Sin esto, no se salva uno solo
de sus soldados en este momento supremo en que
Padilla con tres mil setecientos hombres, y ayudado
además de la plebe de la ciudad, entraba con mu-
chedumbres que parecían un mar desatado por to-
das sus calles. Rodeado y casi sorprendido, Lahera
se puso á la cabeza de sus fusileros, y apoyados por
los fuegos de la artillería comenzó á despejar las ca-
lles más cercanas, hasta establecer cantones que le
diesen un radio de acción algo más extenso que la
plaza misma. Pero eran tantas las multitudes que
lo atacaban, saqueando tiendas y pegando fuego á
muchas casas, que no podía aventurarse sino en las
proyecciones estrictas del fuego de sus cañones; y
460 LA RESISTENCIA POPULAR
como empezara á perder algunos hombres, precio-
sos para él en aquel conflicto, prefirió mantenerse á
la defensiva.
Lo que más llamaba la atención de los realistas
era una mujer de gallardo ademán, á la distancia,
que montaba un caballo brioso. Recorría las calles
armada de espada con pistoleras y cubierta la ca-
beza con un gorro rojo: envuelto un chai celeste
del hombro á la cintura y parecía jefe de las turbas
invasoras que la seguían con un entusiasmo atro-
nador y con un brío que desafiaba la muerte hasta
la inmediación de los cañones. Presentándose unas
veces ya por una calle, ya por otras, impartía órde-
nes que eran al punto obedecidas. El ataque duró
todo el día 10 y todo el día 11. Pero á la tarde,
aquella extraña ainazo)ia se puso á la cabeza de una
embestida nueva y formidable contra las trincheras
como si se tratase de un esfuerzo supremo y defini-
tivo. Al principio los soldados realistas habían te-
nido escrúpulos de hacer puntería sobre tan arro-
gante mujer que venía con tal arrojo á ponerse en
la boca de los fusiles. Dentro y fuera se oía llamar-
la á voces doña Juana. Los' oficiales mismos habían
tenido la galantería de recomendar que se le guar-
dase aquel miramiento. Pero cansados al fin de los
actos de audacia que ella cometía, y AÍendo que su
presencia era el mayor peligro del caso, por el em-
puje animoso que inspiraba á los asaltantes, el co-
ronel don Pedro de Herrera tomó un fusil y comen-
zó á hacerle algunos tiros. Rayaba ya el crepúsculo
de la noche, cuando se la vio caer derribándose tam-
bién el caballo que montaba. En el momento la ro-
dearon sus partidarios, y entre gritos que ya pare-
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 46 1
rían lamentos, ya felicitaciones de júbilo, sacaron
su cuerpo del lugar del peligro, cesando el com-
bate en todos los alrededores de la plaza. Esta ex-
traña guerrera era en efecto doña Juana Azurduy
de Padilla, la consorte misma del caudillo ; señora
de un trato y de una educación nada común y es-
pecie de Semiramis en las comarcas fronterizas del
Chaco. Estaba acostumbrada á gobernar los inte-
reses de su marido, á dirigir los negocios de todas
aquellas reducciones; y era venerada como una pro-
videncia ó genio superior entre todas aquellas gen-
tes, por su beneficencia y por la solicitud con que
se ocupaba de sus intereses. Tan cabal era la re-
partición que ella hacía de su amor entre su marido
y la patria, que muchos creían que amaba á la pa-
tria, por seguir las pasiones de su marido, mientras
que muchos otros aseguraban que lo que más ama-
ba en su marido era su patriotismo.
La bala que la había derribado no la había muer-
to ni la había herido. Era sólo su caballo el que
quedaba postrado en el campo de batalla. Sin em-
bargo, en esa misma noche los montoneros desapa-
recieron de la ciudad de Chuquisaca como por en-
canto : que si persisten, el jefe realista habría tenido
que rendirse por hambre y sed. Pero por fortuna
suya, una guardia de caballería avanzada en Tara-
buco había descubierto el día 7 por la noche la mar-
cha de Padilla sobre Chuquisaca, y había huido lle-
vando inmediatamente hasta Cofagaita la noticia
de aquella grande invasión. Justamente alarmado
con tan grave ocurrencia, é informado al mismo
tiempo de que Warnes estaba dominando en Santa
Cruz y de que el comandante Camargo había suble-
462 LA RESISTENCIA POPULAR
vado todo el distrito de Cinti { lioy departamento (te
C amargo), Pezuela hizo salir innisdiatanier.te una
vanguardia ligera en auxilio de Chuquisaca, ha-
ciéndola seguir de cerca por una división de las
tres armas al mando del mayor general Tacón.
\"iendo, pues, que las montoneras eran dueñas de
todo su flanco izquierdo y retaguardia, tuvo que
aplazar el anhelo de invadir el territorio argentino,
y se vio forzado á estacionarse en la frontera mien-
tras diseminaba sus divisiones en la inmensa línea
del Chaco para exterminar aquellos grupos pode-
rosos que podían poner en grave peligro sus fuer-
zas si no los destinan antes de marchar hacia el
país de abajo.
Así que Lahera se vio reforzado por la división
de Tacón, salió en busca de Padilla con dirección
al Pilcomayo llevando 760 veteranos; Tacón quedó
en Chuquisaca con una fuerza de 1,600 á 1,800 hom-
bres, con la que debía pasar á Cochabamba después
que Lahera exterminase las montoneras del Pilco-
mayo, para batir á ^^^arnes. Desempeñaban Ola-
ñeta y Lavin igual .operación en Cinti y Tarija con-
tra Camargo. y se esperaba con esto dejar asegu-
rada la retaguardia y el flanco izquierdo. Lahera
marchó con los batallones Fernando Vil, General
y Gerona, tres piezas de campaña y 170 Dragones
del Rey, y encomendó la vanguardia al coronel don
Pedro de Herrera, oficial bravo y entendido que se
había ganado una notoria reputación de hombre
cruel haciendo la guerra á muerte y sin cuartel con-
tra los cuerpos francos de los patriotas. En todas
partes se sabía que él era quien había apuntado su
fusil á doña Juana y derribádola del caballo.
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 463
Padilla, por su parte baldía previsto, al retirar-
se ck Chuquisaca, que descubierta por los realistas
la importancia de sus fuerzas, habían de venir in-
mediatamente á buscarlo en los lugares de su abri-
go. Para esperarlos había despachado á su mujer
X-)or delante con el encargo de formar un punto de
parada y de resistencia en su hacienda del Hilar
(hoy distrito de Padilla) situada entre los afluentes
del Pilcomayo y del Río Grande ó Guapei : y había
dejado también en los puntos intermedios de Ta-
rabuco y de Supaichíu tres tenientes suyos con una
fuerza de mil y tantos hombres para observar á los
realistas y replegarse escaramuceando al centro de
los bosques, donde esperaba sorprenderlos con seis
mil ó más hombres que, para reunirlos prontamen-
te, se había ido él mismo á toda prisa á los pueblos
y reducciones de Piimabamba á fin de arreglar cier-
tas disidencias que tenían entre ellos, y traerlos al
campo de la lucha con otros tres mil combatientes,
á lo menos, de flecha, honda y macana que lo se-
guían.
Estaba Padilla en esta tarea cuando recibió un
chasqui urgente de su mujer diciéndole que los es-
pañoles avanzaban con una fuerte división, resuel-
tos al parecer á internarse tierra adentro. Apresura
entonces la marcha de los refuerzos que había ido
á buscar, y ocurre al lugar del peligro, bastante in-
quieto, porque preveía que los indios que había de-
jado en el camino de los realistas no se habían de
sostener si no le veían á su frente, á él ó á su mu-
jer. Pero no pudo alcanzar á tiempo. Sus divisio-
nes de Tarabuco y de Supaichíu se habían disper-
sado en la mayor confusión al simple amago de
4^4 LA RESISTENCIA POPULAR
los realistas, con una cobardía de que él culpa en
sus partes á los jefes que los mandaban. Sin em-
bargo, reuniendo con éxito muchas de las partidas
que se fugaban dispersas por entre los montes y
cerrillos, vino al frente de los realistas con gruesos
grupos cuya moral se había restablecido cor su pre-
sencia; y escaramuceando con aquella destreza pe-
culiar de los montoneros, logró hacerse seguir has-
ta el puesto del Villar defendido por su valiente
compañera. Cuando Herrera dio con este puesto,
creyó que eran las mismas partidas que habían ve-
nido persiguiendo las que se paraban allí á hacerle
frente, y, no titubeó en lanzarse sobre ellas con los
cásadores y el escuadrón de dragones. Pero la he-
roína encargada de recibirlo había hecho zanjas y
cercos de ramajes y palos espinosos detrás de los
cuales tenía 6o fusileros, contando con que su ma-
rido, oculto en los bosques inmediatos, iba á caer
por todos lados sobre los realistas en el momento
que empeñaran el ataque. Asimismo sucedió; de
modo que rodeada la vanguardia española y sofo-
cada, diremos así, entre centenares de asaltantes en-
tusiasmados, fué acribillada á golpes en un instante
y destruida antes que Lahera con el cuerpo prin-
cipal tuviese tiempo de impedir el desastre. El co-
ronel Herreraj comprendiendo tarde el conflicto,,
tomó la bandera realista para animar á la tropa y
evitar eb primer espanto de los soldados hasta for-
marlos en cuadro. Pero doña Juana misma lo aco-
metió; le arrancó la bandera, lo derribó en tierra,
y lo hizo matar con sus prosélitos. El triunfo no
podía ser más completo : la caballería se había des-
bandado, y muy pocos soldados ó caballos esca-
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 465
paren de los indios que lo perseguían y agarraban
por el monte.
Con este contratiempo inesperado, Lahera se en-
contró inhabilitado para continuar su operación,
y deteniendo su marcha se concretó á rechazar los
ataques repetidos c[ue le traían los vencedores; "se
puso en fuga vergonzosa desde la Laguna (dice
Padilla por su parte), á media noche, persiguién-
dolo yo con un continuado fuego hasta los subur-
bios de Chuquisaca, sin permitirles descanso ni ali-
mento, y quitándoles la presa de mayor estimación
Cjue es la bandera reconcjuistadora de las ciudades
de la Paz, Puno, Arequipa y el Cuzco. . . Se me da
parte ahora que el tirano Tacón procura atacarme
con dos mil hombres y cinco cañones, según cons-
ta de los pliegos que se le han inteceptado, y pro-
curo ahora mismo disponer el campo del ataque
con los planes más correspondientes".
Al remitir este parte, el general Belgrano, que
acababa de substituir á Rondeau, le decía al go-
bierno de Buenos Aires : "Paso á manos de Vuestra
Excelencia el diseño de la bandera que la mazona
doña Juana Azurduy tomó en el cerro de la Plata,
como once leguas al este de Chuquisaca. El co-
mandante Padilla calla que esta gloria pertenece á
la predicha su esposa, por moderación ; pero por
conductos fidedignos me consta que ella misma
arrancó de las manos del abanderado este signo de
la tiranía á esfuer::os de su valor y de sus conoci-
mientos en la milicia".
No es nuestro ánimo ni corresponde á la natu-
raleza de nuestro trabajo el entrar en detalles pro-
lijos sobre esta azarosa y sangrienta epopeya de la
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — ^O
466 LA RESISTENCIA POPULAR
guerra popular entre los cuerpos francos del Ciíaco
y los realistas; lo único que nos hemos propuesto
es poner en relieve su fisonomía y la situación ge-
neral de las cosas, por medio de algunos hechos
señalados como este, para que se comprendan las
dificultades con que los españoles tuvieron que lu-
char en su propósito de sacar pronto el fruto defi-
nitivo que según ellos debía darles su famosa vic-
toria de SiPE-SiPE.
Habla Torrente, el apasionado historiador de
los realistas, y dice: "Las tropas del rey debieron
renunciar por entonces á operaciones arriesgadas,
y ceñirse á la defensiva. El general en jefe mandó
entonces que el batallón de Granaderos que estaba
en marcha para el cuartel general, retrocediese á
la villa de Potosí, con encargo de salir prontamente
á las órdenes del mayor general Tacón hacia Chu-
quisaca, á fin de poner aquella ciudad en estado de
respeto y de proteger la división de Lahera. Al
mismo tiempo que el señor Pezuela disponía esta
expedición sobre Chuquisaca, trataba de situar su
ejército en Moraya y la vanguardia en Yaví, hasta
que recibiese refuerzos que debían llegarle muy
pronto de la Península, sin los cuales era muy
arriesgado extender sus operaciones, tanto por los
nuevos é inesperados recelos que ofrecían las pro-
vincias por la espalda, como por haber recibido va
Rondeau (era el general Belgrano) otros dos mil
hombres con muchas armas y municiones".
A medida que se hacía seria para Pezuela la re-
sistencia que le oponían las montoneras que queda-
ban á su espalda, se hacía también inminente la
ruina de los principales cuerpos que la sostenían,
EX LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 467
pues empezaban á marchar sobre ellos las divisio-
nes más fuertes del ejército realista. Los patriotas
estaban aislados en medio de soledades desprovis-
tas de todo y sin puntos de comunicación militar
con las provincias Argentinas de Abajo. Carecían
por consiguiente de armas de fuego, de artilleria y
de todos aquellos medios de acción campal de c¡ue
necesitaban para contener el empuje de columnas
veteranas y perfectamente armadas como las del
ejército realista. Padilla tenia apenas 150 fusiles re-
partidos entre masas de tres á cuatro mil hombres,
y era imposible que á la larga pudiese resistir. El
mayor general Tacón era sin disputa un militar de
capacidad, aunque brutal y destemplado en la cruel-
dad de sus procederes. Habia declardo que los
realistas tenían el derecho de hacer la guerra á
muerte contra los insurgentes, y lo iba á cumplir
con sus tropas al pie de la letra (5). Estaban en su
derecho. Las guerrillas patriotas levantaron tam-
bién la bandera de las represalias, y no se daba ni
se recibía cuartel entre los de uno y otro bando.
Pero ya veremos á su tiempo como los sáltenos do-
blaron esa tiesura de estos esbirros, haciéndoles le-
vantar el grito de la angustia y obligándolos á cla-
mar por la clemencia y por la mansedumbre pro-
pias de vma guerra civilizada.
Establecido Tacón en Chuquisaca, y reunido
otra vez con Lahera. hicieron venir más tropas, y
(5) Tacón fué en 1838 capitán general de Cuba. Se
hizo natar por su genio tétrico y por su despotismo ta-
citurno. Dícese que aun entonces llamaba porteños á los
liberales de Cuba, donde fuá un azote de todo lo que era
liberal y progresista.
408 LA RESISTENCIA POPULAR
formaron un cuerpo expedicionario contra Padilla
á las ordenes del coronel Aguilera. Atacado el jefe
patriota en los últimos puestos donde tenía su cen-
tro de acción, se sostuvo desesperadamente durante
algunos meses; pero estrechado }• diezmado al fin,
sus parciales fueron exterminados en dos días de
duro combate, el 13 y 14 de septiembre de 181 6.
Perseguido él mismo entre los bosques de Pilco-
mayo, cayó muerto en la última refriega. El jefe
realista le hizo cortar la cabeza, y mandó que fuese
enastada á una pica en la plaza principal de Chu-
quisaca. Ploy se llama pueblo de Padilla el luga-
rejo que entonces se llamaba el J^illar: y es menes-
ter que conservemos ese nombre glorioso como una
santa reliquia, hasta el día en que los silbatos de las
locomotoras puedan anunciar á sus futuros viaje-
ros que han llegado á la estación donde habrán de
ser eternos estC'S patrios recuerdos. La esposa del
héroe se salvó entre las tribus del Chaco, hasta que
recogida por los capitanes de Güemes vino á morir
en Jujuy celebrando las victorias de la patria en su
vejez.
El coronel de las milicias de Cinti, don Vicente
Camargo, no fué menos glorioso é importante que
don Manuel Asensio Padilla, en esta terrible lucha; y
su nombre ha quedado también grabado en la nueva
geografía de Sud-América, que hoy llama Cixti de
Camargo al lugar de sus proezas. No bien comen-
zaron á concentrarse en Cotagaita las fuerzas de Pe-
zuela. cuando empezaron á sufrir otra vez sorpre-
sas y golpes bastante serios de parte de las monto-
neras de Camargo. Cotagaita está situado en las
márgenes de un río que corre en la misma direc-
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 469
ción que las fronteras pertenecientes entonces á Ju-
juy, es decir, de oeste á este, formando un recodo al
derramarse en el río de Tola-Pampa que viene á
cortarlo verticalmente. Al otro lado de este vasto
recodo, es decir, al este, quedan la sierra y los va-
lles de CiNTi donde Camargo tenía su abrigo. Pe-
zuela había puesto una fuerte guardia de observa-
ción en Vichacta y otra en Ouiraipú, puntos con-
venientes para conservar y reponer las caballadas.
Pero una noche, Camargo hizo con los realistas
lo que había hecho Aníbal con los romanos. Juntó
yeguas, les ató á la colas grandes manojos de ra-
ma y ,paja, prendiéndoles fuego, y las echó sobre
las caballadas, poniendo todo aquello en confusión
y pasando á degüello la guardia de Vichacta. Algu-
nas otras sorpresas que supo aprovechar con inge-
nio siempre fecundo y audaz, le dieron en poco
tiempo grande nombradla; de manera que com-
prendiendo el general Belgrano la importancia que
tenía este caudillo para privar á los españoles de
c|ue intentaran nada en serio sobre el territorio ar-
gentino, mientras nuestro ejército se remontaba y
se moralizaba de nuevo para poder operar, despa-
chó á Cinti al comandante don Gregorio Araoz de
Lamadrid con trescientos infantes del número 12 y
ciento cincuenta dragones, á fin de que unido con
Camargo se continuasen con mayor extensión las
felices operaciones con que éste se había acredi-
tado.
Lamadrid no era el oficial más á propósito para
esta confianza. Brillante y arrojado en sus cargas,
carecía de prudencia y de talentos estratégicos. Era
bravo pero inocente y aturdido; y sus empresas ad-
4/0' LA RESISTENCIA POPULAR
mirablemente iniciadas acababan siempre por rui-
nosos descalabros. Lamadrid emprendió su marcha
por la costa, es decir, partiendo de Guacalera, que
es el principio de la Quebrada de Humahuacac,
costeó por el poniente de la sierra de Zenta, vadeó
las vertientes del Bermejo, atravesó el Tarija por
Guadalupe y, pasando por el este de la ciudad de
este nombre, se reunió con Camargo en un punto
de la Sierra de Santa Elena (ó Tacúa Racca) de-
nominado Culpina. Era tal la felicidad y la rapidez
con que había hecho esta marcha por entre terrenos
difíciles y despoblados, que los realistas ignoraban
completamente que Camargo hubiese recibido tan
importante contingente de tropas y de armas.
Sin embargo, suponiendo Pezuela que aquellas
montoneras fuesen muy numerosas, por la audacia
de las embestidas y correrías que hacían sobre su
flanco, envió al brigadier don Antonio María Al-
varez con un regimiento de infantería Primer Real
de Lima, compuesto de 500 plazas veteranas y eu-
ropeas, y con alguna caballería para que traquease
aquellos incómodos vecinos hasta concluirlos. Ape-
nas entraron los realistas en las mesetas de Cinti
comenzaron á sufrir sorpresas y contrariedades de
detalle. Al desfilar por los bosques los patriotas les
enlazaban los hombres rezagados ó les cortaban las
filas de retaguardia haciendo pesada v peligrosa la
marcha por los desfiladeros; otras veces les hacían
rodar por encima enormes piedras. Entre tanto,
Lamadrid y Camargo lo esperaban en Ingíiahuasi
y Culpina, dentro de la Sierra de Santa Elena, re-
sueltos á batirle. Tuvieron en efecto un choque. El
regimiento español fué batido, y el piquete de ca-
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 47 1
ballería completamente deshecho y tomado. Como
ciento ochenta infantes que se salvaron pudieron
abrigarse tn la sierra, y poniéndose en retirada al-
canzaron á llegar á Cotagaita perseguidos y perju-
dicados de muy cerca por los vencedores. "La pér-
dida fué horrorosa para ellos en tan trabajosas jor-
nadas, pues los naturales al mando del digno co-
mandante Camargo, trepando del uno al otro cerro
de los costados por cuyo pie debian pasar precisa-
mente, descolgaban gangas sobre ellos, derrumba-
ban peñascos, los alcanzaban con sus hondas y ase-
guraban todos sus golpes en los despeñaderos ás-
peros y peligrosos, en tanto que nuestra caballería,
picándoles la retaguardia, los sableaba á discreción
impunemente'' (6).
El desastre debió ser de mucha consideración
en efecto para que Torrente refiriese el suceso con
estas palabras: "El primer regimiento (Real de
Lima) que al mando de su coronel el brigadier don
Antonio María Alvarez, hoy mariscal, había salido
de Potosí para Tupiza con órdenes de que reco-
rriese de paso el partido de Cijíti, tropezó en los
primeros días de marzo con aquellas gavillas, por
las que se vio estrechado y en la necesidad de reti-
rarse con alguna pérdida : este contraste, si bien
fué de poca consideración, dio sin embargo nuevo
pábulo á la insolencia y altivez de los citados cau-
dillos. Conociendo el general en jefe las fatales con-
secuencias que podía tener aquel infundado engrei-
miento, tomó las más activas disposiciones para que
otra división compuesta de un batallón y de un es-
i(6) Parte oficial en la Gaceta del 9 de marzo de 1816.
4/2 LA RESISTENCIA POPULAR
cuadrón al mando del coronel don Buenaventura
Centeno, saliera inmediatamente contra ellos"'. Pe-
zuela sabía que esta fuerza no era bastante, así es
que le ordenó á Olañeta que guarneciese la costa
del río San Juan para cortarle á Camargo su reti-
rada á la provincia de Jtijuy, y c[ue mandase 350
fusileros más con 140 caballos para apoyar por la
derecha las operaciones de Centeno.
Después de muchas y variadas peripecias, más
ó menos pintorescas en medio de acjuellas escenas
de sangre y de enconada lucha, Lamadrid fué com-
pletamente derrotado cerca de Tarija. pudiendo sal-
var su persona y llegar al cuartel general del gene-
ral Belgrano con una cierta aureola romanesca, que
á pesar de su derrota le habían dado los ecos de las
correrías que había realizado en aquellos terrenos
emboscados y montañosos, que parecían (y eran
verdaderamente), como partes agrestes y separadas
del mundo. Pero Camargo continuó abrigado en
Cinti y siempre activo en la lucha. "El general Pe-
zuela, dice Torrente, buscaba con anhelo los me-
dios de sacar al ejército de sus apuros y de hallar
los fondos necesarios para continuar aquella cam-
paña que se hacía cada vez más penosa por las ga-
villas que infestaban el país y por la predisposición
de sus habitantes á proteger sus correrías. . . Era.
pues, de la maj^or Urgencia dar un golpe decisivo
á Camargo, que iba fomentando su partido con su
artificiosa seducción".
Conociendo el jefe patriota que no era prudente
resistir á la fuerza de Centeno antes de haberla que-
brantado con ataques y sorpresas parciales, la dejó
entrar en el pueblo de Cinti. limitándose á zaran-
EN LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 473
dearla en un continuo movimiento y vigilancia.
Cuando creyó agotado y perdido el brío de la tropa
enemiga, reiniió todos sus tenientes y concentró
una fuerza de tres mil y pico de hombres sobre Cen-
teno, que tuvo que encerrarse en el pueblo de Cinti
sin otra esperanza de salvación que la de algún au-
xilio que pudiera mandarle Pezuela. Si Lamadrid.
obrando con su genial impresión, no hubiera com-
prometido y perdido su división veterana en mar-
chas de pura fantasía, por la falta de quietud y de
paciencia que lo echaba genialmente en un movi-
miento continuo por buscar al enemigo aunque
fuese desatinado, aquel habría sido el momento de
haber dado un golpe irreparable sobre las mejores
fuerzas españolas; y Pezuela se hubiera visto for-
zado á comprometer todo su ejército en la campaña
sobre Cinti. Pero la falta de 500 soldados de buena
infantería y de un centenar de caballos sólidos, era
una fatal contrariedad para Camargo, porque le im-
pedía hacer frente á las coliunnas íntegras y vigo-
rosas que el general realista echaba sobre él.
Inmediatamente que Pezuela supo el peligro de
Centeno envió en su auxilio al coronel Olarría con
un escuadrón y 300 infantes del batallón Extrema-
dura compuesto de los guerreros más antiguos de
la Península. Camargo tuvo que levantar el sitio
de Cinti y replegarse á Culpina sobre las sierras de
Santa Elena. Los dos jefes españoles, ansiosos por
exterminarlo salieron tras de él : pero el caudillo
patriota había subdividido toda su gente en peque-
ñas partidas ; y cuando los españoles lo buscaban
por la sierra, él se hacía sentir á su retaguardia por
los valles que ellos acababan de abandonar. ''Estos
474 I'^ RESISTENCIA POPULAR
movimientos, dice Torrente, si bien ejecutados por
los jefes realistas con el mayor celo é inteligencia
no produjeron los felices resultados que se "habían
prometido á cansa de lo encontrado de las marchas
de los rebeldes".
Pezuela hubo de desesperar de su poder militar
contra este bravo campesino; y temiendo con razón
el arruinamiento parcial en que ya caminaban las
preciosas divisiones de Centeno y de Olarría. por
tantas marchas y contramarchas inútiles y fatigo-
sas, buscó otro medio que en efecto le dio mejor re-
sultado. A precio de oro encontró dos traidores que
condujeron á Centeno hasta una quebrada donde
Camargo descansaba con una corta partida. Sor-
prendido allí en una noche de luna, tuvo que defen-
derse á pie con admirable bravura, hasta que rota
la pierna derecha por una bala cayó al suelo donde
fué degollado "por el mismo comandante realista",
dice Torrente, para que su cabeza sirviera de es-
carmiento en el precioso valle que hoy lleva su nom-
bre como un timbre de gloria y patriotismo.
Sólo el coronel Warnes. gobernador intendente
de Santa Crua de la Sierra, era el que quedaba en
armas á espaldas de los realistas. Pero aunque solo,
^\'arnes era famoso y temible también entre estos
precursores de Güemes. Las campañas de Warnes
sobre Cochabamba, seguido por las masas que lo
adoraban, y sus operaciones en Santa Cruz y en el
Chaco cuando los realistas lo acosaron, tendrían
hoy, como la guerra social del Morhidan y de la
Vcndée, los prestigios de la leyenda, si no fuera
que la lejanía remota de los lugares, el alboroto y
las preocupaciones urgentes de aquel tiempo, nos
EX LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 475
han dejado sin menudos datos ni crónicas circuns-
tanciadas con que seguirlas. "El formidable Bar-
nes exhaló el postrer aliento (decía el virrey de Li-
ma en el parte que dirigió á España) entre monto-
nes de cadáveres : nueve cañones, una porción con-
siderable de fusiles y lanzas y cuanto poseían aque-
llas HORDAS DESALMADAS, caycrou CU podcr del
vencedor, quien en medio del puro gozo de que re-
bosaba su alma por tan distinguida victoria, sufrió
no poca aflicción al tender la vista sobre los desca-
labros sufridos por sus valientes soldados" (7).
Pezuela, que después de Sipe-Sipe había creído
poder invadir inmediatamente las provincias ar-
gentinas, y tomarlas en el estupor de tan seria de-
rrota, había tenido, pues, que emplear casi un año
en guerrear contra ^^'arnes, Padilla y Camargo.
sin contar con otras montoneras que siguieron dán-
dole trabajo. Es verdad que al fin había conseguido
su objeto. Tenía asegurada su retaguardia, y todo
su flanco izquierdo desde Tarija hasta Mizque es-
taba libre de partidas. Podía invadir ahora las Pro-
vincias Argentinas. Pero ese año perdido era el año
de 1816, aciago al principio, laborioso é ilustre des-
pués por todo lo que los argentinos supieron hacer
y preparar en él. El Congreso había declarado la
Independencia, y se había trasladado á la capital
para reconcentrar otra vez el gobierno y el poder
eficaz del Ejecutivo. La diplomacia manejada por
don Manuel José García y por Tagle, había asegu-
rado las entradas del Río de la Plata. wSan Martín
(7) Palabras del parte citado que Torrente insertó en
su texto.
47^ I'A RESISTENCIA POPULAR
tenía pronto y pertrechado ya su precioso ejército
para descolgarse sobre Chile. La flotilla argentina al
mando de Brown, había devastado y aterrado el Ca-
llao y las costas del Pacífico hasta Guayaquil v Nue-
va Granada. El general Belgrano había rehecho el
plantel de un nuevo ejército en Tucumán, con jefes
de cuerpo jóvenes, como Paz, Heredia, Bustos, La-
madrid y otros, habituados á la diciplina y al ser-
vicio regular de linea. Por último, Güemes, el ín-
clito gobernador de Salta y el jefe de la vanguardia
del norte, unido á Belgrano por los vínculos de un
patriotismo puro y de un respeto casi filial, tenía
prontos sus gauchos á repetir y superar los glorio-
sos ejemplos que le dejaban los mártires que aca-
baban de sucumbir.
En efecto : \\'arnes. Padilla y Camargo, eran los
gloriosos precursores cuyas hazañas iba Güemes á
superar por la amplitud del teatro, por la porfía de
la lucha y por la gloria del éxito. Si bien estaba fa-
talmente destinado, como aquéllos á rendir el alien-
to herido por el plomo enemigo, debía tener el con-
suelo de caer en los brazos de sus soldados victo-
riosos, y después de haber oído el eco de la entrada
triunfal de San ]\Iartín en Lima, á la que podero-
samente había contribuido barreando al enemigo
las entradas del Santuario Argentino. Sin él no ha-
bría habido ejército de los Andes para emancipar
á la América del Sur. Bolívar no habría podido
triunfar definitivamente en Colombia, si San ^Lar-
tin no hubiese arrancado el Perú y el Pacífico á las
garras del León de Castilla. Por eso. la gloria y
los servicios de la provincia de Salta y de Güemes,
donde el enemigo fué detenido á costa de inmen-
EX LAS PROVINCIAS DEL ALTO PERÚ 477
SOS sacrificios para dar tiempo á que todos esos
elementos se preparasen y pudiesen obrar, son ad-
mirables "a pesar de que todavía no hayan sido
bien apreciados ni bien agradecidos en la historia
americana", decíamos nosotros en 1872" (8).
Cuando los vencedores de Sipe-Sipe marcha-
ban, pues, al territorio argentino á recoger los frutos
de la victoria, la suerte estaba ya echada contra ellos ;
iban á ser irremisiblemente vencidos. La espada
que debía herirlos en el corazón brillaba ya en Men-
doza : la barrera que debía quebrantar y doblar el
empuje de las columnas, estaba en Salta. Y entre
estos dos guardianes de sus fueros soberanos, la vi-
gorosa Comuna de 18 10, sola en todo el vasto con-
tinente, era la que quedaba en pie. apoyándose en
su río majestuoso, con la frente siempre ceñida de
luces y el brazo armado para defender su territorio
y encalar vencedora los Andes.
Los mismos realistas eran los que hacían notar
con asombro y con despecho esta situación única
de las Provincias Argentinas. El brigadier Cossio
escribía desde Lima á otro militar en 1816, y le de-
cía : "Lo cierto es, amigo mío, que mientras el in-
fame y pestilencial árbol de Buenos Aires se man-
tenga PARADO, sus ramas extendidas en estos reinos
han de conservar su verdor y lozanía. Así es que
estoy decidido á mantenerme en esta capital hasta
que caiga de raíz. Sólo cuando se verifique la diso-
lución de aquel inicuo gobierno, principio de todos
nuestros males, podemos persuadirnos que al me-
nos se amortiguarían las ramas tan extendidas que
(8) Véase la Rev. del Rio de la Plata.
478 LA RESISTENCIA POPULAR
ha echado, y acaso se secarán y morirán las espe-
ranzas que producen tan mortíferos frutos". Una
pkima argentina le respondía con este verso de Mar-
cial :
Ecce rubet quídam, pallet, stupet, oscilat, odit ;
Hoc voló : nunc nobis carmina nostra placent.
Esa rabia, ese despecho, eran el efecto natural
provocado por el espíritu invasor con que las ar-
mas argentinas abrían la entrada del vasto conti-
nente á los principios fecundos y liberales que eran
la fuerza y el carácter propio de la Revolución de
Mayo de 1810.
CAPITULO X
CAMPAÑA DEFENSIVA DEL CORONEL GÜEMES EN SALTA
Sumario: Rasgos peculiares del terreno y de las opera-
ciones.— Güemes física y moralmente estudiado. — Estado
del país cuando Güemes salió al encuentro de la in-
vasión.— Pezuela. — Los nuevos jefes del ejército realis-
ta.— Los sucesos iniciales de la invasión. — El campo
de acción y la disposición de las fuerzas beligerantes. —
Campaña de Olañeta y Marquiegui sobre Oran. — Ope-
raciones de los jefes patriotas Rojas y Uriondo sobre
ese flanco izquierdo de los invasores. — Entrada de és-
tos por Humahuaca. — Descalabro del marqués del Tojo.
— Desarrollo de las operaciones defensivas de Güemer,
por el frente y por su flarco derecho. — Ocupación de
Jujuy. — Glorioso encuentro de los Infernales de Salta
con el regimiento español Extremadura. — Mala situación
de ]\íarquiegui y de Olañeta en Oran. — Marcha del ge-
neral Valdés en auxilio de ellos. — Triunfo de Arias sobre
los reductos de los realistas en Humahuaca. — Dificulta-
des enormes de Laserna. — Obcecación de Pezuela. — De-
rrota y aprisionamiento del teniente coronel realista don
Antonio Martínez. — Cae prisionero el coronel realista
Seoane. — Conducta noble y humana de Güemes.— Reco-
nocimiento y gratitud de Laserna. — Operaciones del
comandante Lamadrid, á retaguardia de los realistas.—
Entrada en Salta de los realistas. — Operación y muerte
del famoso coronel español don José Sardina. — Batalla
campal del Bañado y de los Cerrillos. — ^Mala situación de
Laserna en Salta. — Su retroceso á Jujuy. — Disidencia
política entre los jefes realistas.— Los liberales y los ab-
solutistas.— Apuros de Laserna en Jujuy. — Descalabra
del batallón GÉTona.— Retirada definitiva de Laserna. —
480 CAMPAÑA DEFENSIVA
Opiniones y transcripciones tomadas de los escritores
españoles sobre el mérito de Güemes y sobre la calidad de
sus tropas. — Narraciones del general realista GaTcía
Camba. — Resumen sobre el mérito de Güemes. — Su leal
adhesión al régimen nacional en unidad de régimen polí-
tico y administrativo. — Artigas.^Carrera.
La gloriosa campaña de 1816 en que el coronal
don Martín Güemes rechazó al ejército español ( i )
que al mando del general Laserna había invadido
victorioso la provincia de Salta, presenta tan vivo
interés por los caracteres y los hechos, tanto mo-
vimiento por los actores, tal colorido y originalidad
en los tipos, en el paisaje y en la novedad de los
medios, que uno se figura estar dentro de un cuadro
vivo y fantástico, agitado y bullicioso, en que el
tiroteo de las armas repercute en los ámbitos obs-
curos del bosque, en que los caballos y los jinetes
corren, se atrepellan y se matan con el rostro enfu-
recido por la pasión de la guerra, lanzando gritos
de agonía y de fiereza que todavía parecen herir
nuestros oídos como si estuviésemos en el campo
empapado en la sangre de la lucha.
Los vencedores que desde Bailen hasta J'itoria
habían llegado al fin á salvar su patria del yugo ex-
tranjero en largos y gloriosos años de combates,
cargados ahora de regias condecoraciones y de ex-
periencia militar, venían al frente de sus importan-
tes columnas á estrellarse contra el brío de nuestros
gauchos, en un duelo á muerte en que los unos y
los otros entraban declarando que no daban ni pe-
(i) Le llamamos español porque todo él se componii
de tropas y de oficiales peninsulares.
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA 48 1
dían cuartel. Armados los unos con el texto de la
ley vieja, se consideraban los justicieros de su rey,
con derecho á sacrificar sin piedad á los que habían
levantado el grito de la independencia nacional,
buscando libertades. Estos, armados con la doctri-
na de la evolución social y progresiva de, los pue-
blos modernos, declaraban verdugos sanguinarios
á los invasores : morian cuando caían, pero cuando
vencían sacrificaban con igual rencor á los asesi-
nos de sus hermanos y de sus padres, decididos á
no ceder hasta que el terror y el miedo aconsejasen
una política más humana á los c[ue habían comen-
zado por querer castigar el patriotismo de los hijos
de la tierra.
Si los realistas con el pomposo aparato de sus
tribunales militares ejecutaban algún desertor ame-
ricano ó algunos soldados milicianos de las parti-
das patriotas, Güemes ordenaba á sus gauchos que
en la misma noche acometiesen dos ó tres guardias
españolas, que tomasen á ¡oso, costase lo que cos-
tase, dos ó tres oficiales realistas, que al otro día
amanecían colgados en los árboles del bosque fren-
te á frente del puesto de donde habían sido arreba-
tados (2). Empecinado y rencoroso, Pezuela no
quería ceder de su rigor á pesar del terror con que
sus tropas habían empezado á temblar al nombre
solo de los GAUCHOS (3). Güemes tampoco cedía.
Sus milicianos estaban de más en más animados
por el espíritu de la venganza; y no pasaba un día
sin que estas tremendas represalias de la frontera
(2) Torrente: Hist. de la Rev. Hisp. Amer.
(3) Nombre oficial de las milicias de Salta.
nisT. DE La rep. argentina, tomo \"i. — 31
4^2 CAMPAÑA DEFKNSIVA
fuesen el terrible preludio de los horrores que de-
bían desatarse sobre los unos y los otros, cuando
las columnas realistas rompiesen decididamente su
movimiento de invasión en el suelo argentino.
La campaña defensiva de Güemes que voy á
escribir, es en mi concepto un modelo en su género
como plan estratégico y como ejecución consuma-
da. No faltó en ella una sola previsión; no hubo
que lamentar un solo descuido; y todas aquellas
milicias movidas y electrizadas por el jefe de la pro-
vincia invadida, obedecieron directamente á su sola
voz con la regularidad del ejército veterano más
prolijamente preparado para las operaciones estra-
tégicas de una guerra estrictamente campal. Si ex-
ceptuamos la famosa campaña de San Martin so-
bre Chile, las mayores luces de la escena, y la im-
ponente solemnidad de las batallas que le dan tan-
tos prestigios, no hay entre las guerras de nuestra
Revolución ninguna otra, que, como la de Güemes
en Salta, ofrezca un modelo más acabado de regu-
laridad en el plan y en los resultados. Y ella se rea-
lizó, no como creen y dicen algunos, con correrías
de grupos independientes y francos á la manera de
las bandas bárbaras de Artigas ó del empecinado
de España, sino con milicias regladas, y oficiales
cultos como Rojas, Arias, Ruiz-de-los-Llanos, Al-
varez-Prado, y como tantos otros hijos de las me-
jores familias de Salta y de Jujuy que operaron á
la cabeza de cuerpos sometidos á una voluntad su-
perior y bajo un plan estratégico en toda forma.
Llegado el momento, Güemes dio dos grandes com-
bates en campo abierto que pueden considerarse
como verdaderas batallas campales; en ellas mostró
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA 483
que su pericia y sus soldados no eran inferiores á
los guerreros tan justamente preciados contra quie-
nes combatían. Y de ahí que la célebre campaña de
Salta forme el cuadro más vivo y más romanesco
que sea posible encontrar en las luchas sangrientas
que las masas humanas hayan sostenido alguna
vez, las unas contra las otras, cualquiera que sea el
país donde se tomen ejemplos (4).
Hasta por su figura parecía Güemes haber na-
cido para el papel que debía desempeñar en la gue-
rra de nuestra independencia. Diestrísimo jinete si
es que hubo alguno que le igualara en aquella pro-
vincia, que fama de serlo más tiene entre las nues-
tras, todo contribuía á realzar en la suya el tipo
perfecto de un hombre ágil, tan flexible como li-
viano para volar en alas del brioso potro, como un
pájaro, por entre las sinuosidades del enmarañado
bosque y de la áspera montaña. Difícil es que na-
die, sin haberlo visto, se haga cargo de lo que son
los bosques de Salta y de Jujuy : de lo que son sus
serranías. No es sólo el árbol espinoso y garaba-
tado, apiñadísimo en un desorden salvaje y som-
brío, el que ocupa por leguas de leguas el terreno,
levantándose en el llano y en la sierra á treinta me-
tros de altura, sino la robusta maleza que crece, que
se prende por los troncos hasta las copas, ligándolo
todo con sus múltiples agarraderas en una exten-
sión sin término. Allí la vaqiiía es instinto, ojo,
i'istazo rápido como el relámpago, para dar á ca-
(4) Le llamamos célebre porque como tal la han cla-
sificado y estudiado todos los historiadores militares espa-
ñoles que actuaron en ella.
484 CAMPAÑA DEFKNSIVA
rrera tendida en la entrada y en la salida del labe-
rinto, sin quedar trenzado entre las lianas ó clavado
en las formidables espinas que como punta de pu-
ñales rozan al jinete que cruza, que escapa, ó que
ataca por las aberturas que caen á la senda por don-
de pasa el enemigo.
Güemes era de una familia principal del vecin-
dario de Salta, c[ue, como se sabe, tenia titulo de
ilustre y noble Cabildo en la época colonial. Había
hecho su aprendizaje de jinete desde niño, pero
nunca había dejado de ser culto ni se había hecho
gaucho bárbaro y montaraz como Artigas. Se pue-
de decir que Güemes había nacido caballero de es-
tirpe y de instinto, y que su destreza admirable so-
bre el caballo, era una de esas aptitudes que Dios
reparte con la estrella misteriosa que ilumina la vida
y la carrera de cada uno de los que sobresalen en-
tre los hombres. Su talla alta y delgada se encor-
vaba algo hacia adelante con ese movimiento agra-
ciado y ondulante del mimbre que el hábito del ca-
ballo da á la peculiar manera con cjue nuestros gan-
chos lo montan y lo manejan. Tenía la fisonomía
vivaz, la nariz aguileña, poca barba como los hom-
bres de temperamento bilioso, el ojo centelleante y
maneras adaptadas ya fuese que tratase con gentes
cultas, con damas sobre todo, con las que era asaz
cumplido, ya que se abandonase á la familiar ori-
ginalidad con que sabía encantar y entusiasmar á
los gauchos de Salta. Si hubiera de buscarse una
piueba de su cultura y de su elevado mérito en to-
dos sentidos, bastaría recordar que no sólo fué el
amigo íntimo del virtuoso y venerable general Bel-
grano, sino cjue el general San ^lartín, que en
DEL CORONEL GÜEMES EN SALTA 485
luanto á conocimiento de hombres jamás se equi-
\ocaba, miró siempre a Güemes con verdadero afec-
to y con tanta estimación, que fué imo de los pri-
meros á quienes le escribió de su propia mano no-
tificándole su grande \-ictoria del llano de Alaipú.
Retrogrademos.
Cuando el general Belgrano vio cuál era el es-
tado lastimoso de los restos del Ejército Auxiliar
del Perú que dejaba Rondeau después de su ver-
gonzosa campaña de 1815, se convenció de que na-
da podía emprenderse con él, ni la defensa siquiera
de las provincias amenazadas por los realistas ; y
(|ue no quedaba más alternativa cjue retirarlo á donde
no pudiera ser alcanzado por el enemigo. Todo en
él era desquiciamiento : la disciplina estaba com-
pletamente perdida y la moral relajada; los bata-
llones eran apenas compañías ; no había adminis-
tración, ni podía comprenderse cómo era que Ron-
deau había podido dejar caer en semejante disolu-
ción un ejército que San ]^Iartín le había dado con
excelentes principios de organización, y que había
sido remontado después por los brillantes cuerpos
que habían servido con el general Alvear.
Por fortuna las milicias salteñas que había or-
ganizado Güemes mostraban todas las aptitudes ne-
cesarias para substituir á los veteranos en la de-
fensa de su provincia, y el general Belgrano i)udo
esperar que ellas bastarían á contener al enemigo,
mientras que él retrogradaba á Tucumán, y se po-
nía á cubierto, en el tiempo necesario para reorga-
nizarlo y hacerlo digno de servir sus banderas. Tal
era la situación de las cosas por parte de los argen-
tinos.
486 CAMPAÑA DEPENSIVA
Por parte de los realistas, Peziiela trabajaba con
una actividad incesante en aglomerar todos los me-
dios de la invasión pronto y de manera á no dar
tiempo de que el ejército patriota se remontase y
reorganizase. Pero cuando más empeñado estaba
en esta tarea, un decreto real vino á elevarlo al vi-
rreinato del Peni, separando al señor Abascal, mar-
qués de la Concordia; y el mando del ejército real
pasó al general don José de Laserna, militar de la
nueva escuela, dotado de calidades serias, de pa-
siones templadas, de un criterio maduro, y que te-
nía una experiencia de la guerra campal muy su-
perior á la de Pezuela y á la de los hombres como
Olañeta formados en la escuela tumultuaria de los
sucesos diarios.
No bien se posesionó Pezuela del virreinato del
Perú cuando comprendió toda la seriedad del pe-
ligro en que se hallaba Chile, si San Martin logra-
ba pisar el otro lado de las Cordilleras; y como to-
dos los datos C[ue recibía le convencían de que era
incuestionable que el general argentino se apron-
taba á emprender ese pasaje á fines de año, Pezuela
expidió órdenes terminantes y urgentes á Laserna
de que á toda costa entrase en las Provincias Ar-
gentinas. Creía el virrey que atacadas por un ejér-
cito veterano de la importancia que tenía el nuevo
ejército realista, San Martín tendría que ocurrir á
reforzar la línea de Tucumán y de Salta, y que en-
tonces quedaría paso para que cuatro mil hombres
del de Chile cayesen sobre ]\Iendoza.
Para comprender bien los sucesos y los grandes
intereses que se iban á jugar al Norte, en este te-
rrible drama del año 181 6, oigamos al mismo Pe-
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA 487
ziiela que, dirigiéndose á Marcó del Pont, presi-
dente y gobernador del reino de Chile, le decía :
"He escrito al general Laserna acompañándole
copia de todos los papeles de Vuestra Señoría. Le
reitero al mismo tiempo como medida indicada por
todos los antecedentes, que sin pérdida de momen-
tos se ponga en marcha para ponerse en Tuaimán,
y se detenga allí sin pasar adelante hasta obser-
var los movimientos de los insurgentes en todos
los puntos que ocupan y cerciorarse bien de sus
positivas intenciones; de manera que no pueda ca-
berle la menor duda acerca de éstas, ni recelo de
ser engañado por ellos mismos, ni por los portu-
gueses, si vienen de mala fe, como lo teme el en-
cargado (5). Esta marcha hasta Tucumán y San-
tiago del Estero ejecutada con celeridad, es el me-
dio infalible para desbaratar los proyectos de San
Martín sobre Chile, si fuese cierto que piensa se-
riamente en invadirle ; porque noticiosos los cau-
dillos de la aproximación de Laserna, es más natu-
ral c[ue se reúnan para resistirle que el exponerse
si la emprenden por la Cordillera á ser batidos por
frente y espalda. Gradúo, pues, que dentro de dos
meses de la fecha estará Vuestra Señoría libre por
esta parte de las amenazas de San Martín, y con-
vendrá C[ue Vuestra Señoría se mantenga en obser-
vación de esto, para que en el caso que él se replie-
gue sobre Tucumán contra Laserna haga Vuestra
Señoría un movimiento sobre Mendoza que atraiga
su atención' (6). El historiador Torrente, que ha
(5) Se refiere al brigadier don Juan Bautista Este-
11er comisionado militar de España en Río Janeiro.
(6) Oficio de 4 de noviembre de 1816
488 CAMPAÑA DEI-ENSIVA
escrito como se salje con una completa posesión de
los datos oficiales y archivos españoles, dice tam-
bién : "Cuando el general Pezuela, libre ya de los
graves peligros que aniezaban á sus divisiones
ambulantes se preparaba á emprender operaciones
mayores, y cuando sólo esperaba la reunión de los
batallones de Extremadura y demás fuerzas que se
le había prometido para caer sobre el ejército de
Rondeau, ocupar las provincias de Salta y de Tu-
cumán, y los valles de Catamarca y la Rioja, entrar
en comunicación directa con el reino de Chile, y
obrar en combinación con las fuerzas que aquel
presidente hiciese salir para Mendoza, se recibió
la real orden de 14 de octubre del año anterior por
la que había sido nombrado virrey del Perú, etcé-
tera, etc."
El general Laserna era un militar muy superior
á Pezuela. Tenía un carácter bastante reflexivo, y
era poco inclinado á operaciones atropelladas que
110 hubiesen sido preparadas con seriedad en los
propósitos y con seguridad en los medios de eje-
cución. A^erdad es que él, como todos sus compa-
ñeros, había llegado á América tan convencido de
la superioridad de los soldados europeos, que pen-
saba que las nuevas tropas de su mando poco más
tendrían que hacer que marchar adelante, para ir
arrollando indios y criollos pusilánimes, entecos y
destituidos de aptitudes militares, que quedarían
sometidos con unos cuantos sablazos y con dos ó
tres horcas en cada pueblo. Pero todo lo que veía
y oía ahora, en el teatro de los sucesos, le hacía
pensar de otra manera, y había comenzado á com-
prender que al entrar en el suelo argentino era de
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA 489
creer que no sólo liabía de encontrar tropas firmes
y expertas, sino masas populares llenas de ardor y
resueltas á todo con un brío y con una tenacidad
esencialmente española (y).
A los pocos días de haber llegado á su cuartel
general, Laserna tuvo ya un ejemplo bastante serio
(jue debió darle mucho que pensar sobre la guerra
que emprendía. Entre los oficiales que habían ve-
nido con él, era uno de los más gallardos y bravos
el teniente coronel de fusileros don Pedro Zavala.
Confiando mucho el general en los datos é infor-
mes que pudiera darle este jefe, lo hizo adelantar
por la Quebrada de Sococha para que inclinándose
á la derecha de Yavi se situase con ciento y tantos
hombres en Colpayo y cubriese el flanco derecho
de otras fuerzas con que el general realista se pro-
ponía explorar por su frente las entradas de la Que-
brada de Uma-Huackac (8). Güemes había encar-
(7) Hasta ahora la nuestra es la raza que en España
y en América ha tenido energía más indomable contra los
invasores extraños.
(8) Esta denominación ofrece una alternativa curio-
sa. A mi convicción de que contiene una leyenda ó un rito
antiguo y precolombiano, se ha pretendido objetar que co-
mo los indios no dicen Vaca sino Huaca ó Waca, el nom-
bre de la Quebrada significa puramente Cabeza de Vaca.
La dirección sería contraria á la gramática del quichua,
según el cual el genitivo precede y se antepone al sustan-
tivo, en cuyo caso el nombre sería Vaca de Cabeza : lo que
es absurdo. Yo he sostenido siempre que Unía Uuacak
equivalía á oráculo, cabeza que habla : capiit loquens, ó
bien casa ó templo de adivinaciones. En estos últimos
meses he tenido ocasión de conversar de esto con mi res-
petable amigo el señor E. Caballero, jurisconsulto boliviano
de reputación y de grande saber, que ha desempeñado
490 CAMPAÑA DEFENSIVA
gado al coronel Campero, marqués de Yaz'i y del
Tojo, la vigilancia de esos puntos que constituían
el flanco izquierdo de la línea en que se proponía
operar; y el marqués á quien llamaremos coronel
Campero en adelante había encargado sus avanza-
das al comandante don Bonifacio Ruiz-Llanos, ofi-
cial activo y emprendedor, que había hecho las an-
teriores campañas del general Belgrano. No bien
supo este oficial la posición que ocupaba el jefe rea-
lista, cuando hizo aproximar sobre él una partida
de noventa hombres compuesta de treinta dragones
infernales, veinte milicianos ó gauchos y treinta in-
dios baquianos de macana. Era la media noche
cuando los patriotas llegaron al lugar de la escena;
y pasando á retaguardia del enemigo esperaron á
que saliera la luna para dar la sorpresa. El capi-
tán Rivera y el teniente González echaron pie á
tierra con veinte infernales y veinte ganchos y ata-
caron de frente al piquete enemigo mientras el resto
caía á caballo sobre las caballadas. Los realistas tu-
vieron tiempo, sin embargo, de tomar sus armas y
de agruparse en una pequeña elevación que estaba
altos destinos diplomáticos en el Brasil y en el Para-
guay ; y á pedido mío me ha dirigido una carta siguiente
que comprueba plenamente las deducciones que yo había
sacado de la observación de la lengua misma: "Contes-
tando á la pregunta que usted me hace sobre el origen
de la palabra Hurnaguaca, nombre de un departamento de
la provincia de Jujuy. le diré que en el mismo pueblo
he oído que existe una tradición, según la cual, había en
tiempo remoto una calavera célebre, por cuanto los mora-
dores creían que este cráneo se lamentaba por las noches :
de allí viene el nombre de humaguacac, cabeza que llora.
Buenos Aires, enero 8 de 1888. — Eugenio Caballero"
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 49 1
inmediata, donde trataron de defenderse; i>ero fue-
ron al fin literalmente exterminados con su jefe,
quien no queriendo rendirse (dice el parte), murió
á manos del capitán Rivera.
Este hecho, que fué muy sonado entre los rea-
listas con algunos otros del mismo género, les da-
ban ya ideas muy diversas de las c[ue habían traído
sobre la calidad de nuestros soldados y de las mili-
cias con quienes venían á batirse. No pocas veces
habían visto también con asombro que nuestras
partidas de caballería no se limitaban á simples
correrías y sorpresas, sino que cuando la ocasión se
les presentaba favorable ó necesaria daban cargas
admirables y correctas como las mejores tropas de
línea, ó echaban pie á tierra, como dragones, con
un brío y con una fiereza indomable, en los buenos
lo mismo que en los malos trances.
Con estos hechos preliminares, Laserna y Val-
dés comenzaron á comprender cómo era que los rea-
listas habían podido ser vencidos en las invasiones
anteriores sin haber logrado hasta entonces sacar
ningún resultado definitivo de sus esfuerzos ni aún
de sus victorias; y bajo el influjo de estas impre-
siones poco lisonjeras, el general en jefe hizo pre-
sente al virrey Pezuela los graves temores y las du-
das que le asaltaban en cuanto al éxito de una in-
^•asión para la cual no se creía con medios suficien-
tes contra enemigos de una bravura notoria y acos-
tumbrados ya á vivir combatiendo con ánimo de no
ceder. Según las ideas de Laserna se necesitaban
dos ejércitos como el que mandaba para esta cam-
paña; uno para mantener su línea de comunicacio-
nes y parques de reserva, y otro para operar en
49¿ CAMPANA DEFENSIVA
SUS flancos mientras el del centro marchase sol»re
Tucumán y Córdoba. El brigadier Olañeta y su cu-
ñado el coronel Alarquiegui, que eran hombres apa-
sionados y de otra escuela, se reían de las preocu-
paciones clásicas de Laserna; y como eran de los
jefes más antiguos de aquel ejército, miraban de re-
ojo, y como á clasicones de cotufa, á los nuevos ofi-
ciales que habían venido de Europa. Para ellos todo
consistía en atacar pronto, bravamente, y en este
sentido le habían escrito á Pezuela criticando la po-
ca resolución del nuevo general (9).
Pezuela recibió mal, por consiguiente, las indi-
caciones de su sucesor, é insistió en que era preciso
atacar de punta por el frente arrollando los gauchos
hasta ocupar á Tucumán para desembarazar pronto
á Chile del peligro en que estaba; insistió en que
con pequeñas divisiones de soldados aguerridos co-
mo los que Laserna tenía, era fácil cortar y destruir
las guerrillas que lo incomodaran por los flancos.
"El infatigable Pezuela (lo) acudía á cuantos pun-
tos era llamada su atención. Potosí se vio muy
pronto surtido de una cantidad mayor de municio-
nes y pertrechos de guerra de la que tenía antes de
su incendio; fueron enviados al mismo tiempo al-
gunos buques á Chile con tropas, armamento y au-
xilios pecuniarios. Se remitieron igualmente al Al-
to Perú grandes sumas de dinero, refuerzos de tro-
pas y todo lo que podía necesitarse para llevar á
cabo la expedición sobre Tucumán. Eran tan vivos
(9) García Camba. Memoria sobre las guerras de
América, vol. I, pág. 225
(10) Copiamos á Torrente.
DEL COROXEL GUEMES EN SALTA 493
los. deseos de Pezuela de \er realizados sus pro}'ec-
tos sobre este punto, que no había correo en el que
no inculcase al nuevo general esta idea que formaba
el objeto principal de sus desvelos. Grande repug-
nancia tenía Laserna para emprender esta marcha.
Conocía las dificultades que se oponían á su buen
resultado, le faltaba un cuerpo de reserva que al
paso que mantuviese en sujeción las provincias del
Alto Perú le sirviera de centro para recibir de él
nuevos recursos, si llegaba á necesitarlos ó para ha-
llar un punto de apoyo seguro en caso de algún im-
previsto contratiempo, pero se determinó á dar cum-
plimiento á las órdenes superiores, pura que en nin-
gún tiempo pudieran ser interpretados sus reparos
como falta de subordinación ó como flojedad de áni-
mo. ¡Así pues, había empleado los últimos meses
del año de 1816 en organizar su ejército, en pro-
veerse de toda clase de pertrechos de guerra y en
l^roporcionarse acémilas para principiar aquella im-
portante operación ! . . . Mas el pomposo aparato de
los europeos y su táctica no bastaban para hacer
la guerra en América. Se necesitaban soldados acos-
tumbrados á aquel clima y que conociesen parti-
cularmente al enemigo que iban á combatir, su ca-
rácter, sus inclinaciones, sus astucias y sus ardi-
des", dice Torrente.
Se preparaba como se ve un drama ardiente y
terrible en la provincia de Salta. Para pasar á Chile
era preciso que San Martín y el país descansasen
en la confianza de que Güemes defendería palmo á
palmo el suelo de la patria, contra la invasión de
un ejército que era sin disputa el mejor que había
pisado en la América del Sur después de los ingle-
ses de Whitelocke.
494 CAMTANA DEFENSIVA
Cuando el éxito ha consagrado los resultados de
un problema político ó de un problema de guerra,
es muy fácil mirarlo como un efecto natural de las
cosas, y tomar en menos la parte del esfuerzo indi-
vidual y del de conjunto que ha costado, es decir,
del genio y de la abnegación con que se ha conse-
guido. Pero si se compara el fracaso miserable de
Carrera en la defensa de Chile, el de Artigas en la
defensa de la Banda Oriental contra el ejército por-
tugués, y si se toma en cuenta la inmensa diferen-
cia que separaba las tropas de Laserna, de las tro-
pas de Gainza ó de Lecor, sobre todo, si se reflexio-
na en la superioridad y en la competencia de los je-
fes y de la oficialidad cjue acompañaban al primero,
se comprenderá bien cuanto más serio era el con-
flicto en que iba á operar Güemes y cuanto más
grande fué la victoria que obtuvo, cuando después
de haber bazuqueado y estropeado en cien encuen-
tros parciales á los vencedores de Bailen y de Ta-
¡avera, acabó por humillar el orgullo de sus líneas
veteranas en dos grandes combates, cjue fueron más
bien dos gloriosas batallas, obligándolos á una re-
tirada precipitadísima sin la que no se hubieran sal-
\ado de la vergüenza de una capitulación, que cada
día se hacía más inminente para ellos. Este precio-
so resultado fué la obra de una campaña preparada
por el jefe patriota con suma previsión y con un
método admirable, que puso en relieve la energía
de lias provincias argentinas cuyos habitantes se
mostraron soldados con una bravura c¡ue no ha sido
superada en ninguna otra parte del mundo. Nues-
tra historia debe, pues, realzar con esmero esta pá-
gina gloriosa donde brillan tanto los rasgos acen-
tuados de nuestro país. .
DEL CORONEL QUEMES EX SALTA 495
Por más que el general San Martín hubiera pro-
curado ocultar sus preparativos, Pezuela tenía da-
tos fehacientes para suponer que su propósito era
moverse sobre Chile, de octubre á diciembre de
1816; así es que para impedirlo ordenó categórica-
mente á Laserna que se pusiese en marcha sobre
nuestras fronteras y que invadiese á Salta en el mes
de septiembre á más tardar.
En ese tiempo, Güemes estaba ya pronto para
recibir á los enemigos que venían á buscarlo. Había
dispuesto sus fuerzas con habilidad, no sólo por
los puntos en que las había situado, sino por las
aglomeraciones proporcionadas con que había dis-
tribuido su número para que tuviesen consistencia
y empuje propio cada una en su terreno. Así es que
cuando el general Belgrano le escribía inquieto,
avisándole que, según sus informes, de un momen-
to á otro debía ser invadida la provincia de Salta y
que activase sus medidas para recibir al enemigo,
Güemes le contestaba: "Seguramente intentan in-
comodarnos con falsos amagos. . . pero se engañan.
Tiempo ha que todo está dispuesto de un modo.
que, á mi primera voz, se presentarán los bravos
que les han de hacer sentir todo el peso del rigor, sin
que sea necesario mientras llega ese dichoso día que
se separen de sus labores y talleres ni del lado de
sus familias" (ii). He aquí la clase de soldados
con que Güemes se proponía contener á los discí-
pulos de Wéllington y de Castaños que venían de
vencer á Dupont y á Junot, á Mctor, á Soul y á
Suchet.
(11) Oficio de Güemes del 30 de diciembre de i8ió.
40 CAMPAÑA DEFENSIVA
Entre el Alto Perú y las Pro\ incias Argentinas
no hay sino un camino estratégico por donde un
ejército invasor pueda operar de frente con todo su
material. Ese camino es el de la Quebrada de Hii-
ma-HiLackac, angostura estrechada por masas áspe-
ras de montañas al uno y al otro lado. Por el lado
del norte, esta angostura ó Quebrada comienza en
las haciendas de Yavi (12), y del Tojo, terminando
por el lado del sur en Huc-Kya y Till-Kara (13).
Las sierras en que se encajona este trayecto forman
un laberinto de rajaduras que producen algunos
desfiladeros por donde se puede pasar á Tarija y
Oran (14) tomando al naciente, y al Despoblado
tomando al poniente. Hacia el lado de Tarija las
montañas comienzan á descender en la dirección
del río Bermejo, formando valles y depresiones on-
dulosas llenas de grandes selvas y campos pasto-
sos, que se unen en una sola región con Oran y con
el Cliacii-Huallampa, al oriente de Jujuy y de Sal-
ta. El Despoblado es una aglomeración de mesetas
iplateanx) situadas dentro de las cumbres, que
unen la provincia de Jujuy con las ramificaciones
fundamentales de los Andes por el lado de poniente,
donde pacían los rebaños y ganados de las pingües
haciendas de Cuchin-Hucka (15), de la Rinconada,
del Puesto y del Toro, pertenecientes todas á la ilus-
(12) Palabra española corrompida por llave ó en-
trada. .
(13) Huc-.Kia: la Bajada angosta — Tilla ó Till-cara:
los bárbaros.
(14) Tarik: Los valles — Oran ó (Uran) las tierras
llanas y bajas.
(15) El Bajo de los Chanchos que generalmente
pronuncian Cuchinoca.
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 497
tre familia de Campero Pérez de Uriondo, cuyo pri-
mogénito, inmensamente rico, gozaba del titulo de
marqués de Yavi y del Tojo. Y hago notar estos
detalles por la relaci(3n indispensable que tienen con
los graves acontecimientos que voy á referir.
Así pues, para entrar en el territorio argentino,
el ejército realista estaba obligado á bajar forzosa-
mente por la Quebrada de Hiiiua-Huackac dejando
á su flanco izquierdo los desfiladeros intrincados y
portezuelos de Tari ja y de Oran, y á su flanco de-
recho las mesetas y las obras del Despoblado. Fue-
ra del camino del centro de la Quebrada es impo-
sible bajar estratégicamente del Alto Perú á los te-
rritorios argentinos. La dificultad, pues, que esta
campaña ofrecía á los realistas, era que no podían
desembocar en la provincia de Jujuy sin exponer
sus. flancos y su retaguardia á las fuerzas argenti-
nas que operasen contra ellos por el lado de Oran
y del Bermejo.
Güemes había dispuesto su plan de defensa en
esta forma. Sus fuerzas se proyectaban en dos lí-
neas oblicuas, á manera de un abanico cuyo ángulo
se cerraba en la ciudad de Salta, donde tenía su
cuartel general. La línea de la derecha oblicuaba
sobre Oran, que era el punto de apoyo de las di-
visiones avanzadas que debían cubrir los valles in-
termedios hasta Tarija. La línea de la izquierda
oblicuaba hasta la Rinconada, una de las hacien-
das del marqués del Tojo situada en el extremo no-
roeste del Despoblado, con avanzadas sobre Cu-
chin-Hucka y sobre Abra-Pampa, dos puntos tan-
gentes con los desfiladeros de la Quebrada, que es
como una espina dorsal en el centro.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VL — ^2
498 CAMPAÑA DEFENSIVA
La línea de la derecha estaba á carf^'o de dos
hombres sólidos y de una actividad incesante. ]\Ian-
dal)a las fuerzas de Oran, donde como hemos di-
cho estaba la base del flanco derecho, el teniente c<v
ron^l don Manuel Eduardo Arias, y el cuerpo avan-
zado sobre Tarija estaba á las órdenes de Pérez de
Uriondo, pariente del marqués de Yavi y amigo
personal de Güemes desde la infancia. Entre las
dos divisiones componían un total de mil doscien-
tos hombres de milicia bien organizada, con un pi-
quete veterano de cien Dragones Infernales (16) al
mando del mayor don Francisco Gorriti, conocido
con el nombre de Pachi. Estas fuerzas, así como
todas las otras que obedecían las órdenes de Güe-
mes, estaban armadas con sable, con fusil, con bo-
leadoras y con lazo, y usaban generalmente guarda-
montes de cuero, lo que no sólo les daba mucha su-
perioridad para maniobrar dentro de las selvas, si-
no cjue les servía para azorar al enemigo por el
estrépido de sus cargas, haciendo aparecer cada par-
tida con triple número del que realmente tenía.
La línea de la izquierda estaba aparentemente al
cargo del marqués de Yavi, que habiéndose decla-
rado patriota decidido, se había dado (él mismo)
el grado de coronel mayor. Aunque el marqués era
hombre inepto para la milicia, ofrecía la ventaja de
ser muy rico y de sostener sus fuerzas con los nu-
merosos arrendatarios ó siervos de sus campos del
Despoblado y había sido indispensable contem.po-
rizar con el título y con el mando que había asu-
mido; pero quien realmente dirigía todas esas tro-
(16) Cuerpo veterano de dragones.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 499
pas era el teniente coronel don Juan José Ouesada,
militar de línea á quien se le suponían aptitudes, y
que habiendo desertado poco antes del ejército de
Rondeau, había tomado servicio con Güemes y pa-
sado de allí á asesorar y dirigir al marqués. Esta
linea constaba de novecientos hombres.
En la línea del centro, que era la que debía for-
mar el eje de las fuerzas que operaban en las dos
líneas oblicuas que he descrito, mandaba el mismo
Güemes : tenía su cuartel general en Salta, que era
por consiguiente el punto de apoyo, con fuerzas
avanzadas en la proyección de la Quebrada, que
entraban ó se replegaban de frente según las cir-
cunstancias, á las órdenes del coronel Urdininea y
del teniente coronel don Juan Antonio Rojas, que
era en quien confiaba Güemes el éxito de las ope-
raciones de esta parte.
El plan de Güemes era hacer que sus divisiones
de la derecha y de la izquierda convergiesen sobre
los flancos de la línea vertical que formaba la Que-
brada, á medida que los realistas entrasen por ella,
de manera que cuando estos saliesen á los valles
abiertos de Salta, encontrasen obstruida su comu-
nicación con sus puntos de apoyo y con todos los
puestos de su retaguardia, ó bien tuviesen que di-
seminar gruesas divisiones á derecha é izciuierda,
debilitando el centro de su marcha ó estacionán-
dola mientras operaban por desembarazar sus flan-
cos. Dueño él entonces de ocurrir adonde fuera ne-
cesario aglomerar mayores fuerzas, creía poder ba-
tir al enemigo en cualquiera de estas hipótesis, ple-
gando, por decirlo así, las partes movibles del aba-
nico en cualc[uiera de sus tres puntos cardinales,
500 CAMPAÑA DEFENSIVA
para ser allí el más fuerte, ni: entras que los realis-
tas estaban en imposibilidad de concentrarse á unu
ó á otro lado con la misma precisión. La base de
las fuerzas del ceniro era el regimiento de Dragones
Infernales apoyado por la población campesina de
las inmediaciones de la ciudad, cuya bravura y de-
cisión podia ponerse á toda prueba sin riesgo al-
guno de que flaquease.
Para que una campaña defensiva pueda dar re-
sultados y hacer retrogradar al enemigo, es menes-
ter que en el sistema de movimientos que se coor-
dinen haya un punto movible cuya fuerza pueda
tener iniciativa y acción propia para ofender al
invasor, al mismo tiempo que todo el resto de los
esfuerzos se concretan á la defensiva. Güemes no
podía llevar esta iniciativa ofensiva por el lado de
Oran, pues estando descuberto su flanco por ese
costado tenía que aglomerar en él medios defensi-
vos que cubriesen á Salta. Por el centro tampoco
podía contener á tropas como las del ejército rea-
lista, poniéndose frente á frente con ellas antes de
bazuquearlas. Pero, como su costado izquierdo es-
taba cubierto por el Despoblado y por las ramifi-
caciones de los Andes, que caen por ahí, podía dis-
minuir allí las fuerzas defensivas, poniendo pura-
mente fuerzas flanqueadoras que, abrigadas en las
Punas, incomodasen y pusiesen en conflicto al ene-
migo obligado á guardar sus puestos de retirada y
de retaguardia. Esta parte de la obra era la que es-
taba encomendada al marqués de Yavi.
Xi el general realista don José de Laserna, ni
los otros jefes que lo acompañaban, eran hombres
á quienes pudiera esconderse la base estratégica de
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 50!
la defensa tomada así en general. La naturaleza del
terreno en que iban á operar, y los primeros en-
cuentros que tuvieron con las guerrillas de avan-
zadas, bastaron á convencerlos de que Güemes se
proponía obrar vigorosamente por los flancos antes
de ofrecerles oposición verdadera por el frente. Su-
poniendo también, como era natural, que sus prin-
cipales masas estuvieran aglomeradas entre Oran
y Tarija, Laserna formó dos fuertes columnas : pu-
so una de ellas al mando del coronel ]\Iarquiegui
para que corriéndose sobre su izquierda fuese á
ocupar sólidamente á Tarija; mientras la otra, á las
órdenes de Olañeta, iba á colocarse en Yavi para
despejar la Quebrada y mantener por su izquierda
las comunicaciones con la otra columna de modo
que llegado el caso pudieran ambas combinarse. Xo
bien se inició el movimiento cuando las guerrillas
descubridoras de los patriotas comenzaron á reco-
rrer con g'rande actividad los puntos inmediatos,
molestando vivamente á las guardias realistas; y á
medida que la ocupación de Tarija se revelaba como
una operación sólida y determinada, las masas de
los patriotas se aglomeraban también de día en día
hacia ese costado, de modo que ]\Iarquiegui se abs-
tuvo de pasar adelante sobre Oran, é informó á La-
serna de que siendo serias y numerosas las fuerzas
que tenía á su frente, no consideraba prudente ba-
jar á los llanos y comprometerse en una marcha so-
bre Oran con peligro de ser envuelto y de tener que
retirarse en malas condiciones ; y hacía notar la con-
veniencia de que todo el ejército operase sobre la
Quebrada para desahogar su división.
La columna de Olañeta tenía también compro-
502 CAMPANA DEFENSIVA
metida su derecha; pues desde que había amagado
entrar á la Quebrada, Güemes había reforzado la
división del marqués (i/) para que operase viva-
mente sobre el flanco enemigo y sobre la retaguar-
dia, si es que esa columna se aventuraba á meterse
en la angostura. Era claro cjue para hacerlo, el jefe
enemigo tenía que fraccionarse y diseminar pique-
tes á su espalda y por sus costados; de modo que
Güemes contaba con destrozárselos en detalle y por
sorpresas, hasta obligarlo á retrogradar para po-
nerse fuera de su alcance.
El precioso y pronto resultado que dio esta com-
binación de operaciones fue tan rápido que á todos
les pareció muy natural. Para toda la línea patrio-
ta, de Tarija al Despoblado, había venido á ser
evidente que los realistas tenían que retirarse, por
la superioridad de las fuerzas que los iba envolvien-
do por cada uno de los flancos y por el centro don-
de el comandante Rojas y los Infernales comenza-
ban á ganar una terrible nombradía. El teniente co-
ronel Uriondo desde Tarija, el marqués desde el
Despoblado, y todas las otras divisiones estaban,
pues, convencidas que de un momento á ot;-o los
realistas tenían que pronunciarse en retirada. Y en
efecto : tanto Marquiegui como Olañeta se veían
imposibilitados de adelantar y de mantenerse en
aquella situación. Así es que las dos columnas re-
trogradaron repentinamente : la de IMarquiegui ha-
cia Livi-Livi^ y la de Olañeta por la quebrada de
Sacocha hacia Suipacha, alejándose con precipita-
ción de las fronteras argentinas. Era tan natural y
(17) Parte oficial de 24 de septiembre de 1816.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 5O3
tan esperado este movimiento, que todos los jefes
de las avanzadas, Uriondo desde la derecha, el mar-
qués desde la izquierda, y Rojas al centro, le co-
municaron á Güemes simultáneamente la retirada
del enemigo, diciéndole que ellos lo seguían tomán-
dole prisioneros, armas y parte de los pertrechos
que iba dejando. "Xada tiene de extraño (le decía
Güemes al general Belgrano) que el enemigo en-
gañado, seducido ó mal aconsejado hubiese avan-
zado hasta la angostura de Huacka-lera^ como he
dicho á Vuestra Excelencia en mis anteriores no-
tas, creyendo que acaso penetraría hasta el pueblo
de Jujuy. Pero seguramente allí se desengañó de
su loca temeridad, tal vez por noticia privada que
tuvo de mis ejecutivas medidas de defensa, y ha
retrocedido con tal precipitación que en un día ha
perdido el terreno que había ganado en tres . . . Hu-
yen ahora desengañados por su propia experiencia
de que jamás serán capaces de atentar contra los
sagrados derechos de los pueblos que han jurado
ser libres, y que la digna provincia de mi mando
es y será la barrera inexpugnable que pondrá tér-
mino á sus agresiones" .
Como Güemes al saber que los realistas baja-
ban por Huma-Huackac había movilizado las mi-
licias y las fuerzas del centro, esto es, de los su-
burbios y distritos rurales de la ciudad de Salta,
mandó licenciarlas al ver que aquéllos se retiraban
echándoles ó repartiendo una proclama un tanto
jactanciosa y patriotera como era de moda; y com-
prendiendo la importancia que tenía la fuerza del
marqués ahora que se trataba de posesionarse de
Yavi y de seguir mordiendo en los flancos del ene-
504 CAMPANA DEFENSIVA
migo, le dice al general Belgrano con la misma fe-
cha : "Hoy mismo salen dos cargas de municiones
al Toro para habilitar 500 hombres que de los Vac-
iles he mandado salir en auxilio del marqués, los
que estarán con él dentro de tres días".
Entre las cosas que los realistas abandonaron en
la retirada quedó el equipaje de un oficial en el que
se tomó una carta del coronel Ostria, de la que voy
cá insertar un fragmento característico para mostrar
los cuidados que los nuestros inspiraban á los ene-
migos : "Nosotros vamos á salir á hacer lo mismo
con los caudillos Urdininea, Rojas, Aparicio y una
gavilla de h. . . d. . . p. . . que andan por acá con
Dragones Infernales y gauchos queriéndonos ata-
car. . . El señor general ha venido á la vanguardia,
ha habido junta de jefes y se ha determinado que la
vanguardia baje á Humahuaca para donde vamos
á salir".
Sin embargo, Güemes no estaba del todo con-
vencido que la retirada enemiga no encubriese al-
gún proyecto disimulado para conseguir una sor-
presa; así es que en otra comunicación que dirigía
al general Belgrano mostraba toda la sagacidad de
sus previsiones y la habilidad estratégica de sus
medidas. "El enemigo no nos ha permitido poner
en ejecución los planes concertados con Vuestra
Excelencia, pues esa retirada tan indecorosa y tan
perjudicial para ellos, la han hecho sin más motivo
que el haber sabido que yo me movía; de modo que
no solamente se han fugado los de Ya vi dejando
muchas cosas, y tomando el peor camino, sino que
quedan desconcertados sus planes". Sin embargo
de esto, Güemes agregaba que no estaba lejos de
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 505
sospechar que esta retirada fuese "una combina-
ción" para cortar las fuerzas del marqués, y mandó
inmediatamente que el jefe de vanguardia con "los
Infernales y Gauchos"' avanzase por la Quebrada
hasta Cangrejos y que el comandante Arias viniese
también rápidamente desde la derecha hasta Corral
Blanco.
Esta previsión fué sumamente feliz, porque lo
que él preveía era precisamente lo que había suce-
dido. Los comandantes Rojas y Ruiz Llanos ocu-
paron á Yavi el 1 1 de noviembre : el marqués ocupó
el Puesto, punto que queda á la izquierda de Yavi,
Arias ocupó el 14 el Corral Blanco á la derecha, y
Urdininea se situó en Cangrejos. Entre tanto 01a-
ñeta y Marquiegui, reuniéndose en la Marquina,
desanduvieron rápidamente la Quebrada de Sococha
y, cayendo el día 15 sobre el marqués, que estaba
situado en el Puesto, lo destrozaron completamente
tomándolo prisionero á él y á Quesada, y haciendo
una matanza considerable de soldados y oficiales.
Pero cuando quisieron cruzar sobre su izquierda
para cortar á Ruiz Llanos y á Rojas que ocupaban
el centro de la línea de agresión, se encontraron con
la fuerza que Güemes había avanzado á Cangrejos,
y no pudieron ni sorprenderla ni evitar que la van-
guardia se replegase sobre Corral Blanco desenre-
dándose del conflicto.
Güemes recibía en esto el castigo de la condes-
cendencia que había tenido permitiéndole al mar-
qués del Tojo que se tomase el mando de un punto
tan interesante como aquel, punto que si bien no
era en rigor la base de la defensa, era por lo menos
la línea ofensiva más eficaz que podía llevarse so-
506 CAMPAÑA DEFENSIVA
bre el flanco y la retaguardia del enemigo. El gene-
ral Paz, que no ha creído propio de sus Memorias
estudiar con precisión las operaciones ni el plan ge-
reral de campaña seguido por Güemes, suelta de
paso y como para mero adorno pintoresco algunas
noticias burlescas sobre la malhadada campaña del
marqués y sobre su grotesca figura militar. Dice-
(jue impartía sus órdenes, que firmaba sus notas y
daba sus partes con el título teatral de : Don Juan Jo-
sé Fernánde:: Campero, Maturena del Barranco,
Pérez de Uriondo, Hernández de la Lanza, Marqués
del Valle del Tojo, Vizconde de San Mateo, Coman-
dante General de la Puna, y Coronel del primer Re-
gimiento Peruano, etc., etc. En las Gacetas del tiem-
po encontramos muchos partes y notas del mar-
qués, pero su nombre no figura con título alguno
aristocrático, sino simplemente Fernández Campe-
ro, coronel mayor. Verdad es que ya Güemes, ya
otros, y aún las mismas Gacetas, lo designan co-
rrientemente con el nombre del Marqués. Según
el mismo general Paz, el marqués hizo una ridicula
figura en la derrota; aunque sorprendido, pudo ha-
ber escapado, pues sus criados y dependientes le
montaron á tiempo en un buen caballo, pero agre-
ga que era tal el susto que se había apoderado de
su ánimo, que apenas quería andar se resbalaba y
caía pesadamente por uno de los dos lados; de mo^
do que en este empeño inútil por hacerlo cabalgar
llegaron algunas partidas enemigas que se apode-
raron de él. No es exacto, sin embargo, lo que dice
este mismo cronista, que el coronel don Juan José
Ouesada, alma y voluntad de aquella fuerza, hu-
biese huido y escapado de los vencedores á uña de
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 507
caballo, abandonando á su jefe titular : el coronel
Ouesada, que si tenía defectos de carácter no era
por cierto un cobarde, cayó también prisionero (i8)
al hacer esfuerzos por reunir alguna tropa, y fué
llevado á los Castillos del Callao (19).
De todos modos el desgraciado marqués era un
patriota de mérito. En los primeros días de la Re-
volución se había declarado partidario del rey; pero
reaccionó en 18 13, y se puso al servicio de la inde-
pendencia no sólo con su dinero sino con el de los
miembros de su familia y con la numerosa servi-
dumbre de quichuas y criollos que vivía en sus ha-
ciendas. En el fondo, según me han dicho, no era
otra cosa que un buen hombre, inocentón, rollizo
y cotudo también según he oído, cuyo espíritu es-
taba probablemente en el siglo xvi, todo lo cual
hacía mucho más meritoria la cooperación sincera'
con que se había adherido á la causa de la indepen-
dencia hasta sacrificarse por ella como se ve.
De todos modos, este triunfo de los realistas era
(18) Gaceta de B. A. del 4 de enero de 1817.
(19) El general Paz confunde las fechas de estos su-
cesos; pues cuando tuvieron lugar, él no estaba ya en
Huma-Huackac, como dice, sino en los Lules de Tuou-
mán : véase la Gaceta de B. A del 7 de diciembre. A esa fe-
cha, el general Belgrano había ya retirado de Jujuy todo
el ejército ; y el cuerpo del señor Paz había contramar-
chado con los demás. No fueron tampoco las miserables
partidas con que el marqués empezó sus correrías lo que
detuvo á los realistas, como dice el general, sino la ne-
cesidad de limpiar su flanco izquierdo donde operaban Pa-
dilla y Camargo. El marqués no tenía fuerzas entonces ni
estaba en movimiento como se puso después cuando Güe-
mes tomó el mando.
5o8 CAMPAÑA DEFENSIVA
importante ; pues aunque no por haberlo olitenido
podían invadir por el lado del Despoblado, sin em-
bargo, echando una división fuerte sobre Tarija
para cubrir su izquierda, podían entrar ahora por
Huma-Huackac, y desembocar en Jujuy, sin pe-
ligro ninguno por su flanco derecho, lo que ya era
en sí mismo una grande ventaja para tropas que,
por su frente, se reputaban con razón muy supe-
riores al enemigo con quien iban á combatir.
Comprendiendo que los vencedores de Yavi tra-
tarían de aprovecharse con rapidez de la ventaja que
habían obtenido, Güemes, con su sagacidad natu-
ral, aglomeró pronto fuerzas considerables sobre el
flanco izquierdo de los realistas, movilizando una
masa como de 2,500 hombres que escalonó con to-
das sus divisiones en la linea oblicua que forma el
terreno, por las pendientes de los Cerros, desde
Salta á Oran, apoyando su espalda en Bermejo y
manteniendo al coronel Uriondo con un grueso
cuerpo de guerrillas sobre Tarija para contener á
]Marquiegui. De esta manera, Güemes obligaba otra
vez á los realistas á que fraccionaran sus fuerzas del
centro, con expediciones parciales sobre su izquier-
da por terrenos en que la infantería no sólo perdía
todas sus ventajas, sino que la caballería misma
quedaba sin movimientos de conjunto. Sí el ene-
migo tomaba, pues, este partido, su cuerpo prin-
cipal de invasión tenía que estacionarse para espe-
rar el resultado de las operaciones de detalle de la
izquierda, mientras que Güemes podía maniobrar
en toda la línea concentrando sus fuerzas en cada
uno de sus puntos sobre cuerpos fragmentados y
relativamente más débiles. Pero si en vez de esto.
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 509
los realistas preferían marchar compactos sobre la
ciudad de Salta, Güemes quedaba libre entonces
para plegar gradualmente sus dos líneas oblicuas
y concentrar todas sus fuerzas sobre la retaguardia
y el flanco izquierdo del enemigo, cortándolo y po-
niéndolo por consiguiente en una situación deses-
perada, que podía obligarlo á dar otra vez su fren-
te á los puntos por donde había invadido; y en este
caso los cuerpos nuevos y reorganizados con que
ya contaba el general Belgrano podían en Tucu-
mán (20) entrar en movimiento, de modo que los
invasores tendrían que retirarse en derrota hasta
Tupiza ó capitular en Salta como en el año 1812.
Los generales Laserna y Valdés comprendían
las dificultades de la campaña y trataban de proce-
der con pulso, operando poco á poco sobre su iz-
quierda antes de comprometer la invasión : y ha-
bían hecho que Alarquiegui se estableciese firme-
mente en Tari ja y en los valles de la Concepción,
desde donde ellos suponían que podía adelantar
gradualmente hasta dominar la línea de Oran. Pe-
ro mientras preparaban estos trabajos, el virrey Pe-
zuela, bien informado de que de un momento á otro
pasaba los Andes San Martín, y queriendo evitar-
lo con un ataque brusco hasta Córdoba, expidió ór-
denes categóricas á Laserna de que invadiese in-
mediatamente por el centro, sin ninguna clase de
demora. La vanguardia del ejército realista entró,
pues, en la Quebrada de Huma-Huackac arrollan-
do las avanzadas argentinas, y ocupó á Jujuy des-
(20) El número 2 mandado por Bustos, el 7 por Lu-
zuriaga, el 10 por Pinto y los dragones por Zelaya.
5IO CAMPANA DEFENSIVA
pues de algunos encuentros . de detalle que fueron
mucho más sangrientos de lo que debieron haberlo
sido en un movimiento de frente en que no era po-
sible contener al invasor. Pero tal era el encarniza-
miento y el entusiasmo de los gauchos, que en cada
angostura hacían pie luchando hasta el último tran-
ce, en términos que los realistas mismos tenían que
preconizar la gloria que según ellos ganaban, cuan-
do venciendo estas resistencias daban un paso ade-
lante y hacían retrogradar á Gorriti, á Ruiz Llanos
y á otros de los comandantes de la vanguardia.
La vanguardia realista ocupó á Jujuy como era
de esperarse, Marquiegui se adelantó entonces so-
bre Oran donde también entró; de modo que los
generales Laserna y Valdés, con el cuerpo del ejér-
cito, pudieron entrar francamente en la Quebrada.
Para adelantarse fortificaron el cementerio de Hu-
ma-Huackac demoliendo la capilla y construyendo
en ella un buen reducto con artillería, donde dejaron
una guarnición.
Entre tanto, establecidos ya en Jujuy, tenían que
sostener combates diarios para procurarse forrajes
y víveres frescos; y eran tan bravas las partidas
que recorrían todo el terreno, que para proporcio-
narse esos recursos indispensables tenían que salir
regimientos enteros para poder hacer resistencia só-
lida, mientras los colectores trabajaban de prisa,
porque cada encuentro era terriblemente sangriento
y muy disputado como hemos dicho.
El día 6 de febrero (1817) el escuadrón de los
Extremeños, que eran los mejores soldados de ca-
ballería que traían los realistas, salió de Jujuy á fo-
rrajear en los potreros de alfalfa de San Pedrito.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 5II
^Mientras los cortadores del pasto desempeñaban su
trabajo, el escuadrón referido ocupaba uno de los
cercos del potrero, y había colocado sus partidas de
observación en el Carril y en otros puntos sospe-
chosos. Luego que fué informado de esto el coman-
dante don Juan Antonio Rojas, tomó cien hombres
de Infernales con un escuadrón de gauchos, y ade-
lantó sus bomberos para conocer bien la posición
que ocupaba el enemigo. ''Eran (dice él mismo)
los mejores y más valientes soldados que he visto
en el ejército del rey; pero trayendo á la memoria
las órdenes terminantes que Vuestra Señoría me
dio cuando me arranqué de su cuartel general, me
resolví á atacar á los Extremeños''. Agrega en se-
guida que dividió su columna en tres grupos para
atacar por los flancos ; pero como los enemigos lo
habían sentido, tuvo que reconcentrar de nuevo á
los suyos y los echó en guerrillas. Los enemigos se
dirigieron entonces á la salida del potrero para po-
der maniobrar, y queriendo impedirlo los argenti-
nos cargaron con un denuedo tal que aún cuando
recibieron "dos formidables descargas á boca-jarro"
al atravesar los cercos del potrero, cayeron sobre el
enemigo "como unos leones : desbarataron su línea
y los pasaron á cuchillo concluyendo á casi todos
los tiranos extremeños, de los cuales por milagro
EXTRAORDixARio se salvarou siete que tomamos pri-
sioneros . . . Cuando con este triunfo me consideraba
ya sin enemigos, se me presentó una partida de
quince oficiales muy bien vestidos. Me figuré que
venían con otra fuerza mayor, y salí en retirada
después de reunir la mía; pero habiéndome desen-
gañado prontamente, formé el pelotón de inferna-
512 CAMPANA DEFENSIVA
les y cargué rápidamente; y á pesar de que eran
unos hombres que asustaban, di cu tierra con ellos
á excepción de tres que escaparon. La contienda
duró dos horas ; y como salió de Jnjuy todo el ejér-
cito con mucha artillería, me retiré á este punto (El
Bordo) donde permaneceré esperando las órdenes*
de Vuestra Señoría. Mis soldados han regresado
vestidos con muchas batas, charreteras y levitas.
Se han tomado como setenta y tantas armas de fuego
y otros tantos sables".
Esto decía el parte del comandante Rojas; y de-
be creerse que el descalabro fué mucho más grave
para los enemigos que lo que resulta de sus pala-
bras, cuando Torrente refiere en globo el suceso de
San Pedrito con estas circunstancias : "Los corone-
les Olarria, Centeno, Carratalá, Seoane, Becerra
se cubrieron de gloria en varios encuentros que tu-
vieron con los gauchos y con el regimiento insur-
gente llamado de Dragones Infernales, en las in-
mediaciones de Tujuy: si bien el fruto de estas ven-
tajas se perdió en gran parte en una sorpresa dada
por los rebeldes en las mismas puertas de la ciudad
á los forrajeadores de la división de Olañeta, cuyo
golpe funesto causó la muerte de 40 europeos y 70
americanos con dos oficiales de los más valien-
tes" (21).
Por el lado de Oran, Marquiegui se encontraba
también sumamente apurado. Un número conside-
rable de fuerzas le hostilizaba con la misma bra-
(21) Torrente altera siempre una parte de los deta-
lles, ya sea para deprimir nuestros triunfos ya para agran-
dar los de los realistas ; y, sobre tcdo, los de los europeos.
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 513
Aura, y no sólo se había visto contenido dentro del
pueblo sin atreverse á adelantarse sobre Salta, sino
que los gauchos recorrían por su espalda todos los
portezuelos de la Sierra de Santa Victoria y Zenta,
cortándole sus comunicaciones con Huma-Huac-
kac que era la base de ellas y con el cuartel general
de Jujuy. El coronel realista conocía, sin embargo,
que no podía ceder en aquel punto sin descubrir
todo el flanco izquierdo del ejército invasor, y ha-
cer indispensable su retirada de Jujuy; así es que,
determinado á todo sacrificio, había pedido que le
reforzaran prontamente, porque de otro modo no
podía cerrar al enemigo sus correrías en el terreno
intermedio hasta Huma-Huackac.
En efecto : el bravo comandante don Manuel
Eduardo Arias había dejado al comandante ürion-
do sobre Marquiegui ; y corriéndose él á su izquier-
da por los desfiladeros de Zenta, se había situado
con una fuerza considerable sobre la posición ene-
miga de Huma-Huackac, sin ser sentido de nadie ;
y se preparaba allí á dar el golpe decisivo que de-
bía poner en evidencia la perfecta habilidad y pre-
cisión del plan de campaña de Güemes. Colocado
en esta posición, Arias le comunicó á Güemes que
por sus bomberos había sabido que la vanguardia
enemiga era como de dos mil hombres muy bien
armados, muy buena mozada, con seis piezas de
cañón y una caballería regularmente montada ; que
el cuerpo principal del ejército con el cuartel gene-
ral, se componía de igual número poco más ó me-
nos, con ocho piezas y la escolta del general bien
montada; que la reserva constaba de ochocientos
hombres, los que en aquel momento estaban pa-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 33
514 CAMPAÑA DEFENSIVA
sando por la Quebrada; que habían atrincherado
la villa, volteado la capilla de Santa Bárbara, de
cuyo desbarranco habían formado un reducto ó ba-
tería con artillería; y concluye diciendo estas her-
mosas y sencillas palabras, que prueban el espíritu
de que estaban animados los sáltenos en aquella ar-
diente lucha : ''Yo veo que se me proporcionan mil
lances lisonjeros para operar á mi satisfacción en
casos ventajosos". En efecto. Torrente dice: "Al
llegar el general en jefe á Huma-Huackac expidió
proclamas, y como hubiera elegido este punto pa-
ra depósito militar de retaguardia, y como un me-
dio de mantener expeditas sus comunicaciones,
mandó que fueran construidos parapetos en la igle-
sia y en el cementerio, á fin de que las tropas que
debían quedar de guarnición tuvieran todos los me-
dios de rechazar victoriosamente los ataques de los
gauchos y demás cuerpos francos, luego que el ejér-
cito se hubiera alejado".
El 27 de febrero cerca de oraciones, y bajo una
tormenta deshecha, movió Arias su campo y mar-
chó á reunirse con sus avanzadas. Luego que in-
corporó toda la fuerza, se adelantó con su escolta,
que era un piquete de treinta Infernales, y ordenó
que le siguiese en silencio el resto de la división.
Caminó así todo el día hasta entrada la noche del
28, y el 29, á las tres de la mañana, estaba á una
legua de Huma-Huackac disponiendo la atrevida
sorpresa que procuraba dar sobre el reducto y las
trincheras del enemigo. Su tropa alcanzaba á 200
hombres, ó muy poco más; Arias la dividió en tres
trozos : el primero á las órdenes del capitán Rodrí-
guez debía dejar sus cabalgaduras en una quebra-
DEL CORONEL GÜEMES EN SALTA 515
da inmediata para acometer á pie la batería ; el otro
á las órdenes del capitán Portal debía entrar á san-
gre y fuego en la casa del cura que servía de cuartel
á los fusileros del rey; y Arias con el tercero
debía proteger los movimientos de uno ú otro si-
tuándose en la casa de la Posta. "Combinados así,
nos aproximamos á los puntos señalados con un
silencio y orden admirables, con el objeto de espe-
rar á que amaneciese, y yo personalmente (dice)
no dejé por reconocer tapial, zanja, ni escondrijo
alguno del campo. . . Llegó la hora, y cuando con
la más impaciente ansiedad aguardaba yo que obra-
se la primera división, oigo una descarga tan orde-
nada y completa que me pareció un cañonazo, y un
VIVA LA PATRIA de los bravos de Rodríguez que
acababan de ganar la batería. Lo singular fué que
penetraron hasta ella sin que los repetidos alertas
de los enemigos hiciesen convertir la atención ha-
cia los que daban el asalto, en términos de apode-
rarse de los cañones antes que fuesen sentidos. El
z^iva la patria de nuestros bravos fué contestado con
un viva el rey por un ayudante de artillería que
pudo escapar de la batería, pero no á tanta distan-
cia que no le alcanzase una bala de fusil disparada
por un cabo de mi tropa, que le dejó en el
sitio. Al oír la descarga, Portal se dirigió al
cuartel que debía rendir, y yo á ganar el de-
pósito de la pólvora". Arias experimentó resis-
tencia : el fuego era vivo, y habiendo caído algunos
de sus soldados, los demás hicieron un esfuerzo
de bravura, cargaron la guardia de la pólvora y
la rindieron al momento. "El oficial realista que
mandaba, escapaba como un gamo hacia el cuar-
5l6 CAMPAÑA DEFENSIVA
tel. Pero las alas del miedo no pudieron ponerle á
cubierto de la diligencia de la tropa, que vengó en
su cabeza las ilustres vidas de los compañeros per-
didos. I\'li gente era poca y los peligros llamaban
mi atención á todas partes. La actividad y el valor
debían suplir el número; dejé la pólvora con una
pequeña custodia y corrí en auxilio de Portal que
hallaba en el asalto una resistencia insuperable".
A las cinco de la mañana, los realistas pudieron re-
tirarse á la torre de la capilla donde se sostuvieron
haciendo un fuego porfiado; pero al fin tuvieron
que rendirse al ver que los asaltantes habían echado
abajo las puertas y los iban á pasar á degüello.
Los realistas perdieron siete piezas hermosas de
cañón, gran cantidad de fusiles, cargas numerosas
de municiones, muchos equipajes; 200 ovejas. 80
vacas, 60 muías ; la bandera del cuerpo de artillería ;
96 ¡prisioneros, 7 oficiales y el comandante don
Juan Antonio Pardo entre éstos (22).
La destrucción de este punto capital de la línea
de reserva, fué un golpe mortal para el ejército in-
vasor, y decidió como vamos á ver de toda la cam-
paña, porque Laserna se vio obligado á operar co-
mo Güemes quería, es decir, fraccionando su ejér-
cito. Comprendiendo Laserna la mala posición que
le quedaba á Marquiegui en Oran á causa de este
desastre, puesto que podía ser cortado y rendido,
(22) Torrente dice: "Atacados por el caudillo Arias,
muerto el capitán de artillería don Félix de la Rosa, fu-
gados don Narciso Martínez y don Juan Santa-Cruz al ver
el desaliento de sus compañeros de armas, los demás fuCr
ron hechos prisioneros con toda la tropa, seis cañones, 500
fusiles y otros varios pertrechos.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 517
le avisó inmediatamente el suceso; con lo que el co-
ronel realista se puso en una retirada precipitadí-
sima hasta Tarija que fué una verdadera derrota.
Laserna se proponía reforzarlo allí prontamente en-
viando la famosa división de Olañeta. Pero como
Uriondo estaba sobre él, al retirarse perdió como
280 hombres de tropa, muchos bagajes, ganados y
municiones que no podía arrastrar por la precipi-
tación de su movimiento y por lo áspero de los ca-
minos que tuvo que elegir.
El general Laserna había hecho todos los es-
fuerzos imaginables por no dividir sus tropas, por-
que después que había comenzado á conocer el tem-
ple y la disciplina que Güemes había dado á las mi-
licias de Salta, estaba convencido que todo su éxito
dependía de que pudiera llevar compacto su ejér-
cito hasta Tucumán, darle una batalla campal á
Belgrano, y sucumbir, ó vencer para correrse hasta
Córdoba. Cuando empezó á ver que las dificultades
eran más graves aún de lo que había creído, le ha-
bía escrito al virrey Pezuela asegurándole que los
tiempos habían cambiado : que á cada paso se en-
contraba con oficiales patriotas llenos de brío y con
cuerpos que hacían frente con un denuedo igual al
de los realistas; y que se convenciese de que treinta
mil hombres eran absolutamente indispensables pa-
ra hacer una campaña que pudiese dar el resultado
apetecido de las Provincias Argentinas. El virrey
estaba obcecado : la situación de Chile, la seguri-
dad de que San Martín maniobraba de un momento
á otro, lo tenían angustiado y nervioso (23J.
(23) Cuando Laserna estaba en Jujuy, San Martín
entraba va en Santiago.
5l8 CAMPAÑA DEFENSIVA
Era preciso, costase lo que costase, y á todo
trance, entrar hasta Tucumán. y dominar á Cór-
doba. vSi ¡Dará ello era indispensable hacer milagros,
^lo había remedio. Laserna tenía que hacerlos y de-
jar airoso al virrey.
Restablecida la prepotencia de Güemes en todo
el flanco izquierdo y en la retaguardia de los rea-
listas, desde Salta hasta Oran, no le quedaba á La-
serna otro remedio que retirarse de Jujuy, ó repo-
ner con doble fuerza el punto de apoyo de Huma-
Huackac, enviando sobre Oran una división de mu-
cha fuerza para desde allí operase sólidamente
con ]\Iarquiegui arrollando las fuerzas patriotas ha-
cia Salta, para despejar el flanco de la marcha que
él mismo debía hacer de frente; y aunque esto de-
bilitaba mucho su columna, las órdenes del virrey
no le dejaban, como se ve, otra alternativa. "Sor-
prendido el general en jefe con este infausto suceso
(dice Torrente) dispuso al momento saliese el bri-
gadier Olañeta con una brillante columna sobre
Oran, á donde se dirigían los rebeldes, para que
obrando cu combinación con otra, á toda costa re-
cuperasen la presa cogida en Humaguaca". Torren-
te pretende que Olañeta alcanzó á Arias, que le
mató mucha gente y que descubrió el armamento
V la artillería escondida en unos montes \olviendo
á recuperarla: todo lo cual no pasa de ser un ri-
dículo cuento que él mismo forja ó que otros le han
hecho. Los primeros partes de Olañeta. según se
ve en la Gaceta de Lima, se reducían á decir que
había dispersado y corrido en todos sentidos á los
grupos de Arias, haciéndole muchos prisioneros, y
con ellos gran parte de las armas que habían to-
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 519
maclo en Huma-Huackac; pero la verdad es que la
artillería quedó oculta en los montes de Ledesma,
y que después de la retirada final de Laserna, Que-
mes la hizo recoger y conducir á Salta; porque,
aún cuando - Olañeta despejara como despejó en
efecto, los caminos por donde marchaba, hasta re-
unirse con ]\Iarquiegui. las numerosísimas guerri-
llas de Arias y de Uriondo le hostilizaljan y envol-
vían de tal suerte, que poco tiempo tardaron en ver-
se ambos tan impotentes y perdidos, que Laserna
tuvo que mandar para desenredarlos la mejor parte
de su ejército, á las órdenes del general Valdés, co-
mo lo vamos á ver, sin que al volverse pudiesen
traer trenes ni hacer otra cosa que regresar á Jujuy
á incorporarse todos en un solo cuerpo de ejército.
La expedición de Olañeta y de Centeno dejó al
ejército en Jujuy sumamente enflaquecido, como
Güemes lo había previsto ; así es que echando so-
bre él infinitas guerrillas para privarlo de víveres,
le cortó todas sus comunicaciones con aquellos dos
jefes, y lo redujo de día en día á mayor estrechez,
sobre todo de forrajes y cabalgaduras, por medio
de sorpresas ejecutadas con denuedo en las quintas
y potreros á donde tenían que sacar á pacer sus
bestias.
El general Laserna empezaba á estar seriamente
alarmado, al verse obligado á diseminar sus fuer-
zas en grupos de detalle que perdían todas las ven-
tajas de su disciplina y de su escuela militar. "Co-
mo el ejército se veía acosado (dice Torrente) en
todas direcciones por los gauchos durante la expe-
dición del brigadier Olañeta, tuvieron que salir va-
rias columnas con la idea de despejar el camino
520 CAMPAÑA DEFENSIVA
Una de ellas fué confiada al coronel Sanjuanena
con 200 hombres del regimiento Gerona; pero ata-
cado este valiente jefe por fuerzas muy superiores
de la facción de Güemes, fué preciso enviar en su
auxilio al bizarro jefe del Estado Mayor general,
don Gerónimo Valdés, con cuyo oportuno auxilio
fueron completamente derrotados los enemigos y
perseguidos por el espacio de tres leguas". El ge-
neral Valdés volvió á Jujuy dejando al coronel San-
juanena fortificado con una fuerte columna en la
casa de los Alisos, á tres leguas de Jujuy, para que
cubriese la costa del rio de este nombre y de los al-
falfares del derredor del pueblo que eran indispen-
sables para el ejército; pero atacado y sorprendido
el 13 y el 25 de marzo por los comandantes Maurin
y Gorriti, fué muerto, y su tropa pudo retirarse á
duras penas replegándose á la escolta de Laserna
y á dos batallones más que salieron del pueblo á
salvarla ; aún así los gauchos esforzaron el ataque,
y lograron desbaratar la escolta real de caballería,
tomando prisionero á su jefe el sargento mayor don
Antonio Martínez.
Con este motivo hubo cambio de notas y ci-
vilidades entre Güemes 3^ Laserna que merece dar-
se á conocer. Gorriti, como hombre decente y de
buena familia, procuró salvar y salvó en efecto la
vida del jefe enemigo, que había caído herido y que
iba á ser sacrificado por los soldados. Después que
lo recogió, trató de hacerle curar sus heridas, y supo
entonces por el mismo prisionero que era sobrino
carnal del general Laserna y jefe de su escolta. En
el acto lo hizo poner con la comodidad posible y lo
remitió á Salta. Güemes se crevó obligado á diri-
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 52 1
girse á Laseriia participándole que el joven oñcial
estaba vivo y mejorado; y el general le contestó
con una carta de la que vamos á extractar algunos
pasajes : "Por la de usted que me ha entregado el
teniente Caleru, veo que el capitán del escuadrón
de mi guardia don Antonio Martínez fué herido y
prisionero de guerra en la tarde del dia 15. Su valor
lo precipitó, y el poco conocimiento del terreno fué
causa de la pérdida de este valiente oficial y de
los bravos que lo acompañaban. Siento como de-
bo la pérdida de tan dignos compañeros de ar-
mas, pero al mismo tiempo me ha servido de satis-
facción, el saber que se ha dispuesto que se le
asista al capitán como al lancero que igualmente se
halla herido, etc., etc. No esperaba menos de un
sujeto de las circunstancias de usted, y no dudo que
en todos los casos procurará se trate al desgraciado
con la humanidad que el derecho de gentes exige,
así como debe estar seguro de que por mi parte tra-
taré al prisionero con la hospitalidad y dulzura que
es justo". Aunque este proceder era consecuente con
el carácter y con la nobleza de los sentimientos del
general Laserna, es preciso observar que este cam-
bio de política después de las matanzas perpetra-
das contra Padilla, Camargo y Warnes, era debido
también al terror que la bravura de los sáltenos ha-
bía inspirado á los enemigos haciéndoles compren-
der el interés personal que les iba en ello. ''Debo
decir á usted (decía Laserna) que si los gauchos
continúan quemando las chácaras de aquellos que
han tomado el partido contrario al que ellos siguen,
me veré en la dura precisión de hacer otro tanto
á pesar de que me sea muy repugnante, pues com-
5-^^ CAMPAÑA DEFENSIVA
prendo que toda especie de guerra debe hacerse se-
gún lo exige el derecho de gentes y la civilización
del siglo en que vivimos". El general terminaba
proponiendo el canje del capitán graduado de ma-
yor don Antonio Martínez y de los soldados de la
escolta, por prisioneros patriotas de igual clase, en
la suposición de que Gücmcs, como comandante
general y gobernador de Salta, tuviese autoridad
para ello.
Es de notar en esta nota la intención con que el
general realista le quita á Guemes el tratamiento de
Su Excelencia que oficialmente le correspondía;
así es que tomando éste el mismo tono, le con-
testó: "Con la nota de usted se han recibido los 125
pesos remitidos al prisionero capitán Martínez á
quien se han entregado. Se halla muy mejorado y
casi fuera de peligro. . . Será igual mi proceder con
éste y con cuantos tengan la misma suerte ; y sólo
en los casos de justa represalia se cambiarán (aun-
que sea con dolor) mis honrados sentimientos. .-.
Antes de ahora he librado órdenes para que las pro-
piedades de enemigos que sirven la causa que lla-
man del rey sean respetadas. Pero si alguna vez
sucede lo contrario, es efecto de la justa indigna-
ción contra esos desnaturalizados que huyen del
bien para verse envueltos en la antigua servidum-
bre. Y es también lección que han aprendido de las
tropas que usted manda, pues quemaron el Terchel.
las sementeras y los ranchos del Perico; degollaron
al maestro de postas de la torre, hombre anciano é
indefenso, y han cometido escándalos y desórde-
nes, cuando yo ni aún á convictos y confesos es-
pías he sacrificado como podía y como debía. Estoy
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 523
satisfecho de la humanidad y lenidad de usted, pero
no así de la de sus subalternos Centeno y otros, au-
tores de mil excesos, etc., etc".
Torrente mismo confiesa que este y otros con-
tratiempos fueron fruto de la desmembración en
que había quedado el ejército realista por la expe-
dición de Olañeta y de Centeno sobre Oran.
Estos jefes habían marchado arrollando al prin-
cipio las guerrillas patriotas; pero desde que llega-
ron á Oran y se reunieron con Marquiegui queda-
ron incomunicados y envueltos por ellas. En unas
cuantas sorpresas felices, los comandantes Arias,
Uriondo, Alendieta, Benavides y Corte, les arreba-
taron y destruyeron las caballadas, tomándoles tam-
bién muchos prisioneros. Con esto su posición co-
menzó á ser tan crítica que no sabiéndose nada de
ellos en más de veinte días, Laserna los juzgó en
inminente peligro, como en efecto estaban ; y se
apresuró á mandar al mayor general don Jeróni-
mo Valdés con setecientos infantes, ciento treinta
jinetes y tres piezas de artillería contra el coman-
dante Corte que era el que interceptaba las comu-
nicaciones entre Jujuy y Oran. Hecho esto, el ge-
neral Valdés llevaba órdenes de internarse al na-
ciente para retirar á Olañeta y Marquiegui si los
encontraba en apuros, pues Laserna había resuelto
prescindir de los flancos, donde ya veía que no po-
día operar con ventaja, para echarse desesperada-
mente sobre Salta y Tucumán con todas sus tropas,
Valdés logró sorprender al comandante Corte, le
dispersó la tropa y le mató bastante gente. Se ade-
lantó después hasta Sapla, y de Sapla hasta Or-
menta donde encontró los cuerpos de Olañeta y
524 CAMPAÑA DEFENSIVA
INIarquiegui, que haljiendo tenido que abandonar á
Oran regresaban á Jujuy sumamente apurados por
Arias y por los demás comandantes patriotas de
aquella parte, cuyas fuerzas traían envueltas á las
columnas realistas persiguiéndolas con tesón. En
uno de los innumerables combates que se venían
dando, fué deshecho el cuerpo realista de Centeno,
cayendo prisionero el acreditado coronel Seoane,
que era el jefe del Estado Mayor de toda la colum-
na, siete oficiales de graduación y toda la escolta.
Este desastre habría sido definitivo para los espa-
ñoles si no hubiese sido por el oportuno apoyo que
les trajo la columna del general Valdés.
"Como la situación de Laserna se hacía más di-
fícil cada día en Jujuy", dice Torrente, se hicieron
A-enir cuatro batallones y dos escuadrones más que
habían quedado guarneciendo á Potosí y á Chu-
quisaca, entre los cuales venía el Imperial que los
españoles reputaban por eximio. Güemes se lo avi-
só en el acto al general Belgrano, indicándole que
este era el momento oportuno para que mandase
por la costa del Bermejo ana división de caballería
con algunos infantes montados, que, cayendo sobre
Tari ja, pasasen á ocupar á Potosí y Chuquisaca,
que eran los dos depósitos (ahora desguarnecidos)
donde el enemigo tenía sus parques, y levantasen
las masas que en todos aquellos lugares estaban
prontas á tomar otra vez las armas desde que fueran
apoyadas. El general Belgrano ordenó al coman-
dante Lamadrid que marchara inmediatamente en
aquella dirección dándole 280 hombres de caballe-
ría escogidos entre los Húsares y los Dragones, con
cien infantes y dos piezas de montaña, á los que co-
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 525
mo voluntarios se unieron muchos emigrados, com-
poniendo entre todos un número de 450 á 500 hom-
bres.
Güemes, que tenía muy poca opinión de Lama-
drid, indicó al general que sería mejor enviar á
Bustos ó á otro jefe de más juicio y combinación.
Pero el general, pensaba que para esta empresa se
requería cierto genio aventurado y poco reflexivo,
■é insistió en la elección que había hecho, contri-
buyendo no poco quizás el afecto personal con que
miraba al joven oficial. La verdad es que si la ex-
pedición hubiera sido encargada al comandante
Paz (general después) habría tenido otra clase de
resultados ; pero tal vez el general Belgrano no ha-
bía advertido las calidades superiores que Paz ha-
bía recibido de la naturaleza para mandar y com-
binar con acierto los movimientos militares. Basta
leer lo que el mismo Paz dice en sus Memorias so-
bre este incidente, para conocer la noble envidia que
sintió al ver á Lamadrid designado para una opera-
ción que evidentemente habría deseado cpe le hu-
biera sido confiada. La verdad es que ni Lamadrid
ni Bustos servían para el caso.
Desde que llegaron al cuartel general las guar-
niciones de Potosí y de Chuquisaca, quedando tam-
bién repuesto el parque con el abundante convoy
que se había hecho bajar con ellas, el general La-
serna se decidió á cumplir las órdenes del virrey
Pezuela ; y como la división de Olañeta hubiera que-
dado descalabrada después de la campaña de
Oran, y poco apta por consiguiente para acompa-
ñar al ejército en tan laboriosa marcha, el general
la dejó guarneciendo la plaza de Jujuy y se movió
526 CAMPAÑA DEFENSIVA
de trente sobre Salta. Las tropas españolas eran
magníficas; pero era tal la bravura, la decisión y
el excelente estado de disciplina que las milicias de
Salta desplegaban al frente del enemigo, que el ge-
neral Laserna emprendía la campaña visiblemente
preocupado con dudas amargas, y sin otra espe-
ranza que la de algún golpe de fortuna.
Al ver el movimiento del ejército del rey, Güe-
mes se resistía á creer que se dirigiese sobre Salta^
porque no podía comprender que los españoles co-
metieran semejante desatino. Pero cuando el pro-
pósito se hizo manifiesto sin que pudiese ya du-
darse de él, se encontró bastante embarazado para
sincerarse con el general Belgrano (24) ; porque
éste le había estado haciendo indicaciones continuas
sobre la probabilidad de esta embestida, á las que
Güemes (bien informado como estaba del estado
de las cosas) había contestado siempre que seme-
jante temor era ilusorio, puesto que el enemigo no
podía cometer un error tan craso y tan inútil, para
perderse en pocos días si se empeñase en ello. Rea-
lizado el hecho, no había más que aceptarlo y que
operar en consecuencia ; pero el general Belgrana
entró en una agitación tanto más natural cuanto
que su ejército no estaba pronto para operar, y que
habiendo pasado el general San Martín á Chile,
era natural temer que á pesar de la bravura y de-
cisión de los sáltenos, las columnas enemigas pu-
diesen penetrar hasta el corazón de nuestras pro-
(24) Consúltense los partes oficiales y notas cam-
biadas entre ellos que se hallan en la Gaceta de B A. del
mes de enero á abril.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 527
vincias en busca de una batalla campal con el ejér-
cito de Tucumán. Para todo evento, comenzó, pues,
á mover los batallones de Bustos y de Pinto con
dos cuerpos pequeños de caballería en dirección á
los Cerrillos por el camino de las Trancas.
Al amago de los Maturrangos (25), la provin-
cia de Salta toda entera se levantó como un solo
hombre : todos los habitantes de la ciudad que po-
dían montar á caballo y tomar armas salieron á in-
corporarse á las divisiones que operaban en la cam-
paña. Las fuerzas del flanco derecho convergieron
rápidamente sobre la retaguardia y los flancos del
■enemigo á medida que sus columnas iban adelan-
tando sobre la capital de la provincia: de modo que
€stas columnas tenían que sostener á cada instante
repetidos y terribles combates de flanco y de reta-
guardia para desembarazar la marcha de sus divi-
siones, de su convoy, de su parque, de las caballa-
das y de las muías, que tenía que traer consigo y
que defender como un tesoro inapreciable (26) .
Fué entonces, como lo confiesa Torrente mismo
cuando el lazo y las boleadoras (libes) (2y) co-
menzaron á desempeñar un servicio aterrante entre
(25) ^Maturrango llamaban nuestros gauchos á to-
dos los hombres incapaces de manejar el caballo como ellos,
y designaban directamente con él, á los españoles en el
idioma popular. Un maturrango era un enemigo en los
tiempos de la revolución.
(26) Véanse los partes oficiales en las Gacetas ci-
tadas.
(27) Libi es el nombre indígena con que se llama á
las boleadoras en nuestras provincias montañosas, y viene
de la palabra quichua Llick. enredar, entrampar. Llicp\
quiere, pues, decir las enredadoras.
528 CAMPAÑA DE1="ENSIVA
las armas de los argentinos. A cada encuentro, seis
ó más hombres, oficiales sobre todo, salían arreba-
tados de los entreveros y de las filas realistas, á pe-
recer espantosamente arrastrados y deshechos al co-
rrer tendido de los caballos. Los gauchos caían tam-
bién por centenares á cada descarga de los batallo-
nes realistas. Pero ¡qué importaba!... Enardecido
el entusiasmo popular, sus pelotones pululaban ca-
da vez con mayor número de combatientes, que
siempre ágiles y arrojados para el ataque y para la
fuga, como enjambres de golondrinas cuando per-
siguen al gavilán, iban tenaces de día y de noche
sobre los costados de la columna enemiga, has-
ta que mezclados unos con otros entraron batién-
dose por las calles de la ciudad de Salta y sembrán-
dolas de cadáveres, el 15 de abril de 181 7.
En aquel estado era imposible que el enemigo-
pudiese continuar inmediatamente su marcha sobre
Tucumán sin exponerse á verse materialmente ro-
deado y obligado á perecer en campo raso por ham-
bre y sin movimiento. Todos los ganados y las ca-
balladas habían sido retirados á puntos remotos y
ocultos. Los españoles no tenían más remedio que
hacer de la ciudad su punto de apoyo para operar
con paciencia y labor sobre la campaña, hasta re-
ducir por las armas y el rigor esta infernal resisten-
cia que el país entero les oponía. Convencido en
muy pocos días de que la guerra de detalle lo arrui-
naba, el general Laserna tomó informes fidedignos
acerca de un depósito de ganados y caballos que los
patriotas habían acumulado en un punto denomi-
nado el Bañado, al sudoeste de la ciudad ; y como-
la escasez de alimentos comenzara á poner en se-
DEL CORONEL GÜEMES EN SALTA 529
rios conflictos al ejército realista, aquel general hizo-
formar una columna de Soo hombres de infantería
con 2CO de caballería, y una pieza volante y la hiza
salir el 21 de abril á las órdenes del afamado coro-
nel don José Sardina, comandante general de la
caballería española, para que marchando con toda
rapidez sobre el lugar indicado se apoderase de to-
dos acjuellos recursos. El jefe español, que era re-
putado como lo mejor que Jiabía venido á América^
en su arma (28) procuró disimular su rumbo hasta
poder colocarse en un punto favorable desde el cual
pudiera correrse directa 3^ rápidamente sobre el Ba-
ñado, antes que los patriotas hubieran podido tras-
lucir sus intenciones. Las partidas de Güemes se
replegaban delante de la columna enemiga ; pero
mientras las unas se condensaban sobre los flancos,
las otras tomaban lugares favorables para resistir
y para poner emboscadas. Lo crudo del combate
comenzó en los Cerrillos con las fuerzas de los co-
mandantes patriotas Burela, Ruiz-Llanos y don
Pedro Zavala. Guerrilleando duramente, estos bra-
vos oficiales atrajeron á los realistas hasta Gauna^
donde favorecidos por el terreno habían puesto una
emboscada considerable. Al dar en ella la cabeza
de la columna realista sufrió un enorme daño con-
turbándose bastante toda ella. Pero repuesto en po-
cos momentos el orden de marcha, y dirigidos por
un famoso baquiano llamado Urbida. español y an-
tic[uísimo vecino de aquella campaña, los realistas.
(28) Más adelante se verá que no exageramos. Con-
súltese á Torrente y la Gaceta de Buenos Aires, mayo:
de 1817.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 34
530 CAMPAÑA DEFENSIVA
continuaron hacia el sudoeste desplegando una ener-
gía que ocasionaba grandes "pérdidas en las filas
salteñas, hasta que dieron en el Rosario con todas
las fuerzas de Güemes, trabándose un combate ge-
neral y sangriento que duró hasta la noche. La úl-
tima refriega sobre todo tuvo lugar á'las cuatro de
la tarde y fué tan sostenida, que el general Sardina
tuvo que poner en acción teda su línea, y hacer un
bravo esfuerzo para desembarazar la cabeza de la
columna comprometida con las divisiones de los
comandantes don Pablo Latorre y de don Juan An-
tonio Rojas. Considerando grave el conflicto, Sar-
dina resolvió entonces ponerse en retirada; pero no
teniendo tiempo para guarecerse rectamente en Sal-
ta, prefirió dirigirse á los Cerros de C hiena na, y
tomó la ribera del río de Fulares para para|^>etar sus
flancos y su retaguardia; y así pernoctó alli sin atre-
verse á encender fnego, ó pesar de que en todo el
día sus tropas no habían podido tomar ningún ali-
énenlo.
Apenas amaneció el 22, empezó el fuego otra
vez y con mayor encarnizamiento. Para evitar las
cargas de las guerrillas, el general español tomó la
costa de La Viña y trató de escarmentarlas lanzan-
do contra ellos todas sus fuerzas en orden de caza-
dores apoyados por la caballería. Los gauchos des-
envoh'ieron entonces sus maniobras. Alontados á
la grupa los unos por los otros venían á carrera
tendida por dentro del monte sobre los cazadores
enemigos y echando pie á tierra en medio de ellos,
operaban unos como infantería, mientras otros les
tenían los caballos y los demás entraban haciendo
fuego v sableando sin desmontarse. Como nada de
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 53 1
esto podía hacerse sino con un arrojo diabólico de
que parecía animado cada liombre, el asombro de
los realistas comenzó pronto á tomar todas las apa-
riencias del terror. La batalla se hizo general, y en
un momento de confusión, el coronel Sardina re-
cibió un sablazo profundo en el cuello, y casi al
mismo tiempo un balazo Cjue le dañó el pulmón.
Hubo de creérsele perdido aj verlo cortado entre
los gauchos. Pero tos suyos le pudieron rescatar y
tomó el mando el coronel don Bernardo de la To-
rre, guerrero también de reputación establecida.
Aunque éste hubo de ver que el movimiento no ofre-
cía ya ningtin fruto, no se atrevió á tomar directa-
mente el camino de la ciudad y continuó parapetán-
dose hacia el Carril. Pero al llegar á este punto, la
columna chocó fuertemente con las emboscadas que
le había puesto el comandante Burela; fué mal he-
rido también el coronel de La Torre, muertos y pri-
sioneros algunos oficiales, con setenta y seis sol-
dados del afamado batallón Gerona; perdieron una
pieza de artillería, muchos fusiles, y bastantes ca-
ballos. La columna realista pudo ganar á Salta á
las nueve de la noche, tan perjudicada que llegaba
deshecha, y á las diez murió el coronel Sardina.
La muerte de tan afamado militar causó en todo
el ejército español un estupor profundo. Los que
habían conocido la bizarra arrogancia y el enérgico
ademán de su figura, no podían convencerse de que
la vigorosa existencia de un jefe tal, á quien tenían
por el más bravo y entendido del ejército en su ar-
ma, hubiese terminado en tal fracaso. Al dar parte
de este suceso al general Belgrano, Güemes le de-
cía : "Seguramente. Sardina era el mejor jefe de
53- CAMPANA DEFKXSIVA
aquel ejército, según nic lo ponderó el prisionero
coronel don Antonio Seoane que marchó á dispo-
sición de Vuestra Excelencia (29) ; y se confirma
la importancia de Sardina por el general sentimien-
to según me consta que ha habido en todo el ejér-
cito enemigo" (30).
El general Cruz, mayor general del ejército de
Tucumán, dándole parte del mismo suceso al Su-
premo Director Pueyrredón, decía : "Han tenido
ciento y cincuenta muertos y entre ellos el coman-
dante general de caballería don José Sardina, un
•comandante de división, } sesenta heridos. . . fué
grande el luto que causó la muerte de Sardina,
■C[uien tenía gran concepto de buen militar, etc."
Por mucho, pues, que hubiera lucido, como
realmente lució, la bravura y el continente de aque-
llas tropas europeas, sus propios jefes tuvieron que
reconocer que el resultado de tan sangrienta jorna-
da había sido para ellos un desastre- evidente, que
les quitaba toda ilusión acerca de la posibilidad de
avanzar hasta Tucumán, ó de persistir en Salta sin
riesgo de tener muy pronco que capitular. Y en
efecto : reunida una Junta de Guerra con los gene-
rales Valdés, Carratalá, Espartero, La Torre y de-
más jefes de cuerpo, todos ellos declararon que la
prueba había sido decisiva, y que era forzoso salvar
el ejército del rey poniéndose en inmediata retirada
liasta Tupiza. . . y quizás más adentro todavía.
Por otra parte, el general Laserna acababa de
saber oficialmente las victorias de San Martín en
(29) Vase pág. 223 del mismo.
(30) Gacetas del 17 y del 21 de mayo.
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 533
Chile, y la toma inesperada de Tarija con toda su
guarnición, que acababa de hacer el coronel Lama-
drid. Xo habia, pues, cómo persistir; y aun cuando
Larsena comprendía el despecho y la rabia de Pe-
zuela. ahí estaba todo su ejército, todos sus mejo-
res oficiales, sus mismos parciales Olañeta, Mar-
quiegui, Olarria, Centeno, que daban testimonio
de que no se había cometido una sola falta, un solo
descuido; que todo se había ensayado; pero que no
habían tenido suficientes medios para obtener el re-
sultado que se les pedía; porque si bien habían
bastado cuatro ó seis mil hombres para someter los
otros virreinatos de Sud América, no era posible
(declaraba \'aldés, el jefe del Estado Mayor Gene-
ral) pensar en dominar la resistencia excepcional
del de Buenos Aires, y llegar á la brava capital,
sin treinta mil hombres sólidos á lo menos. . . ¿De
dónde sacarlos?
Entre tanto, para emprender la marcha retró-
grada desde Salta era indispensable hacerse de al-
gún ganado y acémilas; y no pasaba un día sin que
el ejército realista tuviese cjue hacer para ello algu-
na tentativa angustiosa, que le costaba enormes
pérdidas, derramándose siempre sangre preciosa en
tantos y tan terribles encuentros como los que te-
nían á cada instante con las fuerzas nacionales.
Güemes mismo se había quedado escasísimo de ca-
ballos, y por más que clamaba que se los mandasen
pronto, el general Belgrano no podía suministrarle
todos los que eran necesarios para mantener tan fer-
viente movilidad como la que estaban desplegando
las fuerzas de Salta. Los comisionados de este ge-
neral recorrían todas las provincias inmediatas, so-
534 CAMPAÑA DEFENSIVA
licitando é implorando el favor público. El vecin-
dario respondía bien; pero los que había eran pocos
para lo que se necesitaba, y no bien se recibía una
partida ya se necesitaban otras y otras, aumentán-
dose la escasez como era consiguiente. Esta circuns-
tancia, aunque desfavorable para la movilidad de
los patriotas, no redundaba tampoco en ventaja de
los realistas, que, encerrados en Salta, quedaban
igualmente expuestos á perecer de hambre cuando
menos. Desesperado el general Laserna, salió él
mismo en persona el 29 de abril á la cabeza de mil
y cuatro cientos hombres de las tres armas. Había
tenido noticia, por un espía, que en una rinconada
oculta de la J^illcta existía una cierta cantidad de
ganado, algunas muías y muchos burros en los que-
se podría cargar el parque y llevar montada alguna
infantería con bagajes. Salió y logró en efecto to-
mar sesenta cabezas de ganado, las muías y los bu-
rros que encontró, porque, como dice Güemes, él
mismo ignoraba c[ue existiesen allí, porque las ha-
bía escondido un indio rico emigrado de Charcas
contando salvarlas de los dos beligerantes. Con este
elemento, aunque tan escaso, el ejército abandonó-
á Salta con grande sigilo en la noche del 4 de mayo ;
y haciendo marchas forzadísimas de día y de no-
che, bajo una persecución tenaz, logró asilarse en
Jujuy, donde Olañeta, apercibido del peligro, había
hecho esfuerzos desesperados por reunir algunas
cabezas de ganado y poca caballada con que se lle-
naron los primeros apuros.
El virrey Pezuela había seguido con ansiedad y
dolor las vicisitudes de la invasión, que día por día
le comunicaba Olañeta confidencialmente. Olañeta,.
DEL CORONEL GUEMES EN SALTA 535
]Marquiegui y los otros jefes del tiempo de Abascal
que habían militado con Pezuela en los combates
de Vilcapugio {Jí'ilka-Piickyu) y de Si pe-Si pe se
habían puesto en pugna abierta con los nuevos ofi-
ciales que estaban llegando de la Península Ibérica
después de caído Bonaparte. Había comenzado esta
malquerencia por la tradición local de los unos en
los hechos anteriores, y por la altivez que los re-
pelentemente venidos fundaban en sus campañas eu-
ropeas y sobre todo en el menosprecio que á ellos,
liombres de la nueva escuela militar, les inspira-
ban los resabios y las rutinas de los tiempos de Go-
yeneche y de Tristán continuados por Pezuela. Ola-
ñeta, que indudablemente tenía grandes condicio-
nes para el género de guerra, con sorpresas y reti-
radas, embestidas, disoluciones y recomposiciones
de la tropa recogida en los lugares mismos, era el
cjue se había montado en mayor soberbia contra las
infatuaciones de los nuevos ; y aunque estaba muy
lejos de ser un general, era un guerrillero c[ue, co-
mo jefe de cazadores en los ásperos terrenos del
país, no tenía igual en el ejército del rey.
A estos motivos de antipatías y de mala volun-
tad se habían unido otras causas de más grave in-
flujo. La hostilidad de las ideas liberales que había
en el ejército y en la juventud ilustrada, la famosa
tradición de las Cortes de 1812, contra la resurrec-
ción de la monarquía absoluta restablecida por Fer-
nando VII, é impuesta con todos los horrores, per-
secuciones y sangre de su atroz tiranía, eran causas
que habían transportado al suelo americano el an-
tagonismo entre absolutistas ó seniles, y liberales
53^ CAMPAÑA DEFENSIVA
Ó revolucionarios, según titulaban los unos su par-
tido y el de los otros.
El régimen de espionaje y de terror establecido
por el rey absoluto hacía que no sólo fuera criminal
sino peligroso profesar en España los principios li-
berales. Sus adeptos los cultivaban por eso sigilo-
samente en Logias Masónicas, como y:i dijimos.
Pero no era lo mismo en América. La distan-
cia, el nuevo teatro, el ambiente libre que corría
por el país, y la importancia personal de je-
fes, que aunque liberales, servían con honra y con
lealtad los intereses coloniales de su nación y de su
bandera, eran para ellos garantías de una perfecta
independencia personal ; y como constituían un par-
tido poderoso, con raíces y con expansión propia
en el ejército, y aun entre los funcionarios del ré-
gimen que defendían, no sólo eran impotentes con-
tra ellos los virreyes, sino que el rey mismo habría
arruinado su causa y sus esfuerzos por reconquistar
su perdido imperio colonial, si hubiese pretendido-
perseguir y castigar por el espionaje y por el terror
ese nuevo elemento que actuaba en el suelo ameri-
cano, y que era lealmente español.
Pero, si el interés común de los realistas hacía
que el uno y el otro partido en que estaban dividi-
dos se soportasen, no por eso se odiaban menos en-
tre sí. Los absolutistas, que se miraban como los-
representantes genuinos y puros del régimen colo-
nial, odiaban á los fracuiasones ; los tenían por re-
beldes disimulados y secuaces de las mismas ideas
abominables y pestilentes con que los revoluciona-
rios de Buenos Aires habían subvertido el orden
político y religioso en toda la América del Sur. Las.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 537
famosas Logias de San Juan, no eran á sus ojos
otra cosa que un escándalo, que conciliábulos dia-
bólicos donde se conspiraba contra el rey y con-
tra el altar.
Enemistados asi, era indispensable que la gue-
rra civil estallara también, más ó menos tarde en-
tre los jefes del ejército realista. ]Mas, por fortuna
ahora de los liberales, Olañeta y Marquiegui, cau-
dillos en cuyas banderas se veía siempre el lema
Rey y Fe, c[ue los otros cuerpos no habían querido
agregar á la suya, habían tenido la peor parte en la
campaña de Salta. De ellos había dependido todo
€l éxito. Si hubieran asegurado la línea del flanco
izquierdo, que era en la que consistía toda la fuer-
za y el éxito de la invasión, era indudable (decían
ellos) que Güemes y sus gauchos hubiesen sido
arrollados hasta Tucumán. y dueño el ejército rea-
lista de los campos de Salta, se hubiera creado, por
el terror y por la política, preciosos y grandes re-
cursos. Estos jefes no podían tampoco quejarse de
la solicitud del general, puerto que él los había sal-
vado á tiempo por medio de la expedición de su
amigo y correligionario el general Valdés. Pero á
pesar de todo esto, como sucede siempre en los des-
calabros militares, el ejército realista estaba profun-
damente carcomido por estas disputas y recíprocas
acriminaciones, que cuando una vez comienzan se
hacen muy pronto irremediables.
Como Pezuela veía justificada por el descalabro
la mala gana con que Laserna se había resignado
á la expedición de Salta, preveía también que éste
iba á retirarse; y anheloso siempre por defender á
Chile, ó por volver á ganarlo en otro azar, ordenó
5 38 C A M P A XA DEFENSIVA
que el ejército se hiciera fuerte en Jiijiiy á toda cos-
ta, mientras él hacía diligencias por mandarle nue-
vos refuerzos, más dinero y toda clase de recursos.
Pero esto mismo era ya imposible; Tarija había
caído en poder de Lamadrid, y con este suceso se
había vuelto á levantar todo el valle de Cinti. La-
s^rna estaba, pues, confinado en Jujuy, rodeado por
todas las fuerzas de Güemes, privado de víveres y
sin movilidad ni acción decisiva sobre su frente,
descubierto á sus dos flancos, cortada su retaguar-
dia por Lamadrid, c|ue amenazaba á Potosí y Chu-
quisaca. y sin comunicación ni medios de abrírsela
por su espalda, estaba viendo por horas que era de
todo punto imposible permanecer así, y de todo
punto indispensable replegarse hasta Cotagaita y
Tupiza.
Todas las fuerzas de vSalta operaban concentra-
das sobre Jujuy y formaban, como es fácil com-
prenderlo, un formidable ejército de caballería al-
rededor del ejército realista, que estaba material-
mente bazuqueado á cada momento, de todos la-
dos, con tanta mayor energía cuanto que los pa-
triotas se tenían por vencedores que perseguían, y
los realistas por obligados á buscar su salvación en
la defensiva y en la retirada. Los comandantes don
Apolinario Saravia }' don Juan Antonio Rojas al
mando de mil hombres, les picaban vivamente la
retaguardia sin darles descanso. Arias los incomo-
daba por toda su línea de retirada y por el flanco
izquierdo. Gorriti, Corte, Alvarez-Prado, Ruiz Lla-
nos, cuya conducta encomian sin cesar los partes
del general Belgrano y de Güemes, seguían por los
boquetes del Despoblado la retirada de los espa-
DEL CORONEL GÜEMES EN SALTA 539
fióles, y se extendían hasta Abra-Pampa y Yavi
retirando todos los recursos, cortando los convoyes,
haciéndoles prisioneros y otros daños considera-
bles á cada momento.
Güemes se desesperaba por caballos : veía que
si los tuviera tendría también la gloria de hacer ca-
pitular en Jujuy al ejército del rey. "Me faltan ex-
presiones (le decía al general Belgrano) para sig-
nificar á Vuestra Excelencia mi gratitud por los
300 caballos que se sirve remitirme. Ahora verá
Vuestra Excelencia el empeño de mi provincia en
viéndose bien montada. . . Los Decididos por quie-
nes pregunta Vuestra Excelencia se hallan sirvien-
do con el empeño que el resto de las tropas : unos
€n clase de oficiales de mis gauchos, otros en co-
misiones; y cada uno en lo cjue puede; pero entre
ellos no encuentro ninguno que me desempeñe en
clase de jefe. Doy á Vuestra Excelencia las más ex-
presivas gracias por el auxilio de cuarenta fusiles
que se ha dignado remitirme, porcpe es lo que mi
gente necesita más". En otra ocasión decía: "Estoy
tan escaso de oficiales y jefes, que tengo yo que ha-
cer de jefe de división, de general, de oficial y de
todo, y hallarme tan pronto á vanguardia como á
retaguardia y flancos. Tengo que atender á orde-
nar, á ejecutar y á dirigir; y en fin á tantas aten-
ciones como Vuestra Excelencia no puede figurar-
se. Séame, pues, disculpado el no haber contesta-
do, etc." El mismo en persona iba dirigiendo la
persecución contra los realistas (31).
(31) La historia debe mencionar con honra el nom-
bre de don Tadeo Tedín, modesto y habilísimo administra-
5|0 CAMPAiXA DEFENSIVA
Replegados éstos á Jujny, necesitaron ante to-
do despejar las quintas y terrenos adyacentes, para
que pudieran pastar sus acémilas y las puntas es-
casas del ganado que conservaban para alimentar-
se; pero fueron desgraciados. "El comandante Ro-
jas, á mi vista, dice Güemes, ha hecho triunfar las
armas de la patria'. La fuerza que había salido per-
tenecía al batallón Gerona; pero fué batida, que-
dando prisionero su jefe el mayor Barreyra; y el
suceso debió ser de consideración porque precipitó
el desalojo de Jujuy.
Marquiegui, el batallón de C hilo tes, los Caza-
dores, los Partidarios, los Húsares y los Dragones
ocuparon la Quebrada de Huma-Huackac para re-
tirar todo el convoy y los bagajes, cjuedando en Ju-
juy, para proteger este movimiento retrógrado, dos
batallones del Gerona y otros dos del Extremadura.
El 21 de mayo fué desalojado Jnjuy. Los patriotas
continuaron persiguiendo al enemigo hasta las ca-
lles de Tupiza aunque exhaustos de caballadas.
"Haciendo los últimos esfuerzos (decía Güemes)
he podido montar 300 hombres, que armados y mu-
nicionados marcharon ayer mismo sobre ellos. Los
seguirán y perseguirán hasta donde más no puedan
los caballos, pues el mal estado de éstos hace que
mis medidas no tengan la eficacia que debían. ¡Creo
que al mejor tiempo me van á faltar! y siento sobre
mi corazón que por esta causa no se le hagan más
daños al enemigo, y que regrese el general Laserna
dor que era el jefe y el alma de la secretaría de Güemes,
y que fué también el honorable consejero de la política
conciliadora y justa con que este caudillo supo realzar el
gran mérito de sus servicios militares.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 541
cuando debió ser presa de mis armas. El estado en
que se hallan es tan malo que toda ponderación es
ninguna. El hambre y todo género de miserias les
rodea : han quemado fusiles, vestuarios, municio-
nes, cureñas y mil artículos de guerra. En la per-
secución han perdido gente, equipajes, cargas de
paños, etc., etc. ; es verdad que se ha apurado el
arte de la industria para redoblar la hostilidad . . .
!\>ngan 300 caballos!... y por su defecto muías
siquiera !"
Al entrar en la quebrada, la retaguardia realis-
ta fué sorprendida por el infatigable Arias unido con
don ^lanuel Alvarez-Prado, cjuienes lograron arre-
batarles setenta caballos y algunos prisioneros, con-
tinuando la persecución hasta Tilcara, Abrapampa
y ciuebrada de Sacocha, mientras las fuerzas de
Uriondo, por la derecha, entraban hasta Tupiza y
sorprendían las primeras divisiones realistas que
acababan de establecerse en este punto remoto.
He aquí la gloriosa campaña de Salta. Si sus
prestigios no igualan á los de la campaña de Chile,
ella tiene un mérito grande y mucha honra para el
pueblo heroico que la llevó á cabo y para el jefe que
dirigió sus esfuerzos. Ninguna otra en las guerras
de Sud América puede rivalizar con ella como éxito
ni como campaña defensiva, estratégicamente ha-
blando. Dirigida por un plan riguroso y por una
voluntad que reanudaba todo el conjunto de las
operaciones, cada resultado fué el efecto de la causa
preconcebida para obtenerlo (32). El mérito de
(32) El general don Mariano Xecochea me decía et
1842 que el general San Martín era quien había trazado
54-2 CAMPAÑA DEFENSIVA
Güemes como hábil general y como grande patrio-
ta está reconocido y puesto como de primera im-
portancia por los mismos guerreros realistas que
se tuvieron entonces, y después, por los mejores mi-
litares del ejército español: y si Bolívar y Sucre
cuentan los buenos quilates de su gloria por haber
vencido á Laserna, á Valdés y á Espartero, esos
precisamente fueron los generales y los jefes á quie-
nes Güemes arrojó vencidos de su provincia, y esas
las tropas que mandaban, las primeras venidas de
España, cuyos restos sucum.bieron en Ayacucho. No
seríamos los escritores argentinos los que podría-
mos hacer inconcusos estos honrosos recuerdos de
nuestra historia, porque seríamos tachados de jac-
tanciosos. Pero con mayor autoridad para el caso
los abonan los escritores españoles, y entre ellos el
honrado cronista y general García Camba, cjue des-
pués de haber sido uno de los conspicuos actores
en los sucesos mismos, tom<3 la pluma para escri-
birlos con una verdad fundamental que apenas, y
pocas veces, se atenúa en los detalles inferiores ó
en las causas con que explica y disculpa los desas-
tres de las tropas realistas en cuyas filas era él una
figura de importancia.
Hablando de los gandíos ó milicias de caballe-
ría de Salta, dice : "Los r/aKcJws eran hombres del
á Güemes el plan y el método de todas las operaciones :
"Yo mismo, me decía, he acompañado á don José como
jefe de su escolta en una exploración que hizo con Güe-
mes desde Salta hasta Oran, con el objeto de determinar
}• fijar lo que convenía. Así es que no debe extrañarse de
que Güemes, que era muy vivo y vaqueano, haya compren-
dido bien V realizado todas las ideas del general".
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA 543
campo bien montados y armados de machete ó sa-
ble, fusil ó rifle, de los que se servían alternativa-
viente sobre sus caballos con sorprendente habili-
dad, acercándose á las tropas con tal confianza, sol-
tura y sangre fría, que admiraban á los militares
europeos aquellos hombres extraordinarios á caba-
llo cuyas disposiciones tuvieron repetidas ocasiones
de comprobar (2)o)-
"Son individualmente muy bravos, tan diestros
á caballo, que igualan, \y/ no exceden, á cuanto se
dice de los célebres mamelucos y de los famosos co-
sacos. Tuvieron en continua alarma el cuartel ge-
neral y sus puestos avanzados sosteniendo diarios
combates, sin que los españoles pudiésemos jamás
poder darles un golpe decisivo, manteniendo á ve-
ces desde sus caballos un vivo fuego, y otras echan-
do pie á tierra y cubriéndose como una buena in-
fantería" (34).
Describe en seguida el honrado historiador los
sucesos todos de que nos hemos ocupado en este
capítulo, corroborándolos uno á uno sin discrepar
de lo que hemos dicho ; y dice : "La resistencia se
aumentaba á proporción que las columnas españo-
las se acercaban á Salta. . . La situación de las tro-
pas españolas en medio de una campaña tan activa
y fatigosa como llevamos indicado, empeoraba por
momentos; el número de heridos era grande y la
escasez de transportes muy embarazosa. Los ene-
migos habían llevado su osadía al extremo de enla-
zar y arrastrar con sits caballos las centinelas sobre
i^T,) García Camba, Memorias, etc., vol. I, pág. 231.
(34) IJv pág. 240.
544 CAMPAÑA DEFENSIVA
SUS iiiisiiios cuerpos de guardia, y este nuevo mé-
todo de ofender causó singular horror. . . El forra-
je se había hecho tan difícil que para protegerlo
era preciso emplear grandes precauciones y fuertes
escoltas. . . El estado en que se veía el general La
Serna era angustioso (35).
"En una de esas noches los enemigos atacaron
el campo español de un modo tan nuevo y extraño
que hubiera producido las más fatales consecuen-
cias si la posición no hubiese estado resguardada
por un pequeño barranco: reunieron un considera-
ble número de yeguas cerriles, de que abundan
aquellos campos, y con la habilidad peculiar con
que ellos saben dirigirlas, las lanzaron en tropel á
media noche sobre el campamento con horrible al-
gazara, al mismo tiempo que 400 gauchos hacían
fuego en distintas direcciones sobre las mismas ye-
guas y sobre el campamento. Este inexplicable tu-
multo, del que sin haberlo presenciado nadie se
formará un cabal juicio, tomó todas las apariencias
de un ataque general y decidido. . . Las mismas po-
derosas razones que nos habían obligado al aban-
dono de Salta, nos impedían hacer pie en Ju-
j^iy (36)-
"Las penalidades, los sufrimientos y las pérdi-
das que experimentó el ejército real en esta cam-
paña y retirada, ni fuera fácil describirlas con pun-
tualidad, ni á ser posible, se creyeran tal vez, por
lo singular y extraordinario de sus pormenores . . .
Las tropas llevaban algunas ventajas á las euro-
(35) Id., pág. 253.
(36) Id., pág. 255.
DEL CORONEL GUEMES EX SALTA 545
peas, por la práctica que habían adquirido, por el
hábito del clima, y aún por su imponderable so-
briedad" (37).
La situación de las cosas no se presentaba nada
bien para los realistas en la provincia de Charcas
ni en las demás del Alto Perú, donde las masas co-
menzaban á levantarse otra vez á la espalda del
«jército realista. Todas las milicias de Salta nue-
vamente reorganizadas acudían por grandes grupos
sobre Jujuy tratando de cortar las comunicaciones
y de encerrar al enemigo dentro del pueblo. Los
regimientos número 2 y número 9 de infantería
mandados el primero por el coronel Juan Bautista
Bustos, y el segundo por el coronel León Domín-
guez, con dos escuadrones, el de Húsares á las ór-
denes de A. Heredia y el de Dragones á las de
J. M. Paz, habían salido del campamento de los
Lules para incorporarse á Quemes al mando del
bravo coronel Zelaya. Por todo el país se reco-
gían caballos y muías con rigor y asidua diligen-
cia, para extremar la persecución y ver si era po-
sible hacer capitular en jujuy al ejército español.
Con estas esperanzas se aumentaba la audacia y la
energía de las milicias salteñas, que no se conten-
taban ya con impedir á los enemigos que se pro-
veyesen de medios de subsistencia en la campaña,
sino que los buscaban en las mismas calles del pue-
blo, donde dieron tres asaltos de sorpresa que hi-
cieron profunda impresión en el ánimo de los jefes
realistas.
Laserna resolvió por fin retirarse precipitada-
Í2,7) Wv pág. 258.
niST. DE LA REP. .\RGEXTIXA. TOMO VI. — 35
54^ CAMPAÑA DEFENSIVA
mente. Su ejército estaba, en efecto, expuestisimo
á sucumbir, si no retrocedía Aelozmente al centro
de sus recursos. Se puso, pues, en retirada con un
sigilo humilde y con el convencimiento de que las
Provincias Argentinas eran inexpugnables ; de que
el ejército realista había hecho su última tentativa
de agresión por aquel camino, y de que en adelante
debía limitarse á operaciones defensivas, con el fin
único de pacificar el Alto Perú, donde él creia que
tomándose tiempo podía reorganizarse un buen
ejército de 15 ó 20 mil hombres con que defender
los dominios que quedaban todavía en poder de
España.
Algunos han tributado grandes elogios á Güe-
mes por haber rechazado con indignación y con
burla también, las opulentas ofertas y premios que
los españoles le hacían si se declaraba de su par-
tido. Pero elogiar á un hombre como Güemes por
no haberse hecho el instrumento del vasallaje de
su patria á España y por no haber aceptado conde-
coraciones de carachas y honores personales á true-
que de ser traidor, nos parece, francamente, cjue es
no comprender la naturaleza de su alma ni las as-
piraciones políticas que lo animaban. El coman-
dante Uriondo rechazó también iguales tentaciones,
y esa nobleza es más bella aún en él. por la humil-
dad relativa de la posición que ocupaba.
Si Güemes resulta, pues, grande como militar
y como patriota, depende de sus hechos, de las vir-
tudes y del heroísmo que puso al servicio de la in-
dependencia sudamericana. Los historiadores ene-
migos, los cjue combatieron contra él, los cjue po-
DEL CORONEL GÜEMES EX SALTA ^47
dían dar el testimonio verdadero de sus talentos y
de su indomable energía, son los que corroboran
hoy cuanto podríamos decir en elogio suyo los es-
critores argentinos, gratos á los inmensos servicios
que hizo á la patria. Su fama no es hija de los ecos
interesados del espíritu de partido, ni del puntillo
local ó de las pasiones fratricidas que han forjado
otras leyendas y vaciado en mal bronce, ó inerte
piedra, otras estatuas, sino de la pujanza con que
hizo franqueable la raya que no habían de volver
á pasar los antiguos dominadores que pretendían
voh'ernos al vasallaje de un rey europeo.
Si del campo de batalla lo traemos al terreno
del organismo nacional, culto y liberal, le veremos
jurar entre los primeros el pacto de la fraternidad y
de la abnegación de los sáltenos con los demás pue-
blos argentinos; reconocer y obedecer con un res-
peto honrado la autoridad militar y legítima de San
Martín y de Belgrano; recibir sus órdenes, comu-
nicarles sus medidas, y vencedor, presentarse digno
de la gratitud de la nación en las páginas impere-
cederas con cjue enriqueció las glorias argentinas.
Y esto sin contar, como lo veremos después, con
el noble ejemplo de amor al orden nacional, en
unión del régimen político, que dio cuando le con-
testó á Ramírez, el caudillo anarquista de Entre-
rríos, que lo solicitaba á entrar en un acuerdo de
guerra contra Buenos Aires : "cjue para él, allí, en
esa capital, era donde estaba el centro de la vida,
del porvenir y del progreso de los pueblos argen-
tinos, y c[ue si en algo estimaba su opinión y su
amistad, volviese sobre sus pasos y contribuyese á
548 CAMPAÑA DE:I?E;NSIVA
la convocación de un Congreso Nacional que esta-
bleciese la unidad de los pueblos argentinos bajo
el régimen de una ley común y libre".
Artigas y Carrera... ¡Bah! Hablemos de co-
sasniás encumbradas.
CAPITULO XI
LOS ARGENTINOS PASAN I,OS ANDES Y LIBERTAN
A CHILE
Sumario : Güemes y San Martin. — Los dos problemas es-
tratégicos del momento. — Ppr el Alto Perú, ó por Chile.
— Prevenciones y predisposiciones del general San Mar-
tín.-— El resultado de su plan. — Sus trabajos preparato-
rios.— -Su inmensa popularidad en Cuyo. — El ejército
realista en Chile. — Artificios y maniobras de San Mar-
tín para desorientar al enemigo. — Su conferencia ó gran
parlamento con los caciques del Sur. — El terreno de sus
operaciones. — El Pico de Ackon-Kahiiac. — Las laderas.
El ejército y su material de guerra. — Los dos caminos.
— Las instrucciones. — Combate de la Guardia. — El gene-
ral Soler y ocupación de Putaendo. — Acción de las Coi-
mas.— Ocupación de la provincia de Ackon-Kahuac. —
Correspondencia del general en jefe con el coronel Las
Heras. — Grandes ventajas de la ocupación de San Felipe
de Ackon-Kahuac. — Confianza y satisfacción de San
Martín. — La situación de Santiago y de los realistas. —
Trastorno completo de sus previsiones. — El general Ma-
roto y la cuesta de Chacabuco. — Plan de San Martín. —
^larcha de las divisiones. — Primer encuentro sobre la
Cuesta.^Descenso é imprudencia de O'Hígins. — El éxi-
to de la batalla comprometido por su falta de criterio. —
Aparición oportuna y decisiva del general Soler. — La
victoria. — Incidente y rompimiento entre Soler y O'Hig-
gins. — Ocupación de la capital. — Ejecución de los facine-
rosos Zambruno y Villalobos. — Apresamiento del presi-
dente y gobernador de Chile el mariscal Marcó del Pont.
— Su confinamiento en la provincia argentina de San
550 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
Luis. — O'Higgins Supremo Director de Chile. — Sepa-
ración del general Soler.
Cuando el general Laserna iniciaba por Huma-
Hiiackac la formidable invasión
1816 que el general Güemes destrozó
Diciembre 24 en los heroicos combates que he-
mos narrado, era también cuando
el general San ]\íartín daba la última mano á su
laboriosa organización del Ejercito de ¡os Andes, y
le comunicaba al Supremo Director que en pocos
días más estaría ya sobre las enormes Cordilleras
para caer sobre los realistas que ocupaban á Chile
con cerca de diez mil hombres.
Una de dos : ó el general tenía una ciega y hon-
rosísima confianza en los talentos y en la populari-
dad de Güemes, al confiarle así la defensa de las
Provincias Argentinas, ó contaba por más apode-
rarse de Chile, Cjue defenderlas él mismo. De todos
modos, ese es el hecho ; siendo de notar que, desde
entonces, el general San ^lartín estaba constituido
en dueño absoluto de ese ejército, y que era su vo-
luntad sola la que imperaba y la que debía seguir
imperando en él. ]\íayor es, por lo mismo, la honra
y la gloria con cpe Güemes desempeñó el puesto
que se le dejaba.
Dos eran, y á cual más importante, las opera-
ciones que se ofrecían al talento y á la energía mili-
tar del general en jefe del ejército de los Andes. En
los últimos días del año de 181 6, su ejército estaba
pronto y pertrechado para una larga y laboriosa
marcha en cualquier sentido en que hubiera que-
rido emprenderla. El general lo había preparad(^
Y LIBERTAN A CHILE 55 1
para subir á las Cordilleras y caer en Chile como
el cóndor que haciendo flecha de sus alas, descien-
de sobre el lomo de su presa con la rapidez del me-
teoro. De manera que si podía transmontar esas se-
rranías, á cuyo lado son pigmeos los Alpes cuyo
paso cuenta entre las grandes hazañas de Aníbal y
de Bonaparte, el general San Martín podía con
mayor rapidez correrse por el Jaclial y Valle Fértil
para aparecer por retaguardia del general Laserna,
al tiempo que sacudido y desgarrado por Güemes
no tenía ya más salvación que una retirada desas-
trosa. Traído á ese terreno, el ejército de los An-
des habría consumado la pérdida total de los rea-
listas. Todo habría quedado en su poder, y ese todo
contenía nada menos que los famosos y bravos re-
gimientos que habían venido de la península ibé-
rica : el Gerona, el Extreinadura, el Imperial Ale-
jandro, el Real de Lima, el Burgos, los Húsares
de Sardina, un magnífico tren de artillería, con urt
cúmulo de jefes que rayaban en lo más alto de la.
jerarquía militar : Laserna, Valdés, Canterac, Es-
partero, Carratalá, Tacón. . . ¿á qué contarlos? Eu-
ropa entera los conoce.
En esa marcha triunfal cuyo camino le había
abierto Güemes, el general San Martín hubiera in-
corporado á su efectivo de 4.000 hombres, tres mil
con excelentes oficiales c|ue tenía á la mano el ge-
neral Belgrano, y otros tres mil á lo menos que
Güemes tenía ya en campaña. Su marcha con diez
mil soldados de primera clase, al través del Alto
Perú hasta el Cuzco y las sierras que dominan y
proveen de todo á la región marítima del país, ha-
bría sido asunto de veinte días á lo más, porque
552 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
nadie podía haberle opuesto en todo ese trayecto un
cuerpo de dos mil hombres siquiera reunidos y en
aptitud de hacerle frente.
El general optó por lo primero; pero los resul-
tados se encargaron de demostrarle que había co-
metido un error irreparable. Sus operaciones no
pudieron desenvolverse y fracasaron sus esperanzas
de terminar en Lima la emancipación de la Amé-
rica del Sur.
Dos fueron las causas que lo indujeron á dejar
el camino del Cuzco y preferir el de Chile. La una
enteramente personal : el general tenía ansia de
emanciparse de la política argentina y de dar la es-
palda á la inquieta y vacilante situación de esa so-
ciabilidad democrática y anárquica que cuando
suelta dominaba en el gobierno, y cuando compri-
mida mantenía un estado insoportable de alarmas
y de violentas represiones. Creía que transportado
á Chile con su ejército comenzaba á ser él mismo,
á tener é imponer una voluntad propia desde un
centro, ó "un baluarte", como él mismo decía, en
donde nadie podía dominarlo ni nombrarle sucesor ;
el camino del Cuzco no le daba la misma indepen-
dencia ni le permitía la misma libertad de acción
respecto de los gobiernos de Buenos Aires, que tan-
to habían pesado sobre su suerte. Pero además de
esta causa influyó otra también, que fué el concep-
to equivocado en que se hallaba sobre el valor es-
tratégico de las posiciones que pensaba ocupar.
Creía cpe todo el secreto de la guerra por la eman-
cipación sudamericana consistía en ocupar á Lima ;
que allí comenzaba y acababa todo, y no se daba
cuenta de que la posesión militar y política del Pe-
Y WBERTAX A CHILE 553
rú no dependía de Lima, sino del Cuzco y de las
Sierras que forman el contrafuerte oriental de la
región marítima que, estéril, malsana y poco po-
blada, no podía vivir de sí propia ni servir de cen-
tro á poderosas fuerzas militares.
"San Martín me anima á que tengamos pacien-
cia (le escribía el general Belgrano á Güemes) ; me
dice que nada puede emprenderse antes de que ten-
ga pronta su marítima para mandar una expedición
á desembarcar en Lima, su objeto es atacar el foco
de los recursos del virrey, porque si esa capital cae
el resto caerá también de suyo" ( i ) .
(i) Carta del general Belgrano al general Güemes
que concuerda con la que se transcribe en el tomo III de la
Rez: Chucua, pág. 608. "He aquí el error cuyas tristes
consecuencias se hicieron sentir muy pronto en el éxito
de la expedición al Perú. Apenas puesto en las costas del
Pacífico, el general comprendió que las dificultades de
la empresa eran insuperables; que la había acometido con
fuerzas insuficientes; que el Perú y su configuración topo-
gráfica no respondían á sus presunciones : que aquellos só-
lidos tercios que había organizado en Cuyo iban ya próxi-
mos, por esto mismo, á vacilar en su antigua moral por
la agitación y la premura con que se había lanzado á esta
nueva campaña que hubo de terminar con una tremenda
catástrofe, aplazada apenas por el precipitado abandono que
tuvo que hacer de la escena á pesar de que nunca había
lucido como entonces la fecundidad de sus talentos mili-
tares. Dos tentativas hizo el general San Martín para to-
mar pie en la Sierra del Perú, y las dos fracasaron : la
primera á pesar de la honrosísima victoria de Pasco, y la
segunda, por una retirada felizmente hecha á tiempo aun-
que no sin sacrificios"'. (Véase la Campaña del general don
J. A. A. de Arenales en 1821, escrita por su hijo el coronel
de artillería don José de Arenales; y los Apuntes sobre lo
mismo del general don Toribio de Luzuriaga, insertos en
el tom. V de la Revista de Buenos Aires, i§6o).
554 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
Obedeciendo á estos dos motivos, y sinceramen-
te convencido del éxito infalible qne la ocupación
de Chile debía tener en la caída de Lima y en la des-
trucción del poder español en el Perú, había el ge-
El ejército comenzó pronto á padecer enfermedades y
penurias que poco á poco lo consumían sin tener cómo
ni dónde reponerse de lo que perdía. Los habilísimos mo-
vimientos que el general hizo por penetrar en el país y
apoderarse de Lima, le convencieron de que, aun consi-
guiendo esto último, el resto, donde estaba la fuente de
los recursos y el respaldar del enemigo, no sólo no queda-
ría dominado como él se lo había imaginado, sino que
los españoles reconcentrándose en Cuzco, se harían mucho
más fuertes y le obligarían á regresar á las costas de Chile
con los restos desgraciados del gigante en cuyos robustos
brazos había atravesado las Cordilleras de la patria.
Tanto y tan pronto conoció su error el eminente ge-
neral, aunque por desgracia tarde para remediarlo, que
entre los dos ó tres fines serios con que entabló la Ne-
gociación de Miraflores, sus representantes, los señores
Guido y García del Río recibieron encargo especial de pro-
poner á los señores U^nanue y Villar de Fuentes, represen-
tantes del virrey Pezuela, entre varias condiciones de arre-
glo, una que presentaban como muy favorable á los realis-
tas, por la cual el general San Martín se obligaría á "aban-
donar las costas y el apoyo de la escuadra que mandaba Co-
chrane, y transportarse con su ejército al Sur del Alto Pe-
rú, es decir, á la frontera argentina. En el transcurso de
estas negociaciones que nos da el señor don Mariano F. Paz
Soldán, que es el escritor clásico é irreprochable en esta
materia, nos dice en su Historia del Perú Independiente
(tom. I, pág. 70) : "Los comisionados de San Martín, revis-
tiéndose de toda moderación y deseando buscar el medio
de terminar la guerra, propusieron que el ejército liberta-
dor se trasladaría al otro lado del Desaguadero ; que las
tropas del rey desocuparían las provincias del Alto Perú
replegándose á este lado del Desaguadero (es decir, al nor-
te)"'. Pezuela no tenía un pelo de tonto, conocía á palmos el
Y LIBERTAN A CIIILTv 555
neral San ^Martín preparado sn ejército con una
menudencia tal de detalles y con una atención tan
prolija al lleno de cada necesidad cpie pudiera ofre-
cer, no sólo el conjunto de su movimiento, sino
suelo de su mando y sabía bien que con ese cambio la
posición y la fuerza del ejército argentino habría mejorado
radicalmente; y á pesar de la destreza y del disimulo dé
la proposición, la rehusó redondamente. El resultado fué
que abandonada la capital por los realistas, el general San
Martín se vio delante de una situación insostenible, sin li-
bertad de movimiento, ni objetivo á donde llevar su acción.
Comprendió que no había llegado por el buen camino;
y se acercaba á la dura alternativa de desistir de su em-
presa, cuando vino á tomarla Bolívar mejor servido por
el acaso de circunstancias que no habían sido de prever.
Si la negociación de Miraflorcs es una prueba incontrasta-
ble de su error dada por el general mismo, no lo es de me-
nos valor la opinión de otro de los mejores estrategas del
ejército español que actuaba en la misma campaña. El
general García Camba, honradísimo y verídico historia-
dor á la vez, juzga así la difícil situación en que se colocó
el general San Martín: "Bien cara costó á los indepen-
dientes su arrogante confianza. Las tropas del ufano San
Martín no tardaron en experimentar graves enfermedades,
derrotas y humillaciones (*) viéndose al fin obligado á
abandonar la empresa comenzada bajo tan felices auspi-
cios, V dejar al dichoso caudillo de Colombia la tarea de
proseguirla y la gloria de llevarla á venturosa cima, más
por efecto de nuestras tristes disensiones (insurrección de
Olañeta) que por la superioridad de sus armas" (cap. XVII
pág. 302). Y la verdad es que sin la sublevación de Ola-
ñeta que privó al virrey de todas las provincias meri-
dionales del Desaguadero á Tupiza y de una división do
i*\ Suponemos que se refiera á 'I'orntn y Mocqnehna, á, pesar de que
San Martin había abandonado en esos dias el Perú: quizá también á la
impugne operación de Canterac sobre el Callao.
556 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
cada cuerpo, cada arma y cada soldado, que nada
había dejado pendiente al acaso ó á lo imprevisto.
La manera de transportar los cañones y las cu-
reñas al través de las rápidas y estrechas laderas de
la Cordillera; el forraje y los aparejos para las mu-
las, apropiados á cada caso y á cada género de car-
ga; el abrigo de cada soldado, los cueros indispen-
sables para que salvasen el pie de las asperezas del
suelo de la nieve y de las demás contingencias de
la marcha; los alimentos para neutralizar la asfi-
xia que producen aquellas alturas ; el cuidado y la
distribución de los caballos; los herradores, el in-
menso tráfago del parque, de las municiones; la
manera de descender al terreno enemigo, de mon-
tar la artillería, de ejecutar las primeras sorpresas,
de apoderarse de los mejores recursos, de montar
y de poner en movimiento sus vanguardias, de ocu-
par los flancos y de tomar en detalle las fuerzas ene-
migas con su ejército compacto y reconcentrado á
un punto, de las diversas direcciones con que en un
cinco mil veteranos que mandaba este caudillo realista,
el general Sucre no habría cometido la locura de operar
sobre la Sierra con 5.000 hombres escasos, ni habría aven-
turado la batalla de Ayacucho, que harto dudosa estuvo.
El mismo general San Martin lo creía así, como consta en
■la famosa carta que al retirarse del Perú escribió á Bolívar
en 1822. El asunto es de suyo interesante y digno del des-
envolvimiento necesario que quizá le daremos á su tiempo
en un Apéndice especial. Por ahora nuestro objeto se ha
limitado á juzgar, en su momento inicial, el carácter mi-
litar y respectivo de las dos operaciones que á fines de
1816 se le ofrecía al general San Martín: atacar al enemi-
go en Chile, ó seguir los triunfos de Güemes y llevar has*-a
el Cuzco las armas de la patria.
Y LIBERTAN A CHILE 55/
día debían llegar sus díxisiones á ese punto ; todo
este cúmulo maravilloso de previsiones que no pue-
de formarse y tomar vida sino en una gran cabeza
militar y administrativa, fué obra del general San
Martín en Cuyo llevada á cabo con una deficiencia
de medios y de recursos que bace más asombroso
el poderoso trabajo de ingenio que tuvo que con-
sagrarle ; porque fuera de él ningún hombre
superior tenía á su lado que le supliese, sino
afanosos cooperadores que ponían todo su saber en
hacer ejecutar lo que él les detallaba, les formula-
ba ó les sugería.
Es ahí donde está tocio entero, y en su mayor
grandeza, el general San Martín. Sus grandes vic-
torias fueron la consecuencia de esta ardua combi-
nación de los elementos con que supo prepararlas.
Verdad es que Buenos Aires y Pueyrredón se re-
dujeron á extrema flaqueza por robustecerlo, y que
Cuyo le entregó cuanto tenía, no diré la provincia,
que eso sería nada, sino cuanto tenía cada vecino :
ropa, muías, caballos, peones, alimentos, charqui,
enseres y hasta trebejos, porque nada quedó en las
casas de aquellos sobre que el general echaba el ojo
con alguna idea de utilizarlo, que al momento no
le fuera entregado con buena voluntad exquisita que
rayaba en el entusiasmo. Su gran secreto había sido
enardecer el patriotismo de los cuyanos y hacerles
sentir toda la gloria que debía enaltecerlos en la re-
conquista de Chile.
El ejército realista que había vencido en Ran-
cagua no se hallaba todavía en aptitud de aprove-
char el verano (1814-15) para pasar la Cordillera
y operar en Cuyo. Pero, si en ese ejército hubiese
558 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
habido nn hombre de genio, capaz de "preparar y
de ejecutar" el paso de la Cordillera, magnífica oca-
sión se le hubiera presentado en el verano siguien-
te (J815-16), pues fué entonces precisamente cuan-
do Rondeau perdía en Sipe-Sipe el único ejército
organizado de la República, y cuando, como antes
vimos, el mofimiento social ofrecía el caos sombrío
de una borrasca que parecía final. Felizmente pasó
ese momento sin que el enemigo hubiese hecho
nada serio para sacar el provecho con que le brin-
daba esa ocasión. En la primavera de 181 6, Pezuela
se preparaba á invadir primero por Salta, para des-
pejar la bajada sobre Cuyo del ejército de Chile é
incorporarse con él en Córdoba. Pero San Martín,
á su vez, tenía ya organizado el suyo; y el ejército
de Chile estaba más temeroso de ser atacado, que
pronto á concentrar la extensa línea de sus cuidados
para ejecutar una invasión compacta y poderosa al
través de la Cordillera.
Maestro en el arte de desorientar al enemigo
con noticias ó avisos traviesos y bien combinados,
San Martín no separaba su vista de Chile ni por un
instante. Fértil y oportuno en el empleo de expedien-
tes, el general supo ocultar á la penetración de los
realistas, no sólo sus miras sino las fuerzas, los re-
cursos y los conocimientos que había aglomerado
y adquirido durante dos años de asiduos estudios.
Tenía planos y croquis de toda la zona de la cordi-
llera por donde se proponía pasar. No había una
garganta, una estrechura, ladera, precipicio ó río
cuyas proporciones y circunstancias no conociese
en todos sus detalles. Había medido todas las dis-
tancias, estudiado con esmero todos los inconve-
Y I^IBERTAX A CHILE 559
nientes y preparado los medios de vencer cada difi-
cultad en su lugar mismo con relación al tránsito
de la tropa y al transporte de todo su material. Bien
previsto y dominado en su mente el conjunto de los
medios, había formado el plan general de la inva-
sión, el número, la fuerza, y la distribución de sus
divisiones; de manera que en un momento dado y
preciso, bajando por distintos boquetes convergie-
sen todas al punto en que había determinado dar la
primer batalla y ganar la victoria decisiva de la
campaña.
En todo este tiempo liabía obrado el general
con tal destreza, que los realistas de Chile, menuda
y asiduamente informados por los espías y corres-
ponsales secretos que tenían en ^Mendoza, estaban
convencidísimos de que la invasión en caso de ser
intentada se haría sentir por alguno de los boquetes
que caen á Chillan, es decir, del sur al norte, cosa
Cjue parecía entonces lo único racional, porque el
vulgo nunca alcanza á comprender los secretos mis-
teriosos que dan luz á las previsiones del genio.
\"erdad es que no puede darse mayor astucia que
ía cjue San Martín empleó para imbuir á los enemi-
gos en este error, al paso que su mira era caer de
sorpresa en el centro mismo de las líneas españolas,
partirlas y desbaratarlas en detalle sobre la misma
capital, y apoderarse de ella como por encanto.
Excusando mínimos detalles, nos limitaremos
á narrar uno cjue otro de los hábiles artificios de c|ue
usó para ello. Ante todo es preciso convenir en cjue
la destreza del general argentino para ocultar su
plan de ataque tenía por cómplice la naturaleza
misma de las serranías y de las breñas que se pro-
560 LOS ARGICNTINOS PASAN LOS ANDES
punía atravesar. Los realistas y los patriotas sabían
que una ú otra partida, ligeramente armada, podía
aprovecharse de la silenciosa soledad que reina so-
lemne en esas altas y extensas asperezas que sepa-
ran á Alendoza de Chile, ejecutar una rápida co-
rrería, asaltar alguna guardia avanzada y matar
diez ó doce soldados, á este ó al otro lado. El hecho
se había repetido algunas veces sin (jue pudiera
ser otra cosa que un simple pasatiempo en la vida
monótona que llevaban los piquetes aislados en las
cumbres desnudas de ese puntiagudo desierto de
piedra. Pero lo que á nadie se le había ocurrido, lo
que nadie creía posible, era que un ejército, pobre
y menesteroso como todos los de aquel tiempo en
la América del Sur,- c[ue entre soldados y coopera-
dores contaba más de cinco mil hombres, con arti-
llería, bagajes, parques, acémilas, víveres, máqui-
nas, fraguas y todo un material completo de guerra,
pudiese atrevesar las cordilleras de Ushit-PaHacta
y de los Patos en aptitud de batirse con ventaja en
batalla campal y en el centro mismo de los recursos
y del poder enemigo.
Por consiguiente, el convencimiento en que el
vulgo estaba de esta imposibilidad, fué el primer
cómplice que el genio militar de San ]\Iartín tuvo
para ejecutar la maravillosa operación que el ene-
migo no sospechó siquiera. Pero astuto, prevenido
y avisado en todo, el general no sólo no se aban-
donó á esta material seguridad, sino que puso en
juego toda la fertilidad de su genio para mantener
en su error á los realistas. Tomando precauciones
inauditas de reserva y de misterio, mandó á las tri-
bus araucanas de las cadenas del Negro y del Li-
Y UBERTAX A CIIILlC 561
iiiay algunos emisarios conocidos entre ellos, bue-
nos lenguaraces, de cuya fidelidad estaba él bien
seguro por sus afinidades con los hacendados del
Sur de Mendoza. Llevaban comisión de hacer gran-
de ^ promesas de regalos á ciertos caciques de gran
nombre en las fronteras, tanto de las pampas ar-
gentinas como de la otra banda, cuyas relaciones
con los realistas de Valdivia y de Arauco eran muy
conocidas. Haciéndose el cpe lo ignoraba, y apa-
rentando confianza en que servirían á los del país
contra los españoles, San Martín les rogaba que
vinieren al Fortín de San Rafael con los caciqui-
llos y familias de su dependencia á celebrar un gran
parlamento. Para halagarlos les hizo ofrecer mu-
chos regalos, banquetes, bebidas y festejes según
la usanza, donde se habían de pronunciar solemnes
discursos con motivo de la alianza que se les pro-
pondría. I'ero todo á condición de que guardasen
la mayor reserva á fin de que las autoridades de
Chile nada sospechasen y pudiesen ser sorprendi-
das con la entrada del ejército argentino por las tie-
rras de los araucanos.
Entre los grandes encantos que podía procurar-
se á las tribus del Sur, ninguno había más hala-
güeño que el de abrirles un parlamento y la ocasión
de hacer en él inacabables discursos. Todo entraba
en la facundia natural de su índole. Sentados en
cuclillas unos al lado de los otros, y formando un
ancho círculo en cuyo remate estaba el cacique ge-
neral con sus huéspedes, se daban á hablar de los
héroes legendarios de su raza, de las hazañas y ma-
tanzas de cristianos, de fieras ó de otros enemigos
que habían ejecutado, de los potros indómitos con
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. 36
562 LOS ARGPZXTIXOS PASAN LOS AXDES
que entraban en batalla, de las herniosísimas muje-
res que habían cautivado por la fuerza de su brazo
primero, y por los encantos del amor después, que
le habían llenado su toldo de lindísimos hijos blan-
cos como la nieve de las cúspides andinas. Conta-
ban de un tirón todas sus tradiciones, y á la manera
de los héroes de Homero, ya lloraban cá lágrima
viva por sus ilustres muertos, por sus madres ó mu-
jeres ó hijos exterminados por el feroz cristiano
(enemigo siempre del huésped presente, que era un
dechado de buen amigo), ya enardecidos con el des-
pojo de los campos que antes fueron suyos, y con
el recuerdo de las venganzas que habían tomado,
iba la exaltación subiendo hasta el tono del furor
épico y sonoro, propio de la vida y del colorido
grandioso que siempre toma la palabra apasionada
del salvaje cuando se siente libre y fuerte en la
vasta región de su poder. Eso es lo cjue nunca ol-
vida ; y por eso es siempre pérfido en sus tratos.
Inútil es decir que los huéspedes que han venido
al parlamento no entienden una palabra; pero el
secretario y lenguaraz del cacique sigue el discurso
traduciéndolo con tono enfático y oficial, y en un
castellano que, aunque extravagante, asume toda
la bárbara y poética energía del original. Después
del jefe de las tribus congregadas cada cacique feu-
datario hace también su areng'a para hacer sentir
su importancia v su derecho al reparto de los re-
galos con que ha de sellarse el arreglo ó la aHanza.
San ^Martín sal)ia perfectamente que apenas pro-
pusiera la alianza, los caciques del Rio Xegro y del
Limay lia1)ían de aceptar al momento y venir de
prisa á la cita ; pero que, por lo mismo que les ha-
Y LIBERTAX A CHILE 563
bía hecho jurar la obHgación de guardar reserva con
grande aparato y misterio, habían de apresurarse á
informar á los españoles de la grande novedad,
para ponerse en condiciones de sacar partido de lo
que más les conviniera, que seguramente sería ex-
traviarlo en los pliegues obscuros del desierto, de-
jarlo á pie, exterminarlo y hacer botín de todo. Sin
embargo, tan penetrados estaban todos de que ese
era el único camino por donde se podía maniobrar,
y tanta confianza tenían los patriotas, como temor
los realistas de su habilidad, que los unos espera-
ban y los otros tenían que arriesgar por ahí su gran-
de aventura.
En ese sentido, la imposición del silencio y de
la reserva se llevó adelante en Mendoza con los más
menudos requisitos del caso. Se prohibió bajo se-
veras penas que nadie hablase ó escribiese noticia
alguna del viaje de San ^lartín al Sur, y entre tanto
se hacía circular la noticia y el objeto, de labio en
labio, y como si se tratase de un secreto de estado
peligrosísimo. Los espías realistas que el general
conocía y dejaba vivir en ^Mendoza, comunicaron
el asunto al gobierno de Chile : y con eso se conse-
guía el fin verdadero del artificio.
El 6 de septiembre partió San Martín para el
Fuerte San Rafael llevando por escolta un pic[uete
de granaderos á caballo y como 150 milicianos, pre-
caución así para su seguridad como para el boato
regio de la entrevista. Con anticipación había re-
mitido á ese fortín grandes cantidades de bel^daSy
trajes vistosos, telas, abalorios, plumas y cuentas
de color, con muchas otras cosas que eran del gusto
especial de los salvajes de esa región. El general
564 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
estuvo ocho días entre ellos : los halagó de todos
modos ; les demostró una credulidad llena de can-
dor y de cariño; cada día les repartía una parte de
los regalos y buena cantidad de bebidas; y cuando
hicieron y juraron el concierto de alianza para in-
vadir juntos á Chile por los boquetes que ellos do-
minaban y conocían, el general nombró general al
cacique Yanquetruz (si mal no recuerdo), lo con-
decoró con uniforme, galones dorados y charreteras
de general ; le regaló algún dinero, espada, lanza
y apero completo. Con los demás cíiciques hizo pa-
recidas demostraciones, reconociendo á unos como
coroneles, como capitanes ó tenientes á otros, según
su importancia, con los sueldos correspondientes á
su grado desde que se abriese la campaña. Después
se arregló el detalle de las marchas, el lugar de la
reunión y la manera de verificar el pasaje á Chile.
Para esto recogió con toda seriedad nimios y cui-
dadosos detalles sobre el país y lugar del tránsito;
y trazó croquis y distribuyó instrucciones precisas
de acuerdo con los datos evidentemente pérfidos que
le daban los indios. Se juró con solemne gravedad
todo lo convenido, sin que se olvidase nada de aque-
llo que sirviese para dejar engañados á los caciques.
Y después de señalada la fecha del 15 al 20 de di-
ciembre (1816) para la unión de todas las fuerzas,
se procedió al reparto de víveres y bebidas; y co-
menzó el período de los banquetes con la general
borrachera y báquico furor en que todos ellos to-
man parte en conjunto, mezclados los machos con
las hembras, los niños con los viejos, en una colo-
sal orgía en que los unos sobre los otros se echan
sobre los cascos del licor hasta los últimos extrc-
Y LIBERTAN A CHILE 565
mo3 y quedar tendidos sobre el campo, para volver
á saturarse de aguardiente apenas recobran fuerzas
para arrastrarse hasta los barriles (2).
Fué tanta la serenidad y la aparente reserva con
que San ^^íartín llevó adelante esta famosa farsa,
que aun las personas más allegadas á su trato creían
en ella. Pero apenas regresó á ^Mendoza prendió re-
pentinamente y puso incomunicados á los espías
del gobierno de Chile ; cerró de una manera abso-
luta las salidas de modo que nada de lo que pasaba
en Mendoza pudiera llegar á saberse del otro lado
de la Cordillera ; y con las pruebas patentes del es-
pionaje y de la traición, interceptadas á tiempo, ate-
rró á los criminales, haciéndoles ver que tenían de-
lito de muerte. Les presentó entonces una serie de
borradores de cartas trazadas por él mismo, para
que de puño y letra las escribiesen y firmasen,
y las hizo pasar como genuinas á manos del previ-
dente de Chile, mariscal ]\Iarcó del Pont, valiéndo-
se de arbitrios tan eficaces, que quedó completa-
mente seguro de que los vencedores de Rancagua
estaban á obscuras y completamente engañados
acerca del plan, del terreno y de los medios con que
iba á batirlos en pocos días más.
Para dar una idea del acierto con que el general
San ^Martín había preparado el buen éxito de la
operación trazaremos á grandes rasgos la fisono-
(2) Informes y noticias ciadas al autor por el honra-
do ciudadano y respetable patriota don Juan Godoy, que
concurrió al referido parlamento en el piquete de milicianos
que formaba parte de la escolta del general. Iguales no-
ticias me ha dado también el licenciado mendocino señor
Videla.
566 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
mía y distribución topográfica del terreno en que
iba á ejecutarla. A\ otro lado de la Cordillera, en
línea gráficamente paralela con Mendoza, se halla la
provincia de San Felipe de Ackon-Kahuac (3) que
forma un recodo extenso de terrenos fértiles y abun-
dantes, limitado al naciente por las cordilleras del
limite argentino; por la cuesta ó cerrillada de Cha-
cabuco al Sur; por las ásperas montañas de Co-
quimbo al Norte, y por los intrincados y desnudos
ramales que van á caer exabrupto en el mar por el
Oeste. El general consideraba con razón que si lo-
graba ocupar esta provincia y concentrar en ella
sus fuerzas antes que el enemigo hubiera conocido
su marcha, se haría dueño de Santiago y podría
arrojar hacia el sur las fuerzas realistas que en la
sorpresa quisieran venir á contenerlo.
Dos caminos (si es cjue aquel estrecho laberinto
puede llamarse camino) podía tomar el general pa-
ra caer en el valle de San Felipe : el de Usliupa"
Liada que va rectamente á las faldas de la Cordi-
llera, y el de los Patos que entra á tres ó cuatro le-
guas al norte del mismo punto de partida. El ca-
mino de Ushupa-Llacta va siguiendo en subida los
innumerables accidentes del contrafuerte volcánico
que toma su nombre del Pico de Ackon-Kahuac,
el Centinela de Piedra (4). Lo que se llama camino
(3) \"éase la nota siguiente.
(4) Ackon (peñasco) Kanhac (vigía ó mirador, el
que mira). En el idioma se consigna también la tradición
del tiempo en que el Aconcagua de ahora era un volcán en
ignición, porque la palabra compuesta Ushupa-Llacta (Us-
pallata) significa Región de Cenizas, ó lava volcánica; á
lo que la Provincia de Aconcagua debe indudablemente su
mentada feracidad.
Y LIBERTAN A CHILE 567
es una senda estrechísima que se va trazando en el
costado de la serranía al ras del paredón colosal C[ue
la domina, cortado á pique, al otro lado, por abis-
mos á cuyo fondo se precipitan \'iolentos torrentes
que arrastran enormes peñascos desprendidos de
aquellas "inquietas masas de granito", como dice
Humboldt. Esa senda es tan estrecha y pedregosa
que en su mayor extensión no permite marchar á
más de dos hombres juntos.
El otro camino, llamado de los Patos es menos
cortado por laderas ó precipicios; pero era (y es
todavía) mucho menos frecuentado por viajeros y
correos, porque ofrecía otros peligros. La senda es
mucho más elevada ; el aire, mucho más enrarecido,
produce una clase de asfixia llamada pima ó soro-
cho que ataca á los viajeros con frecuencia y que
debía temerse tuviese fatal influjo sobre los solda-
dos argentinos, hombres de tierras bajas y sin nin-
gún hábito ó predisposición natural á respirar en
tamañas alturas. El frío de la noche es allí cruel, y
á eso se agrega el serio peligro de las continuas
nevazones C|ue suelen caer aún en verano. Así es
que, en previsión de todo esto, las precauciones y
los cuidados del general San Martín habían llega-
do hasta los últimos detalles de una solicitud pater-
nal, no sólo en la limitación de las jornadas para
evitar el cansancio, en el fuerte abrigo contra las
intemperies, sino en la mejor calidad de los alimen-
tos, de su condimentación con los ingredientes tó-
nicos y estimulantes adaptados, con vinos y aguar-
dientes de exquisita fabricación y bien escogidos
en las bodegas de Cuvo.
568 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
Había llegado, pues, el. gran momento; el ejér-
cito estaba pronto á emprender el
18 17 paso de los Andes. Constaba de
Enero 18 cuatro batallones de infantería, á
saber: El número 11 (antes Au-
xiliares) al mando del comandante Las Heras; el
y.°, al del comandante don Pedro Conde; el S.", al
de igual clase Clamer; y el de cazadores (núme-
ro i.°) al de don Rudecindo Alvarado: tres mil
doscientos soldados en todo. Formaban la caballe-
ría, cuatro escuadrones de granaderos á caballo en
número de seiscientos cuarenta jinetes al mando de
los comandantes Xecochea (don Mariano), Melián
(don José), ]\íedina y Escalada (don Manuel) re-
unidos en v.n solo cuerpo á las órdenes del coronel
don Matías Zapiola. La artillería constaba de 10 ca-
ñones de á 6, 2 obuses y 4 piezas de montaña de á
4 con 400 artilleros á las órdenes del comandante
don Pedro Regalado de la Plaza. El ejército en su.
total ascendía á poco más de cuatro mil doscientos
hombres; pero llevaba además mil doscientos mi-
licianos de caballería para el cuidado y servicio de
10,000 muías de silla y de carga, de 1,600 caballos,
de 6oo cabezas de ganado, provisiones para quince
días, puentes portátiles, hospitales de campaña, y
parque con el número conveniente de municiones,
herramientas, annas de repuesto, y todo cuanto ha-
bía podido prever la incesante actividad y solicitud
del general. El cuerpo de ingenieros y zapadores,
aunque modesto, estaba organizado bajo la direc-
ción del padj'e don Luís Beltrán y de don José An-
tonio Alvarez Condarco. El primero se había for-
mado poco á poco por una afición decidida, desde
Y LIBERTAN A CHILE 569
la niñez, á los artificios de la pirotécnica, y habia
llegado á tener una verdadera competencia científica
en todos los ramos de la materia. Del convento de
Franciscanos había pasado al cuartel de artillería,
y tomado rango de jefe especial é irreemplazable en
ese puesto.
Bien se comprende, no diremos las dificultades,
sino los arduos trabajos y los infinitos detalles c[ue
exigía el Paso de los Andes con un material de gue-
rra y abastecimientos de tanta magnitud, y con la
certidumbre de tener que batirse en batalla campal
apenas descendieran las tropas de las alturas que
tenían que atravesar. Inútil es hablar del enorme
tráfago que conducían, de las muías, de los caba-
llos obligados á andar con orden al través de aquel
erizadísimo desierto cuyas puntas siniestras cubier-
tas eternamente de sus nieves semejan un vasto ce-
menterio de gigantes inmóviles y fatídicos.
El general había dividido el grueso de su ejér-
cito en tres cuerpos principales. Uno de ellos al
mando del teniente coronel Las Heras debía entrar
por Ushiipa-Llacta y maniobrar sobre Sajifa Rosa
de los Andes, llevando á retaguardia el parque y
todo su servicio. La vanguardia al mando del ma-
yor general Soler, debía tomar el camino de los Pa-
tos, siguiéndole á cortas jornadas la segunda divi-
sión y el cuartel general.
Todo estaba calculado de modo que cuando la
división del teniente coronel Las Heras se hiciese
sentir en Santa Rosa, al sudoeste del semicírculo
que forma la provincia de Ackon-Kahuac, y llama-
se por allí la atención de los realistas c[ue la guar-
daban, se hiciese también sentir la vanguardia So-
570 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
1er al noroeste del mismo ámbito, de modo que en
cualquier sentido en que los enemigos diesen su
frente se sintiesen flanqueados, y tuviesen que re-
plegarse abandonando el valle de Piitacndo, que
era sin duda el más rico y mejor situado en toda esa
parte de Chile para tomar pie.
La operación era sumamente delicada ; y como
á primera vista se comprende, el movimiento más
oportuno y estratégico era el que se había encar-
gado á Las Heras, pues de él dependía que la tropa
enemiga retrocediese de Putaendo á dar frente á
Santa Rosa, y que desocupase por consiguiente ese
valle sobre el que San ]\Iartín hacia girar todo el
éxito de su empresa. Era menester, pues, que la di-
visión de la izquierda ejecutase su marcha con una
precisión suma, y que realizara un prodigio de re-
gularidad á día cierto para que no fallase la combi-
nación de sus movimientos con los de la vanguar-
dia. Ambas comisiones requerían en alto grado je-
fes de ánimo firme, de arrojo y de rapidez para
aprovechar los momentos oportunos, de estricta re-
gularidad en la ejecución y de una suma prudencia
para no precipitar irreflexivamente detalle alguno
que pudiera dañar la armonía general del plan. Pa-
ra tan difícil desempeño, el general San ]\Iartín no
tenia á la mano sino los dos jefes á quienes lo ha-
bía encargado: Soler y Las Heras (5).
(5) Verdad es que marchaba también en el ejército el
general O'Higgins, pero aunque muy estimado, carecía de
los dotes que constituyen un buen general en jefe ó de
división, y no tenía crédito de tal, como lo vamos á ver
más adelante, ni aun en el concepto de sus mejores ami-
gos como Pueyrredón v el mismo San IMartin.
Y LIBERTAN A CHILE 5/1
El 1 8 de enero comenzaron las tropas á moverse
sin que nadie se hubiese percatado en Mendoza de
esto, ni de la dirección que habían tomado. Por
más de tres dias se estuvo creyendo que estaban aún
en el campamento, donde vivaqueaba en efecto un
cuerpo numeroso de milicias, en completa incomu-
nicación con el exterior. Ese día, antes de la ma-
drugada, entró Las Heras en los desfiladeros de
Ushupa-Llacta. Componíase su división del anti-
guo batallón de Auxiliares de los Andes, elevado
ahora á regimiento con el número 1 1 y 728 plazas,
de un piquete de 40 granaderos á caballo, y dos pie-
zas de montaña de á cuatro con 30 artilleros. Sus
instrucciones le ordenaban que el día 4 de febrero
cayese sobre el puesto de la guardia que los realis-
tas tenían avanzado por su lado para observar los
boquetes c[ue bajan á Santa Rosa. Debía atacarlo
ese día con vigor, pero sin precipitarse á los valles,
contentándose con haberse hecho sentir hasta el 8
en cjue debía ocupar resueltamente al pueblo de
Santa Rosa y manifestarse en actitud de invadir á
Sa)i Felipe de Ackon-Kahnac por ese costado.
Al día siguiente (19 de enero) se movió el resto
del ejército y tomó el camino de los Patos. La di-
visión de vanguardia al mando del general Soler se
componía del regimiento de cazadores con 600 pla-
zas, de las compañías de granaderos y cazadores
del 7 y del 8 (340 hombres), de la escolta del gene-
ral, de los escuadrones 3 y 4 de granaderos á caba-
llo al mando del comandante don ^Mariano Xeco-
chea, y de cinco piezas de montaña, haciendo un to-
tal de 1,550 soldados. Por delante de la vanguardia
marchaba en el mismo camino una partida expío-
5/2 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
radora de -oo hombres al mando del sargento ma-
yor de ingenieros don Antonio de Arcos, oficial es-
pañol muy ligado con San Martín desde la escuela
militar y en las campañas contra los franceses. Esta
partida debía entrar por Valle Hernioso y atacar
las guardias del Ciénago y de las Achiipallas por
los boquetes que quedaban un poco á la derecha, á
fin de que los realistas, alarmados por estos boque-
tes, y por el lado de Santa Rosa no descubrieran la
entrada de la vanguardia ni la de la segunda divi-
sión que bajaba sobre Putaendo por los cerros Pin-
qiicncs á las órdenes de O'Higgins, con el cuartel
general. Esta segunda división, con una fuerza más
ó menos igual á la de la vanguardia, se componía
del grueso de los batallones 7 y 8, del i." y 2.°
escuadrones de granaderos montados, del cuadro de
oficiales y de la brigada de artillería que debía tomar
sus cañones en San Felipe cuando la división de
Las Heras bajase con el parque, que le seguía como
hemos dicho.
Grata la tropa al prolijo esmero con que se la
atendía marchaba contenta, confiada en el genio
protector que la dirigía, y excitada también con la
grandeza sublime del espectáculo que llevaba de-
lante de los ojos: "Yo había ordenado (contaba el
general en Buenos Aires) que en cada descanso las
músicas tocasen nuestro himno; y era de ver como
oficiales y soldados, llenos de alegría lo entonaban
también como si estuviesen en las fiestas de la plaza
(de la Victoria)".
Las Lleras conocía perfectamente el terreno que
lle\aba. pues, como vimos antes, había estado
acampado y había operado en él todo el invierno
Y LIBERTAN A CHILE 573
de 1814 y parte del verano de 1815. Presumía, pues,
que los realistas tendrían ocupado el punto avan-
zado de la guardia vieja, y tenía grande interés en
apoderarse de toda la guarnición que hubiese allí
para que no diesen noticia anticipada de su apari-
ción. Pero ignoraba el número y la calidad de la
fuerza enemiga que guardaba el punto; y se apro-
ximaba con infinitas precauciones, para c[ue todos
los momentos de su marcha concordaran con sus
instrucciones.
En la noche del 2 de febrero, la avanzada del
número 1 1 c[ue mandaba el teniente don Román
Deheza, le trajo una mujer como de veinticinco
años que acababa de introducirse en esa avanzada
sin saberse cómo y cjue parecía lunática ó loca por
la extravagancia de sus miradas y de las señas con
que parecía querer indicar un peligro cercano, ó la
dirección preferente de los caminos que señalaba.
La primera sospecha fué de que era espía del ene-
migo; y se tomaron todas las precauciones del caso
Pero puesta ella en presencia del principal guía de
la división don Justo Estay (un chileno del Sur)
expertísimo bacjuiano de las cordilleras y de Chile,
se arrojó á sus brazos con extremos c[ue revelaban
una naturaleza delirante, y fué reconocida como
perteneciente á una familia de Rancagua, que ha-
bía sufrido todos los horrores del asalto y cjue se
había enloquecido por el exceso del espanto y de
las tropelías que había sufrido. Estay habló larga-
mente con ella, 3^ aún cuando divagaba en lo que á
ella se le ocurría, contestaba asertivamente y con
excelentes detalles á las preguntas que se le hacían;
de manera que Las Heras y los baquianos pudieron
574 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
fijar bien sus ideas, para sorprender la fuerza ene-
miga que custodiaba el punto (6).
Los realistas habían fortificado el puesto con
bastante esmero, pero como no
1817 pensaran, ó no supieran que po-
Febrcro 4 dia practicarse una áspera cerri-
llada que formaba una espalda á
su derecha, no habían previsto c[ue pudiera venir-
(6) Aunque desde mucho tiempo antes conocía yo
por las narraciones de mi íntimo amigo el general Dehesa
esta anécdota, que me había confirmado también el ge-
neral Las Heras, no me había atrevido á darle carácter
histórico por no haber tenido el cuidado de haber reco-
gido una carta ó noticia comprobante. Pero una singu-
lar casualidad me lia servido para tenerla. Una broma
de sociedad y una apuesta, me echó en la divertida nece-
sidad de improvisar un romance, y tomé por tema la
anécdota de La Loca de la Guardia que publiqué en 1883
en el folletín del Xacional, sin mi firma, pero prometién-
dome firmarla así que tuviese tiempo de rehacer el li-
gero esbozo que día á día había mandado á ese diario, á
medida que lo escribía, y de darle una forma literaria
más acabada. Me encontré entonces casualmente con el
respetable anciano don Félix Pico, uno de los hombres
que goza de mayor aprecio en nuestro país y cuya pa-
labra vale en todo como escritura pública, y me dijo : "He
leído con mucho gusto el folletín de la Loca de la Guardia,
que según me han dicho, es de su 'hijo de usted, don Lucio
Vicente ; y dígale que yo también sé mucho de esa mujer
por los oficiales del ejército de los Andes que conocí en
la campaña del Brasil". Después de algún tiempo me pa-
reció interesante recoger su testimonio, y se lo pedí por
intermedio de su nieto el capitán de la Armada Xacional
don Félix Ponsatí. He aquí su contestación : "Señor don
Vicente F. López. — Casa de usted, Santa Fe. núm. 1060.
Noviembre 21 de 1887. Muy estimado señor: Mi nieto Félix
Ponsatí me ha dicho que se ha empeñado usted en que le
Y LIBERTAN A CHILE 5/5
les nn ataque por ese lado. El día 3 hizo Las Heras
que el sargento mayor don Enrique ]\Iartinez con
30 granaderos á caballo y 50 fusileros atacase de
improviso la guardia i'icja por uno de los puntos
en que era accesible ; pero tomando en cuenta los
comunique lo que sepa yo de la famosa Loca de la Guardia
que hizo servicios distinguidos á las tropas argentinas que
invadieron á Chile. Yo no sé más que lo que nos contaba el
coronel don Ramón Dehesa (debe decir Román) en nuestro
ejército que invadió el Brasil á fin de año de 1826, siendo
yo ayudante mayor del Regimiento de Artillería, muchacho
de 16 años y el mencionado coronel jefe de Estado Mayor
del ejército argentino. Nos contaba que aquella loca vivía
en las breñas de la Cordillera de los Andes, y que ellos
ni sabían sus guaridas; pero siempre que partidas españo-
las venían por los Andes, á batir, ó sorprender á los pa-
triotas, la loca era la primera que se presentaba á avisar
á éstos, la venida de los... daba un nombre clásico á los
españoles que, francamente, no puedo recordar, pues hace
la friolera de 60 años que Dehesa nos contaba esta aven-
tura. Era una mujer singular, patriota exaltada, pues su
extravío mental procedía de malos tratamientos de los es-
pañoles á ella. Jamás dejó de presentarse en esas embos-
cadas y acompañar las partidas patriotas aun en los tiro-
teos; extraviada su mente en todo, menos en las cosas de
la patria. Era muy estimada y protegida por los oficiales
y soldados patriotas, pues les hacía remarcables servicios.
Creo recordar que cuando el ejército pasó los Andes, tam-
bién se presentó y siguió al ejército. Por la noche nadiq
sabía dónde estaba, pero cuando tenía que comunicar algo
á los patriotas se presentaba antes de diana á avisarles.
Todos la respetaban. Esto es. señor doctor López, lo único
que sé de esta benemérita mujer. Saludo á usted con mi
consideración distinguida. — Félix Pico (padre)". Autoriza-
do con este testimonio que acredita las noticias que á mi
también me habían referido los generales Dehesa y Las
Heras. las he puesto en las páginas á cuyo pie va esta nota.
576 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
datos que les había dado la Loca, corroborados por
tres prisioneros que había sorprendido y tomado á
la distancia cuando andaban recogiendo leña, man-
dó 20 infantes del número 11, al mando del teniente
don Juan Apóstol Martínez, dirigidos por el ba-
quiano Antonio Cruz y por la Loca. Esta (7) diri-,
gió la partida con una destreza notable, inclinán-
dose á la izquierda. Iban en marcha cuando el nu-
trido tiroteo que sintieran á la derecha les hizo co-
nocer que había comenzado el ataque; por más que
apresuraron el paso no pudieron aproximarse sino
después de largo tiempo; pero entonces se dejaron
ver sobre una eminencia desde donde podían hacer
un fuego mortífero sobre el centro del reducto; de
modo que los realistas atacados y diezmados por el
frente y por los fusiles que dominaban el barran-
co, se vieron forzados á buscar abrigo en las paredes
de las habitaciones y de los ranchos. Los argentinos
saltaron entonces, unos por las trincheras, y otros
descolgándose por ese barranco y se hicieron dueños
de todo antes de anochecer (8).
El mismo día 4 el mayor Arcos sorprendía tam-
bién la guardia de AcJiítpallas, con mucha menos
resistencia. Con esto quedaba franqueada la bajada
(7) Según la narración del señor Dehesa.
(8) Sin hablar de muertos y heridos quedaron 49
realistas prisioneros, dos oficiales, 3.000 cartuchos, 57 fusi-
les, 10 tercerolas y grande acopio de víveres. Cuando con-
cluyó la acción fué en vano buscar á la Loca, y como no
estaba entre los cadáveres, á pesar de que la habían vis-
to en medio de la refriega se creyó que había desapa-
recido; y en efecto, no se la volvió á ver en los días in-
mediatos.
V LIBERTAN A CHILE ^JJ
por Pinqucncs y el bravo é impetuoso general So-
ler, tomando entonces la escolta del general en jefe
y dos escuadrones de granaderos, se adelantó dando
orden á la infantería que lo siguiese de prisa, y se
situó en las bocas del valle Puiacndo, el día 6 de
febrero á las nueve de la mañana.
Dos horas después, reunida allí toda la ^•an-
guardia, montó cinco piezas de montaña con una
actividad asombrosa; tomó posiciones en la hacien-
la del Tártaro; reunió como 300 caballos, y con
ellos hizo avanzar los dos escuadrones de granade-
ros, uno á las órdenes del comandante i^klelian que
fué á ocupar la villa de San Antonio de Putaendo.
y el otro, á las del comandante Xecochea. que ade-
lantó hacia San Felipe de Ackon-KaJiuac, capital
de la provincia, por el camino de las Coimas. Los
informes de la invasión que le venían de todos la-
dos al gobernador de la provincia coronel Atero,
eran tales que lo ponían en confusión sobre el punto
que más le convenía defender. Algunos de los fu-
gitivos de la guardia vieja llegaron á Santa Rosa
al día siguiente introduciendo una profunda alar-
ma, cuyos ecos llegaron á oídos de Atero en la ma-
ñana del día 6. Se preparaba á salir con su fuerza
en la dirección de Santa Rosa cuando llegaron á
San Felipe los fugitivos de A chupa! I as y los del
Valle de Putae^vdo, que lo daban ya como ocupado
por los argentinos. Pero en ese mismo momento,
llegaba uno de los prisioneros de la guardia, tra-
yéndüle una nota del coronel Las Heras en que le
proponía el canje de los prisioneros que acababa de
hacer por algunos soldados del número 1 1 , que los
realistas le habían tomado en una escaramuza an-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 2)7
5/8 I.OS ARGENTINOS PASAN LOS ANDKS
terior, y señalándole para la entrega y recibo de
unos y otros el punto de Pichaita, que quedaba
muy adentro de la Cordillera y que hacía suponer
una retirada. En efecto, al remitir y despachar al
prisionero. Las Heras había simulado los movi-
mientos de un retroceso. Pero á un intervalo con-
veniente volvió á tomar la dirección de Santa Rosa
para estar sobre el punto el día 8 como se le tenía
indicado. Al recibir la nota de Las Heras y la no-
ticia de la retirada. Atero supuso que aquel ataque
no hubiera tenido más objeto que llamar su aten-
ción por aquel lado ; y como creyera que el peligro
más grande aparecía en Putacndo se adelantó con
su fuerza hasta las Coimas. El día 7 por la mañana
se puso á la vista de Xecochea ; éste comenzó á re-
plegarse á Putaendo. procurando tomar poco á poco
el camino del valle y su llanura ; el otro, dejando su
infantería en los cerros sacó su caballería y comen-
zó á picar vivamente la marcha de los patriotas has-
ta que en el momento oportuno dieron éstos frente
y sablearon de tal manera á los enemigos que que-
dó fama de la tremenda carga con que los extermi-
naron. Se distinguieron mucho en este bizarro en-
cuentro los capitanes don Manuel Soler, hermano
del mayor general, y don Ángel Pacheco, que di-
rigieron las dos alas de la carga (9). La infantería
(9) Dice Barros Arana (sin que tengamos nosotros
como abonarlo) que los derrotados de las Coimas llegaron
á San Felipe á las 11 del día 7. Atemorizados todavía por
los estragos de la derrota, contaban que habían sido ata-
cados por una numerosa columna de jinetes armados de
unos sables tan largos y afilados que era imposible poder-
les resistir. Según ellos, toda la caballería realista de Chile
Y LIBERTAN A CHILE 579
enemiga se mantuvo inmó\il en los cerros. Pero
pasado mediodía se le vio ponerse en retirada. Ate-
ro cargó con todo lo que podía arrastrar, abandonó
la provincia y tomó como á escape el camino de
Santiago. Era que acababa de saber que la gruesa
división de Las Heras amenazaba seriamente el ca-
mino de Santa Rosa, poniéndole en riesgo de que
se corriese á la cuesta de Chacabuco y le dejase cor-
tado sin otra alternativa que capitular ó rendirse.
Ocupada la provincia de Ackon-Kahiiac por el ge-
neral Soler, llegó al día siguiente la segunda di\i-
sión al mando de O'Higgins, y el cuartel general.
Pero el general no tenía noticias de Las Heras, que
esperaba absolutamente necesarias para marchar in-
mediatamente á la cuesta de Chacabuco, que era
su gran deseo en este momento. "Mi amigo : todo el
ejército está en esta (le escribía) y sólo faltan las
noticias de usted. Ahora mismo salen las partidas
á Chacabuco : déme noticias de usted, pues esta no-
che nos movemos para el dicho Chacabuco, pero
A-enga una relación suscinta y pronto de todo. Su
amigo, San Martin".
Inmediatamente le contestaba Las Heras: "Ali
general : Su amigo entró hoy en esta poco antes de
recibir la suya. Martínez anda ya tiroteando á los
enemigos de Chacabuco. ]\Ii tropa está á pie y can-
sada; pero diga usted lo que quiera y marchare-
no habría bastado para contener el ímpetu de los granade-
ros insurgentes", vol. III, p. 407. La carga fué brillante y
tuvo fama en efecto, pero no podemos admitir que ningún
militar español haya incurrido en esas exageraciones, ni
salido, en todo caso, de aquellos límites que son permitidos
aiin en el caso de elogiar á los enemigos que lo merecieran.
580 LOS ARGENTINOS PASAN LOS AXDES
mes'" A las siete de la tarde del mismo día 8 vol-
vía Las Heras á escribirle al general y le decía: "Mi
segundo el mayor Enrique Martínez acaba de reti-
rarse de media falda de la cuesta de Chacabuco don-
de ha batido y deshecho una guerrilla enemiga".
Además de esto Las Heras había tomado en Santa
Rosa seis mil cartuchos de fusil, sesenta caballos,
un pequeño parque con bastantes municiones y
grande acopio de víveres. De modo c|ue en el mis-
mo día y hora en que la vanguardia, la segunda di-
visión y el cuartel general entraban en Sa)i Felipe,
Además de esto Las Heras había tomado en Santa
Rosa seis mil cartuchos de fusil, sesenta caballos,
principal. Todo había marchado, pues, admirable-
mente bien ; y en el mismo día y en las mismas ho-
ras, se había cumplido el plan del general San Alar-
tín en sus más ínfimos detalles y previsiones.
El general, y con razón, consideró este resultado
como una espléndida victoria. Xada tenía ya que te-
mer sino la suerte de la batalla próxima en que las
probabilidades y las ventajas estaban ya de su par-
te. El enemigo había sido completamente sorpren-
dido, y todos sus aprestos de resistencia debían na-
turalmente resentirse de la falta de cohesión en sus
movimientos y del aturdimiento completo en que
tenía que ocurrir á contener al invasor. Así fué que
desde allí dató San Martín sus primeras comunica-
ciones al Supremo Director de Buenos Aires. ''El
tránsito sólo de la sierra ha sido un triunfo. Díg-
nese Vuestra Excelencia figurarse la mole de un
ejército moviéndose con el embarazoso bagaje de
subsistencias para un mes, armamento, municio-
nes y demás adherencias por un camino de cien le-
Y LIBERTAN A CHILE 58 1
guas y cortado por cuatro cordilleras". Después
encomia la intrepidez de Necochea cuyo uicrito es-
pecial recomienda diciendo : "Cargó sable en mano
y todo lo desbarató por su frente, abriendo la pro-
^•incia entera delante del ejército". Grandes elogios
hace de la distinguida cooperación, del acierto y de
la competencia del general Soler. "El ejército (dice )
ha descendido á pie. Los 1,200 caballos que traía
para maniobrar, no obstante las herraduras y otras
mil precauciones, han quedado inutilizados. Maña-
na (9 de febrero) salgo á cubrir la Sierra de Cha-
cabuco y demás avenidas de Santiago" (10).
En efecto, después de un breve descanso, la di-
visión Las Heras bajó de Santa Rosa y se incor-
poró al cuerpo principal en San Felipe en esa mis-
ma noche del 9. Allí entregó el parque, los cañones,
las cureñas y todo el material de su servicio que ha-
bía traído por retaguardia á lomo de muía; y como
ese camino era el que debía servir para la retirada
del ejército en caso de un contratiempo, había de-
jado en él paraderos bien distribuidos, con víveres,
abrigos, municiones y armas que aseguraban una
perfecta defensa. Horas de febril actividad fueron
aquellas; pero todo se hizo, y todo quedó bien he-
cho. Se puso la artillería en sus montajes, se montó
la caballería en excelentes caballos tomados en el
terreno mismo, y se proveyó al soldado de cuanto
era indispensable para marchar y dar la primera
batalla.
Reinaba por supuesto grande alarma con los
apuros consiguientes en Santiago. Los realistas no
(10) Gaceta Bxt. del 20 de febrero de 1817.
582 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
habían supuesto jamás (jue San Martín hubiese de
tentar siquiera su paso por sobre el macizo ó con-
trafuerte de Ackon-Kahuac y amenazar la capital
con un ejército en forma, .\ntes de ^•erlo, nadie hu-
biera presumido ni tomado á lo serio semejante des-
atino; y como lo natural, lo único posible, según
ellos, era que en caso de in\adir entrara por el sur,
hal)ían escalonado sus tropas en ese sentido con bas-
tante acierto y previsión. En Santiago, y en sus in-
mediaciones, habían concentrado una fuerte reser-
va de 2,000 á 2.500 hombres, compuesta de sus me-
jores cuerpos. Valióles eso : que si no. no habrían
podido ocurrir á la defensa de la cuesta de Chaca-
buco. Esta reserva debía servir de punto de con-
centración avanzando al sur é incorporando los de-
más cuerpos, escalonados desde San Femando á
Talca, á medida que la supuesta invasión por los
boquetes de ese extremo se internase en el país.
Ahora era indispensable trastornar de pronto y
completamente ese orden de cosas : dar vuelta el
frente al lado contrario; y lo que antes se había he-
cho retrocediendo estratégicamente hasta el punto
de la concentración general, era menester hacerlo
ahora con una marcha precipitada y confusa en sen-
tido contrario, sin más combinación que á quien
llegue primero, y con el grave inconveniente de que
los cuerpos más cercanos, en los apuros del movi-
miento, gastasen sin orden los medios de movilidad
de que iban á necesitar los más lejanos para llegar
oportunamente al punto del peligro. La invasión
se había ejecutado, pues, sobre la retaguardia de
las columnas, descargando su golpe sobre la capi-
tal, centro de todos los recursos del enemigo ; y ro-
Y LIBERTAN A CHILE 583
to el plan primitivo, es fácil hacerse una idea del
conflicto en que se hallaba Santiago y del apuro
con que la guarnición debió salir á toda prisa á de-
fender la cuesta de Chacabnco, que era ya el único
punto de importancia que el ejército argentino te-
nía que dominar para hacerse dueño de la capital,
y con ella el resto del país hasta las márgenes del
Bío-Bio.
La derrota de las Coimas y la pujanza de los
granaderos de Xecochea había hecho tal impresión,
que el mismo presidente Marcó del Pont con otros
muchos de sus más allegados cortesanos dieron to-
do por perdido, y comenzaron á remitir sus equi-
pajes á \'alparaíso con orden de embarcarlos en el
Jiisfiíiiano, buque de la real hacienda anclado á la
sazón en ese puerto.
Este vergonzoso apuro por huir mostraba bien
el grado de sorpresa y de miedo en que había caído
el gobierno de Chile. Pero, como algo era preciso
hacer. ]\íarcó del Pont nombró comandante general
de las fuerzas realistas al general Maroto, coronel
titular del regimiento de Talazrras: y las tropas que
pudieron reunirse en la capital salieron á sus órde-
nes á cerrar el paso á los argentinos, dejando órde-
nes apremiantes de que los cuerpos que quedaban
escalonados hacia el Sur retrocediesen á toda prisa
á concentrarse en el punto amenazado (ii ) . Se lo
gró así oponer á los invasores lo mejor de las tro-
pas de ocupación, con la única excepción del coronel
di) El general Maroto era el mismo que mandaba
en jefe el ejército de don Carlos en las provincias Vascon-
gadas, y que hizo el famoso Convenio de Vergara con los
cristinos.
584 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
don Manuel Barañao, porteño renegado que no pu-
do llegar á tiempo (12). Pero se pusieron en linea
con excelentes y aguerridos soldados, Elorreaga.
^Nlarqueli, Sánchez. Ouintanilla, Morgado, Calvo,
y otros al mando de los carabineros de Abascal de
los Talaveras, del Cliiloe. del Valdivia, de los Dra-
gones, en número de 2.400 á 2,600 soldados. El ge-
neral I\Iaroto salió de Santiago el dia 1 1 : llegó á la
hacienda de Chacabuco en la tarde y trató de dis-
poner sus fuerzas con la idea de subir á coronarla
en la mañana siguiente, pero comprendiendo la im-
portancia de asegurarse de la altura, mandó que los
Talaveras se colocasen inmediatamente en ella.
Por su parte, el general San Martín tenía la mis-
ma intención y grande interés en no dejarse ganar
de mano. Bien informado de la topografía de aque-
lla región, dividió el ejército en dos cuerpos : com-
binando un hábil movimiento de flanco con el uno,
y de frente con el otro, que siendo ejecutados con
precisión y con armonía debían darle una victoria
segura. Puso la división del ataque por el frente á
las órdenes de O'Higgins. recomendándole seria-
mente que no comprometiese á fondo sus armas
hasta no tener evidencia de que el flanco izquierdo
de la línea enemiga se hallaba amenazado por la
otra división que debía marchar circunvalando los
cerros de su derecha para caer sobre ese flanco del
enemigo.
(12) Don Manuel Barañao era nacido en el pueblo de
las Conchas, y ardiente partidario de la causa del rey. Se
había hecho el más temible y emprendedor de los coroneles
del ejército realista de Chile.
Y LIBERTAN A CHILE 585
Esta división, que llamaremos la división flan-
queadora, fué puesta á las órdenes del general So-
ler y del coronel Las Heras — los mejores y más ex-
pertos jefes con que contaba el ejército, — por ser-
ella la que iba á desempeñar el movimiento capital
de la jornada. El general en jefe quedó á la cabeza
de la reserva, en aptitud de ocurrir á donde su pre-
sencia se hiciera indispensable para el cumplimien-
to de las órdenes é instrucciones que había repar-
tido.
El general Soler debía iniciar su movimiento
por la derecha, dos horas antes que el cuerpo del
centro acentuase el suyo por el frente. Llegando á
colocarse al flanco izquierdo del enemigo debía con-
verger á su izquierda y flanquear la cuesta, donde
se suponía que el enemigo tendría su línea de de-
fensa. Pero, si en vez de esto descubría que el ene-
migo estuviese sólidamente establecido en el case-
río de la hacienda y con la mira de defender la es-
trecha garganta que da entrada á los valles de la
capital, debía el general Soler continuar su marcha
por los cerros del mismo costado y ejecutar la mis-
ma operación descendiendo sobre el flanco de los
realistas para que la división del centro al mando
de O'Higgins formalizase entonces el ataque de
frente.
La división del general O'Higgins se componía
de los regimientos número 7 y 8, dos piezas de
montaña y tres escuadrones de granaderos á caballo
al mando del coronel don Matías Zapiola. La di-
visión flanqueadora llevaba el número i (calado-
res de los Andes), á vanguardia al mando del co-
mandante R. Alvarado : el número 11 Hos antiguos
586 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
Auxiliares }, las compañías de cazadores del 7 y del
8, siete piezas de montaña, y el 4." escuadrón de
granaderos á caballo al mando de don Mariano Ne-
cochea. Por la clase y por el número de su fuerza
se ve bien que en ella estribaba toda la importancia
estratégica de la batalla, y que la del centro debía
influir solamente como amenaza apremiante para
disfrazar el gran movimiento de flanco que era el
decisivo. Esta habilísima combinación del general
en jefe estuvo á punto de fracasar por la poca inte-
ligencia y excesivo ardimiento del general O'Hig-
gins. Entrada ya la noche del día 1 1 de febrero, el
ejército argentino vino á acampar al pie de la cues-
ta, sin que los enemigos hubiesen podido descubrir
en la tarde la posición que ocupaba. Sin saber có-
mo, y á pesar de toda la vigilancia que se observa
en estos casos, apareció en medio de los soldados
del número 1 1 la singular mujer que tanto los ha-
bía servido en el ataque de la guardia. Las- Heras
informó al general Soler de sus antecedentes, y
éste la envió escoltada al general San Martín. Sú-
pose por ella, ó por lo menos corroboráronse las
noticias que ya se tenían de que los realistas se ha-
bían fortificado en la angostura donde estaba el ca-
serío de la hacienda, y que sólo tenían avanzado en
la cuesta el regimiento de Talavcras. Contestó á
cuanto se le preguntaba sobre los caminos que po-
dían practicarse, y tanto el general O'Higgins co-
mo los guías y otros oficiales chilenos alionaron sus
informes. El general en jefe la devolvió á la divi-
sión Soler, y éste la mandó á vanguardia con los
guías y orden de obscn'arla (13). A la una de la
(13) Estos informes son los que nos ha dado el ge-
neral Dehesa, capitán entonces en el núm. 11 y nos agre-
Y LIBERTAN A CHILE 587
noche (a. ni.) se dio orden de comenzar los movi-
mientos. Los soldados dejaron las mochilas al pie
de la cuesta sin llevar peso ninguno que pudiese
fatigarlos. La división Soler entró á esa hora por
los cerros de la derecha: y á las tres y media (a. m.)
la división de O'Higgins emprendió paulatina-
mente la ascensión de la cuesta. El camino de la
primera era difícil y de una marcha muy embara-
zosa : pero así que el número 8. mandado por el co-
mandante Cramer comenzó por el frente el fuego
de guerrillas sobre los Talavcras, asomaron por la
izquierda de éstos las cabezas de las columnas del
número i .° y del 1 1 : y los Talaveras, en peligro de
ser cortados, se plegaron á la posición que tenían
los suyos en el bajo de la hacienda. Perdió enton-
ces el general O'Higgins el tino del mando que
debía haber observado, y. sin recordar las órdenes
del general en jefe (ó violándolas de su cuenta),
hizo ascender toda su columna en prosecución de la
marcha que había hecho el número 8. Esto mismo
no hubiera sido tan censurable, si se hubiese limi-
tado á ocupar la cuesta y hacer movimientos de des-
cubierta para conocer bien la posición enemiga.
Pero él, sin esta indispensable precaución, sin es-
perar lo's movimientos de la división flanqueadora
y temiendo sólo que otro le arrebatase un triunfo
que creía fácil con sólo atrepellar, descendió la cues-
ta como un torrente y fué á estrellarse contra los
cuerpos realistas, harto fuertes y expertos para que
gaba que la presencia de la Loca de la Guardia había cau-
sado indecible júbilo y confianza en las tropas de su re-
gimiento.
588 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
así no más se dejasen llevar de frente por un ataque
imprudente y temerario.
En efecto, Maroto había formado su línea con
ima discreción verdaderamente militar. Al princi-
{ño había pensado hacerse fuerte en la cuesta; pero
observó que podía ser flanqueado, y que las salidas
á Santiago podían serle tomadas por los patriotas
circunvalando la posición. Resolvió entonces esta-
blecerse en el descenso de la cuesta, ocupando el
declive de un cerro que se cerraba en una angostu-
ra por su derecha ; en ese barranco colocó su arti-
llería y apoyó su izquierda en los cordones intran-
sitables que se engranan con la cuesta y que creían
inaccesibles, cubriendo su retaguardia por los dra-
gones del coronel Morgado y carabineros de Abas-
cal que mandaba el coronel Ouintanilla.
O'Higgins sintió muy pronto el desgraciado
error que había cometido comprometiendo así la
batalla . Los realistas lo rechazaron causándole
enormes pérdidas, y lanzaron sobre él dos cuerpos
de infantería. El 7 y el 8 se cruzaron con ellos á la
bayoneta, y consiguieron hacerlos retroceder á su
línea, pero estropeados también no estaban ya en
estado de repetir el ataque ni de arrostrar los fue-
gos de la artillería enemiga que les causaba un daño
considerable.
San Martín, en el colmo de la angustia creyó
por un momento que la jornada estaba perdida, y
desde la cuesta trajo la reserva al campo de batalla.
Nada sabía de la división Soler, no alcanzaban si-
cjuiera á percibir la cabeza de sus columnas, y le
despachaba avisos sobre avisos para que bajase
cuanto antes por el flanco enemigo; porque aunque
Y LIBERTAN A CHILE 589
los cuerpos de Cramer y de Conde (8 y 7J se sos-
tenían con prodigios de bravura, los granaderos á
caballo no habían podido operar sobre la línea de
Alaroto. y habían sido desgraciados en las dos ten-
tativas que habían hecho, á causa del terreno im-
practicable en que O'Higgins los había compro-
metido.
Al oir el nutrido tiroteo, las descargas y el fue-
go de la artillería que tenía lugar sobre su izquier-
da, el general Soler veía con una profunda ansie-
dad que la batalla se había comprometido á des-
tiempo, y que el éxito dependía de que él pudiera
llegar cuanto antes sobre el flanco enemigo; así es
que puesto á la cabeza de la columna, no cesaba de
repetir sus voces: ;Al fuego, mucJiachos! ¡Al fue-
go!, avanzando al trote de su caballo, seguido de
los batallones que á toda prisa corrían también en
la misma dirección por entre barrancos y precipi-
cios.
De improviso se encuentra en una quebrada
sin salida ; el comandante Alvarado avisa que no
puede pasar. Acude el general y se indigna con los
guías. Estos se excusan por la premura en que los
habían puesto y vacilan. . . ;y la Loca?. . . la Loca
de pie en una eminencia cercana gritaba ¡por aquí!
¡por aquí!... Siguen sus indicaciones y pasan las
columnas convergiendo sobre el campo de batalla.
Sube el general Soler á una meseta de donde do-
mina el flanco izquierdo de la posición de ]\Iaroto.
Una sola ojeada le basta para hacerse cargo de lo
crítico del momento, é indignado de que el general
O'Higgins hubiese procedido sin tenerlo en consi-
deración trata de reparar la falta cometida.
590 LOS ARGENTINOS PASAN I.OS ANDES
Lle\"al)a la cabeza de la columna el batallón de
cazadores á las órdenes de Alvarado, y en el mo-
mento el capitán de la primera compañía, don Lu-
cio Salvadores, recibe orden de descolgarse sobre el
flanco de los realistas, siguiéndolo por allí las de-
más fuerzas de infantería, al mismo tiempo Cjue por
debajo de la pendiente entraba en acción, sobre el
mismo flanco, el coronel don Mariano Xecochea —
el Murat argentino — á la cabeza de sus granaderos
á caballo.
La acción toma en el instante otro carácter. El
enemigo abre su flanco derecho por la turbación
que sufría su línea en el izquierdo. El coronel Za-
piola penetra por allí con otros tres escuadrones de
granaderos á caballo: acuchilla la caballería realis-
ta y ocupa la retaguardia del caserío, al mismo tiem-
po que la columna de O'Híggins, bajo las órde-
n.es ahora del general San Martín, y reforzada por
la reserva, acomete de frente llevándoselo todo por
delante.
La persecución fué tan tenaz que no salvó abso-
lutamente cuerpo ninguno de las fuerzas del gene-
ral ]\íaroto que no quedase deshecho ó prisionero :
y de todas ellas no pudo rehacerse ni una compañía
siquiera que consiguiese incorporarse organizada á
las fuerzas que venían del Sur á toda prisa para de-
fender la capital.
Decidida y terminada la batalla á eso de la una
del día, el general San ^lartín, sentado en un tosco
madero á la sombra de una frondosa y soberbia
patagua, descansaba de la fatiga y conversaba con
Arcos, con Alvarez Condarco, sus edecanes, y otros
muchos oficiales que venían á saludarlo. Al reci-
Y LIBERTAN A CHILE 59 1
birlos con la jovialidad que le era natural en estos
casos, notó con sumo disgusto que algo nuiy grave
pasaba entre los generales Soler y O'Higgins. El
primero traía el rostro visiblemente enfadado y si-
niestro. Dio la mano á todos los compañeros que
se apresuraron á felicitarlo por su oportuna apari-
ción en el campo de batalla, menos á O'Higgins,
marcando bien la voluntad que tenía de ofenderlo
con este desaire.
O'Higgins lo notó también, produciéndose con
esto un incidente que aunque mudo y contenido
perturbó visiblemente la cordialidad de la reunión.
San Alartin se puso de pie, le\antó una copa de
vino y dijo :
— ¡ Señores : á los bravos de la derecha, y á los
bravos del frente ! — Todos aplaudieron ; y sin dar
tiempo á más, con aquella sagacidad y viveza de
percepción con que sabía obrar en los momentos
difíciles, agregó tomando el tono oficial del mando :
— General Soler : póngase Vuestra Señoría al
mando de la vanguardia con toda su división, in-
corporando los cuatro escuadrones de granaderos á
caballo ; y ordene Vuestra Señoría que la persecu-
ción no pase del portezuelo de Colina, porque es
muy probable que las fuerzas enemigas que quedan
al Sur, estén concentrándose ahora en Santiago,
para presentarnos otra batalla.
— ¿Otra batalla, señor general ?— dijo O'Hig-
gins.
— Es natural : Abandonarnos la capital quedán-
doles todavía intactas las fuerzas que tienen al Sur
— los tres escuadrones de Barañao, los batallones
de Chiloe y de Chillan, el de la Palma, y quince ca-
59- LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
ñones que pueden mover con 300 artilleros, — me
parece que sería el colmo de la imbecilidad. Han de
aventurar otra batalla, porque si se retiran ahora
tendrían que replegarse á Concepción; todo queda-
ría perdido para ellos y tendríamos el país entero
con nosotros.
— General, Vuestra Excelencia no los conoce. . .
Los jefes presentes se sorprendieron al oír esta
observación que les pareció impertinente.
— Creo, señor general — agregó O'Higgins. —
que estamos hablando entre amigos, ¿no es cierto?
— ¡Por supuesto! — contestó San Martín dando
una forma llana y fácil á sus palabras.
— Pues en este caso rae permito insistir en que
no hemos de tener otra batalla ... Si Vuestra Exce-
lencia quiere, me comprometo á marchar sobre San-
tiago y ocuparlo mañana al amanecer.
— Puesto que la conversación es amistosa, se-
ñor general — dijo Soler, — yo me permitiré opinar
como Vuestra Señoría y decirle que si Vuestra Exce-
lencia me retira el honroso puesto de dirigir la
\anguardia para encargárselo al señor general
O'Higgins. que parece desearlo, cuide Vuestra Ex-
celencia de que una fuerte división pueda operar de
flanco en el momento oportuno y bien apercibida de
lo que pueda ocurrir en esta noche.
— ¡Señor general Soler! — dijo O'Higgins. —
¡ Explique Vuestra Señoría si esas palabras tienen
doble sentido !
— Tienen, señar general O'Higgins, el que \'ues-
tra Señoría les ha dado.
— ¡General! — dijo San Martín incorporándose
co-.i ademán supremo. — ¡X^uestra Señoría acaba de
Y LIBERTAN A CHILE 593
recibir una orden perentoria y urgente ! Alarche
Vuestra Señoría á cumplirla. Los momentos son
preciosos ; y ya que "V^uestra Señoría sabe lo que
preveo, obre del modo conveniente para que el ene-
migo no lo encuentre desprevenido.
Soler era entonces un hombre de treinta años á
lo más. Era el oficial de una talla más elevada y más
arrogante del ejército argentino. Derecho y esbelto
como un álamo, militar consumado en su andar,
en la severidad de su gesto y en la cortesía reser-
vada de sus modales, pasaba por ser el más enten-
dido de los jefes de división que tenía entonces
nuestro ejército: y en la reciente campaña había
desempeñado la importante pa:te que le había en-
cargado el general en jefe con una habilidad noto-
r.'a y con una competencia de primera clase.
El rompimiento del general Soler con el gene-
ral O'Híggins, la intransigente soberbia de su ca-
rácter y la idea que el primero se había formado
de la poca capacidad militar del segundo, iban á
?^r causa de su separación del ejército de los An-
des en cuanto O'Híggins ocupase en Chile el pues-
to de Supremo Director del Estado, que le es-
taba destinado por los propósitos políticos y nece-
sarios del general San Martín. Ambos jefes eran
ya incompatibles en el Ejército de los Andes.
Entre tanto, era cierto que cuando el general
San ^lartín preveía con buen juicio una nueva ba-
talla, y se preparaba á ganarla, el coronel Barañao,
recién llegado á Santiago, promovía la necesidad
de tentar ese nuevo ataque y de caer esa misma no-
che sobre los argentinos. Juntóse sobre eso consejo
de jefes, pero prevaleció el parecer de que la ope-
IIIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 38
594 I'OS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
ración era aventurada, porque no podia suponerse
que se tomasen desprevenidos á jefes de tanta im-
portancia y experiencia como los que habían ejecu-
tado la invasión y ganado la batalla de la cuesta de
Chacabuco.
La escena anterior puso preocupado al general
San Martín : y aunque procuraban disimularlo, to-
dos estaban también más ó menos afectados por el
sinsabor que causan siempre los incidentes de este
género.
— ¡Las Heras! — dijo el general, sentándose de
nuevo. — Téngame al corriente de lo que pase entre
O'Higgins y Soler y trate de aquietarlo hasta que
entremos en Santiago.
— ¿yie permite Vuestra Excelencia una simple
observación ?
— ¿Cómo no?
— Entonces suplicaré á Vuestra Excelencia que
no me encargue ese cuidado. Xo tengo ninguna in-
timidad con el señor general Soler, y no deseo ro-
zarme con él sino en cosas de servicio. Por lo de-
más, estoy cierto que el señor general Soler no se
ocupará por ahcra de otra cosa que de cumplir las
órdenes que Vuestra Excelencia le ha dado.
En la tarde del 12 de febrero, que tan glorioso
día había sido para el ejército argentino, el general
Soler ocupaba el portezuelo de Colina. Establecido
allí sólidamente con toda la vanguardia, hizo re-
plegar al coronel Necochea, que había llevado una
tenaz persecución hasta dos leguas más adelante.
Esta persecución había sido terrible para los
vencidos. Porque como recordará el lector, la ca-
ballería argentina, al mando de Zapiola por la iz-
Y LIBERTAN A CHILE 595
quierda. y de Xecochea por la derecha, había pe-
netrado hasta tomar posesión de la retaguardia rea-
lista, al mismo tiempo que Soler doblaba el flanco
izquierdo del enemigo, y que la división de O'Hig-
gins, dirigida por el general en jefe, rehacía sus co-
lumnas al favor de esos movimientos y lo arrollaba
por el frente. Con esto los enemigos habían per-
dido su formación y se habían declarado en una de-
rrota espantosa. Pero al huir hacia la ciudad, en el
más completo desorden y confusión, habían encon-
trado que los granaderos á caballo les cerraban el
paso ; y como les faltara ya la disciplina, al mar-
char así revueltos en grandes grupos se permitían
algunos la imprudencia de hacer fuego, para abrir-
se camino; de modo que los granaderos á caballo,
lanzados á. fondo, los sablearon por más de cuatro
leguas en los callejones de la vía, dejando detrás
de sí una enorme cantidad de enemigos muertos,
heridos y prisioneros, sin que alcanzaran á salvar-
se sino algunos pocos fugitivos, que, trepándose á
los cerros, ó escondiéndose en las asperezas, logra-
ron substraerse por el momento al sable de los ven-
cedores, pero no salvarse de caer en sus manos,
hora más ó menos después.
Serían ya como las ocho de la tarde, cuando
el general Soler avisó que quedaba en posición de
contener cualquiera tentativa que el enemigo pre-
tendiese hacer en esa noche; y que, habiendo sido
estudiada la topografía del lugar por los ingenie-
ros Arcos y Alvarez Condarco, estaba ya indicado
el campo en cjiue todo el ejército podía acampar, pa-
ra reconcentrarse y quedar prevenido á todo evento.
El o-eneral San Martín se adelantó entonces con
596 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
el Estado Mayor hasta la vanguardia ; y después de
unas cuantas horas dadas á la reorganización de
los cuerpos, al refrigerio de la tropa y al descanso,
el ejército se puso en marcha en las primeras horas
de la aurora (14).
(14) V^oy á narrar aquí por vía de amenidad una anéc-
dota característica de algunos actores, que tiene un per-
fecto sabor histórico, y que salvo la forma literaria en que
la voy á verter, es perfectamente idéntica al suceso tal
cual lo he oído al señor don Juan Godoy, gran sabedor
de aventuras, y que los generales Dehesa y Las Heras
me decían que en efecto 'había corrido ese cuento en el
ejército.
Detrás de las últimas columnas de la retaguardia ca-
balgaban con negligencia, lado á lado, dos hombres segui-
dos de un piquete de soldados que arrastraban un cañón
de montaña.
El uno era un jovencíto de diez y seis años, escribiente
por aquel entonces de la secretaría del general en jefe,
que por primera vez en su vida atravesaba un campo de
(batalla.
El otro era un hombre como de treinta años : figura
grotesca y aire siniestro; parecía encantado con el ho-
rrible espectáculo que se desenvolvía á su vista, y había
tomado una parte viva en la carnicería de la jornada.
Algunos grupos de campesinos silenciosos, dirigidos
por agentes subalternos, provistos de algunos faroles y de
angarillas de cañas hechas á la ligera, recogían heridos
en aquel campo de muerte y los transportaban á las casa?
de la Hacienda. Los que dirigían aquel piadoso trabajo
les gritaban de cuando en cuando : "¡ Carguen primero á
los patriotas !" — "A los godos después".
— ¡Zeñor por Dior:!... ¡ Un vazito de agua; ¡que perez-
co de zed!... — exclamaba un infeliz que yacía por allí.
Al oírlo, dos ó tres campesinos procuraron acercarse á
él para auxiliarlo. Pero el hombre que cabalgaba con el
joven, les gritó: — ¡ Eh ! ¡bestias! ¿no están oyendo que di-
Y LIBERTAN' A CHILE 597
El general San ]\Iartín acababa de tener las pri-
meras noticias de que las fuerzas enemigas se ha-
bían desorganizado completamente; de que la ca-
pital estaba abandonada y en completa acefalía.
c€ zeta? ¡ A los patriotas primero ! — dijo entrometiéndo-
se en lo que no le incumbía.
• — ; Mal rayo te parta !.., ¡ y el alma y el cuerpo ze
te pudran, hijo de una tal por cual ! — exclamó el herido.
— ¡ Antes te vas á pudrir tú, raza de moros ! — le con-
testó el jinete, riéndose complacido.
De todos lados del estrecho camino se oían salir ayes
lastimeros.
— ; Ay, por Dioz ; ¡ zocórranme presto ; — decía el uno
con una voz moribunda.
— ; Por los clavos del Zeñor ! ¡ misericordia, misericor-
dia !... ¡ tengo traspasado el pecho !... ¡ Me ahoga la zan-
gre ! — gritaba otro.
Y los horribles lamentos daban un lúgubre aspecto á
las tinieblas de la noche, al vago andar de los escasos
faroles con que las partidas de campesinos andaban ins-
peccionando y recogiendo los heridos.
Una voz angustiada se alzó por delante de los dos
jinetes, y en el tono de la más grande desesperación les
gritó :
— ¡ Por la Virgen Santísima de Dolores, zeñor ofi-.
cial ! !... me van á aplastar los caballos y el cañón... ¡ ten-
go las dos piernas destrozadas ! no me puedo mover...
j por piedad, por piedad ! ¡ que todos zomos cristianos !
— ¡Pues mejor!... ¡Te despenarás cuanto antes; — le
dijo el mayor de nuestros dos hombres, mientras los sol-
dados continuaban impasibles arrastrando el cañón hacia el
herido.
Pero el más joven tirándose prestamente del caballo,
corrió al herido; y tomándolo por debajo de los dos bra-
zos lo sacó de la vía, y lo puso á un lado contristadísimo
de los espantosos quejidos que lanzaba al ser arrastrado.
— ¡ Xo puedo hacer más por usted, amigo! — le dijo el
joven, y volvióse ligero á su caballo dejándolo en sus
598 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
Aunque bastantes vagos y poco auténticos todavía,
había sin embargo algunos datos que parecían fun-
dados, para presumir la necesidad de que el ejér-
cito argentino se adelantase á ocuparla tan pronto
como fuera posible. En efecto : en esos momentos,
Santiago ofrecía el efecto de un caos, entregado
al desorden más espantoso.
atroces padecimientos y clamando : ¡ agua ! ¡ agua ! ¡ por
todos los santos del cielo !
— ¡ Mira — le dijo el otro — si vas á ocuparte de eso
con cada uno de los que te llamen, vas fresco !... Apren-
de— agregó señalándole con el dedo un bulto, que á la
orilla del camino estaba dándole vuelta á un cadáver para
ponerlo boca arriba. — Mira esa mujer que en vez de en-
ternecerse por los quejidos anda haciendo provecho y
robando á los muertos, que den gracias también si no los
despena para aumentar la cosecha.
— ¡ Miserable ! ¡ Harpía ! ¡ deja esos infelices ! — le
gritó el joven adelantando á ella su caballo.
Pero al oirlo, la mujer se incorporó arrogante como
un fantasma, y le dijo con imperio — ¡sigue tu camino! y
deja á los cóndores su presa! ¿qué sabes tú de lo que yo
busco, ni de lo que yo hago?
¡ Ah ! — dijo el otro riéndose á carcajadas. — Es la
Loca del Once (*).
— ¿La Loca? — preguntó el joven con sorpresa.
— Sí, hombre; déjala... — y tomándolo de la rienda de
su caballo le obligó á seguir el camino.
— No hay duda que un campo de batalla es una cosa
tremenda: en este momento quisiera ser sordo — dijo el
joven.
— ¡ Pamplina ! ¡ Horrible y tremendo es cada día que
pasa !... O se te figura, inocente criatura, que el mundo no
es también un campo de batalla en que van al hoyo, con
(*) Decia la leyenda que buscaba por todas partes el cadáver de
Zambruno, el feroz capitán de Tatarera», autor y actor en las íechorias
de Rancagua, á quien descubrió y denunció en la crujía de los prisioneros.
Y LIBERTAN A CHILE 599
Las fuerzas venidas del sur aquel mismr) dia al
mando de Barañao y de otros jefes, hablan tenido
la intención de atacar al ejército vencedor esperan-
do encontrarlo desprevenido y entregado á la con-
dolores y lamentos espantosos, no digo yo quinientos ó seis-
cientos pobres diablos como aqui, sino millones por día.
— Pero uno no los ve.
— ¡Vaya con el consuelo! Pero los ven sus hijos, sus
padres, sus .hermanos, el... que los confiesa., el médico
que los mata sin refregarse los ojos... los asesinos que los
despachan y qué sé yo que otros mil.
— Pero á esos desgraciados los auxilian y los atien-
den otros; mientras que estos desgraciados quedan ahí
postrados y mueren sin más compañero que el abandono,
la soledad, las tinieblas y el frío de la noche, clamando
por un dedal de agua que nadie les da.
— Pues mira: duerme bien esta nodhe; y mañana ve-
rás salir el sol como todos los días. Los muertos se pu-
drirán enterrados ó no enterrados : los que no sean de-
vorados por los gusanos serán devorados por los cóndo-
res. Se pondrá el sol después, saldrá la luna y brillarán
las estrellas como siempre. Y por último ¿para qué hemos
tomado servicio y cargamos esta espada?... Para matar
y para matar, mientras no nos maten otros á nosotros. Y
como nosotros también hemos de morir sin que el sol se
pare por eso, ni dejen de parir las mujeres, todo se redu-
ce al fin á morir unos cuantos años antes ú unos cuantos
años después. Con que así, deja tú á los que mueren que
mueran, y veamos si en el tiempo que hemos de vivir
logramos ser nosotros de los que matan y gobiernan y
gozan... Por lo que hace á mí, eso es lo que voy buscando,
y para eso pongo en riesgo mi vida... A mí me gusta ma-
tar y mandar; ;y maldito si me importa un bledo de los
que caen, con tal que yo sea de los que queden !
— Pues yo me he decidido á tomar parte en el ejérci-
to sólo para defender la patria.
— ; Matando !
— ^Matando, no; peleando por el triunfo; y por la
600 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
fianza de su triunfo, pero habían tenido que desis-
tir de la aventura prefiriendo replegarse. La des-
moralización se había apoderado de los cuerpos;
relajada la disciplina, los derrotados no obedecían
órdenes de nadie, y corrían por grupos en la direc-
victoria de la tierra en que hemos nacido, para ser libres
en ella y hacerla feliz.
— ¡ Y todo esto matando !... La prueba está en todos
esos quejidos y lamentos que estás oyendo y que te horro-
rizan.
— ¡ Así será ! pero lo que sé es que tengo aquí en el
corazón otra clase de sentimientos v de ideas que no son
esas... ¡ Libertar á Chile y triunfar de España, es algo
más que matar ! ¡ La gloria y la gratitud de los pueblos !
— Sí... i Ya verás la gratitud de los pueblos !... y en
cuanto á la gloria no es gratitud sino agravios y renco-
res lo que te ha de dar si un tonto como vos llega á ver
la... ¡ Para los pavos !
— Si todos viesen el mundo como usted, sería mejor
haber nacido pampa, fray Félix ! — le dijo el joven con un
enfado visible y con acrimonia.
Pero no bien había pronunciado estas últimas pala-
bras cuando el fraile, acercándole su caballo con un mo-
vimiento violentísimo, levantó la mano con todo el ím-
petu de la rabia como para descargarla de revés sobre su
compañero. Y lo hubiera hecho, si éste, sorprendido, pero
ágil, no hubiera separado á tiempo su cuerpo y echado
mano al puño de su espada.
El fraile Aldao se contuvo entonces, y le dijo (**) :
— i Mira, mocoso ! si no te hubiera visto nacer, y si
no fuéramos los dos de Mendoza, te daría una lección que
(••) Don Félix Aldao, era un fraile mendocino que dado por
genio á las aventuras consiguió que lo hicieran capellán del batallón
número ii. En el ataque de la Guardia, se saco los hábitos, se metió
en el piquete de los granaderos, y tomó una parte cruel en la matanza.
Desde entonces comenzó á figurar como teniente y no habia para él
mayor injuria que decirle el fraile; por lo cual se lo repetían siempre
los demás oficiales. Sabido es que ascendió hasta coronel y que fué
el tirano más atroz y siniestro de Mendoza á su vuelta del Perú.
Y LIBERTAN A CHILE 6oi
ción de \'alparaÍ60 y de otros puertos sin más mira
que huir y que embarcarse en los buques que pu-
dieran encontrar. Los demás cuerpos que no ha-
bían entrado en la acción, contagiados también del
pánico general, y sin contar con la cohesión nece-
saria ni con la autoridad de un mando superior pa-
ra hacer pie, volvían á tomar á toda prisa el camino
del sur replegándose á Concepción y á Talcahuano.
para tener tiempo de reconocer la situación general
en que habían de quedar las cosas, y tomar medi-
das de defensa ó esperar refuerzos del Perú.
no olvidarías jamás... Pero te advierto que si otra vez
me injurias te has de arrepentir.
— Xo quiero contestarle, teniente Aldao, porque re-
conozco mi falta y porque estamos delante de la tropa.
Pero usted comprende que el hábito...
— ¿El hábito? ¿Vuelves? — dijo el fraile Aldao como
si quisiera contenerse antes de estallar.
— Quiero decir la costumbre. Xo he tenido la menor
intención de ofenderlo; ni pensé lo qué decía.
Pues ten cuidado para adelante, porque estoy resuel-
to á meterle cuatro pulgadas de acero al que pretenda se-
guir con esta costumbre, sin tener en cuenta lo que soy
ahora y lo que quiero ser en adelante.
Después de esta escena, los dos compañeros marcha-
ban en silencio, cuando á poco tiempo se sintió el galope
de un caballo que venía de la vanguardia y que detuvo su
carrera junto á ellos. — ¿Qué hay, Juan Apóstol? le pre-
guntó Aldao (***).
— Orden de que todos los piquetes se pongan al trote ;
y que usted se incorpore á su cuerpo, fray Félix.
— ¡ Fray tu madre, loco de m . . . !
El oficial soltó una carcajada, y dando vuelta á su ca-
ballo tomó otra vez hacia el cuartel general.
(***) Dou Juan Apóstol Martínez, uno de los oficiales más bravos y
más desparpajados del ejército.
602 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
El mariscal ]^Iarcó del Pont había huido con
tiempo de la ciudad. Desde mucho antes había he-
cho marchar en dirección á Valparaíso las carretas
de su gran equipaje, los papeles de los archivos, y
todos los valores líquidos, en barra y en dinero, que
'había podido tomar del tesoro, sin [)ensar en otra
cosa c[ue en embarcarse.
Cuando el pueblo se dio cuenta de todo esto se-
rían como las nueve de la noche. Alborotada la ple-
be, se lanzó á las calles armada de hachas, barretas
y picos, vociferando en un desorden atroz, y ata-
cando á mano armada las casas que se tenían por
más opulentas y ricas, sin distinción de partido. A
e?ta terrible confusión se agregó que los grupos
de realistas derrotados, creyéndose en peligro, atra-
vesaban las calles, disparando sus fusiles y atacan-
do también todo lo C[ue encontraban al paso, en su
deseo de ganar pronto los caminos por donde trata-
ban de escapar. Andaban así revueltos con las
familias, mujeres y niños, que ansiosos seguían á
sus deudos, y mujeres y pilludos de la clase baja
que robaban y agredían sin piedad.
En tan crueles angustias, unos cuantos de los
vecinos principales se reunieron con urgencia en la
casa del opulento don Francisco Ruiz Tagle. Con
la firma de éste lograron hacer venir á la reunión á
muchos otros y constituir por el momento una es-
pecie de autoridad que tomó á su cargo el restable-
cimiento del orden. La empresa era ardua por cier-
to; fué preciso emplear muchas horas antes de po-
der organizar y armar algunas patrullas de vecinos,
sirvientes y gente buena con c[ue tratar de restable-
cer algún orden. Pero, desesperando de tener me-
Y LIBERTAN A CHILE 603
dios con que llevarlo á cabo, despacharon expreso
sobre expreso al general San Martín para que apre
surase su marcha sobre la capital, y acudiese á sal-
varla cuanto antes del saqueo que por momentos
tomaba formas terribles, y del incendio de edificios
que ya comenzaba á pronunciarse en muchos pun-
tos de importancia. El general San ^Martin mandó
adelantar al general Soler con orden de ocupar la
capital.
Entre tanto, las fuerzas realistas que no habían
alcanzado á entrar en acción, se retiraban á prisa
por los caminos que van al sur. al mando de Sán-
chez, de Ouintanilla. Barañao v ^Morgado : Elo-
rreaga y JMarqueli quedaban muertos en el campo
de batalla con muchos oficiales subalternos.
Los cuerpos que habían tomado parte en la ba-
talla, estaban deshechos : los Talaz'cras casi lodos
prisioneros, y de sus oficiales no escapó uno solo.
El feroz Zaiubniuo y su cómplice Villalobos, fue-
ron encausados como facinerosos, y destituidos de
la calidad de militares en razón de la notoriedad
de sus crímenes, fueron fusilados y colgados en la
horca, sin que el virrey ni los realistas hubiesen re-
clamado jamás, ni ejercido represalia, tal era el co-
iiocimiento que todos tenían de sus infames aten-
tados y de la justicia de la sentencia.
El presidente Marcó del Pont fué aprehendido
en la inmediaciones del puerto de Scdi Antonio, y
traído á la presencia del General San Martín, envia-
do á la provincia argentina de San Luis, con or-
den de no impedirle la lüjertad de su persona,
mientras no tratara de salir de los límites de esa
villa provincial.
604 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
El general Maroto pensó un momento en reunir
á los dispersos y embarcarse con ellos hacia el Sur.
Pero en la cuesta de Prado, camino de Valparaíso,
se desorganizó todo al sentir las primeras avanza-
das de granaderos á caballo que se aproximaban.
Maroto llegó á tiempo para embarcarse y llevar al
Perú la noticia de que el ejército argentino quedaba
dueño de la capital y del centro de Chile.
En los dos primeros días de la ocupación siguió
gobernando ostensiblemente el anciano Ruiz Ta-
gle con el título de gobernador interino. El 15 de
febrero publicó San ]\Iartín un bando convocando
al pueblo á elegir en Santiago el Jefe Supremo de
la nación. Presidida la grande Asamblea por el go-
bernador interino, resultó electo casi por unanimi-
dad de votos el general San ^Martín. Pero como éste
se negase redondamente á ocupar semejante puesto,
repitióse el acto, y recayeron los votos en don Ber-
nardo O'Higgins. Este se posesionó del mando y
nombró ministros á don Miguel Zañartu y á don
Ignacio Centeno : el primero, hombre de grande
fibra, y partidario celosísimo de la influencia ar-
gentina ; el segundo, un administrador modelo, y
sujeto honorabilísimo á quien San Martín había
distinguido en Alendcza con cargos de alta con-
fianza, y con el peso de todo lo relativo á las cuen-
tas y administración del ejército.
Lo más urgente ahora era continuar lo campaña
sobre los realistas que se habían retirado al Sur.
Pero una vez electo el general O'Higgins Director
Supremo del Estado, el general Soler se avistó con
el general San Martín y le hizo presente que de-
Y LIBERTAN A CHILE 605
seaba retirarse del Ejército de los Andes, porque
comprendía que todo debía marchar de acuerdo con
el Supremo Director, cuya dirección ú órdenes no
estaba dispuesto á aceptar. Al general San Martín
le convenía esa separación, por razones de armonía
política en el nue\'o centro de su autoridad perso-
nal, y condescendió, aunque conocía perfectamen-
te la inmensa superioridad militar del general So-
ler sobre O'Híggins (15).
Al mismo tiempo de haber concentrado su po-
deroso ataque sobre la provincia de Ackon-Kahuac,
San Martín había desprendido por el sur al tenien-
te coronel de Chile don Ramón Freiré, y por el
norte al de igual grado don Juan ^^lanuel Cabot. El
primero tenía orden de entrar con unos pocos par-
tidarios por Colchagiia, levantar guerrillas del país
y ocupar á Talca. El segimdo, debía ejecutar la
misma operación sobre Coquimbo. Las dos opera-
ciones se realizaron con éxito, pero sin importan-
cia notable ó positiva en los sucesos, que al fin y al
cabo fueron todos ellos puro efecto de la victoria de
Ch.\cabuco.
(15) Tratándose de cómo podría suplirse el mando
en una ausencia del general San Martín, el señor Puey-
rredón escribía al señor Guido: "Considero á O'Híg-
gins muy bueno, pero en la guerra, la opinión (¿el cré-
dito?) es un arma muy eficaz, y es preciso convenir en
que no tiene la necesaria, ni entre nuestras tropas, ni en-
tre las del enemigo". (Carta del 9 de septiembre de 1817
inserta en la página 32 de los Papeles del general Gui-
do). Podríamos dar muchos más datos sobre la poca
opinión que se tenía de la competencia militar de O'Híg-
gins; pero lo consideramos inútil y fuera de nuestro
asunto.
6o6 LOS ARGENTINOS PASAN LOS ANDES
He aquí el conjunto de los sucesos y de las proe-
zas que volaban en boca de todos
1817 los habitantes de Buenos Aires,
Febrero 26 como fantástica leyenda, en medio
del bullicio de las músicas, de los
cohetes, de los repicjues y de las salvas de artillería,
á las tres de la tarde del día 26 de febrero de 181 7.
Las cartas particulares ; las relaciones verbales del
oficial que había traído el parte y la corresponden-
cia; las invenciones naturales del entusiasmo y de
la imaginación popular llenando de colorido poé-
tico los hechos, y quizás más verdaderas que los he-
chos mismos, oídas y referidas por todos con avidez
insaciable en aquella bellísima tarde de nuestro plá-
cido otoño, servían de alimento á la llama vivida
en que ardían los hijos de la grande capital exalta-
dos por el jiibilo. ¡Los deudos, los hermanos, los
amigos, los iiiilos de la casa eran los héroes que
habían reconquistado á Chile haciendo brillar las
espadas argentinas en el campo de la victoria !
Pronto, muy pronto, embarcándose aunque fuese
en lanchas, iban ellos, victoriosos á la vez. á plan-
tar la BANDERA CELESTE Y BLANCA sobre el solío hu-
millado de los virreyes de Lima. San ^Martín lo
anunciaba y lo escribía así en ese mismo momento
á muchas personas. ¿Cómo dudarlo?... El pueblo,
ebrio de placer, ebrio de noble orgullo miraba sa-
tisfecho y respetuoso al Supremo Director, á quien
tanta parte tocaba en el éxito de esa campaña para
decir con justicia que había contribuido á salvar la
patria, á asegurar la feliz terminación de la guerra
de la Lidependencia Argentina, y poner su brazo
en la emancipación del continente sudamerica-
Y LIBERTAN A CHILE 00/
NO, que era ya una consecuencia de la \ictoria prime-
ra del Ejercito de los Andes.
El Supremo Director de Chile don Bernardo
O'Higgins, se dirigió al gobier-
1817 no de los Estados Unidos de Xor-
Abril i.° te América, al emperador de Ru-
sia, y á otros gobiernos europeos
anunciándoles la restauración de Chile y su exalta-
ción al mando, en estos términos: "Después de ha-
ber sido restaurado el hermoso reino de Chile por
LAS ARMAS DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RlO DE
LA Plata el 12 de febrero del corriente año bajo las
órdenes del general San Martin, y elevado como he
sido por la voluntad del pueblo á la Suprema Di-
rección del Estado, es de mi del^er anunciar al mun-
do un nuevo asilo en estos países á la industria, á
la amistad y á los ciudadanos de todas las naciones
del globo . . . La sabiduría y recursos de la nación
ARGENTINA limítrofe, decidida por nuestra emanci-
pación, da lugar á un porvenir próspero y feliz en
estas regiones"" (16).
(16) Papeles del señor Guido, págs. 27 á ^2.
APÉNDICE I
(Págiua 42;
INFORME DEL GENERAL BELGRANO SOBRE LA MISIÓN
A EUROPA EN 1815
Las INSTRUCCIONES : Como el exacto desempeño y
éxito feliz de la Comisión encargada á V. S. y D. Ber-
nardino Rivadavia exige que dividan su atención para
gestionar con igual destreza en las Cortes de Madrid y
Londres, según el semblante que presenten los tratados en
la primera, se hace preciso que dirigiéndose á ella sólo
su compañero fije V. S. en esa su residencia para apro-
vechar las circunstancias, y sacar todo el partido posible
-de las noticias y comunicaciones que deberá hacer aquél
desde Madrid ; quedando siempre expedito en un caso im-
previsto y desgraciado que haga desaparecer toda espe-
ranza de conciliación por parte del monarca, para adop-
tar medidas y entablar pretensiones de acuerdo en todo
con don Manuel de Sarratea á efecto de proporcionar
las mejores ventajas y la pacificación de estas provincias
sobre bases sólidas y permanentes. En su consecuencia y
considerando que el viaje y permanencia en España de
don Bernardino Rivadavia debe ponerlo en la necesidad
de causar mayores gastos, he determinado que lleve con-
sigo las dos terceras partes de los fondos destinados á la
comisión, quedando V. S. con lo restante para su subsis-
tencia, mientras que le llegan los socorros pecuniarios
que trataré de hacer poner en manos de V. S. con la ca-
lidad de remitir las dos terceras partes al expresado don
Bernardino Rivadavia durante su existencia en España.
— Dios guarde á V. S. muchos años. Buenos Aires, di-
ciembre 10 de 1814. — Gervasio Antonio de Posadas. — Al
brigadier don Manuel Belgrano.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. 39
6lO APÉNDICE I
INFORME DE BELGRANO
Relación de mis pasos y ocurrencias de mi viaje al Brasil
c Inglaterra, extendida de orden verbal del Excmo.
Supremo Director Interino.
A consecuencia del nombramiento que el Director
don Gervasio Posadas hizo en mí, confiándome instruccio-
nes y otros papeles que debian gobernarme, á la vez que
á don Bernardino Rivadavia, en la diputación para ante
la corte del Brasil y la de España, hice mis diligencias
para hallarme pronto á salir de ésta en el momento que
se me avisase
Llegados á Rio Janeiro dimos todos los pasos que se
nos habían encargado por el gobierno, de que debe estar
instruido por nuestras comunicaciones
De allí pasamos á Inglaterra.
Sarratea vino, se le impuso de todo y nos manifestó
que había asuntos de otra importancia y que de ningún
modo debía ir alguno á España : que habíamos llegado lo
más á propósito que podía ser, según que ya había ha-
blado con Rivadavia la noche anterior.
En seguida no3 condujo á casa de los señores Hullet
Hermanos y Compañía á entregar nuestras recomendacio-
nes y por un modo improviso hizo que pusiese en manos
de aquellos señores las letras que llevábamos contra la de
Wigmare que goza de altas consideraciones en Londres:
yo me resistía, pero Rivadavia, me expuso que convenía al
honor del país, y al momento depuse mi resistencia que
no se llegó á percibir.
Cuando íbamos á la nominada casa me indicó el pro-
yecto que había entablado y de que había instruido la
noche anterior á Rivadavia, para ver si conseguía que el
infante don Francisco de Paula viniese á ésta; que es-
taba de vuelta de ver á los reyes padres y príncipe de
APEXDicE I 6ir
la Paz, el conde de Cabarrús, á quien había escogido
para agente de este negocio, y que vendría á hablarnos
de la entrevista y conversaciones que había tenido con
los expresados personajes, por los cuales decía Sarratea
que todos estaban dispuestos, v nos presentó la cosa de
modo tan fácil de verificarse, que sólo faltaba que nosotros
entrásemos al pensamiento.
En efecto nos acercamos á personas que podrían ins-
truirnos y hallamos conformes á todos en que la alianza
de los soberanos era la más estrecha que tal vez habían
presentado los siglos ; que las miras de todos ellos era
sostener la legitimidad, y que no había que pensar en que
tuviesen cabida las ideas del republicanismo; que además
esas ideas habían venido por el orden de los sucesos y ex-
periencias de veinte y cinco años en Francia, á reducirse
á las de monarquía constitucional, teniéndose ya este
g'obierno por el único, y presentando para sostenerlo el
ejemplo de Inglaterra.
A los diez días se nos presentó el conde de Cabarrús á
instruirnos del pormenor de sus conversaciones con el
rey, la reina y príncipe de la Paz, para conseguir que el
infante ya dicho viniese á ésta; que había hallado en los
últimos días las disposiciones más favorables, y que en el
primero, aunque no una decisión, al menos una predisposi-
ción á consentir, deteniéndole su conciencia para dar su
consentimiento, y que para convencerse debía consultar la
materia
que ahora con nuestra venida se daba nuevo apoyo al
pensamiento ; puesto que la representación tenía otro ca-
rácter y que al fin se verificaría lo que le había dicho la
reina, de que quisiera ó no el rey, el joven se pondría en
marcha, luego que el conde volviese con las seguridades
que nosotros le podíamos dar, sin embargo de que el prin-
cipe de la Paz se había insinuado que se buscase el favor
del gobierno inglés ó el de Napoleón, para llevar adelante
esta empresa, añadiendo que éste quería que se le pusie-
sen fondos para trasladarse inmediatamente á Inglaterra
y tener cómo vivir en ella, pues en el momento que se
6l2 APÉNDICE I
supiese la salida del infante lo perseguirían por el influjo
de la corte de Uspaña
Nosotros tratamos de reflexionar sobre la materia con
aquel pulso y madurez que exigía : observamos, por una
parte, el estado en que habíamos dejado las Provincias
Unidas y el de los gobernantes que las regían, v las dis-
posiciones de la corte de España para traernos la guerra
á nosotros, que por un efecto sólo de la Providencia, se
variaron en la expedición de Morillo; la frialdad del go-
bierno inglés, ó no sé si me atreva á decir, enemiga con
nosotros y con todos los demás gobiernos de América ; el
interés que manifestaban el resto de las potencias, inclu-
yendo los Estados Unidos de la América, en que nos con-
servásemos unidos á la España
Observamos la reacción que se obraría en la familia de
España con este hecho, como se cruzarían sus ideas en
contra de la América con él. desde que nosotros apoyáse-
mos el proyecto en el derecho que nos asistía de escoger
este infante, lo mismo que habían hecho los españoles
escogiendo á Fernando y despojando á su padre del rei-
no; que nombrando el padre á su hijo, el predicho in-
fante, por su sucesor en las provincias del Río de la Pla-
ta, se declararía precisamente el gobierno inglés por el
pensamiento, así porque era nuestro y consiguiente á los
principios con que obra en sus transacciones políticas con
el continente de Europa, como porque entonces, no te-
niendo disculpa para con su nación que está empeñada
en nuestra independencia, y se empeñaría más, viendo que
la imitábamos en su clase de soberano, se vería precisado
á seguir sus votos
y que a] fin por este medio conseguiríamos la indepen-
dencia, y que ella fuera reconocida con los mayores elogios,
puesto que en Europa, como ya dejé apuntado^- no hay
el furor republicano, é igualmente establecer un gobier-
no con bases sólidas y permanentes según la voluntad
de los pueblos, en quien estuviesen deslindadas las facul-
tades de los poderes, conforme á sus circunstancias, carác-
ter, principios, educación y demás ideas que predominan.
APÉNDICE I 613
y que la experiencia de cinco y más años que llevamos de
revolución nos han enseñado. Considerando, pues, todo es-
to, y teniendo también presente de que resistirnos era obrar
no sólo contra lo que la razón dictaba en las circunstancias
como único remedio á nuestra patria, sino que se atribuiría
después á nuestra resistencia su pérdida ; considerando
igualmente las instrucciones que gobernaban á Rivadavia,
y, las que tanto á él como á mí se dirigían, de hacer lo
que pudiéramos por ellas, y este era el único arbitrio que
se presentaba más análogo para llevarlas, como se conven-
cerá cualquiera que conozca el estado de Europa desde
marzo de 1814, nos resolvimos á entrar en el proyecto y
prestarle todos los auxilios que de nuestra parte estuviesen,
hasta el término de habernos hecho cargo de parte de los
gastos que se habían causado en el primer viaje del con-
de de Cabarrús ; procurando que se guardase en la ma-
teria el sigilo que ella requería, pues aspirábamos á que
el tal infante fuese á Londres y traerlo sin que se llegase
á penetrar, hasta que se supiera hallarse en ésta,, con las
miras que referiré y que no son de fiarse á la pluma.
Fué consiguiente á esto que don Bernardino Rivadavia
tratase de metodizar el plan, darle existencia de un mo-
do sólido y ponerse todo tan en orden que á haber que-
rido el rey, nada tenía qoie hacer sino firmar; enseñó á
Sarratea cómo había de extender las instrucciones que todos
tres formamos y cómo se había de dirigir en su presentación
al rey ; en una palabra, Rivadaria fué el director del asunto
como perfectamente instruido en nuestros sucesos y en
atención á los conocimientos que posee y el pulso y tino
que le acompaña; quedándome á ¡ni sólo el ser escribiente
del todo.
Mientras se arreglaban los papeles que debia llevar el
conde, advertimos en él cierta conducta impropia en cuan-
to á intereses, en que inculcaba Sarratea, haciéndonos con-
cebir ideas poco ventajosas, y aun de algunas ligerezas
por la mucha importancia que daba á los grandes conoci-
mientos y talentos del príncipe de la Paz ; tanto que Riva-
davia propuso que se echase mano de don José Olaguer,
que había ido á Londres para pasar á ésta, así porque co-
nocimos en él despejo y talento suficiente para la comi-
6l4 APÉNDICE I
sión, cuanto porque habiendo sido paje del rey, podría lo-
grar la introducción que necesitábamos, agregándose á
todo la gran circunstancia de ser hijo de nuestra patria ;
pero Sarratea se empeñó en que había de ir el conde.
Salió el conde á fines de junio: porque así Rivadavia
como yo tratábamos de ver el resultado de la batalla que
se esperaba y que al fin tuvo lugar el i8 en Waterloó tan
en contra de la causa de los pueblos; y viajó hasta en-
contrarse con los reyes padres en Roma, en donde se
halló con todo el teatro cambiado : sólo puedo presentar
una copia número 17 de una de sus cartas que había sa-
cado Rivadavia, pues Sarratea no ha querido franqueár-
melas para sacar copia, ni dármelas.
Por lo que oí á éste, insistiendo Rivadavia por las
cartas para que yo trajese copia, su doctrina, verdadera-
mente singular, era de que nunca la presentaría ni aun
al gobierno ; pues éste debía creerle sobre su palabra, y
que si no tenía confianza en él, que nombrase otro.
El conde que se vio con un éxito tan contrario á lo
que nos había prometido, y que en verdad nosotros no
esperábamos, escribió que se proponía robar al infante
para traerlo : proyecto descabellado, si es que lo hubo, y
no fué empresa para lo que después se verá ; inmediata-
mente le dijimos á Sarratea que se le mandase venir; no
hubo cosa que no se le ocurriese á éste para degradarlo
y para hacernos concebir las ideas de su mal manejo ; di-
ciéndonos que sin duda quería hacerse de todo el dinero
librado para el objeto: en una palabra, nada de cuanto
hay de malo, dejó de atribuirle
Entre tanto, convinimos en que éste vendría igualmente
que yo á dar cuenta de todo, á imponerle al gobierno, y
que don Bernardino Rivadavia quedase para continuar el
negocio, si las circunstancias lo permitían, v sobre todo
para seguir una relación con el gobierno de España, que
lo entretuviese y separase de ideas de expedición, respec-
to á los conocimientos de Rivadavia, á su carácter, al
concepto que había adquirido con la persona intermedia
en la materia, al opuesto de la que tiene Sarratea en Es-
APÉNDICE I 615
paña por su descabellada conducta v Qííc él uiisiiw confesó
que nadie quería tratar con él. bastando que oyese su
nombre para no darle crédito: tuvimos también en mira
separarlo de nuestra parte, y don Bernardino Rivadavia
aun franqueádole intereses de su propiedad.
Esperando el regreso de Cabarrús, sucedió que fuese
yo una mañana á visitarlo, y hablando de nuestra venida,
me propuso, que no debería decir al gobierno dando cuen-
ta de mis pasos v procedimientos, que nuestra intención
había sido traer al infante, sino tenerlo en Londres, has-
ta que el gobierno dispusiese: como mi carácter jamás
me permitía andar con engaños, v sé que la verdad en me-
dio de las contradicciones tarde ó temprano aparece, le oí,
y esperé que hubiera ocasión para hallarnos junto con Ri-
vadavia : no tardó mucho en verificarse ésto, porque siem-
pre estaba en casa á almorzar y comer en nuestra mesa
con toda la deferencia y confianza que de nuestra parte
eran imaginables; porque teniendo en consideración que
siempre las reuniones de diferentes sujetos á un mismo
objeto, producen desavenencias, nosotros hemos querido
ceder en todo : así es que le hemos complacido en cuanto
á Londres por el desprecio con que trataba á nuestros go-
bernantes y á lo general de nuestros compatriotas que tie-
nen algún ascendiente y nombre en el país ; por la osten-
tación que le habíamos visto hacer de profesar principios
enteramente opuestos para hacerse lugar entre gentes que
de nada pueden servir á nuestra causa, igualmente por evi-
tar el sacrificio de los fondos del estado con sus gastos des-
cabellados, sin provecho alguno de aquél ; pues no tenía
una sola relación con los ministros de Inglaterra, ni sus
adherentes ; en una palabra, convencidos del concepto que
ya tenía entre los que habíanle mandado á nuestra salida
de ésta y habían encargado á Rivadavia particularmente
que viese el medio más honesto de hacerlo volver, lo que
yo creía, séame permitido decir mi engaño, que era más
bien obra de la rivalidad que de la razón.
Bien pronto se presentó la ocasión en aquel mismo día,
y en su presencia manifestó á Rivadavia la proposición,
que inmediatamente desechó como ajena de la verdad, y
6l6 APÉNDICE I
entonces Sarratca repuso que si no se liacia aquello, él se
separaba desde aquel momento de to<lo
Llegó por fin el conde de Cabarrús, y Sarratea que
tanto nos había hablado en contra suya, que decía lo re-
convendría sobre los hechos de tomar dinero de nuestros
banqueros, de haber intentado un paso ridículo con sólo
el objeto de apoderarse de los fondos que se habían des-
tinado para el objeto, empezó á variar en su conducta
hacia nosotros : el mismo conde vino á visitarnos y darnos
noticias del resultado de su misión ; de su capricho de ro-
bar al infante; de la cortedad de sus gastos por la bara-
tura del continente con respecto á Inglaterra, y por último
que habían sobrado algunas libras ; y que luego que viniese
un tal Durand que debía haber servido para conducir al
infante, así que se le nombrase por rey, presentaría la
cuenta.
A pocos días de esto. Sarratea se apareció una maña-
na en casa, conforme á su costumbre, pero con un aire
brusco y grosero, y tratándole Rivadavía de las cartas del
conde, puesto que mi marcha se acercaba, se produjo en
los términos que antes he apuntado, el que ni al gobierno
las presentaría : Rivadavía con quien era la conversación,
,pues yo me hallaba bastante indispuesto, le expuso lo con-
veniente, y que de dónde había sacado que al gobierno se
le podía satisfacer con relaciones ; que era de obligación
presentar los documentos que acreditaban aquéllas ; la res-
puesta fué decir: — A mí no me convence usted, mándeme
usted con su criado los papeles que tiene aquí, que yo le
enviaré los que tenga en casa, y salióse sin la contestación.
Desde aquel día dejó de venir; sin embargo á la noche
siguiente, vino á darme satisfacción ; estuvimos hablando
amigablemente, y como en reserva me dijo: que tocando
en Gibraltar y en Madrid, pensaba venir á ésta; se despi-
dió, y siguió su sistema de no venir á almorzar, ni á co-
mer, como lo había estado haciendo meses consecutivos.
Pero acercándose mi marcha y no teniendo ni la cuen-
ta ofrecida de Cabarrús, ni los papeles que debía presen-
tar, le escribí pidiéndola, para ajustar con los banqueros;
APÉNDICE I 617
me la mandó, con el núm. 3. del que saqué copia núm. 4
y le contesté con el número 5, á que contestó con el núm. 6,
diciéndome que á él no se le mandaban órdenes v que por
deferencia hacia mí me daría un extracto de los papeles;
que las instrucciones no se le podían recoger al conde
mi contestación fué : que yo no le había pasado órdenes,
que le había pedido lo que era de mi deber con toda la
atención, según mis cartas lo indican ; que las instruccio-
nes podían y debían recogerse, concluido el negocio, pues,
como habíamos convenido, debían recogerse todos los pa-
peles de la mano del conde, luego que llegase, para que
no quedase rastro alguno, y que por ellos no se viniese á
traicionar en un negocio que cerraba la puerta á toda ne-
gociación con la corte de España, y que me enseñase el
artículo reservado para hacerle ver que no daba al conde
facultad para quedarse con ellos más de lo preciso ; y que
para mí no era un hombre de bien el que presentaba cuen-
tas como él. sin un documento que las justificase; me dijo
que me contestaría al día siguiente, y que yo no veía claro
en la materia : indicándome sentimientos contra Rivadavia
con palabras enfáticas de que colegí, de que todo era obra
de su conducta y aspiraba á buscar medios de dorarla.
El resultado de mi carta de reflexiones sobre la cuenta
del conde de Cabarrús, fué hallarme con éste en casa
de los banqueros, adonde fui á pedir nuestras cuentas
para dejarlo todo finiquitado, por lo que hacía á mí, y que
allí me dijese que á mi carta contestaría á don Manuel Sa-
rratea y á mí pasaría á pedirme explicaciones sobre ella
á mi casa: á lo que le contesté que el día que quisiese;
y por donde se ve, que Sarratea lejos de valerse de mis
reflexiones, que dudo no parecerán sociales á cualquiera que
las lea, fué y las puso en manos de Cabarrús, para fomentar
el escándalo á que se condujo, y que añadiré pruebas que
califiquen mi contesto de un modo indudable.
Pasaron dos ó tres días de mi expresada entrevista con
el conde, cuando en la mañana del 2 de noviembre, me
encontré con una cita suya, y en su consecuencia fui al
punto designado llevando en mi compañía á don Mariano
Miller sin que supiese el objeto que me conducía: cum-
6l8 APÉNDICE I
plida la. hora de la cita me regresaba á mi casa y encon-
tramos al conde con don José Olaguer : le dije al verlo
que la hora se había pasado, y queriendo apartarlo para
hablarle de su singularidad, se empeñó en publicar su
objeto que era reducido, á que le diese satisfacción de la
prcdicha carta escrita á don Manuel Sarratea: á que le
contesté que esta carta no era escrita á él ; y que si le
ofendían las reflexiones de ella no era yo quien le hacía
la ofensa sino quien se la había enseñado; no queriendo
darle otra satisfacción, seguía acalorándose la disputa, y
entonces Olaguer le dijo que hasta allí había venido como
un amigo suyo; y volviéndose á mí me protestó á nombre
de todos los americanos de cualquier paso que diese, y
me presentó la carta núm. i8 de don Bernardino Rivada-
via, la leí, y considerando la trascendencia que traería la
publicidad del hecho, viendo también que su padrino se le
había vuelto en contra, me despedí.
Al regreso á mi casa dije á Rivadavia que había reci-
bido su carta ; entonces él me significó que había atinado
con el objeto del papel de Cabarrús, y deducía que todo
era obra de Sarratea, como yo mismo me lie convencido:
sin duda éste no teniendo qué decir de mí, quería tener un
motivo del concepto que felizmente merezco en Inglate-
rra. El hedho es que él le dio la carta al conde ; que fué
sabedor de todos sus pasos, que era su consultor y á to-
das horas estaban juntos; por último que le proporcionó
hasta las pistolas por medio de su crédito, dándole un
papel para que las fuese á recibir de casa del armero, don-
de el mismo Sarratea las había hecho preparar: hecho
que sólo puede ser obra del corazón más inicuo.
Buenos Aires, 3 de febrero de 1816.
(Firmado) M.\nuel Belgrano.
APEXDICE II
(Página 58)
NEGOCIACIÓN DE DOX BERXARDIXO RIVADAVIA EN MADRID
EX 1 81 6
"Excmo. Señor :
"El 2^ del corriente tuve la satisfacción de presen-
tarme á V. S. en cumplimiento de la Real Orden de 21 de
diciembre de 1815, de poner en sus manos la Credencial
de mi Comisión, y de explicarle el objeto de ella, así como
los incidentes que pueden influir más substancialmente
en el asunto.
"Como la misión de los pueblos que me han diputa-
do, se reduce á cumplir con la sagrada obligación de pre-
sentar á los pies de S. M. las más sinceras protestas de
reconocimiento de su vasallaje: felicitándolo por su ven-
turosa y deseada restitución al trono : y suplicarle humil-
demente el que se digne, como padre de sus pueblos, dar-
les á entender los términos que han de reglar su gobierno
y administración. V. E. me permitirá el que sobre tan in-
teresantes particulares le pida una contestación, cual la
desean los indicados pueblos y demande la situación de
aquella parte de la monarquía.
"Madrid, á 28 de mayo de 1816.
"Excmo. Señor :
Berxardixo Rivadavia."
Después de este solemne reconocimiento del vasalla-
je, acto que cerraba al diputado toda vía decorosa de in-
vocar derechos en nombre de los pueblos del Río de la
620 APÉNDICE II
Plata, parece que el diputado comprendió los peligros de
la falsa situación en que se había colocado, y, trató de
atenuar, aunque tarde, el alcance de sus palabras, diri-
giendo al mismo Cevallos, en el día inmediato, la comu-
nicación que transcribimos :
'"Excnio. Señor:
"Cuando se me confirió la Comisión de que he ins-
truido á V. E.. haciéndose cargo aquellos pueblos de que
la recíproca confianza debía ser la base de la seguridad y
acierto de todo resultado, me previnieron expresamente el
suplicar á S. M. que quisiese, si era de su soberano agra-
do, enviar á aquel país uno ó más sujetos que mereciesen
su real confianza, para qeu instruidos prácticamente de la
situación de dichos pueblos, informen con verdad y exac-
titud, y aun acuerden conforme á las facultades que S. M.
tenga á bien conferirles.
"Espero igualmente que sobre este punto V. E. ten-
drá la bondad de contestarme.
"Dios guarde á V. E. muchos años.
"Madrid, 29 de mayo de 1816.
"Berxardixo Rivadavia."
Exento. Sr. D. Pedro Cevallos. Primer Ministro de Es-
tado de! Despaeho de S. M.
La respuesta del ministro fué como sigue :
"El Rey Nuestro Señor, acordándose de que es padre
de sus vasallos, y deseando por todos los medios posibles
restablecer la tranquilidad de sus dominios, se prestó á
oir las expresiones de sumisión \< vasallaje de los que se
dicen... diputados del llamado gobierno de Buenos Aires.
"En consecuencia de esta determinación expedida
por el extinguido Ministerio Universal de Indias, he dado
á usted pasaporte para venir á la Corte á fin de tratar
de los medios de restablecer el orden y el verdadero res-
peto á la autoridad de S. M.
APÉNDICE II 621
"En nuestra primera conferencia, se sirvió usted pre-
sentarme el documento de su Poder, pero, tan informal y
desnudo de autenticidad, que me dio motivo para sospe-
char de su legitimidad, mucho más, después que Sarratea.
que también se dice diputado, me había escrito que los
Poderes de usted estaban revocados : mas por todo pasé.
animado del deseo de no poaer estorbos á las paternales
y benéficas miras del Rey.
'"Pregunté á usted si tenía instrucciones, y me res-
pondió que no las traía, ni había pedido á sus comiten-
tes, porque habiendo en la Junta de Buenos Aires algunas
cabezas exaltadas, le pareció que era preferible no traer
instrucciones algunas antes, que traerlas tales que pudie-
sen irritar el ánimo de S. M., y oponer estorbos al ejerci-
cio de su clemencia. Con esto, y con haber manifestado á
usted el deseo del Rev de poner término feliz á las tur-
baciones de Buenos Aires, se terminó nuestra primera
sesión.
"A los dos días, se me presentó el Director de la
Compañía de Filipinas, don Juan Manuel de Gandasegui.
y me dijo de parte de usted, que se le había olvidado de-
cirme que en un capítulo de sus Instrucciones, se le pre-
venía el punto de que habla el oficio de 2"/ de mayo úl-
timo.
"Xueva contradicción, que aumenta las sospechas
contra la buena fe de que debía estar animada la conduc-
ta de unos sujetos que arrepentidos de la tenida hasta
aquí acuden á la clemencia del mejor de los Soberanos.
"Las sospechas crecieron con la noticia de que los
corsarios de Buenos Aires se habían apostado á las cer-
canías de Cádiz, para hostilizar nuestro comercio, y esta
noticia, unida al retardo de la venida de usted, dieron á
las sospechas un grado de evidencia, de que los designios
de Buenos Aires, no eran otros que los de ganar tiempo y
adormecer las provincias reclamadas por la justicia y
el decoro del gobierno.
"Después que éste ha puesto en práctica todas las
medidas recomendadas por la clemencia, y por el deseo de
poner fin á una discordia intestina que hace la desolación
de unos pueblos hasta ahora felices, así por su aventaja-
do clima, como por la prudencia y suavidad de las leyes
que los regían ; es preciso que acordándose de su decoro,
022
APÉNDICE II
corte el hilo de unas conferencias destituidas por parte ce
nstcd del candor, de la buena fe y sincero arrepentimien-
to que debían animarlas, singularmente cuando se enta-
blaron bajo la autoridad de un soberano que ha querida
que el atributo de padre de su pueblos, resalte sobre las.
demás de su soberanía. En consecuencia, ha determinado
S. M. que usted se retire de su real garantía, pues como-
quiera que ésta se concedió á un sujeto que se creyó ador-
nado de las calidades que inspiran la confianza, después
de las conferencias, es otro muy distinto á los ojos de la
ley; sin embargo, el rey se desentiende de sus derechos^
y sólo se acuerda de lo que se debe á sí mismo.
"Lo participo á usted, de Real orden, para su inte-
ligencia y puntual cumplimiento.
"Dios guarde á usted. Palacio, 21 junio de 1816. Fe-
cho por medio de oficio á Gandasegui en el mismo día.
"Señor don Bernardina Rivadavia" .
El diputado no podía devorar en silencio las afrento-
sas calificaciones de Cevallos, en consecuencia contestó en
los términos que siguen :
"Excmo Señor: Luego que don Juan Manuel de Gan-
dasegui me entregó el oficio de 21 del corriente, le su-
pliqué que viese á V. E. y le hiciese presente que yo
obedecía las órdenes de S. ]\L ; pero que, sin perjuicio de
su cumplimiento, y antes de contestar por escrito, me con-
cediese una audiencia.
"El señor de Gandasegui me dijo al día siguiente, ha-
ber ejecutado mi encargo, mas que V. E. decía no po-
der acceder á la audiencia que solicitaba, y que lo que
tuviese que exponer, lo hiciese por escrito. En esta vir-
tud, creí que debía tomarme algún tiempo para reflexio-
nar con toda madurez sobre una contestación de tanta
trascendencia.
"Aunque las dos conferencias que V. E. me ha dis-
pensado, han sido mucho más abundantes de lo que apare-
cen del citado juicio, que lo es aún más la historia de.
APÉNDICE II 623
te negocio, habré de contraerme á los puntos en que
se\ funda la resolución Soberana que se me ha comvmica-
do, olvidando lo mucho con que pudiera demostrar la
jus;ificación de mi conducta.
"Cuando D. ^lanuel de Sarratea se ingirió en este
asun':o, hallándome en París, aseguré á don Juan Manuel
de Gandasegui, que aquel incidente me obligaba á sus-
pender todo procedimiento, dar parte á Buenos Aires, y
esperar de aquella capital los informes que había Ueva-
•do don Manuel Belgrano. Pero el señor Gandasegui, ani-
mado del más vivo y justo celo por el servicio de S. M.,
é intereses de la nación, me excitó á no demorar por mo-
tivo alguno negocio de tanta importancia, y aprovechar
las favorables disposiciones que le constaba que había.
Yo, después de haber hecho presente cuanto la circuns-
pección y la delicadeza dictaba, convine en que escribiría
á V. E. que aunque don ^Manuel de Sarratea no estaba es-
pecialmente facultado para dicho asunto, pues yo lo había
sido exclusivan:ente, sin embargo que S. M. eligiese
cualquiera de los dos, y. que en el caso de preferirme á
mí, se me librase una real orden llamándome al efecto.
Procediendo con toda franqueza, entregué al señor Gan-
dasegui el original de mis Credenciales, para que sacando
copia exacta, diese con ella cuanta instrucción estaba en
mi mano dar por entonces.
"En consecuencia recibí la Real Orden de 21 de di-
ciembre de 181 5, y en su cumplimiento tuve la satisfac-
ción de presentar el indicado poder original y lejos de
oponérseme reparo alguno, recibí el consuelo de obser-
var señales de aprobación.
"En la segunda conferencia, como por incidente me
dijo V. E., había notado alguna falta de formalidad en
el citado documento. Entonces le supliqué me expresa-
ra terminantemente cuanto hubiera echado de menos,
pero era un punto que yo no podía dejar pasar sin satis-
facer á V. E. ; dándome á entender no ser cosa de consi-
deración, ¡ sólo me indicó la falta de testimonio de escri-
bano, conforme á la práctica ordinaria !
"A esto expuse que la citada Credencial no podía
considerarse sujeta á dicha práctica, y que al efecto de
024 APÉNDICE II
comprobar la legitimidad de las firmas, é identidad de .ni
persona, se había tomado el temperamento que se creyó
más adaptable al caso, cual fué oficiar al Ministerio de
S. M. cerca de la Corte del Brasil, como se ejecutó, v yo
mismo le habia entregado el oficio.
"V. E. con esto se dignó hacerme entender que no
tenía más que objetar á este respeto.
"Acerca del mérito que V. E. da á lo que ha escrito
don Manuel Sarratea, pudiera bastar lo que hacia este
punto refiero en la exacta relación que procede. Pero, á
más de lo que le he dicho personalmente, sobre este des-
graciado incidente, tuve la satisfacción de instruirle en
la segunda conferencia, de haber recibido avisos de Bue-
nos Aires, en que se me prometía enviárseme sin dem.ora
resolución terminante sobre este punto, v demás sobre que
había informado, que consiguientemente esta cuestión po-
día quedarse concluida.
"Bn la primera audiencia, una de las tres cosas que
V. E. se dignó decirme de las disposiciones de S. M.,
fué que le había hablado con toda claridad con relación
de los asuntos de América, convenciéndole, de la necesi-
dad de proclamar á aquellos pueblos, otorgándoles gra-
cias solicitadas y efectivas y que habiendo inclinado á
ello el Real ánimo, se había consultado hacía tres meses
al Supremo Consejo de Indias, para que teniendo en con-
sideración las leyes de aquellos reinos, con . las circuns-
tancias actuales, elevasen al conocimiento de S. M. todo
lo que pudiera acordarse en favor de ellos.
"En seguida V. E. me dijo que era natural que yo
trajese proposiciones de aquellos pueblos, y que no tarda-
se en presentarlas para tomarlas en consideración, junto
con lo que opinase el Supremo Consejo. A esto contesté
que conforme á lo que tenía instruido desde Londres y
París, por medio del señor Gandasegui, yo no venía a
hacer proposiciones, y que de hecho aquellos pueblos no
las pedían : que aun cuando me las hubieran dado no me
hubiera hecho cargo de ellas, y que por tanto estuve
muy distante de pedirlas.
"Cuando empezaba á dar las razones de estas expre-
siones decididas, V. E. tuvo á bien prevenirme, dicién-
APÉNDICE II 625
dome, que se hacía cargo, y que era de mi parecer, pues
lo contrario sería dictar condiciones al Soberano.
"Recordando en el mismo día de la primera audien-
cia, que había olvidado en ella el importante punto á que
se contrae mi oficio del 2y del pasado, supliqué al señor
Gandasegui que no perdiese tiempo en hacerlo presente á
\'. E.
"Después tuve el honor de tener la segunda confe-
rencia, en la que traté largamente sobre el citado particu-
lar, y y. E. tuvo la bondad de mostrarse de acuerdo sin
indicarme lo más mínimo sobre la contradicción de que
ahora me arguye.
"Cuando se inició este negocio, fué sobre el conoci-
miento de un punto muy principal de mis instrucciones:
á ellas me referí en Londres y París, y lo mismo me per-
suade mi memoria que he hecho en presencia de V. E.,
las dos veces que me ha admitido á ella. Lo contrario me
sucede con la causa que dice V. E. haberle yo dado para
asegurarle que no traía instrucciones.
'"Con respecto al retardo de mi venida, creía haber
satisfecho á V. E. manifestándole las causas de él. Pero
si ellas no se 'han considerado suficientes, no podrá dedu-
cirse más que una omisión personalmente mía.
"Mucho más, cuando debo suplicar á \ . E. el que me
permita observar que lejos de auxiliar la aparición de
corsarios de Buenos Aires cerca de Cádiz, el retardo de
mi venida, para fundar las sospechas de que aquellos pue-
blos no tratan más que de ganarse tiempo, parece que
no podían haber dado paso más contrario á dicho objeto.
"Cuando en la segunda conferencia me reconvino
V. E. sobre que las fuerzas navales de Buenos Aires, estu-
viesen bloqueando el puerto del Callao en el mar del Sur,
y que un corsario de la misma procedencia hubiese hecho
una ó dos presas en las cercanías de Cádiz, le expuse con
respecto al contrario, que no podía ser más que un pro-
ceder arbitrario de los empresistas particulares que ha-
bían armado varios buques en aquellos puertos ; mas que
con respecto al bloqueo del Callao, era una consecuencia
del estado de aquellos pueblos : que procederían de muy
distinto modo después de los informes que había llevado
don Manuel Belgrano. y así que estuviesen instruidos de
que S. M. se había dignado oírles y admitir su misión.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 40
626 APÉNDICE II
'■Que yo hal)ía escrito con repetición !o bastante á
inspirarles confianza, y provenirles del respeto y circuns-
pección con que debían espera)- las piedades del Sobera-
no, y que volvería á hacerlo.
"Precisamente yo recordaba con satisfacción haber
concluido la última conferencia suplicando muy encareci-
damente á V. E. el que se dignase indicarme n ordenar
cuanto juzgase que yo podía hacer para alcanzar toda la
confianza que demandaba, como base principal, negocio
de tanto momento, y para evitar que recayese sobre aque-
llos pueblos perjuicio alguno, resultante ó de defecto mío,
ó de cualquiera de los accidentes que por desgracia suelen
«er tan comunes como inevitables, respecto de regiones
tan remotas, y situadas en circunstancias como las ac-
tuales.
"V. E. tuvo entonces la bondad de repetirme sus fa-
vores, cerrando la sesión con decirme que estaba bien ;
que no había por entonces más que tratar; que se espera-
ría á las resoluciones que debían llegar de Buenos Aires,
y que reposase en la inteligencia de que de mí tenía la
suficiente confianza, pues me había notado un carácter
y principios que se la inspiraban.
"Ahora, contra una persuasión involuntaria, me veo
argüido de falta de candor, buena fe, y desnudo de las
cualidades capaces de conciliar confianza.
"En su virtud, á mí no me resta qué hacer sino supli-
car por medio de V. E. sumisa y encarecidamente á
nuestro Soberano, que por mí no se perjudique á aque-
llos pueblos. Yo puedo ser substituido, y ésta puede ser
lina obra de poco tiempo ; pero antes concluiré llenando
mis deberes.
"Los citados pueblos que acordaron esta misión con
presencia de la Circular de la Gobernación de Ultramar á
todas las Américas, de 24 de mayo de 1814, no omitieron
circunstancia alguna de las que juzgaron ser consecuen-
tes á tal providencia, y que pudiera influir en el buen
éxito de ellas.
"Ellos oficiaron á los Capitanes Generales del Reino
de Chile, y del ejército que operaba en el Alto Perú, dán-
doles parte de didha misión, proponiéndoles una suspen-
sión de hostilidades, bajo bases de recíproca seguridad.
APÉNDICE II 627
"Según después se me comunicó, el Capitán General
de Chile, ni aun se dignó contestar; y el de la parte del
Perú, después de varias contestaciones, no se convino en
la seguridad (reciprocidad).
"A más de esto, imploraron la mediación v el favor
de S. A. R. la serenísima Infanta señora doña Carlota
Joaquina, y el de su Augusto esposo.
"En fin, yo me hallo autorizado, y me considero en
la obligación de protestar que, aquellos pueblos desean y
están de buena intención dispuestos á entrar en el plan
general que se establezca para todos sus hermanos de
América : en este caso no tratarán de impetrar wás de la
piedad de su Soberano, que aquellas providencias que
aconseja la prudencia, para contener las venganzas y
cortar los resentimientos y animosidades que ha produ-
cido la guerra civil.
"Si. pues, V. E. no ha creído conveniente esperar á
las resoluciones que deben venir de Buenos Aires y que
probablemente no pueden tardar; yo no puedo menos de
suplicarle con todo el interés que inspira la humanidad
y se merece una tan considerable parte de la monarquía,
que se digne indicarme lo que S. M. quiere de aquellos
pueblos, pites marcharé sin tardanza á proponérselo y
persuadirlos... y daré con fidelidad parte del resultado.
"Y si hay cualquier otro medio de reparar la con-
fianza, tanto por mi parte, como por la de aquellos pue-
blos, tenga V. E. la bondad de manifestármelo, pues á
todo estoy resuelto para probar á mi Soberano los lea-
les sentimientos de dichos pueblos y los míos, y para
convencer de que el honor, ó más propiamente, el cumpli-
miento de mis obligaciones, son la base de mi conducta.
"Dios guarde á \'. E. muchos años.
"Madrid, á 28 de junio de 1816.
"Excelentísimo señor :
"Bernardino Rivadavia."
628 APÉNDICE II
(Contestación de Cevallos)
"He leído con atención la exposición que usted se
ha servido pasar á mis manos con fecha 28 de junio pró-
ximo pasado, y creo que no es oportuno después de lo
dicho en mi último juicio, entrar en el examen de las
inexactitudes de que adolece este escrito.
"Que las observaciones sobre ¡a falta de candor y
buena fe no recaen sobre su persona, sino sobre su Co-
misión de diputado de Buenos Aires para reconocer la
Soberana Autori<lad del Rey. é implorar el ejercicio de
su clemencia en favor de unos vasallos, cuyos extravíos,
mereciendo la graduación más severa, sólo pueden dejar
de ser de la atribución de la justicia á beneficio del más
sincero arrepentimiento, y á la sombra de la benignidad
de un Rey padre, que no ahorra medio para libertar sus
hijos de los horrores del crimen.
Que los de Buenos Aires se acumulan diariamente
ejercitando en los mares de Cádiz la piratería más des-
tructora del comercio de la Península, de lo que se tiene
una prueba muy dolorosa. En tal estado el decoro del
Rey no permite que por más tiempo se prolongue su pre-
sencia en la Península. (Fecha 6 de julio de 1816.)"
Con fecha 8 del mismo mes (la víspera de la declara-
ción de la Independencia en Tucumán), don Juan Ma-
nuel de Gandasegui, comunicaba á Cevallos lo siguiente:
"He entregado en mano propia á don Bernardino Ri-
vadavia el pasaporte que V. E. se sirvió pasarme con su
apreciable oficio de ayer; y en consecuencia, y con arre-
glo á la Real Orden que V. E. comunicó al mismo, está
practicando diligencias de carruaje para emprender su
viaje á Francia, pasando por Valencia y Barcelona con el
objeto de ver aquellas capitales, lo que me ha parecido
poner en noticia de V. E. para su superior conocimiento.
Madrid, 8 de julio de 1816.
"Nuestro Señor guarde á \\ E. muchos años.
Juan Manuel de Gandasegui".
APÉNDICE II 629
Dando cuenta á García del fracaso de su viaje á Ma-
drid, Rivadavia le decía en septiembre 20 de 1816:
"Excuso decir á usted cuál fué siempre mi juicio y
mi esperanza acerca del resultado de este negocio : pero
cualquiera que él fuere, yo debí emprenderlo y obrar
como he obrado.
"Usted me dispensará el que le suplique que de toda
esta exposición haga el uso más prudente y reservado
posible, pues á Buenos Aires no escribo tan claro: creo
que debo omitir cuando pueda exasperar v »ie sea lícito
sigilar; así, doy el parte oficial más circunspecto, ius-
truído de todas las copias de las contestaciones." (Ri-
vadavia á García, París, septiembre 20 de 1816).
La Relación de Rivadavia á García sobre las confe-
rencias en Madrid, se reduce á lo siguiente :
''Conforme á lo que le decía en la mía del 18 de
marzo y á lo que debió instruirle el señor Sáenz, entré
el 20 de mayo en Madrid.
"Al día siguiente fui recibido por el señor Cevallos
con las más atentas demostraciones. Después de en-
tregada mi Credencial y reconocida al parecer por bas-
tante, dicho ministro habló bastante, y más de lo que
yo había calculado. Así, no tuve necesidad de mucho arte,
ni me costó grande esfuerzo mantener una situación ven-
tajosa para reconocer á mi salvo el terreno.
"A la verdad vi más claro que lo que yo creí que
pudiera por la primera vez. Mis observaciones y mi expo-
sición fueron tan medidas, que tuvo el señor ministro que
reformar varias veces sus proposiciones, y á algunas dar-
les un sentido enteramente contrario.
"Después, pues, de habernos despedido de esta sesión
con recíprocas demostraciones de confianza, y de haber di-
cho el ministro que me contestaría lo más pronto que
fuese posible á los puntos que por introducción me había
ceñido, é igualmente de que nos veríamos con fre-
cuencia.
"Al día siguiente, empecé á recibir visitas que desde
el primer momento no dudé que eran emisarios: yo creo
que jamás me descuidé, y tengo de ello pruebas.
"Al otro día llegó la noticia de que un corsario de
Buenos Aires había hecho varias presas cerca de Cá-
630 APÉNDICE II
diz, y recibí igualmente recado del ministro, de que le
pusiere por escrito los puntos á- que debía contestar.
"Inmediatamente pasé un oficio, y al día inmediato
se lo llevé en persona.
"Lo encontré muy mudado : leyó y releyó, y prorrum-
pió al fin, diciendo que aquello estaba en el orden, pero
que estaba en contradicción con las ideas y proposicio-
nes de don Manuel de Sarralea, á las que llamó insolen-
tes, criminales y desacatadas. Me repitió lo que dicho Sa-
rratea había escrito, hecho é informado por medio de un
emisario que había enviado á aquella Corte.
"Me argüyó fuertemente contra el corsario dicho y et
bloqueo del Callao, descendió con calor á otros muchos
puntos. Yo procuré suavizar todo lo posible, dorar el cri-
minal proceder de Sarratea, y disipar las dudas y descon-
fianza que éste le había excitado. En fin, la sesión fué
larga, muy animada y muv interesante.
"Me pidió que le pasase otros dos oficios, al uno con-
sentí, pero sobre el otro le demostré que no debía hacerlo.
Al fin yo tuve la satisfacción de que me despidiese di-
ciéndome que sobre mi tenía toda la confianza, pero que
el asunto era muy arduo y pedía mucho tiempo para con-
testar.
"Xo puedo decir á usted cuántas y cuáles eran las su-
gestiones y los ataques que yo sufrí casi diariamente, has-
ta que notando su engaño, y que iba sacando ventajas de
sus mismas artes y maniobras, desesperó el ministro y se
despechó pasándome un oficio. Real Orden, parecida en
un todo á las del tiempo de Felipe II..."
APEXDICE III
(Página 148)
INFORME DIRIGIDO POR EL SR. GARCÍA AL GABINETE DE
RIO JANEIRO SOBRE LAS CUESTIONES DEL RIO DE LA PLATA
Y P&TEXCIAS EUROPEAS. — ARTÍCULOS ADICIONALES AL
TRATADO DE 1812.
■■linio, y Excmo. Señor: Aunque nada hayan podido
añadir á la evidencia en que estoy de los sentimientos de
S. M. F., las singulares confianzas, con que V. E. quiso
honrarme en la última conferencia, me es muv agrada-
l)le confesar, que ellas han acrecentado notablemente el
número de mis obligaciones.
'"V, E. tuvo la bondad de insinuarme que era preciso
nos entendiésemos ; espero que nos entenderemos, pues
que nuestro lenguaje será siempre el de la verdad. En
•esta certeza, me adelanto á hacer una exposición franca
de mis oponiones privadas sobre el asunto en cuestión,
deseoso de que ella pueda ser útil en las circunstancias
actuales.
"La Corte de Madrid se manifiesta ofendida de la
conducta del Gabinete del Brasil, por la ocupación militar
de la plaza de Montevideo. Yo pienso que habiendo pro-
bado S. M. F., hallarse autorizado por el derecho de pro-
pia conservación, v protestado, además, que ninguna mi-
ra de invasión ni de conquista tiene parte en sus de-
terminaciones, nada más puede exigir la más escrupu-
losa delicadeza. Este derecho, una vez reconocido, des-
truye el principio fundamental de las quejas del Gabi-
rjete de Madrid, y deja señalada la línea de conducta, que
S. M. F. puede observar, sin agravio de nadie, entre
■aquella Corte y las Provincias Unidas del Río de la Pla-
ta. Porque, si la propia conservación, ese derecho que es
G;]2 APÉNDICE III
el más fuerte entre los individuos, y entre las naciones,
autorizó á S. M. F. para la ocupación de la plaza y terri-
torio de Montevideo, lo autorizó también para la adop-
ción de otros medios que fuesen conducentes al mismo
primer objeto.
"S. M. F. adoptó entre éstos, el de consolidar la bue-
na armonía con el gobierno de las Provincias Unidas del
Río de la Plata, y arreglar con él los puntos esencial-
mente convenientes, á la seguridad recíproca de las per-
sonas y bienes de sus subditos. Por consiguiente, los pac-
tos que hayan tenido lugar, son legítimos en su origen,
y su cumplimiento recíprocamente obligatorio, sin que
España pueda reclamar de injuria, ni obligación de repa-
rarla por parte de S. M. F. Las pretensiones actuales del
Gabinete de Madrid son inadmisibles absolutamente, y en
especialidad, porque repugnan á la justicia, y perjudican
á los derechos incontestables de las naciones.
"Digo que repugnan á la justicia, porque S. ^I. F. en
uso libre de una facultad legítima, ha prometido que la
ocupación militar de la plaza y territorio de ^Montevideo
se haría á su nombre ; y que se abtendría de intervenir
en cosa que directa ó indirectamente perjudicase los in-
tereses de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El
gobierno de éstas reposa únicamente sobre la fe de tan
sagrada palabra. Si antes de decidir la cuestión pendien-
te sobre la Independencia, procediese S. M. F. á entre-
gar la plaza y territorio ocupado, como pretende el Gabi-
nete de Madrid, las provincias del Río de la Plata reci-
birían un perjuicio directo de suma gravedad, y en el
exceso de su dolor, acusarían de injusto al Gabinete del
Brasil. Pero, afortunadamente, este caso es imposible,
atendido el carácter de S. M. F., que tan brillantes ejem-
plos ha dado, la fidelidad á su palabra, en medio de los
más terribles contrastes; y cuya política parece tien por
base el principio de que: la justicia y la conveniencia pú-
blica son inseparables.
"Las pretensiones del Gabinete de Madrid, además de
injustas, son ofensivas del derecho que tienen las nacio-
nes constituidas, para tratar oportunamente con las que
se constituyen de nuevo. Aquella Corte acusará quizá á
APÉNDICE III 633
la de Portugal de tratar, y aun de ayudar á las provincias
que llama rebeldes, y pretenderá también que sus derechos
se reconozcan eternamente existentes, sean cuales fuesen
las mudanzas que el tiempo traiga, para desnaturalizar-
los, ó convertirlos en meras abstracciones : ni creo tiene
otro objeto el extraño nuevo reconocimiento de soberanía
exigido por primera condición en la nota del señor conde
de Casa Flores.
"Ciertamente que no se puede faltar más directa-
mente á los primeros principios del derecho de gentes,
que provocando en un país la guerra civil, y sosteniendo
en él á los rebeldes. Pero, es preciso saber hasta qué pun-
to los z'osallos pueden ser considerados como rebeldes,
y de consiguiente, cuándo es permitido ó prohibido á una
potencia extranjera, en tiempo de paz, abrazar su causa,
sin violar el derecho de gentes. Que hay casos en que
esto tiene lugar, es evidente. Xadie duda del principio : la
cuestión viene á ser práctica y dependiente de las cir-
cunstancias en que haya de hacerse la aplicación. Por es-
to, me permitirá \'. E. recordar aquí tres casos de los que
conoce la historia moderna. El primero es la independen-
cia de las Provincias Unidas de los Países Bajos.
"La tiranía de España desesperó á los flamencos, y
ellos ajustaron entre sí la pacificación de Gante, en 1556,
para la defensa de su libertad.
"Isabel, rema de Inglaterra, se ligó desde luego con
ellos, por un Tratado secreto, y se comprometió á sumi-
nistrarles tropas, municiones y dinero. El Rey de Espa-
ña, Felipe II, se quejó ; é Isabel contestó con protestas de
amistad y deseos de conservar la buena armonía entre
las dos monarquías. Esta Princesa se defendió también
contra el reproche de fomentar la rebelión, y no dudó
declarar que dando á los Confederados socorros de hom-
bres y dinero, su política había sido impedir que los in-
surgentes, reducidos á la desesperación, se entregasen á
una potencia extranjera, y prevenir la subyugación abso-
luta de los Países Bajos españoles, cosa que podría tener
consecuencias funestas para Inglaterra. Por un nuevo
Tratado, de 7 de enero de 1578, Isabel prometió nuevos
socorros á los Confederados, con la condición que no ha
634 APÉNDICE III
rían la paz con su Rey Católico, sin comprender en ella
á esta Princesa. En fin, los Confederados declararon su
independencia en 1585. Este paso fué seguido de una nue-
va alianza ofensiva.
"Los holandeses alegaron en sus Poderes, que ellos
habían sacudido enteramente el yugo de España, y que
se habían declarado libres é independientes de su sobera-
nía. En seguida de este tratado, Isabel publicó un mani-
fiesto, donde expuso menudamente los motivos de su con-
ducta. Ni ese manifiesto, ni el tratado, causaron rompi-
miento entre las dos Cortes ni fueron llamados los em-
bajadores respectivos.
"Enrique IV, Rey de Francia, de inteligencia con
Isabel, intervino en la querella, hasta que la Independen-
cia de las siete provincias Bátavas, fué consolidada en
1648, por el tratado de Munster.
"El segundo caso, es el de la guerra llamada de
Treinta años. El incendio comenzó en Bohemia. Actos
arbitrarios del emperador Fernando II, extendieron bien
presto la guerra civil en toda la Alemania. La Suecia in-
tervino, la Francia imitó su ejemplo, y la guerra terminó
por el Tratado de Westfalia que es el Código de la liber-
tad Germánica.
"El tercer acontecimiento, el más reciente y memora-
ble, es la Revolución de los Estados Unidos de la Améri-
ca Septentrional. El gobierno inglés hizo infracciones su-
cesivas de los privilegios de las provincias, y á su in-
dependencia del Parlamento. Los americanos hicieron
tentativas infructuosas por la conservación de sus fueros.
Cansados en fin, de no recibir más que repulsas, y viendo
que el ministerio inglés hacía preparativos para subyu-
garlos, se reunieron en un Consejo, y tomaron la resolu-
ción de persistir en sus reclamaciones. Las hostilidades
comenzaron de hecho por parte de las tropas británicas.
Los americanos lucharon dos años enteros, hasta que no
teniendo más esperanzas de conciliación, se declararon
independientes, el día 4 de julio de 1778.
"Hasta entonces el gobierno de Versalles no había
tomado parte directa ni indirecta en la querella. Los ame-
ricanos tenían comisarios en Francia, pero éstos se ocu-
APÉNDICE III 635
paban únicamente en procurar, por vía de comercio, ar-
tículos de guerra para su país. Los americanos presenta-
ron al gobierno francés una acta de su Independencia, y
poco después se recibieron noticias de que el general Bur-
goyne había sido derrotado y hecho prisionero cerca de
Saratoga. Entonces, la Francia, fatigada ya de las veja-
ciones de la marina inglesa, reflexionó seriamente sobre
la propuesta de los americanos, y sobre su situación. Por
un lado veía su independencia, legal é irrevocablemente
establecida; por otro, sabía que el ministro inglés preten-
día secretamente tratar con ellos, proponiéndolos su inde-
pendencia con una condición contra la Francia. Estas ra-
zones unidas á la obstinación de la Inglaterra, fijaron fi-
nalmente la irresolución de aquella potencia, que firmó
con los comisarios americanos un Tratado de Amistad y
de Comercio, y una alianza defensiva eventual, en 6 de
febrero de 1778.
Esta cuestión fué terminada en el año 1783, por el
solemne reconocimiento que hizo Inglaterra de la Inde-
pendencia Americana. Siendo de observar estas notables
palabras de la nota del embajador francés, pasando al
ministerio británico, en 13 de marzo de 1778: "Les Etats
" Unís de l'Amérique Septentrionale, qui sont en pleine
possesion de l'Independence, prononcée par leur acte
" du 4 Juillet 1776, ayant fait proposer au Roí de conso-
'' lider par une convention formalle, les liaissons qui ont
" comencé á s'établir entre les deux Xations, les Plenipo-
" tentiaires respectifs ont signé un Traite d'Amitié et
de Commerce, destiné a servir de base á la bonne corres-
" pondence mutuelle".
"Sin anticipar mi juicio, sobre la aplicación de estos
ejemplos á las circunstancias actuales, me parece que ellos
demuestran que S. M. F. puede reconocer la Independen-
cia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y cele-
brar con ellas tratados de toda especie, sin injuria de
España, sin infracción de la paz, y en uso libre é ino-
cente de sus derechos, y que con mucha más razón po-
drá mantener la neutralidad y observar las convenciones
en que ella se funde.
"No alcanzo, pues, por qué España exige de Portu-
gal una degradante renuncia de estos derechos, el sacri-
Ó36 APÉNDICE III
ficio aún más humillante de la. fe de sus empeños y la
retractación de sus principios políticos. Esto es aun
más inconcebible de parte de España y con respecto á
F'ortugal : pues aunque la moral prohibe imitar el ejem-
plo de su conducta con S. M. F. en los últimos tiempos,
su recuerdo debiera hacerla más moderada con Portugal,
que calla tamaños agravios, que ha procedido en Europa
con una generosidad sin igual, y en América con una cir-
cunspección que puede pa?ar por excesiva, comparada con
la de otras potencias, y con la de la misma España, en
casos semejantes.
"Pero sea que S. M. C. reforme sus ideas, ó que se
obstine en ellas, siempre será útil que conozca \'. E. cuá-
les son las pretensiones de las Provincias Unidas, y qué
podrá esperar de ella S. M. F.
"Estoy persuadido que éstas se reducen á una verda-
dera neutralidad y justa imparcialidad, por parte de
S. M. F., durante la guerra que se ven forzadas á soste-
ner con el Rey Católico. De consiguiente, exigen que
S. M .F. no altere los términos en que se Iw z'erificado la
ocupación de Montevideo, ni consienta que España, du-
rante la presente guerra, se apodere de ese puerto, de
modo alguno. En una palabra, no quieren sino el cum-
plimiento de las protestas que el finado conde de la Bar-
ca, y V. E. mismo, se han dignado hacer por mi conduc-
to, á nombre de S. M. F.
"Si las convenciones proyectadas, pareciesen inade-
cuadas, puedo asegurar, conforme á las expresiones de
mi gobierno, que estará pronto á ampliarlas cuanto sea
posible, dentro de los límites que prescribe la línea de
conducta que S. M] F. ha querido observar hasta aquí,
entre éí y la Corte de Madrid.
'"Si las circunstancias deciden á S. '\l. F. á usar am-
pliamente de la facultad que el derecho de gentes le con-
cede, para celebrar ccn el gobierno de las Provincias Uni-
das, pactos de una naturaleza más solemne y permanen-
te, en tal caso, S. M. puede contar con toda la capaci-
dad física y moral de las dichas provincias. Esta decisión
se reputaría allí como un bien de primer orden. Los pue-
blos en quienes las apariencias, y quizá malignas suges-
APÉNDICE III 637
tiones han conservado un fondo de desconfianza que más
de una vez ha afectado la marcha del mismo gobierno,
pasarian al extremo de la confianza y del entusiasmo, dis-
posición que facilitaria grandemente la conclusión feliz
de tratados mutuamente ventajosos; mucho más, estando
tan ligados los intereses del Brasil con los de las provin-
cias americanas del sud, en independencia. De donde re-
sulta, que pueden hacerse convenciones entre ellos, que se-
rian inverificables con cualquier otro poder ultramarino.
"El monopolio, es casi siempre el motivo de las hos-
tilidades, y entra comúnmente en los articulos de paz. allá
en Europa : aqui, una concurrencia igualmente protegida,
será el principio necesario de la propiedad de los pueblos
americanos.
"Los inmensos depósitos minerales, que la naturaleza
reservó en el seno de los Andes, podrán ser comunes a
los portugueses y á los españoles americanos : la plata y
el oro del Perú y de Chile, animarán igualmente su indus-
tria, y el mundo verá con sorpresa estos metales ominosos,
convertidos en instrumentos de paz y de fortuna. Los fru-
tos preciosos de la agricultura del Brasil, hallarán nuevos
mercados donde presentarse, sin rivales. Los habitantes del
sud disfrutarán en el Brasil iguales ventajas, y tendrán
depósitos útiles v seguros en sus soberbios puertos. La
marina portuguesa llevará entonces los frutos del Brasil,
les del Asia, África y Europa, desde el Amazonas hasta el
mar del Sud, segura siempre de hallar en toda esta in-
mensa costa, compatriotas ó amigos, gobiernos y leyes
protectoras.
"Mas, conociendo \". E. estas verdades en toda su ex-
tensión, debo añadir solamente, que el goce de tantos bie-
nes, pende de la voluntad de S. M. F.
"Unidos los intereses comerciales de ambos países, de-
be ser natural su alianza, en el caso que un enemigo in-
justo pretenda cortar sus relaciones, ó alterar un orden
lan fecundo en bienes. El tínico poder que más probable-
mente pudiera intentarlo, es también el único enemigo
de las Provincias L^nidas. Por consiguiente, puede por do-
ble razón contar S. M. F. con una alianza cordial, fuerte:
é indisoluble. La fuerza resultante de esta unión, obliga-
ría al agresor á ser justo.
638 APEXDICE III
"Debo observar también que las mismas disposiciones
existen en las provincias de Chile: y que en caso nece-
sario, se emplearía eficazmente la influencia que ahora
goza el gobierno de las provincias del Río de la Plata.
"Concluyo protestando á V. E. que cuanto llevo dicho
es la sincera expresión de mis propias ideas, y que me
parece pueden servir á V. E., para calcular el sistema
que S. M. F. quiera establecer, sea para consolidar la
prosperidad pública en la paz, sea para defenderla en
la guerra.
"Dios guarde á V. E. Río Janeiro, octubre 20, 1817".
Proyecto de Alianza con Portugal adicionado al armisticio
de 1812
1.°
Don X'... por parte de S. M. F. y don X... por la del
Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata en
orden á reintegrar y mantener en toda su fuerza y vigor
el armisticio de 26 de mayo de 1812, echando los funda-
mentos de relaciones más estrechas entre ambos estados,
que sean de recíproco interés á los mismos, establecen los
siguientes artículos adicionales y secretos bajo las limita-
ciones que han de expresarse, y á cuyo cumplimiento que-
dan respectivamente obligadas las partes contratantes.
i.° — El Gobierno de las Provincias Unidas pondrán in-
mediatamente en completa libertad á los. vasallos portu-
gueses, que por efecto del Bando publicado en Buenos
Aies, el día 2 de marzo del corriente año, hubieren sido
removidos para la guardia de Lujan, v levantará el em-
bargo que hubiere hecho sobre propiedades portuguesas,
de cualquier especie y denominación que sean.
2.° — S. M. F. declara nuevamente que la ocupación he-
cha hasta aquí, y la que en adelante pueda hacerse de
puntos militares, ó territorios de la Banda Septentrional
del Paraná en persecución del jefe Artigas, no tiene otro
objeto, que su propia seguridad y conservación; y que no
APÉNDICE III 639
pretende deducir de semejantes actos derecho alguno de
dominio, perpetua posesión, ni mucho menos de conquis-
ta ; sino que cesando aquel motivo, procederá por una tran-
sacción amigable con la autoridad existente en Buenos
Aires, por parte de las Provincias Unidas, á tratar los tér-
minos de su desocupación, y á hacer las convenciones que
sean mutuamente útiles y necesarias á la futura permanen-
te tranquilidad de ambos estados vecinos.
3.° — El Gobierno de las Provincias Unidas se obliga á
retirar inmediatamente todas las tropas que con sus res-
pectivas municiones de guerra hubiese mandado en soco-
rro de Artigas y de sus partidarios, y á no prestarle en
lo futuro auxilios algunos de cualesquiera especie y de-
nominación que sean ; y por último á no admitir aquel
jefe y sus partidarios aunados en el territorio de la Banda
Occidental que perteneciese al Estado. Y cuando sucela
que ellos se entren por fuerza, y no haya medios de expul-
sarlos con la mayor celeridad posible, el dicho gobierno
de las provincias podrá solicitar la cooperación de las tro-
pas portuguesas para este efecto; la que deberá prestarse
por las últimas cuando menos en una tercera parte de la
fuerza con que concurran las Provincias Unidas y consti-
tuyéndose las tropas auxiliares bajo la dirección del jefe
principal de las fuerzas de las mencionadas provincias.
4." — El dicho Gobierno se obliga asimismo á indemni-
zar con sujección á las L. L. del Corso y Alarina, á los
dueños de todas las embarcaciones portuguesas que se ve-
rificase haber sido capturadas desde el 36 de Mayo de 1812,
hasta ahora, por corsarios autorizados con patentes, que
él hubiese expedido, ó por las embarcaciones de guerra ;
quedando S. M. F. obligado á la recíproca, y expidiéndose
en su consecuencia las más terminantes órdenes á los cru-
ceros pertenecientes á ambos estados á efecto de evitar
la continuación de tal hostilidad, sobre lo que se instrui-
rán mutuamente ambos gobiernos.
5.° — En consecuencia de esto continuará el referido
armisticio en entera fuerza y vigor, tanto por parte de S.
M. F. como del Gobierno de las Provincias Unidas del Río
de la Plata.
6.° — En orden á prevenir equivocaciones y embarazos
640 APÉNDICE III
en las operaciones de las tropas S. M. F.. queda recí-
procamente ajustado que ellas podrán perseguir á Arti-
gas y á sus partidarios hasta la margen izquierda del Río
Uruguay, cuya línea, como que lo será del subsistente ar-
misticio en el caso del artículo 2.", no podrá ser traspasada
sino con sujección al artículo 3.° — En consecuencia, los te-
rritorios del Paraguay, Corrientes y Entrerríos, quedan
comprendidos expresamente dentro de la línea, que demarca
provisoriamente la jurisdicción de las Provincias Unidas.
7.° — Ambos gobiernos se obligan durante el armisticio
á no hacer, ni permitir tentativa alguna que directa ó in-
directamente pueda perjudicar la tranquilidad de los ha-
bitantes que ocupen los territorios demarcados en el ar-
tículo antecedente.
8.° — En responsabilidad del artículo tercero á que se
ha obligado el Gobierno de las Provincias Unidas, se obli-
ga por su parte S. M. F. á no emprender ni aliarse con-
tra ellas, á no prestar municiones, víveres, ni otro género
de auxilio á sus enemigos, pero ni aun á permitirles paso
ó puerto en sus dominios ó en territorio ocupado por sus
tropas.
9.° — Los subditos de ambos estados podrán entrar y
salir libremente de los territorios de uno y otro origen
como cualesquiera otros individuos pertenecientes á esta-
dos neutrales.
10. — Se establece igualmente que los buque de guerra
y comercio de ambos estados podrán entrar libremente en
los puertos de uno -y otro origen; pero siendo general y
extensiva á todos los buques extranjeros la prohibición
de internarse á los ríos de nuestras costas, quedan com-
prendidos en ella los buques portugueses, sino es en los
casos de perseguir los partidarios de Artigas, en los que
se procederá con sujeción al artículo 3."
II. — En el caso desgraciado de renovarse las hoscili-
dades, queda recíprocamente ajustado, que el rompimien-
to del armisticio subsistente, será oficialmente notificado
seis meses antes, y solamente después de concluido este
plazo, recomenzarán las hostilidades. Queda igualmente
ajustado que en el decurso de estos seis meses, los subdi-
tos de cada una de las partes que estuviesen en el territo-
APEXDICE III 641
rio de la otra, podrán ó permanecer allí una vez que no
se hagan sospechosos, ó salir libremente con todos sus
efectos ó capitales.
12. — En orden á los criminosos, desertores y esclavos
fugitivos se procederá por ambos Gobiernos con sujeción
al derecho general de gentes, y prácticas recibidas de las
naciones civilizadas neutrales.
13. — Se declara que las conver clones de los presentes
artículos producen el mismo efecto que un solemne tra-
tado de paz.
14. — Como la conducta de S. M. F. aunque justa y le-
gal se considera opuesta á las exigencias actuales de S. M.
C. la cual pudiera traer un rompimiento, queda ajustado
para tal caso por ambos gobiernos, que habrá entre ellos
una alianza defensiva eventual, que será publicada junta-
mente con el reconocimiento solemne de la Independen-
cia de las Provincias Unidas del Río de la Plata por S. M.
F., en el momento de sobrevenir el expresado accidente.
15. — Se guardará por ambas partes contratantes un
inviolable secreto de los artículos cuya publicación ó di-
vulgación no Se creyese conveniente, que sólo se entende-
rán serlo los que se expresan á continuación. — Por lo que,
cuando á pesar de las precauciones que se adopten por
parte de las Provincias, llegasen á traslucirse algunos ar-
tículos de los reservados, el gobierno de dichas se obliga
á contradecir de un modo solemne y comprometiendo su
dignidad si fuere preciso, la existencia de tales artículos.
— Los artículos uno, dos, cuatro, cinco y once serán des-
glosados de los presentes, y bajo la nueva forma que se
considere oportuno, serán publicados. — En el caso de que
por la incursión de Artigas y sus partidarios armados en
la Banda Oriental, se hiciese precisa la cooperación de
que habla el artículo 3.° será libre al gobierno de las Pro-
vincias su publicación de un modo más ó menos solemne. —
Los artículos restantes quedarán en el sigilo más inviola-
ble, mientras que el orden de los mismos sucesos, no acon-
seje otra cosa, pero siempre de acuerdo de las partes con-
tratantes.
16. — Los presentes artículos adicionales y secretos,
tendrán la misma fuerza y vigor que si estuviesen inser-
HIST. r.>r. LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 4I
(^^2 APÉNDICE III
tos palabra por palabra en el acta por la cual se concluyó
el armisticio de 26 de mayo 181 2. En fe y testimonio de
lo que, etc. — Es copia. — Tagle.
Carta de García á que se refiere el Director en su anterior
En este momento llego de casa del ministro de Rela-
ciones Exteriores, y me pongo á escribir con el designio
de enviar la carta dentro de dos horas á alcanzar la go-
leta holandesa "Constante" que está detenida cerca del
castillo de Santa Cruz, para salir mañana al amanecer. El
señor Becerra me llamó con urgencia para mostrarme la
primera nota con que ha abierto ayer el señor Casa Flores
su correspondencia oficial. La he leído con atención ; su
estilo es el que me había yo figurado, pero más acrimo-
nioso que lo que yo mismo podía esperar en una primera
abertura. El papel está cuajado de expresiones que son
verdaderos insultos. Termina con una intimación que es-
tando á la verdad del texto es un ultimátum en que
el ministro español dice : que para conservar la paz es
preciso que S. M. F. convenga desde luego, en público
de un modo solemne, i.°, que reconoce la soberanía actual
de S. M. C. sobre todos los países y provincias que inte-
gran la monarquía española, y especialmente de las inva-
didas en la Banda Oriental del Paraná; 2.° Que promete
entregar luego á S. M. C. las plazas y tierras que en esta
parte ocupan ahora las tropas portuguesas, dando la ga-
rantía de alguna potencia respetable, ó bien depositando
algunas de sus plazas fuertes de Europa; 3.° Que entre-
tanto tome España sus medidas para recibirse de sus
posesiones, las mantendrá S. M. F. conservándolas para
aquélla : pero enarbolando en ^Montevideo el pabellón es-
pañol, recibiendo un gobernador español, y despachando
todo dentro de la provincia á nombre de S. M. C. Que
sin estas condiciones será inevitable la guerra, cuyas con-
secuencias serían solamente imputables, así como sólo te-
mibles á Portugal. Propone luego, que si cumplidas exac-
APÉNDICE III 643
tamente las condiciones mencionadas, quiere S. M. F. en-
trar en una alianza ofensiva contra los rebeldes, S. M. C.
está dispuesto á tratar de ello convenientemente. Concluye
con un cumplimiento al ministro actual y una descarga
sobre el finado conde da Barca.
(Carta del señor García al señor Pueyrredón).
OFICIO DEL SR. DIRECTOR DEL CONGRESO SOBRE LA
ALIANZA CON PORTUGAL
Soiberano señor : Cumpliendo fielmente con las instruc-
ciones de vuestra Soberanía, he ido difiriendo hasta aquí
el concluir ninguna especie de tratado con la Corte del
Brasil, sin comprometer la buena armonía, ni engendrar
distancias entre los gobiernos de ambos estados. Pero ha
llegado el momento en que sin estrechar con nuevos víncu-
los las relaciones subsistentes, es inevitable una ruptura
que sería igualmente funesta á las dos partes. Como por
la nuestra se ha afectado, que no nos imponen ó que no
se prevén los resultados de este desgraciado accidente, co-
mo no ha poc'ido menos que trascender al Gabinete brasi-
leño el alma de nuestra política, esa resistencia á contraer
empeños al presente con las miras de sacar partidos más
ventajosos en lo sucesivo, como por último el próspero es-
tado de nuestros negocios pone de nuestra parte la espe-
ranza de nuevos progresos, podemos lisonjearnos de con-
seguir una transacción en las actuales circunstancias de
que no nos desdeñaríamos ni entre las embriagueces de ma-
yores triunfos. El proyecto que tengo el honor de incluir
á Vuestra Soberanía será por estos principios substancial-
mente .admitido por la Corte del Brasil, y yo suplico á
Vuestra Soberanía quiera considerar, la importancia que
adquieren las Provincias casi identificando sus intereses
con los de un Monarca, cuya sola vecindad era considera-
da un peligro. Por nuestra parte no se hace otra cosa que
no poner al Gabinete portugués en la necesidad humillante
de retroceder sobre sus propios pasos, de lo que sería forzó-
644 APÉNDICE III
sa consecuencia al asociarse á nuestros enemigos por interés
y por resentimiento. La intimación del conde de Casa Flo-
res, ministro de la Corte de Madrid en el Janeiro, á la
de este último, ni da lugar á esperar nuevas distracciones
en nuestra resolución, ni permite equivocar el partido que
debería tomar S. M. F. no teniendo nada que esperar de
nosotros. Haría mérito de su forzada deferencia á las inti-
maciones hechas á nombre de los grandes poderes de Eu-
ropa para empeñarles á sofocar la anarquía de los nuevos
gobiernos americanos que han servido de pretexto á su
agresión.
Unidas sus relaciones con las de España, excitando el
interés de las potencias ultramarinas que nada bueno es-
peran del engrandecimiento del nuevo mundo, libres los
puertos del Brasil para refrescar las tropas peninsulares,
franco el tránsito por su territorio, si no se hubiese pen-
sado ya en expedición á este Río por los españoles, como
se asegura por varios conductos, y muy determinadamente
por la carta que tengo el honor de incluir á Vuestra Sobe-
ranía, no puede dudarse á lo menos que aprovecharían tan-
tas oportunidades para hacer los últimos esfuerzos y poner
en conflictos nuestra seguridad, contando con los auxilios
y cooperación de los portugueses. Calcule Vuestra Sobe-
ranía el peligro que va á correr en la demora, y sea bajo
e! cierto principio de que esta ocasión despreciada se es-
capa para siempre.
Por lo mismo me dirijo á Vuestra Soheranía para que
con la posible brevedad se sirva sancionar por su parte
lor artículos comprendidos en el mencionado proyecto,
para que no venga á suceder, que prestado el avenimien-
to por parte de S. M. F. como lo esperamos, se niegue
la ratificación por parte de las Provincias que han tomado
la iniciativa, lo que sería monstruoso, y para hacer á Vues-
tra Soberanía misma juez de la necesidad á que no pode-
mos sustraernos de establecer estos nuevos pactos.
El enviado secreto que se destine por este gobierno á
intervenir en tan grave negocio, deberá sin embargo ir
autorizado para deferir á una ú otra modificación que no
altere las bases fundamentales del convenio, dejando en
caso preciso sujetas á la ratificación posterior dichas va-
riaciones.
APÉNDICE III 645
Ruego encarecidamente á \'uestra Soberanía quiera to-
mar las más estrechas precauciones para impedir la rela-
jación del secreto en una materia de tanta importancia:
para que no se eche de menos por parte de S. M. F. la
principal circunstancia que recomienda á los gobiernos bien
constituidos, y cuyo defecto acaso retraería á otras nacio-
nes á entrar en estipulaciones con nosotros.
Ruego por último á vufestra Soberanía quiera redoblar
sus tareas para el despacho de este asunto, á efecto de
que la demora no acabe de producir el desaliento en la
Corte vecina, y que se aprovechen de tan peligrosa situa-
ción nuestros enemigos. — Dios guarde á \'ue3tra Soberanía
muchos años. — Buenos Aires, Chacra de San Isidro, di-
ciembre I." de 1847. — Soberano Señor. — /. Martín de Piiey-
rredón. — Soberano Congreso Nacional de las Provincias
Unidas de Sud América.
CAMBIO DE LA POLÍTICA PORTUGUESA
(Xota del señor García al nucz'o ministro portugués')
Como las resoluciones del Gobierno de las Provincias
Unidas del Río de la Plata acerca del proyecto de artícu-
los adicionales al armisticio de 1812, llegaron á mis ma-
nos después de la muerte del Excmo. Sr. Juan Pablo Be-
cerra y en la ausencia del Oficial especialmente encargado
de estos asuntos, desde luego me persuadí que podrá ser
útil repetir la historia de estas transacciones al nuevo mi-
nistro de S. ]\I. F. ; mas, por lo que V. E. me acaba de
comunicar, hoy lo creo no sólo útil sino absolutamente
necesario, y voy á hacerlo brevemente :
El día II de octubre del año pasado me convidó el
Excmo. Sr. ministro Becerra, á una conferencia. Su ob-
jeto fué informarse del estado de la cuestión entre S. M. C.
y S. M. F. relativamente á la ocupación de Montevideo:
me indicó igualmente la necesidad de una resolución pron-
tísima y terminante por parte de mi Gobierno sobre las
bases en que debería fundarse una buena armonía para
646 APÉNDICE III
lo presente, y la seguridad de ayuda y cooperación recí-
proca para el caso eventual de- un rompimiento con la
España : me impuso asimismo de las pretensiones de la
Corte de Madrid manifestadas por su ministro en ésta el
Excmo. Sr. conde de Casa Flores, en nota de 10 de octu-
bre ; y últimamente me hizo la honra de pedirme le ex-
pusiera mis ideas sobre estos puntos. En consecuencia pa-
sé á su Excelencia la nota vtrbal cuya copia acompaño
bajo el núm. i.
Propuse después á Su Excelencia que sería bueno des-
tinar un buque de guerra con el objeto de llevar comuni-
caciones mías y acelerar las resoluciones de mi gobierno.
S. E. comunicó que fué comisionado para este servicio la
escuna "Emilia". ,
Para evitar en lo posible todas las dificultades, y ha-
cer más claras las explicaciones del contexto del proyecto
redactado en abril durante el ministerio del Excmo. señor
conde da Barca, acordamos con S. E. la exposición que
va insertada v señalada al margen.
(Nota del señor García al ministro señor Tagle)
Cuando recibí los despachos que V. S. me dirigió con
oficio de 9 de diciembre último, acababa de fallecer el se-
ñor Juan J. Becerra, y estaba en comisión para Europa
el caballero oficial de la Secretaría de Estado, que du-
rante los últimos ministerios había sido únicamente en-
cargado de lo perteneciente á nuestras relaciones secre-
tas. Estas mudanzas debían ofrecerme nuevos embarazos,
un principio con su antecesor, difícilmente podría esperar-
se igual conformidad en cuanto á la aplicación de ellas,
por esas discordias naturales á los principios humanos en
estas materias. Así dudoso de todo menos del carácter y
buena voluntad de S. M. elevé el 11 de enero los documen-
tos oficiales que le eran dirigidos por mi conducto, y que
S. M. aceptó con la más satisfactoria complacencia. Y aun-
que expresó sus deseos de corresponder inmediatamente,
APÉNDICE III 647
el ministerio juzgó que antes de poner en deliberación el
negocio de los artículos adicionales era indispensable reci-
bir las comunicaciones del Excmo. Sr. Barón de la La-
guna encargado ad hoc. Estas se demoraron hasta el 18 de
febrero, y de este intervalo llegué á cerciorarme de que las
opiniones del nuevo ministerio no eran del todo conformes
á las de su antecesor, que tenía ideas confusas ó entera-
mente equivocadas en puntos esenciales, por lo que algunos
de los artículos del proyecto le sorprendían aun y otros le
prevenían desfavorablemente; pero no desesperé por eso,
y aguardé sosegadamente la primera abertura. Con efecto,
hallándose la Corte en el sitio de Santa Cruz, fué especial-
mente comisionado por S. M. F. el Ilustrísimo Sr. Conse-
jero Pablo Francisco Viana, para que, asegurándome la
invariabilidad de sus sentimientos, me informase de las
dificultades en que se hallaba el ministerio para la sanción
del proyecto de artículos adicionales en las circunstancias
presentes. Entonces referí prolijamente á S. E. la historia
de estas transacciones y le entregué aquel mismo día el
memorándum que va copiado en el iiúm. i. Mis razones
fielmente trasmitidas por el limo. Sr. Consejero para que
desvanecieran las falsas ideas que había podido convenir
el ministerio en momentos de obscuridad, aun quedaba en
pie una enorme dificultad, esta era combinar satisfactoria-
mente la consideración justamente debida á las Provincias
Unidas con las exigencias de las grandes potencias me-
diadoras.
El día 22 de marzo recibí por mano del mismo Ilustrí-
simo Consejero el papel que copio bajo el núm. 2, que con-
sidero como la expresión genuina de las ideas del primer
ministro, en este concepto escribí la nota núm. 3 en que
sólo hice aquellas observaciones que me parecieron más
eficaces para persuadirlo de la necesidad de explicaciones
oficiales, cuidando al mismo tiempo de no aumentar el
conflicto y perplejidad en que se hallaba.
El resultado no burló del iodo mis esperanzas. S. E.
me ofreció una conferencia primero para el día 3 y luego
por el 6 de abril. Pero habiendo llegado el 15 sin que
tuviese efecto, le dirigí la carta que copio bajo el núm. 4;
en seguida quedó señalada para el día 21 en que se rea-
648 APÉNDICE III
lizó. A esta siguieron otras muchas en las que se fueron
rectificando las ideas de S. E. y habiéndose abierto su co-
razón gradualmente á la confianza. Al principio sólo re-
pitió las razones de la copia núm. 2. Luego añadió para
confirmarlas, que siguiendo el Gabinete español en su em-
peño de alarmar y prevenir que Portugal formaba quejas
de las causas más leves, las que hacían circular de oficio
á las cortes europeas : que se hacía mucho ruido con la
repulsa dada á la solicitud del conde de Casa Flores para
que se le entregue una polacra española presa, que fué in-
troducida en Montevideo ; que además hacía valer una se-
rie de hechos y pequeñas circunstancias notadas por sus
agentes en la ocupación y sostenimiento de aquella plaza,
todo con el objeto de probar una irregular connivencia de
S. M. F. con las Provincias Unidas y un proyecto insidioso
•de usurpación. En fin, Excelentísimo Sr., S. E. llegó á
revelarme que el señor Malíes cónsul general de Francia
en el Brasil y su Encargado de Negocios en esta Corte,
había asegurado de Oficio á su ministerio el ajuste de un
tratado secreto entre esta Corte y las Provincias Unidas
del Río de la Plata, cuya noticia hizo tal impresión en los
ministros reunidos en París, que el conde de Palmella no
pudo desvanecerla de otro modo que desmintiendo al cón-
sul de Francia y protestando á nombre del rey su amo,
que pendiente la mediación no procedería á celebrar con-
vención alguna secreta con cualquiera de las partes inte-
resadas.
De todo esto deducía S. E. que era sólo imprudente
sino contrario á los intereses del Brasil y aun á los de
las Provincias Unidas el afirmar en esta sazón el con-
venio proyectado, en que se comprendían artículos que es-
critos y firmados en forma de convención se tendrían por
otras tantas infracciones del compromiso de la mediación :
que las potencias mediadoras se ofenderían de la sanción
secreta en América de puntos que en Europa se publica-
ban pendientes en su atribución, y de una alianza eventual
celebrada con las Provincias Unidas sin su conocimiento,
los cual autorizaría las imputaciones de España y privaría
cuando menos á S. M. F. de una influencia que si no es
necesaria debe ser gradualmente útil á la causa general
del continente americano.
APÉNDICE III 649
El ministro no parecía artificioso en su discurso, y sus
razones sin ser débiles tenían una fuerza irresistible en
el temple natural de su ánimo. Yo me convencí finalmen-
te de la extrema dificultad de reducirlo á una convención,
ó de que para ello serían precisos tantos debates, y tantos
días que equivaldrían á atenerse simplemente á la (buena
fe del armisticio de 1812 hasta la conclusión de la media-
ción presente. Y observando por una parte que según mis
instrucciones debía estar precisamente á la letra de los ar-
tículos sancionados por el Soberano Congreso Nacional, y
por otra el grande interés de obtener algunas decisiones
sobre lo más esencial de ellas sin interrumpir el curso que
había tomado ya la disputa entre Portugal y España, ni
prestar á ésta la menor oportunidad de mejorar su fortu-
na, me resolví á no insistir en la sanción del proyecto re-
duciéndome á pedir una respuesta al ministerio.
Yo 'había cuidado de preparar bien este paso. S. M. F.
había adoptado con calor la idea de insertar en su res-
puesta una declaración que comprendiese lo más sustan-
cial del proyecto, dejando lugar á la discreción y buena
fe, para inferir de todo su contexto aquello que una in-
vencible necesidad prohibiese expresar en ella.
Presentía además que libre el ministerio del conflicto
de firmar una convención en esta razón, condescendería
prontamente con las ideas y con los deseos de su Sobe-
rano. Así fué en efecto. Nuestras desgracias del mes de
marzo (i) llegaron en estos días á alimentar los temores
del Gabinete, porque dieron gran boga á la opinión ya
muy válida de un próximo trastorno del gobierno en esa
capital en que ganarían los principios anárquicos una fu-
nesta preponderancia (2). Mas la fortaleza del gobierno
en tan severos contrastes, y la gloriosísima victoria del
Maypú, fortificaron grandemente su crédito y relajaron
mucho de la cautelosa circunspección de este ministerio.
La nota del Excmo. señor ministro de Relaciones Ex-
teriores de 23 de julio que tengo el honor de elevar por
conducto de V. E. al Excmo. Supremo Director de las
(i) Derrota de Cancharrayada en Chile.
(2) La conjuración de los hermanos Carrera y de los Franceses.
650 APÉNDICE III
Provincias Unidas, instruye del modo con que ha procu-
rado llenar los objetos que se propuso al escribirla.
La indemnidad del armisticio de 1812 declarada en
esta ocasión no sólo conserva el statu quo de aquella con-
vención especialmente importante por lo relativo á los li-
mites reconocidos entre ambos Estados, sino que reintegr-i
incondicionalmente su primera fuerza, que debía suponerse
disminuida por la alteración de las circunstancias causadas
por la vuelta del Rey Fernando, en cuya ausencia trató
á su nombre el gobierno provisional, y por la declaración
solemne de su Independencia que hicieran posteriormente
las provincias del Río de la Plata.
La neutralidad declarada oficialmente por S. ^I. F.
sólo determina la facultad de esta nación vecina, cuya
ambigüedad sería tan alarmante, sino fuese que conside-
rando por este hecho en igual paralelo á la nación (3)
española, y á las Provincias Unidas, viene á reconocer en
esta S. M. F. un carácter político mucho más elevado que
el que supone el armisticio de 1812. De esto se deduce
también que la pacificación en que se empeña S. M. F.
sea digna de unos pueblos á que estima cordialmente y
á los que juzga acreedores al goce de los bienes que
poseen. Seguidamente refiere el señor ministro las cau-
sas que impelieran á S. M. F. á ocupar interinamente
el territorio de Montevideo, declara la naturaleza pu-
ramente provisoria de esta ocupación y demarca su lí-
mite en el Río Uruguay. Finalmente la manifestacióu
hecha por S. ^L F. de estas sus 1 e5,oluciones á las gran-
des potencias europeas, es voluntario solemne compromi-
so, que garantiendo á las Provincias Unidas su inviola-
bilidad señala á la Corte de Madrid, y á las mismas po-
tencias mediadoras, la línea de donde no pueden pasar
sus pretensiones ni los proyectos de mediación.
La política del gobierno del Brasil ha dejado de ser
im misterio; quizá podría lisonjearse el Excmo. Supremo
Director de haber conocido mejor que muchos hombres de
Estado las verdaderas intenciones de S. M. F. como dice
su ministro, expresión que siendo referentes á la nota de
(?) Neiitralidnd del Rio de la Plata y de las costas orieutales.
APÉNDICE III 651
19 de diciembre ilustra considerablemente todo el contexto
de este documento oficial.
El no satisfará tan completamente los deseos del So-
berano Congreso como la sanción de los artículos proyec-
tados en abril y octubre, pero cuando una necesidad in-
vencible obliga á suspenderla, estas declaraciones del mi-
nistro del Brasil podrán á lo menos calmar las inquie-
tudes, mucho más si se observa que ese respeto tributado
á las potencias mediadoras que no nos deja perfeccionar
ahora la convención adicional, puede asegurar el buen éxi-
to de la causa de S. M. F. contra las pretensiones del
Rey Católico. Suceso de grande interés para las Provin-
cias Unidas porque él anularía probablemente los esfuer-
zos del poder vecino que resiste su Independencia.
La sabiduría del gobierno que rige tan gloriosamente
los pueblos del Río del Plata, verá con toda su extensión
y apreciará exactísimamente los hechos, y los documen-
tos de que acabo de informar. Yo concluyo rogando á V. E.
se digne asegurar al Excmo. Director Supremo, que no he
podido obtener más ventajas en circunstancias tan embara-
zosas, ni combinar mejor los intereses locales ya tempora-
rio ya permanente de nuestra patria en el presente estado
de cosas. — Dios guarde á V. E. muchos años. — Río de Ja-
neiro á 26 de julio de 1818. — Manuel José García. — Señor
Secretario de Estado del Departamento de Gobierno de
las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Nota del nuevo ministro portugués al señor Director de
las Provincias Unidas del Rio de la Plata, explicando
el cambio de su política.
Excmo. Señor: Habiendo tenido el honor de recibir
una carta de V. E. dirigida á S. M. el Rey mi amo, y
pedido sus Reales Ordenes para responder á V. E. sobre
su contenido, tengo la mayor satisfacción, en expresar á
V. E. cuan agradable ha sido para S. M. el conocer por
las atentas expresiones de \'. E., no solamente los per-
652 APÉNDICE III
sonales sentimientos de \'. E., sino también los de un pue-
blo vecino, á (juicn S. M. no solamente por la propen-
sión natural de su Real ánimo, sino por una particular
predilección, que la vecindad en Europa y América y
tantas otras relaciones, lo obligan á que desee vivamen-
te toda su prosperidad. Nada le ha podido ser más gra-
to que asegurar á Y. E. haber despreciado todas las es-
pecies que los enemigos de S. M. excitaban para intro-
ducir las desconfianzas, que con un esfuerzo extraordina-
rio había conservado la armonía que es tan útil y nece-
saria entre pueblos vecinos; pues que V. E. en esto tie-
ne la gloria de haber conocido, mejor que otros muchos
hombres de estado las verdaderas intenciones de S. M. F.
Ninguno más que S. M. aborrece la guerra, y desea la
tranquilidad. Países á quienes la naturaleza ha dotado de
los dones más ricos, merecen que sus habitantes puedan
gozar de los bienes que posean; y por su parte habiendo
convencionado el armisticio de 26 de mayo de 1812, ha de
sostenerlo, pues para S. M. es inviolable su real palabra.
En la presente guerra ha de conservar la neutralidad ; pero
no ha de cesar de apurar todos sus esfuerzos para que las
desgracias de la guerra se acaben, para que se consiga la
pacificación, y vuelvan sus vecinos que cordialmente estima,
á gozar del bien inestimable de la paz. La ocupación del
territorio de Montevideo fué una medida provisoria para
procurar este fin, aquietando lo que le quedaba contiguo,
y que la inquietud de José Artigas, y sus proyectos, no
permitían demorarlo, por más tiempo; y por lo tanto el
general barón de la Laguna tiene orden de contenerse en
la Línea del Uruguay, y él con toda seguridad, siempre
ha respetado á V. E., y con los pueblos ha conservado la
armonía, y las consideraciones que se le recomendaron, y
que positivamente se le ha ordenado.
Estos principios ha manifestado S. 'SI. á las potencias
de Europa que se declararon mediadoras en este negocio
del Río de la Plata ; y lo que ha instado más fuertemente
es que consoliden una pacificación, que vuelva á hacer
felices á estos pueblos, pues esto igualmente pone en tran-
quilidad al Brasil. De este modo continúa excitando con
la mayor eficacia ; y el respeto con que S. ^L debe tratar á
APÉNDICE III 653
potencias tan respetables lo lia hecho suspender cualquier
otro paso político por más interesante que él fuese, para
no dar ni aun el más leve motivo, á disfavores que
hubiesen de perjudicar al fin principal de la pacificación
que S. M. desea más. Habiendo tenido de este modo el
honor de ser el intérprete de los sentimientos de S. M. el
Rey mi amo, para con V. E. y para con esos pueblos, me
permitirá, que por mi particular proteste á V. E. la alta
consideración y profundo aprecio con que soy — De V. E.
Mayor y más seguro servidor. — Thomas Antonio de Villa-
nova Portugal. — Excmo. Sr. Juan Martín de Pueyrredón.
— Sr. Director de las Provincias Unidas del Río de la Pla-
ta.— Río Janeiro 23 de julio de 1818. — Es copia del origi-
nal que en portugués pasó al señor Director.
Nota .'• Los demás documentos á que hace referencia la
nota se devolvieron al P. E. originales. — (Nota de la Se-
cretaría del Congreso.)
Oficio del señor Director al Congreso
Reservado. — Soberano Señor : Debiendo Vuestra So-
beranía tomar conocimiento sobre el resultado que ha
tenido en la Corte del Brasil el proyecto de artículos adi-
cionales al armisticio del 25 de mayo de 1812, acompa-
ño al efecto la nota oficial del ministro de Relaciones
Exteriores de aquella Corte núm. i.° y la de igual clase
del diputado don Manuel José García núm. 2, con las cua-
tro copias que incluye. Para mejor instrucción remito tam-
bién la carta confidencial de este último núm. 3, y espero
que, enterado de todo, se servirá Vuestra Soberanía devol-
vérmelas, con las prevenciones que crea del caso para
arreglar la contestación, pues que al diputado García se le
previene, que se contestará á todo en primera oportunidad
según y en los términos que acordase el Soberano Con-
greso.
Dios guarde á Vuestra Soberanía muchos años. — Bue-
nos Aires, octubre 8 de 1818. — Soberano Señor. — .t . Martin
de Pueyrredón. — Soberano Congreso Nacional.
APÉNDICE IV
(Página 240)
DON TOMAS M. UE ANCHORENA, SARRATEA Y LAS NEGOCIA-
CIONES DEL SEÑOR garcía
Para adular y servir á los caudillos de Santa Fe y de
Entrerríos que acababan de desbaratar el orden nacional
en 1820, y por cuyo favor se había hecho gobernador, don
Manuel Sarratea promovió un juicio de ^-ílta Traición con-
tra el Congreso el gobierno de Pueyrredón, en que hizo
comparecer como complicado al doctor Tomás M. de An-
chorena. Este publicó en el acto varios papeles contra el
go'bernador, de los cuales damos en seguida algunas trans-
cripciones capitales, seguida de los demás documentos so-
bre las negociaciones del señor García en Río Janeiro.
... "El es (Sarratea) quien encargado de las relaciones
exteriores de estas provincias con las cortes de Europa,
trató de restablecer en ellas la dinastía de los Borbones
ingiriendo al conde de Cabarrús en este negocio, y que ha-
biendo consumido al Estado ingentes miles en aquella co-
misión, jamás hizo cosa alguna que mereciese nuesti-a aten-
ción.
Habiendo S. S. leído desde el principio todas las co-
municiones con la corte del Brasil, y demás concernien-
te á ellas, y habiendo hablado repetidas veces sobre su con-
tenido con varios de los anteriores representantes, les ase-
guró que, por parte del Congreso, no encontraba en ellas
malicia, sino que había obrado ciego y como á tientas, sin
saber lo qué hacía... No es conforme á la integridad, buena
fe, é imparcialidad de un magistrado saltear las comuni-
caciones, y que habiendo publicado el oficio del Director
Supremo del estado de 19 de noviembre de 1846, omita el
de 18 del mismo, v la contestación del Congreso, sin más
APÉNDICE IV 655
antecedentes, según presumo, que, porque el i.", aunque
bajo supuestos falsos é injuriosos al Congreso, pone en
buena vista la conducta de don Juan ^lartín Pueyrredón,
mientras que la contestación presentando el plan que se
había propuesto seguir el Congreso en dichas relaciones no
sólo satisface á los injustos reparos que hacía el Director
del Estado, sino que manifiesta de un modo positivo é in-
dudable las sabias y benéficas intenciones que animaban
al Congreso, y que el medio adoptado por él era el único
que podía y debía seguirse en defensa v seguridad del país,
y sostén de nuestra libertad é independencia. Siguiendo
el tema en que funda S. S. sus procedimientos contra los
diputados en congreso, mejor que las relaciones del Bra-
sil, deberían publicars3 las del señor de Sarratea relativas
á la misión del conde de Cabarrús cerca de la persona de
nuestro viejo Rey el señor don Carlos IV, y que sólo por
no olvidar el refrán que dice, la justicia por casa ajena,
S. S. ha aflojado en esta parte del gran celo que manifiesta
y ahora trata de vengar resentimientos particulares com-
prometiendo al mejor de nuestros agentes (el señor Gar-
cía) por más que S. S. pinte santos, ó aparente pintarlos,
jamás merecerá otro concepto en el mundo que el que le da
la incomparable infamia y criminalidad de sus procedi-
mientos en este negocio
Sin delicadeza ni pudor él se ha erigido, contra todo
derecho, en Juez de los Representantes de los pueblos en
congreso, siendo público su enconado resentimiento con-
tra ellos
y siendo él el primero, y acaso el
único verdadero delincuente, por haber tratado nada me-
nos que con el mismo rey don Carlos IV, por medio del
conde de Cabarrús, sin poderes ni representación legíti-
ma de estas Provincias, ni aun del gobierno, para coro-
nar en ellas á uno de los infantes de la casa de Borbón,
reinante en España : ha tenido, no obstante, bastante des-
caro é impudencia para hacer un crimen á los represen-
tantes de los pueblos de unas relaciones, que según los
sujetos, las circunstancias y los términos en que las con-
656 APÉNDICE IV
dujeron, harán siempre honor á los diputados del CongresJ.
Con una insolencia sin ejemplo él aseguró en su pro-
clama que habíamos jurado (por un honor que no tenía-
mos) que no había tratado existente con la corte del Bra-
sil. Comprometido de un modo tan solemne á convencer-
nos del perjurio, aunque se arrojó sobre los archivos del
Congreso y se apoderó de sus más secretas comunicaciones,
no ha podido presentar hasta ahora, ni presentará jamás,
ese documento diplomático con que debe desmentirnos, que-
dando de este modo confundida su atroz calumnia.
Se queja del estilo que yo uso para con él ; pero yo pre-
gunto : ¿ el ardor y acrimonia con que Cicerón increpaba á
Catilina era impropio de sus luces ni -del amor que profe-
saba la justicia?... el señor Sarratea ha procedido peor
que Catilina, no solamente atacando la República, sino
traicionando la confianza que se le había hecho.
Y siendo un segundo Catilina más perverso que el pri-
mero, ¿qué extraño es que yo usase de toda acrimonia
y vehemencia que pueda imaginarse en reproche de sus
crímenes?...
...Para disimular su perfidia se presenta este malvado
en su contestación muy ufano, con toda la impavidez y
descaro de un hombre acostumbrado al crimen, echándo-
me en rostro de que él no fué acusado de traidor al país,
de aliado con los portugueses, de ladrón, ni de asesino de
sus compatriotas; como si estas acusaciones en su boca,
sin probarlas, constituyéndose, al mismo tiempo, en juez
de ellas, importasen algo en ninguna parte del mundo ; y
como si las reclamaciones de palabra y por la prensa, que
se han hecho en esta ciudad sobre su pérfida conducta, y
á Jos cargos arbitrarios que formó al Estado, y demás gas-
tos hechos en su misión á Londres no fuesen las más so-
lemnes acusaciones de traidor, de ladrón y de asesino de
sus conciudadanos, á que no ha satisfecho, ni satisfará ja-
más; porque cabalmente el mismo pueblo ha sido testigo
presencial de su conducta.
Usando de ese mismo tono insolente y atrevido pregun-
ta ¿ si pertenezco á los que firmaban y pasaban por todo
APÉNDICE IV 657
en el Congreso, sin saber ni cuidar de las relaciones ex-
teriores, ó á los iluminados en ellas ? Y aunque el des-
precio de la pregunta sería la verdadera contestación que
debería darle, le diré sin embargo, por si lo ignora, que
todos los pueblos saben á qué parte pertenezco : que no
comprendo á quiénes llama iluminados en dichas relacio-
nes ; y que, cuando se explique con más claridad y no con
la falacia que acostumbra, le contestaré si estuviese de
humor para ello.
Supone también que yo juzgo que nada han tenido de
malo los tratados con los portugueses: que es nada que
en virtud de ellos se haya ocupado en substancia la llave
de todo este continente, y una de las más interesantes por-
ciones de territorio por las armas de aquella nación: que
es una cosa indiferente v aun laudable, que para mante-
nerles en aquella usurpación se les haya auxiliado, no sólo
con cuanto han necesitado para hacer la guerra á los orien-
tales, sino haciéndosela nosotros mismos de común acuer-
do ; que poco importan las violencias de todo género que
se han cometido contra los opuestos á estos proyectos ; que
todo se salva con que el Congreso ignorase en la mayor
parte los misterios, que sólo estaban al alcance de un cier
to número; que el agente que ha trabajado en ellos e¿
en mi concepto el mejor de nuestros agentes.
Todo esto supone con toda la fe y charlatanería que le
caracteriza, siendo así que, como se verá en mi excusa-
ción, yo no he entrado en la discusión de estos puntos, ni
he dicho que todo se salva con que el Congreso ignora-
se en la mayor parte los misterios, que, sin probar, su-
pone Catilina; y que niego, y negaré siempre, porque es
falso, que haya celebrado el Congreso, mientras yo fui
diputado, tratados con los portugueses ; que á virtud de
ellos haya ocupado la Banda Oriental, ni la más peque-
ña parte de nuestro territorio; que entonces haya coope-
rado de algún modo el Congreso á mantener la usurpación,
que haya cometido ó autorizado violencia contra ninguna
persona por opuesta á estos proyectos ; y que haya tra-
bajado en ellos nuestro agente en el Brasil, á quien se-
guramente tengo por el mejor de nuestros agentes, porque
Catilina, á pesar de todo sit empeño, no podrá hacer ver lo
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO VI. — 42
658 APÉNDICE IV
contrario. Pero como su primer conato es promover la di-
visión, la cliscordia y la anarquía en todos los pueblos de
las provincias, y principalmente en los que forman la
puerta de este gran territorio para llevar adelante sus
pérfidos designios; y como no encuentra bastante mate-
rial en la verdad de los hechos, se vale de la impostura,
de la acriminación, de suposiciones falsas y de cuanta cla-
se de embrollos es imaginable para hacer odiosas á to-
das las personas que no son de su amaño. Así es, que
en su boca fueron unos criminales todos los que adminis-
traron los negocios del país antes de entrar él la primera
vez al gobierno, los que le acompañaron en aquella épo-
ca, sus compañeros de armas en la Banda Oriental, to-
dos los que ejercieron después los principales ramos de
administración pública hasta que ha vuelto al Gobierno
de la Provincia ; de modo que según su opinión no hay
en esta ciudad un hombre de talento, imparcial, justo,
desinteresado, de honor,, y patriota, sino Catilina, y los
pocos que, por demasiada estupidez ó corrupción, le for-
man su corta pandilla. Mas es tal la desgracia de este
buen hombre, que todos le tienen por un trapalón, embus-
tero, y nadie le cree, ni aun cuando por descuido dice al-
guna verdad
Pasemos ahora á manifestar todos los efugios con que
pretende evadir los argumentos que se le hacen, y cargos
á que tiene que responder. Dice al principio que al im-
putarle yo crímenes no me vindica de la nota con que
ha vedado mi elección. En esto dice una verdad, pero
una verdad que no hace al caso, ni satisface á mis refle-
xiones. Las indicaciones que yo he hecho de su conducta
pública, cuando fué gobernante, cuando general en la Ban-
da Oriental y cuando enviado cerca de las cortes de Eu-
ropa, no son para vindicarme de sus acriminaciones, sino
para demostrar que no ha podido ser destinado á residen-
ciar las anteriores administraciones, como principió á ha-
cerlo con la de don Ignacio Alvarez, porque sería el pri-
mero que debería quedar sujeto á este juicio. Pero el em-
brollón, que sólo trata de embrollar, se desentiende del
asunto. V todo lo llama á embrollo
APÉNDICE IV 659
Cotéjense, pues, ahora estos hechos con la relación de
Catilina, y se verá hasta qué grado de insolencia lleva
este bribón sus embustes. Es verdad que él, con la im-
pavidez que acostumbra, dirá que todo esto, y mucho más
que se dice, es falso; pero el pueblo que lo sabe, esté
persuadido de ello con mucho fundamento
En cuanto á las relaciones con Carlos IV, en que trató
de traer uno de los infantes y coronarle en estas provin-
cias elevadas al rango de nación, no libre, sino indepen-
diente (sobre lo que yo no he dicho más, que lo que apa-
rece de su mismo relato), trata de vindicarse con decir,
que fué incitándolo á que hiciese una declaración pública
de la usurpación del hijo; y que hizo entre tanto dos re-
mesas de armas y municiones sin estar provisto de fondos
para su compra.
Yo celebro oir esta confesión, aunque no muy ingenua,
en boca de Catilina, porque me presenta la oportunidad
de examinarle la conciencia á este trapacero embrollón.
¿Conque, según eso, el llamar secretamente y sin sufi-
cientes poderes, cuando no existía representación alguna
en el país, á un infante de la familia más enemiga nuestra,
para coronarlo de Rey en estas provincias, sin constitu-
ción, \- sin más rango, que el de nación independiente,
no es una intriga, una traición, no es poner en subasta el
país, no es vender á los americanos como á negros, no
es buscar y llamar príncipes clandestinamente? ¿Y por
qué lo será el haher propuesto con suficientes poderes la
coronación de un infante de otra familia real estableci-
da en América, vecina nuestra, enemiga de aquélla, ba-
jo la constitución que estas provincias le diesen, y que-
dando, por lo mismo, elevadas al rango de nación libre
é independiente ? Ya me parece que oigo á Catilina des-
atarse con una contestación llena de invectivas, de supo-
siciones falsas ; y que soltando por acá y por allá espe-
cies y acriminaciones, y desconociendo los principios que
reglan la política de estos negocios, se desvía de la cues-
tión y grita : Traición, traición, y todo lo llama á em-
brollo. Pero iremos poco á poco, y á pesar de todos sus
efugios y tramoyas, procuraremos ponerlo en vereda.
66o APÉNDICE IV
Coronar un infante sin asegurar la libertad del pais.
por medio de una constitución liberal, y por ello formar un
cargo al gobierno de ingentes miles fuera de lo que llevó
Catilina, esto sí que es traicionar, jugar con nosotros v
vendernos como á negros; pues es bien sabido, que el pri-
mero y principal objeto de nuestra revolución ha sido esta-
blecer nuestra libertad política y civil. Coronar un infante
de la familia real que ha desplegado el mayor furor y más
negro encono contra nosotros, ya por el desaire que hemos
hecho á su autoridad despótica, y ya por el desprecio con
que se le ha tratado en nuestros papeles públicos, esto sí
que es más que perfidia, más que traición y más que venta
como de negros; es entregarnos por nuestro dinero á la
ira de un hombre agraviado y resentido hasta el último
punto (que jamás podría olvidar las injurias que conside-
rase hechas á su familia) para cebar en nosotros el fuego
de su venganza. Y á la verdad ¿quién podrá dudar un sólo
momento que éste es el concepto en que están todos los
pueblos?
Pero Catilina dice que esto no es traición, por haber
hecho entre tanto dos remesas de armas y municiones, sin
expresar qué clase de armas, ni el número, ni quién las
trajo; remesas á la verdad milagrosas, porque se hi-,
cieron venciendo grandísimas dificultades, sin tener fon-
dos (menos crédito, que jamás lo tuvo) sin ajustar pre-
cios, sino á la contingencia de lo que quisiese convenir
el gobierno con los armadores. Y aunque los que cree-
mos en milagros sabemos exigir para ellos pruebas evi-
dentes, éste es preciso creerlo bajo la simple palabra de
Catilina, que es tan segura, como la de honor que suele dar
y como los juramentos que hace, de que tenemos larga ex-
periencia.
Al contrario, es traición el proponer la coronación de
un infante del Brasil bajo -de una consitución, que ele-
vando estas provincias al rango de nación, afianzase su
libertad é independencia. En vano se le dirá; pero señor
Catilina, ¿ cómo pudo ser traición cuando por el oficio de
enero de 1817, que usted no ha querido publicar maliciosa-
mente, constan los interesantes fines v justos motivos que
tuvo el Congreso para acordar esta proposición, y que en
ella estaban tan distantes los diputados de contravenir
APÉNDICE IV 66 1
á sus poderes é instrucciones, ni al voto de los pueblos,
que muchos de ellos sostenían públicamente en Congreso,
que una monarquía constitucional era lo que más convenía
al país, sin que por esto los pueblos los mirasen como trai-
dores ?
Pero ¿ cómo pudo haber intriga con los portugueses
cuando el Congreso circulaba órdenes al mismo tiempo á
todos los jefes de provincia para que alarmasen los pue-
blos y los pusiesen en el mejor pie de defensa; se ordena-
ba el reclutamiento de gente al cinco por ciento de la po-
blación ; que se proyectaban y plantificaban medios de en-
grosar los fondos públicos para el sostén de los ejércitos,
que debían aumentarse, y que se les protestase á los mis-
mos portugueses sobre la ocupación de la Banda Oriental,
según aparece de las comunicaciones oficiales dirigidas al
Director del Estado?
Es un hecho notorio y público que el Congreso hizo los
mayores esfuerzos para la unión con Artigas, mandándole
una diputación de su mismo seno, por la que lo invitaba
al nombramiento de diputados por la Banda Oriental, pa-
ra tomar parte en la representación de aquel cuerpo, que
el general don Antonio Balcarce. siendo Director interino,
remitió auxilios á dicho general, que fueron recibidos con
desdén, y que, á pesar de eso, ¡el Congreso ordenó repe-,
tidas veces se le auxiliase del modo posible por el supremo
gobierno del Estado !
¿No recuerda usted que jamás estuvieron en peor esta-
do que entonces las provincias para declarar la guerra á
ninguna potencia? ¿No tiene usted presente la completa
derrota que había sufrido nuestro ejército en el Perú?
¿ Qué el general La Serna marchaba á ocupar á Salta y Tu-
cumán? ¿Qué se interceptaron comunicaciones al enemigo
en que dicho general y Marcó del Pont trataban de obrar
en combinación para batir los restos de nuestro ejército,
que se habían replegado al Tucumán? ¿Que el de Men-
doza ocupaba toda la atención del gobierno y congreso por
el indispensable empeño en que nos hallábamos de re-
cuperar la libertad de Chile? ¿Que entre tanto retocados
aun los pueblos de la disolución del año 15, se estaban á
cada paso convulsionando?
662 APÉNDICE IV
¿Que hubo una revolución en la Rioja, que tardó en
sofocarse, otra en Santiago del Estero, dos en Córdoba:
que Santa Fe estaba en guerra abierta con Buenos Aires, y
que en esta ciudad liubo varias convulsiones y mutacio-
nes de gobierno? En una palabra, ¿que todo el Estado ar-
día en disensiones y rivalidades, y que era imposible acallar
de pronto las p siones, reconciliar los ánimos, y concentrar
la fuerza moral y fisica de las provincias?
¿ No recuerda usted que el general Artigas no quena
que pisase un solo hombre de nuestras tropas en la Banda
Oriental ni en Entre Rios en clase de auxiliar ni de alia-
do, y que por lo mismo, nosotros, declarando la guerra á
Portugal no podiamos hostilizarlo por agua ni por tierra,
y menos defender el territorio Oriental? ^ para que los
portugueses se uniesen con la España y cooperasen á nues-
tra subyugación ? ¿ para que empeñados en una empresa
superior á nuestros recursos olvidásemos las atenciones
sobre el Perú y Chile, y estrechados por españoles y portu-
gueses pereciese la causa del país v recibiésemos la ley
que nos quisiesen imponer?
Pero señor Catilina. ¿no ve usted que discurriendo así,
cuando le oigan han de mirarlo como á un trapalón despre-
ciable, al considerar que si usted no se tuvo per pérfido, ni
por ente, cuando se trataba de someternos á la familia
real de España en la negociación con Carlos IV, menos
lo serán bajo este concepto los que proponían la corona-
ción del infante del Brasil?
¿ No considera usted por otra parte que estas proposi-
ciones pudieran ser hechas con el objeto de ocultar las mi-
ras ulteriores del congreso, ó explorar las intenciones de la
corte del Brasil, ó de desviarla de alguna combinación
con la España, ó de entretener aquel misterio con es-
peranzas lisonjeras, ínterin las provincias mejoraban de
situación, ó por hacer juego con la Inglaterra y demás
potencias de Europa para comprometerlas á una resolu-
ción favorable, ó por no refriar la buena armonía con
aquel reino, para que en caso que no se consiguiese res-
tablecer la unión y orden de nuestros pueblos, y de que
invadido por las fuerzas españolas tocásemos los extre-
APÉNDICE IV 663
mos de una fatalidad, nunca más temible que en medio
de la división, tuviesen los hombres comprometidos un
pronto asilo en donde se viesen libres del furor de nues-
tros enemigos? ¿Y no cree usted que si el Congreso obró
animado de estas ideas, tan lejos de merecer la nota de
traidor, es digno de la gratitud de los pueblos, pues que,
aun cuando los poderes é instrucciones de todos los dipu-
tados expresamente les prohibiesen establecer una mo-
narquía en estas provincias, pudieron y debieron dar es-
tos pasos políticos y llevarlos hasta un punto en que ni
el congreso, ni los pueblos quedasen ligados al cumpli-
miento de semejantes proposiciones, con tal que se logra-
ra el objeto á que se dirigían?
El doctor Anchorena ha dicho que él había sido uno
de los comisionados para presentar el proyecto de Instruc-
ciones Reservadas y Reservadísimas, que debía llevar el en-
viado cerca del general Lecor, que no. tenía presente si
había salvado algunos votos en lo perteneciente á las re-
laciones con la corte del Brasil, pero que su opinión y
conducto estaban explicadas con toda claridad en el ex-
presado oficio de II de enero de 1817, que dirigió el con-
greso al supremo Director del Estado, del que tenía una
copia de su poder
Hemos entresacado estos fragmentos de los escritos de
Anchorena, porque prescindiendo de la intemperancia del
estilo, reproducen con verdad el juicio de la opinión pú-
blica sohre el carácter y las debilidades de don Manuel
de Serratea. Bastará que así resulte y se tenga presente
que iguales conceptos ha vertido Rivadavia, Belgrano,
García, etc., hombres todos de diversos partidos y caracte-
res; pero contestes con este juicio.
APÉNDICE V
(Página 238)
DEPORTACIOX DEL COROXEL MANUEL DORREGO
Habiéndome ocupado del triste incidente que acabo de
narrar, en la Revista del Río de ¡a Plata (vol. VI, pági-
na 386) el coronel don Mariano E. Moreno, me observó que
no eran exactos los cargos con que yo había presentado el
carácter y el tenor de la ''Entrevista del Supremo Director
Pueyrredón con el coronel Dorrego". Hícele yo notar que
mi relato y las reminiscencias en que lo había fundado, es-
taban totalmente conformes con el Manifiesto y con el
Decreto que he transcrito al pie del texto ; y que estas eran
piezas oficiales de que ningún historiador podía prescindir,
y mucho menos yo que no conocía documento que pudiera
invalidarlas. Como el coronel Moreno conservaba un re-
cuerdo amistosísimo y piadoso por la memoria de su desgra-
ciado amigo el coronel Dorrego, tenía sumo interés en vin-
dicarlo: y como era hijo político del general don Marcos
Balcarce, tenía muchos papeles curiosos de éste y de
sus hermanos en los cuales figuraban las dos cartas si-
guientes, de que permitió tomar copia para cuando yo,
revisando mi trabajo, hubiera de volver sobre el asunto :
"Baltimore 2 de junio de 1817. — Sr. general don Antonio
G. Balcarce "Desde Santa Fe es-
cribí al general San Martín solicitando ir á servir á sus
órdenes; los oficiales del N.° 8 saben cuántas veces ha-
bíamos acordado solicitar que se nos destinase á esa cam-
paña. Dígalo usted y cuantos me conocen, el placer con
que estaba desde el momento en que recibí la orden ; apa-
rezca una sola persona que me notase alguna resistencia.
,: Xo estaban parte de mis trastes cargados, carruaje pron-
APÉNDICE \^ 665
to y también mi familia para hacerlo al día siguiente? ¿ Xo
me tenía casa pronta en Mendoza don Gregorio Lemus?
Muestre el mismo sus cartas y las mías. Mas por fortuna,
vaciaré un documento que original conservo por haberlo
recibido en mi prisión, por medio del mismo señor Direc-
tor.— ^Sr. D. Manuel Dorrego. — Mendoza, noviembre 13 de
1816.- — ^Mi paisano y amigo: La de usted fecha 10 (?) la
tengo á la vista, créame que soy ingenuo y franco en medio
de mis defectos, la venida de usted es de la mayor satis-
facción, trabajaremos juntos y yo le acreditaré que soy
su amigo sincero y que sé apreciar su valor y su talento.
Hasta que tenga el gusto de abrazarlo, su compañero y
amigo : José de San Martín".
Volviendo ahora á la exactitud ó falsedad de los cargos
hechos por Pueyrredón á Dorrego, es de notarse que de
todo el relato de faltas que se le echan en cara, éste no
levanta más cargo que el de haberse negado á incorpo-
rarse al ejército de los Andes. Pero ¿cómo resolver ahora
cuál de losados adversarios dice la verdad siendo tan
categórica la acusación del uno com.o la negativa del
otro? ¿Es el Supremo Director quien faltaba á la buena
fe y á la honradez en el acto mismo en que castigaba
cruelmente á un heroico militar de la independencia ar-
gentina ? ¿O es el acusado, la víctima, quien niega y
oculta una negativa contraria á sus deberes militares y
á su misma gloria? La duda me parece insoluble; á pe-
sar de qué fijando la atención en las fechas, muy bien
pudiera encontrarse que los cargos y los descargos encu-
bran una distancia notable de tiempos y de momentos. Dice
el coronel Dorrego : ''que escribió su carta á San Martín
desde Santa Fe". De junio á agosto, Dorrego era en efec-
to 2.° jefe de la división que á las órdenes de Díaz-Vélez
ocupaba Santa Fe; pero en esos días el Supremo Director
era el general A. G. Balcarce y no Pueyrredón. El gene-
ral San Martín le contesta con fecha 13 de noviembre á
la carta del 10; pero no dice el 10 de qué mes. No puede
ser de noviembre porque en tres días no podía una carta
llegar de Santa Fe á Mendoza. De manera que la carta de
Dorrego debió ser de 10 de octubre ó septiembre. Después de
esta fecha fué precisamente cuando se agriaron al extremo
666 APÉNDICE V
las relaciones de Pueyrredón con Dorrego. Este habia sido
partidario de la elección de Balcárce, y derrotado en este
intento se afilió ardientemente á los enemigos del nuevo
Director Supremo. Así es que en el tiempo que medió entre
su carta á San Martín y la llegada de Pueyrredón á la
capital, la creación de la Logia Lautaro, y la fundación
de la nueva política unitaria, muy bien pudieron suscitar
pasiones y rencillas, compromisos de partidos é intereses
de círculo que influyeron en el joven coronel para que le
negase á Pueyrredón, lo mismo que antes había ofrecido
á San Martín. Si con esta presunción no se explicase la
singular contradicción de los documentos, no quedaría más
solución que la de convenir en que el Supremo Director
había faltado á la verdad y á la honra al asegurar en su
Manifiesto que el coronel Dorrego se había negado á po-
nerse á las órdenes del general San Martín, pues la carta
de éste no deja duda posible de lo contrario... en fecha
anterior al menos.
De todos modos el proceder del Supremo pirector fué,
como hemos dicho excesivo y cruel : el coronel Dorrego
fué echado en buquecillo miserable que partía para el
mar de las Antillas, sin puerto determinado.
Xada se hizo para depararle un viaje cómodo al me-
nos y una acogida digna de un argentino de su mérito
en parajes donde era ignorado hasta el nombre del país
en que este brillante guerrero de la independencia había
nacido. Cuando supo que el buque debía llevarlo á Cuba,
comprendió que la idea había sido sacrificarlo y poner-
lo en manos de los españoles; para que probablemente
lo llevaran á Ceuta. A fuerza de empeños logró que el ca-
pitán arríbase á la isla casi solitaria de Pinos, donde fué
arrojado á tierra en un bote. En el momento, con la vi-
veza que le era genial, pudo captarse la protección compa-
siva de un pobre vecino que comprendió las aptitudes y
la distinción de la persona de Dorrego; y á los dos días
consiguió que le dieran pasaje en un cntter, único buque
que había en aquellos parajes, que partía, según decían,
para los Estados Unidos. Estuvo á punto de ser tenido y
tratado como compañero de piratas por una goleta de gue-
rra inglesa que apresó el buque en que viajaba. Su fortu-
APÉNDICE V 667
na fué que impresionado el teniente i." de la goleta por el
talento y las demostraciones de Dorrego se hizo fiador de
su persona, hasta que tocando en el primer puerto de los
Estados Unidos, pudiesen verificarse los hechos que alega-
ba en su defensa, como en efecto los verificaron.
Travieso en las cosas de detalle é irreverente también
con sus superiores, por exceso de ingenio y de vivacidad,
nunca dejó de tener un corazón sano en el fondo : nun-
ca fué verdaderamente revoltoso ó revolucionario; por su
patriotismo, siempre puro y elevado, sabía poner límite
á sus genialidades delante del interés común de su país.
Con fecha 19 de mayo de 1873 escribía desde Baltimore
esta carta al general don Antonio González Balcarce, que
es digna de ser consignada en las páginas de nuestra his-
toria: "Mi apreciado amigo y señor: por medio del oficial
don Juan José Pica he escrito á usted. Mas dudando que
aquélla llegue á sus manos repito ésta. Siempre he creído
á usted con sobrada rectitud y juicio para no dar crédito
á un folleto que, con el nombre de auto, se ha publicado
en esa contra mí, pero que hasta la fecha no se me ha
hecho saber, por lo que ignoro si me obligará. Mas, por
si acaso ha producido en usted algún escrúpulo, pronto lle-
gará á sus manos una carta apologética ; en ella solicito,
no indulto (pues soy inocente) más que si soy criminal
ante la ley, se me juzgue con arreglo á ella. Esta petición,
en un país que se dice libre, es un dogma, y espero que us-
ted propenderá por cuantos medios estén á sus alcances
para que se me otorgue.
'"En estos Estados, las muchas presas, nuestras vic-
torias en Chile y Perú, las últimas ventajas de Bolívar,
y la conmoción de Pernambuco, han dado la más grande
opinión á los independendientes, en especial á los de la
América del Sud. Ya es casi indudable que reconocerán
nuestra independencia en el próximo Congreso. Mas por
desgracia nuestro Tompson está fuera de quicio. El oficia!
Pica contará á usted algunos comprobantes de estos he-
chos que no se merecen escribirse. Pero lo que es más
de consideración, es, que habiéndose poco ha suscitado
varias competencias ruidosas por el embajador y cónsules
españoles, por cuyas resultas el corsario de Almeyda y
668 APÉNDICE V
Otra corbeta han estado embargadas, no sólo no se ha po-
dido conseguir que Tompson reclamase la inmunidad de
la bandera, sino que por el contrario donde está el emba-
jador, ó algún cónsul, él huye. Se ha llegado hasta mudar
el nombre, y actualmente nadie sabe dónde existe. Todos
sus papeles, hasta las instrucciones reservadas, las dejó
más de seis meses en la Secretaría de Estado. Una de las
personas de más categoría en Washington, me ha llegado
á decir, que en esa, ó no había hombres de quienes echar
mano, ó que se había querido ridiculizar al gobierno de
Norte-América con la misión de Mr. Tompson. Carrera,
que supongo estará en esa, tiene también un conocimiento
de lo que he dicho; y yo en obsequio de mi adorada patria
(aunque proscripto) y á instancias de los comisionados de
Caracas y Méjico, y de los emigrados franceses que tanto
se interesan en nuestra prosperidad, le suplico haga se
nombre un diputado con plenos poderes, que entable rela-
ciones con Caracas y Méjico, y que de acuerdo con dichos
diputados y el de Pernambuco solicite nuestro reconoci-
miento. Debe tener viveza y energía para contrarrestar al
partido español, y conocimientos para saberse dirigir. Es-
pero que usted hará uso de esta noticia, pero sin que de
modo alguno suene mi nombre.
"Las últimas contestaciones del embajador y cónsules
españoles en este Gobierno, me parecen que dan un com-
probante de que es casi indudable un rompimiento. Asi
también lo desean todos los habitantes de estos Estados,
que sin duda son los más amantes de ¡a libertad de cuantos
habitan el globo. Hace dos días se ha publicado en ésta,
que las diarias convulsiones de la ciudad de Méjico han
obligado á su vizir Apodaca á declararse por el partido in-
dependiente, y que en el mes de abril se enarboló en aque-
lla capital el Pabellón republicano ; mas yo suspendo ei
juicio. El autor son las Gacetas de Nueva Orleans de i6
de abril relativas á un barco que acaba llegar de \'era-
cruz" (4).
Proscripto y perseguido con una forma exagerada,
como hemos visto, Dorrego era, sin embargo, en los Esta-
(4) Colección de autógrafos de la Biblioteca Pi'iblica de Bueuos Aires
APÉNDICE V 669
dos Unidos un patriota ejemplar y sólido como se ve. Solí-
cito y vigilante por los intereses argentinos, hasta donde su
posición y sus fuerzas le alcanzaban, se mostró ajeno á los
rencores y á las tentaciones del egoísmo resentido, que
habrían sido tan naturales dada su situación, y multipli-
caba sus servicios y sus diligencias, como si nada tuviese
de qué quejarse. Relacionado como aquí aparece con don
José Miguel Carrera, se abstuvo de venir con él al Río
de la Plata, apercibido probablemente de los dañinos in-
tentos que traía: y cuando él regresó á Buenos Aires, se
puso al momento al servicio de la causa del orden y de la
rehabilitación del espíritu culto por -cuya salvación luchaba
la capital contra los montoneros 3- los bárbaros de Santa Fe
y del litoral.
Casi podría decirse con justicia que la persecución y
la deportación del coronel Dorrego es una página que
afea al glorioso período del gobierno directorial de Puey-
rredón.
El señor Director al Congreso sobre la negociación con
Portugal
Reservado.
Soberano Sr. : Todo examen es poco cuando se trata
de unos pasos, con que vamos á provocar la futura suerte
de nuestra Patria. Dígnese Vuestra Soberanía tener á bien
que justifique las detenciones (demoras) de este gobierno
poniendo una máxima tan importante al frente de mi con-
testación á la soberana correspondencia reservada de 27
del pasado. Yo insisto en exponer á Vuestra Soberanía
consideraciones de grave entidad sobre algunos particu-
lares del plan de relaciones diplomáticas que ella con-
tiene. El amor que profeso á la dignidad de mi país, y la
vehemencia con que anhelo la reputación progresiva de
esa augusta corporación son los agentes poderosos que
me impulsan.
Xo puedo dejar de convenir en que es urgente una mi-
sión que recabando de las autoridades del Brasil una
6/0 APÉNDICE V
exposición segura de sus verdaderas intenciones, nos pon-
ga en estado de tener ideas exactas de la seguridad de
estas provincias, ó del peligro inminente que las amaga.
Igual es mi opinión sobre el acierto de la persona electa ;
pues siendo el buen éxito de toda empresa proporcional al
influjo y conducencia de los medios que se emplean, el
crédito de que justamente goza el ciudadano Irigoyen pre-
vendrá la confianza pública de un modo ventajoso á su co-
misión.
Mas el mismo crédito que recomienda la elección del
ciudadano Irigoyen, es un obstáculo poderoso para la
misión secreta que nuevamente le encarga Vuestra So-
beranía; y aunque esto se ha hecho más impracticable
desde la partida del Mayor general Vedia, efectuada con
anticipación á la nueva orden, pues ya no hay un motivo
ostensible con que pueda disfrazarse, el Gobierno la ha
considerado en todo caso evidentemente peligrosa á la
reputación de Vuestra Soberanía y á la suya. La salida
de esta ciudad de don Miguel Irigoyen, jamás podía ha-
cerse secretamente por la misma calidad de su persona, y
de sus relaciones. El pueblo se mantiene incesantemente
en una desconfiada observación. Si por algún tiempo hu-
biese ignorancia de su destino, las noticias sucesivas del
viaje irían marcando sus huellas, y tarde ó temprano con-
ducirían al conocimiento de su entrevista con un general
que públicamente se vocifera enemigo. Los misterios alar-
marían la sumisión, y tal vez se verían reproducidas las
escenas de la anrquía. El caso es de tal naturaleza que
el mismo Irigoyen se resiste firmemente.
Además, todo tratado con el general Lecor no tiene á
los ojos del Gobierno aquel carácter de dignidad y deco-
ro que corresponde á los que debe celebrar una nación
ya constituida independiente. Un general militar, á la
cabeza de las legiones, no es á quien deben ocurrir los
pueblos libres para asegurar por un tratado mutuamente
benéfico su libertad é intereses. Ya que nada impide poi"
ahora un fácil acceso al mismo trono, reclama preferen-
temente esta vía la dignidad de nuestra Patria : la una
aparece como un recurso sólo reservado á la debiliaad,
la otra es usada por todas las naciones que tienen fuer-
zas bastantes para sostener su independencia.
APÉNDICE V 671
El documento número i." relativo al Paraguay pondrá
á Vuestra Soberanía en estado de formar un concepto
aproximado de la mala fe con que proceden los portugue-
ses: por manera que se hace indispensable reconvenir á
.aquel ministro previamente á todo tratado por un proce-
dimiento de esta naturaleza, que está en contradicción
con las declaraciones oficiales que hizo á nuestro envia-
do, y especialmente con el artículo segundo de no existir
entre aquella corte y la de España tratado, ni convenio
alguno respecto á la América del Sud ; y en caso que in-
sista en el tenor del artículo indicado, parece necesario
exigirle una garantía, como la de Inglaterra, ó de los
Estados Unidos, que sea capaz de afianzar el cumplimien-
to de cualquiera convención entre aquella corte y ésta.
Si sobre las bases antecedentes llegare á entrarse en
negociación, es presumible que la proposición sobre el en-
lace de la casa del Inca con la de Braganza no sea
oída con aprecio, no sólo por la diversa entidad que ofre-
ce en el mundo político la dinastía de ambas jerarquías,
sino porque tratándose de la base fundamental de una
negociación, se ofrecen por una parte términos un punto
menos que quiméricos, cuando se exigen de la otra pren-
das efectivas, cuya disonancia hace inconciliables los ex-
tremos de un convenio. Mas aun suponiéndose avenimien-.
to por la corte del Brasil á entroncarse con la raza de
los Incas, dándola por restablecida sin tropiezo, no se
presenta por ahora un medio que asegure al Congreso y
al Gobierno la posibilidad de la ejecución, cuando la opi-
nión de las Provincias bajas (5) ha mirado esta idea como
una sombra fugitiva, las del alto Perti no han explicado
libremente su consentimiento, los periódicos de la capital
ha ridiculizado el pensamiento, demostrando su vaciedad;
y cuando una alarma pública de otros partidos amenaza
una guerra civil en el acto de su declaración. La decencia
y honor de las Autoridades Supremas del país se compro-
mete á un concepto innoble de las naciones, si en los mo-
mentos de continuarse, provoca á una nación antigua y
relacionada en Europa á concertar tratados de alianza per-
(5) Las que hoy son argentinas.
672 APÉNDICE V
nianentes por vías desconocidas en la política de los Po-
deres establecidos.
Se presenta desde luego en mejor punto de vista la
proposición relativa á la coronación de un Príncipe de
la casa de Braganza en calidad de Monarca de las Pro-
vincias Unidas con sujeción á la constitución, que el So-
berano Congreso le presentare ; y si ella fuese admitida,
entonces podrían concertarse los medios de inspirar con-
fianza á la corte del Brasil, de poner á cubierto la emanci-
pación del Estado de cualquier cambio ó alteración que
pudiera sobrevenir bajo la influencia del Príncipe, de
evitar combinaciones sombrías entre las potencias de Es-
paña y Portugal, y del modo y tiempo en que (hubiese de
ejecutarse el proyecto.
Es de presumirse, que por la unidad política que hasta
estos tiempos han conservado los gobiernos de San Ja-
mes y de Portugal, no recate éste de aquél sus relaciones
ulteriores respectivamente á la América, al menos aquellas
que contribuyan á demostrar una consonancia aparente con
los intereses de la Gran Bretaña. Para conseguir toda la
ventaja posible en este caso será del resorte del comisiona-
do procurar ingerir la intervención ó garantía de esta úl-
tima potencia, examinando antes con impenetrable sagaci-
dad la opinión del embajador de Inglaterra. Un manejo
igual parece que sería conveniente en toda negociación di-
rigida á la adquisición de algún otro Príncipe extranjero.
Dios guarde á Vuestra Soberanía muchos años. Buenos
Aires, ig de noviembre de 1816. — Juan Martín de Pueyrrc-
dón. — Soberano Congreso Nacional.
FIX DEL VOLUMEX SEXTO
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López, Vicente Fidel, 1815-1903.
Historia de la República
Argentina :
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