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5f) 55^6.1
HARVARD COLLEGE LIBRARY
SOUTH AMERICAN COLLECTION
THE CIFT OF ARCHIBALD CABY COOLIDGE, '87
AND CLARENCE LEONARD HAY, '08
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HISTORIA
DEL GENERAL
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PROVINCIA DE SALTA
1810 A 1832
POR EL
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23 MAY t9í2
EL CONCEPTO PUBLICO
■ ■ ■ •
FORMADO CON MOTIVO DE LÁ PUBLICACIÓN Dfe'^ESTA OBRA
Como hubiéramos dado á conocer del público las materias
que comprende este primer volumen de la Historia del
General Güemes y de la Provincia de Salta, publicando el
sumarlo detallado de sus capítulos, ha sido este anuncio bas-
tante para que la opinión acogiera con generosidad nuestra
empresa, manifestándose en los conceptos siguientes:
DÉLA CAPITAL
GUEMES Y SALTA
HISTORIA DEL TIEMPO HEROICO
El doctor Bernardo Frías, conocido intelectual saiteño,
da cima á una obra de aliento que merece atraer sobre
ella la simpatía, el aplauso y el apoyo decidido de todos
los hombres cultos del pais, ya sean profesionales de las
letras, ya simples lectores de cosas interesantes, gustadores
del trabajo ageno. Se trata de una «Historia' del General
Güemes y de la Provincia de Salta» cuyo primer tomo
saldrá á luz el 15 del próximo Abril. La preparación del
- VI -
doctor Frias y, sobre todo, la lectura del resumen capitular
del primer volumen, que tenemos ú la vista, auspician
prestigiosamente el nol)le trabajo emprendido, haciendo
esperar una obra útil, sana, entusiasta y veraz, interesante
como una novela en la evocación del régimen colonial
que en Salta marcó huellas singularmente profundas.
Todo aquel pasado sabroso y característico, movido y
traido á luz por. un .criterio claro y nxK entilo correcto,
encausado dentro tie la moderna Tnane^á de hacer historia,
y luego la leyenda épica de Güemes y sus huestes gauchas,
todo ese viejo tiempo pintorescio y digno, coballeresco y
fulgurante dentro de la obra del doctor Frias, constituirá
una sustancia de predilección para los paladares de buen
gusto, y debe ser buscada por los inteligentes. Le hacemos
decididamente el reclame mas franco v merecido al hermoso
traJjajo que hará honor & las letras argentinas donde no
abunda el artículo noble de los estudios é investigaciones
pacientes, y reflejará, sobre la heroica Salta, las luces
perennes de una gloria lejana, que ha de iluminar todavía
el porvenir, como ilumina el pasado de la cuna de Güemes.
{El Diario J.
Un trabajo de gran aliento se ha empezado en la imprenta
de El Cívico, en Salta. Nos referimos á la «Historia del
General D. Martin Güemes y de la Provincia de Salta»,
durante la guerra de la independencia y la lucha por la
organización nacional de 1810 á 1832, que el Dr. Bernardo
Frias ha emprendido, habiendo ya entregado a la imprenta
los originales del primer tomo, que es la parte preliminar
de los diez de que constará la obra.
Tenemos 6 la vista los sumarios detallados de las
materias que comprenda el primer volumen, y allí se
- VIÍ -
revela la amplitud de la obra, que abarca desde la creación
del virreinato de Buenos Aires hasta la revolución de
mayo, habiéndose reunido documentos inéditos de gran
interés histórico encontrados en los archivos oficiales de
Salta y en los particulares de la familia de Güemes.
El Dr. Bernardo Frias, autor de este trabejo, es bien
conocido en Salta como hombre de letras, consagrado por
completo & trabajos de carácter liistórico.
Siguió los estudios de abogado en la universidad de
Buenos Aires y hace ocho años que fué laureadp doctor
en ciencias sociales. Cuenta 34 años de edad y desde muy
jé ven está dedicado al estudio de la literatura y . de la
historia. Tiene publicados varios trabajos literarios, reve-
lándose en todos ellos un escritor galano y observador.
Con la obra que ahora emprende el doctor Frias, prestará
un señalado servicio á su provincia natal.
(La Naciofn),
DEL LADO DE GU YO
CQUfio de Santo Mu d« Anillo
— MENDOZA —
Señor Doctor Bernardo Frias
Distinguido señor:
Con íntima complacencia he sabido que V. se halla
próximo á editar una importante obra histórica acerca de
la provincia y ciudad de Salta.
Me felicito sobremanera, al ver que un nuevo nombre
se viene á inscribir en el catálogo glorioso de nuestra
literatura que necesita del impulso de inteligencias de
primer orden para colocarla en la altura del progreso
- vm -
material que alcanza y desarrolla nuestra nación tan joven
y tan rica en elementos de cultura.
Apenas si V., señor, era conocido entre los intelectuales
del país— por eso, todos hemos mirado con sorpresa, pri
mero, y con júbilo después, esa luz fulgente y nueva que
nos viene del norte.
No descanse V.; investigue con ahínco y persistencia
que, indudablemente, encontrará inmenso é importante
material para estudiar el pasado de la sociedad argentina
casi ignorado por el vulgo y poco estudiado por nuestros
pensadores de talla. Me reflero á las provincias, no & la
capital que López, Mitre y Obligado hablan en contrario.
El espíritu cristiano que anima su estudio, según he
podido deducir por el sumario que publica «El Pueblo»,
es una suficiente recomendación y le imprime un carácter
propio.
Sin odios sectarios, sin preocupaciones de partido, sin
miras localistas, V. penetrará en el santuario de nuestros
tiempos heroicos para poner de relieve la acción del sol-
dado, del fraile y del regidor, almas de nuestras civiliza-
ciones primitivas.
Desde aquí, le envío un sincero aplauso y me suscribo
á su obra*
Su afmo. y desconocido amigo.
Fiu Rboimaldo de la Cruz Saldaka Retamar
S. o. P.
Vice-J^ector.
Mendoza, Mano 24 de 1902.
DISCURSO PRELIMINAR
I
Vamos a escriJ)ir la historia de un hombre y la historiq
de un pueblo cuyo paso por la vida ha quedado marcado
por huella de inextinguible luz. Ambas abrazan una época
singularmente admirable en donde todo es grande, desde
la concepción de la idea genial que en lo militar y en lo
político salva la revolución con acierto peregrino, hasta
las virtudes comunes y los sacriflcios vulgares de la ha-
cienda y de la vida. Dos virtudes, dos genios aparecen diri-
giendo el movimiento en el gran escenario:— el genio militar
y el genio político, encarnados principalmente en sus dos
gefes mas famosos, el General D. Martín GOemes y el Dr.
D. José Ignacio de Gorriti.
Parécenos, así, su empresa superior, sin duda alguna,
á aquellas realizadas por Pelayo en España y por Juana
de Arco en Francia; pues, al lado de la lucha militar, se
desenvuelve la lucha mas difícil aun de la organización
del país, alzándose, por nuevo enemigo, el demonio de la
anarquía y de la torbarie, dividiendo y aniquilando en los
momentos mas delicados de la prueba y al frente mismo
del enemigo común, la unidad de los esfuerzos, el centro
del poder y del gobierno, la fuente de los recursos, sol-
tando los diques hasta entonces cerrados á las masas
incultas y por donde se derramaron las corrientes de la
barbarie que sepultaron en ruinas y en sangre y en ver-
güenza la república; destacándose Salta como solo luminar
en medio de noche tormentosa y obscura, por la gloria
de sus armas, por la rara nobleza de sus virtudes, por lu
virilidad inquebrantable de su temple cívico, por la firmeza,
sabiduría y oportunidad de sus principios políticos soste-
nidos por aquellos sus varones ilustres cuyo talento pode-
roso, cuya elocuencia y saber llenaron, con justicia, la
admiración de su tiempo.
Este gran drama de la revolución se inicia, se desen-
vuelve y se apaga eíi el espacio comprendido entre 1810 y
1832; por que conviene recordar que en la revolución se
alimentaron dos aspiraciones supremas convertidas en dos
necesidades capitales que forman el doble y magno ideal
de aquel soberbio movimiento: esto es, la emanínpacion
del gaís de la corona de España, que dio su origen ú la
^'uei'ra de la independencia, y la organización de la nueva
nación, que desenvolvió nuestra guerra civil tan compli-
cada, tan larga y penosa como original, por una parte; y,
por la otra, Jos grandes problemas políticos donde el ta-
lento civil y la elocuencia y virtudes de nuestros ilustres
varones se levantaron ú una altura digna émula, por
cierto, de la alcanzada por nuestras armas, y cuya histo-
ria verdadera no ha sido aun trazada como corresponde
á la superioridad de su esfuerzo y su grandeza.
: Todo este cúmulo sorprendente de principios, de accio-
nes, de virtudes y. dolores; de victorias y de ruinas, de
conflictos de todo género, forma el cuerpo verdadero de
la revolución, que no se halla limitado, como hasta lioy
lo han concebido los espíritus vulgares, en la simple cam-
paña militar de la independencia, que solo es un trozo
brillante de aquella grande unidad. La revolm^ion, pues,,
no concluye en Ayacucho con el vencimiento definitivo de
España y sus legiones, como no concluyó con el deri^oca-
miento de sus representantes legales en la plaza de Buenos-
Aires- el 25 de Mayo de 1810. La revolución, tan grande
en sus necesidades como en sus pensamientos, abraza todo
el orden Insocial, político, económico, religioso, ad-
miríistrativo^é intelectual; por que ese era su objeto; era
esq J9U acción redentora que, principiando en 1810, concluye
su gran drama en 1832, cuando caen vencidos todos los
atletas del pensamiento de Mayo. La aparición de un nuevo
- XI -
enemigo y asaltador de la civilización y de los principios
de la revolución culta, salido como el lobo hambriento del
desierto,— la l)arl)arie, desafiaba y vencía, ú la postre, ú la
revolución heroica y gloriosa que habia triunfado de los
leones españoles. Se alaria una nueva era, un nuevo y
dolorosísimo periodo desbordante de sangre, de violencias
y de lágrimas; salpicado de grandezas admirable? aún en
el mismo campo de los bárbaros, como lo era Quiroga,
el único digno de entre ellos, por la fuerza de su corazón
y su talento natural, de ser el vencedor de la revolución
civilizada y culta. Salvagemente grande, siniestra-
mente famoso: grande y sublime en su horror como el
diluvio; cruel y terril)le como el infierno, solo él podía
vencer sin deshonra el esfuerzo glorioso de Moyo, que no
podia caer I>ajo la mano vulgar de tiranuelos obscuros,
á la manera de López, de Artigas ó de Ibarra.
Hay, pues, dos hechos gigantescos en que se traduce la
revolución:— la lucha por la independencia y la luclia por
la organización y las instituciones; la una contra el rey
de Kspaña y sus legiones, la otra contra la barbarie y
sus hordas; la primera contra el principio de conquista y
dominación extrangera, y la última contra las ambiciones
bastardas agenas de todo verdadero patriotismo; repre-
sentando ambas los dos mas grandes principios por que
pueden noblemente sacrificarse los hombres,— la libertad
y la civilización.
Para realizar esta obra verdaderamente colosal, se nece-
sitaba de riquezas y de brazos; mas, solare todos los recursos
materiales, de cabeza y dé corazón; esto es, de la luz del
genio y de las virtudes cívicas de los grandes ciudadanos.
¿Dónde hallarlos? Buenos Aires y Salta, la una en el sur,
la otra en eLnorte, son las dos poderosísimas columnas en
que se apoya y sostiene la causa de la revolución; ellas,
casi solas, libran el tremendo coml>ate por la libertad y
las instituciones: la una, como capital, iniciando el movi-
miento, prodigando con generosidad su sangre y sus teso-
ros y tomando la dirección y gobierno en los primeros
años; la otra, consagrando a la causa cuonto tuvo;— su
suelo, sus hombres, su fortuna, su talento, sus virtudes,
su bienestar, su comercio y porvenir.
— XII -^
Pero, también, qué hombres los sáltenos de aquellos
tiempos! El Dr. D. José Ignacio de Gorrití, después de
sancionar en Tucuman la independencia de la república;
de haber recogido en su frente los laureles de general en
la campaña de la independencia, desciende del gobierno
exclamando en el seno de los representantes del país.—
«Yo os devuelvo la insignia del poder y me restituyo al
campo que cultivaba mi mano. Allí departiré mi tiempo
entre los goces apacibles de la encantadora labranza y en-
tre los votos que enviaré al Eterno por vuestra prosperidad
y la de la provincia.» Tenia mayores méritos y mas gloria
que Cincinato el romano. Y cuando, horas mas tarde, un
grupo de adeptos le ofrecía la reelección, supo rechazarla,
diciendo:— «Es el mayor agravio que se puede hacer á un
pueblo libre el reelegir y perpetuar en el poder á sus go-
bernantes!» La figura de Güemes se destaca con mayor ho-
nor para su nombre y para su país, rechazando una fortuna y
títulos de Castilla ofrecidos en precio de su traición y haciendo
con sus soldados y sus gauchos una guerra civilizada, cum-
pliendo y aún enseñando al enemigo las máximas tan
respetables del derecho de gentes, mientras en el ejército
europeo se fusilaba á los prisioneros, se incendiaba las
ciudades, se saqueaba los vecindarios, se martirizaba á
los vencidos y hasta se azotaba á las mujeres. Desde las
alturas del poder, el General Arenales y el Dr. Bustamante,
su ilustre ministro, enseñaban, al abolir los fueros milita-
res, que «los ilustres defensores de la patria nunca honran
mas la gloriosa profesión de las armas que cuando, des-
pués de domar el orgullo de sus enemigos, presentan sus
brazos aguerridos para sostener el imperio de la ley; y,
confundidos con el resto de sus conciudadanos, solo pro-
curan distinguirse por el ejercicio de las virtudes.»
Durante diez años de prueba amarga, las familias de
Salta, de Jujuy y de Oran, reducidas ú sus ancianos, á
sus migeres y á sus niños, abandonaban sus hogares
emigrando 6 Tucuman, ó bien, desafiando con denodada
entereza los rigores de crudos inviernos y de angustias
indecibles, los desmandes del enemigo y en un país
desolado por la guerra, corrían á ocultarse entre los breñas
- Xffl -
á fln de que no flaqueara el corazón de sus padres, de
sus maridos, de sus hermanos transformados en guerre*
ros, al estrechar por hambre al enemigo. En fin, el Ca-
nónigo Gorriti decia:— «Todos mis esfuerzos no tienen mas
objeto que el servicio de la nación, íi quien tengo consa-
grados, desde 1810, todos los instantes de mi vida.» Y,
dirigiéndose á los que observaban su conducta, agregaba:—
«Jamas el estado me hal)ia demandado sacrlflcios mas
dolorosos que el presente; pero, desentendiéndome de to-
dos, hasta de la amargura en que quedaría sumergida una
madre mas que octogenaria al saber que me alejaba cuando
con mas ardor deseaba no perderme de vista, acepté la
misión. 1) El celo por el bien general de las Provincias
Unidas triunfó de mi repugnancia, de mis intereses, de
mis afecciones de sangre, y de todas mis satisfacciones
personales y me ha hecho arrostrar no solo todas las in-
comodidades y peligros de un viage tan dilatado en que
por mas de cien leguas era necesario atravesar sorbiendo
á tragos una 'muerte atroz, sino lo que es aún mucho
mas, las amarguras y disgustos que á un espíritu animado
del celo mas puro y desinteresado, deben causarle las
desviaciones de la opinión; el ver escaparse, de entre las
manos, el bien que podría y debia hacerse.
«Yo, ciertamente, no puedo lisongearme de hallar iiecho
al estado el bien que he deseado; pero si, de no haber
omitido diligencia ni esfuerzo, sobreponiéndome ú cuantas
consideraciones serían capaces de inducir ó prescindir de
lo que no era probable evitar. Los diarios de sesiones son
los testigos intachables que afirmarán esta verdad J* iQUién,
en nuestros malos dios, puede recurrir li prueba seme-
jante?
Mas, estaba en los hados que, si bien á Buenos Air^s le
correspondía el honor y la gloria de la iniciativa, estaban
reservados á la provincia de Salta la gloria y el honor de
recogerla y salvar la independencia. Porque, hasta 18U,
dos veces las fuerzas militares de la revolucidíj, bajo la
dirección del gobierno central, hablan invadido las pro
1) La diputación al Congreso de 1836.
— XIV —
ttnclas attÉs del Perú, donde se encastillaba y erguía el
león de las Españas, y dos veces habían vuelto caras des-
hechos y vencidas, cayendo sobre Salta todo el peso y rigor
de las venganzas de un enemigo cruel y victorioso que
volvió nuevamente á talar sus campos, á arrasar sus co
seííhas, ü matar sus hijos, ú perseguir con saña sus familias,
á saquear sus fortunas y desolar sus hogares, y, cuando
el gobierno central y todos los generales del ejército ar-
gentino asegural)an hallar la victoria por el rumbo del
norte y con los solos esfuerzos del ejército nacional que
abría nueva y desastrosa campaña, con excepción de San
Martin que ocultó su desden bajo pretextos y abrió sus
cuarteles en Cuyo para formar nuevo ejército que fuera
así valiente como celoso de las virtudes militares; cuando
los esfuerzos del gobierno de la nación solo se confiaban
en aquellos veteranos gloriosos como desgraciados y las
miradas de dos millones de argentinos llenos de suprema
angustia, divisaban como única y segura salvación de la
patria aquella hueste que marchaba rumbo ú Lima, en i815,
y oplnal>an todos en acorde movimiento de ánimo, hallarse
allí la victoria y su camino,— GQemes, Giiemes solo y ais-
lodo contra toda la opinión de los guerreros y hombres
de estado, toma sobre sí la responsaJ)ilidad de su visión
sublime, y, cediendo á la fuerza de su genio, se lanza á
realizarla con la heroica resolución de un espíritu ilumi-
nado y convencido. Sepárase del ejército, y, vuelto ú su
provincia, sus conciudadanos le encomiendan la defensa
del pais, eligiéndolo gobernador, á pesar de ser un joven
apenas de treinta años.
Los hechos subsiguientes, los mas sonoros y brillantes
de cuantos por la independencia se realizaron en el suelo,
argentino, mostraron, bien luego, quien tuvo, en definitiva,
razón y quien habia penetrado con luz verdaderamente
genial los senos del porvenir y sorprendido la verdad que
encerraton. Y así vino ú suceder que, cuando en 181C, tras
la derroto deVIluma, todo el continente americano caía ven-
cido & los pies del rey de España, Salta, con Güemes 5 su
frente, era lo único que quedaba en pié en toda la América
del Sur. Aquel puñado de héroes, con mas felicidad que
L
los griegos en Tehñópilas, escalotibdosr en safe 'selvaá, fen
sus llanos, en sus rios, en el seno mismo de sus ciuda-
des desoladas, con sus familias alejadas y ocultas en las
breñas, atajaron el paso al enemigo mas formidable de
cuantos hablan amenazado la patria y sostuvieron, desde
aquel dia, solos, los gloriosos estandartes de la revolución
en diez años de guerrear contra españoles, salvando, por
este su heroico esfuerzo, la causa de la independencia'.
«Es notorianiente público, decia el coronel Quiroz, que
esta provincia ha sido el l)aluarte de nuestra independen-
cia y que con esos extraordinarios esfuerzos contra el
poder de los tiranos, consiguió dar lugar y tiempo para
que se formen, disciplinen y armen los ejércitos del Tu-
cuman y Mendoza y para que el héroe San Martin liaya
recuperado Chile y se haya avanzado ó la gigante empresa
de rendir la capital de Lima y las mas ricas y opulentas
de sus provincias.
«fí de qué brazos nos hemos valido para ejecutar tales
operaciones? Cualquiera que no falte & los deberes de gra-
titud, confesará que de los gauchos, que han tenido parte
muy activa en las glorias y triunfos de la América y que
nos han proporcionado también y nos han librado de tanto
mal. Ellos han expuesto el importante caudal de sus vidas
y muchos la han perdido con la mayor energía; ellos des-
nudos, sin prest y sin aspiraciones se han presentado muy
prontos é guerrear con los enemigos en las muchas inva-
siones que han ocurrido sobre nuestra provincia; ellos
han abandonado sus familias y sus labranzas con la ma-
yor indiferencia por acudir á los servicios militares, lia-
ciendo frente ü los excesivos frios, hambres, destemples é
intemperies que jamas han podido apagar su entusiasmo
y valor. Ellos nos han servido con todo lo que pueden y
tienen; y así es que, siendo pobres de dineros ó facultades,
son muy ricos de méritos.» 1)
Es así como esa gran revolución de Mfiyo solo produjo
dos genios en la guerra para salvarse y cubrirse, de. teu-
reles:— San Martin en la guerra regular y Güeiínes en Ih
1) Informe del Ooronel D. Jaan Manuel Qairox. Areh. de Salta, iño
1^22, «Varios sobre hacienda». .
ii , ■
guerra do recursos* iCuál otro de nuestros generales rea-
lizó campañas singulares, triunrando en ellas deñnitiva-
mente la causa de la revolución? {La campaña de Chile y
la campaña de Salta han tenido rival en aquella guerra
de la independencia? ¿Y no es verdad que ellas son ori
ginales y grandiosas, parto feliz de inteligencias superiores?
«En el largo periodo de quince años, la provincia de
Salta ha sido el sangriento teatro de una guerra desola-
dora; el campo de gloria donde han sido 'batidas, conté
nidas y escarmentadas de diversos modos las huestes
enemigas; el asilo de los ejércitos de la independencia en
los diferentes contrastes que han sufrido en el Perú; la
vanguardia de las provincias libres y la frontera de la
libertad; aun cuando disueltos los ejércitos de la Patria,
ha quedado ella sola expuesta ú la orgullosa saña y á la
rabia furiosa de las tropas españolas. De manera que,
mientras las demás provincias, al abrigo de su localidad
y de la defensa que aqui se sostenía, podían respirar si-
quiera de las fatigas de la guerra y preservarse y reparar
en parte sus ruinas, ella se mantenía constantemente con
las armas en la mano, peleando unas veces, persiguiendo
al enemigo otras, siempre amenazada y siempre expuesta
ú nuevas y mas obstinadas invasiones.
«De aqui ha resultado que una provincia opulenta, que
se sentia en otro tiempo oprimida con el peso de un nú-
mero inmenso de ganados de todas especies; habitada de
capitalistas pudientes y acaudalados y dotada de una po-
blación robusta y floreciente, se ve en el dia reducida á
una pobreza general y & una miseria espantosa:-— destruidos
sus capitales; arruinadas sus crias; aniquilada su población;
empobrecidas sus familias y tocándose, por todas partes,
los estragos de la guerra y los terribles efectos de la cruel
venganza y del odio envenenado de los españoles.
«De aqui es también que, á cada paso que se da por el
territorio de esta provincia, se encuentran viudas sin es-
posos, huérfanos sin padres, é inválidos miserables sacri-
ficados en obsequio de la defensa general; que si bien son,
por una parte, su mayor ornamento y los timbres ilustres
de su gloria, se resiente la humanidad, por otra, al ob-
servar su suerte desdichada, Y de aqui es, en fin, que la
-xvn-
provincia de Salto se siente recargada de una crecida
deuda pública procedente ya de los servicios que han ren-
dido los defensores de la libertad y ya, principalmente,
de los auxilios de todo género que han prestado sus lia-
bitantes para la subsistencia y servicio de los ejércitos
de la Patria y para el sosten de la guerra de la indepen-
dencia; por que, para salvar la causa de la libertad, nada
absolutamente ha reservado,— población, riqueza, cuanto
ha tenido, todo lo ha sacrificado á este ídolo favorito de
los pueblos civilizados.» 1)
Salta, de esta manera,— «peleó sin cesar durante 15 años,
y la mayor parte de este tiempo sostuvo la lucha general
sola y con sus propios elementos, consumiéndolos de tal
modo que, al fin de la jornada del año 25, se halló despo-
blada, pobre; su capital destruida, su campaña arruinada
y desierta y toda su riqueza proverbial consumida. Y esta
provincia, una de las mas ricas del antiguo virreinato, quedó
reducida ú las peores condiciones á que puede condenarse
un pueblo. La deuda inmensa que hasta hoy la grava,
tiene allí su origen; su tesoro, empleado exclusivamente
en la guerra de la independencia, no pagote sino recono-
cío todo gasto interior; su aduana, cargada de depósitos
valiosos que se emplearon en auxiliar los ejércitos de la
Patria que subían al Perú, nos legó fuertes deudas que ha
pagado lo provincia de tiempo en tiempo Cuondo
el año 25 dispuso lo Noción reconocer los gastos nocionoles
y señólo ú los pueblos un limitodo tiempo pora presentar
sus cargos, concurrieron todas los provincias ú Buenos-
Aires é hicieron reconocer sus créditos, menos Salta, cuya
gran deudo, que montobo á millones, no alcanzó ú orga-
nizarse siquiera; osí es que, vencido el término, quedó
pesando sobre esta provincia que ha pagado paulatina-
mente mas de un millón íH esa cuenta.
«Finalmente, la provincio de Soltó es lo único que, entre
todos sus hermonos de lo repúblico, cuando el tirano y
sus satélites les encodenoron los brazos consodos de tanto
1) Dr. Teodoro SáncUez de Bustamaiite-^Arch. de Salla, 1825, Córreep.
o Acial.
- xviir -
batallar y las ataron al carro del mas pesado y vergonzoso
despotismo, erigiéndose en mandones al)solutos por mas
de veinte y de treinta años, y echando por tierra todo
principio regular de buen gobierno, fué la única, repetir
mós, que, aun en esa época de general postración y ver-
gOenzQs no consintió que sus mandatarios se perpetuasen
en el gobierno por mas tiempo del periodo señalado en la
ley- del pais. Pudo decir, como Francisco I, que todo se
había perdido menos aquella ley sagrada.» 1)
II
Asi se hizo la guerra de la independencia. Pero la obra
de Salta va mas lejos. Independiente la patria, era nece-
sario hacerla libree; y, para ello, debia dársele instituciones
liberales y conformes á sus condiciones y necesidades.
■ Hasta aquel momento, Buenos Aires y Salta habian se-
¿Mido un sotó rumbo, y se sintieron movidas por una misma
idea, gobernadas ambas y dirigidas por la gente decente,
ilustrada y culta; mas, cuando las necesidades reclamaron
Ih organización de la nación, la anarquía, la guerra civil,
encendida por pasiones estrechas y mezquinas, desgarraron
la 'Unidad nacional, triunfando en todo el territorio, menos
én la- zona del norte, y Buenos Aires cae l>ajo su soplo
destructor sepultándose en 1820, con los hombres notaliles
que, 'desde 1810, habían conducido la revolución por el sen-
dero honorable de las buenas costumbres cívicas, del sen-
timiento del orden, de la cultura y de las superiores as-
piraciones; Buenos Aires se pierde, pues, en medio de la
vorágine general y cae envuelta en la nube de polvo de
los enemigos déla nacionalización. «Las clases cultas que
'hablan hecho y dirigido la revolución desde 1810, halMan
perdido en 1820, hasta la conciencia de la posición política
en que se hallaba el pais y habian caido moral y mate-
rialmefnte en una postración mortal. El monstruo popular
levantaba' ya contra ellos sus pasiones.» (López).
' 'Desde entonces, Salta y Buenos Aires, la una recogiendo
1). Articolo publicai^o en «La Actualidad*, de^Salt9, 1865, N^ 171. Arch.
de la ProY.
j
- XIX -
con Tucuiíian y con Jiijuy la tradición gloriosa de Mayo;
la última con fa nueva idea de la federalizacion por medio
de la rebelión, de la violencia y de levantamientos de las
masas poj ulaius, se alzan, la una en frente de la otra en
campos contrarios, encabezando la gran guerra civil que
iba á desolar ei pais. Esa lucha formidable iba ó llevarse
ú cabo librand< • sus combates en los parlamentos, en la
prensa, en los campos de batalla, en la diplomacia, en el
orden económico y en lo comercial. Los nombres gloriosos
é ilustres de Güemes, de Gorriti, de Arenales, de Pueyr-
redon, de Rivadavia, de Alvarado, de Bustamante, de Zu-
viría, de Zorrilla, de Paz, y de Funes, de Lavalle y de
Lamadrid, apar.jcerian sosteniendo el principio de la or-
ganización nacional por medio de sus congresos y de la
obediencia á sus leyes, y mirando como adversarios, & su
frente, á Dorre^^^o, á Ibarra, ú López, ú Bustos, ú Ramírez,
á Quiroga, al fraile Aldao y, al fin, á Rosas!
Pues bien: si el memoral)le desempeño del pueblo de
Salta en la luclta militar no es aún bastante poderoso para
colocarlo en el pináculo de la celebridad, llevólo el destino
á desempeñar una misión política que será siempre prenda
de honor para la civilización argentina y de orgullo noble
y merecido para sus sostenedores.
Por que aquel sacudimiento poderoso que produjo el
derrumbamiento del antiguo régimen español, despertó,
á su paso, nuevo y poderoso é inopinado enemigo: — la
barlDarie de las campañas alzada en pugna criminal y es-
candalosa contra la civilización y la cultura recogida en
las ciudades. Salta colocada en el norte y Buenos Aires
en el sur; Mendoza en el poniente y Córdoba en el centro,
eran los únicos centros urbanos donde la civilización del
antiguo virreinato se había reconcentrado y acumulado su
esplendor y po«lerío, asi en la nobleza ó aristocracia de
sus moradores como en la ilustración de sus hombres y
en la sabiduría de su clero y en el comercio y en ia cul-
tura social y adelantamiento de todo género compatible
con el despotismo; mientras en el resto del inmenso terri-
torio, rodeadas de poblaciones incultas, casi bárbaras, se
hallaban encla^adas aldeas miserables, obscuras é impo-
tentes, como fortines avanzados de la civilización en el
campo constantemente amenazador de la barbarie. Por
eso, habiendo sido iniciada la revolución por la clase culta
6 ilustrada de la capital, Salta fué la primera y la que
respondió con mayor decisión, ardimiento y uniformidad
al grito de la libertad que lanzaba Buenos Aires.
Presidiéndola Güemes, demuestra, mas que en otra época
talvez, y de manera verdaderamente admirable, ese sen--
timiento feliz por la civilización que es la mas brillante
corona de su constante política.
Pero conviene establecer que Güemes no ha sido nifpudo
ser cual se lo han podido imaginar criterios abismados
con la l>arbarie de famosos gefes de montoneras del sur,
(Juiroga, Rosas, Ramírez, Artigas, López ó Aldao; porque,
ú diferencia de estos genios diabólicos que retardaron
medio siglo los progresos de la república, Güemes, aparte
de ser gefe de gauchos honrados y valerosos, era, como
gobernador de provincia, el gefe de la clase culta, ilustrada
y pudiente; el gobernador de una sociedad distinguida y
civilizada cual no lo fueron aquellos qCie encendieron y
sustentaron la guerra civil. Era, así, que manejaJja y diri-
gía, en plena revolución y abandonado á los solos recursos
de su heroica provincia, acaso para que la gloria de ella
fuera mas engrandecida, los dos elementos antagónicos
por naturaleza;— las masas ignorantes é incultas de los
campos y el núcleo de población de las ciudades, civili-
zado, culto, rico, ilustrado, guardián constante que ha
sido del orden y de la ley; y viéndose obligado, por ende,
desde la gefatura suprema política y militar, ya atondo-
nado por la nación disuelta el año veinte, á hacer frente y
combatir con denodado heroísmo á los dos mas poderosos
adversarios:— el rey de España con sus ejércitos victorio-
sos y aguerridos y la barbarie de las campañas alzadas
en son de guerra en hordas devastadoras y crueles ten-
diente su espíritu á arrasar toda civilización, toda cultura
social, toda luz en la inteligencia, todo imperio del orden
y de la ley; para imponer el chiripá en el trage, la violencia
por ley, el puñal por garantía social, la embriaguez y el
robo y la impudencia por costumbres, y un bárbaro sin
- XXI -
ley, sin patria y sin Dios, por gefe y arbitro de vidas, de
haciendas y de famas.
Salta, inspirada constantemente en aquellos principios
de civilización y de lionradez política, dirigida sucesiva-
mente por Güemes, por Arenales, por Gorriti y por Alvn-
rado, combatió y resistió con i)uen suceso y con íílopia,
el empuje formidable de ambos enemií?os,— el enemií?o
de la libertad y el enemigo de la civilización; y, asi, tuvo
la gloria, que no la alcalzó otra provincia de la república,
de vencer amlx)s poderosos adversarios; que, mientras
Buenos Aires era despedazada en 1820 para caer abatida
mas luego bajo la planta de Rosas; y la Banda Oriental se
dislócate con Artigas; y el litoral entronízate ú Ramírez
y (i López, y Córdote á Bustos y Tucunjan á Aróoz y á
López, y Santiago á Ibarra y la Rioja y Cuyo eran teatro
de los horrores y de las audacias y energías de Facundo
Quiroga, el mas terrible pero también el mas grande y
admirable de entre ellos,— Salta, invencible en la lucha por
la libertad, se presenta invencil)le también en la lucha por
la civilización; por que, desde 1816, su contingente fué so-
licitado para formar en la liga de los desorganizadores y
asi entonces como en adelante, no transige jamas ni con
los caudillos ni con la barbarie ni con la anarquía, dando
eterno respeto por las instituciones, sin que, en tan dila-
tado espacio, ])árbaro alguno de cuantos deshonraron la
patria de los argentinos haya osado poner su planta en
este pedazo sagrado de la patria, respetado siempre por
misterioso influjo, quiza por ser el panteón donde des-
cansan las glorias mas heroicas y el honor mas acrisolado
del puel)lo argentino; que, asi, Quiroga sugetalxi enTucu-
man sus potros cubiertos de polvo y de sangre y trataba
con los diputados de Salta, aunque en forma demasiado
cruel; y Oribe volvía con sus mazorqueros desde el Rio
de las Piedras, y Aldao, el fraile escandaloso y criminal,
rendido por mano salteña, si entraba, éntrate prisionero,
i\ ocupar las cárceles de su glorioso cabildo.
Desde el fondo de los conflictos de la guerra y al frente
de la invasión enemiga mas poderosa, los tratejos de la
anarquía hacen cuanto pueden por socavar los cimientos
— xxn —
del orden; y Salta, lejos de romper con la unidad de la
patria, levanta á altura tal su voz por k: orííanizacion de
la nación, que encarga ú sus diputados ante el congreso
de Tucuman, exijan, porfíen y hasta amenacen con su
retiro sí, antes de correrse ú Buenos Aires, no se dicta
por aquel cuerpo la constitución de la nación que debía
consolidar el orden, y salvar la civilización y la indepen
dencia del país.
¡Y cuántos esfuerzos no hizo desde aífuella liora en ade-
lante por la organización nacional!
Su política honrada y patriótica, manejada en los negocios
trascendentales por cuerpos especiales y permanentes
compuestos de lo mas notaJ)le y distinguido de entre sus
hijos, ya se llamaran el Cabildo ó la Asamblea Electoral,
fué siempre acatar y sostener la íorma de gobierno y las
instituciones que creara y sancionara la voluntad de la
nación solemnemente manifestada en su congreso, ense-
ñando que nadie, sin violar las leyes del orden, de la
justicia y del mas elevado patriotismo y justa subordina-
ción ú sus magistrados, base de toda civilización, podia
resistir por la fuerza ú las autoridades establecidas; po-
lítica en la cual no vaciló un solo instante en tan largo
tiempo de labor ni perdió el runijjo salvador y prudente
en sus principios profesados, en medio de aquella larga
y ol^scura noche, en la cual descuella sin rival el numen
político del Dr. D. José Ignacio de Gorriti, el amigo y leal
consejero de Güemes y el «oráculo de su tiempo», al menos
en las regiones del norte.
Aquel célebre rompimiento con el gefe de las fuerzas
nacionales, en 1815, suceso que halagó á Artigas y á Bor-
rego pensándolo anarquía sistemática por una federación
extemporánea, violenta y extravagante, cual la que por
entonces se fomentaba por allá, trabajando de imponerla
por la fuerza, prueba es irrecusa])le de Oíiuella verdad:
por que, triunfando Salta de las torpezas de Hondean y de
las fuerzas del rey, en vez de alzarse en rebelde federación
ó disgregarse rompiendo la unidad de la patria, vive en
la mas franca y decidida unión con el go])ierno general;
y, en el desquicio general de 1820 en que la nación se
disuelve en manos de la anarquía, fué el general Güemes,
— xxin —
presidiendo el gobierno ; de Salta, el primero qae in>^tó
á reunirse en congreso y constituir nuevamente la nación;
de manera que, al morir, herido por bola española,, sus
gritos de unión, de concordia y de paz . entre, todos Iqs
argentinos, resonaban por todos los puntos del horizonte
nacional.
Y es digno de observarse, durante aquella época de i su
mando, un lincho singularísimo en nuestra historia,- En
su presencia, no es dal)le al criterio humano el<iisceroir
con verdadera justicia, donde es mayor el mérito qué
cabe á un hombre público que asi muestra, si nguter ta-
lento para vencer con la espada como para triunfar en
el problema político mas obscuro y difícil de cuantos
pudieran calcinar el cerebro de los horntores; por que,
cuando rompia con la mayoría de la genta- ilustrada y
de pensamiento de la ciudad que reclamat)a»ya institu-r
clones y gobierno regular con nobilísimo :y elevado
propósito, Güemes tomaba francamente por base y. ele^
mentó de su dominio político y militar, la»* masas í?uér-
reras de la campaña y la plebe numerosísima de la ci-ud^,
íi quienes tantas veces habla enseñado él caminó de tó
victoria y de quienes era amado con apasionamiento
extremado.
Y, sin embargo,— y aunque llegare á parecer extrañb y
sorprendente, es allí donde se oculta el singular pedestel
de su gloria política. Porque, manejando, cual lo hemos
dicho, elemento tan peligroso y terrible por su condición
y pasiones, cuales son las masas populares ighorantes y
subyugadas á una sola voluntad, no fó hizo servir como
Quiroga, como López ó como Rosas, en el' sistema ne-
fando y funesto del predominio de su barbarie para ahogar
la cultura y civilización de las ciudades, y ultrajar sus
costunibres, y quebrar sus principios institucionales que
aquellos caudillos persiguieron é ir^famaron; pues, Güeitie^
supo respetar en su fondo, aun en medio de aquel VÍ07
lento estado de los sucesos, y caudillo y arbitro coni9 prá
de masas sin principios de cultura y buen gobierno,-^
instituciones, leyes, costumbres, garantías ó derechos
individuales y hasta la misma libertad de opinión política^-*
I
I
— XXIV —
cuya mas elocuente prueba está en esa oposición tan
enérgica, tan fuerte, tan intensa y tan franca que usaron
y eí^ercieron sus adversarios. Y Iiarto grandiosa del>e
ser la capacidad y lionradez de un liombre público que,
colocado en la cumbre del poder político y militar y en
medio del desconcierto de una gran revolución, manejando
la fuerza desarrollada de sus elementos, dueño ai)soluto
de la voluntad de las masas ignorantes é incultas, arma
das y fuertes y fanatizadas; abriéndoles diques ú su des-
líordamiento, haya podido mantenerlas en su cauce y
gobernarlas liajo los principios del orden y de la obediencia
y disciplina, sin que su empuge ciego y formidable lo
haya llevado, vencido y arrastrado, á sepultar en la bar-
loarle lo civilización y la cultura de su patria.
Fué GOemes, de esta manera, el único caudillo de
cuantos capitanearon las masas argentinas, que, mane-
jando fuerzas seml burilaras, haya salvado de su avance
el orden social; haciendo valer sus esfuerzos solo en la
gloría nacional; y que, si llegó una hora en que desave-
nencias domésticas le hicieron dirigirlas contra sus
adversarios políticos, jamns las encaminó ú destruir los
principios é instituciones sociales y políticas de su pais.
No es solamente Perides el que podia morir diciendo
n sus amigos:— «Me ala1>als por lo que han hecho tantos
otros como yo, y olvidáis lo mas grande que hay en mi
vida, y es que nunca he hecho cargar luto por mi causa
ü ningún ciudadano.» Güemes, á su turno, pudo l)ajar
en paz al sepulcro,— mártir de su patria, ídolo de su pueJ)lo,
gloria de su nación, sin haber hecho derramar por su
causa una sola gota de sangre ni cubierto de luto ú ningún
liogar.
III
Por el mismo motivo de que el sacudimiento de la re-
volución ahumzó y comprendió todo el orden político y
social y en naedida profunda y amplísima, la historia,
que es el estudio de los pasados sucesos para presen-
tarlos al conocimiento del presente y del futuro como
enseñanza y ejemplo descubriendo sus raices, sus ramas,
sus frutos, sus sombras y su terreno y la savia que le
j
— XXV --
diera cuerpo y madurez,--debe arrancar desde aquel su
fondo obscuro, razón y causa de su explosión; por que
las revoluciones no nacen como el rayo del seno tran-
quilo de las nubes; son el fruto de un cúmulo de excesos
y de crímenes acopiados en largos años de injusticias
y ultrages. Y no se puede conocer ni llegar ú comprender
una época, ni la razón y justicia de estos grandes trans-
tornos sociales, sin conocsr su civilización, sus costum-
bres, sus tradiciones, sus creencias, sus sentimientos, sus
instituciones, su actividad, su cultura y hasta sus sueños
y dolores; sus principios políticos, económicos y sociales.
Para conocerla es menester estudiarla desde sus fuentes;
profundizarla y comprenderla y juzgarla para explicarse,
así, la razón de sus esfuerzos y la justicia de sus actos.
«Y si la historia goza del privilegio de agradar de cual-
quier modo que se escriba, como decia Marco Tullo,
cuánto mas deleitalile no será su lectura cuando se ex-
pongan los hechos, cual lo hace Macaulay, consignando
en ella así todo lo grande y memorable de los sucesos
políticos y militares, como todo lo que haya sido parte
á disminuir ó acrecentar la felicidad de los hombres,
pintando con vivos colores el cuadro de las relaciones
domésticas, de los usos, de las costumbres, de los espec-
táculos y del modo de ser de los pueblos descritos; así
el estado de la agricultura, de las artes mecánicas, de
las comodidades de la vida, como el progreso de las
ciencias, de las artes y de la literatura, é interpolando
esto de anécdotas curiosas, de relaciones interesantes,
que asi amenizan la narración imprimiéndola el encanto
de la buena novela histórica, como contribuyen de una
manera eficaz á fijar las ideas en la mente de quien
lee.»
Desde aquel dia van á contarse cien años. La hora es
ya avanzada. Y, sin emtorgo, en nuestro concepto, nada
mas digno ni mas justo podríamos ofrecer al llegar el año
dies, centenario de nuestra gloriosa revolución, que la rei-
vindicación del olvido y la restauración en la gratitud y
admiración nacional de la obra inmortal de nuestros ante-
pasados. «iCuál es, señores, el objeto de ese monumento?
Preguntaba en el congreso de 1826 el Canónigo Dr. D.
- XXVI —
Juan Ignacio de Gorriti, diputado por Salta, refiriéndose al
que debía alzarse en la Plaza de la Victoria en honor de
los proceres de Mayo; y respondía: «Eternizar la memo-
ria de los héroes, se dice. Y bien; yo pienso que no es
en pirámides y obeliscos donde se eterniza la mencioria
de los héroes. Es la historia quien la remite á la poste-
ridad mas remota. Babilonia ha desaparecido; ya no se
sabe donde existió la famosa Ecbatanis. Apenas se conoce
donde fué el sitio de Esparta. Atenas, Tébas, Corinto lian
desaparecido enteramente; y con ellos todos los monu-
mentos que habia erigido el orgullo de los mortales; pero
la historia ha perpetuado los nombres de Leónidas, Mil-
ciades, Temístocles, Arístides, Gimon, Focion, Epaminón-
das, Timoteo, Daniel, Mardoqueo, Ester, y ellos no se
borrarán mientras entre los hombres subsista el gusto
de saber lo que pasó en las generaciones que les prece-
dieron.»
«Mientras la nación subsista, su independencia será el
mejor monumento que puede consagrarse á la memoria
de los héroes que la conquistaron, y después será de la
jurisdicción de la historia perpetuar sus nombres.»
Convencidos estamos, á nuestra vez, que es la historia
la gran institutriz de los pueblos, y pensamos que la his-
toria de nuestros padres es el texto mas fecundo y lumi-
noso para enseñar las virtudes republicanas y las nobles
heroicidades del corazón y en el que debe nutrirse el
espíritu de todas las generaciones argentinas, mayormente
necesario en esta época de flaquezas y mezquindades,
siquiera para que sirva de consuelo de las almas nobles,
que tan pocas han quedado.
Y hoy, pues, que con tan justa razón deploramos la
pérdida de las virtudes heroicas; hoy que todo es mer-
cantilismo y bajeza y pequenez de corazón, cumple á
nuestro deber arrancar del olvido las figuras perdidas de
aquellos proceres que, á semejanza de los glorificados
por el cristianismo, dignos son de levantarse sobre los
altares de la patria reconocida.
Pero, para dar cuerpo á esta obra, por su naturaleza colosal,
superior, sin duda, á nuestros esfuerzos aun que no al
poder de nuestro deseo, cuesta empinada se nos opone al
'k
>\
- xxvn -
paso. De aquellos tiempos heroicos no tenemos ni cróni
cas ni historias ni memorias escritas; los documentos
preciosos que los revelarían yacen dispersos y mil de ellos
destruidos por el tiempo y la incuria, desde Sucre hasta
Buenos Aires; los archivos de las familias donde antes se
recogían, destruidos están ya en manera enorme; los
testigos de aquella tragedia famosísima han desaparecido
dejándonos apenas, por preciosa casualidad, uno que otro
recuerdo conservado al acaso; las casas, en fin, de todos
aquellos personages prolijos en la guarda de sus papeles,
desoladas por la muerte, con el quebrantamiento ó dis-
persión de las familias al través de mas de ochenta años
de complicados sucesos, casi han desaparecido totalmente.
Mucho se ha perdido, pero también mucho se ha con-
servado. ¡Y cuánta hermosura y cuánta gloria tenemos
encerradas en esas vejeces! Por esto mismo, es necesario
llevar á término esta empresa, con la esperanza de su
mejoramiento y perfección en el futuro.
Por lo que á nosotros hace, la quisiéramos ver tan aca-
bada y comi)leta, á estar á nuestro deseo, que el lector
pudiera, al recorrer sus páginas, conocer en todos sus
detalles aquella época memorable y famosa, de quien, á
pesar del corto espacio que nos separa, no conservamos
ya ni siquiera sus costumbres. «De Salta no queda mas
que el nombre.»
IIST OKIÁ
DEL GBNBRAL
D. MARTIN GÜEMBS
Y DB LA
PSOYIHCU DE SALTA
CAPITULO I
I
SUMARIO:— Creación del virreinato de Buenos Aires— Sus limite» y orga-
nización--El Tirroy; su elección, sus funciones y facultades— Garantías
de las leyes contra sus abusos— Juicio de residencia— £1 poder judicial
— La Real Audiencia; casos de su competencia— Sus procedimientos y
funciones políticas— Composición de la Audiencia: los oidores— La Sala
de audiencias— Procedimientos judiciales— Tribunales inferiores; su per-
sonal—La independencia judicial.
Creación de las intendencias; cuáles eran estas en el país argentino-
La Intendencia de Salta; limites y jurisdicción— Tenencias de gobierno
— El Gobernador Intendente; origen de su poder— Los cuatro ramos de
su gobierno— Kl vice patronato real— Predominio social del gobernador;
honores con qne era rodeada su persona— Secretarios de gobierno y
hacienda — Espíritu guerrero de la población de Salta.
El Consejo Supremo de Indias; su objeto y autoridad— Garantía con-
tra sus abusos— Corrupción final de esta corporación.
Los ayuntamientos; su aparición en España— El poder real ayasalla
DR. BERNARDO FRÍAS
loR fueros y libertades castellanas— Casos de lieroisino cívio— Los ca-
bildos, ayuntamientos de América— El gobierno de la ciudad— Atribu-
ciones de los cabildos— Jurisdicción del cubildo de Salta— composición
del cabildo; traje de ceremonia; títulos dM cabildo y de sus miembros
— La presidencia del cabildo — Funcionamiento y honores— Ca&tí do abier-
to; composición de esta asamblea y el sufragio universal de la rason —
El ramo de propios— El cabildo, escuela de la democracia y fuente de
la libertad de la república— Filosofía política.
I
El país que hoy se llama la República Argentina formaba,
hasta 1810, parte constituyente de la monarquía espaíiola
cuyo vasto imperio se extendía por oriente y occidente en
dilatadísimas posesiones denominadas las Indias, y su pa-
bellón, ondeando así en contorno de la tierra, podia confesar,
hasta entonces, aquella orgullosa verdad de que, en tan
vastos dominios del rey católico, no tenia puestas el sol.
Mas, parÉi el gobierno de territorios Um dilatados que la in-
mensidad de los océanos alejaba mayormente de la corte,
cuya sede estaba en Madrid, y que los numerosos pueblos
que comprendían y sus intereses que cada dia alzaban su
incremento á medida que la civilización se extendía y
progresaba, hacían por todo extremo diflcultoso y pesado,
—dividióse su administración en secciones llamadas Virrey-
natos y Capitanías Generales, tan extensas y vastas cual si se
hubiera querido con ellas confirmar la misma extraordina-
ria grandeza de la monarquía.
La última de estas grandes divisiones administrativas
de la América del Sur fué la que vino á sufrir el inmenso
virreynato del Perú, que abrazal)a, de antiguo, desde las
regiones tórridas del ecuador hasta las australes que li-
mita el Cabo de Hornos, formándose, de esta suerte, en
1776, el Virreynato de Buenos Aires como un hecho im-
puesto mas que por la vidente dirección del gol)ierno
metropolitano, por la enorme y ya irresistible fuerza de
las circunstancias; por que ni el gobierno ni los intereses
económicos ó políticos podían acallar los inmensos males
que producía aquel antiguo estado de cosas, como que la
capital y el centro del poder político era Lima, ó 1.000
leguas de Buenos Aires y á 700 el del asiento del supremo
tribunal de justicia, llamado Real Audiencia, radicado en
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO I 3
la ciudad de la Plata ó Chuquisaca, donde tenían que
ventilarse, en grado de apelación, los pleitos de mayor
importancia, de todos los puntos del territorio.
II
El virreynato de Buenos Aires comprendía, dentro del
radio de su jurisdicción, no solamente los estados argen-
tinos de hoy, sino también todas las demás provincias que
forman, en nuestros dias, la república de Bolivia, al norte,
y las del Paraguay y del Uruguay, hacia el oriente; de
manera que su vasta extensión abarcaba desde el Desa- ^
guadero, cerca del Cuzco, hasta el Calx> de Hornos, por el
sur, y desde las mas altas cumbres nevadas de los Andes
hasta las fronteras portuguesas del Brasil y hasta el océano.
La capital política, administrativa y militar se estableció
en Buenos Aires; la capital judiciaria quedó dividida en
dos altos tribunales que eran verdaderas cortes en sus
funciones,— la Real Audiencia de Charcas, radicada desde
antiguo en la ciudad de Chuquisaca, que comprendía en su
jurisdicción todo lo que entonces se llamaba las provincias
altas ó el Alto Perú, que hoy se nombra Bolivia, en honor
de Bolívar, su libertador; y la Audiencia Pretorial de
Buenos Aires, rama indispensable en el nuevo gobierno,
cuya jurisdicción abrazaba las proviucias de abajo que
comprendían, bajo esta denominación, desde Jujuy, hacia
el sur, todos los pueblos del Plata.
La capital eclesiástica, quizá por influencias poderosas,
quedó, como hasta entonces, radicada en Chuquisaca, cuyo
prelado, con el título de Arzobispo de los Charcas, gober-
naba la iglesia en todo este dilatado territorio, teniendo su
sede á mas de 700 leguas de los demás altos poderes es-
tablecidos en la nueva capital.
UI
El gobierno civil lo presidia la alta dignidad del virrey,
4 T>K BERNARDO FRÍAS
residente en Buenos Aires, que gobernalaa á todo el virrey-
nato, no en nombre del pueblo sino en el nombre del rey
de España y de las Indias.
Pero, para la mayor eficacia del í?obierno, se hallaba
subdividido el territorio en gobernaciones locales que vi-
nieron á formar, por la real cédula de 1783, las ocho in-
tendencias del Rio de la Plata; es decir, que el virrei-
nato se dividió en ocho provincias con el nombre de
Intendencias, cada una de ellas con su gobernador y su
obispo á la calveza; de manera que, bajo el aspecto político
y administrativo, la colonia española del Rio de la Plata
tuvo, en el virrey, la unidad de régimen político y, en los
gobernadores intendentes, el de la descentralización en la
diversidad de gobiernos locales y que habla de ser, mas
tarde, semilla de sus libertades populares y fuente princi-
pal del actual sistema federal de gobierno.
Mas, conviene advertir que el virrey no era elejido por
la voluntad del pueblo que venía á gobernar, á la ma-
nera que hoy sucede con el presidente de la república,
por ejemplo; que él era directamente noml)rado por el
rey, y venía con su título y su poder delegado del monarca,
desde Madrid, la capital de toda la monarquía española.
Su poder era despótico, como que representaba directa-
mente al rey absoluto, careciendo, por consiguiente, de
sujeción á la sanción popular ó nacional de nuestros
actuales parlamentos; por que fué dada ú ellos la facul-
tad de alíer ego sin apelación ni recurso, convirtiéndolos
en déspotas completos; «y aunque en sus instrucciones
secretas se les limital>an las facultades, como faltaba en
las leyes quien contrabalancease su poder, y el rey em-
peñó su palabra en sostener cuanto mandasen, por firme y
valedero, el remedio fué imposible aún á los mismos
reyes que se quejan por la Ley de Indias, de que los
empleados que ellos enviaban eran capitulados y depues-
tos y no los que ponían los virreyes.» En su carú(íter
de generales de mar y tierra tenían, en su distrito, la
facultad de nombrar ó proponer á todos sus subalternos,
confiriendo por sí hasta el grado de coronel de ejército,
con lo cual todo lo arrollaron con la fuerza que envuelve
en sí el despotismo de todo gobierno militar* En sus ma-
— X-
m •
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA—CAPITULO I 5
nos estaba también el poder de nombrar gobernadores
interinos en las intendencias. Las mismas leyes que dic-
taba el rey, podían ser, para colmo de arbitrariedades,
desoídas por ellos; que estaban autorizados para alzar el
cumplimiento de aquellas que pudieran, según su crite-
rio, causar escándalo ó daño irreparable.
Tan delicada facultad por lo peligrosa, llegó á tal ex-
tremo de corrupción en los ültimos tiempos de la do-
minación española en América, que, cuando los virreyes
ponian, al pié de la cédula real, la fórmula de guárdese y
cúmplase, decia el diputado Feliú á las cortes, «se enten-
día:—guárdese en el archivo y cúmplase con haberla leído.»
Los mismos escritores españoles, interesados, por cierto,
en la justificación de la metrópoli, no hallando entre la
civilización cristiana despotismo semejante, iban á encon-
trar su parecido, como lo hacia Adán Contzen, solamente
en los bajaes de Turquía y en los antiguos sátrapas de la
Persia. 1).
Justo es confesar, sin embargo, que el ánimo de los re-
yes de España siempre habia sido inspirado de honrado
sentimiento en cuanto á la moralidad del gobierno de las
Américas, aunque, por causas bien diversas y, á las veces,
vergonzosas, no se hubieran llegado á realizar tan nobles
esperanzas. Por que es del caso recordar que los virre-
yes, como los gobernadores intendentes, se hallaban por
las cédulas reglamentarias de su ejercicio, rodeados de
sabias y prudentísimas restricciones que revelan la pro-
funda sagacidad y penetración que siempre honraron á las
leyes españolas; como que no podían ser propietarios, ni
contraer vinculaciones nupciales ni ser padrinos de casa-
mientos ó bautismos ni formar, en fin, vínculo alguno
que los ligara con los lazos del egoísmo ó de la pasión
personal, en la tierra que gobernaban, tendiendo tan sa-
bias disposiciones á garantir, en los pueblos de América
sin armas de defensa, la integridad, la imparcialidad y la
pureza administrativa de los gobernantes reales.
Para hacer efectivas estas preciosas garantías, los virre-
1) Guerra» HíbL de la Rev, de Nueva España; T. U, páj. 635; edición de
Londres, 1818.
6 DR, BERNARDO FRÍAS
yes, como los gobernadores de provincias, quedaban su-
jetos, en sus respectivos distritos, al juicio público de su
administración, llamado juicio de residencia, en el cual
tenían los vasallos del rey— hoy llamados ciudadanos de la
nación— el derecho de presentar sus cargos contra el gober-
nante criminal é impúdico que hubiese conculcado las
leyes, oprimido á sus gobernados y vejado sus derechos
durante el curso de su administración.
Pero tan justas medidas y leyes tan previsoras quedaron,
como quedaron la mayoría de las Leyes de Indias, sin re-
sultado práctico, vueltas ilusorias, por la enorme distancia
á que debian ser apeladas, á la corte de Madrid, y por el
favoritismo que siempre goza el poderoso de los gobiernos
corrompidos, apasionados ó ineptos y desnudos de varo-
niles energías; por cuya bien triste causa, estos grandes
dramas moralizadores de los gobernantes de América muy
rara vez se realizaron, saliendo de ellos los acusados tanto
mejor «cuanto mas habian robado para participar á los
sátrapas de una corte lejana y corrompida.»
IV
El poder judicial tenía sus tribunales, de primera instancia
en los cabildos populares de las ciudades, como mas luego
lo veremos, y su alta potestad radicada en la audiencia,
y, en ciertos casos, en el rey. La audiencia era, entonces,
la cámara de apelaciones en las causas civiles que pasa-
ban de 6.000 pesos y en las criminales que importaban
penas mayores. Ejercía, así mismo, las funciones de ver-
dadera corte de justicia, apelándose ante ella de los autos
de gobierno de los virreyes, los que deberían verse en
acuerdo de justicia y no en sala particular; estándole ve-
dado, para evitar el conflicto de poderes, el conocimiento
en materia de gobierno y guerra. 1). La audiencia, en
fin, dirimía los conflictos producidos entre la autoridad
civil y la eclesiástica y entendía en los casos de carácter
político, declarando ó^salvando la integridad de la consti-
1) Leyes 48, 43 y 44, T. 15 Lib. 2»— Ley 22 y 24, T. 12, Lib. 5*, de Indias,
Historia de güemes y de salta-capítulo i 7
tucion del reino, como se llamaba entonces al estado de
cosas político y al cúmulo de leyes que lo reglamenta-
ban, denominándose los autos de esia cñtesoría, provisiones
reales, acompañados del sello del rey, como se acostum-
braba en todas las sentencias definitivas, impreso en cera
blanca.— Todas estas resoluciones de la. audiencia se daban
Invocando el nombre y representación del rey, fuente, en
aquellos dias, de toda potestad y jurisdicción.
En ausencia del virrey ó por su muerte, el oidor mas
antiguo de la respectiva audiencia, ejercía el gobierno in-
terino del virreinato, así en lo político como en lo militar.
Esta alta corporación estaba compuesta de cinco miem-
bros: uno de ellos la presidía con el cargo de presidente,
y los demás llevaban el nombre de oidores. Dos fiscales
atendían ante ella la causa pública y de las leyes; habién-
dose hecho notables, en la de Charcas, el Dr. Cañete, «an-
torcha de la justicia» en su tiempo, hijo de la provincia
del Paraguay; y, en la de Buenos Aires, el Dr. Villota, no-
tabilísimo jurisconsulto español y abogado del consejo real
de Indias, que habia de inmortalizar su nombre defendiendo
la causa de España en los dias gloriosos de Mayo.
Los miembros de la audiencia eran todos abogados de
nota; correspondiendo por las leyes, como hemos visto, su
presidencia al virrey, mas sin voto en la decisión de las
materias de justicia, aunque firmando las sentencias. 1).
Casa de esmerada decencia era la casa de la audiencia,
especialmente la de Charcas; con su salón de despacho
cubierto de alfombras y tapizados sus muros de damasco
de seda roja. El escudo real, bajo dosel, ocupaba, en la
cabecera, el lugar de honor; y, en sitio igualmente hono-
rífico, la imégen de Cristo, para hacerles recordar que,
testigo de la conciencia de los jueces, juez sería un dia
también de ellos; para tomarles cuenta de sus injusticias
é iniquidades para con el prójimo, de su falta de labor,
de sus parcialidades inicuas é infames en provecho del
poderoso, del amigo ó del rico, y de aquellas sus cobar-
días, en fin, que, como la de Pilato, tantas veces se han visto
1) Ley 37, T. 3. Lib. 3 y Ley 32, T. 15, Lib. 2« de Indias.
8 DR. BERNARDO FRÍAS
cometidas por jueces corrompidos para conservar su puesto.
«Ese testigo era, á un mismo tiempo, Dios, un soberano
arbitro y un inocente condenado».
El procedimiento por donde se tramitaban las causas,
era, mas que una ley precisa y detallada, una mera prác-
tica forense, donde jueces y litigantes llegaban á enmara-
ñar los pleitos haciéndolos, á veces, tan dispendiosos y
difíciles, que su resolución perdía los años sin alcanzar
seguro y definitivo fin.
La justicia de primera instancia no era letrada, condición
que resistió aún muchos años después de la revolución;
de manera que al frente de su administración se veian,
como alcaldes del cabildo, desde comerciantes y hacen-
dados hasta literatos y generales; no por que los hombres
de gobierno de aquellos tiempos desconocieran la impor-
tancia y utilidad de entregar la administración de función
tan delicada y principal á manos preparadas y diestras,
sino porque, habiendo sido la época colonial de formación
y organización social, se careció, en la mayor parte de
aquel espacio, de abogados y gente preparada en derecho,
para proveer con ella la administración de justicia en cada
una de las ciudades del continente, que ni siquiera goza-
ban, como hemos de verlo, las poblaciones de América de
escuelas de derecho en sus universidades teologales, á
excepción de los últimos tiempos en que imperó el régi-
men español. Ello, por otra parte, no puede sorprender
la admiración, si se viene á recordar que el siglo XIX
terminó para nosotros, sin que algunas provincias federales
argentinas, como Catamarca, Jujuy ó San Luis, por ejem-
plo, llegaran á alcanzar este culto adelanto de los pueblos,
manteniendo sus tribunales rellenados con legos ó habili-
tados por los jueces ó gobiernos anteriores, fuera de toda
intervención universitaria.
Pero si aquella justicia no era ilustrada, teniendo nece-
sidad de valerse de un asesor letrado para dirimir con
acierto las cuestiones jurídicas que llegaran ó provocarse,
éralo, si, leal y honrada á toda prueba, no tan solamente
por que su elección emanaba del pueblo que sabía mejor
que nadie donde estaba la garantía de sus mayores inte-
HISTORU DE GÚEMES Y DE SÁLTH— CAPITULO I 9
reses, si que igualmente por que las personas que la de-
sempeñaban, al menos en las poblaciones cultas y ricas
como Salta, Buenos Aires, Córdoba, Chuquisaca, Potosí ó
la Paz, eran de la clase principal y mas honorable del ve-
cindario.
A esta piedra fundamental de la buena justicia, no con-
vertida entonces en regalía del poder ejecutivo, ó gober-
nador, para favorecer con ella sus intereses políticos
convirtiéndola, tantas veces, en el arma de sus crímenes
ó de sus miserias y venganzas personales ó de partido; debe
agregarse y ser conservado en imperecedero recuerdo la
real y verdadera independencia de los jueces, y, por ende^
la rectitud, lealtad y honorable desempeño de sus sagradas
funciones. Por que habiéndose privado á los gobernadores
durante todo aquel espacio, del peligroso ramo de la po-
licía de orden y seguridad, y estando esta administrada
directamente por el cabildo, á cuyo cuerpo pertenecían, en
primer término, los alcaldes ó jueces de primera instancia,
las resoluciones de los magistrados judiciales no depen-
dían en su cumplimiento de la honradez y buena voluntad
del poder político, ni iba á mendigarle el favor de su
brazo, para hacerse verdad respetada y temida, la voz, hoy
desvalida, délos tribunales. Evitábase, así, el escóndalo de
ver tantas veces, las sentencias y órdenes de los jueces
burladas ó desobedecidas; á los detenidos ó condenados
empleados en beneficio é inmoral provecho del primer
mandatario y sus allegados, ó alistados, en fin, en crimi-
nales empresas políticas para mantener situaciones tirantes
y condenadas ya por la opinión pública, como han tenido
y tienen ocasión de avergonzarse aún el progreso y la
civilización de nuestros estados, mas especialmente en los
desheredados y pobres, donde la justicia ofendida no tiene
ante quien volver los ojos.
Consultando el mayor bien y paz de estos pueblos, ei
gobierno del rey creó las divisiones del virreinato de
Buenos Aires que llevaron el nombre de intendencias y
10 DR. BERNARDO FRÍAS
cuya grandeza territorial llena hoy el ánimo de asombro
y costaría trabajo persuadirse que, en época de tan escasa
civilización, pudieran regiones tan dilatadas y desiertas y
de tanto elemento de barbarie, alcanzar las saludables in
fluencias del gobierno y de las leyes.
La intendencia de Buenos Aires, á cuyo frente se hallaba
el virrey en su calidad indivisible de gobernador local y
de virrey ó gobernador general, comprendía no solo la
actual provincia de aquel nombre sino también la Banda
Oriental, Santa Fé, Entre Rios y Corrientes. La segunda
intendencia la formaba la antigua provincia del Paraguay.
La intendencia de Córdoba a])arcaba la provincia del mismo
nombre, la Rioja y todo Cuyo, hoy convertido en las pro-
vincias de Mendoza, San Juan y San Luis de la Punta. La
intendencia de Salta comprendía el inmenso territorio que
actualmente forma las provincias de Salta, de Tucuman,
Santiago del Estero y Catamarca, de Jujuy y Tarija, y la
Puna de Atacama. En la comarca llamada entonces el Alto
Perú, se encontraban las intendencias de Potosí, Charcas,
Cochabamba y la Paz.
Salta era la capital de la intendencia de su nombre, en
cuya ciudad residía el gobernador intendente, como tam-
bién existía en ella la sede episcopal, la catedral y el ca-
bildo eclesiástico; pues, la división del gobierno de la iglesia
correspondía entonces casi exactamente á la división ad-
ministrativa ó civil. En consecuencia de su rango de
capital de la intendencia, las ciudades de San Miguel del
Tucuman, de Jujuy, de Catamarca, Santiago del Estero,
Tarija y Oran eran ciudades sufragáneas, en lo político
como en lo eclesiástico, cuyo distrito territorial se llamaba
tcne^'cia de gobierno, y se hallaba administrado por un
tcm'epíte gobernador, dependiente del gobernador intendente
de Salta; y, en lo eclesiástico, por un vicario foráneo; lle-
vando el nombre de matris el principal de sus templos.
En cuanto á lo que se refiere especialmente á la actual
provincia de Salta, prescindiendo de las ciudades y terri-
torios sufragáneos mencionados, su división administrativa
y militar, durante el periodo que abarca la presente his-
toria, estaba trazada en cinco grandes secciones territo-
riales que se contaban así: el departamento de la Capital
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA—CAPITULO 1 11
que tomaba desde las lindes de Jujuy hasta las de Tucuman,
comprendiendo toda la región central de la provincia: el
departamento de los Valles, con su capital en la aristocrá-
tica villa de San Carlos, que comprendía toda la región
occidental en las faldas de los Andes, desde las alturas de
Jujuy hasta Catamarca; el departamento de la Frontera, y
el del Campo Santo, desde Tucuman hasta la jurisdicción
de Oran, comprendían toda la parte del oriente, y, final-
mente, el de la Puna de Atacama, Cada uno de estos de-
partamentos, exceptuado el primero, se hallaba bajo las
órdenes inmediatas de un gefe político y militar, con el
nombre de comandante general.
VI
El gefe de cada una de las intendencias llevaba el título
de Gobernador Intendente y Capitán General, que, como el
virrey, de quien dependía en parte, en cuanto concernía
al gobierno general de la colonia, recibía del rey inmediata
y directamente su nombramiento.
Es así que el gobernador de aquellos tiempos llamados
«del rey» en el lenguaje social, no era elegido por el pue-
blo que gobernaba, ni representaba, por ende, su soberanía
y voluntad sino que traía su nombramiento y sus respec-
tivas facultades de gobierno directamente del rey de
España.
Generalmente en su carta de nombramiento, que por lo
regular conducía desde Madrid el mismo interesado, que
era siempre español de calidad, venía fijado el sueldo de
que debería gozar, y también las cargas y obligaciones
que le eran impuestas en retribución de la gracia recibida.
Estas, á las veces, llegaban á ser de peso enorme, como
que el gobernador D. Gerónimo Matorras, por ejemplo,
que lo fué en 1771, entre aquellas condiciones ú que fué
sujeto en la provisión de su cargo, se contaba la conquista,
á sus espensas, del territorio del Gran Chaco. 1). Ya se
deja suponer, por esta sola revelación, cuan honorífica y
1) Carrillo, HiST. DS Jdjoy, pág. 102.
^
Id DR. BERNARDO FRÍAS
de pingües ganancias no debería ser aquel sobresaliente
cargo real conseguido á precio tan sul)ido; y él aparece
mayormente interesante cuando se descubre que aquel
mismo gobernador Matorras, tan recargado de obligacio-
nes por el soberano, extendía y firmaba, sin embargo,
piadoso memorial depositado á los pies de la Virgen del
Milagro, deidad tutelar de la ciudad de Salta, suplicándole
■i y haciendo votos en honor suyo, para que intercediera é
j Dios por la continuación de su gobierno en la intendencia
^ «por los cinco años que se lo concedió el rey, sin que sea
\ depuesto de él ni en la corte ni por el virrey ni audiencia;»
y así, según sus deseos, su administración excedió de aquel
plazo, habiéndola ejercido hasta que falleció. 1).
Las facultades de gobierno delegadas por el monarca en
el gobernador como en el virrey, hallábanse divididas en
los cuati'o ramos de política, justicia, hacienda y guerra;
de tal manera que este alto funcionario, como represen-
tante del rey absoluto, presidía y ejercía el mando indivi-
sible del gobierno político de la provincia, de la justicia,
' de la hacienda pública, del ejército ó milicias; por que
! todo poder, toda jurisdicción, todo " mando y admi-
nistración de la cosa pública correspondía y emanaba del
: rey.
i En razón de estas amplísimas facultades, el gobernador
' dirigía la administración absoluta de la intendencia. Como
i gefe superior y representante del monarca, presidía el
* cabildo, donde se hallaban los tribunales de justicia ordi-
naria, firmando las sentencias en ciertos casos, como lo
hacían los virreyes en las audiencias, pero sin voto en la
resolución de los pleitos. Todo tendía á revelar, aunque
solo fuera en las formas, la magestad suprema del rey.
:. En lo tocante á la iglesia, ejercía el vice patronato real,
que era el derecho que tenían los reyes de España para
intervenir en el nombramiento de las dignidades y fun-
cionarios eclesiásticos, y que el gobernador ejercía espe-
cialmente en el nombramiento de curas párrocos, según
la terna presentada por la autoridad eclesiástica, después
1) To$eano; Hist, del Señor y de la Virgen del Müagro, pág. 334.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTÁ-CAPlTULO I 18
del examen en concurso de los postulantes, conforme lo
exigían con tanta sabiduría y penetración las Leyes de
Indias, de acuerdo con las pragmáticas del concilio de
Trento; mandaton en gefe las fuerzas militares, habiendo
sido siempre estos funcionarios, gefes de alta distinción
por su linaje y por su grado en el ejército español; go-
zaban del tratamiento de Exceleutisimos y disfrutaban, por
lo común, de un sueldo anual de seis mil pesos fuertes
y de los honores de mariscal de campo; y, para el cum-
plido lleno de sus funciones gubernamentales, aún el mismo
virrey estaba obligado, según lo mandaba la ordenanza de
intendentes, á cooperar á su gobierno local.
El periodo legal de mando del gobernador, como así
mismo de los demás funcionarios y empleados de primera
importancia, estaba limitado por las Leyes de Indias al
término de cinco años; y como en tan dilatadas provincias
se hubiera echado también en olvido esta disposición y
adueñádose los funcionarios de todo el espacio que el des-
cuido de la administración central les permitía gozar del
puesto, siempre honorífico y lucrativo, se dictó, 6 princi-
pios del siglo XIX, nueva orden real recordando y exigiendo
su cumplimiento. 1).
Era el gobernador el primero en las ceremonias reli-
giosas; su asiento ocupaba sitio de honor en el templo, en
la mesa, en los salones y do quiera que se tratara de reu-
niones públicas; y su inñuencia social era tan grande, que
un baile de gran tono ú otra función de igual categoría,
no daba principio hasta no ser honrada con su presencia.
El brillante uniforme de brigadier era la vestidura propia
de su rango, como que era, por sus funciones, el gefe de
todas las fuerzas militares de su distrito, troje que continuó
en uso casi permanente durante la guerra de la indepen-
dencia y de la organización nacional, por los gobernado-
res de provincias, aún cuando por su profesión no fueran
ellos miembros del ejército. Lujosa escolta militar guar-
daba su persona y su casa, en cuya puerta principal hacía
constantemente guardia de honor, y cuando aquel solemne
1) Arch. de la Prov. de SalU, 1803, Legajo N«. O á 1810.
14 DR. BERNARDO FRÍAS
personaje cruzaba por frente de cuarteles ó por allí donde
las fuerzas militares desempeñaban funciones de su oficio,
las dianas marciales de tambores y clarines acompañaban
ceremoniosamente su paso.
Justo era, en consecuencia, que se albergara en el ánimo
y opinión de los gobernados respeto y consideraciones
proporcionadas á tanta grandeza y dignidad; y natural
fué también el hallar en el sentir de los mas honrados
de aquellos y aún de los mas austeros y republicanos que
trajo la revolución, como lo fué el Dr. Gorriti, por ejem-
plo, sin ápice de duda, la excelencia é inviolabilidad, diria-
mos así, de la persona del gobernador, y á tal extremo,
que se perseguía como á delincuente y se castigaba con
cárcel y prisión á quien públicamente hablaba en detri-
mento y ofensa de tan temible personaje. 1).
Fuera de estos extremos, que solo cuadran en un go-
bierno despótico ó allá dentro del estado de sitio, la
magestad del rey derramaba, en aquellos tiempos, mayores
esplendores que hoy la magestad del pueblo; por que,
aunque la supieron sustentar hasta ochenta años mas
tarde los gobiernos republicanos que sucedieron, deseen
dio al mas bajo nivel al concluir el siglo XIX, que hoy todo
se ha empequeñecido, todo es plebeyo; todo se ha ultra-
jado bajo la máscara de la democracia que se la ha con-
fundido con el aniquilamiento de todas las grandezas y
con el escarnio de todas las dignidades y virtudes cívicas.
Para compartir el peso de sus tareas, como auxiliares
suyos y asesores en la resolución de los asuntos de go-
bierno cuya obscuridad ó dificultades legales pudieran,
cual sucede con frecuencia, ser de difícil resolución, acom-
pañaban al gobernador intendente con el nombre de Se-
cretario de Gobierno y Guerra, que lo fué siempre letrado
1) El General Dr. D. José Ignacio de Gorriti, gobernador de Salta en
1^3, á pesar de haber sido acabado modelo de buon ciudadano por
sus virtudes cívicas, ordenó el arresto del Coronel D. Antonio María
Feijóo por haber éste, en dias do excesivo apasionamiento político, di-
cho denuestos contra la persona del gobernador ante el púolico de un
casino: y como detenido por ello en los altos del cabildo continuara
con mayor acritud y á grandes voces y ante el público, hiriendo al
mismo funcionario, se agravó la pena, sujetándolo con prisiones —
(Arch. de la Prov. de Salta, 1823, P. Ejecutivo).
J
fflSTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-CAPITULO I 15
de nota, y de Ministro Contador de Real Hacienda, dos
funcionarios que hoy, en la índole de nuestras institucio-
nes, vienen á corresponder á los ministros de estado.
La secretaría de gobierno, que comprendía en sus tér-
minos el verdadero despacho del gobernador de la provin-
cia, funcionaba en la casa particular de este; costumbre
que ha subsistido hasta después de la caida de la tiranía
de Rosas.
Como administrador del ramo de guerra, era el gefe
superior de las milicias de la intendencia, dependiendo de
la autoridad general del virrey, pero ejercitando, dentro
de la provincia, cuanto era conveniente al orden y segu-
ridad de los derechos de Su Magestad el Rey y de la pro-
pagación de la santa fé católica, en cuyos nobles objetos
fueron constantemente ocupadas los milicias de Salta, ex-
pedicionando continuamente á las regiones salvajes del
Chaco, de cuyos centros inexplorados avanzaban sobre
las poblaciones cristianas, especialmente de Oran, de Jujuy,
y vecindarios de la frontera del sur, constantes y pérfidas
invasiones de los salvajes, que, como á la ciudad de
Buenos Aires, mantenían en alarma constante la civiliza-
ción y la vida de estas comarcas.
Bravos gefes, como Tineo, Matorras, Cornejo, muchos
de ellos hijos nativos del noble vecindario de Salta, como
Arias Rengel,cuyo apellido había de brillar con tanta glo-
ria por su descendencia en los fastos de la revolución,
llevaron á feliz término estas expediciones guerreras, co-
bijando á su sombra la cruz del misionero cristiano que
redujo, bajo la hábil y heroica intrepidez de los jesuítas, á
los beneficios de la fé y de la civilización, diversas porcio-
nes de esas razas desdichadas en Miraflores y Balbuena, en
tanto que la fuerza militar alzaba, en la frontera amenazada,
los fuertes defensivos de Esteco, de Ortega, de Pitos, de
Cobos y de la Cruz, ya en las goteras de la capital. 1).
1) Todos los gobernadores de Salta obtuvieron del rey ó su^ virreyes,
el título de Goiiquistadores del Gran Chaco;. Entre las expediciones
mas famosas que se llevaron i cabo en aquella región, durante el úl-
timo si^lo del gobierno colonial, Pts justicia el recordar la del Briga-
dier Urizar y Arespacochaga, en 1712 y 1714; las del General D. Félix
16 DR. BERNARDO FRÍAS
En razón de esto, las milicias de Salta, en continua cam-
paña militar, adquirieron el temple marcial, la práctica de
la guerra, la constancia en la disciplina y penurias de las
campañas militares en que los rigores del clima, lo deso-
lado de las llanuras boscosas é infinitas, sembradas de
fieras imponentes y terribles, de reptiles venenosos, sin
recursos en el tránsito y hasta sin el agua necesaria para
sostener la vida, formaban la tropa heroica por educación
y por espíritu, y una oficialidad experta, conocedora de
los misterios de la naturaleza allí encerrados y sus rigo
res y medios de vencerlos; virtudes y secretos y aprendi-
zajes que, en dias marcados por honroso destino, habían
de desplegar con suceso felicísimo y con asombro y aplauso
del mundo.
VII
Por cima de todas estas entidades políticas que gober-
naban el país en el suelo de América, se alzaba el Supremo
Consejo de Indias, corporación que corría con el gobierno
general de la América. Gomo consejera de un rey abso-
luto, absorbía en su potestad idéntico absolutismo, cono-
ciendo, de esta suerte, en todos los negocios de la mayor
importancia de Indias,— políticos, religiosos, de justicia <^
administración.
Su creación, allá en los tiempos remotos de la conquista,
respondía al mejor gobierno de la América; que el mo-
narca y sus ministros no eran bastantes para conocer un
cúmulo tan grande de negocios. En vista de aquel motivo
de su creación, el Consejo de Indias proyectaba las leyes
y pragmáticas que debía sancionar el rey para el mejor
gobierno de los intereses americanos, lo que le daba, en
cierto grado, verdadera fisonomía legislativa; mientras por
otro lado, conocía y dictaminaba, como asesor supremo de
gobierno, sobre todo lo concerniente á estatutos, constitu-
ArÍAs Rengel, de 1735 á 1742; la dol Geaoral D. Domingo de Izasmendi,
en 1789; la del Gobernador D. Andrés MeRtre en 1777, y la del Gober-
nador D. Victorino Martínez de Tineo, en 1752, que recorrió 1785 leguas.
La guerra para someter las tribus calchaquies, dueñas de los valles
occidentales sobre las faldas de los Andes, duró mas de cien años,
habiendo llegado una vez, hasta poner cerco á la ciudad de Salta.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA- CAPÍTULO I 17
cienes de prelados, de cabildos ó conventos, y en lo re-
lativo á virreyes, audiencias y consejos de América. En
las causas mas graves, de índole judicial, era el juez de
apelación de última y definitiva instancia de las que se
ventilaban en los tribunales de Indias. Su asiento era en
Madrid, al lado del rey.
Aquel supremo consejo de gobierno imperial, seno, en
un principio, así de sabiduría, virtud y competencia como
de iniquidad, abusos y delitos de gran bochorno, mas tarde,
se desenvolvía en sus funciones por medio de vasto per-
sonal. Uno de sus miembros lo encabezaba como presi-
dente, y ocho y mas consejeros, togados unos, otros no le-
trados y honorarios otros, en fin, funcionaban tres veces
por semana. Sus órdenes y las provisiones que daba
para los grandes empleos de América iban autorizadas por
la firma real.
Para garantía contra sus abusóse injusticias, las leyes que
lo reglamentaban contenían disposiciones de la mas sabia
y esquisita prudencia, que mostraban el honrado espíritu
que animó á los antiguos monarcas españoles por el bien
de los pueblos de América. En ellas se imponía obligación
de resolver los asuntos con brevedad; que en la provisión
de los empleos se tuviera en especial cuenta á los varones
beneméritos, no debiendo concederse tales mercedes ni á
los parientes ni ó los allegados; ni podían tampoco los
miembros del Consejo servir de agentes, solicitadores ni
procuradores ante el tribunal de que eran parte, ni me-
nos recibir precio por el desempeño de sus deberes. 1).
«El Consejo de Indias, puesto por los reyes para servir de
roca donde se estrellase la iiyusticia del poder y de asilo á
los desvalidos americanos, como el rey por precisión lo puso
cerca de sí, participó de la corrupción de la corte, olvidó
que era un tribunal de Indias y su parlamento, digámoslo
así. Americanos debian ser en justicia sus miembros, decía
Solórzano, 2) como los consejos de Aragón, Portugal, Flán-
des é Italia se componen de sus naturales; pero medio se
cumplió con llamar para él á los oidores de Indias, especial-
1) Hkrrbba, Descrip. de las Indias Occidentales.
9) Politica Indiana, Lib. 5, Cap. 15, pág. 897, Col. 9.
18 DR. BERNARDO FRÍAS
mente á los decanos que, como casados por lo común en
América, instruidos en sus cosas y naturalizados, según cé-
dulas reales, por la residencia de diez años, se reputaban
americanos.
«Igualmente, habiéndose establecido un ministerio par-
ticular de Indias, pasaron á su consejo sus oficiales ma-
yores en calidad de americanos, por ficción de derecho,
con lo cual estaban todos sus oficinistas exentos de la
jurisdicción de Castilla. Pero al fin prevaleció, al del país
adoptado, el amor insuperable del país natal; y se vio
entre los consejeros el escándalo de disputar si los ame-
ricanos verdaderos debían ser empleados en América.» 1).
VIII
Al lado de estos ostentosos y robustos pedestales con que
el rey de España gobernaba sus posesiones de ultramar y
en quienes la voluntad de un monarca irresponsable y pode-
roso hacía resplandecer su despótica autoridad, había sido
echada en los surcos abiertos por la espada de los conquista-
dores españoles, al fundar sus ciudades, la simiente fecunda
de los cabildos^ que tanta fama y gloriosos beneficios hablan
derramado y mantenido en las ciudades antiquísimas de
España.
Estos gobiernos urbanos, guardianes de la vida domés-
tica de las ciudades, hablan aparecido en Europa cuando
caía la autoridad del imperio romano al empuje de las
invasiones de los bárbaros del norte. Todo cayó en la tierra
en trastorno y confusión y exterminio:— sociedad, leyes,
costumbres, lenguas, gobiernos, derechos y cuanto habia
de civilizado é instituido, viéndose en tan cruel situación
los vecindarios de las ciudades obligados ó tomar en sus
manos y por su cuenta el gobierno y las armas de la re-
sistencia para atender á su conservación y salud, en
medio del desquicio y horror universal.
Los municipios, guaridas sagradas de la civilización ro-
mana, se armaron; crearon por su propio esfuerzo, su gobier-
1 GoERRA, obra cit. p¿g. 696.
J
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO I 19
no y autoridades y organizaron su defensa, crearon su jus-
ticia criminal, su autoridad civil y sus fuerzas militares y
del orden público para perseguir los malhechores de que
estaban plagados los caminos. Su triunfo, aunque tardío, era
indudable, porque estaban en su apoyo la civilización, e\
cristianismo, la verdad, la justicia, la razón y todo aquello
que forma la dignidad y lo mas excelente del destino hu-
mano. Y fué de esta manera que, mientras los principios del
evangelio dominaban á los bárbaros haciéndoles compren-
der y bendecir la paz, la caridad y la igualdad de los hom-
bres, venidos de una sola pareja é hijos dejun mismo Dios,
con un mismo destino y un alma sugeta á una misma»
inmutabley eterna justicia,— la civilización quebrantada del
imperio acabó por dominar los bárbaros, triunfando por el
poder de los principios de los vencidos sobre la fuerza brutal
de los vencedores, haciéndoles amar el orden, las leyes y el
derecho romano; las costumbres y los ideales políticos, y
las instituciones y afectos conque hablan florecido y disfru-
tado los pueblos vencidos; felicidades y goces para ellos hasta
entonces no conocidos.
Fué así que, confundidos en una sola masa social los
godos y los antiguos españoles, formaron la monarquía
llamada de los visigodos que, derribada por nueva y po-
derosa invasión— la de los moros, llegados del mediodía,
reapareció, ya con vigoroso espíritu, á luchar 700 años
por la reconquista de su suelo.
Hasta que sucumbió la monarquía de los godos al em-
puje de esta tan sonada invasión de árabes y africanos, la
vida política había alcanzado un desarrollo notabilísimo y
las leyes constitutivas del estado revelaban cuánto era el
poder liberal de las instituciones y de las franquicias po-
pulares. Por que, desde Recaredo hasta D. Rodrigo, último
rey de los godos, diez y seis concilios nacionales se habían
celebrado en España, formando el cuerpo de sus estatutos;
las leyes que arreglaban; estos concilios eran sancionadas
por los jueces diputados de las ciudades y por el asenti-
miento del pueblo. El rey era electivo y no subía al trono
por sucesión hereditaria; y, al hacerse cargo del gobierno,
Juraba, ante sus grandes vasallos, respetar y cumplir sus
aO DR, BERNARiJO FRÍAS
estatutos. «El juicio por par ó sea el jurado, era de de-
recho fundamental; las actas del concilio de Toledo fueron
la base de los instituios. y>
Del seno de aquella ruda contienda, cuyo comienzo fué
enteramente popular desde la fecha inmortal de Covadonga,
el principio cristiano y el principio de la independencia de'
gobierno municipal de las ciudades reaparecieron unidos
con viva intensidad, no como una deliberación de filósofos
políticos, sino como una vieja costumbre, heredada de los
antepasados y amada como aman los hombres de corazón y
de honor la libertad de su personalidad humana y la inde-
pendencia del gobierno de la ciudad donde han nacido y en
donde habitan. «La fiereza de las costumbres, dice un sabio
de aquel país, la ignorancia general, fruto de aquellos tiem-
pos de guerra, contribuyeron de un modo espantoso al
desorden, confusión y anarquía. Para poner un dique al
torrente de tantos males, tuvieron y llevaron á cabo los mo -
narcas de los siglos XI y XII la idea feliz del establecimiento
y organización de las comunas y concejos de los pueblos^
depositando en ellos la jurisdicción civil y criminal igual-
mente que el gobierno económico, sin reservarse conoci-
miento de los casos de corte, el de apelaciones y otros». 1)
Este gobierno de la ciudad, ejercido no por la chusma
grosera, ignorante y por instinto servil, que forma el po-
pulacho ó la plebe,--sinó por la clase culta y distinguida,
meritoria y de pensamiento, que se denominó decente,
vino á llamarse el gobierno del común ó gobierno de
propios; y las autoridades que lo ejercían, elejidas por el
suftagioMibre de los ciudadanos, tomaron el nombre de
Ayuntamientos ó Comunidades, habiendo alcanzado á ser los
mas famosos por su altivez cívica, por su historia llena
de honor y de grandeza como por el glorioso fin que
tuvieron bajo la catástrofe general que ahogó las liberta-
des españolas, los ayuntamientos de Castilla y de Aragón.
Por que como hubiera Carlos Quinto, extrangero nacido
en Gante, hijo de austríaco y de princesa española, pene-
1) JoyeUanoB.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTft.— CAPÍTULO I 21
irado & España como su rey y pretendido imponer el yugo
de su voluntad autoritaria y despótica al altivo pueblo es-
pañol, cuya voluntad habia sido siempre respetada por los
reyes nacionales y quien un dia, entregaba la corona A
Alfonso diciéndole: — « Os fazemos rey para que guar-
déis la ley, é si non, non», su violencia dio origen al
famoso rompimiento. Y aquej pueblo que hacía reyes,
que imponía por la fuerza de su brazo y por la altivez
cívica de su espíritu, deberes al gobierno y que, con las
armas en la mano supo, hasta entonces, defender la inte-
gridad de los fueros ó privilegios municipales, para go-
bernarse libremente, siendo tratadas con desprecio sus
reclamaciones en las cortes espúreas de la Coruña, cele-
bradas en 1518, alzó el pendón de la resistencia; empuñó
la gloriosa y antigua espada cívica y fué á exigir á Carlos
el respeto y reconocimiento de las libertades comunales.
Los diputados de las ciudades y villas principales de
Castilla, se congregaron con este fin en la famosa junta
de Avila y expusieron en un memorial de agravios, los
diferentes puntos en que las leyes del reino habían sido
conculcadas por el gobierno del rey, y en ese manifiesto
dijéronle derechamente al monarca:— «Que si separaba de
su lado los malos consejeros, autores de aquella infracción,
y, convocadas unas cortes libres, confirmaba con su real
asenso la reparación de sus agravios otorgando las pe-
ticiones que le presentaban conforme con las leyes y anti-
guas costumbres del reino que su majestad habia jurado
cumplir, depondrían las armas que contra su inclinación
se vieron forzados á tomar y serían ejemplo de fidelidad
y obediencia.» 1).
A esta unión de las ciudades amenazadas llamóse, con
dignísima razón, la Junta Santa ó Comunidades de Castilla t
cuyos esfuerzos, cuyos fueros consagrados por el respeto
de cien reyes y de los siglos, fueron vencidos y sepulta-
dos por dilatado espacio en los campos de Villalar, y su
heroico gefe,' el noble D. Juan de Padilla, muerto en el
cadalso.
1) Jovellaiios.
23 DR. BERNARDO FRÍAS
Y no era este famosísimo suceso novedad peregrina en
las costumbres cívicas españolas, que su antigua historia
recordaba aún escenas de no menor grandeza y enseñanza
que aquella; porque como hubiera el rey D. Juan el
Segundo de Castilla, malamente inspirado por su desventu-
rado favorito, D. Alvaro de Luna, ofendido los derechos del
pueblo con una administración escandalosa y abusiva, el
diputado representante de Toledo, D. Pedro Sarmiento, inti-
mó resuelta y denodadamente al rey llamara y oyera los
consejos de los prelados, de los grandes y de los procura-
dores de las ciudades y villas principales del reino, represen-
tantes de la voluntad nacional, reunidos en cortes ó congre-
so: « E non lo queriendo fazer, le dijo, que ellos (los de Toledo)
se apartaban é substraían de la obediencia y sugecion que
le debían como á su rey y señor natural, por sí y en
nombre de las ciudades y villas del reyno; las cuales se
juntarían con ellos á esta voz é traspasarían é cederían la
justicia y jurisdicción real al Ilustrísimo Príncipe su hijo
y su heredero. »
IX
Pero vino á coincidir con aquellos sucesos memorables,
la conquista y colonización del Nuevo Mundo por España,
á donde los conquistadores trasportaron los ayuntamientos
no como reto al despotismo militar enseñoreado en la
península sino como la feliz continuación del sistema po-
lítico que, por tantos siglos, habia sido sosten y garantía
de las libertades humanas; y así vino á suceder que en
cada ciudad que fundaban los conquistadores españoles
en la América, señalaban lugar de honor y preferencia,
al lado del templo alzado para honrar sufé católica, para
asiento del Cabildo, nombre con que en América fueron
conocidos y han pasado á la historia los ayuntamientos
ó municipalidades españolas.
El fln principal de esta institución era el gobierno de la
ciudad y su jurisdicción; no el gobierno político sino el
relativo al orden doméstico, á la seguridad, salud, y bienes-
HISTORU DE GÜEMES Y DE BALTA-CAPÍTÜLO I 23
tar de los ciudadanos. Era, en este sentido, vasto el campo de
sus atribuciones, como que comprendía todo lo mas inme-
diatamente interesante á lu conservación social. En sus
manos estaba la creación y ejercicio de la justicia criminal,
lo que comprendía una de las mas preciosas garantías de
las personas contra los abusos y tiranías de los gobiernos;
administraba, así mismo, la justicia civil en primera ins-
tancia garantiendo, de este modo, la delicada independen-
cia del juez, que no siempre es varón de corazón sino
débil ó cobarde y se hace, á las veces, peligroso dependiendo
su nombramiento y su cese de la voluntad del gobierno
político, cuyas garantías son, por lo general, nominales
y de burlas en los pueblos débiles; velaba por la conser-
vación, higiene y embellecimiento de la ciudad; por la
gestión de los intereses públicos ó de la comunidad; y era
de su competencia la administración del delicado ramo
de la policía de seguridad, cuyo conjunto de atribuciones
ó ramos, como se llamaban en la época de su imperio,
constituía el depósito sagrado que el pueblo habia liecho
de sus mas caras y preciosas garantías individuales y de
sus bienes, privando, así, al gobierno político, depositario
siempre de la fuerza militar, de todos aquellos poderes
con que hoy, y entonces en otros paises, cuenta para vejar,
oprimir y tiranizar á los hombres y arrebatarles sus liber-
tades y derechos, desde el honor hasta la hacienda y la
vida.
Y estos baluartes de las libertades comunales, que sir-
vieron de manera tan prodigiosa á formar y enaltecer por
siglos de honra nacional, la altivez cívica, la virilidad dig-
namente celebrada del pueblo castellano en aquella edad
tan ajena de serviles y cobardes de que hoy está plagada
la tierra, hallaron, en el mismo poder político que limitaron
con sus fueros, el guardián antes que el enemigo de las
libertades del pueblo; que el ánimo real y honrado de los
antiguos reyes españoles, habia siempre reconocido y res-
petado, por que la libertad y la honradez fueron siempre
atributos primordiales de la nobleza, y era el rey el primero
de los nobles.
De esta manera, D. Juan I de Castilla declaraba que las
24 pR. BERNARDO FRUS
decisiones de los cabildos no podian ser revocadas por el
rey; y su influencia era tanta y tan arraigada estaba esta
institución en el ánimo del pueblo, que los mismos reyes
absolutos no pudieron dejar de reconocerla, aún en medio
de su despotismo, declarando por las leyes de la Novisitna
Recopilación, que las ciudades se gobernasen por las orde-
nanzas dadas por sus cabildos, y se reuniesen éstos en casas
grandes y bien hechas, á entender, decían, «de las cosas
cumplideras de la República que han de gobernar». 1)
Estas sanciones legales importaban el reconocimiento de
la independencia de los cabildos del poder político y mili-
tar, aunque muchos de sus privilegios fueron cercenados á
medida que el despotismo de los reyes necesitaba de mayor
dominación.
Empero, estas instituciones no importaban un parlamento,
no gozaban carácter de legislatura general, pues no legis-
laban, alta facultad de soberanía absorbida por el rey;
solamente administraban, es decir, ponían en ejecución las
leyes y reglamentos expedidos por los altos poderes del
estado, y dictaban sus resoluciones de mero carácter local,
administrativo en el orden doméstico, por lo cual sus miem-
bros llegaron á recibir el dictado bien honroso y merecido
de Padres de la República.
X
El poder gubernativo del cabildo y su imperio se ex-
tendían no solamente á la ciudad de Salta sino también á
todo el territorio que formaba la jurisdicción de ella, el
que se dilataba hasta el rio del Tala, por el sur, extre-
midad en que comenzaba la jurisdicción del cabildo
de Tucuman; y, por el norte, hasta confinar con los cor-
respondientes á las ciudades de Jujuy y de Oran. Esto
viene á revelar que, en la época aquella, no existían las
municipalidades de campaña del presente, cuyos centros
urbanos, formando aldeas, no hablan alcanzado el rango
1) L. 1, T, 2> lib. 7— Albbrdi, 8» p¿g. 463.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO I 26
de ciudad, categoría que entonces importaba una verdadera
gerarquía, según las leyes españolas, con sus privilegios
y preeminencias, cuya mayor elevación la representaba el
cabildo.
Los alcaldes de primero y segundo voto tenían en sus
manos la administración de justicia, siendo los jueces de
primera instancia, vocales del mismo cabildo, que forma-
ban su cuerpo, elegidos no por el gobernador político
sino por el pueblo conciente y responsable, en votación
directa; mientras, por otra parte, el Regidor Juez de Po-
licía, miembro también de la ilustre corporación, tenía á
su cargo la policía de orden y seguridad, que tan preciosa
garantía social venía á ser en manos de una corporación
de honorables vecinos de la ciudad, distante y ajena á las
artimañas del poder ejecutivo, dispuesto casi siempre á
atrepellar los derechos y arrogarse poder, como admi-
nistrador de la fuerza militar.
Al lado de estas sus dos grandes atribuciones, corrían
otras de menor categoría, mas siempre de verdadero in-
terés público ó social, como la instrucción primaria de la
niñez, la apertura y cuidado de las calles y caminos ve-
cinales; puentes, ornato é higiene de la ciudad; los hospi-
tales y demás instituciones de beneficencia.
Para cumplir con estas funciones, el ayuntamiento con-
taba con el Regidor Decano; con el Regidor Alguacil Mayor;
el Síndico Procurador de la Ciudad, quien era, por sus
funciones de gestionar por los intereses públicos, lo que
hoy llamamos un Fiscal de Estado; con el Defensor de
pobres y menores y protector de esclavos; con el Fiel
ejecutor, encargado de vigilar y exigir el fiel cumpli-
miento de las ordenanzas dadas por el cabildo, y, en fin,
con el Alférez Real, cargo, acaso, el mas ostentoso en-
tonces, pues era el encargado de pasear el estandarte real
en las grandes festividades públicas, ginete sobre corcel
soberbio, revestido de los mas lujosos arreos de ceremo-
nia, bordados con primor en oro y plata. Los demás
miembros del cabildo usaban también su traje de cere-
monia, en circunstancias excepcionales, el que consistía
en el chupetín ó el frac, calzón corto, sugeto á' la' rodilla
d6 DR. BERNARDO FRÍA»
con hebilla de oro ó plata, media larga, zapato con hebi-
llas de plata y topacios; toda aquella ropa de terciopelo
negro, y un falucho, negro también, con una pluma, para
la cabeza.
Los miembros de la corporación se denominaban, ea su
conjunto, cabildantes y capitulares; y el cuerpo por ellos
formado llevaba el honroso dictado de Muí Ilustre Cabildo,
Justicia y Regimiento. Lo presidía, en sus funciones gene-
rales, el gobernador intendente como representante del
rey, que el déspota, en su sacrilego afán de representar
á Dios, quería que, como Dios, se hallara su sombra en
todas partes. Era, así, el presidente nato del cabildo,
función que en su ausencia desempeñaba el alcalde de
primer voto. Igual preeminencia tenía, en su caso, el
virrey, presidente que era de la audiencia ó sea la alta
corte de justicia del virreynato; pero, tanto este regio
persónese como el gobernador en su intendencia, tenían
voz en las funciones deliberativas del cabildo, mas no voto,
especialmente en la resolución de las causas judiciales,
donde su intervención se reducía á presidir y firmar la
sentencia. 1).
Por su reglamento interno, debían reunirse, por lo me-
nos, dos veces por semana para ocuparse de la causa del
bien público, á toque de campana que pendía de la torre
de las casas consistoriales. Durante la sesión, y por res-
peto debido al ayuntamiento, los cabildantes, para usar
de la palabra, debian ponerse de pié, y los asientos de la
sala eran ocupados según la gerarquía de sus vocales. El
cabildo tenía lugar de honor en las ceremonias públicas;
en sus manos se depositaba el gobierno de la provincia
en caso de acefalía ó ausencia del gobernador; ante él
se daba cuenta de los grandes conflictos sociales, y su
personal se renovaba el 1*^ de Enero de cada año. Fun-
cionaba siempre en casa propia, llamada cabildo ó casas
consistoriales, levantada siempre en lugar de preferencia,
en la plaza mayor, señalado, al mismo tiempo que el sitio
para la iglesia principal, por el fundador de la ciudad:
l^ Ley 37, Tít. 3, lib. 8» y Ley 82, Tít. 15, líb. 3, de Indias,
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO I «7
como que era el caLildo su sagrarlo civil á la manera
que el templo lo era en el orden religioso. La religión y
los derechos del hombre; Dios y la libertad fueron la
piedra fundamental de la sociedad americana, los dos
grandes principios consagrados por los conquistadores al
abrir los surcos de nuestras ciudades, como base y fun-
damento de la nueva civilización.
El cabildo funcionaba en sus dias reglamentarios, cual
lo hemos visto; mas sucedía á las veces, que aconteci-
mientos de la mayor significación para el bien, el orden
y tranquilidad del vecindario y sus campañas adyacentes,
exigían sufragio mas general en sus resoluciones, mayor
estudio de los sucesos y mas penetración y prudencia y
sabiduría en la elección de las medidas á tomarse, en
cuyos casos graves, el cabildo debia llamar á pronunciarse
directamente á la opinión públi(^a. Mas su asamblea no
era, en circunstancias tan solemnes, mero consejo de no-
tables para expresar su buen parecer en voto consultivo,
para que optara el gobierno el mejor camino, sino que
era el verdadero congreso popular que discutía, votaba y
resolvía lo que aparecía de mejor beneficio al vecindario,
consumando en él, de esta manera, acto de real y ver-
dadero gobierno. Era á esto, á lo que se llamaba cabildo
abierto.
Si graves eran las circunstancias que exigían el llama-
miento del vecindario á deliberar sobre su suerte, corresr
pondían á la delicadeza y altura y gravedad de la misión
que iba á desempeñar, los elementos de que debía com-
ponerse el ayuntamiento en cabildo abierto; por que no
era franqueable su asiento á cualquiera de los ciudadanos,
ni sus sabias prácticas de buen gobierno permitían que
ocuparan sus asientos las masas dependientes, insipien-
tes y torpes de la plebe, del populacho ó de la chusma,
ni las diputaciones que elemento tan desautorizado y des-
provisto de seria y honrada opinión pudiera conferir. Y
así, cuando llegaba la necesidad de entregar al pueblo la
resolución de aquellos gravísimos problemas, el cabildo
así lo decretaba, y pasaba aviso de citación para formar
cabildo abierto, « á la parte noble y mas sana y distinguida
del vecindario.»
d6 DR. BERNARDO FRÍAS
En esta clasificación, que reconocía á la mejor porción
de la sociedad aquel derecho bien precioso pero también el
mas delicado y peligroso de cuantos pueden ejercer los
hombres, se comprendía no solamente á la nobleza, que
en Salta la habia principal y numerosa, sino también, y
con ella, 6 todo el elemento de valer y significación polí-
tica y social; á todo el elemento pensante, culto, indepen-
diente, libre y trabajador; virtudes todas que forman el
único elemento con derecho para gobernar un pue-
blo civilizado, por que es el único que tiene conciencia
de sus actos, el cual se formaba entonces, del clero, de
la nobleza, del comercio, de los propietarios, de los arte-
sanos independientes, ó sea, gefes de industrias; de los
miembros del foro, del ejército; conjunto, que formaba
«lo mas sano y distinguido del vecindario» y que, con
tanta exactitud y razón, se llamaba, en aquellos dias de
limpieza social, la gente decente,
Alberdi tuvo sobrada razón cuando, cincuenta años mas
tarde, recordaba, después que todo habia cambiado y pere-
cido, la veneranda institución de los cabildos, y decía:—
«En aquel tiempo, no lo olvidéis, la vida política era la
mala, no la vida concejil ó municipal. »
Para poder mantener la independencia, tan necesaria á
los fines liberales de su institución, pudo siempre el cabildo,
bajo el régimen español en América y á pesar del avance
siempre constante de los reyes, poseer, respetado y reco-
nocido, uno délos resortes mas poderosos para conservar
su autonomía, su libertad de acción y de gobierno en
medio del espíritu centralista que lo absorbía y avasallaba
todo; y este era su renta propia, como la tenían las uni-
versidades y la iglesia.
Aquella fuente de recursos se la conocía con el nombre
de ramo de propios^ y consistía en la diversidad de impues-
tos con que se gravaba al comercio, especialmente, y al
vecindario, mas no de manera agobiante y tirímica, como
ha llegado ó verse después. La administración de este
tesoro del común, de esta hacienda del vecindario, vino (\
servir para llamarla el gobierno de propios.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO I 29
XI
El cabildo, tan antiguo como la ciudad, pues habia naci-
do el mismo dia que ella, era lo mas amado y venerable
de todas las instituciones de gobierno; como que los hom-
bres, las familias, el vecindario completo habian aprendido
á respetarlo como obra del valor, del honor y de la digni-
dad de sus mayores, y bajo cuya égida salvadora y digni-
ficante habian crecido y habian vivido, aprendiendo á ser
hombres y no siervos; ciudadanos y no parias, extrangeros
en su propia patria. Era la religión política de la ciudad.
De todo el antiguo sistema gubernamental de España,
la institución de los ayuntamientos era, acaso, lo único
salvado del naufragio general de las libertades de los pue-
blos; que los reyes, harto satisfechos con su victoria en
la política, en la hacienda y en la guerra, miraron el go-
bierno reducido y solo administrativo de las ciudades,
como cosa despreciable y baladí, sin calcular que esos mo-
destos gobiernos de la comuna, habiendo conservado, al
amparo de los desdenes reales, los restos de las libertades
populares, ídolos fascinadores de los pueblos, sembraban,
á lo largo del continente americano en cada ciudad que
levantaban sus capitanes en el desierto, la corriente tardía
pero fecunda de la independencia de un mundo y de la
reivindicación de los derechos del hombre, para devolver
á la humanidad la dignidad y decoro de su destino. Por
que así vino á suceder que los cabildos formaban el único
poder público creado por la voluntad del pueblo, cuando
todos los demás eran creaciones directas de la voluntad
exclusiva del rey. El pueblo de las ciudades, el vecinda-
rio honorable aprendió, por costumbre secular, á hacer
gobierno y á gobernar, formándose, de tal manera, insen-
siblemente y sin. despertar sospecha, el espíritu democrá-
tico, la tendencia del ánimo de los pueblos á terciar,
aunque en escala miserable, en las cuestiones públicas y
de su particular interés, lo que, á semejanza de lo que
sucedió en la formación de nuestras pampas y montañas,
se iban superponiendo los sedimentos tardíos pero de
aO DR. BERNARDO FRÍAS
formidable empuge del espíritu cívico que, con todo el
ímpetu de la revolución, había de estallar cuando las cír-
cunstancias y la madurez de los elementos se llegaran á
encontrar.
Xíl
Así como las leyes españolas habían señalado inmutable
autoridad á las decisiones del cabildo, respetando sus
fueros salvados, aún ante la voluntad contraria del rey,
las mismas leyes ordenaban que la elección de los capi-
tulares fuera hecha por sufragio del pueblo; 1) viniendo
así, los cabildos á representar, en América, el hecho y el
principio de la soberanía popular; y según un sabio que
ha penetrado los misterios de aquella edad, «el pueblo
intervenía entonces mas que hoy, en la administración
pública de los negocios civiles y económicos. El pueblo
elegía los jueces de lo criminal y de lo civil en primera
instancia; elegía los funcionarios que tenían á su cargo
la policía de seguridad; el pueblo tenía bienes y rentas
propias para pagar sus funcionarios en que nada tenia
que hacer el gobierno político. 2)
Pero así las elecciones de miembros del cabildo como de
diputados en los casos extraordinarios las efectuaba el vecin-
dario por medio de un sufragio limitado por razón de la
calificación del voto; ó, si se quiere, por el sufragio univer-
sal de la gente decente, honorable é ilustrada, que es la
democracia verdadera en toda filosofía y buena ciencia de
gobierno, y no por el sufragio universal basado en el dere-
cho natural en que creyó la república, desde los días de
la revolución, hallar las libertades y la felicidad del pueblo
y la racional manifestación de la democracia.
Bajo el imperio de los cabildos, la masa común del pue-
blo, el vulgo servil ó bravo por su inconciencia que, al-
gunas veces, junto á toque de campana ó por expontánea
1) Ley 1*. Tít. 4»., Part 8\— Alberdi, T. III, pág. 468.
3) Albbrdi, Obras, Tom. V, pág. 46.
mSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO 1 81
voluntad ocupaba la plaza municipal al pié de la casa
consistorial, no iba allí á ejercer soberanía. La masa del
pueblo bego, ó sea la chusma, no sufragaba en aquellos
tiempos ni menos deliberaba como poder público; ella no
tenia mas derecho ni hacia mas en aquellos casos, que
peticionar. Su presencia allí, como masa común ó rama
insipiente del pueblo, respondía solamente á prestar su
voluntad por aclamación pública ó negarla, sin constituir
voto resolutivo, y como uno de los brazos, aunque por na-
turaleza inferior, de la sociedad, al nombramiento verifi-
cado por el cabildo popular. Su misión política era, pues,
ó bien sancionar por su parte ú observar simplemente lo
verificado por el elemento popular que poseía el maduro
criterio y la ciencia política, ó, mas comunmente, peticionar
reformas y medidas que consideraba de interés general.
De las comunicaciones de su voluntad se encargaba el
síndico procurador; era él quien llevaba al seno y conoci-
miento del cabildo reunido las razones del pueblo y quien
las representaba ante la sala capitular; y, fuera de ella, el
que daba, á su turno, las que aducia la ilustre corporación,
ante el grupo de diputados nombrados por el pueblo al
efecto.
Estos representantes populares que en los casos de con-
flicto trataban con el síndico procurador, eran siempre de
la clase principal, ecos de alguna tendencia en que se divi-
día la opinión, dibujándose, desde aquella fuente lejana, el
boceto del futuro caudillo político de nuestra ajilada y tur-
bulenta vida pública, por donde degeneró la revolución.
Las elecciones de capitulares las hacía el cabildo con los
vecinos afincados, titulares, y con la parte sana y distin-
guida del vecindario; lo que vale decir que la elección la
verificaba la gente decente, de suyo capaz é independiente,
que era el pueblo de criterio, el pueblo de opinión propia,
de responsabilidad moral y de racional capacidad política;
verdadera garantía para la decencia y honradez del acto
y para la decencia y honradez del gobierno que surgía de
su sufragio. 1)
1) Véase en el capitulo siguiente, párrafo I lo que oonstituia la gtnU
decente.
32 DR. BERNARDO FRÍAS
Regía, pues, en el régimen electoral de los cabildos, el
sufragio universal, pero calificado; condición indispensable
para que sea moral y materialmente libre.
XIII
Al frente de estas verdades, grave error seria el pensar
que, tratándose de gobierno en una sociedad y bajo unas
leyes tan conocedoras de las miserias humanas y tan pro-
fundasen los ramos del orden y administración, se enten-
diera por pueblo, en su sentido político, lo que en la
época de la república y hasta nuestros dias, tan desgra-
ciada y erróneamente se ha considerado.
Las instituciones españolas, hablando del gobierno de
la república, ó sea de la sociedad, no entendían por pue-
blo la masa general de la población, cualquiera que fuera
su competencia, su discernimiento y responsabilidad mo-
ral, sino que solo consideraron en él, á la parte de la so-
ciedad que era la depositaría del pensamiento, del criterio
regular, de la conciencia de las acciones públicas, de la
libertad en la deliberación y de la independencia en la
voluntad; condiciones necesariamente indispensables para
que el gobierno nacido de sufragio semejante, sea gobierno
libre, respetuoso, decente, liberal y guardián verdadero y
celoso y leal de los intereses públicos; órgano de la opinión
conciente, ilustrada y honorable.
En aquella edad, pues, de buen criterio público, queda-
ban fuera de la vida política, exhonerados del derecho
de hacer gobierno, de deliberar y de dirigir los delicados
intereses de la comuna, todos aquellos hombres que ca-
recían de los elementos ó virtudes para poder ser perso-
nalmente responsables de sus actos ante el derecho; para
poder deliberar con el conocimiento de las cosas; para
actuar con independencia y dignidad; por que la incapa-
cidad moral en el régimen de las sociedades,— que la trae
la falta de conocimiento y de las nociones de gobierno
con sus fines, medios y principios, lo que se llama igno-
rancia del espíritu,— es tan semejante, tan peligrosa y temi-
ble como la incapacidad física; por que una sociedad no
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO I 83
puede ni debe entregar sus destinos, sus intereses y su
bienestar y progreso, no solamente á manos de mujeres, de
niños y de locos, que carecen del discernimiento y volun-
tad suficientes, sino tampoco á la masa ignorante, mi-
serable é inculta que carece de toda noción de buen go-
bierno y de los derechos y deberes sociales, y cuya actuación
en la vida pública es inconciente ó irresponsable y, por
tanto, arma peligrosísima y funesta para la libertad. La
ignorancia y la miseria son también cadenas de esclavitud
tan positivas y crueles como las declaradas por las leyes.
Por que es fuerza reconocer que las facultades y condi -
clones del hombre para gobernar no nacen con la vida,
sino que se adquieren con el trabajo, con el estudio, con la
actividad que da la civilización y cultura de los pueblos,
llevando á su espíritu las nociones y principios en que des-
cansa el interés social; que el gobierno no es, en conjunto,
mas que la suma de la felicidad social, y no es el hombre na-
tural, por el hecho de haber nacido, capaz, sin mayor prepa-
ración y elementos, para comprenderlo y practicarlo. El
hombre del derecho natural no es el hombre del derecho
político; y el pueblo, en el sentido político, no es el pueblo
en el sentido humano.
El hombre del derecho general, el hombre presentado
por la filosofía y el cristianismo; el hombre de la razón
común, con su igualdad perfecta ante las leyes y ante Dios,
no es ni puede ser el hombre del gobierno, el hombre de
la filosofía política, que se forma con el trabajo y en el curso
de la vida. El gobierno, el derecho de gobernar como su-
fragante ó mandatario, constituye el primer derecho de la
sociedad, derecho social y no privado, y, por tanto, no
constituye propiedad de todo hombre sino derecho apro-
piable con el desarrollo de sus facultades y posesión de
condiciones que formen su garantía. Y así como la razón
humana condenaría & quien diera á manos inexpertas ó á
la dirección de ciego piloto y falto de total esperiencia en
los quehaceres de la navegación la dirección y gobierno
de la nave en que fueran á cruzar los abismos sobre las
olas su familia y sus tesoros, cúmulo de todos sus afectos
y ambiciones, así de manera semejante confesaría carecer
de la noción de todo buen gobierno, quien enseñara que
34 DR. BERNARDO FRUS
la sociedad debe entregar la suerte de sus destinos y la
creación de sus autoridades en manos de las masas in-
digentes é ignorantes que hoy, después de haber librado
la patria de la antigua tiranía de los agentes del rey de
España, nos han traido la tiranía moderna de la barbarie
sobre la civilización y la cultura, causada por el sufragio
universal de la chusma.
Es axioma indiscutible ya en filosofía política que el
gobierno de los pueblos libres es el gobierno de la demo-
cracia. El gobierno de la democracia racional y legítima
es el gobierno de los mas dignos ó sea, si se quiere, la
oligarquía del talento, de la virtud y del trabego, triple poder
sin el cual, ningún ciudadano es digno de gobernar un
pueblo libre; pero esa democracia racional la forma la
expresión de la opinión del pueblo, manifestada con con-
ciencia, libertad é independencia.
El gobierno libre solo puede venir del sufragio de los
hombres libres. ¿Y puede ser voto libre el voto de un es-
clavo? íPuede votar con libertad el hombre dependiente
de otro y del cual pende la subsistencia, la suerte y el
porvenir de sí mismo y de su hogar? ¿Puede el hombre
inculto,— que no sabe ni comprende su propio bien ni
menos llega á sospechar verdades y principios políticos,
sociales y económicos que distan espacio incomensurable
de las miserables fuerzas de su inteligencia menesterosa
é indigente, cual acontece con las poblaciones de nuestras
campañas y la plebe de nuestras ciudades— llegar á darse
cuenta de los beneficios ó los males que acarrea á la so-
ciedad la formación de su gobierno? Qué! íNo estamos
convencidos todavía que la ignorancia y la miseria son
los mayores enemigos de los pueblos libres? Cómo! jEl
voto, el sufragio de estos tan peligrosos y desgraciados
elementos, es el sufragio que proclaman los principios
de la filosofía política, como la escencia y vida y salud de
las libertades del pueblo? (Y la salud de los pueblos, la
verdad del gobierno de la democracia, la garantía y sus-
tento de la libertad y derechos del hombre, es posible
que dependan y es justo entregarlos á la ventura de estos
resortes bochornosos, hijos de la miseria y de la escla-
V
1
Ik
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO I 35
vitud, Sin temer que de ellos venga la muerte del civism o
y de la libertad?
Todas nuestras revoluciones solo han tenido por objeto
cambiar el personal de una administración dejando perdu-
rar su sistema de gobierno; y, sin embargo, la aparición y
predominio de esa democracia plebeya que tanta sangre y
lágrimas ha hecho derramar y tanto ha retardado la liber-
tad del pueblo argentino, fué el origen de nuestros males
pasados y la causa mayor y funesta de nuestras desgra-
cias presentes. Elemento generoso á la vez que siniestro
en la vida de las naciones, el pueblo inculto é ignorante,
dócil siempre á la voz de su caudillo, ora sea este un genio
ó un demagogo, ora un hombre de bien ó malvado aven-
turero, sirve solo como elemento de fuerza gobernable
para el bien ó para el mal, á semejanza de las fuerzas de
la naturaleza creadas por Dios solo para el bien y de quie-
nes hechan mano los hombres para adelantar en sus virtu-
des ó en sus crímenes; y á la manera de nuestros ejércitos
que asi siguen á sus gefes, mas entusiastas y ciegos cuanto
mas felices son éstos, ya sea para sostener la ley, el pro-
greso y la libertad de los pueblos, ya para alimentar y
defender la tiranía que deshonra y oprime la especie
humana. La plebe siguió & los cesares como había seguido
á los Grecos y como mas antes se habia alejado con sus
tribunos al monte Aventino. La plebe arrojaba palmas y
tendía sus mantos para que sobre ellos pasara en triunfo
Jesús al llegar á Jerusalem, y esa misma plebe, cinco dias
mas tarde, manejada como siempre por brazo extraño,
pedía que la sangre de ese Jesús que habia colocado en
lo mas alto de los cielos, cayera sobre su frente y la frente
de sus hijos. Tres tiranías se disputan siempre la vida de
los pueblos:— la del talento y el mérito, la de las armas y
la de la plebe; esto es,— la inteligencia, la fuerza bruta y la
ignorancia irresponsable. En cual de ellas se apoya la
libertad, todo hombre de bien lo sabe. La historia honrada,
obra de los hombres de bien, se ocupará siempre en de-
mostrarlo.
Nuestros antiguos y gloriosos cabildos fueron los que
nos enseñaron á ser libres, por que practicaban en su go-
bierno la verdadera democracia; empero, desde que un
86 DR. BERNARDO FRÍAS
excesivo entusiasmo por la república democrática caldeó
las almas de nuestros antepasados, de raza aristocrática
é ilustre tantos de ellos, el criterio se extravió por su
propio apasionamiento republicano, llegando á considerar,
sin darse exacta cuenta, acaso, que la igualdad de todos
los hombres, que es verdad santa ante la religión y la
filosofía, debia ser igualmente aceptada tanto en el orden
político como en el civil.
Esa falsa idea de la democracia es la que acogió siem-
pre la clase baja para rebajar con ella todo lo grande y
digno y venerable y meritorio, para obtener la igualdad
de la miseria, derribando todo en el lodo.
La idea verdadera de la democracia es la igualdad de
todos, pero dentro de lo justo y lo posible; adquirida por
los méritos y virtudes, por el trabajo y la inteligencia,
con lo que el inferior puede alcanzar á igualarse con el
superior; por la igualdad del mérito. La democracia mi-
serable de la plebe todo lo ha derribado, todo lo grande
y respetable, formando esa igualdad de las ruinas y de
la bajeza, á la manera que el polvo de los siglos y el
polvo de las destrucciones de los bárbaros y el que acar-
reara tras sí esa larga cadena de desastres é infortunios,
sepultaron bajo sus capas los monumentos, las vías y hasta
las colinas sagradas de la antigua Roma, rellenando todo
de lodo y escombros, siendo hoy su suelo sepulcro de sus
venerables ruinas.
No es, pues, la democracia que hoy tenemos, la demo-
cracia en la igualdad por el lado noble y venerable de la
virtud y del mérito de los hombres bajos con las antiguas
familias patricias, á quienes la revolución quizo abrir las
puertas para que la plebe llegara á la misma altura por
el trabajo honrado; sino la democracia en lo indigno, vi-
cioso y miserable; la superposición y predominio de cuanto
hay de vergonzoso y cobarde y corrompido para dar vida
y sustento á un padrón de infamia.
No hay peores tiranos que los esclavos ni hombres mas
soberbios que los salidos de la nada, ha dicho un ilustre
escritor; y cuando se medita que hubo magistrados que
vendían la justicia que administraban por falta de honor,
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO I S7
por falta de valor, de carácter ó dé virtudes, por complacer
al gobierno ó atraerse las simpatías del poderoso; cuando
se medita que las masas rústicas, sin criterio ni indepen-
dencia personal, forman la gran mayoría de los sufragios
cívicos ahogando con su voto abrumador y vendido, la
opinión libre é ilustrada de la gente de criterio y prepara-
ción; cuando se recuerda que esta democracia plebeya y
corrompida que se mueve como las nubes cualquiera que
sea el rumbo ú donde sople el viento, llegó ó formar gobier-
nos tan indignos, que se vio ú sus funcionarios falsificando
la moneda del país, comerciando con la cosa pública y en-
riquecidos con mano deshonesta; ú presentar parlamentos
que, formados de hombres obscuros y desconocidos de la
opinión y para bochorno y baldón del honor y altivez histó-
rica del pueblo argentino, producían la unanimidad del su-
fragio parlamentario en favor constante del gobierno, á
semejanza de aquel senado romano de la época de su ver-
gonzosa decadencia, con la tribuna enmudecida, la indepen-
dencia y la virtud desterradas, la incondicionalidad de la
conciencia entregada con ostentación y estrépito, y el voto
de las mediocridades, mudo, pesado y frío, descargándose
como el brazo de la muerte sobre el honor, la grandeza y
los altos destinos del pueblo de la república; y cuando se
revela, en fin, que todos los resortes se quebrantan al empu-
je de esta corrupción de la democracia, la sombra veneranda
de nuestros viejos cabildos con sus sanas prácticas elec-
torales, se asoma al corazón como un consuelo y una
esperanza de los espíritus fuertes que resisten aún, vas-
tagos casi todos de las antiguas familias patricias, como
esos árboles corpulentos, de raices profundas en la tierra,
que, cuando pasan las grandes inundaciones arrastrando
todo en las corrientes cenagosas, quedan aislados y solos,
siempre erguidos, como testigos del doloroso desastre,
sobre una tierra devastada é inmunda.
CAPITULO n
lia sociedad bajo el antig^no rén^maa
SUMARIO: — Constitución de la antigua sociedad; la nobleza; la ^ente decenté
— ^Formación del tipo del cholo — Clases de los mestizos ^ indígenas j negros
y mulatos — La plebe — La esclavitud; sus condiciones en América— La
vida del esclavo; derechos del amo.
El comercio americano; la Gasa de Contratación; el Callao — Salta, centro
del tráfico comercial— La internación de mercaderías— El comercio de
muías con el Perú; las tnvema({a«— Casas de Candióti, de Moldes y de
Gurrachaga; casas de segando orden — Extensión del comercio de Salta
— £1 comercio de esclavos negros— Beneficios (jue la sociedad de Salta
recibe del comercio— La riqueza de Salta— Ferias comerciales.
La inmigración española en América — La aristocracia española se
avecinda en Salta— Apellidos ilustres; principales casas nobles de Salta
— La cultura social de Salta; el ü'innfo de la gente decente.
La población de las campañas— Descripción del gaucho de Salta — La
clase indígena; el sistema feudal— Descripción de la región del poniente;
el valle Calchaquí.
La Salta española; descripción de la ciudad— Cuadros sociales— Fi-
sonomía general del territorio argentino- Descripción de Buenos Aires
en 1810.
La vida doméstica — El padre español— La juventud decente; su altura
intelectual y social— El gaucho decente- -Traje de ciudad; costumbres
«ocíales- Descripción de una casa principal— Arreos para el caballo.
LA8 CASTAS SOCIALES
I
Tuvieron las Leyes de Indias particular empeño en es-
tablecer en América las castas sociales y cuidadosa proligi-
dad en legislar sobre ellas, clasificándolas y distinguiéndolas
principalmente en nobles, indígenas, mestisos, negros y
mulatos.
La nobleza constituía la glasé principal en toda sociedad
española. Su origen era tan antiguo como la misma mo-
narquía, y cada apellido que ostentaban sus miembros
significaba, por lo regular, una ejecutoria de servicios y
40 DR. BERNARDO FRUS
méritos prestados y adquiridos en lionra y gloria de la
nación. Mas ó menos notorio, mas ó menos ilustre, el
linaje, ennoblecido por las hazañas y acciones generosas
de antiguos guerreros ó las virtudes y méritos de servi-
cios dignos de la gratitud pública, habia recibido en honra
y recompensa de estos servicios aquella distinción del
rey que, ennobleciendo la casa, pasal>a como herencia
dignificando la sucesión de las generaciones. Estas re-
compensas fueron bien notorias en España y adquiridas
en ella á fuer de servicio bien cumplido que, en nombre
de la gratitud del estado, llegaron ú gozar de ellas aún
las mismas ciudades, así en España como en América.
Entre la nobleza y las clases inferiores, actúate una se-
gunda entidad social que gozaba casi de idénticas prerro-
gativas de consideración é influjo, formada, en su base
principal, del elemento europeo que no podía ostentar
título de casa noble, pero que, siendo de raza blanca y
española conquistadora de estas comarcas, y gozando, al
arribar á ellas, ademas, la protección y buen lado del nú-
cleo español residente en América, podia conquistarse
lugar y buen lado social, siempre que por su oficio, por
lo bíyo y servil, no lo fuera indigno. En ella figuraban
las familias de los soldados conquistadores y de los co-
merciantes enriquecidos afianzados en el título de su
fortuna.
A esta porción, bien poderosa por cierto en su número
y en su influencia, agregábanse ciertas ramos indígenas,
cuya antigua actuación en la provincia desde las expedi-
ciones conquistadoras bajadas del Perú, figurando con lus-
tre en la milicia, cuya carrera ennoblecía, llegaron á
vincularse en hogares de distinción y abolengo europeo.
Este elemento social, cúmulo valiosísimo de la raza
blanca, de la riqueza, del trabajo superior y del mérito
de las bellas acciones y valiosos servicios que largos años
de actuación visible lavaron de escorias é impurezas, for-
maba, entonces,— unido ú la nol)leza, lo que se llamaba
con suma verdad, la gente decente. En sus manos estaba
el gobierno de la ciudad, el sacerdocio, la ciencia, el foro,
la opinión, la cultura, el mando de las milicias, el comercio,
fflSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPITULO II 41
la fortuna y la figuración personal en todo su valioso sen-
tido; como que por sus antecedentes, sus virtudes, sus
fuerzas intelectuales y morales, era la clase dirigente y la
representante del movimiento civilizado y progresista. del
país.
De esta manera la gente decente, como consecuencia de
esta su posición envidiable, gozaba, ó la par de la nobleza
—con quien formaba un solo cuerpo social, de distinguidos
privilegios para imperar sola y sin mezcla de clase baja,
de cuanto importaba mando, dirección ó lucimiento so-
cial, basados así en seculares costumbres como en leyes
positivas y razones de bastante consideración en la época.
Según aquellos principios aristocráticos, todas las cor-
poraciones, como el gremio de abogados, los claustros
universitarios, los colegios médicos, el coro de las cate-
drales, los cabildos y audiencias judiciales, por ejemplo,
exigían en sus estatutos para sus miembros, la precisa
condición de la limpieza de sangre, como se llamaba en-
tonces á la pureza de la raza. Por consiguiente, el mes-
tizo y mas especialmente el mulato eran de ellas gene-
ralmente excluidos; pero es de advertirse, sin embargo,
que el mestizo de buen padre español en madre americana,
que no era esclava, adquiría buen linage y no caía bajo
aquellos rigores, por que, al decir de las leyes,— « la mayor
parte de la fldalguía ganan los omes por honra de los
padres. Ca maguer la madre sea villana é el padre fidalgo,
fldalgo es el hijo que de ellos nasciere. E por fijo dalgo
se puede contar mas non por noble, » que es de origen
noble el que lo es por amibos sus padres, según lo enseña
Gregorio López. De allí vino & resultar que en las pro-
vincias del Alto Perú, por ejemplo, la raza indígena ame-
ricana aparecía con su tipo impreso y su color en la mayoría
de la población aristocrática ó decente de aquellas provin-
cias, desde Tupiza hasta la Paz.
Por las ordenanzas militares, los cuerpos del ejército no
podían recibir como cadetes sino á nobles; los grados de
doctor no se conferían á ninguno de raza de siervo, y así,
igualmente, debían acreditar la noble prosapia los aspi-
rantes á caballeros de las órdenes militares. El título hono-
42 DR. BERNARDO FRÍAS
rífico de Don, que en la época antigua solo había sido
concedido á los mas exclarecidos de entre los nobles, lo
llevaba, entre nosotros, todo hombre decente; pero la
partícula de, que unía el nombre personal con el nombre
de^la casa ó apellido, fué, casi siempre, del uso exclusivo
de la nobleza.
La institución nobiliaria habia sido en Europa verdadera
casta social; y casta fué dominadora en exclusivo y tirá-
nica de las clases inferiores y débiles del pueblo; por que
allí, desde los primeros siglos de la organización de las
naciones con principios de barbarie por una parte y de
esclavitud y vasallage por el lado que venia del imperio
romano, la clase principal, elemento propio y necesario
en toda sociedad humana, habia sido la depositarla y aún
la dueña por largo espacio, de la fuerza militar y del
mando político, transformándose naturalmente en verda-
dera aristocracia, ó sea en la clase política gobernadora
del estado. Todo en Europa fué, entonces, suyo: el rey,
las altas dignidades; todo mando y dirección y honor en
los negocios públicos; la magistratura constituyó por largo
tiempo una de sus mas preciosas prerrogativas. Y como
el uso de la fuerza siempre acumula iniquidad, los privi-
legios de que se fué rodeando, libertaron á aquella clase,
con desigualdad injusta, de la mayoría de las cargas pú-
blicas que pesaban con tiranía cruel y abrumadora sobre
el resto del pueblo.
Hubo, de esta manera, una clase dominadora y privile-
giada; una clase libre entregada al comercio, á las artes,
á la industria y á las nobilísimas tareas del espíritu, y una
clase inferior, oprimida y pobre, desheredada de libertad y
elementos de progreso, que formaba la casta de los siervos.
Pero este último estado, que degradaba los pueblos en
el resto del continente, habia sido casi desconocido en Es-
paña. La nación española habia crecido con una educación
cívica y militar en largos siglos de lucha en forma popular,
circunstancia feliz no aparecida en los demás estados y
que habia formado un pueblo de soldados y libertadores
mas no de siervos; infundiendo en los hombres el senti-
miento mas pronunciado por la independencia personal,
que vino á constituir el rasgo distintivo de su raza.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALT ^— CAPÍTULO II 43
«Los españoles tienen la mas alta idea de si mismos. Un
pastor, al frente de sus rebaños, goza allí de la individua-
lidad mas absoluta. Las guerras intestinas, que privan del
derecho de las gentes al vencido, eran en aquellos tienj-
pos menos frecuentes en España que en otros paises; la
servidumbre llegó ü ser menos general; los señores no
tuvieron los privilegios que en Francia é Italia conquistaron
con la espada, y el feudalismo, apenas fué conocido, según
tan discretamente lo observa Montesquieu. El pueblo espa-
ñol, en efecto, se convirtió en pastor, en agricultor ó en
arrendatario, pero no en vasallo. Las leyes políticas de los
moros se hallaron en armonía con las leyes políticas de los
romanos; los compañeros de Muza comunicaron, por me-
dio de las costumbres, al pais conquistado esa indepen-
dencia salvaje del árabe que aun sigue existiendo en el
corazón de la España cristiana. Las primeras cortes á que
asistieron los diputados del pueblo, fueron las celebradas
en León, en 1188; esa fecha demuestra que los españoles
marchaban al frente de los pueblos emancipados. » (Cha-
tbaubrian).
Si la antigua aristocracia europea habia sido, siglos
hacia, abatida por el centralismo real y la monarquía ab-
soluta; si particularmente en España la nobleza no fué
aristocracia opresora ú la manera que mostró serlo en las
demás naciones, error evidente y grande injusticia sería
juzgar y cargar sobre la nobleza trasladada á las ciudades
de América, la misma responsabilidad y el mismo abuso
de que se hizo odiosa en el resto del mundo. Por que si
en España fueron pocos los siervos, ya no fueron en Amé-
rica conocidos; ya no existían las encomiendas ni los
encomenderos de la conquista con derecho sobre los
hombres. Excepción hecha de los esclavos— agravio intro-
ducido por las leyes españolas solo en los hombres del
África, el resto de la población americana se formaba de
hombres libres, y el americano, cualquiera que fuera su
origen y su clase, tenia francas á su actividad todas las
fuentes del desenvolvimiento humano; el comercio, la
agricultura, la iglesia, los estudios, la propiedad territo-
rial, base de la libertad individual, podia adquirirlas como
todos los demás hombres. Solo la mezcla grosera de las
44 DR. BERNARDO FRÍAS
razas, principalmente las envilecidas con la esclavitud,
quebraba su capacidad en cierta y pequeña medida, como
para obtener, por ejemplo, los honores del doctorado y del
sacerdocio.
Desenvuelta bajo estas condiciones, la nobleza de Amé-
rica,—dilatación feliz de la nobleza española, si conservaba
y amaba sus virtudes y honrosas tradiciones, no gozaba
de pesados privilegios y abrigaba un espíritu liberal y un
principio de igualdad republicana basada en el mérito que
produjo, desde los primeros dias, la creación de la gente
decente, elemento social superior d la clase ' media que
se conocía en Europa, y no inferior á la nobleza con
quien estaba ligado y hasta confundido en todo su desen-
volvimiento social y cuyo círculo, que encerraba todo
cuanto era perfección, civilización y progreso, tenia sus
puertas abiertas para todo hombre que, no siendo de raza vil,
se levantara por el mérito de sus virtudes, de su talento,
de su fortuna y de todo aquello que forma y enaltece la
dignidad humana. 1).
Por las mismas leyes dictadas para la América, eraá es-
ta clase á la que se llamaba y convocaba en congreso, para
intervenir en el gobierno del país en forma de cabildo
abierto, denominándosela así, «la parte sana y distinguida
del vecindario. »
No formó, pues, la nobleza en América, aristocracia
propiamente dicha, por que no manejó y dispuso de la
fuerza militar; por que no se desenvolvió con independencia
ni del gobierno ni del resto de las gentes sin título nobi-
liario; por que, cuando se formaba la sociedad civilizada
del Nuevo Mundo, existía en el estado unidad de legisla-
ción, unidad de mando y unidad de justicia y adminis-
tración en todo el territorio, de cuyo benéfico conjunto
1) £ra convicción profanda en nuestro» antepasados que el Tástago de
razas viles no f*ra una buena simiente. Los fenómenos del atavismo
ó sea li herencia de las desgracias ó flaquezas momios de los maro-
ros, se prooagaban á la deseen -iencia sei^un lo demostrRba una cons-
tante esperiencia; y, en virtuil suya, nada de noble debia aguardarse
de hijos de aquellas clases, ni en sus acciones i«i en sus sentimientos
ni en su conduct*^; untos por el contrario, eran señalados como capaces
de toda perversión y bnjeza: de toda traición y deslcaltad, y despro-
vistos do todas las Virtudes caballerescas.
HISTORIA DE GÜEME3 Y DE SALTA-CAPITÜLO II 45
emanaba la igualdad, en gran medida, de todos los hombres
sujetos á las mismas leyes y juzgados por los mismos jueces
en su honor, en sus personas y en su hacienda, como
vasallos todos de un mismo y único soberano.
Esta nobleza de tendencia y espíritu republicano y sim-
plemente titular, fué raro fenómeno que produjo el sistema
opresivo de la metrópoli; por que en América, la nobleza,
desde que dejaba de ser peninsular, pasaba á ser raza
subyugada y oprimida por el elemento europeo; no ejercía
gobierno ni mando en el país en que vivía y habia nacido,
excepción hecha de la intervención en sus cabildos y en
otros bien raros casos; no administraba ni ejercía el poder
ejecutivo de sus gobernadores ó virreyes, siempre en
manos españolas; ni gobernaba las diócesis presidiendo
el episcopado y las altas dignidades eclesiásticas, ni for-
maba el cuerpo de sus audiencias judiciales, ni le cor-
respondían los grandes empleos de la administración
pública ni siquiera el gobierno de su propia ciudad,
gobierno doméstico y estrecho que, en la mayor parte
de las ciudades de América, era ejercido, por derecho
tradicional, exclusivamente por españoles.
Y una aristocracia desheredada de todo gobierno en los
intereses de su propia patria, cuyos antiguos y pesados
privilegios solo formal>an ya recuerdo histórico de sus
antepasados; una aristocracia sin independencia de clase,
sin derechos políticos, -sin influencia decisiva en la dirección
de los negocios públicos, sin voz ni voto en la sanción
de las leyes, soportando sobre sus hombros, como el
resto del pueblo, la arbitrariedad y el despotismo que
traía el dominio peninsular ó europeo,— ¿qué opresión podía
ejercer en el gobierno de la sociedad, ni qué odios podía
despertar en las clases inferiores que no recibían de ella
ni daño ni injusticia intolerable?
Así demostraron, durante el desenvolvimiento de la re-
volución que vamos á ver en adelante, cómo no hubo en
ellos amor á los privilegios y cómo el pueblo no se quejó
de ellos por tiranía y despojo; por que si la revolución
francesa fué llevada por el elemento popular contra la
aristocracia abusiva, en América fué la gente decente,
46 DR. BERNARDO FRÍAS
nobleza ó aristocracia, unida afectuosamente con el pueblo
que la seguia como á su maestro y protector y guia, quien
la dirigió contra España y la tiranía de los españoles.
No cabe, pues, en buena razón hacer del siglo XIX y
de la sociedad americana bajo el yugo español, en sus
últimos tiempos, campo común con el siglo XVI y sus
anteriores y con la sociedad europea formada y mantenida
por muy diversos principios y antecedentes. Todo cambia
y se destruye y pasa en la vida. Las antiguas institu-
ciones y entre ellas mayormente la nobleza, habian sufrido
el efecto de sucesivas revoluciones que los tiempos acar-
rean siempre consigo, que cambiaron su pri\nera fisono-
mía. Por estas revoluciones de los tiempos; por aquella
legislación uniforme del imperio; por el sistema colonial
que rigió tres siglos, la América no tuvo aristocracia como
potencia gubernativa y opresora; solo se formó y hubo
una entidad social, consorcio de lo noble con todo lo dis-
tinguido y meritorio que se denominó gente decente, aristo-
cracia singular, republicana de espíritu, formada bajo la
tradición de antiguas y honorables costumbres, cuyo seno
estaba siempre abierto á la virtud y al mérito. La no-
bleza, pues, significaba en América distinta cosa de lo
que habla representado en Europa y tenia distinta historia
y aspiraciones que aquella; representaba, sin duda, algo
superior y deslindado del común de las gentes, pero era
solo un círculo honorable de perfección social, fuente de
inspiración y de imitación de las clases inferiores, lo que
no es ciertamente condenable si es ley de la naturaleza
estas diferencias sensibles dentro de la misma igualdad
en la sociedad de los hombres.
Empero, cualquiera que sea el grado de verdad ú que
alcancen las inculpaciones que el espíritu liberal y repu-
blicano haya arrojado sobre las instituciones sociales que
partieron la igualdad de los hombres en la edad pasada,
no puede por menos el espíritu honrado é imparcial de
la historia que penetrar con verdadero respeto en el san-
tuario de aquellos tiempos por grandes fases venerables,
y aún con admiración de grandeza desconocida, partiendo
de en medio de esta atmósfera de servil mercantilismo,
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO U 47
de materialismo sofocante y pequenez de corazón que
hoy domina é infecta la tierra.
La hora de la justicia debe llegar para todos. Y si las
revoluciones no tienen medida y todo lo derriban con la
violencia de su paso, toca á las épocas de calma y desa-
pasionamiento el establecer el justo equilibrio de las cosas.
Por que no todo era malo en aquellos dias; y despojada
la aristocracia de sus fueros y sus abusos, frutos de una
época perdida y de antiguas leyes que tocaban á desa-
parecer completamente, la institución social de nuestros
nntepasados, como fuente de educación de los hombres y
formación del ciudadano, es la que se revela mas acaba-
damente perfecta de cuantas ha producido hasta el presente
la sabiduría humana.
Por que si algo existe de excelente, de grande y de
digno de imitación y de eterna memoria en nuestro país
de cuanto nos enseñó y legó la dominación de España, es,
sin género de duda, la organización social en lo que se
refiere á las leyes fundamentales que rigieron entonces
en la educación de nuestras familias patricias, en el orden
privado, como el gobierno civil de los cabildos en lo que
hace al interés público; cuya doble y acaso irreparable
pérdida jamas llegará á ser suficientemente llorada.
En vida de nuestros antepasados, la nobleza formaba la
clase principal y mas distinguida de la sociedad. Repre-
sentaba, á mas de un privilegio de raza, un alcázar y una
escuela; por que allí se guardaban las grandezas del pasado
y allí se enseñaba y aprendía con los principios y el ejem-
plo, á vivir y á morir como es debido, primera condición
para que un pueblo pueda alcanzar á ser libre y feliz. La casa
noble era casa de tradición. A mas de la herencia del
nombre, de los bienes, de la preeminencia social, con-
servaba con justa satisfacción, un pasado mas ó menos
lleno de dignidad, de virtudes, de acciones generosas y á
las veces también, de glorias que formaban la verdadera
altura del apellido; herencia que el hijo de familia traba-
jaba por conservar é imitar y á veces con apasionamiento.
Un pasado honorable y tantas veces ilustre, se trasmitía
de generación en generación en la historia de la casa, en
48 DR. BERNARDO FRÍAS
el orgullo de la familia, levantando en sus vastagos noble
espíritu de imitación y de estímulo; educación moral de
robusto poderío, cuyo apoyo yacía en principios enalte-
cedores de la dignidad humana, contándose entre ellos, y
en primera línea, el honor, la hombría de bien, la gran-
deza y esplendor en las acciones y pensamientos; el valor,
la fortaleza de ünimo y la altivez del carácter. Todos los
sentimientos generosos del corazón humano le eran reco-
mendados; teniendo por modelo, en la vida privada, al
santo patrono, y en la vida pública, al caballero.
Porque para conservar esta dignidad de su condición y
altura moral de su carácter, le eran vedados los oficios
bajos, entre ellos, por ejemplo, el del teatro, tachado por
vil desde la edad romana; podia ejercer profesión plebeya,
pero no degradante, é indigno era del noble como del hom-
bre decente, el batirse con inferiores, el huir del peligro,
el atacar con alevosía, el cometer traición, el quebrantar
la palabra y el juramento empeñados y el mentir; el usar
de fuerza para con mujeres y con débiles como el ser
alcahuete y espía. El servilismo y la deshonra eran para él,
mas que la muerte, odiados y temidos; mientras formaban
los goces de su orgullo la lealtad y el honor. Las leyes de-
cían que en el alma del noble debían florecer y prosperar
cinco grandes virtudes:— la cordura^ « que es virtud que le
guarda de todos los males que le podrían venir por su
culpa; )) la fortaleza, « que es virtud que faze á ome estar
firme á los peligros que avinieren y no ser cambiadizo;»
la mesura, que hace que los hombres « obren de las cosas
como deven é non pasen á mas;» Injusticia, «para que la
fagan derechamente » y la lealtad, en fin, « ca esta es bon-
dad en que se acaban é se encierran todas las buenas cos-
tumbres, é ella es assi como madre de todas.»
No viene á significar todo esto que aquella clase como
aquellos tiempos se hallaran limpios de toda flaqueza y
miseria humanas; solo queremos decir que estas vergüen-
zas eran bien raras entonces, y que una herencia de gran-
deza moral unida á los ejemplos y principios de honradez
y altura de carácter, formaba escuela de honor en la vida
común, y de civismo y heroicas resoluciones en la pública
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO U 49
del ciudadano. Quien amara aquellas ideas y venerara
aquellos antecedentes por ser, aunque no mas que riqueza
y prez de sus antepasados, no podía penetrar, seguramente,
en el campo de los malvados i^i mostrar infamia; por que
era esta la bondad de la educación de nuestras antiguas
familias, basada en el abolengo tradicional de la casa noble
—que extendió é hizo suyo la gente decente ó sea la aristo-
cracia del mérito, llena, por lo general, de antecedentes
honorables; formando, asi, la mejor escuela del hombre y
del ciudadano, se nos antoja pensar, no solo por las prue-
bas que acusa su historia sino por que es firme convicción
que el ejemplo de nuestros mayores es la mejor escuela de
nuestras virtudes; que la moralidad penetra mas- por el
corazón que por la inteligencia, y el corazón humano no se
educa simplemente odiando el vicio sino amando de veras
la virtud.
II
Flotaba al pié de esta parte distinguida de la sociedad,
otra clase intermediaria, nacida de los caprichos y de la
especialidad de nuestra antigua población. Era lo que en
España constituía la plebe y que en América habla alcan-
zado el rango de línea superior. Habla nacido y crecido
lentamente como el sedimento que nuestros rios van de-
positando á lo largo de las orillas y formando la altura
de sus riberas; por que, como en la afluencia de pobla-
dores españoles llegaran de toda estirpe, rango y catadura,
los de última esfera, el hijo de la plebe burda, ajeno de
toda instrucción, que apenas si podía trazar su firma
cuando no señalarla por una cruz,— como el picapedrero
de Galicia, el barrendero de las calles de Madrid, el pes-
cador de Cádiz ó el vago de las comarcas andaluzas, no
podía gozar de la altura social de sus otros compatriotas
superiores en cuna y condiciones morales, sociales é in-
telectuales y de cuya preparación carecía, ó, aquellos de
idéntica clase, pero de superiores aptitudes, que, á pesar
de plebeyos, venían á ser tenderos al menudeo y depen-
dientes de las fuertes casas de comercio; pulperos, arrieros
50 DR. BERNARDO FRÍAS
y sacristanes,— SU miseria é ignorancia los inhabilitaba
para enriquecer explotando la fuente entonces tan fecun-
da del comercio de Salta. De lo bajo vinieron y en lo b€go
quedaron; sentaron plaza de soldados, de guardianes noc-
turnos de la seguridad del vecindario, formando en las
patrullas; corrieron á las quintas y 6 las chacras cercanas
á la ciudad y allí continuaron su natural oficio de horte-
lanos, mozos del servicio doméstico, labradores ó peones,
como se los llaiAó en América.
Los ahorros ó el matrimonio en familias de los suburbios
ó de la campaña, de origen obscuro, que por lo general
gozaban de la pequeña herencia de sus mayores, vino, en
algunos, á darles ascención á pulperos de segundo orden
y pequeños propietarios agricultores.
De estas uniones y del fruto que en ilícitos y ligeros
amores producía en aquella clase de la población la ju-
ventud decente,— que era rica, aventurera y galante en
celebrado extremo, vino á producirse el tipo del cholo,
cuyo color blanco, en unos; bastante obscuro en otros;
generalmente de cabello rubio, cantaba bien alto su origen,
y llegó, en su crecimiento, á formar la clase ligeramente
acomodada de los barrios pobres y alegres. Era, por con-
siguiente, la masa de decentones de la ciudad que, aunque
por su linage, por su carencia de fortuna no llegaban casi
nunca á trepar y mezclarse con la clase superior, eran
bien quistos y considerados por el elemento noble y dis-
tinguido, cuyas relaciones sociales existían como de
personas conocidas, muchas de las cuales, por su origen,
se hallaban emparentadas, por la línea espúrea, con la
nobleza y casas de alto rango social.
Sus mujeres, por lo general hermosas, rozagantes, de
espíritu alegre y travieso y de maneras francas y llanas
llenaban de fundados celos el alma de las jóvenes aristócra-
tas con la fama de sus amores, cuyos traidores y formida-
bles lazos lograron ser alguna vez, escala de ascención &
un apellido aristocrático, en que mujer de obscura cuna
pero hermosa y de hábil ingenio, cautivó un dia al noble
como manceba; y, por gracioso engaño, mas tarde, fingien-
do dolor y las cercanías del paso de esta vida, lograba ligarse
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA- CAPÍTULO II 51
en matrimonio al noble que formó su familia, viéndosela
en seguida, alzarse del lecho en buena salud y orgulloso
regocijo.
Formaba la clase del mestizo la mezcla del español con
india. Ella abundaba donde quiera, pero se hacia noter en
las campañas, especialmente en la parte oriental y en el
centro de la provincia, por un tipo de hombres inteligentes
y altivos; generalmente de barba, de color cobrizo claro,
y muchos de ellos, especialmente en las regiones de Tu-
cuman y las fronteras de Santiago, hasta blancos y bellos.
De esta raza, santiagueñas hubo que llegaron á ser famo-
sas por su hermosura. Estos hombres eran los que, como
tropa de á caballo, iban á llenar de celebridad la provincia
que habitaban bajo el nombre de gauchos^ 1)— gauchos
de Salta; gauchos de Oran, gauchos de la Frontera y gauchos
de Jujuy.
Los indígenas eran los naturales de América, de sangre
pura ó sea sin mezcla de europeo; los indios sometidos por
la conquista, y que en ciertas regiones, como en los valles
Calchaquies y en las alturas de Jujuy, formaban la masa
mas numerosa de la población agrícola y pastoril de la
campaña, conservándose en ella aquel semblante general
que tuvieron bajo el imperio de sus incas. Esta raza pagaba
tributo en las regiones de Iruya, Santa Victoria, y en las
provincias del Alto Perú.
La casta de los negros la formaban no solamente los
hombres de este color, importados para esclavos de las
costas africanas de Guinea, de Angola, de la Costa de Oro,
del Congo y de Benguela, sino también su descendencia
americana de pura sangre africana.
Los mulatos, llamados también zambos ó pardos, cons-
tituían una degeneración de la raza de los africanos, pues
ellos provenían de la cruza del español con las negras.
Esta clase, la mas numerosa de las ciudades, que era
famosa por su abundancia en Córdoba y en Chuquisaca
y que alcanzaba en Salta á una cantidad tres veces supe-
1) Nombre dado al ginete, de cualquiera clase social que fuera, pero que
se aplicó mas propiamente al campesino; existiendo asi, gauchos co-
munes y gauchos decentes.
52 DR. BERNARDO FRÍAS
rior á la de la gente decente, era la que componía la
parte prlncipaljde la plebe, ó, como se la llamaba entonces,
de la canalla.
III
Asi como los negros, los mulatos eran igualmente esclavos;
pero, la mayor parte de ellos, en las cercanías de 1810, había
alcanzado la libertad, muchos heredada de sus antepasados
ya libres; otros comprada con su trabajo ó agraciada por
testamento, como legado de gratitud.
Los esclavos negros ó mulatos, vivían agobiados bajo la
ingratitud de una misma suerte. Institución tan antigua
como la sociedad la esclavitud, la humanidad tuvo que
lamentarla en todos los tiempos y latitudes; y fué su exis-
tencia tan antigua, tan general y aceptada del mundo, que
los filósofos de fama mas encumbrada y merecida y de al-
mas tan bellas como Aristóteles, Platón y demás griegos,
llegaron ó reconocerla y enseñarla como raza distinta ú
la de los hombres y mas bien equiparable á aquella de las
bestias.
Mas acentuada esta doctrina ú medida que la sociedad
pagana se corrompía y se hundía en sus vicios; para
deleitar sus sentidos llegaron á aparecer, en los dias del
imperio, los esclavos de ambos sexos— blancos, jóvenes y
hermosos, desnudos en absoluto en el teatro de Roma,
mientras la elocuencia y la filosofía pervertidas salían en
defensa del jnfame oprobio alegando que, pues las bestias
no usaban de vestido, el esclavo, bestia también, podía
honestamente y sin ofensa á la moral, darse en espectáculo
desnudo.
Esta degradación humana se contuvo con la influencia
redentora del cristianismo que vino á dulcificar la suerte
del esclavo y á rehabilitarlo ante la raza humana; y fruto
fué de su influencia bienhechora que al aceptarse como
una necesidad en América esta vejatoria institución, fué
siempre en ella reconocido el esclavo como hombre mas
no como bestia, tomando igual carácter los trabsgos que
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 53
le eran exigidos; porque aquella doctrino religiosa de que
tan profundamente estaba bañada la sociedad, vino á en-
señar, bajo la fe de la palatra de Dios, que aquellos hom-
bres socialmente deprimidos eran de los demás, hermanos,
como hijos todos de Dios, como fruto desprendido de una
misma pareja y rescatados con un mismo adorable sa-
crificio.
Es condición inseparable de la esclavitud el derecho de
propiedad del hombre señor sobi'e el hombre esclavo; y
así viene este á entrar y formar parte integrante del pri-
vado patrimonio y á ser, ante el derecho humano y ante
el concepto social, una semejanza y equivalencia de las
cosas, oI)jeto directo del comercio, del dominio y de las
transacciones. Y así era, por esta razón, frecuente el hallar
recorriendo las calles de la ciudad, en busca de amo, re-
quiriendo ú las puertas de las casas, al mismo esclavo
su venta, por orden de su amo y enseñando (\ los ojos de
los interesados, el papel que contenió las condiciones del
contrato y las cualidades y virtudes de la cosa vendible,
como que en él se expresaba la tasa de su precio, su
oficio, su edad y el nombre de su señor.
Fueron consecuencia de estos principios las prácticas
crueles y dolorosas que con ellos supiéronse emplear y á
fuer de uso y costumbre natural y bien vista; por que el
esclavo, á lo manera de las bestias con dueño, era seña-
lado á rigor de hierro ardiente, en el pecho ó en los lomos,
con la marca de su dueño, que era, por lo general, forma-
da con la letra inicial, en forma pequeña, del apellido del amo.
Grillos livianos, con cadena de largos eslabones, servían pa-
ra el castigo del esclavo prófugo.
Los mas noÍ3les y delicados afectos de la naturaleza
oprimía y vejaba este yugo de la servidumbre; y asi suce-
día bien á menudo que esclavos de casas diversas y á las
veces rivales ó enemigas, se amaban y celebraban casa-
miento, sin poder formar tálamo nupcial, sin abrigarse
bajo el mismo techo, separados asi como viven los amigos,
y anhelando vivir como vívenlos esposos. El hijo de ellos
no pertenecía á su padre, sino que era propiedad del amo;
ói DR. BERNARDO FRÍAS
ellos ei'ün esclavos y sus hijos, como ellos, nácfon para
vivir y morir esclavos.
IV
Kn Salta, como en el resto de la república, los esclavos
no estaban destinados ó las faenas agrícolas de los gran-
des ingenios industriales, formando congregaciones de
elementos de labor y labranza de la tierra, como sucedía,
por ejemplo, en el Perú; ellos llenaban con generalidad
casi absoluta, el servicio doméstico de las casas de fami-
lia; figuraban como cocheros y caballerizos y eran, como
el resto de la plebe libre, los que ejercían las artes me-
nores ó útiles y demás oficios bajos, como que en sus
manos estaban las industrias del sastre, del albañil, del
zapatero y hortelano; de manera que en toda casa pu-
diente, se contaba en su servidumbre el variado surtido
de todos estos oficios, con los que llenaban sus necesi-
dades particulares; sucediendo, en frecuencia de casos,
que el amo alquilaba sus esclavos como sus casas y demás
objetos de verdadero índole lucrativo.
Pero la costumbre tiene leyes que doman los instintos
déla naturaleza y embotan los ímpetus del orgullo humano,
para hacer soportable y llevadera la carga, como esta,
bien amarga de la vida, con la conformidad que engen-
dra, entre sus maravillas, el amor. Por ([ue aquellos
hombres, aquellas familias degradadas por la servidumbre,
al través de las generaciones, vinieron á hallarse con que
padres é hijos y nietos llevaron y llevaban la misma suerte,
(jue idéntica servidumbre encontraban doquiera (¡ue ten-
dieran la vista por la tierra, liallando semejantes suyos
en todos los hogares blancos, á cuyos antiguos amos
haJjian servido y enterrado; cuya juventud hablan visto
nacer y habían acariciado y mecido entre sus brazos, y,
quien sabe, bendecido, talvez, con sus besos y arrullado
con sus cantos; de cuyos matrimonios liabian sido testi-
gos y con quienes, en fin, hablan compartido las ale-
grías, los dolores y las fatigas y de quienes habían recibido
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALT ít— CAPÍTULO II 55
protección, enseñanza, ejemplos tantas veces de nobleza,
y sentido por ellos la llama del verdadero cariño.
Bien que aquella unión pudo ser fruto también de otras
causas igualmente fecundas y poderosos; por que liabien-.
do la civilización llevado la cultura al vecindario de las
ciudades, emporio entonces de la fortuna, como lo fueron
Salta y Buenos Aires, vino con ella la suavidad de los
actos humanos, y los siervos no se vieron allí mortifica^
dos constantemente por la crueldad, hija de la barbarie y
privación de las nociones morales, que en otras partes
sembró, en el ánimo del esclavo, el odio y la sed de ven-
ganza, como está llena de sus ejemplos la historia. Y co-
mo esta servidumbre habia, en su mayor parte, nacido y
crecido en la casa donde habian pasado la vida sus mayores,
venia (i formar, en aquel sentido, parte de la familia del
pais, beyo cuyo mando suave generalmente y benigno,
sentíanse los criados naturalmente inclinados por afeccio-
nes amigas á la casa de sus señores, y, por ende, moral-
mente unidos, como ramas florecientes, aunque inferiores
y toscas, del mismo árbol,— la casa señorial, bajo cuya
sombra habian cerrado los ojos sus abuelos; con cuyos
hijos habian crecido y dentro de cuya misma morada
habían nacido y cuyo apellido llevaban.
De estas circunstancias de familia nacía en ellos, por sus
amos, aquel su afecto sano y leal, especialmente en los
negros de raza pura, menos soberbios y de mayor nobleza,
acaso por la pureza de su sangre, que el mulato, quien,
por el oprobio de su condición, con que siendo mulato
libre zahería al mulato esclavo; por la soberbia española
trasmitida en la sangre; por la envidia de la lii)ertad gozada
por semejantes suyos, pudo ir formando desde la absorción
de la vida de los senos maternos, aquella su índole perversa
que dio el tinte mas subido de la representación de la plebe
en lo moral y en lo social, guardando y conservando de
generación en generación, odio inextinguible á la es(5lavitud,
amor idólatra á la libertad y un rencor inveterado y ven-
gativo hacia la raza blanca, su dominadora siempre y su
redentora también.
Esta esclavitud en las provincias argentinas, donde fué
56 DR. BERNARDO FRÍAS
siempre urbana, con singulares excepciones, vino 6
recoger por aquel conjunto favorable de circunstancias, en
favor de sus miembros, afectos y consideraciones de que en
otros países no llegaron á alcanzar; por que, si en la vida
privada se los* consideró como miembros adheridos á la
familia, en la vida pública, y mas tarde, en los dias de la
revolución, lo fueron como sem i-ciudadanos, pues que, á
la misma altura que los hombres libres americanos, ama-
ban la patria común, de lo cual dieron grandes y gloriosas
muestras, como respetaban y amaban las instituciones que
gobernaban la sociedad.
Los mulatos libres abundaban en la plebe de las ciudades,
formando la gran mayoría del pueblo bajo y el elemento
bullicioso y osado de las turbas. Estos por sus aptitudes,
por sus servicios, por sus méritos y otras causas llegaron,
aunque en bien pequeño número, á sobresalir de entre
los suyos y desligarse, por ende, de su roce social, ro-
lando en mayor altura, con especialidad durante los azares
de la revolución, donde alguno de ellos conquistó hasta
el grado de coronel; mas, á pesar de todo ello, corres-
ponde ú la lealtad histórica el declarar que, en Salta y en
la época aquella, no alcanzaron jamas á mezclarse por
matrimonios con la clase noble.
A su cuidado estaban entregadas las artes útiles ú oflcios
bajos, y llevaban, por ello, el nombre de artesanos, dis-
tintivo de clase ó gremio que ellos mismos se aplicaban
con apasionado empeño; que el mote de mulato fué
siempre para ellos insultante apodo.
No tuvieron en Salta la notoriedad alcanzada por los de
Lima, donde eran celebrados, á la par de su vivacidad
de espíritu, por la, á veces, bella regularidad de su fiso-
nomía, quizá por la mas fuerte dosis de sangre española;
conservando, en las provincias argentinas, los rasgos
prominentes del tipo africano en sus facciones toscas y
gruesas y en su cabello lanudo. Su carécter era de tem-
ple varonil y belicoso; tan adiestrados en el arte de la
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO H 57
riña, tan ágiles en el manejo del arma blanca, que el
puñal, de que iban siempre provistos, brillaba en sus
manos con habilidad tan admirable y pasmosa, que mas
de una ocasión hubo que uno solo de ellos corriera
partidas de 10 y de 15 hombres, sembrando tajos y esto-
cadas. Los españoles y los collas un dia, y los colom-
bianos mas luego, recibieron terribles pruebas de esta
verdad.
De espíritu vulgar, de inteligencia ruda, eran locuaces,
mas sin cultura ninguna al cerebro; borrachos y osados;
groseros y torpes en su trato y maneras y lenguaje; in-
dolentes y viciosos; ordinarios en sus gustos y hasta
crueles en la vida privada. Jamas fueron progresistas;
versátiles en su opinión casi inconciente y siempre bus-
cando al caudillo, al demagogo á quien seguir, á quien
adular con bajeza y aquien querer en un movimiento de
entusiasmo y por quien luchar hasta morir, como se los
llegó á ver durante las grandes ajitaciones políticas que
despertó el huracán revolucionario.
Aunque así siguieran y se prosternaran al influjo del
caudillo político, siempre de la clase decente, y aunque
ambiciosos, por instinto, de ascender socialmente para
saciar los odios de raza, amaban y seguían y porfiaban
por imitar las tendencias y la vida y asimilarse las pasio-
nes y hasta los vicios propios de la juventud decente ó
clase rica, aquien constantemente servían y cuyo trato
ante ella era y fué siempre lleno de ceremonioso respeto,
como debido á raza superior y dominante; pero, en aque-
llos los últimos tiempos de la dominación española, esa
adhesión, ese amor, si puede ser, de la plebe á la juven-
tud y hombres notables del país, fruto era de la igualdad
de patria, pasión que se levantaba en el corazón de la
población americana, contraria á los españoles peninsu-
lares, cualquiera que fuera la clase y color, como una
muda pero amenazante y poderosísima protesta ^üe se
ensanchaba mas cada dia, como el esfuerzo del antago-
nismo que esa misma plebe sentia contra el influjo pican-
te, hiriente al orgullo local y contra la soberbia de los
europeos; odio y repulsión no menos justificado que no-
torio y que cada dia mayor encono producía. Por que
58 . DR, BERNARDO FRÍAS
como hubiera' sido . sistema natural seguido por los es
pañoles el desden á todo y por todo cuanto no fuera hijo
de España, y la soberbia ostentosa que del simple hecho
de haber nacido en la península los llenaba de una ter-
quedad insultante y agresiva que nunca pudieron dejar
de tratar coa orgullosa dureza á todo lo americano, con
especial caso de la plebe, á quien consideraban raza de
origen inferior por excelencia, ayudó esto, en gran ma-
nera, á la producción de aquel fecundo fenómeno de la
unión, parto exclusivo de aquellas circunstancias, entre
todo hombre americano contra la dominación y des-
potismo peninsular; y los miembros de la plebe vinie-
ron, de esta suerte, á mirar al blamío americano como
á real y verdadero compatriota, por que no era extran-
gero, por que habla nacido como ellos y crecido y amado
la misma tierra, en cuya misma sociedad se liabian
conocido y actuado;— los unos, los pobres, gratos de sus
larguezas, protección y favores; y los otros, los ricos ó
decentes, reconocidos á sus servicios, llegando, por este
excepcional y complicado modo, á unirse las razas contra
lo que ya era considerado por enemigo común. Unié-
ronse en ese amor patrio, local y ardiente; se doliañ dé
análoga vejación y asociaron su desprecio y repulsión
nativa por el extrangero advenedizo y soberbio que, sin
mas títulos de dominación que la fuerza de las armas y
el derecho de conquista, aparecía de señor y dueño de la
casa ajena.
Justo es, á su vez, el confesar que ú este sentimiento
hostil y también en mil ocasiones agresivo, correspondían
los españoles odiando á los mulatos con la mas profunda
aversión.
VI
Cuando Felipe II pasó de esta vida, cien años después
del descubrimiento de América, España estaba ya en ban--
carrota, á pesar de aplicar á sus arcas los* tesoros inago-
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 59
tables de Méjico y el Perú; y de los monarcas que
sucedieron en el trono español, ninguno de ellos fué
capaz de contener siquiera la decadencia de la nación.
El despotismo político del rey y el religioso ejercido
por la iglesia, agregándose á estas desgracias las calami-
dades de las guerras exteriores, mataron toda iniciativa,
todo progreso en los dominios españoles: y como en el
seno de todo despotismo se crian y ensanchan las fuentes
perniciosas de la corrupción de los caracteres ú la par
que de las conciencias, logróse arrancar de aquella corte
privilegios de exclusivismo para la explotación de las
colonias de América, en daño directo de estas como de
las mismas industrias españolas; por que no solo se cui-
daron los hombres de aquel gobierno de prohibir bajo
penas terribles todo comercio de los extrangeros con los
pueblos americanos, para que solo la industria de España
pudiera explotarlas y enriquecerse con ellas, sino que,
los mismos puertos españoles fueron cerrados y prohibido
en ellos el comercio de ultramar.
El primer objeto de semejante tiranía era el conceder
el monopolio de todo el comercio americano á los co-
merciantes de Sevilla, favor que mas luego pasó ú los
comerciantes Me Cádiz. Para ello se estableció en aquella
ciudad privilegiada la Casa de Contratación, tribunal co-
mercial con quien únicamente podia ser lícito contratar
los intereses mercantiles del Nuevo Mundo. Sus ganan-
cias debieron ser fabulosas, y el puerto de Cádiz, siendo
el único por donde se practicaba el comercio marítimo
de las colonias, llegó á adquirir fama universal, á con--
vertirse en lo que vino á llamarse el emporio del orbe,
de cuya hermosa bahia partían las flotas y los galeones
anuales transportando á la América las mercaderías es-
pañolas, y á donde retornaban cargados de la plata y el
oro que en tan inmenso mercado recogían. Mas de un
siglo después, recien se habilitaron, para practicar este
comercio, los puertos de Barcelona y la Coruña.. •
Para asegurar los mas gananciosos resultados á este
monopolio, cerráronse también todos los puertos de Amé-
rica al comercio del mundo, dejándose francos uno para
el norte y otro para el sur, por donde practicaban sus
60 DR. BERNARDO FRÍAS
desembarcos las flotas de Cádiz. Aquellos puertos eran
Panamá y el Callao en las costas del Perú.
VII
Favorecida indirectamente por estos principios y prácticas
legales y económicas, Salta llegaba, á mediados del siglo
XVIII, al apogeo de su esplendor social y mercantil, al
tiempo mismo que se establecía el virreynato de Buenos-
Aires.
Leyes bien combinadas del despotismo y de la natura-
leza de su situación diéronle, sin duda, esta su prospe-
ridad envidiable, por que, como fuera el Callao, sobre el
Pacífico, allá en la costa del Perú, el único puerto habi-
litado para recibir las mercancías españolas é introducir-
las desde allí al resto distante de la América, y hallándose,
por consiguiente, cerrado el tráfico mercantil por Buenos-
Aires, todo el inmenso territorio comprendido entre el
Rio de la Plata y las pampas del sur hasta los pueblos
enclavados en las sierras del Perú, mas allá del Desagua-
dero y aun hasta el Ecuador, se surtían de aquel único
puerto privilegiado, repartiéndose los cargamentos y dis-
tribuyéndose las mercancías en las innumerables pobla-
ciones derramadas en tan dilatados territorios.
Salta, colocada en el centro, ó sea en el punto equidis-
tante de los grandes extremos de lo que era el antiguo
virreynato del Perú, de donde bajó la conquista y el
comercio y la civilización de estos territorios hoy argen-
tinos, habla sido, por un cúmulo feliz de circuntancias,
la privilegiada entonces por el destino. En ella estaban
radicados muy importantes intereses militares; en ella
hacían su confluencia con la lejana capital, que lo era
entonces Lima, los caminos que de todos los puntos del
horizonte la unían con Buenos Aires y los pueblos del
sur, con el Paraguay y los del este, con Catamarca y los
del poniente, mientras á su plaza central convergían las
rutas septentrionales de Jujuy y Potosí, Charcas, Tarija
y hasta Cochabamba y la Paz. Su proximidad con los
salvajes del Chaco y su fuerte posición la hablan hecho
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA—CAPITULO II 61
el centro de las fuerzas y recursos militares de las regio
nes centrales, á cuya superioridad hablan cedido los
antiguos asientos militares y políticos de Esteco y Santiago
del Estero.
Esta tan ventajosa situación habla atraído á su seno &
formar su inteligente y activo vecindario, hombres de
prestigio, de signiticacion social, generales y nobles, fac-
tores de saber y de labor. Elementos de comercio y de
especulación fueron acumulóndose en su plaza con proficuo
resultado, dilatando la fama de su nombre y dando á sus
habitantes, así de la ciudad como de la campaña, la in-
clinación al comercio activo y poderoso y á la explotación
especial del ramo de trasportes, que fué una de las mas
célebres especulaciones.
VIII
La inmensa distancia entre el Callao y Buenos Aires,
puntos extremos del trayecto comercial, ofrecía zonas de
muy diversa topografía las que exigían, á su vez, medios
diversos para verificar sus comunicaciones. Por que desde
Salta hasta las riberas del Rio de la Plata, el terreno del
sur es todo llano y de suave pendiente, lo que hizo em-
plear mas tarde, como vehículo de transporte de las mer-
caderías del Perú, descargadas en Salta, las carretas tiradas
por bueyes y muías, de paso lento y pesado, que para
conseguir así llegar á su destino, si era Buenos Aires,
gastaban seis meses de peregrinación en medio de azares
y peligros. 1). Este pesado sistema de transporte era inútil
é impracticable desde Salta por toda la región del norte,
hasta Lima ó el Callao. La topografía del país varia
completamente; las llanuras y los planos desaparecen á
medida que se asciende hacia el Perú; los horizontes se es-
trechan; montañas cada vez mas escabrosas y elevadas se
suceden desde la Quebrada de Humahuaca en toda una
1) En 1802 se comenzó recien á abrir el camino para carretas de Salta
á Tucuman. ordenado por el virrey y practicado por Sierra. Hasta
esa fecha los cargamentos á lomo de muía se asaban hasta Córdoba,
por lo ménoB.
62 DR. BERNARDO FRÍAS
comarca rocallosa; rios de rápido caudal que bajan con
estruendo sobre las rocas, cortan con tajo peligroso el
camino; el frió intenso sucede ü la suavidad del clima
argentino; camino estrecho y sinuoso por entre las mon-
tañas continua así sobre las rocas hasta subir al Despoblado,
elevada planicie donde Ja nieve cubre la tierra en el in-
vierno y el cierzo helado, libre en aquel campo abierto y
desolado y desnudo de arboledas, lo cruza y lo azota
constantemente. Por su centro se ve atravesar, como una
cinta parduzca, la huella de antiquísimo camino que en-
dereza hócia el norte hasta perderse de vista entre las
brumas del lejano horizonte. Por él bajaron las huestes
del Inca hasta tomar á Chile por Cuyo; por él bajó la
conquista española con la civilización europea y la raza
blanca; por él llegaron los jesuítas con sus libros y co-
legios, y por él cruzó dos siglos el comercio cediendo
su paso un dia á ejércitos contrarios, victoriosos unas
veces, vencidos otras, y presentando hoy dia solo el tes-
timonio por donde cruzó la opulencia de otros siglos y
el esplendor y poderío de vasto y antiguo imperio.
Salta venia ú hallarse colocada, de esta suerte, precisa-
mente en el punto en que, terminando la parte montañosa
y de dificultoso trayecto, se ai)re la tierra en valles dila-
tados y planos ó pampas pastosísimas, y por consecuencia
de ello, venia á ser el punto central y obligado para pro-
veerse de todos los elementos de transporte. Desde Lima
ó el Callao (\ Salta, todo el trasporte de las mercaderías
españolas internadas al interior de la América, hasta el
Rio de la Plata y Mendoza, se efectuaba á lomo de muía,
y desde Salta á Buenos Aires, mas tarde, en carretas.
Además, todo el tráfico interior ó propio y local de los
pueblos del Alto y Bajo Perú; todos los trabajos de esta
clase de los asientos mineros de Potosí en el sur y del
Cerro de Pasco mas allá de la Paz y del Cuzco; el movi-
miento comercial y todo aquel necesario á la vida activa
de todas las poblaciones peruanas en la Costa, en la Sierra
y en los valles, solo se realizaba en cargas sobre muías,
de manera que no solo el comercio general sino el movi-
miento entero de la vida económica de todas aquellas
dilatadas y populosas regiones, desde Jujuy hasta el Ecua-
HISTORIA DE. GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO H 63
dor, y desde Santa Cruz de te Sierra eñ los confines de
los desiertos brasileros hasta Lima, en la costa del Océano
PacíflcOy' hacian necesario é indispensable este artículo; y,
con Solo su simple irídicacion, basta para pensar cuan
inmenso debia ser su consumo y cuan fuertes fortunas
debieron levantábase á su sombra y manejo. La cria y
venta de muías formaba, pues, en aquellos tiempos, él
ramo de comercio mas poderoso para los americanos y
de pingues ganancias. No habia otro vehículo de trans-
porte para toda la extensión de las provincias peruanas;
por que era la muía el único animal capaz de soportar y
de cruzar, con segurida,cl y resistencia, su clima, su suelo
rocalloso, la inmensidad de sus distancias, las fatigas de
viajes penosísimos por sobre montañas bordeadas de in-
fií^itos y espantosos precipicios; y así era con ellas que
se trasportaba el comercio entero de casi la mitad de la
América del Sur, cruzando toda la inmensa extensión
montañosa que, levantándose desde Humahuaca y Potosí,
llena dilatadísima zona hasta la angosta faja arenosa y
fértil tan celebrada bajo el nombre de la Costa y que,
desde el pié de la Sierra, baja hasta el mar Pacífico,
apenas de 20 leguas en su mayor anchura y en donde
estaban asentados Lima, el Callao, y demás poblaciones
activas, opulentas y mercantiles. Para llegar hasta ellas,
era fuerza el ascender por caminos tortuosos, estrechos
y difíciles al través de las montañas heladas y rocallosas,
áridas y desnudas casi de vejetación, cuyos precipicios, por
donde solo puede pasar un hombre de frente, unían puéur
tes colgantes entre una cumbre y otra, soplados por el
viento eternamente y formados de cuerdas de lana sujetas
sus extremidades entre peñascos, cuya remota his-
toria se perdía entre los anales de los incas, y mirán-
dose en el fondo serpentear sus rios torrentosos como
cintas dé; plata perdidas en el seno del abisittó; tan hondo
y tan profundo, que sus ondas, al quebrarse contra las
rocas de su lecho, no alcanzan á llevar su voz hasta la
cima, por donde pasan los estrechos y ásperos caminos.
Abriéndose la Sierra, deja extenderse en su seno* valles
pequeños y fértilísimos, llenos de activas é industriosas
poblaciones compuestas casi todas ellas de indios en su
64 DR. BERNARDO FRÍAS
gran moyoría, sucediéndose los nombres de Huoncayo,
Huamanga, Jauja y Tarma entre sus escabrosidades; todos
cultivados, mostrando una tierra ubérrima y una vegeta
cion animada y copiosa que desde las ásperas alturas de
sus montañas heladas y desnudas, se muestran como
verdaderos vergeles alternando á maravilla lo tórrido de
su clima con lo árido y frió de la altura de sus montañas
Era así Salta, por su situación mediterránea en el centro
de aquel tan inmenso territorio, desde siglos atrns, el
centro comercial mas importante y poderoso de todo el
Rio de la Plata, contado en ello al mismo Buenos Aires, al
Paraguay y Montevideo; por que, estando cerrados á la
especulación mercantil sus puertos, todo el comercio de
ultramar, hasta la creación del virreynato de Buenos Aires,
se hacía por el Perú, por el puerto del Callao y en la fa-
mosa plaza comercial de Lima; y era así Salta, por aque-
llas sus condiciones como por la industriosa actividad
de sus habitantes y sus recursos apropiados y numerosos,
el centro de todo aquel gran movimiento mercantil y donde
se hallaba la fuente de su mas fecunda y poderosa espe-
culación.
Los ramos principales y dominantes de su riqueza con-
sistían en el servicio de transportes procurado con las
muías, y en la provisión de las mercaderías europeas á
todas las poblaciones centrales, desde la Rioja por el sur,
hasta Tarija por el norte; pues, respecto de estos centros
comerciales comprendidos en esta zona central, era Salta
para ellas, lo que para Salta fueron Lima primero y mas
tarde Buenos Aires, cuando se habilitó su puerto; es de-
cir, el centro de las casas introductoras y de los fuertes
capitalistas.
Todos los habitantes de Salta aplicaron su actividad á
este lucrativo comercio. Los campos feraces de la pro-
vincia, desde la frontera de Tucuman, y desde las faldas
de los Andes hasta las alturas de Jujuy, especialmente en
las tierras de pan llevar contiguas á las ciudades y pue-
blos principales, derribaron sus bosques, limpiaron y
surcaron su suelo cubriéndolo de cuadros de alfalfa, donde
preparal>an el ganado mular recolectado desde San Juan
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO U 65
y Santa Fé, para emprender, formando las tropas d£ muías,
las famosas expediciones al Perú.
£1 incremento de este poderosísimo comercio llegó á
grado tan extremo, que el vecindario de Salta se halló
aflijido por la escasez de los frutos de la tierra mas in-
dispensables para su sustento diario, por estar esta, casi
en todo el valle de Lerma que rodea la capital, destinada
á la atención de las invernadas de muías. Sus quejas,
llevadas al conocimiento del cabildo por el Síndico Pi*o-
curador, en 1811, después de corrido un año ya de revo-
lución, decían, recordando los pasages bíblicos:—» De todas
las artes y trabajos, el primero en orden al tiempo y de
la naturaleza ha sido la agricultura y es también el pri-
mero que Dios mandó al hCKnbre aún en el estado de
inocencia; después de su caida, la necesidad del alimento
y vestido ha hecho necesario el cuidado de los animales
de que usa de diversos modos. Estos dos trabajos divi-
dieron entre sí los dos primeros hijos del primer hombre;
fuU atitem Abel pastor ovium, et Caim agr/cola. » Y se agregaba
por el síndicx> diciendo que «r su objeto es representar el abuso
de las invernadas que se toman de cantidad considerable
de muías, sin tener suficiente terreno para ello. » 1).
Empresas de notabilísima importancia y de ingentes
capitales hiciéronse famosas entonces. La casa de Can-
dioti, de Santa Fé, tenia sus vastos depósitos y criaderos
mulares por el sur, y las invernadas, como vino á lla-
marse al engorde de este ganado, se practicaba en los
extensos cultivos de Salta; y es fama que, esta sola casa
expedicionaba con 20.000 muías por año, dirigidas y arre-
gladas por expertos capataces sáltenos, que se llamaron
arrieros; 2) amparada en gran parte contra la competencia
1) El cabildo, convencido de la verdad del reclamo, acordó la prohibición
de invernadas en todo el valle de Lerroa, señalando para ello, desde
el Rio Blanco hasta la Paerta de Diaz y de oriente & poniente, las
sierras qae circundan el valle hasta la Lagunilla. (Acuerdo de 80 de
Marzo de 1811) Mas, como en medida tan absoluta se herían intereses
bien adquiridos y respetables, la ordenanza no tuvo efecto; y aquellos
famosos negocios solo cedieron á los intereses de la guerra de la
independencia.
2) Los negociantes en muías, capitalistas que por si ó en sociedad eran
dueños del negocio y que personalmente marchaban con las tropas al
Perú, llevaban el nombre de troperos: lo eran todos los hombres decen-
tes que se ocupaban de este ramo de comercio: los conductores asa-
lariados y prácticos, tenian el nombre coman de arrieros y capataces.
i
6e DR BERNARDO FRÍAS
de Otras de su especie, por la contrata real de que gozaba,
por la cual, las muías que introducía iban ú proveer ú
los numerosos pueblos de la Sierra, siendo sus curas los
que, encabezando á los indios, sus feligreses, sallan con
ellos á recibirlas, siendo obligación de cada indio de
aquellos el comprar una, á lo menos, por año, y cuyo
pago se hacía dinero de contado, si ello era posible, y, en
caso contrario, á la vuelta del año.
Este era, entre mil otros, uno de aquellos privilegios de
que estaba recargado el comercio americano en provecho
de los favoritos del gobierno peninsular; y una de las tra-
bas con que se hacía cada vez mas odioso y pesado el
despotismo.
Al lado de las empresas privilegiadas de Candioti, figu-
raban en primera línea y en todos los grandes ramos del
comercio,— muías, mercaderías, esclavos negros y metales
preciosos, las célebres casas del general D. Pedro Antonio de
Gurruchaga y la de D. Juan Antonio de Moldes, españoles
ambos y casados y vecinos de Salta. Eran estas dos casas
las de mayor capital y mas extensas relaciones comerciales
de cuantas existían en el Rio de la Plata.
Casas de menor empuje y, por tanto, de mas reducido
vuelo, se contaban numerosas, como las de D. Domingo
Olabegoya, D. Tomás de Archondo, D. José deOrmaechea,
D. Pedro José de Otero, D. José Francisco Araoz, D. Igna-
cio de Gorriti, la de-Bárcena, de D. Domingo de Puch, las
de D.'José Rincón, D. Vicente Toledo, D. Pedro José Saravia,
D. Manuel Antonio Tejada, D. Pedro José delbazeta y de D.
Gabriel de Torres, en fin, quien contaba hasta cuarenta
viajes á Lima. Y para que pueda calcularse y formarse
idea mas ó menos exacta de la importancia de las introduc-
ciones de muías al Perú por estas casas de segundo orden
y, por ende, imaginarse la poderosa riqueza de las gran-
des de Moldes y de Gurruchaga, bueno seré saber, por
ejemplo, que D. Lorenzo Martínez de Mollinedo introducía
al Perú en 1804 y en un solo viaje, algo mas de 5.000 muías,
y cuyo costo de adquisición en el mercado é invernaderos
de Salta, habíale subido á 35.000 pesos fuertes; y que la
casa de Ormaechea, ya arruinada, dejaba, en 1810, un activo
de 80.000 pesos de igual moneda.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA—CAPITÜLO II 67
La paz inalterable de que gozaba el continente, al monos
en sus regiones centrales; la fama de estos mercados, de
aquellas especulaciones y del nombre de aquellos comer-
ciantes poderosos, conocidos y celebrados en mas de mil
leguas ú la redonda; el crecimiento, en fin, de las necesi-
dades y del mismo progreso y riqueza general que, aunque
oprimidos, se ensanchaban cada dia y robustecían, daban á
aquellas transacciones mercantiles mayor incremento y
mayor ensanche ó las fortunas y mas franca puerta al lujo
y bienestar de las ciudades de donde recibían su impulso.
En su tranquilo progreso solo tuvieron un tropiezo, de gra-
vísimos resultados. La sublevación de los indios peruanos á
la voz de Tupac Amarú, cuyo alzamiento alcanzó por el
sur hasta la quebrada de Humahuaca, tomó á muchos de
estos comerciantes en el Perú con sus intereses, y que-
brantó algunas fortunas que allí cayeron; cortó repentina-
mente el comercio en aquellas comarcas que, con la paz
que sobrevino después de 1782, volvió de nuevo é endere-
zarse con iguales lirios. De solo el Paraguay se compraban
mas de (>0.000 muías por año con destino al Perú; 1) y
uniendo ú esto todas las recolectadas en Santa-Fé, en Entre-
Rios y San Juan, donde se producían las mas famosas, y
en todo el centro y norte de la hoy República Argentiría,
para llenar los invernaderos de Salta, de Jujuy, de Tucu-
man y Catamarca, ú qué prodigiosa suma no alcanzarían!
La internación de estas recuas de muías & las regiones
peruanas la verificaban los troperos en toda época del año,
comerciando principalmente en Potosí, Ghuquisaoa, la Paz
y, cruzando el Desaguadero, en el Cuzco, en los pueblos
de la Sierra, en el Cerro de Pasco, en Lima, Arequipa, y
demás ciudades de la Costa. Pero la afluencia de las tro-
pas de muías era mas abundante en determinadas estacio-
nes del año para aprovechar las ferias comerciales que
se celebraban por allí, descollando, entre las mas farñosas,
las de Huari. Era en aquellos sitios frecuentados por los
mayores negociantes, donde se hacian las grandes tran-
sacciones y en donde los capataces sáltenos, domadores
y ginetes gallardos y diestrísimos, desplegaban todo el
1) Mitre, Uist. de Belgratio, T. I púg. 57.
66 DR. BERNARDO FRÍAS
brillo de su habilidad y gracia para deslumhrar con ellas
la admiración de los compradores peruanos. Por que
como se buscara muchas veces muías de silla, por ejem-
plo, mansas y adiestradas como para el servicio de aque-
llas gentes tímidas y poco fuertes en este arte de cal)algar,
sucedía que, elegida por el interesado de en medio de la
recua, el capataz, arrollando el poncho sobre el hombro
y ajitando el lazo con donaire sumo, la extraía aprisiona-
da del cuello y, saltando sobre ella, la hacía desplegar
condiciones de mansedumbre, de fortaleza, de elegancia
y de brios, al mismo tiempo, que triplicaban su precio.
De regreso del Perú, aquellos trancantes llegaban á Salta
conduciendo cargamentos de plata sellada, ó bien de
mercaderías y frutos propios de aquellas regiones, como
eran el cacao, el chocolate, el café, la coca, el azúcar,
lienzos y tejidos finos de Santa Cruz; azogue y metales
preciosos en barras de plata y tejos de oro.
El Perú gozaba, por aquellos tiempos, de fama uni-
versal por sus riquezas; y su oro, sin llamar la atención
del mundo, se derramaba en Salta y en Buenos Aires
con incesante abundancia en pago de sus mercaderías, de
sus esclavos, de sus ganados, de sus muías especialmente;
de sus suelas, de sus harinas, de sus tabacos, de sus al-
coholes y cigarrillos. Y aquellos viajes lejanos; aquellas
pampas y sierras y torrentes y precipicios que formaban
el poético encanto de las narraciones; aquellos grandes ne-
gocios é improvisaciones de fortunas; aquel Perú, en una
palabra y aquella Lima, sobre todo, emporio de los pla-
ceres, era la fantástica ambición de la juventud elegante
y emprendedora. El viaje á Lima daba una especie de
nombradía á quienes llegaban á alcanzarlo y de quien
nadie quería quedarse extraño, formando, en aquella época,
el objeto verdaderamente satisfactorio y deseado de todos
veras; el que labraba los sueños dorados y voluptuosos,
por que era el país del oro y de la fortuna, del juego y
de los grandes negocios; el seno de las delicias coronadas
con su cultura de renombre y la mágica seducción de
sus mugeres; el asiento, en fin, de la moda, del lujo y
del amor. La fama de sus atractivos se derramaba á
la manera de la que tiene hoy para los ricos de provincia,
mSTORIA DE GÚEME8 Y DE SALTA— CAPÍTULO lí 69
Buenos Aires, y para los de Buenos Aires, Paris.— « ¡Oh,
Lima; quien no te conoce no te estima! » Así exclamaban
aquellos viajeros vueltos ó sus pacíficos hogares, recor-
dando en sus ensueños los encantos de la sultana del
Rimac. De allí traian las sederías, los terciopelos, los te-
jidos de plata, las perlas, los brillantes, los perfumes, todos
los esplendores del lujo para ataviar las damas y las hijas
de familias acaudaladas.
IX
Por los años de 1778, convencido el gobierno español
de la importancia que adquirirían estas comarcas con
la libertad del comercio por Buenos Aires, franqueó, al
fin, su puerto, y con acontecimiento tan extraordinario,
cambiaron ó, mejor, alteraron los rumbos primitivos.
Desde aquella fecha, la introducción de las mercaderías de
ultramar se hizo mas fácil y mas rápida por Buenos Aires
que no por el Callao para todas estas comarcas que se
extienden á la parte oriental de la cordillera, y los carga-
mentos á lomo de muía que tenían que trasmontar las
elevadísimas y dificultosas serranías del Perú, para surtir
de efectos ultramarinos estas regiones, se sustituyeron por
las tropas de carretas, cargadas con los mismos efectos
introducidos por via de Buenos Aires. 1). Estos cargamentos^
así conducidos, llegaban hasta Córdoba, mas tarde hasta
Salta, y eran otra vez, aunque á la inversa ahora, tras-
ladados en este punto, en tropas de muías por las regio-
nes montañosas y de estrechos y ásperos caminos que
comprendían las provincias altas ó de arriba, conforme se
las llamaba entonces; de manera que hasta Potosí y Chu-
quisaca y Santa Cruz, como todas las innumerables pobla-
ciones de sus contornos colmaban sus tiendas de efectos
introducidos por Buenos Aires. La Paz y demás pueblos
septentrionales, quedaron, por motivo de su situación,
sujetos á proveerse, en gran parte, del Perú, pero, á favor
de las muías de Salta.
1) Las que mas tarde deboriau emplearse en el trasporte de los ejércitos
de la Patria.
70 DR. BERNARDO FRÍAS
Para llenar estas necesidades de las plazas comerciales
del Alto Perú, las casas fuertes de Salta, descollando so-
bre todas ellas la de Moldes y la de Gurruchaga, efec-
tuaban las grandes internaciones de mercaderías á las
provincias hoy bolivianas. Y no debe imaginarse que estas
casas se surtían del mercado de Buenos Aires, por que
siendo las mas fuertes y de mayor crédito de todas cuan-
tas hablan en el Rio de la Plata, eran verdaderas casas
introductoras que contrataban por su exclusiva cuenta
directamente en la plaza europea de Cádiz, sirviendo para
favorecer aun ú las mismas de Buenos Aires, como que
en 1785, por ejemplo, la casa de Gurruchaga trajo de Es-
paña en el buque Nuestra Señora de Monserrat, valiosísimo
cargamento dé mercaderías, y de ellas, en la plaza de la
capital, de paso, vendía un valor de 73.000 pesos en una
sola contrata, operación elevadísima que hoy, después de
mas de cien años de independencia y progreso y liber-
tades, no alcanza á realizar casa alguna de las que for-
man el actual comercio de Salta. 1).
Fué así, por razones semejantes, por residir en Salta
los mas fuertes capitalistas de entonces y de tener su
teatro establecido ya de muy antiguo y dominado, que
aun después de habilitado el puerto de Buenos Aires con
sus franquicias comerciales y aun durante la revolución
y la guerra civil que sobrevino. Salta constituyó siempre
el mercado principal, en los dos últimos periodos men-
cionados ya con una jurisdicción estrechada por los ex-
traordinarios acontecimientos, para todas las ciudades de
segundo orden; y sus casas comerciales y fuertes prove-
yeron, en tan dilatado espacio, á toda una inmensa región
con la pujanza y robustez de sus capitales, pues bajaban
á su mercado para proveer sus tiendas, los comerciantes
de Catamarca, de Santiago, de Jujuy, de Oran y de Tarija
y demás pueblos meridionales de lo que es hoy Bolivia.
A toda esta riqueza y encumbramiento del comercio de
Salta, hócese necesario agregar en la balanza de su for-
tuna, un ramo que reportaba las mas pingües ganancias:
1) Arch. de la Prov. de Salta, Año 1810, J. Lorenzo R. de Villegas contra
la testamentaria de D. Pedro Antonio de Gurrachaga, f. 1.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO II 71
—la introducción y venta de esclavos negros. Este era
objeto de lujo. El esclavo neí?ro, escaso como el oro,
impuesto por la moda en el servicio lujosísimo de las
casas opulentas, introducido en cantidades limitadas por
el puerto de Buenos Aires desde las costas del África
occidental, tenia una demanda y una estimación extraor-
dinaria y creciente, y su precio era tan elevado, especial-
mente en el Perú, que cada un esclavo de ellos valía
desde 1.000 y 1.500 pesos fuertes, arriba. Y esto no lleva
exajeracion, pues en Salta, á pesar de su lujo, á pesar de
su orgullo aristocrático y de la opulencia de sus fortunas,
existieron muy pocos negros; y el valor corriente de los
mulatos esclavos variaba entre 300 á 400 pesos fuertes.
Todavía veinte años mas tarde de la época que recorda-
mos, cuando la moda y las castas hablan desaparecido y
el servicio doméstico se hizo mas fácil y abundante con
la libertad y la competencia, en Lima se hallaban pocos
negros y los pocos que habían eran carísimos 1). Expe-
culando sobre este ramo tan de lujo y de buen
tono entonces, aquellas casas de Gurruchaga y de Mol-
des introducían, desde Buenos Aires para Lima y de-
mas provincias del Perú, grandes recuas de 500 y de
1000 negros esclavos para venderlos en aquellos mercados
afamados por la molicie, el fausto y el lujo, lo cual venía
á representar no solamente artículo de rápida negocia-
ción, sino, al mismo tiempo, sumas ingentes de capital y
de especulación, como que por estos tan ligeros testimo-
nios que aun se conservan, se revela que rodaban millo-
nes por sus manos. 2).
Era, pues, el abasto del Perú lucrativo en grado extremo;
y como este privilegio creado por las circunstancias, es-
taba monopolizado, podia decirse con sobrada razón
gracias á su progreso y fuertes capitales, en las plazas de
Buenos Aires en un extremo y de Salta en el otro, pues
Córdoba y Mendoza no compartían directamente en él, y
las demás ciudades que hoy encabezan los estados argen-
tinos, apenas si pasaban de raquíticas aldeas, el tráfico
1) D'Orbígny y Egriés • Viaje por América, etc. • T. II, pág. 13.
2) V. F. López, «La Revolución Argentina.»
72 DR. BERNARDO FRÍAS
comercial de arabos centros de actividad y de negocios,
era cada dia de mayor incremento, y su vuelo igualmente,
cada vez mas fecundo y poderoso; como que en 1806 ya
lo afirma el Dr. Moreno, mas de 300 buques de comercio,
cargados de mercaderías ultramarinas, arrilDaban anual-
mente al puerto de Buenos Aires, y de estos valiosísimos
cargamentos, mas de 18 millones de pesos fuertes se in-
ternaban al Perú pasando á él por intermedio de las
poderosísimas manos del comercio de Salta. 1).
Este tan poderoso comercio, al mismo tiempo que acre-
centaba la fortuna, el lujo y el bienestar en Salt^, donde
la pobreza fué virtud desconocida hasta la hora de la
revolución, daba ú sus habitantes la actividad, la viveza
del ingenio, la liberalidad de su trato y sentimientos, des-
precio á los peligros, amor á lo grandioso, á lo mara-
villoso y aventurado y un anhelo inquebrantable hacia la
independencia personal, adquirido todo ello por su labor
y transacciones continuas como recogido por sus largos
vieyes al través de montañas, de pampas y desiertos, todos
llenos de atractivos ó novedades ó peligros que amena-
zaban no tanto su fortuna como su vida; virtudes ellas
que muy en breve hablan de hacerlas servir para libertar
la patria de secular opresión é injustísima y torpe ser-
vidumbre, con aquel brillo, con aquel heroísmo, con aquella
altura de ideales y de principios y con aquel estruendo
de su bravura y de sus hazañas con que han llamado la
atención del mundo.
Aquella riqueza que originaba el comercio con el Perú y
demás pueblos interiores hasta Catamarca, que no podían
proveerse directamente de Buenos Aires por la flaqueza
y mezquindad de sus recursos, y acudían á Salta á cubrir
sus necesidades, se hace mas resaltante y se puede apre-
ciar en algo la importancia de las fortunas formadas á
su amparo, cuando se contrapesa con esas ganancias la
facilidad y extrema baratura de la vida, donde una muía
de tropa valía hasta 7 pesos y era vendida en el Perú de
25 arriba; donde una vaca tenía por precio corriente de
2 á 3 pesos, hallándose de ellas los campos orientales de
1) V. F. López, -llist. Argent.» T. I. Pág. &(36,
HISTORU DE GÜEMES Y DE SALT^— CAPÍTULO II 78
la provincia, desde Oran & Tucuman, cubiertos en cantidad
innumerable; y un caballo de 4 á 8; y una oveja, 4 ó 6
reales; donde la casa de mas alto precio no excedía de
15.000 pesos y su alquiler ordinario de 30; y el de una
tienda en la mejor calle comercial variaba entre 10 y 20
pesos mensuales; dos reales costaba un par de zapatos y
2 pesos la confección de la levita de un coronel.
X
Al lado de aquella riqueza acumulada por los esfuerzos
del comercio, Salta contaba con la inmensa fortuna que
representaba el sólido capital de su producción territorial,
vinculado mas que en sus minas y sus industrias, en sus
crias de ganados y su fuerte y activa población.
No hay, de quellos tiempos, la cifra estadística que
muestre con verdad matemática la altura de su floreci-
miento; mas la sucesión de grandes hechos históricos y la
fé encerrada en venerables monumentos, cubren satisfac-
toriamente aquel vacío. Salta con sus campos de selvas
frondosas, sus fértiles valles, sus cerros arbolados y pas-
tosos, su clima cuya variedad comprende todas las zonas;
sus ricos pastos de la mas fuerte substancia nutritiva y la
especial inclinación de sus habitantes á los quehaceres
rurales, era tierra de predilección para la riqueza ganade-
ra. La cria vacuna, mansa y ordenada en puestos, hebia
subido, al rayar el siglo XIX, (i cantidad fabulosa. El vil
extremo de sus precios,— siendo la carne el alimento común
de toda la población del país, muestra, mas que nada
quizá, el exceso de su abundancia. El ganado lanar que
se habia propagado regularmente en el valle central y en
el de Calchaquí, era, por su abundancia, la riqueza semo-
viente de las comarcas del norte de Jujuy, donde en poder
de cualquier indígena de aquellas latitudes, era cómun el
hallar rebaños de 10.000 ovejas, siendo la población in-
dígena de aquellos centros, casi igual á la que contaban
algunas de las ciudades que son hoy capitales de provin-
cias argentinas.
En el periodo que se abrió en 1810, Salta mostró hasta
74 DR. BERNARDO FRÍAS
donde alcanzaba la fuerza de su riqueza; por que, desde
el ejército que, bajo las órdenes de Castelli, llegó á la
provincia en aquel año, liasta el que volvió vencido en
1815, después de Sipe-Sip3, fueron sostenidos con pródiga
abundancia con los ganados sáltenos; y las fuerzas que
desde 1814 hasta 1832 sostuvo á sus solas espensas esta
tierra generosa, no tuvieron otros extraños recursos.
Baste para calcular la suma de ganado consumido ó per-
dido durante aquellos conflictos que envolvieron la pro-
vincia de Salta por mas de quince años, traer á la
memoria una de aquellas campañas militares. El ejército
español que realizó la invasión de 1817, por ejemplo,
contaba de 4 á 5.000 hombres; Güemes, con la provincia
de Salta sublevaba en masa, movía, desde Tarija hasta
Tucuman, al rededor de 6.000; mientras tanto, el ejército
nacional en sus cuarteles de Tucuman, contaba cerca de
3.000 soldados, lo que demuestra un cúmulo de fuerzas
superior á 12.000 combatientes, sostenidos con los ganados
de Salta. Añádase á todo esto y olvidando mucho, todos
los abusos que se cometieron por una y otra parte bajo
el apasionamiento de la lucha y el desorden que en-
gendra una revolución; los arreos de hacienda que,
hasta 1823, tomó por sistema de guerra el general Olañeta;
el consumo de la cria caballar durante aquella guerra que
hizo Salta, toda con fuerzas de caballería en constante mo-
vimiento de un extremo á otro del territorio, y, al cabo de
todo, 25.000 cabezas de ganado vacuno, 2.000 caballos y 800
bueyes, con que remató el dilatado sacrificio el tratado de
paz que le impuso Quiroga en 1832.
— « De aquí ha resultado que una provincia opulenta,
que se sentía en otro tiempo oprimida con el peso de un
número inmenso de ganado de todas especies, se ve en
el dia reducida á una miseria espantosa. »
— <( í Honrados y prudentes ciudadanos, preguntaba, al fin de
aquellos azares, el Dr D. Juan Manuel Castellanos, floreciente
juventud, copiosos caudales, vacadas inmensas, abundosos
ganados, qué os habéis hecho? ¡La desolación y la mise-
ria es el único patrimonio que nos ha quedado! »
De esta manera, Salta pudo sostener la guerra nacional
casi sola por tan dilatado espacio y con sus solos recur-
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO II 75
SOS, por que sus fuerzas eran poderosas; y qué mucho,
sí, como vamos 6 ver, un hombre solo tenia bastante
fuerza y largueza para sostener todo el ejército con su
propia hacienda, mientras pasara por sus heredades!
La riqueza de Salta, antes de la revolución, era, como se
ha dicho, proverbial. El nombre de Salta, como ciudad
y provincia ricas, había corrido por todos rumbos en alas
de la fama, como el de Buenos Aires por su puerto, su
comercio y su sede virreinal; como el de Córdoba y
Chuquisaca por sus estudios; como el de Pasco y el de
Potosí por sus cerros, y como el de Lima por su opulen-
cia, por sus delicias y su civilización.
Remataba aquellas riquezas y actividad la fama que
alcanzaron sus ferias comerciales. Jujuy tenía la suya
por la pascua, llamada de la Tablada; pero era de mayor
renombre y concurso la que, comenzando & mediados
de Mayo, contaba siete semanas al término de Junio, en
Sumalao, siete leguas al sur de Salta.
La pintura de un Cristo, arrollado en su lienzo, hizo
tan pesada la carreta que lo conducía al lugar de su des-
tino, que ni á fuerza de muía ni de buey fué posible su
arranque; y fué así que, cumpliendo su voluntad,— termina
la tradición, se levantó, para su culto, la capilla de Sumalao.
Allí, como en la casa de Loreto, como en el sepulcro de
San Martín de Tours, se abrió la fuente de los copiosos
milagros, en favor especialmente de enfermos. El Señor
de la Salud ensalzado en todas distancias por el agra-
decimiento y la fé de comerciantes, de troperos y de in-
vernadores, vio, muy luego, acojerse y mezclarse á la
sombra de sus prodigios los votos piadosos, el comercio
y las fiestas mundanas. El campo era abierto; el frío y
los hielos de Junio eran, por aquella edad, acerbamente
famosos; pero la feria de Sumalao avanzó tal renombre
entre los pueblos, que formaban su clientela no solamente
los del contorno sino los de las mas apartadas regiones;
como qne acudían de Santiago, de Tucuman, Catamarca,
la Rioja y San Juan de Cuyo los criadores de muías y los
fabricantes de tejidos finísimos, de vinos, de pasas, de
pastas, y de mil otros objetos de consumo.
Era allí donde principalmente se realizaban las grandes
76 DR. BERNARDO FRÍAS
compras y ventos de muías con destino á los invernade-
ros para trasladarlas al Perú, de los ricos caballos y de
la grande, fuerte y apreciadísima muía de silla de San Juan;
y también era allí donde los jugadores á las cartas y al
dado y á las carreras levantaban y perdían fortunas; donde
las onzas de oro, traídas desde el Perú por los troperos,
se derramaban copiosamente, 1) y en donde el t>aile vul-
gar y el baile aristocrático y demás diversiones cultas
tomaron también su plaza, bajo la carpa portátil ó el
cómodo rancho mandado levantar especialmente por las
familias de la mejor sociedad que, sobre lucidos caballos,
acudían, así mismo, por devoción, por votos que cumplir
y en busca de placer también.
LA SOCIEDAD DE SALTA
XI
Atraida por la fama de las Indias donde con facilidad
y en breve tiempo alcanzaba ú formar el hombre activo,
inteligente y laborioso una fortuna que asegurara su
vejez afianzando el porvenir de sus hijos, la emigración
española formalia corriente constante ú las colonias de
América; por que si es duro y harto difícil y causa una
honda pena el abandonar para siempre el lugar del na-
cimiento donde nos ligan tantos afectos del corazón y del
recuerdo, es también lijera pesadumbre, cuando en la
tierra distante que señala el porvenir se va á encontrar,
en vez de clima y raza y leyes extrangeras, la patria
misma abandonada, vuelta á mirar al lado opuesto
del mar, con la identidad de su clima, con la misma
lengua, los mismos usos, la misma religión y la misma
raza; y allí era donde ton á menudo el compatriota,el amigo
el deudo se Hilaban á encontrar.
1) La moneda de oro y de plata era el único medio circulante de la época.
La onza de oro era el tipo superior de la primera y el peso doble el
de la segunda. Ambas teoian divisiones en monedas pequeñas: el
peso duro, por ejemplo, se dividía en ocho reales, el real en medios
y el medio en cuartillos, representadas cada una de estas divisiones,
por monedas especiales. Las monedas llevaban, en una cara, el busto
ael rey, y en la opuesta, el escudo español con su corona real.
mSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 77
Y conviene tener muy en memoria que el inmigrante
español en América venia acompañado, ademas de estas
ventajas tan excelentes, de la casi seguridad tan fascina-
dora de labrarse á poca costa, grande y segura fortuna,
ilusión y confianza que halagaban una de las mas fuertes
pasiones del corazón humano— la ambición del bienestar
que se enlazaba con el favoritismo de las leyes, con la ancha
y tentadora escala de la política, reservada casi exclusi-
vamente parQ ellos, en donde recogían la satisfacción de
otra poderosísima pasión dominadora de los hombres,
—la ambición del orgullo, los halagos del predominio y
encumbramiento social con el brillo y los esplendores
del poder.
La España era estéril de suyo; y los sueños de gran-
deza y de fortuna solo se aseguraban en las costas y en
los valles de la América, por donde el hombre trabajador,
como el vago aventurero ó el hidalgo segundón ó de
quebrada fortuna, abandonaba la patria ingrata tendiendo
rumbo hacia las Indias, trayendo á su favor un empleo
de real merced y de pingüe renta, ó á conquistar por el
medio mas noble y mas digno del trabajo activo y pa-
ciente, un nuevo y dichoso porvenir.
Si esta era la manera de formación de la nueva sociedad
en América, Salta, por su importancia comercial, fué,
desde antiguo, sitio elegido de la inmigración española
de la clase noble y aristocrática que en gran abundancia
acudió A ella como á Lima, desde el simple hidalgo
hasta la nobleza mas ilustre y grande de España, esta-
bleciéndose en ellas, desde la conquista, « lo mas galano
y lo mas arrogante de los orgullosos segundones de la
grandeza española. »
Contaba en su nobleza como lo mas sobresaliente é
ilustre entre las casas de la aristocracia española, á la
descendencia de D. Francisco de Toledo Pimentel, virrey
que fué del Perú y conquistador afamado de estas provin-
cias, hijo segundo del famoso duque de Alba, D. Fernan-
do Alvarez de Toledo, una de las mas grandes é ilustres
noblezas españolas, como que remontaba su origen á los
palacios de Constantinopla entroncando en la familia de
los Paleólogos, emperadores de Oriente, y su fama .de
78 DR. BERNARDO FRÍAS
guerrero invencible iiabia llamado la atención de la Eu-
ropa deslumhrando las glorias militares y destacándose
como el primer capitán de su siglo. Su familia, vincu-
lada en la sociedad de Salta, formó las casas de Toledo,
de Alvarado, de Mollinedo, de San Millan y de Figueroa.
Después de estas, formaban en el núcleo noble del ve-
cindario de Salta, las casas de Gorriti, de Gurruchaga,
de Hoyos, de Castellanos, de Arias, de Quiroz, de Güemes,
de Medeiros, de Torres, de Puch, de Frias, de Aramburú,
de Otero, de Salas, de Tineo, de Moldes, de Ormaechea,
de Izasmendi, de Zenarruza, de Arenales, de Alberro, de
Gorostiaga, de Zuviría, de Archondo, de Ibazeta, de Zavala,
de Palacios, de Rioja, y algunas de ellas conservando
como herencia nobiliaria de sus antepasados, posesiones
territoriales en España, llamadas mayorazgos y de cuyas
rentas y señorío disfrutaron hasta 1810, época en que la
revolución trastornó todo, en las que se puede contar la
casa de D. Manuel de Frias, entre otras, por ejemplo. 1).
Esta emigración de la nobleza española acudía al vecin-
dario de Salta en corriente constante hasta 1810; y era esta
clase quien traía con su preparación y valimiento social y
político, los elementos dominadores de la fortuna, del talen-
to, de la competencia y privilegios reales y de casta para
sobresalir é imperar en estas nuevas comarcas y hacer
prosperar su fortuna con facilidad y acierto. Porque según
la constitución social, los hijos segundos de los grandes
de España, carecían del título hereditario de la casa que
llevaba el primogénito, ya fuera duque, conde, marqués
ó señor de algún lugar, y para ellos no quedaba mas car-
rera que las armas ó la iglesia; ó ya también por que cor-
respondía al hijo mayor de casa noble la herencia del
mayorazgo, si lo tenia, es decir, de tierras señaladas para
el sostenimiento de la dignidad de la casa en el rango que
la llamaban sus blasones, y que no era, por ende, enage-
nable. El resto de la familia veíase obligada á buscar for-
tuna, muchas veces, fuera de la herencia paterna, y las
aventuras como el porvenir halagüeño á que se prestaban
los sueños, unas veces, y tantas otras las realidades codi-
1) Títulos y documentos on poder de nuestra familia.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 79
ciables de las Indias, eran lazos de atracción á los grandes
centros cultos y comerciales de América, para toda esta
clase distinguida é ilustre que venia á ser cabeza social y
política en el Nuevo Mundo, dejando de llenar en la penín-
sula los asientos de segundo término, sin brillo ni por
venir.
La mayoría de esta noble inmigración que recibía el
vecindario de Salta fué, como lo atestiguan los apellidos de
las antiguas familias y las viejas ejecutorias de linaje, de
la nobleza castellana y vascongada, que es la porción de
la población española mas honorable y fuerte. Pierde la
raza vasca las tradiciones de su origen y de su lengua en
las mas remotas antigüedades del continente europeo.
Preservada por el baluarte de sus montañas y la fuerza de
su brazo de la confusión de razas que mezclaron en la
población de España sangre del ibero, del romano, del
cartaginés, del fenicio, del vándalo, del godo, del árabe y
del moro, presenta el ejemplar de raza mas pura y mas
antigua de cuantas pueblan las naciones de Europa; raza
noble y famosa no solo por la fuerte honradez de su carécter,
por la robustez de su constitución física y fuerza muscular,
por su virilidad moral, sino por las legendarias tradiciones
de su vida militar y la dignidad adquirida por el trabajo y
las buenas costumbres.
De aquellas tradiciones nobiliarias; de aquellas fortu-
nas levantadas al amparo de fecundo y activísimo co-
mercio; de aquella opulencia y holgura tan justamente
celebrada; de aquellos viajes constantes y de aquel trato
frecuente con tanta gente distinguida por su clase y figu-
ración, como la que hallaba en Potosí, en Chuquisaca y
en Lima particularmente, que era en aquellos tiempos
la ciudad mas culta, aristocrática, opulenta é ilustrada de
la América del Sur, provenía el celebrado rango y la' altura
tan distinguida que alcanzó la sociedad de Salta, el orgullo
circunspecto de sus respetabilísimos personages, cuya
figuración y valimiento político y social se hizo sentir no
tan solamente en los demás centros americanos sino aun,
en la misma corte de Madrid, como á su tiempo lo vere-
mos; sin que ostentaran el soberbio y rudo desprecio con
80 DR. BERNARDO FRÍAS
que acostumbra envanecerse y oprimir ó sus semejantes
el que llega á escalar las alturas saliendo de la nada.
Es una verdad histórica que la sociedad de Salta fué
lujo y ornamento de la civilización del antiguo virreynato.
La raza, la cultura, la ilustración y la riqueza se hablan
recogido en aquella ciudad con sus favores y sus fuerzas
labrando, á su término, la nata y flor de la civilidad
argentina. Porque su triunfo fué notorio y celebrado y
memorable, largos años mas tarde pudo decir un grave
historiador confesando aquella antigua verdad:— « Salta era
una de las ciudades mas cultas y la del trato mas distin-
guido y fino de todo el virreynato. » 1)
Nada había en Salla entonces de cuanto se refiere á la
acción individual y social de la clase distinguida, que no
fuera una revelación de la cultura esquisita que habla
conquistado rodeada de una atmósfera de marcada gran-
deza, ya fuera en el templo, en la mesa, en el salón, en el
fondo de la familia, en el baile ó en la calle y doquiera,
derramaba el esplendor, la gracia y el talento de una
educación esmerada en el mejor gusto, rodeando todo
una atmósfera de ceremonia y de respeto rendidos á su
propia dignidad. El tono y la circunspección hasta en el
andar, la ^grandeza aristocrática que llenaba todo, las
maneras distinguidas y el trato tan suave, tan lleno de dig-
nidad, de franqueza y desenvoltura y de viril animación al
tiempo mismo, en sus hombres, como delicado y medido
en sus damas, eran virtudes desplegadas con una elegancia,
una altura y un gusto casi de corte, que hacían de Salta
justamente un pedazo de la España aristocrática, ceremo-
niosa y culta trasladado á este seno de la América.
Esos mismos gustos acarrearon la perfección de los senti-
mientos morales en pos de sí; y así eran aquellas gentes
tan corteses, tan atenciosas y nobles para con los propios
hijos del lugar como para el forastero, el que era colmado
de agasajos y generosidades, á la manera que se usa con el
mejor amigo.
Mas no debe pensarse que aquella cultura y edu-
1) F. Vicente López.
mSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPlTULO U
81
cocion, llenas de tanta ceremonia y cumplido y
gusto aristocrático, fueron circunscritas á meras for-
mas exteriores, sino que hablan llevado el buen
gusto y la elegancia y perfeccionamiento también al len-
guaje como á los ornamentos del espíritu que brillaba,
especialmente en los hombres, por su ilustración literaria
que era siempre de corte clásico; ni debe imaginarse
tampoco que aquellas preocupaciones de raza volvieran
su sociedad de ambiente fastidioso y pesado y de sem-
blante terco y sombrío, por que fueron la animación, la
alegría y la franqueza sin herir la dignidad ni apearse
del buen gusto, el carácter descollante de su vida en
aquellos dias, ajitándose en ella un espíritu de actividad
tan fecunda que era luz y fuego en el talento, en la gracia
desplegada y en la profunda y finísima agudeza que bri-
llaba tantas veces anonadando su blanco en el ridículo,
pero jamas hiriendo ni desmereciendo de su altura.
Como era propio sucediera, imperio merecido conquistó
en ella la mujer y renombre y estima general, no solo
por su hermosura que alimentaban en las familias los
constantes enlaces con la raza europea que traía nueva
vida y fuerza y juventud desde los países vascos, sino y
quizá mas, por su circunspección social, por la aristo-
crática amabilidad de su trato; por la finísima cultura de
sus modales, por su gracia chispeante y de buen tono,
por aqueK en fin, su celebradísimo ingenio, llama pode-
rosa de su espíritu, que fueron en ella virtudes singulares
que la llevarían á figurar con asombro en las fases mas
sorprendentes de la vida, desde rendir á personajes de la
mas encumbrada talla española, hasta decidir en parte, de
la suerte de una batalla y fraguar las mas tremendas revo-
luciones. La salteñu era mujer de corazón y de espíritu,
de virtudes domésticas y públicas, algo así como la mujer
antigua.
Todo lo pudieron con sus encantos ó con su inteligencia
las mujeres de Salta. Unas, fuertes para sufrir los golpes
de la adversidad, su entereza y su resignación sin abati-
miento las levantaría hasta la santidad; otras, arrogantes
y exaltadas, seductoras y astutas con particularidad en
política, en lo que fueron profundamente apasionadas,
82 DR. BERNARDO FRÍAS
9
llegaría su arrojo á la temeridad y, alguna vez, hasta mas
adelante, quizas; y otras, en fln, de una moderación, de
un recato y de una delicadeza inmaculada, fueron san^
tuario de circunspección y de virtud firme y fuerte á toda
prueba. Hermosas, robustas, intelijentísimas y cultas,
animadas siempre por una alma viril y por pasiones
grandes, fueron la verdadera vida y la brillante corona
de aquella famosa sociedad. 1) La historia social de Salta
es, en gran medida, la historia de su genio y de sus
triunfos. 2)
1) Sobrt^salieron por su belUza renombrada en aquellos tiempos, en las
filas de la aristocracia, D». Magdalena Goyechea de Güeme». D*. Tri-
nidad Saravia y Tejada de Huergn, D». Andrea Zenarruza de Uriondo,
D*. Javiera Lesaer de Boedo. D*. María Josefa de la Corte de Ariap. D*.
María Antonia Fernandez de Moldes y. entre las mas jóvenes, D». Car-
men Puch de Güemes. Dv Benjamina Otero de Viola, D\ Pancha Arias
de Arias, D\ Pancha Güemes de Figiieroa, etc. etc.
2) Corresponde que consignemos aquí como elementos comprobatorios
de lo insertado en el texto, hechos de notoriedad hislórica por el pa-
pel que jugaron sus personajes en los acontecimientos mas sonaaos
de aqueUos tiempos. Un médico ilustre, «un sabio* por sus profun-
dos conocimientos científicos y «un filántropo • por el desprendi-
miento de su corazón, había sido enviado por el gobierno de su país
á hacer estudios de los secretos naturales de la América, como lo
había hecho Humboldt, mas antes. Era pI Doctor José Pedhead, in-
gles de nacimiento. Habiendo llegado ¿ Buenos Aires en 1805, obtuvo
autorización para ejercer su profesión en todo el virreinato: lo recor-
rió en su larjg^a extensión permaneciendo dos años en las provincias
del Alto Peni, hasta que regresó á Salta, donde los atractivos de su
sociedad tuvieron fuerza suficiente para encadenarlo hasta el día de
su muerte, en 1844, haciéndole renunciar á todo otro porvenir en
Europa y en América, é intervenir y apasionarse en sus intereses y
en sus luchas políticas por quienes sufriría persecuciones'y destierros.
Seria el médico de Belgrano, el médico de Güemes y el médico amado
y popular de Salta.
Valga esto en cuanto al poder social de Salta, en general; mas en
lo que pertenece exclusivamente á triunfos femeninos, las damas de
Salta trazaron páginas bien dignas de recuerdo. Habíase radicado
en esta ciudad en la última mitad del siglo XVIH, el brigadier español
D. Juan Victorino Martínez de Tineo. Por sus grandes servicios mi-
litares había sido premiado especialmente por el rey; era dueño de
una inmensa fortuna y pertenecía á noble alcurnia; había habitado en
Córdoba, había gobernado en Charcas, v gobernador de Salta, mas
tarde, no había cedido ni á belleza ni a fortuna ni á gracia y hechizo
mujeril hasta entonces. Pero elegido por padrino del coronel español
Luz, gobernador de Salta, que casaba con D*. Rosa Castellsnos, no
pudiendo resistir la magia de sus encantos, llega el soberbio guerre-
ro hasta arrebatarle la novia al ahijado en el acto de producirse laa
bendiciones, diciéndole, por ejemplo:— «Dime, Rosa entre espinos,
¿aceptarlas por espose al que aceptas por padrino?»
Y no fué este un caso singular. Los gefes del ejército real que
duranf) la guerra de la independencia ocuparon por varias ocasiones
la ciudad de Salta, aunque por cortos meses, y que habían actuado
en los centros mas distinguidos de la América, desde Caracas y Lima
hasta Potosí, se encadenaron, tras breve relación» & los pies de laa
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO II 83
Era que la cultura, como la civilización y la riqueza,
bajaba del Perú ó llegaba directamente de España; pues,
la nobleza peninsular que se radicaba preferentemente en
Salta, desde hacia tan dilatado número de años, traía
estas condiciones siempre propias de su clase, á lo cual
vino ó agregarse el elemento de los empleados españoles
de real merced, que casi todos ellos venían nombrados
de Madrid y que eran vastagos favorecidos de aquella no-
bleza «los que eran por lo general, hombres cultos y
refinados, nada escrupulosos en cuanto al provecho y al
cohecho;» como por ejemplo, el gobernador coronel D.
Rafael de la Luz que se quedaba con las bandejas de plata
en que le presentaban sus obsequios los cumplimientos
del vecindario.
Eran estos personajes elegantes y soberbios por su raza,
por su clase y posición, inclinados con preferencia
al amor y al juego, especialmente al de los naipes,
vicio elegante y funesto, propio siempre de las socieda-
des ricas, y que en Salta imperaba de veras, como conta-
gio limeño, y en extremo tanto, que era cosa ordinaria
ver pasar en vela la noche completa, señoras respetabi-
lísimas, y muy virtuosas y dignas por otra parte, &
bellezas salteñas en número relativamente asombroso, pues, olvidando
la baja oficialidad, son de aquel número que se ligó á los hogares de
Salta, entre otros mas, los coroneles D. Francisco Martínez de Hoz,
de muy noble linaje, en la casa de Tejada; D. Gaspar Clavel, el gefe
del estado mayor de Olaneta, y Lavín *en la de Nadal y Guarda:
Alicedo en la de Sansetenea, Fajardo en la de Maseira, Galarza en
esta misma; a/ Cobos en la de Ugarteche, y en fin, el mas famoso
de todos, D. José Carratalá, mas tarde general, con D\ Ana de Go-
rosliaga, á quien amaba Güemes de soltero, y cuyos desposorios
fueron dignos de los momentos por que atravesaba el ejercito español
en Salta. £1 general Laserna, vencido y aterrado por las fuerzas de
Güemes que lo acosaban fin cesar, había resuelto en consejo de guer-
ra, salir precipitadamente de Salta, aprovechándola noche para ocultar
su fuga. Era el 4 de Mayo de 1817; Carratalá precipita las cere-
monias, y montan los desposados en caballos que los aguardaban á
la puerta para emprender la retirada, pero con apremio tal, que la
joven dama no tuvo tiempo, por la rapidez y la turbación, de
desprenderse ni del ridiculo ni del abanico de sus' bodas, saliendo por
entre las talas, de la ciudad natal á quien no volvería mas á ver.
aj El coronel Galarza habia abandonado las universidades españolas
estando ya á punto de coronar sus estudios, para alistarse en la guerra
de América. El padre, reprobando aquel paso que cortaba una car-
rera literaria en su mayor altura, se quejó al rey; mas Fernando VII
se le negó» diciéndole:— « De estos son los que quiero. «
84 DR. BERNARDO frías
la par de gobernadores, ministros y personajes, donde
rodaban las fortunas con escandaloso abundamiento.
Esta clase, que con justicia dominaba en la sociedad y
que, como se ha recordado, la formaba así la gente de
noble linage como todo el elemento sobresaliente por ser
de raza española que pudo imponerse, como otras de la
raza indígena ó mestiza, por sus servicios ó fortuna, im-
primía su dirección y la ley á la clase plebeya, ó los ar-
tesanos de la ciudad y habitantes de los campos que
formaban la clase pobre, y cuya superioridad era reco-
nocida y acatada con tanta buena voluntad y respeto, que
jamas ninguno de estos hablaba ú hombre decente sino
con la cabeza descubierta. Esta dominación, perdomlndole
las preocupaciones reinantes en la época, era bien justa y
debida, porque la clase decente era la depositarla de todas
las virtudes sociales, como lo comprobó por siglos la
justicia de su nombre y apoyo poderosísimo hallaba,
mas que en el gobierno que le pertenecía por fuero y
derecho, y en la riqueza que le procuró el comercio, en la
altura moral de su espíritu, y en el cultivo intelectual de
sus miembros que, si los altos dignatarios de la iglesia,
como el obispo y del estado civil como el gobernador in-
tendente y demás empleados de categoría venian de España
por lo común, sin haber cursado aula universitaria, eran,
á pesar de ello, por su clase distinguida y por el medio
social á que pertenecían y en que habían actuado en la
península, personajes adornados de bastante cultura litera-
ria, como la traían asi mismo, los nobles que manejaban el
alto comercio, pues era aquella instrucción moda bien
arraigada en la época, gracias á la influencia liberal del
gobierno de Carlos III y su avanzado gabinete; y asi, todo
español distinguido en América tenía su biblioteca particu-
lar en qne se hallaban autores en romance y en latin, idioma
que también manejaban, entre ellos ú Solís, á Mariana, á
Bossuet, á Galludo y á Garcilaso; sol)resaliendo los textos de
historia y religión. 1)
1) Testamentaria de D. José de Ormaeclipa, 1810. Este señor, vizcaíno
y comerciante casado en Salta, hablaba con igual corrccciou cl lutin
que el castellano.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-CAPTÜLO lí 85
A este núcleo exirangero, representante de la moda y
tendencias europeas mas en boga, venía á reunirse la
juventud americana de Ins nobles y ricas casas del país,
de abolengo español por lo común, que poblaba los cole-
gios y universidades de Córdoba, de Charcas y de Lima,
y que, brillando en el altar y en el foro, ostentaba mayor
y mas rica ilustración y verdadera sabiduría, como lo
demostró en las pajinas mas admirables que ha escrito
el elemento civil y clerical de la revolución.
Por estas sus relevantes cualidades, este elemento for-
mado así de la gente noble y principal, venía ú producir
visible contraste no solo con la clase baja, por ley bien
natural, sino, igualmente, con el elemento también popular
y de la clase baja venida de España que acudía á avecin-
darse en nuestros pueblos y cuyos miembros, relegados á
segundas filas en el rango social, eran, por lo general, tende-
ros pobres, pulperos, hortelanos, arrieros, maestros de pri-
meras letras y sacristanes; habiendo algunos de ellos llegado
á formar, fortunas de primer orden y solidez.
Todas estas causas de mejoramiento social é intelectual
que se acal:)an de apuntar, daban sólido pedestal para ad-
quirir elevación y valimiento en la sociedad de Salta, á los
elementos distinguidos pero hijos del país, al lado y á igual
altura de los personages y magnates netamente españoles.
Por que durante el gobierno español, solo el español era
llamado al desempeño de los cargos públicos de América,
que era este su privilegio de conquista, de razón de
cuna y fruto, en lo mas, de sus padrinos y abogados
en la corte; y ante esta verdad, cuül sería el poder mo-
ral ó que pudo alcanzar la nobleza de Salta, que llegó á
arrebatar no por medios violentos sino por el solo valer
de sus méritos, los puestos públicos y de gobierno de la
mayor expectación y codicia, sitios reservados para los
favoritos españoles, que el pueblo de Buenos Aires, por
ejemplo, apenas lo consiguió obtener en parte por con-
secuencia de una revolución, la del !<> de Enero de 1809,
en que obligó recien al elemento español á ceder la mitad
de los asientos de su cabildo para 1810, mientras ya en
Salta, de muy antiguo, era el suyo mixto entre ambas
86 DR. BERNARDO FRÍAS
entidades antagónicas 1) y el cargo de gobernador, muy
superior á los cargos municipales, aparecía, en 1810, en
manos de un hijo de Salta, el coronel D. Severo de Izas-
mendi, y en el gobierno de la iglesia, si bien el obispo
era español, el deán del cabildo eclesiástico, D. Vicente
Anastasio de Izasmendi, teólogo y abogado al mismo tiem-
po de la universidad de Chuquisaca, como el Dr, D. José
Gabriel de Figueroa, que formaban en el coro de su
catedral, sáltenos ambos, son prueba evidente de esta
verdad, triunfo de los hijos del país que enaltecía la
dignidad americana.
POBLACIÓN DE LA CAMPAÑA; EL GAUCHO DE SALTA
XII
La población de las .campañas difería en todo sentido
de la gente de las ciudades. Toda la parte central y los
valles que se extienden por la parte montañosa del po-
niente, eran mas principalmente, como lo son hasta hoy,
dedicados á la agricultura. En sus planos orientales y
subiendo hécia el norte, la zona templada que caracteriza
el clima general de Salta, se transforma en tórrida, mo-
dificación cuya ubérrima fecundidad alimentaba los inge-
nios azucareros, únicos entonces en la región del Plata,
que trabajaban en el Campo Santo, Cornejo; en Ledesma,
Castellanos; en San Pedro, los Gondaliza; en San Lorenzo
1) Como prueba auténtica de lo expuesto, citaremos:
1*^ £1 acuerdo del cabildo de Salta de 26 de Junio de 1794 sobre tras-
lado de la matriz á la iglesia de los jesuítas expulsos, transformada
en catedral, donde fijruran como miembros de (ficho cuerpo, D. Ra-
món García Pizarro, Gobernador Intendente, español; el Dr. D. Vicente
Anastasio de Izasmendi, Dean del cabildo eclesiástico, hijo de Salta;
el Dr. D. Juan Estovan Tamayo, peruano y casado en Salta; D. Ga-
briel de Giiemes Montf'ro, español; el Dr. D. Alejandro de Palacios,
salteño; el Dr. D. Alonso de Zavala, ramoso después como deán y
revolucionario, salteño; D Antonio de Figueroa, general español y D.
Juan Antonio de Moldes, español también.
2* El cabildo de 1806 lo formaron: los sáltenos D. Hermenegildo de
Hoyos, D. Vicente Toledo, D. Calixto Gauna, y el Dr. D. Mateo Sara-
Tia; D. Francisco Aráoz, de Tucuman y el Dr. D José de Medeiros;
V los españoles D, Lino de Rosales, D. Juan J. Nevares, D. Antonio
González de San Mülan, D. Calixto Sansetenea y D. Francisco Valdez.
r
HISTORIA DE GÚEMES Y DB SALTA-CAPlTULO U 87
y Otros puntos, los Villar y los Marquiegui, familias estas
tres últimas de Jujuy. En esos mismos establecimientos
se elaboraban mieles y alcoholes y se atendían los cul-
tivos de la zona tórrida mas preciosos, como el café, como
el arroz ó el tabaco.
Aunque en estos parajes especiales se distinguieron
aquellos grandes establecimientos agrícolas, toda esa
región oriental desde Tarija hasta Santiago del Estero,
campos inmensos, valles dilatadísimos llenos de selvas
elevadas y exhuberante vejetacion y atravesadas por los
grandes rios, quedaron destinadas al pastoreo, á la cría
del ganado vacuno que, en cantidad incomensurable, según
lo afirma la fama y monumentos del mayor respeto de
aquel tiempo, formaba la riqueza ordinaria de las familias
del país; y los habitantes de aquellos parajes, con el nom-
bre de gauchos, que iba á pasar á ser una celebridad
histórica, se ocupaban principalmente de su cuidado y
conservación.
Estos, y los del valle central, llamado de Lerma, casi
eran todos mestizos, revelando el cruce con la raza blan-
ca en la fisonomía, en la barba, en lo claro de su color,
donde el tinte blanco europeo no era de lo mas escaso
ni la varonil hermosura de su porte y fisonomía.
Si la lucha por la vida dentro de la miseria de recur-
sos de la clase pobre á que pertenecían, había acostum-
brado á estos hombres ú la sujeción moral y social
del poderoso, como acontece siempre en cualquier punto
del globo, la misma virtud del trabajo individual y libre
y la inmensidad y grandeza con que la tierra aparecía
á sus ojos en sus campos, en sus selvas, en sus montañas,
en el misterio y en el peligro, habíanle infundido un
espíritu también afecto á la independencia personal. El
gauclio se levantó así, y á la vez, dócil y altivo. Sus
afectos sinceros, sus consideraciones respetuosas por
el propietario y señor de la tierra en que vivia y
en donde, por lo común, era nacido, y para todos los
de aquella clase superior, se cambiaba en un sentimien-
to de igualdad y aun de superioridad también, respecto
al resto de las gentes, con mas precisión cuando eran
88 DR. BERNARDO FRÍAS
forasteras en el lugar. Entonces era el gaucho taimado
y cauto: varonilmente altivo en su palabra, en su pensa-
miento y en su apostura; desconfiaba del desconocido y
aun se burlaba de él, si hallaba resquicio, con agudeza
singular. Su trato era allí observador y con la misma
entereza y desenvoltura discutía, como luchaba en san-
grienta riña, armado del puñal que cargaba siempre á
la cintura, por que en ella degeneraba, de ordinario, toda
reunión numerosa y prolongada, cual era, por ejemplo, un
baile, las fiestas de regocijo de un casamiento ó la reunión
fúnebre en casa del amigo muerto ó, en fin, la rueda for-
mada para el juego en un dia de fiesta, no por que fuera su
naturaleza pendenciera y sanguinaria sino por que, sujeto
en aquellas horas ú la influencia escitante del licor que
allí siempre abundaba, los celos, el calor de una disputa,
un desaire recibido ó malamente supuesto, un contrato
mal cumplido, un antiguo resentimiento que volvía al co-
razón, llevaban fácilmente á aquellos hombres á batirse
en terribles duelos que, á veces, formaban imponentes
cuadros por el crecido número de los combatientes. El
gaucho en aquellos momentos de honor y mortal peligro,
arrancando el puñal con rapidísima acción del cinturon ó
de la bota, y arrollando en su brazo izquierdo el poncho
para qne le sirviera de escudo contra los golpes del adver-
sario, mostraba en sus ojos chispeantes todo el fuego de
la vida y admirable ajilidad y destreza en sus miembros
para llavar el ataque y cubrirse en la defensa.' Mil veces
las súplicas y el llanto de las mujeres y de sus niños
subía de punto el dramático colorido de la escena.
Criado siempre bajo las máximas salvadoras del orden,
de la obediencia y del trabajo, de cuyo seno fecundo
arrancaba el sustento, no era el campesino del norte el
vago afecto ú la vida errante. El gaucho de Salta amaba
la sociedad y sus instituciones como amaba su provincia,
de cuyas lindes temía siempre salir; y reconocía y venera-
ba en el patrón, en su familia y en la gente de aquella
clase, la autoridad, el ejemplo, la enseñanza, la protección,
la justicia y la ventura misma de su persona y de su
prole; hermoso fruto, en verdad, de la civilización, del
progreso y de la cultura social que no riñen, mas sí que
I
j
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO H 89
unen y solidarizan los intereses comunes en todo agru-
pación humana en que imperan sus principios.
Nacido y formado bajo la dureza y desamparo de la vida
rústica, su naturaleza física sufría, sin menoscabo, la
inclemencia de las estaciones, los rigores de la intemperie,
del desabrigo, de la fatiga y aun los apremios de la sed y
del hambre, viéndose obligado, muchas veces, ó no tener
mas que un sorbo de miel silvestre descubierta casualmente
en los árboles del bosque. El gaucho poseía una gran
fuerza moral; era hombre fuerte para el dolor. Bien podía
desprendérsele una lágrima de los ojos en el extremo del
sufrimiento; bien llegaba á escapársele gemido ronco y
varonil arranchado de su alma por mano del tormento;
pero nunca mostraba debilidad mujeril ni temor indigno
de corazón bien puesto, suplicando desesperadamente por
la vida. Así se le vería marchar al patíbulo á ser fusilado
por patriota un dia, y como víctima de las pasiones po-
líticas mas tarde, con la misma serenidad y temple de
ánimo sostenidos, en mucho, por la fe en la justicia de la
causa por quien sería inmolado.
Su resignación era en aquellos casos tan heroica como
su valor. Y no era exclusiva de su sexo esta virtud; el
heroísmo de la mujer era igual al del varón en el dolor
y la abnegación por el objeto á quien habla consagrado
su existencia.
En medio de aquella su rusticidad, el gaucho era, sin
embargo, hombre de honrados sentimientos y aun de
caballerescas virtudes. ¡ Tantas gotas corrían de sangre
hidalga por sus venas ! De esta suerte, era obsequioso en
su casa y hospitalario; leal especialmente y tan apasionado,
á veces, por la grandeza moral que encerraba ante sus
ojos un hombre ó un principio, fuera ya un caudillo ó
un partido político, que llevaba su abnegación hasta el
sacrificio personal, sin que moviera su corazón ambición
alguna de recompensa. Solo la ingratitud lo ofendía. El
reconocimiento por generosidades recibidas en los mo-
mentos supremos del peligro, especialmente, herían tan
hondo su afecto que, aunque corrieran los años, vivía en
su memoria y, llegada la oportunidad, lo demostraba con
otra acción llena de igual grandeza. Su alma noblemente
90 DR. BERNARDO FRÍAS
sensible y su imaginación impresionable por todo lo bello
y grande y maravilloso, lo hacían afecto & la música y
y al canto donde campeaba cierto espíritu de sentimen-
talismo quejumbroso, propio de las razas primitivas,
mezclado con la corriente alegre y viril que derrama el
gusto ya mas civilizado en el hombre libre. Aquellas mis-
mas causas lo hacian igualmente inclinado á la leyenda
poética y supersticiosa. Por que en esa generosa natura-
leza del gaucho se desenvolvía, en todos los cuadros de su
vida, un marcadísimo sentimiento poético. La poesía
romántica, hada de los pueblos primitivos y de ardiente
imaginación, creyentes y sensibles, aparecía en el alma
del gaucho, siempre amigo de lo grande, en los senos
del misterio, del amor, de la ternura, del pavor y del drama.
XIII
Imagínese ahora aquel hombre partiendo para la es-
cursion lejana á practicar la junta del ganado alzado ó
disperso. Antes de apuntar el dia se alza de su lecho,
toma su caballo adornado con el guardamonte, con sus
grandes caronas de agudos extremos formadas de piel
vacuna cuyos colores conserva; con la ancha lonja al
cuello, que parece su corbata, para atar al toro al pié de
un árbol; con el lazo arrollado, atado al apero^ que va
golpeando el costado del anca y él, el gaucho, con sus
espuelas grandes y sonoras, cuya cadencia monótona
acompaña, como marcha musical, al trote de su caballo;—
abandona su hogar y cruza aquellos campos humedecidos
por el rocío, aquellos bosques dilatadísimos, de árboles
gigantes, hermosamente verdes y floridos y refrescados
por la brisa de la mañana. El canto de los pájaros, lle-
nando la tierra de alegría, saluda á Dios en un himno, en
un inmenso coro celestialmente bello. El sol, perdido aun
tras el cuerpo del monte, dora con sus primeros rayos
las cimas de los cerros mas altos del ocaso, y, en el fondo
del valle, se muestran todavía perezosas y dormidas las
últimas sombras de la noche.
El gaucho canta también ó silva un aire de la tierra.
HISTORIA. DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO H 91
Recorriendo así prolongado itinerario, sucede muchas
veces que, trepando la eminencia poblada de arboleda,
se halla, en el mejor instante, en la cumbre elevadísima
del monte que penetra su frente entre los nubes. El gau-
cho, desde allí, puede volver la vista hócla las honduras
del valle, hacia aquellos campos abiertos y aquellos bos-
ques llenos de un lozano verdor; allá, á un costado, apa-
rece en lontananza el rio caudaloso, como serpiente de
plata que se arrastra mostrando á trechos y ocultando su-
cesivamente su curso entre los variados accidentes del
terreno; ó, lamiendo soberbiamente la mole de sus aguas
el pié de la montaña, rodando por su lecho de rocas,
levanta hasta la cima el estruendo de su caudal, como la
voz de su poder y del abismo. El gaucho, cabalgado en
su potro, admira en plácida quietud el cuadro y se
siente dominando, por un momento, el mundo; las aves
del cielo tienden su vuelo bajo sus pies; las nubes pesadas,
que han bajado á la montaña, se cruzan, en forma de
nieblas entre él y la tierra. ¿Cómo no sentirse poeta mi-
rándose de pié en la región de los dioses? ¿Cómo no serlo
si toda la creación se despliega á sus ojos como un divino
poema?
Pero, á veces, cayendo la tarde, el cielo ennegrecido con
nubes enormes de senos obscuros que el rayo de tarde en
tarde ilumina, anuncia la lluvia tropical. El estruendo de
su paso en aquellas regiones es ciertamente magnífico.
Nunca es mas sonoro ni mas lleno de magestad el trueno
que cuando suelta su voz que se aleja rodando entre los
cerros. Su grandeza tiene algo de la grandeza indefinible
y soberana de Dios. Mas de una vez, al descender con
rumbo hacia el hogar en la hora del crepúsculo, siente
el gaucho cerca de sí el bramido del tigre, cuyo eco po-
deroso, retumbando de cerro en cerro, corre hasta espirar
y perderse en el extremo lejano.
Dominado de este sentimiento poético, llenas tenia las
horas de su vida de leyendas supersticiosas. Cuando, por
ejemplo, en las noches tibias del estío, perdiendo su sueño
el gaucho siente que pasa el viento silvando entre la selva,
jura ser el gemido del alma errante y en pena de algún
ajusticiado ó asesinado en un camino; cuando cruzando
92 DR. BERNARDO FRÍAS
de noche aquellos campos, un globo de fuego se levanta y
camina por el aire, es un manojo de cenizas infernales
alzado de la región de los muertos que, por misteriosa
atracción, cuanto mas huye de él el caminante, con mayor
empeño lo persigue.
Y el gaucho que no siente miedo ni ante el tigre ni
ante el enemigo mas bien armado y dispuesto, se san-
tigua con fé profunda; murmura entre dientes el trozo
incorrecto de alguna oración que aun conserva su
memoria; muerde la hoja de su puñal que tiene para
él influencia feliz contra los habitantes del reino de la
muerte, y exigiendo á su caballo la fuerza de la carrera,
llega á su rancho con el corazón enloquecido de pavor ú
caer enfermo y moribundo. No teme ó la muerte; teme
solo al misterio.
La misma religión, sinceramente amada, estatm sujeta
amostrarse envuelta en un velo de superstición; por que el
espíritu religioso del gaucho pecaba de aquellas mismas
brillantes debilidades. Aquel hombre y aquella religión, tan
llenos ambos de misterio y de poesía, hablan nacido, al pa-
recer, para pasar juntos la vida.
Desde tres dias entes de morir, el alma del patrón, esca-
pándose del cuerpo de su dueño moribundo, iba á despedirse,
volando al través de las distancias, de sus capataces mas
fieles. Los deudos de los gauchos, sus amigos mas estre-
chos repetían esta misma escena en el acto de espirar,
siempre entre los misterios de la noche. ¡Con qué tristeza
y con qué expresión relataba ,el gaucho estas despedidas
de los seres queridos!
Ante la iglesia y sus atributos, se presentaba siempre
lleno de una respetuosa veneración, de una fe profunda,
sencilla, despojada de toda pasión y violencia, que lo hacia
amar los misterios déla religión en un solo conjunto que
encerraba, diríamos así, la suma del cristianismo católico.
Dios,— padre, dueño y juez universal y justiciero, lo coronaba
con su majestad dulce, hermosa y terrible, ü la vez; des-
prendíanse de su seno como los raudales de la vida y de la
muerte, por un lado, la gloria, paraíso de goces infin itos
preparado, tras de la muerte, para los buenos, para los
pobres y los perseguidos de la injusticia, de la desgracia
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 9B
del dolor; y, hacia otro lado, el infierno con el fuego y el
diablo en su centro, para los asesinos, los crueles y los ini-
cuos. Jesús, el buen Dios, que miraban clavado en una
cruz, tan lleno de mansedumbre, habiasido pobre también
y bueno y justo y santo, y habia muerto, sin embargo,
perseguido por los malos y poderosos de la tierra. La vir-
gen Maria llenaba con su dulzura y su poesía y su gracia
delicada la fantasía del espíritu, la confianza del corazón y
los cielos rosados del amor. Luego, enseguida se contaban
aquellos ángeles pequeños y grandes que poblaban las salas
de la divinidad y que, al lado de cada hombre, lo guarda-
ban del mal y cuidaban su sueño; el purgatorio con la infi-
nita tristeza de sus penas, lleno de las almas queridas; los
santos de la iglesia que, abogados protectores de los hom-
bres ante la justicia misericordiosa de Dios, les alcanzaban
mercedes en sus empresas, en sus enfermedades, contra la
sequía que agosta los campos y sementeras y que aniquila
los ganados; contra las plagas dañinas, contra las pestes y
en los momentos de mayor angustia por la vida del hijo,
del padre ó del marido ausente y en peligro.
Señalado tenia un dia santo del año para el comienzo de
sus siembras, de sus cosechas y vendimias. En su rústica
morada, siempre guardaba la imagen de la virgen ó de algún
santo; un rosario, un escapulario ó una palma bendita.
Una vela, ardiendo hasta consumirse delante de la lámina
protectora, atestiguaba la fe y la confianza con que rogaba.
El bautismo, la confesión para el trance de esta vida, la
misa y algún trozo conservado en su memoria de alguna
oración que murmuraba en los momentos de recogimiento
ó angustia, eran preceptos que guardaba y cumplía, es-
tando ú su alcance, siempre en la vida. Jamas el gaucho
pasaba delante de algún templo, de alguna cruz, tantas
veces alzada sobre una tumba al borde del camino, ó de
algún sacerdote sin descubrirse en actitud respetuosa. La
cruz era talismán eficacísimo para echar lejos al demonioJ
ella, grabándola en el rastro dejado sobre el suelo por el
animal herido, ó trazando su señal sobre la llaga, era
segura medicina en el ganado. La cruz en el sepulcro;
la cruz en el hogar; la cruz grabada en los cielos por las
estrellas; la cruz formada con los dedos de su mano en
94 DR. BERNABDO frías
los momentos de la promesa ó del peligro y que besaba
con unción profunda, era el símbolo de su salvación y su
consuelo.
Ademas de todo esto, la idea, la creencia religiosa no
era, á pesar del ningún abono de su cerebro, sombra pe-
sada que residiera en él sin vida; por que su espíritu vi-
vaz tenia fuerzas que iluminaban su fe; y así discutía y
aun llegaba ú explicar, á su manera, los arcanos mas
profundos y obscuros del dogma católico, diciendo, por
ejemplo, cuánta naturalidad habia en el misterio de la
encarnación y en el alumbramiento de Maria sin ofensa
á su pureza virginal, por que ello era semejante ala
piedra lanzada en el espejo limpio y tranquilo de las aguas
que, aunque parecía romper su tersa superficie, atrave-
saba su seno sin dejar señal alguna de su paso.
Pero el gaucho simplemente pastor, el de las regiones
fronteras, feliz siempre y conforme con su suerte, así
porque no sentia mayores aspiraciones hacia un progreso
y perfeccionamiento de fortuna que para él no existían
como por las condiciones adormecedoras y enervantes de
aquel clima tibio y aun ardiente en que vivía, era, por
naturaleza, holgazán. Oculto entre el bosque, abandonando
el ganado, veíaselo pasar en las tardes del estío b(\jo la
sombra de árbol frondoso y corpulento, el pesado sueño
de la siesta. Su falta de diligencia no le inquietaba el
porvenir, por que, su alimento, seguro en su rancho ó
en la sala, como llamaba la casa del patrón, era, de ordi-
nario, la carne siempre abundante y A veces el maiz; mas,
& pesar de su desidia, poseía, en otras circunstancias,
entereza de ánimo fuertemente varonil y una inteligencia
por naturaleza despierta y de un talento tan ingenioso y
rápido y sagaz, que le prodigaba recursos para salir feliz
del mas inopinado conflicto, ya le fuera ofrecido por el
cálculo de los hombres ó se lo presentara la misma na-
turaleza.
No tenia exparcída fama por su fuerza muscular; pero
su cuerpo flexible y nervioso y por lo común delgado y
fuerte, domaba con maravilloso imperio el caballo ó el
potro indómito, y, dueño de él, fácil le era romper las va-
HISTORU DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO H 95
lias con que aparecía cortar su paso una naturaleza virgen
é inculta.
Resguardaba el cuerpo de las injurias dolorosas con que
le amenazaba esa naturaleza en el bosque salvaje, donde
el gaucho practicaba la correría del ganado— por medio
de un saco de piel flexible y curtida; y sus piernas, mas
expuestas por su necesaria quietud, con otro arreo, á
manera de grandes alas de piel fuerte de toro que, suge-
las á la parte anterior de la silla y cuya anchura en ese
punto correspondía al resguardo de las caderas, bajaban
ensanchándose y en forma encartuchada, á mas abajo
del pié. Aquella pieza se llamaba el coleto y esta última,
el guardamonte. 1).
Allí el gaucho de Salta se mostraba hombre maravi-
lloso y extraordinario. Nadie en la tierra como él para
correr en el monte. Por que, vestido de esta suerte, gine-
te invencible era, que cruzaba con igual facilidad un
campo abierto y solitario con la celeridad del relámpago,
ó saltaba sobre obstáculo peligroso sin disminuir la mar-
cha ó atravesaba la selva sin fin, espesa, enmarañada y
espinosa donde casi no llegan á tierra los rayos del sol,
tendido sobre el cuello de su caballo, jugando su cuerpo
con destreza tal, que evitaba de ofensas á su cuerpo en
el golpe de ramas y el choque de troncos, sin detener la
velocidad de la carrera, persiguiendo sin descanso, hasta
recogerlo en lugar oportuno, al ganado disperso. Era allí,
en el centro de aquel laberinto del ramaje entrelazado y
robusto y crecido con capricho y en desorden, que, cor-
riendo siempre, arrojaba el lazo y cenia del cuello, del
cuerno ó de un pié al toro asustado ó bravio que habia
tomado la fuga, y corria con todo su aliento por entre
aquella arboleda impenetrable, sin senda ni camino, ya se
hallara en el llano ó en la montaña ondulada y en partes
fragosa y por donde ascendía y bajaba con pasmosa cele-
ridad, sin turbación ni tropiezo ni perder rumbos, cru-
zando como sobre alas, por mortales precipicios y des-
peñándose también desde ellos, alguna vez, pereciendo
1) Por qae, arrollan iose ó volvíéadose h&cii atrás, guardaba las piernas
- del ginete hasta la datara, de los daños que podía hRcerie el monte.
96 DB. BEENARDb FRÍAS
en el fondo del abismo, unido siempre & su caballo, sa-
crificados ambos por un mismo arrojo.
Pero aquello de reducir al toro y al potro indómito;
aquello de atravesar las selvas y las montañas escabro-
sas, era empresa para aquellos hombres, vulgar. La gloria
del gaucho era vencer al tigre, el rey de los bosques ar-
gentinos; y vencerlo solo, aunque las mas de las veces eran
tres y aun cinco gauchos que se reunían. Allí, en aquel
combate singular con el hijo terrible del desierto, la ex-
posición de la vida era, en verdad, mas cierta é inminente
que en un campo de batalla; el esfuerzo inmensamente
superior y una muerte mas terrible se le ofrecía bajo los
dientes y las garras de la fiera embravecida cuyas fuer-
zas poderosas llegaban á quebrar el cuello de la bestia
mas fornida; allí el gaucho de Salta renovaba las hazañas
de las antiguas leyendas mitológicas; allí aparecía con toda
la sublimidad de su grandeza y su valor. Seguido de sus
perros bravos y diestros; penetrando en el bosque ó atra-
vesando el campo solitario, leía en el suelo, para cualquier
otro ojo humano imperceptible, la huella dejada por su
enemigo que la noche anterior habia bajado de su guarida
tt destrozar el ganado. Rastreaba al tigre. Hábil en su
empeño, hallábalo, al fin, ora trepado como péjaro en
árbol corpulento, donde hiriéndolo con el puñal sujeto, á
manera de lanza, en el extremo de una pica, lo bajaba
á tierra, donde trababa terrible duelo; ora, deteniéndolo
en medio de la marcha por el avance de los perros que
iban quedando tendidos y desgarrados en contorno, se
lanzaba á luchar cara á cara con la fiera. Quiroga, se-
guido y sitiado por el tigre en un campo solitario de la
Rioja, conoció por la primera vez el miedo. El gaucho
de Salta recibe su asalto tendiéndole la mano izquierda
oculta bajo el guante de su poncho arrollado que se la
introduce en la boca enorme y terrible que exhala tufa-
radas de pestífero aliento, para embotar, así, el arma de
sus colmillos, mientras con la derecha, armada del puñal,
le destroza el corazón. Mas de una vez volvía ó era re-
cogido el gaucho moribundo con el pecho, con los brazos,
con la cabeza también magullada ferozmente en el com-
bate. Así era como el gaucho de Salta se adiestraba en
fflSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO II
97
QqueUa escuela de los héroes, en otrora de los dioses,
pora lidiar mas tarde en mas reñida y gloriosa porfía,
coa un nuevo adversario, grandemente mas digno, mas
formidable y famoso:— el terrible león de las Españas.
XIV
I>espues de todo esto, bueno será decir que aquellos
honnbres mostraban también los halagos y los desdenes
coa que la fortuna acostumbra de tratar á los mortales.
^ desigualdad, gran lógica de la existencia sea on este
^^ndo ó allá en el cielo y aun bajo la vista misma de
^ios, reinaba en ellos también. Habla gauchos ricos y
&ÜUchos pobres. El gaucho en aquella primera condición,
era, por lo común, propietario de un retazo de suelo
donde levantaba su casa, formaba su familia, labraba la
tierra, cuidaba de su ganado y traficaba gananciosamente
en el comercio. Y era entonces, cuando llegaba ú esta
altura de vida, que podia mostrar todas las virtudes civiles
de que era albergue; por que su familia, desde la hora
nupcial hasta mas lejos del sepulcro, se gobernaba bajo
las preceptos del cristianismo; adquiría para ella cuanto
sus recursos le permitían en orden á cultura y civilidad,
pues era obsequioso y hospitalario, con un sentimiento de
inclinación muy pronunciado al lujo y ú la elegancia así
en el vestir como en el arreglo de su persona, de su
caballo y de su casa. En el ajuar de su morada se notaban,
como objetos sobresalientes, las prendas de plata, como
lo eran su mate ó alguna cuchara de su mesa; los colores
vistosos de sus trajes y las sortijas de plata y aun de
oro de su mujer; y en cuanto á los arreos de ginete,
donde el gaucho concentraba todo su orgullo y vanidad,
podia verse la espuela de plata, la cabezada y riendas del
caballo forradas, en gran porción, por 'el mismo metal y
las monedas de plata grandes y pequeñas que, con el
busto del rey ó el escudo español, tachonaban casi por
completo el ancho cinturon, llamado el tirador^ con que
sujetaba el chiripá ó el calzón, si también lo usaba.
Los gauchos, ricos ó pobres, vivieron amigos de la
98 DR. BERNARDO FRÍAS
raza blanca por tradición, por educación y sentimiento;
y, por las mismas causas, lo eran de la sociedad, de la
familia, del amor, del lujo, del canto y del baile. Enorgu-
llecidos contaban las narraciones de sus proezas en la
rueda junto al fogón ó al pié del rancho y eran agudas
sus observaciones y sus críticas. A pié, perdía gran parte
de sus principales méritos y, á caballo se multiplícate en
fuerza y recursos. Su hijo varón, antes de los cuatro
años, era ya jinete que atravesaba las distancias en veloz-
carrera. Este arrojo, estas hazañas estal)an destinadas á
colmar el asombro de los generales españoles. La patria,
en Salta, iba á contar desde aquella tierna edad, el número
de sus defensores.
No era, pues, el gaucho de Salta aquel vago sin Dios,
sin hogar, casi sin patria que cruzaba sin ley ni sujeción
& autoridad lejítima las pampas del sur; no era el hombre
errante de los campos, huraño á la ciudad y su dominio,
sin arraigo ninguno en la tierra, que poblaba las campañas
del litoral, desde el Paraguay hasta el océano. 1)
El gaucho de Salta era hombre religioso: conocía y
respetaba las bases fundamentales de la sociedad civilizada,
y amaba con pasión su provincia; tenía su casa, su familia
y sus bienes propios; muchos de ellos eran propietarios
territoriales, base de toda civilización, y en su inmensa
mayoría, eran pacíficos colonos en las grandes propieda-
des que pertenecían ú los poderosos ó ricos; propietarios y
colonos, todos sujetos á la santa ley del trabajo, virtud
en que descansan el progreso y la paz de los estados.
Porque es verdad indiscutible que el campesino de Salta,
1) • A uno y otro lado del Uruguay, desde el delta del Paraná ¿ las fron-
teras del Brasil y desde el Paraguay á Jas riberas del Atlántico, donde
los ganados y ef hombre crecían y se multiplicaban libres y salvages,
el hombre tenia allí la carne, el fuego y el asua sin ningún trabajo.
Es imposible pues, que el atiento creador de los intereses económicos,
que solo se levantan en la vida urbana, hubiese podido penetrar en
nuestros campos. Asi es que la población errante que se habia apo-
derado de ellos, habia crecido desparramada, inculta y. vagabunda. La
extensión indefinida que ocupaba, hacia que el derecho de la propie-
dad raíz fue^e inútil para sus habitantes, y hasta se puede decir que
era desconocido. Dueño de los ganados que pacían por los campos,
era claro que no tenia necesidad ninguna de pedir á la tierra ese
fruto sabroso de la agricultura, aue civiliza por el trabajo y por la
influencia de las leyes que rigen las producciones del suelo. £i gau*
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA- CAPÍTULO II 99
casi sin excepción, si no era propietario, era peón ó salario,
ó arrendaba por su cuenta la tierra, sujeto y respetuoso
siempre á esa disciplina social, diriamos así, y, bajo
cierto aspecto, doméstica que hablan impuesto, al través
de los siglos, las costumbres patriarcales de nuestros
mayores.
Y como las generaciones se habían sucedido bajo la
sombra de aquellas seculares y pacíficas costumbres, jamas
llegaron á asomar disidencias por antagonismo de razas
ni ambiciones ó envidias por gerarquias sociales ó de fortu-
na que de aquel modo imperaban; por que aquel yugo de
la condición social que era, en verdad, suave y benigno,
merced á la índole generosa y liberal del hijo del pais de
raza española, produjo, en el campesino, el cariño á la tierra
y el cariño ó su dueño. Esto vino á formar el espíritu de
unión afectuosa entre los ricos propietarios y las pobla-
ciones pobres, pero de tan leal y sincera manera, que, al
estallar la revolución, viéronse alzar de todos los puntos
del territorio masas de gauchos y escuadrones de soldados
milicianos, capitaneados y entusiasmados por la voz de
aquellos patrones, que los costeaban con su propio peculio,
y correr á hacer la guerra por su cuenta, sacrificando por la
causa común de la patria, cuanto goce y bienestar les
ofrecíala paz bajo el benigno régimen que contenían para
ellos las viejas instituciones españolas. No eran esclavos,
cho argentino a) vi^ia absoluto é independiente, con un individua-
lismo propio y libre de bus padres, apenas comenzaba á sentir las
Srimeras fuerzas de la Juventud. Armado del lazo, podia echar mano
el primer potro que le ofrecía mejores condiciones para su servicio,
escogía por su propio derecho, la vaca mas gorda para mantenerse;
y, si necesitaba algún dinero para procurarse alguno de los objetos
comerciales que apetecía, derribaba tantos t')ros cuantos quería, les
sacaba los cuernos é iba á vend^^rlos en las aldeas de las costas. La
ley civil ó política no pesaba sobre él; y aunque no había dejado de
ser miembro de una sociedad civilizada, vivía sin sujeción ¿ las leyes
primitivas del conjunto. Tomaba una mujer de su clase, libre como
el, sumisa y buena, sin cuidarse mucho de las formas con que se unía
á ella. Por lo general, apenas llegaban las mujeres á la pubertad,
eran roh<ida9 del rancho ae sus padres, que desaparecían voluntaria!
mente con un hombre de su afecto, saltando ¿ las ancas de su caballo-
V DO pocas veces, volvían con dos ó mas niños k la choza de donde
oabia huido, sin que esto tuviese consecuencias ni causase la menor
contrariedad en la familia.» (V. F. López, El Año XX, cuadro general
y sintético de la revolución Argentina,
a) £1 del litoral, debe entenderse.
100 DR. BERNARDO FRUS
ciertamente, los que iban á labrar aquellas maravillas.
Conviene notarse, ademas, que el patrón tenia sobre el
campesino radicado en sus tierras, maravilloso influjo,
por que, ú mas de la influencia de su altura social, inte-
lectual, de fortuna y aun de tradición que sobre él ejercía,
era dispensador de favores para aliviar la miseria de esa
clase pobre; era el oráculo que iluminaba las dudas de su
conciencia y las turbaciones de su corazón; el gefe de las
milicias y de la policía de la comarca, lo que lo convertía
á sus ojos como única autoridad poderosa en la tierra;
pues el rey, como hasta cierta medida sus gobernadores
residentes en el seno de las ciudades capitales, acaso era
para los campesinos, mito de historia extrangera.
Pero lo que si fué notorio en ellos, en gran medida
inspirado por el ejemplo de la clase blanca americana,
era el vivísimo desprecio que sentían por los españoles
de la clase bega que, por su origen, eran á sus ojos, ex-
trangeros que se vanagloriaban de gobernar como dueños,
la tierra, haciéndose desdeñables en su concepto, no tan
solo por su ignorancia, su clase y maneras ordinarias y
duras, á las veces, cuanto muy especialmente por su
falta de hábitos de á caballo, en aquella época en que el
aristócrata americano era tan ginete ó gaucho, como en-
tonces se decia, como el mas afamado campesino, y que,
ante un pueblo como aquel, crecido entre la grandiosidad
de sus selvas, de sus campos y de sus rios, aparecían como
una vergüenza humana y como seres dignos de lástima y
de risa, mereciendo, al propio instante, los apodos ofen-
sivos de gallegos y maturrangos con que se expresaba su
ineptitud y torpeza en el manejo ó dominio de todos
aquellos elementos de primitiva grandiosidad de que
eran dueños aquellos hombres famosísimos, que así se
batían á puñal con las fieras en el bosque como hacían
juguete de su pericia las selvas espesas y espinosas que
las cruzaban como los pájaros el cielo; que vadeaban sus
rios caudalosos como lo hacían sus peces, ginetes incon-
movibles en sus caballos; y atravesaban los campos, al
parecer inflnilos y cuya soledad infunde miedo, sin ex-
traviar rumbos, y conocían, como los trastes de su mo-
rada, las sendas y las huellas casi imperceptibles al ojo
HISTORIA DE GÜBMES Y DE SALT fiL-CAPÍTULO II IM
humano, trazada por la planta mas leve, por todos los rin-
cones de la tierra, y, á extremo tanto, que no podría de-
cirse con fe de verdad, donde hobia sido mas grande la
manifestación de Dios, si en la formación de esa naturaleza
imponente y maravillosa y espléndida ó en la creación de
aquel espíritu tan fuerte, de luminosísimo ingenio y de
valor extraordinario y de apasionados sentimientos que
encerraba la modesta pero gentil ñgura del gaucho del
norte.
Dejando, asi, diseñado lo que era la sociedad de la anti-
gua intendencia de Salta ahora un siglo, es fécil persua-
dirse que un pueblo que trabaja; un pueblo que comercia
con capitales sin rival en su grandeza; que sabe defender
militarmente su territorio; atraer á su seno la mas distin-
guida raza; que levanta su cultura social á extremo que,
á su lado, las demás sociedades casi eran obscuras, á la
manera que lo fueron los magnates de París ante la cultura
italiano del siglo XV; un pueblo, en fin, que labra la tierra y
fabrica sus tejidos y practica las artes útiles y tiene escue-
las y venera, hasta por la gente de sus campos, los santos
rudimentos del cristianismo, es fácil persuadirse, decimos,
de que es un pueblo verdaderamente civilizado.
XV
La pequeña propiedad rural pertenecía ó bien ú esta
clase de campesinos ó á los decentes de la campaña de
raza española pero vulgar, especialmente en la parte cen-
tral de la provincia, cuya proximidad á la capital la alle-
gaba mas al roce de los negocios; tierra toda de pan llevar
que forma «el valle de Salta ó de Lerma, que es ameno,
de agradables vistas, anchurosos campos en que, fuera
de las abundantes cosechas y crias de ganado, tenian sus
vecinos abundantes quintas y casas de recreo. Coronado
todo el valle de sierras y montañas, descienden de ellas
varios rios y arroyos que descansan en el plano y fertili-
zan sus campiñas. » A lo largo de su carrera, se alzaban
las villas pintorescas de la Caldera, de Cerrillos, del Ro-
sariO) de Chicoana, Puerta de Diaz, la Viña y Guachipas,
102 DR. BERNARDO FRÍAS
en el extremo sur, tocando las montuosas escabrosidades
de las sierras. Ellas acusaban la cultura y el progreso
social que penetraba, con el comercio, al interior del
territorio.
Mas, por lo que hace á la pequeña propiedad del gaucho,
ella era porción reducida, por que, como esta clase fuera,
por condición, ignorante, vivía, en su gran mayoría, al
amparo de las grandes propiedades, cuyos gefes, por lo
general radicados con su familia en la ciudad capital,
tenían entregados al cuidado de sus gauchos, sus intere-
ses y sus tierras, en gran parte divididas y dadas en
pequeños arriendos, donde cuidaban del ganado propio ó
las cultivaban con florecientes sementeras ó lo eran, allá
en la parte montañosa del poniente, llamada de los Valles^
dadas en censos perpetuos y en enfitéusis, lazos casi in-
disolubles que adherían estas familias pobres á la tierra
én un sistema de propiedad que, siendo de ellas, perte-
necía, por razón de su gravamen, eternamente al primitivo
señor.
Era esta la única región en que se estableció y alcanzó
ú florecer el sistema feudal en sus caracteres mas acen-
tuados:—la dominación arbitraría y absoluta, por un lado,
y la servidumbre personal por el otro. Por que aquellas
regiones, engrandecidas otrora por la civilización peruana,
habían sido militarmente conquistadas y sojuzgadas y re-
partidos en encomienda sus moradores, desde el centro
de Catamarca hasta el desierto septentrional de Atacama,
tras una resistencia sangrienta, porfiada y heroica por
mas de cien años contra la conquista y dominación espa-
ñola. Los nombres de quilmes, de diaguitas, de guachipas,
de pulares, de tolombones, de chicoanas, de tilíanes y el
de calchaquies, principalmente, que abrazó con su fama
los demás pueblos, llenan las antiguas pajinas de sus
anales. Uno de sus caciques celebrado « por su valor y
buen gobierno, » D. Juan de Calchaquí, cristiano conver-
tido por los misioneros, había llegado en sus triunfos
hasta poner cerco á Salta y aterrar á Tucuman; y los ca-
pitanes de su ejército, bravos, orgullosos y gallardos, se
presentaban en el campo luciendo las celadas, los escudos,
las espadas, las corazas, los puñales y lanzas arrebatados
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO II 103
á los tercios españoles en gloriosa pelea. Vencidos al fin,
después de empapar su tierra con sangre de enemigos
y defensores, fueron sometidos á encomiendas, régimen
peculiar de la conquista que encerraba los tres principios
inscriptos en su bandera:— el sojuzgamiento del vencido,
la civilización del bárbaro y la propagación de la fe cató-
lica. Siguiendo este sistema, el gobierno entregaba en
encomienda A algún capitán propietario de tierras recien-
temente conquistadas y dadas en merced, 1) cierta por-
ción de naturales, para que los gobernara bajo aquellos
tres principios soberanos, encomienda que importaba, á
la vez, obligación de amparo y patrocinio para defender
la persona y bienes de los indios; gozando el encomendero,
en recx)mpensa de este favor, del trabajo personal de
aquellos neófltos en la labor de sus tierras.
Mas aquellos preceptos se olvidaron y se torcieron como
todas las leyes protectoras de esta raza desdichada, tor-
nando la encomienda en dura y dilatada servidumbre.
Sin embargo, sea en honor de la civilización española
que, por dura que haya sido su dominación, no degfadó
la especie humana; y así como la raza principal mostró,
á su tiempo, civismo tan viril y virtudes tan excelsas, las
razas sometidas no recibieron el envilecimiento de la
esclavitud.
Las poblaciones calchaquíes de abolengo militar y heroi-»-
co, habian perdido, en 1810, la memoria de sus antiguas
tradiciones; se olvidaron de ellas como se olvidaron de
sus dioses y de su idioma, el quichua del Perú. Esa
raza conservó su nobleza, su dignidad moral en medio
de la servidumbre é que fué sometida, respetando como
un derecho de clase superior, como se respeta é un go-
bierno fuerte, si se quiere, mas no corrompido, la auto-
ridad de mando en los grandes propietarios de raza
española, que se repartieron su tierra. Aquella servidum-
1) Donación que hacia «I gobernador en nonabre del rey, de una porción
de tierras en linderos señalados y sin perjuicio de mejor derecho, y
que el donatario tenia obligación de poblar en el plazo de seis meses,
con ffus ganados y servicio, debiendo, en las fronteras, tener armas
y caballos para acudir ¿ los llamamientos de guerra. De su posesión
no podia ser privado sin primero ser oido y por fuero y derecho
veucido.
104 DR. BERNARDO FRÍAS
bre, producido por la fuerza de la victoria de las armas,
de la inteligencia y de una mas adelantada civilización,
estableció, bajo obediencia casi religioso, lo inferioridad de
la clase vencida; formó y educó, de esto suerte, su espí-
ritu, de suyo noble, inteligente, manso, bondadoso y hon-
rado, y aun despertó en él adhesión mas nunca odio y
repulsión de clases.
Bojo este régimen, los calchaquies vivieron propietarios
de tierras, arrendatarios en las grandes propiedades y
peones á jornal bajísimo en otros]puntos. Mas, en ciertos
parages, la dominación del absolutismo señorial era dura
y por todo extremo abusiva. En la región central, por
ejemplo, la pequeña propiedad que había quedado en
general á la raza vencida, aun que existieran algunos
fundos libres, esta]>a gravada y vinculada eternamente á
la grande propiedad. Regiones de leguas, verdaderamente
inmensas, eran propiedad de una sola familia patricia.
Por los derechos de aquellos feudos, los hombres presta-
ban su servicio personal, por determinado número de
dias, al señor del lugar, en pago del derecho de vivir en
sus tierras; los frutos de su industria no podían venderlos
óon la soltura de los hombres libres; el patrón se los com-
praba á precio vil y antojadizo, fijado por él sin observa-
ción y, dueño del cúmulo producido por sus vasallos, lo
revendía en los mercados, recogiendo ganancias superiores.
Así como sus bestias, arrendaba sus hombres, con espe-
cialidad para guias prácticos en las cerranias y pasos de
la cordillera nevada. Las mujeres hilaban la lana que
producían los ganados del fundo señorial; en sus famosos
'telares, donde eran tan afamados los abrigos de ñnísima
vicuña, se fabricaton los tejidos de lana, teñidos de colores
rojos y azules por lo común, con que vestía, sin excep-
ción, toda aquella población de los valles: allí se pre-
paraban también sus sombreros y sus ponchos. En aque-
llos parajes el chiripá, como el gaucho, eran desconocidos,
excepción de ciertos lugares, como en San Carlos; era su
troje el calzón y la camisa en el estío;- blusa de lana y pon-
cho en el invierno.
Aquel valle, en que se aclimató de esta manera el feu-
dalismo, es de un semblante completamente diverso del
I
I
raSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO H 106
que muastran las regiones orientales y el valle central de
Salta. Por este lado, lujosa vegetación cubre los planos
y las montañas de pastos riquísimos que, entre cuatro y
seis meses engordan de ley el ganado, y de bosques de
árboles corpulentos, donde reinan las ceibas, de flores de
escarlata; los molles, de peinada melena é inmortal ver-
dor; las tipas, de elegante y altísima figura; los cedros,
los nogales silvestres cuya fronda generosa abre salones
ú sus pies; parages llenos del alegre amor de los pojaros
y del suave clamor de las ])ri§as. Pero, hacia el poniente,
rompiéndose aquellos cerros verdes y arbolados, si son
vistos de cerco; azules como trozos de cielo derrumbados
si se los mira en lontananza, se abren en quebradas tor-
tuosas, recorridas por caudales de aguas turiMas, de lecl|0
cenagoso, que conducen al vecino valle. Desde allí, cam-
bia la decoración como en un teatro. La naturaleza se trans-
forma. Como si odiara sus galas, la tierra aparece triste
y severa, despojada de sus pompas verdes. En el seno de
sus hoyas arenosas solo levantan su raida melena solitarios
algarrobos, y en sus cerros volcánicos, áridos y terrosos,
rojizos ó cenicientos que cortan el horizonte por doquiera,
se alzan, trepando hasta la cima, aislados, de trecho en
trecho, los cardones; ái'boles sin hojas, de tres metn>s y
mas de elevación, de* entrañas acuosas y blandas, de tronco
grueso, corto y espinoso de donde se desprenden y se al-
zan rumbo al cielo, rectos y de un espesor uniforme sus
cuatro y seis brazos cilindricos, acanalados y de términos
redondos, que cubren el inmenso lomo de los cerros. Reme-
dan, á la vista, enormes candelabros ó mecheros que ilumi-
naron una vez con sus antorchas, el antiguo desposorio de
aquella tierra con el mar, cuyo suelo de arenas que re-
mueve el viento, atestigua todavía su tálamo abandonado.
Por su aridez, por su monotonía, por su tristeza parece
hubiera cruzado por allí el soplo de la muerte. Y, sin
embargo, es el pais de la mas noble fecundidad; pais de
la salud y de la vida, sus moradores casi cuentan él siglo
y sus cepas se escapan á la brazada de un hombre. Re-
gión de los vientos, del trueno y del rayo; panteón de
caducos dioses, de restos sepultados de una civilización
perecida, de la cual no queda mas que el sol como re
106 DR. BERNARDO FRÍAS
cuerdo vivo derribado de su antiguo altar. El lucero de
la tarde y las estrellas que abrillantan por la noche el
cielo, representaban para sus antiguos habitantes, las almas
de sus curacas difuntos.
Sus planos, áridos al parecer en su mayor extensión, son
la tierra de la higuera, de los mejores trigos, de la alfalfa ó
pasto de engorde que por allí es hierba perenne, y sobre
todo ello, de la uva y del vino. En su centro, en la región
de San Carlos, sus campos y sus cerros son pastosos y
excelentes criaderos de ganado; grandes acopios asnales flo-
recían por allí, que eran vendidos en los pueblos del Alto
Perú, para la indiada traficante; la vicuña, la chinchilla,
la oveja, la cabra y las bizarras crias de caballos andaluces,
tan de elegante moda en aquella época, eran otras de sus
fuentes de riqueza.
De esta suerte, mientras las regiones orientales de Salta
quedaron, cual lo hemos visto, sujetas á la vida atra-
sada y primitiva de la estancia pastoril, del bosque bravio
y salvaje, distantes del espíritu culto y progresista
y privadas de los recursos mas ansiados para hacer liviana
la carga de esta vida, teniendo sus moradores por vivienda
el rancho aislado y pajizo, aun tantas veces para el dueño
de la estancia,— el valle de Calchaquí, « valle famosísimo,
conocido por la mucha sangre española que vertió en él,
el esfuerzo de sus moradores, » venia, desde'antiguo, po-
blado por raza industriosa, rota su tierra por el surco de
la agricultura, donde imperaban las leyes de una sociedad
ordenada; y su fama y su riqueza atrajo ó su seno, desde
temprano, la población española, contándose en esta la
clase mas distinguida, y formándose villas de noble ve-
cindario, industriosas y comerciales, con casas amplias y
fuertes y con templos lujosos, como Cachi, como San
Carlos, capital de toda la región donde se establecieron
las grandes industrias de la vid. Las mansiones señoria-
les, levantadas en todas las grandes fincas, eran inmensas,
pesadas, de altos, y su frente de doble galería de arcadas,
y de la misma arquitectura que ostentaban los cabildos de
las ciudades capitales.
Tales eran los pueblos que constituían la antigua inten-
dencia de Salta. Todos reconocían el gobierno político y
HISTORIA DE GOEBÍES Y DE SALTA-CAPÍTULO II 107
social establecido; todos vivian y progresaban bojo la ley
del trab€uo; todos profesaban la religión católica y hablaban
exclusivamente la lengua castellana. Solo en la población
bcija de Santiago del Estero— antigua colonia peruana,
y en algunos puntos septentrionales de Jujuy, linderos con
Bolivia, como Yavi ó Santa Catalina, se hablaba por los
indijenas la lengua quichua, todavía. El español no les
era, sin embargo, desconocido.
LA SALTA ESPAÑOLA
XVI
Era la ciudad de Salta, entonces, mas pequeña, pero la
población se hallaba mas condensada y puede conjeturarse
sin mucho riesgo de ser exagerado, que su número era
próximamente igual al que hoy mantiene, si bien se con-
sidera que, aun después de haber desaparecido el comercio
con el Perú, que fué causa principal de su perdido es-
plendor, y haber padecido por quince largos años las cala-
midades de una guerra desastrosa y apasionadísima,
arrojaba, en 1825, una población de 70.000 almas la pro-
vincia, en cómputo imperfecto, como es de suponerse. 1) Sü
ediflcacion respondía directamente ó la clase é importancia
social de sus moradores, pues su fisonomía era, como
hasta hoy se conserva en buena parte, visiblemente espa-
ñola; y aquellas mansiones espaciosas y de aspecto seño-
rial; aquellas ventanas de grandes rejas voladas: aquel
número considerable de casas de alto, que le daban ele-
gancia y suntuosidad, hacían, entre mil otras causas, justicia
á su rango de ciudad de alta nombradla. Como la ciudad
hubiera sido edificada en una hondonada aprovechando
los profundos pantanos que la rodeaban para hacerla
lugar fuerte contra los avances de los bárbaros, la atra-
vesaban de occidente á oriente, siguiendo el suave declive
del terreno, dos surcos profundos, uno al norte, al
sur el otro, por donde se encarrilaban las aguas que,
1) Documentos de un censo levantado en la administración del general
Arenales; Arch. de Salta.
108 DR. BBBNARDO FRÍAS
de los terrenos mas altos del norte y las loniadas del po-
niente, llamadas de Medeiros.y San Lorenzo, bajaban é
inundaban la ciudad en la época de las grandes lluvias, i).
Eran de traza irregular y tortuosa, de aspecto rústico en
exceso, cubiertos de aquellas plantas propias de los terre-
nos anegadizos, unas de hojas pequeñas y flotantes en
los fangos; otras de grandes hojas de verde alegre, que
allí se alzaban y florecían hasta que las nuevas crecientes
las arrastraban, formando fangales á lo largo de sus cos-
tados. En las encrucijadas del centro de la ciudad, puentes
de piedra facilitaban su poso. El canal del norte, desti-
nado á adquirir su celebridad histórica, llamábase Tagarete
de Tinco, por ser este el nombre del vecino mas expecta-
ble de la calle que recorría, la que hoy lleva el nombre
de bulevar Belgrano. Así como este, eran los nombres
de sus calles, tomados de sus templos, de su comercio,
de algún lugar público ó del principal vecino. Su piso
era rústico, como lo eran estos sus canales de desagüe;
tenian su suelo desnudo, que solo en las esquinas, unia una
acera ú la otra, una cinta de grandes piedras planas, para
facilitar la travesía cuando las lluvias del estío las cubría
de agua ó de lodo, y solo llegaron ó ser cubiertas de
pavimento de piedra en la época de la revolución, cuya
obra fué hecha por los rendidos del ejército real, lo cual
infundía un verdadero orgullo á los cívicos, como enton-
ces comenzó á llamarse á la plei>e de la ciudad transfor-
mada en soldados de guerra. 2) En sus esquinas, gruesos
postes de madera labrada se hallaban clavados en el
íingulo preciso de la acera, que era de piedra rústica y
plana, con el objeto de salvarlas de la iryuria de lascar-
retas al doblar la calle, por que en ellas se efectuaba el
tráfico continuo de su comercio.
1) En nlgunas encrucijadas casi centrales de las calles de Buenos Aires,
se ahogaban los lecheros en los remansos que hacían las aguas en
los días de grandes lluvia?, y que en Salta se evitaron, merced á estos
canales de desagüe.
2) Esta obra solo alcanzaba al cuadro de la plaza mayor y la calle drl
Comercio, hoy Caseros, deide S Francisco á la Merced; y la del Yoí?ci,
después, de la Victoria desde el 21 de Febrero de 1813, y desde 1900, £s-
gaña; (t ) importando esta mutación una doble injuria; una á la Patria,
errando* sus recuerdos, y otra á España recordándole con su nombre,
la vía por donde entraron los vencedores.
HISTORIA DE GÜBMBS T DB SALTA— CAPÍTULO ü 109
La construcción de los ediñcios era de adobe, con ciertos
puntos de ladrillo; sus cimientos de piedra y muy rara
vez sus muros. Las casas* eran, por lo regular, de un
solo piso, pero, aquellas del núcleo central ó las que
eran mansión de vecino rumboso y acaudalado, eran, por
lo común, de altos en su frente ó llevando, á las veces,
un altillo en su extremidad y constituían la morada de
la nobleza y del comercio. Su entrada principal presental)a
una gran portada, adornados sus costados por anchas
columnas de caras planas, empotradas en la pared, y
terminando en dibujos compuestos de aglomeración de
líneas en relieves curvos y angulosos, que formaban su
pesado frontispicio. Sus puertas, como sus muros, espe-
sas, de regulares dimensiones y aseguradas y sostenidas
por enormes herrajes españoles; el zaguán de entrada y el
salón principal eran algunas veces de alta bóveda; gran-
des sus patios, de forma cuadrangular, ediflcados en sus
tres costados, por lo menos, sin ser afeados por chatas
galerías ó corredores, los que eran relegados ú los inte-
riores, y su salón principal en extremo espacioso, como que
era destinado ú las recepciones y al l>aile, tan frecuentes
y tan en boga en aquellos tiempos; siguiéndose cuartos
pequeños y obscuros ú otros salones interiores, según el
gusto y fortuna de su dueño, que lleval)an todos el techo
descubierto, con sus paredes bañadas con cal, sobre re-
boques construidos sin regla, que formaban ondas suce-
sivas en que anidaba el polvo, excepción hecha de la sala.—
La sala, la alcoba y el aposento, eran las piezas principales
de una casa de buen tono. Fueron de uso general las
ventanas, en cuyas puertas solamente se usaba de vidrieras,
y alguna vez en la principal de la sala; las habla
tanto sobre la calle, voladas como balcón para dar
comodidad & la vista, como en la sala y demás prin-
cipales piezas interiores, y estaban defendidas todas ellas
por fuertes rejas de hierro de barrotes rectos, como los
balcones; y los habia también, unos y otros, de madera.
Una casa de altos llevalia. por lo común, un gran balcón
sobre la puerta de entrada, y sobre las demás, balcones
mas pequeños, y muchas veces, ventanas de rejas cerradas,
precaución con que el celoso y severo padre español
lio DR. BERNARDO FRÍAS
guardaba las hijas de las libarlas de peligrosos y noctur-
nos amoríos. Los techos, en mayoría de casos, eran bajos,
especialmente en los altos; y los corredores, mas bajos
aun que las viviendas, sin que ocultaran parapetos la vista
de sus tejados, los sostenían columnas labradas de madera;
y como los sitios en que se elevaban estas construcciones
eran grandes, terminaban casi siempre en el espacio
abierto del fondo, llamado huerta, destinado al cultivo de
árboles frutales y jardines interiores. Los pisos eran ves-
tidos de lajas irregulares en los patios principales y de ladri-
llos en las viviendas; el suelo desnudo, especialmente en
los patios, solo se hallaba en algunas casas pobres.
Aunque para el gusto de nuestros dias aparezca gro-
tesca aquella arquitectura, eran, sin embargo aquellas
mansiones, viviendas alegres por lo espaciosas y de un
coryunto hasta imponente y severo.
Las viviendas de la clase pobre eran todas chatas, de
un solo piso, ostentando, á lo largo de las calles, sus ri-
sibles mojinetes y cuyos techos terminaban, hacia la via,
por unas prolongaciones casi tan anchas como la acera,
conocidas con el nombre de alares, que servían para gua-
recer de los rigores del sol y de las injurias de la lluvia
á los transeúntes.
Toda ciudad española se habia fundado señalándose, en
sitio preferente, la plaza, en cuyos costados se elevaban
la iglesia mayor y las casas consistoriales con la cárcel
pública. Salta no tenia mas que una plaza llamada mas
tarde de Urquiza, y hoy 9 de Julio, y la cual solo era
espacio abierto, escueto y desnudo de jardines y arboledas,
atravesada, por su centro, por anchas aceras diagonales
de piedras planas, y que formaban lo que vino á llamarse
la estrella. Dos cuadras hacia al oeste, existia la Plasuela
de la Merced^ de un tercio de cuadra, extendida al frente
del templo y convento de mercedarios. Al lado de estos
lugares abiertos que son higiene, comodidad y ornamento
de las ciudades, conviene hacer memoria de los huecos
ó sitios que se hallaban vacios, sin edificación, que con-
torneaban las afueras de la ciudad y que servían de basu-
rales y depósito de inmundicias, y mas tarde^ durante
la guerra, de apostaderos de las partidas. La ciudad termi-
fflSTORIA DE GÜEME8 Y DE SALTA— CAPITULO II 111
naba, por la parte del poniente y del sur, en sus quintas,
llenas de jardines y arboledas frutales, que constituían
lugares de paseo, y mas el sur, por su manso rio « en cuyos
remansos las hermosas hijas de Salta van á zabullirse
y triscar como las ninfas de la fábula, abandonando á las
ondas sus largas cabelleras.» Hablan dos conventos,
de franciscanos y mercedarios, y, de todas sus iglesias, solo
la de San Francisco y su claustro hacian honor á la arqui-
tectura española, estando todas ellas consagradas, á mas
del servicio del culto, ü servir de enterratorio á la
población.
El centro comercial dominaba en parte de la plaza mayor,
y en la calle del Comercio, hoy Caseros. Las tiendas de
aquella época no tenian la extensión y elegancia que mas
tarde adquirieron y estaban encerradas en cuartiyos peque-
ños, el cuadro de una esquina, por ejemplo, en donde se
aglomeraba cuanta clase de mercaderías existían fáciles
de ser expuestas á la vista del público, desde la sedas y
los paños europeos hasta el papel y los libros y los cristales;
figurando á su frente, para el expendio, á mas de sus gefes,
que algunas veces eran doctores y de gran talento, como
lo fueron Boedo y Zorrilla, por ejemplo, las mismas hijas
solteras, que reemplazaban á los dependientes, y que
se turnaban en los quehaceres domésticos. Las mismas
señoras, y del mas alto coturno, reemplazaban en la regencia
comercial de la casa, con éxito brillante, al esposo ausente,
en los períodos de sus viajes. Las pulperías, que se redu-
jeron á 53 en los primeros años de la revolución, 1),
ocupaban casi todas las esquinas de la ciudad, hallándose,
por ende, en todos los barrios, y en donde se vendía
cuanto había de menor cuantía y significación.
La iluminación de las calles en las noches obscuras se
reducía al farol de vela de sebo, de luz mortecina y ama-
rillenta, que, por orden del cabildo, cada casa de comer-
cio estaba obligada á mantener el frente de su puerta
hasta las diez de la noche, la que recibia el concurso
que prestaban los faroles que pendían en los zaguanes de
toda casa principal: y es justo tener bien en cuenta que
1) Archi.de Salta «Hacienda, 1813."
113 DR. BERNARDO FRÍAS
este verdadero adelanto urbano, apenas gozaba Buenos
Aires y otras muy pocas ciudades de América y de Es-
paña, aun la misma Madrid, donde la resolución del gobier-
no sobre la adopción del alumbrado público, liabia produ
cido una verdadera conmoción popular, de espíritu tan
hostil, que derrocó, nada menos, que el ministerio del rey
Carlos III.
Agregando ú este conjunto de detalles aquellas carretas
tiradas por bueyes que atravesaban sus calles ú paso
lento, jimiendo horriblemente sus ejes de madera y en
donde se introducían los efectos del comercio en los últi-
mos tiempos y las producciones valiosas de la campaña;
aquellas bestias cargadas del pienso y del combustible»
aquellos vendedores ambulantes, hombres y mujeres de
ú caballo que repartían los menesteres diarios ú las familias ó
ya aquellas sentadas ü lo largo del cordón de los aceras, que
eran todas mulatas y negras libres, comerciantes en frutas,
bebidas y amasijos; aquellos paseos ñ caballo de grandes
cortejos para placer y esparcimiento del ánimo, y los
banquetes con que celebralia Ins fechas venturosas ú ofrecía
su cumplimiento ú huésped distinguido la sociedad ele-
vada, y á donde asistían las damas con igual medida que
los varones, terminando, según elegante costumbre, con
la gravedad de los discursos bien compuestos en que bri-
llaba la elocuencia que encanta y seduce á los hombres y
también con brindis inspirados y chispeantes; aquellas pro-
cesiones tan abundantes y solemnes que atravesaban sus
calles y que, cuando era el viático, su divina presencia vela
caer de rodillas á todos los habitantes á su paso; aquellos re-
piques tan prolongados y frecuentes en sus templos, por que
llegaron á levantar mas de una vez sus quejas al gobierno los
estudiosos, los enfermos y los hombres de negocios; y aque-
llos cortejos funerarios con que el difunto noble atravesaba
las calles en lúgubre procesión, llevado á pulso por sus deu-
dos yhaciendo posas, osean descansos en cada esquina, don-
de se entonalDan las preces religiosas, hasta llegar al sepulcro;
cuando ó todo esto se agrega, en fln, aquella juventud
elegante, recorriendo la ciudad en sus caballos de ele-
gante raza andaluza durante las tardes serenas y bajo
aquel su cuma delicioso en que las familias llenaban las
mSTOWA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO II US
puertas, los zaguanes, ios balcones y ventanas á lo largo
de sus calles, ó mas tarde, desde las diez de la noche,
hora en que la iluminación de la ciudad moría, los grupos
de calaveras se repartían los barrios, turl:Mmdo con sus
cantos en guitarra bien templada y de música nativa el
silencio de la noche, se llegará á formar, después de un
siglo de distancia entre nuestra época y aquella, una idea
aproximadamente cabal de los rasgos mas prominentes
de lo que era la antigua Salta española, rica, alegre y
dichosa.
XVII
Lo que se dice de Salta, formaba los rasgos mas culmi-
nantes de una ciudad civilizada y principal en la época
española, y representaba, entonces, el grado de verdadero
adelanto y progreso, y de los mas sobresalientes en el
Rio de la Plata.
Por que conviene recordar que, antes de 1810, no exis-
tían en lo que es hoy la República Argentina, mas que
tres centros de población urbana que merecieran el nom-
bre de ciudades:— Buenos Aires, Córdoba y Salta. Los demás
solo eran aldeas pequeñas, pobres y miserables, enclavadas
en medio de vastos y desiertos territorios y sirviendo de
cabeceras inmediatas á poblaciones diseminadas cuya
civilización apenas si se habia separado de la barbarie.
Por esta su notoria importancia fueron designados por el
gobierno español, como capitales de las intendencias del sur,
y así como el gobierno político, el gobierno eclesiástico
correspondía igualmente á estos centros civilizados que
fueron también las capitales de las diócesis, cuya sede
arzobispal quedó siempre radicada en la ciudad de la Plata
ó Chuquisaca. Entre aquellas pobres aldeas obscuras y
miserables sobresalían por su progreso, las de Mendoza y
Tucuman, habiéndose avecindado en las de Jujuy, San Juan
y La Rioja muy distinguida nobleza, ya sea por el comercio
mantenido con el Perú y el reino de Chile, como entonces se
llamaba, sea ya por sus minerales, que fueron siempre sue-
ño dominante de los conquistadores y que los poseía La Rio-
ja. Los demás centros de población que hoy son florecientes
114 DR. BEEINABDO FRÍAS
ciudades, vivían en estado tan primitivo y llevando vida
tan obscura y pesada, que en ellas no existían ni escuelas,
ni verdadero comercio, ni fortunas ni las benéficas con-
secuencias, por cierto, que trae con todo esto, la vida
civilizada y culta, habiéndolos sorprendido la hora de la
revolución en estado tan pobre y atrasado, que su labor y
concurso intelectual en la grande obra nacional fué casi
nula, como que Corrientes apenas contaba con el Dr. Cossio,
en 1826 1) y Mendoza recien al despertar el siglo XIX,
comenzaba á mandar sus hijos á los claustros univer-
sitarios, mientras Santa Fé, Entre Rios, Catamarca y La
Rioja y San Juan y San Luis se hallaban huérfanas casi de
toda intelectualidad y de todo progreso, tal y tanto, que
decia el canónigo Gorriti, la lumbrera mas poderosa de
su época:— « Se hizo sentir hasta la evidencia en el Con-
greso de 1826, la imposibilidad de establecer una federa-
ción reglada entre tantos pueblos que figuran como pro-
vincias independientes y carecen de una organización
interior regular, y tan pobres, que, faltos de lo necesario
para proveer á sus necesidades interiores, de ningún modo
podían concurrir con su contingente de fondos para hacer
frente á los gastos comunes. » 2). Y el mismo grande
orador agregaba en la Sala de Representantes de Salta, en
1828, sobre este mismo tópico:— « íCómo, señores, se podrá,
supongamos, en la punta de San Luis organizar la admi-
nistración de justicia que es la base de la felicidad y los
otros tribunales, cuando no tiene ni recursos ni hombres
que los puedan dirigir y están sujetos á elegir represen-
tantes que no saber leer ni escribir? De ningún modo;
pues, en ese estado es que, poco menos, están casi todas
las provincias. »— 3).
Aquellas aldeas, por otra parte, tenían vecindario ton
reducido, que variaba entre 1.500 á 4.000 almas, 4) y
el territorio de que eran capitales, solo mostraba campos
1) Alberi>i; Ohraa, T. 3* páj. 5ia
3) Borrador de contestación á una nota del Dr. D. Josó de Amenábar.
Sebre. de 1839->Arch. prov. de Salta, 1829, corresp. oflciaL
8) Sesión del 19 de Abríi de 1^8, Arch. de Salta.
4) Rev. de B. Aires, tomo 22, p¿j. 802, 804, 807.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO II 115
inmensos é incultos con miserables poblaciones tan indi-
gentes y menesterosas, que en Santiago, por ejemplo,
como en la Ríoja, los infelices habitantes de los campos,
haraposos, casi desnudos, se alimentaban, por lo común, de
algarroba, patay y miel silvestre, como los de Catamarca
lo hacian con sus pasas; 1) y ya se puede colegir que
masas tan miserables y desheredadas de la fortuna, ca-
recían de toda educación social, vagando en sus bosques
y en sus pampas en el litoral, destinadas á ser, en dia no
lejano, alucinadas por la violencia y el pillaje en que las
hablan de desencadenar, bajo el nombre de montoneras
fedérales, los caudillos retrógrados y bérberos del sur,—
Quiroga, Ramírez, López de Santa Fé y Rosas en Buenos-
Aires,— el azote de la civilización del Rio de la Plata, y el
pedestal de la barbarie sobre que se entronizó el despo-
tismo de los caudillos provinciales y la mas famosa y
sangrienta tiranía de D. Juan Manuel de Rosas, derribando
con su empuge instituciones, leyes, libertades, cultura,
crédito y cuanto halló de grande y liberal y civilizado en
la república.
Mientras tanto. Salta descollaba por su civilización, cultura
y riqueza con mayor intensidad cuanto mas grande era
el atraso del resto del país; como que su clero, nume-
roso y de las casas mas pudientes y distinguidas, habia
pasado casi todo él por las universidades y ostentaba sus
borlas de doctor y era poseedor de una ilustración
científica y literaria en grado inmensamente mayor de
la que hoy adorna á nuestro clero actual, como que casi todos
sus miembros eran abogados y oradores famosos que brilla-
ron sin rival en los parlamentos de la revolución, y conocedo-
res, á mas, de los famosos escritores del siglo XVIII
y de toda la literatura clásica. Los doctores en leyes eran
tan abundantes que, á mas de llenar el foro, se los veía al
frente de sus casas de comercio, como A Boedo ú Ormae-
chea, ó entregados á la labor de sus haciendas, como
Gorriti; y por su número y valer y signiflcacion estaban
destinados á suplir la falta que de letrados sentían los
demás pueblos; y así se los vio flgurar, al doctor D. Mateo
1) J. M. Gorriti, Bl Fomo del Yogei y teBtimonio general
116 DB. BEBNABDO FBIAS
Saravia, como diputado por Santiago del Estero y ol doctor
D. Teodoro Sénchez de Bustamante, de Jujuy, por la de
Buenos Aires, en el congreso que trató de reunir Bustos
en Córdoba, el año de 1820; al doctor D. Remigio Castellanos,
presidente de la sala de representantes de Mendoza, como,
en fin, al doctor D. Manuel Antonio Castro, presidiendo
y organizando la administración de justicia de Buenos
Aires y representándola como su diputado en el congreso
de 1826.
Después de la descripción de la antigua Salta española
como ciudad y como sociedad, puede traerse, como pos-
trer testimonio, la descripción lijera de Buenos Aires, en
la misma época, cuyo cuadro comparativo pensamos vendrá
á ser de primordial importancia.
A principios del siglo XIX, Azara encontró que la ciu-
dad de Buenos Aires tenia 40,000 habitantes y el resto de
su territorio, 31,000, que, como se ve, llega & ser igual
(^si á la población de Salta, después de las calamidades
de una larga guerra, en 1825.— « Las casas de Buenos Aires
eran entonces de un piso, macizas y bajas, si bien las
habia en gran cantidad de azotea, cosa que no se veía en
las demás capitales de los virreinatos españoles de Sud-
América, excepción de la ciudad de Montevideo. Algunas
de las mansiones bonaerenses de aquella época, tenian
altillos con rejas sobresalientes, como las que habia al
frente de la mayor paiie de las casas de personas pudientes
(ventanas) y que, debido é la estrechez de las veredas, de
una vara, y á la poca ó ninguna iluminación de las calles,
durante las noches obscuras, constituían un verdadero
peligro para los transeúntes. Las viviendas de entonces
eran blanqueadas por dentro y fuera. El pavimento no
existia. El marques de Loreto, virrey & flnes del siglo
XVIII, se preocupó de empedrados, con el laudable pro-
pósito de evitar que las casas se derrumbaran; pues cree-
mos oportuno advertir que en aquella época, durante los
grandes temporales, el agua pluvial corria en forma de
arroyos, y se desplomaba en algunos puntos céntricos de
Buenos Aires, en forma de saltos ó cascadas, que hacian
intransitable la ciudad. Fué Rívadavia el primero que,
allá por el año 1822, al mandar demoler el muelle de
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO II 117
manipostería que existía donde mas tarde se encontró el
de pasageros, dedicó las piedras de la demolición & em-
pedrar la calle de la Florida,' la cual se llamaba, hace 76
años, por la circunstancia antedicha, caHe del Empedrado.
Era el mayor lujo imaginable; y por eso y por otras ra-
zones, en la misma calle donde hoy figuran nuestros
principales establecimientos comerciales de boato y de
valor, expendían las negras de la época, por el dia y por
la noche, en sus timbas, tortas fritas que no desdeñaban
y antes al contrario saboreaban con delicia las principales
y mas empingorotadas damas de 1810.
«Pero volviendo á las calles de Buenos Aires, diremos
que su situación era tan mala, que en verano el polvo las
hacia insufribles y en invierno intransitables por el barro;
aquellos inmensos pantanos solo vadeables por las muías
que provenían de las provincias de Cuyo, con cargas al
lomo de barriles de vino, cajones, petacas, etc. . . .
«Ademas de los transeúntes á caballo, en invierno, se
veían también las carretas de los aguateros, tiradas por
bueyes; que no eran otra cosa que una pipa sobre un
par de ruedas descomunales. El robinete era entonces
desconocido aquí, y el agua surgía por una manga de
cuero. Algunos hombres pudientes tenian para su uso
particular y el de sus familias, galeras tiradas á la cincha;
los carruages se contaban por los dedos; queremos decir
que no pasaban de media docena.
a Los suburbios de Buenos Aires se encontraban en el
hueco de Lorea, Allí paraban, en 1810, las tropas de carre-
tas que provenían del norte y del oeste de la provincia.
« En el mismo punto donde hoy se encuentra el palacio
de gobierno, estaba situado el fuerte .... Por allí cerca,
las negras vendían chicha, tortas fritas, bizcochos y cigar-
rillos de tabaco negro.
«La escasa iluminación de la ciudad no se hizo hasta
principios del siglo. Los faroles de 1810 eran de forma
estrecha y alongada, ostentando una vela de sebo, de baño,
cuyo pabilo desprendía una humosidad densa, que en po-
cos momentos convertía los vidrios del farol en placas
negras, á través de las cuales solo se percibía un débil y
fuliginoso brillo de llama amarillenta.
118 DR. BERNARDO FRÍAS
« Los que salían por la noche llevaban faroles, muchos
(Je ellos improvisados, hasta con cascaras de sandías. l-.a
gente salía poco de noche por que la vigilancia era nimia.
No había serenos, y las patrullas solo rondaban la ciudad
en épocas excepcionales.
« Lo que se denominaba el bajo, era el depósito de ani-
males muertos, tesuras y pescado inservible. En la ri
bera, que se hallaba á los fondos de la fortaleza, se toñaban
en verano, los hombres y las mujeres; estas á bastante
distancia de los primeros. Por la noche, de 10 á 11 y 12
se iban á bañar allí mismo los tenderos y pulperos, pro-
vistos de pan y ñambres para cenar después del baño. » 1).
XVIII
Como perteneciera á los españoles por razón de conquis-
ta el gobierno en América, recogían necesariamente los
frutos de su situación privilegiada,— la preponderancia
política y social en poder y consideración; y como constan-
temente acudía esta inmigración li las colonias, su número
era considerable y fuerte y, cual lo hemos visto, en cier-
tos puntos, como Lima y Salta, acudía de lo mas distingui-
do á labrar sus fortunas colosales. Su inñuencia general
fué, pues, poderosa. Hasta mediados del siglo XVIII, casarse
con español era pleiteado honor para la mujer. En todas las
casas nobles ó distinguidas de Salta, los hijos de ellas
pudieron contar, al amanecer el siglo XIX, con el padre
español, rico y de cuna limpia, que acababan de sepultar
ó que ostentaba una ancianidad venerable. Esta su influen-
cia social, su imperio y su superioridad política, llegó por
sus vinculaciones seculares ya con las familias criollas ó
del país, á imprimir á la sociedad, especialmente en la fa-
milia, aquel aspecto adusto que mostraba, debido á aquel
carácter poco espansivo, huraño á toda confianza y llaneza
con los suyos que mostraba y sostenía generalmente el
1) De un artículo titulado Progresos de Buenos Aires; ojeada retrospectiva
de 1810 á 1898 publicado en La Nacim, el 35 de Mayo de 1896,— Buenos-
Aires.
^
fflSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO H 119
padre español, de carácter duro, terco y porfiado en sus
opiniones con que se distinguía especialmente el vizcaíno;
carácter de aspereza que luchaba en su influencia y pre-
dominio con la soltura y franqueza y liberales espansio-
nes que fueron siempre propias del hijo de 1^ América;
mas cariñosa su alma, mas fraternal su índole aunque
bien celosa, por cierto, del honor de su cuna y distinción
de su sangre. Las costumbres y rasgos del antiguo
caballero español, terco, casi sombrío y^tenaz, se manifes-
taban y mantenían, de esta manera, en la sociedad aristo-
crática de Salta, donde el padre español infundía el cariño
y amor propio de la naturaleza revestido de aquel velo
de respetuosísima veneración, casi terrible, que infundía
en los hijos, como una especie de dios doméstico, aquien
el corazón amaba, pero ante cuya presencia se recogía y
temblaba. No habia con él la cariñosa intimidad que hoy
distingue al padre con el hijo; que el padre de familia,
en aquella época, siempre era hablado de usted, y el
título de señor padre, para invocarlo, dado por sus mismos
hijos, alejaba de entre el y ellos toda esta moderna y dul-
císima y satisfactoria confianza que el amor paterno ins-
pira en nuestros dias. « El padre español tenia entonces,
algo del padre patricio entre los romanos » siendo el señor
absoluto y juez de la familia; duro, extravagante, autori-
tario hasta el exceso, y, muchas veces, hasta torpe en
acciones, palabras y maneras.
Su religiosidad era extremosa y abundante, como que
en aquella época el sistema monacal era el que dominaba
en todos los dominios españoles; la invocación á Dios
presidía sus saludos, sus comidas, sus fiestas, sus trabajos
y formales deliberaciones por que su alma era sensible y
honradamente piadosa; la religión se extendía en todos
los actos de su vida pública y privada; hasta en el
bostezo la señal de la cruz obstruía, en la boca abierta, la
entrada del demonio, entidad teológica divulgada para
subyugar por el terror, y que se filtraba como un dios
del mal, en todos los resquicios de la vida colonial. Este
carácter, unido á aquel mal entendido y exajerado patrio-
tismo de que el español de entonces dio tantas prueban,
vino á producir en la sociedad americana así españolizada,
120 DR. BERNARDO FRÍAS
rarísimo y sorprendente fenómeno; por que aquel padre
no fué como el común de los padres ni aquel su amor
paternal como fué siempre este amor. Los lazos de la
afección y del recuerdo que unían á España al padre
europeo, hacían que toda su protección y todas sus prefe-
rencias, en la gran mayoría de los casos, fueran antes que
para los hijos y miembros de su familia, para el paisano,
para el español llegado á América en busca de fortuna; y
generalmente eran, entre estos, preferidos los mozos de
su aldea. Estos obtenían la mejor colocación en su co-
mercio, como dependientes ó como socios industriales ó
habilitados, especialmente en la tienda, en el almacén ó
én la pulpería, de dónde salían, por lo común, provistos
de capital propio, á establecer nueva casa bajo su giro
personal. Pero el orgullo español no estaba con esto sa-
tisfecho ni los inmigrantes peninsulares hallaban limitado
á solo esto los favores de la fortuna; el despotismo del
padre europeo absorbía, en su exagerada soberbia, hasta
la personalidad de sus propios hijos. «Los emigrados es-
pañoles miraban & los blancos como inferiores suyos, y
hasta los niños de padres españoles, nacidos en América,
eran tratados por ellos como si hubieran perdido su rango
en la sociedad. » 1). El español de entonces solo aceptaba
por su igual, al español nacido en España: este fué su
común sentir en América y llevado por tan irracional
extravagancia, el padre español buscaba con predilección
á su paisano para ofrecerle todos sus favores y este, fuera
mozo ó viejo, «era el preferido de la voluntad paterna
para enlazarse con las hijas de la casa y sucederle en el
comercio,» mientras que el joven del país, ágil y de-
senvuelto, « vivía de los favores ocultos de la madre ó de
las hermanas casadas. » 2). Tales matrimonios se reali-
zaban bcgo tan duro despotismo con prescindencia casi
absoluta de la libre voluntad de la desposada; la hija era
obligada á aceptar por esposo á aquel que su señor padre
habíale elejido, lo que venía, muchas veces, á turbar y
romper un amor ya antes definido por ella.
1) «Viaje pintoresco á las do3 Américas, etc.* por D'Orbigny y £grié8—
Tomo II, páj. 11.
2) y. F. LÓPEZ. El año XX, epilogo.
fflSTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO II 121
AI lado de este despotismo que se cernía en la familia
rodeado de la mas alta veneración y respeto, pero bajo
las austeras virtudes religiosas y sociales de aquellos dias;
ante el ejemplo de un cristiano viejo que representalxí
el tipo mas perfecto del caballero español de aquel enton-
ces; de la dulce y santa piedad de las madres americanas
de aquella época que ni encendían fanatismo ni derra-
maban supersticiones y que si no dejaban obscuras de
Dios las almas de sus hijos al bañarlas con la luz de la
religión, solo temblaban ante el escándalo , y el pecado,
como la madre de San Luis; criados, en fin, entre aque-
llas costumbres escencialmente americanas de la actividad
varonil para el manejo del cnballo y con la sagacidad que
despierta aquella vida en que el imperio del individua-
lismo y de la ardiente y noble emulación por lo hazañoso
y digno de aplauso, despiertan tanto la audacia, el valor,
la imaginación y la vivacidad del espíritu, como conservan
y robustecen la salud y las energías físicas del cuerpo,—
los hijos de familia, la juventud de Salta, que iba á de-
sempeñar tan brillante papel desde 1810, recibían en el
hogar aquella educación que hizo tan famosos á nuestros
antepasados por el temple de su espíritu, por el valor y
grandeza de sus almas, por la altura moral, la altivez
personal, el honor cívico y la honradez á toda prueba que
recibieron y les enseñaron sus padres, los antiguos hidal-
gos españoles.
Desde mediados^ del §iglo XVIII, los hijos de familia,
especialmente el primogénito, empezaron á aplicar su acti-
vidad al estudio; por que, hasta entonces, el alto comercio
estaba en manos de los españoles, y sus hijos, americanos,
se contraían á la atención de sus propiedades rurales ó
á gozar desde temprano de la fortuna de su casa, entre-
gándose ó una vida de holgura y calavera, que llegó á
ser famosa. Desde entonces, los estudios, las carreras
liberales llegaron á imponerse como una moda y como
un distintivo de verdadero honor, á tal extremo que el
doctor, ya fuera clérigo ó abogado, constituía gala y or-
gullo de la familia en toda casa de rango y de buen tono.
Por que la riqueza y la opulenta posición de las familias
patricias de Salta llegó á ser de tal pujanza, que sus hijos
193 DR. BERNARDO FRÍAS
recibían su educación en el colegio de la ciudad, fundado
por los jesuítas ó iban ü mejores aulas los que se dedi-
caban á las carreras liberales y así poblaban los colegios
y las universidades de Córdoba, de Chuquisaca y aun de
Lima, donde llamaban la atención por el vigor y sagacidad
de su talento, cuyos esfuerzos liberales y avanzados ha-
blan de brillar y honrar tanto los días de la revolución y
cuyo carácter inquebrantable habíalos de llenar de tanto
honor y dignidad. Los mas pudientes, y también los pa-
dres de familia mas orgullosos, mandaban sus hijos hasta
Madrid & su Colegio de Nobles y d sus universidades, ó
& vivir en la corte como los Moldes, como los Gurruchagas,
ó ü sacudir del corazón inconvenientes é imprudentes
amores, como Tineo; ó ¿ya los costeaban como alx>-
gados defensores de su honra, cual lo hizo el nobilísimo
D. Estanislao de Toledo Pimentel, quien enviaba á la
corte de Madrid & su hijo el Dr, D. Pedro Toledo, canó-
nigo mas tarde de la catedral de Santa Cruz de la Sierra,
ú defender su honor comprometido por el gobernador de
Salta, D. Ramón García Pizarro. 1).
Cuando esta juventud volvió de los claustros, de 1780 &
1810, conocedora de su valer y de su mérito; orgullosa de
su cuna, de su raza, y de su cultivada inteligencia, á la
que habla nutrido con los estudios jurídicos, filosóficos,
históricos y literarios, económicos y políticos, fuera del
programa universitario, en los textos españoles y france-
ses de Montesquieu, de Raynal, de Rousseau, de Volney,
de Montagne, de Adam-Smith, de Mariana, de Solís, de
Zolórzano; y en los antiguos y clásicos de Plutarco, de
Cicerón, de Salustio, de Juvenal, de Jenofonte, de
Eschylo, de Aristóteles, Platón, Demóstenes, Heródoto,
César, de Tácito, de Tito Livio y demás romanos y griegos
famosos en el mundo de las letras, que les enseñaron los
derechos del hombre, los principios políticos, la igualdad,
la libertad y el progreso; la fisonomía de los grandes ciu-
dadanos, los trastornos y reivindicaciones de los derechos
1) Gonyiene advertir que en aquella época, casi todo el clero era docto-
rado til utroque jur%8, siendo asi hus miembros teólogos, canonistas y
abogados al mismo tiempo.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO H 123
sociales como el engrandecimiento y la caida de los im-
perios, todo sensibilizado en sus espíritus con los gran-
diosos sucesos de la revolución francesa derrlbadora de
los antiguos reyes, y de las antiguas violencias de las
instituciones sociales y políticas,— encontráronse al fícente
de las irritantes injusticias que el régimen español sostenía,
y de un poderosísimo elemento de resistencia que ese
mismo despotismo y torpe y abusivo régimen habia la-
brado; por que si aquellos jóvenes doctores educados para
el pensamiento y el gobierno social se hallaron con las
puertas del gobierno de su patria cerradas y solo francas
para el extrangero, para los españoles muy inferiores,
por cierto, aun aquellos que gozaban título de suflciencia,
como el obispo, por ejemplo, en su preparación intelec-
tual, encontraron aliado poderosísimo en todo el elemento
americano. Sus hermanos y todos los demás hijos de
buena casa, ricos, orgullosos y altivos hablan llegado &
formar una entidad social valiosísima y temible por su
número y significación: eran los poseedores del derecho
privado en el país, y formaban «el eslabón entre el pue-
blo bcyo de artesanos y siervos y los jóvenes que, ha-
biendo logrado una educación literaria, ¡habían alcanzado
título de abogados y doctores» adquiriendo estos cada dia
mayor influencia, como representantes de los hijos del
país. Toda esta masa, desde el doctor hasta el artesano,
desde el sacerdote hasta el campesino y el esclavo ame-
ricano, alimentaba por todas aquellas causas que hemos"
visto, desde el seno de la familia hasta las esferas del
gobierno, marcadísima y profunda enemistad.
Especialmente los españoles ordinarios, hijos de la plebe
de España, que por su baja esfera y mala educación no
podían imponerse en la sociedad, llegaron ú convertirse,
en los últimos años, en verdadero blanco de los odio3 y
rivalidades de los hijos del país. Tildáronlos con el nom-
bre general de gallegos; sus torpezas y desaciertos y ri-
diculeces se contaban y tejian por diversión, á lo que
venían ú dar confirmación de justicia, ciertas torpezas
públicas ó rarezas de genio que llegaron a sorprender al
vecindario; como que hubo uno de ellos, recordaremos, que
edificó su casa colocando hücia el interior del patio los
134 DR. BERNARDO FRUS
balcones y no á la calle, para guardar á sus hijas de las
miradas y del amor peligroso de la juventud elegante y
calavera 1) y otro, de nombre Fernández, llegó á clavar
viva á su mujer en la caja funeraria, cansado ya de verla
enferma tantos años y para que muriera de una vez.
Esta animosidad, este odio y repulsión que sentían los
hijos del país por los españoles, era por estos bien y
nutridamente correspondido, manifestándose el ardimiento
de su apasionada rivalidad, hasta en los actos públicos
y sociales; por que como hubiera sucedido que en cierta
ocasión se hiciera necesario dar una representación tea-
tral, el elemento español, aprovechando su pericia en el
arte, confeccionó una pieza de comedia de costumbres,
donde, entre otras cosas, con espíritu despreciativo se decía,
por ejemplo:— « El español huele á tienda nueva y el ame-
ricano á charque gordo. »
XIX
Leyes sociológicas que no son de nuestra incumbencia
analizar, vinieron á producir, con otras causas comple-
jas, una raza de hombres de constitución vigorosa y tan
robusta que su descendencia de hoy solo acusa degene-
ración y flaqueza. La continua mezcla de las familias ya
formadas desde antiguo con el nuevo contingente que
traía la inmigración vasca y castellana que acudió por
excelencia á Salta, era, acaso, una de esas causas de
mayor poder, uniéndose á todo ello, la educación física
que se recibía entonces, como poderosísimo auxiliar.
El niño, desde que comenzaba á andar, comenzaba tam-
bién á ejercitarse en el manejo del caballo; en todas las
provincias argentinas del norte, y aunque el hijo de la
ciudad fuera mas considerodo, no llegaba á los diez años
sin ser un verdadero ginete. Los viajes comenzaban para
él desde temprana edad y ya en ellos, ya en las tempe-
rados de vida campesina que pasaba en las estancias,
aprendía y acostumbraba su naturaleza al rigor de calores
1) La casa existe aún.
HISTORIA. DE 60EMES Y DE SALTA.— CAPITULO 11 125
y de fríos, desafiando la intemperie y las privaciones con
6j]¿ereza varonil. Noble espíritu de dignidad alentaba su
org-ullo á sobreponerse ó, al monos, á igualar á los gau-
chos campesinos en destreza, valor y ajilidad en todo
^íuello que importaba á su predominio, como que era el
señor ó superior, y de tal manera, que el hombre decente que
^eíiia sus labores en la campaña, era el primero de los
^^Uchos de la comarca, y como ellos se vestía, y como
^/^^s manejaba el caballo mas fogoso y esgrimía el puñal,
^'^Onpre al cinto, con habilidad consumada; y lo mismo
g^^^fiaba los rigores de la naturaleza y del desierto, como,
A ^^rios, los embates de las fieras de los bosques, retadas
^^Xnbate singular en medio de la selva, como lo acos-
NíÍLfl\braba hacer, por ejemplo, Don Pachi Gorriti, entre
otros. Por la raza y por la varonil educación física que
recibían desde tan temprano, aquellos hombres eran tan
robustos y valerosos, muchos de fuerzas hercúleas, de
contextura fuerte, desarrollada en varoniles proporciones;
y de una salud que condecía con todas estas excelentes
cualidades, pues, tan bien pasabají largas y repetidas no-
ches durmiendo sobre las piezas del recado de ensillar y
al solo abrigo de un árbol desnudo de follaje, ó veces,
en el invierno, como en el blando y abrigado lecho bajo
el techo de la familia, sin recibir por ello quebrantamiento
ninguno.
Así se formaron y así fueron los gauchos decentes, en
que se contaban casi todos los hombres distinguidos de
la época. Hombres de ciudad y educados, hijos de buena
casa, doctores muchos de ellos, y casi todos de familia
acaudalada, fueron caballeros dignísimos en la vida social
y de salón que transformaban sus hábitos y su traje, to-
mando el de los gauchos, cuando pasaban á dirigir la
atención de sus intereses rurales. Durante aquella tem-
porada, la barba crecía con toda su libertad; el chiripá
de tela fina reemplazaba al calzón; la bota de grandes es-
puelas de plata, al zapato; un ceñidor bordado de seda y
cubierto de metales preciosos, sujetaba el chiripá por la
cintura donde guardaba el puñal, de empuñadura lujosa.
Un sombrero de anchas alas, el poncho de tejido superior,
y un pañuelo de seda al cuello, cubrían el cuerpo que
126 DR. BERNARDO FRÍAS
vestía chaqueta ó camiseta especial y completaban su
traje, en lo común. El caballo en que montaba era siem-
pre de ejtcelentes condiciones, llevando crecidas la cola y
á veces la crin, y sus enseres, desde la rienda hasta la
silla y los estribos, todo de lujosa ornamentación de plata,
con cuya vistosa estampa se presentaba en su hacienda,
donde tan hábilmente manejaba el lazo como dominaba
el potro mas impetuoso.
La mujer, ya fuera la dama mas noble y encumbrada,
ya la rústica campesina, manejaba el caballo con igual
elegancia y gallardía, haciendo en él sus viajes, á veces
hasta Lima, sus paseos y escursiones veraniegas; y que
habla de aprovechar muy en breve, estas sus virtudes de
amazona, en las continuas emigraciones á Tucuman, ú
las estancias fronterizas ó á las breñas recónditas do las
montañas, para dejar solamente al enemigo una ciudad
desolada y sin vida en quince años de una guerra la mas
enconada y sangrienta, ó para huir hasta Tupiza, hasta
Potosí, hasta la Paz y hasta el Cuzco, de las venganzas de
la revolución.
En la gente de la ciudad solo se veía el traje europeo,
y por aquellos días cercanos & la revolución, era de moda
el calzón corto sujeto á la rodilla, la media alta y el za-
pato. Para el diario se gastaba la chaqueta ó chupetín,
de faldas cortas, pues, apenas pasal^a de la cintura y cuyo
imperio resistió, aunque extraño, hasta después. El ves-
tido de gala ó de ceremonia, usado de ordinario el dia de
fiesta, lo formaban la levita y mas especialmente el frac
de largos faldones, de cuello y hombros altos y grandes
solapas de largas puntas; el chaleco era abierto y muchas
veces de lujoso género de hilo de plata que hoy solo se
emplea en ropages sacerdotales; la camisa, de holán de
hilo con la pechera ancha, llena de vuelos y encarrujados,
terminaba en un cuello alto, ceñido por grandes corbatines.
La gente rica usaba este traje de terciopelo, de sedas y
de paño, la media alta, de seda; el calzón sujeto fx la ro-
dilla por hebillas de oro ó de plata con esmeraldas y
topacios, las que usaban también en los zapatos. En in
vierno llevaban capas de paño ó de gruesa anafalla de
seda, generalmente negras, verdes y granas. Si era sa-
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-OAPITULO II 127
cerdote, usaba sotana de raso de seda en las grandes ce-
'^emonias del culto; y el doctor, fuera eclesiástico ó seglar,
"ftvaba anillo de oro con roseta de diamantes en el índice
^^ la mano derechai El peinado lo usaban tendido el pelo
^^cia adelante con cierto desorden, y no se veían calvos
eatOnces, pues, la peluca era de uso general; y la barl>a
^ llevaban rapada, dejando solamente una corta patilla.
^-•0^ mujeres usaban la blusa de talle corto; el cuello y
í^orte superior del pecho completamente descubierto,
ei^íX
de diario, y la manga apenas cubría hasta el codo;
vallera era redonda, plegada y tan corta que no pasaba
\^\ tobillo, dejando lucir el zapato y la media de seda de
\(ji dama; y el peinado, apartando el pelo con la raya en
medio, caía á los costados cubriendo casi las orejas total-
mente en forma abultada y las dos trenzas sujetas bajo
la coronilla y cubriendo el cuello. El traje de gala de
una dama aristocrática era de sumo lujo; desde la enagua
hasta la media eran de seda, y sus vestidos de baile y de
ceremonia bordados en hilo de oro y de plata y de len-
tejuelas del mismo metal. Usábase el vestido angosto,
llamado de medio paso, y algo corto de faldas, llevándo-
lo las señoras en el baile con larga cola. Grandes
pendientes con perlas y diamantes; cinturones de eslabones
de oro y perlas y piedras preciosas, cayendo en lazos por
la falda, é igualmente las demás alhajas mujeriles, enrique-
cían el tocado. No habla dama de distinción que no tuviera
el collar de perlas, muy de moda entonces, y algunas lo
usaban aun de diario. Los abanicos, cuyos ejemplares
conservamos, eran de largas varillas de marfil, primo-
rosamente talladas, con dibujos de oro y de plata y
luciendo rosetas de diamantes, en ellas; algunos tenían
sus varillas de oro. En su parte superior, una tela de
raso presentaba paisajes de finísimas pinturas entre len-
tejuelas y bordados de oro. Una niña, como una señora,
no salían jamas en talle suelto á la calle ni ufaban
tampoco el sombrero; chales ó mantos de merino y de
seda envolvían su cuerpo, dejando, sin embargo, al descu-
bierto la cabeza, que solo se la cubrían en la iglesia, á
diferencia de las costumbres tan celebradas de Lima.
Se almorzaba á las doce, con la puerta de la casa cer-
128 DR. BERNARDO FRÍAS
rada; se dormía la siesta hasta las tres, y se cenaba á las
ocho. La mañana y la noche eran las horas destinadas á
las visitas de sociedad.
Saber bailar era virtud de buen tono y mejor educa-
ción entonces, y el minuet fué la pieza mas celebrada de
la época. A estas reuniones sociales se agregaba la cos-
tumbre de las frecuentes visitas, que se hacían de dia
como de noche y especialmente los domingos; en ellas se
obsequiaba con dulces y refrescos en el estío; con café y
chocolate en el invierno; el mate dulce era de uso general
en todo el año. Las señoras olían rapé aromético guar-
dado en cajillas de oro ó carey, muchas veces una joya,
que llevaban siempre en el bolsillo de la pollera y del
que obsequiaban á las visitas de su edad y que lo absor-
vían, como ellas, á pulgaradas. En las cereníonias de un
salón, no se acostumbraba dar la mano, cuya moda im-
presionó sobremanera al nacer, pero sí estuvo muy en
boga y su gusto perduró hasta mediados del siglo XIX,
el cantar, con acompañamiento de guitarra, que aun no
llegaron los pianos, en las reuniones de buen tono, los
jóvenes y las niñas. En razón de todo esto, de los mu-
chos dias de fiesta, de la holgura general de la vida de
entonces, como por mil otras causas, formóse una socie-
dad de espíritu verdaderamente alegre, afecto á la diver-
sión y al placer, ya fueran estas fiestas religiosas, donde
se mostraba honradísima piedad, ya fueran aquellos otros
festivales y aun los mismos juegos de azar, efecto todo
ello, en su fondo, del sociego á que reducían la vida de
entonces las instituciones coloniales. Basta pensar, para
darse cuenta de su extremo, que aquella antigua gente
prolongaba hasta por quince dias, especialmente en la
campaña, los regocijos de pascuas y carnavales, costum-
bre que sobrevivió muchos años todavía al derrumba-
miento del antiguo régimen colonial.
Del resultado de este continuo roce social, se formó el
espíritu sumamente atrayente, liberal y obsequioso de
aquellas familias y de aquellas gentes: y en estos actos
mismos, notable era la diferencia entre las personas de
rango y aristocrática educación, de aquellas otras mas
llanas y francas y de espíritu con tendencias democráticas;
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO ü 129
por que si en las primeras, en un banquete, por ejemplo,
resaltaban las cultas y respetuosísimas maneras y pen-
samientos, en las segundas, heredando en cierto grado las
costumbres demasiado familiares de los españoles de la
c/ase plebeya que pinta Larra en el Castellano vfejo, llega-
^n ú colocar en violento* compromiso [á la persona
^6 mas alta educación, especialmente si era dama, al
expresarle sus finezas. Por que sí en España esta buena
^^nte acostumbraba, por acto de cariñosa cortesía, pa-
^^ s\i bocado ú su huésped, nuestros antepasados con
P^í"ticularidad los de segundo rango de la ciudad y los
. ^^ ntones de la campaña, pasaban la presa del pollo, por
^j^^^^plo, en un almuerzo, tomada á dedo limpio, que no
^^pre lo estaba, diciendo al obsequiarla:— « Por ser de
'^X^ manos» Y así era forzoso el aceptarla, como asi
trvtemo el beber, á instancias de cualquier vecino, en la
fiesta, lo que sí era arma poderosa para los triunfos de
la alegría y del amor, violentaba y aun colocaba en
peligro á quien no llevaba aquel camino. Por lo demás,
las gentes de aquella época eran obsequiosas y rumbosas,
cada una en su clase; y como nó existieran entonces ho-
teles ni posadas ni aun en las ciudades capitales, los
viajeros y forasteros en general, se hospedaban en casas
de vecinos de su relación ó á quienes eran recomendados.
La amabilidad de ese su buen trato, hacía que la familia
forastera fuera visitada y obsequiada con cariño y fran-
queza, cuando así lo merecían su clase y las credenciales
que la acompañaban; y si era personaje de valía, á mas
de este agasajo común, era obsequiado con bailes y ban-
quetes.
En una casa de buen tono se veía lujosísimo ajuar
haciendo contraste, hoy en verdad asombroso, con la sen-
cillez ó rusticidad, acaso, de otros usos y objetos; que
sus muros ni eran decorados ni empapelados, ni el ma-
deramen de su techo cubierto como lo es hoy de costum-
bre general; mientras en su recinto, el salón principal
tenia cubierta la pared cabecera hasta cierta altura, de
telas de riquísimo damasco de seda color carmín, siendo
de igual especie los cortinados de sus puertas; en igual sitio
se alzaba el estrado, que era cierta leve eminencia donde
130 DR. BERNARDO FRÍAS
las damos recibían los visitas; del techo colgaba una gran
araña de cristal, y sus muros eran cubiertos de grandes espe-
jos de marcos y elevadas coronaciones de cristal, que res-
plandecían hermosamente con los rayos déla luz; por la
noche era iluminado por bujías de sebo, sobre hermosos sus-
tentáculos ó candeleros de plata, y era esta, finalmente, la úni-
ca pieza alfombrada. Este lujo, importado especialmente de
España, le prestaba al salón aspecto verdaderamente
regio cuando en noches de bailes, por ejemplo, lo pobla-
ba aquella brillante y lujosísima aristocracia, al compás
de la orquesta de violines, flautas y otros instrumentos
musicales que manejaban los esclavos de ciertas casas
opulentas.
El interior de la casa mantenía su lujo relativo. En toda
casa decente y de recursos, la vajilla era de plata, com-
pletamente toda, y aun los trastes destinados & los usos
mas viles; las sillas de madera tallada, de asientos y res-
paldos de terciopelo y mas comunmente de suela ó ba-
queta esculpida, y ellas, como los muebles principales, de
nogal y Jacaranda, importados directamente de la penín-
sula, algunos de los cueles, como los escritorios y los
cómodas, llevaban chapas y tiradores de plata y de bronce; el
lecho de la señora de la casa, llevaba cortinas de damasco de
seda, generalmente carmín, como la sala, siendo del
mismo gusto la sobre cama ó colcha, que también la usa-
ron de terciopelo con galones y rapacejo de oro. No era
menos brillante un señor de esta categoría, el presentarse
á caballo en las fiestas y paseos urbanos; que los arreos
de ginete eran todos revestidos de plata y aun de oro.
El acaudalado español, D. José de Ormaechea, lucía una
cabezada con ciento y ocho piezas de plata, i) La silla
de paseo la usaban forrada en terciopelo, lo mismo que
el mandil, rojos por lo general, con galón de oro y, en
sus ángulos, grandes cabezas de leones, de realce el
dibujo y bordados con hilo de oro ó de plata.
Las damas usaban una silla con espaldar y pequeños
1) Dato tomado de su expediente testamentario, como también tomamos
de esta fuente, gran número de los que consignamos, agregando á
estos los suministrados por la mas respetable tradición y por machos
objetos conservados.
HISTORIA DE GÜEME8 Y DE SALTA— CAPÍTULO II
181
brazos, forrada en terciopelo y con estribo firme, de
manera que no daban frente á la dirección que llevaban
sino al costado. La silla inglesa que hasta hoy se usa,
fué introducida recien en la moda por los años de 1820.
La riendas eran de cordones de seda para las señoras y
las niñas. Un hombre derramaba mayor esplendor en su
traje y en los arreos de caballero cuando, desempeñando el
cargo muy honroso entonces de Alférez Real del cabildo,
paseaba por las calles el real estandarte español en la
gran fiesta de la ciudad, que recordaba su fundación, y
era celebrada el !<> de Mayo de cada año, día de sus santos
patronos.
CAPÍTULO m
Belid^on é Instraooiom Pública
SUMARIO:— Carácter reli(^oso de loi pueblos de América— La fe religiosa
en la sociedad de Salta— Ordenes religiosas — ^Prácticas piadosas — ^Las
Capeílanias, su objeto y su forma; sus consecuencias— Altura intelectual
del clero ae Salta; sus virtudes.
Administración eclesiástica; las sedea episcopales— Riqueza del cuUo
y de la iglesia— Privilegios que gozaban los bienes eclesiásticos— In-
munidades del clero — ^La Iglesia y el Estado— El patronato real; provisión
de curatos.
La ilustración baja del Perú á la» comarcas argentinas— Los jesuítas
en Salta; la misión del Tucuman— Fundación de colegios; ramos de su
enseñanza -Cabezón y el Dr. Acevedo— La pl^^be y la- instrucción ^La
instrucción superior— El Colegio Máximo— El obispo Trejo funda la
universidad de Córdoba— El Colegio de Monserrat y el de Loreto— Di-
visión universitaria; facultad de artes, de teología y de leyes— Grados
universitarios—Colación de grados; descripción oo la ceremonia— Pres-
tación del Juramento; profesión de fe— Las insignias doctorales— Pro-
hibiciones.
La nniversidad de Charcas— Altura y progreso de su enseñanza—
Faentes en que se ilustra la juventud— El espíritu revolucionario— Es-
tado intelectual del pais— Hombres ilustres salidos de 'los claustros de
Córdoba y de Charcas.
1
I
La conquista de estas comarcas había sido practicada
por virtud de dos poderosos auxiliares,— por la espada y
por la cruz; y como los civilizadores y nuevos pobladores
de ellas vinieron desde España, país donde por siete siglos
las generaciones habían luchado por su libertad á la som-
bra del cristianismo, las nuevas poblaciones que se alza]:)an
en América, eran profundamente religiosas. Y bien puede
asegurarse que, por esta clase de razón á la vez que por
las leyes que con entero celo velaban por la pureza de la
santa fe, todos los habitantes de América eran en-
tonces católicos, apostólicos, ronianos, sin un solo disidente
ó hereye, como entonces se lo llamaba y aborrecía. Mas con-
184 DR. BERNARDO FRÍAS
viene dejar establecido para honra del Nuevo Mundo, que
aquel odio enconado que sentía el español de aquellas
épocas por el hereje, que era, para él, enemigo de su Dios
y de su patria, no fué sentido siquiera por la sociedad
americana, de manera que el espíritu religioso que en-
cendía la viva fe de nuestros antepasados, era tranquilo y
suave, sin haber sido manchado y obscurecido y des-
prestigiado por aquel fiero fanatismo y aquella rigurosa
intolerancia que con tanta prepotencia y en tanta altura y
con tanto poder y tanto horror reinaba, desde siglos atrás,
en la península alimentado por aquel carácter lleno de
fuego, de apasionamiento y exaltación que ha distinguido
siempre al español, especialmente en negocios de fe y de
patriotismo, fuente que ha sido de pajinas heroicas mas
también, de tristes y lamentables errores.
Y como los odios que trabajan el corazón de los hom-
bres no se heredan entre una generación y otra, mayor-
mente si la descendencia se desarrolla en punto diferente
del globo; y como también las grandes y poderosísimas
causas que engendraron aquellos odios verdaderamente
nacionales, no se produjeron ni fueron sentidas siquiera
por refleccion distante por las sociedades americanas, su
espíritu fué siempre limpio y ajeno 4e estas sombras pe-
sadas, por que ni hubo en estos países disputas teológicas
que enardecieran y discordaran los espíritus ni disidencias
de je encendieron en América guerras religiosas que tan-
tos estragos engendran por ser las mas apasionadas y
violentas de cuantas perturban la paz de los pueblos^
como las tuvo que soportar y lamentar la Europa en
siglos bien largos en que sembraron sus fatigas y lamen-
tables consecuencias. Uno que otro hereje aislado ó sos-
pechosos de heregía sorprendidos por la policía de la
inquisición del Perú; uno que otro judaizante, ó poseído
del demonio ó brujo que cayó en las garras de aquel
espantoso tribunal de la fe, no conmovieron la sociedad
ni sembraron discordia, por que ni ejercieron apostolado
ni levantaron partido ni fueron, por ende, conocidas del
pueblo sus doctrinas. La religión católica con la gran-
diosa sublimidad de sus misterios, con las ostentosas
y poéticas manifestaciones de su culto, y las tradiciones
HISTORU DE GOflüES Y DE SALTA— CAPÍTULO lU 135
venerandas de la raza á quien venían ligadas instituciones,
libertades, afectos poderosísimos y pajinas seculares de
heroicidades y de glorias, extendía su imperio poderoso
y tranquilo y amado y popular por toda la América es-
pañola. La plebe urbana como los habitantes de los cam-
pos, fueron lo que son estas clases sociales en todos los
tiempos y países:— toscos en sus concepciones; apenas
conocedores de los rudimentos del dogma y de espíritu
asombradizo y supersticioso, sin que en las comarcas
argentinas haya tomado, sin embargo, alarmante extremo
esta predisposición natural de los hombres al terror y á
plagar de temerosos misterios lo desconocido; pero sí,
mezclados, en leve medida, con ciertos giros y costum-
bres y creencias del ritual indígena que la nueva religión no
pudo extirpar del todo entre los antiguos habitantes del país.
La clase pensadora, que habitaba la ciudad; la clase civilizada
y culta, era de creencia honrada, de fe profunda y sincera,
desde el simple comerciante hasta el doctor preparado é
instruido en las universidades* La ciencia eclesiástica en
ellos fué de bases tan sólidas; los principios dogmáticos y
religiosos & mas de la fe inquebrantable sobre la verdad
y excelencia de la religión de sus padres, reposal)an en
sus espíritus ilustrados en razonamientos tan elocuentes
y robustos, que no hubo ejemplo, en el clero ni en el
doctorado seglar de Salta, que figuraron entonces á la
cabeza del progreso intelectual del país, que renegaran
del Dios de i^us padres y de la religión de sus mayores,
que había sido siempre gloria y orgullo de su raza. Bien
que el culto en aquellos días fuera mas ostentoso y de
mas frecuentes manifestaciones, la piedad 4e la gente
docta é ilustrada fué tan profunda, tan delicada y sincera,
cual hoy es imposible el concebirlo, como que en él se
desarrollaba todo el ardor del corazón en el temor y el
amor. divino, y la luz del espíritu ayudaba á la profunda
convicción d» la verdad sagrada, rindiéndose, así, culto
verdaderamente digno de Dios. Por que conviene recor-
dar que aquellos hombres eran grandes en todo: grandes
en la fe como grandes en el valor; invencibles en sus
principios religiosos á prueba de la mejor dialéctica,
como inquebrantables en sus anhelos liberales y en el
136 DR. BERNARDO FRÍAS
credo político que estaban destinados & conquistar con
la espada en la mano, en dia no muy lejano; y asi sería
torpe y gravísimo error ó fruto de condenable é irijusto
fanatismo^ confundir su piedad religiosa, ilustrada, y sin-
cera, con el aparato ordinario y raquítico del beato, de fe
dudosa y de cerebro obscuro; que ellos representaban, en
su altura moral, al caballero cristiano de la antigua Es-
paña, y, en la potencia intelectual, al ñlósofo moderno,
siendo tan verdadera y general la fe ilustrada en la buena
sociedad, que no . solo ellos, sino una dama en aquella
éppca^ era digna de escuchársela, tai era la altura y el
brillo de sus argumentos al razonar en materia religiosa;
altura y sagacidad y brillo con que mas tarde habia de
razonar en materia política.
Los católicos de aquella época fueron sin vacilación ni
impostura; la ciencia no dio en contradicciones con el
dogma ni los principios religiosos de tan virtuoso cato-
licismo fueron una sola vez en ellos, obstáculo para la
libertad política y social de su patria; antes, por el con-
trario^ vio la revolución al clero pronunciarse desde la
hora primera, luchar sin descanso y perecer, á la postre,
por. la grao causa. Basta á su honor recordar que fué el
Dios del catolicismo, el Dios que alentó su espíritu en
la azarosa contienda; fué ese Dios el que invocaron en los
momentos . mas supremos y al realizar los actos mas
trascendental^, mos liberales y mas inmortales de la re-
volución; fué e^ Dios, en'íln, y fué su culto, el que los
acompañó en la expatriación y en la adversidad, ancianos
fatigados, mas cargados de laureles y de «glorias que de
años y de achaque^, y aquel cuyo nombre dejaron esca-
par sus labios moribundos en el postrer aliento.
II
Apesar de aquella piedad, no prosperaron entre nosotros,
cual lo hicieron en el Perú, las órdenes religiosas. Fuera
de los franciscanos y mercedarios, no se conocieron en
Salta conventos de otros frailes, después de expulsados
los jesuítas. £n el rosto del país del Plata mas^ ó menos
HISTORIA DE GOJCMES Y DS SALTA-^GAPÍTULO III 1S7
era lo mismo, contándose á mas de eslas órdenes, la de
Santo Domingo de Guzman. Sin embargo, las prácticaá
piadosas no desdijeron en nada de las ocodtumbradas en
las demás regiones de la Amériqn; y viéronse las iglesias
convertidaB» en enterratorios de los fleles; siendo los tem-
plos cementerios de la clase decente, dedicándose el pres-
biterio & la cla^e. sacerdotal y altos personajes, y las
adyacencias, que eran extensas, servían de campo santo
para laclase pobre. y humilde, conviniendo advertir' que,
aun en el arancel fúnebre se hallaba bien marcada la
división de castas; que los derechos funerarios eran dis
tintos para el español y. su descendencia; delcorréspon-
diente á tes demás de las gentes. Era de uso general te^ar
reglapientando minuciosamente- estas poefreras ceremo-
nias y ruro era, en verdad, quien* no dispusiera ser sepul-
tado con el hábito, de San Francisco, de la Merced ó del
Carmen, ropaje que fué^ conocido mes comunmente cón
el nombre de mortaja. Y como por la santa fe la divini-
dad extendía y derramaba su providencia donde quiera
y su favor era mas fácil de posiesion mezclando ó la súplica la
eficaz intercesión de los santos abogados de la corte
celestial, eran nuestros antepasados en extremo escrupulo-
sos y exactos en el cumplimiento de sus deberes reli-
giosos, y no solamente llenaban de suntuosidad las nú-
merosas procesiones y cofradías, sino que eran severos
en los ayunos y ejercicios espirituales de penitencia y
llevaban reliquias y amuletos, descollando por cima de
ellos^ el lignum cwas, objeto rarísimo^ y ■ que lo formaba
una astilla de la verdadera cruz en que espiró Jesucristo,
adherida á un disco de blanca cera bendito todo por
el Santo Padre y guardado en relicario de oro y cristal
y fuente poderosísima de milagros y misericordias. Las
casas de familia tenían una imagen de su mayor devoción,
la que» por lo común, jrepr^sentaibQ . á la virgen. .María; y
de sus muros pendia gran cantidad de láminas de bien-
aventurados, aun sobre la parte interior de la misma puerta
de entrada, como para librar la casn de fascinerosos y
enemigos; imágenes, láminas y reliquias á quienes lleva-
ba constantemente sus preces la familia que era suma-
mente devota.
n
laa DR. BERNARDO PRIA8
Protejiendo las leyes civiles estas ideas como la pros-
peridad y añanzomiento de la iglesia, vióse, entonces, la
propiedad raiz gravada con censo perpetuo en bien di-
recto de las almas del purgatorio y en favor indirecto,
aunque real, del fomento y sostenimiento del clero. Esta
institución, á la vez civil y religiosa, era la que se conocía
con el nombre de capellanía, y era rara la familia de nota
que no corriera con el patronato de alguna. 1).
En el sentido teológico, se llamaba insiUucion pía, y en el
mundano, beneficio, según que se la tomara en bien def
alma ó en favor del clérigo. Consistía la capellanía en un
gravamen real y perpetuo que el dueño de una Anca es-
tablecía en ella, para que con su producto se costearan
los. estudios del clérigo, el cual, una vez ordenado, tenia la
obligación de celebrar cierto número de misas en sufhíglo
del alma del fundador, aprovechando del resto del beneficio.
Instituciones de esta naturaleza ocurrían á fomentar de
una manera directa la carrera y estudios eclesiásticos; y
como sucediera que por aquellos tiempos no hubieran mas
profesiones liberales donde brillara la inteligencia de la
juventud que la abogacía y el sacerdocio, toda familia de
distinción enviaba á sus hijos, especialmente al primogé-
nito, á doctorarse en las universidades, donde la carrera
eclesiástica era mas frecuentemente seguida, no tan solo
por que en ella alcanzaban mayor consideración y luci-
miento, por sus consejos y por el pulpito, única tribuna
entonces, donde la elocuencia brillaba con cierta libertad,
sino también por que el doctor en leyes, con las puertas
del gobierno cerradas, sin parlamentos, sin imprentas,
sin libertad política, sin teatro en fin, donde brillar, pros-
perar y hacer fortuna, hallaba su capacidad reducida á
la lucha obscura entonces del foro, cuyos beneficios pe-
cuniarios no eranrni fuertes ni abundantes.
Por esta causa, digna de la mayor consideración, el clero
1) Kl cura de Cochinoca y Gasavlndo, D. José Gabriel de Torres» f andaba
veinte capellanias á dos mü pesos cada una para otros tantos miem-
bros de su familia que era de las primeras de Salta. Su fortuna era
tal, que de solo la venta de las pastas de oro que poseía, se obtuYO
euarenta y tres mü pesos. (Datos tomados de algunos de sus papeles
testamentarios, en nuestro poder.)
HISTORIA DB 6ÜEMBS Y DE SALTA— CAPITULO m 189
de Salta que precedió á la revolución era ilustrado y nu-
meroso, 1) casi todo él doctorado en Ins mejores es-
cuelas y perteneciente á la clase decente, la mas honorable
y distinguida de la sociedad, descollando en aquellos días
por su saber y virtudes, el famoso deán D. Alonso de Za-
vala, que presidió al clero de Salta en su pronunciamiento
por la revolución y aquien sus virtudes rodeaban de una
atmósfera de santidad y de quien contaban que las almas
del purgatorio íbanlo A urgir diariamente y antes que na-
ciera la luz, se alzara del lecho para que fuera & cantarles
la misa del alba, en sufragio de ellas y para descanso de
sus dolores; y ios doctores D. José Gabriel de Figueroa,
D. Juan Ignacio de Gorriti, D. Vicente Anastasio de ízas-
mendi, D. Juan Manuel Castellanos, D. Manuel Antonio
Acevedo y D. Manuel Antonio Marina cuyos trabemos por
la educación de la juventud atrajeron á estos dos úItimo$^, la
veneración de la nuevas generaciones. Y asi como ere\ su
raza, su cuna y su saber, nobles y distinguidos, fué tam-
bién así la honorable y digna altura en que conservaron
su carrera por la tierra; como que aquellos varones ilus-
tres y beneméritos que de tanto honor y santidad, ungieron
las horas de la revolución, no bajaron al fango de las
miserias humanas ni deshonraron su ministerio con bo-
chornosos pecados, como llegó á verse mas tarde cuando,
venciendo las montoneros, arrojaron la ilustración fuera
de la patria y cubrieron la tierra de violencia y de bar-
barie; haciendo ellos así, singularísimo contraste con el
clero relajado del Alto Perü, donde, entre otras debilida-
des, bien famosas que fueron sus barraganas, sin embargo
de que el concilio de Trento enseñaba que « nada hay que
mas instruya y exite continuamente los hombres á la pie-
dad y ejercicios santos, que la buena vida y ejemplo de
los que están consagrados al servicio divino. »
III
Bien notoria es la foi'ma como aquellos sacerdotes cutn*
1) La sola casa de Meadiolaza contaba con cuatro hermanos clérigoSé
140 DR. BEBKARDO frías
• • •
plierpn su ministerio, con toda piedad y sacriñcio, como
lo revelan los anales parroquiales de la época, en que, la
mayoría de los curatos de la campaña de Salta se hallaban
servidos por doctores y teólogos del mayor respeto y
nombradla; sacrificando, de aquella manera, en honra de
Dios y bien de sus semejantes, la comodidad, el honor de
los cargos públicos, la sociedad y el centro, en fin, de
vida ú que estaban llamados & ocupar por su clase é ilus-
tración, para perderse en los campos y en miserables al-
deas como el buen pastor que dé la vida por sus ovejas,
conforme les tenía enseñado Jesucristo, su divino maestro.
Esta santa y austera y nobilísima conducta de nuestra
antigua clerecía, provenía en algo, quizá, del delicado y
prolijo expurgamiento que se hacía de las personas de
los aspirantes al sacerdocio; de cuya rara costumbre re-
sultaba que no podía recibir las órdenes sagradas, ni el
mal nacido ni el defectuoso, ni el mulato ni el mestizo;
por que el ministro de Jesucristo debía ser perfecto, sin
deshonra y de sangre pura, como lo era su Señor y su
maestro; y era, por tal razón, que el indio de pura raza
podía servir sin tacha en el altar.
La ilustración de aquel clero noble y activo, estaba en
directa consonancia con la notable cultura de su inteli-
gencia, mérito de primera magnitud, si se tiene en cuenta
que poseía, ú mas de las ciencias eclesiásticas, todas las
ciencias profanas que era posible adquirir bi^o aquel
régimen de fuerza, basado en la prohibición y el mono-
polio. Por que es justo recordar que el clero de enton-
ces, que había cursado universidades, era casi todo buen
conocedor de los textos jurídicos; algunos ostentaban
hasta el título de abogado; y como cuanto mas prohibi-
das son las cosas mas tentadoras se hacen á la curiosidad
humana, aquellos sacerdotes llegaron á poseer textos
franceses prohibidos por las leyes españolas, y se hicieron
conocedores de la historia y literatura clásica, como de
la historia europea y de la cónquisln, y de los problemas
filosóficos, sociales y políticos y económicos que hicieron
tanto ruido en «u época; nutrieron -con ellos el cerebro,
fortalecieron el espíritu y aclararon la razón en materia
social y política^ puntos hasta delictuosos en aquellos dias.
HISTORIA DE GÜBMES Y DE SALTA-CAPÍTULO in 141
IV
Por su parte, el virreinato de Buenos Aires comprendía
lo que se llama canónicamente una provincia eclesiástica,
dividida en nueve diócesis casi como sus intendenciasi
llevando un obispo con su catedral y su coro cada una
á su frente, siendo las sedes episcopales de Buenos Aires,
del Paraguay, de Córdoba y de Salta, las del sur, y con-
téndose en el Alto Perú, las de Potosí, de Charcas O
Cliuquisaca, de Santa Cruz, de Cochabamba y de la Paz. La
metropolitana quedó siempre en Chuquisaca, y en Madrid
residía el Patriarca de Indias, qreado en el siglo XVI pQi^
Paulo III, pero sin jurisdicción ninguna sobre los obispos
de América, reduciéndose su pomposa investidura á solp
un título honorífico y de palacio.
Ck)mo tanto el espíritu del gobierno y de las leyes como
el déla sociedad eran decididamente protectores de la iglesia
católica, á tal extremo que, siendo ella la única religión
del estado no era permitido la profesión de ningún otro
culto, bajo penas horribles, la riqueza y el lx>ato alcanza^
ron un grado sorprendente. Los templos tenian todo el
li^o de la época, aunque grotesco ó pesado en sus forii^as.
Los objetos del culto, especialmente en las ciudades ricas^
eran todos de plata y oro; hasta altares de plata completos
se veían en algunas iglesias del Alto Perú; y, en confor-
midad con este pié de prosperidad eran las rentas y
bienes eclesiásticos. El arzobispado de Charcas, por ejem-
plo, gozaba de la masa decimal, un producido de 122.775
pesos duros el año de 1786; el deanato, de 36.000 pesoa;
las cuatro restantes dignidades, de 3.000 y las seis canon-
gfas de su coro, de 2.003 pesos fuertes cada una. 1).
A consulta del Consejo pleno de Indias de 4 de Octubre de
1805, resolvió el rey la división del obispado del Tucuman
y la erección del nuevo obispado de Salta, quedando, en
consecuencia de este cercenamiento, como renta al de
1) De un infonne inserto eu la real cédula de 13 de Enero de 1787; en el
ttrch. de Sucre.— C7<i<d(<vo dA Areh^ Nal. ék Sucre, por Ernesto O. Rück,
142 DR. BERNARDO FRÍAS
Córdoba 16.615 pesos al año; el deanato quedó dotado con
3.194; las dignidades con 2.678 y las canongías con 2.119
pesos anuales. El obispado de Salta, ó su vez, quedó
dotado con 8.461; el deán con 2.036 y las dignidades con
1.357 pesos cada una por año. 1).
Ya en los últimos tiempos, los diezmos fueron apropia-
dos por el Asco en atención á las necesidades públicas,
y eran rematados cada bienio, al mejor postor.
La iglesia poseía, entonces, vasta suma de propiedades
raices, tanto en las ciudades como en las campañas. Fué
este el mismo sistema y un semejante fenómeno al que
presenciaron los pueblos de Europa, por que es de re-
cordar que, durante la edad media— época de la mayor
piedad y fervor religioso, la iglesia poseía, en virtud de
donaciones que le habían sido hechas, un inmenso número
de tierras. « Pertenecíanle, quizás, dice un ilustre escritor,
una tercera parte de la Alemania; una quinta parte de la
Francia y de la Inglaterra y parte de la España cristiana é
Italia; i> 2) y, aunque las revoluciones y los siglos vi-
nieron á cercenar esta su inmensa riqueza territorial,
continuaba gravosísima para el estado al estallar la revo-
lución francesa. Pero si en Europa fué objeto de retar-
dación y de ruina este poderío antl-económico, por ser
la propiedad escasísima y reducida al frente de su. exor-
bitante población, en América, presentando caracteres
inversos, no prodigo aquellos tan desastrosos resultados.
Estos bienes de la iglesia gozaban de exagerados privile-
gios: ellos no estaban sujetos á pechos y contribuciones
como los demás de los particulares; y á pesar del con-
cordato de 1737, celebrado entre la Santa Sede y la corte
de España, solo quedaron obligados al pago de derechos
fiscales, los que se adquirieran desde • esa fecha en ade-
lante^ Y coTtio la iglesia era una pei*sonalidad moral, su
riqueza territorial no seguía los vaivenes de la -fortuna
ordinaria, sino que se mantenía quieta, inmutable en el
dominio eclesiástico, sin que fuera por las leyes permi-
tida su enagenacion, á no ser por causas de necesidad, de
1) Papeles del Dr. I). Guillermo Ormaeeliea.
2) V. Duruy.
HISTORIA DE GOBMES T DE SALTA— CAPÍTULO m 143
Utilidad ó de piedad, requiriéndose para ello grandes
tramitaciones canónicas que engrandecían su dificultad.
En virtud de estas leyes torpes y retardatarias del engran-
decimiento de la riqueza pública que venían, así, á in-
movilizar la propiedad raiz de la iglesia, cortando el vuelo
productivo de los capitales que representaba, estado que
tomó el nombre de manos-muertas; y de los anatemas
que los preceptos canónicos liabían consagrado en su de-
fensa contra cualquiera que atentara contra ellos, como
también por efecto de la profunda piedad de los fleles, que
la enriquecían cada dia mas con sus donaciones y legados
para aflanzar con ellos, principalmente la salvación eterna
de sus almas,— el cúmulo de su poderío económico alcanzó
vuelo sorprendente y amenazador. Mas un delicado prin-^
cipio de derecho público vino á contrarrestar eSta gran-
deza creciente de su patrimonio; por que fué en virtud del
derecho de soberanía y del real patronato, que se reconoció y
se sostuvo con bien plausible celo, que los bienes de las
comunidades, por ejemplo, ó de los conventos é institucio-
nes pias de este jaez, que llegaran á extinguirse, corres-
pondían derechamente al patrimonio del estado y no á la
iglesia romana, como pretendieron algunos exaltados, con-
siderándose como bienes nacionales. Así llegó á acontecer
que, por motivo de la expulsión de los jesuítas de los
dominios españoles, su inmensa riqueza territorial, en lo
que ninguna otra orden llegó á rivalizaría, correspondió al
Asco, constituyendo sus bienes y su administración, lo que
entonces fué conocido por el ramo de temporalidades.
Al lado de estos enormes privilegios con que vivía y
holgaba la iglesia I)ajo el dominio español, existían las
inmunidades personales de los miembro^ 4^ su clero, en-
tre las cuales se distinguían principalmente las conocidas
del canon y del fuero. Su institución era antiquísima en
la iglesia, y habia sido erigida con justicia y con razón,
talvez, como un escudo contra la violencia y los , abusos
con que el sacerdocio pudo llegar á ser oprimido allá en
épocas de desorganización y barbarie por donde con tanta
gloria para la civilización del mundo, habia atravesado la
iglesia católica, desde Constantino hasta la creación de
las monarquías absolutas. Pero, instituciones hijas de las
144 ... DR. BEBNAEDO FRU8
circunstancias, habían perdido con ellas su razón y su
derecho de existir, y los gobiernos civiles las habían ido
restringiendo y destruyendo á medida que avanzaban en
la fuerza de su der^ho.
Por el privilegio del canon, el clérigo no podía ser atacado
en forma alguna sino por causa excepcional. « Manos aira-
das metiendo. alguno en clérigo ó en ome ó en mujer de reli
gion, decía la ley, para ferirlo, ó para matarlo ó para prender-
lo, cae en dos penas: la. una de dexcomunion, la otra que ha
de ir á Roma que lo absuelvan. » Pero el privilegio del fuero
personal era altamente mas grave;, que él atentaba direc-
tamente 6.1a soberanía nacional, puesto que por su esta-
tuto, el clérigo que cometía un delito, un simple tonsurado
que lo fuera, no podía ser juzgado por la, justicia ordinaria,
por los jueces del estado, de institución civil, sino por
jueces eclesiásticos. Y obvio es comprender que toda ins^
titucíon lleva la humana debilidad de proteger su crédito;
que el espíritu de compañerismo es una pasión que ofusca
el corazón como cualquiera otra, y que, si bien un santo
en la magistratura podría, como varón entero y limpio,
administrar severa justicia, esta no era de razón el espe-
rarla de manos de compañeros del reo en que la santidad
no solamente era dudosa y aun ajena de sus almas, mas
también, y muchas veces, ofendida y vejada por eclesiás-
ticos que fueron escándalo y deshonra de la iglesia.
El gremio militar gozaba también de fuero propio. Todas
estas injusticias y estos abusos debían arrasar los vientos
redentores de la revolución.
Habla, pues,- de eáta manera, en la monarquía española*
dos potestades soberanas casi dentro del estado:-— el poder
civil representado por el rey, y el poder eclesiástico
por el sumo pontífice de Roma. Pero, á pesar de su ca-
tolicism'o y religiosidad, los monarcas españoles fueron,
siempre celosísimos guardianes de las concesiones que,
en obsequio de sus servicios como brazo secular, les
había hecho la iglesia romana. Esto dio nacimiento y
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO ffl 145
constituyó el real patronato y el derecho de regalía de que
gozaba el soberano y fuente que fué de prolongadas
disputáis y discordias entre ambas potestades y sus teó-
logos" y canonistas. Felipe II mismo, sin embargo de su
cruel y exagerado catolicismo, no aceptó las resoluciones
del oorieilio de Trento en toda su integridad, sino con las
restriciciones prudentes y salvadoras de sus privilegios y
dere<5l-i.os de gefe del estado.
Po r* el derecho de patronato que la Santa Sede concedió en
repetidos concordatos al rey de España, el soberano interve-
nía on triple manera en el gobierno de la iglesia; qué así te-
nía i>otestod de nombrar ó presentar en el beneficio vacante,
6 coroso lucrativo y honorífico, coíno 6 los prelados y los
párrocos, por ejemplo, al clérigo que se quería promover
ó instituir, como permitía, otorgando el pase ó exequátur,
que se conocieran y publicaran y cumplieran en sus do-
minios las leyes y disposiciones de la corte romana; ó
como, en fin, y en razón de todo esto, destinaba porción
considerable del tesoro público para el sostenimiento del
culto y necesidades particulares de la iglesia y para su
sesnridad y respeto y exclusivismo en la universalidad
de Ids olmas, la fuerza del brazo secular. En virtud de
potestad semejante, correspondía al rey, como su derecho
dfe regalía, el presentar á la Sede Apostólica los candida-
V>^ elegidos por él, para ocupar las vacantes del episco-
pado; y nombraba las dignidades del coro de las iglesias
éaledrales y los individuos que hablan de llevar la cura
4e almos en las parroquias.
Estas facultades las ejercía el rey en América, por medio
de la delegación otorgada á sus virreyes y gobernadores po-
líticos. No podía la iglesia, en consecuencia de ello, estable-
(jer nuevos obispados ó dividir los ya establecidos sin el
concurso de la voluntad real; ni constitución, ni encíclica
ni decreto alguno del papa podía sin ella, ser publicado
ni cumplido, ni se podía fundar conventos ni monasterios
sin la autorización regia, habiéndose llegado á demoler,
• por orden del gobierno civil, según narra Solórzano, un
convento que se levantó sin la real licencia. Y de la
misma manera que el soberano ejercía su derecho en el
nombramiento de estas autoridades eclesiásticas, así
146 DR. BERNARDO FRÍAS
igualmente lo tuvo paro conflnar obispos rebelados contra
su poder, y aun de separarlos y destituirlos del gobierno
diocesano; por que, todo culto oficial implica forzosamente
autoridad secular ü oficial del estado; y, como del poder
civil habían recibido las autoridades eclesiásticas juris-
dicción fuera de las conciencias de los fieles y efectos
civiles sus actos, y del poder civil racibian el auxilio del
brazo secular y los emolumentos de sus funcionarios, que
solo otorgan las leyes de una nación, para el respeto de
sus propias instituciones y el sostenimiento de sus auto-
ridades,—resultaba que, bajo este respecto, el patronato
convertía las autoridades de la iglesia con asiento en los
dominios españoles, en verdaderos y legítimos empleados
públicos del estado.
Si por este derecho el soberano intervenía tan directa-
mente en la elección y nombramiento de los prelados y
dignidades superiores de la iglesia, no quedándole al sumo
pontífice mas que la facultad de la institución canónica
ó el rechazo justificado del presentado, intervenía también
el patrono aun en las dignidades inferiores, como eran
los curas párrocos, llevando su concurso á la elección y
exigiendo la sabia disposición del concilio de Trento, de
proveer los beneficios vacantes por medio de examen de
concurso, como segura garantía para la idoneidad del
candidato, obligado á dar pruebas de su competencia para
evitar, entre otros graves inconvenientes y peligros, el
empeño de los aspirantes ó de los ya nombrados á con-
graciarse la voluntad del prelado, no por cierto en todos
los casos con los méritos adquiridos en el cumplimiento
de sa debePy lo que em éññoB» él la sociedad como al
mismo decoro de la iglesia.
Los párrocos, entonces, recibían el curato en propiedad
y no podían ser removidos del beneficio por los prelados,
sino por causa grave y justificada, lo cual venia á cons-
tituir un verdadero derecho de defensa de los párrocos
contra la posible arbitrariedad de los prelados.
VI
A la manera que la conquista y la civilización europea,
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPITULO m 147
^ talqueza, el comercio y la opulencia de las comarcas
,^^ \^Iata bajaba del Perú, la corriente luminosa de la
Míuccion pública, bajó por idéntico sendero; de manera
que, á la inversa de lo que vino ü acontecer en la época
de la república, Buenos Aires venia á ser, así, la última
población favorecida, durante casi todo el periodo del viejo
régimen. Mas no fué ciertamente el gobierno de España
quien se empeñó ni preocupó siquiera de esta tan im-
portante necesidad de sus pueblos de ultramar; que es á la
iglesicf y especialmente á la famosa orden de la Gompa-
ñia de Jesús, á quienes corresponde la gloria de la ilustra-
ción de las sociedades de América, y allá, en lo remoto,
de ser la causa principal, aunque lejana, de la indepen-
dencia.
Durante los últimos dias del siglo XVI, bajaron, en
efecto, los religiosos jesuítas del reino del Perú, con su
carácter de misioneros, á evangelizar estas comarcas, que
recibían los primeros toques de la conquista. Por los
años de 1586, llegaron tras de fatigosísimo camino, á la
ciudad de Salta, y pasaron ú la de Santiago del Estero,
que, en aquel entonces, era la capital de la' provincia,
formando allí, lo que se llamó la misión del Tucuman^ 1)
desde cuyo punto comenzaron ú derramar los frutos de
su apostolado haciéndose famosísimos por sus trabajos tan
meritorios. Pero la orden de Jesús, al lado de la con-
versión, propagaba la escuela, como estrella principal de
su institución; y así llegaron á gozar, desde sus primeros
dias, Santiago, Córdoba y Salta, de un colegio para la
educación de la juventud. El colegio de Santiago pasó
luego, como pasó de ella también al rango de capital del
Tucuman, á la de Córdoba, qne mas tarde debía recibir
la de Salta, al erigirse la intendencia de su nombre: mas
el colegio de Salta se sostuvo y prosperó con fuerza du-
rante casi todo el periodo colonial, cerrándose y conclu-
1) Con el nombre de el Tucuman se conocía antiguamente todo el terri-
torio comprendido éntrelas fronteras de Potosí y la pampa del sur de
Córdoba.^ desde los Andes y las fronteras de Cuyo hasta las del Chaco
y Santa Fe, ó del litoral; y así es corriente hallar en los monumentos
de la época, expresiones como estas, por ejemplo: la ciudad de San
Migud del Tucuman ó el ohiapo de Córdoba del Tucuman*
148 DR. BERNARDO FRÍAS
yendo, al fin, con la expulsión de los jesuítas, cerco de
medio siglo antes de la revolución. En estos colegios se
enseñaba, como ramos principales, latinidad y humanida-
des; lo cual requería la escuela primaria, nula ó muy
extraña en aquella época, por lo cual la enseñanza se daba
en las familias ó por maestros particulares. Disuelto el
colegio de los jesuítas, la enseñanza de la juventud no
mató su vuelo; los conventos de los otros frailes, espe-
cialmente el de San Francisco, abrieron las puertas de la
escuela primaria; y, poco tiempo mas tarde, fundó su
famosa escuela de gramática y latinidad el honrado es-
pañol Don José León Cabezón que regenteó 30 años y en
la cual aprendió á manejar la lengua de Virgilio y Cice-
rón la mayoría de la juventud decente, especialmente los
hUos de familias acaudaladas, amantes de las letras. En
1799, el Dr. Don Manuel Antonio de Acevedo, sacerdote
ilustre, que mas tarde había de firmar el acta de la in-
dependencia argentina como diputado por Catamarca, y
& la que también había de representar en el Congreso
de 1826, fundaba en Salta una cátedra de filosofía, desem-
peñándola por muchos años gratuitamente, iiasUi que el
torbellino de la revolución cerró sus puertas, colocando en
la tribuna parlamentaria al maestro. 1)
Esta constante instrucción de la juventud formaba, por
espíritu de tradición, por orgullo de clase y por la dig-
nidad que infunde en la sociedad la inteligencia cultivada,
una inclinación general en toda persona decente á los tra-
1) Creemos haber leido alguna Tez que era hijo de Oatomarca, quizá
Sor haberla representado en los congresos y haber sido en 181G, cura
el departamento de Belén, en esa provincia, como lo fué del de Santa
Maria, en la misma, el doctor D. Pedro Antonio de Gurruchaga, el
primogénito de la familia salteña de aquel nombre. £1 doctor Acevedo
nació en Salta el año de 1770, siendo sus padres D José Manuel de
Acevedo y D*. Maris Juana Torino. Hizo sus iBstudios preparatorios
en Salta y pasó ¿ la universidad de Córdoba, donde recibió los gra-
dos de doctor en 1793. Fué hombro d^ mucha ilustración, orador
respetable, y patriota desinteresado. « No perdía oportunidad, como
patriota ilustrado, de encarnar on el corazón de sus alumnos loa sen-
timientos de Justicia y de amor á la patria. > En la carrera acleslás-
tica alcanzó i ser canónigo de la catedral de Salta« y en la politica,
hasta por dos veces diputado al cnngr^so, on cuya misión lo sorpren-
dió la muerte en Buenos Aires, el 9 de Octubre de 1825. fVéasé "Re-
cuerdos de 8aUa en la época de la independencia^ por Mariano Zorre-
guieta, 1881; pág. 17.)
fflSTORIA DE.GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO III 149
tm¡os intelectuales; y era tan común en Salta, durante
aquellos días, que los principios y jiros filosóficos como
el manejo de la lengua latina y la abundancia y sólida
preparación de sus doctores, fueron el óprmo fruto reco-
gido de estas tan nobles tendencias. Pero, á pesar de
este adelanto, la miyer permanecía víctima aun de las
rancias preocupaciones de la época, pues los padres es-
pañoles, demasiado celosos del honor y buen nombre de
sus hijas, si todas ellas sabian leer, era muy rara aquella
á quien se le ensenara & escribir, limitándose, en ellas,
este ramo, al simple aprendizaje de la firma. Y así se veían
obligadas aquellas aristocráticas damas, á valerse de
amanuense para escribir las comunicaciones que dirijian
á sus hijos ausentes, estudiantes en los claustros de Cór-
doba ó de Charcas. Mas al rayar el siglo XIX, el espíritu
de reforma y de adelanto intelectual lo invadió felizmente
á todo.
Todos estos beneficios que traía el lento progreso de
estos países, escollaba contra las preocupaciones de exa-
geradas divisiones de razas, mas allá de donde era racio-
nal y necesario; que así se mantuvo, durante todps aquellos
pesados siglos del antiguo régimen, la clase plebeya ol-
vidada y cyena de todo principio de ilustración. Esta jente
habia nacido para el servicio y para vivir dirijida y am-
parada por la raza superior; de manera que ella no pisó
jamas las escuelas durante aquellos tiempos, por que es-
tas solo tenían por objeto, en el concepto antiguo, prepa-
rar, para el gobierno político ó social la clase noble,
por que era ella la destinada á mandar. Hoy, esa clase
baja del pueblo, devoradora de la libertad, fuente creada
por los abusos de la democracia para hacer fantasmas
de gobiernos, se venga con su tiranía ciega, pero degra-
dante y corruptora en grado extremo, de aquel abuso de
nuestros antepasados. La libertad tiene sus peligros como
la navegación ó el uso de las armas, y es el mayor de
ellos el concederla á quien no puede manejarla.
VII
La instrucción superior habia alcanzado, desde el último
150 DR. BERNARDO FRÍAS
tercio del siglo XVIII, un esplendor cada dia mas robusto
y famoso, cuyos focos exclarecidos se hallaban en Córdoba,
en Charcas y en Lima, siendo este último con el de Mé-
gico, los mas famosos centros universitarios del Nuevo
Mundo 1).
Cualquiera que llegue á ser la opinión que el espíritu
liberal del siglo se haya formado de la orden de los je-
suítas y por mas justiflcados que puedan ser los peligros
de una sociedad por la influencia clerical en el gobierno,
cumple á la honradez de la historia, desnuda, cual debe
ser, de odios y apasionamientos fanáticos, reconocer y
proclamar los inapreciables beneñcios recibidos por los
pueblos americanos de los esfuerzos de la Compañía de
Jesús en su progreso, en su civilización y en el desen-
volvimiento de las potencias del espíritu, fuente principal
que fué de la revolución de Mayo. Por que, mientras las
demás órdenes de frailes se concretaban y reducían su
celo ó la propaganda de la fe católica entre los indios
salvfiges, como los franciscanos, ó yacían en las ciudades
holgando en los conventos y solo sacramentando á los
devotos, como los de la orden de la Merced, los jesuítas,
á mas del apostolado que ejercieron derramando la luz
del cristianismo entre los salvcges, cuyo héroe mas cono-
cido fué San Francisco Solano, llevaron, al lado de la cruz
y del evangelio, la escuela de las artes y la escuela de
las letras primarias y superiores, como apóstoles de la fé
y de la instrucción pública; bastándonos citar, ]K)r ejem-
plo, que en 1745 tenían fundados en las regiones del Rio
de la Plata, diez colegios y 38 misiones, alcanzando en lo
que se llamaron misiones del Paraguay á levantar 30 pue-
blos y á reducir y civilizar con el aprendizaje de las
artes, de la religión y del comercio, mas de cien mil
guaraníes, de que hoy no nos restan mas que las ruinas
de su antiguo progreso.
Pero la instrucción de la juventud fué lo que vino á
singularizarlos mas en sus méritos. De todos aquellos
1) La universidad de Charcas llevaba sa nombre por estar sil
la provincia de los Cliarcas, cuya capital era la ciudad de La
situada en
La Plata ó
Ghüquisaca: por esta razón llámasela indistintamente con cualquiera
de estos nomores:— de Charcas, de Ghüquisaca ó de La Plata.
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO IH 151
colegios, el fundado en la ciudad de Córdoba, en la vasta
región llamada el Tucuman, adquirió la primacía de entre
ellos y llamóse el Colegio Máximo, donde, ú mas de la
imprenta, única conocida entonces, poseían «el tesoro
inestimable de su hermosa y selecta biblioteca, cuya dis-
persión será siempre lamentada; y en sus claustros si-
lenciosos meditaron Techo, Pastor, Lozano y Guevara los
trabegos literarios en que descansa el edificio de la histo-
ria colonial de estos países. » Por los años de 1610, el
benemérito obispo del Tucuman, Don Fernando de Trejo
y Sanabria, fundaba sobre el Colegio Máximo, la célebre
universidad de Córdoba que obtuvo licencia real y ponti-
ficia, cual era menester entonces para conferir grados de
bachiller, de licenciado y de doctor. Este ilustre prelado,
primer apóstol de la ilustración argentina, había nacido
en 1554 en la ciudad de la Asunción, capital de la gober-
nación del Paraguay; estudió en Lima para la carrera
eclesiástica y profesó en la orden de San Francisco siendo
premiado por el rey Felipe II, sabedor de sus virtudes,
con el obispado del Tucuman, en 1592. « Era Trejó perso-
na de gran literatura, aventajado talento de pulpito y de
gobierno y celosísimo del bien espiritual de sus ovejas.»
<« Sus misiones entre los indios; la generosa intervención
en su favor para que fuesen redimidos de los trabajos
forzados á que los obligaban; la fundación de asociaciones
del Santísimo Nombre de Jesús en beneficio de los escla-
vos, constituyen tan solamente algunos de los principales
méritos de este gran cristiano, para quien la fe era una
gran milicia, dando prueba en ella de su infatigable ar-
dor y de su constante abnegación. »
Antes de morir, decía en su testamento: « Quisiera te-
ner los bienes que me bastaran para fundar un colegio
en cada pueblo de mi obispado. » Concluyó su vida en
Córdoba, con una muerte santa como fueron sus días, el
24 de Diciembre de 1614.
Desde 1022, el Colegio Máximo funcionó como univer-
sidad en virtud de las superiores licencias, aumentando
cada dia su fama y sus progresos á medida que la civi-
lización crecía y la inclinación á los estudios tomaba
cuerpo; y como sucediera que en toda la región del Rio
158 DR. BERNARDO FRÍAS
de la Plata, desde el Paráguay á Montevideo y desde Buenos-
Aires á Jujuy, este fuera el único centro de eestudios su-
periores, acudía & sus aulas la juventud aristocrática, rica,
inteligente y deseosa de adquirir saber, de todo el dilatado
territorio. .
VIII
Para la mejor preparación de sus estudios como para
comodidad y garantía de las familias que desde tan largas
distancias enviaban hasta ella sus hijos menores y casi
todos ellos de muy tierna edad, se establecieron, al lado
de la universidad, el Colegio de Monserrat y el Semi-
nario Conciliar de Loreto.
En ellos se enseñaba los ramos preparatorios como gra-
mática, retórica y latinidad, por ejemplo; pero, el Colegio
de Monserrat era mas una casa de pupilage, especialmente
para los estudiantes forasteros.
£1 Colegio Real Convictorio de Nuestra Señora de Mont--
serrat fué creado por licencia concedida por real cédula,
en 1685 y merced al generoso celo del Dr. D. Ignacio
Duarte de Quiroz, natural de Córdoba, su fundador; quiea
consagró para ello, 30.000 pesos acumulados como heren-
cia venida de sus padres y como fruto de su activa labor
particular.
En la portada principal de la casa y en la capilla se
hallaban colocadas las armas reales á la derecha y como
signo del real patronato, y, á la izquierda, aparecían pues-
tas las de su fundador c( que son un ciprés que lo coro-
nan dos llaves cruzadas y una estrella; al pié, cuatro
rosas y otras tantas azucenas, rodeado todo el escudo de
ocho cruces. » Este colegio estaba anexo y era « como
parte y ramo del colegio de la compañía. »
De la dotación asignada por su fundador, debían soste-
nerse seis becas para muchachos pobres pero « de buenas
costumbres y habilidad. » Para ser admitidos en el Mont-
serrat debía comprobarse «ser cristianos viejos, limpios
de toda raza de judío, moro ó penitenciado por el santo
oflcio é hijos de legítimo matrimonio; » debían saber leer
y escribir, contar doce años de edad por lo menos y,
HISTORIA DE GOEMSS Y DB SALTA— CAPÍTULO m 153
finalmente, no haber dado mal ejemplo con su vida, ó en
su caso, constancia de su enmienda. Entre ellos, debian
ser admitidos cccteris paribus de los que se hubiesen de
admitir por pobres, los hijos y nietos de personas nobles
y calificadas de la república.
La entrada á la casa del nuevo colegial daba motivo
para una larga ceremonia. El forastero era introducido
en la «sala secreta de comunidad» en medio de sus fu-
turos compañeros reunidos, y el padre rector, en breves
palabras, le exponía el fin que tenía en el colegio y los
medios de alcanzarlo; poníale el manto, y los colegiales,
en seguida, lo abrazaban todos «en señal de caridad» y
de que lo admitían « por compañero y hermano, » pasando
de allí á misa en donde comulgaba y hacía « voto y ju-
ramento de sentir y defender la inmaculada concepción
de la purísima virgen María, nuestra Señora, » voto y
juramento que se renovaba por todos los colegiales cada
año, el dia de la Purísima Concepción.
El vestido era para todos uniforme dentro y fuera de
casa. En público usaba el colegial manto negro y veca
colorada con el escudo del nombre de Jesucristo y una
corona real; mangas negras, bonete, «cuello de clérigo
llano y honesto, » es decir, esclavina y sotana. Dentro de
casa llevaba «ropas pardas sin alamares ni pasamanos y
monteras, cuanto posible fuese, uniformes. » No debian
usar «sombreros ni zapatos blancos, ni jubones, ni cal-
zones ni medias que no sean pardos, morados, negros ó
azules de lana.» Pagaba el colegial por alimento, liü
pesos al año; pero eran muy pocos los que contribuían
con esta cuota, y ella se determinaba según las facultades
de cada uno, llegando á rebajarse á algunos hasta la mi-
tad. Por los años de 1800, costaba dos pesos la mesada. 1).
La universidad de Córdoba fué, con el tiempo, eclipsada
por el brillo y nombradía de la de Charcas, cuyo principal
motivo fué que, en Córdoba, no se dictaba cátedra de
jurisprudencia hasta los últimos años del gobierno colo-
nial, siendo sus estudios destinados, cual fué el espíritu
1) Pupeles del Dr. OrmaecheR, citados: Tesiamt de Boedo» Areh. de
Salta, leOé^
54 DR. BERNARDO FRÍAS
de su fundador, á la perfección de la carrera eclesiástica.
La universidad llevaba su escudo: coronalja su cima la
diadema real; en su centro se notaba un sol naciente.
Heno de luz, símbolo brillante de la idea, y en su parte
inferior, de pié, un águila coronada, con las alas itijier-
tas, símbolo del pensamiento. De izquierda á derecha se
leía esta frase latina: — Ut portet nomem meum coram genti-
bus. La patrona de la universidad era la Purísima Con-
cepción, y el personal de su enseñanza lo formaron los
padres jesuítas hasta su expulsión. La universidad se
liallaba dividida en dos facultades: una de teología y la
otra de artes. La facultad de artes comprendía la lógica,
la física y la metafísica aristotélicas, y su enseñanza du-
ral^a tres años; la de teología era de cuatro años y com-
prendía, bajo esta denominación, el estudio también del
derecho canónico ó de sagrados cánones. Solo desde 1791
se comenzó á estudiar leyes, funcionando, desde esa fecha,
la cátedra llamada de instituía de jurisprudencia, y fué> de
esta manera, la universidad de Córdoba la última en en-
señar el derecho civil entre todas las de América. En
1808, y á esfuerzos del deán Funes, se creó una cátedra
de matemáticas. Tal era el diapasón lento y exiguo con
que marchaba, bajo el régimen español, la ilustración de
los pueblos de América.
IX
La facultad de artes otorgaba tres clases de grados:
de Bachiller, de Licenciado y de Maestro. El primero se ob-
tenía después del segundo curso de artes y á mérito de
examen público y general de toda la lójica. Su examen
era característico. El alumno debia estar sentado en una
piedra que estai>a en medio del aula, sin sombrero ni
manteo; los examinadores, en sillas. El licenciado rendía
su examen, para recibir el grado, después del tercer año
de artes, acto solemne en el que se defendían todas ellas
en doce conclusiones: 3 de inetafísica, 3 de física, 3 de
ánima y generación, é igual número de lójica. El examen
para el grado de maestro, que era el mas alto que otor-
I
fflSTORIA DE 6ÜEMES Y DE SALTl-CAPÍTÜLO ffl 165
gaba la facultad de artes, era poco diferente del anterior,
y él se reducía al examen general de toda la filosofía.
Estos mismos grados de bachiller, licenciado y doctor
se usaban en la facultad de teología; y para obtenerlos,
era menester haber cursado la facultad de artes en los
grados correspondientes. El grado de doctor en sagrada
teología era el mayor que concedía la universidad y el
que « ponía honroso término á la carrera literaria. » Para
poseerlo, el estudiante era sometido & cinco exámenes
rigorosos de teología. « De estos, cuatro son dedicados á
María Santísima, y se llaman parténicas, y duran tres ho-
ras. La primera parténica versa sobre la primera parte
de la Suma de Santo Tomas, y sus conclusiones son tres
de Deo el prcedestinaU'one, tres de Trinitate, ó igual número
de angelis; los de la segunda parténica se distribuyen en
esta forma: dos de beatiiudine, una de honitate et malitia,
otra de legibus, dos de peccaiis y tres de gratia; la tercera
contiene tres de fide, spe et charitate, dos de contractibus, dos
de resiitucione y otras tantas de censuris;—\ñ cuarta, tres
de incarnatione, una de sacramentis in genere, dos de pcB-
niientia y tres de eucharisiia,
«El quinto y último examen, qué es el principal, se
llama ignaciana, «á devoción de Nuestro Santo Padre
Ignacio, » y dura cinco horas entre mañana y tarde. . . .
Estando junto al teatro (ó tribuna) se levantará el padrino
acompañado de los bedeles con sus mazas y traerá al
doctorando á la cátedra. Y subiéndose á ella el docto-
rando leerá una hora entera, como se usa. Después, sen-
tado en la silla delante de la cátedra defenderá por espacio
de cuatro horas, dos por la mañana y dos por la tarde,
la teología. » 1).
Después de los exámenes generales, la universidad pro-
cedía á la solemne fiesta de la colación de grados, la cual
tenía lugar en la catedral, conforme lo disponían las Leyes
de Indias^ 2) y en el día de la Purísima Concepción
para los doctores en artes, y en el de San Buenaventura
para los de teología.
1) J. M. G
2) Ley 16,
Garbo, — Bom, h4H. de la Univ. de Córdoba p. 63.
" T. 33, L. l^ de India:
I
¡
166 DR. BERNARDO FRÍAS
El dia de la flesta, los graduados, que era de su deber
asistir á ella, se presentaban con su insignia de ceremonia,
la que consistía, para los bachilleres y licenciados, en el
capirote, llevándolo puesto los últimos y los bachilleres
doblado y sobre el hombro; y para los maestros era el
bonete con borla azul, llevándola blanca los doctores.
«Anticipadamente se disponía un tablado con capacidad
bastante para contener á los doctores, maestros y demás
graduados, á cuyo frente se colocaba, bcjo dosel, las armas
reales; á la derecha de ellas, las del obispo; á la izquierda,
las de la universidad, y un poco mas abajo, las del gra-
duando. Colócase igualmente delante del teatro ó tablado
una mesa con tapete, y sobre ella, en fuentes ó salvillas
de plata, las insignias doctorales: —bonete con borla, anillo
y el Maestro de las Sentencias; el libro de los evangelios
y las propinas. Agregúese á lo dicho ricas colgaduras,
alfombras lujosas, espléndidos sillones, flores y perfumes
y se tendrá una idea aproximada del improvisado templo
de Minerva.
« Ocupados los asientos por los que forman el concurso,
en el orden de su antigüedad, sube el padrino á la cátedra
y propone al doctorando, en breves y elegantes frases latinas,
una cuestión para que la discuta, lo que hace en igual
brevedad puesto de pié al lado de la mesa Llevan
los bedeles . al padrino de su asiento á la mesa, donde
toma al graduando para ponerlo de pié delante del que ha
de darle el grado, á quien lo pide en corta y elegante
oración latino, que es contestada en igual forma por el
graduante. » (Garro).
Prestaba en seguida el juramento reglamentario, pues-
to de rodillas, con las manos sobre los evangelios, que
en seguida lo entregaba Armado al rector para ser guar-
dado en el archivo. Entre los puntos que comprendía su
juramento^ se contaba «la opinión pia sobre ¡a concep-
ción de la Virgen Santísima sin mancha de pecado ori-
ginal » pues que, en aquellos dias, aun no estaba declarado
este delicado misterio como dogma de fe del catolicismo,
lo cual fué proclamado recien por el concilio de 1870.—
Inmediatamente, el nuevo doctor hacía su profesión de
fe diciendo:— « Creo en un solo Dios, padre todopoderoso,
HISTORIA DE QOEMES T DE SALTA-CAPlTULO UI 157
creador de la tierra y de los cielos, y de todo cuanto hay
de visible é invisible. Y en un solo Señor Jesucristo, hijo
unigénito de Dios, nacido del padre antes de todas las
cosas; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero del ver-
dadero Dios; generado y no hecho, consustancial con el
padre por quien son hechas todas las cosas. Que por
nosotros los hombres y por nuestra salud descendió de
los cielos y tomó carne en el seno de la Virgen María y
fué hecho hombre por la gracia del espíritu de Dios,
siendo por nosotros crucificado, bajo el poder de Pilato y
muerto y sepultado, resucitando al tercero dia según es-
taba dicho en las Escrituras y ascendió á los cielos y
tomó en ellos asiento á la diestra del Padre; y de allí él
debe venir en su gloria á juzgar á los vivos y á los
muertos y cuyo reino no tendrá fin. . . . . »
Continuaba, de esta manera, confesando todos los santos
principios del credo de la Iglesia Católica, entre ellos, la
interpretación de las Escrituras; la unidad de la iglesia;
la remisión de los pecados por la gracia del bautismo;
la hermosa esperanza en la resurrección de los muertos
y la vida eterna; la misa como sacrificio propiciatorio
para vivos y difuntos; el dogma de la presencia real en
la eucaristia; el misterio de la transustanciacion; la efica-
cia de la oración para obtener el favor de Dios, y el culto
de los santos y sus reliquias, y la potestad superior, una
y univeraal del papa, como vicario de Cristo en la tierra.
En los últimos tiempos, se ensanchó este juramento en
virtud de leyes expresas, agregándose á sus cláusulas—
« las de DO ir, en manera alguna, contra las regalías del
soberano ni defender jamas la doctrina del tiranicidio,»
coronando todo este grandioso compromiso, el juramento
de obediencia y lealtad al rey. 1).
Una vez terminada la profesión de fe, el doctorando,
permaneciendo siempre de rodillas, recibía de manos del
graduante el grado de doctor, lo cual se verificaba colo-
cándole en la cabeza el bonete. Allí se hablaba en latin,
y haciendo uso de esta lengua, por tanto concepto sagrada,
el graduante manifestaba hacerle esta concesión en virtud
1) Uy 14, T. 22, L. 1*. di
166 DR. BERNARDO FRÍAS
de la autoridad real y pontificia, coa todos los privilegios
é inmunidades que le eran concernientes, y terminando
sus palabras bendiciéndolo en el nombre del Padre del
Hijo y del Espíritu Santo. Luego el padrino le daba las
demás insignias doctorales, «comenzando con el ósculo
en la mejilla acompañado de estas expresiones: nAccipe
osculum pacis in signum fraternitatis et amicilí<B\ » esto
es,— recibe este beso de paz en señal de fraternidad y
amistad. Poníale, en seguida, el anillo en el dedo, dicién-
dolé: — « Accipe anulum aureutn in signum conjugü ínter te
et Sapientiam^ tamquam sponsam charisstmam) » — lo que
vale decir:--« recibe este anillo de oro como señal del des-
posorio celebrado entre tú y la Sabiduría, tu carísima
esposa. » Y, Analmente, entregándole el Maestro de las
Sentencias, le decía: « Accipe librum Sapientice ut possis
libere et publice alios docere, » lo que significa en romance:
—«recibe el libro de la Sabiduría para que puedas libre
y públicamente enseñar á los demás. » Hacía recordar esta
última parte de la escena, la despedida de Jesús en el
monte Olívete cuando, infundiéndoles saber á sus discípu-
los, los enviaba á predicar la buena nueva á todos los
hombres de la tierra.
Cubríasele en seguida la cabeza con el birrete de
doctor colocado in vértice capitis^ el cual era de seda con
los colores simbólicos de las diversas ciencias que
aquel joven cerebro atesoraba, los cuales se manifestaban
por medio de tiras ó filetes que remataban sus cantos y
partían del centro superior que adornaba una borla tam-
bién de idénticos colores. El color de púrpura simboli-
zaba al doctor en cánones; el verde, al de leyes, y el blanco
al doctor en sagrada teología.
Aquella hermosa fiesta era mas suntuosa en Chuquisa-
ca por que mayores y mas poderosos elementos se reunían
allí para su brillo; -su numerosísima clientela doctoral,
como que era la ciudad de la Plata, por motivo de su
audiencia real, el centro de la mayor labor forense; su
lujo social, sus hábitos aristocráticos, el mayor número
de alumnos que coronaba y la presencia en ella del arzo-
bispo, que presidía solemnemente la fiesta, le daban el
esplendor sin rival en el virreinato.
HISTORIA QE QUEDES Y DE SALTA— CAPÍTULO m 150
Terminada la ceremonia, se le extendía al nuevo doctor
el diploma como testimonio legal del carácter con que
pasnba desde el claustro al mundo, el cual era redactado
en latín, de larga leyenda manuscrita, y en la forma que
lo revela, por ejemplo, el siguiente del doctor Gorriti:—
« En el nombre db Dios . Amen.
«NOS el doctor D. Bernardino de la Parra, Prebendado de
esta Santa Iglesia Metropolitana de los Charcas, Abogado
de la Real Gancilleria de esta ciudad; Vice-Cancelario de
esta Real y Pontificia Universidad por el Ilustrísimo y
Reverendísimo Dr. D. Fr. José Antonio de San Alberto:— á
todos y cada uno de los que leyeren las presentes letras,
salud en el Señor.
«Hacemos notorio y damos fe de que en la supredicha
universidad y en la capilla, el dia 20 de Mayo de 1789
hemos conferido el grado de Bachiller, Licenciado y Doc-
tor al Señor José Ignacio Gorriti, en las facultades de
Sagrados Cánones y Leyes civiles, por la imposición del
birrete in vértice capitis con borla y fimbrias color verde
y púrpura, habiendo precedido las plenas aprobaciones
y rigurosos exámenes tanto públicos como privados de
los doctores moderadores, según la costumbre de esta
universidad y las bulas apostólicas de Nuestros Santísi-
mos Padres Gregorio XV y Urbano VIII, habida primero
por Nos la oración suplicatoria del predicho honor, preemi-
tida la profesión de fe y el juramento de defender la
inmunidad de la Virgen Madre de Dios de la mancha de
pecado original; de propagar la doctrina contenida en la
Sesión XV del concilio constantiense, donde se proscriben
el regicidio y el tiranicidio] de guardar fidelidad y obe-
diencia á nuestros señores los reyes católicos de España,
como también de prestar sumisión al rector de esta uni-
versidad; y ojitada después una cuestión sutil de la facul-
tad de sagrados cánones por el doctor decano y por el
padrino, Dr. D. Antonio Castro, fundando y refiriendo
opiniones preliminarmente, y dado por él mismo el ósculo
ni laureando en signo de fraternidad y del mismo modo
dados que le fueron á aquel el libro en signo de la facultad
leo DR. BERNARDO ^RIAS
de enseñar públicamente y el anillo áureo en señal de
su desposorio con la sabiduría; estando presentes los doc-
tores llamados con este objeto para los predichos grados,
en fe de los cuales venimos en conceder y concedemos las
presentes letras, Armadas de nuestra mano y munidas con
el sello de la universidad y suscritas por nuestro secretario
en esta ciudad de la Plata á 20 dias del mes de Mayo del
año de 1789.— Dr. Bernardino db la Parra,— De mandato
del Dr. Vice-cancelario, Dr. José de Navarro, Secretario. »
1).
Empero, si la universidad de Córdoba era suflciente para
preparar las jóvenes inteligencias que iban & dedicar sus
afanes principalmente al servicio del altar, no llenaba, en
verdad, las legítimas aspiraciones de los que anhelaban
conocer y resolver los problemas de la vida civil, política y
social; que antes de la época del virrey Liniers, en que
recien fué elevada al grado de universidad mayor, solo
confería, cual lo hemos visto, grados de maestro, licencia-
1) Traducción del diploma original que conserya la familia de Gorrití»
cuyo tenor latino es como sigue:
In Dei Nomine. Amen,
NOS D. P. Bemardinua de la Parra. Preevendatus hujus Santet EodeeÚB Me-
ircpolitancB de los Charcas, Advocatua Éwúb ChaneéUartm isíiua Cxvitatia, Viee-
eanceüariua Regcdia, H PorUiflcÚB hujua Univeraüaiia ab TUmo. et Rtno. Dr, D,
Fr, Joaefo Antonio a Sancto Alberto: Vniveraia et aingulia preeaemtea litteroa
inapeeturia, Salutem %n Domino. Notum fadmua, et fidem damua, quod in «u-
pradieta Univeraitate, et in efua íSaceüa XIII Kálendaa Junii anni MDCCLXXXIX
eoutuUmua Baealaureati, Ltcenciati atque Doctoria qraduaDomitto Jobkvo Ionatio
GoRRiTi, in Sacrorum CanWium, Legum que civilium faeuUatibua per impoaitúh
nem pUei in vértice ea^ia, éum fioaculo, fimbria i¡ue purpureif viridia que eoio-
riaf precedentibua pierna aprobationibua, rtgoroaia que Examinibua, tumpublieia,
tum privatia Doetorum Moderatorum, aeeundum eonauetidinem iatiua Umverai'
tati8f et Bulaa Apoatolieaa 8. 8. Domini Noatri Oregorii XV et Urbani VIII, priua
a nobia habita oratione auppHeatoria pnedictt honoria, premiaa, fidei profeaaume,
d juramento de tuenda Dbipar<£ Viroinis immunitfúe a labe oriainalia peecatia
de propugnanda doctrina contenta in Seaa. XV Coneilii Conaianetencia ubi proa-
eribuwtur Rkoicidiuu et Tirakicidium, de aervanda fidditate et obedienfio Ca-
toUeia Dominia Noatria Siapaniee Reoibus. nec non de aumiaione preatanda Ree-
tori hujua Univeraitatia, áj^tata que postea de aacra canónica facúltate aubÜU
quteatione a Doctore Decano, ét Patrino Doctore Domino Antonio uaatro fkmdando,
et referendo opinionea preel/íminaliter, dato que áb ipao oaculo Laureando in aignum
fratemitatia et aimíli modo datia illi Ubro in aignum faeuUatia pubtiee docendee,
et annulo áureo in aignum deaponaationia cum Sapientia; ad predidta$ gradúa
adatantibua Doctoribua in hune finem vocatia; in quorum fidem preaentea íitteraa
manu nostra firmataa et SigiUo Univeraitatia munitaa, per nostrum que Secreta-
rium aubacriptaa duximua concadendaa et concedimua in hac dviíate PUstemei
Oie XIII Káemdaa Junii, anni MDCCLXXXIX.
Dr. Bbbmárdxnus db la Parra.
mSTOBU DE QUEMES Y DE SALTA-GAPÍTÜLO DI 161
do y doctor en teología; y fuerza era que el estudiante que
aspiraba á las borlas de doctor en jurisprudencia, tuviera
que pasar á la de Chile ó bien ala de Chuquisaca, distan-
te ésta 300 leguas de Salta y 700 de Buenos Aires, y que
después de la de Lima, era, á la sazón, la mas celebrada y
famosa de la América del Sur.
Esta universidad, llamada también de Charcas por la
provincia en que se hallaba, fué fundada asimismo, bajo la
dirección de los padres jesuítas, en 1723, y se titulaba
pomposamente «Real y Pontificia Universidad de San
Francisco Javier.» Habíale concedido el rey, á fln.es del
siglo XVIII, las mismas prerrogativas y privilegios de que
gozaba la muy famosa de Salamanca.
Como la de Córdoba, su enseñanza principal fué eminen-
temente teológica y clerical; pero ella alcanzó desde mayor
tiempo atrás, que se agregara á sus facultades de ci^inones
y de artes, una de leyes, donde no se dictaba, sin embargo,
mas que una cátedra de JnsHtuta. A su lado se creó una
Academia de Jurisprudencia cuyo objeto principal era dar
y recibir lecciones de práctica forense civil y criminal.
El estudiante de leyes, para obtener el grado de Hcenciado
ó doctor, debía practicar en ella dos años y rendir dos exá-
menes; en seguida rendía la última prueba de suficiencia
ante la audiencia.
La universidad de Charcas alcanzó, bien pronto, á eclip-
sar con el brillo de sus estudios á la de Córdoba y su fama
llegaba hasta las riberas del Rio de la Plata, arrebatando
hacia su seno, la juventud mas distinguida y de mas altas
aspiraciones de todo el virreinato, por que estaba en ella
radicado, hasta por la moda, la verdadera y mas ruidosa
enseñanza jurídica y literaria, alcanzando áser, sin disputa
alguna, « el foco de la grande enseñanza y de los altos
estudios; de una enseñanza no circunscripta á la letra de los
textos sino iniciadora » que, sin formar parte verdadera de
la del claustro, « habia penetrado en el espíritu de los
estudiantes y se había apoderado de la juventud. » Desd?
1730 á 1810, fué Charcas « el centro de elevada y trascen-
dental iniciación, que dio á la educación literaria el espíritu
cívico unido con el saber y con los gérmenes de la reforma
social. » iDe dónde procedía este brillo; de dónde venia
16a DR BERNARDO FRÍAS
esta superioridad y este progreso? Causas múltiples y
complejas produjeron el brillante fenómeno. Chuquisoca,
enclavada en el centro de la América de Sur, entre los
desiertos dilatados y no explorados aun entonces y las
mas altas montañas del continente, se hallaba, sin em-
bargo, con su lujosa antigüedad donde, desde el principio
de la conquista, la habla visitado la civilización naciente,
con toda su cola de riquezas, comercio, blasones y demás
congéneres del poder y del encumbramiento, como que
era, desde antiguo, también la mas alta sede del episco-
pado y de la real audiencia que gobernaban en lo canó-
nico y en lo judicial, hasta los últimos tiempos, todo el
territorio del Plata.
Su situación era, á pesar de todo, feliz, gracias ú las
leyes administrativas de la colonia, pues se hallaba en
cercanía relativa con Lima, centro antiguo y el mas opu-
lento del gobierno, foco que era de la civilización y cul-
tura social é intelectual de América; que, aun bajo tan
pesado despotismo, Lima conoció ya periódicos y escrito-
res cuyas producciones llamaron la atención en Europa;
su universidad, llamada de San Marcos, era sin rival y la
mas antigua del Nuevo Mundo, 1) poseyendo una her-
mosa biblioteca; habiendo sido en tan preclara ciudad cul-
tivada la literatura con esmero y buen suceso por la
juventud noble española que acudía á ella de lo mas es-
cogido y sobresaliente por su linaje y por su ingenio.
Las irradiaciones benéficas de este centro social é inte-
lectual, emporio de la aristocracia y la fortuna, llegaba
sin cesar 6 Chuquisaca, y casi se contenia en sus latitudes
sin descender mas hacia el sur, por lo que en esas re-
giones abundaban los artistas, como los legistas y genera-
les. Los pintores, por ejemplo. Id visitaban con frecuencia,
siendo en el sur desconocidos, y á tal extremo, que solo su-
biendo á tierras del Perú, podían las personas de la época
conseguir sus retratos. Esta es la causa por que de la
mayor parte de nuestros hombres ilustres, no conservamos
memoria física alguna.
Formóse, de esta manera en Charcas, envolviendo como
1) Fué fundada en 1551.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO lU 163
atmósfera luminosa su universidad, una escuela nueva,
sin caso, sin autoridades, sin nombre que enseñaba, fuera
del claustro, las novedades de la político, el ruido y
explicación de los sentimientos liberales y revolucionarios
de Europa y las que causaban con su novedad y belleza
de verdad, las ideas nuevas en el espíritu ardiente de
aquella juventud vigorosa. Los viejos hombres letrados,
aun los mismos ministros de la iglesia, tenían noveda-
des literarias y filosóficas en sus bibliotecas privadas;
libros peligrosos entonces, pero que comenzaron á pene-
trar en América con la mas prolija cautela, y que á muchos
de ellos, como ó Rousseau, era necesario leerlos ú ocultas y
bajo escrupulosas garantías. El espíritu de ilustración
dominó de lleno á la juventud, eíitónces, como la literatura
clásica, de tendencia política de los griegos y romanos;
los libros filosóficos mas en boga, ingleses y franceses,
como Montesquieu, Adam-Smith, Volney ó Montagne;
la discusión y estudio de la política del siglo y el del
real patronato que viene & ser, en cierta medida por
sus fundamentos, el estudio «de la soberanía política de
las naciones, con el derecho de gobernarse á sí mismas
en las graves y delicadas materias de la vida pública.»
Llegaban ta mbien hasta allí, donde eran comentadas y some-
tidas á crítica científica, las noticias de la revolución
francesa y de sus doctrinas que descubrían la grande
iniquidad del obsolutismo de los reyes, dejando conocer
los derechos de los hombres y los pueblos pora gober-
narse; se comentalia y se envidiaba la revolución mas
cercana y mas simpática y el triunfo de la independencia
de los Estados Unidos, cuyos progresos llevaban hasta Char-
cas los vientos de la fama y de la parcialidad. El aflo-
jamiento de la intolerancia sobre la lectura de los libros
prohibidos en materia política y otras tiranteces del añejo
despotismo y de la inquisición, moderados yo con el
régimen y reformas liberales de Cérlos III, que protes-
taba continuarlo Carlos IV, dejó penetrar por estas estre-
chas rendijas, aunque con ocultación y cautela, ciertas obras
modernas de filosofia política que, como aves roras y
peregrinas, se ocultaban en una que otra biblioteca parti-
cular, con justo temor de la persecución y el fuego, y que
164 ER. BERNARDO FRUS
venian & revelar ideas emancipadoras de la dignidad
Iiumana, á las que conviene agregar ciertas publicaciones
de algunos escritores españoles que, amparados de estas
concesiones tolerantes, se atrevieron en la península á
pensar un poco, como Campomanes, Olavide, Roda, ó
Jovellanos,
Es fácil de comprender, así mismo, que, entre aquellos
libros de novedad que comenzaba á devorar la juventud
estudiosa de Ghuquisaca y de Lima, no se contaban ni
podían hallar eco simpático y sí de condenación y repulsa,
aquellos que enseñaban la ñlosofía materialista, y aquellos
otros autores impios que tanto dieron que decir á la sazón
en Europa. A mas de la vigilancia de la inquisición y de
la misma autoridad civil,*-perseguidores oflciales de los
hereges famosamente conocidos, hallábase, contra la cor-
riente perturbadora de las antiguas y venerandas creen-
cias religiosas y morales de la sociedad española trasladada
á la América, la sólida instrucción y la educación esme-
rada y profunda asi del corazón como del espíritu de
aquella juventud estudiosa y pensadora, por que su ilus-
tración religiosa y sus principios de fllosofía espiritualista
no eran superficiales sino profundos; la fe era honrada y
sincera, sostenida y defendida por teólogos consumados,
por filósofos de aliento poderoso y por abogados y litera-
tos, en fin, de gran vuelo y elocuencia avasalladora.
Si aquellos textos traían errores y tendencias perniciosas
al dogma, á la fe, á las antiguas costumbres, eran bien
luego reconocidas y condenadas sus teorías contra aque-
llos fundamentos sociales, con la poderosa y bien fortale-
cida inteligencia de sus lectores. Y así llegó á notarse
que, si de aquellos centros surgieron cabezas revolucio-
narias en política y en instituciones generales de gobierno,
casi no hubo ejemplo de que trastornaran los viejos funda-
mentos de la fe y los principios morales de aquellos
hombres y en que descansaba la sociedad.
Aquella juventud conocedora del latin, aderezaba su
espíritu nutrido de la ciencia de la cátedra oficial— con
la lectura de Bossuet, de Virgilio, de Masillon, de Homero,
de Horacio, de Cervantes, de los poetas españoles como
Granada y fray Luis de León y Garcilazo, y de los clásicos
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO ffl 166
griegos. La historia antigua, la historia romana y la
griega, y la historia de Europa moderna hasta las recien-
tes guerras caballerescas de Carlos XII, les eran conocidas.
En Plutarco aprendían á conocer, á amar y á aplaudir
las virtudes cívicas de los grandes hombres de la antigüe-
dad; en Cicerón, en Aristóteles, en Platón profundiza-
ban la fliosofia que daba explicación de los gobiernos, de
los pueblos, de las leyes y del despotismo y de los abusos
del jKHier, aprendiendo á conocer en Tito Livio, cómo
Roma se engrandece, y en Tácito, cómo Roma sucuinbe.
Los mismos anales españoles, que estaban acostumbrados
¿ leer, cuántos ejemplos no les presentaban de alzamien-
tos gloriosos contra la opresión que hablan transformado
en héroes populares y hasta en santos de la iglesia á sus ilus-
tres antepasados! Por que la historia de Espaiia les ftióstfa-
ba, verbigracia, al principe Hermenegildo aizátldoée para
derrocar al rey de España, su padre, cotitálderíido como
opresor y tirano de su pueblo, y, utia vez vencido y sa-
crificado por la justicia del trono, se levantaba sü efigie
en los altares, santificado por la justicia dé lá iglesia; y
mas luego, durante la edad media, leían que sus padres,
ilustres y poderosísimos representantes dé los derechos
populares, hacían los reyes de España, y al conferidles
la corona y el mando y gobierno de la nación, con toda
aquella altivez cívica que aplaudirán eternamente los
siglos, les decían:— Os facemos ftBv sí ouAt^nAis La Lkv k
SE M6N, non; »— y, en fin, allá en la edad inoderha, mien-
tras eñ América se echaban los cimientos de sus ciuda-
des, ios nobles de Aragón y de Castilla se levantabatl contra
CáHos Quinto y reñían contra él hasta morir en él éádalso,
defendiendo las libertades de su pueblo y las antiguas ins-
tituciones dé su patria. I^ historia general les habla en-
señado cómo se forman y se derrumban los iriipétios; la
república romana y su senado ahogado ihas tardé por el
dtíápkHlsmó imperial; las seculares cortea españolad, or-
gullo cívico y nacional de nuestra raza; los {iaridniéntos
fitinfce^; el parlamento ingles que funcionaba coiiio poder
vivificador del gobierno, y cuyas iras hablan heckó rodar
lá cábezd del rey Carlos I én el (cadalso; él pueJDJo dé i^aris,
(fué Üii 6S6s mismos diá^ acababa dé d6cai)ltar al r^y de
166 DR. BERNARDO frías
Francia y á la familia real como aquel encumbramiento y
coronación y hermandad con los viejos reyes de Europa,
que les mostraba un simple general afortunado, con el
nombre de Napoleón I, les acabó de convencer de dos
verdades políticas de inmejorable simiente para su país:
—la mentira de la irresponsabilidad de los reyes y de la
soberanía de su voluntad; y el derecho y la fuerza de los
pueblos para hacer y derribar gobiernos, instituciones y
leyes.
Sin embargo, excesiva lijereza de ánimo acusarla quien
pensara que fué la revolución francesa la que inspiró á
nuestros antepasados la revolución de la independencia
contra España, por que probaria solamente, ignorancia de
los tiempos, de las ideas, de las costumbres y del común
sentir de las gentes de la época. Pocas cosas hay, en
verdad, mayormente notorias que el escóndalo y el pavo-
roso espanto que causó la revolución francesa en el alma
de nuestras sociedades. Cuando aquel acontecimiento se
prodigo, no había madurado aun la idea revolucionaria
en América; y como vino acompañado de una corte es-
truendosa de escándalos, en vez de hacerse simpático y
apetecible por pueblos lejanos y de principios tan arraiga-
dos como los españoles, todas las almas que leyeron ó
escucharon estas tremendas novedades, se sintieron ene-
migas; por que la nobleza, la fortuna, la clase pensadora
y de espíritu conservador, vio por él perseguidos á
quienes tenian iguales derechos é intereses semejantes;
los crímenes del Terror llenaron de indignación y contra-
ria simpatía los corazones; y las impiedades cometidas, en
fln, con la religión católica, con sus mas venerables reli-
quias convertidas en ludibrio público; sus dogmas reales,
su culto, corriendo idéntico infortunio, viéndose aventar
liasta las cenizas de los muertos, y el Santo Padre, en
fln, arrastrado prisionero por aquel nuevo César que para
tpdos era el hijo terrible de la revolución; todo aquel cú-
mulo de sucesos y bochornos, presentaron á la revolución
francesa como el credo de la heregía, de la inhumanidad
y del crimen. tQuién podia ver en ella el libro abierto
del derecho, de la justicia y de la libertad? {La tiranía
torpe y sangrienta de la plebe no habia sucedido con ere-
HI8T0RU DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO m 167
ees, á la antigua y orgullosa tiranía de los reyes? íY el
nuevo tirano que avasallaba los pueblos y amenazaba
conquistar España, derramando cadenas y repartiendo re-
yes á su antojo, no era parto también de la revolución?
Antes, por el contrario, fueron estos sucesos lecciones
terribles que recibieron desde lejos aquellos hombres y
que, antes de servirles de ejemplo é imitarlas, vinieron,
ú su tiempo, & evitar, en mucho, que la revolución de
mayo se precipitara en los mismos desbordamientos; por
que si en Francia la revolución cayó en manos de la clase co-
mún dirigida por tanto demagogo plebeyo, entre nosotros
la revolución iba á ser hecha por la gente decente, por
el elemento noble, distinguido y pensador, defensor infa-
tigable hasta morir, del orden y la virtud; la revolución
iba á ser hecha por el clero, por los doctores, por I03
abogados y literatos y por todo el elemento culto, quien
debía conducirla por la senda del honor y de la gloria,
sin manchar su túnica con los horrores y las vergüenzas
de que acababa de ser escandalosa prueba la revolución
de Francia.
En nuestro sentir, el verdadero poder que tuvieron los
pueblos del Plata para lanzarse y consumar de manera
tan digna y tan honorable la revolución, fué, ante todo,
por la educación y la ilustración de que era poseedora la
raza distinguida cuyos hombres deberían iniciar, dirigir
y consumar el grande y tenebroso problema; por que
«es el cultivo de las letras quien eleva las ideas; quien
fortiflca las generosas disposiciones del hombre; es él
quien, combinado con la educación doméstica de nuestros
padres, de nuestros colegios y de nuestras familias, ha
conservado la distinción y la verdadera nobleza de senti-
mientos y ha sido una de las fuentes mas vivas del pa-
triotismo y del honor cívico. » ( Chaveau. )
Por que siendo verdad, cual lo sostienen escritores en
nuestro concepto bien equivocados, que fué la revolución
francesa quien informó las ideas del derecho en los hom-
bres pensadores é ilustrados de la América, jcómo podia
llegar á explicarse este raro y sorprendente fenómeno de
que, estando la ciencia en los conventos y claustros uni-
versitarios, las ideas nuevas no tuvieron otros apóstoles
168 DR. BERNARDO FRÍAS
que el elemento clerical y sus discípulos, siendo singular
el que los primeros, tanto ó mas, quizé, que los seglares,
tuvieron fanático ardor por la revolución si se atribuía ó
recibían inspiración solamente de los enciclopedistas y de
las sociedades secretas del extrangero? 1).
Y recuérdese que tanto el poder civil como la inquisición
perseguían la lectura de los libros no publicados con cen-
sura y licencia real; que en las bibliotecas de América,
que solo poseían los particulares, no existían libros de
hereges, como eran clasificados entonces; que alguno dé
ellos, oculto y rarísimo, no era suficiente para obra tan
magna; que la sociedad era profundamente religiosa, ca-
tólica romana; que su piedad en el culto y su fervor reli-
gioso, á pesar de no haber sido manchados de fanatismo,
eran tan sinceros y tan intensos en sus almas, que hoy es
imposible imaginarlo siquiera; que el partido liberal que
alcanzó á formarse en España, no llegó á tener eco en
América por causa de los acontecimientos que se cruza-
ron; que si la invasión francesa dio franquicias, aunque
ocultas al espíritu innovador é incrédulo que soplaba del
lado de la Francia y dio por resultado la constitución es-
pañola de 1812 y mas tarde la sublevación y anarquía de
1820 en la península, no se introdujo en América sino con los
soldados de Laserna, pero cuyo liberalismo no rompía
con la iglesia romana y, en política, solo pedía monarca
conlstitucional mas no república.
¿Cómo es entonces que la revolución de Mayo es tan
clerical en sus elementos y tan liberal en sus doctrinas
y en sus hechos? Por que á la manera que los filósofos
de la enciclopedia no aguardaron una revolución extraña
para adquirir sus ideas liberales de religión y de go-
bierno, sino que les bastaron sus propios esfuerzos y la
fuerza de su talento, así entre nosotros, nuestro clero,
nuestros doctores, abogados y literatos vieron y com-
prendieron con el estudio y la fuerza de su inteligencia
poderosa, con la virtud de sus principios basados en las
1) .VéaM e«ta obs^rracion qn* refutamos, h«6ha «n el artículo «Declara*
ciQu de la independeocia argentina*— publicado en La Nación del 9 de
Julio de 1901, Buenos Aires.
HISTORIA DE GORMES Y J)E SiXT i— CAPÍTULO m ^09
mas santas lecciones evangélicas; por su edueacion .social
y moral levantada sobre la concepción mas elevad^ de. la
dignidad del hombre que tanto les revelaba su clase, Qris-
tocrática; y por su ilustración, en el va3tp escenario.de
ios griegos y de los romanos y aun de las mismas, his-
torias que en España y en América enseñaban c6pio ad--
quirian y perdían los reyes el gobierno y cómo los pueblos
hablan luchado y enseñado y mas.de una vez triunfado
de la arbitrariedad y el despotismo. Por que los princi-
pios religiosos, no obscurecidos en América por el fana-
tismo, pues jamas habla la pasión religiosa abrasado las
almas por no haber existido en ella cuestiones ni guerras
de religión,— basados en el evangelio, les enseñaban mejor
que los filósofos y los demagogos de la Francia revolu-
cionaria, los claros y legítimos é inalienables derechos
del hombre; y no como opinión ó doctrina . humana dis^
cutible, dudosa y cuestionable, sino como dogma de fe,
como base de virtudes en que yacia el descanso de la
vida futura en toda una eternidad de dichas ó dolores
cual eran la libertad, la igualdad, la fraternidad entre
todos los hombres, enseñada como la aspiración sublime
del Dios de nuestros padres desde la tribuna de la cruz;
principios destructores, por ende, del privilegio divino
del rey para mandar sin responsabilidad y á su antojo ú
los pueblos. « El evangelio es democrático; el cristianismo
es republicanol » lo confesaba ya, en aquellos mismos dias,
el orador francés desde lo alto de la tribuna revolucionaria.
Nuestra revolución es, pues, eminentemente nacional y
su gloria no es gloria prestada de allende los mares sino
gloria también exclusivamente propia y eminentemente
nacional, la cual, realizada sin deshonras ni crímenes por
una sociedad que por la vez primera se hacia cargo del
gobierno para reconstituirlo en bases progresistas y libe-
rales, sobre los escombros de un secular despotismo,
forma una pajina verdaderamente limpia y hermosa en
la historia del mundo.
XI
Córdoba y ; Chuquisaca llegaron á ser los dos centros
170 DR. BERNARDO FRÍAS
exclarecidos de la ilustración del Rio de la Plata; los que,
favorecidos por las circunstancias de los tiempos, inspi-
raron, con la ciencia, la revolución en el corazón y el
cerebro de nuestros mayores. Su prestigio era cada dia
creciente y su obra cada vez mas robusta y poderosa; las
consecuencias que resultaron para la civilización y pro
greso de nuestro país fueron numerosas y felices. La
instrucción que se daba en Córdoba permaneció siendo
siempre de espíritu mas teológico y clerical; y aquella
ciudad mereció recibir el título de Córdoba la docta, y su
universidad, á la larga, hobia infundido en la sociedad
cordobesa « el lustre de un culteranismo exagerado y doc-
toral que la crítica y malicia de las demás provincias ta-
chaba de pedantesco; pues, por los hábitos y por los fueros
de gremio que prevalecieron en aquel tiempo, los cordo-
beses adquirieron el aire y las formas de los pedagogos,
trasmitiendo el mismo empaque hasta en los mulatos por
el influjo de la imitación y el contagio. »
Ghuquisaca, la togada Chuquisaca era, por el contrario,
mas ilustrada ^y liberal; su universidad llegó á ser la es-
cuela de moda de la época, tanto por su brillante fama
cuanto por la instrucción literaria que había sentado allí
sus reales; de manera que la afluencia & su centro de
gente ilustrada y doctoral era numerosísima.
Así, por ejelnplo, con motivo de la elección del nuevo
rector de aquella real universidad de la Plata, llegóse á
ver reunido todo su claustro en 1795, compuesto de 140
doctores. 1). Ese mismo claustro alcanzaba á contar
350 doctores al rayar el siglo XIX. 2).
Por aquellos mismos dias, en 1792, á fln de rodear de
mayor tono y respeto la administración de justicia, vino
la audiencia á reglamentar los trajes que debían vestir
en sus funciones los abogados, escribanos y demás su-
balternos.—» Los abogados sin distinción de casados y sol-
teros, decía, usarán precisamente golilla y manteo, con
peluca ó pelo propio decentemente peinado; ropilla de
falda cerrada y manga redonda ancha; sombrero forrado
1) BoleUn y Cdttálogo del areh. d« Suera, dt. T. h v4* 17S N\ 78.
9) Raf . dé Buenos Airee» Tom. U» páj. 839*
HISTORIA DE GOEMBS T DE SALTA— CAPITULO TU 171
de seda fuera del tribunal y, en las salas, gorra igual-
mente forrada y de ala corta.
Los escribanos de cámara,— casaca negra y su chupa,
sin golilla, con peluca blonda y capa corta; espadín y som-
brero de picos fuera del tribunal; los procuradores, peluca
blonda, sin golilla, chupa de falda corta, nlanga ajustada
y manto corto que lleigue á la corva; sombrero redondo
sin forro.» 1).
XII
Con relación á la delicada cuestión de la intelectualidad
del país, se notaba que ella obedecía tanto á la influencia
directa de estos dos centros de instrucción como á las
condiciones propias de civilización, comercio y riqueza de
cada una de sus diversas comarcas. Buenos Aires, favo-
recida con las franquicias comerciales de su puerto, atrajo
á su plaza capitales, movimiento mercantil activísim,o,
elementos de población de primer orden, y su juventud
acudió, á su vez, á Córdoba, á Chile, á Chuquisaca en
abundante número: muchos de ellos pasaron, como en
Salta, & educarse en España; Córdoba sobresalía, como lo
hemos visto, por la ilustración de su clase distinguida,
destacándose, mas que en parte alguna del virreinato, aquel
su espíritu religioso con cierto colorido de terquedad á
intolerancia que llegó á conservar hasta en los últimos
tiempos; Tucuman comenzaba también á tomar el camirio
de las escuelas, sin distinguirse ó sobresalir por ello, sien-
do, entonces, bien escaso de recursos y de pobre comercio,
aunque lleno de elementos de actividad y de espíritu pro-
gresista; de Salta . conocemos ya como era de extensa la
cuenta de sus doctores, que podía, con derecho, colocar-
se entre Chuquisaca y Córdoba. La ciudad de Jiguy com-
partía, aunque reducida como era, de la aristocracia, de la
riqueza é ilustración que honraban á Salta, contándose
entre sus hüos ilustrados, á mas de los Gorriti, avecinda-
1) Catálogo del areh. de Sucre, «it. Tomo I« pá|. }86, N*» 08,
dofi en S,Qtlta, á Ips doctores Biji^taiQa^te, Mopteafirudo,
Zégada, Gordaliza, Portal, Oterp, etc.
«Kn Mendozfi y Sai^ J.uaa, la sociedad culta era mas biea
agricultora y traficante; no habia doctores, pero babia
viñateros, arrieros y empresarios; » en una palabra, los
pueblos de Quyo eran cultivadores de la tierra y empresa-
rios de transportes. El resto del territorio lo poblaban
masas obscuras destinadas á aparecer cop su barbarie
contra los centros cultos de la via comercial del Perú, en
las sangrientas violencias de la guerra civil; siendo tan
grande su ignorancia y obscurantismo, que cuando Sar-
miento abria en San Luís de la Punta su escuela de pri-
nieras letras, en 1825, aun los hombres ricos no sabían
leer ni escribir!
La instrucción universitaria, bajo el régimen español,
tuvo su origen en el deseo de formar un clero americano
lleno de luz y de virtudes; fué de esta suerte el clero, el
civilizador y el primeramente civilizado como poseedor y
propagador de las luces; la filosofía escolástica, el latin y
la teología eran las cátedras mas antiguas y que, hasta la
época de la revolución, llenaron casi la totalidad de sus
programas oficiales. Esta clase de enseñanza revela cuan
clerical era el espíritu que reinaba en la época en materia
de estudios superiores; parecía que el sistema español que-
ría perpetuar la secular ignoroncia de la clase civil y que
solamente el clero fuera el poseedor de la civilización y de
la luz en América, como que es muy temible la ilustración
para la salud de los déspotas por ser, acaso, su mayor y
mas formidable enemigo; pues el clero habia sido siempre el
mas leal y mas fuerte y mas adicto amigo del trono; pero
que el clero americano debia desengañar tan pronto y tan
brillantemente aquella constante afirmación de la historia.
Mas, á pesar de todo ello, y haciendo justicia la histo-
ria, se debe reconocer que no podia ser otro el aspecto y
la tendencia que llevara la instrucción superior en Amé-
rica, por que es debido solamente á los esfuerzos del clero,
de sus obispos, como Trejo, ó de la Compañía de Jesús,
esa luz que ennoblecía los espíritus en aquellos dias,
sustraída de los claustros universitarios y como el or-
namento literario que los envolvía, fuente de la idea re-
"^
mSTORIA DE 6ÜRWE;S y DJ& SALTA-CAPÍTULO III 178
dentoca cl^ la ind^ip^ndeacia; que fué de aquel seinteerio
de Loreto, de aquel colegio de Mont-serrat, alegren coo
la juveniud aristocrática en Urfijes sacerdotales; de aque-
llos claustros veoera^bles de Córdoba y de Charcas, donde
96 nutrían de luz Ips jóvenes de las ví3pera3 d^ ISIO, de
doode habían de salir, coronado^ de doctores^ de ctórigos,
de abogados, los nuevos soldados á redimir la Uerra de tanta
¡(Úusti^ia é iniquidad. Como el poeta polaco, bien pudo el
ndmen de América exclamar, al ver entrar á la vida pública
aquella leg¡,on brillante de mancel^os:— « Salud, aurora de la
libertad; detrás de tí, & tu espalda, se levanta el sol de la
independencia! »
XIII
De aquellos centros se vieron corr^er á tomar las armas,
á los primeros estruendos de la guerra, jóvenes como D.
José María Pa^, de Córdoba, ó D. Juan Francisco Sevilla,
de Salta, que cortaban el vuelo de sus estudios en las
letras para alistarse bajo los gloriosos estandartes de la
revolución. (1)
Entre aquella pléyade de jóvenes doctores, nuestras an-
tiguas universidades pueden justamente gloriarse de contar,
& mas del res^peto de sus 250 años y mas de brillante
1) • En aquellos dias de amargura y de gloria llenos, en que la juventud
mas notable de los pueblos argentinos as levantó ardienflo en 4eseo
de formar un pueblo libre y con la conciencia de los santos derechos
del hombre, el joven Sevilla, cuyo talento y provecho en ios estudios
fueron un&nimementa reconocidos en el colegio de Córdoba;, cediendo
k ese impulso general que forma el mas alto timbre de los americanos,
abandono su carrera literaria en los mejores momentos, y, arrebatado
del común vértigo que tanto enalteció ¿ los sáltenos, corrió, con otros
1'óvenes de su pais, á enrolarse en las filas de los Decididos, > . . . Fué
lerído en la pierna en la batalla de Tucuman, formando parte del
ejército de Belgrano,iCuya bala le fué extraída á los treinta y tres Añoñ
de la herida, y él murió al año siguiente, de 1866. • Era h^o de una
notable familia cueros vastagos han Quedado dispersos en varias par*
tes. > Fué condíssipulo de zuviria, de Zorrilla, de I). Dámaso Uribu-
ru y otros qUe figuraron con tanta altura en la vida civil, como lo
veremos mas al fondo de esta historia. Por les contrastes de la guerra
civil pasó emigrado á Tarija y, regresado á la patria* sostuvo su vida
defendiendo como abogado ante loa tribunales. (Datos tomados del
periódico El Comercio. N*. 9^ de 11 de Abril de 18S3, <¿ie conUene su
neerologia, en el Archivo de Salta, y de otras fuentes de la mas res*
patable Information. )
174 DR. BERNARDO FRÍAS
existencia, varones de mérito notabilísimo ó que dejaron
huella bien profunda en nuestra historia.
De Córdoba salieron: el deán D. Gregorio Funes, tan
célebre desde los primeros dias de la revolución; D. Juan
Ignacio de Gorriti, arcediano de la catedral de Salta, go-
bernador y vicario general del ejército del norte; brillante
celebridad en los anales políticos y parlamentarios de la
república; D. Juan José Passo y D. Manuel Alberti; D. Juan
Manuel Castellanos, orador de poderoso vuelo, cuyas doc-
trinas políticas sobre buen gobierno presentadas desde el
pulpito al saludar la primera convención constituyente de
Salta, en 1821, no han escuchado ni escucharán mejores
los mandatarios de los pueblos libres;— D. Pedro Ignacio
Castro Barros, D. José Colombres Thames, D. Valentín
Gómez, D. Manuel Antonio de Acevedo, D. Juan Antonio
Saráchaga, Ministro de la Guerra de la Liga del Interior,
,en 1830; D. José Ignacio Thames; D. Gaspar Francia, ti-
rano del Paraguay, y una serie de sáltenos que figuraron
con distinción en aquellos dias, como D. Mariano Zenar-
ruza, D. Manuel Antonio Marina, D. Guillermo Ormaechea,
D. Alejo de Alberro, D. Antonio González de San Millan
y D. Marcos Salomé Zorrilla.
De las numerosas celebridades que preparó la universi-
dad de Charcas, se cuentan:— D. Mariano Moreno, el fogo-
so secretario de la primera junta revolucionaria, D. José
Ignacio de Gorriti, la mas hermosa figura política de
cuantas fueron en su tiempo. El curso de la revolución
debía hacerlo ascender hasta el grado de general, en
el ejército, convirtiéndose como consejero de Guemes y
mas tarde, como gobernador de Salta, en lamas firme
columna del orden y de las instituciones de su patria,
aplastando la anarquía y llenando de asombro á sus con-
ciudadanos con la grandeza de su genio político; conten-
dor famoso de Ibarra y de Quiroga, habia de llevar á cla-
var en el corazón de la Rioja las lanzas saltanas. Su in-
maculQdo patriotismo; su carácter inquebrantable y su
honor cívico, servirán para presentar la figura de un gran
ciudadano á la admiración general y como ejemplo á los
siglos futuros;— D. Juan José Castelli, el procónsul del
año diee; D. Mariano Boedo que, juntamente con el Dr.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO 10 176
Gorrili, había de suscribir por Salta el acta de la indepen-
dencia nacional; D. Bernardo Monteagudo, secretario de
San Martin; D. Vicente López, el cantor de la guerra; D.
Mariano Serrano, cuya ilustración y elocuencia lo hicieron
tan famoso y popular; D, Manuel Antonio Castro, renombrado
jurisconsulto; D. Facundo Zuviría, tan famoso en nues-
tros anales políticos; Buitrago, Molina, Ulloa, Castellanos
y en fin, D. Teodoro Sánchez de Bustamante. El, el
deán Funes y el canónigo Gorriti fueron las plumas mas
hermosas y mas bien cortadas de cuantas se conocieron
en el largo período de la revolución.
Todos estos hombres, A mas de otros que sin haber
coronado su inteligencia en las universidades, brillaron
con la pluma, como D. Toribio Tedin, verbigracia;— eran
abogados y literatos de talento poderoso y variada y
profunda ilustración; y ante ellos, como ante las culmi-
nantes personalidades de nuestro antiguo clero represen-
tado especialmente por Funes, Gorriti, Castro Barros,
Izasmendi, Agüero, Castellanos, González, «hacían bien
triste flgura, por cierto, los obispos y familiares que nos
venían de España, como Lúe, Videla y Orellana, » y por
eso, ante el espíritu de la población, los prelados espa-
ñoles estallan destituidos y suplantados por el clero
patrio.
XIV
Salta, con todos estos elementos de ilustración y pode-
rlo, asi físico como social y moral, iba & sostener en el campo
de la lucha, desde 1810 hasta 1832, es decir; en un período
de 22 años de constantes esfuerzos y sacriflcios incalcu-
lables, la independencia y libertad de la patria, sola casi
siempre; y en su glorioso esfuerzo, gigante cual ninguno
en la historia del mundo, iba á consumir hombres, paz,
comercio, riqueza y porvenir; y á no conquistar y reco-
jer después de conseguida la independencia y el triunfo
de las instituciones liberales, mas que los laureles de su
gloria, la prolongada ingratitud de los pueblos, el crimi-
nal olvido de sus hazañas y á no conservar mas que los
176 DR. BERNARDO FRUS
escombros y ruinas y miserios en el sepulcro de su
antigua opulencia y nombradía. Sacriflcio heroico ea
que todo lo consumió, no contando al presente mas que
con sus ruinas; ruinas en sü sociedad y en sus hombres;
ruinas en su comercio; ruinas en el carácter y en sus
virtudes.
CAPITULO IV
Jvatlola áe la reT^lMOÍom
SUMABIO:— Misioú dé España en Améríea— La Urania política f admlóla*
tTAtiTa— Monopolios y prohibicion«s— £1 extrangAro— £1 exclttsiTisitto
español— Tendencia j espíritu de la Política y de la legislación de
Xiidias— Persecución á la ilustración del pueblo; dictamen del fiscid
H laya— La corrupción administrativa.
La imprenta en España y en las colonias— La poesía popular reem-
plaza á la prensa.
Decadencia de las artes é industrias en España— Los artesanos es-
pañoles en América -Atraso de lofe pueblos americanos.
La política española y el tídcuIo de la unidad nacional— AméHca
f^ara los españoles— £1 rey de España; títulos de su corona— £1 abso-
Qtismo del rey— t*isonomia del pueblo toptñol áñtes dé 1810; el rey
absoluto— JoTellanos y la soberanía— La idea de la independeaela.
I
Sobremanera grande fué la misión que el destino con-
fió á España at descubrir la América, y aun que lói^
errores de sus gobiernos y de sus hombres, y las torpes
preocupaciones de Ib época y el espíritu tosco y fanático
y violento que infundieron en el pueblo español siete si-
glos de guerras con los moros impidieron su feliz cum-
plimiento, no puede la imparcialidad de la historia, al
pronunciar su fallo, dejar de proclamar que aquella misión
grandiosa ' forma, acásó, la gloria mas culminante dé la
nación española.
Por que la España, al colonizar la América, civilizaba
la mitad del mundo, en el sentido de haber echado én
ella' los cimientos de los grandes principios morales,
políticos y religiosos de la civilización cristiana que enno^
bliícía' la Europa; el espíritu europeo, traido por la con-
qliista, venia á sustituir, con su trlunfb y su progreso,
las instituciones toscas y los principios bárbaros de que
aun estaban impregnadas las sociedad^ indfgéhas de
178 DB. BERNARDO FRÍAS
América, aun en sus centros de mayor cultura y civiliza-
ción, como Méjico y el Perú; por que, aunque en Méjico
el progreso de sus pueblos hubiera alcanzado un grado,
á la verdad, admirable, la civilización en el resto del con-
tinente era primitiva en los centros organizados, como
el Perú, y desconocida en la mayoría inmensa de exten-
sión poblada solo de tribus salvajes. En sentido general,
la América antes de la conquista, no tenia mas que su
suelo y sus tesoros escondidos; y sus poblaciones mas
celebradas del hemisferio sur, apenas saliendo de la bar-
barie en los grandes imperios que habió llegado ú formar;
pero los preciosos principios de la libertad; las grandes
concepciones y conquistas de la filosofía europea, de la
política. ^y del orden civil; la raza blanca, cuya inteligencia
es superior á todas cuantas pueblan la tierra; la verdadera
riqueza y la verdadera industria, en fin, solo son debidos
ó la conquista. Ella produjo la comunicación de tan vasto
y perdido continente con el resto del mundo que consti-
tuye para la América su nacimiento á la vida; España
fundó, en los senos de los desiertos americanos, nuestras
actuales ciudades, á ciiya presencia el Cuzco y el Quito
antiguos acusan un atraso lastimoso y miserable y pri-
mitivo, « como que el mayor de sus monumentos arqui-
tectónicos no vale una cornisa ó un arco griego ó arabesco
de los que debemos á España » y sus monarcas, los incas,
eran semi-salvajes, a monarcas de salvajes como ellos,
sin religión verdadera, sin ciencias, sin leyes, sin insti-
tuciones cultas.» 1). A la conquista europea debemos
cuanto somos en orden á progreso, civilización y cultura;
á ella el idioma, las costumbres, las artes; á ella las
ciencias, el comercio, las instituciones y las leyes, que
trasportó á este mundo en el estado en que se hallaba
todo ello en Europa en el siglo XV; ella nos trajo á Amé-
rica las razas de animales que hoy forman nuestra principal
riqueza; las bases y principios morales en que descansan
las sociedades cultas; ella, en fln, trasladó & la América el
cristianismo, alma de todo el progreso social moderno,
con que fué redimida de su primitiva barbarie, desde la
1) ALBBftDi— ObrM. T. 8*. p¿j. 83.
mSTORIA DE GÚEME8 Y DE BALTA^GAPÍTULO IV 179
adoración de los ídolos en el culto y la poligamia en la
sociedad, hasta los sacriñcios humanos que coronaban
sus antiguos actos ó ceremonias públicas.
Pero, al lado de estos beneficios que acarreó la fuerza
misma de los sucesos, los errores y torpezas de la política
del gobierno español de entonces llenaron todo de violencias,
de mezquindades, de injusticias y tiranía. Realizada la
magna empresa déla conquista sin plan, sin orden alguno
y sin principio fijo de procedimiento y por solo la mano
de audaces y valerosos aventureros, mezclando en ella la
fuerza de la licencia militar y las .violencias del ipillaje, el
aniquilamiento y extirpación de la raza indígena se
hizo sentir de manera general y espantosa por mas de un
siglo. Los reyes de España inútilmente dieliiban medidas
y lanzaban sus cédulas reales en favor de los indios, que
ellas eran violadas y olvidadas por sus tenientes .aquende
el océano; y, cuando para evitar esta situación lastimosa en
gran extremo se enviaron los virreyes al Perú y á Méjico, en
1543, ya hablan perecido de 12 á 15 millones de hombres.
El padre Las Casas se constituyó en el famoso abogado de
los indios; « repasó diez y siete Veces el océano, cuatro fué
hasta Alemania en busca del emperador, se presentó á los
tribunales, disputó con los sabios y llenó el mundo de sus
gritos con muchos, sólidos y eruditos escritos, baste que
los reyes se aplicaron & formar un sistema de leyes. »
De esta manera, la devastación del país acompañaba á
la conquista y, sin embargo, el dilatado continente ameri-
cano, cuyas inmensidades casi las comprendían los bos*
ques y los llanos desiertos y salvajes; el interés de su
destino y las conveniencias políticas, económicas y de todo
otro género de la misma España conquistadora no
consistían, por cierto, en reducir la nueva tierra á de-
sierto inhabitado para poblarlo de nuevo, sino en
sostener las poblaciones propias del país y ensancharlas
y fortalecerlas con la inmigración europea. Pero esta
verdad de rudimentaria administración, tan obvia y sencilla
en nuestros dias, fenómeno fué entonces despreciado y
condenable, porque no solamente no se cuidó la poKtiea
española de la conservación y fomento de las poblaciones
del país, nada bravias por cierto y bien dóciles á la civili-
180 m. BERNARDO FRÍAS
zacíon, sino que, en su insigne torpeza, en su avara mez-
quindad se cubrió con el antifaz del fanatismo. Aquel su
espíritu estrecho y su extremoso y funesto apego a! exclu-
sivismo nacional, que por tres siglos que gobernó el Nuevo
Mundo fué su bandera mas rudamente sostenida, levan-
taron el monopolio en toda la extensión y riqueza
del territorio. Trabas y prohibiciones enormes impedían
la inmigración europea á la América reservada exclusi-
vamente para las emigraciones españolas.
Las Leyes de Indias condenaban & muerte al americano
español del interior que comerciaba con extrangeros, y,
sin embargo, la ley 7^ que establecía esto, era la mas suave
de ellas. En la Recopilación Indiana se hallan 38 leyes
destinadas ó cerrar herméticamente el interior de la Amé-
rica del Sur al extrangero no peninsular. Por la ley 9»
se manda limpiar la tierra de extrangeros, en obsequio del
mantenimiento de la fé católica. 1)
Por el exclusivismo patriótico y por la pureza de la fé
cuyas primeras disposiciones de las Leyes de Indias se
dirigian á asegurarla en las colonias, la España monopoli-
zaba en todo sentido su dominio en estos paises; y aquel
su espíritu de estudiada y celosísima intolerancia en reli-
gión, política y españolismo en América, «enseñó á
odiar bajo el nombre de extrangero, á todo el que no era
español. » Extrangero, en aquellos dins, equivalía en la
conciencia popular, ú herege y enemigo. (Cuál era la
razón que en lo legal y en lo popular, convertía al que no
era espai>ol en enemigo de Dios y del pueblo? Todo el
pasado de la raza española, bien visible y glorioso por
otra fiarte, había amasado, al través de siglos, su espíritu
eminentemente singular, y la convertía, eii cierta manera,
en la reproducción de lo que, allá en la edad antigua, había
sido el pueblo judío: el conservador de la personalidad na-
cional inoorruptible y absoluta. Porque el espíritu religioso
transformado en espíritu guerrero que ajitó los pueblos de
Occidwile en su gran lucha contra el mahometismo, dio
solo ocupación pasajera en ella, en tanto que para el pue-
blo español, la guerra santa, la cruzada nacional contra los
i) áLBBiu)j« obra citada, pág. 481.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTÜLO IV 181
moros constituyó la vida ordinario, guerreando contra los
ínfleles, que al mismo tiempo eran usurpadores y opreso-
res de la patria, durante setecientos años en que se libra-
ron mas de 3.000 batallas, sin contar las de las Alpujarras,
pues casi diariamente se reñía; y así ero que el español
nacia y moria bajo esa tensión del corazón, en lucha siem-
pre contra el extrangero, enemigo de su Dios y de su tierra.
« Al comlmtir por la fe de sus padres, combatían por su
existencia; pues, los enemigos de su fe eran también los
enemigos de su independencia. De aquí provino que la
fe católica y la nacionalidad española se confundieran. »
Aquella guerra, que abíircó la vida casi entera del
pueblo español, formó la índole particular de su espíritu,
distinguiéndose, entre todos los pueblos de la tierra,
por ese odio nativo al extrangero, y aquella idea de
superioridad sobre todos los demás pueblos del mundo; por
que las costumbres forman, sin duda alguna, el carácter, y en
España fueron seculares las que formaron la repulsión al
extrangero; y así llegóse á ver que, una vez definitiva-
mente vencidos los moros, extrangeros por tradición, al
mismo tiempo que con la rendición de Granada, último
baluarte de la dominación agarena, se constituía la unidad
nacional, pueblo y gobierno, todo el sentimiento acorde
del nacionalismo vio con satisfacción y aplauso, la expul-
sión de moros y judíos fuera de tierra española, & pesar
que con ella se quebrantaban grandes intereses nacionales
y se comprometía el porvenir mismo de la nación.
Que estos famosos sucesos quedaran siglos atrás, en
nada interrumpió la vida de aquel singular afecto nacio-
nal, que á mas de leyes protectoras y de las guerras que
en Italia, en Alemania y en Francia ó en aguas del turco
se sucedieron bajo los estandartes españoles, las leyes de
la naturaleza regían á favor de su conservación, aun al
llegar el siglo XIX; por que, como lo ha dicho un ilustre
pensador, siglos son necesarios para arrancar de roiz lo
que han sembrado los siglos. Y aun hasta entrado el si-
glo de nuestra revolución, España cultivaba la simiente
antigua, con el mismo ardiente tesón y empeño.
Bajo estos principios de gobierno, la población de Amé-
rica marchaba con lentísimo crecimiento, formando ver-
182 DR. PEPNARDO FRÍAS
dadero contraste con lo que acontecía en la América del
Norte gobernada por principios políticos y económicos
mas liberales y justos. Pero no debe creerse, sin embar-
go, que aquella exclusión del extrangero del suelo ame-
ricano no llegara & verse excepcionada alguna vez; lo
era, perp en cantidad demasiado insignificante, de tal
manera que hallar un extrangero en América, fuera de
los españoles, era caso verdaderamente raro. Para tener
entrada y avecindarse en América, eran requeridas espe-
ciales condiciones; entre ellas, y la primera, el ser cató-
lico. Y no debe tampoco pensarse que la inmigración
española era formada de gente malvada y perniciosa, por
que las Leyes de Indias prohibían que pasasen á América
los gitanos por ser gente viciosa; como también los ber-
beriscos, los hijos de judíos y hereges y los ensambenitados.
II
La política general del gobierno estaba concorde y como
inspirada por aquel exclusivismo de lo español en hom-
bres, en instituciones, en manufacturas y en cuanto era
peninsular. Todo lo que no era español no tenia entonces,
para ellos, valor ni aprecio alguno; y este tan extremoso
y ciego patriotismo los llevaba, cual lo hemos visto ya,
ú considerar en su descendencia en América, como si hu-
biera perdido el antiguo rango la raza española. Esta in-
justa concepción del nacionalismo fué tan vasta y formi-
dable, que ante ella vinieron á estrellarse leyes, razones
de gobierno, las reclamaciones mas justas y la mas in-
dudable conveniencia nacional.
Por que así vino á suceder que los reyes españoles desde
el dia del descubrimiento, como Isabel la Católica, toma-
ron las Indias como parte integrante de la monarquía
y agregaron á su escudo, sol)re los demás títulos
reales que disfrutaban, el de reyes de Indias, no conside-
rándolas, por tanto, como colonias ó factorías de su co-
mercio. Mas esto no llevó larga vida, y con el tiempo, los
abusos del monopolio dejaron sin efecto esas leyes, y la
América fué convertida en una verdadera colonia, cuya
mSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-iOAPÍTULO IV Ifiy
entidad, en el orden político ó social, era mirada como
inferior á la última provincia española de la península y
su destino fué señalado á no ser mas que la región con-
denada á la explotación y al enriquecimiento del tesoro
español y de las fortunas particulares de España. Toda
la legislación y toda la política del gobierno tomó, en ade-
lante, este irritante objetivo; que « todo el derecho colonial
no tenia por principal objeto garantir la propiedad del
individuo sino la propiedad del fisco; las colonias españo-
las eran formadas para el fisco, no el fisco para las co-
lonias. Su legislación era conforme á su destino;— eran
máquinas para crear rentas fiscales. » 1).
Para conseguir este fin supremo de su política, el go-
bierno derramó su vigilancia por todo cuanto pudiera ser
causa de renta fiscal y, llevado por este avaro sentimiento,
« adquirió el espíritu de gobernarlo todo y, al fin, no go-
bernaba nada; era un gobierno suspicaz, medroso, avaro,
cruel, que se valía de todos los medios para eternizar la
conquista; interviniendo en todo con la mira de paralizarlo
todo. » Las industrias, producciones y cultivos de valo-
res respetables como la sal, como el tabaco, como el azogue
ó los naipes, quedaron prohibidos de tener curso ó venta
libre; el fisco, tomando la venta de ellos á su cargo y cuenta,
por medio de sus empleados, dio origen al monopolio real
de la venta de estos productos, que tomó el nombre de
estanco. El gefe del ramo de tabacos llevaba el título de
Administrador de los tabacos del Rey. Durante el ministerio
de Gálves, las rentas del erarlo español, de solo el produ-
cido de los estancos, subió á 20 millones.
Los diezmos, que la iglesia había cedido ó la autoridad
civil para que su producto fuera aplicado al sostenimiento
del culto, los absorbió con el tiempo, casi por completo el
erario, y los ensanchó tanto que, según lo afirma un con-
temporáneo, se pagaban diezmos hasta de los ladrillos. 1).
La real hacienda, pues, cuya prosperidad era el supremo
ideal de la política en América, pesaba, como se vé, en
todo y con exceso, cuyo avaro espíritu habia llegado hasta
1) Alberdi, ObroBy lll, pág. 453.
184 DR. BERNARDO FRÍAS
tx^mar la mitad délas multas j udiciales para la real cámaro,
ocupándose de todo este inmenso detalle la multitud de
las cédulas reales. De las minas, tan ricas y numerosas
en América, el quinto de sus productos correspondía al
rey, y el cargamento en que se conducía este tesoro paro
España se llamaba el situado. Las aduanas se hallaban
esparcidas por todo el territorio: las situadas en Salta y en
Jtyuy eran de las mas ricas del interior. Los derechos de
alcal:>ala, de sisa, de media annata que pagaban de sus
sueldos los empleados; de sellos, de almojarifazgo, de guias
y cien otros gravaban la industria raquítica y el comercio
de la colonia; y cosa extraña! no se pagaba entonces
contribución territorial.
Como si este enorme cúmulo de impuestos que agobia-
])ün (i los pueblos americanos no fuera suficiente,— ú mas
de estarlas industrias casi del todo prohibidas y el comer-
cio oprimido, los gastos extraordinarios pesaban también
sobre los flacos recursos de estos pueblos y las exigencias
extraordinarias como los gastos de guerra europea, por
ejemplo, las soportaba tam])ien la América en sumas cuan-
tiosas y repetidas. Asi llegó A verse, por ejemplo, en 1808,
cuando el general D. José Manuel de Goyeneche vino
enviado por la Junta de Sevilla á buscarle prosélitos y
recursos en América, que los gastos del viaje, de tren lujoso,
desde el pienso hasta los coches, eran costeados por los
cabildos de las ciudades argentinas, conforme á la orden
superior. Los donativos patrióticos excedieron á toda
ponderación: porque habiendo sucedido en aquel año la
invasión francesa á España con visos de conquista, las
juntas que se organizaron en la península excitaron el patrio-
tismo de los españoles radicados en América y exaltaron
el sentimiento religioso de las poblaciones, solicitando
auxilios pecuniarios para arrojar á los franceses, presenta-
dos por hereges, irreligiosos é impíos; y fué su éxito tan
asombroso, que, desde 1808 hasta 1811, se habian enviado
á España como donativos patrióticos mas de 90 millones
de pesos fuertes, sin contar en ellos los donativos y remesas
1) GuKRRA, T. ir, pág. 630; obra citada.
HISTORIA DE GÚEBiBS Y DE SALTA— CAPÍTULO IV 18B
particulares. No pareció bastante tan inmenso tesoro, y
la junta de gobierno de España mandó pedir, en 1811, la
plata labrada de las iglesias de América 1).
Siendo toda la tendencia del gobierno colonial procurar
el enriquecimiento de España con cuanto fruto y ganancia
era dable extraer de las Indias, las leyes se ocuparon de
conseguir, por medio de las mas inicuas prohibiciones &
la industria americana, un mercado de toda la América,
donde solo la industria española pudiera llenar sus ne-
cesidades sin competencia de ningún género; y no sola-
mente este exclusivismo de la producción peninsular
alejaba del comercio y trato humano la industria de na-
ciones extrangeras sino que, para colmo de iniquidad y
tiranía, era, en la misma América, prohibida casi la to-
talidad de las industrias. España producía vinos, y fueron
prohibidas las viñas en América; solo por excepción y sin
causar alarma, florecieron un tanto en Salta y Mendoza.
« Y solo estas leyes prohibitivas se han llevado á puro y
debido efecto, como el comercio con los extrangeros bajo
pena de muerte, ley bárbara que está demostrado haber
sido la que arruinó la industria de España, ha impedido
progresar á la América y no ha producido otro fruto que
un enorme y pernicioso é inmoral contrabando; mal ne-
cesario é inevitable en tan absurdo sistema, á pesar de
los ejércitos de odiosos espiones en tierra y de los cor-
sarios en la mar que el rey mantenía para completar la
ruina de sus vasallos. Aun ese poco comercio per-
mitido entre España y América lo recargó con tantos
derechos de rejistros, almojarifazgos, averías, comidos,
aduanas, etc., que de tres flotas, la una tocaba al rey. Para
conservar las Américas sujetas á su dominio, dice Eslrar
da, creyó que el mejor medio era no permitirles estable-
cer ninguna fábrica ni manufactura concedida en España,
ni beneflciar en su suelo casi ninguna de las producciones
de la península. »
Eran así prohibidos en América la producción de vinos,
aguardientes y pasas; el mismo tabaco, la plantación de
1) GüKRKA, obra cita la, páj . 651.
186 DR. BERNARDO FRÍAS
olivares, la exportación del bacalao, y recien en los últimos
años de aquella dominación, se permitió la extracción del
hierro de nuestras minas. « Algunas fábricas de géneros del
país que la necesidad levantara, fueron mandadas destruir
ó recargadas de. derechos. No se contentaron con esto:
« habiendo precedido, dice la ley 79, título 45, libro 9, últi
ma resolución del conde de Chinchón y acuerdo de ha-
cienda, ordenamos y mandamos á los virreyes del Perú
y Nueva España que infaliblemente prohiban y estorben
el comercio y tráfico entre ambos reinos por todos los
caminos y medios que fuere posible. » 1).
Para que los hombres de América no llegaran á alcan-
zar el peso de tanta enorme injusticia, y para que, igno-
rantes siempre desús derechos no llegaran jamas niá pensar
en sacudir el yugo y se alcanzara á fundar así una
eterna dominación, el gobierno aceptó como sabia política,
el mantener y perpetuar por sistema la ignorancia y el
embrutecimiento de los pueblos americanos. La ilustra-
ción en América fué, de esta manera, enemigo perseguido
abierta y constantemente par la política metropolitana.
Era prohibido en América el libro que tratase de cosas
de Indias, aunque tuviera libre curso en España; envuelto
esto en la prohibición general que se habia dictado,
de muy atrás, de introducir á la América « libros profanos
y fabulosos ni historias fingidas. » 2). En Cartagena se pro-
hibió estudiar matemáticas, y los estudios de química
fueron prohibidos también en Nueva Granada; y como esto
aun no satisfacía el satánico anhelo de nuestros antiguos
gobernantes, el fiscal de la audiencia, Blaya, por ejem-
plo, habia prestado dictamen aconsejando se cerrara toda
clase de estudios, reduciéndose la instrucción en América,
& solo leer, escribir y la doctrina cristiana; petición que
fué repetida por otros, ante las mismas cortes de Cádiz. 3).
En Caracas se cerró la academia de derecho que tenia y,
para que todo esto alcanzara toda la autoridad de la opi-
1) Guerrí: Obra citada, II páj. 628.
2) Ley 4, T. 24, Libro 1«. de Indias.
8) Guerra» obra citada» II, páj. 633 —Las cort<>8 de Cádiz tuvieron lugar
en 1810. ^
HISTORIA DE GÜEMES Y r>E SALTA-CAPÍTULO IV 187
nion regía y mostrara ser la aspiración decidida también
del gobierno y no raras extravagancias de locos ó faná-
ticos, el mismo rey Carlos IV, que se preciaba de conti-
nuar la política liberal de Carlos III, y «d consulta tlel
Consejo de Indias y con parecer fiscal, negó el estableci-
miento de una universidad en la ciudad de Mérída, por la
razón expresa de que Su Magestad no consideraba conve-
niente se hiciese general la ilustración en América . » Razón
tuvo, durante la guerra de la independencia, el general
español D. Pablo Morillo, cuando contestando «brutal-
mente» ú la súplica que se le hacía ppra que no- fuera
fusilado el patriota D. Francisco José Caldas «famoso
geómetra, físico, astrónomo y naturalista, gloria de la
América y honor del mundo sabio, » decía proclamando
por la postrera vez y de manera cruel, la doctrina que
para América profesó constantemente su país:-« La España
no necesita de sabios ! » ■ "^ • ^
, I.
ni
A todo esto, que solo es pálido reflejo de lo que fuerbn
las cosas tanto en su calidad como en su número, viettiá- b
ngregarse la corrupción escandalosa de los empleados
públicos, dañinos tanto pora España como para los pueblos
que gobernaban.
Los gobernadores españoles en América eran, por Ib
general, jefes militares salidos del ejército para ejercer él
mondo político y administrativo' en* el Nuevo Mundo, por-
fiando en él siempre en ajustar los procedimientos de
gobierno civil á las reglas y exigencias de la estrecho su-
bordinación de la milicia, ú que temaban por someter á tos
ciudadanos. Por su profesión, salvo casos rarísimos, eran
ineptos en la ciencia del gobierno como para llenar las
necesidades de los pueblos de su mando, teniendo que
^valerse de asesores que ilustraran su criterio legal y ad-
ministrativo, cuando no era que cometían los atro-
pellos y torpezas propias de quien maneja negocios de los
cuales carece de noción y fesperiencid. ContrS'^'^los daños
dé «u mala adm'íñistí^afeíon/ las -quej&s debían 'úiarchftr á
188 DB. BERNARDO FRUS
1q corte, radicada en Madrid, distante mas de G.000 leguas
y con el océano de por medio. Tales remedios se tornaban
ilusorios, y asi se vio que D. Francisco de Paula Sanz^
empleado de alto rango en la real hacienda de Buenos Aires,
como que decian era hijo del ministro de Indias, D. José
Galves, gozó de completa inmunidad por los grandes crí-
menes cometidos en el desempeño de su cargo; pues si
las quejas llegaron hasta la corte, de ella vino no el casti-
go del delincuente, cual era de justicia el esperarse, sino
su traslación ú Potosí, honrado con el cargo de gobernador
intendente de aquella tan rica provincia «donde tenia ma-
yor campo para sus robos y para la ostentación del fausto
y la grandeza de que rodeaba su vida. »
Como una consecuencia del terror & las luces, que abriga
siempre el alma de los tiranos, mas acaso, que las trabas
ú la enseñanza, fueron las impuestas & la propagación del
pensamiento y de las ideas por medio de la imprenta.
España no gozaba, por cierto, de esta preciosa libertad de
la prensa, como no gozaba casi de ninguna bcgo el cetro
absoluto de aquellos reyes; pero en América se la persiguió
con mas celo y mayor penalidad. La tiranía, como el
demonio, se halla mas holgada en la noche que á plena
luz; y el trono unido con el altar, ligalja el despotismo
político y el despotismo religioso, siendo la prensa y
el libro, su fruto mas preciado, el enemigo declarado
de ambas potestades y perseguido con maldiciones y fuego.
Y como la libertad política había sucumbido en España,
Felipe II suprimió el ejercicio libre de la imprenta, tribuna
de la libertad, en las cortes celebradas en Tarazona.
Pero la imprenta no podía morir; fuente de popularidad
y poderío en la opinión de las gentes, los déspotas corona-
dos la acogieron é su servicio: estableciéndose la censura
previa y exigiéndose, é mas, la real licencia para dar ú la
estampa un libro.
IV
Esta persecución á la prensa, datalMi de muy antiguo.
Desde 1502, los reyes católicos prohibieron la impresión,
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-^GAPÍTULO IV 189
introducción y venta de cualquier libro, sin licencia real-
Cincuenta años mas tarde, se renueva la prohibición, la
cual, si era así para España, tomó mayor severidad para
la América, donde ni imprentas existieron liasta los últi-
mos tiempos, porque la orden real dictada por Felipe II en
1556, decía:— « Nuestros jueces y justicias de estos reinos
y de los de Indias Occidentales, no consientan ni permitan
que se imprima ni venda libro que trate de materias de
Indias, no teniendo especial licencia despachada por nuestro
Consejo Real de Indias, y hagan recoger, recojan y remitan
con brevedad á él, todos los que hallaren, y ningún impre-
sor ni librero los imprima, tenga ni venda, bajo pena de
200.000 maravedíes y perdimiento de la impresión é instru-
mento de ella. »
Para la persecución de estos libros se astableció, en
1560, á mas que para las cuestiones de fe, el Santo Oflcio
de la Inquisición; y, como no todos las impresiones po-
dían ser perniciosas para la conservación del dominio y
paz de la América, se concedió en 1575, al monasterio de
San Lorenzo el Real, el privilegio exclusivo para imprimir
libros de rezo y oficio divino y enviar á Tender en Indias.
En España misma, el castigo contra las prohibiciones de
la prensa era la pérdida de bienes y el destierro perpetuo.
A fines del siglo XVIII, mientras estallaba la revolución
en Francia, hacia su aparición en España la prensa perió-
dica, que nacía, como se vé, bajo muy malos auspicios.
Temeroso de sus efectos, el gobierno organizó en 1788,
detalladamente la censura, cuya mayor notabilidad aparece
en las siguientes palabras de su reglamento, prohibiendo
—«cualesquiera voces ó cláusulas que pudieran interpre-
tai'se ó tener alusión directa contra el gobierno y sus ma-
gistrados. » Allí mismo se ordena que ni en libros ni
papeles se trate de asuntos resueltos por el monarca ó
sus ministros y tribunales, sin el permiso del rey. Mas
como viera el gobierno que, á pesar de la censura, los
papeles impresos llegaban á tocar puntos perjudiciales á
los derechos del absolutismo real, se mandó, por ley de
1791, cesaran de aparecer todos los periódicos de España
« quedando solamente La Gaceta d^ Madrid^ que deberá
190 DR BERNARDO FRÍAS
ceñirse á los hechos, sin que en él se pueda poner versos
ni otros especies políticas de cualquiera clase.» 1).
Así se perseguía por el déspota español la lil^erlad y
los garantías que todo hombre tiene el derecho de gozar
para cumplir su nobilísimo destino, y que todo gobierno
civilizado y racional está en el deber de otorgarlas y
respetarlas: pero si á la propia tiranía infundía recelos y
cuidados la discusión pública, aunque velada, de
los actos del gobierno, el eco emancipador del vasallaje
humano, resonaba desde el seno de la tribuna francesa, y
sus ecos y sus doctrinas subversivas al actual orden de
cosas en la península, llenaban de pavor el gabinete de
Madrid; tal y tanto, que « habiéndose aprehendido ú un
francés con un chaleco guarnecido de cuadritos, ñgurando
en su centro un caballo á carrera tendida, con el mote
liberté, mandó el rey, por real orden de 6 de Agosto de
1790, que por ningún término se permitiera la introducción
de semejantes chalecos. »
¿Y si esto pasaba en España, qué no sucedería en las
colonias? En América, hasta fines del siglo XVIII, no se
usaron imprentas; y aun en estas, lo que era lícito pu-
blicar en España no lo era en las colonias, que é tal
extremo llegaba la susceptibilidad de sus antiguos seño-
res. La explotación y la devoción era lo de mayor cui-
dado de la política del gobierno español en este mundo.
En el Rio de la Plata se hallaba un espíritu mas liberal
por cuanto, su carencia de minas habia hecho despre-
ciable esta tierra á los intereses peninsulares de entonces;
en tanto, Chile era un inmenso beato. La América parecía, ú la
postre, condenada ano tener mas derecho y porvenir que el
de servir y rezar. Pero ese mismo Dios que la tiranía en-
señaba para consolidar la opresión y el vasallaje de los
americanos, habia de inspirar, justo como era, los anhe-
los de la libertad y habia de santificar el torrente redentor
de la revolución.
Pero á la manera que la corriente de un rio ó el vapor
1) Albbrdi, Obras, T. 11, páj. 99.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTÍL— CAPÍTULO IV ' 191
en cerrada caldera no pueden contenerse aprisionados y
luchan y, á la postre, vencen la resistencia opuesta por
sitio inopinado, así también todo lo que es luz ó emana-
ción del humano espíritu,— ideas, pensamiento, creencias,
afectos, aunque oprimidos y cercados por leyes y circuns-
tancias tiránicas, escapan y, de algún modo, dan satis-
facción ú sus imperecederos anhelos; y fué así que,
siguiendo esta ley de la expansión y la libertad,— aspira-
clon suprema de todo cuanto tiene movimiento y vida, la
sociedad americana, vedada de la prensa libre, del libro
instructor y revelador de la verdad; condenada á no re-
chazar ni oponerse ni analizar siquiera en contrario los
actos del gobierno, de suyo autoritario y corrompido,
holló en la poesía la débil y lijara nave con que surcar
los mares cerrados de la superior política. La poesía
anónima reemplazó á la prensa, y en forma de décimas
ó redondillas solas unas veces; formando cadenas de estrofas
otras; en endecasílabos muchas veces y en sonetos que toca-
ron la corrección clásica, que componían las plumas ilustra-
das, codensaba el poeta en ella el crimen, el error, los
desbarros, la inmoralidad del gobierno: ó ya hacía reso-
nar en expresión enérjica y varonil, el aplauso á la víc-
tima que caía bajo el hacha de la injusticia ó á la acción
noble y liberal del magistrado honrado. Expresada la
crítica ó el apostrofe en esa forma medida, gráfica, de
tan fácil impresión en la memoria, la audaz idea corría
de lengua en lengua, de secreto en secreto, hasta hacerse
popular y convertirse en pensamiento público conocido
de todos y por todos repetido, formando, así, el criterio
de la opinión pública, de manera parecida á lo que, según
es fama, los pueblos del antiguo oriente, los pueblos
griegos, recibieron, relataron y trasmitieron en sus rap-
sodias los poemas de Homero, que constituían la his-
toria de famosos acontecimientos. Los poetas han sido
siempre y á su modo, útiles y provechosos ajos pueblos.
Este original é ingeniosísimo sistema, se conservó y
practicó por muchísimo tiempo. La revolución inspiró
los versos, como los denominaban entonces, en copiosidad
igual á la lluvia del cielo; con ellos levantaron el ánimo
y el entusiasmo de los guerreros; los cantaban los gau-
192 DR BERNARDO FRÍAS
chos y los soldados en los campamentos; las mujeres y
las niñas nristocróticas un sus fiestas ó como la música
de sus labores y las damas exaltadas Jos recitaban en las
reuniones y los componían hasta los secerdotes mas vir-
tuosos y graves. Tristan, Pezuela por los patriotas; Que-
mes, Gorriti, Arenales, Alvarado por sus adversarios
locales; Lavalle por los unitarios perseguidos; Rosas como
tirano cruel y sanguinario fueron los blancos mas famo-
sos de sus dardos satíricos, de sus entusiasmos cívicos,
ó de sus patrióticas imprecaciones.
El numen poético fué generoso así en la ribera del Plato
como en los valles y montañas de Salta cuyo cielo claro
y alegre, pintado por el sol y las nubes, tanta semejanza lleva
con el cielo griego. La carencia de elementos, como la
imprenta, alejaron de su suelo toda empresa de mérito
poético; pero algunas raras piezas conservadas y el estilo
tan elegante y tan correcto y bello que se descubre ú
cada paso en los escritos sueltos de sus hijos de entonces,
prueban la pureza y la altura de perfección ú que habia
llegado su buen gusto literario. Las musas tomaron
el arpa del amor y de la sátira: el sentimiento y la gra-
cia campearon respectivamente en ellas, y la música y el
canto ú que era tan inclinada la población, aun en la
clase rústica, hermanaron hasta la vulgaridad ambas
artes. La vidalita, cantada de á caballo ó al calor del vivac
del campamento en las horas calladas de la noche; la
letra también compuesta en metro menor y consagrada
entonces con predilección al amor y mas tarde á la pa-
tria, tañendo la guitarra, completaban la fisonomía moral
del hombre de aquellos dias, mas singularmente del gaucho
del norte, decente 6 plebeyo, que representaba, mas que
ninguno, el tipo de un espíritu guerrero, heroico, generoso
y amante.
VI
No fué mas venturosa la suerte de las artes que lo que
fué la de la imprenta; por que como la América fuera fuente
sellada para la unión extranjera, la civilización y pro-
HIStORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO IV 1«3
greso del resto del mundo no tenían reflejo en ella, sopor-
tando y siguiendo la suerte de la nación española, en
grado mas pesado que lo que era en la misma península
donde la decadencia comenzó & sentirse al mismo tiempo,
casi, que se establecían sus colonias ultramarinas,
Y efectivamente. Carlos V con las guerras exteriores
en que tanto ocupó su reinado, y con las glorias militares
que elevó ú fama europea las dotes guerreras del pueblo
español que regía, produjo dos resultados funestos:— ha-
cer al despotismo popular deslumbrando al pueblo con la
gloria militar y el orgullo de las victorias y conquistas
y uniéndolo al trono, defensoí- declarado de la religión en
Europa, tras de haberlo sido por siete siglos en España;
y en segundo lugar, la desaparición de la libertad políti-
ca como consecuencia de Ja ocupación guerrera & que
condigo la nación; y « ¿qué mucho que la España de entonces,
al decir de Larra, trocase su libertad interior por el do-
minio en lo exterior, si hemos visto en los tiempos
modernos á una gran nación que se decia harto mas
adelantada coronar á un déspota, en cambio del efímero
dominio del mundo? »
Las artes, las industrias, los estudios corrieron la misma
suerte y sintieron la decadencia y ruina que conducen tras
sí las guerras prolongados y un sombrío despotismo.
Todo decayó y se lx)rró del cuadro del antiguo esplendor
de España en sus afanes de progresos sociales: el fana-
tismo religioso y la tiranía política unidos y formidables
por trescientos años, concluyeron con los tirunfos de la
literatura, de las fábricas y los talleres. Apenas con-
seguida la unidad política con la toma de .Granada,
los reyes y sus hombres de estado, por un gravísimo
y lamentable error, expulsaron del territorio españoló mo-
ros y judíos para conseguir la unidad religiosa; siendo
verdad que aquellos pueblos habían brillado bien alto por
su civilización y adelantamientos en las manufacturas, en
las artes y ciencias y en el comercio. Y cuando cien años
mas tarde la monarquía guerrera y temible se transfonnal>a
en la monarquía silenciosa y monacal desde Felipe III
hasta la revolución, perdiendo sus prestigios, sus conquis-
tas, su fama y sus fuerzas, quedando «juguete de las na-
194 Da BERNARDO FRÍAS
ciones, » como la lloraron sus bardos; el pueblo sin la
guerra, sin las artes, sin el comercio que las cria y ensancha;
sin la libertad que todo lo alienta y engrandece, llenalm la
nación de gente desocupada, la que emigraba á la Amói'icn
tras de asegurar la vida con la carga liviana de algún
empleo ó de un acomodo fócil en el mostrador de algún
paisano en el comercio de Indias. El artesano ero, pues,
por estas causas apuntadas entre cien otras, nada abundan-
te en España y, como por lo mismo, su oficio le daba ren-
dimientos suficientes para vivir, continuaba en su pueblo y
no emigraba; y en América era bien raro, por consiguiente,
el dar con artesanos españoles.
Aconteció, pues, que siendo la conquista verificada por
gente aventurera y guerrera de profesión, y habiendo el
periodo colonial solo atraído militares, comerciantes, em-
pleados y gente desocupada ó sea sin oficio ó profesión útil,
como lo era casi toda la plebe española que se trasportaba á
Indias en busca de mejor suerte y condición; el elemento
peninsular no fué quien trajo para la América la civilización
en las artes. Y á la manera que los jesuítas fueron los que,
con la escuela, el colegio, la universidad, creados con sus
afanes y laudables esfuerzos enseñaron á los pueblos de
América á pensar, fueron ellos también quienes enseñaron
á las numerosas poblaciones indígenas ó españolas de la
América, las artes útiles y la industria; que entre aque-
llos frailes se contaban maestros en todos los oficios:
arquitectura, ebanistería, carpintería, agricultura, todos
en fin, cuantos son indispensables al bienestar hu-
mano. «Los jesuítas, pues, como lo dice Vicuña
Mackenna, habían sido nuestros primeros maes-
tros en todo lo que significa progreso, bienestar, sabiduría.
Ellos habían ennoblecido la humillada cerviz de los colo-
nos, enseñándoles á pensar, ú discutir, á raciocinar sobre
todo lo creado, cuando el interés de los amos civiles que
tuvimos, según lo declaró uno de sus últimos visires, 1)
era mantenernos en la abyección y el embrutecimiento
como bestias productoras de oro. »
1} Abascal, virrey del Perú.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-*CAPlTULO IV 196-
Dueña la orden de las mejores ñncas y disponiendo de
inmensa servidumbre, como esclavos y clientes sometidos
al gobierno de la compañía, tenia verdaderos planteles de
artesanos que alquilaba, como los all>añiles, por ejemplo,
para las construcciones en las ciudades ó que trabajaban
en sus talleres, mientras los colonos españoles y sus sier-
vos ocupaban su tiempo en el gobierno, en el comercio,
en las atenciones y faenas rurales, en el servicio común
y especialmente en la guerra constante por mas de cien
años con los salvajes. De esta suerte, los jesuítas, casi
sin competencia, proveían y comerciaban con la industria
urbana que, á la larga, se difundió en la plebe libre ó es-
clava de las ciudades, que formó el gremio de artesanos.
Los maestros españoles, que rara vez llegaban, dirijían,
por ejemplo, en el ramo de carpintería, las decoraciones
artísticas del interior de los templos y en arquitectura,
los buenos ediflcios de la época, bien raros también.
«Muy apenas hubo en esta ciudad de Salta como en las
otras de América, dice el Dr. D. Manuel Ulloa, testigo de
aquellos tiempos, un solo español que fuese útil ó la so-
ciedad, y este fué el herrero Echáis. 1) Para que se
comprenda esta verdad, referiré que haciéndole corte al
emperador de las Rusias, Pedro I, varios embajadores, y
entre ellos el de España, que aplaudía con admiración las
excesivas rentas y lujo de los grandes de Madrid; (que
mas propiamente debían llamarse grandes holgazanes) des-
pués de oir esta larga y frivola conversación, les dijo:—'
« Sabed que estimo mas un herrero que mil hombres de
estos que me nombráis; «—expresiones que solo un gran
filósofo, un grande emperador y un grande patriota, como
el Czar Pedro, podia producir; por que las manos de
aquel artesano le servían para la construcción de barcos
para dar á su nación la navegación que aun no conocía,
mover sus manufacturas, adelantarlas y hacer felices á
sus subditos. Así es que el herrero Echáis con las rejas
que hacía paro labrar lo tierra, con las hachas para cor-
1) JJebe entendortie oii lo relativo ú la» urtes y á bu producción econó<
mica.
196 DR. BERNARDO FRÍAS
tar leña y otros obras se daba alguna importancia. 1).
« Otras artes y oficios han ejercitado únicamente los
americanos. Los capataces y gentes del campo son los
que han amansado bestias feroces para caminar largas
distancias y nos proporcionan el alimento primario de lo
carne; los labradores son los que nos abastecen del pan y
demás menesteres que exige nuestra conservación; el za-
patero, de la comodidad de los zapatos para andar; el al-
bañil, el adobero, el ladrillero, el carpintero, etc., paro
darnos casas en que habitar y resguardarnos del calor y
del frió; los fabricantes de paños y otras telas, para ves-
tirnos; los mineros que se entierran en los montes, pora dar-
nos metales, y, sea como mercaderías ó como signos
monetarios de representación, facilitar y aumentar e! co-
mercio.
«Mr. Volney dice que el patriotismo es la caridad con
que los hombres se unen en sociedad y la patria un Iwn-
co de común interés. No era así, en la época pasada, por
que cada español era un Fernando Séptimo y una mano
auxiliar de la tiranía. » 2).
Es, pues, notorio en la historia colonial del Nuevo Mun-
do que la plebe española que emigraba de la península
en pos de mejor fortuna, poco traia de contingente pai^
el progreso de estos países; sus individuos, al llegar, solóse
ocupaban de empleados inferiores en las casas de comercio,
de soldados, de serenos, de pulperos, de peones, rara vez de
troperos, y lo mas común, de empleados en la administración
pública, que no les daba para mas sus alcances intelectuales,
pues, apenas si sabían leer, escribir y contar los mas favo-
i*ecidos; de manera que en la nueva sociedad en que se ave-
cindaban, nada casi enseñaban ni nada casi producían.
Las artes útiles eran ejercidas casi exclusivamente por
la plebe de las ciudades, con especialidad por los mulatos
1) Debe conprenderse que dichas expresiones se refieren solammte á
la plebe sin oficio útil que emigraba entonces ú la America, y tonor-
se en cuenta el apasionamiento de los tiempos en que esto se escri-
bía. (1824). Por idéntica razón suprimimos en esta trascripción otras
frases que consideramos injustas y demasiado violentas.
2) £scrito del Dr. Manuel Ulloa en el exp. de J. C Sánchez contra U tes-
tament. de Francisco Sánchez, f. 44— Añ 18*34, Archivo de la Prov.
de Salta.
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPITULO IV 197
y algunos negros; aun hasta los oficios de cantores y mú-
sicos de los principales templos eran de su cargo, recordán-
dose, entre ellos, al negro Soinz, cuya voz hermosa se puso
al servicio de la revolución mas tarde, para cantar la Marcha
^e la Patria en las grandes solemnidades cívicas de Salta.
Esta clase del pueblo bajo de las ciudades se consagró ex-
clusivamente é esas profesiones y llegó á formar una
clase ó gremio social bien acentuado. Aun algunos hijos
<lel país, de la clase distinguida, se pusieron al frente de
^los oficios, de aquellos que por su naturaleza eran
nías propios, cual les correspondía, como la carpintería,
por ejemplo, para emplear honestamente el tiempo.
£n algunos otros puntos de América, en que la clase
de los mulatos era numerosa y de excelentes condiciones
tos mas veces, llegaron li conquistar altura y nombradía
por sus triunfos intelectuales y de ingenio, como en la
música y en la cirugía. «En Caracas y en Lima, dice
un autor de aquella época hablando de los pardos de
Amérioa, ejercen casi exclusivamente la cirugía; y aun-
9ue por cédulas arrancadas á la corte por médicos de
Lima no les es permitido recibir el doctorado en medi-
cina, todavía lo han merecido dos por su celebridad.» 1).
VII
^*^r>ero, no solamente este cúmulo abrumador de erro-
res políticos y económicos y el duro régimen implantado
en América fué parto del ánimo del déspota y sus minis-
tros, ^¡ que también lo fué de lo conciencia nacional, que
en tocia España se pensaba lo mismo, entonces, respecto
¿>^ Suerte ó destino que debía llevar la América y sus
hotnh>res. Igualdad con España; libertad y garantías con-
^^^ los intereses españoles que alegara el Nuevo Mundo,
P^^lension era condenable y solo digna del mas insigne
dft^precio. Y qué mucho que tal sucediera, cuando en los
^^Utnos dias de su dominación, uno de sus personages
1) Guerra, obra citada; Tomo n, pój. 665.
196 DR BERNARDO FRÍAS
mas culminantes, el conde de Toreno, furioso enemigo de
los americanos, llegaba á preguntar si en América exis-
tían liómbres, y chistosamente agregaba que no sabía en
qué clase de animales clasificarnos? 1).
Conforme al espíritu dominante de la época, era la
suerte que cupo á la legislación de Indias. Comenzada
á dictarse por los reyes para el bien y provecho de los
nuevos pueblos que se agregaban al dominio de su corona
úl este lado de los mares, los intereses mezquinos de per-
sonages y de^gremios mercantiles de la península, fueron
constantemente alterando la índole y tendencia primitiva
de aquella legislación: volvióse un laberinto de disposicio-
nes contradictorias, donde se encerraban, sin embargo, las
grandes promesas reales sobre la seguridad y protección
ó los derechos americanos.
• Pero, «á luengas distancias luengas mentiras.» Y así
las Leyes de Indias, donde todavía existían los errores ó
extravagancias del siglo XVI, no eran cumplidas en Amé-
rica cuando de su formal obediencia se atacaba los in-
tereses de los peninsulares, ó ya cuando de su obstrucción
podían las autoridades obtener ganancias ilícitas. « Se ha
visto, dice el Sr. Guerra, no ha muchos años, á un virrey
de Méjico recibir 50.000 duros por no dar el pase ú una
cédula que agregaba ciertos curatos de la mitra de Valla-
dolid á la de Guadalajara; y luego, recibir 100.000 para
otorgarlo. »
Condensando en breves palabras la tiranía del régimen
colonial, dice en sus Cartas el Americano^ citado por el
Dr. Ulloa:— «que con aquel régimen, los europeos no
tuvieron mas oficio que explotar la colonia con las dos
varas; de la justicia la una y de la mercancía la otra.»
VIII
Que la política es la ciencia de gobernar los pueblos es
verdad reconocida y, acaso, el problema mas difícil para
el humano espíritu; porque es conveniente tener muy en
1) Albbrdi, Obras, T. I., p. 84.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO IV IW
cuenta que ella no reposa sobre base flja ni la guían le-
yes seguras sino, mil veces, supuestas y engañosas, y en
sus misterios solo le es dable penetrar á quien le cupo
por la naturaleza, ser iniciado en ellos. Es su gran ci-
miento el talento personal, esa luz del alto buen sentido
que hace conocer las cosas y los hondos pliegues del co-
razón humano, el cual debe guardar relación en dosis
bien segura con el carácter y las pasiones; con la educación
y hasta con los vicios mismos del hombre para evitar
ser obscurecido ó sofocado por ellos.
La España, & quien los caprichos del destino le entre-
garon en sus manos la suerte y el porvenir de un mundo,
era la mas impolítica de las naciones, á tal extremo que,
desde que puso el peso de su mano sobre los destinos de
América, fué cavando, sin quererlo y sin sentirlo ni sos-
pecharlo, el hondo abismo de separación lejana aunque
segura, entre la colonia y la metrópoli. Pues, ¿qué hizo
el gobierno español para producir, robustecer y perpe-
tuar ese sentimiento general de afección, de vinculación
expontánea, de ardiente simpatía que constituye lo que en
el mundo político se llama la opinión publica, fuerza irrem-
plazable y que, como el calor en los cuerpos, da vida,
cohesión y fuerza y poderío á los gobiernos! La América
tenida y considerada siempre como colonia, no pudo cons-
tituir con la España la unidad nacional, la entidad moral,
una é indivisible de una misma patria; la América no
era igual á España ni en su rango, ni en sus instituciones
ni en sus derechos ni siquiera en sus hombres; era in-
ferior en su entidad moral é inferior en su destino y en
su misión; que ella servia solamente como uno tierra des-
cubierta y conquistada pora la explotación con rigor y con
exceso, pero de un modo que hería, que humillaba y que
sublevaba el ánimo. Toda la América no era mas que una
inmensa cantera á lo largo de sus montañas para extraer
y trasportar á España el oro de su seno; y en sus disemi-
nadas poblaciones, un inmenso mercado con solo dos puer-
tos abiertos por donde nadie podía entrar á satisfacer las
necesidades de sus pobladores, excepto los españoles car-
gados con sus mercancías y productos peninsulares im-
puestos por la fuerza, sin competencia alguna, al consumo
■1
300 DR. BERNARDO FRÍAS
americano. De leyes prohibitivas estaban llenos los códi-
gos; de excesivos y abrumadores privilegios sus favoritos.
Sin carreteras, ni puentes, ni posadas; con inmensas
distancias desiertas entre poblaciones apenas unidas por
caminos estrechos y primitivos, de costoso trayecto donde
peligraba tanto la vida del viajero en ciertos parages, que
requería de fuerza armada para cruzar aquellos campos
vastísimos y desolados, desprovistos de toda protección
humana y cruzados de salvajes y bandidos; con las abusi-
vas explotaciones de la iglesia que marchaban á la par de
las del trono, como que cobraba, por ejemplo, á mas de
los diezmos, un peso duro por persona, aunque fuero de
la servidumbre, para dispensarla del ayuno ordinario du
rante el año, conforme ú la bula de la Sania Cr usada; sin
escuelas para sus poblaciones; con sus universidades cle-
ricales que no llenaban las exigencias de una mediano
civilización ni menos las de la época; sin imprentas; con
sus ciudades mezquinas, sin higiene y casi sin aceras y
sin alumbrado público la mayoría de ellas; con sus ca-
lles sin pavimento, lechos de polvo en la estación de seco,
estanques de aguas ó de lodo en la de lluvias, cual caminos
en país inculto y desierto; con sus moradores gastando su
vida y energías en las siestas, procesiones, juegos viciosos
de todo género de que hasta la mujer participaba; diver-
siones y aventuras amorosas; bailes y banquetes; con sus
ejecuciones capitales, crueles hasta el exceso y bárbaras
hasta el oprobio, enseñando el suplicio de Tupac Amarú
y su familia la prueba mas evidente y terrible; sin tole-
rancia política ni religiosa, velando el tribunal del Santo
Oflcio de la Inquisición de toda novedad en las conciencias
y egusticiando y quemando vivos todavia por hereges y
judaizantes y endemoniados y brujos; con su odio invete-
rado al extrangero y á cuanto no fuera español, como el
antiguo judío, que no hallaba entrada en América sino
tras mil requisitos y trabas, con la indispensable ejecutoria
de buen católico; con hombres esclavos marcados con
hierro ardiente en el pecho, cual bestias con dueño; sin
bancos ni hojas impresas ni libros abundantes y libres;
sin bibliotecas, ni cementerios, ni vigilancia regular en sus
ciudades, empleándose patrullas de á caballo cual en país
HISTORIA DE GOJSMES Y DE SALTA— CAPÍTULO IV 201
enemigo Tal era el cuadro que ofrecía la civilización
española en América al llegar el año de 1810.
Entonces, sí, que podia decirse con profunda y amarga
verdad, que América era de los españoles y solo para
los españoles. Todos los gastos de la administración pú-
blica, aun los mismos extraordinarios de guerra, eran
satisfechos con las rentas americanas; y, á pesar de. los
galeones cargados de oro que anualmente zarpaban del
Callao para las arcas españolas, de España no vino una
sola moneda destinada á cubrir los gastos públicos, sin
dispensarse por ello de exigir auxilios extraordinarios
cuando la metrópoli se miraba en apuros por sus guerras,
generalmente desastrosas; todo cargo y empleo de im-
portancia eran privilegios y gracia concedidos al español, y
de España venian los nombrados y los nombramientos;
rara y estúpida política, basada^ toda ella en la explota-
ción refinada, en la negación de toda igualdad moral y
política de España con América y el mejor sistema, ai
mismo tiempo y el mas propicio para despopularizar y
hacer odioso un gobierno de suyo antipático en estas
tierras.
De todo aquello, y á mas de un cúmulo mayor de cau-
sas que siempre serán presentadas por la revolución como
un inmenso memorial de agravios, provino aquel espíritu
de aversión, de desprecio cada dia mas ostensible y de odio
creciente del americano; y á tal extremo hablan subido las
cosas que, al rayar el siglo XIX, los españoles— pobladores
y civilizadores, hasta cierta medida, de la América, llega-
ron á convertirse por aquel sistema de soberbia y despo-
tismo, en lo que fueron el dia de la conquista, es decir,
en extrangeros. Faltaba, por que estaba rota y muerta
para siempre, la unidad de la patria en el sentimiento
popular, que es la base de la opinión pública y el apoyo
mas poderoso y eficaz para la estabilidad de los gobiernos.
Hombres venidos del otro lado del mar, extraños y des-
conocidos, ú mandar directamente sin la voluntad ni las
simpatías del pueblo, ¿qué vínculos de unión podían formali-
zar ni robustecer? ¿Un rey que jamas se dignó poner su
planta en esta tierra ni mostró su magestad á sus vasar
Uos y que moraba allá, océano de por medio, y de quiep
aOi DR. BERNARDO FRÍAS
llegaban solamente las nuevas benéflcas de sus derrotas
cuando no de sus humillaciones, vergüenzas y cobardías,
qué poder moral podía ejercer sobre unos pueblos tan
naturalmente divorciados de su señor?
Inepta para gol>ernar, su incapacidad política lo perdió
todo por absorberlo todo. Llegada la hora suprema de
la necesidad, de la aflicción y de la prueba, España no encon-
tró apoyo popular para su causa; volviólos ojosy no halló
mas que enemigos en vez de haber encontrado, si lo hu-
biera sabido formar, un poderosísimo partido con (jue
aplozar,por lo menos, la pérdida de sus colonias.
IX
El monarca español, el^ rey, era el gefe supremo de la
nación; el gefe supremo de España, de América y de
las posesiones españolas del África y del Asia.
El nombre particular del rey de España que presidió la
monarquía hasta 1808, época en que fué derrumbada por
la invasión francesa, era Curios IV. En el escudo español,
que se veía al frente de los documentos públicos, se os-
tentaba este lema:— Carolus IV Hispaniarum Rex. Pero
en el cuerpo de las cédulas reales ó leyes de la monarquía,
lucía la larga categoría de los títulos de su corona, lla-
mándose de esta manera, rey de España, de Castilla, de
Leoñ, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusaiem, de
Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia,
de Mallorca, de Menorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Cór-
doba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de Algarbe, de Al-
geciras, de Gibraltnr, de las Islas Canarias, de las Indias
Orientales y Occidentales, de la India y del Continente
Oceánico; Archiduque de Austria; Duque de Borgoña, de
Bral>ante, y de Milán; Conde de Apsburgo, de Flándes, del
Tiroly <le Barcelona; de Molina, etc.
El rey, áegujíi la doctrina impía del derecho público
europeo que imperaba entonces, obtenía el poder de
gobernar á sus subditos y á la nación como delegación
direéta de Dios; por que, habiendo encontrado en remotas
^enseñanzas apostólicas que todo poder vierte de Dios, lanto
HISTORIAIDE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO IV 208
el monarca como la filosofía política que al3ortó el despor
tismo se acogieron á ella, transformando el gobierno de
los pueblos, siempre de derecho humano, en la monarquía
de derecho divino.
De aquí, el rey era « rey por la gracia de Dios, » según
él mismo se llamaba, y no por la gracia del pueblo..
Para fortalecer aquel sofisma real, aprovechando el pro-
picio elemento de la suma religiosidad del pueblo, rodea-
ron al trono de todo cuanto ceremonial, máximas é ideas
eran capaces é imaginables que pudieran hacer intervenir
el consenso divino en la confirmación de aquella doctri-
na y en el mantenimiento y protección de aquel sacrile-
gio que daba por fruto. Para llenar de esta fe real ú la
conciencia pública, al pisar por la primera vez el trono,
el rey era jurado por sus vasallos en todos los pueblos
de la monarquía y este juramento era de lealtad y fideli-
dad al soberano, siendo, por ende, perjuro y criminal á
mas que por el derecho público, por aquel ligamento re-
ligioso de la conciencia, quien se alzara contra la orden
del rey ó atentara contra sus derechos de soberanía.
Como representante de la divinidad en la tierra, el rey
aparecía con idéntica potestad ó la que ejercía el sumo
pontífice de Roma; que si el papa gobernaba las concien-
cias del mundo católico como vicario de Cristo en la tier-
ra, el rey de España gobernaba, también á su albedrío, los
hombres y las cosas en sus inmensos dominios; y, en virtucl
de la representación divina que ejercían, se consideraron
y llamaron soberanos los reyes; es decir, que para gober^
nar los pueblos, el rey tenia el derecho de soberanía ad-
herido á su persona, y la soberanía implica el derecho
de mandar en último recurso, sin reconocer superior de
quien depender ó á quien rendir cuenta de sus actos; or-r
denando y disponiendo ú su antojo ó á su sola voluntad,
sin explicar siquiera sus motivos si así le placía, reser-
vándoselos en su real ánimo; y reasumiendo en 3í la suma
de los poderes públicos. El rey, arrebatando al pueblo
estos derechos inalienables, representaba, como hemos
dicho, el mas acabado, completo y neto despotismo.
El rey absoluto ejercía, gobernando la nación, todos los
poderes públicos. Era el supremo mandatario; jera el sur
904 DR. BERNARDO FRÍAS
premo juez; era el supremo legislador. A su frente, no
habia parlamento por cuyo intermedio el pueblo dictara
su voluntad; ni existían jueces capaces de decidir contra
la real voluntad, que era, mas que la del pueblo, mas que
la de la nación, la suprema ley. Cuando Luis XIV dijo —
(( el estado soy yo, » dijo una gran verdad.
En virtud, pues, de la potestad soberana, el rey de Es-
paña era quien hacía la ley; quien disponía á su albedrío
de las fuerzas de la nación, de los dineros públicos, de
la paz y de la guerra; de los destinos, en una palabra,
de la nación española. Los honores como la justicia que
administraban los jueces en todo el territorio de España
y sus dominios, eran dados y administrada en nombre
del rey.
Por el derecho público europeo, la monarquía era pro-
piedad particular de la familia real; y todas las casas
reales de Europa,— la de Inglaterra, de Austria, de Fran-
cia, de Rusia, de las Dos Sicilias, se consideraban por
una sola y augusta familia; titulándose hermanos y primos
los reyes en su correspondencia y alegando, con relación á
sus dominios, los mismos principios del derecho común
para adquirir los bienes por sucesión. Por que era verdad
legal en el derecho de las naciones, que el gobierno era
patrimonio privado de la familia real, cuyo gefe lo admi-
nistraba y dirigía; no pertenecía al pueblo, sino ó aquella
casta privilegiada; y, en conformidad á este principio, ei
hijo mayor heredaba el gobierno al rey su padre, de la
misma manera que cualquier hijo hereda una quinta ó
una mansión ó cosa cualquiera del comercio entre los
hombres. Y así vino ó suceder que en la misma España
se produjera sangriento pleito por el derecho de suceder
al trono, invocando título de familia y título testamen-
tario los dos poderosos pretendientes; por que como Carlos
II, rey hechizado, juguete de una vieja y cuya simpleza é
ignorancia avergonzaba la dignidad real, á tal extremo
que llegó á preguntar á su ministro si Mons, plaza fuerte
de sus dominios, era alguna posesión inglesa,— no hubiera
sido capaz ni de producir descendencia, la rama española
de la casa de Apsburgo espiraba con él y el trono espa-
ñol iba expuesto ó quedar vacante. Mas, inspirado su
fflSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO IV 306
ánimo en los principios absolutos que enseñaban el dogma
sacrilego de la herencia divina del gobierno, legó por
testamento el derecho de gobernar como soberano la Es-
paña y la América á su pariente, el nieto de Luis XIV,
que, rey de España, llevó en ella el nombre de Felipe V.
Gobernado bajo aquella educación, el pueblo español
aparecía al comenzar el siglo XIX, como el pueblo mas
devoto y absolutista. Su rey era amado de corazón y re-
conocido como un rey de derecho divino. Dios y no el
pueblo, le habia conferido el gobierno de España y de
la América; por eso la magestnd era sagrada. De esta
manera, el rey era el señor después de Dios; y, á la manera
de Dios, su voluntad era la suprema ley, y de sus actos,
de sus errores y de sus crímenes él no debía dar cuenta
á nadie en la tierra, sino á Dios. Era aquello el poder
absoluto en toda la terrible sensibilidad de la palabra.
Así, aquella teoría impía del derecho público que derribó
la revolución y que hacia servir á Dios de escudo de los
tiranos que degradaban los hombres y humillaban los
pueblos, hizo de los reyes una raza diversa y extraña á
la humanidad por la mentira y por la fuerza, para quienes
no habla autoridad humana bastante legítima y poderosa
que tuviera derecho de pedirles cuenta de sus actos, por-
que ninguno de los hombres era su igual ni menos supe-
rior y porque la autoridad de la corona era la única
autoridad que tenia soberanía en la tierra. Por eso la ma-
gestad era irresponsable.
Fuerza es reconocer que el despotismo político y el
despotismo religioso habían conseguido el mas acabado
triunfo de sus aspiraciones, pues, amasando al través
de los siglos la conciencia de la nación, con la prensa
muerta y las escuelas cerradas, hablan llegado á divinizar
al rey en la misma ó mayor altura quizas de lo que lo
estaba el sumo pontífice romano y, acaso, tocando la
misma línea de Dios; por que, gefe como era de la nación
y de la religión nacional, presentaba al pueblo la imégen
adorable del representante de su Dios y de su patria; y á
la manera que en su piedad decía todo corazón español
—«hágase tu voluntad» al Dios de los cielos, conforme
á la enseñanza evangélica, la voluntad del rey era así
306 DR. BERNARDO FRÍAS
igualmente recibida y acatada sin murmuración ni exúi-
ínen.
Dios y el rey, en aquella edad, se confundían casi en ua
mismo culto; que el pueblo español en aquel entonces ero
tan adicto á su monarca como ú su Dios y á su patria, y
de un espíritu tan absolutista en sus ideales políticos, que
parecía ver alguna emanación de la divinidad sentada en
el pesado trono español cuando los gobernadores y las
mas encumbradas eminencias y autoridades de todo géne-
ro, antes de romper los sellos y de besar con rendido
amor la firma del monarca en las cédulas reales, las colo-
caban ceremoniosamente encima de la cabeza, en señal de
humilde y servil vasallaje, ó cuando el sacerdote desde el
pulpito, para pronunciar el nombre dé aquella mageslad
tan adorada, la cual, á veces, como en Cérlos II, era tan
estúpida é infeliz que vivia poseída del demonio, se quitaba
el bonete y descubría su tonsura, rindiendo honores solo
merecidos por la hostia consagrada.
La persona del rey era sagrada, represental3a á Dios y
á la nación; por eso el mas alto y orgulloso magnate se
arrodillaba á sus pies en las ceremonias de palacio. Se le
llamaba Su Mageslad, título que se daba á Dios; se le lla-
maba \amhien AugNsto, nombre que habia sido, asi mismo,
reservado solamente para honor de los dioses en el anti-
guo imperio, y arrebatado para los déspotas por el segundo
César, en Roma. Gloriál>anse sus vasallos, así en España
como en América, en exaltar la magestad real humillando la
dignidad humana en cuanto era posible, y asi decían, por
ejemplo:— « nosotros que somos los vasallos; nosotros que
somos los criados de Su Magestad, » como lo atestiguan
los papeles públicos de nuestros archivos; y para hablar
del soberano se lo hacía en estos términos:— c* El rey nues-
tro Señor que Dios guarde » ó « el rey nuestro amo; »
llegando el servilismo á manifestarse por cuanto motivo
encontraba, bastando recordar que todos los atributos del
rey, ya se dyera:— su real ánimo, su real corona, su real
mano ó sus reales pies, los calificativos de estas sus pren-
das personales eran escritos con mayúsculas siempre,
mientras en la colecta de la misa el sacerdote debía orar
por la magestad real, preces que la revolución habia de
HISTORIA DE OOEMES Y DE SALTA—CAPÍTULO IV 2«7
tornar en favor de la Soberana Asamblea de las Provin-
cias Unidas, borrando el nombre del rey de nuestros alta-
res. El misHio monarca, para alejar todo parentesco y
comunión con los hombres, no usaba de su nombre per-
sonal para firmar los documentos públicos, sino de esta
leyenda y en esto misma forma: YO EL REY.
La persona del rey llegó á ser la encarnación de Dios
y de la patria. Todo cambió en España desde aquel dio
para no pertenecer mas que al rey. El rey suprimió la
patria. No se decía ni se diría en la guerra de la inde-
pendencia:— viva España! sino viva el rey!; ni se diria
« ejército español » sino « el ejército real » ni bandera espa-
ñola sino «de su magestad», ni serian derechos de España
los que se alegarían en el debate de Mayo, sino los dere-
chos del rey; ni se nombrarían, finalmente, ciudadanos
españoles sino « vasallos y subditos de su magestad. » . . . El
pueblo y la patria habían desaparecido en su individuali-
dad como los antiguos ídolos y los caducos dioses del
paganismo oriental cuya llama de amor y veneración habia^
se apagado para encender la de esta nueva y fervorosa
idolatría.
Y, sin eml^argo, toda aquella adhesión al rey que pre-
sentaba en espectáculo el pueblo español en aquellos dias,
no era ni degradación ni servilismo. Solo era una al)erra-
cion, un sorprendente descarrío de la conciencia nacional.
(Cómo se produjo este fenómeno, este prodigio único,
acaso, en la historia del mundo, que un pueblo el mas alti-
vo y orgulloso de la tierra fuera en conciencia y en cora-
zón el mas sumiso & su rey? El pueblo español que
habió impuesto á sus reyes la ley, que se había alzado en
armas llamándolos tiranos y usurpadores, como lo cantan
sus gloriosos anales, llegaba, en esta hora postrera, hasta
divinizar y adorar al despojador de todos sus derechos y
libertades y protestaba morir por él y por su real servicio,
como en aquella otra edad corría á morir por su Dios y
por la libertad é independencia de su patria! ¿Quién ha-
bía producido tan extraordinario suceso? No puede en-
contrarse otra causa para explicar tan singular fenómeno,
que la influencia siempre funesta del clero en el gobierno
político de la3 nacione&i; aporque, asi se vio que, desde Fa-
908 DR. BERNARDO FRÍAS
Upe n que se declaró protector armado de la religión, el
ascendiente clerical en el gobierno, principiando por el
confesor del rey y rematando en el Sonto Oficio de la In-
quisición que llegó ú imponer al mismo monarca, á medi-
da que su influencia crecia en el gobierno de España, el
fanatismo por el rey, lo divinización de lo voluntad real
alcanzaba mayores y mas sorprendentes proporciones; que
la enseñanza que difundió al altar, auxiliado por el fuego
y los armas del poder civil, hizo confundir ambas mages-
tades, Dios y el rey, ante la conciencia devoto y el cora-
zón opasionodo y ardiente del pueblo que, ciego y á
obscuras de toda otra enseñanza, fué criado y educado,
al través de tres siglos en aquella veneración y bajo aquel
doble temor que inspiraban aquellos dos formidobles potes-
tades; la una con la justicia de su espoda inapelable; la
otra con los rayos de la iglesia, que, presentando al rey
como representante de Dios paro gobernar al pueblo, y solo
ante la divinidad responsable, enseñal>a la obediencia pasivo
al soberano, cuyos injusticias, cuyas iniquidodes debió el
bueno y celoso cristiano recibirlas como todos los males y
pesadumbres de la vida, con resignación y en paz: méritos
que eran enriquecimiento de su alma poro el mejor premio
en lo vidü futura y el mayor brillo de su místico corona.
Fué de esto monero y en oquellos tiempos, el rey de Espa-
ña el gobernante mas popular de lo tierro, precisamente por
que era intensamente amado del pueblo. Encarnación de la
patria y de la religión; ceñido con la corona que representaba
en sí el soberbio cúmulo de glorias nacionales, tocaba
todas las Abras del corazón humano, todo lo fe de la con-
ciencia ^n cuya tenebrosa esclavitud no penetraba, hacía
siglos, rayo de la mas débil luz; y la creación del rey
absoluto ocupó el mismo sitio en la opinión pública y
aun de los que fueron los pensadores de la época, que el
que llenaba, en la opinión del mundo católico, el soberano
pontífice, cuyas decisiones en materias de fe, aun pasando
por las de teólogos y concilios, sus meros consejeros,
son universalmente acatadas como verdad infalible, inspi-
rada por el mismo Dios.
Y aquel fenómeno de lo opinión pública española con
referencia á su rey, no era. cual pudiera suponerse, parto
HISTORIA DE GÚEBfES Y DE SALTA— CAPÍTULO IV 809
menguado y exclusivo de la clase inculta, del pueblo bajo
ó ignorante de los campos; por que esa opinión hallaba honda
cabida y era proclamada y enseñada con profunda con-
vicción por los mas distinguidos talentos de la época. Y
DO se piense tampoco que tales ideas fueron rancias
preocupaciones solo conocidas en edades ya remotas;
aquella teoría del despotismo, y la condenación de la vo-
luntad del pueblo en la formación del gobierno de la socie-
dad, eran así sostenidas como credo político, en 1810, por
la conocida pluma de D. Gaspar de Jovellanos, entre otros,
quien decía:— « Haciendo, pues, mi profesión de fe política,
diré que, según el derecho público de Europa, la plenitud
de la soberanía reside en el monarca y que ninguna parte
ni porción de ella existe ni puede existir en otra persona
ó cuerpo fuera de ella. Que' por consiguiente, es una he-
regia política decir que una nación cuya constitución es com-
pletamente monárquica, es soberana ó atribuirle las
funciones de la soberanía; y como esta sea por su natu-
raleza indivisible, se sigue también que el soberano mismo
no puede despojarse ni puede ser privado de ninguna
parte de ella en favor de otro ni de la nación misma
Que en caso de imposibilidad del soberano, la voluntad
nacional, sin comunicar la soberanía, puede determinar
la persona ó personas que deban encargarse del ejercicio
de su poder. » Según el mismo autor, en el orden legis-
lativo los parlamentos no tienen derecho de legislar,de dictar
la ley, sino el de aconsejar las mejores medidas á tomarse
para bien del pueblo y satisfacción de las necesidades genera-
les, 6 éiáe representar al soberano los abusos cometidos por
su gobierno para que les ponga remedio, según fuere su real
voluntad. En el orden judicial, «es del rey toda jurisdic-
ción; suyo el imperio. »
«Tal es el carácter de la soberanía según la antigua y
venerable constitución de España, y al considerarla, no
puede haber español que no se llene de orgullo admi-
rando la sabiduría y prudencia de nuestros padres que,
al mismo tiempo que confiaron é nuestros reyes todo el
poder necesario para defender, gobernar y hacer justicia
ó sus subditos, señalaron en el consejo de la nación aquel
1
310 DR. BERNARDO FRÍAS
prudente y justo temperamento al ejercicio de su poder. i> i)
Los americanos, sea por la distancia, sea por la costumbre
de no conocer la realidad de la monarquía sino de nombre,
como quien se acostumbra A oír un cuento terrible desde
niño, ó ya por la grandiosidad de su territorio donde sus
viajes, atravesando extensiones inmensas y desiertas le
hicieron concebir y amar la idea de la independencia
personal, la verdad histórica nos dice que los pueblos
americanos no amaban al rey: que para ellos,— que no
podian vivir bajo una eterna ficción política, el monarca
vivia y moria en tierra extranjera, transformándose, por
ende, en rey extranjero también; que eso y no mas signifi-
caba para el americano el rey de España, que ni inspiraba
adhesión ni amor, ni menos subyugaba por el terror y miedo
de sus armas; que sus ejércitos no se hablan visto desde
hacía siglos cruzar las vastas extensiones coloniales, ni
sus escuadras, corridas por los mores ó juguete de las
olas, no hablan podido siquiera libertar los costas ameri-
canas de los asaltos de piratas y filibusteros.
Su último esfuerzo naval, en unión y ayuda de un otro
conquistador y destructor de los libertades del mundo, se
sepultaba estrepitosamente en los aguas de Trafalgar, en
1805, pagando esta soberbia gloria con su vida el almirante
ingles, por lo cual bien merecieron sus cenizas el descan-
so de que gozan en la abadía de Westminster, al lado
de los genios y bienhechores de la humanidad. Y mere-
cedor es del doble y eterno aplauso de la humanidad y de
la América libre aquel tan glorioso triunfo de las armas
inglesas, porque en aquella hora solemne se salvaron los
mares y la suerte de la independencia de las naciones
europeas del despotismo cesáreo de Bonaporte, al propio
tiempo que, desapareciendo su poder marítimo, la España
quedaba militarmente cortada de sus colonias y quebran-
tada ó perdida la mitad de su poder para sofocar la in-
dependencia. No, no era posible detener la mano del
1) JovELLAMOs, Obras, Tomo V, páj. 470 y 472, de la Memoria,
fflSTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA.— CAPÍTULO IV 311
destino ó la providencia de Dios, que se alzaba por la
libertad del mundo. Ella habia arrancado, con el genio de
Nelson en el cabo de Trafalgar, un brazo del león ibérico,
y el otro, que aun le restaba medio libre, seria sujeto
también y en breve término, por el genio colosal de Na-
poleón. Entonces, equilibradas las fuerzas, pudo la Amé-
rica desenvainar la espada y jurar su independencia.
XI
« La autoridad de la España sobre América, tarde ó tem-
prano debe tener un fln, se escribia ya, en 1810, por los
defensores de la revolución. Así lo quiere la naturaleza,
la necesidad y el tiempo. España está demasiado lejos
para gobernarnos. Qué! siempre atravesar millares de
leguas para pedir leyes, para reclamar justicia, justificar-
nos de crímenes imaginarios, solicitar con bajeza ó la
corte y á los ministros de un clima extrongero? Qué!
¿Aguardar durante años cada respuesta y al cabo no hallar
del otro lado del océano sino injusticia? No; para grandes
estados es necesario que el centro y la silla del poder
estén dentro de ellos mismos. Solo el despotismo del Oriente
ha podido acostumbrar pueblos á recibir sus leyes de amos
remotos ó de bajaes que representan tiranos invisibles.
Pero, no lo olvidéis jamas: mas la distancia aumenta, mas
el despotismo abruma, y los pueblos, entonces, privados
de casi todas las ventají^s del gobierno, no tienen sino las
desgracias y los vicios.
«La naturaleza no ha creado un mundo para someterlo
á los habitantes de una península en un otro universo.
Ella ha establecido leyes de equilibrio que sigue constan-
temente en la tierra como en los cielos.
«No puede haber gobierno sin una confianza mutua
entre el que manda y los que obedecen. Ya sucedió; este
comercio se ha roto, y no puede renacer. La España ha
hecho ver en demasía que ella quiere mandarnos como
ü esclavos; la América, que conocía igualmente sus de-
rechos y sus fuerzas. A cada uno se le ha escapado su
secreto. »
Este era el pensamiento americano, el grito que resonaba
en todas las conciencias pensadoras del Nuevo Mundo al
212 DR. BERNARDO FRÍAS
despertar su aurora el siglo XIX. Era una convicción
general y profunda cuyas raices tan hondas no era posible
las arrancara ya el gobierno ni por convencimiento ni por
transacciones. La América, siyeta entre dos océanos, en
toda la inmensidad de su extensión, de su cautiverio y de
sus dolores, representaba la verdad de Prometeo encadena-
do en la roca.
Ante aquel aspecto que presentaban los ánimos y las
cosas, descubrió su aurora inmortal el año de 1810; y tarea
lijera y facilísima será, aún para el espíritu menos avisa-
do y observador, comprender, al través de este lijero
examen, que la revolución estaba preparada por la mano
misma de la política española y que liabia llegado á su
completa madurez cuando la fuerza ciega del destino ó la
mano justiciera de Dios hubo encadenado el poderlo de
España en la tierra y en las aguas, para que la lucha no
fuera tan cruenta, tan desigual y costosa. Porque, como lo
dice el mas sesudo y lucido pensador de nuestra revolución,
— -« es preciso persuadirse que revoluciones de la naturale-
za de la nuestra no pueden hacerlas los hombres particu-
lares; son los gobiernos los que las causan. Solo á ellos
les es dado preparar sus materiales y amontonar sus
causas. Solo á los gobiernos es dado enajenarse ó ganar-
se los corazones de los subditos. No hay en los ciudada-
nos particulares poder bastante para hacer aborrecer un
gobierno que se hace amar por su rectitud y su beneficen-
cia. Podrían fascinar en un punto, seducir i\ algunos,
causar algunos tumultos pasajeros, pero eso no sería mas
que una llamarada que se extingue tan pronto como se
encendió por falta de pábulo. Pero si el gobierno tuvo
la desgracia de enajenarse los espíritus, él mismo amon-
tona los materiales en que se cebaría la llama revoluciona-
ria; la menor chispa causarla una explosión formidable. » i).
De esta suerte, el grito lanzado el 25 de Mayo por el
pueblo de Buenos Aires no fué mas que la explosión de
aquel volcan inmenso y poderoso que halló cráter, al fin,
por donde lanzar su fuego puriflcador.
1) Dr. Juah Ignacio db Gorriti; Discurso pronunciado en el Congreso
de 1826, en la sesión del 31 de Mayo, que insertamos integro en el
apéndice.
CAPITULO V
La B«p«Aa Antes d^ 1810— Ia conjura patriota
SUMARIO:— Grandaza de España; el imperio español— Establecimiento del
despotismo real— La decadencia española; sus causas— Atraso general
de la nación al subir Carlos IV al trono — Datos curiosos— Katado
intelectual del país— Las artes útiles y el empleo— Decadencia del espi-
rita literario— La cultura social— £1 fanatismo religioso— Supersti-
ciones.
Cftrlos IV, su carácter— La revolución estalla en Francia— Coalición
m^asion francesa en España— Femando VII— Situación de España en
aquellos dias— Bayona y el 2 de Mayo— La anarquia; abgoluiistas y li-
herále»; loa afrancesados.
La juventud americana residente en España— D. Francisco de Gur-
mchaga, sus antecedentes; su retrato — Gurruchaga, correo de gabinete —
D. José de Moldes, sus antecedentes — El guardia de eorps — Condiciones
peraonaleB de Moldes; su retrato— Moldes y el enviado de Napoleón-
Prestigio del coronel Moldes— Organización de la conjura patriota-
Trabajos patrióticos en España— Fuga .de Pueyrredon— Prisión de los
conjurados— Servicios de Gnrrachaga- Fuga general de Madrid— Mi-
sión del coronel Moldes en LóndrAs— Las iun/a« de España; alzamiento
contra los franceses— La hora de la revolución; los conjurados se em-
barcan con rumbo ¿ Buenos Aires.
I
^í&lo de gran resonancia fué el siglo XVI y colocado, con
^Qzor^^ entre los mayores de la historia; por que como
J^Jiíg-t^n otro fué fecundo en maravillosas novedades, ha-
tó&nciose en él todo conmovido, desde los intereses cor
mero tales y económicos, hasta las afecciones mas caras
4h Corazón humano. Todo fué en él continua revolu-
cvoa; revolución hubo en las ideas que ajitaron el espíritu
^^^ la nueva invención de la imprenta; revolución hubo
^^ la fe, pero formidable y estruendosa, que acaudilló
Uilero desde el fondo de la Alemania y que combatió Lo-
cóte en la zona meridional; revolución hubo, en fin^ en
214 DR. BERNARDO FRÍAS
las artes, como en la política y en la literatura, brillando
los genios de Miguel Ángel y Rafuel en primer término.
El papa León X, protegiendo saludablemente el renaci-
miento, daba, como Augusto y como Pericles, su nombre
á su siglo. Audaces navegantes españoles y portugueses
descubrían por Oriente y Occidente mundos nuevos, donde
los aventureros conquistadores, salidos del seno del pue-
blo, llegaban á ser grandes hombres y donde el celo del
espíritu religioso encendido por las disputas teológicas en
Europa, corría al seno de comarcas desconocidas y dis-
tantes en pos de su apostolado. Al lujo y al esplendor de
la vida corrompida de los potentados, sucedió el espíritu
austero y heroico de los primeros tiempos apostólicos,
volviéndose á ver santos y milagros. Pió V. purifica-
ba con la santidad de sus virtudes el trono pontificio y
las alturas del poder, mientras San Francisco Javier lle-
naba de gloria las legiones democráticas de los obscuros
misioneros.
Por el lado militar, el duque de Alba imponía la mo-
derna disciplina en el ejército y encadenaba como nadie
la victoria á sus pies; mientras por los mares de Oriente,
la escuadra española, llevando los votos de la cristiandad
y al mando de D. Juan de Austria, sugetaba por la pri-
mera vez el poderío otomano en las aguas de Lepante,
salvando la libertad de la Europa y, con ella, la civiliza-
ción del mundo. La inquisición convertía en formidable
su espantoso poderío ,y los reyes, transformándose en so-
beranos absolutos, levantaban las monarquías de los tiem-
pos modernos.
Descollando por cima de toda esta grandeza, esplendor
y poderío, aparecía España por su civilización, por su
inteligencia, por su valor, su riqueza y su poder, en medio
de las naciones civilizadas del orbe. A imitación de Roma,
su madre, bien pudo entonces, con sobrada razón, ape-
llidarse como ella, la señora del mundo. Felipe II, su rey,
gobernó por espacio de >42 años el imperio mas vasto de
la tierra. En España llevaba cuatro coronas: la de Casti-
llo, la de Aragón, la de Navarra y, mas tarde, la de Por-
tugal; fuera de la península, poseía los Países Bajos,
ambas orillas del Rin, el Franco Condado, el Rose-
HISTORU DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 815
llon, en Francia; el Milanesado y las Dos Sicilias en Italia,
teniendo bajo su dependencia 6 Toscana, Parma y demás
estados italianos; en Asia era dueño de las ricas posesio-
nes portuguesas de Coromandel y Malabar y las Islas
Filipinas eternizaban su nombre, mientras en América
sus dilatados dominios se extendían por uno y otro lado
del Ecuador. Por eso llegó 6 exclamar con extrema
verdad contemplando su poderío, que se dilataba por la
redondez de la tierra:— «El sol no se pone en mis esta*
dos. »
I.a España había llegado así, al pináculo de la grandeza.
A mas de sus provincias, dominaba á la corte de Roma
por su influencia; á Francia por medio de las guerras
civiles, y su monarca liabia sido, por matrimonio con
María Tudor, rey titular de Inglaterra. Desde el gabinete
de Madrid su poderosa política tramaba las revoluciones
en Dinamarca y en Londres; su influencia social llegó
hasta imponer la moda en las cortes de Europa, y la so-
berbia de su orgullo alcanzó á extremo tonto que, al saber
el desastre de su escuadra, llamada la invencible, por le
fuerza de la tempestad, que cundió de pavor ó Inglaterra,
se contentó con exclamar por boca de su rey:— « Nada
importa; es una rama cortada de un árbol floreciente. »
Su influencia política como nación era inmensa, y, al de-
cir de un ilustre escritor, llegó una hora en que la gran-
deza de España sobrepujó á la del primer Bonaparte, por
que este nunca tuvo el dominio de los mares, ni alcanzó
& poseer, como España, el vasto comercio de sus colo-
nias y sus factorías « recibiendo y distribuyendo todo el
oro de Occidente y todas las especias de Oriente. » Sus
capitanes fueron los primeros generales de la tierra y sus
hombres de estado no hallaron rival en su época, espe-
cialmente en la celebrada habilidad de sus diplomáticos;
y si bien sus hijos no habían alcanzado la verdadera
cultura, el buen gusto y los instintos tan delicados que.
dislingüian la sociedad italiana, habia en ellos mayor
orgullo, mas entereza y altivez de carácter y mucho mas
valor personal; y, como consecuencia de todas estas va-
roniles virtudes, su culto por el honor era, sobre todas
sus afecciones, el primero.
216 DR. BERNARDO FRÍAS
No desdecía la civilización de España del justo prestigio
alcanzado en el manejo de los negocios públicos: la guer-
ra y la política internacional. Las antiguas y venerandas
instituciones de Castilla y Aragón que cimientos tan pode-
rosos fueron para las libertades públicas, unieron sus
frutos preciosos á la dichosa cosecha que hicieron los
conquistadores y guerreros españoles en las ciudades
italianas, cunas esclarecidas entonces de las bellas artes^
de la cultura y perfeccionamiento del espíritu; por que á
la manera que Roma trs^o de sus conquistas los dioses
recogidos de los altares de los pueblos avasallados, así
también España, guerrera y política, recogía la riqueza
intelectual de los vencidos, apareciendo con brillo en la
línea mas culminante, como Italia, con sus escritores, sus
poetas, sus pintores, muchos de los cuales y de los mas
célebres al tiempo mismo, eran soldados, guerreros de
primer orden, como Ercilla que hizo flgura distinguida
en la guerra de Aráuco, la que debía cantar mas tarde en
uno de los mas hermosos poemas escritos en lengua caste-
llana; como Garcilaso déla Vega, poeta también y alistado
en la carrera militar; como Lope, que se embarcó en la, /«-
vencible que marchaba á la conquista de Inglaterra, para
cantar la victoria; como Cervantes, en fin, cuya obra de
celebridad universal mereció la traducción en todos los
idiomas civilizados de la tierra, que fué herido en la bata-
lla de Lepatito al borde de una galera.
La poesía y el teatro tomaron desde la época aquella su
moderna fisonomía; la literatura, la historia, la filosofía y
la pintura alzaron el vuelo mas poderoso, contándose, &
mas de aquellos ya antes recordados, á Calderón, á Que-
vedo, & Santa Teresa de Jesús, á Solís, á Fray Luis de
León, á Góngora, á Velázquez y Murillo, entre sus espíri-
tus mas luminosos y celebrados.
II
Pero este hermoso fenómeno que tan alto levantó la
civilización de España, era la emanación mas delicada y
noble de un pueblo viril á quien la libertad gozada y vene-
fflSTOMA DE QUEMES Y DE SALT^— CAPÍTULO V 917
rado por siglos llenos de valor y de grandeza pública, habia
fortalecido é inflamado las virtudes del corazón y de la
inteligencia humana; y cuando el espíritu de la libertad
fué sofocado, comenzó, á raiz de su muerte, la decadencia
de la nación española. Los consejos privados, sumisos
y serviles sucedieron 6 las cortes, los antiguos y libires
parlomentos españoles; las venerandas instituciones castella-
nas y aragonesas, que con los fueros de las ciudades guar-
daban las libertades de los pueblos contra las violencias de
los reyes, fueron holladas desde que comenzó la casa de
Austria & reinar, y fueron destruidas y casi totalmente arra-
sadas; el fanatismo religioso, llegando A criminal extremo
en su intolerancia, expulsaba las últimas é industriosas
poblaciones moriscas, por que no pensaban de Dios lo
mismo que el gobierno; la persecución á muerte, en alas
del terror que rastreó toda novedad contra el orden políti-
co y religioso, aun en el seno sagrado de la conciencia y
de la opinión humana, cegaron los últimos esfuerzos de la
inteligencia; desaparecieron las instituciones déla antigua
y sacra monarquía; perecieron las libertades públicas;
se sacriñcaron, en vida y robustez de la tiranía, todas las
garantías individuales; y la educación y la enseñanza bajo
el terror divino y el terror humano con que la iglesia y
el poder civil en consorcio espantaron ú los hombres,
sojuzgaron la opinión y el sentimiento público, y con-
cluyeron por transformar la España liberal, guerrera,
triunfante, pensadora, industriosa, altiva y gloriosa, en la
España devota, silenciosa y vencida. Por que si el trono
se robusteció arrancando la vida al pueblo, la nación per-
dió con su libertad, sus antiguas conquistas, su poderío
entre las naciones, su industria y bienestar; por qué el
despotismo es árbol de maldición, de cuyo seno ingra-
to no emanan mas que las tristezas de la muerte; que
bajo su sombra todo se corrompe y se derrumba; el
carócter de los hombres se quebranta; las virtudes públi-
cas se olvidan; los principios desaparecen y la carencia
de independencia personal engendra la dependencia de los
hombres, la dependencia de los afectos y hasta la depen-
dencia del pensamiento. Por eso cayó la Grecia que
destrozó á los bárbaros con su brazo y enamoró al mun-
218 DR. BERNARDO FRÍAS
do con SU pensamiento; por eso Roma sepultaba la
pública y el águila imperial que había señalado los límites
del mundo por los límites de su poderlo, plegaba sus alas
en Rávena y se desplomaba á los pies de un bárbaro del
norte: por eso cayó también España en una postración de
doscientos años en que se sepultó en la península. Posó
como pasaron los grandes pueblos dejando eterna memoria
en los siglos; pasó como pasó Grecia con sus poetas, sus
artistas, ^sus fllósofos, sus maestros; pasó como pasó Roma
con sus legisladores, con sus guerreros y conquistadores;
pasó, en fln, como pasaron Curtago y Tiro, sus remotos
progenitores, con sus colonias y sus exacciones admi-
nistrativas y flscales. La España, de esta suerte, pasó
como un dios caduco, doscientos años de abatimiento
y postración, basta que la despertaron los estruendos
de la revolución de Francia, su vecina. Durante ellos,
habia perdido sus posesiones de los Paisas Bqjos, el
Poilugal, el Artois, el Franco Condado, el Rosellon; los
holandeses fundaban sobre sus ruinas vasto y poderoso
imperio en los paisas de Oriente; la Inglaterra, ate-
rrorizada en otros dias, clavaba su pabellón en las cos-
tas de Méjico; las escuadras holandesas y británicas
hablan saqueado é insultado, por mas de una vez, las
mismas costas de la península, y Gibraltar, su plaza
fuerte meridional, en el propio suelo español, pasaba al
dominio ingles. Su infantería, tan famosa en los anales
de las guerras europeas, pereció en Rocroy á manos del
gran Conde; y su marina se sepultaba entre las olas y el
fuego de Trafnigar, en 1805.
Su estado interior y administrativo corría en igual misario
que sus intereses exteriores.— « Mientras en el siglo XVII
otras naciones se ocupaban en formar grandes estableci-
mientos militare3,el ejército, que fué tan formidable y temido
bajo las órdenes del duque de Alba y de Alejandro Farnesio, se
hallaba reducido á unos cuantos miliares de individuos mal
pagados y sin disciplina. Inglaterra, Holanda y Francia
tenian grandes armadas y la española escasamente llegaba
á la décima parte de la poderosa escuadra que. J>ajo Felipe II,
puso terror al Océano Atlántico y al mar Mediterráneo.
Los arsenales no tenian maestranza; los almacenes nada
mSTORIADE GÚEMES Y DE SALTA-OAPlTÜLO V 319
guardaban; las fronteras y las fortalezas carecían de pre-
sidio; era ineficaz la policía; se cometía todo género de
crímenes á todas horas; matones de oficio y lacayos sin
amo se entregaban en calles y plazas á mil excesos, tur-
bando la pública tranquilidad y haciendo escarnio de la
justicia; la hacienda se hallaba en el mas espantoso desor-
den; pagaba el pueblo sumas enormes, pero el gobierno
solo percibía los residuos que dejaba la rapacidad de sus
agentes; y los virreyes de América y los empleados del
fisco se hacían poderosos, en tanto que los comerciantes
se presentaban en quiebra, que los labradores morían de
hambre, que ios funcionarios de palacio no cobraban y
que los soldados iban á comer la sopa á la puerta de los
conventos. Los despachos se acumulaban sin abrir en
las mesas de los secretarios de Su Magestad, en tanto
que estos intrigaban para despojarse mutuamente; y las
potencias extrangeras podían insultar y robar con notoria
impunidad al heredero de Curios V. » (Macaulay).
III
Carlos IV fué llamado al trono en 1788, y, aunque la
España llegó ú despertar un espacio de su letargo bajo el
gobierno liberal de Carlos III, tornó á caer, bajo este nuevo
reinado débil y enfermizo, á tan bajo nivel como cayó en
tiempos de Carlos II. El nuevo rey había llevado al go-
bierno el buen ánimo de imitar la administración ruidosa
de su padre, mas no tuvo, como este, ni el talento ni
las energías ni menos el buen tino en la acertada elección
de sus ministros; Godoy, que lo acompañó en él hasta la
hora postrera, era el hombre mas inepto y á quien por
irrisión del destino, le tocaban circunstancias por todo
extremo trabajosas y difíciles. De esta mañera, mientras
en los demás países de Europa los gobiernos mas adver-
tidos de su situación abrian paso, aunque estrecho, & las
refórmas; mientras el rey de Cerdeña concedía á sus
subditos el rescate de los derechos feudales, y el empera-
dor José II abolía en Austria los diezmos, los jómales
gratuitos de los vasallos, como los derechos señoriales y
220 DR. BERNARDO FRÍAS
Iqs conventos y subordinaba la iglesia al estado; mientras
Gustavo III prohibía el tormento en Suecia, y la czarina
Catalina III fundaba escuelas, aunque, como los hombres
de estado españoles, seguia la opinión del cardenal Polo,
quien decía á León X que era peligroso hacer demasiado
sabios í\ los hombres,— España permanecía estacionaria si
acaso no retroc;edía, dejándose sorprender por el nuevo
espíritu dormida entre añejas preocupaciones.
« Por España no pasan los dias, decia 30 años mas tarde.
Larra, lamentando la decadencia de su patria;— siempre
jugando 6 la gallina ciega con su felicidad, empeñada en
atraparla, por el estilo de aquel loco, maniático por atra-
parse con la mano izquierda el dedo pulgar de la misma
mano que tenia cogido con la derecha, y siempre mas
convencido la última vez que todas las anteriores. » 1)
Después de aquellos doscientos años del mas sombrío
y sin embargo, el mas popular despotismo, la España
aparecía un siglo atrás, también, de las demás naciones
civilizadas de Europa. Con su libertad había perdido su
poderío, su actividad, sus industrias y su labor intelec-
tual que con tanto lucimiento figuró en el siglo XVI. Sus
industrias, que lo fueron de primer orden, hablan descen-
dido al último nivel con la expulsión de las poblaciones
laboriosas de moros y judíos y con la larga serie de
guerras sostenidas en el exterior, llegando en los últimos
tiempos del absolutismo á ser tan general la miseria que,
al decir del conde de Campomanes, escritor español de
aquella época, el estado miserabilísimo de España habla
subido & tal extremo,— « que se velan tres millones de
españoles casi en cueros por que no tenían con qué
comprar telas suficientes para cubrir sus carnes, llegando
ú dos millones los que pasaban su vida sin conocer en
ella la carne como alimento, » 2).
Déjase fácilmente comprender por aquel estado de ge-
neral postración en que yacía la península, que en ella
existia mucha gente desocupada, sin el ejercicio del tra-
1) Larra, Obras, T. I, páj. 146.
2) Escrito dol Dr. Mnnuel Ulloa en el expediente de J. C. Sánchez contra
la testainent de Francisco Sanctiez f. 44 año 1824; Arch. de Salta*
Cambiamos algunos términos del original por ser demasiado hirientes.
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 321
bajo que da virilidad y engrandecimiento á los pueblos
y sí, con todos los vicios que dimanan de la miseria,
del desgobierno y de un sombrío y prolongado despotismo;
lo que, uniéndose á ciertas peculiaridades nacionales, hacia
mayormente extremoso su atraso. La torpeza de su
administración habia cegado todas las fuentes de la pros-
peridad pública sin que recojiera mayor beneficio que
asegurara su bienestar, su inmenso imperio colonial; el
oro y la plata acuñada que existia en la península en la
época anterior ü la guerra con Bonaparte, no excedía
mas altó de unos 500,000.000 de pesos fuertes; y sin em-
bargo, las poderosas fuentes de Méjico y del Perú hablan
derramado en su suelo 56.000.000.000 de duros, según los
cálculos hechos por Gerónimo Ustóriz, no contándose en
ellos los 6.000.000.000 que entraron desde 1742, fecha en
que Ustáriz escribía. Por que de muy antiguo, hablase
arraigado en el criterio de sus hombres de estado, el
gravísimo error económico de que la verdadera riqueza
de una nación solo consistía en la suma mayor de metales
acuñados, exclusivamente en la moneda; de manera que
descuidadas todas las fuentes de producción y verdadera
riqueza pública, despreciado el trabajo con ostentóse alta-
nería el gobierno español sufrió, desde Felipe II, una
continua bancarrota, pasando por sus manos los tesoros
arrancados de sus colonias para ir á enriquecer las fá-
bricas extranjeras.
Era el progreso casi desconocido; algunas carreteras y un
solo canal en proyecto servían para las comunicaciones;
no existia en la producción de su suelo ni el trigo sufi-
ciente para el consumo del año, viéndose en la necesidad
de importar del extranjero veintidós millones de fanegas
de cereales y una considerable masa de carne fresca y
y carne salada. Rodeado de esta miseria, en un pais en
que de todo se carecía, el gobierno británico se vio pre-
cisado, al intervenir como aliado de España en la guerra
contra Bonaparte, desde 1808, á formar para el uso de
su ejército en la península, un tren de diez mil muías de
carga y, por medio de prensas, hizo que el heno fuera
transportable desde los puertos de Irlanda á los de Lisboa
y Cádiz. La Inglaterra llevaba á su ejército protector de
222 DR. BERNARDO FRÍAS
la España y lidiando por ella en su suelo, todo lo que
este necesitaba, desde la avena que alimenta al caballo,
hasta el dinero que hay que dar al soldado, 1).
IV
Lo que sucedía con las industrias y el . comercio tenio
un triste símil con lo que pasaba por el espíritu de los
hombrefe y sus ideas, y con el movimiento literario y
científico de todo el país; porque en aquellos dias, según
la amarga duda de Larra, «no se leía en aquel país poi*
que nada se escribía, ó no se escribía nada por que nada
se leía; » y esto era convicción en el buen sentido público
que, al decir del mismo autor, en la clase noble no se
aspiraba ú llegar á la posesión de la ciencia del médico
ó del abogado, por que « las gentes de sangre azul no
deben trabajar como la canalla. No comprendemos en
estas proposiciones generales, tal cual joven aplicado, agre-
ga, tal cual poeta original, tal cual hombre de nota que
se esfuerzan por salir del común oprobio que nos alcanza,
descollando entre el general abatimiento y luciendo como
menuda luciérnaga entre las tinieblas de obscura noche. » 2)
La aspiración general de sus hombres era el ser em-
pleados. «íQuerrá usted, pregunta aquel autor, que unas
gentes acostumbradas á su oficina y sus once y su gaceta
y su cigarro vayan á enfrascarse media docena de cien-
cias y artes útiles, como las llaman, para vivir de otra
manera que han vivido hasta ahora, sin el descanso de
la mesada ni los gajes de manos puercas?»
El movimiento literario apenas si era percibido en la
propia España por espíritus despertados é inspirados por
las ideas francesas. Por este singular decaimiento de las
letras, puede medirse el grado de civilización hasta dónde
había alcanzado en otrora y hasta dónde habia retrocedido
al presente. La España aparecía, á la verdad, mas que
estacionaria, retrógrada.
1) y «fase Chatkaobriand, Congreso de Verona y Querrá de Sapaña,
2) Larra, Obras, T. I, páj. 52»
HISTORIA DJB: GOEMBS y de salta— capítulo V 328
Por que es la literatura la expresión del progreso de
un pueblo y España contaba ya dos siglos en que no pro-
ducía nada de digno; el despotismo político y religioso
reprimió y persiguió en ella el cultivo de la literatura,
de la filosofía, de las ciencias y de las artes, cubriendo todo
de un espíritu pesado, medroso y sombrío, fijándose
en lo hasta entonces producido con Lope y Calderón,
el nec plus ultra de su vuelo civilizado. Desde aquella hora
funesta en que el clero y el militarismo ahogaron con el
terror, con la cárcel y con la muerte las libertades pú-
blicas, concluyó el glorioso movimiento de sus ingenios.
« Callaron los cisnes de España, » Garcilaso, Lope dé
Vega, Quevedo, Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Fray
Luis de León, Góngora y Calderón de la Barca, solo vi-
vían consignados en la historia, brillando en aquella no-
che de profundo letargo « para servir de eterna recorda-
ción ú las degradadas generaciones posteriores y como
blanco perpetuo de envidia para las que después de ellas
hablan de venir. »
A fines del siglo XVIII, con las nuevas ideas que llegaron
hasta las gradas del trono, comenzó á revivir la literatura
española brillando, entonces, escritores de elojiado mé-
rito, como Moratin, Irlarte, Ayala, Cienfuegos, Huerta,
Quintana, Meléndez ó Jovellanos. Mas esto no era sino
lijero paréntesis en su largo abatimiento, sin que tan
tristísimo estado fuera llorado cual merecía desgracia se-
mejante; que la casi totalidad del pueblo español, formado
y educado en esa secular escuela del despotismo tanto
en la conciencia personal como en la conciencia pública,
amaba de veras aquel su estado, cual si fuera brillante
progreso y ó la manera que amaba á su rey y á sus ins-
tituciones tiránicas,— como sus establecimientos jpfionacales,
sus escrúpulos y sus supersticiones religiosas; sus autos
de fé, su inquisición y su monarca absoluto é irrespon-
sable; todo fortalecido por su amor ciego á cuanto era
español, «que es tal su patriotismo, que dará todas las
_ 3iS4 DR. BERNARDO FRÍAS
linderas del extrangero por un dedo de su país; y esta
ceguefjad le hace adoptar todas las responsabilidades de
tan inconsiderado cariño. » (Larra).
Se explica que un pueblo no progrese, que se quebrante
y aun qiie retroceda, pero es maravilla que haya existido
alguno, 90010 el pueblo español en aquella época, que no
haya tenido conciencia de su atraso. Creíase siempre, y
en medio de tanta miseria, á la vanguardia del progreso
del ipundo, ciego y temático en su inquebrantable supe-
rioridad, como lo pinta Larra, aplaudiendo todos sus errores,
por que no quería ver jamas otra cosa que su gloria,
su heroísmo y demás decantadas grandezas. Por eso, re-
flriéndos^ á aquella admirable tenacidad del pueblo espa-
ñol. Larra decia:— « Y si me añades que no puede ser de
ventaja alguna el ir atrasados con respecto á los demás,
te diré que lo que no se conoce no se desea ni echa
menos; asi suele el que va atrasado creer que va adelan-
tado, que tal es el orgullo de los hombres. »
VI
La cultura social acusaba igual atraso que los demns
ramos del progreso público; que mientras el italiano ó el
francés, por ejemplo, eran celebrados por la suavidad de
sus modales y la templanza general de sus afectos, el es-
pañol continuaba conservando la antigua rusticidad y
dureza de la sociedad de la edad media, haciendo notable
contraste con los adelantos del siglo. Ellos, los españoles,
se contentaban, fuera de las clases privilegiadas, con saber
leer, escribir y contar; algunos entendían de teneduría de
libros; los nobles, como hemos visto masantes, aprendieron,
por el espíritu de la moda, las bellas letras, como la his->
toriayla retórica; el francés y el latín, según lo confirman
los textos qjie nos han dejado.
El emplécedo, que era el tipo popular en España en
aquellos tiempos, era notable por su orgullo, por el tono
con que quería revestirse, por el despotismo pesado de
su trato. Trabajaba poco en las oflcinas públicas, donde
al interesado se lo trataba « como si hubiera entrado un
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPITÜLO V 285
perro.» (Larra.) Si se le preguntaba de un asunto, ni
se dignat)a contestar. ¿Qué hacía toda esta gente? Holgar.
Aun en las mismas regiones del trono la decadencia de
la cultura social se mostraba con tintes los mas acentua-
dos y cuanto mas elevados mas visibles. El rey era, al
decir de graves historiadores de aquella época, ridículo
en extremo; su trato social se producía en modales toscos
y sus palabras y sus actos usados para con Napoleón y
con Godoy, lo mostraron reñido con toda dignidad. La
reina, de malas costumbres, pasto de la murmuración
del mundo, era en su educación, ordinaria como en su
moralidad, depravada. « Su ignorancia está manifestada
en el malísimo francés usado en sus escritos; » y la falta
de cultura en sus maneras y de elevación de alma, se
notaba «en las verdaderas necedades y expresiones pro-
pias de la gente del vulgo. » 1)
En aquella hora tremenda, ni urbanidad ni grandeza
quedaba ya en la corle.
En el vulgo del pueblo la gente era, con mas razón,
sin cultura; dura, desatenta, nada urbana en sus deberes
sociales. Ya fuera en las tiendas, en los cafées, en las
fondas; en el servicio doméstico mas que en nada, su
torpeza cruzaba los límites de lo común; su trato era
duro, altanero, ofensivo al respeto; y esta altanería atre-
vida é insolente daba & todos un espíritu que los levan-
taba á igualarse y á considerarse de igual rango y altura,
y A tal extremo que «no habia aguador ni carbonero que
no le pida la lumbre y lo detenga en la calle y lo manosee
y empuerque su tabaco y se lo vuelva apagado aunque
sea un grande de España. Llamaban á quien necesitaban
hablar «por su apellido seco y desnudo» como si todos
fueran de su nivel, de su amistad ó de su confianza.
Nadie pedia perdón ni nadie cedia el derecho. «jQué
orgullo es aquel que impide á las clases ínflmas de nuestra
sociedad,— dice el autor de quien tomamos estos datos,
— acabar de reconocer el puesto que en el trato han de
ocupar? 2)
1) Galiano, HíH. de Eépaña, tomo VI, páj, 133.
2) Labra, Obras T. í páj. 236.
236 DR. BERNARDO FRÍAS
En Américo, por el contrario, la sociedad estaba mejor
cimentada en cuanto ú este orden de cosas se refiere,
pues en ella, jamas llegó á verse tan singular espectá-
culo; por que, entre nosotros la plebe guardó siempre
profundo respeto y hasta ceremoniosa humildad ante la
gente decente; respeto bien marcado, por cierto, y bien
impuesto. Nuestra plebe no seria culta como la clase
civilizada, pero sí era bien respetuosa y sumisa ú su con-
dición de inferioridad social, aunque altiva y soberbia en
las ciudades. España, por su parte, tenia la democracia
de las maneras, la democracia de su plebe, y, al mismo
tiempo, la sumisión, el respeto y la adhesión incondi-
cional y fervorosa y ciega al despotismo del rey absoluto
y al despotismo de una clerecía absorbente, ú quienes
sometía no solo sin explicación ni reserva sino con la
beata convicción del fanático, su conciencia, su persona
y su hacienda. Por que, en lo tocante á la fe religiosa y
á la política, el pueblo español era fundido en bronce; era
tan absolutista como intransigente y su fe religiosa ha-
blase conservado en tal nivel de atraso que, confun-
diendo en un mismo dogma la doctrina católica con la
superstición, hija del populacho ó de rancias y añejas
preocupaciones, vivia con su fe en los duendes y en las
brujas y en los endemoniados, como en los hereges para
quiénes conservaba tribunales de persecución, como en
los milagros de á diario que llenaban sus leyendas y acom-
pañaban sus empresas. Santiago, patrón general de Es-
paña, compartía con él los peligros de las batallas
acuchillando enemigos. ¡Santiago, cierra España f era su
antiguo grito de guerra; el diablo alternaba en la vida
pública y privada, desde el palacio de los reyes hasta Ja
choza del pescador; San Lorenzo le había dado el triun-
fo en San Quintín, abatiendo ú la Francia, en cuya gra-
titud se alzó la suntuosa fébrica del Escorial en forma
de parrillas volteadas, recordando el instrumento con que
fué atormentado el mártir español, y la virgen del Rosa-
rio habia tejido los laureles de Lepanto; beatos ilumi
nados, en ñn, como la madre Agreda, escribían, por re-
velación celeste, la vida mas íntima de la Virgen María y
de Jesucristo, llegando hasta el escándalo y el asco las
raSTORIA DE GÚEME8 Y DE SALTA— CAPÍTULO V 297
profundidades de sus locuras; y bueno será decir, en suma,
que aquella copiosa superstición no era el patrimonio solo
de la clase obscura é indigente de la plebe ó pueblo bajo,
si que también lo fué de los magnates, de sus obispos,
de sus doctores y aun de sus propios reyes, como que
Ciirlos II se creyó poseído del demonio « consultando res-
pecto á su dolencia ú una bruja que vivía en Asturias;
llegando hasta el extremo de acusar á muchas- personas
de haberlo hechizado, por cuyo motivo el cardenal Por-
tocarrero aconsejó que se sometiera su magestad á la
medrosa ceremonia del exorcismo, la cual se verificó, »
propinándole los sacerdotes sus confesores, brebajes ade-
cuados para ahuyentar demonios, que pusieron en peligro
su vida. 1).
VII
Desde 1788, Carlos IV gobernaba la nación española y
su inmenso imperio colonial. Su indigencia personal era
igual ú la indigencia de la nación; por que si bien es
verdad que su corazón era animado de muy nobles sen-
timientos para su patria y su pueblo, carecía de la gran-
deza de espíritu y de carácter, tan necesaria para presidir
el gobierno de una nación en que, como la España enton-
ces, se acumulan los mas azarosos y difíciles problemas'
políticos, económicos y sociales. Como ú Luis XVI, su
contemporáneo y vecino, de nada le sirvieron sus honra-
das condiciones de hombre de bien, que ni el uno ni el
otro eran hombres de gobierno capaces de salvar de la
catástrofe la Francia ó la Kspaña de entonces. Carlos
contaba 40 años cuando llegó al trono. Era un príncipe
manso, lleno de bondad, que hacía gala de guardar el
recuerdo y de seguir el programa liberal del gobierno de
su padre, Carlos III; y para ello se sentía instruido, de ín-
dole laboriosa y pacífica, dando comienzo á las reformas
ó continuando las comenzadas ya en materia económica,
comercial y de instrucción pública; librándolas de las tra-
1) Mac AULA Y, Querrá de Sucesión, páj. dO.
238 DR. BERNARDO FRÍAS
bas mas pesadas que agobiaban hasta la agricultura. Cítan-
se entre estas reformas, la prohibición de manos muertas
en los testamentos y la acumulación de mayorazgos.
Hombre modesto pero estólido, sin razón ni discurso; de
carácter suave y benigno, de corazón honrado y recto, pero
cuya cultura y maneras no estaban á la altura que recla-
maban su rango y su puesto; carecía de aquella chispa
iniciadora que ilumina la inteligencia de los grandes espí-
ritus, únicos que pueden reinar sobre grandes aconteci-
mientos y conflictos; y su bondad y modestia, hijas de su
propia carencia de virilidad moral, y su estolidez, lo
tornaban débil é indeciso y tímido, formando de él uno de
aquellos entes sin malicia, llenos de una buena fé tan can-
dida y tan sin luz ni sospecha, que asi beben los engaños
de los que se burlan de su triste debilidad moral, como
sirven de instrumentos dóciles y ciegos ú las artimañas y
miserias délos aventureros que los rodean y como soportan
inocentes ó engañados, las afrentas á su honor, que, en
cuanto ú Carlos, las recibió de su esposa, miyer astuta y
liviana, con escándalo de la corte y ruido en el mundo.
En esta vida de inocente tranquilidad y en aquella labor
pacíflca para su pueblo, vino ú sorprenderlo y á inter-
rumpir su obra la revolución francesa y la ambición de
Bonaparte.
Como una burla del destino, á aquel bueno é infeliz mo-
nan*^ venia ú tocarle presidir la nación en las horas mas
obscuras y borrascosas cual no las pasó otra vez España
desde la invasión agarena. Por que coincidía la iniciación
de su reinado con el estallido de la revolución en Francia,
nación fronteriza de España que solo la separa la cadena
de los montes Pirineos; y como aquella revolución por todo
extremo memorable crecía en exigencias cada día y, á la
manera del abismo, con nada se saciaba; de la simple
reforma pasaba á la destrucción de cuanto hallaba estable-
cido y ]*espetado hasta entonces en la tierra. Los reyes
y las instituciones de su pesado despotismo fueron, desde
un principio, el blanco de sus rayos y maldiciones; y como
la idea redentora de la libertad y del derecho de los hom-
bres hubiera comenzado ú salvar las fronteras francesas
y á repercutir con creciente ardor entre los pueblos opri-
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO V 289
midos, el rey de España como los demás de Europa, sin-
tióse amenazado en sus derechos de déspota absoluto, y
comenzó su gobierno á dictar medidas que impidieran la
aparición en sus dominios de la propaganda revoluciona-
ria. Su espíritu, amigo de las reformas, cambió desde
entonces, y solo ocupó sus horas en la salvación de su
trono con toda la enorme potestad con que lo habia here-
dado de sus mayores.
Entre tanto, la ajitacion revolucionaria se desbordaba en
Francia. La Convención, habiéndose apoderado del go-
bierno, proclamó la república el 21 de Septiembre de 1792,
y el antiguo rey de Francia, Luis XVI, manso é inocente,
era enjuiciado ante un tribunal parcial, apasionado y por
quien estaba condenado de antemano. El embajador espa-
ñol en París, recibió orden de su gobierno para interce-
der por la salvación del rey. Sus oficios fueron desechados
y Luis subió al cadalso el 21 de Enero de 1793.
— « Desafiémoslos arrojándoles al campo una cabeza de
rey, » habia dicho Danton desde lo alto de la tribuna de
lo revolución, refiriéndose á todos los monarcas de Europa.
Los tronos, retados de este modo, recogieron el guante; el
dominio del Terror se derramó con espantosa sed en
todo el territorio, y España, Népoles, Holanda, Portugal y el
Imperio entraron en la coalición contra la Francia.
Para colmo de desventura, tan inútil é incapaz era en
España el ministerio como lo era el monarca amenazado y
lanzado en la mas tremenda aventura. Don Manuel Godoy,
de simple guardia del rey pasó, por sus atractivos varo-
niles, á ser el favorito de la reina María Luisa, la esposa
de Carlos, desde los principios del* reinado; y, valido de
la miyer, lo fué del marido; ómlx>s lo amaten con entra-
ñable cariño. El afortunado favorito pasó á desempeñar
luego, er cargo de primer ministro. Llevaba las mismas
inclinaciones de labor de su dueño, pues era, aunque cor-
rompido, afecto á la política liberal y hasta cierto punto
progresista, habiendo refrenado el colosal poder de la in-
quisición y mostrádose amigo de las lucesi protegiendo las
ciencias y las artes que se hallaban postradas en la mayor
decadencia, tendiendo su mano á Moratin, á Meléridez, á
Jovellanosydemas pensadores y literatos de aquella época.
230 DR. BERNARDO FRÍAS
Mas aquellos tiempos no eran de letras y de paz sino
de armas y de guerra, y la España desorganizada y em-
pobrecida no era la potencia capaz de medirse con los
legiones francesas. Los ejércitos españoles que penetra-
ron en Francia hasta el Rosellon, fueron arrollados por
los generales franceses Dagobert y Dugommier y arroja-
dos al lado de acá de los Pirineos, mientras que la coa-
lición era vencida en todas partes. Estos desastres, que
aparecían en todos los puntos del horizonte, hicieron
cambiar de política al gabinete español, separándose Es-
paña de la coalición, como lo hacia la Prusia, y Armando
la paz en el tratado de Basilea. (1795)
En premio de este tratado, Godoy fué proclamado Prin-
cipe de la Pas. El terror que había embargado el ánimo
del gobierno español durante la guerra, premió la paz
labrada sobre su derrota, como una bendición del cielo,
que le devolvía su seguridad amenazada.
Desde aquel dia, Godoy entró en los intereses de la Fran-
cia y se hizo aborrecible á los españoles que tributaron su
afecto al príncipe de Asturias, que no valía mucho mas.
Pof'el tratado de San Ildefonso, en 1796, España entraba
de humilde aliada de la república francesa.
Lanzada en esta corriente, España iba á participar de to -
das las peripecias y sacriflcios de las guerras de la revolu-
ción y luego del imperio, sin ningún beneflcio positivo,
d^'ándose arrastrar por el formidable coloso ú quien temia
para no ser por él devorada, sin recordar que la libertad
y la independencia de los pueblos solo se conquista y se
mantiene, no con el oro ni las humillaciones, sino con ei
ñlo de la espada.
La paz de Amiens, que disolvió la segunda coalición, en
1802, fué, al fin, rota por la Inglaterra, formándose la ter-
cera alianza de los reyes.
Era el ano de 1805. Napoleón invadió el Hanóver, patri-
monio del rey de Inglaterra, mientras la flota de Bolonia, á
cuyos buques los ingleses llamaban cascaras de nueces, se
preparaba para trasladar á Inglaterra 150.000 soldados en
sus 1.300 bcueles.
La escuadra de Tolón, al mando del almirante Villeneu-
ve, recibió orden de proteger la travesía: mas la flota
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO V 381
SSe'*v'l'''"^'''*'^r^''' ^' '"«"^° ^« "^'•««í'' Nelson, su
de Trafellf ?° «"«''•«"'«' ««'•role el paso frente al cabo
traW erin n ? T^ ''P""°'" ^«' «"••• Ei combate se
tr^randinU , "'"■^' ^' ««P^^tóculo era verdaderamen-
ent?e r. h.!L H '^"^"^t ^ ^"'•'•*^'«- E' '"«^ ««"día. Pronto,
otes vil pT.? 'J° /'^'"°''" ""y°^ "«™«s enrojecían las
Sido Ll^ h2^" '' '' "'•""^'■''^' ^«'«•'"' 'í"^ habla pre-
Sñon ri^v^lr , ?™' *'"'" destrozado por una bala de
ef fuSo 2ií , ^!:'"«^''«« ^••«"««sa y española deshechas;
rematf írfóZ^l^ 'f f "*" ^^'"^''^ ^^ "" l>"q»e español
TuTo dp Tr^H'"*' "^ ««tóstrofe cubriendo el cie^ de
aue vueln .. ''^' ncendiados y de restos humanos,
?as o as en " - T^ """'« ^^ f»««o y de muerte sobre
las oías ensangrentadas. Fué tal la bizarría con aue la
S"s^,;i"'^^«« ^"^ «^- ^¡« íeí:r nr^ó:
trozX^I n H"''P"'*'^'"°"^'"P'*®"dersu viaje, de des-
iTnemí ZJ'^^'T' "^''«^ "^«« ^^^^^ «1 almirante Vi^
"tes costad ^^'''^**" "' *'°'^^*^° de uno estocada, frente
darle c^p^l^r^^^f"^^' ^"*®"^« presentarse á su amo é
aarie cuenta de su desastre.
fnstedo su "n^°! í! '*^ ™«'^«' í^Pe'-'e 1«e tanto habia
iJ^n consln? '^^*'''^''' *' emperador francés; pero Ñapó-
la Euron^nir ''T^'' ""elemente por tierra Tcasi tSda
la Europa coahgada en su contra
lleSdaT trT^ ""'""í^" '" ^' "'''^«' Bonaparte pen86
de ^H pL- ^"^ ''®^"^^'* *"« planes de la agre^cion
Primer iro"n,.T° '"'T *'''''"*°''^° ^ «" '^^^^o. El
de Satería n 5°"^"'«t« de Portugal, por ser aliada
tt Sí^^'.^^"^ ^"^ *'"*'' P»^esto de acuerdo con Godoy
S)6 aue fr níf ^'f '1 Fontenebleau, el 29 de Octubre d¿
trov¡s de ,1 "nr^ ^' ,^^^ *** '"" ^'^P^^ francesas al
iraves de la penínsute. Junot, general del imperio nene-
ÍTvoridaTf;' Z *'"'' '■ '' ^«"'"'^ '•^»' h^yendoTs-
pavorida de su patria, emigraba 6 su colonia del Brasil.
VIII
Mientras tenían lugar estos sucesos en Europa, la Amé-
28d DR. BERNARDO FRIA8
rica era sorprendida y sacudida de su letargo por sonado
y brillante acontecimiento.
La Inglaterra, después de Trafalgar, habia resuelto con-
tinuar la persecución de su enemigo por mar, y labrar
su propio engrandecimiento imperial con los despojos
coloniales de sus contrarios. Con este fin, una de sus flo-
tas se apoderaba, en aquel mismo año de 1805, de la co-
lonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza, en el
extremo inferior del África.
El almirante de aquella escuadra, Popham, una vez
asegurada la conquista del Cabo, persuadió al gefe de la
expedición, interpretando los intereses comerciales y los
políticos del imperio britano, de la bondad de conquistor
para su corona los pueblos del Rio de la Plata que, á su
juicio, empresa debia ser tan fácil y mucho mas esplén-
dida que la del Cabo africano.
Acordado el plan, el almirante Popham zarpó con su
escuadra rumbo á Buenos Aires, conduciendo 1800 hom-
bres de combate bego las órdenes del general Berresford,
entt*e cuyas fuerzas se contaba el regimiento 71 de línea,
que venia con la fama de haber rechazado el asalto llevado
por Napoleón sobre San Juan de Acre, cerca de Jerusalem.
Con estas fuerzas, los ingleses se apoderaron de la ciu-
dad de Buenos Aires casi sin disparar un tiro, pues el
virrey Sobremonte, sin preocuparse de ningún preparativo
de defensa en la capital, solo dio en pensar en la fuga, á
la cual se dio cobardemente y con el ánimo de volver
con fuerzas del interior, grandes en número, á echar de
la tierra á los enemigos y hereges. Pero acertó á hallarse
empleado en las fuerzas militares del virreinato un noble
francés, D. Santiago Liniers, buen militar, de talento
organizador, á quien sus cualidades sobresalientes entre
la gran vulgaridad de los gefes y las circunstancias mis-
mas lo iban á inmortalizar con una brillante celebridad.
En el siguiente mes de Agosto, dirigiendo este perso-
nage las fuerzas de la reconquista precipitadamente re-
clutadas en Montevideo y en las Conchas, cercanías de
Buenos Aires, se acercó resueltamente ú la capital inti-
mando rendición á los ingleses. Como estos se resistie-
ran, Liniers rompió el fuego sobre ellos con un entusiasmo
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA-GAPlTULO V 988
por parte de $us tropas acantonadas en los ediflcios, que
rayaba en el delirio, consiguiendo la rendición del enemigo
ese dia mismo 12 de Agosto, y en aquella misma plaza mayor
que, desde entonces, comenzó & llamarle de la Vicioria.
Tan inopinado acontecimiento prodigo «n el virreinato
una doble revolución que fué tomando cuerpo en lo su-
cesivo; por un lado en la autoridad superior de la colo-
nia y, por otra, en la conciencia pública. Por que, en la
misma hora del triunfo, los defensores y el pueblo de
Buenos Aires se hallaban victoriosos y sin su cabeza po-
lítica y militar, que lo era el virrey. El paso dado por
este miserable mandatario habia llenado de indignación al
país, especialmente á la capital, donde, para proveerá la
defensa del territorio amenazado de nueva invasión,— pues
la escuadra inglesa permanecía dueña del Rio de la Plata,
se celebró el 14 de Agosto un cabildo abierto, el cual,
cediendo á los temerosos reclamos del pueblo convertido
en soldado victorioso y armado, confló al gefe de la re-
conquista, el general Uniera, el mando en gefe de las armas,
reasumiendo el político la audiencia, por ausencia del
virrey, y según las leyes fundamentales de la monarquía.
Por su parte, el virrey Sobremonte, que habia huido
hasta Córdoba abandonando la capital á manos del invasor,
habia alzado allí la l)andera de la resistencia y de la recon-
quista, llamando los contingentes de todos los pueblos del
interior y recogiendo los subsidios de dineros, de armas
y municiones para la defensa del país. Gobernaba por
aquel año en la intendencia de Salta, un acaudalado
comerciante español y vecino de ella, D. Tomás de Archondo,
que presidía por la tercera vez la provincia. En frente de
tan grave conflicto, puso en actividad su diligencia «pro-
moviendo con eficacia y oportunidad todos los resortes
convenientes para auxiliar á la capital con armas, dinero
y demás útiles para su defensa, remitiendo 600 quintales
de pólvora, plomo en mucha cantidad y 6.000 pescfs de
donativos del vecindario. »
Conduciendo estos pertrechos de guerra, marchó el
contingente de Salta á formar en el ejército del virreinato
que, fuerte de 3.000 hombres y bego las órdenes del mismo
virrey, marchó desde Córdoba á rescatar su capital.
384 DR. BERNARDO FRÍAS
En medio de su marcha recibe el virrey la noticia de los
alborotos y nuevos sucesos producidos en la capital, hijos
ambos de su ausencia y cobardía, y cuyo punto que mayor-
mente afectaba su dignidad consistía en liaber traspasado
de sus manos á las de un general su subalterno, el mando
supremo de las armas. Presentarse como virrey á rei-
vindicar los jirones de su autoridad para representarla en
la integridad legal que le correspondía, era paso difícil,
pues, debia necesariamente producir una sublevación san-
grienta en las tropas victoriosas de Buenos Aires á quienes,
por un mismo espíritu y por un mismo sentimiento de
dignidad podian seguramente responder los contingentes
del ejército del interior, por que la gloria es seductora y por
que abochorna y ultraja la cobardía y la vergüenza,
que representaba para todos, entonces, el virrey. Todo,
pues, se conjuraba contra el inepto Sobremonte y este,
con la prudencia de la cobardía, aceptó los hechos y
siguió camino A Montevideo, que aparecía mas inmedia-
tamente amenazada por los ingleses.
La escuadra inglesa, como hemos visto, permanecía en
el rio aguardando resfuer/os, los que llegaron bien luego
contándose 8.700 hombres procedentes de Inglaterra, 1.400
del Calx); ú los que se agregaron 1.630 hombres mas ve-
nidos con Wihtelock, nombrado general en gefe de lo
nueva expedición, fUerzas que ascendían á un total pró-
ximo á 12.000 ingleses.
El ejército ingles dio comienzo á sus operaciones apo-
derándose el 3 de Febrero de 1807 de la plaza fortificada
de Montevideo después de un sangriento asalto y de donde
habla huido con tiempo el virrey.
Al conocer esta peligrosa novedad y aquel nuevo bo-
chorno y cobardía, los ciudadanos armados de las legio-
nes de la capital, se agolparon á las puertas del cabildo
pidiendo la destitución y la prisión del virrey, que apa-
recía, ú la vez, como traidor y cobarde; por que así en-
tregaba la patria al enemigo sin hacer por su defensa,
como huía nuevamente del peligro sin combatir. Era el
10 de Febrero de 1807; el cabildo, escuchando la petición
popular é inflamado de igual indignación, declaró que el
representante del rey de España en el Rio de la Plata
mSTORIA DB GÚEMfiS Y DB SALTA-GAPlTULO V d85
había caducado en el mando, y en consecuencia, ordenó
fuera despojado de toda autoridad. Nueva y mas terri-
ble lección que recibió el poder español en América;
complemento necesario del movimiento antl^rior del 14.de
Agosto, ejercido por el cabildo, autoridad popular, eco
verdaderamente legítimo de la opinión púj)lica que, pa-
sando por cima de las leyes de la monarquía, mostraba
cómo podía derribarse las viejas instituciones, y que una
vez lanzada en esta corriente como el agua impetuosa;
y una vez atizada por este viento, viento de libertad, como
el fuego, no hallaría fácilmente poder que contuviera su
paso. Y el desquiciamiento fué mas lejos todavía; por que
toda la organización del ejército de^de el nombramiento
de gefes y oficiales, que es lo mas íntimo eii la vida de
un gobierno, hasta el arreglo de los batallones según la
procedencia de sus plazas, fué entregado & míanos del
cuerpo militar formado todo de las masas organizadas
del pueblo y cual si fuera una entidad independiente.
Un dia de tantos, el 28 de Junio de 1807, up velas aparecie-
ron en el horizonte, sobre el rio. Era la armada inglesa que
se acercaba á las playas de Buenos Aires, conductora de
9.000 soldados que desembarcaron tranquilamente en la
costa del sur no lejos de la ciudad. Cuatro días mas tarde,
el 2 de Julio, salió una columna de la plaza (i batir la
columna inglesa que se acercaba y fué deshecha, sin ma-
yores esfuerzos en los Corrales de Miserere, en los su-
burbios del poniente. El general Liniers que la mandaba,
desapareció del campo, perdido entre los dispersos.
AI tomarse noticia del desastre en la ciudad, el cabildo
presidido por su enérjico alcalde, el español D. Martin de
Alzaga, se ocupó durante los horas de aquella -noche de
angustiassr con todo el vecindario en abrir foz'os y levan-
tar trincheras y armar los ciudadanos. Con est^s tropas
se ocuparon las azoteas de las casas de todas las manza-
nas próximas á la plaza moyor, convertida en la cindadela
armada de la defensa. A la por de los soldados, el pue-
blo rivalizaba en entusiasmo y valor por defender la po-
tria; hombres y mujeres, ancianos y niños apostados en
los balcones, ventanos y azoteas, esperaban ol enemigo
provistos de toda clase de proyectiles para arrojarlos &
5Í86 DR. BERNARDO FRÍAS
SU poso, desde piedras y granados de mono hasta calde-
ros de agua liirviendo paro bañar oí invasor cuando atra-
vesara las calles cambiándolas en « los senderos de la
muerte » y haciendo así, mas ardiente y popular la gloria
de vencer ó morir por la independencia.
El 3 de Julio los ingleses intimaron rendición rt la ciu-
'dod y Buenos Aires contestó con varonil energía y con la
difínidad 'que pedían' aquellos momentos solemnes:— «Te-
nemos tropas bastantes y animosas llenas del deseo de
morir por la defensa de la patria. »
A pesor de tan heroica decisión, reinaba en el dnimo
de los • defensores tristísimo presentimiento. Según él,
serian forzosamente vencidos y la ciudad tomada por los
■ ingleses;' por que el enemigo era numeroso, aguerrido y
tocaba ú las puertas de la ciudad recientemente victorioso,
mientras el general de Buenos Aires, derrotodo en Mise-
rei-e, no solo no óporecío á dirijir y encabezar lo defensa
de lo ciudod, pero ni siquiera se tenion noticias de él,
hasta que ú los doce del dio, en medio de uno lluvia
torrencial, penetró ú lo plazo con 1.000 hombres, rena-
ciendo, con su presencia, el entusiasmo y la confianza de
los defensores.
El domingo 5 de Julio los ingleses se lanzaron ol asalto
'de Buenos Aires atravesando sus calles de poniente ú na-
ciente, rumbo hacia el rio, en tres columnas con el arma
al brozo, con aquello temeridad y aquel valor frió, impa-
sible y sereno que singulariza su genio militar, sem-
brando lus colles de codáveres y perdiendo lo mayor porte
de sus gefes. Lo división habia disminuido su fuerza y
su avance descubierto por calles rectos, atrincherados en
el fondo, y bordeodos de cantones, diezmóte sus flias,
cuando llegaron por el norte y por el sur, á apoderarse
de los templos de las Cotolinos y de Sonto Domingo, poro
dominor y rendir, según su pión, la plazo fortificado. En
situocion idéntico pero siguiendo muy diferente inspira-
ción, Escipion Eíüiliono con 59.000 hombres, empleó seis
dios y seis noches de combote hostn Ilegor ol pié del al-
cázar de Bírso, la ciudodelo de Cortogo y á costo de rendir
cosa por coso á lo largo de los calles en que se habían
atrincherado los defensores.
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPlTÜLO V 387
Llegados & aquellos puntos, las columnas inglesas no
pudieron avanzar y levantaron bandera de parlamento y
copitulbron, abandonando Buenos Aii'es, evacuando Mon-
tevideo y todo el Rio de la Plata.
Entre las glorias de aquellos días brillaron D, Santiago
Liniers, general en gefe de la defensa; D. Cornello Saave-
dra, coronel de los Patricios, entre los argentinos; D. Mar-
tin de Alzngo, desde el cabildo, como cabeza de los españoles;
y entre los cuerpos militares, se hicieron famosos los
Patricios, con su penacho de color blanco y celeste; los
Arribeños^ l)ajo el mando de D. Antonio Ortiz de Ocampo;
los Caíalanest Véscainos y Gallegos, entre los españoles;
y en fin, los Granaderos Provinciales mas tarde llamados
de Fernando VII, entre cuyas filas asistió el teniente
entonces, D. Martin Güemes.
IX
Por el lodo de España el conflicto adquiría mayores
proporciones cada dio. La invasión francesa, cuyas siniestras
intenciones aun no se llegaban á adivinar, acumulaba sus
fuerzas en lo frontera, y el 24 de Diciembre de 1807 el
segundo cuerpo del ejército francés se acantonaba en Irun.
El estado de la opinión en la península y la exaltación de
los espíritus llegaba á su colmo ante el misterio de su
actual destino y la tenebrosa noche del porvenir. El odio
público contra Godoy subió de punto en la gran generalidad
de los corazones presidido por el príncipe de Asturias,
heredero de la corona, quien, ayudado de los suyos,
Qbrigó las siniestras intenciones, cumplidas ya en parte,
de sacrificar al rey su padre, para sentarse en el trono. La
conspiración fué descubierta, gracias d la malicia de la
reina, y el príncipe reducido á prisión y de carácter pérfido
y cruel como era, hizo cobardes revelaciones delatando á
sus mas fieles amigos.
Por un capricho singular, la opinión pública en España
seguía con su aplauso los cambios de la política del go-
bierno, pasando de la amistad de los ingleses, á dar su amor
á los de Francia, ó quienes había reñido poco hacía, conven-
288 DR. BERNARDO FRÍAS
cido el pueblo, como en especial el príncipe de Asturias por
otra extraordinaria rareza, que de la mano de Napoleón y
los franceses, dias antes enemigos de la fé y de la patria y
de las instituciones de la monarquía, debían bajar para
España las bendiciones y las dichas Y asi se vela á ciu-
dades como Victoria, como Burgos ó Valladolid y & las
gentes de toda esfera y aún— lo que era mas sorprendente,
& los mismos clérigos y religiosos, colmarlos de honores
y cariño; por que las gacetas de la corte, inspiradas por
las nuevas ideas políticas del gobierno que habia retirado
su mano de Inglaterra para tenderla á la Francia, pintaban
con obsequioso estilo á Napoleón, como el restaurador y
protector de la religión y de la santa fé, como sacerdote
incorruptible de la justicia, del orden y de las leyes, y como
el mejor amigo, en fln, de España, de su grandeza y de su
gloria.
Y asi vino á suceder que la presencia de las tropas fran-
cesas en España, en vez de infundir indignación y sobre-
salto, se pensaba que entraban en el)a como aliadas de
Fernando y en contra del príncipe de la Paz, para derribar-
lo, por la sola razón de obscuras palabras del embajador
francés que asi había dejado entrever al príncipe español
que el emperador le otorgaría la mano de alguna de las
princesas de la casa imperial. Esta creencia se robustecía
con la ignorancia en que estaban aun del tratado de Fonte-
nebleau, sin embargo de que la actitud mostrada por el
general francés y por sus tropas llenas de un tono arro-
gante é insolente, debia persuadirlos de otra cosa que de ser
todo ello fruto de la genialidad francesa, como decían, del
orgullo que engendra la victoria y del odio, en fln, que se
imaginaban y, suponían contra Godoy en el ánimo del
ejército extranjero.
En los primeros dias de Enero de 1808, el mariscal Mon-
cey penetraba hasta Castilla con el tercer cuerpo del ejér-
cito imperial, sin permiso y aun sin dar siquiera aviso al
gobierno español, lo cual apenas si levantaba extrañeza
en la gente de Madrid. En Pamplona, plaza fuerte militar,
Armagnac se apoderaba de la ciudadela por sorpresa
echando de ella & la guardia española; una división al mando
del general Duhesme, atravesaba la Cataluña, penetrat3a
raSTOMA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 289
sin resistencia en Barcelona cuya ciudadela igualmente
sorprendieron y tomaron; el fuerte castillo de Monjuich
entregó sus llaves, como también lo hizo el bien defendido
de San Fernando de Figueras, rendido por simple amena-
zo; y para colmo de maravilla, el mismo príncipe de la
Paz, ordenaba que les fuera entregado también á los fran-
ceses, el castillo de San Sebastian de Guipúzcoa. De esta
manera, todas las plazas fuertes de España, por el lado
del norte, quedaban en manos de Napoleón, y el público,
no obstante, permanecía obsecado en la amistad y alianza
francesa.
En la corte, no tan estúpida como medrosa é indignada,
las intenciones de Napoleón, aunque tarde, comenzaban,
al fin, á adivinarse, y el temor y el recelo asomaban ya
dilatando la angustia y las zozobras; por que^ ó mas de
estos sucesos, D. Eugenio Izquierdo, ministro español en
Paris, llegaba repentinamente anunciando que estaba re-
suelto en el gobierno imperial, que el solio español fuera
adjudicado á un príncipe de la familia Bonaparte, y por
que, en el mes de Marzo de 1808, el mariscal Bessiéres
llegaba á los Pirineos con 19.000 hombres mas, cuando ya
estaban acantonados en los fuertes de España mas de
100.000 soldados franceses, sin explicación ni objeto ofi-
cialmente visible.
Toda esta fuerza, formidable mas que por su número,
por su disciplina y esperiencia y buena dirección, fué
confiada á Murat, cuñado de Napoleón y hecho por este,
príncipe soberano de Alemania con el título de gran du-
que de Berg, quien en España tomaba el de lugar teniente
del emperador. Digno era el nuevo gefe para tan sober-
bia empresa; Murat se lanzaba & la pelea con un entu-
siasmo que rayaba en la embriaguez; tenia un ademan
lleno de grandeza y un valor á lo antiguo; generoso y
bueno, hacía gala en declarar no haber dado muerte &
nadie en la mas ruda batalla. Era un acabado héroe de
leyenda, que se lanzaba á la carga al frente de sus bata-
llones, con el sable corvo al ludo, aretes de oro en las
orejas y brillantes plumas ondulantes en el casco.
En circunstancias tan penosas y aflijentes, Godoy pensó
en la fuga de los reyes á Méjico, ó la manera que la fa-
240 DR. BERNARDO FRÍAS
milía real portuguesa, en igualdad de conflicto, Iiabia
huido al Brasil, su colonia ultramarina; y acariciando esta
idea, propuso su proyecto en consejo de ministros, opi-
nando confiar en Dios y en la nación y levantar en se-
guida el pueblo contra los franceses.
El rey en un principio desechó el proyecto, por desca-
bellado; y acaso tenia razón por entonces. España carecfa
de ejército; Napoleón, el vencedor de la Europa, ero el
enemigo con quien debia batirse; y lo que es peor, el pue-
blo, en cuyos brazos se proyéctate arrojarse, era todavía
amigo de los franceses; el príncipe heredero, napoleonista,
encabezaba la anarquía bajo la creencia de que los fran-
ceses venian por él y por su causa, y con plan de derro-
camiento contra Godoy. El rey, por otro lado, aceptó la
fuga y el abandono de su pueblo, comenzándose 6 dar los
primeros pasos con este objeto; mas la oposición popular
fué unánime y decidida. Fernando, como los suyos, seguía
pensando candorosamente que la misión de los franceses
era solo el darle el trono de su padre. Esta oposición
rugiendo contra Godoy, produjo, al fin, la sublevación de
las tropas de palacio hermanadas con la plebe de Aran-
juez y la atraída por la curiosidad desde distantes lugares;
«y aquellas sombrías alamedas y aquellas puras aguas
cantadas tantas veces por Calderón en sus bellas poesías »
fueron esta vez teatro del mas bochornoso espectáculo.
La mansión del ministro fué hollada y saqueada; y peree-
guidores contra la vida de su dueño penetraron en su
busca, mientras el desgraciado favorito sin escape posi-
ble, pasaba horas amargas y fatigosas envuelto entre vie-
jas esteras para ir á parar, mas tarde, en un desván. No
dando con el ministro, las turbas rodearon el palacio
dando vivas & Fernando y mueras á Godoy; el secular
respeto & la magestad católica fué profanado, mientras la
reina solo se angustiaba por su favorito; y el rey, en me-
dio de la catástrofe y de los peligros públicos en que pa-
recía hundirse la monarquía, solo acertaba á preguntar:
—¿Y Manuel? ¿Dónde está Manuel?
En aquel conflicto, Garlos IV, sintiéndose sofocado y
fflSTORU DE GÜEMES Y DE SALTÍl— CAPÍTULO V 941
bajo la presión de la fuerza, abdicó la corona en favor de
su hijo, el príncipe de Asturias, ó quien el pueblo español
amaba con frenesí, y que tomó entonces el nombre de
Fernando Séptimo.
Fernando VII de Bor)x)n, el nuevo rey, era un joven de
23 años cuando el motin de Aranjuez le abrió por vez
primera las puertas del trono. Su figura ruda y sombría
sin ningún destello simpático ni de genio ni de corazón
ni de aspiraciones, estaba destinada ú representar en Es-
paña la empecinada y ciega resistencia del antiguo abso-
lutismo de los reyes sin mostrar, no obstante, ninguna
de sus virtudes en fuerza, en inteligencia ó en poder, y
sí solo todas las vergüenzas de aquella su irremediable
decadencia; mientras que para América había de ser el
monarca enemigo, enemigo de su civilización, de su li-
bertad y de sus derechos, contra quien se habia de sos-
tener la memorable guerra de la independencia, siendo
solo por estas circunstancias que su figura abominable
viene á presentarse interesantísima en la historia.
Era de cabello rubio, el busto delgado mas bien, por su
edad juvenil, de nariz larga, el labio inferior saliente, sus
ojos con ingénita dureza en el mirar. Como si Dios se
hubiera complacido en presentar á las miradas del mundo
y de la posteridad los efectos de su maldición contra los
eternos enemigos de los hombres, aparecía este postrer
representante de los déspotas, antes levantados cerca de
Dios, como la expresión y visible imagen de la miseria,
humana en cuanto hay en ella de repugnante y de inno-
ble, de despreciable, de ruin y de bajo; por que así tenía
Fernando la maldad del infame como la perfidia del villano
y la cobardía del eunuco; acababa de atentar contra la
vida de su padre por su ambición y por sus odios, y
aborrecía y difamaba & su madre y habia vendido ü sus
amigos, como mas tarde hollaría, bajo su planta de tira-
no, el juramento que ligaba su conciencia de hombre y
de gobernante á los respetos de la constitución española.
Dueño de un alma medrosa, era, sin embargo, cruel y
sanguinario, como lo es todo cobarde; astuto y vengativo,
nada le obligaría A la lealtad ni le sacudirían nobles emo-
ciones el corazón, por que era pérfido de suyo, dando
242 DH. BERNARDO FRÍAS
abrigo en el fondo de su pecho solo ú rencores sin tér-
mino contra sus enemigos, sin que iiallara jamas en su
corazón un eco amigo la voz de la misericordia. Poseedor
del poder, con todos los rayos en la diestra, todo lo in-
molaría al encono de su alma implacable así contra sus
enemigos como contra la felicidad de sus vasallos, para
aparecer blando, rastrero y dócil siempre á pasar por
toda clase de humillaciones cuando se hallara rodeado ó
presa de sus enemigos; por que ningún rasgo de gran-
deza, de heroísmo, de talento ó clarovidencia del destino
iluminó un solo momento su alma de déspota vulgar y te-
merario, abrigando, hasta su hora postrera, mortal ene-
miga contra las libertades de su pueblo y el espíritu
liberal de su siglo.
Y asombroso portento de la pasión política! El pueblo
español, á pesar de ser el nuevo rey el hombre de ma-
yores condiciones para gobernante impopular y de hacer
gala de ser ignorante, amábalo con extremoso cariño,
llamándole « nuestro adorado Fernando. » Acaso era ello
fruto caprichoso de las circunstancias y de las luchas in-
ternas, ó quizas por tener este monarca cultivadas con
predilección y entusiasmo las inclinaciones y los gustos
populares de la nación, como que era este rey muy dado al
juego de la barra y especialmente á las corridas de toros
que su enemigo Godoy, á quien se echaban en rostro las
humillaciones por que pasaba la monarquía, habia man-
'dado abolirías, declarando ser « contrarias á la agricultura,
ó la ganadería y á la industria; y por ser impropias de
la cultura y de los sentimientos de humanidad que debia
lucir el pueblo español. »
XI
La exaltación de Fernando VII al trono se apresuraron
á comunicar las nuevas autoridades por toda la extensión
de la monarquía, reclamando su jura. Mas la revolución
operada en Aranjuez no contaba para sostenerse con la
libertad de la nación ni con las fuerzas de las armas, por
que España no estaba ya libre; las tropas francesas enea-
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO IV 248
denaban su voluntad al Ínteres extrangero, que no dejaría
de tener bastantes parciales en el propio país, asi fué que Na-
poleón, en cuanto supo el atentado cometido con el rey, vio
llegado el momento tan deseado de poder intervenir fran-
camente en los negocios internos de la nación. Finjiendo
hallarse indignado de la violencia ejercida para con el ancia-
no rey, ofreció su mediación para arreglar las desavenencias
entre padre é hijo.
El emperador anunció que bajaría á Madrid; y como lle-
garan nuevas de su aproximación ó las fronteras, tenién-
dose por ciertas que vendría camino de Madrid, el nuevo
rey comisionó para salir ú recibirlo y cumplimentarlo, ilu-
minado mas en este sentido por las torpezas del canónigo
Escoiquiz, hombre lijero, fatuo y vano, á los duques de
Medinaceli y de Frias y al conde de Fernán Núñez, de las
mas altas noblezas del reino, habládoase en la gaceta ofi-
cial de este nuevo huésped cual del mas grande amigo
de España; pero del aguardado emperador no llegaron
mas que un par de botas suyas y un sombrero de hechura
peculiar, que fueron depositados en el real palacio, al
lado de una cama ya preparada y mullida para su due-
ño. 1).
Por fln, el 23 de Marzo, hicieron las tropas francesas su
entrada en Madrid, con Murat á su cabeza, solo desper-
tando su presencia, en vez de la ira nacional, la animación
y el deslumbramiento en el pueblo por lo lucido de su
caballería, lo vistoso de la guardia imperial, el orden de la
infantería, el vesturio, en general, de las líneas y la velo-
cidad y rareza moderna de las maniobras.
Sin embargo, desde su llegada á Madrid y en presencia
del nuevo rey, las fuerzas de Napoleón desconocieron la
autoridad real de Fernando. El viejo rey, con la protesta
de su renuncia, tenia su corte secreta en Aranjuez, comu-
nicándose con Murat como soberano español.
Variando de procedimiento, Napoleón citó á audiencia A
los monarcas españoles, en la ciudad francesa de Bayona.
«Medios rastreros se pusieron en juego para llevará cabo
1) GALiiNOy Hist de España T. VI, pag. 827.
244 DR. BERNARDO FRÍAS
esa empresa, confiada ú los paladines de la policía y ú
diplomáticos del medio. » Carlos IV marchó ú Bayona en
busca de su juez, y Fernando lo siguió dejando, al salir
de Madrid, una junta suprema de gobierno presidida por
su tio el infante D. Antonio, « personaje casi estúpido, oí
decir de un historiador de su país, ignorantísimo, preocu-
pado, temoso, de modales y usos toscos por demás y
grosero. »
En aquellos momentos, Madrid contenía 25.000 soldados
franceses que, desde el sitio real del Buen Retiro, domi-
naban la ciudad amenazándola con formidable 6 inmensa
artillería. Las divisiones de Dupont ocupaban ú Aran-
juez, Toledo y el Escorial; la capital solo podia ofrecer ol
frente de estas fuerzas aguerridas y formidables, 3.000
hombres que jamás hablan visto la guerra y cuya prepa-
ración militar era, en verdad, olvidada por demás y las-
timosa; mientras la plebe, de suyo soberbia y atrevida,
buscaba ya un rompimiento con los franceses.
El 2 de Mayo, habiéndose resuelto la traslación igual-
mente á Bayona del resto de la familia real, aunque odiada
del pueblo, el acto, que déjate huérfana de amos á España,
exacerbó la indignación del populacho que lo presenciaba,
por lo que quiso asesinar á uno de los ayudantes de Mu-
i^at que llegaba en aquel momento. El tumulto cundió su
alma á todos los puntos de la población; los madrileños
corrieron á empuñar las armas y se proveyeron de lasque
encontraron, á cuya resistencia, las tropas francesas contes-
taron haciendo jugar su artillería y derramando las descar-
gas de sus fusiles sobre los amotinados,enardeclendo la peleo.
Las escenas terribles de esta clase de conflictos se multipii-
caiinn por las calles de la ciudad, salpicadas de heroicos
rasgos del valor, hasta ser arrollados y ahuyentados los
tumultuarios, cual era de esperarse, por las tropas aguer-
ridas del imperio; por que las fuerzas españolas cum-
pliendo órdenes superiores, bien prudentes, acaso, per-
manecieron en sus cuarteles aunque bramando de coraje
al presenciar, la matanza de sus hermanos por manos
extrangeras y desde pocos días aborrecidf's.
Mas sucedió que el parque de artillería, del que fueron
los franceses á apoderarse, opuso resistencia, rompióse el
mSTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 345
fuego sobre la tropa del cuartel que, defendiéndose en su
puesto, honró aquella hora famosa, pasando gloriosamente
& la historia los nombres de Daoiz y de Velarde, sus ofi-
ciales, que cayeron sacrificados á su frente.
El alboroto se apaciguó en seguida por la intervención
de las autoridades españolas y francesas, saliendo las
tropas de ambas en ostentoso maridaje, juntas en patru-
llas por aquellas calles de la capital, apareciendo á los
ojos del pueblo, los primeros con semblante de traidores.
Provocados como lo hablan sido, los franceses, dueños
de las plazas y calles principales comenzaron, por sistema
político, á extender el terror en la población como reme-
dio para evitar la repetición de estos males, prendiendo
á cuanto transeúnte hallaban por las calles que llevara la
navaja, la amada prenda de la plebe española, y aun
cualquiera otra arma y siendo por ello pasado por las
armas en el patio de la iglesia del Buen Socorro, con cuyo
sacrilegio, á los ojos españoles, se engrandecía lo insigne del
crimen y la ipjusticia. Por otro lado, una comisión de
oficiales franceses sentenciaba á muerte por montones á
españoles, reos por otras razones políticas, por lo que se
hizo horrible en Madrid la noche del 2 al 3 de Mayo, cu-
yas horas pasaban entre las descargas continuas de las
ejecuciones ó de aquellas lanzadas al aire para llevar el
terror al alma del vecindario. Horas mas tarde, la Junta
Suprema española, lanzaba un manifiesto condenando el
alboroto del 2 de Mayo, como un atentado contra la exis-
tencia y buena alianza de los franceses.
Murat presidió entonces el gobierno supremo, por la
partida & Bayona del infante D. Antonio que lo presidía, lo
cual, en el hecho, importaba el destronamiento de losBor-
bones pasando la autoridad real á un príncipe extrangero.
XII
Como si todos estos males no fueran bastantes á mostrar
que la seguridad de España se hallaba en inminente ries-
go, la desorganización y la desmoralización eran completas
en medio del terror, de las pasiones exaltadas y divididas
246 DR. BERNARDO FRÍAS
y de lo incierto del porvenir, mientras al contacto yo ton
inmediato con los elementos franceses, se derramaban
las mjUximos y hasta los vicios de la revolución en porción
aunque reducida del pueblo.
Para colmo de confusión, lo anarquía, la diversidad de
tendencias y de ambiciones é intereses separaban los hom-
bres y dividían los fuerzas esterilizando el patriotismo y
debilitando la nación que tanto habia menester de la unión
para solvor su independencio amenazada.
Dos partidos se dividían entonces la península y se re-
partían los fuerzas y la opinión. El primero arrastraba
en pos de sus banderas á todo el pueblo del campo, excitado
y dirijido por el clero que dominaba con absoluto poder
á aquellos hombres fundidos en bronce por lo tocante &
la fe religiosa y ü la política; era el partido clerical y absolu-
tista, defensor intransigente y tenaz de los antiguas institu-
ciones despóticas de la monarquía que veía en el ejército
francés el ejército de lo heregío, de lo revolución, de la liber-
tad y de la república; ejército que obrozaba así el resumen
de lo que mas era aborrecido por el 'alma de aquel pueblo.
El segundo partido componían los entonces llamados
liberales, nombre modernísimo en España, que hacía su
aparición recien en aquellos dias y que, al decir de Mr.
de Chateaubriand, lo formaba «gente supuesta de mas
ilustración y por esa misma razón, menos petrificada por
las preocupaciones ó menos consolidada en la virtud. »
Las poblaciones marítimas, por su situación, habían adqui-
rido, por lo general, este espíritu nuevo, recibido del con-
tacto con los extrangeros, haciéndose accesibles & las
máximas y á los vicios de la revolución.
« Entre estos dos partidos se distinguía una opinión ais-
lada; esto es, la de los admiradores que el egoísmo había
amarrado como esclavos al carro de Napoleón. » Así, Na-
poleón, antes de declararse conquistador y dueño de España,
ya encontraba partidarios suyos españoles en la península.
Los que con razón se llamaron patriotas españoles, tildaron
& aquellos cobardes ambiciosos, con el nombre de afrance-
sados y apóstoles del napoleonismo, 1).
1) Chateaubriand: Querrá de España, 1824.
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 847
XIII
Envuelta entre aquellos elementos extraordinarios y
aquella situación tan azarosa, se ajitaba, bajo la fuerza de
muy diversos sentimientos, la juventud americana que en
cantidad numerosa, hija de la clase aristocrática y pudiente,
se encontraba en aquellos dias por España.
Su presencia allí respondía & aquella noble y legítima
aspiración que sienten los hombres á la superioridad, y
que los lanza á buscar teatro mas dilatado y fecundo para
sus esfuerzos; y como la España era la metrópoli de la
América y entonces, como hoy, la estadía en Europa era
mirada como símbolo de grandeza y formaba la cumbre
del orgullo humano, las familias acaudaladas de América,
especialmente aquellas que tenían por gefe á un español,
comenzaron á mandar sus hijos & educarse A España,
y aun á radicarse allí, validos de su nombre y de su for-
tuna. Esta superioridad de la metrópoli era conocida y
racional; en ella se ofrecía mayor brillo en la carrera de
las armas; especulaciones mas poderosas en el comercio;
los goces de la vida civil mas reflnados, cultos y gene-
rosos; todo lo que venia á formar, en el ánimo del padre
de familia como en el del joven que arribaba á España, las
mas lisongeras esperanzas de un porvenir brillante y di-
choso, y la satisfacción de la vanidad humana halagada y
cumplida. Para la educación de la juventud rica y aris-
tocrática, habíase fundado en Madrid, al lado de la corte,
el Seminario de Nobles, en 1727, reinando Felipe V. y como
una semejanza de los establecidos en Francia por Luis XIV.
Aprendíase en él la perfección del latin, del francés y del
castellano; el baile y la música; la retórica y la poética y
el dibi^<T natural; nociones de geografía, de física, de his-
toria natural y matemáticas puras, como ornamento del
espíritu y del buen porte social. La educación física se
reducía especialmente á la esgrima y la equitación.
El joven grupo americano era, 1807, numeroso y perte-
neciente á todos los puntos del continente, y estaba es-
parcido en el ejército y en la marina aprendiendo á luchar
248 DR. BERNARDO FRÍAS
con ingleses y franceses; otros en el foro, en el comercio,
en puestos honoríficos ó, en fin, en las aulas de sus cole-
gios y universidades. En esas condiciones vino & sor-
prenderlos las ideas revolucionarias de Francia que, ante
todo, enseñaban las doctrinas republicanas y democi-áti-
cas, en frente de esa metrópoli cargada de culpas y de
abusos; la posibilidad, cada dia mas evidente, de la des-
trucción de la monarquía y de la conquista de España
por Napoleón, como ya lo habia hecho con Italia y los
Paises Bajos, y aun con la misma Alemania. Vieron la
España sin escuadra, sin ejército, sin libertad de acción,
medio subyugada por las tropas francesas; con un go-
bierno débil, estúpido casi y vacilante, donde desde el rey
hasta el consejo de estado se hallaban dominados por la
influencia francesa; sin recursos, en ñn, y en completa
anarquía los españoles. En este momento extraordinario,
apareció en la iñente de aquella juventud ardorosa y en-
tusiasta el problema de la independencia de la América
que comenzó ú calcinar sus cerebros y á ser la afanosa
preocupación de las horas de su vida pasada en el ex-
trangero.
Ya su iniciativa habia sido lanzada al mundo. Desde
1790, Miranda, el infatigable patriota venezolano, principió
& tratar con Inglaterra acerca de la emancipación america-
na. Estas negociaciones volvieron ú entablarse en 1797,
1801, 1804 y 1807.
XIV
Es de las grandes revoluciones el nacer del seno ardo-
roso de la juventud, que en aquella edad llena de fuerza
y de vida, limpio se halla el espíritu de la mezquindad de
pasiones egoístas que infectan la existencia y coronado
de ilusiones que dan aliento y vigor, antes que lleguen á
quebrantarnos los desencantos amargos de la experiencia
del mundo. En aquella generosidad, en aquel noble entu-
siasmo de sus almas, habia confiado la providencia el hon-
roso encargo de producir el primer paso de la independencia
argentina.
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO V 349
Hallábanse en Madrid, durante aquellos dias por todo
extremo famosos, los hijos de dos familias saltanas: los
Moldes y los Gurruchaga. Estos jóvenes hablan sido envia-
dos desde Salta, para educarse en Europa y para fijar en ella
su residencia al amparo de la distinción de su nombre y de
la poderosa fortuna de que disfrutaban, participando de los
esplendores de la corte y habitando el palacio de los
reyes. ,
Porque conviene recordar que aquellos sus nombre§,
como lo hemos visto anteriormente, representaban muy
distinguida prosapia y figuraban al frente de las dos casas
comerciales mas poderosas y de mas extensas relaciones
mercantiles de todo el Rio de In Plata, cuyo asiento princi-
pal se hallaba en Salta. Sus padres con estos recursos, pen-
saron en el brillante porvenir que podían dar ú sus hijos; y al
efecto, los hermanos D. Francisco y D. José de Gurruchaga,
fueron enviados á España, niño de ocho años el primero
y de menos edad el segundo, ú educarse en los colegios
de Europa y ú fijar alió su residencia. Cursaron sus
estudios en el Colegio de Nobles de Madrid; el hermano
menor abrazó la carrera del comercio y se radicó en la
plaza comercial de Cádiz; D.- Francisco de Gurruchaga, de
espíritu mas audaz, de temperamento mas activo y mas
inclinado por sus afectos á la vido bulliciosa del gran
mundo, & los estudios y á la política, poseia con perfec-
ción el francés, era habilísimo y apasionado en el juego,
costumbre elegante que era tan extensa en aquellos dias;
y en cuanto á su instrucción, era abundante y liberal, por
que después de terminados sus estudios en el Seminario
de Nobles, pasó ó estudiar jurisprudencia en la universi-
dad de Granada, donde obtuvo el grado de bachiller; y
como coincidían aquellos sus trabajos intelectuales con las
novedades de la propaganda francesa de la revolución,
nutrió su espíritu con el estudio de los autores de la
enciclopedia, entre los cuales le eran bien conocidos Rous-
seau, Voltaire y Montesquieu. Era de estatura baja, de
temperamento nervioso y contextura flexible; no poseía la
belleza de su hermano, pero era de una fisonomía tan
expresiva y al mismo tiempo tan bondadosa y atrayente,
que recogía, desde el primer momento, las simpatías y el
fSdO DR BERNARDO FRÍAS
cariño de quien lo trata))Q; sus ojos eran azules, algo
pequeños, pero de una mirada tan llena de vida é inteli-
gencia, que revelaba, sin esfuerzo, la celebrada vivacidad
de su espíritu agudísimo y chispeante, que iba adornado,
á mas de su ilustración y conocimiento del mundo, de un
chiste y una gracia que lo hacian hombre el mas atrayente
.y ameno; el pelo tenia el color castaño claro; su nariz
era larga y ligeramente curva; blanco el color, y óvalo
prolongado el de su cara; la voz sonora y su portfe lleno
de la noble altivez de su raza, mas sin la petulancia ni
la soberbia que hace pesados y odiosos á los' hombres,
siendo por el contrario de sentimientos tan generosos, de
mano tan desprendida con su hacienda y de ideas tan re-
publicanas, que su situación social y de fortuna sirvieron
solo para hacerlo amable y querido del mundo, por su
extremada cultura con sus iguales, y su extremo generoso
con los inferiores, sin descender, no obstante, con ellos,
al ultraje de su posición y de su cuna.
Homl>re valeroso, de carácter enérgico, audaz y activí-
simo y de alma viva y ardiente, no pudo contenerse en
la vida pacíflca del bufete, del salón y del estudio en Ma-
drid, cuando estalló la guerra contra Inglaterra. Entró
como oflcial en la marina real, carrera que solo estaba
abierta á la juventud de muy noble linage, privilegio sos-
tenido con mayor rigor aun que en el ejército de tierra;
y en esta nueva profesión habla de adquirir con talento,
los especiales conocimientos de la marina, que muy en
breve habia de aprovecharlos para formar la primera es-
cuadra argentina en el Rio de la Plata, llegando así, &
ser el padre de nuestra marina nacional. En aquel noble
ejercicio, pudo participar de los riesgos y de la gloria
que cubrió la marina española en la batalla naval de Tra-
falgar, combatiendo en el Santisima Trinidad, al lado del
capitán de navio D. Baltazar Hidalgo de Cisneros, último
virrey que habia de sostener al yugo español en su patria,
y de quien él era, entonces, su oñcial ayudante.
Deshecha la escuadra, su profesión de marino quedó
sin horizontes, y en premio de su comportacion como
por su valimiento entre los personajes de la corte, obtuvo
del rey el cargo honorífico é importantísimo de Correo
mSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO V «>l
de Gabinete, empleo que solo se concedía á personas de
mucha valía, el cual no solamente le daba franca entrada
en el palacio del rey, si que también podía recorrer con él el
territorio de loda la península sin que autoridad alguna
pudiera detener su paso ni averiguar su objeto y derrotero.
Luego veremos cuan provechosos fueron para lo causa de
la patria aquellos títulos y aquellos privilejios.
Por aquellas causas, por su empleo como por ser hijos
de la misma ciudad, Gurruchaga se puso de acuerdo con
D. José Moldes, otro de los argentinos residentes en Madrid,
para organizar los trabajos y preparar la gran revolución
que debería estallar en América buscando su independencia.
Era Moldes también de distinguida familia y pertene-
ciente á aquella casa rival de la de Gurruchaga, en Salta,
por su riqueza y signiflcacion mercantil. Su padre, D.
Juan Antonio de Moldes, comerciante español avecindado
en Salta, le habla preparado en América para que
alcanzara gran encumbramiento social, haciéndole
adquirir la mas esmerada educación. Dueño de ella, de
la nobleza de su casa y del abundante dinero de que de-
bía ser provisto continuamente en Cádiz por las casas
correspondientes, fué enviado á España, joven de die2i y
ocho años, en 1803, á solicitar el puesto de alférez de
guardias de corps, cuerpo aristocrático y distinguidísimo,
que formaba la escolta del rey. Por la clase como por
las funciones que desempeñaba, las mas encumbradas y
brillantes por cierto de la milicia en un país monárquico
por excelencia, aquel cuerpo de la guardia real era for-
mado de la juventud mas noble del reino; grandes de
España eran sus gefes, y el acceso 6 sus filas, honor era
bien costoso y difícil. Sus miembros gozaban de soberbios
privilegios; el guardia de corps no solo habitaba el palacio
y compartía, al lado de la magestad real, de todas las
ceremonias y grandezas de la corte, llevando una vida
aristocrótica y lujosa, sino que sus miembros, militares
todos educados en la escuela mas moderna del ejército
de línea, aunque en las filas de la guardia representaran
grados militares inferiores, se equiparaban estos, por gra-
cia de sus privilegios, & los de mas elevada gerarquía del
ejército español.
95d DK BERNARDO FRÍAS
Sin embargo, esa elevación y dignidad que por sus pri-
vilegios gozaba aquel cuerpo real, eran en su brillo y reputa-
ción obscurecidos y ajados por yacer en diferente nivel
la moral y los ideales que acariciaba la casi totalidad de
sus mieml)ros; por que, como sus filas se formaran de la
clase alta, liija distinguidísima de las mas nobles y en-
cumbradas casas del reino,— soberbia por raza, orgullosa
por su posición y fortuna; poderosa, en fin, por su valer
en las vinculaciones sociales y en la corte, condiciones
que así daban facilidades y medios para el brillo y la do-
minación, como para encenagarse en los vicios girando
desde lo mas encumbrado y costoso hasta lo mas hondo
de Madrid que, como toda capital populosa y en épocas
de decadencia, de postración y aflojamiento de las mas no-
bles cuerdas del espíritu, focos son de corrupción y per-
vertimiento de las virtudes privadas,—aquella juventud,
la mas dorada de la monarquía, rodaba desbarrancándose
en una vida liviana y disoluta, esterilizando en ella sin lás-
tima el espíritu, cegando las nobles fuentes del corazón
y malbaratando la fortuna propia ó agena como el tiempo
mas aprovechable de la vida, en una holganza y en un
libertinage ostentoso y desenfrenado, que era en aquellos
dias lujo y brillo y mérito bien visto y codiciado por
aquella gente elegante y ligera como timbre de buen tono
y mejor gusto, aunque en verdad vergCienza de las fami-
lias y prostitución de las sociedades; que así pasaba sus
horas ajenas del servicio, sin labor ni provecho, batién-
dose en duelos por la primera quijotería, indigna de se-
riedad; entregando las noches al afán ingenioso del juego,
en cuyo innoble placer sorprendíalos á menudo el dia, ó
yá, después de las funciones, hurtándose las actrices de
los teatros y pasando con ellas el resto de las horas en
cenas bulliciosas y locuras de aquel género.
Merced á su nombre bien relacionado en Madrid por
los intereses mercantiles de su casa, á sus recomenda-
ciones é influencias de palacio y también de su dinero.
Moldes, el joven salteño, consiguió con facilidad el puesto
tan honorífico y distinguido del que fué en busca, y á
pesar de aquella sima profunda de peligros para un joven
de su edad, supo en él conducirse con una altura y dig-
HISTORIA DE GDEICES Y DE SALTA-^CAPITULO V 968
«
nidad admirables, sin dejarse seducir y arrastrar por
aquel fango de inmoral desorden donde sus camarades
enlodaban su nombre y sus galones. La altiva dignidad
de su carácter fruto era, en buena parte, de aquella edu-
cación que habia recibido en Salta, la que habia inocula-
do en su sangre un sentimiento tan grande por el honor,
por la dignidad humana y por todo cuanto era bello, no-
ble y enaltecedor de las acciones y de los afectos del co-
razón, que jomas compartió con sus compañeros de armas
y camarades de palacio, de aquellas escandalosas frivolida-
des de su vida, manteniéndose en aquella austeridad de
antiguo caballero cristiano; no porque fuera devoto ó pu-
sieran en su espíritu miedo infantil aquellos desórdenes;
no por que careciera de recursos ni de magnanimidad
para derramarlos con mano generosa aunque no loca, sino
por que la hermosura de la virtud y la mas alta concep-
ción de la dignidad del hombre hablan dado en su per-
sona con un carácter de hierro apasionado por ellas.
Su vida fué, así, insospechable moralidad, como inta-
chable su conducta; lo que en otro que no él, bien pudo
acaso, haberle alejado consideración y estima del lado de
sus compañeros de cuerpo; mas era Moldes de carác-
ter arrogante, lleno de imperio y, por instinto y por orgu-
llo, altivo y dominador; grandioso y magnánimo en sus
manifestaciones de generosidad; apasionado del lujo, del
esplendor, como necesario complemento de la soberbia
grandeza que anhelaba desplegar en su persona. Por su
brillo y por la varonil belleza de su figuro, era admirado;
por su valor y destreza en el manejo de los armas, respe-
tado y temido.— « Moldes tenia una figura arrogante con
hermosos rasgos de detalle, pero antipática en su con-
junto, exactamente como su carácter. Sus maneras eran
grandiosas; pero no eran abiertas ni fáciles, sino mas
bien retraidas y menospreciativas. Moral y honorable
bajo todos respectos, inspiraba odios instintivos, pero nun-
ca desprecio ni falta de consideración social. Era alto y
robusto, perfectamente formado; ancho de espaldas, el
pecho saliente; la cabeza grande, elevada y soberbia estaba
magníficamente vestida por un cabello negrísimo y ondu-
lado. La patilla, negra también y cortada á la mitad de^
954 DB. BERNARDO FRÍAS
•
corrillo, hacía brillar la tez flna y esmaltada de su rostro^
varonilmente sombreado por el azul de la barba. Los
ojos eran bellos y negros, pero de un mirar recio y ofen-
sivo, con cejas bien pobladas, pero no montuosas. Tenia
la cara un tanto ancha; la nariz algo ñata y extendida en
sus remates, y parecía puesta siempre al viento por el
ademan altivo y natural del cuello. » ( López ).
Moldes consiguió desde mny luego, dominar la opinión
derramando respeto á su persona, ú pesar de la corriente
contraria de la moda, labrándose en palacio envidiable y
honrosa reputación, aflanzada su nombradla singularmente
por diversos lances de honor que siempre habían sido coro-
nados por éxito feliz. Pero singularísimo suceso vino inopi-
nadamente en aquellos dias á producirse y ruidosa y audaz
aventura de Moldes á vanagloriar en él inmensamente el
orgullo español, extendiendo entre el aplauso y la admi-
ración su popularidad y buena fama por todo Madrid y
entre lo principal de España.
Porque habiendo llegado á Madrid un enviado de Napo-
león en aquellos dias de forzado maridaje en que se lle-
garon á estrechar, por cobarde política del gobierno,
aquellos dos pueblos incontenibles bajo una misma dia-
dema, fué obsequiado con un banquete en palacio, de
congratulación y bienvenida cuyos asientos poblal)an
españoles y franceses. Era esle un jefe de caballería del
ejército francés que traia pliegos para el ministro de Na-
poleón ante la corte de España; llamábase Reguiéres, de
la familia de Mouton y sobrino del general francés del
mismo apellido que alcanzó después el bastón de maris-
cal y el título de conde de Lobau. 1)
Llegando el banquete ó la sazón de los postres, aquel
oñcial francés, teniendo ya alterada su sensatez y su cor-
dura por el vapor de los vinos españoles, comenzó con
desmesurada altanería á herir el orgullo nacional de la
vieja monarquía, en el acaloramiento de imprudente dis-
1) Mouton, en francés, signiñci tamero, y aun, camero mutilado; lo que
conviene tenerse muy en memoria, para comprender, mas adelanta, el
significado que con tanta habilidad sapo darle el coronel Moldes en
este incidente.
HISTORIA DB GOEMES Y DE SALTA-OAPITÜLO V 255
cucion política, que en mala hora para él se llegal^a á
producir.
— Quél exclamaba el soldado de Napoleón; los franceses
somos invencibles; los ejércitos del emperador han recorrido
toda Europa victoriosos, y en cuanto se nos antoje, conquis-
taremos también la España y nos haremos dueños de
ella y de sus colonias de América!
Solo un sordo murmullo de protesta dejóse sentir de
en medio de la porción ofendida; mas del seno de ella,
alzóse como un león, formidable y arrogante militar. Era
D. José Moldes.
— Los ingleses, dijo con una pasión visible y haciendo
alusión á los sucesos de Buenos Aires,— han probado que
eso es mas difícil de lo que usted se figura!
— Bah! Esos fueron unos estúpidos que se dejaron cor-
rer por la canalla de la calle!— replicó Mouton con des-
precio.
— Esa canalla, le contestó Moldes, avanzando hacia él,
no es de la familia de los moutons; pero tiene el pecho
mas fuerte que el de usted,— le dijo asestándole un golpe
de puño sobre el pecho que lo derribó en tierra; ya us-
ted lo ve!
Arreglóse seguidamente un duelo á espada, cual era de
buena ley entre gentes de su clase, y Moldes tuvo, una
vez mas, la honrosa suerte de dejar en el campo á su
adversario, herido malamente en la cabeza y en el costado,
de cuyas resultas murió.
Así era vengado por la vez primera en el extranjero
y de manera ruidosa y brillante, el honor del pueblo
argentino, por manos del coronel Moldes.
Aquel fué grandioso triunfo para la popularidad y la fa-
ma de Moldes, y lo rodearon los aplausos y las simpatías.
Había vengado, en un solo golpe, el honor ultrajado de
España y América. El mismo rey lo colmó de favores
complacido y orgulloso al mismo tiempo, distinguiéndolo,
ademas, con el ascenso á teniente primero de guardias
de corps, inmediatamente después de la revolución de
Aranjuez, grado equivalente al de coronel efectivo en
cualquier cuerpo del ejército español.
256 DR. BERNARDO FRÍAS
XV
Moldes y Gurruchaga eran, de esta manera, los america
nos mas altamente encumbrados en la corte y de mayor
viso social de cuantos por aquellos tiempos habitaban
España. Esta posición, la influencia de su fortuna y re-
laciones y la popularidad y prestijio conseguido por el
primero con motivo de aquel lance feliz, liacian de ellos,
unido todo á otras causas secundarias, los jefes de la
colonia americana en la península, y reconcentraban en
sus nobles pasiones y valimiento personal, las esperanzas
patrióticas de aquella juventud que acariciaba en sus sueños
la idea de la independencia de América. Intima y fecun-
da amistad trataron desde principios de 1807, estos fogo-
sos precursores de nuestra libertad con D. Juan Martin
de Pueyrredon, que había sido enviado por el cabildo de
Buenos Aires como comisionado ante la corte, para dar
cuenta al rey de la invasión inglesa al Rio de la Plata en
1806, y del venturoso triunfo del pueblo de Buenos Aires.
Naturalmente este personaje, por su cargo y su misión,
era conocido y rodeado de la curiosidad, de la admira-
ción y simpatías que la victoria del Rio de la Plata des-
pertaba en todos los ánimos, llenando de verdadero
orgullo el corazón de los americanos. Su claro talento,
su serenidad de espíritu y el patriotismo noble y leal
que lo animaba, venian ú formar concierto y unidad de
acción, de afecto y de intereses con aquellos otros dos
ilustres argentinos.
Al calor de todos estos acontecimientos, que el avance
general de los franceses y la nueva victoria alcanzada
sobre los ingleses en Buenos Aires, en 1807, venian á
enardecer el entusiasmo, se formó la conjura patriota,
en el mismo seno de Madrid, y presidida por el genio
del joven coronel Moldes.
Era una asociación secreta de jóvenes americanos que
hablan resuelto lanzai*se á trabcyar por la independencia
de la patria, sacriñcando por su sagrada causa, con nobi-
lísimo heroísmo, fortuna, posición social, placeres y gran-
I
mSTORU DE GÚEMES Y DE SALTÍL— CAPÍTULO V 257
dezas de una vida aristocrética, y todo el porvenir ya
brillantemente asegurado que les daba su nombre y po-
sición social. Ya la hora llegaba . Su pensamiento generoso
y heroico estaba unánime en sus almas y encerrado en
este voto supremo:— « Nosotros tenemos derecho de tomar
las armas. Nuestros derechos son la necesidad, una justa
defensa, nuestras desgracias, las de nuestros hijos, los ex-
cesos cometidos contra nosotros. Nuestros derechos son
el título augusto de nación. Separémonos y ya está for-
mada; la guerra será nuestro único tribunal. Si amamos
á nuestro país, si amamos nuestros hijos, separémonos.
Leyes y libertad es la herencia que debemos dejarles. Esta
sola causa puede recompensarnos dignamente nuestros
tesoros y nuestra sangre!» 1)
Componían entre muchos otros aquella conjuración se-
creta el coronel D. José Moldes, el gefe y el alma de ella;
D. Francisco Gurruchaga, D. Juan Martin Pueyrredon;
D. José Gurruchaga, el coronel D. Eustoquio Moldes y
el Dr. D. Juan Antonio Moldes, D. Bernardo O'Higgins,
Zapiola, Balcarce, los Lezica, D. Manuel Pinto, D. Carlos
de Alvear. Ellos se comunicaron con los demás ameri-
canos, muchos de los cuales andaban guerreando ó pres-
tando servicios en el ejército español de la península,
como D. José de San Martin, el genio militar por exce-
lencia, á quien no conocía Moldes, pero cuya correspon-
dencia se ha confesado; ó D. José Miguel Carrera, uniendo
en la conjuración patriótica todos los corazones americanos.
Este comité central estaba ramificado con la gran asocia-
ción patriótica que fundó en defensa de la causa de
América, el general venezolano Miranda, cuya casa ma-
triz residía en Londres, y que, desde los primeros años
del siglo, habíase esparcido por España contando entre sus
adeptos no solo á los americanos, sino aún á elevados
personajes españoles, y tomando el nombre de Z^o^ia Znw-
taro ó Sociedad de los Caballeros Racionales. Era una
asociación secreta por su carácter, terrible por sus com-
promisos, formidable por los medios que podia disponer, y
que solo las circunstancias que le hablan dado nacimiento
1) GuBRRA, obra citada, II, páj. 710.
258 DR. BERNARDO FRÍAS
y razón de ser, podían disculpar ó darle, si es mejor decirlL>,
la moralidad en los medios y resortes que eran de suplan
emplearse, pero sí, noble y heroica en sus grandiosos y
santos propósitos. Como todas las sociedades se(;retas que
ya se extendían por toda Europa, un juramento terrible
los unía sobre la fidelidad de su compromiso. Su primer
objeto y primer eslabón de aquel juramento, era tratojar
por la independencia americana y por el gobierno demo-
crático, concluyendo por obligarse ó « no reconocer por
gobierno legítimo de las Américas sino á aquel que fuese
elegido por la libre y expontánea voluntad dolos pueblos. »
Cádiz, como puerto y plaza comercial por excelencia de
España en aquel entonces, y por su situación, puerta de
entrada y salida casi forzosa para los americanos, fué sitio
elegido para el establecimiento de una logia, como la prin-
cipal de España.
Eran Madrid como asiento de la corte y capital del reino
y Cádiz como empóreo del orbe y sede del comercio
español, los dos puntos en que la colonia americana era
mas conocida y numerosa. En la capital. Moldes y D.
Francisco de Gurruchaga manejaban ó poseían los elemen-
tos políticos y en Cádiz, que por su movimiento mercantil
estaba en constante y activa comunicación con todos los
puntos del reino, D. José de Gurruchaga, radicado en el
comercio de aquella plaza que suministraba los fondos^
completaba ese triunvirato secreto que dirigía los intereses
políticos de los americanos en sus trabajos patrióticos,
como eran, así mismo, los protectores y hasta los pres-
tamistas donde ocurría « una porción de oficiales jóve-
nes americanos, como San Martin, Carrera, Bolívar y
muchos otros que por diversas causas se encontraban
arrojados por allí en aquellos difíciles momentos. » Pri-
maba como gefe natural de todos ellos, el coronel Moldes,
ayudado siempre por la rara habilidad y sagacidad de
espíritu de su compañero Gurruchaga, y eran estos los que
iban á burlar cuanta vigilancia opusieran las policías, y
cuantos tropiezos las circunstancias y los sucesos.
Es opinión fundada en buena fama, que por aquellos
dias en que la invasión francesa y la política de Napoleón
comenzaron á revelar el próximo conflicto en que iba á
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPITULO V 260
comprometerse España, el general Miranda, en su incan-
sable apostolado por el mundo para conseguir la inde-
pendencia de la América, habíase introducido oculto
bajo el incógnito á la plaza de Cádiz, donde haciendo junta
de los principales elementos americanos aplicados al par-
tido libertador, conferenció y obtuvo de ellos el acuerdo
decisivo de llevar ú cabo la empresa tantas veces soñada
de insurreccionar la América, aprovechando aquellas cir-
cunstancias que tan propiciamente se brindaban. Asegú-
rase que se puso en comunicación con Bolívar, con San
Martín, con Zapiola, con Balcarce, con Pueyrredon, con
los LezicQS, con O'Higgins y principalmente con Moldes
y con los dos Gurruchagas, « que eran de los que prima-
ban en aquella colonia de jóvenes erguidos, perdida en
medio de la Europa convulsionada. Moldes, en cuyo ge-
nio y en cuya influencia todos aquellos conspiradores
depositaban grandes esperanzas, debiu ser uno de los pri-
meros que debia evadirse de España para traer á Buenos-
Aires el fuego sagrado de la Patria libre é independiente. »
Mos como el nombre de Miranda fuera un fantasma
maldito que perturbaba, años hacía, al sueño del gobierno
español, y para cuya persecución se tenia advertidas A
todas las autoridades de las costas de uno y otro lado
del mar, no tardó su presencia allí en despertar sospe-*-
chas, por lo que se vio obligado á fugar á la plaza inglesa
é inmediata de Gibraltar, desde donde se disponía á pres-
tar su apoyo para la evasión de los jóvenes militares que
debían partir á levantar la insurrección de los pueblos
americanos bajo la bandera de la independencia.
Los acontecimientos que vinieron y nuevas razones, á
la vez, hicieron variar este primitivo plan. Moldes era
aun mas necesario en Europa para asegurar el éxito de
la empresa, por que era allí donde tenia su prestigio, su
autoridad, diríase así, para presidir y llevar la unidad de
aquellos trabajos preliminares, precursores necesarios de
la revolución, por lo que vino en convenirse que fuera
enviado ú Buenos Aires, ciudad de su nacimiento y de
sus notorias relaciones sociales, D. Juan Martin de Pueyr-
redon, para advertir á la lejana colonia, del estado las-
timoso y débil é impotente de la España, media invadida
260 DB. BERNARDO FRÍAS
ya y media oprimida, y preparar así los ánimos con
tiempo á que estuvieran dispuestos y alertos ü la primero
señal.
El plan resuelto revelaba en verdad, madurez y sensato
tino político, no tan solo en el sistema si que también en
el hombre elegido para acometerlo. Por que las i-evo-
luciones no es dable como los simples motines de cuar-
tel, el prepararlas y el llevarlas á las alturas de la victoria
con precipitación y arrebato, sin estar de antes preparados
y estudiados sus medios y resortes y la hora y el punto de
su estallido y dirección primera; como por otra parte, era
Pueyrredon verdadero hombre de gobierno, mejor aún,
verdadero hombre de estado, con el talento claro y madu-
ro para comprender los problemas políticos, obscuros y
misteriosos siempre para las vulgaridades, y la serenidad
para no confundii^se en el lai3erinto de los sucesos parcia-
les ni marearse en la corriente sofocante de los grandes
acontecimientos, y con la mesura en el juicio y la luz enet
criterio para alcanzar sin esfuerzo la verdad de las cosas,
y la prudencia y aún la modestia del verdadero talento
para abrirse á los consejos y opiniones de los hombres,
convencido' de que solo Dios es perfecto; cómo también
abogaban en su favor, su buen trato para con los hombres,
y las vinculaciones sociales y antecedentes de su corta vida
pública que lo hacían en Buenos Aires, foco que debería ser,
pero en línea principal, de la revolución, simpático, respeta-
ble y popular.
Por su parte, la solemnidad de los momentos era reco-
nocida por doquiera y los acontecimientos íbanse precipi-
tando con una celeridad no común. En consecuencia de
ello, el enviado del comité revolucionario de Madrid, partió,
pues, de la capital del reino el dia í^ de Mayo de 1808 con
dirección á Cádiz, precipitadamente y de manera oculta y
furtiva, con el mandato de embarcarse en aquel puerto,
rumlx) á Buenos Aires.
Pero es el caso que la personalidad de Pueyrredon era
muy visible en los centros oficiales de Madrid, especial-
mente por la misión que iiabia traído hacía poco del ca-
bildo de Buenos Aires para la corte, y como estuviera
en el ánimo de Murat y en los intereses de la política
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-*GAPlTULO V 261
•
francesa en España, el extender la mano imperial sobre
las colonias españolas para transformarlas en francesas,
habia comenzado á fijar interesadamente su atención y
á acariciar y halagar á este grupo de americanos dis-
tinguidos con acceso en la corte, con el ánimo bien cal-
culado y visible por cierto, de atraerlo á favor suyo y
contar con él como base segura y fecunda para el tras-
torno político de la monarquía que meditaba el gabinete
imperial. Fué de esta suerte que, teniendo sobre él
puesta la mirada, Murat se alarmó con la salida clandes-
tina de Pueyrredon que le hizo concebir sospechas nada'
favorables á los intereses que representaba, de un plan
de resistencia, por lo menos, que se pensaba hacer en las
colonias, por lo que le fué intimado regresara inmediata-
mente á Madrid, orden que le sorprendió ya en Cádiz,
ocupado en los arreglos y preparativos de su viaje; mien-
tras que, por otra providencia del gobierno no menos
alarmante y peligrosa, eran reducidos á prisión D. José
Moldes y D. Francisco de Gurruchaga, como cómplices y
sospechosos de maquinaciones subversivas.
De regreso Pueyrredon é Madrid y presentado al go-
bierno, Murat que lo presidía ya y dirigía por (jompleto
como gefe supremo de la nación después de los aconte-
cimientos del 2 de Mayo, desaprobó su conducta y puso
el mayor empeño en seducirlo, seducciones y promesas
á las que el joven argentino resistió con aquella altura
de carácter, con aquella serenidad y honradez política de
que dio tantas pruebas durante su fecunda y brillante
carrera pública.
XVI
A pesar de tan serios contrastes, el ánimo de los conspi-
radores no desmayó un instante. Varones de fortaleza y
virtud requieren las empresas de magnitud y peligro, y
Dios los habia elegido para esta la mas peligrosa y mag-
nífica, por que, á la vez, era también santa y heroica. La
hora urgía; porque desaparecidos los reyes de España,
desaparecido el gobierno español y sentado en el solio de
262 DR. BERNARDO FRÍAS
•
la monarquía un lugar teniente de Napoleón, los momen-
tos llegaban á ser supremos y precioso para la causa de
la independencia de la América el tiempo que volaba en
aquellas horas.
Comprendiendo de esta manera la situación, redoblaron
sus esfuerzos y aguzando la habilidad del ingenio, el caso
fué que, á fuerza de dinero, Gurruchaga y Moldes lograron
sobornar la guardia que los detenia y evadirse de la
prisión. La policía imperial, ahora irritada y ofendida,
debia lanzarse necesariamente en seguimiento de los fu-
jitivos y tender su red de persecución y venganza sobre
todos los sospechosos, por lo que, con la premura y cele-
ridad que exijía lo angustioso de las circunstancias, se
comunicó la orden de la fuga ú todos los patriotas com-
prometidos en Madrid. Pueyrredon era el primero de
ellos; y como D. Francisco de Gurru(;haga tuviera una
inteligencia riquísima en recursos y un valor atrevido ú
toda prueba, hizo que Pueyrredon montase en su calesa,
mientras él, oculto bajo el disfraz de calesero, dirijía su
tiro, saliendo así de Madrid en actitud de paseo.
De esta ingeniosa manera, salvaba 6 su amigo como
á sí propio, y penetraban ambos á Sevilla, donde se
comenzaban á reunir los demás miembros de la conjura-
ción.
D. José Moldes, á su vez, fugó de Madrid el 12 de Mayo,
burlando, como los otros sus compañeros, la vigilancia de
los franceses; dejando todos, abandonado en sus domici-
lios, cuanto tenían de ajuar en sus moradas, cargando
solo con lo enteramente necesario; que la orden del aban-
dono de la capital fué tan repentina y tan urgente como
perentorio y exacto su cumplimiento.
El punto de reunión era Sevilla. Instalado allí de nuevo
el comité patriota y reunidos sus miembros principales,
deliberaron sobre la determinación que se debía tomar en
presencia de tan extraordinarios sucesos. Al lado de otras
cosas, se sostuvo y se aceptó como la mejor medida por
entonces, y á ejemplo de lo que obraba el general Miranda,
provocar la insurrección de América por su independencia
bajo el ala protectora de Inglaterra, cuya política liberal
mas de una vez se habia mostrado amiga y cuyas doctrinas
HISTOlUA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 363
sobre la separación entre América y España y de libertad
comercial y de cultos en el Rio de la Plata, habíalas hecho
derrramar como esperanza de una hora de redención para
estos pueblos, durante las breves horas que ocuparon sus
tropas á Buenos Aires. Y como al presente se hallaba en
guerra sostenida con España y fuera á los ojos de todos,
y mas claramente 6 los del gobierno británico, cosa noto-
ria é indudable que Napoleón labraba á paso firme la
anexión de la corona española A su imperio, el arrebatarle,
por lo menos, las riquísimas y dilatadas posesiones espa-
ñolas de la América, era de todo punto plausible como
medida de guerra contra el formidable enemigo, y puerta
de nueva y brillante prosperidad para los intereses po-
líticos y comerciales de Inglaterra.
Fué entonces que convencido de estas verdades, el comi-
té revolucionario instalado en Sevilla confió al genio y á
la resolución del coronel Moldes el honroso encargo, deli-
cado y elevadísimo bajo cualquier aspecto, de presentar al
gobierno inglés el complicado negocio de la independencia
de la América del Sur, y enterados cual lo estaban de su
celo, de su patriotismo y habilidad se le dieron los pode-
res de su representación y las instrucciones necesarias,
entre las que estaba señalada, á mas del negocio
principal, la de gestionar de aquel gobierno el préstamo
de un buque para trasladarse sin pérdida de momento
& Buenos Aires, & fin de instruir á sus habitantes de los
actuales sucesos y situación de España, encadenada ya y
envuelta en un confiicto supremo, como de las verdaderas
intenciones de Napoleón sobre la suerte de la monar-
quía. '
Inmediatamente de serle conferida esta misión diplomá-
tica,—la primera que delegaban los intereses argentinos
ante el extrangero, el coronel Moldes partió de Sevilla
en compañía de uno de sus colegas, D. Manuel Pinto,
comerciante de Buenos Aires, con dirección á Cádiz para
embarcarse allí camino á Londres.
Como para su salida de Madrid, nuevas dificultades y
mayores y mas temerosos peligros le ofrecía el puerto
de Cádiz. Por que como hasta entonces la España conti-
nuaba en guerra declarada con Inglaterra, sosteniendo
964 DB. BERNARDO FRÍAS
como aliada que era, la política imperial de Bonaparte,
la escuadra inglesa bloqueaba el puerto desde tiempo atrás,
cerrándole la libre comunicación con el mar.
Tres dias permaneció Moldes en aquella ciudad ocupado
en los preparativos de su lejana expedición y en proveerse
del dinero necesario, y mas todavía en la difícil empresa
de conseguir una embarcación que se atreviera ú condu-
cirlo furtivamente y en sí jilo, burlando los reglamentos
de la guerra, hasta la escuadra inglesa; empresa audaz,
costosa y peligrosísima en los momentos aquellos, en que
se habla pregonado la pena de muerte contra todo aquel
que comunicara con la escuadra enemiga, por lo que dos
cañoneras españolas cruzal)an constantemente el puerto,
practicando la guardia de vigiloncia. Pero su empeñosa
actividad como la de sus amigos lograron obtener la pequeña
embarcación, fletóndolo Moldes por 300 duros, para efectuar
en ella la peligrosa travesío.
A la mitad de la tercera noche de su permanencia en
Cádiz, el coronel Moldes se despidió de los suyos y bajó
á las playas del puerto, dispuesto á arrostrar la muerte
por su patria. El mar estaba negro y estaba negro el
cielo. Sijilosamente penetraron á la embarcación que
corpenzó á surcar las olas del puerto burlando la vigilan-
cia de los cruceros españoles, con la serenidad del que
cree y se siente copaz de dominarlo todo, con esa su
frente altiva, la mirada fuerte, el pecho henchido de emo-
ción y aquella su figura marcial, nermc-a y brillante,
oculta ahora entre las sombros y solo descubierta por las
brisas del mar. En la grandiosidad del peligro y en lo
generoso de la acción la figura de Moldes se magnificaba;
á sus espaldas, tenia el patíbulo que lo aguardaba; á su
frente, la escuadra inglesa, objeto de sus actuales espe-
ranzas, rompiendo el seno de las sombras con sus luces
brillando en lontananza; y allá, en el confin del lóbrego
horizonte, alzábase la patria amada. Dios, desde lo alto
del cielo, dirigía sus pasos.
Verificada la travesía con buena ventura, aborda su em-
barcación al buque almirante. Recojido por la escuadra
inglesa, Moldes, al siguiente dia, conferenció con el almi-
rante conquistando las simpatías por su persona como por
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO V 365
la causo por cuya defensa exponía su vida, lo que fué
acojida con interés por el gefe britono, mas dis-
puesto ahora á serle deferente por haber en esos dios
el general marqués de Solano, capitán general que lo
era de Andalucía, declarado que jomas trataría con Ingla-
terra. Moldes consiguió, de esta su primera entrevista,
que de la escuadra bloqueodora se le facilitara un bergan-
tín, en el cual se hizo á la vela rumbo á Londres.
Gobernaba entonces en Inglaterra, como gefe del gabi-
nete británico, Jorge Canning, el incansable adversario
de Napoleón, que sostenía y fomentíiba las coaliciones y
la guerra, derramando por todo el continente su oro y
sus esfuerzos, y en cuyo espíritu hallaron siempre calor
y buena acojida los conatos de independencia de la Amé-
rica del sur. Una vez hallado en Londres, una serie de
entrevistas se sucedieron entre el gefe del gabinete y el
coronel Moldes, arribando en sus arreglos sucesivos á las
mas satisfactorias y halagüeñas conclusiones, como que
en ellas Inglaterra ofrecía á Moldes darle toda clase de
auxilios para la expedición libertadora, entre lo que es
digno de mención el convenio & que vinieron de facilitarle
un cuerpo de 8.000 hombres de tropas regulares que
prestaban servicio en aquellos dias en los costas de Suecia.
Pero estaba en los hados que aquellas generosas tenta-
tivas y aquellas esperanzas tan prontas á realizarse, se
malograran y desaparecieran, por que de los nuevos aconte-
cimientos soplaron vientos contrarios. Habiendo llegado á
Bayona el 5 de Mayo la nueva de los sucesos de Madrid del dia
dos, en que aparecían los españoles lanzados á matar france-
ses, Napoleón los llamó asesinos, é indignado juntamente con
Carlos IV y su mujer, echaron todos la culpa sobre la ca-
beza de Fernando y de sus parciales como enemigos
de los franceses. Fernando amenazado, devolvió la corona
que llevaba desde el motín de Aranjuez, en nianos de su
padre, renunciando sin condiciones sus derechos á la
corona de España el dia 6 de Mayo. Pero el dia anterior
ya Carlos IV habia concluido con Bonaparte un pacto
por el cual y á su vez, renunciaba y cedía la corona de
España ú Napoleón, con la sola condición de que conser-
vara la integridad de la monarquía y mantuviese el culto
366 DR. BERNARDO FRÍAS
de la religión católica « sin mezcla ni tolerancia de otro
alguno. » Los demás príncipes herederos firmaron igual-
mente la renuncia de sus derechos & la sucesión de Es-
paña.
Mientras todo esto se hacía, Fernando expedía el 5 de
Mayo dos reales decretos: revistiendo, por el uno, á la
Junta Suprema de los poderes mas amplios para ejercer
la autoridad soberana, por carecer él de libertad; y por el
otro, convocando el reino á cortes para sustentar la inde-
pendencia de la nación.
Por otro lado, el alcalde de Móstoles, pueblecillo cercano
de Madrid, comunicaba con laconismo militar los atenta-
dos del 2 de Mayo, y era el primero que lanzaba el grito
de guerra d los frmtceses! La alarma y la insurrección
comenzó á extenderse por toda la península, insurrección
expontánea y eminentemente popular, pues era de pronun-
ciamiento repentino y sin contar con cabeza reconocida y
encargada de la dirección del movimiento ni pacto siquiera
de comunidad entre los diversos puntos de la nación, ini-
ciándose la resistencia por pronunciamientos aislados que
darían á la guerra de la independencia española una fiso-
nomía peculiar. El 25 de Mayo, la Junta formada en
Oviedo por el partido de la resistencia de Asturias, allá,
en el confín septentrional de España, fué la primera auto-
ridad que declaró la guerra á Napoleón. Como en la
época de Pelayo, la reconquista de la patria volvía ó apa-
recer de los lados de Covadonga. Rey, Patria y Religión
era el grito que ajilaba la bandera de la insurrección es-
pañola.
El gobierno central, residente en Madrid, dirijió para
aquel punto, como á diversos otros donde aparecía ó se
temían alborotos, comisionados políticos, elegidos de en-
tre los personages de mas encumbrada consideración por
sus altos empleos ó su fama, los que fueron rechazados
por las poblaciones y el paisanage y aun estropeados y
puestos en peligro casi de perder la vida, cual pasó,
por ejemplo, con el conde del Pinar y con el célebre y
suave poeta D. Juan Meléndez Valdez, que formaban la
diputación enviada sobre Oviedo.
Lanzada en este camino de la insurrección, la junta de
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO V 967
Oviedo mientras con una mano armaba la guerra, con la
otra dirigía sus proposiciones de alianza á la Inglaterra.
Cosa semejante sucedía en Galicia, cuya junta instalada
en la Coruña, tomaba el dictado de soberana, y lo mismo
en Andalucía y otras provincias del reino.
Los diputados de estas diversas juntas de gobiernos es-
pañoles, comenzaran á llegar ú Londres con sus proposi-
ciones de alianza para llevar la guerra & Napoleón. Hacía
45 dias que Moldes habió llegado á Inglaterra cuando vi-
nieron á interrumpir sus trabajos y á anularlos comple-
tamente la presencia y las proposiciones de los diputados
españoles que, reunidos todos en Londres, formaron una
especie de congreso de embajadores. Porque como con
la insurrección de España cambiaba completamente el esta-
do de relaciones entre Inglaterra y la península, y como
fueran de mayor importancia, infinitamente, las cuestiones
de Europa que venían á tomar en España nuevo é intere-
santísimo semblante, el gobierno británico prefirió la amis-
tad y alianza de esta nación á la aislada y lejana aventura
que le proponía el comité americano.
Asi concluyó, de esta manera, por causas poderosas ó
imprevistas, y superiores á la voluntad humana, la misión
de Moldes ante Inglaterra; quien daba la vuelta á España
después de haber gastado en el cumplimiento de su misión,
3.000 pesos satisfechos de su propio peculio, dejando en
Londres á D. Manuel Pinto.
XVII
Cuando estuvo de vuelta en España, aquel país se hallato
completamente insurreccionado y en guerra á muerte
contra los franceses. En Sevilla había sucedido cosa idén-
tica á lo que pasó en las provincias de Asturias y Galicia. El
26 de Mayo se alborotó el pueblo, y como no fuera en un
principio reprimido el movimiento, se formó una junta
de gobierno, hija de un motín, compuesta de los vecinos
de la ciudad, tomando el título arrogante de Junta Su-
pretna de España é Indias.
El avance aquel, incalificable en verdad ante la auste-
268 DR BERNARDO FRÍAS
ridad del derecho, que cometía la junta de Sevilla apro
plóndose la representación de toda la monarquía y lo que
es mas, arrogándose la soberanía, en sustitución del rey,
—si bajo el lado político era medida de alta sabiduría y
prudencia para dar (\ la nación un poder central que la
representara ante el extrangero y que en lo interior del
país pudiera salvar la unidad del gobierno evitando la
anarquía y el desquicio de la nación que rigurosamente
acarrearía la diversidad de gobiernos por juntas sin rela-
ción entre sí ni dependencia de un poder general ó nacio-
nal, ante pI criterio público sirvió en mediia poderosa
para sembrar odios y rivalidades; pues, su actitud de po-
der general que presentaba, disgustó y sembró la división
entre los otros cuerpos iguales, formados en otros varios
puntos de España.
y como si no fuesen bastante las calamidades públicas
que aflijían & la nación y comprometían su independen-
cia, el ánimo de las disputas por el formulismo legista
se dio cita á un palenque de discusión, cuando la patria
en peligro exigía el enmudecimiento de todas las pasiones
para que no respirara mas que la de su salvación, acu-
saban los letrados del cargo de usurpación de la autori-
dad soberana, á la junta de Sevilla, por que según ellos,
«residiendo la plenitud de la soberanía en el monarca,
ninguna parte ni porción de ella existia ni podia existir
en otra persona ó cuerpo y era heregía política afirmar
que una nación cuya constitución era completamente mo-
nárquica, fuera soberana. »
Pero como los acontecimientos no dieran mucho lugar
á disputas y pendencias filosóficas y fueran el patriotismo
popular y la razón del peligro público mas poderosos que
la elocuencia de los teorizadores del absolutismo real,—
varias juntas de las principales ciudades de Andalucía se
sujetaron ala primacía de la Junta Central, como se llamó
la de Sevilla, que absorbió gradualmente las demás, por
lo que vino á servir de mucho provecho para dar al
levantamiento general del pueblo español contra los fran-
ceses que se acentuaba cada dia, cabeza y unidad de
dirección.
La antigua España ya no existía; ya no existía ni en sus
raSTOMA DE GOEMES Y DE SALTA-OAPITULO V á«9
reyes ni en su gobierno ni en su independencia ni en su
política. Todo habia desaparecido en ella de cuanto habia
de legalizado en la secular monarquía, y solo un pueblo
alzado en armas por su sola cuenta, sin gobierno, sin
orden, sin concierto general ni dirección suprema ni
representación visible y legítima ante las demás naciones,
se batía á todos rumbos contra las huestes extrangeras.
Los reyes legítimos hablan renunciado la corona & favor
de Bonaparte y, en consecuencia de este acto, el 6 de Junio
Napoleón dictó un decreto traspasando la corona de España,
que tenia en su poder, á la frente de su hermano José,
proclamándolo como tal. Este, viniendo precipitadamente
de Népoles donde habia sido hasta entonces rey, tomaba
el título de José I rey de las Españas y de las Indias. El
9 de Julio de 1808 entraba el nuevo monarca en Madrid,
y el 25 era jurado como soberano español.
XVIII
Al frente de cuadro semejante, cuando la España sin
gobierno y ocupada de su propia salvación no podía dis-
poner ni de un ejército ni de un navio ni de una mirada
siquiera para atender ú sus negocios de América y am-
parar, como en otrora, los dominios en ella de la corona
de Castilla,— comprendieron todos aquellos jóvenes, ilustres
precursores de la independencia americana, que España
había caducado al fln, y que para la América la hora de
la revolución había sonado. En Europa ya nada que-
daba por hacer. Inglaterra habia retirado de ellos los bra-
zos contratando con los enemigos; mientras que en América
nuncios iban á ser del verdadero estado de los sucesos de
la península, de su impotencia para salvar en breve cam-
paña del aprieto en que el poderío de las armas de Napo-
león la habia llevado y de la acefalía del gobierno, de la
soberanía, único vínculo que ligaba las colonias ú la suer-
te de la quebrantada meti'ópoli y que descargaba é los pue-
blos del peso de la antigua obediencia y les devolvía el
derecho que les hubo dado Dios para proveerse de gobierno
legitimo que atendiera & sus inmediatos intereses. ¿Po^
270 DB. BERNARDO FRÍAS
dion haber presentado los sucesos y haber deparado la
providencia de Dios ocasión mas propicia para que los
pueblos americanos se lanzaran á sacudir de su cuello el pe-
sado yugo español? ¿Podian los peninsulares radicados en
Indias y defensores de la dominación española alegar textos
venerables é interpretaciones del derecho español que fueran
bastante elocuentes á probnr que, muerto ó desaparecido
el amo, los americanos eran obligados ú soportar papel
semejante á aquel que, á fe de humildad, cargaron los
romanos pontífices para con Dios, permaneciendo siervos
de los siervos del rey?
A la vuelta de mil años, y mas, como ya lo eran cor-
ridos, venia ú reproducirse en el imperio español el gran-
dioso espectáculo que produjo, en el acto de morir, el
antiguo imperio romano. Por que vino una hora en que
Roma, señora que se llamaba del mundo, sufría á lo largo
de su imperio, vasto como la tierra, irrupciones podero-
sísimas de pueblos demoledores de todo orden social y
de toda ley establecida y que, á semejanza de las inunda-
ciones que en las edades primordiales corrieron con ím-
petu gigante abriendo valles y torciendo rios y alzando
montes, l^ajaban entonces del norte como subían del me-
diodía á sofocar la vida del imperio. Y Roma, que se miró
sorprendida en su miseria, sintió que al. corazón ya no
movían alientos capaces de llevar vigor á sus extremos;
pidió calor y fuerza y halló sin luz su cerebro y sin res-
peto su espada en otrora universalmente temida; y como
al decir de los sabios, del sol fecundizador y primitivo se
desprendieron y rodaron por el esi>acio los mundos lu-
minosos que hoy pueblan sus abismos, así de los miem-
bros destrozados del imperio, sede del cristianismo, de la
lengua culta y. del poder; cuna de la legislación y de las
instituciones pivilizadas del mundo, refugio de las artes y
panteón de los dioses, se formaban las naciones indepen-
dientes de la Europa cristiana, en cuyo centro principal
alzaba España su nombre, la cual, en 1808, invadida tam-
bién, sin cabeza y sin fuerzas para imperar, elaboraba á
su despecho este otro nuevo y sublime alumbramiento
de las soberanías independientes de la América latina.
Son leyes eternas de la historia; los esfuerzos de los hom-
fflSTORIA DE GÚEMES Y DE SÁLTA-CAPÍTÜLO V 271
bres jamas alcanzarán á contrarrestar este desenvolvi-
miento del progreso del mundo, marcado por el dedo de
Dios en el camino de la humanidad. Es su gloria, y la
gloria de Dios debe triunfar.
Con estas convicciones, los conspiradores resolvieron
dirigirse inmediatamente ú América ó preparar la revolu-
ción y hacerla estallar en el momento propicio. Habia
que ilustrar al pueblo, y el tiempo que corría era precioso
para su noble apostolado, de manera que entre los postre-
ros dias de Septiembre y los primeros de Octubre, los
Moldes, los Gurruchaga, Pueyrredon y otros conjurados
patriotas americanos hasta el número de cuarenta y seis,
se embarcaron en Cádiz en la fragata Castillo^ con rumbo
á Buenos Aires; y como por la situación personal ó la
precipitación de la marcha, algunos de los expedicionarios
no tuvieron el dinero necesario para los gastos de la par-
tida, el coronel Moldes suplió esta vez mas, de su bolsillo
particular, los gastos de sus compañeros de causa.
El buque expedicionario arribó á Montevideo al poco
tiempo de su partida; y como la llegada de toda vela espa-
ñola provocara en aquellos dias ruidosa novedad por causa
de los sucesos de la época, atrajo la viva curiosidad del
vecindario y autoridades del puerto. Por desgracia, el
gobernador de la plaza de Montevideo era el coronel Elío,
hombre brusco y colérico, el cual, habiendo tomado cono-
cimiento de algunas comunicaciones sospechosas que desde
España dirigiera poco untes Pueyrredon, ordenó su inme-
diata prisión. El resto de la tripulación siguió camino ó
Buenos Aires, donde desembarcó el 7 de Enero de 1809.
1) Para componer la parte del presente capitulo relativa á la conjura de
los patriotas en España, nos han servido de fuentes de información:
una exposición publicada por el coronel Moldes, el año de 1816, la que
se conserva impresa en el archivo particular del Sr. Manuel Sola,
en Salta, y que publicamos integra en el a/péndice — la Bevoludon Argén»
iinaj por el Dr. V. F López; — Don Juan Martin Pueyrredon, por Zinny,
publicado en hi Revista de Buenos Aires, T. 14, páj. 4: — las tradiciones
conservadas pn las familias de Gurruchaga y de Moldes; un boceto del
coronel Moldes, por Sola, etc. etc.
CAPITULO VI
La conspiración ««pañoia
SUMARIO:— Efecto que produeen en el país las invasiones inglesas^-Los
espnnoles pierden su predominio político y militar— El partido español;
D. Martin de Alzaga — Los españoles proponen al virrey el desarme de
los patrieiaa—El virrej Liniers; sus antecedentes y conaiciones — Efecto
que produce en la opinión la renuncia del rey á favor de Napoleón
—Los españoles proyectan la independencia; de qué manera— El comi-
siooado Goyenecne; sns intrigRs políticas— Su viaje al interior -Rebe-
lion de Montevideo— Motín español en Buenos Aires; castigo de los
revoltosofl— Deposición de Liniers— £1 virrey Cisneros» su srribo ¿
Montevideo, sus recelos y precauciones— Elio y Cisneros; la política del
terror.
I
En el virreinato del Rio de la Plata, desde Buenos Aires
hasta la Paz, el espíritu público hallábase, desde 1807,
ajitado bajo la fuerza de una nueva pasión. No era su
antiguo genio comercial quien lo movía; no era el ardor
religioso provocado por querellas sectarias ni nueva rebe-
lión de la raza de los incas que en otrora llenara de sor-
presa y pavor el ánimo. La corriente que ahora atrave-
saba su extensión, era sorprendente y nueva; creciente,
simpática é incendiaria en grado altísimo, y capaz, como
el ardimiento religioso, de levantar la pasión hasta el fa-
natismo. Era el pensamiento político que llenaba la con-
ciencia pública, cuyos fenómenos se elaboraban al impulso
de dos fuentes poderosas: la ilustración y la discusión en
las clases superiores y dirigentes de la sociedad y las vic-
torias alcanzadas en Buenos Aires sobre los ingleses que
habia servido á despertar la conciencia popular revelán-
dole su fuerza, su valer y de cuanto era capaz; y como á
esta Vision halagadora se uniera el justo orgullo de la
374 DB. BERNARDO FRÍAS
gloria oonseguidQ y la satisfacción del mérito encontrado,
recogió temple el espíritu cívico y la personalidad del
pueblo argentino, dejando de lado los sostenes tutelares
en que habia hasta entonces confiado su suerte, comenzó
i sentirse fuerte para vivir con libertad como fuerte ha-
bia sido para morir con gloria en salvación de la inde-
pendencia de su tierra. En España, la nueva de la victo-
ria causó indecible júbilo. Buenos Aires era un nombre
que resonaba como un eco de gloria por todos los extre-
mas de la monarquía, y en el nombre de Buenos Aires,
todos los diversos pueblos argentinos se sentían aplaudidos
y envidiados por viriles, por gloriosos y fuertes; como
que todos ellos, hablan contribuido ü la realización de la
jornada con sus armas, con sus hijos y con sus tesoros,
y después de la victoria en todas sus ciudades capitales
se realizaron funciones de regocijo público y exequias
solemnísimas costeadas y dirigidas por las damas rogan-
do ü Dios por los defensores de la patria caldos en las
calles de Buenos Aires, vueltas sagradas para el pueblo
argentino por la sangre en ellas derramada.
La campaña militar contra los ingleses, aparte de los
efectos producidos en la opinión, habia dejado en los he-
chos materiales y en manos de los hijos del país, elemen-
tos poderosísimos de acción y de predominio político.
Porque como para la defensa del territorio hubiera sido
menester armar en pié de guerra y darles enseñanza
militar á batallones de americanos con sus gefes y oficia-
les de igual origen, por carecer estas comarcas de tropas
españolas que aseguraran sus respetos,— pasado que fué
el peligro y vencido por el valor y esfuerzo de estos ele-
mentos, vinieron los americanos, como resultado de aque-
lla conjunción de extraordinarios acontecimientos, é en-
contrarse dueños de la situación política del país, en cuanto
lo permitía la sujeción reconocida á la corona, fenómeno
que consistía en la desposesion de los españoles de todo
poder é influencia decisivos en el gobierno local de Buenos
Aires.
De aquellas fuerzas militares y mantenidas sobre las
armas, solo eran, en efecto, formados de españoles los
batallones llamados de catalanes y gallegos y la parte
HISTORIA DE GÜEBIES Y DE SALT H—C APlTULO VI 275
principal del de vizcaínos, fuerza relativamente insignifican-
te y débil, en el seno de una población de 70.000 almas en
que la colonia española se sentía sofocada y pequeña; y
en presencia de fuerzas superiores, rivales y enemigas:
2.000 bayonetas y los cañones de la artillería que sostenían
el cuerpo urbano de los Patricios de Buenos Aires; el de
Arribeños que representaba ú las provincias del interior;
el de Húsares de Pueyrredon; el de Granaderos de Terra-
da, el de Pardos y Morenos y también el de Cántabros y
Andaluces, que por razón de sus gefes y oficiales, corres-
pondían á las tendencias anti-españolas.
Así, la fuerza de las armas, el peso de las bayonetas se
hallaba en manos americanas; y como estaban en su país
y se trataba de sus intereses y de su suerte, les pertenecía
también la inmensa mayoría de la opinión pública que
representaba la población nativa. Pero los sucesos hablan
avanzado á mas lejos. Hasta la llegada de los ingleses,
el gobierno era manejado exclusivamente por manos
españolas; pero en 1806, cuando en medio del peligro de la
primera invasión, ante aquellos enemigos de la religión y de
la patria se dio á la fuga, con insigne cobardía, el gefe
español del gobierno, marques de Sobremonte, el pueblo,
salvado bajo la dirección de un oficial francés al servicio
de España, D. Santiago Liniers, airado al verse vendido
por su gefe legal; orgulloso y altivo al mirarse libre por
sus esfuerzos y con las armas en las manos, había pro-
cedido á nombrar nuevo virrey, á elejir y conferir la
potestad política del mando del virreinato, contra todo el
orden proscripto por las leyes de la monarquía y apare-
ciendo rebelde {\ la voluntad anterior del soberano.
El nuevo virrey era el mismo gefe de la defensa, D.
Santiago Liniers. Su cargo, de origen popular y extraño
i\ las prédicas del reino, fué en seguida confirmado por
la corte, la que le confirió, á mas de ello, el título de
conde de Buenos Aires.
n
En un solo momento y de manera inopinada los espa-
276 DR. BERNARDO FRÍAS
ñoles, los antiguos señores del pais, habían perdido el
predominio en el Rio de la Plata, el prestijio, la superio-
ridad moral, militar y política hasta entonces sostenida
sin disputa. Honda impresión y justísima alarma fueron las
producidas en ellos por este fenómeno que venia á arre-
batarles de las manos el gobierno absoluto de la colonia,
apareciendo la raza hasta entonces dominada, obediente
y sumisa, dueña orgullosa y altiva ahora del poder, de la
opinión y del mando del país. Y como las circunstancias
siguiendo para ellos desfavorables, hubieran, con la ra-
tificación hecha por la corte al nombramiento popular de
Liniers, dado viso delegaUdad que le faltaba á la exalta-
ción de los americanos á la vida política, una misma
pasión, un mismo interés é iguales inquietudes unieron,
desde aquel dia, ü todos los españoles residentes en Bue-
nos Aires y Montevideo, no solamente para detener esta
corriente demoledora del antiguo régimen que los sepul-
taba en la derrota, manteniéndolos apeados del poder, sino
por impulso poderoso de su ambición y de cierto extraño
honor, hijo de su orgullo soberbio é impolítico, paro pre-
valer de nuevo, reconquistando las posiciones perdidas,
mas siempre excluyendo de toda participación en el go-
bierno & todo el elemento americano. Esa misma pasión
bastarda y cruel del exclusivismo que habia cavado ya
profundo abismo de separación entre los hijos de España
y los de América, aparecía, esta vez mas, puesta enjuego
y persiguiendo su triunfo; como si Dios cegara, á las ve-
ces, los hombres que quiere perderlos para que no alcan-
cen ü leer el libro sin mentira de la experiencia. Por que,
ú pesar de todo el peligro que ofrecía la falta de unión y
transacciones, y de igualdad de derechos y de cargas, de
intereses y de sentimientos que partían hasta entonces los
miembros de una misma familia, abriendo odios profun-
dos y cada dia mayores,— continuaban los españoles im-
pertérritos en su añeja y dura convicción de que eran ellos
hombres de rgza ó destino superior al de los americanos en
todos los órdenes de la vida, en el comercio como en la
familia, en la sociedad y en el consejo, en la preparación
intelectual y en el :joder moral y físico; que la igualdad
entre americanos y españoles era para éstos proposición
fflSTORU DE GOEMES Y DE SALTl— CAPITULO VI 377
indigna de atención, como un vejamen al nombre español,
á pesar de que aquellos americanos en porción conside-
rable eran hijos puros de españoles como lo eran, A la vez,
los hijos de los actuales señores.
Contaban por cabeza dirigente en el gran movimiento
reivindicatorío de la posición perdida, á uno que entre
ellos sumaba en su persona todo cuanto era capaz de
presentar la terquedad recalcitrante y soberbia del espa-
ñol de aquellos tiempos. Era D. Martin de Álzaga, miem-
bro acaso el mas poderoso del alto comercio español de
Buenos Aires y que se consideraba él mismo como el mas
eminente y respetable de entre los suyos. Su prestigio
y buena fama entre sus conciudadanos europeos eran legí-
timos y notorios, indiscutibles é indisputables entonces, lo
cual ofrecía en favor de la causa española medio abatida, el
gran beneflcio de la unidad y del sometimiento uniforme á
una sola cabeza dirigente del negocio público; y ella
provenia, en grado remoto pero vulgar, de la preemi-
nencia que da la fortuna, que Álzaga la poseía de pri-
mer orden labrada en el comercio de la capital, y del
inmediato y reciente de haber presidido, como gefe civil
de Buenos Aires, los populares y gloriosos acontecimien-
tos que produjeron las invasiones inglesas; y aunque
durante ellos pasara las horas supremas encerrado en la
morada del gobierno al lado de sus compañeros de poder
y no se le hubiera visto una sola vez aparecer en los
sitios del peligro y exponer la vida dirigiendo la defensa
de la patria y desafiando las balas enemigas, su puesto
espectable, en el que se mostraron sin flaquear su tesón y
enérgica actividad en los preparativos, en los consejos
y en los planes para desaflar y resistir con heroísmo el
peligro, brillaron en su persona, haciendo resonar su
nombre con una popularidad rival, hasta cierta altura, de
la de Liniers, el gefe militar; méritos, virtudes, servicios
y glorias que se agigantaban en el concepto apasionado
del círculo español. Asi, pues, desde aquella hora para
todos feliz, en que la victoria coronara los esfuerzos de
argentinos y españoles en la común fatiga, D. Martin de
Álzaga se levantó, merced á estas circunstancias, como
el gefe natural del partido español que aparecía, desde el
278 DB. BERNARDO FRUS '
día siguiente á la victoria, bien delineado como rival te-
mible y amenazador enemigo de las patrióticas aspiracio-
nes argentinas. Su nombre fué desde entonces que sirvió
de bandera para una campaña política que se elabora Ixi
en el secreto y las tenebrosidades de las conspiraciones,
de los odios, de las venganzas y castigos que se apunta-
ban como el programa que sucedería al dia siniestro de su
triunfo.
Pero aquel imperio de su nombre no era, sin embargo,
simple capricho de la fortuna, como tantas veces se ha
visto en aquella deidad traviesa con la liviandad de los
pueblos* Álzaga era sin rival en aquel poder de imponer-
se con verdadera simpatía en el ánimo español, desper-
tando con la conexión de sus cualidades y las de sus
parciales, la entusiasta adhesión de éstos y la fe en el
acierto de sus resoluciones y la esperanza en la efícacia de
$us planes. Por que si la naturaleza lo habia dotado, sin
disputa, de las cualidades de un gefe de partido, por que
era hombre de valor y resuelto, y de carácter dominador,
y respetado, rico y prestigioso, como que habia probado
ya la fuerza de su genio absorbente logrando imponerse
por verdadero dictador en el cabildo,— complacía, á la vez,
el ánimo español de aquellos tiempos que Ajaba en él
sus ojos como en el salvador de su suerte en el Plata; pues
era de una soberbia y dureza de carácter que lo tornaban
de aspecto adusto y sombrío aún en su trato doméstico,
cuya revelación constante era su gesto autoritario y orgu-
lloso; era ambicioso por instinto y por orgullo, y aspirante
al mando político del virreinato, pasiones que se enarde-
cían y agigantaban no solo por los últimos sucesos que
l'odearon su nombre de una aureola popular, si que tam-
bién por la rivalidad, por el odio, quizá por la envidia que
despertaba en su corazón donde hervían estos anhelos
indómitos, la suerte del general Liniers, dueño del gobier-
no, extrangero como ft'ancés, y mirado por él y los suyos
como traidor á la causa española, por estar entre-
gado de lleno á la influencia de los hijos del país, á quie-
nes públicamente y en detrimento de los antiguos amos,
tendía la mano y reclamaba apoyo y solidaridad.
Pero, mal por su suerte, sus facultades intelectuales
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO VI 379
hallábanse bien lejos de alcanzar igual altura que las ener-
gías de su ambición y aspiraciones, por que así carecía
de instrucción como de ideas elevadas. Era de aquellos
soberbios vulgares que el torbellino de los sucesos y las
gracias de la fortuna ciega y el poderío del dinero suelen
transrormar de mediocridades pesadas y rudas, en entida-
des de simple valor material, de brillo torpe, con todas
las pretenciones ilimitadas de la ignorancia y todos los
anhelos del vulgo audaz y temerario. Infatuado y vani-
doso, se consideraba dueño de toda suñciencia, pecado &
que lo ayudaba A caer su espíritu lijero y poco obser-
vador; que toda su actividad y toda la fe de su triunfo
solo las confiaba á las maravillas de la intriga, único arte
de su ingenio que manejaba con obstinado convenci-
miento.
La torpeza de sus planes, fruto á la vez de la torpeza
de su elección, era lo que llevaría é aquel partido y á su
famoso gefe de fracaso en fracaso y de escalón en esca-
lón, descendiendo el uno á su eterna derrota, y el otro
á apagar su sed de dominación y de ingénita crueldad,
en el término infamante de un patíbulo. Por que es fla-
queza constante de la humanidad mostrar á la cabeza de
las grandes agrupaciones humanas, formadas para la sal-
vación pública en el orden político ó militar y dirigiendo
la marcha y gobierno de sus elementos, al mas querido,
al mas prestigioso ó al mas adulado de sus hombres, sin
comprender que es la política como la guerra, la ciencia
mas difícil de cuantas Dios ha puesto para martirio del
orgullo humano, habiendo sido siempre raro el hallar
talento verdadero entre los gefes de bandas humanas que
calcule con acierto fijo y comprenda lo que para el resto
de los hombres solo son sombras y angustias, y adivine, en
fin, si posible es decirlo, con la fuerza del genio, los acon-
tecimientos guardados todavía en el señó del futuro; á la
manera de un Bonaparte ó de un Talleyrand; como un
San Martin y un Güemes; como un Gorriti y un Rosas
también, entre nosotros, que en campos y medidas di-
versas y aplicados al bien ó al mal, mostraron la mara-
villosa clarovidencia del genio político ó militar, muy
distinto del genio literario, cientíñco, mercantil ó popular.
280 DR BERNARDO FRÍAS
UI
Nada vino ú revelar tanto la debilidad y mujeril con-
fianza de sus concepciones que el plan que hospedaron en
la mente D. Martin de Alzaga y sus compañeros para re-
conquistar el poder. Por que así se les vino en antojos
proponer al virrey, que no era español ni parcial y si
mas bien adverso á las ambiciones y tretas de los euro-
peos,—la notable ocurrencia del inmediato desarme de los
batallones de patricios, bego el pretexto de ser gravoso al
erario su mantenimiento, y ofreciendo, en cambio, hacer
el servicio de la guarnición con los tercios netamente
españoles, que renunciaban su sueldo.
Proposición era esta que presentaba todos los caracteres
de una infantil quimera; pues, ni era político ni prudente
el desarme de las fuerzas cívicas para dejar en poder de
extrangeros odiados los intereses sociales, sin exponer el
orden público á prueba de un alboroto y quizás á un mo-
tin armado dada la creciente animosidac^ de los partidos;
ni era cuerdo el pensar que el virrey asintiera en apearse de
su popularidad, á la que era tan afecto, y en reñir con la
opinión y romper en odios con sus amigos y compañeros
de gloria, para encontrarse ahogado entre dos formidables
enemigos: el bando español airado contra él é indómito
y el pueblo entero de Buenos Aires que lo maldeciría 6
su vez, como desleal é ingrato y como causa de su ruina
consumada sin justicia, sin razón, sin pretexto alguno de
disculpa.
Sucedió, pues, lo que era de esperarse. La proposición
fué rechazada por el virrey; y como el hecho fuera público
é hiriente y ofensivo en grado eminente, el estallido de
la cólera contra los españoles se hizo sentir tomando un
semblante amenazador. La enemistad entre ambas clases
sociales fué así públicamente declarada. La fracción mas
soberbia y aspirante, mas impaciente y belicosa habia
arrojado el guante; y el pueblo lo recogió como provoca-
ción á una separación irreconciliable en el porvenir.
Ni el pretexto tomado ni las medidas propuestas ni las
fflSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO VI 281
circunstancias siquiera eran propicias á lan desacertado
proyecto. Precisamente era en aquellos días que Liniers
aparecía sin disputa, corao el ídolo popular de Buenos Aires;
y aquel amago solo vino á servir para vigorizar mas la
adhesión que sentía el pueblo por su gefe.
Liniers habia conquistado con justicia y con honor la
elevada posición á que lo alzaron los sucesos; y grandes
por extremo debieron ser sus méritos y el peso de su
nombre cuando en 1808 el gobierno de Madrid confir-
maba su nombramiento popular de virrey con quebranto
de las leyes y del orden secular de la monarquía; y lo que
era mas temible todavía, para sus intereses, legalizaba la
intervención del pueblo en el nombramiento de sus man-
datarios inmediatos, prerrogativa que era de las mas
eminentes de la corona y hasta entonces no disputada ni
contradicha en toda la extensión de su imperio; porque
venia ú consagrarse con ello una costumbre perniciosa
para el absolutismo real y en momentos en que la pugna
de intereses entre argentinos y españoles era notoria,
ardiente y sostenida y en la cual se cedia ante el poder
de un pueblo ya numeroso y armado y engreído con un
espléndido triunfo militar.
Con Liniers estaban todos los hijos del país; en él mi-
raba el agradecimiento público al héroe salvador de la
patria, y en él hallaba su venganza y el guardián de su
dignidad el pueblo contra sus opresores ensoberbecidos
aun en medio de su derrumbamiento é impotencia.
Liniers, á su vez, era hombre cuyas cualidades personales
eran abiertamente diferentes y también contrarias á las
ostentadas hasta entonces por los peninsulares; los miem-
bros del ejército daban en él con el militar europeo, de
bastantes y buenas cualidades y en verdad sobresalientes
entre los generales* y gefes españoles que lo rivaliza-
ban, como el coronel Elio ó el general Velazco, acreditados
en prueba de guerra, ante los ojos de todos; los hombres
de letras y de estudios, bastante instrucción y conoci-
mientos que apreciar; los mujeres, que tan poderoso
elemento significan para la popularidad ó la. ruina .de la
buena fama de los hombres, velan en el virrey» al aten-
cioso cortesano, haciendo gala y derroche de la cultura
282 DE. BBRNARDO FRÍAS
de la aristocracia francesa, ostentando ante ellas los es
plendores del lujo, de la gloria y del poder, las finas
facciones y la no escasa belleza de su rostro, la gentil
apostura de su persona, y en fin, el culto á la belleza y
el rendimiento al amor, cuyo fuego, dirigido con acierto,
tiene tanto poder para reinar; los hombres cultos halla-
ban en él un modelo á quien imitar y un contraste que
admirar recordando la dureza de carácter y maneras que
distinguían al gefe enemigo y sus parciales; por que tenia
modales finos, un trato lleno de gracia y movimiento en
la imaginación. La religiosidad del virrey, que era un
hombre sinceramente devoto, la tenia consagrada al culto
de la virgen del Rosario, á cuyos pies había ofrecido las
banderas tomadas á los ingleses, como signo de gratitud ú
su protección; actuaba entre los primeros, en las proce-
siones y festividades de la iglesia católica, donde era fre-
cuente el verlo revestido con las insignias y arreos de
hermandades y cofradías, rezando & coro con el clero; lo
que cerraba toda sospecha de heregía que podia caberle
por francés, crimen entonces tan terrible como el de traición
á la patria y que podia ser explotado con creces por sus
enemigos.
Pero el virrey Liniers no pasaba, sin embargo, de ser
un hombre bueno; bueno á la manera de Carlos IV; bueno
& la manera de Luis XVL Cuando se vio al frente del
gobierno, dejó crecer el desprestigio de su popularidad,
cizaña que nace siempre á la sombra de la buena simiente
y que la riegan y cultivan las lenguas emponzoñadas; y
esta fué así creciendo y aniquilando su primitivo vigor.
Reveló en ésto poco ó ningún tino político, no volviendo por
su honra mancillada & diario por sus adversarios y empa-
lidecida por el natural enfriamiento que producía en los
ánimos la distancia en que quedaban las pasadas glorias.
No cuidó de su nombre, pensando como muchos hombres
honrados, pero faltos de la esperiencia del mundo, que
bastal)a la verdad de sus méritos ante la opinión para
que ésta mirara satisfecha como él, el interior de su con-
ciencia de hombre recto, dejando crecer la maledicencia
pública en torno suyo, por que tenia aquella debilidad de
las naturalezas secundarias y de las almas pobres que se
filSTORU DE GÜEMES T OE SALTA— GAPtTULO VI 288
adormecen entre las pompas, la holgura y la satisfacción
que brindan las alturas del poder y de la gloria. Sus
mismos abusos, hijos todos de su sencillez de espíritu,
como aquella liviandad ostentóse de sus costumbres pri-
vadas, con que dio comienzo al escándalo del vecijidario
y á la murmuración de índole adversa, minaban su
antiguo prestigio y popularidad que, al decir de un escritor,
solo es un puñado de polvo recogido en el camino de la
vida.
IV
Las asombrosas novedades que por aquellos dias acer-
taron á llegar de la península, contándose mas entre ellas
las renuncias de los reyes nacionales consumadas en Ba-
yona en el mes de Mayo de 1808, y á su lado la invita-
ción que hacian á los pueblos de la monarquía las autori-
dades regentes de la España para que como ellas, recono-
cieran por su rey y señor é José Bonaparte, aparecieron
con fuerza bastante para traer á la unión las facciones
populares de argentinos y españoles. Pero aquella unión
solo era fenómeno aparente y pasajero. El lazo que con-
fundía aquellas dos entidades rivales y enemigas era el
común sentimiento, expontáneamente brotado en los cora-
zones argentinos y españoles de rechazar, á cualquier pre-
cio, la nueva dominación que amenazaba. En el fondo,
aquella fraternidad ocultaba una nueva semilla de discor-
dia mas abierta y poderosa que la que hasta entonces
habla divorciado los elementos pensantes de la población.
Ante la conciencia general, la España estaba perdida.
Cualquiera que fuera la heroicidad de sus esfuerzos, debe-
ría, á la postre, sucumbir; por que, si la Europa entera,
habia caído arrollada bajo las legiones invencibles de!Na-
poleon, ¿cómo un pueblo aislado, sorprendido, invadido ya
por numeroso ejército, sin preparación ni tropas regula-
res, sin gobierno fuerte, y lo que era mas cruelmente
desconsolador y que mas desfallecía el ánimo, con la san-
ción legal de sus reyes que traspasaban la corona á sienes
extrangeraS) y con ios autoridades nacionales encabezando
384 DR. BERNARDO FRÍAS
en Madrid no la resistencia á la nueva dinastía, sino, bien
al contrario, su acatamiento y sosten; cómo podía, pansa-
l)an lodos, un pueblo en tan estrechas circunstancias,
anarquizado y dividido, luchar y vencer al genio militar
mas poderoso del mundo cuyo nombre infundía pavor á
la tierra, y al ejército hasta entonces no vencido una sola
vez en cien batallas? ¿No era el pensamiento contrario
locura verdadera?
De esta suerte, hízose convicción profunda y general que
España sucumbiría. Los esfuerzos por su causa serían
inútiles; toda esperanza, sueño y quimera grande. Asi fué
que un común pensamiento brotó de americanos y espa-
ñoles, y este era la independencia de la colonia, solución
de la crisis necesaria y preferible en el ánimo de todos,
antes que continuar y seguir la suerte de la España, al
parecer de la opinión, uncida al carro del emperador
francés. \jOS españoles conmovidos y exaltados, juraban
acompañar á su madre patria en su mas cruel infortunio
y seguir unidos á su suerte en las fatigas de la lucha y de
la resistencia, pero se negaban á compartir de su adversi-
dad siendo vencida. Por lo menos, proponíanse salvar para
sí un trozo de su imperio.
Pero, admirable torpeza de su política! La inde-
pendencia que proyectaban los españoles no era,
como pudiera creerse por cualquiera, para la forma-
ción de una nación nueva, con su pueblo y su go-
bierno basado tanto en la mayoría de la voluntad nacional
como constituido con la igualdad y la intervención activa
de todos los hombres nacidos en el estado; sino la per-
duración indeñnida de la antigua colonia, privada de me-
trópoli, dominada siempre por españoles. Raro capricho
de una fantasía torpe y calenturienta; por que, hasta en-
tonces, no se habla visto cómo era posible subsistiera ante
sí ni menos ante los conflictos exteriores, una nación
cuya población fuera sierva en su totalidad de mezquina
porción de extrangeros adueñados del gobierno y de los
destinos de la so(Medad, sin mas apoyo ni razón que las
armas; y aun estas, en la lejana hipótesis de que llega-
ran á poseerlasl Las oligarquías, para subsistir év impe-
rar, siempre han contado con raices y vinculaciones prof un-
HISTORIA DE GOfiUBS Y DE ftALTA^-CAPÍTULO VI 285
das en lo sociedad que dirigieron, y por cima de todo, con )a
gran virtud del nacionalismo, cuya falta en los españoles del
Plata, era el pecado que los hacía incapaces y aborreci-
bles. En aquella hora, políticamente nada poseían, excep-
ción hecha del cabildo, y á pesar de ello y con pertinacia
que maravilla, lo aspiraban todo, absolutamente todo, para
dominarlo, para poseerlo, para disponerlo & su albedrío,
ú la manera de una, herencia, como que invociaban su
derecho de sucesores del rey, para que los pueblos ar-
gentinos continuaran en su misión de siervos perpetuos
de estos modernos icsos, venidos del lado opuesto del
mar Á gobernar la tierra.
Nada les hablato con fuerza capaz de disuadirlos de
tan loco empeño. No les bastaba aquel aliento cívico y
aquella pujanza militar que el pueblo argentino hacia
tan poco habia mostrado poseer y manejar en las calles
de la capital, venciendo un cuerpo de ejército aguerrido
ante sus ojos; ni el poder y la influencia con que, en esos
mismos dias, habia impuesto su voluntad aun en la mis-
ma corte de Madrid, separando ú un virrey inepto y eli-
giendo el sucesor contra las mas respetadas y seculares
leyes de la monarquía; ni la condena popular de que
eran objeto de un extremo á otro del dilatado virreinato;
ni el reciente fracaso sufrido con su audaz propuesta del
desarme de - los fuerzas cívicas argentinas para quedar
dueños ellos de los resortes de la tiranía; ni el ver al ge-
neral Linters, su poderoso rival, de gefe del gobierno y
entregado al apoyo y favor de sus adversarios armados
y acuartelados en notable mayoría y sin contar tampoco
con la opinión pública del país ni con los prestigios si-'
quiera de una bandera generosa que arrastrara á su som-
bra á los pueblos, ni con la esperanza de recibir auxilios
militares del lado de España para consumar la obra. '
Hablan debido bastar estas circunstancias para modifl-
car su criterio político; pero los españoles alzaron la ban-
dera de su exclusivismo soberbio é irritante, renegando
de toda vinculación con elementos americanos y la lle-
varon con ciega obstinación á la manera del apasiona-
do jugador que arroja al compromiso el último resto de
su fortuna atando en él toda su ventura y porvenir, por
286 DR. BERNARDO FRÍAS
perseguir empecinado una suerte que lo abondonu y que
escapa y huye de sus manos.
Aquellos sucesos de 1808 que desconcertaban la España,
turt)aron profundamente la paz de los pueblos americanos.
Los hombres de estos paises eran sorprendidos por un
cuadro - 4© trastornos y vacilación que, envolviendo 6 la
madre patria, dejaba caer una nube de tenebrosa incerti-
dumbre sobre el porvenir. Por que la España presentaba
en aquellos dias un desconcierto tan general y tan profun-
do, un desquiciamiento de sus autoridades tan notorio y
se desgarraba en contienda tan complicada y ardiente sobre
la legitimidad de la ocupación del trono entre las aspira-
ciones que se lo disputaban, como si hubiera fenecido la
nación y se estuviera lidiando sobre el repartimiento de
sus despojos. Todo fué entonces confusión y peligros.
A aquella renuncia de la corona de España que hacían
en Bayona los reyes á favor de Napoleón, se unía la voz
contraria de Fernando VII protestando de despojo y vio-
lencia; al frente de aquel nuevo rey, hermano de Napoleón,
que los españoles afrancesados proclamaban en Madrid
por rey de España y América y de aquellas autoridades
nacionales que representaban en la forma la legalidad de
las instituciones é invitaban en ese carácter ú todos los.
pueblos del imperio al reconocimiento y jura del nuevo
monarca, se levantaban las juntas populares en casi todas
las provincias españolas, declarándose depositarías de los
derechos de Fernpi^do, rey de España cautivo, y contesta-
ban al llamado del gobierno vendido á los franceses, pro-
clamando la guerra á Napoleón.
Para colmo de confusión, la hermana mayor de Fer-
nando VII, D». Carlota de Borbon, mujer torpe y ambi-
ciosa que yacía emigrada en Rio Janeiro, enviaba ajentes
á todos los pueblos principales de América para que se
la reconociera como la lejítima depositarla de los dere-
chos del rey su hermano y de su familia cautiva, y dic-
taba planes para conservar sin mengua los dominios de
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO VI 397
la corono de España en América y salvarlos del usurpa-
dor. Añadamos á todo esto callando cien cosas mas, las
maquinaciones y los planes ambiciosos que los mismos
españoles residentes en Indias ajilaban para resolver la
crisis por su cuenta, y tendremos diseñada la sofocante
situación política y la intensa ajitacion pública, creciente
y exaltada mas cada hora, en que se hollaban estos
países en aquellos dias memorables, llenos de vacilaciones
y anarquía, de incertidumbres, de conflictos y peligros.
En medio de aquel trastorno icuál era el gobierno le-
jítimo? iAquién debian obedecer? ¿Cuál era el camino de
la salvación pública y de las inmediatas conveniencias de
los pueblos de América? [No tenían ellos también el de-
recho de formar juntas, como lo hacian los de España,
en salvaguarda de los derechos del soberano y de los
suyos propios? Hé ahí el problema complicado y tre-
mendo que se presentaba der repente 6 la resolución de
la conciencia pública de América. El fué quien alarmó el
espíritu de la colonia y trastornó su paz en asonadas y
tumultos; el que destemplaría el ánimo de las autorida-
des reales, y les borraría la fe que en ellas hasta entonces
se tenia, dudando el pueblo y aun negándoles el derecho
de imponer obediencia y gobernar; y él. Analmente; seria
el motivo inmediato del rompimiento deflnitivo entre ar-
gentinos y españoles y la causa ocasional de la revolución.
La misma metrópoli, dando á las colonias el ejemplo de
juntas de gobierno, como autoridades independientes y
populares, provocó el movimiento contra el viejo orden
de cosas, haciendo vacilar todas las fuerzas y resortes de
la antigua dominación
Durante aquellos di^is, el pensamiento de la independen-
cia absoluta y radical de los pueblos argentinos de la do-
minación de España no reinaba aun de manera uniforme
en las voluntades de los hombres políticos que en Buenos
Aires formaban la opinión pública. Lo que preocupaba
entonces el espíritu era solo romper con España en la
hipótesis de su perdimiento, mas bien por no caer bajo
la dominación napoleónica que por el halago de formar
nación nueva; y, en caso de formarla, evitar que el nuevo
estado fuero gobernado por manos españolas. De manera
388 DR. BERNARDO FRÍAS
que el gran problema que llenaba la opinión pública se
reducía entonces ú saber cuál de ambos partidos sucede-
ría al rey en el ejercicio del gobierno en el país emanci-
pado.
Tentativas aisladas, que hubieran rematado impopulares
por lo ridiculas, se llegaron á intentar por algunos hombres
ilusos, llevados de sueños temerarios. Asi, D. Saturnino
Rodríguez Peña, por ejemplo, inició la tentativa por su
sola cuenta con la hermana de Fernando VII, Carlota de
Borbon, reina de Portugal que, como hemos visto, se ha-
llaba refugiada en su colonia americana del Brasil, para
coronarla emperatriz del Rio de la Plata. El plan de aquella
loca aventura era transformar, conforme á las ideas
iniciadas por los gefes ingleses de la pasada invasión, el
virreinato de Buenos Aires en una monarquía indepen-
diente de España, pensando que la felicidad pública se
conseguiría por este medio pacíflco sin trastornos ni ma-
yores sacríflcios, adquiriendo el pueblo de este modo, un
gobierno libre y honroso, lo cual era quimera inaudita,
pues se trataba de un déspota igual en principios y en
torpeza al rey de España; y un pueblo que se somete ú la
conñanza y á la fe de un tirano sin imponerse con la
fuerza de su brazo y heroica resolución, no conquista li-
bertades ni derechos, mas solo cambia de amos y cade-
nas. {Qué numen benéflco podría reatar la voluntad del
nuevo monarca cuando el pueblo para nada aparecíal
Aquien no se teme no se respeta, ni recoje veneración
aquel que no es amado.
VI
Uno de los primeros expedientes de salvación pública
de que echó mano la Junta de Sevilla, fué el envió de
comisionados á las provincias de América como heraldos
lanzados 6 proclamar la guerra á Napoleón que ella habia
decretado y asegurar en estos dominios los derechos del
rey Fernando VII, cautivo de Bonaparte, cuya posesión
alegaba el nuevo rey de España, hermano del emperador.
El 19 de Agosto de 1808, el comisionado destinado &
HISTORU DE g0£MES Y D£ SALTA-CAPÍTULO VI 9»
trabajar esta política en el virreinato de Buenos Aires y
en el del Perú, desembarcaba en Montevideo exclamando
al pisar el muelle: « ¡Viva Fernando séptimo! » grito de
guerra que repitió con un clamor unánime lá multitud
que salió á recibirlo y en cuyos brazos fué introducido á
la ciudad y llevado hasta la morada del gobernador que
lo era el coronel D« Francisco Javier Ello. Aquel perso-
ncye eraD. José Manuel deGoyeneche, de las flias del ejér-
cito español que, al enviarlo la Junta de Sevilla por su
representante, lo nabia condecorado con el grado de bri-
gadier de los reales ejércitos.
Este nuevo actor que se añadía á los que ya figuraban
en el gran drama que iba desarrollándose en el Rio de lá
Plata, era oriundo de Arequipa, ciudad del Perú, donde
habia nacido en 1775 y contaba á la sazón 3S años de
edad. Dueño de una inmensa fortuna y perteneciente á
familia muy principal y distinguida, abrazó, desde tem-
prano, la carrera de las armas, pasando á España en 1795
donde siguió hasta el grado de capitán en la milicia. Por
los años de 1800, el gobierno español lo comisionó para
hacer estudios al través de la Europa. Con este fln, pre-
senció las maniobras militares de Berlín y Postdam man-
dadas por Guillermo de Prusia; las de Viena por el
archiduque Garlos y las de Bruselas y París por Bona-
parte. Sus trabajos, que presentó al príncipe de la Paz,
sometidos á examen de la comisión real, fueron aproba-
dos por el gobierno, lo que le hizo gozar desde entonces
en España, de distinguido concepto militar.
Las credenciales de que venia provisto y su arribo á
Montevideo, cuya población y sentimientos eran exclusi-
vamente españoles, vinieron & servirle para desarrollar
con éxito cabal aquel papel de oráculo que intentó desde
un principio el atribuirse. Pero aquel personage era en
el fondo, un aventurero audaz y sumamente artero y pér-
fido, que llevaba marcado parentesco con aquella familia
humana que no siente mas pasión que el egoísmo ni
acaricia otro ideal que el engrandecimiento propio, ni la
ajita otro afán que el de hacer fortuna sin reparar en
los medios; derramando promesas y seguridades donde
quiera y recibiendo los favores de cualquier parte que
390 DR. BERNARDO FRÍAS
vinieren, siempre con la doblez en la palabra, con las
maquinaciones en el espíritu y la falsía en el corazón;
hombres menguados, nacidos solo para sí, que abrazan
todas las causas, que siguen todas las banderas, que pro-
fesan todos los credos religiosos, que halagan con tojeza
en la prosperidad y desconocen con ingratitud en la des-
gracia y que, en horas de oprobio y de ignominia, suelen
llegar hasta deponer é inmolar en los altares de su propia
conveniencia, sin resistencia ni protesta, el último resto
de la virtud y del orgullo humano.
Goyeneche demasiado frivolo, excesivamente aspirante^
manejando con asombrosa habilidad lá mas astuta intriga,
llegaba engañando & los unos, vendiendo á los otros, en-
volviendo en su red de maquinaciones todos los poderes,
todos los principios y todas las ambiciones para asegurar
su triunfo personal cualquiera que fuese el semblante que,
á la postre, llegaran ú adquirir los sucesos.
Este hombre, en efecto, se habia puesto en España en
inteligencia con los tenientes de Napoleón y con los espa-
ñoles afrancesados que trabajaban en el partido de José
Bonaparte recientemente coronado rey de España, y que
contaban con amigos ocultos aun entre los principales
personajes de la junta de Sevilla, contacto de traición en
un enviado que representat>a precisamente en aquellos
momentos, la autoridad que, guardando los derechos de
Fernando VII, declaraba la guerra á los franceses, pero
que él sabría explotar del modo mas hábil y disimulado
en el curso de su misión.
Jugando ú dos cartas, como que la suerte de estos dos
rivales al trono «ra dudosa aun, Goyeneche, al tocar en su
viqje el Brasil, habia tenido conferencias en Rio de Janeiro
con Dk Carlota de Borbon, la hermana del rey cautivo, y
siguiendo su doblez, se puso asi mismo en cxinnivencia
con ella al efecto de hacerla reconocer en las colonias
como la representante de su familia cautiva, y aun de
tentar, si era posible, el problema de su coronación.
Usando con maña de esta triple inteligencia, fué recibí-
do en audiencia pública en Montevideo, donde sin levantar
la mas leve sospecha, hizo la narración circunstanciada
de los sucesos de España, entre los que aparecían dos de
HISTORIA DE GOEHES Y DE SALTA--GAPtTULO VI 991
sorprendente importancia: el cautiverio de Fernando VII,
forzado á deponer su corona, y el alzamiento de Madrid
el 2 de Mayo seguido de la insurrección general del pueblo
español; cuadro que se hacia mas interesante bajo la fé
de aquel testigo presencial que traia en medio de esto,
el secreto, hurtado por su habilidad y pretexto con que en-
volvía su doblez, de los planes de Napoleón para el someti-
miento de España, como los de la junta de Sevilla para
organizar la resistencia. Y según lo confesaba, bábia me-
recido el honor de secretas conferencias con Fernando VII,
siendo así su pecho sagrario que guardaba el verdadero
pensamiento del monarca; igual conflanza, decia, habia
recibido de Murat, donde habia sorprendido los arcanos
de la política francesa.
El había conseguido que la junta de Sevilla lo enviara
por su ministro para ante los virreyes de Buenos Aires y
de Lima; y con el fln de hacer mas meritoria é interesan
te su persona, y encender por ella los corazones y desvir-
tuar toda sospecha de deslealtad, contaba novelescas peri-
pecias por las que decía haber pasado burlando la vijilancia
de las tropas y espías franceses hasta evadirse y partir.
Su misión en América conñada por la junta de Sevilla era
proclamar la guerra á Napoleón en nombre y defensa de
los derechos de Fernando VII; instruir á los pueblos del
estado de España conmoviéndolos porsuffuerte, y recabar,
despertando por este medio la simpatía y el dolor, los
recursos pecuniarios para la resistencia, y anunciar. Anal-
mente, que, en consecuencia de aquella resolución suprema
del gobierno revolucionario de España, se habia celebrado
armisticio con Inglaterra.
- Era Goyeneche un hombre cuya fisonomía mostraba la
satisfacción del joven rico, afortunado y pretencioso; y su
cuerpo, de formas delgadas y crecido, desplegaba una ele-
gancia varonil y distinguida que la hacia brillante y no-
vedosa aquel traje lujoso de brigadier que vestía, llevado
al último rigor de la moda europea. Era el calzón color
claro, de la mas fina gamuza, sujeto 6 la corba por bolas
granaderas de vueltas color de paja; el uniforme era lije-
ro, con precillas rojas, y con galones y bordados de oro.
Aunque no era soberbio ni terco en el carácter, como
d9S DR. BERNARDO FRUS
no lo son los de su país, llenaban su alma ambiciosa las
aspiraciones á la grandeza, ú la consideración y al domi-
nio público, asi en la admiración de los hombres como en
los consejos de estado; en. los conciertos militares como
en la influencia política que presumía haber gozado y
aun gozar en España y que ahora trabajaba por ejercerla
desde Buenos Aires hasta Quito. Inteligente y despierto,
de maneras suaves y cultas en su trato social, de palabra
insinuante y de una elocuencia natural, era halagador por
estudio, y poseedor de todas aquellas prendas que hacen
amables á los hombres entre sus semejantes. Sagaz, su-
mamente astuto y dueño de una vivacidad de espíritu y de
ingenio no común, era habilísimo en el manejo de la in-
triga, inspirando una constante perfidia el fondo de sus
mancos públicos.
Sus dotes militares como gefe organizador y diligente,
lo debían hacer famoso muy luego, ]>uriando con éxito
feliz la torpeza de nuestros primeros generales, en orden
al tiempo, arrebatándonos la victoria de entre las manos.
Aunque, ségun lo demostró en esto era un hóbil general, no
mostró tener, sin embargo, rasgo genial alguno; era cruel
en sus castigos especialmente cx^n los vencidos, sin ser
por esto soberbio ni déspota con sus subalternos y sin
tener ambición mayor que la de imperar, lucir y brillar
en altura distinguida y principal, pero al amparo siempre
del poder establecido ó que ofrecía mayores seguridades
de triunfor, de quien era y seguiría siendo un decidido
defensor, aunque tuviera que sacriñcar en holocausto de
su ambición, como lo sacriflcó, los deberes mas caros para
con sus conciudadanos y su patria.
Sus prendas naturales y su educación social le presta-
ron eflcaz concurso por su lado, para llevar adelante la
misión en que basaba su gran figuración política y mi-
litar y su postrera prepotencia en los gobiernos de Amé-
rica, pues así era fácil y desenvuelto en el hablar como
culto y elegante en las maneras, dando á sus formas
de expresión un revestimiento visible de solemnidad.
Inmensa, cual es fécil suponer, fué la conmoción que
sus narraciones circunstanciadas produjeron en el espí-
ritu público,: y el partido español quizo aprovecharse de
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO VI 998
la influencia que tendría seguramente este hombre pere-
gríno, por el carácter que revestía y por la misión que
de8e[mpeñat>a, para llevar adelante sus planes de hostili-
dad al virrey.
Montevideo era en aquellos dias el asiento principal
del partido español, aun mas que la capital, y el foco
también de sus maquinaciones contra Buenos Aires, los
argentinos y Liniers, el aventurero francés, como dieron
en llamarlo desdeñosamente.
Acaudillaba al elemento peninsular de Montevideo el
gobernador de la plaza, coronel Elío, hombre arrogante,
altivo y valiente; de carácter atropellado é impetuoso,
fruto de su lijera educación, pues era de pasiones violen-
tas y de maneras torpes y hasta brutales. El arma de
sus puños solía manejarla . con igual destreza y fre-
cuencia que su espada. Militar ordinario y fanfarrón de
antigua y vulgar escuela, sin instrucción ni talento, per-
tenecía á aquella clase de déspotas soberbios, sin mas
recursos que la fuerza bruta y que se sienten capaces
de sepultar la tierra en los abismos con el solo prodigio
de sus músculos. Como gefe militar, habíase distinguido
por su arrojo y valor en la defensa de la capital, en 1807,
aunque sin fortuna, pues habla sido cuatro veces derro-
tado; aborrecía con pasión visible á los argentinos, y en
especial, & los porteños ó hijos de Buenos Aires que
llevaban la voz por sus hermanos. Del bando español,
Elío era el gefe militar y el hombre de acción como Al-
zaga era el gefe político y el hombre de consejo, director
presumido de suficiencia en las tramas de la política y
en los planes de conjuraciones secretas. En aquel brazo
y en aquel cerebro; en aquella fuerza y en aquel pensa-
miento tenían fyas sus miradas y puestas sus esperanzas
personales y políticas los españoles residentes en ambas
orillas del Plata.
Y bien: desde su arribo á Montevideo, el comisionado de
la Junta de Sevilla se encontró con las diferencias y riva-
lidades alimentadas entre el virrey y los españoles; y,
queriendo aprovechar de aquella autoridad que revestía
personage semejante para explotarla en su favor y en el
de su partido, Elío, como los principales europeos, le pin-
394 DR. BERNARDO FRÍAS
toron la situación del virreinato de colores siniestros y
en inminente riesgo la causa española en estas playos,
tanto por el origen francés, de Liniers como por aquella
su política tan americana en el orden interior. El virrey,
según la expresión de sus enemigos, era un traidor ven-
dido á Napoleón, y á España interesaba mas que nunca
en la hora presente, barrerlo de la posición que ocupaba
indignamente, como cabeza legal y armada del virreinato.
Goyeneche que jugaba entre los dos partidos y que, como
mas antes lo dijimos, traía consigna de los afrancesados
españoles para preparar la opinión ú favor del usurpador
francés, aparentó caer bajo el calor de esta elocuencia del
patriotismo español y de las pruebas que le ofrecían para
mostrar la traición y el peligro interno por el espíritu
de independencia que se sospechaba en Buenos Aires; y
como fuera Goyeneche entonces y mas tarde declarado
enemigo de la independencia de América, de aquellas
conferencias que revestían todo el colorido apasionado de
una nueva conjuración contra el sistema establecido en
la capital, resultó convenido, como medida mas acertada
y política para evitar complicaciones y, acaso, una guerra
civil entre una y otra potencia rival, que ninguna de
ambas recojería el gobierno del virreinato, mas si que
este fuera devuelto, como en los tiempos pasados, al virrey
del Perú, autoridad de conflanza, antiquísima, que ofrecía,
al parecer, un espíritu imparcial en esta contienda y que
podía honrosamente imponerse por el solo prestigio de
su autoridad sobre ambos rivales, salvando, así, la situa-
ción de la anarquía y del terrible porvenir que la amena-
zaba, Y no es costoso el pereuadirse, conocidos los ante-
cedentes de aquel hombre, su naturaleza aspirante y
ambiciosa, el cargo casi real que desempeñaba y el peso
mismo de su nombre en la suerte de los acontecimientos
que llenaban aquellos días, que acariciaba al urdir esta
trama en Montevideo, y por medio de tal extratagema,
la ilusión de sentarse muy luego en el solio de los virreyes
de Buenos Aires.
Una vez en la capital y en conocimiento del virrey por
ojos propios, comprendió Goyeneche que era llegado el
momento de aprovechar para sí de la posible verdad de
fflSTORU DE GÜEMES Y DE SALTA— CAPITULO VI 295
aquellos temores que se sentían en Montevideo respecto
de la lealtad del virrey. Por que como fuera ó la vez co-
misionado oculto de los agentes de Napoleón y del partido
francés de la península para procurarles el voto de Amé-
rica, el origen particular de Liniers, sus recientes comu-
nicaciones oficiales con Napoleón y la voz que lo conde-
naba en Montevideo por traidor y bonapartista, circuns-
tancias eran que le mostraban prendas de seguridad de
que hallaría en él su cómplice y el mas poderoso auxi-
liar para esta su mayor perfidia.
Producidas sus conferencias con el virrey, en vez del
caluroso partidario del usurpador como se lo pintaban los
españoles de la banda opuesta y como él mismo se lo
deseaba, solo halló al hombre pusilánime ó irresoluto, ho-
nesto en el fondo, que se colocaba en el punto equidis-
tante de ambos extremos y compromisos, vale decir, en
el terreno mas propicio para mostrarse & todos sospecho-
so. Leal hasta cierta medida ú los intereses españoles y
á los derechos jurados del rey Fernando, tomó, sin embar-
go, una posición equívoca, adoptando una neutralidad casi
delincuente, á lo espera de los resultados para decidirse y
plegarse á quien definitivamente triunfara; para ofrecer su
adhesión y rendimiento al vencedor, quedando, entre tanto,
de frió espectador de la contienda. Abrazaba el virrey, de
esta suerte, aunque con buena fé, si cabe, aquella política
medrosa, de inspiración inmoral, seguida siempre en el
mundo por criaturas débiles y cambiadizas; por los que
cavilan en la venta de su dueño en cuanto vacila su fortu-
na, dispuestos siempre á buscar amos nuevos sin compro-
meterse en cuanto á ellos hoce, ni en defender ni en sal-
var al amigo ó al gefe amado la víspera y desconocido ó
discutido en la hora del peligro, porque no se sienten con
valor bastante para herir de frente, con la altura, con la
franqueza y honradez que cumple á todo hombre bien
nacido; política acomodaticia, de suyo cobarde y ruin, que
no es mas que una felonía permanente y disimulada.
Goyeneche, pues, á pesar de sus amaños, luchó en vano
por seducirlo é inclinarlo al partido francés. El virrey, al
negarse, procedió con arte y buen tino. ¿Quién le asegura-
ba que este enviado de la junta de Sevilla, después de pa-
396 DR. BERNARDO FRÍAS
sar por entre sus adversarios de Montevideo, no fuera un
espía que le enviaban sus enemigos? £1 sentimiento del
país que él tan bien conocía, por otra parte, era pública y
unánimemente adverso al cambio de señor; el pueblo pre-
fería lo antiguo y malo, antes que pasar á manos fran-
cesas.
A pesar de todo esto, si el virrey Ljniers no se completó
con Groyeneche, vaciló al menos en su virtud, que es el
primer paso dado hacia el abismo. La protección personal
en vez de la prisión y de toda otra medida contra el trai-
dor, muestran, sin duda, el grado de moralidad política
de su conducta ó, si se quiere, la prueba de su secreta
complicidad con el partido francés.
Y es curioso observar aquí, en cuanto á Goyeneche,
cómo se desenvolvía en el cumplimiento de las tres comi-
siones antagónicas y repulsivas entre sí, de que venía en-
cargado, dos de ellas contrarias á los derechos de la corona,
encontrando, sin embargo, á lo largo de su camino y
como gracia peregrina del destino en complicidad, al pa-
recer, con sus intereses y ambiciones, unos tras otros las
autoridades, los elementos y las fuerzas convenientes que
representaban, como por capricho, cada una de sus intri-
gas;—D». Carlota en el Janeiro, los españoles adictos á
Fernando VII en Montevideo, Liniers, casi afrancesado,
en Buenos Aires y el gobernador Pizarro en Chuquisaca.
Dando fín á sus intrigas y desprendiéndose de aquellas
querellas de carácter simplemente local entre dos partidos
políticos en lucha que ansiaban mutuamente derribarse, y
sin notar que el espíritu público en Buenos Aires se halla-
se agitado por la idea de la independencia, pues aun no
habia alcanzado é tomar sazón ni cuerpo, Goyeneche par-
tió de Buenos Aires con rumbo & Lima. En las ciudades
del tránsito sembradas á lo largo de la ruta del Perú, era
recibido por las autoridades con ceremonias públicas, y los
gobiernos de las provincias, & su paso, se ocupaban de su
viaje, suministrándole coches, dinero y demás elementos
de transporte; por que era de añeja costumbre que el
gobierno de España no debia hacer erogaciones para el
sustento de sus enviados en Indias.
En el trayecto de su viaje, Goyeneche dióse el rango de
HISTORIA DE (SÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO VI 297
un comisario regio. Los cabildos se congregaban y se
dirigían en corporación y revestidos del traje de ceremo-
nia, & su posada, para introducirlo con honores en el sa-
lón del ayuntamiento y recibir allí las órdenes é informes
de que era conductor. El 20 de octubre de 1808 Goyene-
che fué recibido de esta honorífica manera por el cabildo
de Salta, en cuya sala capitular «hizo una prolija narra-
ción de lo acaecido en Madrid, traición de Napoleón y
estado de nuestro soberano Fernando séptimo,--como dice
el acuerdo capitular de aquel dia— añadiendo «que el
objeto de su misión era pedir donativos voluntarios para
auxilio de la península. »
VII
El fracaso de esta nueva tentativa no hizo retroceder,
sin embargo, el ánimo resuello de Álzaga y Elío; antes,
por el contrario, dejando de lado el camino de las necias
proposiciones hasta entonces seguido, acordaron lanzarse
francamente á la revuelta.
Dos circunstancias que encontraron ó su juicio propi-
cias, alentaron aquella vez su resolución. Era la una la
victoria de Bailen, alcanzada por las fuerzas de la insur-
recion española sobre el ejército francés al mando de
Dupont, con el rescate de Madrid desalojado por las auto-
ridades napoleónicas; y era el otro Montevideo y sus
recursos, donde, como se temiera nueva agresión á estos
dominios por parte de los ingleses, el virrey habla forti-
ficado aquella plaza importantísima con abundantes per-
trechos de guerra, confiando el mando y diii^cion de
todo al coronel Elío. Álzaga, á mas de esto, contaba en
la capital con los cuerpos de catalanes y gallegos forma-
dos de tropas y oficiales notoriamente españoles, á los que
ofrecía su apoyo todo el numeroso grupo de sus paisa-
nos, resueltos como ellos también á aventurarse á un
gran golpe de mano. El plan habla sido fraguado en
Montevideo, á donde habla marchado Álzaga en los últi-
mos días de Agosto á acordarlo con Elío, proveyéndole
de una gruesa suma de dinero para la leva de tropas
396 DR. BERNARDO FRÍAS
que, unidns á las de la guarnición de Montevideo, debían
marchar sigilosamente á la Colonia y caer sobre la capital.
En tal sazón, el gobernador de Montevideo, dando paso
insólito, propio solo de su carácter violento, mandó pe-
dirle al virrey la renuncia del gobierno, porque era fran-
cés, y como el gobernante agredido por un subalterno
político y militar, le contestara dándole orden de prisión,
Elio, rompiendo de frente con la autoridad nacional, si
puede decirse, organizó una junta de gobierno, al estilo
de las erigidas en España, que presidió él mismo como
gobernador. La junta de Montevideo se declaró, desde su
primer paso, en rebelión contra el virrey, desconociendo,
por decreto, su autoridad y declarándolo enemigo de Es-
paña y de los españoles y reo de alta traición contra la
patria y el rey. Sus parciales se denominaron leales y
llamaron traidores á quienes estaban del lado de Liniers.
En Buenos Aires era proyectado realizar cosa parecida,
pero Álzaga encontró serias diflcultades para que estallara
el movimiento; los hombres en que confiara, vacilaron en
el momento de la prueba y hasta en los cuerpos milita-
res de su devoción, tropezó con resistencias formales.
Solo el cuerpo de catalanes se le ofreció resuelto y firme.
La resistencia española triunfante de aquel modo en
Montevideo, quedaba obligada á sufrir las torturas de la
conspiración todavía en Buenos Aires. El comité español
de esta ciudad, donde tenia figura principal el mismo obis-
po, acordó estallara el movimiento el !<> de Enero de 1809,
dia señalado por las leyes para la elección de los nuevos
miembros del cabildo,— con cuyo pretexto podian reunirse,
sin despertar zozobras, en la plaza municipal. La acción,
encomendada á los gefes, debia ser rápida; los españoles
se presentarían armados, impedirían la entrada á los que
no lo eran, que pocos acudirían, pues la elección de ca-
pitulares era hasta entonces privilegio y monopolio de
los españoles. Llegado el momento de proceder, acome-
terían inopinadamente la fortaleza, que era el antiguo
palacio de gobierno y residencia privada del virrey, se
apoderarían de Liniers por sorpresa, y procederían- en se-
guida á organizar el nuevo gobierno, por medio de una
mSTORU DE QUEMES Y DE SALT^^GAPlTULO VI ád9
junta absolutamente española, con D. Martín de Álzaga á
su cabeza.
La elección del !<> de Enero fué tranquila: la plaza mu-
nicipal, como el ediflcio del cabildo y las azoteas de las
ca$as inmediatas estaban guardadas por los revoluciona-
rios; las tropas españolas ocupaban su centro. Guando la
campana del cabildo comenzó á sonar, un clamor unánime
y amenazador se alzó de aquella multitud. Los gritos de
—Junta! junta como en España! ¡Muera el francés LlniersI
llenaban con su estrépito el espacio.
A la voz de la sedición, el cabildo, presidido por Álzaga,
organizó una comisión encabezada por el obispo D. Benito
Lúe, que se dirigió al fuerte á recabar del virrey la di-
misión.
Pero los conjurados no tuvieron la virtud que salva las
mas veces á las conspiraciones: el secreto. El plan español
habia trascendido al público y liabia prevenido á sus ad
versarlos; de manera que estos contestaron al bullicio sedi-
cioso que se levantaba en la plaza principal, tomando las
armas y acudiendo en defensa de la autoridad amenazada.
D. Cornelio Saavedra, ya famoso coronel de los patricios,
penetraba con su legión armada por la puerta escusada de
la fortaleza y ocupaba su patio; García, con su batallón de
cántabros y ocho cañones y sus artilleros, cubría las calles
cercanas & la plaza por el norte; los arribeños, ó su vez,
permanecían en armas ' desde la noche anterior. Otros
grupos armados acudían también en defensa de la autori-
dad.
Pero el virrey vacilaba; aunque el apoyo de los hijos del
país le era base inconmovible de poder, oprimido por su
carácter de francés en aquellas circunstancias, temblaba
de pronunciarse de manera ruidosa contra los hijos de
España. Bojo esta impresión y creyendo calmar por sí
solo el tumulto, ordenó el retiro de sus omigos. Pera estos
volvieron de nuevo á intervenir y de manera resuelta para
terminar aquel conflicto que se prolongaba demasiado.
Formando una columna de dos mil soldados, penetraron
á la plaza en son de guerra y ocuparon el recinto con
sus armas. Saavedra mandaba la columna del orden y
que debía llamarse también de la libertad.
30O DR. BERNARDO FRUS
Bastó SU presencia en la plaza para que la tormenta se
disipara sin que sonara un tiro ni tiñera el suelo una gota
de sangre. Los amotinados ni intentaron hacer resisten-
cia. Los cuerpos españoles se desbandaron y corrieron por
las calles tirando las armas al pasar.
La plaza de la Victoria, antes recinto dominado por
los revolucionarios, aparecía invadida ahora por una ola
inmensa de pueblo y guardada por las armas argentinas,
vencedoras con su sola presencia. Liniers fué sacado en
brazos del pueblo, con la cabeza descubierta y colocado
en la plaza al frente de los patricios. Los dos héroes,
Liniers y Saavedra, aparecían por la última vez saborean-
do unidos las emociones de la victoria, saludados por el
aura popular y aclamados por el regocijo público. A la
vuelta de un año, la lealtad . por el rey en el uno y la
lealtad por su patria en el otro, los habla de separar en
campos enemigos.
VIII
En aquella noche que siguió al triunfo, el virrey reunió
en acuerdo á la real audiencia y con intervención d^ sus
dos fiscales, se declaró la tentativa sofocada aquel dia
como alentado y traición. D. Martín de Álzaga, su gefe,
como los principales personages comprometidos en aquel
golpe frustrado, fueron condenados á conflnamiento en
Carmen de Patagones, allá en las lindes meridionales de
Buenos Aires; y como medida de prevención y cordura
para el porvenir, fueron disueltos los famosos cuerpos de
catalanes y gallegos, base de fuerza regular única con
que habla contado hasta entonces la conspiración española.
Desarmados, disueltos y abatidos en el primer momento,
no cedieron en su inquebrantable tenacidad; Elío, arrebató
á su compañero desde su prisión y lo introdujo triunfal-
mente en Montevideo; y juntos allí, volvieron al antiguo
camino de las maquinaciones é intrigas. Volaron hasta
la junta central de España los memoriales de sus agra-
vios, acusando al virrey de traidor y faccioso, donde se
dieron encuentro con los dirijidos por Liniers en que
fflSTORIA DE GOEMES Y PE SAIíTA-^OAPITÜLO Vi flOl
aparecian de rebeldes, díscolos y perturbadores de la paz
pública.
Las quejas dirijídas por los gefes de ambos partidos &
las autoridades españolas no consiguieron otro objeto que
aquel que era de temerse. La Junta Central, asesorada
por el marques de Casa Irujo, su embajador ante la corte
portuguesa emigrada en el Brasil, resolvió nombrar un
nuevo virrey, como medida la mas prudente, para alla-
nar el conflicto del Rio de la Plata. La sustitución de
Liniers por un nuevo virrey, era plan trabajado por el partido
español después de la derrota del I® de Enero, que alcanzaba
el primer triunfo de esta manera, tentando en grande es-
cala al demonia de la intriga, una vez que habla fallado
el demonio de las conjuraciones.
IX
El nuevo virrey nombrado por la Junta Central de Es-
paña como reemplazante de Liniers, era D. Baltazar Hidalgo
de Cisneros. Al nombrarlo, el gobierno de España apare-
cía inclinado solo en obsequio del bando español absolu-
tista y, al efectuarlo, aquel acto violento de su política,
en vez de abrigarlo de peligros, solo iba & producir pre-
cipitación en los sucesos, lo que toda sana política hu-
biera aconsejado evitar.
Cisneros desembarcó en Montevideo en los principios de
1809, pues erqn tales los recelos de que venia cargado
desde España, que pensaba de seguro encontrar resisten-
cia armada en Buenos Aires. Llegaba enviado no como
mediador sino con el ánimo prevenido y con el plan insensato
de someter nuevamente á toda la población argentina
al estado de su antigua servidumbre, no solo para que f<ie-
ra vasalla del rey, mas también de todos los españoles.
Lleno de aquellos recelos y sospechas, cual si se acercara
& país enemigo, fantasmas que engrandecían las declama-
ciones y aturdimiento de Elío y de Álzaga y demás par-
ciales que los rodeaban en Montevideo, resolvió como
acto de política preventiva, intimar al virrey caduco de
Buenos Aires le prestara reconocimiento.
902 DR. BERNARDO FRÍAS
Pero hubo mas. No contento con esta medida de pre
caución, se dirigió intimación á los gefes de las fuerzas
armadas de Buenos Aires para que bajaran ó la Coionio,
puerto cercano en la Banda Oriental, ú prestar juramento
de fidelidad al nuevo gobernante que los aguardaba allí
defendido por fuerte escolta militar al mando del general
D. Vicente Nieto, que acababa de llegar también de España.
Consumados estos aparatosos compromisos y en medio
de aquellas inusitadas precauciones, anunciaba Cisneros
pasar ú la capital A posesionarse del gobierno. Mas todo
aquel horizonte que parecía despejarse de temores,
merced ó tales medidas, una nueva y torpe imprudencia
volvió & cerrarlo de escollos y ú punto tal, que fué de temer-
se la resistencia armada; por que el gobierno español
habia agregado á la injusticia la ofensa; injusta era la
separación de Liniers y ofensivo hasta el extremo el nom-
bramiento del coronel Elío, el decantado enemigo de Bue-
nos Aires, de los argentinos y sus derechos como gefe su-
perior de la fuerza militar.
Súpose, á la vez, que este hombre feroz aconsejaba al
nuevo gobernante empleara para con los enemigos la po-
lítica del terror y el exterminio, como el único medio de
matar en su cuna el espíritu criminal de la independencia,
sospechado por todos los españoles como albergado en el
ánimo de los habitantes del Plata; y apuróse la certidum-
bre de que aquel terrible enemigo, destinado ú gobernar
como gefe superior las milicias del virreinato, habia pro-
puesto ya como primera medida de Imen gobierno, la
formación de causa criminal como traidores ú lamagestad,
á Liniers y los mas esclarecidos gefes de las milicias
argentinas, y el completo aniquilamiento de estas; y lo qye
era mas amenazante todavía,— la reorganización de los
cuerpos militares de españoles, vencidos y disueltos en el
molin del 1^ de Enero.
El nuevo virrey desistió, sin embargo, de aquel loco y
temerario empeño, obligado á ello por la fuerza de las
circunstancias y los prudentes consejos de Liniers; porque
la exaltación del espíritu público, al frente de aquellas
amenazas, subió de punto, encabezada por la fuerza mili-
tar amenazada y por que Liniers corrió & servir de inter-
HISTORIA DE GÚEMBS Y DE SALTA-CAPÍTULO VI 808
mediano alzando bandera de concordia y concesión polí-
tica, á fé de fiel vasallo, aunque de un gobierno ingrato.
Rabia sido en Europa amigo estrecho de Cisneros, y ale-
gando esta circunstancia, pudo conseguir llevar al pueblo
de Buenos Aires persuacion aunque no convencimiento,
de que el nuevo virrey no aceptaría para su gobierno la
política de fuerza que aconsejaban sus enemigos; que no
entrarla ú la gloriosa capital como conqnistador á imponer
condiciones y castigos, mientras que, por su lado, persua-
día, así mismo, á Cisneros cuánto era provechoso y con-
veniente se animara de un espíritu de contemporización,
templanza y liberalismo político, sin guardar ni recelos
ni prevenciones con un pueblo que, si era altivo y nada
dócil á la vejación por los españoles intolerantes, era
vasallo fiel del monarca español. La suma de su prudente
consejo era decirle continuara la política que él había
seguido con tan feliz suceso, manteniéndose, como una
justicia y una imposición de las cosas y de los tiempos,
aquella situación política en que hallaba el gobierno; por
que, si esto era un mal para la ambición insaciable de
los peninsulares, era también fuerza el reconocer no
alcanzaba remedio y que había pasado para este pueblo
la época del absolutismo y vejación antes sufrida. Polí-
tica era aquella liberal y prudente que había enseñado
la esperiencia al espíritu generoso de Liniers, y que Cis-
neros se vio forzado ú aceptar en parte por precaución,
algo también por el convencimiento, tomando la resolu-
ción inmediata de negar á Elío la gefatura de Ins fuerzas
militares, colocando en ella al general Nieto recién llegado
de España, y respetando el estado actual de organización
de las milicias. El partido español sufría, así, una vez
mas, la derrota de sus aspiraciones y en momentos en
que se miraba como victorioso y feliz. Nueva y severa
lección que no le serviría, sin embargo, ni de escarmien-
to ni de ejemplo.
CAPITULO VII
Lit peTolvel
SUMARIO:— Entrada de OíRneros A Bunnos Aire»; aDtecedentes de este
f^ersonage— Nueva política del virrey— Rey oluciOD es de Chuqaisaca y
a Paz— ju castigo y sus efectos—Desprestigio del ffobiemo— La inep-
titud del virrey— Ideas revolucionarins': conferencia ael coronel Moldes
— Plan político de Moldes: sn ofrecimiento— La Sociedad Secreta rea-
parece en Buenos Aires— Politica de Saavedra— El apostolado de Mol-
des en el interior— La pérdida de España — Reunión revolucionaria en
«asa de Pueyrredon— Noticias de España en Marzo, destmecion de la
Junta Central, creación de la regencia— Estado y conducta de los pa-
triotas—La opinión pública— Actitud que asume el virrey; proclama del
18 de Mayo— 20 y 21 de Mayo; petición de cabildo abierto— Entrevistas
con el virrey— Preparativos revolucionarios— 22 de Mayo; la plaza de
la Victoria, la policia patriota y la libertad del sufragio— El cabildo
abierto; descripción de la sala capitular — La inesperí^ncia de los .patrio-
tas—Alocución del cabildo— El debate; discurso oel obispo — Un momen-
to critico— Discurso del Dr. Castelli— Discurso del Dr. Villota— Efecto
que produce su palabra- Réplica del Dr. Passo — Los defensores de
España sé si«»nten vencidos— La autoridad del virrey es puesta en^ Jui-
cio—La votación: creación de una junta de gobierno — Los españoles
burlan la resolución del 22— Sus manifestaciones de júbilo— Indignación
de los patriotas— Gonf<>rencia con el virrey: renuncia la presidencia de
li junta— La rtpresmiacion al cabildo- Í5 de Mayo; actitud dM ca-
bildo— El pupblo envía sus diputaciones al cabildo— Sanción popular de
)a nueva Junta de gobierno; fin de la dominación española— La politica
de la revolución— Instalación de la Junta de Mayo; regocijo público.
I
Terminado el periodo de las conjuraciones merced & la
política de conciliación adoptada desde aquel dia por el
nuevo virrey, el espíritu público llegó á descansar un es-
pacio de aquella tan continua ajitacion.
El 30 de Julio de 1809, Cisneros hacia su entrada triunfe!
en Buenos Aires. Los e3pañoled de la capital festejaron
con visible alborozo aquel su triunfo en el que el aven-
turero francés acabarla por ser deportado. Músicas y
colgaduras; procesiones y gritos de aclamación y noctur-
a06 DR. BERNARDO FRÍAS
ñas luminarias atestiguaban su alegría por la ciudad; mas
los patriotas, nombre que desde aquellos dias comenzal>a
á distinguir ó los argentinos como partido político,— ofen-
didos aun con los primeros pasos del virrey desde Mon-
tevideo tan llenos de saña y torpeza que hacian vislum-
brar oculto y pérfido enemigo, se abstuvieron de participar,
con justicia, de aquel regocijo de sus enemigos. Algunos
exaltados recorrieron las calles aquella noche, cegando
las luminarias que solo nabian puesto al frente de sus
casas los españoles y los empleados del gobierno.
El nuevo personage que se sentó aquel dia en el solio
de los virreyes de Buenos Aires y que estaba destinado á
llenar entre ellos el número postrero, era varón de pro-
sapia ilustre; un oflcial distinguido de la marina española
que, entre los servicios prestados á su país y que le va-
lieron el grado de teniente general, contaba el de la par-
ticipación en la batalla naval de Trafalgar, donde, al mando
del Santísima Trinidad, había compartido de la gloria de
los vencidos, luchando con. honor y viendo arder y hun-
dirse en los abismos del mar la última escuadra de su
patria.
Bastante tino mostró el gobierno de España al fljar sus
ojos en las condiciones y dotes de la vida particular de
este personaje, para dirimir el conflicto del Rio de la Plata,
Si vencer no pudo ni llenar su compromiso el nuevo
virrey, causa fué mas de su política retrógrada que no
de sus cualidades personales; por que si como gobernante
le hubiera acompañado un espíritu liberal, una conciencia
pública honrada y recta y una llama de buena inspiración
hubiera iluminado su cerebro, mostrándole que no es eter-
na la dominación de la fuerza y que á la postre solo de-
ben triunfar la razón, la verdad y la justicia en la tierra,
hubiera respondido en su puesto de la integridad de la
monarquía salvando con feliz suceso la borrasca.
Cisneros se trazó, desde el primer momento, una política
de observación y de estudio del país que venia á gober-
nar sin conocerlo, con la calma y serenidad que le per-
mitía su espíritu frió y reflexivo, y guiado de las preven-
ciones y teqiores de que venia provisto desde Europa.
Aquella serenidad é independencia de su política des-
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA-CAPITÜLO VII 807
compuso el Animo del partido español desde los primeros
pasos de su administración, y especialmente el de su gefe
que, sin comprender ni admitir contemporizaciones ni
transacciones prudentes, anlielaba se procediera inmedia-
tamente por la liuella tantas veces funesta ú su política;
por lo que la adhesión española enfrió su primitivo en-
tusiasmo, despecliada ahora viendo al nuevo virrey ne-
éjarse á ser el instrumento dócil y ciego de sus pasiones
por el momento, persuadiéndose de que el nuevo gefe era
un político inepto, timorato y el menos llamado á salvar
1q causa española de aquellos peligros; pues ni se acom-
pañaba de Elío y sus consejos ni siquiera ponia en eje-
cución, como acto inaugural de su gobierno, sus pasadas
promesas de la reorganización militar de los cuerpos es-
pañoles que habia traído como encargo especial desde
España. Por el contraigo,— « formemos todos desde hoy,
decía, una misma familia, pues somos subditos fieles de
un mismo soberano que, en su desgracia, nos pide á todos
como á sus hijos, el apoyo y la dedicación de su amor.»
En nuestro sentir, ni el partido español ni el virrey
acertaban en su política. Por que si la empecinada ce-
guera por el absolutismo de partido, ó mejor, de casta,
de aquel bando arrancaba maldiciones contra el sistema
de confraternidad que predicalja el gobierno, el virrey por su
parte, pecaba de torpeza al no reconocer los elementos con
que actuaba ni menos persuadirse de los antecedentes que
habían producido aquel abismo de repulsión entre unos
hombres y otros. I.a fraternidad, la unión y la concordia
entre argentinos y españoles era ya imposible; por que no
se pueden borrar en un momento los males y las pasiones
sembrados por los siglos, como no se puede cambiar la
fe religiosa ni la opinión política de los pueblos con de-
cretos y leyes autoritarias de gobierno. Y en aquel pro-
blema que preocupaba el cerebro del virrey, la verdad de
las cosas demostraba que los argentinos, en Buenos Aires,
eran dueños de la situación, sosteniendo con ella el dere-
cho de gobernar en la tierra en que habían nacido, de-
pendiendo como vasallos, solo del rey, único soberano
legal, mas no de los españoles y estos, notorio era que no
transigían con nada en su absolutismo tradicional; porque
a06 DR. BERNARDO FR[AS
ellos, como el virrey y como el gobierno de entonces de
España estaban inspirados por genio de orguUosa intole-
rancia política y religiosa, tanto, que nada aprendían ni
nada les enseñaban la esperíencia de los siglos y los
dolores del fracaso. Temaban aun en reducir ú siervos
de los hijos de España ó cuanto hijo de América existiera,
consentidos en que nada del mundo podría vencerlos ni
nada deberían temer. La ceguera del orgullo les perdía
la razón. La pasión, como la ignorancia, tiene el secreto
de velar la verdad ante el espíritu y de persuadirlo de ser
el dueño de ella.
II
Ante- aquella actitud del gobierno, el partido español se
declaró ofendido y se consideró burlado; la causa de su
patria le pareció comprometida en el mismo peligro que
antes lo estuvo; y como sus recriminaciones ú la política
de conciliación— que él llamaba debilidad é inepcia, subie-
ran crgrado tal que ofendieran la dignidad y delicadeza del
virrey, cayó este en disputas, riñó con los gefes del bando
absolutista, perdió sus simpatías y se ladeó, al parecer, con
habilidad hacia el lado que viviñcaba la situación el aliento
popular; actitud final que no era mas que el reflejo de lo
política recelosa, suspicaz y ai^tera para realizar un plan
de mas seguro avasallamiento que se tramaba en su alma
italiana del siglo XV. Mas, en el campo de los patriotas
habían sobrados antecedentes para no entregar fe y con-
fianza en un gobernante que habia llegado con la segur y
la horca para ellos, y que, impotente por el momento, cam-
biaba de voz, mudaba el semblante y extendía la mano con
ademan amigo y generoso.
Sucede, ú veces, que los vaticinios de la opinión pública,
revelados ú ella por no sé qué genio de salvación social,
llegan á ser, en breve, verdad en los sucesos. Y aquella
repulsión y desconfianza que el pueblo mostrara al nuevo
virrey, cambióse, tras breve espacio, en maldición y con-
denación unánime y general en todo el país.
El hecho fué que Gisneros gobernaba con doblez su
mSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-OAPITÜLO VH 809
pueblo. Mientras tendía mano amiga allá donde su poder
vacilal)a, como en la capital, alzaba el puñal de la injus-
ticia y crueldad donde lo apoyaba un ejército español.
Los acontecimientos producidos el 25 de Mayo de 1809 en
Chuquisaca y el subsiguiente alzamiento de la ciudad de
la Paz, prueba mostraron á la opinión y al mundo que,
aquel magistrado que llamaba á la concordia y á la fra-
ternidad á los pueblos argentinos y ó sus opresores, pro-
clamando una política de olvido y concesiones mutuasi
era el ministro de la hipocrecia y del miedo que tramaba
en los abismos de su alma una política diabólica.
Sucedió que al llegar á Chuquisaca, Groyeneche, desar-
rollando su plan secreto convenido con la infanta D*. Car-
lota para proclamarla representante y heredera del rey
Fernando VII, cautivo de Napoleón, trató el negocio con
el gobernador presidente de Charcas que lo era á la sazón
el mariscal de campo D. Ramón García Pizarro, de la
orden de Calatrava, hombre anciano y tímido; 1) lo con-
venció de la lejilimídad y provecho de esta su misión
oculta de tal manera que, contando con su apoyo y aluci-
nado con este su primer triunfo, se aventuró á sondear
la opinión de los miembros de la real audiencia.
Esta corporación recibió con indignación y alarma la
proposición que se le hacía en nombre de D«. Carlota que,
á juicio de aquellos hombres, envolvía una traición cuyo
fln solo era el trasponer estas provincias al dominio de la
corona de Portugal.
La audiencia celosa de patriotismo, hizo pública su alar-
ma que se extendió por todo Chuquisaca con extraordi-
nario ardimiento y enconando intensamente las pasiones.
Quizo aquel tribunal como primera providencia, apresarlo á
Goyeneche como á traidor, pero este, hábil siempre y
protejido por los ministros del rey que le seguirían pres-
tando favor y mano fuerte, se dio á la fuga, siendo mal-
decido y caricaturado en Chuquisaca, y refugiándose en
1) El general Pizftrro faé gobernador intendente de Salta, v durante su
admiaiatracion, da 1791 4 1798, fundó la oiadad de San Raocon da la
nueva Oran el 81 de Agosto de 1794, cuyo nombre provania de ser
Btt fundador español natural de la ciudad de Oran, en África.
310 DR BERNARDO FRÍAS
el Perú, cuyo virrey lo premió con el importante gobierno
de la intendencia del Cuzco, vacante en esos días.
Aquel golpe de estado que se frustraba de esta manera,
y en el cual se hallaba complicado el gobernador español
Pizarro, indignó de tal modo ó los americanos y ú los
españoles leales al soberano lejítimo, que se produjo una
conmoción popular la cual, presidida por la real audiencia
en alianza con los americanos y españoles leales y apoya-
dos por la plebe abundante y poderosa de aquella ciudad,
hizo estallar el tumulto armado de la noche del 25 de Mayo
de 1809.
La revolución acusó de complicidad en el crimen de
traición al gobernador Pizarro, lo atacó en su propio pa-
lacio, lo depuso del mando y lo encerró en un calabozo.
En reemplazo suyo se creó una junta de gobierno presi-
dida por la misma real audiencia, cuya autoridad se declara-
ba dependiente del virrey de Buenos Aires, como lo estuvo
la anterior, protestando, al frente de aquella tentativa de
Goyeneche, su leaf adhesión al rey Fernando.
El gefe militar de aquel movimiento con el título de
comandante de armas era, aunque español de origen, un
hijo ilustre de Salta por haberla adoptado como su patria
y haber formado en ella su familia,— D. Juan Antonio Al-
varez de Arenales que iba á llenar muy luego aquellos
regiones con la fama de sus virtudes y la gloria de sus
hazañas; pero el ardimiento revolucionario se reconcentró
en la juventud ilustrada, donde se sintieron resonar los
nombres de Monteagudo, de Zudáñez, de Lemoine, de
Fernández que, llevados por su entusiasmo y su fe en el
porvenir, comenzaron á formar, bajo el calor de aquellos
sucesos, sociedades secretas de propaganda por la inde-
pendencia.
Pocos dias mas tarde, el 16 de Julio de 1809, la populosa
ciudad de la Paz era sacudida por un movimiento mucho
mas franco y audaz que, & los gritos de / Viva Fernando Vil;
mueran los chapetones / nombre con que se designaba
á los españoles, destituyó las autoridades, levantó
ejércitos y proclamó un gobierno exclusivamente ame-
ricano. £1 25 de Julio se instaló la nueva junta de go-
bierno cuya aspiración fundamental era la defensa, protec-
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO VH 811
cion y amparo de los derechos americanos hasta entonces
oprimidos, por lo que tuvo el nombre adjunta Tuitiva de
los derechos del Rey y del Pueblo.
Inspirada de estos nobles sentimientos bajo el genio de
la libertad y el derecho, el 29 de Julio lanzaba la revolu-
ción su famosa proclama en que decía:— « Hasta aquí he-
mos tolerado una especie de destierro en el seno de
nuestra patria; hemos visto con indiferencia por mas de
tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo
y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la
especie humana, nos ha mirado como á esclavos. Ya es
tiempo de sacudir yugo tan funesto á nuestra felicidad
como favorable al orgullo nacional del español. Ya es
tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno
fundado en los intereses de nuestra patria. Ya es tiem-
po, en fln, de levantar el estandarte de la libertad en
estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título
y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.
« Valerosos habitantes de la Paz y de todo el imperio del
Perú, revelad nuestros proyectos; para la ejecución apro-
vechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis
con desden la felicidad de nuestro suelo ni perdáis jamas
de vista la unión que debe reinar en todos, para ser en
adelante tan felices como desgraciados hasta el presente. »
III
El levantamiento de Ghuquisaca no habia enarbolado
bandera de independencia; el movimiento mas franco y
atrevido de la Paz, llegando d mas lejos, solo habia clama-
do por la redención de los americanos, excluidos por sis-
tema de todo derecho político; ambos invocaban la guarda
de los derechos del rey Fernando VII, como las juntas de
España, como la junta creada por Elío y los españoles en
Montevideo; y lo que en España era derecho y gloriosa
inspiración, lo que en la banda oriental del Rio de la Plata
era lealtad y patriotismo, por que en uno y otro actuaban
intereses españoles,— en aquellos que se alzaban en el centro
de la América por los hijos de esta tierra, crímenes fue-
812 DR. BERNARDO FRÍAS
ron de alboroto y traición y objeto de castigos feroces.
El virrey del Perú encomendó á Goyeneche, ya gober-
nador del Cuzco, la sofocación de aquellos movimientos,
al frente de un ejército de 5.000 hombres; y el virrey de
Buenos Aires, cooperando al mismo objeto por el sur,
llegaba para ello al extremo de destinar algunas tropas de
patricios de Buenos Aires, que yacian en el punto opuesto
de los sucesos. Al mando de estas fuerzas que sumaban
1.000 hombres, marchó el general Nieto al Alto Peni.
Fué este expediente disimulado, aunque no invisible, para
ir destruyendo las milicias argentinas que mantenían al
león encadenado en su propia guarida, mientras se orde-
naba á Goyeneche, por oficio expreso del virrey, proce-
diera contra los rebeldes militarmente y con todo el rigor
de las leyes.
La revolución de Chuquisaca, encabezada por españoles,
se sometió contra la voluntad de su comandante de armas.
Arenales; la revolución de la Paz resistió y fué vencida.
La ferocidad délos castigos empleados con los sublevados
como rebeldes y traidores,— por que todo era crimen en-
tonces, fuera de la servidumbre, desbordó en la opinión
americana la copa de la paciencia, y un grito de indigna-
ción desprendido de todo el elemento culto é ilustrado del
país, resonó como una maldición de un extremo á otro del
virreinato, condenando como á enemigos públicos y rompien-
do por la postrera vez y para siempre con el virrey aleve,
con los españoles intransigentes y también, y como último
recurso, con el soberano mismo. Por que, á mas del
espectáculo mismo y de aquella siniestra resolución, ha-
llábanse entre los condenados, sacerdotes y abogados que
hablan sido amigos y condiscípulos de los primeros hom-
bres del pais y otros eran hasta deudos inmediatos de las
mejores familias, como sucedía con Arenales, por ejemplo.
El virrey Cisneros se dejaba sorprender en estos acon-
tecimientos, en su política de tirano que hasta entonces
ocultara. El sacerdote de la paz y de la concordia dejó
caer al fin la blanca vestidura que solo guardaba mentira
é hipocrecia, mostrándose el verdugo terrible con el ha-
cha enrrojecida con sangre americana, con sangre de
patriotas, sangre entonces argentina. Y sin embargo, era
fflSTORU DE GÜEMES Y DE SALT 1— CAPÍTULO VH 313
la hora de las transacciones y no del castigo! Las hor-
cas alzadas en aquellas latitudes, mostraban entre el cielo
y la tierra, los primeros mártires de la redención de
América, conducidos al patíbulo por traidores, infames,
aleves y subversores del orden público, según los térmi-
nos de su sentencia. De la cárcel habían sido conducidos
ol suplicio, atados de pies y manos, arrojados sobre una
estera ó piel seca de bestia, cual si fueran montones de
inmundicias, arrastrados por un asno y suspendidos á la
horca por mano de verdugo. D. Juan Antonio Figue-
roa, español, habiéndose reventado las cuerdas al suspen-
derlo, fué bárbaramente degollado por el verdugo. Des-
pués de quedar seis horas en espectáculo los cadáveres,
fuéronles cortadas las cabezas y colgadas en escarpios y
clavadas en los caminos. Las penas de presidio en las
casas matas del Callao, prisión horrible y mortífera, entre
cuyos prisioneros se contaba al que había de ser en el
futuro el glorioso general Arenales, de confiscación y
pérdida de bienes, de degradación en las carreras y con-
finamiento á puntos remotos, comprendieron á los de-
Uncuentes de orden secundario. 1).
Tan intenso fué y tan grande el enojo, el dolor y la
exaltación que estos atentados de una política tiránica
produjeron, que á punto estuvieron los mas exaltados de
entre los patriotas armados de Buenos Aires de lanzarse
á la revuelta, derribando una autoridad que así ultrajaba
la altura de su cargo y que aparecía de enemigo público.
El terror, cuando solo sirve de escudo á la injusticia, en
lugar de intimidación y escarmiento, solo produce resis-
tencia y decisión contraria. La indignación contra el go-
bierno y su gefe llegó á su colmo; aquellos atentados re-
velaron cuan criminal era aquel mandatario que, repre-
sentante en el poder de la justicia de Dios y del rey, de
la honorabilidad que debe llevar un alto funcionario y del
respeto á las leyes del país, era juez entregado al ene-
migo, juez acusador de sus víctimas, menguado y bajo.
1) Entre estos se contaba al Dr. D. Juan de la Cruz Monje, confinado á
Córdoba, de donde pasó A Salta en el curso de la revolución, casán-
dose en la casa de San Millan, y regresando á su país después de
1825.
dl4 DtL B£1R1^ÁRÍ)0 FttUS
pues, al mismo tiempo que ordenaba el castigo con todo
el rigor militar para los que en la Paz y Chuqulsaca solo
se alzaron contra un partido político, en Buenos Aires
perdonaba y amparaba con su favor á los españoles que,
con Álzaga ú la cabeza, se hablan amotinado el l'^ de Enero
de ese mismo año, pidiendo con las armas en la mano, la
deposición del virrey.
El odio público rodeó desde aquel momento al virrey de
Buenos Aires; los hombres le rehusaron su conñanza; las
familias le negaron su amistad. El tirano aparecía opri-
mido bego dos iras poderosas: la de Dios y la del pueblo.
Ante la conciencia americana, el virrey solo fué, desde
aquel dia, el magistrado inicuo y el enemigo declarado de
la patria, verdugo de los americanos.
IV
Convencidos están los historiadores, y entre ellos escri-
tores muy graves, que fué la separación de Liniers la causa
mas poderosa, sino la verdadera, de la pérdida de las
colonias por España.
Por lo que ú nosotros respecta, se nos antoja pensar
que la causa de la revolución solo estaba en el sistema
gubernativo empleado para las colonias y en aquella polí-
tica dura y tenaz seguida en ellas por sus virreyes y demás
autoridades. La separación de Liniers, si con ella no hu-
biera ido también la de su política, no hubiera servido ni á
precipitar siquiera los sucesos que se consumaron des-
pués
Porque á Cisneros tocábanle momentos de alzarse tan
popular y quizás mayormente que su predecesor si hubie-
ra llegado con otro ánimo y otros principios. En aquella
época, la idea de lo separación de España no era pensa-
miento madurado sino en ciertas cabezas de fuerza supe-
rior y vuelo mas atrevido; mas en la generalidad de los
hombres, en el sentimiento público, el rompimiento con
España no era aun el supremo ideal apetecido. En Buenos
Aires el pueblo se sentía satisfecho y orgulloso también
al mirarse arbitro del gobierno de su país, de dirigir con
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO VII 816
SU influencia la política del virreinato en obsequio desús
intereses políticos; de haber alejado de los consejos de
gobierno y de la actuación directa y principal en las esfe-
ras oficiales á sus enemigos vencidos aunque indomables,
que sentían á su vez contra esta situación y sus hombres
aquel odio implacable que han mostrado en toda época los
partidos españoles. La justicia de su causa y su triunfo
asi cual lo habían conseguido bajo los últimos dias de la
administración de Liniers, llenaba en la generalidad las
exigencias del patriotismo argentino, por que viendo todos
sus males y agravios venidos de la tiranía particular de
los españoles actuando en el gobierno, aquellos hombres
cuyos padres y deudos eran españoles en gran medida y
que vivían aun al lado suyo tantos de ellos, no tenían por
enemigos ni á España ni al rey.
Con la misma religión, la misma raza é idénticas cos-
tumbres y tradiciones nacionales; con la misma lengua,
las mismas leyes escritas y el mismo soberano para todos,
el vínculo nacional era para América verdad tradicional
y respetable, aunque se sintiera como un pueblo distinto,
por que España y el rey estaban lejos; porque desde allí
no aparecían ante el pueblo americano como la causa
inmediata de sus males y el objeto de sus odios. La re-
volución fué preparada por la tiranía, y la tiranía nacía de
fuentes mas cercanas, conocidas y observadas: nacía del
predominio que ejercían en América los españoles, injusto,
cruel y despótico, y de la política que, protegiendo^ este
estado de fuerza y ofensa inaudita, ejercían los virreyes
y gobernadores de las diferentes provincias. Y como esta
política impopular y dura, basada en el absolutismo espa-
ñol, política sin disculpa la mas torpe, estúpida y ciega,
era sostenida, aunque con disimulo, por Cisneros,— el pue-
blo se vio lanzado á recurrir á las armas, cuando la oca-
sión le fué ofrecida, primero contra esta política europea
y española, y, mas tarde, por consecuencia natural de la
discordia armada y sangrienta, contra el rey y contra
España.
Aquella política mezquina y avara, sin luz ni acierto,
confundió en su terquedad y ofuscación de pasiones las
aspiraciones racionales de los americanos al gobierno
316 DR. BERNARDO FRÍAS
particular ó local de estas provincias y en sus ramos in-
feriores, con la idea de la independencia y emancipacioo
de España. Este fué el último y grande error de su po-
lítica; error que igualmente concibió Cisneros y trató de
inspirar en él sus pasos, sin comprender que había lle-
gado una época ya en que los hombres de América esta-
han en sazón, y lo habían probado con las armas en la
mano, de gobernarse á sí mismos; y aquellos que mas
cercanos, á él lo rodeaban en Buenos Aires, con bastante
elocuencia le mostraban que, la situación política que ha-
bían conquistado, les pertenecía por derecho y por la ra-
zón mas clara aun de los hechos; que la amaban y que
la defenderían, en fin, por justicia, por ínteres y haata
por honor.
Y fácil será comprender que si al llegar Cisneros á la
dirección del gobierno hubiera continuado, aun mas allá
también, la política liberal de su predecesor, ante la que
era imposible retroceder,— ensanchando con generosidad
y talento una era de reconstrucción política en favor de
los naturales del país, entregándoles francamente la por-
ción de gobierno que les correspondía; si hubiera convo-
cado entonces con propósito firme, la junta general del
virreinato, á la manera de una gran asamblea constitu-
yente, que preparaba, por otro insigne error, para allá
cuando sucediera la catástrofe final del perdimiento de
España, y si hubiera tratado en ella de la formación de un
gobierno popular, de un gobierno americano, nacido y
fortalecido por la opinión pública de todos los pueblos y
aseguradas las nuevas instituciones en bases de realidad
y con las armas, el pueblo argentino, entonces, dignifi-
cado, amparado y agradecido á su virrey, colocado á la
cabeza de su redención, hubiera continuado unido á él,
con la conquistoi. de sus libertades basadas y aseguradas,
á la vez, en el mismo trono.
Aquel sistema liberal hubiera prosperado como una
bendición, pues, como lo mostraremos en el curso de esta
historia, los hombres mas eminentes por su talento y
virtudes que brillaron en la revolución, tenían la convic-
ción republicana, pero, también aquella de que la mo-
narquía era la única garantía por el momento, para la
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-CAPITÜLO VII 811
salvación é imperio de las instituciones; abrigaban
profundo horror á los tumultos, á la anarquía, y al
escándalo político de las revueltas; en sus cavilaciones
políticas, buscaron en la forma unitaria de gobierno un
resorte salvador contra la barbarie de las poblaciones que
se extendían á uno y otro lado de la ruta del Perú, para
salvar, con la fuerza de la nación concentrada, la civili-
zación, la cultura del país, el orden y la paz, y afianzar
la libertad y el progreso, objetos supremos de la revolu-
ción de Mayo. El rey estaba mar de por medio, sin mas inge-
rencia que nombrar los gobernadores políticos de la
colonia y prestar su nombre para los actos públicos,
recojer su cuota en la hacienda y dejar circular su busto
y su nombre, y actos eran estos, entre otros de su especie, cu-
yo ejercicio ni engrandecía ni dañaba al país, lo que venia á
servir para evitar la conflagración social, el caos que vendría
con la desaparición del antiguo poder y en donde era fuerza
empeñarse en la formación de un nuevo gobierno entre
los azares, de una revolución desencadenada é inmensa,
cuyos ejemplos terribles acababa de enseñarlos la Francia
desde 1789. Por que, desatados los diques que encierran
el océano, ¿quién sino Dios ó la muerte podría reducir á
quicio sus aguas? Pues bien; Dios ó la inteligencia de
nuestros grandes hopíibres sucumbió en la lucha formida-
ble que fueron á sostener por salvar los principios de la
revolución sofocados por la barbarie desbordada de nues-
tras aldeas, de nuestros campos y aun de nuestras selvas,
y la muerte, por el agotamiento de todos los esfuerzos,
trasmina lucha sangrienta y una tiranía prolongada y san-
grienta también, pudo sujetar, al fln, las fuerzas desenca-
denadas desde 1810.
Los- hechos universales han llegado á conñrmar que el
único . vínculo durable entre colonias y metrópolis, es el
vínculo de la opinión pública basado en la libertad y en
el derecho. Ningún pueblo se levanta contra un buen
gobierno. Y esto se puede aplicar á las colonias españo-
las de la América, toda vez que la Nueva Inglaterra como
las naciones subordinadas del mar índico, nos ofrecen el
ejemplo de poderosísimos pueblos civilizados y grandes,
que, sin reñir por una absoluta independencia, continúan
B18 DR. BERNARDO FRUS
y se Sienten felices, como colonias ]il)res, parles componen-
tes de vasto y poderoso imperio.
El ánimo del virrey se conturbó ante el colorido som-
brío de la nueva situación que rodeaba su gobierno y ten-
tó su malicia nueva reconciliación con el pueblo. Ero ya
tarde.
Valiéndose de los últimos amigos que le quedaban, ideó
el plan extravagante y lírico de atraei*se la voluntad de los
hombres influyentes del país, trazando nuevos rumbos ú
la atención del espíritu público, procurando con ello se
olvidara de sus errores.
Hallábase entre aquellos personages de mayor especia-
bilidad y predicamento social en Buenos Aires, el Dr. D.
Manuel Belgrano. hombre que llevaba un gron corazón
consagrado con pasión honrada al bien y progreso de su
país, con aquella generosidad y celo de un apóstol; pero
que poseía un espíritu desnudo de malicia y penetración,
cuya buena fe se dejaba seducir por los helogos de las
perspectivas y promesas, creyendo, al prestarles su confian-
za, que allí se encontral^an la honrodez de los hombres,
la verdad de los hechos y el triunfo de los intereses de su
patria.
El espíritu perspicaz y astuto de Cisneros halló en este
hombre de bien palanca segura, al parecer, para este nuevo
giro de su política instable, conviniéndose en la fundación
de un periódico que, alejando de la cuestión política la
atención de los hombres de pensamiento, de discusión y
valer, la fijarran, como á su criterio y esfuerzos intelec-
tuales, en negocios menos comprometidos en el gobierno.
Era esta una publicación que se ocupaba de ciencias, de
artes, de historio, de filosofía y de todo aquello que, sí
bien era provechoso y conveniente á la sociedad, era igual-
mente apropiado y eficaz, al pensar del virrey, para distraer
la opinión pública. D. Manuel Belgrano fué encorgado
como gefe principal, de la empresa, por que era dado al
estudio de las letras y en especial, al de la economía pOr
HISTORIA DE GÜEBíBlS Y DE SALTA— CAPÍTULO VA 819
líüoa, ciencia nueva en aquellos dias y cuyas enseñanzas
interesaban por todo sentido la atención de los hombres
útiles.
Pero, por mayor que fuera la malicia del virrey en
eslo de proponer recursos para envolver 6 sus adversa-
rios, ridículo aparecía siempre aquel político de cuyo ce-
rebro no brotaban mas que estas niñerías y miserias, en
las cuales no era dable, á juicio de ningún hombre sensato
y prudente, que se pudiera adormecer y desarmar el espí-
ritu revolucionario en acción resuelta, por que el espec-
táculo que se le ofrecía, no llevaba fuerzas bastantes para
avasallarlo y dirigirlo. Bien al contrario, aquella hoja
periódica sirvió, en el cálculo generoso de su director,
de velada tribuna, pero al fin, de arma amiga para pro-
pagar las ideas de la revolución; que en sus columnas se
vieron estudios políticos que menguaban, sin atacar ni
herir de frente, el pesado régimen español ya renegado
por el pueblo.
VI
Contrariando aquellos propósitos políticos del virrey,
acertaron á llegar, al mismo tiempo, noticias bien des-
consoladoras para su causa del lado de España, las que
tenion, como era natural, la fuerza suficiente no solo para
volver la atención pública á los negocios políticos y de
gobierno, sino el de enardecer y exaltar el espíritu pre-
venido de la población.
Napoleón, para vengar la rota de Bailen, había penetrado
ó España y llegado hasta Madrid con nuevas fuerzas de
combate, y con su empuje, los generales españoles habían
sido destrozados y corridos, unos en pos de otros, por
todos los puntos del horizonte; y al conocerse estas nuevas
en Buenos Aires, se confirmaron los hechos que desde
tiempo anterior se anunciaban en secreta propaganda como
signos visibles y seguros de la caida de España. Por que,
luego que llegaron los conspiradores patriotas venidos de
Ja península en 1809 directamente á traer el fuego de la revo-
lución, encabezados por Moldes, Pueyrredon y Gurruchaga,
pintando y enseñando como testigos presenciales la sitúa-
830 DB. BERNARDO frías
cion de la España y despertando la idea de la independen-
cía digna de ser aprovechada en momentos tan preciosos,
—la aspiración al rompimiento con España y de la opor-
tunidad de que estallara el movimiento armado que le
asegurara el triunfo, comenzó á formalizarse y tornar
ensanche y vigor, aunque lentamente, entre los hombres
mas importantes de la capital. Pueyrredon en ella era el
brazo principal para propagar el fuego de aquel incendio
destinado & fundir tantas cadenas; por que era personage
de lo mas distinguido de su centro; hombre de fortuna,
popular y cuya influencia social y política por sus relacio-
nes personales y sus servicios, que le habla valido su
brillante misión ante la corte de España, era excelente
garantía; D. José Moldes, como algunos de sus compañeros
relacionados y respetabilísimos en el interior del país,
llevarían el apostolado de la libertad al través de las pro-
vincias dormidas entre sus pampas, sus selvas ó sus
montañas.
Y así sucedió, en efecto; por que después de algunos
días de su arribo á Buenos Aires, el coronel Terrada con-
dujo al coronel Moldes á una reunión secreta de patriotas
donde era esperado, la que tenia lugar en una quinta apar-
tada de los suburbios. El asunto que había congregado
en aquel apartado retiro á aquellos hombres, era el gran
negocio de la independencia americana, y Moldes, en el
seno de aquella reunión hizo una detallada narración de
los sucesos ocurridos en España, informándolos del estado
verdadero en que se hallaba aquel país casi aprisionado
por Napoleón, sin gobierno y anarquizado todo él; sin
fuerzas para repeler la invasión francesa, y menos aun
para destinarlas 4 socorrer á sus virreyes amenaza-
dos ó d^[^estos en América. Él había actuado allí
personalmente; estaba en el secreto de las desgracias de
palacio, como de las debilidades y miserias, como de los
apuros de la nación. La justa recomendación de su per-
sona, la dura severidad de su lenguaje sencillo, vulgar
á veces, pero lleno de fuego, de nervio y convicción; y
aquellos sus conocimientos militares que eran notorios
para los que habían cruzado por Madrid, envolvían en la
mayor elocuencia á las verdades que revelaba y á los
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO Vil 821
propósitos que exponía como necesarios de acometerse;
mostrando como el objeto supremo de su conferencia que
la hora era preciosa para lanzarse con éxito á la revolu-^
clon.
Pero, hombre sesudo como era, con su genio elevadísi-
mo, claro y robusto, comprendía y enseñaba á la vez, que
acción tan santa, tan arriesgada y grandiosa, que tantos
esfuerzos y tantas h^grimos y sangre costaría, y que com-
prometía la suerte futura de la patria, no debia realizarse
con esperanzas seguras de fruto y buen suceso, por el
medio vulgar de un motín militar, aislado y repentino, á
la manera de aquel que acababan de intentar los enemi-
gos en la plaza de la Victoria en Enero de aquel año. La
revolución, según la alta inteligencia de aquel severo pa-
triota, debia ser popular, general y uniforme; proclamada
y sostenida con igual decisión, con igual fe, con igual
ardimiento por todos los pueblos del virreinato, y aun de
la América entera, por todas las fuerzas del país, físicas
y morales, para que fuera grande, poderosa, invencible
y feliz.
Y como aquellos hombres eran, & la vez, maestros y
apóstoles, el coronel Moldes, dando un ejemplo mas de
su desprendimiento y consagración & la patria, ofreció, al
terminar su exposición, entregar & favor de la sagrada
causa sus servicios, su persona y su fortuna; mientras se
ofrecía él mismo para llevar la propaganda de la idea,
heraldo de la revolución y de la independencia, 6 través
de las ciudades principales del virreinato; por que en ellas
tenía sus vinculaciones de familia y por que allí era
de grande y popular crédito su nombre, merced á las
vinculaciones mercantiles y de amistad que forman los
negocios y la fortuna y de que disponía la poderosa casa
comercial de Salta que llevaba aquel su nombre.
VII
La falta de entera convicción sobre la posibilidad de
aquella tan difícil empresa; la falta de perseverancia y
buen áninio en los momentos de la adversidad, destna-
3^3 DR. BERNARDO FRÍAS
yoron el espíritu de los mejores amigos que la idea de la
independencia hallara en Buenos Aires. La empresa apa-
recía, en verdad, inmensamente superior á sus fuerzas; los
peligros del porvenir incierto oprimían el corazón; los
elementos con que contaba eran pobres y desprovistos de
seguridades y recursos tan aislada parecía aquella
ilusión en el seno de la capital y tan vigilada, que para
respirar necesitaba proceder como el penitente 6 la con-
fesión de su delito.
Fué de esta manera que la repentina separación de Li-
niers y la presencia en el gobierno de Cisneros, fruto
como era de las maquinaciones españolas y que represen-
taba el triunfo del partido enemigo, desconsoló y descon-
certó de tal manera el espíritu, que los mas decididos
sectarios de la causa libertadora abandonaron desesperan-
zados sus banderas. Belgrano, entre ellos, habíase alejado
á la Banda Oriental á continuar, en la soledad de su re-
tiro y para matar las amarguras de la decepción, sus ta-
reas literarias, desengañado de sus ideales políticos, hasta
que los últimos sucesos que hemos recordado de España,
volvieron 6 reavivar sus esperanzas.
Los trabcgos de la conspiración patriótica se renovaron
entonces y tomaron vigor con este tan alarmante motivo.
La junta literaria que se habla organizado bajo el ala aus-
piciosa del virrey para la redacción del Correo del Comercio
de Buenos Aires, hizo servir aquel local de reunión y sus
flnes, como pretesto seguro para los conciliábulos de la
conjuración, evitando la murmuración y sospechas del
gobierno.
Tomó, entonces, cuerpo y carácter definitivo una socie-
dad secreta, á semejanza de la que vimos se había for-
mado en España, y que podía considerarse como aquella
misma trasladada y engrandecida en el suelo de la patria.
A sus reuniones se vela frecuentar á los gefes y oficiales
de las milicias armadas que de allí pasaban á sus cuerpos
el espíritu de la exaltación política y del patriotismo en
calorosa actividad.
La sociedad secreta de los patriotas buscaba para reu-
nirse y deliberar, como lo practican siempre las de su
especié, lugares apartados para alejar y burlar la vigilan-
HISTORIA DE GDEMES Y DE SALTA-GAPÍTULO VII d38
cia del gobierno. La quinta de Orma, la fábrica de Viey-
tes, y mas frecuentemente la quinta de Rodríguez Peña,
eran los sitios preferidos para aquellos concilios y en ellos
aparecían destacándose como lo principal, D. Manuel Bel-
grano, D. Nicolás Rodríguez Peña, D. Cornelio Saavedra,
el Dr. D. Juan José Passo, D. Juan Martin Pueyrredon, los
doctores D. Juan José Castelli y D. Vicente López; D.
Francisco Terrada, D. Francisco Antonio Ocampo, D. Juan
Ramón Balcarce, D. Hipólito Vieytes, D. Eustoquio Diaz
Vélez, D. Feliciano Chiclana, D. Manuel Alberti, D. Tomás
Guido, Viamonte, Irigóyen, French, Donado, Dorragueira,
Tompson, Beruti y D. José Moldes en los primeros tiem-
pos.
Entre todos ellos, sobresalía y dominaba por su presti-
gio en el ejército y por su influencia social, el coronel de
patricios D. Cornelio Saavedra. Como el año anterior
ante el motin de los europeos, aparecía ahora en 1810,
decidiendo con su poder é influjo personal, de la dirección
y del momento en que las fuerzas militares hablan de
salir en apoyo del pueblo.
El virrey comprendía, sentía y conocía también estos
peligrosos movimientos, aquel espíritu subversivo que se
cernía en torno suyo, amenazador y sofocante; por que no
• lo ocultaban los exaltados ó aquellos de menos juiciosa
conducta por su ligereza ó juventud, elemento siempre
propio de los partidos políticos que, si bien le llevan á
sus filas el fuego que les da calor y movimiento, también
los compromete y precipita y, á las veces, destruye en el
fracaso los planes mas bien combinados.
Todo este grupo de exaltados opinaba en lanzarse in-
mediatamente á la revolución; pero sus ímpetus eran
contenidos por la falta de elementos de guerra. Las
fuerzas militares obedecían á Saavedra, que era su gefe
y su caudillo; y Saavedra con su buen juicio, prudencia
y serenidad de espíritu—que son virtudes de sabiduría en
un buen gefe de gobierno, se resistía á cooperar á lo
que él pensaba era decisión prematura, y, por ende, peli-
grosa. c< Paisanos y señores, acostumbraba el decirles: aun
no es tiempo. » Y como todo hombre de estado no debe
dar explicaciones sobre la razón de su política, Saavedra
aS4 DR. BERNARDO FRÍAS
no ponía su mandato en discusión. <( Dejen ustedes que
las brevas maduren, y entonces las comeremos, »— agre-
gaba por toda explicación. Como el enardecimiento de
las pasiones llegara á punto demasiado subido, puso
á prueba el patriotismo y la flrmeza inquebrantable de
este ilustre gefe, pues, los partidarios de la revolución
inmediata llegaron, en vista de su actitud, hasta el extremo
de desconñar de su lealtad, antojándoseles pensar que
era parcial de Cisneros.
Sin embargo, preciso es convenir que la pasión y el
ánimo arrebatado, si son fecundos en producir héroes y
espectáculos trájicos, no son los que deciden, por lo co-
mún, con acierto y felicidad de los destinos de los pueblos
ni los que ilumina el genio; siendo, las mas veces, quie-
nes quebrantan las fuerzas y obscurecen con nubes de
volcan la serenidad necesaria en los grandes momentos
de la vida.
VIII
Mientras de esta manera el espíritu revolucionario se
extendía y avasallaba toda la capital, los agentes de la
conjuración patriótica, lanzados con generoso denuedo á
recorrer los pueblos interiores del virreinato, preparaban
la opinión y las fuerzas del pueblo argentino en una sola
idea y en un solo voto:— hacer independiente la patria y
libre el pueblo. Era esta la verdadera revolución, la que
revelaba en sus promotores y agentes talento verdadera-
menttd superior; y su nacionalización, su popularidad, su
americanismo también, que fué calculado por ellos,
desde antes de 1810, el gran principio que debía salvarla.
Moldes y Pueyrredon lo predicaban desde su arribo de
España:— « Es preciso no contar solo con las armas
sino también con los pueblos. » 1).
Entre aquellos comisionados secretos, nuncios valerosos
de la libertad, descollaba por su importancia, su intrepi-
1} Mitre, Hint^ de Belgrano, T. I pág. 276—y Exposición del coronf 1 Mol-
des, citada.
HISTORIA DE 6ÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO Vil 825
dez y entusiasmo el coronel D. José Moldes, el que, cum-
pliendo id palabra empeñada ante sus correligionarios al
iniciar su propaganda en Buenos Aires, habia llegado á
Córdoba, donde consiguió comunicarse con el coronel D.
Tomas de Allende, personage del mayor predicamento en
aquella capital, tratando de insinuarle sus proyectos de
emancipación; mas su tentativa llega á despertar las sos-
pechas del gobierno, cuyo gefe, el coronel D. Juan Gutiér-
rez de la Concha, lo expulsa del territorio de su mando.
En Santiago del Estero se pone de acuerdo con D. Fran-
cisco Borges, 1) y en Tucuman con D. Nicolás Laguna.
Llega á Salta y allí forma combinación con sus persona-
jes mas notables; penetrando de allí á las provincias del
Alto Perú, llega hasta la Paz, donde compromete á D.
Mariano de Medina, ministro tesorero de real hacienda; y,
salvando las lindes del Perú esparce sus comunicaciones
hábiles y precavidas asi en este reino como en el de
Chile. 2).
Cauto debió ser y hábil en extremo aquel propagandista
de la independencia americana, cuando no fué descubierto
en tan dilatado trayecto por donde fué derramando el
espíritu revolucionario, y demasiado grande y audaz su
arrojo, cuando asi expuso la vida en una época en que,
según sus propias confesiones, « no existía mas garante
que el pescuezo. »
IX
Por el lado de la capital todo era confusión y sobresalto.
La opinión pública, ya viniera del campo español, ya del
de los patriotas, era uniforme en convenir que sucumbiría
España al empuje de Napoleón.
La pérdida de la metrópoli y la orfandad de sus colo-
nias americanas era sentida y confesada por verdad segura
1) Distinguido oficial mas tarde de la revolución, fusilado por orden de
Bel^rano, por revoltoso, en 1816.
3) Moldes no menciona en sa manifiesto los nombres de los personages
que entraron en la conjuración en el Per& y Chile, por no compróme*
torios; pues, publicado este en 1816, aquellos países se hallaban bajo
la dominación del enemigo.
826 DR. BERNARDO FRÍAS
por el virrey, por los españoles y por el pueblo. Ya no
habría España; España debía de un dia á otro, pues,
necesariamente caducar. En conflicto semejante, volvía
& renacer con ardor en la capital la antigua lucha de eu-
ropeos y americanos; en el caso de ahora, para resolver
cuílil de ambos elementos se apoderaría del gobierno del
virreinato; porque, sucumbiendo la metrópoli, desapare-
ciendo con su rey y sus últimas autoridades bastardas^
en verdad, pero, al fln, reconocidas, su potestad de mando
y soberanía, desaparecía también, para la América, por ra-
zón de derecho.
Pensatxa el virrey en tan crueles circunstancias, llevar á
efecto ef plan que desde su arribo á playas argentinas tenia
combinado con el del P^rú, el que respondía solo ó man-
tener en quietud estos pueblos y bajo el mando inalterable
y perpetuo de los españoles. Estos gobiernos tenían
resuelto de esta manera, en llegando el momento de la
pérdida total de España, « unir su autoridad con la repre-
sentación de sus provincias para instalar un gobierno cual
conviniese en las circunstancias, entre tanto que, con
los demás virreinatos se establecía una representación de
la soberanía del. señor D. Fernando Séptimo.»
Plan y acuerdo semejante, antes hubiera dado resultado;
pero, aguardar á la catéstrofe para proponer el remedio
y aplicarlo, era desgraciada torpeza. Los acontecimientos
no daban ya treguas para negocios tan largos y penosos;
la causa española contaba con enemigos poderosos en su
seno y, á su frente, trabajos practicados de contrario espí-
ritu, sin contar en [sus manos, por lo que hace al Rio
de la Plata, con el principal elemento que es sosten y
respeto de todo gobierno débil,— la fuerza militar. Aquel
congreso universal de los virreinatos sería la reunión
de todas las fuerzas y de la representación casi exclusiva
de los intereses netamente españoles, concediendo, acaso,
algún concurso miserable y reducido á los americanos.
Este era el sistema ideado para la creación de un gobier-
no sucesor del rey de España y guardián del antiguo des-
potismo; y así como los españoles lucha t)an por formarlo
ú su manera, con sus elementos propios y ''solo en su pro-
vecho pei*sonal, los patriotas trabeyaban en sentido opuesto.
HISTORIA DE GDEMES T DE SALT^-CAPÍTULO Vn
Los unos pugnaban por junta netamente española; los otros
netamente americana. Este era el momento decisivo, el
momento supremo de los destinos de América. De la
solución de aquel problema pendia ó la revolución con su
término deflnitivo,— la independencia, ó el sojuzgam lento,
definitivo también, de las aspiraciones y tentativas ameri-
conas y el afianzamiento del absolutismo español por años
bien largos.
X
Mostrándose los momentos llenos de ajitacion y la sal-
vación pública en inminente riesgo, una noche celebró en
su morada particular D. Juan Martin Pueyrredon, una
numerosa reunión para resolver la actitud que deflnítiva-
mente convenía tomarse, á la que concurrieron todos los
gefes militares, entre los que se contaban algunos españo-
les, confusión que formaba necesariamente un escollo
peligroso. Esto se alcanzó á ver aquella misma noche;
porque, mientras los mas conocidos americanos alli reuni-
dos sostenían en ardiente debate que era llegado el mo-
mento de obrar procediendo & la fprmacion del gobierno
que imponían las circunstancias, los gefes españoles hicie-
ron oposición tenaz á toda medida atrevida que viniera á
atacar directamente la autoridad del virrey. Llegaron las
I cuatro de la mañana y aquel debate continuaba difícil y sin
I solución, cuando, interviniendo el coronel Saavedra, vino á
decidir, como arbitro supremo, de la suerte del negocio;
: por que, siendo el gefe prestigioso del ejército, era el brazo
armado del portído, y su voto, acompañado ademas del
valor personal de quien lo daba, impuso el procedimiento
! ó seguirse, echando sobre sus hombros las responsabilida-
I des inmediatas de la revolución y de su suerte.
Habiendo la discusión llegado á una sazón suficiente
para el talento bien maduro del coronel de patricios, Saa-
vedra se pronunció resueltamente por el movimiento con-
tra la autoridad del virrey, declarándola caduca y desapa-
recida, empeñando su palabra de sostener con las armas
de que era gefe, el pronunciamiento, en este sentido, del
328 DR. BERNARDO FRÍAS
pueblo de Buenos Aires. Mas la hora de este proceder la
aplazaba para el momento aquel en que, nuevas noticias
de España anunciaran que Sevilla hubiera caido en manos
francesas, que, por lo que decían las últimas noticias reci-
bidas, estaban ya á punto de trastornar la Sierra Moreno
é invadir la Andalucía.
Este aplazamiento solo respondía & una medida de es-
tudiada prudencia política, porque, de esta manera, venia
á quedar justificada ante los sensatos del mundo su con-
ducta. Nadie podría con razón tacharlos, desde entonces,
de Ínfleles ó rebeldes á las autoridades metropolitanas, ni
clasificar el momento del estallido de imprudente, prema-
turo y peligroso. La causa de la independencia quedaba
así apoyada bajo el popular pretexto de no ser franceses
y era mas seguro el contar con la adhesión de los pue-
blos del interior, cuya opinión y simpatías era indispen-
sable el recoger.
A la vez que esta solemne resolución compartía de las
aspiraciones moderadas y exaltadas de aquella asamblea,
revelaba la mayor cordura, precisión y habilidad política;
pues, si por una parte era necesario quedaran desarma-
das las postreras esperanzas de los españoles sobre Iq
suerte de la península, bajo otro aspecto, el movimiento
contra el antiguo orden de cosas vendría á colocarse den-
tro de todas las exigencias legales, una vez que el sojuz-
gamiento total de la metrópoli probara y mostrara al espíritu
mas porfiado, la caducidad da» sus autoridades y el pere-
cimiento, por tanto, de todo vínculo ya de obedecimiento
y sujeción al centro de unidad; de todo conducto que
diera vida, fuerza y nombre de legalidad á la autoridad
de los virreyes que, desde momento semejante, quedaban
de personeros de un ente desaparecido, suprimido noto-
riamente de la vida política, volviendo la soberanía ó ma-
nos del pueblo, su fuente primitiva. El partido español
no tendría elocuencia bastantemente poderosa y sobre-
humana, para convencer al espíritu público en el interior
del virreinato alegando la perduración de los representan-
tes del rey cuya fuente de vida y poder mostraban los
hechos quedar cegada, y sus ecos contrarios, contra-
rios á la materialidad de los sucesos confesados por los
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA-GAPtTULO VD 889
papeles públicos de procedencia española, no llegarían, con
segurídad, á encontrar resonancia en el país y servir de
voz á la resistencia.
XI
Pocos dias después, aquellos momentos llegaron. El dia
13 de Marzo de 1810 arribaron á Montevideo dos buques
ingleses salidos de Gibraltar conduciendo gacetas británi-
cas y también diarios y algunas proclamas impresas en
Cádiz, en quienes se narraban los últimos y decisivos su-
cesos de que habla sido teatro la España. Estos acababan
de consumar la destrucción completa de la monarquía.
Todo habia sucumbido: reyes, magistrados, ejércitos, jun-
tas de gobierno, ciudades y reinos y provincias, quedando
solo como restos vivos de la antigua maravilla, una ciu-
dad, una isla y el mar; la ciudad de Cádiz, la real isla de
León y el mar océano.
Por aquellos papeles, heraldos de la agonía española,
se sabia que los ejércitos franceses hablan traspuesto la
Sierra Morena y derramádose por Andalucía, arrollando
toda resistencia y avasallando la tierra, después de haber
dado fin y deshecho y dispersado las últimas fuerzas es-
pañolas en Despeñaperros; que en Sevilla, al conocerse
este desastre, se añadía otro trastorno: el pueblo furioso
se habia amotinado contra la Junta Central, fugando sus
miembros hacia Cádiz, donde eran perseguidos por trai-
dores y obligados á refugiarse en lo isla de León, huyendo
de la execración universal. En Cádiz, un otro motín abor-
taba una sombra escandalosa de gobierno que tomaba el
arrogante dictado de Suprema Regencia de España é Indias.
A pesar de los esfuerzos de las autoridades españolas
de Montevideo, aquellos impresos cayeron y circularon
al dia siguiente por la población de Buenos Aires. El
efecto producido con su lectura fué inmenso; la ajitacion
pública no conoció ya límites. <( En menos de dos dias,
decia mas tarde el virrey recordando aquellos sucesos,
conocí el fermento, la conmoción y la inquietud de los
facciosos, sin que se me ocultasen sus criminales intentos. »
« España ha caducado » era la exclamación que, al saberse
ddO DR. BERNARDO FRUS
los últimos desastres españoles ya desde antes aguarda
dos, pronunciaban todos los labios americanos. Y ella
importaba reconocer y proclamar el perecimiento y deso
parición de la última sombra que hasta entonces quedaba
de una autoridad nacional, y que con ella se habia roto
el postrer eslabón de la unidad del imperio.
Y aunque los españoles conformes con el virrey, dispu-
taban contra estas verdades que confesaban los liechos y
la razón sosteniendo que España vivia aun, pues le que-
daban todavía libres algunas provincias y que el gobierno
nacional no habia desaparecido por que allí estaba el Su-
premo Consejo de Regencia formado en Cádiz con los
fugitivos, restos corridos de las juntas populares, su ra-
ciocinio solo era lógica de desesperados. Era ya inútil su
esfuerzo. Desde tiempos atrás los americanos se sentían
en gran manera ofendidos al ver que aquellos gobiernos
populares que se erigían en la península, pretendían man-
dar soberanamente en América, tal como lo hacía el rey,
enviando sus empleados á gobernar por su cuenta las
colonias. ¿Con qué derecho, por qué superioridad aquellas
juntas populares que se formaban y se deshacían en las
ciudades de España venían á mandar como gobiernos
soberanos la América? ¿Quién les habia conferido la repre-
sentación nacional? Esta era la interrogación general que
resonaba en toda América y su respuesta no podía ser otra
que la negativa y la guerra. Aquellos gobiernos intrusos^
con el pecado de su origen, no podían aspirar á ser aca-
tados por que no eran por América reconocidos.
Y para comprender cuál sería el estado de exaltación
y desconfianzas á que habia llegado la opinión pública en
aquellos dias, baste recordar que sobre aquellas cruelda-
des é injusticias cometidas con los patriotas de Chuquísaca
y de la Paz; á mas de aquella ofensa al amor propio de
los americanos que causaban las juntas de las ciudades
de España al pretender ejercer tutela sobre los pueblos
de América, sus iguales; y de la misma inquietud que causa-
ron y el descrédito en que cayeron aquellos gobernantes espa-
ñoles que mandaban en el país, virreyes, gobernadores y co-
misionados políticos como Liniei*s, como Pizarro, como Go-
yeneche que acababa de sorprendérselos en pasos tortuosos.
HISTORIA DE GÚEMES T DE SALTA-^GAPITULO VII 831
haciéndose sospechosos como reos de traición centro la
patria y el rey, venia & aumentarse una otra alarmante
novedad; otro verdadero peligro público de felonía y des-
lealtad del que en Buenos Aires mandaba en nombre del
rey; porque, aunque Liniers, cuya política era sospechada
de napoleonismo, había sido removido del virreinato, « le
había sucedido Gisneros, criatura de D. Martín Goneis^
Secretario de la Junta Central, que acababa de descubrii'se
aliado de los franceses, y, por lo mismo, la Adeudad de
su ahijado no tenía mejores títulos á una conñanza. To-
do esto hacia sentir la necesidad de un cambiamiento
que nos pusiera fuera del alcance de las juntas de España
y de las tramoyas de los empleados del rey. »
Así, pues, en toda la extensión del virreinato, « un mo*
vimiento é inquietud general indicaban que en todas
partes se sentía la necesidad de un cambiamiento que
nos pusiese al abrigo de los riesgos que nos amenaza-
ban; » una inmensa ajitacion extremecía los espíritus, y
las nobfes fuerzas del patriotismo se hallaban sublevadas.
El desprestigio del gobierno era profundo; formado de auto-
ridades espúreas y pérñdas en sus principales cabezas, el
sentimiento público las condenaba por su origen y por
sus crímenes.
Pero, gracias á Dios, los patriotas en Buenos Aires es-
taban necesariamente llamados & triunfar; por que de su
lado y favor estaban los hechos y los principios de de-
recho público y la constitución de la monarquía que solo
reconocía al rey por soberano; con ellos estaban a3í.mismo,
la opinión pública, el pueblo con la inmensa mayoría de
las voluntades notoria 6 indiscutible y, coronanjlo todos
estos elementos, el último recurso de la razón:— la fuerza
militar. (cEl virrey, su cautivo, ern una ñera sin uñas
ni colmillos. La audiencia también estaba bajo su férula.
No dependía sino de ellos oprimirlos con el peso del poder
real que poseían. »
Mas es honroso el confesar que la revolución, dueña,
así, de todos estos elementos, no deshonró su nombre al ma-
nejarlos. Por que como los que encabezaran el movi-
miento emancipador fueran hombres de temple é inteli-
gencia preparada y robusta, procedieron^ desde sus pri-*
1
882 DR. BERNARDO FRÍAS
meros pasos, con aquella calma, medida y solemnidad
que da los suyos la naturaleza, sin dejarse dominar y
arrastrar por el ímpetu de las pasiones produciendo el
atropello, el desorden y el escándalo, sino que mostraron
conducirse por la senda honorable de las antiguas cos-
tumbres, de los respetos y de la ley. Movimiento dirigido
é inspirado por la gente decente, docta y culta, no había
de ser imitador de la Francia revolucionaria; por que la
revolución de Mayo no nació hija de las turbas, del po-
pulacho inculto que, á la manera de la lava de los vol-
canes, tiene la siniestra propiedad de arrasarlo todo á su
paso, dejando su huella marcada por ruinas, por sangre
y lágrimas y crímenes sin cuento. El pueblo no es mas que
un arma noble, como la espada, para servir en la obra
de la inteligencia; ciega, como son ciegas las armas, tie-
ne el peligro de su aplicación; de ella puede provenir
tanto la vida como la muerte.
XII
La cjitacion pública que produjo el conocimiento de
estos sucesos, llevó á extremo tal la alarma del gobierno,
que el virrey pensó era prudente hablar al pueblo. Hizo
con este objeto propagar por todo el virreinato la narra-
ción oflcial de aquellos resonantes acontecimientos, y ex-
pidió, en seguida, un maniñesto predicando en él la paz
y la confianza en su gobierno.— « Ellas son demasiado sen-
sibles y desagradables al filial amor que profesáis á la
madre patria, decía en su manifiesto refiriéndose á las
últimas noticias llegadas. íPero, qué ventajas produciría
su ocultación si al cabo ha de ser preciso que apuréis
toda la amargura que debe produciros su inexcusable co-
nocimiento? Mi intención, pues, es hablaros hoy con la
franqueza debida á mi carácter y al vuestro y deciros en
el lenguage propio del candor y de la sinceridad, cuáles
son mis pensamientos y cuáles espero que serán los vues-
tros. Suponed que la España, mas desgraciada que en el
siglo VIII, está destinada por los inescrutables juicios de
la divina Providencia á perder su libertad é independen-
HISTORIA DB aOBMBS Y BB SALTA— CAPÍTULO VH 83d
cia; suponed mas; que llegaran á extinguirse liasta las
últimas reliquias de aquel valor heroico que, quebrantan-
do las cadenas de setecientos años de esclavitud, la sacó
con mayor esplendor & ser la envidia de las naciones y
representar el papel glorioso que ahora perdiera por su
confianza ó su desgracia. {Podrán los tiranos lisongearse
de haber esclavizado & toda la nación? ¡Qué insensatos
sí llegaran á concebir un plan tan desvariadol Esto seria
desconocser, aun mas que la enorme distancia que los
separa, la lealtad innata, el valor y la constancia que os
han distinguido siempre. No, no llegarán á manchar las
playas que el Ser Supremo, por un efecto de su Inmensa
liberalidad, destinó para que dentro de ellas, y en la ex-
tensión de tan vastos continentes, se conservase la libertad
y la independencia de la monarquía española; sabrán á
su costa, que vosotros conservareis intacto el sagrado de-
pósito de la soberanía para restituirlo al desgraciado mo-
narca que hoy oprime su tiranía, ó á los ramos de su
augusta prosapia cuando los llamen las leyes de la suce-
sión. . . .
« Tales son los sentimientos inalterables de que, con la
mayor complacencia mía, os veo animados; ahora resta
que con la franqueza de mi carácter os mahiflesle los mios.
«Vosotros sois testigos de que no me dispenso una
alabanza á que no tenga justos y conocidos derechos; pero
ni estos ni la general benevolencia que os debo, y á que
siempre viviré agradecido, me dispensan del deber que
me he impuesto de que en el desgraciado caso de una
total pérdida de la península y falta del supremo gobier-
no, no tomará esta superioridad determinación alguna
que no sea previamente acordada en unión de todas las
representaciones de esta capital á que posteriormente se
reúnan las de sus provincias dependientes, entre tanto
que, de acuerdo con los demás virreinatos, se establece
una representación de la soberanía del señor D. Fernondo
Séptimo.
<i Después de una manifestación tan ingenua, nada mas
me resta que deciros, sino lo que considero indispensable
á la conservación de nuestra felicidad y de toda la mo-
narquía. Vivid unidos, respetad el orden y huid como
asi DR. BERNARDO FRÍAS
de Áspides los mas venenosos, de aquellos genios inquie
tos y malignos que os procuran inspirar celos y descoa-
ílanzas reciprocas contra los que os gobiernan; aprended
de los terribles ejemplos que nos presenta la historia de
estos últimos tiempos y aun de los que han conducido
á nuestra metrópoli al borde de un precipicio; la malicia
ha reñnado sus artificios de un modo tal, que apenas hay
cautelas suficientes para libertarse de los lazos que tiende
á los pueblos incautos y sencillos.
« Todo os lo dejo dicho; aprovechaos si queréis ser fe-
lices, de los consejos de vuestro gefe, quien os los fran-
quea con el amor mas tierno y paternal.
Buenos Aires, 18 de Mayo de 1810.
Baltazar Hidalgo db Cisnbros. »
La proclama que acal)a de verse, según las intenciones
del virrey, fué publicada « como el mas prudente medio
de consolar á los buenos, de calmar la inquietud de los
ilusos, de desengañar á los seducidos y de quitar todo
pretexto á los malvados; pero ella no produjo en los úl-
timos el efecto despado: la obra estaba meditada y re*
suelta. » Pero es virtud del talento político el conocer
estas verdades antes que no después de los fracasos; y A
qué extremo llegarla la mezquindad del gobernante es-
pañol cuando, conocedor de lo que buUfa en torno suyo, se
imaginaba que las grandes revoluciones se las puede
contener y disipar con manifiestos expresivos de las
desgracias de su causa, de la confesión de sus apuros,
de la ridicula, y vanidosa recordación de sus antiguas
glorias y fuerzas.ya pasadas, y de sus dificultosos entre-
mos; y con proclamas lacrimosas & trechos y á trechos
amenazadoras con las iras de un porvenir que no estalia
en sus manos disponer! Acaso no hubo, en aquellos dias,
mandatario español que apareciera mas inepto y porfiado
que Cisnopos. -Elío hubiera roto lanzas desde el primer
amago; Abascái, virrey del Perú, lucia una dHigeneia y
habilidad que burló, mas de una vez, los ataques de la
revolución que amenazaba sus dominios. El virrey de
Buenos Aires, aferrado en su fe tradicional de que nada
mSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-OAPITÜLO VH 886
seria bastante á derribarlo y que de nada precisaba un
mandatario español sino es el ordenar para ser obedecido
y temido, ni aventuró una política audaz é inteligente ni
se ocupó, en tanto espacio en que sentía amenazantes se-
ñales de insurrección, en preparar y disponer medidas
necesarias á la defensa de su autoridad, sin embargo de
estar bien convencido que, en la capital, no contaba el
gobierno con una bayoneta segura.
Y sin embargo, fácil le hubiera sido preparar valiosos
elementos para resistir. Todo el inmenso virreinato apa-
recía sumiso á la autoridad; todos los gobernadores de
las provincias interiores pertenecían á su misma bande-
ra; cada uno de ellos, en sus provincias, era gefe militar
provisto de armas y recursos, para disciplinar y formar
cuerpos de ejército; el de Montevideo poseía fuerzas ve-
teranas, formidable armamento y las naves del rio; el
del Paraguay era el general Velazco, entendido y valero-
so que disponía de una provincia pobladíslma y fuerte;
el de Charcas era el general Nieto, que mandaba en la
actualidad un ejército veterano; el de Córdoba, que
lo era el general Concha, de buena fama en la guerra,
tenia á su lado á Llniers que, á mas de sus buenos co-
nocimientos militares, poseía gran popularidad y cariño
en Buenos Aires y respeto en las provincias, y allá, en
el extremo superior, el Perú se presentaba como una
fuente inmensa é inagotable de recursos. Todos aquellos
gobernadores no habían sido hasta aquel día despertados
de su tranquilo sueño administrativo ni con un solo toque
de alarma!
Pero, sí no abrigaba propósitos de resistencia, tampoco
el virrey quiso tentar al destino poniéndose, antes que
nada, á la cabeza del movimiento, organizando por la sola
fuerza de su autoridad y sin darla ni reconocerla en ca-
bildos, corporaciones ó pueblo, uñ nuevo gobierno en el
cual, al lado suyo, entraran á flgurar las personalidades
mas conspicuas, sobresalientes y prestigiosas del com-
plot revolucionario; arrebatando, por éste medio, al ele-
mento exaltado su cabeza y su poder real, por que hay
momentos supremos en la vida de los gobiernos que solo
un paso extraordinario é imponente que llene á la vez lo
8d6 DR. BERNARDO FRÍAS
mos urgente de las aspiraciones públicas y conmueva
con su lado generoso el sentimiento de la multitud, pue-
de salvarlos.
XIII
Los patriotas se pusieron, por su parle, en franca y de-
cidida acción. Siendo el cabildo, por su origen popular,
la única autoridad que subsistía con carácter de legalidad
ante la teoría revolucionaria que enseñaba que, caducan-
do España, todas sus autoridades que ejercían poder en
América por su delegación, caducaban también,— el gefe de
los revolucionarios, D. Cornelio Sadvedra, acompañado del
Dr. D. Manuel Belgrano, se presentó al presidente or-
dinario del cabildo, que lo era D. Juan José Lezica como
alcalde de primer voto, pidiéndole, á nombre del partido
y del pueblo, que el cabildo celebrara acuerdo para tratar
y resolver la importantísima cuestión de saber si el virrey
habia ó no cesado en el mando; y, en caso de que así lo
fuera, se formara una junta superior de gobierno que
velara por los destinos de la patria.
El 20 de Mayo, á eso de las doce del dia, el presidente
del cabildo se presenta en el despacho del virrey; le in-
forma dé lu convulsión que se nota en el pueblo causada
por la nueva de los últimos acontecimientos de España, y
Je conñesa haberle sido hechas repetidas instancias para
que el cabildo se ocupara de tratar sobre la incertidum-
bre en que se hallaba la suerte de las Américas. Agre-
gábale, y era todo eHo verdad, que el cabildo habia re-
sistido hasta aquel momento con flrmeza tratar tan delicado
negocio, pero que, al fln, las circunstancias oprimían;
pues, tras el pedido, habíasele presentando amenaza de
verificarlo el pueblo por su cuenta sí el ayuntamiento se
negaba á escuciiar su voz.
Notando en aquellos informes de Lezica que el cabildo
vacilaba ante la amenaza del tumulto, y hallándole razón,
sin duda, tentó el último recurso, abrigando todavía la
ridicula ilusión de la fidelidad de la fuerza militar.
Para ello hizo convocar en el Real Fuerte, que era el
palacio de gobierno de los virreyes, 6. los gefes de las
HISTORIA DE QOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO Vil d87
fuerzas militares para informarse personalmente de lo que
él llamaba su lealtad, sin comprender que allí jugaba otro
principio superior,— -la desaparición de la autoridad sobe-
rana y tras ella, todas sus delegaciones, arrastrando en
pos de sí toda obligación de obediencia y respetos ó au-
toridades caducas y levantando, para la conciencia, todo
reato de juramento.
A las siete de aquella misma noche la reunión militar
se realizaba en los salones del virrey con asistencia, como
asesores de gobierno, de los vocales de la real audiencia.
Cisneros abrió la entrevista exponiendo con el colorido
propio de sus intereses de gobernante impopular y ame-
nazado, las circunstancias difíciles y temerosas de
aquellos momentos, señalando como la cabessa del peligro,
esas facciones tumultuarlas que derramaban en la pobla-
ción su espíritu subversivo contra la autoridad que repre-
séntate, atribuyéndose el nombre de pueblo, fuera-de toda
costumbre política y de toda regla conocida de respeto á
las autoridades establecidas. Llegando á aquel punto su
descripción, tocó estudiosamente el virrey el resorte que
imaginal>a su debilidad ó simpleza política, como último
recurso de salvación, trayendo ú la memoria de aquellos
gefes pundonorosos por cierto, y que en otras circuns-
tancias hubiera sido de resultado maravilloso, el recuer-
do de aquel juramento que, como gefes militares, le ha-
blan prestado hacia tan poco, al hacerse cargo del gobierno
de estas provincias, asi como aquellas sus protestas de
fidelidad y honor militar en sosten y defensa de la auto-
ridad que en aquellos dias representaba y del orden pú-
blico del estado.
Sobre aquel nudo triplemente sagrado, que obligaba la
conciencia del caballero, del soldado y del hombre religio-
so, calculó asegurar el triunfo de sus trabajos, y, bajo esta
garantía, pasó á declararles que contaba con ellos para
contener el grupo de inquietos y sediciosos que preten-
dían trastornar la paz y el orden público, exigiendo
acuerdo de cabildo sobre asuntos de tan grave signiflcacion
política, y con ánimo ofensivo al respeto debido á las
autoridades establecidas; amenazas sediciosas que ellos,
como gefes de la fuerza militar^ estaban obligados á conté-
88d DR. BERNARDO FRtA.9
ner y sofocar, mostrando asi su fidelidad, al servicio del
rey y de la patria.
Hubo entre los gefes ligeras frases de adhesión y de
amenaza al apagarse las últimas palabras de aquel dis-
curso; pero, tomando voz por todos para expresar al virrey,
en contestación á su reclamo, el sentimiento del cuerpo
militar en aquel trascendental negocio en el que era re-
querido,—el comandante del cuerpo urbano de Patricios, D.
Cornelio Saavedra, poniéndose de pié:— « Para eso, dijo, no
cuente vuecelencia ni conmigo ni con los patricios. El
gobierno que dio autoridad á vuecelencia para mandarnos,
ya ño existe. Se trata ahora de asegurar nuestra suerte y la de
la América, y por eso el pueblo quiere reasumir sus d^
rechos y conservarse por sí mismo. ...»
Y se retiraron sin obtener solución.
Un doloroso abatimiento envolvió el ánimo del virrey.
Se miró solo, abandonado en medio de un pueblo enemigo,
con su autoridad debilitada, sin el respeto de la fuerza ni
el apoyo d^ la opinión. Pero la dureza de su carácter no
cejó todavía; cavilaba y tejía tramas nuevas en que envol-
ver los pies del monstruo popular que rugía cada instante
mas cercano á sus umbrales.
XIV
Mas las horas cruzaban y el virrey nada resolvía; en
vista de lo cual, la junta revolucionaria que exponUSnea-
mente se habia constituido y trabeyaba con una incansable
actividad en los centros sociales, en las calles y donde quiera,
resolvió mandar una diputación directamente al virrey,
con emplazamiento perentorio para que ordenara la inmedia-
ta reunión de un cabildo abierto, invocando para ello el
nombre amenazador del pueblo y de las tropas.
£1 Dr. GastQlli y el comandante D. Martin Rodríguez
fueron los encargados de llevar la intimación. Pero, du-
rante aquel espacio, el virrey habia tenido tiempo para
tomar resolución bego la ayuda y consejo de los oidores y
del Dr. D. Julián Leiva, hombre habilísimo para no es-
trellarse contra ningún escollo y flotar, como madero sin
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO Vil d%
dueño, en la superflcie de las aguas cualquiera que fuera
el rumbea que los vientos dirigieron sus corrientes. Con-
vencidos todos de que la resistencia era mos que inútil,
imposible y peligrosa y, por el contrario, que ponía á la capital
en riesgos de un tumulto; convinieron en que se pusiera
en discusión y sugetora ú juicio la existencia ó caducidad
de los poderes del gohernonte; y creyendo que con el con-
curso ordenado de los vecinos numerosos y respetí>bles
que calcularon en quinientos de entre los tres mil suscep-
tibles de formar cabildo, podrían frustrar el verdadero
intento de los revolucionarios, pues, & su parecer, el sim-
ple cabildo ordinario no ofrecía seguridad ni garantía bajo
la intimidación en que tendría que obrar. De llevarse á
término el propósito de los ajitadores, prefirió el virrey
lo fuera de aquella manera, « en junta general del
vecindario sensato para saber el sincei-o voto del pueblo. »
Fué debido n esta razón que, cuando la nueva diputa-
ción se presentó inopinadamente ante el virrey, este apa-
reció jugando tran(¡u¡lamenle á los naipes con tres de sus
amigos.
Eran ya las diez de la noche; por lo que esta hora avan-
zada y la intempestiva presencia de aquellos emisarios
en su salón de recibo, debió formar, sin duda, la visión
de algo siniestro en el ánimo del virrey.
I^ entrevista anunciaba ser, por su parte, poco cordial
y menos contemporizadora en cualquier sentido. Precisa-
mente Cnstelli era hombre de carácter vehemente, arre-
batado V nervioso, cuyo acaloramiento corlaba con vio-
lencia toda corisiderapíon; y nquellos momentos, que lo
eran decisivos, requerían hombres de este temperamento,
peligrosos, sin dudo, en otras circunstancias mas pacíficas
y menos críticas que aquellns. Desde sus primeras pala-
bras, Cnstelli aparecía inlimando ni virrey el reconoci-
miento de su <íese en el mundo. En nombre del pueblo
y del ejército en armas, venia, le dijo, TI manifestarle que,
habiendo cesado de derecho en el mando del virreinato,
competía ni pueblo el deliberar sobre su suerte; y que
correspondía, en consecuencia, ordenara la convocación
inmediata á cabildo abierto.
Para el concepto del virrey, aquello era mas que una
840 DR BERNARDO FRÍAS
insultante irreverencia, un inaudito desacato con que otro-
pallaban, en su persona, la autoridad real un golilla de
colonia y un simple comandante de milicias. Y así, con
gesto airado y ofendido,— « ¿qué atrevimiento es este? ex-
clamó; ¿así se atropella la persona del rey en su repre-
sentante? »
El Dr. Castelli, dueño como se sentía de la verdad
favorable de las cosas, como que, la guardia de palacio
estaba al mando de Terrada, compañero suyo, y por donde
no temia prisión en castigo mas, si, apoyo y protección,—
repuso con el acento inalterable que provenía de la segu
rídad en que se hallaba:
— « No hay para qué acalorarse, señor virrey; la cosa ya
no tiene remedio. »
Pero su colega, D. Martin Rodríguez, llevó para el gober-
nante, el atentado á su mayor extremo, notiflcándole lo
perentorio de la intimación.
— « Señor virrey, dijo; cinco minutos es el plazo que nos
han dado para volver con la contestación de vuecelencia. »
Hallábase al lado del virrey, en aquel momento, el Dr.
Caspe, fiscal de la audiencia. Intimidado por aquella
amenaza y lo angustioso del término impuesto y lo impo-
sible de la resistencia, como igualmente velando por el
decoro del gobierno,— condujo á Cisneros al salón inme-
diato, de donde, tras breve conferencia, reaparecieron
ambos personages, mostrando el virrey un espíritu de
tranquilidad y resignación.
— « Señores, dijo, dirigiéndose & los embajadores de la
revolución; cuánto siento los males que van á venir sobre
este pueblo de resultas de este paso; pero, puesto que el
pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan
ustedes lo que quieran . »
Cuando aquellos comisionado^ regre.saron y dieron cuen-
ta de que el virrey al fln cedía á la celebración del cabildo
abierto, júbilo inmenso se apoderó del ánimo de los pa-
triotas y el entusiasmo y la sensibilidad excitada por la
victoria los embargó á tal extremo, que estrechábanse
entre los brazos y arrojaban al aire los sombreros en
manifestación de triunfo y de alegría.
La junta revolucionaria había procedido á tomar todas
HISTOMA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPfTÜLO VII 841
las medidas que la prudencia y la seguridad exigiaris
mientras se tramitaban aquellos acuerdos. Las fuerzas
militares que respondían al movimiento, hablan recibido
orden de permanecer acuarteladas y municionadas con
sus gefes á la cabeza, desde primera lista; la dirección
pública de los preparativos la habían tomado y la ejer-
cían con absoluta franqueza y decisión, mandando, como
autoridad suprema surgida por la mano invisible del pe-
ligro, en los cuarteles y en las calles, siendo sus manda-
mientos obedecidos por soldados, por gefes y por el pueblo,
sin preocuparse nadie de discutir su competencia y lega-
lidad. I^ grandeza del momento unía todas las almas
bajo un mismo haz de luz, de calor y de actividad y go-
bierno. El comandante Terrada había corrido á ponerse
á la cabeza del escuadrón de Granaderos de Fernando VII,
cual lo hemos visto, mientras áe producía la intimación
al virrey; y como esta fuerza era la que hacia la guardia
en el Fuerte, el virrey se encontraba prisionero, desde
aquel momento, en su propio palacio, « arresto honrado, »
según él mismo lo denunciaba días mas tarde á su señor;
pues, á mas de que aquella fuerza que lo guardaba per-
tenecía á sus adversarios, estaba prevenida de verificar
la policía revolucionaría observando los movimientos del
prisionero, y aseguraba, ademas, en poder suyo, las llaves
de las entradas principales del real Fuerte.
XV
El siguiente día, 21 de Mayo, los gritos tumultuarios de
cabildo abierto! resonaban en la plaza mayor en frente
del cabildo y del virrey, lanzados por la multitud revolu-
cionaria aglomerada allí. Reunido el cabildo mandó una
diputación de su seno para exigirle al virrey, en nombre
de la paz y sociego público, la autorización inmediata
para reunir al vecindario distinguido, á fin de que « un
congreso público expresase la voluntad del pueblo. »
Aquella diputación llevaba orden expresa, y así lo veri-
342 DIL BERNARDO FRÍAS
flcó, de exigir del virrey contestación en el espacio apre-
mioso de lo únicamente necesario para escribirla. El vir-
rey, como lo tenia ya dispuesto, otorgó el permiso; simple
formalidad ante una fuerza superior, pero añadiendo á
manera de condición que imponía al darlo, que debia
obrarse en aquella asamblea teniendo en memoria y con-
sideración que la monarquía era indivisible y que un solo
cabildo, un solo vecindario nada legal podia hacer ni de-
finitivo y valedero, sin la concurrencia y acuerdo de las
demás partes que la constituían.
Era el viejo plan político de Cisneros acordado con el
partido español y combinado con el virrey del Perú, para
el caso extremo que preveían y que, al fin, llegaba. En
aquel cabildo abierto el virrey Cisneros tenia pendientes
aun sus esperanzas de triunfo; por que contando para su
plan de retardación con parte principal del cabildo, por
su espíritu de ecuanimidad y conciliación entre el gober-
nante y el pueblo, con la afluencia de las demás autoridades
y parciales en aquella reunión, calculaba obtener mayoría
entre la gente de ánimo reposado para someter la cues-
tión de la caducidad de sus facultades á la junta general
del virreinato en la cual estaba irremisiblemente asegurado
el triunfo de su partido.
Recibido en aquel mismo dia el consentimiento del vir-
rey, procedió el cabildo, sin pérdida de momento, á lo
convocación de la parte mas sana y distinguida del ve-
cindario para el cabildo abierto que debia celebrarse en
la mañana del siguiente dia. La invitación, como era de
costumbre en casos semejantes, se hizo por medio de es-
quelas personales, las que se redactai'on para distribuir á
450 notables vecinos.
Conocida esta novedad por los revolucionarios, la ju-
ventud animosa organizada bajo el nombre de chisperos^
se puso en activo movimiento, recorriendo la ciudad en
grupos numerosos, solicitando y reuniendo adeptos por
todas las casas de representación americana, en tanto que
otros, cooperando al mismo fin, se procuraban esquelas
de invitación con el nombre en blanco para llenar su
vacio con el de sus pai^tidarios.
fflSTORIA DE GOEMES Y DE SALTi-CAPlTÜLO VH 843
XVI
Llegó, por fin, el día á la vez ansiado y temido en qué
debia tener lugar el cabildo abierto. Era la mañana del
22 de Mayo. La plaza de la Victoria, en uno de cuyos
costados se alzaba el pesado y magestuoso monumento del
cabildo colonial, con su doble galería de arcadas y su
torre que se elevaba de su centro, estaba guardada como
sitio vedado, por compañías de tropas armadas, apostadas
en todas sus boca-calles, por que, dado el estado de agi-
tación en que se obraba, era de temerse la alteración del
orden público, siendo aquel peligro mas de temerse por
la circunstancia especial de que solo deberían concurrir á
la asamblea de aquel dia quienes se presentaran provistos
de la correspondiente esquela invitatoria.
El virrey había ordenado este adecuado y sensato pro-
cedimiento propio de todo gobierno despierto y buena
policía; mas, como aquellas fuerzas encargadas de guar-
dar la plaza se hallaran tocadas también del nuevo espí-
ritu, pues pertenecían al cuerpo de patricios y se hallaban
bajo las órdenes inmediatas del capitán D. Eustoquio Díaz
Vélez, venían á servir no de garantía mas, sí, de presión,
de atropello y tiranía para gran parte de los españoles que
pretendían usar de su derecho de miembros del congreso
popular á que habían sido invitados. Porque así sucedía
que, mientras aquellos guardias permitían el libre acceso
ó los de la confabulación, lo negaban á los vecinos espa-
ñoles, oponiéndoles observaciones y obstáculos insupera-
bles, lo mismo que ú los que les eran de* opinión descono-
cida ó de inferior condición social, permitiéndose solamente
la entrada ó los adversarios cuando ellos eran personages
de respeto, muy conocidos por su nombre y posición
política y social.
La presión y el fraude contra la libertad de aquel sufragio,
único caso justificado por la grandeza y santidad de su
objeto, iba á mas lejos aun; por que algunos oficiales te-
nian copias de las esquelas de invitación sin inscripción
de nombre alguno, y con ellas legalizaban el paso y pre-
sencia de muchas personas no citadas por él cabildo, pefo
parciales notoriamente conocidos de la causa de la revo-
814 DR. BERNARDO FRÍAS
lucíon. Los mismos soldados que hacían la guardia de
la plazo y que pertenecían A los cuerpos de Saavedra, y
aun los mismos oñcíales que los mandaban, llegaban has-
ta la amenaza contra los españoles porfiados que preten-
dían hacer resistencia á la imposición que sufrían; y
contaba el mismo virrey, pocos días mas tarde que, « un
considerable número de incógnitos envueltos en sus ca-
potes y armados de pistolas y sables, paseaban en torno
de la plaza arredrando al vecindario que, temiendo los
insultos, la burla y aun la violencia, rehusó asistir, á pesar
de la citación del cabildo.»
Por consecuencia de aquellas maquinaciones, de aque-
llas intrigas, de aquellas amenazas y violencias, el partido
español se encontró cercenado en gran porción de los
llamados & congreso, y asi vino á concluirse en que, por
resultas de estas intimidaciones, de aquellos 450 notables
pitados especialmente á cabildo, solo concurrieron á la
a^mblea 224. El resultado venia á ser que, en lo que
hcice al sufragio de los votos para decidir la cuestión de
aquel dia, el partido del virrey contaba una derrota segura,
al parecer; y tocaba & su elocuencia ahora y á su habili-
dad parlamentaria y política, el arrancar la victoria de en
medio de un destino opuesto.
A eso de las nueve de la mañana comenzó á organizarse
la asamblea. En aquella hora, el recinto de la plaza ma-
yor, teatro ya de resonadas glorias, se mostraba inundado
por una inmensa ola popular. El sol, alzándose lentamen-
te hacia el centro del cielo, derramaba su luz sobre aque-
lla multitud apasionada, de cuyo seno iban tan pronto á
brotar las primeras legiones de la independencia; era aquel
sol que la historia había de llamarlo « sol de Mayo, » que
quebraba sus rayos sobre la frente de aquel cabildo que
contaba en esos momentos su postrera hora española; y
aquel pueI;^lo que lo rodeaba, el que habia de colocar su
Imagen, símbolo de libertad y de gloria, en su bandera,
en sus estandartes y escudos de armas, en substitución
de las viejas diademas, castillos y leones que, hasta enton-
ces, representaban la conquista, la monarquía y la domi-
nación extrangera.
H^blianse dispuesto las galerías altas del cabildo para
HISTORIA DE GOEBÍES Y DE SALTA-CAPÍTULO VU 845
que funcionara la asamblea. En su costado norte, se había
colocado una gran mesa cubierta con una carpeta de ter-
ciopelo carmesí; detrás de ella, grandes sillones de brazos
que ocuparon los miembros del cabildo que les corresppn-
día presidir aquella reunión famosa. La venerable corpora-
ción habia cambiado recién aquel año de su antigua fisono-
mía, componiéndose ahora en su mitad de americanos, en
lugar de su pasada unanimidad española. Cuerpo ilustra á
quien le cupo presidir debate tan solemne y memorable que
habia de dar en una resolución flnal tan gloriosa, bien
merece consigne la historia el nombre de sus miembros.
Eran argentinos, D. Juan José Lezica, alcalde de primer
voto; el Dr. D. Tomes de Anchorena, D. Manuel Ocampo, D.
Manuel Mansilla y el Dr. D. Julián Leiva; y eran españoles,
D. Martin Yañiz, D. Jaime Nadal y Guarda, D, Juan^ de
Llano, D. Andrés Domínguez y D. Santiago Gutiérrez. .
Mientras se organizaba á lo largo de la galería superior
la concurrencia de congresales, los revolucionarios que
asistían en este carácter, hablan organizado sus relaciones
de comunicación con sus partidarios que encabezaban
el pueblo aglomerado á su frente, en la plaza, para acudir
con la fuerza del tumulto popular, en defensa de sus
diputados, en el caso á temerse de que llegara á ser vio-
lentada la asamblea. El cabildo funcionaba asi, sobre un
volcan cuyo fuego amenazaba de muerte; Belgrano, coloca-
do en lugar visible para el pueblo entre las bancas de los
congresales, estaba encargado de producir la seña con un
pañuelo blanco cuando llegara el momento en que se
hiciera necesario que el pueblo en masa interviniera en
defensa de sus diputados oprimidos,— seña que debía ser
comprendida por un grupo de patriotas que, armados y
alertas, estaban prontos á trasmitirla á sus cpmp^ñeros.
Las pi}0rtas de entrada, las escaleras y pasadizos estaban
ocupados por grupos y agentes de la revolución.
XVII
A pesar de lo solemne y grave de la cuestión, los patriotas,
sea por la <\jitacion propia de aquellos momentos, sea por la
846 DR. BERNARDO FRUS
falta de ejercicio y costumbre de actuaren estas complicadas
•uchas y e>ttrotagemas del ingenio político en los grandes
debates públicos, no hablan llevado á la sesión una pro-
posición acordada por el partido con premeditación y
cálculo y estudio anterior para hacerla triunfar en el con-
greso, como correspondía en materia tan ardua, delicada
y trascendental, y que debia ser tratada y resuelta en jun-
ta tan numerosa; omisión que estuvo ú pique de peligrar
el triunfo, produciendo la anarquía en las opiniones ó de-
jando producirse en el espíritu de algunos de los suyos los
seducciones de proposiciones falaces, diestramente combi-
nadas y presentadas con maestría para sorprender espíri-
tus desprevenidos ó lijeros que obraban ú su voluntad,
que ajitaron los enemigos, mas diestros, en verdad, en
cuanto ó su ingenio parlamentario y que asistieron con
su plan político preparado, con sus oradores dispuestos,
convenidos y decididos á sostenerlo en combinación con
el virrey.
Faltó gobierno en el bando patriota que se presentó sin
orden ni concierto; faltó un gefe que dirigiera el debate;
falló una política fija, un plan madurado y resuelto que
seguir; de modo que las opiniones y los votos fueron for-
mados y lanzados á la ventura. ¡Cuánta exposición no
tuvo la causa de la revolución en aquella hora! La mali-
cia y mejor preparación de sus adversarios y aquella in-
fluencia moral de que iban acompañados, pues con ellos
estaban y hacían coro todas las autoridades constituidas
con carácter oficial, hacían contraste temible con la falta
de disciplina y de unidad sobre todo en el punto capital
á resolverse. Asi veremos ú sus miembros dividii^se. A
sus oradores vacilar, á nadie hacer cal3eza ni tomar el de-
recho propio de la representación, siendo los abogados
defensores de aquella gran causa mas bien tomados al
acaso.
Y tampoco no debe imaginarse, sin padecer error, que
todos aquellos patriotas argentinos que se congregaban en
aquel cabildo á deliberar sobre la suerte de la patria, abri-
garan en su alma la decisión por la independencia; que
muchos de ellos y aun de lo principal, como D. Nicolás
Rodríguez Peña y como D. Feliciano Cliiclana, Vieytes,
HtSTORIA DE GÜEMES Y DK SALTA-CAPÍTULO VII 847
Viamonle ó Balcarce, por ejemplo, si opinaban por con-
veniente la formación de un gobierno distinto del de Cis-
neros, lo deseaban pi'ovisorio y dependiente siempre de
España. De manera que, los que profesaban este pensa-
miento distaban espacio muy estrecho de los verdaderos
españoles. Felizmente aquel grupo formaba débil y escasa
minoría; la generalidad del partido patriota era revolu-
cionario radical, que iba á la lucha para conquistar á todo
precio la independencia de la patria, separando al virrey
del gobierno, rompiendo con la metrópoli y reconociendo
la soberanía solo en el pueblo, aunque generalmente ocul-
ta por la prudencia que exigían aquellos momentos.
XVIII
Una vez instalada la asamblea, el cabildo hizo leer una
alocución por medio de su escribano, aconsejando á aque-
llos hombres la manera como debían considerar y resol-
ver la gran cuestión política á que estaban llamados.—
« Vuestros representantes, decía, que velan constantemente
sobre vuestra prosperidad, que desean con el mayor ardor
conservar el orden é integridad de estos dominios bajo
la dominación del señor D. Fernando VII, han obtenido
del excelentísimo señor virrey permiso franco para reuniros
en un congreso. Ya estáis congregados; hablad con toda
lilaertad, pero con la dignidad que es propia, haciendo ver
que sois un pueblo sabio, noble, dócil y generoso.
«Vuestro principal objeto debe ser precaver toda des
confianza entre el subdito y el magistrado; afianzar vues-
tra unión recíproca y la de todas las demás provincias y
dejar expeditas vuestras relaciones con los virreinatos del
continente. Evitad toda innovación ó mudanza, pues ge-
neralmente son peligrosas y expuestas á división. Tened
por cierto que no podréis por ahora subsistir sin la unión
con las demás provincias interiores del reino, y que vues-
tras deliberaciones serán frustradas si no nacen de la ley
ó del consentimiento general de todos aquellos pueblos.
Así, pues, meditad bien sobre vuestra situación actual,
848 DR. BERNARDO FRÍAS
no sea que el remedio para precaver los males que pre
veis, acelere vuestra destrucción. Huid siempre de tocar
en cualquier extremo, que nunca deja de ser peligroso;
despreciad medidas estrepitosas ó violentas y, siguiendo
un camino medio, abrazad aquel que sea mas sencillo y
mas adecuado para conciliar con nuestra actual seguridad
y la de nuestra futura suerte, el espíritu de la ley y el
respeto á los magistrados. »
Marchaban aquellas consejas directamente á prepai*ar el
ánimo de la concurrencia para aceptar la forma legal de
proceder, reconociendo en el congreso general de todos
los pueblos del virreinato únicamente, el derecho para
resolver aquel problema político de la caducidad de la
autoridad del virrey y creación de un nuevo gobierno
encargado de la dirección del pais. La mano y el espíritu
del virrey y del partido español aparecían visiblemente en
aquel documento propiciatorio de la opinión del congreso,
revestidos de toda la solemnidad del derecho, de la justi-
cia y razón políticas, cuando el obispo de Buenos Aires,
D. Benito Lúe y Riega, español natural de las Asturias,
agrió los ánimos americanos que se trataba de conquistar
y seducir, con su palabra llena de destemplanza, colmada
de un espíritu agresivo y torpe y con su lenguage in-
temperante y las doctrinas políticas, mas que, absurdas y
ridiculas, monstruosas que se le vino en antojos exponer,
y que constituían, en aquellos tiempos, la doctrina legal
aceptada y defendida por todos los esfuerzos españoles.
Lúe, al exponerlas en aquellos los momentos mas solem-
nes de su vida, no hacia mas que ratificar, una vez mas,
la opinión general profesada por su nación.
Para dar mayor realce y prestigio a su palabra é infundir
respeto al auditorio, había buscado y elegido como arma
parlamentaria, el presentarse rodeado del gran aparato pro-
pio de la autoridad que representaba, anunciando con
aquella actitud, que venia preparado y fuerte á sostener con
empuge superior é irresistible las doctrinas conservadoras
de los regalías españolas; por que no solamente aparecía á
la espectacion pública revestida con lujo excepcional su
persona, sino que, i'odeándolo cuatro de sus familiares,
mostraban estos sostenidos por sus manos, la mitra episco-
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO Vü 349
pal, Símbolo de su autoridad religiosa, y los textos, armas
preparadas para la discusión.
En cuanto concluyó la lectura del discurso ordenado
por el cabildo, el mitrado, tomando la palabra, atrajo á sí la
atención universal.
—«Estoy asombrado, dijo, al ver que hombres que son
nacidos en una colonia, como son los americanos, se con-
sideren con derecho para tratar de asuntos que son pri-
vativos de los españoles, de los que somos nacidos en
España. Los españoles son los únicos que tienen derecho
para gobernar las Américas por dos títulos notorios y le-
gítimos: primero, por el derecho de conquista que les
pertenece por ser ellos quienes conquistaron, poblaron y
civilizaron la América; y segundo, por la concesión que
á su favor hizo en su famosa bula su Santidad Alejandro
VI. Las Indias, pues, son propiedad exclusiva de los es-
pañoles; y así, es un desacato insolente el querer negarle
á la ciudad de Cádiz el derecho que tiene de imponer un
gobierno general á las Indias. Desconocer la regencia
que se ha erigido en Cádiz como supremo gobierno de
España y de las Indias en estas circunstancias y mien-
tras dure el cautiverio de nuestro amado soberano D.
Fernando Séptimo, es un atentado, es un crimen de alta
traición; porque, mientras quede un punto libre de España,
aunque no sea mas que un pedazo de tierra ó una aldea,
ese pedozo de tierra ó esa aldea, por pequeña que sea,
tiene el derecho innegable de mandar ti las Américas, co-
mo así mismo, mientras exista un solo español en las
Américas, ese español debe mandar á los afnericanos, y
solo en el caso en que ya no haya un solo español en el
país, correspondería ó los omericanos ese gobierno.
«Por las leyes de la monarquía, la soberanía, el gobierno
particular y general solo reside en España y solo puede
ser ejercido por españoles, sean ellos pocos ó muchos.
Por consiguiente, los americanos están en la obligación
natural, legal y religiosa de obedecer y acatar cuanto allí
se ordene; y, aun en el caso desgraciado de que España
llegara á caer en manos de los franceses completamente,
los españoles que actualmente se hallan constituidos en
dignidad por sus empleos civiles ó eclesiásticos, son los
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como aun se resistier-*^ :S^ *^^^^ d«^ Irg^'" '¿íí^'^
,,jtos que por deber y por ^^'^^°\\o. ^ .oS, '*^S!-;toi''''
eíocueocia argentino, sus amigr<=»"^^ "Vedi ^^ .^^ d" ^^'
halJábanse ü su lado, tomáronlo "^^^ "^ ^''^^s, f ootr'^"^
con energía:— « Hable usted por ^»"^ ^E*^^** a^ ifl ^^
Honra digna de una eterna en vi- *=^ -■-*», a^ flP'í''^tó ^e
dor se apresuró (I recoger. .^ .^.0 '!:esfllJÍ,>
Pero aquel hombre que por la ^«^'^í^ari ^ínr, '^ \ í»"
la vida pública desempeñando t»^ :^:^^^ W" vi^'^LpÜí^ '
instrucción lyera y superficial, d«» ^^^^ AasO ^
y áspero carácter, » de espíritu «^ "^-^^ '^^ ^wio
HISTORIA DE GÜ£M£S Y DE SALTA— CAPÍTULO Vil 851
un corazón capaz de las crueldades de un fanático, co-
menzó su discurso vacilando como joven aprendiz, sin
poder desde el primer momento dominar la situación. La
repentina palidez de su rostro revelaba la turbación y
aniquilamiento de su espíritu.
— « Las palabras que acabamos de escuchar de labios del
señor Obispo, muestran que los españoles que han con-
quistado y poblado la América no han engendrado hom-
bres en ella sino bestias,— comenzó diciendo el orador;
puesto que los nacidos de aquellos padres parecen haber
sido cosos semovientes y no verdaderos hombres, sim-
ples siervos solamente de los nacidos en España de otros
padres y no hijos ni herederos de los españoles de Amé-
rica. Entre tanto, los que se han quedado en España ni
han conquistado ni han poblado América; mientras que
los que han tenido hijos en América son los que ocuparon
el país.
El señor obispo nos trae, pues, esta singular novedad:— los
hijos no heredan á sus padres. ...»
— « A mí no se me ha llamado á este lugar para soste-
ner disputas, interrumpió el obispo afectado por lo mons-
truoso que aparecia en la réplica,— sino para que maniñeste
libremente mi opinión, y asi lo he hecho. »
Tomondo Castelli nuevamente la palabra, añadió:
—Los extraños, pues, los prójimos, los mercaderes que
no han hecho jamás otra cosa que chupar el jugo de
nuestra tierra, esos son los herederos. Sin embargo, nadie
ha dicho hasta ahora un absurdo mas ridículo ni mas
falso; y allí atrás, atrás del mismo señor obispo están las
leyes que lo desmienten. Esas leyes declaran que los hijos
legítimos son los herederos forzosos y únicos de los pa-
dres; y como aquí no hay mas herederos ni mas conquis-
tadores ó pobladores que nosotros, es falso que el derecho
de disponer de nuestra herencia, hoy que la madre patria
ha sucumbido, pertenezca á los españoles de Europa y no
á los americanos.
« Pero el señor obispo ha dirigido también un grande
ataque contra el derecho de las naciones. Ha sostenido
sin sospecharlo, que debemos someternos á Napoleón por
el sagrado é innegable derecho de la conquista. Por que
833 DR. BERNARDO FRÍAS
tquién ha conquistado la España? íQuién ocupa todas sus
provincias y quién manda á la gran mayoría de los espa-
ñoles? No nos negará el señor obispo que es Napoleón.
Luego, pues, si el derecho de conquista pertenece por
origen y por jurisdicción privativa al país conquistador,
justo sería que la España comenzase por darle razón al
señor obispo abandonando la resistencia que hace & los
franceses y sometiéndose por los mismos principios con
que se pretende que los americanos se sometan & las aldeas
de Pontevedras ó al populacho de la Carraca. La razón y
la regla, señores, tienen que ser iguales para todos.
«Pero hay proposiciones tan desatinadas que no deben
discutirse. Aquí no hay conquistadores ni conquistados;
aquí no hay sino españoles.
«Los españoles de España han perdido su tierra; los
españoles de América tratan de salvar la suya. Los de
España, que se entiendan allá como lo puedan; los ame-
ricanos sabemos lo que queremos, lo que podemos y á
donde vamos, aunque el señor obispo no lo sepa ó no
quiera seguirnos.
«Bien, pues, señores: tratemos de resolver lo que nos
conviene hacer por ahora, no perdamos el tiempo. Yo
propongo á la asamblea la resolución de esta proposición:
—Si en virtud de estos antecedentes, el virrey debe cesar
én el mando. »
Apoyando en seguida su moción en la argumentación
legal que le ofrecían los antiguos monumentos de la cons-
titución española, pasó á exponer la clase de vinculación
que sugetaba las Américas al supremo gobierno de Es-
paña. Para ello sostuvo con la fogosidad y el nervio que
le eran característicos, que el derecho de los reyes de Es-
paña & las ípdias provenia menos del descubrimiento, de
la colonización, de la población y posesión secular de las
Américas, que de la bula que el papa Alejandro VI, que invo-
caba igualmente el obispo, por la cual constituyó estas
tierras en feudo personal de los monarcas españoles; con-
cesión pontificia que descansaba en la jurisdicción uni-
versal qué el papa, como cabeza del linage humano, tenia
sobre el mundo.
Esta teoría de la soberanía personal del rey, que alejaba
HISTORIA DE GÜEMBS T DE SALTA-CAPÍTULO VH 853
del pueblo la fuente de la soberanía nacional, era el prin-
cipio político que consagraba el derecho público europeo,
con mayor fuerza y respeto en España, como tuvimos oca-
sión de verlo en las páginas anteriores. El rey era posee-
dor del gobierno absoluto; del rey emanaba y al rey cor-
respondía todo poder y jurisdicción, y las provincias coiijo
los pueblos y los hombres que los formaljan, solo tenian
vínculos de vasallage, sugecion y obediencia & la corona,
al rey y no á otra alguna entidad política.
Siguiendo este gran principio fundamental de la monar-
quía española en su régimen absoluto y de derecho divino
como aparecía é imperaba entonces, el orador agregó, que
por la América se debia obedíQncia personal al legítimo sobe-
rano, de quien únicamente dependía y que & él solo le era
debida; que destronado por lo menos en el hecho como
lo estaba el soberano legítimo, y cautivo, además, ella exis-
tía, sin emjjargo, en principio para sus vasallos fleles; que
conquistada la España por un soberano extrangero, las
provincias libres de la monarquía no le debían vasallaje
ni obediencia, ni debían reconocer en él sinóá un intruso,
por que no cabía esta vinculación por razón territorial,
quedando los subditos del rey legítimo atados siempre á
su persona, como soberano que reinaba en el principio
aunque no gobernara en el hecho; que por consiguiente,
faltando en el gobierno español el rey legítimo, la América
no estaba obligada ú seguir la suerte de España, y una
vez que había sucumbido y caducado esta, no debia reco-
nocer ni obedecer á sus antiguas autoridades, que hablan
caducado también.
—«La España ha caducado en su poder para con la
América, agregó al terminar, y con ella las autoridades que
son su emanación. Al pueblo corresponde reasumir la
soberanía del monarca é instituir en representación suya,
un gobierno que vele por su seguridad. »
XIX
La idea del joven orador que acababa de abandonar la
palabra, tan resuelta y decisiva, fué, á su vez, recogida por
354 DH. BERNARDO FRlAS
el Síndico procurador del cabildo, que lo era el Dr. D.
Julián Leiva, proponiéndola en estos términos: Si se con-
sideraba haber caducado ó nó el gobierno supremo de
España.
Esta no era cuestión que pudiera, á pesar de su gra-
vedad para la causa española, tomar desprevenidos y de
sorpresa & sus adiestrados defensores, por que ellos la
tenian también preparada para un caso extremo en que,
como el presente, la razón de los hechos y la fuerza de las
circunstancias los obligara á tocar la estabilidad de las
autoridades reales en América. Y para este momento
crítico del debate, donde se encerraba la suerte de la revo-
lución, el partido español iba* á desplegar toda la habilidad
de su mejor vocero y todos los recursos de la ley, de la
razón general y de la justicia que se presentarían á su favor
y que, en verdad, lo habrían acompañado, ú no ser la razón
suprema que imponían aquellas circunstancias extraordi-
narias del interés político, de la salvación pública y de la
gran burla que envolvía aquella capa de legalidad que se
mostró en el debate. Por que si se resolvía que el gobier-
no supremo de España habla caducado, caducaban también
las autoridades que lo representaban en América, y por ende,
correspondía tratar de reemplazarlas por otras; y la fuente
soberana de donde estas potestades emanarían, por todos
era mirada ser en el pueblo del virreinato de Buenos Aires;
mas también era cierto para uno como para otro partido
que, aquel que reasumiera en sus manos, en el distrito
de la capital, el gobierno provisorio y el mando, por tanto,
de las inferiores autoridades y las milicias armadas, re-
partidas por pequeños trozos de guarnición en la mayoría
de las ciudades del virreinato, ese llevaba la indisputable
seguridad del triunfo en la elección del nuevo gobierno,
el cual debía ser la vida ó la perdición de cualquiera de
los dos bandos en pugna.
Un jurisconsulto notable, abogado versadísimo en el
derecho histórico constitucional de la monarquía, y que
tanto por su saber y talento cuanto por las funciones ele-
vadas de flscal de la real audiencia gozaba de merecido
respeto y consideración entre la mejor gente de Buenos-
Aires, púsose en seguida de pié, con toda aquella su au-
.^
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO Vil 3W
toridad, como el abogado defensor de los derechos espa-
ñoles en América. Era el Dr. D. Manuel Genaro Villota,
miembro honorario del Supremo Consejo de Indias.
Su voz era solemne, su ademan tranquilo y grave, y
dominaba la posición con la serenidad y firmeza que le
prestaba su larga vida pública. Pendiente de sus labios
tenia por largo espacio la febriciente atención de patrio-
tas y españoles, estos, por que llegaba á la cima de su
elevación la grandeza de la defensa de su causa, y aque-
llos por que les turbaba el ánimo el asombro de escu-
char al abogado enemigo penetrar en el campo patriota
justificando la verdad de sus doctrinas. Por que el Dr.
Villota comenzó, desde un principio, admitiendo, en lo
posible, la pérdida de España y sosteniendo que en caso
semejante, la soberanía hasta entonces ejercida por el
monarca como único soberano en la monarquía en su
vida regular, retrovertía al pueblo, su fuente primitiva, el
cual estaba habilitado, cualquiera que fuera la forma de
gobierno que rigiera al estado, para ocurrir á su propia
salvación en estos casos extraordinarios, en estos gran-
des conflictos públicos en que, desaparecida la cabeza, los
miembros abandonados del gran cuerpo político de una na-
ción no podían quedar flotando á la ventura cual despo-
jos de un naufragio. Fijó sus ojos en el mismo Buenos
Aires, y halló fresco aun el ejemplo que había dado de
estos actos de pública salvación y seguridad del estado,
en 1806, nombrando por su propia autoridad un nuevo go-
bierno digno y capaz de salvar sus destinos.
Xada mas halagador ni mas hábil y propicio que aquellos
recuerdos para aquietar los espíritus adversos á su causa
y subyugarlos por tan diestra elocuencia y conducirlos en
seguida á la aceptación de la gran doctrina política del
congreso general del virreinato, donde cimental>a el parti-
do español su definitiva victoria.
Por el solo hecho de haber desaparecido el supremo
gobierno de España, ¿tenia Buenos Aires, la sola ciudad de
Buenos Aires, el derecho de disponer de la suerte y de los
destinos de todos los demás pueblos del Rio de la Platal
Esta fué la cuestión cuyo brillo y peso formidable contur-
bó sobremanera el espíritu de los patriotas, hasta el ex-
356 DR. BERNARDO FRÍAS
tremo de hacerlos vacilar y aun desesperar del triunfo de
su causa.
Buenos Aires era una ciudad igual en derechos y cate-
goría Á las demás ciudades; Buenos Aires no tenia la
representación de los pueblos del interior; Buenos Aires
era, en fin, una simple minoría que no podía imponer su
voluntad á los demás pueblos sus iguales y, en su conjun-
to, superiores por la gran ley del número.
Así, pues, el Dr. Villota sostenía que no pudiendo uno
sola ciudad, un solo municipio deliberar y resolver sobre
el gobierno general de todo el país, este gobierno solo cor-
respondía ejercerse por la autoridad que creara la volun-
tad general de todo el pueblo. Nada mas lógico que esto,
ni nada mas acertado y consecuente con las leyes y prác-
ticas seculares de la monarquía española. Todos los ante-
cedentes de su historia enseñaban que, para las grandes
necesidades públicas, los ayuntamientos de las ciudades
españolas enviaban sus diputados á reunirse en cortes,
cuyos procedimientos, hasta los últimos días, acababan
de ser confirmados por los sucesos de España, formando
la Junta Central por medio de las diputaciones de las pro-
vincias libres.
En consecuencia de estos principios, el severo orador
opinaba aconsejando á lu asamblea que el procedimiento
legal & observarse era de que se aplazara toda medida
que pudiera alterar por el momento el orden de cosas
establecido, así por que era de derecho como de alta pru-
dencia política, pues evitaría los trastornos que acarrearía
el justo espíritu de rivalidad que se despertarla en los
pueblos del interior si, prescindiendo de su intervención, se
formara un nuevo gobierno general, llegando solamente para
garantía de todos, á asociar al gobierno actual del virrey,
dos miembros de la audiencia, por que esta era autoridad
que igualmente emanaba del monarca, hasta tanto se reu-
nieran en congreso general todos los representantes de
los pueblos del virreinato.
Era de esta manera como el orador explicaba y desenvol-
vía el plan político del virrey y su partido, que no debió
sorprender, sin embargo, á los hombres que encabezaban
aquel debate por el lado de la revolución, pues era el
HISTORIA OB GOEMES T DE SALTA— CAPITULO VU 857
mismo que habia esbozado con tintas clarísimas el virrey
en el manifiesto que habia lanzado A la faz del virreinato
hacia tan pocos dias y que lo habia ratificado en las últi-
mas conferencias con los diputados de la revolución y que
el mismo cabildo, instantes hacia, lo habia expuesto y
aconsejado en su discurso oficial de apertura de la asam-
blea.
Sin embargo, la palabra de Villota hizo retrocede!* de
pronto al nuevo espíritu y arremolinarse en un movi-
miento de desesperada ofuscación é impotencia. Aquella
oratoria concienzuda y habilísima habia desconcertado &
sus adversarios y se hacia necesario para vencerla, ó un
acto de rarísima audacia ó un recurso oratorio magnífico
ó, en fin, una igual y mas acertada habilidad dentro del
mismo terreno legal en que se escapaba el triunfo, ya que
no se queria salir de los textos y seculares práticas de la
monarquía.
En aquel momento solemne y difícil, D. José Antonio
Escalada pide al Dr. D. Juan José Passo, abogado profundo
y respetable, que presentara la réplica al discurso del Dr.
Villota; Rodríguez Peña y el Dr. Castelli lo instan en igual
sentido hasta que, repentinamente, la pequeña figura de
Passo aparece levantada en brazos del Dr. Castelli y pre-
sentada en medio del recinto para que hiciera, en nom-
bre de la patria, el postrer esfuerzo de la elocuencia, A
fin de reconquistar el campo que aparecía para todos como
perdido.
Después de una corta meditación, el Dr. Passo recogió,
como base por todos ya admitida y aceptada, que A los
pueblos correspondía, en los momentos críticos por que,
á las veces, suele atravesar su vida, el resolver sobre su
propia suerte. Pero el razonamiento de su poderoso ad-
versario habia demostrado que, aunque eso era verdad,
lo era también que Buenos Aires, por su propia autoridad,
nada podia sin el concurso y voluntad de los pueblos res-
tantes.—» Buenos Aires, observó sobre esto el patriota
orador, no solo es la capital ó cabeza del virreinato y la
hermana mayor de las demás provincias sino que, por
razón de su situación, de su puerto y de su rio, es la que
mas expuesta se halla y mas al alcance de los enemigos
n
aOB DR. BERNARDO FRÍAS
exteriores, como yo lo ha probado; peligros inminentes
son estos que se agravarían si su gobierno ha de vivir
divorciado con el pueblo y mal avenido con el patriotismo
de su vecindario.
«Los peligros que tratamos ahora de coiyurar son, por
su naturaleza y alcance, comunes para todo el virreinato.
Los pueblos que lo constituyen están formados de hijos
de la tierra, animados de un mismo interés y unidos en
idénticos anhelos. Esta es una verdad que no puede ne-
garse. Y, así como los hermanos ó los amigos pueden
tomar legítimamente el negocio ageno para beneficiar al
ausente ó para salvarle sus derechos en peligro, así tam-
bién, por ese mismo principio jurídico y por las leyes es-
critas que el señor Fiscal conoce mejor que yo, esa ca-
pital ó pueblo, avanzado al peligro común de todos los
demás de su círculo, tiene la innegable facultad y el de-
recho propio de tomar, por lo pronto, la gestión del asunto,
sin perjuicio de someterse después á la aprobación de sus
consocios ó iguales, dándoles cuenta y razón de lo hecho
en su nombre y beneficio.
« Bien lejos estamos, por otra parte, todos los que forma-
mos esta asamblea, de negar á los demás pueblos hermanos
que constituyen el virreinato, la voz que les corresponde
en un congreso general para aprobar ó rechazar lo que
practique la capital en bien y salud común, y resuelvan
definitivamente lo que creyeren de mas acertado y conve-
niente. Y aun esos mismos pueblos carecerían de dere-
cho y de justicia para negarle al de Buenos Aires la fa-
cultad de obrar por sí y de asegurar su propia suerte en
caso que ellos prefiriesen separarse de las resoluciones
que ahora se lleguen á tomar aquí.
((La misma España nos ha daclo ejemplos recientes de
haber obrado en este sentido y el mismo señor virrey ha
absuelto, como acto de patriotismo y de celo, el dado hace
tan poco por Montevideo, cuando se mantuvo separado de
la autoridad de esta capital hasta que le pareció mas legal
ó mas conveniente á sus intereses.
¿Con qué derecho, entonces, con qué antecedentes podia
negársele ese mismo derecho á la capital, si llegara el caso
extremo de que resolviese mantenerse en ese estado hasta
HISTORIA DE GÜEMBS Y DB SALTAD-CAPÍTULO VH 860
la reposición del rey legítimo, que es el único que puede
imponer obediencia absoluta á sus mandatos?
c( La reunión de un congreso general de todos los pue-
blos del virreinato para que establezca las formas den-
nitivas del nuevo gobierno, es un principio ya indiscutible;
pero para que esta consulta y su flnal resolución sean
legítimas y den los resultados que esperamos de ellas, es
indispensable que sea libre, y no puede ser libre si la
elección de sus diputados se veriñca bajo la influencia de
los empeñados en contrariar estos propósitos, que son las
autoridades caducas que aún ejercen de hecho el poder
en todo el territorio. Siendo, pues, nueva la situación,
nuevos deben serlo también los medios il emplearse: por
consiguiente, corresponde que Buenos Aires haga la con-
vocatoria del congreso general, y él lo hará garantiendo
la libertad de todos; y en manos de Buenos Aires se halla-
rá también mas seguro que en ninguna parte, el depósito
de la autoridad y los derechos comunes. »
XX
El discurso de Passo decidió en el terreno legal, el
triunfo de la revolución. El partido español se sintió aba-
tido; sus mejores campeones habían agotado el uno la
procacidad y el otro la elocuencia y confesaban su derrota,
porque, volviendo ú tomar la palabra el fiscal Villota, no
lo hizo ya para discutir sino para suplicar, viéndosele cor-
rer las lágrimas de sus ojos.
Terminado de esta manera el debate, entre varias pro-
posiciones que fueron rechazadas, fué votada aquella que
establecía si se debía ó no subrogar la autoridad que
ejercía el virrey por otra, para ser ejercida á nombre del
rey Fernando VII; y, en caso afirmativo, cuál debía ser
esta.
Para mayor seguridad de triunfo, el partido patriota
impuso que la votación fuera nominal y pública, & pesar
de haber muciios del bando español que, considerando las
circunstancias en que iban á sufragar, la pidi^on secreta.
Al verificarse la votación se notó la importancia de este
d60 Da BBRNARDO FBIA8
procedimiento, pues, en virtud de señales convenidas que
se tiacian desde los balcones del cabildo, el pueblo aglo-
merado & su pié, en la plaza, aclamaba los votos mas fa-
vorables como intimidato á los españoles que votaban
en contrario; y estas manifestaciones fueron tales, que
muchos de los enemigos se vieron obligados á retirarse
seci*etamente sin emitir sus votos.
Del cómputo de aquella votación quedó resuelto que se
retiral3a del virrey la autoridad y se facultaba al cabildo
para crear una junta de gobierno provisorio, hasta la
reunión del congreso general.
No conformes los españoles con esta derrota, secreta-
mente discurrieron y acordaron con los miembros del
cabildo, cuya mitad les pertenecía, de modiflcar la resolu-
ción del 22 de Mayo, entregando la presidencia de la junta
de gobierno que creaba, al mismo virrey que el congreso
hnbia separado del gobierno, dándole, á mas de esto, el
mando de las armas y con todos los honores y sueldo de
su antiguo empleo. El 24, el virrey recibió el bastón de
gobierno nuevamente de manos del presidente del cabildo,
prestando el respectivo juramento, al mismo tiempo que
se recibían del cargo de vocales los miembros de la
nueva junta dictándose, entre otras medidas de buen go-
bierno, la convocatoria acordada por la asamblea del 22, á
todas las provincias del virreinato, á reunirse en congreso
general.
Si grande y profundo fué el atotimiento que la resolu-
ción del cabildo del 22 de Mayo produjo entre los españo-
les, igualmente intensa é indecible fué la alegría y entu-
siasmo que despertó en su pecho esta audaz reacción del
cabildo que, dejando de lado lo resuelto por la asamblea,
voívia á colocar á la cabeza del gobierno al mismo virrey
horas antes depuesto. Era una contrarevolucion de ga-
binete. <v Todos los empleados y tribunales rebozaban de
alegría como si hubiesen salido del mas apurado conflicto. »
La luminaria encendida aquella noche por manos españolas
en toda la ciudad, proclamaba triunfo tan peregrino; y el
virrey, durante el dia, fué el empeñado objeto de los cum-
plidos que le rindieron todas las corporaciones, magistra-
dos y vecinos parciales suyos, como que todos ellos
mSTORU DB GOBBfBS Y DB SALTA-CAPÍTULO VU 861
pertenecían al partido español por arecCion de nacionali-
dad ó de vinculaciones políticas ó particulares.
Pero aquella misma noche reaparecía en el palacio del
virrey el mismo ó mas temeroso conflicto; por que, en
cuanto se conoció del público la audaz enmienda consu-
mada por el cabildo á la solemne resolución de la asamblea
del 22, un rumor creciente y amenazador comenzó & le-
vantarse dilatándose por toda la población. La indignaóipn
patriótica enardeció al mayor extremo las almas de los
burlados, descollando entre la multitud la juventud patriota,
legión llena de animación y exaltado apasionamiento que,
bajo el nombre ya conocido de chisperos, dilataba el fue-
go revolucionario. A su frente se distinguía por los
mas ardientes y activos de entre ellos, á los jóvenes D.
Domingo French y D. Luis Berutti; mientras los personages
mas conocidos y eminentes, constituidos en junta revolu-
cionaria, deliberaban reunidos en casa de Rodríguez Peña.
«Juro á la patria y á mis compañeros, dyo noblemente
emocionado uno de los de la reunión, que si á las tres, de
la tarde del dia de mañana el virrey no ha renunciado, lo
arrojaremos por las ventanas déla Fortaleza, abajo. » Era
D. Manuel Belgrano.
En los cuarteles reinaba idéntica y quizá mas ardiente
filjitacion, estando á punto algunos cuerpos de lanzarse
inmediatamente á la acción. I^ masa del pueblo que se
condensó desde por la tarde á los pies de los balcones del
cabildo, habíase lanzado á pedir venganza golpeando la
puerta de los cuarteles; los españoles, llenos del mas justo
temor, comenzaron & ocultarse en el fondo de siis mo-
radas.
En vista de aquella exaltación popular, pasaron esa mis-
ma noche al despacho del virrey el coronel Saavedra y el
Dr. Castelli, miembros de la junta formada por el cabildo,
aprovechando el momento en que se reunían los demás
vocales para celebrar la primera sesión del nuevo go-
bierno. Ya en su seno, Saavedra manifestó al virrey era
necesario renunciara el gobierno ó, al menos, el mando
de las armas; por que el pueblo usí lo exigía amenazando
con el peligro de nueva conmoción. El virrey, por orgu-
llo y por honor, no consintió en rendir el mando de las
862 DR. BERNARDO FRÍAS
armas, y antes, convino en renunciar, juntamente con sus
colegas de la junta, el empleo que acababa de recibir.
XXI
Aquella noche fué noche de ansiedad. Sus principales
horas se ocuparon en la subscripción popular de una
representación al cabildo, la que fué presentada aquello
misma noche y la cual era subscripta por «un conside-
rable número de vecinos, los comandantes y varios oflcia-
les de los cuerpos voluntarios por sí y á nombre del pue-
blo » quien decia, por medio de esta petición, era su vo-
luntad que el cabildo procediera A hacer nueva elección
de vocales que hayan de constituir la Junta de Gobierno y
los cuales hablan de ser necesariamente, el coronel D.
Cornelio Saavedra como pi*esidente, los doctores D. Ma-
nuel Belgrano y D. Juan José Castelli, el coronel de mi
licias D. Miguel Azcuénaga, el párroco D. Manuel Albertí
y los mercaderes D. Juan Larrea y D. Pedro Matheu, como
vocales; y como secretarios, los doctores D. Mariano Mo-
reno y D. Juan José Passo. 1).
Con la luz del nuevo dia amaneció el viernes 25 de Mayo
de 1810, dia por todo extremo memorable, sorprendiendo
en vela al pueblo de Buenos Aires. El cielo se presentó
cubierto y obscuro; el tiempo lluvioso y destemplado. En
la plaza mayor se hallaban, desde el amanecer, grupos de
patriotas decididos encabezados por los gefes de los chis-
peros, Frencb y Berutti.
En las primeras horas de aquella mañana, el cabildo se
reunió en acuerdo para trotar sobre la renuncia colectiva
del virrey y la junta recientemente creada y la represen-
tacion popular. Aun en esa altura de los acontecimientos,
su actitud fué todavía porfiada y terco; que así contestó
á lo junta renunciante resistiera y castigara esa petición
popular por medio de los armas, como un otentado sedi-
cioso.
\) Aii lo dice la mgumda Ájda M 25 de Uayo.
fflSTORU DE GOEMES Y DE SALTÍl-CAPITULO VII 863
A SU frente, la masa común del pueblo aglomerado en
la plaza mayor, comenzó & organizarse como una entidad
poderosa y justamente temible, dispuesta á entrar abierta-
mente en la lucha. . . .A iniciativa de French, cinías
blancas y celestes, colores ya amados del pueblo argentino
desde que lucieron en el uniforme de los patricios en los
dias gloriosos de las invasiones inglesas, se colocaban en
el sombrero y sobre el corazón de todos los patriotas.
Empero, aquella masa popular emocionada é impaciente
no era de aguardarse permaneciera mas tiempo á la es-
pera de lo que el cabildo resolviera, tras larga sesión,
respecto á la representación que la noche anterior habia
puesto en sus manos. Y como los ajitadores renegaran
de la paciencia, con ellos inundó la masa popular las ca-
sas consistoriales llenándolas de un inmenso clamor. Sus
caudillos, presidiendo una diputación de aquella muche-
dumbre, trepan las escaleras, llegan hasta la sala capitu-
lar, en donde, sorprendiendo á los miembros del cabildo
que aun estaban en sesión, declaran á noinbre del pue-
blo, que pasaba ya sobre toda paciencia un tiempo que
era precioso y no podia mas perderse; añadiendo que el
cabildo^ al dar la presidencia de la junta de gobierno al
virrey, no tan solo habia excedido de sus facultades, sí
que también habia burlado y defraudado la confianza en
él depositada por el pueblo; y que . era este ahora quien
pedia se le depusiera inmediatamente del mando.
Ante aquel increíble atentado cometido por aquella mu-
chedumbre y sus demagogos, que condenaban las leyes
de buen gobierno en todo país ordenado y constituido, el
cabildo mostróse aun impertérrito en resistir á la opinión
y aun & los mismos hechos, sin persuadirse qué aquello
no era otra cosa que una verdadera y gran revolución
que se desencadenaba sobre su cabeza; y así, mientras
escuchaba esta injuria á su autoridad, mandó pedir'auxi-
lio de fuerza armada para guardar sus respetos, ú los co-
mandantes que la dirigían. Mas con asombro suyo, aque-
llos gefes, en vez de su apoyo, pidieron también, como
lo hacía el pueblo, la inmediata deposición del virrey, por
exigirlo así la suprema ley de la salvación pública.
Convencido, al fln, el cabildo que su tenacidad era inútil;
864 DR. BBRNAHDO FRIA8
que se hollaba abandonado como lo estaba el virrey, así de
la opinión pública como de las fuerzas militares,— postrer
apoyo de los malos gobiernos, dirigió al virrey una di-
putación suplicatoria de su renuncia « sin lral)a ni res-
tricción alguna» le decia, por que así lo exigía su propia
salvación y la de la tranquilidad pública.
XXII
Mientras estas escenas se realizaban en el seno del ayun-
tamiento, Berutti, repentinamente inspirado por la audacia
del genio de la revolución en su momento supremo, re-
novó allí, en la misma plaza, sin mas autoridad que su
autoridad de caudillo, un personal de gobierno, en cuya
lista entraban distinguidísimos patriotas que figuraban ya,
como hemos Visto, desde la noche anterior como expre-
sión déla volunlad del pueblo y de imposición forzosa para
formar la nueva junta de gobierho, en la representación
que se tenia presentada al cabildo.
Este proyecto para constituir la verdadera junta de go-
bierno de la revolución, fué por su autor puesta seguida-
mente en conocimiento de le masa popular allí reunida
y fué por ella aclamada, como debia nacesariamente su-
ceder, y enviada por medio de una diputación, inmedia-
tamente al cabildo, como una imposición de este nuevo
y peligroso soberano.
La resolución de Berutti fué verdaderamente uno ins-
piración feliz que cortaba de un tojo el último nudo que
formobo resistencia á lo voluntad general y ohorrobo, al
resto de las fuerzas patriotas, un trámite mas estrepitoso,
oigo mas lento, aunque no monos seguro: el pronuncia-
miento de lo fuerza militar.
Pero si aquello medida evitobo que el ejército se Iniciara
en los compás electoroles y se convirtiese en terrible guor-
diQ pretoriono, un otro monstruo, igualmente terrible, el
pueblo bajo, lu muchedumbre anónima, alzobo su cabeza,
ese dio poro dorio y, mas torde, paro oniquilor lo libertad.
Sin embargo, la multitud que imponía al cabildo no cor-
respondía en su entidad á la grandeza de su acción, por
mSTORU DS QOSMBS T DB 8ALTA-0APtTUL0 VU 86S
que la lluvia incómoda de aquel dia y lo' avanzado de la
hora, habian alejado de la plaza la mayoría de la concur-
rencia popular que seguía desde el dia 22, y como sucede
siempre en estas grandes agitaciones públicas, formando
á manera de coro á aquellos actores del drama revolu-
cionario. La diputación que presentó la lista de la nueva
junta al cabildo para su consagración, invocó para impo-
nerla en el ánimo del ilustre cuerpo, el nombre y la vo-
luntad del pueblo.
Al escuchar aquella invocación, el cabildo, obcecado en
su terquedad, exigió para cerciorarse de la verdad, se
congregara ese pueblo en la plaza y diera ente él 6 cono-
cer su voluntad.
Los gefes del grupo popular bajaron é hicieron formar
entonces al frente del cabildo la línea de sus partidarios
que en aquel momento y por las causas antes apuntadas,
apenas si pasaba de un centenar de personas, ofreciéndola,
por pueblo, á la vista de la autoridad. Y como el cabildo
hubiera asomado al propio tiempo & sus balcones para
consultar la voluntad del pueblo en cuyo nombre se le
exigía de tan perentoria manera la proclamación del
nuevo gobierno según lo imponía la lista presentada, uno
de los vocales, el Dr. Leiva que funcionaba de síndico pro-
curador de la ciudad, viendo, 6 pesar de los esfuerzos de
aquellos gefes aislados de la revolución, el recinto de la
plaza escueto y casi desierto, tendiendo una mirada por
aquel ancho espacio, preguntó en un grito dramático á
los gefes populares:— « (Dónde está el pueblo?»
Aquel recurso era, sin duda, de grande y soberbio apa-
rato. La verdad de los hechos que señalaba el síndico
Dr. Leiva, desmentía, sin réplica posible, la existencia del
soberano cuyos mandatos se invocaba. Allí no estaba el
pueblo.
Pero, ante aquella interrogación, varias voces despren-
didas del grupo de los patriotas respondieron indicando
qué se tocara 4a campana del cabildo y que el pueblo apa-
recería; agregando que si el cabildo lo deseaba, persistien-
do en dudar de la voluntad general, ellos tocarían generala
y abrirían los cuarteles y ya se vería, entonces, donde
estaba el pueblo.
.m • . . DB. BERNARDO FRÍAS
. Ante aquella última y terrible amenaza, cuya verdad de
realización era por el ayuntamiento mas que por nadie
reconocida y temida, aquellos casi heroicos sostenedores
del viejo régimen español que hasta el último momento
asi disputaban los. fallos inexorables del destino como las
crecientes iras populares, y oprimidos por sus adversarios
fuertes y armados, ,se doblegaron, al fín, ante la fuerza
superior, protestando, sin embargo, como un resto de su
postrer aliento, que «cedian á la violencia con una pre-
cipitación sin término, para evitar los tristes efectos de
una conmoción declarada; por lo que acordaban sin pér-
dida, de instantes, el establecimiento de una nueva junta
cuyos vocales les eran designados por el escrito presen
tado^ por los que hap tomado la voz del pueblo; debién-
dose archivar aquel escrito para constancia en todo tiempo. »
£1 cabildo entonces, reapareciendo en sus balcones, ofre-
ció á aquella agrui^cion de revolucionarios las bases
, ligeramen|,e redactadas en lus que descansarla el nuevo
gobierno, las que aparentaban como primordial objeto, la
guarda y conservación de los derechos del rey; y ellas
fueron, de esta manera inusitada, sancionadas por aquel
grupo popular que sesionaba en improvisada asamblea en
la plaza de la Victoria; simple fórmula procedimental que,
aparte de aquellos casos de violencia que todo lo disculpan
por la grandeza y justicia de sus fines, no deberla en ade-
lante bendecirla la historia, y que, en aquella hora me-
morable y bendita, aparecía por la vez primera con el ter-
rible misterio de su poder.
Al proceder así, los revolucionarios de Buenos Aires
« obraron sabiamente. Si se avanzan un paso mas allü, el
25 de Mayo habría sido un dia de luto. »
Nada se había preparado, en efecto, por el comité revolu-
cionario al través de los pueblos que pudiera hal)er dis-
puesto la opinipn. pública hacia la independencia. Ni en
el mismo Buenos Aires, donde se desarrollaban estos su-
cesos, era aquel pensamiento la aspiración popular. En
aquellos momentos, como lo vimos, la pasión política que
ajitaba la opinión eran los actuales trastornos y peligros
que, así en España como en América, lenian conmovidos
los espíritus; y como las ambiciones de Napoleón y los
HISTORIA DE aO^MES Y DE SALTA— CAPÍTULO Vn 867
trabegos de la corte de Portugal, por mano dp su reina
Carlota, amenazaban la patria directamente al pretender
apoderarse de los dereclios del rey legitimo, la causa
actual de Fernando VII envolvía Qn sí la verdadera sal-
vación de América. Así, pues, aquella adhesión que se
mostraba al rey era obra de sabiduría y prudencia, por
que toda la opinión pública de América estaba prepa-
rada en aquellos momentos solo en aquel sentido, pi-
diendo defensa contra las maquinaciones que ofjreciaa la
patria ú Napoleón ó al Portugal y. en las que estaLian com-
plicados los mismos gobernantes españoles, y por que no
se puede de un golpe romper una cadena labrada por la
paciencia de los siglos. Este fué el propósito aparente, la
razón ostensible del movimiento del 25 de Mayo que, al
mismo tiempo que evitaba el choque de sus propias fuer-
zas, desarmaba, por el derecho, é sus adversarios y se
hacia seguir con decisión por todos los pueblos. ,.
XXIII
Concluyó de esta manera el gobierno español en el ter-
ritorio argentino, derrocado por la sola fuerza de la opinión
pública alzada en armas, sin disparar un tiro y sin que
una sola gota de sangre violentamente derramada man-
chara el suelo de la patria redimida de esta suerte, el 25
de Mayo de 1810, del pesado yugo español que, por espacio
de tres siglos, habia reinado con absoluto poderío, opri-
miendo y sofocando todas las manifestaciones del espíritu
deseosas de engrandecimiento y libertad. La Junta de
Mayo venia & formar, de esta manera, el primer gobierno
argentino, por que asumió, aunque en un carácter provi-
sorio, el mando general de todo el territorio como reem-
plazante de la autoridad de los virreyes.
£1 nuevo golnerno, sin embargo, no constituyó un poder
representativo de un pueblo independiente y soberano.
La prudente política de los hombres que dirigían aquellos
acontecimientos, hízoles cubrir este primer paso hacía la
deseada independencia, beyo el ropage legal déla guarda de
los derechos del rey Fernando Vil, & imitación de lo. que
8é8 DB. BERNARDO PRIA8
sucedía en aquellos dias en España y en el resto de la
América, en seguida. Y como el reconocimiento del
nuevo poder en el resto del territorio se temiera fuera re-
chazado por permanecer en el interior del país todo el poder
político y militar en manos de los gobernadores de las in-
tendencias, todos ellos en comunión con los intereses a))6o-
lutistas del antiguo régimen decapitado en Buenos Aires,
se acordó, al mismo tiempo, el alistamiento de una expe-
dición militar que, en el término de quince dias y fuerte
de 500 bayonetas por lo monos, debería marchar á libertar
los pueblos del interior de toda opresión por parte de
sus gobernadores y antiguas autoridades, bajo el pretexto
de que pudieran elejirse con entera libertad los diputa-
dos de las ciudades y villas principales, convocadas á
Junta general para establecer el gobierno que definitiva-
mente debia regir al país, hasta la restauración del rey
en el trono español.
Observando el cabildo, por otra parte, la fermentación
de los ánimos y midiendo cuánto era temible una
conmoción popular ' si corrían los instantes sin instalar-
se la Junta gubernativa impuesta por la revolución, acertó
á resolver se convocaran á su recinto los vocales de
aquella á fln de recibirse en el mismo dia del mando
superior, reduciéndose, por la estrechez de las circuns-
tancias, el largo ceremonial acostumbrado.
Los miembros de la nueva junta, requeridos así por el
cabildo, y qiie se hallaban reunidos en casa de Azcuénaga,
allí en la misma plaza mayor, pasaron á la sala capitular
á recibirse del 'gobierno de su patria, que signiflcaba en
aquel momento feliz, la coronación de la victoria.
Cuando aquellos personages penetraron al recinto, los
capitulares se mostraron sentados be^Jo docel teniendo por
delante un sitial y, sobre él, un hermoso crucifijo de plata
y marfil y el santo libro de los evangelios, cerrado.
Ambos costados del salón ocupaban en orden gerárquico,
las autoridades y dignatarios civiles, de la iglesia y del
ejército destacándose de en medio de ellos, como un
trofeo de la victoria que alcanzato la patria en aquel dia,
la flgura del obispo Lúe, corifeo mayor de sus opresores;
mas en seguida, lo distinguido de Buenos Aires que
HISTORIA DB QUEME» Y DE SALTA-CAPITULO Vn 369
acudió entusiasta á presenciar escena tan magníñca.
Por entre la calle que, abriéndose en dos alas dejaba
aquella concurrencia distinguida, atravesaron la sala ca-
pitular llegando hasta el retablo, los miembros del nuevo
gobierno. La emoción dominaba por completo á aquellos
hombres; las aclamaciones de tan selecta multitud
desde que aparecieron á su vista los miembros de la
junta, llenó con sus vibraciones el espacio encerrado en
aquel recinto.
Entonces el alcalde Lezica, que presidia el cabildo, ini-
ció la ceremonia de la recepción del nucro gobierno, po-
niéndose de pié; el Dr. Leiva, síndico procurador de la
ciudad, abrió el libro de los evangelios y, á una señal
del alcalde, el coronel Saavedra cae postrado de rodillos
poniendo su mano derec*.ha sobre el texto santo; sus
compañeros de gobierno, postrados igualmente en tierra,
se encadenaron unos á otros, colocando Castelli su mano
sobre el hombro derecho de Saavedra y Belgrano sobre
el izquierdo y sus demás colegas sobre los de estos, paro
que la mano del presidente ligada así hasta el último,
uniera también el evangelio con ellos.
— «Juro & Dios, dijo entonces Saavedra, y por estos
santos evangelios, desempeñar legalmente el cargo que se
me ha conferido; conservar en su integridad esta porte
de la América & nuestro soberano D. Fernando Sépti-
mo y sus lejítimos sucesores, y guordar las leyes del
reino. »
Mientras resonaban estas palabras en medio de un au-
gusto silencio, el corazón de los patriotas allí testigos de
aquella imponente ceremonia, ensanchábase rebozante de
júbilo inefable, y las lágrimas de una santa emoción ane-
gaban los ojos.
Los miembros de la Junta Provisoria gubernativa de
LAS PRovrNCEA.^ DEL Rio DB LA PLATA como sc denomluó
desde entonces el nuevo gobierno, pasaron seguidamente
á ocupar el asiento de honor, bajo docel, cedido á ellos
por el cabildo. Saavedra, su presidente, dirijió la palabra
al concurso, trémulo y conmovido por la grandeza supre-
ma de aquel acto, exhortándolo á mantener el orden, el
imperio de las leyes, la unión y fraternidad después
870 DR. BERNARDO PRUS
de tari grande triunfo, y reclamando, al propio tiempo
para la persona del depuesto virrey, cabeza que era de sus
enemigos, los respetos y consideraciones ó que era acree-
dor; exhortaciones que, pasando al balcón principal de la
casa, reprodujo én frente de la multitud que llenaba la
plaza en aquel momento.
Allí se vio, en esa plaza llamada ya de ¡a Victoria, y en
las galerías y sitios abrigados de sus contornos, un pueblo
inmenso que, electrizado y feliz, llenaba con sus Víctores
y aclamaciones aquel lugar, cuna desús primeras glorias,
saludando la redención de su tierra. Las damas porteñas,
engalanadas con los colores celestes que formaban ya la
divisa dé la patria, aparecieron también á bendecir la
hora primera de su libertad. Grandes fogatas en las en-
crucijadas de las calles, sistema que se usaba para mos-
trar el regocijo publico en aquellos tiempos, comenzaban
á encenderee al llegar las primeras sombras de la noche;
en tanto que las calles de la población aparecían con sus
casas empavezadas de día de fiesta con vistosas y alegres
colgaduras, donde resonaba el entusiasta bullicio de pa-
seos y músicas y cantos triunfales; coronando todo aquel
inmenso regocijo las campanas echadas á vuelo desde lo
alto de las torres, las dianas militares llenando con sus
ecos marciales los senos del espacio y el estruendo de
las salvas de fusilería que resonaban desde el recinto del
Fuerte, hasta aquel dia memorable, asiento de los virreyes
españoles.
CAPITULO VIII
Pronuncia miento de Sait
SUMARIO:— La noticia de la rerolucion llega á Salta-^Oelebracion do ca-
bildo abierto: fisonomía do la concurrencia; personages mas notables
— Votos de Santiv¿ñoz y de Nadal; voto del cuerpo de abogados y
del militar; voto del obispo y del clero ^El cabildo se adhiere a la re-
solución—importancia política de la. actitud de Salta; las ciudades sub*
alternas— Salta salva la reTolucion— Córdoba se subleva por el rey;
trabajos realistas—Fuerzas y elementos de la causa del rey en 1810—
Salta so pone de pie— El grito de la independencias— Vñnci^^ltñ persona-
ges que encabezaron el pronunciamiento— Aprestos militares; la Guardia
ÍTróana—El sacrificio de Salta— Una fuersa realista baja del Alto Perú
en auxilio de Córdoba— -Plan militar de los españoles- El gobernador
Izasmendi y la revolución — ^El coronel D. Diego de Pneyrreoon gefé de
la defensa— £1 teniente Güemes encargado de la vigilanela del enemigo
— El primer combate; rechazo de los realistas.
Organización militar— La patria en Salta— La causa del rey en Salta
Las fuerzas realistas de Córdoba toman rumbo al Perú— Ooniuracion,
contra Izasmendi— Prisión de los conjurados— La hazaiía de Gauna—
Chiclana sa hace cargo del gobierno; su actitud contra Izabm«ndi y loa
realistas — El donativo.
Los candillos patriotas — D. Martin Güemes; sus antecedentes milita^
res. sociales y de familia— Su educación— Su fisonomía moral y condi-
ciones personales- Güemes y la revolución; su sistema de guerra— El
Escuadrón de loa SaUeños^Lñ casa de Gurruchaga equipa el escuadrón
—La partida de observación— El cura Alberro.
D. Francisco de Gurruchaga, diputado por Salta— Jujuy eliie al Dr.
D. Juan Ignacio de Gorri ti— Antecedentes de este personage— Bl parti-
do del rey y el de la patria— Filosofía sobre la revolución de Mayo.
I
La nueva autoridad creada en Buenos Aires el 25 de
Mayo acordó, como primer paso de su política, comunicar
su instalación & todos los gobiernos de las ciudades inte-
riores exigiendo de ellos ser reconocida como gobierno
general y provisorio hasta tanto se creara por una junta ge-
neral del virreinato, el gobierno definitivo. El mismo
virrey, bajo la presión de la revolución, dirigía ú esas
mismas autoridades un nuevo manifiesto exhortándolas &
la tranquilidad y unión de los pueblos.
872 DR. BERNARDO FRÍAS
Al lado de estas comunicaciones oficíales y de estilo,
la Junta enviaba & los puntos en que comenzaba á mos-
trarse el espíritu de resistencia y reacción, como lo eran
Montevideo, Córdoba y el Paraguay, emisarios especiales
encargados de la propaganda y avenimiento; mientras que,
con una actividad recomendable, dirigía proclamas á los
pueblos y cartas de oñcio á. los siyetos principales, á los
de mayor influjo y opinión en las ciudades, para atraer-
los á la sombra desús banderas, en tanto que, para evitar
en lo posible la propaganda de los enemigos, se prohibía
salir de la capital á quienes se sospechaban intenciones
de propalar la resistencia y desprestigio del nuevo sis-
tema.
Cuando por todos estos caminos llegó á Salta, & media-
dos de Junio de 1810, la nueva de la revolución de Mayo,
encontró todos los elementos dispuestos á la explosión, por
que, á mas de la ilustración de la clase dirigente y pensa-
dora de la población que tenía de antes condenado el anti-
guo régimen de opresión y del conocimiento en que estaban
de los sucesos y estado de la España por las relaciones
hechas por Goyeneche y D. José Moldes, venían á reunirse
en aquellos dias con la acción de los patriotas exaltados
que habían trabeyado los espíritus y las fuerzas activas y
poderosas en favor de la independencia, enardeciendo el
entusiasmo, predisponiendo las voluntades y formando
la opinión para sacudir el yugo de la dominación española.
A mas de esto, los recientes sucesos de Chuquisaca y
de la Paz, donde tenían tantas vinculaciones de familia, de
amistad y comercio los hombres principales de Salta, les
abrieron las puertas de los hechos; vieron dado el primer
paso que concluyó, con la emoción del drama, de preparar la
opinión y aun la decisión heroica de la voluntad para
realizar la lucha en grande escala cuando la hora sonara.
Salta estaba, pues, prevenida y preparada cuando llegó á
ella la noticia de mayo, es decir, cuando Buenos Aires
dio el toque de rebato.
Congregado el cabildo el 18 de Junio para tomar
conocimiento de la comunicación que sobre aquellos
sucesos le dirigía la Junta de Buenos Aires, acordó que,
para tratar con mayor acierto y madurez novedad tan
HISTORIA D£ GÚJSMES Y DE SALTál-GAPiTULO VIU 373
extraordinaria, cual era el pronunciarse sobre la legalidad
y acatamiento de las nuevas autoridades, se señalara dia
especial para que tuviera lugar un cabildo abierto con
facultad para resolver asunto tan grave, delicado y peli-
groso, ordenándose, al efecto, invitar á todas las autori-
dades y ú los vecinos de distinción, donde cada uno debía
expresar su voluntad respecto á aquel negocio luego de
leei*se « en altas é inteligibles voces » los oñcios dirigidos
de la capital del virreinato para este fln.
II
El 19 de Junio de 1810, & las ocho de la mañana, fué el
momento señalado para que tuviera lugar aquel tan inte-
resante congreso. La hora era solemne y correspondiente
á ella, el espectáculo fué imponente y digno de tan magno
asunto. El cabildo estaba compuesto en aquel año por D.
Mateo Gómez Zorrilla}, español natural de Burgos, que era
su presidente; por D. Antonino Fernández Cornejo, D. José
Francisco Boedo, D. José de Perisena, D. Juan Antonio
Murila, españoles estos dos y destinado el último á entregar
rendida su espada de teniente coronel en Ayacucho, que
eran regidores electivos; por D. Calixto Gauna, teniente
coronel de artillería y por D. Nicolás Arias Rengél. El licen-
ciado D. Juan Esteban Tamayo, en fln, de Moquegua, en el
Perú, era el síndico procurador de la ciudad.
Ademas de aquellos cabildantes, se notaba en el cuer-
po general de la asamblea, al cabildo eclesiástico, presidi-
do por el obispo español Dr. Nicolás Videla del Pino, á los
curas rectores de las parroquias de la ciudad, á los
prelados de las religiones de San Francisco, de la Merced,
de los belermitas y al rector del colegio seminario; y en
lo restante del concurso, á muy notables vecinos, como D.
José Ignacio de Gorostiaga y D. Francisco Avelino Cos-
tas en cuyas moradas hablan de encontrar muy luego
los gefes del ejército del rey, hospedage y festejos y hasta
el honesto amor de sus hijas; D. Hermenejildo González de
Hoyos, D. Pedro José de Ibazeta, D. Francisco Javier
Castellanos, D. Francisco Antonio González de San Millan,
874 DR. BERNARDO FRÍAS
D. Tomas Sánchez; los doctores D. Alejandro de Palacios,
D. Andrés Zenarruza, D. Lorenzo Villegas; los gefes
militares D. Francisco de Tineo, D. Juan de Peñalva,
D. Francisco Lezama, D. Gerónimo López, D. José Félix
Arias, D. Fernando de Aramburii que llegaría 6 coronel bajo
las banderas del rey.
Presidía aquel ilustre- congreso el gobernador interino
de la provincia, D. Nicolás Severo de Izasmendi, perso-
naje de mucha consideración y perteneciente á una de las
nobles familias de Salta. Era hijo primogénito del
general español D. Domingo de Izasmendi, hombre
muy apreciado y popular en los pasados tiempos por sus
méritos y los servicios prestados en sus expediciones
militares sobre los bárbaros del Chaco. Nacido en Salta
á mediados del siglo XVIII, D. Severo Izasmendi fué enviado
á educarse á España de donde regresó á su país cuyo
gobierno llegó á sus manos en 1810, actuando como coro-
nel del ejército español.
Era aquel gobernador de Salta dueño de cuantiosa for-
tuna y de dilatados dominios en los valles de los Andes,
donde mandaba sobre hombres y cosas con autoridad
absoluta; por que el sistema de administración y gobierno
que hablan radicado allí los conquistadores españoles
guardaba aun su primitivo semblante, mostrando un ver-
dadero sistema feudal;~la tierra gravada con enfltéusis
y censos perpetuos; el pueblo sujeto al servicio personal
en provecho solo de su dueño; disponiéndose de los hom-
bres cual de propiedad particular. Aquellos subditos,
merced al riguroso sistema tradicional en esas regiones,
miraban al señor como los españoles al rey. Ante él, no
habla réplica sino súplica; sus mandatos eran recibidos
como la voz de Dios; era él, por decirlo de una vez, el
dueño de la justicia, de la propiedad civil y el gefe militar.
Instalada la asamblea, el gobernador intendente que la
presidia bajo el docel que guardaba el escudo español,
ordenó la lectura en alta voz de los oficios é impresos
dirigidos al ayuntamiento y al gobernador por el virrey
depuesto y vigilado, por la real audiencia, por el cabildo
de Buenos Aires y por la Junta Provisional Gubernativa.
Al tener conocimiento de aquellos documentos que ilus-
mSTORIA DE G0BME8 Y DE SALTA-CAPÍTULO VIH 376
traban sobre los últimos acontecimientos veriñcados en la
capital en los dias de Mayo, ardiente y sañuda rivalidad
degose sentir desde un principio entre aquellos hombres
que muy en breve deberían guerrear con porfiado empe-
ño por la patria y por el rey. Mas, en aquella hora, no
fué aun la división profunda^ que los mas de los españoles
permanecían mirando los acontecimientos producidos en la
capital tras de aquel velo crepuscular con que envolvió el
hecho la sabia y suspicaz política de la Junta. El rey Fernando
Séptimo aparecía como el objeto de sus cuidados; la unión
con la madre patria proclamada de lleno, y aquel suceso
de Mayo, & imitación legítima de las juntas que se for-
maban en España con igual objeto, produjo en muchos
la convicción de que la separación del virrey del gobierno
era solo alteración de poco momento en el orden secular
de la monarquía y, por parte de aquel regio funcionario,
dimisión patriótica, prudente y honesta y no el irrepara-
ble derrocamiento de la autoridad española.
Fué de esta manera como lo demostraron aquellos dipu-
tados de la ciudad al pronunciar su voto oral y fundado; y
los españoles que al iniciarse la lucha al descubierto ha-
blan de ser tan intransigentes y apasionados y ciegos
defensores de su rey, conio D. Tomas de Arrigunaga y Ar-
chondo, español de suma valía, gobernador que fué de Salta
en 1807 y que durante el curso de la revolución hablase de
mostrar fervoroso partidario de su rey y señor, á tal extremo
que su hijo, clérigo patriota, habíalo de hacer servir de cape-
llán en el ejército de Pezuela, y por cuya causa habia de soltar
con mano liberal los cordones de su fortuna y se habia
de batir con brioso corage en la acción de Salta para apa-
recer luego con sus insignias de coronel, & vengar su
derrota correteando patriotas en Sipe-Sipe,— votaban expre-
sando que « como fieles vasallos de su rey, se conformaban
con todas las determinaciones tomadas por el cabildo de
Buenos Aires, según se manifiestojí en los oficios, siendo
en sí como lo expresan. »
Guiados por este mismo sueño, cayeron en voto de aca-
tamiento como Archondo,— Gorostiaga, Ibazela, Costas, fa-
mosos realistas, y aun el mismo gobernador Izasmendi.
Mas otros, quizá mas avisados y expertos, aunque po-
376 DR. BERNARDO FRÍAS
quisimos— no fueron mas que dos— se alzaron contra esta
determinación general, negando su adhesión ú la Junta de
Buenos Aires.— « Que era su parecer, decía en su voto D.
Domingo Santiváñez, que para contestar á la nueva junta
de Buenos Aires, se pasen oficios al virrey y al cabildo
de la capital ú fin de que se sirvan instruir de los motivos
que han tenido para la deposición de dicho señor virrey y
creación de la expresada junta, quedando el exponente
pronto y sometido ú las legítimas autoridades que gobier-
nan esta provincia y á la defensa del rey, la religión y la
patria. » Esto era el primer voto que se pronunciaba aquel
tlia en el cabildo, y su autor, de los primeros españoles
que, huyendo de la revolución, habia de emigrar hasta
Chuquisaca con su familia.
D. Juan Nadal y Guarda, hermano de D. Jaime Nadal,
que vimos figurar como miembro del cabildo de Buenos
Aires y defensor también de la causa del rey, heria con
mas franqueza todavía el parecer de la mayoría, revelando
haber sorprendido la verdad que envolvía el misterio
aun; y asi votaba, diciendo:- « Que como fiel vasallo de
nuestro aprisionado rey y señor natural D. Fernando Vil,
y por lo mismo, subdito rendido & sus legítimas autorida-
des, quedaba asombrado de oir leer lo acaecido nuevamente
en Buenos Aires, de la deposición del mando del excelen-
tísimo señor virrey D. Baltazar Hidalgo de Cisneros y
creación de una junta gubernativa, á mérito de unas fu-
nestas noticias de nuestra madre España, traídas á este
continente por un barco inglés venido de Gibraltar. El
asunto pide refleccion madura y, al mismo tiempo, saber
los dictámenes de los vecinos de las ciudades subalternas
de este gobierno; y, por consiguiente, es de parecer que,
sin pérdida de momento, se impartan las órdenes á ellas
ü fin de que, enterada esta capital, siempre fiel & sus
soberanos, vaya acorde con sus provincianos para el ma-
yor acierto de lo que deban hacer en la del virreinato los
diputados que se elijan. »
Entre los demás del concurso se notaba al Dean D.
Vicente Anastasio Izasmendi, hermano del gobernador; y
sobresaliendo en el bando opuesto, & los congresales
D. Mateo Zorrilla, castellano viejo que abrazó la cau-
HISTORIA 0£ GOEMBS Y DR SALTA— CAPÍTULO VIU 877
sa de la patria convencido de su alta justicia, y cuya
descendencia estaba destinada á ñgurar con tanta pro-
bidad en los destinos públicos de la nueva nación; D.
Vicente Toledo, después coronel de la patria, que llevaba
con el nombre, la sangre por línea de varón, del duque de
Alba; D. Juan Manuel Quiroz, que había de inmortalizar su
nombre entre los gauchos; D. Antonino Cornejo cuya decisión
y servicios por la causa de la libertad y del orden ha7
bíanle de conquistar el grado de coronel mayor, y había
de merecer, por tres veces, el gobierno de su provincia
libertada; y á los doctores D. Alonso de Zavala, cuya piedad
igualaba á su patriotismo, y D. José Gabriel de Figueroa,
de la casa de Toledo, sacerdotes llenos de virtudes, de
ilustración y de respeto, quienes estaban destinados 6
reemplazar muy eñ breve, á aquel obispo Videla que
presidía al clero y que tan pronto debía vender la patria.
Prestó su voto por separado el cuerpo de abogados
manifestando que todo él «se hallaba penetrado de los
mismos sentimientos del cabildo de Buenos Aires, y en
consecuencia, era de parecer que inmediatamente se man>
de el diputado que se exige. » Entre sus miembros, ha-
bíanse de hacer notables en los azares de la revolución,
D. Pedro Antonio Arias Velázquez, abogado de la univer^
sidad de Lima, de noble y antigua familia cuya flguracion
se perdía entre los tiempos remotos de la conquista; D. An-
drés Zenarruza, D. Santiago Saravia y D. Mariano Boedo
destinado á coronar su memoria con la inmortalidad del
congreso de Tucuman.
El cuerpo militar, presidido por el coronel D. Pedro José
Saravia, caballero cruzado de la real orden de Carlos III,
que muy luego habia de ser uno de los que encabezaran
el pronunciamiento de Salta, votó manifestando que, « obe-
deciendo como, debian las órdenes superiores, eran de sen-
tir que en el congreso deH dia se nombrara el diputado
que se pedia y ordenaba para fines tan justos y arreglar
dos. » El obispo, finalmente, á nombre del clero, y pen-
sando que la capital se hallaba <( rodeada de enemigos PO7
derosos y en el mayor riesgo y peligros que nunca, » lo
que hacía « necesidad extrema de un gefe activo, vigi-
lante y celoso en circunstancias de haber abdicado el
y^ DR. BERNARDO FRÍAS
mondo el señor virrey,» y suponiendo que esta era la
verdadera causa de la creación de la Junta Provisional de
Buenos Aires con el objeto de « la conservación de nues-
tra sagrada religión, decia, y de los estados y dominios de
nuestro cautivo rey D. Fernando VII, « conformábase su se-
ñoría ilustrísima, agrega el acta, con la generalidad de los
votos del congreso, y anadia que fiel, leal y amante & su
rey y señor, debia esta capital unirse con la de Buenos
Aires, contemporizando y siguiendo sus designios y coope-
rando, por su parte, & su ejecución. »
Finalizada la votación, el gobernador intendente procla-
mó que, según la gran mayoría manifestada en la asam-
blea, la provincia de Salta se adhería al pronunciamiento
de Mayo de esa manera tan solemne y positiva, prestan-
do su consenUmiento á lo resuelto en Buenos Aires y or-
denando, en seguida, se hiciera pública su resolución por
medio de un bando, bullicioso y primitivo sistema de pu-
blicar é voz en cuello por el escribano de gobierno y con
anuncio de tambor, las resoluciones oflciales, en aquella
época en que la imprenta no era de uso todavía en estos
paisas.
Y coincidencia notable ! Aquellos Toledos, aquellos Arias,
Castellanos y Saravias que, siglos atrás, conquistaron es-
tas comarcas y las sujetaron al dominio de España y de
sus reyes, venían, en su descendencia, á figurar también
entre los que asestai>an, así, el primer golpe para quebrar
las cadenas que reatai>an la patria á extrangera servi-
dumbre !
III
En toda la dilatada intendencia, los cabildos de las ciu-
dades subalternas de Tucuman, Santiago, Catamarca,
Jujuy yTarija, «acostumbrados 6 oir la voz del gefe inme-
diato aun en asuntos de menos arduidad, y dando la última
prueba del espíritu de subordinación que los animaba, »
aguardaron la voz del cabildo de Salta para pronunciarse
siguiéndola y, á su turno, por la adhesión á Buenos Aires.
« La religiosa conducta de Salta les prevenía obedecer sin
HISTORU DE GÜBMB8 T D£ SALTA— CAPITULO VIU 879
discutir; » y aquellos pueblos tocados en lo mas delicado
de su patriotismo, « adhirieron ciegamente ú la resolución
indicada por el gobernador de la provincia. » 1). De esta
manera, la resolución del cabildo de Salta venia & decidir
de la suerte de la revolución en el norte, y con ello, &
salvarla, porque, á haberse pronunciado de manera contra-
ria, todas las fuerzas inmensas del interior, como lo ve-
remos mas en seguida, desde Córdoba hasta la Paz. hubie-
ran sofocado entre sus brazos y en breve término el mo-
vimiento aislado de Buenos Aires.
«Su resolución fué heroica, que privó que muriese en
su cuna la libertad. » Buenos Aires, en verdad, no habia
preparado nada, fuera de la acción particular de Moldes,
de Gurruchaga y otros audaces propagandistas; nada habia
hecho para levantar á su favor el espíritu del país, la
opinión y los recursos, antes del 25 de Mayo: procedió con
suma imprudencia é inesperiencia asombrosa lanzándose
á una verdadera temeridad que, á solo contar con sus
propias fuerzas, era cosa perdida. Buenos Aires no hizo
propaganda ninguna antes de aquella fecha; se limi-
tó & consumar el cambio en su recinto, 6 produ-
cir una conmoción aislada; era algo así como la
repetición de lo efectuado en Chuquisaca y en la Paz,
y debería necesariamente sucumbir, pues seguiría la
misma suerte de estos movimientos aislados, localistas, sin
ramiflcaciones en el resto del país, produciendo una tragedia
mas grande en su lucha contra todo el interior y el litoral,
por que las fuerzas del rey hubieran sido mas numerosas,
mejor disciplinadas, con mas recursos, con todo el enorme
apoyo de los poderes oficiales y por que Liniers, Concha
y Goyeneche eran generales superiores á Balcarce y ú
Belgrano, con que contaba al presente la Junta de la capital.
Por eso, con sobra de razón pudo decir el doctor Gorriti
que la gloria de la revolución de Mayo no está solamente
en haberla producido materialmente el dia oportuno sino
en haberla preparado y en haberla secundado y sostenido
1) Oftcios de los cabildos de Turuman y Santiago del Estero á la Janta
de BaenoH Aires, de 26 y 39 de Junio de 'ÍSiO—Begigtro ^octonaZ Núms.
09 y 70.
880 DB. BERNARDO FRÍAS
Sin haberse concertado, salvándola después de nacida en
peligros de muerte. Y esa debia ser la primera gloria de
Salta.
IV
La nueva de la deposición del virrey y de la creación
de una junta americana de gobierno, fácil es imaginarse
cuan profunda emoción y entusiasmo cívico causaría en
Salta, mayormente en la clase ilustrada y pensadora. Toda
la gente de pensamiento estaba emocionada. La nueva
habia enardecido los corazones y llenado de una inmensa
conmoción los espíritus.
Pero aquel entusiasmo subió al punto de la indignación
cuando, en aquellos mismos dias, llegó la nueva contraria
y amenazadora á lo acaecido en Buenos Aires. Por que
en la ciudad de Córdoba los españoles, disponiendo de
mejores circunstancias y elementos, bajo la dirección y
empeño del gobernador, general D. Juan Gutiérrez de la
Concha, del general D. Santiago Liniers, prestigioso cau-
dillo de la defensa de la capital contra los ingleses, del
teniente gobernador Rodríguez, del coronel D. Santiago
Allende, natural de Córdoba, del oflcial real Moreno y mas
especialmente en una época y en una ciudad de celebrada
y notoria religiosidad, del obispo D. Rodrigo An-
tonio de Orellana, prelado de aquella diócesis, habla-
se reunido Junta de los vecinos mas principalmente
interesados y adictos al régimen imperante y levantaron
el pendón de la resistencia, desconociendo y condenando
la junta creada en Buenos Aires el 25 de Mayo, y procla-
mando su reconocimiento al Supremo Consejo de Regencia,
creado ridiculamente en España por sus diputados perse-
guidos y en fuga. La actitud que asumía Córdoba era
mas que deliberante y tranquila, belicosa y contrarevolu-
cionaria, porque, á raiz de esta su determinación, levanta-
ba ejército y amenazaba resistir, con las armas en la
mano, al nuevo orden de cosas establecido y mas aun, de
marchar á derrocarlo y reponer al virrey en el antiguo
solio. Resuelta y activa, la resistencia de Córdoba traba-
jaba desde su primer dia en propagar su causa por las
HISTORU DE GÚBBIES Y DE SALTA-CAPÍTULO VIII 881
demás provincias, oun en el mismo seno de Buenos Aires,
(i despachando por expreso, cartas de oñcio á las demás
ciudades interiores,» mientras Liniers, poruña extrema-
da ostentación de fidelidad é un gobierno y á un partido
rival ingratos, llegaba hasta el punto de no tener « embara-
zo en escribir, tanto al presidente de la Junta, D. Cornelio
Snavedra, como ú varios particulares y oficiales de las
tropas, reprobando su conducta con entereza y acrimonia. »
Estas activas diligencias hacían esperar A los de Córdo-
ba en un principio, y con razón, rápido y brillante sucer-
so. Fuera de Buenos Aires, su causa aparecía contar con
todas las fuerzas del país; armas, brazos, gobiernos, teso-
ros, disciplina y esperiencia militar, todo parecía combi-
nado en su favor; que así en Montevideo como en el
Paraguay y en Potosí, gefes con tropas algunas ya aguerri-
das, estaban pronunciados decididamente por el rey; los
gobernadores de provincia, militares todos ellos, responr-
dian ú la misma causa; Salta, en el centro del territorio,
con su población marcial y adiestrada en la guerra, con
sus forrages abundantes, sus cuantiosos ganados y su
proverbial . riqueza; con un núcleo español poderoso por
su fortuna, sus relaciones é influencia en el país, ofrecía
la oportuna ventaja de una bien provista sala de armas
de mas de mil bayonetas y un parque de artillería, y fué
el punto, al parecer, elejido por la reacción española para
la cor\j unción de las fuerzas militares que debían retro-
ceder de Córdoba y avanzar del Alto Perú.
Eran así estos los mismos elementos preciosos que el
virrey, por inepto é iluso, no supo tocar, preparar y
aprovechar á su tiempo y en favor de su causa.
En estos condiciones y seguidamente ú la noticia de lo
acaecido en la capital el 25 de Mayo, llegaba á Salta In
nueva de la reacción españolo en Córdoba, cuyas auto-
ridades levantaban ejército para sofocar la revolución en
su cuna, y fué estonces que todos comprendieron llegada
la hora de la libertad, del peligro y de la prueba, porque
882 DR. BERNARDO FRÍAS
á nadie se ocultaba que á aquel ejército que se formaba en
el sur, le extendería la mano el ejército de Nieto, acanto-
nado enTupiza; é impulsados del mas ardiente entusíusmo
y exaltación que circunstancias semejantes producían,
hicieron ruidosamente su protesta de ser libres ó pere-
cer, recorriendo en procesión cívica las calles de la ciudad,
pronunciándose popularmente por la revolución y jura-
mentándose para la guerra, bajo el calor y ios rayos de la
elocuencia patricia de sus oradores como Gurruchaga,
como Arias ó Gorriti. En aquel momento y en frente del
peligro, aquellos hombres denodados rompieron con todo
consideración, porque, arrastrados por delirante patriotis-
mo, caldeadas las almas por la palabra de fuego de D.
Francisco Gurruchaga, verdadero tribuno de la guerro,
sucedió que el coronel D. Pedro José Saravia, personage
de la mayor opinión por su grado, por su fortuna y posi-
ción social, avanzó á la cabeza, trepó ó la tribuna y en las
viriles y arrojadas doctrinas de su arenga, dio franca y
resueltamente el grito de la independencia^ grito que el
pueblo de Salta recogió y sostuvo desde entonces como un
voto jurado y como el fin supremo de sus esfuerzos, pro-
curando su triunfo desde aquel dia, tanto asi con las armas
como con la propagación de su doctrina y con los man-
datos imperiosos y absolutos de sus representantes en
congreso.
Hasta aquella hora, todos los pasos de la revolución de
carácter público iban velados bajo el pretexto de guardar
estos países como un patrimonio del rey de España; mas
los hombres de Salta, en aquella ruidosa esplosion de su
patriotismo, rompieron denodadamente con todo miramien-
to para con el que declararon públicamente tirano de la
patria y enemigo público, arrojando los primeros el guante
al enemigo al dar resueltamente el grito de la independen-
cia en aquel dia, grito que no habia resonado aun en
parte alguna de los provincias del Rio de la Plata, y que
juraron sostener con su sangre, con su honor y sus
tesoros. 1).
1) Todos los allí reunidos estuvieron unánimes en este grandioso deseo
y lo secundaron sin desmayar con excepción de muy pocox. entre ellos,
el sargento mayor D. José Francisco Tineo quien, comprendiendo en
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPITULO VIU 883
El pronunciamiento de Salta, aquel heroico movimiento
de opinión fué tan vehemente y general como lucido y briz-
nante. El Dr. D. Francisco de Gurruchaga, aquel incansable
obrero de la libertad; el coronel D. Pedro José Saravia,
caballero de la real orden de Carlos III y que ahora abraza-
ba con tanta decisión la causa déla república, hombre de
fortuna y de gran viso social; D. Mateo Zorrilla, D. Nicolás
Arias Rengél; el coronel D. Juan José Cornejo, de apellido
ilustre en los anales militares de la provincia; su hermano
D. Antonino Cornejo y el Dr. D. José Ignacio de Grorriti,
opulentos hacendados y tan beneméritos á la patria en
adelante; el coronel D. Calixto Ruiz Gauna, los Dres. D.
Pedro Antonio Arias Velázquez, D. Juan Antonio Moldes,
D. Mariano Boedo, D. Alejandro de Palacios, D. Santiago
Saravia, D. Andrés de Zenarruza, D. Lorenzo Villegas, D.
Juan Esteban Tumayo y D. Francisco Claudio Castro; los
militares D, Francisco de Tineo, D. Lorenzo Martínez de
Mollinedo, D. Mariano de Albisuri, D. Gerónimo López y
D. José Félix Arias Rengél y los ciudadanos de mayor pre-
dicamento y opinión pomo D. Vicente de Toledo Pimentel,
D. Gaspar Castellanos, D. Severo y D. RudecindoAlvarado,
D. Hermenejildo de Hoyos, D. Santiago de Figueroa, D.
Francisco Aráoz, D. Juan Manuel Quiroz, D. Román Teja-
da, D. Victorino Solé, D. Teodoro López, y D. José de
Gurruchaga y el teniente coronel D. Eustoquio Moldes,
que arribaron hacia poco de España, eran los que encabe-
zaban aquel poderoso movimiento cívico. El joven Dr.
D. Guillermo de Ormaechea, que aquel mismo año habia
recibido sus grados en Córdoba, rompiendo el luto por el
padre que acababa de sepultar, marchaba é la cabeza de
!a columna cívica, llevando en sus manos y flameando
por las calles de Salta la bandera de la revolución.
segaídA quo Rqiiella hernici declaración que hizo el pueblo de Salta,
entre dos ejói cites enemipros, no era simple desborde de patriotismo
sino realidad que cambiab«i el primitivo giro que tomó el movimiento
iniciado el 25 de Mayo en Buenos Aire», en cuya causa hubia entrado
y la serviría hasta po^o después, como oficial, disciplinando tropas de
voluntario8.se seD^ró de sus corapaneros/pidiendo su retiro del ejército
en Octubre de IHIO; pues, caballero como era de la cruz de Curios
III, no se creyó quizá habilitado para tomar las armas contra el rey,
cuya fidelidad habia jurado. (Tradición recogida en la familia del).
Pedro José Saravia, de quien Tineo era cuñado.)
^ DR. BERNARDO FRUS
Conñrmando en los hechos esta solemne ostentación de
la opinión pública, sobre la autoridad del rey destruida y
sin elementos ya de resistencia y bajo la aislada y oculta
maldición de los vecinos españoles que presenciaban lo
que para ellos significaba traición y escándalo, la juven-
tud decente, la clase noble, rica, ilustrada y culta fué lu
que dio el ejemplo que no debia desmentirse un solo
instante durante <( aquellos dias de amargura y glorio
llenos» alistándose en un batallón de infantería que or-
ganizaban con el nombra de Guardia Urbana, destinado
á la instrucción guerrera, á la vigilancia y seguridad de
la situación política de la provincia y como base y ejem-
plo para la organización militar del territorio. « Entonces
se vio esta provincia ponei*se toda de pié para sostener la
independencia que se habia proclamado; sus hombres y
recursos se pusieron sin reserva al servicio de esta causa, »
por que la ardiente exaltación de la pasión política que
acababa de epcender la revolución, las fascinaciones ine-
fables é irresistibles de la injertad; aquel noble fanatismo
por la patria en peligro que resonó como un grito de
alarma en todos los corazones y la exaltación de ánimo
que produce la aproximación de la guerra, cuyos prime-
ros agravios los dalta el agresor ipjusto que amenazaba
por el sur y por el norte, unieron en un solo haz y en
un solo juramento de ser libres ó morir á todos los ha-
bitantes de Salta sin distinción, hombres y mujeres, an-
cianos y niños, sacerdotes y campesinos y hasta algunos
padres españoles seducidos por la justicia de la causa y
por el ardor patriótico de sus hijos, «arrebatados del co-
mún vértigo que tanto enalteció á los sáltenos. »
VI
Ante el concepto de la mezquindad humana, es decir,
l>njo el punto de vista estrecho del egoísmo y del interés
personal, la revolución en Salta era mas que una locmra,
era casi un crimen; por que si se tiene en memoria que
la felicidad y el bienestar de sus habitantes; que el co-
mercio y la riqueza; que la civilización y la cultura y los
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPITULO VUI S85
goces del respeto y del orden, patrimonio feliz acumulado
en su seno por siglos de prosperidad, de progreso y de
fortuna; que todos los frutos benéflcos de la paz, en fin,
iban desde aquel dia á rematar su camino, á cortar su
vuelo y íi perecer sacrificados sin tasa por la libertad,
«ese ídolo favorito de los pueblos civilizados,» como lo
decia uno de sus mas grandes hombres públicos, la re-
volución en Salta venia á ser, asi, una terrible calamidad,
un azote verdadero bajo cuyo rigor todo deberla perecer
por su causo. Ella seria verdaderamente invencible, pero,
también, por aquel lado, amarga y funesta; pues Salta por su
causa y por su gloria, nada guardarla en reserva propia;
todo por ella lo deberla dar,— tesoros, haciendas, esclavos,
hijos; los goces domésticos, la paz de las familias, la suerte
y el porvenir de sus hijos. A la postre, debian quedar
aquellos hombres pobres, olvidados, casi mendigos; las
familias enlutadas; desolados los campos, perdidas las
foilunas, todos hartos de fatigas Pero, qué importa!
El genio de la libertad todo lo puede. La grandeza, pues;
la sublimidad de su acción, la magnitud de su sacrificio
y de su patriotismo debe medirse por lo que é sabiendas
se iba paro siempre é perder, y que, sin embargo, se llevó
adelante sin vacilar.
VII
En medio de esta ardiente ajitacion, vino A angustiar
mas los momentos la noticia llegada del Perú por la cual
se sabia que una fuerza desprendida del ejército del ge-
neral Nieto bajaba derechamente á unirse con la que se
formaba en Córdoba, atravesando por Salta. El goberna-
dor Concha, en efecto, había dirigido un extraordinario
al gobernador de Potosí, comunicándole lo sucedido en la
capital, y ese grito de alarma, lanzado desde Córdoba, lle-
gaba de esta manera al cuartel general de los españoles
el 7 de Julio de 1810.
Inmenso fué el estupor causado en Potosí, pero inmediata
también la acción de los gefes realistas para ponerse en
marcha sobre Buenos Aires, uniendo su ejército con el
que se formaba en el sur bajo la dirección de Concha y
386 DH. BERNARDO FRÍAS
de Liniers, sus mejores generales. Unidas ambas fuerzas,
debian marchar á batir la capital, antes que su movimiento
pudiera vigorizarse y tomar vida y ensanche en el inte-
rior del país, aprovechando con diligencia meritoria aque
líos momentos en que los pueblos interiores aparecían aun
indemnes del contagio. Montevideo los ayudaría con la
escuadra y en el Paraguay contaban con el general Ve-
lazco, su gobernador, que habia desconocido también á la
Junta de Buenos Aires. Si estas fuerzas se unian, loca-
lizando la revolución en la plaza de la capital, la causa
de la libertad estaba irremediablemente perdida; perecería
Buenos Aires como hubiera perecido Roma si alcanzan ú
juntarse en la Italia septentrional las tropas deAsdrúbal y
las de Aníbal; como pereció Bonaparte en Waterloo y
como perecería la expedición de Puertos Intermedios mas
tarde, ideada por San Martin, con la reunión de Canterac
y de Valdez sobre las alturas de Torata. Salta, con aque-
lla misma inspiración de Napoleón, de San Martin, del
senado romano y de Nerón, su general, corrió á las ar-
mas para impedir que aquella liga de los enemigos se
consumara y se hiciera, por la unión, invencible y fatal.
Para colmo de peligros, el gobernador de Salta, Izasmen-
di, oprimido é intimidado en aquellos momentos por la
actitud uniforme y resuelta que habia abrazado toda la
población, aparecía en comunión ostensible con la Junta
de Mayo; pero, leal en sus principios al antiguo orden de
cosas y en activa y secreta comunicación con los gefes
realistas de Córdoba y del Alto Perú, iba é dejar obrar á
la revolución bajo su mando y ó su despecho. Izasmendí
procedía en esto con prudencia y bien medida circunspec-
ción, no aventurándose, como los realistas de Córdoba, á
resistir al peligro haciendo armas contra el avance de la
revolución; no por que cereciera de ánimo y convicción
en la justicia de la causa del rey, sino porque, desde el
primer dia, hallóse aislado en medio del grupo de capita-
listas españoles, sin mas elementos militares que los de
la guarnición de la cárcel pública, los de su escolta per-
sonal y los acantonados en los fuertes militares, todos
contaminados profundamente del nuevo espíritu, sintien-
do él mismo y palpando el inmenso empuje de la opinión
mSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPlTULO VÜI 387
pública que disponía y gobernaba todas las fuerzas eficaces
del país; á lo que vino é juntarse con aspecto temeroso é
imponente, la división expedicionaria que anunciaba la
Junta de Buenos Aires partiría muy en breve con rumbo
al Perú y con el declarado objeto de garantir con las ar-
mas de la revolución la libertad de los pueblos aun opri-
midos por sus enemigos.
Pero, felizmente, el gefe militar de mayor consideración
en aquellos dias, que tenía & su comando las fuerzas mas
inmediatas á la capital de Salta, que ejercía el cargo de
comandante de armas de la plaza de Jujuy, y que era, á
la vez misma, coronel vitalicio del escuadrón de Oran por
merced real gratiflcadora de sus servicios, sucedió que
fuera no solamente devotísimo parcial de la nueva causa,
sino personage benemérito y uno de los vecinos de mayor
opinión y mas bien considerados de la ciudad de Jujuy,
muy respetable en toda la intendencia. Pundonoroso, acti-
vo, inteligente; patriota perfecto y en cualquier sentido
y que tan temprano anonadaría la muerte, 1) habia com-
prometido con sus servicios y conducta la gratitud y los
respetos de su país. Era D. Diego José de Pueyrredon.
El cabildo de Jujuy habíale dado el honor de su represen-
tación para que presenciara la primera enarboladura del
real pendón al fundarse lu ciudad de Oran, califlcündolo
por sujeto de la mayor distinción y mérito; habia provisto,
á su costa, la sala de armas de la nueva ciudad con
cuatro cañones y otros menesteres, y de los fusiles nece-
sarios á su escuadrón de dragones, en premio de lo cual,
á mas de la gefatura perpetua de las milicias de Oran, le
concedió el rey el cargo de primer regidor alférez real de
su cabildo, « durante los dias de su vida. » 2).
Estableciendo su cuartel general en Jujuy, Pueyrredon
destacó al importante punto militar de Humahuaca, dentro
de la dilatada quebrada de su nombre, al teniente D. Martin
Güemes, que servía bajo sus órdenes, viniendo á ser por
1) Murió en 1812.
S) Zorreo uista: Apunt, hibt, de 8aUa\ Cédula aprobando la fundación de
Oráv, pAg. 50.
388 DR. BERNARDO FRÍAS
tal manera este oficial, el primero que llevara hasta aquel
punto lo voz de la revolución. 1).
Aquel teniente, transformado de hecho en gefe de la
« partida de observación, » establece en la propia habita-
cion del alcalde pedáneo de la comarca ó sea el juez del
lugar, D. Juan Francisco Pastor, su cuartel; y su huésped,
coadyuvando eficazmente ú su empresa, facilítale las ca-
balgaduras de la posta, que era desu.cargo, y lasque soli-
cita y obtiene de sus relaciones en el vecindario, la gente
de su mando y las armas de fuego y blancas de su uso,
con lo que se habilitó suficientemente las fuerzas « para las
centinelas del pueblo y las espías en todos los caminos
despoblados y para las correrías y rondas » que se llevaron
ú inmediato efecto, «áfin de atajar al enemigo. 2).
A favor de estas correrías, de estas espías que, valientes
y audaces, se internaban temerariamente, se supo en opor-
tunidad por donde bajaba el enemigo. Las fuerzas de
Solta, entonces, se reconcentran, caen sobre el invasor y
se traba allí mismo el combate. Vencida la hueste inva-
sora, se vio obligado ü volver ü sus atrincheramientos,
evitándose, de esta manera, se uniera con las fuerzas que
la aguardaban en Córdoba.
Salta tuvo así la gloria de salvar la revolución de su
primero y mayor peligro, evitando que pereciera la liber-
tad en su cuna; y el inmenso honor de recoger en sus
armas los primeros laureles de la guerra. 3)
VIII
Haciendo frente á estos peligros que por una y otra parte
amenazaban y al impulso del mas espontáneo y general
movimiento, comenzáronse á formar, en aquellos mismos
dias, nuevos cuerpos militares para incorporarlos y ro-
1) Certificado expedido por Giiomes á favor de D. Jaua Francisco Pastor,
fechado en liainahuaca el 17 de Abril do 1815. que encaboza asi: • Kl
ciudadano Martín Miguel do Güemos, ol primero que vino el año do
181Ü en defensa do la sagrada causa de la Patria, etc. •
2) Información sumaria solicitada por D. Juan F. Pastor sobre su» serví-
cios & la causa do la revolución. Archivo del l>r. Domingo (vC^emes.
3) Moldes, Exposición citada.
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO VIU 889
bastecer la expedición que anunciaba partir de Buenos
Aires y que necesariamente pasaria por Salta en su ruta
al Perú, de donde también comenzaban á llegar los pa-
triotas fujilivos ó desterrados por Nieto á refujiarse en el
vecindario de Salta, punto de albergue que habla de ser
en adelante déla emigración del Alto Perú, huyendo de las
persecuciones y opresión de los españoles, cuyo gefe prin-
cipal, desde Chuquisaca, sofocaba todo pronunciamiento
en favor de la libertad, desterrando y persiguiendo sos-
pechosos, amenazando con horrores 6 los pueblos que
sospechaba estar dispuestos á secundar á Buenos Aires,
y halagándolos, al propio tiempo, como que se sentía
cogido de verdadero sobresalto y turbación. 1).
Entre aquellos cuerpos militares que se organizaban en
las ciudades y en sus cercanías bajo la forma de tropas
regulares y de línea, se contaba especialmente el famoso
regimiento de los Decididos^ cuyas filas formaron los pri-
meros sáltenos que juraron la libertad en las primeras
horas del peligro; los de Patricios de Salta y Patricios dejujuy^
que eran de infantería y caballería, siendo coronel de los
de esta arma, D. Juan José Cornejo, y que, á imitación de
los de Buenos Aires que ostentaban los laureles de la
reconquista y la defensa, los formaban los hombres de la
ciudad ó sea de la plebe urbana, que mas tarde habian de
tomar el nombre general de civicos; el de Voluntarios; el Regi-
miento de Caballería, mandados todos ellos por la juventud
decente y culta, y disciplinados y adiestrados bajo la di-
rección superior de militares de línea del antiguo ejército,
como D. Eustoquio Moldes, D. Pedro José Saravia ó D.
Francisco Tineo; y finalmente, e\ regimiento de Partidarios
que con incansable celo organizaba, adiestraba y sostenía
con su propio peculio el acaudalado hacendado del Campo
Santo, vecino de Salta, D. Antonino Cornejo, que era su
comandante.
Estos cuerpos organizados, armados y equipados con
los hombres y con los solos esfuerzos de Salta, iban &
engrosar las filas de la expedición libertadora que mar-
1) Carta de !)• Josef Hurtado de Saracho, de Tarija, á D. Mateo Zorri*
lia. Nov. 17 de 1810— Arch. del Dr. Gaemes.
S90 DR. BERNAEIDO FRÍAS
chaba al norte, la que debía denominarse en adelante,
Ejército Auxiliar del Perú.
A la par de estos entusiastas movimientos en que se
ajitaban las poblaciones de las ciudades y sus adyacencias,
el genio de la libertad extendía su fuego por toda la dila-
tada campaña, desde Humahuaca, al pié de las trincheras
enemigas, hasta Orón y los Andes y hasta Tucuman y las
llanuras abrasadas de Santiago del Estero. En las regiones
montañosas que abren sus valles al pié de la cordillera,
desde Catamarca hasta la Puna de Atacama, la población,
casi toda indígena y avezada ¿á domar las montañas,
infatigable en las marchas sobre árido y rocalloso terreno,
bajo el mando de lo distinguido del lugar, como D. Boni-
facio Ruiz de los Llanos, D. Tomas Frias, D. Alberto Mon-
tellanos ó D. Borja Diaz, preparaba sus batallones de ligera
y sufrida infantería, de caballería en San Carlos, mientras
en las regiones boscosas y abiertas de Oran, de Jujuy, de
la Frontera, 1) y en el valle central de Salta que rodea
la capital, sus hombres, ginetes poderosos que hablan de
dar su nombre de gauchos^ en la ponderación de su fama,
álos defensores de la independencia en el norte, organi-
zábanse en grupos y regimientos de caballería, alzados á
la voz de los ricos propietarios rurales, de quienes depen-
dían en la forma que antes vimos, y que iban ú escribir
con sus hazañas y con el brillo de su ingenio, las páginas
mas gloriosas de la revolución, á poner miedo y pavor en
el corazón de sus enemigos y á conquistar el aplauso y
la admiración del mundo.
»
Estas nuevas fuerzas, conocidas en un principio y en
el lenguaje oficial con el nombre de milicias^ formadas
por la gente rústica, por el campesino labrador ó pastor
de ganados en las estancias, iban, sin embargo, á honrar
con sus virtudes civiles y militares la revolución, haciendo
una guerra civilizada y metódica al mismo tiempo que
dilatada y original como ninguna, y con el prodigio de
hacerla respetando todos los principios de la civilización,
1) Nombre con que se conoce hasta hoy la parte oriental de Salta encer-
rada entre el Chaco, Santiago y Tucuman, y que comprende los de-
partamentos de Metan, Rosario de la Frontera, Candelaria y Anta.
HISTORIA DE GÚBMES Y DE SALTA— CAPITULO VÜI 891
Sin mancharlo con la violencia y el pillage con que la prac-
ticaron mas tarde las montoneras del sur. La Europa
civilizada no habia podido ofrecer al mundo espectáculo
mas edificante ni cuadro mas hermoso en todo aquel es-
pacio que precedió, que coincidió y que siguió á la revo-
lución argentina, que el que presentaba la campaña mili-
tar de los gauchos de Salta; por que en Francia, en Paris
mismo, en ese cerebro del mundo, poco tiempo antes; en
la guerra de la independencia española, durante el curso
de la nuestra, ó en la insurrecion de la Grecia, cuna de
lo civilización europea, poco mas luego, también por su
independencia nacional, «los asesinatos y los crímenes
de la libertad igualaban li los de la tiranía, » y los incen-
dios, los saqueos, las degollaciones de ciudades y de pro-
vincias enteras, las profanaciones y violencias de todo
género, las confiscaciones y suplicios atroces, llenaron
con su horror lo tierra. Este honroso fenómeno, digno
de recordación y eterna loa, era debido, ó mas de las
condiciones morales con que la civilización habia alcan-
zado ya á formar al campesino, por haber sido este ele-
mento social fuerza obediente ó la idea y al orden sos-
tenidos y representados por la clase distinguida y culta
de la población, que fué en su fondo como en todos los
detalles, el alma y la dirección del movimiento, á la ma-
nera que en el ejército regular, la tropa, por lo común
ignorante y torpe, salva los principios y el orden obrando
Ijajo la dirección de la oficialidad preparada y culta.
Aquel elemento de guerra de las campañas, cuya fuerza
y eficacia eran aun desconocidas, lo formaba la clase pobre de
la poblocion campesina, sometida á la protección del pode-
roso por su posición social y por su rudimentaria civili-
zación, de origen indígena ó mestizo; por su alma inculta
aunque adornada de virtudes sencillos y tombien de no-
bles inclinaciones naturales; por su educación; por su
condición social, que la llevaba á emplear su actividad en
el servicio ú jornal ó gozando de pequeños arrendamien-
tos de duración indefinida que ligaban así sus afectos tanto ú
la tierra que labraba ó en que apacentaba el rebaño como
al señor bajo cuyo amparo vivía y de cuya fortuna me-
draba. Aquella gente seguia con ínteres y cariño á la
892 DR. BERNARDO FRÍAS
clase pudiente formada, en aquellas regiones, de los gran-
des propietarios, dueños de mas ó menos extensas zonas,
donde á la vez que eran legal y naturalmente considera-
das como señores de su tierra y, & las veces, de una co-
marca, cual lo eran D. Vicente Toledo, en la Frontera y
D. Santiago Figueroa, en el valle de Lerma, cuyas here-
dades eran inmensas, eran, justo es el confesarlo, que-
ridos y respetados también, á la manera de patriarcas pode-
rosos cuya providencia protectora dispensaba la felicidad
de los que vivían á la sombra de su nombre ó de su for-
tuna, en la labor de la tierra, en los censos perpetuos ó
en el cuidado del ganado al través de sus campos, de sus
bosques y de sus montañas.
La influencia moral del señor del lugar era merecida é
inmensa, que ella descansaba á mas de lo apuntado, en la
fuente avasalladora de la religión, cuya capilla, muchas
veces, sé levantaba en un extremo de su propia casa, y
cuyas máximas de obediencia, respeto y humildad con
que el cristianismo dulcifica la suerte de los pobres y sua-
viza el rigor de la soberbia, estaban tan copiosamente der-
ramadas en las costumbres y en las ideas; en el poder de
la fortuna y del hombre superior, y, finalmente, en el
prestigio de la fuerza militar que tantas veces, y por há-
bito general, él la representaba, ejerciendo la jefatura de
las milicias ó de la policía del lugar y administrando ú
menudo la justicia, cual los antiguos patriarcas, cuando
la entidad de la causa no era de aquellas que reclamaban
las leyes para los tribunales de la capital.
IX
Aquellos fueron los elementos con que iba á iniciarse
]a campaña de la independencia en las regiones del norte.
El elemento de la clase culta, rica, noble, ¡lustrada y pen-
sadora que guardaba y representaba la civilización, el
orden, la ley y el progreso del país, llamada con aquel
término general de gente decente, radicada especialmente
en las ciudades y dueña del territorio, como que com-
prendía lo principal de la clase propietaria, era quien
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTIL-CAPfTüLO VIH 393
llevaba, con razón y justicia, la iniciativa y la dirección
del movimiento; y el otro, era esa parte Inferior de ^ la
población, ya lo fuera de las ciudades ya de las campañas,
la cual, careciendo como carece siempre el pueblo bajo
en todas las regiones del orbe, de los elementos de cul-
tura, de moral, de fortuna y de civilización, en general,
componía la masa de fuerza, de acción, de lucha para
realizar con la constancia y el denuedo de gente altiva
y valerosa, el grandioso pensamiento de la clase superior.
Ambas clases sociales, cual mas antes lo hemos visto, no
alimentaban entre sí los odios de razas y las rivalidades
que engendran y procuran la vejación de los unos y la tira-
nía de los otros, sino que las ligaban lazos comunes de
afección antigua, trasmitida de padres á hijos con los
rasgos semejantes & dilatadas familias patriarcales, é in-
tereses mutuamente buscados y sostenidos, juntando solo
su odio y repulsión al extrangero español que dominaba la
tierra, é impresionadas de la común emoción que la patria y
la libertad despertaban ruidosamente en ellas. De los unos se
formó aquella brillante oficialidad que inmortalizó con su va-
lor y sus hazañas las dos provincias mas heroicas, acaso, de
la república; y de los otros, las tropas invencibles de Saila
y de Jujuy que, bajo el nombre de Gauchos, de becididks,
de Granaderos á caballo, de Milicianos y Partidarios; de
Gauchos de Salta, Gauchos de Jujuy, Gauchos de Oran,
Gauchos de la Frontera y de Infernales, hablan de salvar
la revolución, solos, cuando los ejércitos regulares fue-
ran batidos, derrotados y corridos, y cuando en pos. de
ellos, se descolgaran sobre las Provincias Unidas las> tro-
pas del rey de España, disciplinadas y aguerridas y ufa-
nas con la victoria, cargadas de recursos y formadas de
los mejores soldados españoles, vencedores soberbios de
Napoleón.
X
El pronunciamiento de Salta fué llevado de la intensa
conmoción producida por la verdad descubierta en los
últimos sucesos. Todos los hombres de armas llevar se
d94 DR. BERNARDO FRÍAS
enrolaron en los filas de la revolución, asi el heredero de
cuantiosa fortuna como el hijo único de familia. El clero,
no pudiendo empuñar las armas por el carácter pacífico de
su ministerio, corria, como el Dr. Castellanos, como el
padre Orellana, como Guzman ó como el Dr. Alberro, ú
ocupar los puestos de capellanes de los diversos regimien-
tos, sirviendo en ellos « & su costa y mención y sin mas prest
que el del honor; » 1) ó bien, allá en las reuniones y tertulias,
en el pulpito como en la tribuna parlamentaria ó popular
comprometían su empeño en dilatar, robustecer y sostener
en creciente vigor el espíritu déla libertad con el poder, con
el respeto y veneración de su talento, de su ilustración y
de sus virtudes y con el prestigio inmenso de su autori-
dad sobre las masas de la campaña, fuente fecunda de
sus futuros soldados, cual lo hacian el canónigo Gorriti,
el deán Zavala y el mismo D. Alejo de Alberro, entre
otros tantos, derramando por doquiera su nuevo aposto-
lado por la revolución, predicando sus dogmas, bendicien-
do sus armas ó rogando, en fin, á Dios por la victoria.
Las mujeres, superiores sin disputa á las antiguas espar-
tanas, se embanderaban en la política con una pasión
suprema, superior á toda ponderación y que, ahogando los
afectos comunes del corazón, arrojaban de su lado con heroi-
ca actitud á sus maridos, á sus hermanos, á sus hijos y á sU
servidumbre para que fueran á pelear por la patria; mien-
tras ellas soportarían casi solas siempre, la carga de la
familia; habiendo de vérselas durante las peripecias de lo
guerra, cruzando los peligros, burlando la vigilancia del
enemigo, penetrando en su campo y robándoles los secre-
tos en las tertulias, descubriendo sus planes, conduciendo
por éhtre peligros de muerte las comunicaciones y hasta
seduciendo con su elocuencia y sus hechizos á los oficiales
y soldados del .ejército enemigo; sufriendo vejaciones,
insultos, privaciones y zozobras sin cuento; expatriaciones
continuas y dolores de todo género, hasta el indecible ex-
tremo de verse azotadas p3r el Urano, como debería Ua-
1) 0/i:io dal capitán D. Mart'ti Gaenaes al sobierno de Salta, en Hama-
huací k 2iS de S^iptíenibre de 1810, publicado en la Gcueta de Buenos
Airea del 25 de Octubre del mismo año.
HISTORIA DE GD£MES Y D£ SALTA— CAPITULO VIU 395
marse en seguida al invasor; acciones y afanes de excelso
patriotismo consumados de ordinario no solo por la hija
de humilde condición del pueblo sino hasta por la mas
encumbrada dama de la aristocracia, alma y fuego que
hablan de ser desde esa hora en adelante, de toda la cons-
tancia y de todo el ardor y heroísmo de los guerreros,
especialmente cuando la suerte de la revolución por los
excesos del destino, fuera abandonada á los esfuerzos
únicos de la provincia de Salta para que cargara esta sobre
sus hombros— sola— con toda su inmensa pesadumbre; y
su dirección se entregara á la exclusiva mirada del mo-
derno Macabeo que habia de luchar hasta morir por su
causa, por su patria y por su pueblo.
Desde aquel dia, pues, la vehemencia de la pasión po-
lítica caldeó de tal manera las almas y llevó su eferves-
cencia á extremo tanto, que se vieron durante la lucha
escenas de verdadero asombro así por él exceso de fana-
tismo 6 que llegaron hombres y mujeres en su ya adora-
ción por la patria y por el rey, como en las proezas de
inaudita temeridad y valor, llenas de una verdadera gran-
deza épica, mas singularmente admirables en la mujer.
A este propósito diremos que los cuadros trazados por su
pasión, por su grandeza de ánimo ó su valor durante la
lucha, encierran tanta elocuencia en sí, que excede sin
disputa & todo cuanto la pluma mejor cortada pudiera
describir; por que en ellas, en las mujeres de Salta la
llama de la pasión política ardió con ansias tan vivas, que
dislocó la antigua armonía del conjunto social y borró
casi del todo su primitivo semblante.
Tanto fué así, que llevaron sus demostraciones á darles
publicidad y ostentación en cuanta forma y ocasión halla-
ron por propicias; y así era de ordinario ver & las mejo-
res damas de Salta cómo aparecían tanto en los bailes
cuanto en toda otra reunión de circunstancias, ataviadas
con moños en el cabello y en el pecho, celestes las unas y
encarnados las otras, y cómo arreglaban igualmepte su. pei-
nado, tendiéndolo hacia la derecha las patriotas y volteando
sus rizos á la izquierda las realistas. Dama híibo entre
estas que ostentaba en su pechó con orgullosa pasión en
los bailes el retrato de Fernando VII, su «ornado soberano. »
996 DR. BERNARDO FRÍAS
Y como si todo esto aun no fuera bastante á su entusias-
mo, hízose bajar al cielo á intervenir en sus querellas,
haciéndole compartir del ardoroso apasionamiento de sus
almas. Es el caso que habiendo el general Belgrano
proclamado á la Virgen de Mercedes por generala del
ejército de la patria después de la acción de Tucuman,
las patriotas de Salta tomaron á esa misma virgen de las
Mercedes, avezada desde antiguo 6 quebrar cadenas, por
la protectora divina de su causa, lo que impulsó á sus
adversarias, no menos creyentes, á confiar la suerte de
las armas del rey en manos de la Virgen del Milagro, lo
legendaria salvadora de Salta de antiguos terremotos; y
asi fué que, siguiendo por este rumbo religioso con esa
intervención de gusto clásico de los genios celestes en los
conflictos humanos, al modo como se cuenta en las guerras
de Troya, vióselas, durante el curso de la lucha, á las unas cu-
brirse con el hábito de penitencia de San Francisco y con
el de la Purísima á las otras, para merecer la protección de
Dios para sus armas, cuando acertaba á llegarles la nueva
de algún desastre y para llorar así públicamente el dolor
de sus derrotas.
Mas como el apasionamiento creciera y con él los pre-
textos de culpas y de agravios, se daban reciprocamente
en rostro con las mas exageradas imputaciones, y á punto
llegaron de asirse de los cabellos en la via pública alguna
vez, damas de lo principal y mas visible, vengando asi la
honra del rey y de la patria igualmente comprometidas;
pero, subiendo á un tono mas elevado que lo vulgar, vino
& acontecer que, dias después de la acción de Salta, D«.
Manuela Arias mandó azotar con su criado, por goda, á
otra señora de apellido igualmente ilustre. Al grito de la
dama amenazada, Dorrego, que á la sazón se hallaba
hospedado en la casa junto á cuya puerta principal daba
comienzo la escena, lánzase á la calle, arranca su espada
y la cubre de honor golpeándola sobre los lomos del comi-
sionado en defensa de aquella dama realista, victima de tan
público ultrage.
De esta manera, aquel patriotismo desbordante, intenso
y sin superior, llegaba á brillar en todos los actos de la
vida social de entonces, como que para mostrar en todo
HISTORU DE GÜEMBS T DE SALTA-OAPÍTULO VIH tSfífí
SU decidido parcialidad por la revolución,' enseñaban los
estrofas del himno nacional, llamado entonces la Marcha
de la Patria, escritas en el raso de sus abanicos, como
para que el aire que les diera al qjitarlo, avivase mas el
fuego de sus almas.
No merecerla, sin embargo, la consagración de su re-
cuerdo en la historia si lo acción de aquellas mugeres
admirables y su intervención directa en la lucha solo se
hubiera reducido á sus querellas domésticos, no presen-
tando en ellas mas que ese cuadro común de la consa-
gración de sus afectos y sacrificios A una grande y noble
causa. Pero su acción no paró en eso; las damas de Soltó,
sobre todos sus privaciones y dolores en uno guerra ton lorgo
y enconada, ofrecieron y rindieron A la patria y ú lo hu-
manidad servicios mucho mos elevados, fuertes y distin-
guidos que aquellos de que es justo exijir A la conside-
ración de su rango y á la debilidad de su sexo; que ellas,
salvando el ordinario destino de su misión y dejando el
común de las fatigas humanos, se transformaron en las
verdaderas y dignísimas heroínas de la revolución; y
cumple A lo justicia de lo historia consignar como un tes-
timonio de admiración y gratitud y como un eterno ho-
nor para sus pajinas, algunos nombres y alguna lijara ideo de
los servicios de aquellas mujeres fuertes salvadas del con-
junto de sus émulas por la distinción de sus personas y In
brillante resonancia de sus hazañas. A este respecto, justo
será citar, entre ellas, á D». Magdalena Goyechea, 1) que
arrastraba A su \oz é influjo y disponía como triunfante
amazona de lo voluntad y ciego odhesion de lo plebe po-
pular y campesino; A D*. Martina Silva, 2) que equipaba
compañías de soldados por su cuenta para ofrecerlos A
Belgrono; A D». Magdalena Güemes, la arrogante y her-
mosa Macacha^ 3) que durante el gobierno difícil de su
hermano y en los conflictos mas afligentes de la guerra,
habia de llevar la armonía á las pasiones, la prudencia
y el acierto en los consejos, lo luz en los momentos mos
1) Casada con D. Gabriel de Güemes Montero.
2) Casada con I>. José de Gurmchaga. j
3) Casada con D. Román Tejada.
896 DB. BERNARDO FRÍAS
delicados del peligro y una sagacidad é inteligencia no
bles y generosas en la diplomacia, acompañado todo ello
de la seducción y el encanto que se desprenden siem-
pre de la mujer inteligente y culta; á D». Isabel Gorrili; ú
D». Juana Moro, 1) quien, revestida de gaucho joven y
candoroso ó bien de viajera inofensiva, pasaba & caballo
desde Salta hasta Jujuy, su ciudad natal ocupada por los
esjMíñoles, y descubría todos los recursos y movimientos
del enemigo, y en fin, & D*. Loreto Frias, 2) la cual, ocul-
tando en el ruedo de su vestido las comunicaciones sal-
vadoras que enseñaban las necesidades de la defensa ó
los aprietos y planes del ejército real, burlaba gallarda-
mente la vijilancia del enemigo revelando sus secretos y
conduciendo los avisos en un teatro que se extendía desde
Salta hasta Jujuy y hasta Orón, ciudad entonces bien po-
blada y de fuertes recursos, situada & ochenta leguas del
cuartel general, y por donde se hallan casi diariamente
las fuerzas de los coroneles Arias y Uriondo, escursiones
que las verificaba también hasta esas distancias, su amiga
D«^. Juana Moro.
Estas mugares, muchas de ellas, como las recordadas,
pertenecientes á lo principal de la sociedad de Salla, eran
conocidas en el desempeño de su arriesgada misión con
el nombre de bomberas, nombre con que entonces se de-
signaba al espía en la guerra, y que eran enviadas ó pro-
cedían de cuenta propia las mas veces, & la observación
y descubrimiento del enemigo.
¡ Y de cuánta presencia de ánimo, de cuánto arrojo y
valor no se hallarían armadas aquellas valerosas patriotas
para penetrar con riesgo de la vida y de ultrajes por lo
menos, al campo enemigo bajo el imperio cargado de peli-
gros de la guerra; ó ya para cruzar á caballo, casi sola$,
aquellas extensiones inmensas y despobladas que separan
á Jujuy de Oran, cruzadas por las partidas enemigas y
aun por los malhechores que una época de desorden y de
i) Caí
2) Dv
Casada con el coronal D. Gerónimo Loj^es.
Loreto Peón de Frias, conocida socialinento como la nombramos
en el texto, era mujer del teniente coronel D. Pedro Josó Frias, invá-
lido en la acción de Tncnman, y madre del general D. Eastoqaio
Frias.
HISTORIA DE GÜEMBS Y DE BALTA-OAPtTULO Vm 899
fuerza procura necesariamente como un complemento el
azote de la guerra! ¡Y de cuánta habilidad y viveza de
ingenio para permanecer en Salta mientras la ocupaba
el enemigo y la población comprometida emigraba, enga-
ñando de su inocencia á las familias realistas bcuo cuyo
techo é invocando su antigua amistad pretextaban correr
á guarecerse como lugar de refugio en los conflictos del
asedio, sin ser mas que sospechadas pero nunca sorpren-
didas en la comunicación diaria que sostenían con las
fuerzas patriotas que estrechaban la ciudad, informando
ñ sus gefes de cuanto pasaba dentro de la plaza enemiga!
¡Y cuenta que el espía, por las leyes mas comunes del
sistema militar, es, en el concepto del enemigo, considerado
por criminal insigne, quien debe ser fusilado en el acto
y en el mismo sitio en que es sorprendido, sin forma
alguna de proceso! i Dónde la historia del mundo reñere
de la mujer de la clase superior hazañas mas grandes,
mas heroicas y mas ])6llas? Así, la revolución era
invencible. Los vivas ú la patria llegáronse entonces &
grabar hasta en el bronce de las campanas, los que con
igual pasión serian destrozados por el martillo de la vengan-
za realista. 1).
Al lado de todo esto, bueno será recordar también que
si la pasión por el lado realista no olcanzó á labrar esce-
nas de semejante grandeza, las damas de Salta, aun en el
campo enemigo, sirvieron á la humanidad, por lo menos,
cual lo revela el siguiente caso, por ejemplo. Era Carratalá
hombre de pasiones muy fuertes, de un genio terrible y tan
cruel, que por la menor falta de sus subalternos, inmediata-
mente los hacía pasar por las armas. Habia casado en Salta,
durante la invasión de 1817, con D^. Ana de Górostiaga; y
esa joven de estatura pequeña, de ojos y de cabellos negros,
poderosa no tanto por la belleza de su rostro cuanto por las
seducciones mas nobles de la gracia y de la inteligencia,
1) D. Domingo Silva, en 1818, hizo fundir para el templo de San Fran-
cisco la hormosisima campana que hasta hoy luce por la mejor de
las que existen en las iglesias de Salta. Entre sus leyendas piadosas
y de estilo, habia ésta:—« {Viva la patria! » que el general Pezuela man-
dó cortarla por mano de herrero; pero que, destruido el relieve, quedó
el brillo del metal cortado enseñando, a la vez, la misma inscripción
y el furor yaadálleo del enemigo.
400 DR. BERNARDO FRUS
dominaba con una sola mirada al soberbio general espa-
ñol.—« Carrutalá, solia decirle & su esposo cuando le oía
ordenar contra sus inferiores una ejecución ú otro bárba-
ro castigo, hay que contenei*se; mira que son hombres y
no bestias. » Muchas veces, una sola mirada de esta dama
aplacó la fiera y salvó & un semejante suyo. 1).
VII
Todas las clases sociales, todos los rangos y gerarqufas
se pronunciaron por la revolución con un entusiasmo y
una decisión insuperables. El rey de España no contó en
Salta con un solo partidario, excepción hecha de Izasmen-
di, de los Costas y de los futuros coroneles D. Saturnino
y D. Pedro Antonio Castro, entre la gente visible. 2). Por
que es honroso el confesar que en Salta, solo los españo-
les avecindados en ella y casados en sus familias la mayor
parte, aparecieron, cual era natural el esperarse, sostene-
dores intransigentes de los derechos de España. Su tena-
cidad y el «odio envenenado» que profesaron contra la
patria y sus defensores desde aquel dia, habíales de derra-
mar sobre su cabeza todas las calamidades y penurias en
que debería envolverlos la borrasca de una revolución
violenta por quince años, llevando por su nacionalidad
aquellos hombres, estampado en la frente, el estigma de
enemigos y sospechosos, circunstancia que entonces pi^o-
dujo lo que vino á llamarse durante la i-evolucion, el pe-
cado original; y por cuya adliesion y servicios al rey y sus
crueldades contra los patriotas, habían de ser, en adelante,
cargados de contribuciones, de amenazas, de persecución
nes; confinados & mas de cien leguas en Santiago y Catá-
marca ó andarían fugitivos en el Perú; y sus bienes ocupados
1) Tradiciones recogidas de la familia del Dr. D. Benito Grana; de las
venerables señoras D*. Benjamina Tejada y Moldes de Arias, de D*.
Serafina Urib ara de Uribara, de D*. Trinidad Frías y Valdez, etc.
2) No debe confundirse con la familia del Dr. D. Francisco Glandio Cas-
tro, mas tarde ministro del gobierno del Gral. G nemes, ni compren-
derse en la clasiücacion de realÍRta«, al Dr. D Manael Antonio Castm,
hermano de aqaellop» patriota ilustre que figuró con el mas alto bri-
llo en la magistratura de Buenos Airea.
HISTORIA DE gOEMES Y DE SALTA-OAPlTULO VIU 401
por el gobierno de la revolución, mas sin llegar jamas á la
odiosa iniquidad de las confiscaciones. Por eso se vio en
Salta el rompinr)iento violento de las familias, y odios que
estallaron desmedidos; emigraciones para sustraerse de
las venganzas déla revolución triunfante ó para evitar que
los hüos concluyeran de contaminarse con ella; españoles
que huían desheredando & sus hijos alistados en las filas de
la patria, y aun pasando alguna vez sobre sus propios
cadáveres.
Para que podamos darnos una ligera cuenta de la pasión
terriblemente poderosa y de los padecimientos de aquellos
hombres, cabe reproduzcamos aquí algunos trozos de la
exposición con que D. Tomas de Archondo, uno de los
mas tenaces defensores del rey, hacia presente, en 18Í6,
al general Laserna, los servicios y los méritos que habla
prestado y adquirido en defensa de la causa real. «Me
creo digno acreedor, decia, á la consideración de V. E. en
virtud del cúmulo de padecimientos que he sufrido de los
insurgentes por mantener indelebles los imprescriptibles
sagrados derechos del soberano;— prisiones, afrentas, bo-
chornos, multas, pensiones, gabelas, secuestros, confisca-
ciones y un sin número de males han sido los instrumentos
con que los revolucionarios han castigado mi amor y fideli-
dad al mejor de los reyes; pero ni estos ni la pérdida de
mis bienes ni la conspiración de mis propios hijos con-
tra mi existencia ni la persecución de mis domésticos ni
el haber estado proscrito y condenado ó muerte por el
caudillo Belgrano y por Dorrego, ni el haber estado metido
en una gruta separado del resto de los demás y degradado
hasta de los derechos que me concedió la naturaleza ni
el estar privado de los recursos para la subsistencia de
una dilatada familia A causa de haber quedado reducido
& la miseria, nada de esto, excelentísimo señor, me harén
desistir un momento de los eficaces deseos que me asis-
ten de sacrificar cuanto tengo y hasta mi propia exis-
tencia derramando gustoso la sangre de mis venas en la
defensa del rey y sus derechos. Todo he abandonado con
gusto para venir & sombrearme bajo la bandera de Su Ma-
gestad.
«Por delación de dos de mis hijos, José Aniceto de 24
402 DR. BERNARDO FRÍAS
años y Ángel Rosendo de 18, acusándome de realista oí
gobernador Chiclana, fui opremiado á dar veinticuatro
uniformes completos de paño. » Cuando bajó & la ciudad
de Salta la vanguardia del ejército real al mando de Tris-
tan, se ocupó en auxiliarlo con dinero « que busqué, dice,
entre los vecinos fieles; » se hizo cargo de correr con el
apresto de vestuarios, zapatos, cananas, balas y demás
útiles necesarios y adelantando el dinero; los caudales del
ejército se depositaron en su morada y mantuvo á su
costa los soldados de su guarde; socorrió á los enfermos
y á los realistas heridos en la acción de Salta, diariamente;
entregó á Tristan 5.000 pesos para, el transporte de los
tropas; ocultó al obispo Videla por tres meses y catorce
dios en un zarzo de su coso «hasta que fué descubierto
por un hombre excomulgado. » « Fui perseguido terri-
blemente por el caudillo Belgrono quien, unido con mis
hijos, confiscó mis intereses, dejóndome sin recursos y
sujeto el dominio de mi hyo mayor como tutor y cura-
dor de mis bienes, dejándome de pupilo de un hijo re-
belde. » Auxilió á Castro cuando llegó con lo vanguardia
á Salta el año de 1814; á Pezuelo le prestó 5.000 pesos paro
lo retirado, sirviendo sin prest y gratuitamente de su ede-
cán; y finalmente, se holló en lo acción de Vilumo donde fué
hecho coronel después de treinta años á que dio prin-
cipio á lo carrero como sargento de Forasteros, violando,
«sí, aunque legitimada su conciencia por el oposionomien-
to, el juramento prestado en el campo de Salta, de no
hacer armas contra lo patria.
Y untes que cerremos este punto, bien merece consig-
nemos aquí uno de aquellos cuadros de terrible venganza
que revelo mejor que todo otro explicación, el grado á
que subió entre los españoles el furor del apasionamien-
to político que abrasó y encegueció sus olmos. Es el coso
que lo fomilio de Tejado fué uno de los que primero se
pronunciaron en Salto por lo patrio, en 1810; mas cuando
vencidos nuestros ejércitos en el norte invadió por lo pri-
mera vez el enemigo y se posesionó de lo ciudad, uno
de los comerciontes españoles cosodo ollí, oudoz, exoltodo
y bullicioso y que mas tarde se cambiaría al lado de
lo revolución, circunstancia por lo cual sus antiguos com-
HISTORIA DE GÜEMES Y DE SALTA-CAPÍTULO VIU 408
pañeros de causa lo clasificarían entre los que denominaron
« españoles renegados, » viéndose bajo el seguro del ejér-
cito del rey, se lanzó en busca de D. Román Tejada,
acompañado de cuatro soldados armados á bala y de un
sacerdote para ejecutarlo, así, en toda regla y en el mismo
sitio en que lo hallara. 1).
De esta manera, los realistas de Salta se personificaron,
entre la clase principal, en D. Pedro José de Ibazeta, D.
José Uriburu 1) D. Tomas de Archondo, D. Francisco de
Lezama, D. Matias Linares, D. Juan y D. Jaime Nadal y
Guarda, D. Lino de Rosales, D. Marcos Beeche, D. José
Antonio Chavarria, 2) D. Manuel Antonio y D. Francisco Te-
jada 3), D. Antonio San Miguel, D. José Rincón, D. Fran-
cisco Asende y Grana, D. Fernando de Aramburú que
alcanzó el grado de coronel bajo las banderas del rey; D.
Francisco Avellno Costas, D. Santiago Maseira, D. Domingo
García, D. Francisco Valdez, D. Pedro de Ugarteche, D.
Calixto Sansetenea, Murúa, Aguirre, Sagastume y Rioja,
como que todos ellos eran españoles.
Sin embargo, estas verdades ocultó el largo tiempo cor-
rido, sin que pluma alguna haya trazado y hecho reco-
nocer del mundo los méritos del unánime pronunciamiento
de Salta por la independencia. Errores contrarios han
llegado á prevalecer mas bien, solo justificables por la
falta de conocimiento perfecto de su gloriosa historie), los
que llegaron á inspirar enorme injusticia contra la antigua
sociedad distinguida de Salta; por que, recordando aque-
1) Exp. de J. G. Sánchez contra la testam. de Francisco Sánchez, citado,
Archv. de Salta, 1824, P. Judicial
1) Mas tarde habíase de afiliar á la causa de la patria. Sus hijos D.
Dámaso en el orden civil y D. Vicente Uriburu como oficial del regí-
mleuto de Infernales, figuraron bajo las banderas de la revolución.
2) Casado en la familia del coronel Moldes. Igualmente eran casados
en esta casa D. Francisco Tejada y D. Antonio San Miguel, lo que
vino á trozar la familia de Moldes en esta forma original: los varones
por la patria y las mujeres casadas, por el rey, siguiendo de modo
acérrimo la opinión política de sus maridos.
3) Españoles, no debiéndose confundirlos con el resto de la familia antigua
de Tejada, que lo trajo al último de España como sobrino, donde figu-
ran, por ejemplo, D. Román Tejada, casado con D\ Magdalena Güe-
mes, hermana del general del mismo apellido; el canónigo D. Juan
Tejada, cuya finca de los (.Cerrillos fue entregada para que sirviera
de campamento de gauchos; familia que se prenunció de las primeras
por la revolución, y en la aue eran casados D. Bonifacio Huergo, por-
teño, y el Dr. D. santiago Saravia, patriotas conocidos.
404 DR. BERNARDO FRÍAS
líos tiempos de ptísoda grandeza, se ha llegado á añrinar
en nuestros días que « su sociedad aristocrática » era en
gran mayoría enemiga de nuestra causa. 1) Y como
aquella aflrmacion constituye una afrenta á la memoria
de esa benemérita sociedad, cabe, en justicia, reivindicar
su honra enseñando que en todos los puestos de peligro^
ya en las tareas civiles del gobierno y de la administra-
ción como en las fllas del ejército libertador, desde 1810, la
sociedad aristocrática de Salta, dejó en ellos su nombre
escrito entre laureles como defensora denodada de la inde-
pendencia, sin una defección ni un solo momento de des-
mayo. En su pruel)a, he aquí, pues, los nombres de aque-
llas familias de la antigua aristocracia, que cada una de
ellas cuenta con un soldado por lo menos, en la gloriosa
guerra de la independencia, ó con un distinguido sostene-
dor de esta causa en el orden civil. Son ellas las de Gor-
riti, de Toledo, de Gurruchaga, de Guemes, de Arias, de
Arenales, de Figueroa, de Mollinedo, de Hoyos, de Moldes,
de Ormaechea, de Castellanos, de Alvarado, de Sevilla, de
Zuviría, de Quiroz, de Frias, de Zenarruza, de Marina, de
Zorrilla, de Usandivaras, de Puch, de Salas, de Saravia,
de Cornejo, de López, de Sola, de Tedin, de Zerda, de
Niño, de Boedo, de Fernández, de Tamayo, de San Milian,
de Aresti, de Gauna, de Pardo, de Tejada, de Torino, de
Cabezón, de Aráoz, de Alberro, de Zavala, de Latorre, de
Velarde, de Ulloa, de Ovejero, de Feljoo, de Benitez, etc.
XII
Pues bien: todos aquellos revolucionarios aristocráticos y
profundamente republicanos de corazón y de principios;
aquellos patriotas sin escusa y sin flaqueza,— hombres ó
mugeres, sacerdotes ó seglares, profesaban los principios
de la libertad y las virtudes del patriotismo como no lle-
garon á profesarlos mas alto otros hombres en la tierra; y
á la par de sus acciones, de sus sacriñcios y sus hazañas,
la historia debe consignar también para eterna enseñanza
1) La Prensa de Buenos Aires, de 9 de Jalio de 1901.
HISTORU DE GÜBMES Y DE SALTA-^GAPlTULO VD! 406
de las generaciones, aquellas sus hermosas y bien origí-
nales doctrinas, que entonces como hoy y para siempre
fuentes serán de generosa enseñanza cívica.
Para ellos, la patria aparecía, desde 1810, como un dios
en la tierra: tododebia quemarse en sus altares; paz, amor,
familia, bienestar, porvenir, hacienda, la fortuna y la vida;
y adelante debia marcharse sobre laureles de vencedores
y palmas de mártires vencidos, á conquistar la indepen-
dencia y la libertad como seguro y merecido premio de sus
sacrificios y afanes. Dios estaba con ellos; i quién podría
vencerlos?— «</ Si />^«5 pro nobis^ gu¿ contra nos?» excla-
maba desde lo alto de la tribuna sagrada, en la catedral
de Salta, el Dr. Juan Manuel Castellanos. — « El hombre
en un estado formado, como miembro ó individuo de la
sociedad civil, desde que nace, nace para el público y
tiene su patria derecho á todas sus acciones. Usurpa el
nombre de tal, degenera y desnaturaliza, siempre que, por
atender á su bien particular, pretende desprenderse de
esta tan justa como sagrada obligación. Vos Patrie estis^
dice el elocuente Cicerón, et pattem Patria vindicat. Ha-
béis nacido para la Patria y la Patria exige la parte que
le toca en vuestro nacimiento
« Que nuestra América tenga derecho á reclamar su liber-
tad é independencia rompiendo las cadenas y sacudiendo
el yugo con que violenta y tiránicamente la habia opri-
mido España, y que para el logro de este empeño sean,
precisos nuestros bienes, honor y vida, no me cabe duda,
ni creo la haya en ninguno de mi auditorio.
«El patriota para serlo y llamarse con propiedad tai,
debe suponerse emancipado de su padre y de sí mismo;
no ha de contar con paisanos, deudos ni amigos en per-
juicio de su nación. En una palabra; su bien propio lo ha
de mirar como extraño, y como propio el bien de su
patria. í Y hay de estos muchos ? ¿Procederán con este
amor los que, profanando tan dulce y sagrado nombre,
pretenden acaudalar á espaldas de sus semejantes; engro-
sar con sus sudores y engrandecer con su sangre? ¿Que
vive la Patria en sus labios pero, cuando las necesidades
de tan dulce madre llegan á tocar sus bolsillos, maldicen
hasta el instante de su creación ? i Los que discurren sobre
406 DR. BERNARDO FRÍAS
SUS urgencias no para remediarlas sino para hacerlas ser-
, vir ú su provecho ? i Los que la llaman madre y acompa-
ñan en la prosperidad y desamparan en lo adverso ? i Que
la siguen cuando victoriosa y le dan la espalda cuando
afligida ? i Los que, ó pretexto de algún desaire imaginado,
le niegan sus servicios cuando de ellos ha menester la
nación ? ¿ Que semejantes al labrador, riegan y cultivan la
tierra no para hermosearla sino por el logro de una cose-
cha que esperan ? El sacrificio de los bienes, honor y
vida, aun no da derecho á llamarse patriota con verdad,
siempre que es dirigido de algún fin particular.
« En este sentido es en el que afirmo y he comprendido
ú todos, sin que de esta tan justa y sagrada obligación
pueda eximirse persona alguna de cualquier clase, estado
ó condición que sea; de todos ha menester la nación y
todos debemos trabajar por nuestra libertad é independen-
cia;—el sabio con sus luces, el sacerdote con sus sacrifi-
cios y doctrina; el militar con su espada; el hacendado
con sus bienes; el labrador con su industria; el artista con
su trabajo; la muger con su labor. No hay quien de algo
no sirva cuando quiere; y si es universal el beneficio,
universal debe ser también el trabajo y empeño. » 1).
Ademas de todo esto, como en la ardiente discusión de
la polémica con que los bandos encontrados hablan de ba-
tirse derramando elocuencia y sagacidad haciendo inter-
venir aun al mismo Dios y demás potestades celestes,
como fuente, base y amparo de sus derechos y doctrinas,
habla de verse cómo arreglaban las virtudes de la fe católica
á los intereses de la libertad, para enseñar á los españoles,
por ejemplo, que pecaban contra el cielo y los hombres
empuñando las armas contra la patria.
— « i Qué es el patriota ? argumentaba uno de los docto-
res de aquella época célebre. Diré que su etimología se
deriva de pater, patris; y así, todo aquel que hace los ofi-
cios de un padre, es patriota. Si lejos de atacar la mo-
ralidad del pueblo los españoles hubieran alguna vez re-
1) D. Juan Manuel Castellanos, doctorado en la universidad de Córdoba
en 1794; fué capellán del ejército do Belgrano, y mas tarde, quien
desempeñó el cargo de Provisor ó Vicario Capitular del Obispado de
Salta.
HISTORIA DE G0£MES Y DE 8ALTA— CAPÍTULO VIU 407
zado atentamente el Padre Nuestro^ refleccionarfan que
habiendo Dios Señor Nuestro creado todo para el bien de'
hombre, y amándonos como á sus hijos, por su inñnita
bondad; no obstante de que podríamos orarle llamándole
Rey, por su dominio universal, se complace mas en que
lo llamemos Padre Nuestro ó Supremo Patriota. » 1).
XIII
El nombramiento del diputado que ordenaba la Junta dio
taotivo para el estrepitoso rompimiento entre el cabildo y
el gobernador de la intendencia. Sucedió que reunido
lo distinguido del vecindario en cabildo abierto el 25 de
Junio para aquella elección, fué presentada y leida una
representación que hacia un grupo inferior de realistas,
compuesto casi todo ól de soldados licenciaíios, en la cual
«expresándose injuriosamente contra todo el pueblo, soli-
citaban se les admitiera en la votación acordada como á
parte del sano y noble pueblo. » Y como aquellos hombres
se hubieran apersonado á la sala capitular, el cabildo, al
calor de la elocuencia ardorosa de su síndico, el licenciado
D. Juan Esteban Tamayo, manda arrojarlos de su seno. Los
congresales, á su vez, notando por la vulgaridad de los
firmantes que una mano oculta los habia seducido al
atentado, pidieron su descubrimiento y castigo.
Ante esta actitud de la asamblea, nada benigna á sus
maquinaciones, propone el gobernador la postergación de
la elección para el 30, y que se invitara para el acto á todo
el vecindario que quisiera concurrir, ardid con el cual
esperaba poder hacer llegar á sus parciales rechazados
ese dia; mas su proposición fué resueltamente denegada
interrumpiéndose, con tal motivo, la elección aquel dia.
Pero como pasara la causa para el descubrimiento del
autor de aquel libelo «seductivo, atrevido é injurioso» al
alcalde de segundo voto para su juzgamiento, y que lo
era D. Antonino Cornejo, el gobernador, que era de un
carácter autoritario y ante quien se hablan querellado
los del grupo español contra el cabildo y contra su sín-
dico procurador por la injuria, decían, de haberlos expul-
1) Dr. Manuel UUoa.
406 DR. BERNARDO FRUS
sado de la sala capitular, se aboca el conocimiento de la
causa y ordena, para salvar á los suyos, se sobresea en
ella, intimando al alcalde la remisión del proceso, abuso
y avance de jurisdicción ante el cual Cornejo resiste con
digna energía, actitud que le produce su inmediata prisión,
sometiéndose á igual castigo & Tamayo, como asesor
letrado del cabildo.
Este atentado « había puesto al pueblo en temible espec-
tacion y era de recelarse pasase á actos turbulentos,» y
fué llevado & conocimiento del cabildo ese mismo dia 5
de Julio, por el alcalde desde su prisión. Esta corpora-
ción, pidiendo para proceder en tal conflicto el dictamen
del asesor letrado D. Santiago Saravia, lo recibió en
estas nobles y valientes palabras, & pesar de las circuns-
tancias y de los hechos con que pretendía aterrorizar el
gobierno:— « Siendo tan notorios y públicos los procedi-
mientos atentados del señor gobernador intendente diriji-
dos á usurpar la jurisdicción y poder de este Ilustre
Ayuntamiento hasta llegar al exceso escandaloso de provo-
car y decretar la prisión y arresto del señor alcalde de segun-
do voto de esta capital, sin jurisdicción para ello, pues no
se reconoce en los cuerpos del derecho ley alguna que le
autorice y le faculte para una tan desviada é ilegal opera-
ción que cede inmediatamente en agravio y ultraje de
todo el Ilustre Concejo Capitular, era de sentir que en
atención á que estos procedimientos eran sumamente
nocivos y contrarios al buen orden y tranquilidad pública,
no se hallaban otros arbitrios ni remedios legales para
remediar los males que sufre este pueblo, sino que el
Ilustre Ayuntamiento acuerde, como corresponde, que el
gobernador intendente debe dejar el mando político y
militar por convenir así al mejor servicio de Dios, del rey y
de la causa pública, pues solamente de este modo encuen-
tra el asesor consultado se logrará la tranquilidad y
reposo tan reencargados por las leyes en todos los do-
minios de Su Magestad Católica. Que para esto debe
tenerse presente los acaecimientos y movimientos de
tropas, cañones y demás armas introducidas á estas casas
consistoriales; y que, por último, debe el Ilustre Cabildo
acordar que dichos mandos político y militar se depositen
mSTORU DB aOEMBS Y DS SALTA— CAPÍTULO VIU 408
con arreglo á las leyes, en el señor alcalde de primer voto
y oñcial militar de mayor graduación que haya en esta
ciudad para que se haga cargo inmediatamente del mando
de dichas armas, y que, con la misma prontitud, retire
todas las tropas y aparatos de guerra con que dicho go-
bernador está intimidando y oprimiendo al pueblo. »
Por estas causales y por este dictamen que el goberna-r
dor llegó & clasiflcar de «audacia y blasfemia políti-
ca, » fueron igualmente presos como el licenciado Ta-
mayo, los Dres. Saravia y Blanco, pues, como lo
decía Izasmendi al cabildo, el . síndico procurador « se
había coaligado con los abogados D. Gabino Blanco y D.
Santiago Saravia que han hecho de asesores del Ilustre
Cabildo, inflamándolo y electrizándolo para que promueva
la anarquía en esta provincia. »
Para pensar y obrar así, Izasmendi contaba con anteceden-
tes que recordó en aquella oportunidad y que revelaban
el carácter que revestían aquellos sucesos de Salta en su
naturaleza y en su objetivo, pues ya en 1809, el virrey
le decía en comunicación reservada, que hacía ahora
conocer del cabildo:— « He tenido positiva noticia de que
en esa ciudad hay cierto número de abogados que vierten
públicamente especies subversivas contra los supremo^
derechos de nuestro augusto soberano sobre estos domi-
nios, produciéndose con la mayor libertad. » 1).
Siguiendo así las cosas, una inmensa masa popular, es-
truendo soberbio de la opinión de un pueblo altivo y ul-
trcgado y á la cual el gobierno denominó de «escanda-
losa asonada», llevó al cabildo á que continuora sus
acuerdos, á pesar de estar entrada ya la noche, sesionondo
así por la tercera vez en aquel die. Izasmendi, temeroso
ante el aspecto amenazador que iban tomando los sucesos,
envia una comisión, presidida por el obispo, & proponer á
los letrados presos la libertad y satisfacción del ultraje»
pero estos patriotas, en plena sala capitular donde tienen
1) Comanicaeion del Yirrey Cisneros al gobernador de Salta, de 27 de Nov.
de 1809, inserta en el testimonio del expediente formado con motivo
de estas desinteli^encias del cabildo con el gobernador Izasmendi en
razón de la elección del diputado á la Junta y de las ruidosas inci-
dencias que produjo, y expedidos ft solicitud de D. Juan Esteban Ta-
mayo, que existen noy en nuestro poder.
410 DB. BERNARD OFRIAS
lugar las conferencias, respondieron que aceptaban lo pro-
puesto « siempre que el gobernador dejase el mando. »
El cuerpo capitular siguió su contienda política, aparte
de estas sus incidencias, con el gobernador que se pre-
sentaba rodeado de lodo un bélico aparato. Porque como
la elección de diputado fuera la causa principal que inte-
resaba apasionadamente & ambas autoridades, vencidos el
gobernador y su partido en el cabildo abierto del 25 de
Junio; rechazada allí mismo su proposición de ampliar la
convocatoria para un nuevo cabildo sin excepción de su-
fragantes, procedió por su sola cuenta mandando fijar el
29 de Junio carteles en lugares públicos citando, de esta
inusitada manera, á cabildo abierto á cuanto español eu-
ropeo ó americano habitara por Salta, para que eligiera el
diputado á la Junta.
Queriendo, así mismo, explicar su proceder en el que
arrebataba las facultades mas propias del cabildo y violaba
lo acordado sobre el asunto en la última asamblea, decia
que usó antes de condescendencia con el cabildo «para
atraerlo con razón y suavidad al desempeño de sus de-
beres; pero, conociendo después por una amarga espe-
riencia que, dejándose llevar de mal intencionados influ-
jos, se tiraba á ganar tiempo para desahogar pasiones y
aflanzar particulares intereses, tuvo este gobierno por
conveniente y necesario avivar la convocatoria del pue-
blo. »
Como el cabildo resistiera á esta nueva usurpación y se
complicara su actitud política con las que originaron las
prisiones del alcalde Cornejo y de los asesores letrados
del ayuntamiento, el gobernador, avanzando mas, resuelve
y ordénala prisión de este ilustre cuerpo. Ante este nuevo
atentado, el cabildo, altivo y valeroso, se dirije al gobernador
diciéndoleen este digno y enérgico lenguaje:— «Siendo todo
ayuntamiento, concejo ó cabildo en quien se halla depo-
sitada toda la confianza y seguridad de los pueblos, venerando
en sus capitulares otros tantos padres de la República, nada
bueno pueden esperar de ellos si sus individuos son tenidos
por malos y dignos de prisión vergonzosa, exclusiva de sus
privilegios y exenciones como lo han sido los de este cabil-
do por orden de usia. Ignórase, señor gobernador, que usía
HISTORIA DE GOJSMBS Y D£ SALTA— OAPlTULO VIU 4U
sea arbitro de la vida, del honor y buena reputación, y
que las armas destinadas para la defensa de los dere-
chos y dominios del soberano, sean aplicables contra las
leyes reales, contra las autoridades superiores y contra
los derechos, exenciones y prerrogativas privativas, posi-
tivas y exclusivas que se reserva todo pueblo. Si, señor
gobernador; preso estuvo todo este cabildo; la causa,
por suponerse ó formarse; y amenazado por oflcio de usia
que en el dia seis y siguientes tomaría contra él la provi-
dencia que corresponda, y no se la ha visto; preso hasta
el dia el sindico procurador general como reo de estado;
y presos, por último, los asesores que eligió el cabildo,
ignorantes todos de sus causas. Estamos todos en el caso
de ignorar las leyes que gobiernan y que no hay segu-
ridad en las del soberano. No hay letrado que se atreva
á dar consejo; procurador que pida por el público ni regi-
dor que se atreva ú hacer uso de su oflcio, así por la des-
confianza motivada del público como por el temor de las
armas con que está impedida la jurisdicción, la libertad
y natural defensa; por consiguiente, si usia no manifiesta
las facultades superiores que tiene y si no satisface á los
agraviados con sus competentes y válidas causas, ó se
les da la debida satisfacción, no hay cómo se forme ca-
bildo alg:uno; carecerá el pueblo de sus lejítimas atencio-
nes y aun de la administración de justicia; será usia solo
para ella; solo también para usia las resultas, no quedán-
donos otro arbitrio que huir del ultrage. Con la prisión
inmediata de todo este cuerpo y sus asesores, tiene usia
ya conseguido verle sin ojos, por que no tiene letrado
que lo dirija; á la patria huérfana y desamparada, porque
no hay quien trate ni pida lo que le conviene. Los mas
de los miembros capitulares van huyendo del aparato bé-
lico diario y de la fuerza que reina contra todos sus dere-
chos. Los cabildantes de esla última gestión, no desma-
yando del entusiasmo patriótico ni del constantísimo y
fiel amor de su rey y señor D. Fernando Séptimo, á
nombre de este exhortan y requieren á usia tengan el
debido despacho las solicitudes pendientes; que se dé al
cuerpo una pública satisfacción; que no se oprima ni se
atemorice al pueblo; que se dé libertad y satisfacción á los
419 DR. BERNARDO frías
reclamodos presos, que, con la composición que con estos
solicitó usia, está probada su inocencia. >>
Izasmendi asediado por el elemento español y cerciora-
do por estoá anuncios que la revolución que minaba su
autoridad partía del seno del cabildo, mantuvo en prisión
& los capitulares sospechosos. Eran estos D. Antonino
Fernández Cornejo, D. Nicolás Arias, D. Calixto Gauna, D.
Mateo Zorrilla, D. José Francisco Boedo, el licenciado D.
Juan Esteban Tamayo y los asesores letrados D. Santiago
Saravia y D. Gabino Blanco.
Sorprendidos y asegurados en prisión, aquellos hom-
bres vinieron á encontrarse en la situación mas difícil,
afligente y terrible. La causa por que hablan sido asegu-
rados y se miraban ahora reos do sonado proceso, era
ante las leyes españolas y ante la apasionada interpreta-
ción de sus jueces, el crimen insigne de alboroto de la
tierra, de rebelión contra el rey y de alta traición, cuyo
castigo aparatoso y terrible por el oprobio y la infamia
que entrañaba era, por lo común, la muerte de horca para
los gefes; prisión larga sino perpetua, el destierro y la
conflscacion de los bienes para los demás. Aun se recor-
daba por aquellos tiempos que, treinta años atrás, llenaron
de espanto y de terror las poblaciones peruanas los castigos
de Tupac-Amarú y su familia, vastagos desventi^rados de
los remotos incas; y frescas y vivas se mantenían en la
memoria de todos las revoluciones que, con ñnes seme-
jantes, el año anterior hablan conmovido dos capitales del
Alto Perú.
Mirándose perdidos, resolvieron, pues, en cierta noche
tocar un supremo recurso, cual era el comunicar á la
Junta de Buenos Aires el peligro de su situación y el que
amenazaba á la patria bajo un gobierno enemigo de su
causa, y reclamar el mas pronto auxilio de su brazo,
redactando, con este fln, la exposición del suceso y la
solicitud de su amparo.
Aquellos presos, incomunicados en los altos del cabildo,
se hallaban impedidos de poder hacer llegar sus quejas
al gobierno de la capital; y fué entonces que el ingenio y
el valor personal superaron á cuantas diflcultades se
opusieron á su empeño. Acordaron, al efecto^ que uno
HISTORIA DE GOSMBS T DB SALTA -<)APITUL0 Vm 419
de ellos, evadiéndose de la prisión. Se encargara de poner
el pliego en manos de la Junta. Para esto echaron suertes,
y fué designado por el sino el regidor coronel D. Calixto
Gauna.
En esa misma hora, atando aquellos hombres las extre-
midades de sus capas, pues era el rigor del invierno,
formaron con ellas una cuerda original y por ella fué
descolgado Gauna desde uno de los balcones del cabildo
y puesto en inmediata fuga. Después de un vi^je & lomo
de caballo de mas de trescientas leguas coronadas de pe-
ligros de muerte y corridas sin descanso, dia y noche,
D. Calixto Gauna se presentó á la Junta de la capital en
el brevísimo espacio de ocho días, cuya vertiginosa
rapidez colmó, como era natural, la admiración y el
asombro de Buenos Aires. 1).
Muestra es esta del vigor y resistencia física como de
la presencia de ánimo y de la valerosa temeridad de los
hombres de aquellos dias, mucho mas cuando se piense,
cuando se recuerde que aquel viagero, perseguido por los
agentes del gobierno, debia pasar casi solo aquella famosa
ruta de Buenos Aires, por esos bosques del sur de Tucu-
man, por aquellas llanuras desoladas de Santiago y de
Córdoba, atravesadas de bandas de asesinos y malhecho-
res, y por aquellos campos salvajes de Santa Fé, donde las
caravanas de los viageros ordinarios se veian obligadas
á marchar con escolta armada y á librar, á las veces,
combates á bala para salvar la vida y las carretas car-
gadas de sus negocios.
Inmediatamente de arribar, Gauna se presentó ú la Junta
y esta, impuesta de la fecha de la comunicación, ordenó
al comisionado, admirada y conmovida, pasara á descan-
sar. Después de un sueño de veinte y cuatro horas, tor-
nó al siguiente dia camino á Salta, conductor del nom-t
bramiento de gobernador de esta intendencia hecho en la
persona del coronel D. Feliciano Chiclana, hombre de ca-
rácter terrible, cruel y terrorista, que debia encontrarlo á
su paso de Córdoba adelante, con alguna fuerza, ocupado
en la persecución de los conspiradores realistas de aque-
1) ZiNHY, H%9t, de los Gobernadores, T. Ill p¿g. 974 corroborado y ampliado
este dato con la tradición recogida en la familia de Gauna, en Salta.
414 DR. BERNARDO FRÍAS
Ha capital que, huyendo del ejército expedicionario de lá
Junta, tomaban rumbo al norte, con el intento de hacerse
fuertes en Salta ó en Tupiza, al abrigo de las fuerzas de
Nieto.
Con rapidez igual é la de su partida, Gauna estuvo de vuelta
en Salta el décimo sexto día, trayendo á su lado & Ghi-
clana. Notiñcado el gobernador de su presencia y reque-
rido por el enviado de la Junta ser reconocido en el
carácter que revestía, fué recibido en audiencia público,
por el cabildo, libre entonces de su prisión merced á su
orden y presencia, que se congregó para ello ese mismo
dia, 23 de Agosto, I>qjo la presidencia de Izasmendi y eu
medio de las aclamaciones de una delirante ola popular.
El denodado Gauna participaba de aquella sesión memo-
rable y de la ovasion de sus conciudadanos, mostrando
al pueblo la prueba dolorosa de su sacriflcio con la infla-
mación de sus pies de lo mucho que trabajaron sobre los
estribos, y á tal extremo, que vino ú postrarlo en cama
por dos meses el peso de su dolencia. 1).
Ante el ayuntamiento asi reunido, el coronel Ghiclana
hizo manifestación y entrega del despacho de la Junta de
Buenos Aires que le confería el gobierno interino de Salta,
á cuya vista se resolvió con indecible júbilo, posesionarlo
inmediatamente del mando, prestando allí mismo el jura-
mento exigido por las reales ordenanzas.
XIV
Así fué, y de esta tan dramática manera, que terminó
en Salta aquel dia memorable, la dominación española,
siendo el gobernador D. Severo de Izasmendi el último de
sus representantes.
Pero el gobierno de la revolución habia resuello por un
lamentable error, en aquellos dias, llevar su credo liberal,
su propaganda y afianzamiento en el corazón del país por
medio del terror y de la muerte. Aquellas energías ter-
roristas con que se iniciaba la revolución en sus proclamas
1) Tradición ¿ntes citada. Acuerdo del cabildo de Salta, de 28 de Agosto.
HISTORIA DE GÚEICBS Y DE SALTA—GAPlTULO VIU 415
y mas aún en sus hechos, eran inspiradas en el seno del
gobierno de la Junta por la arrogante entereza del Dr. D.
Mariano Moreno y ejecutadas por sus agentes mas con-
vencidos, el Dr. Castelli y el coronel Ghiclana, y así se
vio que, cumpliendo con esta política, su representante en
Salto ordenara, como primera providencia al hacerse car-
go del gobierno, la inmediata prisión de Izasmendi y su
envío, con una barra de grillos, á Buenos Aires para ser
juzgado.
De tan ruidosa manera el gobernador Ghiclana abrió
el régimen del terror con amenazas de muerte contra todo
enemigo de la patria en Salta, lo que la ponderación de
la pasión política de sus habitantes y la efervescencia del
espíritu público por la libertad irritado y en animosidad
creciente contra sus opresores, disculpaba y á menudo
aplaudía y aun sostenía con sus consejos, reclamos y
personas. Mas como en el pecho de los españoles no pu-
diera contenerse ni con la amenaza ó el ejemplo la impe-
tuosidad de sus pasiones por el predominio metropolitano
y por el culto del rey, para ellos de sagrado rito, á lo
que denominaban honrada lealtad del vasallo del mejor
de los reyes y fuera en los sáltenos superior, si es que
hay superioridad posible, el enardecimiento por la liber-
tad hasta llegar á las lindes del delirio y la locura, espe-
cialmente en lo juventud y en la mujer, llegó 6 contem-
plarse el fenómeno harto extraño y curioso en verdad;
noble y heroico bajo un aspecto, pues ahogal3a por la pa-
tria todos los gritos del corazón, á la manera de Bruto
el romano, y condenable y repugnante y cruel por otro;
lijereza y crueldad disculpables solo por la extrema ju-
ventud, por el enceguecímiento engendrado por la mas
noble de las pasiones políticas en sus horas mas ajitodos
y ardientes, en el cual llegóse á ver á los hijos conspi-
rando contra la existencia de sus padres españoles, dela-
tando su realismo á Ghiclana.
XV
Sin embargo, fuera de 1q crueldad usada para con Izas-
416 DR. BERNARDO FRÍAS
mendi, la sofocación de los trabajos realistas en Salla solo
fué impuesta con medidas de menor entidad; y aterrori-
zados los enemigos, vióselos cooperar con su hacienda en
gruesas cantidades, y & pesar de su fe de españoles, al
auxilio de la expedición que llegaba de Buenos Aires rum-
bo al Perú y en contra de sus parciales y amigos.
Llamóse el donativo de Salta esta primera exposición de
sus auxilios, cuya puerta abierta en aquel dia, no deberla
cerrarse mientras hubieran enemigos de la patria. Espa-
ñoles y sáltenos, realistas y patriotas formaron sus colum-
nas y entregaron su ofrenda, los unos por la fuerza y el
temor, los otros con la largueza con que sacriflcarian por
la causa todos sus bienes y porvenir.
La generosidad de su patriotismo se revelaba hasta en
la forma del ofrecimiento. Algunos, como el Dr. D. Luis
Bernardo de Echenique, cura de la Caldera y de Perico,
se obligaba á mantener las tropas de Balcarce durante su
paso por Cobos; el teniente coronel D. Lorenzo Martínez
de Mollinedo, español añilado á la revolución desde el
primer dia, á mas de su cuota en dinero, entregaba 50 ca-
ballos para el transporte de las tropas y el ganado suñcien-
te para sostener el ejército desde la puerta del Rosario de
la Frontera hasta la de Concha; D. Vicente Toledo, el dinero
de su cuota, 100 caballos apostados en su hacienda de Ya-
tasto, célebre mas tarde, y el sostenimiento de las tropas
al pasar por todas las postas de su territorio. Gorriti y
Puch ofrecieron también su fortuna desde aquel dia.
Bajo otro aspecto, aquellas inscripciones para la guerra
se hacían igualmente singulares, por que si los militares
y demás hombres de acción ofrecían á la vez que su dine-
ro sus personas, el canónigo Dr. D. José Gabriel de Figue-
roa entregaba la mitad de su sínodo y el Dr. D. Santiago
Saravia colocaba la ofrenda á la patria en nombre de su
esposa, D^. Josefa Tejada, como igualmente lo hacía D.
Román Tejada por la suya, D^. Magdalena Güemes, tan
celebrada mas tarde en los anales de la revolución.
Las damas de Salta manifestábanse, de esta manera, no
menos entusiastas y decididas que sus hombres, haciéndo-
se inscribir en la colecta de auxilios para la patria, como
la primer acta de empadronamiento de sus defensores
fflSTORIA DE GOEMES Y DE SALTA-CAPlTÜLO VIU 417
que comenzarían, desde aquella hora sagrada, á recorrer
el camino empinado de las . sublimes amarguras y de la
gloria. Y así vióse figurar inscriptas en el donativo, & da-
mas como aquellas, del mas alto rango y como á D» Faus-
tina Arias, como á D*. Vicenta de Figueroa y sus hijas,
separadamente, D». Luisa y D», Juana de Ibazeta, jóvenes
que en aquellos días comenzaban á llenar con su luci-
miento los salones de la aristocracia y de la fortuna.
XVI
Al extenderse las primeras noticias de la revolución y de
la guerra, y dilatarse la conmoción en el espíritu público, los
hombres que tenian el prestigio y eran dueños del respeto
de las poblaciones rústicas, comenzaron, desde el primer
momento, á organizar las milicias de la campaña empuñan-
do las armas por la patria, preparando grupos de caballería
forniados de sus clientes, llevados de su propia inspiración
y sostenidos con sus propios recursos, desde los primeros
momentos del peligro.
Durante aquellos primeros dias de 1810, efstos movimien-
tos de semblante belicoso y esta militarización que comen-
zaba á extenderse y alarmar la campaña, no obedecía á
base alguna ó plan uniforme concebido y mandado realizar
especialmente por el gobierno; ero la revolución popular
que comenzaba A presentar sus fuerzas y á acariciar los
ensueños de su triunfo. Eran, por lo general, movimien-
tos aislados, verificados por la propia cuenta de sus cau-
dillos, pero llenos todos del mismo espíritu, del mismo
afán de ofrecerse como auxiliares de la causa común;
fisonomía que muestran siempre todas las revoluciones
populares sirviendo, por lo pronto, para burlar las comu-
nicaciones del enemigo, para suministrar auxilios opor-
tunos y para dilatar el espíritu revolucionario con la emu-
lación y el prestigio siempre prodigiosos de la libertad.
Por que corresponde confesar que fué solo desde 1812 que
el movimiento de verdadera resistencia armada de las
campañas se hizo sentir en su gran eficacia y poderío,
enardecido entonces hasta la desesperación y la rabia el
418 DR. BERNARDO FRÍAS
ánimo con el odio al extrangero, convertido en invasor,
por toda la dilatada extensión de Salta y de Jujuy. Entre
aquellos gefes populares, verdaderos caudillos de la co-
marca, que comenzaban á mover las masas del pueblo
campesino, ó de los gauchos, y que hablan de alcanzar
gloriosa celebridad en el curso de la revolución, figura-
ban, entre cien otros, el Dr. D. José Ignacio de Gorriti,
el numen político de la revolución en el norte, que cuida-
ba de sus valiosos intereses en su hacienda de los Hor-
cones, la heredad paterna, labrando la tierra y cuidando
de sus ganados; su hermano D. José Francisco de Gorriti, fa-
moso muy luego bajo el nombre popular de Don Pachi,
llegaba, desde la Banda Oriental, donde habia pasado su
primera juventud, ú levantar sus gauchos, aquellos céle-
bres lanceros que no debían pedir ni dar cuartel; D. Pablo
Latorre, en fin, y D. Pedro José Saravia, destinado á ser
el primer gefe de la guerra de partidarios, completaban lo
mas prominente entre los gefes de las regiones del sur
y del oriente; por el norte, allá en Oran y en los valles
vecinos de Santa Victoria y de San Andrés, D. Manuel
Eduardo Arias ponia al servicio de la nueva causa su in-
teligencia brillantísima de gran militar y su prestigio en
aquella zona que habia de convertirla muy en breve, en el
campo de sus hazañas.
Pero, sobresaliendo entre todos ellos por la excelencia
de sus condiciones de mando; por su infatigable actividad;
por sus antecedentes militares; por su prestigio irresisti-
ble sobre la gente campesina; por su actuación oficial en
los primeros dias al lado de Pueyrredon y, finalmente, por
su entusiasta fervor por la causa de la patria, otro joven,
como Saúl, alzaba su cabeza superior entre la multitud
y comenzaba á imponerse como una hermosa esperanza
en el ánimo mismo del nuevo gobierno. Era D. Martin
Güemes, oficial de línea que habia hecho su aprendizage
sentando plaza de cadete el 13 de Febrero de 1799, y á los
14 años de edad, en el regimiento de infantería de Buenos
Aires, destacado en Salta; y que habla concurrido, mas
tarde, á compartir de las gloriosas jornadas habidas en
Buenos Aires contra los ingleses, de donde había regresado
con el grado de teniente de granaderos de Fernando VIL
fflSTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA— CAPÍTULO Vm 419
Había nacido en Salta el 8 de Febrero de 1785 y contaba,
en 1810, veinticinco años de edad. Era de noble estirpe,
con vinculaciones de igual categoría en la sociedad de
Jujuy, ú la que estaba ligado por la línea materna; como que
su padre, el español D. Gabriel de Güemes Montero, Tesorero
de real hacienda y Comisario de guerra en la provincia
de Salta, habia casado con D*. Magdalena de Goyechea y la
Corte, de la casa del general D. Martin Miguel de Goyechea,
célebre en las leyendas militares de aquella tierra, y popular-
mente conocida con el mote de la Tesorera, por que, como
era entonces de costumbre, habíase extendido hasta ella,
en el lenguage social, el título con que era conocido, por
su empleo, su primer marido, el Tesorero Güemes. 1)
La Tesorera dama fué de belleza singular y celebrada entre
las numerosas de su época, y llegó á alcanzar, durante los
azares de la revolución, ascendiente y predominio tan pode-
rosos y prestigio y popularidad tan ardientes é intensos entre
las masas populares de la ciudad y de la campaña, que
ocasión hubo en que llegó á intimidar y colocar en sofo-
cante aprieto al gobierno que sucedió al que presidió su
hijo hasta 1821, forzándolo á confesarse impotente de pro-
ceder ante el empuje de popularidad tan notoria, tan in-
mensa y tan temida, 2). Cuando años mas tarde el favor
de los hados y de la gloria llevaran á aquel su hijo é las
alturas del gobierno, aquella hermosa jujeña serla intro-
ducida al salón de las grandes ñestas del brazo del joven
gobernador que era aguardado con ceremoniosa etiqueta,
como era de uso para su cargo en ocasiones semejantes;
donde el esclavo dejaría en libertad la larga cola de su vesti-
do al pasar de los umbrales del salón, para que ella, sostenida
por su hijo, vestido de brillante gala, paseara en torno de
aquel espacio y tomara recien asiento en seguida, para
formar luego con él la pareja que habia de bailar el pri-
mer minuet, iniciador de la fiesta.
Martin Migubl Juan db Mata era el nombre con que
aquel joven y activísimo oficial aparecía inscripto en los
libros bautismales de la catedral de Salta. Los suyos, su
1) De viuda, casó con D. José Francisco Tineo.
2) Acta de la sesión extraordinaria de la H. Junta de Representantes,
de 11 de Junio de 182^^Archivo de Salta.
490 DR. BERNARDO FRÍAS
pueblo y en su tiempo, solo lo conocieron con el nombre
de Martin Gübmes; con él debe posar & la historia.
Era hijo de casa noble, de raza pura española y su
familia era contada entre las mas distinguidas de Salta^
y no de escasos recursos; por lo que venia á tener vincu-
laciones de parentesco con hogares visibles de esta socie-
dad y de la de Jujuy, y relaciones sociales de la mayor
importancia adquirida en lo mas respetable y pudiente
de aquellas dos sociedades. Venía á ser, por ende, dueño
de estos los mejores elementos de flguracion en su tiempo;
y como había nacido y había sido creado en aquel centro
de la aristocracia, del lujo, de la riqueza, de la cultura
notoria y del buen tono que fueron gala y orgullo de las
sociedades del norte en tiempo de la colonia, GOemes
adquirió, desde los primeros años y al amparo de su fa-
milia, esmerada educación social, cual era de ley la
recibiera entonces, con mayor ó menor perfeccionamiento
en el futuro, toda la juventud de su posición y de su
clase, la que se tornaba á menudo mas atrnyente y ori-
ginal, si puede, con la vivacidad que recogía el espíritu
mediante aquellos viajes al Perú, 6 Lima,* y mas tarde
á Buenos Aires, á la que GQemes visitó por veces repeti-
das, empresas que desde bien temprana edad acometían
por lo general, al lado de sus mayores y por vía de
aprendizage y adiestramiento, todos los jóvenes que no
se dedicaban á los afanes intelectuales de los colegios y
universidades sino á la carrera del comercio, mas pro-
ductiva entonces y acaso mas liviana aunque mas ruda,
por ser mas libre y novedoso su aprendizage. 1).
1) Su educación distinguida y esmerada la confiesa el Dr. Vicente F.
Lopes en sus estudies sobre la SevoUicicn Argenünaf capitulo XI, quiea
ad<}uirió todos los datos tradicionales de sus conocidos trabajos his-
tóricos, de personas que conocieron v actuaron con el ffeneral Gflemes,
como D. Victorino Sola, los coroneles D. Manuel Puch y D. Rvariato
Uriburu y el Dr. Vicente López y Planes, padre del citado autor;— y
también el Dr. D. Joaquín Carrillo en su Historia Pnlüiea y CivÜ de
Jujuy páj. 217, donde aemuestra profesar á Güemes una apasionada
enemiga Es digno de notarse asi mismo, que los adversarios de in*
tenso apasionamiento que tuvo Güemes durante su gobierno en Salta,
y que lo afean, victimas de la parcialidad v del encono despertado
por las luchas internas de los partidos políticos con los mas hirien*
tes denuestos, ninguno de ellos, al menos entre los documentos que
hasta el presente han llegado & nuestro conocimiento, lo acusa de falta
de educación y buen trato social, de torpe ó grosero en sus relacionea
HISTORIA DE GOEMSS Y DE SALTA-CAPÍTULO VIH 4fit
Correspondía á estos antecedentes su cultivo á la buena
sociedad, su buen trato y maneras con que en aquellos
centros acostumbró siempre desempeñarse sin mengua
de su nombre y de la posición elevadísima ú que lo lleva-
ron los acontecimientos y sus facultades, sin hollar con
sus acciones personales en ellos los fueros y honor sociales
y mostrando saber cumplir con las leyes del buen tono así
en las funciones oflciales y públicas que tuvo mas tarde
que desempeñar en el laborioso y dilatado periodo de su
flgurooion como en el salón mas aristocrático y distingui-
do, cuya atmósfera había aprendido á respirar desde niño:
mostrando siempre su bizarra flgura por todo extremo
lujosa, é inclinado á los rigores de la moda en el treje y
en la barba que mas tarde cambió, por las exigencias de
la política, en un sistema original. Si los acontecimientos
posteriores y los medios que se pusieron en juego bajo su
dirección durante la formidable contienda con España lle-
garon á perturbar la opinión, especialmente entre sus ar-
dientes adversarios y en la distancia donde resonaban sus
ecos, resortes fueron necesariamente empleados por aque-
lla su política y su sistema de guerra popular, nueva,
original y admirable. Notorios fueron en su tiempo estos
hechos en la sociedad de Salta, y error tristísimo sería el
opinar respecto de él, que fuera, y menos aún en 1810,
hombre tosco, rudo y repugnante por lo ordinario ante las
gentes de cultura, como el suponerlo ignorante de los fue-
ros de la civilización ó alzado de en medio del elemento
semi t>árbaro que poblaba los campos dilatados del terri-
torio argentino.
Por su trage, por sus gustos, por sus inclinaciones,
Güemes era entonces el tipo especial del joven aristócrata
con las gentes; lo que es digno de recordarse, paes, cierta parte del
vulgo ha llegado á forcDarse de la persona de Güemes, la idea del
gaucho campesino, ignorante de la cultura social de las ciudades, & la
manera de Quiroga A del Chacho, por ejemplo, sin conocer que en
S;ilt>) tu gente decente, como se llamó entonces, era la depositaría de
U mi^jor cultura y de la civilización mas adelantada de todos los pue-
blos del antiguo virreinato, y que estos hombrea distinguidos intelec-
tual y socialmente, fueron los que levantaron y capitanearon las hues-
tes de gauchos comunes ó gioetes rústicos y pobres de la campana,
formando la brillante falange de sus ^efes y oficiales, desde Güemes,
el primero de todos en su competencia y figuración militar, hasta la
mayor parte de los ofleiales de sus fuerzas.
^a
DR. BERNARDO FRÍAS
americftno, que guardaba todos los gustos y las costumbres
de su tiempo; por que sabía, como el mejor, ser ginete admi-
rable sobre el caballo de mayores bríos y pujanza, á quien
domaba sus ímpetus con una destreza i\ que el bruto se ren-
día, ú la postre, como ó su rey y señor; y conocer y manejar
los elementos de aquella vida y ejercicios del campesino,
como el pernoctar bajo el solo abrigo de un árbol, ü la luz
de las estrellas, ó tomar la carne asada en la fogata, lejos de
techo urbano; y dormir sin mas lecho ni mas abrigo que
sus arreos de ginete, cualquiera que fuese el rigor de la
estación; y manejar con destreza maravillosa el lazo lan-
zado sobre el toro ó el caballo indómito para sujetarlo á
su voluntad, siñéndoselo en el cuello, en el brazo, en la
uña, en el cuerno ó en el punto, en fin, mas difícil y que
mas llamaba su antojo ó su capricho, haciendo, así, gala
de habilidad y destreza; y correr sobre fogoso corcel
clavándole en los ijares las grandes espuelas de plata
que alhajaban medio pió, y lanzarse á escape, atravesando
los campos abiertos con la velocidad pasmosa del relám-
pago, ó penetrando ú su vez, tendido sobre el cuello de
su cabalgadura, para cruzar y recorrerla con igual rapidez la
selva mas densa, enmarañada y espinosa, donde no son
osados los pájaros á competir en la carrera,— prendas eran
estas que no acusaban relajación ü olvido de la cultura y
del sistema de vida europea que guardaban las ciudades,
que, lejos de serlo, formaban las cualidades sobresalientes
y comunes de toda la juventud varonil de aquellas regiones
que poseían sus hei*edades y posesiones rurales en una
campaña inmensa y desierta en zonas dilatadas, pobres
en recursos de comodidad y de vida holgada y moelle y en
donde se inponían ¡costumbres y hábitos propios, á la
manera que el soldado cambia los usos urbanos por los
del campamento militar, cuya físonomia es, en* los puntos
fronteros, tan diferente y singular.
Su instrucción no salía del nivel de lo común entre sus
conciudadanos. No cursó estudios superiores; por que como
la profesión de las armas fuera la elejida por sus inclina-
ciones desde su mas temprana juventud, su porvenir no
era de letrado sino dé guerrero; no por que en esta clase
de ocupación fuera ajena la necesidad de la instrucción
HISTORIA D£ G0fiBfE8 Y DB SALTA^-GAPlTüLO VIU 4a»
literaria, sino por que en las circuastancias de los tiempos
y en estas latitudes, la carrera militar era mas práctica y
rutinaria que cientíñca; condiciones en que continuó en
nuestro país hasta el último cuarto del pasado siglo.
Por lo demás, Guemes era un joven de natural inteli-
gente y despierto; de un ingenio y una penetración de las
cosas, de los hombres y de los sucesos muy superiores
al común de los mortales; facultades de rarísimo encuen-
tro, y que hablan de serle base tan poderosa para dominar
las circunstancias mas críticas y mas crueles en que ha-
bíase de hallar su patria pocos años mas luego. Hombre
incansable en el trabajo, á la manera que demostró San Mar-
tin serlo en Cuyo, su actividad era constante y, como estaba
dirigida por una luz intelectual siempre brillante, sus frutos
fueron diarios y abundosos, porque era dócil al consejo,
como todo hombre superior, haciéndose aquellos mas visi-
bles Quando se halló al frente de la defensa nacional y envuel-
to, sin ofuscarse, en la política borrascosa de su tiempo.
Luciendo una elegantísima figura, cuya gallardía á caballo,
revestida de su rico y lujosísimo uniforme militar, era ad-
mirablemente hermosa, & la verdad de cuyo esplendor habían
de doblar su encono reconociéndola sus mas encarnizados
enemigos, las pasiones que caldeaban, su corazón no fue-
ron ni mezquinas ni estrechas, ni egoístas ó crueles;
mas bien, por el contrario, su generosidad, su bondad de
carácter y su desprendimiento de corazón fueron los des-
tellos constantes de su alma invariable así en la buena
como en la adversa fortuna, lo que le hizo simpático desde
los primeros dias y admirado con justicia entre sus com-
pañeros de armas para tornar á ser influyente, popular
en altura incomparable, y querido y adorado mas tarde
hasta el fanatismo por aquellas sus huestes aguerridas
y generosas que, á la manera de los fervorosos cristianos
de los primeros siglos que aspiraban con ardiente celo
á la gloria de derramar su sangre por su fe, hallábanse
también ellos hartos del deseo de derramar la suya por
su general y por su -patria.
XVII
Gomo mas antes lo vimos, la nueva de la revolución en-
424 DR. BERNARDO FRÍAS
coniró á este joven patriota continuando en la carrera de
las armas, bajo las órdenes de un gefe l>enemérito y go-
zando del prestigio que le daban sus frescos laureles de
la defensa de Buenos Aires. Los servicios de su empleo
como su celo, su entusiasmo fervoroso y aun sus pro-
pios recursos personales los consagró por entero y desde
el primer momento en obsequio de la nueva causa, y aun
mas que esto, apareció desde entonces cooperando eficaz-
mente ü su triunfo obrando en proporciones mas exten-
sas, como gefe militar de las fuerzas de avanzada confia-
das A su inteligencia y ardiente patriotismo; operaciones
de escala por el momento reducida, pero notable y glorio-
sa, como ya lo conocemos.
• Mas, comprendiendo como todos que la revolución ne-
cesitad de fuerzas militares para sostenerse contra sus
enemigos armados, y de una apasionada adhesión po-
pular para salvarse y triunfar, su Inteligencia sagaz y vi-
gorosa le reveló, desde aquella hora el original papel que
il3an á jugar en Salta los defensores de la libertad, y desde
tal sazón y á la par de sus deberes militares, comenzó
ót desarrollar y levantar su ascendiente popular y su per-
sonalidad de superior y excelente caudillo, tentando sobre
el pueblo el prestigio y el mando de que iba A disponer
al rodar mas adelante y por mayores dificultades los su-
cesos.
Bajo la luz de esta fdea, y mientras los demás milita-
res, sus gefes y compañeros de armas, organizaban y
dalxin instrucción y disciplina ú los ciudadanos armados
para transformarlos en soldados de línea y engrosar con
ellos el ejército auxiliar en marclia, Güemes levanta una
partida de caballería de sesenta ginetes en un principio, á lo
cual, ayudado por sus amigos, él mismo había organizado
y dado parte de su equipo á su costa personal.
Al frente de esta fuerza de caballería se presentó al
nuevo gobierno ofreciendo sus servicios. Su fama ya
naciente, su actividad, su ardiente patriotismo y edos
mismos elementos que mostraba ser capaz de levantar y
dirijir, llamaron cuerdamente la atención del coronel
Chiclana, gobernador de Salta en aquellos dias, y tanto,
que le tentaron á recomendar estos sus méritos Á la Junta
HISTORIA DE GÚBBCES Y Dfi SALTA— CAPITULO Vni 485
de la capital, pidiendo para él estímulos que lo lanzaran
á mayores empresas. Así venía su srenío revelándose de
cuánto era capaz; ú la manera que la luz se hace sentir
en el alba del dia, antes que el sol aparezca i>>mplendo
las líneas del horizonte.
Desde su primer paso reveló ya el plan de defensa
original que bullía en su cerebro y que había de salvar la
revolución, colmándola de pi'ijinas inmortales. Aquel
plan consistía en emplear contra el enemiero que amena-
^ba descolgarse de Potosí, los recursos del ingenio in-
iividual en feliz combinación con la naturaleza de aquellos
parages que se desenvuelven desde Tucuman hasta el Alto
Perú al través de bosques, de surcos, de oteros y hondo-
nadas; de serranías, de torrentes y estrechuras de los
caminos opresos entre el cuerpo rocalloso de los cerros,
llamadas quebradas y angosturas; sitios todos ellos de
excelentes condiciones para las sorpresas y ataques repen-
tinos que toman de improviso, y que, á su tiempo, llega-
rianá infundir pavor en el ánimo; accidentes que eitin délos
habitantes del país tan conocidos y oliservados, como lo
eran sus pasos precisos, sus inconvenientes, recursos y
ventilas, y las sendas que unian sus diversos extremos
en todas direcciones. Guerra fué esta llamada de recursos
por los principales medios que se pusieran en juego y
actividad para la defensa y que de tanta fama la rodearon,
á mas de la acción, de la estrategia y aun de la misma
disciplina netamente militar y científica en gran parte,
aunque original, de que no careció aquella campaña me-
morable; y guerra en la cual GClemes mostró ser un con-
sunaado y profundo maestro, por que él la hizo y lo con-
€li!b'o como no la supieron hacer los ingleses guiados por su
gefe y su héroe Robín Hood, en frente de la invasión
normanda; como no la realizó Scanderberg en los valles
de la Albania, ni Mina ni el Empecinado durante la insur-
rección española. En la concepción militar; en el genio
organizador de las fuerzas y demás elementos de defensa;
en la inspiración original que guió siempre su empresa;
en el respeto de los fundamentos sociales y en la profesión
mas elevada del derecho de gentes como en la política
admirablemente sabia que profesó durante su gobierno.
486 DR. BBRNARDO frías
el caudillo de Saita se presenta mas grande que aquellos
sajones, que aquellos griegos, que aquellos españoles sin
rivales en gloria, en poder y en inteligencia y originali-
dad en el opuesto emisferio; mas que Arias, que GorríU,
que Latorre, sus compañeros de gloria y sus subalternos
en las armas; mas que Padilla y que Warnes, sus ému-
los en la misma contienda; mas que López, en fln, y mas
que Ibarra, sus torpes remedas poco mas tarde.
Por otra parte, ú mas del entusiasmo producido por
la libertad, cuya causa defendian, el enemigo no infundia^.
por su parte, ni siquiera recelo ó desconflanza mayor;
por que no solo el gaucho no sentía á potencia alguna
miedo estando dentro de tierra saltona, si que también
alimental)a desprecio marcadísimo por los coyas, nombre
con que eran llamados los habitantes del Perú de los que
estaba formado, en la mayoría de sus tropas, el ejército
de Nieto, que gozaban, por tradición popular, fama de
humildes y pusilánimes, incapaces de domar la muía ó
el caballo de bríos, ni de servir, por tanto, de verdade-
ros ginetes, aunque eran incomparables como buena in-
fantería, cuya celeridad y sufrimiento en las marchas ha-
blan de colmar la admiración del general Valdez, poco mas
tarde.
Con aquella fuerza se dispuso el nuevo gefe de partida
ú volver á vanguardia, dispuesto é caer sobre el enemigo
otra vez, en la primera ocasión favorable que se presenta-
ra, retomando, al efecto, en su campaña de observación
y vigilancia, por losparages amenazados del norte. A su
bandera se plegaron con el entusiasmo que despierta por
lo común el amor á !a región del nacimiento ocupada por
el enemigo, todos los emigrados que el general Nieto ha-
bía perseguido en el Alto Perú y que hablan bajado hasta
Salta, huyendo de su opresión y amenazas, ansiosos de
libertar su país y é quienes oportunamente habla armado
el coronel D. Diego de Pueyrredon, que gobernaba la pla-
za de Jujuy. 1).
Aquella era la fuerza mas bizarra de cuantas hasta en-
1) Oncio de Chiclana al gobierno, citado por el general Mitre en su
HÍ9t,tdetBdgrano.
HISTORIA DE QUEMES Y DE SALTA— CAPITULO VIII 437
tónces se habían levantado en favor de la nueva causn^;
la primera que había iniciado una campaña militar, aun-
que solo fuera de vigilancia y observación, y la primera
también que había combatido por la patria; por eso aque-
llas primicias que los sáltenos ofrecían en los altares de
la libertad despertaron entusiasmo tan vivo por su suerte,
que fueron el objeto de los afectos, de los desvelos, de los
cuidados y de la mas interesada solicitud de la j)oblacíon
de Salta.
Hízose notar entre aquellas distinciones, la muniflcen-
cia con que fueron vestidos y ataviados sus ginetes- La
fuerte casa comercial de los Gurruchagas tenia por aque-
llos días depositadas en sus almacenes grandes cantidades
de paño color de grana, mercadería muy valiosa, por que
era la tela de mayor consumo y estima entre la gente
rica y elegante del Perú, y por que ella como su color for-
maban la moda reinante en aquellas regiones tan amontes
del acopio de lo vistoso.
Deseando, pues, los Gurruchagas dar un testimonio
mas de su adhesión á la causa de la independencia, se
esmeraron en coadyuvar á la empresa de GOenies, equi-
pando y engalanando con finos y brillantes uniformess
como de los demás enseres convenientes ú los ginetes
que aquel comandaba; y, llevando á feliz é inme-»-
diato término su pensamiento, el Escuadrón de los SaUefto^s;
como fué llamado en el ejército, ' quedó transformado
en el cuerpo mas elegante y lujoso de cuantos formaron,
desde aquel día en adelante, en el ejército de ía revolu-
ción en operaciones sobre el Perú.
Estos uniformes fueron repartidos con profusión. Ld
tropa del Escuadrón llevaba botas, grandes y sonoras es-
puelas y pantalones blancos ajustados; las chaquetas pur
zoes; y, en la cabeza, sombreros militares, rojos, de for-
ma alta y cilindrica, terminando en un morrión de plumas
blancas. Los arreos de sus caballos consistían en el apero,
silla de montar de uso por todos los hombres de la 'épocd
y fabricados en los afamados .talleres de la provincia, como
igualmente los cojines de igual uso y costumbre, preparados
en eda' misma tierra sin rival en su competencia para el
ramo, de que habían sido obsequiados, qsí mismo, por las
496 DR. BERNARDO FRÍAS
casas de Gurruchaga y de Moldes, y que consistian en
la piel de la oveja, con su lana nítida y preparada con
el esmero y proligidad de un arte verdaderamente afa-
mado entre los ginetes de aquel tiempo, cuyo conjunto
servia, en el campamento, para lecho del ginete, abrigado
y mullido en cierta medida, como durante la actividad
de la marcha le prodigaban comodidad y fijeza sobre el
caballo. El trage de los oflciales era de mayor luyo, pero
guardando relación esmerada con el conjunto; porque era
del mismo color, y, para la cabeza, gorras de manga,
circundadas por galones de oro, cuya extremidad caía
marcialmente sobre el hombro izquierdo, flotando pesada-
mente durante la carrera. Los enseres del caballo, que lo
era de primera calidad, aunque del mismo estilo y de las
mismas partes constituidos, sobresalían y brillaban por su
lujo, por que era así la montura de la clase decenté, de
que estaba formada la oñcíalidad; lujo y esplendor que se
ostentaba especialmente en las chapas de plata bruñida
de que iinm cubiertos el apero, las bridas, las cabezadas
y las pecheras y, ú veces, hasta los estribos y las correas
que los si:u6^1>Qn; ú lo que sé anadia las grandes espue-
las de uso entonces, de plata también y primorosamente
labradas, sujetadas con broches y cadenillas del mismo
metal y que abrazaban en anchos brazos la })Ota, desde
el taco hasta la mitad del pié. Güemes, su gefe, vestía
uniforme semejante ó igual, distinguiéndose por los vis-
tosos alamares de su chaqueta que atravesaban el pecho,
dejando flotar al viento una capa corta de caballería, color
de grana también. Su lujo de ginete sobresalía de entre
todos sus lujosos compañeros; que eran también de oro
las ricas prendas del aderezo de su caballo, el que « siem-
pre flero y terrible marchal)a resoplando, como si solo
contuviera la furia de sus bríos, por la presión soberana
del brazo que lo dirigía. »
Luciendo habilidad y gallardía sobre él, pues era su
flgura de ginete incomparablemente hei*mosa, habla de
llamar la admiración y ser, de entre todos los del ejército,
el oñcial de mayor comento entre las gentes de Potosí,
que era entonces todavía, la sede y el empóreo del lujo,
de la riqueza y opulencia de todo el Rio de la Plata, cuando
mSTORU D£ CHhOHS Y DS SALTÁ--<2APfTUL0 ¥10 m
meses maa tarde, las tropas argenlimis ee/tranfú per la
primera vez en aquella ciudad famosa y^ él paseara á caballo
por sus collas quebradas y ondulosas; y en donde %\ Escuadrón
de los Sitíenos, coronado como su gefe con los laureles de
SuípQcha, habla de herir profundamente con su vistoso
aspecto y bizarría de ginetes admirables, la imaginación
de la poblocion al entrar triunfante en sus cuarteles, me-
reciendo se derramaran sobre él ios mayores Víctores, y
los aplausos y las flores que así los hombres como las
damas potosí ñas arrpjaban A su paso desde sus ventanas,
i)olcones y azoteas.
La columna salteña asi robustecida en hombres y arma-
mento, venía con el nombre oflcial de Patuda de Observa-
ción, á constituir, en el hecho, una verdadera avanzada de
las fuerzas patriotas, con todos los carocteres de una van-
guardia por su acción, por los recursos que puso en jue-
go y por los resultados que prodigo. GOeines, su capitán,
habla establecido su cuartel central, como anteriormente
lo vimos, en la villa dé Humahuaca asentada en la que-
brado de aquel nombre que se dilata de norte d su^ recor-
rida por el Rio Grande y atravesada de rápidos torrentes
tributarios que fertilizan los valles estrechos que se abren
por ambos sus costados. Situada la villa de Humahuaca
como á treinta leguas al norte de Jujuy y en el extremo
mas septentrional del territorio argentino, su situación,
como centro de las operaciones de vigilancia, ero estratégica
y acertadísima, b€úo todo otro concepto, su elección; por que
era, por su importancia, como una especie de capital de todas
aquellas poblaciones sembradas á lo largo de la garganta
de Humahuaca, llenas de gente laboriosa, traficante, fuerte
para el trabajo, dedicada d la agricultura y á la cria d^
ganado menor y que, con los nombres de León, de Tum-
bayo, de Purmamorca, de Inca-Huasi, de Maimorá, de San
Pedrito, Tilcara, Huacalero, Uquía y Tres Cruces por el
sur; y con los de Negra Muerta, Abra-Pampa, Puesto del
Marqués y Yavi por el norte, conocidos hasta entonces
como jolones comerciales en el largo camino del Perú, se
unian por uno y otro rumbo al cuartel de Humahuaca,
formando una escala prolongada de defensa, de apoyo
y de recursos de todo género; nombres que estaban destina-
4ao DR. BERNARDO FBIA8
dos Á servir de caracteres inmortales para una leyenda de
glom que comenzaba á escribirse desde aquel dia en la
.historia de la patria.
La población de toda aquella comarca, crecida y fuerte
para la guerra, fué levantada toda entera en favor de la
revolución merced al laudable y ardoroso empeño del Dr
D. Alejo de Alberro, el ilustre cura de aquella doctrina, y
ofrecida al capitán Guemes para que sirviera en la expe-
dición libertadora que se acercaba; pues, animado del co-
mún celo por la libertad que enaltecía tanto á todos sus con-
ciudadanos en el norte, el cura Alberro unió á su minis-
terio sacerdotal el nuevo apostolado de la revolución, lle-
vando al seno de aquellas poblaciones la voz y el fuego de
la patria.
. Infundiendo en ellas el sentimiento del honor cívico;
despertando el amor entusiasta hasta el heroísmo por la
libertad A indepeadencia de la tierra en que hablan naci-
do; instruidos y aconsejados en el pulpito, en el hogar, en
cualquiera de sus i*euniones del deber en que estaban de
luchar para ser hombres libres, aquellos habitantes, aque-
llos pueblos que representaban las antiguas y esforzadas
tribus humahuacas sometidas, tras larga guerra, por la
espada del conquistador europeo, y que de tanto honor iban
& cubrir ahora Ifis armas de la república, se pasaron en
masa . de la servidumbre del rey de España á los estan-
dartes redentores de la revolución. Su cura, su maestro,
su apóstol y su guía dábales el ejemplo, antes que todo,
desprendiéndose de cuanto poseía acopiado en su morada
para su subsistencia particular y entregábalo « sin reserva
alguna » como su primera ofrenda, al gefe militar de Hu-
mahuaca, para el substento y aliento de sus tropas. « Su
pepsuaciqn á los caciques, alcaldes y habitantes de la com-
prensicNQ de m curato, ha sido grande y esforzada, decia
el capitán Güemes, desde aquel punto, al presentar estos
servicios al gobierjio; de modo que todo este vecindario
está uniforme y pronto é tomar las armas y salir en nues-
tra ayuda, i» 1).
La partida de observación, mas fuerte cada dia, exten-
1) 0adf<« 4§ Btmo9 Airet, citada.
mSTORU DE GOEfiíES Y Dfi SALTIl—GAPITULO Vm 431
dio la Qccion y vljilancla de sus fuerzas, desde que fué
destacada en Humahuaca, por toda la zona septentrional
del territorio donde pretendía* tener acción el enemigo
atrincherado á no muy larga distancia, y que comprendió
así el seno de la quebrada como los valles de la provin-
cia de Jujuy linderos con Solivia, dilatando sU acción
hasta Tupíza, 96 leguas al norte de Salta; 1) lo que vale
decir que sus hostilidades llegaban hasta el pié mismo
de las trincheras enemigas. Güemes, dirigiendo aquellas
operaciones, desplegó toda la genial actividad y aquella
tenacidad infatigable de que dio prueba perenne durante
el curso de su vida y que eran propias de su tempera-
mento y de aquel su febril apasionamiento por íd patria,
llevando el rigor de la vijüancia sobre el enemigo, hasta
hacer penetror sus espías é Potosí, á 140 leguas á reta-
guat^dia de las fortificaciones realistas, de la misma ma-
nera que San Martin lo baria mas tarde, desde Mendoza,
con los realista de Chile; ayudado eficazmente por la adhe-
sión, como por la sagacidad y el hóbil y valeroso empeñó
de sus compañeros de armas.
A favor de estas espías que observaban el gobierno nii-
litar de Potosí, cuartel general de ios españoles, y que
enviaban sus chasquis ó sea correoá rápidos de aviso, se
logró, entre otras cosas, descubrir, ya cerca de Jujuy,
una remesa de cien mil cartuchos y otras municiones de
guerra que conducía un sugeto, Agustín Reina, y que*,
desde Potosí, enviaba su gobernador Sanz en socorro de
los realistas de Córdoba. 1) - ■•
Aquella línea que tendía la columna de soldados al
mando de Güemes en el extremo norte del territorio, fué
cordón infranqueable para el enemigo. El gaucho del
norte entonces y en adelante, dirijido por una oficialidad
fecunda eñ golpes de ingenio y previsión, virtudes que
eran, á la vez, patrimonio de los mismos soldados, como
lo hemos de ver durante el curso. de esta historia, no
il>a á desmentir en lo porvenir, lo que hacia como ensa-
yo en 1810.
A»».
1) Seg^XD el eóml^iito contenido en In real cédala de 13 de £nero dé 1787.
2) Oficio del coronel Pueyrredon al gobernador de Sal^, de flO ¿e Agosto
de 1810; Arch. del Dr. Domingo uaemes.
m DiL BERNARDO FBHB
Y Q8Í se vio quo, desde los primeros dias, los gefes rea-
listes que se hallelxin escalonados en Tup|za y Gotagaita;
en Potosí, en Chuquisaco y en la línea del Desaguadero,
allá ea Ips lindes del virreinato, llegaron ü quedar corta-
dos y privados de toda con^unicacion por el sur con las
provincias argentinas por verdadero y formidable imposi-
ble, creado por el solo rjgor de la vigilancia que el
entusiasmo por la patria que movía las milicias volun-
tarias de Salta, impuso en todo el extremo superior del
territorio; muralla impenetrable á la mirada del enemigo,
que lo sepultaba asi, en la mas severa incomunicación,
bal y tanta, que « nada sabia de Buenos Aires, ni le aso-
maba por parte alguna noticia de aquella capital, por que
en Salta tenian obstruida la comunicación como con
llave. » 1).
Era, pues, Salta ^ primera que desañato militarmente
al enemigo; la que disparaba contra él los primeros tiros
de la revolución, y ella había de ser, asi mismo, la que
quemaría el último cartucho en la campaña fínal de 1825;
y la partida de observación^ aquella vanguardia saltana, la
que derramaba la pK^imera sangre, recogía los primeros
laureles y daba las primeras vidas por la causa sagrada
de la patria; miónti*as su gefe, GOemes, presidiendo primi-
cias tah gloriosas, habia de ser, por su gloria también,
de entre todos los gefes de la guerra de la independencia,
el único que muriera en la contienda herido por bala es-
pañola. \ ¡Cuan hermoso principio y cuan gloriosa y sublime
terminación!
^ XVIII
Vimos ya que al formarse por el solo cabildo de Buenos
Aires, sin la concurrencia del voto de las demás provin-
cias, la nueva junta de gobierno general en reemplazo
del antiguo virrey, había sido beyo una promesa solemne
1) Palabras con que el general español Goyenecbe, daba cuenta al Tirrej
4e lima 4# su aUuacion, reeordadaa «n ti oficio que pneyjrcedon diri-
ge al dtado Qoyenecbe en 23 de Febrero de 1812, Rey. de Baenoa
Aires, T. XIV. pag. 19.
mSTORU DE GOKMBS Y DB SALTA-CAPÍTULO VIU 483
jusUflcodora de su condoota ante ios principios politioos,
dada en cara del elemento español que protestaba de ilegali-
dad é injusticia al ser derribado, y ante los demás pue-
blos de cuya suerte se trataba y disponía sin su audiencia
y asenso, y que eran representados ed aquella hora su-
prema, por las fuerzas de arribeños, entre las tropas, y
por entidades de notoria distinción entre los personajes
dirigentes del movimiento, como venia d serlo, por ejetn-
plo, el gefe militar de la revolución, D. Comelio Saave-
dra, natural de Potosí, que en el nuevo gobierno también
hacia de cabeza, como presidente que era de la Junta.
Aquella promesa consistía en recatiar el voto de ratifica-
ción de parte de las demás provincias Á lo realizado por
la comuna de la capital, como hermana mayor, según lo
habla expresado desde la tribuna, que tomaba la repre-
sentación de la gran familia argentina en el mometito su-
premo del peligro; por lo que la Junta de Mayo resul-
taba, de esta manera, formando gobierno provisorio, el
que, para que asumiera legalidad, poder y verdadera
grandeza, deberla ser formado por él concurso de todas
6 de la mayoría de las provincias. Desde su hora prime-
ra, el generoso pensamiento de Mayo fué la nacionaliza-
ción solemne y notoria de la revolución; la formación de
un gobierno por su composición como por sus tendencias,
verdaderamente nacional; pensamiento fecundo en su ge-
nerosidad y en su grandeza, pero que estaba destinado A
tener sangriento y doloroso camino y que habia de costar
torrentes de sangre y mares de lágrimas en un cercano
porvenir.
Para la consumación de esta obra, fué resuelto que cada
ciudad de las provincias del virreinato, enviara á la capi-
tal un diputado, para que, incorporándose, ú medida de
8tt arribo, á la Junta de Buenos Aires en calidad de voca-
les de ella, formaran, con su incorporación, la Junta Ge-
neral del virreinato. 1).
Afianzada la causa de la revolución por todos los ele-
mentos que se alzaron en favor suyo, pudo veriñcarse la
1) Estos diputados de las clndades roanidos en Junta» debian ser sos-
tenidos por sus respectivos eabüdos, á raion de ocAo pesos diarios.
Ay. NacünuA N*. 09.
484 DIL. BERNARDO FRÍAS
elección del diputado que debia marqhar á integrar la
Junta de la capital, en nombre del pueblo de Salta, para
nacionalizarla. £1 diputado á elegirse no debia ser espa*
pañol, condición ordenada por la Junta y políticamente
racional. Verificóse el acto en cabildo abierto celebrado
el día 29 de agosto de 1810. Producidos los sufragios, re-
sultó por «excesiva pluralidad de votos», electo el Dr. D.
Francisco, de Gurruchaga, «sugeto en quien concurren,
decía el oñcio del cabildo al comunicarlo, todas las cua-
lidades necesarias para el efecto. » 1).
Estaba, de tal manera^ condensada en ese estricto laco-
nismo, toda una severa verdad y una prueba de honrada
y merecida justicia con que el pueblo de Salla premialia y
disUjQguía á aquel incansable obrero de la libertad. Su
patriotismo y su decisión por la causa de la independen-
cia aparecei*á sin $uperior,-<(( de^de el momento que se
sepa que él se vino deade España ú Buenos Aires el año de
1808, abnegando las comodidades y la lucida posición so-
cial que le daban allí sus recursos y sustituios de nobleza,
á mover los ánimos para sacudir el yugo español; por que
no obstaote haber habitado y. existido eo Europa desde la
edad de siete ú ochQ años y, de consiguiente, no conocer casi
notas patria que esa, no pudieron extinguirse en su pecho
aquellos sentimientos republicanos que le habla inyectado
en la. sangre el suelo en que nació; causa por la que aban-
donó su bienestar para, venir á confundirse con el último
de sus compatriotas, como lo verificó y como prestó^ desde
los primeros dias de su arribo á Buenos Aires, eminentes
servicios á la causa sagrada de la independencia. » 2).
Conocidos como eran por todos aquellos que componían
la asamblea electoral su ardiente celo y actividad infati-
gable como los servicios que desde España tenia glorio-
samente acumulados para formar la mas hermosa corona
cívica, con que deberé venerarse su memoria, pudo decir
en su honor uno de los sufragantes, el Dr» D. Juan Esté-
1) Acuerdé del Cabildo de Salta, de :d0 dé Aftoato de 1810, y noU de
comunicación á la Junta, on el Reg NaL pág. 72.
2) De un informe 9obre sus senjkios para obtener una beca e« la eaeuela
Á favor ae ao nieto D. Isaac Gorraehagii» 1865. Archivo de Salta.
Legajo de Varios,
HISTORIA DE OOEMfiS Y DE SALTA— CAPITULO VIH 435
ban Tamoyo, procurador general—* que teniendo al Dr.
D. Francisco de Guri-uchaga por el mafe capaz, apio, mas
patriota y adornado de todas las cualidades que debe tener
el diputado, le sufragaba con preferencia su voto.» 1).
Nacido en Salta por los años de 1766; iba & soportar sobre
sus hombros, al volver á su tierra natal, el peso de un
doble ministerio á que lo encadenaba su destino; bien glo-
rioso y envidiable el primero, cruel y penosísimo el segun-
do; por que si en 1810 resultaba ser el priníer diputado de
Salta, que enviaba 4 su solio la revolución, veinte y dos
años mas tarde, pero en circunstancias bien tristes para su
patria, vendría á ser el último que enviara esa misma re-
volución, vencedora sobre el extranjero; ahogada y
vencida en el interior por la ola turbia y sangrienta
de la barbarie. El enviado de Salta ante Quiroga, ven-
cedor en Tucuman, en 1832, se vería obligado á sus-
cribir el tratado de paz que imponía ' el moderno Breno,
por el que salvaba, es cierto, del pillage, de la deshonra
y de infinitas amarguras á su provincia, pero al carísimo
precio de la expatriación de casi la totalidad de los hom-
bres cultos é ilustres que compartieron con él, desde el pri-
mer día, todas las glorias y sacrificios de la revolución.
El ya ilustre diputado no era de figura hermosa pero sí
utrayente y cultísimo; su busto era reducido pero fuerte,
y poderoso el contingente que con su persona y facul-
tades llevaba al gobierno de la revolución; por que po-
seía el conocimiento de los hombres y del mundo y dé
la cosa pública; el fcelo patriótico, la actividad febril de
que estaba dotado su carácter, virtudes todas que requie-
ren los momentos azarosos y supremos de una revolu-
ción que, cual la de Mayo, debía transformar un muiido y
formar y reconstruir del laberinto y del caos, un mundo
nuevo, arrancando de los propios esfuerzos de sus hom-
bres los elementos de luz, de lucha, de prosperidad y de
victoria. Estas eran, en suma, las virtudes y las dotes
inapreciables del primer diputado de Salta y que eran las
que en aquellos horas de peligros y de pruetes supremas
reclamaba como únicas preciosas y valederas la naciente
1) ZoRRBQuiBTA, Apuntes Hiat, de ¡a Froo. de 8áUa, parte d*, pág. 66.
1» . . . DB BERNARDO FRÍAS
República Argén tüKi. Hombre de elocuencia viril, llena
de fuego,, de calor y de vida; de palabra suelta y vibrante
de energías, ten ia la facilidad de comunicar ú las almas su
entusiasmo y de llevar la decisión y el arrojo á los cora-
zones, y que es de tanta eflcacia en los labios del orador
popular, y revolucionario. Era de temperamento diligente
y sus decisiones de voluntad las conduela hasta el triunfo
con fervoroso empeño, lo que lo convertía en un verda-
dero hombre de acción y de palabra.
A la vez que Salta fijaba sus votos en hombre tan digno,
pierilorio y distinguido, la vecina ciudad de Jujuy, parte
entonces constituyente de la intendencia de Salta, daba su
representación con laudable acierto, al Dr. D. Juan Ignacio
de Gorríti, su hijo mas preclaro, canónigo mas luego de
la catedral de Salta, de noble y opulenta familia. Sus vir-
tudes y su taleato, extendiéndose en alas de la fama, lo
hablan rodeado de una atmósfera de respeto y veneración,
cual no fué digno de alcanzarlo el mismo obispo, prelado
4b la diócesis. En patriotismo, en abnegación y desinterés
por la revolución, no era nada menos que el diputado por
Salta, mas su celebrada capacidad como hombre público,
su genio parlamentario con que habia de llenar del mas
alto Jbrillo los futuros congresos, se alzaban muy por cima
no solo.de Gurruchaga y del mismo deán Funes, mas
también do cuantas inteligencias descollaron en ese orden
y en su tiempo.— «Su contenido le asegura mas este ho-
nor,—decía por eso con harüi y merecida justicia el ca-
bildo de Jujuy al expresar los sentimientos que hablan
guiado & la elección; por que habiendo elegido para su
diputado al señor doctor D. Juan Ignacio Gorriti, sujeto
adornado de carácter, conocimientos literarios, políticos y
de estado, bellas luces y de todas Itis cualidades que se
requieren para el desempeño de los dignos objetos que se
ha propuesto la excelentísima Junta, cree haber hecho el
mejor servicio al Sr. D. Fernando Séptimo y á la Patria. »
Al ludo de tan llallas cualidades, el canónigo Gorriti,
presbítero entonces, llevaba una larga esperiencia en la
vida pública y un carácter tenaz basto el exceso, pero tan
entero y tan puro, que no lo quebrantaría ni lo haría
vacilar siquiera los intereses personales de su misnio
mSTORIA DE GOBIÍBS T DE SALTA -CAPITULO VIH 487
hermano, trabajando aun en contra de ellos, á veces,
cuando pensaba que los intereses públicos y el deber cí-
vico así se lo exigían.
Habíase doctorado en la universidad de Qórdoba el aiío
de 1790, pasando ya, en 1810, de los cuarenta años de edad.
Desde que dejó las aulas universitarias hasta aquella hora
en que lo llamaron las urgencias solemnes de la patria,
el Dr. Gorriti pasó los mejores años de su juventud en
aquellas soledades de Jujuy, al lado de su anciana madre
y de su hermana Isabel, a en quien encuentro, decía, to-
das las complacencs ia de la vida, » robusteciendo su ce-
rebro poderoso con los mas nobles y elevados estudios
literarios, políticos y aun jurídicos; acrecentando su in-
fluencia merecida; creciendo *n ciencia y eri virtud y ha-
ciendo, de esta honrosa manera, el prolongado noviciado
del gran pensador de la revolución, honor de su época, y
del famoso y brillantísimo atleta de sus augustas asam-
bleas.
En saber era el primero y respetabilísimo como nadie
entre las gentes de su tiempo. Era el hijo primogénito
de la familia que formó en Jujuy el noble navarro D.
Ignacio de Gorriti, que casó en aquella ciudad con D*. Fe-
liciana Coeto y labró poderosísima fortuna trabajando en
el comercio con el Perú, cuya labor era tbn fecunda y
proficua en aquellos dias. Bajo el calor de aquella edu-
cación antigua, clásica por la fortaleza de sus virtudes,
preparaba sus hijos para las futuras luchas del espíritu y
las grandes resoluciones del coraron, á que tan especial-
mente estaba llamada aquella familia ilustre en un cer-
cano y glorioso porvenir y que tan digna y tan brillan-
temente supo cumplir con su misión* Alto, grueso, ro-
busto, lujoso, el canónigo Gorriti mostraba una figura
imponente rodeada de un aire de magestad y de grandeza
que atraía con simpatía y veneración la mirada aun de
isus propios adversarios hacia su nobilísima persona, por
su busto gigantesco, por su capacidad renombrada, por
su noble familia, por sus virtudes y la inmaculada lim-
pieza de sus costumbres privadas, realzado tan noble con-
junto por el ajustado orgullo de su grandeza y de su for-
tuna que, sin herir la pureza de su moral y la cultura dé
489 . PR. B£BNARDO FRIA^ , <
SU educación, complelab(^ lo que se llamaba eatónces una
categori?, y también, un personage de gran tono y cam-
panillas.
. . - XIX
Llegíjdps & esta altura los acontecimientos, el fuego de
la revolución abrasó todos los espíritus con aquella inten-
siclad, con aquel entusiasmo y aquel odio y apasionamiento
de partido que hacen tan calamitoso y á veces tan funestó
el periodo de. las guerras civiles. Las posiciones quedaron
deslindadas entre americanos y españoles con. una animo-
sidad tan intensa y tan violenta, que los términos hirien-
tes y provocativos de tiranos^ de godos y sarracenos pro-
nunciados por los unos, eran correspondidos por los de
insurgentes, rebeldes y traidores con que los peninsulares
respondían. El Rey y la Patria eran las dos divinidades
por quienes aquellos hombres, aquellas mujeres y aun
aquellas mismas criaturas, imágenes sensibles de la debi^
lidad y la inocencia, hablan, de ofrecer y dar su sosiego,
su paz, sus bienes, las afecciones mas caras del corazón,
su porvenir y hasta su sangre y. su vida. La abnegación
y el olvidó de sí mismos sublimaba el sacriflcio. La vida
mudó de aspecto; el comercio se paralizó; las for-
tunas particulares enflaquecieron hasta desaparecer; los
campos quedaron asolados y las ruinas y la miseria naci-
das de estado tan cruel y calamitoso, seria el fruto inme-
diato que deberían recogpr aquellos denodados sostenedo-
res de la libertad y de la tiranía,
Estos dos partidos poderosos que provocó á alzarse ^a
revolución de Mayo, iban & emprender una lucha en el
serio de la misma monarquía espafíola; el uno sosteniendo
la ^unidad política de su imperio y el peso absorbente y
ex(<lusivo de su metrópoli, y el otro luchando por rom-
perla, por estar convertida ya en un conjunto cuyas par-
tes se rechazaban sin liga ya entre sí, sin intereses co-
munes ni pasiones uniformes y cuyos vínculos de raza,
de religión, de tradiciones habíanse transformado, á la pos-
tre,'por una tiranía política y administrativa violenta y
absurda, en verdaderas cadenas que, como todo estado de
fuerza, no es durable ni eterno.
HISTORIA DE QOEMES Y D£ SALTA— CAPÍTULO Vltl 499
Lucha de pasiones, de intereses, de ambiciones dentro
de una misma familia, las victorias y los reveses recí-
procos no podian humillar la bandera arreada ni hallar
traición en el revolucionario victorioso; que allí no eran
las armas extrangeras quienes amagaban hollar las insti-
tuciones viejas y las nuevas, sino que la guerra civil, cual
lo fué la de la independencia, era quien dividía á los hom-
bres y quien debia destrozar para siempre la dilatada y ya
insostenible monarquía de Felipe IL
No puede, pues, rulx)rizai'se la historia mirando escón-
dalo de traición cuando se encuentren en campos opuestos,
españoles nacidos en la península sosteniendo con su espa-
da los estandartes de la patria, y ñ quienes sus adversa-
rios, con suma injusticia, tildaron de españoles renegados,
ni cuando soldados de origen y abolengo americano, como
Santa Cruz, Goyencche, Tristan, y los Castros de Salta,
por ejemplo, se encuentren combatiendo la causa reden-*
tora, de su patria y sosteniendo la monarquía española
en ella y el gobierno absoluto de sus reyes, por lo cual se
hicieron acreedores al título bien en extremo merecido, de
americanos desnaturalizados.
Por que, si bien es visto que al obrar de esta manera
ejercitaban un derecho ambos partidos, mas era su moral
distinta; que si es cierto que es digno de respeto y de toda
consideración el derecho de opinar en causa política, no
cabe en sano principio ni en la pureza de las virtudes
cívicas, aplicar los esfuerzos, la actividad, la fortuna y la
espada; los dias mejores de la vida y los desvelos mas ar-
dientes del alma, en sojuzgar la Jibortad de los hombres
y robustecer el yugo pesado é inicuo que oprime y humi^
Ha y ahoga en su propio seno las nobles aspiraciones de
la tierra en que se ha nacido.
Mas, el camino seguido por los españoles al abrazar la
causa de la revolución, era algo mas que Un legal ejercicio
de su libertad de opinión. Era el deber, el honor, la dig-
nidad del hombre honrado y de claro y maduro criterio
quien se alzaba y se imponía. ¿Cómo! es fuerza el pre-
guntar; el español avecindado en América, donde habla
labrado su fortuna, levantado sus afecciones, radicado sus
intereses y formado su familia había de preferir continua-
I<
440 DR. BERNARDO FRÍAS
ra el régimen colonial de España, en quien sus hijos,
habían de perder la altura social de que él gozaba para
vivir reducidos ú eterna servidumbre, sin derechos políti-
cos, sin libertades comerciales, sin participación en el
gobierno y cercenados de todos los demás derechos que
la justicia y la civilización conceden y reconocen é todos
ios hombres y de que ellos cíirecían? ¿Y cómo podían
ellos, que conocían por esperiencia propia la injusticia, el
atraso y hasta la torpeza del régimen colonial, defender-
lo y perpetuarlo en daño y oprobio de si mismos y de sus
propios deudos ? ¿Acaso se vislumbraban esperanzas en la
política española de que cambiara de rumlK>s, y era cuerdo
aguardar se transformara por una pragmática de monarca
liberal el carácter intransigente del pueblo español; ó era,
talvez, posible que la metrópoli hollada, estacionaria sino
retrógrada y en decadencia de prueba secular en elemen-
tos de guerra y en hombres de estado, llegara 6 ser capaz
de sostener la dignidad contra enemigos y corsarios de
tan vastos dominios, la integridad territorial tantas veces
amenazada y herida, ni siquiera de soportar por mas
tiempo la inmensa pesadumbre de su imperio? La na-
turaleza, por otra parte, se resistía & que esos hom-
bres eligieran para reñir el campo adverao al que ocupaban
con honor sus hijos que, desde el primer dia, hablan empu-
ñado las armas por la libertad de la América. | Acaso el
corazón humano no fué creado bastante poderoso para que
coadyuvara, por su lado, ó realizar los designios de Dios
en los destinos de los pueblos ?
XX
Mas, y después de todo, bien loable será el reconocer que
siempre formará alta nota de honor que distinguirá la me-
moria de nuestros padres y que proclamará bien en alto
en gloria y honra suya la civilización del mundo, la cul-
tura de las naciones y la dignidad del linage humano,
aquella rectitud y altura y respetuosa marcha en que se
condujo á la revolución al través de tantos peligros y por
hombres que, educados en el vasallaje, ensayaban por prí-
HISTORIA DE GOEMES Y DE SALTA^OAPÍTULO VIU 441
mera vez las tareas del gobierno bajo el cielo obscuro de
su suerte y sobre el mar proceloso de una revolución
profunda.
Esa revolución no era simplemente la campaña militar
para cambiar la situación política del país por un golpe fe-
liz ó por dos ó tres combates venturosos; que ella tendía
á cambiar profundamente las instituciones del estado—
políticas, sociales, económicas, religiosas, creando otras
nuevas ó reformando las antiguas y obligada á luchar,
para coronar su noble esfuerzo, menos con las armas del
ejército español que con las preocupaciones y falta de
civilización de sus pobleíciones. Mas, aquella acumulación
de adversidad no fué bastante & evitar á la revolución de
Mayo el espectáculo no visto casi otra vez por la historio,
que asi se levante una nación de en medio de la nada, riña
y venza al fin de larga y porfiada lid, y que, durante su
contienda con España, no haya sido deshonrada ni por ab-
surdos bochornosos en sus teorías, ni por monstruosidades
en sus instituciones ni por escándalos y crímenes, injurias
eternas de que la civilización se lamenta de la barbarie de
los pueblos. Fué así que no se vio, como en París, la
metrópoli de la luz del mundo, al populacho imbécil, ig-
norante y vicioso tirar su carro ensangrentado é inmundo,
cual lo hicieron veinte años atros las turbas de los barrios de
San Antonio y San Marcial, escándalo del mundo y ver-
güenza de la Europa:
La historia no ha llegado á pronunciarse todavía sobre
cuál haya sido la causa de escándalo tan magno y crimen
tan vergonzoso y prolongado; que aquellos abusos y errores
revolucionarios y el terror francés, ó aparecen como hijos
de la irreligiosidad del siglo ó de los errores filosóficos ó
de los excesos del despotismo de los reyes; mas todo ello
no deja de ser falso y erróneo juicio, hijo mas de la pasión
sectaria que de madura refieccion; que religiosa ha sido
Ingloterra y la España misma en que se perseguían y que-
maban hereges y adversarios políticos, y oprimidos vivie-
ron los pueblos del Plata por secular y duro despotismo.
Los caracteres que toman los grandes movimientos po-
pulares tienen sus fuentes verdaderas en la naturalezo co-
.443 * DR. BERNARDO frías
mun de sus elementos dirigentes y no en accidentes so-
ciales, morales ó políticos; porque la naturaleza no produce
al acaso sino que lleva y mantiene en inalterable curso,
las leyes generales que gobiernan el universo. Y si guia-
dos por este observación estudiamos la revolución argentina,
veremos que ella fué realizada por la clase elevada y culta de
la sociedad, por la masa aristocnHica, vale decir, por el ele-
mento distinguido por la cuna, por la ilustración, por la edu-
cación y la fortuna; por la aristocracia que piensa, por la
aristocracia que estudia, que lucha y que trabaja; por la
aristocracia que ama la república, derramada en el foro,
en el clero, en el comercio y en el ejército, representante
del orden y de las virtudes públicas, respetuosa del dere-
cho, amante de la justicia y dueña y defensora de la cultura
social; por que los hombres que promovieron y dirigieron
los acontecimientos surgieron no del populacho ni de la
plebe, dónde no hay más que vicios, ignorancia y torpes
y groseras pasiones, sino de la clase noble, ilustrada y
pudiente; de la gente decente que habitaba las ciudades
capitales, centros de todo el movimiento, siguiendo su im-
pulso la masa de las poblaciones que se extendían en sus
vastos territorios adyacentes, yendo en su pos y obedeciendo
su voz, formando las fllas de sus ejércitos y recibiendo,
como masa ó elemento pasivo ó subordinado— que tal es
su verdadero destino, las leyes que la competencia y la
virtud y la civilización dictaban para su iibertad, su bienestar
y progreso. Era la atracción y legítimo predominio de la
ciudad culta sobre la campaña l)ári>dra, del hombre dios
sobre el hombre ))estia; porque la raza humana está so-
metida á la ley inalterable de la desigualdad social; y asi
como sería absurda aspiración ó locura insigne el pensar
que el rústico labriego ó el sencillo pastor de ganados fuera
tan hábil y competente para dictar las reglas del derecho
civil ó resolver la crisis ñnanciera de una nación; ó que el
humilde artesano ó el sacristán de aldea ú otro semejante
igualaría al general mas renombrado para organizar ejér-
citos y triunfar en las batallas, así, de manera semejante,
hiere la razón que la masa popular, con todas sus miserias
y su barbarie, cualquiera que sea el pueblo de la tierra
donde actué, pueda llevar á término feliz y con manos puras
mSTOMA DE GFOEBCES Y DE SALTA-CAPlTÜLO Vni 448
y por senderos luminosos y cohgloria yfé)ñorel problema
de una gran revolución política, económica y social.
La revolución argentina fué realizada por la aristocracia;
por la gente decente, por la clase ilustrada y de represen-
tación política y social de las ciudades y no por la plebe ó
el pueblo inculto, torpe y bajo de los suburbios ó de los
campos; por eso no se tiñó en sangre ni se hundió en crí-
menes, y por eso sostuvo la dignidad y el honor de la civi-
lización en momentos tan azarosos y diríciles; por eso se ve
en toda ella ese cuadro de dignidad, de superior inteligen-
cia, de imperio de los principios y predominio constante de
la civilización hasta que, en hora nefasta, llegó el caudillaje
de los campos y la plebe alzada de las ciudades en su so-
berbio y bochornoso maridage, á ahogar el fruto liberal
conseguido por una revolución hasta entonces tan digna
como moral y gloriosa.
Así fué que llegó á presentar, desde sus primeros dias,
el lucido espectáculo de sus memorables asambleas pobla-
das de doctores sacados del foro y del altar; porque sus
letrados, de familias de altura, Ilevg[ban en sí el noble con-
tingente de su ilustración, de sus virtudes cívicas y de su
viril energía, condición inherente á las razas distin-
guidas; por que su clero, preparado en las universi-
dades, era entonces la luz del mundo; por que el régimen
administrativo y la base política de los cabildos fueron ins-
tituciones llenas de previsora sabiduría y fruto selecto de
secular esperiencia que legó con sus costumbres públicas
el régimen español para honra suya, para honor de la revo-
lución y para ejemplo futuro de buen gobierno, que, merced
al aislamiento y separación de los negocios públicos de la ma-
sa inculta é irresponsable por su propia ignorancia y miseria,
—la dirección de la sociedad pasó de manos distinguidas es-
pañolas & manos distinguidas americanas, cultas y respe-
tuosas de los fueros de la civilización; y en sus ejércitos no se
vieron aquellos monstruos desconocedores de las leyes de la
guerra ni del derecho de gentes, sino generales tan correctos
cual los mas cumplidos de Europa; y en sus congresos no
abochornó la tribuna parlamentaria la voz destemplada de
ningún grotesco demagogo, diputado de las turbas furiosas
y desalmadas, predicando la demolición de todo lo pasado;
Ui rau BBBNABDa FWA8
fli«:iófiei(HBassu^rra darramandd el terror, tranefiMriiiadd
en nueva y temerosa 3/oif/a/}a compuesta de masas tumul-
tuarías, deseosas de destrucción y sedientas de sangre.
FIN DEL TOMO PRIMERO
1
I
I
APÉNDICE
APÉNDICE
DISCURSO
DEL
DOCTOR D. JUAN IGNACIO DE GORRITI
SOBBE QUIENES DEBEN SER CONSIDERADOS COMO VERDADEROS AUTORES DE LA
REVOLUCIÓN DEL 25 DE MaYO DB 1810.
«El discurso del doctor Gorriti fué pronunciado por su
autor ante el Congreso Constituyente de la República en la
noche del 31 de Mayo de 1826.
«El Poder Ejecutivo Nacional había presentado un proyecto
de ley por el cual se ordenaba erijír en la « Plaza 25 de
Mayo» de Buenos Aires un monumento consistente en
una «magníflca fuente de bronce» con esta inscripción:
La R f publica Argentina d los autores de la revolución en el
memorable 25 de Ñayo de 1810; debiendo grabarse al .pié
de ella, en otras tantas medallas, el nombre de los ciuda-
danos considerados como autores de la Revolución. Para
determinar las personas llamadas á tan alto honor, de-
bían formarse dos Jurados compuestos de un diputado de
cada Provincia señalado ó la suerte y bajo la presidencia
de un Ministro del ejecutivo, el primero de los cuales de-
bía determinar en abstracto las calidades necesarias para
que un individuo fuera considerado en aquella categoría,
y el segundo determinar las personas que las reunieran
y proclamarlas autoras de la revolución de 1810.
448 APÉNDICE
El mismo proyecto de ley reconocía una renta perpetua
á favor de los ciudadanos designados por el segundo jurt
ó de sus herederos, siendo esta trasmisible en la escala
legal de las herencias, ó libremente de parte de los que
no tuviesen herederos forzosos.
La Comisión de Lejíshicion aconsejó aplazar la conside-
ración de dicho proyecto, informando ó su nombre D. Juan
José Passo en la sesión del 24 de Mayo de 1826.
Trabado el debate entre él, el Ministro Agüero, los Dipu-
tados Vidal, Acosta, Somellera y el Sr. Medina que habló á
primera hora en la sesión del 31, tomó la palabra el Doctor
Gorriti y pronunció el discurso que sigue, en el cual se re-
flejan bien las ideas encontradas que entonces prevalecían
respecto de la revolución patria y los sentimientos provin-
eialistas que ocupaban los ánimos.»
El Sr. (farrüt^Yo deseo saber cuál es el concepto neto y
preciso que envuelve la expresión autores de la revolución
del 25 de Mayo; porque veo en ella algo vago ó indeflnido
que debe esplicarse.
El Sr. Mihisiro—Yo satisfaré al Sr. Diputado. El Gobierno
en el proyecto ha cuidado de no entrar á esplícar lo que debe
entenderse por autor de la revolución; y ha creído que ni el
Congreso debe entrar en este examen ni en esta clasiflcacion.
En el art. 6. me parece que se establece un Juri, cuya fun-
ción debe ser f^ar las calidades y condiciones que deben
concurrir en el individuo necesariamente para ser recono-
cido como autor de la revolución del 25 de Mayo. No per-
tenece, pues, á la ley esta esplicacion, sino al Juri.
El Sr. Corrirt— Corresponderá al Juri declarar las calida-
des que deben encontrarse en los sujetos á quienes com-
prende la ley, mas al lejislador corresponde Qjar de un
modo preciso ó interjiversable el sentido de la ley.
Si la ley no tuviese un sentido preciso, resultaría una de
dos cosas; ó que el Juri no podría aplicarla á ninguno ó que se
avanzase á ^'ar á la ley un sentido que los mismos lejisla-
dores no habrían conocido, y que tal vez habrían rechaza-
do si lo hubieran conocido. Se siente la monstruosidad de
ambos resultados.
Si la cláusula autores de la revolución se toma en un sen-
tido un poco lato, la ley será insignificante. Vendrán tantos
HISTORIA DE QUEMES T DE SÁLTk 449
nombres que deben ser colocados en el monumento que se
consagre, que tal vez será insuficiente para colocarlos á
todos. Luego, no será distinción para ninguno. Serán tantas
las pensiones, que el erario público no bastará á cubrirlas.
Si se toma en un sentido mas estricto y correcto, no habrá á
quién premiar; porque, en último análisis, resultaría que los
verdaderos autores de la revolución americana son sus ma-
yores enemigos.
Es preciso persuadirse, señores,— de que revoluciones de
la naturaleza de la nuestra no pueden hacerla los hombres
particulares; son los gobiernos los que las causan. Solo á ellos
les es dado preparar sus materiales y amontonar sus causas
Solo á los gobiernos es dado enajenarse ó ganarse los corazo-
nes de los subditos. No hay en los ciudadanos particula-
res poder bastante para hacer aborrecer un gobierno que
se hace amar por su rectitud y su beneficencia. Podrían
fascinar en un punto, seducir á algunos, causar algunos
tumultos pasajeros, pero eso no sería mas que una lla-
marada que se extingue tan pronto como se encendió po|^
falta de pábulo. Pero si el gobierno tuvo la desgracia de
enajenarse los espíritus, él mismo amontona los materia-
les en que se cet>aría la llama revolucionaria; la menor
chispa causarla una explosión formidable.
Al que dá á una máquina su primer movimiento no
se deben los efectos que ella produce sino al que la cons-
truyó y puso en estado de obrar. No es decir que carezca
enteramente de mérito el que dio el primer impulso, pero
no el bastante para que se le erijan monumentos que
perpetúen la memoria de su acción.
En una revolución no está el mérito en hacer el primer
movimiento sino en aprovecharlo para darle una buena
dirección. Lo primero frecuentísimamente es impulsado
por pasiones innobles y fines vituperables; pero hacer
servir estos en bien de la sociedad es plausible y digno
de los grandes genios.
Supongamos el proyecto admitido en los términos en
que está concebido; que se forma el juri, y éste juzga que,
siendo mas difícil preparar una revolución que darle el
primer impulso, los acreedores de la presente ley son
los que prepararon la revolución, y entrándose á examinar
450 apéndicb:
quienes han sido éstos, resulla que la estolidez de Carlos
IV, la corrupción de Godoy, la ineptitud de Sobre-Monte,
la ambición de Bonaparte, los periódicos de España, la
conducta equívoca de Liniers, las intrigas de Goyenecbe,
las perñdias de la Junta Central y la incapacidad de Cis-
ñeros hablan sido las que prepararon la Revolución.—
iPremiariamos á estos?—Pues, es indudable que todas estas
causas se han amontonado para llenar la medida de tres-
cientos años de humillaciones y oprobios, y convencer á
un mismo tiempo de la necesidad de tomar la justicia por
nuestra mano y de que era llegada la oportunidad de hacerlo
con buen suceso. Sin embargo, nada seria tan monstruoso
como decretar monumentos honorables ú los autores de
nuestra degradación.
Supongamos ahora al contrario, que el Juri declarase que
por autores de la revolución de Mayo se entendían los que
ese dia se mostraron con mas decisión por la causa de la
independencia.
^ Pero sí pueden ser mas recomendables y de mucho mas
mérito los que corrieron & segundarlos, sostenerlos y dar
dirección al movimiento, no sé cómo puede justiñcarse que
el Congreso se ocupe tan seriamente de erijir un trofeo al
menor mérito dejando olvidado el mayor.
íSe comprenderón todos, es decir, los unos y los otros? La
ley es del todo insignificante.
Solo la independencia es el monumento digno de esta con-
sagración, en que están inclusos todos los americanos, ex-
cepto aquellos pocos que se vendieron & los españoles. Será
mas fácil averiguar los nombres de los que no correspon-
dieron al llamamiento de la patria y consagrarlos al opro-
bio que colocar en la columna los de todos los verdaderos
hijos de la América.
Véase, pues, la necesidad de que en la ley se determine el
sentido preciso de esta cláusula: autores de la revolucicn del
25 de Mayo de 1810, para no esponerse á sancionar un al>-
surdo, una ipjusticia ó una ley negatoria.
Yo he dicho que no niego el mérito de los que el 25 de
Mayo de 1810 sostuvieron con su enerjfa la causa de la
América; pero conviene examinar los quilates de ese mé-
rito porque, si es injusto que el verdadero mérito quede oí-
HISTORIA DE QÜEMBS T DE SALTA 451
vidado,— es ridículo que un mérito cualquiera se premie
como un heroísmo. El lejisjador, para consagrar monu-
mentos & la posteridad, debe penetrar en la oscuridad de los
tiempos y juzgar hoy como pensaría entonces.
Son ciertamente dignos déla gratitud de la Nación los que
en esos dias se combinaron, persuadieron ó los Coman-
dantes, hablaron en nombre del pueblo, etc. Pero en
primer lugar, este mérito ha recibido realce por que fué
coronado del suceso; mas él no lo habría sido, sino hu^
hiera encontrado por todas partes cooperadores celosos
que, sin estar concertados, concurrieron en su auxilio y
segundaron eñcazmente sus esfuerzos. No veo razón
por qué hayan aquellos de ser coronados como héroes y
olvidados estos otros.
Si es por haber sido los primeros,— hágase justicia. Los
paceños, en tal caso, merecen la preferencia. Si ellos fue-
ron desgraciados, sus esfuerzos y su resolución no deja-
ron de ser grandes, ni su consagración por la causa de la
libertad es menos digna de gratitud.
Si es por hal)er tenido suceso,— estíéndase el mérito y
la recompensa á los qué vinieron & completar los resul-
tados felices.
Sí, el valor,— yo no vaciló en decirlo, lo encuentro mayor
en los que en diferentes puntos del virreinato osaron pro-
nunciarse en favor de las innovaciones hechas en esta ca-
pital. Los que aquí obraban estaban con las espaldas
resguardadas; la tuerza estaba por ellos. El Virrey, su
cautivó,— era una fiera sin uñas ni colmillos. La Audien-
cia táínbien estaba bajó su férula. No dependía sino de
ellos oprimirlos con el peso del poder real que poseían,—
en ve¿ de que en los otros puntos,— los que osaron pro-
nunciarse por la Junta estaban bajo el influjo de un poder
absoluto, expuestos á las venganzas de unos tiranos que
podían disponer de su vida y de su fortuna.
En efecto,— ¿no se vieron numerosas víctimas de su pa-
triotismo conducidas al cadalso en todas partes, excepto en
Buenos Aires? Es, luego, evidente que fueron mayores los
peligros en todos los demás punios que aquí; de consi-
guiente,—que se necesitó más enerjía y magnanimidad pa-
ra adoptar la causa de la revolución que para iniciarla
1
158 APÉNDICE
aquí. Serla, pues,— lodo junto ridículo é injusto, un monu-
mento que consagróse la memoria de liechos menos he-
roicos, cuando se ecliara en olvido lo que tiene mas dere-
cho al . título de heroísmo.
|En qué consiste, pues, el mérito de los que en esta ca-
pital manejaron los sucesos del 25 de Mayo?
1.0 En haber conocido el momento favorable de obrar con
decisión y aprovecharlo; 2.® en haber tenido la discreción
de no querer por entonces, sino lo que era factible hacer.
Pesemos esto en la l>alanza de Astrea, y veamos si merece
la pena de consagrarle un monumento.
Conocieron el momento de obrai* y lo aprovechbron. jY
cómo podían dejar de conocerlo? Un movíihiento é inquie-
tud jeneral indicaban que en todas partes se sentía la nece-
sidad dé un cambiamiento que nos pusiese al abrigo de
los riesgos que nos amenazaban. El mismo gobierno que
nos tiranizaba, viéndose en agonía,— advertía & los pueblos
de América la necesidad de proveer á su seguridad, y nos
decía que nuestra posición era feliz pues podíamos hacer-
lo sin contradicciones. En tales circunstancias habría sido
un crimen obrar de otro modo. Los residentes de la capital
se hallaban á la cabeza de la columna: debian romper la
marchaVy los demás seguirlos.
La naturaleza había f^ado este orden á los sucesos.
¿Hay en esto heroismo? Yo no lo veo, señores!
Este mérito lo ha dado la posición: recilúan primero las
noticias, estaban en la fuente, conocían con mas claridad
el estado de las cosas Dejar escapar el momento
habría sido una torpeza inescusabl^.
En mi modo de ver estos sucesos, el principal mérito
de los que los manejaron consistió en la sobriedad de con-
tentarse por entonces con lo único que era asequible, es
decir, con nombrar un gobierno que administrase el Esta-
do en nombre de Fernando Séptimo. Esto fué sabio. Aun-
que ellos previesen (y aun deseasen) que ese paso había
de prodiícir una total independencia, ellos la flarón á los
sucesos t]ue el tiempo mismo traería sin precipitarlos.
Conocieron que el amor propio de los americanos estaba
altamente ofendido de que los gobiernos populares que se
érijian en la península pretendiesen mandar soberanamente
HISTORIA DErOOEBfES T DE SALTA 4S8
en la América y enviarnos aquí empleados A que nos
gobernasen; estaban justamente alarmados de la conducta
tortuosa de los jefes realistas; la mayor pai*te de la España
estaba dominada por los franceses, Murat había deshecho
la regencia nombrada por el Rey y él gobernaba en nom-
bre de Napoleón, y Liniers, de acuerdo con los fiscales del
Rey, publica una proclama diciendo que se guardaria la
política que se observó cuando la guerra de sucesión, es
decir, que seria frió espectador de la contienda del Sobe-
rano con el usurpador y obedecería al qiie venciese; Goye-
neche, encargado de dos comisiones contrarias á los dere-
chos de la corona, viene á intrigar, y no solo no es arrestado
por los ministros del Rey, sino que le prestan todo favor y ma-
no fuerte. En Chuquisaca y la Paz son tratados como reos de
alta traición los que habían desplegado celo por el Rey Fer-
nando. Aunque Liniers había sido removido del virreinato, le
había sucedido Cisneros, criatura de D. Martin Oonels, Se-
cretario de la Junta Central que acababa de descubrirse
aliado de los franceses, y por lo mismo, la ñdelidad de su
ahijado no tenía mejores títulos á una confianza. Todo esto
hacía sentir la necesidad de un cambiamiento que nos
pusiera fuera de alcance de las juntas de España y de las
tramoyas de los empleados del Rey. Los que manejaban
estos negocios lo conocieron bien; y se contentaron con
hacer solo eso. Obraron sabiamente. El suceso correspon-
dió ú sus designios. Si se avanzaban un paso más allá, el
25 de Moyo habría sido un día de luto. Pero, señores, ¿esta
prudencia merece el título de heroica para que se le erijan
monumentos? Yo temo que la posteridad no juzgará así.
A mas de que, ¿cuál es, señores, el objeto de ese monu-
mento que se propone? Eternizar, se dice, la memoria de
los héroes. Y bien; yo pienso, que no es en pirámides y
obeliscos donde se eterniza la memoria de los héroes.
Es la historia quien lo remite ú la posteridad mas remota.
Babilonia ha desapiirecido; ya no se sabe dónde existióla
famosa Ecbatanis. Apenas se conoce dónde fué el sitio de
Esparla. Atenas, Tébas, Corinto han desaparecido entera-
mente, y con ellos todos los monumentos que había erljido
el orgullo de los mortales; pero la historia ha perpetuado
los nombres de Leónidas, Milciades, Temístocles, Arístidesi
454 APÉNDICE
Cimon, Focion, Epamínóndas, Timoteo, Daniel, Mardoqueo,
Ester, y ellos no se borrarán mientras entre los hombres
subsista el gusto de saber lo que pasó en las jeneraciones
que les precedieron. Mientras la Nación subsista, su inde-
pendencia será el mejor monumento que puede consagrar-
se á la memoria de los héroes que la conquistaron, y des-
pués será de la jurisdicción de la historia perpetuar sus
nombres. Concluyo, pues, contra la admisión del proyecto,
al menos por ahora.
He dicho «á lo menos por ahora», porque yo no me opongo
á que por via de decoración se eleve una pirámide ú obe-
lisco suntuoso, y si se quiere también, se escriban en él algu-
nos de los nombres de los más beneméritos á la libertad; pero
en primer lugar, esto no es asequible por ahora que atencio-
nes mas serias nos absorben todos los fondos. Segundo,
por que para la elección de esos nombres, el mejor de los
juris será la opinión pública; que ella se pronuncie de un
modo inequívoco, y entonces no ofrecerá dificultades la
elección.
• Es á la jeneracion que sigue después de nosotros á
quien corresponde hacer este discernimiento. No nos
adelantemos á las edades si queremos conservar la repu-
tación y gloria de los que manejaron el 25 de Mayo.
ESFOSICION
DEL
CORONEL D. JOSÍ DE MOLDES
ACERCA DE SUS SERVICIOS A LA CAUSA
PÚBLICA
No»fBRADO segunda vez representante, ha llegado uno de
los casos mas repugnantes en que se puede ver un hom-
bre de honor y sentimientos delicados, que es el de ha-
llarse en la necesidad de desempeñar la parte de delicadeza
que el gobierno debe tener por los oficiales del estado; y
contraerse á hablar de sí mismo, esponiendo su mérito
individual: pero hay ocasiones en que el mismo honor
ecsige una resolución tan violenta, ahogando los impulsos
de la delicadeza. Yo hubiera permanecido en silencio si
entendiese que los hombres de honradez, méritos y servi-
cios, sólo se desatendiesen reservando con ellos aquel res-
peto y muda consideración que ecsige imperiosamente la
virtud. Semejante procedimiento nada tendría que fuese
estraño; pero se hace insoportable que hombres altaneros,
hombres indecentes y de conducta vacilante, se den un
aire de superioridad insultante á título de sus empleos, y
se propasen á intentar ofender con su ilusa y petulante
osadía á sujetos cuyos nombres no se debieran tomar en
boca sin el respeto mas profundo.— Estas consideraciones
me han movido, entre otras cosas, á publicar una sucinta
relación de mis servicios al estado, á fin de que el público
sensato se ponga en mejor estado de formar una compara-
ción, y consolarme yo con la satisfacción de que los co-
456 APeNDlGE
razones honrados harán la justicia debida á mi honor
ultrajado tan reiteradas veces, sin que jamas haya podido
decir la maledicencia: en esto ha delinquido.
El dia doce de mayo de mil ochocientos ocho salí de
Madrid con dirección á Cádiz, de donde me trasladé á la
escuadra inglesa, que bloqueaba el puerto á los tres dias
de mi llegada; y sin embargo de la pena de muerte que
había impuesta al que se aprocsimase á dicha escuadra,
amparado de la oscuridad de la noche, por el costo de
trecientos pesos, burlé el celo de dos cañoneras que cru-
zaban la boca del puerto, hasta llegar al buque del almi-
rante, de donde por el conocimiento del estado de España
que mifíistré á dicho gefe, me facilitó un bergantín que me
condugese á Londres á fin de solicitar la protección in-
glesa para la independencia de esta América. A mi llega-
da y primeras entrevistas con el primer ministro, todo me
anunciaba el resultado mas lisongero; pues para mis pre-
tensiones se destinaba el aucilio de ocho mil hombres que
se hallaban sobre Suecia. Las circunstancias políticas en
que estaba Inglaterra, favorecían sobre manera este pro-
yecto, y concurrían á mejorarlo las contestaciones habidas
con el marques de Solano, gobernador de Cádiz y capitán
general de Andalucía, que habia declarado que jamos tra-
taría ton Inglaterra, pero desgraciadamente para nosotros
las circunstancias variaron, inspirando á la corte británica
ideas mui diferentes. A los quince dias de mi llegada á
Londres llegaron de España varios diputados de Asturias,
Galicia, Andalucía y varias provincias, y la corte de Lon-
dres atendió á sus proposiciones con predilección á todo
otro asunto; como que se le abría un nuevo campo para
desplegar sus operaciones contra Francia, que era justa-
mente su interés mas inmediato.— Lo que he referido
convence por su propia naturaleza, y ademas consta á
muchos individuos, con especialidad á D. Manuel Pinto
que me acompañó en el viage.
Frustrados así todos mis designios, y después de hacer
el gasto propio de mas de tres mil pesos, me reembarqué
para Cádiz, con ánimo de trasladarme á esta capital, como
efectivamente lo verifiqué, desembarcando en ella el siete
de enero de mil ochocientos nueve. A pocos dias el coronel
HISTORIA DE GÚEMES Y DE SALTA 457
mayor Terrado me condujo á una quinta á estramuros,
donde encontré varios americanos que me digeron trataban
de la independencia; y yo instruyéndoles de lo que favore-
cían las circunstancias respecto del estado de España, de
lo que les di clara noticia, me comprometí á propagar la
idea en todos los pueblos de mi tránsito, y servir con mi
persona. Así fué que en Córdoba lo practiqué con D. Tomas
Allende, de donde fui desterrado por el gobernador Con-
cha. En Santiago del Estero lo traté con D. Francisco Bor-
ges, (1) en Tucuman con D. Nicolás Laguna, en Salta lo
insinué en sus habitantes mas considerados, en la Paz lo
hice con D. Clemente Díaz de Medina, en Cochabamba con
D. Mariano de Medina, tesorero de aquella ciudad; omitien-
do los de Chile y Lima para no comprometerlos infructuo-
samente, todos sugetos de opinión en sus respectivos pue-
blos, y que obraron en favor de la causa tan pronto como
les fué posible, justamente en un tiempo en que no tenía-
mos mas patria, egército, ni garante que el pescuezo. Así
fué que el veinticinco de mayo, dia en que hizo la revolu-
ción Buenos Aires, me hallaba cerca de Córdoba, caminan-
do para ésta á seguir una instancia sobre una prisión y
desafuero que había sufrido por cuarenta y un dias, de re-
sultas de haber sido sorprendida mi comunicación en C07
chabamba, según consta de documentos públicos que con-
servo, así como de todo lo demás que en adelante espondré.
Salta fué la primera capital de provincia cuya resolución
aguardaron los pueblos de su dependencia para declararse
por la unión de Buenos Aires estando bajo del tirano todas
las provincias del Perú, y con una fuerza que marchaba á
unirse con la que se formaba en Córdoba. Su resolución
fué heroica, que privó que muriese en su cuna laliljiertad.,
como se puede deducir de la gaceta del veintitrés de julio
de mil ochocientos diez y el lugar de la primera acción
de las armas de la patria.
Concluida mi litis el veintitrés de julio de ochocientos
diez me sorprendió el gobierno al tiempo de pedir pasa-
porte, comunicándome el despacho de teniente Gobernador
(1) Fasilado en Santiago sin proceso en término de pocas horas, por la
patria.
456 APfiNDIGB
de Mendoza, empleo de nueva creación, y precisamente
liallándose aquel pueblo armado y en la roas completa re-
volución. Yo fui acompañado de un solo criado; tuve la
satisfacción de pacificarle; formé el gobierno y arreglo de
su cabildo; puse docientos cuarenta hombres sobre las
armas; y gozó el pueblo de una completa tranquilidad.—
Por el doce de enero de mil ochocientos once recibí órdenes
de entregar el mando militar üD. Xavier Rosas, el político
á el cabildo, remitir cien hombres á ésta, y presentarme
sin pérdida de momentos & servir el empleo de sargento
mayor en el regimiento de caballería de la patria, perdiendo
con esta precipitada orden el ajuar de mi casa, gastos de
ida y vuelta, y los invertidos en la secretaría de gobierno,
pues seicientos pesos que habia recibido de aquellas cajas
no podían llenar los desembolsos necesarios á estos gastos.
El veinticinco de febrero del mismo año se me mandó
encargarme de seiscientos hombres con dirección á la
Banda Oriental; pero apenas hube llegado ó la Bajada, re-
cibí nuevas órdenes para que los entregase & los oficiales
Jíondeau, Artigas y Ortigueras. Seguidamente hice mi re-
nuncia de grados, sueldos, y honores, solicitando me per-
mitiesen volver ú mi casa; pero el gobierno me contestó
no admitiéndomela, y nombrándome intendente de Cocha-
tomba; bien que el representante del gobierno D. Francisco
Tarragona me hizo detener hasta que cesó el bloqueo de
aquel pueblo.
A mi llegada á esta ciudad encentré sucedida la revolu-
ción del seis de abril, y yo corrí las circunstancias ordi-
narias de que tenemos esperiencia; pues el gobierno man-
dó un ayudante á mi casa por los despachos que me habia
dado; me desterró en el término de veinticuatro horas; dio
orden para que no se me abonase mi sueldo; circuló ins-
trucciones á los maestros de postas indicándome de traidor,
y encargó al gobierno de Salta que velase mis operaciones,
remitiéndome con una barra de grillos en caso de juzgarlo
conveniente, sin mas delitos para tales atentados qne aque-
lla integridad de que la naturaleza me ha dotado, y que es
tan mortificante & los perversos.
En consecuencia de lo referido salí de esta capital, pa-
sando por el dolor de no poder permanecer en mi país,
HISTORIA DE QOEMES Y DE SALTái 459
desde donde me dirigí al ejército del Perú. Por el camino
supe la derrota del Desaguadero, que me la noticiaron los
soldados dispersos. En el valle de Cochabamba supe ppr un
espreso que Goyeneche acababa de tomar la ciudad, y en
este caso determiné regresarme haciendo retroceder ciento
cincuenta mil pesos que llevaba á Cochabamba el clérigo
Patino, hasta el punto de Mizque, en que aguardamos al
general Diaz Velez, á ñn de que tomase, las medidas que
juzgase oportunas.— De allí volví á Salta, y el veintiséis de
setiembre de ochocientos once, desentendiéndose el gor
bierno de todo lo obrado anteriormente, y con no poca
sorpresa mia, me pasó orden para que me incorporase al
egército en clase de particular, y & continuación con fecha
once de octubre del mismo año repitió otra nombrándoípe
segundo general. Llevado de mi inclinación & ser v ir. á la
patria eché al olvido tales inconsecuencias, y me dediqué
á la organización y arreglar el egército, poniéndole en la
fuerza de dos mil hombres; pero el veintisiete de diciembre
de ochocientos once me retiré ó mi cosa para no verme
envuelto en el número de los que llenan de lutqá la patria;
y así lo ecsigió mi honor, no llevando mas grado, sueldo
ni recompensa que la satisfacción de haber servido.
La fuerza que dejo dicha desapareció el mes de enero
inmediato, como se puede ver por el manifiesto del general
en gefe D. Juan Martin Pueyrredon.
El treinta y uno de julio de mil ochocientos doce publicó
un bando el general Belgrano en Jujuy, anunciando la
aprocsimacion del enemigo, y desde luego me le oferté
desde Salta. El me contestó admitiéndome con todos los
hombres que quisiesen ir armados y montados á su costa,
así militares como paisanos; y en este concepto salí el diez
de agosto de dicho año con ciento veinticinco hombres
armados y montados por sí, los que llenaron de honor &
sus gefes con su noble comportacíon, sucediendo que dos
hermanos el dia de la acción del Tucuman salvaron á los
dos generales de el medio de los enemigos, (a) El general sé
retiró de Jujuí, y le acompañamos hasta el Tucuman, ha-
(a) Estos dos hermanos son, sin duda alguna, los coroneles D. José y
D. Eustoquio Moldes.
460 APÉNDICE
hiendo rechazado ul enemigo en las Piedras. En esto ciu-
dad el dia de la acción memorable que dio la vida ú lo
patria y gloría ú nuestras armas; en este ejército ó reliquias
en que había sido general, serví de aventurero: contribuí
principalmente ñ formar la línea de combate, siendo así
que el general, aunque animado de un noble deseo y de
sentimientos marciales, era moderno en el servicio de
campaña: recorrí así mismo la línea del enemigo y avisé
el momento oportuno en quedebióempezar el ataque. Bien
que el general, satisrecho de mis servicios, me distinguió
por algunos dias con especial predilección, como se puede
verde su parte impreso en la gaceta de trece de octubre
de mil ocliocientos doce.
En estas circunstancias y las ocurridas ú continuación, se
aumentaron los gastos de nuestras tropas, y hallrlndose lo
comisaría sin fondos con que subvenir ú las urgencias muí
precisas, suplí de mi bolsillo cinco mil quinientos pesos,
para que se me alx>nasen en Buenos aires: en Salta, para
que siguiese el egército dosmil pesos, y un hermano once
mil, (i?) sin atender ú riesgos de demoras, que sufrimos,
conforme se puede ver por los pagos en cajas.
El doce de noviembre de ochocientos doce fui nombrado
inspector de infantería y cal>allería; y los oficiales, acoso
temerosos de la disciplina que necesitaban, y ecsaclitud
que intentabp establecer en el egército, representaron tu-
multuariamente, y yo recílií orden del gobernador á este
mismo tiempo paro venir ú Buenos Aires, donde ú mi lie-
godo fui foiv.ado á tomar el nombramiento de intendencia
general de policía; cuyo romo arreglé y le di tono en el corto
tiempo de dos meses que estuve á su cabeza. — En este tiem-
po fui nombrado por Salta representante de la asamblea;
la que me quiso fusilar, é hizo proceso por haberle negado
su legitimidad, siendo así que después todo el mundo ha
convenido en mi opinión por su veracidad, y acredita el
manifiesto del cabildo de Buenos aires de 16 de abril
de 1816.
El veintiocho de noviembre de mil ochocientos trece se
puso ú mi cargo el regimiento de granaderos de infante-
(6) D. Eustoquio Moldes.
r
HISTORIA DE QUEMES T DE SALTA 461
río, declarándome cuarenta y dos pesos mensuales menos
de el sueldo que obtenía por coronel de caballería; y se-
guidamente se me posó orden por el gobierno para formar
el manejo y táctica que debia seguirse en el estado, y salí
cuarenta y un dias á los Olivos con el regimiento á comu-
nicarle las instrucciones. -A mi vuelta pasé á la Colonia,
y desde allí al sitio de Montevideo, donde sólo mandé una
guerrilla de cien soldados que nunca habían oído las balas.
Después de la toma de esta plaza, pedí mi retiro, para
separar la vista de una cadena de picardías, que con motivo
del mando presencial)a dlaritunente, el que se me otorgó
declarándome benemérito en grado heroico. En octubre se
abrieron Iqs sesiones de la asamblea, y movido de los sen-
timientos que me imponía mí obligación y honor, que me
es imprescindible, no pude menos que oponerme abierta-
mente ú las iniquidades que proponía el gobierno; de cu-
yas resultas fui sorprendido el doce de noviembre de mil
ochocientos catorce, y sepultado en Patagones como un vil
criminal, cuando la verdadera causa de mi atropel la mien-
to y abandono de mi familia en un país estraño fué mi
oposición á un crimen que advertía. En mi destierro tuve
la satisfacción de salvar aquel país de un facineroso que
le hacia tocar en su esterminio.
Cuando calculé que la expedición del coronel mayor
French podia padecer alguna demora por falta de aucílios,
me presenté al ministro de hacienda, ofreciendo)^ el dine-
ro que necesitase en Jujxxl ó Salta, el que se me pagaría
oquí luego que se diese aviso de haberse recibido por él
dicho; y su contestación fué que aquí no se podia pagar;
que el general Rondeau corría con todos los aucílios del
Tucuman para adelante.
Durante estos servicios y persecuciones mi casa ha sido
saqueado dos veces por el enemigo. Dispersos, emigrados
y errantes aun no sabemos la patria que hemos de vivir.
Sabed, leed y meditad, imparciales, que esto me basta.
Asegurar el logro de su honor vale mas que la vida par^
el hombre que le tiene. Tucuman y Octubre 26 de 1816.
José, db Moldbs
índice
£l concepto público formado con motivo de la publicaeion
de esta obra. V
DISCURSO PBBLIMINAR IX
CAPITULO 1— EL ANTIGUO RfiOIMEN
SUMARIO— Gfé&cion del Yirreinato de Buenos Aires—Sus limites y
organización— £1 virrey; su elección, sus funciones y facultades
— uarantias de las leyes contra sus abusos — Juicio de residen-
cia—Él poder judicial— La Reai Audiencia: casos de su compe-
tencia—:)us procedimientos y funciones políticas— Composición
de la Audiencia: los oidores— La Sala de audiencias— Procedi-
mientos judiciales— Tribunales inferiores; su personal— La inde-
pendenciar judicial.
Creación de las intendencias; cu&les eran estas en el país
argentino— La Intendencia de Salta: limites y jurisdicción-
Tenencias de Gobierno— El Gobernador Intendente; origen de
su poder — Los cuatro ramos de su gobierno — El vice patronato
real— Predominio social del gobernador honores con que era
rodeada su persona— Secretarios de gobierno y hacienda—
Espíritu guerrero de la población de Salta.
El Consejo Supremo de Indias; su objeto y autoridad— Ga-
rantía contra sus abusos — Corrupción ftnal de esta corporación.
Los ayuntamientos; su aparición en España— El poder real
avasalla los fueros y libertades castellanas — Casos de heroísmo
cívico- Los cabildos, ayuntamientos de América— El gobienio
de la ciudad— Atribuciones de los cabildos— Jurisdicción del
cabildo de Salta— Composición del cabildo; traje de ceremonia;
títulos del cabildo y de sus miembros— La presidencia del ca-
bildo—Funcionamiento y hounres— 'Cabildo abierto; composición
de esta asamblea y el sufragio universal de la razón— El ramo
de propios— El cabildo, escuela de la democracia y fuente de la
libertad de la república ,
CAPÍTULO II— LA SOCIEDAD BAJO BL ANTlOUO RÉQIMEN
fif£rifA£/0— Constitución de la antigua sociedad; la noftZeia; la aente
decente- Formación del tipo del eAoIo- Clases de los mestisos,
indígenas, negros y mulatoa—Ltí plebe — La esdavitnd; sus condi-
ciones en América— La vida del esclavo; derechos del amo.
El comercio americano; la Casa de Contratación; el Callao —
Salta, centro del tráfico cnmercial— La internación de mercade-
rias— El comercio de muías con el Perú; las tnvemada«— Cases
de Candió ti, de Moldes y de Gurruchaga; casas de segundo
orden— Extensión del comercio d^ Salta — El comercio de es-
flavos negros— Beneficios que la sociedad de Salta recibe del
comercio— La riqueza de Salta— Ferias comerciales.
La inmigración española en América— La aristocracia espa-
ñola se avecinda en Salta— Apellidos ilustres; principales casas
nobles de Salta— La cultura social de Salta; el triunfo de la
gente decente.
464 APÉNDICE
La población de laa campañas— Descripción del ^aacbo de
Salta— La clase indígena; el sistema feudal— Descripción de la
reffion del poniente; el valle de Caí chaqui.
La Salta española; descripción de la ciudad— Cuadros soeia«
les— Fisonomía general del territorio argentino— Descripción de
Buenos Aires en 1810.
La vida doméstica— £1 padre español— La juventud decente;
su altura intelectual y social— El gaucho decente— Traje de ciu-
dad; costumbres sociales— Descripción de una casa principal-
Arreos para el caballo 39
CAPITULO III— Religión fi instrucción pública
i$l7jlfABI0— Carácter religioso de los pueblos ¿e América— La fé reli-
giosa en la sociedad de Salta — Ordenes religiosas— Prácticas
piadosas— Las Capeüaniaa, su objeto y su forma: sus consecuen-
cias—Altura intelectual del clero de Salta: sus virtudes.
Administración eclesiástica: las ssdes episcopales — Riquesa
del eult't y de la iglesia — Privilegios que gozaban los bienes
eclesiásticos— Inmunidades del clero— La Iglesia y el Estado—
El patronato reak provisión de curatos.
La ilustración baja del Perú á las comarcas argentinas— Los
jeeuitas en Salta; la misión del Tucuman — Fundación de cole-
gios: ramos de su enaeñanza— Cabezón y el Dr. Acevedo— La
plebe y la instrucción— La instrucción superior— El Colegio Má-
ximo — El obispo Trejo funda la Universidad de Córdoba ^ £1
Colegio de Monserrat y el de Lo reto — División universitaria;
facultad de artes, de teología y de leyes —Grados universitarios
— Colación de grados: descripción de la ceremonia— Prestación
del jun^mento; profesión de lé— Las insignias doctorales— Pro-
hibiciones.
La universidad de Charcas — Altura y progreso de su ense-
ñanza—Fuentes en que se ilustra la juventud — El espíritu re-
volucionario — Estado intelectual del pais — Hombres ilustres
salidos de los claustros de Córdoba y de Charcas. . . - . 188
CAPÍTULO IV— JOSTICIA DE LA REVOLUCIÓN
SUMARIO ^Misión de España en América— La tiranía política y ad-
ministrativa—Monopolios y prohibiciones— El extranjero— Ji!i
esclusivismo' español— Tenaencia v espíritu de la política y de
la legislaciem de Indias— Persecución á la ilustración del pueblo;
dictáurnen ^l fiscal Blaya— La corrupción administrativa.
La imprenta en España y en las colonias— La poesia popular
reemplaza á la prensa.
Decadencia de las artes é industrias en España— Los artesa-
nos españoles en América— Atraso de los pueblos americanos.
La política española y el vincnlo de la unidad nacional-
América para los españoles— El rey de España; títulos de su
corona— El absolutismo del rey— Fisonomía del pueblo español
antes de 1810; él rey absoluto— Jo vellanos y la soberanía- La
idea de la independencia. 177
CAPÍTULO V— LA bspaSa Antes de 1810 -la conjura patriota.
SUMARIO-^nuáeza. de España; el imperio español— Establee!-
mioQto del despotismo real— La decadencia española: sus cau-
sas—Atraso general de la nación al subir Carlos IV al trono-
Datos curiosos— Estado intelectual del país— Las artes útiles y
HISTORIA DE GOEMES T DE SALTA 466
el empleo— Decadencia del espíritu literario— La cultora social—
El fanatismo religioso — Supersticiones.
Cárloa IV, su carácter ^La revolución estalla en Francia-
Coalición de los reyes contra ella; D. Manuel Godoy— Derrota
de la escuadra española en Trafalgar (1805)— Napoleón y la Es-
paña—Las exoediciones inglesas al Rio de la Plata: revolu-
ción que proauc^n en el pais— La invasión Francesa en Es-
paña—Fernando Vil— Situación de España en aquellos dias
—Bayona y el 2 de Mayo— La anarquía; absdtUútas y liberales;
loa afranceacuha.
La juventud americana lesidente en España— D. Francisco de
Gurrucbaga, sus antecedentes: su retrato— Gurruchaga, correo
de gabinete— D, José de Moldes, sus antecedentes El auardia
de corpas-Condiciones personales de Moldes; su retrato—Moldes
y el enviado de Napoleón— Prestigio del coronel Moldes — Orga-
nización de la conjura patriota— Trabajos patriótico? en Espa-
ña—Fuga de Pueyrredon— Prisión de los conjurados— Servicios
de Gurrucbaga— Fuga general de Madrid— Misión del coronel
Moldes en Londres — Las juntas de España; alzamiento contra
los frangieses— La bora de la revolución; los conjurados se
embarcan con rumbo & Buenos /lires 218
CAPITULO VI— LA CONSPIRACIÓN ESPAÑOLA
SUMARJO^Efecio que producen en el país las invasiones inglesas
— Los españolas pierden su predominio político jr militar — El
partido español: D. Martin de Alzaga— Los españoles proponen
al virrey el desaruae de los patricios— El virrey Liniers: sus an-
tecedentes y condiciones— Efecto que, produce en la opinión la
renuncia del rey & favor de Napoleón— X<os españoles.proyectan
la independencia: de qué manera — El comisionado Goyenecbe:
sus intrigas políticas— Su viaje al interior— Rebelión de Monte-
video—Motín español en Buenos Aires: castigo de los revoltosos
— Deposición de Liniers — El virrey C'sneros: su arribo á Mon-
tevideo, sus recelos y precauciones— Elio y Gisneros: la política
del terror 278
CAPÍTULO VII— LA REVOLUCIÓN
8ÜMABI0-—Eüirüd9í de Gisneros á Buenos Aires; antecedentes ds
este personage— Nueva política del virrey— Revoluciones de
' Gbaquisaca y la Paz— Su castigo y sus efectos— Desprestigio
del gobierno — La ineptitud del virrey— Ideas revolucionarias;
conferencia del coronel Moldes— Plan político dd Moldes; su
ofrecimiento — La Sociedad Secreta reaparece en Buenos Aires
—Política de Saavedra— El apostolado de Moldes en el interior
—La pérdida de España— Reunión revolucionaria en casa de
Pueyrredon— Noticias de España en Marzo, destrucción de 1«
Junta Centra), creación de la Regencia — Estado y conducta de
los patriotas— La opinión pública— Actitud que asume el virrev;
proclama del 18 de Mayo— 20 y 21 de Mayo; petición de cabildo
abierto —Entrevistas con el virrey— Preparativos revolucionarios
—22 de Mayo; la plaza de la Victoria, la policía patriota y la
libertad del sufragio— El cabildo abierto; descripci'^n de la sala
capitular— La inesperiencia de los patriotas— Alocución del ca-
bildo-El debste; discurso del obispo— Un momento crítico-
Discurso del Dr. Castelli— Discurso del Dr Villota— Efecto que
produce su palabra— Réplica del Dr. Passo- Los defensores de
España se sienten vencidos— La autoridad del "virrey es puesta
en juicio— La votación; creación de una junt^ de gobierno— Los
españoles burlan la resolución del 22— Sus manifestaciones de
466 ÍNDICE
Júbilo— Indignación de los patriotas— Conferencia con el virrev;
renuncia la presidencia de la junta— La repreaeniacion al cabildo
—95 de Mayo; actitud del cabildo— RI pueblo envia sus diputa-
ciones al cabildo— Sanción popuiar de la nueva junta de gobier-
no; fin de la dominación española— La política de la revolución
—Instalación de la Junta de Mayo; regocijo público . . . . • 305
CAPITULO VIII— PRONUNCIAMIENTO DE SALTA
SUMARIO-'lia noticia de la revolución llega ú Salta— Celebración
de cabildo abierto: fisonomía de la concurrencia: personages
mas notables— Votos de Santiváñez y de Nadal; voto del cuer^
po de abogados y del militar: voto del obispo y del clero — SI
cabildo se adbiere á la revolución — Importancia poliUca de la
actitud de Salta: las ciudades subalternas— Salta salva la revo-
lución — Córdoba se subleva por el rey: trabajos realistas —
Fuerzas y elementos de la causa del rey en 1810 -Salta se po-
ne depié— Bl grito de la tn<lQie>uletic»a— Principales personages que
encabezaron el pronunciamiento — Aprestos militares: la Guar-
dia Urbana^El sacrificio de Salta— Una fuerza realista bajja del
Alto Perú en auxilio de Córdoba- Plan militar de los españoles
—El gobernador Izaamendi y la revolución— El coronel D. Die-
go de Pueyrredon gefe de la defensa— El teniente Quemes en-
cargado de la vif^lancia del enemigo— El primer combate: re-
chazo de los realistas.
Organización militar— La patria en Salta — La causa del rey
en Salta — Las fuerzas realistas de Córdoba toman rumbo ái
Perú— Conjuración contra 1 zasm endi— Prisión de los conjurados
—La batana de Gauna— Chiclana se haca cargo del gobierno;
su actitud contra Isasmendi y los realistas— El donativo.
Los caudillos patriotas— D. Martin Güe mes; sns antecedentes
militares, sociales y de familia— Su educación — Su fisonomía
moral y condiciones personales — Gttemes y la revolución: su
sistema de guerra— £1 Xacuadron de loa Salteñoa — La casa de
Gurruchaga equipa el escuadrón— La partida de ohaervaeion—Kl
cura Alberro.
D. Francisco de Gurruchaga, diputado por Salta— Jujuy elije
al Dr. D. Juan Ignacio de Gorriti— Antecedentes de este per-
•onaffe— El partido del rey y el de la patria— Filosofía sobre la
revolución ae Mayo 871
APÉNDICE
DI8CUMS0 del Dr.D. Juan Ignacio de Gorritt sobre quienes deben
ser considerados como autores de la revolución de 1810. . . 447
BXPOSIQIOS del Coronel D. José de Moldes & cerca de sos servi-
dos á la causa pública. 4ó5
ÍNDICE 463
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