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Full text of "Historia del General Güemes y de la provincia de Salta : de 1810 a 1832"

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5f)  55^6.1 


HARVARD  COLLEGE  LIBRARY 

SOUTH  AMERICAN  COLLECTION 


THE  CIFT  OF  ARCHIBALD  CABY  COOLIDGE,  '87 
AND  CLARENCE  LEONARD  HAY,  '08 


5  A  d '?■«'■'.  / 
HISTORIA 


DEL  GENERAL 


D.  MARTIN  GUEMES 

Y     DI    LA 

PROVINCIA  DE  SALTA 


1810  A  1832 

POR     EL 

dr.   bernardo  frías 


TOI^O    I 


SALTA 

EflT&BLBCIMlKHTO  TIPOORAFICO  DB   -EL   CÍVICO— OaLLR  CMBEOB. 

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HISTORIA  DEL  GBNEEIAL  GÜEMBS 


Y  DE  LA 


PROVINCIA  DE  SALTA 


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HISTORIA 


DEL  GENERAL 


D.  MARTIN  GÜEMES 

PROVINCIA  DE  SALTA 


1810    A  1832 


dr.    bernardo  frías 


TOliíO    I 


SALTA 

EBTARUtClIflSHTO  TIPOOBiFICO    DK     «Rl   ClVlCOi — ClLLE   CAStROS 


•^X    BA^i^"'! 


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Harvard  Collas»  Ubrary 

Glft  of 
Arohlbald  Cary  Coolldge 

and 
Clarenoe  Leonard  Hay 

(3  ^M .) 


23  MAY  t9í2 


EL  CONCEPTO  PUBLICO 

■  ■  ■  • 

FORMADO    CON    MOTIVO    DE  LÁ   PUBLICACIÓN    Dfe'^ESTA    OBRA 


Como  hubiéramos  dado  á  conocer  del  público  las  materias 
que  comprende  este  primer  volumen  de  la  Historia  del 
General  Güemes  y  de  la  Provincia  de  Salta,  publicando  el 
sumarlo  detallado  de  sus  capítulos,  ha  sido  este  anuncio  bas- 
tante para  que  la  opinión  acogiera  con  generosidad  nuestra 
empresa,  manifestándose  en  los  conceptos  siguientes: 


DÉLA     CAPITAL 


GUEMES    Y    SALTA 


HISTORIA    DEL    TIEMPO    HEROICO 


El  doctor  Bernardo  Frías,  conocido  intelectual  saiteño, 
da  cima  á  una  obra  de  aliento  que  merece  atraer  sobre 
ella  la  simpatía,  el  aplauso  y  el  apoyo  decidido  de  todos 
los  hombres  cultos  del  pais,  ya  sean  profesionales  de  las 
letras,  ya  simples  lectores  de  cosas  interesantes,  gustadores 
del  trabajo  ageno.  Se  trata  de  una  «Historia' del  General 
Güemes  y  de  la  Provincia  de  Salta»  cuyo  primer  tomo 
saldrá  á  luz  el  15  del  próximo  Abril.    La  preparación  del 


-    VI    - 

doctor  Frias  y,  sobre  todo,  la  lectura  del  resumen  capitular 
del  primer  volumen,  que  tenemos  ú  la  vista,  auspician 
prestigiosamente  el  nol)le  trabajo  emprendido,  haciendo 
esperar  una  obra  útil,  sana,  entusiasta  y  veraz,  interesante 
como  una  novela  en  la  evocación  del  régimen  colonial 
que  en  Salta  marcó  huellas  singularmente  profundas. 

Todo  aquel  pasado  sabroso  y  característico,  movido  y 
traido  á  luz  por. un  .criterio  claro  y  nxK  entilo  correcto, 
encausado  dentro  tie  la  moderna  Tnane^á  de  hacer  historia, 
y  luego  la  leyenda  épica  de  Güemes  y  sus  huestes  gauchas, 
todo  ese  viejo  tiempo  pintorescio  y  digno,  coballeresco  y 
fulgurante  dentro  de  la  obra  del  doctor  Frias,  constituirá 
una  sustancia  de  predilección  para  los  paladares  de  buen 
gusto,  y  debe  ser  buscada  por  los  inteligentes.  Le  hacemos 
decididamente  el  reclame  mas  franco  v  merecido  al  hermoso 
traJjajo  que  hará  honor  &  las  letras  argentinas  donde  no 
abunda  el  artículo  noble  de  los  estudios  é  investigaciones 
pacientes,  y  reflejará,  sobre  la  heroica  Salta,  las  luces 
perennes  de  una  gloria  lejana,  que  ha  de  iluminar  todavía 
el  porvenir,  como  ilumina  el  pasado  de  la  cuna  de  Güemes. 

{El    Diario J. 


Un  trabajo  de  gran  aliento  se  ha  empezado  en  la  imprenta 
de  El  Cívico,  en  Salta.  Nos  referimos  á  la  «Historia  del 
General  D.  Martin  Güemes  y  de  la  Provincia  de  Salta», 
durante  la  guerra  de  la  independencia  y  la  lucha  por  la 
organización  nacional  de  1810  á  1832,  que  el  Dr.  Bernardo 
Frias  ha  emprendido,  habiendo  ya  entregado  a  la  imprenta 
los  originales  del  primer  tomo,  que  es  la  parte  preliminar 
de  los  diez  de  que  constará  la  obra. 

Tenemos  6  la  vista  los  sumarios  detallados  de  las 
materias  que  comprenda  el  primer  volumen,  y  allí  se 


-    VIÍ    - 

revela  la  amplitud  de  la  obra,  que  abarca  desde  la  creación 
del  virreinato  de  Buenos  Aires  hasta  la  revolución  de 
mayo,  habiéndose  reunido  documentos  inéditos  de  gran 
interés  histórico  encontrados  en  los  archivos  oficiales  de 
Salta  y  en  los  particulares  de  la  familia  de  Güemes. 

El  Dr.  Bernardo  Frias,  autor  de  este  trabejo,  es  bien 
conocido  en  Salta  como  hombre  de  letras,  consagrado  por 
completo  &  trabajos  de  carácter  liistórico. 

Siguió  los  estudios  de  abogado  en  la  universidad  de 
Buenos  Aires  y  hace  ocho  años  que  fué  laureadp  doctor 
en  ciencias  sociales.  Cuenta  34  años  de  edad  y  desde  muy 
jé  ven  está  dedicado  al  estudio  de  la  literatura  y .  de  la 
historia.  Tiene  publicados  varios  trabajos  literarios,  reve- 
lándose en  todos  ellos  un  escritor  galano  y  observador. 

Con  la  obra  que  ahora  emprende  el  doctor  Frias,  prestará 
un  señalado  servicio  á  su  provincia  natal. 

(La    Naciofn), 


DEL    LADO     DE    GU  YO 


CQUfio  de  Santo  Mu  d«  Anillo 

— MENDOZA — 

Señor  Doctor  Bernardo  Frias 
Distinguido  señor: 

Con  íntima  complacencia  he  sabido  que  V.  se  halla 
próximo  á  editar  una  importante  obra  histórica  acerca  de 
la  provincia  y  ciudad  de  Salta. 

Me  felicito  sobremanera,  al  ver  que  un  nuevo  nombre 
se  viene  á  inscribir  en  el  catálogo  glorioso  de  nuestra 
literatura  que  necesita  del  impulso  de  inteligencias  de 
primer  orden  para  colocarla   en  la  altura   del   progreso 


-  vm  - 

material  que  alcanza  y  desarrolla  nuestra  nación  tan  joven 
y  tan  rica  en  elementos  de  cultura. 

Apenas  si  V.,  señor,  era  conocido  entre  los  intelectuales 
del  país— por  eso,  todos  hemos  mirado  con  sorpresa,  pri 
mero,  y  con  júbilo  después,  esa  luz  fulgente  y  nueva  que 
nos  viene  del  norte. 

No  descanse  V.;  investigue  con  ahínco  y  persistencia 
que,  indudablemente,  encontrará  inmenso  é  importante 
material  para  estudiar  el  pasado  de  la  sociedad  argentina 
casi  ignorado  por  el  vulgo  y  poco  estudiado  por  nuestros 
pensadores  de  talla.  Me  reflero  á  las  provincias,  no  &  la 
capital  que  López,  Mitre  y  Obligado  hablan  en  contrario. 

El  espíritu  cristiano  que  anima  su  estudio,  según  he 
podido  deducir  por  el  sumario  que  publica  «El  Pueblo», 
es  una  suficiente  recomendación  y  le  imprime  un  carácter 
propio. 

Sin  odios  sectarios,  sin  preocupaciones  de  partido,  sin 
miras  localistas,  V.  penetrará  en  el  santuario  de  nuestros 
tiempos  heroicos  para  poner  de  relieve  la  acción  del  sol- 
dado, del  fraile  y  del  regidor,  almas  de  nuestras  civiliza- 
ciones primitivas. 

Desde  aquí,  le  envío  un  sincero  aplauso  y  me  suscribo 
á  su  obra* 

Su  afmo.  y  desconocido  amigo. 


Fiu  Rboimaldo  de  la  Cruz  Saldaka  Retamar 

S.  o.  P. 

Vice-J^ector. 
Mendoza,  Mano  24  de  1902. 


DISCURSO  PRELIMINAR 


I 


Vamos  a  escriJ)ir  la  historia  de  un  hombre  y  la  historiq 
de  un  pueblo  cuyo  paso  por  la  vida  ha  quedado  marcado 
por  huella  de  inextinguible  luz.  Ambas  abrazan  una  época 
singularmente  admirable  en  donde  todo  es  grande,  desde 
la  concepción  de  la  idea  genial  que  en  lo  militar  y  en  lo 
político  salva  la  revolución  con  acierto  peregrino,  hasta 
las  virtudes  comunes  y  los  sacriflcios  vulgares  de  la  ha- 
cienda y  de  la  vida.  Dos  virtudes,  dos  genios  aparecen  diri- 
giendo el  movimiento  en  el  gran  escenario:— el  genio  militar 
y  el  genio  político,  encarnados  principalmente  en  sus  dos 
gefes  mas  famosos,  el  General  D.  Martín  GOemes  y  el  Dr. 
D.  José  Ignacio  de  Gorriti. 

Parécenos,  así,  su  empresa  superior,  sin  duda  alguna, 
á  aquellas  realizadas  por  Pelayo  en  España  y  por  Juana 
de  Arco  en  Francia;  pues,  al  lado  de  la  lucha  militar,  se 
desenvuelve  la  lucha  mas  difícil  aun  de  la  organización 
del  país,  alzándose,  por  nuevo  enemigo,  el  demonio  de  la 
anarquía  y  de  la  torbarie,  dividiendo  y  aniquilando  en  los 
momentos  mas  delicados  de  la  prueba  y  al  frente  mismo 
del  enemigo  común,  la  unidad  de  los  esfuerzos,  el  centro 
del  poder  y  del  gobierno,  la  fuente  de  los  recursos,  sol- 
tando los  diques  hasta  entonces  cerrados  á  las  masas 
incultas  y  por  donde  se  derramaron  las  corrientes  de  la 
barbarie  que  sepultaron  en  ruinas  y  en  sangre  y  en  ver- 
güenza la  república;  destacándose  Salta  como  solo  luminar 
en  medio  de  noche  tormentosa  y  obscura,  por  la  gloria 


de  sus  armas,  por  la  rara  nobleza  de  sus  virtudes,  por  lu 
virilidad  inquebrantable  de  su  temple  cívico,  por  la  firmeza, 
sabiduría  y  oportunidad  de  sus  principios  políticos  soste- 
nidos por  aquellos  sus  varones  ilustres  cuyo  talento  pode- 
roso, cuya  elocuencia  y  saber  llenaron,  con  justicia,  la 
admiración  de  su  tiempo. 

Este  gran  drama  de  la  revolución  se  inicia,  se  desen- 
vuelve y  se  apaga  eíi  el  espacio  comprendido  entre  1810  y 
1832;  por  que  conviene  recordar  que  en  la  revolución  se 
alimentaron  dos  aspiraciones  supremas  convertidas  en  dos 
necesidades  capitales  que  forman  el  doble  y  magno  ideal 
de  aquel  soberbio  movimiento:  esto  es,  la  emanínpacion 
del  gaís  de  la  corona  de  España,  que  dio  su  origen  ú  la 
^'uei'ra  de  la  independencia,  y  la  organización  de  la  nueva 
nación,  que  desenvolvió  nuestra  guerra  civil  tan  compli- 
cada, tan  larga  y  penosa  como  original,  por  una  parte;  y, 
por  la  otra,  Jos  grandes  problemas  políticos  donde  el  ta- 
lento civil  y  la  elocuencia  y  virtudes  de  nuestros  ilustres 
varones  se  levantaron  ú  una  altura  digna  émula,  por 
cierto,  de  la  alcanzada  por  nuestras  armas,  y  cuya  histo- 
ria verdadera  no  ha  sido  aun  trazada  como  corresponde 
á  la  superioridad  de  su  esfuerzo  y  su  grandeza. 

:  Todo  este  cúmulo  sorprendente  de  principios,  de  accio- 
nes, de  virtudes  y.  dolores;  de  victorias  y  de  ruinas,  de 
conflictos  de  todo  género,  forma  el  cuerpo  verdadero  de 
la  revolución,  que  no  se  halla  limitado,  como  hasta  lioy 
lo  han  concebido  los  espíritus  vulgares,  en  la  simple  cam- 
paña militar  de  la  independencia,  que  solo  es  un  trozo 
brillante  de  aquella  grande  unidad.  La  revolm^ion,  pues,, 
no  concluye  en  Ayacucho  con  el  vencimiento  definitivo  de 
España  y  sus  legiones,  como  no  concluyó  con  el  deri^oca- 
miento  de  sus  representantes  legales  en  la  plaza  de  Buenos- 
Aires-  el  25  de  Mayo  de  1810.  La  revolución,  tan  grande 
en  sus  necesidades  como  en  sus  pensamientos,  abraza  todo 
el  orden  Insocial,  político,  económico,  religioso,  ad- 
miríistrativo^é intelectual;  por  que  ese  era  su  objeto;  era 
esq  J9U  acción  redentora  que,  principiando  en  1810,  concluye 
su  gran  drama  en  1832,  cuando  caen  vencidos  todos  los 
atletas  del  pensamiento  de  Mayo.    La  aparición  de  un  nuevo 


-    XI    - 

enemigo  y  asaltador  de  la  civilización  y  de  los  principios 
de  la  revolución  culta,  salido  como  el  lobo  hambriento  del 
desierto,— la  l)arl)arie,  desafiaba  y  vencía,  ú  la  postre,  ú  la 
revolución  heroica  y  gloriosa  que  habia  triunfado  de  los 
leones  españoles.  Se  alaria  una  nueva  era,  un  nuevo  y 
dolorosísimo  periodo  desbordante  de  sangre,  de  violencias 
y  de  lágrimas;  salpicado  de  grandezas  admirable?  aún  en 
el  mismo  campo  de  los  bárbaros,  como  lo  era  Quiroga, 
el  único  digno  de  entre  ellos,  por  la  fuerza  de  su  corazón 
y  su  talento  natural,  de  ser  el  vencedor  de  la  revolución 
civilizada  y  culta.  Salvagemente  grande,  siniestra- 
mente famoso:  grande  y  sublime  en  su  horror  como  el 
diluvio;  cruel  y  terril)le  como  el  infierno,  solo  él  podía 
vencer  sin  deshonra  el  esfuerzo  glorioso  de  Moyo,  que  no 
podia  caer  I>ajo  la  mano  vulgar  de  tiranuelos  obscuros, 
á  la  manera  de  López,  de  Artigas  ó  de  Ibarra. 

Hay,  pues,  dos  hechos  gigantescos  en  que  se  traduce  la 
revolución:— la  lucha  por  la  independencia  y  la  luclia  por 
la  organización  y  las  instituciones;  la  una  contra  el  rey 
de  Kspaña  y  sus  legiones,  la  otra  contra  la  barbarie  y 
sus  hordas;  la  primera  contra  el  principio  de  conquista  y 
dominación  extrangera,  y  la  última  contra  las  ambiciones 
bastardas  agenas  de  todo  verdadero  patriotismo;  repre- 
sentando ambas  los  dos  mas  grandes  principios  por  que 
pueden  noblemente  sacrificarse  los  hombres,— la  libertad 
y  la  civilización. 

Para  realizar  esta  obra  verdaderamente  colosal,  se  nece- 
sitaba de  riquezas  y  de  brazos;  mas,  solare  todos  los  recursos 
materiales,  de  cabeza  y  dé  corazón;  esto  es,  de  la  luz  del 
genio  y  de  las  virtudes  cívicas  de  los  grandes  ciudadanos. 
¿Dónde  hallarlos?  Buenos  Aires  y  Salta,  la  una  en  el  sur, 
la  otra  en  eLnorte,  son  las  dos  poderosísimas  columnas  en 
que  se  apoya  y  sostiene  la  causa  de  la  revolución;  ellas, 
casi  solas,  libran  el  tremendo  coml>ate  por  la  libertad  y 
las  instituciones:  la  una,  como  capital,  iniciando  el  movi- 
miento, prodigando  con  generosidad  su  sangre  y  sus  teso- 
ros y  tomando  la  dirección  y  gobierno  en  los  primeros 
años;  la  otra,  consagrando  a  la  causa  cuonto  tuvo;— su 
suelo,  sus  hombres,  su  fortuna,  su  talento,  sus  virtudes, 
su  bienestar,  su  comercio  y  porvenir. 


—   XII    -^ 

Pero,  también,  qué  hombres  los  sáltenos  de  aquellos 
tiempos!  El  Dr.  D.  José  Ignacio  de  Gorrití,  después  de 
sancionar  en  Tucuman  la  independencia  de  la  república; 
de  haber  recogido  en  su  frente  los  laureles  de  general  en 
la  campaña  de  la  independencia,  desciende  del  gobierno 
exclamando  en  el  seno  de  los  representantes  del  país.— 

«Yo  os  devuelvo  la  insignia   del  poder  y  me  restituyo  al 

campo  que  cultivaba  mi  mano.    Allí  departiré  mi  tiempo 
entre  los  goces  apacibles  de  la  encantadora  labranza  y  en- 
tre los  votos  que  enviaré  al  Eterno  por  vuestra  prosperidad 
y  la  de  la  provincia.»    Tenia  mayores  méritos  y  mas  gloria 
que  Cincinato  el  romano.    Y  cuando,  horas  mas  tarde,  un 
grupo  de  adeptos  le  ofrecía  la  reelección,  supo  rechazarla, 
diciendo:— «Es  el  mayor  agravio  que  se  puede  hacer  á  un 
pueblo  libre  el  reelegir  y  perpetuar  en  el  poder  á  sus  go- 
bernantes!»   La  figura  de  Güemes  se  destaca  con  mayor  ho- 
nor para  su  nombre  y  para  su  país,  rechazando  una  fortuna  y 
títulos  de  Castilla  ofrecidos  en  precio  de  su  traición  y  haciendo 
con  sus  soldados  y  sus  gauchos  una  guerra  civilizada,  cum- 
pliendo y  aún   enseñando   al   enemigo  las  máximas   tan 
respetables  del  derecho  de  gentes,  mientras  en  el  ejército 
europeo  se  fusilaba   á   los   prisioneros,   se  incendiaba  las 
ciudades,  se  saqueaba  los  vecindarios,   se   martirizaba  á 
los  vencidos  y  hasta  se  azotaba  á  las  mujeres.    Desde  las 
alturas  del  poder,  el  General  Arenales  y  el  Dr.  Bustamante, 
su  ilustre  ministro,  enseñaban,  al  abolir  los  fueros  milita- 
res, que  «los  ilustres  defensores  de  la  patria  nunca  honran 
mas  la  gloriosa   profesión  de  las  armas  que  cuando,  des- 
pués de  domar  el  orgullo  de  sus  enemigos,   presentan  sus 
brazos  aguerridos  para  sostener   el  imperio  de  la  ley;  y, 
confundidos  con  el  resto  de  sus  conciudadanos,  solo  pro- 
curan distinguirse  por  el  ejercicio  de  las  virtudes.» 

Durante  diez  años  de  prueba  amarga,  las  familias  de 
Salta,  de  Jujuy  y  de  Oran,  reducidas  ú  sus  ancianos,  á 
sus  migeres  y  á  sus  niños,  abandonaban  sus  hogares 
emigrando  6  Tucuman,  ó  bien,  desafiando  con  denodada 
entereza  los  rigores  de  crudos  inviernos  y  de  angustias 
indecibles,  los  desmandes  del  enemigo  y  en  un  país 
desolado  por  la  guerra,  corrían  á  ocultarse  entre  los  breñas 


-    Xffl    - 

á  fln  de  que  no  flaqueara  el  corazón  de  sus  padres,  de 
sus  maridos,  de  sus  hermanos  transformados  en  guerre* 
ros,  al  estrechar  por  hambre  al  enemigo.  En  fin,  el  Ca- 
nónigo Gorriti  decia:— «Todos  mis  esfuerzos  no  tienen  mas 
objeto  que  el  servicio  de  la  nación,  íi  quien  tengo  consa- 
grados, desde  1810,  todos  los  instantes  de  mi  vida.»  Y, 
dirigiéndose  á  los  que  observaban  su  conducta,  agregaba:— 
«Jamas  el  estado  me  hal)ia  demandado  sacrlflcios  mas 
dolorosos  que  el  presente;  pero,  desentendiéndome  de  to- 
dos, hasta  de  la  amargura  en  que  quedaría  sumergida  una 
madre  mas  que  octogenaria  al  saber  que  me  alejaba  cuando 
con  mas  ardor  deseaba  no  perderme  de  vista,  acepté  la 
misión.  1)  El  celo  por  el  bien  general  de  las  Provincias 
Unidas  triunfó  de  mi  repugnancia,  de  mis  intereses,  de 
mis  afecciones  de  sangre,  y  de  todas  mis  satisfacciones 
personales  y  me  ha  hecho  arrostrar  no  solo  todas  las  in- 
comodidades y  peligros  de  un  viage  tan  dilatado  en  que 
por  mas  de  cien  leguas  era  necesario  atravesar  sorbiendo 
á  tragos  una  'muerte  atroz,  sino  lo  que  es  aún  mucho 
mas,  las  amarguras  y  disgustos  que  á  un  espíritu  animado 
del  celo  mas  puro  y  desinteresado,  deben  causarle  las 
desviaciones  de  la  opinión;  el  ver  escaparse,  de  entre  las 
manos,  el  bien  que  podría  y  debia  hacerse. 

«Yo,  ciertamente,  no  puedo  lisongearme  de  hallar  iiecho 
al  estado  el  bien  que  he  deseado;  pero  si,  de  no  haber 
omitido  diligencia  ni  esfuerzo,  sobreponiéndome  ú  cuantas 
consideraciones  serían  capaces  de  inducir  ó  prescindir  de 
lo  que  no  era  probable  evitar.  Los  diarios  de  sesiones  son 
los  testigos  intachables  que  afirmarán  esta  verdad J*  iQUién, 
en  nuestros  malos  dios,  puede  recurrir  li  prueba  seme- 
jante? 

Mas,  estaba  en  los  hados  que,  si  bien  á  Buenos  Air^s  le 
correspondía  el  honor  y  la  gloria  de  la  iniciativa,  estaban 
reservados  á  la  provincia  de  Salta  la  gloria  y  el  honor  de 
recogerla  y  salvar  la  independencia.  Porque,  hasta  18U, 
dos  veces  las  fuerzas  militares  de  la  revolucidíj,  bajo  la 
dirección  del  gobierno  central,  hablan   invadido  las  pro 


1)    La  diputación  al  Congreso  de  1836. 


—  XIV  — 

ttnclas  attÉs  del  Perú,  donde  se  encastillaba  y  erguía  el 
león  de  las  Españas,  y  dos  veces  habían  vuelto  caras  des- 
hechos y  vencidas,  cayendo  sobre  Salta  todo  el  peso  y  rigor 
de  las  venganzas  de  un  enemigo  cruel  y  victorioso  que 
volvió  nuevamente  á  talar  sus  campos,  á  arrasar  sus  co 
seííhas,  ü  matar  sus  hijos,  ú  perseguir  con  saña  sus  familias, 
á  saquear  sus  fortunas  y  desolar  sus  hogares,  y,  cuando 
el  gobierno  central  y  todos  los  generales  del  ejército  ar- 
gentino asegural)an  hallar  la  victoria  por  el  rumbo  del 
norte  y  con  los  solos  esfuerzos  del  ejército  nacional  que 
abría  nueva  y  desastrosa  campaña,  con  excepción  de  San 
Martin  que  ocultó  su  desden  bajo  pretextos  y  abrió  sus 
cuarteles  en  Cuyo  para  formar  nuevo  ejército  que  fuera 
así  valiente  como  celoso  de  las  virtudes  militares;  cuando 
los  esfuerzos  del  gobierno  de  la  nación  solo  se  confiaban 
en  aquellos  veteranos  gloriosos  como  desgraciados  y  las 
miradas  de  dos  millones  de  argentinos  llenos  de  suprema 
angustia,  divisaban  como  única  y  segura  salvación  de  la 
patria  aquella  hueste  que  marchaba  rumbo  ú  Lima,  en  i815, 
y  oplnal>an  todos  en  acorde  movimiento  de  ánimo,  hallarse 
allí  la  victoria  y  su  camino,— GQemes,  Giiemes  solo  y  ais- 
lodo  contra  toda  la  opinión  de  los  guerreros  y  hombres 
de  estado,  toma  sobre  sí  la  responsaJ)ilidad  de  su  visión 
sublime,  y,  cediendo  á  la  fuerza  de  su  genio,  se  lanza  á 
realizarla  con  la  heroica  resolución  de  un  espíritu  ilumi- 
nado y  convencido.  Sepárase  del  ejército,  y,  vuelto  ú  su 
provincia,  sus  conciudadanos  le  encomiendan  la  defensa 
del  pais,  eligiéndolo  gobernador,  á  pesar  de  ser  un  joven 
apenas  de  treinta  años. 

Los  hechos  subsiguientes,  los  mas  sonoros  y  brillantes 
de  cuantos  por  la  independencia  se  realizaron  en  el  suelo, 
argentino,  mostraron,  bien  luego,  quien  tuvo,  en  definitiva, 
razón  y  quien  habia  penetrado  con  luz  verdaderamente 
genial  los  senos  del  porvenir  y  sorprendido  la  verdad  que 
encerraton.  Y  así  vino  ú  suceder  que,  cuando  en  181C,  tras 
la  derroto  deVIluma,  todo  el  continente  americano  caía  ven- 
cido &  los  pies  del  rey  de  España,  Salta,  con  Güemes  5  su 

frente,  era  lo  único  que  quedaba  en  pié  en  toda  la  América 

del  Sur.    Aquel  puñado  de  héroes,  con  mas  felicidad  que 


L 


los  griegos  en  Tehñópilas,  escalotibdosr  en  safe  'selvaá,  fen 
sus  llanos,  en  sus  rios,  en  el  seno  mismo  de  sus  ciuda- 
des desoladas,  con  sus  familias  alejadas  y  ocultas  en  las 
breñas,  atajaron  el  paso  al  enemigo  mas  formidable  de 
cuantos  hablan  amenazado  la  patria  y  sostuvieron,  desde 
aquel  dia,  solos,  los  gloriosos  estandartes  de  la  revolución 
en  diez  años  de  guerrear  contra  españoles,  salvando,  por 
este  su  heroico  esfuerzo,  la  causa  de  la  independencia'. 

«Es  notorianiente  público,  decia  el  coronel  Quiroz,  que 
esta  provincia  ha  sido  el  l)aluarte  de  nuestra  independen- 
cia y  que  con  esos  extraordinarios  esfuerzos  contra  el 
poder  de  los  tiranos,  consiguió  dar  lugar  y  tiempo  para 
que  se  formen,  disciplinen  y  armen  los  ejércitos  del  Tu- 
cuman  y  Mendoza  y  para  que  el  héroe  San  Martin  liaya 
recuperado  Chile  y  se  haya  avanzado  ó  la  gigante  empresa 
de  rendir  la  capital  de  Lima  y  las  mas  ricas  y  opulentas 
de  sus  provincias. 

«fí  de  qué  brazos  nos  hemos  valido  para  ejecutar  tales 
operaciones?  Cualquiera  que  no  falte  &  los  deberes  de  gra- 
titud, confesará  que  de  los  gauchos,  que  han  tenido  parte 
muy  activa  en  las  glorias  y  triunfos  de  la  América  y  que 
nos  han  proporcionado  también  y  nos  han  librado  de  tanto 
mal.  Ellos  han  expuesto  el  importante  caudal  de  sus  vidas 
y  muchos  la  han  perdido  con  la  mayor  energía;  ellos  des- 
nudos, sin  prest  y  sin  aspiraciones  se  han  presentado  muy 
prontos  é  guerrear  con  los  enemigos  en  las  muchas  inva- 
siones que  han  ocurrido  sobre  nuestra  provincia;  ellos 
han  abandonado  sus  familias  y  sus  labranzas  con  la  ma- 
yor indiferencia  por  acudir  á  los  servicios  militares,  lia- 
ciendo  frente  ü  los  excesivos  frios,  hambres,  destemples  é 
intemperies  que  jamas  han  podido  apagar  su  entusiasmo 
y  valor.  Ellos  nos  han  servido  con  todo  lo  que  pueden  y 
tienen;  y  así  es  que,  siendo  pobres  de  dineros  ó  facultades, 
son  muy  ricos  de  méritos.»    1) 

Es  así  como  esa  gran  revolución  de  Mfiyo  solo  produjo 
dos  genios  en  la  guerra  para  salvarse  y  cubrirse,  de.  teu- 
reles:— San  Martin  en  la  guerra  regular   y   Güeiínes  en  Ih 


1)    Informe  del  Ooronel   D.  Jaan   Manuel  Qairox.    Areh.  de   Salta,  iño 
1^22,  «Varios  sobre  hacienda».  . 


ii  ,     ■ 


guerra  do  recursos*  iCuál  otro  de  nuestros  generales  rea- 
lizó campañas  singulares,  triunrando  en  ellas  deñnitiva- 
mente  la  causa  de  la  revolución?  {La  campaña  de  Chile  y 
la  campaña  de  Salta  han  tenido  rival  en  aquella  guerra 
de  la  independencia?  ¿Y  no  es  verdad  que  ellas  son  ori 
ginales  y  grandiosas,  parto  feliz  de  inteligencias  superiores? 

«En  el  largo  periodo  de  quince  años,  la  provincia  de 
Salta  ha  sido  el  sangriento  teatro  de  una  guerra  desola- 
dora; el  campo  de  gloria  donde  han  sido  'batidas,  conté 
nidas  y  escarmentadas  de  diversos  modos  las  huestes 
enemigas;  el  asilo  de  los  ejércitos  de  la  independencia  en 
los  diferentes  contrastes  que  han  sufrido  en  el  Perú;  la 
vanguardia  de  las  provincias  libres  y  la  frontera  de  la 
libertad;  aun  cuando  disueltos  los  ejércitos  de  la  Patria, 
ha  quedado  ella  sola  expuesta  ú  la  orgullosa  saña  y  á  la 
rabia  furiosa  de  las  tropas  españolas.  De  manera  que, 
mientras  las  demás  provincias,  al  abrigo  de  su  localidad 
y  de  la  defensa  que  aqui  se  sostenía,  podían  respirar  si- 
quiera de  las  fatigas  de  la  guerra  y  preservarse  y  reparar 
en  parte  sus  ruinas,  ella  se  mantenía  constantemente  con 
las  armas  en  la  mano,  peleando  unas  veces,  persiguiendo 
al  enemigo  otras,  siempre  amenazada  y  siempre  expuesta 
ú  nuevas  y  mas  obstinadas  invasiones. 

«De  aqui  ha  resultado  que  una  provincia  opulenta,  que 
se  sentia  en  otro  tiempo  oprimida  con  el  peso  de  un  nú- 
mero inmenso  de  ganados  de  todas  especies;  habitada  de 
capitalistas  pudientes  y  acaudalados  y  dotada  de  una  po- 
blación robusta  y  floreciente,  se  ve  en  el  dia  reducida  á 
una  pobreza  general  y  &  una  miseria  espantosa:-— destruidos 
sus  capitales;  arruinadas  sus  crias;  aniquilada  su  población; 
empobrecidas  sus  familias  y  tocándose,  por  todas  partes, 
los  estragos  de  la  guerra  y  los  terribles  efectos  de  la  cruel 
venganza  y  del  odio  envenenado  de  los  españoles. 

«De  aqui  es  también  que,  á  cada  paso  que  se  da  por  el 
territorio  de  esta  provincia,  se  encuentran  viudas  sin  es- 
posos, huérfanos  sin  padres,  é  inválidos  miserables  sacri- 
ficados en  obsequio  de  la  defensa  general;  que  si  bien  son, 
por  una  parte,  su  mayor  ornamento  y  los  timbres  ilustres 
de  su  gloria,  se  resiente  la  humanidad,  por  otra,  al  ob- 
servar su  suerte  desdichada,    Y  de  aqui  es,  en  fin,  que  la 


-xvn- 

provincia  de  Salto  se  siente  recargada  de  una  crecida 
deuda  pública  procedente  ya  de  los  servicios  que  han  ren- 
dido los  defensores  de  la  libertad  y  ya,  principalmente, 
de  los  auxilios  de  todo  género  que  han  prestado  sus  lia- 
bitantes  para  la  subsistencia  y  servicio  de  los  ejércitos 
de  la  Patria  y  para  el  sosten  de  la  guerra  de  la  indepen- 
dencia; por  que,  para  salvar  la  causa  de  la  libertad,  nada 
absolutamente  ha  reservado,— población,  riqueza,  cuanto 
ha  tenido,  todo  lo  ha  sacrificado  á  este  ídolo  favorito  de 
los  pueblos  civilizados.»    1) 

Salta,  de  esta  manera,— «peleó  sin  cesar  durante  15  años, 
y  la  mayor  parte  de  este  tiempo  sostuvo  la  lucha  general 
sola  y  con  sus  propios  elementos,  consumiéndolos  de  tal 
modo  que,  al  fin  de  la  jornada  del  año  25,  se  halló  despo- 
blada, pobre;  su  capital  destruida,  su  campaña  arruinada 
y  desierta  y  toda  su  riqueza  proverbial  consumida.  Y  esta 
provincia,  una  de  las  mas  ricas  del  antiguo  virreinato,  quedó 
reducida  ú  las  peores  condiciones  á  que  puede  condenarse 
un  pueblo.  La  deuda  inmensa  que  hasta  hoy  la  grava, 
tiene  allí  su  origen;  su  tesoro,  empleado  exclusivamente 
en  la  guerra  de  la  independencia,  no  pagote  sino  recono- 
cío  todo  gasto  interior;  su  aduana,  cargada  de  depósitos 
valiosos  que  se  emplearon  en  auxiliar  los  ejércitos  de  la 
Patria  que  subían  al  Perú,  nos  legó  fuertes  deudas  que  ha 

pagado  lo  provincia   de   tiempo  en  tiempo Cuondo 

el  año  25  dispuso  lo  Noción  reconocer  los  gastos  nocionoles 
y  señólo  ú  los  pueblos  un  limitodo  tiempo  pora  presentar 
sus  cargos,  concurrieron  todas  los  provincias  ú  Buenos- 
Aires  é  hicieron  reconocer  sus  créditos,  menos  Salta,  cuya 
gran  deudo,  que  montobo  á  millones,  no  alcanzó  ú  orga- 
nizarse siquiera;  osí  es  que,  vencido  el  término,  quedó 
pesando  sobre  esta  provincia  que  ha  pagado  paulatina- 
mente mas  de  un  millón  íH  esa  cuenta. 

«Finalmente,  la  provincio  de  Soltó  es  lo  único  que,  entre 
todos  sus  hermonos  de  lo  repúblico,  cuando  el  tirano  y 
sus  satélites  les  encodenoron  los  brazos  consodos  de  tanto 


1)    Dr.  Teodoro  SáncUez  de  Bustamaiite-^Arch.  de  Salla,  1825,  Córreep. 
o  Acial. 


-  xviir  - 

batallar  y  las  ataron  al  carro  del  mas  pesado  y  vergonzoso 
despotismo,  erigiéndose  en  mandones  al)solutos  por  mas 
de  veinte  y  de  treinta  años,  y  echando  por  tierra  todo 
principio  regular  de  buen  gobierno,  fué  la  única,  repetir 
mós,  que,  aun  en  esa  época  de  general  postración  y  ver- 
gOenzQs  no  consintió  que  sus  mandatarios  se  perpetuasen 
en  el  gobierno  por  mas  tiempo  del  periodo  señalado  en  la 
ley-  del  pais.  Pudo  decir,  como  Francisco  I,  que  todo  se 
había  perdido  menos  aquella  ley  sagrada.»    1) 

II 

Asi  se  hizo  la  guerra  de  la  independencia.  Pero  la  obra 
de  Salta  va  mas  lejos.  Independiente  la  patria,  era  nece- 
sario hacerla  libree;  y,  para  ello,  debia  dársele  instituciones 
liberales  y  conformes  á  sus  condiciones  y  necesidades. 
■  Hasta  aquel  momento,  Buenos  Aires  y  Salta  habian  se- 
¿Mido  un  sotó  rumbo,  y  se  sintieron  movidas  por  una  misma 
idea,  gobernadas  ambas  y  dirigidas  por  la  gente  decente, 
ilustrada  y  culta;  mas,  cuando  las  necesidades  reclamaron 
Ih  organización  de  la  nación,  la  anarquía,  la  guerra  civil, 
encendida  por  pasiones  estrechas  y  mezquinas,  desgarraron 
la 'Unidad  nacional,  triunfando  en  todo  el  territorio,  menos 
én  la- zona  del  norte,  y  Buenos  Aires  cae  l>ajo  su  soplo 
destructor  sepultándose  en  1820,  con  los  hombres  notaliles 
que,  'desde  1810,  habían  conducido  la  revolución  por  el  sen- 
dero honorable  de  las  buenas  costumbres  cívicas,  del  sen- 
timiento del  orden,  de  la  cultura  y  de  las  superiores  as- 
piraciones; Buenos  Aires  se  pierde,  pues,  en  medio  de  la 
vorágine  general  y  cae  envuelta  en  la  nube  de  polvo  de 
los  enemigos  déla  nacionalización.  «Las  clases  cultas  que 
'hablan  hecho  y  dirigido  la  revolución  desde  1810,  halMan 
perdido  en  1820,  hasta  la  conciencia  de  la  posición  política 
en  que  se  hallaba  el  pais  y  habian  caido  moral  y  mate- 
rialmefnte  en  una  postración  mortal.  El  monstruo  popular 
levantaba'  ya  contra  ellos  sus  pasiones.»  (López). 
'  'Desde  entonces,  Salta  y  Buenos  Aires,  la  una  recogiendo 


1).  Articolo  publicai^o  en  «La  Actualidad*,  de^Salt9,  1865,  N^  171.  Arch. 
de  la  ProY. 


j 


-    XIX    - 

con  Tucuiíian  y  con  Jiijuy  la  tradición  gloriosa  de  Mayo; 
la  última  con  fa  nueva  idea  de  la  federalizacion  por  medio 
de  la  rebelión,  de  la  violencia  y  de  levantamientos  de  las 
masas  poj ulaius,  se  alzan,  la  una  en  frente  de  la  otra  en 
campos  contrarios,  encabezando  la  gran  guerra  civil  que 
iba  á  desolar  ei  pais.  Esa  lucha  formidable  iba  ó  llevarse 
ú  cabo  librand<  •  sus  combates  en  los  parlamentos,  en  la 
prensa,  en  los  campos  de  batalla,  en  la  diplomacia,  en  el 
orden  económico  y  en  lo  comercial.  Los  nombres  gloriosos 
é  ilustres  de  Güemes,  de  Gorriti,  de  Arenales,  de  Pueyr- 
redon,  de  Rivadavia,  de  Alvarado,  de  Bustamante,  de  Zu- 
viría,  de  Zorrilla,  de  Paz,  y  de  Funes,  de  Lavalle  y  de 
Lamadrid,  apar.jcerian  sosteniendo  el  principio  de  la  or- 
ganización nacional  por  medio  de  sus  congresos  y  de  la 
obediencia  á  sus  leyes,  y  mirando  como  adversarios,  &  su 
frente,  á  Dorre^^^o,  á  Ibarra,  ú  López,  ú  Bustos,  ú  Ramírez, 
á  Quiroga,  al  fraile  Aldao  y,  al  fin,   á  Rosas! 

Pues  bien:  si  el  memoral)le  desempeño  del  pueblo  de 
Salta  en  la  luclta  militar  no  es  aún  bastante  poderoso  para 
colocarlo  en  el  pináculo  de  la  celebridad,  llevólo  el  destino 
á  desempeñar  una  misión  política  que  será  siempre  prenda 
de  honor  para  la  civilización  argentina  y  de  orgullo  noble 
y  merecido  para  sus  sostenedores. 

Por  que  aquel  sacudimiento  poderoso  que  produjo  el 
derrumbamiento  del  antiguo  régimen  español,  despertó, 
á  su  paso,  nuevo  y  poderoso  é  inopinado  enemigo: — la 
barlDarie  de  las  campañas  alzada  en  pugna  criminal  y  es- 
candalosa contra  la  civilización  y  la  cultura  recogida  en 
las  ciudades.  Salta  colocada  en  el  norte  y  Buenos  Aires 
en  el  sur;  Mendoza  en  el  poniente  y  Córdoba  en  el  centro, 
eran  los  únicos  centros  urbanos  donde  la  civilización  del 
antiguo  virreinato  se  había  reconcentrado  y  acumulado  su 
esplendor  y  po«lerío,  asi  en  la  nobleza  ó  aristocracia  de 
sus  moradores  como  en  la  ilustración  de  sus  hombres  y 
en  la  sabiduría  de  su  clero  y  en  el  comercio  y  en  ia  cul- 
tura social  y  adelantamiento  de  todo  género  compatible 
con  el  despotismo;  mientras  en  el  resto  del  inmenso  terri- 
torio, rodeadas  de  poblaciones  incultas,  casi  bárbaras,  se 
hallaban  encla^adas  aldeas  miserables,  obscuras  é  impo- 


tentes,  como  fortines  avanzados  de  la  civilización  en  el 
campo  constantemente  amenazador  de  la  barbarie.  Por 
eso,  habiendo  sido  iniciada  la  revolución  por  la  clase  culta 
6  ilustrada  de  la  capital,  Salta  fué  la  primera  y  la  que 
respondió  con  mayor  decisión,  ardimiento  y  uniformidad 
al  grito  de  la  libertad  que  lanzaba  Buenos  Aires. 

Presidiéndola  Güemes,  demuestra,  mas  que  en  otra  época 
talvez,  y  de  manera  verdaderamente  admirable,  ese  sen-- 
timiento  feliz  por  la  civilización  que  es  la  mas  brillante 
corona  de  su  constante  política. 

Pero  conviene  establecer  que  Güemes  no  ha  sido  nifpudo 
ser  cual  se  lo  han  podido  imaginar  criterios  abismados 
con  la  l>arbarie  de  famosos  gefes  de  montoneras  del  sur, 
(Juiroga,  Rosas,  Ramírez,  Artigas,  López  ó  Aldao;  porque, 
ú  diferencia  de  estos  genios  diabólicos  que  retardaron 
medio  siglo  los  progresos  de  la  república,  Güemes,  aparte 
de  ser  gefe  de  gauchos  honrados  y  valerosos,  era,  como 
gobernador  de  provincia,  el  gefe  de  la  clase  culta,  ilustrada 
y  pudiente;  el  gobernador  de  una  sociedad  distinguida  y 
civilizada  cual  no  lo  fueron  aquellos  qCie  encendieron  y 
sustentaron  la  guerra  civil.  Era,  así,  que  manejaJja  y  diri- 
gía, en  plena  revolución  y  abandonado  á  los  solos  recursos 
de  su  heroica  provincia,  acaso  para  que  la  gloria  de  ella 
fuera  mas  engrandecida,  los  dos  elementos  antagónicos 
por  naturaleza;— las  masas  ignorantes  é  incultas  de  los 
campos  y  el  núcleo  de  población  de  las  ciudades,  civili- 
zado, culto,  rico,  ilustrado,  guardián  constante  que  ha 
sido  del  orden  y  de  la  ley;  y  viéndose  obligado,  por  ende, 
desde  la  gefatura  suprema  política  y  militar,  ya  atondo- 
nado  por  la  nación  disuelta  el  año  veinte,  á  hacer  frente  y 
combatir  con  denodado  heroísmo  á  los  dos  mas  poderosos 
adversarios:— el  rey  de  España  con  sus  ejércitos  victorio- 
sos y  aguerridos  y  la  barbarie  de  las  campañas  alzadas 
en  son  de  guerra  en  hordas  devastadoras  y  crueles  ten- 
diente su  espíritu  á  arrasar  toda  civilización,  toda  cultura 
social,  toda  luz  en  la  inteligencia,  todo  imperio  del  orden 
y  de  la  ley;  para  imponer  el  chiripá  en  el  trage,  la  violencia 
por  ley,  el  puñal  por  garantía  social,  la  embriaguez  y  el 
robo  y  la  impudencia  por  costumbres,  y  un   bárbaro  sin 


-  XXI  - 

ley,  sin  patria  y  sin  Dios,  por  gefe  y  arbitro  de  vidas,  de 
haciendas  y  de  famas. 

Salta,  inspirada  constantemente  en  aquellos  principios 
de  civilización  y  de  lionradez  política,  dirigida  sucesiva- 
mente por  Güemes,  por  Arenales,  por  Gorriti  y  por  Alvn- 
rado,  combatió  y  resistió  con  i)uen  suceso  y  con  íílopia, 
el  empuje  formidable  de  ambos  enemií?os,— el  enemií?o 
de  la  libertad  y  el  enemigo  de  la  civilización;  y,  asi,  tuvo 
la  gloria,  que  no  la  alcalzó  otra  provincia  de  la  república, 
de  vencer  amlx)s  poderosos  adversarios;  que,  mientras 
Buenos  Aires  era  despedazada  en  1820  para  caer  abatida 
mas  luego  bajo  la  planta  de  Rosas;  y  la  Banda  Oriental  se 
dislócate  con  Artigas;  y  el  litoral  entronízate  ú  Ramírez 
y  (i  López,  y  Córdote  á  Bustos  y  Tucunjan  á  Aróoz  y  á 
López,  y  Santiago  á  Ibarra  y  la  Rioja  y  Cuyo  eran  teatro 
de  los  horrores  y  de  las  audacias  y  energías  de  Facundo 
Quiroga,  el  mas  terrible  pero  también  el  mas  grande  y 
admirable  de  entre  ellos,— Salta,  invencible  en  la  lucha  por 
la  libertad,  se  presenta  invencil)le  también  en  la  lucha  por 
la  civilización;  por  que,  desde  1816,  su  contingente  fué  so- 
licitado para  formar  en  la  liga  de  los  desorganizadores  y 
asi  entonces  como  en  adelante,  no  transige  jamas  ni  con 
los  caudillos  ni  con  la  barbarie  ni  con  la  anarquía,  dando 
eterno  respeto  por  las  instituciones,  sin  que,  en  tan  dila- 
tado espacio,  ])árbaro  alguno  de  cuantos  deshonraron  la 
patria  de  los  argentinos  haya  osado  poner  su  planta  en 
este  pedazo  sagrado  de  la  patria,  respetado  siempre  por 
misterioso  influjo,  quiza  por  ser  el  panteón  donde  des- 
cansan las  glorias  mas  heroicas  y  el  honor  mas  acrisolado 
del  puel)lo  argentino;  que,  asi,  Quiroga  sugetalxi  enTucu- 
man  sus  potros  cubiertos  de  polvo  y  de  sangre  y  trataba 
con  los  diputados  de  Salta,  aunque  en  forma  demasiado 
cruel;  y  Oribe  volvía  con  sus  mazorqueros  desde  el  Rio 
de  las  Piedras,  y  Aldao,  el  fraile  escandaloso  y  criminal, 
rendido  por  mano  salteña,  si  entraba,  éntrate  prisionero, 
i\  ocupar  las  cárceles  de  su  glorioso  cabildo. 

Desde  el  fondo  de  los  conflictos  de  la  guerra  y  al  frente 
de  la  invasión  enemiga  mas  poderosa,  los  tratejos  de  la 
anarquía  hacen  cuanto  pueden  por  socavar  los  cimientos 


—  xxn  — 

del  orden;  y  Salta,  lejos  de  romper  con  la  unidad  de  la 
patria,  levanta  á  altura  tal  su  voz  por  k:  orííanizacion  de 
la  nación,  que  encarga  ú  sus  diputados  ante  el  congreso 
de  Tucuman,  exijan,  porfíen  y  hasta  amenacen  con  su 
retiro  sí,  antes  de  correrse  ú  Buenos  Aires,  no  se  dicta 
por  aquel  cuerpo  la  constitución  de  la  nación  que  debía 
consolidar  el  orden,  y  salvar  la  civilización  y  la  indepen 

dencia  del  país. 

¡Y  cuántos  esfuerzos  no  hizo  desde  aífuella  liora  en  ade- 
lante por  la  organización  nacional! 

Su  política  honrada  y  patriótica,  manejada  en  los  negocios 
trascendentales  por  cuerpos  especiales  y  permanentes 
compuestos  de  lo  mas  notaJ)le  y  distinguido  de  entre  sus 
hijos,  ya  se  llamaran  el  Cabildo  ó  la  Asamblea  Electoral, 
fué  siempre  acatar  y  sostener  la  íorma  de  gobierno  y  las 
instituciones  que  creara  y  sancionara  la  voluntad  de  la 
nación  solemnemente  manifestada  en  su  congreso,  ense- 
ñando que  nadie,  sin  violar  las  leyes  del  orden,  de  la 
justicia  y  del  mas  elevado  patriotismo  y  justa  subordina- 
ción ú  sus  magistrados,  base  de  toda  civilización,  podia 
resistir  por  la  fuerza  ú  las  autoridades  establecidas;  po- 
lítica en  la  cual  no  vaciló  un  solo  instante  en  tan  largo 
tiempo  de  labor  ni  perdió  el  runijjo  salvador  y  prudente 
en  sus  principios  profesados,  en  medio  de  aquella  larga 
y  ol^scura  noche,  en  la  cual  descuella  sin  rival  el  numen 
político  del  Dr.  D.  José  Ignacio  de  Gorriti,  el  amigo  y  leal 
consejero  de  Güemes  y  el  «oráculo  de  su  tiempo»,  al  menos 
en  las  regiones  del  norte. 

Aquel  célebre  rompimiento  con  el  gefe  de  las  fuerzas 
nacionales,  en  1815,  suceso  que  halagó  á  Artigas  y  á  Bor- 
rego pensándolo  anarquía  sistemática  por  una  federación 
extemporánea,  violenta  y  extravagante,  cual  la  que  por 
entonces  se  fomentaba  por  allá,  trabajando  de  imponerla 
por  la  fuerza,  prueba  es  irrecusa])le  de  Oíiuella  verdad: 
por  que,  triunfando  Salta  de  las  torpezas  de  Hondean  y  de 
las  fuerzas  del  rey,  en  vez  de  alzarse  en  rebelde  federación 
ó  disgregarse  rompiendo  la  unidad  de  la  patria,  vive  en 
la  mas  franca  y  decidida  unión  con  el  go])ierno  general; 
y,  en  el  desquicio  general  de  1820  en  que  la  nación  se 
disuelve  en  manos  de  la  anarquía,  fué  el  general  Güemes, 


—  xxin  — 

presidiendo  el  gobierno ;  de  Salta,  el  primero  qae  in>^tó 
á  reunirse  en  congreso  y  constituir  nuevamente  la  nación; 
de  manera  que,  al  morir,  herido  por  bola  española,,  sus 
gritos  de  unión,  de  concordia  y  de  paz .  entre,  todos  Iqs 
argentinos,  resonaban  por  todos  los  puntos  del  horizonte 
nacional. 

Y  es  digno  de  observarse,  durante  aquella  época  de i  su 
mando,  un  lincho  singularísimo  en  nuestra  historia,-  En 
su  presencia,  no  es  dal)le  al  criterio  humano  el<iisceroir 
con  verdadera  justicia,  donde  es  mayor  el  mérito  qué 
cabe  á  un  hombre  público  que  asi  muestra,  si nguter  ta- 
lento para  vencer  con  la  espada  como  para  triunfar  en 
el  problema  político  mas  obscuro  y  difícil  de  cuantos 
pudieran  calcinar  el  cerebro  de  los  horntores;  por  que, 
cuando  rompia  con  la  mayoría  de  la  genta-  ilustrada  y 
de  pensamiento  de  la  ciudad  que  reclamat)a»ya  institu-r 
clones  y  gobierno  regular  con  nobilísimo  :y  elevado 
propósito,  Güemes  tomaba  francamente  por  base  y.  ele^ 

mentó  de  su  dominio  político  y  militar,  la»*  masas  í?uér- 
reras  de  la  campaña  y  la  plebe  numerosísima  de  la  ci-ud^, 
íi  quienes  tantas  veces  habla  enseñado  él  caminó  de  tó 
victoria  y  de  quienes  era  amado  con  apasionamiento 
extremado. 

Y,  sin  embargo,— y  aunque  llegare  á  parecer  extrañb  y 
sorprendente,  es  allí  donde  se  oculta  el  singular  pedestel 
de  su  gloria  política.  Porque,  manejando,  cual  lo  hemos 
dicho,  elemento  tan  peligroso  y  terrible  por  su  condición 
y  pasiones,  cuales  son  las  masas  populares  ighorantes  y 
subyugadas  á  una  sola  voluntad,  no  fó  hizo  servir  como 
Quiroga,  como  López  ó  como  Rosas,  en  el'  sistema  ne- 
fando y  funesto  del  predominio  de  su  barbarie  para  ahogar 
la  cultura  y  civilización  de  las  ciudades,  y  ultrajar  sus 
costunibres,  y  quebrar  sus  principios  institucionales  que 
aquellos  caudillos  persiguieron  é  ir^famaron;  pues,  Güeitie^ 
supo  respetar  en  su  fondo,  aun  en  medio  de  aquel  VÍ07 
lento  estado  de  los  sucesos,  y  caudillo  y  arbitro  coni9  prá 
de  masas  sin  principios  de  cultura  y  buen  gobierno,-^ 
instituciones,  leyes,  costumbres,  garantías  ó  derechos 
individuales  y  hasta  la  misma  libertad  de  opinión  política^-* 


I 

I 


—  XXIV  — 

cuya  mas  elocuente  prueba  está  en  esa  oposición  tan 
enérgica,  tan  fuerte,  tan  intensa  y  tan  franca  que  usaron 
y  eí^ercieron  sus  adversarios.  Y  Iiarto  grandiosa  del>e 
ser  la  capacidad  y  lionradez  de  un  liombre  público  que, 
colocado  en  la  cumbre  del  poder  político  y  militar  y  en 
medio  del  desconcierto  de  una  gran  revolución,  manejando 
la  fuerza  desarrollada  de  sus  elementos,  dueño  ai)soluto 
de  la  voluntad  de  las  masas  ignorantes  é  incultas,  arma 
das  y  fuertes  y  fanatizadas;  abriéndoles  diques  ú  su  des- 
líordamiento,  haya  podido  mantenerlas  en  su  cauce  y 
gobernarlas  liajo  los  principios  del  orden  y  de  la  obediencia 
y  disciplina,  sin  que  su  empuge  ciego  y  formidable  lo 
haya  llevado,  vencido  y  arrastrado,  á  sepultar  en  la  bar- 
loarle lo  civilización  y  la  cultura  de  su  patria. 

Fué  GOemes,  de  esta  manera,  el  único  caudillo  de 
cuantos  capitanearon  las  masas  argentinas,  que,  mane- 
jando fuerzas  seml  burilaras,  haya  salvado  de  su  avance 
el  orden  social;  haciendo  valer  sus  esfuerzos  solo  en  la 
gloría  nacional;  y  que,  si  llegó  una  hora  en  que  desave- 
nencias domésticas  le  hicieron  dirigirlas  contra  sus 
adversarios  políticos,  jamns  las  encaminó  ú  destruir  los 
principios  é  instituciones  sociales  y  políticas  de  su  pais. 

No  es  solamente  Perides  el  que  podia  morir  diciendo 
n  sus  amigos:— «Me  ala1>als  por  lo  que  han  hecho  tantos 
otros  como  yo,  y  olvidáis  lo  mas  grande  que  hay  en  mi 
vida,  y  es  que  nunca  he  hecho  cargar  luto  por  mi  causa 
ü  ningún  ciudadano.»  Güemes,  á  su  turno,  pudo  l)ajar 
en  paz  al  sepulcro,— mártir  de  su  patria,  ídolo  de  su  pueJ)lo, 
gloria  de  su  nación,  sin  haber  hecho  derramar  por  su 
causa  una  sola  gota  de  sangre  ni  cubierto  de  luto  ú  ningún 
liogar. 

III 

Por  el  mismo  motivo  de  que  el  sacudimiento  de  la  re- 
volución ahumzó  y  comprendió  todo  el  orden  político  y 
social  y  en  naedida  profunda  y  amplísima,  la  historia, 
que  es  el  estudio  de  los  pasados  sucesos  para  presen- 
tarlos al  conocimiento  del  presente  y  del  futuro  como 
enseñanza  y  ejemplo  descubriendo  sus  raices,  sus  ramas, 
sus  frutos,  sus  sombras  y  su  terreno  y  la  savia  que  le 


j 


—   XXV   -- 

diera  cuerpo  y  madurez,--debe  arrancar  desde  aquel  su 
fondo  obscuro,  razón  y  causa  de  su  explosión;  por  que 
las  revoluciones  no  nacen  como  el  rayo  del  seno  tran- 
quilo de  las  nubes;  son  el  fruto  de  un  cúmulo  de  excesos 
y  de  crímenes  acopiados  en  largos  años  de  injusticias 
y  ultrages.  Y  no  se  puede  conocer  ni  llegar  ú  comprender 
una  época,  ni  la  razón  y  justicia  de  estos  grandes  trans- 
tornos sociales,  sin  conocsr  su  civilización,  sus  costum- 
bres, sus  tradiciones,  sus  creencias,  sus  sentimientos,  sus 
instituciones,  su  actividad,  su  cultura  y  hasta  sus  sueños 
y  dolores;  sus  principios  políticos,  económicos  y  sociales. 
Para  conocerla  es  menester  estudiarla  desde  sus  fuentes; 
profundizarla  y  comprenderla  y  juzgarla  para  explicarse, 
así,  la  razón  de  sus  esfuerzos  y  la  justicia  de  sus  actos. 
«Y  si  la  historia  goza  del  privilegio  de  agradar  de  cual- 
quier modo  que  se  escriba,  como  decia  Marco  Tullo, 
cuánto  mas  deleitalile  no  será  su  lectura  cuando  se  ex- 
pongan los  hechos,  cual  lo  hace  Macaulay,  consignando 
en  ella  así  todo  lo  grande  y  memorable  de  los  sucesos 
políticos  y  militares,  como  todo  lo  que  haya  sido  parte 
á  disminuir  ó  acrecentar  la  felicidad  de  los  hombres, 
pintando  con  vivos  colores  el  cuadro  de  las  relaciones 
domésticas,  de  los  usos,  de  las  costumbres,  de  los  espec- 
táculos y  del  modo  de  ser  de  los  pueblos  descritos;  así 
el  estado  de  la  agricultura,  de  las  artes  mecánicas,  de 
las  comodidades  de  la  vida,  como  el  progreso  de  las 
ciencias,  de  las  artes  y  de  la  literatura,  é  interpolando 
esto  de  anécdotas  curiosas,  de  relaciones  interesantes, 
que  asi  amenizan  la  narración  imprimiéndola  el  encanto 
de  la  buena  novela  histórica,    como    contribuyen  de  una 

manera  eficaz  á   fijar   las   ideas  en  la  mente   de  quien 
lee.» 

Desde  aquel  dia  van  á  contarse  cien  años.  La  hora  es 
ya  avanzada.  Y,  sin  emtorgo,  en  nuestro  concepto,  nada 
mas  digno  ni  mas  justo  podríamos  ofrecer  al  llegar  el  año 
dies,  centenario  de  nuestra  gloriosa  revolución,  que  la  rei- 
vindicación del  olvido  y  la  restauración  en  la  gratitud  y 
admiración  nacional  de  la  obra  inmortal  de  nuestros  ante- 
pasados. «iCuál  es,  señores,  el  objeto  de  ese  monumento? 
Preguntaba  en  el  congreso  de  1826  el    Canónigo  Dr.  D. 


-  XXVI  — 

Juan  Ignacio  de  Gorriti,  diputado  por  Salta,  refiriéndose  al 
que  debía  alzarse  en  la  Plaza  de  la  Victoria  en  honor  de 
los  proceres  de  Mayo;  y  respondía:  «Eternizar  la  memo- 
ria de  los  héroes,  se  dice.  Y  bien;  yo  pienso  que  no  es 
en  pirámides  y  obeliscos  donde  se  eterniza  la  mencioria 
de  los  héroes.  Es  la  historia  quien  la  remite  á  la  poste- 
ridad mas  remota.  Babilonia  ha  desaparecido;  ya  no  se 
sabe  donde  existió  la  famosa  Ecbatanis.  Apenas  se  conoce 
donde  fué  el  sitio  de  Esparta.  Atenas,  Tébas,  Corinto  lian 
desaparecido  enteramente;  y  con  ellos  todos  los  monu- 
mentos que  habia  erigido  el  orgullo  de  los  mortales;  pero 
la  historia  ha  perpetuado  los  nombres  de  Leónidas,  Mil- 
ciades,  Temístocles,  Arístides,  Gimon,  Focion,  Epaminón- 
das,  Timoteo,  Daniel,  Mardoqueo,  Ester,  y  ellos  no  se 
borrarán  mientras   entre  los  hombres  subsista  el  gusto 

de  saber  lo  que  pasó  en  las  generaciones  que  les  prece- 
dieron.» 
«Mientras  la  nación  subsista,  su    independencia  será  el 

mejor  monumento  que  puede  consagrarse  á  la  memoria 
de  los  héroes  que  la  conquistaron,  y  después  será  de  la 
jurisdicción  de  la  historia  perpetuar  sus  nombres.» 

Convencidos  estamos,  á  nuestra  vez,  que  es  la  historia 
la  gran  institutriz  de  los  pueblos,  y  pensamos  que  la  his- 
toria de  nuestros  padres  es  el  texto  mas  fecundo  y  lumi- 
noso para  enseñar  las  virtudes  republicanas  y  las  nobles 
heroicidades  del  corazón  y  en  el  que  debe  nutrirse  el 
espíritu  de  todas  las  generaciones  argentinas,  mayormente 
necesario  en  esta  época  de  flaquezas  y  mezquindades, 
siquiera  para  que  sirva  de  consuelo  de  las  almas  nobles, 

que  tan  pocas  han  quedado. 
Y  hoy,  pues,  que  con   tan  justa  razón   deploramos  la 

pérdida  de  las  virtudes  heroicas;  hoy  que  todo  es  mer- 
cantilismo y  bajeza  y  pequenez  de  corazón,  cumple  á 
nuestro  deber  arrancar  del  olvido  las  figuras  perdidas  de 
aquellos  proceres  que,  á  semejanza  de  los  glorificados 
por  el  cristianismo,  dignos  son  de  levantarse  sobre  los 
altares  de  la  patria  reconocida. 

Pero,  para  dar  cuerpo  á  esta  obra,  por  su  naturaleza  colosal, 
superior,  sin  duda,  á  nuestros  esfuerzos  aun  que  no  al 
poder  de  nuestro  deseo,  cuesta  empinada  se  nos  opone  al 


'k 


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-  xxvn  - 

paso.  De  aquellos  tiempos  heroicos  no  tenemos  ni  cróni 
cas  ni  historias  ni  memorias  escritas;  los  documentos 
preciosos  que  los  revelarían  yacen  dispersos  y  mil  de  ellos 
destruidos  por  el  tiempo  y  la  incuria,  desde  Sucre  hasta 
Buenos  Aires;  los  archivos  de  las  familias  donde  antes  se 
recogían,  destruidos  están  ya  en  manera  enorme;  los 
testigos  de  aquella  tragedia  famosísima  han  desaparecido 
dejándonos  apenas,  por  preciosa  casualidad,  uno  que  otro 
recuerdo  conservado  al  acaso;  las  casas,  en  fin,  de  todos 
aquellos  personages  prolijos  en  la  guarda  de  sus  papeles, 
desoladas  por  la  muerte,  con  el  quebrantamiento  ó  dis- 
persión de  las  familias  al  través  de  mas  de  ochenta  años 
de  complicados  sucesos,  casi  han  desaparecido  totalmente. 

Mucho  se  ha  perdido,  pero  también  mucho  se  ha  con- 
servado. ¡Y  cuánta  hermosura  y  cuánta  gloria  tenemos 
encerradas  en  esas  vejeces!  Por  esto  mismo,  es  necesario 
llevar  á  término  esta  empresa,  con  la  esperanza  de  su 
mejoramiento  y  perfección  en  el  futuro. 

Por  lo  que  á  nosotros  hace,  la  quisiéramos  ver  tan  aca- 
bada y  comi)leta,  á  estar  á  nuestro  deseo,  que  el  lector 
pudiera,  al  recorrer  sus  páginas,  conocer  en  todos  sus 
detalles  aquella  época  memorable  y  famosa,  de  quien,  á 
pesar  del  corto  espacio  que  nos  separa,  no  conservamos 
ya  ni  siquiera  sus  costumbres.  «De  Salta  no  queda  mas 
que  el  nombre.» 


IIST  OKIÁ 


DEL  GBNBRAL 


D.  MARTIN  GÜEMBS 


Y  DB  LA 


PSOYIHCU  DE  SALTA 


CAPITULO  I 


I 

SUMARIO:— Creación  del  virreinato  de  Buenos  Aires— Sus  limite»  y  orga- 
nización--El  Tirroy;  su  elección,  sus  funciones  y  facultades— Garantías 
de  las  leyes  contra  sus  abusos— Juicio  de  residencia— £1  poder  judicial 
— La  Real  Audiencia;  casos  de  su  competencia— Sus  procedimientos  y 
funciones  políticas— Composición  de  la  Audiencia:  los  oidores— La  Sala 
de  audiencias— Procedimientos  judiciales— Tribunales  inferiores;  su  per- 
sonal—La independencia  judicial. 

Creación  de  las  intendencias;  cuáles  eran  estas  en  el  país  argentino- 
La  Intendencia  de  Salta;  limites  y  jurisdicción— Tenencias  de  gobierno 
— El  Gobernador  Intendente;  origen  de  su  poder— Los  cuatro  ramos  de 
su  gobierno— Kl  vice  patronato  real— Predominio  social  del  gobernador; 
honores  con  qne  era  rodeada  su  persona— Secretarios  de  gobierno  y 
hacienda — Espíritu  guerrero  de  la  población  de  Salta. 

El  Consejo  Supremo  de  Indias;  su  objeto  y  autoridad— Garantía  con- 
tra sus  abusos— Corrupción  final  de  esta  corporación. 

Los  ayuntamientos;  su  aparición  en  España— El  poder  real  ayasalla 


DR.   BERNARDO  FRÍAS 

loR  fueros  y  libertades  castellanas— Casos  de  lieroisino  cívio— Los  ca- 
bildos, ayuntamientos  de  América— El  gobierno  de  la  ciudad— Atribu- 
ciones de  los  cabildos— Jurisdicción  del  cubildo  de  Salta— composición 
del  cabildo;  traje  de  ceremonia;  títulos  dM  cabildo  y  de  sus  miembros 
— La  presidencia  del  cabildo — Funcionamiento  y  honores— Ca&tí do  abier- 
to; composición  de  esta  asamblea  y  el  sufragio  universal  de  la  rason  — 
El  ramo  de  propios— El  cabildo,  escuela  de  la  democracia  y  fuente  de 
la  libertad  de  la  república— Filosofía  política. 


I 

El  país  que  hoy  se  llama  la  República  Argentina  formaba, 
hasta  1810,  parte  constituyente  de  la  monarquía  espaíiola 
cuyo  vasto  imperio  se  extendía  por  oriente  y  occidente  en 
dilatadísimas  posesiones  denominadas  las  Indias,  y  su  pa- 
bellón, ondeando  así  en  contorno  de  la  tierra,  podia  confesar, 
hasta  entonces,  aquella  orgullosa  verdad  de  que,  en  tan 
vastos  dominios  del  rey  católico,   no  tenia  puestas  el  sol. 

Mas,  parÉi  el  gobierno  de  territorios  Um  dilatados  que  la  in- 
mensidad de  los  océanos  alejaba  mayormente  de  la  corte, 
cuya  sede  estaba  en  Madrid,  y  que  los  numerosos  pueblos 
que  comprendían  y  sus  intereses  que  cada  dia  alzaban  su 
incremento  á  medida  que  la  civilización  se  extendía  y 
progresaba,  hacían  por  todo  extremo  diflcultoso  y  pesado, 
—dividióse  su  administración  en  secciones  llamadas  Virrey- 
natos  y  Capitanías  Generales,  tan  extensas  y  vastas  cual  si  se 
hubiera  querido  con  ellas  confirmar  la  misma  extraordina- 
ria grandeza  de  la  monarquía. 

La  última  de  estas  grandes  divisiones  administrativas 
de  la  América  del  Sur  fué  la  que  vino  á  sufrir  el  inmenso 
virreynato  del  Perú,  que  abrazal)a,  de  antiguo,  desde  las 
regiones  tórridas  del  ecuador  hasta  las  australes  que  li- 
mita el  Cabo  de  Hornos,  formándose,  de  esta  suerte,  en 
1776,  el  Virreynato  de  Buenos  Aires  como  un  hecho  im- 
puesto mas  que  por  la  vidente  dirección  del  gol)ierno 
metropolitano,  por  la  enorme  y  ya  irresistible  fuerza  de 
las  circunstancias;  por  que  ni  el  gobierno  ni  los  intereses 
económicos  ó  políticos  podían  acallar  los  inmensos  males 
que  producía  aquel  antiguo  estado  de  cosas,  como  que  la 
capital  y  el  centro  del  poder  político  era  Lima,  ó  1.000 
leguas  de  Buenos  Aires  y  á  700  el  del  asiento  del  supremo 

tribunal  de  justicia,  llamado  Real  Audiencia,  radicado  en 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  I  3 

la  ciudad  de  la  Plata  ó  Chuquisaca,  donde  tenían  que 
ventilarse,  en  grado  de  apelación,  los  pleitos  de  mayor 
importancia,  de  todos  los  puntos  del  territorio. 


II 


El  virreynato  de  Buenos  Aires  comprendía,  dentro  del 
radio  de  su  jurisdicción,  no  solamente  los  estados  argen- 
tinos de  hoy,  sino  también  todas  las  demás  provincias  que 
forman,  en  nuestros  dias,  la  república  de  Bolivia,  al  norte, 
y  las  del  Paraguay  y  del  Uruguay,  hacia  el  oriente;  de 
manera  que  su  vasta  extensión  abarcaba  desde  el  Desa-  ^ 
guadero,  cerca  del  Cuzco,  hasta  el  Calx>  de  Hornos,  por  el 
sur,  y  desde  las  mas  altas  cumbres  nevadas  de  los  Andes 
hasta  las  fronteras  portuguesas  del  Brasil  y  hasta  el  océano. 
La  capital  política,  administrativa  y  militar  se  estableció 
en  Buenos  Aires;  la  capital  judiciaria  quedó  dividida  en 
dos  altos  tribunales  que  eran  verdaderas  cortes  en  sus 
funciones,— la  Real  Audiencia  de  Charcas,  radicada  desde 
antiguo  en  la  ciudad  de  Chuquisaca,  que  comprendía  en  su 
jurisdicción  todo  lo  que  entonces  se  llamaba  las  provincias 
altas  ó  el  Alto  Perú,  que  hoy  se  nombra  Bolivia,  en  honor 
de  Bolívar,    su    libertador;    y    la  Audiencia   Pretorial  de 

Buenos  Aires,  rama  indispensable  en  el  nuevo  gobierno, 
cuya  jurisdicción  abrazaba  las  proviucias  de  abajo  que 
comprendían,  bajo  esta  denominación,  desde  Jujuy,  hacia 
el  sur,  todos  los  pueblos  del  Plata. 

La  capital  eclesiástica,  quizá  por  influencias  poderosas, 
quedó,  como  hasta  entonces,  radicada  en  Chuquisaca,  cuyo 
prelado,  con  el  título  de  Arzobispo  de  los  Charcas,  gober- 
naba la  iglesia  en  todo  este  dilatado  territorio,  teniendo  su 
sede  á  mas  de  700  leguas  de  los  demás  altos  poderes  es- 
tablecidos en  la  nueva  capital. 

UI 
El  gobierno  civil  lo  presidia  la  alta  dignidad  del  virrey, 


4  T>K  BERNARDO  FRÍAS 

residente  en  Buenos  Aires,  que  gobernalaa  á  todo  el  virrey- 
nato,  no  en  nombre  del  pueblo  sino  en  el  nombre  del  rey 
de  España  y  de  las  Indias. 

Pero,  para  la  mayor  eficacia  del  í?obierno,  se  hallaba 
subdividido  el  territorio  en  gobernaciones  locales  que  vi- 
nieron á  formar,  por  la  real  cédula  de  1783,  las  ocho  in- 
tendencias del  Rio  de  la  Plata;  es  decir,  que  el  virrei- 
nato se  dividió  en  ocho  provincias  con  el  nombre  de 
Intendencias,  cada  una  de  ellas  con  su  gobernador  y  su 
obispo  á  la  calveza;  de  manera  que,  bajo  el  aspecto  político 
y  administrativo,  la  colonia  española  del  Rio  de  la  Plata 
tuvo,  en  el  virrey,  la  unidad  de  régimen  político  y,  en  los 
gobernadores  intendentes,  el  de  la  descentralización  en  la 
diversidad  de  gobiernos  locales  y  que  habla  de  ser,  mas 
tarde,  semilla  de  sus  libertades  populares  y  fuente  princi- 
pal del  actual  sistema  federal  de  gobierno. 

Mas,  conviene  advertir  que  el  virrey  no  era  elejido  por 
la  voluntad  del  pueblo  que   venía  á  gobernar,  á   la  ma- 
nera que  hoy   sucede  con  el  presidente  de   la  república, 
por  ejemplo;   que  él   era    directamente  noml)rado  por  el 
rey,  y  venía  con  su  título  y  su  poder  delegado  del  monarca, 
desde  Madrid,  la  capital  de  toda   la  monarquía  española. 
Su  poder  era  despótico,  como  que   representaba  directa- 
mente al  rey  absoluto,  careciendo,    por    consiguiente,  de 
sujeción    á    la  sanción   popular    ó    nacional   de  nuestros 
actuales  parlamentos;  por  que  fué  dada  ú  ellos  la  facul- 
tad de  alíer  ego  sin  apelación  ni  recurso,    convirtiéndolos 
en  déspotas  completos;   «y  aunque   en    sus  instrucciones 
secretas  se  les  limital>an  las    facultades,  como  faltaba  en 
las  leyes  quien  contrabalancease  su   poder,  y  el  rey  em- 
peñó su  palabra  en  sostener  cuanto  mandasen,  por  firme  y 
valedero,     el  remedio    fué   imposible  aún    á  los   mismos 
reyes  que  se   quejan  por  la  Ley    de   Indias,   de   que    los 
empleados  que  ellos  enviaban  eran  capitulados  y  depues- 
tos y  no  los  que   ponían    los  virreyes.»    En  su   carú(íter 
de  generales    de    mar  y  tierra  tenían,  en   su  distrito,    la 
facultad  de  nombrar  ó  proponer  á  todos  sus  subalternos, 
confiriendo  por  sí  hasta  el  grado  de  coronel    de  ejército, 
con  lo  cual  todo  lo  arrollaron  con  la  fuerza  que  envuelve 
en  sí  el  despotismo  de  todo  gobierno  militar*    En  sus  ma- 


— X- 

m    • 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE   SALTA—CAPITULO  I  5 

nos  estaba  también  el  poder  de  nombrar  gobernadores 
interinos  en  las  intendencias.  Las  mismas  leyes  que  dic- 
taba el  rey,  podían  ser,  para  colmo  de  arbitrariedades, 
desoídas  por  ellos;  que  estaban  autorizados  para  alzar  el 
cumplimiento  de  aquellas  que  pudieran,  según  su  crite- 
rio, causar  escándalo  ó  daño  irreparable. 

Tan  delicada  facultad  por  lo  peligrosa,  llegó  á  tal  ex- 
tremo de  corrupción  en  los  ültimos  tiempos  de  la  do- 
minación española  en  América,  que,  cuando  los  virreyes 
ponian,  al  pié  de  la  cédula  real,  la  fórmula  de  guárdese  y 
cúmplase,  decia  el  diputado  Feliú  á  las  cortes,  «se  enten- 
día:—guárdese  en  el  archivo  y  cúmplase  con  haberla  leído.» 
Los  mismos  escritores  españoles,  interesados,  por  cierto, 
en  la  justificación  de  la  metrópoli,  no  hallando  entre  la 
civilización  cristiana  despotismo  semejante,  iban  á  encon- 
trar su  parecido,  como  lo  hacia  Adán  Contzen,  solamente 
en  los  bajaes  de  Turquía  y  en  los  antiguos  sátrapas  de  la 
Persia.    1). 

Justo  es  confesar,  sin  embargo,  que  el  ánimo  de  los  re- 
yes de  España  siempre  habia  sido  inspirado  de  honrado 
sentimiento  en  cuanto  á  la  moralidad  del  gobierno  de  las 
Américas,  aunque,  por  causas  bien  diversas  y,  á  las  veces, 
vergonzosas,  no  se  hubieran  llegado  á  realizar  tan  nobles 
esperanzas.  Por  que  es  del  caso  recordar  que  los  virre- 
yes, como  los  gobernadores  intendentes,  se  hallaban  por 
las  cédulas  reglamentarias  de  su  ejercicio,  rodeados  de 
sabias  y  prudentísimas  restricciones  que  revelan  la  pro- 
funda sagacidad  y  penetración  que  siempre  honraron  á  las 
leyes  españolas;  como  que  no  podían  ser  propietarios,  ni 
contraer  vinculaciones  nupciales  ni  ser  padrinos  de  casa- 
mientos ó  bautismos  ni  formar,  en  fin,  vínculo  alguno 
que  los  ligara  con  los  lazos  del  egoísmo  ó  de  la  pasión 
personal,  en  la  tierra  que  gobernaban,  tendiendo  tan  sa- 
bias disposiciones  á  garantir,  en  los  pueblos  de  América 
sin  armas  de  defensa,  la  integridad,  la  imparcialidad  y  la 
pureza  administrativa  de  los  gobernantes  reales. 

Para  hacer  efectivas  estas  preciosas  garantías,  los  virre- 


1)  Guerra»  HíbL  de  la  Rev,  de  Nueva  España;    T.  U,  páj.  635;   edición  de 
Londres,  1818. 


6  DR,    BERNARDO  FRÍAS 

yes,  como  los  gobernadores  de  provincias,  quedaban  su- 
jetos, en  sus  respectivos  distritos,  al  juicio  público  de  su 
administración,  llamado  juicio  de  residencia,  en  el  cual 
tenían  los  vasallos  del  rey— hoy  llamados  ciudadanos  de  la 
nación— el  derecho  de  presentar  sus  cargos  contra  el  gober- 
nante criminal  é  impúdico  que  hubiese  conculcado  las 
leyes,  oprimido  á  sus  gobernados  y  vejado  sus  derechos 
durante  el  curso  de  su  administración. 

Pero  tan  justas  medidas  y  leyes  tan  previsoras  quedaron, 
como  quedaron  la  mayoría  de  las  Leyes  de  Indias,  sin  re- 
sultado práctico,  vueltas  ilusorias,  por  la  enorme  distancia 
á  que  debian  ser  apeladas,  á  la  corte  de  Madrid,  y  por  el 
favoritismo  que  siempre  goza  el  poderoso  de  los  gobiernos 
corrompidos,  apasionados  ó  ineptos  y  desnudos  de  varo- 
niles energías;  por  cuya  bien  triste  causa,  estos  grandes 
dramas  moralizadores  de  los  gobernantes  de  América  muy 
rara  vez  se  realizaron,  saliendo  de  ellos  los  acusados  tanto 
mejor  «cuanto  mas  habian  robado  para  participar  á  los 
sátrapas  de  una  corte  lejana  y  corrompida.» 


IV 


El  poder  judicial  tenía  sus  tribunales,  de  primera  instancia 
en  los  cabildos  populares  de  las  ciudades,  como  mas  luego 
lo  veremos,  y  su  alta  potestad  radicada  en  la  audiencia, 
y,  en  ciertos  casos,  en  el  rey.  La  audiencia  era,  entonces, 
la  cámara  de  apelaciones  en  las  causas  civiles  que  pasa- 
ban de  6.000  pesos  y  en  las  criminales  que  importaban 
penas  mayores.  Ejercía,  así  mismo,  las  funciones  de  ver- 
dadera corte  de  justicia,  apelándose  ante  ella  de  los  autos 
de  gobierno  de  los  virreyes,  los  que  deberían  verse  en 
acuerdo  de  justicia  y  no  en  sala  particular;  estándole  ve- 
dado, para  evitar  el  conflicto  de  poderes,  el  conocimiento 
en  materia  de  gobierno  y  guerra.  1).  La  audiencia,  en 
fin,  dirimía  los  conflictos  producidos  entre  la  autoridad 
civil  y  la  eclesiástica  y  entendía  en  los  casos  de  carácter 
político,  declarando  ó^salvando  la  integridad  de  la  consti- 


1)  Leyes  48,  43  y  44,  T.  15  Lib.  2»— Ley  22  y  24,  T.  12,  Lib.  5*,  de  Indias, 


Historia  de  güemes  y  de  salta-capítulo  i  7 

tucion  del  reino,  como  se  llamaba  entonces  al  estado  de 
cosas  político  y  al  cúmulo  de  leyes  que  lo  reglamenta- 
ban, denominándose  los  autos  de  esia  cñtesoría,  provisiones 
reales,  acompañados  del  sello  del  rey,  como  se  acostum- 
braba en  todas  las  sentencias  definitivas,  impreso  en  cera 
blanca.— Todas  estas  resoluciones  de  la. audiencia  se  daban 
Invocando  el  nombre  y  representación  del  rey,  fuente,  en 

aquellos  dias,  de  toda  potestad  y  jurisdicción. 
En  ausencia  del  virrey  ó  por  su  muerte,  el   oidor  mas 

antiguo  de  la  respectiva  audiencia,  ejercía  el  gobierno  in- 
terino del  virreinato,  así  en  lo  político  como  en  lo  militar. 

Esta  alta  corporación  estaba  compuesta  de  cinco  miem- 
bros: uno  de  ellos  la  presidía  con  el  cargo  de  presidente, 
y  los  demás  llevaban  el  nombre  de  oidores.  Dos  fiscales 
atendían  ante  ella  la  causa  pública  y  de  las  leyes;  habién- 
dose hecho  notables,  en  la  de  Charcas,  el  Dr.  Cañete,  «an- 
torcha de  la  justicia»  en  su  tiempo,  hijo  de  la  provincia 
del  Paraguay;  y,  en  la  de  Buenos  Aires,  el  Dr.  Villota,  no- 
tabilísimo jurisconsulto  español  y  abogado  del  consejo  real 
de  Indias,  que  habia  de  inmortalizar  su  nombre  defendiendo 
la  causa  de  España  en  los  dias  gloriosos  de  Mayo. 

Los  miembros  de  la  audiencia  eran  todos  abogados  de 
nota;  correspondiendo  por  las  leyes,  como  hemos  visto,  su 
presidencia  al  virrey,  mas  sin  voto  en  la  decisión  de  las 
materias  de  justicia,  aunque  firmando  las  sentencias.    1). 

Casa  de  esmerada  decencia  era  la  casa  de  la  audiencia, 
especialmente  la  de  Charcas;  con  su  salón  de  despacho 
cubierto  de  alfombras  y  tapizados  sus  muros  de  damasco 
de  seda  roja.  El  escudo  real,  bajo  dosel,  ocupaba,  en  la 
cabecera,  el  lugar  de  honor;  y,  en  sitio  igualmente  hono- 
rífico, la  imégen  de  Cristo,  para  hacerles  recordar  que, 
testigo  de  la  conciencia  de  los  jueces,  juez  sería  un  dia 
también  de  ellos;  para  tomarles  cuenta  de  sus  injusticias 
é  iniquidades  para  con  el  prójimo,  de  su  falta  de  labor, 
de  sus  parcialidades  inicuas  é  infames  en  provecho  del 
poderoso,  del  amigo  ó  del  rico,  y  de  aquellas  sus  cobar- 
días, en  fin,  que,  como  la  de  Pilato,  tantas  veces  se  han  visto 


1)  Ley  37,  T.  3.    Lib.  3  y  Ley  32,  T.  15,  Lib.  2«  de  Indias. 


8  DR.    BERNARDO    FRÍAS 

cometidas  por  jueces  corrompidos  para  conservar  su  puesto. 
«Ese  testigo  era,  á  un  mismo  tiempo,  Dios,  un  soberano 
arbitro  y  un  inocente  condenado». 

El  procedimiento  por  donde  se  tramitaban  las  causas, 
era,  mas  que  una  ley  precisa  y  detallada,  una  mera  prác- 
tica forense,  donde  jueces  y  litigantes  llegaban  á  enmara- 
ñar los  pleitos  haciéndolos,  á  veces,  tan  dispendiosos  y 
difíciles,  que  su  resolución  perdía  los  años  sin  alcanzar 
seguro  y  definitivo  fin. 

La  justicia  de  primera  instancia  no  era  letrada,  condición 
que  resistió  aún  muchos  años  después  de  la  revolución; 
de  manera  que  al  frente  de  su  administración  se  veian, 
como  alcaldes  del  cabildo,  desde  comerciantes  y  hacen- 
dados hasta  literatos  y  generales;  no  por  que  los  hombres 
de  gobierno  de  aquellos  tiempos  desconocieran  la  impor- 
tancia y  utilidad  de  entregar  la  administración  de  función 
tan  delicada  y  principal  á  manos  preparadas  y  diestras, 
sino  porque,  habiendo  sido  la  época  colonial  de  formación 
y  organización  social,  se  careció,  en  la  mayor  parte  de 
aquel  espacio,  de  abogados  y  gente  preparada  en  derecho, 
para  proveer  con  ella  la  administración  de  justicia  en  cada 
una  de  las  ciudades  del  continente,  que  ni  siquiera  goza- 
ban, como  hemos  de  verlo,  las  poblaciones  de  América  de 
escuelas  de  derecho  en  sus  universidades  teologales,  á 
excepción  de  los  últimos  tiempos  en  que  imperó  el  régi- 
men español.  Ello,  por  otra  parte,  no  puede  sorprender 
la  admiración,  si  se  viene  á  recordar  que  el  siglo  XIX 
terminó  para  nosotros,  sin  que  algunas  provincias  federales 
argentinas,  como  Catamarca,  Jujuy  ó  San  Luis,  por  ejem- 
plo, llegaran  á  alcanzar  este  culto  adelanto  de  los  pueblos, 
manteniendo  sus  tribunales  rellenados  con  legos  ó  habili- 
tados por  los  jueces  ó  gobiernos  anteriores,  fuera  de  toda 
intervención  universitaria. 

Pero  si  aquella  justicia  no  era  ilustrada,  teniendo  nece- 
sidad de  valerse  de  un  asesor  letrado  para  dirimir  con 
acierto  las  cuestiones  jurídicas  que  llegaran  ó  provocarse, 
éralo,  si,  leal  y  honrada  á  toda  prueba,  no  tan  solamente 
por  que  su  elección  emanaba  del  pueblo  que  sabía  mejor 
que  nadie  donde  estaba  la  garantía  de  sus  mayores  inte- 


HISTORU  DE  GÚEMES  Y  DE  SÁLTH— CAPITULO  I  9 

reses,  si  que  igualmente  por  que  las  personas  que  la  de- 
sempeñaban, al  menos  en  las  poblaciones  cultas  y  ricas 
como  Salta,  Buenos  Aires,  Córdoba,  Chuquisaca,  Potosí  ó 
la  Paz,  eran  de  la  clase  principal  y  mas  honorable  del  ve- 
cindario. 

A  esta  piedra  fundamental  de  la  buena  justicia,  no  con- 
vertida entonces  en  regalía  del  poder  ejecutivo,  ó  gober- 
nador, para  favorecer  con  ella  sus  intereses  políticos 
convirtiéndola,  tantas  veces,  en  el  arma  de  sus  crímenes 
ó  de  sus  miserias  y  venganzas  personales  ó  de  partido;  debe 
agregarse  y  ser  conservado  en  imperecedero  recuerdo  la 
real  y  verdadera  independencia  de  los  jueces,  y,  por  ende^ 
la  rectitud,  lealtad  y  honorable  desempeño  de  sus  sagradas 
funciones.  Por  que  habiéndose  privado  á  los  gobernadores 
durante  todo  aquel  espacio,  del  peligroso  ramo  de  la  po- 
licía de  orden  y  seguridad,  y  estando  esta  administrada 
directamente  por  el  cabildo,  á  cuyo  cuerpo  pertenecían,  en 
primer  término,  los  alcaldes  ó  jueces  de  primera  instancia, 
las  resoluciones  de  los  magistrados  judiciales  no  depen- 
dían en  su  cumplimiento  de  la  honradez  y  buena  voluntad 
del  poder  político,  ni  iba  á  mendigarle  el  favor  de  su 
brazo,  para  hacerse  verdad  respetada  y  temida,  la  voz,  hoy 
desvalida,  délos  tribunales.  Evitábase,  así,  el  escóndalo  de 
ver  tantas  veces,  las  sentencias  y  órdenes  de  los  jueces 
burladas  ó  desobedecidas;  á  los  detenidos  ó  condenados 
empleados  en  beneficio  é  inmoral  provecho  del  primer 
mandatario  y  sus  allegados,  ó  alistados,  en  fin,  en  crimi- 
nales empresas  políticas  para  mantener  situaciones  tirantes 
y  condenadas  ya  por  la  opinión  pública,  como  han  tenido 
y  tienen  ocasión  de  avergonzarse  aún  el  progreso  y  la 
civilización  de  nuestros  estados,  mas  especialmente  en  los 
desheredados  y  pobres,  donde  la  justicia  ofendida  no  tiene 
ante  quien  volver  los  ojos. 


Consultando  el  mayor  bien  y  paz  de  estos  pueblos,  ei 
gobierno  del  rey  creó  las  divisiones  del  virreinato  de 
Buenos  Aires  que  llevaron  el  nombre  de  intendencias  y 


10  DR.  BERNARDO    FRÍAS 

cuya  grandeza  territorial  llena  hoy  el  ánimo   de  asombro 
y  costaría  trabajo  persuadirse  que,  en  época  de  tan  escasa 
civilización,  pudieran  regiones  tan  dilatadas  y  desiertas  y 
de  tanto  elemento  de  barbarie,  alcanzar  las  saludables  in 
fluencias  del  gobierno  y  de  las  leyes. 

La  intendencia  de  Buenos  Aires,  á  cuyo  frente  se  hallaba 
el  virrey  en  su  calidad  indivisible  de  gobernador  local  y 
de  virrey  ó  gobernador  general,  comprendía  no  solo  la 
actual  provincia  de  aquel  nombre  sino  también  la  Banda 
Oriental,  Santa  Fé,  Entre  Rios  y  Corrientes.  La  segunda 
intendencia  la  formaba  la  antigua  provincia  del  Paraguay. 
La  intendencia  de  Córdoba  a])arcaba  la  provincia  del  mismo 
nombre,  la  Rioja  y  todo  Cuyo,  hoy  convertido  en  las  pro- 
vincias de  Mendoza,  San  Juan  y  San  Luis  de  la  Punta.  La 
intendencia  de  Salta  comprendía  el  inmenso  territorio  que 
actualmente  forma  las  provincias  de  Salta,  de  Tucuman, 
Santiago  del  Estero  y  Catamarca,  de  Jujuy  y  Tarija,  y  la 
Puna  de  Atacama.  En  la  comarca  llamada  entonces  el  Alto 
Perú,  se  encontraban  las  intendencias  de  Potosí,  Charcas, 
Cochabamba  y  la  Paz. 

Salta  era  la  capital  de  la  intendencia  de  su  nombre,  en 
cuya  ciudad  residía  el  gobernador  intendente,  como  tam- 
bién existía  en  ella  la  sede  episcopal,  la  catedral  y  el  ca- 
bildo eclesiástico;  pues,  la  división  del  gobierno  de  la  iglesia 
correspondía  entonces  casi  exactamente  á  la  división  ad- 
ministrativa ó  civil.  En  consecuencia  de  su  rango  de 
capital  de  la  intendencia,  las  ciudades  de  San  Miguel  del 
Tucuman,  de  Jujuy,  de  Catamarca,  Santiago  del  Estero, 
Tarija  y  Oran  eran  ciudades  sufragáneas,  en  lo  político 
como  en  lo  eclesiástico,  cuyo  distrito  territorial  se  llamaba 
tcne^'cia  de  gobierno,  y  se  hallaba  administrado  por  un 
tcm'epíte  gobernador,  dependiente  del  gobernador  intendente 
de  Salta;  y,  en  lo  eclesiástico,  por  un  vicario  foráneo;  lle- 
vando el  nombre  de  matris  el  principal  de  sus  templos. 

En  cuanto  á  lo  que  se  refiere  especialmente  á  la  actual 
provincia  de  Salta,  prescindiendo  de  las  ciudades  y  terri- 
torios sufragáneos  mencionados,  su  división  administrativa 
y  militar,  durante  el  periodo  que  abarca  la  presente  his- 
toria, estaba  trazada  en  cinco  grandes  secciones  territo- 
riales que  se  contaban  así:    el  departamento  de  la  Capital 


HISTORIA  DE   GÜEMES  Y  DE  SALTA—CAPITULO  1  11 

que  tomaba  desde  las  lindes  de  Jujuy  hasta  las  de  Tucuman, 
comprendiendo  toda  la  región  central  de  la  provincia:  el 
departamento  de  los  Valles,  con  su  capital  en  la  aristocrá- 
tica villa  de  San  Carlos,  que  comprendía  toda  la  región 
occidental  en  las  faldas  de  los  Andes,  desde  las  alturas  de 
Jujuy  hasta  Catamarca;  el  departamento  de  la  Frontera,  y 
el  del  Campo  Santo,  desde  Tucuman  hasta  la  jurisdicción 
de  Oran,  comprendían  toda  la  parte  del  oriente,  y,  final- 
mente, el  de  la  Puna  de  Atacama,  Cada  uno  de  estos  de- 
partamentos, exceptuado  el  primero,  se  hallaba  bajo  las 
órdenes  inmediatas  de  un  gefe  político  y  militar,  con  el 
nombre  de  comandante  general. 

VI 

El  gefe  de  cada  una  de  las  intendencias  llevaba  el  título 
de  Gobernador  Intendente  y  Capitán  General,  que,  como  el 
virrey,  de  quien  dependía  en  parte,  en  cuanto  concernía 
al  gobierno  general  de  la  colonia,  recibía  del  rey  inmediata 
y  directamente  su  nombramiento. 

Es  así  que  el  gobernador  de  aquellos  tiempos  llamados 
«del  rey»  en  el  lenguaje  social,  no  era  elegido  por  el  pue- 
blo que  gobernaba,  ni  representaba,  por  ende,  su  soberanía 
y  voluntad  sino  que  traía  su  nombramiento  y  sus  respec- 
tivas  facultades   de    gobierno    directamente   del   rey   de 

España. 
Generalmente  en  su  carta  de  nombramiento,  que  por  lo 

regular  conducía  desde  Madrid  el  mismo   interesado,  que 

era  siempre  español  de  calidad,  venía  fijado  el  sueldo  de 

que  debería  gozar,  y  también   las   cargas  y   obligaciones 

que  le  eran  impuestas  en  retribución  de  la  gracia  recibida. 

Estas,  á  las  veces,  llegaban  á  ser  de  peso  enorme,  como 

que  el  gobernador   D.   Gerónimo   Matorras,  por  ejemplo, 

que  lo  fué  en  1771,   entre   aquellas  condiciones  ú  que  fué 

sujeto  en  la  provisión  de  su  cargo,  se  contaba  la  conquista, 

á  sus  espensas,  del  territorio  del  Gran  Chaco.    1).    Ya  se 

deja  suponer,  por   esta  sola  revelación,  cuan  honorífica  y 


1)   Carrillo,  HiST.  DS  Jdjoy,  pág.  102. 


^ 


Id  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  pingües  ganancias  no  debería  ser  aquel  sobresaliente 
cargo  real  conseguido  á  precio  tan  sul)ido;  y  él  aparece 
mayormente  interesante  cuando  se  descubre  que  aquel 
mismo  gobernador  Matorras,  tan  recargado  de  obligacio- 
nes por  el  soberano,  extendía  y  firmaba,  sin  embargo, 
piadoso  memorial  depositado  á  los  pies  de  la  Virgen  del 
Milagro,  deidad  tutelar  de  la  ciudad  de  Salta,  suplicándole 
■i  y  haciendo  votos  en  honor  suyo,    para  que  intercediera  é 

j  Dios  por  la  continuación  de  su  gobierno  en  la  intendencia 

^  «por  los  cinco  años  que  se  lo  concedió  el  rey,  sin  que  sea 

\  depuesto  de  él  ni  en  la  corte  ni  por  el  virrey  ni  audiencia;» 

y  así,  según  sus  deseos,  su  administración  excedió  de  aquel 
plazo,  habiéndola  ejercido  hasta  que  falleció.    1). 

Las  facultades  de  gobierno  delegadas  por  el  monarca  en 
el  gobernador  como  en  el  virrey,  hallábanse  divididas  en 
los  cuati'o  ramos  de  política,  justicia,  hacienda  y  guerra; 
de  tal  manera  que  este  alto  funcionario,  como  represen- 
tante del  rey  absoluto,  presidía  y  ejercía  el  mando  indivi- 
sible del  gobierno  político  de  la  provincia,  de  la  justicia, 
'  de  la  hacienda  pública,    del   ejército  ó  milicias;    por  que 

!  todo  poder,    toda    jurisdicción,    todo  "  mando    y   admi- 

nistración de  la  cosa  pública  correspondía  y  emanaba  del 
:  rey. 

i  En  razón  de  estas  amplísimas  facultades,  el  gobernador 

'  dirigía  la  administración  absoluta  de  la  intendencia.    Como 

i  gefe  superior  y   representante   del   monarca,    presidía    el 

*  cabildo,  donde  se  hallaban  los  tribunales  de  justicia  ordi- 

naria, firmando  las  sentencias  en  ciertos  casos,  como  lo 
hacían  los  virreyes  en  las  audiencias,  pero  sin  voto  en  la 
resolución  de  los  pleitos.  Todo  tendía  á  revelar,  aunque 
solo  fuera  en  las  formas,  la  magestad  suprema  del  rey. 
:.  En  lo  tocante  á  la  iglesia,   ejercía  el  vice    patronato  real, 

que  era  el  derecho  que  tenían  los  reyes  de  España  para 
intervenir  en  el  nombramiento  de  las  dignidades  y  fun- 
cionarios eclesiásticos,  y  que  el  gobernador  ejercía  espe- 
cialmente en  el  nombramiento  de  curas  párrocos,  según 
la  terna  presentada  por  la  autoridad  eclesiástica,  después 


1)  To$eano;  Hist,  del  Señor  y  de  la  Virgen  del  Müagro,  pág.  334. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTÁ-CAPlTULO  I  18 

del  examen  en  concurso  de  los  postulantes,  conforme  lo 
exigían  con  tanta  sabiduría  y  penetración  las  Leyes  de 
Indias,  de  acuerdo  con  las  pragmáticas  del  concilio  de 
Trento;  mandaton  en  gefe  las  fuerzas  militares,  habiendo 
sido  siempre  estos  funcionarios,  gefes  de  alta  distinción 
por  su  linaje  y  por  su  grado  en  el  ejército  español;  go- 
zaban del  tratamiento  de  Exceleutisimos  y  disfrutaban,  por 
lo  común,  de  un  sueldo  anual  de  seis  mil  pesos  fuertes 
y  de  los  honores  de  mariscal  de  campo;  y,  para  el  cum- 
plido lleno  de  sus  funciones  gubernamentales,  aún  el  mismo 
virrey  estaba  obligado,  según  lo  mandaba  la  ordenanza  de 
intendentes,  á  cooperar  á  su  gobierno  local. 

El  periodo  legal  de  mando  del  gobernador,  como  así 
mismo  de  los  demás  funcionarios  y  empleados  de  primera 
importancia,  estaba  limitado  por  las  Leyes  de  Indias  al 
término  de  cinco  años;  y  como  en  tan  dilatadas  provincias 
se  hubiera  echado  también  en  olvido  esta  disposición  y 
adueñádose  los  funcionarios  de  todo  el  espacio  que  el  des- 
cuido de  la  administración  central  les  permitía  gozar  del 
puesto,  siempre  honorífico  y  lucrativo,  se  dictó,  6  princi- 
pios del  siglo  XIX,  nueva  orden  real  recordando  y  exigiendo 
su  cumplimiento.    1). 

Era  el  gobernador  el  primero  en  las  ceremonias  reli- 
giosas; su  asiento  ocupaba  sitio  de  honor  en  el  templo,  en 
la  mesa,  en  los  salones  y  do  quiera  que  se  tratara  de  reu- 
niones públicas;  y  su  inñuencia  social  era  tan  grande,  que 
un  baile  de  gran  tono  ú  otra  función  de  igual  categoría, 
no  daba  principio  hasta  no  ser  honrada  con  su  presencia. 
El  brillante  uniforme  de  brigadier  era  la  vestidura  propia 
de  su  rango,  como  que  era,  por  sus  funciones,  el  gefe  de 
todas  las  fuerzas  militares  de  su  distrito,  troje  que  continuó 
en  uso  casi  permanente  durante  la  guerra  de  la  indepen- 
dencia y  de  la  organización  nacional,  por  los  gobernado- 
res de  provincias,  aún  cuando  por  su  profesión  no  fueran 
ellos  miembros  del  ejército.  Lujosa  escolta  militar  guar- 
daba su  persona  y  su  casa,  en  cuya  puerta  principal  hacía 
constantemente  guardia  de  honor,  y  cuando  aquel  solemne 


1)  Arch.  de  la  Prov.  de  SalU,  1803,  Legajo  N«.  O  á  1810. 


14  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

personaje  cruzaba  por  frente  de  cuarteles  ó  por  allí  donde 
las  fuerzas  militares  desempeñaban  funciones  de  su  oficio, 
las  dianas  marciales  de  tambores  y  clarines  acompañaban 
ceremoniosamente  su  paso. 

Justo  era,  en  consecuencia,  que  se  albergara  en  el  ánimo 
y  opinión  de  los  gobernados  respeto  y  consideraciones 
proporcionadas  á  tanta  grandeza  y  dignidad;  y  natural 
fué  también  el  hallar  en  el  sentir  de  los  mas  honrados 
de  aquellos  y  aún  de  los  mas  austeros  y  republicanos  que 
trajo  la  revolución,  como  lo  fué  el  Dr.  Gorriti,  por  ejem- 
plo, sin  ápice  de  duda,  la  excelencia  é  inviolabilidad,  diria- 
mos así,  de  la  persona  del  gobernador,  y  á  tal  extremo, 
que  se  perseguía  como  á  delincuente  y  se  castigaba  con 
cárcel  y  prisión  á  quien  públicamente  hablaba  en  detri- 
mento y  ofensa  de  tan  temible  personaje.    1). 

Fuera  de  estos  extremos,  que  solo  cuadran  en  un  go- 
bierno despótico  ó  allá  dentro  del  estado  de  sitio,  la 
magestad  del  rey  derramaba,  en  aquellos  tiempos,  mayores 
esplendores  que  hoy  la  magestad  del  pueblo;  por  que, 
aunque  la  supieron  sustentar  hasta  ochenta  años  mas 
tarde  los  gobiernos  republicanos  que  sucedieron,  deseen 
dio  al  mas  bajo  nivel  al  concluir  el  siglo  XIX,  que  hoy  todo 
se  ha  empequeñecido,  todo  es  plebeyo;  todo  se  ha  ultra- 
jado bajo  la  máscara  de  la  democracia  que  se  la  ha  con- 
fundido con  el  aniquilamiento  de  todas  las  grandezas  y 
con  el  escarnio  de  todas  las  dignidades  y  virtudes  cívicas. 

Para  compartir  el  peso  de  sus  tareas,  como  auxiliares 
suyos  y  asesores  en  la  resolución  de  los  asuntos  de  go- 
bierno cuya  obscuridad  ó  dificultades  legales  pudieran, 
cual  sucede  con  frecuencia,  ser  de  difícil  resolución,  acom- 
pañaban al  gobernador  intendente  con  el  nombre  de  Se- 
cretario de  Gobierno  y  Guerra,  que  lo  fué  siempre  letrado 


1)  El  General  Dr.  D.  José  Ignacio  de  Gorriti,  gobernador  de  Salta  en 
1^3,  á  pesar  de  haber  sido  acabado  modelo  de  buon  ciudadano  por 
sus  virtudes  cívicas,  ordenó  el  arresto  del  Coronel  D.  Antonio  María 
Feijóo  por  haber  éste,  en  dias  do  excesivo  apasionamiento  político,  di- 
cho denuestos  contra  la  persona  del  gobernador  ante  el  púolico  de  un 
casino:  y  como  detenido  por  ello  en  los  altos  del  cabildo  continuara 
con  mayor  acritud  y  á  grandes  voces  y  ante  el  público,  hiriendo  al 
mismo  funcionario,  se  agravó  la  pena,  sujetándolo  con  prisiones  — 
(Arch.  de  la  Prov.  de  Salta,  1823,  P.  Ejecutivo). 


J 


fflSTORIA  DE  GÜEMES  Y    DE  SALTA-CAPITULO  I  15 

de  nota,  y  de  Ministro  Contador  de  Real  Hacienda,  dos 
funcionarios  que  hoy,  en  la  índole  de  nuestras  institucio- 
nes, vienen  á  corresponder  á  los  ministros  de  estado. 

La  secretaría  de  gobierno,  que  comprendía  en  sus  tér- 
minos el  verdadero  despacho  del  gobernador  de  la  provin- 
cia, funcionaba  en  la  casa  particular  de  este;  costumbre 
que  ha  subsistido  hasta  después  de  la  caida  de  la  tiranía 
de  Rosas. 

Como  administrador  del  ramo  de  guerra,  era  el  gefe 
superior  de  las  milicias  de  la  intendencia,  dependiendo  de 
la  autoridad  general  del  virrey,  pero  ejercitando,  dentro 
de  la  provincia,  cuanto  era  conveniente  al  orden  y  segu- 
ridad de  los  derechos  de  Su  Magestad  el  Rey  y  de  la  pro- 
pagación de  la  santa  fé  católica,  en  cuyos  nobles  objetos 
fueron  constantemente  ocupadas  los  milicias  de  Salta,  ex- 
pedicionando  continuamente  á  las  regiones  salvajes  del 
Chaco,  de  cuyos  centros  inexplorados  avanzaban  sobre 
las  poblaciones  cristianas,  especialmente  de  Oran,  de  Jujuy, 
y  vecindarios  de  la  frontera  del  sur,  constantes  y  pérfidas 
invasiones  de  los  salvajes,  que,  como  á  la  ciudad  de 
Buenos  Aires,  mantenían  en  alarma  constante  la  civiliza- 
ción y  la  vida  de  estas  comarcas. 

Bravos  gefes,  como  Tineo,  Matorras,  Cornejo,  muchos 
de  ellos  hijos  nativos  del  noble  vecindario  de  Salta,  como 
Arias  Rengel,cuyo  apellido  había  de  brillar  con  tanta  glo- 
ria por  su  descendencia  en  los  fastos  de  la  revolución, 
llevaron  á  feliz  término  estas  expediciones  guerreras,  co- 
bijando á  su  sombra  la  cruz  del  misionero  cristiano  que 
redujo,  bajo  la  hábil  y  heroica  intrepidez  de  los  jesuítas,  á 
los  beneficios  de  la  fé  y  de  la  civilización,  diversas  porcio- 
nes de  esas  razas  desdichadas  en  Miraflores  y  Balbuena,  en 
tanto  que  la  fuerza  militar  alzaba,  en  la  frontera  amenazada, 
los  fuertes  defensivos  de  Esteco,  de  Ortega,    de  Pitos,  de 

Cobos  y  de  la  Cruz,  ya  en  las  goteras  de  la  capital.    1). 


1)  Todos  los  gobernadores  de  Salta  obtuvieron  del    rey  ó  su^  virreyes, 
el  título  de    Goiiquistadores  del    Gran  Chaco;.  Entre  las  expediciones 
mas  famosas  que  se  llevaron  i  cabo  en  aquella  región,  durante  el  úl- 
timo si^lo  del  gobierno  colonial,  Pts   justicia  el  recordar  la  del  Briga- 
dier Urizar  y  Arespacochaga,  en  1712  y  1714;  las  del  General  D.  Félix 


16  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

En  razón  de  esto,  las  milicias  de  Salta,  en  continua  cam- 
paña militar,  adquirieron  el  temple  marcial,  la  práctica  de 
la  guerra,  la  constancia  en  la  disciplina  y  penurias  de  las 
campañas  militares  en  que  los  rigores  del  clima,  lo  deso- 
lado de  las  llanuras  boscosas  é  infinitas,  sembradas  de 
fieras  imponentes  y  terribles,  de  reptiles  venenosos,  sin 
recursos  en  el  tránsito  y  hasta  sin  el  agua  necesaria  para 
sostener  la  vida,  formaban  la  tropa  heroica  por  educación 
y  por  espíritu,  y  una  oficialidad  experta,  conocedora  de 
los  misterios  de  la  naturaleza  allí  encerrados  y  sus  rigo 
res  y  medios  de  vencerlos;  virtudes  y  secretos  y  aprendi- 
zajes que,  en  dias  marcados  por  honroso  destino,  habían 
de  desplegar  con  suceso  felicísimo  y  con  asombro  y  aplauso 
del  mundo. 

VII 

Por  cima  de  todas  estas  entidades  políticas  que  gober- 
naban el  país  en  el  suelo  de  América,  se  alzaba  el  Supremo 
Consejo  de  Indias,  corporación  que  corría  con  el  gobierno 
general  de  la  América.  Gomo  consejera  de  un  rey  abso- 
luto, absorbía  en  su  potestad  idéntico  absolutismo,  cono- 
ciendo, de  esta  suerte,  en  todos  los  negocios  de  la  mayor 
importancia  de  Indias,— políticos,  religiosos,  de  justicia  <^ 
administración. 

Su  creación,  allá  en  los  tiempos  remotos  de  la  conquista, 
respondía  al  mejor  gobierno  de  la  América;  que  el  mo- 
narca y  sus  ministros  no  eran  bastantes  para  conocer  un 
cúmulo  tan  grande  de  negocios.  En  vista  de  aquel  motivo 
de  su  creación,  el  Consejo  de  Indias  proyectaba  las  leyes 
y  pragmáticas  que  debía  sancionar  el  rey  para  el  mejor 
gobierno  de  los  intereses  americanos,   lo  que  le  daba,  en 

cierto  grado,  verdadera  fisonomía  legislativa;  mientras  por 
otro  lado,  conocía  y  dictaminaba,  como  asesor  supremo  de 

gobierno,  sobre  todo  lo  concerniente  á  estatutos,  constitu- 


ArÍAs  Rengel,  de  1735  á  1742;  la  dol  Geaoral  D.  Domingo  de  Izasmendi, 
en  1789;  la  del  Gobernador  D.  Andrés  MeRtre  en  1777,  y  la  del  Gober- 
nador D.  Victorino  Martínez  de  Tineo,  en  1752,  que  recorrió  1785  leguas. 
La  guerra  para  someter  las  tribus  calchaquies,  dueñas  de  los  valles 
occidentales  sobre  las  faldas  de  los  Andes,  duró  mas  de  cien  años, 
habiendo  llegado  una  vez,  hasta  poner  cerco  á  la  ciudad  de  Salta. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y    DE  SALTA- CAPÍTULO  I  17 

cienes  de  prelados,  de  cabildos  ó  conventos,  y  en  lo  re- 
lativo á  virreyes,  audiencias  y  consejos  de  América.  En 
las  causas  mas  graves,  de  índole  judicial,  era  el  juez  de 
apelación  de  última  y  definitiva  instancia  de  las  que  se 
ventilaban  en  los  tribunales  de  Indias.  Su  asiento  era  en 
Madrid,  al  lado  del  rey. 

Aquel  supremo  consejo  de  gobierno  imperial,  seno,  en 
un  principio,  así  de  sabiduría,  virtud  y  competencia  como 
de  iniquidad,  abusos  y  delitos  de  gran  bochorno,  mas  tarde, 
se  desenvolvía  en  sus  funciones  por  medio  de  vasto  per- 
sonal. Uno  de  sus  miembros  lo  encabezaba  como  presi- 
dente, y  ocho  y  mas  consejeros,  togados  unos,  otros  no  le- 
trados y  honorarios  otros,  en  fin,  funcionaban  tres  veces 
por  semana.  Sus  órdenes  y  las  provisiones  que  daba 
para  los  grandes  empleos  de  América  iban  autorizadas  por 
la  firma  real. 

Para  garantía  contra  sus  abusóse  injusticias,  las  leyes  que 
lo  reglamentaban  contenían  disposiciones  de  la  mas  sabia 
y  esquisita  prudencia,  que  mostraban  el  honrado  espíritu 
que  animó  á  los  antiguos  monarcas  españoles  por  el  bien 
de  los  pueblos  de  América.  En  ellas  se  imponía  obligación 
de  resolver  los  asuntos  con  brevedad;  que  en  la  provisión 
de  los  empleos  se  tuviera  en  especial  cuenta  á  los  varones 
beneméritos,  no  debiendo  concederse  tales  mercedes  ni  á 
los  parientes  ni  ó  los  allegados;  ni  podían  tampoco  los 
miembros  del  Consejo  servir  de  agentes,  solicitadores  ni 
procuradores  ante  el  tribunal  de  que  eran  parte,  ni  me- 
nos recibir  precio  por  el  desempeño  de  sus  deberes.    1). 

«El  Consejo  de  Indias,  puesto  por  los  reyes  para  servir  de 
roca  donde  se  estrellase  la  iiyusticia  del  poder  y  de  asilo  á 
los  desvalidos  americanos,  como  el  rey  por  precisión  lo  puso 
cerca  de  sí,  participó  de  la  corrupción  de  la  corte,  olvidó 
que  era  un  tribunal  de  Indias  y  su  parlamento,  digámoslo 
así.  Americanos  debian  ser  en  justicia  sus  miembros,  decía 
Solórzano,  2)  como  los  consejos  de  Aragón,  Portugal,  Flán- 
des  é  Italia  se  componen  de  sus  naturales;  pero  medio  se 
cumplió  con  llamar  para  él  á  los  oidores  de  Indias,    especial- 


1)   Hkrrbba,  Descrip.  de  las  Indias  Occidentales. 
9)  Politica  Indiana,  Lib.  5,  Cap.  15,  pág.  897,  Col.  9. 


18  DR.  BERNARDO     FRÍAS 

mente  á  los  decanos  que,  como  casados  por  lo  común  en 
América,  instruidos  en  sus  cosas  y  naturalizados,  según  cé- 
dulas reales,  por  la  residencia  de  diez  años,   se  reputaban 

americanos. 

«Igualmente,  habiéndose  establecido  un  ministerio  par- 
ticular de  Indias,  pasaron  á  su  consejo  sus  oficiales  ma- 
yores en  calidad  de  americanos,  por  ficción  de  derecho, 
con  lo  cual  estaban  todos  sus  oficinistas  exentos  de  la 
jurisdicción  de  Castilla.  Pero  al  fin  prevaleció,  al  del  país 
adoptado,  el  amor  insuperable  del  país  natal;  y  se  vio 
entre  los  consejeros  el  escándalo  de  disputar  si  los  ame- 
ricanos verdaderos  debían  ser  empleados  en  América.»    1). 


VIII 


Al  lado  de  estos  ostentosos  y  robustos  pedestales  con  que 
el  rey  de  España  gobernaba  sus  posesiones  de  ultramar  y 
en  quienes  la  voluntad  de  un  monarca  irresponsable  y  pode- 
roso hacía  resplandecer  su  despótica  autoridad,  había  sido 
echada  en  los  surcos  abiertos  por  la  espada  de  los  conquista- 
dores españoles,  al  fundar  sus  ciudades,  la  simiente  fecunda 
de  los  cabildos^  que  tanta  fama  y  gloriosos  beneficios  hablan 
derramado  y  mantenido  en  las   ciudades  antiquísimas   de 

España. 

Estos  gobiernos  urbanos,  guardianes  de  la  vida  domés- 
tica de  las  ciudades,  hablan  aparecido  en  Europa  cuando 
caía  la  autoridad  del  imperio  romano  al  empuje  de  las 
invasiones  de  los  bárbaros  del  norte.  Todo  cayó  en  la  tierra 
en  trastorno  y  confusión  y  exterminio:— sociedad,  leyes, 
costumbres,  lenguas,  gobiernos,  derechos  y  cuanto  habia 
de  civilizado  é  instituido,  viéndose  en  tan  cruel  situación 
los  vecindarios  de  las  ciudades  obligados  ó  tomar  en  sus 
manos  y  por  su  cuenta  el  gobierno  y  las  armas  de  la  re- 
sistencia para  atender  á  su  conservación  y  salud,  en 
medio  del  desquicio  y  horror  universal. 

Los  municipios,  guaridas  sagradas  de  la  civilización  ro- 
mana, se  armaron;  crearon  por  su  propio  esfuerzo,  su  gobier- 


1    GoERRA,  obra  cit.  p¿g.  696. 


J 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  I  19 

no  y  autoridades  y  organizaron  su  defensa,  crearon  su  jus- 
ticia criminal,  su  autoridad  civil  y  sus  fuerzas  militares  y 
del  orden  público  para  perseguir  los  malhechores  de  que 
estaban  plagados  los  caminos.  Su  triunfo,  aunque  tardío,  era 
indudable,  porque  estaban  en  su  apoyo  la  civilización,  e\ 
cristianismo,  la  verdad,  la  justicia,  la  razón  y  todo  aquello 
que  forma  la  dignidad  y  lo  mas  excelente  del  destino  hu- 
mano. Y  fué  de  esta  manera  que,  mientras  los  principios  del 
evangelio  dominaban  á  los  bárbaros  haciéndoles  compren- 
der y  bendecir  la  paz,  la  caridad  y  la  igualdad  de  los  hom- 
bres, venidos  de  una  sola  pareja  é  hijos  dejun  mismo  Dios, 
con  un  mismo  destino  y  un  alma  sugeta  á  una  misma» 
inmutabley  eterna  justicia,— la  civilización  quebrantada  del 
imperio  acabó  por  dominar  los  bárbaros,  triunfando  por  el 
poder  de  los  principios  de  los  vencidos  sobre  la  fuerza  brutal 
de  los  vencedores,  haciéndoles  amar  el  orden,  las  leyes  y  el 
derecho  romano;  las  costumbres  y  los  ideales  políticos,  y 
las  instituciones  y  afectos  conque  hablan  florecido  y  disfru- 
tado los  pueblos  vencidos;  felicidades  y  goces  para  ellos  hasta 
entonces  no  conocidos. 

Fué  así  que,  confundidos  en  una  sola  masa  social  los 
godos  y  los  antiguos  españoles,  formaron  la  monarquía 
llamada  de  los  visigodos  que,  derribada  por  nueva  y  po- 
derosa invasión— la  de  los  moros,  llegados  del  mediodía, 
reapareció,  ya  con  vigoroso  espíritu,  á  luchar  700  años 
por  la  reconquista  de  su  suelo. 

Hasta  que  sucumbió  la  monarquía  de  los  godos  al  em- 
puje de  esta  tan  sonada  invasión  de  árabes  y  africanos,  la 
vida  política  había  alcanzado  un  desarrollo  notabilísimo  y 
las  leyes  constitutivas  del  estado  revelaban  cuánto  era  el 
poder  liberal  de  las  instituciones  y  de  las  franquicias  po- 
pulares. Por  que,  desde  Recaredo  hasta  D.  Rodrigo,  último 
rey  de  los  godos,  diez  y  seis  concilios  nacionales  se  habían 
celebrado  en  España,  formando  el  cuerpo  de  sus  estatutos; 
las  leyes  que  arreglaban;  estos  concilios  eran  sancionadas 
por  los  jueces  diputados  de  las  ciudades  y  por  el  asenti- 
miento del  pueblo.  El  rey  era  electivo  y  no  subía  al  trono 
por  sucesión  hereditaria;  y,  al  hacerse  cargo  del  gobierno, 
Juraba,  ante  sus  grandes  vasallos,  respetar  y  cumplir  sus 


aO  DR,    BERNARiJO   FRÍAS 

estatutos.  «El  juicio  por  par  ó  sea  el  jurado,  era  de  de- 
recho fundamental;  las  actas  del  concilio  de  Toledo  fueron 
la  base  de  los  instituios. y> 

Del  seno  de  aquella  ruda  contienda,  cuyo  comienzo  fué 
enteramente  popular  desde  la  fecha  inmortal  de  Covadonga, 
el  principio  cristiano  y  el  principio  de  la  independencia  de' 
gobierno  municipal  de  las  ciudades  reaparecieron  unidos 
con  viva  intensidad,  no  como  una  deliberación  de  filósofos 
políticos,  sino  como  una  vieja  costumbre,  heredada  de  los 
antepasados  y  amada  como  aman  los  hombres  de  corazón  y 
de  honor  la  libertad  de  su  personalidad  humana  y  la  inde- 
pendencia del  gobierno  de  la  ciudad  donde  han  nacido  y  en 
donde  habitan.  «La  fiereza  de  las  costumbres,  dice  un  sabio 
de  aquel  país,  la  ignorancia  general,  fruto  de  aquellos  tiem- 
pos de  guerra,  contribuyeron  de  un  modo  espantoso  al 
desorden,  confusión  y  anarquía.  Para  poner  un  dique  al 
torrente  de  tantos  males,  tuvieron  y  llevaron  á  cabo  los  mo  - 
narcas  de  los  siglos  XI  y  XII  la  idea  feliz  del  establecimiento 
y  organización  de  las  comunas  y  concejos  de  los  pueblos^ 
depositando  en  ellos  la  jurisdicción  civil  y  criminal  igual- 
mente que  el  gobierno  económico,  sin  reservarse  conoci- 
miento de  los  casos  de  corte,  el  de  apelaciones  y  otros».  1) 

Este  gobierno  de  la  ciudad,  ejercido  no  por  la  chusma 
grosera,  ignorante  y  por  instinto  servil,  que  forma  el  po- 
pulacho ó  la  plebe,--sinó  por  la  clase  culta  y  distinguida, 
meritoria  y  de  pensamiento,  que  se  denominó  decente, 
vino  á  llamarse  el  gobierno  del  común  ó  gobierno  de 
propios;  y  las  autoridades  que  lo  ejercían,  elejidas  por  el 
suftagioMibre  de  los  ciudadanos,  tomaron  el  nombre  de 
Ayuntamientos  ó  Comunidades,  habiendo  alcanzado  á  ser  los 
mas  famosos  por  su  altivez  cívica,  por  su  historia  llena 
de  honor  y  de  grandeza  como  por  el  glorioso  fin  que 
tuvieron  bajo  la  catástrofe  general  que  ahogó  las  liberta- 
des españolas,  los  ayuntamientos  de  Castilla  y  de  Aragón. 

Por  que  como  hubiera  Carlos  Quinto,  extrangero  nacido 
en  Gante,  hijo  de  austríaco  y  de  princesa  española,  pene- 


1)  JoyeUanoB. 


HISTORIA  DE  GÜEMES   Y  DE   SALTft.— CAPÍTULO  I  21 

irado  &  España  como  su  rey  y  pretendido  imponer  el  yugo 
de  su  voluntad  autoritaria  y  despótica  al  altivo  pueblo  es- 
pañol, cuya  voluntad  habia  sido  siempre  respetada  por  los 
reyes  nacionales  y  quien  un  dia,  entregaba  la  corona  A 
Alfonso  diciéndole:  — « Os  fazemos  rey  para  que  guar- 
déis la  ley,  é  si  non,  non»,  su  violencia  dio  origen  al 
famoso  rompimiento.  Y  aquej  pueblo  que  hacía  reyes, 
que  imponía  por  la  fuerza  de  su  brazo  y  por  la  altivez 
cívica  de  su  espíritu,  deberes  al  gobierno  y  que,  con  las 
armas  en  la  mano  supo,  hasta  entonces,  defender  la  inte- 
gridad de  los  fueros  ó  privilegios  municipales,  para  go- 
bernarse libremente,  siendo  tratadas  con  desprecio  sus 
reclamaciones  en  las  cortes  espúreas  de  la  Coruña,  cele- 
bradas en  1518,  alzó  el  pendón  de  la  resistencia;  empuñó 
la  gloriosa  y  antigua  espada  cívica  y  fué  á  exigir  á  Carlos 
el  respeto  y  reconocimiento  de  las  libertades  comunales. 

Los  diputados  de  las  ciudades  y  villas  principales  de 
Castilla,  se  congregaron  con  este  fin  en  la  famosa  junta 
de  Avila  y  expusieron  en  un  memorial  de  agravios,  los 
diferentes  puntos  en  que  las  leyes  del  reino  habían  sido 
conculcadas  por  el  gobierno  del  rey,  y  en  ese  manifiesto 
dijéronle  derechamente  al  monarca:— «Que  si  separaba  de 
su  lado  los  malos  consejeros,  autores  de  aquella  infracción, 
y,  convocadas  unas  cortes  libres,  confirmaba  con  su  real 
asenso  la  reparación  de  sus  agravios  otorgando  las  pe- 
ticiones que  le  presentaban  conforme  con  las  leyes  y  anti- 
guas costumbres  del  reino  que  su  majestad  habia  jurado 
cumplir,  depondrían  las  armas  que  contra  su  inclinación 
se  vieron  forzados  á  tomar  y  serían  ejemplo  de  fidelidad 
y  obediencia.»    1). 

A  esta  unión  de  las  ciudades  amenazadas  llamóse,  con 
dignísima  razón,  la  Junta  Santa  ó  Comunidades  de  Castilla t 
cuyos  esfuerzos,  cuyos  fueros  consagrados  por  el  respeto 
de  cien  reyes  y  de  los  siglos,  fueron  vencidos  y  sepulta- 
dos por  dilatado  espacio  en  los  campos  de  Villalar,  y  su 
heroico  gefe,'  el  noble  D.  Juan  de  Padilla,  muerto  en  el 
cadalso. 


1)  Jovellaiios. 


23  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Y  no  era  este  famosísimo  suceso  novedad  peregrina  en 
las  costumbres  cívicas  españolas,  que  su  antigua  historia 
recordaba  aún  escenas  de  no  menor  grandeza  y  enseñanza 
que  aquella;  porque  como  hubiera  el  rey  D.  Juan  el 
Segundo  de  Castilla,  malamente  inspirado  por  su  desventu- 
rado favorito,  D.  Alvaro  de  Luna,  ofendido  los  derechos  del 
pueblo  con  una  administración  escandalosa  y  abusiva,  el 
diputado  representante  de  Toledo,  D.  Pedro  Sarmiento,  inti- 
mó resuelta  y  denodadamente  al  rey  llamara  y  oyera  los 
consejos  de  los  prelados,  de  los  grandes  y  de  los  procura- 
dores de  las  ciudades  y  villas  principales  del  reino,  represen- 
tantes de  la  voluntad  nacional,  reunidos  en  cortes  ó  congre- 
so: «  E  non  lo  queriendo  fazer,  le  dijo,  que  ellos  (los  de  Toledo) 
se  apartaban  é  substraían  de  la  obediencia  y  sugecion  que 
le  debían  como  á  su  rey  y  señor  natural,  por  sí  y  en 
nombre  de  las  ciudades  y  villas  del  reyno;  las  cuales  se 
juntarían  con  ellos  á  esta  voz  é  traspasarían  é  cederían  la 
justicia  y  jurisdicción  real  al  Ilustrísimo  Príncipe  su  hijo 
y  su  heredero. » 


IX 


Pero  vino  á  coincidir  con  aquellos  sucesos  memorables, 
la  conquista  y  colonización  del  Nuevo  Mundo  por  España, 
á  donde  los  conquistadores  trasportaron  los  ayuntamientos 
no  como  reto  al  despotismo  militar  enseñoreado  en  la 
península  sino  como  la  feliz  continuación  del  sistema  po- 
lítico que,  por  tantos  siglos,  habia  sido  sosten  y  garantía 
de  las  libertades  humanas;  y  así  vino  á  suceder  que  en 
cada  ciudad  que  fundaban  los  conquistadores  españoles 
en  la  América,  señalaban  lugar  de  honor  y  preferencia, 
al  lado  del  templo  alzado  para  honrar  sufé  católica,  para 
asiento  del  Cabildo,  nombre  con  que  en  América  fueron 
conocidos  y  han  pasado  á  la  historia  los  ayuntamientos 
ó  municipalidades  españolas. 

El  fln  principal  de  esta  institución  era  el  gobierno  de  la 
ciudad  y  su  jurisdicción;  no  el  gobierno  político  sino  el 
relativo  al  orden  doméstico,  á  la  seguridad,  salud,  y  bienes- 


HISTORU  DE  GÜEMES  Y    DE  BALTA-CAPÍTÜLO  I  23 

tar  de  los  ciudadanos.  Era,  en  este  sentido,  vasto  el  campo  de 
sus  atribuciones,  como  que  comprendía  todo  lo  mas  inme- 
diatamente interesante  á  lu  conservación  social.  En  sus 
manos  estaba  la  creación  y  ejercicio  de  la  justicia  criminal, 
lo  que  comprendía  una  de  las  mas  preciosas  garantías  de 
las  personas  contra  los  abusos  y  tiranías  de  los  gobiernos; 
administraba,  así  mismo,  la  justicia  civil  en  primera  ins- 
tancia garantiendo,  de  este  modo,  la  delicada  independen- 
cia del  juez,  que  no  siempre  es  varón  de  corazón  sino 
débil  ó  cobarde  y  se  hace,  á  las  veces,  peligroso  dependiendo 
su  nombramiento  y  su  cese  de  la  voluntad  del  gobierno 
político,  cuyas  garantías  son,  por  lo  general,  nominales 
y  de  burlas  en  los  pueblos  débiles;  velaba  por  la  conser- 
vación, higiene  y  embellecimiento  de  la  ciudad;  por  la 
gestión  de  los  intereses  públicos  ó  de  la  comunidad;  y  era 
de  su  competencia  la  administración  del  delicado  ramo 
de  la  policía  de  seguridad,  cuyo  conjunto  de  atribuciones 
ó  ramos,  como  se  llamaban  en  la  época  de  su  imperio, 
constituía  el  depósito  sagrado  que  el  pueblo  habia  liecho 
de  sus  mas  caras  y  preciosas  garantías  individuales  y  de 
sus  bienes,  privando,  así,  al  gobierno  político,  depositario 
siempre  de  la  fuerza  militar,  de  todos  aquellos  poderes 
con  que  hoy,  y  entonces  en  otros  paises,  cuenta  para  vejar, 
oprimir  y  tiranizar  á  los  hombres  y  arrebatarles  sus  liber- 
tades y  derechos,  desde  el  honor  hasta  la  hacienda  y  la 
vida. 

Y  estos  baluartes  de  las  libertades  comunales,  que  sir- 
vieron de  manera  tan  prodigiosa  á  formar  y  enaltecer  por 
siglos  de  honra  nacional,  la  altivez  cívica,  la  virilidad  dig- 
namente celebrada  del  pueblo  castellano  en  aquella  edad 
tan  ajena  de  serviles  y  cobardes  de  que  hoy  está  plagada 
la  tierra,  hallaron,  en  el  mismo  poder  político  que  limitaron 
con  sus  fueros,  el  guardián  antes  que  el  enemigo  de  las 
libertades  del  pueblo;  que  el  ánimo  real  y  honrado  de  los 
antiguos  reyes  españoles,  habia  siempre  reconocido  y  res- 
petado, por  que  la  libertad  y  la  honradez  fueron  siempre 
atributos  primordiales  de  la  nobleza,  y  era  el  rey  el  primero 
de  los  nobles. 

De  esta  manera,  D.  Juan  I   de  Castilla  declaraba  que  las 


24  pR.   BERNARDO    FRUS 

decisiones  de  los  cabildos  no  podian  ser  revocadas  por  el 
rey;  y  su  influencia  era  tanta  y  tan  arraigada  estaba  esta 
institución  en  el  ánimo  del  pueblo,  que  los  mismos  reyes 
absolutos  no  pudieron  dejar  de  reconocerla,  aún  en  medio 
de  su  despotismo,  declarando  por  las  leyes  de  la  Novisitna 
Recopilación,  que  las  ciudades  se  gobernasen  por  las  orde- 
nanzas dadas  por  sus  cabildos,  y  se  reuniesen  éstos  en  casas 
grandes  y  bien  hechas,  á  entender,  decían,  «de  las  cosas 
cumplideras  de  la  República  que  han  de  gobernar».  1) 

Estas  sanciones  legales  importaban  el  reconocimiento  de 
la  independencia  de  los  cabildos  del  poder  político  y  mili- 
tar, aunque  muchos  de  sus  privilegios  fueron  cercenados  á 
medida  que  el  despotismo  de  los  reyes  necesitaba  de  mayor 
dominación. 

Empero,  estas  instituciones  no  importaban  un  parlamento, 
no  gozaban  carácter  de  legislatura  general,  pues  no  legis- 
laban, alta  facultad  de  soberanía  absorbida  por  el  rey; 
solamente  administraban,  es  decir,  ponían  en  ejecución  las 
leyes  y  reglamentos  expedidos  por  los  altos  poderes  del 
estado,  y  dictaban  sus  resoluciones  de  mero  carácter  local, 
administrativo  en  el  orden  doméstico,  por  lo  cual  sus  miem- 
bros llegaron  á  recibir  el  dictado  bien  honroso  y  merecido 
de  Padres  de  la  República. 


X 


El  poder  gubernativo  del  cabildo  y  su  imperio  se  ex- 
tendían no  solamente  á  la  ciudad  de  Salta  sino  también  á 
todo  el  territorio  que  formaba  la  jurisdicción  de  ella,  el 
que  se  dilataba  hasta  el  rio  del  Tala,  por  el  sur,  extre- 
midad en  que  comenzaba  la  jurisdicción  del  cabildo 
de  Tucuman;  y,  por  el  norte,  hasta  confinar  con  los  cor- 
respondientes á  las  ciudades  de  Jujuy  y  de  Oran.  Esto 
viene  á  revelar  que,  en  la  época  aquella,  no  existían  las 
municipalidades  de  campaña  del  presente,  cuyos  centros 
urbanos,  formando  aldeas,  no  hablan  alcanzado   el  rango 


1)  L.  1,  T,  2>  lib.  7— Albbrdi,  8»  p¿g.  463. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  I  26 

de  ciudad,  categoría  que  entonces  importaba  una  verdadera 
gerarquía,  según  las  leyes  españolas,  con  sus  privilegios 
y  preeminencias,  cuya  mayor  elevación  la  representaba  el 
cabildo. 

Los  alcaldes  de  primero  y  segundo  voto  tenían  en  sus 
manos  la  administración  de  justicia,  siendo  los  jueces  de 
primera  instancia,  vocales  del  mismo  cabildo,  que  forma- 
ban su  cuerpo,  elegidos  no  por  el  gobernador  político 
sino  por  el  pueblo  conciente  y  responsable,  en  votación 
directa;  mientras,  por  otra  parte,  el  Regidor  Juez  de  Po- 
licía, miembro  también  de  la  ilustre  corporación,  tenía  á 
su  cargo  la  policía  de  orden  y  seguridad,  que  tan  preciosa 
garantía  social  venía  á  ser  en  manos  de  una  corporación 
de  honorables  vecinos  de  la  ciudad,  distante  y  ajena  á  las 
artimañas  del  poder  ejecutivo,  dispuesto  casi  siempre  á 
atrepellar  los  derechos  y  arrogarse  poder,  como  admi- 
nistrador de  la  fuerza  militar. 

Al  lado  de  estas  sus  dos  grandes  atribuciones,  corrían 
otras  de  menor  categoría,  mas  siempre  de  verdadero  in- 
terés público  ó  social,  como  la  instrucción  primaria  de  la 
niñez,  la  apertura  y  cuidado  de  las  calles  y  caminos  ve- 
cinales; puentes,  ornato  é  higiene  de  la  ciudad;  los  hospi- 
tales y  demás  instituciones  de  beneficencia. 

Para  cumplir  con  estas  funciones,  el  ayuntamiento  con- 
taba con  el  Regidor  Decano;  con  el  Regidor  Alguacil  Mayor; 
el  Síndico  Procurador  de  la  Ciudad,  quien  era,  por  sus 
funciones  de  gestionar  por  los  intereses  públicos,  lo  que 
hoy  llamamos  un  Fiscal  de  Estado;  con  el  Defensor  de 
pobres  y  menores  y  protector  de  esclavos;  con  el  Fiel 
ejecutor,  encargado  de  vigilar  y  exigir  el  fiel  cumpli- 
miento de  las  ordenanzas  dadas  por  el  cabildo,  y,  en  fin, 
con  el  Alférez  Real,  cargo,  acaso,  el  mas  ostentoso  en- 
tonces, pues  era  el  encargado  de  pasear  el  estandarte  real 
en  las  grandes  festividades  públicas,  ginete  sobre  corcel 
soberbio,  revestido  de  los  mas  lujosos  arreos  de  ceremo- 
nia, bordados  con  primor  en  oro  y  plata.  Los  demás 
miembros  del  cabildo  usaban  también  su  traje  de  cere- 
monia, en  circunstancias  excepcionales,  el  que  consistía 
en  el  chupetín  ó  el  frac,  calzón  corto,  sugeto  á'  la'  rodilla 


d6  DR.    BERNARDO  FRÍA» 

con  hebilla  de  oro  ó  plata,  media  larga,  zapato  con  hebi- 
llas de  plata  y  topacios;  toda  aquella  ropa  de  terciopelo 
negro,  y  un  falucho,  negro  también,  con  una  pluma,  para 
la  cabeza. 

Los  miembros  de  la  corporación  se  denominaban,  ea  su 
conjunto,  cabildantes  y  capitulares;  y  el  cuerpo  por  ellos 
formado  llevaba  el  honroso  dictado  de  Muí  Ilustre  Cabildo, 
Justicia  y  Regimiento.    Lo  presidía,  en  sus  funciones  gene- 
rales, el  gobernador  intendente    como  representante    del 
rey,  que  el  déspota,  en  su  sacrilego  afán    de  representar 
á  Dios,  quería  que,    como  Dios,  se  hallara  su  sombra  en 
todas  partes.     Era,  así,   el    presidente   nato   del   cabildo, 
función  que  en  su    ausencia   desempeñaba   el  alcalde  de 
primer   voto.      Igual  preeminencia  tenía,    en  su  caso,   el 
virrey,  presidente  que  era   de  la  audiencia  ó  sea  la  alta 
corte   de   justicia  del  virreynato;   pero,  tanto   este  regio 
persónese  como  el  gobernador  en  su  intendencia,    tenían 
voz  en  las  funciones  deliberativas  del  cabildo,  mas  no  voto, 
especialmente  en  la  resolución  de  las   causas  judiciales, 
donde  su  intervención   se  reducía  á  presidir  y  firmar  la 
sentencia.    1). 

Por  su  reglamento  interno,  debían  reunirse,  por  lo  me- 
nos, dos  veces  por  semana  para  ocuparse  de  la  causa  del 
bien  público,  á  toque  de  campana  que  pendía  de  la  torre 
de  las  casas  consistoriales.  Durante  la  sesión,  y  por  res- 
peto debido  al  ayuntamiento,  los  cabildantes,  para  usar 
de  la  palabra,  debian  ponerse  de  pié,  y  los  asientos  de  la 
sala  eran  ocupados  según  la  gerarquía  de  sus  vocales.  El 
cabildo  tenía  lugar  de  honor  en  las  ceremonias  públicas; 
en  sus  manos  se  depositaba  el  gobierno  de  la  provincia 
en  caso  de   acefalía  ó  ausencia  del  gobernador;    ante  él 

se  daba  cuenta  de  los  grandes  conflictos  sociales,  y  su 
personal  se  renovaba  el  1*^  de  Enero  de  cada  año.  Fun- 
cionaba siempre  en  casa  propia,  llamada  cabildo  ó  casas 
consistoriales,  levantada  siempre  en  lugar  de  preferencia, 
en  la  plaza  mayor,  señalado,  al  mismo  tiempo  que  el  sitio 
para  la    iglesia  principal,   por   el  fundador  de  la  ciudad: 


l^  Ley  37,  Tít.  3,  lib.  8»  y  Ley  82,  Tít.  15,  líb.  3,  de  Indias, 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  I  «7 

como  que  era  el  caLildo  su  sagrarlo  civil  á  la  manera 
que  el  templo  lo  era  en  el  orden  religioso.  La  religión  y 
los  derechos  del  hombre;  Dios  y  la  libertad  fueron  la 
piedra  fundamental  de  la  sociedad  americana,  los  dos 
grandes  principios  consagrados  por  los  conquistadores  al 
abrir  los  surcos  de  nuestras  ciudades,  como  base  y  fun- 
damento de  la  nueva  civilización. 

El  cabildo  funcionaba  en  sus  dias  reglamentarios,  cual 
lo  hemos  visto;  mas  sucedía  á  las  veces,  que  aconteci- 
mientos de  la  mayor  significación  para  el  bien,  el  orden 
y  tranquilidad  del  vecindario  y  sus  campañas  adyacentes, 
exigían  sufragio  mas  general  en  sus  resoluciones,  mayor 
estudio  de  los  sucesos  y  mas  penetración  y  prudencia  y 
sabiduría  en  la  elección  de  las  medidas  á  tomarse,  en 
cuyos  casos  graves,  el  cabildo  debia  llamar  á  pronunciarse 
directamente  á  la  opinión  públi(^a.  Mas  su  asamblea  no 
era,  en  circunstancias  tan  solemnes,  mero  consejo  de  no- 
tables para  expresar  su  buen  parecer  en  voto  consultivo, 
para  que  optara  el  gobierno  el  mejor  camino,  sino  que 
era  el  verdadero  congreso  popular  que  discutía,  votaba  y 
resolvía  lo  que  aparecía  de  mejor  beneficio  al  vecindario, 
consumando  en  él,  de  esta  manera,  acto  de  real  y  ver- 
dadero gobierno.  Era  á  esto,  á  lo  que  se  llamaba  cabildo 
abierto. 

Si  graves  eran  las  circunstancias  que  exigían  el  llama- 
miento del  vecindario  á  deliberar  sobre  su  suerte,  corresr 
pondían  á  la  delicadeza  y  altura  y  gravedad  de  la  misión 
que  iba  á  desempeñar,  los  elementos  de  que  debía  com- 
ponerse el  ayuntamiento  en  cabildo  abierto;  por  que  no 
era  franqueable  su  asiento  á  cualquiera  de  los  ciudadanos, 
ni  sus  sabias  prácticas  de  buen  gobierno  permitían  que 
ocuparan  sus  asientos  las  masas  dependientes,  insipien- 
tes y  torpes  de  la  plebe,  del  populacho  ó  de  la  chusma, 
ni  las  diputaciones  que  elemento  tan  desautorizado  y  des- 
provisto de  seria  y  honrada  opinión  pudiera  conferir.  Y 
así,  cuando  llegaba  la  necesidad  de  entregar  al  pueblo  la 
resolución  de  aquellos  gravísimos  problemas,  el  cabildo 
así  lo  decretaba,  y  pasaba  aviso  de  citación  para  formar 
cabildo  abierto,  «  á  la  parte  noble  y  mas  sana  y  distinguida 
del  vecindario.» 


d6  DR.  BERNARDO    FRÍAS 

En  esta  clasificación,  que  reconocía  á  la  mejor  porción 
de  la  sociedad  aquel  derecho  bien  precioso  pero  también  el 
mas  delicado  y  peligroso  de  cuantos  pueden  ejercer  los 
hombres,  se  comprendía  no  solamente  á  la  nobleza,  que 
en  Salta  la  habia  principal  y  numerosa,  sino  también,  y 
con  ella,  6  todo  el  elemento  de  valer  y  significación  polí- 
tica y  social;  á  todo  el  elemento  pensante,  culto,  indepen- 
diente, libre  y  trabajador;  virtudes  todas  que  forman  el 
único  elemento  con  derecho  para  gobernar  un  pue- 
blo civilizado,  por  que  es  el  único  que  tiene  conciencia 
de  sus  actos,  el  cual  se  formaba  entonces,  del  clero,  de 
la  nobleza,  del  comercio,  de  los  propietarios,  de  los  arte- 
sanos independientes,  ó  sea,  gefes  de  industrias;  de  los 
miembros  del  foro,  del  ejército;  conjunto,  que  formaba 
«lo  mas  sano  y  distinguido  del  vecindario»  y  que,  con 
tanta  exactitud  y  razón,  se  llamaba,  en  aquellos  dias  de 
limpieza  social,  la  gente  decente, 

Alberdi  tuvo  sobrada  razón  cuando,  cincuenta  años  mas 
tarde,  recordaba,  después  que  todo  habia  cambiado  y  pere- 
cido, la  veneranda  institución  de  los  cabildos,  y  decía:— 
«En  aquel  tiempo,  no  lo  olvidéis,  la  vida  política  era  la 
mala,  no  la  vida  concejil  ó  municipal. » 

Para  poder  mantener  la  independencia,  tan  necesaria  á 
los  fines  liberales  de  su  institución,  pudo  siempre  el  cabildo, 
bajo  el  régimen  español  en  América  y  á  pesar  del  avance 
siempre  constante  de  los  reyes,  poseer,  respetado  y  reco- 
nocido, uno  délos  resortes  mas  poderosos  para  conservar 
su  autonomía,  su  libertad  de  acción  y  de  gobierno  en 
medio  del  espíritu  centralista  que  lo  absorbía  y  avasallaba 
todo;  y  este  era  su  renta  propia,  como  la  tenían  las  uni- 
versidades y  la  iglesia. 

Aquella  fuente  de  recursos  se  la  conocía  con  el  nombre 
de  ramo  de  propios^  y  consistía  en  la  diversidad  de  impues- 
tos con  que  se  gravaba  al  comercio,  especialmente,  y  al 
vecindario,  mas  no  de  manera  agobiante  y  tirímica,  como 
ha  llegado  ó  verse  después.  La  administración  de  este 
tesoro  del  común,  de  esta  hacienda  del  vecindario,  vino  (\ 
servir  para  llamarla  el  gobierno  de  propios. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y    DE  SALTA— CAPITULO  I  29 


XI 


El  cabildo,  tan  antiguo  como  la  ciudad,  pues  habia  naci- 
do el  mismo  dia  que  ella,  era  lo  mas  amado  y  venerable 
de  todas  las  instituciones  de  gobierno;  como  que  los  hom- 
bres, las  familias,  el  vecindario  completo  habian  aprendido 
á  respetarlo  como  obra  del  valor,  del  honor  y  de  la  digni- 
dad de  sus  mayores,  y  bajo  cuya  égida  salvadora  y  digni- 
ficante habian  crecido  y  habian  vivido,  aprendiendo  á  ser 
hombres  y  no  siervos;  ciudadanos  y  no  parias,  extrangeros 
en  su  propia  patria.  Era  la  religión  política  de  la  ciudad. 

De  todo  el  antiguo  sistema  gubernamental  de  España, 
la  institución  de  los  ayuntamientos  era,  acaso,  lo  único 
salvado  del  naufragio  general  de  las  libertades  de  los  pue- 
blos; que  los  reyes,  harto  satisfechos  con  su  victoria  en 
la  política,  en  la  hacienda  y  en  la  guerra,  miraron  el  go- 
bierno reducido  y  solo  administrativo  de  las  ciudades, 
como  cosa  despreciable  y  baladí,  sin  calcular  que  esos  mo- 
destos gobiernos  de  la  comuna,  habiendo  conservado,  al 
amparo  de  los  desdenes  reales,  los  restos  de  las  libertades 
populares,  ídolos  fascinadores  de  los  pueblos,  sembraban, 
á  lo  largo  del  continente  americano  en  cada  ciudad  que 
levantaban  sus  capitanes  en  el  desierto,  la  corriente  tardía 
pero  fecunda  de  la  independencia  de  un  mundo  y  de  la 
reivindicación  de  los  derechos  del  hombre,  para  devolver 
á  la  humanidad  la  dignidad  y  decoro  de  su  destino.  Por 
que  así  vino  á  suceder  que  los  cabildos  formaban  el  único 
poder  público  creado  por  la  voluntad  del  pueblo,  cuando 
todos  los  demás  eran  creaciones  directas  de  la  voluntad 
exclusiva  del  rey.  El  pueblo  de  las  ciudades,  el  vecinda- 
rio honorable  aprendió,  por  costumbre  secular,  á  hacer 
gobierno  y  á  gobernar,  formándose,  de  tal  manera,  insen- 
siblemente y  sin.  despertar  sospecha,  el  espíritu  democrá- 
tico, la  tendencia  del  ánimo  de  los  pueblos  á  terciar, 
aunque  en  escala  miserable,  en  las  cuestiones  públicas  y 
de  su  particular  interés,  lo  que,  á  semejanza  de  lo  que 
sucedió  en  la  formación  de  nuestras  pampas  y  montañas, 
se  iban    superponiendo   los  sedimentos  tardíos    pero  de 


aO  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

formidable  empuge  del  espíritu  cívico  que,  con  todo  el 
ímpetu  de  la  revolución,  había  de  estallar  cuando  las  cír- 
cunstancias  y  la  madurez  de  los  elementos  se  llegaran  á 
encontrar. 


Xíl 


Así  como  las  leyes  españolas  habían  señalado  inmutable 
autoridad  á  las  decisiones  del  cabildo,  respetando  sus 
fueros  salvados,  aún  ante  la  voluntad  contraria  del  rey, 
las  mismas  leyes  ordenaban  que  la  elección  de  los  capi- 
tulares fuera  hecha  por  sufragio  del  pueblo;  1)  viniendo 
así,  los  cabildos  á  representar,  en  América,  el  hecho  y  el 
principio  de  la  soberanía  popular;  y  según  un  sabio  que 
ha  penetrado  los  misterios  de  aquella  edad,  «el  pueblo 
intervenía  entonces  mas  que  hoy,  en  la  administración 
pública  de  los  negocios  civiles  y  económicos.  El  pueblo 
elegía  los  jueces  de  lo  criminal  y  de  lo  civil  en  primera 
instancia;  elegía  los  funcionarios  que  tenían  á  su  cargo 
la  policía  de  seguridad;  el  pueblo  tenía  bienes  y  rentas 
propias  para  pagar  sus  funcionarios  en  que  nada  tenia 
que  hacer  el  gobierno  político.  2) 

Pero  así  las  elecciones  de  miembros  del  cabildo  como  de 
diputados  en  los  casos  extraordinarios  las  efectuaba  el  vecin- 
dario por  medio  de  un  sufragio  limitado  por  razón  de  la 
calificación  del  voto;  ó,  si  se  quiere,  por  el  sufragio  univer- 
sal de  la  gente  decente,  honorable  é  ilustrada,  que  es  la 
democracia  verdadera  en  toda  filosofía  y  buena  ciencia  de 
gobierno,  y  no  por  el  sufragio  universal  basado  en  el  dere- 
cho natural  en  que  creyó  la  república,  desde  los  días  de 
la  revolución,  hallar  las  libertades  y  la  felicidad  del  pueblo 
y  la  racional  manifestación  de  la  democracia. 

Bajo  el  imperio  de  los  cabildos,  la  masa  común  del  pue- 
blo, el  vulgo  servil  ó  bravo  por  su  inconciencia  que,  al- 
gunas veces,  junto  á  toque  de  campana  ó  por   expontánea 


1)  Ley  1*.  Tít.  4».,  Part  8\— Alberdi,  T.  III,  pág.  468. 
3)    Albbrdi,  Obras,  Tom.  V,  pág.  46. 


mSTORIA  DE   GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  1  81 

voluntad  ocupaba  la  plaza  municipal  al  pié  de  la  casa 
consistorial,  no  iba  allí  á  ejercer  soberanía.  La  masa  del 
pueblo  bego,  ó  sea  la  chusma,  no  sufragaba  en  aquellos 
tiempos  ni  menos  deliberaba  como  poder  público;  ella  no 
tenia  mas  derecho  ni  hacia  mas  en  aquellos  casos,  que 
peticionar.  Su  presencia  allí,  como  masa  común  ó  rama 
insipiente  del  pueblo,  respondía  solamente  á  prestar  su 
voluntad  por  aclamación  pública  ó  negarla,  sin  constituir 
voto  resolutivo,  y  como  uno  de  los  brazos,  aunque  por  na- 
turaleza inferior,  de  la  sociedad,  al  nombramiento  verifi- 
cado por  el  cabildo  popular.  Su  misión  política  era,  pues, 
ó  bien  sancionar  por  su  parte  ú  observar  simplemente  lo 
verificado  por  el  elemento  popular  que  poseía  el  maduro 
criterio  y  la  ciencia  política,  ó,  mas  comunmente,  peticionar 
reformas  y  medidas  que  consideraba  de  interés  general. 

De  las  comunicaciones  de  su  voluntad  se  encargaba  el 
síndico  procurador;  era  él  quien  llevaba  al  seno  y  conoci- 
miento del  cabildo  reunido  las  razones  del  pueblo  y  quien 
las  representaba  ante  la  sala  capitular;  y,  fuera  de  ella,  el 
que  daba,  á  su  turno,  las  que  aducia  la  ilustre  corporación, 
ante  el  grupo  de  diputados  nombrados  por  el  pueblo  al 
efecto. 

Estos  representantes  populares  que  en  los  casos  de  con- 
flicto trataban  con  el  síndico  procurador,  eran  siempre  de 
la  clase  principal,  ecos  de  alguna  tendencia  en  que  se  divi- 
día la  opinión,  dibujándose,  desde  aquella  fuente  lejana,  el 
boceto  del  futuro  caudillo  político  de  nuestra  ajilada  y  tur- 
bulenta vida  pública,  por  donde  degeneró  la  revolución. 

Las  elecciones  de  capitulares  las  hacía  el  cabildo  con  los 
vecinos  afincados,  titulares,  y  con  la  parte  sana  y  distin- 
guida del  vecindario;  lo  que  vale  decir  que  la  elección  la 
verificaba  la  gente  decente,  de  suyo  capaz  é  independiente, 
que  era  el  pueblo  de  criterio,  el  pueblo  de  opinión  propia, 
de  responsabilidad  moral  y  de  racional  capacidad  política; 
verdadera  garantía  para  la  decencia  y  honradez  del  acto 
y  para  la  decencia  y  honradez  del  gobierno  que  surgía  de 
su  sufragio.  1) 

1)    Véase  en  el  capitulo  siguiente,  párrafo  I   lo    que  oonstituia   la  gtnU 
decente. 


32  DR.   BERNARDO  FRÍAS 

Regía,  pues,  en  el  régimen  electoral  de  los  cabildos,  el 
sufragio  universal,  pero  calificado;  condición  indispensable 
para  que  sea  moral  y  materialmente  libre. 


XIII 


Al  frente  de  estas  verdades,  grave  error  seria  el  pensar 
que,  tratándose  de  gobierno  en  una  sociedad  y  bajo  unas 
leyes  tan  conocedoras  de  las  miserias  humanas  y  tan  pro- 
fundasen los  ramos  del  orden  y  administración,  se  enten- 
diera por  pueblo,  en  su  sentido  político,  lo  que  en  la 
época  de  la  república  y  hasta  nuestros  dias,  tan  desgra- 
ciada y  erróneamente  se  ha  considerado. 

Las  instituciones  españolas,  hablando  del  gobierno  de 
la  república,  ó  sea  de  la  sociedad,  no  entendían  por  pue- 
blo la  masa  general  de  la  población,  cualquiera  que  fuera 
su  competencia,  su  discernimiento  y  responsabilidad  mo- 
ral, sino  que  solo  consideraron  en  él,  á  la  parte  de  la  so- 
ciedad que  era  la  depositaría  del  pensamiento,  del  criterio 
regular,  de  la  conciencia  de  las  acciones  públicas,  de  la 
libertad  en  la  deliberación  y  de  la  independencia  en  la 
voluntad;  condiciones  necesariamente  indispensables  para 
que  el  gobierno  nacido  de  sufragio  semejante,  sea  gobierno 
libre,  respetuoso,  decente,  liberal  y  guardián  verdadero  y 
celoso  y  leal  de  los  intereses  públicos;  órgano  de  la  opinión 
conciente,  ilustrada  y  honorable. 

En  aquella  edad,  pues,  de  buen  criterio  público,  queda- 
ban fuera  de  la  vida  política,  exhonerados  del  derecho 
de  hacer  gobierno,  de  deliberar  y  de  dirigir  los  delicados 
intereses  de  la  comuna,  todos  aquellos  hombres  que  ca- 
recían de  los  elementos  ó  virtudes  para  poder  ser  perso- 
nalmente responsables  de  sus  actos  ante  el  derecho;  para 
poder  deliberar  con  el  conocimiento  de  las  cosas;  para 
actuar  con  independencia  y  dignidad;  por  que  la  incapa- 
cidad moral  en  el  régimen  de  las  sociedades,— que  la  trae 
la  falta  de  conocimiento  y  de  las  nociones  de  gobierno 
con  sus  fines,  medios  y  principios,  lo  que  se  llama  igno- 
rancia del  espíritu,— es  tan  semejante,  tan  peligrosa  y  temi- 
ble como  la  incapacidad  física;  por    que  una  sociedad   no 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE   SALTA— CAPÍTULO  I  83 

puede  ni  debe  entregar  sus  destinos,  sus  intereses  y  su 
bienestar  y  progreso,  no  solamente  á  manos  de  mujeres,  de 
niños  y  de  locos,  que  carecen  del  discernimiento  y  volun- 
tad suficientes,  sino  tampoco  á  la  masa  ignorante,  mi- 
serable é  inculta  que  carece  de  toda  noción  de  buen  go- 
bierno y  de  los  derechos  y  deberes  sociales,  y  cuya  actuación 
en  la  vida  pública  es  inconciente  ó  irresponsable  y,  por 
tanto,  arma  peligrosísima  y  funesta  para  la  libertad.  La 
ignorancia  y  la  miseria  son  también  cadenas  de  esclavitud 
tan  positivas  y  crueles  como  las  declaradas  por  las  leyes. 
Por  que  es  fuerza  reconocer  que  las  facultades  y  condi  - 
clones  del  hombre  para  gobernar  no  nacen  con  la  vida, 
sino  que  se  adquieren  con  el  trabajo,  con  el  estudio,  con  la 
actividad  que  da  la  civilización  y  cultura  de  los  pueblos, 
llevando  á  su  espíritu  las  nociones  y  principios  en  que  des- 
cansa el  interés  social;  que  el  gobierno  no  es,  en  conjunto, 
mas  que  la  suma  de  la  felicidad  social,  y  no  es  el  hombre  na- 
tural, por  el  hecho  de  haber  nacido,  capaz,  sin  mayor  prepa- 
ración y  elementos,  para  comprenderlo  y  practicarlo.  El 
hombre  del  derecho  natural  no  es  el    hombre  del  derecho 

político;  y  el  pueblo,  en  el  sentido  político,  no  es  el  pueblo 
en  el  sentido  humano. 
El  hombre  del  derecho  general,     el  hombre   presentado 

por  la  filosofía  y  el  cristianismo;  el  hombre  de  la  razón 
común,  con  su  igualdad  perfecta  ante  las  leyes  y  ante  Dios, 
no  es  ni  puede  ser  el  hombre  del  gobierno,  el  hombre  de 
la  filosofía  política,  que  se  forma  con  el  trabajo  y  en  el  curso 
de  la  vida.  El  gobierno,  el  derecho  de  gobernar  como  su- 
fragante ó  mandatario,  constituye  el  primer  derecho  de  la 
sociedad,  derecho  social  y  no  privado,  y,  por  tanto,  no 
constituye  propiedad  de  todo  hombre  sino  derecho  apro- 
piable  con  el  desarrollo  de  sus  facultades  y  posesión  de 
condiciones  que  formen  su  garantía.  Y  así  como  la  razón 
humana  condenaría  &  quien  diera  á  manos  inexpertas  ó  á 
la  dirección  de  ciego  piloto  y  falto  de  total  esperiencia  en 
los  quehaceres  de  la  navegación  la  dirección  y  gobierno 
de  la  nave  en  que  fueran  á  cruzar  los  abismos  sobre  las 
olas  su  familia  y  sus  tesoros,  cúmulo  de  todos  sus  afectos 
y  ambiciones,  así  de  manera  semejante  confesaría  carecer 
de  la  noción  de  todo  buen  gobierno,  quien  enseñara  que 


34  DR.  BERNARDO  FRUS 

la  sociedad  debe  entregar  la  suerte  de  sus  destinos  y  la 
creación  de  sus  autoridades  en  manos  de  las  masas  in- 
digentes é  ignorantes  que  hoy,  después  de  haber  librado 
la  patria  de  la  antigua  tiranía  de  los  agentes  del  rey  de 
España,  nos  han  traido  la  tiranía  moderna  de  la  barbarie 
sobre  la  civilización  y  la  cultura,  causada  por  el  sufragio 
universal  de  la  chusma. 

Es  axioma  indiscutible  ya  en  filosofía  política  que  el 
gobierno  de  los  pueblos  libres  es  el  gobierno  de  la  demo- 
cracia. El  gobierno  de  la  democracia  racional  y  legítima 
es  el  gobierno  de  los  mas  dignos  ó  sea,  si  se  quiere,  la 
oligarquía  del  talento,  de  la  virtud  y  del  trabego,  triple  poder 
sin  el  cual,  ningún  ciudadano  es  digno  de  gobernar  un 
pueblo  libre;  pero  esa  democracia  racional  la  forma  la 
expresión  de  la  opinión  del  pueblo,  manifestada  con  con- 
ciencia, libertad  é  independencia. 

El  gobierno  libre  solo  puede  venir  del  sufragio  de  los 
hombres  libres.  ¿Y  puede  ser  voto  libre  el  voto  de  un  es- 
clavo? íPuede  votar  con  libertad  el  hombre  dependiente 
de  otro  y  del  cual  pende  la  subsistencia,  la  suerte  y  el 
porvenir  de  sí  mismo  y  de  su  hogar?  ¿Puede  el  hombre 
inculto,— que  no  sabe  ni  comprende  su  propio  bien  ni 
menos  llega  á  sospechar  verdades  y  principios  políticos, 
sociales  y  económicos  que  distan  espacio  incomensurable 
de  las  miserables  fuerzas  de  su  inteligencia  menesterosa 
é  indigente,  cual  acontece  con  las  poblaciones  de  nuestras 
campañas  y  la  plebe  de  nuestras  ciudades— llegar  á  darse 
cuenta  de  los  beneficios  ó  los  males  que  acarrea  á  la  so- 
ciedad la  formación  de  su  gobierno?  Qué!  íNo  estamos 
convencidos  todavía  que  la  ignorancia  y  la  miseria  son 
los  mayores  enemigos  de  los  pueblos  libres?  Cómo!  jEl 
voto,  el  sufragio  de  estos  tan  peligrosos  y  desgraciados 
elementos,  es  el  sufragio  que  proclaman  los  principios 
de  la  filosofía  política,  como  la  escencia  y  vida  y  salud  de 
las  libertades  del  pueblo?  (Y  la  salud  de  los  pueblos,  la 
verdad  del  gobierno  de  la  democracia,  la  garantía  y  sus- 
tento de  la  libertad  y  derechos  del  hombre,  es  posible 
que  dependan  y  es  justo  entregarlos  á  la  ventura  de  estos 
resortes  bochornosos,  hijos  de  la  miseria  y  de  la  escla- 


V 

1 


Ik 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  I  35 

vitud,  Sin  temer  que  de  ellos  venga  la  muerte  del  civism  o 
y  de  la  libertad? 

Todas  nuestras  revoluciones  solo  han  tenido  por  objeto 
cambiar  el  personal  de  una  administración  dejando  perdu- 
rar su  sistema  de  gobierno;  y,  sin  embargo,  la  aparición  y 
predominio  de  esa  democracia  plebeya  que  tanta  sangre  y 
lágrimas  ha  hecho  derramar  y  tanto  ha  retardado  la  liber- 
tad del  pueblo  argentino,  fué  el  origen  de  nuestros  males 
pasados  y  la  causa  mayor  y  funesta  de  nuestras  desgra- 
cias presentes.  Elemento  generoso  á  la  vez  que  siniestro 
en  la  vida  de  las  naciones,  el  pueblo  inculto  é  ignorante, 
dócil  siempre  á  la  voz  de  su  caudillo,  ora  sea  este  un  genio 
ó  un  demagogo,  ora  un  hombre  de  bien  ó  malvado  aven- 
turero, sirve  solo  como  elemento  de  fuerza  gobernable 
para  el  bien  ó  para  el  mal,  á  semejanza  de  las  fuerzas  de 
la  naturaleza  creadas  por  Dios  solo  para  el  bien  y  de  quie- 
nes hechan  mano  los  hombres  para  adelantar  en  sus  virtu- 
des ó  en  sus  crímenes;  y  á  la  manera  de  nuestros  ejércitos 
que  asi  siguen  á  sus  gefes,  mas  entusiastas  y  ciegos  cuanto 
mas  felices  son  éstos,  ya  sea  para  sostener  la  ley,  el  pro- 
greso y  la  libertad  de  los  pueblos,  ya  para  alimentar  y 
defender  la  tiranía  que  deshonra  y  oprime  la  especie 
humana.  La  plebe  siguió  &  los  cesares  como  había  seguido 
á  los  Grecos  y  como  mas  antes  se  habia  alejado  con  sus 
tribunos  al  monte  Aventino.  La  plebe  arrojaba  palmas  y 
tendía  sus  mantos  para  que  sobre  ellos  pasara  en  triunfo 
Jesús  al  llegar  á  Jerusalem,  y  esa  misma  plebe,  cinco  dias 
mas  tarde,  manejada  como  siempre  por  brazo  extraño, 
pedía  que  la  sangre  de  ese  Jesús  que  habia  colocado  en 
lo  mas  alto  de  los  cielos,  cayera  sobre  su  frente  y  la  frente 
de  sus  hijos.  Tres  tiranías  se  disputan  siempre  la  vida  de 
los  pueblos:— la  del  talento  y  el  mérito,  la  de  las  armas  y 
la  de  la  plebe;  esto  es,— la  inteligencia,  la  fuerza  bruta  y  la 
ignorancia  irresponsable.  En  cual  de  ellas  se  apoya  la 
libertad,  todo  hombre  de  bien  lo  sabe.  La  historia  honrada, 
obra  de  los  hombres  de  bien,  se  ocupará  siempre  en  de- 
mostrarlo. 

Nuestros   antiguos  y  gloriosos  cabildos  fueron  los  que 

nos  enseñaron  á  ser  libres,  por  que  practicaban  en  su  go- 
bierno la  verdadera   democracia;  empero,   desde   que  un 


86  DR.  BERNARDO    FRÍAS 

excesivo  entusiasmo  por  la  república  democrática  caldeó 
las  almas  de  nuestros  antepasados,  de  raza  aristocrática 
é  ilustre  tantos  de  ellos,  el  criterio  se  extravió  por  su 
propio  apasionamiento  republicano,  llegando  á  considerar, 
sin  darse  exacta  cuenta,  acaso,  que  la  igualdad  de  todos 
los  hombres,  que  es  verdad  santa  ante  la  religión  y  la 
filosofía,  debia  ser  igualmente  aceptada  tanto  en  el  orden 
político  como  en  el  civil. 

Esa  falsa  idea  de  la  democracia  es  la  que  acogió  siem- 
pre la  clase  baja  para  rebajar  con  ella  todo  lo  grande  y 
digno  y  venerable  y  meritorio,  para  obtener  la  igualdad 
de  la  miseria,  derribando  todo  en  el  lodo. 

La  idea  verdadera  de  la  democracia  es  la  igualdad  de 
todos,  pero  dentro  de  lo  justo  y  lo  posible;  adquirida  por 
los  méritos  y  virtudes,  por  el  trabajo  y  la  inteligencia, 
con  lo  que  el  inferior  puede  alcanzar  á  igualarse  con  el 
superior;  por  la  igualdad  del  mérito.  La  democracia  mi- 
serable de  la  plebe  todo  lo  ha  derribado,  todo  lo  grande 
y  respetable,  formando  esa  igualdad  de  las  ruinas  y  de 
la  bajeza,  á  la  manera  que  el  polvo  de  los  siglos  y  el 
polvo  de  las  destrucciones  de  los  bárbaros  y  el  que  acar- 
reara tras  sí  esa  larga  cadena  de  desastres  é  infortunios, 
sepultaron  bajo  sus  capas  los  monumentos,  las  vías  y  hasta 
las  colinas  sagradas  de  la  antigua  Roma,  rellenando  todo 
de  lodo  y  escombros,  siendo  hoy  su  suelo  sepulcro  de  sus 
venerables  ruinas. 

No  es,  pues,  la  democracia  que  hoy  tenemos,  la  demo- 
cracia en  la  igualdad  por  el  lado  noble  y  venerable  de  la 
virtud  y  del  mérito  de  los  hombres  bajos  con  las  antiguas 
familias  patricias,  á  quienes  la  revolución  quizo  abrir  las 
puertas  para  que  la  plebe  llegara  á  la  misma  altura  por 
el  trabajo  honrado;  sino  la  democracia  en  lo  indigno,  vi- 
cioso y  miserable;  la  superposición  y  predominio  de  cuanto 
hay  de  vergonzoso  y  cobarde  y  corrompido  para  dar  vida 
y  sustento  á  un  padrón  de  infamia. 

No  hay  peores  tiranos  que  los  esclavos  ni  hombres  mas 
soberbios  que  los  salidos  de  la  nada,  ha  dicho  un  ilustre 
escritor;  y  cuando  se  medita  que  hubo  magistrados  que 
vendían  la  justicia  que  administraban  por  falta    de  honor, 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  I  S7 

por  falta  de  valor,  de  carácter  ó  dé  virtudes,  por  complacer 
al  gobierno  ó  atraerse  las  simpatías  del  poderoso;  cuando 
se  medita  que  las  masas  rústicas,  sin  criterio  ni  indepen- 
dencia personal,  forman  la  gran  mayoría  de  los  sufragios 
cívicos  ahogando  con  su  voto  abrumador  y  vendido,  la 
opinión  libre  é  ilustrada  de  la  gente  de  criterio  y  prepara- 
ción; cuando  se  recuerda  que  esta  democracia  plebeya  y 
corrompida  que  se  mueve  como  las  nubes  cualquiera  que 
sea  el  rumbo  ú  donde  sople  el  viento,  llegó  ó  formar  gobier- 
nos tan  indignos,  que  se  vio  ú  sus  funcionarios  falsificando 
la  moneda  del  país,  comerciando  con  la  cosa  pública  y  en- 
riquecidos con  mano  deshonesta;  ú  presentar  parlamentos 
que,  formados  de  hombres  obscuros  y  desconocidos  de  la 
opinión  y  para  bochorno  y  baldón  del  honor  y  altivez  histó- 
rica del  pueblo  argentino,  producían  la  unanimidad  del  su- 
fragio parlamentario  en  favor  constante  del  gobierno,  á 
semejanza  de  aquel  senado  romano  de  la  época  de  su  ver- 
gonzosa decadencia,  con  la  tribuna  enmudecida,  la  indepen- 
dencia y  la  virtud  desterradas,  la  incondicionalidad  de  la 
conciencia  entregada  con  ostentación  y  estrépito,  y  el  voto 
de  las  mediocridades,  mudo,  pesado  y  frío,  descargándose 
como  el  brazo  de  la  muerte  sobre  el  honor,  la  grandeza  y 
los  altos  destinos  del  pueblo  de  la  república;  y  cuando  se 
revela,  en  fin,  que  todos  los  resortes  se  quebrantan  al  empu- 
je de  esta  corrupción  de  la  democracia,  la  sombra  veneranda 
de  nuestros  viejos  cabildos  con  sus  sanas  prácticas  elec- 
torales, se  asoma  al  corazón  como  un  consuelo  y  una 
esperanza  de  los  espíritus  fuertes  que  resisten  aún,  vas- 
tagos casi  todos  de  las  antiguas  familias  patricias,  como 
esos  árboles  corpulentos,  de  raices  profundas  en  la  tierra, 
que,  cuando  pasan  las  grandes  inundaciones  arrastrando 
todo  en  las  corrientes  cenagosas,  quedan  aislados  y  solos, 
siempre  erguidos,  como  testigos  del  doloroso  desastre, 
sobre  una  tierra    devastada  é   inmunda. 


CAPITULO  n 


lia  sociedad  bajo  el  antig^no  rén^maa 


SUMARIO: — Constitución  de  la  antigua  sociedad;  la  nobleza;  la  ^ente  decenté 
— ^Formación  del  tipo  del  cholo — Clases  de  los  mestizos ^  indígenas j  negros 
y  mulatos — La  plebe — La  esclavitud;  sus  condiciones  en  América— La 
vida  del  esclavo;  derechos  del  amo. 

El  comercio  americano;  la  Gasa  de  Contratación;  el  Callao — Salta,  centro 
del  tráfico  comercial— La  internación  de  mercaderías— El  comercio  de 
muías  con  el  Perú;  las  tnvema({a«— Casas  de  Candióti,  de  Moldes  y  de 
Gurrachaga;  casas  de  segando  orden — Extensión  del  comercio  de  Salta 
— £1  comercio  de  esclavos  negros— Beneficios  (jue  la  sociedad  de  Salta 
recibe  del  comercio— La  riqueza  de  Salta— Ferias  comerciales. 

La  inmigración  española  en  América — La  aristocracia  española  se 
avecinda  en  Salta— Apellidos  ilustres;  principales  casas  nobles  de  Salta 
— La  cultura  social  de  Salta;  el  ü'innfo  de  la  gente  decente. 

La  población  de  las  campañas— Descripción  del  gaucho  de  Salta — La 
clase  indígena;  el  sistema  feudal— Descripción  de  la  región  del  poniente; 
el  valle  Calchaquí. 

La  Salta  española;  descripción  de  la  ciudad— Cuadros  sociales— Fi- 
sonomía general  del  territorio  argentino- Descripción  de  Buenos  Aires 
en  1810. 

La  vida  doméstica — El  padre  español— La  juventud  decente;  su  altura 
intelectual  y  social— El  gaucho  decente-  -Traje  de  ciudad;  costumbres 
«ocíales- Descripción  de  una  casa  principal— Arreos  para  el  caballo. 


LA8    CASTAS    SOCIALES 

I 

Tuvieron  las  Leyes  de  Indias  particular  empeño  en  es- 
tablecer en  América  las  castas  sociales  y  cuidadosa  proligi- 
dad  en  legislar  sobre  ellas,  clasificándolas  y  distinguiéndolas 
principalmente  en  nobles,  indígenas,  mestisos,  negros  y 
mulatos. 

La  nobleza  constituía  la  glasé  principal  en  toda  sociedad 
española.  Su  origen  era  tan  antiguo  como  la  misma  mo- 
narquía, y  cada  apellido  que  ostentaban  sus  miembros 
significaba,  por  lo  regular,   una   ejecutoria  de  servicios  y 


40  DR.   BERNARDO    FRUS 

méritos  prestados  y  adquiridos  en  lionra  y  gloria  de  la 
nación.  Mas  ó  menos  notorio,  mas  ó  menos  ilustre,  el 
linaje,  ennoblecido  por  las  hazañas  y  acciones  generosas 
de  antiguos  guerreros  ó  las  virtudes  y  méritos  de  servi- 
cios dignos  de  la  gratitud  pública,  habia  recibido  en  honra 
y  recompensa  de  estos  servicios  aquella  distinción  del 
rey  que,  ennobleciendo  la  casa,  pasal>a  como  herencia 
dignificando  la  sucesión  de  las  generaciones.  Estas  re- 
compensas fueron  bien  notorias  en  España  y  adquiridas 
en  ella  á  fuer  de  servicio  bien  cumplido  que,  en  nombre 
de  la  gratitud  del  estado,  llegaron  ú  gozar  de  ellas  aún 
las  mismas  ciudades,  así  en  España  como  en  América. 

Entre  la  nobleza  y  las  clases  inferiores,  actúate  una  se- 
gunda entidad  social  que  gozaba  casi  de  idénticas  prerro- 
gativas de  consideración  é  influjo,  formada,  en  su  base 
principal,  del  elemento  europeo  que  no  podía  ostentar 
título  de  casa  noble,  pero  que,  siendo  de  raza  blanca  y 
española  conquistadora  de  estas  comarcas,  y  gozando,  al 
arribar  á  ellas,  ademas,  la  protección  y  buen  lado  del  nú- 
cleo español  residente  en  América,  podia  conquistarse 
lugar  y  buen  lado  social,  siempre  que  por  su  oficio,  por 
lo  bíyo  y  servil,  no  lo  fuera  indigno.  En  ella  figuraban 
las  familias  de  los  soldados  conquistadores  y  de  los  co- 
merciantes enriquecidos  afianzados  en  el  título  de  su 
fortuna. 

A  esta  porción,  bien  poderosa  por  cierto  en  su  número 
y  en  su  influencia,  agregábanse  ciertas  ramos  indígenas, 
cuya  antigua  actuación  en  la  provincia  desde  las  expedi- 
ciones conquistadoras  bajadas  del  Perú,  figurando  con  lus- 
tre en  la  milicia,  cuya  carrera  ennoblecía,  llegaron  á 
vincularse  en  hogares  de  distinción  y  abolengo  europeo. 

Este  elemento  social,  cúmulo  valiosísimo  de  la  raza 
blanca,  de  la  riqueza,  del  trabajo  superior  y  del  mérito 
de  las  bellas  acciones  y  valiosos  servicios  que  largos  años 
de  actuación  visible  lavaron  de  escorias  é  impurezas,  for- 
maba, entonces,— unido  ú  la  nol)leza,  lo  que  se  llamaba 
con  suma  verdad,  la  gente  decente.  En  sus  manos  estaba 
el  gobierno  de  la  ciudad,  el  sacerdocio,  la  ciencia,  el  foro, 
la  opinión,  la  cultura,  el  mando  de  las  milicias,  el  comercio, 


fflSTORIA  DE   GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPITULO  II  41 

la  fortuna  y  la  figuración  personal  en  todo  su  valioso  sen- 
tido; como  que  por  sus  antecedentes,  sus  virtudes,  sus 
fuerzas  intelectuales  y  morales,  era  la  clase  dirigente  y  la 
representante  del  movimiento  civilizado  y  progresista. del 
país. 

De  esta  manera  la  gente  decente,  como  consecuencia  de 
esta  su  posición  envidiable,  gozaba,  ó  la  par  de  la  nobleza 
—con  quien  formaba  un  solo  cuerpo  social,  de  distinguidos 
privilegios  para  imperar  sola  y  sin  mezcla  de  clase  baja, 
de  cuanto  importaba  mando,  dirección  ó  lucimiento  so- 
cial, basados  así  en  seculares  costumbres  como  en  leyes 
positivas  y  razones  de  bastante  consideración  en  la  época. 

Según  aquellos  principios  aristocráticos,  todas  las  cor- 
poraciones, como  el  gremio  de  abogados,  los  claustros 
universitarios,  los  colegios  médicos,  el  coro  de  las  cate- 
drales, los  cabildos  y  audiencias  judiciales,  por  ejemplo, 
exigían  en  sus  estatutos  para  sus  miembros,  la  precisa 
condición  de  la  limpieza  de  sangre,  como  se  llamaba  en- 
tonces á  la  pureza  de  la  raza.  Por  consiguiente,  el  mes- 
tizo y  mas  especialmente  el  mulato  eran  de  ellas  gene- 
ralmente excluidos;  pero  es  de  advertirse,  sin  embargo, 
que  el  mestizo  de  buen  padre  español  en  madre  americana, 
que  no  era  esclava,  adquiría  buen  linage  y  no  caía  bajo 
aquellos  rigores,  por  que,  al  decir  de  las  leyes,— « la  mayor 
parte  de  la  fldalguía  ganan  los  omes  por  honra  de  los 
padres.  Ca  maguer  la  madre  sea  villana  é  el  padre  fidalgo, 
fldalgo  es  el  hijo  que  de  ellos  nasciere.  E  por  fijo  dalgo 
se  puede  contar  mas  non  por  noble, »  que  es  de  origen 
noble  el  que  lo  es  por  amibos  sus  padres,  según  lo  enseña 
Gregorio  López.  De  allí  vino  &  resultar  que  en  las  pro- 
vincias del  Alto  Perú,  por  ejemplo,  la  raza  indígena  ame- 
ricana aparecía  con  su  tipo  impreso  y  su  color  en  la  mayoría 
de  la  población  aristocrática  ó  decente  de  aquellas  provin- 
cias, desde  Tupiza  hasta  la  Paz. 

Por  las  ordenanzas  militares,  los  cuerpos  del  ejército  no 
podían  recibir  como  cadetes  sino  á  nobles;  los  grados  de 
doctor  no  se  conferían  á  ninguno  de  raza  de  siervo,  y  así, 
igualmente,  debían  acreditar  la  noble  prosapia  los  aspi- 
rantes á  caballeros  de  las  órdenes  militares.    El  título  hono- 


42  DR.    BERNARDO    FRÍAS 

rífico  de  Don,  que  en  la   época   antigua  solo   había  sido 

concedido  á  los  mas  exclarecidos  de  entre  los  nobles,  lo 

llevaba,    entre   nosotros,  todo    hombre   decente;   pero  la 

partícula  de,  que  unía  el  nombre  personal  con  el  nombre 

de^la  casa  ó  apellido,  fué,  casi  siempre,  del  uso  exclusivo 

de  la  nobleza. 
La  institución  nobiliaria  habia  sido  en  Europa  verdadera 

casta  social;  y  casta  fué  dominadora  en  exclusivo  y  tirá- 
nica de  las  clases  inferiores  y  débiles  del  pueblo;  por  que 
allí,  desde  los  primeros  siglos  de  la  organización  de  las 
naciones  con  principios  de  barbarie  por  una  parte  y  de 
esclavitud  y  vasallage  por  el  lado  que  venia  del  imperio 
romano,  la  clase  principal,  elemento  propio  y  necesario 
en  toda  sociedad  humana,  habia  sido  la  depositarla  y  aún 
la  dueña  por  largo  espacio,  de  la  fuerza  militar  y  del 
mando  político,  transformándose  naturalmente  en  verda- 
dera aristocracia,  ó  sea  en  la  clase  política  gobernadora 
del  estado.  Todo  en  Europa  fué,  entonces,  suyo:  el  rey, 
las  altas  dignidades;  todo  mando  y  dirección  y  honor  en 
los  negocios  públicos;  la  magistratura  constituyó  por  largo 
tiempo  una  de  sus  mas  preciosas  prerrogativas.  Y  como 
el  uso  de  la  fuerza  siempre  acumula  iniquidad,  los  privi- 
legios de  que  se  fué  rodeando,  libertaron  á  aquella  clase, 
con  desigualdad  injusta,  de  la  mayoría  de  las  cargas  pú- 
blicas que  pesaban  con  tiranía   cruel  y  abrumadora  sobre 

el  resto  del  pueblo. 

Hubo,  de  esta  manera,  una  clase  dominadora  y  privile- 
giada; una  clase  libre  entregada  al  comercio,  á  las  artes, 
á  la  industria  y  á  las  nobilísimas  tareas  del  espíritu,  y  una 
clase  inferior,  oprimida  y  pobre,  desheredada  de  libertad  y 
elementos  de  progreso,  que  formaba  la  casta  de  los  siervos. 

Pero  este  último  estado,  que  degradaba  los  pueblos  en 
el  resto  del  continente,  habia  sido  casi  desconocido  en  Es- 
paña. La  nación  española  habia  crecido  con  una  educación 
cívica  y  militar  en  largos  siglos  de  lucha  en  forma  popular, 
circunstancia  feliz  no  aparecida  en  los  demás  estados  y 
que  habia  formado  un  pueblo  de  soldados  y  libertadores 
mas  no  de  siervos;  infundiendo  en  los  hombres  el  senti- 
miento mas  pronunciado  por  la  independencia  personal, 
que  vino  á  constituir  el  rasgo  distintivo  de  su  raza. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE   SALT  ^— CAPÍTULO  II         43 

«Los  españoles  tienen  la  mas  alta  idea  de  si  mismos.  Un 
pastor,  al  frente  de  sus  rebaños,  goza  allí  de  la  individua- 
lidad mas  absoluta.  Las  guerras  intestinas,  que  privan  del 
derecho  de  las  gentes  al  vencido,  eran  en  aquellos  tienj- 
pos  menos  frecuentes  en  España  que  en  otros  paises;  la 
servidumbre  llegó  ü  ser  menos  general;  los  señores  no 
tuvieron  los  privilegios  que  en  Francia  é  Italia  conquistaron 
con  la  espada,  y  el  feudalismo,  apenas  fué  conocido,  según 
tan  discretamente  lo  observa  Montesquieu.  El  pueblo  espa- 
ñol, en  efecto,  se  convirtió  en  pastor,  en  agricultor  ó  en 
arrendatario,  pero  no  en  vasallo.  Las  leyes  políticas  de  los 
moros  se  hallaron  en  armonía  con  las  leyes  políticas  de  los 
romanos;  los  compañeros  de  Muza  comunicaron,  por  me- 
dio de  las  costumbres,  al  pais  conquistado  esa  indepen- 
dencia salvaje  del  árabe  que  aun  sigue  existiendo  en  el 
corazón  de  la  España  cristiana.  Las  primeras  cortes  á  que 
asistieron  los  diputados  del  pueblo,  fueron  las  celebradas 
en  León,  en  1188;  esa  fecha  demuestra  que  los  españoles 
marchaban  al  frente  de  los  pueblos  emancipados. »  (Cha- 
tbaubrian). 

Si  la  antigua  aristocracia  europea  habia  sido,  siglos 
hacia,  abatida  por  el  centralismo  real  y  la  monarquía  ab- 
soluta; si  particularmente  en  España  la  nobleza  no  fué 
aristocracia  opresora  ú  la  manera  que  mostró  serlo  en  las 
demás  naciones,  error  evidente  y  grande  injusticia  sería 
juzgar  y  cargar  sobre  la  nobleza  trasladada  á  las  ciudades 
de  América,  la  misma  responsabilidad  y  el  mismo  abuso 
de  que  se  hizo  odiosa  en  el  resto  del  mundo.  Por  que  si 
en  España  fueron  pocos  los  siervos,  ya  no  fueron  en  Amé- 
rica conocidos;  ya  no  existían  las  encomiendas  ni  los 
encomenderos  de  la  conquista  con  derecho  sobre  los 
hombres.  Excepción  hecha  de  los  esclavos— agravio  intro- 
ducido por  las  leyes  españolas  solo  en  los  hombres  del 
África,  el  resto  de  la  población  americana  se  formaba  de 
hombres  libres,  y  el  americano,  cualquiera  que  fuera  su 
origen  y  su  clase,  tenia  francas  á  su  actividad  todas  las 
fuentes  del  desenvolvimiento  humano;  el  comercio,  la 
agricultura,  la  iglesia,  los  estudios,  la  propiedad  territo- 
rial, base  de  la  libertad  individual,  podia  adquirirlas  como 
todos  los  demás  hombres.  Solo  la  mezcla    grosera  de  las 


44  DR.    BERNARDO  FRÍAS 

razas,  principalmente  las  envilecidas  con  la  esclavitud, 
quebraba  su  capacidad  en  cierta  y  pequeña  medida,  como 
para  obtener,  por  ejemplo,  los  honores  del  doctorado  y  del 
sacerdocio. 

Desenvuelta  bajo  estas  condiciones,  la  nobleza  de  Amé- 
rica,—dilatación  feliz  de  la  nobleza  española,  si  conservaba 
y  amaba  sus  virtudes  y  honrosas  tradiciones,  no  gozaba 
de  pesados  privilegios  y  abrigaba  un  espíritu  liberal  y  un 
principio  de  igualdad  republicana  basada  en  el  mérito  que 
produjo,  desde  los  primeros  dias,  la  creación  de  la  gente 
decente,  elemento  social  superior  d  la  clase  '  media  que 
se  conocía  en  Europa,  y  no  inferior  á  la  nobleza  con 
quien  estaba  ligado  y  hasta  confundido  en  todo  su  desen- 
volvimiento social  y  cuyo  círculo,  que  encerraba  todo 
cuanto  era  perfección,  civilización  y  progreso,  tenia  sus 
puertas  abiertas  para  todo  hombre  que,  no  siendo  de  raza  vil, 
se  levantara  por  el  mérito  de  sus  virtudes,  de  su  talento, 
de  su  fortuna  y  de  todo  aquello  que  forma  y  enaltece  la 
dignidad  humana.    1). 

Por  las  mismas  leyes  dictadas  para  la  América,  eraá  es- 
ta clase  á  la  que  se  llamaba  y  convocaba  en  congreso,  para 
intervenir  en  el  gobierno  del  país  en  forma  de  cabildo 
abierto,  denominándosela  así,  «la  parte  sana  y  distinguida 
del  vecindario. » 

No  formó,  pues,  la  nobleza  en  América,  aristocracia 
propiamente  dicha,  por  que  no  manejó  y  dispuso  de  la 
fuerza  militar;  por  que  no  se  desenvolvió  con  independencia 
ni  del  gobierno  ni  del  resto  de  las  gentes  sin  título  nobi- 
liario; por  que,  cuando  se  formaba  la  sociedad  civilizada 
del  Nuevo  Mundo,  existía  en  el  estado  unidad  de  legisla- 
ción, unidad  de  mando  y  unidad  de  justicia  y  adminis- 
tración en  todo  el   territorio,    de  cuyo  benéfico   conjunto 


1)  £ra  convicción  profanda  en  nuestro»  antepasados  que  el  Tástago  de 
razas  viles  no  f*ra  una  buena  simiente.  Los  fenómenos  del  atavismo 
ó  sea  li  herencia  de  las  desgracias  ó  flaquezas  momios  de  los  maro- 
ros,  se  prooagaban  á  la  deseen -iencia  sei^un  lo  demostrRba  una  cons- 
tante esperiencia;  y,  en  virtuil  suya,  nada  de  noble  debia  aguardarse 
de  hijos  de  aquellas  clases,  ni  en  sus  acciones  i«i  en  sus  sentimientos 
ni  en  su  conduct*^;  untos  por  el  contrario,  eran  señalados  como  capaces 
de  toda  perversión  y  bnjeza:  de  toda  traición  y  deslcaltad,  y  despro- 
vistos do  todas  las  Virtudes  caballerescas. 


HISTORIA  DE  GÜEME3  Y    DE  SALTA-CAPITÜLO  II         45 

emanaba  la  igualdad,  en  gran  medida,  de  todos  los  hombres 
sujetos  á  las  mismas  leyes  y  juzgados  por  los  mismos  jueces 
en  su  honor,  en  sus  personas  y  en  su  hacienda,  como 
vasallos  todos  de  un  mismo  y  único  soberano. 

Esta  nobleza  de  tendencia  y  espíritu  republicano  y  sim- 
plemente titular,  fué  raro  fenómeno  que  produjo  el  sistema 
opresivo  de  la  metrópoli;  por  que  en  América,  la  nobleza, 
desde  que  dejaba  de  ser  peninsular,  pasaba  á  ser  raza 
subyugada  y  oprimida  por  el  elemento  europeo;  no  ejercía 
gobierno  ni  mando  en  el  país  en  que  vivía  y  habia  nacido, 
excepción  hecha  de  la  intervención  en  sus  cabildos  y  en 
otros  bien  raros  casos;  no  administraba  ni  ejercía  el  poder 
ejecutivo  de  sus  gobernadores  ó  virreyes,  siempre  en 
manos  españolas;  ni  gobernaba  las  diócesis  presidiendo 
el  episcopado  y  las  altas  dignidades  eclesiásticas,  ni  for- 
maba el  cuerpo  de  sus  audiencias  judiciales,  ni  le  cor- 
respondían los  grandes  empleos  de  la  administración 
pública  ni  siquiera  el  gobierno  de  su  propia  ciudad, 
gobierno  doméstico  y  estrecho  que,  en  la  mayor  parte 
de  las  ciudades  de  América,  era  ejercido,  por  derecho 
tradicional,  exclusivamente  por  españoles. 

Y  una  aristocracia  desheredada  de  todo  gobierno  en  los 
intereses  de  su  propia  patria,  cuyos  antiguos  y  pesados 
privilegios  solo  formal>an  ya  recuerdo  histórico  de  sus 
antepasados;  una  aristocracia  sin  independencia  de  clase, 
sin  derechos  políticos, -sin  influencia  decisiva  en  la  dirección 
de  los  negocios  públicos,  sin  voz  ni  voto  en  la  sanción 
de  las  leyes,  soportando  sobre  sus  hombros,  como  el 
resto  del  pueblo,  la  arbitrariedad  y  el  despotismo  que 
traía  el  dominio  peninsular  ó  europeo,— ¿qué  opresión  podía 
ejercer  en  el  gobierno  de  la  sociedad,  ni  qué  odios  podía 
despertar  en  las  clases  inferiores  que  no  recibían  de  ella 
ni  daño  ni  injusticia  intolerable? 

Así  demostraron,  durante  el  desenvolvimiento  de  la  re- 
volución que  vamos  á  ver  en  adelante,  cómo  no  hubo  en 
ellos  amor  á  los  privilegios  y  cómo  el  pueblo  no  se  quejó 
de  ellos  por  tiranía  y  despojo;  por  que  si  la  revolución 
francesa  fué  llevada  por  el  elemento  popular  contra  la 
aristocracia  abusiva,   en  América   fué  la    gente  decente, 


46  DR.  BERNARDO     FRÍAS 

nobleza  ó  aristocracia,  unida  afectuosamente  con  el  pueblo 
que  la  seguia  como  á  su  maestro  y  protector  y  guia,  quien 
la  dirigió  contra  España  y  la  tiranía  de  los  españoles. 

No  cabe,  pues,  en  buena  razón  hacer  del  siglo  XIX  y 
de  la  sociedad  americana  bajo  el  yugo  español,  en  sus 
últimos  tiempos,  campo  común  con  el  siglo  XVI  y  sus 
anteriores  y  con  la  sociedad  europea  formada  y  mantenida 
por  muy  diversos  principios  y  antecedentes.  Todo  cambia 
y  se  destruye  y  pasa  en  la  vida.  Las  antiguas  institu- 
ciones y  entre  ellas  mayormente  la  nobleza,  habian  sufrido 
el  efecto  de  sucesivas  revoluciones  que  los  tiempos  acar- 
rean siempre  consigo,  que  cambiaron  su  pri\nera  fisono- 
mía. Por  estas  revoluciones  de  los  tiempos;  por  aquella 
legislación  uniforme  del  imperio;  por  el  sistema  colonial 
que  rigió  tres  siglos,  la  América  no  tuvo  aristocracia  como 
potencia  gubernativa  y  opresora;  solo  se  formó  y  hubo 
una  entidad  social,  consorcio  de  lo  noble  con  todo  lo  dis- 
tinguido y  meritorio  que  se  denominó  gente  decente,  aristo- 
cracia singular,  republicana  de  espíritu,  formada  bajo  la 
tradición  de  antiguas  y  honorables  costumbres,  cuyo  seno 
estaba  siempre  abierto  á  la  virtud  y  al  mérito.  La  no- 
bleza, pues,  significaba  en  América  distinta  cosa  de  lo 
que  habla  representado  en  Europa  y  tenia  distinta  historia 
y  aspiraciones  que  aquella;  representaba,  sin  duda,  algo 
superior  y  deslindado  del  común  de  las  gentes,  pero  era 
solo  un  círculo  honorable  de  perfección  social,  fuente  de 
inspiración  y  de  imitación  de  las  clases  inferiores,  lo  que 
no  es  ciertamente  condenable  si  es  ley  de  la  naturaleza 
estas  diferencias  sensibles  dentro  de  la  misma  igualdad 
en  la  sociedad  de  los  hombres. 

Empero,  cualquiera  que  sea  el  grado  de  verdad  ú  que 
alcancen  las  inculpaciones  que  el  espíritu  liberal  y  repu- 
blicano haya  arrojado  sobre  las  instituciones  sociales  que 
partieron  la  igualdad  de  los  hombres  en  la  edad  pasada, 
no  puede  por  menos  el  espíritu  honrado  é  imparcial  de 
la  historia  que  penetrar  con  verdadero  respeto  en  el  san- 
tuario de  aquellos  tiempos  por  grandes  fases  venerables, 
y  aún  con  admiración  de  grandeza  desconocida,  partiendo 
de  en  medio  de  esta  atmósfera   de  servil   mercantilismo, 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE    SALTA— CAPÍTULO  U  47 

de  materialismo  sofocante    y   pequenez  de   corazón  que 
hoy  domina  é  infecta  la  tierra. 

La  hora  de  la  justicia  debe  llegar  para  todos.  Y  si  las 
revoluciones  no  tienen  medida  y  todo  lo  derriban  con  la 
violencia  de  su  paso,  toca  á  las  épocas  de  calma  y  desa- 
pasionamiento el  establecer  el  justo  equilibrio  de  las  cosas. 
Por  que  no  todo  era  malo  en  aquellos  dias;  y  despojada 
la  aristocracia  de  sus  fueros  y  sus  abusos,  frutos  de  una 
época  perdida  y  de  antiguas  leyes  que  tocaban  á  desa- 
parecer completamente,  la  institución  social  de  nuestros 
nntepasados,  como  fuente  de  educación  de  los  hombres  y 
formación  del  ciudadano,  es  la  que  se  revela  mas  acaba- 
damente perfecta  de  cuantas  ha  producido  hasta  el  presente 
la  sabiduría  humana. 

Por  que  si  algo  existe  de  excelente,  de  grande  y  de 
digno  de  imitación  y  de  eterna  memoria  en  nuestro  país 
de  cuanto  nos  enseñó  y  legó  la  dominación  de  España,  es, 
sin  género  de  duda,  la  organización  social  en  lo  que  se 
refiere  á  las  leyes  fundamentales  que  rigieron  entonces 
en  la  educación  de  nuestras  familias  patricias,  en  el  orden 
privado,  como  el  gobierno  civil  de  los  cabildos  en  lo  que 
hace  al  interés  público;  cuya  doble  y  acaso  irreparable 
pérdida   jamas  llegará  á  ser  suficientemente  llorada. 

En  vida  de  nuestros  antepasados,  la  nobleza  formaba  la 
clase  principal  y  mas  distinguida  de  la  sociedad.  Repre- 
sentaba, á  mas  de  un  privilegio  de  raza,  un  alcázar  y  una 
escuela;  por  que  allí  se  guardaban  las  grandezas  del  pasado 
y  allí  se  enseñaba  y  aprendía  con  los  principios  y  el  ejem- 
plo, á  vivir  y  á  morir  como  es  debido,  primera  condición 
para  que  un  pueblo  pueda  alcanzar  á  ser  libre  y  feliz.  La  casa 
noble  era  casa  de  tradición.  A  mas  de  la  herencia  del 
nombre,  de  los  bienes,  de  la  preeminencia  social,  con- 
servaba con  justa  satisfacción,  un  pasado  mas  ó  menos 
lleno  de  dignidad,  de  virtudes,  de  acciones  generosas  y  á 
las  veces  también,  de  glorias  que  formaban  la  verdadera 
altura  del  apellido;  herencia  que  el  hijo  de  familia  traba- 
jaba por  conservar  é  imitar  y  á  veces  con  apasionamiento. 
Un  pasado  honorable  y  tantas  veces  ilustre,  se  trasmitía 
de  generación  en  generación  en  la  historia  de  la  casa,  en 


48  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

el  orgullo  de  la  familia,  levantando  en  sus  vastagos  noble 
espíritu  de  imitación  y  de  estímulo;  educación  moral  de 
robusto  poderío,  cuyo  apoyo  yacía  en  principios  enalte- 
cedores de  la  dignidad  humana,  contándose  entre  ellos,  y 
en  primera  línea,  el  honor,  la  hombría  de  bien,  la  gran- 
deza y  esplendor  en  las  acciones  y  pensamientos;  el  valor, 
la  fortaleza  de  ünimo  y  la  altivez  del  carácter.  Todos  los 
sentimientos  generosos  del  corazón  humano  le  eran  reco- 
mendados; teniendo  por  modelo,  en  la  vida  privada,  al 
santo  patrono,  y  en  la  vida  pública,  al  caballero. 

Porque  para  conservar  esta  dignidad  de  su  condición  y 
altura  moral  de  su  carácter,  le  eran  vedados  los  oficios 
bajos,  entre  ellos,  por  ejemplo,  el  del  teatro,  tachado  por 
vil  desde  la  edad  romana;  podia  ejercer  profesión  plebeya, 
pero  no  degradante,  é  indigno  era  del  noble  como  del  hom- 
bre decente,  el  batirse  con  inferiores,  el  huir  del  peligro, 
el  atacar  con  alevosía,  el  cometer  traición,  el  quebrantar 
la  palabra  y  el  juramento  empeñados  y  el  mentir;  el  usar 
de  fuerza  para  con  mujeres  y  con  débiles  como  el  ser 
alcahuete  y  espía.  El  servilismo  y  la  deshonra  eran  para  él, 
mas  que  la  muerte,  odiados  y  temidos;  mientras  formaban 
los  goces  de  su  orgullo  la  lealtad  y  el  honor.  Las  leyes  de- 
cían que  en  el  alma  del  noble  debían  florecer  y  prosperar 
cinco  grandes  virtudes:— la  cordura^  «  que  es  virtud  que  le 
guarda  de  todos  los  males  que  le  podrían  venir  por  su 
culpa; ))  la  fortaleza,  «  que  es  virtud  que  faze  á  ome  estar 
firme  á  los  peligros  que  avinieren  y  no  ser  cambiadizo;» 
la  mesura,  que  hace  que  los  hombres  «  obren  de  las  cosas 
como  deven  é  non  pasen  á  mas;»  Injusticia,  «para  que  la 
fagan  derechamente  »  y  la  lealtad,  en  fin,  «  ca  esta  es  bon- 
dad en  que  se  acaban  é  se  encierran  todas  las  buenas  cos- 
tumbres, é  ella  es  assi  como  madre  de  todas.» 

No  viene  á  significar  todo  esto  que  aquella  clase  como 
aquellos  tiempos  se  hallaran  limpios  de  toda  flaqueza  y 
miseria  humanas;  solo  queremos  decir  que  estas  vergüen- 
zas eran  bien  raras  entonces,  y  que  una  herencia  de  gran- 
deza moral  unida  á  los  ejemplos  y  principios  de  honradez 
y  altura  de  carácter,  formaba  escuela  de  honor  en  la  vida 
común,  y  de  civismo  y  heroicas  resoluciones  en  la  pública 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  U         49 

del  ciudadano.  Quien  amara  aquellas  ideas  y  venerara 
aquellos  antecedentes  por  ser,  aunque  no  mas  que  riqueza 
y  prez  de  sus  antepasados,  no  podía  penetrar,  seguramente, 
en  el  campo  de  los  malvados  i^i  mostrar  infamia;  por  que 
era  esta  la  bondad  de  la  educación  de  nuestras  antiguas 
familias,  basada  en  el  abolengo  tradicional  de  la  casa  noble 
—que  extendió  é  hizo  suyo  la  gente  decente  ó  sea  la  aristo- 
cracia del  mérito,  llena,  por  lo  general,  de  antecedentes 
honorables;  formando,  asi,  la  mejor  escuela  del  hombre  y 
del  ciudadano,  se  nos  antoja  pensar,  no  solo  por  las  prue- 
bas que  acusa  su  historia  sino  por  que  es  firme  convicción 
que  el  ejemplo  de  nuestros  mayores  es  la  mejor  escuela  de 
nuestras  virtudes;  que  la  moralidad  penetra  mas-  por  el 
corazón  que  por  la  inteligencia,  y  el  corazón  humano  no  se 
educa  simplemente  odiando  el  vicio  sino  amando  de  veras 
la  virtud. 


II 


Flotaba  al  pié  de  esta  parte  distinguida  de  la  sociedad, 
otra  clase  intermediaria,  nacida  de  los  caprichos  y  de  la 
especialidad  de  nuestra  antigua  población.  Era  lo  que  en 
España  constituía  la  plebe  y  que  en  América  habla  alcan- 
zado el  rango  de  línea  superior.  Habla  nacido  y  crecido 
lentamente  como  el  sedimento  que  nuestros  rios  van  de- 
positando á  lo  largo  de  las  orillas  y  formando  la  altura 
de  sus  riberas;  por  que,  como  en  la  afluencia  de  pobla- 
dores españoles  llegaran  de  toda  estirpe,  rango  y  catadura, 
los  de  última  esfera,  el  hijo  de  la  plebe  burda,  ajeno  de 
toda  instrucción,  que  apenas  si  podía  trazar  su  firma 
cuando  no  señalarla  por  una  cruz,— como  el  picapedrero 
de  Galicia,  el  barrendero  de  las  calles  de  Madrid,  el  pes- 
cador de  Cádiz  ó  el  vago  de  las  comarcas  andaluzas,  no 
podía  gozar  de  la  altura  social  de  sus  otros  compatriotas 
superiores  en  cuna  y  condiciones  morales,  sociales  é  in- 
telectuales y  de  cuya  preparación  carecía,  ó,  aquellos  de 
idéntica  clase,  pero  de  superiores  aptitudes,  que,  á  pesar 
de  plebeyos,  venían  á  ser  tenderos  al  menudeo  y  depen- 
dientes de  las  fuertes  casas  de  comercio;  pulperos,  arrieros 


50  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

y  sacristanes,— SU  miseria  é  ignorancia  los  inhabilitaba 
para  enriquecer  explotando  la  fuente  entonces  tan  fecun- 
da del  comercio  de  Salta.  De  lo  bajo  vinieron  y  en  lo  b€go 
quedaron;  sentaron  plaza  de  soldados,  de  guardianes  noc- 
turnos de  la  seguridad  del  vecindario,  formando  en  las 
patrullas;  corrieron  á  las  quintas  y  6  las  chacras  cercanas 
á  la  ciudad  y  allí  continuaron  su  natural  oficio  de  horte- 
lanos, mozos  del  servicio  doméstico,  labradores  ó  peones, 
como  se  los  llaiAó  en  América. 

Los  ahorros  ó  el  matrimonio  en  familias  de  los  suburbios 
ó  de  la  campaña,  de  origen  obscuro,  que  por  lo  general 
gozaban  de  la  pequeña  herencia  de  sus  mayores,  vino,  en 
algunos,  á  darles  ascención  á  pulperos  de  segundo  orden 
y  pequeños  propietarios  agricultores. 

De  estas  uniones  y  del  fruto  que  en  ilícitos  y  ligeros 
amores  producía  en  aquella  clase  de  la  población  la  ju- 
ventud decente,— que  era  rica,  aventurera  y  galante  en 
celebrado  extremo,  vino  á  producirse  el  tipo  del  cholo, 
cuyo  color  blanco,  en  unos;  bastante  obscuro  en  otros; 
generalmente  de  cabello  rubio,  cantaba  bien  alto  su  origen, 
y  llegó,  en  su  crecimiento,  á  formar  la  clase  ligeramente 
acomodada  de  los  barrios  pobres  y  alegres.  Era,  por  con- 
siguiente, la  masa  de  decentones  de  la  ciudad  que,  aunque 
por  su  linage,  por  su  carencia  de  fortuna  no  llegaban  casi 
nunca  á  trepar  y  mezclarse  con  la  clase  superior,  eran 
bien  quistos  y  considerados  por  el  elemento  noble  y  dis- 
tinguido, cuyas  relaciones  sociales  existían  como  de 
personas  conocidas,  muchas  de  las  cuales,  por  su  origen, 
se  hallaban  emparentadas,  por  la  línea  espúrea,  con  la 
nobleza  y  casas  de  alto  rango  social. 

Sus  mujeres,  por  lo  general  hermosas,  rozagantes,  de 
espíritu  alegre  y  travieso  y  de  maneras  francas  y  llanas 
llenaban  de  fundados  celos  el  alma  de  las  jóvenes  aristócra- 
tas con  la  fama  de  sus  amores,  cuyos  traidores  y  formida- 
bles lazos  lograron  ser  alguna  vez,  escala  de  ascención  & 
un  apellido  aristocrático,  en  que  mujer  de  obscura  cuna 
pero  hermosa  y  de  hábil  ingenio,  cautivó  un  dia  al  noble 
como  manceba;  y,  por  gracioso  engaño,  mas  tarde,  fingien- 
do dolor  y  las  cercanías  del  paso  de  esta  vida,  lograba  ligarse 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA- CAPÍTULO  II  51 

en  matrimonio  al  noble  que  formó   su  familia,  viéndosela 

en  seguida,  alzarse  del  lecho  en  buena  salud  y  orgulloso 
regocijo. 

Formaba  la  clase  del  mestizo  la  mezcla  del  español  con 
india.  Ella  abundaba  donde  quiera,  pero  se  hacia  noter  en 
las  campañas,  especialmente  en  la  parte  oriental  y  en  el 
centro  de  la  provincia,  por  un  tipo  de  hombres  inteligentes 
y  altivos;  generalmente  de  barba,  de  color  cobrizo  claro, 
y  muchos  de  ellos,  especialmente  en  las  regiones  de  Tu- 
cuman  y  las  fronteras  de  Santiago,  hasta  blancos  y  bellos. 
De  esta  raza,  santiagueñas  hubo  que  llegaron  á  ser  famo- 
sas por  su  hermosura.  Estos  hombres  eran  los  que,  como 
tropa  de  á  caballo,  iban  á  llenar  de  celebridad  la  provincia 
que  habitaban  bajo  el  nombre  de  gauchos^  1)— gauchos 
de  Salta;  gauchos  de  Oran,  gauchos  de  la  Frontera  y  gauchos 
de  Jujuy. 

Los  indígenas  eran  los  naturales  de  América,  de  sangre 
pura  ó  sea  sin  mezcla  de  europeo;  los  indios  sometidos  por 
la  conquista,  y  que  en  ciertas  regiones,  como  en  los  valles 
Calchaquies  y  en  las  alturas  de  Jujuy,  formaban  la  masa 
mas  numerosa  de  la  población  agrícola  y  pastoril  de  la 
campaña,  conservándose  en  ella  aquel  semblante  general 
que  tuvieron  bajo  el  imperio  de  sus  incas.  Esta  raza  pagaba 
tributo  en  las  regiones  de  Iruya,  Santa  Victoria,  y  en  las 
provincias  del  Alto  Perú. 

La  casta  de  los  negros  la  formaban  no  solamente  los 
hombres  de  este  color,  importados  para  esclavos  de  las 
costas  africanas  de  Guinea,  de  Angola,  de  la  Costa  de  Oro, 
del  Congo  y  de  Benguela,  sino  también  su  descendencia 
americana  de  pura  sangre  africana. 

Los  mulatos,  llamados  también  zambos  ó  pardos,  cons- 
tituían una  degeneración  de  la  raza  de  los  africanos,  pues 
ellos  provenían  de  la  cruza  del  español  con  las  negras. 

Esta  clase,  la  mas  numerosa  de  las  ciudades,    que  era 
famosa  por  su  abundancia  en  Córdoba  y   en  Chuquisaca 
y  que  alcanzaba  en  Salta  á  una  cantidad  tres  veces  supe- 


1)  Nombre  dado  al  ginete,  de  cualquiera  clase  social  que  fuera,  pero  que 
se  aplicó  mas  propiamente  al  campesino;  existiendo  asi,  gauchos  co- 
munes y  gauchos  decentes. 


52  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

rior  á  la  de  la  gente  decente,  era  la  que  componía  la 
parte  prlncipaljde  la  plebe,  ó,  como  se  la  llamaba  entonces, 
de  la  canalla. 


III 


Asi  como  los  negros,  los  mulatos  eran  igualmente  esclavos; 
pero,  la  mayor  parte  de  ellos,  en  las  cercanías  de  1810,  había 
alcanzado  la  libertad,  muchos  heredada  de  sus  antepasados 
ya  libres;  otros  comprada  con  su  trabajo  ó  agraciada  por 
testamento,  como  legado  de  gratitud. 

Los  esclavos  negros  ó  mulatos,  vivían  agobiados  bajo  la 
ingratitud  de  una  misma  suerte.  Institución  tan  antigua 
como  la  sociedad  la  esclavitud,  la  humanidad  tuvo  que 
lamentarla  en  todos  los  tiempos  y  latitudes;  y  fué  su  exis- 
tencia tan  antigua,  tan  general  y  aceptada  del  mundo,  que 
los  filósofos  de  fama  mas  encumbrada  y  merecida  y  de  al- 
mas tan  bellas  como  Aristóteles,  Platón  y  demás  griegos, 
llegaron  ó  reconocerla  y  enseñarla  como  raza  distinta  ú 
la  de  los  hombres  y  mas  bien  equiparable  á  aquella  de  las 
bestias. 

Mas  acentuada  esta  doctrina  ú  medida  que  la  sociedad 
pagana  se  corrompía  y  se  hundía  en  sus  vicios;  para 
deleitar  sus  sentidos  llegaron  á  aparecer,  en  los  dias  del 
imperio,  los  esclavos  de  ambos  sexos— blancos,  jóvenes  y 
hermosos,  desnudos  en  absoluto  en  el  teatro  de  Roma, 
mientras  la  elocuencia  y  la  filosofía  pervertidas  salían  en 
defensa  del  jnfame  oprobio  alegando  que,  pues  las  bestias 
no  usaban  de  vestido,  el  esclavo,  bestia  también,  podía 
honestamente  y  sin  ofensa  á  la  moral,  darse  en  espectáculo 
desnudo. 

Esta  degradación  humana  se  contuvo  con  la  influencia 
redentora  del  cristianismo  que  vino  á  dulcificar  la  suerte 
del  esclavo  y  á  rehabilitarlo  ante  la  raza  humana;  y  fruto 
fué  de  su  influencia  bienhechora  que  al  aceptarse  como 
una  necesidad  en  América  esta  vejatoria  institución,  fué 
siempre  en  ella  reconocido  el  esclavo  como  hombre  mas 
no  como  bestia,  tomando  igual  carácter  los  trabsgos  que 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  II  53 

le  eran  exigidos;  porque  aquella  doctrino  religiosa  de  que 
tan  profundamente  estaba  bañada  la  sociedad,  vino  á  en- 
señar, bajo  la  fe  de  la  palatra  de  Dios,  que  aquellos  hom- 
bres socialmente  deprimidos  eran  de  los  demás,  hermanos, 
como  hijos  todos  de  Dios,  como  fruto  desprendido  de  una 
misma  pareja  y  rescatados  con  un  mismo  adorable  sa- 
crificio. 

Es  condición  inseparable  de  la  esclavitud  el  derecho  de 
propiedad  del  hombre  señor  sobi'e  el  hombre  esclavo;  y 
así  viene  este  á  entrar  y  formar  parte  integrante  del  pri- 
vado patrimonio  y  á  ser,  ante  el  derecho  humano  y  ante 
el  concepto  social,  una  semejanza  y  equivalencia  de  las 
cosas,  oI)jeto  directo  del  comercio,  del  dominio  y  de  las 
transacciones.  Y  así  era,  por  esta  razón,  frecuente  el  hallar 
recorriendo  las  calles  de  la  ciudad,  en  busca  de  amo,  re- 
quiriendo ú  las  puertas  de  las  casas,  al  mismo  esclavo 
su  venta,  por  orden  de  su  amo  y  enseñando  (\  los  ojos  de 
los  interesados,  el  papel  que  contenió  las  condiciones  del 
contrato  y  las  cualidades  y  virtudes  de  la  cosa  vendible, 
como  que  en  él  se  expresaba  la  tasa  de  su  precio,  su 
oficio,  su  edad  y  el  nombre  de  su  señor. 

Fueron  consecuencia  de  estos  principios  las  prácticas 
crueles  y  dolorosas  que  con  ellos  supiéronse  emplear  y  á 
fuer  de  uso  y  costumbre  natural  y  bien  vista;  por  que  el 
esclavo,  á  lo  manera  de  las  bestias  con  dueño,  era  seña- 
lado á  rigor  de  hierro  ardiente,  en  el  pecho  ó  en  los  lomos, 
con  la  marca  de  su  dueño,  que  era,  por  lo  general,  forma- 
da con  la  letra  inicial,  en  forma  pequeña,  del  apellido  del  amo. 
Grillos  livianos,  con  cadena  de  largos  eslabones,  servían  pa- 
ra el  castigo  del  esclavo  prófugo. 

Los  mas  noÍ3les  y  delicados  afectos  de  la  naturaleza 
oprimía  y  vejaba  este  yugo  de  la  servidumbre;  y  asi  suce- 
día bien  á  menudo  que  esclavos  de  casas  diversas  y  á  las 
veces  rivales  ó  enemigas,  se  amaban  y  celebraban  casa- 
miento, sin  poder  formar  tálamo  nupcial,  sin  abrigarse 
bajo  el  mismo  techo,  separados  asi  como  viven  los  amigos, 
y  anhelando  vivir  como  vívenlos  esposos.  El  hijo  de  ellos 
no  pertenecía  á  su  padre,  sino  que  era  propiedad  del  amo; 


ói  DR.  BERNARDO    FRÍAS 


ellos  ei'ün  esclavos  y  sus  hijos,  como  ellos,    nácfon    para 
vivir  y  morir  esclavos. 


IV 


Kn  Salta,  como  en  el  resto  de  la  república,  los  esclavos 
no  estaban  destinados  ó  las  faenas  agrícolas  de  los  gran- 
des ingenios  industriales,  formando  congregaciones  de 
elementos  de  labor  y  labranza  de  la  tierra,  como  sucedía, 
por  ejemplo,  en  el  Perú;  ellos  llenaban  con  generalidad 
casi  absoluta,  el  servicio  doméstico  de  las  casas  de  fami- 
lia; figuraban  como  cocheros  y  caballerizos  y  eran,  como 
el  resto  de  la  plebe  libre,  los  que  ejercían  las  artes  me- 
nores ó  útiles  y  demás  oficios  bajos,  como  que  en  sus 
manos  estaban  las  industrias  del  sastre,  del  albañil,  del 
zapatero  y  hortelano;  de  manera  que  en  toda  casa  pu- 
diente, se  contaba  en  su  servidumbre  el  variado  surtido 
de  todos  estos  oficios,  con  los  que  llenaban  sus  necesi- 
dades particulares;  sucediendo,  en  frecuencia  de  casos, 
que  el  amo  alquilaba  sus  esclavos  como  sus  casas  y  demás 
objetos  de   verdadero   índole  lucrativo. 

Pero  la  costumbre  tiene  leyes  que  doman  los  instintos 
déla  naturaleza  y  embotan  los  ímpetus  del  orgullo  humano, 
para  hacer  soportable  y  llevadera  la  carga,  como  esta, 
bien  amarga  de  la  vida,  con  la  conformidad  que  engen- 
dra, entre  sus  maravillas,  el  amor.  Por  ([ue  aquellos 
hombres,  aquellas  familias  degradadas  por  la  servidumbre, 
al  través  de  las  generaciones,  vinieron  á  hallarse  con  que 
padres  é  hijos  y  nietos  llevaron  y  llevaban  la  misma  suerte, 
(jue  idéntica  servidumbre  encontraban  doquiera  (¡ue  ten- 
dieran la  vista  por  la  tierra,  liallando  semejantes  suyos 
en  todos  los  hogares  blancos,  á  cuyos  antiguos  amos 
haJjian  servido  y  enterrado;  cuya  juventud  hablan  visto 
nacer  y  habían  acariciado  y  mecido  entre  sus  brazos,  y, 
quien  sabe,  bendecido,  talvez,  con  sus  besos  y  arrullado 
con  sus  cantos;  de  cuyos  matrimonios  liabian  sido  testi- 
gos y  con  quienes,  en  fin,  hablan  compartido  las  ale- 
grías, los  dolores  y  las  fatigas  y  de  quienes  habían  recibido 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALT  ít— CAPÍTULO  II         55 

protección,  enseñanza,  ejemplos  tantas    veces  de  nobleza, 
y  sentido  por  ellos  la  llama  del  verdadero  cariño. 

Bien  que  aquella  unión  pudo  ser  fruto  también  de  otras 
causas  igualmente  fecundas  y  poderosos;  por  que  liabien-. 
do  la  civilización  llevado  la  cultura  al  vecindario  de  las 
ciudades,  emporio  entonces  de  la  fortuna,  como  lo  fueron 
Salta  y  Buenos  Aires,  vino  con  ella  la  suavidad  de  los 
actos  humanos,  y  los  siervos  no  se  vieron  allí  mortifica^ 
dos  constantemente  por  la  crueldad,  hija  de  la  barbarie  y 
privación  de  las  nociones  morales,  que  en  otras  partes 
sembró,  en  el  ánimo  del  esclavo,  el  odio  y  la  sed  de  ven- 
ganza, como  está  llena  de  sus  ejemplos  la  historia.  Y  co- 
mo esta  servidumbre  habia,  en  su  mayor  parte,  nacido  y 
crecido  en  la  casa  donde  habian  pasado  la  vida  sus  mayores, 
venia  (i  formar,  en  aquel  sentido,  parte  de  la  familia  del 
pais,  beyo  cuyo  mando  suave  generalmente  y  benigno, 
sentíanse  los  criados  naturalmente  inclinados  por  afeccio- 
nes amigas  á  la  casa  de  sus  señores,  y,  por  ende,  moral- 
mente  unidos,  como  ramas  florecientes,  aunque  inferiores 
y  toscas,  del  mismo  árbol,— la  casa  señorial,  bajo  cuya 
sombra  habian  cerrado  los  ojos  sus  abuelos;  con  cuyos 
hijos  habian  crecido  y  dentro  de  cuya  misma  morada 
habían  nacido  y  cuyo  apellido  llevaban. 

De  estas  circunstancias  de  familia  nacía  en  ellos,  por  sus 
amos,  aquel  su  afecto  sano  y  leal,  especialmente  en  los 
negros  de  raza  pura,  menos  soberbios  y  de  mayor  nobleza, 
acaso  por  la  pureza  de  su  sangre,  que  el  mulato,  quien, 
por  el  oprobio  de  su  condición,  con  que  siendo  mulato 
libre  zahería  al  mulato  esclavo;  por  la  soberbia  española 
trasmitida  en  la  sangre;  por  la  envidia  de  la  lii)ertad  gozada 
por  semejantes  suyos,  pudo  ir  formando  desde  la  absorción 
de  la  vida  de  los  senos  maternos,  aquella  su  índole  perversa 
que  dio  el  tinte  mas  subido  de  la  representación  de  la  plebe 
en  lo  moral  y  en  lo  social,  guardando  y  conservando  de 
generación  en  generación,  odio  inextinguible  á  la  es(5lavitud, 
amor  idólatra  á  la  libertad  y  un  rencor  inveterado  y  ven- 
gativo hacia  la  raza  blanca,  su  dominadora  siempre  y  su 
redentora  también. 

Esta  esclavitud  en  las  provincias   argentinas,  donde   fué 


56  DR.  BERNARDO     FRÍAS 

siempre  urbana,  con  singulares  excepciones,  vino  6 
recoger  por  aquel  conjunto  favorable  de  circunstancias,  en 
favor  de  sus  miembros,  afectos  y  consideraciones  de  que  en 
otros  países  no  llegaron  á  alcanzar;  por  que,  si  en  la  vida 
privada  se  los* consideró  como  miembros  adheridos  á  la 
familia,  en  la  vida  pública,  y  mas  tarde,  en  los  dias  de  la 
revolución,  lo  fueron  como  sem i-ciudadanos,  pues  que,  á 
la  misma  altura  que  los  hombres  libres  americanos,  ama- 
ban la  patria  común,  de  lo  cual  dieron  grandes  y  gloriosas 
muestras,  como  respetaban  y  amaban  las  instituciones  que 
gobernaban  la  sociedad. 


Los  mulatos  libres  abundaban  en  la  plebe  de  las  ciudades, 
formando  la  gran  mayoría  del  pueblo  bajo  y  el  elemento 
bullicioso  y  osado  de  las  turbas.  Estos  por  sus  aptitudes, 
por  sus  servicios,  por  sus  méritos  y  otras  causas  llegaron, 
aunque  en  bien  pequeño  número,  á  sobresalir  de  entre 
los  suyos  y  desligarse,  por  ende,  de  su  roce  social,  ro- 
lando en  mayor  altura,  con  especialidad  durante  los  azares 
de  la  revolución,  donde  alguno  de  ellos  conquistó  hasta 
el  grado  de  coronel;  mas,  á  pesar  de  todo  ello,  corres- 
ponde ú  la  lealtad  histórica  el  declarar  que,  en  Salta  y  en 
la  época  aquella,  no  alcanzaron  jamas  á  mezclarse  por 
matrimonios  con  la  clase  noble. 

A  su  cuidado  estaban  entregadas  las  artes  útiles  ú  oflcios 
bajos,  y  llevaban,  por  ello,  el  nombre  de  artesanos,  dis- 
tintivo de  clase  ó  gremio  que  ellos  mismos  se  aplicaban 
con  apasionado  empeño;  que  el  mote  de  mulato  fué 
siempre  para  ellos  insultante  apodo. 

No  tuvieron  en  Salta  la  notoriedad  alcanzada  por  los  de 
Lima,  donde  eran  celebrados,  á  la  par  de  su  vivacidad 
de  espíritu,  por  la,  á  veces,  bella  regularidad  de  su  fiso- 
nomía, quizá  por  la  mas  fuerte  dosis  de  sangre  española; 
conservando,  en  las  provincias  argentinas,  los  rasgos 
prominentes  del  tipo  africano  en  sus  facciones  toscas  y 
gruesas  y  en  su  cabello  lanudo.  Su  carécter  era  de  tem- 
ple varonil  y  belicoso;  tan  adiestrados  en   el  arte  de   la 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  H  57 

riña,  tan  ágiles  en  el  manejo  del  arma  blanca,  que  el 
puñal,  de  que  iban  siempre  provistos,  brillaba  en  sus 
manos  con  habilidad  tan  admirable  y  pasmosa,  que  mas 
de  una  ocasión  hubo  que  uno  solo  de  ellos  corriera 
partidas  de  10  y  de  15  hombres,  sembrando  tajos  y  esto- 
cadas. Los  españoles  y  los  collas  un  dia,  y  los  colom- 
bianos mas  luego,  recibieron  terribles  pruebas  de  esta 
verdad. 

De  espíritu  vulgar,  de  inteligencia  ruda,  eran  locuaces, 
mas  sin  cultura  ninguna  al  cerebro;  borrachos  y  osados; 
groseros  y  torpes  en  su  trato  y  maneras  y  lenguaje;  in- 
dolentes y  viciosos;  ordinarios  en  sus  gustos  y  hasta 
crueles  en  la  vida  privada.  Jamas  fueron  progresistas; 
versátiles  en  su  opinión  casi  inconciente  y  siempre  bus- 
cando al  caudillo,  al  demagogo  á  quien  seguir,  á  quien 
adular  con  bajeza  y  aquien  querer  en  un  movimiento  de 
entusiasmo  y  por  quien  luchar  hasta  morir,  como  se  los 
llegó  á   ver  durante  las  grandes  ajitaciones  políticas  que 

despertó  el  huracán  revolucionario. 
Aunque  así  siguieran  y  se  prosternaran  al    influjo    del 

caudillo  político,  siempre  de  la  clase  decente,  y  aunque 
ambiciosos,  por  instinto,  de  ascender  socialmente  para 
saciar  los  odios  de  raza,  amaban  y  seguían  y  porfiaban 
por  imitar  las  tendencias  y  la  vida  y  asimilarse  las  pasio- 
nes y  hasta  los  vicios  propios  de  la  juventud  decente  ó 
clase  rica,  aquien  constantemente  servían  y  cuyo  trato 
ante  ella  era  y  fué  siempre  lleno  de  ceremonioso  respeto, 
como  debido  á  raza  superior  y  dominante;  pero,  en  aque- 
llos los  últimos  tiempos  de  la  dominación  española,  esa 
adhesión,  ese  amor,  si  puede  ser,  de  la  plebe  á  la  juven- 
tud y  hombres  notables  del  país,  fruto  era  de  la  igualdad 
de  patria,  pasión  que  se  levantaba  en  el  corazón  de  la 
población  americana,  contraria  á  los  españoles  peninsu- 
lares, cualquiera  que  fuera  la  clase  y  color,  como  una 
muda  pero  amenazante  y  poderosísima  protesta  ^üe  se 
ensanchaba  mas  cada  dia,  como  el  esfuerzo  del  antago- 
nismo que  esa  misma  plebe  sentia  contra  el  influjo  pican- 
te, hiriente  al  orgullo  local  y  contra  la  soberbia  de  los 
europeos;  odio  y  repulsión  no  menos  justificado  que  no- 
torio y  que  cada  dia  mayor    encono  producía.     Por  que 


58  .  DR,   BERNARDO  FRÍAS 

como  hubiera'  sido  .  sistema  natural  seguido  por  los  es 
pañoles  el  desden  á  todo  y  por  todo  cuanto  no  fuera  hijo 
de  España,  y  la  soberbia  ostentosa  que  del  simple  hecho 
de  haber  nacido  en  la  península  los  llenaba  de  una  ter- 
quedad insultante  y  agresiva  que  nunca  pudieron  dejar 
de  tratar  coa  orgullosa  dureza  á  todo  lo  americano,  con 
especial  caso  de  la  plebe,  á  quien  consideraban  raza  de 
origen  inferior  por  excelencia,  ayudó  esto,  en  gran  ma- 
nera, á  la  producción  de  aquel  fecundo  fenómeno  de  la 
unión,  parto  exclusivo  de  aquellas  circunstancias,  entre 
todo  hombre  americano  contra  la  dominación  y  des- 
potismo peninsular;  y  los  miembros  de  la  plebe  vinie- 
ron, de  esta  suerte,  á  mirar  al  blamío  americano  como 
á  real  y  verdadero  compatriota,  por  que  no  era  extran- 
gero,  por  que  habla  nacido  como  ellos  y  crecido  y  amado 
la  misma  tierra,  en  cuya  misma  sociedad  se  liabian 
conocido  y  actuado;— los  unos,  los  pobres,  gratos  de  sus 
larguezas,  protección  y  favores;  y  los  otros,  los  ricos  ó 
decentes,  reconocidos  á  sus  servicios,  llegando,  por  este 
excepcional  y  complicado  modo,  á  unirse  las  razas  contra 
lo  que  ya  era  considerado  por  enemigo  común.  Unié- 
ronse en  ese  amor  patrio,  local  y  ardiente;  se  doliañ  dé 
análoga  vejación  y  asociaron  su  desprecio  y  repulsión 
nativa  por  el  extrangero  advenedizo  y  soberbio  que,  sin 
mas  títulos  de  dominación  que  la  fuerza  de  las  armas  y 
el  derecho  de  conquista,  aparecía  de  señor  y  dueño  de  la 
casa  ajena. 

Justo  es,  á  su  vez,  el  confesar  que  ú  este  sentimiento 
hostil  y  también  en  mil  ocasiones  agresivo,  correspondían 
los  españoles  odiando  á  los  mulatos  con  la  mas  profunda 
aversión. 


VI 


Cuando  Felipe  II  pasó  de  esta  vida,  cien  años  después 
del  descubrimiento  de  América,  España  estaba  ya  en  ban-- 
carrota,  á  pesar  de  aplicar  á  sus  arcas  los*  tesoros  inago- 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE    SALTA— CAPÍTULO  II  59 

tables  de  Méjico  y  el  Perú;  y  de  los  monarcas  que 
sucedieron  en  el  trono  español,  ninguno  de  ellos  fué 
capaz  de  contener  siquiera  la  decadencia  de  la  nación. 

El  despotismo  político  del  rey  y  el  religioso  ejercido 
por  la  iglesia,  agregándose  á  estas  desgracias  las  calami- 
dades de  las  guerras  exteriores,  mataron  toda  iniciativa, 
todo  progreso  en  los  dominios  españoles:  y  como  en  el 
seno  de  todo  despotismo  se  crian  y  ensanchan  las  fuentes 
perniciosas  de  la  corrupción  de  los  caracteres  ú  la  par 
que  de  las  conciencias,  logróse  arrancar  de  aquella  corte 
privilegios  de  exclusivismo  para  la  explotación  de  las 
colonias  de  América,  en  daño  directo  de  estas  como  de 
las  mismas  industrias  españolas;  por  que  no  solo  se  cui- 
daron los  hombres  de  aquel  gobierno  de  prohibir  bajo 
penas  terribles  todo  comercio  de  los  extrangeros  con  los 
pueblos  americanos,  para  que  solo  la  industria  de  España 
pudiera  explotarlas  y  enriquecerse  con  ellas,  sino  que, 
los  mismos  puertos  españoles  fueron  cerrados  y  prohibido 
en  ellos  el  comercio  de  ultramar. 

El  primer  objeto  de  semejante  tiranía  era  el  conceder 
el  monopolio  de  todo  el  comercio  americano  á  los  co- 
merciantes de  Sevilla,  favor  que  mas  luego  pasó  ú  los 
comerciantes  Me  Cádiz.  Para  ello  se  estableció  en  aquella 
ciudad  privilegiada  la  Casa  de  Contratación,  tribunal  co- 
mercial con  quien  únicamente  podia  ser  lícito  contratar 
los  intereses  mercantiles  del  Nuevo  Mundo.  Sus  ganan- 
cias debieron  ser  fabulosas,  y  el  puerto  de  Cádiz,  siendo 
el  único  por  donde  se  practicaba  el  comercio  marítimo 
de  las  colonias,  llegó  á  adquirir  fama  universal,  á  con-- 
vertirse  en  lo  que  vino  á  llamarse  el  emporio  del  orbe, 
de  cuya  hermosa  bahia  partían  las  flotas  y  los  galeones 
anuales  transportando  á  la  América  las  mercaderías  es- 
pañolas, y  á  donde  retornaban  cargados  de  la  plata  y  el 
oro  que  en  tan  inmenso  mercado  recogían.  Mas  de  un 
siglo  después,  recien  se  habilitaron,  para  practicar  este 
comercio,  los  puertos  de  Barcelona  y  la  Coruña..  • 

Para  asegurar  los  mas  gananciosos  resultados  á  este 
monopolio,  cerráronse  también  todos  los  puertos  de  Amé- 
rica al  comercio  del  mundo,  dejándose  francos  uno  para 
el  norte  y  otro   para  el  sur,   por  donde  practicaban    sus 


60  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

desembarcos  las  flotas  de  Cádiz.      Aquellos    puertos  eran 
Panamá  y  el  Callao  en  las  costas  del  Perú. 


VII 


Favorecida  indirectamente  por  estos  principios  y  prácticas 
legales  y  económicas,  Salta  llegaba,  á  mediados  del  siglo 
XVIII,  al  apogeo  de  su  esplendor  social  y  mercantil,  al 
tiempo  mismo  que  se  establecía  el  virreynato  de  Buenos- 
Aires. 

Leyes  bien  combinadas  del  despotismo  y  de  la  natura- 
leza de  su  situación  diéronle,  sin  duda,  esta  su  prospe- 
ridad envidiable,  por  que,  como  fuera  el  Callao,  sobre  el 
Pacífico,  allá  en  la  costa  del  Perú,  el  único  puerto  habi- 
litado para  recibir  las  mercancías  españolas  é  introducir- 
las desde  allí  al  resto  distante  de  la  América,  y  hallándose, 
por  consiguiente,  cerrado  el  tráfico  mercantil  por  Buenos- 
Aires,  todo  el  inmenso  territorio  comprendido  entre  el 
Rio  de  la  Plata  y  las  pampas  del  sur  hasta  los  pueblos 
enclavados  en  las  sierras  del  Perú,  mas  allá  del  Desagua- 
dero y  aun  hasta  el  Ecuador,  se  surtían  de  aquel  único 
puerto  privilegiado,  repartiéndose  los  cargamentos  y  dis- 
tribuyéndose las  mercancías  en  las  innumerables  pobla- 
ciones derramadas  en  tan  dilatados  territorios. 

Salta,  colocada  en  el  centro,  ó  sea  en  el  punto  equidis- 
tante de  los  grandes  extremos  de  lo  que  era  el  antiguo 
virreynato  del  Perú,  de  donde  bajó  la  conquista  y  el 
comercio  y  la  civilización  de  estos  territorios  hoy  argen- 
tinos, habla  sido,  por  un  cúmulo  feliz  de  circuntancias, 
la  privilegiada  entonces  por  el  destino.  En  ella  estaban 
radicados  muy  importantes  intereses  militares;  en  ella 
hacían  su  confluencia  con  la  lejana  capital,  que  lo  era 
entonces  Lima,  los  caminos  que  de  todos  los  puntos  del 
horizonte  la  unían  con  Buenos  Aires  y  los  pueblos  del 
sur,  con  el  Paraguay  y  los  del  este,  con  Catamarca  y  los 
del  poniente,  mientras  á  su  plaza  central  convergían  las 
rutas  septentrionales  de  Jujuy  y  Potosí,  Charcas,  Tarija 
y  hasta  Cochabamba  y  la  Paz.  Su  proximidad  con  los 
salvajes  del  Chaco  y  su  fuerte  posición    la  hablan  hecho 


HISTORIA  DE   GOEMES  Y  DE  SALTA—CAPITULO  II  61 

el  centro  de  las  fuerzas  y  recursos  militares  de  las  regio 
nes  centrales,  á    cuya   superioridad    hablan   cedido   los 
antiguos  asientos  militares  y  políticos  de  Esteco  y  Santiago 
del  Estero. 

Esta  tan  ventajosa  situación  habla  atraído  á  su  seno  & 
formar  su  inteligente  y  activo  vecindario,  hombres  de 
prestigio,  de  signiticacion  social,  generales  y  nobles,  fac- 
tores de  saber  y  de  labor.  Elementos  de  comercio  y  de 
especulación  fueron  acumulóndose  en  su  plaza  con  proficuo 
resultado,  dilatando  la  fama  de  su  nombre  y  dando  á  sus 
habitantes,  así  de  la  ciudad  como  de  la  campaña,  la  in- 
clinación al  comercio  activo  y  poderoso  y  á  la  explotación 
especial  del  ramo  de  trasportes,  que  fué  una  de  las  mas 
célebres  especulaciones. 


VIII 


La  inmensa  distancia  entre  el  Callao  y  Buenos  Aires, 
puntos  extremos  del  trayecto  comercial,  ofrecía  zonas  de 
muy  diversa  topografía  las  que  exigían,  á  su  vez,  medios 
diversos  para  verificar  sus  comunicaciones.  Por  que  desde 
Salta  hasta  las  riberas  del  Rio  de  la  Plata,  el  terreno  del 
sur  es  todo  llano  y  de  suave  pendiente,  lo  que  hizo  em- 
plear mas  tarde,  como  vehículo  de  transporte  de  las  mer- 
caderías del  Perú,  descargadas  en  Salta,  las  carretas  tiradas 
por  bueyes  y  muías,  de  paso  lento  y  pesado,  que  para 
conseguir  así  llegar  á  su  destino,  si  era  Buenos  Aires, 
gastaban  seis  meses  de  peregrinación  en  medio  de  azares 
y  peligros.  1).  Este  pesado  sistema  de  transporte  era  inútil 
é  impracticable  desde  Salta  por  toda  la  región  del  norte, 
hasta  Lima  ó  el  Callao.  La  topografía  del  país  varia 
completamente;  las  llanuras  y  los  planos  desaparecen  á 
medida  que  se  asciende  hacia  el  Perú;  los  horizontes  se  es- 
trechan; montañas  cada  vez  mas  escabrosas  y  elevadas  se 
suceden  desde  la  Quebrada   de  Humahuaca  en  toda  una 


1)  En  1802  se  comenzó  recien  á  abrir  el  camino  para  carretas  de  Salta 
á  Tucuman.  ordenado  por  el  virrey  y  practicado  por  Sierra.  Hasta 
esa  fecha  los  cargamentos  á  lomo  de  muía  se  asaban  hasta  Córdoba, 
por  lo  ménoB. 


62  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

comarca  rocallosa;  rios  de  rápido  caudal  que  bajan  con 
estruendo  sobre  las  rocas,  cortan  con  tajo  peligroso  el 
camino;  el  frió  intenso  sucede  ü  la  suavidad  del  clima 
argentino;  camino  estrecho  y  sinuoso  por  entre  las  mon- 
tañas continua  así  sobre  las  rocas  hasta  subir  al  Despoblado, 
elevada  planicie  donde  Ja  nieve  cubre  la  tierra  en  el  in- 
vierno y  el  cierzo  helado,  libre  en  aquel  campo  abierto  y 
desolado  y  desnudo  de  arboledas,  lo  cruza  y  lo  azota 
constantemente.  Por  su  centro  se  ve  atravesar,  como  una 
cinta  parduzca,  la  huella  de  antiquísimo  camino  que  en- 
dereza hócia  el  norte  hasta  perderse  de  vista  entre  las 
brumas  del  lejano  horizonte.  Por  él  bajaron  las  huestes 
del  Inca  hasta  tomar  á  Chile  por  Cuyo;  por  él  bajó  la 
conquista  española  con  la  civilización  europea  y  la  raza 
blanca;  por  él  llegaron  los  jesuítas  con  sus  libros  y  co- 
legios, y  por  él  cruzó  dos  siglos  el  comercio  cediendo 
su  paso  un  dia  á  ejércitos  contrarios,  victoriosos  unas 
veces,  vencidos  otras,  y  presentando  hoy  dia  solo  el  tes- 
timonio por  donde  cruzó  la  opulencia  de  otros  siglos  y 
el  esplendor  y  poderío  de  vasto  y  antiguo  imperio. 

Salta  venia  ú  hallarse  colocada,  de  esta  suerte,  precisa- 
mente en  el  punto  en  que,  terminando  la  parte  montañosa 
y  de  dificultoso  trayecto,  se  ai)re  la  tierra  en  valles  dila- 
tados y  planos  ó  pampas  pastosísimas,  y  por  consecuencia 
de  ello,  venia  á  ser  el  punto  central  y  obligado  para  pro- 
veerse de  todos  los  elementos  de  transporte.  Desde  Lima 
ó  el  Callao  (\  Salta,  todo  el  trasporte  de  las  mercaderías 
españolas  internadas  al  interior  de  la  América,  hasta  el 
Rio  de  la  Plata  y  Mendoza,  se  efectuaba  á  lomo  de  muía, 
y  desde  Salta  á  Buenos  Aires,  mas  tarde,  en  carretas. 
Además,  todo  el  tráfico  interior  ó  propio  y  local  de  los 
pueblos  del  Alto  y  Bajo  Perú;  todos  los  trabajos  de  esta 
clase  de  los  asientos  mineros  de  Potosí  en  el  sur  y  del 
Cerro  de  Pasco  mas  allá  de  la  Paz  y  del  Cuzco;  el  movi- 
miento comercial  y  todo  aquel  necesario  á  la  vida  activa 
de  todas  las  poblaciones  peruanas  en  la  Costa,  en  la  Sierra 
y  en  los  valles,  solo  se  realizaba  en  cargas  sobre  muías, 
de  manera  que  no  solo  el  comercio  general  sino  el  movi- 
miento entero  de  la  vida  económica  de  todas  aquellas 
dilatadas  y  populosas  regiones,  desde  Jujuy  hasta  el  Ecua- 


HISTORIA  DE.  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  H         63 

dor,  y  desde  Santa  Cruz  de  te  Sierra  eñ  los  confines  de 
los  desiertos  brasileros  hasta  Lima,  en  la  costa  del  Océano 
PacíflcOy'  hacian  necesario  é  indispensable  este  artículo;  y, 
con  Solo  su  simple  irídicacion,  basta  para  pensar  cuan 
inmenso  debia  ser  su  consumo  y  cuan  fuertes  fortunas 
debieron  levantábase  á  su  sombra  y  manejo.  La  cria  y 
venta  de  muías  formaba,  pues,  en  aquellos  tiempos,  él 
ramo  de  comercio  mas  poderoso  para  los  americanos  y 
de  pingues  ganancias.  No  habia  otro  vehículo  de  trans- 
porte para  toda  la  extensión  de  las  provincias  peruanas; 
por  que  era  la  muía  el  único  animal  capaz  de  soportar  y 
de  cruzar,  con  segurida,cl  y  resistencia,  su  clima,  su  suelo 
rocalloso,  la  inmensidad  de  sus  distancias,  las  fatigas  de 
viajes  penosísimos  por  sobre  montañas  bordeadas  de  in- 
fií^itos  y  espantosos  precipicios;  y  así  era  con  ellas  que 
se  trasportaba  el  comercio  entero  de  casi  la  mitad  de  la 
América  del  Sur,  cruzando  toda  la  inmensa  extensión 
montañosa  que,  levantándose  desde  Humahuaca  y  Potosí, 
llena  dilatadísima  zona  hasta  la  angosta  faja  arenosa  y 
fértil  tan  celebrada  bajo  el  nombre  de  la  Costa  y  que, 
desde  el  pié  de  la  Sierra,  baja  hasta  el  mar  Pacífico, 
apenas  de  20  leguas  en  su  mayor  anchura  y  en  donde 
estaban  asentados  Lima,  el  Callao,  y  demás  poblaciones 
activas,  opulentas  y  mercantiles.  Para  llegar  hasta  ellas, 
era  fuerza  el  ascender  por  caminos  tortuosos,  estrechos 
y  difíciles  al  través  de  las  montañas  heladas  y  rocallosas, 
áridas  y  desnudas  casi  de  vejetación,  cuyos  precipicios,  por 
donde  solo  puede  pasar  un  hombre  de  frente,  unían  puéur 
tes  colgantes  entre  una  cumbre  y  otra,  soplados  por  el 
viento  eternamente  y  formados  de  cuerdas  de  lana  sujetas 
sus  extremidades  entre  peñascos,  cuya  remota  his- 
toria se  perdía  entre  los  anales  de  los  incas,  y  mirán- 
dose en  el  fondo  serpentear  sus  rios  torrentosos  como 
cintas  dé;  plata  perdidas  en  el  seno  del  abisittó;  tan  hondo 
y  tan  profundo,  que  sus  ondas,  al  quebrarse  contra  las 
rocas  de  su  lecho,  no  alcanzan  á  llevar  su  voz  hasta  la 
cima,  por  donde  pasan  los  estrechos  y  ásperos  caminos. 
Abriéndose  la  Sierra,  deja  extenderse  en  su  seno*  valles 
pequeños  y  fértilísimos,  llenos  de  activas  é  industriosas 
poblaciones  compuestas  casi  todas  ellas  de  indios  en  su 


64  DR.    BERNARDO  FRÍAS 

gran  moyoría,  sucediéndose  los  nombres  de  Huoncayo, 
Huamanga,  Jauja  y  Tarma  entre  sus  escabrosidades;  todos 
cultivados,  mostrando  una  tierra  ubérrima  y  una  vegeta 
cion  animada  y  copiosa  que  desde  las  ásperas  alturas  de 
sus  montañas  heladas  y  desnudas,  se  muestran  como 
verdaderos  vergeles  alternando  á  maravilla  lo  tórrido  de 
su  clima  con  lo  árido  y  frió  de  la  altura  de  sus  montañas 

Era  así  Salta,  por  su  situación  mediterránea  en  el  centro 
de  aquel  tan  inmenso  territorio,  desde  siglos  atrns,  el 
centro  comercial  mas  importante  y  poderoso  de  todo  el 
Rio  de  la  Plata,  contado  en  ello  al  mismo  Buenos  Aires,  al 
Paraguay  y  Montevideo;  por  que,  estando  cerrados  á  la 
especulación  mercantil  sus  puertos,  todo  el  comercio  de 
ultramar,  hasta  la  creación  del  virreynato  de  Buenos  Aires, 
se  hacía  por  el  Perú,  por  el  puerto  del  Callao  y  en  la  fa- 
mosa plaza  comercial  de  Lima;  y  era  así  Salta,  por  aque- 
llas sus  condiciones  como  por  la  industriosa  actividad 
de  sus  habitantes  y  sus  recursos  apropiados  y  numerosos, 
el  centro  de  todo  aquel  gran  movimiento  mercantil  y  donde 
se  hallaba  la  fuente  de  su  mas  fecunda  y  poderosa  espe- 
culación. 

Los  ramos  principales  y  dominantes  de  su  riqueza  con- 
sistían en  el  servicio  de  transportes  procurado  con  las 
muías,  y  en  la  provisión  de  las  mercaderías  europeas  á 
todas  las  poblaciones  centrales,  desde  la  Rioja  por  el  sur, 
hasta  Tarija  por  el  norte;  pues,  respecto  de  estos  centros 
comerciales  comprendidos  en  esta  zona  central,  era  Salta 
para  ellas,  lo  que  para  Salta  fueron  Lima  primero  y  mas 
tarde  Buenos  Aires,  cuando  se  habilitó  su  puerto;  es  de- 
cir, el  centro  de  las  casas  introductoras  y  de  los  fuertes 
capitalistas. 

Todos  los  habitantes  de  Salta  aplicaron  su  actividad  á 
este  lucrativo  comercio.  Los  campos  feraces  de  la  pro- 
vincia, desde  la  frontera  de  Tucuman,  y  desde  las  faldas 
de  los  Andes  hasta  las  alturas  de  Jujuy,  especialmente  en 
las  tierras  de  pan  llevar  contiguas  á  las  ciudades  y  pue- 
blos principales,  derribaron  sus  bosques,  limpiaron  y 
surcaron  su  suelo  cubriéndolo  de  cuadros  de  alfalfa,  donde 
preparal>an  el  ganado  mular  recolectado  desde  San  Juan 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  U  65 

y  Santa  Fé,  para  emprender,  formando  las  tropas  d£  muías, 

las  famosas  expediciones  al  Perú. 
£1  incremento  de   este   poderosísimo   comercio  llegó  á 

grado  tan  extremo,  que  el  vecindario  de  Salta  se  halló 
aflijido  por  la  escasez  de  los  frutos  de  la  tierra  mas  in- 
dispensables para  su  sustento  diario,  por  estar  esta,  casi 
en  todo  el  valle  de  Lerma  que  rodea  la  capital,  destinada 
á  la  atención  de  las  invernadas  de  muías.  Sus  quejas, 
llevadas  al  conocimiento  del  cabildo  por  el  Síndico  Pi*o- 
curador,  en  1811,  después  de  corrido  un  año  ya  de  revo- 
lución, decían,  recordando  los  pasages  bíblicos:—»  De  todas 
las  artes  y  trabajos,  el  primero  en  orden  al  tiempo  y  de 
la  naturaleza  ha  sido  la  agricultura  y  es  también  el  pri- 
mero que  Dios  mandó  al  hCKnbre  aún  en  el  estado  de 
inocencia;  después  de  su  caida,  la  necesidad  del  alimento 
y  vestido  ha  hecho  necesario  el  cuidado  de  los  animales 
de  que  usa  de  diversos  modos.  Estos  dos  trabajos  divi- 
dieron entre  sí  los  dos  primeros  hijos  del  primer  hombre; 
fuU  atitem  Abel  pastor  ovium,  et  Caim  agr/cola.  »  Y  se  agregaba 
por  el  síndicx>  diciendo  que  «r  su  objeto  es  representar  el  abuso 
de  las  invernadas  que  se  toman  de  cantidad  considerable 
de  muías,  sin  tener  suficiente  terreno  para  ello. »    1). 

Empresas  de  notabilísima  importancia  y  de  ingentes 
capitales  hiciéronse  famosas  entonces.  La  casa  de  Can- 
dioti,  de  Santa  Fé,  tenia  sus  vastos  depósitos  y  criaderos 
mulares  por  el  sur,  y  las  invernadas,  como  vino  á  lla- 
marse al  engorde  de  este  ganado,  se  practicaba  en  los 
extensos  cultivos  de  Salta;  y  es  fama  que,  esta  sola  casa 
expedicionaba  con  20.000  muías  por  año,  dirigidas  y  arre- 
gladas por  expertos  capataces  sáltenos,  que  se  llamaron 
arrieros;  2)  amparada  en  gran  parte  contra  la  competencia 

1)  El  cabildo,  convencido  de  la  verdad  del  reclamo,  acordó  la  prohibición 
de  invernadas  en  todo  el  valle  de  Lerroa,  señalando  para  ello,  desde 
el  Rio  Blanco  hasta  la  Paerta  de  Diaz  y  de  oriente  &  poniente,  las 
sierras  qae  circundan  el  valle  hasta  la  Lagunilla.  (Acuerdo  de  80  de 
Marzo  de  1811)  Mas,  como  en  medida  tan  absoluta  se  herían  intereses 
bien  adquiridos  y  respetables,  la  ordenanza  no  tuvo  efecto;  y  aquellos 
famosos  negocios  solo  cedieron  á  los  intereses  de  la  guerra  de  la 
independencia. 

2)  Los  negociantes  en  muías,  capitalistas  que  por  si  ó  en  sociedad  eran 
dueños  del  negocio  y  que  personalmente  marchaban  con  las  tropas  al 
Perú,  llevaban  el  nombre  de  troperos:  lo  eran  todos  los  hombres  decen- 
tes que  se  ocupaban  de  este  ramo  de  comercio:  los  conductores  asa- 
lariados y  prácticos,  tenian  el  nombre  coman  de  arrieros  y  capataces. 


i 


6e  DR   BERNARDO    FRÍAS 

de  Otras  de  su  especie,  por  la  contrata  real  de  que  gozaba, 
por  la  cual,  las  muías  que  introducía  iban  ú  proveer  ú 
los  numerosos  pueblos  de  la  Sierra,  siendo  sus  curas  los 
que,  encabezando  á  los  indios,  sus  feligreses,  sallan  con 
ellos  á  recibirlas,  siendo  obligación  de  cada  indio  de 
aquellos  el  comprar  una,  á  lo  menos,  por  año,  y  cuyo 
pago  se  hacía  dinero  de  contado,  si  ello  era  posible,  y,  en 
caso  contrario,  á  la  vuelta  del  año. 

Este  era,  entre  mil  otros,  uno  de  aquellos  privilegios  de 
que  estaba  recargado  el  comercio  americano  en  provecho 
de  los  favoritos  del  gobierno  peninsular;  y  una  de  las  tra- 
bas con  que  se  hacía   cada  vez  mas  odioso   y    pesado   el 

despotismo. 

Al  lado  de  las  empresas  privilegiadas  de  Candioti,  figu- 
raban en  primera  línea  y  en  todos  los  grandes  ramos  del 
comercio,— muías,  mercaderías,  esclavos  negros  y  metales 
preciosos,  las  célebres  casas  del  general  D.  Pedro  Antonio  de 
Gurruchaga  y  la  de  D.  Juan  Antonio  de  Moldes,  españoles 
ambos  y  casados  y  vecinos  de  Salta.  Eran  estas  dos  casas 
las  de  mayor  capital  y  mas  extensas  relaciones  comerciales 
de  cuantas  existían  en  el  Rio  de  la  Plata. 

Casas  de  menor  empuje  y,  por  tanto,  de  mas  reducido 
vuelo,  se  contaban  numerosas,  como  las  de  D.  Domingo 
Olabegoya,  D.  Tomás  de  Archondo,  D.  José  deOrmaechea, 
D.  Pedro  José  de  Otero,  D.  José  Francisco  Araoz,  D.  Igna- 
cio de  Gorriti,  la  de-Bárcena,  de  D.  Domingo  de  Puch,  las 
de  D.'José  Rincón,  D.  Vicente  Toledo,  D.  Pedro  José  Saravia, 
D.  Manuel  Antonio  Tejada,  D.  Pedro  José  delbazeta  y  de  D. 
Gabriel  de  Torres,  en  fin,  quien  contaba  hasta  cuarenta 
viajes  á  Lima.  Y  para  que  pueda  calcularse  y  formarse 
idea  mas  ó  menos  exacta  de  la  importancia  de  las  introduc- 
ciones de  muías  al  Perú  por  estas  casas  de  segundo  orden 
y,  por  ende,  imaginarse  la  poderosa  riqueza  de  las  gran- 
des de  Moldes  y  de  Gurruchaga,  bueno  seré  saber,  por 
ejemplo,  que  D.  Lorenzo  Martínez  de  Mollinedo  introducía 
al  Perú  en  1804  y  en  un  solo  viaje,  algo  mas  de  5.000  muías, 
y  cuyo  costo  de  adquisición  en  el  mercado  é  invernaderos 
de  Salta,  habíale  subido  á  35.000  pesos  fuertes;  y  que  la 
casa  de  Ormaechea,  ya  arruinada,  dejaba,  en  1810,  un  activo 
de  80.000  pesos  de  igual  moneda. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y    DE  SALTA—CAPITÜLO  II         67 

La  paz  inalterable  de  que  gozaba  el  continente,  al  monos 
en  sus  regiones  centrales;  la  fama  de  estos  mercados,  de 
aquellas  especulaciones  y  del  nombre  de  aquellos  comer- 
ciantes poderosos,  conocidos  y  celebrados  en  mas  de  mil 
leguas  ú  la  redonda;  el  crecimiento,  en  fin,  de  las  necesi- 
dades y  del  mismo  progreso  y  riqueza  general  que,  aunque 
oprimidos,  se  ensanchaban  cada  dia  y  robustecían,  daban  á 
aquellas  transacciones  mercantiles  mayor  incremento  y 
mayor  ensanche  ó  las  fortunas  y  mas  franca  puerta  al  lujo 
y  bienestar  de  las  ciudades  de  donde  recibían  su  impulso. 
En  su  tranquilo  progreso  solo  tuvieron  un  tropiezo,  de  gra- 
vísimos resultados.  La  sublevación  de  los  indios  peruanos  á 
la  voz  de  Tupac  Amarú,  cuyo  alzamiento  alcanzó  por  el 
sur  hasta  la  quebrada  de  Humahuaca,  tomó  á  muchos  de 
estos  comerciantes  en  el  Perú  con  sus  intereses,  y  que- 
brantó algunas  fortunas  que  allí  cayeron;  cortó  repentina- 
mente el  comercio  en  aquellas  comarcas  que,  con  la  paz 
que  sobrevino  después  de  1782,  volvió  de  nuevo  é  endere- 
zarse con  iguales  lirios.  De  solo  el  Paraguay  se  compraban 
mas  de  (>0.000  muías  por  año  con  destino  al  Perú;  1)  y 
uniendo  ú  esto  todas  las  recolectadas  en  Santa-Fé,  en  Entre- 
Rios  y  San  Juan,  donde  se  producían  las  mas  famosas,  y 
en  todo  el  centro  y  norte  de  la  hoy  República  Argentiría, 
para  llenar  los  invernaderos  de  Salta,  de  Jujuy,  de  Tucu- 
man  y  Catamarca,  ú  qué  prodigiosa  suma  no  alcanzarían! 

La  internación  de  estas  recuas  de  muías  &  las  regiones 
peruanas  la  verificaban  los  troperos  en  toda  época  del  año, 
comerciando  principalmente  en  Potosí,  Ghuquisaoa,  la  Paz 
y,  cruzando  el  Desaguadero,  en  el  Cuzco,  en  los  pueblos 
de  la  Sierra,  en  el  Cerro  de  Pasco,  en  Lima,  Arequipa,  y 
demás  ciudades  de  la  Costa.  Pero  la  afluencia  de  las  tro- 
pas de  muías  era  mas  abundante  en  determinadas  estacio- 
nes del  año  para  aprovechar  las  ferias  comerciales  que 
se  celebraban  por  allí,  descollando,  entre  las  mas  farñosas, 
las  de  Huari.  Era  en  aquellos  sitios  frecuentados  por  los 
mayores  negociantes,  donde  se  hacian  las  grandes  tran- 
sacciones y  en  donde  los  capataces  sáltenos,  domadores 
y  ginetes  gallardos   y  diestrísimos,   desplegaban  todo   el 


1)  Mitre,  Uist.  de  Belgratio,  T.  I  púg.  57. 


66  DR.    BERNARDO   FRÍAS 

brillo  de  su  habilidad  y  gracia  para  deslumhrar  con  ellas 
la  admiración  de  los  compradores  peruanos.  Por  que 
como  se  buscara  muchas  veces  muías  de  silla,  por  ejem- 
plo, mansas  y  adiestradas  como  para  el  servicio  de  aque- 
llas gentes  tímidas  y  poco  fuertes  en  este  arte  de  cal)algar, 
sucedía  que,  elegida  por  el  interesado  de  en  medio  de  la 
recua,  el  capataz,  arrollando  el  poncho  sobre  el  hombro 
y  ajitando  el  lazo  con  donaire  sumo,  la  extraía  aprisiona- 
da del  cuello  y,  saltando  sobre  ella,  la  hacía  desplegar 
condiciones  de  mansedumbre,  de  fortaleza,  de  elegancia 
y  de  brios,  al  mismo  tiempo,   que  triplicaban  su  precio. 

De  regreso  del  Perú,  aquellos  trancantes  llegaban  á  Salta 
conduciendo  cargamentos  de  plata  sellada,  ó  bien  de 
mercaderías  y  frutos  propios  de  aquellas  regiones,  como 
eran  el  cacao,  el  chocolate,  el  café,  la  coca,  el  azúcar, 
lienzos  y  tejidos  finos  de  Santa  Cruz;  azogue  y  metales 
preciosos  en  barras  de  plata  y  tejos  de  oro. 

El  Perú  gozaba,  por  aquellos  tiempos,  de  fama  uni- 
versal por  sus  riquezas;  y  su  oro,  sin  llamar  la  atención 
del  mundo,  se  derramaba  en  Salta  y  en  Buenos  Aires 
con  incesante  abundancia  en  pago  de  sus  mercaderías,  de 
sus  esclavos,  de  sus  ganados,  de  sus  muías  especialmente; 
de  sus  suelas,  de  sus  harinas,  de  sus  tabacos,  de  sus  al- 
coholes y  cigarrillos.  Y  aquellos  viajes  lejanos;  aquellas 
pampas  y  sierras  y  torrentes  y  precipicios  que  formaban 
el  poético  encanto  de  las  narraciones;  aquellos  grandes  ne- 
gocios é  improvisaciones  de  fortunas;  aquel  Perú,  en  una 
palabra  y  aquella  Lima,  sobre  todo,  emporio  de  los  pla- 
ceres, era  la  fantástica  ambición  de  la  juventud  elegante 
y  emprendedora.  El  viaje  á  Lima  daba  una  especie  de 
nombradía  á  quienes  llegaban  á  alcanzarlo  y  de  quien 
nadie  quería  quedarse  extraño,  formando,  en  aquella  época, 
el  objeto  verdaderamente  satisfactorio  y  deseado  de  todos 
veras;  el  que  labraba  los  sueños  dorados  y  voluptuosos, 
por  que  era  el  país  del  oro  y  de  la  fortuna,  del  juego  y 
de  los  grandes  negocios;  el  seno  de  las  delicias  coronadas 
con  su  cultura  de  renombre  y  la  mágica  seducción  de 
sus  mugeres;  el  asiento,  en  fin,  de  la  moda,  del  lujo  y 
del  amor.  La  fama  de  sus  atractivos  se  derramaba  á 
la  manera  de  la  que  tiene  hoy  para  los  ricos  de  provincia, 


mSTORIA  DE  GÚEME8  Y    DE  SALTA— CAPÍTULO  lí         69 

Buenos  Aires,  y  para  los  de  Buenos  Aires,  Paris.— « ¡Oh, 
Lima;  quien  no  te  conoce  no  te  estima! »  Así  exclamaban 
aquellos  viajeros  vueltos  ó  sus  pacíficos  hogares,  recor- 
dando en  sus  ensueños  los  encantos  de  la  sultana  del 
Rimac.  De  allí  traian  las  sederías,  los  terciopelos,  los  te- 
jidos de  plata,  las  perlas,  los  brillantes,  los  perfumes,  todos 
los  esplendores  del  lujo  para  ataviar  las  damas  y  las  hijas 
de  familias  acaudaladas. 

IX 

Por  los  años  de  1778,  convencido  el  gobierno  español 
de  la  importancia  que  adquirirían  estas  comarcas  con 
la  libertad  del  comercio  por  Buenos  Aires,  franqueó,  al 
fin,  su  puerto,  y  con  acontecimiento  tan  extraordinario, 
cambiaron  ó,  mejor,  alteraron  los  rumbos  primitivos. 
Desde  aquella  fecha,  la  introducción  de  las  mercaderías  de 
ultramar  se  hizo  mas  fácil  y  mas  rápida  por  Buenos  Aires 
que  no  por  el  Callao  para  todas  estas  comarcas  que  se 
extienden  á  la  parte  oriental  de  la  cordillera,  y  los  carga- 
mentos á  lomo  de  muía  que  tenían  que  trasmontar  las 
elevadísimas  y  dificultosas  serranías  del  Perú,  para  surtir 
de  efectos  ultramarinos  estas  regiones,  se  sustituyeron  por 
las  tropas  de  carretas,  cargadas  con  los  mismos  efectos 
introducidos  por  via  de  Buenos  Aires.  1).  Estos  cargamentos^ 
así  conducidos,  llegaban  hasta  Córdoba,  mas  tarde  hasta 
Salta,  y  eran  otra  vez,  aunque  á  la  inversa  ahora,  tras- 
ladados en  este  punto,  en  tropas  de  muías  por  las  regio- 
nes montañosas  y  de  estrechos  y  ásperos  caminos  que 
comprendían  las  provincias  altas  ó  de  arriba,  conforme  se 
las  llamaba  entonces;  de  manera  que  hasta  Potosí  y  Chu- 
quisaca  y  Santa  Cruz,  como  todas  las  innumerables  pobla- 
ciones de  sus  contornos  colmaban  sus  tiendas  de  efectos 
introducidos  por  Buenos  Aires.  La  Paz  y  demás  pueblos 
septentrionales,  quedaron,  por  motivo  de  su  situación, 
sujetos  á  proveerse,  en  gran  parte,  del  Perú,  pero,  á  favor 
de  las  muías  de  Salta. 


1)   Las  que  mas  tarde  deboriau  emplearse  en  el  trasporte  de  los  ejércitos 
de  la  Patria. 


70  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

Para  llenar  estas  necesidades  de  las  plazas  comerciales 
del  Alto  Perú,  las  casas  fuertes  de  Salta,  descollando  so- 
bre todas  ellas  la  de  Moldes  y  la  de  Gurruchaga,  efec- 
tuaban las  grandes  internaciones  de  mercaderías  á  las 
provincias  hoy  bolivianas.  Y  no  debe  imaginarse  que  estas 
casas  se  surtían  del  mercado  de  Buenos  Aires,  por  que 
siendo  las  mas  fuertes  y  de  mayor  crédito  de  todas  cuan- 
tas hablan  en  el  Rio  de  la  Plata,  eran  verdaderas  casas 
introductoras  que  contrataban  por  su  exclusiva  cuenta 
directamente  en  la  plaza  europea  de  Cádiz,  sirviendo  para 
favorecer  aun  ú  las  mismas  de  Buenos  Aires,  como  que 
en  1785,  por  ejemplo,  la  casa  de  Gurruchaga  trajo  de  Es- 
paña en  el  buque  Nuestra  Señora  de  Monserrat,  valiosísimo 
cargamento  dé  mercaderías,  y  de  ellas,  en  la  plaza  de  la 
capital,  de  paso,  vendía  un  valor  de  73.000  pesos  en  una 
sola  contrata,  operación  elevadísima  que  hoy,  después  de 
mas  de  cien  años  de  independencia  y  progreso  y  liber- 
tades, no  alcanza  á  realizar  casa  alguna  de  las  que  for- 
man el  actual  comercio  de  Salta.    1). 

Fué  así,  por  razones  semejantes,  por  residir  en  Salta 
los  mas  fuertes  capitalistas  de  entonces  y  de  tener  su 
teatro  establecido  ya  de  muy  antiguo  y  dominado,  que 
aun  después  de  habilitado  el  puerto  de  Buenos  Aires  con 
sus  franquicias  comerciales  y  aun  durante  la  revolución 
y  la  guerra  civil  que  sobrevino.  Salta  constituyó  siempre 
el  mercado  principal,  en  los  dos  últimos  periodos  men- 
cionados ya  con  una  jurisdicción  estrechada  por  los  ex- 
traordinarios acontecimientos,  para  todas  las  ciudades  de 
segundo  orden;  y  sus  casas  comerciales  y  fuertes  prove- 
yeron, en  tan  dilatado  espacio,  á  toda  una  inmensa  región 
con  la  pujanza  y  robustez  de  sus  capitales,  pues  bajaban 
á  su  mercado  para  proveer  sus  tiendas,  los  comerciantes 
de  Catamarca,  de  Santiago,  de  Jujuy,  de  Oran  y  de  Tarija 
y  demás  pueblos  meridionales  de  lo  que  es  hoy  Bolivia. 

A  toda  esta  riqueza  y  encumbramiento  del  comercio  de 
Salta,  hócese  necesario  agregar  en  la  balanza  de  su  for- 
tuna, un  ramo  que  reportaba  las  mas  pingües  ganancias: 


1)  Arch.  de  la  Prov.  de  Salta,  Año  1810,  J.  Lorenzo  R.  de  Villegas  contra 
la  testamentaria  de  D.  Pedro  Antonio  de  Gurrachaga,  f.  1. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II         71 

—la  introducción  y  venta  de  esclavos  negros.  Este  era 
objeto  de  lujo.  El  esclavo  neí?ro,  escaso  como  el  oro, 
impuesto  por  la  moda  en  el  servicio  lujosísimo  de  las 
casas  opulentas,  introducido  en  cantidades  limitadas  por 
el  puerto  de  Buenos  Aires  desde  las  costas  del  África 
occidental,  tenia  una  demanda  y  una  estimación  extraor- 
dinaria y  creciente,  y  su  precio  era  tan  elevado,  especial- 
mente en  el  Perú,  que  cada  un  esclavo  de  ellos  valía 
desde  1.000  y  1.500  pesos  fuertes,  arriba.  Y  esto  no  lleva 
exajeracion,  pues  en  Salta,  á  pesar  de  su  lujo,  á  pesar  de 
su  orgullo  aristocrático  y  de  la  opulencia  de  sus  fortunas, 
existieron  muy  pocos  negros;  y  el  valor  corriente  de  los 
mulatos  esclavos  variaba  entre  300  á  400  pesos  fuertes. 
Todavía  veinte  años  mas  tarde  de  la  época  que  recorda- 
mos, cuando  la  moda  y  las  castas  hablan  desaparecido  y 
el  servicio  doméstico  se  hizo  mas  fácil  y  abundante  con 
la  libertad  y  la  competencia,  en  Lima  se  hallaban  pocos 
negros  y  los  pocos  que  habían  eran  carísimos  1).  Expe- 
culando  sobre  este  ramo  tan  de  lujo  y  de  buen 
tono  entonces,  aquellas  casas  de  Gurruchaga  y  de  Mol- 
des introducían,  desde  Buenos  Aires  para  Lima  y  de- 
mas  provincias  del  Perú,  grandes  recuas  de  500  y  de 
1000  negros  esclavos  para  venderlos  en  aquellos  mercados 
afamados  por  la  molicie,  el  fausto  y  el  lujo,  lo  cual  venía 
á  representar  no  solamente  artículo  de  rápida  negocia- 
ción, sino,  al  mismo  tiempo,  sumas  ingentes  de  capital  y 

de  especulación,  como  que  por  estos  tan  ligeros  testimo- 
nios que  aun  se  conservan,  se  revela  que  rodaban  millo- 
nes por  sus  manos.    2). 

Era,  pues,  el  abasto  del  Perú  lucrativo  en  grado  extremo; 
y  como  este  privilegio  creado  por  las  circunstancias,  es- 
taba monopolizado,  podia  decirse  con  sobrada  razón 
gracias  á  su  progreso  y  fuertes  capitales,  en  las  plazas  de 
Buenos  Aires  en  un  extremo  y  de  Salta  en  el  otro,  pues 
Córdoba  y  Mendoza  no  compartían  directamente  en  él,  y 
las  demás  ciudades  que  hoy  encabezan  los  estados  argen- 
tinos, apenas    si  pasaban  de   raquíticas  aldeas,   el  tráfico 


1)  D'Orbígny  y  Egriés  •  Viaje  por  América,  etc.  •  T.  II,    pág.  13. 

2)  V.  F.  López,  «La  Revolución  Argentina.» 


72  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

comercial  de  arabos  centros  de  actividad  y  de  negocios, 
era  cada  dia  de  mayor  incremento,  y  su  vuelo  igualmente, 
cada  vez  mas  fecundo  y  poderoso;  como  que  en  1806  ya 
lo  afirma  el  Dr.  Moreno,  mas  de  300  buques  de  comercio, 
cargados  de  mercaderías  ultramarinas,  arrilDaban  anual- 
mente al  puerto  de  Buenos  Aires,  y  de  estos  valiosísimos 
cargamentos,  mas  de  18  millones  de  pesos  fuertes  se  in- 
ternaban al  Perú  pasando  á  él  por  intermedio  de  las 
poderosísimas  manos  del  comercio  de  Salta.    1). 

Este  tan  poderoso  comercio,  al  mismo  tiempo  que  acre- 
centaba la  fortuna,  el  lujo  y  el  bienestar  en  Salt^,  donde 
la  pobreza  fué  virtud  desconocida  hasta  la  hora  de  la 
revolución,  daba  ú  sus  habitantes  la  actividad,  la  viveza 
del  ingenio,  la  liberalidad  de  su  trato  y  sentimientos,  des- 
precio á  los  peligros,  amor  á  lo  grandioso,  á  lo  mara- 
villoso y  aventurado  y  un  anhelo  inquebrantable  hacia  la 
independencia  personal,  adquirido  todo  ello  por  su  labor 
y  transacciones  continuas  como  recogido  por  sus  largos 
vieyes  al  través  de  montañas,  de  pampas  y  desiertos,  todos 
llenos  de  atractivos  ó  novedades  ó  peligros  que  amena- 
zaban no  tanto  su  fortuna  como  su  vida;  virtudes  ellas 
que  muy  en  breve  hablan  de  hacerlas  servir  para  libertar 
la  patria  de  secular  opresión  é  injustísima  y  torpe  ser- 
vidumbre, con  aquel  brillo,  con  aquel  heroísmo,  con  aquella 
altura  de  ideales  y  de  principios  y  con  aquel  estruendo 
de  su  bravura  y  de  sus  hazañas  con  que  han  llamado  la 
atención  del  mundo. 

Aquella  riqueza  que  originaba  el  comercio  con  el  Perú  y 
demás  pueblos  interiores  hasta  Catamarca,  que  no  podían 
proveerse  directamente  de  Buenos  Aires  por  la  flaqueza 
y  mezquindad  de  sus  recursos,  y  acudían  á  Salta  á  cubrir 
sus  necesidades,  se  hace  mas  resaltante  y  se  puede  apre- 
ciar en  algo  la  importancia  de  las  fortunas  formadas  á 
su  amparo,  cuando  se  contrapesa  con  esas  ganancias  la 
facilidad  y  extrema  baratura  de  la  vida,  donde  una  muía 
de  tropa  valía  hasta  7  pesos  y  era  vendida  en  el  Perú  de 
25  arriba;  donde  una  vaca  tenía  por  precio  corriente  de 
2  á  3  pesos,  hallándose  de  ellas  los  campos  orientales   de 


1)  V.  F.  López,  -llist.  Argent.»  T.  I.  Pág.  &(36, 


HISTORU  DE  GÜEMES   Y  DE  SALT^— CAPÍTULO  II         78 

la  provincia,  desde  Oran  &  Tucuman,  cubiertos  en  cantidad 
innumerable;  y  un  caballo  de  4  á  8;  y  una  oveja,  4  ó  6 
reales;  donde  la  casa  de  mas  alto  precio  no  excedía  de 
15.000  pesos  y  su  alquiler  ordinario  de  30;  y  el  de  una 
tienda  en  la  mejor  calle  comercial  variaba  entre  10  y  20 
pesos  mensuales;  dos  reales  costaba  un  par  de  zapatos  y 
2  pesos  la  confección  de  la  levita  de  un  coronel. 


X 


Al  lado  de  aquella  riqueza  acumulada  por  los  esfuerzos 
del  comercio,  Salta  contaba  con  la  inmensa  fortuna  que 
representaba  el  sólido  capital  de  su  producción  territorial, 
vinculado  mas  que  en  sus  minas  y  sus  industrias,  en  sus 
crias  de  ganados  y  su  fuerte  y  activa  población. 

No  hay,  de  quellos  tiempos,  la  cifra  estadística  que 
muestre  con  verdad  matemática  la  altura  de  su  floreci- 
miento; mas  la  sucesión  de  grandes  hechos  históricos  y  la 
fé  encerrada  en  venerables  monumentos,  cubren  satisfac- 
toriamente aquel  vacío.  Salta  con  sus  campos  de  selvas 
frondosas,  sus  fértiles  valles,  sus  cerros  arbolados  y  pas- 
tosos, su  clima  cuya  variedad  comprende  todas  las  zonas; 
sus  ricos  pastos  de  la  mas  fuerte  substancia  nutritiva  y  la 
especial  inclinación  de  sus  habitantes  á  los  quehaceres 
rurales,  era  tierra  de  predilección  para  la  riqueza  ganade- 
ra. La  cria  vacuna,  mansa  y  ordenada  en  puestos,  hebia 
subido,  al  rayar  el  siglo  XIX,  (i  cantidad  fabulosa.  El  vil 
extremo  de  sus  precios,— siendo  la  carne  el  alimento  común 
de  toda  la  población  del  país,  muestra,  mas  que  nada 
quizá,  el  exceso  de  su  abundancia.  El  ganado  lanar  que 
se  habia  propagado  regularmente  en  el  valle  central  y  en 
el  de  Calchaquí,  era,  por  su  abundancia,  la  riqueza  semo- 
viente de  las  comarcas  del  norte  de  Jujuy,  donde  en  poder 
de  cualquier  indígena  de  aquellas  latitudes,  era  cómun  el 
hallar  rebaños  de  10.000  ovejas,  siendo  la  población  in- 
dígena de  aquellos  centros,  casi  igual  á  la  que  contaban 
algunas  de  las  ciudades  que  son  hoy  capitales  de  provin- 
cias argentinas. 

En  el  periodo  que  se  abrió  en  1810,  Salta  mostró  hasta 


74  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

donde  alcanzaba  la  fuerza  de  su  riqueza;  por  que,  desde 
el  ejército  que,  bajo  las  órdenes  de  Castelli,  llegó  á  la 
provincia  en  aquel  año,  liasta  el  que  volvió  vencido  en 
1815,  después  de  Sipe-Sip3,  fueron  sostenidos  con  pródiga 
abundancia  con  los  ganados  sáltenos;  y  las  fuerzas  que 
desde  1814  hasta  1832  sostuvo  á  sus  solas  espensas  esta 
tierra  generosa,  no  tuvieron  otros  extraños  recursos. 
Baste  para  calcular  la  suma  de  ganado  consumido  ó  per- 
dido durante  aquellos  conflictos  que  envolvieron  la  pro- 
vincia de  Salta  por  mas  de  quince  años,  traer  á  la 
memoria  una  de  aquellas  campañas  militares.  El  ejército 
español  que  realizó  la  invasión  de  1817,  por  ejemplo, 
contaba  de  4  á  5.000  hombres;  Güemes,  con  la  provincia 
de  Salta  sublevaba  en  masa,  movía,  desde  Tarija  hasta 
Tucuman,  al  rededor  de  6.000;  mientras  tanto,  el  ejército 
nacional  en  sus  cuarteles  de  Tucuman,  contaba  cerca  de 
3.000  soldados,  lo  que  demuestra  un  cúmulo  de  fuerzas 
superior  á  12.000  combatientes,  sostenidos  con  los  ganados 
de  Salta.  Añádase  á  todo  esto  y  olvidando  mucho,  todos 
los  abusos  que  se  cometieron  por  una  y  otra  parte  bajo 
el  apasionamiento  de  la  lucha  y  el  desorden  que  en- 
gendra una  revolución;  los  arreos  de  hacienda  que, 
hasta  1823,  tomó  por  sistema  de  guerra  el  general  Olañeta; 
el  consumo  de  la  cria  caballar  durante  aquella  guerra  que 
hizo  Salta,  toda  con  fuerzas  de  caballería  en  constante  mo- 
vimiento de  un  extremo  á  otro  del  territorio,  y,  al  cabo  de 
todo,  25.000  cabezas  de  ganado  vacuno,  2.000  caballos  y  800 
bueyes,  con  que  remató  el  dilatado  sacrificio  el  tratado  de 
paz  que  le  impuso  Quiroga  en  1832. 

— « De  aquí  ha  resultado  que  una  provincia  opulenta, 
que  se  sentía  en  otro  tiempo  oprimida  con  el  peso  de  un 
número  inmenso  de  ganado  de  todas  especies,  se  ve  en 
el  dia  reducida  á  una  miseria  espantosa. » 

— <(  í  Honrados  y  prudentes  ciudadanos,  preguntaba,  al  fin  de 
aquellos  azares,  el  Dr  D.  Juan  Manuel  Castellanos,  floreciente 
juventud,  copiosos  caudales,  vacadas  inmensas,  abundosos 
ganados,  qué  os  habéis  hecho?  ¡La  desolación  y  la  mise- 
ria es  el  único   patrimonio  que  nos  ha  quedado! » 

De  esta  manera,  Salta  pudo  sostener  la  guerra  nacional 
casi  sola  por  tan  dilatado  espacio  y  con  sus  solos  recur- 


HISTORIA  DE   GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II  75 

SOS,  por  que  sus  fuerzas  eran  poderosas;  y  qué  mucho, 
sí,  como  vamos  6  ver,  un  hombre  solo  tenia  bastante 
fuerza  y  largueza  para  sostener  todo  el  ejército  con  su 
propia  hacienda,    mientras  pasara  por  sus  heredades! 

La  riqueza  de  Salta,  antes  de  la  revolución,  era,  como  se 
ha  dicho,  proverbial.  El  nombre  de  Salta,  como  ciudad 
y  provincia  ricas,  había  corrido  por  todos  rumbos  en  alas 
de  la  fama,  como  el  de  Buenos  Aires  por  su  puerto,  su 
comercio  y  su  sede  virreinal;  como  el  de  Córdoba  y 
Chuquisaca  por  sus  estudios;  como  el  de  Pasco  y  el  de 
Potosí  por  sus  cerros,  y  como  el  de  Lima  por  su  opulen- 
cia, por  sus  delicias  y  su  civilización. 

Remataba  aquellas  riquezas  y  actividad  la  fama  que 
alcanzaron  sus  ferias  comerciales.  Jujuy  tenía  la  suya 
por  la  pascua,  llamada  de  la  Tablada;  pero  era  de  mayor 
renombre  y  concurso  la  que,  comenzando  &  mediados 
de  Mayo,  contaba  siete  semanas  al  término  de  Junio,  en 
Sumalao,  siete  leguas  al  sur  de  Salta. 

La  pintura  de  un  Cristo,  arrollado  en  su  lienzo,  hizo 
tan  pesada  la  carreta  que  lo  conducía  al  lugar  de  su  des- 
tino, que  ni  á  fuerza  de  muía  ni  de  buey  fué  posible  su 
arranque;  y  fué  así  que,  cumpliendo  su  voluntad,— termina 
la  tradición,  se  levantó,  para  su  culto,  la  capilla  de  Sumalao. 
Allí,  como  en  la  casa  de  Loreto,  como  en  el  sepulcro  de 
San  Martín  de  Tours,  se  abrió  la  fuente  de  los  copiosos 
milagros,  en  favor  especialmente  de  enfermos.  El  Señor 
de  la  Salud  ensalzado  en  todas  distancias  por  el  agra- 
decimiento y  la  fé  de  comerciantes,  de  troperos  y  de  in- 
vernadores, vio,  muy  luego,  acojerse  y  mezclarse  á  la 
sombra  de  sus  prodigios  los  votos  piadosos,  el  comercio 
y  las  fiestas  mundanas.  El  campo  era  abierto;  el  frío  y 
los  hielos  de  Junio  eran,  por  aquella  edad,  acerbamente 
famosos;  pero  la  feria  de  Sumalao  avanzó  tal  renombre 
entre  los  pueblos,  que  formaban  su  clientela  no  solamente 
los  del  contorno  sino  los  de  las  mas  apartadas  regiones; 
como  qne  acudían  de  Santiago,  de  Tucuman,  Catamarca, 
la  Rioja  y  San  Juan  de  Cuyo  los  criadores  de  muías  y  los 
fabricantes  de  tejidos  finísimos,  de  vinos,  de  pasas,  de 
pastas,  y  de  mil  otros  objetos  de  consumo. 

Era  allí  donde  principalmente  se  realizaban  las  grandes 


76  DR.    BERNARDO   FRÍAS 

compras  y  ventos  de  muías  con  destino  á  los  invernade- 
ros para  trasladarlas  al  Perú,  de  los  ricos  caballos  y  de 
la  grande,  fuerte  y  apreciadísima  muía  de  silla  de  San  Juan; 
y  también  era  allí  donde  los  jugadores  á  las  cartas  y  al 
dado  y  á  las  carreras  levantaban  y  perdían  fortunas;  donde 
las  onzas  de  oro,  traídas  desde  el  Perú  por  los  troperos, 
se  derramaban  copiosamente,  1)  y  en  donde  el  t>aile  vul- 
gar y  el  baile  aristocrático  y  demás  diversiones  cultas 
tomaron  también  su  plaza,  bajo  la  carpa  portátil  ó  el 
cómodo  rancho  mandado  levantar  especialmente  por  las 
familias  de  la  mejor  sociedad  que,  sobre  lucidos  caballos, 
acudían,  así  mismo,  por  devoción,  por  votos  que  cumplir 
y  en  busca  de  placer  también. 

LA     SOCIEDAD     DE    SALTA 

XI 

Atraida  por  la  fama  de  las  Indias  donde  con  facilidad 
y  en  breve  tiempo  alcanzaba  ú  formar  el  hombre  activo, 
inteligente  y  laborioso  una  fortuna  que  asegurara  su 
vejez  afianzando  el  porvenir  de  sus  hijos,  la  emigración 
española  formalia  corriente  constante  ú  las  colonias  de 
América;  por  que  si  es  duro  y  harto  difícil  y  causa  una 
honda  pena  el  abandonar  para  siempre  el  lugar  del  na- 
cimiento donde  nos  ligan  tantos  afectos  del  corazón  y  del 
recuerdo,  es  también  lijera  pesadumbre,  cuando  en  la 
tierra  distante  que  señala  el  porvenir  se  va  á  encontrar, 
en  vez  de  clima  y  raza  y  leyes  extrangeras,  la  patria 
misma  abandonada,  vuelta  á  mirar  al  lado  opuesto 
del  mar,  con  la  identidad  de  su  clima,  con  la  misma 
lengua,  los  mismos  usos,  la  misma  religión  y  la  misma 
raza;  y  allí  era  donde  ton  á  menudo  el  compatriota,el  amigo 
el  deudo  se  Hilaban  á  encontrar. 


1)  La  moneda  de  oro  y  de  plata  era  el  único  medio  circulante  de  la  época. 
La  onza  de  oro  era  el  tipo  superior  de  la  primera  y  el  peso  doble  el 
de  la  segunda.  Ambas  teoian  divisiones  en  monedas  pequeñas:  el 
peso  duro,  por  ejemplo,  se  dividía  en  ocho  reales,  el  real  en  medios 
y  el  medio  en  cuartillos,  representadas  cada  una  de  estas  divisiones, 
por  monedas  especiales.  Las  monedas  llevaban,  en  una  cara,  el  busto 
ael  rey,  y  en  la  opuesta,  el  escudo  español  con  su  corona  real. 


mSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  II  77 

Y  conviene  tener  muy  en  memoria  que  el  inmigrante 
español  en  América  venia  acompañado,  ademas  de  estas 
ventajas  tan  excelentes,  de  la  casi  seguridad  tan  fascina- 
dora de  labrarse  á  poca  costa,  grande  y  segura  fortuna, 
ilusión  y  confianza  que  halagaban  una  de  las  mas  fuertes 
pasiones  del  corazón  humano— la  ambición  del  bienestar 
que  se  enlazaba  con  el  favoritismo  de  las  leyes,  con  la  ancha 
y  tentadora  escala  de  la  política,  reservada  casi  exclusi- 
vamente parQ  ellos,  en  donde  recogían  la  satisfacción  de 
otra  poderosísima  pasión  dominadora  de  los  hombres, 
—la  ambición  del  orgullo,  los  halagos  del  predominio  y 
encumbramiento  social  con  el  brillo  y  los  esplendores 
del  poder. 

La  España  era  estéril  de  suyo;  y  los  sueños  de  gran- 
deza y  de  fortuna  solo  se  aseguraban  en  las  costas  y  en 
los  valles  de  la  América,  por  donde  el  hombre  trabajador, 
como  el  vago  aventurero  ó  el  hidalgo  segundón  ó  de 
quebrada  fortuna,  abandonaba  la  patria  ingrata  tendiendo 
rumbo  hacia  las  Indias,  trayendo  á  su  favor  un  empleo 
de  real  merced  y  de  pingüe  renta,  ó  á  conquistar  por  el 
medio  mas  noble  y  mas  digno  del  trabajo  activo  y  pa- 
ciente, un  nuevo  y  dichoso  porvenir. 

Si  esta  era  la  manera  de  formación  de  la  nueva  sociedad 
en  América,  Salta,  por  su  importancia  comercial,  fué, 
desde  antiguo,  sitio  elegido  de  la  inmigración  española 
de  la  clase  noble  y  aristocrática  que  en  gran  abundancia 
acudió  A  ella  como  á  Lima,  desde  el  simple  hidalgo 
hasta  la  nobleza  mas  ilustre  y  grande  de  España,  esta- 
bleciéndose en  ellas,  desde  la  conquista,  «  lo  mas  galano 
y  lo  mas  arrogante  de  los  orgullosos  segundones  de  la 
grandeza  española. » 

Contaba  en  su  nobleza  como  lo  mas  sobresaliente  é 
ilustre  entre  las  casas  de  la  aristocracia  española,  á  la 
descendencia  de  D.  Francisco  de  Toledo  Pimentel,  virrey 
que  fué  del  Perú  y  conquistador  afamado  de  estas  provin- 
cias, hijo  segundo  del  famoso  duque  de  Alba,  D.  Fernan- 
do Alvarez  de  Toledo,  una  de  las  mas  grandes  é  ilustres 
noblezas  españolas,  como  que  remontaba  su  origen  á  los 
palacios  de  Constantinopla  entroncando  en  la  familia  de 
los  Paleólogos,  emperadores   de    Oriente,  y    su  fama  .de 


78  DR.  BERNARDO    FRÍAS 

guerrero  invencible  iiabia  llamado  la  atención  de  la  Eu- 
ropa deslumhrando  las  glorias  militares  y  destacándose 
como  el  primer  capitán  de  su  siglo.  Su  familia,  vincu- 
lada en  la  sociedad  de  Salta,  formó  las  casas  de  Toledo, 
de  Alvarado,  de  Mollinedo,  de  San  Millan  y  de  Figueroa. 

Después  de  estas,  formaban  en  el  núcleo  noble  del  ve- 
cindario de  Salta,  las  casas  de  Gorriti,  de  Gurruchaga, 
de  Hoyos,  de  Castellanos,  de  Arias,  de  Quiroz,  de  Güemes, 
de  Medeiros,  de  Torres,  de  Puch,  de  Frias,  de  Aramburú, 
de  Otero,  de  Salas,  de  Tineo,  de  Moldes,  de  Ormaechea, 
de  Izasmendi,  de  Zenarruza,  de  Arenales,  de  Alberro,  de 
Gorostiaga,  de  Zuviría,  de  Archondo,  de  Ibazeta,  de  Zavala, 
de  Palacios,  de  Rioja,  y  algunas  de  ellas  conservando 
como  herencia  nobiliaria  de  sus  antepasados,  posesiones 
territoriales  en  España,  llamadas  mayorazgos  y  de  cuyas 
rentas  y  señorío  disfrutaron  hasta  1810,  época  en  que  la 
revolución  trastornó  todo,  en  las  que  se  puede  contar  la 
casa  de  D.  Manuel  de  Frias,  entre  otras,  por  ejemplo.    1). 

Esta  emigración  de  la  nobleza  española  acudía  al  vecin- 
dario de  Salta  en  corriente  constante  hasta  1810;  y  era  esta 
clase  quien  traía  con  su  preparación  y  valimiento  social  y 
político,  los  elementos  dominadores  de  la  fortuna,  del  talen- 
to, de  la  competencia  y  privilegios  reales  y  de  casta  para 
sobresalir  é  imperar  en  estas  nuevas  comarcas  y  hacer 
prosperar  su  fortuna  con  facilidad  y  acierto.  Porque  según 
la  constitución  social,  los  hijos  segundos  de  los  grandes 
de  España,  carecían  del  título  hereditario  de  la  casa  que 
llevaba  el  primogénito,  ya  fuera  duque,  conde,  marqués 
ó  señor  de  algún  lugar,  y  para  ellos  no  quedaba  mas  car- 
rera que  las  armas  ó  la  iglesia;  ó  ya  también  por  que  cor- 
respondía al  hijo  mayor  de  casa  noble  la  herencia  del 
mayorazgo,  si  lo  tenia,  es  decir,  de  tierras  señaladas  para 
el  sostenimiento  de  la  dignidad  de  la  casa  en  el  rango  que 
la  llamaban  sus  blasones,  y  que  no  era,  por  ende,  enage- 
nable.  El  resto  de  la  familia  veíase  obligada  á  buscar  for- 
tuna, muchas  veces,  fuera  de  la  herencia  paterna,  y  las 
aventuras  como  el  porvenir  halagüeño  á  que  se  prestaban 
los  sueños,  unas  veces,  y  tantas  otras  las  realidades  codi- 


1)  Títulos  y  documentos  on  poder  de  nuestra  familia. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE    SALTA— CAPÍTULO  II  79 

ciables  de  las  Indias,  eran  lazos  de  atracción  á  los  grandes 
centros  cultos  y  comerciales  de  América,  para  toda  esta 
clase  distinguida  é  ilustre  que  venia  á  ser  cabeza  social  y 
política  en  el  Nuevo  Mundo,  dejando  de  llenar  en  la  penín- 
sula los  asientos  de  segundo  término,  sin  brillo  ni  por 
venir. 

La  mayoría  de  esta  noble  inmigración  que  recibía  el 
vecindario  de  Salta  fué,  como  lo  atestiguan  los  apellidos  de 
las  antiguas  familias  y  las  viejas  ejecutorias  de  linaje,  de 
la  nobleza  castellana  y  vascongada,  que  es  la  porción  de 
la  población  española  mas  honorable  y  fuerte.  Pierde  la 
raza  vasca  las  tradiciones  de  su  origen  y  de  su  lengua  en 
las  mas  remotas  antigüedades  del  continente  europeo. 
Preservada  por  el  baluarte  de  sus  montañas  y  la  fuerza  de 
su  brazo  de  la  confusión  de  razas  que  mezclaron  en  la 
población  de  España  sangre  del  ibero,  del  romano,  del 
cartaginés,  del  fenicio,  del  vándalo,  del  godo,  del  árabe  y 
del  moro,  presenta  el  ejemplar  de  raza  mas  pura  y  mas 
antigua  de  cuantas  pueblan  las  naciones  de  Europa;  raza 
noble  y  famosa  no  solo  por  la  fuerte  honradez  de  su  carécter, 
por  la  robustez  de  su  constitución  física  y  fuerza  muscular, 
por  su  virilidad  moral,  sino  por  las  legendarias  tradiciones 
de  su  vida  militar  y  la  dignidad  adquirida  por  el  trabajo  y 
las  buenas  costumbres. 

De  aquellas  tradiciones  nobiliarias;  de  aquellas  fortu- 
nas levantadas  al  amparo  de  fecundo  y  activísimo  co- 
mercio; de  aquella  opulencia  y  holgura  tan  justamente 
celebrada;  de  aquellos  viajes  constantes  y  de  aquel  trato 
frecuente  con  tanta  gente  distinguida  por  su  clase  y  figu- 
ración, como  la  que  hallaba  en  Potosí,  en  Chuquisaca  y 
en  Lima  particularmente,  que  era  en  aquellos  tiempos 
la  ciudad  mas  culta,  aristocrática,  opulenta  é  ilustrada  de 
la  América  del  Sur,  provenía  el  celebrado  rango  y  la'  altura 
tan  distinguida  que  alcanzó  la  sociedad  de  Salta,  el  orgullo 
circunspecto  de  sus  respetabilísimos  personages,  cuya 
figuración  y  valimiento  político  y  social  se  hizo  sentir  no 
tan  solamente  en  los  demás  centros  americanos  sino  aun, 
en  la  misma  corte  de  Madrid,  como  á  su  tiempo  lo  vere- 
mos; sin  que  ostentaran  el  soberbio  y  rudo  desprecio  con 


80  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

que  acostumbra  envanecerse  y  oprimir  ó  sus   semejantes 
el  que  llega  á  escalar  las  alturas  saliendo  de  la  nada. 

Es  una  verdad  histórica  que  la  sociedad  de  Salta  fué 
lujo  y  ornamento  de  la  civilización  del  antiguo  virreynato. 
La  raza,  la  cultura,  la  ilustración  y  la  riqueza  se  hablan 
recogido  en  aquella  ciudad  con  sus  favores  y  sus  fuerzas 
labrando,  á  su  término,  la  nata  y  flor  de  la  civilidad 
argentina.  Porque  su  triunfo  fué  notorio  y  celebrado  y 
memorable,  largos  años  mas  tarde  pudo  decir  un  grave 
historiador  confesando  aquella  antigua  verdad:— «  Salta  era 
una  de  las  ciudades  mas  cultas  y  la  del  trato  mas  distin- 
guido y  fino  de  todo  el  virreynato. »  1) 

Nada  había  en  Salla  entonces  de  cuanto  se  refiere  á  la 
acción  individual  y  social  de  la  clase  distinguida,  que  no 
fuera  una  revelación  de  la  cultura  esquisita  que  habla 
conquistado  rodeada  de  una  atmósfera  de  marcada  gran- 
deza, ya  fuera  en  el  templo,  en  la  mesa,  en  el  salón,  en  el 
fondo  de  la  familia,  en  el  baile  ó  en  la  calle  y  doquiera, 
derramaba  el  esplendor,  la  gracia  y  el  talento  de  una 
educación  esmerada  en  el  mejor  gusto,  rodeando  todo 
una  atmósfera  de  ceremonia  y  de  respeto  rendidos  á  su 
propia  dignidad.  El  tono  y  la  circunspección  hasta  en  el 
andar,  la  ^grandeza  aristocrática  que  llenaba  todo,  las 
maneras  distinguidas  y  el  trato  tan  suave,  tan  lleno  de  dig- 
nidad, de  franqueza  y  desenvoltura  y  de  viril  animación  al 
tiempo  mismo,  en  sus  hombres,  como  delicado  y  medido 
en  sus  damas,  eran  virtudes  desplegadas  con  una  elegancia, 
una  altura  y  un  gusto  casi  de  corte,  que  hacían  de  Salta 
justamente  un  pedazo  de  la  España  aristocrática,  ceremo- 
niosa y  culta  trasladado  á  este  seno  de  la  América. 

Esos  mismos  gustos  acarrearon  la  perfección  de  los  senti- 
mientos morales  en  pos  de  sí;  y  así  eran  aquellas  gentes 
tan  corteses,  tan  atenciosas  y  nobles  para  con  los  propios 
hijos  del  lugar  como  para  el  forastero,  el  que  era  colmado 
de  agasajos  y  generosidades,  á  la  manera  que  se  usa  con  el 
mejor  amigo. 

Mas  no    debe  pensarse    que    aquella    cultura    y    edu- 


1)  F.  Vicente  López. 


mSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPlTULO  U 


81 


cocion,  llenas  de  tanta  ceremonia  y  cumplido  y 
gusto  aristocrático,  fueron  circunscritas  á  meras  for- 
mas exteriores,  sino  que  hablan  llevado  el  buen 
gusto  y  la  elegancia  y  perfeccionamiento  también  al  len- 
guaje como  á  los  ornamentos  del  espíritu  que  brillaba, 
especialmente  en  los  hombres,  por  su  ilustración  literaria 
que  era  siempre  de  corte  clásico;  ni  debe  imaginarse 
tampoco  que  aquellas  preocupaciones  de  raza  volvieran 
su  sociedad  de  ambiente  fastidioso  y  pesado  y  de  sem- 
blante terco  y  sombrío,  por  que  fueron  la  animación,  la 
alegría  y  la  franqueza  sin  herir  la  dignidad  ni  apearse 
del  buen  gusto,  el  carácter  descollante  de  su  vida  en 
aquellos  dias,  ajitándose  en  ella  un  espíritu  de  actividad 
tan  fecunda  que  era  luz  y  fuego  en  el  talento,  en  la  gracia 
desplegada  y  en  la  profunda  y  finísima  agudeza  que  bri- 
llaba tantas  veces  anonadando  su  blanco  en  el  ridículo, 
pero  jamas  hiriendo  ni  desmereciendo  de  su  altura. 

Como  era  propio  sucediera,  imperio  merecido  conquistó 
en  ella  la  mujer  y  renombre  y  estima  general,  no  solo 
por  su  hermosura  que  alimentaban  en  las  familias  los 
constantes  enlaces  con  la  raza  europea  que  traía  nueva 
vida  y  fuerza  y  juventud  desde  los  países  vascos,  sino  y 
quizá  mas,  por  su  circunspección  social,  por  la  aristo- 
crática amabilidad  de  su  trato;  por  la  finísima  cultura  de 
sus  modales,  por  su  gracia  chispeante  y  de  buen  tono, 
por  aqueK  en  fin,  su  celebradísimo  ingenio,  llama  pode- 
rosa de  su  espíritu,  que  fueron  en  ella  virtudes  singulares 
que  la  llevarían  á  figurar  con  asombro  en  las  fases  mas 
sorprendentes  de  la  vida,  desde  rendir  á  personajes  de  la 
mas  encumbrada  talla  española,  hasta  decidir  en  parte,  de 
la  suerte  de  una  batalla  y  fraguar  las  mas  tremendas  revo- 
luciones. La  salteñu  era  mujer  de  corazón  y  de  espíritu, 
de  virtudes  domésticas  y  públicas,  algo  así  como  la  mujer 
antigua. 

Todo  lo  pudieron  con  sus  encantos  ó  con  su  inteligencia 
las  mujeres  de  Salta.  Unas,  fuertes  para  sufrir  los  golpes 
de  la  adversidad,  su  entereza  y  su  resignación  sin  abati- 
miento las  levantaría  hasta  la  santidad;  otras,  arrogantes 
y  exaltadas,  seductoras  y  astutas  con  particularidad  en 
política,   en  lo   que   fueron  profundamente  apasionadas, 


82  DR.  BERNARDO     FRÍAS 

9 

llegaría  su  arrojo  á  la  temeridad  y,  alguna  vez,  hasta  mas 
adelante,  quizas;  y  otras,  en  fln,  de  una  moderación,  de 
un  recato  y  de  una  delicadeza  inmaculada,  fueron  san^ 
tuario  de  circunspección  y  de  virtud  firme  y  fuerte  á  toda 
prueba.  Hermosas,  robustas,  intelijentísimas  y  cultas, 
animadas  siempre  por  una  alma  viril  y  por  pasiones 
grandes,  fueron  la  verdadera  vida  y  la  brillante  corona 
de  aquella  famosa  sociedad.  1)  La  historia  social  de  Salta 
es,  en  gran  medida,  la  historia  de  su  genio  y  de  sus 
triunfos.  2) 


1)  Sobrt^salieron  por  su  belUza  renombrada  en  aquellos  tiempos,  en  las 
filas  de  la  aristocracia,  D».  Magdalena  Goyechea  de  Güeme».  D*.  Tri- 
nidad Saravia  y  Tejada  de  Huergn,  D».  Andrea  Zenarruza  de  Uriondo, 
D*.  Javiera  Lesaer  de  Boedo.  D*.  María  Josefa  de  la  Corte  de  Ariap.  D*. 
María  Antonia  Fernandez  de  Moldes  y.  entre  las  mas  jóvenes,  D».  Car- 
men Puch  de  Güemes.  Dv  Benjamina  Otero  de  Viola,  D\  Pancha  Arias 
de  Arias,  D\  Pancha  Güemes  de  Figiieroa,  etc.  etc. 

2)  Corresponde  que  consignemos  aquí  como  elementos  comprobatorios 
de  lo  insertado  en  el  texto,  hechos  de  notoriedad  hislórica  por  el  pa- 
pel que  jugaron  sus  personajes  en  los  acontecimientos  mas  sonaaos 
de  aqueUos  tiempos.  Un  médico  ilustre,  «un  sabio*  por  sus  profun- 
dos conocimientos  científicos  y  «un  filántropo •  por  el  desprendi- 
miento de  su  corazón,  había  sido  enviado  por  el  gobierno  de  su  país 
á  hacer  estudios  de  los  secretos  naturales  de  la  América,  como  lo 
había  hecho  Humboldt,  mas  antes.  Era  pI  Doctor  José  Pedhead,  in- 
gles de  nacimiento.  Habiendo  llegado  ¿  Buenos  Aires  en  1805,  obtuvo 
autorización  para  ejercer  su  profesión  en  todo  el  virreinato:  lo  recor- 
rió en  su  larjg^a  extensión  permaneciendo  dos  años  en  las  provincias 
del  Alto  Peni,  hasta  que  regresó  á  Salta,  donde  los  atractivos  de  su 
sociedad  tuvieron  fuerza  suficiente  para  encadenarlo  hasta  el  día  de 
su  muerte,  en  1844,  haciéndole  renunciar  á  todo  otro  porvenir  en 
Europa  y  en  América,  é  intervenir  y  apasionarse  en  sus  intereses  y 
en  sus  luchas  políticas  por  quienes  sufriría  persecuciones'y  destierros. 
Seria  el  médico  de  Belgrano,  el  médico  de  Güemes  y  el  médico  amado 
y  popular  de  Salta. 

Valga  esto  en  cuanto  al  poder  social  de  Salta,  en  general;  mas  en 
lo  que  pertenece  exclusivamente  á  triunfos  femeninos,  las  damas  de 
Salta  trazaron  páginas  bien  dignas  de  recuerdo.  Habíase  radicado 
en  esta  ciudad  en  la  última  mitad  del  siglo  XVIH,  el  brigadier  español 
D.  Juan  Victorino  Martínez  de  Tineo.  Por  sus  grandes  servicios  mi- 
litares había  sido  premiado  especialmente  por  el  rey;  era  dueño  de 
una  inmensa  fortuna  y  pertenecía  á  noble  alcurnia;  había  habitado  en 
Córdoba,  había  gobernado  en  Charcas,  v  gobernador  de  Salta,  mas 
tarde,  no  había  cedido  ni  á  belleza  ni  a  fortuna  ni  á  gracia  y  hechizo 
mujeril  hasta  entonces.  Pero  elegido  por  padrino  del  coronel  español 
Luz,  gobernador  de  Salta,  que  casaba  con  D*.  Rosa  Castellsnos,  no 
pudiendo  resistir  la  magia  de  sus  encantos,  llega  el  soberbio  guerre- 
ro hasta  arrebatarle  la  novia  al  ahijado  en  el  acto  de  producirse  laa 
bendiciones,  diciéndole,  por  ejemplo:— «Dime,  Rosa  entre  espinos, 
¿aceptarlas  por  espose  al  que  aceptas  por  padrino?» 

Y  no  fué  este  un  caso  singular.  Los  gefes  del  ejército  real  que 
duranf)  la  guerra  de  la  independencia  ocuparon  por  varias  ocasiones 
la  ciudad  de  Salta,  aunque  por  cortos  meses,  y  que  habían  actuado 
en  los  centros  mas  distinguidos  de  la  América,  desde  Caracas  y  Lima 
hasta  Potosí,  se  encadenaron,  tras   breve    relación»  &  los  pies    de  laa 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  II  83 

Era  que  la  cultura,  como  la  civilización  y  la  riqueza, 
bajaba  del  Perú  ó  llegaba  directamente  de  España;  pues, 
la  nobleza  peninsular  que  se  radicaba  preferentemente  en 
Salta,  desde  hacia  tan  dilatado  número  de  años,  traía 
estas  condiciones  siempre  propias  de  su  clase,  á  lo  cual 
vino  ó  agregarse  el  elemento  de  los  empleados  españoles 
de  real  merced,  que  casi  todos  ellos  venían  nombrados 
de  Madrid  y  que  eran  vastagos  favorecidos  de  aquella  no- 
bleza «los  que  eran  por  lo  general,  hombres  cultos  y 
refinados,  nada  escrupulosos  en  cuanto  al  provecho  y  al 
cohecho;»  como  por  ejemplo,  el  gobernador  coronel  D. 
Rafael  de  la  Luz  que  se  quedaba  con  las  bandejas  de  plata 
en  que  le  presentaban  sus  obsequios  los  cumplimientos 
del  vecindario. 

Eran  estos  personajes  elegantes  y  soberbios  por  su  raza, 
por  su  clase  y  posición,  inclinados  con  preferencia 
al  amor  y  al  juego,  especialmente  al  de  los  naipes, 
vicio  elegante  y  funesto,  propio  siempre  de  las  socieda- 
des ricas,  y  que  en  Salta  imperaba  de  veras,  como  conta- 
gio limeño,  y  en  extremo  tanto,  que  era  cosa  ordinaria 
ver  pasar  en  vela  la  noche  completa,  señoras  respetabi- 
lísimas, y  muy  virtuosas  y    dignas   por   otra   parte,    & 


bellezas  salteñas  en  número  relativamente  asombroso,  pues,  olvidando 
la  baja  oficialidad,  son  de  aquel  número  que  se  ligó  á  los  hogares  de 
Salta,  entre  otros  mas,  los  coroneles  D.  Francisco  Martínez  de  Hoz, 
de  muy  noble  linaje,  en  la  casa  de  Tejada;  D.  Gaspar  Clavel,  el  gefe 
del  estado  mayor  de  Olaneta,  y  Lavín  *en  la  de  Nadal  y  Guarda: 
Alicedo  en  la  de  Sansetenea,  Fajardo  en  la  de  Maseira,  Galarza  en 
esta  misma;  a/  Cobos  en  la  de  Ugarteche,  y  en  fin,  el  mas  famoso 
de  todos,  D.  José  Carratalá,  mas  tarde  general,  con  D\  Ana  de  Go- 
rosliaga,  á  quien  amaba  Güemes  de  soltero,  y  cuyos  desposorios 
fueron  dignos  de  los  momentos  por  que  atravesaba  el  ejercito  español 
en  Salta.  £1  general  Laserna,  vencido  y  aterrado  por  las  fuerzas  de 
Güemes  que  lo  acosaban  fin  cesar,  había  resuelto  en  consejo  de  guer- 
ra, salir  precipitadamente  de  Salta,  aprovechándola  noche  para  ocultar 
su  fuga.  Era  el  4  de  Mayo  de  1817;  Carratalá  precipita  las  cere- 
monias, y  montan  los  desposados  en  caballos  que  los  aguardaban  á 
la  puerta  para  emprender  la  retirada,  pero  con  apremio  tal,  que  la 
joven  dama  no  tuvo  tiempo,  por  la  rapidez  y  la  turbación,  de 
desprenderse  ni  del  ridiculo  ni  del  abanico  de  sus'  bodas,  saliendo  por 
entre  las  talas,  de  la  ciudad  natal  á  quien  no  volvería  mas  á  ver. 

aj  El  coronel  Galarza  habia  abandonado  las  universidades  españolas 
estando  ya  á  punto  de  coronar  sus  estudios,  para  alistarse  en  la  guerra 
de  América.  El  padre,  reprobando  aquel  paso  que  cortaba  una  car- 
rera literaria  en  su  mayor  altura,  se  quejó  al  rey;  mas  Fernando  VII 
se  le  negó»  diciéndole:— « De  estos  son  los  que  quiero. « 


84  DR.    BERNARDO  frías 

la  par  de  gobernadores,  ministros  y  personajes,  donde 
rodaban  las  fortunas  con  escandaloso  abundamiento. 
Esta  clase,  que  con  justicia  dominaba  en  la  sociedad  y 
que,  como  se  ha  recordado,  la  formaba  así  la  gente  de 
noble  linage  como  todo  el  elemento  sobresaliente  por  ser 
de  raza  española  que  pudo  imponerse,  como  otras  de  la 
raza  indígena  ó  mestiza,  por  sus  servicios  ó  fortuna,  im- 
primía su  dirección  y  la  ley  á  la  clase  plebeya,  ó  los  ar- 
tesanos de  la  ciudad  y  habitantes  de  los  campos  que 
formaban  la  clase  pobre,  y  cuya  superioridad  era  reco- 
nocida y  acatada  con  tanta  buena  voluntad  y  respeto,  que 
jamas  ninguno  de  estos  hablaba  ú  hombre  decente  sino 
con  la  cabeza  descubierta.  Esta  dominación,  perdomlndole 
las  preocupaciones  reinantes  en  la  época,  era  bien  justa  y 
debida,  porque  la  clase  decente  era  la  depositarla  de  todas 
las  virtudes  sociales,  como  lo  comprobó  por  siglos  la 
justicia  de  su  nombre  y  apoyo  poderosísimo  hallaba, 
mas  que  en  el  gobierno  que  le  pertenecía  por  fuero  y 
derecho,  y  en  la  riqueza  que  le  procuró  el  comercio,  en  la 
altura  moral  de  su  espíritu,  y  en  el  cultivo  intelectual  de 
sus  miembros  que,  si  los  altos  dignatarios  de  la  iglesia, 
como  el  obispo  y  del  estado  civil  como  el  gobernador  in- 
tendente y  demás  empleados  de  categoría  venian  de  España 
por  lo  común,  sin  haber  cursado  aula  universitaria,  eran, 
á  pesar  de  ello,  por  su  clase  distinguida  y  por  el  medio 
social  á  que  pertenecían  y  en  que  habían  actuado  en  la 
península,  personajes  adornados  de  bastante  cultura  litera- 
ria, como  la  traían  asi  mismo,  los  nobles  que  manejaban  el 
alto  comercio,  pues  era  aquella  instrucción  moda  bien 
arraigada  en  la  época,  gracias  á  la  influencia  liberal  del 
gobierno  de  Carlos  III  y  su  avanzado  gabinete;  y  asi,  todo 
español  distinguido  en  América  tenía  su  biblioteca  particu- 
lar en  qne  se  hallaban  autores  en  romance  y  en  latin,  idioma 
que  también  manejaban,  entre  ellos  ú  Solís,  á  Mariana,  á 
Bossuet,  á  Galludo  y  á  Garcilaso;  sol)resaliendo  los  textos  de 
historia  y  religión.    1) 


1)  Testamentaria  de  D.  José  de  Ormaeclipa,  1810.  Este  señor,  vizcaíno 
y  comerciante  casado  en  Salta,  hablaba  con  igual  corrccciou  cl  lutin 
que  el  castellano. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y   DE  SALTA-CAPTÜLO  lí  85 

A  este  núcleo  exirangero,  representante  de  la  moda  y 
tendencias  europeas  mas  en  boga,  venía  á  reunirse  la 
juventud  americana  de  Ins  nobles  y  ricas  casas  del  país, 
de  abolengo  español  por  lo  común,  que  poblaba  los  cole- 
gios y  universidades  de  Córdoba,  de  Charcas  y  de  Lima, 
y  que,  brillando  en  el  altar  y  en  el  foro,  ostentaba  mayor 
y  mas  rica  ilustración  y  verdadera  sabiduría,  como  lo 
demostró  en  las  pajinas  mas  admirables  que  ha  escrito 
el  elemento  civil  y  clerical  de  la  revolución. 

Por  estas  sus  relevantes  cualidades,  este  elemento  for- 
mado así  de  la  gente  noble  y  principal,  venía  ú  producir 
visible  contraste  no  solo  con  la  clase  baja,  por  ley  bien 
natural,  sino,  igualmente,  con  el  elemento  también  popular 
y  de  la  clase  baja  venida  de  España  que  acudía  á  avecin- 
darse en  nuestros  pueblos  y  cuyos  miembros,  relegados  á 
segundas  filas  en  el  rango  social,  eran,  por  lo  general,  tende- 
ros pobres,  pulperos,  hortelanos,  arrieros,  maestros  de  pri- 
meras letras  y  sacristanes;  habiendo  algunos  de  ellos  llegado 
á  formar,  fortunas  de  primer  orden  y  solidez. 

Todas  estas  causas  de  mejoramiento  social  é  intelectual 
que  se  acal:)an  de  apuntar,  daban  sólido  pedestal  para  ad- 
quirir elevación  y  valimiento  en  la  sociedad  de  Salta,  á  los 
elementos  distinguidos  pero  hijos  del  país,  al  lado  y  á  igual 
altura  de  los  personages  y  magnates  netamente  españoles. 
Por  que  durante  el  gobierno  español,  solo  el  español  era 
llamado  al  desempeño  de  los  cargos  públicos  de  América, 
que  era  este  su  privilegio  de  conquista,  de  razón  de 
cuna  y  fruto,  en  lo  mas,  de  sus  padrinos  y  abogados 
en  la  corte;  y  ante  esta  verdad,  cuül  sería  el  poder  mo- 
ral ó  que  pudo  alcanzar  la  nobleza  de  Salta,  que  llegó  á 
arrebatar  no  por  medios  violentos  sino  por  el  solo  valer 
de  sus  méritos,  los  puestos  públicos  y  de  gobierno  de  la 
mayor  expectación  y  codicia,  sitios  reservados  para  los 
favoritos  españoles,  que  el  pueblo  de  Buenos  Aires,  por 
ejemplo,  apenas  lo  consiguió  obtener  en  parte  por  con- 
secuencia de  una  revolución,  la  del  !<>  de  Enero  de  1809, 
en  que  obligó  recien  al  elemento  español  á  ceder  la  mitad 
de  los  asientos  de  su  cabildo  para  1810,  mientras  ya  en 
Salta,  de  muy  antiguo,  era  el   suyo  mixto    entre  ambas 


86  DR.  BERNARDO    FRÍAS 

entidades  antagónicas  1)  y  el  cargo  de  gobernador,  muy 
superior  á  los  cargos  municipales,  aparecía,  en  1810,  en 
manos  de  un  hijo  de  Salta,  el  coronel  D.  Severo  de  Izas- 
mendi,  y  en  el  gobierno  de  la  iglesia,  si  bien  el  obispo 
era  español,  el  deán  del  cabildo  eclesiástico,  D.  Vicente 
Anastasio  de  Izasmendi,  teólogo  y  abogado  al  mismo  tiem- 
po de  la  universidad  de  Chuquisaca,  como  el  Dr,  D.  José 
Gabriel  de  Figueroa,  que  formaban  en  el  coro  de  su 
catedral,  sáltenos  ambos,  son  prueba  evidente  de  esta 
verdad,  triunfo  de  los  hijos  del  país  que  enaltecía  la 
dignidad  americana. 

POBLACIÓN  DE  LA  CAMPAÑA;  EL  GAUCHO  DE  SALTA 


XII 


La  población  de  las  .campañas  difería  en  todo  sentido 
de  la  gente  de  las  ciudades.  Toda  la  parte  central  y  los 
valles  que  se  extienden  por  la  parte  montañosa  del  po- 
niente, eran  mas  principalmente,  como  lo  son  hasta  hoy, 
dedicados  á  la  agricultura.  En  sus  planos  orientales  y 
subiendo  hécia  el  norte,  la  zona  templada  que  caracteriza 
el  clima  general  de  Salta,  se  transforma  en  tórrida,  mo- 
dificación cuya  ubérrima  fecundidad  alimentaba  los  inge- 
nios azucareros,  únicos  entonces  en  la  región  del  Plata, 
que  trabajaban  en  el  Campo  Santo,  Cornejo;  en  Ledesma, 
Castellanos;  en  San  Pedro,  los  Gondaliza;  en  San  Lorenzo 


1)  Como  prueba  auténtica  de  lo  expuesto,  citaremos: 

1*^  £1  acuerdo  del  cabildo  de  Salta  de  26  de  Junio  de  1794  sobre  tras- 
lado de  la  matriz  á  la  iglesia  de  los  jesuítas  expulsos,  transformada 
en  catedral,  donde  fijruran  como  miembros  de  (ficho  cuerpo,  D.  Ra- 
món García  Pizarro,  Gobernador  Intendente,  español;  el  Dr.  D.  Vicente 
Anastasio  de  Izasmendi,  Dean  del  cabildo  eclesiástico,  hijo  de  Salta; 
el  Dr.  D.  Juan  Estovan  Tamayo,  peruano  y  casado  en  Salta;  D.  Ga- 
briel de  Giiemes  Montf'ro,  español;  el  Dr.  D.  Alejandro  de  Palacios, 
salteño;  el  Dr.  D.  Alonso  de  Zavala,  ramoso  después  como  deán  y 
revolucionario,  salteño;  D  Antonio  de  Figueroa,  general  español  y  D. 
Juan  Antonio  de  Moldes,  español  también. 

2*  El  cabildo  de  1806  lo  formaron:  los  sáltenos  D.  Hermenegildo  de 
Hoyos,  D.  Vicente  Toledo,  D.  Calixto  Gauna,  y  el  Dr.  D.  Mateo  Sara- 
Tia;  D.  Francisco  Aráoz,  de  Tucuman  y  el  Dr.  D  José  de  Medeiros; 
V  los  españoles  D,  Lino  de  Rosales,  D.  Juan  J.  Nevares,  D.  Antonio 
González  de  San  Mülan,  D.  Calixto  Sansetenea  y  D.  Francisco  Valdez. 


r 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DB  SALTA-CAPlTULO  U  87 

y  Otros  puntos,  los  Villar  y  los  Marquiegui,  familias  estas 
tres  últimas  de  Jujuy.  En  esos  mismos  establecimientos 
se  elaboraban  mieles  y  alcoholes  y  se  atendían  los  cul- 
tivos de  la  zona  tórrida  mas  preciosos,  como  el  café,  como 
el  arroz  ó  el  tabaco. 

Aunque  en  estos  parajes  especiales  se  distinguieron 
aquellos  grandes  establecimientos  agrícolas,  toda  esa 
región  oriental  desde  Tarija  hasta  Santiago  del  Estero, 
campos  inmensos,  valles  dilatadísimos  llenos  de  selvas 
elevadas  y  exhuberante  vejetacion  y  atravesadas  por  los 
grandes  rios,  quedaron  destinadas  al  pastoreo,  á  la  cría 
del  ganado  vacuno  que,  en  cantidad  incomensurable,  según 
lo  afirma  la  fama  y  monumentos  del  mayor  respeto  de 
aquel  tiempo,  formaba  la  riqueza  ordinaria  de  las  familias 
del  país;  y  los  habitantes  de  aquellos  parajes,  con  el  nom- 
bre de  gauchos,  que  iba  á  pasar  á  ser  una  celebridad 
histórica,  se  ocupaban  principalmente  de  su  cuidado  y 
conservación. 

Estos,  y  los  del  valle  central,  llamado  de  Lerma,  casi 
eran  todos  mestizos,  revelando  el  cruce  con  la  raza  blan- 
ca en  la  fisonomía,  en  la  barba,  en  lo  claro  de  su  color, 
donde  el  tinte  blanco  europeo  no  era  de  lo  mas  escaso 
ni  la  varonil  hermosura  de  su  porte  y  fisonomía. 

Si  la  lucha  por  la  vida  dentro  de  la  miseria  de  recur- 
sos de  la  clase  pobre  á  que  pertenecían,  había  acostum- 
brado á  estos  hombres  ú  la  sujeción  moral  y  social 
del  poderoso,  como  acontece  siempre  en  cualquier  punto 
del  globo,  la  misma  virtud  del  trabajo  individual  y  libre 
y  la  inmensidad  y  grandeza  con  que  la  tierra  aparecía 
á  sus  ojos  en  sus  campos,  en  sus  selvas,  en  sus  montañas, 
en  el  misterio  y  en  el  peligro,  habíanle  infundido  un 
espíritu  también  afecto  á  la  independencia  personal.  El 
gauclio  se  levantó  así,  y  á  la  vez,  dócil  y  altivo.  Sus 
afectos  sinceros,  sus  consideraciones  respetuosas  por 
el  propietario  y  señor  de  la  tierra  en  que  vivia  y 
en  donde,  por  lo  común,  era  nacido,  y  para  todos  los 
de  aquella  clase  superior,  se  cambiaba  en  un  sentimien- 
to de  igualdad  y  aun  de  superioridad  también,  respecto 
al  resto  de    las   gentes,  con  mas  precisión  cuando   eran 


88  DR.  BERNARDO     FRÍAS 

forasteras  en  el  lugar.  Entonces  era  el  gaucho  taimado 
y  cauto:  varonilmente  altivo  en  su  palabra,  en  su  pensa- 
miento y  en  su  apostura;  desconfiaba  del  desconocido  y 
aun  se  burlaba  de  él,  si  hallaba  resquicio,  con  agudeza 
singular.  Su  trato  era  allí  observador  y  con  la  misma 
entereza  y  desenvoltura  discutía,  como  luchaba  en  san- 
grienta riña,  armado  del  puñal  que  cargaba  siempre  á 
la  cintura,  por  que  en  ella  degeneraba,  de  ordinario,  toda 
reunión  numerosa  y  prolongada,  cual  era,  por  ejemplo,  un 
baile,  las  fiestas  de  regocijo  de  un  casamiento  ó  la  reunión 
fúnebre  en  casa  del  amigo  muerto  ó,  en  fin,  la  rueda  for- 
mada para  el  juego  en  un  dia  de  fiesta,  no  por  que  fuera  su 
naturaleza  pendenciera  y  sanguinaria  sino  por  que,  sujeto 
en  aquellas  horas  ú  la  influencia  escitante  del  licor  que 
allí  siempre  abundaba,  los  celos,  el  calor  de  una  disputa, 
un  desaire  recibido  ó  malamente  supuesto,  un  contrato 
mal  cumplido,  un  antiguo  resentimiento  que  volvía  al  co- 
razón, llevaban  fácilmente  á  aquellos  hombres  á  batirse 
en  terribles  duelos  que,  á  veces,  formaban  imponentes 
cuadros  por  el  crecido  número  de  los  combatientes.  El 
gaucho  en  aquellos  momentos  de  honor  y  mortal  peligro, 
arrancando  el  puñal  con  rapidísima  acción  del  cinturon  ó 
de  la  bota,  y  arrollando  en  su  brazo  izquierdo  el  poncho 
para  qne  le  sirviera  de  escudo  contra  los  golpes  del  adver- 
sario, mostraba  en  sus  ojos  chispeantes  todo  el  fuego  de 
la  vida  y  admirable  ajilidad  y  destreza  en  sus  miembros 
para  llavar  el  ataque  y  cubrirse  en  la  defensa.'  Mil  veces 
las  súplicas  y  el  llanto  de  las  mujeres  y  de  sus  niños 
subía  de  punto  el  dramático  colorido  de  la  escena. 

Criado  siempre  bajo  las  máximas  salvadoras  del  orden, 
de  la  obediencia  y  del  trabajo,  de  cuyo  seno  fecundo 
arrancaba  el  sustento,  no  era  el  campesino  del  norte  el 
vago  afecto  ú  la  vida  errante.  El  gaucho  de  Salta  amaba 
la  sociedad  y  sus  instituciones  como  amaba  su  provincia, 
de  cuyas  lindes  temía  siempre  salir;  y  reconocía  y  venera- 
ba en  el  patrón,  en  su  familia  y  en  la  gente  de  aquella 
clase,  la  autoridad,  el  ejemplo,  la  enseñanza,  la  protección, 
la  justicia  y  la  ventura  misma  de  su  persona  y  de  su 
prole;  hermoso  fruto,  en  verdad,  de  la  civilización,  del 
progreso  y  de  la  cultura  social  que  no  riñen,  mas  sí  que 


I 

j 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  H        89 

unen  y  solidarizan    los  intereses  comunes  en  todo  agru- 
pación humana  en  que  imperan  sus  principios. 

Nacido  y  formado  bajo  la  dureza  y  desamparo  de  la  vida 
rústica,  su  naturaleza  física  sufría,  sin  menoscabo,  la 
inclemencia  de  las  estaciones,  los  rigores  de  la  intemperie, 
del  desabrigo,  de  la  fatiga  y  aun  los  apremios  de  la  sed  y 
del  hambre,  viéndose  obligado,  muchas  veces,  ó  no  tener 
mas  que  un  sorbo  de  miel  silvestre  descubierta  casualmente 
en  los  árboles  del  bosque.  El  gaucho  poseía  una  gran 
fuerza  moral;  era  hombre  fuerte  para  el  dolor.  Bien  podía 
desprendérsele  una  lágrima  de  los  ojos  en  el  extremo  del 
sufrimiento;  bien  llegaba  á  escapársele  gemido  ronco  y 
varonil  arranchado  de  su  alma  por  mano  del  tormento; 
pero  nunca  mostraba  debilidad  mujeril  ni  temor  indigno 
de  corazón  bien  puesto,  suplicando  desesperadamente  por 
la  vida.  Así  se  le  vería  marchar  al  patíbulo  á  ser  fusilado 
por  patriota  un  dia,  y  como  víctima  de  las  pasiones  po- 
líticas mas  tarde,  con  la  misma  serenidad  y  temple  de 
ánimo  sostenidos,  en  mucho,  por  la  fe  en  la  justicia  de  la 
causa  por  quien  sería  inmolado. 

Su  resignación  era  en  aquellos  casos  tan  heroica  como 
su  valor.  Y  no  era  exclusiva  de  su  sexo  esta  virtud;  el 
heroísmo  de  la  mujer  era  igual  al  del  varón  en  el  dolor 
y  la  abnegación  por  el  objeto  á  quien  habla  consagrado 
su  existencia. 

En  medio  de  aquella  su  rusticidad,  el  gaucho  era,  sin 
embargo,  hombre  de  honrados  sentimientos  y  aun  de 
caballerescas  virtudes.  ¡  Tantas  gotas  corrían  de  sangre 
hidalga  por  sus  venas !  De  esta  suerte,  era  obsequioso  en 
su  casa  y  hospitalario;  leal  especialmente  y  tan  apasionado, 
á  veces,  por  la  grandeza  moral  que  encerraba  ante  sus 
ojos  un  hombre  ó  un  principio,  fuera  ya  un  caudillo  ó 
un  partido  político,  que  llevaba  su  abnegación  hasta  el 
sacrificio  personal,  sin  que  moviera  su  corazón  ambición 
alguna  de  recompensa.  Solo  la  ingratitud  lo  ofendía.  El 
reconocimiento  por  generosidades  recibidas  en  los  mo- 
mentos supremos  del  peligro,  especialmente,  herían  tan 
hondo  su  afecto  que,  aunque  corrieran  los  años,  vivía  en 
su  memoria  y,  llegada  la  oportunidad,  lo  demostraba  con 
otra  acción  llena  de  igual  grandeza.    Su  alma  noblemente 


90  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

sensible  y  su  imaginación  impresionable  por  todo  lo  bello 
y  grande  y  maravilloso,  lo  hacían  afecto  &  la  música  y 
y  al  canto  donde  campeaba  cierto  espíritu  de  sentimen- 
talismo quejumbroso,  propio  de  las  razas  primitivas, 
mezclado  con  la  corriente  alegre  y  viril  que  derrama  el 
gusto  ya  mas  civilizado  en  el  hombre  libre.  Aquellas  mis- 
mas causas  lo  hacian  igualmente  inclinado  á  la  leyenda 
poética  y  supersticiosa.  Por  que  en  esa  generosa  natura- 
leza del  gaucho  se  desenvolvía,  en  todos  los  cuadros  de  su 
vida,  un  marcadísimo  sentimiento  poético.  La  poesía 
romántica,  hada  de  los  pueblos  primitivos  y  de  ardiente 
imaginación,  creyentes  y  sensibles,  aparecía  en  el  alma 
del  gaucho,  siempre  amigo  de  lo  grande,  en  los  senos 
del  misterio,  del  amor,  de  la  ternura,  del  pavor  y  del  drama. 


XIII 


Imagínese  ahora  aquel  hombre  partiendo  para  la  es- 
cursion  lejana  á  practicar  la  junta  del  ganado  alzado  ó 
disperso.  Antes  de  apuntar  el  dia  se  alza  de  su  lecho, 
toma  su  caballo  adornado  con  el  guardamonte,  con  sus 
grandes  caronas  de  agudos  extremos  formadas  de  piel 
vacuna  cuyos  colores  conserva;  con  la  ancha  lonja  al 
cuello,  que  parece  su  corbata,  para  atar  al  toro  al  pié  de 
un  árbol;  con  el  lazo  arrollado,  atado  al  apero^  que  va 
golpeando  el  costado  del  anca  y  él,  el  gaucho,  con  sus 
espuelas  grandes  y  sonoras,  cuya  cadencia  monótona 
acompaña,  como  marcha  musical,  al  trote  de  su  caballo;— 
abandona  su  hogar  y  cruza  aquellos  campos  humedecidos 
por  el  rocío,  aquellos  bosques  dilatadísimos,  de  árboles 
gigantes,  hermosamente  verdes  y  floridos  y  refrescados 
por  la  brisa  de  la  mañana.  El  canto  de  los  pájaros,  lle- 
nando la  tierra  de  alegría,  saluda  á  Dios  en  un  himno,  en 
un  inmenso  coro  celestialmente  bello.  El  sol,  perdido  aun 
tras  el  cuerpo  del  monte,  dora  con  sus  primeros  rayos 
las  cimas  de  los  cerros  mas  altos  del  ocaso,  y,  en  el  fondo 
del  valle,  se  muestran  todavía  perezosas  y  dormidas  las 
últimas  sombras  de  la  noche. 

El  gaucho  canta  también  ó   silva  un  aire  de  la  tierra. 


HISTORIA.  DE  GÚEMES  Y  DE    SALTA— CAPÍTULO  H  91 

Recorriendo  así  prolongado  itinerario,  sucede  muchas 
veces  que,  trepando  la  eminencia  poblada  de  arboleda, 
se  halla,  en  el  mejor  instante,  en  la  cumbre  elevadísima 
del  monte  que  penetra  su  frente  entre  los  nubes.  El  gau- 
cho, desde  allí,  puede  volver  la  vista  hócla  las  honduras 
del  valle,  hacia  aquellos  campos  abiertos  y  aquellos  bos- 
ques llenos  de  un  lozano  verdor;  allá,  á  un  costado,  apa- 
rece en  lontananza  el  rio  caudaloso,  como  serpiente  de 
plata  que  se  arrastra  mostrando  á  trechos  y  ocultando  su- 
cesivamente su  curso  entre  los  variados  accidentes  del 
terreno;  ó,  lamiendo  soberbiamente  la  mole  de  sus  aguas 
el  pié  de  la  montaña,  rodando  por  su  lecho  de  rocas, 
levanta  hasta  la  cima  el  estruendo  de  su  caudal,  como  la 
voz  de  su  poder  y  del  abismo.  El  gaucho,  cabalgado  en 
su  potro,  admira  en  plácida  quietud  el  cuadro  y  se 
siente  dominando,  por  un  momento,  el  mundo;  las  aves 
del  cielo  tienden  su  vuelo  bajo  sus  pies;  las  nubes  pesadas, 
que  han  bajado  á  la  montaña,  se  cruzan,  en  forma  de 
nieblas  entre  él  y  la  tierra.  ¿Cómo  no  sentirse  poeta  mi- 
rándose de  pié  en  la  región  de  los  dioses?  ¿Cómo  no  serlo 
si  toda  la  creación  se  despliega  á  sus  ojos  como  un  divino 
poema? 

Pero,  á  veces,  cayendo  la  tarde,  el  cielo  ennegrecido  con 
nubes  enormes  de  senos  obscuros  que  el  rayo  de  tarde  en 
tarde  ilumina,  anuncia  la  lluvia  tropical.  El  estruendo  de 
su  paso  en  aquellas  regiones  es  ciertamente  magnífico. 
Nunca  es  mas  sonoro  ni  mas  lleno  de  magestad  el  trueno 
que  cuando  suelta  su  voz  que  se  aleja  rodando  entre  los 
cerros.  Su  grandeza  tiene  algo  de  la  grandeza  indefinible 
y  soberana  de  Dios.  Mas  de  una  vez,  al  descender  con 
rumbo  hacia  el  hogar  en  la  hora  del  crepúsculo,  siente 
el  gaucho  cerca  de  sí  el  bramido  del  tigre,  cuyo  eco  po- 
deroso, retumbando  de  cerro  en  cerro,  corre  hasta  espirar 
y  perderse  en  el  extremo  lejano. 

Dominado  de  este  sentimiento  poético,  llenas  tenia  las 
horas  de  su  vida  de  leyendas  supersticiosas.  Cuando,  por 
ejemplo,  en  las  noches  tibias  del  estío,  perdiendo  su  sueño 
el  gaucho  siente  que  pasa  el  viento  silvando  entre  la  selva, 
jura  ser  el  gemido  del  alma  errante  y  en  pena  de  algún 
ajusticiado  ó  asesinado  en  un  camino;  cuando   cruzando 


92  DR.    BERNARDO   FRÍAS 

de  noche  aquellos  campos,  un  globo  de  fuego  se  levanta  y 
camina  por  el  aire,  es  un  manojo  de  cenizas  infernales 
alzado  de  la  región  de  los  muertos  que,  por  misteriosa 
atracción,  cuanto  mas  huye  de  él  el  caminante,  con  mayor 
empeño  lo  persigue. 

Y  el  gaucho  que  no  siente  miedo  ni  ante  el  tigre  ni 
ante  el  enemigo  mas  bien  armado  y  dispuesto,  se  san- 
tigua con  fé  profunda;  murmura  entre  dientes  el  trozo 
incorrecto  de  alguna  oración  que  aun  conserva  su 
memoria;  muerde  la  hoja  de  su  puñal  que  tiene  para 
él  influencia  feliz  contra  los  habitantes  del  reino  de  la 
muerte,  y  exigiendo  á  su  caballo  la  fuerza  de  la  carrera, 
llega  á  su  rancho  con  el  corazón  enloquecido  de  pavor  ú 
caer  enfermo  y  moribundo.  No  teme  ó  la  muerte;  teme 
solo  al  misterio. 

La  misma  religión,  sinceramente  amada,  estatm  sujeta 
amostrarse  envuelta  en  un  velo  de  superstición;  por  que  el 
espíritu  religioso  del  gaucho  pecaba  de  aquellas  mismas 
brillantes  debilidades.  Aquel  hombre  y  aquella  religión,  tan 
llenos  ambos  de  misterio  y  de  poesía,  hablan  nacido,  al  pa- 
recer, para  pasar  juntos  la  vida. 

Desde  tres  dias  entes  de  morir,  el  alma  del  patrón,  esca- 
pándose del  cuerpo  de  su  dueño  moribundo,  iba  á  despedirse, 
volando  al  través  de  las  distancias,  de  sus  capataces  mas 
fieles.  Los  deudos  de  los  gauchos,  sus  amigos  mas  estre- 
chos repetían  esta  misma  escena  en  el  acto  de  espirar, 
siempre  entre  los  misterios  de  la  noche.  ¡Con  qué  tristeza 
y  con  qué  expresión  relataba  ,el  gaucho  estas  despedidas 
de  los  seres  queridos! 

Ante  la  iglesia  y  sus  atributos,  se  presentaba  siempre 
lleno  de  una  respetuosa  veneración,  de  una  fe  profunda, 
sencilla,  despojada  de  toda  pasión  y  violencia,  que  lo  hacia 
amar  los  misterios  déla  religión  en  un  solo  conjunto  que 
encerraba,  diríamos  así,  la  suma  del  cristianismo  católico. 
Dios,— padre,  dueño  y  juez  universal  y  justiciero,  lo  coronaba 
con  su  majestad  dulce,  hermosa  y  terrible,  ü  la  vez;  des- 
prendíanse de  su  seno  como  los  raudales  de  la  vida  y  de  la 
muerte,  por  un  lado,  la  gloria,  paraíso  de  goces  infin  itos 
preparado,  tras  de  la  muerte,  para  los  buenos,  para  los 
pobres  y  los  perseguidos  de  la  injusticia,  de  la  desgracia 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y    DE  SALTA— CAPÍTULO  II         9B 

del  dolor;  y,  hacia  otro  lado,  el  infierno  con  el  fuego  y  el 
diablo  en  su  centro,  para  los  asesinos,  los  crueles  y  los  ini- 
cuos. Jesús,  el  buen  Dios,  que  miraban  clavado  en  una 
cruz,  tan  lleno  de  mansedumbre,  habiasido  pobre  también 
y  bueno  y  justo  y  santo,  y  habia  muerto,  sin  embargo, 
perseguido  por  los  malos  y  poderosos  de  la  tierra.  La  vir- 
gen Maria  llenaba  con  su  dulzura  y  su  poesía  y  su  gracia 
delicada  la  fantasía  del  espíritu,  la  confianza  del  corazón  y 
los  cielos  rosados  del  amor.  Luego,  enseguida  se  contaban 
aquellos  ángeles  pequeños  y  grandes  que  poblaban  las  salas 
de  la  divinidad  y  que,  al  lado  de  cada  hombre,  lo  guarda- 
ban del  mal  y  cuidaban  su  sueño;  el  purgatorio  con  la  infi- 
nita tristeza  de  sus  penas,  lleno  de  las  almas  queridas;  los 
santos  de  la  iglesia  que,  abogados  protectores  de  los  hom- 
bres ante  la  justicia  misericordiosa  de  Dios,  les  alcanzaban 
mercedes  en  sus  empresas,  en  sus  enfermedades,  contra  la 
sequía  que  agosta  los  campos  y  sementeras  y  que  aniquila 
los  ganados;  contra  las  plagas  dañinas,  contra  las  pestes  y 
en  los  momentos  de  mayor  angustia  por  la  vida  del  hijo, 
del  padre  ó  del  marido  ausente  y  en  peligro. 

Señalado  tenia  un  dia  santo  del  año  para  el  comienzo  de 
sus  siembras,  de  sus  cosechas  y  vendimias.  En  su  rústica 
morada,  siempre  guardaba  la  imagen  de  la  virgen  ó  de  algún 
santo;  un  rosario,  un  escapulario  ó  una  palma  bendita. 
Una  vela,  ardiendo  hasta  consumirse  delante  de  la  lámina 
protectora,  atestiguaba  la  fe  y  la  confianza  con  que  rogaba. 
El  bautismo,  la  confesión  para  el  trance  de  esta  vida,  la 
misa  y  algún  trozo  conservado  en  su  memoria  de  alguna 
oración  que  murmuraba  en  los  momentos  de  recogimiento 
ó  angustia,  eran  preceptos  que  guardaba  y  cumplía,  es- 
tando ú  su  alcance,  siempre  en  la  vida.  Jamas  el  gaucho 
pasaba  delante  de  algún  templo,  de  alguna  cruz,  tantas 
veces  alzada  sobre  una  tumba  al  borde  del  camino,  ó  de 
algún  sacerdote  sin  descubrirse  en  actitud  respetuosa.  La 
cruz  era  talismán  eficacísimo  para  echar  lejos  al  demonioJ 
ella,  grabándola  en  el  rastro  dejado  sobre  el  suelo  por  el 
animal  herido,  ó  trazando  su  señal  sobre  la  llaga,  era 
segura  medicina  en  el  ganado.  La  cruz  en  el  sepulcro; 
la  cruz  en  el  hogar;  la  cruz  grabada  en  los  cielos  por  las 
estrellas;  la  cruz  formada  con  los  dedos  de  su  mano  en 


94  DR.   BERNABDO  frías 

los  momentos  de  la  promesa  ó  del  peligro  y  que  besaba 
con  unción  profunda,  era  el  símbolo  de  su  salvación  y  su 
consuelo. 

Ademas  de  todo  esto,  la  idea,  la  creencia  religiosa  no 
era,  á  pesar  del  ningún  abono  de  su  cerebro,  sombra  pe- 
sada que  residiera  en  él  sin  vida;  por  que  su  espíritu  vi- 
vaz tenia  fuerzas  que  iluminaban  su  fe;  y  así  discutía  y 
aun  llegaba  ú  explicar,  á  su  manera,  los  arcanos  mas 
profundos  y  obscuros  del  dogma  católico,  diciendo,  por 
ejemplo,  cuánta  naturalidad  habia  en  el  misterio  de  la 
encarnación  y  en  el  alumbramiento  de  Maria  sin  ofensa 
á  su  pureza  virginal,  por  que  ello  era  semejante  ala 
piedra  lanzada  en  el  espejo  limpio  y  tranquilo  de  las  aguas 
que,  aunque  parecía  romper  su  tersa  superficie,  atrave- 
saba su  seno  sin  dejar  señal  alguna  de  su  paso. 

Pero  el  gaucho  simplemente  pastor,  el  de  las  regiones 
fronteras,  feliz  siempre  y  conforme  con  su  suerte,  así 
porque  no  sentia  mayores  aspiraciones  hacia  un  progreso 
y  perfeccionamiento  de  fortuna  que  para  él  no  existían 
como  por  las  condiciones  adormecedoras  y  enervantes  de 
aquel  clima  tibio  y  aun  ardiente  en  que  vivía,  era,  por 
naturaleza,  holgazán.  Oculto  entre  el  bosque,  abandonando 
el  ganado,  veíaselo  pasar  en  las  tardes  del  estío  b(\jo  la 
sombra  de  árbol  frondoso  y  corpulento,  el  pesado  sueño 
de  la  siesta.  Su  falta  de  diligencia  no  le  inquietaba  el 
porvenir,  por  que,  su  alimento,  seguro  en  su  rancho  ó 
en  la  sala,  como  llamaba  la  casa  del  patrón,  era,  de  ordi- 
nario, la  carne  siempre  abundante  y  A  veces  el  maiz;  mas, 
&  pesar  de  su  desidia,  poseía,  en  otras  circunstancias, 
entereza  de  ánimo  fuertemente  varonil  y  una  inteligencia 
por  naturaleza  despierta  y  de  un  talento  tan  ingenioso  y 
rápido  y  sagaz,  que  le  prodigaba  recursos  para  salir  feliz 
del  mas  inopinado  conflicto,  ya  le  fuera  ofrecido  por  el 
cálculo  de  los  hombres  ó  se  lo  presentara  la  misma  na- 
turaleza. 

No  tenia  exparcída  fama  por  su  fuerza  muscular;  pero 
su  cuerpo  flexible  y  nervioso  y  por  lo  común  delgado  y 
fuerte,  domaba  con  maravilloso  imperio  el  caballo  ó  el 
potro  indómito,  y,  dueño  de  él,  fácil  le  era  romper  las  va- 


HISTORU  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  H  95 

lias  con  que  aparecía  cortar  su  paso  una  naturaleza  virgen 
é  inculta. 

Resguardaba  el  cuerpo  de  las  injurias  dolorosas  con  que 
le  amenazaba  esa  naturaleza  en  el  bosque  salvaje,  donde 
el  gaucho  practicaba  la  correría  del  ganado— por  medio 
de  un  saco  de  piel  flexible  y  curtida;  y  sus  piernas,  mas 
expuestas  por  su  necesaria  quietud,  con  otro  arreo,  á 
manera  de  grandes  alas  de  piel  fuerte  de  toro  que,  suge- 
las  á  la  parte  anterior  de  la  silla  y  cuya  anchura  en  ese 
punto  correspondía  al  resguardo  de  las  caderas,  bajaban 
ensanchándose  y  en  forma  encartuchada,  á  mas  abajo 
del  pié.  Aquella  pieza  se  llamaba  el  coleto  y  esta  última, 
el  guardamonte.    1). 

Allí  el  gaucho  de  Salta  se  mostraba  hombre  maravi- 
lloso y  extraordinario.  Nadie  en  la  tierra  como  él  para 
correr  en  el  monte.  Por  que,  vestido  de  esta  suerte,  gine- 
te  invencible  era,  que  cruzaba  con  igual  facilidad  un 
campo  abierto  y  solitario  con  la  celeridad  del  relámpago, 
ó  saltaba  sobre  obstáculo  peligroso  sin  disminuir  la  mar- 
cha ó  atravesaba  la  selva  sin  fin,  espesa,  enmarañada  y 
espinosa  donde  casi  no  llegan  á  tierra  los  rayos  del  sol, 
tendido  sobre  el  cuello  de  su  caballo,  jugando  su  cuerpo 
con  destreza  tal,  que  evitaba  de  ofensas  á  su  cuerpo  en 
el  golpe  de  ramas  y  el  choque  de  troncos,  sin  detener  la 
velocidad  de  la  carrera,  persiguiendo  sin  descanso,  hasta 
recogerlo  en  lugar  oportuno,  al  ganado  disperso.  Era  allí, 
en  el  centro  de  aquel  laberinto  del  ramaje  entrelazado  y 
robusto  y  crecido  con  capricho  y  en  desorden,  que,  cor- 
riendo siempre,  arrojaba  el  lazo  y  cenia  del  cuello,  del 
cuerno  ó  de  un  pié  al  toro  asustado  ó  bravio  que  habia 
tomado  la  fuga,  y  corria  con  todo  su  aliento  por  entre 
aquella  arboleda  impenetrable,  sin  senda  ni  camino,  ya  se 
hallara  en  el  llano  ó  en  la  montaña  ondulada  y  en  partes 
fragosa  y  por  donde  ascendía  y  bajaba  con  pasmosa  cele- 
ridad, sin  turbación  ni  tropiezo  ni  perder  rumbos,  cru- 
zando como  sobre  alas,  por  mortales  precipicios  y  des- 
peñándose también  desde   ellos,    alguna   vez,   pereciendo 


1)   Por  qae,  arrollan iose  ó  volvíéadose  h&cii  atrás,  guardaba  las  piernas 
-  del  ginete  hasta  la  datara,    de  los  daños  que  podía  hRcerie  el  monte. 


96  DB.   BEENARDb    FRÍAS 

en  el  fondo  del  abismo,  unido  siempre  &  su  caballo,   sa- 
crificados ambos  por  un  mismo  arrojo. 

Pero  aquello  de  reducir  al  toro  y  al  potro  indómito; 
aquello  de  atravesar  las  selvas  y  las  montañas  escabro- 
sas, era  empresa  para  aquellos  hombres,  vulgar.  La  gloria 
del  gaucho  era  vencer  al  tigre,  el  rey  de  los  bosques  ar- 
gentinos; y  vencerlo  solo,  aunque  las  mas  de  las  veces  eran 
tres  y  aun  cinco  gauchos  que  se  reunían.  Allí,  en  aquel 
combate  singular  con  el  hijo  terrible  del  desierto,  la  ex- 
posición de  la  vida  era,  en  verdad,  mas  cierta  é  inminente 
que  en  un  campo  de  batalla;  el  esfuerzo  inmensamente 
superior  y  una  muerte  mas  terrible  se  le  ofrecía  bajo  los 
dientes  y  las  garras  de  la  fiera  embravecida  cuyas  fuer- 
zas poderosas  llegaban  á  quebrar  el  cuello  de  la  bestia 
mas  fornida;  allí  el  gaucho  de  Salta  renovaba  las  hazañas 
de  las  antiguas  leyendas  mitológicas;  allí  aparecía  con  toda 
la  sublimidad  de  su  grandeza  y  su  valor.  Seguido  de  sus 
perros  bravos  y  diestros;  penetrando  en  el  bosque  ó  atra- 
vesando el  campo  solitario,  leía  en  el  suelo,  para  cualquier 
otro  ojo  humano  imperceptible,  la  huella  dejada  por  su 
enemigo  que  la  noche  anterior  habia  bajado  de  su  guarida 
tt  destrozar  el  ganado.  Rastreaba  al  tigre.  Hábil  en  su 
empeño,  hallábalo,  al  fin,  ora  trepado  como  péjaro  en 
árbol  corpulento,  donde  hiriéndolo  con  el  puñal  sujeto,  á 
manera  de  lanza,  en  el  extremo  de  una  pica,  lo  bajaba 
á  tierra,  donde  trababa  terrible  duelo;  ora,  deteniéndolo 
en  medio  de  la  marcha  por  el  avance  de  los  perros  que 
iban  quedando  tendidos  y  desgarrados  en  contorno,  se 
lanzaba  á  luchar  cara  á  cara  con  la  fiera.  Quiroga,  se- 
guido y  sitiado  por  el  tigre  en  un  campo  solitario  de  la 
Rioja,  conoció  por  la  primera  vez  el  miedo.  El  gaucho 
de  Salta  recibe  su  asalto  tendiéndole  la  mano  izquierda 
oculta  bajo  el  guante  de  su  poncho  arrollado  que  se  la 
introduce  en  la  boca  enorme  y  terrible  que  exhala  tufa- 
radas de  pestífero  aliento,  para  embotar,  así,  el  arma  de 
sus  colmillos,  mientras  con  la  derecha,  armada  del  puñal, 
le  destroza  el  corazón.  Mas  de  una  vez  volvía  ó  era  re- 
cogido el  gaucho  moribundo  con  el  pecho,  con  los  brazos, 
con  la  cabeza  también  magullada  ferozmente  en  el  com- 
bate.   Así  era  como  el  gaucho  de  Salta  se  adiestraba  en 


fflSTORIA  DE   GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II 


97 


QqueUa  escuela  de  los  héroes,    en  otrora    de   los  dioses, 
pora  lidiar  mas  tarde  en  mas   reñida   y  gloriosa    porfía, 
coa  un  nuevo  adversario,  grandemente  mas   digno,    mas 
formidable  y  famoso:— el  terrible  león  de  las  Españas. 


XIV 


I>espues  de  todo  esto,  bueno  será  decir  que  aquellos 
honnbres  mostraban  también  los  halagos  y  los  desdenes 
coa  que  la  fortuna  acostumbra  de  tratar  á  los  mortales. 
^  desigualdad,  gran  lógica  de  la  existencia  sea  on  este 
^^ndo  ó  allá  en  el  cielo  y  aun  bajo  la  vista  misma  de 
^ios,  reinaba  en  ellos  también.  Habla  gauchos  ricos  y 
&ÜUchos  pobres.  El  gaucho  en  aquella  primera  condición, 
era,  por  lo  común,  propietario  de  un  retazo  de  suelo 
donde  levantaba  su  casa,  formaba  su  familia,  labraba  la 
tierra,  cuidaba  de  su  ganado  y  traficaba  gananciosamente 
en  el  comercio.  Y  era  entonces,  cuando  llegaba  ú  esta 
altura  de  vida,  que  podia  mostrar  todas  las  virtudes  civiles 
de  que  era  albergue;  por  que  su  familia,  desde  la  hora 
nupcial  hasta  mas  lejos  del  sepulcro,  se  gobernaba  bajo 
las  preceptos  del  cristianismo;  adquiría  para  ella  cuanto 
sus  recursos  le  permitían  en  orden  á  cultura  y  civilidad, 
pues  era  obsequioso  y  hospitalario,  con  un  sentimiento  de 
inclinación  muy  pronunciado  al  lujo  y  ú  la  elegancia  así 
en  el  vestir  como  en  el  arreglo  de  su  persona,  de  su 
caballo  y  de  su  casa.  En  el  ajuar  de  su  morada  se  notaban, 
como  objetos  sobresalientes,  las  prendas  de  plata,  como 
lo  eran  su  mate  ó  alguna  cuchara  de  su  mesa;  los  colores 
vistosos  de  sus  trajes  y  las  sortijas  de  plata  y  aun  de 
oro  de  su  mujer;  y  en  cuanto  á  los  arreos  de  ginete, 
donde  el  gaucho  concentraba  todo  su  orgullo  y  vanidad, 
podia  verse  la  espuela  de  plata,  la  cabezada  y  riendas  del 
caballo  forradas,  en  gran  porción,  por  'el  mismo  metal  y 
las  monedas  de  plata  grandes  y  pequeñas  que,  con  el 
busto  del  rey  ó  el  escudo  español,  tachonaban  casi  por 
completo  el  ancho  cinturon,  llamado  el  tirador^  con  que 
sujetaba  el  chiripá  ó  el  calzón,  si  también  lo  usaba. 
Los  gauchos,    ricos   ó   pobres,   vivieron  amigos  de   la 


98  DR.   BERNARDO    FRÍAS 

raza  blanca  por  tradición,  por  educación  y  sentimiento; 
y,  por  las  mismas  causas,  lo  eran  de  la  sociedad,  de  la 
familia,  del  amor,  del  lujo,  del  canto  y  del  baile.  Enorgu- 
llecidos contaban  las  narraciones  de  sus  proezas  en  la 
rueda  junto  al  fogón  ó  al  pié  del  rancho  y  eran  agudas 
sus  observaciones  y  sus  críticas.  A  pié,  perdía  gran  parte 
de  sus  principales  méritos  y,  á  caballo  se  multiplícate  en 
fuerza  y  recursos.  Su  hijo  varón,  antes  de  los  cuatro 
años,  era  ya  jinete  que  atravesaba  las  distancias  en  veloz- 
carrera.  Este  arrojo,  estas  hazañas  estal)an  destinadas  á 
colmar  el  asombro  de  los  generales  españoles.  La  patria, 
en  Salta,  iba  á  contar  desde  aquella  tierna  edad,  el  número 
de  sus  defensores. 

No  era,  pues,  el  gaucho  de  Salta  aquel  vago  sin  Dios, 
sin  hogar,  casi  sin  patria  que  cruzaba  sin  ley  ni  sujeción 
&  autoridad  lejítima  las  pampas  del  sur;  no  era  el  hombre 
errante  de  los  campos,  huraño  á  la  ciudad  y  su  dominio, 
sin  arraigo  ninguno  en  la  tierra,  que  poblaba  las  campañas 
del  litoral,  desde  el  Paraguay  hasta  el  océano.  1) 

El  gaucho  de  Salta  era  hombre  religioso:  conocía  y 
respetaba  las  bases  fundamentales  de  la  sociedad  civilizada, 
y  amaba  con  pasión  su  provincia;  tenía  su  casa,  su  familia 
y  sus  bienes  propios;  muchos  de  ellos  eran  propietarios 
territoriales,  base  de  toda  civilización,  y  en  su  inmensa 
mayoría,  eran  pacíficos  colonos  en  las  grandes  propieda- 
des que  pertenecían  ú  los  poderosos  ó  ricos;  propietarios  y 
colonos,  todos  sujetos  á  la  santa  ley  del  trabajo,  virtud 
en  que  descansan  el  progreso  y  la  paz  de  los  estados. 
Porque  es  verdad  indiscutible  que  el  campesino   de  Salta, 


1)  •  A  uno  y  otro  lado  del  Uruguay,  desde  el  delta  del  Paraná  ¿  las  fron- 
teras del  Brasil  y  desde  el  Paraguay  á  Jas  riberas  del  Atlántico,  donde 
los  ganados  y  ef  hombre  crecían  y  se  multiplicaban  libres  y  salvages, 
el  hombre  tenia  allí  la  carne,  el  fuego  y  el  asua  sin  ningún  trabajo. 
Es  imposible  pues,  que  el  atiento  creador  de  los  intereses  económicos, 
que  solo  se  levantan  en  la  vida  urbana,  hubiese  podido  penetrar  en 
nuestros  campos.  Asi  es  que  la  población  errante  que  se  habia  apo- 
derado de  ellos,  habia  crecido  desparramada,  inculta  y. vagabunda.  La 
extensión  indefinida  que  ocupaba,  hacia  que  el  derecho  de  la  propie- 
dad raíz  fue^e  inútil  para  sus  habitantes,  y  hasta  se  puede  decir  que 
era  desconocido.  Dueño  de  los  ganados  que  pacían  por  los  campos, 
era  claro  que  no  tenia  necesidad  ninguna  de  pedir  á  la  tierra  ese 
fruto  sabroso  de  la  agricultura,  aue  civiliza  por  el  trabajo  y  por  la 
influencia  de  las  leyes  que  rigen  las  producciones  del  suelo.    £i  gau* 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA- CAPÍTULO  II  99 

casi  sin  excepción,  si  no  era  propietario,  era  peón  ó  salario, 
ó  arrendaba  por  su  cuenta  la  tierra,  sujeto  y  respetuoso 
siempre  á  esa  disciplina  social,  diriamos  así,  y,  bajo 
cierto  aspecto,  doméstica  que  hablan  impuesto,  al  través 
de  los  siglos,  las  costumbres  patriarcales  de  nuestros 
mayores. 

Y  como  las  generaciones  se  habían  sucedido  bajo  la 
sombra  de  aquellas  seculares  y  pacíficas  costumbres,  jamas 
llegaron  á  asomar  disidencias  por  antagonismo  de  razas 
ni  ambiciones  ó  envidias  por  gerarquias  sociales  ó  de  fortu- 
na que  de  aquel  modo  imperaban;  por  que  aquel  yugo  de 
la  condición  social  que  era,  en  verdad,  suave  y  benigno, 
merced  á  la  índole  generosa  y  liberal  del  hijo  del  pais  de 
raza  española,  produjo,  en  el  campesino,  el  cariño  á  la  tierra 
y  el  cariño  ó  su  dueño.  Esto  vino  á  formar  el  espíritu  de 
unión  afectuosa  entre  los  ricos  propietarios  y  las  pobla- 
ciones pobres,  pero  de  tan  leal  y  sincera  manera,  que,  al 
estallar  la  revolución,  viéronse  alzar  de  todos  los  puntos 
del  territorio  masas  de  gauchos  y  escuadrones  de  soldados 
milicianos,  capitaneados  y  entusiasmados  por  la  voz  de 
aquellos  patrones,  que  los  costeaban  con  su  propio  peculio, 
y  correr  á  hacer  la  guerra  por  su  cuenta,  sacrificando  por  la 
causa  común  de  la  patria,  cuanto  goce  y  bienestar  les 
ofrecíala  paz  bajo  el  benigno  régimen  que  contenían  para 
ellos  las  viejas  instituciones  españolas.    No  eran  esclavos, 

cho  argentino  a)  vi^ia  absoluto  é  independiente,  con  un  individua- 
lismo propio  y  libre  de  bus  padres,  apenas  comenzaba  á  sentir  las 
Srimeras  fuerzas  de  la  Juventud.  Armado  del  lazo,  podia  echar  mano 
el  primer  potro  que  le  ofrecía  mejores  condiciones  para  su  servicio, 
escogía  por  su  propio  derecho,  la  vaca  mas  gorda  para  mantenerse; 
y,  si  necesitaba  algún  dinero  para  procurarse  alguno  de  los  objetos 
comerciales  que  apetecía,  derribaba  tantos  t')ros  cuantos  quería,  les 
sacaba  los  cuernos  é  iba  á  vend^^rlos  en  las  aldeas  de  las  costas.  La 
ley  civil  ó  política  no  pesaba  sobre  él;  y  aunque  no  había  dejado  de 
ser  miembro  de  una  sociedad  civilizada,  vivía  sin  sujeción  ¿  las  leyes 
primitivas  del  conjunto.  Tomaba  una  mujer  de  su  clase,  libre  como 
el,  sumisa  y  buena,  sin  cuidarse  mucho  de  las  formas  con  que  se  unía 
á  ella.  Por  lo  general,  apenas  llegaban  las  mujeres  á  la  pubertad, 
eran  roh<ida9  del  rancho  ae  sus  padres,  que  desaparecían  voluntaria! 
mente  con  un  hombre  de  su  afecto,  saltando  ¿  las  ancas  de  su  caballo- 
V  DO  pocas  veces,  volvían  con  dos  ó  mas  niños  k  la  choza  de  donde 
oabia  huido,  sin  que  esto  tuviese  consecuencias  ni  causase  la  menor 
contrariedad  en  la  familia.»  (V.  F.  López,  El  Año  XX,  cuadro  general 
y  sintético  de  la  revolución  Argentina, 

a)  £1  del  litoral,  debe  entenderse. 


100  DR.  BERNARDO  FRUS 

ciertamente,   los  que    iban  á  labrar    aquellas  maravillas. 

Conviene  notarse,  ademas,  que  el  patrón  tenia  sobre  el 
campesino  radicado  en  sus  tierras,  maravilloso  influjo, 
por  que,  ú  mas  de  la  influencia  de  su  altura  social,  inte- 
lectual, de  fortuna  y  aun  de  tradición  que  sobre  él  ejercía, 
era  dispensador  de  favores  para  aliviar  la  miseria  de  esa 
clase  pobre;  era  el  oráculo  que  iluminaba  las  dudas  de  su 
conciencia  y  las  turbaciones  de  su  corazón;  el  gefe  de  las 
milicias  y  de  la  policía  de  la  comarca,  lo  que  lo  convertía 
á  sus  ojos  como  única  autoridad  poderosa  en  la  tierra; 
pues  el  rey,  como  hasta  cierta  medida  sus  gobernadores 
residentes  en  el  seno  de  las  ciudades  capitales,  acaso  era 
para  los  campesinos,  mito  de  historia  extrangera. 

Pero  lo  que  si  fué  notorio  en  ellos,  en  gran  medida 
inspirado  por  el  ejemplo  de  la  clase  blanca  americana, 
era  el  vivísimo  desprecio  que  sentían  por  los  españoles 
de  la  clase  bega  que,  por  su  origen,  eran  á  sus  ojos,  ex- 
trangeros  que  se  vanagloriaban  de  gobernar  como  dueños, 
la  tierra,  haciéndose  desdeñables  en  su  concepto,  no  tan 
solo  por  su  ignorancia,  su  clase  y  maneras  ordinarias  y 
duras,  á  las  veces,  cuanto  muy  especialmente  por  su 
falta  de  hábitos  de  á  caballo,  en  aquella  época  en  que  el 
aristócrata  americano  era  tan  ginete  ó  gaucho,  como  en- 
tonces se  decia,  como  el  mas  afamado  campesino,  y  que, 
ante  un  pueblo  como  aquel,  crecido  entre  la  grandiosidad 
de  sus  selvas,  de  sus  campos  y  de  sus  rios,  aparecían  como 
una  vergüenza  humana  y  como  seres  dignos  de  lástima  y 
de  risa,  mereciendo,  al  propio  instante,  los  apodos  ofen- 
sivos de  gallegos  y  maturrangos  con  que  se  expresaba  su 
ineptitud  y  torpeza  en  el  manejo  ó  dominio  de  todos 
aquellos  elementos  de  primitiva  grandiosidad  de  que 
eran  dueños  aquellos  hombres  famosísimos,  que  así  se 
batían  á  puñal  con  las  fieras  en  el  bosque  como  hacían 
juguete  de  su  pericia  las  selvas  espesas  y  espinosas  que 
las  cruzaban  como  los  pájaros  el  cielo;  que  vadeaban  sus 
rios  caudalosos  como  lo  hacían  sus  peces,  ginetes  incon- 
movibles en  sus  caballos;  y  atravesaban  los  campos,  al 
parecer  inflnilos  y  cuya  soledad  infunde  miedo,  sin  ex- 
traviar rumbos,  y  conocían,  como  los  trastes  de  su  mo- 
rada, las  sendas  y  las  huellas  casi  imperceptibles    al    ojo 


HISTORIA  DE  GÜBMES   Y  DE  SALT  fiL-CAPÍTULO  II         IM 

humano,  trazada  por  la  planta  mas  leve,  por  todos  los  rin- 
cones de  la  tierra,  y,  á  extremo  tanto,  que  no  podría  de- 
cirse con  fe  de  verdad,  donde  hobia  sido  mas  grande  la 
manifestación  de  Dios,  si  en  la  formación  de  esa  naturaleza 
imponente  y  maravillosa  y  espléndida  ó  en  la  creación  de 
aquel  espíritu  tan  fuerte,  de  luminosísimo  ingenio  y  de 
valor  extraordinario  y  de  apasionados  sentimientos  que 
encerraba  la  modesta  pero  gentil  ñgura  del  gaucho  del 
norte. 

Dejando,  asi,  diseñado  lo  que  era  la  sociedad  de  la  anti- 
gua intendencia  de  Salta  ahora  un  siglo,  es  fécil  persua- 
dirse que  un  pueblo  que  trabaja;  un  pueblo  que  comercia 
con  capitales  sin  rival  en  su  grandeza;  que  sabe  defender 
militarmente  su  territorio;  atraer  á  su  seno  la  mas  distin- 
guida raza;  que  levanta  su  cultura  social  á  extremo  que, 
á  su  lado,  las  demás  sociedades  casi  eran  obscuras,  á  la 
manera  que  lo  fueron  los  magnates  de  París  ante  la  cultura 
italiano  del  siglo  XV;  un  pueblo,  en  fin,  que  labra  la  tierra  y 
fabrica  sus  tejidos  y  practica  las  artes  útiles  y  tiene  escue- 
las y  venera,  hasta  por  la  gente  de  sus  campos,  los  santos 
rudimentos  del  cristianismo,  es  fácil  persuadirse,  decimos, 
de  que  es  un  pueblo  verdaderamente  civilizado. 


XV 


La  pequeña  propiedad  rural  pertenecía  ó  bien  ú  esta 
clase  de  campesinos  ó  á  los  decentes  de  la  campaña  de 
raza  española  pero  vulgar,  especialmente  en  la  parte  cen- 
tral de  la  provincia,  cuya  proximidad  á  la  capital  la  alle- 
gaba mas  al  roce  de  los  negocios;  tierra  toda  de  pan  llevar 
que  forma  «el  valle  de  Salta  ó  de  Lerma,  que  es  ameno, 
de  agradables  vistas,  anchurosos  campos  en  que,  fuera 
de  las  abundantes  cosechas  y  crias  de  ganado,  tenian  sus 
vecinos  abundantes  quintas  y  casas  de  recreo.  Coronado 
todo  el  valle  de  sierras  y  montañas,  descienden  de  ellas 
varios  rios  y  arroyos  que  descansan  en  el  plano  y  fertili- 
zan sus  campiñas. »  A  lo  largo  de  su  carrera,  se  alzaban 
las  villas  pintorescas  de  la  Caldera,  de  Cerrillos,  del  Ro- 
sariO)  de  Chicoana,  Puerta  de  Diaz,  la  Viña  y  Guachipas, 


102  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

en  el  extremo  sur,  tocando  las  montuosas  escabrosidades 
de  las  sierras.  Ellas  acusaban  la  cultura  y  el  progreso 
social  que  penetraba,  con  el  comercio,  al  interior  del 
territorio. 

Mas,  por  lo  que  hace  á  la  pequeña  propiedad  del  gaucho, 
ella  era  porción  reducida,  por  que,  como  esta  clase  fuera, 
por  condición,  ignorante,  vivía,  en  su  gran  mayoría,  al 
amparo  de  las  grandes  propiedades,  cuyos  gefes,  por  lo 
general  radicados  con  su  familia  en  la  ciudad  capital, 
tenían  entregados  al  cuidado  de  sus  gauchos,  sus  intere- 
ses y  sus  tierras,  en  gran  parte  divididas  y  dadas  en 
pequeños  arriendos,  donde  cuidaban  del  ganado  propio  ó 
las  cultivaban  con  florecientes  sementeras  ó  lo  eran,  allá 
en  la  parte  montañosa  del  poniente,  llamada  de  los  Valles^ 
dadas  en  censos  perpetuos  y  en  enfitéusis,  lazos  casi  in- 
disolubles que  adherían  estas  familias  pobres  á  la  tierra 
én  un  sistema  de  propiedad  que,  siendo  de  ellas,  perte- 
necía, por  razón  de  su  gravamen,  eternamente  al  primitivo 

señor. 
Era  esta  la  única  región  en  que  se  estableció  y  alcanzó 

ú  florecer  el  sistema  feudal  en  sus  caracteres  mas  acen- 
tuados:—la  dominación  arbitraría  y  absoluta,  por  un  lado, 
y  la  servidumbre  personal  por  el  otro.  Por  que  aquellas 
regiones,  engrandecidas  otrora  por  la  civilización  peruana, 
habían  sido  militarmente  conquistadas  y  sojuzgadas  y  re- 
partidos en  encomienda  sus  moradores,  desde  el  centro 
de  Catamarca  hasta  el  desierto  septentrional  de  Atacama, 
tras  una  resistencia  sangrienta,  porfiada  y  heroica  por 
mas  de  cien  años  contra  la  conquista  y  dominación  espa- 
ñola. Los  nombres  de  quilmes,  de  diaguitas,  de  guachipas, 
de  pulares,  de  tolombones,  de  chicoanas,  de  tilíanes  y  el 
de  calchaquies,  principalmente,  que  abrazó  con  su  fama 
los  demás  pueblos,  llenan  las  antiguas  pajinas  de  sus 
anales.  Uno  de  sus  caciques  celebrado  «  por  su  valor  y 
buen  gobierno, »  D.  Juan  de  Calchaquí,  cristiano  conver- 
tido por  los  misioneros,  había  llegado  en  sus  triunfos 
hasta  poner  cerco  á  Salta  y  aterrar  á  Tucuman;  y  los  ca- 
pitanes de  su  ejército,  bravos,  orgullosos  y  gallardos,  se 
presentaban  en  el  campo  luciendo  las  celadas,  los  escudos, 
las  espadas,  las  corazas,  los  puñales  y  lanzas  arrebatados 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  II  103 

á  los  tercios  españoles  en  gloriosa  pelea.  Vencidos  al  fin, 
después  de  empapar  su  tierra  con  sangre  de  enemigos 
y  defensores,  fueron  sometidos  á  encomiendas,  régimen 
peculiar  de  la  conquista  que  encerraba  los  tres  principios 
inscriptos  en  su  bandera:— el  sojuzgamiento  del  vencido, 
la  civilización  del  bárbaro  y  la  propagación  de  la  fe  cató- 
lica. Siguiendo  este  sistema,  el  gobierno  entregaba  en 
encomienda  A  algún  capitán  propietario  de  tierras  recien- 
temente conquistadas  y  dadas  en  merced,  1)  cierta  por- 
ción de  naturales,  para  que  los  gobernara  bajo  aquellos 
tres  principios  soberanos,  encomienda  que  importaba,  á 
la  vez,  obligación  de  amparo  y  patrocinio  para  defender 
la  persona  y  bienes  de  los  indios;  gozando  el  encomendero, 
en  recx)mpensa  de  este  favor,  del  trabajo  personal  de 
aquellos  neófltos  en  la  labor  de  sus  tierras. 

Mas  aquellos  preceptos  se  olvidaron  y  se  torcieron  como 
todas  las  leyes  protectoras  de  esta  raza  desdichada,  tor- 
nando la  encomienda  en  dura  y  dilatada  servidumbre. 

Sin  embargo,  sea  en  honor  de  la  civilización  española 
que,  por  dura  que  haya  sido  su  dominación,  no  degfadó 
la  especie  humana;  y  así  como  la  raza  principal  mostró, 
á  su  tiempo,  civismo  tan  viril  y  virtudes  tan  excelsas,  las 
razas  sometidas  no  recibieron  el  envilecimiento  de  la 
esclavitud. 

Las  poblaciones  calchaquíes  de  abolengo  militar  y  heroi-»- 
co,  habian  perdido,  en  1810,  la  memoria  de  sus  antiguas 
tradiciones;  se  olvidaron  de  ellas  como  se  olvidaron  de 
sus  dioses  y  de  su  idioma,  el  quichua  del  Perú.  Esa 
raza  conservó  su  nobleza,  su  dignidad  moral  en  medio 
de  la  servidumbre  é  que  fué  sometida,  respetando  como 
un  derecho  de  clase  superior,  como  se  respeta  é  un  go- 
bierno fuerte,  si  se  quiere,  mas  no  corrompido,  la  auto- 
ridad de  mando  en  los  grandes  propietarios  de  raza 
española,  que  se  repartieron  su  tierra.    Aquella  servidum- 


1)  Donación  que  hacia  «I  gobernador  en  nonabre  del  rey,  de  una  porción 
de  tierras  en  linderos  señalados  y  sin  perjuicio  de  mejor  derecho,  y 
que  el  donatario  tenia  obligación  de  poblar  en  el  plazo  de  seis  meses, 
con  ffus  ganados  y  servicio,  debiendo,  en  las  fronteras,  tener  armas 
y  caballos  para  acudir  ¿  los  llamamientos  de  guerra.  De  su  posesión 
no  podia  ser  privado  sin  primero  ser  oido  y  por  fuero  y  derecho 
veucido. 


104  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

bre,  producido  por  la  fuerza  de  la  victoria  de  las  armas, 
de  la  inteligencia  y  de  una  mas  adelantada  civilización, 
estableció,  bajo  obediencia  casi  religioso,  lo  inferioridad  de 
la  clase  vencida;  formó  y  educó,  de  esto  suerte,  su  espí- 
ritu, de  suyo  noble,  inteligente,  manso,  bondadoso  y  hon- 
rado, y  aun  despertó  en  él  adhesión  mas  nunca  odio  y 
repulsión  de  clases. 

Bojo  este  régimen,  los  calchaquies  vivieron  propietarios 
de  tierras,  arrendatarios  en  las  grandes  propiedades  y 
peones  á  jornal  bajísimo  en  otros]puntos.  Mas,  en  ciertos 
parages,  la  dominación  del  absolutismo  señorial  era  dura 
y  por  todo  extremo  abusiva.  En  la  región  central,  por 
ejemplo,  la  pequeña  propiedad  que  había  quedado  en 
general  á  la  raza  vencida,  aun  que  existieran  algunos 
fundos  libres,  esta]>a  gravada  y  vinculada  eternamente  á 
la  grande  propiedad.  Regiones  de  leguas,  verdaderamente 
inmensas,  eran  propiedad  de  una  sola  familia  patricia. 
Por  los  derechos  de  aquellos  feudos,  los  hombres  presta- 
ban su  servicio  personal,  por  determinado  número  de 
dias,  al  señor  del  lugar,  en  pago  del  derecho  de  vivir  en 
sus  tierras;  los  frutos  de  su  industria  no  podían  venderlos 
óon  la  soltura  de  los  hombres  libres;  el  patrón  se  los  com- 
praba á  precio  vil  y  antojadizo,  fijado  por  él  sin  observa- 
ción y,  dueño  del  cúmulo  producido  por  sus  vasallos,  lo 
revendía  en  los  mercados,  recogiendo  ganancias  superiores. 
Así  como  sus  bestias,  arrendaba  sus  hombres,  con  espe- 
cialidad para  guias  prácticos  en  las  cerranias  y  pasos  de 
la  cordillera  nevada.  Las  mujeres  hilaban  la  lana  que 
producían  los  ganados  del  fundo  señorial;  en  sus  famosos 
'telares,  donde  eran  tan  afamados  los  abrigos  de  ñnísima 
vicuña,  se  fabricaton  los  tejidos  de  lana,  teñidos  de  colores 
rojos  y  azules  por  lo  común,  con  que  vestía,  sin  excep- 
ción, toda  aquella  población  de  los  valles:  allí  se  pre- 
paraban también  sus  sombreros  y  sus  ponchos.  En  aque- 
llos parajes  el  chiripá,  como  el  gaucho,  eran  desconocidos, 
excepción  de  ciertos  lugares,  como  en  San  Carlos;  era  su 
troje  el  calzón  y  la  camisa  en  el  estío;-  blusa  de  lana  y  pon- 
cho en  el  invierno. 

Aquel  valle,  en  que  se  aclimató  de  esta  manera  el  feu- 
dalismo, es  de  un  semblante  completamente  diverso  del 


I 

I 


raSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  H         106 

que  muastran  las  regiones  orientales  y  el  valle  central  de 
Salta.  Por  este  lado,  lujosa  vegetación  cubre  los  planos 
y  las  montañas  de  pastos  riquísimos  que,  entre  cuatro  y 
seis  meses  engordan  de  ley  el  ganado,  y  de  bosques  de 
árboles  corpulentos,  donde  reinan  las  ceibas,  de  flores  de 
escarlata;  los  molles,  de  peinada  melena  é  inmortal  ver- 
dor; las  tipas,  de  elegante  y  altísima  figura;  los  cedros, 
los  nogales  silvestres  cuya  fronda  generosa  abre  salones 
ú  sus  pies;  parages  llenos  del  alegre  amor  de  los  pojaros 
y  del  suave  clamor  de  las  ])ri§as.  Pero,  hacia  el  poniente, 
rompiéndose  aquellos  cerros  verdes  y  arbolados,  si  son 
vistos  de  cerco;  azules  como  trozos  de  cielo  derrumbados 
si  se  los  mira  en  lontananza,  se  abren  en  quebradas  tor- 
tuosas, recorridas  por  caudales  de  aguas  turiMas,  de  lecl|0 
cenagoso,  que  conducen  al  vecino  valle.  Desde  allí,  cam- 
bia la  decoración  como  en  un  teatro.  La  naturaleza  se  trans- 
forma. Como  si  odiara  sus  galas,  la  tierra  aparece  triste 
y  severa,  despojada  de  sus  pompas  verdes.  En  el  seno  de 
sus  hoyas  arenosas  solo  levantan  su  raida  melena  solitarios 
algarrobos,  y  en  sus  cerros  volcánicos,  áridos  y  terrosos, 
rojizos  ó  cenicientos  que  cortan  el  horizonte  por  doquiera, 
se  alzan,  trepando  hasta  la  cima,  aislados,  de  trecho  en 
trecho,  los  cardones;  ái'boles  sin  hojas,  de  tres  metn>s  y 
mas  de  elevación,  de*  entrañas  acuosas  y  blandas,  de  tronco 
grueso,  corto  y  espinoso  de  donde  se  desprenden  y  se  al- 
zan rumbo  al  cielo,  rectos  y  de  un  espesor  uniforme  sus 
cuatro  y  seis  brazos  cilindricos,  acanalados  y  de  términos 
redondos,  que  cubren  el  inmenso  lomo  de  los  cerros.  Reme- 
dan, á  la  vista,  enormes  candelabros  ó  mecheros  que  ilumi- 
naron una  vez  con  sus  antorchas,  el  antiguo  desposorio  de 
aquella  tierra  con  el  mar,  cuyo  suelo  de  arenas  que  re- 
mueve el  viento,  atestigua  todavía  su  tálamo  abandonado. 
Por  su  aridez,  por  su  monotonía,  por  su  tristeza  parece 
hubiera  cruzado  por  allí  el  soplo  de  la  muerte.  Y,  sin 
embargo,  es  el  pais  de  la  mas  noble  fecundidad;  pais  de 
la  salud  y  de  la  vida,  sus  moradores  casi  cuentan  él  siglo 
y  sus  cepas  se  escapan  á  la  brazada  de  un  hombre.  Re- 
gión de  los  vientos,  del  trueno  y  del  rayo;  panteón  de 
caducos  dioses,  de  restos  sepultados  de  una  civilización 
perecida,  de  la  cual  no  queda  mas  que  el  sol  como  re 


106  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

cuerdo  vivo  derribado  de  su  antiguo  altar.  El  lucero  de 
la  tarde  y  las  estrellas  que  abrillantan  por  la  noche  el 
cielo,  representaban  para  sus  antiguos  habitantes,  las  almas 
de  sus  curacas  difuntos. 

Sus  planos,  áridos  al  parecer  en  su  mayor  extensión,  son 
la  tierra  de  la  higuera,  de  los  mejores  trigos,  de  la  alfalfa  ó 
pasto  de  engorde  que  por  allí  es  hierba  perenne,  y  sobre 
todo  ello,  de  la  uva  y  del  vino.  En  su  centro,  en  la  región 
de  San  Carlos,  sus  campos  y  sus  cerros  son  pastosos  y 
excelentes  criaderos  de  ganado;  grandes  acopios  asnales  flo- 
recían por  allí,  que  eran  vendidos  en  los  pueblos  del  Alto 
Perú,  para  la  indiada  traficante;  la  vicuña,  la  chinchilla, 
la  oveja,  la  cabra  y  las  bizarras  crias  de  caballos  andaluces, 
tan  de  elegante  moda  en  aquella  época,  eran  otras  de  sus 
fuentes  de  riqueza. 

De  esta  suerte,  mientras  las  regiones  orientales  de  Salta 
quedaron,  cual  lo  hemos  visto,  sujetas  á  la  vida  atra- 
sada y  primitiva  de  la  estancia  pastoril,  del  bosque  bravio 
y  salvaje,  distantes  del  espíritu  culto  y  progresista 
y  privadas  de  los  recursos  mas  ansiados  para  hacer  liviana 
la  carga  de  esta  vida,  teniendo  sus  moradores  por  vivienda 
el  rancho  aislado  y  pajizo,  aun  tantas  veces  para  el  dueño 
de  la  estancia,— el  valle  de  Calchaquí,  «  valle  famosísimo, 
conocido  por  la  mucha  sangre  española  que  vertió  en  él, 
el  esfuerzo  de  sus  moradores, »  venia,  desde'antiguo,  po- 
blado por  raza  industriosa,  rota  su  tierra  por  el  surco  de 
la  agricultura,  donde  imperaban  las  leyes  de  una  sociedad 
ordenada;  y  su  fama  y  su  riqueza  atrajo  ó  su  seno,  desde 
temprano,  la  población  española,  contándose  en  esta  la 
clase  mas  distinguida,  y  formándose  villas  de  noble  ve- 
cindario, industriosas  y  comerciales,  con  casas  amplias  y 
fuertes  y  con  templos  lujosos,  como  Cachi,  como  San 
Carlos,  capital  de  toda  la  región  donde  se  establecieron 
las  grandes  industrias  de  la  vid.  Las  mansiones  señoria- 
les, levantadas  en  todas  las  grandes  fincas,  eran  inmensas, 
pesadas,  de  altos,  y  su  frente  de  doble  galería  de  arcadas, 
y  de  la  misma  arquitectura  que  ostentaban  los  cabildos  de 
las  ciudades  capitales. 

Tales  eran  los  pueblos  que  constituían  la  antigua  inten- 
dencia de  Salta.    Todos  reconocían  el  gobierno  político  y 


HISTORIA  DE  GOEBÍES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  II         107 

social  establecido;  todos  vivian  y  progresaban  bojo  la  ley 
del  trab€uo;  todos  profesaban  la  religión  católica  y  hablaban 
exclusivamente  la  lengua  castellana.  Solo  en  la  población 
bcija  de  Santiago  del  Estero— antigua  colonia  peruana, 
y  en  algunos  puntos  septentrionales  de  Jujuy,  linderos  con 
Bolivia,  como  Yavi  ó  Santa  Catalina,  se  hablaba  por  los 
indijenas  la  lengua  quichua,  todavía.  El  español  no  les 
era,  sin  embargo,  desconocido. 

LA      SALTA      ESPAÑOLA 

XVI 

Era  la  ciudad  de  Salta,  entonces,  mas   pequeña,  pero  la 
población  se  hallaba  mas  condensada  y  puede  conjeturarse 
sin  mucho  riesgo  de  ser  exagerado,  que  su  número  era 
próximamente  igual  al  que  hoy  mantiene,  si  bien  se  con- 
sidera que,  aun  después  de  haber  desaparecido  el  comercio 
con  el  Perú,  que  fué  causa  principal    de  su  perdido   es- 
plendor, y  haber  padecido  por  quince  largos  años  las  cala- 
midades  de    una    guerra   desastrosa    y   apasionadísima, 
arrojaba,  en  1825,  una  población  de  70.000  almas  la  pro- 
vincia, en  cómputo  imperfecto,  como  es  de  suponerse.  1)  Sü 
ediflcacion  respondía  directamente  ó  la  clase  é  importancia 
social  de  sus  moradores,    pues  su  fisonomía   era,    como 
hasta  hoy  se  conserva  en  buena  parte,  visiblemente  espa- 
ñola; y  aquellas  mansiones  espaciosas  y  de  aspecto  seño- 
rial; aquellas  ventanas  de   grandes  rejas   voladas:    aquel 
número  considerable  de  casas  de  alto,  que  le  daban  ele- 
gancia y  suntuosidad,  hacían,  entre  mil  otras  causas,  justicia 
á  su  rango  de  ciudad  de  alta  nombradla.    Como  la  ciudad 
hubiera  sido  edificada    en  una  hondonada   aprovechando 
los  profundos   pantanos   que   la    rodeaban   para   hacerla 
lugar  fuerte  contra  los  avances   de  los  bárbaros,  la  atra- 
vesaban de  occidente  á  oriente,  siguiendo  el  suave  declive 
del    terreno,  dos   surcos   profundos,    uno    al     norte,    al 
sur  el    otro,    por  donde  se  encarrilaban  las   aguas  que, 

1)  Documentos  de  un  censo  levantado  en  la  administración    del    general 
Arenales;  Arch.  de  Salta. 


108  DR.  BBBNARDO  FRÍAS 

de  los  terrenos  mas  altos  del  norte  y  las  loniadas  del  po- 
niente, llamadas  de  Medeiros.y  San  Lorenzo,  bajaban  é 
inundaban  la  ciudad  en  la  época  de  las  grandes  lluvias,  i). 
Eran  de  traza  irregular  y  tortuosa,  de  aspecto  rústico  en 
exceso,  cubiertos  de  aquellas  plantas  propias  de  los  terre- 
nos anegadizos,  unas  de  hojas  pequeñas  y  flotantes  en 
los  fangos;  otras  de  grandes  hojas  de  verde  alegre,  que 
allí  se  alzaban  y  florecían  hasta  que  las  nuevas  crecientes 
las  arrastraban,  formando  fangales  á  lo  largo  de  sus  cos- 
tados. En  las  encrucijadas  del  centro  de  la  ciudad,  puentes 
de  piedra  facilitaban  su  poso.  El  canal  del  norte,  desti- 
nado á  adquirir  su  celebridad  histórica,  llamábase  Tagarete 
de  Tinco,  por  ser  este  el  nombre  del  vecino  mas  expecta- 
ble  de  la  calle  que  recorría,  la  que  hoy  lleva  el  nombre 
de  bulevar  Belgrano.  Así  como  este,  eran  los  nombres 
de  sus  calles,  tomados  de  sus  templos,  de  su  comercio, 
de  algún  lugar  público  ó  del  principal  vecino.  Su  piso 
era  rústico,  como  lo  eran  estos  sus  canales  de  desagüe; 
tenian  su  suelo  desnudo,  que  solo  en  las  esquinas,  unia  una 
acera  ú  la  otra,  una  cinta  de  grandes  piedras  planas,  para 
facilitar  la  travesía  cuando  las  lluvias  del  estío  las  cubría 
de  agua  ó  de  lodo,  y  solo  llegaron  ó  ser  cubiertas  de 
pavimento  de  piedra  en  la  época  de  la  revolución,  cuya 
obra  fué  hecha  por  los  rendidos  del  ejército  real,  lo  cual 
infundía  un  verdadero  orgullo  á  los  cívicos,  como  enton- 
ces comenzó  á  llamarse  á  la  plei>e  de  la  ciudad  transfor- 
mada en  soldados  de  guerra.  2)  En  sus  esquinas,  gruesos 
postes  de  madera  labrada  se  hallaban  clavados  en  el 
íingulo  preciso  de  la  acera,  que  era  de  piedra  rústica  y 
plana,  con  el  objeto  de  salvarlas  de  la  iryuria  de  lascar- 
retas  al  doblar  la  calle,  por  que  en  ellas  se  efectuaba  el 
tráfico  continuo  de  su  comercio. 


1)  En  nlgunas  encrucijadas  casi  centrales  de  las  calles  de  Buenos  Aires, 
se  ahogaban  los  lecheros  en  los  remansos  que  hacían  las  aguas  en 
los  días  de  grandes  lluvia?,  y  que  en  Salta  se  evitaron,  merced  á  estos 
canales  de  desagüe. 

2)  Esta  obra  solo  alcanzaba  al  cuadro  de  la  plaza  mayor  y  la  calle  drl 
Comercio,  hoy  Caseros,  deide  S  Francisco  á  la  Merced;  y  la  del  Yoí?ci, 
después, de  la  Victoria  desde  el 21  de  Febrero  de  1813, y  desde  1900,  £s- 

gaña;  (t )  importando  esta  mutación  una  doble  injuria;  una  á  la  Patria, 
errando* sus  recuerdos,  y  otra  á  España  recordándole  con  su  nombre, 
la  vía  por  donde  entraron  los  vencedores. 


HISTORIA  DE  GÜBMBS  T  DB  SALTA— CAPÍTULO  ü         109 

La  construcción  de  los  ediñcios  era  de  adobe,  con  ciertos 
puntos  de  ladrillo;  sus  cimientos  de  piedra  y  muy  rara 
vez  sus  muros.  Las  casas*  eran,  por  lo  regular,  de  un 
solo  piso,  pero,  aquellas  del  núcleo  central  ó  las  que 
eran  mansión  de  vecino  rumboso  y  acaudalado,  eran,  por 
lo  común,  de  altos  en  su  frente  ó  llevando,  á  las  veces, 
un  altillo  en  su  extremidad  y  constituían  la  morada  de 
la  nobleza  y  del  comercio.  Su  entrada  principal  presental)a 
una  gran  portada,  adornados  sus  costados  por  anchas 
columnas  de  caras  planas,  empotradas  en  la  pared,  y 
terminando  en  dibujos  compuestos  de  aglomeración  de 
líneas  en  relieves  curvos  y  angulosos,  que  formaban  su 
pesado  frontispicio.  Sus  puertas,  como  sus  muros,  espe- 
sas, de  regulares  dimensiones  y  aseguradas  y  sostenidas 
por  enormes  herrajes  españoles;  el  zaguán  de  entrada  y  el 
salón  principal  eran  algunas  veces  de  alta  bóveda;  gran- 
des sus  patios,  de  forma  cuadrangular,  ediflcados  en  sus 
tres  costados,  por  lo  menos,  sin  ser  afeados  por  chatas 
galerías  ó  corredores,  los  que  eran  relegados  ú  los  inte- 
riores, y  su  salón  principal  en  extremo  espacioso,  como  que 
era  destinado  ú  las  recepciones  y  al  l>aile,  tan  frecuentes 
y  tan  en  boga  en  aquellos  tiempos;  siguiéndose  cuartos 
pequeños  y  obscuros  ú  otros  salones  interiores,  según  el 
gusto  y  fortuna  de  su  dueño,  que  lleval)an  todos  el  techo 
descubierto,  con  sus  paredes  bañadas  con  cal,  sobre  re- 
boques construidos  sin  regla,  que  formaban  ondas  suce- 
sivas en  que  anidaba  el  polvo,  excepción  hecha  de  la  sala.— 
La  sala,  la  alcoba  y  el  aposento,  eran  las  piezas  principales 
de  una  casa  de  buen  tono.  Fueron  de  uso  general  las 
ventanas,  en  cuyas  puertas  solamente  se  usaba  de  vidrieras, 
y  alguna  vez  en  la  principal  de  la  sala;  las  habla 
tanto  sobre  la  calle,  voladas  como  balcón  para  dar 
comodidad  &  la  vista,  como  en  la  sala  y  demás  prin- 
cipales piezas  interiores,  y  estaban  defendidas  todas  ellas 
por  fuertes  rejas  de  hierro  de  barrotes  rectos,  como  los 
balcones;  y  los  habia  también,  unos  y  otros,  de  madera. 
Una  casa  de  altos  llevalia.  por  lo  común,  un  gran  balcón 
sobre  la  puerta  de  entrada,  y  sobre  las  demás,  balcones 
mas  pequeños,  y  muchas  veces,  ventanas  de  rejas  cerradas, 
precaución   con   que   el  celoso  y  severo  padre    español 


lio  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

guardaba  las  hijas  de  las  libarlas  de  peligrosos  y  noctur- 
nos amoríos.  Los  techos,  en  mayoría  de  casos,  eran  bajos, 
especialmente  en  los  altos;  y  los  corredores,  mas  bajos 
aun  que  las  viviendas,  sin  que  ocultaran  parapetos  la  vista 
de  sus  tejados,  los  sostenían  columnas  labradas  de  madera; 
y  como  los  sitios  en  que  se  elevaban  estas  construcciones 
eran  grandes,  terminaban  casi  siempre  en  el  espacio 
abierto  del  fondo,  llamado  huerta,  destinado  al  cultivo  de 
árboles  frutales  y  jardines  interiores.  Los  pisos  eran  ves- 
tidos de  lajas  irregulares  en  los  patios  principales  y  de  ladri- 
llos en  las  viviendas;  el  suelo  desnudo,  especialmente  en 
los  patios,  solo  se  hallaba  en  algunas  casas  pobres. 

Aunque  para  el  gusto  de  nuestros  dias  aparezca  gro- 
tesca aquella  arquitectura,  eran,  sin  embargo  aquellas 
mansiones,  viviendas  alegres  por  lo  espaciosas  y  de  un 
coryunto  hasta  imponente  y  severo. 

Las  viviendas  de  la  clase  pobre  eran  todas  chatas,  de 
un  solo  piso,  ostentando,  á  lo  largo  de  las  calles,  sus  ri- 
sibles mojinetes  y  cuyos  techos  terminaban,  hacia  la  via, 
por  unas  prolongaciones  casi  tan  anchas  como  la  acera, 
conocidas  con  el  nombre  de  alares,  que  servían  para  gua- 
recer de  los  rigores  del  sol  y  de  las  injurias  de  la  lluvia 
á  los  transeúntes. 

Toda  ciudad  española  se  habia  fundado  señalándose,  en 
sitio  preferente,  la  plaza,  en  cuyos  costados  se  elevaban 
la  iglesia  mayor  y  las  casas  consistoriales  con  la  cárcel 
pública.  Salta  no  tenia  mas  que  una  plaza  llamada  mas 
tarde  de  Urquiza,  y  hoy  9  de  Julio,  y  la  cual  solo  era 
espacio  abierto,  escueto  y  desnudo  de  jardines  y  arboledas, 
atravesada,  por  su  centro,  por  anchas  aceras  diagonales 
de  piedras  planas,  y  que  formaban  lo  que  vino  á  llamarse 
la  estrella.  Dos  cuadras  hacia  al  oeste,  existia  la  Plasuela 
de  la  Merced^  de  un  tercio  de  cuadra,  extendida  al  frente 
del  templo  y  convento  de  mercedarios.  Al  lado  de  estos 
lugares  abiertos  que  son  higiene,  comodidad  y  ornamento 
de  las  ciudades,  conviene  hacer  memoria  de  los  huecos 
ó  sitios  que  se  hallaban  vacios,  sin  edificación,  que  con- 
torneaban las  afueras  de  la  ciudad  y  que  servían  de  basu- 
rales y  depósito  de  inmundicias,  y  mas  tarde^  durante 
la  guerra,  de  apostaderos  de  las  partidas.    La  ciudad  termi- 


fflSTORIA  DE  GÜEME8  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II         111 

naba,  por  la  parte  del  poniente  y  del  sur,  en  sus  quintas, 
llenas  de  jardines  y  arboledas  frutales,  que  constituían 
lugares  de  paseo,  y  mas  el  sur,  por  su  manso  rio  «  en  cuyos 
remansos  las  hermosas  hijas  de  Salta  van  á  zabullirse 
y  triscar  como  las  ninfas  de  la  fábula,  abandonando  á  las 
ondas  sus  largas  cabelleras.»  Hablan  dos  conventos, 
de  franciscanos  y  mercedarios,  y,  de  todas  sus  iglesias,  solo 
la  de  San  Francisco  y  su  claustro  hacian  honor  á  la  arqui- 
tectura española,  estando  todas  ellas  consagradas,  á  mas 
del  servicio  del  culto,  ü  servir  de  enterratorio  á  la 
población. 

El  centro  comercial  dominaba  en  parte  de  la  plaza  mayor, 
y  en  la  calle  del  Comercio,  hoy  Caseros.  Las  tiendas  de 
aquella  época  no  tenian  la  extensión  y  elegancia  que  mas 
tarde  adquirieron  y  estaban  encerradas  en  cuartiyos  peque- 
ños, el  cuadro  de  una  esquina,  por  ejemplo,  en  donde  se 
aglomeraba  cuanta  clase  de  mercaderías  existían  fáciles 
de  ser  expuestas  á  la  vista  del  público,  desde  la  sedas  y 
los  paños  europeos  hasta  el  papel  y  los  libros  y  los  cristales; 
figurando  á  su  frente,  para  el  expendio,  á  mas  de  sus  gefes, 
que  algunas  veces  eran  doctores  y  de  gran  talento,  como 
lo  fueron  Boedo  y  Zorrilla,  por  ejemplo,  las  mismas  hijas 
solteras,  que  reemplazaban  á  los  dependientes,  y  que 
se  turnaban  en  los  quehaceres  domésticos.  Las  mismas 
señoras,  y  del  mas  alto  coturno,  reemplazaban  en  la  regencia 
comercial  de  la  casa,  con  éxito  brillante,  al  esposo  ausente, 
en  los  períodos  de  sus  viajes.  Las  pulperías,  que  se  redu- 
jeron á  53  en  los  primeros  años  de  la  revolución,  1), 
ocupaban  casi  todas  las  esquinas  de  la  ciudad,  hallándose, 
por  ende,  en  todos  los  barrios,  y  en  donde  se  vendía 
cuanto  había   de  menor   cuantía    y  significación. 

La  iluminación  de  las  calles  en  las  noches  obscuras  se 
reducía  al  farol  de  vela  de  sebo,  de  luz  mortecina  y  ama- 
rillenta, que,  por  orden  del  cabildo,  cada  casa  de  comer- 
cio estaba  obligada  á  mantener  el  frente  de  su  puerta 
hasta  las  diez  de  la  noche,  la  que  recibia  el  concurso 
que  prestaban  los  faroles  que  pendían  en  los  zaguanes  de 
toda  casa  principal:  y  es  justo  tener  bien   en  cuenta  que 


1)  Archi.de  Salta  «Hacienda,  1813." 


113  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

este  verdadero  adelanto  urbano,  apenas  gozaba  Buenos 
Aires  y  otras  muy  pocas  ciudades  de  América  y  de  Es- 
paña, aun  la  misma  Madrid,  donde  la  resolución  del  gobier- 
no sobre  la  adopción  del  alumbrado  público,  liabia  produ 
cido  una  verdadera  conmoción  popular,  de  espíritu  tan 
hostil,  que  derrocó,  nada  menos,  que  el  ministerio  del  rey 
Carlos  III. 

Agregando  ú  este  conjunto  de  detalles  aquellas  carretas 
tiradas  por  bueyes  que  atravesaban  sus  calles  ú  paso 
lento,  jimiendo  horriblemente  sus  ejes  de  madera  y  en 
donde  se  introducían  los  efectos  del  comercio  en  los  últi- 
mos tiempos  y  las  producciones  valiosas  de  la  campaña; 
aquellas  bestias  cargadas  del  pienso  y  del  combustible» 
aquellos  vendedores  ambulantes,  hombres  y  mujeres  de 
ú  caballo  que  repartían  los  menesteres  diarios  ú  las  familias  ó 
ya  aquellas  sentadas  ü  lo  largo  del  cordón  de  los  aceras,  que 
eran  todas  mulatas  y  negras  libres,  comerciantes  en  frutas, 
bebidas  y  amasijos;  aquellos  paseos  ñ  caballo  de  grandes 
cortejos  para  placer  y  esparcimiento  del  ánimo,  y  los 
banquetes  con  que  celebralia  Ins  fechas  venturosas  ú  ofrecía 
su  cumplimiento  ú  huésped  distinguido  la  sociedad  ele- 
vada, y  á  donde  asistían  las  damas  con  igual  medida  que 
los  varones,  terminando,  según  elegante  costumbre,  con 
la  gravedad  de  los  discursos  bien  compuestos  en  que  bri- 
llaba la  elocuencia  que  encanta  y  seduce  á  los  hombres  y 
también  con  brindis  inspirados  y  chispeantes;  aquellas  pro- 
cesiones tan  abundantes  y  solemnes  que  atravesaban  sus 
calles  y  que,  cuando  era  el  viático,  su  divina  presencia  vela 
caer  de  rodillas  á  todos  los  habitantes  á  su  paso;  aquellos  re- 
piques tan  prolongados  y  frecuentes  en  sus  templos,  por  que 
llegaron  á  levantar  mas  de  una  vez  sus  quejas  al  gobierno  los 
estudiosos,  los  enfermos  y  los  hombres  de  negocios;  y  aque- 
llos cortejos  funerarios  con  que  el  difunto  noble  atravesaba 
las  calles  en  lúgubre  procesión,  llevado  á  pulso  por  sus  deu- 
dos yhaciendo  posas,  osean  descansos  en  cada  esquina,  don- 
de se  entonalDan  las  preces  religiosas,  hasta  llegar  al  sepulcro; 
cuando  ó  todo  esto  se  agrega,  en  fln,  aquella  juventud 
elegante,  recorriendo  la  ciudad  en  sus  caballos  de  ele- 
gante raza  andaluza  durante  las  tardes  serenas  y  bajo 
aquel  su  cuma  delicioso  en  que  las  familias   llenaban  las 


mSTOWA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II        US 

puertas,  los  zaguanes,  ios  balcones  y  ventanas  á  lo  largo 
de  sus  calles,  ó  mas  tarde,  desde  las  diez  de  la  noche, 
hora  en  que  la  iluminación  de  la  ciudad  moría,  los  grupos 
de  calaveras  se  repartían  los  barrios,  turl:Mmdo  con  sus 
cantos  en  guitarra  bien  templada  y  de  música  nativa  el 
silencio  de  la  noche,  se  llegará  á  formar,  después  de  un 
siglo  de  distancia  entre  nuestra  época  y  aquella,  una  idea 
aproximadamente  cabal  de  los  rasgos  mas  prominentes 
de  lo  que  era  la  antigua  Salta  española,  rica,  alegre  y 
dichosa. 

XVII 

Lo  que  se  dice  de  Salta,  formaba  los  rasgos  mas  culmi- 
nantes de  una  ciudad  civilizada  y  principal  en  la  época 
española,  y  representaba,  entonces,  el  grado  de  verdadero 
adelanto  y  progreso,  y  de  los  mas  sobresalientes  en  el 
Rio  de  la  Plata. 

Por  que  conviene  recordar  que,  antes  de  1810,  no  exis- 
tían en  lo  que  es  hoy  la  República  Argentina,  mas  que 
tres  centros  de  población  urbana  que  merecieran  el  nom- 
bre de  ciudades:— Buenos  Aires,  Córdoba  y  Salta.  Los  demás 
solo  eran  aldeas  pequeñas,  pobres  y  miserables,  enclavadas 
en  medio  de  vastos  y  desiertos  territorios  y  sirviendo  de 
cabeceras  inmediatas  á  poblaciones  diseminadas  cuya 
civilización  apenas  si  se  habia  separado  de  la  barbarie. 
Por  esta  su  notoria  importancia  fueron  designados  por  el 
gobierno  español,  como  capitales  de  las  intendencias  del  sur, 
y  así  como  el  gobierno  político,  el  gobierno  eclesiástico 
correspondía  igualmente  á  estos  centros  civilizados  que 
fueron  también  las  capitales  de  las  diócesis,  cuya  sede 
arzobispal  quedó  siempre  radicada  en  la  ciudad  de  la  Plata 
ó  Chuquisaca.  Entre  aquellas  pobres  aldeas  obscuras  y 
miserables  sobresalían  por  su  progreso,  las  de  Mendoza  y 
Tucuman,  habiéndose  avecindado  en  las  de  Jujuy,  San  Juan 
y  La  Rioja  muy  distinguida  nobleza,  ya  sea  por  el  comercio 
mantenido  con  el  Perú  y  el  reino  de  Chile,  como  entonces  se 
llamaba,  sea  ya  por  sus  minerales,  que  fueron  siempre  sue- 
ño dominante  de  los  conquistadores  y  que  los  poseía  La  Rio- 
ja. Los  demás  centros  de  población  que  hoy  son  florecientes 


114  DR.  BEEINABDO  FRÍAS 

ciudades,  vivían  en  estado  tan  primitivo  y  llevando  vida 
tan  obscura  y  pesada,  que  en  ellas  no  existían  ni  escuelas, 
ni  verdadero  comercio,  ni  fortunas  ni  las  benéficas  con- 
secuencias, por  cierto,  que  trae  con  todo  esto,  la  vida 
civilizada  y  culta,  habiéndolos  sorprendido  la  hora  de  la 
revolución  en  estado  tan  pobre  y  atrasado,  que  su  labor  y 
concurso  intelectual  en  la  grande  obra  nacional  fué  casi 
nula,  como  que  Corrientes  apenas  contaba  con  el  Dr.  Cossio, 
en  1826  1)  y  Mendoza  recien  al  despertar  el  siglo  XIX, 
comenzaba  á  mandar  sus  hijos  á  los  claustros  univer- 
sitarios, mientras  Santa  Fé,  Entre  Rios,  Catamarca  y  La 
Rioja  y  San  Juan  y  San  Luis  se  hallaban  huérfanas  casi  de 
toda  intelectualidad  y  de  todo  progreso,  tal  y  tanto,  que 
decia  el  canónigo  Gorriti,  la  lumbrera  mas  poderosa  de 
su  época:—  «  Se  hizo  sentir  hasta  la  evidencia  en  el  Con- 
greso de  1826,  la  imposibilidad  de  establecer  una  federa- 
ción reglada  entre  tantos  pueblos  que  figuran  como  pro- 
vincias independientes  y  carecen  de  una  organización 
interior  regular,  y  tan  pobres,  que,  faltos  de  lo  necesario 
para  proveer  á  sus  necesidades  interiores,  de  ningún  modo 
podían  concurrir  con  su  contingente  de  fondos  para  hacer 
frente  á  los  gastos  comunes. »  2).  Y  el  mismo  grande 
orador  agregaba  en  la  Sala  de  Representantes  de  Salta,  en 
1828,  sobre  este  mismo  tópico:— « íCómo,  señores,  se  podrá, 
supongamos,  en  la  punta  de  San  Luis  organizar  la  admi- 
nistración de  justicia  que  es  la  base  de  la  felicidad  y  los 
otros  tribunales,  cuando  no  tiene  ni  recursos  ni  hombres 
que  los  puedan  dirigir  y  están  sujetos  á  elegir  represen- 
tantes que  no  saber  leer  ni  escribir?  De  ningún  modo; 
pues,  en  ese  estado  es  que,  poco  menos,  están  casi  todas 
las  provincias. »— 3). 

Aquellas  aldeas,  por  otra  parte,  tenían  vecindario  ton 
reducido,  que  variaba  entre  1.500  á  4.000  almas,  4)  y 
el  territorio  de  que  eran  capitales,  solo  mostraba  campos 


1)  Alberi>i;  Ohraa,  T.  3*  páj.  5ia 

3)  Borrador  de  contestación  á  una  nota    del    Dr.  D.  Josó  de  Amenábar. 
Sebre.  de  1839->Arch.  prov.  de  Salta,  1829,  corresp.  oflciaL 

8)  Sesión  del  19  de  Abríi  de  1^8,  Arch.  de  Salta. 

4)  Rev.  de  B.  Aires,  tomo  22,  p¿j.  802,  804,  807. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  II         115 

inmensos  é  incultos  con  miserables  poblaciones  tan  indi- 
gentes y  menesterosas,  que  en  Santiago,  por  ejemplo, 
como  en  la  Ríoja,  los  infelices  habitantes  de  los  campos, 
haraposos,  casi  desnudos,  se  alimentaban,  por  lo  común,  de 
algarroba,  patay  y  miel  silvestre,  como  los  de  Catamarca 
lo  hacian  con  sus  pasas;  1)  y  ya  se  puede  colegir  que 
masas  tan  miserables  y  desheredadas  de  la  fortuna,  ca- 
recían de  toda  educación  social,  vagando  en  sus  bosques 
y  en  sus  pampas  en  el  litoral,  destinadas  á  ser,  en  dia  no 
lejano,  alucinadas  por  la  violencia  y  el  pillaje  en  que  las 
hablan  de  desencadenar,  bajo  el  nombre  de  montoneras 
fedérales,  los  caudillos  retrógrados  y  bérberos  del  sur,— 
Quiroga,  Ramírez,  López  de  Santa  Fé  y  Rosas  en  Buenos- 
Aires,— el  azote  de  la  civilización  del  Rio  de  la  Plata,  y  el 
pedestal  de  la  barbarie  sobre  que  se  entronizó  el  despo- 
tismo de  los  caudillos  provinciales  y  la  mas  famosa  y 
sangrienta  tiranía  de  D.  Juan  Manuel  de  Rosas,  derribando 
con  su  empuge  instituciones,  leyes,  libertades,  cultura, 
crédito  y  cuanto  halló  de  grande  y  liberal  y  civilizado  en 
la  república. 

Mientras  tanto.  Salta  descollaba  por  su  civilización,  cultura 
y  riqueza  con  mayor  intensidad  cuanto  mas  grande  era 
el  atraso  del  resto  del  país;  como  que  su  clero,  nume- 
roso y  de  las  casas  mas  pudientes  y  distinguidas,  habia 
pasado  casi  todo  él  por  las  universidades  y  ostentaba  sus 
borlas  de  doctor  y  era  poseedor  de  una  ilustración 
científica  y  literaria  en  grado  inmensamente  mayor  de 
la  que  hoy  adorna  á  nuestro  clero  actual,  como  que  casi  todos 
sus  miembros  eran  abogados  y  oradores  famosos  que  brilla- 
ron sin  rival  en  los  parlamentos  de  la  revolución,  y  conocedo- 
res, á  mas,  de  los  famosos  escritores  del  siglo  XVIII 
y  de  toda  la  literatura  clásica.  Los  doctores  en  leyes  eran 
tan  abundantes  que,  á  mas  de  llenar  el  foro,  se  los  veía  al 
frente  de  sus  casas  de  comercio,  como  A  Boedo  ú  Ormae- 
chea,  ó  entregados  á  la  labor  de  sus  haciendas,  como 
Gorriti;  y  por  su  número  y  valer  y  signiflcacion  estaban 
destinados  á  suplir  la  falta  que  de  letrados  sentían  los 
demás  pueblos;  y  así  se  los  vio  flgurar,  al  doctor  D.  Mateo 


1)  J.  M.  Gorriti,  Bl  Fomo  del  Yogei   y  teBtimonio  general 


116  DB.  BEBNABDO  FBIAS 

Saravia,  como  diputado  por  Santiago  del  Estero  y  ol  doctor 
D.  Teodoro  Sénchez  de  Bustamante,  de  Jujuy,  por  la  de 
Buenos  Aires,  en  el  congreso  que  trató  de  reunir  Bustos 
en  Córdoba,  el  año  de  1820;  al  doctor  D.  Remigio  Castellanos, 
presidente  de  la  sala  de  representantes  de  Mendoza,  como, 
en  fin,  al  doctor  D.  Manuel  Antonio  Castro,  presidiendo 
y  organizando  la  administración  de  justicia  de  Buenos 
Aires  y  representándola  como  su  diputado  en  el  congreso 
de  1826. 

Después  de  la  descripción  de  la  antigua  Salta  española 
como  ciudad  y  como  sociedad,  puede  traerse,  como  pos- 
trer testimonio,  la  descripción  lijera  de  Buenos  Aires,  en 
la  misma  época,  cuyo  cuadro  comparativo  pensamos  vendrá 
á  ser  de  primordial  importancia. 

A  principios  del  siglo  XIX,  Azara  encontró  que  la  ciu- 
dad de  Buenos  Aires  tenia  40,000  habitantes  y  el  resto  de 
su  territorio,  31,000,  que,  como  se  ve,  llega  &  ser  igual 
(^si  á  la  población  de  Salta,  después  de  las  calamidades 
de  una  larga  guerra,  en  1825.— «  Las  casas  de  Buenos  Aires 
eran  entonces  de  un  piso,  macizas  y  bajas,  si  bien  las 
habia  en  gran  cantidad  de  azotea,  cosa  que  no  se  veía  en 
las  demás  capitales  de  los  virreinatos  españoles  de  Sud- 
América,  excepción  de  la  ciudad  de  Montevideo.  Algunas 
de  las  mansiones  bonaerenses  de  aquella  época,  tenian 
altillos  con  rejas  sobresalientes,  como  las  que  habia  al 
frente  de  la  mayor  paiie  de  las  casas  de  personas  pudientes 
(ventanas)  y  que,  debido  é  la  estrechez  de  las  veredas,  de 
una  vara,  y  á  la  poca  ó  ninguna  iluminación  de  las  calles, 
durante  las  noches  obscuras,  constituían  un  verdadero 
peligro  para  los  transeúntes.  Las  viviendas  de  entonces 
eran  blanqueadas  por  dentro  y  fuera.  El  pavimento  no 
existia.  El  marques  de  Loreto,  virrey  &  flnes  del  siglo 
XVIII,  se  preocupó  de  empedrados,  con  el  laudable  pro- 
pósito de  evitar  que  las  casas  se  derrumbaran;  pues  cree- 
mos oportuno  advertir  que  en  aquella  época,  durante  los 
grandes  temporales,  el  agua  pluvial  corria  en  forma  de 
arroyos,  y  se  desplomaba  en  algunos  puntos  céntricos  de 
Buenos  Aires,  en  forma  de  saltos  ó  cascadas,  que  hacian 
intransitable  la  ciudad.  Fué  Rívadavia  el  primero  que, 
allá  por    el  año  1822,  al    mandar   demoler   el  muelle  de 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  II  117 

manipostería  que  existía  donde  mas  tarde  se  encontró  el 
de  pasageros,  dedicó  las  piedras  de  la  demolición  &  em- 
pedrar la  calle  de  la  Florida,'  la  cual  se  llamaba,  hace  76 
años,  por  la  circunstancia  antedicha,  caHe  del  Empedrado. 
Era  el  mayor  lujo  imaginable;  y  por  eso  y  por  otras  ra- 
zones, en  la  misma  calle  donde  hoy  figuran  nuestros 
principales  establecimientos  comerciales  de  boato  y  de 
valor,  expendían  las  negras  de  la  época,  por  el  dia  y  por 
la  noche,  en  sus  timbas,  tortas  fritas  que  no  desdeñaban 
y  antes  al  contrario  saboreaban  con  delicia  las  principales 
y  mas  empingorotadas  damas  de  1810. 

«Pero  volviendo  á  las  calles  de  Buenos  Aires,  diremos 
que  su  situación  era  tan  mala,  que  en  verano  el  polvo  las 
hacia  insufribles  y  en  invierno  intransitables  por  el  barro; 
aquellos  inmensos  pantanos  solo  vadeables  por  las  muías 
que  provenían  de  las  provincias  de  Cuyo,  con  cargas  al 
lomo  de  barriles  de  vino,  cajones,  petacas,  etc.  .  .  . 

«Ademas  de  los  transeúntes  á  caballo,  en  invierno,  se 
veían  también  las  carretas  de  los  aguateros,  tiradas  por 
bueyes;  que  no  eran  otra  cosa  que  una  pipa  sobre  un 
par  de  ruedas  descomunales.  El  robinete  era  entonces 
desconocido  aquí,  y  el  agua  surgía  por  una  manga  de 
cuero.  Algunos  hombres  pudientes  tenian  para  su  uso 
particular  y  el  de  sus  familias,  galeras  tiradas  á  la  cincha; 
los  carruages  se  contaban  por  los  dedos;  queremos  decir 
que  no  pasaban  de  media  docena. 

a  Los  suburbios  de  Buenos  Aires  se  encontraban  en  el 
hueco  de  Lorea,  Allí  paraban,  en  1810,  las  tropas  de  carre- 
tas que  provenían  del  norte  y  del  oeste  de  la  provincia. 

«  En  el  mismo  punto  donde  hoy  se  encuentra  el  palacio 
de  gobierno,  estaba  situado  el  fuerte ....  Por  allí  cerca, 
las  negras  vendían  chicha,  tortas  fritas,  bizcochos  y  cigar- 
rillos de  tabaco  negro. 

«La  escasa  iluminación  de  la  ciudad  no  se  hizo  hasta 
principios  del  siglo.  Los  faroles  de  1810  eran  de  forma 
estrecha  y  alongada,  ostentando  una  vela  de  sebo,  de  baño, 
cuyo  pabilo  desprendía  una  humosidad  densa,  que  en  po- 
cos momentos  convertía  los  vidrios  del  farol  en  placas 
negras,  á  través  de  las  cuales  solo  se  percibía  un  débil  y 
fuliginoso  brillo  de  llama  amarillenta. 


118  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

«  Los  que  salían  por  la  noche  llevaban  faroles,  muchos 
(Je  ellos  improvisados,  hasta  con  cascaras  de  sandías.  l-.a 
gente  salía  poco  de  noche  por  que  la  vigilancia  era  nimia. 
No  había  serenos,  y  las  patrullas  solo  rondaban  la  ciudad 
en  épocas  excepcionales. 

«  Lo  que  se  denominaba  el  bajo,  era  el  depósito  de  ani- 
males muertos,  tesuras  y  pescado  inservible.  En  la  ri 
bera,  que  se  hallaba  á  los  fondos  de  la  fortaleza,  se  toñaban 
en  verano,  los  hombres  y  las  mujeres;  estas  á  bastante 
distancia  de  los  primeros.  Por  la  noche,  de  10  á  11  y  12 
se  iban  á  bañar  allí  mismo  los  tenderos  y  pulperos,  pro- 
vistos de  pan  y  ñambres  para  cenar  después  del  baño. »    1). 

XVIII 

Como  perteneciera  á  los  españoles  por  razón  de  conquis- 
ta el  gobierno  en  América,  recogían  necesariamente  los 
frutos  de  su  situación  privilegiada,— la  preponderancia 
política  y  social  en  poder  y  consideración;  y  como  constan- 
temente acudía  esta  inmigración  li  las  colonias,  su  número 
era  considerable  y  fuerte  y,  cual  lo  hemos  visto,  en  cier- 
tos puntos,  como  Lima  y  Salta,  acudía  de  lo  mas  distingui- 
do á  labrar  sus  fortunas  colosales.  Su  inñuencia  general 
fué,  pues,  poderosa.  Hasta  mediados  del  siglo  XVIII,  casarse 
con  español  era  pleiteado  honor  para  la  mujer.  En  todas  las 
casas  nobles  ó  distinguidas  de  Salta,  los  hijos  de  ellas 
pudieron  contar,  al  amanecer  el  siglo  XIX,  con  el  padre 
español,  rico  y  de  cuna  limpia,  que  acababan  de  sepultar 
ó  que  ostentaba  una  ancianidad  venerable.  Esta  su  influen- 
cia social,  su  imperio  y  su  superioridad  política,  llegó  por 
sus  vinculaciones  seculares  ya  con  las  familias  criollas  ó 
del  país,  á  imprimir  á  la  sociedad,  especialmente  en  la  fa- 
milia, aquel  aspecto  adusto  que  mostraba,  debido  á  aquel 
carácter  poco  espansivo,  huraño  á  toda  confianza  y  llaneza 
con  los  suyos  que  mostraba  y   sostenía  generalmente   el 


1)  De  un  artículo  titulado  Progresos  de  Buenos  Aires;  ojeada  retrospectiva 
de  1810  á  1898  publicado  en  La  Nacim,  el  35  de  Mayo  de  1896,— Buenos- 
Aires. 


^ 


fflSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  H         119 

padre  español,  de  carácter  duro,  terco  y  porfiado  en  sus 
opiniones  con  que  se  distinguía  especialmente  el  vizcaíno; 
carácter  de  aspereza  que  luchaba  en  su  influencia  y  pre- 
dominio con  la  soltura  y  franqueza  y  liberales  espansio- 
nes  que  fueron  siempre  propias  del  hijo  de  1^  América; 
mas  cariñosa  su  alma,  mas  fraternal  su  índole  aunque 
bien  celosa,  por  cierto,  del  honor  de  su  cuna  y  distinción 
de  su  sangre.  Las  costumbres  y  rasgos  del  antiguo 
caballero  español,  terco,  casi  sombrío  y^tenaz,  se  manifes- 
taban y  mantenían,  de  esta  manera,  en  la  sociedad  aristo- 
crática de  Salta,  donde  el  padre  español  infundía  el  cariño 
y  amor  propio  de  la  naturaleza  revestido  de  aquel  velo 
de  respetuosísima  veneración,  casi  terrible,  que  infundía 
en  los  hijos,  como  una  especie  de  dios  doméstico,  aquien 
el  corazón  amaba,  pero  ante  cuya  presencia  se  recogía  y 
temblaba.  No  habia  con  él  la  cariñosa  intimidad  que  hoy 
distingue  al  padre  con  el  hijo;  que  el  padre  de  familia, 
en  aquella  época,  siempre  era  hablado  de  usted,  y  el 
título  de  señor  padre,  para  invocarlo,  dado  por  sus  mismos 
hijos,  alejaba  de  entre  el  y  ellos  toda  esta  moderna  y  dul- 
císima y  satisfactoria  confianza  que  el  amor  paterno  ins- 
pira en  nuestros  dias.  «  El  padre  español  tenia  entonces, 
algo  del  padre  patricio  entre  los  romanos  »  siendo  el  señor 
absoluto  y  juez  de  la  familia;  duro,  extravagante,  autori- 
tario hasta  el  exceso,  y,  muchas  veces,  hasta  torpe  en 
acciones,  palabras  y  maneras. 

Su  religiosidad  era  extremosa  y  abundante,  como  que 
en  aquella  época  el  sistema  monacal  era  el  que  dominaba 
en  todos  los  dominios  españoles;  la  invocación  á  Dios 
presidía  sus  saludos,  sus  comidas,  sus  fiestas,  sus  trabajos 
y  formales  deliberaciones  por  que  su  alma  era  sensible  y 
honradamente  piadosa;  la  religión  se  extendía  en  todos 
los  actos  de  su  vida  pública  y  privada;  hasta  en  el 
bostezo  la  señal  de  la  cruz  obstruía,  en  la  boca  abierta,  la 
entrada  del  demonio,  entidad  teológica  divulgada  para 
subyugar  por  el  terror,  y  que  se  filtraba  como  un  dios 
del  mal,  en  todos  los  resquicios  de  la  vida  colonial.  Este 
carácter,  unido  á  aquel  mal  entendido  y  exajerado  patrio- 
tismo de  que  el  español  de  entonces  dio  tantas  prueban, 
vino  á  producir  en  la  sociedad  americana  así  españolizada, 


120  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

rarísimo  y  sorprendente  fenómeno;  por  que  aquel  padre 
no  fué  como  el  común  de  los  padres  ni  aquel  su  amor 
paternal  como  fué  siempre  este  amor.  Los  lazos  de  la 
afección  y  del  recuerdo  que  unían  á  España  al  padre 
europeo,  hacían  que  toda  su  protección  y  todas  sus  prefe- 
rencias, en  la  gran  mayoría  de  los  casos,  fueran  antes  que 
para  los  hijos  y  miembros  de  su  familia,  para  el  paisano, 
para  el  español  llegado  á  América  en  busca  de  fortuna;  y 
generalmente  eran,  entre  estos,  preferidos  los  mozos  de 
su  aldea.  Estos  obtenían  la  mejor  colocación  en  su  co- 
mercio, como  dependientes  ó  como  socios  industriales  ó 
habilitados,  especialmente  en  la  tienda,  en  el  almacén  ó 
én  la  pulpería,  de  dónde  salían,  por  lo  común,  provistos 
de  capital  propio,  á  establecer  nueva  casa  bajo  su  giro 
personal.  Pero  el  orgullo  español  no  estaba  con  esto  sa- 
tisfecho ni  los  inmigrantes  peninsulares  hallaban  limitado 
á  solo  esto  los  favores  de  la  fortuna;  el  despotismo  del 
padre  europeo  absorbía,  en  su  exagerada  soberbia,  hasta 
la  personalidad  de  sus  propios  hijos.  «Los  emigrados  es- 
pañoles miraban  &  los  blancos  como  inferiores  suyos,  y 
hasta  los  niños  de  padres  españoles,  nacidos  en  América, 
eran  tratados  por  ellos  como  si  hubieran  perdido  su  rango 
en  la  sociedad. »  1).  El  español  de  entonces  solo  aceptaba 
por  su  igual,  al  español  nacido  en  España:  este  fué  su 
común  sentir  en  América  y  llevado  por  tan  irracional 
extravagancia,  el  padre  español  buscaba  con  predilección 
á  su  paisano  para  ofrecerle  todos  sus  favores  y  este,  fuera 
mozo  ó  viejo,  «era  el  preferido  de  la  voluntad  paterna 
para  enlazarse  con  las  hijas  de  la  casa  y  sucederle  en  el 
comercio,»  mientras  que  el  joven  del  país,  ágil  y  de- 
senvuelto, «  vivía  de  los  favores  ocultos  de  la  madre  ó  de 
las  hermanas  casadas. »  2).  Tales  matrimonios  se  reali- 
zaban bcgo  tan  duro  despotismo  con  prescindencia  casi 
absoluta  de  la  libre  voluntad  de  la  desposada;  la  hija  era 
obligada  á  aceptar  por  esposo  á  aquel  que  su  señor  padre 
habíale  elejido,  lo  que  venía,  muchas  veces,  á  turbar  y 
romper  un  amor  ya  antes  definido  por  ella. 

1)  «Viaje  pintoresco  á  las  do3  Américas,  etc.*  por  D'Orbigny  y  £grié8— 
Tomo  II,  páj.  11. 

2)  y.  F.  LÓPEZ.    El  año  XX,  epilogo. 


fflSTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  II        121 

AI  lado  de  este  despotismo  que  se  cernía  en  la  familia 
rodeado  de  la  mas  alta  veneración  y  respeto,  pero  bajo 
las  austeras  virtudes  religiosas  y  sociales  de  aquellos  dias; 
ante  el  ejemplo  de  un  cristiano  viejo  que  representalxí 
el  tipo  mas  perfecto  del  caballero  español  de  aquel  enton- 
ces; de  la  dulce  y  santa  piedad  de  las  madres  americanas 
de  aquella  época  que  ni  encendían  fanatismo  ni  derra- 
maban supersticiones  y  que  si  no  dejaban  obscuras  de 
Dios  las  almas  de  sus  hijos  al  bañarlas  con  la  luz  de  la 
religión,  solo  temblaban  ante  el  escándalo ,  y  el  pecado, 
como  la  madre  de  San  Luis;  criados,  en  fin,  entre  aque- 
llas costumbres  escencialmente  americanas  de  la  actividad 
varonil  para  el  manejo  del  cnballo  y  con  la  sagacidad  que 
despierta  aquella  vida  en  que  el  imperio  del  individua- 
lismo y  de  la  ardiente  y  noble  emulación  por  lo  hazañoso 
y  digno  de  aplauso,  despiertan  tanto  la  audacia,  el  valor, 
la  imaginación  y  la  vivacidad  del  espíritu,  como  conservan 
y  robustecen  la  salud  y  las  energías  físicas  del  cuerpo,— 
los  hijos  de  familia,  la  juventud  de  Salta,  que  iba  á  de- 
sempeñar tan  brillante  papel  desde  1810,  recibían  en  el 
hogar  aquella  educación  que  hizo  tan  famosos  á  nuestros 
antepasados  por  el  temple  de  su  espíritu,  por  el  valor  y 
grandeza  de  sus  almas,  por  la  altura  moral,  la  altivez 
personal,  el  honor  cívico  y  la  honradez  á  toda  prueba  que 
recibieron  y  les  enseñaron  sus  padres,  los  antiguos  hidal- 
gos españoles. 

Desde  mediados^  del  §iglo  XVIII,  los  hijos  de  familia, 
especialmente  el  primogénito,  empezaron  á  aplicar  su  acti- 
vidad al  estudio;  por  que,  hasta  entonces,  el  alto  comercio 
estaba  en  manos  de  los  españoles,  y  sus  hijos,  americanos, 
se  contraían  á  la  atención  de  sus  propiedades  rurales  ó 
á  gozar  desde  temprano  de  la  fortuna  de  su  casa,  entre- 
gándose ó  una  vida  de  holgura  y  calavera,  que  llegó  á 
ser  famosa.  Desde  entonces,  los  estudios,  las  carreras 
liberales  llegaron  á  imponerse  como  una  moda  y  como 
un  distintivo  de  verdadero  honor,  á  tal  extremo  que  el 
doctor,  ya  fuera  clérigo  ó  abogado,  constituía  gala  y  or- 
gullo de  la  familia  en  toda  casa  de  rango  y  de  buen  tono. 

Por  que  la  riqueza  y  la  opulenta  posición  de  las  familias 
patricias  de  Salta  llegó  á  ser  de  tal  pujanza,  que  sus  hijos 


193  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

recibían  su  educación  en  el  colegio  de  la  ciudad,  fundado 
por  los  jesuítas  ó  iban  ü  mejores  aulas  los  que  se  dedi- 
caban á  las  carreras  liberales  y  así  poblaban  los  colegios 
y  las  universidades  de  Córdoba,  de  Chuquisaca  y  aun  de 
Lima,  donde  llamaban  la  atención  por  el  vigor  y  sagacidad 
de  su  talento,  cuyos  esfuerzos  liberales  y  avanzados  ha- 
blan de  brillar  y  honrar  tanto  los  días  de  la  revolución  y 
cuyo  carácter  inquebrantable  habíalos  de  llenar  de  tanto 
honor  y  dignidad.  Los  mas  pudientes,  y  también  los  pa- 
dres de  familia  mas  orgullosos,  mandaban  sus  hijos  hasta 
Madrid  &  su  Colegio  de  Nobles  y  d  sus  universidades,  ó 
&  vivir  en  la  corte  como  los  Moldes,  como  los  Gurruchagas, 
ó  ü  sacudir  del  corazón  inconvenientes  é  imprudentes 
amores,  como  Tineo;  ó  ¿ya  los  costeaban  como  alx>- 
gados  defensores  de  su  honra,  cual  lo  hizo  el  nobilísimo 
D.  Estanislao  de  Toledo  Pimentel,  quien  enviaba  á  la 
corte  de  Madrid  &  su  hijo  el  Dr,  D.  Pedro  Toledo,  canó- 
nigo mas  tarde  de  la  catedral  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra, 
ú  defender  su  honor  comprometido  por  el  gobernador  de 
Salta,  D.  Ramón  García  Pizarro.    1). 

Cuando  esta  juventud  volvió  de  los  claustros,  de  1780  & 
1810,  conocedora  de  su  valer  y  de  su  mérito;  orgullosa  de 
su  cuna,  de  su  raza,  y  de  su  cultivada  inteligencia,  á  la 
que  habla  nutrido  con  los  estudios  jurídicos,  filosóficos, 
históricos  y  literarios,  económicos  y  políticos,  fuera  del 
programa  universitario,  en  los  textos  españoles  y  france- 
ses de  Montesquieu,  de  Raynal,  de  Rousseau,  de  Volney, 
de  Montagne,  de  Adam-Smith,  de  Mariana,  de  Solís,  de 
Zolórzano;  y  en  los  antiguos  y  clásicos  de  Plutarco,  de 
Cicerón,  de  Salustio,  de  Juvenal,  de  Jenofonte,  de 
Eschylo,  de  Aristóteles,  Platón,  Demóstenes,  Heródoto, 
César,  de  Tácito,  de  Tito  Livio  y  demás  romanos  y  griegos 
famosos  en  el  mundo  de  las  letras,  que  les  enseñaron  los 
derechos  del  hombre,  los  principios  políticos,  la  igualdad, 
la  libertad  y  el  progreso;  la  fisonomía  de  los  grandes  ciu- 
dadanos, los  trastornos  y  reivindicaciones  de  los  derechos 


1)  Gonyiene  advertir  que  en  aquella  época,  casi  todo  el  clero  era  docto- 
rado til  utroque  jur%8,  siendo  asi  hus  miembros  teólogos,  canonistas  y 
abogados  al  mismo  tiempo. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  H         123 

sociales  como  el  engrandecimiento  y  la  caida  de  los  im- 
perios, todo  sensibilizado  en  sus  espíritus  con  los  gran- 
diosos sucesos  de  la  revolución  francesa  derrlbadora  de 
los  antiguos  reyes,  y  de  las  antiguas  violencias  de  las 
instituciones  sociales  y  políticas,— encontráronse  al  fícente 
de  las  irritantes  injusticias  que  el  régimen  español  sostenía, 
y  de  un  poderosísimo  elemento  de  resistencia  que  ese 
mismo  despotismo  y  torpe  y  abusivo  régimen  habia  la- 
brado; por  que  si  aquellos  jóvenes  doctores  educados  para 
el  pensamiento  y  el  gobierno  social  se  hallaron  con  las 
puertas  del  gobierno  de  su  patria  cerradas  y  solo  francas 
para  el  extrangero,  para  los  españoles  muy  inferiores, 
por  cierto,  aun  aquellos  que  gozaban  título  de  suflciencia, 
como  el  obispo,  por  ejemplo,  en  su  preparación  intelec- 
tual, encontraron  aliado  poderosísimo  en  todo  el  elemento 
americano.  Sus  hermanos  y  todos  los  demás  hijos  de 
buena  casa,  ricos,  orgullosos  y  altivos  hablan  llegado  & 
formar  una  entidad  social  valiosísima  y  temible  por  su 
número  y  significación:  eran  los  poseedores  del  derecho 
privado  en  el  país,  y  formaban  «el  eslabón  entre  el  pue- 
blo bcyo  de  artesanos  y  siervos  y  los  jóvenes  que,  ha- 
biendo logrado  una  educación  literaria,  ¡habían  alcanzado 
título  de  abogados  y  doctores»  adquiriendo  estos  cada  dia 
mayor  influencia,  como  representantes  de  los  hijos  del 
país.  Toda  esta  masa,  desde  el  doctor  hasta  el  artesano, 
desde  el  sacerdote  hasta  el  campesino  y  el  esclavo  ame- 
ricano, alimentaba  por  todas  aquellas  causas  que  hemos" 
visto,  desde  el  seno  de  la  familia  hasta  las  esferas  del 
gobierno,  marcadísima  y  profunda  enemistad. 

Especialmente  los  españoles  ordinarios,  hijos  de  la  plebe 
de  España,  que  por  su  baja  esfera  y  mala  educación  no 
podían  imponerse  en  la  sociedad,  llegaron  ú  convertirse, 
en  los  últimos  años,  en  verdadero  blanco  de  los  odio3  y 
rivalidades  de  los  hijos  del  país.  Tildáronlos  con  el  nom- 
bre general  de  gallegos;  sus  torpezas  y  desaciertos  y  ri- 
diculeces se  contaban  y  tejian  por  diversión,  á  lo  que 
venían  ú  dar  confirmación  de  justicia,  ciertas  torpezas 
públicas  ó  rarezas  de  genio  que  llegaron  a  sorprender  al 
vecindario;  como  que  hubo  uno  de  ellos,  recordaremos,  que 
edificó  su  casa  colocando  hücia  el  interior  del    patio   los 


134  DR.  BERNARDO  FRUS 

balcones  y  no  á  la  calle,  para  guardar  á  sus  hijas  de  las 
miradas  y  del  amor  peligroso  de  la  juventud  elegante  y 
calavera  1)  y  otro,  de  nombre  Fernández,  llegó  á  clavar 
viva  á  su  mujer  en  la  caja  funeraria,  cansado  ya  de  verla 
enferma  tantos  años  y  para  que  muriera  de  una  vez. 

Esta  animosidad,  este  odio  y  repulsión  que  sentían  los 
hijos  del  país  por  los  españoles,  era  por  estos  bien  y 
nutridamente  correspondido,  manifestándose  el  ardimiento 
de  su  apasionada  rivalidad,  hasta  en  los  actos  públicos 
y  sociales;  por  que  como  hubiera  sucedido  que  en  cierta 
ocasión  se  hiciera  necesario  dar  una  representación  tea- 
tral, el  elemento  español,  aprovechando  su  pericia  en  el 
arte,  confeccionó  una  pieza  de  comedia  de  costumbres, 
donde,  entre  otras  cosas,  con  espíritu  despreciativo  se  decía, 
por  ejemplo:— «  El  español  huele  á  tienda  nueva  y  el  ame- 
ricano á  charque  gordo. » 


XIX 


Leyes  sociológicas  que  no  son  de  nuestra  incumbencia 
analizar,  vinieron  á  producir,  con  otras  causas  comple- 
jas, una  raza  de  hombres  de  constitución  vigorosa  y  tan 
robusta  que  su  descendencia  de  hoy  solo  acusa  degene- 
ración y  flaqueza.  La  continua  mezcla  de  las  familias  ya 
formadas  desde  antiguo  con  el  nuevo  contingente  que 
traía  la  inmigración  vasca  y  castellana  que  acudió  por 
excelencia  á  Salta,  era,  acaso,  una  de  esas  causas  de 
mayor  poder,  uniéndose  á  todo  ello,  la  educación  física 
que  se  recibía  entonces,  como  poderosísimo  auxiliar. 

El  niño,  desde  que  comenzaba  á  andar,  comenzaba  tam- 
bién á  ejercitarse  en  el  manejo  del  caballo;  en  todas  las 
provincias  argentinas  del  norte,  y  aunque  el  hijo  de  la 
ciudad  fuera  mas  considerodo,  no  llegaba  á  los  diez  años 
sin  ser  un  verdadero  ginete.  Los  viajes  comenzaban  para 
él  desde  temprana  edad  y  ya  en  ellos,  ya  en  las  tempe- 
rados de  vida  campesina  que  pasaba  en  las  estancias, 
aprendía  y  acostumbraba  su  naturaleza  al  rigor  de  calores 


1)  La  casa  existe  aún. 


HISTORIA.  DE  60EMES  Y  DE  SALTA.— CAPITULO  11         125 

y  de  fríos,  desafiando  la  intemperie  y  las  privaciones  con 
6j]¿ereza  varonil.     Noble  espíritu  de  dignidad  alentaba  su 
org-ullo  á  sobreponerse  ó,  al  monos,  á  igualar  á  los  gau- 
chos campesinos  en   destreza,   valor   y   ajilidad  en   todo 
^íuello  que  importaba  á  su  predominio,  como  que  era  el 
señor  ó  superior,  y  de  tal  manera,  que  el  hombre  decente  que 
^eíiia  sus  labores  en  la  campaña,    era  el  primero   de  los 
^^Uchos  de  la  comarca,  y  como  ellos  se  vestía,    y  como 
^/^^s  manejaba  el  caballo  mas  fogoso  y  esgrimía  el  puñal, 
^'^Onpre  al  cinto,  con  habilidad  consumada;   y  lo  mismo 
g^^^fiaba  los  rigores  de  la  naturaleza  y  del  desierto,  como, 
A  ^^rios,  los  embates  de  las  fieras  de  los  bosques,  retadas 
^^Xnbate  singular  en  medio  de  la  selva,  como  lo  acos- 
NíÍLfl\braba  hacer,  por  ejemplo,   Don    Pachi  Gorriti,   entre 
otros.    Por  la  raza  y  por  la  varonil   educación  física  que 
recibían  desde  tan  temprano,   aquellos  hombres  eran  tan 
robustos  y  valerosos,    muchos   de  fuerzas  hercúleas,  de 
contextura  fuerte,  desarrollada  en  varoniles  proporciones; 
y  de  una  salud  que  condecía  con  todas  estas   excelentes 
cualidades,  pues,  tan  bien  pasabají  largas  y  repetidas  no- 
ches durmiendo  sobre  las  piezas  del  recado  de  ensillar  y 
al  solo  abrigo  de   un  árbol   desnudo  de  follaje,  ó  veces, 
en  el  invierno,  como  en  el  blando  y  abrigado  lecho  bajo 
el  techo  de  la  familia,  sin  recibir  por  ello  quebrantamiento 
ninguno. 

Así  se  formaron  y  así  fueron  los  gauchos  decentes,  en 
que  se  contaban  casi  todos  los  hombres  distinguidos  de 
la  época.  Hombres  de  ciudad  y  educados,  hijos  de  buena 
casa,  doctores  muchos  de  ellos,  y  casi  todos  de  familia 
acaudalada,  fueron  caballeros  dignísimos  en  la  vida  social 
y  de  salón  que  transformaban  sus  hábitos  y  su  traje,  to- 
mando el  de  los  gauchos,  cuando  pasaban  á  dirigir  la 
atención  de  sus  intereses  rurales.  Durante  aquella  tem- 
porada, la  barba  crecía  con  toda  su  libertad;  el  chiripá 
de  tela  fina  reemplazaba  al  calzón;  la  bota  de  grandes  es- 
puelas de  plata,  al  zapato;  un  ceñidor  bordado  de  seda  y 
cubierto  de  metales  preciosos,  sujetaba  el  chiripá  por  la 
cintura  donde  guardaba  el  puñal,  de  empuñadura  lujosa. 
Un  sombrero  de  anchas  alas,  el  poncho  de  tejido  superior, 
y  un   pañuelo  de   seda  al  cuello,  cubrían  el  cuerpo  que 


126  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

vestía  chaqueta  ó  camiseta  especial  y  completaban  su 
traje,  en  lo  común.  El  caballo  en  que  montaba  era  siem- 
pre de  ejtcelentes  condiciones,  llevando  crecidas  la  cola  y 
á  veces  la  crin,  y  sus  enseres,  desde  la  rienda  hasta  la 
silla  y  los  estribos,  todo  de  lujosa  ornamentación  de  plata, 
con  cuya  vistosa  estampa  se  presentaba  en  su  hacienda, 
donde  tan  hábilmente  manejaba  el  lazo  como  dominaba 
el  potro  mas  impetuoso. 

La  mujer,  ya  fuera  la  dama  mas  noble  y  encumbrada, 
ya  la  rústica  campesina,  manejaba  el  caballo  con  igual 
elegancia  y  gallardía,  haciendo  en  él  sus  viajes,  á  veces 
hasta  Lima,  sus  paseos  y  escursiones  veraniegas;  y  que 
habla  de  aprovechar  muy  en  breve,  estas  sus  virtudes  de 
amazona,  en  las  continuas  emigraciones  á  Tucuman,  ú 
las  estancias  fronterizas  ó  á  las  breñas  recónditas  do  las 
montañas,  para  dejar  solamente  al  enemigo  una  ciudad 
desolada  y  sin  vida  en  quince  años  de  una  guerra  la  mas 
enconada  y  sangrienta,  ó  para  huir  hasta  Tupiza,  hasta 
Potosí,  hasta  la  Paz  y  hasta  el  Cuzco,  de  las  venganzas  de 
la  revolución. 

En  la  gente  de  la  ciudad  solo  se  veía  el  traje  europeo, 
y  por  aquellos  días  cercanos  &  la  revolución,  era  de  moda 
el  calzón  corto  sujeto  á  la  rodilla,  la  media  alta  y  el  za- 
pato. Para  el  diario  se  gastaba  la  chaqueta  ó  chupetín, 
de  faldas  cortas,  pues,  apenas  pasal^a  de  la  cintura  y  cuyo 
imperio  resistió,  aunque  extraño,  hasta  después.  El  ves- 
tido de  gala  ó  de  ceremonia,  usado  de  ordinario  el  dia  de 
fiesta,  lo  formaban  la  levita  y  mas  especialmente  el  frac 
de  largos  faldones,  de  cuello  y  hombros  altos  y  grandes 
solapas  de  largas  puntas;  el  chaleco  era  abierto  y  muchas 
veces  de  lujoso  género  de  hilo  de  plata  que  hoy  solo  se 
emplea  en  ropages  sacerdotales;  la  camisa,  de  holán  de 
hilo  con  la  pechera  ancha,  llena  de  vuelos  y  encarrujados, 
terminaba  en  un  cuello  alto,  ceñido  por  grandes  corbatines. 

La  gente  rica  usaba  este  traje  de  terciopelo,  de  sedas  y 
de  paño,  la  media  alta,  de  seda;  el  calzón  sujeto  fx  la  ro- 
dilla por  hebillas  de  oro  ó  de  plata  con  esmeraldas  y 
topacios,  las  que  usaban  también  en  los  zapatos.  En  in 
vierno  llevaban  capas  de  paño  ó  de  gruesa  anafalla  de 
seda,  generalmente  negras,   verdes  y  granas.    Si   era  sa- 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA-OAPITULO  II         127 


cerdote,  usaba  sotana  de  raso  de  seda  en  las  grandes  ce- 

'^emonias  del  culto;  y  el  doctor,  fuera  eclesiástico  ó  seglar, 

"ftvaba  anillo  de  oro  con  roseta  de  diamantes  en  el  índice 

^^  la   mano  derechai    El  peinado  lo  usaban  tendido  el  pelo 

^^cia  adelante  con  cierto  desorden,  y  no  se   veían  calvos 

eatOnces,  pues,  la  peluca  era  de  uso  general;  y  la   barl>a 

^    llevaban  rapada,  dejando  solamente  una  corta  patilla. 

^-•0^  mujeres  usaban  la  blusa  de  talle  corto;  el  cuello  y 

í^orte  superior  del   pecho    completamente   descubierto, 


ei^íX 


de  diario,  y  la  manga  apenas  cubría  hasta  el   codo; 


vallera  era  redonda,  plegada  y  tan  corta  que  no  pasaba 
\^\  tobillo,  dejando  lucir  el  zapato  y  la  media  de  seda  de 
\(ji  dama;  y  el  peinado,  apartando  el  pelo  con  la  raya  en 
medio,  caía  á  los  costados  cubriendo  casi  las  orejas  total- 
mente en  forma  abultada  y  las  dos  trenzas  sujetas  bajo 
la  coronilla  y  cubriendo  el  cuello.  El  traje  de  gala  de 
una  dama  aristocrática  era  de  sumo  lujo;  desde  la  enagua 
hasta  la  media  eran  de  seda,  y  sus  vestidos  de  baile  y  de 
ceremonia  bordados  en  hilo  de  oro  y  de  plata  y  de  len- 
tejuelas del  mismo  metal.  Usábase  el  vestido  angosto, 
llamado  de  medio  paso,  y  algo  corto  de  faldas,  llevándo- 
lo las  señoras  en  el  baile  con  larga  cola.  Grandes 
pendientes  con  perlas  y  diamantes;  cinturones  de  eslabones 
de  oro  y  perlas  y  piedras  preciosas,  cayendo  en  lazos  por 
la  falda,  é  igualmente  las  demás  alhajas  mujeriles,  enrique- 
cían el  tocado.  No  habla  dama  de  distinción  que  no  tuviera 
el  collar  de  perlas,  muy  de  moda  entonces,  y  algunas  lo 
usaban  aun  de  diario.  Los  abanicos,  cuyos  ejemplares 
conservamos,  eran  de  largas  varillas  de  marfil,  primo- 
rosamente talladas,  con  dibujos  de  oro  y  de  plata  y 
luciendo  rosetas  de  diamantes,  en  ellas;  algunos  tenían 
sus  varillas  de  oro.  En  su  parte  superior,  una  tela  de 
raso  presentaba  paisajes  de  finísimas  pinturas  entre  len- 
tejuelas y  bordados  de  oro.  Una  niña,  como  una  señora, 
no  salían  jamas  en  talle  suelto  á  la  calle  ni  ufaban 
tampoco  el  sombrero;  chales  ó  mantos  de  merino  y  de 
seda  envolvían  su  cuerpo,  dejando,  sin  embargo,  al  descu- 
bierto la  cabeza,  que  solo  se  la  cubrían  en  la  iglesia,  á 
diferencia  de  las  costumbres  tan  celebradas  de  Lima. 
Se  almorzaba  á  las  doce,  con  la  puerta  de  la  casa  cer- 


128  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

rada;  se  dormía  la  siesta  hasta  las  tres,  y  se  cenaba  á  las 
ocho.  La  mañana  y  la  noche  eran  las  horas  destinadas  á 
las  visitas  de  sociedad. 

Saber  bailar  era  virtud  de  buen  tono  y  mejor  educa- 
ción entonces,  y  el  minuet  fué  la  pieza  mas  celebrada  de 
la  época.  A  estas  reuniones  sociales  se  agregaba  la  cos- 
tumbre de  las  frecuentes  visitas,  que  se  hacían  de  dia 
como  de  noche  y  especialmente  los  domingos;  en  ellas  se 
obsequiaba  con  dulces  y  refrescos  en  el  estío;  con  café  y 
chocolate  en  el  invierno;  el  mate  dulce  era  de  uso  general 
en  todo  el  año.  Las  señoras  olían  rapé  aromético  guar- 
dado en  cajillas  de  oro  ó  carey,  muchas  veces  una  joya, 
que  llevaban  siempre  en  el  bolsillo  de  la  pollera  y  del 
que  obsequiaban  á  las  visitas  de  su  edad  y  que  lo  absor- 
vían,  como  ellas,  á  pulgaradas.  En  las  cereníonias  de  un 
salón,  no  se  acostumbraba  dar  la  mano,  cuya  moda  im- 
presionó sobremanera  al  nacer,  pero  sí  estuvo  muy  en 
boga  y  su  gusto  perduró  hasta  mediados  del  siglo  XIX, 
el  cantar,  con  acompañamiento  de  guitarra,  que  aun  no 
llegaron  los  pianos,  en  las  reuniones  de  buen  tono,  los 
jóvenes  y  las  niñas.  En  razón  de  todo  esto,  de  los  mu- 
chos dias  de  fiesta,  de  la  holgura  general  de  la  vida  de 
entonces,  como  por  mil  otras  causas,  formóse  una  socie- 
dad de  espíritu  verdaderamente  alegre,  afecto  á  la  diver- 
sión y  al  placer,  ya  fueran  estas  fiestas  religiosas,  donde 
se  mostraba  honradísima  piedad,  ya  fueran  aquellos  otros 
festivales  y  aun  los  mismos  juegos  de  azar,  efecto  todo 
ello,  en  su  fondo,  del  sociego  á  que  reducían  la  vida  de 
entonces  las  instituciones  coloniales.  Basta  pensar,  para 
darse  cuenta  de  su  extremo,  que  aquella  antigua  gente 
prolongaba  hasta  por  quince  dias,  especialmente  en  la 
campaña,  los  regocijos  de  pascuas  y  carnavales,  costum- 
bre que  sobrevivió  muchos  años  todavía  al  derrumba- 
miento del  antiguo  régimen  colonial. 

Del  resultado  de  este  continuo  roce  social,  se  formó  el 
espíritu  sumamente  atrayente,  liberal  y  obsequioso  de 
aquellas  familias  y  de  aquellas  gentes:  y  en  estos  actos 
mismos,  notable  era  la  diferencia  entre  las  personas  de 
rango  y  aristocrática  educación,  de  aquellas  otras  mas 
llanas  y  francas  y  de  espíritu  con  tendencias  democráticas; 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  ü  129 

por  que  si  en  las  primeras,  en  un  banquete,  por  ejemplo, 
resaltaban  las  cultas  y  respetuosísimas    maneras  y   pen- 
samientos, en  las  segundas,  heredando  en  cierto  grado  las 
costumbres   demasiado  familiares  de   los  españoles  de  la 
c/ase  plebeya  que  pinta  Larra  en  el  Castellano  vfejo,  llega- 
^n     ú  colocar    en  violento*    compromiso  [á  la    persona 
^6    mas  alta  educación,    especialmente   si   era  dama,   al 
expresarle  sus  finezas.    Por  que  sí  en  España  esta  buena 
^^nte    acostumbraba,    por  acto  de  cariñosa  cortesía,  pa- 
^^  s\i  bocado  ú  su   huésped,    nuestros  antepasados  con 
P^í"ticularidad   los  de  segundo  rango  de  la  ciudad  y  los 
.  ^^  ntones  de  la  campaña,  pasaban  la  presa  del  pollo,  por 
^j^^^^plo,  en  un  almuerzo,  tomada  á  dedo  limpio,  que  no 
^^pre  lo  estaba,  diciendo  al  obsequiarla:— «  Por  ser  de 
'^X^    manos»    Y  así   era  forzoso   el  aceptarla,  como    asi 
trvtemo  el  beber,  á  instancias  de  cualquier  vecino,   en  la 
fiesta,  lo  que  sí   era   arma  poderosa  para  los  triunfos  de 
la  alegría  y   del    amor,     violentaba  y    aun  colocaba  en 
peligro  á  quien  no  llevaba  aquel   camino.    Por  lo  demás, 
las  gentes  de  aquella  época  eran  obsequiosas  y  rumbosas, 
cada  una  en  su  clase;  y  como  nó  existieran  entonces  ho- 
teles  ni  posadas  ni   aun    en  las   ciudades  capitales,    los 
viajeros  y  forasteros  en  general,  se  hospedaban  en  casas 
de  vecinos  de  su  relación  ó  á  quienes  eran  recomendados. 
La  amabilidad  de  ese  su  buen  trato,  hacía  que  la  familia 
forastera  fuera  visitada  y  obsequiada  con  cariño  y   fran- 
queza, cuando  así  lo  merecían  su  clase  y  las  credenciales 
que  la  acompañaban;  y   si  era   personaje  de  valía,  á  mas 
de  este  agasajo  común,  era  obsequiado  con  bailes  y  ban- 
quetes. 

En  una  casa  de  buen  tono  se  veía  lujosísimo  ajuar 
haciendo  contraste,  hoy  en  verdad  asombroso,  con  la  sen- 
cillez ó  rusticidad,  acaso,  de  otros  usos  y  objetos;  que 
sus  muros  ni  eran  decorados  ni  empapelados,  ni  el  ma- 
deramen de  su  techo  cubierto  como  lo  es  hoy  de  costum- 
bre general;  mientras  en  su  recinto,  el  salón  principal 
tenia  cubierta  la  pared  cabecera  hasta  cierta  altura,  de 
telas  de  riquísimo  damasco  de  seda  color  carmín,  siendo 
de  igual  especie  los  cortinados  de  sus  puertas;  en  igual  sitio 
se  alzaba  el  estrado,  que  era  cierta  leve  eminencia  donde 


130  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

las  damos  recibían  los  visitas;  del  techo  colgaba  una  gran 
araña  de  cristal,  y  sus  muros  eran  cubiertos  de  grandes  espe- 
jos de  marcos  y  elevadas  coronaciones  de  cristal,  que  res- 
plandecían hermosamente  con  los  rayos  déla  luz;  por  la 
noche  era  iluminado  por  bujías  de  sebo,  sobre  hermosos  sus- 
tentáculos ó  candeleros  de  plata,  y  era  esta,  finalmente,  la  úni- 
ca pieza  alfombrada.  Este  lujo,  importado  especialmente  de 
España,  le  prestaba  al  salón  aspecto  verdaderamente 
regio  cuando  en  noches  de  bailes,  por  ejemplo,  lo  pobla- 
ba aquella  brillante  y  lujosísima  aristocracia,  al  compás 
de  la  orquesta  de  violines,  flautas  y  otros  instrumentos 
musicales  que  manejaban  los  esclavos  de  ciertas  casas 
opulentas. 

El  interior  de  la  casa  mantenía  su  lujo  relativo.  En  toda 
casa  decente  y  de  recursos,  la  vajilla  era  de  plata,  com- 
pletamente toda,  y  aun  los  trastes  destinados  &  los  usos 
mas  viles;  las  sillas  de  madera  tallada,  de  asientos  y  res- 
paldos de  terciopelo  y  mas  comunmente  de  suela  ó  ba- 
queta esculpida,  y  ellas,  como  los  muebles  principales,  de 
nogal  y  Jacaranda,  importados  directamente  de  la  penín- 
sula, algunos  de  los  cueles,  como  los  escritorios  y  los 
cómodas,  llevaban  chapas  y  tiradores  de  plata  y  de  bronce;  el 
lecho  de  la  señora  de  la  casa,  llevaba  cortinas  de  damasco  de 
seda,  generalmente  carmín,  como  la  sala,  siendo  del 
mismo  gusto  la  sobre  cama  ó  colcha,  que  también  la  usa- 
ron de  terciopelo  con  galones  y  rapacejo  de  oro.  No  era 
menos  brillante  un  señor  de  esta  categoría,  el  presentarse 
á  caballo  en  las  fiestas  y  paseos  urbanos;  que  los  arreos 
de  ginete  eran  todos  revestidos  de  plata  y  aun  de  oro. 
El  acaudalado  español,  D.  José  de  Ormaechea,  lucía  una 
cabezada  con  ciento  y  ocho  piezas  de  plata,  i)  La  silla 
de  paseo  la  usaban  forrada  en  terciopelo,  lo  mismo  que 
el  mandil,  rojos  por  lo  general,  con  galón  de  oro  y,  en 
sus  ángulos,  grandes  cabezas  de  leones,  de  realce  el 
dibujo  y   bordados   con  hilo  de  oro  ó  de  plata. 

Las  damas    usaban  una  silla   con  espaldar  y  pequeños 


1)  Dato  tomado  de  su  expediente  testamentario,  como  también  tomamos 
de  esta  fuente,  gran  número  de  los  que  consignamos,  agregando  á 
estos  los  suministrados  por  la  mas  respetable  tradición  y  por  machos 
objetos  conservados. 


HISTORIA  DE  GÜEME8  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  II 


181 


brazos,  forrada  en  terciopelo  y  con  estribo  firme,  de 
manera  que  no  daban  frente  á  la  dirección  que  llevaban 
sino  al  costado.  La  silla  inglesa  que  hasta  hoy  se  usa, 
fué  introducida  recien  en  la  moda  por  los  años  de  1820. 
La  riendas  eran  de  cordones  de  seda  para  las  señoras  y 
las  niñas.  Un  hombre  derramaba  mayor  esplendor  en  su 
traje  y  en  los  arreos  de  caballero  cuando,  desempeñando  el 
cargo  muy  honroso  entonces  de  Alférez  Real  del  cabildo, 
paseaba  por  las  calles  el  real  estandarte  español  en  la 
gran  fiesta  de  la  ciudad,  que  recordaba  su  fundación,  y 
era  celebrada  el  !<>  de  Mayo  de  cada  año,  día  de  sus  santos 
patronos. 


CAPÍTULO  m 


Belid^on  é  Instraooiom  Pública 


SUMARIO:— Carácter  reli(^oso  de  loi  pueblos  de  América— La  fe  religiosa 
en  la  sociedad  de  Salta— Ordenes  religiosas — ^Prácticas  piadosas — ^Las 
Capeílanias,  su  objeto  y  su  forma;  sus  consecuencias— Altura  intelectual 
del  clero  ae  Salta;  sus  virtudes. 

Administración  eclesiástica;  las  sedea  episcopales— Riqueza  del  cuUo 
y  de  la  iglesia— Privilegios  que  gozaban  los  bienes  eclesiásticos— In- 
munidades del  clero — ^La  Iglesia  y  el  Estado— El  patronato  real;  provisión 
de  curatos. 

La  ilustración  baja  del  Perú  á  la»  comarcas  argentinas— Los  jesuítas 
en  Salta;  la  misión  del  Tucuman— Fundación  de  colegios;  ramos  de  su 
enseñanza  -Cabezón  y  el  Dr.  Acevedo— La  pl^^be  y  la-  instrucción ^La 
instrucción  superior— El  Colegio  Máximo— El  obispo  Trejo  funda  la 
universidad  de  Córdoba— El  Colegio  de  Monserrat  y  el  de  Loreto— Di- 
visión universitaria;  facultad  de  artes,  de  teología  y  de  leyes— Grados 
universitarios—Colación  de  grados;  descripción  oo  la  ceremonia— Pres- 
tación del  Juramento;  profesión  de  fe— Las  insignias  doctorales— Pro- 
hibiciones. 

La  nniversidad  de  Charcas— Altura  y  progreso  de  su  enseñanza— 
Faentes  en  que  se  ilustra  la  juventud— El  espíritu  revolucionario— Es- 
tado intelectual  del  pais— Hombres  ilustres  salidos  de 'los  claustros  de 
Córdoba  y  de  Charcas. 


1 

I 

La  conquista  de  estas  comarcas  había  sido  practicada 
por  virtud  de  dos  poderosos  auxiliares,— por  la  espada  y 
por  la  cruz;  y  como  los  civilizadores  y  nuevos  pobladores 
de  ellas  vinieron  desde  España,  país  donde  por  siete  siglos 
las  generaciones  habían  luchado  por  su  libertad  á  la  som- 
bra del  cristianismo,  las  nuevas  poblaciones  que  se  alza]:)an 
en  América,  eran  profundamente  religiosas.  Y  bien  puede 
asegurarse  que,  por  esta  clase  de  razón  á  la  vez  que  por 
las  leyes  que  con  entero  celo  velaban  por  la  pureza  de  la 
santa  fe,  todos  los  habitantes  de  América  eran  en- 
tonces católicos,  apostólicos,  ronianos,  sin  un  solo  disidente 
ó  hereye,  como  entonces  se  lo  llamaba  y  aborrecía.   Mas  con- 


184  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

viene  dejar  establecido  para  honra  del  Nuevo  Mundo,  que 
aquel  odio  enconado  que  sentía  el  español  de  aquellas 
épocas  por  el  hereje,  que  era,  para  él,  enemigo  de  su  Dios 
y  de  su  patria,  no  fué  sentido  siquiera  por  la  sociedad 
americana,  de  manera  que  el  espíritu  religioso  que  en- 
cendía la  viva  fe  de  nuestros  antepasados,  era  tranquilo  y 
suave,  sin  haber  sido  manchado  y  obscurecido  y  des- 
prestigiado por  aquel  fiero  fanatismo  y  aquella  rigurosa 
intolerancia  que  con  tanta  prepotencia  y  en  tanta  altura  y 
con  tanto  poder  y  tanto  horror  reinaba,  desde  siglos  atrás, 
en  la  península  alimentado  por  aquel  carácter  lleno  de 
fuego,  de  apasionamiento  y  exaltación  que  ha  distinguido 
siempre  al  español,  especialmente  en  negocios  de  fe  y  de 
patriotismo,  fuente  que  ha  sido  de  pajinas  heroicas  mas 
también,  de  tristes  y  lamentables  errores. 

Y  como  los  odios  que  trabajan  el  corazón  de  los  hom- 
bres no  se  heredan  entre  una  generación  y  otra,  mayor- 
mente si  la  descendencia  se  desarrolla  en  punto  diferente 
del  globo;  y  como  también  las  grandes  y  poderosísimas 
causas  que  engendraron  aquellos  odios  verdaderamente 
nacionales,  no  se  produjeron  ni  fueron  sentidas  siquiera 
por  refleccion  distante  por  las  sociedades  americanas,  su 
espíritu  fué  siempre  limpio  y  ajeno  4e  estas  sombras  pe- 
sadas, por  que  ni  hubo  en  estos  países  disputas  teológicas 
que  enardecieran  y  discordaran  los  espíritus  ni  disidencias 
de  je  encendieron  en  América  guerras  religiosas  que  tan- 
tos estragos  engendran  por  ser  las  mas  apasionadas  y 
violentas  de  cuantas  perturban  la  paz  de  los  pueblos^ 
como  las  tuvo  que  soportar  y  lamentar  la  Europa  en 
siglos  bien  largos  en  que  sembraron  sus  fatigas  y  lamen- 
tables consecuencias.  Uno  que  otro  hereje  aislado  ó  sos- 
pechosos de  heregía  sorprendidos  por  la  policía  de  la 
inquisición  del  Perú;  uno  que  otro  judaizante,  ó  poseído 
del  demonio  ó  brujo  que  cayó  en  las  garras  de  aquel 
espantoso  tribunal  de  la  fe,  no  conmovieron  la  sociedad 
ni  sembraron  discordia,  por  que  ni  ejercieron  apostolado 
ni  levantaron  partido  ni  fueron,  por  ende,  conocidas  del 
pueblo  sus  doctrinas.  La  religión  católica  con  la  gran- 
diosa sublimidad  de  sus  misterios,  con  las  ostentosas 
y  poéticas  manifestaciones  de  su  culto,  y  las  tradiciones 


HISTORU  DE  GOflüES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  lU        135 

venerandas  de  la  raza  á  quien  venían  ligadas  instituciones, 
libertades,  afectos  poderosísimos  y  pajinas  seculares  de 
heroicidades  y  de  glorias,  extendía  su  imperio  poderoso 
y  tranquilo  y  amado  y  popular  por  toda  la  América  es- 
pañola. La  plebe  urbana  como  los  habitantes  de  los  cam- 
pos, fueron  lo  que  son  estas  clases  sociales  en  todos  los 
tiempos  y  países:— toscos  en  sus  concepciones;  apenas 
conocedores  de  los  rudimentos  del  dogma  y  de  espíritu 
asombradizo  y  supersticioso,  sin  que  en  las  comarcas 
argentinas  haya  tomado,  sin  embargo,  alarmante  extremo 
esta  predisposición  natural  de  los  hombres  al  terror  y  á 
plagar  de  temerosos  misterios  lo  desconocido;  pero  sí, 
mezclados,  en  leve  medida,  con  ciertos  giros  y  costum- 
bres y  creencias  del  ritual  indígena  que  la  nueva  religión  no 
pudo  extirpar  del  todo  entre  los  antiguos  habitantes  del  país. 
La  clase  pensadora,  que  habitaba  la  ciudad;  la  clase  civilizada 
y  culta,  era  de  creencia  honrada,  de  fe  profunda  y  sincera, 
desde  el  simple  comerciante  hasta  el  doctor  preparado  é 
instruido  en  las  universidades*  La  ciencia  eclesiástica  en 
ellos  fué  de  bases  tan  sólidas;  los  principios  dogmáticos  y 
religiosos  &  mas  de  la  fe  inquebrantable  sobre  la  verdad 
y  excelencia  de  la  religión  de  sus  padres,  reposal)an  en 
sus  espíritus  ilustrados  en  razonamientos  tan  elocuentes 
y  robustos,  que  no  hubo  ejemplo,  en  el  clero  ni  en  el 
doctorado  seglar  de  Salta,  que  figuraron  entonces  á  la 
cabeza  del  progreso  intelectual  del  país,  que  renegaran 
del  Dios  de  i^us  padres  y  de  la  religión  de  sus  mayores, 
que  había  sido  siempre  gloria  y  orgullo  de  su  raza.  Bien 
que  el  culto  en  aquellos  días  fuera  mas  ostentoso  y  de 
mas  frecuentes  manifestaciones,  la  piedad  4e  la  gente 
docta  é  ilustrada  fué  tan  profunda,  tan  delicada  y  sincera, 
cual  hoy  es  imposible  el  concebirlo,  como  que  en  él  se 
desarrollaba  todo  el  ardor  del  corazón  en  el  temor  y  el 
amor. divino,  y  la  luz  del  espíritu  ayudaba  á  la  profunda 
convicción  d»  la  verdad  sagrada,  rindiéndose,  así,  culto 
verdaderamente  digno  de  Dios.  Por  que  conviene  recor- 
dar que  aquellos  hombres  eran  grandes  en  todo:  grandes 
en  la  fe  como  grandes  en  el  valor;  invencibles  en  sus 
principios  religiosos  á  prueba  de  la  mejor  dialéctica, 
como  inquebrantables  en  sus  anhelos  liberales  y   en   el 


136  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

credo  político  que  estaban  destinados  &  conquistar  con 
la  espada  en  la  mano,  en  dia  no  muy  lejano;  y  asi  sería 
torpe  y  gravísimo  error  ó  fruto  de  condenable  é  irijusto 
fanatismo^  confundir  su  piedad  religiosa,  ilustrada,  y  sin- 
cera, con  el  aparato  ordinario  y  raquítico  del  beato,  de  fe 
dudosa  y  de  cerebro  obscuro;  que  ellos  representaban,  en 
su  altura  moral,  al  caballero  cristiano  de  la  antigua  Es- 
paña, y,  en  la  potencia  intelectual,  al  ñlósofo  moderno, 
siendo  tan  verdadera  y  general  la  fe  ilustrada  en  la  buena 
sociedad,  que  no .  solo  ellos,  sino  una  dama  en  aquella 
éppca^  era  digna  de  escuchársela,  tai  era  la  altura  y  el 
brillo  de  sus  argumentos  al  razonar  en  materia  religiosa; 
altura  y  sagacidad  y  brillo  con  que  mas  tarde  habia  de 
razonar  en  materia  política. 

Los  católicos  de  aquella  época  fueron  sin  vacilación  ni 
impostura;  la  ciencia  no  dio  en  contradicciones  con  el 
dogma  ni  los  principios  religiosos  de  tan  virtuoso  cato- 
licismo fueron  una  sola  vez  en  ellos,  obstáculo  para  la 
libertad  política  y  social  de  su  patria;  antes,  por  el  con- 
trario^ vio  la  revolución  al  clero  pronunciarse  desde  la 
hora  primera,  luchar  sin  descanso  y  perecer,  á  la  postre, 
por.  la  grao  causa.  Basta  á  su  honor  recordar  que  fué  el 
Dios  del  catolicismo,  el  Dios  que  alentó  su  espíritu  en 
la  azarosa  contienda;  fué  ese  Dios  el  que  invocaron  en  los 
momentos .  mas  supremos  y  al  realizar  los  actos  mas 
trascendental^,  mos  liberales  y  mas  inmortales  de  la  re- 
volución; fué  e^  Dios,  en'íln,  y  fué  su  culto,  el  que  los 
acompañó  en  la  expatriación  y  en  la  adversidad,  ancianos 
fatigados,  mas  cargados  de  laureles  y  de  «glorias  que  de 
años  y  de  achaque^,  y  aquel  cuyo  nombre  dejaron  esca- 
par sus  labios  moribundos  en  el  postrer  aliento. 


II 


Apesar  de  aquella  piedad,  no  prosperaron  entre  nosotros, 
cual  lo  hicieron  en  el  Perú,  las  órdenes  religiosas.  Fuera 
de  los  franciscanos  y  mercedarios,  no  se  conocieron  en 
Salta  conventos  de  otros  frailes,  después  de  expulsados 
los  jesuítas.    £n  el  rosto  del  país  del  Plata  mas^  ó  menos 


HISTORIA  DE  GOJCMES  Y  DS  SALTA-^GAPÍTULO  III        1S7 

era  lo  mismo,  contándose  á  mas  de  eslas  órdenes,  la  de 
Santo  Domingo  de  Guzman.  Sin  embargo,  las  prácticaá 
piadosas  no  desdijeron  en  nada  de  las  ocodtumbradas  en 
las  demás  regiones  de  la  Amériqn;  y  viéronse  las  iglesias 
convertidaB»  en  enterratorios  de  los  fleles;  siendo  los  tem- 
plos cementerios  de  la  clase  decente,  dedicándose  el  pres- 
biterio &  la  cla^e.  sacerdotal  y  altos  personajes,  y  las 
adyacencias,  que  eran  extensas,  servían  de  campo  santo 
para  laclase  pobre. y  humilde,  conviniendo  advertir' que, 
aun  en  el  arancel  fúnebre  se  hallaba  bien  marcada  la 
división  de  castas;  que  los  derechos  funerarios  eran  dis 
tintos  para  el  español  y.  su  descendencia;  delcorréspon- 
diente  á  tes  demás  de  las  gentes.  Era  de  uso  general  te^ar 
reglapientando  minuciosamente-  estas  poefreras  ceremo- 
nias y  ruro  era,  en  verdad,  quien*  no  dispusiera  ser  sepul- 
tado con  el  hábito,  de  San  Francisco,  de  la  Merced  ó  del 
Carmen,  ropaje  que  fué^  conocido  mes  comunmente  cón 
el  nombre  de  mortaja.  Y  como  por  la  santa  fe  la  divini- 
dad extendía  y  derramaba  su  providencia  donde  quiera 
y  su  favor  era  mas  fácil  de  posiesion  mezclando  ó  la  súplica  la 
eficaz  intercesión  de  los  santos  abogados  de  la  corte 
celestial,  eran  nuestros  antepasados  en  extremo  escrupulo- 
sos y  exactos  en  el  cumplimiento  de  sus  deberes  reli- 
giosos, y  no  solamente  llenaban  de  suntuosidad  las  nú- 
merosas  procesiones  y  cofradías,  sino  que  eran  severos 
en  los  ayunos  y  ejercicios  espirituales  de  penitencia  y 
llevaban  reliquias  y  amuletos,  descollando  por  cima  de 
ellos^  el  lignum  cwas,  objeto  rarísimo^  y ■  que  lo  formaba 
una  astilla  de  la  verdadera  cruz  en  que  espiró  Jesucristo, 
adherida  á  un  disco  de  blanca  cera  bendito  todo  por 
el  Santo  Padre  y  guardado  en  relicario  de  oro  y  cristal 
y  fuente  poderosísima  de  milagros  y  misericordias.  Las 
casas  de  familia  tenían  una  imagen  de  su  mayor  devoción, 
la  que»  por  lo  común,  jrepr^sentaibQ .  á  la  virgen.  .María;  y 
de  sus  muros  pendia  gran  cantidad  de  láminas  de  bien- 
aventurados, aun  sobre  la  parte  interior  de  la  misma  puerta 
de  entrada,  como  para  librar  la  casn  de  fascinerosos  y 
enemigos;  imágenes,  láminas  y  reliquias  á  quienes  lleva- 
ba constantemente  sus  preces  la  familia  que  era  suma- 
mente devota. 


n 


laa  DR.  BERNARDO  PRIA8 

Protejiendo  las  leyes  civiles  estas  ideas  como  la  pros- 
peridad y  añanzomiento  de  la  iglesia,  vióse,  entonces,  la 
propiedad  raiz  gravada  con  censo  perpetuo  en  bien  di- 
recto de  las  almas  del  purgatorio  y  en  favor  indirecto, 
aunque  real,  del  fomento  y  sostenimiento  del  clero.  Esta 
institución,  á  la  vez  civil  y  religiosa,  era  la  que  se  conocía 
con  el  nombre  de  capellanía,  y  era  rara  la  familia  de  nota 
que  no  corriera  con  el  patronato  de  alguna.  1). 
En  el  sentido  teológico,  se  llamaba  insiUucion  pía,  y  en  el 
mundano,  beneficio,  según  que  se  la  tomara  en  bien  def 
alma  ó  en  favor  del  clérigo.  Consistía  la  capellanía  en  un 
gravamen  real  y  perpetuo  que  el  dueño  de  una  Anca  es- 
tablecía en  ella,  para  que  con  su  producto  se  costearan 
los. estudios  del  clérigo,  el  cual,  una  vez  ordenado,  tenia  la 
obligación  de  celebrar  cierto  número  de  misas  en  sufhíglo 
del  alma  del  fundador,  aprovechando  del  resto  del  beneficio. 

Instituciones  de  esta  naturaleza  ocurrían  á  fomentar  de 
una  manera  directa  la  carrera  y  estudios  eclesiásticos;  y 
como  sucediera  que  por  aquellos  tiempos  no  hubieran  mas 
profesiones  liberales  donde  brillara  la  inteligencia  de  la 
juventud  que  la  abogacía  y  el  sacerdocio,  toda  familia  de 
distinción  enviaba  á  sus  hijos,  especialmente  al  primogé- 
nito, á  doctorarse  en  las  universidades,  donde  la  carrera 
eclesiástica  era  mas  frecuentemente  seguida,  no  tan  solo 
por  que  en  ella  alcanzaban  mayor  consideración  y  luci- 
miento, por  sus  consejos  y  por  el  pulpito,  única  tribuna 
entonces,  donde  la  elocuencia  brillaba  con  cierta  libertad, 
sino  también  por  que  el  doctor  en  leyes,  con  las  puertas 
del  gobierno  cerradas,  sin  parlamentos,  sin  imprentas, 
sin  libertad  política,  sin  teatro  en  fin,  donde  brillar,  pros- 
perar y  hacer  fortuna,  hallaba  su  capacidad  reducida  á 
la  lucha  obscura  entonces  del  foro,  cuyos  beneficios  pe- 
cuniarios no  eranrni  fuertes  ni  abundantes. 

Por  esta  causa,  digna  de  la  mayor  consideración,  el  clero 


1)  Kl  cura  de  Cochinoca  y  Gasavlndo,  D.  José  Gabriel  de  Torres»  f andaba 
veinte  capellanias  á  dos  mü  pesos  cada  una  para  otros  tantos  miem- 
bros de  su  familia  que  era  de  las  primeras  de  Salta.  Su  fortuna  era 
tal,  que  de  solo  la  venta  de  las  pastas  de  oro  que  poseía,  se  obtuYO 
euarenta  y  tres  mü  pesos.  (Datos  tomados  de  algunos  de  sus  papeles 
testamentarios,  en  nuestro  poder.) 


HISTORIA  DB  6ÜEMBS  Y  DE  SALTA— CAPITULO  m        189 

de  Salta  que  precedió  á  la  revolución  era  ilustrado  y  nu- 
meroso,   1)    casi  todo  él   doctorado  en  Ins  mejores  es- 
cuelas y  perteneciente  á  la  clase  decente,  la  mas  honorable 
y  distinguida  de  la  sociedad,  descollando  en  aquellos  días 
por  su  saber  y  virtudes,  el  famoso  deán  D.  Alonso  de  Za- 
vala,  que  presidió  al  clero  de  Salta  en  su  pronunciamiento 
por  la  revolución  y  aquien  sus  virtudes  rodeaban  de  una 
atmósfera  de  santidad  y  de  quien  contaban  que  las  almas 
del  purgatorio  íbanlo  A  urgir  diariamente  y  antes  que  na- 
ciera la  luz,  se  alzara  del  lecho  para  que  fuera  &  cantarles 
la  misa  del  alba,  en  sufragio  de  ellas  y  para  descanso  de 
sus  dolores;  y  ios  doctores   D.  José  Gabriel  de  Figueroa, 
D.  Juan  Ignacio  de  Gorriti,  D.  Vicente  Anastasio  de  ízas- 
mendi,  D.  Juan  Manuel   Castellanos,   D.   Manuel   Antonio 
Acevedo  y  D.  Manuel  Antonio  Marina  cuyos  trabemos  por 
la  educación  de  la  juventud  atrajeron  á  estos  dos  úItimo$^,  la 
veneración  de  la  nuevas  generaciones.    Y  asi  como  ere\  su 
raza,  su  cuna  y  su  saber,  nobles  y  distinguidos,  fué  tam- 
bién así  la  honorable  y  digna  altura  en  que   conservaron 
su  carrera  por  la  tierra;  como  que  aquellos  varones  ilus- 
tres y  beneméritos  que  de  tanto  honor  y  santidad, ungieron 
las  horas  de  la  revolución,  no  bajaron   al    fango  de   las 
miserias  humanas  ni  deshonraron  su  ministerio  con  bo- 
chornosos pecados,  como  llegó  á  verse  mas  tarde  cuando, 
venciendo  las  montoneros,  arrojaron  la  ilustración   fuera 
de  la  patria  y  cubrieron  la  tierra  de   violencia   y  de  bar- 
barie; haciendo  ellos  así,  singularísimo  contraste  con  el 
clero  relajado  del  Alto  Perü,  donde,   entre  otras  debilida- 
des, bien  famosas  que  fueron  sus  barraganas,  sin  embargo 
de  que  el  concilio  de  Trento  enseñaba  que  «  nada  hay  que 
mas  instruya  y  exite  continuamente  los  hombres  á  la  pie- 
dad y  ejercicios  santos,   que  la  buena   vida  y  ejemplo  de 
los  que  están  consagrados  al  servicio  divino. » 


III 


Bien  notoria  es  la  foi'ma  como  aquellos  sacerdotes  cutn* 


1)  La  sola  casa  de  Meadiolaza  contaba  con  cuatro  hermanos  clérigoSé 


140  DR.  BEBKARDO  frías 

•  •   • 

plierpn  su  ministerio,  con  toda  piedad  y  sacriñcio,  como 
lo  revelan  los  anales  parroquiales  de  la  época,  en  que,  la 
mayoría  de  los  curatos  de  la  campaña  de  Salta  se  hallaban 
servidos  por  doctores  y  teólogos  del  mayor  respeto  y 
nombradla;  sacrificando,  de  aquella  manera,  en  honra  de 
Dios  y  bien  de  sus  semejantes,  la  comodidad,  el  honor  de 
los  cargos  públicos,  la  sociedad  y  el  centro,  en  fin,  de 
vida  ú  que  estaban  llamados  &  ocupar  por  su  clase  é  ilus- 
tración, para  perderse  en  los  campos  y  en  miserables  al- 
deas como  el  buen  pastor  que  dé  la  vida  por  sus  ovejas, 
conforme  les  tenía  enseñado  Jesucristo,  su  divino  maestro. 

Esta  santa  y  austera  y  nobilísima  conducta  de  nuestra 
antigua  clerecía,  provenía  en  algo,  quizá,  del  delicado  y 
prolijo  expurgamiento  que  se  hacía  de  las  personas  de 
los  aspirantes  al  sacerdocio;  de  cuya  rara  costumbre  re- 
sultaba que  no  podía  recibir  las  órdenes  sagradas,  ni  el 
mal  nacido  ni  el  defectuoso,  ni  el  mulato  ni  el  mestizo; 
por  que  el  ministro  de  Jesucristo  debía  ser  perfecto,  sin 
deshonra  y  de  sangre  pura,  como  lo  era  su  Señor  y  su 
maestro;  y  era,  por  tal  razón,  que  el  indio  de  pura  raza 
podía  servir  sin  tacha  en  el  altar. 

La  ilustración  de  aquel  clero  noble  y  activo,  estaba  en 
directa  consonancia  con  la  notable  cultura  de  su  inteli- 
gencia, mérito  de  primera  magnitud,  si  se  tiene  en  cuenta 
que  poseía,  ú  mas  de  las  ciencias  eclesiásticas,  todas  las 
ciencias  profanas  que  era  posible  adquirir  bi^o  aquel 
régimen  de  fuerza,  basado  en  la  prohibición  y  el  mono- 
polio. Por  que  es  justo  recordar  que  el  clero  de  enton- 
ces, que  había  cursado  universidades,  era  casi  todo  buen 
conocedor  de  los  textos  jurídicos;  algunos  ostentaban 
hasta  el  título  de  abogado;  y  como  cuanto  mas  prohibi- 
das son  las  cosas  mas  tentadoras  se  hacen  á  la  curiosidad 
humana,  aquellos  sacerdotes  llegaron  á  poseer  textos 
franceses  prohibidos  por  las  leyes  españolas,  y  se  hicieron 
conocedores  de  la  historia  y  literatura  clásica,  como  de 
la  historia  europea  y  de  la  cónquisln,  y  de  los  problemas 
filosóficos,  sociales  y  políticos  y  económicos  que  hicieron 
tanto  ruido  en  «u  época;  nutrieron -con  ellos  el  cerebro, 
fortalecieron  el  espíritu  y  aclararon  la  razón  en  materia 
social  y  política^  puntos  hasta  delictuosos  en  aquellos  dias. 


HISTORIA  DE  GÜBMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  in         141 


IV 


Por  su  parte,  el  virreinato  de  Buenos  Aires  comprendía 
lo  que  se  llama  canónicamente  una  provincia  eclesiástica, 
dividida  en  nueve  diócesis  casi  como  sus  intendenciasi 
llevando  un  obispo  con  su  catedral  y  su  coro  cada  una 
á  su  frente,  siendo  las  sedes  episcopales  de  Buenos  Aires, 
del  Paraguay,  de  Córdoba  y  de  Salta,  las  del  sur,  y  con- 
téndose  en  el  Alto  Perú,  las  de  Potosí,  de  Charcas  O 
Cliuquisaca,  de  Santa  Cruz,  de  Cochabamba  y  de  la  Paz.  La 
metropolitana  quedó  siempre  en  Chuquisaca,  y  en  Madrid 
residía  el  Patriarca  de  Indias,  qreado  en  el  siglo  XVI  pQi^ 
Paulo  III,  pero  sin  jurisdicción  ninguna  sobre  los  obispos 
de  América,  reduciéndose  su  pomposa  investidura  á  solp 
un  título  honorífico  y  de  palacio. 

Ck)mo  tanto  el  espíritu  del  gobierno  y  de  las  leyes  como 
el  déla  sociedad  eran  decididamente  protectores  de  la  iglesia 
católica,  á  tal  extremo  que,  siendo  ella  la  única  religión 
del  estado  no  era   permitido  la  profesión  de  ningún  otro 
culto,  bajo  penas  horribles,  la  riqueza  y  el  lx>ato  alcanza^ 
ron  un  grado  sorprendente.      Los  templos  tenian  todo  el 
li^o  de  la  época,  aunque  grotesco  ó  pesado  en  sus  forii^as. 
Los  objetos  del  culto,  especialmente  en  las  ciudades  ricas^ 
eran  todos  de  plata  y  oro;  hasta  altares  de  plata  completos 
se  veían  en  algunas  iglesias  del  Alto  Perú;  y,  en  confor- 
midad con   este  pié    de    prosperidad    eran  las  rentas  y 
bienes  eclesiásticos.    El  arzobispado  de  Charcas,  por  ejem- 
plo, gozaba  de  la  masa  decimal,  un  producido  de  122.775 
pesos  duros  el  año  de  1786;  el  deanato,   de  36.000  pesoa; 
las  cuatro  restantes  dignidades,  de  3.000  y  las  seis  canon- 
gfas  de  su  coro,  de   2.003  pesos    fuertes   cada   una.    1). 
A  consulta  del  Consejo  pleno  de  Indias  de  4  de  Octubre  de 
1805,  resolvió  el  rey  la  división  del  obispado  del  Tucuman 
y  la  erección  del  nuevo  obispado  de  Salta,   quedando,  en 
consecuencia  de  este  cercenamiento,   como   renta  al  de 


1)  De  un  infonne  inserto  eu  la  real  cédula  de  13  de  Enero  de  1787;  en  el 
ttrch.  de  Sucre.— C7<i<d(<vo  dA  Areh^  Nal.  ék  Sucre,  por  Ernesto  O.  Rück, 


142  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Córdoba  16.615  pesos  al  año;  el  deanato  quedó  dotado  con 
3.194;  las  dignidades  con  2.678  y  las  canongías  con  2.119 
pesos  anuales.  El  obispado  de  Salta,  ó  su  vez,  quedó 
dotado  con  8.461;  el  deán  con  2.036  y  las  dignidades  con 
1.357  pesos  cada  una  por  año.    1). 

Ya  en  los  últimos  tiempos,  los  diezmos  fueron  apropia- 
dos por  el  Asco  en  atención  á  las  necesidades  públicas, 
y  eran  rematados  cada  bienio,  al  mejor  postor. 

La  iglesia  poseía,  entonces,  vasta  suma  de  propiedades 
raices,  tanto  en  las  ciudades  como  en  las  campañas.  Fué 
este  el  mismo  sistema  y  un  semejante  fenómeno  al  que 
presenciaron  los  pueblos  de  Europa,  por  que  es  de  re- 
cordar que,  durante  la  edad  media— época  de  la  mayor 
piedad  y  fervor  religioso,  la  iglesia  poseía,  en  virtud  de 
donaciones  que  le  habían  sido  hechas,  un  inmenso  número 
de  tierras.  «  Pertenecíanle,  quizás,  dice  un  ilustre  escritor, 
una  tercera  parte  de  la  Alemania;  una  quinta  parte  de  la 
Francia  y  de  la  Inglaterra  y  parte  de  la  España  cristiana  é 
Italia;  i>  2)  y,  aunque  las  revoluciones  y  los  siglos  vi- 
nieron á  cercenar  esta  su  inmensa  riqueza  territorial, 
continuaba  gravosísima  para  el  estado  al  estallar  la  revo- 
lución francesa.  Pero  si  en  Europa  fué  objeto  de  retar- 
dación y  de  ruina  este  poderío  antl-económico,  por  ser 
la  propiedad  escasísima  y  reducida  al  frente  de  su. exor- 
bitante población,  en  América,  presentando  caracteres 
inversos,  no  prodigo  aquellos  tan  desastrosos  resultados. 

Estos  bienes  de  la  iglesia  gozaban  de  exagerados  privile- 
gios: ellos  no  estaban  sujetos  á  pechos  y  contribuciones 
como  los  demás  de  los  particulares;  y  á  pesar  del  con- 
cordato de  1737,  celebrado  entre  la  Santa  Sede  y  la  corte 
de  España,  solo  quedaron  obligados  al  pago  de  derechos 
fiscales,  los  que  se  adquirieran  desde  •  esa  fecha  en  ade- 
lante^ Y  coTtio  la  iglesia  era  una  pei*sonalidad  moral,  su 
riqueza  territorial  no  seguía  los  vaivenes  de  la -fortuna 
ordinaria,  sino  que  se  mantenía  quieta,  inmutable  en  el 
dominio  eclesiástico,  sin  que  fuera  por  las  leyes  permi- 
tida su  enagenacion,  á  no  ser  por  causas  de  necesidad,  de 

1)  Papeles  del  Dr.  I).  Guillermo  Ormaeeliea. 

2)  V.  Duruy. 


HISTORIA  DE  GOBMES  T  DE  SALTA— CAPÍTULO  m        143 

Utilidad  ó  de  piedad,  requiriéndose    para  ello   grandes 
tramitaciones  canónicas  que  engrandecían  su  dificultad. 
En  virtud  de  estas  leyes  torpes  y  retardatarias  del  engran- 
decimiento de  la  riqueza  pública   que  venían,  así,  á   in- 
movilizar la  propiedad  raiz  de  la  iglesia,  cortando  el  vuelo 
productivo  de  los  capitales  que  representaba,  estado  que 
tomó  el  nombre  de  manos-muertas;  y  de  los  anatemas 
que  los  preceptos  canónicos  liabían  consagrado  en  su  de- 
fensa contra  cualquiera  que   atentara  contra   ellos,  como 
también  por  efecto  de  la  profunda  piedad  de  los  fleles,  que 
la  enriquecían  cada  dia  mas  con  sus  donaciones  y  legados 
para  aflanzar  con  ellos,  principalmente  la  salvación  eterna 
de  sus  almas,— el  cúmulo  de  su  poderío  económico  alcanzó 
vuelo  sorprendente  y  amenazador.    Mas  un  delicado  prin-^ 
cipio  de  derecho  público  vino  á  contrarrestar  eSta  gran- 
deza creciente  de  su  patrimonio;  por  que  fué  en  virtud  del 
derecho  de  soberanía  y  del  real  patronato,  que  se  reconoció  y 
se  sostuvo  con   bien  plausible  celo,  que  los  bienes  de  las 
comunidades,  por  ejemplo,  ó  de  los  conventos  é  institucio- 
nes pias  de  este  jaez,  que  llegaran  á  extinguirse,  corres- 
pondían derechamente  al  patrimonio  del  estado  y  no  á  la 
iglesia  romana,  como  pretendieron  algunos  exaltados,  con- 
siderándose como  bienes  nacionales.     Así  llegó  á  acontecer 
que,  por  motivo   de   la  expulsión  de  los  jesuítas   de   los 
dominios  españoles,  su  inmensa  riqueza  territorial,  en  lo 
que  ninguna  otra  orden  llegó  á  rivalizaría,  correspondió  al 
Asco,  constituyendo  sus  bienes  y  su  administración,  lo  que 
entonces  fué  conocido  por  el  ramo  de  temporalidades. 

Al  lado  de  estos  enormes  privilegios  con  que  vivía  y 
holgaba  la  iglesia  I)ajo  el  dominio  español,  existían  las 
inmunidades  personales  de  los  miembro^  4^  su  clero,  en- 
tre las  cuales  se  distinguían  principalmente  las  conocidas 
del  canon  y  del  fuero.  Su  institución  era  antiquísima  en 
la  iglesia,  y  habia  sido  erigida  con  justicia  y  con  razón, 
talvez,  como  un  escudo  contra  la  violencia  y  los ,  abusos 
con  que  el  sacerdocio  pudo  llegar  á  ser  oprimido  allá  en 
épocas  de  desorganización  y  barbarie  por  donde  con  tanta 
gloria  para  la  civilización  del  mundo,  habia  atravesado  la 
iglesia  católica,  desde  Constantino  hasta  la  creación  de 
las  monarquías  absolutas.    Pero,  instituciones  hijas  de  las 


144         ...     DR.  BEBNAEDO  FRU8 

circunstancias,  habían  perdido  con  ellas  su  razón  y  su 
derecho  de  existir,  y  los  gobiernos  civiles  las  habían  ido 
restringiendo  y  destruyendo  á  medida  que  avanzaban  en 
la  fuerza  de  su  der^ho. 

Por  el  privilegio  del  canon,  el  clérigo  no  podía  ser  atacado 
en  forma  alguna  sino  por  causa  excepcional.    «  Manos  aira- 
das metiendo. alguno  en  clérigo  ó  en  ome  ó  en  mujer  de  reli 
gion,  decía  la  ley,  para  ferirlo,  ó  para  matarlo  ó  para  prender- 
lo, cae  en  dos  penas:  la. una  de  dexcomunion,  la  otra  que  ha 
de  ir  á  Roma  que  lo  absuelvan. »    Pero  el  privilegio  del  fuero 
personal  era  altamente  mas  grave;,  que  él  atentaba  direc- 
tamente 6.1a  soberanía  nacional,  puesto  que  por  su  esta- 
tuto, el  clérigo  que  cometía  un  delito,  un  simple  tonsurado 
que  lo  fuera,  no  podía  ser  juzgado  por  la,  justicia  ordinaria, 
por  los  jueces  del  estado,   de  institución   civil,  sino  por 
jueces  eclesiásticos.    Y  obvio  es  comprender  que  toda  ins^ 
titucíon  lleva  la  humana  debilidad  de  proteger  su  crédito; 
que  el  espíritu  de  compañerismo  es  una  pasión  que  ofusca 
el  corazón  como  cualquiera  otra,  y  que,  si  bien  un  santo 
en  la  magistratura  podría,   como  varón  entero  y  limpio, 
administrar  severa  justicia,  esta  no  era  de  razón  el  espe- 
rarla de  manos   de  compañeros  del  reo  en  que  la  santidad 
no  solamente  era  dudosa  y  aun  ajena  de  sus  almas,  mas 
también,  y  muchas  veces,  ofendida  y  vejada  por  eclesiás- 
ticos que  fueron  escándalo  y  deshonra  de  la  iglesia. 

El  gremio  militar  gozaba  también  de  fuero  propio.  Todas 
estas  injusticias  y  estos  abusos  debían  arrasar  los  vientos 
redentores  de  la  revolución. 


Habla,  pues,-  de  eáta  manera,  en  la  monarquía  española* 
dos  potestades  soberanas  casi  dentro  del  estado:-— el  poder 
civil  representado  por  el  rey,  y  el  poder  eclesiástico 
por  el  sumo  pontífice  de  Roma.  Pero,  á  pesar  de  su  ca- 
tolicism'o  y  religiosidad,  los  monarcas  españoles  fueron, 
siempre  celosísimos  guardianes  de  las  concesiones  que, 
en  obsequio  de  sus  servicios  como  brazo  secular,  les 
había  hecho  la  iglesia  romana.     Esto  dio  nacimiento  y 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  ffl         145 


constituyó  el  real  patronato  y  el  derecho  de  regalía  de  que 
gozaba  el  soberano  y  fuente  que  fué  de  prolongadas 
disputáis  y  discordias  entre  ambas  potestades  y  sus  teó- 
logos" y  canonistas.  Felipe  II  mismo,  sin  embargo  de  su 
cruel  y  exagerado  catolicismo,  no  aceptó  las  resoluciones 
del  oorieilio  de  Trento  en  toda  su  integridad,  sino  con  las 
restriciciones  prudentes  y  salvadoras  de  sus  privilegios  y 
dere<5l-i.os  de  gefe  del  estado. 

Po  r*  el  derecho  de  patronato  que  la  Santa  Sede  concedió  en 
repetidos  concordatos  al  rey  de  España,  el  soberano  interve- 
nía on  triple  manera  en  el  gobierno  de  la  iglesia;  qué  así  te- 
nía i>otestod  de  nombrar  ó  presentar  en  el  beneficio  vacante, 
6  coroso  lucrativo  y  honorífico,    coíno  6  los  prelados  y  los 
párrocos,  por  ejemplo,  al  clérigo  que  se  quería  promover 
ó  instituir,  como  permitía,  otorgando  el  pase  ó  exequátur, 
que    se  conocieran  y  publicaran  y  cumplieran  en  sus  do- 
minios las   leyes   y  disposiciones  de  la  corte  romana;  ó 
como,  en  fin,  y  en  razón  de  todo  esto,  destinaba  porción 
considerable  del  tesoro  público  para  el  sostenimiento  del 
culto   y  necesidades  particulares  de  la  iglesia    y   para  su 
sesnridad  y  respeto  y  exclusivismo   en  la   universalidad 
de   Ids  olmas,  la  fuerza  del  brazo  secular.     En  virtud  de 
potestad  semejante,  correspondía  al  rey,  como  su  derecho 
dfe  regalía,  el  presentar  á  la  Sede  Apostólica  los  candida- 
V>^  elegidos  por  él,   para  ocupar  las  vacantes  del  episco- 
pado; y  nombraba  las  dignidades  del  coro  de  las  iglesias 
éaledrales   y   los  individuos  que  hablan  de  llevar  la  cura 
4e  almos  en  las  parroquias. 

Estas  facultades  las  ejercía  el  rey  en  América,  por  medio 
de  la  delegación  otorgada  á  sus  virreyes  y  gobernadores  po- 
líticos.   No  podía  la  iglesia,  en  consecuencia  de  ello,  estable- 
(jer  nuevos  obispados  ó  dividir  los  ya  establecidos  sin  el 
concurso  de  la  voluntad  real;  ni  constitución,  ni  encíclica 
ni  decreto  alguno  del  papa  podía  sin  ella,   ser   publicado 
ni  cumplido,  ni  se  podía  fundar  conventos  ni  monasterios 
sin  la  autorización  regia,  habiéndose  llegado  á  demoler, 
•  por  orden  del  gobierno  civil,  según  narra  Solórzano,  un 
convento  que   se  levantó   sin    la  real  licencia.      Y  de  la 
misma  manera  que  el  soberano  ejercía  su  derecho  en  el 
nombramiento    de    estas    autoridades    eclesiásticas,  así 


146  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

igualmente  lo  tuvo  paro  conflnar  obispos  rebelados  contra 
su  poder,  y  aun  de  separarlos  y  destituirlos  del  gobierno 
diocesano;  por  que,  todo  culto  oficial  implica  forzosamente 
autoridad  secular  ü  oficial  del  estado;  y,  como  del  poder 
civil  habían  recibido  las  autoridades  eclesiásticas  juris- 
dicción fuera  de  las  conciencias  de  los  fieles  y  efectos 
civiles  sus  actos,  y  del  poder  civil  racibian  el  auxilio  del 
brazo  secular  y  los  emolumentos  de  sus  funcionarios,  que 
solo  otorgan  las  leyes  de  una  nación,  para  el  respeto  de 
sus  propias  instituciones  y  el  sostenimiento  de  sus  auto- 
ridades,—resultaba  que,  bajo  este  respecto,  el  patronato 
convertía  las  autoridades  de  la  iglesia  con  asiento  en  los 
dominios  españoles,  en  verdaderos  y  legítimos  empleados 
públicos  del  estado. 

Si  por  este  derecho  el  soberano  intervenía  tan  directa- 
mente en  la  elección  y  nombramiento  de  los  prelados  y 
dignidades  superiores  de  la  iglesia,  no  quedándole  al  sumo 
pontífice  mas  que  la  facultad  de  la  institución  canónica 
ó  el  rechazo  justificado  del  presentado,  intervenía  también 
el  patrono  aun  en  las  dignidades  inferiores,  como  eran 
los  curas  párrocos,  llevando  su  concurso  á  la  elección  y 
exigiendo  la  sabia  disposición  del  concilio  de  Trento,  de 
proveer  los  beneficios  vacantes  por  medio  de  examen  de 
concurso,  como  segura  garantía  para  la  idoneidad  del 
candidato,  obligado  á  dar  pruebas  de  su  competencia  para 
evitar,  entre  otros  graves  inconvenientes  y  peligros,  el 
empeño  de  los  aspirantes  ó  de  los  ya  nombrados  á  con- 
graciarse la  voluntad  del  prelado,  no  por  cierto  en  todos 
los  casos  con  los  méritos  adquiridos  en  el  cumplimiento 
de  sa  debePy  lo  que  em  éññoB»  él  la  sociedad  como  al 
mismo  decoro  de  la  iglesia. 

Los  párrocos,  entonces,  recibían  el  curato  en  propiedad 
y  no  podían  ser  removidos  del  beneficio  por  los  prelados, 
sino  por  causa  grave  y  justificada,  lo  cual  venia  á  cons- 
tituir un  verdadero  derecho  de  defensa  de  los  párrocos 
contra  la  posible  arbitrariedad  de  los  prelados. 

VI 

A  la  manera  que  la  conquista  y  la  civilización  europea, 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  m        147 

^  talqueza,  el  comercio  y  la  opulencia  de  las  comarcas 
,^^  \^Iata  bajaba  del  Perú,  la  corriente  luminosa  de  la 
Míuccion  pública,  bajó  por  idéntico  sendero;  de  manera 
que,  á  la  inversa  de  lo  que  vino  ü  acontecer  en  la  época 
de  la  república,  Buenos  Aires  venia  á  ser,  así,  la  última 
población  favorecida,  durante  casi  todo  el  periodo  del  viejo 
régimen.  Mas  no  fué  ciertamente  el  gobierno  de  España 
quien  se  empeñó  ni  preocupó  siquiera  de  esta  tan  im- 
portante necesidad  de  sus  pueblos  de  ultramar;  que  es  á  la 
iglesicf  y  especialmente  á  la  famosa  orden  de  la  Gompa- 
ñia  de  Jesús,  á  quienes  corresponde  la  gloria  de  la  ilustra- 
ción de  las  sociedades  de  América,  y  allá,  en  lo  remoto, 
de  ser  la  causa  principal,  aunque  lejana,  de  la  indepen- 
dencia. 

Durante    los  últimos  dias  del  siglo  XVI,    bajaron,   en 
efecto,  los  religiosos  jesuítas  del  reino  del   Perú,  con  su 
carácter  de  misioneros,  á  evangelizar  estas  comarcas,  que 
recibían   los   primeros  toques  de  la  conquista.     Por  los 
años  de  1586,  llegaron  tras  de  fatigosísimo   camino,   á  la 
ciudad  de  Salta,  y  pasaron  ú  la   de  Santiago  del  Estero, 
que,  en  aquel  entonces,   era  la  capital  de  la'  provincia, 
formando  allí,  lo  que  se  llamó  la  misión  del  Tucuman^   1) 
desde  cuyo  punto  comenzaron  ú  derramar  los  frutos  de 
su  apostolado  haciéndose  famosísimos  por  sus  trabajos  tan 
meritorios.     Pero  la  orden   de  Jesús,  al  lado  de  la  con- 
versión, propagaba  la  escuela,  como  estrella  principal  de 
su  institución;  y  así  llegaron  á  gozar,  desde  sus  primeros 
dias,  Santiago,  Córdoba   y  Salta,  de  un   colegio   para  la 
educación  de  la  juventud.      El   colegio  de  Santiago  pasó 
luego,  como  pasó  de  ella  también  al  rango  de  capital  del 
Tucuman,  á  la  de  Córdoba,    qne  mas  tarde   debía  recibir 
la  de  Salta,  al  erigirse  la  intendencia  de  su  nombre:  mas 
el  colegio  de  Salta  se  sostuvo  y  prosperó  con  fuerza  du- 
rante casi  todo  el  periodo  colonial,  cerrándose  y  conclu- 


1)  Con  el  nombre  de  el  Tucuman  se  conocía  antiguamente  todo  el  terri- 
torio comprendido  éntrelas  fronteras  de  Potosí  y  la  pampa  del  sur  de 
Córdoba.^  desde  los  Andes  y  las  fronteras  de  Cuyo  hasta  las  del  Chaco 
y  Santa  Fe,  ó  del  litoral;  y  así  es  corriente  hallar  en  los  monumentos 
de  la  época,  expresiones  como  estas,  por  ejemplo:  la  ciudad  de  San 
Migud  del  Tucuman  ó  el  ohiapo  de  Córdoba  del  Tucuman* 


148  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

yendo,  al  fin,  con  la  expulsión  de  los  jesuítas,  cerco  de 
medio  siglo  antes  de  la  revolución.  En  estos  colegios  se 
enseñaba,  como  ramos  principales,  latinidad  y  humanida- 
des; lo  cual  requería  la  escuela  primaria,  nula  ó  muy 
extraña  en  aquella  época,  por  lo  cual  la  enseñanza  se  daba 
en  las  familias  ó  por  maestros  particulares.  Disuelto  el 
colegio  de  los  jesuítas,  la  enseñanza  de  la  juventud  no 
mató  su  vuelo;  los  conventos  de  los  otros  frailes,  espe- 
cialmente el  de  San  Francisco,  abrieron  las  puertas  de  la 
escuela  primaria;  y,  poco  tiempo  mas  tarde,  fundó  su 
famosa  escuela  de  gramática  y  latinidad  el  honrado  es- 
pañol Don  José  León  Cabezón  que  regenteó  30  años  y  en 
la  cual  aprendió  á  manejar  la  lengua  de  Virgilio  y  Cice- 
rón la  mayoría  de  la  juventud  decente,  especialmente  los 
hUos  de  familias  acaudaladas,  amantes  de  las  letras.  En 
1799,  el  Dr.  Don  Manuel  Antonio  de  Acevedo,  sacerdote 
ilustre,  que  mas  tarde  había  de  firmar  el  acta  de  la  in- 
dependencia argentina  como  diputado  por  Catamarca,  y 
&  la  que  también  había  de  representar  en  el  Congreso 
de  1826,  fundaba  en  Salta  una  cátedra  de  filosofía,  desem- 
peñándola por  muchos  años  gratuitamente,  iiasUi  que  el 
torbellino  de  la  revolución  cerró  sus  puertas,  colocando  en 
la  tribuna  parlamentaria  al  maestro.  1) 

Esta  constante   instrucción  de  la  juventud  formaba,  por 

espíritu  de  tradición,  por  orgullo  de  clase  y  por  la  dig- 
nidad que  infunde  en  la  sociedad  la  inteligencia  cultivada, 
una  inclinación  general  en  toda  persona  decente  á  los  tra- 


1)  Creemos  haber  leido  alguna  Tez  que  era  hijo    de    Oatomarca,    quizá 

Sor  haberla  representado  en  los  congresos  y  haber  sido  en  181G,  cura 
el  departamento  de  Belén,  en  esa  provincia,  como  lo  fué  del  de  Santa 
Maria,  en  la  misma,  el  doctor  D.  Pedro  Antonio  de  Gurruchaga,  el 
primogénito  de  la  familia  salteña  de  aquel  nombre.  £1  doctor  Acevedo 
nació  en  Salta  el  año  de  1770,  siendo  sus  padres  D  José  Manuel  de 
Acevedo  y  D*.  Maris  Juana  Torino.  Hizo  sus  iBstudios  preparatorios 
en  Salta  y  pasó  ¿  la  universidad  de  Córdoba,  donde  recibió  los  gra- 
dos de  doctor  en  1793.  Fué  hombro  d^  mucha  ilustración,  orador 
respetable,  y  patriota  desinteresado.  «  No  perdía  oportunidad,  como 
patriota  ilustrado,  de  encarnar  on  el  corazón  de  sus  alumnos  loa  sen- 
timientos de  Justicia  y  de  amor  á  la  patria.  >  En  la  carrera  acleslás- 
tica  alcanzó  i  ser  canónigo  de  la  catedral  de  Salta«  y  en  la  politica, 
hasta  por  dos  veces  diputado  al  cnngr^so,  on  cuya  misión  lo  sorpren- 
dió la  muerte  en  Buenos  Aires,  el  9  de  Octubre  de  1825.  fVéasé  "Re- 
cuerdos de  8aUa  en  la  época  de  la  independencia^  por  Mariano  Zorre- 
guieta,  1881;  pág.  17.) 


fflSTORIA  DE.GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  III        149 

tm¡os  intelectuales;  y  era  tan  común  en  Salta,  durante 
aquellos  días,  que  los  principios  y  jiros  filosóficos  como 
el  manejo  de  la  lengua  latina  y  la  abundancia  y  sólida 
preparación  de  sus  doctores,  fueron  el  óprmo  fruto  reco- 
gido de  estas  tan  nobles  tendencias.  Pero,  á  pesar  de 
este  adelanto,  la  miyer  permanecía  víctima  aun  de  las 
rancias  preocupaciones  de  la  época,  pues  los  padres  es- 
pañoles, demasiado  celosos  del  honor  y  buen  nombre  de 
sus  hijas,  si  todas  ellas  sabian  leer,  era  muy  rara  aquella 
á  quien  se  le  ensenara  &  escribir,  limitándose,  en  ellas, 
este  ramo,  al  simple  aprendizaje  de  la  firma.  Y  así  se  veían 
obligadas  aquellas  aristocráticas  damas,  á  valerse  de 
amanuense  para  escribir  las  comunicaciones  que  dirijian 
á  sus  hijos  ausentes,  estudiantes  en  los  claustros  de  Cór- 
doba ó  de  Charcas.  Mas  al  rayar  el  siglo  XIX,  el  espíritu 
de  reforma  y  de  adelanto  intelectual  lo  invadió  felizmente 
á  todo. 
Todos  estos  beneficios  que  traía  el   lento  progreso  de 

estos  países,  escollaba  contra  las  preocupaciones  de  exa- 
geradas divisiones  de  razas,  mas  allá  de  donde  era  racio- 
nal y  necesario;  que  así  se  mantuvo,  durante  todps  aquellos 
pesados  siglos  del  antiguo  régimen,  la  clase  plebeya  ol- 
vidada y  cyena  de  todo  principio  de  ilustración.  Esta  jente 
habia  nacido  para  el  servicio  y  para  vivir  dirijida  y  am- 
parada por  la  raza  superior;  de  manera  que  ella  no  pisó 
jamas  las  escuelas  durante  aquellos  tiempos,  por  que  es- 
tas solo  tenían  por  objeto,  en  el  concepto  antiguo,  prepa- 
rar, para  el  gobierno  político  ó  social  la  clase  noble, 
por  que  era  ella  la  destinada  á  mandar.  Hoy,  esa  clase 
baja  del  pueblo,  devoradora  de  la  libertad,  fuente  creada 
por  los  abusos  de  la  democracia  para  hacer  fantasmas 
de  gobiernos,  se  venga  con  su  tiranía  ciega,  pero  degra- 
dante y  corruptora  en  grado  extremo,  de  aquel  abuso  de 
nuestros  antepasados.  La  libertad  tiene  sus  peligros  como 
la  navegación  ó  el  uso  de  las  armas,  y  es  el  mayor  de 
ellos  el  concederla  á  quien  no  puede  manejarla. 

VII 
La  instrucción  superior  habia  alcanzado,  desde  el  último 


150  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tercio  del  siglo  XVIII,  un  esplendor  cada  dia  mas  robusto 

y  famoso,  cuyos  focos  exclarecidos  se  hallaban  en  Córdoba, 

en  Charcas  y  en  Lima,  siendo  este  último   con  el  de  Mé- 

gico,  los   mas  famosos  centros   universitarios   del   Nuevo 
Mundo    1). 
Cualquiera  que  llegue  á  ser  la  opinión    que  el   espíritu 

liberal  del  siglo  se  haya  formado  de  la  orden  de  los  je- 
suítas y  por  mas  justiflcados  que  puedan  ser  los  peligros 
de  una  sociedad  por  la  influencia  clerical  en  el  gobierno, 
cumple  á  la  honradez  de  la  historia,  desnuda,  cual  debe 
ser,  de  odios  y  apasionamientos  fanáticos,  reconocer  y 
proclamar  los  inapreciables  beneñcios  recibidos  por  los 
pueblos  americanos  de  los  esfuerzos  de  la  Compañía  de 
Jesús  en  su  progreso,  en  su  civilización  y  en  el  desen- 
volvimiento de  las  potencias  del  espíritu,  fuente  principal 
que  fué  de  la  revolución  de  Mayo.  Por  que,  mientras  las 
demás  órdenes  de  frailes  se  concretaban  y  reducían  su 
celo  ó  la  propaganda  de  la  fe  católica  entre  los  indios 
salvfiges,  como  los  franciscanos,  ó  yacían  en  las  ciudades 
holgando  en  los  conventos  y  solo  sacramentando  á  los 
devotos,  como  los  de  la  orden  de  la  Merced,  los  jesuítas, 
á  mas  del  apostolado  que  ejercieron  derramando  la  luz 
del  cristianismo  entre  los  salvcges,  cuyo  héroe  mas  cono- 
cido fué  San  Francisco  Solano,  llevaron,  al  lado  de  la  cruz 
y  del  evangelio,  la  escuela  de  las  artes  y  la  escuela  de 
las  letras  primarias  y  superiores,  como  apóstoles  de  la  fé 
y  de  la  instrucción  pública;  bastándonos  citar,  ]K)r  ejem- 
plo, que  en  1745  tenían  fundados  en  las  regiones  del  Rio 
de  la  Plata,  diez  colegios  y  38  misiones,  alcanzando  en  lo 
que  se  llamaron  misiones  del  Paraguay  á  levantar  30  pue- 
blos y  á  reducir  y  civilizar  con  el  aprendizaje  de  las 
artes,  de  la  religión  y  del  comercio,  mas  de  cien  mil 
guaraníes,  de  que  hoy  no  nos  restan  mas  que  las  ruinas 
de  su  antiguo  progreso. 

Pero  la  instrucción  de  la  juventud   fué  lo   que  vino  á 
singularizarlos  mas  en  sus  méritos.      De  todos  aquellos 


1)  La  universidad  de  Charcas  llevaba  sa  nombre    por  estar  sil 
la  provincia  de  los  Cliarcas,  cuya  capital  era  la  ciudad  de  La 


situada  en 
La  Plata  ó 
Ghüquisaca:  por  esta  razón  llámasela  indistintamente   con  cualquiera 
de  estos  nomores:— de  Charcas,  de  Ghüquisaca  ó  de  La  Plata. 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  IH         151 

colegios,  el  fundado  en  la  ciudad  de  Córdoba,  en  la  vasta 
región  llamada  el  Tucuman,  adquirió  la  primacía  de  entre 
ellos  y  llamóse  el  Colegio  Máximo,  donde,  ú  mas  de  la 
imprenta,  única  conocida  entonces,  poseían  «el  tesoro 
inestimable  de  su  hermosa  y  selecta  biblioteca,  cuya  dis- 
persión será  siempre  lamentada;  y  en  sus  claustros  si- 
lenciosos meditaron  Techo,  Pastor,  Lozano  y  Guevara  los 
trabegos  literarios  en  que  descansa  el  edificio  de  la  histo- 
ria colonial  de  estos  países. »  Por  los  años  de  1610,  el 
benemérito  obispo  del  Tucuman,  Don  Fernando  de  Trejo 
y  Sanabria,  fundaba  sobre  el  Colegio  Máximo,  la  célebre 
universidad  de  Córdoba  que  obtuvo  licencia  real  y  ponti- 
ficia, cual  era  menester  entonces  para  conferir  grados  de 
bachiller,  de  licenciado  y  de  doctor.  Este  ilustre  prelado, 
primer  apóstol  de  la  ilustración  argentina,  había  nacido 
en  1554  en  la  ciudad  de  la  Asunción,  capital  de  la  gober- 
nación del  Paraguay;  estudió  en  Lima  para  la  carrera 
eclesiástica  y  profesó  en  la  orden  de  San  Francisco  siendo 
premiado  por  el  rey  Felipe  II,  sabedor  de  sus  virtudes, 
con  el  obispado  del  Tucuman,  en  1592.  «  Era  Trejó  perso- 
na de  gran  literatura,  aventajado  talento  de  pulpito  y  de 
gobierno  y  celosísimo  del  bien  espiritual  de  sus  ovejas.» 

<«  Sus  misiones  entre  los  indios;  la  generosa  intervención 
en  su  favor  para  que  fuesen  redimidos  de  los  trabajos 
forzados  á  que  los  obligaban;  la  fundación  de  asociaciones 
del  Santísimo  Nombre  de  Jesús  en  beneficio  de  los  escla- 
vos, constituyen  tan  solamente  algunos  de  los  principales 
méritos  de  este  gran  cristiano,  para  quien  la  fe  era  una 
gran  milicia,  dando  prueba  en  ella  de  su  infatigable  ar- 
dor y  de  su  constante  abnegación. » 

Antes  de  morir,  decía  en  su  testamento:  «  Quisiera  te- 
ner los  bienes  que  me  bastaran  para  fundar  un  colegio 
en  cada  pueblo  de  mi  obispado. »  Concluyó  su  vida  en 
Córdoba,  con  una  muerte  santa  como  fueron  sus  días,  el 
24  de  Diciembre  de  1614. 

Desde  1022,  el  Colegio  Máximo  funcionó  como  univer- 
sidad en  virtud  de  las  superiores  licencias,  aumentando 
cada  dia  su  fama  y  sus  progresos  á  medida  que  la  civi- 
lización crecía  y  la  inclinación  á  los  estudios  tomaba 
cuerpo;  y  como  sucediera  que  en  toda  la  región  del  Rio 


158  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  la  Plata,  desde  el  Paráguay  á  Montevideo  y  desde  Buenos- 
Aires  á  Jujuy,  este  fuera  el  único  centro  de  eestudios  su- 
periores, acudía  &  sus  aulas  la  juventud  aristocrática,  rica, 
inteligente  y  deseosa  de  adquirir  saber,  de  todo  el  dilatado 
territorio.  . 

VIII 


Para  la  mejor  preparación  de  sus  estudios  como  para 
comodidad  y  garantía  de  las  familias  que  desde  tan  largas 
distancias  enviaban  hasta  ella  sus  hijos  menores  y  casi 
todos  ellos  de  muy  tierna  edad,  se  establecieron,  al  lado 
de  la  universidad,  el  Colegio  de  Monserrat  y  el  Semi- 
nario Conciliar  de  Loreto. 

En  ellos  se  enseñaba  los  ramos  preparatorios  como  gra- 
mática, retórica  y  latinidad,  por  ejemplo;  pero,  el  Colegio 
de  Monserrat  era  mas  una  casa  de  pupilage,  especialmente 
para  los  estudiantes  forasteros. 

£1  Colegio  Real  Convictorio  de  Nuestra  Señora  de  Mont-- 
serrat  fué  creado  por  licencia  concedida  por  real  cédula, 
en  1685  y  merced  al  generoso  celo  del  Dr.  D.  Ignacio 
Duarte  de  Quiroz,  natural  de  Córdoba,  su  fundador;  quiea 
consagró  para  ello,  30.000  pesos  acumulados  como  heren- 
cia venida  de  sus  padres  y  como  fruto  de  su  activa  labor 
particular. 

En  la  portada  principal  de  la  casa  y  en  la  capilla  se 
hallaban  colocadas  las  armas  reales  á  la  derecha  y  como 
signo  del  real  patronato,  y,  á  la  izquierda,  aparecían  pues- 
tas las  de  su  fundador  c(  que  son  un  ciprés  que  lo  coro- 
nan dos  llaves  cruzadas  y  una  estrella;  al  pié,  cuatro 
rosas  y  otras  tantas  azucenas,  rodeado  todo  el  escudo  de 
ocho  cruces. »  Este  colegio  estaba  anexo  y  era  « como 
parte  y  ramo  del  colegio  de  la  compañía. » 

De  la  dotación  asignada  por  su  fundador,  debían  soste- 
nerse seis  becas  para  muchachos  pobres  pero  «  de  buenas 
costumbres  y  habilidad. »  Para  ser  admitidos  en  el  Mont- 
serrat debía  comprobarse  «ser  cristianos  viejos,  limpios 
de  toda  raza  de  judío,  moro  ó  penitenciado  por  el  santo 
oflcio  é  hijos  de  legítimo  matrimonio; »  debían  saber  leer 
y  escribir,    contar  doce  años  de  edad  por    lo  menos  y, 


HISTORIA  DE  GOEMSS  Y  DB  SALTA— CAPÍTULO  m        153 

finalmente,  no  haber  dado  mal  ejemplo  con  su  vida,  ó  en 
su  caso,  constancia  de  su  enmienda.  Entre  ellos,  debian 
ser  admitidos  cccteris  paribus  de  los  que  se  hubiesen  de 
admitir  por  pobres,  los  hijos  y  nietos  de  personas  nobles 
y  calificadas  de  la  república. 

La  entrada  á  la  casa  del  nuevo  colegial  daba  motivo 
para  una  larga  ceremonia.  El  forastero  era  introducido 
en  la  «sala  secreta  de  comunidad»  en  medio  de  sus  fu- 
turos compañeros  reunidos,  y  el  padre  rector,  en  breves 
palabras,  le  exponía  el  fin  que  tenía  en  el  colegio  y  los 
medios  de  alcanzarlo;  poníale  el  manto,  y  los  colegiales, 
en  seguida,  lo  abrazaban  todos  «en  señal  de  caridad»  y 
de  que  lo  admitían  «  por  compañero  y  hermano, »  pasando 
de  allí  á  misa  en  donde  comulgaba  y  hacía  « voto  y  ju- 
ramento de  sentir  y  defender  la  inmaculada  concepción 
de  la  purísima  virgen  María,  nuestra  Señora, »  voto  y 
juramento  que  se  renovaba  por  todos  los  colegiales  cada 
año,  el  dia  de  la  Purísima  Concepción. 

El  vestido  era  para  todos  uniforme  dentro  y  fuera  de 
casa.  En  público  usaba  el  colegial  manto  negro  y  veca 
colorada  con  el  escudo  del  nombre  de  Jesucristo  y  una 
corona  real;  mangas  negras,  bonete,  «cuello  de  clérigo 
llano  y  honesto, »  es  decir,  esclavina  y  sotana.  Dentro  de 
casa  llevaba  «ropas  pardas  sin  alamares  ni  pasamanos  y 
monteras,  cuanto  posible  fuese,  uniformes. »  No  debian 
usar  «sombreros  ni  zapatos  blancos,  ni  jubones,  ni  cal- 
zones ni  medias  que  no  sean  pardos,  morados,  negros  ó 
azules  de  lana.»  Pagaba  el  colegial  por  alimento,  liü 
pesos  al  año;  pero  eran  muy  pocos  los  que  contribuían 
con  esta  cuota,  y  ella  se  determinaba  según  las  facultades 
de  cada  uno,  llegando  á  rebajarse  á  algunos  hasta  la  mi- 
tad.   Por  los  años  de  1800,  costaba  dos  pesos  la  mesada.    1). 

La  universidad  de  Córdoba  fué,  con  el  tiempo,  eclipsada 
por  el  brillo  y  nombradía  de  la  de  Charcas,  cuyo  principal 
motivo  fué  que,  en  Córdoba,  no  se  dictaba  cátedra  de 
jurisprudencia  hasta  los  últimos  años  del  gobierno  colo- 
nial, siendo  sus  estudios  destinados,  cual  fué  el  espíritu 


1)  Pupeles  del  Dr.  OrmaecheR,  citados:     Tesiamt    de   Boedo»  Areh.  de 
Salta,  leOé^ 


54  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  su  fundador,  á  la  perfección  de  la  carrera  eclesiástica. 
La  universidad  llevaba  su  escudo:  coronalja  su  cima  la 
diadema  real;  en  su  centro  se  notaba  un  sol  naciente. 
Heno  de  luz,  símbolo  brillante  de  la  idea,  y  en  su  parte 
inferior,  de  pié,  un  águila  coronada,  con  las  alas  itijier- 
tas,  símbolo  del  pensamiento.  De  izquierda  á  derecha  se 
leía  esta  frase  latina: — Ut  portet  nomem  meum  coram  genti- 
bus.  La  patrona  de  la  universidad  era  la  Purísima  Con- 
cepción, y  el  personal  de  su  enseñanza  lo  formaron  los 
padres  jesuítas  hasta  su  expulsión.  La  universidad  se 
liallaba  dividida  en  dos  facultades:  una  de  teología  y  la 
otra  de  artes.  La  facultad  de  artes  comprendía  la  lógica, 
la  física  y  la  metafísica  aristotélicas,  y  su  enseñanza  du- 
ral^a  tres  años;  la  de  teología  era  de  cuatro  años  y  com- 
prendía, bajo  esta  denominación,  el  estudio  también  del 
derecho  canónico  ó  de  sagrados  cánones.  Solo  desde  1791 
se  comenzó  á  estudiar  leyes,  funcionando,  desde  esa  fecha, 
la  cátedra  llamada  de  instituía  de  jurisprudencia,  y  fué>  de 
esta  manera,  la  universidad  de  Córdoba  la  última  en  en- 
señar el  derecho  civil  entre  todas  las  de  América.  En 
1808,  y  á  esfuerzos  del  deán  Funes,  se  creó  una  cátedra 
de  matemáticas.  Tal  era  el  diapasón  lento  y  exiguo  con 
que  marchaba,  bajo  el  régimen  español,  la  ilustración  de 
los  pueblos  de  América. 


IX 


La  facultad  de  artes  otorgaba  tres  clases  de  grados: 
de  Bachiller,  de  Licenciado  y  de  Maestro.  El  primero  se  ob- 
tenía después  del  segundo  curso  de  artes  y  á  mérito  de 
examen  público  y  general  de  toda  la  lójica.  Su  examen 
era  característico.  El  alumno  debia  estar  sentado  en  una 
piedra  que  estai>a  en  medio  del  aula,  sin  sombrero  ni 
manteo;  los  examinadores,  en  sillas.  El  licenciado  rendía 
su  examen,  para  recibir  el  grado,  después  del  tercer  año 
de  artes,  acto  solemne  en  el  que  se  defendían  todas  ellas 
en  doce  conclusiones:  3  de  inetafísica,  3  de  física,  3  de 
ánima  y  generación,  é  igual  número  de  lójica.  El  examen 
para  el  grado  de  maestro,  que  era  el  mas  alto  que  otor- 


I 


fflSTORIA  DE  6ÜEMES  Y  DE  SALTl-CAPÍTÜLO  ffl         165 

gaba  la  facultad  de  artes,  era  poco  diferente  del  anterior, 
y  él  se  reducía  al  examen  general  de  toda  la  filosofía. 

Estos  mismos  grados  de  bachiller,  licenciado  y  doctor 
se  usaban  en  la  facultad  de  teología;  y  para  obtenerlos, 
era  menester  haber  cursado  la  facultad  de  artes  en  los 
grados  correspondientes.  El  grado  de  doctor  en  sagrada 
teología  era  el  mayor  que  concedía  la  universidad  y  el 
que  «  ponía  honroso  término  á  la  carrera  literaria. »  Para 
poseerlo,  el  estudiante  era  sometido  &  cinco  exámenes 
rigorosos  de  teología.  «  De  estos,  cuatro  son  dedicados  á 
María  Santísima,  y  se  llaman  parténicas,  y  duran  tres  ho- 
ras. La  primera  parténica  versa  sobre  la  primera  parte 
de  la  Suma  de  Santo  Tomas,  y  sus  conclusiones  son  tres 
de  Deo  el  prcedestinaU'one,  tres  de  Trinitate,  ó  igual  número 
de  angelis;  los  de  la  segunda  parténica  se  distribuyen  en 
esta  forma:  dos  de  beatiiudine,  una  de  honitate  et  malitia, 
otra  de  legibus,  dos  de  peccaiis  y  tres  de  gratia;  la  tercera 
contiene  tres  de  fide,  spe  et  charitate,  dos  de  contractibus,  dos 
de  resiitucione  y  otras  tantas  de  censuris;—\ñ  cuarta,  tres 
de  incarnatione,  una  de  sacramentis  in  genere,  dos  de  pcB- 
niientia  y  tres  de  eucharisiia, 

«El  quinto  y  último  examen,  qué  es  el  principal,  se 
llama  ignaciana,  «á  devoción  de  Nuestro  Santo  Padre 
Ignacio, »  y  dura  cinco  horas  entre  mañana  y  tarde.  .  .  . 
Estando  junto  al  teatro  (ó  tribuna)  se  levantará  el  padrino 
acompañado  de  los  bedeles  con  sus  mazas  y  traerá  al 
doctorando  á  la  cátedra.  Y  subiéndose  á  ella  el  docto- 
rando leerá  una  hora  entera,  como  se  usa.  Después,  sen- 
tado en  la  silla  delante  de  la  cátedra  defenderá  por  espacio 
de  cuatro  horas,  dos  por  la  mañana  y  dos  por  la  tarde, 
la  teología. »    1). 

Después  de  los  exámenes  generales,  la  universidad  pro- 
cedía á  la  solemne  fiesta  de  la  colación  de  grados,  la  cual 
tenía  lugar  en  la  catedral,  conforme  lo  disponían  las  Leyes 
de  Indias^  2)  y  en  el  día  de  la  Purísima  Concepción 
para  los  doctores  en  artes,  y  en  el  de  San  Buenaventura 
para  los  de  teología. 


1)  J.  M.  G 

2)  Ley  16, 


Garbo, — Bom,  h4H.  de  la  Univ.  de  Córdoba  p.  63. 
"  T.  33,  L.  l^  de  India: 


I 
¡ 

166  DR.  BERNARDO  FRÍAS 


El  dia  de  la  flesta,  los  graduados,  que  era  de  su  deber 
asistir  á  ella,  se  presentaban  con  su  insignia  de  ceremonia, 
la  que  consistía,  para  los  bachilleres  y  licenciados,  en  el 
capirote,  llevándolo  puesto  los  últimos  y  los  bachilleres 
doblado  y  sobre  el  hombro;  y  para  los  maestros  era  el 
bonete  con  borla  azul,  llevándola  blanca  los  doctores. 

«Anticipadamente  se  disponía  un  tablado  con  capacidad 
bastante  para  contener  á  los  doctores,  maestros  y  demás 
graduados,  á  cuyo  frente  se  colocaba,  bcjo  dosel,  las  armas 
reales;  á  la  derecha  de  ellas,  las  del  obispo;  á  la  izquierda, 
las  de  la  universidad,  y  un  poco  mas  abajo,  las  del  gra- 
duando. Colócase  igualmente  delante  del  teatro  ó  tablado 
una  mesa  con  tapete,  y  sobre  ella,  en  fuentes  ó  salvillas 
de  plata,  las  insignias  doctorales: —bonete  con  borla,  anillo 
y  el  Maestro  de  las  Sentencias;  el  libro  de  los  evangelios 
y  las  propinas.  Agregúese  á  lo  dicho  ricas  colgaduras, 
alfombras  lujosas,  espléndidos  sillones,  flores  y  perfumes 
y  se  tendrá  una  idea  aproximada  del  improvisado  templo 
de  Minerva. 

«  Ocupados  los  asientos  por  los  que  forman  el  concurso, 
en  el  orden  de  su  antigüedad,  sube  el  padrino  á  la  cátedra 
y  propone  al  doctorando,  en  breves  y  elegantes  frases  latinas, 
una  cuestión  para  que  la   discuta,  lo  que  hace    en  igual 

brevedad  puesto  de  pié  al  lado  de  la  mesa Llevan 

los  bedeles  .  al  padrino  de  su  asiento  á  la  mesa,  donde 
toma  al  graduando  para  ponerlo  de  pié  delante  del  que  ha 
de  darle  el  grado,  á  quien  lo  pide  en  corta  y  elegante 
oración  latino,  que  es  contestada  en  igual  forma  por  el 
graduante. »    (Garro). 

Prestaba  en  seguida  el  juramento  reglamentario,  pues- 
to de  rodillas,  con  las  manos  sobre  los  evangelios,  que 
en  seguida  lo  entregaba  Armado  al  rector  para  ser  guar- 
dado en  el  archivo.  Entre  los  puntos  que  comprendía  su 
juramento^  se  contaba  «la  opinión  pia  sobre  ¡a  concep- 
ción de  la  Virgen  Santísima  sin  mancha  de  pecado  ori- 
ginal »  pues  que,  en  aquellos  dias,  aun  no  estaba  declarado 
este  delicado  misterio  como  dogma  de  fe  del  catolicismo, 
lo  cual  fué  proclamado  recien  por  el  concilio  de  1870.— 
Inmediatamente,  el  nuevo  doctor  hacía  su  profesión  de 
fe  diciendo:— «  Creo  en  un  solo  Dios,  padre  todopoderoso, 


HISTORIA  DE  QOEMES  T  DE  SALTA-CAPlTULO  UI         157 

creador  de  la  tierra  y  de  los  cielos,  y  de  todo  cuanto  hay 
de  visible  é  invisible.  Y  en  un  solo  Señor  Jesucristo,  hijo 
unigénito  de  Dios,  nacido  del  padre  antes  de  todas  las 
cosas;  Dios  de  Dios,  Luz  de  Luz,  Dios  verdadero  del  ver- 
dadero Dios;  generado  y  no  hecho,  consustancial  con  el 
padre  por  quien  son  hechas  todas  las  cosas.  Que  por 
nosotros  los  hombres  y  por  nuestra  salud  descendió  de 
los  cielos  y  tomó  carne  en  el  seno  de  la  Virgen  María  y 
fué  hecho  hombre  por  la  gracia  del  espíritu  de  Dios, 
siendo  por  nosotros  crucificado,  bajo  el  poder  de  Pilato  y 
muerto  y  sepultado,  resucitando  al  tercero  dia  según  es- 
taba dicho  en  las  Escrituras  y  ascendió  á  los  cielos  y 
tomó  en  ellos  asiento  á  la  diestra  del  Padre;  y  de  allí  él 
debe  venir  en  su  gloria  á  juzgar  á  los  vivos  y  á  los 
muertos  y  cuyo  reino  no  tendrá  fin.  .  .  .  . » 

Continuaba,  de  esta  manera,  confesando  todos  los  santos 
principios  del  credo  de  la  Iglesia  Católica,  entre  ellos,  la 
interpretación  de  las  Escrituras;  la  unidad  de  la  iglesia; 
la  remisión  de  los  pecados  por  la  gracia  del  bautismo; 
la  hermosa  esperanza  en  la  resurrección  de  los  muertos 
y  la  vida  eterna;  la  misa  como  sacrificio  propiciatorio 
para  vivos  y  difuntos;  el  dogma  de  la  presencia  real  en 
la  eucaristia;  el  misterio  de  la  transustanciacion;  la  efica- 
cia de  la  oración  para  obtener  el  favor  de  Dios,  y  el  culto 
de  los  santos  y  sus  reliquias,  y  la  potestad  superior,  una 
y  univeraal  del  papa,  como  vicario  de  Cristo  en  la  tierra. 

En  los  últimos  tiempos,  se  ensanchó  este  juramento  en 
virtud  de  leyes  expresas,  agregándose  á  sus  cláusulas— 
« las  de  DO  ir,  en  manera  alguna,  contra  las  regalías  del 
soberano  ni  defender  jamas  la  doctrina  del  tiranicidio,» 
coronando  todo  este  grandioso  compromiso,  el  juramento 
de  obediencia  y  lealtad  al  rey.    1). 

Una  vez  terminada  la  profesión  de  fe,  el  doctorando, 
permaneciendo  siempre  de  rodillas,  recibía  de  manos  del 
graduante  el  grado  de  doctor,  lo  cual  se  verificaba  colo- 
cándole en  la  cabeza  el  bonete.  Allí  se  hablaba  en  latin, 
y  haciendo  uso  de  esta  lengua,  por  tanto  concepto  sagrada, 
el  graduante  manifestaba  hacerle  esta  concesión  en  virtud 

1)  Uy  14,  T.  22,  L.  1*.  di 


166  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  la  autoridad  real  y  pontificia,  coa  todos  los  privilegios 
é  inmunidades  que  le  eran  concernientes,  y  terminando 
sus  palabras  bendiciéndolo  en  el  nombre  del  Padre  del 
Hijo  y  del  Espíritu  Santo.  Luego  el  padrino  le  daba  las 
demás  insignias  doctorales,  «comenzando  con  el  ósculo 
en  la  mejilla  acompañado  de  estas  expresiones:  nAccipe 
osculum  pacis  in  signum  fraternitatis  et  amicilí<B\ »  esto 
es,— recibe  este  beso  de  paz  en  señal  de  fraternidad  y 
amistad.  Poníale,  en  seguida,  el  anillo  en  el  dedo,  dicién- 
dolé: — «  Accipe  anulum  aureutn  in  signum  conjugü  ínter  te 
et  Sapientiam^  tamquam  sponsam  charisstmam) » — lo  que 
vale  decir:--«  recibe  este  anillo  de  oro  como  señal  del  des- 
posorio celebrado  entre  tú  y  la  Sabiduría,  tu  carísima 
esposa. »  Y,  Analmente,  entregándole  el  Maestro  de  las 
Sentencias,  le  decía:  « Accipe  librum  Sapientice  ut  possis 
libere  et  publice  alios  docere,  »  lo  que  significa  en  romance: 
—«recibe  el  libro  de  la  Sabiduría  para  que  puedas  libre 
y  públicamente  enseñar  á  los  demás. »  Hacía  recordar  esta 
última  parte  de  la  escena,  la  despedida  de  Jesús  en  el 
monte  Olívete  cuando,  infundiéndoles  saber  á  sus  discípu- 
los, los  enviaba  á  predicar  la  buena  nueva  á  todos  los 
hombres  de  la  tierra. 

Cubríasele  en  seguida  la  cabeza  con  el  birrete  de 
doctor  colocado  in  vértice  capitis^  el  cual  era  de  seda  con 
los  colores  simbólicos  de  las  diversas  ciencias  que 
aquel  joven  cerebro  atesoraba,  los  cuales  se  manifestaban 
por  medio  de  tiras  ó  filetes  que  remataban  sus  cantos  y 
partían  del  centro  superior  que  adornaba  una  borla  tam- 
bién de  idénticos  colores.  El  color  de  púrpura  simboli- 
zaba al  doctor  en  cánones;  el  verde,  al  de  leyes,  y  el  blanco 
al  doctor  en  sagrada  teología. 

Aquella  hermosa  fiesta  era  mas  suntuosa  en  Chuquisa- 
ca  por  que  mayores  y  mas  poderosos  elementos  se  reunían 
allí  para  su  brillo;  -su  numerosísima  clientela  doctoral, 
como  que  era  la  ciudad  de  la  Plata,  por  motivo  de  su 
audiencia  real,  el  centro  de  la  mayor  labor  forense;  su 
lujo  social,  sus  hábitos  aristocráticos,  el  mayor  número 
de  alumnos  que  coronaba  y  la  presencia  en  ella  del  arzo- 
bispo, que  presidía  solemnemente  la  fiesta,  le  daban  el 
esplendor  sin  rival  en  el  virreinato. 


HISTORIA  QE  QUEDES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  m         150 

Terminada  la  ceremonia,  se  le  extendía  al  nuevo  doctor 
el  diploma  como  testimonio  legal  del  carácter  con  que 
pasnba  desde  el  claustro  al  mundo,  el  cual  era  redactado 
en  latín,  de  larga  leyenda  manuscrita,  y  en  la  forma  que 
lo  revela,  por  ejemplo,  el  siguiente  del  doctor  Gorriti:— 

«  En  el  nombre  db  Dios  .  Amen. 

«NOS  el  doctor  D.  Bernardino  de  la  Parra,  Prebendado  de 
esta  Santa  Iglesia  Metropolitana  de  los  Charcas,  Abogado 
de  la  Real  Gancilleria  de  esta  ciudad;  Vice-Cancelario  de 
esta  Real  y  Pontificia  Universidad  por  el  Ilustrísimo  y 
Reverendísimo  Dr.  D.  Fr.  José  Antonio  de  San  Alberto:— á 
todos  y  cada  uno  de  los  que  leyeren  las  presentes  letras, 
salud  en  el  Señor. 

«Hacemos  notorio  y  damos  fe  de  que  en  la  supredicha 
universidad  y  en  la  capilla,  el  dia  20  de  Mayo  de  1789 
hemos  conferido  el  grado  de  Bachiller,  Licenciado  y  Doc- 
tor al  Señor  José  Ignacio  Gorriti,  en  las  facultades  de 
Sagrados  Cánones  y  Leyes  civiles,  por  la  imposición  del 
birrete  in  vértice  capitis  con  borla  y  fimbrias  color  verde 
y  púrpura,  habiendo  precedido  las  plenas  aprobaciones 
y  rigurosos  exámenes  tanto  públicos  como  privados  de 
los  doctores  moderadores,  según  la  costumbre  de  esta 
universidad  y  las  bulas  apostólicas  de  Nuestros  Santísi- 
mos Padres  Gregorio  XV  y  Urbano  VIII,  habida  primero 
por  Nos  la  oración  suplicatoria  del  predicho  honor,  preemi- 
tida  la  profesión  de  fe  y  el  juramento  de  defender  la 
inmunidad  de  la  Virgen  Madre  de  Dios  de  la  mancha  de 
pecado  original;  de  propagar  la  doctrina  contenida  en  la 
Sesión  XV  del  concilio  constantiense,  donde  se  proscriben 
el  regicidio  y  el  tiranicidio]  de  guardar  fidelidad  y  obe- 
diencia á  nuestros  señores  los  reyes  católicos  de  España, 
como  también  de  prestar  sumisión  al  rector  de  esta  uni- 
versidad; y  ojitada  después  una  cuestión  sutil  de  la  facul- 
tad de  sagrados  cánones  por  el  doctor  decano  y  por  el 
padrino,  Dr.  D.  Antonio  Castro,  fundando  y  refiriendo 
opiniones  preliminarmente,  y  dado  por  él  mismo  el  ósculo 
ni  laureando  en  signo  de  fraternidad  y  del  mismo  modo 
dados  que  le  fueron  á  aquel  el  libro  en  signo  de  la  facultad 


leo  DR.  BERNARDO  ^RIAS 

de  enseñar  públicamente  y  el  anillo  áureo  en  señal  de 
su  desposorio  con  la  sabiduría;  estando  presentes  los  doc- 
tores llamados  con  este  objeto  para  los  predichos  grados, 
en  fe  de  los  cuales  venimos  en  conceder  y  concedemos  las 
presentes  letras,  Armadas  de  nuestra  mano  y  munidas  con 
el  sello  de  la  universidad  y  suscritas  por  nuestro  secretario 
en  esta  ciudad  de  la  Plata  á  20  dias  del  mes  de  Mayo  del 
año  de  1789.— Dr.  Bernardino  db  la  Parra,— De  mandato 
del  Dr.  Vice-cancelario,  Dr.  José  de  Navarro,  Secretario.  » 

1). 

Empero,  si  la  universidad  de  Córdoba  era  suflciente  para 
preparar  las  jóvenes  inteligencias  que  iban  &  dedicar  sus 
afanes  principalmente  al  servicio  del  altar,  no  llenaba,  en 
verdad,  las  legítimas  aspiraciones  de  los  que  anhelaban 
conocer  y  resolver  los  problemas  de  la  vida  civil,  política  y 
social;  que  antes  de  la  época  del  virrey  Liniers,  en  que 
recien  fué  elevada  al  grado  de  universidad  mayor,  solo 
confería,  cual  lo  hemos  visto,  grados  de  maestro,  licencia- 


1)  Traducción  del  diploma  original  que  conserya  la  familia  de    Gorrití» 
cuyo  tenor  latino  es  como  sigue: 

In  Dei  Nomine.    Amen, 

NOS  D.  P.  Bemardinua  de  la  Parra.  Preevendatus  hujus  Santet  EodeeÚB  Me- 
ircpolitancB  de  los  Charcas,  Advocatua  Éwúb  ChaneéUartm  isíiua  Cxvitatia,  Viee- 
eanceüariua  Regcdia,  H  PorUiflcÚB  hujua  Univeraüaiia  ab  TUmo.  et  Rtno.  Dr,  D, 
Fr,  Joaefo  Antonio  a  Sancto  Alberto:  Vniveraia  et  aingulia  preeaemtea  litteroa 
inapeeturia,  Salutem  %n  Domino.  Notum  fadmua,  et  fidem  damua,  quod  in  «u- 
pradieta  Univeraitate,  et  in  efua  íSaceüa  XIII  Kálendaa  Junii  anni  MDCCLXXXIX 
eoutuUmua  Baealaureati,  Ltcenciati  atque  Doctoria  qraduaDomitto Jobkvo  Ionatio 
GoRRiTi,  in  Sacrorum  CanWium,  Legum  que  civilium  faeuUatibua  per  impoaitúh 
nem  pUei  in  vértice  ea^ia,  éum  fioaculo,  fimbria  i¡ue  purpureif  viridia  que  eoio- 
riaf  precedentibua  pierna  aprobationibua,  rtgoroaia  que  Examinibua,  tumpublieia, 
tum  privatia  Doetorum  Moderatorum,  aeeundum  eonauetidinem  iatiua  Umverai' 
tati8f  et  Bulaa  Apoatolieaa  8.  8.  Domini  Noatri  Oregorii  XV  et  Urbani  VIII,  priua 
a  nobia  habita  oratione  auppHeatoria  pnedictt  honoria,  premiaa,  fidei  profeaaume, 
d  juramento  de  tuenda  Dbipar<£  Viroinis  immunitfúe  a  labe  oriainalia  peecatia 
de  propugnanda  doctrina  contenta  in  Seaa.  XV  Coneilii  Conaianetencia  ubi  proa- 
eribuwtur  Rkoicidiuu  et  Tirakicidium,  de  aervanda  fidditate  et  obedienfio  Ca- 
toUeia  Dominia  Noatria  Siapaniee  Reoibus.  nec  non  de  aumiaione  preatanda  Ree- 
tori  hujua  Univeraitatia,  áj^tata  que  postea  de  aacra  canónica  facúltate  aubÜU 
quteatione  a  Doctore  Decano,  ét  Patrino  Doctore  Domino  Antonio  uaatro  fkmdando, 
et  referendo  opinionea  preel/íminaliter,  dato  que  áb  ipao  oaculo  Laureando  in  aignum 
fratemitatia  et  aimíli  modo  datia  illi  Ubro  in  aignum  faeuUatia  pubtiee  docendee, 
et  annulo  áureo  in  aignum  deaponaationia  cum  Sapientia;  ad  predidta$  gradúa 
adatantibua  Doctoribua  in  hune  finem  vocatia;  in  quorum  fidem  preaentea  íitteraa 
manu  nostra  firmataa  et  SigiUo  Univeraitatia  munitaa,  per  nostrum  que  Secreta- 
rium  aubacriptaa  duximua  concadendaa  et  concedimua  in  hac  dviíate  PUstemei 
Oie  XIII  Káemdaa  Junii,  anni   MDCCLXXXIX. 

Dr.  Bbbmárdxnus  db  la  Parra. 


mSTOBU  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA-GAPÍTÜLO  DI        161 

do  y  doctor  en  teología;  y  fuerza  era  que  el  estudiante  que 
aspiraba  á  las  borlas  de  doctor  en  jurisprudencia,  tuviera 
que  pasar  á  la  de  Chile  ó  bien  ala  de Chuquisaca, distan- 
te ésta  300  leguas  de  Salta  y  700  de  Buenos  Aires,  y  que 
después  de  la  de  Lima,  era,  á  la  sazón,  la  mas  celebrada  y 
famosa  de  la  América  del  Sur. 

Esta  universidad,  llamada  también  de  Charcas  por  la 
provincia  en  que  se  hallaba,  fué  fundada  asimismo,  bajo  la 
dirección  de  los  padres  jesuítas,  en  1723,  y  se  titulaba 
pomposamente  «Real  y  Pontificia  Universidad  de  San 
Francisco  Javier.»  Habíale  concedido  el  rey,  á  fln.es  del 
siglo  XVIII,  las  mismas  prerrogativas  y  privilegios  de  que 
gozaba  la  muy  famosa  de  Salamanca. 

Como  la  de  Córdoba,  su  enseñanza  principal  fué  eminen- 
temente teológica  y  clerical;  pero  ella  alcanzó  desde  mayor 
tiempo  atrás,  que  se  agregara  á  sus  facultades  de  ci^inones 
y  de  artes,  una  de  leyes,  donde  no  se  dictaba,  sin  embargo, 
mas  que  una  cátedra  de  JnsHtuta.  A  su  lado  se  creó  una 
Academia  de  Jurisprudencia  cuyo  objeto  principal  era  dar 
y  recibir  lecciones  de  práctica  forense  civil  y  criminal. 
El  estudiante  de  leyes,  para  obtener  el  grado  de  Hcenciado 
ó  doctor,  debía  practicar  en  ella  dos  años  y  rendir  dos  exá- 
menes; en  seguida  rendía  la  última  prueba  de  suficiencia 
ante  la  audiencia. 

La  universidad  de  Charcas  alcanzó,  bien  pronto,  á  eclip- 
sar con  el  brillo  de  sus  estudios  á  la  de  Córdoba  y  su  fama 
llegaba  hasta  las  riberas  del  Rio  de  la  Plata,  arrebatando 
hacia  su  seno,  la  juventud  mas  distinguida  y  de  mas  altas 
aspiraciones  de  todo  el  virreinato,  por  que  estaba  en  ella 
radicado,  hasta  por  la  moda,  la  verdadera  y  mas  ruidosa 
enseñanza  jurídica  y  literaria,  alcanzando  áser,  sin  disputa 
alguna,  « el  foco  de  la  grande  enseñanza  y  de  los  altos 
estudios;  de  una  enseñanza  no  circunscripta  á  la  letra  de  los 
textos  sino  iniciadora  »  que,  sin  formar  parte  verdadera  de 
la  del  claustro,  «  habia  penetrado  en  el  espíritu  de  los 
estudiantes  y  se  había  apoderado  de  la  juventud. »  Desd? 
1730  á  1810,  fué  Charcas  « el  centro  de  elevada  y  trascen- 
dental iniciación,  que  dio  á  la  educación  literaria  el  espíritu 
cívico  unido  con  el  saber  y  con  los  gérmenes  de  la  reforma 
social.  »  iDe  dónde  procedía  este  brillo;    de    dónde  venia 


16a  DR  BERNARDO  FRÍAS 

esta  superioridad  y  este  progreso?  Causas  múltiples  y 
complejas  produjeron  el  brillante  fenómeno.  Chuquisoca, 
enclavada  en  el  centro  de  la  América  de  Sur,  entre  los 
desiertos  dilatados  y  no  explorados  aun  entonces  y  las 
mas  altas  montañas  del  continente,  se  hallaba,  sin  em- 
bargo, con  su  lujosa  antigüedad  donde,  desde  el  principio 
de  la  conquista,  la  habla  visitado  la  civilización  naciente, 
con  toda  su  cola  de  riquezas,  comercio,  blasones  y  demás 
congéneres  del  poder  y  del  encumbramiento,  como  que 
era,  desde  antiguo,  también  la  mas  alta  sede  del  episco- 
pado y  de  la  real  audiencia  que  gobernaban  en  lo  canó- 
nico y  en  lo  judicial,  hasta  los  últimos  tiempos,  todo  el 
territorio  del  Plata. 

Su  situación  era,  á  pesar  de  todo,  feliz,  gracias  ú  las 
leyes  administrativas  de  la  colonia,  pues  se  hallaba  en 
cercanía  relativa  con  Lima,  centro  antiguo  y  el  mas  opu- 
lento del  gobierno,  foco  que  era  de  la  civilización  y  cul- 
tura social  é  intelectual  de  América;  que,  aun  bajo  tan 
pesado  despotismo,  Lima  conoció  ya  periódicos  y  escrito- 
res cuyas  producciones  llamaron  la  atención  en  Europa; 
su  universidad,  llamada  de  San  Marcos,  era  sin  rival  y  la 
mas  antigua  del  Nuevo  Mundo,  1)  poseyendo  una  her- 
mosa biblioteca;  habiendo  sido  en  tan  preclara  ciudad  cul- 
tivada la  literatura  con  esmero  y  buen  suceso  por  la 
juventud  noble  española  que  acudía  á  ella  de  lo  mas  es- 
cogido y  sobresaliente  por  su  linaje  y  por  su  ingenio. 

Las  irradiaciones  benéficas  de  este  centro  social  é  inte- 
lectual, emporio  de  la  aristocracia  y  la  fortuna,  llegaba 
sin  cesar  6  Chuquisaca,  y  casi  se  contenia  en  sus  latitudes 
sin  descender  mas  hacia  el  sur,  por  lo  que  en  esas  re- 
giones abundaban  los  artistas,  como  los  legistas  y  genera- 
les. Los  pintores,  por  ejemplo.  Id  visitaban  con  frecuencia, 
siendo  en  el  sur  desconocidos,  y  á  tal  extremo,  que  solo  su- 
biendo á  tierras  del  Perú,  podían  las  personas  de  la  época 
conseguir  sus  retratos.  Esta  es  la  causa  por  que  de  la 
mayor  parte  de  nuestros  hombres  ilustres,  no  conservamos 
memoria  física  alguna. 

Formóse,  de  esta  manera  en  Charcas,  envolviendo  como 


1)  Fué  fundada  en  1551. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  lU         163 

atmósfera   luminosa  su    universidad,   una  escuela  nueva, 
sin  caso,  sin  autoridades,  sin  nombre  que  enseñaba,  fuera 
del    claustro,    las    novedades   de   la  político,   el  ruido  y 
explicación  de  los  sentimientos  liberales  y  revolucionarios 
de  Europa  y  las  que  causaban  con  su  novedad  y  belleza 
de   verdad,  las  ideas  nuevas    en   el  espíritu   ardiente  de 
aquella  juventud  vigorosa.    Los  viejos    hombres  letrados, 
aun  los  mismos  ministros   de  la  iglesia,  tenían  noveda- 
des  literarias  y   filosóficas    en  sus   bibliotecas    privadas; 
libros  peligrosos  entonces,  pero  que  comenzaron  á  pene- 
trar en  América  con  la  mas  prolija  cautela,  y  que  á  muchos 
de  ellos,  como  ó  Rousseau,  era  necesario  leerlos  ú  ocultas  y 
bajo  escrupulosas    garantías.    El   espíritu    de   ilustración 
dominó  de  lleno  á  la  juventud,  eíitónces,  como  la  literatura 
clásica,  de  tendencia  política  de  los  griegos    y  romanos; 
los  libros  filosóficos  mas  en    boga,  ingleses  y  franceses, 
como    Montesquieu,    Adam-Smith,     Volney   ó  Montagne; 
la    discusión  y  estudio   de    la  política    del  siglo  y  el  del 
real  patronato    que    viene    &  ser,  en    cierta  medida   por 
sus  fundamentos,  el  estudio  «de  la   soberanía  política  de 
las  naciones,   con  el  derecho  de  gobernarse  á  sí  mismas 
en  las  graves  y  delicadas  materias    de  la  vida  pública.» 
Llegaban  ta  mbien  hasta  allí,  donde  eran  comentadas  y  some- 
tidas á   crítica    científica,  las   noticias   de  la    revolución 
francesa  y  de    sus   doctrinas    que  descubrían    la    grande 
iniquidad  del  obsolutismo  de  los  reyes,  dejando    conocer 
los  derechos  de  los  hombres  y    los  pueblos    pora  gober- 
narse; se  comentalia  y    se    envidiaba    la    revolución  mas 
cercana  y  mas  simpática  y  el  triunfo  de  la  independencia 
de  los  Estados  Unidos,  cuyos  progresos  llevaban  hasta  Char- 
cas los  vientos  de  la  fama  y  de  la  parcialidad.    El  aflo- 
jamiento de  la  intolerancia  sobre  la  lectura   de  los   libros 
prohibidos  en  materia  política  y  otras  tiranteces  del  añejo 
despotismo    y   de   la  inquisición,   moderados  yo  con    el 
régimen   y  reformas    liberales  de  Cérlos  III,  que  protes- 
taba continuarlo  Carlos  IV,  dejó  penetrar  por  estas  estre- 
chas rendijas,  aunque  con  ocultación  y  cautela,  ciertas  obras 
modernas  de   filosofia   política   que,    como  aves  roras   y 
peregrinas,  se  ocultaban  en  una  que  otra  biblioteca  parti- 
cular, con  justo  temor  de  la  persecución  y  el  fuego,  y  que 


164  ER.  BERNARDO  FRUS 

venian  &  revelar  ideas  emancipadoras  de  la  dignidad 
Iiumana,  á  las  que  conviene  agregar  ciertas  publicaciones 
de  algunos  escritores  españoles  que,  amparados  de  estas 
concesiones  tolerantes,  se  atrevieron  en  la  península  á 
pensar  un  poco,  como  Campomanes,  Olavide,  Roda,  ó 
Jovellanos, 

Es  fácil  de  comprender,  así  mismo,  que,  entre  aquellos 
libros  de  novedad  que  comenzaba  á  devorar  la  juventud 
estudiosa  de  Ghuquisaca  y  de  Lima,  no  se  contaban  ni 
podían  hallar  eco  simpático  y  sí  de  condenación  y  repulsa, 
aquellos  que  enseñaban  la  ñlosofía  materialista,  y  aquellos 
otros  autores  impios  que  tanto  dieron  que  decir  á  la  sazón 
en  Europa.  A  mas  de  la  vigilancia  de  la  inquisición  y  de 
la  misma  autoridad  civil,*-perseguidores  oflciales  de  los 
hereges  famosamente  conocidos,  hallábase,  contra  la  cor- 
riente perturbadora  de  las  antiguas  y  venerandas  creen- 
cias religiosas  y  morales  de  la  sociedad  española  trasladada 
á  la  América,  la  sólida  instrucción  y  la  educación  esme- 
rada y  profunda  asi  del  corazón  como  del  espíritu  de 
aquella  juventud  estudiosa  y  pensadora,  por  que  su  ilus- 
tración religiosa  y  sus  principios  de  fllosofía  espiritualista 
no  eran  superficiales  sino  profundos;  la  fe  era  honrada  y 
sincera,  sostenida  y  defendida  por  teólogos  consumados, 
por  filósofos  de  aliento  poderoso  y  por  abogados  y  litera- 
tos, en  fin,  de  gran  vuelo  y  elocuencia  avasalladora. 

Si  aquellos  textos  traían  errores  y  tendencias  perniciosas 
al  dogma,  á  la  fe,  á  las  antiguas  costumbres,  eran  bien 
luego  reconocidas  y  condenadas  sus  teorías  contra  aque- 
llos fundamentos  sociales,  con  la  poderosa  y  bien  fortale- 
cida inteligencia  de  sus  lectores.  Y  así  llegó  á  notarse 
que,  si  de  aquellos  centros  surgieron  cabezas  revolucio- 
narias en  política  y  en  instituciones  generales  de  gobierno, 
casi  no  hubo  ejemplo  de  que  trastornaran  los  viejos  funda- 
mentos de  la  fe  y  los  principios  morales  de  aquellos 
hombres  y  en  que  descansaba    la  sociedad. 

Aquella  juventud  conocedora  del  latin,  aderezaba  su 
espíritu  nutrido  de  la  ciencia  de  la  cátedra  oficial—  con 
la  lectura  de  Bossuet,  de  Virgilio,  de  Masillon,  de  Homero, 
de  Horacio,  de  Cervantes,  de  los  poetas  españoles  como 
Granada  y  fray  Luis  de  León  y  Garcilazo,  y  de  los  clásicos 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  ffl        166 

griegos.    La    historia  antigua,  la    historia  romana  y  la 
griega,  y  la  historia  de  Europa  moderna  hasta  las  recien- 
tes guerras  caballerescas  de  Carlos  XII,  les  eran  conocidas. 
En  Plutarco  aprendían  á    conocer,  á  amar  y  á  aplaudir 
las  virtudes  cívicas  de  los  grandes  hombres  de  la  antigüe- 
dad; en  Cicerón,   en   Aristóteles,    en   Platón  profundiza- 
ban la  fliosofia  que  daba  explicación  de  los  gobiernos,  de 
los  pueblos,  de  las  leyes  y  del  despotismo  y  de  los  abusos 
del    jKHier,     aprendiendo  á  conocer  en  Tito  Livio,   cómo 
Roma  se  engrandece,  y  en  Tácito,  cómo  Roma  sucuinbe. 
Los  mismos  anales  españoles,  que  estaban  acostumbrados 
¿  leer,  cuántos  ejemplos  no  les  presentaban  de  alzamien- 
tos gloriosos  contra  la  opresión  que  hablan  transformado 
en  héroes  populares  y  hasta  en  santos  de  la  iglesia  á  sus  ilus- 
tres antepasados!   Por  que  la  historia  de  Espaiia  les  ftióstfa- 
ba,  verbigracia,  al  principe  Hermenegildo  aizátldoée  para 
derrocar  al  rey  de  España,  su  padre,  cotitálderíido  como 
opresor   y  tirano  de  su  pueblo,  y,  utia  vez  vencido  y  sa- 
crificado por  la  justicia  del  trono,  se    levantaba  sü  efigie 
en  los  altares,   santificado  por  la  justicia  dé  lá  iglesia;  y 
mas  luego,  durante  la  edad  media,  leían  que  sus  padres, 
ilustres  y  poderosísimos  representantes  dé  los  derechos 
populares,  hacían  los  reyes  de  España,  y  al  conferidles 
la  corona  y  el  mando  y  gobierno  de  la  nación,  con  toda 
aquella   altivez  cívica     que   aplaudirán  eternamente    los 
siglos,  les  decían:— Os  facemos  ftBv  sí  ouAt^nAis  La  Lkv  k 
SE  M6N,  non;  »— y,  en  fin,  allá  en  la  edad  inoderha,  mien- 
tras eñ  América  se  echaban  los  cimientos  de  sus  ciuda- 
des, ios  nobles  de  Aragón  y  de  Castilla  se  levantabatl  contra 
CáHos  Quinto  y  reñían  contra  él  hasta  morir  en  él  éádalso, 
defendiendo  las  libertades  de  su  pueblo  y  las  antiguas  ins- 
tituciones dé  su  patria.    I^  historia  general  les  habla  en- 
señado cómo  se  forman  y  se  derrumban  los  iriipétios;  la 
república  romana  y  su  senado  ahogado  ihas  tardé  por  el 
dtíápkHlsmó  imperial;  las  seculares  cortea  españolad,  or- 
gullo cívico  y  nacional  de  nuestra  raza;  los  {iaridniéntos 
fitinfce^;  el  parlamento  ingles  que  funcionaba  coiiio  poder 
vivificador  del  gobierno,  y  cuyas  iras  hablan  heckó  rodar 
lá  cábezd  del  rey  Carlos  I  én  el  (cadalso;  él  pueJDJo  dé  i^aris, 
(fué  Üii  6S6s  mismos  diá^  acababa  dé  d6cai)ltar  al  r^y  de 


166  DR.  BERNARDO  frías 

Francia  y  á  la  familia  real  como  aquel  encumbramiento  y 

coronación  y  hermandad  con  los  viejos  reyes  de  Europa, 

que  les  mostraba  un  simple    general  afortunado,  con   el 

nombre  de  Napoleón  I,    les  acabó  de  convencer  de  dos 

verdades  políticas   de  inmejorable  simiente  para  su  país: 

—la  mentira  de  la  irresponsabilidad  de  los  reyes  y  de  la 

soberanía  de  su  voluntad;  y  el  derecho  y  la  fuerza  de  los 

pueblos  para  hacer  y  derribar  gobiernos,  instituciones  y 

leyes. 
Sin  embargo,  excesiva  lijereza  de  ánimo  acusarla  quien 

pensara  que  fué  la  revolución  francesa  la  que  inspiró  á 
nuestros  antepasados  la  revolución  de  la  independencia 
contra  España,  por  que  probaria  solamente,  ignorancia  de 
los  tiempos,  de  las  ideas,  de  las  costumbres  y  del  común 
sentir  de  las  gentes  de  la  época.  Pocas  cosas  hay,  en 
verdad,  mayormente  notorias  que  el  escóndalo  y  el  pavo- 
roso espanto  que  causó  la  revolución  francesa  en  el  alma 
de  nuestras  sociedades.  Cuando  aquel  acontecimiento  se 
prodigo,  no  había  madurado  aun  la  idea  revolucionaria 
en  América;  y  como  vino  acompañado  de  una  corte  es- 
truendosa de  escándalos,  en  vez  de  hacerse  simpático  y 
apetecible  por  pueblos  lejanos  y  de  principios  tan  arraiga- 
dos como  los  españoles,  todas  las  almas  que  leyeron  ó 
escucharon  estas  tremendas  novedades,  se  sintieron  ene- 
migas; por  que  la  nobleza,  la  fortuna,  la  clase  pensadora 
y  de  espíritu  conservador,  vio  por  él  perseguidos  á 
quienes  tenian  iguales  derechos  é  intereses  semejantes; 
los  crímenes  del  Terror  llenaron  de  indignación  y  contra- 
ria simpatía  los  corazones;  y  las  impiedades  cometidas,  en 
fln,  con  la  religión  católica,  con  sus  mas  venerables  reli- 
quias convertidas  en  ludibrio  público;  sus  dogmas  reales, 
su  culto,  corriendo  idéntico  infortunio,  viéndose  aventar 
liasta  las  cenizas  de  los  muertos,  y  el  Santo  Padre,  en 
fln,  arrastrado  prisionero  por  aquel  nuevo  César  que  para 
tpdos  era  el  hijo  terrible  de  la  revolución;  todo  aquel  cú- 
mulo de  sucesos  y  bochornos,  presentaron  á  la  revolución 
francesa  como  el  credo  de  la  heregía,  de  la  inhumanidad 
y  del  crimen.  tQuién  podia  ver  en  ella  el  libro  abierto 
del  derecho,  de  la  justicia  y  de  la  libertad?  {La  tiranía 
torpe  y  sangrienta  de  la  plebe  no  habia  sucedido  con  ere- 


HI8T0RU  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  m        167 

ees,  á  la  antigua  y  orgullosa  tiranía  de  los  reyes?  íY  el 
nuevo  tirano  que  avasallaba  los  pueblos  y  amenazaba 
conquistar  España,  derramando  cadenas  y  repartiendo  re- 
yes á  su  antojo,  no  era  parto  también  de  la  revolución? 

Antes,  por  el  contrario,  fueron  estos  sucesos  lecciones 
terribles  que  recibieron  desde  lejos  aquellos  hombres  y 
que,  antes  de  servirles  de  ejemplo  é  imitarlas,  vinieron, 
ú  su  tiempo,  &  evitar,  en  mucho,  que  la  revolución  de 
mayo  se  precipitara  en  los  mismos  desbordamientos;  por 
que  si  en  Francia  la  revolución  cayó  en  manos  de  la  clase  co- 
mún dirigida  por  tanto  demagogo  plebeyo,  entre  nosotros 
la  revolución  iba  á  ser  hecha  por  la  gente  decente,  por 
el  elemento  noble,  distinguido  y  pensador,  defensor  infa- 
tigable hasta  morir,  del  orden  y  la  virtud;  la  revolución 
iba  á  ser  hecha  por  el  clero,  por  los  doctores,  por  I03 
abogados  y  literatos  y  por  todo  el  elemento  culto,  quien 
debía  conducirla  por  la  senda  del  honor  y  de  la  gloria, 
sin  manchar  su  túnica  con  los  horrores  y  las  vergüenzas 
de  que  acababa  de  ser  escandalosa  prueba  la  revolución 
de  Francia. 

En  nuestro  sentir,  el  verdadero  poder  que  tuvieron  los 
pueblos  del  Plata  para  lanzarse  y  consumar  de  manera 
tan  digna  y  tan  honorable  la  revolución,  fué,  ante  todo, 
por  la  educación  y  la  ilustración  de  que  era  poseedora  la 
raza  distinguida  cuyos  hombres  deberían  iniciar,  dirigir 
y  consumar  el  grande  y  tenebroso  problema;  por  que 
«es  el  cultivo  de  las  letras  quien  eleva  las  ideas;  quien 
fortiflca  las  generosas  disposiciones  del  hombre;  es  él 
quien,  combinado  con  la  educación  doméstica  de  nuestros 
padres,  de  nuestros  colegios  y  de  nuestras  familias,  ha 
conservado  la  distinción  y  la  verdadera  nobleza  de  senti- 
mientos y  ha  sido  una  de  las  fuentes  mas  vivas  del  pa- 
triotismo y  del  honor  cívico. »    ( Chaveau. ) 

Por  que  siendo  verdad,  cual  lo  sostienen  escritores  en 
nuestro  concepto  bien  equivocados,  que  fué  la  revolución 
francesa  quien  informó  las  ideas  del  derecho  en  los  hom- 
bres pensadores  é  ilustrados  de  la  América,  jcómo  podia 
llegar  á  explicarse  este  raro  y  sorprendente  fenómeno  de 
que,  estando  la  ciencia  en  los  conventos  y  claustros  uni- 
versitarios, las  ideas  nuevas  no  tuvieron  otros  apóstoles 


168  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

que  el  elemento  clerical  y  sus  discípulos,  siendo  singular 
el  que  los  primeros,  tanto  ó  mas,  quizé,  que  los  seglares, 
tuvieron  fanático  ardor  por  la  revolución  si  se  atribuía  ó 
recibían  inspiración  solamente  de  los  enciclopedistas  y  de 
las  sociedades  secretas  del  extrangero?    1). 

Y  recuérdese  que  tanto  el  poder  civil  como  la  inquisición 
perseguían  la  lectura  de  los  libros  no  publicados  con  cen- 
sura y  licencia  real;  que  en  las  bibliotecas  de  América, 
que  solo  poseían  los  particulares,  no  existían  libros  de 
hereges,  como  eran  clasificados  entonces;  que  alguno  dé 
ellos,  oculto  y  rarísimo,  no  era  suficiente  para  obra  tan 
magna;  que  la  sociedad  era  profundamente  religiosa,  ca- 
tólica romana;  que  su  piedad  en  el  culto  y  su  fervor  reli- 
gioso, á  pesar  de  no  haber  sido  manchados  de  fanatismo, 
eran  tan  sinceros  y  tan  intensos  en  sus  almas,  que  hoy  es 
imposible  imaginarlo  siquiera;  que  el  partido  liberal  que 
alcanzó  á  formarse  en  España,  no  llegó  á  tener  eco  en 
América  por  causa  de  los  acontecimientos  que  se  cruza- 
ron; que  si  la  invasión  francesa  dio  franquicias,  aunque 
ocultas  al  espíritu  innovador  é  incrédulo  que  soplaba  del 
lado  de  la  Francia  y  dio  por  resultado  la  constitución  es- 
pañola de  1812  y  mas  tarde  la  sublevación  y  anarquía  de 
1820  en  la  península,  no  se  introdujo  en  América  sino  con  los 
soldados  de  Laserna,  pero  cuyo  liberalismo  no  rompía 
con  la  iglesia  romana  y,  en  política,  solo  pedía  monarca 
conlstitucional  mas  no  república. 

¿Cómo  es  entonces  que  la  revolución  de  Mayo  es  tan 
clerical  en  sus  elementos  y  tan  liberal  en  sus  doctrinas 
y  en  sus  hechos?  Por  que  á  la  manera  que  los  filósofos 
de  la  enciclopedia  no  aguardaron  una  revolución  extraña 
para  adquirir  sus  ideas  liberales  de  religión  y  de  go- 
bierno, sino  que  les  bastaron  sus  propios  esfuerzos  y  la 
fuerza  de  su  talento,  así  entre  nosotros,  nuestro  clero, 
nuestros  doctores,  abogados  y  literatos  vieron  y  com- 
prendieron con  el  estudio  y  la  fuerza  de  su  inteligencia 
poderosa,  con  la  virtud  de  sus  principios  basados  en  las 


1)  .VéaM  e«ta  obs^rracion  qn*  refutamos,  h«6ha  «n  el  artículo  «Declara* 
ciQu  de  la  independeocia  argentina*— publicado  en  La  Nación  del  9  de 
Julio  de  1901,  Buenos  Aires. 


HISTORIA  DE  GORMES  Y  J)E  SiXT  i— CAPÍTULO  m        ^09 

mas  santas  lecciones  evangélicas;  por  su  edueacion  .social 
y  moral  levantada  sobre  la  concepción  mas  elevad^  de.  la 
dignidad  del  hombre  que  tanto  les  revelaba  su  clase,  Qris- 
tocrática;  y  por  su  ilustración,  en  el   va3tp   escenario.de 
ios  griegos  y  de  los  romanos  y  aun  de  las  mismas,  his- 
torias que  en  España  y  en  América  enseñaban  c6pio  ad-- 
quirian  y  perdían  los  reyes  el  gobierno  y  cómo  los  pueblos 
hablan  luchado  y  enseñado  y  mas.de  una  vez  triunfado 
de  la  arbitrariedad  y  el  despotismo.     Por  que  los  princi- 
pios religiosos,  no  obscurecidos  en  América  por   el  fana- 
tismo, pues  jamas  habla  la  pasión  religiosa  abrasado  las 
almas  por  no  haber  existido  en  ella  cuestiones  ni  guerras 
de  religión,— basados  en  el  evangelio,  les  enseñaban  mejor 
que  los  filósofos  y  los  demagogos  de  la  Francia  revolu- 
cionaria, los  claros  y  legítimos  é  inalienables   derechos 
del  hombre;  y  no  como  opinión  ó  doctrina .  humana  dis^ 
cutible,  dudosa  y  cuestionable,  sino  como  dogma  de  fe, 
como  base  de  virtudes  en  que  yacia    el  descanso  de  la 
vida  futura  en  toda  una   eternidad  de  dichas    ó    dolores 
cual   eran    la  libertad,  la  igualdad,   la  fraternidad  entre 
todos  los  hombres,  enseñada  como  la  aspiración  sublime 
del  Dios  de  nuestros  padres  desde  la  tribuna  de  la  cruz; 
principios  destructores,    por  ende,   del  privilegio   divino 
del  rey  para  mandar  sin  responsabilidad   y  á  su  antojo  ú 
los  pueblos.    «  El  evangelio  es  democrático;  el  cristianismo 
es  republicanol »  lo  confesaba  ya,  en  aquellos  mismos  dias, 
el  orador  francés  desde  lo  alto  de  la  tribuna  revolucionaria. 
Nuestra  revolución  es,  pues,  eminentemente  nacional  y 
su  gloria  no  es  gloria  prestada  de  allende  los  mares  sino 
gloria  también  exclusivamente   propia   y  eminentemente 
nacional,  la  cual,  realizada  sin  deshonras  ni  crímenes  por 
una  sociedad  que  por  la  vez  primera  se  hacia  cargo  del 
gobierno  para  reconstituirlo  en  bases  progresistas  y  libe- 
rales,  sobre   los  escombros   de  un  secular   despotismo, 
forma  una  pajina  verdaderamente  limpia  y   hermosa  en 
la  historia  del  mundo. 

XI 
Córdoba  y ;  Chuquisaca  llegaron  á  ser  los  dos   centros 


170  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

exclarecidos  de  la  ilustración  del  Rio  de  la  Plata;  los  que, 
favorecidos  por  las  circunstancias  de  los  tiempos,  inspi- 
raron, con  la  ciencia,  la  revolución  en  el  corazón  y  el 
cerebro  de  nuestros  mayores.  Su  prestigio  era  cada  dia 
creciente  y  su  obra  cada  vez  mas  robusta  y  poderosa;  las 
consecuencias  que  resultaron  para  la  civilización  y  pro 
greso  de  nuestro  país  fueron  numerosas  y  felices.  La 
instrucción  que  se  daba  en  Córdoba  permaneció  siendo 
siempre  de  espíritu  mas  teológico  y  clerical;  y  aquella 
ciudad  mereció  recibir  el  título  de  Córdoba  la  docta,  y  su 
universidad,  á  la  larga,  hobia  infundido  en  la  sociedad 
cordobesa  «  el  lustre  de  un  culteranismo  exagerado  y  doc- 
toral que  la  crítica  y  malicia  de  las  demás  provincias  ta- 
chaba de  pedantesco;  pues,  por  los  hábitos  y  por  los  fueros 
de  gremio  que  prevalecieron  en  aquel  tiempo,  los  cordo- 
beses adquirieron  el  aire  y  las  formas  de  los  pedagogos, 
trasmitiendo  el  mismo  empaque  hasta  en  los  mulatos  por 
el  influjo  de  la  imitación  y  el  contagio. » 

Ghuquisaca,  la  togada  Chuquisaca  era,  por  el  contrario, 
mas  ilustrada ^y  liberal;  su  universidad  llegó  á  ser  la  es- 
cuela de  moda  de  la  época,  tanto  por  su  brillante  fama 
cuanto  por  la  instrucción  literaria  que  había  sentado  allí 
sus  reales;  de  manera  que  la  afluencia  &  su  centro  de 
gente  ilustrada  y  doctoral  era  numerosísima. 

Así,  por  ejelnplo,  con  motivo  de  la  elección  del  nuevo 
rector  de  aquella  real  universidad  de  la  Plata,  llegóse  á 
ver  reunido  todo  su  claustro  en  1795,  compuesto  de  140 
doctores.  1).  Ese  mismo  claustro  alcanzaba  á  contar 
350  doctores  al  rayar  el  siglo  XIX.    2). 

Por  aquellos  mismos  dias,  en  1792,  á  fln  de  rodear  de 
mayor  tono  y  respeto  la  administración  de  justicia,  vino 
la  audiencia  á  reglamentar  los  trajes  que  debían  vestir 
en  sus  funciones  los  abogados,  escribanos  y  demás  su- 
balternos.—» Los  abogados  sin  distinción  de  casados  y  sol- 
teros, decía,  usarán  precisamente  golilla  y  manteo,  con 
peluca  ó  pelo  propio  decentemente  peinado;  ropilla  de 
falda  cerrada  y  manga  redonda  ancha;    sombrero  forrado 


1)  BoleUn  y  Cdttálogo  del  areh.  d«  Suera,  dt.  T.  h  v4*  17S  N\  78. 
9)  Raf .  dé  Buenos  Airee»  Tom.  U»  páj.  839* 


HISTORIA  DE  GOEMBS  T  DE  SALTA— CAPITULO  TU        171 

de  seda  fuera  del  tribunal  y,  en  las  salas,   gorra  igual- 
mente forrada  y  de  ala  corta. 

Los  escribanos  de  cámara,— casaca  negra  y  su  chupa, 
sin  golilla,  con  peluca  blonda  y  capa  corta;  espadín  y  som- 
brero de  picos  fuera  del  tribunal;  los  procuradores,  peluca 
blonda,  sin  golilla,  chupa  de  falda  corta,  nlanga  ajustada 
y  manto  corto  que  lleigue  á  la  corva;  sombrero  redondo 
sin  forro.»    1). 


XII 


Con  relación  á  la  delicada  cuestión  de  la  intelectualidad 
del  país,  se  notaba  que  ella  obedecía  tanto  á  la  influencia 
directa  de  estos  dos  centros  de  instrucción  como  á  las 
condiciones  propias  de  civilización,  comercio  y  riqueza  de 
cada  una  de  sus  diversas  comarcas.  Buenos  Aires,  favo- 
recida con  las  franquicias  comerciales  de  su  puerto,  atrajo 
á  su  plaza  capitales,  movimiento  mercantil  activísim,o, 
elementos  de  población  de  primer  orden,  y  su  juventud 
acudió,  á  su  vez,  á  Córdoba,  á  Chile,  á  Chuquisaca  en 
abundante  número:  muchos  de  ellos  pasaron,  como  en 
Salta,  &  educarse  en  España;  Córdoba  sobresalía,  como  lo 
hemos  visto,  por  la  ilustración  de  su  clase  distinguida, 
destacándose,  mas  que  en  parte  alguna  del  virreinato,  aquel 
su  espíritu  religioso  con  cierto  colorido  de  terquedad  á 
intolerancia  que  llegó  á  conservar  hasta  en  los  últimos 
tiempos;  Tucuman  comenzaba  también  á  tomar  el  camirio 
de  las  escuelas,  sin  distinguirse  ó  sobresalir  por  ello,  sien- 
do, entonces,  bien  escaso  de  recursos  y  de  pobre  comercio, 
aunque  lleno  de  elementos  de  actividad  y  de  espíritu  pro- 
gresista; de  Salta .  conocemos  ya  como  era  de  extensa  la 
cuenta  de  sus  doctores,  que  podía,  con  derecho,  colocar- 
se entre  Chuquisaca  y  Córdoba.  La  ciudad  de  Jiguy  com- 
partía, aunque  reducida  como  era,  de  la  aristocracia,  de  la 
riqueza  é  ilustración  que  honraban  á  Salta,  contándose 
entre  sus  hüos  ilustrados,  á  mas  de  los  Gorriti,  avecinda- 


1)  Catálogo  del  areh.  de  Sucre,  «it.  Tomo  I«  pá|.  }86,  N*»  08, 


dofi  en   S,Qtlta,  á  Ips  doctores    Biji^taiQa^te,   Mopteafirudo, 
Zégada,  Gordaliza,  Portal,  Oterp,  etc. 

«Kn  Mendozfi  y  Sai^  J.uaa,  la  sociedad  culta  era  mas  biea 
agricultora  y  traficante;  no  habia  doctores,  pero  babia 
viñateros,  arrieros  y  empresarios; »  en  una  palabra,  los 
pueblos  de  Quyo  eran  cultivadores  de  la  tierra  y  empresa- 
rios de  transportes.  El  resto  del  territorio  lo  poblaban 
masas  obscuras  destinadas  á  aparecer  cop  su  barbarie 
contra  los  centros  cultos  de  la  via  comercial  del  Perú,  en 
las  sangrientas  violencias  de  la  guerra  civil;  siendo  tan 
grande  su  ignorancia  y  obscurantismo,  que  cuando  Sar- 
miento abria  en  San  Luís  de  la  Punta  su  escuela  de  pri- 
nieras  letras,  en  1825,  aun  los  hombres  ricos  no  sabían 
leer  ni  escribir! 

La  instrucción  universitaria,  bajo  el  régimen  español, 
tuvo  su  origen  en  el  deseo  de  formar  un  clero  americano 
lleno  de  luz  y  de  virtudes;  fué  de  esta  suerte  el  clero,  el 
civilizador  y  el  primeramente  civilizado  como  poseedor  y 
propagador  de  las  luces;  la  filosofía  escolástica,  el  latin  y 
la  teología  eran  las  cátedras  mas  antiguas  y  que,  hasta  la 
época  de  la  revolución,  llenaron  casi  la  totalidad  de  sus 
programas  oficiales.  Esta  clase  de  enseñanza  revela  cuan 
clerical  era  el  espíritu  que  reinaba  en  la  época  en  materia 
de  estudios  superiores;  parecía  que  el  sistema  español  que- 
ría perpetuar  la  secular  ignoroncia  de  la  clase  civil  y  que 
solamente  el  clero  fuera  el  poseedor  de  la  civilización  y  de 
la  luz  en  América,  como  que  es  muy  temible  la  ilustración 
para  la  salud  de  los  déspotas  por  ser,  acaso,  su  mayor  y 
mas  formidable  enemigo;  pues  el  clero  habia  sido  siempre  el 
mas  leal  y  mas  fuerte  y  mas  adicto  amigo  del  trono;  pero 
que  el  clero  americano  debia  desengañar  tan  pronto  y  tan 
brillantemente  aquella  constante  afirmación  de  la  historia. 

Mas,  á  pesar  de  todo  ello,  y  haciendo  justicia  la  histo- 
ria, se  debe  reconocer  que  no  podia  ser  otro  el  aspecto  y 
la  tendencia  que  llevara  la  instrucción  superior  en  Amé- 
rica, por  que  es  debido  solamente  á  los  esfuerzos  del  clero, 
de  sus  obispos,  como  Trejo,  ó  de  la  Compañía  de  Jesús, 
esa  luz  que  ennoblecía  los  espíritus  en  aquellos  dias, 
sustraída  de  los  claustros  universitarios  y  como  el  or- 
namento literario  que  los  envolvía,   fuente  de  la  idea  re- 


"^ 


mSTORIA  DE  6ÜRWE;S  y  DJ&  SALTA-CAPÍTULO  III        178 

dentoca  cl^  la  ind^ip^ndeacia;  que  fué  de  aquel  seinteerio 
de  Loreto,  de  aquel  colegio  de  Mont-serrat,  alegren  coo 
la  juveniud  aristocrática  en  Urfijes  sacerdotales;  de  aque- 
llos claustros  veoera^bles  de  Córdoba  y  de  Charcas,  donde 
96  nutrían  de  luz  Ips  jóvenes  de  las  ví3pera3  d^  ISIO,  de 
doode  habían  de  salir,  coronado^  de  doctores^  de  ctórigos, 
de  abogados,  los  nuevos  soldados  á  redimir  la  Uerra  de  tanta 
¡(Úusti^ia  é  iniquidad.  Como  el  poeta  polaco,  bien  pudo  el 
ndmen  de  América  exclamar,  al  ver  entrar  á  la  vida  pública 
aquella  leg¡,on  brillante  de  mancel^os:— «  Salud,  aurora  de  la 
libertad;  detrás  de  tí,  &  tu  espalda,  se  levanta  el  sol  de  la 
independencia! » 


XIII 


De  aquellos  centros  se  vieron  corr^er  á  tomar  las  armas, 
á  los  primeros  estruendos  de  la  guerra,  jóvenes  como  D. 
José  María  Pa^,  de  Córdoba,  ó  D.  Juan  Francisco  Sevilla, 
de  Salta,  que  cortaban  el  vuelo  de  sus  estudios  en  las 
letras  para  alistarse  bajo  los  gloriosos  estandartes  de  la 
revolución.  (1) 

Entre  aquella  pléyade  de  jóvenes  doctores,  nuestras  an- 
tiguas universidades  pueden  justamente  gloriarse  de  contar, 
&  mas  del  res^peto  de  sus  250  años  y   mas  de  brillante 


1)  •  En  aquellos  dias  de  amargura  y  de  gloria  llenos,  en  que  la  juventud 
mas  notable  de  los  pueblos  argentinos  as  levantó  ardienflo  en  4eseo 
de  formar  un  pueblo  libre  y  con  la  conciencia  de  los  santos  derechos 
del  hombre,  el  joven  Sevilla,  cuyo  talento  y  provecho  en  ios  estudios 
fueron  un&nimementa  reconocidos  en  el  colegio  de  Córdoba;,  cediendo 
k  ese  impulso  general  que  forma  el  mas  alto  timbre  de  los  americanos, 
abandono  su  carrera  literaria  en  los  mejores  momentos,  y,  arrebatado 
del  común  vértigo  que  tanto  enalteció  ¿  los  sáltenos,  corrió,  con  otros 

1'óvenes  de  su  pais,  á  enrolarse  en  las  filas  de  los  Decididos,  >  .  .  .  Fué 
lerído  en  la  pierna  en  la  batalla  de  Tucuman,  formando  parte  del 
ejército  de  Belgrano,iCuya  bala  le  fué  extraída  á  los  treinta  y  tres  Añoñ 
de  la  herida,  y  él  murió  al  año  siguiente,  de  1866.  •  Era  h^o  de  una 
notable  familia  cueros  vastagos  han  Quedado  dispersos  en  varias  par* 
tes.  >  Fué  condíssipulo  de  zuviria,  de  Zorrilla,  de  I).  Dámaso  Uribu- 
ru  y  otros  qUe  figuraron  con  tanta  altura  en  la  vida  civil,  como  lo 
veremos  mas  al  fondo  de  esta  historia.  Por  les  contrastes  de  la  guerra 
civil  pasó  emigrado  á  Tarija  y,  regresado  á  la  patria*  sostuvo  su  vida 
defendiendo  como  abogado  ante  loa  tribunales.  (Datos  tomados  del 
periódico  El  Comercio.  N*.  9^  de  11  de  Abril  de  18S3,  <¿ie  conUene  su 
neerologia,  en  el  Archivo  de  Salta,  y  de  otras  fuentes  de  la  mas  res* 
patable  Information. ) 


174  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

existencia,  varones  de  mérito  notabilísimo  ó  que  dejaron 
huella  bien  profunda  en  nuestra  historia. 

De  Córdoba  salieron:  el  deán  D.  Gregorio  Funes,  tan 
célebre  desde  los  primeros  dias  de  la  revolución;  D.  Juan 
Ignacio  de  Gorriti,  arcediano  de  la  catedral  de  Salta,  go- 
bernador y  vicario  general  del  ejército  del  norte;  brillante 
celebridad  en  los  anales  políticos  y  parlamentarios  de  la 
república;  D.  Juan  José  Passo  y  D.  Manuel  Alberti;  D.  Juan 
Manuel  Castellanos,  orador  de  poderoso  vuelo,  cuyas  doc- 
trinas políticas  sobre  buen  gobierno  presentadas  desde  el 
pulpito  al  saludar  la  primera  convención  constituyente  de 
Salta,  en  1821,  no  han  escuchado  ni  escucharán  mejores 
los  mandatarios  de  los  pueblos  libres;— D.  Pedro  Ignacio 
Castro  Barros,  D.  José  Colombres  Thames,  D.  Valentín 
Gómez,  D.  Manuel  Antonio  de  Acevedo,  D.  Juan  Antonio 
Saráchaga,  Ministro  de  la  Guerra  de  la  Liga  del  Interior, 
,en  1830;  D.  José  Ignacio  Thames;  D.  Gaspar  Francia,  ti- 
rano del  Paraguay,  y  una  serie  de  sáltenos  que  figuraron 
con  distinción  en  aquellos  dias,  como  D.  Mariano  Zenar- 
ruza,  D.  Manuel  Antonio  Marina,  D.  Guillermo  Ormaechea, 
D.  Alejo  de  Alberro,  D.  Antonio  González  de  San  Millan 
y  D.  Marcos  Salomé  Zorrilla. 

De  las  numerosas  celebridades  que  preparó  la  universi- 
dad de  Charcas,  se  cuentan:— D.  Mariano  Moreno,  el  fogo- 
so secretario  de  la  primera  junta  revolucionaria,  D.  José 
Ignacio  de  Gorriti,  la  mas  hermosa  figura  política  de 
cuantas  fueron  en  su  tiempo.  El  curso  de  la  revolución 
debía  hacerlo  ascender  hasta  el  grado  de  general,  en 
el  ejército,  convirtiéndose  como  consejero  de  Guemes  y 
mas  tarde,  como  gobernador  de  Salta,  en  lamas  firme 
columna  del  orden  y  de  las  instituciones  de  su  patria, 
aplastando  la  anarquía  y  llenando  de  asombro  á  sus  con- 
ciudadanos con  la  grandeza  de  su  genio  político;  conten- 
dor famoso  de  Ibarra  y  de  Quiroga,  habia  de  llevar  á  cla- 
var en  el  corazón  de  la  Rioja  las  lanzas  saltanas.  Su  in- 
maculQdo  patriotismo;  su  carácter  inquebrantable  y  su 
honor  cívico,  servirán  para  presentar  la  figura  de  un  gran 
ciudadano  á  la  admiración  general  y  como  ejemplo  á  los 
siglos  futuros;— D.  Juan  José  Castelli,  el  procónsul  del 
año  diee;  D.  Mariano  Boedo  que,  juntamente  con  el  Dr. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  10        176 

Gorrili,  había  de  suscribir  por  Salta  el  acta  de  la  indepen- 
dencia nacional;  D.  Bernardo  Monteagudo,  secretario  de 
San  Martin;  D.  Vicente  López,  el  cantor  de  la  guerra;  D. 
Mariano  Serrano,  cuya  ilustración  y  elocuencia  lo  hicieron 
tan  famoso  y  popular;  D,  Manuel  Antonio  Castro,  renombrado 
jurisconsulto;  D.  Facundo  Zuviría,  tan  famoso  en  nues- 
tros anales  políticos;  Buitrago,  Molina,  Ulloa,  Castellanos 
y  en  fin,  D.  Teodoro  Sánchez  de  Bustamante.  El,  el 
deán  Funes  y  el  canónigo  Gorriti  fueron  las  plumas  mas 
hermosas  y  mas  bien  cortadas  de  cuantas  se  conocieron 
en  el  largo  período  de  la  revolución. 

Todos  estos  hombres,  A  mas  de  otros  que  sin  haber 
coronado  su  inteligencia  en  las  universidades,  brillaron 
con  la  pluma,  como  D.  Toribio  Tedin,  verbigracia;— eran 
abogados  y  literatos  de  talento  poderoso  y  variada  y 
profunda  ilustración;  y  ante  ellos,  como  ante  las  culmi- 
nantes personalidades  de  nuestro  antiguo  clero  represen- 
tado especialmente  por  Funes,  Gorriti,  Castro  Barros, 
Izasmendi,  Agüero,  Castellanos,  González,  «hacían  bien 
triste  flgura,  por  cierto,  los  obispos  y  familiares  que  nos 
venían  de  España,  como  Lúe,  Videla  y  Orellana, »  y  por 
eso,  ante  el  espíritu  de  la  población,  los  prelados  espa- 
ñoles estallan  destituidos  y  suplantados  por  el  clero 
patrio. 


XIV 


Salta,  con  todos  estos  elementos  de  ilustración  y  pode- 
rlo, asi  físico  como  social  y  moral,  iba  &  sostener  en  el  campo 
de  la  lucha,  desde  1810  hasta  1832,  es  decir;  en  un  período 
de  22  años  de  constantes  esfuerzos  y  sacriflcios  incalcu- 
lables, la  independencia  y  libertad  de  la  patria,  sola  casi 
siempre;  y  en  su  glorioso  esfuerzo,  gigante  cual  ninguno 
en  la  historia  del  mundo,  iba  á  consumir  hombres,  paz, 
comercio,  riqueza  y  porvenir;  y  á  no  conquistar  y  reco- 
jer  después  de  conseguida  la  independencia  y  el  triunfo 
de  las  instituciones  liberales,  mas  que  los  laureles  de  su 
gloria,  la  prolongada  ingratitud  de  los  pueblos,  el  crimi- 
nal olvido  de  sus  hazañas  y  á  no  conservar  mas  que  los 


176  DR.  BERNARDO  FRUS 

escombros  y  ruinas  y  miserios  en  el  sepulcro  de  su 
antigua  opulencia  y  nombradía.  Sacriflcio  heroico  ea 
que  todo  lo  consumió,  no  contando  al  presente  mas  que 
con  sus  ruinas;  ruinas  en  sü  sociedad  y  en  sus  hombres; 
ruinas  en  su  comercio;  ruinas  en  el  carácter  y  en  sus 
virtudes. 


CAPITULO  IV 


Jvatlola    áe    la   reT^lMOÍom 


SUMABIO:— Misioú  dé  España  en  Améríea— La  Urania  política  f  admlóla* 
tTAtiTa— Monopolios  y  prohibicion«s— £1  extrangAro— £1  exclttsiTisitto 
español— Tendencia  j  espíritu  de  la  Política  y  de  la  legislación  de 
Xiidias— Persecución  á  la  ilustración  del  pueblo;  dictamen  del  fiscid 
H laya— La  corrupción  administrativa. 

La  imprenta  en  España  y  en  las  colonias— La  poesía  popular  reem- 
plaza á  la  prensa. 

Decadencia  de  las  artes  é  industrias  en  España— Los  artesanos  es- 
pañoles en  América  -Atraso  de  lofe  pueblos  americanos. 

La  política   española  y    el  tídcuIo  de  la  unidad   nacional— AméHca 

f^ara  los  españoles— £1  rey  de  España;  títulos  de  su  corona— £1  abso- 
Qtismo  del  rey— t*isonomia  del  pueblo  toptñol  áñtes  dé  1810;    el   rey 
absoluto— JoTellanos  y  la  soberanía— La  idea  de  la  independeaela. 


I 

Sobremanera  grande  fué  la  misión  que  el  destino  con- 
fió á  España  at  descubrir  la  América,  y  aun  que  lói^ 
errores  de  sus  gobiernos  y  de  sus  hombres,  y  las  torpes 
preocupaciones  de  Ib  época  y  el  espíritu  tosco  y  fanático 
y  violento  que  infundieron  en  el  pueblo  español  siete  si- 
glos de  guerras  con  los  moros  impidieron  su  feliz  cum- 
plimiento, no  puede  la  imparcialidad  de  la  historia,  al 
pronunciar  su  fallo,  dejar  de  proclamar  que  aquella  misión 
grandiosa '  forma,  acásó,  la  gloria  mas  culminante  dé  la 
nación  española. 

Por  que  la  España,  al  colonizar  la  América,  civilizaba 
la  mitad  del  mundo,  en  el  sentido  de  haber  echado  én 
ella'  los  cimientos  de  los  grandes  principios  morales, 
políticos  y  religiosos  de  la  civilización  cristiana  que  enno^ 
bliícía'  la  Europa;  el  espíritu  europeo,  traido  por  la  con- 
qliista,  venia  á  sustituir,  con  su  trlunfb  y  su  progreso, 
las  instituciones  toscas  y  los  principios  bárbaros  de  que 
aun  estaban  impregnadas    las   sociedad^  indfgéhas  de 


178  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

América,  aun  en  sus  centros  de  mayor  cultura  y  civiliza- 
ción, como  Méjico  y  el  Perú;  por  que,  aunque  en  Méjico 
el  progreso  de  sus  pueblos  hubiera  alcanzado  un  grado, 
á  la  verdad,  admirable,  la  civilización  en  el  resto  del  con- 
tinente era  primitiva  en  los  centros  organizados,  como 
el  Perú,  y  desconocida  en  la  mayoría  inmensa  de  exten- 
sión poblada  solo  de  tribus  salvajes.  En  sentido  general, 
la  América  antes  de  la  conquista,  no  tenia  mas  que  su 
suelo  y  sus  tesoros  escondidos;  y  sus  poblaciones  mas 
celebradas  del  hemisferio  sur,  apenas  saliendo  de  la  bar- 
barie en  los  grandes  imperios  que  habió  llegado  ú  formar; 
pero  los  preciosos  principios  de  la  libertad;  las  grandes 
concepciones  y  conquistas  de  la  filosofía  europea,  de  la 
política. ^y  del  orden  civil;  la  raza  blanca,  cuya  inteligencia 
es  superior  á  todas  cuantas  pueblan  la  tierra;  la  verdadera 
riqueza  y  la  verdadera  industria,  en  fin,  solo  son  debidos 
ó  la  conquista.  Ella  produjo  la  comunicación  de  tan  vasto 
y  perdido  continente  con  el  resto  del  mundo  que  consti- 
tuye para  la  América  su  nacimiento  á  la  vida;  España 
fundó,  en  los  senos  de  los  desiertos  americanos,  nuestras 
actuales  ciudades,  á  ciiya  presencia  el  Cuzco  y  el  Quito 
antiguos  acusan  un  atraso  lastimoso  y  miserable  y  pri- 
mitivo, «  como  que  el  mayor  de  sus  monumentos  arqui- 
tectónicos no  vale  una  cornisa  ó  un  arco  griego  ó  arabesco 
de  los  que  debemos  á  España  »  y  sus  monarcas,  los  incas, 
eran  semi-salvajes,  a  monarcas  de  salvajes  como  ellos, 
sin  religión  verdadera,  sin  ciencias,  sin  leyes,  sin  insti- 
tuciones cultas.»  1).  A  la  conquista  europea  debemos 
cuanto  somos  en  orden  á  progreso,  civilización  y  cultura; 
á  ella  el  idioma,  las  costumbres,  las  artes;  á  ella  las 
ciencias,  el  comercio,  las  instituciones  y  las  leyes,  que 
trasportó  á  este  mundo  en  el  estado  en  que  se  hallaba 
todo  ello  en  Europa  en  el  siglo  XV;  ella  nos  trajo  á  Amé- 
rica las  razas  de  animales  que  hoy  forman  nuestra  principal 
riqueza;  las  bases  y  principios  morales  en  que  descansan 
las  sociedades  cultas;  ella,  en  fln,  trasladó  &  la  América  el 
cristianismo,  alma  de  todo  el  progreso  social  moderno, 
con  que  fué  redimida  de  su  primitiva  barbarie,   desde  la 

1)  ALBBftDi— ObrM.    T.  8*.  p¿j.  83. 


mSTORIA  DE  GÚEME8  Y  DE  BALTA^GAPÍTULO  IV        179 

adoración  de  los  ídolos  en  el  culto  y  la  poligamia  en  la 
sociedad,  hasta  los  sacriñcios  humanos  que  coronaban 
sus  antiguos  actos  ó  ceremonias  públicas. 

Pero,  al  lado  de  estos  beneficios  que  acarreó  la  fuerza 
misma  de  los  sucesos,  los  errores  y  torpezas  de  la  política 
del  gobierno  español  de  entonces  llenaron  todo  de  violencias, 
de  mezquindades,  de  injusticias  y  tiranía.  Realizada  la 
magna  empresa  déla  conquista  sin  plan,  sin  orden  alguno 
y  sin  principio  fijo  de  procedimiento  y  por  solo  la  mano 
de  audaces  y  valerosos  aventureros,  mezclando  en  ella  la 
fuerza  de  la  licencia  militar  y  las  .violencias  del  ipillaje,  el 
aniquilamiento  y  extirpación  de  la  raza  indígena  se 
hizo  sentir  de  manera  general  y  espantosa  por  mas  de  un 
siglo.  Los  reyes  de  España  inútilmente  dieliiban  medidas 
y  lanzaban  sus  cédulas  reales  en  favor  de  los  indios,  que 
ellas  eran  violadas  y  olvidadas  por  sus  tenientes  .aquende 
el  océano;  y,  cuando  para  evitar  esta  situación  lastimosa  en 
gran  extremo  se  enviaron  los  virreyes  al  Perú  y  á  Méjico,  en 
1543,  ya  hablan  perecido  de  12  á  15  millones  de  hombres. 
El  padre  Las  Casas  se  constituyó  en  el  famoso  abogado  de 
los  indios;  «  repasó  diez  y  siete  Veces  el  océano,  cuatro  fué 
hasta  Alemania  en  busca  del  emperador,  se  presentó  á  los 
tribunales,  disputó  con  los  sabios  y  llenó  el  mundo  de  sus 
gritos  con  muchos,  sólidos  y  eruditos  escritos,  baste  que 
los  reyes  se  aplicaron  &  formar  un  sistema  de  leyes. » 

De  esta  manera,  la  devastación  del  país  acompañaba  á 
la  conquista  y,  sin  embargo,  el  dilatado  continente  ameri- 
cano, cuyas  inmensidades  casi  las  comprendían  los  bos* 
ques  y  los  llanos  desiertos  y  salvajes;  el  interés  de  su 
destino  y  las  conveniencias  políticas,  económicas  y  de  todo 
otro  género  de  la  misma  España  conquistadora  no 
consistían,  por  cierto,  en  reducir  la  nueva  tierra  á  de- 
sierto inhabitado  para  poblarlo  de  nuevo,  sino  en 
sostener  las  poblaciones  propias  del  país  y  ensancharlas 
y  fortalecerlas  con  la  inmigración  europea.  Pero  esta 
verdad  de  rudimentaria  administración,  tan  obvia  y  sencilla 
en  nuestros  dias,  fenómeno  fué  entonces  despreciado  y 
condenable,  porque  no  solamente  no  se  cuidó  la  poKtiea 
española  de  la  conservación  y  fomento  de  las  poblaciones 
del  país,  nada  bravias  por  cierto  y  bien  dóciles  á  la  civili- 


180  m.  BERNARDO  FRÍAS 

zacíon,  sino  que,  en  su  insigne  torpeza,  en  su  avara  mez- 
quindad se  cubrió  con  el  antifaz  del  fanatismo.  Aquel  su 
espíritu  estrecho  y  su  extremoso  y  funesto  apego  a!  exclu- 
sivismo nacional,  que  por  tres  siglos  que  gobernó  el  Nuevo 
Mundo  fué  su  bandera  mas  rudamente  sostenida,  levan- 
taron el  monopolio  en  toda  la  extensión  y  riqueza 
del  territorio.  Trabas  y  prohibiciones  enormes  impedían 
la  inmigración  europea  á  la  América  reservada  exclusi- 
vamente para  las  emigraciones  españolas. 

Las  Leyes  de  Indias  condenaban  &  muerte  al  americano 
español  del  interior  que  comerciaba  con  extrangeros,  y, 
sin  embargo,  la  ley  7^  que  establecía  esto,  era  la  mas  suave 
de  ellas.  En  la  Recopilación  Indiana  se  hallan  38  leyes 
destinadas  ó  cerrar  herméticamente  el  interior  de  la  Amé- 
rica del  Sur  al  extrangero  no  peninsular.  Por  la  ley  9» 
se  manda  limpiar  la  tierra  de  extrangeros,  en  obsequio  del 

mantenimiento  de  la  fé  católica.  1) 
Por  el  exclusivismo  patriótico  y  por  la    pureza   de  la  fé 

cuyas  primeras  disposiciones  de  las  Leyes  de  Indias  se 
dirigian  á  asegurarla  en  las  colonias,  la  España  monopoli- 
zaba en  todo  sentido  su  dominio  en  estos  paises;  y  aquel 
su  espíritu  de  estudiada  y  celosísima  intolerancia  en  reli- 
gión, política  y  españolismo  en  América,  «enseñó  á 
odiar  bajo  el  nombre  de  extrangero,  á  todo  el  que  no  era 
español. »  Extrangero,  en  aquellos  dins,  equivalía  en  la 
conciencia  popular,  ú  herege  y  enemigo.  (Cuál  era  la 
razón  que  en  lo  legal  y  en  lo  popular,  convertía  al  que  no 
era  espai>ol  en  enemigo  de  Dios  y  del  pueblo?  Todo  el 
pasado  de  la  raza  española,  bien  visible  y  glorioso  por 
otra  fiarte,  había  amasado,  al  través  de  siglos,  su  espíritu 
eminentemente  singular,  y  la  convertía,  eii  cierta  manera, 
en  la  reproducción  de  lo  que,  allá  en  la  edad  antigua,  había 
sido  el  pueblo  judío:  el  conservador  de  la  personalidad  na- 
cional inoorruptible  y  absoluta.  Porque  el  espíritu  religioso 
transformado  en  espíritu  guerrero  que  ajitó  los  pueblos  de 
Occidwile  en  su  gran  lucha  contra  el  mahometismo,  dio 
solo  ocupación  pasajera  en  ella,  en  tanto  que  para  el  pue- 
blo español,  la  guerra  santa,  la  cruzada  nacional  contra  los 


i)  áLBBiu)j«  obra  citada,  pág.  481. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTÜLO  IV        181 

moros  constituyó  la  vida  ordinario,  guerreando  contra  los 
ínfleles,  que  al  mismo  tiempo  eran  usurpadores  y  opreso- 
res de  la  patria,  durante  setecientos  años  en  que  se  libra- 
ron mas  de  3.000  batallas,  sin  contar  las  de  las  Alpujarras, 
pues  casi  diariamente  se  reñía;  y  así  ero  que  el  español 
nacia  y  moria  bajo  esa  tensión  del  corazón,  en  lucha  siem- 
pre contra  el  extrangero,  enemigo  de  su  Dios  y  de  su  tierra. 
«  Al  comlmtir  por  la  fe  de  sus  padres,  combatían  por  su 
existencia;  pues,  los  enemigos  de  su  fe  eran  también  los 
enemigos  de  su  independencia.  De  aquí  provino  que  la 
fe  católica  y  la  nacionalidad  española    se   confundieran. » 

Aquella  guerra,  que  abíircó  la  vida  casi  entera  del 
pueblo  español,  formó  la  índole  particular  de  su  espíritu, 
distinguiéndose,  entre  todos  los  pueblos  de  la  tierra, 
por  ese  odio  nativo  al  extrangero,  y  aquella  idea  de 
superioridad  sobre  todos  los  demás  pueblos  del  mundo;  por 
que  las  costumbres  forman,  sin  duda  alguna,  el  carácter,  y  en 
España  fueron  seculares  las  que  formaron  la  repulsión  al 
extrangero;  y  así  llegóse  á  ver  que,  una  vez  definitiva- 
mente vencidos  los  moros,  extrangeros  por  tradición,  al 
mismo  tiempo  que  con  la  rendición  de  Granada,  último 
baluarte  de  la  dominación  agarena,  se  constituía  la  unidad 
nacional,  pueblo  y  gobierno,  todo  el  sentimiento  acorde 
del  nacionalismo  vio  con  satisfacción  y  aplauso,  la  expul- 
sión de  moros  y  judíos  fuera  de  tierra  española,  &  pesar 
que  con  ella  se  quebrantaban  grandes  intereses  nacionales 
y  se  comprometía  el  porvenir  mismo  de  la  nación. 

Que  estos  famosos  sucesos  quedaran  siglos  atrás,  en 
nada  interrumpió  la  vida  de  aquel  singular  afecto  nacio- 
nal, que  á  mas  de  leyes  protectoras  y  de  las  guerras  que 
en  Italia,  en  Alemania  y  en  Francia  ó  en  aguas  del  turco 
se  sucedieron  bajo  los  estandartes  españoles,  las  leyes  de 
la  naturaleza  regían  á  favor  de  su  conservación,  aun  al 
llegar  el  siglo  XIX;  por  que,  como  lo  ha  dicho  un  ilustre 
pensador,  siglos  son  necesarios  para  arrancar  de  roiz  lo 
que  han  sembrado  los  siglos.  Y  aun  hasta  entrado  el  si- 
glo de  nuestra  revolución,  España  cultivaba  la  simiente 
antigua,  con  el  mismo  ardiente  tesón  y  empeño. 

Bajo  estos  principios  de  gobierno,  la  población  de  Amé- 
rica marchaba  con  lentísimo  crecimiento,  formando  ver- 


182  DR.  PEPNARDO  FRÍAS 

dadero  contraste  con  lo  que  acontecía  en  la  América  del 
Norte  gobernada  por  principios  políticos  y  económicos 
mas  liberales  y  justos.  Pero  no  debe  creerse,  sin  embar- 
go, que  aquella  exclusión  del  extrangero  del  suelo  ame- 
ricano no  llegara  &  verse  excepcionada  alguna  vez;  lo 
era,  perp  en  cantidad  demasiado  insignificante,  de  tal 
manera  que  hallar  un  extrangero  en  América,  fuera  de 
los  españoles,  era  caso  verdaderamente  raro.  Para  tener 
entrada  y  avecindarse  en  América,  eran  requeridas  espe- 
ciales condiciones;  entre  ellas,  y  la  primera,  el  ser  cató- 
lico. Y  no  debe  tampoco  pensarse  que  la  inmigración 
española  era  formada  de  gente  malvada  y  perniciosa,  por 
que  las  Leyes  de  Indias  prohibían  que  pasasen  á  América 
los  gitanos  por  ser  gente  viciosa;  como  también  los  ber- 
beriscos, los  hijos  de  judíos  y  hereges  y  los  ensambenitados. 


II 


La  política  general  del  gobierno  estaba  concorde  y  como 
inspirada  por  aquel  exclusivismo  de  lo  español  en  hom- 
bres, en  instituciones,  en  manufacturas  y  en  cuanto  era 
peninsular.  Todo  lo  que  no  era  español  no  tenia  entonces, 
para  ellos,  valor  ni  aprecio  alguno;  y  este  tan  extremoso 
y  ciego  patriotismo  los  llevaba,  cual  lo  hemos  visto  ya, 
ú  considerar  en  su  descendencia  en  América,  como  si  hu- 
biera perdido  el  antiguo  rango  la  raza  española.  Esta  in- 
justa concepción  del  nacionalismo  fué  tan  vasta  y  formi- 
dable, que  ante  ella  vinieron  á  estrellarse  leyes,  razones 
de  gobierno,  las  reclamaciones  mas  justas  y  la  mas  in- 
dudable conveniencia  nacional. 

Por  que  así  vino  á  suceder  que  los  reyes  españoles  desde 
el  dia  del  descubrimiento,  como  Isabel  la  Católica,  toma- 
ron las  Indias  como  parte  integrante  de  la  monarquía 
y  agregaron  á  su  escudo,  sol)re  los  demás  títulos 
reales  que  disfrutaban,  el  de  reyes  de  Indias,  no  conside- 
rándolas, por  tanto,  como  colonias  ó  factorías  de  su  co- 
mercio. Mas  esto  no  llevó  larga  vida,  y  con  el  tiempo,  los 
abusos  del  monopolio  dejaron  sin  efecto  esas  leyes,  y  la 
América  fué  convertida  en  una  verdadera  colonia,   cuya 


mSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-iOAPÍTULO  IV         Ifiy 

entidad,  en  el  orden  político  ó  social,  era  mirada  como 
inferior  á  la  última  provincia  española  de  la  península  y 
su  destino  fué  señalado  á  no  ser  mas  que  la  región  con- 
denada á  la  explotación  y  al  enriquecimiento  del  tesoro 
español  y  de  las  fortunas  particulares  de  España.  Toda 
la  legislación  y  toda  la  política  del  gobierno  tomó,  en  ade- 
lante, este  irritante  objetivo;  que  « todo  el  derecho  colonial 
no  tenia  por  principal  objeto  garantir  la  propiedad  del 
individuo  sino  la  propiedad  del  fisco;  las  colonias  españo- 
las eran  formadas  para  el  fisco,  no  el  fisco  para  las  co- 
lonias. Su  legislación  era  conforme  á  su  destino;— eran 
máquinas  para  crear  rentas  fiscales. »    1). 

Para  conseguir  este  fin  supremo  de  su  política,  el  go- 
bierno derramó  su  vigilancia  por  todo  cuanto  pudiera  ser 
causa  de  renta  fiscal  y,  llevado  por  este  avaro  sentimiento, 
«  adquirió  el  espíritu  de  gobernarlo  todo  y,  al  fin,  no  go- 
bernaba nada;  era  un  gobierno  suspicaz,  medroso,  avaro, 
cruel,  que  se  valía  de  todos  los  medios  para  eternizar  la 
conquista;  interviniendo  en  todo  con  la  mira  de  paralizarlo 
todo. »  Las  industrias,  producciones  y  cultivos  de  valo- 
res respetables  como  la  sal,  como  el  tabaco,  como  el  azogue 
ó  los  naipes,  quedaron  prohibidos  de  tener  curso  ó  venta 
libre;  el  fisco,  tomando  la  venta  de  ellos  á  su  cargo  y  cuenta, 
por  medio  de  sus  empleados,  dio  origen  al  monopolio  real 
de  la  venta  de  estos  productos,  que  tomó  el  nombre  de 
estanco.  El  gefe  del  ramo  de  tabacos  llevaba  el  título  de 
Administrador  de  los  tabacos  del  Rey.  Durante  el  ministerio 
de  Gálves,  las  rentas  del  erarlo  español,  de  solo  el  produ- 
cido de  los  estancos,  subió  á  20  millones. 

Los  diezmos,  que  la  iglesia  había  cedido  ó  la  autoridad 
civil  para  que  su  producto  fuera  aplicado  al  sostenimiento 
del  culto,  los  absorbió  con  el  tiempo,  casi  por  completo  el 
erario,  y  los  ensanchó  tanto  que,  según  lo  afirma  un  con- 
temporáneo, se  pagaban  diezmos  hasta  de  los  ladrillos.  1). 
La  real  hacienda,  pues,  cuya  prosperidad  era  el  supremo 
ideal  de  la  política  en  América,  pesaba,  como  se  vé,  en 
todo  y  con  exceso,  cuyo  avaro  espíritu  habia  llegado  hasta 


1)   Alberdi,  ObroBy  lll,  pág.  453. 


184  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tx^mar  la  mitad  délas  multas  j udiciales para  la  real  cámaro, 
ocupándose  de  todo  este  inmenso  detalle  la  multitud  de 
las  cédulas  reales.  De  las  minas,  tan  ricas  y  numerosas 
en  América,  el  quinto  de  sus  productos  correspondía  al 
rey,  y  el  cargamento  en  que  se  conducía  este  tesoro  paro 
España  se  llamaba  el  situado.  Las  aduanas  se  hallaban 
esparcidas  por  todo  el  territorio:  las  situadas  en  Salta  y  en 
Jtyuy  eran  de  las  mas  ricas  del  interior.  Los  derechos  de 
alcal:>ala,  de  sisa,  de  media  annata  que  pagaban  de  sus 
sueldos  los  empleados;  de  sellos,  de  almojarifazgo,  de  guias 
y  cien  otros  gravaban  la  industria  raquítica  y  el  comercio 
de  la  colonia;  y  cosa  extraña!  no  se  pagaba  entonces 
contribución  territorial. 

Como  si  este  enorme  cúmulo  de  impuestos  que  agobia- 
])ün  (i  los  pueblos  americanos  no  fuera  suficiente,— ú  mas 
de  estarlas  industrias  casi  del  todo  prohibidas  y  el  comer- 
cio oprimido,  los  gastos  extraordinarios  pesaban  también 
sobre  los  flacos  recursos  de  estos  pueblos  y  las  exigencias 
extraordinarias  como  los  gastos  de  guerra  europea,  por 
ejemplo,  las  soportaba  tam])ien  la  América  en  sumas  cuan- 
tiosas y  repetidas.  Asi  llegó  A  verse,  por  ejemplo,  en  1808, 
cuando  el  general  D.  José  Manuel  de  Goyeneche  vino 
enviado  por  la  Junta  de  Sevilla  á  buscarle  prosélitos  y 
recursos  en  América,  que  los  gastos  del  viaje,  de  tren  lujoso, 
desde  el  pienso  hasta  los  coches,  eran  costeados  por  los 
cabildos  de  las  ciudades  argentinas,  conforme  á  la  orden 
superior.  Los  donativos  patrióticos  excedieron  á  toda 
ponderación:  porque  habiendo  sucedido  en  aquel  año  la 
invasión  francesa  á  España  con  visos  de  conquista,  las 
juntas  que  se  organizaron  en  la  península  excitaron  el  patrio- 
tismo de  los  españoles  radicados  en  América  y  exaltaron 
el  sentimiento  religioso  de  las  poblaciones,  solicitando 
auxilios  pecuniarios  para  arrojar  á  los  franceses,  presenta- 
dos por  hereges,  irreligiosos  é  impíos;  y  fué  su  éxito  tan 
asombroso,  que,  desde  1808  hasta  1811,  se  habian  enviado 
á  España  como  donativos  patrióticos  mas  de  90  millones 
de  pesos  fuertes,  sin  contar  en  ellos  los  donativos  y  remesas 


1)    GuKRRA,  T.  ir,  pág.  630;  obra  citada. 


HISTORIA  DE  GÚEBiBS  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV         18B 

particulares.  No  pareció  bastante  tan  inmenso  tesoro,  y 
la  junta  de  gobierno  de  España  mandó  pedir,  en  1811,  la 
plata  labrada  de  las  iglesias  de  América  1). 

Siendo  toda  la  tendencia  del  gobierno  colonial  procurar 
el  enriquecimiento  de  España  con  cuanto  fruto  y  ganancia 
era  dable  extraer  de  las  Indias,  las  leyes  se  ocuparon  de 
conseguir,  por  medio  de  las  mas  inicuas  prohibiciones  & 
la  industria  americana,  un  mercado  de  toda  la  América, 
donde  solo  la  industria  española  pudiera  llenar  sus  ne- 
cesidades sin  competencia  de  ningún  género;  y  no  sola- 
mente este  exclusivismo  de  la  producción  peninsular 
alejaba  del  comercio  y  trato  humano  la  industria  de  na- 
ciones extrangeras  sino  que,  para  colmo  de  iniquidad  y 
tiranía,  era,  en  la  misma  América,  prohibida  casi  la  to- 
talidad de  las  industrias.  España  producía  vinos,  y  fueron 
prohibidas  las  viñas  en  América;  solo  por  excepción  y  sin 
causar  alarma,  florecieron  un  tanto  en  Salta  y  Mendoza. 
«  Y  solo  estas  leyes  prohibitivas  se  han  llevado  á  puro  y 
debido  efecto,  como  el  comercio  con  los  extrangeros  bajo 
pena  de  muerte,  ley  bárbara  que  está  demostrado  haber 
sido  la  que  arruinó  la  industria  de  España,  ha  impedido 
progresar  á  la  América  y  no  ha  producido  otro  fruto  que 
un  enorme  y  pernicioso  é  inmoral  contrabando;  mal  ne- 
cesario é  inevitable  en  tan  absurdo  sistema,  á  pesar  de 
los  ejércitos  de  odiosos  espiones  en  tierra  y  de  los  cor- 
sarios en  la  mar  que  el  rey  mantenía  para  completar  la 
ruina  de  sus  vasallos.  Aun  ese  poco  comercio  per- 
mitido entre  España  y  América  lo  recargó  con  tantos 
derechos  de  rejistros,  almojarifazgos,  averías,  comidos, 
aduanas,  etc.,  que  de  tres  flotas,  la  una  tocaba  al  rey.  Para 
conservar  las  Américas  sujetas  á  su  dominio,  dice  Eslrar 
da,  creyó  que  el  mejor  medio  era  no  permitirles  estable- 
cer ninguna  fábrica  ni  manufactura  concedida  en  España, 
ni  beneflciar  en  su  suelo  casi  ninguna  de  las  producciones 
de  la  península. » 

Eran  así  prohibidos  en  América  la  producción  de  vinos, 
aguardientes  y  pasas;  el   mismo   tabaco,   la  plantación  de 


1)  GüKRKA,  obra  cita  la,  páj .  651. 


186  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

olivares,  la  exportación  del  bacalao,  y  recien  en  los  últimos 
años  de  aquella  dominación,  se  permitió  la  extracción  del 
hierro  de  nuestras  minas.  «  Algunas  fábricas  de  géneros  del 
país  que  la  necesidad  levantara,  fueron  mandadas  destruir 
ó  recargadas  de.  derechos.  No  se  contentaron  con  esto: 
«  habiendo  precedido,  dice  la  ley  79,  título  45,  libro  9,  últi 
ma  resolución  del  conde  de  Chinchón  y  acuerdo  de  ha- 
cienda, ordenamos  y  mandamos  á  los  virreyes  del  Perú 
y  Nueva  España  que  infaliblemente  prohiban  y  estorben 
el  comercio  y  tráfico  entre  ambos  reinos  por  todos  los 
caminos  y  medios  que  fuere  posible. »    1). 

Para  que  los  hombres  de  América  no  llegaran  á  alcan- 
zar el  peso  de  tanta  enorme  injusticia,  y  para  que,  igno- 
rantes siempre  desús  derechos  no  llegaran  jamas  niá  pensar 
en  sacudir  el  yugo  y  se  alcanzara  á  fundar  así  una 
eterna  dominación,  el  gobierno  aceptó  como  sabia  política, 
el  mantener  y  perpetuar  por  sistema  la  ignorancia  y  el 
embrutecimiento  de  los  pueblos  americanos.  La  ilustra- 
ción en  América  fué,  de  esta  manera,  enemigo  perseguido 
abierta  y  constantemente  par  la  política  metropolitana. 
Era  prohibido  en  América  el  libro  que  tratase  de  cosas 
de  Indias,  aunque  tuviera  libre  curso  en  España;  envuelto 
esto  en  la  prohibición  general  que  se  habia  dictado, 
de  muy  atrás,  de  introducir  á  la  América  « libros  profanos 
y  fabulosos  ni  historias  fingidas. »  2).  En  Cartagena  se  pro- 
hibió estudiar  matemáticas,  y  los  estudios  de  química 
fueron  prohibidos  también  en  Nueva  Granada;  y  como  esto 
aun  no  satisfacía  el  satánico  anhelo  de  nuestros  antiguos 
gobernantes,  el  fiscal  de  la  audiencia,  Blaya,  por  ejem- 
plo, habia  prestado  dictamen  aconsejando  se  cerrara  toda 
clase  de  estudios,  reduciéndose  la  instrucción  en  América, 
&  solo  leer,  escribir  y  la  doctrina  cristiana;  petición  que 
fué  repetida  por  otros,  ante  las  mismas  cortes  de  Cádiz.  3). 

En  Caracas  se  cerró  la  academia  de  derecho  que  tenia  y, 
para  que  todo  esto  alcanzara  toda  la  autoridad  de  la  opi- 


1)  Guerrí:    Obra  citada,  II  páj.  628. 

2)  Ley  4,  T.  24,  Libro  1«.  de  Indias. 

8)  Guerra»  obra  citada»  II,  páj.  633  —Las  cort<>8  de  Cádiz  tuvieron  lugar 
en  1810.  ^ 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  r>E  SALTA-CAPÍTULO  IV        187 

nion  regía  y  mostrara  ser  la  aspiración  decidida  también 
del  gobierno  y  no  raras  extravagancias  de  locos  ó  faná- 
ticos, el  mismo  rey  Carlos  IV,  que  se  preciaba  de  conti- 
nuar la  política  liberal  de  Carlos  III,  y  «d  consulta  tlel 
Consejo  de  Indias  y  con  parecer  fiscal,  negó  el  estableci- 
miento de  una  universidad  en  la  ciudad  de  Mérída,  por  la 
razón  expresa  de  que  Su  Magestad  no  consideraba  conve- 
niente se  hiciese  general  la  ilustración  en  América .  »  Razón 
tuvo,  durante  la  guerra  de  la  independencia,  el  general 
español  D.  Pablo  Morillo,  cuando  contestando  «brutal- 
mente» ú  la  súplica  que  se  le  hacía  ppra  que  no-  fuera 
fusilado  el  patriota  D.  Francisco  José  Caldas  «famoso 
geómetra,  físico,  astrónomo  y  naturalista,  gloria  de  la 
América  y  honor  del  mundo  sabio, »  decía  proclamando 
por  la  postrera  vez  y  de  manera  cruel,  la  doctrina  que 
para  América  profesó  constantemente  su  país:-«  La  España 
no  necesita  de  sabios ! »  ■      "^       •        ^ 


,  I. 


ni 


A  todo  esto,  que  solo  es  pálido  reflejo  de  lo  que  fuerbn 
las  cosas  tanto  en  su  calidad  como  en  su  número,  viettiá-  b 
ngregarse  la  corrupción  escandalosa  de  los  empleados 
públicos,  dañinos  tanto  pora  España  como  para  los  pueblos 
que  gobernaban. 

Los  gobernadores  españoles  en  América  eran,  por  Ib 
general,  jefes  militares  salidos  del  ejército  para  ejercer  él 
mondo  político  y  administrativo'  en*  el  Nuevo  Mundo,  por- 
fiando en  él  siempre  en  ajustar  los  procedimientos  de 
gobierno  civil  á  las  reglas  y  exigencias  de  la  estrecho  su- 
bordinación de  la  milicia,  ú  que  temaban  por  someter  á  tos 
ciudadanos.  Por  su  profesión,  salvo  casos  rarísimos,  eran 
ineptos  en  la  ciencia  del  gobierno  como  para  llenar  las 
necesidades  de  los  pueblos  de  su  mando,  teniendo  que 
^valerse  de  asesores  que  ilustraran  su  criterio  legal  y  ad- 
ministrativo, cuando  no  era  que  cometían  los  atro- 
pellos y  torpezas  propias  de  quien  maneja  negocios  de  los 
cuales  carece  de  noción  y  fesperiencid.  ContrS'^'^los  daños 
dé  «u  mala  adm'íñistí^afeíon/  las  -quej&s  debían  'úiarchftr  á 


188  DB.  BERNARDO  FRUS 

1q  corte,  radicada  en  Madrid,  distante  mas  de  G.000  leguas 
y  con  el  océano  de  por  medio.  Tales  remedios  se  tornaban 
ilusorios,  y  asi  se  vio  que  D.  Francisco  de  Paula  Sanz^ 
empleado  de  alto  rango  en  la  real  hacienda  de  Buenos  Aires, 
como  que  decian  era  hijo  del  ministro  de  Indias,  D.  José 
Galves,  gozó  de  completa  inmunidad  por  los  grandes  crí- 
menes cometidos  en  el  desempeño  de  su  cargo;  pues  si 
las  quejas  llegaron  hasta  la  corte,  de  ella  vino  no  el  casti- 
go del  delincuente,  cual  era  de  justicia  el  esperarse,  sino 
su  traslación  ú  Potosí,  honrado  con  el  cargo  de  gobernador 
intendente  de  aquella  tan  rica  provincia  «donde tenia  ma- 
yor campo  para  sus  robos  y  para  la  ostentación  del  fausto 
y  la  grandeza  de  que  rodeaba  su  vida. » 

Como  una  consecuencia  del  terror  &  las  luces,  que  abriga 
siempre  el  alma  de  los  tiranos,  mas  acaso,  que  las  trabas 
ú  la  enseñanza,  fueron  las  impuestas  &  la  propagación  del 
pensamiento  y  de  las  ideas  por  medio  de  la  imprenta. 
España  no  gozaba,  por  cierto,  de  esta  preciosa  libertad  de 
la  prensa,  como  no  gozaba  casi  de  ninguna  bcgo  el  cetro 
absoluto  de  aquellos  reyes;  pero  en  América  se  la  persiguió 
con  mas  celo  y  mayor  penalidad.  La  tiranía,  como  el 
demonio,  se  halla  mas  holgada  en  la  noche  que  á  plena 
luz;  y  el  trono  unido  con  el  altar,  ligalja  el  despotismo 
político  y  el  despotismo  religioso,  siendo  la  prensa  y 
el  libro,  su  fruto  mas  preciado,  el  enemigo  declarado 
de  ambas  potestades  y  perseguido  con  maldiciones  y  fuego. 
Y  como  la  libertad  política  había  sucumbido  en  España, 
Felipe  II  suprimió  el  ejercicio  libre  de  la  imprenta,  tribuna 
de  la  libertad,  en  las  cortes  celebradas  en  Tarazona. 

Pero  la  imprenta  no  podía  morir;  fuente  de  popularidad 
y  poderío  en  la  opinión  de  las  gentes,  los  déspotas  corona- 
dos la  acogieron  é  su  servicio:  estableciéndose  la  censura 
previa  y  exigiéndose,  é  mas,  la  real  licencia  para  dar  ú  la 
estampa  un  libro. 


IV 

Esta  persecución  á   la  prensa,  datalMi  de    muy  antiguo. 
Desde  1502,  los  reyes  católicos  prohibieron  la  impresión, 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-^GAPÍTULO  IV        189 

introducción  y  venta  de  cualquier  libro,  sin  licencia  real- 
Cincuenta  años  mas  tarde,  se  renueva  la  prohibición,  la 
cual,  si  era  así  para  España,  tomó  mayor  severidad  para 
la  América,  donde  ni  imprentas  existieron  liasta  los  últi- 
mos tiempos,  porque  la  orden  real  dictada  por  Felipe  II  en 
1556,  decía:— «  Nuestros  jueces  y  justicias  de  estos  reinos 
y  de  los  de  Indias  Occidentales,  no  consientan  ni  permitan 
que  se  imprima  ni  venda  libro  que  trate  de  materias  de 
Indias,  no  teniendo  especial  licencia  despachada  por  nuestro 
Consejo  Real  de  Indias,  y  hagan  recoger,  recojan  y  remitan 
con  brevedad  á  él,  todos  los  que  hallaren,  y  ningún  impre- 
sor ni  librero  los  imprima,  tenga  ni  venda,  bajo  pena  de 
200.000  maravedíes  y  perdimiento  de  la  impresión  é  instru- 
mento de  ella. » 

Para  la  persecución  de  estos  libros  se  astableció,  en 
1560,  á  mas  que  para  las  cuestiones  de  fe,  el  Santo  Oflcio 
de  la  Inquisición;  y,  como  no  todos  las  impresiones  po- 
dían ser  perniciosas  para  la  conservación  del  dominio  y 
paz  de  la  América,  se  concedió  en  1575,  al  monasterio  de 
San  Lorenzo  el  Real,  el  privilegio  exclusivo  para  imprimir 
libros  de  rezo  y  oficio  divino  y  enviar  á  Tender  en   Indias. 

En  España  misma,  el  castigo  contra  las  prohibiciones  de 
la  prensa   era  la  pérdida  de  bienes  y  el  destierro  perpetuo. 

A  fines  del  siglo  XVIII,  mientras  estallaba  la  revolución 
en  Francia,  hacia  su  aparición  en  España  la  prensa  perió- 
dica, que  nacía,  como  se  vé,  bajo  muy  malos  auspicios. 
Temeroso  de  sus  efectos,  el  gobierno  organizó  en  1788, 
detalladamente  la  censura,  cuya  mayor  notabilidad  aparece 
en  las  siguientes  palabras  de  su  reglamento,  prohibiendo 
—«cualesquiera  voces  ó  cláusulas  que  pudieran  interpre- 
tai'se  ó  tener  alusión  directa  contra  el  gobierno  y  sus  ma- 
gistrados. »  Allí  mismo  se  ordena  que  ni  en  libros  ni 
papeles  se  trate  de  asuntos  resueltos  por  el  monarca  ó 
sus  ministros  y  tribunales,  sin  el  permiso  del  rey.  Mas 
como  viera  el  gobierno  que,  á  pesar  de  la  censura,  los 
papeles  impresos  llegaban  á  tocar  puntos  perjudiciales  á 
los  derechos  del  absolutismo  real,  se  mandó,  por  ley  de 
1791,  cesaran  de  aparecer  todos  los  periódicos  de  España 
« quedando  solamente  La  Gaceta   d^  Madrid^   que  deberá 


190  DR  BERNARDO  FRÍAS 

ceñirse  á  los  hechos,  sin  que  en  él  se  pueda  poner  versos 
ni  otros  especies   políticas  de  cualquiera  clase.»   1). 

Así  se  perseguía  por  el  déspota  español  la  lil^erlad  y 
los  garantías  que  todo  hombre  tiene  el  derecho  de  gozar 
para  cumplir  su  nobilísimo  destino,  y  que  todo  gobierno 
civilizado  y  racional  está  en  el  deber  de  otorgarlas  y 
respetarlas:  pero  si  á  la  propia  tiranía  infundía  recelos  y 
cuidados  la  discusión  pública,  aunque  velada,  de 
los  actos  del  gobierno,  el  eco  emancipador  del  vasallaje 
humano,  resonaba  desde  el  seno  de  la  tribuna  francesa,  y 
sus  ecos  y  sus  doctrinas  subversivas  al  actual  orden  de 
cosas  en  la  península,  llenaban  de  pavor  el  gabinete  de 
Madrid;  tal  y  tanto,  que  « habiéndose  aprehendido  ú  un 
francés  con  un  chaleco  guarnecido  de  cuadritos,  ñgurando 
en  su  centro  un  caballo  á  carrera  tendida,  con  el  mote 
liberté,  mandó  el  rey,  por  real  orden  de  6  de  Agosto  de 
1790,  que  por  ningún  término  se  permitiera  la  introducción 
de  semejantes  chalecos. » 

¿Y  si  esto  pasaba  en  España,  qué  no  sucedería  en  las 
colonias?  En  América,  hasta  fines  del  siglo  XVIII,  no  se 
usaron  imprentas;  y  aun  en  estas,  lo  que  era  lícito  pu- 
blicar en  España  no  lo  era  en  las  colonias,  que  é  tal 
extremo  llegaba  la  susceptibilidad  de  sus  antiguos  seño- 
res. La  explotación  y  la  devoción  era  lo  de  mayor  cui- 
dado de  la  política  del  gobierno  español  en  este  mundo. 
En  el  Rio  de  la  Plata  se  hallaba  un  espíritu  mas  liberal 
por  cuanto,  su  carencia  de  minas  habia  hecho  despre- 
ciable esta  tierra  á  los  intereses  peninsulares  de  entonces; 
en  tanto,  Chile  era  un  inmenso  beato.  La  América  parecía,  ú  la 
postre,  condenada  ano  tener  mas  derecho  y  porvenir  que  el 
de  servir  y  rezar.  Pero  ese  mismo  Dios  que  la  tiranía  en- 
señaba para  consolidar  la  opresión  y  el  vasallaje  de  los 
americanos,  habia  de  inspirar,  justo  como  era,  los  anhe- 
los de  la  libertad  y  habia  de  santificar  el  torrente  redentor 
de  la  revolución. 


Pero  á  la  manera  que  la  corriente  de  un  rio  ó  el  vapor 


1)  Albbrdi,  Obras,  T.  11,  páj.  99. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTÍL— CAPÍTULO  IV       '  191 

en  cerrada  caldera  no  pueden  contenerse  aprisionados  y 
luchan  y,  á  la   postre,  vencen  la  resistencia  opuesta  por 
sitio  inopinado,  así  también  todo  lo  que  es  luz   ó  emana- 
ción del  humano  espíritu,— ideas,  pensamiento,  creencias, 
afectos,  aunque  oprimidos  y  cercados  por  leyes  y  circuns- 
tancias tiránicas,  escapan  y,   de  algún  modo,   dan  satis- 
facción   ú   sus   imperecederos    anhelos;   y   fué  así    que, 
siguiendo  esta  ley  de  la  expansión  y  la  libertad,— aspira- 
clon  suprema  de  todo  cuanto  tiene  movimiento  y  vida,  la 
sociedad  americana,  vedada  de  la  prensa  libre,  del   libro 
instructor  y  revelador  de  la   verdad;    condenada  á  no  re- 
chazar ni  oponerse  ni  analizar   siquiera  en   contrario  los 
actos  del    gobierno,    de  suyo  autoritario    y   corrompido, 
holló  en  la  poesía  la  débil  y  lijara  nave  con   que  surcar 
los  mares   cerrados  de   la  superior  política.      La  poesía 
anónima  reemplazó  á  la  prensa,  y   en    forma  de  décimas 
ó  redondillas  solas  unas  veces;  formando  cadenas  de  estrofas 
otras;  en  endecasílabos  muchas  veces  y  en  sonetos  que  toca- 
ron la  corrección  clásica,  que  componían  las  plumas  ilustra- 
das, codensaba  el  poeta  en  ella   el    crimen,  el  error,  los 
desbarros,  la  inmoralidad  del  gobierno:  ó  ya  hacía  reso- 
nar en  expresión  enérjica  y  varonil,  el  aplauso  á  la  víc- 
tima que  caía  bajo  el  hacha  de  la  injusticia  ó  á  la  acción 
noble  y  liberal  del    magistrado  honrado.     Expresada  la 
crítica  ó  el  apostrofe  en   esa  forma  medida,    gráfica,    de 
tan  fácil  impresión  en  la  memoria,  la  audaz  idea  corría 
de  lengua  en  lengua,  de  secreto  en  secreto,  hasta  hacerse 
popular  y  convertirse   en   pensamiento   público   conocido 
de  todos  y  por  todos  repetido,  formando,    así,  el  criterio 
de  la  opinión  pública,  de  manera  parecida  á  lo  que,  según 
es  fama,  los  pueblos    del   antiguo   oriente,    los   pueblos 
griegos,  recibieron,  relataron   y  trasmitieron  en  sus  rap- 
sodias los   poemas    de  Homero,  que  constituían  la  his- 
toria de  famosos  acontecimientos.      Los  poetas  han  sido 
siempre  y  á  su  modo,  útiles  y  provechosos  ajos  pueblos. 
Este   original  é  ingeniosísimo   sistema,    se   conservó  y 
practicó   por  muchísimo  tiempo.    La   revolución    inspiró 
los  versos,  como  los  denominaban  entonces,  en  copiosidad 
igual  á  la  lluvia  del  cielo;  con  ellos  levantaron  el  ánimo 
y  el  entusiasmo  de    los  guerreros;  los  cantaban  los  gau- 


192  DR  BERNARDO  FRÍAS 

chos  y  los  soldados  en  los  campamentos;  las  mujeres  y 
las  niñas  nristocróticas  un  sus  fiestas  ó  como  la  música 
de  sus  labores  y  las  damas  exaltadas  Jos  recitaban  en  las 
reuniones  y  los  componían  hasta  los  secerdotes  mas  vir- 
tuosos y  graves.  Tristan,  Pezuela  por  los  patriotas;  Que- 
mes, Gorriti,  Arenales,  Alvarado  por  sus  adversarios 
locales;  Lavalle  por  los  unitarios  perseguidos;  Rosas  como 
tirano  cruel  y  sanguinario  fueron  los  blancos  mas  famo- 
sos de  sus  dardos  satíricos,  de  sus  entusiasmos  cívicos, 
ó  de  sus  patrióticas  imprecaciones. 

El  numen  poético  fué  generoso  así  en  la  ribera  del  Plato 
como  en  los  valles  y  montañas  de  Salta  cuyo  cielo  claro 
y  alegre,  pintado  por  el  sol  y  las  nubes,  tanta  semejanza  lleva 
con  el  cielo  griego.  La  carencia  de  elementos,  como  la 
imprenta,  alejaron  de  su  suelo  toda  empresa  de  mérito 
poético;  pero  algunas  raras  piezas  conservadas  y  el  estilo 
tan  elegante  y  tan  correcto  y  bello  que  se  descubre  ú 
cada  paso  en  los  escritos  sueltos  de  sus  hijos  de  entonces, 
prueban  la  pureza  y  la  altura  de  perfección  ú  que  habia 
llegado  su  buen  gusto  literario.  Las  musas  tomaron 
el  arpa  del  amor  y  de  la  sátira:  el  sentimiento  y  la  gra- 
cia campearon  respectivamente  en  ellas,  y  la  música  y  el 
canto  ú  que  era  tan  inclinada  la  población,  aun  en  la 
clase  rústica,  hermanaron  hasta  la  vulgaridad  ambas 
artes.  La  vidalita,  cantada  de  á  caballo  ó  al  calor  del  vivac 
del  campamento  en  las  horas  calladas  de  la  noche;  la 
letra  también  compuesta  en  metro  menor  y  consagrada 
entonces  con  predilección  al  amor  y  mas  tarde  á  la  pa- 
tria, tañendo  la  guitarra,  completaban  la  fisonomía  moral 
del  hombre  de  aquellos  dias,  mas  singularmente  del  gaucho 
del  norte,  decente  6  plebeyo,  que  representaba,  mas  que 
ninguno,  el  tipo  de  un  espíritu  guerrero,  heroico,  generoso 
y  amante. 


VI 


No  fué  mas  venturosa  la  suerte  de  las  artes  que  lo  que 
fué  la  de  la  imprenta;  por  que  como  la  América  fuera  fuente 
sellada  para  la  unión   extranjera,  la  civilización  y  pro- 


HIStORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  IV         1«3 

greso  del  resto  del  mundo  no  tenían  reflejo  en  ella,  sopor- 
tando y  siguiendo  la  suerte  de  la  nación  española,  en 
grado  mas  pesado  que  lo  que  era  en  la  misma  península 
donde  la  decadencia  comenzó  &  sentirse  al  mismo  tiempo, 
casi,  que  se  establecían  sus  colonias  ultramarinas, 

Y  efectivamente.  Carlos  V  con  las  guerras  exteriores 
en  que  tanto  ocupó  su  reinado,  y  con  las  glorias  militares 
que  elevó  ú  fama  europea  las  dotes  guerreras  del  pueblo 
español  que  regía,  produjo  dos  resultados  funestos:— ha- 
cer al  despotismo  popular  deslumbrando  al  pueblo  con  la 
gloria  militar  y  el  orgullo  de  las  victorias  y  conquistas 
y  uniéndolo  al  trono,  defensoí-  declarado  de  la  religión  en 
Europa,  tras  de  haberlo  sido  por  siete  siglos  en  España; 
y  en  segundo  lugar,  la  desaparición  de  la  libertad  políti- 
ca como  consecuencia  de  Ja  ocupación  guerrera  &  que 
condigo  la  nación;  y  « ¿qué  mucho  que  la  España  de  entonces, 
al  decir  de  Larra,  trocase  su  libertad  interior  por  el  do- 
minio en  lo  exterior,  si  hemos  visto  en  los  tiempos 
modernos  á  una  gran  nación  que  se  decia  harto  mas 
adelantada  coronar  á  un  déspota,  en  cambio  del  efímero 
dominio  del  mundo? » 

Las  artes,  las  industrias,  los  estudios  corrieron  la  misma 
suerte  y  sintieron  la  decadencia  y  ruina  que  conducen  tras 
sí  las  guerras  prolongados  y  un  sombrío  despotismo. 
Todo  decayó  y  se  lx)rró  del  cuadro  del  antiguo  esplendor 
de  España  en  sus  afanes  de  progresos  sociales:  el  fana- 
tismo religioso  y  la  tiranía  política  unidos  y  formidables 
por  trescientos  años,  concluyeron  con  los  tirunfos  de  la 
literatura,  de  las  fábricas  y  los  talleres.  Apenas  con- 
seguida la  unidad  política  con  la  toma  de  .Granada, 
los  reyes  y  sus  hombres  de  estado,  por  un  gravísimo 
y  lamentable  error,  expulsaron  del  territorio  españoló  mo- 
ros y  judíos  para  conseguir  la  unidad  religiosa;  siendo 
verdad  que  aquellos  pueblos  habían  brillado  bien  alto  por 
su  civilización  y  adelantamientos  en  las  manufacturas,  en 
las  artes  y  ciencias  y  en  el  comercio.  Y  cuando  cien  años 
mas  tarde  la  monarquía  guerrera  y  temible  se  transfonnal>a 
en  la  monarquía  silenciosa  y  monacal  desde  Felipe  III 
hasta  la  revolución,  perdiendo  sus  prestigios,  sus  conquis- 
tas, su  fama  y  sus  fuerzas,  quedando   «juguete  de  las  na- 


194  Da  BERNARDO  FRÍAS 

ciones, »  como  la  lloraron  sus  bardos;  el  pueblo  sin  la 
guerra,  sin  las  artes,  sin  el  comercio  que  las  cria  y  ensancha; 
sin  la  libertad  que  todo  lo  alienta  y  engrandece,  llenalm  la 
nación  de  gente  desocupada,  la  que  emigraba  á  la  Amói'icn 
tras  de  asegurar  la  vida  con  la  carga  liviana  de  algún 
empleo  ó  de  un  acomodo  fócil  en  el  mostrador  de  algún 
paisano  en  el  comercio  de  Indias.  El  artesano  ero,  pues, 
por  estas  causas  apuntadas  entre  cien  otras,  nada  abundan- 
te en  España  y,  como  por  lo  mismo,  su  oficio  le  daba  ren- 
dimientos suficientes  para  vivir,  continuaba  en  su  pueblo  y 
no  emigraba;  y  en  América  era  bien  raro,  por  consiguiente, 
el  dar  con  artesanos  españoles. 

Aconteció,  pues,  que  siendo  la  conquista  verificada  por 
gente  aventurera  y  guerrera  de  profesión,  y  habiendo  el 
periodo  colonial  solo  atraído  militares,  comerciantes,  em- 
pleados y  gente  desocupada  ó  sea  sin  oficio  ó  profesión  útil, 
como  lo  era  casi  toda  la  plebe  española  que  se  trasportaba  á 
Indias  en  busca  de  mejor  suerte  y  condición;  el  elemento 
peninsular  no  fué  quien  trajo  para  la  América  la  civilización 
en  las  artes.  Y  á  la  manera  que  los  jesuítas  fueron  los  que, 
con  la  escuela,  el  colegio,  la  universidad,  creados  con  sus 
afanes  y  laudables  esfuerzos  enseñaron  á  los  pueblos  de 
América  á  pensar,  fueron  ellos  también  quienes  enseñaron 
á  las  numerosas  poblaciones  indígenas  ó  españolas  de  la 
América,  las  artes  útiles  y  la  industria;  que  entre  aque- 
llos frailes  se  contaban  maestros  en  todos  los  oficios: 
arquitectura,  ebanistería,  carpintería,  agricultura,  todos 
en  fin,  cuantos  son  indispensables  al  bienestar  hu- 
mano. «Los  jesuítas,  pues,  como  lo  dice  Vicuña 
Mackenna,  habían  sido  nuestros  primeros  maes- 
tros en  todo  lo  que  significa  progreso,  bienestar,  sabiduría. 
Ellos  habían  ennoblecido  la  humillada  cerviz  de  los  colo- 
nos, enseñándoles  á  pensar,  ú  discutir,  á  raciocinar  sobre 
todo  lo  creado,  cuando  el  interés  de  los  amos  civiles  que 
tuvimos,  según  lo  declaró  uno  de  sus  últimos  visires,  1) 
era  mantenernos  en  la  abyección  y  el  embrutecimiento 
como  bestias  productoras  de  oro. » 


1}  Abascal,  virrey  del  Perú. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA-*CAPlTULO  IV        196- 

Dueña  la  orden  de  las  mejores  ñncas  y  disponiendo  de 
inmensa  servidumbre,  como  esclavos  y  clientes  sometidos 
al  gobierno  de  la  compañía,  tenia  verdaderos  planteles  de 
artesanos  que  alquilaba,  como  los  all>añiles,  por  ejemplo, 
para  las  construcciones  en  las  ciudades  ó  que  trabajaban 
en  sus  talleres,  mientras  los  colonos  españoles  y  sus  sier- 
vos ocupaban  su  tiempo  en  el  gobierno,  en  el  comercio, 
en  las  atenciones  y  faenas  rurales,  en  el  servicio  común 
y  especialmente  en  la  guerra  constante  por  mas  de  cien 
años  con  los  salvajes.  De  esta  suerte,  los  jesuítas,  casi 
sin  competencia,  proveían  y  comerciaban  con  la  industria 
urbana  que,  á  la  larga,  se  difundió  en  la  plebe  libre  ó  es- 
clava de  las  ciudades,  que  formó  el  gremio  de  artesanos. 
Los  maestros  españoles,  que  rara  vez  llegaban,  dirijían, 
por  ejemplo,  en  el  ramo  de  carpintería,  las  decoraciones 
artísticas  del  interior  de  los  templos  y  en  arquitectura, 
los  buenos  ediflcios  de  la  época,  bien  raros  también. 

«Muy  apenas  hubo  en  esta  ciudad  de  Salta  como  en  las 
otras  de  América,  dice  el  Dr.  D.  Manuel  Ulloa,  testigo  de 
aquellos  tiempos,  un  solo  español  que  fuese  útil  ó  la  so- 
ciedad, y  este  fué  el  herrero  Echáis.  1)  Para  que  se 
comprenda  esta  verdad,  referiré  que  haciéndole  corte  al 
emperador  de  las  Rusias,  Pedro  I,  varios  embajadores,  y 
entre  ellos  el  de  España,  que  aplaudía  con  admiración  las 
excesivas  rentas  y  lujo  de  los  grandes  de  Madrid;  (que 
mas  propiamente  debían  llamarse  grandes  holgazanes)  des- 
pués de  oir  esta  larga  y  frivola  conversación,  les  dijo:—' 
« Sabed  que  estimo  mas  un  herrero  que  mil  hombres  de 
estos  que  me  nombráis;  «—expresiones  que  solo  un  gran 
filósofo,  un  grande  emperador  y  un  grande  patriota,  como 
el  Czar  Pedro,  podia  producir;  por  que  las  manos  de 
aquel  artesano  le  servían  para  la  construcción  de  barcos 
para  dar  á  su  nación  la  navegación  que  aun  no  conocía, 
mover  sus  manufacturas,  adelantarlas  y  hacer  felices  á 
sus  subditos.  Así  es  que  el  herrero  Echáis  con  las  rejas 
que  hacía  paro  labrar  lo  tierra,  con  las  hachas  para  cor- 


1)  JJebe  entendortie  oii  lo  relativo  ú  la»  urtes  y  á  bu  producción    econó< 
mica. 


196  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tar  leña  y  otros  obras  se  daba  alguna  importancia.    1). 

« Otras  artes  y  oficios  han  ejercitado  únicamente  los 
americanos.  Los  capataces  y  gentes  del  campo  son  los 
que  han  amansado  bestias  feroces  para  caminar  largas 
distancias  y  nos  proporcionan  el  alimento  primario  de  lo 
carne;  los  labradores  son  los  que  nos  abastecen  del  pan  y 
demás  menesteres  que  exige  nuestra  conservación;  el  za- 
patero, de  la  comodidad  de  los  zapatos  para  andar;  el  al- 
bañil,  el  adobero,  el  ladrillero,  el  carpintero,  etc.,  paro 
darnos  casas  en  que  habitar  y  resguardarnos  del  calor  y 
del  frió;  los  fabricantes  de  paños  y  otras  telas,  para  ves- 
tirnos; los  mineros  que  se  entierran  en  los  montes,  pora  dar- 
nos metales,  y,  sea  como  mercaderías  ó  como  signos 
monetarios  de  representación,  facilitar  y  aumentar  e!  co- 
mercio. 

«Mr.  Volney  dice  que  el  patriotismo  es  la  caridad  con 
que  los  hombres  se  unen  en  sociedad  y  la  patria  un  Iwn- 
co  de  común  interés.  No  era  así,  en  la  época  pasada,  por 
que  cada  español  era  un  Fernando  Séptimo  y  una  mano 
auxiliar  de  la  tiranía. »    2). 

Es,  pues,  notorio  en  la  historia  colonial  del  Nuevo  Mun- 
do que  la  plebe  española  que  emigraba  de  la  península 
en  pos  de  mejor  fortuna,  poco  traia  de  contingente  pai^ 
el  progreso  de  estos  países;  sus  individuos,  al  llegar,  solóse 
ocupaban  de  empleados  inferiores  en  las  casas  de  comercio, 
de  soldados,  de  serenos,  de  pulperos,  de  peones,  rara  vez  de 
troperos,  y  lo  mas  común,  de  empleados  en  la  administración 
pública,  que  no  les  daba  para  mas  sus  alcances  intelectuales, 
pues,  apenas  si  sabían  leer,  escribir  y  contar  los  mas  favo- 
i*ecidos;  de  manera  que  en  la  nueva  sociedad  en  que  se  ave- 
cindaban, nada  casi  enseñaban  ni  nada  casi  producían. 

Las  artes  útiles  eran  ejercidas  casi  exclusivamente  por 
la  plebe  de  las  ciudades,  con  especialidad  por  los  mulatos 


1)  Debe  conprenderse  que  dichas  expresiones  se  refieren  solammte  á 
la  plebe  sin  oficio  útil  que  emigraba  entonces  ú  la  America,  y  tonor- 
se  en  cuenta  el  apasionamiento  de  los  tiempos  en  que  esto  se  escri- 
bía. (1824).  Por  idéntica  razón  suprimimos  en  esta  trascripción  otras 
frases  que  consideramos  injustas  y  demasiado  violentas. 

2)  £scrito  del  Dr.  Manuel  Ulloa  en  el  exp.  de  J.  C  Sánchez  contra  U  tes- 
tament.  de  Francisco  Sánchez,  f.  44— Añ  18*34,  Archivo  de  la  Prov. 
de  Salta. 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPITULO  IV         197 

y  algunos  negros;  aun  hasta  los  oficios  de  cantores  y  mú- 
sicos de  los  principales  templos  eran  de  su  cargo,  recordán- 
dose, entre  ellos,  al  negro  Soinz,  cuya  voz  hermosa  se  puso 
al  servicio  de  la  revolución  mas  tarde,  para  cantar  la  Marcha 
^e  la  Patria  en  las  grandes  solemnidades   cívicas  de  Salta. 
Esta  clase  del  pueblo  bajo  de  las  ciudades  se  consagró  ex- 
clusivamente  é   esas  profesiones  y   llegó   á  formar  una 
clase  ó  gremio  social  bien  acentuado.    Aun  algunos  hijos 
<lel  país,  de  la  clase  distinguida,  se  pusieron  al  frente  de 
^los  oficios,    de    aquellos  que   por    su  naturaleza  eran 
nías  propios,  cual  les  correspondía,   como   la  carpintería, 
por  ejemplo,  para  emplear   honestamente  el  tiempo. 

£n  algunos  otros  puntos  de  América,  en  que  la  clase 
de  los  mulatos   era  numerosa  y  de  excelentes  condiciones 
tos  mas  veces,  llegaron  li  conquistar  altura  y  nombradía 
por  sus  triunfos  intelectuales  y   de  ingenio,  como  en  la 
música  y  en  la  cirugía.      «En  Caracas  y  en   Lima,  dice 
un  autor  de   aquella    época    hablando    de  los  pardos  de 
Amérioa,    ejercen  casi  exclusivamente  la  cirugía;  y  aun- 
9ue   por  cédulas  arrancadas  á    la  corte  por   médicos  de 
Lima    no  les  es  permitido   recibir  el  doctorado  en  medi- 
cina, todavía  lo  han  merecido  dos  por  su  celebridad.»  1). 


VII 


^*^r>ero,  no  solamente  este  cúmulo  abrumador  de  erro- 
res  políticos  y  económicos  y  el  duro  régimen  implantado 
en  América  fué  parto  del  ánimo  del  déspota  y  sus  minis- 
tros,   ^¡  que  también  lo  fué  de  lo  conciencia    nacional,  que 
en  tocia  España  se  pensaba  lo  mismo,  entonces,    respecto 
¿>^   Suerte  ó  destino   que  debía  llevar  la   América  y   sus 
hotnh>res.    Igualdad  con  España;  libertad  y  garantías  con- 
^^^  los  intereses  españoles  que  alegara  el    Nuevo  Mundo, 
P^^lension  era   condenable  y  solo  digna  del  mas  insigne 
dft^precio.    Y  qué  mucho  que  tal  sucediera,  cuando  en  los 
^^Utnos  dias  de  su  dominación,   uno  de    sus    personages 


1)  Guerra,  obra  citada;  Tomo  n,  pój.  665. 


196  DR  BERNARDO  FRÍAS 

mas  culminantes,  el  conde  de  Toreno,  furioso  enemigo  de 
los  americanos,  llegaba  á  preguntar  si  en  América  exis- 
tían liómbres,  y  chistosamente  agregaba  que  no  sabía  en 
qué  clase  de  animales  clasificarnos?    1). 

Conforme  al  espíritu  dominante  de  la  época,  era  la 
suerte  que  cupo  á  la  legislación  de  Indias.  Comenzada 
á  dictarse  por  los  reyes  para  el  bien  y  provecho  de  los 
nuevos  pueblos  que  se  agregaban  al  dominio  de  su  corona 
úl  este  lado  de  los  mares,  los  intereses  mezquinos  de  per- 
sonages  y  de^gremios  mercantiles  de  la  península,  fueron 
constantemente  alterando  la  índole  y  tendencia  primitiva 
de  aquella  legislación:  volvióse  un  laberinto  de  disposicio- 
nes contradictorias,  donde  se  encerraban,  sin  embargo,  las 
grandes  promesas  reales  sobre  la  seguridad  y  protección 
ó  los  derechos  americanos. 

•  Pero,  «á  luengas  distancias  luengas  mentiras.»  Y  así 
las  Leyes  de  Indias,  donde  todavía  existían  los  errores  ó 
extravagancias  del  siglo  XVI,  no  eran  cumplidas  en  Amé- 
rica cuando  de  su  formal  obediencia  se  atacaba  los  in- 
tereses de  los  peninsulares,  ó  ya  cuando  de  su  obstrucción 
podían  las  autoridades  obtener  ganancias  ilícitas.  «  Se  ha 
visto,  dice  el  Sr.  Guerra,  no  ha  muchos  años,  á  un  virrey 
de  Méjico  recibir  50.000  duros  por  no  dar  el  pase  ú  una 
cédula  que  agregaba  ciertos  curatos  de  la  mitra  de  Valla- 
dolid  á  la  de  Guadalajara;  y  luego,  recibir  100.000  para 
otorgarlo. » 

Condensando  en  breves  palabras  la  tiranía  del  régimen 
colonial,  dice  en  sus  Cartas  el  Americano^  citado  por  el 
Dr.  Ulloa:— «que  con  aquel  régimen,  los  europeos  no 
tuvieron  mas  oficio  que  explotar  la  colonia  con  las  dos 
varas;  de  la  justicia  la  una  y  de  la  mercancía  la   otra.» 


VIII 


Que  la  política  es  la  ciencia  de  gobernar  los  pueblos  es 
verdad  reconocida  y,  acaso,  el  problema  mas  difícil  para 
el  humano  espíritu;  porque  es  conveniente  tener  muy  en 


1)   Albbrdi,    Obras,   T.    I.,  p.  84. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV         IW 


cuenta  que  ella  no  reposa  sobre  base  flja  ni  la  guían  le- 
yes seguras  sino,  mil  veces,  supuestas  y  engañosas,  y  en 
sus  misterios  solo  le  es  dable  penetrar  á  quien  le  cupo 
por  la  naturaleza,  ser  iniciado  en  ellos.  Es  su  gran  ci- 
miento el  talento  personal,  esa  luz  del  alto  buen  sentido 
que  hace  conocer  las  cosas  y  los  hondos  pliegues  del  co- 
razón humano,  el  cual  debe  guardar  relación  en  dosis 
bien  segura  con  el  carácter  y  las  pasiones;  con  la  educación 
y  hasta  con  los  vicios  mismos  del  hombre  para  evitar 
ser  obscurecido  ó  sofocado  por  ellos. 

La  España,  &  quien  los  caprichos  del  destino  le  entre- 
garon en  sus  manos  la  suerte  y  el  porvenir  de  un  mundo, 
era  la  mas  impolítica  de  las  naciones,  á  tal  extremo  que, 
desde  que  puso  el  peso  de  su  mano  sobre  los  destinos  de 
América,  fué  cavando,  sin  quererlo  y  sin  sentirlo  ni  sos- 
pecharlo, el  hondo  abismo  de  separación  lejana  aunque 
segura,  entre  la  colonia  y  la  metrópoli.  Pues,  ¿qué  hizo 
el  gobierno  español  para  producir,  robustecer  y  perpe- 
tuar ese  sentimiento  general  de  afección,  de  vinculación 
expontánea,  de  ardiente  simpatía  que  constituye  lo  que  en 
el  mundo  político  se  llama  la  opinión  publica,  fuerza  irrem- 
plazable  y  que,  como  el  calor  en  los  cuerpos,  da  vida, 
cohesión  y  fuerza  y  poderío  á  los  gobiernos!  La  América 
tenida  y  considerada  siempre  como  colonia,  no  pudo  cons- 
tituir con  la  España  la  unidad  nacional,  la  entidad  moral, 
una  é  indivisible  de  una  misma  patria;  la  América  no 
era  igual  á  España  ni  en  su  rango,  ni  en  sus  instituciones 
ni  en  sus  derechos  ni  siquiera  en  sus  hombres;  era  in- 
ferior en  su  entidad  moral  é  inferior  en  su  destino  y  en 
su  misión;  que  ella  servia  solamente  como  uno  tierra  des- 
cubierta y  conquistada  pora  la  explotación  con  rigor  y  con 
exceso,  pero  de  un  modo  que  hería,  que  humillaba  y  que 
sublevaba  el  ánimo.  Toda  la  América  no  era  mas  que  una 
inmensa  cantera  á  lo  largo  de  sus  montañas  para  extraer 
y  trasportar  á  España  el  oro  de  su  seno;  y  en  sus  disemi- 
nadas poblaciones,  un  inmenso  mercado  con  solo  dos  puer- 
tos abiertos  por  donde  nadie  podía  entrar  á  satisfacer  las 
necesidades  de  sus  pobladores,  excepto  los  españoles  car- 
gados con  sus  mercancías  y  productos  peninsulares  im- 
puestos por  la  fuerza,  sin  competencia  alguna,  al  consumo 


■1 


300  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

americano.  De  leyes  prohibitivas  estaban  llenos  los  códi- 
gos; de  excesivos  y  abrumadores  privilegios  sus  favoritos. 
Sin  carreteras,  ni  puentes,  ni  posadas;  con  inmensas 
distancias  desiertas  entre  poblaciones  apenas  unidas  por 
caminos  estrechos  y  primitivos,  de  costoso  trayecto  donde 
peligraba  tanto  la  vida  del  viajero  en  ciertos  parages,  que 
requería  de  fuerza  armada  para  cruzar  aquellos  campos 
vastísimos  y  desolados,  desprovistos  de  toda  protección 
humana  y  cruzados  de  salvajes  y  bandidos;  con  las  abusi- 
vas explotaciones  de  la  iglesia  que  marchaban  á  la  par  de 
las  del  trono,  como  que  cobraba,  por  ejemplo,  á  mas  de 
los  diezmos,  un  peso  duro  por  persona,  aunque  fuero  de 
la  servidumbre,  para  dispensarla  del  ayuno  ordinario  du 
rante  el  año,  conforme  ú  la  bula  de  la  Sania  Cr usada;  sin 
escuelas  para  sus  poblaciones;  con  sus  universidades  cle- 
ricales que  no  llenaban  las  exigencias  de  una  mediano 
civilización  ni  menos  las  de  la  época;  sin  imprentas;  con 
sus  ciudades  mezquinas,  sin  higiene  y  casi  sin  aceras  y 
sin  alumbrado  público  la  mayoría  de  ellas;  con  sus  ca- 
lles sin  pavimento,  lechos  de  polvo  en  la  estación  de  seco, 
estanques  de  aguas  ó  de  lodo  en  la  de  lluvias,  cual  caminos 
en  país  inculto  y  desierto;  con  sus  moradores  gastando  su 
vida  y  energías  en  las  siestas,  procesiones,  juegos  viciosos 
de  todo  género  de  que  hasta  la  mujer  participaba;  diver- 
siones y  aventuras  amorosas;  bailes  y  banquetes;  con  sus 
ejecuciones  capitales,  crueles  hasta  el  exceso  y  bárbaras 
hasta  el  oprobio,  enseñando  el  suplicio  de  Tupac  Amarú 
y  su  familia  la  prueba  mas  evidente  y  terrible;  sin  tole- 
rancia política  ni  religiosa,  velando  el  tribunal  del  Santo 
Oflcio  de  la  Inquisición  de  toda  novedad  en  las  conciencias 
y  egusticiando  y  quemando  vivos  todavia  por  hereges  y 
judaizantes  y  endemoniados  y  brujos;  con  su  odio  invete- 
rado al  extrangero  y  á  cuanto  no  fuera  español,  como  el 
antiguo  judío,  que  no  hallaba  entrada  en  América  sino 
tras  mil  requisitos  y  trabas,  con  la  indispensable  ejecutoria 
de  buen  católico;  con  hombres  esclavos  marcados  con 
hierro  ardiente  en  el  pecho,  cual  bestias  con  dueño;  sin 
bancos  ni  hojas  impresas  ni  libros  abundantes  y  libres; 
sin  bibliotecas,  ni  cementerios,  ni  vigilancia  regular  en  sus 
ciudades,  empleándose  patrullas  de  á  caballo   cual   en  país 


HISTORIA  DE  GOJSMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV        201 

enemigo Tal  era  el  cuadro  que  ofrecía  la  civilización 

española  en  América  al  llegar  el  año  de  1810. 

Entonces,  sí,  que  podia  decirse  con  profunda  y  amarga 
verdad,  que  América  era  de  los  españoles  y  solo  para 
los  españoles.  Todos  los  gastos  de  la  administración  pú- 
blica, aun  los  mismos  extraordinarios  de  guerra,  eran 
satisfechos  con  las  rentas  americanas;  y,  á  pesar  de.  los 
galeones  cargados  de  oro  que  anualmente  zarpaban  del 
Callao  para  las  arcas  españolas,  de  España  no  vino  una 
sola  moneda  destinada  á  cubrir  los  gastos  públicos,  sin 
dispensarse  por  ello  de  exigir  auxilios  extraordinarios 
cuando  la  metrópoli  se  miraba  en  apuros  por  sus  guerras, 
generalmente  desastrosas;  todo  cargo  y  empleo  de  im- 
portancia eran  privilegios  y  gracia  concedidos  al  español,  y 
de  España  venian  los  nombrados  y  los  nombramientos; 
rara  y  estúpida  política,  basada^  toda  ella  en  la  explota- 
ción refinada,  en  la  negación  de  toda  igualdad  moral  y 
política  de  España  con  América  y  el  mejor  sistema,  ai 
mismo  tiempo  y  el  mas  propicio  para  despopularizar  y 
hacer  odioso  un  gobierno  de  suyo  antipático  en  estas 
tierras. 

De  todo  aquello,  y  á  mas  de  un  cúmulo  mayor  de  cau- 
sas que  siempre  serán  presentadas  por  la  revolución  como 
un  inmenso  memorial  de  agravios,  provino  aquel  espíritu 
de  aversión,  de  desprecio  cada  dia  mas  ostensible  y  de  odio 
creciente  del  americano;  y  á  tal  extremo  hablan  subido  las 
cosas  que,  al  rayar  el  siglo  XIX,  los  españoles— pobladores 
y  civilizadores,  hasta  cierta  medida,  de  la  América,  llega- 
ron á  convertirse  por  aquel  sistema  de  soberbia  y  despo- 
tismo, en  lo  que  fueron  el  dia  de  la  conquista,  es  decir, 
en  extrangeros.  Faltaba,  por  que  estaba  rota  y  muerta 
para  siempre,  la  unidad  de  la  patria  en  el  sentimiento 
popular,  que  es  la  base  de  la  opinión  pública  y  el  apoyo 
mas  poderoso  y  eficaz  para  la  estabilidad  de  los  gobiernos. 
Hombres  venidos  del  otro  lado  del  mar,  extraños  y  des- 
conocidos, ú  mandar  directamente  sin  la  voluntad  ni  las 
simpatías  del  pueblo,  ¿qué  vínculos  de  unión  podían  formali- 
zar ni  robustecer?  ¿Un  rey  que  jamas  se  dignó  poner  su 
planta  en  esta  tierra  ni  mostró  su  magestad  á  sus  vasar 
Uos  y  que  moraba  allá,  océano  de  por  medio,  y  de  quiep 


aOi  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

llegaban  solamente  las  nuevas  benéflcas  de  sus  derrotas 
cuando  no  de  sus  humillaciones,  vergüenzas  y  cobardías, 
qué  poder  moral  podía  ejercer  sobre  unos  pueblos  tan 
naturalmente  divorciados  de  su  señor? 

Inepta  para  gol>ernar,  su  incapacidad  política  lo  perdió 
todo  por  absorberlo  todo.  Llegada  la  hora  suprema  de 
la  necesidad,  de  la  aflicción  y  de  la  prueba,  España  no  encon- 
tró apoyo  popular  para  su  causa;  volviólos  ojosy  no  halló 
mas  que  enemigos  en  vez  de  haber  encontrado,  si  lo  hu- 
biera sabido  formar,  un  poderosísimo  partido  con  (jue 
aplozar,por  lo  menos,  la  pérdida  de  sus  colonias. 


IX 


El  monarca  español,  el^  rey,  era  el  gefe  supremo  de  la 
nación;  el  gefe  supremo  de  España,  de  América  y  de 
las  posesiones  españolas  del  África  y  del  Asia. 

El  nombre  particular  del  rey  de  España  que  presidió  la 
monarquía  hasta  1808,  época  en  que  fué  derrumbada  por 
la  invasión  francesa,  era  Curios  IV.  En  el  escudo  español, 
que  se  veía  al  frente  de  los  documentos  públicos,  se  os- 
tentaba este  lema:— Carolus  IV  Hispaniarum  Rex.  Pero 
en  el  cuerpo  de  las  cédulas  reales  ó  leyes  de  la  monarquía, 
lucía  la  larga  categoría  de  los  títulos  de  su  corona,  lla- 
mándose de  esta  manera,  rey  de  España,  de  Castilla,  de 
Leoñ,  de  Aragón,  de  las  Dos  Sicilias,  de  Jerusaiem,  de 
Navarra,  de  Granada,  de  Toledo,  de  Valencia,  de  Galicia, 
de  Mallorca,  de  Menorca,  de  Sevilla,  de  Cerdeña,  de  Cór- 
doba, de  Córcega,  de  Murcia,  de  Jaén,  de  Algarbe,  de  Al- 
geciras,  de  Gibraltnr,  de  las  Islas  Canarias,  de  las  Indias 
Orientales  y  Occidentales,  de  la  India  y  del  Continente 
Oceánico;  Archiduque  de  Austria;  Duque  de  Borgoña,  de 
Bral>ante,  y  de  Milán;  Conde  de  Apsburgo,  de  Flándes,  del 
Tiroly  <le  Barcelona;  de  Molina,  etc. 

El  rey,    áegujíi  la   doctrina  impía   del  derecho   público 

europeo  que    imperaba  entonces,    obtenía    el   poder    de 

gobernar  á  sus  subditos  y  á  la  nación  como  delegación 

direéta  de  Dios;  por  que,  habiendo  encontrado  en  remotas 

^enseñanzas  apostólicas  que  todo  poder  vierte  de  Dios,  lanto 


HISTORIAIDE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  IV         208 

el  monarca  como  la  filosofía  política  que  al3ortó  el  despor 
tismo  se  acogieron  á  ella,  transformando  el  gobierno  de 
los  pueblos,  siempre  de  derecho  humano,  en  la  monarquía 
de  derecho  divino. 

De  aquí,  el  rey  era  «  rey  por  la  gracia  de  Dios, »  según 
él  mismo  se  llamaba,  y  no  por  la  gracia  del  pueblo.. 

Para  fortalecer  aquel  sofisma  real,  aprovechando  el  pro- 
picio elemento  de  la  suma  religiosidad  del  pueblo,  rodea- 
ron al  trono  de  todo  cuanto  ceremonial,  máximas  é  ideas 
eran  capaces  é  imaginables  que  pudieran  hacer  intervenir 
el  consenso  divino  en  la  confirmación  de  aquella  doctri- 
na y  en  el  mantenimiento  y  protección  de  aquel  sacrile- 
gio que  daba  por  fruto.  Para  llenar  de  esta  fe  real  ú  la 
conciencia  pública,  al  pisar  por  la  primera  vez  el  trono, 
el  rey  era  jurado  por  sus  vasallos  en  todos  los  pueblos 
de  la  monarquía  y  este  juramento  era  de  lealtad  y  fideli- 
dad al  soberano,  siendo,  por  ende,  perjuro  y  criminal  á 
mas  que  por  el  derecho  público,  por  aquel  ligamento  re- 
ligioso de  la  conciencia,  quien  se  alzara  contra  la  orden 
del  rey  ó  atentara  contra  sus  derechos  de  soberanía. 

Como  representante  de  la  divinidad  en  la  tierra,  el  rey 
aparecía  con  idéntica  potestad  ó  la  que  ejercía  el  sumo 
pontífice  de  Roma;  que  si  el  papa  gobernaba  las  concien- 
cias del  mundo  católico  como  vicario  de  Cristo  en  la  tier- 
ra, el  rey  de  España  gobernaba,  también  á  su  albedrío,  los 
hombres  y  las  cosas  en  sus  inmensos  dominios;  y,  en  virtucl 
de  la  representación  divina  que  ejercían,  se  consideraron 
y  llamaron  soberanos  los  reyes;  es  decir,  que  para  gober^ 
nar  los  pueblos,  el  rey  tenia  el  derecho  de  soberanía  ad- 
herido á  su  persona,  y  la  soberanía  implica  el  derecho 
de  mandar  en  último  recurso,  sin  reconocer  superior  de 
quien  depender  ó  á  quien  rendir  cuenta  de  sus  actos;  or-r 
denando  y  disponiendo  ú  su  antojo  ó  á  su  sola  voluntad, 
sin  explicar  siquiera  sus  motivos  si  así  le  placía,  reser- 
vándoselos en  su  real  ánimo;  y  reasumiendo  en  3í  la  suma 
de  los  poderes  públicos.  El  rey,  arrebatando  al  pueblo 
estos  derechos  inalienables,  representaba,  como  hemos 
dicho,  el  mas  acabado,  completo  y   neto  despotismo. 

El  rey  absoluto  ejercía,  gobernando  la  nación,  todos  los 
poderes  públicos.    Era  el  supremo  mandatario;  jera  el  sur 


904  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

premo  juez;  era  el  supremo  legislador.  A  su  frente,  no 
habia  parlamento  por  cuyo  intermedio  el  pueblo  dictara 
su  voluntad;  ni  existían  jueces  capaces  de  decidir  contra 
la  real  voluntad,  que  era,  mas  que  la  del  pueblo,  mas  que 
la  de  la  nación,  la  suprema  ley.  Cuando  Luis  XIV  dijo — 
(( el  estado  soy  yo, »  dijo  una  gran  verdad. 

En  virtud,  pues,  de  la  potestad  soberana,  el  rey  de  Es- 
paña era  quien  hacía  la  ley;  quien  disponía  á  su  albedrío 
de  las  fuerzas  de  la  nación,  de  los  dineros  públicos,  de 
la  paz  y  de  la  guerra;  de  los  destinos,  en  una  palabra, 
de  la  nación  española.  Los  honores  como  la  justicia  que 
administraban  los  jueces  en  todo  el  territorio  de  España 
y  sus  dominios,  eran  dados  y  administrada  en  nombre 
del  rey. 

Por  el  derecho  público  europeo,  la  monarquía  era  pro- 
piedad particular  de  la  familia  real;  y  todas  las  casas 
reales  de  Europa,— la  de  Inglaterra,  de  Austria,  de  Fran- 
cia, de  Rusia,  de  las  Dos  Sicilias,  se  consideraban  por 
una  sola  y  augusta  familia;  titulándose  hermanos  y  primos 
los  reyes  en  su  correspondencia  y  alegando,  con  relación  á 
sus  dominios,  los  mismos  principios  del  derecho  común 
para  adquirir  los  bienes  por  sucesión.  Por  que  era  verdad 
legal  en  el  derecho  de  las  naciones,  que  el  gobierno  era 
patrimonio  privado  de  la  familia  real,  cuyo  gefe  lo  admi- 
nistraba y  dirigía;  no  pertenecía  al  pueblo,  sino  ó  aquella 
casta  privilegiada;  y,  en  conformidad  á  este  principio,  ei 
hijo  mayor  heredaba  el  gobierno  al  rey  su  padre,  de  la 
misma  manera  que  cualquier  hijo  hereda  una  quinta  ó 
una  mansión  ó  cosa  cualquiera  del  comercio  entre  los 
hombres.  Y  así  vino  ó  suceder  que  en  la  misma  España 
se  produjera  sangriento  pleito  por  el  derecho  de  suceder 
al  trono,  invocando  título  de  familia  y  título  testamen- 
tario los  dos  poderosos  pretendientes;  por  que  como  Carlos 
II,  rey  hechizado,  juguete  de  una  vieja  y  cuya  simpleza  é 
ignorancia  avergonzaba  la  dignidad  real,  á  tal  extremo 
que  llegó  á  preguntar  á  su  ministro  si  Mons,  plaza  fuerte 
de  sus  dominios,  era  alguna  posesión  inglesa,— no  hubiera 
sido  capaz  ni  de  producir  descendencia,  la  rama  española 
de  la  casa  de  Apsburgo  espiraba  con  él  y  el  trono  espa- 
ñol  iba   expuesto  ó   quedar  vacante.     Mas,  inspirado  su 


fflSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV        306 

ánimo  en  los  principios  absolutos  que  enseñaban  el  dogma 
sacrilego  de  la  herencia  divina  del  gobierno,  legó  por 
testamento  el  derecho  de  gobernar  como  soberano  la  Es- 
paña y  la  América  á  su  pariente,  el  nieto  de  Luis  XIV, 
que,  rey  de  España,  llevó  en  ella  el  nombre  de  Felipe  V. 

Gobernado  bajo  aquella  educación,  el  pueblo  español 
aparecía  al  comenzar  el  siglo  XIX,  como  el  pueblo  mas 
devoto  y  absolutista.  Su  rey  era  amado  de  corazón  y  re- 
conocido como  un  rey  de  derecho  divino.  Dios  y  no  el 
pueblo,  le  habia  conferido  el  gobierno  de  España  y  de 
la  América;  por  eso  la  magestnd  era  sagrada.  De  esta 
manera,  el  rey  era  el  señor  después  de  Dios;  y,  á  la  manera 
de  Dios,  su  voluntad  era  la  suprema  ley,  y  de  sus  actos, 
de  sus  errores  y  de  sus  crímenes  él  no  debía  dar  cuenta 
á  nadie  en  la  tierra,  sino  á  Dios.  Era  aquello  el  poder 
absoluto  en  toda  la  terrible  sensibilidad  de  la  palabra. 

Así,  aquella  teoría  impía  del  derecho  público  que  derribó 
la  revolución  y  que  hacia  servir  á  Dios  de  escudo  de  los 
tiranos  que  degradaban  los  hombres  y  humillaban  los 
pueblos,  hizo  de  los  reyes  una  raza  diversa  y  extraña  á 
la  humanidad  por  la  mentira  y  por  la  fuerza,  para  quienes 
no  habla  autoridad  humana  bastante  legítima  y  poderosa 
que  tuviera  derecho  de  pedirles  cuenta  de  sus  actos,  por- 
que ninguno  de  los  hombres  era  su  igual  ni  menos  supe- 
rior y  porque  la  autoridad  de  la  corona  era  la  única 
autoridad  que  tenia  soberanía  en  la  tierra.  Por  eso  la  ma- 
gestad  era  irresponsable. 

Fuerza  es  reconocer  que  el  despotismo  político  y  el 
despotismo  religioso  habían  conseguido  el  mas  acabado 
triunfo  de  sus  aspiraciones,  pues,  amasando  al  través 
de  los  siglos  la  conciencia  de  la  nación,  con  la  prensa 
muerta  y  las  escuelas  cerradas,  hablan  llegado  á  divinizar 
al  rey  en  la  misma  ó  mayor  altura  quizas  de  lo  que  lo 
estaba  el  sumo  pontífice  romano  y,  acaso,  tocando  la 
misma  línea  de  Dios;  por  que,  gefe  como  era  de  la  nación 
y  de  la  religión  nacional,  presentaba  al  pueblo  la  imégen 
adorable  del  representante  de  su  Dios  y  de  su  patria;  y  á 
la  manera  que  en  su  piedad  decía  todo  corazón  español 
—«hágase  tu  voluntad»  al  Dios  de  los  cielos,  conforme 
á  la  enseñanza  evangélica,    la   voluntad   del    rey   era  así 


306  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

igualmente  recibida  y  acatada  sin  murmuración  ni  exúi- 
ínen. 

Dios  y  el  rey,  en  aquella  edad,  se  confundían  casi  en  ua 
mismo  culto;  que  el  pueblo  español  en  aquel  entonces  ero 
tan  adicto  á  su  monarca  como  ú  su  Dios  y  á  su  patria,  y 
de  un  espíritu  tan  absolutista  en  sus  ideales  políticos,  que 
parecía  ver  alguna  emanación  de  la  divinidad  sentada  en 
el  pesado  trono  español  cuando  los  gobernadores  y  las 
mas  encumbradas  eminencias  y  autoridades  de  todo  géne- 
ro, antes  de  romper  los  sellos  y  de  besar  con  rendido 
amor  la  firma  del  monarca  en  las  cédulas  reales,  las  colo- 
caban ceremoniosamente  encima  de  la  cabeza,  en  señal  de 
humilde  y  servil  vasallaje,  ó  cuando  el  sacerdote  desde  el 
pulpito,  para  pronunciar  el  nombre  dé  aquella  mageslad 
tan  adorada,  la  cual,  á  veces,  como  en  Cérlos  II,  era  tan 
estúpida  é  infeliz  que  vivia  poseída  del  demonio,  se  quitaba 
el  bonete  y  descubría  su  tonsura,  rindiendo  honores  solo 
merecidos  por  la  hostia  consagrada. 

La  persona  del  rey  era  sagrada,  represental3a  á  Dios  y 
á  la  nación;  por  eso  el  mas  alto  y  orgulloso  magnate  se 
arrodillaba  á  sus  pies  en  las  ceremonias  de  palacio.  Se  le 
llamaba  Su  Mageslad,  título  que  se  daba  á  Dios;  se  le  lla- 
maba \amhien  AugNsto,  nombre  que  habia  sido,  asi  mismo, 
reservado  solamente  para  honor  de  los  dioses  en  el  anti- 
guo imperio,  y  arrebatado  para  los  déspotas  por  el  segundo 
César,  en  Roma.  Gloriál>anse  sus  vasallos,  así  en  España 
como  en  América,  en  exaltar  la  magestad  real  humillando  la 
dignidad  humana  en  cuanto  era  posible,  y  asi  decían,  por 
ejemplo:— «  nosotros  que  somos  los  vasallos;  nosotros  que 
somos  los  criados  de  Su  Magestad, »  como  lo  atestiguan 
los  papeles  públicos  de  nuestros  archivos;  y  para  hablar 
del  soberano  se  lo  hacía  en  estos  términos:— c*  El  rey  nues- 
tro Señor  que  Dios  guarde  »  ó  « el  rey  nuestro  amo; » 
llegando  el  servilismo  á  manifestarse  por  cuanto  motivo 
encontraba,  bastando  recordar  que  todos  los  atributos  del 
rey,  ya  se  dyera:— su  real  ánimo,  su  real  corona,  su  real 
mano  ó  sus  reales  pies,  los  calificativos  de  estas  sus  pren- 
das personales  eran  escritos  con  mayúsculas  siempre, 
mientras  en  la  colecta  de  la  misa  el  sacerdote  debía  orar 
por  la  magestad  real,  preces  que  la  revolución   habia  de 


HISTORIA  DE  OOEMES  Y  DE  SALTA—CAPÍTULO  IV         2«7 

tornar  en  favor  de  la  Soberana  Asamblea  de  las  Provin- 
cias Unidas,  borrando  el  nombre  del  rey  de  nuestros  alta- 
res. El  misHio  monarca,  para  alejar  todo  parentesco  y 
comunión  con  los  hombres,  no  usaba  de  su  nombre  per- 
sonal para  firmar  los  documentos  públicos,  sino  de  esta 
leyenda  y  en  esto  misma  forma:  YO  EL  REY. 

La  persona  del  rey  llegó  á  ser  la  encarnación  de  Dios 
y  de  la  patria.  Todo  cambió  en  España  desde  aquel  dio 
para  no  pertenecer  mas  que  al  rey.  El  rey  suprimió  la 
patria.  No  se  decía  ni  se  diría  en  la  guerra  de  la  inde- 
pendencia:— viva  España!  sino  viva  el  rey!;  ni  se  diria 
«  ejército  español »  sino  «  el  ejército  real »  ni  bandera  espa- 
ñola sino  «de  su  magestad»,  ni  serian  derechos  de  España 
los  que  se  alegarían  en  el  debate  de  Mayo,  sino  los  dere- 
chos del  rey;  ni  se  nombrarían,  finalmente,  ciudadanos 
españoles  sino  «  vasallos  y  subditos  de  su  magestad. » . . .  El 
pueblo  y  la  patria  habían  desaparecido  en  su  individuali- 
dad como  los  antiguos  ídolos  y  los  caducos  dioses  del 
paganismo  oriental  cuya  llama  de  amor  y  veneración  habia^ 
se  apagado  para  encender  la  de  esta  nueva  y  fervorosa 
idolatría. 

Y,  sin  eml^argo,  toda  aquella  adhesión  al  rey  que  pre- 
sentaba en  espectáculo  el  pueblo  español  en  aquellos  dias, 
no  era  ni  degradación  ni  servilismo.  Solo  era  una  al)erra- 
cion,  un  sorprendente  descarrío  de  la  conciencia  nacional. 

(Cómo  se  produjo  este  fenómeno,  este  prodigio  único, 
acaso,  en  la  historia  del  mundo,  que  un  pueblo  el  mas  alti- 
vo y  orgulloso  de  la  tierra  fuera  en  conciencia  y  en  cora- 
zón el  mas  sumiso  &  su  rey?  El  pueblo  español  que 
habió  impuesto  á  sus  reyes  la  ley,  que  se  había  alzado  en 
armas  llamándolos  tiranos  y  usurpadores,  como  lo  cantan 
sus  gloriosos  anales,  llegaba,  en  esta  hora  postrera,  hasta 
divinizar  y  adorar  al  despojador  de  todos  sus  derechos  y 
libertades  y  protestaba  morir  por  él  y  por  su  real  servicio, 
como  en  aquella  otra  edad  corría  á  morir  por  su  Dios  y 
por  la  libertad  é  independencia  de  su  patria!  ¿Quién  ha- 
bía producido  tan  extraordinario  suceso?  No  puede  en- 
contrarse otra  causa  para  explicar  tan  singular  fenómeno, 
que  la  influencia  siempre  funesta  del  clero  en  el  gobierno 
político  de  la3  nacione&i;  aporque,  asi  se  vio  que,  desde   Fa- 


908  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Upe  n  que  se  declaró  protector  armado  de  la  religión,  el 
ascendiente  clerical  en  el  gobierno,  principiando  por  el 
confesor  del  rey  y  rematando  en  el  Sonto  Oficio  de  la  In- 
quisición que  llegó  ú  imponer  al  mismo  monarca,  á  medi- 
da que  su  influencia  crecia  en  el  gobierno  de  España,  el 
fanatismo  por  el  rey,  lo  divinización  de  lo  voluntad  real 
alcanzaba  mayores  y  mas  sorprendentes  proporciones;  que 
la  enseñanza  que  difundió  al  altar,  auxiliado  por  el  fuego 
y  los  armas  del  poder  civil,  hizo  confundir  ambas  mages- 
tades,  Dios  y  el  rey,  ante  la  conciencia  devoto  y  el  cora- 
zón opasionodo  y  ardiente  del  pueblo  que,  ciego  y  á 
obscuras  de  toda  otra  enseñanza,  fué  criado  y  educado, 
al  través  de  tres  siglos  en  aquella  veneración  y  bajo  aquel 
doble  temor  que  inspiraban  aquellos  dos  formidobles  potes- 
tades; la  una  con  la  justicia  de  su  espoda  inapelable;  la 
otra  con  los  rayos  de  la  iglesia,  que,  presentando  al  rey 
como  representante  de  Dios  paro  gobernar  al  pueblo,  y  solo 
ante  la  divinidad  responsable,  enseñal>a  la  obediencia  pasivo 
al  soberano,  cuyos  injusticias,  cuyas  iniquidodes  debió  el 
bueno  y  celoso  cristiano  recibirlas  como  todos  los  males  y 
pesadumbres  de  la  vida,  con  resignación  y  en  paz:  méritos 
que  eran  enriquecimiento  de  su  alma  poro  el  mejor  premio 
en  lo  vidü  futura  y  el  mayor  brillo  de  su   místico   corona. 

Fué  de  esto  monero  y  en  oquellos  tiempos,  el  rey  de  Espa- 
ña el  gobernante  mas  popular  de  lo  tierro,  precisamente  por 
que  era  intensamente  amado  del  pueblo.  Encarnación  de  la 
patria  y  de  la  religión;  ceñido  con  la  corona  que  representaba 
en  sí  el  soberbio  cúmulo  de  glorias  nacionales,  tocaba 
todas  las  Abras  del  corazón  humano,  todo  lo  fe  de  la  con- 
ciencia ^n  cuya  tenebrosa  esclavitud  no  penetraba,  hacía 
siglos,  rayo  de  la  mas  débil  luz;  y  la  creación  del  rey 
absoluto  ocupó  el  mismo  sitio  en  la  opinión  pública  y 
aun  de  los  que  fueron  los  pensadores  de  la  época,  que  el 
que  llenaba,  en  la  opinión  del  mundo  católico,  el  soberano 
pontífice,  cuyas  decisiones  en  materias  de  fe,  aun  pasando 
por  las  de  teólogos  y  concilios,  sus  meros  consejeros, 
son  universalmente  acatadas  como  verdad  infalible,  inspi- 
rada por  el  mismo  Dios. 

Y  aquel  fenómeno  de  lo  opinión  pública  española  con 
referencia  á  su  rey,  no  era.  cual  pudiera  suponerse,  parto 


HISTORIA  DE  GÚEBfES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV         809 

menguado  y  exclusivo  de  la  clase  inculta,  del  pueblo  bajo 
ó  ignorante  de  los  campos;  por  que  esa  opinión  hallaba  honda 
cabida  y  era  proclamada  y  enseñada  con  profunda  con- 
vicción por  los  mas  distinguidos  talentos  de  la  época.  Y 
DO  se  piense  tampoco  que  tales  ideas  fueron  rancias 
preocupaciones  solo  conocidas  en  edades  ya  remotas; 
aquella  teoría  del  despotismo,  y  la  condenación  de  la  vo- 
luntad del  pueblo  en  la  formación  del  gobierno  de  la  socie- 
dad, eran  así  sostenidas  como  credo  político,  en  1810,  por 
la  conocida  pluma  de  D.  Gaspar  de  Jovellanos,  entre  otros, 
quien  decía:— «  Haciendo,  pues,  mi  profesión  de  fe  política, 
diré  que,  según  el  derecho  público  de  Europa,  la  plenitud 
de  la  soberanía  reside  en  el  monarca  y  que  ninguna  parte 
ni  porción  de  ella  existe  ni  puede  existir  en  otra  persona 
ó  cuerpo  fuera  de  ella.  Que'  por  consiguiente,  es  una  he- 
regia  política  decir  que  una  nación  cuya  constitución  es  com- 
pletamente monárquica,  es  soberana  ó  atribuirle  las 
funciones  de  la  soberanía;  y  como  esta  sea  por  su  natu- 
raleza indivisible,  se  sigue  también  que  el  soberano  mismo 
no  puede   despojarse  ni  puede  ser  privado   de   ninguna 

parte  de  ella  en  favor  de  otro  ni  de  la  nación  misma 

Que  en  caso  de  imposibilidad  del  soberano,  la  voluntad 
nacional,  sin  comunicar  la  soberanía,  puede  determinar 
la  persona  ó  personas  que  deban  encargarse  del  ejercicio 
de  su  poder. »  Según  el  mismo  autor,  en  el  orden  legis- 
lativo los  parlamentos  no  tienen  derecho  de  legislar,de  dictar 
la  ley,  sino  el  de  aconsejar  las  mejores  medidas  á  tomarse 
para  bien  del  pueblo  y  satisfacción  de  las  necesidades  genera- 
les, 6  éiáe  representar  al  soberano  los  abusos  cometidos  por 
su  gobierno  para  que  les  ponga  remedio,  según  fuere  su  real 
voluntad.  En  el  orden  judicial,  «es  del  rey  toda  jurisdic- 
ción; suyo  el  imperio. » 

«Tal  es  el  carácter  de  la  soberanía  según  la  antigua  y 
venerable  constitución  de  España,  y  al  considerarla,  no 
puede  haber  español  que  no  se  llene  de  orgullo  admi- 
rando la  sabiduría  y  prudencia  de  nuestros  padres  que, 
al  mismo  tiempo  que  confiaron  é  nuestros  reyes  todo  el 
poder  necesario  para  defender,  gobernar  y  hacer  justicia 
ó  sus  subditos,  señalaron  en  el  consejo  de  la  nación  aquel 


1 


310  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

prudente  y  justo  temperamento  al  ejercicio  de  su  poder.  i>  i) 


Los  americanos,  sea  por  la  distancia,  sea  por  la  costumbre 
de  no  conocer  la  realidad  de  la  monarquía  sino  de  nombre, 
como  quien  se  acostumbra  A  oír  un  cuento  terrible  desde 
niño,  ó  ya  por  la  grandiosidad  de  su  territorio  donde  sus 
viajes,   atravesando  extensiones  inmensas  y   desiertas  le 
hicieron   concebir  y   amar  la    idea   de  la  independencia 
personal,    la    verdad  histórica   nos  dice  que  los  pueblos 
americanos  no   amaban   al  rey:    que  para  ellos,— que    no 
podian  vivir  bajo  una  eterna  ficción  política,  el  monarca 
vivia  y  moria  en   tierra  extranjera,  transformándose,  por 
ende,  en  rey  extranjero  también;  que  eso  y  no  mas  signifi- 
caba para  el  americano  el  rey  de  España,  que  ni  inspiraba 
adhesión  ni  amor,  ni  menos  subyugaba  por  el  terror  y  miedo 
de  sus  armas;  que  sus  ejércitos  no  se  hablan  visto  desde 
hacía  siglos   cruzar  las  vastas   extensiones  coloniales,  ni 
sus   escuadras,  corridas  por  los  mores  ó  juguete   de  las 
olas,  no  hablan  podido  siquiera  libertar  los  costas  ameri- 
canas de  los  asaltos  de  piratas   y  filibusteros. 

Su  último  esfuerzo  naval,  en  unión  y  ayuda  de  un  otro 
conquistador  y  destructor  de  los  libertades  del  mundo,  se 
sepultaba  estrepitosamente  en  los  aguas  de  Trafalgar,  en 
1805,  pagando  esta  soberbia  gloria  con  su  vida  el  almirante 
ingles,  por  lo  cual  bien  merecieron  sus  cenizas  el  descan- 
so de  que  gozan  en  la  abadía  de  Westminster,  al  lado 
de  los  genios  y  bienhechores  de  la  humanidad.  Y  mere- 
cedor es  del  doble  y  eterno  aplauso  de  la  humanidad  y  de 
la  América  libre  aquel  tan  glorioso  triunfo  de  las  armas 
inglesas,  porque  en  aquella  hora  solemne  se  salvaron  los 
mares  y  la  suerte  de  la  independencia  de  las  naciones 
europeas  del  despotismo  cesáreo  de  Bonaporte,  al  propio 
tiempo  que,  desapareciendo  su  poder  marítimo,  la  España 
quedaba  militarmente  cortada  de  sus  colonias  y  quebran- 
tada ó  perdida  la  mitad  de  su  poder  para  sofocar  la  in- 
dependencia.    No,  no  era   posible   detener  la   mano  del 


1)  JovELLAMOs,  Obras,  Tomo  V,  páj.  470  y  472,  de  la  Memoria, 


fflSTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA.— CAPÍTULO  IV         311 

destino  ó  la  providencia  de  Dios,  que  se  alzaba  por  la 
libertad  del  mundo.  Ella  habia  arrancado,  con  el  genio  de 
Nelson  en  el  cabo  de  Trafalgar,  un  brazo  del  león  ibérico, 
y  el  otro,  que  aun  le  restaba  medio  libre,  seria  sujeto 
también  y  en  breve  término,  por  el  genio  colosal  de  Na- 
poleón. Entonces,  equilibradas  las  fuerzas,  pudo  la  Amé- 
rica desenvainar  la  espada  y  jurar  su  independencia. 

XI 

« La  autoridad  de  la  España  sobre  América,  tarde  ó  tem- 
prano debe  tener  un  fln,  se  escribia  ya,  en  1810,  por  los 
defensores  de  la  revolución.  Así  lo  quiere  la  naturaleza, 
la  necesidad  y  el  tiempo.  España  está  demasiado  lejos 
para  gobernarnos.  Qué!  siempre  atravesar  millares  de 
leguas  para  pedir  leyes,  para  reclamar  justicia,  justificar- 
nos de  crímenes  imaginarios,  solicitar  con  bajeza  ó  la 
corte  y  á  los  ministros  de  un  clima  extrongero?  Qué! 
¿Aguardar  durante  años  cada  respuesta  y  al  cabo  no  hallar 
del  otro  lado  del  océano  sino  injusticia?  No;  para  grandes 
estados  es  necesario  que  el  centro  y  la  silla  del  poder 
estén  dentro  de  ellos  mismos.  Solo  el  despotismo  del  Oriente 
ha  podido  acostumbrar  pueblos  á  recibir  sus  leyes  de  amos 
remotos  ó  de  bajaes  que  representan  tiranos  invisibles. 
Pero,  no  lo  olvidéis  jamas:  mas  la  distancia  aumenta,  mas 
el  despotismo  abruma,  y  los  pueblos,  entonces,  privados 
de  casi  todas  las  ventají^s  del  gobierno,  no  tienen  sino  las 
desgracias  y  los  vicios. 

«La  naturaleza  no  ha  creado  un  mundo  para  someterlo 
á  los  habitantes  de  una  península  en  un  otro  universo. 
Ella  ha  establecido  leyes  de  equilibrio  que  sigue  constan- 
temente en  la  tierra  como  en  los  cielos. 

«No  puede  haber  gobierno  sin  una  confianza  mutua 
entre  el  que  manda  y  los  que  obedecen.  Ya  sucedió;  este 
comercio  se  ha  roto,  y  no  puede  renacer.  La  España  ha 
hecho  ver  en  demasía  que  ella  quiere  mandarnos  como 
ü  esclavos;  la  América,  que  conocía  igualmente  sus  de- 
rechos y  sus  fuerzas.     A  cada  uno  se  le  ha    escapado  su 

secreto. » 
Este  era  el  pensamiento  americano,  el  grito  que  resonaba 

en  todas  las  conciencias   pensadoras  del  Nuevo  Mundo  al 


212  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

despertar  su  aurora  el  siglo  XIX.  Era  una  convicción 
general  y  profunda  cuyas  raices  tan  hondas  no  era  posible 
las  arrancara  ya  el  gobierno  ni  por  convencimiento  ni  por 
transacciones.  La  América,  siyeta  entre  dos  océanos,  en 
toda  la  inmensidad  de  su  extensión,  de  su  cautiverio  y  de 
sus  dolores,  representaba  la  verdad  de  Prometeo  encadena- 
do  en  la  roca. 

Ante  aquel  aspecto  que  presentaban  los  ánimos  y  las 
cosas,  descubrió  su  aurora  inmortal  el  año  de  1810;  y  tarea 
lijera  y  facilísima  será,  aún  para  el  espíritu  menos  avisa- 
do y  observador,  comprender,  al  través  de  este  lijero 
examen,  que  la  revolución  estaba  preparada  por  la  mano 
misma  de  la  política  española  y  que  liabia  llegado  á  su 
completa  madurez  cuando  la  fuerza  ciega  del  destino  ó  la 
mano  justiciera  de  Dios  hubo  encadenado  el  poderlo  de 
España  en  la  tierra  y  en  las  aguas,  para  que  la  lucha  no 
fuera  tan  cruenta,  tan  desigual  y  costosa.  Porque,  como  lo 
dice  el  mas  sesudo  y  lucido  pensador  de  nuestra  revolución, 
— -«  es  preciso  persuadirse  que  revoluciones  de  la  naturale- 
za de  la  nuestra  no  pueden  hacerlas  los  hombres  particu- 
lares; son  los  gobiernos  los  que  las  causan.  Solo  á  ellos 
les  es  dado  preparar  sus  materiales  y  amontonar  sus 
causas.  Solo  á  los  gobiernos  es  dado  enajenarse  ó  ganar- 
se los  corazones  de  los  subditos.  No  hay  en  los  ciudada- 
nos particulares  poder  bastante  para  hacer  aborrecer  un 
gobierno  que  se  hace  amar  por  su  rectitud  y  su  beneficen- 
cia. Podrían  fascinar  en  un  punto,  seducir  i\  algunos, 
causar  algunos  tumultos  pasajeros,  pero  eso  no  sería  mas 
que  una  llamarada  que  se  extingue  tan  pronto  como  se 
encendió  por  falta  de  pábulo.  Pero  si  el  gobierno  tuvo 
la  desgracia  de  enajenarse  los  espíritus,  él  mismo  amon- 
tona  los  materiales  en  que  se  cebaría  la  llama  revoluciona- 
ria; la  menor  chispa  causarla  una  explosión  formidable. »  i). 

De  esta  suerte,  el  grito  lanzado  el  25  de  Mayo  por  el 
pueblo  de  Buenos  Aires  no  fué  mas  que  la  explosión  de 
aquel  volcan  inmenso  y  poderoso  que  halló  cráter,  al  fin, 
por  donde  lanzar  su  fuego  puriflcador. 


1)  Dr.  Juah  Ignacio  db  Gorriti;  Discurso  pronunciado  en  el  Congreso 
de  1826,  en  la  sesión  del  31  de  Mayo,  que  insertamos  integro  en  el 
apéndice. 


CAPITULO  V 


La  B«p«Aa  Antes  d^  1810— Ia  conjura  patriota 


SUMARIO:— Grandaza  de  España;  el  imperio  español— Establecimiento  del 
despotismo  real— La  decadencia  española;  sus  causas— Atraso  general 
de  la  nación  al  subir  Carlos  IV  al  trono — Datos  curiosos— Katado 
intelectual  del  país— Las  artes  útiles  y  el  empleo— Decadencia  del  espi- 
rita literario— La  cultura  social— £1  fanatismo  religioso— Supersti- 
ciones. 
Cftrlos  IV,  su  carácter— La  revolución  estalla  en    Francia— Coalición 


m^asion  francesa  en  España— Femando  VII— Situación  de  España  en 
aquellos  dias— Bayona  y  el  2  de  Mayo— La  anarquia;  abgoluiistas  y  li- 
herále»;  loa  afrancesados. 

La  juventud  americana  residente  en  España— D.    Francisco  de    Gur- 
mchaga,  sus  antecedentes;  su  retrato — Gurruchaga,  correo  de  gabinete — 
D.  José  de  Moldes,  sus  antecedentes — El  guardia  de  eorps — Condiciones 
peraonaleB  de  Moldes;  su  retrato— Moldes  y  el  enviado  de  Napoleón- 
Prestigio  del  coronel  Moldes— Organización    de  la    conjura    patriota- 
Trabajos  patrióticos  en  España— Fuga   .de  Pueyrredon— Prisión  de  los 
conjurados— Servicios  de  Gnrrachaga- Fuga    general  de   Madrid— Mi- 
sión del  coronel  Moldes  en  LóndrAs— Las  iun/a«  de  España;  alzamiento 
contra  los  franceses— La  hora  de  la  revolución;  los  conjurados  se   em- 
barcan con  rumbo  ¿  Buenos  Aires. 


I 

^í&lo  de  gran  resonancia  fué  el  siglo  XVI  y  colocado,  con 
^Qzor^^  entre  los  mayores  de  la   historia;    por  que  como 
J^Jiíg-t^n  otro  fué  fecundo  en   maravillosas  novedades,  ha- 
tó&nciose  en  él  todo  conmovido,  desde   los   intereses  cor 
mero  tales  y  económicos,  hasta  las  afecciones  mas  caras 
4h  Corazón   humano.      Todo  fué  en  él  continua   revolu- 
cvoa;   revolución  hubo  en  las  ideas  que  ajitaron  el  espíritu 
^^^   la  nueva  invención  de  la  imprenta;    revolución  hubo 
^^  la  fe,   pero  formidable   y   estruendosa,   que  acaudilló 
Uilero  desde  el  fondo  de  la  Alemania  y  que  combatió  Lo- 
cóte  en  la  zona  meridional;    revolución  hubo,  en  fin^  en 


214  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

las  artes,  como  en  la  política  y  en  la  literatura,  brillando 
los  genios  de  Miguel  Ángel  y  Rafuel  en  primer  término. 
El  papa  León  X,  protegiendo  saludablemente  el  renaci- 
miento, daba,  como  Augusto  y  como  Pericles,  su  nombre 
á  su  siglo.  Audaces  navegantes  españoles  y  portugueses 
descubrían  por  Oriente  y  Occidente  mundos  nuevos,  donde 
los  aventureros  conquistadores,  salidos  del  seno  del  pue- 
blo, llegaban  á  ser  grandes  hombres  y  donde  el  celo  del 
espíritu  religioso  encendido  por  las  disputas  teológicas  en 
Europa,  corría  al  seno  de  comarcas  desconocidas  y  dis- 
tantes en  pos  de  su  apostolado.  Al  lujo  y  al  esplendor  de 
la  vida  corrompida  de  los  potentados,  sucedió  el  espíritu 
austero  y  heroico  de  los  primeros  tiempos  apostólicos, 
volviéndose  á  ver  santos  y  milagros.  Pió  V.  purifica- 
ba con  la  santidad  de  sus  virtudes  el  trono  pontificio  y 
las  alturas  del  poder,  mientras  San  Francisco  Javier  lle- 
naba de  gloria  las  legiones  democráticas  de  los  obscuros 

misioneros. 

Por  el  lado  militar,  el  duque  de  Alba  imponía  la  mo- 
derna disciplina  en  el  ejército  y  encadenaba  como  nadie 
la  victoria  á  sus  pies;  mientras  por  los  mares  de  Oriente, 
la  escuadra  española,  llevando  los  votos  de  la  cristiandad 
y  al  mando  de  D.  Juan  de  Austria,  sugetaba  por  la  pri- 
mera vez  el  poderío  otomano  en  las  aguas  de  Lepante, 
salvando  la  libertad  de  la  Europa  y,  con  ella,  la  civiliza- 
ción del  mundo.  La  inquisición  convertía  en  formidable 
su  espantoso  poderío  ,y  los  reyes,  transformándose  en  so- 
beranos absolutos,  levantaban  las  monarquías  de  los  tiem- 
pos modernos. 

Descollando  por  cima  de  toda  esta  grandeza,  esplendor 
y  poderío,  aparecía  España  por  su  civilización,  por  su 
inteligencia,  por  su  valor,  su  riqueza  y  su  poder,  en  medio 
de  las  naciones  civilizadas  del  orbe.  A  imitación  de  Roma, 
su  madre,  bien  pudo  entonces,  con  sobrada  razón,  ape- 
llidarse como  ella,  la  señora  del  mundo.  Felipe  II,  su  rey, 
gobernó  por  espacio  de  >42  años  el  imperio  mas  vasto  de 
la  tierra.  En  España  llevaba  cuatro  coronas:  la  de  Casti- 
llo, la  de  Aragón,  la  de  Navarra  y,  mas  tarde,  la  de  Por- 
tugal; fuera  de  la  península,  poseía  los  Países  Bajos, 
ambas  orillas  del    Rin,   el    Franco    Condado,    el  Rose- 


HISTORU  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V         815 

llon,  en  Francia;  el  Milanesado  y  las  Dos  Sicilias  en  Italia, 
teniendo  bajo  su  dependencia  6  Toscana,  Parma  y  demás 
estados  italianos;  en  Asia  era  dueño  de  las  ricas  posesio- 
nes portuguesas  de  Coromandel  y  Malabar  y  las  Islas 
Filipinas  eternizaban  su  nombre,  mientras  en  América 
sus  dilatados  dominios  se  extendían  por  uno  y  otro  lado 
del  Ecuador.  Por  eso  llegó  6  exclamar  con  extrema 
verdad  contemplando  su  poderío,  que  se  dilataba  por  la 
redondez  de  la  tierra:— «El  sol  no  se  pone  en  mis  esta* 
dos. » 

I.a  España  había  llegado  así,  al  pináculo  de  la  grandeza. 
A  mas  de  sus  provincias,  dominaba  á  la  corte  de  Roma 
por  su  influencia;  á  Francia  por  medio  de  las  guerras 
civiles,  y  su  monarca  liabia  sido,  por  matrimonio  con 
María  Tudor,  rey  titular  de  Inglaterra.  Desde  el  gabinete 
de  Madrid  su  poderosa  política  tramaba  las  revoluciones 
en  Dinamarca  y  en  Londres;  su  influencia  social  llegó 
hasta  imponer  la  moda  en  las  cortes  de  Europa,  y  la  so- 
berbia de  su  orgullo  alcanzó  á  extremo  tonto  que,  al  saber 
el  desastre  de  su  escuadra,  llamada  la  invencible,  por  le 
fuerza  de  la  tempestad,  que  cundió  de  pavor  ó  Inglaterra, 
se  contentó  con  exclamar  por  boca  de  su  rey:— «  Nada 
importa;  es  una  rama  cortada  de  un  árbol  floreciente. » 
Su  influencia  política  como  nación  era  inmensa,  y,  al  de- 
cir de  un  ilustre  escritor,  llegó  una  hora  en  que  la  gran- 
deza de  España  sobrepujó  á  la  del  primer  Bonaparte,  por 
que  este  nunca  tuvo  el  dominio  de  los  mares,  ni  alcanzó 
&  poseer,  como  España,  el  vasto  comercio  de  sus  colo- 
nias y  sus  factorías  «  recibiendo  y  distribuyendo  todo  el 
oro  de  Occidente  y  todas  las  especias  de  Oriente. »  Sus 
capitanes  fueron  los  primeros  generales  de  la  tierra  y  sus 
hombres  de  estado  no  hallaron  rival  en  su  época,  espe- 
cialmente en  la  celebrada  habilidad  de  sus  diplomáticos; 
y  si  bien  sus  hijos  no  habían  alcanzado  la  verdadera 
cultura,  el  buen  gusto  y  los  instintos  tan  delicados  que. 
dislingüian  la  sociedad  italiana,  habia  en  ellos  mayor 
orgullo,  mas  entereza  y  altivez  de  carácter  y  mucho  mas 
valor  personal;  y,  como  consecuencia  de  todas  estas  va- 
roniles virtudes,  su  culto  por  el  honor  era,  sobre  todas 
sus  afecciones,  el  primero. 


216  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

No  desdecía  la  civilización  de  España  del  justo  prestigio 
alcanzado  en  el  manejo  de  los  negocios  públicos:  la  guer- 
ra y   la  política  internacional.    Las  antiguas  y  venerandas 
instituciones  de  Castilla  y  Aragón  que  cimientos  tan  pode- 
rosos fueron   para   las    libertades  públicas,  unieron    sus 
frutos   preciosos  á  la   dichosa   cosecha  que   hicieron  los 
conquistadores  y   guerreros   españoles    en  las   ciudades 
italianas,  cunas  esclarecidas  entonces  de  las  bellas  artes^ 
de  la  cultura  y  perfeccionamiento  del  espíritu;  por  que  á 
la  manera  que  Roma  trs^o  de   sus  conquistas  los   dioses 
recogidos  de  los  altares  de  los   pueblos  avasallados,   así 
también  España,  guerrera  y  política,   recogía  la  riqueza 
intelectual  de  los  vencidos,  apareciendo  con  brillo  en  la 
línea  mas  culminante,  como  Italia,  con  sus  escritores,  sus 
poetas,  sus  pintores,  muchos  de  los  cuales  y  de  los  mas 
célebres  al  tiempo   mismo,  eran  soldados,   guerreros  de 
primer  orden,   como  Ercilla  que  hizo  flgura  distinguida 
en  la  guerra  de  Aráuco,  la  que  debía  cantar  mas  tarde  en 
uno  de  los  mas  hermosos  poemas  escritos  en  lengua  caste- 
llana; como  Garcilaso  déla  Vega,  poeta  también  y  alistado 
en  la  carrera  militar;  como  Lope,  que  se  embarcó  en  la,  /«- 
vencible  que   marchaba  á  la  conquista  de   Inglaterra,  para 
cantar  la  victoria;  como  Cervantes,  en  fin,  cuya  obra   de 
celebridad  universal  mereció  la  traducción  en   todos    los 
idiomas  civilizados  de  la  tierra,  que  fué  herido  en  la  bata- 
lla de  Lepatito  al  borde  de  una  galera. 

La  poesía  y  el  teatro  tomaron  desde  la  época  aquella  su 
moderna  fisonomía;  la  literatura,  la  historia,  la  filosofía  y 
la  pintura  alzaron  el  vuelo  mas  poderoso,  contándose,  & 
mas  de  aquellos  ya  antes  recordados,  á  Calderón,  á  Que- 
vedo,  &  Santa  Teresa  de  Jesús,  á  Solís,  á  Fray  Luis  de 
León,  á  Góngora,  á  Velázquez  y  Murillo,  entre  sus  espíri- 
tus mas  luminosos  y  celebrados. 


II 


Pero  este  hermoso  fenómeno  que  tan  alto  levantó  la 
civilización  de  España,  era  la  emanación  mas  delicada  y 
noble  de  un  pueblo  viril  á  quien  la  libertad  gozada  y  vene- 


fflSTOMA  DE  QUEMES  Y  DE  SALT^— CAPÍTULO  V         917 

rado  por  siglos  llenos  de  valor  y  de  grandeza  pública,  habia 
fortalecido  é  inflamado  las  virtudes  del  corazón  y  de  la 
inteligencia  humana;  y  cuando  el  espíritu  de  la  libertad 
fué  sofocado,  comenzó,  á  raiz  de  su  muerte,  la  decadencia 
de  la  nación  española.  Los  consejos  privados,  sumisos 
y  serviles  sucedieron  6  las  cortes,  los  antiguos  y  libires 
parlomentos  españoles;  las  venerandas  instituciones  castella- 
nas y  aragonesas,  que  con  los  fueros  de  las  ciudades  guar- 
daban las  libertades  de  los  pueblos  contra  las  violencias  de 
los  reyes,  fueron  holladas  desde  que  comenzó  la  casa  de 
Austria  &  reinar,  y  fueron  destruidas  y  casi  totalmente  arra- 
sadas; el  fanatismo  religioso,  llegando  A  criminal  extremo 
en  su  intolerancia,  expulsaba  las  últimas  é  industriosas 
poblaciones  moriscas,  por  que  no  pensaban  de  Dios  lo 
mismo  que  el  gobierno;  la  persecución  á  muerte,  en  alas 
del  terror  que  rastreó  toda  novedad  contra  el  orden  políti- 
co y  religioso,  aun  en  el  seno  sagrado  de  la  conciencia  y 
de  la  opinión  humana,  cegaron  los  últimos  esfuerzos  de  la 
inteligencia;  desaparecieron  las  instituciones  déla  antigua 
y  sacra  monarquía;  perecieron  las  libertades  públicas; 
se  sacriñcaron,  en  vida  y  robustez  de  la  tiranía,  todas  las 
garantías  individuales;  y  la  educación  y  la  enseñanza  bajo 
el  terror  divino  y  el  terror  humano  con  que  la  iglesia  y 
el  poder  civil  en  consorcio  espantaron  ú  los  hombres, 
sojuzgaron  la  opinión  y  el  sentimiento  público,  y  con- 
cluyeron por  transformar  la  España  liberal,  guerrera, 
triunfante,  pensadora,  industriosa,  altiva  y  gloriosa,  en  la 
España  devota,  silenciosa  y  vencida.  Por  que  si  el  trono 
se  robusteció  arrancando  la  vida  al  pueblo,  la  nación  per- 
dió con  su  libertad,  sus  antiguas  conquistas,  su  poderío 
entre  las  naciones,  su  industria  y  bienestar;  por  qué  el 
despotismo  es  árbol  de  maldición,  de  cuyo  seno  ingra- 
to no  emanan  mas  que  las  tristezas  de  la  muerte;  que 
bajo  su  sombra  todo  se  corrompe  y  se  derrumba;  el 
carócter  de  los  hombres  se  quebranta;  las  virtudes  públi- 
cas se  olvidan;  los  principios  desaparecen  y  la  carencia 
de  independencia  personal  engendra  la  dependencia  de  los 
hombres,  la  dependencia  de  los  afectos  y  hasta  la  depen- 
dencia del  pensamiento.  Por  eso  cayó  la  Grecia  que 
destrozó  á  los  bárbaros  con  su  brazo  y  enamoró  al  mun- 


218  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

do  con  SU  pensamiento;  por  eso  Roma  sepultaba  la 
pública  y  el  águila  imperial  que  había  señalado  los  límites 
del  mundo  por  los  límites  de  su  poderlo,  plegaba  sus  alas 
en  Rávena  y  se  desplomaba  á  los  pies  de  un  bárbaro  del 
norte:  por  eso  cayó  también  España  en  una  postración  de 
doscientos  años  en  que  se  sepultó  en  la  península.  Posó 
como  pasaron  los  grandes  pueblos  dejando  eterna  memoria 
en  los  siglos;  pasó  como  pasó  Grecia  con  sus  poetas,  sus 
artistas,  ^sus  fllósofos,  sus  maestros;  pasó  como  pasó  Roma 
con  sus  legisladores,  con  sus  guerreros  y  conquistadores; 
pasó,  en  fln,  como  pasaron  Curtago  y  Tiro,  sus  remotos 
progenitores,  con  sus  colonias  y  sus  exacciones  admi- 
nistrativas y  flscales.  La  España,  de  esta  suerte,  pasó 
como  un  dios  caduco,  doscientos  años  de  abatimiento 
y  postración,  basta  que  la  despertaron  los  estruendos 
de  la  revolución  de  Francia,  su  vecina.  Durante  ellos, 
habia  perdido  sus  posesiones  de  los  Paisas  Bqjos,  el 
Poilugal,  el  Artois,  el  Franco  Condado,  el  Rosellon;  los 
holandeses  fundaban  sobre  sus  ruinas  vasto  y  poderoso 
imperio  en  los  paisas  de  Oriente;  la  Inglaterra,  ate- 
rrorizada en  otros  dias,  clavaba  su  pabellón  en  las  cos- 
tas de  Méjico;  las  escuadras  holandesas  y  británicas 
hablan  saqueado  é  insultado,  por  mas  de  una  vez,  las 
mismas  costas  de  la  península,  y  Gibraltar,  su  plaza 
fuerte  meridional,  en  el  propio  suelo  español,  pasaba  al 
dominio  ingles.  Su  infantería,  tan  famosa  en  los  anales 
de  las  guerras  europeas,  pereció  en  Rocroy  á  manos  del 
gran  Conde;  y  su  marina  se  sepultaba  entre  las  olas  y  el 
fuego  de  Trafnigar,  en  1805. 

Su  estado  interior  y  administrativo  corría  en  igual  misario 
que  sus  intereses  exteriores.— «  Mientras  en  el  siglo  XVII 
otras  naciones  se  ocupaban  en  formar  grandes  estableci- 
mientos militare3,el  ejército,  que  fué  tan  formidable  y  temido 
bajo  las  órdenes  del  duque  de  Alba  y  de  Alejandro  Farnesio,  se 
hallaba  reducido  á  unos  cuantos  miliares  de  individuos  mal 
pagados  y  sin  disciplina.  Inglaterra,  Holanda  y  Francia 
tenian  grandes  armadas  y  la  española  escasamente  llegaba 
á  la  décima  parte  de  la  poderosa  escuadra  que.  J>ajo  Felipe  II, 
puso  terror  al  Océano  Atlántico  y  al  mar  Mediterráneo. 
Los  arsenales  no  tenian  maestranza;  los  almacenes  nada 


mSTORIADE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-OAPlTÜLO  V         319 

guardaban;  las  fronteras  y  las  fortalezas  carecían  de  pre- 
sidio; era  ineficaz  la  policía;  se  cometía  todo  género  de 
crímenes  á  todas  horas;  matones  de  oficio  y  lacayos  sin 
amo  se  entregaban  en  calles  y  plazas  á  mil  excesos,  tur- 
bando la  pública  tranquilidad  y  haciendo  escarnio  de  la 
justicia;  la  hacienda  se  hallaba  en  el  mas  espantoso  desor- 
den; pagaba  el  pueblo  sumas  enormes,  pero  el  gobierno 
solo  percibía  los  residuos  que  dejaba  la  rapacidad  de  sus 
agentes;  y  los  virreyes  de  América  y  los  empleados  del 
fisco  se  hacían  poderosos,  en  tanto  que  los  comerciantes 
se  presentaban  en  quiebra,  que  los  labradores  morían  de 
hambre,  que  ios  funcionarios  de  palacio  no  cobraban  y 
que  los  soldados  iban  á  comer  la  sopa  á  la  puerta  de  los 
conventos.  Los  despachos  se  acumulaban  sin  abrir  en 
las  mesas  de  los  secretarios  de  Su  Magestad,  en  tanto 
que  estos  intrigaban  para  despojarse  mutuamente;  y  las 
potencias  extrangeras  podían  insultar  y  robar  con  notoria 
impunidad  al  heredero  de  Curios  V. »    (Macaulay). 


III 


Carlos  IV  fué  llamado  al  trono  en  1788,  y,  aunque  la 
España  llegó  ú  despertar  un  espacio  de  su  letargo  bajo  el 
gobierno  liberal  de  Carlos  III,  tornó  á  caer,  bajo  este  nuevo 
reinado  débil  y  enfermizo,  á  tan  bajo  nivel  como  cayó  en 
tiempos  de  Carlos  II.  El  nuevo  rey  había  llevado  al  go- 
bierno el  buen  ánimo  de  imitar  la  administración  ruidosa 
de  su  padre,  mas  no  tuvo,  como  este,  ni  el  talento  ni 
las  energías  ni  menos  el  buen  tino  en  la  acertada  elección 
de  sus  ministros;  Godoy,  que  lo  acompañó  en  él  hasta  la 
hora  postrera,  era  el  hombre  mas  inepto  y  á  quien  por 
irrisión  del  destino,  le  tocaban  circunstancias  por  todo 
extremo  trabajosas  y  difíciles.  De  esta  mañera,  mientras 
en  los  demás  países  de  Europa  los  gobiernos  mas  adver- 
tidos  de  su  situación  abrian  paso,  aunque  estrecho,  &  las 
refórmas;  mientras  el  rey  de  Cerdeña  concedía  á  sus 
subditos  el  rescate  de  los  derechos  feudales,  y  el  empera- 
dor José  II  abolía  en  Austria  los  diezmos,  los  jómales 
gratuitos  de  los  vasallos,  como  los  derechos  señoriales  y 


220  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Iqs  conventos  y  subordinaba  la  iglesia  al  estado;  mientras 
Gustavo  III  prohibía  el  tormento  en  Suecia,  y  la  czarina 
Catalina  III  fundaba  escuelas,  aunque,  como  los  hombres 
de  estado  españoles,  seguia  la  opinión  del  cardenal  Polo, 
quien  decía  á  León  X  que  era  peligroso  hacer  demasiado 
sabios  í\  los  hombres,— España  permanecía  estacionaria  si 
acaso  no  retroc;edía,  dejándose  sorprender  por  el  nuevo 
espíritu  dormida  entre  añejas  preocupaciones. 

«  Por  España  no  pasan  los  dias,  decia  30  años  mas  tarde. 
Larra,  lamentando  la  decadencia  de  su  patria;— siempre 
jugando  6  la  gallina  ciega  con  su  felicidad,  empeñada  en 
atraparla,  por  el  estilo  de  aquel  loco,  maniático  por  atra- 
parse con  la  mano  izquierda  el  dedo  pulgar  de  la  misma 
mano  que  tenia  cogido  con  la  derecha,  y  siempre  mas 
convencido  la  última  vez  que  todas  las  anteriores. »    1) 

Después  de  aquellos  doscientos  años  del  mas  sombrío 
y  sin  embargo,  el  mas  popular  despotismo,  la  España 
aparecía  un  siglo  atrás,  también,  de  las  demás  naciones 
civilizadas  de  Europa.  Con  su  libertad  había  perdido  su 
poderío,  su  actividad,  sus  industrias  y  su  labor  intelec- 
tual que  con  tanto  lucimiento  figuró  en  el  siglo  XVI.  Sus 
industrias,  que  lo  fueron  de  primer  orden,  hablan  descen- 
dido al  último  nivel  con  la  expulsión  de  las  poblaciones 
laboriosas  de  moros  y  judíos  y  con  la  larga  serie  de 
guerras  sostenidas  en  el  exterior,  llegando  en  los  últimos 
tiempos  del  absolutismo  á  ser  tan  general  la  miseria  que, 
al  decir  del  conde  de  Campomanes,  escritor  español  de 
aquella  época,  el  estado  miserabilísimo  de  España  habla 
subido  &  tal  extremo,— « que  se  velan  tres  millones  de 
españoles  casi  en  cueros  por  que  no  tenían  con  qué 
comprar  telas  suficientes  para  cubrir  sus  carnes,  llegando 
ú  dos  millones  los  que  pasaban  su  vida  sin  conocer  en 
ella  la  carne  como  alimento, »    2). 

Déjase  fácilmente  comprender  por  aquel  estado  de  ge- 
neral postración  en  que  yacía  la  península,  que  en  ella 
existia  mucha   gente  desocupada,  sin  el  ejercicio  del  tra- 


1)  Larra,  Obras,  T.  I,  páj.  146. 

2)  Escrito  dol  Dr.  Mnnuel  Ulloa  en  el  expediente  de  J.  C.  Sánchez  contra 
la  testainent  de  Francisco  Sanctiez  f.  44  año  1824;  Arch.  de  Salta* 
Cambiamos  algunos  términos  del  original  por  ser  demasiado  hirientes. 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V         321 

bajo  que  da  virilidad  y  engrandecimiento  á  los  pueblos 
y  sí,  con  todos  los  vicios  que  dimanan  de  la  miseria, 
del  desgobierno  y  de  un  sombrío  y  prolongado  despotismo; 
lo  que,  uniéndose  á  ciertas  peculiaridades  nacionales,  hacia 
mayormente  extremoso  su  atraso.  La  torpeza  de  su 
administración  habia  cegado  todas  las  fuentes  de  la  pros- 
peridad pública  sin  que  recojiera  mayor  beneficio  que 
asegurara  su  bienestar,  su  inmenso  imperio  colonial;  el 
oro  y  la  plata  acuñada  que  existia  en  la  península  en  la 
época  anterior  ü  la  guerra  con  Bonaparte,  no  excedía 
mas  altó  de  unos  500,000.000  de  pesos  fuertes;  y  sin  em- 
bargo, las  poderosas  fuentes  de  Méjico  y  del  Perú  hablan 
derramado  en  su  suelo  56.000.000.000  de  duros,  según  los 
cálculos  hechos  por  Gerónimo  Ustóriz,  no  contándose  en 
ellos  los  6.000.000.000  que  entraron  desde  1742,  fecha  en 
que  Ustáriz  escribía.  Por  que  de  muy  antiguo,  hablase 
arraigado  en  el  criterio  de  sus  hombres  de  estado,  el 
gravísimo  error  económico  de  que  la  verdadera  riqueza 
de  una  nación  solo  consistía  en  la  suma  mayor  de  metales 
acuñados,  exclusivamente  en  la  moneda;  de  manera  que 
descuidadas  todas  las  fuentes  de  producción  y  verdadera 
riqueza  pública,  despreciado  el  trabajo  con  ostentóse  alta- 
nería el  gobierno  español  sufrió,  desde  Felipe  II,  una 
continua  bancarrota,  pasando  por  sus  manos  los  tesoros 
arrancados  de  sus  colonias  para  ir  á  enriquecer  las  fá- 
bricas extranjeras. 

Era  el  progreso  casi  desconocido;  algunas  carreteras  y  un 
solo  canal  en  proyecto  servían  para  las  comunicaciones; 
no  existia  en  la  producción  de  su  suelo  ni  el  trigo  sufi- 
ciente para  el  consumo  del  año,  viéndose  en  la  necesidad 
de  importar  del  extranjero  veintidós  millones  de  fanegas 
de  cereales  y  una  considerable  masa  de  carne  fresca  y 
y  carne  salada.  Rodeado  de  esta  miseria,  en  un  pais  en 
que  de  todo  se  carecía,  el  gobierno  británico  se  vio  pre- 
cisado, al  intervenir  como  aliado  de  España  en  la  guerra 
contra  Bonaparte,  desde  1808,  á  formar  para  el  uso  de 
su  ejército  en  la  península,  un  tren  de  diez  mil  muías  de 
carga  y,  por  medio  de  prensas,  hizo  que  el  heno  fuera 
transportable  desde  los  puertos  de  Irlanda  á  los  de  Lisboa 
y  Cádiz.    La  Inglaterra  llevaba  á  su  ejército  protector  de 


222  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

la  España  y  lidiando  por  ella  en  su  suelo,  todo  lo  que 
este  necesitaba,  desde  la  avena  que  alimenta  al  caballo, 
hasta  el  dinero  que  hay  que  dar  al  soldado,    1). 


IV 


Lo  que  sucedía  con  las  industrias  y  el .  comercio  tenio 
un  triste  símil  con  lo  que  pasaba  por  el  espíritu  de  los 
hombrefe  y  sus  ideas,  y  con  el  movimiento  literario  y 
científico  de  todo  el  país;  porque  en  aquellos  dias,  según 
la  amarga  duda  de  Larra,  «no  se  leía  en  aquel  país  poi* 
que  nada  se  escribía,  ó  no  se  escribía  nada  por  que  nada 
se  leía; »  y  esto  era  convicción  en  el  buen  sentido  público 
que,  al  decir  del  mismo  autor,  en  la  clase  noble  no  se 
aspiraba  ú  llegar  á  la  posesión  de  la  ciencia  del  médico 
ó  del  abogado,  por  que  « las  gentes  de  sangre  azul  no 
deben  trabajar  como  la  canalla.  No  comprendemos  en 
estas  proposiciones  generales,  tal  cual  joven  aplicado,  agre- 
ga, tal  cual  poeta  original,  tal  cual  hombre  de  nota  que 
se  esfuerzan  por  salir  del  común  oprobio  que  nos  alcanza, 
descollando  entre  el  general  abatimiento  y  luciendo  como 
menuda  luciérnaga  entre  las  tinieblas  de  obscura  noche. »   2) 

La  aspiración  general  de  sus  hombres  era  el  ser  em- 
pleados. «íQuerrá  usted,  pregunta  aquel  autor,  que  unas 
gentes  acostumbradas  á  su  oficina  y  sus  once  y  su  gaceta 
y  su  cigarro  vayan  á  enfrascarse  media  docena  de  cien- 
cias y  artes  útiles,  como  las  llaman,  para  vivir  de  otra 
manera  que  han  vivido  hasta  ahora,  sin  el  descanso  de 
la  mesada  ni  los  gajes  de  manos  puercas?» 

El  movimiento  literario  apenas  si  era  percibido  en  la 
propia  España  por  espíritus  despertados  é  inspirados  por 
las  ideas  francesas.  Por  este  singular  decaimiento  de  las 
letras,  puede  medirse  el  grado  de  civilización  hasta  dónde 
había  alcanzado  en  otrora  y  hasta  dónde  habia  retrocedido 
al  presente.  La  España  aparecía,  á  la  verdad,  mas  que 
estacionaria,  retrógrada. 


1)  y  «fase  Chatkaobriand,  Congreso  de  Verona  y  Querrá  de  Sapaña, 

2)  Larra,  Obras,  T.  I,  páj.  52» 


HISTORIA  DJB:  GOEMBS  y  de  salta— capítulo  V         328 

Por  que  es  la  literatura  la  expresión  del  progreso  de 
un  pueblo  y  España  contaba  ya  dos  siglos  en  que  no  pro- 
ducía nada  de  digno;  el  despotismo  político  y  religioso 
reprimió  y  persiguió  en  ella  el  cultivo  de  la  literatura, 
de  la  filosofía,  de  las  ciencias  y  de  las  artes,  cubriendo  todo 
de  un  espíritu  pesado,  medroso  y  sombrío,  fijándose 
en  lo  hasta  entonces  producido  con  Lope  y  Calderón, 
el  nec  plus  ultra  de  su  vuelo  civilizado.  Desde  aquella  hora 
funesta  en  que  el  clero  y  el  militarismo  ahogaron  con  el 
terror,  con  la  cárcel  y  con  la  muerte  las  libertades  pú- 
blicas, concluyó  el  glorioso  movimiento  de  sus  ingenios. 
« Callaron  los  cisnes  de  España, »  Garcilaso,  Lope  dé 
Vega,  Quevedo,  Santa  Teresa  de  Jesús,  Cervantes,  Fray 
Luis  de  León,  Góngora  y  Calderón  de  la  Barca,  solo  vi- 
vían consignados  en  la  historia,  brillando  en  aquella  no- 
che de  profundo  letargo  «  para  servir  de  eterna  recorda- 
ción ú  las  degradadas  generaciones  posteriores  y  como 
blanco  perpetuo  de  envidia  para  las  que  después  de  ellas 
hablan  de  venir. » 


A  fines  del  siglo  XVIII,  con  las  nuevas  ideas  que  llegaron 
hasta  las  gradas  del  trono,  comenzó  á  revivir  la  literatura 
española  brillando,  entonces,  escritores  de  elojiado  mé- 
rito, como  Moratin,  Irlarte,  Ayala,  Cienfuegos,  Huerta, 
Quintana,  Meléndez  ó  Jovellanos.  Mas  esto  no  era  sino 
lijero  paréntesis  en  su  largo  abatimiento,  sin  que  tan 
tristísimo  estado  fuera  llorado  cual  merecía  desgracia  se- 
mejante; que  la  casi  totalidad  del  pueblo  español,  formado 
y  educado  en  esa  secular  escuela  del  despotismo  tanto 
en  la  conciencia  personal  como  en  la  conciencia  pública, 
amaba  de  veras  aquel  su  estado,  cual  si  fuera  brillante 
progreso  y  ó  la  manera  que  amaba  á  su  rey  y  á  sus  ins- 
tituciones tiránicas,— como  sus  establecimientos  jpfionacales, 
sus  escrúpulos  y  sus  supersticiones  religiosas;  sus  autos 
de  fé,  su  inquisición  y  su  monarca  absoluto  é  irrespon- 
sable; todo  fortalecido  por  su  amor  ciego  á  cuanto  era 
español,  «que  es  tal  su  patriotismo,  que   dará    todas  las 


_  3iS4  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

linderas  del  extrangero  por  un  dedo  de  su  país;  y  esta 
ceguefjad  le  hace  adoptar  todas  las  responsabilidades  de 
tan  inconsiderado  cariño. »    (Larra). 

Se  explica  que  un  pueblo  no  progrese,  que  se  quebrante 
y  aun  qiie  retroceda,  pero  es  maravilla  que  haya  existido 
alguno,  90010  el  pueblo  español  en  aquella  época,  que  no 
haya  tenido  conciencia  de  su  atraso.  Creíase  siempre,  y 
en  medio  de  tanta  miseria,  á  la  vanguardia  del  progreso 
del  ipundo,  ciego  y  temático  en  su  inquebrantable  supe- 
rioridad, como  lo  pinta  Larra,  aplaudiendo  todos  sus  errores, 
por  que  no  quería  ver  jamas  otra  cosa  que  su  gloria, 
su  heroísmo  y  demás  decantadas  grandezas.  Por  eso,  re- 
flriéndos^  á  aquella  admirable  tenacidad  del  pueblo  espa- 
ñol. Larra  decia:— «  Y  si  me  añades  que  no  puede  ser  de 
ventaja  alguna  el  ir  atrasados  con  respecto  á  los  demás, 
te  diré  que  lo  que  no  se  conoce  no  se  desea  ni  echa 
menos;  asi  suele  el  que  va  atrasado  creer  que  va  adelan- 
tado, que  tal  es  el  orgullo  de  los  hombres. » 


VI 


La  cultura  social  acusaba  igual  atraso  que  los  demns 
ramos  del  progreso  público;  que  mientras  el  italiano  ó  el 
francés,  por  ejemplo,  eran  celebrados  por  la  suavidad  de 
sus  modales  y  la  templanza  general  de  sus  afectos,  el  es- 
pañol continuaba  conservando  la  antigua  rusticidad  y 
dureza  de  la  sociedad  de  la  edad  media,  haciendo  notable 
contraste  con  los  adelantos  del  siglo.  Ellos,  los  españoles, 
se  contentaban,  fuera  de  las  clases  privilegiadas,  con  saber 
leer,  escribir  y  contar;  algunos  entendían  de  teneduría  de 
libros;  los  nobles,  como  hemos  visto  masantes,  aprendieron, 
por  el  espíritu  de  la  moda,  las  bellas  letras,  como  la  his-> 
toriayla  retórica;  el  francés  y  el  latín,  según  lo  confirman 
los  textos  qjie  nos  han  dejado. 

El  emplécedo,  que  era  el  tipo  popular  en  España  en 
aquellos  tiempos,  era  notable  por  su  orgullo,  por  el  tono 
con  que  quería  revestirse,  por  el  despotismo  pesado  de 
su  trato.  Trabajaba  poco  en  las  oflcinas  públicas,  donde 
al  interesado  se  lo  trataba   « como  si  hubiera  entrado  un 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPITÜLO  V         285 

perro.»    (Larra.)    Si  se  le  preguntaba  de  un  asunto,  ni 
se  dignat)a  contestar.    ¿Qué  hacía  toda  esta  gente?    Holgar. 

Aun  en  las  mismas  regiones  del  trono  la  decadencia  de 
la  cultura  social  se  mostraba  con  tintes  los  mas  acentua- 
dos y  cuanto  mas  elevados  mas  visibles.  El  rey  era,  al 
decir  de  graves  historiadores  de  aquella  época,  ridículo 
en  extremo;  su  trato  social  se  producía  en  modales  toscos 
y  sus  palabras  y  sus  actos  usados  para  con  Napoleón  y 
con  Godoy,  lo  mostraron  reñido  con  toda  dignidad.  La 
reina,  de  malas  costumbres,  pasto  de  la  murmuración 
del  mundo,  era  en  su  educación,  ordinaria  como  en  su 
moralidad,  depravada.  « Su  ignorancia  está  manifestada 
en  el  malísimo  francés  usado  en  sus  escritos; »  y  la  falta 
de  cultura  en  sus  maneras  y  de  elevación  de  alma,  se 
notaba  «en  las  verdaderas  necedades  y  expresiones  pro- 
pias de  la  gente  del  vulgo. »    1) 

En  aquella  hora  tremenda,  ni  urbanidad  ni  grandeza 
quedaba  ya  en  la  corle. 

En  el  vulgo  del  pueblo  la  gente  era,  con  mas  razón, 
sin  cultura;  dura,  desatenta,  nada  urbana  en  sus  deberes 
sociales.  Ya  fuera  en  las  tiendas,  en  los  cafées,  en  las 
fondas;  en  el  servicio  doméstico  mas  que  en  nada,  su 
torpeza  cruzaba  los  límites  de  lo  común;  su  trato  era 
duro,  altanero,  ofensivo  al  respeto;  y  esta  altanería  atre- 
vida é  insolente  daba  &  todos  un  espíritu  que  los  levan- 
taba á  igualarse  y  á  considerarse  de  igual  rango  y  altura, 
y  A  tal  extremo  que  «no  habia  aguador  ni  carbonero  que 
no  le  pida  la  lumbre  y  lo  detenga  en  la  calle  y  lo  manosee 
y  empuerque  su  tabaco  y  se  lo  vuelva  apagado  aunque 
sea  un  grande  de  España.  Llamaban  á  quien  necesitaban 
hablar  «por  su  apellido  seco  y  desnudo»  como  si  todos 
fueran  de  su  nivel,  de  su  amistad  ó  de  su  confianza. 
Nadie  pedia  perdón  ni  nadie  cedia  el  derecho.  «jQué 
orgullo  es  aquel  que  impide  á  las  clases  ínflmas  de  nuestra 
sociedad,— dice  el  autor  de  quien  tomamos  estos  datos, 
— acabar  de  reconocer  el  puesto  que  en  el  trato  han  de 
ocupar?    2) 


1)  Galiano,  HíH.  de  Eépaña,  tomo  VI,  páj,  133. 

2)  Labra,  Obras  T.  í     páj.  236. 


236  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

En  Américo,  por  el  contrario,  la  sociedad  estaba  mejor 
cimentada  en  cuanto  ú  este   orden    de  cosas   se  refiere, 
pues  en  ella,  jamas  llegó  á   verse   tan    singular  espectá- 
culo; por  que,   entre   nosotros   la  plebe   guardó   siempre 
profundo  respeto  y  hasta  ceremoniosa    humildad    ante   la 
gente  decente;  respeto  bien  marcado,    por  cierto,   y  bien 
impuesto.     Nuestra  plebe   no  seria   culta   como  la    clase 
civilizada,  pero  sí  era  bien  respetuosa  y  sumisa  ú  su  con- 
dición de  inferioridad  social,  aunque  altiva  y  soberbia  en 
las  ciudades.    España,  por  su  parte,   tenia  la   democracia 
de  las  maneras,  la  democracia  de   su  plebe,  y,  al  mismo 
tiempo,  la   sumisión,    el  respeto  y  la   adhesión    incondi- 
cional y  fervorosa  y  ciega  al  despotismo  del  rey  absoluto 
y  al  despotismo    de  una    clerecía   absorbente,   ú  quienes 
sometía  no  solo   sin  explicación   ni  reserva    sino  con  la 
beata  convicción  del  fanático,  su  conciencia,   su    persona 
y  su  hacienda.    Por  que,  en  lo  tocante  á  la  fe  religiosa  y 
á  la  política,  el  pueblo  español  era  fundido  en  bronce;  era 
tan  absolutista  como  intransigente  y  su    fe  religiosa  ha- 
blase  conservado    en   tal  nivel  de    atraso   que,  confun- 
diendo en  un  mismo  dogma   la  doctrina  católica  con  la 
superstición,    hija   del  populacho    ó  de  rancias  y  añejas 
preocupaciones,  vivia  con  su  fe  en  los   duendes  y  en  las 
brujas  y  en  los  endemoniados,  como  en  los  hereges  para 
quiénes  conservaba  tribunales  de  persecución,    como   en 
los  milagros  de  á  diario  que  llenaban  sus  leyendas  y  acom- 
pañaban sus  empresas.     Santiago,  patrón  general  de  Es- 
paña,  compartía    con    él    los    peligros   de    las   batallas 
acuchillando  enemigos.    ¡Santiago,  cierra  España f  era  su 
antiguo  grito   de  guerra;   el   diablo  alternaba   en  la  vida 
pública  y  privada,    desde  el  palacio  de  los  reyes   hasta  Ja 
choza    del  pescador;  San  Lorenzo  le  había  dado  el  triun- 
fo en  San  Quintín,  abatiendo  ú  la  Francia,  en   cuya  gra- 
titud se  alzó  la   suntuosa  fébrica  del  Escorial    en  forma 
de  parrillas  volteadas,  recordando  el  instrumento  con  que 
fué  atormentado  el  mártir  español,  y  la  virgen  del  Rosa- 
rio   habia  tejido  los  laureles  de   Lepanto;    beatos   ilumi 
nados,  en  ñn,  como  la  madre  Agreda,   escribían,  por  re- 
velación celeste,  la  vida  mas  íntima  de  la  Virgen  María  y 
de  Jesucristo,  llegando  hasta  el  escándalo  y  el   asco  las 


raSTORIA  DE  GÚEME8  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V        297 

profundidades  de  sus  locuras;  y  bueno  será  decir,  en  suma, 
que  aquella  copiosa  superstición  no  era  el  patrimonio  solo 
de  la  clase  obscura  é  indigente  de  la  plebe  ó  pueblo  bajo, 
si  que  también  lo  fué  de  los  magnates,  de  sus  obispos, 
de  sus  doctores  y  aun  de  sus  propios  reyes,  como  que 
Ciirlos  II  se  creyó  poseído  del  demonio  «  consultando  res- 
pecto á  su  dolencia  ú  una  bruja  que  vivía  en  Asturias; 
llegando  hasta  el  extremo  de  acusar  á  muchas-  personas 
de  haberlo  hechizado,  por  cuyo  motivo  el  cardenal  Por- 
tocarrero  aconsejó  que  se  sometiera  su  magestad  á  la 
medrosa  ceremonia  del  exorcismo,  la  cual  se  verificó, » 
propinándole  los  sacerdotes  sus  confesores,  brebajes  ade- 
cuados para  ahuyentar  demonios,  que  pusieron  en  peligro 
su  vida.    1). 


VII 


Desde  1788,  Carlos  IV  gobernaba  la  nación  española  y 
su  inmenso  imperio  colonial.  Su  indigencia  personal  era 
igual  ú  la  indigencia  de  la  nación;  por  que  si  bien  es 
verdad  que  su  corazón  era  animado  de  muy  nobles  sen- 
timientos para  su  patria  y  su  pueblo,  carecía  de  la  gran- 
deza de  espíritu  y  de  carácter,  tan  necesaria  para  presidir 
el  gobierno  de  una  nación  en  que,  como  la  España  enton- 
ces, se  acumulan  los  mas  azarosos  y  difíciles  problemas' 
políticos,  económicos  y  sociales.  Como  ú  Luis  XVI,  su 
contemporáneo  y  vecino,  de  nada  le  sirvieron  sus  honra- 
das condiciones  de  hombre  de  bien,  que  ni  el  uno  ni  el 
otro  eran  hombres  de  gobierno  capaces  de  salvar  de  la 
catástrofe  la  Francia  ó  la  Kspaña  de  entonces.  Carlos 
contaba  40  años  cuando  llegó  al  trono.  Era  un  príncipe 
manso,  lleno  de  bondad,  que  hacía  gala  de  guardar  el 
recuerdo  y  de  seguir  el  programa  liberal  del  gobierno  de 
su  padre,  Carlos  III;  y  para  ello  se  sentía  instruido,  de  ín- 
dole laboriosa  y  pacífica,  dando  comienzo  á  las  reformas 
ó  continuando  las  comenzadas  ya  en  materia  económica, 
comercial  y  de  instrucción  pública;  librándolas  de  las  tra- 


1)   Mac  AULA  Y,  Querrá  de  Sucesión,  páj.  dO. 


238  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

bas  mas  pesadas  que  agobiaban  hasta  la  agricultura.  Cítan- 
se  entre  estas  reformas,  la  prohibición  de  manos  muertas 
en  los  testamentos  y  la  acumulación  de  mayorazgos. 

Hombre  modesto  pero  estólido,  sin  razón  ni  discurso;  de 
carácter  suave  y  benigno,  de  corazón  honrado  y  recto,  pero 
cuya  cultura  y  maneras  no  estaban  á  la  altura  que  recla- 
maban su  rango  y  su  puesto;  carecía  de  aquella  chispa 
iniciadora  que  ilumina  la  inteligencia  de  los  grandes  espí- 
ritus, únicos  que  pueden  reinar  sobre  grandes  aconteci- 
mientos y  conflictos;  y  su  bondad  y  modestia,  hijas  de  su 
propia  carencia  de  virilidad  moral,  y  su  estolidez,  lo 
tornaban  débil  é  indeciso  y  tímido,  formando  de  él  uno  de 
aquellos  entes  sin  malicia,  llenos  de  una  buena  fé  tan  can- 
dida y  tan  sin  luz  ni  sospecha,  que  asi  beben  los  engaños 
de  los  que  se  burlan  de  su  triste  debilidad  moral,  como 
sirven  de  instrumentos  dóciles  y  ciegos  ú  las  artimañas  y 
miserias  délos  aventureros  que  los  rodean  y  como  soportan 
inocentes  ó  engañados,  las  afrentas  á  su  honor,  que,  en 
cuanto  ú  Carlos,  las  recibió  de  su  esposa,  miyer  astuta  y 
liviana,  con  escándalo  de  la  corte  y  ruido  en  el  mundo. 

En  esta  vida  de  inocente  tranquilidad  y  en  aquella  labor 
pacíflca  para  su  pueblo,  vino  ú  sorprenderlo  y  á  inter- 
rumpir su  obra  la  revolución  francesa  y  la  ambición  de 
Bonaparte. 

Como  una  burla  del  destino,  á  aquel  bueno  é  infeliz  mo- 
nan*^  venia  ú  tocarle  presidir  la  nación  en  las  horas  mas 
obscuras  y  borrascosas  cual  no  las  pasó  otra  vez  España 
desde  la  invasión  agarena.  Por  que  coincidía  la  iniciación 
de  su  reinado  con  el  estallido  de  la  revolución  en  Francia, 
nación  fronteriza  de  España  que  solo  la  separa  la  cadena 
de  los  montes  Pirineos;  y  como  aquella  revolución  por  todo 
extremo  memorable  crecía  en  exigencias  cada  día  y,  á  la 
manera  del  abismo,  con  nada  se  saciaba;  de  la  simple 
reforma  pasaba  á  la  destrucción  de  cuanto  hallaba  estable- 
cido y  ]*espetado  hasta  entonces  en  la  tierra.  Los  reyes 
y  las  instituciones  de  su  pesado  despotismo  fueron,  desde 
un  principio,  el  blanco  de  sus  rayos  y  maldiciones;  y  como 
la  idea  redentora  de  la  libertad  y  del  derecho  de  los  hom- 
bres hubiera  comenzado  ú  salvar  las  fronteras  francesas 
y  á  repercutir  con  creciente  ardor  entre  los  pueblos  opri- 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  V        289 

midos,  el  rey  de  España  como  los  demás  de  Europa,  sin- 
tióse amenazado  en  sus  derechos  de  déspota  absoluto,  y 
comenzó  su  gobierno  á  dictar  medidas  que  impidieran  la 
aparición  en  sus  dominios  de  la  propaganda  revoluciona- 
ria. Su  espíritu,  amigo  de  las  reformas,  cambió  desde 
entonces,  y  solo  ocupó  sus  horas  en  la  salvación  de  su 
trono  con  toda  la  enorme  potestad  con  que  lo  habia  here- 
dado de  sus  mayores. 

Entre  tanto,  la  ajitacion  revolucionaria  se  desbordaba  en 
Francia.  La  Convención,  habiéndose  apoderado  del  go- 
bierno, proclamó  la  república  el  21  de  Septiembre  de  1792, 
y  el  antiguo  rey  de  Francia,  Luis  XVI,  manso  é  inocente, 
era  enjuiciado  ante  un  tribunal  parcial,  apasionado  y  por 
quien  estaba  condenado  de  antemano.  El  embajador  espa- 
ñol en  París,  recibió  orden  de  su  gobierno  para  interce- 
der por  la  salvación  del  rey.  Sus  oficios  fueron  desechados 
y  Luis  subió  al  cadalso  el  21  de  Enero  de  1793. 

— «  Desafiémoslos  arrojándoles  al  campo  una  cabeza  de 
rey, »  habia  dicho  Danton  desde  lo  alto  de  la  tribuna  de 
lo  revolución,  refiriéndose  á  todos  los  monarcas  de  Europa. 
Los  tronos,  retados  de  este  modo,  recogieron  el  guante;  el 
dominio  del  Terror  se  derramó  con  espantosa  sed  en 
todo  el  territorio,  y  España,  Népoles,  Holanda,  Portugal  y  el 
Imperio  entraron  en  la  coalición  contra  la  Francia. 

Para  colmo  de  desventura,  tan  inútil  é  incapaz  era  en 
España  el  ministerio  como  lo  era  el  monarca  amenazado  y 
lanzado  en  la  mas  tremenda  aventura.  Don  Manuel  Godoy, 
de  simple  guardia  del  rey  pasó,  por  sus  atractivos  varo- 
niles, á  ser  el  favorito  de  la  reina  María  Luisa,  la  esposa 
de  Carlos,  desde  los  principios  del*  reinado;  y,  valido  de 
la  miyer,  lo  fué  del  marido;  ómlx>s  lo  amaten  con  entra- 
ñable cariño.  El  afortunado  favorito  pasó  á  desempeñar 
luego,  er  cargo  de  primer  ministro.  Llevaba  las  mismas 
inclinaciones  de  labor  de  su  dueño,  pues  era,  aunque  cor- 
rompido, afecto  á  la  política  liberal  y  hasta  cierto  punto 
progresista,  habiendo  refrenado  el  colosal  poder  de  la  in- 
quisición y  mostrádose  amigo  de  las  lucesi  protegiendo  las 
ciencias  y  las  artes  que  se  hallaban  postradas  en  la  mayor 
decadencia,  tendiendo  su  mano  á  Moratin,  á  Meléridez,  á 
Jovellanosydemas  pensadores  y  literatos  de  aquella  época. 


230  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Mas  aquellos  tiempos  no  eran  de  letras  y  de  paz  sino 
de  armas  y  de  guerra,  y  la  España  desorganizada  y  em- 
pobrecida no  era  la  potencia  capaz  de  medirse  con  los 
legiones  francesas.  Los  ejércitos  españoles  que  penetra- 
ron en  Francia  hasta  el  Rosellon,  fueron  arrollados  por 
los  generales  franceses  Dagobert  y  Dugommier  y  arroja- 
dos al  lado  de  acá  de  los  Pirineos,  mientras  que  la  coa- 
lición era  vencida  en  todas  partes.  Estos  desastres,  que 
aparecían  en  todos  los  puntos  del  horizonte,  hicieron 
cambiar  de  política  al  gabinete  español,  separándose  Es- 
paña de  la  coalición,  como  lo  hacia  la  Prusia,  y  Armando 
la  paz  en  el  tratado  de  Basilea.    (1795) 

En  premio  de  este  tratado,  Godoy  fué  proclamado  Prin- 
cipe de  la  Pas.  El  terror  que  había  embargado  el  ánimo 
del  gobierno  español  durante  la  guerra,  premió  la  paz 
labrada  sobre  su  derrota,  como  una  bendición  del  cielo, 
que  le  devolvía  su  seguridad  amenazada. 

Desde  aquel  dia,  Godoy  entró  en  los  intereses  de  la  Fran- 
cia y  se  hizo  aborrecible  á  los  españoles  que  tributaron  su 
afecto  al  príncipe  de  Asturias,  que  no  valía  mucho  mas. 
Pof'el  tratado  de  San  Ildefonso,  en  1796,  España  entraba 
de  humilde  aliada  de  la  república  francesa. 

Lanzada  en  esta  corriente,  España  iba  á  participar  de  to  - 
das  las  peripecias  y  sacriflcios  de  las  guerras  de  la  revolu- 
ción y  luego  del  imperio,  sin  ningún  beneflcio  positivo, 
d^'ándose  arrastrar  por  el  formidable  coloso  ú  quien  temia 
para  no  ser  por  él  devorada,  sin  recordar  que  la  libertad 
y  la  independencia  de  los  pueblos  solo  se  conquista  y  se 
mantiene,  no  con  el  oro  ni  las  humillaciones,  sino  con  ei 
ñlo  de  la  espada. 

La  paz  de  Amiens,  que  disolvió  la  segunda  coalición,  en 
1802,  fué,  al  fin,  rota  por  la  Inglaterra,  formándose  la  ter- 
cera alianza  de  los  reyes. 

Era  el  ano  de  1805.  Napoleón  invadió  el  Hanóver,  patri- 
monio del  rey  de  Inglaterra,  mientras  la  flota  de  Bolonia,  á 
cuyos  buques  los  ingleses  llamaban  cascaras  de  nueces,  se 
preparaba  para  trasladar  á  Inglaterra  150.000  soldados  en 
sus  1.300  bcueles. 

La  escuadra  de  Tolón,  al  mando  del  almirante  Villeneu- 
ve,  recibió  orden  de  proteger  la  travesía:    mas  la  flota 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  V        381 

SSe'*v'l'''"^'''*'^r^'''  ^'  '"«"^°  ^«  "^'•««í''  Nelson,  su 
de  Trafellf     ?°  «"«''•«"'«'  ««'•role  el  paso  frente  al  cabo 

traW  erin  n  ?  T^  ''P""°'"  ^«'  «"•••  Ei  combate  se 
tr^randinU  ,  "'"■^'  ^'  ««P^^tóculo  era  verdaderamen- 
ent?e  r.  h.!L  H '^"^"^t  ^  ^"'•'•*^'«-  E'  '"«^  ««"día.  Pronto, 
otes  vil  pT.?  'J°  /'^'"°''"  ""y°^  "«™«s  enrojecían  las 
Sido  Ll^  h2^"  ''  ''  "'•""^'■''^'  ^«'«•'"'  'í"^  habla  pre- 
Sñon  ri^v^lr  ,    ?™'  *'"'"  destrozado   por   una  bala  de 

ef  fuSo  2ií  ,  ^!:'"«^''««  ^••«"««sa  y  española  deshechas; 

rematf  írfóZ^l^  'f  f  "*"  ^^'"^''^  ^^  ""  l>"q»e  español 
TuTo  dp  Tr^H'"*'  "^  ««tóstrofe  cubriendo   el  cie^  de 
aue  vueln ..      ''^'    ncendiados  y  de  restos    humanos, 

?as  o  as  en "  -     T^  """'«  ^^  f»««o  y  de  muerte  sobre 
las  oías  ensangrentadas.     Fué  tal    la  bizarría  con  aue  la 

S"s^,;i"'^^««  ^"^  «^-  ^¡«  íeí:r  nr^ó: 

trozX^I  n    H"''P"'*'^'"°"^'"P'*®"dersu  viaje,    de  des- 

iTnemí  ZJ'^^'T'    "^''«^  "^««  ^^^^^  «1  almirante  Vi^ 

"tes  costad  ^^'''^**"  "'  *'°'^^*^°  de  uno  estocada,  frente 

darle  c^p^l^r^^^f"^^'  ^"*®"^«  presentarse  á   su  amo  é 
aarie  cuenta  de  su  desastre. 

fnstedo  su  "n^°!  í!  '*^  ™«'^«'  í^Pe'-'e  1«e  tanto  habia 
iJ^n  consln?  '^^*'''^'''  *'  emperador  francés;  pero  Ñapó- 
la Euron^nir  ''T^''  ""elemente  por  tierra  Tcasi  tSda 
la  Europa  coahgada  en  su  contra 

lleSdaT  trT^  ""'""í^"  '"  ^'  "'''^«'  Bonaparte  pen86 
de  ^H   pL-       ^"^  ''®^"^^'*  *"«  planes  de  la   agre^cion 

Primer  iro"n,.T°  '"'T  *'''''"*°''^°  ^   «"  '^^^^o.    El 
de  Satería   n        5°"^"'«t«  de  Portugal,  por  ser  aliada 
tt  Sí^^'.^^"^  ^"^  *'"*''  P»^esto  de  acuerdo  con  Godoy 
S)6   aue  fr  níf  ^'f  '1  Fontenebleau,  el  29  de  Octubre  d¿ 

trov¡s  de  ,1  "nr^  ^'  ,^^^  ***  '""  ^'^P^^   francesas  al 
iraves  de  la  penínsute.    Junot,  general  del  imperio    nene- 

ÍTvoridaTf;'  Z  *'"''  '■ ''  ^«"'"'^   '•^»'    h^yendoTs- 
pavorida  de  su  patria,  emigraba  6  su  colonia  del  Brasil. 


VIII 


Mientras  tenían  lugar  estos  sucesos  en  Europa,  la  Amé- 


28d  DR.  BERNARDO  FRIA8 

rica  era  sorprendida  y  sacudida  de  su  letargo  por  sonado 
y  brillante  acontecimiento. 

La  Inglaterra,  después  de  Trafalgar,  habia  resuelto  con- 
tinuar la  persecución  de  su  enemigo  por  mar,  y  labrar 
su  propio  engrandecimiento  imperial  con  los  despojos 
coloniales  de  sus  contrarios.  Con  este  fin,  una  de  sus  flo- 
tas se  apoderaba,  en  aquel  mismo  año  de  1805,  de  la  co- 
lonia holandesa  del  Cabo  de  Buena  Esperanza,  en  el 
extremo  inferior  del  África. 

El  almirante  de  aquella  escuadra,  Popham,  una  vez 
asegurada  la  conquista  del  Cabo,  persuadió  al  gefe  de  la 
expedición,  interpretando  los  intereses  comerciales  y  los 
políticos  del  imperio  britano,  de  la  bondad  de  conquistor 
para  su  corona  los  pueblos  del  Rio  de  la  Plata  que,  á  su 
juicio,  empresa  debia  ser  tan  fácil  y  mucho  mas  esplén- 
dida que  la  del  Cabo  africano. 

Acordado  el  plan,  el  almirante  Popham  zarpó  con  su 
escuadra  rumbo  á  Buenos  Aires,  conduciendo  1800  hom- 
bres de  combate  bego  las  órdenes  del  general  Berresford, 
entt*e  cuyas  fuerzas  se  contaba  el  regimiento  71  de  línea, 
que  venia  con  la  fama  de  haber  rechazado  el  asalto  llevado 
por  Napoleón  sobre  San  Juan  de  Acre,  cerca  de  Jerusalem. 

Con  estas  fuerzas,  los  ingleses  se  apoderaron  de  la  ciu- 
dad de  Buenos  Aires  casi  sin  disparar  un  tiro,  pues  el 
virrey  Sobremonte,  sin  preocuparse  de  ningún  preparativo 
de  defensa  en  la  capital,  solo  dio  en  pensar  en  la  fuga,  á 
la  cual  se  dio  cobardemente  y  con  el  ánimo  de  volver 
con  fuerzas  del  interior,  grandes  en  número,  á  echar  de 
la  tierra  á  los  enemigos  y  hereges.  Pero  acertó  á  hallarse 
empleado  en  las  fuerzas  militares  del  virreinato  un  noble 
francés,  D.  Santiago  Liniers,  buen  militar,  de  talento 
organizador,  á  quien  sus  cualidades  sobresalientes  entre 
la  gran  vulgaridad  de  los  gefes  y  las  circunstancias  mis- 
mas lo  iban  á  inmortalizar  con  una   brillante  celebridad. 

En  el  siguiente  mes  de  Agosto,  dirigiendo  este  perso- 
nage  las  fuerzas  de  la  reconquista  precipitadamente  re- 
clutadas  en  Montevideo  y  en  las  Conchas,  cercanías  de 
Buenos  Aires,  se  acercó  resueltamente  ú  la  capital  inti- 
mando rendición  á  los  ingleses.  Como  estos  se  resistie- 
ran, Liniers  rompió  el  fuego  sobre  ellos  con  un  entusiasmo 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA-GAPlTULO  V         988 

por  parte  de  $us  tropas  acantonadas  en  los  ediflcios,   que 
rayaba  en  el  delirio,  consiguiendo  la  rendición  del  enemigo 
ese  dia  mismo  12  de  Agosto,  y  en  aquella  misma  plaza  mayor 
que,  desde  entonces,  comenzó  &  llamarle  de  la    Vicioria. 
Tan  inopinado  acontecimiento  prodigo  «n  el  virreinato 
una  doble  revolución  que  fué  tomando  cuerpo  en  lo  su- 
cesivo; por  un  lado  en  la  autoridad  superior  de   la  colo- 
nia y,  por  otra,  en  la  conciencia  pública.    Por  que,  en  la 
misma  hora  del  triunfo,  los  defensores   y   el   pueblo  de 
Buenos  Aires  se  hallaban  victoriosos  y  sin  su  cabeza  po- 
lítica y  militar,  que  lo  era  el  virrey.     El  paso  dado  por 
este  miserable  mandatario  habia  llenado  de  indignación  al 
país,  especialmente  á  la  capital,  donde,  para  proveerá  la 
defensa  del  territorio  amenazado  de  nueva  invasión,— pues 
la  escuadra  inglesa  permanecía  dueña  del  Rio  de  la  Plata, 
se  celebró  el    14  de  Agosto    un  cabildo  abierto,  el  cual, 
cediendo  á  los  temerosos  reclamos  del  pueblo  convertido 
en  soldado  victorioso  y  armado,  confló  al  gefe  de  la  re- 
conquista, el  general  Uniera,  el  mando  en  gefe  de  las  armas, 
reasumiendo  el   político    la  audiencia,  por  ausencia    del 
virrey,  y  según  las  leyes  fundamentales  de  la  monarquía. 
Por  su  parte,  el  virrey   Sobremonte,  que    habia   huido 
hasta  Córdoba  abandonando  la  capital  á  manos  del  invasor, 
habia  alzado  allí  la  l)andera  de  la  resistencia  y  de  la  recon- 
quista, llamando  los  contingentes  de  todos  los  pueblos  del 
interior  y  recogiendo  los   subsidios  de  dineros,  de  armas 
y  municiones  para  la  defensa    del   país.    Gobernaba    por 
aquel  año  en    la   intendencia    de    Salta,    un    acaudalado 
comerciante  español  y  vecino  de  ella,  D.  Tomás  de  Archondo, 
que  presidía  por  la  tercera  vez  la  provincia.    En  frente  de 
tan  grave  conflicto,  puso  en  actividad  su  diligencia  «pro- 
moviendo con  eficacia  y    oportunidad   todos    los  resortes 
convenientes  para  auxiliar  á  la  capital  con  armas,    dinero 
y  demás  útiles  para  su  defensa,  remitiendo  600   quintales 
de  pólvora,  plomo  en   mucha  cantidad    y  6.000  pescfs   de 
donativos  del  vecindario. » 

Conduciendo  estos  pertrechos  de  guerra,  marchó  el 
contingente  de  Salta  á  formar  en  el  ejército  del  virreinato 
que,  fuerte  de  3.000  hombres  y  bego  las  órdenes  del  mismo 
virrey,  marchó  desde  Córdoba  á  rescatar  su  capital. 


384  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

En  medio  de  su  marcha  recibe  el  virrey  la  noticia  de  los 
alborotos  y  nuevos  sucesos  producidos  en  la  capital,  hijos 
ambos  de  su  ausencia  y  cobardía,  y  cuyo  punto  que  mayor- 
mente afectaba  su  dignidad  consistía  en  liaber  traspasado 
de  sus  manos  á  las  de  un  general  su  subalterno,  el  mando 
supremo  de  las  armas.  Presentarse  como  virrey  á  rei- 
vindicar los  jirones  de  su  autoridad  para  representarla  en 
la  integridad  legal  que  le  correspondía,  era  paso  difícil, 
pues,  debia  necesariamente  producir  una  sublevación  san- 
grienta en  las  tropas  victoriosas  de  Buenos  Aires  á  quienes, 
por  un  mismo  espíritu  y  por  un  mismo  sentimiento  de 
dignidad  podian  seguramente  responder  los  contingentes 
del  ejército  del  interior,  por  que  la  gloria  es  seductora  y  por 
que  abochorna  y  ultraja  la  cobardía  y  la  vergüenza, 
que  representaba  para  todos,  entonces,  el  virrey.  Todo, 
pues,  se  conjuraba  contra  el  inepto  Sobremonte  y  este, 
con  la  prudencia  de  la  cobardía,  aceptó  los  hechos  y 
siguió  camino  A  Montevideo,  que  aparecía  mas  inmedia- 
tamente amenazada  por  los  ingleses. 

La  escuadra  inglesa,  como  hemos  visto,  permanecía  en 
el  rio  aguardando  resfuer/os,  los  que  llegaron  bien  luego 
contándose  8.700  hombres  procedentes  de  Inglaterra,  1.400 
del  Calx);  ú  los  que  se  agregaron  1.630  hombres  mas  ve- 
nidos con  Wihtelock,  nombrado  general  en  gefe  de  lo 
nueva  expedición,  fUerzas  que  ascendían  á  un  total  pró- 
ximo á  12.000  ingleses. 

El  ejército  ingles  dio  comienzo  á  sus  operaciones  apo- 
derándose el  3  de  Febrero  de  1807  de  la  plaza  fortificada 
de  Montevideo  después  de  un  sangriento  asalto  y  de  donde 
habla  huido  con  tiempo  el  virrey. 

Al  conocer  esta  peligrosa  novedad  y  aquel  nuevo  bo- 
chorno y  cobardía,  los  ciudadanos  armados  de  las  legio- 
nes de  la  capital,  se  agolparon  á  las  puertas  del  cabildo 
pidiendo  la  destitución  y  la  prisión  del  virrey,  que  apa- 
recía, ú  la  vez,  como  traidor  y  cobarde;  por  que  así  en- 
tregaba la  patria  al  enemigo  sin  hacer  por  su  defensa, 
como  huía  nuevamente  del  peligro  sin  combatir.  Era  el 
10  de  Febrero  de  1807;  el  cabildo,  escuchando  la  petición 
popular  é  inflamado  de  igual  indignación,  declaró  que  el 
representante  del  rey  de   España  en  el  Rio  de  la  Plata 


mSTORIA  DB  GÚEMfiS  Y  DB  SALTA-GAPlTULO  V        d85 

había  caducado  en  el  mando,  y  en  consecuencia,  ordenó 
fuera  despojado  de  toda  autoridad.  Nueva  y  mas  terri- 
ble lección  que  recibió  el  poder  español  en  América; 
complemento  necesario  del  movimiento  antl^rior  del  14.de 
Agosto,  ejercido  por  el  cabildo,  autoridad  popular,  eco 
verdaderamente  legítimo  de  la  opinión  púj)lica  que,  pa- 
sando por  cima  de  las  leyes  de  la  monarquía,  mostraba 
cómo  podía  derribarse  las  viejas  instituciones,  y  que  una 
vez  lanzada  en  esta  corriente  como  el  agua  impetuosa; 
y  una  vez  atizada  por  este  viento,  viento  de  libertad,  como 
el  fuego,  no  hallaría  fácilmente  poder  que  contuviera  su 
paso.  Y  el  desquiciamiento  fué  mas  lejos  todavía;  por  que 
toda  la  organización  del  ejército  de^de  el  nombramiento 
de  gefes  y  oficiales,  que  es  lo  mas  íntimo  eii  la  vida  de 
un  gobierno,  hasta  el  arreglo  de  los  batallones  según  la 
procedencia  de  sus  plazas,  fué  entregado  &  míanos  del 
cuerpo  militar  formado  todo  de  las  masas  organizadas 
del  pueblo  y  cual  si  fuera  una  entidad  independiente. 

Un  dia  de  tantos,  el  28  de  Junio  de  1807,  up  velas  aparecie- 
ron en  el  horizonte,  sobre  el  rio.  Era  la  armada  inglesa  que 
se  acercaba  á  las  playas  de  Buenos  Aires,  conductora  de 
9.000  soldados  que  desembarcaron  tranquilamente  en  la 
costa  del  sur  no  lejos  de  la  ciudad.  Cuatro  días  mas  tarde, 
el  2  de  Julio,  salió  una  columna  de  la  plaza  (i  batir  la 
columna  inglesa  que  se  acercaba  y  fué  deshecha, sin  ma- 
yores esfuerzos  en  los  Corrales  de  Miserere,  en  los  su- 
burbios del  poniente.  El  general  Liniers  que  la  mandaba, 
desapareció  del  campo,  perdido  entre  los  dispersos. 

AI  tomarse  noticia  del  desastre  en  la  ciudad,  el  cabildo 
presidido  por  su  enérjico  alcalde,  el  español  D.  Martin  de 
Alzaga,  se  ocupó  durante  los  horas  de  aquella  -noche  de 
angustiassr  con  todo  el  vecindario  en  abrir  foz'os  y  levan- 
tar trincheras  y  armar  los  ciudadanos.  Con  est^s  tropas 
se  ocuparon  las  azoteas  de  las  casas  de  todas  las  manza- 
nas próximas  á  la  plaza  moyor,  convertida  en  la  cindadela 
armada  de  la  defensa.  A  la  por  de  los  soldados,  el  pue- 
blo rivalizaba  en  entusiasmo  y  valor  por  defender  la  po- 
tria;  hombres  y  mujeres,  ancianos  y  niños  apostados  en 
los  balcones,  ventanos  y  azoteas,  esperaban  ol  enemigo 
provistos  de  toda  clase   de  proyectiles  para  arrojarlos  & 


5Í86  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

SU  poso,  desde  piedras  y  granados  de  mono  hasta  calde- 
ros de  agua  liirviendo  paro  bañar  oí  invasor  cuando  atra- 
vesara las  calles  cambiándolas  en  « los  senderos  de  la 
muerte  »  y  haciendo  así,  mas  ardiente  y  popular  la  gloria 
de  vencer  ó  morir  por  la  independencia. 

El  3  de  Julio  los  ingleses  intimaron  rendición  rt  la  ciu- 
'dod  y  Buenos  Aires  contestó  con  varonil  energía  y  con  la 
difínidad  'que  pedían' aquellos  momentos  solemnes:— «Te- 
nemos tropas  bastantes   y  animosas  llenas  del  deseo   de 
morir  por  la  defensa  de  la  patria. » 

A  pesor  de  tan  heroica  decisión,  reinaba  en  el  dnimo 
de  los •  defensores  tristísimo  presentimiento.  Según  él, 
serian  forzosamente  vencidos  y  la  ciudad  tomada  por  los 
■  ingleses;' por  que  el  enemigo  era  numeroso,  aguerrido  y 
tocaba  ú  las  puertas  de  la  ciudad  recientemente  victorioso, 
mientras  el  general  de  Buenos  Aires,  derrotodo  en  Mise- 
rei-e,  no  solo  no  óporecío  á  dirijir  y  encabezar  lo  defensa 
de  lo  ciudod,  pero  ni  siquiera  se  tenion  noticias  de  él, 
hasta  que  ú  los  doce  del  dio,  en  medio  de  uno  lluvia 
torrencial,  penetró  ú  lo  plazo  con  1.000  hombres,  rena- 
ciendo, con  su  presencia,  el  entusiasmo  y  la  confianza  de 
los  defensores. 

El  domingo  5  de  Julio  los  ingleses  se  lanzaron  ol  asalto 
'de  Buenos  Aires  atravesando  sus  calles  de  poniente  ú  na- 
ciente, rumbo  hacia  el  rio,  en  tres  columnas  con  el  arma 
al  brozo,  con  aquello  temeridad  y  aquel  valor  frió,  impa- 
sible y  sereno  que  singulariza  su  genio  militar,  sem- 
brando lus  colles  de  codáveres  y  perdiendo  lo  mayor  porte 
de  sus  gefes.  Lo  división  habia  disminuido  su  fuerza  y 
su  avance  descubierto  por  calles  rectos,  atrincherados  en 
el  fondo,  y  bordeodos  de  cantones,  diezmóte  sus  flias, 
cuando  llegaron  por  el  norte  y  por  el  sur,  á  apoderarse 
de  los  templos  de  las  Cotolinos  y  de  Sonto  Domingo,  poro 
dominor  y  rendir,  según  su  pión,  la  plazo  fortificado.  En 
situocion  idéntico  pero  siguiendo  muy  diferente  inspira- 
ción, Escipion  Eíüiliono  con  59.000  hombres,  empleó  seis 
dios  y  seis  noches  de  combote  hostn  Ilegor  ol  pié  del  al- 
cázar de  Bírso,  la  ciudodelo  de  Cortogo  y  á  costo  de  rendir 
cosa  por  coso  á  lo  largo  de  los  calles  en  que  se  habían 
atrincherado  los  defensores. 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPlTÜLO  V         387 

Llegados  &  aquellos  puntos,  las  columnas  inglesas  no 
pudieron  avanzar  y  levantaron  bandera  de  parlamento  y 
copitulbron,  abandonando  Buenos  Aii'es,  evacuando  Mon- 
tevideo y  todo  el  Rio  de  la  Plata. 

Entre  las  glorias  de  aquellos  días  brillaron  D,  Santiago 
Liniers,  general  en  gefe  de  la  defensa;  D.  Cornello  Saave- 
dra,  coronel  de  los  Patricios,  entre  los  argentinos;  D.  Mar- 
tin de  Alzngo,  desde  el  cabildo,  como  cabeza  de  los  españoles; 
y  entre  los  cuerpos  militares,  se  hicieron  famosos  los 
Patricios,  con  su  penacho  de  color  blanco  y  celeste;  los 
Arribeños^  l)ajo  el  mando  de  D.  Antonio  Ortiz  de  Ocampo; 
los  Caíalanest  Véscainos  y  Gallegos,  entre  los  españoles; 
y  en  fin,  los  Granaderos  Provinciales  mas  tarde  llamados 
de  Fernando  VII,  entre  cuyas  filas  asistió  el  teniente 
entonces,  D.  Martin  Güemes. 


IX 


Por  el  lodo  de  España  el  conflicto  adquiría  mayores 
proporciones  cada  dio.  La  invasión  francesa,  cuyas  siniestras 
intenciones  aun  no  se  llegaban  á  adivinar,  acumulaba  sus 
fuerzas  en  lo  frontera,  y  el  24  de  Diciembre  de  1807  el 
segundo  cuerpo  del  ejército  francés  se  acantonaba  en  Irun. 
El  estado  de  la  opinión  en  la  península  y  la  exaltación  de 
los  espíritus  llegaba  á  su  colmo  ante  el  misterio  de  su 
actual  destino  y  la  tenebrosa  noche  del  porvenir.  El  odio 
público  contra  Godoy  subió  de  punto  en  la  gran  generalidad 
de  los  corazones  presidido  por  el  príncipe  de  Asturias, 
heredero  de  la  corona,  quien,  ayudado  de  los  suyos, 
Qbrigó  las  siniestras  intenciones,  cumplidas  ya  en  parte, 
de  sacrificar  al  rey  su  padre,  para  sentarse  en  el  trono.  La 
conspiración  fué  descubierta,  gracias  d  la  malicia  de  la 
reina,  y  el  príncipe  reducido  á  prisión  y  de  carácter  pérfido 
y  cruel  como  era,  hizo  cobardes  revelaciones  delatando  á 
sus  mas  fieles  amigos. 

Por  un  capricho  singular,  la  opinión  pública  en  España 
seguía  con  su  aplauso  los  cambios  de  la  política  del  go- 
bierno, pasando  de  la  amistad  de  los  ingleses,  á  dar  su  amor 
á  los  de  Francia,  ó  quienes  había  reñido  poco  hacía,  conven- 


288  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

cido  el  pueblo,  como  en  especial  el  príncipe  de  Asturias  por 
otra  extraordinaria  rareza,  que  de  la  mano  de  Napoleón  y 
los  franceses,  dias  antes  enemigos  de  la  fé  y  de  la  patria  y 
de  las  instituciones  de  la  monarquía,  debían  bajar  para 
España  las  bendiciones  y  las  dichas  Y  asi  se  vela  á  ciu- 
dades como  Victoria,  como  Burgos  ó  Valladolid  y  &  las 
gentes  de  toda  esfera  y  aún— lo  que  era  mas  sorprendente, 
&  los  mismos  clérigos  y  religiosos,  colmarlos  de  honores 
y  cariño;  por  que  las  gacetas  de  la  corte,  inspiradas  por 
las  nuevas  ideas  políticas  del  gobierno  que  habia  retirado 
su  mano  de  Inglaterra  para  tenderla  á  la  Francia,  pintaban 
con  obsequioso  estilo  á  Napoleón,  como  el  restaurador  y 
protector  de  la  religión  y  de  la  santa  fé,  como  sacerdote 
incorruptible  de  la  justicia,  del  orden  y  de  las  leyes,  y  como 
el  mejor  amigo,  en  fln,  de  España,  de  su  grandeza  y  de  su 
gloria. 

Y  asi  vino  á  suceder  que  la  presencia  de  las  tropas  fran- 
cesas en  España,  en  vez  de  infundir  indignación  y  sobre- 
salto, se  pensaba  que  entraban  en  el)a  como  aliadas  de 
Fernando  y  en  contra  del  príncipe  de  la  Paz,  para  derribar- 
lo, por  la  sola  razón  de  obscuras  palabras  del  embajador 
francés  que  asi  había  dejado  entrever  al  príncipe  español 
que  el  emperador  le  otorgaría  la  mano  de  alguna  de  las 
princesas  de  la  casa  imperial.  Esta  creencia  se  robustecía 
con  la  ignorancia  en  que  estaban  aun  del  tratado  de  Fonte- 
nebleau,  sin  embargo  de  que  la  actitud  mostrada  por  el 
general  francés  y  por  sus  tropas  llenas  de  un  tono  arro- 
gante é  insolente,  debia  persuadirlos  de  otra  cosa  que  de  ser 
todo  ello  fruto  de  la  genialidad  francesa,  como  decían,  del 
orgullo  que  engendra  la  victoria  y  del  odio,  en  fln,  que  se 
imaginaban  y,  suponían  contra  Godoy  en  el  ánimo  del 
ejército  extranjero. 

En  los  primeros  dias  de  Enero  de  1808,  el  mariscal  Mon- 
cey  penetraba  hasta  Castilla  con  el  tercer  cuerpo  del  ejér- 
cito imperial,  sin  permiso  y  aun  sin  dar  siquiera  aviso  al 
gobierno  español,  lo  cual  apenas  si  levantaba  extrañeza 
en  la  gente  de  Madrid.  En  Pamplona,  plaza  fuerte  militar, 
Armagnac  se  apoderaba  de  la  ciudadela  por  sorpresa 
echando  de  ella  &  la  guardia  española;  una  división  al  mando 
del  general  Duhesme,   atravesaba  la    Cataluña,   penetrat3a 


raSTOMA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V        289 

sin  resistencia  en  Barcelona  cuya  ciudadela  igualmente 
sorprendieron  y  tomaron;  el  fuerte  castillo  de  Monjuich 
entregó  sus  llaves,  como  también  lo  hizo  el  bien  defendido 
de  San  Fernando  de  Figueras,  rendido  por  simple  amena- 
zo; y  para  colmo  de  maravilla,  el  mismo  príncipe  de  la 
Paz,  ordenaba  que  les  fuera  entregado  también  á  los  fran- 
ceses, el  castillo  de  San  Sebastian  de  Guipúzcoa.  De  esta 
manera,  todas  las  plazas  fuertes  de  España,  por  el  lado 
del  norte,  quedaban  en  manos  de  Napoleón,  y  el  público, 
no  obstante,  permanecía  obsecado  en  la  amistad  y  alianza 
francesa. 

En  la  corte,  no  tan  estúpida  como  medrosa  é  indignada, 
las  intenciones  de  Napoleón,  aunque  tarde,  comenzaban, 
al  fin,  á  adivinarse,  y  el  temor  y  el  recelo  asomaban  ya 
dilatando  la  angustia  y  las  zozobras;  por  que^  ó  mas  de 
estos  sucesos,  D.  Eugenio  Izquierdo,  ministro  español  en 
Paris,  llegaba  repentinamente  anunciando  que  estaba  re- 
suelto en  el  gobierno  imperial,  que  el  solio  español  fuera 
adjudicado  á  un  príncipe  de  la  familia  Bonaparte,  y  por 
que,  en  el  mes  de  Marzo  de  1808,  el  mariscal  Bessiéres 
llegaba  á  los  Pirineos  con  19.000  hombres  mas,  cuando  ya 
estaban  acantonados  en  los  fuertes  de  España  mas  de 
100.000  soldados  franceses,  sin  explicación  ni  objeto  ofi- 
cialmente visible. 

Toda  esta  fuerza,  formidable  mas  que  por  su  número, 
por  su  disciplina  y  esperiencia  y  buena  dirección,  fué 
confiada  á  Murat,  cuñado  de  Napoleón  y  hecho  por  este, 
príncipe  soberano  de  Alemania  con  el  título  de  gran  du- 
que de  Berg,  quien  en  España  tomaba  el  de  lugar  teniente 
del  emperador.  Digno  era  el  nuevo  gefe  para  tan  sober- 
bia empresa;  Murat  se  lanzaba  &  la  pelea  con  un  entu- 
siasmo que  rayaba  en  la  embriaguez;  tenia  un  ademan 
lleno  de  grandeza  y  un  valor  á  lo  antiguo;  generoso  y 
bueno,  hacía  gala  en  declarar  no  haber  dado  muerte  & 
nadie  en  la  mas  ruda  batalla.  Era  un  acabado  héroe  de 
leyenda,  que  se  lanzaba  á  la  carga  al  frente  de  sus  bata- 
llones, con  el  sable  corvo  al  ludo,  aretes  de  oro  en  las 
orejas  y  brillantes  plumas  ondulantes  en  el  casco. 

En  circunstancias  tan  penosas  y  aflijentes,  Godoy  pensó 
en  la  fuga  de  los  reyes  á  Méjico,  ó  la  manera  que  la  fa- 


240  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

milía  real  portuguesa,  en  igualdad  de  conflicto,  Iiabia 
huido  al  Brasil,  su  colonia  ultramarina;  y  acariciando  esta 
idea,  propuso  su  proyecto  en  consejo  de  ministros,  opi- 
nando confiar  en  Dios  y  en  la  nación  y  levantar  en  se- 
guida el  pueblo  contra  los  franceses. 

El  rey  en  un  principio  desechó  el  proyecto,    por  desca- 
bellado; y  acaso  tenia  razón  por  entonces.    España  carecfa 
de  ejército;  Napoleón,  el  vencedor    de  la  Europa,   ero     el 
enemigo  con  quien  debia  batirse;  y  lo  que  es  peor,  el  pue- 
blo, en  cuyos  brazos  se  proyéctate  arrojarse,  era   todavía 
amigo  de  los  franceses;  el  príncipe  heredero,  napoleonista, 
encabezaba  la  anarquía  bajo  la  creencia  de  que  los  fran- 
ceses venian  por  él  y  por  su  causa,  y  con  plan  de  derro- 
camiento contra  Godoy.    El  rey,  por  otro  lado,    aceptó  la 
fuga  y  el  abandono  de  su  pueblo,  comenzándose  6  dar  los 
primeros  pasos  con  este  objeto;  mas  la  oposición  popular 
fué  unánime  y  decidida.    Fernando,  como  los  suyos,  seguía 
pensando  candorosamente  que  la  misión  de  los  franceses 
era  solo  el   darle  el   trono   de  su  padre.     Esta  oposición 
rugiendo  contra  Godoy,  produjo,  al  fin,  la  sublevación  de 
las  tropas  de  palacio  hermanadas  con  la    plebe  de  Aran- 
juez  y  la  atraída  por  la  curiosidad  desde  distantes  lugares; 
«y  aquellas  sombrías  alamedas    y    aquellas   puras  aguas 
cantadas  tantas  veces  por  Calderón  en  sus  bellas  poesías  » 
fueron  esta  vez  teatro  del  mas   bochornoso   espectáculo. 
La  mansión  del  ministro  fué  hollada  y  saqueada;  y  peree- 
guidores  contra    la  vida   de  su   dueño   penetraron  en  su 
busca,  mientras  el  desgraciado  favorito  sin  escape   posi- 
ble, pasaba  horas  amargas  y  fatigosas  envuelto  entre  vie- 
jas esteras  para  ir  á  parar,  mas  tarde,  en  un  desván.    No 
dando    con    el  ministro,   las  turbas  rodearon  el  palacio 
dando  vivas  &  Fernando  y  mueras  á    Godoy;  el   secular 
respeto  &  la  magestad  católica  fué  profanado,  mientras  la 
reina  solo  se  angustiaba  por  su  favorito;  y  el  rey,  en  me- 
dio de  la  catástrofe  y  de  los  peligros  públicos  en  que  pa- 
recía hundirse  la  monarquía,  solo   acertaba  á  preguntar: 
—¿Y  Manuel?    ¿Dónde  está  Manuel? 


En  aquel  conflicto,   Garlos  IV,   sintiéndose  sofocado   y 


fflSTORU  DE  GÜEMES  Y  DE   SALTÍl— CAPÍTULO  V         941 

bajo  la  presión  de  la  fuerza,  abdicó  la  corona  en  favor  de 
su  hijo,  el  príncipe  de  Asturias,  ó  quien  el  pueblo  español 
amaba  con  frenesí,  y  que  tomó  entonces  el  nombre  de 
Fernando  Séptimo. 

Fernando  VII  de  Bor)x)n,  el  nuevo  rey,  era  un  joven  de 
23  años  cuando  el  motin  de  Aranjuez  le  abrió  por  vez 
primera  las  puertas  del  trono.  Su  figura  ruda  y  sombría 
sin  ningún  destello  simpático  ni  de  genio  ni  de  corazón 
ni  de  aspiraciones,  estaba  destinada  ú  representar  en  Es- 
paña la  empecinada  y  ciega  resistencia  del  antiguo  abso- 
lutismo de  los  reyes  sin  mostrar,  no  obstante,  ninguna 
de  sus  virtudes  en  fuerza,  en  inteligencia  ó  en  poder,  y 
sí  solo  todas  las  vergüenzas  de  aquella  su  irremediable 
decadencia;  mientras  que  para  América  había  de  ser  el 
monarca  enemigo,  enemigo  de  su  civilización,  de  su  li- 
bertad y  de  sus  derechos,  contra  quien  se  habia  de  sos- 
tener la  memorable  guerra  de  la  independencia,  siendo 
solo  por  estas  circunstancias  que  su  figura  abominable 
viene  á  presentarse  interesantísima  en  la  historia. 

Era  de  cabello  rubio,  el  busto  delgado  mas  bien,  por  su 
edad  juvenil,  de  nariz  larga,  el  labio  inferior  saliente,  sus 
ojos  con  ingénita  dureza  en  el  mirar.  Como  si  Dios  se 
hubiera  complacido  en  presentar  á  las  miradas  del  mundo 
y  de  la  posteridad  los  efectos  de  su  maldición  contra  los 
eternos  enemigos  de  los  hombres,  aparecía  este  postrer 
representante  de  los  déspotas,  antes  levantados  cerca  de 
Dios,  como  la  expresión  y  visible  imagen  de  la  miseria, 
humana  en  cuanto  hay  en  ella  de  repugnante  y  de  inno- 
ble, de  despreciable,  de  ruin  y  de  bajo;  por  que  así  tenía 
Fernando  la  maldad  del  infame  como  la  perfidia  del  villano 
y  la  cobardía  del  eunuco;  acababa  de  atentar  contra  la 
vida  de  su  padre  por  su  ambición  y  por  sus  odios,  y 
aborrecía  y  difamaba  &  su  madre  y  habia  vendido  ü  sus 
amigos,  como  mas  tarde  hollaría,  bajo  su  planta  de  tira- 
no, el  juramento  que  ligaba  su  conciencia  de  hombre  y 
de  gobernante  á  los  respetos  de  la  constitución  española. 
Dueño  de  un  alma  medrosa,  era,  sin  embargo,  cruel  y 
sanguinario,  como  lo  es  todo  cobarde;  astuto  y  vengativo, 
nada  le  obligaría  A  la  lealtad  ni  le  sacudirían  nobles  emo- 
ciones el  corazón,  por  que   era  pérfido   de   suyo,    dando 


242  DH.  BERNARDO  FRÍAS 

abrigo  en  el  fondo  de  su  pecho  solo  ú  rencores  sin  tér- 
mino contra  sus  enemigos,  sin  que  iiallara  jamas  en  su 
corazón  un  eco  amigo  la  voz  de  la  misericordia.  Poseedor 
del  poder,  con  todos  los  rayos  en  la  diestra,  todo  lo  in- 
molaría al  encono  de  su  alma  implacable  así  contra  sus 
enemigos  como  contra  la  felicidad  de  sus  vasallos,  para 
aparecer  blando,  rastrero  y  dócil  siempre  á  pasar  por 
toda  clase  de  humillaciones  cuando  se  hallara  rodeado  ó 
presa  de  sus  enemigos;  por  que  ningún  rasgo  de  gran- 
deza, de  heroísmo,  de  talento  ó  clarovidencia  del  destino 
iluminó  un  solo  momento  su  alma  de  déspota  vulgar  y  te- 
merario, abrigando,  hasta  su  hora  postrera,  mortal  ene- 
miga contra  las  libertades  de  su  pueblo  y  el  espíritu 
liberal  de  su  siglo. 

Y  asombroso  portento  de  la  pasión  política!  El  pueblo 
español,  á  pesar  de  ser  el  nuevo  rey  el  hombre  de  ma- 
yores condiciones  para  gobernante  impopular  y  de  hacer 
gala  de  ser  ignorante,  amábalo  con  extremoso  cariño, 
llamándole  «  nuestro  adorado  Fernando. »  Acaso  era  ello 
fruto  caprichoso  de  las  circunstancias  y  de  las  luchas  in- 
ternas, ó  quizas  por  tener  este  monarca  cultivadas  con 
predilección  y  entusiasmo  las  inclinaciones  y  los  gustos 
populares  de  la  nación,  como  que  era  este  rey  muy  dado  al 
juego  de  la  barra  y  especialmente  á  las  corridas  de  toros 
que  su  enemigo  Godoy,  á  quien  se  echaban  en  rostro  las 
humillaciones  por  que  pasaba  la  monarquía,  habia  man- 
'dado  abolirías,  declarando  ser  «  contrarias  á  la  agricultura, 
ó  la  ganadería  y  á  la  industria;  y  por  ser  impropias  de 
la  cultura  y  de  los  sentimientos  de  humanidad  que  debia 
lucir  el  pueblo  español. » 


XI 


La  exaltación  de  Fernando  VII  al  trono  se  apresuraron 
á  comunicar  las  nuevas  autoridades  por  toda  la  extensión 
de  la  monarquía,  reclamando  su  jura.  Mas  la  revolución 
operada  en  Aranjuez  no  contaba  para  sostenerse  con  la 
libertad  de  la  nación  ni  con  las  fuerzas  de  las  armas,  por 
que  España  no  estaba  ya  libre;  las  tropas  francesas  enea- 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  IV        248 

denaban  su  voluntad  al  Ínteres  extrangero,  que  no  dejaría 
de  tener  bastantes  parciales  en  el  propio  país,  asi  fué  que  Na- 
poleón, en  cuanto  supo  el  atentado  cometido  con  el  rey,  vio 
llegado  el  momento  tan  deseado  de  poder  intervenir  fran- 
camente en  los  negocios  internos  de  la  nación.  Finjiendo 
hallarse  indignado  de  la  violencia  ejercida  para  con  el  ancia- 
no rey,  ofreció  su  mediación  para  arreglar  las  desavenencias 
entre  padre  é  hijo. 

El  emperador  anunció  que  bajaría  á  Madrid;  y  como  lle- 
garan nuevas  de  su  aproximación  ó  las  fronteras,  tenién- 
dose por  ciertas  que  vendría  camino  de  Madrid,  el  nuevo 
rey  comisionó  para  salir  ú  recibirlo  y  cumplimentarlo,  ilu- 
minado mas  en  este  sentido  por  las  torpezas  del  canónigo 
Escoiquiz,  hombre  lijero,  fatuo  y  vano,  á  los  duques  de 
Medinaceli  y  de  Frias  y  al  conde  de  Fernán  Núñez,  de  las 
mas  altas  noblezas  del  reino,  habládoase  en  la  gaceta  ofi- 
cial de  este  nuevo  huésped  cual  del  mas  grande  amigo 
de  España;  pero  del  aguardado  emperador  no  llegaron 
mas  que  un  par  de  botas  suyas  y  un  sombrero  de  hechura 
peculiar,  que  fueron  depositados  en  el  real  palacio,  al 
lado  de  una  cama  ya  preparada  y  mullida  para  su  due- 
ño.   1). 

Por  fln,  el  23  de  Marzo,  hicieron  las  tropas  francesas  su 
entrada  en  Madrid,  con  Murat  á  su  cabeza,  solo  desper- 
tando su  presencia,  en  vez  de  la  ira  nacional,  la  animación 
y  el  deslumbramiento  en  el  pueblo  por  lo  lucido  de  su 
caballería,  lo  vistoso  de  la  guardia  imperial,  el  orden  de  la 
infantería,  el  vesturio,  en  general,  de  las  líneas  y  la  velo- 
cidad y  rareza  moderna  de  las  maniobras. 

Sin  embargo,  desde  su  llegada  á  Madrid  y  en  presencia 
del  nuevo  rey,  las  fuerzas  de  Napoleón  desconocieron  la 
autoridad  real  de  Fernando.  El  viejo  rey,  con  la  protesta 
de  su  renuncia,  tenia  su  corte  secreta  en  Aranjuez,  comu- 
nicándose con  Murat  como  soberano  español. 

Variando  de  procedimiento,  Napoleón  citó  á  audiencia  A 
los  monarcas  españoles,  en  la  ciudad  francesa  de  Bayona. 
«Medios  rastreros  se  pusieron  en  juego  para  llevará  cabo 

1)  GALiiNOy  Hist  de  España  T.  VI,  pag.  827. 


244  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

esa  empresa,  confiada  ú  los  paladines  de  la  policía  y  ú 
diplomáticos  del  medio. »  Carlos  IV  marchó  ú  Bayona  en 
busca  de  su  juez,  y  Fernando  lo  siguió  dejando,  al  salir 
de  Madrid,  una  junta  suprema  de  gobierno  presidida  por 
su  tio  el  infante  D.  Antonio,  «  personaje  casi  estúpido,  oí 
decir  de  un  historiador  de  su  país,  ignorantísimo,  preocu- 
pado, temoso,  de  modales  y  usos  toscos  por  demás  y 
grosero. » 

En  aquellos  momentos,  Madrid  contenía  25.000  soldados 
franceses  que,  desde  el  sitio  real  del  Buen  Retiro,  domi- 
naban la  ciudad  amenazándola  con  formidable  6  inmensa 
artillería.  Las  divisiones  de  Dupont  ocupaban  ú  Aran- 
juez,  Toledo  y  el  Escorial;  la  capital  solo  podia  ofrecer  ol 
frente  de  estas  fuerzas  aguerridas  y  formidables,  3.000 
hombres  que  jamás  hablan  visto  la  guerra  y  cuya  prepa- 
ración militar  era,  en  verdad,  olvidada  por  demás  y  las- 
timosa; mientras  la  plebe,  de  suyo  soberbia  y  atrevida, 
buscaba  ya  un  rompimiento  con  los  franceses. 

El  2  de  Mayo,  habiéndose  resuelto  la  traslación  igual- 
mente á  Bayona  del  resto  de  la  familia  real,  aunque  odiada 
del  pueblo,  el  acto,  que  déjate  huérfana  de  amos  á  España, 
exacerbó  la  indignación  del  populacho  que  lo  presenciaba, 
por  lo  que  quiso  asesinar  á  uno  de  los  ayudantes  de  Mu- 
i^at  que  llegaba  en  aquel  momento.  El  tumulto  cundió  su 
alma  á  todos  los  puntos  de  la  población;  los  madrileños 
corrieron  á  empuñar  las  armas  y  se  proveyeron  de  lasque 
encontraron,  á  cuya  resistencia,  las  tropas  francesas  contes- 
taron haciendo  jugar  su  artillería  y  derramando  las  descar- 
gas de  sus  fusiles  sobre  los  amotinados,enardeclendo  la  peleo. 
Las  escenas  terribles  de  esta  clase  de  conflictos  se  multipii- 
caiinn  por  las  calles  de  la  ciudad,  salpicadas  de  heroicos 
rasgos  del  valor,  hasta  ser  arrollados  y  ahuyentados  los 
tumultuarios,  cual  era  de  esperarse,  por  las  tropas  aguer- 
ridas del  imperio;  por  que  las  fuerzas  españolas  cum- 
pliendo órdenes  superiores,  bien  prudentes,  acaso,  per- 
manecieron en  sus  cuarteles  aunque  bramando  de  coraje 
al  presenciar,  la  matanza  de  sus  hermanos  por  manos 
extrangeras  y  desde  pocos  días  aborrecidf's. 

Mas  sucedió  que  el  parque  de  artillería,  del  que  fueron 
los  franceses  á  apoderarse,  opuso  resistencia,  rompióse  el 


mSTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V         345 

fuego  sobre  la  tropa  del  cuartel  que,  defendiéndose  en  su 
puesto,  honró  aquella  hora  famosa,  pasando  gloriosamente 
&  la  historia  los  nombres  de  Daoiz  y  de  Velarde,  sus  ofi- 
ciales, que  cayeron  sacrificados  á  su  frente. 

El  alboroto  se  apaciguó  en  seguida  por  la  intervención 
de  las  autoridades  españolas  y  francesas,  saliendo  las 
tropas  de  ambas  en  ostentoso  maridaje,  juntas  en  patru- 
llas por  aquellas  calles  de  la  capital,  apareciendo  á  los 
ojos  del  pueblo,  los  primeros  con  semblante  de  traidores. 
Provocados  como  lo  hablan  sido,  los  franceses,  dueños 
de  las  plazas  y  calles  principales  comenzaron,  por  sistema 
político,  á  extender  el  terror  en  la  población  como  reme- 
dio para  evitar  la  repetición  de  estos  males,  prendiendo 
á  cuanto  transeúnte  hallaban  por  las  calles  que  llevara  la 
navaja,  la  amada  prenda  de  la  plebe  española,  y  aun 
cualquiera  otra  arma  y  siendo  por  ello  pasado  por  las 
armas  en  el  patio  de  la  iglesia  del  Buen  Socorro,  con  cuyo 
sacrilegio,  á  los  ojos  españoles,  se  engrandecía  lo  insigne  del 
crimen  y  la  ipjusticia.  Por  otro  lado,  una  comisión  de 
oficiales  franceses  sentenciaba  á  muerte  por  montones  á 
españoles,  reos  por  otras  razones  políticas,  por  lo  que  se 
hizo  horrible  en  Madrid  la  noche  del  2  al  3  de  Mayo,  cu- 
yas horas  pasaban  entre  las  descargas  continuas  de  las 
ejecuciones  ó  de  aquellas  lanzadas  al  aire  para  llevar  el 
terror  al  alma  del  vecindario.  Horas  mas  tarde,  la  Junta 
Suprema  española,  lanzaba  un  manifiesto  condenando  el 
alboroto  del  2  de  Mayo,  como  un  atentado  contra  la  exis- 
tencia y  buena  alianza  de  los  franceses. 

Murat  presidió  entonces  el  gobierno  supremo,  por  la 
partida  &  Bayona  del  infante  D.  Antonio  que  lo  presidía,  lo 
cual,  en  el  hecho,  importaba  el  destronamiento  de  losBor- 
bones  pasando  la  autoridad  real  á  un  príncipe  extrangero. 


XII 


Como  si  todos  estos  males  no  fueran  bastantes  á  mostrar 
que  la  seguridad  de  España  se  hallaba  en  inminente  ries- 
go, la  desorganización  y  la  desmoralización  eran  completas 
en  medio  del  terror,  de  las  pasiones  exaltadas  y  divididas 


246  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

y  de  lo  incierto  del  porvenir,  mientras  al  contacto  yo  ton 
inmediato  con  los  elementos  franceses,  se  derramaban 
las  mjUximos  y  hasta  los  vicios  de  la  revolución  en  porción 
aunque  reducida  del  pueblo. 

Para  colmo  de  confusión,  lo  anarquía,  la  diversidad  de 
tendencias  y  de  ambiciones  é  intereses  separaban  los  hom- 
bres y  dividían  los  fuerzas  esterilizando  el  patriotismo  y 
debilitando  la  nación  que  tanto  habia  menester  de  la  unión 
para  solvor  su  independencio  amenazada. 

Dos  partidos  se  dividían  entonces  la  península  y  se  re- 
partían los  fuerzas  y  la  opinión.  El  primero  arrastraba 
en  pos  de  sus  banderas  á  todo  el  pueblo  del  campo,  excitado 
y  dirijido  por  el  clero  que  dominaba  con  absoluto  poder 
á  aquellos  hombres  fundidos  en  bronce  por  lo  tocante  & 
la  fe  religiosa  y  ü  la  política;  era  el  partido  clerical  y  absolu- 
tista, defensor  intransigente  y  tenaz  de  los  antiguas  institu- 
ciones despóticas  de  la  monarquía  que  veía  en  el  ejército 
francés  el  ejército  de  lo  heregío,  de  lo  revolución,  de  la  liber- 
tad y  de  la  república;  ejército  que  obrozaba  así  el  resumen 
de  lo  que  mas  era  aborrecido  por  el  'alma  de  aquel  pueblo. 

El  segundo  partido  componían  los  entonces  llamados 
liberales,  nombre  modernísimo  en  España,  que  hacía  su 
aparición  recien  en  aquellos  dias  y  que,  al  decir  de  Mr. 
de  Chateaubriand,  lo  formaba  «gente  supuesta  de  mas 
ilustración  y  por  esa  misma  razón,  menos  petrificada  por 
las  preocupaciones  ó  menos  consolidada  en  la  virtud. » 
Las  poblaciones  marítimas,  por  su  situación,  habían  adqui- 
rido, por  lo  general,  este  espíritu  nuevo,  recibido  del  con- 
tacto con  los  extrangeros,  haciéndose  accesibles  &  las 
máximas  y  á  los  vicios  de  la  revolución. 

«  Entre  estos  dos  partidos  se  distinguía  una  opinión  ais- 
lada; esto  es,  la  de  los  admiradores  que  el  egoísmo  había 
amarrado  como  esclavos  al  carro  de  Napoleón. »  Así,  Na- 
poleón, antes  de  declararse  conquistador  y  dueño  de  España, 
ya  encontraba  partidarios  suyos  españoles  en  la  península. 
Los  que  con  razón  se  llamaron  patriotas  españoles,  tildaron 
&  aquellos  cobardes  ambiciosos,  con  el  nombre  de  afrance- 
sados y  apóstoles  del  napoleonismo,  1). 


1)  Chateaubriand:  Querrá  de  España,  1824. 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V  847 


XIII 


Envuelta  entre  aquellos  elementos  extraordinarios  y 
aquella  situación  tan  azarosa,  se  ajitaba,  bajo  la  fuerza  de 
muy  diversos  sentimientos,  la  juventud  americana  que  en 
cantidad  numerosa,  hija  de  la  clase  aristocrática  y  pudiente, 
se  encontraba  en  aquellos  dias  por  España. 

Su  presencia  allí  respondía  &  aquella  noble  y  legítima 
aspiración  que  sienten  los  hombres  á  la  superioridad,  y 
que  los  lanza  á  buscar  teatro  mas  dilatado  y  fecundo  para 
sus  esfuerzos;  y  como  la  España  era  la  metrópoli  de  la 
América  y  entonces,  como  hoy,  la  estadía  en  Europa  era 
mirada  como  símbolo  de  grandeza  y  formaba  la  cumbre 
del  orgullo  humano,  las  familias  acaudaladas  de  América, 
especialmente  aquellas  que  tenían  por  gefe  á  un  español, 
comenzaron  á  mandar  sus  hijos  &  educarse  A  España, 
y  aun  á  radicarse  allí,  validos  de  su  nombre  y  de  su  for- 
tuna. Esta  superioridad  de  la  metrópoli  era  conocida  y 
racional;  en  ella  se  ofrecía  mayor  brillo  en  la  carrera  de 
las  armas;  especulaciones  mas  poderosas  en  el  comercio; 
los  goces  de  la  vida  civil  mas  reflnados,  cultos  y  gene- 
rosos; todo  lo  que  venia  á  formar,  en  el  ánimo  del  padre 
de  familia  como  en  el  del  joven  que  arribaba  á  España,  las 
mas  lisongeras  esperanzas  de  un  porvenir  brillante  y  di- 
choso, y  la  satisfacción  de  la  vanidad  humana  halagada  y 
cumplida.  Para  la  educación  de  la  juventud  rica  y  aris- 
tocrática, habíase  fundado  en  Madrid,  al  lado  de  la  corte, 
el  Seminario  de  Nobles,  en  1727,  reinando  Felipe  V.  y  como 
una  semejanza  de  los  establecidos  en  Francia  por  Luis  XIV. 
Aprendíase  en  él  la  perfección  del  latin,  del  francés  y  del 
castellano;  el  baile  y  la  música;  la  retórica  y  la  poética  y 
el  dibi^<T  natural;  nociones  de  geografía,  de  física,  de  his- 
toria natural  y  matemáticas  puras,  como  ornamento  del 
espíritu  y  del  buen  porte  social.  La  educación  física  se 
reducía  especialmente  á  la  esgrima  y  la  equitación. 

El  joven  grupo  americano  era,  1807,  numeroso  y  perte- 
neciente á  todos  los  puntos  del  continente,  y  estaba  es- 
parcido en  el  ejército  y  en  la  marina  aprendiendo  á  luchar 


248  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

con  ingleses  y  franceses;  otros  en  el  foro,  en  el  comercio, 
en  puestos  honoríficos  ó,  en  fin,  en  las  aulas  de  sus  cole- 
gios y  universidades.  En  esas  condiciones  vino  &  sor- 
prenderlos las  ideas  revolucionarias  de  Francia  que,  ante 
todo,  enseñaban  las  doctrinas  republicanas  y  democi-áti- 
cas,  en  frente  de  esa  metrópoli  cargada  de  culpas  y  de 
abusos;  la  posibilidad,  cada  dia  mas  evidente,  de  la  des- 
trucción de  la  monarquía  y  de  la  conquista  de  España 
por  Napoleón,  como  ya  lo  habia  hecho  con  Italia  y  los 
Paises  Bajos,  y  aun  con  la  misma  Alemania.  Vieron  la 
España  sin  escuadra,  sin  ejército,  sin  libertad  de  acción, 
medio  subyugada  por  las  tropas  francesas;  con  un  go- 
bierno débil,  estúpido  casi  y  vacilante,  donde  desde  el  rey 
hasta  el  consejo  de  estado  se  hallaban  dominados  por  la 
influencia  francesa;  sin  recursos,  en  ñn,  y  en  completa 
anarquía  los  españoles.  En  este  momento  extraordinario, 
apareció  en  la  iñente  de  aquella  juventud  ardorosa  y  en- 
tusiasta el  problema  de  la  independencia  de  la  América 
que  comenzó  ú  calcinar  sus  cerebros  y  á  ser  la  afanosa 
preocupación  de  las  horas  de  su  vida  pasada  en  el  ex- 
trangero. 

Ya  su  iniciativa  habia  sido  lanzada  al  mundo.  Desde 
1790,  Miranda,  el  infatigable  patriota  venezolano,  principió 
&  tratar  con  Inglaterra  acerca  de  la  emancipación  america- 
na. Estas  negociaciones  volvieron  ú  entablarse  en  1797, 
1801,   1804  y  1807. 


XIV 


Es  de  las  grandes  revoluciones  el  nacer  del  seno  ardo- 
roso de  la  juventud,  que  en  aquella  edad  llena  de  fuerza 
y  de  vida,  limpio  se  halla  el  espíritu  de  la  mezquindad  de 
pasiones  egoístas  que  infectan  la  existencia  y  coronado 
de  ilusiones  que  dan  aliento  y  vigor,  antes  que  lleguen  á 
quebrantarnos  los  desencantos  amargos  de  la  experiencia 
del  mundo.  En  aquella  generosidad,  en  aquel  noble  entu- 
siasmo de  sus  almas,  habia  confiado  la  providencia  el  hon- 
roso encargo  de  producir  el  primer  paso  de  la  independencia 
argentina. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  V         349 

Hallábanse  en  Madrid,  durante  aquellos  dias  por  todo 
extremo  famosos,  los  hijos  de  dos  familias  saltanas:  los 
Moldes  y  los  Gurruchaga.  Estos  jóvenes  hablan  sido  envia- 
dos desde  Salta,  para  educarse  en  Europa  y  para  fijar  en  ella 
su  residencia  al  amparo  de  la  distinción  de  su  nombre  y  de 
la  poderosa  fortuna  de  que  disfrutaban,  participando  de  los 
esplendores  de  la  corte  y  habitando  el  palacio  de  los 
reyes.    , 

Porque  conviene  recordar  que  aquellos  sus  nombre§, 
como  lo  hemos  visto  anteriormente,  representaban  muy 
distinguida  prosapia  y  figuraban  al  frente  de  las  dos  casas 
comerciales  mas  poderosas  y  de  mas  extensas  relaciones 
mercantiles  de  todo  el  Rio  de  In  Plata,  cuyo  asiento  princi- 
pal se  hallaba  en  Salta.  Sus  padres  con  estos  recursos,  pen- 
saron en  el  brillante  porvenir  que  podían  dar  ú  sus  hijos;  y  al 
efecto,  los  hermanos  D.  Francisco  y  D.  José  de  Gurruchaga, 
fueron  enviados  á  España,  niño  de  ocho  años  el  primero 
y  de  menos  edad  el  segundo,  ú  educarse  en  los  colegios 
de  Europa  y  ú  fijar  alió  su  residencia.  Cursaron  sus 
estudios  en  el  Colegio  de  Nobles  de  Madrid;  el  hermano 
menor  abrazó  la  carrera  del  comercio  y  se  radicó  en  la 
plaza  comercial  de  Cádiz;  D.-  Francisco  de  Gurruchaga,  de 
espíritu  mas  audaz,  de  temperamento  mas  activo  y  mas 
inclinado  por  sus  afectos  á  la  vido  bulliciosa  del  gran 
mundo,  &  los  estudios  y  á  la  política,  poseia  con  perfec- 
ción el  francés,  era  habilísimo  y  apasionado  en  el  juego, 
costumbre  elegante  que  era  tan  extensa  en  aquellos  dias; 
y  en  cuanto  á  su  instrucción,  era  abundante  y  liberal,  por 
que  después  de  terminados  sus  estudios  en  el  Seminario 
de  Nobles,  pasó  ó  estudiar  jurisprudencia  en  la  universi- 
dad de  Granada,  donde  obtuvo  el  grado  de  bachiller;  y 
como  coincidían  aquellos  sus  trabajos  intelectuales  con  las 
novedades  de  la  propaganda  francesa  de  la  revolución, 
nutrió  su  espíritu  con  el  estudio  de  los  autores  de  la 
enciclopedia,  entre  los  cuales  le  eran  bien  conocidos  Rous- 
seau, Voltaire  y  Montesquieu.  Era  de  estatura  baja,  de 
temperamento  nervioso  y  contextura  flexible;  no  poseía  la 
belleza  de  su  hermano,  pero  era  de  una  fisonomía  tan 
expresiva  y  al  mismo  tiempo  tan  bondadosa  y  atrayente, 
que  recogía,  desde  el  primer  momento,  las  simpatías  y  el 


fSdO  DR  BERNARDO  FRÍAS 

cariño  de  quien  lo  trata))Q;  sus  ojos  eran  azules,  algo 
pequeños,  pero  de  una  mirada  tan  llena  de  vida  é  inteli- 
gencia, que  revelaba,  sin  esfuerzo,  la  celebrada  vivacidad 
de  su  espíritu  agudísimo  y  chispeante,  que  iba  adornado, 
á  mas  de  su  ilustración  y  conocimiento  del  mundo,  de  un 
chiste  y  una  gracia  que  lo  hacian  hombre  el  mas  atrayente 
.y  ameno;  el  pelo  tenia  el  color  castaño  claro;  su  nariz 
era  larga  y  ligeramente  curva;  blanco  el  color,  y  óvalo 
prolongado  el  de  su  cara;  la  voz  sonora  y  su  portfe  lleno 
de  la  noble  altivez  de  su  raza,  mas  sin  la  petulancia  ni 
la  soberbia  que  hace  pesados  y  odiosos  á  los'  hombres, 
siendo  por  el  contrario  de  sentimientos  tan  generosos,  de 
mano  tan  desprendida  con  su  hacienda  y  de  ideas  tan  re- 
publicanas, que  su  situación  social  y  de  fortuna  sirvieron 
solo  para  hacerlo  amable  y  querido  del  mundo,  por  su 
extremada  cultura  con  sus  iguales,  y  su  extremo  generoso 
con  los  inferiores,  sin  descender,  no  obstante,  con  ellos, 
al  ultraje  de  su  posición  y  de  su  cuna. 

Homl>re  valeroso,  de  carácter  enérgico,  audaz  y  activí- 
simo y  de  alma  viva  y  ardiente,  no  pudo  contenerse  en 
la  vida  pacíflca  del  bufete,  del  salón  y  del  estudio  en  Ma- 
drid, cuando  estalló  la  guerra  contra  Inglaterra.  Entró 
como  oflcial  en  la  marina  real,  carrera  que  solo  estaba 
abierta  á  la  juventud  de  muy  noble  linage,  privilegio  sos- 
tenido con  mayor  rigor  aun  que  en  el  ejército  de  tierra; 
y  en  esta  nueva  profesión  habla  de  adquirir  con  talento, 
los  especiales  conocimientos  de  la  marina,  que  muy  en 
breve  habia  de  aprovecharlos  para  formar  la  primera  es- 
cuadra argentina  en  el  Rio  de  la  Plata,  llegando  así,  & 
ser  el  padre  de  nuestra  marina  nacional.  En  aquel  noble 
ejercicio,  pudo  participar  de  los  riesgos  y  de  la  gloria 
que  cubrió  la  marina  española  en  la  batalla  naval  de  Tra- 
falgar,  combatiendo  en  el  Santisima  Trinidad,  al  lado  del 
capitán  de  navio  D.  Baltazar  Hidalgo  de  Cisneros,  último 
virrey  que  habia  de  sostener  al  yugo  español  en  su  patria, 
y  de  quien  él  era,  entonces,  su  oñcial  ayudante. 

Deshecha  la  escuadra,  su  profesión  de  marino  quedó 
sin  horizontes,  y  en  premio  de  su  comportacion  como 
por  su  valimiento  entre  los  personajes  de  la  corte,  obtuvo 
del  rey    el  cargo  honorífico  é  importantísimo  de  Correo 


mSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  V        «>l 

de  Gabinete,  empleo  que  solo  se  concedía  á  personas  de 
mucha  valía,  el  cual  no  solamente  le  daba  franca  entrada 
en  el  palacio  del  rey,  si  que  también  podía  recorrer  con  él  el 
territorio  de  loda  la  península  sin  que  autoridad  alguna 
pudiera  detener  su  paso  ni  averiguar  su  objeto  y  derrotero. 
Luego  veremos  cuan  provechosos  fueron  para  lo  causa  de 
la  patria  aquellos  títulos  y  aquellos  privilejios. 

Por  aquellas  causas,  por  su  empleo  como  por  ser  hijos 
de  la  misma  ciudad,  Gurruchaga  se  puso  de  acuerdo  con 
D.  José  Moldes,  otro  de  los  argentinos  residentes  en  Madrid, 
para  organizar  los  trabajos  y  preparar  la  gran  revolución 
que  debería  estallar  en  América  buscando  su  independencia. 

Era  Moldes  también  de  distinguida  familia  y  pertene- 
ciente á  aquella  casa  rival  de  la  de  Gurruchaga,  en  Salta, 
por  su  riqueza  y  signiflcacion  mercantil.  Su  padre,  D. 
Juan  Antonio  de  Moldes,  comerciante  español  avecindado 
en  Salta,  le  habla  preparado  en  América  para  que 
alcanzara  gran  encumbramiento  social,  haciéndole 
adquirir  la  mas  esmerada  educación.  Dueño  de  ella,  de 
la  nobleza  de  su  casa  y  del  abundante  dinero  de  que  de- 
bía ser  provisto  continuamente  en  Cádiz  por  las  casas 
correspondientes,  fué  enviado  á  España,  joven  de  die2i  y 
ocho  años,  en  1803,  á  solicitar  el  puesto  de  alférez  de 
guardias  de  corps,  cuerpo  aristocrático  y  distinguidísimo, 
que  formaba  la  escolta  del  rey.  Por  la  clase  como  por 
las  funciones  que  desempeñaba,  las  mas  encumbradas  y 
brillantes  por  cierto  de  la  milicia  en  un  país  monárquico 
por  excelencia,  aquel  cuerpo  de  la  guardia  real  era  for- 
mado de  la  juventud  mas  noble  del  reino;  grandes  de 
España  eran  sus  gefes,  y  el  acceso  6  sus  filas,  honor  era 
bien  costoso  y  difícil.  Sus  miembros  gozaban  de  soberbios 
privilegios;  el  guardia  de  corps  no  solo  habitaba  el  palacio 
y  compartía,  al  lado  de  la  magestad  real,  de  todas  las 
ceremonias  y  grandezas  de  la  corte,  llevando  una  vida 
aristocrótica  y  lujosa,  sino  que  sus  miembros,  militares 
todos  educados  en  la  escuela  mas  moderna  del  ejército 
de  línea,  aunque  en  las  filas  de  la  guardia  representaran 
grados  militares  inferiores,  se  equiparaban  estos,  por  gra- 
cia de  sus  privilegios,  &  los  de  mas  elevada  gerarquía  del 
ejército  español. 


95d  DK  BERNARDO  FRÍAS 

Sin  embargo,  esa  elevación  y  dignidad  que  por  sus  pri- 
vilegios gozaba  aquel  cuerpo  real,  eran  en  su  brillo  y  reputa- 
ción obscurecidos  y  ajados  por  yacer  en  diferente  nivel 
la  moral  y  los  ideales  que  acariciaba  la  casi  totalidad  de 
sus  mieml)ros;  por  que,  como  sus  filas  se  formaran  de  la 
clase  alta,  liija  distinguidísima  de  las  mas  nobles  y  en- 
cumbradas casas  del  reino,— soberbia  por  raza,  orgullosa 
por  su  posición  y  fortuna;  poderosa,  en  fin,  por  su  valer 
en  las  vinculaciones  sociales  y  en  la  corte,  condiciones 
que  así  daban  facilidades  y  medios  para  el  brillo  y  la  do- 
minación, como  para  encenagarse  en  los  vicios  girando 
desde  lo  mas  encumbrado  y  costoso  hasta  lo  mas  hondo 
de  Madrid  que,  como  toda  capital  populosa  y  en  épocas 
de  decadencia,  de  postración  y  aflojamiento  de  las  mas  no- 
bles cuerdas  del  espíritu,  focos  son  de  corrupción  y  per- 
vertimiento de  las  virtudes  privadas,—aquella  juventud, 
la  mas  dorada  de  la  monarquía,  rodaba  desbarrancándose 
en  una  vida  liviana  y  disoluta,  esterilizando  en  ella  sin  lás- 
tima el  espíritu,  cegando  las  nobles  fuentes  del  corazón 
y  malbaratando  la  fortuna  propia  ó  agena  como  el  tiempo 
mas  aprovechable  de  la  vida,  en  una  holganza  y  en  un 
libertinage  ostentoso  y  desenfrenado,  que  era  en  aquellos 
dias  lujo  y  brillo  y  mérito  bien  visto  y  codiciado  por 
aquella  gente  elegante  y  ligera  como  timbre  de  buen  tono 
y  mejor  gusto,  aunque  en  verdad  vergCienza  de  las  fami- 
lias y  prostitución  de  las  sociedades;  que  así  pasaba  sus 
horas  ajenas  del  servicio,  sin  labor  ni  provecho,  batién- 
dose en  duelos  por  la  primera  quijotería,  indigna  de  se- 
riedad; entregando  las  noches  al  afán  ingenioso  del  juego, 
en  cuyo  innoble  placer  sorprendíalos  á  menudo  el  dia,  ó 
yá,  después  de  las  funciones,  hurtándose  las  actrices  de 
los  teatros  y  pasando  con  ellas  el  resto  de  las  horas  en 
cenas  bulliciosas  y  locuras  de  aquel  género. 

Merced  á  su  nombre  bien  relacionado  en  Madrid  por 
los  intereses  mercantiles  de  su  casa,  á  sus  recomenda- 
ciones é  influencias  de  palacio  y  también  de  su  dinero. 
Moldes,  el  joven  salteño,  consiguió  con  facilidad  el  puesto 
tan  honorífico  y  distinguido  del  que  fué  en  busca,  y  á 
pesar  de  aquella  sima  profunda  de  peligros  para  un  joven 
de  su  edad,  supo  en  él  conducirse  con  una  altura  y  dig- 


HISTORIA  DE  GDEICES  Y  DE  SALTA-^CAPITULO  V         968 

« 

nidad  admirables,  sin  dejarse  seducir  y  arrastrar  por 
aquel  fango  de  inmoral  desorden  donde  sus  camarades 
enlodaban  su  nombre  y  sus  galones.  La  altiva  dignidad 
de  su  carácter  fruto  era,  en  buena  parte,  de  aquella  edu- 
cación que  habia  recibido  en  Salta,  la  que  habia  inocula- 
do en  su  sangre  un  sentimiento  tan  grande  por  el  honor, 
por  la  dignidad  humana  y  por  todo  cuanto  era  bello,  no- 
ble y  enaltecedor  de  las  acciones  y  de  los  afectos  del  co- 
razón, que  jomas  compartió  con  sus  compañeros  de  armas 
y  camarades  de  palacio,  de  aquellas  escandalosas  frivolida- 
des de  su  vida,  manteniéndose  en  aquella  austeridad  de 
antiguo  caballero  cristiano;  no  porque  fuera  devoto  ó  pu- 
sieran en  su  espíritu  miedo  infantil  aquellos  desórdenes; 
no  por  que  careciera  de  recursos  ni  de  magnanimidad 
para  derramarlos  con  mano  generosa  aunque  no  loca,  sino 
por  que  la  hermosura  de  la  virtud  y  la  mas  alta  concep- 
ción de  la  dignidad  del  hombre  hablan  dado  en  su  per- 
sona con  un  carácter  de  hierro  apasionado  por  ellas. 

Su  vida  fué,  así,  insospechable  moralidad,  como  inta- 
chable su  conducta;  lo  que  en  otro  que  no  él,  bien  pudo 
acaso,  haberle  alejado  consideración  y  estima  del  lado  de 
sus  compañeros  de  cuerpo;  mas  era  Moldes  de  carác- 
ter arrogante,  lleno  de  imperio  y,  por  instinto  y  por  orgu- 
llo, altivo  y  dominador;  grandioso  y  magnánimo  en  sus 
manifestaciones  de  generosidad;  apasionado  del  lujo,  del 
esplendor,  como  necesario  complemento  de  la  soberbia 
grandeza  que  anhelaba  desplegar  en  su  persona.  Por  su 
brillo  y  por  la  varonil  belleza  de  su  figuro,  era  admirado; 
por  su  valor  y  destreza  en  el  manejo  de  los  armas,  respe- 
tado y  temido.— «  Moldes  tenia  una  figura  arrogante  con 
hermosos  rasgos  de  detalle,  pero  antipática  en  su  con- 
junto, exactamente  como  su  carácter.  Sus  maneras  eran 
grandiosas;  pero  no  eran  abiertas  ni  fáciles,  sino  mas 
bien  retraidas  y  menospreciativas.  Moral  y  honorable 
bajo  todos  respectos,  inspiraba  odios  instintivos,  pero  nun- 
ca desprecio  ni  falta  de  consideración  social.  Era  alto  y 
robusto,  perfectamente  formado;  ancho  de  espaldas,  el 
pecho  saliente;  la  cabeza  grande,  elevada  y  soberbia  estaba 
magníficamente  vestida  por  un  cabello  negrísimo  y  ondu- 
lado.   La  patilla,  negra  también  y  cortada   á  la  mitad  de^ 


954  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

• 

corrillo,  hacía  brillar  la  tez  flna  y  esmaltada  de  su  rostro^ 
varonilmente  sombreado  por  el  azul  de  la  barba.  Los 
ojos  eran  bellos  y  negros,  pero  de  un  mirar  recio  y  ofen- 
sivo, con  cejas  bien  pobladas,  pero  no  montuosas.  Tenia 
la  cara  un  tanto  ancha;  la  nariz  algo  ñata  y  extendida  en 
sus  remates,  y  parecía  puesta  siempre  al  viento  por  el 
ademan  altivo  y  natural  del  cuello. »    (  López  ). 

Moldes  consiguió  desde  mny  luego,  dominar  la  opinión 
derramando  respeto  á  su  persona,  ú  pesar  de  la  corriente 
contraria  de  la  moda,  labrándose  en  palacio  envidiable  y 
honrosa  reputación,  aflanzada  su  nombradla  singularmente 
por  diversos  lances  de  honor  que  siempre  habían  sido  coro- 
nados por  éxito  feliz.  Pero  singularísimo  suceso  vino  inopi- 
nadamente en  aquellos  dias  á  producirse  y  ruidosa  y  audaz 
aventura  de  Moldes  á  vanagloriar  en  él  inmensamente  el 
orgullo  español,  extendiendo  entre  el  aplauso  y  la  admi- 
ración su  popularidad  y  buena  fama  por  todo  Madrid  y 
entre  lo  principal  de  España. 

Porque  habiendo  llegado  á  Madrid  un  enviado  de  Napo- 
león en  aquellos  dias  de  forzado  maridaje  en  que  se  lle- 
garon á  estrechar,  por  cobarde  política  del  gobierno, 
aquellos  dos  pueblos  incontenibles  bajo  una  misma  dia- 
dema, fué  obsequiado  con  un  banquete  en  palacio,  de 
congratulación  y  bienvenida  cuyos  asientos  poblal)an 
españoles  y  franceses.  Era  esle  un  jefe  de  caballería  del 
ejército  francés  que  traia  pliegos  para  el  ministro  de  Na- 
poleón ante  la  corte  de  España;  llamábase  Reguiéres,  de 
la  familia  de  Mouton  y  sobrino  del  general  francés  del 
mismo  apellido  que  alcanzó  después  el  bastón  de  maris- 
cal y  el  título  de  conde  de  Lobau.    1) 

Llegando  el  banquete  ó  la  sazón  de  los  postres,  aquel 
oñcial  francés,  teniendo  ya  alterada  su  sensatez  y  su  cor- 
dura por  el  vapor  de  los  vinos  españoles,  comenzó  con 
desmesurada  altanería  á  herir  el  orgullo  nacional  de  la 
vieja  monarquía,  en  el  acaloramiento  de  imprudente  dis- 


1)  Mouton,  en  francés,  signiñci  tamero,  y  aun,  camero  mutilado;  lo  que 
conviene  tenerse  muy  en  memoria,  para  comprender,  mas  adelanta,  el 
significado  que  con  tanta  habilidad  sapo  darle  el  coronel  Moldes  en 
este  incidente. 


HISTORIA  DB  GOEMES  Y  DE  SALTA-OAPITÜLO  V        255 

cucion  política,  que  en  mala  hora  para  él  se  llegal^a  á 
producir. 

— Quél  exclamaba  el  soldado  de  Napoleón;  los  franceses 
somos  invencibles;  los  ejércitos  del  emperador  han  recorrido 
toda  Europa  victoriosos,  y  en  cuanto  se  nos  antoje,  conquis- 
taremos también  la  España  y  nos  haremos  dueños  de 
ella  y  de  sus  colonias  de  América! 

Solo  un  sordo  murmullo  de  protesta  dejóse  sentir  de 
en  medio  de  la  porción  ofendida;  mas  del  seno  de  ella, 
alzóse  como  un  león,  formidable  y  arrogante  militar.  Era 
D.  José  Moldes. 

— Los  ingleses,  dijo  con  una  pasión  visible  y  haciendo 
alusión  á  los  sucesos  de  Buenos  Aires,— han  probado  que 
eso  es  mas  difícil  de  lo  que  usted  se  figura! 

— Bah!  Esos  fueron  unos  estúpidos  que  se  dejaron  cor- 
rer por  la  canalla  de  la  calle!— replicó  Mouton  con  des- 
precio. 

— Esa  canalla,  le  contestó  Moldes,  avanzando  hacia  él, 
no  es  de  la  familia  de  los  moutons;  pero  tiene  el  pecho 
mas  fuerte  que  el  de  usted,— le  dijo  asestándole  un  golpe 
de  puño  sobre  el  pecho  que  lo  derribó  en  tierra;  ya  us- 
ted lo  ve! 

Arreglóse  seguidamente  un  duelo  á  espada,  cual  era  de 
buena  ley  entre  gentes  de  su  clase,  y  Moldes  tuvo,  una 
vez  mas,  la  honrosa  suerte  de  dejar  en  el  campo  á  su 
adversario,  herido  malamente  en  la  cabeza  y  en  el  costado, 
de  cuyas  resultas  murió. 

Así  era  vengado  por  la  vez  primera  en  el  extranjero 
y  de  manera  ruidosa  y  brillante,  el  honor  del  pueblo 
argentino,  por  manos  del  coronel  Moldes. 

Aquel  fué  grandioso  triunfo  para  la  popularidad  y  la  fa- 
ma de  Moldes,  y  lo  rodearon  los  aplausos  y  las  simpatías. 
Había  vengado,  en  un  solo  golpe,  el  honor  ultrajado  de 
España  y  América.  El  mismo  rey  lo  colmó  de  favores 
complacido  y  orgulloso  al  mismo  tiempo,  distinguiéndolo, 
ademas,  con  el  ascenso  á  teniente  primero  de  guardias 
de  corps,  inmediatamente  después  de  la  revolución  de 
Aranjuez,  grado  equivalente  al  de  coronel  efectivo  en 
cualquier  cuerpo  del  ejército  español. 


256  DR.  BERNARDO  FRÍAS 


XV 


Moldes  y  Gurruchaga  eran,  de  esta  manera,  los  america 
nos  mas  altamente  encumbrados  en  la  corte  y   de  mayor 
viso  social  de    cuantos    por  aquellos  tiempos    habitaban 
España.    Esta  posición,  la  influencia  de   su  fortuna  y  re- 
laciones y  la   popularidad    y  prestijio  conseguido  por  el 
primero  con  motivo  de  aquel  lance  feliz,  liacian  de  ellos, 
unido  todo  á   otras   causas  secundarias,  los  jefes  de    la 
colonia  americana  en    la  península,  y  reconcentraban  en 
sus  nobles  pasiones  y  valimiento  personal,  las  esperanzas 
patrióticas  de  aquella  juventud  que  acariciaba  en  sus  sueños 
la  idea  de  la  independencia  de  América.    Intima  y  fecun- 
da amistad  trataron  desde  principios  de  1807,  estos  fogo- 
sos precursores  de  nuestra  libertad  con    D.  Juan  Martin 
de  Pueyrredon,  que  había  sido  enviado  por  el  cabildo  de 
Buenos  Aires  como  comisionado  ante  la  corte,  para  dar 
cuenta  al  rey  de  la  invasión  inglesa  al  Rio  de  la  Plata  en 
1806,  y  del  venturoso  triunfo  del  pueblo  de  Buenos  Aires. 
Naturalmente  este  personaje,  por  su  cargo  y  su  misión, 
era  conocido  y  rodeado    de  la  curiosidad,  de  la  admira- 
ción y  simpatías  que  la  victoria  del  Rio  de  la  Plata   des- 
pertaba   en    todos    los    ánimos,   llenando    de  verdadero 
orgullo  el  corazón  de  los  americanos.    Su   claro    talento, 
su  serenidad  de   espíritu  y   el    patriotismo  noble  y  leal 
que  lo  animaba,  venian  ú  formar  concierto  y  unidad  de 
acción,  de  afecto  y  de   intereses  con   aquellos  otros    dos 
ilustres  argentinos. 

Al  calor  de  todos  estos  acontecimientos,  que  el  avance 
general  de  los  franceses  y  la  nueva  victoria  alcanzada 
sobre  los  ingleses  en  Buenos  Aires,  en  1807,  venian  á 
enardecer  el  entusiasmo,  se  formó  la  conjura  patriota, 
en  el  mismo  seno  de  Madrid,  y  presidida  por  el  genio 
del  joven  coronel  Moldes. 

Era  una  asociación  secreta  de  jóvenes  americanos  que 
hablan  resuelto  lanzai*se  á  trabcyar  por  la  independencia 
de  la  patria,  sacriñcando  por  su  sagrada  causa,  con  nobi- 
lísimo heroísmo,  fortuna,  posición  social,  placeres  y  gran- 


I 


mSTORU  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTÍL— CAPÍTULO  V         257 

dezas  de  una  vida  aristocrética,  y  todo  el  porvenir  ya 
brillantemente  asegurado  que  les  daba  su  nombre  y  po- 
sición social.  Ya  la  hora  llegaba .  Su  pensamiento  generoso 
y  heroico  estaba  unánime  en  sus  almas  y  encerrado  en 
este  voto  supremo:— «  Nosotros  tenemos  derecho  de  tomar 
las  armas.  Nuestros  derechos  son  la  necesidad,  una  justa 
defensa,  nuestras  desgracias,  las  de  nuestros  hijos,  los  ex- 
cesos cometidos  contra  nosotros.  Nuestros  derechos  son 
el  título  augusto  de  nación.  Separémonos  y  ya  está  for- 
mada; la  guerra  será  nuestro  único  tribunal.  Si  amamos 
á  nuestro  país,  si  amamos  nuestros  hijos,  separémonos. 
Leyes  y  libertad  es  la  herencia  que  debemos  dejarles.  Esta 
sola  causa  puede  recompensarnos  dignamente  nuestros 
tesoros  y  nuestra  sangre!»    1) 

Componían  entre  muchos  otros  aquella  conjuración  se- 
creta el  coronel  D.  José  Moldes,  el  gefe  y  el  alma  de  ella; 
D.  Francisco  Gurruchaga,  D.  Juan  Martin  Pueyrredon; 
D.  José  Gurruchaga,  el  coronel  D.  Eustoquio  Moldes  y 
el  Dr.  D.  Juan  Antonio  Moldes,  D.  Bernardo  O'Higgins, 
Zapiola,  Balcarce,  los  Lezica,  D.  Manuel  Pinto,  D.  Carlos 
de  Alvear.  Ellos  se  comunicaron  con  los  demás  ameri- 
canos, muchos  de  los  cuales  andaban  guerreando  ó  pres- 
tando servicios  en  el  ejército  español  de  la  península, 
como  D.  José  de  San  Martin,  el  genio  militar  por  exce- 
lencia, á  quien  no  conocía  Moldes,  pero  cuya  correspon- 
dencia se  ha  confesado;  ó  D.  José  Miguel  Carrera,  uniendo 
en  la  conjuración  patriótica  todos  los  corazones  americanos. 
Este  comité  central  estaba  ramificado  con  la  gran  asocia- 
ción patriótica  que  fundó  en  defensa  de  la  causa  de 
América,  el  general  venezolano  Miranda,  cuya  casa  ma- 
triz residía  en  Londres,  y  que,  desde  los  primeros  años 
del  siglo,  habíase  esparcido  por  España  contando  entre  sus 
adeptos  no  solo  á  los  americanos,  sino  aún  á  elevados 
personajes  españoles,  y  tomando  el  nombre  de  Z^o^ia  Znw- 
taro  ó  Sociedad  de  los  Caballeros  Racionales.  Era  una 
asociación  secreta  por  su  carácter,  terrible  por  sus  com- 
promisos, formidable  por  los  medios  que  podia  disponer,  y 
que  solo  las  circunstancias  que  le  hablan  dado  nacimiento 


1)  GuBRRA,  obra  citada,  II,  páj.  710. 


258  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

y  razón  de  ser,  podían  disculpar  ó  darle,  si  es  mejor  decirlL>, 
la  moralidad  en  los  medios  y  resortes  que  eran  de  suplan 
emplearse,  pero  sí,  noble  y  heroica  en  sus  grandiosos  y 
santos  propósitos.  Como  todas  las  sociedades  se(;retas  que 
ya  se  extendían  por  toda  Europa,  un  juramento  terrible 
los  unía  sobre  la  fidelidad  de  su  compromiso.  Su  primer 
objeto  y  primer  eslabón  de  aquel  juramento,  era  tratojar 
por  la  independencia  americana  y  por  el  gobierno  demo- 
crático, concluyendo  por  obligarse  ó  « no  reconocer  por 
gobierno  legítimo  de  las  Américas  sino  á  aquel  que  fuese 
elegido  por  la  libre  y  expontánea  voluntad  dolos  pueblos. » 
Cádiz,  como  puerto  y  plaza  comercial  por  excelencia  de 
España  en  aquel  entonces,  y  por  su  situación,  puerta  de 
entrada  y  salida  casi  forzosa  para  los  americanos,  fué  sitio 
elegido  para  el  establecimiento  de  una  logia,  como  la  prin- 
cipal de  España. 

Eran  Madrid  como  asiento  de  la  corte  y  capital  del  reino 
y  Cádiz  como  empóreo  del  orbe  y  sede  del  comercio 
español,  los  dos  puntos  en  que  la  colonia  americana  era 
mas  conocida  y  numerosa.  En  la  capital.  Moldes  y  D. 
Francisco  de  Gurruchaga  manejaban  ó  poseían  los  elemen- 
tos políticos  y  en  Cádiz,  que  por  su  movimiento  mercantil 
estaba  en  constante  y  activa  comunicación  con  todos  los 
puntos  del  reino,  D.  José  de  Gurruchaga,  radicado  en  el 
comercio  de  aquella  plaza  que  suministraba  los  fondos^ 
completaba  ese  triunvirato  secreto  que  dirigía  los  intereses 
políticos  de  los  americanos  en  sus  trabajos  patrióticos, 
como  eran,  así  mismo,  los  protectores  y  hasta  los  pres- 
tamistas donde  ocurría  «  una  porción  de  oficiales  jóve- 
nes americanos,  como  San  Martin,  Carrera,  Bolívar  y 
muchos  otros  que  por  diversas  causas  se  encontraban 
arrojados  por  allí  en  aquellos  difíciles  momentos. »  Pri- 
maba como  gefe  natural  de  todos  ellos,  el  coronel  Moldes, 
ayudado  siempre  por  la  rara  habilidad  y  sagacidad  de 
espíritu  de  su  compañero  Gurruchaga,  y  eran  estos  los  que 
iban  á  burlar  cuanta  vigilancia  opusieran  las  policías,  y 
cuantos  tropiezos  las  circunstancias  y  los  sucesos. 

Es  opinión  fundada  en  buena  fama,  que  por  aquellos 
dias  en  que  la  invasión  francesa  y  la  política  de  Napoleón 
comenzaron  á  revelar  el  próximo  conflicto   en   que  iba  á 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  V  260 

comprometerse  España,  el  general  Miranda,  en  su  incan- 
sable apostolado  por  el  mundo  para  conseguir  la  inde- 
pendencia de  la  América,  habíase  introducido  oculto 
bajo  el  incógnito  á  la  plaza  de  Cádiz,  donde  haciendo  junta 
de  los  principales  elementos  americanos  aplicados  al  par- 
tido libertador,  conferenció  y  obtuvo  de  ellos  el  acuerdo 
decisivo  de  llevar  ú  cabo  la  empresa  tantas  veces  soñada 
de  insurreccionar  la  América,  aprovechando  aquellas  cir- 
cunstancias que  tan  propiciamente  se  brindaban.  Asegú- 
rase que  se  puso  en  comunicación  con  Bolívar,  con  San 
Martín,  con  Zapiola,  con  Balcarce,  con  Pueyrredon,  con 
los  LezicQS,  con  O'Higgins  y  principalmente  con  Moldes 
y  con  los  dos  Gurruchagas,  «  que  eran  de  los  que  prima- 
ban en  aquella  colonia  de  jóvenes  erguidos,  perdida  en 
medio  de  la  Europa  convulsionada.  Moldes,  en  cuyo  ge- 
nio y  en  cuya  influencia  todos  aquellos  conspiradores 
depositaban  grandes  esperanzas,  debiu  ser  uno  de  los  pri- 
meros que  debia  evadirse  de  España  para  traer  á  Buenos- 
Aires  el  fuego  sagrado  de  la  Patria  libre  é  independiente.  » 

Mos  como  el  nombre  de  Miranda  fuera  un  fantasma 
maldito  que  perturbaba,  años  hacía,  al  sueño  del  gobierno 
español,  y  para  cuya  persecución  se  tenia  advertidas  A 
todas  las  autoridades  de  las  costas  de  uno  y  otro  lado 
del  mar,  no  tardó  su  presencia  allí  en  despertar  sospe-*- 
chas,  por  lo  que  se  vio  obligado  á  fugar  á  la  plaza  inglesa 
é  inmediata  de  Gibraltar,  desde  donde  se  disponía  á  pres- 
tar su  apoyo  para  la  evasión  de  los  jóvenes  militares  que 
debían  partir  á  levantar  la  insurrección  de  los  pueblos 
americanos  bajo  la  bandera  de  la  independencia. 

Los  acontecimientos  que  vinieron  y  nuevas  razones,  á 
la  vez,  hicieron  variar  este  primitivo  plan.  Moldes  era 
aun  mas  necesario  en  Europa  para  asegurar  el  éxito  de 
la  empresa,  por  que  era  allí  donde  tenia  su  prestigio,  su 
autoridad,  diríase  así,  para  presidir  y  llevar  la  unidad  de 
aquellos  trabajos  preliminares,  precursores  necesarios  de 
la  revolución,  por  lo  que  vino  en  convenirse  que  fuera 
enviado  ú  Buenos  Aires,  ciudad  de  su  nacimiento  y  de 
sus  notorias  relaciones  sociales,  D.  Juan  Martin  de  Pueyr- 
redon, para  advertir  á  la  lejana  colonia,  del  estado  las- 
timoso y  débil  é  impotente  de  la  España,  media  invadida 


260  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

ya  y  media  oprimida,  y  preparar  así  los  ánimos  con 
tiempo  á  que  estuvieran  dispuestos  y  alertos  ü  la  primero 
señal. 

El  plan  resuelto  revelaba  en  verdad,  madurez  y  sensato 
tino  político,  no  tan  solo  en  el  sistema  si  que  también    en 
el  hombre  elegido  para  acometerlo.    Por  que    las    i-evo- 
luciones  no  es  dable  como    los    simples  motines  de  cuar- 
tel, el  prepararlas  y  el  llevarlas  á  las  alturas  de  la  victoria 
con  precipitación  y  arrebato,  sin  estar  de  antes  preparados 
y  estudiados  sus  medios  y  resortes  y  la  hora  y  el  punto  de 
su  estallido  y  dirección  primera;  como  por  otra  parte,  era 
Pueyrredon  verdadero  hombre  de  gobierno,    mejor   aún, 
verdadero  hombre  de  estado,  con  el  talento  claro  y  madu- 
ro para  comprender    los  problemas  políticos,  obscuros  y 
misteriosos  siempre  para  las  vulgaridades,  y  la  serenidad 
para  no  confundii^se  en  el  lai3erinto  de  los  sucesos  parcia- 
les ni  marearse  en  la  corriente  sofocante  de   los  grandes 
acontecimientos,  y  con  la  mesura  en  el  juicio  y  la  luz  enet 
criterio  para  alcanzar  sin  esfuerzo  la  verdad  de  las  cosas, 
y  la  prudencia  y  aún  la  modestia   del  verdadero  talento 
para  abrirse  á  los  consejos  y  opiniones  de   los  hombres, 
convencido' de  que  solo  Dios  es    perfecto;   cómo  también 
abogaban  en  su  favor,  su  buen  trato  para  con  los  hombres, 
y  las  vinculaciones  sociales  y  antecedentes  de  su  corta  vida 
pública  que  lo  hacían  en  Buenos  Aires,  foco  que  debería  ser, 
pero  en  línea  principal,  de  la  revolución,  simpático,  respeta- 
ble y  popular. 

Por  su  parte,  la  solemnidad  de  los  momentos  era  reco- 
nocida por  doquiera  y  los  acontecimientos  íbanse  precipi- 
tando con  una  celeridad  no  común.  En  consecuencia  de 
ello,  el  enviado  del  comité  revolucionario  de  Madrid,  partió, 
pues,  de  la  capital  del  reino  el  dia  í^  de  Mayo  de  1808  con 
dirección  á  Cádiz,  precipitadamente  y  de  manera  oculta  y 
furtiva,  con  el  mandato  de  embarcarse  en  aquel  puerto, 
rumlx)  á  Buenos  Aires. 

Pero  es  el  caso  que  la  personalidad  de  Pueyrredon  era 
muy  visible  en  los  centros  oficiales  de  Madrid,  especial- 
mente por  la  misión  que  iiabia  traído  hacía  poco  del  ca- 
bildo de  Buenos  Aires  para  la  corte,  y  como  estuviera 
en  el  ánimo  de  Murat  y  en  los   intereses  de   la   política 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-*GAPlTULO  V  261 

• 

francesa  en  España,  el  extender  la  mano  imperial  sobre 
las  colonias  españolas  para  transformarlas  en  francesas, 
habia  comenzado  á  fijar  interesadamente  su  atención  y 
á  acariciar  y  halagar  á  este  grupo  de  americanos  dis- 
tinguidos con  acceso  en  la  corte,  con  el  ánimo  bien  cal- 
culado y  visible  por  cierto,  de  atraerlo  á  favor  suyo  y 
contar  con  él  como  base  segura  y  fecunda  para  el  tras- 
torno político  de  la  monarquía  que  meditaba  el  gabinete 
imperial.  Fué  de  esta  suerte  que,  teniendo  sobre  él 
puesta  la  mirada,  Murat  se  alarmó  con  la  salida  clandes- 
tina de  Pueyrredon  que  le  hizo  concebir  sospechas  nada' 
favorables  á  los  intereses  que  representaba,  de  un  plan 
de  resistencia,  por  lo  menos,  que  se  pensaba  hacer  en  las 
colonias,  por  lo  que  le  fué  intimado  regresara  inmediata- 
mente á  Madrid,  orden  que  le  sorprendió  ya  en  Cádiz, 
ocupado  en  los  arreglos  y  preparativos  de  su  viaje;  mien- 
tras que,  por  otra  providencia  del  gobierno  no  menos 
alarmante  y  peligrosa,  eran  reducidos  á  prisión  D.  José 
Moldes  y  D.  Francisco  de  Gurruchaga,  como  cómplices  y 
sospechosos  de  maquinaciones  subversivas. 

De  regreso  Pueyrredon  é  Madrid  y  presentado  al  go- 
bierno, Murat  que  lo  presidía  ya  y  dirigía  por  (jompleto 
como  gefe  supremo  de  la  nación  después  de  los  aconte- 
cimientos del  2  de  Mayo,  desaprobó  su  conducta  y  puso 
el  mayor  empeño  en  seducirlo,  seducciones  y  promesas 
á  las  que  el  joven  argentino  resistió  con  aquella  altura 
de  carácter,  con  aquella  serenidad  y  honradez  política  de 
que  dio  tantas  pruebas  durante  su  fecunda  y  brillante 
carrera  pública. 


XVI 


A  pesar  de  tan  serios  contrastes,  el  ánimo  de  los  conspi- 
radores no  desmayó  un  instante.  Varones  de  fortaleza  y 
virtud  requieren  las  empresas  de  magnitud  y  peligro,  y 
Dios  los  habia  elegido  para  esta  la  mas  peligrosa  y  mag- 
nífica, por  que,  á  la  vez,  era  también  santa  y  heroica.  La 
hora  urgía;  porque  desaparecidos  los  reyes  de  España, 
desaparecido  el  gobierno  español  y  sentado  en  el  solio  de 


262  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

• 

la  monarquía  un  lugar  teniente  de  Napoleón,  los  momen- 
tos llegaban  á  ser  supremos  y  precioso  para  la  causa  de 
la  independencia  de  la  América  el  tiempo  que  volaba  en 
aquellas  horas. 

Comprendiendo  de  esta  manera  la  situación,  redoblaron 
sus  esfuerzos  y  aguzando  la  habilidad  del  ingenio,  el  caso 
fué  que,  á  fuerza  de  dinero,  Gurruchaga  y  Moldes  lograron 
sobornar  la  guardia  que  los  detenia  y  evadirse  de  la 
prisión.  La  policía  imperial,  ahora  irritada  y  ofendida, 
debia  lanzarse  necesariamente  en  seguimiento  de  los  fu- 
jitivos  y  tender  su  red  de  persecución  y  venganza  sobre 
todos  los  sospechosos,  por  lo  que,  con  la  premura  y  cele- 
ridad que  exijía  lo  angustioso  de  las  circunstancias,  se 
comunicó  la  orden  de  la  fuga  ú  todos  los  patriotas  com- 
prometidos en  Madrid.  Pueyrredon  era  el  primero  de 
ellos;  y  como  D.  Francisco  de  Gurru(;haga  tuviera  una 
inteligencia  riquísima  en  recursos  y  un  valor  atrevido  ú 
toda  prueba,  hizo  que  Pueyrredon  montase  en  su  calesa, 
mientras  él,  oculto  bajo  el  disfraz  de  calesero,  dirijía  su 
tiro,  saliendo  así  de  Madrid  en  actitud  de  paseo. 

De  esta  ingeniosa  manera,  salvaba  6  su  amigo  como 
á  sí  propio,  y  penetraban  ambos  á  Sevilla,  donde  se 
comenzaban  á  reunir  los  demás  miembros  de  la  conjura- 
ción. 

D.  José  Moldes,  á  su  vez,  fugó  de  Madrid  el  12  de  Mayo, 
burlando,  como  los  otros  sus  compañeros,  la  vigilancia  de 
los  franceses;  dejando  todos,  abandonado  en  sus  domici- 
lios, cuanto  tenían  de  ajuar  en  sus  moradas,  cargando 
solo  con  lo  enteramente  necesario;  que  la  orden  del  aban- 
dono de  la  capital  fué  tan  repentina  y  tan  urgente  como 
perentorio  y  exacto  su  cumplimiento. 

El  punto  de  reunión  era  Sevilla.  Instalado  allí  de  nuevo 
el  comité  patriota  y  reunidos  sus  miembros  principales, 
deliberaron  sobre  la  determinación  que  se  debía  tomar  en 
presencia  de  tan  extraordinarios  sucesos.  Al  lado  de  otras 
cosas,  se  sostuvo  y  se  aceptó  como  la  mejor  medida  por 
entonces,  y  á  ejemplo  de  lo  que  obraba  el  general  Miranda, 
provocar  la  insurrección  de  América  por  su  independencia 
bajo  el  ala  protectora  de  Inglaterra,  cuya  política  liberal 
mas  de  una  vez  se  habia  mostrado  amiga  y  cuyas  doctrinas 


HISTOlUA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V         363 

sobre  la  separación  entre  América  y  España  y  de  libertad 
comercial  y  de  cultos  en  el  Rio  de  la  Plata,  habíalas  hecho 
derrramar  como  esperanza  de  una  hora  de  redención  para 
estos  pueblos,  durante  las  breves  horas  que  ocuparon  sus 
tropas  á  Buenos  Aires.  Y  como  al  presente  se  hallaba  en 
guerra  sostenida  con  España  y  fuera  á  los  ojos  de  todos, 
y  mas  claramente  6  los  del  gobierno  británico,  cosa  noto- 
ria é  indudable  que  Napoleón  labraba  á  paso  firme  la 
anexión  de  la  corona  española  A  su  imperio,  el  arrebatarle, 
por  lo  menos,  las  riquísimas  y  dilatadas  posesiones  espa- 
ñolas de  la  América,  era  de  todo  punto  plausible  como 
medida  de  guerra  contra  el  formidable  enemigo,  y  puerta 
de  nueva  y  brillante  prosperidad  para  los  intereses  po- 
líticos y  comerciales  de  Inglaterra. 

Fué  entonces  que  convencido  de  estas  verdades,  el  comi- 
té revolucionario  instalado  en  Sevilla  confió  al  genio  y  á 
la  resolución  del  coronel  Moldes  el  honroso  encargo,  deli- 
cado y  elevadísimo  bajo  cualquier  aspecto,  de  presentar  al 
gobierno  inglés  el  complicado  negocio  de  la  independencia 
de  la  América  del  Sur,  y  enterados  cual  lo  estaban  de  su 
celo,  de  su  patriotismo  y  habilidad  se  le  dieron  los  pode- 
res de  su  representación  y  las  instrucciones  necesarias, 
entre  las  que  estaba  señalada,  á  mas  del  negocio 
principal,  la  de  gestionar  de  aquel  gobierno  el  préstamo 
de  un  buque  para  trasladarse  sin  pérdida  de  momento 
&  Buenos  Aires,  &  fin  de  instruir  á  sus  habitantes  de  los 
actuales  sucesos  y  situación  de  España,  encadenada  ya  y 
envuelta  en  un  confiicto  supremo,  como  de  las  verdaderas 
intenciones  de  Napoleón  sobre  la  suerte  de  la  monar- 
quía. ' 

Inmediatamente  de  serle  conferida  esta  misión  diplomá- 
tica,—la  primera  que  delegaban  los  intereses  argentinos 
ante  el  extrangero,  el  coronel  Moldes  partió  de  Sevilla 
en  compañía  de  uno  de  sus  colegas,  D.  Manuel  Pinto, 
comerciante  de  Buenos  Aires,  con  dirección  á  Cádiz  para 
embarcarse  allí  camino  á  Londres. 

Como  para  su  salida  de  Madrid,  nuevas  dificultades  y 
mayores  y  mas  temerosos  peligros  le  ofrecía  el  puerto 
de  Cádiz.  Por  que  como  hasta  entonces  la  España  conti- 
nuaba en   guerra   declarada  con  Inglaterra,  sosteniendo 


964  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

como  aliada  que  era,  la  política  imperial  de  Bonaparte, 
la  escuadra  inglesa  bloqueaba  el  puerto  desde  tiempo  atrás, 
cerrándole  la  libre  comunicación  con  el  mar. 

Tres  dias  permaneció  Moldes  en  aquella  ciudad  ocupado 
en  los  preparativos  de  su  lejana  expedición  y  en  proveerse 
del  dinero  necesario,  y  mas  todavía  en  la  difícil  empresa 
de  conseguir  una  embarcación  que  se  atreviera  ú  condu- 
cirlo furtivamente  y  en  sí  jilo,  burlando  los  reglamentos 
de  la  guerra,  hasta  la  escuadra  inglesa;  empresa  audaz, 
costosa  y  peligrosísima  en  los  momentos  aquellos,  en  que 
se  habla  pregonado  la  pena  de  muerte  contra  todo  aquel 
que  comunicara  con  la  escuadra  enemiga,  por  lo  que  dos 
cañoneras  españolas  cruzal)an  constantemente  el  puerto, 
practicando  la  guardia  de  vigiloncia.  Pero  su  empeñosa 
actividad  como  la  de  sus  amigos  lograron  obtener  la  pequeña 
embarcación,  fletóndolo  Moldes  por  300  duros,  para  efectuar 
en  ella  la  peligrosa  travesío. 

A  la  mitad  de  la  tercera  noche  de  su  permanencia  en 
Cádiz,  el  coronel  Moldes  se  despidió  de  los  suyos  y  bajó 
á  las  playas  del  puerto,  dispuesto  á  arrostrar  la  muerte 
por  su  patria.  El  mar  estaba  negro  y  estaba  negro  el 
cielo.  Sijilosamente  penetraron  á  la  embarcación  que 
corpenzó  á  surcar  las  olas  del  puerto  burlando  la  vigilan- 
cia de  los  cruceros  españoles,  con  la  serenidad  del  que 
cree  y  se  siente  copaz  de  dominarlo  todo,  con  esa  su 
frente  altiva,  la  mirada  fuerte,  el  pecho  henchido  de  emo- 
ción y  aquella  su  figura  marcial,  nermc-a  y  brillante, 
oculta  ahora  entre  las  sombros  y  solo  descubierta  por  las 
brisas  del  mar.  En  la  grandiosidad  del  peligro  y  en  lo 
generoso  de  la  acción  la  figura  de  Moldes  se  magnificaba; 
á  sus  espaldas,  tenia  el  patíbulo  que  lo  aguardaba;  á  su 
frente,  la  escuadra  inglesa,  objeto  de  sus  actuales  espe- 
ranzas, rompiendo  el  seno  de  las  sombras  con  sus  luces 
brillando  en  lontananza;  y  allá,  en  el  confin  del  lóbrego 
horizonte,  alzábase  la  patria  amada.  Dios,  desde  lo  alto 
del  cielo,  dirigía  sus  pasos. 

Verificada  la  travesía  con  buena  ventura,  aborda  su  em- 
barcación al  buque  almirante.  Recojido  por  la  escuadra 
inglesa,  Moldes,  al  siguiente  dia,  conferenció  con  el  almi- 
rante conquistando  las  simpatías  por  su  persona  como  por 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  V        365 

la  causo  por  cuya  defensa  exponía  su  vida,  lo  que  fué 
acojida  con  interés  por  el  gefe  britono,  mas  dis- 
puesto ahora  á  serle  deferente  por  haber  en  esos  dios 
el  general  marqués  de  Solano,  capitán  general  que  lo 
era  de  Andalucía,  declarado  que  jomas  trataría  con  Ingla- 
terra. Moldes  consiguió,  de  esta  su  primera  entrevista, 
que  de  la  escuadra  bloqueodora  se  le  facilitara  un  bergan- 
tín, en  el  cual    se  hizo  á  la  vela  rumbo  á  Londres. 

Gobernaba  entonces  en  Inglaterra,  como  gefe  del  gabi- 
nete británico,  Jorge  Canning,  el  incansable  adversario 
de  Napoleón,  que  sostenía  y  fomentíiba  las  coaliciones  y 
la  guerra,  derramando  por  todo  el  continente  su  oro  y 
sus  esfuerzos,  y  en  cuyo  espíritu  hallaron  siempre  calor 
y  buena  acojida  los  conatos  de  independencia  de  la  Amé- 
rica del  sur.  Una  vez  hallado  en  Londres,  una  serie  de 
entrevistas  se  sucedieron  entre  el  gefe  del  gabinete  y  el 
coronel  Moldes,  arribando  en  sus  arreglos  sucesivos  á  las 
mas  satisfactorias  y  halagüeñas  conclusiones,  como  que 
en  ellas  Inglaterra  ofrecía  á  Moldes  darle  toda  clase  de 
auxilios  para  la  expedición  libertadora,  entre  lo  que  es 
digno  de  mención  el  convenio  &  que  vinieron  de  facilitarle 
un  cuerpo  de  8.000  hombres  de  tropas  regulares  que 
prestaban  servicio  en  aquellos  dias  en  los  costas  de  Suecia. 

Pero  estaba  en  los  hados  que  aquellas  generosas  tenta- 
tivas y  aquellas  esperanzas  tan  prontas  á  realizarse,  se 
malograran  y  desaparecieran,  por  que  de  los  nuevos  aconte- 
cimientos soplaron  vientos  contrarios.  Habiendo  llegado  á 
Bayona  el  5  de  Mayo  la  nueva  de  los  sucesos  de  Madrid  del  dia 
dos,  en  que  aparecían  los  españoles  lanzados  á  matar  france- 
ses, Napoleón  los  llamó  asesinos,  é  indignado  juntamente  con 
Carlos  IV  y  su  mujer,  echaron  todos  la  culpa  sobre  la  ca- 
beza de  Fernando  y  de  sus  parciales  como  enemigos 
de  los  franceses.  Fernando  amenazado,  devolvió  la  corona 
que  llevaba  desde  el  motín  de  Aranjuez,  en  nianos  de  su 
padre,  renunciando  sin  condiciones  sus  derechos  á  la 
corona  de  España  el  dia  6  de  Mayo.  Pero  el  dia  anterior 
ya  Carlos  IV  habia  concluido  con  Bonaparte  un  pacto 
por  el  cual  y  á  su  vez,  renunciaba  y  cedía  la  corona  de 
España  ú  Napoleón,  con  la  sola  condición  de  que  conser- 
vara la  integridad  de  la  monarquía  y  mantuviese  el  culto 


366  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  la  religión  católica  « sin  mezcla  ni  tolerancia  de  otro 
alguno. »  Los  demás  príncipes  herederos  firmaron  igual- 
mente la  renuncia  de  sus  derechos  &  la  sucesión  de  Es- 
paña. 

Mientras  todo  esto  se  hacía,  Fernando  expedía  el  5  de 
Mayo  dos  reales  decretos:  revistiendo,  por  el  uno,  á  la 
Junta  Suprema  de  los  poderes  mas  amplios  para  ejercer 
la  autoridad  soberana,  por  carecer  él  de  libertad;  y  por  el 
otro,  convocando  el  reino  á  cortes  para  sustentar  la  inde- 
pendencia de  la  nación. 

Por  otro  lado,  el  alcalde  de  Móstoles,  pueblecillo  cercano 
de  Madrid,  comunicaba  con  laconismo  militar  los  atenta- 
dos del  2  de  Mayo,  y  era  el  primero  que  lanzaba  el  grito 
de  guerra  d  los  frmtceses!  La  alarma  y  la  insurrección 
comenzó  á  extenderse  por  toda  la  península,  insurrección 
expontánea  y  eminentemente  popular,  pues  era  de  pronun- 
ciamiento repentino  y  sin  contar  con  cabeza  reconocida  y 
encargada  de  la  dirección  del  movimiento  ni  pacto  siquiera 
de  comunidad  entre  los  diversos  puntos  de  la  nación,  ini- 
ciándose la  resistencia  por  pronunciamientos  aislados  que 
darían  á  la  guerra  de  la  independencia  española  una  fiso- 
nomía peculiar.  El  25  de  Mayo,  la  Junta  formada  en 
Oviedo  por  el  partido  de  la  resistencia  de  Asturias,  allá, 
en  el  confín  septentrional  de  España,  fué  la  primera  auto- 
ridad que  declaró  la  guerra  á  Napoleón.  Como  en  la 
época  de  Pelayo,  la  reconquista  de  la  patria  volvía  ó  apa- 
recer de  los  lados  de  Covadonga.  Rey,  Patria  y  Religión 
era  el  grito  que  ajilaba  la  bandera  de  la  insurrección  es- 
pañola. 

El  gobierno  central,  residente  en  Madrid,  dirijió  para 
aquel  punto,  como  á  diversos  otros  donde  aparecía  ó  se 
temían  alborotos,  comisionados  políticos,  elegidos  de  en- 
tre los  personages  de  mas  encumbrada  consideración  por 
sus  altos  empleos  ó  su  fama,  los  que  fueron  rechazados 
por  las  poblaciones  y  el  paisanage  y  aun  estropeados  y 
puestos  en  peligro  casi  de  perder  la  vida,  cual  pasó, 
por  ejemplo,  con  el  conde  del  Pinar  y  con  el  célebre  y 
suave  poeta  D.  Juan  Meléndez  Valdez,  que  formaban  la 
diputación  enviada  sobre  Oviedo. 

Lanzada  en  este  camino  de  la  insurrección,  la  junta  de 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  V         967 

Oviedo  mientras  con  una  mano  armaba  la  guerra,  con  la 
otra  dirigía  sus  proposiciones  de  alianza  á  la  Inglaterra. 
Cosa  semejante  sucedía  en  Galicia,  cuya  junta  instalada 
en  la  Coruña,  tomaba  el  dictado  de  soberana,  y  lo  mismo 
en  Andalucía  y  otras  provincias  del  reino. 

Los  diputados  de  estas  diversas  juntas  de  gobiernos  es- 
pañoles, comenzaran  á  llegar  ú  Londres  con  sus  proposi- 
ciones de  alianza  para  llevar  la  guerra  &  Napoleón.  Hacía 
45  dias  que  Moldes  habió  llegado  á  Inglaterra  cuando  vi- 
nieron á  interrumpir  sus  trabajos  y  á  anularlos  comple- 
tamente la  presencia  y  las  proposiciones  de  los  diputados 
españoles  que,  reunidos  todos  en  Londres,  formaron  una 
especie  de  congreso  de  embajadores.  Porque  como  con 
la  insurrección  de  España  cambiaba  completamente  el  esta- 
do de  relaciones  entre  Inglaterra  y  la  península,  y  como 
fueran  de  mayor  importancia,  infinitamente,  las  cuestiones 
de  Europa  que  venían  á  tomar  en  España  nuevo  é  intere- 
santísimo semblante,  el  gobierno  británico  prefirió  la  amis- 
tad y  alianza  de  esta  nación  á  la  aislada  y  lejana  aventura 
que  le  proponía  el  comité  americano. 

Asi  concluyó,  de  esta  manera,  por  causas  poderosas  ó 
imprevistas,  y  superiores  á  la  voluntad  humana,  la  misión 
de  Moldes  ante  Inglaterra;  quien  daba  la  vuelta  á  España 
después  de  haber  gastado  en  el  cumplimiento  de  su  misión, 
3.000  pesos  satisfechos  de  su  propio  peculio,  dejando  en 
Londres  á  D.  Manuel  Pinto. 


XVII 


Cuando  estuvo  de  vuelta  en  España,  aquel  país  se  hallato 
completamente  insurreccionado  y  en  guerra  á  muerte 
contra  los  franceses.  En  Sevilla  había  sucedido  cosa  idén- 
tica á  lo  que  pasó  en  las  provincias  de  Asturias  y  Galicia.  El 
26  de  Mayo  se  alborotó  el  pueblo,  y  como  no  fuera  en  un 
principio  reprimido  el  movimiento,  se  formó  una  junta 
de  gobierno,  hija  de  un  motín,  compuesta  de  los  vecinos 
de  la  ciudad,  tomando  el  título  arrogante  de  Junta  Su- 
pretna  de  España  é  Indias. 

El  avance  aquel,  incalificable  en   verdad  ante   la  auste- 


268  DR  BERNARDO  FRÍAS 

ridad  del  derecho,  que  cometía  la  junta  de  Sevilla  apro 
plóndose  la  representación  de  toda  la  monarquía  y  lo  que 
es  mas,  arrogándose  la  soberanía,  en  sustitución  del  rey, 
—si  bajo  el  lado  político  era  medida  de  alta  sabiduría  y 
prudencia  para  dar  (\  la  nación  un  poder  central  que  la 
representara  ante  el  extrangero  y  que  en  lo  interior  del 
país  pudiera  salvar  la  unidad  del  gobierno  evitando  la 
anarquía  y  el  desquicio  de  la  nación  que  rigurosamente 
acarrearía  la  diversidad  de  gobiernos  por  juntas  sin  rela- 
ción entre  sí  ni  dependencia  de  un  poder  general  ó  nacio- 
nal, ante  pI  criterio  público  sirvió  en  mediia  poderosa 
para  sembrar  odios  y  rivalidades;  pues,  su  actitud  de  po- 
der general  que  presentaba,  disgustó  y  sembró  la  división 
entre  los  otros  cuerpos  iguales,  formados  en  otros  varios 
puntos  de  España. 

y  como  si  no  fuesen  bastante  las  calamidades  públicas 
que  aflijían  &  la  nación  y  comprometían  su  independen- 
cia, el  ánimo  de  las  disputas  por  el  formulismo  legista 
se  dio  cita  á  un  palenque  de  discusión,  cuando  la  patria 
en  peligro  exigía  el  enmudecimiento  de  todas  las  pasiones 
para  que  no  respirara  mas  que  la  de  su  salvación,  acu- 
saban los  letrados  del  cargo  de  usurpación  de  la  autori- 
dad soberana,  á  la  junta  de  Sevilla,  por  que  según  ellos, 
«residiendo  la  plenitud  de  la  soberanía  en  el  monarca, 
ninguna  parte  ni  porción  de  ella  existia  ni  podia  existir 
en  otra  persona  ó  cuerpo  y  era  heregía  política  afirmar 
que  una  nación  cuya  constitución  era  completamente  mo- 
nárquica, fuera  soberana. » 

Pero  como  los  acontecimientos  no  dieran  mucho  lugar 
á  disputas  y  pendencias  filosóficas  y  fueran  el  patriotismo 
popular  y  la  razón  del  peligro  público  mas  poderosos  que 
la  elocuencia  de  los  teorizadores  del  absolutismo  real,— 
varias  juntas  de  las  principales  ciudades  de  Andalucía  se 
sujetaron  ala  primacía  de  la  Junta  Central,  como  se  llamó 
la  de  Sevilla,  que  absorbió  gradualmente  las  demás,  por 
lo  que  vino  á  servir  de  mucho  provecho  para  dar  al 
levantamiento  general  del  pueblo  español  contra  los  fran- 
ceses que  se  acentuaba  cada  dia,  cabeza  y  unidad  de 
dirección. 

La  antigua  España  ya  no  existía;  ya  no  existía  ni  en  sus 


raSTOMA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-OAPITULO  V         á«9 

reyes  ni  en  su  gobierno  ni  en  su  independencia  ni  en  su 
política.  Todo  habia  desaparecido  en  ella  de  cuanto  habia 
de  legalizado  en  la  secular  monarquía,  y  solo  un  pueblo 
alzado  en  armas  por  su  sola  cuenta,  sin  gobierno,  sin 
orden,  sin  concierto  general  ni  dirección  suprema  ni 
representación  visible  y  legítima  ante  las  demás  naciones, 
se  batía  á  todos  rumbos  contra  las  huestes  extrangeras. 
Los  reyes  legítimos  hablan  renunciado  la  corona  &  favor 
de  Bonaparte  y,  en  consecuencia  de  este  acto,  el  6  de  Junio 
Napoleón  dictó  un  decreto  traspasando  la  corona  de  España, 
que  tenia  en  su  poder,  á  la  frente  de  su  hermano  José, 
proclamándolo  como  tal.  Este,  viniendo  precipitadamente 
de  Népoles  donde  habia  sido  hasta  entonces  rey,  tomaba 
el  título  de  José  I  rey  de  las  Españas  y  de  las  Indias.  El 
9  de  Julio  de  1808  entraba  el  nuevo  monarca  en  Madrid, 
y  el  25  era  jurado  como  soberano  español. 


XVIII 


Al  frente  de  cuadro  semejante,  cuando  la  España  sin 
gobierno  y  ocupada  de  su  propia  salvación  no  podía  dis- 
poner ni  de  un  ejército  ni  de  un  navio  ni  de  una  mirada 
siquiera  para  atender  ú  sus  negocios  de  América  y  am- 
parar, como  en  otrora,  los  dominios  en  ella  de  la  corona 
de  Castilla,— comprendieron  todos  aquellos  jóvenes,  ilustres 
precursores  de  la  independencia  americana,  que  España 
había  caducado  al  fln,  y  que  para  la  América  la  hora  de 
la  revolución  había  sonado.  En  Europa  ya  nada  que- 
daba por  hacer.  Inglaterra  habia  retirado  de  ellos  los  bra- 
zos contratando  con  los  enemigos;  mientras  que  en  América 
nuncios  iban  á  ser  del  verdadero  estado  de  los  sucesos  de 
la  península,  de  su  impotencia  para  salvar  en  breve  cam- 
paña del  aprieto  en  que  el  poderío  de  las  armas  de  Napo- 
león la  habia  llevado  y  de  la  acefalía  del  gobierno,  de  la 
soberanía,  único  vínculo  que  ligaba  las  colonias  ú  la  suer- 
te de  la  quebrantada  meti'ópoli  y  que  descargaba  é  los  pue- 
blos del  peso  de  la  antigua  obediencia  y  les  devolvía  el 
derecho  que  les  hubo  dado  Dios  para  proveerse  de  gobierno 
legitimo  que   atendiera   &  sus  inmediatos  intereses.    ¿Po^ 


270  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

dion  haber  presentado  los  sucesos  y  haber  deparado  la 
providencia  de  Dios  ocasión  mas  propicia  para  que  los 
pueblos  americanos  se  lanzaran  á  sacudir  de  su  cuello  el  pe- 
sado yugo  español?  ¿Podian  los  peninsulares  radicados  en 
Indias  y  defensores  de  la  dominación  española  alegar  textos 
venerables  é  interpretaciones  del  derecho  español  que  fueran 
bastante  elocuentes  á  probnr  que,  muerto  ó  desaparecido 
el  amo,  los  americanos  eran  obligados  ú  soportar  papel 
semejante  á  aquel  que,  á  fe  de  humildad,  cargaron  los 
romanos  pontífices  para  con  Dios,  permaneciendo  siervos 
de  los  siervos  del  rey? 

A  la  vuelta  de  mil  años,  y  mas,  como  ya  lo  eran  cor- 
ridos, venia  ú  reproducirse  en  el  imperio  español  el  gran- 
dioso espectáculo  que  produjo,    en  el  acto   de  morir,  el 
antiguo  imperio  romano.    Por  que  vino  una  hora  en  que 
Roma,  señora  que  se  llamaba  del  mundo,  sufría  á  lo  largo 
de  su  imperio,  vasto  como   la  tierra,  irrupciones  podero- 
sísimas de  pueblos  demoledores  de  todo   orden  social  y 
de  toda  ley  establecida  y  que,  á  semejanza  de  las  inunda- 
ciones que  en  las  edades  primordiales  corrieron  con   ím- 
petu gigante  abriendo  valles  y  torciendo   rios  y   alzando 
montes,  l^ajaban  entonces  del  norte  como  subían  del  me- 
diodía á  sofocar  la  vida  del  imperio.    Y  Roma,  que  se  miró 
sorprendida  en  su  miseria,  sintió   que  al.  corazón   ya  no 
movían  alientos  capaces  de  llevar  vigor   á  sus  extremos; 
pidió  calor  y  fuerza  y  halló  sin  luz  su  cerebro  y  sin  res- 
peto su  espada  en  otrora  universalmente  temida;  y  como 
al  decir  de  los  sabios,  del  sol  fecundizador  y  primitivo  se 
desprendieron  y  rodaron   por  el  esi>acio   los  mundos  lu- 
minosos que  hoy   pueblan  sus  abismos,    así  de  los  miem- 
bros destrozados  del  imperio,  sede  del  cristianismo,  de  la 
lengua  culta  y. del  poder;   cuna  de  la  legislación  y  de  las 
instituciones  pivilizadas  del  mundo,  refugio  de  las  artes  y 
panteón  de  los  dioses,  se  formaban  las  naciones  indepen- 
dientes de  la  Europa  cristiana,    en  cuyo   centro  principal 
alzaba  España  su  nombre,  la  cual,  en  1808,  invadida  tam- 
bién, sin  cabeza  y  sin  fuerzas  para  imperar,   elaboraba  á 
su  despecho  este   otro   nuevo  y   sublime  alumbramiento 
de  las    soberanías    independientes  de  la  América  latina. 
Son  leyes  eternas  de  la  historia;  los  esfuerzos  de  los  hom- 


fflSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SÁLTA-CAPÍTÜLO  V         271 

bres  jamas  alcanzarán  á  contrarrestar  este  desenvolvi- 
miento del  progreso  del  mundo,  marcado  por  el  dedo  de 
Dios  en  el  camino  de  la  humanidad.  Es  su  gloria,  y  la 
gloria  de  Dios  debe  triunfar. 

Con  estas  convicciones,  los  conspiradores  resolvieron 
dirigirse  inmediatamente  ú  América  ó  preparar  la  revolu- 
ción y  hacerla  estallar  en  el  momento  propicio.  Habia 
que  ilustrar  al  pueblo,  y  el  tiempo  que  corría  era  precioso 
para  su  noble  apostolado,  de  manera  que  entre  los  postre- 
ros dias  de  Septiembre  y  los  primeros  de  Octubre,  los 
Moldes,  los  Gurruchaga,  Pueyrredon  y  otros  conjurados 
patriotas  americanos  hasta  el  número  de  cuarenta  y  seis, 
se  embarcaron  en  Cádiz  en  la  fragata  Castillo^  con  rumbo 
á  Buenos  Aires;  y  como  por  la  situación  personal  ó  la 
precipitación  de  la  marcha,  algunos  de  los  expedicionarios 
no  tuvieron  el  dinero  necesario  para  los  gastos  de  la  par- 
tida, el  coronel  Moldes  suplió  esta  vez  mas,  de  su  bolsillo 
particular,  los  gastos  de  sus  compañeros  de  causa. 

El  buque  expedicionario  arribó  á  Montevideo  al  poco 
tiempo  de  su  partida;  y  como  la  llegada  de  toda  vela  espa- 
ñola provocara  en  aquellos  dias  ruidosa  novedad  por  causa 
de  los  sucesos  de  la  época,  atrajo  la  viva  curiosidad  del 
vecindario  y  autoridades  del  puerto.  Por  desgracia,  el 
gobernador  de  la  plaza  de  Montevideo  era  el  coronel  Elío, 
hombre  brusco  y  colérico,  el  cual,  habiendo  tomado  cono- 
cimiento de  algunas  comunicaciones  sospechosas  que  desde 
España  dirigiera  poco  untes  Pueyrredon,  ordenó  su  inme- 
diata prisión.  El  resto  de  la  tripulación  siguió  camino  ó 
Buenos  Aires,  donde  desembarcó  el   7  de  Enero  de  1809. 


1)  Para  componer  la  parte  del  presente  capitulo  relativa  á  la  conjura  de 
los  patriotas  en  España,  nos  han  servido  de  fuentes  de  información: 
una  exposición  publicada  por  el  coronel  Moldes,  el  año  de  1816,  la  que 
se  conserva  impresa  en  el  archivo  particular  del  Sr.  Manuel  Sola, 
en  Salta,  y  que  publicamos  integra  en  el  a/péndice — la  Bevoludon  Argén» 
iinaj  por  el  Dr.  V.  F  López; — Don  Juan  Martin  Pueyrredon,  por  Zinny, 
publicado  en  hi  Revista  de  Buenos  Aires,  T.  14,  páj.  4: — las  tradiciones 
conservadas  pn  las  familias  de  Gurruchaga  y  de  Moldes;  un  boceto  del 
coronel  Moldes,  por  Sola,  etc.  etc. 


CAPITULO  VI 


La    conspiración    ««pañoia 


SUMARIO:— Efecto  que  produeen  en  el  país  las  invasiones  inglesas^-Los 
espnnoles  pierden  su  predominio  político  y  militar— El  partido  español; 
D.  Martin  de  Alzaga — Los  españoles  proponen  al  virrey  el  desarme  de 
los  patrieiaa—El  virrej  Liniers;  sus  antecedentes  y  conaiciones — Efecto 
que  produce  en  la  opinión  la  renuncia  del  rey  á  favor  de  Napoleón 
—Los  españoles  proyectan  la  independencia;  de  qué  manera— El  comi- 
siooado  Goyenecne;  sns  intrigRs  políticas— Su  viaje  al  interior  -Rebe- 
lion  de  Montevideo— Motín  español  en  Buenos  Aires;  castigo  de  los 
revoltosofl— Deposición  de  Liniers— £1  virrey  Cisneros»  su  srribo  ¿ 
Montevideo,  sus  recelos  y  precauciones— Elio  y  Cisneros;  la  política  del 
terror. 


I 

En  el  virreinato  del  Rio  de  la  Plata,  desde  Buenos  Aires 
hasta  la  Paz,  el  espíritu  público  hallábase,  desde  1807, 
ajitado  bajo  la  fuerza  de  una  nueva  pasión.  No  era  su 
antiguo  genio  comercial  quien  lo  movía;  no  era  el  ardor 
religioso  provocado  por  querellas  sectarias  ni  nueva  rebe- 
lión de  la  raza  de  los  incas  que  en  otrora  llenara  de  sor- 
presa y  pavor  el  ánimo.  La  corriente  que  ahora  atrave- 
saba su  extensión,  era  sorprendente  y  nueva;  creciente, 
simpática  é  incendiaria  en  grado  altísimo,  y  capaz,  como 
el  ardimiento  religioso,  de  levantar  la  pasión  hasta  el  fa- 
natismo. Era  el  pensamiento  político  que  llenaba  la  con- 
ciencia pública,  cuyos  fenómenos  se  elaboraban  al  impulso 
de  dos  fuentes  poderosas:  la  ilustración  y  la  discusión  en 
las  clases  superiores  y  dirigentes  de  la  sociedad  y  las  vic- 
torias alcanzadas  en  Buenos  Aires  sobre  los  ingleses  que 
habia  servido  á  despertar  la  conciencia  popular  revelán- 
dole su  fuerza,  su  valer  y  de  cuanto  era  capaz;  y  como  á 
esta  Vision  halagadora  se   uniera  el  justo  orgullo  de  la 


374  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

gloria  oonseguidQ  y  la  satisfacción  del  mérito  encontrado, 
recogió  temple  el  espíritu  cívico  y  la  personalidad  del 
pueblo  argentino,  dejando  de  lado  los  sostenes  tutelares 
en  que  habia  hasta  entonces  confiado  su  suerte,  comenzó 
i  sentirse  fuerte  para  vivir  con  libertad  como  fuerte  ha- 
bia sido  para  morir  con  gloria  en  salvación  de  la  inde- 
pendencia de  su  tierra.  En  España,  la  nueva  de  la  victo- 
ria causó  indecible  júbilo.  Buenos  Aires  era  un  nombre 
que  resonaba  como  un  eco  de  gloria  por  todos  los  extre- 
mas de  la  monarquía,  y  en  el  nombre  de  Buenos  Aires, 
todos  los  diversos  pueblos  argentinos  se  sentían  aplaudidos 
y  envidiados  por  viriles,  por  gloriosos  y  fuertes;  como 
que  todos  ellos,  hablan  contribuido  ü  la  realización  de  la 
jornada  con  sus  armas,  con  sus  hijos  y  con  sus  tesoros, 
y  después  de  la  victoria  en  todas  sus  ciudades  capitales 
se  realizaron  funciones  de  regocijo  público  y  exequias 
solemnísimas  costeadas  y  dirigidas  por  las  damas  rogan- 
do ü  Dios  por  los  defensores  de  la  patria  caldos  en  las 
calles  de  Buenos  Aires,  vueltas  sagradas  para  el  pueblo 
argentino   por  la  sangre  en  ellas  derramada. 

La  campaña  militar  contra  los  ingleses,  aparte  de  los 
efectos  producidos  en  la  opinión,  habia  dejado  en  los  he- 
chos materiales  y  en  manos  de  los  hijos  del  país,  elemen- 
tos poderosísimos  de  acción  y  de  predominio  político. 
Porque  como  para  la  defensa  del  territorio  hubiera  sido 
menester  armar  en  pié  de  guerra  y  darles  enseñanza 
militar  á  batallones  de  americanos  con  sus  gefes  y  oficia- 
les de  igual  origen,  por  carecer  estas  comarcas  de  tropas 
españolas  que  aseguraran  sus  respetos,— pasado  que  fué 
el  peligro  y  vencido  por  el  valor  y  esfuerzo  de  estos  ele- 
mentos, vinieron  los  americanos,  como  resultado  de  aque- 
lla conjunción  de  extraordinarios  acontecimientos,  é  en- 
contrarse dueños  de  la  situación  política  del  país,  en  cuanto 
lo  permitía  la  sujeción  reconocida  á  la  corona,  fenómeno 
que  consistía  en  la  desposesion  de  los  españoles  de  todo 
poder  é  influencia  decisivos  en  el  gobierno  local  de  Buenos 
Aires. 

De  aquellas  fuerzas  militares  y  mantenidas  sobre  las 
armas,  solo  eran,  en  efecto,  formados  de  españoles  los 
batallones  llamados  de  catalanes  y  gallegos  y  la   parte 


HISTORIA  DE  GÜEBIES  Y  DE  SALT  H—C APlTULO  VI        275 

principal  del  de  vizcaínos,  fuerza  relativamente  insignifican- 
te y  débil,  en  el  seno  de  una  población  de  70.000  almas  en 
que  la  colonia  española  se  sentía  sofocada  y  pequeña;  y 
en  presencia  de  fuerzas  superiores,  rivales  y  enemigas: 
2.000  bayonetas  y  los  cañones  de  la  artillería  que  sostenían 
el  cuerpo  urbano  de  los  Patricios  de  Buenos  Aires;  el  de 
Arribeños  que  representaba  ú  las  provincias  del  interior; 
el  de  Húsares  de  Pueyrredon;  el  de  Granaderos  de  Terra- 
da,  el  de  Pardos  y  Morenos  y  también  el  de  Cántabros  y 
Andaluces,  que  por  razón  de  sus  gefes  y  oficiales,  corres- 
pondían á  las  tendencias  anti-españolas. 

Así,  la  fuerza  de  las  armas,  el  peso  de  las  bayonetas  se 
hallaba  en  manos  americanas;  y  como  estaban  en  su  país 
y  se  trataba  de  sus  intereses  y  de  su  suerte,  les  pertenecía 
también  la  inmensa  mayoría  de  la  opinión  pública  que 
representaba  la  población  nativa.  Pero  los  sucesos  hablan 
avanzado  á  mas  lejos.  Hasta  la  llegada  de  los  ingleses, 
el  gobierno  era  manejado  exclusivamente  por  manos 
españolas;  pero  en  1806,  cuando  en  medio  del  peligro  de  la 
primera  invasión,  ante  aquellos  enemigos  de  la  religión  y  de 
la  patria  se  dio  á  la  fuga,  con  insigne  cobardía,  el  gefe 
español  del  gobierno,  marques  de  Sobremonte,  el  pueblo, 
salvado  bajo  la  dirección  de  un  oficial  francés  al  servicio 
de  España,  D.  Santiago  Liniers,  airado  al  verse  vendido 
por  su  gefe  legal;  orgulloso  y  altivo  al  mirarse  libre  por 
sus  esfuerzos  y  con  las  armas  en  las  manos,  había  pro- 
cedido á  nombrar  nuevo  virrey,  á  elejir  y  conferir  la 
potestad  política  del  mando  del  virreinato,  contra  todo  el 
orden  proscripto  por  las  leyes  de  la  monarquía  y  apare- 
ciendo rebelde  {\  la  voluntad  anterior  del  soberano. 

El  nuevo  virrey  era  el  mismo  gefe  de  la  defensa,  D. 
Santiago  Liniers.  Su  cargo,  de  origen  popular  y  extraño 
i\  las  prédicas  del  reino,  fué  en  seguida  confirmado  por 
la  corte,  la  que  le  confirió,  á  mas  de  ello,  el  título  de 
conde  de  Buenos  Aires. 


n 


En  un  solo  momento  y  de  manera  inopinada  los  espa- 


276  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

ñoles,  los  antiguos  señores  del  pais,  habían  perdido  el 
predominio  en  el  Rio  de  la  Plata,  el  prestijio,  la  superio- 
ridad moral,  militar  y  política  hasta  entonces  sostenida 
sin  disputa.  Honda  impresión  y  justísima  alarma  fueron  las 
producidas  en  ellos  por  este  fenómeno  que  venia  á  arre- 
batarles de  las  manos  el  gobierno  absoluto  de  la  colonia, 
apareciendo  la  raza  hasta  entonces  dominada,  obediente 
y  sumisa,  dueña  orgullosa  y  altiva  ahora  del  poder,  de  la 
opinión  y  del  mando  del  país.  Y  como  las  circunstancias 
siguiendo  para  ellos  desfavorables,  hubieran,  con  la  ra- 
tificación hecha  por  la  corte  al  nombramiento  popular  de 
Liniers,  dado  viso  delegaUdad  que  le  faltaba  á  la  exalta- 
ción de  los  americanos  á  la  vida  política,  una  misma 
pasión,  un  mismo  interés  é  iguales  inquietudes  unieron, 
desde  aquel  dia,  ü  todos  los  españoles  residentes  en  Bue- 
nos Aires  y  Montevideo,  no  solamente  para  detener  esta 
corriente  demoledora  del  antiguo  régimen  que  los  sepul- 
taba en  la  derrota,  manteniéndolos  apeados  del  poder,  sino 
por  impulso  poderoso  de  su  ambición  y  de  cierto  extraño 
honor,  hijo  de  su  orgullo  soberbio  é  impolítico,  paro  pre- 
valer de  nuevo,  reconquistando  las  posiciones  perdidas, 
mas  siempre  excluyendo  de  toda  participación  en  el  go- 
bierno &  todo  el  elemento  americano.  Esa  misma  pasión 
bastarda  y  cruel  del  exclusivismo  que  habia  cavado  ya 
profundo  abismo  de  separación  entre  los  hijos  de  España 
y  los  de  América,  aparecía,  esta  vez  mas,  puesta  enjuego 
y  persiguiendo  su  triunfo;  como  si  Dios  cegara,  á  las  ve- 
ces, los  hombres  que  quiere  perderlos  para  que  no  alcan- 
cen ü  leer  el  libro  sin  mentira  de  la  experiencia.  Por  que, 
ú  pesar  de  todo  el  peligro  que  ofrecía  la  falta  de  unión  y 
transacciones,  y  de  igualdad  de  derechos  y  de  cargas,  de 
intereses  y  de  sentimientos  que  partían  hasta  entonces  los 
miembros  de  una  misma  familia,  abriendo  odios  profun- 
dos y  cada  dia  mayores,— continuaban  los  españoles  im- 
pertérritos en  su  añeja  y  dura  convicción  de  que  eran  ellos 
hombres  de  rgza  ó  destino  superior  al  de  los  americanos  en 
todos  los  órdenes  de  la  vida,  en  el  comercio  como  en  la 
familia,  en  la  sociedad  y  en  el  consejo,  en  la  preparación 
intelectual  y  en  el  :joder  moral  y  físico;  que  la  igualdad 
entre  americanos  y  españoles   era  para   éstos   proposición 


fflSTORU  DE  GOEMES  Y  DE  SALTl— CAPITULO  VI         377 

indigna  de  atención,  como  un  vejamen  al  nombre  español, 
á  pesar  de  que  aquellos  americanos  en  porción  conside- 
rable eran  hijos  puros  de  españoles  como  lo  eran,  A  la  vez, 
los  hijos  de  los  actuales  señores. 

Contaban  por  cabeza  dirigente  en  el    gran  movimiento 
reivindicatorío  de  la  posición   perdida,   á   uno   que  entre 
ellos  sumaba   en  su   persona   todo   cuanto  era  capaz  de 
presentar  la  terquedad  recalcitrante  y  soberbia  del   espa- 
ñol de  aquellos  tiempos.    Era  D.  Martin  de  Álzaga,  miem- 
bro acaso  el  mas  poderoso  del  alto   comercio  español  de 
Buenos  Aires  y  que  se  consideraba  él  mismo  como  el  mas 
eminente  y  respetable  de   entre   los  suyos.     Su  prestigio 
y  buena  fama  entre  sus  conciudadanos  europeos  eran  legí- 
timos y  notorios,  indiscutibles  é  indisputables  entonces,  lo 
cual  ofrecía  en  favor  de  la  causa  española  medio  abatida,  el 
gran  beneflcio  de  la  unidad  y  del  sometimiento  uniforme  á 
una   sola  cabeza   dirigente  del    negocio    público;  y    ella 
provenia,  en   grado   remoto  pero  vulgar,  de  la   preemi- 
nencia que  da  la  fortuna,  que  Álzaga  la    poseía  de  pri- 
mer orden  labrada    en   el  comercio  de    la  capital,  y   del 
inmediato  y  reciente  de  haber  presidido,  como  gefe  civil 
de  Buenos  Aires,  los  populares  y  gloriosos  acontecimien- 
tos que  produjeron    las    invasiones   inglesas;    y   aunque 
durante  ellos  pasara  las  horas  supremas    encerrado  en  la 
morada  del  gobierno  al  lado  de  sus  compañeros  de  poder 
y  no  se  le  hubiera  visto    una    sola  vez   aparecer  en  los 
sitios  del  peligro  y  exponer  la  vida  dirigiendo  la   defensa 
de  la  patria  y  desafiando   las  balas  enemigas,    su  puesto 
espectable,  en  el  que  se  mostraron  sin  flaquear  su  tesón  y 
enérgica  actividad  en  los  preparativos,    en   los    consejos 
y  en  los  planes  para   desaflar  y  resistir  con   heroísmo  el 
peligro,  brillaron    en   su    persona,   haciendo    resonar  su 
nombre  con  una  popularidad  rival,  hasta  cierta  altura,  de 
la  de  Liniers,  el  gefe  militar;  méritos,  virtudes,    servicios 
y  glorias  que  se  agigantaban   en  el   concepto   apasionado 
del  círculo  español.    Asi,  pues,  desde   aquella  hora   para 
todos  feliz,  en  que  la  victoria   coronara    los  esfuerzos  de 
argentinos  y  españoles  en  la  común  fatiga,    D.  Martin  de 
Álzaga  se  levantó,   merced  á  estas   circunstancias,    como 
el  gefe  natural  del  partido  español  que  aparecía,  desde  el 


278  DB.  BERNARDO  FRUS    ' 

día  siguiente  á  la  victoria,  bien  delineado  como  rival  te- 
mible y  amenazador  enemigo  de  las  patrióticas  aspiracio- 
nes argentinas.  Su  nombre  fué  desde  entonces  que  sirvió 
de  bandera  para  una  campaña  política  que  se  elabora Ixi 
en  el  secreto  y  las  tenebrosidades  de  las  conspiraciones, 
de  los  odios,  de  las  venganzas  y  castigos  que  se  apunta- 
ban como  el  programa  que  sucedería  al  dia  siniestro  de  su 
triunfo. 

Pero  aquel  imperio  de  su  nombre  no  era,  sin  embargo, 
simple  capricho  de  la  fortuna,  como  tantas  veces  se  ha 
visto  en  aquella  deidad  traviesa  con  la  liviandad  de  los 
pueblos*  Álzaga  era  sin  rival  en  aquel  poder  de  imponer- 
se con  verdadera  simpatía  en  el  ánimo  español,  desper- 
tando con  la  conexión  de  sus  cualidades  y  las  de  sus 
parciales,  la  entusiasta  adhesión  de  éstos  y  la  fe  en  el 
acierto  de  sus  resoluciones  y  la  esperanza  en  la  efícacia  de 
$us  planes.  Por  que  si  la  naturaleza  lo  habia  dotado,  sin 
disputa,  de  las  cualidades  de  un  gefe  de  partido,  por  que 
era  hombre  de  valor  y  resuelto,  y  de  carácter  dominador, 
y  respetado,  rico  y  prestigioso,  como  que  habia  probado 
ya  la  fuerza  de  su  genio  absorbente  logrando  imponerse 
por  verdadero  dictador  en  el  cabildo,— complacía,  á  la  vez, 
el  ánimo  español  de  aquellos  tiempos  que  Ajaba  en  él 
sus  ojos  como  en  el  salvador  de  su  suerte  en  el  Plata;  pues 
era  de  una  soberbia  y  dureza  de  carácter  que  lo  tornaban 
de  aspecto  adusto  y  sombrío  aún  en  su  trato  doméstico, 
cuya  revelación  constante  era  su  gesto  autoritario  y  orgu- 
lloso; era  ambicioso  por  instinto  y  por  orgullo,  y  aspirante 
al  mando  político  del  virreinato,  pasiones  que  se  enarde- 
cían y  agigantaban  no  solo  por  los  últimos  sucesos  que 
l'odearon  su  nombre  de  una  aureola  popular,  si  que  tam- 
bién por  la  rivalidad,  por  el  odio,  quizá  por  la  envidia  que 
despertaba  en  su  corazón  donde  hervían  estos  anhelos 
indómitos,  la  suerte  del  general  Liniers,  dueño  del  gobier- 
no, extrangero  como  ft'ancés,  y  mirado  por  él  y  los  suyos 
como  traidor  á  la  causa  española,  por  estar  entre- 
gado de  lleno  á  la  influencia  de  los  hijos  del  país,  á  quie- 
nes públicamente  y  en  detrimento  de  los  antiguos  amos, 
tendía  la  mano  y  reclamaba  apoyo  y  solidaridad. 

Pero,  mal  por  su   suerte,  sus  facultades   intelectuales 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VI        379 

hallábanse  bien  lejos  de  alcanzar  igual  altura  que  las  ener- 
gías de  su  ambición  y  aspiraciones,  por  que  así  carecía 
de  instrucción  como  de  ideas  elevadas.  Era  de  aquellos 
soberbios  vulgares  que  el  torbellino  de  los  sucesos  y  las 
gracias  de  la  fortuna  ciega  y  el  poderío  del  dinero  suelen 
transrormar  de  mediocridades  pesadas  y  rudas,  en  entida- 
des de  simple  valor  material,  de  brillo  torpe,  con  todas 
las  pretenciones  ilimitadas  de  la  ignorancia  y  todos  los 
anhelos  del  vulgo  audaz  y  temerario.  Infatuado  y  vani- 
doso, se  consideraba  dueño  de  toda  suñciencia,  pecado  & 
que  lo  ayudaba  A  caer  su  espíritu  lijero  y  poco  obser- 
vador; que  toda  su  actividad  y  toda  la  fe  de  su  triunfo 
solo  las  confiaba  á  las  maravillas  de  la  intriga,  único  arte 
de  su  ingenio  que  manejaba  con  obstinado  convenci- 
miento. 

La  torpeza  de  sus  planes,  fruto  á  la  vez  de  la   torpeza 
de  su  elección,  era  lo  que  llevaría  é  aquel  partido  y  á  su 
famoso  gefe  de  fracaso  en  fracaso   y  de  escalón  en  esca- 
lón, descendiendo  el  uno  á  su  eterna  derrota,  y  el  otro 
á  apagar  su  sed  de  dominación  y  de  ingénita   crueldad, 
en  el  término  infamante  de  un  patíbulo.     Por  que  es  fla- 
queza constante  de  la  humanidad  mostrar  á  la  cabeza  de 
las  grandes  agrupaciones  humanas,  formadas  para  la  sal- 
vación pública  en  el  orden  político  ó  militar  y  dirigiendo 
la  marcha  y  gobierno  de  sus  elementos,  al  mas   querido, 
al  mas  prestigioso  ó  al  mas  adulado  de  sus  hombres,  sin 
comprender  que  es  la  política  como  la  guerra,  la  ciencia 
mas  difícil  de  cuantas  Dios  ha  puesto  para  martirio   del 
orgullo  humano,    habiendo  sido   siempre   raro  el  hallar 
talento  verdadero  entre  los  gefes  de  bandas  humanas  que 
calcule  con  acierto  fijo  y  comprenda  lo  que  para  el  resto 
de  los  hombres  solo  son  sombras  y  angustias,  y  adivine,  en 
fin,  si  posible  es  decirlo,  con  la  fuerza  del  genio,  los  acon- 
tecimientos guardados  todavía  en  el  señó  del  futuro;  á  la 
manera  de  un  Bonaparte  ó  de  un   Talleyrand;  como  un 
San  Martin  y   un  Güemes;   como  un  Gorriti  y  un  Rosas 
también,  entre   nosotros,   que   en   campos  y  medidas  di- 
versas y  aplicados  al  bien  ó  al   mal,    mostraron  la  mara- 
villosa clarovidencia  del    genio  político  ó   militar,    muy 
distinto  del  genio  literario,  cientíñco,  mercantil  ó  popular. 


280  DR  BERNARDO  FRÍAS 


UI 


Nada  vino  ú  revelar  tanto  la  debilidad  y  mujeril  con- 
fianza de  sus  concepciones  que  el  plan  que  hospedaron  en 
la  mente  D.  Martin  de  Alzaga  y  sus  compañeros  para  re- 
conquistar el  poder.  Por  que  así  se  les  vino  en  antojos 
proponer  al  virrey,  que  no  era  español  ni  parcial  y  si 
mas  bien  adverso  á  las  ambiciones  y  tretas  de  los  euro- 
peos,—la  notable  ocurrencia  del  inmediato  desarme  de  los 
batallones  de  patricios,  bego  el  pretexto  de  ser  gravoso  al 
erario  su  mantenimiento,  y  ofreciendo,  en  cambio,  hacer 
el  servicio  de  la  guarnición  con  los  tercios  netamente 
españoles,  que  renunciaban  su  sueldo. 

Proposición  era  esta  que  presentaba  todos  los  caracteres 
de  una  infantil  quimera;  pues,  ni  era  político  ni  prudente 
el  desarme  de  las  fuerzas  cívicas  para  dejar  en  poder  de 
extrangeros  odiados  los  intereses  sociales,  sin  exponer  el 
orden  público  á  prueba  de  un  alboroto  y  quizás  á  un  mo- 
tin  armado  dada  la  creciente  animosidac^  de  los  partidos; 
ni  era  cuerdo  el  pensar  que  el  virrey  asintiera  en  apearse  de 
su  popularidad,  á  la  que  era  tan  afecto,  y  en  reñir  con  la 
opinión  y  romper  en  odios  con  sus  amigos  y  compañeros 
de  gloria,  para  encontrarse  ahogado  entre  dos  formidables 
enemigos:  el  bando  español  airado  contra  él  é  indómito 
y  el  pueblo  entero  de  Buenos  Aires  que  lo  maldeciría  6 
su  vez,  como  desleal  é  ingrato  y  como  causa  de  su  ruina 
consumada  sin  justicia,  sin  razón,  sin  pretexto  alguno  de 
disculpa. 

Sucedió,  pues,  lo  que  era  de  esperarse.  La  proposición 
fué  rechazada  por  el  virrey;  y  como  el  hecho  fuera  público 
é  hiriente  y  ofensivo  en  grado  eminente,  el  estallido  de 
la  cólera  contra  los  españoles  se  hizo  sentir  tomando  un 
semblante  amenazador.  La  enemistad  entre  ambas  clases 
sociales  fué  así  públicamente  declarada.  La  fracción  mas 
soberbia  y  aspirante,  mas  impaciente  y  belicosa  habia 
arrojado  el  guante;  y  el  pueblo  lo  recogió  como  provoca- 
ción á  una  separación  irreconciliable  en  el  porvenir. 

Ni  el  pretexto  tomado  ni  las  medidas  propuestas  ni  las 


fflSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VI        281 

circunstancias  siquiera  eran  propicias  á  lan  desacertado 
proyecto.  Precisamente  era  en  aquellos  días  que  Liniers 
aparecía  sin  disputa,  corao  el  ídolo  popular  de  Buenos  Aires; 
y  aquel  amago  solo  vino  á  servir  para  vigorizar  mas  la 
adhesión  que  sentía  el  pueblo  por  su  gefe. 

Liniers  habia  conquistado  con  justicia  y  con  honor  la 
elevada  posición  á  que  lo  alzaron  los  sucesos;  y  grandes 
por  extremo  debieron  ser  sus  méritos  y  el  peso  de  su 
nombre  cuando  en  1808  el  gobierno  de  Madrid  confir- 
maba su  nombramiento  popular  de  virrey  con  quebranto 
de  las  leyes  y  del  orden  secular  de  la  monarquía;  y  lo  que 
era  mas  temible  todavía,  para  sus  intereses,  legalizaba  la 
intervención  del  pueblo  en  el  nombramiento  de  sus  man- 
datarios inmediatos,  prerrogativa  que  era  de  las  mas 
eminentes  de  la  corona  y  hasta  entonces  no  disputada  ni 
contradicha  en  toda  la  extensión  de  su  imperio;  porque 
venia  ú  consagrarse  con  ello  una  costumbre  perniciosa 
para  el  absolutismo  real  y  en  momentos  en  que  la  pugna 
de  intereses  entre  argentinos  y  españoles  era  notoria, 
ardiente  y  sostenida  y  en  la  cual  se  cedia  ante  el  poder 
de  un  pueblo  ya  numeroso  y  armado  y  engreído  con  un 
espléndido  triunfo  militar. 

Con  Liniers  estaban  todos  los  hijos  del  país;  en  él  mi- 
raba el  agradecimiento  público  al  héroe  salvador  de  la 
patria,  y  en  él  hallaba  su  venganza  y  el  guardián  de  su 
dignidad  el  pueblo  contra  sus  opresores  ensoberbecidos 
aun  en  medio  de  su  derrumbamiento  é  impotencia. 
Liniers,  á  su  vez,  era  hombre  cuyas  cualidades  personales 
eran  abiertamente  diferentes  y  también  contrarias  á  las 
ostentadas  hasta  entonces  por  los  peninsulares;  los  miem- 
bros del  ejército  daban  en  él  con  el  militar  europeo,  de 
bastantes  y  buenas  cualidades  y  en  verdad  sobresalientes 
entre  los  generales*  y  gefes  españoles  que  lo  rivaliza- 
ban, como  el  coronel  Elio  ó  el  general  Velazco,  acreditados 
en  prueba  de  guerra,  ante  los  ojos  de  todos;  los  hombres 
de  letras  y  de  estudios,  bastante  instrucción  y  conoci- 
mientos que  apreciar;  los  mujeres,  que  tan  poderoso 
elemento  significan  para  la  popularidad  ó  la.  ruina  .de  la 
buena  fama  de  los  hombres,  velan  en  el  virrey»  al  aten- 
cioso  cortesano,  haciendo  gala  y  derroche  de  la   cultura 


282  DE.  BBRNARDO  FRÍAS 

de  la  aristocracia  francesa,  ostentando  ante  ellas  los  es 
plendores  del  lujo,  de  la  gloria  y  del  poder,  las  finas 
facciones  y  la  no  escasa  belleza  de  su  rostro,  la  gentil 
apostura  de  su  persona,  y  en  fin,  el  culto  á  la  belleza  y 
el  rendimiento  al  amor,  cuyo  fuego,  dirigido  con  acierto, 
tiene  tanto  poder  para  reinar;  los  hombres  cultos  halla- 
ban en  él  un  modelo  á  quien  imitar  y  un  contraste  que 
admirar  recordando  la  dureza  de  carácter  y  maneras  que 
distinguían  al  gefe  enemigo  y  sus  parciales;  por  que  tenia 
modales  finos,  un  trato  lleno  de  gracia  y  movimiento  en 
la  imaginación.  La  religiosidad  del  virrey,  que  era  un 
hombre  sinceramente  devoto,  la  tenia  consagrada  al  culto 
de  la  virgen  del  Rosario,  á  cuyos  pies  había  ofrecido  las 
banderas  tomadas  á  los  ingleses,  como  signo  de  gratitud  ú 
su  protección;  actuaba  entre  los  primeros,  en  las  proce- 
siones y  festividades  de  la  iglesia  católica,  donde  era  fre- 
cuente el  verlo  revestido  con  las  insignias  y  arreos  de 
hermandades  y  cofradías,  rezando  &  coro  con  el  clero;  lo 
que  cerraba  toda  sospecha  de  heregía  que  podia  caberle 
por  francés,  crimen  entonces  tan  terrible  como  el  de  traición 
á  la  patria  y  que  podia  ser  explotado  con  creces  por  sus 
enemigos. 

Pero  el  virrey  Liniers  no  pasaba,  sin  embargo,  de  ser 
un  hombre  bueno;  bueno  á  la  manera  de  Carlos  IV;  bueno 
&  la  manera  de  Luis  XVL  Cuando  se  vio  al  frente  del 
gobierno,  dejó  crecer  el  desprestigio  de  su  popularidad, 
cizaña  que  nace  siempre  á  la  sombra  de  la  buena  simiente 
y  que  la  riegan  y  cultivan  las  lenguas  emponzoñadas;  y 
esta  fué  así  creciendo  y  aniquilando  su  primitivo  vigor. 
Reveló  en  ésto  poco  ó  ningún  tino  político,  no  volviendo  por 
su  honra  mancillada  &  diario  por  sus  adversarios  y  empa- 
lidecida por  el  natural  enfriamiento  que  producía  en  los 
ánimos  la  distancia  en  que  quedaban  las  pasadas  glorias. 
No  cuidó  de  su  nombre,  pensando  como  muchos  hombres 
honrados,  pero  faltos  de  la  esperiencia  del  mundo,  que 
bastal)a  la  verdad  de  sus  méritos  ante  la  opinión  para 
que  ésta  mirara  satisfecha  como  él,  el  interior  de  su  con- 
ciencia de  hombre  recto,  dejando  crecer  la  maledicencia 
pública  en  torno  suyo,  por  que  tenia  aquella  debilidad  de 
las  naturalezas  secundarias  y  de  las  almas  pobres  que  se 


filSTORU  DE  GÜEMES  T  OE  SALTA— GAPtTULO  VI        288 

adormecen  entre  las  pompas,  la  holgura  y  la  satisfacción 
que  brindan  las  alturas  del  poder  y  de  la  gloria.  Sus 
mismos  abusos,  hijos  todos  de  su  sencillez  de  espíritu, 
como  aquella  liviandad  ostentóse  de  sus  costumbres  pri- 
vadas, con  que  dio  comienzo  al  escándalo  del  vecijidario 
y  á  la  murmuración  de  índole  adversa,  minaban  su 
antiguo  prestigio  y  popularidad  que,  al  decir  de  un  escritor, 
solo  es  un  puñado  de  polvo  recogido  en  el  camino  de  la 
vida. 


IV 


Las  asombrosas  novedades  que  por  aquellos  dias  acer- 
taron á  llegar  de  la  península,  contándose  mas  entre  ellas 
las  renuncias  de  los  reyes  nacionales  consumadas  en  Ba- 
yona en  el  mes  de  Mayo  de  1808,  y  á  su  lado  la  invita- 
ción que  hacian  á  los  pueblos  de  la  monarquía  las  autori- 
dades regentes  de  la  España  para  que  como  ellas,  recono- 
cieran por  su  rey  y  señor  é  José  Bonaparte,  aparecieron 
con  fuerza  bastante  para  traer  á  la  unión  las  facciones 
populares  de  argentinos  y  españoles.  Pero  aquella  unión 
solo  era  fenómeno  aparente  y  pasajero.  El  lazo  que  con- 
fundía aquellas  dos  entidades  rivales  y  enemigas  era  el 
común  sentimiento,  expontáneamente  brotado  en  los  cora- 
zones argentinos  y  españoles  de  rechazar,  á  cualquier  pre- 
cio, la  nueva  dominación  que  amenazaba.  En  el  fondo, 
aquella  fraternidad  ocultaba  una  nueva  semilla  de  discor- 
dia mas  abierta  y  poderosa  que  la  que  hasta  entonces 
habla  divorciado  los  elementos  pensantes  de  la  población. 

Ante  la  conciencia  general,  la  España  estaba  perdida. 
Cualquiera  que  fuera  la  heroicidad  de  sus  esfuerzos,  debe- 
ría, á  la  postre,  sucumbir;  por  que,  si  la  Europa  entera, 
habia  caído  arrollada  bajo  las  legiones  invencibles  de!Na- 
poleon,  ¿cómo  un  pueblo  aislado,  sorprendido,  invadido  ya 
por  numeroso  ejército,  sin  preparación  ni  tropas  regula- 
res, sin  gobierno  fuerte,  y  lo  que  era  mas  cruelmente 
desconsolador  y  que  mas  desfallecía  el  ánimo,  con  la  san- 
ción legal  de  sus  reyes  que  traspasaban  la  corona  á  sienes 
extrangeraS)  y  con  ios  autoridades  nacionales  encabezando 


384  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

en  Madrid  no  la  resistencia  á  la  nueva  dinastía,  sino,  bien 
al  contrario,  su  acatamiento  y  sosten;  cómo  podía,  pansa- 
l)an  lodos,  un  pueblo  en  tan  estrechas  circunstancias, 
anarquizado  y  dividido,  luchar  y  vencer  al  genio  militar 
mas  poderoso  del  mundo  cuyo  nombre  infundía  pavor  á 
la  tierra,  y  al  ejército  hasta  entonces  no  vencido  una  sola 
vez  en  cien  batallas?  ¿No  era  el  pensamiento  contrario 
locura  verdadera? 

De  esta  suerte,  hízose  convicción  profunda  y  general  que 
España  sucumbiría.  Los  esfuerzos  por  su  causa  serían 
inútiles;  toda  esperanza,  sueño  y  quimera  grande.  Asi  fué 
que  un  común  pensamiento  brotó  de  americanos  y  espa- 
ñoles, y  este  era  la  independencia  de  la  colonia,  solución 
de  la  crisis  necesaria  y  preferible  en  el  ánimo  de  todos, 
antes  que  continuar  y  seguir  la  suerte  de  la  España,  al 
parecer  de  la  opinión,  uncida  al  carro  del  emperador 
francés.  \jOS  españoles  conmovidos  y  exaltados,  juraban 
acompañar  á  su  madre  patria  en  su  mas  cruel  infortunio 
y  seguir  unidos  á  su  suerte  en  las  fatigas  de  la  lucha  y  de 
la  resistencia,  pero  se  negaban  á  compartir  de  su  adversi- 
dad siendo  vencida.  Por  lo  menos,  proponíanse  salvar  para 
sí  un  trozo  de  su  imperio. 

Pero,  admirable  torpeza  de  su  política!  La  inde- 
pendencia que  proyectaban  los  españoles  no  era, 
como  pudiera  creerse  por  cualquiera,  para  la  forma- 
ción de  una  nación  nueva,  con  su  pueblo  y  su  go- 
bierno basado  tanto  en  la  mayoría  de  la  voluntad  nacional 
como  constituido  con  la  igualdad  y  la  intervención  activa 
de  todos  los  hombres  nacidos  en  el  estado;  sino  la  per- 
duración indeñnida  de  la  antigua  colonia,  privada  de  me- 
trópoli, dominada  siempre  por  españoles.  Raro  capricho 
de  una  fantasía  torpe  y  calenturienta;  por  que,  hasta  en- 
tonces, no  se  habla  visto  cómo  era  posible  subsistiera  ante 
sí  ni  menos  ante  los  conflictos  exteriores,  una  nación 
cuya  población  fuera  sierva  en  su  totalidad  de  mezquina 
porción  de  extrangeros  adueñados  del  gobierno  y  de  los 
destinos  de  la  so(Medad,  sin  mas  apoyo  ni  razón  que  las 
armas;  y  aun  estas,  en  la  lejana  hipótesis  de  que  llega- 
ran á  poseerlasl  Las  oligarquías,  para  subsistir  év  impe- 
rar, siempre  han  contado  con  raices  y  vinculaciones  prof  un- 


HISTORIA  DE  GOfiUBS  Y  DE  ftALTA^-CAPÍTULO  VI        285 

das  en  lo  sociedad  que  dirigieron,  y  por  cima  de  todo,  con  )a 
gran  virtud  del  nacionalismo,  cuya  falta  en  los  españoles  del 
Plata,  era  el  pecado  que  los  hacía  incapaces  y  aborreci- 
bles. En  aquella  hora,  políticamente  nada  poseían,  excep- 
ción hecha  del  cabildo,  y  á  pesar  de  ello  y  con  pertinacia 
que  maravilla,  lo  aspiraban  todo,  absolutamente  todo,  para 
dominarlo,  para  poseerlo,  para  disponerlo  &  su  albedrío, 
ú  la  manera  de  una,  herencia,  como  que  invociaban  su 
derecho  de  sucesores  del  rey,  para  que  los  pueblos  ar- 
gentinos continuaran  en  su  misión  de  siervos  perpetuos 
de  estos  modernos  icsos,  venidos  del  lado  opuesto  del 
mar  Á  gobernar  la  tierra. 

Nada  les  hablato  con  fuerza  capaz  de  disuadirlos  de 
tan  loco  empeño.  No  les  bastaba  aquel  aliento  cívico  y 
aquella  pujanza  militar  que  el  pueblo  argentino  hacia 
tan  poco  habia  mostrado  poseer  y  manejar  en  las  calles 
de  la  capital,  venciendo  un  cuerpo  de  ejército  aguerrido 
ante  sus  ojos;  ni  el  poder  y  la  influencia  con  que,  en  esos 
mismos  dias,  habia  impuesto  su  voluntad  aun  en  la  mis- 
ma corte  de  Madrid,  separando  ú  un  virrey  inepto  y  eli- 
giendo el  sucesor  contra  las  mas  respetadas  y  seculares 
leyes  de  la  monarquía;  ni  la  condena  popular  de  que 
eran  objeto  de  un  extremo  á  otro  del  dilatado  virreinato; 
ni  el  reciente  fracaso  sufrido  con  su  audaz  propuesta  del 
desarme  de  -  los  fuerzas  cívicas  argentinas  para  quedar 
dueños  ellos  de  los  resortes  de  la  tiranía;  ni  el  ver  al  ge- 
neral Linters,  su  poderoso  rival,  de  gefe  del  gobierno  y 
entregado  al  apoyo  y  favor  de  sus  adversarios  armados 
y  acuartelados  en  notable  mayoría  y  sin  contar  tampoco 
con  la  opinión  pública  del  país  ni  con  los  prestigios  si-' 
quiera  de  una  bandera  generosa  que  arrastrara  á  su  som- 
bra á  los  pueblos,  ni  con  la  esperanza  de  recibir  auxilios 
militares  del  lado  de  España  para  consumar  la  obra.         ' 

Hablan  debido  bastar  estas  circunstancias  para  modifl- 
car  su  criterio  político;  pero  los  españoles  alzaron  la  ban- 
dera de  su  exclusivismo  soberbio  é  irritante,  renegando 
de  toda  vinculación  con  elementos  americanos  y  la  lle- 
varon con  ciega  obstinación  á  la  manera  del  apasiona- 
do jugador  que  arroja  al  compromiso  el  último  resto  de 
su  fortuna  atando  en  él  toda  su  ventura  y   porvenir,   por 


286  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

perseguir  empecinado  una  suerte  que  lo   abondonu  y   que 
escapa  y  huye  de  sus  manos. 


Aquellos  sucesos  de  1808  que  desconcertaban  la  España, 
turt)aron  profundamente  la  paz  de  los  pueblos  americanos. 
Los  hombres  de  estos  paises  eran  sorprendidos  por  un 
cuadro  -  4©  trastornos  y  vacilación  que,  envolviendo  6  la 
madre  patria,  dejaba  caer  una  nube  de  tenebrosa  incerti- 
dumbre  sobre  el  porvenir.  Por  que  la  España  presentaba 
en  aquellos  dias  un  desconcierto  tan  general  y  tan  profun- 
do, un  desquiciamiento  de  sus  autoridades  tan  notorio  y 
se  desgarraba  en  contienda  tan  complicada  y  ardiente  sobre 
la  legitimidad  de  la  ocupación  del  trono  entre  las  aspira- 
ciones que  se  lo  disputaban,  como  si  hubiera  fenecido  la 
nación  y  se  estuviera  lidiando  sobre  el  repartimiento  de 
sus  despojos.  Todo  fué  entonces  confusión  y  peligros. 
A  aquella  renuncia  de  la  corona  de  España  que  hacían 
en  Bayona  los  reyes  á  favor  de  Napoleón,  se  unía  la  voz 
contraria  de  Fernando  VII  protestando  de  despojo  y  vio- 
lencia; al  frente  de  aquel  nuevo  rey,  hermano  de  Napoleón, 
que  los  españoles  afrancesados  proclamaban  en  Madrid 
por  rey  de  España  y  América  y  de  aquellas  autoridades 
nacionales  que  representaban  en  la  forma  la  legalidad  de 
las  instituciones  é  invitaban  en  ese  carácter  ú  todos  los. 
pueblos  del  imperio  al  reconocimiento  y  jura  del  nuevo 
monarca,  se  levantaban  las  juntas  populares  en  casi  todas 
las  provincias  españolas,  declarándose  depositarías  de  los 
derechos  de  Fernpi^do,  rey  de  España  cautivo,  y  contesta- 
ban al  llamado  del  gobierno  vendido  á  los  franceses,  pro- 
clamando la  guerra  á  Napoleón. 

Para  colmo  de  confusión,  la  hermana  mayor  de  Fer- 
nando VII,  D».  Carlota  de  Borbon,  mujer  torpe  y  ambi- 
ciosa que  yacía  emigrada  en  Rio  Janeiro,  enviaba  ajentes 
á  todos  los  pueblos  principales  de  América  para  que  se 
la  reconociera  como  la  lejítima  depositarla  de  los  dere- 
chos del  rey  su  hermano  y  de  su  familia  cautiva,  y  dic- 
taba planes  para  conservar  sin  mengua   los   dominios  de 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VI        397 

la  corono  de  España  en  América  y  salvarlos  del  usurpa- 
dor. Añadamos  á  todo  esto  callando  cien  cosas  mas,  las 
maquinaciones  y  los  planes  ambiciosos  que  los  mismos 
españoles  residentes  en  Indias  ajilaban  para  resolver  la 
crisis  por  su  cuenta,  y  tendremos  diseñada  la  sofocante 
situación  política  y  la  intensa  ajitacion  pública,  creciente 
y  exaltada  mas  cada  hora,  en  que  se  hollaban  estos 
países  en  aquellos  dias  memorables,  llenos  de  vacilaciones 
y  anarquía,  de  incertidumbres,  de  conflictos  y  peligros. 

En  medio  de  aquel  trastorno  icuál  era  el  gobierno  le- 
jítimo?  iAquién  debian  obedecer?  ¿Cuál  era  el  camino  de 
la  salvación  pública  y  de  las  inmediatas  conveniencias  de 
los  pueblos  de  América?  [No  tenían  ellos  también  el  de- 
recho de  formar  juntas,  como  lo  hacian  los  de  España, 
en  salvaguarda  de  los  derechos  del  soberano  y  de  los 
suyos  propios?  Hé  ahí  el  problema  complicado  y  tre- 
mendo que  se  presentaba  der repente  6  la  resolución  de 
la  conciencia  pública  de  América.  El  fué  quien  alarmó  el 
espíritu  de  la  colonia  y  trastornó  su  paz  en  asonadas  y 
tumultos;  el  que  destemplaría  el  ánimo  de  las  autorida- 
des reales,  y  les  borraría  la  fe  que  en  ellas  hasta  entonces 
se  tenia,  dudando  el  pueblo  y  aun  negándoles  el  derecho 
de  imponer  obediencia  y  gobernar;  y  él.  Analmente;  seria 
el  motivo  inmediato  del  rompimiento  deflnitivo  entre  ar- 
gentinos y  españoles  y  la  causa  ocasional  de  la  revolución. 
La  misma  metrópoli,  dando  á  las  colonias  el  ejemplo  de 
juntas  de  gobierno,  como  autoridades  independientes  y 
populares,  provocó  el  movimiento  contra  el  viejo  orden 
de  cosas,  haciendo  vacilar  todas  las  fuerzas  y  resortes  de 
la  antigua  dominación 

Durante  aquellos  di^is,  el  pensamiento  de  la  independen- 
cia absoluta  y  radical  de  los  pueblos  argentinos  de  la  do- 
minación de  España  no  reinaba  aun  de  manera  uniforme 
en  las  voluntades  de  los  hombres  políticos  que  en  Buenos 
Aires  formaban  la  opinión  pública.  Lo  que  preocupaba 
entonces  el  espíritu  era  solo  romper  con  España  en  la 
hipótesis  de  su  perdimiento,  mas  bien  por  no  caer  bajo 
la  dominación  napoleónica  que  por  el  halago  de  formar 
nación  nueva;  y,  en  caso  de  formarla,  evitar  que  el  nuevo 
estado  fuero  gobernado  por  manos  españolas.    De  manera 


388  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

que  el  gran  problema  que  llenaba  la  opinión  pública  se 
reducía  entonces  ú  saber  cuál  de  ambos  partidos  sucede- 
ría al  rey  en  el  ejercicio  del  gobierno  en  el  país  emanci- 
pado. 

Tentativas  aisladas,  que  hubieran  rematado  impopulares 
por  lo  ridiculas,  se  llegaron  á  intentar  por  algunos  hombres 
ilusos,  llevados  de  sueños  temerarios.  Asi,  D.  Saturnino 
Rodríguez  Peña,  por  ejemplo,  inició  la  tentativa  por  su 
sola  cuenta  con  la  hermana  de  Fernando  VII,  Carlota  de 
Borbon,  reina  de  Portugal  que,  como  hemos  visto,  se  ha- 
llaba refugiada  en  su  colonia  americana  del  Brasil,  para 
coronarla  emperatriz  del  Rio  de  la  Plata.  El  plan  de  aquella 
loca  aventura  era  transformar,  conforme  á  las  ideas 
iniciadas  por  los  gefes  ingleses  de  la  pasada  invasión,  el 
virreinato  de  Buenos  Aires  en  una  monarquía  indepen- 
diente de  España,  pensando  que  la  felicidad  pública  se 
conseguiría  por  este  medio  pacíflco  sin  trastornos  ni  ma- 
yores sacríflcios,  adquiriendo  el  pueblo  de  este  modo,  un 
gobierno  libre  y  honroso,  lo  cual  era  quimera  inaudita, 
pues  se  trataba  de  un  déspota  igual  en  principios  y  en 
torpeza  al  rey  de  España;  y  un  pueblo  que  se  somete  ú  la 
conñanza  y  á  la  fe  de  un  tirano  sin  imponerse  con  la 
fuerza  de  su  brazo  y  heroica  resolución,  no  conquista  li- 
bertades ni  derechos,  mas  solo  cambia  de  amos  y  cade- 
nas. {Qué  numen  benéflco  podría  reatar  la  voluntad  del 
nuevo  monarca  cuando  el  pueblo  para  nada  aparecíal 
Aquien  no  se  teme  no  se  respeta,  ni  recoje  veneración 
aquel  que  no  es  amado. 


VI 


Uno  de  los  primeros  expedientes  de  salvación  pública 
de  que  echó  mano  la  Junta  de  Sevilla,  fué  el  envió  de 
comisionados  á  las  provincias  de  América  como  heraldos 
lanzados  6  proclamar  la  guerra  á  Napoleón  que  ella  habia 
decretado  y  asegurar  en  estos  dominios  los  derechos  del 
rey  Fernando  VII,  cautivo  de  Bonaparte,  cuya  posesión 
alegaba  el  nuevo  rey  de  España,  hermano  del  emperador. 

El  19  de  Agosto   de   1808,   el  comisionado  destinado  & 


HISTORU  DE  g0£MES  Y  D£  SALTA-CAPÍTULO  VI        9» 

trabajar  esta  política  en  el  virreinato  de  Buenos  Aires  y 
en  el  del  Perú,  desembarcaba  en  Montevideo  exclamando 
al  pisar  el  muelle:  « ¡Viva  Fernando  séptimo! »  grito  de 
guerra  que  repitió  con  un  clamor  unánime  lá  multitud 
que  salió  á  recibirlo  y  en  cuyos  brazos  fué  introducido  á 
la  ciudad  y  llevado  hasta  la  morada  del  gobernador  que 
lo  era  el  coronel  D«  Francisco  Javier  Ello.  Aquel  perso- 
ncye  eraD.  José  Manuel  deGoyeneche,  de  las  flias  del  ejér- 
cito español  que,  al  enviarlo  la  Junta  de  Sevilla  por  su 
representante,  lo  nabia  condecorado  con  el  grado  de  bri- 
gadier de  los  reales  ejércitos. 

Este  nuevo  actor  que  se  añadía  á  los  que  ya  figuraban 
en  el  gran  drama  que  iba  desarrollándose  en  el  Rio  de  lá 
Plata,  era  oriundo  de  Arequipa,  ciudad  del  Perú,  donde 
habia  nacido  en  1775  y  contaba  á  la  sazón  3S  años  de 
edad.  Dueño  de  una  inmensa  fortuna  y  perteneciente  á 
familia  muy  principal  y  distinguida,  abrazó,  desde  tem- 
prano, la  carrera  de  las  armas,  pasando  á  España  en  1795 
donde  siguió  hasta  el  grado  de  capitán  en  la  milicia.  Por 
los  años  de  1800,  el  gobierno  español  lo  comisionó  para 
hacer  estudios  al  través  de  la  Europa.  Con  este  fln,  pre- 
senció las  maniobras  militares  de  Berlín  y  Postdam  man- 
dadas por  Guillermo  de  Prusia;  las  de  Viena  por  el 
archiduque  Garlos  y  las  de  Bruselas  y  París  por  Bona- 
parte.  Sus  trabajos,  que  presentó  al  príncipe  de  la  Paz, 
sometidos  á  examen  de  la  comisión  real,  fueron  aproba- 
dos por  el  gobierno,  lo  que  le  hizo  gozar  desde  entonces 
en  España,  de  distinguido  concepto  militar. 

Las  credenciales  de  que  venia  provisto  y  su  arribo  á 
Montevideo,  cuya  población  y  sentimientos  eran  exclusi- 
vamente españoles,  vinieron  &  servirle  para  desarrollar 
con  éxito  cabal  aquel  papel  de  oráculo  que  intentó  desde 
un  principio  el  atribuirse.  Pero  aquel  personage  era  en 
el  fondo,  un  aventurero  audaz  y  sumamente  artero  y  pér- 
fido, que  llevaba  marcado  parentesco  con  aquella  familia 
humana  que  no  siente  mas  pasión  que  el  egoísmo  ni 
acaricia  otro  ideal  que  el  engrandecimiento  propio,  ni  la 
ajita  otro  afán  que  el  de  hacer  fortuna  sin  reparar  en 
los  medios;  derramando  promesas  y  seguridades  donde 
quiera  y  recibiendo  los  favores  de  cualquier   parte  que 


390  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

vinieren,  siempre  con  la  doblez  en  la  palabra,  con  las 
maquinaciones  en  el  espíritu  y  la  falsía  en  el  corazón; 
hombres  menguados,  nacidos  solo  para  sí,  que  abrazan 
todas  las  causas,  que  siguen  todas  las  banderas,  que  pro- 
fesan todos  los  credos  religiosos,  que  halagan  con  tojeza 
en  la  prosperidad  y  desconocen  con  ingratitud  en  la  des- 
gracia y  que,  en  horas  de  oprobio  y  de  ignominia,  suelen 
llegar  hasta  deponer  é  inmolar  en  los  altares  de  su  propia 
conveniencia,  sin  resistencia  ni  protesta,  el  último  resto 
de  la  virtud  y  del  orgullo  humano. 

Goyeneche  demasiado  frivolo,  excesivamente  aspirante^ 
manejando  con  asombrosa  habilidad  lá  mas  astuta  intriga, 
llegaba  engañando  &  los  unos,  vendiendo  á  los  otros,  en- 
volviendo en  su  red  de  maquinaciones  todos  los  poderes, 
todos  los  principios  y  todas  las  ambiciones  para  asegurar 
su  triunfo  personal  cualquiera  que  fuese  el  semblante  que, 
á  la  postre,  llegaran  ú  adquirir  los  sucesos. 

Este  hombre,  en  efecto,  se  habia  puesto  en  España  en 
inteligencia  con  los  tenientes  de  Napoleón  y  con  los  espa- 
ñoles afrancesados  que  trabajaban  en  el  partido  de  José 
Bonaparte  recientemente  coronado  rey  de  España,  y  que 
contaban  con  amigos  ocultos  aun  entre  los  principales 
personajes  de  la  junta  de  Sevilla,  contacto  de  traición  en 
un  enviado  que  representat>a  precisamente  en  aquellos 
momentos,  la  autoridad  que,  guardando  los  derechos  de 
Fernando  VII,  declaraba  la  guerra  á  los  franceses,  pero 
que  él  sabría  explotar  del  modo  mas  hábil  y  disimulado 
en  el  curso  de  su  misión. 

Jugando  ú  dos  cartas,  como  que  la  suerte  de  estos  dos 
rivales  al  trono  «ra  dudosa  aun,  Goyeneche,  al  tocar  en  su 
viqje  el  Brasil,  habia  tenido  conferencias  en  Rio  de  Janeiro 
con  Dk  Carlota  de  Borbon,  la  hermana  del  rey  cautivo,  y 
siguiendo  su  doblez,  se  puso  asi  mismo  en  cxinnivencia 
con  ella  al  efecto  de  hacerla  reconocer  en  las  colonias 
como  la  representante  de  su  familia  cautiva,  y  aun  de 
tentar,  si  era  posible,  el  problema  de  su  coronación. 

Usando  con  maña  de  esta  triple  inteligencia,  fué  recibí- 
do  en  audiencia  pública  en  Montevideo,  donde  sin  levantar 
la  mas  leve  sospecha,  hizo  la  narración  circunstanciada 
de  los  sucesos  de  España,  entre  los  que  aparecían  dos  de 


HISTORIA  DE  GOEHES  Y  DE  SALTA--GAPtTULO  VI        991 

sorprendente  importancia:  el  cautiverio  de  Fernando  VII, 
forzado  á  deponer  su  corona,  y  el  alzamiento  de  Madrid 
el  2  de  Mayo  seguido  de  la  insurrección  general  del  pueblo 
español;  cuadro  que  se  hacia  mas  interesante  bajo  la  fé 
de  aquel  testigo  presencial  que  traia  en  medio  de  esto, 
el  secreto,  hurtado  por  su  habilidad  y  pretexto  con  que  en- 
volvía su  doblez,  de  los  planes  de  Napoleón  para  el  someti- 
miento de  España,  como  los  de  la  junta  de  Sevilla  para 
organizar  la  resistencia.  Y  según  lo  confesaba,  bábia  me- 
recido el  honor  de  secretas  conferencias  con  Fernando  VII, 
siendo  así  su  pecho  sagrario  que  guardaba  el  verdadero 
pensamiento  del  monarca;  igual  conflanza,  decia,  habia 
recibido  de  Murat,  donde  habia  sorprendido  los  arcanos 
de  la  política  francesa. 

El  había  conseguido  que  la  junta  de  Sevilla  lo  enviara 
por  su  ministro  para  ante  los  virreyes  de  Buenos  Aires  y 
de  Lima;  y  con  el  fln  de  hacer  mas  meritoria  é  interesan 
te  su  persona,  y  encender  por  ella  los  corazones  y  desvir- 
tuar toda  sospecha  de  deslealtad,  contaba  novelescas  peri- 
pecias por  las  que  decía  haber  pasado  burlando  la  vijilancia 
de  las  tropas  y  espías  franceses  hasta  evadirse  y  partir. 
Su  misión  en  América  conñada  por  la  junta  de  Sevilla  era 
proclamar  la  guerra  á  Napoleón  en  nombre  y  defensa  de 
los  derechos  de  Fernando  VII;  instruir  á  los  pueblos  del 
estado  de  España  conmoviéndolos  porsuffuerte,  y  recabar, 
despertando  por  este  medio  la  simpatía  y  el  dolor,  los 
recursos  pecuniarios  para  la  resistencia,  y  anunciar.  Anal- 
mente, que,  en  consecuencia  de  aquella  resolución  suprema 
del  gobierno  revolucionario  de  España,  se  habia  celebrado 
armisticio  con  Inglaterra. 

-  Era  Goyeneche  un  hombre  cuya  fisonomía  mostraba  la 
satisfacción  del  joven  rico,  afortunado  y  pretencioso;  y  su 
cuerpo,  de  formas  delgadas  y  crecido,  desplegaba  una  ele- 
gancia varonil  y  distinguida  que  la  hacia  brillante  y  no- 
vedosa aquel  traje  lujoso  de  brigadier  que  vestía,  llevado 
al  último  rigor  de  la  moda  europea.  Era  el  calzón  color 
claro,  de  la  mas  fina  gamuza,  sujeto  6  la  corba  por  bolas 
granaderas  de  vueltas  color  de  paja;  el  uniforme  era  lije- 
ro,  con  precillas  rojas,  y  con  galones  y  bordados  de  oro. 

Aunque  no  era  soberbio  ni  terco    en   el  carácter,  como 


d9S  DR.  BERNARDO  FRUS 

no  lo  son  los  de  su  país,  llenaban  su  alma  ambiciosa  las 
aspiraciones  á  la  grandeza,  ú  la  consideración  y  al  domi- 
nio público,  asi  en  la  admiración  de  los  hombres  como  en 
los  consejos  de  estado;  en.  los  conciertos  militares  como 
en  la  influencia  política  que  presumía  haber  gozado  y 
aun  gozar  en  España  y  que  ahora  trabajaba  por  ejercerla 
desde  Buenos  Aires  hasta  Quito.  Inteligente  y  despierto, 
de  maneras  suaves  y  cultas  en  su  trato  social,  de  palabra 
insinuante  y  de  una  elocuencia  natural,  era  halagador  por 
estudio,  y  poseedor  de  todas  aquellas  prendas  que  hacen 
amables  á  los  hombres  entre  sus  semejantes.  Sagaz,  su- 
mamente astuto  y  dueño  de  una  vivacidad  de  espíritu  y  de 
ingenio  no  común,  era  habilísimo  en  el  manejo  de  la  in- 
triga, inspirando  una  constante  perfidia  el  fondo  de  sus 
mancos  públicos. 

Sus  dotes  militares  como  gefe  organizador  y  diligente, 
lo  debían  hacer  famoso  muy  luego,  ]>uriando  con  éxito 
feliz  la  torpeza  de  nuestros  primeros  generales,  en  orden 
al  tiempo,  arrebatándonos  la  victoria  de  entre  las  manos. 

Aunque,  ségun  lo  demostró  en  esto  era  un  hóbil  general,  no 
mostró  tener,  sin  embargo,  rasgo  genial  alguno;  era  cruel 
en  sus  castigos  especialmente  cx^n  los  vencidos,  sin  ser 
por  esto  soberbio  ni  déspota  con  sus  subalternos  y  sin 
tener  ambición  mayor  que  la  de  imperar,  lucir  y  brillar 
en  altura  distinguida  y  principal,  pero  al  amparo  siempre 
del  poder  establecido  ó  que  ofrecía  mayores  seguridades 
de  triunfor,  de  quien  era  y  seguiría  siendo  un  decidido 
defensor,  aunque  tuviera  que  sacriñcar  en  holocausto  de 
su  ambición,  como  lo  sacriflcó,  los  deberes  mas  caros  para 
con  sus  conciudadanos  y  su  patria. 

Sus  prendas  naturales  y  su  educación  social  le  presta- 
ron eflcaz  concurso  por  su  lado,  para  llevar  adelante  la 
misión  en  que  basaba  su  gran  figuración  política  y  mi- 
litar y  su  postrera  prepotencia  en  los  gobiernos  de  Amé- 
rica, pues  así  era  fácil  y  desenvuelto  en  el  hablar  como 
culto  y  elegante  en  las  maneras,  dando  á  sus  formas 
de  expresión  un  revestimiento  visible  de  solemnidad. 

Inmensa,  cual  es  fécil  suponer,  fué  la  conmoción  que 
sus  narraciones  circunstanciadas  produjeron  en  el  espí- 
ritu público,:  y  el  partido   español  quizo  aprovecharse  de 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  VI  998 

la  influencia  que  tendría  seguramente  este  hombre  pere- 
gríno,  por  el  carácter  que  revestía  y  por  la  misión  que 
de8e[mpeñat>a,  para  llevar  adelante  sus  planes  de  hostili- 
dad al  virrey. 

Montevideo  era  en  aquellos  dias  el  asiento  principal 
del  partido  español,  aun  mas  que  la  capital,  y  el  foco 
también  de  sus  maquinaciones  contra  Buenos  Aires,  los 
argentinos  y  Liniers,  el  aventurero  francés,  como  dieron 
en  llamarlo  desdeñosamente. 

Acaudillaba  al  elemento  peninsular  de  Montevideo  el 
gobernador  de  la  plaza,  coronel  Elío,  hombre  arrogante, 
altivo  y  valiente;  de  carácter  atropellado  é  impetuoso, 
fruto  de  su  lijera  educación,  pues  era  de  pasiones  violen- 
tas y  de  maneras  torpes  y  hasta  brutales.  El  arma  de 
sus  puños  solía  manejarla  .  con  igual  destreza  y  fre- 
cuencia que  su  espada.  Militar  ordinario  y  fanfarrón  de 
antigua  y  vulgar  escuela,  sin  instrucción  ni  talento,  per- 
tenecía á  aquella  clase  de  déspotas  soberbios,  sin  mas 
recursos  que  la  fuerza  bruta  y  que  se  sienten  capaces 
de  sepultar  la  tierra  en  los  abismos  con  el  solo  prodigio 
de  sus  músculos.  Como  gefe  militar,  habíase  distinguido 
por  su  arrojo  y  valor  en  la  defensa  de  la  capital,  en  1807, 
aunque  sin  fortuna,  pues  habla  sido  cuatro  veces  derro- 
tado; aborrecía  con  pasión  visible  á  los  argentinos,  y  en 
especial,  &  los  porteños  ó  hijos  de  Buenos  Aires  que 
llevaban  la  voz  por  sus  hermanos.  Del  bando  español, 
Elío  era  el  gefe  militar  y  el  hombre  de  acción  como  Al- 
zaga  era  el  gefe  político  y  el  hombre  de  consejo,  director 
presumido  de  suficiencia  en  las  tramas  de  la  política  y 
en  los  planes  de  conjuraciones  secretas.  En  aquel  brazo 
y  en  aquel  cerebro;  en  aquella  fuerza  y  en  aquel  pensa- 
miento tenían  fyas  sus  miradas  y  puestas  sus  esperanzas 
personales  y  políticas  los  españoles  residentes  en  ambas 
orillas  del  Plata. 

Y  bien:  desde  su  arribo  á  Montevideo,  el  comisionado  de 
la  Junta  de  Sevilla  se  encontró  con  las  diferencias  y  riva- 
lidades alimentadas  entre  el  virrey  y  los  españoles;  y, 
queriendo  aprovechar  de  aquella  autoridad  que  revestía 
personage  semejante  para  explotarla  en  su  favor  y  en  el 
de  su  partido,  Elío,  como  los  principales  europeos,  le  pin- 


394  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

toron  la  situación  del  virreinato  de  colores  siniestros  y 
en  inminente  riesgo  la  causa  española  en  estas  playos, 
tanto  por  el  origen  francés,  de  Liniers  como  por  aquella 
su  política  tan  americana  en  el  orden  interior.  El  virrey, 
según  la  expresión  de  sus  enemigos,  era  un  traidor  ven- 
dido á  Napoleón,  y  á  España  interesaba  mas  que  nunca 
en  la  hora  presente,  barrerlo  de  la  posición  que  ocupaba 
indignamente,  como  cabeza  legal  y  armada  del  virreinato. 

Goyeneche  que  jugaba  entre  los  dos  partidos  y  que,  como 
mas  antes  lo  dijimos,  traía  consigna  de  los  afrancesados 
españoles  para  preparar  la  opinión  ú  favor  del  usurpador 
francés,  aparentó  caer  bajo  el  calor  de  esta  elocuencia  del 
patriotismo  español  y  de  las  pruebas  que  le  ofrecían  para 
mostrar  la  traición  y  el  peligro  interno  por  el  espíritu 
de  independencia  que  se  sospechaba  en  Buenos  Aires;  y 
como  fuera  Goyeneche  entonces  y  mas  tarde  declarado 
enemigo  de  la  independencia  de  América,  de  aquellas 
conferencias  que  revestían  todo  el  colorido  apasionado  de 
una  nueva  conjuración  contra  el  sistema  establecido  en 
la  capital,  resultó  convenido,  como  medida  mas  acertada 
y  política  para  evitar  complicaciones  y,  acaso,  una  guerra 
civil  entre  una  y  otra  potencia  rival,  que  ninguna  de 
ambas  recojería  el  gobierno  del  virreinato,  mas  si  que 
este  fuera  devuelto,  como  en  los  tiempos  pasados,  al  virrey 
del  Perú,  autoridad  de  conflanza,  antiquísima,  que  ofrecía, 
al  parecer,  un  espíritu  imparcial  en  esta  contienda  y  que 
podía  honrosamente  imponerse  por  el  solo  prestigio  de 
su  autoridad  sobre  ambos  rivales,  salvando,  así,  la  situa- 
ción de  la  anarquía  y  del  terrible  porvenir  que  la  amena- 
zaba, Y  no  es  costoso  el  pereuadirse,  conocidos  los  ante- 
cedentes de  aquel  hombre,  su  naturaleza  aspirante  y 
ambiciosa,  el  cargo  casi  real  que  desempeñaba  y  el  peso 
mismo  de  su  nombre  en  la  suerte  de  los  acontecimientos 
que  llenaban  aquellos  días,  que  acariciaba  al  urdir  esta 
trama  en  Montevideo,  y  por  medio  de  tal  extratagema, 
la  ilusión  de  sentarse  muy  luego  en  el  solio  de  los  virreyes 
de  Buenos  Aires. 

Una  vez  en  la  capital  y  en  conocimiento  del  virrey  por 
ojos  propios,  comprendió  Goyeneche  que  era  llegado  el 
momento  de  aprovechar  para  sí  de  la   posible  verdad  de 


fflSTORU  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VI         295 

aquellos  temores  que  se  sentían  en  Montevideo  respecto 
de  la  lealtad  del  virrey.  Por  que  como  fuera  ó  la  vez  co- 
misionado oculto  de  los  agentes  de  Napoleón  y  del  partido 
francés  de  la  península  para  procurarles  el  voto  de  Amé- 
rica, el  origen  particular  de  Liniers,  sus  recientes  comu- 
nicaciones oficiales  con  Napoleón  y  la  voz  que  lo  conde- 
naba en  Montevideo  por  traidor  y  bonapartista,  circuns- 
tancias eran  que  le  mostraban  prendas  de  seguridad  de 
que  hallaría  en  él  su  cómplice  y  el  mas  poderoso  auxi- 
liar para  esta  su  mayor  perfidia. 

Producidas  sus  conferencias  con  el  virrey,  en  vez  del 
caluroso  partidario  del  usurpador  como  se  lo  pintaban  los 
españoles  de  la  banda  opuesta  y  como  él  mismo  se  lo 
deseaba,  solo  halló  al  hombre  pusilánime  ó  irresoluto,  ho- 
nesto en  el  fondo,  que  se  colocaba  en  el  punto  equidis- 
tante de  ambos  extremos  y  compromisos,  vale  decir,  en 
el  terreno  mas  propicio  para  mostrarse  &  todos  sospecho- 
so. Leal  hasta  cierta  medida  ú  los  intereses  españoles  y 
á  los  derechos  jurados  del  rey  Fernando,  tomó,  sin  embar- 
go, una  posición  equívoca,  adoptando  una  neutralidad  casi 
delincuente,  á  lo  espera  de  los  resultados  para  decidirse  y 
plegarse  á  quien  definitivamente  triunfara;  para  ofrecer  su 
adhesión  y  rendimiento  al  vencedor,  quedando,  entre  tanto, 
de  frió  espectador  de  la  contienda.  Abrazaba  el  virrey,  de 
esta  suerte,  aunque  con  buena  fé,  si  cabe,  aquella  política 
medrosa,  de  inspiración  inmoral,  seguida  siempre  en  el 
mundo  por  criaturas  débiles  y  cambiadizas;  por  los  que 
cavilan  en  la  venta  de  su  dueño  en  cuanto  vacila  su  fortu- 
na, dispuestos  siempre  á  buscar  amos  nuevos  sin  compro- 
meterse en  cuanto  á  ellos  hoce,  ni  en  defender  ni  en  sal- 
var al  amigo  ó  al  gefe  amado  la  víspera  y  desconocido  ó 
discutido  en  la  hora  del  peligro,  porque  no  se  sienten  con 
valor  bastante  para  herir  de  frente,  con  la  altura,  con  la 
franqueza  y  honradez  que  cumple  á  todo  hombre  bien 
nacido;  política  acomodaticia,  de  suyo  cobarde  y  ruin,  que 
no  es  mas  que  una  felonía  permanente  y  disimulada. 

Goyeneche,  pues,  á  pesar  de  sus  amaños,  luchó  en  vano 
por  seducirlo  é  inclinarlo  al  partido  francés.  El  virrey,  al 
negarse,  procedió  con  arte  y  buen  tino.  ¿Quién  le  asegura- 
ba que  este  enviado  de  la  junta  de  Sevilla,  después  de  pa- 


396  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

sar  por  entre  sus  adversarios  de  Montevideo,  no  fuera  un 
espía  que  le  enviaban  sus  enemigos?  £1  sentimiento  del 
país  que  él  tan  bien  conocía,  por  otra  parte,  era  pública  y 
unánimemente  adverso  al  cambio  de  señor;  el  pueblo  pre- 
fería lo  antiguo  y  malo,  antes  que  pasar  á  manos  fran- 
cesas. 

A  pesar  de  todo  esto,  si  el  virrey  Ljniers  no  se  completó 
con  Groyeneche,  vaciló  al  menos  en  su  virtud,  que  es  el 
primer  paso  dado  hacia  el  abismo.  La  protección  personal 
en  vez  de  la  prisión  y  de  toda  otra  medida  contra  el  trai- 
dor, muestran,  sin  duda,  el  grado  de  moralidad  política 
de  su  conducta  ó,  si  se  quiere,  la  prueba  de  su  secreta 
complicidad  con  el  partido  francés. 

Y  es  curioso  observar  aquí,  en  cuanto  á  Goyeneche, 
cómo  se  desenvolvía  en  el  cumplimiento  de  las  tres  comi- 
siones antagónicas  y  repulsivas  entre  sí,  de  que  venía  en- 
cargado, dos  de  ellas  contrarias  á  los  derechos  de  la  corona, 
encontrando,  sin  embargo,  á  lo  largo  de  su  camino  y 
como  gracia  peregrina  del  destino  en  complicidad,  al  pa- 
recer, con  sus  intereses  y  ambiciones,  unos  tras  otros  las 
autoridades,  los  elementos  y  las  fuerzas  convenientes  que 
representaban,  como  por  capricho,  cada  una  de  sus  intri- 
gas;—D».  Carlota  en  el  Janeiro,  los  españoles  adictos  á 
Fernando  VII  en  Montevideo,  Liniers,  casi  afrancesado, 
en  Buenos  Aires   y  el  gobernador  Pizarro  en  Chuquisaca. 

Dando  fín  á  sus  intrigas  y  desprendiéndose  de  aquellas 
querellas  de  carácter  simplemente  local  entre  dos  partidos 
políticos  en  lucha  que  ansiaban  mutuamente  derribarse,  y 
sin  notar  que  el  espíritu  público  en  Buenos  Aires  se  halla- 
se agitado  por  la  idea  de  la  independencia,  pues  aun  no 
habia  alcanzado  é  tomar  sazón  ni  cuerpo,  Goyeneche  par- 
tió de  Buenos  Aires  con  rumbo  &  Lima.  En  las  ciudades 
del  tránsito  sembradas  á  lo  largo  de  la  ruta  del  Perú,  era 
recibido  por  las  autoridades  con  ceremonias  públicas,  y  los 
gobiernos  de  las  provincias,  &  su  paso,  se  ocupaban  de  su 
viaje,  suministrándole  coches,  dinero  y  demás  elementos 
de  transporte;  por  que  era  de  añeja  costumbre  que  el 
gobierno  de  España  no  debia  hacer  erogaciones  para  el 
sustento  de  sus  enviados  en  Indias. 

En  el  trayecto  de  su  viaje,  Goyeneche  dióse  el  rango  de 


HISTORIA  DE  (SÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  VI        297 

un  comisario  regio.  Los  cabildos  se  congregaban  y  se 
dirigían  en  corporación  y  revestidos  del  traje  de  ceremo- 
nia, &  su  posada,  para  introducirlo  con  honores  en  el  sa- 
lón del  ayuntamiento  y  recibir  allí  las  órdenes  é  informes 
de  que  era  conductor.  El  20  de  octubre  de  1808  Goyene- 
che  fué  recibido  de  esta  honorífica  manera  por  el  cabildo 
de  Salta,  en  cuya  sala  capitular  «hizo  una  prolija  narra- 
ción de  lo  acaecido  en  Madrid,  traición  de  Napoleón  y 
estado  de  nuestro  soberano  Fernando  séptimo,--como  dice 
el  acuerdo  capitular  de  aquel  dia— añadiendo  «que  el 
objeto  de  su  misión  era  pedir  donativos  voluntarios  para 
auxilio  de  la  península. » 


VII 


El  fracaso  de  esta  nueva  tentativa  no  hizo  retroceder, 
sin  embargo,  el  ánimo  resuello  de  Álzaga  y  Elío;  antes, 
por  el  contrario,  dejando  de  lado  el  camino  de  las  necias 
proposiciones  hasta  entonces  seguido,  acordaron  lanzarse 
francamente  á  la  revuelta. 

Dos  circunstancias  que  encontraron  ó  su  juicio  propi- 
cias, alentaron  aquella  vez  su  resolución.  Era  la  una  la 
victoria  de  Bailen,  alcanzada  por  las  fuerzas  de  la  insur- 
recion  española  sobre  el  ejército  francés  al  mando  de 
Dupont,  con  el  rescate  de  Madrid  desalojado  por  las  auto- 
ridades napoleónicas;  y  era  el  otro  Montevideo  y  sus 
recursos,  donde,  como  se  temiera  nueva  agresión  á  estos 
dominios  por  parte  de  los  ingleses,  el  virrey  habla  forti- 
ficado aquella  plaza  importantísima  con  abundantes  per- 
trechos de  guerra,  confiando  el  mando  y  diii^cion  de 
todo  al  coronel  Elío.  Álzaga,  á  mas  de  esto,  contaba  en 
la  capital  con  los  cuerpos  de  catalanes  y  gallegos  forma- 
dos de  tropas  y  oficiales  notoriamente  españoles,  á  los  que 
ofrecía  su  apoyo  todo  el  numeroso  grupo  de  sus  paisa- 
nos, resueltos  como  ellos  también  á  aventurarse  á  un 
gran  golpe  de  mano.  El  plan  habla  sido  fraguado  en 
Montevideo,  á  donde  habla  marchado  Álzaga  en  los  últi- 
mos días  de  Agosto  á  acordarlo  con  Elío,  proveyéndole 
de  una  gruesa  suma   de   dinero  para  la  leva  de  tropas 


396  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

que,  unidns  á  las  de  la  guarnición  de  Montevideo,  debían 
marchar  sigilosamente  á  la  Colonia  y  caer  sobre  la  capital. 

En  tal  sazón,  el  gobernador  de  Montevideo,  dando  paso 
insólito,  propio  solo  de  su  carácter  violento,  mandó  pe- 
dirle al  virrey  la  renuncia  del  gobierno,  porque  era  fran- 
cés, y  como  el  gobernante  agredido  por  un  subalterno 
político  y  militar,  le  contestara  dándole  orden  de  prisión, 
Elio,  rompiendo  de  frente  con  la  autoridad  nacional,  si 
puede  decirse,  organizó  una  junta  de  gobierno,  al  estilo 
de  las  erigidas  en  España,  que  presidió  él  mismo  como 
gobernador.  La  junta  de  Montevideo  se  declaró,  desde  su 
primer  paso,  en  rebelión  contra  el  virrey,  desconociendo, 
por  decreto,  su  autoridad  y  declarándolo  enemigo  de  Es- 
paña y  de  los  españoles  y  reo  de  alta  traición  contra  la 
patria  y  el  rey.  Sus  parciales  se  denominaron  leales  y 
llamaron  traidores  á  quienes  estaban    del  lado  de  Liniers. 

En  Buenos  Aires  era  proyectado  realizar  cosa  parecida, 
pero  Álzaga  encontró  serias  diflcultades  para  que  estallara 
el  movimiento;  los  hombres  en  que  confiara,  vacilaron  en 
el  momento  de  la  prueba  y  hasta  en  los  cuerpos  milita- 
res de  su  devoción,  tropezó  con  resistencias  formales. 
Solo  el  cuerpo  de  catalanes  se  le  ofreció  resuelto  y  firme. 

La  resistencia  española  triunfante  de  aquel  modo  en 
Montevideo,  quedaba  obligada  á  sufrir  las  torturas  de  la 
conspiración  todavía  en  Buenos  Aires.  El  comité  español 
de  esta  ciudad,  donde  tenia  figura  principal  el  mismo  obis- 
po, acordó  estallara  el  movimiento  el  !<>  de  Enero  de  1809, 
dia  señalado  por  las  leyes  para  la  elección  de  los  nuevos 
miembros  del  cabildo,— con  cuyo  pretexto  podian  reunirse, 
sin  despertar  zozobras,  en  la  plaza  municipal.  La  acción, 
encomendada  á  los  gefes,  debia  ser  rápida;  los  españoles 
se  presentarían  armados,  impedirían  la  entrada  á  los  que 
no  lo  eran,  que  pocos  acudirían,  pues  la  elección  de  ca- 
pitulares era  hasta  entonces  privilegio  y  monopolio  de 
los  españoles.  Llegado  el  momento  de  proceder,  acome- 
terían inopinadamente  la  fortaleza,  que  era  el  antiguo 
palacio  de  gobierno  y  residencia  privada  del  virrey,  se 
apoderarían  de  Liniers  por  sorpresa,  y  procederían- en  se- 
guida á  organizar  el  nuevo  gobierno,   por  medio  de  una 


mSTORU  DE  QUEMES  Y  DE  SALT^^GAPlTULO  VI        ád9 

junta  absolutamente  española,  con  D.  Martín  de  Álzaga  á 
su  cabeza. 

La  elección  del  !<>  de  Enero  fué  tranquila:  la  plaza  mu- 
nicipal, como  el  ediflcio  del  cabildo  y  las  azoteas  de  las 
ca$as  inmediatas  estaban  guardadas  por  los  revoluciona- 
rios; las  tropas  españolas  ocupaban  su  centro.  Guando  la 
campana  del  cabildo  comenzó  á  sonar,  un  clamor  unánime 
y  amenazador  se  alzó  de  aquella  multitud.  Los  gritos  de 
—Junta!  junta  como  en  España!  ¡Muera  el  francés  LlniersI 
llenaban  con  su  estrépito  el  espacio. 

A  la  voz  de  la  sedición,  el  cabildo,  presidido  por  Álzaga, 
organizó  una  comisión  encabezada  por  el  obispo  D.  Benito 
Lúe,  que  se  dirigió  al  fuerte  á  recabar  del  virrey  la  di- 
misión. 

Pero  los  conjurados  no  tuvieron  la  virtud  que  salva  las 
mas  veces  á  las  conspiraciones:  el  secreto.  El  plan  español 
habia  trascendido  al  público  y  liabia  prevenido  á  sus  ad 
versarlos;  de  manera  que  estos  contestaron  al  bullicio  sedi- 
cioso que  se  levantaba  en  la  plaza  principal,  tomando  las 
armas  y  acudiendo  en  defensa  de  la  autoridad  amenazada. 
D.  Cornelio  Saavedra,  ya  famoso  coronel  de  los  patricios, 
penetraba  con  su  legión  armada  por  la  puerta  escusada  de 
la  fortaleza  y  ocupaba  su  patio;  García,  con  su  batallón  de 
cántabros  y  ocho  cañones  y  sus  artilleros,  cubría  las  calles 
cercanas  &  la  plaza  por  el  norte;  los  arribeños,  ó  su  vez, 
permanecían  en  armas  '  desde  la  noche  anterior.  Otros 
grupos  armados  acudían  también  en  defensa  de  la  autori- 
dad. 

Pero  el  virrey  vacilaba;  aunque  el  apoyo  de  los  hijos  del 
país  le  era  base  inconmovible  de  poder,  oprimido  por  su 
carácter  de  francés  en  aquellas  circunstancias,  temblaba 
de  pronunciarse  de  manera  ruidosa  contra  los  hijos  de 
España.  Bojo  esta  impresión  y  creyendo  calmar  por  sí 
solo  el  tumulto,  ordenó  el  retiro  de  sus  omigos.  Pera  estos 
volvieron  de  nuevo  á  intervenir  y  de  manera  resuelta  para 
terminar  aquel  conflicto  que    se   prolongaba   demasiado. 

Formando  una  columna  de  dos  mil  soldados,  penetraron 
á  la  plaza  en  son  de  guerra  y  ocuparon  el  recinto  con 
sus  armas.  Saavedra  mandaba  la  columna  del  orden  y 
que  debía  llamarse  también  de  la  libertad. 


30O  DR.  BERNARDO  FRUS 

Bastó  SU  presencia  en  la  plaza  para  que  la  tormenta  se 
disipara  sin  que  sonara  un  tiro  ni  tiñera  el  suelo  una  gota 
de  sangre.  Los  amotinados  ni  intentaron  hacer  resisten- 
cia. Los  cuerpos  españoles  se  desbandaron  y  corrieron  por 
las  calles  tirando  las  armas  al  pasar. 

La  plaza  de  la  Victoria,  antes  recinto  dominado  por 
los  revolucionarios,  aparecía  invadida  ahora  por  una  ola 
inmensa  de  pueblo  y  guardada  por  las  armas  argentinas, 
vencedoras  con  su  sola  presencia.  Liniers  fué  sacado  en 
brazos  del  pueblo,  con  la  cabeza  descubierta  y  colocado 
en  la  plaza  al  frente  de  los  patricios.  Los  dos  héroes, 
Liniers  y  Saavedra,  aparecían  por  la  última  vez  saborean- 
do unidos  las  emociones  de  la  victoria,  saludados  por  el 
aura  popular  y  aclamados  por  el  regocijo  público.  A  la 
vuelta  de  un  año,  la  lealtad .  por  el  rey  en  el  uno  y  la 
lealtad  por  su  patria  en  el  otro,  los  habla  de  separar  en 
campos  enemigos. 


VIII 


En  aquella  noche  que  siguió  al  triunfo,  el  virrey  reunió 
en  acuerdo  á  la  real  audiencia  y  con  intervención  d^  sus 
dos  fiscales,  se  declaró  la  tentativa  sofocada  aquel  dia 
como  alentado  y  traición.  D.  Martín  de  Álzaga,  su  gefe, 
como  los  principales  personages  comprometidos  en  aquel 
golpe  frustrado,  fueron  condenados  á  conflnamiento  en 
Carmen  de  Patagones,  allá  en  las  lindes  meridionales  de 
Buenos  Aires;  y  como  medida  de  prevención  y  cordura 
para  el  porvenir,  fueron  disueltos  los  famosos  cuerpos  de 
catalanes  y  gallegos,  base  de  fuerza  regular  única  con 
que  habla  contado  hasta  entonces  la  conspiración  española. 

Desarmados,  disueltos  y  abatidos  en  el  primer  momento, 
no  cedieron  en  su  inquebrantable  tenacidad;  Elío,  arrebató 
á  su  compañero  desde  su  prisión  y  lo  introdujo  triunfal- 
mente  en  Montevideo;  y  juntos  allí,  volvieron  al  antiguo 
camino  de  las  maquinaciones  é  intrigas.  Volaron  hasta 
la  junta  central  de  España  los  memoriales  de  sus  agra- 
vios, acusando  al  virrey  de  traidor  y  faccioso,  donde  se 
dieron  encuentro  con  los    dirijidos   por   Liniers    en  que 


fflSTORIA  DE  GOEMES  Y  PE  SAIíTA-^OAPITÜLO  Vi       flOl 

aparecian  de  rebeldes,  díscolos  y  perturbadores  de  la  paz 
pública. 

Las  quejas  dirijídas  por  los  gefes  de  ambos  partidos  & 
las  autoridades  españolas  no  consiguieron  otro  objeto  que 
aquel  que  era  de  temerse.  La  Junta  Central,  asesorada 
por  el  marques  de  Casa  Irujo,  su  embajador  ante  la  corte 
portuguesa  emigrada  en  el  Brasil,  resolvió  nombrar  un 
nuevo  virrey,  como  medida  la  mas  prudente,  para  alla- 
nar el  conflicto  del  Rio  de  la  Plata.  La  sustitución  de 
Liniers  por  un  nuevo  virrey,  era  plan  trabajado  por  el  partido 
español  después  de  la  derrota  del  I®  de  Enero,  que  alcanzaba 
el  primer  triunfo  de  esta  manera,  tentando  en  grande  es- 
cala al  demonia  de  la  intriga,  una  vez  que  habla  fallado 
el  demonio  de  las  conjuraciones. 


IX 


El  nuevo  virrey  nombrado  por  la  Junta  Central  de  Es- 
paña como  reemplazante  de  Liniers,  era  D.  Baltazar  Hidalgo 
de  Cisneros.  Al  nombrarlo,  el  gobierno  de  España  apare- 
cía inclinado  solo  en  obsequio  del  bando  español  absolu- 
tista y,  al  efectuarlo,  aquel  acto  violento  de  su  política, 
en  vez  de  abrigarlo  de  peligros,  solo  iba  &  producir  pre- 
cipitación en  los  sucesos,  lo  que  toda  sana  política  hu- 
biera aconsejado  evitar. 

Cisneros  desembarcó  en  Montevideo  en  los  principios  de 
1809,  pues  erqn  tales  los  recelos  de  que  venia  cargado 
desde  España,  que  pensaba  de  seguro  encontrar  resisten- 
cia armada  en  Buenos  Aires.  Llegaba  enviado  no  como 
mediador  sino  con  el  ánimo  prevenido  y  con  el  plan  insensato 
de  someter  nuevamente  á  toda  la  población  argentina 
al  estado  de  su  antigua  servidumbre,  no  solo  para  que  f<ie- 
ra  vasalla   del  rey,  mas  también  de  todos  los  españoles. 

Lleno  de  aquellos  recelos  y  sospechas,  cual  si  se  acercara 
&  país  enemigo,  fantasmas  que  engrandecían  las  declama- 
ciones y  aturdimiento  de  Elío  y  de  Álzaga  y  demás  par- 
ciales que  los  rodeaban  en  Montevideo,  resolvió  como 
acto  de  política  preventiva,  intimar  al  virrey  caduco  de 
Buenos  Aires  le  prestara  reconocimiento. 


902  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Pero  hubo  mas.  No  contento  con  esta  medida  de  pre 
caución,  se  dirigió  intimación  á  los  gefes  de  las  fuerzas 
armadas  de  Buenos  Aires  para  que  bajaran  ó  la  Coionio, 
puerto  cercano  en  la  Banda  Oriental,  ú  prestar  juramento 
de  fidelidad  al  nuevo  gobernante  que  los  aguardaba  allí 
defendido  por  fuerte  escolta  militar  al  mando  del  general 
D.  Vicente  Nieto,  que  acababa  de  llegar  también  de  España. 

Consumados  estos  aparatosos  compromisos  y  en  medio 
de  aquellas  inusitadas  precauciones,  anunciaba  Cisneros 
pasar  ú  la  capital  A  posesionarse  del  gobierno.  Mas  todo 
aquel  horizonte  que  parecía  despejarse  de  temores, 
merced  ó  tales  medidas,  una  nueva  y  torpe  imprudencia 
volvió  &  cerrarlo  de  escollos  y  ú  punto  tal,  que  fué  de  temer- 
se la  resistencia  armada;  por  que  el  gobierno  español 
habia  agregado  á  la  injusticia  la  ofensa;  injusta  era  la 
separación  de  Liniers  y  ofensivo  hasta  el  extremo  el  nom- 
bramiento del  coronel  Elío,  el  decantado  enemigo  de  Bue- 
nos Aires,  de  los  argentinos  y  sus  derechos  como  gefe  su- 
perior de  la  fuerza  militar. 

Súpose,  á  la  vez,  que  este  hombre  feroz  aconsejaba  al 
nuevo  gobernante  empleara  para  con  los  enemigos  la  po- 
lítica del  terror  y  el  exterminio,  como  el  único  medio  de 
matar  en  su  cuna  el  espíritu  criminal  de  la  independencia, 
sospechado  por  todos  los  españoles  como  albergado  en  el 
ánimo  de  los  habitantes  del  Plata;  y  apuróse  la  certidum- 
bre de  que  aquel  terrible  enemigo,  destinado  ú  gobernar 
como  gefe  superior  las  milicias  del  virreinato,  habia  pro- 
puesto ya  como  primera  medida  de  Imen  gobierno,  la 
formación  de  causa  criminal  como  traidores  ú  lamagestad, 
á  Liniers  y  los  mas  esclarecidos  gefes  de  las  milicias 
argentinas,  y  el  completo  aniquilamiento  de  estas;  y  lo  qye 
era  mas  amenazante  todavía,— la  reorganización  de  los 
cuerpos  militares  de  españoles,  vencidos  y  disueltos  en  el 
molin  del  1^  de  Enero. 

El  nuevo  virrey  desistió,  sin  embargo,  de  aquel  loco  y 
temerario  empeño,  obligado  á  ello  por  la  fuerza  de  las 
circunstancias  y  los  prudentes  consejos  de  Liniers;  porque 
la  exaltación  del  espíritu  público,  al  frente  de  aquellas 
amenazas,  subió  de  punto,  encabezada  por  la  fuerza  mili- 
tar amenazada  y  por  que  Liniers  corrió  &  servir  de  inter- 


HISTORIA  DE  GÚEMBS  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VI        808 

mediano  alzando  bandera  de  concordia  y  concesión  polí- 
tica, á  fé  de  fiel  vasallo,  aunque  de  un  gobierno  ingrato. 
Rabia  sido  en  Europa  amigo  estrecho  de  Cisneros,  y  ale- 
gando esta  circunstancia,  pudo  conseguir  llevar  al  pueblo 
de  Buenos  Aires  persuacion  aunque  no  convencimiento, 
de  que  el  nuevo  virrey  no  aceptaría  para  su  gobierno  la 
política  de  fuerza  que  aconsejaban  sus  enemigos;  que  no 
entrarla  ú  la  gloriosa  capital  como  conqnistador  á  imponer 
condiciones  y  castigos,  mientras  que,  por  su  lado,  persua- 
día, así  mismo,  á  Cisneros  cuánto  era  provechoso  y  con- 
veniente se  animara  de  un  espíritu  de  contemporización, 
templanza  y  liberalismo  político,  sin  guardar  ni  recelos 
ni  prevenciones  con  un  pueblo  que,  si  era  altivo  y  nada 
dócil  á  la  vejación  por  los  españoles  intolerantes,  era 
vasallo  fiel  del  monarca  español.  La  suma  de  su  prudente 
consejo  era  decirle  continuara  la  política  que  él  había 
seguido  con  tan  feliz  suceso,  manteniéndose,  como  una 
justicia  y  una  imposición  de  las  cosas  y  de  los  tiempos, 
aquella  situación  política  en  que  hallaba  el  gobierno;  por 
que,  si  esto  era  un  mal  para  la  ambición  insaciable  de 
los  peninsulares,  era  también  fuerza  el  reconocer  no 
alcanzaba  remedio  y  que  había  pasado  para  este  pueblo 
la  época  del  absolutismo  y  vejación  antes  sufrida.  Polí- 
tica era  aquella  liberal  y  prudente  que  había  enseñado 
la  esperiencia  al  espíritu  generoso  de  Liniers,  y  que  Cis- 
neros se  vio  forzado  ú  aceptar  en  parte  por  precaución, 
algo  también  por  el  convencimiento,  tomando  la  resolu- 
ción inmediata  de  negar  á  Elío  la  gefatura  de  Ins  fuerzas 
militares,  colocando  en  ella  al  general  Nieto  recién  llegado 
de  España,  y  respetando  el  estado  actual  de  organización 
de  las  milicias.  El  partido  español  sufría,  así,  una  vez 
mas,  la  derrota  de  sus  aspiraciones  y  en  momentos  en 
que  se  miraba  como  victorioso  y  feliz.  Nueva  y  severa 
lección  que  no  le  serviría,  sin  embargo,  ni  de  escarmien- 
to ni  de  ejemplo. 


CAPITULO  VII 


Lit      peTolvel 


SUMARIO:— Entrada  de  OíRneros   A   Bunnos  Aire»;    aDtecedentes    de  este 

f^ersonage— Nueva  política  del  virrey— Rey oluciOD es  de  Chuqaisaca  y 
a  Paz— ju  castigo  y  sus  efectos—Desprestigio  del  ffobiemo— La  inep- 
titud del  virrey— Ideas  revolucionarins':  conferencia  ael  coronel  Moldes 
— Plan  político  de  Moldes:  sn  ofrecimiento— La  Sociedad  Secreta  rea- 
parece en  Buenos  Aires— Politica  de  Saavedra— El  apostolado  de  Mol- 
des en  el  interior— La  pérdida  de  España — Reunión  revolucionaria  en 
«asa  de  Pueyrredon— Noticias  de  España  en  Marzo,  destmecion  de  la 
Junta  Central,  creación  de  la  regencia— Estado  y  conducta  de  los  pa- 
triotas—La opinión  pública— Actitud  que  asume  el  virrey;  proclama  del 
18  de  Mayo— 20  y  21  de  Mayo;  petición  de  cabildo  abierto— Entrevistas 
con  el  virrey— Preparativos  revolucionarios— 22  de  Mayo;  la  plaza  de 
la  Victoria,  la  policia  patriota  y  la  libertad  del  sufragio— El  cabildo 
abierto;  descripción  de  la  sala  capitular — La  inesperí^ncia  de  los  .patrio- 
tas—Alocución del  cabildo— El  debate;  discurso  oel  obispo — Un  momen- 
to critico— Discurso  del  Dr.  Castelli— Discurso  del  Dr.  Villota— Efecto 
que  produce  su  palabra- Réplica  del  Dr.  Passo — Los  defensores  de 
España  sé  si«»nten  vencidos— La  autoridad  del  virrey  es  puesta  en^  Jui- 
cio—La votación:  creación  de  una  junta  de  gobierno — Los  españoles 
burlan  la  resolución  del  22— Sus  manifestaciones  de  júbilo— Indignación 
de  los  patriotas— Gonf<>rencia  con  el  virrey:  renuncia  la  presidencia  de 
li  junta— La  rtpresmiacion  al  cabildo- Í5  de  Mayo;  actitud  dM  ca- 
bildo— El  pupblo  envía  sus  diputaciones  al  cabildo— Sanción  popular  de 
)a  nueva  Junta  de  gobierno;  fin  de  la  dominación  española— La  politica 
de  la  revolución— Instalación  de  la  Junta  de   Mayo;  regocijo  público. 


I 

Terminado  el  periodo  de  las  conjuraciones  merced  &  la 
política  de  conciliación  adoptada  desde  aquel  dia  por  el 
nuevo  virrey,  el  espíritu  público  llegó  á  descansar  un  es- 
pacio de  aquella  tan  continua  ajitacion. 

El  30  de  Julio  de  1809,  Cisneros  hacia  su  entrada  triunfe! 
en  Buenos  Aires.  Los  e3pañoled  de  la  capital  festejaron 
con  visible  alborozo  aquel  su  triunfo  en  el  que  el  aven- 
turero francés  acabarla  por  ser  deportado.  Músicas  y 
colgaduras;  procesiones  y  gritos  de  aclamación  y  noctur- 


a06  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

ñas  luminarias  atestiguaban  su  alegría  por  la  ciudad;  mas 
los  patriotas,  nombre  que  desde  aquellos  dias  comenzal>a 
á  distinguir  ó  los  argentinos  como  partido  político,— ofen- 
didos aun  con  los  primeros  pasos  del  virrey  desde  Mon- 
tevideo tan  llenos  de  saña  y  torpeza  que  hacian  vislum- 
brar oculto  y  pérfido  enemigo,  se  abstuvieron  de  participar, 
con  justicia,  de  aquel  regocijo  de  sus  enemigos.  Algunos 
exaltados  recorrieron  las  calles  aquella  noche,  cegando 
las  luminarias  que  solo  nabian  puesto  al  frente  de  sus 
casas  los  españoles  y  los  empleados  del  gobierno. 

El  nuevo  personage  que  se  sentó  aquel  dia  en  el  solio 
de  los  virreyes  de  Buenos  Aires  y  que  estaba  destinado  á 
llenar  entre  ellos  el  número  postrero,  era  varón  de  pro- 
sapia ilustre;  un  oflcial  distinguido  de  la  marina  española 
que,  entre  los  servicios  prestados  á  su  país  y  que  le  va- 
lieron el  grado  de  teniente  general,  contaba  el  de  la  par- 
ticipación en  la  batalla  naval  de  Trafalgar,  donde,  al  mando 
del  Santísima  Trinidad,  había  compartido  de  la  gloria  de 
los  vencidos,  luchando  con.  honor  y  viendo  arder  y  hun- 
dirse en  los  abismos  del  mar  la  última  escuadra  de  su 
patria. 

Bastante  tino  mostró  el  gobierno  de  España  al  fljar  sus 
ojos  en  las  condiciones  y  dotes  de  la  vida  particular  de 
este  personaje,  para  dirimir  el  conflicto  del  Rio  de  la  Plata, 
Si  vencer  no  pudo  ni  llenar  su  compromiso  el  nuevo 
virrey,  causa  fué  mas  de  su  política  retrógrada  que  no 
de  sus  cualidades  personales;  por  que  si  como  gobernante 
le  hubiera  acompañado  un  espíritu  liberal,  una  conciencia 
pública  honrada  y  recta  y  una  llama  de  buena  inspiración 
hubiera  iluminado  su  cerebro,  mostrándole  que  no  es  eter- 
na la  dominación  de  la  fuerza  y  que  á  la  postre  solo  de- 
ben triunfar  la  razón,  la  verdad  y  la  justicia  en  la  tierra, 
hubiera  respondido  en  su  puesto  de  la  integridad  de  la 
monarquía  salvando  con  feliz  suceso  la  borrasca. 

Cisneros  se  trazó,  desde  el  primer  momento,  una  política 
de  observación  y  de  estudio  del  país  que  venia  á  gober- 
nar sin  conocerlo,  con  la  calma  y  serenidad  que  le  per- 
mitía su  espíritu  frió  y  reflexivo,  y  guiado  de  las  preven- 
ciones y  teqiores  de  que  venia  provisto  desde  Europa. 

Aquella  serenidad  é   independencia   de  su  política  des- 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA-CAPITÜLO  VII        807 

compuso  el  Animo  del  partido  español  desde  los  primeros 
pasos  de  su  administración,  y  especialmente  el  de  su  gefe 
que,  sin  comprender  ni  admitir  contemporizaciones  ni 
transacciones  prudentes,  anlielaba  se  procediera  inmedia- 
tamente por  la  liuella  tantas  veces  funesta  ú  su  política; 
por  lo  que  la  adhesión  española  enfrió  su  primitivo  en- 
tusiasmo, despecliada  ahora  viendo  al  nuevo  virrey  ne- 
éjarse  á  ser  el  instrumento  dócil  y  ciego  de  sus  pasiones 
por  el  momento,  persuadiéndose  de  que  el  nuevo  gefe  era 
un  político  inepto,  timorato  y  el  menos  llamado  á  salvar 
1q  causa  española  de  aquellos  peligros;  pues  ni  se  acom- 
pañaba de  Elío  y  sus  consejos  ni  siquiera  ponia  en  eje- 
cución, como  acto  inaugural  de  su  gobierno,  sus  pasadas 
promesas  de  la  reorganización  militar  de  los  cuerpos  es- 
pañoles que  habia  traído  como  encargo  especial  desde 
España.  Por  el  contraigo,— « formemos  todos  desde  hoy, 
decía,  una  misma  familia,  pues  somos  subditos  fieles  de 
un  mismo  soberano  que,  en  su  desgracia,  nos  pide  á  todos 
como  á  sus  hijos,  el  apoyo  y  la  dedicación  de  su  amor.» 
En  nuestro  sentir,  ni  el  partido  español  ni  el  virrey 
acertaban  en  su  política.  Por  que  si  la  empecinada  ce- 
guera por  el  absolutismo  de  partido,  ó  mejor,  de  casta, 
de  aquel  bando  arrancaba  maldiciones  contra  el  sistema 
de  confraternidad  que  predicalja  el  gobierno,  el  virrey  por  su 
parte,  pecaba  de  torpeza  al  no  reconocer  los  elementos  con 
que  actuaba  ni  menos  persuadirse  de  los  antecedentes  que 
habían  producido  aquel  abismo  de  repulsión  entre  unos 
hombres  y  otros.  I.a  fraternidad,  la  unión  y  la  concordia 
entre  argentinos  y  españoles  era  ya  imposible;  por  que  no 
se  pueden  borrar  en  un  momento  los  males  y  las  pasiones 
sembrados  por  los  siglos,  como  no  se  puede  cambiar  la 
fe  religiosa  ni  la  opinión  política  de  los  pueblos  con  de- 
cretos y  leyes  autoritarias  de  gobierno.  Y  en  aquel  pro- 
blema que  preocupaba  el  cerebro  del  virrey,  la  verdad  de 
las  cosas  demostraba  que  los  argentinos,  en  Buenos  Aires, 
eran  dueños  de  la  situación,  sosteniendo  con  ella  el  dere- 
cho de  gobernar  en  la  tierra  en  que  habían  nacido,  de- 
pendiendo como  vasallos,  solo  del  rey,  único  soberano 
legal,  mas  no  de  los  españoles  y  estos,  notorio  era  que  no 

transigían  con  nada  en  su  absolutismo  tradicional;  porque 


a06  DR.  BERNARDO  FR[AS 

ellos,  como  el  virrey  y  como  el  gobierno  de  entonces  de 
España  estaban  inspirados  por  genio  de  orguUosa  intole- 
rancia política  y  religiosa,  tanto,  que  nada  aprendían  ni 
nada  les  enseñaban  la  esperíencia  de  los  siglos  y  los 
dolores  del  fracaso.  Temaban  aun  en  reducir  ú  siervos 
de  los  hijos  de  España  ó  cuanto  hijo  de  América  existiera, 
consentidos  en  que  nada  del  mundo  podría  vencerlos  ni 
nada  deberían  temer.  La  ceguera  del  orgullo  les  perdía 
la  razón.  La  pasión,  como  la  ignorancia,  tiene  el  secreto 
de  velar  la  verdad  ante  el  espíritu  y  de  persuadirlo  de  ser 
el  dueño  de  ella. 


II 


Ante-  aquella  actitud  del  gobierno,  el  partido  español  se 
declaró  ofendido  y  se  consideró  burlado;  la  causa  de  su 
patria  le  pareció  comprometida  en  el  mismo  peligro  que 
antes  lo  estuvo;  y  como  sus  recriminaciones  ú  la  política 
de  conciliación— que  él  llamaba  debilidad  é  inepcia,  subie- 
ran crgrado  tal  que  ofendieran  la  dignidad  y  delicadeza  del 
virrey,  cayó  este  en  disputas,  riñó  con  los  gefes  del  bando 
absolutista,  perdió  sus  simpatías  y  se  ladeó,  al  parecer,  con 
habilidad  hacia  el  lado  que  viviñcaba  la  situación  el  aliento 
popular;  actitud  final  que  no  era  mas  que  el  reflejo  de  lo 
política  recelosa,  suspicaz  y  ai^tera  para  realizar  un  plan 
de  mas  seguro  avasallamiento  que  se  tramaba  en  su  alma 
italiana  del  siglo  XV.  Mas,  en  el  campo  de  los  patriotas 
habían  sobrados  antecedentes  para  no  entregar  fe  y  con- 
fianza en  un  gobernante  que  habia  llegado  con  la  segur  y 
la  horca  para  ellos,  y  que,  impotente  por  el  momento,  cam- 
biaba de  voz,  mudaba  el  semblante  y  extendía  la  mano  con 
ademan  amigo  y  generoso. 

Sucede,  ú  veces,  que  los  vaticinios  de  la  opinión  pública, 
revelados  ú  ella  por  no  sé  qué  genio  de  salvación  social, 
llegan  á  ser,  en  breve,  verdad  en  los  sucesos.  Y  aquella 
repulsión  y  desconfianza  que  el  pueblo  mostrara  al  nuevo 
virrey,  cambióse,  tras  breve  espacio,  en  maldición  y  con- 
denación unánime  y  general  en  todo  el  país. 

El  hecho  fué   que   Gisneros  gobernaba  con    doblez  su 


mSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-OAPITÜLO  VH       809 

pueblo.  Mientras  tendía  mano  amiga  allá  donde  su  poder 
vacilal)a,  como  en  la  capital,  alzaba  el  puñal  de  la  injus- 
ticia y  crueldad  donde  lo  apoyaba  un  ejército  español. 
Los  acontecimientos  producidos  el  25  de  Mayo  de  1809  en 
Chuquisaca  y  el  subsiguiente  alzamiento  de  la  ciudad  de 
la  Paz,  prueba  mostraron  á  la  opinión  y  al  mundo  que, 
aquel  magistrado  que  llamaba  á  la  concordia  y  á  la  fra- 
ternidad á  los  pueblos  argentinos  y  ó  sus  opresores,  pro- 
clamando una  política  de  olvido  y  concesiones  mutuasi 
era  el  ministro  de  la  hipocrecia  y  del  miedo  que  tramaba 
en  los  abismos  de  su  alma  una  política  diabólica. 

Sucedió  que  al  llegar  á  Chuquisaca,  Groyeneche,  desar- 
rollando su  plan  secreto  convenido  con  la  infanta  D*.  Car- 
lota para  proclamarla  representante  y  heredera  del  rey 
Fernando  VII,  cautivo  de  Napoleón,  trató  el  negocio  con 
el  gobernador  presidente  de  Charcas  que  lo  era  á  la  sazón 
el  mariscal  de  campo  D.  Ramón  García  Pizarro,  de  la 
orden  de  Calatrava,  hombre  anciano  y  tímido;  1)  lo  con- 
venció de  la  lejilimídad  y  provecho  de  esta  su  misión 
oculta  de  tal  manera  que,  contando  con  su  apoyo  y  aluci- 
nado con  este  su  primer  triunfo,  se  aventuró  á  sondear 
la  opinión  de  los  miembros  de  la  real  audiencia. 

Esta  corporación  recibió  con  indignación  y  alarma  la 
proposición  que  se  le  hacía  en  nombre  de  D«.  Carlota  que, 
á  juicio  de  aquellos  hombres,  envolvía  una  traición  cuyo 
fln  solo  era  el  trasponer  estas  provincias  al  dominio  de  la 
corona  de  Portugal. 

La  audiencia  celosa  de  patriotismo,  hizo  pública  su  alar- 
ma que  se  extendió  por  todo  Chuquisaca  con  extraordi- 
nario ardimiento  y  enconando  intensamente  las  pasiones. 
Quizo  aquel  tribunal  como  primera  providencia,  apresarlo  á 
Goyeneche  como  á  traidor,  pero  este,  hábil  siempre  y 
protejido  por  los  ministros  del  rey  que  le  seguirían  pres- 
tando favor  y  mano  fuerte,  se  dio  á  la  fuga,  siendo  mal- 
decido y  caricaturado  en  Chuquisaca,   y  refugiándose  en 


1)  El  general  Pizftrro  faé  gobernador  intendente  de  Salta,  v  durante  su 
admiaiatracion,  da  1791  4  1798,  fundó  la  oiadad  de  San  Raocon  da  la 
nueva  Oran  el  81  de  Agosto  de  1794,  cuyo  nombre  provania  de  ser 
Btt  fundador  español  natural  de  la  ciudad  de   Oran,  en  África. 


310  DR  BERNARDO  FRÍAS 

el  Perú,  cuyo  virrey  lo  premió  con  el  importante  gobierno 
de  la  intendencia  del  Cuzco,  vacante  en  esos  días. 

Aquel  golpe  de  estado  que  se  frustraba  de  esta  manera, 
y  en  el  cual  se  hallaba  complicado  el  gobernador  español 
Pizarro,  indignó  de  tal  modo  ó  los  americanos  y  ú  los 
españoles  leales  al  soberano  lejítimo,  que  se  produjo  una 
conmoción  popular  la  cual,  presidida  por  la  real  audiencia 
en  alianza  con  los  americanos  y  españoles  leales  y  apoya- 
dos por  la  plebe  abundante  y  poderosa  de  aquella  ciudad, 
hizo  estallar  el  tumulto  armado  de  la  noche  del  25  de  Mayo 
de  1809. 

La  revolución  acusó  de  complicidad  en  el  crimen  de 
traición  al  gobernador  Pizarro,  lo  atacó  en  su  propio  pa- 
lacio, lo  depuso  del  mando  y  lo  encerró  en  un  calabozo. 
En  reemplazo  suyo  se  creó  una  junta  de  gobierno  presi- 
dida por  la  misma  real  audiencia,  cuya  autoridad  se  declara- 
ba dependiente  del  virrey  de  Buenos  Aires,  como  lo  estuvo 
la  anterior,  protestando,  al  frente  de  aquella  tentativa  de 
Goyeneche,  su  leaf  adhesión  al  rey  Fernando. 

El  gefe  militar  de  aquel  movimiento  con  el  título  de 
comandante  de  armas  era,  aunque  español  de  origen,  un 
hijo  ilustre  de  Salta  por  haberla  adoptado  como  su  patria 
y  haber  formado  en  ella  su  familia,— D.  Juan  Antonio  Al- 
varez  de  Arenales  que  iba  á  llenar  muy  luego  aquellos 
regiones  con  la  fama  de  sus  virtudes  y  la  gloria  de  sus 
hazañas;  pero  el  ardimiento  revolucionario  se  reconcentró 
en  la  juventud  ilustrada,  donde  se  sintieron  resonar  los 
nombres  de  Monteagudo,  de  Zudáñez,  de  Lemoine,  de 
Fernández  que,  llevados  por  su  entusiasmo  y  su  fe  en  el 
porvenir,  comenzaron  á  formar,  bajo  el  calor  de  aquellos 
sucesos,  sociedades  secretas  de  propaganda  por  la  inde- 
pendencia. 

Pocos  dias  mas  tarde,  el  16  de  Julio  de  1809,  la  populosa 
ciudad  de  la  Paz  era  sacudida  por  un  movimiento  mucho 
mas  franco  y  audaz  que,  &  los  gritos  de  /  Viva  Fernando  Vil; 
mueran  los  chapetones  /  nombre  con  que  se  designaba 
á  los  españoles,  destituyó  las  autoridades,  levantó 
ejércitos  y  proclamó  un  gobierno  exclusivamente  ame- 
ricano. £1  25  de  Julio  se  instaló  la  nueva  junta  de  go- 
bierno cuya  aspiración  fundamental  era  la  defensa,  protec- 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  VH       811 

cion  y  amparo  de  los  derechos  americanos  hasta  entonces 
oprimidos,  por  lo  que  tuvo  el  nombre  adjunta  Tuitiva  de 
los  derechos  del  Rey  y  del  Pueblo. 

Inspirada  de  estos  nobles  sentimientos  bajo  el  genio  de 
la  libertad  y  el  derecho,  el  29  de  Julio  lanzaba  la  revolu- 
ción su  famosa  proclama  en  que  decía:— «  Hasta  aquí  he- 
mos tolerado  una  especie  de  destierro  en  el  seno  de 
nuestra  patria;  hemos  visto  con  indiferencia  por  mas  de 
tres  siglos  sometida  nuestra  primitiva  libertad  al  despotismo 
y  tiranía  de  un  usurpador  injusto  que,  degradándonos  de  la 
especie  humana,  nos  ha  mirado  como  á  esclavos.  Ya  es 
tiempo  de  sacudir  yugo  tan  funesto  á  nuestra  felicidad 
como  favorable  al  orgullo  nacional  del  español.  Ya  es 
tiempo  de  organizar  un  sistema  nuevo  de  gobierno 
fundado  en  los  intereses  de  nuestra  patria.  Ya  es  tiem- 
po, en  fln,  de  levantar  el  estandarte  de  la  libertad  en 
estas  desgraciadas  colonias,  adquiridas  sin  el  menor  título 
y  conservadas  con  la  mayor  injusticia  y  tiranía. 

«  Valerosos  habitantes  de  la  Paz  y  de  todo  el  imperio  del 
Perú,  revelad  nuestros  proyectos;  para  la  ejecución  apro- 
vechaos de  las  circunstancias  en  que  estamos;  no  miréis 
con  desden  la  felicidad  de  nuestro  suelo  ni  perdáis  jamas 
de  vista  la  unión  que  debe  reinar  en  todos,  para  ser  en 
adelante  tan  felices  como  desgraciados  hasta  el  presente.  » 


III 


El  levantamiento  de  Ghuquisaca  no  habia  enarbolado 
bandera  de  independencia;  el  movimiento  mas  franco  y 
atrevido  de  la  Paz,  llegando  d  mas  lejos,  solo  habia  clama- 
do por  la  redención  de  los  americanos,  excluidos  por  sis- 
tema de  todo  derecho  político;  ambos  invocaban  la  guarda 
de  los  derechos  del  rey  Fernando  VII,  como  las  juntas  de 
España,  como  la  junta  creada  por  Elío  y  los  españoles  en 
Montevideo;  y  lo  que  en  España  era  derecho  y  gloriosa 
inspiración,  lo  que  en  la  banda  oriental  del  Rio  de  la  Plata 
era  lealtad  y  patriotismo,  por  que  en  uno  y  otro  actuaban 
intereses  españoles,— en  aquellos  que  se  alzaban  en  el  centro 
de  la  América  por  los  hijos  de  esta  tierra,  crímenes  fue- 


812  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

ron  de  alboroto  y  traición  y  objeto  de  castigos  feroces. 

El  virrey  del  Perú  encomendó  á  Goyeneche,  ya  gober- 
nador del  Cuzco,  la  sofocación  de  aquellos  movimientos, 
al  frente  de  un  ejército  de  5.000  hombres;  y  el  virrey  de 
Buenos  Aires,  cooperando  al  mismo  objeto  por  el  sur, 
llegaba  para  ello  al  extremo  de  destinar  algunas  tropas  de 
patricios  de  Buenos  Aires,  que  yacian  en  el  punto  opuesto 
de  los  sucesos.  Al  mando  de  estas  fuerzas  que  sumaban 
1.000  hombres,  marchó  el  general  Nieto  al  Alto  Peni. 
Fué  este  expediente  disimulado,  aunque  no  invisible,  para 
ir  destruyendo  las  milicias  argentinas  que  mantenían  al 
león  encadenado  en  su  propia  guarida,  mientras  se  orde- 
naba á  Goyeneche,  por  oficio  expreso  del  virrey,  proce- 
diera contra  los  rebeldes  militarmente  y  con  todo  el  rigor 
de  las  leyes. 

La  revolución  de  Chuquisaca,  encabezada  por  españoles, 
se  sometió  contra  la  voluntad  de  su  comandante  de  armas. 
Arenales;  la  revolución  de  la  Paz  resistió  y  fué  vencida. 

La  ferocidad  délos  castigos  empleados  con  los  sublevados 
como  rebeldes  y  traidores,— por  que  todo  era  crimen  en- 
tonces, fuera  de  la  servidumbre,  desbordó  en  la  opinión 
americana  la  copa  de  la  paciencia,  y  un  grito  de  indigna- 
ción desprendido  de  todo  el  elemento  culto  é  ilustrado  del 
país,  resonó  como  una  maldición  de  un  extremo  á  otro  del 
virreinato,  condenando  como  á  enemigos  públicos  y  rompien- 
do por  la  postrera  vez  y  para  siempre  con  el  virrey  aleve, 
con  los  españoles  intransigentes  y  también,  y  como  último 
recurso,  con  el  soberano  mismo.  Por  que,  á  mas  del 
espectáculo  mismo  y  de  aquella  siniestra  resolución,  ha- 
llábanse entre  los  condenados,  sacerdotes  y  abogados  que 
hablan  sido  amigos  y  condiscípulos  de  los  primeros  hom- 
bres del  pais  y  otros  eran  hasta  deudos  inmediatos  de  las 
mejores  familias,  como  sucedía  con  Arenales,  por  ejemplo. 

El  virrey  Cisneros  se  dejaba  sorprender  en  estos  acon- 
tecimientos, en  su  política  de  tirano  que  hasta  entonces 
ocultara.  El  sacerdote  de  la  paz  y  de  la  concordia  dejó 
caer  al  fin  la  blanca  vestidura  que  solo  guardaba  mentira 
é  hipocrecia,  mostrándose  el  verdugo  terrible  con  el  ha- 
cha enrrojecida  con  sangre  americana,  con  sangre  de 
patriotas,  sangre  entonces  argentina.    Y  sin  embargo,  era 


fflSTORU  DE  GÜEMES  Y  DE  SALT 1— CAPÍTULO  VH       313 

la  hora  de  las  transacciones  y  no  del  castigo!  Las  hor- 
cas alzadas  en  aquellas  latitudes,  mostraban  entre  el  cielo 
y  la  tierra,  los  primeros  mártires  de  la  redención  de 
América,  conducidos  al  patíbulo  por  traidores,  infames, 
aleves  y  subversores  del  orden  público,  según  los  térmi- 
nos de  su  sentencia.  De  la  cárcel  habían  sido  conducidos 
ol  suplicio,  atados  de  pies  y  manos,  arrojados  sobre  una 
estera  ó  piel  seca  de  bestia,  cual  si  fueran  montones  de 
inmundicias,  arrastrados  por  un  asno  y  suspendidos  á  la 
horca  por  mano  de  verdugo.  D.  Juan  Antonio  Figue- 
roa,  español,  habiéndose  reventado  las  cuerdas  al  suspen- 
derlo, fué  bárbaramente  degollado  por  el  verdugo.  Des- 
pués de  quedar  seis  horas  en  espectáculo  los  cadáveres, 
fuéronles  cortadas  las  cabezas  y  colgadas  en  escarpios  y 
clavadas  en  los  caminos.  Las  penas  de  presidio  en  las 
casas  matas  del  Callao,  prisión  horrible  y  mortífera,  entre 
cuyos  prisioneros  se  contaba  al  que  había  de  ser  en  el 
futuro  el  glorioso  general  Arenales,  de  confiscación  y 
pérdida  de  bienes,  de  degradación  en  las  carreras  y  con- 
finamiento á  puntos  remotos,  comprendieron  á  los  de- 
Uncuentes  de  orden  secundario.    1). 

Tan  intenso  fué  y  tan  grande  el  enojo,  el  dolor  y  la 
exaltación  que  estos  atentados  de  una  política  tiránica 
produjeron,  que  á  punto  estuvieron  los  mas  exaltados  de 
entre  los  patriotas  armados  de  Buenos  Aires  de  lanzarse 
á  la  revuelta,  derribando  una  autoridad  que  así  ultrajaba 
la  altura  de  su  cargo  y  que  aparecía  de  enemigo  público. 
El  terror,  cuando  solo  sirve  de  escudo  á  la  injusticia,  en 
lugar  de  intimidación  y  escarmiento,  solo  produce  resis- 
tencia y  decisión  contraria.  La  indignación  contra  el  go- 
bierno y  su  gefe  llegó  á  su  colmo;  aquellos  atentados  re- 
velaron cuan  criminal  era  aquel  mandatario  que,  repre- 
sentante en  el  poder  de  la  justicia  de  Dios  y  del  rey,  de 
la  honorabilidad  que  debe  llevar  un  alto  funcionario  y  del 
respeto  á  las  leyes  del  país,  era  juez  entregado  al  ene- 
migo, juez  acusador  de  sus  víctimas,    menguado  y  bajo. 


1)  Entre  estos  se  contaba  al  Dr.  D.  Juan  de  la  Cruz  Monje,  confinado  á 
Córdoba,  de  donde  pasó  A  Salta  en  el  curso  de  la  revolución,  casán- 
dose en  la  casa  de  San  Millan,  y  regresando  á  su  país  después  de 
1825. 


dl4  DtL  B£1R1^ÁRÍ)0  FttUS 

pues,  al  mismo  tiempo  que  ordenaba  el  castigo  con  todo 
el  rigor  militar  para  los  que  en  la  Paz  y  Chuqulsaca  solo 
se  alzaron  contra  un  partido  político,  en  Buenos  Aires 
perdonaba  y  amparaba  con  su  favor  á  los  españoles  que, 
con  Álzaga  ú  la  cabeza,  se  hablan  amotinado  el  l'^  de  Enero 
de  ese  mismo  año,  pidiendo  con  las  armas  en  la  mano,  la 
deposición  del  virrey. 

El  odio  público  rodeó  desde  aquel  momento  al  virrey  de 
Buenos  Aires;  los  hombres  le  rehusaron  su  conñanza;  las 
familias  le  negaron  su  amistad.  El  tirano  aparecía  opri- 
mido bego  dos  iras  poderosas:  la  de  Dios  y  la  del  pueblo. 

Ante  la  conciencia  americana,  el  virrey  solo  fué,  desde 
aquel  dia,  el  magistrado  inicuo  y  el  enemigo  declarado  de 
la  patria,  verdugo  de  los  americanos. 


IV 


Convencidos  están  los  historiadores,  y  entre  ellos  escri- 
tores muy  graves,  que  fué  la  separación  de  Liniers  la  causa 
mas  poderosa,  sino  la  verdadera,  de  la  pérdida  de  las 
colonias  por  España. 

Por  lo  que  ú  nosotros  respecta,  se  nos  antoja  pensar 
que  la  causa  de  la  revolución  solo  estaba  en  el  sistema 
gubernativo  empleado  para  las  colonias  y  en  aquella  polí- 
tica dura  y  tenaz  seguida  en  ellas  por  sus  virreyes  y  demás 
autoridades.  La  separación  de  Liniers,  si  con  ella  no  hu- 
biera ido  también  la  de  su  política,  no  hubiera  servido  ni  á 
precipitar  siquiera  los  sucesos  que  se  consumaron  des- 
pués 

Porque  á  Cisneros  tocábanle  momentos  de  alzarse  tan 
popular  y  quizás  mayormente  que  su  predecesor  si  hubie- 
ra llegado  con  otro  ánimo  y  otros  principios.  En  aquella 
época,  la  idea  de  lo  separación  de  España  no  era  pensa- 
miento madurado  sino  en  ciertas  cabezas  de  fuerza  supe- 
rior y  vuelo  mas  atrevido;  mas  en  la  generalidad  de  los 
hombres,  en  el  sentimiento  público,  el  rompimiento  con 
España  no  era  aun  el  supremo  ideal  apetecido.  En  Buenos 
Aires  el  pueblo  se  sentía  satisfecho  y  orgulloso  también 
al  mirarse  arbitro  del  gobierno  de  su  país,  de  dirigir  con 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VII       816 

SU  influencia  la  política  del  virreinato  en  obsequio  desús 
intereses  políticos;  de  haber  alejado  de  los  consejos  de 
gobierno  y  de  la  actuación  directa  y  principal  en  las  esfe- 
ras oficiales  á  sus  enemigos  vencidos  aunque  indomables, 
que  sentían  á  su  vez  contra  esta  situación  y  sus  hombres 
aquel  odio  implacable  que  han  mostrado  en  toda  época  los 
partidos  españoles.  La  justicia  de  su  causa  y  su  triunfo 
asi  cual  lo  habían  conseguido  bajo  los  últimos  dias  de  la 
administración  de  Liniers,  llenaba  en  la  generalidad  las 
exigencias  del  patriotismo  argentino,  por  que  viendo  todos 
sus  males  y  agravios  venidos  de  la  tiranía  particular  de 
los  españoles  actuando  en  el  gobierno,  aquellos  hombres 
cuyos  padres  y  deudos  eran  españoles  en  gran  medida  y 
que  vivían  aun  al  lado  suyo  tantos  de  ellos,  no  tenían  por 
enemigos  ni  á  España  ni  al  rey. 

Con  la  misma  religión,  la  misma  raza  é  idénticas  cos- 
tumbres y  tradiciones  nacionales;  con  la  misma  lengua, 
las  mismas  leyes  escritas  y  el  mismo  soberano  para  todos, 
el  vínculo  nacional  era  para  América  verdad  tradicional 
y  respetable,  aunque  se  sintiera  como  un  pueblo  distinto, 
por  que  España  y  el  rey  estaban  lejos;  porque  desde  allí 
no  aparecían  ante  el  pueblo  americano  como  la  causa 
inmediata  de  sus  males  y  el  objeto  de  sus  odios.  La  re- 
volución fué  preparada  por  la  tiranía,  y  la  tiranía  nacía  de 
fuentes  mas  cercanas,  conocidas  y  observadas:  nacía  del 
predominio  que  ejercían  en  América  los  españoles,  injusto, 
cruel  y  despótico,  y  de  la  política  que,  protegiendo^  este 
estado  de  fuerza  y  ofensa  inaudita,  ejercían  los  virreyes 
y  gobernadores  de  las  diferentes  provincias.  Y  como  esta 
política  impopular  y  dura,  basada  en  el  absolutismo  espa- 
ñol, política  sin  disculpa  la  mas  torpe,  estúpida  y  ciega, 
era  sostenida,  aunque  con  disimulo,  por  Cisneros,— el  pue- 
blo se  vio  lanzado  á  recurrir  á  las  armas,  cuando  la  oca- 
sión le  fué  ofrecida,  primero  contra  esta  política  europea 
y  española,  y,  mas  tarde,  por  consecuencia  natural  de  la 
discordia  armada  y  sangrienta,  contra  el  rey  y  contra 
España. 

Aquella  política  mezquina  y  avara,  sin  luz  ni  acierto, 
confundió  en  su  terquedad  y  ofuscación  de  pasiones  las 
aspiraciones   racionales   de   los  americanos    al   gobierno 


316  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

particular  ó  local  de  estas  provincias  y  en  sus  ramos  in- 
feriores, con  la  idea  de  la  independencia  y  emancipacioo 
de  España.  Este  fué  el  último  y  grande  error  de  su  po- 
lítica; error  que  igualmente  concibió  Cisneros  y  trató  de 
inspirar  en  él  sus  pasos,  sin  comprender  que  había  lle- 
gado una  época  ya  en  que  los  hombres  de  América  esta- 
han  en  sazón,  y  lo  habían  probado  con  las  armas  en  la 
mano,  de  gobernarse  á  sí  mismos;  y  aquellos  que  mas 
cercanos,  á  él  lo  rodeaban  en  Buenos  Aires,  con  bastante 
elocuencia  le  mostraban  que,  la  situación  política  que  ha- 
bían conquistado,  les  pertenecía  por  derecho  y  por  la  ra- 
zón mas  clara  aun  de  los  hechos;  que  la  amaban  y  que 
la  defenderían,  en  fin,  por  justicia,  por  ínteres  y  haata 
por  honor. 

Y  fácil  será  comprender  que  si  al  llegar  Cisneros  á  la 
dirección  del  gobierno  hubiera  continuado,  aun  mas  allá 
también,  la  política  liberal  de  su  predecesor,  ante  la  que 
era  imposible  retroceder,— ensanchando  con  generosidad 
y  talento  una  era  de  reconstrucción  política  en  favor  de 
los  naturales  del  país,  entregándoles  francamente  la  por- 
ción de  gobierno  que  les  correspondía;  si  hubiera  convo- 
cado entonces  con  propósito  firme,  la  junta  general  del 
virreinato,  á  la  manera  de  una  gran  asamblea  constitu- 
yente, que  preparaba,  por  otro  insigne  error,  para  allá 
cuando  sucediera  la  catástrofe  final  del  perdimiento  de 
España,  y  si  hubiera  tratado  en  ella  de  la  formación  de  un 
gobierno  popular,  de  un  gobierno  americano,  nacido  y 
fortalecido  por  la  opinión  pública  de  todos  los  pueblos  y 
aseguradas  las  nuevas  instituciones  en  bases  de  realidad 
y  con  las  armas,  el  pueblo  argentino,  entonces,  dignifi- 
cado, amparado  y  agradecido  á  su  virrey,  colocado  á  la 
cabeza  de  su  redención,  hubiera  continuado  unido  á  él, 
con  la  conquistoi.  de  sus  libertades  basadas  y  aseguradas, 
á  la  vez,  en  el  mismo  trono. 

Aquel  sistema  liberal  hubiera  prosperado  como  una 
bendición,  pues,  como  lo  mostraremos  en  el  curso  de  esta 
historia,  los  hombres  mas  eminentes  por  su  talento  y 
virtudes  que  brillaron  en  la  revolución,  tenían  la  convic- 
ción republicana,  pero,  también  aquella  de  que  la  mo- 
narquía   era    la    única  garantía  por  el  momento,  para  la 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA-CAPITÜLO  VII       811 

salvación  é  imperio  de  las  instituciones;  abrigaban 
profundo  horror  á  los  tumultos,  á  la  anarquía,  y  al 
escándalo  político  de  las  revueltas;  en  sus  cavilaciones 
políticas,  buscaron  en  la  forma  unitaria  de  gobierno  un 
resorte  salvador  contra  la  barbarie  de  las  poblaciones  que 
se  extendían  á  uno  y  otro  lado  de  la  ruta  del  Perú,  para 
salvar,  con  la  fuerza  de  la  nación  concentrada,  la  civili- 
zación, la  cultura  del  país,  el  orden  y  la  paz,  y  afianzar 
la  libertad  y  el  progreso,  objetos  supremos  de  la  revolu- 
ción de  Mayo.  El  rey  estaba  mar  de  por  medio,  sin  mas  inge- 
rencia que  nombrar  los  gobernadores  políticos  de  la 
colonia  y  prestar  su  nombre  para  los  actos  públicos, 
recojer  su  cuota  en  la  hacienda  y  dejar  circular  su  busto 
y  su  nombre,  y  actos  eran  estos,  entre  otros  de  su  especie,  cu- 
yo ejercicio  ni  engrandecía  ni  dañaba  al  país,  lo  que  venia  á 
servir  para  evitar  la  conflagración  social,  el  caos  que  vendría 
con  la  desaparición  del  antiguo  poder  y  en  donde  era  fuerza 
empeñarse  en  la  formación  de  un  nuevo  gobierno  entre 
los  azares,  de  una  revolución  desencadenada  é  inmensa, 
cuyos  ejemplos  terribles  acababa  de  enseñarlos  la  Francia 
desde  1789.  Por  que,  desatados  los  diques  que  encierran 
el  océano,  ¿quién  sino  Dios  ó  la  muerte  podría  reducir  á 
quicio  sus  aguas?  Pues  bien;  Dios  ó  la  inteligencia  de 
nuestros  grandes  hopíibres  sucumbió  en  la  lucha  formida- 
ble que  fueron  á  sostener  por  salvar  los  principios  de  la 
revolución  sofocados  por  la  barbarie  desbordada  de  nues- 
tras aldeas,  de  nuestros  campos  y  aun  de  nuestras  selvas, 
y  la  muerte,  por  el  agotamiento  de  todos  los  esfuerzos, 
trasmina  lucha  sangrienta  y  una  tiranía  prolongada  y  san- 
grienta también,  pudo  sujetar,  al  fln,  las  fuerzas  desenca- 
denadas desde  1810. 

Los-  hechos  universales  han  llegado  á  conñrmar  que  el 
único .  vínculo  durable  entre  colonias  y  metrópolis,  es  el 
vínculo  de  la  opinión  pública  basado  en  la  libertad  y  en 
el  derecho.  Ningún  pueblo  se  levanta  contra  un  buen 
gobierno.  Y  esto  se  puede  aplicar  á  las  colonias  españo- 
las de  la  América,  toda  vez  que  la  Nueva  Inglaterra  como 
las  naciones  subordinadas  del  mar  índico,  nos  ofrecen  el 
ejemplo  de  poderosísimos  pueblos  civilizados  y  grandes, 
que,  sin  reñir  por  una  absoluta  independencia,  continúan 


B18  DR.  BERNARDO  FRUS 

y  se  Sienten  felices,  como  colonias  ]il)res,  parles  componen- 
tes de  vasto  y  poderoso  imperio. 


El  ánimo  del  virrey  se  conturbó  ante  el  colorido  som- 
brío de  la  nueva  situación  que  rodeaba  su  gobierno  y  ten- 
tó su  malicia  nueva  reconciliación  con  el  pueblo.  Ero  ya 
tarde. 

Valiéndose  de  los  últimos  amigos  que  le  quedaban,  ideó 
el  plan  extravagante  y  lírico  de  atraei*se  la  voluntad  de  los 
hombres  influyentes  del  país,  trazando  nuevos  rumbos  ú 
la  atención  del  espíritu  público,  procurando  con  ello  se 
olvidara  de  sus  errores. 

Hallábase  entre  aquellos  personages  de  mayor  especia- 
bilidad  y  predicamento  social  en  Buenos  Aires,  el  Dr.  D. 
Manuel  Belgrano.  hombre  que  llevaba  un  gron  corazón 
consagrado  con  pasión  honrada  al  bien  y  progreso  de  su 
país,  con  aquella  generosidad  y  celo  de  un  apóstol;  pero 
que  poseía  un  espíritu  desnudo  de  malicia  y  penetración, 
cuya  buena  fe  se  dejaba  seducir  por  los  helogos  de  las 
perspectivas  y  promesas,  creyendo,  al  prestarles  su  confian- 
za, que  allí  se  encontral^an  la  honrodez  de  los  hombres, 
la  verdad  de  los  hechos  y  el  triunfo  de  los  intereses  de  su 
patria. 

El  espíritu  perspicaz  y  astuto  de  Cisneros  halló  en  este 
hombre  de  bien  palanca  segura,  al  parecer,  para  este  nuevo 
giro  de  su  política  instable,  conviniéndose  en  la  fundación 
de  un  periódico  que,  alejando  de  la  cuestión  política  la 
atención  de  los  hombres  de  pensamiento,  de  discusión  y 
valer,  la  fijarran,  como  á  su  criterio  y  esfuerzos  intelec- 
tuales, en  negocios  menos  comprometidos  en  el  gobierno. 

Era  esta  una  publicación  que  se  ocupaba  de  ciencias,  de 
artes,  de  historio,  de  filosofía  y  de  todo  aquello  que,  sí 
bien  era  provechoso  y  conveniente  á  la  sociedad,  era  igual- 
mente apropiado  y  eficaz,  al  pensar  del  virrey,  para  distraer 
la  opinión  pública.  D.  Manuel  Belgrano  fué  encorgado 
como  gefe  principal,  de  la  empresa,  por  que  era  dado  al 
estudio  de  las  letras  y  en  especial,  al  de  la  economía  pOr 


HISTORIA  DE  GÜEBíBlS  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  VA       819 

líüoa,  ciencia  nueva  en  aquellos  dias  y  cuyas  enseñanzas 
interesaban  por  todo  sentido  la  atención  de  los  hombres 
útiles. 

Pero,  por  mayor  que  fuera  la  malicia  del  virrey  en 
eslo  de  proponer  recursos  para  envolver  6  sus  adversa- 
rios, ridículo  aparecía  siempre  aquel  político  de  cuyo  ce- 
rebro no  brotaban  mas  que  estas  niñerías  y  miserias,  en 
las  cuales  no  era  dable,  á  juicio  de  ningún  hombre  sensato 
y  prudente,  que  se  pudiera  adormecer  y  desarmar  el  espí- 
ritu revolucionario  en  acción  resuelta,  por  que  el  espec- 
táculo que  se  le  ofrecía,  no  llevaba  fuerzas  bastantes  para 
avasallarlo  y  dirigirlo.  Bien  al  contrario,  aquella  hoja 
periódica  sirvió,  en  el  cálculo  generoso  de  su  director, 
de  velada  tribuna,  pero  al  fin,  de  arma  amiga  para  pro- 
pagar las  ideas  de  la  revolución;  que  en  sus  columnas  se 
vieron  estudios  políticos  que  menguaban,  sin  atacar  ni 
herir  de  frente,  el  pesado  régimen  español  ya  renegado 
por  el  pueblo. 

VI 


Contrariando  aquellos  propósitos  políticos  del  virrey, 
acertaron  á  llegar,  al  mismo  tiempo,  noticias  bien  des- 
consoladoras para  su  causa  del  lado  de  España,  las  que 
tenion,  como  era  natural,  la  fuerza  suficiente  no  solo  para 
volver  la  atención  pública  á  los  negocios  políticos  y  de 
gobierno,  sino  el  de  enardecer  y  exaltar  el  espíritu  pre- 
venido de  la  población. 

Napoleón,  para  vengar  la  rota  de  Bailen,  había  penetrado 
ó  España  y  llegado  hasta  Madrid  con  nuevas  fuerzas  de 
combate,  y  con  su  empuje,  los  generales  españoles  habían 
sido  destrozados  y  corridos,  unos  en  pos  de  otros,  por 
todos  los  puntos  del  horizonte;  y  al  conocerse  estas  nuevas 
en  Buenos  Aires,  se  confirmaron  los  hechos  que  desde 
tiempo  anterior  se  anunciaban  en  secreta  propaganda  como 
signos  visibles  y  seguros  de  la  caida  de  España.  Por  que, 
luego  que  llegaron  los  conspiradores  patriotas  venidos  de 
Ja  península  en  1809  directamente  á  traer  el  fuego  de  la  revo- 
lución, encabezados  por  Moldes,  Pueyrredon  y  Gurruchaga, 
pintando  y  enseñando  como  testigos  presenciales  la  sitúa- 


830  DB.  BERNARDO  frías 

cion  de  la  España  y  despertando  la  idea  de  la  independen- 
cía  digna  de  ser  aprovechada  en  momentos  tan  preciosos, 
—la  aspiración  al  rompimiento  con  España  y  de  la  opor- 
tunidad de  que  estallara  el  movimiento  armado  que  le 
asegurara  el  triunfo,  comenzó  á  formalizarse  y  tornar 
ensanche  y  vigor,  aunque  lentamente,  entre  los  hombres 
mas  importantes  de  la  capital.  Pueyrredon  en  ella  era  el 
brazo  principal  para  propagar  el  fuego  de  aquel  incendio 
destinado  &  fundir  tantas  cadenas;  por  que  era  personage 
de  lo  mas  distinguido  de  su  centro;  hombre  de  fortuna, 
popular  y  cuya  influencia  social  y  política  por  sus  relacio- 
nes personales  y  sus  servicios,  que  le  habla  valido  su 
brillante  misión  ante  la  corte  de  España,  era  excelente 
garantía;  D.  José  Moldes,  como  algunos  de  sus  compañeros 
relacionados  y  respetabilísimos  en  el  interior  del  país, 
llevarían  el  apostolado  de  la  libertad  al  través  de  las  pro- 
vincias dormidas  entre  sus  pampas,  sus  selvas  ó  sus 
montañas. 

Y  así  sucedió,  en  efecto;  por  que  después  de  algunos 
días  de  su  arribo  á  Buenos  Aires,  el  coronel  Terrada  con- 
dujo al  coronel  Moldes  á  una  reunión  secreta  de  patriotas 
donde  era  esperado,  la  que  tenia  lugar  en  una  quinta  apar- 
tada de  los  suburbios.  El  asunto  que  había  congregado 
en  aquel  apartado  retiro  á  aquellos  hombres,  era  el  gran 
negocio  de  la  independencia  americana,  y  Moldes,  en  el 
seno  de  aquella  reunión  hizo  una  detallada  narración  de 
los  sucesos  ocurridos  en  España,  informándolos  del  estado 
verdadero  en  que  se  hallaba  aquel  país  casi  aprisionado 
por  Napoleón,  sin  gobierno  y  anarquizado  todo  él;  sin 
fuerzas  para  repeler  la  invasión  francesa,  y  menos  aun 
para  destinarlas  4  socorrer  á  sus  virreyes  amenaza- 
dos ó  d^[^estos  en  América.  Él  había  actuado  allí 
personalmente;  estaba  en  el  secreto  de  las  desgracias  de 
palacio,  como  de  las  debilidades  y  miserias,  como  de  los 
apuros  de  la  nación.  La  justa  recomendación  de  su  per- 
sona, la  dura  severidad  de  su  lenguaje  sencillo,  vulgar 
á  veces,  pero  lleno  de  fuego,  de  nervio  y  convicción;  y 
aquellos  sus  conocimientos  militares  que  eran  notorios 
para  los  que  habían  cruzado  por  Madrid,  envolvían  en  la 
mayor  elocuencia  á   las  verdades  que   revelaba  y  á  los 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  Vil       821 

propósitos  que  exponía  como  necesarios  de  acometerse; 
mostrando  como  el  objeto  supremo  de  su  conferencia  que 
la  hora  era  preciosa  para  lanzarse  con  éxito  á  la  revolu-^ 
clon. 

Pero,  hombre  sesudo  como  era,  con  su  genio  elevadísi- 
mo,  claro  y  robusto,  comprendía  y  enseñaba  á  la  vez,  que 
acción  tan  santa,  tan  arriesgada  y  grandiosa,  que  tantos 
esfuerzos  y  tantas  h^grimos  y  sangre  costaría,  y  que  com- 
prometía la  suerte  futura  de  la  patria,  no  debia  realizarse 
con  esperanzas  seguras  de  fruto  y  buen  suceso,  por  el 
medio  vulgar  de  un  motín  militar,  aislado  y  repentino,  á 
la  manera  de  aquel  que  acababan  de  intentar  los  enemi- 
gos en  la  plaza  de  la  Victoria  en  Enero  de  aquel  año.  La 
revolución,  según  la  alta  inteligencia  de  aquel  severo  pa- 
triota, debia  ser  popular,  general  y  uniforme;  proclamada 
y  sostenida  con  igual  decisión,  con  igual  fe,  con  igual 
ardimiento  por  todos  los  pueblos  del  virreinato,  y  aun  de 
la  América  entera,  por  todas  las  fuerzas  del  país,  físicas 
y  morales,  para  que  fuera  grande,  poderosa,  invencible 
y  feliz. 

Y  como  aquellos  hombres  eran,  &  la  vez,  maestros  y 
apóstoles,  el  coronel  Moldes,  dando  un  ejemplo  mas  de 
su  desprendimiento  y  consagración  &  la  patria,  ofreció,  al 
terminar  su  exposición,  entregar  &  favor  de  la  sagrada 
causa  sus  servicios,  su  persona  y  su  fortuna;  mientras  se 
ofrecía  él  mismo  para  llevar  la  propaganda  de  la  idea, 
heraldo  de  la  revolución  y  de  la  independencia,  6  través 
de  las  ciudades  principales  del  virreinato;  por  que  en  ellas 
tenía  sus  vinculaciones  de  familia  y  por  que  allí  era 
de  grande  y  popular  crédito  su  nombre,  merced  á  las 
vinculaciones  mercantiles  y  de  amistad  que  forman  los 
negocios  y  la  fortuna  y  de  que  disponía  la  poderosa  casa 
comercial  de  Salta  que  llevaba  aquel  su  nombre. 


VII 


La  falta  de  entera  convicción  sobre  la  posibilidad  de 
aquella  tan  difícil  empresa;  la  falta  de  perseverancia  y 
buen  áninio  en  los  momentos   de  la   adversidad,   destna- 


3^3  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

yoron  el  espíritu  de  los  mejores  amigos  que  la  idea  de  la 
independencia  hallara  en  Buenos  Aires.  La  empresa  apa- 
recía, en  verdad,  inmensamente  superior  á  sus  fuerzas;  los 
peligros  del  porvenir  incierto  oprimían  el  corazón;  los 
elementos  con  que  contaba  eran  pobres  y  desprovistos  de 

seguridades  y  recursos tan  aislada  parecía  aquella 

ilusión  en  el  seno  de  la  capital  y  tan  vigilada,  que  para 
respirar  necesitaba  proceder  como  el  penitente  6  la  con- 
fesión de  su  delito. 

Fué  de  esta  manera  que  la  repentina  separación  de  Li- 
niers  y  la  presencia  en  el  gobierno  de  Cisneros,  fruto 
como  era  de  las  maquinaciones  españolas  y  que  represen- 
taba el  triunfo  del  partido  enemigo,  desconsoló  y  descon- 
certó de  tal  manera  el  espíritu,  que  los  mas  decididos 
sectarios  de  la  causa  libertadora  abandonaron  desesperan- 
zados sus  banderas.  Belgrano,  entre  ellos,  habíase  alejado 
á  la  Banda  Oriental  á  continuar,  en  la  soledad  de  su  re- 
tiro y  para  matar  las  amarguras  de  la  decepción,  sus  ta- 
reas literarias,  desengañado  de  sus  ideales  políticos,  hasta 
que  los  últimos  sucesos  que  hemos  recordado  de  España, 
volvieron  6  reavivar  sus  esperanzas. 

Los  trabcgos  de  la  conspiración  patriótica  se  renovaron 
entonces  y  tomaron  vigor  con  este  tan  alarmante  motivo. 
La  junta  literaria  que  se  habla  organizado  bajo  el  ala  aus- 
piciosa del  virrey  para  la  redacción  del  Correo  del  Comercio 
de  Buenos  Aires,  hizo  servir  aquel  local  de  reunión  y  sus 
flnes,  como  pretesto  seguro  para  los  conciliábulos  de  la 
conjuración,  evitando  la  murmuración  y  sospechas  del 
gobierno. 

Tomó,  entonces,  cuerpo  y  carácter  definitivo  una  socie- 
dad secreta,  á  semejanza  de  la  que  vimos  se  había  for- 
mado en  España,  y  que  podía  considerarse  como  aquella 
misma  trasladada  y  engrandecida  en  el  suelo  de  la  patria. 
A  sus  reuniones  se  vela  frecuentar  á  los  gefes  y  oficiales 
de  las  milicias  armadas  que  de  allí  pasaban  á  sus  cuerpos 
el  espíritu  de  la  exaltación  política  y  del  patriotismo  en 
calorosa  actividad. 

La  sociedad  secreta  de  los  patriotas  buscaba  para  reu- 
nirse y  deliberar,  como  lo  practican  siempre  las  de  su 
especié,  lugares  apartados  para  alejar  y  burlar  la  vigilan- 


HISTORIA  DE  GDEMES  Y  DE  SALTA-GAPÍTULO  VII       d38 

cia  del  gobierno.  La  quinta  de  Orma,  la  fábrica  de  Viey- 
tes,  y  mas  frecuentemente  la  quinta  de  Rodríguez  Peña, 
eran  los  sitios  preferidos  para  aquellos  concilios  y  en  ellos 
aparecían  destacándose  como  lo  principal,  D.  Manuel  Bel- 
grano,  D.  Nicolás  Rodríguez  Peña,  D.  Cornelio  Saavedra, 
el  Dr.  D.  Juan  José  Passo,  D.  Juan  Martin  Pueyrredon,  los 
doctores  D.  Juan  José  Castelli  y  D.  Vicente  López;  D. 
Francisco  Terrada,  D.  Francisco  Antonio  Ocampo,  D.  Juan 
Ramón  Balcarce,  D.  Hipólito  Vieytes,  D.  Eustoquio  Diaz 
Vélez,  D.  Feliciano  Chiclana,  D.  Manuel  Alberti,  D.  Tomás 
Guido,  Viamonte,  Irigóyen,  French,  Donado,  Dorragueira, 
Tompson,  Beruti  y  D.  José  Moldes  en  los  primeros  tiem- 
pos. 

Entre  todos  ellos,  sobresalía  y  dominaba  por  su  presti- 
gio en  el  ejército  y  por  su  influencia  social,  el  coronel  de 
patricios  D.  Cornelio  Saavedra.  Como  el  año  anterior 
ante  el  motin  de  los  europeos,  aparecía  ahora  en  1810, 
decidiendo  con  su  poder  é  influjo  personal,  de  la  dirección 
y  del  momento  en  que  las  fuerzas  militares  hablan  de 
salir  en  apoyo  del  pueblo. 

El  virrey  comprendía,  sentía  y  conocía  también  estos 
peligrosos  movimientos,  aquel  espíritu  subversivo  que  se 
cernía  en  torno  suyo,  amenazador  y  sofocante;  por  que  no 
•  lo  ocultaban  los  exaltados  ó  aquellos  de  menos  juiciosa 
conducta  por  su  ligereza  ó  juventud,  elemento  siempre 
propio  de  los  partidos  políticos  que,  si  bien  le  llevan  á 
sus  filas  el  fuego  que  les  da  calor  y  movimiento,  también 
los  compromete  y  precipita  y,  á  las  veces,  destruye  en  el 
fracaso  los  planes  mas  bien  combinados. 

Todo  este  grupo  de  exaltados  opinaba  en  lanzarse  in- 
mediatamente á  la  revolución;  pero  sus  ímpetus  eran 
contenidos  por  la  falta  de  elementos  de  guerra.  Las 
fuerzas  militares  obedecían  á  Saavedra,  que  era  su  gefe 
y  su  caudillo;  y  Saavedra  con  su  buen  juicio,  prudencia 
y  serenidad  de  espíritu—que  son  virtudes  de  sabiduría  en 
un  buen  gefe  de  gobierno,  se  resistía  á  cooperar  á  lo 
que  él  pensaba  era  decisión  prematura,  y,  por  ende,  peli- 
grosa. c<  Paisanos  y  señores,  acostumbraba  el  decirles:  aun 
no  es  tiempo. »  Y  como  todo  hombre  de  estado  no  debe 
dar  explicaciones  sobre  la  razón  de  su  política,   Saavedra 


aS4  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

no  ponía  su  mandato  en  discusión.  <(  Dejen  ustedes  que 
las  brevas  maduren,  y  entonces  las  comeremos, »— agre- 
gaba por  toda  explicación.  Como  el  enardecimiento  de 
las  pasiones  llegara  á  punto  demasiado  subido,  puso 
á  prueba  el  patriotismo  y  la  flrmeza  inquebrantable  de 
este  ilustre  gefe,  pues,  los  partidarios  de  la  revolución 
inmediata  llegaron,  en  vista  de  su  actitud,  hasta  el  extremo 
de  desconñar  de  su  lealtad,  antojándoseles  pensar  que 
era  parcial  de  Cisneros. 

Sin  embargo,  preciso  es  convenir  que  la  pasión  y  el 
ánimo  arrebatado,  si  son  fecundos  en  producir  héroes  y 
espectáculos  trájicos,  no  son  los  que  deciden,  por  lo  co- 
mún, con  acierto  y  felicidad  de  los  destinos  de  los  pueblos 
ni  los  que  ilumina  el  genio;  siendo,  las  mas  veces,  quie- 
nes quebrantan  las  fuerzas  y  obscurecen  con  nubes  de 
volcan  la  serenidad  necesaria  en  los  grandes  momentos 
de  la  vida. 


VIII 


Mientras  de  esta  manera  el  espíritu  revolucionario  se 
extendía  y  avasallaba  toda  la  capital,  los  agentes  de  la 
conjuración  patriótica,  lanzados  con  generoso  denuedo  á 
recorrer  los  pueblos  interiores  del  virreinato,  preparaban 
la  opinión  y  las  fuerzas  del  pueblo  argentino  en  una  sola 
idea  y  en  un  solo  voto:— hacer  independiente  la  patria  y 
libre  el  pueblo.  Era  esta  la  verdadera  revolución,  la  que 
revelaba  en  sus  promotores  y  agentes  talento  verdadera- 
menttd  superior;  y  su  nacionalización,  su  popularidad,  su 
americanismo  también,  que  fué  calculado  por  ellos, 
desde  antes  de  1810,  el  gran  principio  que  debía  salvarla. 
Moldes  y  Pueyrredon  lo  predicaban  desde  su  arribo  de 
España:— « Es  preciso  no  contar  solo  con  las  armas 
sino  también  con  los  pueblos. »    1). 

Entre  aquellos  comisionados  secretos,  nuncios  valerosos 
de  la  libertad,  descollaba  por  su  importancia,    su  intrepi- 


1}  Mitre,  Hint^  de  Belgrano,  T.  I  pág.  276—y  Exposición  del  coronf  1  Mol- 
des, citada. 


HISTORIA  DE  6ÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  Vil       825 

dez  y  entusiasmo  el  coronel  D.  José  Moldes,  el  que,  cum- 
pliendo id  palabra  empeñada  ante  sus  correligionarios  al 
iniciar  su  propaganda  en  Buenos  Aires,  habia  llegado  á 
Córdoba,  donde  consiguió  comunicarse  con  el  coronel  D. 
Tomas  de  Allende,  personage  del  mayor  predicamento  en 
aquella  capital,  tratando  de  insinuarle  sus  proyectos  de 
emancipación;  mas  su  tentativa  llega  á  despertar  las  sos- 
pechas del  gobierno,  cuyo  gefe,  el  coronel  D.  Juan  Gutiér- 
rez de  la  Concha,  lo  expulsa  del  territorio  de  su  mando. 
En  Santiago  del  Estero  se  pone  de  acuerdo  con  D.  Fran- 
cisco Borges,  1)  y  en  Tucuman  con  D.  Nicolás  Laguna. 
Llega  á  Salta  y  allí  forma  combinación  con  sus  persona- 
jes mas  notables;  penetrando  de  allí  á  las  provincias  del 
Alto  Perú,  llega  hasta  la  Paz,  donde  compromete  á  D. 
Mariano  de  Medina,  ministro  tesorero  de  real  hacienda;  y, 
salvando  las  lindes  del  Perú  esparce  sus  comunicaciones 
hábiles  y  precavidas  asi  en  este  reino  como  en  el  de 
Chile.    2). 

Cauto  debió  ser  y  hábil  en  extremo  aquel  propagandista 
de  la  independencia  americana,  cuando  no  fué  descubierto 
en  tan  dilatado  trayecto  por  donde  fué  derramando  el 
espíritu  revolucionario,  y  demasiado  grande  y  audaz  su 
arrojo,  cuando  asi  expuso  la  vida  en  una  época  en  que, 
según  sus  propias  confesiones,  «  no  existía  mas  garante 
que  el  pescuezo. » 


IX 


Por  el  lado  de  la  capital  todo  era  confusión  y  sobresalto. 
La  opinión  pública,  ya  viniera  del  campo  español,  ya  del 
de  los  patriotas,  era  uniforme  en  convenir  que  sucumbiría 
España  al  empuje  de  Napoleón. 

La  pérdida  de  la  metrópoli  y  la  orfandad  de  sus  colo- 
nias americanas  era  sentida  y  confesada  por  verdad  segura 


1)  Distinguido  oficial  mas  tarde  de  la  revolución,  fusilado  por  orden  de 

Bel^rano,  por  revoltoso,  en  1816. 
3)   Moldes  no  menciona  en  sa  manifiesto  los  nombres  de  los  personages 

que  entraron  en  la  conjuración  en  el  Per&  y  Chile,   por  no  compróme* 

torios;  pues,  publicado  este  en  1816,  aquellos  países  se  hallaban   bajo 

la  dominación  del  enemigo. 


826  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

por  el  virrey,  por  los  españoles  y  por  el  pueblo.  Ya  no 
habría  España;  España  debía  de  un  dia  á  otro,  pues, 
necesariamente  caducar.  En  conflicto  semejante,  volvía 
&  renacer  con  ardor  en  la  capital  la  antigua  lucha  de  eu- 
ropeos y  americanos;  en  el  caso  de  ahora,  para  resolver 
cuílil  de  ambos  elementos  se  apoderaría  del  gobierno  del 
virreinato;  porque,  sucumbiendo  la  metrópoli,  desapare- 
ciendo con  su  rey  y  sus  últimas  autoridades  bastardas^ 
en  verdad,  pero,  al  fln,  reconocidas,  su  potestad  de  mando 
y  soberanía,  desaparecía  también,  para  la  América,  por  ra- 
zón de  derecho. 

Pensatxa  el  virrey  en  tan  crueles  circunstancias,  llevar  á 
efecto  ef  plan  que  desde  su  arribo  á  playas  argentinas  tenia 
combinado  con  el  del  P^rú,  el  que  respondía  solo  ó  man- 
tener en  quietud  estos  pueblos  y  bajo  el  mando  inalterable 
y  perpetuo  de  los  españoles.  Estos  gobiernos  tenían 
resuelto  de  esta  manera,  en  llegando  el  momento  de  la 
pérdida  total  de  España,  «  unir  su  autoridad  con  la  repre- 
sentación de  sus  provincias  para  instalar  un  gobierno  cual 
conviniese  en  las  circunstancias,  entre  tanto  que,  con 
los  demás  virreinatos  se  establecía  una  representación  de 
la  soberanía  del. señor  D.  Fernando  Séptimo.» 

Plan  y  acuerdo  semejante,  antes  hubiera  dado  resultado; 
pero,  aguardar  á  la  catéstrofe  para  proponer  el  remedio 
y  aplicarlo,  era  desgraciada  torpeza.  Los  acontecimientos 
no  daban  ya  treguas  para  negocios  tan  largos  y  penosos; 
la  causa  española  contaba  con  enemigos  poderosos  en  su 
seno  y,  á  su  frente,  trabajos  practicados  de  contrario  espí- 
ritu, sin  contar  en  [sus  manos,  por  lo  que  hace  al  Rio 
de  la  Plata,  con  el  principal  elemento  que  es  sosten  y 
respeto  de  todo  gobierno  débil,— la  fuerza  militar.  Aquel 
congreso  universal  de  los  virreinatos  sería  la  reunión 
de  todas  las  fuerzas  y  de  la  representación  casi  exclusiva 
de  los  intereses  netamente  españoles,  concediendo,  acaso, 
algún  concurso  miserable  y  reducido  á  los  americanos. 
Este  era  el  sistema  ideado  para  la  creación  de  un  gobier- 
no sucesor  del  rey  de  España  y  guardián  del  antiguo  des- 
potismo; y  así  como  los  españoles  lucha t)an  por  formarlo 
ú  su  manera,  con  sus  elementos  propios  y ''solo  en  su  pro- 
vecho pei*sonal,  los  patriotas  trabeyaban  en  sentido  opuesto. 


HISTORIA  DE  GDEMES  T  DE  SALT^-CAPÍTULO  Vn 

Los  unos  pugnaban  por  junta  netamente  española;  los  otros 
netamente  americana.  Este  era  el  momento  decisivo,  el 
momento  supremo  de  los  destinos  de  América.  De  la 
solución  de  aquel  problema  pendia  ó  la  revolución  con  su 
término  deflnitivo,— la  independencia,  ó  el  sojuzgam lento, 
definitivo  también,  de  las  aspiraciones  y  tentativas  ameri- 
conas  y  el  afianzamiento  del  absolutismo  español  por  años 
bien  largos. 


X 


Mostrándose  los  momentos  llenos  de  ajitacion  y  la  sal- 
vación pública  en  inminente  riesgo,  una  noche  celebró  en 
su  morada  particular  D.  Juan  Martin  Pueyrredon,  una 
numerosa  reunión  para  resolver  la  actitud  que  deflnítiva- 
mente  convenía  tomarse,  á  la  que  concurrieron  todos  los 
gefes  militares,  entre  los  que  se  contaban  algunos  españo- 
les, confusión  que  formaba  necesariamente  un  escollo 
peligroso.  Esto  se  alcanzó  á  ver  aquella  misma  noche; 
porque,  mientras  los  mas  conocidos  americanos  alli  reuni- 
dos sostenían  en  ardiente  debate  que  era  llegado  el  mo- 
mento de  obrar  procediendo  &  la  fprmacion  del  gobierno 
que  imponían  las  circunstancias,  los  gefes  españoles  hicie- 
ron oposición  tenaz  á  toda  medida  atrevida  que  viniera  á 
atacar  directamente  la  autoridad  del  virrey.  Llegaron  las 
I  cuatro  de  la  mañana  y  aquel  debate  continuaba  difícil  y  sin 

I  solución,  cuando,  interviniendo  el  coronel  Saavedra,  vino  á 

decidir,  como  arbitro  supremo,  de  la  suerte  del  negocio; 
:  por  que,  siendo  el  gefe  prestigioso  del  ejército,  era  el  brazo 

armado  del  portído,  y   su  voto,    acompañado  ademas  del 
valor  personal  de  quien  lo  daba,  impuso  el  procedimiento 
!  ó  seguirse,  echando  sobre  sus  hombros  las  responsabilida- 

I  des  inmediatas  de  la  revolución  y  de  su  suerte. 

Habiendo  la  discusión  llegado  á  una  sazón  suficiente 
para  el  talento  bien  maduro  del  coronel  de  patricios,  Saa- 
vedra se  pronunció  resueltamente  por  el  movimiento  con- 
tra la  autoridad  del  virrey,  declarándola  caduca  y  desapa- 
recida, empeñando  su  palabra  de  sostener  con  las  armas 
de  que  era  gefe,  el  pronunciamiento,   en  este  sentido,   del 


328  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

pueblo  de  Buenos  Aires.  Mas  la  hora  de  este  proceder  la 
aplazaba  para  el  momento  aquel  en  que,  nuevas  noticias 
de  España  anunciaran  que  Sevilla  hubiera  caido  en  manos 
francesas,  que,  por  lo  que  decían  las  últimas  noticias  reci- 
bidas, estaban  ya  á  punto  de  trastornar  la  Sierra  Moreno 
é  invadir  la  Andalucía. 

Este  aplazamiento  solo  respondía  &  una  medida  de  es- 
tudiada prudencia  política,  porque,  de  esta  manera,  venia 
á  quedar  justificada  ante  los  sensatos  del  mundo  su  con- 
ducta. Nadie  podría  con  razón  tacharlos,  desde  entonces, 
de  Ínfleles  ó  rebeldes  á  las  autoridades  metropolitanas,  ni 
clasificar  el  momento  del  estallido  de  imprudente,  prema- 
turo y  peligroso.  La  causa  de  la  independencia  quedaba 
así  apoyada  bajo  el  popular  pretexto  de  no  ser  franceses 
y  era  mas  seguro  el  contar  con  la  adhesión  de  los  pue- 
blos del  interior,  cuya  opinión  y  simpatías  era  indispen- 
sable el  recoger. 

A  la  vez  que  esta  solemne  resolución  compartía  de  las 
aspiraciones  moderadas  y  exaltadas  de  aquella  asamblea, 
revelaba  la  mayor  cordura,  precisión  y  habilidad  política; 
pues,  si  por  una  parte  era  necesario  quedaran  desarma- 
das las  postreras  esperanzas  de  los  españoles  sobre  Iq 
suerte  de  la  península,  bajo  otro  aspecto,  el  movimiento 
contra  el  antiguo  orden  de  cosas  vendría  á  colocarse  den- 
tro de  todas  las  exigencias  legales,  una  vez  que  el  sojuz- 
gamiento  total  de  la  metrópoli  probara  y  mostrara  al  espíritu 
mas  porfiado,  la  caducidad  da» sus  autoridades  y  el  pere- 
cimiento, por  tanto,  de  todo  vínculo  ya  de  obedecimiento 
y  sujeción  al  centro  de  unidad;  de  todo  conducto  que 
diera  vida,  fuerza  y  nombre  de  legalidad  á  la  autoridad 
de  los  virreyes  que,  desde  momento  semejante,  quedaban 
de  personeros  de  un  ente  desaparecido,  suprimido  noto- 
riamente de  la  vida  política,  volviendo  la  soberanía  ó  ma- 
nos del  pueblo,  su  fuente  primitiva.  El  partido  español 
no  tendría  elocuencia  bastantemente  poderosa  y  sobre- 
humana, para  convencer  al  espíritu  público  en  el  interior 
del  virreinato  alegando  la  perduración  de  los  representan- 
tes del  rey  cuya  fuente  de  vida  y  poder  mostraban  los 
hechos  quedar  cegada,  y  sus  ecos  contrarios,  contra- 
rios á  la  materialidad  de   los  sucesos  confesados  por  los 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA-GAPtTULO  VD       889 

papeles  públicos  de  procedencia  española,  no  llegarían,  con 
segurídad,  á  encontrar  resonancia  en  el  país  y  servir  de 
voz  á  la  resistencia. 

XI 


Pocos  dias  después,  aquellos  momentos  llegaron.  El  dia 
13  de  Marzo  de  1810  arribaron  á  Montevideo  dos  buques 
ingleses  salidos  de  Gibraltar  conduciendo  gacetas  británi- 
cas y  también  diarios  y  algunas  proclamas  impresas  en 
Cádiz,  en  quienes  se  narraban  los  últimos  y  decisivos  su- 
cesos de  que  habla  sido  teatro  la  España.  Estos  acababan 
de  consumar  la  destrucción  completa  de  la  monarquía. 
Todo  habia  sucumbido:  reyes,  magistrados,  ejércitos,  jun- 
tas de  gobierno,  ciudades  y  reinos  y  provincias,  quedando 
solo  como  restos  vivos  de  la  antigua  maravilla,  una  ciu- 
dad, una  isla  y  el  mar;  la  ciudad  de  Cádiz,  la  real  isla  de 
León  y  el  mar  océano. 

Por  aquellos  papeles,  heraldos  de  la  agonía  española, 
se  sabia  que  los  ejércitos  franceses  hablan  traspuesto  la 
Sierra  Morena  y  derramádose  por  Andalucía,  arrollando 
toda  resistencia  y  avasallando  la  tierra,  después  de  haber 
dado  fin  y  deshecho  y  dispersado  las  últimas  fuerzas  es- 
pañolas en  Despeñaperros;  que  en  Sevilla,  al  conocerse 
este  desastre,  se  añadía  otro  trastorno:  el  pueblo  furioso 
se  habia  amotinado  contra  la  Junta  Central,  fugando  sus 
miembros  hacia  Cádiz,  donde  eran  perseguidos  por  trai- 
dores y  obligados  á  refugiarse  en  lo  isla  de  León,  huyendo 
de  la  execración  universal.  En  Cádiz,  un  otro  motín  abor- 
taba una  sombra  escandalosa  de  gobierno  que  tomaba  el 
arrogante  dictado  de  Suprema  Regencia  de  España  é  Indias. 

A  pesar  de  los  esfuerzos  de  las  autoridades  españolas 
de  Montevideo,  aquellos  impresos  cayeron  y  circularon 
al  dia  siguiente  por  la  población  de  Buenos  Aires.  El 
efecto  producido  con  su  lectura  fué  inmenso;  la  ajitacion 
pública  no  conoció  ya  límites.  <(  En  menos  de  dos  dias, 
decia  mas  tarde  el  virrey  recordando  aquellos  sucesos, 
conocí  el  fermento,  la  conmoción  y  la  inquietud  de  los 
facciosos,  sin  que  se  me  ocultasen  sus  criminales  intentos. » 
«  España  ha  caducado  »  era  la  exclamación  que,  al  saberse 


ddO  DR.  BERNARDO  FRUS 

los  últimos  desastres  españoles  ya  desde  antes  aguarda 
dos,  pronunciaban   todos  los  labios   americanos.     Y  ella 
importaba  reconocer  y  proclamar  el  perecimiento  y  deso 
parición  de  la  última  sombra  que  hasta  entonces  quedaba 
de  una  autoridad  nacional,  y  que  con  ella  se   habia  roto 
el  postrer  eslabón  de  la  unidad  del  imperio. 

Y  aunque  los  españoles  conformes  con  el  virrey,  dispu- 
taban contra  estas  verdades  que  confesaban  los  liechos  y 
la  razón  sosteniendo  que  España  vivia  aun,  pues  le  que- 
daban todavía  libres  algunas  provincias  y  que  el  gobierno 
nacional  no  habia  desaparecido  por  que  allí  estaba  el  Su- 
premo Consejo  de  Regencia  formado  en  Cádiz  con  los 
fugitivos,  restos  corridos  de  las  juntas  populares,  su  ra- 
ciocinio solo  era  lógica  de  desesperados.  Era  ya  inútil  su 
esfuerzo.  Desde  tiempos  atrás  los  americanos  se  sentían 
en  gran  manera  ofendidos  al  ver  que  aquellos  gobiernos 
populares  que  se  erigían  en  la  península,  pretendían  man- 
dar soberanamente  en  América,  tal  como  lo  hacía  el  rey, 
enviando  sus  empleados  á  gobernar  por  su  cuenta  las 
colonias.  ¿Con  qué  derecho,  por  qué  superioridad  aquellas 
juntas  populares  que  se  formaban  y  se  deshacían  en  las 
ciudades  de  España  venían  á  mandar  como  gobiernos 
soberanos  la  América?  ¿Quién  les  habia  conferido  la  repre- 
sentación nacional?  Esta  era  la  interrogación  general  que 
resonaba  en  toda  América  y  su  respuesta  no  podía  ser  otra 
que  la  negativa  y  la  guerra.  Aquellos  gobiernos  intrusos^ 
con  el  pecado  de  su  origen,  no  podían  aspirar  á  ser  aca- 
tados por  que  no  eran  por  América  reconocidos. 

Y  para  comprender  cuál  sería  el  estado  de  exaltación 
y  desconfianzas  á  que  habia  llegado  la  opinión  pública  en 
aquellos  dias,  baste  recordar  que  sobre  aquellas  cruelda- 
des é  injusticias  cometidas  con  los  patriotas  de  Chuquísaca 
y  de  la  Paz;  á  mas  de  aquella  ofensa  al  amor  propio  de 
los  americanos  que  causaban  las  juntas  de  las  ciudades 
de  España  al  pretender  ejercer  tutela  sobre  los  pueblos 
de  América,  sus  iguales;  y  de  la  misma  inquietud  que  causa- 
ron y  el  descrédito  en  que  cayeron  aquellos  gobernantes  espa- 
ñoles que  mandaban  en  el  país,  virreyes,  gobernadores  y  co- 
misionados políticos  como  Liniei*s,  como  Pizarro,  como  Go- 
yeneche  que  acababa  de  sorprendérselos  en  pasos  tortuosos. 


HISTORIA  DE  GÚEMES  T  DE  SALTA-^GAPITULO  VII       831 

haciéndose  sospechosos  como  reos  de  traición  centro  la 
patria  y  el  rey,  venia  &  aumentarse  una  otra  alarmante 
novedad;  otro  verdadero  peligro  público  de  felonía  y  des- 
lealtad del  que  en  Buenos  Aires  mandaba  en  nombre  del 
rey;  porque,  aunque  Liniers,  cuya  política  era  sospechada 
de  napoleonismo,  había  sido  removido  del  virreinato,  « le 
había  sucedido  Gisneros,  criatura  de  D.  Martín  Goneis^ 
Secretario  de  la  Junta  Central,  que  acababa  de  descubrii'se 
aliado  de  los  franceses,  y,  por  lo  mismo,  la  Adeudad  de 
su  ahijado  no  tenía  mejores  títulos  á  una  conñanza.  To- 
do esto  hacia  sentir  la  necesidad  de  un  cambiamiento 
que  nos  pusiera  fuera  del  alcance  de  las  juntas  de  España 
y  de  las  tramoyas  de  los  empleados  del  rey. » 

Así,  pues,  en  toda  la  extensión  del  virreinato,  «  un  mo* 
vimiento  é  inquietud  general  indicaban  que  en  todas 
partes  se  sentía  la  necesidad  de  un  cambiamiento  que 
nos  pusiese  al  abrigo  de  los  riesgos  que  nos  amenaza- 
ban; »  una  inmensa  ajitacion  extremecía  los  espíritus,  y 
las  nobfes  fuerzas  del  patriotismo  se  hallaban  sublevadas. 
El  desprestigio  del  gobierno  era  profundo;  formado  de  auto- 
ridades espúreas  y  pérñdas  en  sus  principales  cabezas,  el 
sentimiento  público  las  condenaba  por  su  origen  y  por 
sus  crímenes. 

Pero,  gracias  á  Dios,  los  patriotas  en  Buenos  Aires  es- 
taban necesariamente  llamados  &  triunfar;  por  que  de  su 
lado  y  favor  estaban  los  hechos  y  los  principios  de  de- 
recho público  y  la  constitución  de  la  monarquía  que  solo 
reconocía  al  rey  por  soberano;  con  ellos  estaban  a3í.mismo, 
la  opinión  pública,  el  pueblo  con  la  inmensa  mayoría  de 
las  voluntades  notoria  6  indiscutible  y,  coronanjlo  todos 
estos  elementos,  el  último  recurso  de  la  razón:— la  fuerza 
militar.  (cEl  virrey,  su  cautivo,  ern  una  ñera  sin  uñas 
ni  colmillos.  La  audiencia  también  estaba  bajo  su  férula. 
No  dependía  sino  de  ellos  oprimirlos  con  el  peso  del  poder 
real  que  poseían. » 

Mas  es  honroso  el  confesar  que  la  revolución,  dueña, 
así,  de  todos  estos  elementos,  no  deshonró  su  nombre  al  ma- 
nejarlos. Por  que  como  los  que  encabezaran  el  movi- 
miento emancipador  fueran  hombres  de  temple  é  inteli- 
gencia preparada  y  robusta,    procedieron^  desde  sus  pri-* 


1 


882  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

meros  pasos,  con   aquella   calma,  medida  y  solemnidad 
que  da  los   suyos  la   naturaleza,    sin  dejarse   dominar  y 
arrastrar   por  el  ímpetu  de  las  pasiones  produciendo  el 
atropello,  el  desorden  y  el  escándalo,  sino  que  mostraron 
conducirse  por  la  senda   honorable   de  las  antiguas  cos- 
tumbres, de  los  respetos  y  de  la  ley.    Movimiento  dirigido 
é  inspirado  por  la  gente  decente,  docta  y  culta,    no  había 
de  ser  imitador  de  la  Francia  revolucionaria;  por  que  la 
revolución  de  Mayo  no  nació  hija  de   las  turbas,  del  po- 
pulacho inculto  que,  á  la  manera  de  la  lava   de  los  vol- 
canes, tiene  la  siniestra  propiedad  de  arrasarlo  todo  á  su 
paso,  dejando  su  huella  marcada  por  ruinas,   por   sangre 
y  lágrimas  y  crímenes  sin  cuento.    El  pueblo  no  es  mas  que 
un  arma  noble,  como  la  espada,  para  servir   en   la  obra 
de  la  inteligencia;  ciega,  como  son  ciegas  las  armas,  tie- 
ne el  peligro   de  su   aplicación;     de  ella  puede  provenir 
tanto  la  vida  como  la  muerte. 


XII 


La  cjitacion  pública  que  produjo  el  conocimiento  de 
estos  sucesos,  llevó  á  extremo  tal  la  alarma  del  gobierno, 
que  el  virrey  pensó  era  prudente  hablar  al  pueblo.  Hizo 
con  este  objeto  propagar  por  todo  el  virreinato  la  narra- 
ción oflcial  de  aquellos  resonantes  acontecimientos,  y  ex- 
pidió, en  seguida,  un  maniñesto  predicando  en  él  la  paz 
y  la  confianza  en  su  gobierno.— «  Ellas  son  demasiado  sen- 
sibles y  desagradables  al  filial  amor  que  profesáis  á  la 
madre  patria,  decía  en  su  manifiesto  refiriéndose  á  las 
últimas  noticias  llegadas.  íPero,  qué  ventajas  produciría 
su  ocultación  si  al  cabo  ha  de  ser  preciso  que  apuréis 
toda  la  amargura  que  debe  produciros  su  inexcusable  co- 
nocimiento? Mi  intención,  pues,  es  hablaros  hoy  con  la 
franqueza  debida  á  mi  carácter  y  al  vuestro  y  deciros  en 
el  lenguage  propio  del  candor  y  de  la  sinceridad,  cuáles 
son  mis  pensamientos  y  cuáles  espero  que  serán  los  vues- 
tros. Suponed  que  la  España,  mas  desgraciada  que  en  el 
siglo  VIII,  está  destinada  por  los  inescrutables  juicios  de 
la  divina  Providencia  á  perder  su   libertad  é  independen- 


HISTORIA  DB  aOBMBS  Y  BB  SALTA— CAPÍTULO  VH       83d 

cia;  suponed  mas;  que  llegaran  á  extinguirse  liasta  las 
últimas  reliquias  de  aquel  valor  heroico  que,  quebrantan- 
do las  cadenas  de  setecientos  años  de  esclavitud,  la  sacó 
con  mayor  esplendor  &  ser  la  envidia  de  las  naciones  y 
representar  el  papel  glorioso  que  ahora  perdiera  por  su 
confianza  ó  su  desgracia.  {Podrán  los  tiranos  lisongearse 
de  haber  esclavizado  &  toda  la  nación?  ¡Qué  insensatos 
sí  llegaran  á  concebir  un  plan  tan  desvariadol  Esto  seria 
desconocser,  aun  mas  que  la  enorme  distancia  que  los 
separa,  la  lealtad  innata,  el  valor  y  la  constancia  que  os 
han  distinguido  siempre.  No,  no  llegarán  á  manchar  las 
playas  que  el  Ser  Supremo,  por  un  efecto  de  su  Inmensa 
liberalidad,  destinó  para  que  dentro  de  ellas,  y  en  la  ex- 
tensión de  tan  vastos  continentes,  se  conservase  la  libertad 
y  la  independencia  de  la  monarquía  española;  sabrán  á 
su  costa,  que  vosotros  conservareis  intacto  el  sagrado  de- 
pósito de  la  soberanía  para  restituirlo  al  desgraciado  mo- 
narca que  hoy  oprime  su  tiranía,  ó  á  los  ramos  de  su 
augusta  prosapia  cuando  los  llamen  las  leyes  de  la  suce- 
sión. .  .  . 

«  Tales  son  los  sentimientos  inalterables  de  que,  con  la 
mayor  complacencia  mía,  os  veo  animados;  ahora  resta 
que  con  la  franqueza  de  mi  carácter  os  mahiflesle  los  mios. 
«Vosotros  sois  testigos  de  que  no  me  dispenso  una 
alabanza  á  que  no  tenga  justos  y  conocidos  derechos;  pero 
ni  estos  ni  la  general  benevolencia  que  os  debo,  y  á  que 
siempre  viviré  agradecido,  me  dispensan  del  deber  que 
me  he  impuesto  de  que  en  el  desgraciado  caso  de  una 
total  pérdida  de  la  península  y  falta  del  supremo  gobier- 
no, no  tomará  esta  superioridad  determinación  alguna 
que  no  sea  previamente  acordada  en  unión  de  todas  las 
representaciones  de  esta  capital  á  que  posteriormente  se 
reúnan  las  de  sus  provincias  dependientes,  entre  tanto 
que,  de  acuerdo  con  los  demás  virreinatos,  se  establece 
una  representación  de  la  soberanía  del  señor  D.  Fernondo 
Séptimo. 

<i  Después  de  una  manifestación  tan  ingenua,  nada  mas 
me  resta  que  deciros,  sino  lo  que  considero  indispensable 
á  la  conservación  de  nuestra  felicidad  y  de  toda  la  mo- 
narquía.    Vivid  unidos,  respetad  el  orden  y  huid  como 


asi  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

de  Áspides  los  mas  venenosos,  de  aquellos  genios  inquie 
tos  y  malignos  que  os  procuran  inspirar  celos  y  descoa- 
ílanzas  reciprocas  contra  los  que  os  gobiernan;  aprended 
de  los  terribles  ejemplos  que  nos  presenta  la  historia  de 
estos  últimos  tiempos  y  aun  de  los  que  han  conducido 
á  nuestra  metrópoli  al  borde  de  un  precipicio;  la  malicia 
ha  reñnado  sus  artificios  de  un  modo  tal,  que  apenas  hay 
cautelas  suficientes  para  libertarse  de  los  lazos  que  tiende 
á  los  pueblos  incautos  y  sencillos. 

«  Todo  os  lo  dejo  dicho;  aprovechaos  si  queréis  ser  fe- 
lices, de  los  consejos  de  vuestro  gefe,  quien  os  los  fran- 
quea con  el  amor  mas  tierno  y  paternal. 

Buenos  Aires,  18  de  Mayo  de  1810. 

Baltazar  Hidalgo  db  Cisnbros.  » 

La  proclama  que  acal)a  de  verse,  según  las  intenciones 
del  virrey,  fué  publicada  « como  el  mas  prudente  medio 
de  consolar  á  los  buenos,  de  calmar  la  inquietud  de  los 
ilusos,  de  desengañar  á  los  seducidos  y  de  quitar  todo 
pretexto  á  los  malvados;  pero  ella  no  produjo  en  los  úl- 
timos el  efecto  despado:  la  obra  estaba  meditada  y  re* 
suelta. »  Pero  es  virtud  del  talento  político  el  conocer 
estas  verdades  antes  que  no  después  de  los  fracasos;  y  A 
qué  extremo  llegarla  la  mezquindad  del  gobernante  es- 
pañol cuando,  conocedor  de  lo  que  buUfa  en  torno  suyo,  se 
imaginaba  que  las  grandes  revoluciones  se  las  puede 
contener  y  disipar  con  manifiestos  expresivos  de  las 
desgracias  de  su  causa,  de  la  confesión  de  sus  apuros, 
de  la  ridicula,  y  vanidosa  recordación  de  sus  antiguas 
glorias  y  fuerzas.ya  pasadas,  y  de  sus  dificultosos  entre- 
mos; y  con  proclamas  lacrimosas  &  trechos  y  á  trechos 
amenazadoras  con  las  iras  de  un  porvenir  que  no  estalia 
en  sus  manos  disponer!  Acaso  no  hubo,  en  aquellos  dias, 
mandatario  español  que  apareciera  mas  inepto  y  porfiado 
que  Cisnopos.  -Elío  hubiera  roto  lanzas  desde  el  primer 
amago;  Abascái,  virrey  del  Perú,  lucia  una  dHigeneia  y 
habilidad  que  burló,  mas  de  una  vez,  los  ataques  de  la 
revolución  que  amenazaba  sus  dominios.  El  virrey  de 
Buenos  Aires,  aferrado  en  su  fe  tradicional  de   que  nada 


mSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-OAPITÜLO  VH       886 

seria  bastante  á  derribarlo  y  que  de  nada  precisaba  un 
mandatario  español  sino  es  el  ordenar  para  ser  obedecido 
y  temido,  ni  aventuró  una  política  audaz  é  inteligente  ni 
se  ocupó,  en  tanto  espacio  en  que  sentía  amenazantes  se- 
ñales de  insurrección,  en  preparar  y  disponer  medidas 
necesarias  á  la  defensa  de  su  autoridad,  sin  embargo  de 
estar  bien  convencido  que,  en  la  capital,  no  contaba  el 
gobierno  con  una  bayoneta  segura. 

Y  sin  embargo,  fácil  le  hubiera  sido  preparar  valiosos 
elementos  para  resistir.  Todo  el  inmenso  virreinato  apa- 
recía sumiso  á  la  autoridad;  todos  los  gobernadores  de 
las  provincias  interiores  pertenecían  á  su  misma  bande- 
ra; cada  uno  de  ellos,  en  sus  provincias,  era  gefe  militar 
provisto  de  armas  y  recursos,  para  disciplinar  y  formar 
cuerpos  de  ejército;  el  de  Montevideo  poseía  fuerzas  ve- 
teranas, formidable  armamento  y  las  naves  del  rio;  el 
del  Paraguay  era  el  general  Velazco,  entendido  y  valero- 
so que  disponía  de  una  provincia  pobladíslma  y  fuerte; 
el  de  Charcas  era  el  general  Nieto,  que  mandaba  en  la 
actualidad  un  ejército  veterano;  el  de  Córdoba,  que 
lo  era  el  general  Concha,  de  buena  fama  en  la  guerra, 
tenia  á  su  lado  á  Llniers  que,  á  mas  de  sus  buenos  co- 
nocimientos militares,  poseía  gran  popularidad  y  cariño 
en  Buenos  Aires  y  respeto  en  las  provincias,  y  allá,  en 
el  extremo  superior,  el  Perú  se  presentaba  como  una 
fuente  inmensa  é  inagotable  de  recursos.  Todos  aquellos 
gobernadores  no  habían  sido  hasta  aquel  día  despertados 
de  su  tranquilo  sueño  administrativo  ni  con  un  solo  toque 
de  alarma! 

Pero,  sí  no  abrigaba  propósitos  de  resistencia,  tampoco 
el  virrey  quiso  tentar  al  destino  poniéndose,  antes  que 
nada,  á  la  cabeza  del  movimiento,  organizando  por  la  sola 
fuerza  de  su  autoridad  y  sin  darla  ni  reconocerla  en  ca- 
bildos, corporaciones  ó  pueblo,  uñ  nuevo  gobierno  en  el 
cual,  al  lado  suyo,  entraran  á  flgurar  las  personalidades 
mas  conspicuas,  sobresalientes  y  prestigiosas  del  com- 
plot revolucionario;  arrebatando,  por  éste  medio,  al  ele- 
mento exaltado  su  cabeza  y  su  poder  real,  por  que  hay 
momentos  supremos  en  la  vida  de  los  gobiernos  que  solo 
un  paso  extraordinario  é  imponente  que  llene  á  la  vez  lo 


8d6  DR.  BERNARDO  FRÍAS 


mos  urgente  de  las  aspiraciones  públicas  y  conmueva 
con  su  lado  generoso  el  sentimiento  de  la  multitud,  pue- 
de salvarlos. 

XIII 


Los  patriotas  se  pusieron,  por  su  parle,  en  franca  y  de- 
cidida acción.  Siendo  el  cabildo,  por  su  origen  popular, 
la  única  autoridad  que  subsistía  con  carácter  de  legalidad 
ante  la  teoría  revolucionaria  que  enseñaba  que,  caducan- 
do España,  todas  sus  autoridades  que  ejercían  poder  en 
América  por  su  delegación,  caducaban  también,— el  gefe  de 
los  revolucionarios,  D.  Cornelio  Sadvedra,  acompañado  del 
Dr.  D.  Manuel  Belgrano,  se  presentó  al  presidente  or- 
dinario del  cabildo,  que  lo  era  D.  Juan  José  Lezica  como 
alcalde  de  primer  voto,  pidiéndole,  á  nombre  del  partido 
y  del  pueblo,  que  el  cabildo  celebrara  acuerdo  para  tratar 
y  resolver  la  importantísima  cuestión  de  saber  si  el  virrey 
habia  ó  no  cesado  en  el  mando;  y,  en  caso  de  que  así  lo 
fuera,  se  formara  una  junta  superior  de  gobierno  que 
velara  por  los  destinos  de  la  patria. 

El  20  de  Mayo,  á  eso  de  las  doce  del  dia,  el  presidente 
del  cabildo  se  presenta  en  el  despacho  del  virrey;  le  in- 
forma dé  lu  convulsión  que  se  nota  en  el  pueblo  causada 
por  la  nueva  de  los  últimos  acontecimientos  de  España,  y 
Je  conñesa  haberle  sido  hechas  repetidas  instancias  para 
que  el  cabildo  se  ocupara  de  tratar  sobre  la  incertidum- 
bre  en  que  se  hallaba  la  suerte  de  las  Américas.  Agre- 
gábale, y  era  todo  eHo  verdad,  que  el  cabildo  habia  re- 
sistido hasta  aquel  momento  con  flrmeza  tratar  tan  delicado 
negocio,  pero  que,  al  fln,  las  circunstancias  oprimían; 
pues,  tras  el  pedido,  habíasele  presentando  amenaza  de 
verificarlo  el  pueblo  por  su  cuenta  sí  el  ayuntamiento  se 
negaba  á  escuciiar  su  voz. 

Notando  en  aquellos  informes  de  Lezica  que  el  cabildo 
vacilaba  ante  la  amenaza  del  tumulto,  y  hallándole  razón, 
sin  duda,  tentó  el  último  recurso,  abrigando  todavía  la 
ridicula  ilusión  de  la  fidelidad  de  la  fuerza  militar. 

Para  ello  hizo  convocar  en  el  Real  Fuerte,  que  era  el 
palacio  de  gobierno  de  los  virreyes,   6.  los  gefes  de  las 


HISTORIA  DE  QOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  Vil       d87 

fuerzas  militares  para  informarse  personalmente  de  lo  que 
él  llamaba  su  lealtad,  sin  comprender  que  allí  jugaba  otro 
principio  superior,— -la  desaparición  de  la  autoridad  sobe- 
rana y  tras  ella,  todas  sus  delegaciones,  arrastrando  en 
pos  de  sí  toda  obligación  de  obediencia  y  respetos  ó  au- 
toridades caducas  y  levantando,  para  la  conciencia,  todo 
reato  de  juramento. 

A  las  siete  de  aquella  misma  noche  la  reunión  militar 
se  realizaba  en  los  salones  del  virrey  con  asistencia,  como 
asesores  de  gobierno,  de  los  vocales  de  la  real  audiencia. 

Cisneros  abrió  la  entrevista  exponiendo  con  el  colorido 
propio  de  sus  intereses  de  gobernante  impopular  y  ame- 
nazado, las  circunstancias  difíciles  y  temerosas  de 
aquellos  momentos,  señalando  como  la  cabessa  del  peligro, 
esas  facciones  tumultuarlas  que  derramaban  en  la  pobla- 
ción su  espíritu  subversivo  contra  la  autoridad  que  repre- 
séntate, atribuyéndose  el  nombre  de  pueblo,  fuera-de  toda 
costumbre  política  y  de  toda  regla  conocida  de  respeto  á 
las  autoridades  establecidas.  Llegando  á  aquel  punto  su 
descripción,  tocó  estudiosamente  el  virrey  el  resorte  que 
imaginal>a  su  debilidad  ó  simpleza  política,  como  último 
recurso  de  salvación,  trayendo  ú  la  memoria  de  aquellos 
gefes  pundonorosos  por  cierto,  y  que  en  otras  circuns- 
tancias hubiera  sido  de  resultado  maravilloso,  el  recuer- 
do de  aquel  juramento  que,  como  gefes  militares,  le  ha- 
blan prestado  hacia  tan  poco,  al  hacerse  cargo  del  gobierno 
de  estas  provincias,  asi  como  aquellas  sus  protestas  de 
fidelidad  y  honor  militar  en  sosten  y  defensa  de  la  auto- 
ridad que  en  aquellos  dias  representaba  y  del  orden  pú- 
blico del  estado. 

Sobre  aquel  nudo  triplemente  sagrado,  que  obligaba  la 
conciencia  del  caballero,  del  soldado  y  del  hombre  religio- 
so, calculó  asegurar  el  triunfo  de  sus  trabajos,  y,  bajo  esta 
garantía,  pasó  á  declararles  que  contaba  con  ellos  para 
contener  el  grupo  de  inquietos  y  sediciosos  que  preten- 
dían trastornar  la  paz  y  el  orden  público,  exigiendo 
acuerdo  de  cabildo  sobre  asuntos  de  tan  grave  signiflcacion 
política,  y  con  ánimo  ofensivo  al  respeto  debido  á  las 
autoridades  establecidas;  amenazas  sediciosas  que  ellos, 
como  gefes  de  la  fuerza  militar^  estaban  obligados  á  conté- 


88d  DR.  BERNARDO  FRtA.9 

ner  y  sofocar,  mostrando  asi  su  fidelidad,  al  servicio  del 
rey  y  de  la  patria. 

Hubo  entre  los  gefes  ligeras  frases  de  adhesión  y  de 
amenaza  al  apagarse  las  últimas  palabras  de  aquel  dis- 
curso; pero,  tomando  voz  por  todos  para  expresar  al  virrey, 
en  contestación  á  su  reclamo,  el  sentimiento  del  cuerpo 
militar  en  aquel  trascendental  negocio  en  el  que  era  re- 
querido,—el  comandante  del  cuerpo  urbano  de  Patricios,  D. 
Cornelio  Saavedra,  poniéndose  de  pié:— «  Para  eso,  dijo,  no 
cuente  vuecelencia  ni  conmigo  ni  con  los  patricios.  El 
gobierno  que  dio  autoridad  á  vuecelencia  para  mandarnos, 
ya  ño  existe.  Se  trata  ahora  de  asegurar  nuestra  suerte  y  la  de 
la  América,  y  por  eso  el  pueblo  quiere  reasumir  sus  d^ 
rechos  y  conservarse  por  sí  mismo. ...» 

Y  se  retiraron  sin  obtener  solución. 

Un  doloroso  abatimiento  envolvió  el  ánimo  del  virrey. 
Se  miró  solo,  abandonado  en  medio  de  un  pueblo  enemigo, 
con  su  autoridad  debilitada,  sin  el  respeto  de  la  fuerza  ni 
el  apoyo  d^  la  opinión.  Pero  la  dureza  de  su  carácter  no 
cejó  todavía;  cavilaba  y  tejía  tramas  nuevas  en  que  envol- 
ver los  pies  del  monstruo  popular  que  rugía  cada  instante 
mas  cercano  á  sus  umbrales. 


XIV 


Mas  las  horas  cruzaban  y  el  virrey  nada  resolvía;  en 
vista  de  lo  cual,  la  junta  revolucionaria  que  exponUSnea- 
mente  se  habia  constituido  y  trabeyaba  con  una  incansable 
actividad  en  los  centros  sociales,  en  las  calles  y  donde  quiera, 
resolvió  mandar  una  diputación  directamente  al  virrey, 
con  emplazamiento  perentorio  para  que  ordenara  la  inmedia- 
ta reunión  de  un  cabildo  abierto,  invocando  para  ello  el 
nombre  amenazador  del  pueblo  y  de  las  tropas. 

£1  Dr.  GastQlli  y  el  comandante  D.  Martin  Rodríguez 
fueron  los  encargados  de  llevar  la  intimación.  Pero,  du- 
rante aquel  espacio,  el  virrey  habia  tenido  tiempo  para 
tomar  resolución  bego  la  ayuda  y  consejo  de  los  oidores  y 
del  Dr.  D.  Julián  Leiva,  hombre  habilísimo  para  no  es- 
trellarse contra  ningún  escollo  y  flotar,  como  madero  sin 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  Vil       d% 

dueño,  en  la  superflcie  de  las  aguas  cualquiera  que  fuera 
el  rumbea  que  los  vientos  dirigieron  sus  corrientes.    Con- 
vencidos todos  de  que   la  resistencia   era  mos  que   inútil, 
imposible  y  peligrosa  y,  por  el  contrario,  que  ponía  á  la  capital 
en  riesgos  de  un  tumulto;  convinieron  en  que  se  pusiera 
en   discusión  y  sugetora  ú  juicio  la  existencia  ó  caducidad 
de  los  poderes  del  gohernonte;  y  creyendo  que  con  el  con- 
curso ordenado  de  los  vecinos  numerosos    y    respetí>bles 
que  calcularon  en  quinientos  de  entre  los  tres  mil  suscep- 
tibles de  formar  cabildo,    podrían    frustrar    el    verdadero 
intento  de  los  revolucionarios,  pues,  &  su  parecer,  el  sim- 
ple cabildo  ordinario  no  ofrecía  seguridad  ni  garantía  bajo 
la  intimidación  en  que  tendría  que   obrar.    De  llevarse  á 
término  el  propósito  de  los  ajitadores,    prefirió   el  virrey 
lo  fuera   de    aquella    manera,     « en     junta    general     del 
vecindario  sensato  para  saber  el  sincei-o  voto  del  pueblo. » 
Fué  debido  n  esta  razón  que,  cuando   la   nueva   diputa- 
ción se  presentó  inopinadamente  ante  el  virrey,  este  apa- 
reció jugando  tran(¡u¡lamenle  á  los  naipes  con  tres  de  sus 
amigos. 

Eran  ya  las  diez  de  la  noche;  por  lo  que  esta  hora  avan- 
zada y  la  intempestiva  presencia  de  aquellos  emisarios 
en  su  salón  de  recibo,  debió  formar,  sin  duda,  la  visión 
de  algo  siniestro  en  el  ánimo  del  virrey. 

I^  entrevista  anunciaba  ser,  por  su  parte,  poco  cordial 
y  menos  contemporizadora  en  cualquier  sentido.  Precisa- 
mente Cnstelli  era  hombre  de  carácter  vehemente,  arre- 
batado V  nervioso,  cuyo  acaloramiento  corlaba  con  vio- 
lencia  toda  corisiderapíon;  y  nquellos  momentos,  que  lo 
eran  decisivos,  requerían  hombres  de  este  temperamento, 
peligrosos,  sin  dudo,  en  otras  circunstancias  mas  pacíficas 
y  menos  críticas  que  aquellns.  Desde  sus  primeras  pala- 
bras, Cnstelli  aparecía  inlimando  ni  virrey  el  reconoci- 
miento de  su  <íese  en  el  mundo.  En  nombre  del  pueblo 
y  del  ejército  en  armas,  venia,  le  dijo,  TI  manifestarle  que, 
habiendo  cesado  de  derecho  en  el  mando  del  virreinato, 
competía  ni  pueblo  el  deliberar  sobre  su  suerte;  y  que 
correspondía,  en  consecuencia,  ordenara  la  convocación 
inmediata  á  cabildo  abierto. 
Para  el  concepto  del  virrey,   aquello   era   mas  que  una 


840  DR  BERNARDO  FRÍAS 

insultante  irreverencia,  un  inaudito  desacato  con  que  otro- 
pallaban,  en  su  persona,  la  autoridad  real  un  golilla  de 
colonia  y  un  simple  comandante  de  milicias.  Y  así,  con 
gesto  airado  y  ofendido,— « ¿qué  atrevimiento  es  este?  ex- 
clamó; ¿así  se  atropella  la  persona  del  rey  en  su  repre- 
sentante? » 

El  Dr.  Castelli,  dueño  como  se  sentía  de  la  verdad 
favorable  de  las  cosas,  como  que,  la  guardia  de  palacio 
estaba  al  mando  de  Terrada,  compañero  suyo,  y  por  donde 
no  temia  prisión  en  castigo  mas,  si,  apoyo  y  protección,— 
repuso  con  el  acento  inalterable  que  provenía  de  la  segu 
rídad  en  que  se  hallaba: 

— «  No  hay  para  qué  acalorarse,  señor  virrey;  la  cosa  ya 
no  tiene  remedio.  » 

Pero  su  colega,  D.  Martin  Rodríguez,  llevó  para  el  gober- 
nante, el  atentado  á  su  mayor  extremo,  notiflcándole  lo 
perentorio  de  la  intimación. 

— «  Señor  virrey,  dijo;  cinco  minutos  es  el  plazo  que  nos 
han  dado  para  volver  con  la  contestación  de  vuecelencia. » 

Hallábase  al  lado  del  virrey,  en  aquel  momento,  el  Dr. 
Caspe,  fiscal  de  la  audiencia.  Intimidado  por  aquella 
amenaza  y  lo  angustioso  del  término  impuesto  y  lo  impo- 
sible de  la  resistencia,  como  igualmente  velando  por  el 
decoro  del  gobierno,— condujo  á  Cisneros  al  salón  inme- 
diato, de  donde,  tras  breve  conferencia,  reaparecieron 
ambos  personages,  mostrando  el  virrey  un  espíritu  de 
tranquilidad  y  resignación. 

— «  Señores,  dijo,  dirigiéndose  &  los  embajadores  de  la 
revolución;  cuánto  siento  los  males  que  van  á  venir  sobre 
este  pueblo  de  resultas  de  este  paso;  pero,  puesto  que  el 
pueblo  no  me  quiere  y  el  ejército  me  abandona,  hagan 
ustedes  lo  que  quieran .  » 

Cuando  aquellos  comisionado^  regre.saron  y  dieron  cuen- 
ta de  que  el  virrey  al  fln  cedía  á  la  celebración  del  cabildo 
abierto,  júbilo  inmenso  se  apoderó  del  ánimo  de  los  pa- 
triotas y  el  entusiasmo  y  la  sensibilidad  excitada  por  la 
victoria  los  embargó  á  tal  extremo,  que  estrechábanse 
entre  los  brazos  y  arrojaban  al  aire  los  sombreros  en 
manifestación  de  triunfo  y  de  alegría. 

La  junta  revolucionaria  había  procedido    á  tomar  todas 


HISTOMA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPfTÜLO  VII       841 

las  medidas  que  la  prudencia  y  la  seguridad  exigiaris 
mientras  se  tramitaban  aquellos  acuerdos.  Las  fuerzas 
militares  que  respondían  al  movimiento,  hablan  recibido 
orden  de  permanecer  acuarteladas  y  municionadas  con 
sus  gefes  á  la  cabeza,  desde  primera  lista;  la  dirección 
pública  de  los  preparativos  la  habían  tomado  y  la  ejer- 
cían con  absoluta  franqueza  y  decisión,  mandando,  como 
autoridad  suprema  surgida  por  la  mano  invisible  del  pe- 
ligro, en  los  cuarteles  y  en  las  calles,  siendo  sus  manda- 
mientos obedecidos  por  soldados,  por  gefes  y  por  el  pueblo, 
sin  preocuparse  nadie  de  discutir  su  competencia  y  lega- 
lidad. I^  grandeza  del  momento  unía  todas  las  almas 
bajo  un  mismo  haz  de  luz,  de  calor  y  de  actividad  y  go- 
bierno. El  comandante  Terrada  había  corrido  á  ponerse 
á  la  cabeza  del  escuadrón  de  Granaderos  de  Fernando  VII, 
cual  lo  hemos  visto,  mientras  áe  producía  la  intimación 
al  virrey;  y  como  esta  fuerza  era  la  que  hacia  la  guardia 
en  el  Fuerte,  el  virrey  se  encontraba  prisionero,  desde 
aquel  momento,  en  su  propio  palacio,  «  arresto  honrado, » 
según  él  mismo  lo  denunciaba  días  mas  tarde  á  su  señor; 
pues,  á  mas  de  que  aquella  fuerza  que  lo  guardaba  per- 
tenecía á  sus  adversarios,  estaba  prevenida  de  verificar 
la  policía  revolucionaría  observando  los  movimientos  del 
prisionero,  y  aseguraba,  ademas,  en  poder  suyo,  las  llaves 
de  las  entradas  principales  del  real  Fuerte. 


XV 


El  siguiente  día,  21  de  Mayo,  los  gritos  tumultuarios  de 
cabildo  abierto!  resonaban  en  la  plaza  mayor  en  frente 
del  cabildo  y  del  virrey,  lanzados  por  la  multitud  revolu- 
cionaria aglomerada  allí.  Reunido  el  cabildo  mandó  una 
diputación  de  su  seno  para  exigirle  al  virrey,  en  nombre 
de  la  paz  y  sociego  público,  la  autorización  inmediata 
para  reunir  al  vecindario  distinguido,  á  fin  de  que  «  un 
congreso  público  expresase  la  voluntad  del  pueblo. » 

Aquella  diputación  llevaba  orden  expresa,  y  así  lo  veri- 


342  DIL  BERNARDO  FRÍAS 

flcó,  de  exigir  del  virrey  contestación  en  el  espacio  apre- 
mioso  de  lo  únicamente  necesario  para  escribirla.  El  vir- 
rey, como  lo  tenia  ya  dispuesto,  otorgó  el  permiso;  simple 
formalidad  ante  una  fuerza  superior,  pero  añadiendo  á 
manera  de  condición  que  imponía  al  darlo,  que  debia 
obrarse  en  aquella  asamblea  teniendo  en  memoria  y  con- 
sideración que  la  monarquía  era  indivisible  y  que  un  solo 
cabildo,  un  solo  vecindario  nada  legal  podia  hacer  ni  de- 
finitivo y  valedero,  sin  la  concurrencia  y  acuerdo  de  las 
demás  partes  que  la  constituían. 

Era  el  viejo  plan  político  de  Cisneros  acordado  con  el 
partido  español  y  combinado  con  el  virrey  del  Perú,  para 
el  caso  extremo  que  preveían  y  que,  al  fin,  llegaba.  En 
aquel  cabildo  abierto  el  virrey  Cisneros  tenia  pendientes 
aun  sus  esperanzas  de  triunfo;  por  que  contando  para  su 
plan  de  retardación  con  parte  principal  del  cabildo,  por 
su  espíritu  de  ecuanimidad  y  conciliación  entre  el  gober- 
nante y  el  pueblo,  con  la  afluencia  de  las  demás  autoridades 
y  parciales  en  aquella  reunión,  calculaba  obtener  mayoría 
entre  la  gente  de  ánimo  reposado  para  someter  la  cues- 
tión de  la  caducidad  de  sus  facultades  á  la  junta  general 
del  virreinato  en  la  cual  estaba  irremisiblemente  asegurado 
el  triunfo  de  su  partido. 

Recibido  en  aquel  mismo  dia  el  consentimiento  del  vir- 
rey, procedió  el  cabildo,  sin  pérdida  de  momento,  á  lo 
convocación  de  la  parte  mas  sana  y  distinguida  del  ve- 
cindario para  el  cabildo  abierto  que  debia  celebrarse  en 
la  mañana  del  siguiente  dia.  La  invitación,  como  era  de 
costumbre  en  casos  semejantes,  se  hizo  por  medio  de  es- 
quelas personales,  las  que  se  redactai'on  para  distribuir  á 
450  notables  vecinos. 

Conocida  esta  novedad  por  los  revolucionarios,  la  ju- 
ventud animosa  organizada  bajo  el  nombre  de  chisperos^ 
se  puso  en  activo  movimiento,  recorriendo  la  ciudad  en 
grupos  numerosos,  solicitando  y  reuniendo  adeptos  por 
todas  las  casas  de  representación  americana,  en  tanto  que 
otros,  cooperando  al  mismo  fin,  se  procuraban  esquelas 
de  invitación  con  el  nombre  en  blanco  para  llenar  su 
vacio  con  el  de  sus  pai^tidarios. 


fflSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTi-CAPlTÜLO  VH       843 

XVI 

Llegó,  por  fin,  el  día  á  la  vez  ansiado  y  temido  en  qué 
debia  tener  lugar  el  cabildo  abierto.  Era  la  mañana  del 
22  de  Mayo.  La  plaza  de  la  Victoria,  en  uno  de  cuyos 
costados  se  alzaba  el  pesado  y  magestuoso  monumento  del 
cabildo  colonial,  con  su  doble  galería  de  arcadas  y  su 
torre  que  se  elevaba  de  su  centro,  estaba  guardada  como 
sitio  vedado,  por  compañías  de  tropas  armadas,  apostadas 
en  todas  sus  boca-calles,  por  que,  dado  el  estado  de  agi- 
tación en  que  se  obraba,  era  de  temerse  la  alteración  del 
orden  público,  siendo  aquel  peligro  mas  de  temerse  por 
la  circunstancia  especial  de  que  solo  deberían  concurrir  á 
la  asamblea  de  aquel  dia  quienes  se  presentaran  provistos 
de  la  correspondiente  esquela  invitatoria. 

El  virrey  había  ordenado  este  adecuado  y  sensato  pro- 
cedimiento propio  de  todo  gobierno  despierto  y  buena 
policía;  mas,  como  aquellas  fuerzas  encargadas  de  guar- 
dar la  plaza  se  hallaran  tocadas  también  del  nuevo  espí- 
ritu, pues  pertenecían  al  cuerpo  de  patricios  y  se  hallaban 
bajo  las  órdenes  inmediatas  del  capitán  D.  Eustoquio  Díaz 
Vélez,  venían  á  servir  no  de  garantía  mas,  sí,  de  presión, 
de  atropello  y  tiranía  para  gran  parte  de  los  españoles  que 
pretendían  usar  de  su  derecho  de  miembros  del  congreso 
popular  á  que  habían  sido  invitados.  Porque  así  sucedía 
que,  mientras  aquellos  guardias  permitían  el  libre  acceso 
ó  los  de  la  confabulación,  lo  negaban  á  los  vecinos  espa- 
ñoles, oponiéndoles  observaciones  y  obstáculos  insupera- 
bles, lo  mismo  que  ú  los  que  les  eran  de* opinión  descono- 
cida ó  de  inferior  condición  social,  permitiéndose  solamente 
la  entrada  ó  los  adversarios  cuando  ellos  eran  personages 
de  respeto,  muy  conocidos  por  su  nombre  y  posición 
política  y  social. 

La  presión  y  el  fraude  contra  la  libertad  de  aquel  sufragio, 
único  caso  justificado  por  la  grandeza  y  santidad  de  su 
objeto,  iba  á  mas  lejos  aun;  por  que  algunos  oficiales  te- 
nian  copias  de  las  esquelas  de  invitación  sin  inscripción 
de  nombre  alguno,  y  con  ellas  legalizaban  el  paso  y  pre- 
sencia de  muchas  personas  no  citadas  por  él  cabildo,  pefo 
parciales  notoriamente  conocidos  de   la  causa  de  la  revo- 


814  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

lucíon.  Los  mismos  soldados  que  hacían  la  guardia  de 
la  plazo  y  que  pertenecían  A  los  cuerpos  de  Saavedra,  y 
aun  los  mismos  oñcíales  que  los  mandaban,  llegaban  has- 
ta la  amenaza  contra  los  españoles  porfiados  que  preten- 
dían hacer  resistencia  á  la  imposición  que  sufrían;  y 
contaba  el  mismo  virrey,  pocos  días  mas  tarde  que,  «  un 
considerable  número  de  incógnitos  envueltos  en  sus  ca- 
potes y  armados  de  pistolas  y  sables,  paseaban  en  torno 
de  la  plaza  arredrando  al  vecindario  que,  temiendo  los 
insultos,  la  burla  y  aun  la  violencia,  rehusó  asistir,  á  pesar 
de  la  citación  del  cabildo.» 

Por  consecuencia  de  aquellas  maquinaciones,  de  aque- 
llas intrigas,  de  aquellas  amenazas  y  violencias,  el  partido 
español  se  encontró  cercenado  en  gran  porción  de  los 
llamados  &  congreso,  y  asi  vino  á  concluirse  en  que,  por 
resultas  de  estas  intimidaciones,  de  aquellos  450  notables 
pitados  especialmente  á  cabildo,  solo  concurrieron  á  la 
a^mblea  224.  El  resultado  venia  á  ser  que,  en  lo  que 
hcice  al  sufragio  de  los  votos  para  decidir  la  cuestión  de 
aquel  dia,  el  partido  del  virrey  contaba  una  derrota  segura, 
al  parecer;  y  tocaba  &  su  elocuencia  ahora  y  á  su  habili- 
dad parlamentaria  y  política,  el  arrancar  la  victoria  de  en 
medio  de  un  destino  opuesto. 

A  eso  de  las  nueve  de  la  mañana  comenzó  á  organizarse 
la  asamblea.  En  aquella  hora,  el  recinto  de  la  plaza  ma- 
yor, teatro  ya  de  resonadas  glorias,  se  mostraba  inundado 
por  una  inmensa  ola  popular.  El  sol,  alzándose  lentamen- 
te hacia  el  centro  del  cielo,  derramaba  su  luz  sobre  aque- 
lla multitud  apasionada,  de  cuyo  seno  iban  tan  pronto  á 
brotar  las  primeras  legiones  de  la  independencia;  era  aquel 
sol  que  la  historia  había  de  llamarlo  «  sol  de  Mayo, »  que 
quebraba  sus  rayos  sobre  la  frente  de  aquel  cabildo  que 
contaba  en  esos  momentos  su  postrera  hora  española;  y 
aquel  pueI;^lo  que  lo  rodeaba,  el  que  habia  de  colocar  su 
Imagen,  símbolo  de  libertad  y  de  gloria,  en  su  bandera, 
en  sus  estandartes  y  escudos  de  armas,  en  substitución 
de  las  viejas  diademas,  castillos  y  leones  que,  hasta  enton- 
ces, representaban  la  conquista,  la  monarquía  y  la  domi- 
nación extrangera. 

H^blianse  dispuesto  las  galerías  altas  del  cabildo  para 


HISTORIA  DE  GOEBÍES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VU       845 

que  funcionara  la  asamblea.  En  su  costado  norte,  se  había 
colocado  una  gran  mesa  cubierta  con  una  carpeta  de  ter- 
ciopelo carmesí;  detrás  de  ella,  grandes  sillones  de  brazos 
que  ocuparon  los  miembros  del  cabildo  que  les  corresppn- 
día  presidir  aquella  reunión  famosa.  La  venerable  corpora- 
ción habia  cambiado  recién  aquel  año  de  su  antigua  fisono- 
mía, componiéndose  ahora  en  su  mitad  de  americanos,  en 
lugar  de  su  pasada  unanimidad  española.  Cuerpo  ilustra  á 
quien  le  cupo  presidir  debate  tan  solemne  y  memorable  que 
habia  de  dar  en  una  resolución  flnal  tan  gloriosa,  bien 
merece  consigne  la  historia  el  nombre  de  sus  miembros. 
Eran  argentinos,  D.  Juan  José  Lezica,  alcalde  de  primer 
voto;  el  Dr.  D.  Tomes  de  Anchorena,  D.  Manuel  Ocampo,  D. 
Manuel  Mansilla  y  el  Dr.  D.  Julián  Leiva;  y  eran  españoles, 
D.  Martin  Yañiz,  D.  Jaime  Nadal  y  Guarda,  D,  Juan^  de 
Llano,  D.  Andrés  Domínguez  y  D.  Santiago  Gutiérrez. . 

Mientras  se  organizaba  á  lo  largo  de  la  galería  superior 
la  concurrencia  de  congresales,  los  revolucionarios  que 
asistían  en  este  carácter,  hablan  organizado  sus  relaciones 
de  comunicación  con  sus  partidarios  que  encabezaban 
el  pueblo  aglomerado  á  su  frente,  en  la  plaza,  para  acudir 
con  la  fuerza  del  tumulto  popular,  en  defensa  de  sus 
diputados,  en  el  caso  á  temerse  de  que  llegara  á  ser  vio- 
lentada la  asamblea.  El  cabildo  funcionaba  asi,  sobre  un 
volcan  cuyo  fuego  amenazaba  de  muerte;  Belgrano,  coloca- 
do en  lugar  visible  para  el  pueblo  entre  las  bancas  de  los 
congresales,  estaba  encargado  de  producir  la  seña  con  un 
pañuelo  blanco  cuando  llegara  el  momento  en  que  se 
hiciera  necesario  que  el  pueblo  en  masa  interviniera  en 
defensa  de  sus  diputados  oprimidos,— seña  que  debía  ser 
comprendida  por  un  grupo  de  patriotas  que,  armados  y 
alertas,  estaban  prontos  á  trasmitirla  á  sus  cpmp^ñeros. 
Las  pi}0rtas  de  entrada,  las  escaleras  y  pasadizos  estaban 
ocupados  por  grupos  y  agentes  de  la  revolución. 


XVII 


A  pesar  de  lo  solemne  y  grave  de  la  cuestión,  los  patriotas, 
sea  por  la  <\jitacion  propia  de  aquellos  momentos,  sea  por  la 


846  DR.  BERNARDO  FRUS 

falta  de  ejercicio  y  costumbre  de  actuaren  estas  complicadas 
•uchas  y  e>ttrotagemas  del  ingenio  político  en  los  grandes 
debates  públicos,  no  hablan  llevado  á  la  sesión  una  pro- 
posición acordada  por  el  partido  con  premeditación  y 
cálculo  y  estudio  anterior  para  hacerla  triunfar  en  el  con- 
greso, como  correspondía  en  materia  tan  ardua,  delicada 
y  trascendental,  y  que  debia  ser  tratada  y  resuelta  en  jun- 
ta tan  numerosa;  omisión  que  estuvo  ú  pique  de  peligrar 
el  triunfo,  produciendo  la  anarquía  en  las  opiniones  ó  de- 
jando producirse  en  el  espíritu  de  algunos  de  los  suyos  los 
seducciones  de  proposiciones  falaces,  diestramente  combi- 
nadas y  presentadas  con  maestría  para  sorprender  espíri- 
tus desprevenidos  ó  lijeros  que  obraban  ú  su  voluntad, 
que  ajitaron  los  enemigos,  mas  diestros,  en  verdad,  en 
cuanto  ó  su  ingenio  parlamentario  y  que  asistieron  con 
su  plan  político  preparado,  con  sus  oradores  dispuestos, 
convenidos  y  decididos  á  sostenerlo  en  combinación  con 
el  virrey. 

Faltó  gobierno  en  el  bando  patriota  que  se  presentó  sin 
orden  ni  concierto;  faltó  un  gefe  que  dirigiera  el  debate; 
falló  una  política  fija,  un  plan  madurado  y  resuelto  que 
seguir;  de  modo  que  las  opiniones  y  los  votos  fueron  for- 
mados y  lanzados  á  la  ventura.  ¡Cuánta  exposición  no 
tuvo  la  causa  de  la  revolución  en  aquella  hora!  La  mali- 
cia y  mejor  preparación  de  sus  adversarios  y  aquella  in- 
fluencia moral  de  que  iban  acompañados,  pues  con  ellos 
estaban  y  hacían  coro  todas  las  autoridades  constituidas 
con  carácter  oficial,  hacían  contraste  temible  con  la  falta 
de  disciplina  y  de  unidad  sobre  todo  en  el  punto  capital 
á  resolverse.  Asi  veremos  ú  sus  miembros  dividii^se.  A 
sus  oradores  vacilar,  á  nadie  hacer  cal3eza  ni  tomar  el  de- 
recho propio  de  la  representación,  siendo  los  abogados 
defensores  de  aquella  gran  causa  mas  bien  tomados  al 
acaso. 

Y  tampoco  no  debe  imaginarse,  sin  padecer  error,  que 
todos  aquellos  patriotas  argentinos  que  se  congregaban  en 
aquel  cabildo  á  deliberar  sobre  la  suerte  de  la  patria,  abri- 
garan en  su  alma  la  decisión  por  la  independencia;  que 
muchos  de  ellos  y  aun  de  lo  principal,  como  D.  Nicolás 
Rodríguez  Peña   y  como    D.   Feliciano  Cliiclana,   Vieytes, 


HtSTORIA  DE  GÜEMES  Y  DK  SALTA-CAPÍTULO  VII       847 

Viamonle  ó  Balcarce,  por  ejemplo,  si  opinaban  por  con- 
veniente la  formación  de  un  gobierno  distinto  del  de  Cis- 
neros,  lo  deseaban  pi'ovisorio  y  dependiente  siempre  de 
España.  De  manera  que,  los  que  profesaban  este  pensa- 
miento distaban  espacio  muy  estrecho  de  los  verdaderos 
españoles.  Felizmente  aquel  grupo  formaba  débil  y  escasa 
minoría;  la  generalidad  del  partido  patriota  era  revolu- 
cionario radical,  que  iba  á  la  lucha  para  conquistar  á  todo 
precio  la  independencia  de  la  patria,  separando  al  virrey 
del  gobierno,  rompiendo  con  la  metrópoli  y  reconociendo 
la  soberanía  solo  en  el  pueblo,  aunque  generalmente  ocul- 
ta por  la  prudencia  que  exigían  aquellos  momentos. 


XVIII 


Una  vez  instalada  la  asamblea,  el  cabildo  hizo  leer  una 
alocución  por  medio  de  su  escribano,  aconsejando  á  aque- 
llos hombres  la  manera  como  debían  considerar  y  resol- 
ver la  gran  cuestión  política  á  que  estaban  llamados.— 
«  Vuestros  representantes,  decía,  que  velan  constantemente 
sobre  vuestra  prosperidad,  que  desean  con  el  mayor  ardor 
conservar  el  orden  é  integridad  de  estos  dominios  bajo 
la  dominación  del  señor  D.  Fernando  VII,  han  obtenido 
del  excelentísimo  señor  virrey  permiso  franco  para  reuniros 
en  un  congreso.  Ya  estáis  congregados;  hablad  con  toda 
lilaertad,  pero  con  la  dignidad  que  es  propia,  haciendo  ver 
que  sois  un  pueblo  sabio,  noble,  dócil  y  generoso. 

«Vuestro  principal  objeto  debe  ser  precaver  toda  des 
confianza  entre  el  subdito  y  el  magistrado;  afianzar  vues- 
tra unión  recíproca  y  la  de  todas  las  demás  provincias  y 
dejar  expeditas  vuestras  relaciones  con  los  virreinatos  del 
continente.  Evitad  toda  innovación  ó  mudanza,  pues  ge- 
neralmente son  peligrosas  y  expuestas  á  división.  Tened 
por  cierto  que  no  podréis  por  ahora  subsistir  sin  la  unión 
con  las  demás  provincias  interiores  del  reino,  y  que  vues- 
tras deliberaciones  serán  frustradas  si  no  nacen  de  la  ley 
ó  del  consentimiento  general  de  todos  aquellos  pueblos. 
Así,  pues,  meditad  bien  sobre  vuestra  situación  actual, 


848  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

no  sea  que  el  remedio  para  precaver  los  males  que  pre 
veis,  acelere  vuestra  destrucción.  Huid  siempre  de  tocar 
en  cualquier  extremo,  que  nunca  deja  de  ser  peligroso; 
despreciad  medidas  estrepitosas  ó  violentas  y,  siguiendo 
un  camino  medio,  abrazad  aquel  que  sea  mas  sencillo  y 
mas  adecuado  para  conciliar  con  nuestra  actual  seguridad 
y  la  de  nuestra  futura  suerte,  el  espíritu  de  la  ley  y  el 
respeto  á  los  magistrados. » 

Marchaban  aquellas  consejas  directamente  á  prepai*ar  el 
ánimo  de  la  concurrencia  para  aceptar  la  forma  legal  de 
proceder,  reconociendo  en  el  congreso  general    de  todos 
los  pueblos  del  virreinato   únicamente,    el   derecho   para 
resolver  aquel    problema   político   de  la   caducidad  de  la 
autoridad  del  virrey  y    creación    de  un  nuevo   gobierno 
encargado  de  la  dirección  del  pais.    La  mano  y  el  espíritu 
del  virrey  y  del  partido  español  aparecían  visiblemente  en 
aquel  documento  propiciatorio  de  la  opinión  del  congreso, 
revestidos  de  toda  la  solemnidad  del  derecho,  de  la  justi- 
cia y  razón  políticas,  cuando  el  obispo   de  Buenos  Aires, 
D.  Benito  Lúe  y  Riega,  español  natural  de  las  Asturias, 
agrió  los  ánimos  americanos  que  se  trataba  de  conquistar 
y  seducir,  con  su  palabra  llena  de  destemplanza,  colmada 
de  un  espíritu  agresivo  y  torpe  y  con   su  lenguage  in- 
temperante y  las  doctrinas  políticas,  mas  que,  absurdas  y 
ridiculas,  monstruosas  que  se  le  vino  en  antojos  exponer, 
y  que  constituían,  en  aquellos  tiempos,  la  doctrina    legal 
aceptada  y  defendida  por  todos   los   esfuerzos   españoles. 
Lúe,  al  exponerlas  en  aquellos  los  momentos  mas  solem- 
nes de  su  vida,  no  hacia  mas  que  ratificar,  una  vez  mas, 
la  opinión  general  profesada  por  su  nación. 

Para  dar  mayor  realce  y  prestigio  a  su  palabra  é  infundir 
respeto  al  auditorio,  había  buscado  y  elegido  como  arma 
parlamentaria,  el  presentarse  rodeado  del  gran  aparato  pro- 
pio de  la  autoridad  que  representaba,  anunciando  con 
aquella  actitud,  que  venia  preparado  y  fuerte  á  sostener  con 
empuge  superior  é  irresistible  las  doctrinas  conservadoras 
de  los  regalías  españolas;  por  que  no  solamente  aparecía  á 
la  espectacion  pública  revestida  con  lujo  excepcional  su 
persona,  sino  que,  i'odeándolo  cuatro  de  sus  familiares, 
mostraban  estos  sostenidos  por  sus  manos,  la  mitra  episco- 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  Vü       349 

pal,  Símbolo  de  su  autoridad  religiosa,  y  los  textos,  armas 
preparadas  para  la  discusión. 

En  cuanto  concluyó  la  lectura  del  discurso  ordenado 
por  el  cabildo,  el  mitrado,  tomando  la  palabra,  atrajo  á  sí  la 
atención  universal. 

—«Estoy  asombrado,  dijo,  al  ver  que  hombres  que  son 
nacidos  en  una  colonia,  como  son  los  americanos,  se  con- 
sideren con  derecho  para  tratar  de  asuntos  que  son  pri- 
vativos de  los  españoles,  de  los  que  somos  nacidos  en 
España.  Los  españoles  son  los  únicos  que  tienen  derecho 
para  gobernar  las  Américas  por  dos  títulos  notorios  y  le- 
gítimos: primero,  por  el  derecho  de  conquista  que  les 
pertenece  por  ser  ellos  quienes  conquistaron,  poblaron  y 
civilizaron  la  América;  y  segundo,  por  la  concesión  que 
á  su  favor  hizo  en  su  famosa  bula  su  Santidad  Alejandro 
VI.  Las  Indias,  pues,  son  propiedad  exclusiva  de  los  es- 
pañoles; y  así,  es  un  desacato  insolente  el  querer  negarle 
á  la  ciudad  de  Cádiz  el  derecho  que  tiene  de  imponer  un 
gobierno  general  á  las  Indias.  Desconocer  la  regencia 
que  se  ha  erigido  en  Cádiz  como  supremo  gobierno  de 
España  y  de  las  Indias  en  estas  circunstancias  y  mien- 
tras dure  el  cautiverio  de  nuestro  amado  soberano  D. 
Fernando  Séptimo,  es  un  atentado,  es  un  crimen  de  alta 
traición;  porque,  mientras  quede  un  punto  libre  de  España, 
aunque  no  sea  mas  que  un  pedazo  de  tierra  ó  una  aldea, 
ese  pedozo  de  tierra  ó  esa  aldea,  por  pequeña  que  sea, 
tiene  el  derecho  innegable  de  mandar  ti  las  Américas,  co- 
mo así  mismo,  mientras  exista  un  solo  español  en  las 
Américas,  ese  español  debe  mandar  á  los  afnericanos,  y 
solo  en  el  caso  en  que  ya  no  haya  un  solo  español  en  el 
país,  correspondería  ó  los  omericanos  ese  gobierno. 

«Por  las  leyes  de  la  monarquía,  la  soberanía,  el  gobierno 
particular  y  general  solo  reside  en  España  y  solo  puede 
ser  ejercido  por  españoles,  sean  ellos  pocos  ó  muchos. 
Por  consiguiente,  los  americanos  están  en  la  obligación 
natural,  legal  y  religiosa  de  obedecer  y  acatar  cuanto  allí 
se  ordene;  y,  aun  en  el  caso  desgraciado  de  que  España 
llegara  á  caer  en  manos  de  los  franceses  completamente, 
los  españoles  que  actualmente  se  hallan  constituidos  en 
dignidad  por  sus  empleos  civiles  ó  eclesiásticos,    son  los 


/ 

w 


848  DR.  BERNARDO  frías  ^ 

no  sea  que  el  remedio  para  precaver  los  ^ 
veis,  acelere  vuestra  destrucción.    Huidf^ 
en  cualquier  extremo,  que  nunca  deja  / 1 
despreciad  medidas  estrepitosas  ó  'vij:^^ 
un  camino  medio,  abrazad  aquel  qu'^  ^ 
mas  adecuado  para  conciliar  con  p'   ^  ^ 
y  la  de  nuestra  futura   suerte,   e'^ 
respeto  á  los  magistrados.  »        ¿  ^ 
Marchaban  aquellas  consejas^  ^;^ 
ánimo  de  la  concurrencia  P9  |  ^  ^ 
proceder,  reconociendo  en  ^  ^  %%.% 
los  pueblos  del  virreinato,  |  %  p%% 
resolver  aquel   problema  |  ^^  ^  ^  ^ 
autoridad  del  virrey  y  |  %%%%\\ 

encargado  de  la  diree  ^ri^\^%  -^  ^  ^  *^^ 

del  virrey  y  del  par'|i^5  Ij  ^'  '  ^z'^^'' 

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revestidos  de  todr/||  ^  *  '  ^oif'^^ 

cia  y  razón  po)-/p  d^    ^ívAO  í^; 

D.  Benito  Lúe /| f  ^  -^     Y>^a  ^"^  j^/?'^ 

agrió  los  án^^  ^  tvo  ^^^aí«*^iL  ^^^"^^ 

y  seducir,  ^  /  ^  ,. ;.  co^  V^tf  ^r^^'l^o 

de  un  esF  '  ^-^!^    \o^  Scve<L\N^^'l 

tempera'  -      ^^^'^'''^^^^^^^ 

V  niir  -tícedentes        ^:i.«     «^  .-.g^      &  ^^   n  /^ 

j;,^'^  .ostraten  como  el       zt^  ^s  W^J^  P^' VS  '' 

":'  del  pueblo  argentino-  ^^^^   Aeí^^n  H^^  .  a^^ 


como  aun  se  resistier-*^       :S^    *^^^^  d«^ Irg^'" '¿íí^'^ 
,,jtos  que   por   deber  y    por  ^^'^^°\\o.  ^  .oS, '*^S!-;toi'''' 

eíocueocia  argentino,  sus  amigr<=»"^^        "Vedi  ^^  .^^  d"  ^^' 
halJábanse  ü  su  lado,  tomáronlo  "^^^  "^   ^''^^s,  f  ootr'^"^ 

con  energía:— «  Hable  usted  por      ^»"^  ^E*^^**  a^  ifl  ^^ 

Honra  digna  de  una  eterna  en  vi-  *=^  -■-*»,  a^  flP'í''^tó  ^e 

dor  se  apresuró  (I  recoger.  .^ .^.0  '!:esfllJÍ,> 

Pero  aquel  hombre  que  por  la        ^«^'^í^ari  ^ínr,  '^  \  í»" 
la  vida  pública  desempeñando  t»^  :^:^^^  W"  vi^'^LpÜí^ ' 
instrucción  lyera  y  superficial,  d«»      ^^^^     AasO  ^ 
y  áspero  carácter, »  de  espíritu  «^  "^-^^  '^^  ^wio 


HISTORIA  DE  GÜ£M£S  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  Vil       851 

un  corazón  capaz  de  las  crueldades  de  un  fanático,  co- 
menzó su  discurso  vacilando  como  joven  aprendiz,  sin 
poder  desde  el  primer  momento  dominar  la  situación.  La 
repentina  palidez  de  su  rostro  revelaba  la  turbación  y 
aniquilamiento  de  su  espíritu. 

— «  Las  palabras  que  acabamos  de  escuchar  de  labios  del 
señor  Obispo,  muestran  que  los  españoles  que  han  con- 
quistado y  poblado  la  América  no  han  engendrado  hom- 
bres en  ella  sino  bestias,— comenzó  diciendo  el  orador; 
puesto  que  los  nacidos  de  aquellos  padres  parecen  haber 
sido  cosos  semovientes  y  no  verdaderos  hombres,  sim- 
ples siervos  solamente  de  los  nacidos  en  España  de  otros 
padres  y  no  hijos  ni  herederos  de  los  españoles  de  Amé- 
rica. Entre  tanto,  los  que  se  han  quedado  en  España  ni 
han  conquistado  ni  han  poblado  América;  mientras  que 
los  que  han  tenido  hijos  en  América  son  los  que  ocuparon 
el  país. 

El  señor  obispo  nos  trae,  pues,  esta  singular  novedad:— los 
hijos  no  heredan  á  sus  padres.  ...» 

— «  A  mí  no  se  me  ha  llamado  á  este  lugar  para  soste- 
ner disputas,  interrumpió  el  obispo  afectado  por  lo  mons- 
truoso que  aparecia  en  la  réplica,— sino  para  que  maniñeste 
libremente  mi  opinión,  y  asi  lo  he  hecho. » 

Tomondo  Castelli  nuevamente  la  palabra,  añadió: 

—Los  extraños,  pues,  los  prójimos,  los  mercaderes  que 
no  han  hecho  jamás  otra  cosa  que  chupar  el  jugo  de 
nuestra  tierra,  esos  son  los  herederos.  Sin  embargo,  nadie 
ha  dicho  hasta  ahora  un  absurdo  mas  ridículo  ni  mas 
falso;  y  allí  atrás,  atrás  del  mismo  señor  obispo  están  las 
leyes  que  lo  desmienten.  Esas  leyes  declaran  que  los  hijos 
legítimos  son  los  herederos  forzosos  y  únicos  de  los  pa- 
dres; y  como  aquí  no  hay  mas  herederos  ni  mas  conquis- 
tadores ó  pobladores  que  nosotros,  es  falso  que  el  derecho 
de  disponer  de  nuestra  herencia,  hoy  que  la  madre  patria 
ha  sucumbido,  pertenezca  á  los  españoles  de  Europa  y  no 
á  los  americanos. 

«  Pero  el  señor  obispo  ha  dirigido  también  un  grande 
ataque  contra  el  derecho  de  las  naciones.  Ha  sostenido 
sin  sospecharlo,  que  debemos  someternos  á  Napoleón  por 
el  sagrado  é  innegable  derecho  de  la  conquista.     Por  que 


833  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tquién  ha  conquistado  la  España?  íQuién  ocupa  todas  sus 
provincias  y  quién  manda  á  la  gran  mayoría  de  los  espa- 
ñoles? No  nos  negará  el  señor  obispo  que  es  Napoleón. 
Luego,  pues,  si  el  derecho  de  conquista  pertenece  por 
origen  y  por  jurisdicción  privativa  al  país  conquistador, 
justo  sería  que  la  España  comenzase  por  darle  razón  al 
señor  obispo  abandonando  la  resistencia  que  hace  &  los 
franceses  y  sometiéndose  por  los  mismos  principios  con 
que  se  pretende  que  los  americanos  se  sometan  &  las  aldeas 
de  Pontevedras  ó  al  populacho  de  la  Carraca.  La  razón  y 
la  regla,  señores,  tienen  que  ser  iguales  para  todos. 

«Pero  hay  proposiciones  tan  desatinadas  que  no  deben 
discutirse.  Aquí  no  hay  conquistadores  ni  conquistados; 
aquí  no  hay  sino  españoles. 

«Los  españoles  de  España  han  perdido  su  tierra;  los 
españoles  de  América  tratan  de  salvar  la  suya.  Los  de 
España,  que  se  entiendan  allá  como  lo  puedan;  los  ame- 
ricanos sabemos  lo  que  queremos,  lo  que  podemos  y  á 
donde  vamos,  aunque  el  señor  obispo  no  lo  sepa  ó  no 
quiera  seguirnos. 

«Bien,  pues,  señores:  tratemos  de  resolver  lo  que  nos 
conviene  hacer  por  ahora,  no  perdamos  el  tiempo.  Yo 
propongo  á  la  asamblea  la  resolución  de  esta  proposición: 
—Si  en  virtud  de  estos  antecedentes,  el  virrey  debe  cesar 
én  el  mando. » 

Apoyando  en  seguida  su  moción  en  la  argumentación 
legal  que  le  ofrecían  los  antiguos  monumentos  de  la  cons- 
titución española,  pasó  á  exponer  la  clase  de  vinculación 
que  sugetaba  las  Américas  al  supremo  gobierno  de  Es- 
paña. Para  ello  sostuvo  con  la  fogosidad  y  el  nervio  que 
le  eran  característicos,  que  el  derecho  de  los  reyes  de  Es- 
paña &  las  ípdias  provenia  menos  del  descubrimiento,  de 
la  colonización,  de  la  población  y  posesión  secular  de  las 
Américas,  que  de  la  bula  que  el  papa  Alejandro  VI,  que  invo- 
caba igualmente  el  obispo,  por  la  cual  constituyó  estas 
tierras  en  feudo  personal  de  los  monarcas  españoles;  con- 
cesión pontificia  que  descansaba  en  la  jurisdicción  uni- 
versal qué  el  papa,  como  cabeza  del  linage  humano,  tenia 
sobre  el  mundo. 

Esta  teoría  de  la  soberanía  personal  del  rey,  que  alejaba 


HISTORIA  DE  GÜEMBS  T  DE  SALTA-CAPÍTULO  VH       853 

del  pueblo  la  fuente  de  la  soberanía  nacional,  era  el  prin- 
cipio político  que  consagraba  el  derecho  público  europeo, 
con  mayor  fuerza  y  respeto  en  España,  como  tuvimos  oca- 
sión de  verlo  en  las  páginas  anteriores.  El  rey  era  posee- 
dor del  gobierno  absoluto;  del  rey  emanaba  y  al  rey  cor- 
respondía todo  poder  y  jurisdicción,  y  las  provincias  coiijo 
los  pueblos  y  los  hombres  que  los  formaljan,  solo  tenian 
vínculos  de  vasallage,  sugecion  y  obediencia  &  la  corona, 
al  rey  y  no  á  otra  alguna  entidad  política. 

Siguiendo  este  gran  principio  fundamental  de  la  monar- 
quía española  en  su  régimen  absoluto  y  de  derecho  divino 
como  aparecía  é  imperaba  entonces,  el  orador  agregó,  que 
por  la  América  se  debia  obedíQncia  personal  al  legítimo  sobe- 
rano, de  quien  únicamente  dependía  y  que  &  él  solo  le  era 
debida;  que  destronado  por  lo  menos  en  el  hecho  como 
lo  estaba  el  soberano  legítimo,  y  cautivo,  además,  ella  exis- 
tía, sin  emjjargo,  en  principio  para  sus  vasallos  fleles;  que 
conquistada  la  España  por  un  soberano  extrangero,  las 
provincias  libres  de  la  monarquía  no  le  debían  vasallaje 
ni  obediencia,  ni  debían  reconocer  en  él  sinóá  un  intruso, 
por  que  no  cabía  esta  vinculación  por  razón  territorial, 
quedando  los  subditos  del  rey  legítimo  atados  siempre  á 
su  persona,  como  soberano  que  reinaba  en  el  principio 
aunque  no  gobernara  en  el  hecho;  que  por  consiguiente, 
faltando  en  el  gobierno  español  el  rey  legítimo,  la  América 
no  estaba  obligada  ú  seguir  la  suerte  de  España,  y  una 
vez  que  había  sucumbido  y  caducado  esta,  no  debia  reco- 
nocer ni  obedecer  á  sus  antiguas  autoridades,  que  hablan 
caducado  también. 

—«La  España  ha  caducado  en  su  poder  para  con  la 
América,  agregó  al  terminar,  y  con  ella  las  autoridades  que 
son  su  emanación.  Al  pueblo  corresponde  reasumir  la 
soberanía  del  monarca  é  instituir  en  representación  suya, 
un  gobierno  que  vele  por  su  seguridad. » 


XIX 


La  idea  del  joven  orador  que   acababa    de  abandonar  la 
palabra,  tan  resuelta  y  decisiva,  fué,  á  su  vez,  recogida  por 


354  DH.  BERNARDO  FRlAS 

el  Síndico  procurador  del  cabildo,  que  lo  era  el  Dr.  D. 
Julián  Leiva,  proponiéndola  en  estos  términos:  Si  se  con- 
sideraba haber  caducado  ó  nó  el  gobierno  supremo  de 
España. 

Esta  no  era  cuestión  que  pudiera,  á  pesar  de  su  gra- 
vedad para  la  causa  española,  tomar  desprevenidos  y  de 
sorpresa  &  sus  adiestrados  defensores,  por  que  ellos  la 
tenian  también  preparada  para  un  caso  extremo  en  que, 
como  el  presente,  la  razón  de  los  hechos  y  la  fuerza  de  las 
circunstancias  los  obligara  á  tocar  la  estabilidad  de  las 
autoridades  reales  en  América.  Y  para  este  momento 
crítico  del  debate,  donde  se  encerraba  la  suerte  de  la  revo- 
lución, el  partido  español  iba*  á  desplegar  toda  la  habilidad 
de  su  mejor  vocero  y  todos  los  recursos  de  la  ley,  de  la 
razón  general  y  de  la  justicia  que  se  presentarían  á  su  favor 
y  que,  en  verdad,  lo  habrían  acompañado,  ú  no  ser  la  razón 
suprema  que  imponían  aquellas  circunstancias  extraordi- 
narias del  interés  político,  de  la  salvación  pública  y  de  la 
gran  burla  que  envolvía  aquella  capa  de  legalidad  que  se 
mostró  en  el  debate.  Por  que  si  se  resolvía  que  el  gobier- 
no supremo  de  España  habla  caducado,  caducaban  también 
las  autoridades  que  lo  representaban  en  América,  y  por  ende, 
correspondía  tratar  de  reemplazarlas  por  otras;  y  la  fuente 
soberana  de  donde  estas  potestades  emanarían,  por  todos 
era  mirada  ser  en  el  pueblo  del  virreinato  de  Buenos  Aires; 
mas  también  era  cierto  para  uno  como  para  otro  partido 
que,  aquel  que  reasumiera  en  sus  manos,  en  el  distrito 
de  la  capital,  el  gobierno  provisorio  y  el  mando,  por  tanto, 
de  las  inferiores  autoridades  y  las  milicias  armadas,  re- 
partidas por  pequeños  trozos  de  guarnición  en  la  mayoría 
de  las  ciudades  del  virreinato,  ese  llevaba  la  indisputable 
seguridad  del  triunfo  en  la  elección  del  nuevo  gobierno, 
el  cual  debía  ser  la  vida  ó  la  perdición  de  cualquiera  de 
los  dos  bandos  en  pugna. 

Un  jurisconsulto  notable,  abogado  versadísimo  en  el 
derecho  histórico  constitucional  de  la  monarquía,  y  que 
tanto  por  su  saber  y  talento  cuanto  por  las  funciones  ele- 
vadas de  flscal  de  la  real  audiencia  gozaba  de  merecido 
respeto  y  consideración  entre  la  mejor  gente  de  Buenos- 
Aires,  púsose  en  seguida  de  pié,  con  toda  aquella  su  au- 


.^ 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  Vil       3W 

toridad,  como  el  abogado  defensor  de  los  derechos  espa- 
ñoles en  América.  Era  el  Dr.  D.  Manuel  Genaro  Villota, 
miembro  honorario  del  Supremo  Consejo  de  Indias. 

Su  voz  era  solemne,  su  ademan  tranquilo  y  grave,  y 
dominaba  la  posición  con  la  serenidad  y  firmeza  que  le 
prestaba  su  larga  vida  pública.  Pendiente  de  sus  labios 
tenia  por  largo  espacio  la  febriciente  atención  de  patrio- 
tas y  españoles,  estos,  por  que  llegaba  á  la  cima  de  su 
elevación  la  grandeza  de  la  defensa  de  su  causa,  y  aque- 
llos por  que  les  turbaba  el  ánimo  el  asombro  de  escu- 
char al  abogado  enemigo  penetrar  en  el  campo  patriota 
justificando  la  verdad  de  sus  doctrinas.  Por  que  el  Dr. 
Villota  comenzó,  desde  un  principio,  admitiendo,  en  lo 
posible,  la  pérdida  de  España  y  sosteniendo  que  en  caso 
semejante,  la  soberanía  hasta  entonces  ejercida  por  el 
monarca  como  único  soberano  en  la  monarquía  en  su 
vida  regular,  retrovertía  al  pueblo,  su  fuente  primitiva,  el 
cual  estaba  habilitado,  cualquiera  que  fuera  la  forma  de 
gobierno  que  rigiera  al  estado,  para  ocurrir  á  su  propia 
salvación  en  estos  casos  extraordinarios,  en  estos  gran- 
des conflictos  públicos  en  que,  desaparecida  la  cabeza,  los 
miembros  abandonados  del  gran  cuerpo  político  de  una  na- 
ción no  podían  quedar  flotando  á  la  ventura  cual  despo- 
jos de  un  naufragio.  Fijó  sus  ojos  en  el  mismo  Buenos 
Aires,  y  halló  fresco  aun  el  ejemplo  que  había  dado  de 
estos  actos  de  pública  salvación  y  seguridad  del  estado, 
en  1806,  nombrando  por  su  propia  autoridad  un  nuevo  go- 
bierno digno  y  capaz  de  salvar  sus  destinos. 

Xada  mas  halagador  ni  mas  hábil  y  propicio  que  aquellos 
recuerdos  para  aquietar  los  espíritus  adversos  á  su  causa 
y  subyugarlos  por  tan  diestra  elocuencia  y  conducirlos  en 
seguida  á  la  aceptación  de  la  gran  doctrina  política  del 
congreso  general  del  virreinato,  donde  cimental>a  el  parti- 
do español  su  definitiva  victoria. 

Por  el  solo  hecho  de  haber  desaparecido  el  supremo 
gobierno  de  España,  ¿tenia  Buenos  Aires,  la  sola  ciudad  de 
Buenos  Aires,  el  derecho  de  disponer  de  la  suerte  y  de  los 
destinos  de  todos  los  demás  pueblos  del  Rio  de  la  Platal 
Esta  fué  la  cuestión  cuyo  brillo  y  peso  formidable  contur- 
bó sobremanera  el  espíritu  de  los  patriotas,    hasta  el  ex- 


356  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tremo  de  hacerlos  vacilar  y  aun  desesperar  del  triunfo  de 
su  causa. 

Buenos  Aires  era  una  ciudad  igual  en  derechos  y  cate- 
goría Á  las  demás  ciudades;  Buenos  Aires  no  tenia  la 
representación  de  los  pueblos  del  interior;  Buenos  Aires 
era,  en  fin,  una  simple  minoría  que  no  podía  imponer  su 
voluntad  á  los  demás  pueblos  sus  iguales  y,  en  su  conjun- 
to, superiores  por  la  gran  ley  del  número. 

Así,  pues,  el  Dr.  Villota  sostenía  que  no  pudiendo  uno 
sola  ciudad,  un  solo  municipio  deliberar  y  resolver  sobre 
el  gobierno  general  de  todo  el  país,  este  gobierno  solo  cor- 
respondía ejercerse  por  la  autoridad  que  creara  la  volun- 
tad general  de  todo  el  pueblo.  Nada  mas  lógico  que  esto, 
ni  nada  mas  acertado  y  consecuente  con  las  leyes  y  prác- 
ticas seculares  de  la  monarquía  española.  Todos  los  ante- 
cedentes de  su  historia  enseñaban  que,  para  las  grandes 
necesidades  públicas,  los  ayuntamientos  de  las  ciudades 
españolas  enviaban  sus  diputados  á  reunirse  en  cortes, 
cuyos  procedimientos,  hasta  los  últimos  días,  acababan 
de  ser  confirmados  por  los  sucesos  de  España,  formando 
la  Junta  Central  por  medio  de  las  diputaciones  de  las  pro- 
vincias libres. 

En  consecuencia  de  estos  principios,  el  severo  orador 
opinaba  aconsejando  á  lu  asamblea  que  el  procedimiento 
legal  &  observarse  era  de  que  se  aplazara  toda  medida 
que  pudiera  alterar  por  el  momento  el  orden  de  cosas 
establecido,  así  por  que  era  de  derecho  como  de  alta  pru- 
dencia política,  pues  evitaría  los  trastornos  que  acarrearía 
el  justo  espíritu  de  rivalidad  que  se  despertarla  en  los 
pueblos  del  interior  si,  prescindiendo  de  su  intervención,  se 
formara  un  nuevo  gobierno  general,  llegando  solamente  para 
garantía  de  todos,  á  asociar  al  gobierno  actual  del  virrey, 
dos  miembros  de  la  audiencia,  por  que  esta  era  autoridad 
que  igualmente  emanaba  del  monarca,  hasta  tanto  se  reu- 
nieran en  congreso  general  todos  los  representantes  de 
los  pueblos  del  virreinato. 

Era  de  esta  manera  como  el  orador  explicaba  y  desenvol- 
vía el  plan  político  del  virrey  y  su  partido,  que  no  debió 
sorprender,  sin  embargo,  á  los  hombres  que  encabezaban 
aquel  debate  por   el  lado    de  la  revolución,  pues  era  el 


HISTORIA  OB  GOEMES  T  DE  SALTA— CAPITULO  VU       857 

mismo  que  habia  esbozado  con  tintas  clarísimas  el  virrey 
en  el  manifiesto  que  habia  lanzado  A  la  faz  del  virreinato 
hacia  tan  pocos  dias  y  que  lo  habia  ratificado  en  las  últi- 
mas conferencias  con  los  diputados  de  la  revolución  y  que 
el  mismo  cabildo,  instantes  hacia,  lo  habia  expuesto  y 
aconsejado  en  su  discurso  oficial  de  apertura  de  la  asam- 
blea. 

Sin  embargo,  la  palabra  de  Villota  hizo  retrocede!*  de 
pronto  al  nuevo  espíritu  y  arremolinarse  en  un  movi- 
miento de  desesperada  ofuscación  é  impotencia.  Aquella 
oratoria  concienzuda  y  habilísima  habia  desconcertado  & 
sus  adversarios  y  se  hacia  necesario  para  vencerla,  ó  un 
acto  de  rarísima  audacia  ó  un  recurso  oratorio  magnífico 
ó,  en  fin,  una  igual  y  mas  acertada  habilidad  dentro  del 
mismo  terreno  legal  en  que  se  escapaba  el  triunfo,  ya  que 
no  se  queria  salir  de  los  textos  y  seculares  práticas  de  la 
monarquía. 

En  aquel  momento  solemne  y  difícil,  D.  José  Antonio 
Escalada  pide  al  Dr.  D.  Juan  José  Passo,  abogado  profundo 
y  respetable,  que  presentara  la  réplica  al  discurso  del  Dr. 
Villota;  Rodríguez  Peña  y  el  Dr.  Castelli  lo  instan  en  igual 
sentido  hasta  que,  repentinamente,  la  pequeña  figura  de 
Passo  aparece  levantada  en  brazos  del  Dr.  Castelli  y  pre- 
sentada en  medio  del  recinto  para  que  hiciera,  en  nom- 
bre de  la  patria,  el  postrer  esfuerzo  de  la  elocuencia,  A 
fin  de  reconquistar  el  campo  que  aparecía  para  todos  como 
perdido. 

Después  de  una  corta  meditación,  el  Dr.  Passo  recogió, 
como  base  por  todos  ya  admitida  y  aceptada,  que  A  los 
pueblos  correspondía,  en  los  momentos  críticos  por  que, 
á  las  veces,  suele  atravesar  su  vida,  el  resolver  sobre  su 
propia  suerte.  Pero  el  razonamiento  de  su  poderoso  ad- 
versario habia  demostrado  que,  aunque  eso  era  verdad, 
lo  era  también  que  Buenos  Aires,  por  su  propia  autoridad, 
nada  podia  sin  el  concurso  y  voluntad  de  los  pueblos  res- 
tantes.—» Buenos  Aires,  observó  sobre  esto  el  patriota 
orador,  no  solo  es  la  capital  ó  cabeza  del  virreinato  y  la 
hermana  mayor  de  las  demás  provincias  sino  que,  por 
razón  de  su  situación,  de  su  puerto  y  de  su  rio,  es  la  que 
mas  expuesta  se  halla  y  mas  al  alcance   de  los  enemigos 


n 


aOB  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

exteriores,  como  yo  lo  ha  probado;  peligros  inminentes 
son  estos  que  se  agravarían  si  su  gobierno  ha  de  vivir 
divorciado  con  el  pueblo  y  mal  avenido  con  el  patriotismo 
de  su  vecindario. 

«Los  peligros  que  tratamos  ahora  de  coiyurar  son,  por 
su  naturaleza  y  alcance,  comunes  para  todo  el  virreinato. 
Los  pueblos  que  lo  constituyen  están  formados  de  hijos 
de  la  tierra,  animados  de  un  mismo  interés  y  unidos  en 
idénticos  anhelos.  Esta  es  una  verdad  que  no  puede  ne- 
garse. Y,  así  como  los  hermanos  ó  los  amigos  pueden 
tomar  legítimamente  el  negocio  ageno  para  beneficiar  al 
ausente  ó  para  salvarle  sus  derechos  en  peligro,  así  tam- 
bién, por  ese  mismo  principio  jurídico  y  por  las  leyes  es- 
critas que  el  señor  Fiscal  conoce  mejor  que  yo,  esa  ca- 
pital ó  pueblo,  avanzado  al  peligro  común  de  todos  los 
demás  de  su  círculo,  tiene  la  innegable  facultad  y  el  de- 
recho propio  de  tomar,  por  lo  pronto,  la  gestión  del  asunto, 
sin  perjuicio  de  someterse  después  á  la  aprobación  de  sus 
consocios  ó  iguales,  dándoles  cuenta  y  razón  de  lo  hecho 
en  su  nombre  y  beneficio. 

«  Bien  lejos  estamos,  por  otra  parte,  todos  los  que  forma- 
mos esta  asamblea,  de  negar  á  los  demás  pueblos  hermanos 
que  constituyen  el  virreinato,  la  voz  que  les  corresponde 
en  un  congreso  general  para  aprobar  ó  rechazar  lo  que 
practique  la  capital  en  bien  y  salud  común,  y  resuelvan 
definitivamente  lo  que  creyeren  de  mas  acertado  y  conve- 
niente. Y  aun  esos  mismos  pueblos  carecerían  de  dere- 
cho y  de  justicia  para  negarle  al  de  Buenos  Aires  la  fa- 
cultad de  obrar  por  sí  y  de  asegurar  su  propia  suerte  en 
caso  que  ellos  prefiriesen  separarse  de  las  resoluciones 
que  ahora  se  lleguen  á  tomar  aquí. 

((La  misma  España  nos  ha  daclo  ejemplos  recientes  de 
haber  obrado  en  este  sentido  y  el  mismo  señor  virrey  ha 
absuelto,  como  acto  de  patriotismo  y  de  celo,  el  dado  hace 
tan  poco  por  Montevideo,  cuando  se  mantuvo  separado  de 
la  autoridad  de  esta  capital  hasta  que  le  pareció  mas  legal 
ó  mas  conveniente  á  sus  intereses. 

¿Con  qué  derecho,  entonces,  con  qué  antecedentes  podia 
negársele  ese  mismo  derecho  á  la  capital,  si  llegara  el  caso 
extremo  de  que  resolviese  mantenerse  en  ese  estado  hasta 


HISTORIA  DE  GÜEMBS  Y  DB  SALTAD-CAPÍTULO  VH       860 

la  reposición  del  rey  legítimo,  que  es  el  único  que  puede 
imponer  obediencia  absoluta  á  sus  mandatos? 

c(  La  reunión  de  un  congreso  general  de  todos  los  pue- 
blos del  virreinato  para  que  establezca  las  formas  den- 
nitivas  del  nuevo  gobierno,  es  un  principio  ya  indiscutible; 
pero  para  que  esta  consulta  y  su  flnal  resolución  sean 
legítimas  y  den  los  resultados  que  esperamos  de  ellas,  es 
indispensable  que  sea  libre,  y  no  puede  ser  libre  si  la 
elección  de  sus  diputados  se  veriñca  bajo  la  influencia  de 
los  empeñados  en  contrariar  estos  propósitos,  que  son  las 
autoridades  caducas  que  aún  ejercen  de  hecho  el  poder 
en  todo  el  territorio.  Siendo,  pues,  nueva  la  situación, 
nuevos  deben  serlo  también  los  medios  il  emplearse:  por 
consiguiente,  corresponde  que  Buenos  Aires  haga  la  con- 
vocatoria del  congreso  general,  y  él  lo  hará  garantiendo 
la  libertad  de  todos;  y  en  manos  de  Buenos  Aires  se  halla- 
rá también  mas  seguro  que  en  ninguna  parte,  el  depósito 
de  la  autoridad  y  los  derechos  comunes. » 


XX 


El  discurso  de  Passo  decidió  en  el  terreno  legal,  el 
triunfo  de  la  revolución.  El  partido  español  se  sintió  aba- 
tido; sus  mejores  campeones  habían  agotado  el  uno  la 
procacidad  y  el  otro  la  elocuencia  y  confesaban  su  derrota, 
porque,  volviendo  ú  tomar  la  palabra  el  fiscal  Villota,  no 
lo  hizo  ya  para  discutir  sino  para  suplicar,  viéndosele  cor- 
rer las  lágrimas  de  sus  ojos. 

Terminado  de  esta  manera  el  debate,  entre  varias  pro- 
posiciones que  fueron  rechazadas,  fué  votada  aquella  que 
establecía  si  se  debía  ó  no  subrogar  la  autoridad  que 
ejercía  el  virrey  por  otra,  para  ser  ejercida  á  nombre  del 
rey  Fernando  VII;  y,  en  caso  afirmativo,  cuál  debía  ser 
esta. 

Para  mayor  seguridad  de  triunfo,  el  partido  patriota 
impuso  que  la  votación  fuera  nominal  y  pública,  &  pesar 
de  haber  muciios  del  bando  español  que,  considerando  las 
circunstancias  en  que  iban  á  sufragar,  la  pidi^on  secreta. 
Al  verificarse  la  votación  se  notó  la  importancia  de  este 


d60  Da  BBRNARDO  FBIA8 

procedimiento,  pues,  en  virtud  de  señales  convenidas  que 
se  tiacian  desde  los  balcones  del  cabildo,  el  pueblo  aglo- 
merado &  su  pié,  en  la  plaza,  aclamaba  los  votos  mas  fa- 
vorables como  intimidato  á  los  españoles  que  votaban 
en  contrario;  y  estas  manifestaciones  fueron  tales,  que 
muchos  de  los  enemigos  se  vieron  obligados  á  retirarse 
seci*etamente  sin  emitir  sus  votos. 

Del  cómputo  de  aquella  votación  quedó  resuelto  que  se 
retiral3a  del  virrey  la  autoridad  y  se  facultaba  al  cabildo 
para  crear  una  junta  de  gobierno  provisorio,  hasta  la 
reunión  del  congreso  general. 

No  conformes  los  españoles  con  esta  derrota,  secreta- 
mente discurrieron  y  acordaron  con  los  miembros  del 
cabildo,  cuya  mitad  les  pertenecía,  de  modiflcar  la  resolu- 
ción del  22  de  Mayo,  entregando  la  presidencia  de  la  junta 
de  gobierno  que  creaba,  al  mismo  virrey  que  el  congreso 
hnbia  separado  del  gobierno,  dándole,  á  mas  de  esto,  el 
mando  de  las  armas  y  con  todos  los  honores  y  sueldo  de 
su  antiguo  empleo.  El  24,  el  virrey  recibió  el  bastón  de 
gobierno  nuevamente  de  manos  del  presidente  del  cabildo, 
prestando  el  respectivo  juramento,  al  mismo  tiempo  que 
se  recibían  del  cargo  de  vocales  los  miembros  de  la 
nueva  junta  dictándose,  entre  otras  medidas  de  buen  go- 
bierno, la  convocatoria  acordada  por  la  asamblea  del  22,  á 
todas  las  provincias  del  virreinato,  á  reunirse  en  congreso 
general. 

Si  grande  y  profundo  fué  el  atotimiento  que  la  resolu- 
ción del  cabildo  del  22  de  Mayo  produjo  entre  los  españo- 
les, igualmente  intensa  é  indecible  fué  la  alegría  y  entu- 
siasmo que  despertó  en  su  pecho  esta  audaz  reacción  del 
cabildo  que,  dejando  de  lado  lo  resuelto  por  la  asamblea, 
voívia  á  colocar  á  la  cabeza  del  gobierno  al  mismo  virrey 
horas  antes  depuesto.  Era  una  contrarevolucion  de  ga- 
binete. <v  Todos  los  empleados  y  tribunales  rebozaban  de 
alegría  como  si  hubiesen  salido  del  mas  apurado  conflicto. » 
La  luminaria  encendida  aquella  noche  por  manos  españolas 
en  toda  la  ciudad,  proclamaba  triunfo  tan  peregrino;  y  el 
virrey,  durante  el  dia,  fué  el  empeñado  objeto  de  los  cum- 
plidos que  le  rindieron  todas  las  corporaciones,  magistra- 
dos y  vecinos    parciales    suyos,    como  que    todos   ellos 


mSTORU  DB  GOBBfBS  Y  DB  SALTA-CAPÍTULO  VU       861 

pertenecían  al   partido  español  por  arecCion  de  nacionali- 
dad ó  de  vinculaciones  políticas  ó  particulares. 

Pero  aquella  misma  noche  reaparecía  en  el  palacio  del 
virrey  el  mismo  ó  mas  temeroso  conflicto;  por  que,  en 
cuanto  se  conoció  del  público  la  audaz  enmienda  consu- 
mada por  el  cabildo  á  la  solemne  resolución  de  la  asamblea 
del  22,  un  rumor  creciente  y  amenazador  comenzó  &  le- 
vantarse dilatándose  por  toda  la  población.  La  indignaóipn 
patriótica  enardeció  al  mayor  extremo  las  almas  de  los 
burlados,  descollando  entre  la  multitud  la  juventud  patriota, 
legión  llena  de  animación  y  exaltado  apasionamiento  que, 
bajo  el  nombre  ya  conocido  de  chisperos,  dilataba  el  fue- 
go revolucionario.  A  su  frente  se  distinguía  por  los 
mas  ardientes  y  activos  de  entre  ellos,  á  los  jóvenes  D. 
Domingo  French  y  D.  Luis  Berutti;  mientras  los  personages 
mas  conocidos  y  eminentes,  constituidos  en  junta  revolu- 
cionaria, deliberaban  reunidos  en  casa  de  Rodríguez  Peña. 
«Juro  á  la  patria  y  á  mis  compañeros,  dyo  noblemente 
emocionado  uno  de  los  de  la  reunión,  que  si  á  las  tres,  de 
la  tarde  del  dia  de  mañana  el  virrey  no  ha  renunciado,  lo 
arrojaremos  por  las  ventanas  déla  Fortaleza,  abajo. »  Era 
D.  Manuel  Belgrano. 

En  los  cuarteles  reinaba  idéntica  y  quizá  mas  ardiente 
filjitacion,  estando  á  punto  algunos  cuerpos  de  lanzarse 
inmediatamente  á  la  acción.  I^  masa  del  pueblo  que  se 
condensó  desde  por  la  tarde  á  los  pies  de  los  balcones  del 
cabildo,  habíase  lanzado  á  pedir  venganza  golpeando  la 
puerta  de  los  cuarteles;  los  españoles,  llenos  del  mas  justo 
temor,  comenzaron  &  ocultarse  en  el  fondo  de  siis  mo- 
radas. 

En  vista  de  aquella  exaltación  popular,  pasaron  esa  mis- 
ma noche  al  despacho  del  virrey  el  coronel  Saavedra  y  el 
Dr.  Castelli,  miembros  de  la  junta  formada  por  el  cabildo, 
aprovechando  el  momento  en  que  se  reunían  los  demás 
vocales  para  celebrar  la  primera  sesión  del  nuevo  go- 
bierno. Ya  en  su  seno,  Saavedra  manifestó  al  virrey  era 
necesario  renunciara  el  gobierno  ó,  al  menos,  el  mando 
de  las  armas;  por  que  el  pueblo  usí  lo  exigía  amenazando 
con  el  peligro  de  nueva  conmoción.  El  virrey,  por  orgu- 
llo y  por  honor,  no  consintió  en  rendir  el   mando  de  las 


862  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

armas,  y  antes,  convino  en  renunciar,  juntamente  con  sus 
colegas  de  la  junta,  el  empleo  que  acababa  de  recibir. 


XXI 


Aquella  noche  fué  noche  de  ansiedad.  Sus  principales 
horas  se  ocuparon  en  la  subscripción  popular  de  una 
representación  al  cabildo,  la  que  fué  presentada  aquello 
misma  noche  y  la  cual  era  subscripta  por  «un  conside- 
rable número  de  vecinos,  los  comandantes  y  varios  oflcia- 
les  de  los  cuerpos  voluntarios  por  sí  y  á  nombre  del  pue- 
blo »  quien  decia,  por  medio  de  esta  petición,  era  su  vo- 
luntad que  el  cabildo  procediera  A  hacer  nueva  elección 
de  vocales  que  hayan  de  constituir  la  Junta  de  Gobierno  y 
los  cuales  hablan  de  ser  necesariamente,  el  coronel  D. 
Cornelio  Saavedra  como  pi*esidente,  los  doctores  D.  Ma- 
nuel Belgrano  y  D.  Juan  José  Castelli,  el  coronel  de  mi 
licias  D.  Miguel  Azcuénaga,  el  párroco  D.  Manuel  Albertí 
y  los  mercaderes  D.  Juan  Larrea  y  D.  Pedro  Matheu,  como 
vocales;  y  como  secretarios,  los  doctores  D.  Mariano  Mo- 
reno y  D.  Juan  José  Passo.    1). 

Con  la  luz  del  nuevo  dia  amaneció  el  viernes  25  de  Mayo 
de  1810,  dia  por  todo  extremo  memorable,  sorprendiendo 
en  vela  al  pueblo  de  Buenos  Aires.  El  cielo  se  presentó 
cubierto  y  obscuro;  el  tiempo  lluvioso  y  destemplado.  En 
la  plaza  mayor  se  hallaban,  desde  el  amanecer,  grupos  de 
patriotas  decididos  encabezados  por  los  gefes  de  los  chis- 
peros, Frencb  y  Berutti. 

En  las  primeras  horas  de  aquella  mañana,  el  cabildo  se 
reunió  en  acuerdo  para  trotar  sobre  la  renuncia  colectiva 
del  virrey  y  la  junta  recientemente  creada  y  la  represen- 
tacion  popular.  Aun  en  esa  altura  de  los  acontecimientos, 
su  actitud  fué  todavía  porfiada  y  terco;  que  así  contestó 
á  lo  junta  renunciante  resistiera  y  castigara  esa  petición 
popular  por  medio  de  los  armas,  como  un  otentado  sedi- 
cioso. 


\)  Aii  lo  dice  la  mgumda  Ájda  M  25  de  Uayo. 


fflSTORU  DE  GOEMES  Y  DE  SALTÍl-CAPITULO  VII       863 

A  SU  frente,  la  masa  común  del  pueblo  aglomerado  en 
la  plaza  mayor,  comenzó  &  organizarse  como  una  entidad 
poderosa  y  justamente  temible,  dispuesta  á  entrar  abierta- 
mente en  la  lucha.  .  .  .A  iniciativa  de  French,  cinías 
blancas  y  celestes,  colores  ya  amados  del  pueblo  argentino 
desde  que  lucieron  en  el  uniforme  de  los  patricios  en  los 
dias  gloriosos  de  las  invasiones  inglesas,  se  colocaban  en 
el  sombrero  y  sobre  el  corazón  de  todos  los  patriotas. 

Empero,  aquella  masa  popular  emocionada  é  impaciente 
no  era  de  aguardarse  permaneciera  mas  tiempo  á  la  es- 
pera de  lo  que  el  cabildo  resolviera,  tras  larga  sesión, 
respecto  á  la  representación  que  la  noche  anterior  habia 
puesto  en  sus  manos.  Y  como  los  ajitadores  renegaran 
de  la  paciencia,  con  ellos  inundó  la  masa  popular  las  ca- 
sas consistoriales  llenándolas  de  un  inmenso  clamor.  Sus 
caudillos,  presidiendo  una  diputación  de  aquella  muche- 
dumbre, trepan  las  escaleras,  llegan  hasta  la  sala  capitu- 
lar, en  donde,  sorprendiendo  á  los  miembros  del  cabildo 
que  aun  estaban  en  sesión,  declaran  á  noinbre  del  pue- 
blo, que  pasaba  ya  sobre  toda  paciencia  un  tiempo  que 
era  precioso  y  no  podia  mas  perderse;  añadiendo  que  el 
cabildo^  al  dar  la  presidencia  de  la  junta  de  gobierno  al 
virrey,  no  tan  solo  habia  excedido  de  sus  facultades,  sí 
que  también  habia  burlado  y  defraudado  la  confianza  en 
él  depositada  por  el  pueblo;  y  que  .  era  este  ahora  quien 
pedia  se  le  depusiera  inmediatamente  del  mando. 

Ante  aquel  increíble  atentado  cometido  por  aquella  mu- 
chedumbre y  sus  demagogos,  que  condenaban  las  leyes 
de  buen  gobierno  en  todo  país  ordenado  y  constituido,  el 
cabildo  mostróse  aun  impertérrito  en  resistir  á  la  opinión 
y  aun  &  los  mismos  hechos,  sin  persuadirse  qué  aquello 
no  era  otra  cosa  que  una  verdadera  y  gran  revolución 
que  se  desencadenaba  sobre  su  cabeza;  y  así,  mientras 
escuchaba  esta  injuria  á  su  autoridad,  mandó  pedir'auxi- 
lio  de  fuerza  armada  para  guardar  sus  respetos,  ú  los  co- 
mandantes que  la  dirigían.  Mas  con  asombro  suyo,  aque- 
llos gefes,  en  vez  de  su  apoyo,  pidieron  también,  como 
lo  hacía  el  pueblo,  la  inmediata  deposición  del  virrey,  por 
exigirlo  así  la  suprema  ley  de  la  salvación  pública. 

Convencido,  al  fln,  el  cabildo  que  su  tenacidad  era  inútil; 


864  DR.  BBRNAHDO  FRIA8 

que  se  hollaba  abandonado  como  lo  estaba  el  virrey,  así  de 
la  opinión  pública  como  de  las  fuerzas  militares,— postrer 
apoyo  de  los  malos  gobiernos,  dirigió  al  virrey  una  di- 
putación suplicatoria  de  su  renuncia  « sin  lral)a  ni  res- 
tricción alguna»  le  decia,  por  que  así  lo  exigía  su  propia 
salvación  y  la  de  la  tranquilidad  pública. 


XXII 


Mientras  estas  escenas  se  realizaban  en  el  seno  del  ayun- 
tamiento, Berutti,  repentinamente  inspirado  por  la  audacia 
del  genio  de  la  revolución  en  su  momento  supremo,  re- 
novó allí,  en  la  misma  plaza,  sin  mas  autoridad  que  su 
autoridad  de  caudillo,  un  personal  de  gobierno,  en  cuya 
lista  entraban  distinguidísimos  patriotas  que  figuraban  ya, 
como  hemos  Visto,  desde  la  noche  anterior  como  expre- 
sión déla  volunlad  del  pueblo  y  de  imposición  forzosa  para 
formar  la  nueva  junta  de  gobierho,  en  la  representación 
que  se  tenia  presentada  al  cabildo. 

Este  proyecto  para  constituir  la  verdadera  junta  de  go- 
bierno de  la  revolución,  fué  por  su  autor  puesta  seguida- 
mente en  conocimiento  de  le  masa  popular  allí  reunida 
y  fué  por  ella  aclamada,  como  debia  nacesariamente  su- 
ceder, y  enviada  por  medio  de  una  diputación,  inmedia- 
tamente al  cabildo,  como  una  imposición  de  este  nuevo 
y  peligroso  soberano. 

La  resolución  de  Berutti  fué  verdaderamente  uno  ins- 
piración feliz  que  cortaba  de  un  tojo  el  último  nudo  que 
formobo  resistencia  á  lo  voluntad  general  y  ohorrobo,  al 
resto  de  las  fuerzas  patriotas,  un  trámite  mas  estrepitoso, 
oigo  mas  lento,  aunque  no  monos  seguro:  el  pronuncia- 
miento de  lo  fuerza  militar. 

Pero  si  aquello  medida  evitobo  que  el  ejército  se  Iniciara 
en  los  compás  electoroles  y  se  convirtiese  en  terrible  guor- 
diQ  pretoriono,  un  otro  monstruo,  igualmente  terrible,  el 
pueblo  bajo,  lu  muchedumbre  anónima,  alzobo  su  cabeza, 
ese  dio  poro  dorio  y,  mas  torde,  paro  oniquilor  lo  libertad. 

Sin  embargo,  la  multitud  que  imponía  al  cabildo  no  cor- 
respondía en  su  entidad  á  la  grandeza  de  su  acción,  por 


mSTORU  DS  QOSMBS  T  DB  8ALTA-0APtTUL0  VU       86S 

que  la  lluvia  incómoda  de  aquel  dia  y  lo' avanzado  de  la 
hora,  habian  alejado  de  la  plaza  la  mayoría  de  la  concur- 
rencia popular  que  seguía  desde  el  dia  22,  y  como  sucede 
siempre  en  estas  grandes  agitaciones  públicas,  formando 
á  manera  de  coro  á  aquellos  actores  del  drama  revolu- 
cionario. La  diputación  que  presentó  la  lista  de  la  nueva 
junta  al  cabildo  para  su  consagración,  invocó  para  impo- 
nerla en  el  ánimo  del  ilustre  cuerpo,  el  nombre  y  la  vo- 
luntad del  pueblo. 

Al  escuchar  aquella  invocación,  el  cabildo,  obcecado  en 
su  terquedad,  exigió  para  cerciorarse  de  la  verdad,  se 
congregara  ese  pueblo  en  la  plaza  y  diera  ente  él  6  cono- 
cer su  voluntad. 

Los  gefes  del  grupo  popular  bajaron  é  hicieron  formar 
entonces  al  frente  del  cabildo  la  línea  de  sus  partidarios 
que  en  aquel  momento  y  por  las  causas  antes  apuntadas, 
apenas  si  pasaba  de  un  centenar  de  personas,  ofreciéndola, 
por  pueblo,  á  la  vista  de  la  autoridad.  Y  como  el  cabildo 
hubiera  asomado  al  propio  tiempo  &  sus  balcones  para 
consultar  la  voluntad  del  pueblo  en  cuyo  nombre  se  le 
exigía  de  tan  perentoria  manera  la  proclamación  del 
nuevo  gobierno  según  lo  imponía  la  lista  presentada,  uno 
de  los  vocales,  el  Dr.  Leiva  que  funcionaba  de  síndico  pro- 
curador de  la  ciudad,  viendo,  6  pesar  de  los  esfuerzos  de 
aquellos  gefes  aislados  de  la  revolución,  el  recinto  de  la 
plaza  escueto  y  casi  desierto,  tendiendo  una  mirada  por 
aquel  ancho  espacio,  preguntó  en  un  grito  dramático  á 
los  gefes  populares:— « (Dónde  está  el  pueblo?» 

Aquel  recurso  era,  sin  duda,  de  grande  y  soberbio  apa- 
rato. La  verdad  de  los  hechos  que  señalaba  el  síndico 
Dr.  Leiva,  desmentía,  sin  réplica  posible,  la  existencia  del 
soberano  cuyos  mandatos  se  invocaba.  Allí  no  estaba  el 
pueblo. 

Pero,  ante  aquella  interrogación,  varias  voces  despren- 
didas del  grupo  de  los  patriotas  respondieron  indicando 
qué  se  tocara  4a  campana  del  cabildo  y  que  el  pueblo  apa- 
recería; agregando  que  si  el  cabildo  lo  deseaba,  persistien- 
do en  dudar  de  la  voluntad  general,  ellos  tocarían  generala 
y  abrirían  los  cuarteles  y  ya  se  vería,  entonces,  donde 
estaba  el  pueblo. 


.m      •       .      .  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

.  Ante  aquella  última  y  terrible  amenaza,  cuya  verdad  de 
realización  era  por  el  ayuntamiento  mas  que  por  nadie 
reconocida  y  temida,  aquellos  casi  heroicos  sostenedores 
del  viejo  régimen  español  que  hasta  el  último  momento 
asi  disputaban  los. fallos  inexorables  del  destino  como  las 
crecientes  iras  populares,  y  oprimidos  por  sus  adversarios 
fuertes  y  armados,  ,se  doblegaron,  al  fín,  ante  la  fuerza 
superior,  protestando,  sin  embargo,  como  un  resto  de  su 
postrer  aliento,  que  «cedian  á  la  violencia  con  una  pre- 
cipitación sin  término,  para  evitar  los  tristes  efectos  de 
una  conmoción  declarada;  por  lo  que  acordaban  sin  pér- 
dida, de  instantes,  el  establecimiento  de  una  nueva  junta 
cuyos  vocales  les  eran  designados  por  el  escrito  presen 
tado^  por  los  que  hap  tomado  la  voz  del  pueblo;  debién- 
dose archivar  aquel  escrito  para  constancia  en  todo  tiempo. » 

£1  cabildo  entonces,  reapareciendo  en  sus  balcones,  ofre- 
ció á  aquella  agrui^cion  de  revolucionarios  las  bases 
,  ligeramen|,e  redactadas  en  lus  que  descansarla  el  nuevo 
gobierno,  las  que  aparentaban  como  primordial  objeto,  la 
guarda  y  conservación  de  los  derechos  del  rey;  y  ellas 
fueron,  de  esta  manera  inusitada,  sancionadas  por  aquel 
grupo  popular  que  sesionaba  en  improvisada  asamblea  en 
la  plaza  de  la  Victoria;  simple  fórmula  procedimental  que, 
aparte  de  aquellos  casos  de  violencia  que  todo  lo  disculpan 
por  la  grandeza  y  justicia  de  sus  fines,  no  deberla  en  ade- 
lante bendecirla  la  historia,  y  que,  en  aquella  hora  me- 
morable y  bendita,  aparecía  por  la  vez  primera  con  el  ter- 
rible  misterio  de  su  poder. 

Al  proceder  así,  los  revolucionarios  de  Buenos  Aires 
«  obraron  sabiamente.  Si  se  avanzan  un  paso  mas  allü,  el 
25  de  Mayo  habría  sido  un  dia  de  luto. » 

Nada  se  había  preparado,  en  efecto,  por  el  comité  revolu- 
cionario al  través  de  los  pueblos  que  pudiera  hal)er  dis- 
puesto la  opinipn.  pública  hacia  la  independencia.  Ni  en 
el  mismo  Buenos  Aires,  donde  se  desarrollaban  estos  su- 
cesos, era  aquel  pensamiento  la  aspiración  popular.  En 
aquellos  momentos,  como  lo  vimos,  la  pasión  política  que 
ajitaba  la  opinión  eran  los  actuales  trastornos  y  peligros 
que,  así  en  España  como  en  América,  lenian  conmovidos 
los  espíritus;  y  como  las  ambiciones    de  Napoleón  y  los 


HISTORIA  DE  aO^MES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  Vn       867 

trabegos  de  la  corte  de  Portugal,  por  mano  dp  su  reina 
Carlota,  amenazaban  la  patria  directamente  al  pretender 
apoderarse  de  los  dereclios  del  rey  legitimo,  la  causa 
actual  de  Fernando  VII  envolvía  Qn  sí  la  verdadera  sal- 
vación de  América.  Así,  pues,  aquella  adhesión  que  se 
mostraba  al  rey  era  obra  de  sabiduría  y  prudencia,  por 
que  toda  la  opinión  pública  de  América  estaba  prepa- 
rada en  aquellos  momentos  solo  en  aquel  sentido,  pi- 
diendo defensa  contra  las  maquinaciones  que  ofjreciaa  la 
patria  ú  Napoleón  ó  al  Portugal  y. en  las  que  estaLian  com- 
plicados los  mismos  gobernantes  españoles,  y  por  que  no 
se  puede  de  un  golpe  romper  una  cadena  labrada  por  la 
paciencia  de  los  siglos.  Este  fué  el  propósito  aparente,  la 
razón  ostensible  del  movimiento  del  25  de  Mayo  que,  al 
mismo  tiempo  que  evitaba  el  choque  de  sus  propias  fuer- 
zas, desarmaba,  por  el  derecho,  é  sus  adversarios  y  se 
hacia  seguir  con  decisión  por  todos  los  pueblos.  ,. 

XXIII 

Concluyó  de  esta  manera  el  gobierno  español  en  el  ter- 
ritorio argentino,  derrocado  por  la  sola  fuerza  de  la  opinión 
pública  alzada  en  armas,  sin  disparar  un  tiro  y  sin  que 
una  sola  gota  de  sangre  violentamente  derramada  man- 
chara el  suelo  de  la  patria  redimida  de  esta  suerte,  el  25 
de  Mayo  de  1810,  del  pesado  yugo  español  que,  por  espacio 
de  tres  siglos,  habia  reinado  con  absoluto  poderío,  opri- 
miendo y  sofocando  todas  las  manifestaciones  del  espíritu 
deseosas  de  engrandecimiento  y  libertad.  La  Junta  de 
Mayo  venia  &  formar,  de  esta  manera,  el  primer  gobierno 
argentino,  por  que  asumió,  aunque  en  un  carácter  provi- 
sorio, el  mando  general  de  todo  el  territorio  como  reem- 
plazante de  la  autoridad  de  los  virreyes. 

£1  nuevo  golnerno,  sin  embargo,  no  constituyó  un  poder 
representativo  de  un  pueblo  independiente  y  soberano. 
La  prudente  política  de  los  hombres  que  dirigían  aquellos 
acontecimientos,  hízoles  cubrir  este  primer  paso  hacía  la 
deseada  independencia,  beyo  el  ropage  legal  déla  guarda  de 
los  derechos  del  rey  Fernando  Vil,  &  imitación  de  lo.  que 


8é8  DB.  BERNARDO  PRIA8 

sucedía  en  aquellos  dias  en  España  y  en  el  resto  de  la 
América,  en  seguida.  Y  como  el  reconocimiento  del 
nuevo  poder  en  el  resto  del  territorio  se  temiera  fuera  re- 
chazado por  permanecer  en  el  interior  del  país  todo  el  poder 
político  y  militar  en  manos  de  los  gobernadores  de  las  in- 
tendencias, todos  ellos  en  comunión  con  los  intereses  a))6o- 
lutistas  del  antiguo  régimen  decapitado  en  Buenos  Aires, 
se  acordó,  al  mismo  tiempo,  el  alistamiento  de  una  expe- 
dición militar  que,  en  el  término  de  quince  dias  y  fuerte 
de  500  bayonetas  por  lo  monos,  debería  marchar  á  libertar 
los  pueblos  del  interior  de  toda  opresión  por  parte  de 
sus  gobernadores  y  antiguas  autoridades,  bajo  el  pretexto 
de  que  pudieran  elejirse  con  entera  libertad  los  diputa- 
dos de  las  ciudades  y  villas  principales,  convocadas  á 
Junta  general  para  establecer  el  gobierno  que  definitiva- 
mente debia  regir  al  país,  hasta  la  restauración  del  rey 
en  el  trono  español. 

Observando  el  cabildo,  por  otra  parte,  la  fermentación 
de  los  ánimos  y  midiendo  cuánto  era  temible  una 
conmoción  popular '  si  corrían  los  instantes  sin  instalar- 
se la  Junta  gubernativa  impuesta  por  la  revolución,  acertó 
á  resolver  se  convocaran  á  su  recinto  los  vocales  de 
aquella  á  fln  de  recibirse  en  el  mismo  dia  del  mando 
superior,  reduciéndose,  por  la  estrechez  de  las  circuns- 
tancias, el  largo  ceremonial  acostumbrado. 

Los  miembros  de  la  nueva  junta,  requeridos  así  por  el 
cabildo,  y  qiie  se  hallaban  reunidos  en  casa  de  Azcuénaga, 
allí  en  la  misma  plaza  mayor,  pasaron  á  la  sala  capitular 
á  recibirse  del  'gobierno  de  su  patria,  que  signiflcaba  en 
aquel  momento  feliz,  la  coronación  de  la  victoria. 

Cuando  aquellos  personages  penetraron  al  recinto,  los 
capitulares  se  mostraron  sentados  be^Jo  docel  teniendo  por 
delante  un  sitial  y,  sobre  él,  un  hermoso  crucifijo  de  plata 
y  marfil  y  el  santo  libro  de  los  evangelios,  cerrado. 

Ambos  costados  del  salón  ocupaban  en  orden  gerárquico, 
las  autoridades  y  dignatarios  civiles,  de  la  iglesia  y  del 
ejército  destacándose  de  en  medio  de  ellos,  como  un 
trofeo  de  la  victoria  que  alcanzato  la  patria  en  aquel  dia, 
la  flgura  del  obispo  Lúe,  corifeo  mayor  de  sus  opresores; 
mas    en  seguida,  lo    distinguido  de  Buenos    Aires  que 


HISTORIA  DB  QUEME»  Y  DE  SALTA-CAPITULO  Vn       369 

acudió    entusiasta   á    presenciar  escena    tan    magníñca. 

Por  entre  la  calle  que,  abriéndose  en  dos  alas  dejaba 
aquella  concurrencia  distinguida,  atravesaron  la  sala  ca- 
pitular llegando  hasta  el  retablo,  los  miembros  del  nuevo 
gobierno.  La  emoción  dominaba  por  completo  á  aquellos 
hombres;  las  aclamaciones  de  tan  selecta  multitud 
desde  que  aparecieron  á  su  vista  los  miembros  de  la 
junta,  llenó  con  sus  vibraciones  el  espacio  encerrado  en 
aquel  recinto. 

Entonces  el  alcalde  Lezica,  que  presidia  el  cabildo,  ini- 
ció la  ceremonia  de  la  recepción  del  nucro  gobierno,  po- 
niéndose de  pié;  el  Dr.  Leiva,  síndico  procurador  de  la 
ciudad,  abrió  el  libro  de  los  evangelios  y,  á  una  señal 
del  alcalde,  el  coronel  Saavedra  cae  postrado  de  rodillos 
poniendo  su  mano  derec*.ha  sobre  el  texto  santo;  sus 
compañeros  de  gobierno,  postrados  igualmente  en  tierra, 
se  encadenaron  unos  á  otros,  colocando  Castelli  su  mano 
sobre  el  hombro  derecho  de  Saavedra  y  Belgrano  sobre 
el  izquierdo  y  sus  demás  colegas  sobre  los  de  estos,  paro 
que  la  mano  del  presidente  ligada  así  hasta  el  último, 
uniera  también  el  evangelio  con  ellos. 

— «Juro  &  Dios,  dijo  entonces  Saavedra,  y  por  estos 
santos  evangelios,  desempeñar  legalmente  el  cargo  que  se 
me  ha  conferido;  conservar  en  su  integridad  esta  porte 
de  la  América  &  nuestro  soberano  D.  Fernando  Sépti- 
mo y  sus  lejítimos  sucesores,  y  guordar  las  leyes  del 
reino. » 

Mientras  resonaban  estas  palabras  en  medio  de  un  au- 
gusto silencio,  el  corazón  de  los  patriotas  allí  testigos  de 
aquella  imponente  ceremonia,  ensanchábase  rebozante  de 
júbilo  inefable,  y  las  lágrimas  de  una  santa  emoción  ane- 
gaban los  ojos. 

Los  miembros  de  la  Junta  Provisoria  gubernativa  de 
LAS  PRovrNCEA.^  DEL  Rio  DB  LA  PLATA  como  sc  denomluó 
desde  entonces  el  nuevo  gobierno,  pasaron  seguidamente 
á  ocupar  el  asiento  de  honor,  bajo  docel,  cedido  á  ellos 
por  el  cabildo.  Saavedra,  su  presidente,  dirijió  la  palabra 
al  concurso,  trémulo  y  conmovido  por  la  grandeza  supre- 
ma de  aquel  acto,  exhortándolo  á  mantener  el  orden,  el 
imperio  de  las   leyes,     la  unión  y  fraternidad     después 


870  DR.  BERNARDO  PRUS 

de  tari  grande  triunfo,  y  reclamando,  al  propio  tiempo 
para  la  persona  del  depuesto  virrey,  cabeza  que  era  de  sus 
enemigos,  los  respetos  y  consideraciones  ó  que  era  acree- 
dor; exhortaciones  que,  pasando  al  balcón  principal  de  la 
casa,  reprodujo  én  frente  de  la  multitud  que  llenaba  la 
plaza  en  aquel  momento. 

Allí  se  vio,  en  esa  plaza  llamada  ya  de  ¡a  Victoria,  y  en 
las  galerías  y  sitios  abrigados  de  sus  contornos,  un  pueblo 
inmenso  que,  electrizado  y  feliz,  llenaba  con  sus  Víctores 
y  aclamaciones  aquel  lugar,  cuna  desús  primeras  glorias, 
saludando  la  redención  de  su  tierra.  Las  damas  porteñas, 
engalanadas  con  los  colores  celestes  que  formaban  ya  la 
divisa  dé  la  patria,  aparecieron  también  á  bendecir  la 
hora  primera  de  su  libertad.  Grandes  fogatas  en  las  en- 
crucijadas de  las  calles,  sistema  que  se  usaba  para  mos- 
trar el  regocijo  publico  en  aquellos  tiempos,  comenzaban 
á  encenderee  al  llegar  las  primeras  sombras  de  la  noche; 
en  tanto  que  las  calles  de  la  población  aparecían  con  sus 
casas  empavezadas  de  día  de  fiesta  con  vistosas  y  alegres 
colgaduras,  donde  resonaba  el  entusiasta  bullicio  de  pa- 
seos y  músicas  y  cantos  triunfales;  coronando  todo  aquel 
inmenso  regocijo  las  campanas  echadas  á  vuelo  desde  lo 
alto  de  las  torres,  las  dianas  militares  llenando  con  sus 
ecos  marciales  los  senos  del  espacio  y  el  estruendo  de 
las  salvas  de  fusilería  que  resonaban  desde  el  recinto  del 
Fuerte,  hasta  aquel  dia  memorable,  asiento  de  los  virreyes 
españoles. 


CAPITULO  VIII 


Pronuncia  miento     de    Sait 


SUMARIO:— La  noticia  de  la  rerolucion  llega  á  Salta-^Oelebracion  do  ca- 
bildo abierto:  fisonomía  do  la  concurrencia;  personages  mas  notables 
— Votos  de  Santiv¿ñoz  y  de  Nadal;  voto  del  cuerpo  de  abogados  y 
del  militar;  voto  del  obispo  y  del  clero ^El  cabildo  se  adhiere  a  la  re- 
solución—importancia  política  de  la.  actitud  de  Salta;  las  ciudades  sub* 
alternas— Salta  salva  la  reTolucion— Córdoba  se  subleva  por  el  rey; 
trabajos  realistas—Fuerzas  y  elementos  de  la  causa  del  rey  en  1810— 
Salta  so  pone  de  pie— El  grito  de  la  independencias— Vñnci^^ltñ  persona- 
ges  que  encabezaron  el  pronunciamiento— Aprestos  militares;  la  Guardia 
ÍTróana—El  sacrificio  de  Salta— Una  fuersa  realista  baja  del  Alto  Perú 
en  auxilio  de  Córdoba— -Plan  militar  de  los  españoles- El  gobernador 
Izasmendi  y  la  revolución — ^El  coronel  D.  Diego  de  Pneyrreoon  gefé  de 
la  defensa— £1  teniente  Güemes  encargado  de  la  vigilanela  del  enemigo 
— El  primer  combate;  rechazo  de  los  realistas. 

Organización  militar— La  patria  en  Salta— La  causa  del  rey  en  Salta 
Las  fuerzas  realistas  de  Córdoba  toman  rumbo  al  Perú— Ooniuracion, 
contra  Izasmendi— Prisión  de  los  conjurados— La  hazaiía  de  Gauna— 
Chiclana  sa  hace  cargo  del  gobierno;  su  actitud  contra  Izabm«ndi  y  loa 
realistas — El  donativo. 

Los  candillos  patriotas — D.  Martin  Güemes;  sus  antecedentes  milita^ 
res.  sociales  y  de  familia— Su  educación— Su  fisonomía  moral  y  condi- 
ciones personales- Güemes  y  la  revolución;  su  sistema  de  guerra— El 
Escuadrón  de  loa  SaUeños^Lñ  casa  de  Gurruchaga  equipa  el  escuadrón 
—La  partida  de  observación— El  cura  Alberro. 

D.  Francisco  de  Gurruchaga,  diputado  por  Salta— Jujuy  eliie  al  Dr. 
D.  Juan  Ignacio  de  Gorri ti— Antecedentes  de  este  personage— Bl  parti- 
do del  rey  y  el  de  la  patria— Filosofía  sobre  la  revolución  de  Mayo. 


I 

La  nueva  autoridad  creada  en  Buenos  Aires  el  25  de 
Mayo  acordó,  como  primer  paso  de  su  política,  comunicar 
su  instalación  &  todos  los  gobiernos  de  las  ciudades  inte- 
riores exigiendo  de  ellos  ser  reconocida  como  gobierno 
general  y  provisorio  hasta  tanto  se  creara  por  una  junta  ge- 
neral del  virreinato,  el  gobierno  definitivo.  El  mismo 
virrey,  bajo  la  presión  de  la  revolución,  dirigía  ú  esas 
mismas  autoridades  un  nuevo  manifiesto  exhortándolas  & 
la  tranquilidad  y  unión  de  los  pueblos. 


872  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Al  lado  de  estas  comunicaciones  oficíales  y  de  estilo, 
la  Junta  enviaba  &  los  puntos  en  que  comenzaba  á  mos- 
trarse el  espíritu  de  resistencia  y  reacción,  como  lo  eran 
Montevideo,  Córdoba  y  el  Paraguay,  emisarios  especiales 
encargados  de  la  propaganda  y  avenimiento;  mientras  que, 
con  una  actividad  recomendable,  dirigía  proclamas  á  los 
pueblos  y  cartas  de  oñcio  á.  los  siyetos  principales,  á  los 
de  mayor  influjo  y  opinión  en  las  ciudades,  para  atraer- 
los á  la  sombra  desús  banderas,  en  tanto  que,  para  evitar 
en  lo  posible  la  propaganda  de  los  enemigos,  se  prohibía 
salir  de  la  capital  á  quienes  se  sospechaban  intenciones 
de  propalar  la  resistencia  y  desprestigio  del  nuevo  sis- 
tema. 

Cuando  por  todos  estos  caminos  llegó  á  Salta,  &  media- 
dos de  Junio  de  1810,  la  nueva  de  la  revolución  de  Mayo, 
encontró  todos  los  elementos  dispuestos  á  la  explosión,  por 
que,  á  mas  de  la  ilustración  de  la  clase  dirigente  y  pensa- 
dora de  la  población  que  tenía  de  antes  condenado  el  anti- 
guo régimen  de  opresión  y  del  conocimiento  en  que  estaban 
de  los  sucesos  y  estado  de  la  España  por  las  relaciones 
hechas  por  Goyeneche  y  D.  José  Moldes,  venían  á  reunirse 
en  aquellos  dias  con  la  acción  de  los  patriotas  exaltados 
que  habían  trabeyado  los  espíritus  y  las  fuerzas  activas  y 
poderosas  en  favor  de  la  independencia,  enardeciendo  el 
entusiasmo,  predisponiendo  las  voluntades  y  formando 
la  opinión  para  sacudir  el  yugo  de  la  dominación  española. 

A  mas  de  esto,  los  recientes  sucesos  de  Chuquisaca  y 
de  la  Paz,  donde  tenían  tantas  vinculaciones  de  familia,  de 
amistad  y  comercio  los  hombres  principales  de  Salta,  les 
abrieron  las  puertas  de  los  hechos;  vieron  dado  el  primer 
paso  que  concluyó,  con  la  emoción  del  drama,  de  preparar  la 
opinión  y  aun  la  decisión  heroica  de  la  voluntad  para 
realizar  la  lucha  en  grande  escala  cuando  la  hora  sonara. 
Salta  estaba,  pues,  prevenida  y  preparada  cuando  llegó  á 
ella  la  noticia  de  mayo,  es  decir,  cuando  Buenos  Aires 
dio  el  toque  de  rebato. 

Congregado  el  cabildo  el  18  de  Junio  para  tomar 
conocimiento  de  la  comunicación  que  sobre  aquellos 
sucesos  le  dirigía  la  Junta  de  Buenos  Aires,  acordó  que, 
para  tratar   con   mayor   acierto  y    madurez  novedad  tan 


HISTORIA  D£  GÚJSMES  Y  DE  SALTál-GAPiTULO  VIU       373 

extraordinaria,  cual  era  el  pronunciarse  sobre  la  legalidad 
y  acatamiento  de  las  nuevas  autoridades,  se  señalara  dia 
especial  para  que  tuviera  lugar  un  cabildo  abierto  con 
facultad  para  resolver  asunto  tan  grave,  delicado  y  peli- 
groso, ordenándose,  al  efecto,  invitar  á  todas  las  autori- 
dades y  ú  los  vecinos  de  distinción,  donde  cada  uno  debía 
expresar  su  voluntad  respecto  á  aquel  negocio  luego  de 
leei*se  «  en  altas  é  inteligibles  voces »  los  oñcios  dirigidos 
de  la  capital  del  virreinato  para  este  fln. 


II 


El  19  de  Junio  de  1810,  &  las  ocho  de  la  mañana,  fué  el 
momento  señalado  para  que  tuviera  lugar  aquel  tan  inte- 
resante congreso.  La  hora  era  solemne  y  correspondiente 
á  ella,  el  espectáculo  fué  imponente  y  digno  de  tan  magno 
asunto.  El  cabildo  estaba  compuesto  en  aquel  año  por  D. 
Mateo  Gómez  Zorrilla},  español  natural  de  Burgos,  que  era 
su  presidente;  por  D.  Antonino  Fernández  Cornejo,  D.  José 
Francisco  Boedo,  D.  José  de  Perisena,  D.  Juan  Antonio 
Murila,  españoles  estos  dos  y  destinado  el  último  á  entregar 
rendida  su  espada  de  teniente  coronel  en  Ayacucho,  que 
eran  regidores  electivos;  por  D.  Calixto  Gauna,  teniente 
coronel  de  artillería  y  por  D.  Nicolás  Arias  Rengél.  El  licen- 
ciado D.  Juan  Esteban  Tamayo,  en  fln,  de  Moquegua,  en  el 
Perú,  era  el  síndico  procurador  de  la  ciudad. 

Ademas  de  aquellos  cabildantes,  se  notaba  en  el  cuer- 
po general  de  la  asamblea,  al  cabildo  eclesiástico,  presidi- 
do por  el  obispo  español  Dr.  Nicolás  Videla  del  Pino,  á  los 
curas  rectores  de  las  parroquias  de  la  ciudad,  á  los 
prelados  de  las  religiones  de  San  Francisco,  de  la  Merced, 
de  los  belermitas  y  al  rector  del  colegio  seminario;  y  en 
lo  restante  del  concurso,  á  muy  notables  vecinos,  como  D. 
José  Ignacio  de  Gorostiaga  y  D.  Francisco  Avelino  Cos- 
tas en  cuyas  moradas  hablan  de  encontrar  muy  luego 
los  gefes  del  ejército  del  rey,  hospedage  y  festejos  y  hasta 
el  honesto  amor  de  sus  hijas;  D.  Hermenejildo  González  de 
Hoyos,  D.  Pedro  José  de  Ibazeta,  D.  Francisco  Javier 
Castellanos,  D.  Francisco  Antonio  González  de  San  Millan, 


874  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

D.  Tomas  Sánchez;  los  doctores  D.  Alejandro  de  Palacios, 
D.  Andrés  Zenarruza,  D.  Lorenzo  Villegas;  los  gefes 
militares  D.  Francisco  de  Tineo,  D.  Juan  de  Peñalva, 
D.  Francisco  Lezama,  D.  Gerónimo  López,  D.  José  Félix 
Arias,  D.  Fernando  de  Aramburii  que  llegaría  6  coronel  bajo 
las  banderas  del  rey. 

Presidía  aquel  ilustre- congreso  el  gobernador  interino 
de  la  provincia,  D.  Nicolás  Severo  de  Izasmendi,  perso- 
naje de  mucha  consideración  y  perteneciente  á  una  de  las 
nobles  familias  de  Salta.  Era  hijo  primogénito  del 
general  español  D.  Domingo  de  Izasmendi,  hombre 
muy  apreciado  y  popular  en  los  pasados  tiempos  por  sus 
méritos  y  los  servicios  prestados  en  sus  expediciones 
militares  sobre  los  bárbaros  del  Chaco.  Nacido  en  Salta 
á  mediados  del  siglo  XVIII,  D.  Severo  Izasmendi  fué  enviado 
á  educarse  á  España  de  donde  regresó  á  su  país  cuyo 
gobierno  llegó  á  sus  manos  en  1810,  actuando  como  coro- 
nel del  ejército  español. 

Era  aquel  gobernador  de  Salta  dueño  de  cuantiosa  for- 
tuna y  de  dilatados  dominios  en  los  valles  de  los  Andes, 
donde  mandaba  sobre  hombres  y  cosas  con  autoridad 
absoluta;  por  que  el  sistema  de  administración  y  gobierno 
que  hablan  radicado  allí  los  conquistadores  españoles 
guardaba  aun  su  primitivo  semblante,  mostrando  un  ver- 
dadero sistema  feudal;~la  tierra  gravada  con  enfltéusis 
y  censos  perpetuos;  el  pueblo  sujeto  al  servicio  personal 
en  provecho  solo  de  su  dueño;  disponiéndose  de  los  hom- 
bres cual  de  propiedad  particular.  Aquellos  subditos, 
merced  al  riguroso  sistema  tradicional  en  esas  regiones, 
miraban  al  señor  como  los  españoles  al  rey.  Ante  él,  no 
habla  réplica  sino  súplica;  sus  mandatos  eran  recibidos 
como  la  voz  de  Dios;  era  él,  por  decirlo  de  una  vez,  el 
dueño  de  la  justicia,  de  la  propiedad  civil  y  el  gefe  militar. 

Instalada  la  asamblea,  el  gobernador  intendente  que  la 
presidia  bajo  el  docel  que  guardaba  el  escudo  español, 
ordenó  la  lectura  en  alta  voz  de  los  oficios  é  impresos 
dirigidos  al  ayuntamiento  y  al  gobernador  por  el  virrey 
depuesto  y  vigilado,  por  la  real  audiencia,  por  el  cabildo 
de  Buenos  Aires  y  por  la  Junta  Provisional   Gubernativa. 

Al  tener  conocimiento  de  aquellos  documentos  que  ilus- 


mSTORIA  DE  G0BME8  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VIH       376 

traban  sobre  los  últimos  acontecimientos  veriñcados  en  la 
capital  en  los  dias  de  Mayo,  ardiente  y  sañuda  rivalidad 
degose  sentir  desde  un  principio  entre  aquellos  hombres 
que  muy  en  breve  deberían  guerrear  con  porfiado  empe- 
ño por  la  patria  y  por  el  rey.  Mas,  en  aquella  hora,  no 
fué  aun  la  división  profunda^  que  los  mas  de  los  españoles 
permanecían  mirando  los  acontecimientos  producidos  en  la 
capital  tras  de  aquel  velo  crepuscular  con  que  envolvió  el 
hecho  la  sabia  y  suspicaz  política  de  la  Junta.  El  rey  Fernando 
Séptimo  aparecía  como  el  objeto  de  sus  cuidados;  la  unión 
con  la  madre  patria  proclamada  de  lleno,  y  aquel  suceso 
de  Mayo,  &  imitación  legítima  de  las  juntas  que  se  for- 
maban en  España  con  igual  objeto,  produjo  en  muchos 
la  convicción  de  que  la  separación  del  virrey  del  gobierno 
era  solo  alteración  de  poco  momento  en  el  orden  secular 
de  la  monarquía  y,  por  parte  de  aquel  regio  funcionario, 
dimisión  patriótica,  prudente  y  honesta  y  no  el  irrepara- 
ble derrocamiento  de  la  autoridad  española. 

Fué  de  esta  manera  como  lo  demostraron  aquellos  dipu- 
tados de  la  ciudad  al  pronunciar  su  voto  oral  y  fundado;  y 
los  españoles  que  al  iniciarse  la  lucha  al  descubierto  ha- 
blan de  ser  tan  intransigentes  y  apasionados  y  ciegos 
defensores  de  su  rey,  conio  D.  Tomas  de  Arrigunaga  y  Ar- 
chondo,  español  de  suma  valía,  gobernador  que  fué  de  Salta 
en  1807  y  que  durante  el  curso  de  la  revolución  hablase  de 
mostrar  fervoroso  partidario  de  su  rey  y  señor,  á  tal  extremo 
que  su  hijo,  clérigo  patriota,  habíalo  de  hacer  servir  de  cape- 
llán en  el  ejército  de  Pezuela,  y  por  cuya  causa  habia  de  soltar 
con  mano  liberal  los  cordones  de  su  fortuna  y  se  habia 
de  batir  con  brioso  corage  en  la  acción  de  Salta  para  apa- 
recer luego  con  sus  insignias  de  coronel,  &  vengar  su 
derrota  correteando  patriotas  en  Sipe-Sipe,— votaban  expre- 
sando que  «  como  fieles  vasallos  de  su  rey,  se  conformaban 
con  todas  las  determinaciones  tomadas  por  el  cabildo  de 
Buenos  Aires,  según  se  manifiestojí  en  los  oficios,  siendo 
en  sí  como  lo  expresan. » 

Guiados  por  este  mismo  sueño,  cayeron  en  voto  de  aca- 
tamiento como  Archondo,— Gorostiaga,  Ibazela,  Costas,  fa- 
mosos realistas,  y  aun  el  mismo  gobernador  Izasmendi. 
Mas  otros,  quizá  mas  avisados    y   expertos,    aunque  po- 


376  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

quisimos— no  fueron  mas  que  dos— se  alzaron  contra  esta 
determinación  general,  negando  su  adhesión  ú  la  Junta  de 
Buenos  Aires.— «  Que  era  su  parecer,  decía  en  su  voto  D. 
Domingo  Santiváñez,  que  para  contestar  á  la  nueva  junta 
de  Buenos  Aires,  se  pasen  oficios  al  virrey  y  al  cabildo 
de  la  capital  ú  fin  de  que  se  sirvan  instruir  de  los  motivos 
que  han  tenido  para  la  deposición  de  dicho  señor  virrey  y 
creación  de  la  expresada  junta,  quedando  el  exponente 
pronto  y  sometido  ú  las  legítimas  autoridades  que  gobier- 
nan esta  provincia  y  á  la  defensa  del  rey,  la  religión  y  la 
patria.  »  Esto  era  el  primer  voto  que  se  pronunciaba  aquel 
tlia  en  el  cabildo,  y  su  autor,  de  los  primeros  españoles 
que,  huyendo  de  la  revolución,  habia  de  emigrar  hasta 
Chuquisaca  con  su  familia. 

D.  Juan  Nadal  y  Guarda,  hermano  de  D.  Jaime  Nadal, 
que  vimos  figurar  como  miembro  del  cabildo  de  Buenos 
Aires  y  defensor  también  de  la  causa  del  rey,  heria  con 
mas  franqueza  todavía  el  parecer  de  la  mayoría,  revelando 
haber  sorprendido  la  verdad  que  envolvía  el  misterio 
aun;  y  asi  votaba,  diciendo:- « Que  como  fiel  vasallo  de 
nuestro  aprisionado  rey  y  señor  natural  D.  Fernando  Vil, 
y  por  lo  mismo,  subdito  rendido  &  sus  legítimas  autorida- 
des, quedaba  asombrado  de  oir  leer  lo  acaecido  nuevamente 
en  Buenos  Aires,  de  la  deposición  del  mando  del  excelen- 
tísimo señor  virrey  D.  Baltazar  Hidalgo  de  Cisneros  y 
creación  de  una  junta  gubernativa,  á  mérito  de  unas  fu- 
nestas noticias  de  nuestra  madre  España,  traídas  á  este 
continente  por  un  barco  inglés  venido  de  Gibraltar.  El 
asunto  pide  refleccion  madura  y,  al  mismo  tiempo,  saber 
los  dictámenes  de  los  vecinos  de  las  ciudades  subalternas 
de  este  gobierno;  y,  por  consiguiente,  es  de  parecer  que, 
sin  pérdida  de  momento,  se  impartan  las  órdenes  á  ellas 
ü  fin  de  que,  enterada  esta  capital,  siempre  fiel  &  sus 
soberanos,  vaya  acorde  con  sus  provincianos  para  el  ma- 
yor acierto  de  lo  que  deban  hacer  en  la  del  virreinato  los 
diputados  que  se  elijan. » 

Entre  los  demás  del  concurso  se  notaba  al  Dean  D. 
Vicente  Anastasio  Izasmendi,  hermano  del  gobernador;  y 
sobresaliendo  en  el  bando  opuesto,  &  los  congresales 
D.   Mateo  Zorrilla,    castellano   viejo    que  abrazó  la  cau- 


HISTORIA  0£  GOEMBS  Y  DR  SALTA— CAPÍTULO  VIU       877 

sa  de  la  patria  convencido  de  su  alta  justicia,  y  cuya 
descendencia  estaba  destinada  á  ñgurar  con  tanta  pro- 
bidad en  los  destinos  públicos  de  la  nueva  nación;  D. 
Vicente  Toledo,  después  coronel  de  la  patria,  que  llevaba 
con  el  nombre,  la  sangre  por  línea  de  varón,  del  duque  de 
Alba;  D.  Juan  Manuel  Quiroz,  que  había  de  inmortalizar  su 
nombre  entre  los  gauchos;  D.  Antonino  Cornejo  cuya  decisión 
y  servicios  por  la  causa  de  la  libertad  y  del  orden  ha7 
bíanle  de  conquistar  el  grado  de  coronel  mayor,  y  había 
de  merecer,  por  tres  veces,  el  gobierno  de  su  provincia 
libertada;  y  á  los  doctores  D.  Alonso  de  Zavala,  cuya  piedad 
igualaba  á  su  patriotismo,  y  D.  José  Gabriel  de  Figueroa, 
de  la  casa  de  Toledo,  sacerdotes  llenos  de  virtudes,  de 
ilustración  y  de  respeto,  quienes  estaban  destinados  6 
reemplazar  muy  eñ  breve,  á  aquel  obispo  Videla  que 
presidía  al  clero  y  que  tan  pronto  debía  vender  la  patria. 

Prestó  su  voto  por  separado  el  cuerpo  de  abogados 
manifestando  que  todo  él  «se  hallaba  penetrado  de  los 
mismos  sentimientos  del  cabildo  de  Buenos  Aires,  y  en 
consecuencia,  era  de  parecer  que  inmediatamente  se  man> 
de  el  diputado  que  se  exige. »  Entre  sus  miembros,  ha- 
bíanse de  hacer  notables  en  los  azares  de  la  revolución, 
D.  Pedro  Antonio  Arias  Velázquez,  abogado  de  la  univer^ 
sidad  de  Lima,  de  noble  y  antigua  familia  cuya  flguracion 
se  perdía  entre  los  tiempos  remotos  de  la  conquista;  D.  An- 
drés Zenarruza,  D.  Santiago  Saravia  y  D.  Mariano  Boedo 
destinado  á  coronar  su  memoria  con  la  inmortalidad  del 
congreso  de  Tucuman. 

El  cuerpo  militar,  presidido  por  el  coronel  D.  Pedro  José 
Saravia,  caballero  cruzado  de  la  real  orden  de  Carlos  III, 
que  muy  luego  habia  de  ser  uno  de  los  que  encabezaran 
el  pronunciamiento  de  Salta,  votó  manifestando  que,  «  obe- 
deciendo como,  debian  las  órdenes  superiores,  eran  de  sen- 
tir que  en  el  congreso  deH  dia  se  nombrara  el  diputado 
que  se  pedia  y  ordenaba  para  fines  tan  justos  y  arreglar 
dos. »  El  obispo,  finalmente,  á  nombre  del  clero,  y  pen- 
sando que  la  capital  se  hallaba  <(  rodeada  de  enemigos  PO7 
derosos  y  en  el  mayor  riesgo  y  peligros  que  nunca, »  lo 
que  hacía  « necesidad  extrema  de  un  gefe  activo,  vigi- 
lante y   celoso   en  circunstancias  de   haber   abdicado  el 


y^  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

mondo  el  señor  virrey,»  y  suponiendo  que  esta  era  la 
verdadera  causa  de  la  creación  de  la  Junta  Provisional  de 
Buenos  Aires  con  el  objeto  de  « la  conservación  de  nues- 
tra sagrada  religión,  decia,  y  de  los  estados  y  dominios  de 
nuestro  cautivo  rey  D.  Fernando  VII,  «  conformábase  su  se- 
ñoría ilustrísima,  agrega  el  acta,  con  la  generalidad  de  los 
votos  del  congreso,  y  anadia  que  fiel,  leal  y  amante  &  su 
rey  y  señor,  debia  esta  capital  unirse  con  la  de  Buenos 
Aires,  contemporizando  y  siguiendo  sus  designios  y  coope- 
rando, por  su  parte,  &  su  ejecución. » 

Finalizada  la  votación,  el  gobernador  intendente  procla- 
mó que,  según  la  gran  mayoría  manifestada  en  la  asam- 
blea, la  provincia  de  Salta  se  adhería  al  pronunciamiento 
de  Mayo  de  esa  manera  tan  solemne  y  positiva,  prestan- 
do su  consenUmiento  á  lo  resuelto  en  Buenos  Aires  y  or- 
denando, en  seguida,  se  hiciera  pública  su  resolución  por 
medio  de  un  bando,  bullicioso  y  primitivo  sistema  de  pu- 
blicar é  voz  en  cuello  por  el  escribano  de  gobierno  y  con 
anuncio  de  tambor,  las  resoluciones  oflciales,  en  aquella 
época  en  que  la  imprenta  no  era  de  uso  todavía  en  estos 
paisas. 

Y  coincidencia  notable !  Aquellos  Toledos,  aquellos  Arias, 
Castellanos  y  Saravias  que,  siglos  atrás,  conquistaron  es- 
tas comarcas  y  las  sujetaron  al  dominio  de  España  y  de 
sus  reyes,  venían,  en  su  descendencia,  á  figurar  también 
entre  los  que  asestai>an,  así,  el  primer  golpe  para  quebrar 
las  cadenas  que  reatai>an  la  patria  á  extrangera  servi- 
dumbre ! 


III 


En  toda  la  dilatada  intendencia,  los  cabildos  de  las  ciu- 
dades subalternas  de  Tucuman,  Santiago,  Catamarca, 
Jujuy  yTarija,  «acostumbrados  6  oir  la  voz  del  gefe  inme- 
diato aun  en  asuntos  de  menos  arduidad,  y  dando  la  última 
prueba  del  espíritu  de  subordinación  que  los  animaba, » 
aguardaron  la  voz  del  cabildo  de  Salta  para  pronunciarse 
siguiéndola  y,  á  su  turno,  por  la  adhesión  á  Buenos  Aires. 
«  La  religiosa  conducta  de  Salta  les  prevenía  obedecer  sin 


HISTORU  DE  GÜBMB8  T  D£  SALTA— CAPITULO  VIU       879 

discutir; »  y  aquellos  pueblos  tocados  en  lo  mas  delicado 
de  su  patriotismo,  «  adhirieron  ciegamente  ú  la  resolución 
indicada  por  el  gobernador  de  la  provincia. »  1).  De  esta 
manera,  la  resolución  del  cabildo  de  Salta  venia  &  decidir 
de  la  suerte  de  la  revolución  en  el  norte,  y  con  ello,  & 
salvarla,  porque,  á  haberse  pronunciado  de  manera  contra- 
ria, todas  las  fuerzas  inmensas  del  interior,  como  lo  ve- 
remos mas  en  seguida,  desde  Córdoba  hasta  la  Paz.  hubie- 
ran sofocado  entre  sus  brazos  y  en  breve  término  el  mo- 
vimiento aislado   de  Buenos  Aires. 

«Su  resolución  fué  heroica,  que  privó  que  muriese  en 
su  cuna  la  libertad. »  Buenos  Aires,  en  verdad,  no  habia 
preparado  nada,  fuera  de  la  acción  particular  de  Moldes, 
de  Gurruchaga  y  otros  audaces  propagandistas;  nada  habia 
hecho  para  levantar  á  su  favor  el  espíritu  del  país,  la 
opinión  y  los  recursos,  antes  del  25  de  Mayo:  procedió  con 
suma  imprudencia  é  inesperiencia  asombrosa  lanzándose 
á  una  verdadera  temeridad  que,  á  solo  contar  con  sus 
propias  fuerzas,  era  cosa  perdida.  Buenos  Aires  no  hizo 
propaganda  ninguna  antes  de  aquella  fecha;  se  limi- 
tó &  consumar  el  cambio  en  su  recinto,  6  produ- 
cir una  conmoción  aislada;  era  algo  así  como  la 
repetición  de  lo  efectuado  en  Chuquisaca  y  en  la  Paz, 
y  debería  necesariamente  sucumbir,  pues  seguiría  la 
misma  suerte  de  estos  movimientos  aislados,  localistas,  sin 
ramiflcaciones  en  el  resto  del  país,  produciendo  una  tragedia 
mas  grande  en  su  lucha  contra  todo  el  interior  y  el  litoral, 
por  que  las  fuerzas  del  rey  hubieran  sido  mas  numerosas, 
mejor  disciplinadas,  con  mas  recursos,  con  todo  el  enorme 
apoyo  de  los  poderes  oficiales  y  por  que  Liniers,  Concha 
y  Goyeneche  eran  generales  superiores  á  Balcarce  y  ú 
Belgrano,  con  que  contaba  al  presente  la  Junta  de  la  capital. 

Por  eso,  con  sobra  de  razón  pudo  decir  el  doctor  Gorriti 
que  la  gloria  de  la  revolución  de  Mayo  no  está  solamente 
en  haberla  producido  materialmente  el  dia  oportuno  sino 
en  haberla  preparado  y  en  haberla  secundado  y  sostenido 


1)  Oftcios  de  los  cabildos  de  Turuman  y  Santiago  del  Estero  á  la  Janta 
de  BaenoH  Aires,  de  26  y  39  de  Junio  de  'ÍSiO—Begigtro  ^octonaZ Núms. 
09  y  70. 


880  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

Sin  haberse  concertado,  salvándola  después  de  nacida  en 
peligros  de  muerte.  Y  esa  debia  ser  la  primera  gloria  de 
Salta. 

IV 


La  nueva  de  la  deposición  del  virrey  y  de  la  creación 
de  una  junta  americana  de  gobierno,  fácil  es  imaginarse 
cuan  profunda  emoción  y  entusiasmo  cívico  causaría  en 
Salta,  mayormente  en  la  clase  ilustrada  y  pensadora.  Toda 
la  gente  de  pensamiento  estaba  emocionada.  La  nueva 
habia  enardecido  los  corazones  y  llenado  de  una  inmensa 
conmoción  los  espíritus. 

Pero  aquel  entusiasmo  subió  al  punto  de  la  indignación 
cuando,  en  aquellos  mismos  dias,  llegó  la  nueva  contraria 
y  amenazadora  á  lo  acaecido  en  Buenos  Aires.  Por  que 
en  la  ciudad  de  Córdoba  los  españoles,  disponiendo  de 
mejores  circunstancias  y  elementos,  bajo  la  dirección  y 
empeño  del  gobernador,  general  D.  Juan  Gutiérrez  de  la 
Concha,  del  general  D.  Santiago  Liniers,  prestigioso  cau- 
dillo de  la  defensa  de  la  capital  contra  los  ingleses,  del 
teniente  gobernador  Rodríguez,  del  coronel  D.  Santiago 
Allende,  natural  de  Córdoba,  del  oflcial  real  Moreno  y  mas 
especialmente  en  una  época  y  en  una  ciudad  de  celebrada 
y  notoria  religiosidad,  del  obispo  D.  Rodrigo  An- 
tonio de  Orellana,  prelado  de  aquella  diócesis,  habla- 
se reunido  Junta  de  los  vecinos  mas  principalmente 
interesados  y  adictos  al  régimen  imperante  y  levantaron 
el  pendón  de  la  resistencia,  desconociendo  y  condenando 
la  junta  creada  en  Buenos  Aires  el  25  de  Mayo,  y  procla- 
mando su  reconocimiento  al  Supremo  Consejo  de  Regencia, 
creado  ridiculamente  en  España  por  sus  diputados  perse- 
guidos y  en  fuga.  La  actitud  que  asumía  Córdoba  era 
mas  que  deliberante  y  tranquila,  belicosa  y  contrarevolu- 
cionaria,  porque,  á  raiz  de  esta  su  determinación,  levanta- 
ba ejército  y  amenazaba  resistir,  con  las  armas  en  la 
mano,  al  nuevo  orden  de  cosas  establecido  y  mas  aun,  de 
marchar  á  derrocarlo  y  reponer  al  virrey  en  el  antiguo 
solio.  Resuelta  y  activa,  la  resistencia  de  Córdoba  traba- 
jaba desde  su  primer  dia  en  propagar   su    causa    por    las 


HISTORU  DE  GÚBBIES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VIII       881 

demás  provincias,  oun  en  el  mismo  seno  de  Buenos  Aires, 
(i  despachando  por  expreso,  cartas  de  oñcio  á  las  demás 
ciudades  interiores,»  mientras  Liniers,  poruña  extrema- 
da ostentación  de  fidelidad  é  un  gobierno  y  á  un  partido 
rival  ingratos,  llegaba  hasta  el  punto  de  no  tener  «  embara- 
zo en  escribir,  tanto  al  presidente  de  la  Junta,  D.  Cornelio 
Snavedra,  como  ú  varios  particulares  y  oficiales  de  las 
tropas,  reprobando  su  conducta  con  entereza  y  acrimonia. » 

Estas  activas  diligencias  hacían  esperar  A  los  de  Córdo- 
ba en  un  principio,  y  con  razón,  rápido  y  brillante  sucer- 
so.  Fuera  de  Buenos  Aires,  su  causa  aparecía  contar  con 
todas  las  fuerzas  del  país;  armas,  brazos,  gobiernos,  teso- 
ros, disciplina  y  esperiencia  militar,  todo  parecía  combi- 
nado en  su  favor;  que  así  en  Montevideo  como  en  el 
Paraguay  y  en  Potosí,  gefes  con  tropas  algunas  ya  aguerri- 
das, estaban  pronunciados  decididamente  por  el  rey;  los 
gobernadores  de  provincia,  militares  todos  ellos,  responr- 
dian  ú  la  misma  causa;  Salta,  en  el  centro  del  territorio, 
con  su  población  marcial  y  adiestrada  en  la  guerra,  con 
sus  forrages  abundantes,  sus  cuantiosos  ganados  y  su 
proverbial .  riqueza;  con  un  núcleo  español  poderoso  por 
su  fortuna,  sus  relaciones  é  influencia  en  el  país,  ofrecía 
la  oportuna  ventaja  de  una  bien  provista  sala  de  armas 
de  mas  de  mil  bayonetas  y  un  parque  de  artillería,  y  fué 
el  punto,  al  parecer,  elejido  por  la  reacción  española  para 
la  cor\j unción  de  las  fuerzas  militares  que  debían  retro- 
ceder de  Córdoba  y  avanzar  del  Alto  Perú. 

Eran  así  estos  los  mismos  elementos  preciosos  que  el 
virrey,  por  inepto  é  iluso,  no  supo  tocar,  preparar  y 
aprovechar  á  su  tiempo  y  en  favor  de  su  causa. 


En  estos  condiciones  y  seguidamente  ú  la  noticia  de  lo 
acaecido  en  la  capital  el  25  de  Mayo,  llegaba  á  Salta  In 
nueva  de  la  reacción  españolo  en  Córdoba,  cuyas  auto- 
ridades levantaban  ejército  para  sofocar  la  revolución  en 
su  cuna,  y  fué  estonces  que  todos  comprendieron  llegada 
la  hora  de  la  libertad,  del  peligro  y  de  la  prueba,  porque 


882  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

á  nadie  se  ocultaba  que  á  aquel  ejército  que  se  formaba  en 
el  sur,  le  extendería  la  mano  el  ejército  de  Nieto,  acanto- 
nado enTupiza;  é  impulsados  del  mas  ardiente  entusíusmo 
y  exaltación  que  circunstancias  semejantes  producían, 
hicieron  ruidosamente  su  protesta  de  ser  libres  ó  pere- 
cer, recorriendo  en  procesión  cívica  las  calles  de  la  ciudad, 
pronunciándose  popularmente  por  la  revolución  y  jura- 
mentándose para  la  guerra,  bajo  el  calor  y  ios  rayos  de  la 
elocuencia  patricia  de  sus  oradores  como  Gurruchaga, 
como  Arias  ó  Gorriti.  En  aquel  momento  y  en  frente  del 
peligro,  aquellos  hombres  denodados  rompieron  con  todo 
consideración,  porque,  arrastrados  por  delirante  patriotis- 
mo, caldeadas  las  almas  por  la  palabra  de  fuego  de  D. 
Francisco  Gurruchaga,  verdadero  tribuno  de  la  guerro, 
sucedió  que  el  coronel  D.  Pedro  José  Saravia,  personage 
de  la  mayor  opinión  por  su  grado,  por  su  fortuna  y  posi- 
ción social,  avanzó  á  la  cabeza,  trepó  ó  la  tribuna  y  en  las 
viriles  y  arrojadas  doctrinas  de  su  arenga,  dio  franca  y 
resueltamente  el  grito  de  la  independencia^  grito  que  el 
pueblo  de  Salta  recogió  y  sostuvo  desde  entonces  como  un 
voto  jurado  y  como  el  fin  supremo  de  sus  esfuerzos,  pro- 
curando su  triunfo  desde  aquel  dia,  tanto  asi  con  las  armas 
como  con  la  propagación  de  su  doctrina  y  con  los  man- 
datos imperiosos  y  absolutos  de  sus  representantes  en 
congreso. 

Hasta  aquella  hora,  todos  los  pasos  de  la  revolución  de 
carácter  público  iban  velados  bajo  el  pretexto  de  guardar 
estos  países  como  un  patrimonio  del  rey  de  España;  mas 
los  hombres  de  Salta,  en  aquella  ruidosa  esplosion  de  su 
patriotismo,  rompieron  denodadamente  con  todo  miramien- 
to para  con  el  que  declararon  públicamente  tirano  de  la 
patria  y  enemigo  público,  arrojando  los  primeros  el  guante 
al  enemigo  al  dar  resueltamente  el  grito  de  la  independen- 
cia en  aquel  dia,  grito  que  no  habia  resonado  aun  en 
parte  alguna  de  los  provincias  del  Rio  de  la  Plata,  y  que 
juraron  sostener  con  su  sangre,  con  su  honor  y  sus 
tesoros.   1). 


1)  Todos  los  allí  reunidos  estuvieron  unánimes  en  este  grandioso  deseo 
y  lo  secundaron  sin  desmayar  con  excepción  de  muy  pocox.  entre  ellos, 
el  sargento  mayor  D.  José  Francisco  Tineo  quien,  comprendiendo  en 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VIU       883 

El  pronunciamiento  de  Salta,  aquel  heroico  movimiento 
de  opinión  fué  tan  vehemente  y  general  como  lucido  y  briz- 
nante. El  Dr.  D.  Francisco  de  Gurruchaga,  aquel  incansable 
obrero  de  la  libertad;  el  coronel  D.  Pedro  José  Saravia, 
caballero  de  la  real  orden  de  Carlos  III  y  que  ahora  abraza- 
ba con  tanta  decisión  la  causa  déla  república,  hombre  de 
fortuna  y  de  gran  viso  social;  D.  Mateo  Zorrilla,  D.  Nicolás 
Arias  Rengél;  el  coronel  D.  Juan  José  Cornejo,  de  apellido 
ilustre  en  los  anales  militares  de  la  provincia;  su  hermano 
D.  Antonino  Cornejo  y  el  Dr.  D.  José  Ignacio  de  Grorriti, 
opulentos  hacendados  y  tan  beneméritos  á  la  patria  en 
adelante;  el  coronel  D.  Calixto  Ruiz  Gauna,  los  Dres.  D. 
Pedro  Antonio  Arias  Velázquez,  D.  Juan  Antonio  Moldes, 
D.  Mariano  Boedo,  D.  Alejandro  de  Palacios,  D.  Santiago 
Saravia,  D.  Andrés  de  Zenarruza,  D.  Lorenzo  Villegas,  D. 
Juan  Esteban  Tumayo  y  D.  Francisco  Claudio  Castro;  los 
militares  D,  Francisco  de  Tineo,  D.  Lorenzo  Martínez  de 
Mollinedo,  D.  Mariano  de  Albisuri,  D.  Gerónimo  López  y 
D.  José  Félix  Arias  Rengél  y  los  ciudadanos  de  mayor  pre- 
dicamento y  opinión  pomo  D.  Vicente  de  Toledo  Pimentel, 
D.  Gaspar  Castellanos,  D.  Severo  y  D.  RudecindoAlvarado, 
D.  Hermenejildo  de  Hoyos,  D.  Santiago  de  Figueroa,  D. 
Francisco  Aráoz,  D.  Juan  Manuel  Quiroz,  D.  Román  Teja- 
da, D.  Victorino  Solé,  D.  Teodoro  López,  y  D.  José  de 
Gurruchaga  y  el  teniente  coronel  D.  Eustoquio  Moldes, 
que  arribaron  hacia  poco  de  España,  eran  los  que  encabe- 
zaban aquel  poderoso  movimiento  cívico.  El  joven  Dr. 
D.  Guillermo  de  Ormaechea,  que  aquel  mismo  año  habia 
recibido  sus  grados  en  Córdoba,  rompiendo  el  luto  por  el 
padre  que  acababa  de  sepultar,  marchaba  é  la  cabeza  de 
!a  columna  cívica,  llevando  en  sus  manos  y  flameando 
por  las  calles  de  Salta  la  bandera  de  la  revolución. 


segaídA  quo  Rqiiella  hernici  declaración  que  hizo  el  pueblo  de  Salta, 
entre  dos  ejói  cites  enemipros,  no  era  simple  desborde  de  patriotismo 
sino  realidad  que  cambiab«i  el  primitivo  giro  que  tomó  el  movimiento 
iniciado  el  25  de  Mayo  en  Buenos  Aire»,  en  cuya  causa  hubia  entrado 
y  la  serviría  hasta  po^o  después,  como  oficial,  disciplinando  tropas  de 
voluntario8.se  seD^ró  de  sus  corapaneros/pidiendo  su  retiro  del  ejército 
en  Octubre  de  IHIO;  pues,  caballero  como  era  de  la  cruz  de  Curios 
III,  no  se  creyó  quizá  habilitado  para  tomar  las  armas  contra  el  rey, 
cuya  fidelidad  habia  jurado.  (Tradición  recogida  en  la  familia  del). 
Pedro  José  Saravia,  de  quien  Tineo  era  cuñado.) 


^  DR.  BERNARDO  FRUS 

Conñrmando  en  los  hechos  esta  solemne  ostentación  de 
la  opinión  pública,  sobre  la  autoridad  del  rey  destruida  y 
sin  elementos  ya  de  resistencia  y  bajo  la  aislada  y  oculta 
maldición  de  los  vecinos  españoles  que  presenciaban  lo 
que  para  ellos  significaba  traición  y  escándalo,  la  juven- 
tud decente,  la  clase  noble,  rica,  ilustrada  y  culta  fué  lu 
que  dio  el  ejemplo  que  no  debia  desmentirse  un  solo 
instante  durante  <(  aquellos  dias  de  amargura  y  glorio 
llenos»  alistándose  en  un  batallón  de  infantería  que  or- 
ganizaban con  el  nombra  de  Guardia  Urbana,  destinado 
á  la  instrucción  guerrera,  á  la  vigilancia  y  seguridad  de 
la  situación  política  de  la  provincia  y  como  base  y  ejem- 
plo para  la  organización  militar  del  territorio.  «  Entonces 
se  vio  esta  provincia  ponei*se  toda  de  pié  para  sostener  la 
independencia  que  se  habia  proclamado;  sus  hombres  y 
recursos  se  pusieron  sin  reserva  al  servicio  de  esta  causa, » 
por  que  la  ardiente  exaltación  de  la  pasión  política  que 
acababa  de  epcender  la  revolución,  las  fascinaciones  ine- 
fables é  irresistibles  de  la  injertad;  aquel  noble  fanatismo 
por  la  patria  en  peligro  que  resonó  como  un  grito  de 
alarma  en  todos  los  corazones  y  la  exaltación  de  ánimo 
que  produce  la  aproximación  de  la  guerra,  cuyos  prime- 
ros agravios  los  dalta  el  agresor  ipjusto  que  amenazaba 
por  el  sur  y  por  el  norte,  unieron  en  un  solo  haz  y  en 
un  solo  juramento  de  ser  libres  ó  morir  á  todos  los  ha- 
bitantes de  Salta  sin  distinción,  hombres  y  mujeres,  an- 
cianos y  niños,  sacerdotes  y  campesinos  y  hasta  algunos 
padres  españoles  seducidos  por  la  justicia  de  la  causa  y 
por  el  ardor  patriótico  de  sus  hijos,  «arrebatados  del  co- 
mún vértigo  que  tanto  enalteció  á  los  sáltenos. » 


VI 


Ante  el  concepto  de  la  mezquindad  humana,  es  decir, 
l>njo  el  punto  de  vista  estrecho  del  egoísmo  y  del  interés 
personal,  la  revolución  en  Salta  era  mas  que  una  locmra, 
era  casi  un  crimen;  por  que  si  se  tiene  en  memoria  que 
la  felicidad  y  el  bienestar  de  sus  habitantes;  que  el  co- 
mercio y  la  riqueza;  que  la  civilización  y  la  cultura  y  los 


HISTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VUI       S85 

goces  del  respeto  y  del  orden,  patrimonio  feliz  acumulado 
en  su  seno  por  siglos  de  prosperidad,  de  progreso  y  de 
fortuna;  que  todos  los  frutos  benéflcos  de  la  paz,  en  fin, 
iban  desde  aquel  dia  á  rematar  su  camino,  á  cortar  su 
vuelo  y  íi  perecer  sacrificados  sin  tasa  por  la  libertad, 
«ese  ídolo  favorito  de  los  pueblos  civilizados,»  como  lo 
decia  uno  de  sus  mas  grandes  hombres  públicos,  la  re- 
volución en  Salta  venia  á  ser,  asi,  una  terrible  calamidad, 
un  azote  verdadero  bajo  cuyo  rigor  todo  deberla  perecer 
por  su  causo.  Ella  seria  verdaderamente  invencible,  pero, 
también,  por  aquel  lado,  amarga  y  funesta;  pues  Salta  por  su 
causa  y  por  su  gloria,  nada  guardarla  en  reserva  propia; 
todo  por  ella  lo  deberla  dar,— tesoros,  haciendas,  esclavos, 
hijos;  los  goces  domésticos,  la  paz  de  las  familias,  la  suerte 
y  el  porvenir  de  sus  hijos.  A  la  postre,  debian  quedar 
aquellos  hombres  pobres,  olvidados,  casi  mendigos;  las 
familias  enlutadas;  desolados  los    campos,  perdidas    las 

foilunas,  todos  hartos  de  fatigas Pero,  qué  importa! 

El  genio  de  la  libertad  todo  lo  puede.  La  grandeza,  pues; 
la  sublimidad  de  su  acción,  la  magnitud  de  su  sacrificio 
y  de  su  patriotismo  debe  medirse  por  lo  que  é  sabiendas 
se  iba  paro  siempre  é  perder,  y  que,  sin  embargo,  se  llevó 
adelante  sin  vacilar. 

VII 


En  medio  de  esta  ardiente  ajitacion,  vino  A  angustiar 
mas  los  momentos  la  noticia  llegada  del  Perú  por  la  cual 
se  sabia  que  una  fuerza  desprendida  del  ejército  del  ge- 
neral Nieto  bajaba  derechamente  á  unirse  con  la  que  se 
formaba  en  Córdoba,  atravesando  por  Salta.  El  goberna- 
dor Concha,  en  efecto,  había  dirigido  un  extraordinario 
al  gobernador  de  Potosí,  comunicándole  lo  sucedido  en  la 
capital,  y  ese  grito  de  alarma,  lanzado  desde  Córdoba,  lle- 
gaba de  esta  manera  al  cuartel  general  de  los  españoles 
el  7  de  Julio  de  1810. 

Inmenso  fué  el  estupor  causado  en  Potosí,  pero  inmediata 
también  la  acción  de  los  gefes  realistas  para  ponerse  en 
marcha  sobre  Buenos  Aires,  uniendo  su  ejército  con  el 
que  se  formaba  en  el  sur  bajo  la  dirección   de  Concha  y 


386  DH.  BERNARDO  FRÍAS 

de  Liniers,  sus  mejores  generales.  Unidas  ambas  fuerzas, 
debian  marchar  á  batir  la  capital,  antes  que  su  movimiento 
pudiera  vigorizarse  y  tomar  vida  y  ensanche  en  el  inte- 
rior del  país,  aprovechando  con  diligencia  meritoria  aque 
líos  momentos  en  que  los  pueblos  interiores  aparecían  aun 
indemnes  del  contagio.  Montevideo  los  ayudaría  con  la 
escuadra  y  en  el  Paraguay  contaban  con  el  general  Ve- 
lazco,  su  gobernador,  que  habia  desconocido  también  á  la 
Junta  de  Buenos  Aires.  Si  estas  fuerzas  se  unian,  loca- 
lizando la  revolución  en  la  plaza  de  la  capital,  la  causa 
de  la  libertad  estaba  irremediablemente  perdida;  perecería 
Buenos  Aires  como  hubiera  perecido  Roma  si  alcanzan  ú 
juntarse  en  la  Italia  septentrional  las  tropas  deAsdrúbal  y 
las  de  Aníbal;  como  pereció  Bonaparte  en  Waterloo  y 
como  perecería  la  expedición  de  Puertos  Intermedios  mas 
tarde,  ideada  por  San  Martin,  con  la  reunión  de  Canterac 
y  de  Valdez  sobre  las  alturas  de  Torata.  Salta,  con  aque- 
lla misma  inspiración  de  Napoleón,  de  San  Martin,  del 
senado  romano  y  de  Nerón,  su  general,  corrió  á  las  ar- 
mas para  impedir  que  aquella  liga  de  los  enemigos  se 
consumara  y  se  hiciera,  por  la  unión,  invencible  y  fatal. 

Para  colmo  de  peligros,  el  gobernador  de  Salta,  Izasmen- 
di,  oprimido  é  intimidado  en  aquellos  momentos  por  la 
actitud  uniforme  y  resuelta  que  habia  abrazado  toda  la 
población,  aparecía  en  comunión  ostensible  con  la  Junta 
de  Mayo;  pero,  leal  en  sus  principios  al  antiguo  orden  de 
cosas  y  en  activa  y  secreta  comunicación  con  los  gefes 
realistas  de  Córdoba  y  del  Alto  Perú,  iba  é  dejar  obrar  á 
la  revolución  bajo  su  mando  y  ó  su  despecho.  Izasmendí 
procedía  en  esto  con  prudencia  y  bien  medida  circunspec- 
ción, no  aventurándose,  como  los  realistas  de  Córdoba,  á 
resistir  al  peligro  haciendo  armas  contra  el  avance  de  la 
revolución;  no  por  que  cereciera  de  ánimo  y  convicción 
en  la  justicia  de  la  causa  del  rey,  sino  porque,  desde  el 
primer  dia,  hallóse  aislado  en  medio  del  grupo  de  capita- 
listas españoles,  sin  mas  elementos  militares  que  los  de 
la  guarnición  de  la  cárcel  pública,  los  de  su  escolta  per- 
sonal y  los  acantonados  en  los  fuertes  militares,  todos 
contaminados  profundamente  del  nuevo  espíritu,  sintien- 
do él  mismo  y  palpando  el  inmenso  empuje  de  la  opinión 


mSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPlTULO  VÜI       387 

pública  que  disponía  y  gobernaba  todas  las  fuerzas  eficaces 
del  país;  á  lo  que  vino  é  juntarse  con  aspecto  temeroso  é 
imponente,  la  división  expedicionaria  que  anunciaba  la 
Junta  de  Buenos  Aires  partiría  muy  en  breve  con  rumbo 
al  Perú  y  con  el  declarado  objeto  de  garantir  con  las  ar- 
mas de  la  revolución  la  libertad  de  los  pueblos  aun  opri- 
midos por  sus  enemigos. 

Pero,  felizmente,  el  gefe  militar  de  mayor  consideración 
en  aquellos  dias,  que  tenía  &  su  comando  las  fuerzas  mas 
inmediatas  á  la  capital  de  Salta,  que  ejercía  el  cargo  de 
comandante  de  armas  de  la  plaza  de  Jujuy,  y  que  era,  á 
la  vez  misma,  coronel  vitalicio  del  escuadrón  de  Oran  por 
merced  real  gratiflcadora  de  sus  servicios,  sucedió  que 
fuera  no  solamente  devotísimo  parcial  de  la  nueva  causa, 
sino  personage  benemérito  y  uno  de  los  vecinos  de  mayor 
opinión  y  mas  bien  considerados  de  la  ciudad  de  Jujuy, 
muy  respetable  en  toda  la  intendencia.  Pundonoroso,  acti- 
vo, inteligente;  patriota  perfecto  y  en  cualquier  sentido 
y  que  tan  temprano  anonadaría  la  muerte,  1)  habia  com- 
prometido con  sus  servicios  y  conducta  la  gratitud  y  los 
respetos  de  su  país.  Era  D.  Diego  José  de  Pueyrredon. 
El  cabildo  de  Jujuy  habíale  dado  el  honor  de  su  represen- 
tación para  que  presenciara  la  primera  enarboladura  del 
real  pendón  al  fundarse  lu  ciudad  de  Oran,  califlcündolo 
por  sujeto  de  la  mayor  distinción  y  mérito;  habia  provisto, 
á  su  costa,  la  sala  de  armas  de  la  nueva  ciudad  con 
cuatro  cañones  y  otros  menesteres,  y  de  los  fusiles  nece- 
sarios á  su  escuadrón  de  dragones,  en  premio  de  lo  cual, 
á  mas  de  la  gefatura  perpetua  de  las  milicias  de  Oran,  le 
concedió  el  rey  el  cargo  de  primer  regidor  alférez  real  de 
su  cabildo,  «  durante  los  dias  de  su  vida.  »  2). 

Estableciendo  su  cuartel  general  en  Jujuy,  Pueyrredon 
destacó  al  importante  punto  militar  de  Humahuaca,  dentro 
de  la  dilatada  quebrada  de  su  nombre,  al  teniente  D.  Martin 
Güemes,  que  servía  bajo  sus  órdenes,  viniendo  á  ser  por 


1)  Murió  en  1812. 

S)   Zorreo  uista:  Apunt,  hibt,  de  8aUa\    Cédula   aprobando    la  fundación  de 
Oráv,  pAg.  50. 


388  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

tal  manera  este  oficial,  el  primero  que  llevara  hasta  aquel 
punto  lo  voz  de  la  revolución.  1). 

Aquel  teniente,  transformado  de  hecho  en  gefe  de  la 
« partida  de  observación, »  establece  en  la  propia  habita- 
cion  del  alcalde  pedáneo  de  la  comarca  ó  sea  el  juez  del 
lugar,  D.  Juan  Francisco  Pastor,  su  cuartel;  y  su  huésped, 
coadyuvando  eficazmente  ú  su  empresa,  facilítale  las  ca- 
balgaduras de  la  posta,  que  era  desu.cargo,  y  lasque  soli- 
cita y  obtiene  de  sus  relaciones  en  el  vecindario,  la  gente 
de  su  mando  y  las  armas  de  fuego  y  blancas  de  su  uso, 
con  lo  que  se  habilitó  suficientemente  las  fuerzas  «  para  las 
centinelas  del  pueblo  y  las  espías  en  todos  los  caminos 
despoblados  y  para  las  correrías  y  rondas  »  que  se  llevaron 
ú  inmediato  efecto,  «áfin  de  atajar  al  enemigo.    2). 

A  favor  de  estas  correrías,  de  estas  espías  que,  valientes 
y  audaces,  se  internaban  temerariamente,  se  supo  en  opor- 
tunidad por  donde  bajaba  el  enemigo.  Las  fuerzas  de 
Solta,  entonces,  se  reconcentran,  caen  sobre  el  invasor  y 
se  traba  allí  mismo  el  combate.  Vencida  la  hueste  inva- 
sora,  se  vio  obligado  ü  volver  ü  sus  atrincheramientos, 
evitándose,  de  esta  manera,  se  uniera  con  las  fuerzas  que 
la  aguardaban  en  Córdoba. 

Salta  tuvo  así  la  gloria  de  salvar  la  revolución  de  su 
primero  y  mayor  peligro,  evitando  que  pereciera  la  liber- 
tad en  su  cuna;  y  el  inmenso  honor  de  recoger  en  sus 
armas  los  primeros  laureles  de  la  guerra.    3) 


VIII 


Haciendo  frente  á  estos  peligros  que  por  una  y  otra  parte 
amenazaban  y  al  impulso  del  mas  espontáneo  y  general 
movimiento,  comenzáronse  á  formar,  en  aquellos  mismos 
dias,  nuevos  cuerpos  militares  para  incorporarlos  y  ro- 


1)  Certificado  expedido  por  Giiomes  á  favor  de  D.  Jaua  Francisco  Pastor, 
fechado  en  liainahuaca  el  17  de  Abril  do  1815.  que  encaboza  asi:  •  Kl 
ciudadano  Martín  Miguel  do  Güemos,  ol  primero  que  vino  el  año  do 
181Ü  en  defensa  do  la  sagrada  causa  de  la  Patria,  etc.  • 

2)  Información  sumaria  solicitada  por  D.  Juan  F.  Pastor  sobre  su»  serví- 
cios  &  la  causa  do  la  revolución.    Archivo  del  l>r.    Domingo    (vC^emes. 

3)  Moldes,    Exposición  citada. 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  VIU       889 

bastecer  la  expedición  que  anunciaba  partir  de  Buenos 
Aires  y  que  necesariamente  pasaria  por  Salta  en  su  ruta 
al  Perú,  de  donde  también  comenzaban  á  llegar  los  pa- 
triotas fujilivos  ó  desterrados  por  Nieto  á  refujiarse  en  el 
vecindario  de  Salta,  punto  de  albergue  que  habla  de  ser 
en  adelante  déla  emigración  del  Alto  Perú,  huyendo  de  las 
persecuciones  y  opresión  de  los  españoles,  cuyo  gefe  prin- 
cipal, desde  Chuquisaca,  sofocaba  todo  pronunciamiento 
en  favor  de  la  libertad,  desterrando  y  persiguiendo  sos- 
pechosos, amenazando  con  horrores  6  los  pueblos  que 
sospechaba  estar  dispuestos  á  secundar  á  Buenos  Aires, 
y  halagándolos,  al  propio  tiempo,  como  que  se  sentía 
cogido  de  verdadero  sobresalto  y  turbación.    1). 

Entre  aquellos  cuerpos  militares  que  se  organizaban  en 
las  ciudades  y  en  sus  cercanías  bajo  la  forma  de  tropas 
regulares  y  de  línea,  se  contaba  especialmente  el  famoso 
regimiento  de  los  Decididos^  cuyas  filas  formaron  los  pri- 
meros sáltenos  que  juraron  la  libertad  en  las  primeras 
horas  del  peligro;  los  de  Patricios  de  Salta  y  Patricios  dejujuy^ 
que  eran  de  infantería  y  caballería,  siendo  coronel  de  los 
de  esta  arma,  D.  Juan  José  Cornejo,  y  que,  á  imitación  de 
los  de  Buenos  Aires  que  ostentaban  los  laureles  de  la 
reconquista  y  la  defensa,  los  formaban  los  hombres  de  la 
ciudad  ó  sea  de  la  plebe  urbana,  que  mas  tarde  habian  de 
tomar  el  nombre  general  de  civicos;  el  de  Voluntarios;  el  Regi- 
miento de  Caballería,  mandados  todos  ellos  por  la  juventud 
decente  y  culta,  y  disciplinados  y  adiestrados  bajo  la  di- 
rección superior  de  militares  de  línea  del  antiguo  ejército, 
como  D.  Eustoquio  Moldes,  D.  Pedro  José  Saravia  ó  D. 
Francisco  Tineo;  y  finalmente,  e\  regimiento  de  Partidarios 
que  con  incansable  celo  organizaba,  adiestraba  y  sostenía 
con  su  propio  peculio  el  acaudalado  hacendado  del  Campo 
Santo,  vecino  de  Salta,  D.  Antonino  Cornejo,  que  era  su 
comandante. 

Estos  cuerpos  organizados,  armados  y  equipados  con 
los  hombres  y  con  los  solos  esfuerzos  de  Salta,  iban  & 
engrosar  las  filas  de  la  expedición   libertadora  que  mar- 


1)  Carta  de  !)•  Josef  Hurtado  de  Saracho,  de  Tarija,  á  D.  Mateo  Zorri* 
lia.  Nov.  17  de  1810— Arch.  del  Dr.  Gaemes. 


S90  DR.  BERNAEIDO  FRÍAS 

chaba  al  norte,  la  que  debía   denominarse  en  adelante, 
Ejército  Auxiliar  del  Perú. 

A  la  par  de  estos  entusiastas  movimientos  en  que  se 
ajitaban  las  poblaciones  de  las  ciudades  y  sus  adyacencias, 
el  genio  de  la  libertad  extendía  su  fuego  por  toda  la  dila- 
tada campaña,  desde  Humahuaca,  al  pié  de  las  trincheras 
enemigas,  hasta  Orón  y  los  Andes  y  hasta  Tucuman  y  las 
llanuras  abrasadas  de  Santiago  del  Estero.  En  las  regiones 
montañosas  que  abren  sus  valles  al  pié  de  la  cordillera, 
desde  Catamarca  hasta  la  Puna  de  Atacama,  la  población, 
casi  toda  indígena  y  avezada  ¿á  domar  las  montañas, 
infatigable  en  las  marchas  sobre  árido  y  rocalloso  terreno, 
bajo  el  mando  de  lo  distinguido  del  lugar,  como  D.  Boni- 
facio Ruiz  de  los  Llanos,  D.  Tomas  Frias,  D.  Alberto  Mon- 
tellanos  ó  D.  Borja  Diaz,  preparaba  sus  batallones  de  ligera 
y  sufrida  infantería,  de  caballería  en  San  Carlos,  mientras 
en  las  regiones  boscosas  y  abiertas  de  Oran,  de  Jujuy,  de 
la  Frontera,  1)  y  en  el  valle  central  de  Salta  que  rodea 
la  capital,  sus  hombres,  ginetes  poderosos  que  hablan  de 
dar  su  nombre  de  gauchos^  en  la  ponderación  de  su  fama, 
álos  defensores  de  la  independencia  en  el  norte,  organi- 
zábanse en  grupos  y  regimientos  de  caballería,  alzados  á 
la  voz  de  los  ricos  propietarios  rurales,  de  quienes  depen- 
dían en  la  forma  que  antes  vimos,  y  que  iban  ú  escribir 
con  sus  hazañas  y  con  el  brillo  de  su  ingenio,  las  páginas 
mas  gloriosas  de  la  revolución,  á  poner  miedo  y  pavor  en 
el  corazón  de  sus  enemigos  y  á  conquistar  el  aplauso  y 
la  admiración  del  mundo. 

» 

Estas  nuevas  fuerzas,  conocidas  en  un  principio  y  en 
el  lenguaje  oficial  con  el  nombre  de  milicias^  formadas 
por  la  gente  rústica,  por  el  campesino  labrador  ó  pastor 
de  ganados  en  las  estancias,  iban,  sin  embargo,  á  honrar 
con  sus  virtudes  civiles  y  militares  la  revolución,  haciendo 
una  guerra  civilizada  y  metódica  al  mismo  tiempo  que 
dilatada  y  original  como  ninguna,  y  con  el  prodigio  de 
hacerla  respetando  todos  los  principios  de  la  civilización, 


1)  Nombre  con  que  se  conoce  hasta  hoy  la  parte  oriental  de  Salta  encer- 
rada entre  el  Chaco,  Santiago  y  Tucuman,  y  que  comprende  los  de- 
partamentos de  Metan,  Rosario  de  la  Frontera,  Candelaria  y  Anta. 


HISTORIA  DE  GÚBMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VÜI       891 

Sin  mancharlo  con  la  violencia  y  el  pillage  con  que  la  prac- 
ticaron mas  tarde  las  montoneras  del  sur.  La  Europa 
civilizada  no  habia  podido  ofrecer  al  mundo  espectáculo 
mas  edificante  ni  cuadro  mas  hermoso  en  todo  aquel  es- 
pacio que  precedió,  que  coincidió  y  que  siguió  á  la  revo- 
lución argentina,  que  el  que  presentaba  la  campaña  mili- 
tar de  los  gauchos  de  Salta;  por  que  en  Francia,  en  Paris 
mismo,  en  ese  cerebro  del  mundo,  poco  tiempo  antes;  en 
la  guerra  de  la  independencia  española,  durante  el  curso 
de  la  nuestra,  ó  en  la  insurrecion  de  la  Grecia,  cuna  de 
lo  civilización  europea,  poco  mas  luego,  también  por  su 
independencia  nacional,  «los  asesinatos  y  los  crímenes 
de  la  libertad  igualaban  li  los  de  la  tiranía, »  y  los  incen- 
dios, los  saqueos,  las  degollaciones  de  ciudades  y  de  pro- 
vincias enteras,  las  profanaciones  y  violencias  de  todo 
género,  las  confiscaciones  y  suplicios  atroces,  llenaron 
con  su  horror  lo  tierra.  Este  honroso  fenómeno,  digno 
de  recordación  y  eterna  loa,  era  debido,  ó  mas  de  las 
condiciones  morales  con  que  la  civilización  habia  alcan- 
zado ya  á  formar  al  campesino,  por  haber  sido  este  ele- 
mento social  fuerza  obediente  ó  la  idea  y  al  orden  sos- 
tenidos y  representados  por  la  clase  distinguida  y  culta 
de  la  población,  que  fué  en  su  fondo  como  en  todos  los 
detalles,  el  alma  y  la  dirección  del  movimiento,  á  la  ma- 
nera que  en  el  ejército  regular,  la  tropa,  por  lo  común 
ignorante  y  torpe,  salva  los  principios  y  el  orden  obrando 
Ijajo  la  dirección  de  la  oficialidad  preparada  y  culta. 

Aquel  elemento  de  guerra  de  las  campañas,  cuya  fuerza 
y  eficacia  eran  aun  desconocidas,  lo  formaba  la  clase  pobre  de 
la  poblocion  campesina,  sometida  á  la  protección  del  pode- 
roso por  su  posición  social  y  por  su  rudimentaria  civili- 
zación, de  origen  indígena  ó  mestizo;  por  su  alma  inculta 
aunque  adornada  de  virtudes  sencillos  y  tombien  de  no- 
bles inclinaciones  naturales;  por  su  educación;  por  su 
condición  social,  que  la  llevaba  á  emplear  su  actividad  en 
el  servicio  ú  jornal  ó  gozando  de  pequeños  arrendamien- 
tos de  duración  indefinida  que  ligaban  así  sus  afectos  tanto  ú 
la  tierra  que  labraba  ó  en  que  apacentaba  el  rebaño  como 
al  señor  bajo  cuyo  amparo  vivía  y  de  cuya  fortuna  me- 
draba.    Aquella  gente  seguia  con   ínteres   y  cariño  á  la 


892  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

clase  pudiente  formada,  en  aquellas  regiones,  de  los  gran- 
des propietarios,  dueños  de  mas  ó  menos  extensas  zonas, 
donde  á  la  vez  que  eran  legal  y  naturalmente  considera- 
das como  señores  de  su  tierra  y,  &  las  veces,  de  una  co- 
marca, cual  lo  eran  D.  Vicente  Toledo,  en  la  Frontera  y 
D.  Santiago  Figueroa,  en  el  valle  de  Lerma,  cuyas  here- 
dades eran  inmensas,  eran,  justo  es  el  confesarlo,  que- 
ridos y  respetados  también,  á  la  manera  de  patriarcas  pode- 
rosos cuya  providencia  protectora  dispensaba  la  felicidad 
de  los  que  vivían  á  la  sombra  de  su  nombre  ó  de  su  for- 
tuna, en  la  labor  de  la  tierra,  en  los  censos  perpetuos  ó 
en  el  cuidado  del  ganado  al  través  de  sus  campos,  de  sus 
bosques  y  de  sus  montañas. 

La  influencia  moral  del  señor  del  lugar  era  merecida  é 
inmensa,  que  ella  descansaba  á  mas  de  lo  apuntado,  en  la 
fuente  avasalladora  de  la  religión,  cuya  capilla,  muchas 
veces,  sé  levantaba  en  un  extremo  de  su  propia  casa,  y 
cuyas  máximas  de  obediencia,  respeto  y  humildad  con 
que  el  cristianismo  dulcifica  la  suerte  de  los  pobres  y  sua- 
viza el  rigor  de  la  soberbia,  estaban  tan  copiosamente  der- 
ramadas en  las  costumbres  y  en  las  ideas;  en  el  poder  de 
la  fortuna  y  del  hombre  superior,  y,  finalmente,  en  el 
prestigio  de  la  fuerza  militar  que  tantas  veces,  y  por  há- 
bito general,  él  la  representaba,  ejerciendo  la  jefatura  de 
las  milicias  ó  de  la  policía  del  lugar  y  administrando  ú 
menudo  la  justicia,  cual  los  antiguos  patriarcas,  cuando 
la  entidad  de  la  causa  no  era  de  aquellas  que  reclamaban 
las  leyes  para  los  tribunales  de  la  capital. 


IX 


Aquellos  fueron  los  elementos  con  que  iba  á  iniciarse 
]a  campaña  de  la  independencia  en  las  regiones  del  norte. 
El  elemento  de  la  clase  culta,  rica,  noble,  ¡lustrada  y  pen- 
sadora que  guardaba  y  representaba  la  civilización,  el 
orden,  la  ley  y  el  progreso  del  país,  llamada  con  aquel 
término  general  de  gente  decente,  radicada  especialmente 
en  las  ciudades  y  dueña  del  territorio,  como  que  com- 
prendía lo  principal  de  la   clase  propietaria,  era    quien 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTIL-CAPfTüLO  VIH       393 

llevaba,  con  razón  y  justicia,  la  iniciativa  y  la  dirección 
del  movimiento;  y  el  otro,  era  esa  parte  Inferior  de ^  la 
población,  ya  lo  fuera  de  las  ciudades  ya  de  las  campañas, 
la  cual,  careciendo  como  carece  siempre  el  pueblo  bajo 
en  todas  las  regiones  del  orbe,  de  los  elementos  de  cul- 
tura, de  moral,  de  fortuna  y  de  civilización,  en  general, 
componía  la  masa  de  fuerza,  de  acción,  de  lucha  para 
realizar  con  la  constancia  y  el  denuedo  de  gente  altiva 
y  valerosa,  el  grandioso  pensamiento  de  la  clase  superior. 
Ambas  clases  sociales,  cual  mas  antes  lo  hemos  visto,  no 
alimentaban  entre  sí  los  odios  de  razas  y  las  rivalidades 
que  engendran  y  procuran  la  vejación  de  los  unos  y  la  tira- 
nía de  los  otros,  sino  que  las  ligaban  lazos  comunes  de 
afección  antigua,  trasmitida  de  padres  á  hijos  con  los 
rasgos  semejantes  &  dilatadas  familias  patriarcales,  é  in- 
tereses mutuamente  buscados  y  sostenidos,  juntando  solo 
su  odio  y  repulsión  al  extrangero  español  que  dominaba  la 
tierra,  é  impresionadas  de  la  común  emoción  que  la  patria  y 
la  libertad  despertaban  ruidosamente  en  ellas.  De  los  unos  se 
formó  aquella  brillante  oficialidad  que  inmortalizó  con  su  va- 
lor y  sus  hazañas  las  dos  provincias  mas  heroicas,  acaso,  de 
la  república;  y  de  los  otros,  las  tropas  invencibles  de  Saila 
y  de  Jujuy  que,  bajo  el  nombre  de  Gauchos,  de  becididks, 
de  Granaderos  á  caballo,  de  Milicianos  y  Partidarios;  de 
Gauchos  de  Salta,  Gauchos  de  Jujuy,  Gauchos  de  Oran, 
Gauchos  de  la  Frontera  y  de  Infernales,  hablan  de  salvar 
la  revolución,  solos,  cuando  los  ejércitos  regulares  fue- 
ran batidos,  derrotados  y  corridos,  y  cuando  en  pos.  de 
ellos,  se  descolgaran  sobre  las  Provincias  Unidas  las>  tro- 
pas del  rey  de  España,  disciplinadas  y  aguerridas  y  ufa- 
nas con  la  victoria,  cargadas  de  recursos  y  formadas  de 
los  mejores  soldados  españoles,  vencedores  soberbios  de 
Napoleón. 


X 


El  pronunciamiento  de  Salta  fué  llevado  de  la  intensa 
conmoción  producida  por  la  verdad  descubierta  en  los 
últimos  sucesos.    Todos  los  hombres  de  armas  llevar  se 


d94  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

enrolaron  en  los  filas  de  la  revolución,  asi  el  heredero  de 
cuantiosa  fortuna  como  el  hijo  único  de  familia.  El  clero, 
no  pudiendo  empuñar  las  armas  por  el  carácter  pacífico  de 
su  ministerio,  corria,  como  el  Dr.  Castellanos,  como  el 
padre  Orellana,  como  Guzman  ó  como  el  Dr.  Alberro,  ú 
ocupar  los  puestos  de  capellanes  de  los  diversos  regimien- 
tos, sirviendo  en  ellos  «  &  su  costa  y  mención  y  sin  mas  prest 
que  el  del  honor; »  1)  ó  bien,  allá  en  las  reuniones  y  tertulias, 
en  el  pulpito  como  en  la  tribuna  parlamentaria  ó  popular 
comprometían  su  empeño  en  dilatar,  robustecer  y  sostener 
en  creciente  vigor  el  espíritu  déla  libertad  con  el  poder,  con 
el  respeto  y  veneración  de  su  talento,  de  su  ilustración  y 
de  sus  virtudes  y  con  el  prestigio  inmenso  de  su  autori- 
dad sobre  las  masas  de  la  campaña,  fuente  fecunda  de 
sus  futuros  soldados,  cual  lo  hacian  el  canónigo  Gorriti, 
el  deán  Zavala  y  el  mismo  D.  Alejo  de  Alberro,  entre 
otros  tantos,  derramando  por  doquiera  su  nuevo  aposto- 
lado por  la  revolución,  predicando  sus  dogmas,  bendicien- 
do sus  armas  ó  rogando,  en  fin,  á  Dios  por  la  victoria. 
Las  mujeres,  superiores  sin  disputa  á  las  antiguas  espar- 
tanas, se  embanderaban  en  la  política  con  una  pasión 
suprema,  superior  á  toda  ponderación  y  que,  ahogando  los 
afectos  comunes  del  corazón,  arrojaban  de  su  lado  con  heroi- 
ca actitud  á  sus  maridos,  á  sus  hermanos,  á  sus  hijos  y  á  sU 
servidumbre  para  que  fueran  á  pelear  por  la  patria;  mien- 
tras ellas  soportarían  casi  solas  siempre,  la  carga  de  la 
familia;  habiendo  de  vérselas  durante  las  peripecias  de  lo 
guerra,  cruzando  los  peligros,  burlando  la  vigilancia  del 
enemigo,  penetrando  en  su  campo  y  robándoles  los  secre- 
tos en  las  tertulias,  descubriendo  sus  planes,  conduciendo 
por  éhtre  peligros  de  muerte  las  comunicaciones  y  hasta 
seduciendo  con  su  elocuencia  y  sus  hechizos  á  los  oficiales 
y  soldados  del  .ejército  enemigo;  sufriendo  vejaciones, 
insultos,  privaciones  y  zozobras  sin  cuento;  expatriaciones 
continuas  y  dolores  de  todo  género,  hasta  el  indecible  ex- 
tremo de  verse  azotadas  p3r  el  Urano,  como  debería  Ua- 


1)  0/i:io  dal  capitán  D.  Mart'ti  Gaenaes  al  sobierno  de  Salta,  en  Hama- 
huací  k  2iS  de  S^iptíenibre  de  1810,  publicado  en  la  Gcueta  de  Buenos 
Airea  del  25  de  Octubre  del  mismo  año. 


HISTORIA  DE  GD£MES  Y  D£  SALTA— CAPITULO  VIU       395 

marse  en  seguida  al  invasor;  acciones  y  afanes  de  excelso 
patriotismo  consumados  de  ordinario  no  solo  por  la  hija 
de  humilde  condición  del  pueblo  sino  hasta  por  la  mas 
encumbrada  dama  de  la  aristocracia,  alma  y  fuego  que 
hablan  de  ser  desde  esa  hora  en  adelante,  de  toda  la  cons- 
tancia y  de  todo  el  ardor  y  heroísmo  de  los  guerreros, 
especialmente  cuando  la  suerte  de  la  revolución  por  los 
excesos  del  destino,  fuera  abandonada  á  los  esfuerzos 
únicos  de  la  provincia  de  Salta  para  que  cargara  esta  sobre 
sus  hombros— sola— con  toda  su  inmensa  pesadumbre;  y 
su  dirección  se  entregara  á  la  exclusiva  mirada  del  mo- 
derno Macabeo  que  habia  de  luchar  hasta  morir  por  su 
causa,  por  su  patria  y  por  su  pueblo. 

Desde  aquel  dia,  pues,  la  vehemencia  de  la  pasión  po- 
lítica caldeó  de  tal  manera  las  almas  y  llevó  su  eferves- 
cencia á  extremo  tanto,  que  se  vieron  durante  la  lucha 
escenas  de  verdadero  asombro  así  por  él  exceso  de  fana- 
tismo 6  que  llegaron  hombres  y  mujeres  en  su  ya  adora- 
ción por  la  patria  y  por  el  rey,  como  en  las  proezas  de 
inaudita  temeridad  y  valor,  llenas  de  una  verdadera  gran- 
deza épica,  mas  singularmente  admirables  en  la  mujer. 
A  este  propósito  diremos  que  los  cuadros  trazados  por  su 
pasión,  por  su  grandeza  de  ánimo  ó  su  valor  durante  la 
lucha,  encierran  tanta  elocuencia  en  sí,  que  excede  sin 
disputa  &  todo  cuanto  la  pluma  mejor  cortada  pudiera 
describir;  por  que  en  ellas,  en  las  mujeres  de  Salta  la 
llama  de  la  pasión  política  ardió  con  ansias  tan  vivas,  que 
dislocó  la  antigua  armonía  del  conjunto  social  y  borró 
casi  del  todo  su  primitivo  semblante. 

Tanto  fué  así,  que  llevaron  sus  demostraciones  á  darles 
publicidad  y  ostentación  en  cuanta  forma  y  ocasión  halla- 
ron por  propicias;  y  así  era  de  ordinario  ver  &  las  mejo- 
res damas  de  Salta  cómo  aparecían  tanto  en  los  bailes 
cuanto  en  toda  otra  reunión  de  circunstancias,  ataviadas 
con  moños  en  el  cabello  y  en  el  pecho,  celestes  las  unas  y 
encarnados  las  otras,  y  cómo  arreglaban  igualmepte  su.  pei- 
nado, tendiéndolo  hacia  la  derecha  las  patriotas  y  volteando 
sus  rizos  á  la  izquierda  las  realistas.  Dama  híibo  entre 
estas  que  ostentaba  en  su  pechó  con  orgullosa  pasión  en 
los  bailes  el  retrato  de  Fernando  VII,  su  «ornado  soberano. » 


996  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Y  como  si  todo  esto  aun  no  fuera  bastante  á  su  entusias- 
mo, hízose  bajar  al  cielo  á  intervenir  en  sus  querellas, 
haciéndole  compartir  del  ardoroso  apasionamiento  de  sus 
almas.  Es  el  caso  que  habiendo  el  general  Belgrano 
proclamado  á  la  Virgen  de  Mercedes  por  generala  del 
ejército  de  la  patria  después  de  la  acción  de  Tucuman, 
las  patriotas  de  Salta  tomaron  á  esa  misma  virgen  de  las 
Mercedes,  avezada  desde  antiguo  6  quebrar  cadenas,  por 
la  protectora  divina  de  su  causa,  lo  que  impulsó  á  sus 
adversarias,  no  menos  creyentes,  á  confiar  la  suerte  de 
las  armas  del  rey  en  manos  de  la  Virgen  del  Milagro,  lo 
legendaria  salvadora  de  Salta  de  antiguos  terremotos;  y 
asi  fué  que,  siguiendo  por  este  rumbo  religioso  con  esa 
intervención  de  gusto  clásico  de  los  genios  celestes  en  los 
conflictos  humanos,  al  modo  como  se  cuenta  en  las  guerras 
de  Troya,  vióselas,  durante  el  curso  de  la  lucha,  á  las  unas  cu- 
brirse con  el  hábito  de  penitencia  de  San  Francisco  y  con 
el  de  la  Purísima  á  las  otras,  para  merecer  la  protección  de 
Dios  para  sus  armas,  cuando  acertaba  á  llegarles  la  nueva 
de  algún  desastre  y  para  llorar  así  públicamente  el  dolor 
de  sus  derrotas. 

Mas  como  el  apasionamiento  creciera  y  con  él  los  pre- 
textos de  culpas  y  de  agravios,  se  daban  reciprocamente 
en  rostro  con  las  mas  exageradas  imputaciones,  y  á  punto 
llegaron  de  asirse  de  los  cabellos  en  la  via  pública  alguna 
vez,  damas  de  lo  principal  y  mas  visible,  vengando  asi  la 
honra  del  rey  y  de  la  patria  igualmente  comprometidas; 
pero,  subiendo  á  un  tono  mas  elevado  que  lo  vulgar,  vino 
&  acontecer  que,  dias  después  de  la  acción  de  Salta,  D«. 
Manuela  Arias  mandó  azotar  con  su  criado,  por  goda,  á 
otra  señora  de  apellido  igualmente  ilustre.  Al  grito  de  la 
dama  amenazada,  Dorrego,  que  á  la  sazón  se  hallaba 
hospedado  en  la  casa  junto  á  cuya  puerta  principal  daba 
comienzo  la  escena,  lánzase  á  la  calle,  arranca  su  espada 
y  la  cubre  de  honor  golpeándola  sobre  los  lomos  del  comi- 
sionado en  defensa  de  aquella  dama  realista,  victima  de  tan 
público  ultrage. 

De  esta  manera,  aquel  patriotismo  desbordante,  intenso 
y  sin  superior,  llegaba  á  brillar  en  todos  los  actos  de  la 
vida  social  de  entonces,  como  que  para  mostrar  en  todo 


HISTORU  DE  GÜEMBS  T  DE  SALTA-OAPÍTULO  VIH       tSfífí 

SU  decidido  parcialidad  por  la  revolución,'  enseñaban  los 
estrofas  del  himno  nacional,  llamado  entonces  la  Marcha 
de  la  Patria,  escritas  en  el  raso  de  sus  abanicos,  como 
para  que  el  aire  que  les  diera  al  qjitarlo,  avivase  mas  el 
fuego  de  sus  almas. 

No  merecerla,  sin  embargo,  la  consagración  de  su  re- 
cuerdo en  la  historia  si  lo  acción  de  aquellas  mugeres 
admirables  y  su  intervención  directa  en  la  lucha  solo  se 
hubiera  reducido  á  sus  querellas  domésticos,  no  presen- 
tando en  ellas  mas  que  ese  cuadro  común  de  la  consa- 
gración de  sus  afectos  y  sacrificios  A  una  grande  y  noble 
causa.  Pero  su  acción  no  paró  en  eso;  las  damas  de  Soltó, 
sobre  todos  sus  privaciones  y  dolores  en  uno  guerra  ton  lorgo 
y  enconada,  ofrecieron  y  rindieron  A  la  patria  y  ú  lo  hu- 
manidad servicios  mucho  mos  elevados,  fuertes  y  distin- 
guidos que  aquellos  de  que  es  justo  exijir  A  la  conside- 
ración de  su  rango  y  á  la  debilidad  de  su  sexo;  que  ellas, 
salvando  el  ordinario  destino  de  su  misión  y  dejando  el 
común  de  las  fatigas  humanos,  se  transformaron  en  las 
verdaderas  y  dignísimas  heroínas  de  la  revolución;  y 
cumple  A  lo  justicia  de  lo  historia  consignar  como  un  tes- 
timonio de  admiración  y  gratitud  y  como  un  eterno  ho- 
nor para  sus  pajinas,  algunos  nombres  y  alguna  lijara  ideo  de 
los  servicios  de  aquellas  mujeres  fuertes  salvadas  del  con- 
junto de  sus  émulas  por  la  distinción  de  sus  personas  y  In 
brillante  resonancia  de  sus  hazañas.  A  este  respecto,  justo 
será  citar,  entre  ellas,  á  D».  Magdalena  Goyechea,  1)  que 
arrastraba  A  su  \oz  é  influjo  y  disponía  como  triunfante 
amazona  de  lo  voluntad  y  ciego  odhesion  de  lo  plebe  po- 
pular y  campesino;  A  D*.  Martina  Silva,  2)  que  equipaba 
compañías  de  soldados  por  su  cuenta  para  ofrecerlos  A 
Belgrono;  A  D».  Magdalena  Güemes,  la  arrogante  y  her- 
mosa Macacha^  3)  que  durante  el  gobierno  difícil  de  su 
hermano  y  en  los  conflictos  mas  afligentes  de  la  guerra, 
habia  de  llevar  la  armonía  á  las  pasiones,  la  prudencia 
y  el  acierto  en  los  consejos,  lo  luz  en  los  momentos  mos 


1)  Casada  con  D.  Gabriel  de  Güemes  Montero. 

2)  Casada  con  I>.  José  de  Gurmchaga.  j 

3)  Casada  con  D.  Román  Tejada. 


896  DB.  BERNARDO  FRÍAS 

delicados  del  peligro  y  una  sagacidad  é  inteligencia  no 
bles  y  generosas  en  la  diplomacia,  acompañado  todo  ello 
de  la  seducción  y  el  encanto  que  se  desprenden  siem- 
pre de  la  mujer  inteligente  y  culta;  á  D».  Isabel  Gorrili;  ú 
D».  Juana  Moro,  1)  quien,  revestida  de  gaucho  joven  y 
candoroso  ó  bien  de  viajera  inofensiva,  pasaba  &  caballo 
desde  Salta  hasta  Jujuy,  su  ciudad  natal  ocupada  por  los 
esjMíñoles,  y  descubría  todos  los  recursos  y  movimientos 
del  enemigo,  y  en  fin,  &  D*.  Loreto  Frias,  2)  la  cual,  ocul- 
tando en  el  ruedo  de  su  vestido  las  comunicaciones  sal- 
vadoras que  enseñaban  las  necesidades  de  la  defensa  ó 
los  aprietos  y  planes  del  ejército  real,  burlaba  gallarda- 
mente la  vijilancia  del  enemigo  revelando  sus  secretos  y 
conduciendo  los  avisos  en  un  teatro  que  se  extendía  desde 
Salta  hasta  Jujuy  y  hasta  Orón,  ciudad  entonces  bien  po- 
blada y  de  fuertes  recursos,  situada  &  ochenta  leguas  del 
cuartel  general,  y  por  donde  se  hallan  casi  diariamente 
las  fuerzas  de  los  coroneles  Arias  y  Uriondo,  escursiones 
que  las  verificaba  también  hasta  esas  distancias,  su  amiga 
D«^.  Juana  Moro. 

Estas  mugares,  muchas  de  ellas,  como  las  recordadas, 
pertenecientes  á  lo  principal  de  la  sociedad  de  Salla,  eran 
conocidas  en  el  desempeño  de  su  arriesgada  misión  con 
el  nombre  de  bomberas,  nombre  con  que  entonces  se  de- 
signaba al  espía  en  la  guerra,  y  que  eran  enviadas  ó  pro- 
cedían de  cuenta  propia  las  mas  veces,  &  la  observación 
y  descubrimiento  del  enemigo. 

¡  Y  de  cuánta  presencia  de  ánimo,  de  cuánto  arrojo  y 
valor  no  se  hallarían  armadas  aquellas  valerosas  patriotas 
para  penetrar  con  riesgo  de  la  vida  y  de  ultrajes  por  lo 
menos,  al  campo  enemigo  bajo  el  imperio  cargado  de  peli- 
gros de  la  guerra;  ó  ya  para  cruzar  á  caballo,  casi  sola$, 
aquellas  extensiones  inmensas  y  despobladas  que  separan 
á  Jujuy  de  Oran,  cruzadas  por  las  partidas  enemigas  y 
aun  por  los  malhechores  que  una  época  de  desorden  y  de 


i)   Caí 
2)   Dv 


Casada  con  el  coronal  D.  Gerónimo  Loj^es. 

Loreto  Peón  de  Frias,  conocida  socialinento  como  la  nombramos 
en  el  texto,  era  mujer  del  teniente  coronel  D.  Pedro  Josó  Frias,  invá- 
lido en  la  acción  de  Tncnman,  y  madre  del  general  D.  Eastoqaio 
Frias. 


HISTORIA  DE  GÜEMBS  Y  DE  BALTA-OAPtTULO  Vm       899 

fuerza  procura  necesariamente  como  un  complemento  el 
azote  de  la  guerra!  ¡Y  de  cuánta  habilidad  y  viveza  de 
ingenio  para  permanecer  en  Salta  mientras  la  ocupaba 
el  enemigo  y  la  población  comprometida  emigraba,  enga- 
ñando de  su  inocencia  á  las  familias  realistas  bcuo  cuyo 
techo  é  invocando  su  antigua  amistad  pretextaban  correr 
á  guarecerse  como  lugar  de  refugio  en  los  conflictos  del 
asedio,  sin  ser  mas  que  sospechadas  pero  nunca  sorpren- 
didas en  la  comunicación  diaria  que  sostenían  con  las 
fuerzas  patriotas  que  estrechaban  la  ciudad,  informando 
ñ  sus  gefes  de  cuanto  pasaba  dentro  de  la  plaza  enemiga! 
¡Y  cuenta  que  el  espía,  por  las  leyes  mas  comunes  del 
sistema  militar,  es,  en  el  concepto  del  enemigo,  considerado 
por  criminal  insigne,  quien  debe  ser  fusilado  en  el  acto 
y  en  el  mismo  sitio  en  que  es  sorprendido,  sin  forma 
alguna  de  proceso!  i  Dónde  la  historia  del  mundo  reñere 
de  la  mujer  de  la  clase  superior  hazañas  mas  grandes, 
mas  heroicas  y  mas  ])6llas?  Así,  la  revolución  era 
invencible.  Los  vivas  ú  la  patria  llegáronse  entonces  & 
grabar  hasta  en  el  bronce  de  las  campanas,  los  que  con 
igual  pasión  serian  destrozados  por  el  martillo  de  la  vengan- 
za realista.    1). 

Al  lado  de  todo  esto,  bueno  será  recordar  también  que 
si  la  pasión  por  el  lado  realista  no  olcanzó  á  labrar  esce- 
nas de  semejante  grandeza,  las  damas  de  Salta,  aun  en  el 
campo  enemigo,  sirvieron  á  la  humanidad,  por  lo  menos, 
cual  lo  revela  el  siguiente  caso,  por  ejemplo.  Era  Carratalá 
hombre  de  pasiones  muy  fuertes,  de  un  genio  terrible  y  tan 
cruel,  que  por  la  menor  falta  de  sus  subalternos,  inmediata- 
mente los  hacía  pasar  por  las  armas.  Habia  casado  en  Salta, 
durante  la  invasión  de  1817,  con  D^.  Ana  de  Górostiaga;  y 
esa  joven  de  estatura  pequeña,  de  ojos  y  de  cabellos  negros, 
poderosa  no  tanto  por  la  belleza  de  su  rostro  cuanto  por  las 
seducciones  mas  nobles  de  la  gracia  y  de   la  inteligencia, 


1)  D.  Domingo  Silva,  en  1818,  hizo  fundir  para  el  templo  de  San  Fran- 
cisco la  hormosisima  campana  que  hasta  hoy  luce  por  la  mejor  de 
las  que  existen  en  las  iglesias  de  Salta.  Entre  sus  leyendas  piadosas 
y  de  estilo,  habia ésta:—«  {Viva  la  patria!  » que  el  general Pezuela  man- 
dó cortarla  por  mano  de  herrero;  pero  que,  destruido  el  relieve,  quedó 
el  brillo  del  metal  cortado  enseñando,  a  la  vez,  la  misma  inscripción 
y  el  furor  yaadálleo  del  enemigo. 


400  DR.  BERNARDO  FRUS 

dominaba  con  una  sola  mirada  al  soberbio  general  espa- 
ñol.—«  Carrutalá,  solia  decirle  &  su  esposo  cuando  le  oía 
ordenar  contra  sus  inferiores  una  ejecución  ú  otro  bárba- 
ro castigo,  hay  que  contenei*se;  mira  que  son  hombres  y 
no  bestias.  »  Muchas  veces,  una  sola  mirada  de  esta  dama 
aplacó  la  fiera  y  salvó  &  un  semejante  suyo.  1). 


VII 


Todas  las  clases  sociales,  todos  los  rangos  y  gerarqufas 
se  pronunciaron  por  la  revolución  con  un  entusiasmo  y 
una  decisión  insuperables.  El  rey  de  España  no  contó  en 
Salta  con  un  solo  partidario,  excepción  hecha  de  Izasmen- 
di,  de  los  Costas  y  de  los  futuros  coroneles  D.  Saturnino 
y  D.  Pedro  Antonio  Castro,  entre  la  gente  visible.  2).  Por 
que  es  honroso  el  confesar  que  en  Salta,  solo  los  españo- 
les avecindados  en  ella  y  casados  en  sus  familias  la  mayor 
parte,  aparecieron,  cual  era  natural  el  esperarse,  sostene- 
dores intransigentes  de  los  derechos  de  España.  Su  tena- 
cidad y  el  «odio  envenenado»  que  profesaron  contra  la 
patria  y  sus  defensores  desde  aquel  dia,  habíales  de  derra- 
mar sobre  su  cabeza  todas  las  calamidades  y  penurias  en 
que  debería  envolverlos  la  borrasca  de  una  revolución 
violenta  por  quince  años,  llevando  por  su  nacionalidad 
aquellos  hombres,  estampado  en  la  frente,  el  estigma  de 
enemigos  y  sospechosos,  circunstancia  que  entonces  pi^o- 
dujo  lo  que  vino  á  llamarse  durante  la  i-evolucion,  el  pe- 
cado original;  y  por  cuya  adliesion  y  servicios  al  rey  y  sus 
crueldades  contra  los  patriotas,  habían  de  ser,  en  adelante, 
cargados  de  contribuciones,  de  amenazas,  de  persecución 
nes;  confinados  &  mas  de  cien  leguas  en  Santiago  y  Catá- 
marca  ó  andarían  fugitivos  en  el  Perú;  y  sus  bienes  ocupados 


1)  Tradiciones  recogidas  de  la  familia  del  Dr.  D.  Benito  Grana;  de  las 
venerables  señoras  D*.  Benjamina  Tejada  y  Moldes  de  Arias,  de  D*. 
Serafina  Urib ara  de  Uribara,  de  D*.  Trinidad  Frías  y  Valdez,  etc. 

2)  No  debe  confundirse  con  la  familia  del  Dr.  D.  Francisco  Glandio  Cas- 
tro, mas  tarde  ministro  del  gobierno  del  Gral.  G  nemes,  ni  compren- 
derse  en  la  clasiücacion  de  realÍRta«,  al  Dr.  D  Manael  Antonio  Castm, 
hermano  de  aqaellop»  patriota  ilustre  que  figuró  con  el  mas  alto  bri- 
llo en  la  magistratura  de  Buenos  Airea. 


HISTORIA  DE  gOEMES  Y  DE  SALTA-OAPlTULO  VIU       401 

por  el  gobierno  de  la  revolución,  mas  sin  llegar  jamas  á  la 
odiosa  iniquidad  de  las  confiscaciones.  Por  eso  se  vio  en 
Salta  el  rompinr)iento  violento  de  las  familias,  y  odios  que 
estallaron  desmedidos;  emigraciones  para  sustraerse  de 
las  venganzas  déla  revolución  triunfante  ó  para  evitar  que 
los  hüos  concluyeran  de  contaminarse  con  ella;  españoles 
que  huían  desheredando  &  sus  hijos  alistados  en  las  filas  de 
la  patria,  y  aun  pasando  alguna  vez  sobre  sus  propios 
cadáveres. 

Para  que  podamos  darnos  una  ligera  cuenta  de  la  pasión 
terriblemente  poderosa  y  de  los  padecimientos  de  aquellos 
hombres,  cabe  reproduzcamos  aquí  algunos  trozos  de  la 
exposición  con  que  D.  Tomas  de  Archondo,  uno  de  los 
mas  tenaces  defensores  del  rey,  hacia  presente,  en  18Í6, 
al  general  Laserna,  los  servicios  y  los  méritos  que  habla 
prestado  y  adquirido  en  defensa  de  la  causa  real.  «Me 
creo  digno  acreedor,  decia,  á  la  consideración  de  V.  E.  en 
virtud  del  cúmulo  de  padecimientos  que  he  sufrido  de  los 
insurgentes  por  mantener  indelebles  los  imprescriptibles 
sagrados  derechos  del  soberano;— prisiones,  afrentas,  bo- 
chornos, multas,  pensiones,  gabelas,  secuestros,  confisca- 
ciones y  un  sin  número  de  males  han  sido  los  instrumentos 
con  que  los  revolucionarios  han  castigado  mi  amor  y  fideli- 
dad al  mejor  de  los  reyes;  pero  ni  estos  ni  la  pérdida  de 
mis  bienes  ni  la  conspiración  de  mis  propios  hijos  con- 
tra mi  existencia  ni  la  persecución  de  mis  domésticos  ni 
el  haber  estado  proscrito  y  condenado  ó  muerte  por  el 
caudillo  Belgrano  y  por  Dorrego,  ni  el  haber  estado  metido 
en  una  gruta  separado  del  resto  de  los  demás  y  degradado 
hasta  de  los  derechos  que  me  concedió  la  naturaleza  ni 
el  estar  privado  de  los  recursos  para  la  subsistencia  de 
una  dilatada  familia  A  causa  de  haber  quedado  reducido 
&  la  miseria,  nada  de  esto,  excelentísimo  señor,  me  harén 
desistir  un  momento  de  los  eficaces  deseos  que  me  asis- 
ten de  sacrificar  cuanto  tengo  y  hasta  mi  propia  exis- 
tencia derramando  gustoso  la  sangre  de  mis  venas  en  la 
defensa  del  rey  y  sus  derechos.  Todo  he  abandonado  con 
gusto  para  venir  &  sombrearme  bajo  la  bandera  de  Su  Ma- 
gestad. 

«Por  delación  de  dos  de  mis  hijos,  José  Aniceto  de  24 


402  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

años  y  Ángel  Rosendo  de  18,  acusándome  de  realista  oí 
gobernador  Chiclana,  fui  opremiado  á  dar  veinticuatro 
uniformes  completos  de  paño. »  Cuando  bajó  &  la  ciudad 
de  Salta  la  vanguardia  del  ejército  real  al  mando  de  Tris- 
tan,  se  ocupó  en  auxiliarlo  con  dinero  «  que  busqué,  dice, 
entre  los  vecinos  fieles; »  se  hizo  cargo  de  correr  con  el 
apresto  de  vestuarios,  zapatos,  cananas,  balas  y  demás 
útiles  necesarios  y  adelantando  el  dinero;  los  caudales  del 
ejército  se  depositaron  en  su  morada  y  mantuvo  á  su 
costa  los  soldados  de  su  guarde;  socorrió  á  los  enfermos 
y  á  los  realistas  heridos  en  la  acción  de  Salta,  diariamente; 
entregó  á  Tristan  5.000  pesos  para,  el  transporte  de  los 
tropas;  ocultó  al  obispo  Videla  por  tres  meses  y  catorce 
dios  en  un  zarzo  de  su  coso  «hasta  que  fué  descubierto 
por  un  hombre  excomulgado.  »  « Fui  perseguido  terri- 
blemente por  el  caudillo  Belgrono  quien,  unido  con  mis 
hijos,  confiscó  mis  intereses,  dejóndome  sin  recursos  y 
sujeto  el  dominio  de  mi  hyo  mayor  como  tutor  y  cura- 
dor de  mis  bienes,  dejándome  de  pupilo  de  un  hijo  re- 
belde. »  Auxilió  á  Castro  cuando  llegó  con  lo  vanguardia 
á  Salta  el  año  de  1814;  á  Pezuelo  le  prestó  5.000  pesos  paro 
lo  retirado,  sirviendo  sin  prest  y  gratuitamente  de  su  ede- 
cán; y  finalmente,  se  holló  en  lo  acción  de  Vilumo  donde  fué 
hecho  coronel  después  de  treinta  años  á  que  dio  prin- 
cipio á  lo  carrero  como  sargento  de  Forasteros,  violando, 
«sí,  aunque  legitimada  su  conciencia  por  el  oposionomien- 
to,  el  juramento  prestado  en  el  campo  de  Salta,  de  no 
hacer  armas  contra  lo  patria. 

Y  untes  que  cerremos  este  punto,  bien  merece  consig- 
nemos aquí  uno  de  aquellos  cuadros  de  terrible  venganza 
que  revelo  mejor  que  todo  otro  explicación,  el  grado  á 
que  subió  entre  los  españoles  el  furor  del  apasionamien- 
to político  que  abrasó  y  encegueció  sus  olmos.  Es  el  coso 
que  lo  fomilio  de  Tejado  fué  uno  de  los  que  primero  se 
pronunciaron  en  Salto  por  lo  patrio,  en  1810;  mas  cuando 
vencidos  nuestros  ejércitos  en  el  norte  invadió  por  lo  pri- 
mera vez  el  enemigo  y  se  posesionó  de  lo  ciudad,  uno 
de  los  comerciontes  españoles  cosodo  ollí,  oudoz,  exoltodo 
y  bullicioso  y  que  mas  tarde  se  cambiaría  al  lado  de 
lo  revolución,  circunstancia  por  lo  cual  sus  antiguos  com- 


HISTORIA  DE  GÜEMES  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VIU       408 

pañeros  de  causa  lo  clasificarían  entre  los  que  denominaron 
«  españoles  renegados, »  viéndose  bajo  el  seguro  del  ejér- 
cito del  rey,  se  lanzó  en  busca  de  D.  Román  Tejada, 
acompañado  de  cuatro  soldados  armados  á  bala  y  de  un 
sacerdote  para  ejecutarlo,  así,  en  toda  regla  y  en  el  mismo 
sitio  en  que  lo  hallara.  1). 

De  esta  manera,  los  realistas  de  Salta  se  personificaron, 
entre  la  clase  principal,  en  D.  Pedro  José  de  Ibazeta,  D. 
José  Uriburu  1)  D.  Tomas  de  Archondo,  D.  Francisco  de 
Lezama,  D.  Matias  Linares,  D.  Juan  y  D.  Jaime  Nadal  y 
Guarda,  D.  Lino  de  Rosales,  D.  Marcos  Beeche,  D.  José 
Antonio  Chavarria,  2)  D.  Manuel  Antonio  y  D.  Francisco  Te- 
jada 3),  D.  Antonio  San  Miguel,  D.  José  Rincón,  D.  Fran- 
cisco Asende  y  Grana,  D.  Fernando  de  Aramburú  que 
alcanzó  el  grado  de  coronel  bajo  las  banderas  del  rey;  D. 
Francisco  Avellno  Costas,  D.  Santiago  Maseira,  D.  Domingo 
García,  D.  Francisco  Valdez,  D.  Pedro  de  Ugarteche,  D. 
Calixto  Sansetenea,  Murúa,  Aguirre,  Sagastume  y  Rioja, 
como  que  todos  ellos  eran  españoles. 

Sin  embargo,  estas  verdades  ocultó  el  largo  tiempo  cor- 
rido, sin  que  pluma  alguna  haya  trazado  y  hecho  reco- 
nocer del  mundo  los  méritos  del  unánime  pronunciamiento 
de  Salta  por  la  independencia.  Errores  contrarios  han 
llegado  á  prevalecer  mas  bien,  solo  justificables  por  la 
falta  de  conocimiento  perfecto  de  su  gloriosa  historie),  los 
que  llegaron  á  inspirar  enorme  injusticia  contra  la  antigua 
sociedad  distinguida  de  Salta;  por  que,  recordando  aque- 


1)  Exp.  de  J.  G.  Sánchez  contra  la  testam.  de  Francisco  Sánchez,  citado, 
Archv.  de  Salta,  1824,  P.  Judicial 

1)  Mas  tarde  habíase  de  afiliar  á  la  causa  de  la  patria.  Sus  hijos  D. 
Dámaso  en  el  orden  civil  y  D.  Vicente  Uriburu  como  oficial  del  regí- 
mleuto  de  Infernales,  figuraron  bajo  las  banderas  de  la  revolución. 

2)  Casado  en  la  familia  del  coronel  Moldes.  Igualmente  eran  casados 
en  esta  casa  D.  Francisco  Tejada  y  D.  Antonio  San  Miguel,  lo  que 
vino  á  trozar  la  familia  de  Moldes  en  esta  forma  original:  los  varones 
por  la  patria  y  las  mujeres  casadas,  por  el  rey,  siguiendo  de  modo 
acérrimo  la  opinión  política  de  sus  maridos. 

3)  Españoles,  no  debiéndose  confundirlos  con  el  resto  de  la  familia  antigua 
de  Tejada,  que  lo  trajo  al  último  de  España  como  sobrino,  donde  figu- 
ran, por  ejemplo,  D.  Román  Tejada,  casado  con  D\  Magdalena  Güe- 
mes,  hermana  del  general  del  mismo  apellido;  el  canónigo  D.  Juan 
Tejada,  cuya  finca  de  los  (.Cerrillos  fue  entregada  para  que  sirviera 
de  campamento  de  gauchos;  familia  que  se  prenunció  de  las  primeras 
por  la  revolución,  y  en  la  aue  eran  casados  D.  Bonifacio  Huergo,  por- 
teño, y  el  Dr.  D.  santiago  Saravia,  patriotas  conocidos. 


404  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

líos  tiempos  de  ptísoda  grandeza,  se  ha  llegado  á  añrinar 
en  nuestros  días  que  «  su  sociedad  aristocrática »  era  en 
gran  mayoría  enemiga  de  nuestra  causa.  1)  Y  como 
aquella  aflrmacion  constituye  una  afrenta  á  la  memoria 
de  esa  benemérita  sociedad,  cabe,  en  justicia,  reivindicar 
su  honra  enseñando  que  en  todos  los  puestos  de  peligro^ 
ya  en  las  tareas  civiles  del  gobierno  y  de  la  administra- 
ción como  en  las  fllas  del  ejército  libertador,  desde  1810,  la 
sociedad  aristocrática  de  Salta,  dejó  en  ellos  su  nombre 
escrito  entre  laureles  como  defensora  denodada  de  la  inde- 
pendencia, sin  una  defección  ni  un  solo  momento  de  des- 
mayo. En  su  pruel)a,  he  aquí,  pues,  los  nombres  de  aque- 
llas familias  de  la  antigua  aristocracia,  que  cada  una  de 
ellas  cuenta  con  un  soldado  por  lo  menos,  en  la  gloriosa 
guerra  de  la  independencia,  ó  con  un  distinguido  sostene- 
dor de  esta  causa  en  el  orden  civil.  Son  ellas  las  de  Gor- 
riti,  de  Toledo,  de  Gurruchaga,  de  Guemes,  de  Arias,  de 
Arenales,  de  Figueroa,  de  Mollinedo,  de  Hoyos,  de  Moldes, 
de  Ormaechea,  de  Castellanos,  de  Alvarado,  de  Sevilla,  de 
Zuviría,  de  Quiroz,  de  Frias,  de  Zenarruza,  de  Marina,  de 
Zorrilla,  de  Usandivaras,  de  Puch,  de  Salas,  de  Saravia, 
de  Cornejo,  de  López,  de  Sola,  de  Tedin,  de  Zerda,  de 
Niño,  de  Boedo,  de  Fernández,  de  Tamayo,  de  San  Milian, 
de  Aresti,  de  Gauna,  de  Pardo,  de  Tejada,  de  Torino,  de 
Cabezón,  de  Aráoz,  de  Alberro,  de  Zavala,  de  Latorre,  de 
Velarde,  de  Ulloa,  de  Ovejero,  de  Feljoo,  de  Benitez,  etc. 


XII 


Pues  bien:  todos  aquellos  revolucionarios  aristocráticos  y 
profundamente  republicanos  de  corazón  y  de  principios; 
aquellos  patriotas  sin  escusa  y  sin  flaqueza,— hombres  ó 
mugeres,  sacerdotes  ó  seglares,  profesaban  los  principios 
de  la  libertad  y  las  virtudes  del  patriotismo  como  no  lle- 
garon á  profesarlos  mas  alto  otros  hombres  en  la  tierra;  y 
á  la  par  de  sus  acciones,  de  sus  sacriñcios  y  sus  hazañas, 
la  historia  debe  consignar  también  para  eterna  enseñanza 


1)  La  Prensa  de  Buenos  Aires,  de  9  de  Jalio  de  1901. 


HISTORU  DE  GÜBMES  Y  DE  SALTA-^GAPlTULO  VD!       406 

de  las  generaciones,  aquellas  sus  hermosas  y  bien  origí- 
nales doctrinas,  que  entonces  como  hoy  y  para  siempre 
fuentes  serán  de  generosa  enseñanza  cívica. 

Para  ellos,  la  patria  aparecía,  desde  1810,  como  un  dios 
en  la  tierra:  tododebia  quemarse  en  sus  altares;  paz,  amor, 
familia,  bienestar,  porvenir,  hacienda,  la  fortuna  y  la  vida; 
y  adelante  debia  marcharse  sobre  laureles  de  vencedores 
y  palmas  de  mártires  vencidos,  á  conquistar  la  indepen- 
dencia y  la  libertad  como  seguro  y  merecido  premio  de  sus 
sacrificios  y  afanes.  Dios  estaba  con  ellos;  i  quién  podría 
vencerlos?— «</ Si />^«5  pro  nobis^  gu¿  contra  nos?»  excla- 
maba desde  lo  alto  de  la  tribuna  sagrada,  en  la  catedral 
de  Salta,  el  Dr.  Juan  Manuel  Castellanos.  — « El  hombre 
en  un  estado  formado,  como  miembro  ó  individuo  de  la 
sociedad  civil,  desde  que  nace,  nace  para  el  público  y 
tiene  su  patria  derecho  á  todas  sus  acciones.  Usurpa  el 
nombre  de  tal,  degenera  y  desnaturaliza,  siempre  que,  por 
atender  á  su  bien  particular,  pretende  desprenderse  de 
esta  tan  justa  como  sagrada  obligación.  Vos  Patrie  estis^ 
dice  el  elocuente  Cicerón,  et  pattem  Patria  vindicat.  Ha- 
béis nacido  para  la  Patria  y  la  Patria  exige  la  parte  que 
le  toca  en  vuestro  nacimiento 

«  Que  nuestra  América  tenga  derecho  á  reclamar  su  liber- 
tad é  independencia  rompiendo  las  cadenas  y  sacudiendo 
el  yugo  con  que  violenta  y  tiránicamente  la  habia  opri- 
mido España,  y  que  para  el  logro  de  este  empeño  sean, 
precisos  nuestros  bienes,  honor  y  vida,  no  me  cabe  duda, 
ni  creo  la  haya  en  ninguno  de  mi  auditorio. 

«El  patriota  para  serlo  y  llamarse  con  propiedad  tai, 
debe  suponerse  emancipado  de  su  padre  y  de  sí  mismo; 
no  ha  de  contar  con  paisanos,  deudos  ni  amigos  en  per- 
juicio de  su  nación.  En  una  palabra;  su  bien  propio  lo  ha 
de  mirar  como  extraño,  y  como  propio  el  bien  de  su 
patria.  í  Y  hay  de  estos  muchos ?  ¿Procederán  con  este 
amor  los  que,  profanando  tan  dulce  y  sagrado  nombre, 
pretenden  acaudalar  á  espaldas  de  sus  semejantes;  engro- 
sar con  sus  sudores  y  engrandecer  con  su  sangre?  ¿Que 
vive  la  Patria  en  sus  labios  pero,  cuando  las  necesidades 
de  tan  dulce  madre  llegan  á  tocar  sus  bolsillos,  maldicen 
hasta  el  instante  de  su  creación  ?    i  Los  que  discurren  sobre 


406  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

SUS  urgencias  no  para  remediarlas  sino  para  hacerlas  ser- 
,  vir  ú  su  provecho  ?  i  Los  que  la  llaman  madre  y  acompa- 
ñan en  la  prosperidad  y  desamparan  en  lo  adverso  ?  i  Que 
la  siguen  cuando  victoriosa  y  le  dan  la  espalda  cuando 
afligida  ?  i  Los  que,  ó  pretexto  de  algún  desaire  imaginado, 
le  niegan  sus  servicios  cuando  de  ellos  ha  menester  la 
nación  ?  ¿  Que  semejantes  al  labrador,  riegan  y  cultivan  la 
tierra  no  para  hermosearla  sino  por  el  logro  de  una  cose- 
cha que  esperan  ?  El  sacrificio  de  los  bienes,  honor  y 
vida,  aun  no  da  derecho  á  llamarse  patriota  con  verdad, 
siempre  que  es  dirigido  de  algún  fin  particular. 

«  En  este  sentido  es  en  el  que  afirmo  y  he  comprendido 
ú  todos,  sin  que  de  esta  tan  justa  y  sagrada  obligación 
pueda  eximirse  persona  alguna  de  cualquier  clase,  estado 
ó  condición  que  sea;  de  todos  ha  menester  la  nación  y 
todos  debemos  trabajar  por  nuestra  libertad  é  independen- 
cia;—el  sabio  con  sus  luces,  el  sacerdote  con  sus  sacrifi- 
cios y  doctrina;  el  militar  con  su  espada;  el  hacendado 
con  sus  bienes;  el  labrador  con  su  industria;  el  artista  con 
su  trabajo;  la  muger  con  su  labor.  No  hay  quien  de  algo 
no  sirva  cuando  quiere;  y  si  es  universal  el  beneficio, 
universal  debe  ser  también  el  trabajo  y  empeño. »  1). 

Ademas  de  todo  esto,  como  en  la  ardiente  discusión  de 
la  polémica  con  que  los  bandos  encontrados  hablan  de  ba- 
tirse derramando  elocuencia  y  sagacidad  haciendo  inter- 
venir aun  al  mismo  Dios  y  demás  potestades  celestes, 
como  fuente,  base  y  amparo  de  sus  derechos  y  doctrinas, 
habla  de  verse  cómo  arreglaban  las  virtudes  de  la  fe  católica 
á  los  intereses  de  la  libertad,  para  enseñar  á  los  españoles, 
por  ejemplo,  que  pecaban  contra  el  cielo  y  los  hombres 
empuñando  las  armas  contra  la  patria. 

— « i  Qué  es  el  patriota  ?  argumentaba  uno  de  los  docto- 
res de  aquella  época  célebre.  Diré  que  su  etimología  se 
deriva  de  pater,  patris;  y  así,  todo  aquel  que  hace  los  ofi- 
cios de  un  padre,  es  patriota.  Si  lejos  de  atacar  la  mo- 
ralidad del  pueblo  los  españoles  hubieran  alguna  vez  re- 


1)  D.  Juan  Manuel  Castellanos,  doctorado  en  la  universidad  de  Córdoba 
en  1794;  fué  capellán  del  ejército  do  Belgrano,  y  mas  tarde,  quien 
desempeñó  el  cargo  de  Provisor  ó  Vicario  Capitular  del  Obispado  de 
Salta. 


HISTORIA  DE  G0£MES  Y  DE  8ALTA— CAPÍTULO  VIU       407 

zado  atentamente  el  Padre  Nuestro^  refleccionarfan  que 
habiendo  Dios  Señor  Nuestro  creado  todo  para  el  bien  de' 
hombre,  y  amándonos  como  á  sus  hijos,  por  su  inñnita 
bondad;  no  obstante  de  que  podríamos  orarle  llamándole 
Rey,  por  su  dominio  universal,  se  complace  mas  en  que 
lo  llamemos  Padre  Nuestro  ó  Supremo  Patriota.  »    1). 

XIII 

El  nombramiento  del  diputado  que  ordenaba  la  Junta  dio 
taotivo  para  el  estrepitoso  rompimiento  entre  el  cabildo  y 
el  gobernador  de  la  intendencia.  Sucedió  que  reunido 
lo  distinguido  del  vecindario  en  cabildo  abierto  el  25  de 
Junio  para  aquella  elección,  fué  presentada  y  leida  una 
representación  que  hacia  un  grupo  inferior  de  realistas, 
compuesto  casi  todo  ól  de  soldados  licenciaíios,  en  la  cual 
«expresándose  injuriosamente  contra  todo  el  pueblo,  soli- 
citaban se  les  admitiera  en  la  votación  acordada  como  á 
parte  del  sano  y  noble  pueblo.  »  Y  como  aquellos  hombres 
se  hubieran  apersonado  á  la  sala  capitular,  el  cabildo,  al 
calor  de  la  elocuencia  ardorosa  de  su  síndico,  el  licenciado 
D.  Juan  Esteban  Tamayo,  manda  arrojarlos  de  su  seno.  Los 
congresales,  á  su  vez,  notando  por  la  vulgaridad  de  los 
firmantes  que  una  mano  oculta  los  habia  seducido  al 
atentado,    pidieron  su  descubrimiento  y  castigo. 

Ante  esta  actitud  de  la  asamblea,  nada  benigna  á  sus 
maquinaciones,  propone  el  gobernador  la  postergación  de 
la  elección  para  el  30,  y  que  se  invitara  para  el  acto  á  todo 
el  vecindario  que  quisiera  concurrir,  ardid  con  el  cual 
esperaba  poder  hacer  llegar  á  sus  parciales  rechazados 
ese  dia;  mas  su  proposición  fué  resueltamente  denegada 
interrumpiéndose,   con  tal    motivo,  la  elección  aquel  dia. 

Pero  como  pasara  la  causa  para  el  descubrimiento  del 
autor  de  aquel  libelo  «seductivo,  atrevido  é  injurioso»  al 
alcalde  de  segundo  voto  para  su  juzgamiento,  y  que  lo 
era  D.  Antonino  Cornejo,  el  gobernador,  que  era  de  un 
carácter  autoritario  y  ante  quien  se  hablan  querellado 
los  del  grupo  español  contra  el  cabildo  y  contra  su  sín- 
dico procurador  por  la  injuria,  decían,  de  haberlos  expul- 

1)   Dr.  Manuel  UUoa. 


406  DR.  BERNARDO  FRUS 

sado  de  la  sala  capitular,  se  aboca  el  conocimiento  de  la 
causa  y  ordena,  para  salvar  á  los  suyos,  se  sobresea  en 
ella,  intimando  al  alcalde  la  remisión  del  proceso,  abuso 
y  avance  de  jurisdicción  ante  el  cual  Cornejo  resiste  con 
digna  energía,  actitud  que  le  produce  su  inmediata  prisión, 
sometiéndose  á  igual  castigo  &  Tamayo,  como  asesor 
letrado  del  cabildo. 

Este  atentado  «  había  puesto  al  pueblo  en  temible  espec- 
tacion  y  era  de  recelarse  pasase  á  actos  turbulentos,»  y 
fué  llevado  &  conocimiento  del  cabildo  ese  mismo  dia  5 
de  Julio,  por  el  alcalde  desde  su  prisión.  Esta  corpora- 
ción, pidiendo  para  proceder  en  tal  conflicto  el  dictamen 
del  asesor  letrado  D.  Santiago  Saravia,  lo  recibió  en 
estas  nobles  y  valientes  palabras,  &  pesar  de  las  circuns- 
tancias y  de  los  hechos  con  que  pretendía  aterrorizar  el 
gobierno:— «  Siendo  tan  notorios  y  públicos  los  procedi- 
mientos atentados  del  señor  gobernador  intendente  diriji- 
dos  á  usurpar  la  jurisdicción  y  poder  de  este  Ilustre 
Ayuntamiento  hasta  llegar  al  exceso  escandaloso  de  provo- 
car y  decretar  la  prisión  y  arresto  del  señor  alcalde  de  segun- 
do voto  de  esta  capital,  sin  jurisdicción  para  ello,  pues  no 
se  reconoce  en  los  cuerpos  del  derecho  ley  alguna  que  le 
autorice  y  le  faculte  para  una  tan  desviada  é  ilegal  opera- 
ción que  cede  inmediatamente  en  agravio  y  ultraje  de 
todo  el  Ilustre  Concejo  Capitular,  era  de  sentir  que  en 
atención  á  que  estos  procedimientos  eran  sumamente 
nocivos  y  contrarios  al  buen  orden  y  tranquilidad  pública, 
no  se  hallaban  otros  arbitrios  ni  remedios  legales  para 
remediar  los  males  que  sufre  este  pueblo,  sino  que  el 
Ilustre  Ayuntamiento  acuerde,  como  corresponde,  que  el 
gobernador  intendente  debe  dejar  el  mando  político  y 
militar  por  convenir  así  al  mejor  servicio  de  Dios,  del  rey  y 
de  la  causa  pública,  pues  solamente  de  este  modo  encuen- 
tra el  asesor  consultado  se  logrará  la  tranquilidad  y 
reposo  tan  reencargados  por  las  leyes  en  todos  los  do- 
minios de  Su  Magestad  Católica.  Que  para  esto  debe 
tenerse  presente  los  acaecimientos  y  movimientos  de 
tropas,  cañones  y  demás  armas  introducidas  á  estas  casas 
consistoriales;  y  que,  por  último,  debe  el  Ilustre  Cabildo 
acordar  que  dichos  mandos  político  y  militar  se  depositen 


mSTORU  DB  aOEMBS  Y  DS  SALTA— CAPÍTULO  VIU       408 

con  arreglo  á  las  leyes,  en  el  señor  alcalde  de  primer  voto 
y  oñcial  militar  de  mayor  graduación  que  haya  en  esta 
ciudad  para  que  se  haga  cargo  inmediatamente  del  mando 
de  dichas  armas,  y  que,  con  la  misma  prontitud,  retire 
todas  las  tropas  y  aparatos  de  guerra  con  que  dicho  go- 
bernador está  intimidando  y  oprimiendo  al  pueblo. » 

Por  estas  causales  y  por  este  dictamen  que  el  goberna-r 
dor  llegó  &  clasiflcar  de  «audacia  y  blasfemia  políti- 
ca, »  fueron  igualmente  presos  como  el  licenciado  Ta- 
mayo,  los  Dres.  Saravia  y  Blanco,  pues,  como  lo 
decía  Izasmendi  al  cabildo,  el .  síndico  procurador  « se 
había  coaligado  con  los  abogados  D.  Gabino  Blanco  y  D. 
Santiago  Saravia  que  han  hecho  de  asesores  del  Ilustre 
Cabildo,  inflamándolo  y  electrizándolo  para  que  promueva 
la  anarquía  en  esta  provincia. » 

Para  pensar  y  obrar  así,  Izasmendi  contaba  con  anteceden- 
tes que  recordó  en  aquella  oportunidad  y  que  revelaban 
el  carácter  que  revestían  aquellos  sucesos  de  Salta  en  su 
naturaleza  y  en  su  objetivo,  pues  ya  en  1809,  el  virrey 
le  decía  en  comunicación  reservada,  que  hacía  ahora 
conocer  del  cabildo:— «  He  tenido  positiva  noticia  de  que 
en  esa  ciudad  hay  cierto  número  de  abogados  que  vierten 
públicamente  especies  subversivas  contra  los  supremo^ 
derechos  de  nuestro  augusto  soberano  sobre  estos  domi- 
nios, produciéndose  con  la  mayor  libertad. »    1). 

Siguiendo  así  las  cosas,  una  inmensa  masa  popular,  es- 
truendo soberbio  de  la  opinión  de  un  pueblo  altivo  y  ul- 
trcgado  y  á  la  cual  el  gobierno  denominó  de  «escanda- 
losa asonada»,  llevó  al  cabildo  á  que  continuora  sus 
acuerdos,  á  pesar  de  estar  entrada  ya  la  noche,  sesionondo 
así  por  la  tercera  vez  en  aquel  die.  Izasmendi,  temeroso 
ante  el  aspecto  amenazador  que  iban  tomando  los  sucesos, 
envia  una  comisión,  presidida  por  el  obispo,  &  proponer  á 
los  letrados  presos  la  libertad  y  satisfacción  del  ultraje» 
pero  estos  patriotas,  en  plena  sala  capitular  donde  tienen 


1)  Comanicaeion  del  Yirrey  Cisneros  al  gobernador  de  Salta,  de  27  de  Nov. 
de  1809,  inserta  en  el  testimonio  del  expediente  formado  con  motivo 
de  estas  desinteli^encias  del  cabildo  con  el  gobernador  Izasmendi  en 
razón  de  la  elección  del  diputado  á  la  Junta  y  de  las  ruidosas  inci- 
dencias que  produjo,  y  expedidos  ft  solicitud  de  D.  Juan  Esteban  Ta- 
mayo,  que  existen  noy  en  nuestro  poder. 


410  DB.  BERNARD  OFRIAS 

lugar  las  conferencias,  respondieron  que  aceptaban  lo  pro- 
puesto «  siempre  que  el  gobernador  dejase  el  mando. » 

El  cuerpo  capitular  siguió  su  contienda  política,  aparte 
de  estas  sus  incidencias,  con  el  gobernador  que  se  pre- 
sentaba rodeado  de  lodo  un  bélico  aparato.  Porque  como 
la  elección  de  diputado  fuera  la  causa  principal  que  inte- 
resaba apasionadamente  &  ambas  autoridades,  vencidos  el 
gobernador  y  su  partido  en  el  cabildo  abierto  del  25  de 
Junio;  rechazada  allí  mismo  su  proposición  de  ampliar  la 
convocatoria  para  un  nuevo  cabildo  sin  excepción  de  su- 
fragantes, procedió  por  su  sola  cuenta  mandando  fijar  el 
29  de  Junio  carteles  en  lugares  públicos  citando,  de  esta 
inusitada  manera,  á  cabildo  abierto  á  cuanto  español  eu- 
ropeo ó  americano  habitara  por  Salta,  para  que  eligiera  el 
diputado  á  la  Junta. 

Queriendo,  así  mismo,  explicar  su  proceder  en  el  que 
arrebataba  las  facultades  mas  propias  del  cabildo  y  violaba 
lo  acordado  sobre  el  asunto  en  la  última  asamblea,  decia 
que  usó  antes  de  condescendencia  con  el  cabildo  «para 
atraerlo  con  razón  y  suavidad  al  desempeño  de  sus  de- 
beres; pero,  conociendo  después  por  una  amarga  espe- 
riencia  que,  dejándose  llevar  de  mal  intencionados  influ- 
jos, se  tiraba  á  ganar  tiempo  para  desahogar  pasiones  y 
aflanzar  particulares  intereses,  tuvo  este  gobierno  por 
conveniente  y  necesario  avivar  la  convocatoria  del  pue- 
blo. » 

Como  el  cabildo  resistiera  á  esta  nueva  usurpación  y  se 
complicara  su  actitud  política  con  las  que  originaron  las 
prisiones  del  alcalde  Cornejo  y  de  los  asesores  letrados 
del  ayuntamiento,  el  gobernador,  avanzando  mas,  resuelve 
y  ordénala  prisión  de  este  ilustre  cuerpo.  Ante  este  nuevo 
atentado,  el  cabildo,  altivo  y  valeroso,  se  dirije  al  gobernador 
diciéndoleen  este  digno  y  enérgico  lenguaje:— «Siendo  todo 
ayuntamiento,  concejo  ó  cabildo  en  quien  se  halla  depo- 
sitada toda  la  confianza  y  seguridad  de  los  pueblos,  venerando 
en  sus  capitulares  otros  tantos  padres  de  la  República,  nada 
bueno  pueden  esperar  de  ellos  si  sus  individuos  son  tenidos 
por  malos  y  dignos  de  prisión  vergonzosa,  exclusiva  de  sus 
privilegios  y  exenciones  como  lo  han  sido  los  de  este  cabil- 
do por  orden  de  usia.  Ignórase,  señor  gobernador,  que  usía 


HISTORIA  DE  GOJSMBS  Y  D£  SALTA— OAPlTULO  VIU       4U 

sea  arbitro  de  la  vida,  del  honor  y  buena  reputación,  y 
que  las  armas  destinadas  para  la  defensa  de  los  dere- 
chos y  dominios  del  soberano,  sean  aplicables  contra  las 
leyes  reales,  contra  las  autoridades  superiores  y  contra 
los  derechos,  exenciones  y  prerrogativas  privativas,  posi- 
tivas y  exclusivas  que  se  reserva  todo  pueblo.  Si,  señor 
gobernador;  preso  estuvo  todo  este  cabildo;  la  causa, 
por  suponerse  ó  formarse;  y  amenazado  por  oflcio  de  usia 
que  en  el  dia  seis  y  siguientes  tomaría  contra  él  la  provi- 
dencia que  corresponda,  y  no  se  la  ha  visto;  preso  hasta 
el  dia  el  sindico  procurador  general  como  reo  de  estado; 
y  presos,  por  último,  los  asesores  que  eligió  el  cabildo, 
ignorantes  todos  de  sus  causas.  Estamos  todos  en  el  caso 
de  ignorar  las  leyes  que  gobiernan  y  que  no  hay  segu- 
ridad en  las  del  soberano.  No  hay  letrado  que  se  atreva 
á  dar  consejo;  procurador  que  pida  por  el  público  ni  regi- 
dor que  se  atreva  ú  hacer  uso  de  su  oflcio,  así  por  la  des- 
confianza motivada  del  público  como  por  el  temor  de  las 
armas  con  que  está  impedida  la  jurisdicción,  la  libertad 
y  natural  defensa;  por  consiguiente,  si  usia  no  manifiesta 
las  facultades  superiores  que  tiene  y  si  no  satisface  á  los 
agraviados  con  sus  competentes  y  válidas  causas,  ó  se 
les  da  la  debida  satisfacción,  no  hay  cómo  se  forme  ca- 
bildo alg:uno;  carecerá  el  pueblo  de  sus  lejítimas  atencio- 
nes y  aun  de  la  administración  de  justicia;  será  usia  solo 
para  ella;  solo  también  para  usia  las  resultas,  no  quedán- 
donos otro  arbitrio  que  huir  del  ultrage.  Con  la  prisión 
inmediata  de  todo  este  cuerpo  y  sus  asesores,  tiene  usia 
ya  conseguido  verle  sin  ojos,  por  que  no  tiene  letrado 
que  lo  dirija;  á  la  patria  huérfana  y  desamparada,  porque 
no  hay  quien  trate  ni  pida  lo  que  le  conviene.  Los  mas 
de  los  miembros  capitulares  van  huyendo  del  aparato  bé- 
lico diario  y  de  la  fuerza  que  reina  contra  todos  sus  dere- 
chos. Los  cabildantes  de  esla  última  gestión,  no  desma- 
yando del  entusiasmo  patriótico  ni  del  constantísimo  y 
fiel  amor  de  su  rey  y  señor  D.  Fernando  Séptimo,  á 
nombre  de  este  exhortan  y  requieren  á  usia  tengan  el 
debido  despacho  las  solicitudes  pendientes;  que  se  dé  al 
cuerpo  una  pública  satisfacción;  que  no  se  oprima  ni  se 
atemorice  al  pueblo;  que  se  dé  libertad  y  satisfacción  á  los 


419  DR.  BERNARDO  frías 

reclamodos  presos,  que,  con  la  composición  que  con  estos 
solicitó  usia,  está  probada  su  inocencia.  >> 

Izasmendi  asediado  por  el  elemento  español  y  cerciora- 
do por  estoá  anuncios  que  la  revolución  que  minaba  su 
autoridad  partía  del  seno  del  cabildo,  mantuvo  en  prisión 
&  los  capitulares  sospechosos.  Eran  estos  D.  Antonino 
Fernández  Cornejo,  D.  Nicolás  Arias,  D.  Calixto  Gauna,  D. 
Mateo  Zorrilla,  D.  José  Francisco  Boedo,  el  licenciado  D. 
Juan  Esteban  Tamayo  y  los  asesores  letrados  D.  Santiago 
Saravia    y   D.  Gabino  Blanco. 

Sorprendidos  y  asegurados  en  prisión,  aquellos  hom- 
bres vinieron  á  encontrarse  en  la  situación  mas  difícil, 
afligente  y  terrible.  La  causa  por  que  hablan  sido  asegu- 
rados y  se  miraban  ahora  reos  do  sonado  proceso,  era 
ante  las  leyes  españolas  y  ante  la  apasionada  interpreta- 
ción de  sus  jueces,  el  crimen  insigne  de  alboroto  de  la 
tierra,  de  rebelión  contra  el  rey  y  de  alta  traición,  cuyo 
castigo  aparatoso  y  terrible  por  el  oprobio  y  la  infamia 
que  entrañaba  era,  por  lo  común,  la  muerte  de  horca  para 
los  gefes;  prisión  larga  sino  perpetua,  el  destierro  y  la 
conflscacion  de  los  bienes  para  los  demás.  Aun  se  recor- 
daba por  aquellos  tiempos  que,  treinta  años  atrás,  llenaron 
de  espanto  y  de  terror  las  poblaciones  peruanas  los  castigos 
de  Tupac-Amarú  y  su  familia,  vastagos  desventi^rados  de 
los  remotos  incas;  y  frescas  y  vivas  se  mantenían  en  la 
memoria  de  todos  las  revoluciones  que,  con  ñnes  seme- 
jantes, el  año  anterior  hablan  conmovido  dos  capitales  del 
Alto  Perú. 

Mirándose  perdidos,  resolvieron,  pues,  en  cierta  noche 
tocar  un  supremo  recurso,  cual  era  el  comunicar  á  la 
Junta  de  Buenos  Aires  el  peligro  de  su  situación  y  el  que 
amenazaba  á  la  patria  bajo  un  gobierno  enemigo  de  su 
causa,  y  reclamar  el  mas  pronto  auxilio  de  su  brazo, 
redactando,  con  este  fln,  la  exposición  del  suceso  y  la 
solicitud  de  su  amparo. 

Aquellos  presos,  incomunicados  en  los  altos  del  cabildo, 
se  hallaban  impedidos  de  poder  hacer  llegar  sus  quejas 
al  gobierno  de  la  capital;  y  fué  entonces  que  el  ingenio  y 
el  valor  personal  superaron  á  cuantas  diflcultades  se 
opusieron  á  su  empeño.    Acordaron,  al  efecto^  que  uno 


HISTORIA  DE  GOSMBS  T  DB  SALTA -<)APITUL0  Vm       419 

de  ellos,  evadiéndose  de  la  prisión.  Se  encargara  de  poner 
el  pliego  en  manos  de  la  Junta.  Para  esto  echaron  suertes, 
y  fué  designado  por  el  sino  el  regidor  coronel  D.  Calixto 
Gauna. 

En  esa  misma  hora,  atando  aquellos  hombres  las  extre- 
midades de  sus  capas,  pues  era  el  rigor  del  invierno, 
formaron  con  ellas  una  cuerda  original  y  por  ella  fué 
descolgado  Gauna  desde  uno  de  los  balcones  del  cabildo 
y  puesto  en  inmediata  fuga.  Después  de  un  vi^je  &  lomo 
de  caballo  de  mas  de  trescientas  leguas  coronadas  de  pe- 
ligros de  muerte  y  corridas  sin  descanso,  dia  y  noche, 
D.  Calixto  Gauna  se  presentó  á  la  Junta  de  la  capital  en 
el  brevísimo  espacio  de  ocho  días,  cuya  vertiginosa 
rapidez  colmó,  como  era  natural,  la  admiración  y  el 
asombro  de  Buenos  Aires.    1). 

Muestra  es  esta  del  vigor  y  resistencia  física  como  de 
la  presencia  de  ánimo  y  de  la  valerosa  temeridad  de  los 
hombres  de  aquellos  dias,  mucho  mas  cuando  se  piense, 
cuando  se  recuerde  que  aquel  viagero,  perseguido  por  los 
agentes  del  gobierno,  debia  pasar  casi  solo  aquella  famosa 
ruta  de  Buenos  Aires,  por  esos  bosques  del  sur  de  Tucu- 
man,  por  aquellas  llanuras  desoladas  de  Santiago  y  de 
Córdoba,  atravesadas  de  bandas  de  asesinos  y  malhecho- 
res, y  por  aquellos  campos  salvajes  de  Santa  Fé,  donde  las 
caravanas  de  los  viageros  ordinarios  se  veian  obligadas 
á  marchar  con  escolta  armada  y  á  librar,  á  las  veces, 
combates  á  bala  para  salvar  la  vida  y  las  carretas  car- 
gadas de  sus  negocios. 

Inmediatamente  de  arribar,  Gauna  se  presentó  ú  la  Junta 
y  esta,  impuesta  de  la  fecha  de  la  comunicación,  ordenó 
al  comisionado,  admirada  y  conmovida,  pasara  á  descan- 
sar. Después  de  un  sueño  de  veinte  y  cuatro  horas,  tor- 
nó al  siguiente  dia  camino  á  Salta,  conductor  del  nom-t 
bramiento  de  gobernador  de  esta  intendencia  hecho  en  la 
persona  del  coronel  D.  Feliciano  Chiclana,  hombre  de  ca- 
rácter terrible,  cruel  y  terrorista,  que  debia  encontrarlo  á 
su  paso  de  Córdoba  adelante,  con  alguna  fuerza,  ocupado 
en  la  persecución  de  los  conspiradores  realistas  de  aque- 


1)  ZiNHY,  H%9t,  de  los  Gobernadores,  T.  Ill  p¿g.  974  corroborado  y  ampliado 
este  dato  con  la  tradición  recogida  en  la  familia  de  Gauna,   en  Salta. 


414  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

Ha  capital  que,  huyendo  del  ejército  expedicionario  de  lá 
Junta,  tomaban  rumbo  al  norte,  con  el  intento  de  hacerse 
fuertes  en  Salta  ó  en  Tupiza,  al  abrigo  de  las  fuerzas  de 
Nieto. 
Con  rapidez  igual  é  la  de  su  partida,  Gauna  estuvo  de  vuelta 

en  Salta  el  décimo  sexto  día,  trayendo  á  su  lado  &  Ghi- 
clana.  Notiñcado  el  gobernador  de  su  presencia  y  reque- 
rido por  el  enviado  de  la  Junta  ser  reconocido  en  el 
carácter  que  revestía,  fué  recibido  en  audiencia  público, 
por  el  cabildo,  libre  entonces  de  su  prisión  merced  á  su 
orden  y  presencia,  que  se  congregó  para  ello  ese  mismo 
dia,  23  de  Agosto,  I>qjo  la  presidencia  de  Izasmendi  y  eu 
medio  de  las  aclamaciones  de  una  delirante  ola  popular. 
El  denodado  Gauna  participaba  de  aquella  sesión  memo- 
rable y  de  la  ovasion  de  sus  conciudadanos,  mostrando 
al  pueblo  la  prueba  dolorosa  de  su  sacriflcio  con  la  infla- 
mación de  sus  pies  de  lo  mucho  que  trabajaron  sobre  los 
estribos,  y  á  tal  extremo,  que  vino  ú  postrarlo  en  cama 
por  dos  meses  el  peso  de  su  dolencia.  1). 

Ante  el  ayuntamiento  asi  reunido,  el  coronel  Ghiclana 
hizo  manifestación  y  entrega  del  despacho  de  la  Junta  de 
Buenos  Aires  que  le  confería  el  gobierno  interino  de  Salta, 
á  cuya  vista  se  resolvió  con  indecible  júbilo,  posesionarlo 
inmediatamente  del  mando,  prestando  allí  mismo  el  jura- 
mento exigido  por  las  reales  ordenanzas. 


XIV 


Así  fué,  y  de  esta  tan  dramática  manera,  que  terminó 
en  Salta  aquel  dia  memorable,  la  dominación  española, 
siendo  el  gobernador  D.  Severo  de  Izasmendi  el  último  de 
sus  representantes. 

Pero  el  gobierno  de  la  revolución  habia  resuello  por  un 
lamentable  error,  en  aquellos  dias,  llevar  su  credo  liberal, 
su  propaganda  y  afianzamiento  en  el  corazón  del  país  por 
medio  del  terror  y  de  la  muerte.  Aquellas  energías  ter- 
roristas con  que  se  iniciaba  la  revolución  en  sus  proclamas 


1)  Tradición  ¿ntes  citada.    Acuerdo  del  cabildo  de  Salta,  de  28  de  Agosto. 


HISTORIA  DE  GÚEICBS  Y  DE  SALTA—GAPlTULO  VIU       415 

y  mas  aún  en  sus  hechos,  eran  inspiradas  en  el  seno  del 
gobierno  de  la  Junta  por  la  arrogante  entereza  del  Dr.  D. 
Mariano  Moreno  y  ejecutadas  por  sus  agentes  mas  con- 
vencidos, el  Dr.  Castelli  y  el  coronel  Ghiclana,  y  así  se 
vio  que,  cumpliendo  con  esta  política,  su  representante  en 
Salto  ordenara,  como  primera  providencia  al  hacerse  car- 
go del  gobierno,  la  inmediata  prisión  de  Izasmendi  y  su 
envío,  con  una  barra  de  grillos,  á  Buenos  Aires  para  ser 
juzgado. 

De  tan  ruidosa  manera  el  gobernador  Ghiclana  abrió 
el  régimen  del  terror  con  amenazas  de  muerte  contra  todo 
enemigo  de  la  patria  en  Salta,  lo  que  la  ponderación  de 
la  pasión  política  de  sus  habitantes  y  la  efervescencia  del 
espíritu  público  por  la  libertad  irritado  y  en  animosidad 
creciente  contra  sus  opresores,  disculpaba  y  á  menudo 
aplaudía  y  aun  sostenía  con  sus  consejos,  reclamos  y 
personas.  Mas  como  en  el  pecho  de  los  españoles  no  pu- 
diera contenerse  ni  con  la  amenaza  ó  el  ejemplo  la  impe- 
tuosidad de  sus  pasiones  por  el  predominio  metropolitano 
y  por  el  culto  del  rey,  para  ellos  de  sagrado  rito,  á  lo 
que  denominaban  honrada  lealtad  del  vasallo  del  mejor 
de  los  reyes  y  fuera  en  los  sáltenos  superior,  si  es  que 
hay  superioridad  posible,  el  enardecimiento  por  la  liber- 
tad hasta  llegar  á  las  lindes  del  delirio  y  la  locura,  espe- 
cialmente en  lo  juventud  y  en  la  mujer,  llegó  6  contem- 
plarse el  fenómeno  harto  extraño  y  curioso  en  verdad; 
noble  y  heroico  bajo  un  aspecto,  pues  ahogal3a  por  la  pa- 
tria todos  los  gritos  del  corazón,  á  la  manera  de  Bruto 
el  romano,  y  condenable  y  repugnante  y  cruel  por  otro; 
lijereza  y  crueldad  disculpables  solo  por  la  extrema  ju- 
ventud, por  el  enceguecímiento  engendrado  por  la  mas 
noble  de  las  pasiones  políticas  en  sus  horas  mas  ajitodos 
y  ardientes,  en  el  cual  llegóse  á  ver  á  los  hijos  conspi- 
rando contra  la  existencia  de  sus  padres  españoles,  dela- 
tando su  realismo  á  Ghiclana. 


XV 


Sin  embargo,  fuera  de  1q  crueldad  usada  para  con  Izas- 


416  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

mendi,  la  sofocación  de  los  trabajos  realistas  en  Salla  solo 
fué  impuesta  con  medidas  de  menor  entidad;  y  aterrori- 
zados los  enemigos,  vióselos  cooperar  con  su  hacienda  en 
gruesas  cantidades,  y  &  pesar  de  su  fe  de  españoles,  al 
auxilio  de  la  expedición  que  llegaba  de  Buenos  Aires  rum- 
bo al  Perú  y  en  contra  de  sus  parciales  y  amigos. 

Llamóse  el  donativo  de  Salta  esta  primera  exposición  de 
sus  auxilios,  cuya  puerta  abierta  en  aquel  dia,  no  deberla 
cerrarse  mientras  hubieran  enemigos  de  la  patria.  Espa- 
ñoles y  sáltenos,  realistas  y  patriotas  formaron  sus  colum- 
nas y  entregaron  su  ofrenda,  los  unos  por  la  fuerza  y  el 
temor,  los  otros  con  la  largueza  con  que  sacriflcarian  por 
la  causa  todos  sus  bienes  y  porvenir. 

La  generosidad  de  su  patriotismo  se  revelaba  hasta  en 
la  forma  del  ofrecimiento.  Algunos,  como  el  Dr.  D.  Luis 
Bernardo  de  Echenique,  cura  de  la  Caldera  y  de  Perico, 
se  obligaba  á  mantener  las  tropas  de  Balcarce  durante  su 
paso  por  Cobos;  el  teniente  coronel  D.  Lorenzo  Martínez 
de  Mollinedo,  español  añilado  á  la  revolución  desde  el 
primer  dia,  á  mas  de  su  cuota  en  dinero,  entregaba  50  ca- 
ballos para  el  transporte  de  las  tropas  y  el  ganado  suñcien- 
te  para  sostener  el  ejército  desde  la  puerta  del  Rosario  de 
la  Frontera  hasta  la  de  Concha;  D.  Vicente  Toledo,  el  dinero 
de  su  cuota,  100  caballos  apostados  en  su  hacienda  de  Ya- 
tasto,  célebre  mas  tarde,  y  el  sostenimiento  de  las  tropas 
al  pasar  por  todas  las  postas  de  su  territorio.  Gorriti  y 
Puch   ofrecieron  también  su  fortuna  desde  aquel  dia. 

Bajo  otro  aspecto,  aquellas  inscripciones  para  la  guerra 
se  hacían  igualmente  singulares,  por  que  si  los  militares 
y  demás  hombres  de  acción  ofrecían  á  la  vez  que  su  dine- 
ro sus  personas,  el  canónigo  Dr.  D.  José  Gabriel  de  Figue- 
roa  entregaba  la  mitad  de  su  sínodo  y  el  Dr.  D.  Santiago 
Saravia  colocaba  la  ofrenda  á  la  patria  en  nombre  de  su 
esposa,  D^.  Josefa  Tejada,  como  igualmente  lo  hacía  D. 
Román  Tejada  por  la  suya,  D^.  Magdalena  Güemes,  tan 
celebrada  mas  tarde  en  los  anales  de  la  revolución. 

Las  damas  de  Salta  manifestábanse,  de  esta  manera,  no 
menos  entusiastas  y  decididas  que  sus  hombres,  haciéndo- 
se inscribir  en  la  colecta  de  auxilios  para  la  patria,  como 
la  primer  acta  de  empadronamiento  de  sus  defensores 


fflSTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA-CAPlTÜLO  VIU       417 

que  comenzarían,  desde  aquella  hora  sagrada,  á  recorrer 
el  camino  empinado  de  las .  sublimes  amarguras  y  de  la 
gloria.  Y  así  vióse  figurar  inscriptas  en  el  donativo,  &  da- 
mas como  aquellas,  del  mas  alto  rango  y  como  á  D»  Faus- 
tina  Arias,  como  á  D*.  Vicenta  de  Figueroa  y  sus  hijas, 
separadamente,  D».  Luisa  y  D»,  Juana  de  Ibazeta,  jóvenes 
que  en  aquellos  días  comenzaban  á  llenar  con  su  luci- 
miento los  salones  de  la  aristocracia  y  de  la  fortuna. 


XVI 


Al  extenderse  las  primeras  noticias  de  la  revolución  y  de 
la  guerra,  y  dilatarse  la  conmoción  en  el  espíritu  público,  los 
hombres  que  tenian  el  prestigio  y  eran  dueños  del  respeto 
de  las  poblaciones  rústicas,  comenzaron,  desde  el  primer 
momento,  á  organizar  las  milicias  de  la  campaña  empuñan- 
do las  armas  por  la  patria,  preparando  grupos  de  caballería 
forniados  de  sus  clientes,  llevados  de  su  propia  inspiración 
y  sostenidos  con  sus  propios  recursos,  desde  los  primeros 
momentos  del  peligro. 

Durante  aquellos  primeros  dias  de  1810,  efstos  movimien- 
tos de  semblante  belicoso  y  esta  militarización  que  comen- 
zaba á  extenderse  y  alarmar  la  campaña,  no  obedecía  á 
base  alguna  ó  plan  uniforme  concebido  y  mandado  realizar 
especialmente  por  el  gobierno;  ero  la  revolución  popular 
que  comenzaba  A  presentar  sus  fuerzas  y  á  acariciar  los 
ensueños  de  su  triunfo.  Eran,  por  lo  general,  movimien- 
tos aislados,  verificados  por  la  propia  cuenta  de  sus  cau- 
dillos, pero  llenos  todos  del  mismo  espíritu,  del  mismo 
afán  de  ofrecerse  como  auxiliares  de  la  causa  común; 
fisonomía  que  muestran  siempre  todas  las  revoluciones 
populares  sirviendo,  por  lo  pronto,  para  burlar  las  comu- 
nicaciones del  enemigo,  para  suministrar  auxilios  opor- 
tunos y  para  dilatar  el  espíritu  revolucionario  con  la  emu- 
lación y  el  prestigio  siempre  prodigiosos  de  la  libertad. 
Por  que  corresponde  confesar  que  fué  solo  desde  1812  que 
el  movimiento  de  verdadera  resistencia  armada  de  las 
campañas  se  hizo  sentir  en  su  gran  eficacia  y  poderío, 
enardecido  entonces  hasta  la  desesperación  y   la  rabia   el 


418  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

ánimo  con  el  odio  al  extrangero,  convertido  en  invasor, 
por  toda  la  dilatada  extensión  de  Salta  y  de  Jujuy.  Entre 
aquellos  gefes  populares,  verdaderos  caudillos  de  la  co- 
marca, que  comenzaban  á  mover  las  masas  del  pueblo 
campesino,  ó  de  los  gauchos,  y  que  hablan  de  alcanzar 
gloriosa  celebridad  en  el  curso  de  la  revolución,  figura- 
ban, entre  cien  otros,  el  Dr.  D.  José  Ignacio  de  Gorriti, 
el  numen  político  de  la  revolución  en  el  norte,  que  cuida- 
ba de  sus  valiosos  intereses  en  su  hacienda  de  los  Hor- 
cones, la  heredad  paterna,  labrando  la  tierra  y  cuidando 
de  sus  ganados;  su  hermano  D.  José  Francisco  de  Gorriti,  fa- 
moso muy  luego  bajo  el  nombre  popular  de  Don  Pachi, 
llegaba,  desde  la  Banda  Oriental,  donde  habia  pasado  su 
primera  juventud,  ú  levantar  sus  gauchos,  aquellos  céle- 
bres lanceros  que  no  debían  pedir  ni  dar  cuartel;  D.  Pablo 
Latorre,  en  fin,  y  D.  Pedro  José  Saravia,  destinado  á  ser 
el  primer  gefe  de  la  guerra  de  partidarios,  completaban  lo 
mas  prominente  entre  los  gefes  de  las  regiones  del  sur 
y  del  oriente;  por  el  norte,  allá  en  Oran  y  en  los  valles 
vecinos  de  Santa  Victoria  y  de  San  Andrés,  D.  Manuel 
Eduardo  Arias  ponia  al  servicio  de  la  nueva  causa  su  in- 
teligencia brillantísima  de  gran  militar  y  su  prestigio  en 
aquella  zona  que  habia  de  convertirla  muy  en  breve,  en  el 
campo  de  sus  hazañas. 

Pero,  sobresaliendo  entre  todos  ellos  por  la  excelencia 
de  sus  condiciones  de  mando;  por  su  infatigable  actividad; 
por  sus  antecedentes  militares;  por  su  prestigio  irresisti- 
ble sobre  la  gente  campesina;  por  su  actuación  oficial  en 
los  primeros  dias  al  lado  de  Pueyrredon  y,  finalmente,  por 
su  entusiasta  fervor  por  la  causa  de  la  patria,  otro  joven, 
como  Saúl,  alzaba  su  cabeza  superior  entre  la  multitud 
y  comenzaba  á  imponerse  como  una  hermosa  esperanza 
en  el  ánimo  mismo  del  nuevo  gobierno.  Era  D.  Martin 
Güemes,  oficial  de  línea  que  habia  hecho  su  aprendizage 
sentando  plaza  de  cadete  el  13  de  Febrero  de  1799,  y  á  los 
14  años  de  edad,  en  el  regimiento  de  infantería  de  Buenos 
Aires,  destacado  en  Salta;  y  que  habla  concurrido,  mas 
tarde,  á  compartir  de  las  gloriosas  jornadas  habidas  en 
Buenos  Aires  contra  los  ingleses,  de  donde  había  regresado 
con  el  grado  de  teniente  de  granaderos  de  Fernando  VIL 


fflSTORIA  DE  GÚEMES  Y  DE  SALTA— CAPÍTULO  Vm        419 

Había  nacido  en  Salta  el  8  de  Febrero  de  1785  y  contaba, 
en  1810,  veinticinco  años  de  edad.  Era  de  noble  estirpe, 
con  vinculaciones  de  igual  categoría  en  la  sociedad  de 
Jujuy,  ú  la  que  estaba  ligado  por  la  línea  materna;  como  que 
su  padre,  el  español  D.  Gabriel  de  Güemes  Montero,  Tesorero 
de  real  hacienda  y  Comisario  de  guerra  en  la  provincia 
de  Salta,  habia  casado  con  D*.  Magdalena  de  Goyechea  y  la 
Corte,  de  la  casa  del  general  D.  Martin  Miguel  de  Goyechea, 
célebre  en  las  leyendas  militares  de  aquella  tierra,  y  popular- 
mente conocida  con  el  mote  de  la  Tesorera,  por  que,  como 
era  entonces  de  costumbre,  habíase  extendido  hasta  ella, 
en  el  lenguage  social,  el  título  con  que  era  conocido,  por 
su  empleo,  su  primer  marido,  el  Tesorero  Güemes.    1) 

La  Tesorera  dama  fué  de  belleza  singular  y  celebrada  entre 
las  numerosas  de  su  época,  y  llegó  á  alcanzar,  durante  los 
azares  de  la  revolución,  ascendiente  y  predominio  tan  pode- 
rosos y  prestigio  y  popularidad  tan  ardientes  é  intensos  entre 
las  masas  populares  de  la  ciudad  y  de  la  campaña,  que 
ocasión  hubo  en  que  llegó  á  intimidar  y  colocar  en  sofo- 
cante aprieto  al  gobierno  que  sucedió  al  que  presidió  su 
hijo  hasta  1821,  forzándolo  á  confesarse  impotente  de  pro- 
ceder ante  el  empuje  de  popularidad  tan  notoria,  tan  in- 
mensa y  tan  temida,  2).  Cuando  años  mas  tarde  el  favor 
de  los  hados  y  de  la  gloria  llevaran  á  aquel  su  hijo  é  las 
alturas  del  gobierno,  aquella  hermosa  jujeña  serla  intro- 
ducida al  salón  de  las  grandes  ñestas  del  brazo  del  joven 
gobernador  que  era  aguardado  con  ceremoniosa  etiqueta, 
como  era  de  uso  para  su  cargo  en  ocasiones  semejantes; 
donde  el  esclavo  dejaría  en  libertad  la  larga  cola  de  su  vesti- 
do al  pasar  de  los  umbrales  del  salón,  para  que  ella,  sostenida 
por  su  hijo,  vestido  de  brillante  gala,  paseara  en  torno  de 
aquel  espacio  y  tomara  recien  asiento  en  seguida,  para 
formar  luego  con  él  la  pareja  que  habia  de  bailar  el  pri- 
mer minuet,  iniciador  de  la  fiesta. 

Martin  Migubl  Juan  db  Mata  era  el  nombre  con  que 
aquel  joven  y  activísimo  oficial  aparecía  inscripto  en  los 
libros  bautismales  de  la  catedral  de  Salta.    Los  suyos,  su 


1)  De  viuda,  casó  con  D.  José  Francisco  Tineo. 

2)  Acta  de  la  sesión    extraordinaria  de  la  H.  Junta  de   Representantes, 
de  11  de  Junio  de  182^^Archivo  de  Salta. 


490  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

pueblo  y  en  su  tiempo,  solo  lo  conocieron  con  el  nombre 
de  Martin  Gübmes;  con  él  debe  posar  &  la  historia. 

Era  hijo  de  casa  noble,  de  raza  pura  española  y  su 
familia  era  contada  entre  las  mas  distinguidas  de  Salta^ 
y  no  de  escasos  recursos;  por  lo  que  venia  á  tener  vincu- 
laciones de  parentesco  con  hogares  visibles  de  esta  socie- 
dad y  de  la  de  Jujuy,  y  relaciones  sociales  de  la  mayor 
importancia  adquirida  en  lo  mas  respetable  y  pudiente 
de  aquellas  dos  sociedades.  Venía  á  ser,  por  ende,  dueño 
de  estos  los  mejores  elementos  de  flguracion  en  su  tiempo; 
y  como  había  nacido  y  había  sido  creado  en  aquel  centro 
de  la  aristocracia,  del  lujo,  de  la  riqueza,  de  la  cultura 
notoria  y  del  buen  tono  que  fueron  gala  y  orgullo  de  las 
sociedades  del  norte  en  tiempo  de  la  colonia,  GOemes 
adquirió,  desde  los  primeros  años  y  al  amparo  de  su  fa- 
milia, esmerada  educación  social,  cual  era  de  ley  la 
recibiera  entonces,  con  mayor  ó  menor  perfeccionamiento 
en  el  futuro,  toda  la  juventud  de  su  posición  y  de  su 
clase,  la  que  se  tornaba  á  menudo  mas  atrnyente  y  ori- 
ginal, si  puede,  con  la  vivacidad  que  recogía  el  espíritu 
mediante  aquellos  viajes  al  Perú,  6  Lima,*  y  mas  tarde 
á  Buenos  Aires,  á  la  que  GQemes  visitó  por  veces  repeti- 
das, empresas  que  desde  bien  temprana  edad  acometían 
por  lo  general,  al  lado  de  sus  mayores  y  por  vía  de 
aprendizage  y  adiestramiento,  todos  los  jóvenes  que  no 
se  dedicaban  á  los  afanes  intelectuales  de  los  colegios  y 
universidades  sino  á  la  carrera  del  comercio,  mas  pro- 
ductiva entonces  y  acaso  mas  liviana  aunque  mas  ruda, 
por  ser  mas  libre  y  novedoso  su  aprendizage.    1). 


1)  Su  educación  distinguida  y  esmerada  la  confiesa  el  Dr.  Vicente  F. 
Lopes  en  sus  estudies  sobre  la  SevoUicicn  Argenünaf  capitulo  XI,  quiea 
ad<}uirió  todos  los  datos  tradicionales  de  sus  conocidos  trabajos  his- 
tóricos, de  personas  que  conocieron  v  actuaron  con  el  ffeneral  Gflemes, 
como  D.  Victorino  Sola,  los  coroneles  D.  Manuel  Puch  y  D.  Rvariato 
Uriburu  y  el  Dr.  Vicente  López  y  Planes,  padre  del  citado  autor;— y 
también  el  Dr.  D.  Joaquín  Carrillo  en  su  Historia  Pnlüiea  y  CivÜ  de 
Jujuy  páj.  217,  donde  aemuestra  profesar  á  Güemes  una  apasionada 
enemiga  Es  digno  de  notarse  asi  mismo,  que  los  adversarios  de  in* 
tenso  apasionamiento  que  tuvo  Güemes  durante  su  gobierno  en  Salta, 
y  que  lo  afean,  victimas  de  la  parcialidad  v  del  encono  despertado 
por  las  luchas  internas  de  los  partidos  políticos  con  los  mas  hirien* 
tes  denuestos,  ninguno  de  ellos,  al  menos  entre  los  documentos  que 
hasta  el  presente  han  llegado  &  nuestro  conocimiento,  lo  acusa  de  falta 
de  educación  y  buen  trato  social,  de  torpe  ó  grosero  en  sus  relacionea 


HISTORIA  DE  GOEMSS  Y  DE  SALTA-CAPÍTULO  VIH       4fit 

Correspondía  á  estos  antecedentes  su  cultivo  á  la  buena 
sociedad,  su  buen  trato  y  maneras  con  que  en  aquellos 
centros  acostumbró  siempre  desempeñarse  sin  mengua 
de  su  nombre  y  de  la  posición  elevadísima  ú  que  lo  lleva- 
ron los  acontecimientos  y  sus  facultades,  sin  hollar  con 
sus  acciones  personales  en  ellos  los  fueros  y  honor  sociales 
y  mostrando  saber  cumplir  con  las  leyes  del  buen  tono  así 
en  las  funciones  oflciales  y  públicas  que  tuvo  mas  tarde 
que  desempeñar  en  el  laborioso  y  dilatado  periodo  de  su 
flgurooion  como  en  el  salón  mas  aristocrático  y  distingui- 
do, cuya  atmósfera  había  aprendido  á  respirar  desde  niño: 
mostrando  siempre  su  bizarra  flgura  por  todo  extremo 
lujosa,  é  inclinado  á  los  rigores  de  la  moda  en  el  treje  y 
en  la  barba  que  mas  tarde  cambió,  por  las  exigencias  de 
la  política,  en  un  sistema  original.  Si  los  acontecimientos 
posteriores  y  los  medios  que  se  pusieron  en  juego  bajo  su 
dirección  durante  la  formidable  contienda  con  España  lle- 
garon á  perturbar  la  opinión,  especialmente  entre  sus  ar- 
dientes adversarios  y  en  la  distancia  donde  resonaban  sus 
ecos,  resortes  fueron  necesariamente  empleados  por  aque- 
lla su  política  y  su  sistema  de  guerra  popular,  nueva, 
original  y  admirable.  Notorios  fueron  en  su  tiempo  estos 
hechos  en  la  sociedad  de  Salta,  y  error  tristísimo  sería  el 
opinar  respecto  de  él,  que  fuera,  y  menos  aún  en  1810, 
hombre  tosco,  rudo  y  repugnante  por  lo  ordinario  ante  las 
gentes  de  cultura,  como  el  suponerlo  ignorante  de  los  fue- 
ros de  la  civilización  ó  alzado  de  en  medio  del  elemento 
semi  t>árbaro  que  poblaba  los  campos  dilatados  del  terri- 
torio argentino. 

Por  su  trage,  por  sus  gustos,  por  sus  inclinaciones, 
Güemes  era  entonces  el  tipo  especial  del  joven  aristócrata 


con  las  gentes;  lo  que  es  digno  de  recordarse,  paes,  cierta  parte  del 
vulgo  ha  llegado  á  forcDarse  de  la  persona  de  Güemes,  la  idea  del 
gaucho  campesino,  ignorante  de  la  cultura  social  de  las  ciudades,  &  la 
manera  de  Quiroga  A  del  Chacho,  por  ejemplo,  sin  conocer  que  en 
S;ilt>)  tu  gente  decente,  como  se  llamó  entonces,  era  la  depositaría  de 
U  mi^jor  cultura  y  de  la  civilización  mas  adelantada  de  todos  los  pue- 
blos del  antiguo  virreinato,  y  que  estos  hombrea  distinguidos  intelec- 
tual y  socialmente,  fueron  los  que  levantaron  y  capitanearon  las  hues- 
tes de  gauchos  comunes  ó  gioetes  rústicos  y  pobres  de  la  campana, 
formando  la  brillante  falange  de  sus  ^efes  y  oficiales,  desde  Güemes, 
el  primero  de  todos  en  su  competencia  y  figuración  militar,  hasta  la 
mayor  parte   de  los  ofleiales  de  sus  fuerzas. 


^a 


DR.  BERNARDO  FRÍAS 


americftno,  que  guardaba  todos  los  gustos  y  las  costumbres 
de  su  tiempo;  por  que  sabía,  como  el  mejor,  ser  ginete  admi- 
rable sobre  el  caballo  de  mayores  bríos  y  pujanza,  á  quien 
domaba  sus  ímpetus  con  una  destreza  i\  que  el  bruto  se  ren- 
día, ú  la  postre,  como  ó  su  rey  y  señor;  y  conocer  y  manejar 
los  elementos  de  aquella  vida  y  ejercicios  del  campesino, 
como  el  pernoctar  bajo  el  solo  abrigo  de  un  árbol,  ü  la  luz 
de  las  estrellas,  ó  tomar  la  carne  asada  en  la  fogata,  lejos  de 
techo  urbano;  y  dormir  sin  mas  lecho  ni  mas  abrigo  que 
sus  arreos  de  ginete,  cualquiera  que  fuese  el  rigor  de  la 
estación;  y  manejar  con  destreza  maravillosa  el  lazo  lan- 
zado sobre  el  toro  ó  el  caballo  indómito  para  sujetarlo  á 
su  voluntad,  siñéndoselo  en  el  cuello,  en  el  brazo,  en  la 
uña,  en  el  cuerno  ó  en  el  punto,  en  fin,  mas  difícil  y  que 
mas  llamaba  su  antojo  ó  su  capricho,  haciendo,  así,  gala 
de  habilidad  y  destreza;  y  correr  sobre  fogoso  corcel 
clavándole  en  los  ijares  las  grandes  espuelas  de  plata 
que  alhajaban  medio  pió,  y  lanzarse  á  escape,  atravesando 
los  campos  abiertos  con  la  velocidad  pasmosa  del  relám- 
pago, ó  penetrando  ú  su  vez,  tendido  sobre  el  cuello  de 
su  cabalgadura,  para  cruzar  y  recorrerla  con  igual  rapidez  la 
selva  mas  densa,  enmarañada  y  espinosa,  donde  no  son 
osados  los  pájaros  á  competir  en  la  carrera,— prendas  eran 
estas  que  no  acusaban  relajación  ü  olvido  de  la  cultura  y 
del  sistema  de  vida  europea  que  guardaban  las  ciudades, 
que,  lejos  de  serlo,  formaban  las  cualidades  sobresalientes 
y  comunes  de  toda  la  juventud  varonil  de  aquellas  regiones 
que  poseían  sus  hei*edades  y  posesiones  rurales  en  una 
campaña  inmensa  y  desierta  en  zonas  dilatadas,  pobres 
en  recursos  de  comodidad  y  de  vida  holgada  y  moelle  y  en 
donde  se  inponían  ¡costumbres  y  hábitos  propios,  á  la 
manera  que  el  soldado  cambia  los  usos  urbanos  por  los 
del  campamento  militar,  cuya  físonomia  es,  en*  los  puntos 
fronteros,  tan  diferente  y  singular. 

Su  instrucción  no  salía  del  nivel  de  lo  común  entre  sus 
conciudadanos.  No  cursó  estudios  superiores;  por  que  como 
la  profesión  de  las  armas  fuera  la  elejida  por  sus  inclina- 
ciones desde  su  mas  temprana  juventud,  su  porvenir  no 
era  de  letrado  sino  dé  guerrero;  no  por  que  en  esta  clase 
de  ocupación  fuera  ajena  la  necesidad  de  la  instrucción 


HISTORIA  D£  G0fiBfE8  Y  DB  SALTA^-GAPlTüLO  VIU       4a» 

literaria,  sino  por  que  en  las  circuastancias  de  los  tiempos 
y  en  estas  latitudes,  la  carrera  militar  era  mas  práctica  y 
rutinaria  que  cientíñca;  condiciones  en  que  continuó  en 
nuestro  país  hasta  el  último  cuarto  del  pasado  siglo. 

Por  lo  demás,  Guemes  era  un  joven  de  natural  inteli- 
gente y  despierto;  de  un  ingenio  y  una  penetración  de  las 
cosas,  de  los  hombres  y  de  los  sucesos  muy  superiores 
al  común  de  los  mortales;  facultades  de  rarísimo  encuen- 
tro, y  que  hablan  de  serle  base  tan  poderosa  para  dominar 
las  circunstancias  mas  críticas  y  mas  crueles  en  que  ha- 
bíase de  hallar  su  patria  pocos  años  mas  luego.  Hombre 
incansable  en  el  trabajo,  á  la  manera  que  demostró  San  Mar- 
tin serlo  en  Cuyo,  su  actividad  era  constante  y,  como  estaba 
dirigida  por  una  luz  intelectual  siempre  brillante,  sus  frutos 
fueron  diarios  y  abundosos,  porque  era  dócil  al  consejo, 
como  todo  hombre  superior,  haciéndose  aquellos  mas  visi- 
bles Quando  se  halló  al  frente  de  la  defensa  nacional  y  envuel- 
to, sin  ofuscarse,  en  la  política  borrascosa  de  su  tiempo. 

Luciendo  una  elegantísima  figura,  cuya  gallardía  á  caballo, 
revestida  de  su  rico  y  lujosísimo  uniforme  militar,  era  ad- 
mirablemente hermosa,  &  la  verdad  de  cuyo  esplendor  habían 
de  doblar  su  encono  reconociéndola  sus  mas  encarnizados 
enemigos,  las  pasiones  que  caldeaban,  su  corazón  no  fue- 
ron ni  mezquinas  ni  estrechas,  ni  egoístas  ó  crueles; 
mas  bien,  por  el  contrario,  su  generosidad,  su  bondad  de 
carácter  y  su  desprendimiento  de  corazón  fueron  los  des- 
tellos constantes  de  su  alma  invariable  así  en  la  buena 
como  en  la  adversa  fortuna,  lo  que  le  hizo  simpático  desde 
los  primeros  dias  y  admirado  con  justicia  entre  sus  com- 
pañeros de  armas  para  tornar  á  ser  influyente,  popular 
en  altura  incomparable,  y  querido  y  adorado  mas  tarde 
hasta  el  fanatismo  por  aquellas  sus  huestes  aguerridas 
y  generosas  que,  á  la  manera  de  los  fervorosos  cristianos 
de  los  primeros  siglos  que  aspiraban  con  ardiente  celo 
á  la  gloria  de  derramar  su  sangre  por  su  fe,  hallábanse 
también  ellos  hartos  del  deseo  de  derramar  la  suya  por 
su  general  y  por  su  -patria. 

XVII 

Gomo  mas  antes  lo  vimos,  la  nueva  de  la  revolución  en- 


424  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

coniró  á  este  joven  patriota  continuando  en  la  carrera  de 
las  armas,  bajo  las  órdenes  de  un  gefe  l>enemérito  y  go- 
zando del  prestigio  que  le  daban  sus  frescos  laureles  de 
la  defensa  de  Buenos  Aires.  Los  servicios  de  su  empleo 
como  su  celo,  su  entusiasmo  fervoroso  y  aun  sus  pro- 
pios recursos  personales  los  consagró  por  entero  y  desde 
el  primer  momento  en  obsequio  de  la  nueva  causa,  y  aun 
mas  que  esto,  apareció  desde  entonces  cooperando  eficaz- 
mente ü  su  triunfo  obrando  en  proporciones  mas  exten- 
sas, como  gefe  militar  de  las  fuerzas  de  avanzada  confia- 
das A  su  inteligencia  y  ardiente  patriotismo;  operaciones 
de  escala  por  el  momento  reducida,  pero  notable  y  glorio- 
sa, como  ya  lo  conocemos. 

•  Mas,  comprendiendo  como  todos  que  la  revolución  ne- 
cesitad de  fuerzas  militares  para  sostenerse  contra  sus 
enemigos  armados,  y  de  una  apasionada  adhesión  po- 
pular para  salvarse  y  triunfar,  su  Inteligencia  sagaz  y  vi- 
gorosa le  reveló,  desde  aquella  hora  el  original  papel  que 
il3an  á  jugar  en  Salta  los  defensores  de  la  libertad,  y  desde 
tal  sazón  y  á  la  par  de  sus  deberes  militares,  comenzó 
ót  desarrollar  y  levantar  su  ascendiente  popular  y  su  per- 
sonalidad de  superior  y  excelente  caudillo,  tentando  sobre 
el  pueblo  el  prestigio  y  el  mando  de  que  iba  A  disponer 
al  rodar  mas  adelante  y  por  mayores  dificultades  los  su- 
cesos. 

Bajo  la  luz  de  esta  fdea,  y  mientras  los  demás  milita- 
res, sus  gefes  y  compañeros  de  armas,  organizaban  y 
dalxin  instrucción  y  disciplina  ú  los  ciudadanos  armados 
para  transformarlos  en  soldados  de  línea  y  engrosar  con 
ellos  el  ejército  auxiliar  en  marclia,  Güemes  levanta  una 
partida  de  caballería  de  sesenta  ginetes  en  un  principio,  á  lo 
cual,  ayudado  por  sus  amigos,  él  mismo  había  organizado 
y  dado  parte  de  su  equipo  á  su  costa  personal. 

Al  frente  de  esta  fuerza  de  caballería  se  presentó  al 
nuevo  gobierno  ofreciendo  sus  servicios.  Su  fama  ya 
naciente,  su  actividad,  su  ardiente  patriotismo  y  edos 
mismos  elementos  que  mostraba  ser  capaz  de  levantar  y 
dirijir,  llamaron  cuerdamente  la  atención  del  coronel 
Chiclana,  gobernador  de  Salta  en  aquellos  dias,  y  tanto, 
que  le  tentaron  á  recomendar  estos  sus  méritos  Á  la  Junta 


HISTORIA  DE  GÚBBCES  Y  Dfi  SALTA— CAPITULO  Vni       485 

de  la  capital,  pidiendo  para  él  estímulos  que  lo  lanzaran 
á  mayores  empresas.  Así  venía  su  srenío  revelándose  de 
cuánto  era  capaz;  ú  la  manera  que  la  luz  se  hace  sentir 
en  el  alba  del  dia,  antes  que  el  sol  aparezca  i>>mplendo 
las  líneas  del  horizonte. 

Desde  su  primer  paso  reveló  ya  el  plan  de  defensa 
original  que  bullía  en  su  cerebro  y  que  había  de  salvar  la 
revolución,  colmándola  de  pi'ijinas  inmortales.  Aquel 
plan  consistía  en  emplear  contra  el  enemiero  que  amena- 
^ba  descolgarse  de  Potosí,  los  recursos  del  ingenio  in- 
iividual  en  feliz  combinación  con  la  naturaleza  de  aquellos 
parages  que  se  desenvuelven  desde  Tucuman  hasta  el  Alto 
Perú  al  través  de  bosques,  de  surcos,  de  oteros  y  hondo- 
nadas; de  serranías,  de  torrentes  y  estrechuras  de  los 
caminos  opresos  entre  el  cuerpo  rocalloso  de  los  cerros, 
llamadas  quebradas  y  angosturas;  sitios  todos  ellos  de 
excelentes  condiciones  para  las  sorpresas  y  ataques  repen- 
tinos que  toman  de  improviso,  y  que,  á  su  tiempo,  llega- 
rianá  infundir  pavor  en  el  ánimo;  accidentes  que  eitin  délos 
habitantes  del  país  tan  conocidos  y  oliservados,  como  lo 
eran  sus  pasos  precisos,  sus  inconvenientes,  recursos  y 
ventilas,  y  las  sendas  que  unian  sus  diversos  extremos 
en  todas  direcciones.  Guerra  fué  esta  llamada  de  recursos 
por  los  principales  medios  que  se  pusieran  en  juego  y 
actividad  para  la  defensa  y  que  de  tanta  fama  la  rodearon, 
á  mas  de  la  acción,  de  la  estrategia  y  aun  de  la  misma 
disciplina  netamente  militar  y  científica  en  gran  parte, 
aunque  original,  de  que  no  careció  aquella  campaña  me- 
morable; y  guerra  en  la  cual  GClemes  mostró  ser  un  con- 
sunaado  y  profundo  maestro,  por  que  él  la  hizo  y  lo  con- 
€li!b'o  como  no  la  supieron  hacer  los  ingleses  guiados  por  su 
gefe  y  su  héroe  Robín  Hood,  en  frente  de  la  invasión 
normanda;  como  no  la  realizó  Scanderberg  en  los  valles 
de  la  Albania,  ni  Mina  ni  el  Empecinado  durante  la  insur- 
rección española.  En  la  concepción  militar;  en  el  genio 
organizador  de  las  fuerzas  y  demás  elementos  de  defensa; 
en  la  inspiración  original  que  guió  siempre  su  empresa; 
en  el  respeto  de  los  fundamentos  sociales  y  en  la  profesión 
mas  elevada  del  derecho  de  gentes  como  en  la  política 
admirablemente  sabia  que  profesó    durante  su  gobierno. 


486  DR.  BBRNARDO  frías 

el  caudillo  de  Saita  se  presenta  mas  grande  que  aquellos 
sajones,  que  aquellos  griegos,  que  aquellos  españoles  sin 
rivales  en  gloria,  en  poder  y  en  inteligencia  y  originali- 
dad en  el  opuesto  emisferio;  mas  que  Arias,  que  GorríU, 
que  Latorre,  sus  compañeros  de  gloria  y  sus  subalternos 
en  las  armas;  mas  que  Padilla  y  que  Warnes,  sus  ému- 
los en  la  misma  contienda;  mas  que  López,  en  fln,  y  mas 
que  Ibarra,  sus  torpes  remedas  poco  mas  tarde. 

Por  otra  parte,  ú  mas  del  entusiasmo  producido  por 
la  libertad,  cuya  causa  defendian,  el  enemigo  no  infundia^. 
por  su  parte,  ni  siquiera  recelo  ó  desconflanza  mayor; 
por  que  no  solo  el  gaucho  no  sentía  á  potencia  alguna 
miedo  estando  dentro  de  tierra  saltona,  si  que  también 
alimental)a  desprecio  marcadísimo  por  los  coyas,  nombre 
con  que  eran  llamados  los  habitantes  del  Perú  de  los  que 
estaba  formado,  en  la  mayoría  de  sus  tropas,  el  ejército 
de  Nieto,  que  gozaban,  por  tradición  popular,  fama  de 
humildes  y  pusilánimes,  incapaces  de  domar  la  muía  ó 
el  caballo  de  bríos,  ni  de  servir,  por  tanto,  de  verdade- 
ros ginetes,  aunque  eran  incomparables  como  buena  in- 
fantería, cuya  celeridad  y  sufrimiento  en  las  marchas  ha- 
blan de  colmar  la  admiración  del  general  Valdez,  poco  mas 
tarde. 

Con  aquella  fuerza  se  dispuso  el  nuevo  gefe  de  partida 
ú  volver  á  vanguardia,  dispuesto  é  caer  sobre  el  enemigo 
otra  vez,  en  la  primera  ocasión  favorable  que  se  presenta- 
ra, retomando,  al  efecto,  en  su  campaña  de  observación 
y  vigilancia,  por  losparages  amenazados  del  norte.  A  su 
bandera  se  plegaron  con  el  entusiasmo  que  despierta  por 
lo  común  el  amor  á  !a  región  del  nacimiento  ocupada  por 
el  enemigo,  todos  los  emigrados  que  el  general  Nieto  ha- 
bía perseguido  en  el  Alto  Perú  y  que  hablan  bajado  hasta 
Salta,  huyendo  de  su  opresión  y  amenazas,  ansiosos  de 
libertar  su  país  y  é  quienes  oportunamente  habla  armado 
el  coronel  D.  Diego  de  Pueyrredon,  que  gobernaba  la  pla- 
za de  Jujuy.  1). 

Aquella  era  la  fuerza  mas  bizarra  de  cuantas  hasta  en- 

1)  Oncio  de  Chiclana  al  gobierno,  citado    por  el   general  Mitre    en  su 
HÍ9t,tdetBdgrano. 


HISTORIA  DE  QUEMES  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VIII       437 

tónces  se  habían  levantado  en  favor  de  la  nueva  causn^; 
la  primera  que  había  iniciado  una  campaña  militar,  aun- 
que solo  fuera  de  vigilancia  y  observación,  y  la  primera 
también  que  había  combatido  por  la  patria;  por  eso  aque- 
llas primicias  que  los  sáltenos  ofrecían  en  los  altares  de 
la  libertad  despertaron  entusiasmo  tan  vivo  por  su  suerte, 
que  fueron  el  objeto  de  los  afectos,  de  los  desvelos,  de  los 
cuidados  y  de  la  mas  interesada  solicitud  de  la  j)oblacíon 
de  Salta. 

Hízose  notar  entre  aquellas  distinciones,  la  muniflcen- 
cia  con  que  fueron  vestidos  y  ataviados  sus  ginetes-  La 
fuerte  casa  comercial  de  los  Gurruchagas  tenia  por  aque- 
llos días  depositadas  en  sus  almacenes  grandes  cantidades 
de  paño  color  de  grana,  mercadería  muy  valiosa,  por  que 
era  la  tela  de  mayor  consumo  y  estima  entre  la  gente 
rica  y  elegante  del  Perú,  y  por  que  ella  como  su  color  for- 
maban la  moda  reinante  en  aquellas  regiones  tan  amontes 
del  acopio  de  lo  vistoso. 

Deseando,  pues,  los  Gurruchagas  dar  un  testimonio 
mas  de  su  adhesión  á  la  causa  de  la  independencia,  se 
esmeraron  en  coadyuvar  á  la  empresa  de  GOenies,  equi- 
pando y  engalanando  con  finos  y  brillantes  uniformess 
como  de  los  demás  enseres  convenientes  ú  los  ginetes 
que  aquel  comandaba;  y,  llevando  á  feliz  é  inme-»- 
diato  término  su  pensamiento,  el  Escuadrón  de  los  SaUefto^s; 
como  fué  llamado  en  el  ejército,  '  quedó  transformado 
en  el  cuerpo  mas  elegante  y  lujoso  de  cuantos  formaron, 
desde  aquel  día  en  adelante,  en  el  ejército  de  ía  revolu- 
ción en  operaciones  sobre  el  Perú. 

Estos  uniformes  fueron  repartidos  con  profusión.  Ld 
tropa  del  Escuadrón  llevaba  botas,  grandes  y  sonoras  es- 
puelas y  pantalones  blancos  ajustados;  las  chaquetas  pur 
zoes;  y,  en  la  cabeza,  sombreros  militares,  rojos,  de  for- 
ma alta  y  cilindrica,  terminando  en  un  morrión  de  plumas 
blancas.  Los  arreos  de  sus  caballos  consistían  en  el  apero, 
silla  de  montar  de  uso  por  todos  los  hombres  de  la 'épocd 
y  fabricados  en  los  afamados  .talleres  de  la  provincia,  como 
igualmente  los  cojines  de  igual  uso  y  costumbre,  preparados 
en  eda' misma  tierra  sin  rival  en  su  competencia  para  el 
ramo,  de  que  habían  sido  obsequiados,  qsí  mismo,  por  las 


496  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

casas  de  Gurruchaga  y  de  Moldes,  y  que  consistian  en 
la  piel  de  la  oveja,  con  su  lana  nítida  y  preparada  con 
el  esmero  y  proligidad  de  un  arte  verdaderamente  afa- 
mado entre  los  ginetes  de  aquel  tiempo,  cuyo  conjunto 
servia,  en  el  campamento,  para  lecho  del  ginete,  abrigado 
y  mullido  en  cierta  medida,  como  durante  la  actividad 
de  la  marcha  le  prodigaban  comodidad  y  fijeza  sobre  el 
caballo.  El  trage  de  los  oflciales  era  de  mayor  luyo,  pero 
guardando  relación  esmerada  con  el  conjunto;  porque  era 
del  mismo  color,  y,  para  la  cabeza,  gorras  de  manga, 
circundadas  por  galones  de  oro,  cuya  extremidad  caía 
marcialmente  sobre  el  hombro  izquierdo,  flotando  pesada- 
mente durante  la  carrera.  Los  enseres  del  caballo,  que  lo 
era  de  primera  calidad,  aunque  del  mismo  estilo  y  de  las 
mismas  partes  constituidos,  sobresalían  y  brillaban  por  su 
lujo,  por  que  era  así  la  montura  de  la  clase  decenté,  de 
que  estaba  formada  la  oñcíalidad;  lujo  y  esplendor  que  se 
ostentaba  especialmente  en  las  chapas  de  plata  bruñida 
de  que  iinm  cubiertos  el  apero,  las  bridas,  las  cabezadas 
y  las  pecheras  y,  ú  veces,  hasta  los  estribos  y  las  correas 
que  los  si:u6^1>Qn;  ú  lo  que  sé  anadia  las  grandes  espue- 
las de  uso  entonces,  de  plata  también  y  primorosamente 
labradas,  sujetadas  con  broches  y  cadenillas  del  mismo 
metal  y  que  abrazaban  en  anchos  brazos  la  })Ota,  desde 
el  taco  hasta  la  mitad  del  pié.  Güemes,  su  gefe,  vestía 
uniforme  semejante  ó  igual,  distinguiéndose  por  los  vis- 
tosos alamares  de  su  chaqueta  que  atravesaban  el  pecho, 
dejando  flotar  al  viento  una  capa  corta  de  caballería,  color 
de  grana  también.  Su  lujo  de  ginete  sobresalía  de  entre 
todos  sus  lujosos  compañeros;  que  eran  también  de  oro 
las  ricas  prendas  del  aderezo  de  su  caballo,  el  que  «  siem- 
pre flero  y  terrible  marchal)a  resoplando,  como  si  solo 
contuviera  la  furia  de  sus  bríos,  por  la  presión  soberana 
del  brazo  que  lo  dirigía. » 

Luciendo  habilidad  y  gallardía  sobre  él,  pues  era  su 
flgura  de  ginete  incomparablemente  hei*mosa,  habla  de 
llamar  la  admiración  y  ser,  de  entre  todos  los  del  ejército, 
el  oñcial  de  mayor  comento  entre  las  gentes  de  Potosí, 
que  era  entonces  todavía,  la  sede  y  el  empóreo  del  lujo, 
de  la  riqueza  y  opulencia  de  todo  el  Rio  de  la  Plata,  cuando 


mSTORU  D£  CHhOHS  Y  DS  SALTÁ--<2APfTUL0  ¥10       m 

meses  maa  tarde,  las  tropas  argenlimis  ee/tranfú  per  la 
primera  vez  en  aquella  ciudad  famosa  y^  él  paseara  á  caballo 
por  sus  collas  quebradas  y  ondulosas;  y  en  donde  %\  Escuadrón 
de  los  Sitíenos,  coronado  como  su  gefe  con  los  laureles  de 
SuípQcha,  habla  de  herir  profundamente  con  su  vistoso 
aspecto  y  bizarría  de  ginetes  admirables,  la  imaginación 
de  la  poblocion  al  entrar  triunfante  en  sus  cuarteles,  me- 
reciendo se  derramaran  sobre  él  ios  mayores  Víctores,  y 
los  aplausos  y  las  flores  que  así  los  hombres  como  las 
damas  potosí  ñas  arrpjaban  A  su  paso  desde  sus  ventanas, 
i)olcones  y  azoteas. 

La  columna  salteña  asi  robustecida  en  hombres  y  arma- 
mento, venía  con  el  nombre  oflcial  de  Patuda  de  Observa- 
ción, á  constituir,  en  el  hecho,  una  verdadera  avanzada  de 
las  fuerzas  patriotas,  con  todos  los  carocteres  de  una  van- 
guardia por  su  acción,  por  los  recursos  que  puso  en  jue- 
go y  por  los  resultados  que  prodigo.  GOeines,  su  capitán, 
habla  establecido  su  cuartel  central,  como  anteriormente 
lo  vimos,  en  la  villa  dé  Humahuaca  asentada  en  la  que- 
brado de  aquel  nombre  que  se  dilata  de  norte  d  su^  recor- 
rida por  el  Rio  Grande  y  atravesada  de  rápidos  torrentes 
tributarios  que  fertilizan  los  valles  estrechos  que  se  abren 
por  ambos  sus  costados.  Situada  la  villa  de  Humahuaca 
como  á  treinta  leguas  al  norte  de  Jujuy  y  en  el  extremo 
mas  septentrional  del  territorio  argentino,  su  situación, 
como  centro  de  las  operaciones  de  vigilancia,  ero  estratégica 
y  acertadísima,  b€úo  todo  otro  concepto,  su  elección;  por  que 
era,  por  su  importancia,  como  una  especie  de  capital  de  todas 
aquellas  poblaciones  sembradas  á  lo  largo  de  la  garganta 
de  Humahuaca,  llenas  de  gente  laboriosa,  traficante,  fuerte 
para  el  trabajo,  dedicada  d  la  agricultura  y  á  la  cria  d^ 
ganado  menor  y  que,  con  los  nombres  de  León,  de  Tum- 
bayo,  de  Purmamorca,  de  Inca-Huasi,  de  Maimorá,  de  San 
Pedrito,  Tilcara,  Huacalero,  Uquía  y  Tres  Cruces  por  el 
sur;  y  con  los  de  Negra  Muerta,  Abra-Pampa,  Puesto  del 
Marqués  y  Yavi  por  el  norte,  conocidos  hasta  entonces 
como  jolones  comerciales  en  el  largo  camino  del  Perú,  se 
unian  por  uno  y  otro  rumbo  al  cuartel  de  Humahuaca, 
formando  una  escala  prolongada  de  defensa,  de  apoyo 
y  de  recursos  de  todo  género;  nombres  que  estaban  destina- 


4ao  DR.  BERNARDO  FBIA8 

dos  Á  servir  de  caracteres  inmortales  para  una  leyenda  de 
glom  que  comenzaba  á  escribirse  desde  aquel  dia  en  la 
.historia  de  la  patria. 

La  población  de  toda  aquella  comarca,  crecida  y  fuerte 
para  la  guerra,  fué  levantada  toda  entera  en  favor  de  la 
revolución  merced  al  laudable  y  ardoroso  empeño  del  Dr 
D.  Alejo  de  Alberro,  el  ilustre  cura  de  aquella  doctrina,  y 
ofrecida  al  capitán  Guemes  para  que  sirviera  en  la  expe- 
dición libertadora  que  se  acercaba;  pues,  animado  del  co- 
mún celo  por  la  libertad  que  enaltecía  tanto  á  todos  sus  con- 
ciudadanos en  el  norte,  el  cura  Alberro  unió  á  su  minis- 
terio sacerdotal  el  nuevo  apostolado  de  la  revolución,  lle- 
vando al  seno  de  aquellas  poblaciones  la  voz  y  el  fuego  de 
la  patria. 

.  Infundiendo  en  ellas  el  sentimiento  del  honor  cívico; 
despertando  el  amor  entusiasta  hasta  el  heroísmo  por  la 
libertad  A  indepeadencia  de  la  tierra  en  que  hablan  naci- 
do; instruidos  y  aconsejados  en  el  pulpito,  en  el  hogar,  en 
cualquiera  de  sus  i*euniones  del  deber  en  que  estaban  de 
luchar  para  ser  hombres  libres,  aquellos  habitantes,  aque- 
llos pueblos  que  representaban  las  antiguas  y  esforzadas 
tribus  humahuacas  sometidas,  tras  larga  guerra,  por  la 
espada  del  conquistador  europeo,  y  que  de  tanto  honor  iban 
&  cubrir  ahora  Ifis  armas  de  la  república,  se  pasaron  en 
masa .  de  la  servidumbre  del  rey  de  España  á  los  estan- 
dartes redentores  de  la  revolución.  Su  cura,  su  maestro, 
su  apóstol  y  su  guía  dábales  el  ejemplo,  antes  que  todo, 
desprendiéndose  de  cuanto  poseía  acopiado  en  su  morada 
para  su  subsistencia  particular  y  entregábalo  «  sin  reserva 
alguna  »  como  su  primera  ofrenda,  al  gefe  militar  de  Hu- 
mahuaca,  para  el  substento  y  aliento  de  sus  tropas.  «  Su 
pepsuaciqn  á  los  caciques,  alcaldes  y  habitantes  de  la  com- 
prensicNQ  de  m  curato,  ha  sido  grande  y  esforzada,  decia 
el  capitán  Güemes,  desde  aquel  punto,  al  presentar  estos 
servicios  al  gobierjio;  de  modo  que  todo  este  vecindario 
está  uniforme  y  pronto  é  tomar  las  armas  y  salir  en  nues- 
tra ayuda,  i»  1). 
La  partida  de  observación,  mas  fuerte  cada  dia,  exten- 


1)  0adf<«  4§  Btmo9  Airet,  citada. 


mSTORU  DE  GOEfiíES  Y  Dfi  SALTIl—GAPITULO  Vm       431 

dio  la  Qccion  y  vljilancla  de  sus  fuerzas,  desde  que  fué 
destacada  en  Humahuaca,  por  toda  la  zona  septentrional 
del  territorio  donde  pretendía*  tener  acción  el  enemigo 
atrincherado  á  no  muy  larga  distancia,  y  que  comprendió 
así  el  seno  de  la  quebrada  como  los  valles  de  la  provin- 
cia de  Jujuy  linderos  con  Solivia,  dilatando  sU  acción 
hasta  Tupíza,  96  leguas  al  norte  de  Salta;  1)  lo  que  vale 
decir  que  sus  hostilidades  llegaban  hasta  el  pié  mismo 
de  las  trincheras  enemigas.  Güemes,  dirigiendo  aquellas 
operaciones,  desplegó  toda  la  genial  actividad  y  aquella 
tenacidad  infatigable  de  que  dio  prueba  perenne  durante 
el  curso  de  su  vida  y  que  eran  propias  de  su  tempera- 
mento y  de  aquel  su  febril  apasionamiento  por  íd  patria, 
llevando  el  rigor  de  la  vijüancia  sobre  el  enemigo,  hasta 
hacer  penetror  sus  espías  é  Potosí,  á  140  leguas  á  reta- 
guat^dia  de  las  fortificaciones  realistas,  de  la  misma  ma- 
nera que  San  Martin  lo  baria  mas  tarde,  desde  Mendoza, 
con  los  realista  de  Chile;  ayudado  eficazmente  por  la  adhe- 
sión, como  por  la  sagacidad  y  el  hóbil  y  valeroso  empeñó 
de  sus  compañeros  de  armas. 

A  favor  de  estas  espías  que  observaban  el  gobierno  nii- 
litar  de  Potosí,  cuartel  general  de  ios  españoles,  y  que 
enviaban  sus  chasquis  ó  sea  correoá  rápidos  de  aviso,  se 
logró,  entre  otras  cosas,  descubrir,  ya  cerca  de  Jujuy, 
una  remesa  de  cien  mil  cartuchos  y  otras  municiones  de 
guerra  que  conducía  un  sugeto,  Agustín  Reina,  y  que*, 
desde  Potosí,  enviaba  su  gobernador  Sanz  en  socorro  de 
los  realistas  de  Córdoba.    1)  -     ■• 

Aquella  línea  que  tendía  la  columna  de  soldados  al 
mando  de  Güemes  en  el  extremo  norte  del  territorio,  fué 
cordón  infranqueable  para  el  enemigo.  El  gaucho  del 
norte  entonces  y  en  adelante,  dirijido  por  una  oficialidad 
fecunda  eñ  golpes  de  ingenio  y  previsión,  virtudes  que 
eran,  á  la  vez,  patrimonio  de  los  mismos  soldados,  como 
lo  hemos  de  ver  durante  el  curso. de  esta  historia,  no 
il>a  á  desmentir  en  lo  porvenir,  lo  que  hacia  como  ensa- 
yo en  1810. 


A»». 


1)  Seg^XD  el  eóml^iito  contenido  en  In  real  cédala  de  13  de  £nero  dé  1787. 

2)  Oficio  del  coronel  Pueyrredon  al  gobernador  de  Sal^,  de  flO  ¿e  Agosto 
de  1810;  Arch.  del  Dr.  Domingo  uaemes. 


m  DiL  BERNARDO  FBHB 

Y  Q8Í  se  vio  quo,  desde  los  primeros  dias,  los  gefes  rea- 
listes  que  se  hallelxin  escalonados  en  Tup|za  y  Gotagaita; 
en  Potosí,  en  Chuquisaco  y  en  la  línea  del  Desaguadero, 
allá  ea  Ips  lindes  del  virreinato,  llegaron  ü  quedar  corta- 
dos y  privados  de  toda  con^unicacion  por  el  sur  con  las 
provincias  argentinas  por  verdadero  y  formidable  imposi- 
ble, creado  por  el  solo  rjgor  de  la  vigilancia  que  el 
entusiasmo  por  la  patria  que  movía  las  milicias  volun- 
tarias de  Salta,  impuso  en  todo  el  extremo  superior  del 
territorio;  muralla  impenetrable  á  la  mirada  del  enemigo, 
que  lo  sepultaba  asi,  en  la  mas  severa  incomunicación, 
bal  y  tanta,  que  «  nada  sabia  de  Buenos  Aires,  ni  le  aso- 
maba por  parte  alguna  noticia  de  aquella  capital,  por  que 
en  Salta  tenian  obstruida  la  comunicación  como  con 
llave. »    1). 

Era,  pues,  Salta  ^  primera  que  desañato  militarmente 
al  enemigo;  la  que  disparaba  contra  él  los  primeros  tiros 
de  la  revolución,  y  ella  había  de  ser,  asi  mismo,  la  que 
quemaría  el  último  cartucho  en  la  campaña  fínal  de  1825; 
y  la  partida  de  observación^  aquella  vanguardia  saltana,  la 
que  derramaba  la  pK^imera  sangre,  recogía  los  primeros 
laureles  y  daba  las  primeras  vidas  por  la  causa  sagrada 
de  la  patria;  miónti*as  su  gefe,  GOemes,  presidiendo  primi- 
cias tah  gloriosas,  habia  de  ser,  por  su  gloria  también, 
de  entre  todos  los  gefes  de  la  guerra  de  la  independencia, 
el  único  que  muriera  en  la  contienda  herido  por  bala  es- 
pañola. \  ¡Cuan  hermoso  principio  y  cuan  gloriosa  y  sublime 
terminación! 


^  XVIII 

Vimos  ya  que  al  formarse  por  el  solo  cabildo  de  Buenos 
Aires,  sin  la  concurrencia  del  voto  de  las  demás  provin- 
cias, la  nueva  junta  de  gobierno  general  en  reemplazo 
del  antiguo  virrey,  había  sido  beyo  una  promesa  solemne 


1)  Palabras  con  que  el  general  español  Goyenecbe,  daba  cuenta  al  Tirrej 
4e  lima  4#  su  aUuacion,  reeordadaa  «n  ti  oficio  que  pneyjrcedon  diri- 
ge al  dtado  Qoyenecbe  en  23  de  Febrero  de  1812,  Rey.  de  Baenoa 
Aires,  T.  XIV.  pag.  19. 


mSTORU  DE  GOKMBS  Y  DB  SALTA-CAPÍTULO  VIU       483 

jusUflcodora  de  su  condoota  ante  ios  principios  politioos, 
dada  en  cara  del  elemento  español  que  protestaba  de  ilegali- 
dad é  injusticia  al  ser  derribado,  y  ante  los  demás  pue- 
blos de  cuya  suerte  se  trataba  y  disponía  sin  su  audiencia 
y  asenso,  y  que  eran  representados  ed  aquella  hora  su- 
prema, por  las  fuerzas  de  arribeños,  entre  las  tropas,  y 
por  entidades  de  notoria  distinción  entre  los  personajes 
dirigentes  del  movimiento,  como  venia  d  serlo,  por  ejetn- 
plo,  el  gefe  militar  de  la  revolución,  D.  Comelio  Saave- 
dra,  natural  de  Potosí,  que  en  el  nuevo  gobierno  también 
hacia  de  cabeza,  como  presidente  que  era  de  la  Junta. 
Aquella  promesa  consistía  en  recatiar  el  voto  de  ratifica- 
ción de  parte  de  las  demás  provincias  Á  lo  realizado  por 
la  comuna  de  la  capital,  como  hermana  mayor,  según  lo 
habla  expresado  desde  la  tribuna,  que  tomaba  la  repre- 
sentación de  la  gran  familia  argentina  en  el  mometito  su- 
premo del  peligro;  por  lo  que  la  Junta  de  Mayo  resul- 
taba, de  esta  manera,  formando  gobierno  provisorio,  el 
que,  para  que  asumiera  legalidad,  poder  y  verdadera 
grandeza,  deberla  ser  formado  por  él  concurso  de  todas 
6  de  la  mayoría  de  las  provincias.  Desde  su  hora  prime- 
ra, el  generoso  pensamiento  de  Mayo  fué  la  nacionaliza- 
ción solemne  y  notoria  de  la  revolución;  la  formación  de 
un  gobierno  por  su  composición  como  por  sus  tendencias, 
verdaderamente  nacional;  pensamiento  fecundo  en  su  ge- 
nerosidad y  en  su  grandeza,  pero  que  estaba  destinado  A 
tener  sangriento  y  doloroso  camino  y  que  habia  de  costar 
torrentes  de  sangre  y  mares  de  lágrimas  en  un  cercano 
porvenir. 

Para  la  consumación  de  esta  obra,  fué  resuelto  que  cada 
ciudad  de  las  provincias  del  virreinato,  enviara  á  la  capi- 
tal un  diputado,  para  que,  incorporándose,  ú  medida  de 
8tt  arribo,  á  la  Junta  de  Buenos  Aires  en  calidad  de  voca- 
les de  ella,  formaran,  con  su  incorporación,  la  Junta  Ge- 
neral del  virreinato.    1). 

Afianzada  la  causa  de  la  revolución  por  todos  los  ele- 
mentos que  se  alzaron  en  favor  suyo,  pudo  veriñcarse    la 


1)  Estos  diputados  de  las  clndades  roanidos  en  Junta»  debian  ser  sos- 
tenidos por  sus  respectivos  eabüdos,  á  raion  de  ocAo  pesos  diarios. 
Ay.  NacünuA  N*.  09. 


484  DIL.  BERNARDO  FRÍAS 

elección  del  diputado  que  debia  marqhar  á  integrar  la 
Junta  de  la  capital,  en  nombre  del  pueblo  de  Salta,  para 
nacionalizarla.  £1  diputado  á  elegirse  no  debia  ser  espa* 
pañol,  condición  ordenada  por  la  Junta  y  políticamente 
racional.  Verificóse  el  acto  en  cabildo  abierto  celebrado 
el  día  29  de  agosto  de  1810.  Producidos  los  sufragios,  re- 
sultó por  «excesiva pluralidad  de  votos»,  electo  el  Dr.  D. 
Francisco, de  Gurruchaga,  «sugeto  en  quien  concurren, 
decía  el  oñcio  del  cabildo  al  comunicarlo,  todas  las  cua- 
lidades necesarias  para  el  efecto. »    1). 

Estaba,  de  tal  manera^  condensada  en  ese  estricto  laco- 
nismo, toda  una  severa  verdad  y  una  prueba  de  honrada 
y  merecida  justicia  con  que  el  pueblo  de  Salla  premialia  y 
disUjQguía  á  aquel  incansable  obrero  de  la  libertad.  Su 
patriotismo  y  su  decisión  por  la  causa  de  la  independen- 
cia aparecei*á  sin  $uperior,-<((  de^de  el  momento  que  se 
sepa  que  él  se  vino  deade  España  ú  Buenos  Aires  el  año  de 
1808,  abnegando  las  comodidades  y  la  lucida  posición  so- 
cial que  le  daban  allí  sus  recursos  y  sustituios  de  nobleza, 
á  mover  los  ánimos  para  sacudir  el  yugo  español;  por  que 
no  obstaote  haber  habitado  y.  existido  eo  Europa  desde  la 
edad  de  siete  ú  ochQ  años  y,  de  consiguiente,  no  conocer  casi 
notas  patria  que  esa,  no  pudieron  extinguirse  en  su  pecho 
aquellos  sentimientos  republicanos  que  le  habla  inyectado 
en  la.  sangre  el  suelo  en  que  nació;  causa  por  la  que  aban- 
donó su  bienestar  para,  venir  á  confundirse  con  el  último 
de  sus  compatriotas,  como  lo  verificó  y  como  prestó^  desde 
los  primeros  dias  de  su  arribo  á  Buenos  Aires,  eminentes 
servicios  á  la  causa  sagrada  de  la  independencia. »    2). 

Conocidos  como  eran  por  todos  aquellos  que  componían 
la  asamblea  electoral  su  ardiente  celo  y  actividad  infati- 
gable como  los  servicios  que  desde  España  tenia  glorio- 
samente acumulados  para  formar  la  mas  hermosa  corona 
cívica,  con  que  deberé  venerarse  su  memoria,  pudo  decir 
en  su  honor  uno  de  los  sufragantes,  el  Dr»  D.  Juan  Esté- 


1)  Acuerdé  del  Cabildo  de  Salta,  de  :d0  dé   Aftoato  de    1810,  y   noU  de 

comunicación  á  la  Junta,  on  el  Reg  NaL  pág.  72. 

2)  De  un  informe  9obre  sus  senjkios  para  obtener  una  beca  e«  la  eaeuela 
Á  favor  ae  ao  nieto  D.  Isaac  Gorraehagii»  1865.  Archivo  de  Salta. 
Legajo  de  Varios, 


HISTORIA  DE  OOEMfiS  Y  DE  SALTA— CAPITULO  VIH       435 

ban  Tamoyo,  procurador  general—*  que  teniendo  al  Dr. 
D.  Francisco  de  Guri-uchaga  por  el  mafe  capaz,  apio,  mas 
patriota  y  adornado  de  todas  las  cualidades  que  debe  tener 
el  diputado,  le  sufragaba  con  preferencia  su  voto.»    1). 

Nacido  en  Salta  por  los  años  de  1766;  iba  &  soportar  sobre 
sus  hombros,  al  volver  á  su  tierra  natal,  el  peso  de  un 
doble  ministerio  á  que  lo  encadenaba  su  destino;  bien  glo- 
rioso y  envidiable  el  primero,  cruel  y  penosísimo  el  segun- 
do; por  que  si  en  1810  resultaba  ser  el  priníer  diputado  de 
Salta,  que  enviaba  4  su  solio  la  revolución,  veinte  y  dos 
años  mas  tarde,  pero  en  circunstancias  bien  tristes  para  su 
patria,  vendría  á  ser  el  último  que  enviara  esa  misma  re- 
volución, vencedora  sobre  el  extranjero;  ahogada  y 
vencida  en  el  interior  por  la  ola  turbia  y  sangrienta 
de  la  barbarie.  El  enviado  de  Salta  ante  Quiroga,  ven- 
cedor en  Tucuman,  en  1832,  se  vería  obligado  á  sus- 
cribir el  tratado  de  paz  que  imponía '  el  moderno  Breno, 
por  el  que  salvaba,  es  cierto,  del  pillage,  de  la  deshonra 
y  de  infinitas  amarguras  á  su  provincia,  pero  al  carísimo 
precio  de  la  expatriación  de  casi  la  totalidad  de  los  hom- 
bres cultos  é  ilustres  que  compartieron  con  él,  desde  el  pri- 
mer día,  todas  las  glorias   y  sacrificios  de  la  revolución. 

El  ya  ilustre  diputado  no  era  de  figura  hermosa  pero  sí 
utrayente  y  cultísimo;  su  busto  era  reducido  pero  fuerte, 
y  poderoso  el  contingente  que  con  su  persona  y  facul- 
tades llevaba  al  gobierno  de  la  revolución;  por  que  po- 
seía el  conocimiento  de  los  hombres  y  del  mundo  y  dé 
la  cosa  pública;  el  fcelo  patriótico,  la  actividad  febril  de 
que  estaba  dotado  su  carácter,  virtudes  todas  que  requie- 
ren los  momentos  azarosos  y  supremos  de  una  revolu- 
ción que,  cual  la  de  Mayo,  debía  transformar  un  muiido  y 
formar  y  reconstruir  del  laberinto  y  del  caos,  un  mundo 
nuevo,  arrancando  de  los  propios  esfuerzos  de  sus  hom- 
bres los  elementos  de  luz,  de  lucha,  de  prosperidad  y  de 
victoria.  Estas  eran,  en  suma,  las  virtudes  y  las  dotes 
inapreciables  del  primer  diputado  de  Salta  y  que  eran  las 
que  en  aquellos  horas  de  peligros  y  de  pruetes  supremas 
reclamaba  como  únicas  preciosas  y  valederas  la  naciente 


1)  ZoRRBQuiBTA,  Apuntes  Hiat,  de  ¡a  Froo.  de  8áUa,  parte  d*,  pág.  66. 


1»        .  .     .  DB  BERNARDO  FRÍAS 

República  Argén tüKi.  Hombre  de  elocuencia  viril,  llena 
de  fuego,,  de  calor  y  de  vida;  de  palabra  suelta  y  vibrante 
de  energías,  ten  ia  la  facilidad  de  comunicar  ú  las  almas  su 
entusiasmo  y  de  llevar  la  decisión  y  el  arrojo  á  los  cora- 
zones, y  que  es  de  tanta  eflcacia  en  los  labios  del  orador 
popular,  y  revolucionario.  Era  de  temperamento  diligente 
y  sus  decisiones  de  voluntad  las  conduela  hasta  el  triunfo 
con  fervoroso  empeño,  lo  que  lo  convertía  en  un  verda- 
dero hombre  de  acción  y  de  palabra. 

A  la  vez  que  Salta  fijaba  sus  votos  en  hombre  tan  digno, 
pierilorio  y  distinguido,  la  vecina  ciudad  de  Jujuy,  parte 
entonces  constituyente  de  la  intendencia  de  Salta,  daba  su 
representación  con  laudable  acierto,  al  Dr.  D.  Juan  Ignacio 
de  Gorríti,  su  hijo  mas  preclaro,  canónigo  mas  luego  de 
la  catedral  de  Salta,  de  noble  y  opulenta  familia.  Sus  vir- 
tudes y  su  taleato,  extendiéndose  en  alas  de  la  fama,  lo 
hablan  rodeado  de  una  atmósfera  de  respeto  y  veneración, 
cual  no  fué  digno  de  alcanzarlo  el  mismo  obispo,  prelado 
4b  la  diócesis.  En  patriotismo,  en  abnegación  y  desinterés 
por  la  revolución,  no  era  nada  menos  que  el  diputado  por 
Salta,  mas  su  celebrada  capacidad  como  hombre  público, 
su  genio  parlamentario  con  que  habia  de  llenar  del  mas 
alto  Jbrillo  los  futuros  congresos,  se  alzaban  muy  por  cima 
no  solo.de  Gurruchaga  y  del  mismo  deán  Funes,  mas 
también  do  cuantas  inteligencias  descollaron  en  ese  orden 
y  en  su  tiempo.— «Su  contenido  le  asegura  mas  este  ho- 
nor,—decía  por  eso  con  harüi  y  merecida  justicia  el  ca- 
bildo de  Jujuy  al  expresar  los  sentimientos  que  hablan 
guiado  &  la  elección;  por  que  habiendo  elegido  para  su 
diputado  al  señor  doctor  D.  Juan  Ignacio  Gorriti,  sujeto 
adornado  de  carácter,  conocimientos  literarios,  políticos  y 
de  estado,  bellas  luces  y  de  todas  Itis  cualidades  que  se 
requieren  para  el  desempeño  de  los  dignos  objetos  que  se 
ha  propuesto  la  excelentísima  Junta,  cree  haber  hecho  el 
mejor  servicio  al  Sr.  D.  Fernando  Séptimo  y  á  la  Patria. » 

Al  ludo  de  tan  llallas  cualidades,  el  canónigo  Gorriti, 
presbítero  entonces,  llevaba  una  larga  esperiencia  en  la 
vida  pública  y  un  carácter  tenaz  basto  el  exceso,  pero  tan 
entero  y  tan  puro,  que  no  lo  quebrantaría  ni  lo  haría 
vacilar  siquiera   los  intereses   personales  de  su   misnio 


mSTORIA  DE  GOBIÍBS  T  DE  SALTA -CAPITULO  VIH       487 

hermano,  trabajando  aun  en  contra  de  ellos,  á  veces, 
cuando  pensaba  que  los  intereses  públicos  y  el  deber  cí- 
vico así  se  lo  exigían. 

Habíase  doctorado  en  la  universidad  de  Qórdoba  el  aiío 
de  1790,  pasando  ya,  en  1810,  de  los  cuarenta  años  de  edad. 
Desde  que  dejó  las  aulas  universitarias  hasta  aquella  hora 
en  que  lo  llamaron  las  urgencias  solemnes  de  la  patria, 
el  Dr.  Gorriti  pasó  los  mejores  años  de  su  juventud  en 
aquellas  soledades  de  Jujuy,  al  lado  de  su  anciana  madre 
y  de  su  hermana  Isabel,  a  en  quien  encuentro,  decía,  to- 
das las  complacencs  ia  de  la  vida, »  robusteciendo  su  ce- 
rebro poderoso  con  los  mas  nobles  y  elevados  estudios 
literarios,  políticos  y  aun  jurídicos;  acrecentando  su  in- 
fluencia merecida;  creciendo  *n  ciencia  y  eri  virtud  y  ha- 
ciendo, de  esta  honrosa  manera,  el  prolongado  noviciado 
del  gran  pensador  de  la  revolución,  honor  de  su  época,  y 
del  famoso  y  brillantísimo  atleta  de  sus  augustas  asam- 
bleas. 

En  saber  era  el  primero  y  respetabilísimo  como  nadie 
entre  las  gentes  de  su  tiempo.  Era  el  hijo  primogénito 
de  la  familia  que  formó  en  Jujuy  el  noble  navarro  D. 
Ignacio  de  Gorriti,  que  casó  en  aquella  ciudad  con  D*.  Fe- 
liciana Coeto  y  labró  poderosísima  fortuna  trabajando  en 
el  comercio  con  el  Perú,  cuya  labor  era  tbn  fecunda  y 
proficua  en  aquellos  dias.  Bajo  el  calor  de  aquella  edu- 
cación antigua,  clásica  por  la  fortaleza  de  sus  virtudes, 
preparaba  sus  hijos  para  las  futuras  luchas  del  espíritu  y 
las  grandes  resoluciones  del  coraron,  á  que  tan  especial- 
mente estaba  llamada  aquella  familia  ilustre  en  un  cer- 
cano y  glorioso  porvenir  y  que  tan  digna  y  tan  brillan- 
temente supo  cumplir  con  su  misión*  Alto,  grueso,  ro- 
busto, lujoso,  el  canónigo  Gorriti  mostraba  una  figura 
imponente  rodeada  de  un  aire  de  magestad  y  de  grandeza 
que  atraía  con  simpatía  y  veneración  la  mirada  aun  de 
isus  propios  adversarios  hacia  su  nobilísima  persona,  por 
su  busto  gigantesco,  por  su  capacidad  renombrada,  por 
su  noble  familia,  por  sus  virtudes  y  la  inmaculada  lim- 
pieza de  sus  costumbres  privadas,  realzado  tan  noble  con- 
junto por  el  ajustado  orgullo  de  su  grandeza  y  de  su  for- 
tuna que,  sin  herir  la  pureza  de  su  moral  y  la  cultura  dé 


489  .  PR.  B£BNARDO  FRIA^  ,  < 

SU  educación,  complelab(^  lo  que  se  llamaba  eatónces  una 
categori?,  y  también,  un  personage  de  gran  tono  y  cam- 
panillas. 

.  .  -   XIX 

Llegíjdps  &  esta  altura  los  acontecimientos,  el  fuego  de 
la  revolución  abrasó  todos  los  espíritus  con  aquella  inten- 
siclad,  con  aquel  entusiasmo  y  aquel  odio  y  apasionamiento 
de  partido  que  hacen  tan  calamitoso  y  á  veces  tan  funestó 
el  periodo  de.  las  guerras  civiles.  Las  posiciones  quedaron 
deslindadas  entre  americanos  y  españoles  con. una  animo- 
sidad tan  intensa  y  tan  violenta,  que  los  términos  hirien- 
tes y  provocativos  de  tiranos^  de  godos  y  sarracenos  pro- 
nunciados por  los  unos,  eran  correspondidos  por  los  de 
insurgentes,  rebeldes  y  traidores  con  que  los  peninsulares 
respondían.  El  Rey  y  la  Patria  eran  las  dos  divinidades 
por  quienes  aquellos  hombres,  aquellas  mujeres  y  aun 
aquellas  mismas  criaturas,  imágenes  sensibles  de  la  debi^ 
lidad  y  la  inocencia,  hablan,  de  ofrecer  y  dar  su  sosiego, 
su  paz,  sus  bienes,  las  afecciones  mas  caras  del  corazón, 
su  porvenir  y  hasta  su  sangre  y. su  vida.  La  abnegación 
y  el  olvidó  de  sí  mismos  sublimaba  el  sacriflcio.  La  vida 
mudó  de  aspecto;  el  comercio  se  paralizó;  las  for- 
tunas particulares  enflaquecieron  hasta  desaparecer;  los 
campos  quedaron  asolados  y  las  ruinas  y  la  miseria  naci- 
das de  estado  tan  cruel  y  calamitoso,  seria  el  fruto  inme- 
diato que  deberían  recogpr  aquellos  denodados  sostenedo- 
res de  la  libertad  y  de  la  tiranía, 

Estos  dos  partidos  poderosos  que  provocó  á  alzarse  ^a 
revolución  de  Mayo,  iban  &  emprender  una  lucha  en  el 
serio  de  la  misma  monarquía  espafíola;  el  uno  sosteniendo 
la  ^unidad  política  de  su  imperio  y  el  peso  absorbente  y 
ex(<lusivo  de  su  metrópoli,  y  el  otro  luchando  por  rom- 
perla, por  estar  convertida  ya  en  un  conjunto  cuyas  par- 
tes se  rechazaban  sin  liga  ya  entre  sí,  sin  intereses  co- 
munes ni  pasiones  uniformes  y  cuyos  vínculos  de  raza, 
de  religión,  de  tradiciones  habíanse  transformado,  á  la  pos- 
tre,'por  una  tiranía  política  y  administrativa  violenta  y 
absurda,  en  verdaderas  cadenas  que,  como  todo  estado  de 
fuerza,  no  es  durable  ni  eterno. 


HISTORIA  DE  QOEMES  Y  D£  SALTA— CAPÍTULO  Vltl       499 

Lucha  de  pasiones,  de  intereses,  de  ambiciones  dentro 
de  una  misma  familia,  las  victorias  y  los  reveses  recí- 
procos no  podian  humillar  la  bandera  arreada  ni  hallar 
traición  en  el  revolucionario  victorioso;  que  allí  no  eran 
las  armas  extrangeras  quienes  amagaban  hollar  las  insti- 
tuciones viejas  y  las  nuevas,  sino  que  la  guerra  civil,  cual 
lo  fué  la  de  la  independencia,  era  quien  dividía  á  los  hom- 
bres y  quien  debia  destrozar  para  siempre  la  dilatada  y  ya 
insostenible  monarquía  de  Felipe  IL 

No  puede,  pues,  rulx)rizai'se  la  historia  mirando  escón- 
dalo de  traición  cuando  se  encuentren  en  campos  opuestos, 
españoles  nacidos  en  la  península  sosteniendo  con  su  espa- 
da los  estandartes  de  la  patria,  y  ñ  quienes  sus  adversa- 
rios, con  suma  injusticia,  tildaron  de  españoles  renegados, 
ni  cuando  soldados  de  origen  y  abolengo  americano,  como 
Santa  Cruz,  Goyencche,  Tristan,  y  los  Castros  de  Salta, 
por  ejemplo,  se  encuentren  combatiendo  la  causa  reden-* 
tora,  de  su  patria  y  sosteniendo  la  monarquía  española 
en  ella  y  el  gobierno  absoluto  de  sus  reyes,  por  lo  cual  se 
hicieron  acreedores  al  título  bien  en  extremo  merecido,  de 
americanos  desnaturalizados. 

Por  que,  si  bien  es  visto  que  al  obrar  de  esta  manera 
ejercitaban  un  derecho  ambos  partidos,  mas  era  su  moral 
distinta;  que  si  es  cierto  que  es  digno  de  respeto  y  de  toda 
consideración  el  derecho  de  opinar  en  causa  política,  no 
cabe  en  sano  principio  ni  en  la  pureza  de  las  virtudes 
cívicas,  aplicar  los  esfuerzos,  la  actividad,  la  fortuna  y  la 
espada;  los  dias  mejores  de  la  vida  y  los  desvelos  mas  ar- 
dientes del  alma,  en  sojuzgar  la  Jibortad  de  los  hombres 
y  robustecer  el  yugo  pesado  é  inicuo  que  oprime  y  humi^ 
Ha  y  ahoga  en  su  propio  seno  las  nobles  aspiraciones  de 
la  tierra  en  que  se  ha  nacido. 

Mas,  el  camino  seguido  por  los  españoles  al  abrazar  la 
causa  de  la  revolución,  era  algo  mas  que  Un  legal  ejercicio 
de  su  libertad  de  opinión.  Era  el  deber,  el  honor,  la  dig- 
nidad del  hombre  honrado  y  de  claro  y  maduro  criterio 
quien  se  alzaba  y  se  imponía.  ¿Cómo!  es  fuerza  el  pre- 
guntar; el  español  avecindado  en  América,  donde  habla 
labrado  su  fortuna,  levantado  sus  afecciones,  radicado  sus 
intereses  y  formado  su  familia  había  de  preferir  continua- 


I< 


440  DR.  BERNARDO  FRÍAS 

ra  el  régimen  colonial  de  España,  en  quien  sus  hijos, 
habían  de  perder  la  altura  social  de  que  él  gozaba  para 
vivir  reducidos  ú  eterna  servidumbre,  sin  derechos  políti- 
cos, sin  libertades  comerciales,  sin  participación  en  el 
gobierno  y  cercenados  de  todos  los  demás  derechos  que 
la  justicia  y  la  civilización  conceden  y  reconocen  é  todos 
ios  hombres  y  de  que  ellos  cíirecían?  ¿Y  cómo  podían 
ellos,  que  conocían  por  esperiencia  propia  la  injusticia,  el 
atraso  y  hasta  la  torpeza  del  régimen  colonial,  defender- 
lo y  perpetuarlo  en  daño  y  oprobio  de  si  mismos  y  de  sus 
propios  deudos  ?  ¿Acaso  se  vislumbraban  esperanzas  en  la 
política  española  de  que  cambiara  de  rumlK>s,  y  era  cuerdo 
aguardar  se  transformara  por  una  pragmática  de  monarca 
liberal  el  carácter  intransigente  del  pueblo  español;  ó  era, 
talvez,  posible  que  la  metrópoli  hollada,  estacionaria  sino 
retrógrada  y  en  decadencia  de  prueba  secular  en  elemen- 
tos de  guerra  y  en  hombres  de  estado,  llegara  6  ser  capaz 
de  sostener  la  dignidad  contra  enemigos  y  corsarios  de 
tan  vastos  dominios,  la  integridad  territorial  tantas  veces 
amenazada  y  herida,  ni  siquiera  de  soportar  por  mas 
tiempo  la  inmensa  pesadumbre  de  su  imperio?  La  na- 
turaleza, por  otra  parte,  se  resistía  &  que  esos  hom- 
bres eligieran  para  reñir  el  campo  adverao  al  que  ocupaban 
con  honor  sus  hijos  que,  desde  el  primer  dia,  hablan  empu- 
ñado las  armas  por  la  libertad  de  la  América.  | Acaso  el 
corazón  humano  no  fué  creado  bastante  poderoso  para  que 
coadyuvara,  por  su  lado,  ó  realizar  los  designios  de  Dios 
en  los  destinos  de  los  pueblos  ? 


XX 


Mas,  y  después  de  todo,  bien  loable  será  el  reconocer  que 
siempre  formará  alta  nota  de  honor  que  distinguirá  la  me- 
moria de  nuestros  padres  y  que  proclamará  bien  en  alto 
en  gloria  y  honra  suya  la  civilización  del  mundo,  la  cul- 
tura de  las  naciones  y  la  dignidad  del  linage  humano, 
aquella  rectitud  y  altura  y  respetuosa  marcha  en  que  se 
condujo  á  la  revolución  al  través  de  tantos  peligros  y  por 
hombres  que,  educados  en  el  vasallaje,  ensayaban  por  prí- 


HISTORIA  DE  GOEMES  Y  DE  SALTA^OAPÍTULO  VIU       441 

mera  vez  las  tareas  del  gobierno  bajo  el  cielo  obscuro  de 
su  suerte  y  sobre  el  mar  proceloso  de  una  revolución 
profunda. 

Esa  revolución  no  era  simplemente  la  campaña  militar 
para  cambiar  la  situación  política  del  país  por  un  golpe  fe- 
liz ó  por  dos  ó  tres  combates  venturosos;  que  ella  tendía 
á  cambiar  profundamente  las  instituciones  del  estado— 
políticas,  sociales,  económicas,  religiosas,  creando  otras 
nuevas  ó  reformando  las  antiguas  y  obligada  á  luchar, 
para  coronar  su  noble  esfuerzo,  menos  con  las  armas  del 
ejército  español  que  con  las  preocupaciones  y  falta  de 
civilización  de  sus  pobleíciones.  Mas,  aquella  acumulación 
de  adversidad  no  fué  bastante  &  evitar  á  la  revolución  de 
Mayo  el  espectáculo  no  visto  casi  otra  vez  por  la  historio, 
que  asi  se  levante  una  nación  de  en  medio  de  la  nada,  riña 
y  venza  al  fin  de  larga  y  porfiada  lid,  y  que,  durante  su 
contienda  con  España,  no  haya  sido  deshonrada  ni  por  ab- 
surdos bochornosos  en  sus  teorías,  ni  por  monstruosidades 
en  sus  instituciones  ni  por  escándalos  y  crímenes,  injurias 
eternas  de  que  la  civilización  se  lamenta  de  la  barbarie  de 
los  pueblos.  Fué  así  que  no  se  vio,  como  en  París,  la 
metrópoli  de  la  luz  del  mundo,  al  populacho  imbécil,  ig- 
norante y  vicioso  tirar  su  carro  ensangrentado  é  inmundo, 
cual  lo  hicieron  veinte  años  atros  las  turbas  de  los  barrios  de 
San  Antonio  y  San  Marcial,  escándalo  del  mundo  y  ver- 
güenza de  la  Europa: 

La  historia  no  ha  llegado  á  pronunciarse  todavía  sobre 
cuál  haya  sido  la  causa  de  escándalo  tan  magno  y  crimen 
tan  vergonzoso  y  prolongado;  que  aquellos  abusos  y  errores 
revolucionarios  y  el  terror  francés,  ó  aparecen  como  hijos 
de  la  irreligiosidad  del  siglo  ó  de  los  errores  filosóficos  ó 
de  los  excesos  del  despotismo  de  los  reyes;  mas  todo  ello 
no  deja  de  ser  falso  y  erróneo  juicio,  hijo  mas  de  la  pasión 
sectaria  que  de  madura  refieccion;  que  religiosa  ha  sido 
Ingloterra  y  la  España  misma  en  que  se  perseguían  y  que- 
maban hereges  y  adversarios  políticos,  y  oprimidos  vivie- 
ron los  pueblos  del  Plata  por  secular  y  duro  despotismo. 

Los  caracteres  que  toman  los  grandes  movimientos  po- 
pulares tienen  sus  fuentes  verdaderas  en  la  naturalezo  co- 


.443      *  DR.  BERNARDO  frías 

mun  de  sus  elementos  dirigentes  y  no  en  accidentes  so- 
ciales, morales  ó  políticos;  porque  la  naturaleza  no  produce 
al  acaso  sino  que  lleva  y  mantiene  en  inalterable  curso, 
las  leyes  generales  que  gobiernan  el  universo.  Y  si  guia- 
dos por  este  observación  estudiamos  la  revolución  argentina, 
veremos  que  ella  fué  realizada  por  la  clase  elevada  y  culta  de 
la  sociedad,  por  la  masa  aristocnHica,  vale  decir,  por  el  ele- 
mento distinguido  por  la  cuna,  por  la  ilustración,  por  la  edu- 
cación y  la  fortuna;  por  la  aristocracia  que  piensa,  por  la 
aristocracia  que  estudia,  que  lucha  y  que  trabaja;  por  la 
aristocracia  que  ama  la  república,  derramada  en  el  foro, 
en  el  clero,  en  el  comercio  y  en  el  ejército,  representante 
del  orden  y  de  las  virtudes  públicas,  respetuosa  del  dere- 
cho, amante  de  la  justicia  y  dueña  y  defensora  de  la  cultura 
social;  por  que  los  hombres  que  promovieron  y  dirigieron 
los  acontecimientos  surgieron  no  del  populacho  ni  de  la 
plebe,  dónde  no  hay  más  que  vicios,  ignorancia  y  torpes 
y  groseras  pasiones,  sino  de  la  clase  noble,  ilustrada  y 
pudiente;  de  la  gente  decente  que  habitaba  las  ciudades 
capitales,  centros  de  todo  el  movimiento,  siguiendo  su  im- 
pulso la  masa  de  las  poblaciones  que  se  extendían  en  sus 
vastos  territorios  adyacentes,  yendo  en  su  pos  y  obedeciendo 
su  voz,  formando  las  fllas  de  sus  ejércitos  y  recibiendo, 
como  masa  ó  elemento  pasivo  ó  subordinado— que  tal  es 
su  verdadero  destino,  las  leyes  que  la  competencia  y  la 
virtud  y  la  civilización  dictaban  para  su  iibertad,  su  bienestar 
y  progreso.  Era  la  atracción  y  legítimo  predominio  de  la 
ciudad  culta  sobre  la  campaña  l)ári>dra,  del  hombre  dios 
sobre  el  hombre  ))estia;  porque  la  raza  humana  está  so- 
metida á  la  ley  inalterable  de  la  desigualdad  social;  y  asi 
como  sería  absurda  aspiración  ó  locura  insigne  el  pensar 
que  el  rústico  labriego  ó  el  sencillo  pastor  de  ganados  fuera 
tan  hábil  y  competente  para  dictar  las  reglas  del  derecho 
civil  ó  resolver  la  crisis  ñnanciera  de  una  nación;  ó  que  el 
humilde  artesano  ó  el  sacristán  de  aldea  ú  otro  semejante 
igualaría  al  general  mas  renombrado  para  organizar  ejér- 
citos y  triunfar  en  las  batallas,  así,  de  manera  semejante, 
hiere  la  razón  que  la  masa  popular,  con  todas  sus  miserias 
y  su  barbarie,  cualquiera  que  sea  el  pueblo  de  la  tierra 
donde  actué,  pueda  llevar  á  término  feliz  y  con  manos  puras 


mSTOMA  DE  GFOEBCES  Y  DE  SALTA-CAPlTÜLO  Vni       448 

y  por  senderos  luminosos  y  cohgloria  yfé)ñorel  problema 
de  una  gran  revolución  política,  económica  y  social. 

La  revolución  argentina  fué  realizada  por  la  aristocracia; 
por  la  gente  decente,  por  la  clase  ilustrada  y  de  represen- 
tación política  y  social  de  las  ciudades  y  no  por  la  plebe  ó 
el  pueblo  inculto,  torpe  y  bajo  de  los  suburbios  ó  de  los 
campos;  por  eso  no  se  tiñó  en  sangre  ni  se  hundió  en  crí- 
menes, y  por  eso  sostuvo  la  dignidad  y  el  honor  de  la  civi- 
lización en  momentos  tan  azarosos  y  diríciles;  por  eso  se  ve 
en  toda  ella  ese  cuadro  de  dignidad,  de  superior  inteligen- 
cia, de  imperio  de  los  principios  y  predominio  constante  de 
la  civilización  hasta  que,  en  hora  nefasta,  llegó  el  caudillaje 
de  los  campos  y  la  plebe  alzada  de  las  ciudades  en  su  so- 
berbio y  bochornoso  maridage,  á  ahogar  el  fruto  liberal 
conseguido  por  una  revolución  hasta  entonces  tan  digna 
como  moral  y  gloriosa. 

Así  fué  que  llegó  á  presentar,  desde  sus  primeros  dias, 
el  lucido  espectáculo  de  sus  memorables  asambleas  pobla- 
das de  doctores  sacados  del  foro  y  del  altar;  porque  sus 
letrados,  de  familias  de  altura,  Ilevg[ban  en  sí  el  noble  con- 
tingente de  su  ilustración,  de  sus  virtudes  cívicas  y  de  su 
viril  energía,  condición  inherente  á  las  razas  distin- 
guidas; por  que  su  clero,  preparado  en  las  universi- 
dades, era  entonces  la  luz  del  mundo;  por  que  el  régimen 
administrativo  y  la  base  política  de  los  cabildos  fueron  ins- 
tituciones llenas  de  previsora  sabiduría  y  fruto  selecto  de 
secular  esperiencia  que  legó  con  sus  costumbres  públicas 
el  régimen  español  para  honra  suya,  para  honor  de  la  revo- 
lución y  para  ejemplo  futuro  de  buen  gobierno,  que,  merced 
al  aislamiento  y  separación  de  los  negocios  públicos  de  la  ma- 
sa inculta  é  irresponsable  por  su  propia  ignorancia  y  miseria, 
—la  dirección  de  la  sociedad  pasó  de  manos  distinguidas  es- 
pañolas &  manos  distinguidas  americanas,  cultas  y  respe- 
tuosas de  los  fueros  de  la  civilización;  y  en  sus  ejércitos  no  se 
vieron  aquellos  monstruos  desconocedores  de  las  leyes  de  la 
guerra  ni  del  derecho  de  gentes,  sino  generales  tan  correctos 
cual  los  mas  cumplidos  de  Europa;  y  en  sus  congresos  no 
abochornó  la  tribuna  parlamentaria  la  voz  destemplada  de 
ningún  grotesco  demagogo,  diputado  de  las  turbas  furiosas 
y  desalmadas,  predicando  la  demolición  de  todo  lo  pasado; 


Ui  rau  BBBNABDa  FWA8 

fli«:iófiei(HBassu^rra  darramandd  el  terror,  tranefiMriiiadd 
en  nueva  y  temerosa  3/oif/a/}a  compuesta  de  masas  tumul- 
tuarías, deseosas  de  destrucción  y  sedientas  de  sangre. 


FIN  DEL  TOMO  PRIMERO 


1 

I 
I 


APÉNDICE 


APÉNDICE 


DISCURSO 


DEL 


DOCTOR  D.  JUAN  IGNACIO  DE  GORRITI 


SOBBE   QUIENES  DEBEN   SER  CONSIDERADOS    COMO  VERDADEROS  AUTORES  DE  LA 

REVOLUCIÓN  DEL  25     DE  MaYO  DB  1810. 


«El  discurso  del  doctor  Gorriti  fué  pronunciado  por  su 
autor  ante  el  Congreso  Constituyente  de  la  República  en  la 
noche  del  31  de  Mayo  de  1826. 

«El  Poder  Ejecutivo  Nacional  había  presentado  un  proyecto 
de  ley  por  el  cual  se  ordenaba  erijír  en  la  «  Plaza  25  de 
Mayo»  de  Buenos  Aires  un  monumento  consistente  en 
una  «magníflca  fuente  de  bronce»  con  esta  inscripción: 
La  R f publica  Argentina  d  los  autores  de  la  revolución  en  el 
memorable  25  de  Ñayo  de  1810;  debiendo  grabarse  al  .pié 
de  ella,  en  otras  tantas  medallas,  el  nombre  de  los  ciuda- 
danos considerados  como  autores  de  la  Revolución.  Para 
determinar  las  personas  llamadas  á  tan  alto  honor,  de- 
bían formarse  dos  Jurados  compuestos  de  un  diputado  de 
cada  Provincia  señalado  ó  la  suerte  y  bajo  la  presidencia 
de  un  Ministro  del  ejecutivo,  el  primero  de  los  cuales  de- 
bía determinar  en  abstracto  las  calidades  necesarias  para 
que  un  individuo  fuera  considerado  en  aquella  categoría, 
y  el  segundo  determinar  las  personas  que  las  reunieran 
y  proclamarlas  autoras  de  la  revolución  de  1810. 


448  APÉNDICE 

El  mismo  proyecto  de  ley  reconocía  una  renta  perpetua 
á  favor  de  los  ciudadanos  designados  por  el  segundo  jurt 
ó  de  sus  herederos,  siendo  esta  trasmisible  en  la  escala 
legal  de  las  herencias,  ó  libremente  de  parte  de  los  que 
no  tuviesen  herederos  forzosos. 

La  Comisión  de  Lejíshicion  aconsejó  aplazar  la  conside- 
ración de  dicho  proyecto,  informando  ó  su  nombre  D.  Juan 
José  Passo  en  la  sesión  del  24  de  Mayo  de  1826. 

Trabado  el  debate  entre  él,  el  Ministro  Agüero,  los  Dipu- 
tados Vidal,  Acosta,  Somellera  y  el  Sr.  Medina  que  habló  á 
primera  hora  en  la  sesión  del  31,  tomó  la  palabra  el  Doctor 
Gorriti  y  pronunció  el  discurso  que  sigue,  en  el  cual  se  re- 
flejan bien  las  ideas  encontradas  que  entonces  prevalecían 
respecto  de  la  revolución  patria  y  los  sentimientos  provin- 
eialistas  que  ocupaban  los  ánimos.» 

El  Sr.  (farrüt^Yo  deseo  saber  cuál  es  el  concepto  neto  y 
preciso  que  envuelve  la  expresión  autores  de  la  revolución 
del  25  de  Mayo;  porque  veo  en  ella  algo  vago  ó  indeflnido 
que  debe  esplicarse. 

El  Sr.  Mihisiro—Yo  satisfaré  al  Sr.  Diputado.  El  Gobierno 
en  el  proyecto  ha  cuidado  de  no  entrar  á  esplícar  lo  que  debe 
entenderse  por  autor  de  la  revolución;  y  ha  creído  que  ni  el 
Congreso  debe  entrar  en  este  examen  ni  en  esta  clasiflcacion. 
En  el  art.  6.  me  parece  que  se  establece  un  Juri,  cuya  fun- 
ción debe  ser  f^ar  las  calidades  y  condiciones  que  deben 
concurrir  en  el  individuo  necesariamente  para  ser  recono- 
cido como  autor  de  la  revolución  del  25  de  Mayo.  No  per- 
tenece, pues,  á  la  ley  esta  esplicacion,  sino  al  Juri. 

El  Sr.  Corrirt— Corresponderá  al  Juri  declarar  las  calida- 
des que  deben  encontrarse  en  los  sujetos  á  quienes  com- 
prende la  ley,  mas  al  lejislador  corresponde  Qjar  de  un 
modo  preciso  ó  interjiversable  el  sentido  de  la  ley. 

Si  la  ley  no  tuviese  un  sentido  preciso,  resultaría  una  de 
dos  cosas;  ó  que  el  Juri  no  podría  aplicarla  á  ninguno  ó  que  se 
avanzase  á  ^'ar  á  la  ley  un  sentido  que  los  mismos  lejisla- 
dores  no  habrían  conocido,  y  que  tal  vez  habrían  rechaza- 
do si  lo  hubieran  conocido.  Se  siente  la  monstruosidad  de 
ambos  resultados. 

Si  la  cláusula  autores  de  la  revolución  se  toma  en  un  sen- 
tido un  poco  lato,  la  ley  será  insignificante.  Vendrán  tantos 


HISTORIA  DE  QUEMES  T  DE  SÁLTk  449 

nombres  que  deben  ser  colocados  en  el  monumento  que  se 
consagre,  que  tal  vez  será  insuficiente  para  colocarlos  á 
todos.  Luego,  no  será  distinción  para  ninguno.  Serán  tantas 
las  pensiones,  que  el  erario  público  no  bastará  á  cubrirlas. 
Si  se  toma  en  un  sentido  mas  estricto  y  correcto,  no  habrá  á 
quién  premiar;  porque,  en  último  análisis,  resultaría  que  los 
verdaderos  autores  de  la  revolución  americana  son  sus  ma- 
yores enemigos. 

Es  preciso  persuadirse,  señores,— de  que  revoluciones  de 
la  naturaleza  de  la  nuestra  no  pueden  hacerla  los  hombres 
particulares;  son  los  gobiernos  los  que  las  causan.  Solo  á  ellos 
les  es  dado  preparar  sus  materiales  y  amontonar  sus  causas 
Solo  á  los  gobiernos  es  dado  enajenarse  ó  ganarse  los  corazo- 
nes de  los  subditos.  No  hay  en  los  ciudadanos  particula- 
res poder  bastante  para  hacer  aborrecer  un  gobierno  que 
se  hace  amar  por  su  rectitud  y  su  beneficencia.  Podrían 
fascinar  en  un  punto,  seducir  á  algunos,  causar  algunos 
tumultos  pasajeros,  pero  eso  no  sería  mas  que  una  lla- 
marada que  se  extingue  tan  pronto  como  se  encendió  po|^ 
falta  de  pábulo.  Pero  si  el  gobierno  tuvo  la  desgracia  de 
enajenarse  los  espíritus,  él  mismo  amontona  los  materia- 
les en  que  se  cet>aría  la  llama  revolucionaria;  la  menor 
chispa  causarla  una  explosión  formidable. 

Al  que  dá  á  una  máquina  su  primer  movimiento  no 
se  deben  los  efectos  que  ella  produce  sino  al  que  la  cons- 
truyó y  puso  en  estado  de  obrar.  No  es  decir  que  carezca 
enteramente  de  mérito  el  que  dio  el  primer  impulso,  pero 
no  el  bastante  para  que  se  le  erijan  monumentos  que 
perpetúen  la  memoria  de  su  acción. 

En  una  revolución  no  está  el  mérito  en  hacer  el  primer 
movimiento  sino  en  aprovecharlo  para  darle  una  buena 
dirección.  Lo  primero  frecuentísimamente  es  impulsado 
por  pasiones  innobles  y  fines  vituperables;  pero  hacer 
servir  estos  en  bien  de  la  sociedad  es  plausible  y  digno 
de  los  grandes  genios. 

Supongamos  el  proyecto  admitido  en  los  términos  en 
que  está  concebido;  que  se  forma  el  juri,  y  éste  juzga  que, 
siendo  mas  difícil  preparar  una  revolución  que  darle  el 
primer  impulso,  los  acreedores  de  la  presente  ley  son 
los  que  prepararon  la  revolución,  y  entrándose  á  examinar 


450  apéndicb: 

quienes  han  sido  éstos,  resulla  que  la  estolidez  de  Carlos 
IV,  la  corrupción  de  Godoy,  la  ineptitud  de  Sobre-Monte, 
la  ambición  de  Bonaparte,  los  periódicos  de  España,  la 
conducta  equívoca  de  Liniers,  las  intrigas  de  Goyenecbe, 
las  perñdias  de  la  Junta  Central  y  la  incapacidad  de  Cis- 
ñeros  hablan  sido  las  que  prepararon  la  Revolución.— 
iPremiariamos  á  estos?—Pues,  es  indudable  que  todas  estas 
causas  se  han  amontonado  para  llenar  la  medida  de  tres- 
cientos años  de  humillaciones  y  oprobios,  y  convencer  á 
un  mismo  tiempo  de  la  necesidad  de  tomar  la  justicia  por 
nuestra  mano  y  de  que  era  llegada  la  oportunidad  de  hacerlo 
con  buen  suceso.  Sin  embargo,  nada  seria  tan  monstruoso 
como  decretar  monumentos  honorables  ú  los  autores  de 
nuestra  degradación. 

Supongamos  ahora  al  contrario,  que  el  Juri  declarase  que 
por  autores  de  la  revolución  de  Mayo  se  entendían  los  que 
ese  dia  se  mostraron  con  mas  decisión  por  la  causa  de  la 
independencia. 

^  Pero  sí  pueden  ser  mas  recomendables  y  de  mucho  mas 
mérito  los  que  corrieron  &  segundarlos,  sostenerlos  y  dar 
dirección  al  movimiento,  no  sé  cómo  puede  justiñcarse  que 
el  Congreso  se  ocupe  tan  seriamente  de  erijir  un  trofeo  al 
menor  mérito  dejando  olvidado  el  mayor. 

íSe  comprenderón  todos,  es  decir,  los  unos  y  los  otros?  La 
ley  es  del  todo  insignificante. 

Solo  la  independencia  es  el  monumento  digno  de  esta  con- 
sagración, en  que  están  inclusos  todos  los  americanos,  ex- 
cepto aquellos  pocos  que  se  vendieron  &  los  españoles.  Será 
mas  fácil  averiguar  los  nombres  de  los  que  no  correspon- 
dieron al  llamamiento  de  la  patria  y  consagrarlos  al  opro- 
bio que  colocar  en  la  columna  los  de  todos  los  verdaderos 
hijos  de  la  América. 

Véase,  pues,  la  necesidad  de  que  en  la  ley  se  determine  el 
sentido  preciso  de  esta  cláusula:  autores  de  la  revolucicn  del 
25  de  Mayo  de  1810,  para  no  esponerse  á  sancionar  un  al>- 
surdo,  una  ipjusticia  ó  una  ley  negatoria. 

Yo  he  dicho  que  no  niego  el  mérito  de  los  que  el  25  de 
Mayo  de  1810  sostuvieron  con  su  enerjfa  la  causa  de  la 
América;  pero  conviene  examinar  los  quilates  de  ese  mé- 
rito porque,  si  es  injusto  que  el  verdadero  mérito  quede  oí- 


HISTORIA  DE  QÜEMBS  T  DE  SALTA  451 

vidado,— es  ridículo  que  un  mérito  cualquiera  se  premie 
como  un  heroísmo.  El  lejisjador,  para  consagrar  monu- 
mentos &  la  posteridad,  debe  penetrar  en  la  oscuridad  de  los 
tiempos  y  juzgar  hoy  como  pensaría  entonces. 

Son  ciertamente  dignos  déla  gratitud  de  la  Nación  los  que 
en  esos  dias  se  combinaron,  persuadieron  ó  los  Coman- 
dantes, hablaron  en  nombre  del  pueblo,  etc.  Pero  en 
primer  lugar,  este  mérito  ha  recibido  realce  por  que  fué 
coronado  del  suceso;  mas  él  no  lo  habría  sido,  sino  hu^ 
hiera  encontrado  por  todas  partes  cooperadores  celosos 
que,  sin  estar  concertados,  concurrieron  en  su  auxilio  y 
segundaron  eñcazmente  sus  esfuerzos.  No  veo  razón 
por  qué  hayan  aquellos  de  ser  coronados  como  héroes  y 
olvidados  estos  otros. 

Si  es  por  haber  sido  los  primeros,— hágase  justicia.  Los 
paceños,  en  tal  caso,  merecen  la  preferencia.  Si  ellos  fue- 
ron desgraciados,  sus  esfuerzos  y  su  resolución  no  deja- 
ron de  ser  grandes,  ni  su  consagración  por  la  causa  de  la 
libertad  es   menos  digna  de  gratitud. 

Si  es  por  hal)er  tenido  suceso,— estíéndase  el  mérito  y 
la  recompensa  á  los  qué  vinieron  &  completar  los  resul- 
tados felices. 

Sí,  el  valor,— yo  no  vaciló  en  decirlo,  lo  encuentro  mayor 
en  los  que  en  diferentes  puntos  del  virreinato  osaron  pro- 
nunciarse en  favor  de  las  innovaciones  hechas  en  esta  ca- 
pital. Los  que  aquí  obraban  estaban  con  las  espaldas 
resguardadas;  la  tuerza  estaba  por  ellos.  El  Virrey,  su 
cautivó,— era  una  fiera  sin  uñas  ni  colmillos.  La  Audien- 
cia táínbien  estaba  bajó  su  férula.  No  dependía  sino  de 
ellos  oprimirlos  con  el  peso  del  poder  real  que  poseían,— 
en  ve¿  de  que  en  los  otros  puntos,—  los  que  osaron  pro- 
nunciarse por  la  Junta  estaban  bajo  el  influjo  de  un  poder 
absoluto,  expuestos  á  las  venganzas  de  unos  tiranos  que 
podían  disponer  de  su  vida  y  de  su  fortuna. 

En  efecto,— ¿no  se  vieron  numerosas  víctimas  de  su  pa- 
triotismo conducidas  al  cadalso  en  todas  partes,  excepto  en 
Buenos  Aires?  Es,  luego,  evidente  que  fueron  mayores  los 
peligros  en  todos  los  demás  punios  que  aquí;  de  consi- 
guiente,—que  se  necesitó  más  enerjía  y  magnanimidad  pa- 
ra adoptar  la  causa   de  la  revolución   que   para  iniciarla 


1 


158  APÉNDICE 

aquí.  Serla,  pues,— lodo  junto  ridículo  é  injusto,  un  monu- 
mento que  consagróse  la  memoria  de  liechos  menos  he- 
roicos, cuando  se  ecliara  en  olvido  lo  que  tiene  mas  dere- 
cho al .  título  de  heroísmo. 

|En  qué  consiste,  pues,  el  mérito  de  los  que  en  esta  ca- 
pital manejaron  los  sucesos  del  25  de  Mayo? 

1.0  En  haber  conocido  el  momento  favorable  de  obrar  con 
decisión  y  aprovecharlo;  2.®  en  haber  tenido  la  discreción 
de  no  querer  por  entonces,  sino  lo  que  era  factible  hacer. 

Pesemos  esto  en  la  l>alanza  de  Astrea,  y  veamos  si  merece 
la  pena  de  consagrarle  un  monumento. 

Conocieron  el  momento  de  obrai*  y  lo  aprovechbron.  jY 
cómo  podían  dejar  de  conocerlo?  Un  movíihiento  é  inquie- 
tud jeneral  indicaban  que  en  todas  partes  se  sentía  la  nece- 
sidad dé  un  cambiamiento  que  nos  pusiese  al  abrigo  de 
los  riesgos  que  nos  amenazaban.  El  mismo  gobierno  que 
nos  tiranizaba,  viéndose  en  agonía,— advertía  &  los  pueblos 
de  América  la  necesidad  de  proveer  á  su  seguridad,  y  nos 
decía  que  nuestra  posición  era  feliz  pues  podíamos  hacer- 
lo sin  contradicciones.  En  tales  circunstancias  habría  sido 
un  crimen  obrar  de  otro  modo.  Los  residentes  de  la  capital 
se  hallaban  á  la  cabeza  de  la  columna:  debian  romper  la 
marchaVy  los  demás  seguirlos. 

La  naturaleza  había  f^ado  este  orden  á  los  sucesos. 
¿Hay  en  esto  heroismo?    Yo  no  lo  veo,  señores! 

Este  mérito  lo  ha  dado  la  posición:  recilúan  primero  las 
noticias,  estaban  en  la  fuente,  conocían  con  mas  claridad 

el  estado  de  las  cosas Dejar  escapar  el  momento 

habría  sido  una  torpeza  inescusabl^. 

En  mi  modo  de  ver  estos  sucesos,  el  principal  mérito 
de  los  que  los  manejaron  consistió  en  la  sobriedad  de  con- 
tentarse por  entonces  con  lo  único  que  era  asequible,  es 
decir,  con  nombrar  un  gobierno  que  administrase  el  Esta- 
do en  nombre  de  Fernando  Séptimo.  Esto  fué  sabio.  Aun- 
que ellos  previesen  (y  aun  deseasen)  que  ese  paso  había 
de  prodiícir  una  total  independencia,  ellos  la  flarón  á  los 
sucesos  t]ue  el  tiempo  mismo  traería  sin  precipitarlos. 
Conocieron  que  el  amor  propio  de  los  americanos  estaba 
altamente  ofendido  de  que  los  gobiernos  populares  que  se 
érijian  en  la  península  pretendiesen  mandar  soberanamente 


HISTORIA  DErOOEBfES  T  DE  SALTA  4S8 

en  la  América  y  enviarnos  aquí  empleados  A  que  nos 
gobernasen;  estaban  justamente  alarmados  de  la  conducta 
tortuosa  de  los  jefes  realistas;  la  mayor  pai*te  de  la  España 
estaba  dominada  por  los  franceses,  Murat  había  deshecho 
la  regencia  nombrada  por  el  Rey  y  él  gobernaba  en  nom- 
bre de  Napoleón,  y  Liniers,  de  acuerdo  con  los  fiscales  del 
Rey,  publica  una  proclama  diciendo  que  se  guardaria  la 
política  que  se  observó  cuando  la  guerra  de  sucesión,  es 
decir,  que  seria  frió  espectador  de  la  contienda  del  Sobe- 
rano con  el  usurpador  y  obedecería  al  qiie  venciese;  Goye- 
neche,  encargado  de  dos  comisiones  contrarias  á  los  dere- 
chos de  la  corona,  viene  á  intrigar,  y  no  solo  no  es  arrestado 
por  los  ministros  del  Rey,  sino  que  le  prestan  todo  favor  y  ma- 
no fuerte.  En  Chuquisaca  y  la  Paz  son  tratados  como  reos  de 
alta  traición  los  que  habían  desplegado  celo  por  el  Rey  Fer- 
nando. Aunque  Liniers  había  sido  removido  del  virreinato,  le 
había  sucedido  Cisneros,  criatura  de  D.  Martin  Oonels,  Se- 
cretario de  la  Junta  Central  que  acababa  de  descubrirse 
aliado  de  los  franceses,  y  por  lo  mismo,  la  ñdelidad  de  su 
ahijado  no  tenía  mejores  títulos  á  una  confianza.  Todo  esto 
hacía  sentir  la  necesidad  de  un  cambiamiento  que  nos 
pusiera  fuera  de  alcance  de  las  juntas  de  España  y  de  las 
tramoyas  de  los  empleados  del  Rey.  Los  que  manejaban 
estos  negocios  lo  conocieron  bien;  y  se  contentaron  con 
hacer  solo  eso.  Obraron  sabiamente.  El  suceso  correspon- 
dió ú  sus  designios.  Si  se  avanzaban  un  paso  más  allá,  el 
25  de  Moyo  habría  sido  un  día  de  luto.  Pero,  señores,  ¿esta 
prudencia  merece  el  título  de  heroica  para  que  se  le  erijan 
monumentos?  Yo  temo  que  la  posteridad  no  juzgará  así. 

A  mas  de  que,  ¿cuál  es,  señores,  el  objeto  de  ese  monu- 
mento que  se  propone?  Eternizar,  se  dice,  la  memoria  de 
los  héroes.  Y  bien;  yo  pienso,  que  no  es  en  pirámides  y 
obeliscos  donde  se  eterniza  la  memoria  de  los  héroes. 

Es  la  historia  quien  lo  remite  ú  la  posteridad  mas  remota. 

Babilonia  ha  desapiirecido;  ya  no  se  sabe  dónde  existióla 
famosa  Ecbatanis.  Apenas  se  conoce  dónde  fué  el  sitio  de 
Esparla.  Atenas,  Tébas,  Corinto  han  desaparecido  entera- 
mente, y  con  ellos  todos  los  monumentos  que  había  erljido 
el  orgullo  de  los  mortales;  pero  la  historia  ha  perpetuado 
los  nombres  de  Leónidas,  Milciades,  Temístocles,  Arístidesi 


454  APÉNDICE 

Cimon,  Focion,  Epamínóndas,  Timoteo,  Daniel,  Mardoqueo, 
Ester,  y  ellos  no  se  borrarán  mientras  entre  los  hombres 
subsista  el  gusto  de  saber  lo  que  pasó  en  las  jeneraciones 
que  les  precedieron.  Mientras  la  Nación  subsista,  su  inde- 
pendencia será  el  mejor  monumento  que  puede  consagrar- 
se á  la  memoria  de  los  héroes  que  la  conquistaron,  y  des- 
pués será  de  la  jurisdicción  de  la  historia  perpetuar  sus 
nombres.  Concluyo,  pues,  contra  la  admisión  del  proyecto, 
al  menos  por  ahora. 

He  dicho  «á  lo  menos  por  ahora»,  porque  yo  no  me  opongo 
á  que  por  via  de  decoración  se  eleve  una  pirámide  ú  obe- 
lisco suntuoso,  y  si  se  quiere  también,  se  escriban  en  él  algu- 
nos de  los  nombres  de  los  más  beneméritos  á  la  libertad;  pero 
en  primer  lugar,  esto  no  es  asequible  por  ahora  que  atencio- 
nes mas  serias  nos  absorben  todos  los  fondos.  Segundo, 
por  que  para  la  elección  de  esos  nombres,  el  mejor  de  los 
juris  será  la  opinión  pública;  que  ella  se  pronuncie  de  un 
modo  inequívoco,  y  entonces  no  ofrecerá  dificultades  la 
elección. 

•  Es  á  la  jeneracion  que  sigue  después  de  nosotros  á 
quien  corresponde  hacer  este  discernimiento.  No  nos 
adelantemos  á  las  edades  si  queremos  conservar  la  repu- 
tación y  gloria  de  los  que  manejaron  el  25  de  Mayo. 


ESFOSICION 


DEL 


CORONEL  D.  JOSÍ  DE  MOLDES 

ACERCA   DE  SUS    SERVICIOS   A   LA   CAUSA 

PÚBLICA 


No»fBRADO  segunda  vez  representante,  ha  llegado  uno  de 
los  casos  mas  repugnantes  en  que  se  puede  ver  un  hom- 
bre de  honor  y  sentimientos  delicados,  que  es  el  de  ha- 
llarse en  la  necesidad  de  desempeñar  la  parte  de  delicadeza 
que  el  gobierno  debe  tener  por  los  oficiales  del  estado;  y 
contraerse  á  hablar  de  sí  mismo,  esponiendo  su  mérito 
individual:  pero  hay  ocasiones  en  que  el  mismo  honor 
ecsige  una  resolución  tan  violenta,  ahogando  los  impulsos 
de  la  delicadeza.  Yo  hubiera  permanecido  en  silencio  si 
entendiese  que  los  hombres  de  honradez,  méritos  y  servi- 
cios, sólo  se  desatendiesen  reservando  con  ellos  aquel  res- 
peto y  muda  consideración  que  ecsige  imperiosamente  la 
virtud.  Semejante  procedimiento  nada  tendría  que  fuese 
estraño;  pero  se  hace  insoportable  que  hombres  altaneros, 
hombres  indecentes  y  de  conducta  vacilante,  se  den  un 
aire  de  superioridad  insultante  á  título  de  sus  empleos,  y 
se  propasen  á  intentar  ofender  con  su  ilusa  y  petulante 
osadía  á  sujetos  cuyos  nombres  no  se  debieran  tomar  en 
boca  sin  el  respeto  mas  profundo.— Estas  consideraciones 
me  han  movido,  entre  otras  cosas,  á  publicar  una  sucinta 
relación  de  mis  servicios  al  estado,  á  fin  de  que  el  público 
sensato  se  ponga  en  mejor  estado  de  formar  una  compara- 
ción, y  consolarme  yo  con  la  satisfacción  de  que  los  co- 


456  APeNDlGE 

razones  honrados  harán  la  justicia  debida  á  mi  honor 
ultrajado  tan  reiteradas  veces,  sin  que  jamas  haya  podido 
decir  la  maledicencia:  en  esto  ha  delinquido. 

El  dia  doce  de  mayo  de  mil  ochocientos  ocho  salí  de 
Madrid  con  dirección  á  Cádiz,  de  donde  me  trasladé  á  la 
escuadra  inglesa,  que  bloqueaba  el  puerto  á  los  tres  dias 
de  mi  llegada;  y  sin  embargo  de  la  pena  de  muerte  que 
había  impuesta  al  que  se  aprocsimase  á  dicha  escuadra, 
amparado  de  la  oscuridad  de  la  noche,  por  el  costo  de 
trecientos  pesos,  burlé  el  celo  de  dos  cañoneras  que  cru- 
zaban la  boca  del  puerto,  hasta  llegar  al  buque  del  almi- 
rante, de  donde  por  el  conocimiento  del  estado  de  España 
que  mifíistré  á  dicho  gefe,  me  facilitó  un  bergantín  que  me 
condugese  á  Londres  á  fin  de  solicitar  la  protección  in- 
glesa para  la  independencia  de  esta  América.  A  mi  llega- 
da y  primeras  entrevistas  con  el  primer  ministro,  todo  me 
anunciaba  el  resultado  mas  lisongero;  pues  para  mis  pre- 
tensiones se  destinaba  el  aucilio  de  ocho  mil  hombres  que 
se  hallaban  sobre  Suecia.  Las  circunstancias  políticas  en 
que  estaba  Inglaterra,  favorecían  sobre  manera  este  pro- 
yecto, y  concurrían  á  mejorarlo  las  contestaciones  habidas 
con  el  marques  de  Solano,  gobernador  de  Cádiz  y  capitán 
general  de  Andalucía,  que  habia  declarado  que  jamos  tra- 
taría ton  Inglaterra,  pero  desgraciadamente  para  nosotros 
las  circunstancias  variaron,  inspirando  á  la  corte  británica 
ideas  mui  diferentes.  A  los  quince  dias  de  mi  llegada  á 
Londres  llegaron  de  España  varios  diputados  de  Asturias, 
Galicia,  Andalucía  y  varias  provincias,  y  la  corte  de  Lon- 
dres atendió  á  sus  proposiciones  con  predilección  á  todo 
otro  asunto;  como  que  se  le  abría  un  nuevo  campo  para 
desplegar  sus  operaciones  contra  Francia,  que  era  justa- 
mente su  interés  mas  inmediato.— Lo  que  he  referido 
convence  por  su  propia  naturaleza,  y  ademas  consta  á 
muchos  individuos,  con  especialidad  á  D.  Manuel  Pinto 
que  me  acompañó  en  el  viage. 

Frustrados  así  todos  mis  designios,  y  después  de  hacer 
el  gasto  propio  de  mas  de  tres  mil  pesos,  me  reembarqué 
para  Cádiz,  con  ánimo  de  trasladarme  á  esta  capital,  como 
efectivamente  lo  verifiqué,  desembarcando  en  ella  el  siete 
de  enero  de  mil  ochocientos  nueve.  A  pocos  dias  el  coronel 


HISTORIA  DE   GÚEMES  Y  DE  SALTA  457 

mayor  Terrado  me  condujo  á  una  quinta  á  estramuros, 
donde  encontré  varios  americanos  que  me  digeron  trataban 
de  la  independencia;  y  yo  instruyéndoles  de  lo  que  favore- 
cían las  circunstancias  respecto  del  estado  de  España,  de 
lo  que  les  di  clara  noticia,  me  comprometí  á  propagar  la 
idea  en  todos  los  pueblos  de  mi  tránsito,  y  servir  con  mi 
persona.  Así  fué  que  en  Córdoba  lo  practiqué  con  D.  Tomas 
Allende,  de  donde  fui  desterrado  por  el  gobernador  Con- 
cha. En  Santiago  del  Estero  lo  traté  con  D.  Francisco  Bor- 
ges,  (1)  en  Tucuman  con  D.  Nicolás  Laguna,  en  Salta  lo 
insinué  en  sus  habitantes  mas  considerados,  en  la  Paz  lo 
hice  con  D.  Clemente  Díaz  de  Medina,  en  Cochabamba  con 
D.  Mariano  de  Medina,  tesorero  de  aquella  ciudad;  omitien- 
do los  de  Chile  y  Lima  para  no  comprometerlos  infructuo- 
samente, todos  sugetos  de  opinión  en  sus  respectivos  pue- 
blos, y  que  obraron  en  favor  de  la  causa  tan  pronto  como 
les  fué  posible,  justamente  en  un  tiempo  en  que  no  tenía- 
mos mas  patria,  egército,  ni  garante  que  el  pescuezo.  Así 
fué  que  el  veinticinco  de  mayo,  dia  en  que  hizo  la  revolu- 
ción Buenos  Aires,  me  hallaba  cerca  de  Córdoba,  caminan- 
do para  ésta  á  seguir  una  instancia  sobre  una  prisión  y 
desafuero  que  había  sufrido  por  cuarenta  y  un  dias,  de  re- 
sultas de  haber  sido  sorprendida  mi  comunicación  en  C07 
chabamba,  según  consta  de  documentos  públicos  que  con- 
servo, así  como  de  todo  lo  demás  que  en  adelante  espondré. 

Salta  fué  la  primera  capital  de  provincia  cuya  resolución 
aguardaron  los  pueblos  de  su  dependencia  para  declararse 
por  la  unión  de  Buenos  Aires  estando  bajo  del  tirano  todas 
las  provincias  del  Perú,  y  con  una  fuerza  que  marchaba  á 
unirse  con  la  que  se  formaba  en  Córdoba.  Su  resolución 
fué  heroica,  que  privó  que  muriese  en  su  cuna  laliljiertad., 
como  se  puede  deducir  de  la  gaceta  del  veintitrés  de  julio 
de  mil  ochocientos  diez  y  el  lugar  de  la  primera  acción 
de  las  armas  de  la  patria. 

Concluida  mi  litis  el  veintitrés  de  julio  de  ochocientos 
diez  me  sorprendió  el  gobierno  al  tiempo  de  pedir  pasa- 
porte, comunicándome  el  despacho  de  teniente  Gobernador 


(1)    Fasilado  en  Santiago  sin  proceso  en  término  de  pocas  horas,  por  la 
patria. 


456  APfiNDIGB 

de  Mendoza,  empleo  de  nueva  creación,  y  precisamente 
liallándose  aquel  pueblo  armado  y  en  la  roas  completa  re- 
volución. Yo  fui  acompañado  de  un  solo  criado;  tuve  la 
satisfacción  de  pacificarle;  formé  el  gobierno  y  arreglo  de 
su  cabildo;  puse  docientos  cuarenta  hombres  sobre  las 
armas;  y  gozó  el  pueblo  de  una  completa  tranquilidad.— 
Por  el  doce  de  enero  de  mil  ochocientos  once  recibí  órdenes 
de  entregar  el  mando  militar  üD.  Xavier  Rosas,  el  político 
á  el  cabildo,  remitir  cien  hombres  á  ésta,  y  presentarme 
sin  pérdida  de  momentos  &  servir  el  empleo  de  sargento 
mayor  en  el  regimiento  de  caballería  de  la  patria,  perdiendo 
con  esta  precipitada  orden  el  ajuar  de  mi  casa,  gastos  de 
ida  y  vuelta,  y  los  invertidos  en  la  secretaría  de  gobierno, 
pues  seicientos  pesos  que  habia  recibido  de  aquellas  cajas 
no  podían  llenar  los  desembolsos  necesarios  á  estos  gastos. 

El  veinticinco  de  febrero  del  mismo  año  se  me  mandó 
encargarme  de  seiscientos  hombres  con  dirección  á  la 
Banda  Oriental;  pero  apenas  hube  llegado  ó  la  Bajada,  re- 
cibí nuevas  órdenes  para  que  los  entregase  &  los  oficiales 
Jíondeau,  Artigas  y  Ortigueras.  Seguidamente  hice  mi  re- 
nuncia de  grados,  sueldos,  y  honores,  solicitando  me  per- 
mitiesen volver  ú  mi  casa;  pero  el  gobierno  me  contestó 
no  admitiéndomela,  y  nombrándome  intendente  de  Cocha- 
tomba;  bien  que  el  representante  del  gobierno  D.  Francisco 
Tarragona  me  hizo  detener  hasta  que  cesó  el  bloqueo  de 
aquel  pueblo. 

A  mi  llegada  á  esta  ciudad  encentré  sucedida  la  revolu- 
ción del  seis  de  abril,  y  yo  corrí  las  circunstancias  ordi- 
narias de  que  tenemos  esperiencia;  pues  el  gobierno  man- 
dó un  ayudante  á  mi  casa  por  los  despachos  que  me  habia 
dado;  me  desterró  en  el  término  de  veinticuatro  horas;  dio 
orden  para  que  no  se  me  abonase  mi  sueldo;  circuló  ins- 
trucciones á  los  maestros  de  postas  indicándome  de  traidor, 
y  encargó  al  gobierno  de  Salta  que  velase  mis  operaciones, 
remitiéndome  con  una  barra  de  grillos  en  caso  de  juzgarlo 
conveniente,  sin  mas  delitos  para  tales  atentados  qne  aque- 
lla integridad  de  que  la  naturaleza  me  ha  dotado,  y  que  es 
tan  mortificante  &  los  perversos. 

En  consecuencia  de  lo  referido  salí  de  esta  capital,  pa- 
sando por  el  dolor  de  no  poder  permanecer  en  mi  país, 


HISTORIA  DE  QOEMES  Y  DE  SALTái  459 

desde  donde  me  dirigí  al  ejército  del  Perú.  Por  el  camino 
supe  la  derrota  del  Desaguadero,  que  me  la  noticiaron  los 
soldados  dispersos.  En  el  valle  de  Cochabamba  supe  ppr  un 
espreso  que  Goyeneche  acababa  de  tomar  la  ciudad,  y  en 
este  caso  determiné  regresarme  haciendo  retroceder  ciento 
cincuenta  mil  pesos  que  llevaba  á  Cochabamba  el  clérigo 
Patino,  hasta  el  punto  de  Mizque,  en  que  aguardamos  al 
general  Diaz  Velez,  á  ñn  de  que  tomase,  las  medidas  que 
juzgase  oportunas.— De  allí  volví  á  Salta,  y  el  veintiséis  de 
setiembre  de  ochocientos  once,  desentendiéndose  el  gor 
bierno  de  todo  lo  obrado  anteriormente,  y  con  no  poca 
sorpresa  mia,  me  pasó  orden  para  que  me  incorporase  al 
egército  en  clase  de  particular,  y  &  continuación  con  fecha 
once  de  octubre  del  mismo  año  repitió  otra  nombrándoípe 
segundo  general.  Llevado  de  mi  inclinación  &  ser v ir. á  la 
patria  eché  al  olvido  tales  inconsecuencias,  y  me  dediqué 
á  la  organización  y  arreglar  el  egército,  poniéndole  en  la 
fuerza  de  dos  mil  hombres;  pero  el  veintisiete  de  diciembre 
de  ochocientos  once  me  retiré  ó  mi  cosa  para  no  verme 
envuelto  en  el  número  de  los  que  llenan  de  lutqá  la  patria; 
y  así  lo  ecsigió  mi  honor,  no  llevando  mas  grado,  sueldo 
ni  recompensa  que  la  satisfacción  de  haber  servido. 

La  fuerza  que  dejo  dicha  desapareció  el  mes  de  enero 
inmediato,  como  se  puede  ver  por  el  manifiesto  del  general 
en  gefe  D.  Juan  Martin  Pueyrredon. 

El  treinta  y  uno  de  julio  de  mil  ochocientos  doce  publicó 
un  bando  el  general  Belgrano  en  Jujuy,  anunciando  la 
aprocsimacion  del  enemigo,  y  desde  luego  me  le  oferté 
desde  Salta.  El  me  contestó  admitiéndome  con  todos  los 
hombres  que  quisiesen  ir  armados  y  montados  á  su  costa, 
así  militares  como  paisanos;  y  en  este  concepto  salí  el  diez 
de  agosto  de  dicho  año  con  ciento  veinticinco  hombres 
armados  y  montados  por  sí,  los  que  llenaron  de  honor  & 
sus  gefes  con  su  noble  comportacíon,  sucediendo  que  dos 
hermanos  el  dia  de  la  acción  del  Tucuman  salvaron  á  los 
dos  generales  de  el  medio  de  los  enemigos,  (a)  El  general  sé 
retiró  de  Jujuí,  y  le  acompañamos  hasta  el  Tucuman,  ha- 

(a)  Estos  dos  hermanos    son,  sin  duda  alguna,   los   coroneles  D.  José  y 
D.  Eustoquio  Moldes. 


460  APÉNDICE 

hiendo  rechazado  ul  enemigo  en  las  Piedras.  En  esto  ciu- 
dad el  dia  de  la  acción  memorable  que  dio  la  vida  ú  lo 
patria  y  gloría  ú  nuestras  armas;  en  este  ejército  ó  reliquias 
en  que  había  sido  general,  serví  de  aventurero:  contribuí 
principalmente  ñ  formar  la  línea  de  combate,  siendo  así 
que  el  general,  aunque  animado  de  un  noble  deseo  y  de 
sentimientos  marciales,  era  moderno  en  el  servicio  de 
campaña:  recorrí  así  mismo  la  línea  del  enemigo  y  avisé 
el  momento  oportuno  en  quedebióempezar  el  ataque.  Bien 
que  el  general,  satisrecho  de  mis  servicios,  me  distinguió 
por  algunos  dias  con  especial  predilección,  como  se  puede 
verde  su  parte  impreso  en  la  gaceta  de  trece  de  octubre 
de  mil  ocliocientos  doce. 

En  estas  circunstancias  y  las  ocurridas  ú  continuación,  se 
aumentaron  los  gastos  de  nuestras  tropas,  y  hallrlndose  lo 
comisaría  sin  fondos  con  que  subvenir  ú  las  urgencias  muí 
precisas,  suplí  de  mi  bolsillo  cinco  mil  quinientos  pesos, 
para  que  se  me  alx>nasen  en  Buenos  aires:  en  Salta,  para 
que  siguiese  el  egército  dosmil  pesos,  y  un  hermano  once 
mil,  (i?)  sin  atender  ú  riesgos  de  demoras,  que  sufrimos, 
conforme  se  puede  ver  por  los  pagos  en  cajas. 

El  doce  de  noviembre  de  ochocientos  doce  fui  nombrado 
inspector  de  infantería  y  cal>allería;  y  los  oficiales,  acoso 
temerosos  de  la  disciplina  que  necesitaban,  y  ecsaclitud 
que  intentabp  establecer  en  el  egército,  representaron  tu- 
multuariamente, y  yo  recílií  orden  del  gobernador  á  este 
mismo  tiempo  paro  venir  ú  Buenos  Aires,  donde  ú  mi  lie- 
godo  fui  foiv.ado  á  tomar  el  nombramiento  de  intendencia 
general  de  policía;  cuyo  romo  arreglé  y  le  di  tono  en  el  corto 
tiempo  de  dos  meses  que  estuve  á  su  cabeza.  — En  este  tiem- 
po fui  nombrado  por  Salta  representante  de  la  asamblea; 
la  que  me  quiso  fusilar,  é  hizo  proceso  por  haberle  negado 
su  legitimidad,  siendo  así  que  después  todo  el  mundo  ha 
convenido  en  mi  opinión  por  su  veracidad,  y  acredita  el 
manifiesto  del  cabildo  de  Buenos  aires  de  16  de  abril 
de  1816. 

El  veintiocho  de  noviembre  de  mil  ochocientos  trece  se 
puso  ú  mi  cargo  el  regimiento  de  granaderos  de  infante- 


(6)  D.  Eustoquio  Moldes. 


r 


HISTORIA  DE  QUEMES  T  DE  SALTA  461 

río,  declarándome  cuarenta  y  dos  pesos  mensuales  menos 
de  el  sueldo  que  obtenía  por  coronel  de  caballería;  y  se- 
guidamente se  me  posó  orden  por  el  gobierno  para  formar 
el  manejo  y  táctica  que  debia  seguirse  en  el  estado,  y  salí 
cuarenta  y  un  dias  á  los  Olivos  con  el  regimiento  á  comu- 
nicarle las  instrucciones. -A  mi  vuelta  pasé  á  la  Colonia, 
y  desde  allí  al  sitio  de  Montevideo,  donde  sólo  mandé  una 
guerrilla  de  cien  soldados  que  nunca  habían  oído  las  balas. 

Después  de  la  toma  de  esta  plaza,  pedí  mi  retiro,  para 
separar  la  vista  de  una  cadena  de  picardías,  que  con  motivo 
del  mando  presencial)a  dlaritunente,  el  que  se  me  otorgó 
declarándome  benemérito  en  grado  heroico.  En  octubre  se 
abrieron  Iqs  sesiones  de  la  asamblea,  y  movido  de  los  sen- 
timientos que  me  imponía  mí  obligación  y  honor,  que  me 
es  imprescindible,  no  pude  menos  que  oponerme  abierta- 
mente ú  las  iniquidades  que  proponía  el  gobierno;  de  cu- 
yas resultas  fui  sorprendido  el  doce  de  noviembre  de  mil 
ochocientos  catorce,  y  sepultado  en  Patagones  como  un  vil 
criminal,  cuando  la  verdadera  causa  de  mi  atropel  la  mien- 
to y  abandono  de  mi  familia  en  un  país  estraño  fué  mi 
oposición  á  un  crimen  que  advertía.  En  mi  destierro  tuve 
la  satisfacción  de  salvar  aquel  país  de  un  facineroso  que 
le  hacia  tocar  en  su  esterminio. 

Cuando  calculé  que  la  expedición  del  coronel  mayor 
French  podia  padecer  alguna  demora  por  falta  de  aucílios, 
me  presenté  al  ministro  de  hacienda,  ofreciendo)^  el  dine- 
ro que  necesitase  en  Jujxxl  ó  Salta,  el  que  se  me  pagaría 
oquí  luego  que  se  diese  aviso  de  haberse  recibido  por  él 
dicho;  y  su  contestación  fué  que  aquí  no  se  podia  pagar; 
que  el  general  Rondeau  corría  con  todos  los  aucílios  del 
Tucuman  para  adelante. 

Durante  estos  servicios  y  persecuciones  mi  casa  ha  sido 
saqueado  dos  veces  por  el  enemigo.  Dispersos,  emigrados 
y  errantes  aun  no  sabemos  la  patria  que  hemos  de  vivir. 
Sabed,  leed  y  meditad,  imparciales,  que  esto  me  basta. 
Asegurar  el  logro  de  su  honor  vale  mas  que  la  vida  par^ 
el  hombre  que  le  tiene.  Tucuman  y  Octubre  26  de  1816. 

José,  db  Moldbs 


índice 


£l  concepto  público  formado    con    motivo  de  la  publicaeion 

de  esta  obra. V 

DISCURSO  PBBLIMINAR IX 


CAPITULO    1— EL  ANTIGUO  RfiOIMEN 

SUMARIO— Gfé&cion  del  Yirreinato  de  Buenos  Aires—Sus  limites  y 
organización— £1  virrey;  su  elección,  sus  funciones  y  facultades 
— uarantias  de  las  leyes  contra  sus  abusos — Juicio  de  residen- 
cia—Él poder  judicial— La  Reai  Audiencia:  casos  de  su  compe- 
tencia—:)us  procedimientos  y  funciones  políticas— Composición 
de  la  Audiencia:  los  oidores— La  Sala  de  audiencias— Procedi- 
mientos judiciales— Tribunales  inferiores;  su  personal— La  inde- 
pendenciar  judicial. 

Creación  de  las  intendencias;  cu&les  eran  estas  en  el  país 
argentino— La  Intendencia  de  Salta:  limites  y  jurisdicción- 
Tenencias  de  Gobierno— El  Gobernador  Intendente;  origen  de 
su  poder — Los  cuatro  ramos  de  su  gobierno — El  vice  patronato 
real— Predominio  social  del  gobernador  honores  con  que  era 
rodeada  su  persona— Secretarios  de  gobierno  y  hacienda— 
Espíritu  guerrero  de  la  población  de  Salta. 

El  Consejo  Supremo  de  Indias;  su  objeto  y  autoridad— Ga- 
rantía contra  sus  abusos — Corrupción  ftnal  de  esta  corporación. 

Los  ayuntamientos;  su  aparición  en  España— El  poder  real 
avasalla  los  fueros  y  libertades  castellanas — Casos  de  heroísmo 
cívico- Los  cabildos,  ayuntamientos  de  América— El  gobienio 
de  la  ciudad— Atribuciones  de  los  cabildos— Jurisdicción  del 
cabildo  de  Salta— Composición  del  cabildo;  traje  de  ceremonia; 
títulos  del  cabildo  y  de  sus  miembros— La  presidencia  del  ca- 
bildo—Funcionamiento y  hounres— 'Cabildo  abierto;  composición 
de  esta  asamblea  y  el  sufragio  universal  de  la  razón— El  ramo 
de  propios— El  cabildo,  escuela  de  la  democracia  y  fuente  de  la 
libertad  de  la   república , 


CAPÍTULO  II— LA   SOCIEDAD     BAJO  BL  ANTlOUO  RÉQIMEN 

fif£rifA£/0— Constitución  de  la  antigua  sociedad;  la  noftZeia;  la  aente 
decente- Formación  del  tipo  del  eAoIo- Clases  de  los  mestisos, 
indígenas,  negros  y  mulatoa—Ltí  plebe — La  esdavitnd;  sus  condi- 
ciones en  América— La  vida  del  esclavo;  derechos  del  amo. 

El  comercio  americano;  la  Casa  de  Contratación;  el  Callao — 
Salta,  centro  del  tráfico  cnmercial— La  internación  de  mercade- 
rias— El  comercio  de  muías  con  el  Perú;  las  tnvemada«— Cases 
de  Candió  ti,  de  Moldes  y  de  Gurruchaga;  casas  de  segundo 
orden— Extensión  del  comercio  d^  Salta — El  comercio  de  es- 
flavos  negros— Beneficios  que  la  sociedad  de  Salta  recibe  del 
comercio— La  riqueza  de  Salta— Ferias  comerciales. 

La  inmigración  española  en  América— La  aristocracia  espa- 
ñola se  avecinda  en  Salta— Apellidos  ilustres;  principales  casas 
nobles  de  Salta— La  cultura  social  de  Salta;  el  triunfo  de  la 
gente  decente. 


464  APÉNDICE 

La  población  de  laa  campañas— Descripción  del  ^aacbo  de 
Salta— La  clase  indígena;  el  sistema  feudal— Descripción  de  la 
reffion  del  poniente;  el  valle  de  Caí  chaqui. 

La  Salta  española;  descripción  de  la  ciudad— Cuadros  soeia« 
les— Fisonomía  general  del  territorio  argentino— Descripción  de 
Buenos  Aires  en  1810. 

La  vida  doméstica— £1  padre  español— La  juventud  decente; 
su  altura  intelectual  y  social— El  gaucho  decente— Traje  de  ciu- 
dad; costumbres  sociales— Descripción  de  una  casa  principal- 
Arreos  para    el   caballo 39 


CAPITULO  III— Religión  fi  instrucción  pública 

i$l7jlfABI0— Carácter  religioso  de  los  pueblos  ¿e  América— La  fé  reli- 
giosa en  la  sociedad  de  Salta —  Ordenes  religiosas—  Prácticas 
piadosas— Las  Capeüaniaa,  su  objeto  y  su  forma:  sus  consecuen- 
cias—Altura intelectual  del  clero  de  Salta:  sus  virtudes. 

Administración  eclesiástica:  las  ssdes  episcopales  —  Riquesa 
del  eult't  y  de  la  iglesia  —  Privilegios  que  gozaban  los  bienes 
eclesiásticos— Inmunidades  del  clero—  La  Iglesia  y  el  Estado— 
El  patronato  reak  provisión  de  curatos. 

La  ilustración  baja  del  Perú  á  las  comarcas  argentinas— Los 
jeeuitas  en  Salta;  la  misión  del  Tucuman  —  Fundación  de  cole- 
gios: ramos  de  su  enaeñanza—  Cabezón  y  el  Dr.  Acevedo—  La 
plebe  y  la  instrucción— La  instrucción  superior— El  Colegio  Má- 
ximo —  El  obispo  Trejo  funda  la  Universidad  de  Córdoba  ^  £1 
Colegio  de  Monserrat  y  el  de  Lo  reto  —  División  universitaria; 
facultad  de  artes,  de  teología  y  de  leyes  —Grados  universitarios 
— Colación  de  grados:  descripción  de  la  ceremonia— Prestación 
del  jun^mento;  profesión  de  lé— Las  insignias  doctorales— Pro- 
hibiciones. 

La  universidad  de  Charcas  —  Altura  y  progreso  de  su  ense- 
ñanza—Fuentes en  que  se  ilustra  la  juventud  —  El  espíritu  re- 
volucionario —  Estado  intelectual  del  pais  —  Hombres  ilustres 
salidos  de  los  claustros  de    Córdoba  y   de  Charcas.    .    .    -    .         188 

CAPÍTULO  IV— JOSTICIA  DE  LA  REVOLUCIÓN 

SUMARIO  ^Misión  de  España  en  América— La  tiranía  política  y  ad- 
ministrativa—Monopolios y  prohibiciones— El  extranjero— Ji!i 
esclusivismo'  español— Tenaencia  v  espíritu  de  la  política  y  de 
la  legislaciem  de  Indias— Persecución  á  la  ilustración  del  pueblo; 
dictáurnen  ^l  fiscal  Blaya— La  corrupción  administrativa. 

La  imprenta  en  España  y  en  las  colonias— La  poesia  popular 
reemplaza  á  la  prensa. 

Decadencia  de  las  artes  é  industrias  en  España— Los  artesa- 
nos españoles  en  América— Atraso  de  los  pueblos  americanos. 

La  política  española  y  el  vincnlo  de  la  unidad  nacional- 
América  para  los  españoles— El  rey  de  España;  títulos  de  su 
corona— El  absolutismo  del  rey— Fisonomía  del  pueblo  español 
antes  de  1810;  él  rey  absoluto— Jo vellanos  y  la  soberanía- La 
idea  de  la  independencia. 177 


CAPÍTULO    V— LA  bspaSa  Antes  de  1810 -la  conjura  patriota. 

SUMARIO-^nuáeza.  de  España;  el  imperio  español— Establee!- 
mioQto  del  despotismo  real— La  decadencia  española:  sus  cau- 
sas—Atraso general  de  la  nación  al  subir  Carlos  IV  al  trono- 
Datos  curiosos— Estado  intelectual  del  país— Las  artes  útiles  y 


HISTORIA  DE  GOEMES  T  DE  SALTA  466 

el  empleo— Decadencia  del  espíritu  literario— La  cultora  social— 
El  fanatismo  religioso — Supersticiones. 

Cárloa  IV,  su  carácter ^La  revolución  estalla  en  Francia- 
Coalición  de  los  reyes  contra  ella;  D.  Manuel  Godoy— Derrota 
de  la  escuadra  española  en  Trafalgar  (1805)— Napoleón  y  la  Es- 
paña—Las exoediciones  inglesas  al  Rio  de  la  Plata:  revolu- 
ción que  proauc^n  en  el  pais— La  invasión  Francesa  en  Es- 
paña—Fernando Vil— Situación  de  España  en  aquellos  dias 
—Bayona  y  el  2  de  Mayo— La  anarquía;  absdtUútas  y  liberales; 
loa  afranceacuha. 

La  juventud  americana  lesidente  en  España— D.  Francisco  de 
Gurrucbaga,  sus   antecedentes:  su  retrato— Gurruchaga,  correo 

de  gabinete— D,  José  de  Moldes,  sus  antecedentes El  auardia 

de  corpas-Condiciones  personales  de  Moldes;  su  retrato—Moldes 
y  el  enviado  de  Napoleón— Prestigio  del  coronel  Moldes — Orga- 
nización de  la  conjura  patriota— Trabajos  patriótico?  en  Espa- 
ña—Fuga de  Pueyrredon— Prisión  de  los  conjurados— Servicios 
de  Gurrucbaga— Fuga  general  de  Madrid— Misión  del  coronel 
Moldes  en  Londres — Las  juntas  de  España;  alzamiento  contra 
los  frangieses— La  bora  de  la  revolución;  los  conjurados  se 
embarcan  con  rumbo  &   Buenos    /lires 218 


CAPITULO  VI— LA  CONSPIRACIÓN  ESPAÑOLA 

SUMARJO^Efecio  que  producen  en  el  país  las  invasiones  inglesas 
—  Los  españolas  pierden  su  predominio  político  jr  militar  —  El 
partido  español:  D.  Martin  de  Alzaga— Los  españoles  proponen 
al  virrey  el  desaruae  de  los  patricios— El  virrey  Liniers:  sus  an- 
tecedentes y  condiciones—  Efecto  que,  produce  en  la  opinión  la 
renuncia  del  rey  &  favor  de  Napoleón— X<os  españoles.proyectan 
la  independencia:  de  qué  manera —  El  comisionado  Goyenecbe: 
sus  intrigas  políticas— Su  viaje  al  interior— Rebelión  de  Monte- 
video—Motín español  en  Buenos  Aires:  castigo  de  los  revoltosos 
— Deposición  de  Liniers —  El  virrey  C'sneros:  su  arribo  á  Mon- 
tevideo, sus  recelos  y  precauciones— Elio  y  Gisneros:  la  política 
del    terror 278 


CAPÍTULO  VII— LA   REVOLUCIÓN 

8ÜMABI0-—Eüirüd9í  de  Gisneros  á  Buenos  Aires;    antecedentes  ds 
este  personage— Nueva  política    del   virrey— Revoluciones    de 

'  Gbaquisaca  y  la  Paz— Su  castigo  y  sus  efectos— Desprestigio 
del  gobierno — La  ineptitud  del  virrey— Ideas  revolucionarias; 
conferencia  del  coronel  Moldes— Plan  político  dd  Moldes;  su 
ofrecimiento — La  Sociedad  Secreta  reaparece  en  Buenos  Aires 
—Política  de  Saavedra— El  apostolado  de  Moldes  en  el  interior 
—La  pérdida  de  España— Reunión  revolucionaria  en  casa  de 
Pueyrredon— Noticias  de  España  en  Marzo,  destrucción  de  1« 
Junta  Centra),  creación  de  la  Regencia — Estado  y  conducta  de 
los  patriotas— La  opinión  pública— Actitud  que  asume  el  virrev; 
proclama  del  18  de  Mayo— 20  y  21  de  Mayo;  petición  de  cabildo 
abierto  —Entrevistas  con  el  virrey— Preparativos  revolucionarios 
—22  de  Mayo;  la  plaza  de  la  Victoria,  la  policía  patriota  y  la 
libertad  del  sufragio— El  cabildo  abierto;  descripci'^n  de  la  sala 
capitular— La  inesperiencia  de  los  patriotas— Alocución  del  ca- 
bildo-El  debste;  discurso  del  obispo— Un  momento  crítico- 
Discurso  del  Dr.  Castelli— Discurso  del  Dr  Villota— Efecto  que 
produce  su  palabra— Réplica  del  Dr.  Passo- Los  defensores  de 
España  se  sienten  vencidos— La  autoridad  del  "virrey  es  puesta 
en  juicio— La  votación;  creación  de  una  junt^  de  gobierno— Los 
españoles  burlan  la  resolución  del  22— Sus   manifestaciones  de 


466  ÍNDICE 

Júbilo— Indignación  de  los  patriotas— Conferencia  con  el  virrev; 
renuncia  la  presidencia  de  la  junta— La  repreaeniacion  al  cabildo 
—95  de  Mayo;  actitud  del  cabildo— RI  pueblo  envia  sus  diputa- 
ciones al  cabildo— Sanción  popuiar  de  la  nueva  junta  de  gobier- 
no; fin  de  la  dominación  española— La  política  de  la  revolución 
—Instalación  de  la  Junta  de  Mayo;  regocijo  público  .    .    .    .    •       305 

CAPITULO  VIII— PRONUNCIAMIENTO  DE  SALTA 

SUMARIO-'lia  noticia  de  la  revolución  llega  ú  Salta—  Celebración 
de  cabildo  abierto:  fisonomía  de  la  concurrencia:  personages 
mas  notables— Votos  de  Santiváñez  y  de  Nadal;  voto  del  cuer^ 
po  de  abogados  y  del  militar:  voto  del  obispo  y  del  clero —  SI 
cabildo  se  adbiere  á  la  revolución  —  Importancia  poliUca  de  la 
actitud  de  Salta:  las  ciudades  subalternas— Salta  salva  la  revo- 
lución —  Córdoba  se  subleva  por  el  rey:  trabajos  realistas  — 
Fuerzas  y  elementos  de  la  causa  del  rey  en  1810 -Salta  se  po- 
ne depié— Bl  grito  de  la  tn<lQie>uletic»a— Principales  personages  que 
encabezaron  el  pronunciamiento  —  Aprestos  militares:  la  Guar- 
dia Urbana^El  sacrificio  de  Salta— Una  fuerza  realista  bajja  del 
Alto  Perú  en  auxilio  de  Córdoba- Plan  militar  de  los  españoles 
—El  gobernador  Izaamendi  y  la  revolución— El  coronel  D.  Die- 
go de  Pueyrredon  gefe  de  la  defensa—  El  teniente  Quemes  en- 
cargado de  la  vif^lancia  del  enemigo—  El  primer  combate:  re- 
chazo de  los  realistas. 

Organización  militar— La  patria  en  Salta  —  La  causa  del  rey 
en  Salta  —  Las  fuerzas  realistas  de  Córdoba  toman  rumbo  ái 
Perú— Conjuración  contra  1  zasm endi— Prisión  de  los  conjurados 
—La  batana  de  Gauna—  Chiclana  se  haca  cargo  del  gobierno; 
su  actitud  contra  Isasmendi  y  los  realistas— El  donativo. 

Los  caudillos  patriotas— D.  Martin  Güe mes;  sns  antecedentes 
militares,  sociales  y  de  familia— Su  educación  —  Su  fisonomía 
moral  y  condiciones  personales  —  Gttemes  y  la  revolución:  su 
sistema  de  guerra—  £1  Xacuadron  de  loa  Salteñoa  —  La  casa  de 
Gurruchaga  equipa  el  escuadrón— La  partida  de  ohaervaeion—Kl 
cura  Alberro. 

D.  Francisco  de  Gurruchaga,  diputado  por  Salta— Jujuy  elije 
al  Dr.  D.  Juan  Ignacio  de  Gorriti—  Antecedentes  de  este  per- 
•onaffe— El  partido  del  rey  y  el  de  la  patria— Filosofía  sobre  la 
revolución  ae  Mayo 871 

APÉNDICE 

DI8CUMS0  del  Dr.D.  Juan  Ignacio  de  Gorritt  sobre  quienes  deben 

ser  considerados  como  autores  de  la  revolución  de  1810.    .    .         447 

BXPOSIQIOS  del  Coronel  D.  José  de  Moldes  &  cerca  de  sos  servi- 
dos á  la  causa  pública. 4ó5 

ÍNDICE 463 


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