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Full text of "Historia de los diez años de la administracion de Don Manuel Montt"

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HISTORIA 


BE  LOS 


DIEZ  mi  DE  LA  ADIINISTRACION 


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HISTORIA 


DB   LOS 


DE  DON  MANUEL  MONTT, 

UTUUUmOISinOHUSElElii. 


SAITUfiO  U  CBILE. 
IMPRENTA    CHILENA, 

CALtfe  DKL  PKVaO,  HCH.  39,  ESQUIRA  DE  LA  DE  nOÉRFAROS. 
1862. 


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5^/•^  3 


A  LA  MEMORIA 


DB 


mí  SILVESTRE  6ALLE6ÜILL0S, 

■  SARJENTO    DE    LA  GUARDIA    NACIONAL   DE  ÜVALLE  EN  SETIEMBRE 

PE  «85t,  COMANDANTE  DE  CARABINEROS  EN  EL  SITIO  DE  LA 

SERSNA,  TRES  MESES  SUS  TARDE). 


No  al  poderoso  ni  al  nombre  de  los  que  fascinan  por  su 
prestijio  o  por  su  orgullo,  sino  a  tí,  sombra  del  héroe  i  del 
amigo,  consagro  estas  pajinas.  Ellas  forman  el  pálido  re- 
jistro  de  las  glorias  de  un  pueblo  tan  ilustre  como  fué  des- 
venturado,  pero  ellas  también  te  pertenecen  mas  de  cerca 
como  el  laurel  pertenece  al  valiente^  la  honra  al  leal^  la 
fama  a  las  proezas  heroicas^  i  también  ai!  el  llanto  a  la 
iumba^  que  se  ha  cerrado  sobre  la  juventud^  la  lealtad, 
i  un  porvenir  que  prometia  al  hombre  tanta  gloria  i  tanto 
lustre  a  la  patria. 


Una  tosca  cruz  marcaba  ayer  en  la  aldea  de  Quilimari 
el  sitio  de  esa  tumba  que  la  proscripción  abrió  a  tu  paso, 
cuando  errante  i  sin  ventura  cruzabas  aquellas  sendas  que 
te  vieran  antes  temido  i  vencedor.  Esa  cruz  ha  caido  ya 
por  el  suelo,  roida  por  el  olvido  o  por  la  carcoma  de  la 
tierra (*) 

Ahora  la  mano  del  que  fué  el  camarada,  el  amigo^  el 
admirador  del  mártir ^  viene  a  colocar  sobre  la  tierra  que 
cubre  sus  restos,  esta  corona,  emblema  de  amor  para  el  uno, 
de  inmortalidad  para  el  otro,  i  si  bien  frájil  i  oscura  como 
la  cruz  de  madera  que  antes  le  consagrara  la  caridad  del 
caminante,  pura  al  menos  como  ofrenda  del  corazón,  aus- 
tera en  su  propósito  de  verdad  i  patriotismo,  santa  también 
si  es  santo  el  amor  a  la  justicia  i  el  culto  de  la  libertad, 
en  cuyo  altar  la  hemos  consagrado. 

Acéptala,  sombra  querida,  i  se  habrá  llenado  un  voto  de 
mi  alma,  antiguo,  intimo  i  ferviente. 

benjamín  viouKa  maokcnna. 


Santiago,  diciembre  4."*  de  18S&. 


[*)  Posteriormente  hemos  sabido  qne  Pablo  Mañoz  ha  fras« 
portado  piadosamente  tas  cenizas  del  joven  héroe  ai  eementeria 
de  la  Serena.-— Marzo  de  1862. 


CM  PALABRA  AL  PAÍS. 


Al  aomieter  la  empresa  de  escribir  la  Historia  de  los 
diez  años  de  la  administración  Montt,  ardua  tarea  de 
trabajo,  mas  ardua  aun  de  responsabilidad,  cumplo  a  mis 
compatríMas  una  antigua  promesa  que  las  vicisitudes  de 
mi  vida  habían  aplazado,  pero  no  roto. 

A  fines  de  1858,  la  Asamblea  Constituyente  publicó,  en 
efecto,  el  prospecto  i  los  primeros  capítulos  de  esta  obra. 
Pero  la  mano  del  carcelero  no  tardó  en  arrebatarme  la 
pkuna  de  las  mias,  i  después,  los  vientos  del  destierro 
echaron  a  volar  las  pajinas  aun  desencuadernadas  de  esta 
obra  nacida  en  las  borrascas. 


8  UNA  PALABRA  AL  PAÍS. 

Llegado  ahora  a  aquella  edad  de  la  vida  en  que  se  to- 
man las  resoluciones  serias,  i  resuelto  a  retirarme  a  la  paz 
i  al  silencio  del  campo,  pediré  al  deslino  aquella  tregua 
de  reposo  i  de  constancia  que  este  esfuerzo  necesita.  ¿Por 
qué  no  he  de  alcanzarla  después  de  tantos  años  de  amarga 
zozobra  ? 

Ademas,  escribo  para  la  patria,  no  para  sus  efímeros 
partidos.  Intento  formar  uamoauíñanVo  aacipngU  6n  honor 
de  la  constancia,  del  denuedo,  de'  b  magnanidiidad  del 
pueblo  chileno  todo  entero.  Aun  en  medio  de  la  resistencia 
de  círculo  o  de  gobierno  opuesta  al  desarrollo  de  esas  gran- 
des cualidades  de  nuestro  pueblo,  resistencia  que  forma 
las  sombras  de  esta  relación,  empapada  de  la  luz  del  amor 
patrio,  hai  cierta  grandeza  de  obstinación,  cierta  constan- 
te ventura  del  éxito  que  levanta  a  sus  protagonistas,  i 
si  abulta  su  responsabilidad,  les  dá  también  fama  i  re- 
nombre. 

Soi,  lo  confieso,  el  soldado  de  una  causa  jenerosa  i 
desdichada.  Simpatizo  con  ella  desde  el  fondo  de  mi 
cora20Q,  como  la  deidad  de  mí  juventud  i  de  mis  sacri- 
ficios, i  la  guardo  ademas  como  una  sagrada  herencia 
de  mis  mayores.  Meacuso  por  esto  de  antemano  de  este 
jénero  de  pai:ciaHdad  que  a  nadie  daña,  porque  es  hija 
solo  del  entusiasmo  i  del  amor.  No  odio  a  nadie,  i  ep  el 
ancho  mundo  por  el  que  he  vagado  pobre;  i  oscuro,  no 
he  encontrado  sino  amigos.  En  Chile  solo  quisiera  tiener 
bernoanos.  A  todos  pido  pues  cooperación  e  indujjeucia. 

Pero  si  no  tengo  ta  imparcialidad  del  corazón,  es  decir, 
si  no  padezco  la  enfermedad  del  siglo— q1  egoísmo— -crea 
tener  intacta  i  fuerte  aquella  ínpai^cialidad  sublime,  an^ 


UNA  PALABRA  AL  PAÍS.  9 

torcha  i  buril  de  la  historia;  la  imparcialidad  de    la 
coDcieacia. 

Diez  años  de  sufrimientos  por  la  justicia  i  la  verdad, 
que  son  los  mismos  del  decenio,  cuyos  acontecimientos 
narro,  serán  la  mejor  garantía  que  puedo  ofrecer  de  no . 
estar  desposeido  del  alto  don  de  la  justicia  para  todos,  sin 
la  que  la  historia  es  una  columna  rota  en  la  senda  de  la 
hamanidad. 

El  prospecto  de  la  obra  es  el  mismo  de  1858,  con  al- 
gunas leves  modificaciones.  La  incongruencia  que  se  nota 
en  la  aparición  sucesiva  de  los  volúmenes,  es  debida  al 
estar  ya  listos  los  materiales  de  algunos,  lo  que  no  daña 
en  nada  ni  a  la  unidad  ni  al  interés  de  la  publicación « 


Marzo  de  1862. 

benjamín  vteuliA  mackenna. 


ADVERTENCIA. 


Id  ¡Dsurreccion  de  la  provincia  de  GoquímbOt  la  cam-- 
paBa  de  Petorca  i  el  asedio  de  la  Serena,  forman  sin  duda 
el  episodio  mas  hermoso  i  al  mismo  tiempo  el  cuadro  mas 
unido  i  mas  completo  de  la  revolución  de  18S1. 

Por  esto  la  historia  de  sus  hechos  puede  constituir  una 
narración  independiente,  aparte  de  preliminares^  escu* 
aada  de  conclusiones  jenerales  i  aislada,  ademas,  en  la 
esfera  de  acontecimientos  que  le  pertenecen.  Concebida 
bajo  este  plan  que  no  daña  a  la  unidad  histórica,  la  da- 
mos ahora  a  luz. 

Pero  considerada  en  un  sentido  mas  lato,  la  presente 
narración  hace  parte  del  gran  conjunto  histórico  que  en- 


12  ADVERTENCIA. 

vuelve  aquel  cataclismo  político,  i  el  que  nosotros  nos  pro- 
ponemos publicar  en  una  serie  de  cuadros,  cuya  redacción, 
comenzada  desde  hace  algunos  años>  necesita  solo  una 
última  mano  para  ir  a  la  prensa. 

De  esta  suerte  publicaremos  luego  un  nuevo  cuadro 
histórico  con  el  título  de  El  veinte  de  abril ^  en  el  que  está 
desenvuelto  el  gran  movimiento  político  que  desde  1848 
arrastró  a  la  República  a  buscar  aquel  inevitable  i  terri- 
ble desenlace  áe  una  sitU£K}ion  la  mas  complicada,  la  mas 
grave  i  la  mas  difícil  que  acaso  podrá  presentar  la  historia 
de  ningún  pueblo  hispano-americano.  Esta  narración  se 
encadenará  con  la  que  ahora  publicamos,  porque  solo  el 
primer  dia  en  que  estalló  la  insurrección  armada  en  la 
República,  cesó  de  palpitar,  o  mas  bien,  tomó  otra  for- 
ma, el  movimiento  social  i  político  al  que  la  jornada  del 
Veinte  de  abril  ha  servido  hasta  aquí  como  de  sím- 
bolo. 

Seguirá  en  pos  la  Historia  de  la  campaña  del  sur  que 
ocitpa»  si  bien  una  categoría  mas  alta  que  el  episodio  que 
ahora  vamos  a  narrar,  análoga,  sin  embargo,  i  digna  de 
tratarse  del  todo  aparte  por  su  propia  importancia,  sus 
complicaciones  i  sus  resultados. 

^  Como  consecuencia  de  los  tres  cuadros  anteriores  verá 
por  último  la  luz  una  Introducción  histórica^  que  sirva,  sí 
nos  es  permitida  la  espresion,  como  un  camino  de  cintura, 
al  conjunto  de  la  historia  de  nuestra  revolución.  Bajo  este 
punto  de  vista,  aunque  parezca  dislocada  al  primer  exa- 
men, creemos  que  esta  última  publicación  tiene  un  carác- 
ter mas  filosófico,  i  se  encuentra  en  un  lugar  mas  apropó- 
sito  que  si  saUcra  desnuda»  a  la  cabeza  de  una  serie  de 


ADTCRTINC1A.  43 

hechos  cuyo  sigDÍ6cado  sólo  puede  estudiarse  gradual- 
moQte  en  su  desenToIvimieato,  para  llegar  al  travez  de  su 
propia  hilacioD,  a  comprender  su  espíritu  JQueral,  su  orí* 
jen  i  su  término,  así  como  su  causa  motriz  i  el  impulso 
constante  que  ios  ha  arrastrado.  I  es  precisamente  estd 
coQviccion  la  que  nos  ha  hecho  invertir  aparentemente  el 
orden  de  esta  serie  histórica,  en  su  publicación  respecto 
de  los  lectores,  porque  en  cuanto  a  nosotros,  hemos  se- 
guido para  la  redacción  el  |4an  acostumbrado. 

La  Introducción  histórica  ha  sido,  en  efecto,  nuestro 
primer  trábelo,  i  para  completarlo^  fuerza  nos  ha  sido  dar«* 
le  la  mano  en  muchas  épocas  distantes  i  en  lugares  muí 
apartados.  Viajando  esos  pliegos  en  nuestra  maleta,  como 
la  meditaciou  viajaba  en  nuestra  frente,  durante  un  espa« 
cío  de  mas  de  tres  años,  íbamos  compajinándolos  a  me-^ 
dida  que  el  tiempo  i  la  versatilidad  de  una  vida  errante  lo 
consentían.  Reflecciones  maduradas  de  esta  suerte  ai  sol 
de  los  trópicos  en  nuestras  solitarias  navegaciones;  estu^ 
dios  frios  empapados  en  lasnieblas  de  Inglaterra;  inspira^ 
clones  torturadas  por  el  bullicio  deslumbrador  de  Paris: 
he  aquí  como  se  ha  ido  formando  el  marco  del  resumeri 
histórico,  en  el  que  aspiramos  a  compendiar  todas  las  fa^* 
ees  de  nuestra  existencia  de  colonia,  de  organización  po« 
Iftica  i  de  república  democrática  .-^Nos  falta  pues  dar  a 
luz  los  hechos  en  que  estriba  este  vasto  análisis  para  en^ 
fregarlo  a  la  discusión. 

Echamos  ahora  los  cimientos  para  construir  luego  la 
cúspide. 

En  cuanto  a  los  materiales  que  hemos  acumulado  para 
lanzarnos  con  confianza  a  levantar  este  monumento  his«* 


1 4  ADVERTEIfCiA. 

tóiíco  que  tieoe  escondidas  tantas  minad  sid>teiT¿Deas 
que  amenazan  hacerlo  volar  antes  de  que  aparezca  a  la 
superficie  su  primera  piedra>  dejamos  al  juicio  público  el 
analizar  su  tnérttOt  su  respetabilidad  i  su  número.  En  esta 
parte  nos  creemos  a  mayor  altura  que  la  obligación  de 
haceri  como  de  hábito,  promesas  de  prefacio  i  circular 
programas  altisonantes* 

Solo  sí  diremos  respecto  del  trabajo  que  ahora  damos  a 
luzi  que  no  tiene  ningún  dato  que  no  sea  auténtico,  esto 
es»  bebido  en  su  orijen,  derivado  de  sus  propios  actores,  i 
obtenido  en  la  época  misma  (durante  todo  el  año  de  1852) 
que  cada  suceso  comprende.  Gomo  única  garantía  a  este 
respectOf  diremos  que  no  bai  en  esta  relación  ningún  dato 
reciente^  entresacado  de  los  inciertos  archivos  de  la  me-* 
moriai  ni  consultado,  como  se  practica  hot  dia  por  tantos 
cronistas  e  historiadores,  a  la  tradición  oral,  que  en  núes* 
tro  concepto  es  la  mas  turbia  de  las  fuentes  en  que  la  hii* 
manidad  busca  el  apagar  su  sed  de  verdad  i  el  historiador 
su  anhelo  de  comprobación,  de  justicia  i  de  luz. 

Testigo  presencial  de  muchos  i  quizá  de  los  mas  impor- 
tantes i  decisivos  movimientos  de  las  diversas  trasforma- 
ciones  de  la  revolución,  por  mas  secretos  que  fueran,  ni 
mi  propia  memoria  me  ha  inspirado  empero  confianza,  i 
lo  que  a  ella  debo  no  verá  la  luz  pública  sino  en  cuanto 
esté  autentificado  por  mi  diario  íntimo  que  con  fidelidad, 
constancia  i  un  secreto  inviolable  he  llevado  durante  todas 
esas  épocas. 

Respecto  de  los  dalos  estraños  relativos  a  la  historia  que 
hot  narramos,  tenemos  a  la  vista  una  colección  autógrafa 
de  memorias,  diarios  i  apuntes  que  para  nosotros  redac-^ 


iurSRTKNCU.  15 

taroQ  en  18t2  los  actores  mas  culmioantes  en  aquellos  su* 
oeaos;  i  entre  otros — Pablo  Muñoz,  el  presidente  de  la 
Sociedad  de  la  Igualdad  de  la  Serena,  el  foco  céntrico  de 
la  revolución;  Santos  Cavada,  el  tribuno  que  sublevó  la 
guarnición  veterana  de  aquella  plaza;  José  Silvestre  Ga-* 
lleguUlos,  el  campeón  de  Uxtos  los  mas  salientes  aconteció 
mientos  militares  del  sitio  i  de  la  campafia;  Pedro  Pablo 
Cavada,  el  secretario  de  la  intendencia  revolucionaria,  i 
machos  otros  probos  e  imparciales  testigos  que  redac« 
taban  sus  apuntes  para  la  historia,  con  la  misma  austera 
sinceridad  con  que  repetían  a  mi  oido  sus  mas  secretas  re- 
velaciones. 

En  un  orden  superior,  pero  no  menos  comprobado,  te« 
nemos  en  nuestro  poder  la  correspondencia  orijinal  que 
don  José  Miguel  Carrera  1  don  Nicolás  Munizaga,  los  pro- 
hombres de  aquella  revolución,  mantuvieron  durante  la 
campaña  i  el  sitio,  sea  conmigo  mismo  o  con  mis  amigos; 
i  hemos  tenido  también  libre  acceso  a  los  papeles  privados 
i  documentos  oríjinales  del  coronel  Arteaga,  la  figura  mi- 
litar de  mas  alta  nota  en  aquella  era  de  combates. 

Curiosos  apuntes  dictados  por  los  valientes  capitanes  de 
trinchera  don  Candelario  Barrios  i  don  Joaquín  Zamudio,  los 
que  si  bien  han  sido  redactados  con  posterioridad,  se  re- 
fieren todos  a  sucesos  ya  anotados  de  antemano  i  que  solo 
han  recibido  asi  mas  esclarecimiento,  i  por  conclusión, 
hasta  un  memorial  autógrafo  del  orijinal  impostor  Quin- 
teros Pinto,  el  último  intendente  de  la  plaza  sitiada,  com- 
pletan nuestra  colección  de  manuscritos.  En  cuanto  al 
opúsculo  publicado  en  Lima  por  don  Manuel  Bilbao  en 
1853  con  el  título  de  Revolución  de  Coquimbo j  confe- 


16  ADVERTENGAA* 

samos  que  no  le  atribqiiBos  valor  alguno.  Este  e$  ua  abor-» 
to  de  los  muchos  ensayos  que  tenemos  noticia  ban  sido 
concebidos  por  escritores  de  uno  u  otro  de  los  bandos  que 
enióoces  militaron,  i  gue  la  pusilanimidad,  los  comprami-^ 
SúSj  o  cai^s  de  otro  jénero,  ban  abogado  antes  de  na- 
cer. £1  cuaderno  de  Bilbao  tiene  siquiera  este  solo  mérito, 
^1  de  estar  impreso;  perO  respecto  de  nuestra  narracioa^ 
nada  de  provecho  hemos  podido  recojer  en  sus  pajinas,  a 
no  ser  las  calumnias  que  por  lijereza  o  error  estampa  en 
contra  nuestra  al  hablar  de  sucesos  militares  enteramente 
imajinarios.  Es  triste  decirlo,  pero  en  esta  primera  publi- 
cación histórica  de  la  revolución,  hai  mucho  de  novela,  no 
poco  de  pasquín  i  casi  nada  de  justiBcacion  de  hechos  o 
derivaciones  del  pensamiento  í  del  criterio. 

Respecto  de  las  noticias  del  partido  que  entópces  comba- 
tíamos, i  que  nos  eran  indispensables  para  completar  el 
cuadro  de  nuestra  relación,  las  hemos  obtenido,  sea  de  las 
publicacioues  oficiales  de  la  época,  o  de  los  archivos  de 
los  ministerios  del  Interior  i  de  Guerra,  cuya  minuciosa 
investigación  nos  ha  sido  permitida  mediante  la  bondad 
de  los  respectivos  oficiales  mayores  de  aquellos,  el  señor 
don  José  Manuel  Novoa  i  don  Cirilo  YijiL  En  cuanto  a 
daios  ciertos,  comunicados  por  particulares,  no  hemos 
alcanzado  hasta  aquí  ninguno  de  valer,  esto  es^  bastante 
fehaciente,  a  pesar  de  prolijos  i  vivos  empeños. 

Réstanos  ahora  hablar  de  los  propósitos  que  llevamos  eu 
mira  al  hacer  estas  publicaciones,  (abultado  tema  sin  duda 
en  el  que  vendrán  a  cebarse  desde  luego  mil  encontrados 
comentarios)  i  nos  apresuramos  a  manifestarlos  con  la 
banqueza  sana  i  entera  que  cabe  en  nuestro  pecho^  i  con 


APVERTENCIA.  17 

la  lealtad  que  otro  jéaerD  de  deberes  uos  impone^  decía- 
raudo  que  esos  propósitos  son  dos. 

El  primero  sube  a  las  rejiopes  donde  solo  el  peosamieo- 
to  domioat  í  de  las  que  no  desciende  sobre  los  acontecí* 
inieotos  sino  a  la  manera  que  la  luz  temprana  que  sucede 
a  la  noche  se  desprende  de  su  foco  en  débiles  ráfagas  para 
revestir  de  color  los  objetos  sobre  que  se  irradia ;  esta  es 
la  filosofía,  la  inspiración,  el  jiro  dominante  i  principal  de 
este  trabajo,  que  se  encuentra  mas  inmediatamente  com- 
prendido en  la  Introducción  histórica  de  que  ya  hemos  ha- 
blado. 

El  segundo  es  un  propósito  de  actualidad  i  de  patrio- 
tismo. Queremos  que  haya  verdad  lejUima  hoi  dia  en  que 
parecemos  vivir  huérfanos  de  todo  lo  grande,  que  haya 
justicia  evidente,  que  hayan  altos  ejemplos  de  entusiasmo 
1  de  coBsagracion  cívica,  de  lecciones  severas  i  luminosas 
aobre  los  estravios  de  la  ambición  i  el  obcecamiento  i  la 
ceguedad  sistemática  de  los  políticos ;  queremos  que  la  vir- 
tud ignorada  vaya  a  encontrar  sonoro  aplauso  en  el  cora- 
zón del  pueblo,  que  la  mano  augusta  de  la  historia  se  ocu- 
pe en  limpiar  las  frentes  manchadas  por  la  calumnia,  i 
queremos  también  que  esa  historia  coNTBMPOKANEA^que  es, 
la  verdadera  historia  cuando  se  comprende  desde  la  altura 
de  abnegación  i  desprendimiento  en  que  aspiramos  a  co- 
locarla, lleve  en  otra  mano  el  rayo  que  castiga  i  ante  el 
que  deben  arrodillarse  los  malvados,  que  en  política  no 
son  para  nosotros  sino  los  traidores  i  los  apóstatas,  no  los 
que  por  error  o  convicciones  que  la  intención  justifica, 
defienden  un  principio  o  combaten  por  un  bando. 

I  queremos  aun  mas  todavia  en  la  hora  solemne  en  que 


18  ADVERTENCIA. 

esto  escribimos.  Queremos  que  la  autoridad  que  se  llama 
gobierno  i  el  poder  que  se  llama  pueblo,  hagan  un  ind« 
tante  pausa  a  la  lucha  a  muerte  a  que  se  provocan  el  uno 
con  insano  orgullo»  i  con  la  febril  ajitacion  de  un  prolon- 
gado sufrimiento  el  otro ;  queremos  que  ese  gobierno  con- 
temple  por  sus  ojos,  hoi  cegados^  el  cuadro  espantoso 
a  que  arrastran  las  violencias  oficíales,  i  contemple  tam- 
bién el  pueblo  la  desolación  horrenda  i  los  males  inson- 
dables a  que  las  convulsiones  de  su  desesperación  lo  con- 
ducen. Queremos  que  el  gobierno  sepa  que  la  revolución 
es  el  mas  grande  de  los  crímenes  cuando  desciende  de  sus 
consejos  o  de  sus  atentados;  i  que  el  pueblo  comprenda 
que  la  revolución  es  la  mas  funesta  de  las  catástrofes  pú- 
blicas, cuando  antes  del  último  esfuerzo  de  la  tolerancia, 
se  desencadena  de  sus  pasiones  exaltadas  i  de  sus  vagas 
tendencias  a  los  cambios.  I  si  este  convencimiento  de 
mutua  salvación,  que  empero  no  aguardamos,  llegara  a 
surjir,  en  parte,  de  la  lectura  de  este  libro,  fiel  bosquejo 
del  mas  desastroso  episodio  de  nuestra  guerra  civil  i  ma- 
rineros oscuros  que  de  distante  llegamos  a  la  playa  el  día 
de  la  catástrofe,  creeríamos  entonces  haber  echado  a  la 
República  una  tabla  de  rescate  en  el  naufrajío  que  ruje 
desencadenado  en  todas  direcciones. 

La  historia,  por  otra  parte,  es  la  justicia. — Como  escri- 
tor, soi  juez. — El  historiador  no  tiene  amigos.— El  juez  no 
tiene  odios,  i  los  tiene  tanlo  menos  en  el  presente  caso 
cuanto  que  el  hombre  no  los  abriga  i  cuanto  que  su  egoís- 
mo va  a  servirle  solo  para  condenarse  a  si  propio  en  lo  que 
como  actor  tuvo  culpa  en  el  rol  déla  revolución^  i  cuanto 
que  su  envidia  solo  le  enseria  a  tributar  admiración  a 


ADVERTENCIA .  19 

los  que  entre  aínigos  o  adversarios  la  hayan  merecido. 

En  el  catnpD  de  los  debates  públicos  yo  reconozco,  en 
verdad^  dos  ideas  i  amo  la  una  como  condeno  la  otra ; 
pero  en  el  campo  de  la  patria  yo  no  diviso  sino  chilenos, 
i  dentro  de  cada  hogar  acato  al  hombre  como  en  un  san- 
tuario. Esta  es  mi  divisa  respecto  de  los  hombres. 

Que  no  se  nos  levante  entonces  un  anticipado  proceso 
por  lo  que  vamos  a  decir,  si  la  justicia  augusta  es  nuestro 
guia.  Que  no  se  nos  acuse  porque  tenemos  amor  a  la  ar- 
dua empresa  que  acometemos,  si  ese  amor^  que  no  ofende 
a  los  contrarios,  es  el  amor  de  una  causa  que  fué  nuestra, 
de  nuestros  amigos,  de  nuestros  mayores,  i  que  es  la 
causa  de  ios  vencidos  escrita  duriante  el  reino  de  los  ven- 
cedores. 

i  a  los  que  temen  i  condenan  la  historia  contemporánea 
porque  la  prejuzgan  empapada  de  pasión  i  rebosando  de 
susceptibilidades,  permítasenos  decirles  que  esa  pasión  no 
está  en  la  historia  sino  eñ  su  propio  coraeon,  que  esas 
susceptibilidades  no  son  las  de  los  hechos  ya  consumados, 
sino  las  del  individualismo  que  aun  palpita  i  que  teme  o 
espera.  La  cuestión  no  es  pues  de  hombres  ni  de  opor- 
tunidad. Es  cuestión  de  eterna  verdad  i  declara^  viva  i 
provechosa  justicia  que  nunca  es  mas  certera  que  cuando 
es  mas  inmediata,  i  nunca  mejor  atestiguada  que  cuando 
cada  uno  de  sus  actores  viene  a  deponer  ante  sus  aras 
el  continjente  de  luz  i  de  conciencia,  de  espontaneidad  i 
de  razón  que  la  deben. 

Pero  se  querría  apagar  la  voz  de  los  que  cuentan  lo  que 
vieron,  i  se  querría  atar  las  manos  de  los  que  ejecutaron 
los  mismos  hechos  que  ahora  van  a  trazar  solo  bajo  distinta 


20  ABVERTERCIA. 

forma,  i  para  qué? — A  fin  de  que  la  historia  salga  añeja, 
mutilada,  confusa,  desgarrada  por  mil  contradiccioDes, 
cual  la  estamos  viendo  entre  Bosolros,  en  las  crónicas,  ea 
los  discursos  académicoSi  en  las  b¡ografja&  mismas  de  los 
Hombres  ilustres^  en  las  que,  para  que  cada  personaje  ten- 
ga un  mérito  es  preciso  ir  arrebatándolo  a  cada  uno  de  los 
otros,  en  la  colección,  basta  formar  el  catálogo  de  todos 
los  absurdos,  de  todas  las  acusaciones  i  de  todas  las  ca- 
lumnias que  se  llaman,  sin  embargo,  Historia  porque  son 
de  calumnias,  acusaciones  i  absurdos  antiguos  I 

No;  aun  dado  el  caso,  posible  si  se  qmeré,  de  que  el 
error  oscurezca  nuestros  juicios,  dejemos  entonces  que  la 
voz  de  los  vivos  lo  disipe,  i  no  vayamos,  mediante  una 
cobarde  impunidad,  a  echar  sobre  las  mudas  tumbas  de 
los  que  fueron,  nuestros  fallos  de  acusación  i  de  condena. 

No,  ciertamente;  para  escribir  esa  historia  que  palpita 
i  que  todos  escuchamos,  no  se  necesita  injenio,  como  es 
preciso  para  formular  la  historia  que  ya  no  habla,  que  no 
puede  discutir,  que  no  puede  defenderse.  Lo  que  se  nece^ 
sita  entonces  son  pechos  templados  con  el  toque  del  acero, 
son  almas  altivas  que  levantando  en  alio  la  idta,  que  es 
la  esencia  inmortal  de  la  historia,  aparten  a  un  lado  las 
personalidades  mezquinas,  que  son  los  frájiles  accesorios 
de  la  gran  unidad  de  espíritu  i  filosofía,  que  llevan  en  sus 
entrañas  las  grandes  revoluciones  de  los  pueblos. 

Estas  son  las  declaraciones,  que  un  deber  público  nos 
obliga  a  hacer  presente.  Acaso  leñemos  otras  reservadas 
que  nos  son  personales,  pero  a  los  que  puedan  necesitar 
de  éstas,  les  diremos  que  en  cualquier  parte  donde  se  nos 
solicite,  se  nos  hallará,  i  que  admitiremos  en  tiempo  de- 


ADYERTENCIA.  21 

bido  toda  clase  de  observaciones  esenciales  i  fundadas. 
Entretanto,  arrostramos  solos  todos  los  compromisos^  (como 
se  llama  entre  nosotros  el  decir  la  verdad  por  la  prensa) 
sin  que  para  esto  creamos  necesario  el  salir  a  la  calle 
con  las  armas  ceñidas  al  cinto,  como  el  ilustre  diarista 
Armando  Carrel,  cuando  prohibida  por  la  violencia  la 
circulación  de  sus  ideas  o  insultada  su  hidalguía  por  el 
sarcasmo,  hubo  de  sostener  como  hombre  lo  que  había 
dicho  como  escritor. 


JUAN  NICOLÁS  ALVAñEZ 

'  ei  DiaLlo    polllic 0.) 


lilFCAL'0T.f¿i->il:u'i:.4^ 


CAPITULO  I. 


EL  Clll  lEVILICIIlklll. 

La  Ser«iia  antes  de  la  reTolocion. — ^Tradición  liberil  de  la  pro- 
TÍDcia  de  Coquimbo.— MoTimiento  intelectual  .—El  Institu* 
lo. — La  prensa. — Juan  Nicolás  AWarez. — La  candidatura 
Monll  eo  la  Serena. — Se  instala  la  Sociedad  palru^tíca, — Ban- 
quete popular. — ^Pablo  Moños. — Se  inaugura  la  Soeiidád  de  ia 
JguaUad, — Tienen  lugar  las  elecciones.— Triunfo  de  la  Seré* 
na. — El  club  del  Foro.— La  Sociedad  de  la  Igualdad  es  disoelta 
por  la  Intendencia.— -Misiones  encontradas  de<lon  Manuel  Cor. 
Ié«  i  don  Joan  Nicolás  AWarea  en  la  capital. — Palabras  del 
jeneral  Cruz.— Llegan  a  la  Serena  dos  compañías  del  batallón 
Yungai. — ^Don  José  Miguel  Carrera  se  presenta  oculto  en  la 
proTincia. — Reuniones  populares  en  el  cerro  de  la  Cruz.-- 
Inacción  política.— Carrera  resuelve  regresarse  a  Santiago.— > 
Primera  confereolcia  revolucionaria, — Los  oGciales  de  la  guarní* 
cion  se  ofrecen  para  sostener  la  revolución.— Santos  Cavada.— 
Se  instala  el  chb  Retoolucionario. — El  ayudante  de  la  Inten- 
dencia Verdugo  propone  un  plan  para  el  movimiento  i  es  acep« 
tado.— Dificultades  sobre  la  organización  del  futuro  gobierno 
revolucionario.-^Don  Nicolás  Munizaga. — Se  fija  el  día  7  de 
setiembre  para  el  levantamiento. 


Tendida  en  la  vecindad  del  mar  I  a  los  pies  de  una  serie 
de  colinas  que  van  alzándose  en  anfilealre  hacia  el  or¡en4ev 


2Í  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

se  óslenla  risuefia,  hermosa,  serena  cual  su  nombre,  la  no- 
ble capital  de  Coquimbo. — Una  sábana  de  verdura  llamada, 
cual  en  Granada,  la  Vega,  la  separa  de  la  playa  del  PaciGco 
¡  corónala  en  la  altura  una  meseta  de  suaves  declives  cono- 
cida con  el  nombre  de  Santa  Lucia,  que  le  diera,  como  a 
nuestro  romántico  cerro  de  Santiago,  la  piedad  de  los  viejos 
castellanos;  mientras  que  ét  azulado  fio  que  regala  al  valle  su 
nombre  i  su  tapiz  de  mieses  i  de  flores,  serpentea  por  su 
barranca  del  norte,   sirviéndole    de  marco   en  el  costado 
opuesto  la  profunda  Quebrada  de  San  Francisco,  cuyos  mo- 
destos caseríos  se  esoofidea  entre  el  follaje  de  ta«  arboledas. 
La  perspectiva  es  risueüa,  el  clima  dulce,  la  planta  de  la 
eiudad,  corlada  como  un  tablero  de  ajedrez,  limpia  i  esbelta. 
Las  brisas  que  soplan  por  la  tarde  o  con  el  alba  del  dia, 
vienen  empapadas  en  la  humedad  del  mar,  i  cuando  aparece 
el  sol  o  se  despide,  condénsalas  en  las  tenues  ráfagas  de  una 
niebla  que  envuelve  la  tranquila  ciudad  sin  ocultarla,  como 
el  velo  de  gaza  que  esconde  las  espaldas  de  la  vírjeo  para 
hacer  mas  bello  el  donaire  de  su  rostro.  Es  grato  entonces 
subir  a  las  colinas  i  divisar  a  sus  faldas  el  panorama  de  la 
tarde.  Descórrese  a  la  vista  la  ciudad,  la  vega,  el  mar,  el 
rio,  i  por  los  lejanos  borizonles  las  velas  que  blanquean  en 
}a  remansa  bahía  o  los  distantes  picos  de  las  montanas,  que 
van  encumbrándose  por  la  costa  en  dirección  al  norte;  gru- 
pos sueltos  de  ganado  pacen  en  la  Vega,  i  vienen  lanzando 
inofensivos  bramidos  hasta  la  pintoresca  Barranca,  a  cuyo 
borde  se  empina  la  ciudad,  ostentando   los  blancos  campa- 
narios de  sus  siete  iglesias,  que  so  desprenden  lucidos  del 
fondo  oscuro  de  los  huertos  de  lúcumos  i  perfumados  chiri- 
moyos. 

El  ruido  de  la  industria  llega  hasta  el  solitario  pórtico  del 
Panteón,  que  cual  diadema  de  márfloiol,  corona  la  có<$pide 


»É  LA  A0XfNI8TaAClÓK  MONfT.  ÍS 

de  la  mas  alia  meseta  a  la  que  el  viajero  lle^;  f  reposando 
ahí,  descansa  i  goza,  ama  i  admira  aquel  apacible  conjunto 
en  que  la  labor  del  hombre  i  los  primores  de  la  naturaleza 
se  hao  enlazado  en  un  consorcio  fecundo  en  mil  bellezas.  Vese 
desde  ahi  serpenteando  por  la  ribera  del  mar  el  camino  que 
conduce  de  la  ciudad  al  Puerto^  cuyas  altas  chimeneas  aso- 
man vomitando  llamas  por  entre  las  rocas  i  farellones  do  la 
playa ;  i  rccojiendo  de  nuevo  la  vista  se  abraza  en  un  solo 
cuadro  el  delicioso  alfombrado  de  verdura  i  tte  jardines, 
de  arboledas  i  alfalfales  que  desde  la  Portada  se  dilatan 
hasta  el  aislado  morrillo  de  Pan  de  azúcar.  Lucen  hacia  el 
norte  los  flancos  de  montanas  de  desnudo  aspecto,  pero 
que  esconden  los  mil  veneros  de  sus  mótales  do  plata  i  co-* 
bre,  entre  la  cumbre  del  monte  Brillador,  que  so  levanta 
hacia  la  costa  i  las  cadenas  del  famoso  Arqueros  qw  van' 
interaáadose  por  el  valle  hacia  las  cordilleras.— Al  pié  do 
estas  montaflas,  que  retumban  noche  i  dia  con  el  combo  i  la 
pólvora  del  minero,  corre  tortuoso  atravesando  los  vados  del 
rio  el  camino  por  el  que  los  arrieros  de  Elqui  conducen  a  los 
puertoa  las  sazonadas  cosechas  de  sus  viñedos,  mientras  lag 
campanas  de  los  establecimientos  industríales  que  pueblan  el 
valle,  dan  la  seAal  del  trabajo  a  las  peonadas^  i  los  dispersos 
pescadores  arrancan  de  los  guijarros  del  rio  los  pintados 
comarofiei  que  van  a  ser  el  manjar  apetecido  de  la  opu- 
lencia. 

Tal  se  ostentaba  la  Serena  en  la  primavera  de  1851,  ce- 
flida  de  mil  guirnaldas  de  las  flores  silvestres  que  esmaltan 
sus  prados,  bañada  del  perfume  de  las  tibias  brisas  de  su  cli- 
ma. Tres  meses  pasaron!  I  aquel  panorama  deleitoso  se  habia 
convertido  en  un  páramo  de  horror  i  de  ¡muerte;  tinéronse 
rojas  las  aguas  del  rio;  huyeron  las  naves  del  puerto;  ban- 
das de  mercenarios  desalmados  cruzaban  por  todos  los  ca^ 

4 


26  HISTOItlA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

uídos  llevando  en  una  mano  el  botín  del  saqueo,  ¡  en  la 
otra  el  sable  de  Jos  degüellos;  las  festivas  calles  de  la  ciudad 
exhalaban  ahora  el  hedor  de  los  cadáveres  insepultos,  i  des- 
pués de  oírse  el  reto  de  los  clarines,  bajaban  a  la  Vega, 
antes  apacible,  los  jinetes  de  la  ciudad  para  medirse  cuerpo 
a  cuerpo  con  los  invasores  que  habían  venido  de  remotas 
campaAas,  i  aun  de  mas  allá  de  los  salvajes  desiertos  de' 
otro  lado  de  los  Andes.  Parecía  que  ya  no  brillara  mas  en 
aquel  recinto  de  la  paz  risueña  i  del  amor  fecundo,  el  astro 
del  día,  i  que  para  contemplar  el  horror  de  aquella  súbita 
transformación  fuera  preciso  aguardar,  como  los  espectros, 
la  hora  de  la  media  noche  i  divisar  desde  la  aUura,  a  la  luz 
de  los  incendios  i  al  estampido  del  caüon,  la  perspectiva  de 
aquella  Serena  de  ayer,  herizada  hoi  cual  la  melena  de  un 
león  con  una  red  do  trincheras,  cuyas  brechas  tapaban  los 
pechos  de  mil  bravos  i  cuyas  almenas  se  disputaban  con  gri- 
tos de  muerte  un  heroico  pufiado  de  sitiados  con  otro  heroi- 
co pufiado  de  invasores  chilenos. 

Cómo  se  habia  operado  tan  súbita  i  tan  horrenda  catás- 
trofe? cómo  se  había  levantado  el  ánimo  de  aquel  pueblo 
pacífico  a  actos  de  tan  magnánimo  patriotismo?  cómo  la 
suerte  burló  tan  jeneroso  denuedo  i  echó  a  tierra  esperan- 
zas tan  hermosas  de  rejeneracion  i  de  virtud  republicana? 
Tal  es  el  argumento  del  libro  que  ahora  nos  proponemos  es- 
cribir. 


II. 


Desde  los  primeros  tiempos  de  nuestra  emancipación,  la 
provincia  de  Coquimbo,  rica  en  elementos  de  prosperidad, 
apartada  del  ardiente  foco  de  la  contienda  revolucionaria , 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  27 

SOS  pacíficos  habitantes  dados  a  la  industria,  defendida  por 
su  topografía  contra  los  amagos  de  ia  guerra  interna,  i  diri« 
jidos  sus  deslinos  por  mandatarios  ilustrados,  entre  los  que 
se  cuentan  los  jeneralos  Pinto,  Aldunate  i  Benavente,  o  por 
Tocinos  celosos  i  respetables  como  Irarrázabal,  fiecabarren  i 
Vieufia,  que  fué  cuatro  veces  su  intendente,  ha  tenido  en  la 
república,  si  no  un  rol  activo,  grave  al  menos  i  espectable 
sieoipre. 

Su  posición,  SQS  hombres,  su  fortuna  de  constante  paz  i 
su  prosperidad  a  la  que  esa  paz  daba  vuelo,  hablan  hecho 
de  aquella  provincia  el  centro  do  ia  política  pacífica  e  ilus-r 
trada,  i  por  tanto  liberal.  Asi,  mientras  el  centro  nos  daba 
sus  congresos  i  nos  imprimía  el  sello  de  sos  leyes,  i  mien- 
tras Concepción  nos  enviaba  sus  ejércitos  i  nos  orrecia  sus 
viciorías  i  sus  presidentes,  la  provincia  de  Coquimbo,  que 
se  cslendia  entonces  desde  el  rio  Choapa  hasta  el  de  Copia- 
p6,  se  preocupaba  solo  de  su  desarrollo  interno — en  su  rique- 
za, por  su  industria  i  su  agricultura— en  su  civilización,  por 
su  comercio  i  su  labor  intelectual. 

Asi  era  que  cuando  la  causa  liberal  venia  a  locar  a  su 
paorta,  encontrábala  pronta,  decidida  i  aun  entusiasmada 
para  aceptar  su  llamamiento;  i  fué  por  esto  que  la  pri- 
Olera  fuerza  armada  que  penetró  en  la  capital  para  derro- 
ear  la  dictadura  del  jeneral  O'Higgins ,  era  la  división  que 
envió  Coquimbo  al  mando  del  patriota  Irarrázabal ;  i  fué  por 
esto  que  cuando  las  provincias  del  sur  se  alzaron  contra  el 
sistema  planteado  por  el  liberalismo,  vino  este  por  dos  veces 
a  buscar  su  refujio  en  la  Serena,  primero  con  el  presidente 
Yicufla,  hecho  allí  prisionero,  i  después  con  el  feneral  Freiré, 
que  condujo  su  ejército  a  aquella  provincia,  esperando  ha- 
cerla el  baluarte  de  la  causa  porque  combatía.  Asi  Tué  tam- 
bién que  el  üliimo  acto  de  la  desencuadernada  resistencia 


28  BISTORIA  DB  LOS  híU  AÑOS 

que  opQso  el  partido  liberal  a  los  émulos  que  lo  habían  von- 
cido  en  el  campo,  vino  también  a  tener  tugar  en  los  confines 
del  territorio  de  Coquimbo,  donde  el  intrépido  Uriarte  firmó 
los  tratados  de  Cuzcuz  en  1830. 

Vencida  la  causaliberal  desde  esa  época,  no  habia  sido 
nunca,  empero,  sofocada  la  opinión  en  la  provincia ;  i  de  esta 
suerte  durante  mas  de  veinte  afios,  la  Serena  estuvo  enviando 
al  congreso  uno  o  dos  representantes,  únicos  sostenedores,  ma- 
chas veces,  del  principio  de  sus  antiguas  simpatías. 

La  capital  de  la  provincia  se  habia  hecho,  por  otra  parte, 
el  centro  ile  un  movimiento  intelectual  tan  notable  cual  no 
•ustia,  a  proporción  dada,  en  ningún  pueblo  déla  república. 
Sentase  estojal  culto  profesado  de  los  principios  liberales,  que 
dabaa  nervio  i  yaelo  a  las  ínteli)encias,  a  la  laboriosa  tran- 
quilidad que  la  riqueza  le  deparaba,  i  mas  que  todo,  a  una 
juventud  que,  educada  en  las  máximas  de  los  principios  po- 
pulares, amaba  estos  i  los  servia  con  fe  i  con  ardor.  La  pren- 
sa se  hizo  en  breve  la  palanca  de  este  movimiento,  lento 
pero  sostenido,  que  empujaba  la  sociedad  hacia  adelante,  i 
M  solo  circuiarofl  en  la  Serena  numerosos  periódicos  politi- 
ces, sino,  lo  que  es  mas  notable,  sostuvo,  como  sostiene 
todavía,  publicaciones  de  nn  carácter  puramente  literario  ¡ 
aun  científico.  Dos  nombres  que  figurarán  siempre  en  pri- 
mera linea  en  la  historia  de  nuestro  periodismo,  se  levanta- 
roa  de  estos  ensayos— Joaquín  Vallejos  i  Juan  Nicolás  Al  va- 
lses, el  brillante  iniciador  sino  el  creador  del  periodismo 
moderno  entre  nosotros,  digno  por  tanto  de  que  una  de  las 
primeras  pá|íoas  de  esto  libro  sea  consagrada  a  su  memoria, 
a  su  pluma  í  a  sus  infortunios. 


ME  LA  ÁraiNISTRACIO»  HONTT.  29 

* 

III. 

Juan  Nicolás  Alvarez,  el  poriodisla-lríbiino  de  la  revolu- 
cioD  de  la  Serena,  había  sido,  en  efecto,  en  la  poHtica,  la 
qne  so  ilustre  contemporáneo  Joaquín  Vallejos,  otra  gloria 
lejíiima  de  Coquimbo,  fué  para  la  literatura  nacioaal,  un 
tipo  aparte,  una  flgura  nueva.  Fino,  el  uno,  sareástico  i  t^ 
pirílual;  ardiente,  fogoso  i  entusiasta,  el  Otro,  se  hacían 
ambos  singulares,  aquel  por  la  elegancia  i  la  gracia  esqui-^ 
sita  (ie  sos  dotes  de  escritor  de  costumbres,  éste  por  so 
estilo  palpitante,  tenido  de  lampos  de  fuego  i  altamente  po-i 
pular.  Sus  seudónimos  los  califican  con  propiedad  i  poneil 
cada  Cgura  en  su  puesto.  El  uno  se  llama  Jotabeche,  el  es^ 
erítor  intruso  de  los  estrados,  pregunten  en  los  corrillos  de 
las  calles  i  tos  clubs  mala  lengua,  en  fin,  en  todas  partes; 
el  otro  había  apellídádose  el  Diablo  político,  esto  os,  el  pe- 
riodista audaz,  oríjínal,  vehemente,  creador,  hasta  cierto 
ponto,  do  una  escuela  nueva  en  la  prensa  politica,  como  el 
otro  lo  habla  sido  en  la  prensa  social.  Cual  Jotabechó  no  ha 
escrito  todavía  hasta  aquí  ninguna  pluma  chilena  en  el  jil*o  a 
qoe  él  se  dio  de  predilección ;  pero  Alvares  escribía  en  el 
periodismo,  hace  veinte  i  cinco  ados,  no  como  habían  escrito 
hasta  entonces  los  mas  altos  nombres  de  la  prensa,  sino  como 
se  escribe  hoi  día  por  las  mas  brillantes  íntelíjencias.  En  esta 
sentido  él  casi  es  un  fundador  orijíoal  del  periodismo  moder« 
fio,  I  cábele  por  ello  no  poca  gloría. 

Alvarez  ensayó  en  su  rápida  vida  muchas  carreras,  pero 
nunca  fué  sino  periodista.  Nacido  en  la  Serenado  una  familia 
modcsla,  vino  a  la  capital,  como  Vallejos,  prolejulo  por  l9 
benevolencia  do  sus  compatriotas;  se  hizo  en  breve  abogade 


30  flISTOAtA  Dfi  tos  ])!£Z  AN09 

do  alguna  nota,  i  lontó  también  la  senda  del  profesorado; 
poro  sa  vocación  era  la  prensa,  í  desde  luego  debió  su  fama 
a  la  publicación  del  célebre  periódico  el  Diablo  político.  Con- 
denado este  a  morir  tempranamente  por  el  veredicto  de  un  ju- 
rdtlo,  sobrevivió  empero  encarnándose  en  el  ser  de  so  redactor ; 
portóle  Alvarez  fué  siempre  un  periódico  vivo,  desde  que  los 
caji.ilas  desarmaron  las  pajinas  del  Diablo  politico  impreso 
i  su  naturaleza  aceptó  la  herencia  que  repudiaba  el  papeL 
Juan  Nicolás  Alvarez  era  desde  entonces  el  Diablo  politico 
en  carnes^  infatigable  i  osado,  campeón  de  toda  política  acliva, 
de  toda  revolución  dirijida  a  desenvolver  el  jérmen  liberal, 
que  él,  pobre  i  oscuro^  habia  visto  brotar  cerca  de  su  cuna 
i  qao  átanos  bienhechoras  habían  cultivado  en  su  espíritu  i 
béehole  lozano  para  que  prestara  sombra  a  su  precario  por-^ 
venir* 

llabia  sido  pues  en  la  Serena  i  en  la  época  de  que  nos 
ocupamos»  cuando  Alvarez  imprimió  en  el  pueblo  mas  de 
lleno  la  influencia  ardiente  de  su  misión  de  escritor  político* 
i  béchose  reconocer  desde  mui  atrás  como  el  patriarca  de  la 
prensa  liberal  del  norte  de  la  República.  Como  redactor  en 
Jefe  de  la  Serena  era,  por  consiguiente,  en  aquella  crisis  uno 
de  los  elementos  mas  importantes,  que  debían  empujar  ol 
conflicto  a  un  desenlace  perentorio,  que  no  podia  ser  sino 
la  revolución. 

Por  lo  demás,  su  vida  habia  sido  harto  infeliz.  De  costum- 
bres tijeras,  victima  de  la  persecución  sistemática,  pobre 
siempre,  i  aun  desprestijiado,  vivió  a  la  merced  de  mil  azares 
hasta  que  en  el  mas  triste  i  el  mas  cruel,  hubo  de  rendir  la 
vida  al  dolor,  al  abandono,  casi  a  la  desesperación  del  ham- 
bre, porque  el  mal  a  que  el  vulgo  atribuyó  su  fin,  no  era 
mortal,  como  lo  era  la  melancolía  en  que  una  miseria  des- 
garradora le  habia  sumido  en  tierra  estrafia  i  sin  amigos* 


n  LA  ABMINtSTBACION  MONTT.  31 

IKstínla  suerte  cupo  a  su  condiscípulo,  a  su  rival  eu  gloria 
i  su  émulo  después  en  odios  de  bandera,  porque,  opulento, 
aolorízado  por  el  albedrio  del  poder,  hombre  público  a  su 
manera,  diputado,  diplomático,  capitalista,  el  escritor  social 
iba  al  eatranjero  a  cumplir  graves  misiones,  gratas  a  su  jac- 
tancia de  partidario,  cuando  los  insectos  desgarraban  los 
jirones  de  la  capa  de  proscripto  que  cubría  la  desnudez  del 
escritor  poHtico.  Aquel  volvió  desconcertado,  sin  embargo, 
i  se  ha  ido  ahora  rompiendo  con  despecho  sus  cuentas  con  el 
mando,  con  sus  correlíjionarios  de  ayer  i  con  los  Ídolos  que 
había  servido.  Alvarez  no  volvió;  pero  sus  compatriotas  han 
removido  con  las  manos  de  la  gratitud  la  tierra  de  su  des* 
canso,  para  dar  a  sus  huesos  la  honra  del  mártir.  Digna  re- 
paración de  una  vida  que  fué  sin  ventura  i  que  tuvo  culpas 
íntimas,  pero  en  la  que  lució  siempre  la  lealtad  a  una  causa 
neUe,  a  sus  amigos  <le  esperanza  i  de  infortunio,  i  mas  que 
todo^  al  hermoso  suelo  en  que  nació  i  en  el  que  hoi  dia  re- 
pesal 


IV. 


La  apertura  del  Instituto  de  la  Serena  fué  un  nuevo  campo 
abierto  a  la  juventud  coquimbana,  i  vióse  luego  que  este 
plantel  recien  creado>  desarrollaba  ya  intelijenclas  tan  aven-* 
tajadas,  que  se  enviaron  a  Europa  varios  de  sus  alumnos  a 
terminar  sus  esludios  profesionales.  Alfonso,  Cuadros,  Osorto 
iotros,  fueron  de  los  elejidos. 

De  esta  suerte,  al  abrirse  la  era  política  que  trata  escon* 
dido  en  sus  entrañas  el  cataclismo  de  485i,  la  representa- 
ción de  la  ínielijencia  palpitaba  en  la  juventud  de  la  Serena, 
bien  que  dividida  en  dos  bandos.  El  principio  conservador 


^2  «16T0IUA  Olf  LOS  DIEZ  AÑOS 

babia  eaconlrado  su  a$ilo  en  las  columnas  del  Ponenirp 
periódico  que  redactaban  con  habilidad  i  nervio  los  jóvenes 
Gundelacli,  Corles,  Saldias  i  oíros  escrilores  mas  novejes, 
profesores  del  Instituto  en  su  mayor  parte  i  los  que  poco 
ánles.  sin  embargo,  babiau  alzado  contra  el  ministerio  Vial 
la  bandera  de  la  reforma  en  un  periódico  titulado  el  Eco. 
Por  su  parle,  la  juvenlud  liberal,  con  Juan  Nicolás  Alvarez  a 
la  cabeza,  combalia  con  ardor  por  el  programa  reformista.  La 
Serena^  uno  do  los  periódicos  políticos  mejor  redactados  que 
hayamos  tenido  en  el  pais,  era  el  represenlaole  de  esta  opi- 
nión—querida del  pueblo,  porque  era  tradicional— palpitante 
en  la  juvenlud,  porque  la  comprendía  i  la  amaba. 

El  Porvenir,  sin  embargo,  heredero  del  Eco,  profesaba 
como  esle«  bien  que  bajo  una  forma  disimulada,  la  doctrina 
liberal  i  su  pugna  con  la  Serena  estaba  cifrada  solo  en  los 
designios  privados  de  una  candidalura.  De  maxiera  que  pu- 
diera.asonLarse  que  la  idea  de  la  reforma  i  la  tradición  libe- 
ral imperaban  unánimes  en  la  Serena,  al  espirar  el  aAo  de 
4830,  que  también  ponia  término  a  la  activa  i  fecunda  elabo- 
ración de  la  inlelijencia,  para  dar  lugar  al  combale  de  los 
partidos  en  la  urna  de  las  candidaturas  i  en  los  campos  de 
batalla. 


V. 


Habia  aparecido,  en  efecto,  la  candidatura  del  ciudadano 
don  Manuel  lUontl  i  recibidola  el  país  con  un  inmenso  cla- 
mor de  rechazo  i  de  inquielud.  Cn  la  Serena,  esta  vehemente 
repulsa  había  sido  unánime,  porque  el  candidato  oficifal  era 
la  encarnación  viva  del  sistema  que  la  juventud  habia  apren* 
úiÚQ  a  combatir  en  |a  cuna,  cn  el  estudio,  en  la  prensa,  i 


bfe  tá  ADiniitstiiACiDN  Mvn*  83 

)H)r((id^  a  mas,  aquel  bembre  pAbíicó  s%  fadbia  dcbrréa^O 
«na  aoUpaiía  local,  casi  implacable,  por  ciertos  diot0r¡69  de 
desprecio  que  se  le  tabia  oido  preferir  en  el  Go0gr(9áo  CM^^ 
tra  ia  proTíncia  de  Coquimbo,  ea  épocas  pasadas. 

La  candidatura  Montt  fué  por  esto  la  campana  de  alar^ 
ma  qoo  puso  de  pié  a  todos  los  mqtlmbatios^  quid  ditede 
luego  pensaron  en  organizarse  pana  abrir  la  dampafla  pé<4^ 
tica  ea  que  la  iftayoria  de  la  ftépáblica  comenzaba  a  tomar 
parle. 

La  capUa1>  la  mas  irritada  i  la  mas  comprometida  en 
aquella  ajitacion,  no  lardó  en  dar  un  ejemplo  tremendo  dé 
su  descontento  con  aquella  sangrienta  protesta  que  se  há 
Hamado  la  jornada  del  Veinle  de  úML 

Vencida  i  ametrallada  la  opinión  en  ese  encuentro^  la  Se* 
rena,  sin  embargo^  como  si  bnbierá  querido  tomar  sobre  st 
sola  la  responsabilidad  1  la  empresd>  léjoá  de  abatirse  Jbíció 
al  contrario  su  cruzada,  tan  luego  como  el  tapor  le  llevó  la  pri^ 
tnera  nueta  de  aquel  desastre. 

Una  semana  después  de  llegada  la  noticia,  instaló,  en 
cfecto>  el  partido  de  oposición  su  Sociedad  patriótica,  dando 
a  tos  vencidos,  con  varonil  esfuerzo»  esta  lección  grande  i 
verdadera  de  que  los  principios  no  sufren  derrotas  ni  casl¡->> 
gos,  i  que  muchas  veces  encuentran  su  triunfo  en  el  ara 
aisma  en  que  se  les  sacrifica. 

Sabedora  la  población  de  la  Serena  por  el  paquete  del  2$ 
de  abril  del  acontecimiento  del  dia  20»  se  convocó  a  una 
gran  reunión  popular  para  un  dia  inmediato,  i  el  5  de  mayo 
siguiente  quedó  instalada  la  Sociedad  patriótica  de  la  Se-- 
tena,  en  virtud  de  una  acta  en  que  los  ciudadanos  consigna*^ 
ban  sus  votos  i  sus  compromisos,  i  cuyos  articules  eran  tes-> 
tualmente  del  tenor  que  sigue : 

«Eq  la  ciudad  de  la  Serena,  a  S  dias  del  mes  de  ma-> 

5 


34  HI8T0BU  DE  LOS  DIEZ  AfíOB 

yode  4851,  los  ciudadanos  que  suscriben,  considerando: 

I.""  Que  casi  todos  los  pueblos  de  laBepúbiica  han  to- 
mado ya  una  parle  activa  eñ  las  próximas  elecciones 
para  presidente  de  la  República,  proclamando  su  candi- 
dato. 

S.""  Que  los  sucesos  del  dia  20  del  pasado  mes,  manifies- 
tan que  el  orden  publico  i  la  tranquilidad  corren  inminente 
riesgo,  si  el  gobierno  persiste  en  sostener  un  candidato  que 
rechaza  la  mayoría  de  la  nación. 

S."*  Que  las  provincias  de  Concepción,  Nuble,  Maule  i  Tal- 
ca, i  las  de  Santiago  i  Valparaíso,  por  diferentes  manifesta- 
ciones, han  proclamado  libre  i  espontáneamente  al  ciu- 
dadano José  María  de  la  Cruz  para  presidente  de  la  Repú- 
blica. 

i.""  Que  la  ciudad  de  la  Serena  no  debe  permanecer  tran- 
quila en  medio  de  esta  ajitacion,  sino,  ánies  bien,  concurrir 
como  las  otras  a  salvar  al  pais  de  los  horrores  de  la  guerra 
civil  que  la  amenaza,  haciendo  como  las  otras  una  libre  i 
espontánea  manifestación  de  su  voto. 

5."^  Que  el  citado  ciudadano  José  Maria  de  la  Cruz  garan- 
tiza en  su  programa  la  libertad  del  sufrajio,  como  causa 
principal  de  la  felicidad  de  la  patria,  i  que  en  la  provincia 
de  su  mando  ha  puesto  a  los  ciudadanos  en  posesión  do  ese 
derecho  indisputable,  que  les  concédela  República  .—vienen 
en  declarar:  1 .""  Que  proclaman  por  presidente  de  la  Repú- 
blica en  el  próximo  periodo  electoral  al  cílado  ciudadano 
José  Maria  de  la  Cruz:  S.""  Que  se  comprometen  solemne- 
mente a  sostener  la  proclamación  de  su  candidato,  valién- 
dose de  lodos  los  arbitrios  que  les  franqueen  la  Constitución  i 
las  leyes  del  pais:  S.""  Que  protestan  desde  luego  contra 
toda  injerencia  que  tomen  las  autoridades  en  las  próxi- 
mas elecciones:    4.''  Que  oporlunamenle  se  nombrará  una 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  39 

comisión,  integrada  con  personas  de  las  que  firman  esla 
acia,  para  que  hagan  efectivo  lo  acordado  en  ella»  (1). 


VI. 


loaagurada  la  Sociedad  palriólica  en  la  Serena  e  insta- 
lada la  yunta  que  debía  presidir  los  trabajos  electorales, 
cundió  en  breve  por  toda  la  provincia  una  ajítacion  pacifica, 
pero  activa  i  empefiosa.  Acostumbrados  los  coquimbanos  a 
arrancar  el  triunfo  a  la  urna  electoral,  tenian  fé  en  esta  prác-- 
tica,  a  la  que  la  capital  i  otras  provincias  ya  esperímentadas, 
hacian  un  jesto  de  desden ;  i  entregados  con  ardor  a  esa  creen- 
cia, acumulaban  en  el  pueblo,  en  la  juventud,  en  los  campos, 
los  elementos  de  su  próxima  victoria. 

Uno  de  los  pasos  mas  eficaces,  que  desde  luego  concertar 
ron,  fué  la  celebración  de  un  banquete  democrático,  en  que 
el  pueblo  fraternizara  con  sus  caudillos;  i  en  consecuencia, 
tuvo  este  lugar  el  1  ."^  de  junio  en  casa  del  probo  i  acrisolado 
patriota  don  Nicolás  Munizaga,  uno  de  esos  hombres  que  no 
sacan  de  la  politica  sino  el  fardo  de  sus  sacrificios  i  de  las 
revoluciones,  la  corona  de  mil  martirios,  pero  que  la  posteri- 
dad bendice  i  aun  sus  émulos  saludan  con  respeto. 

Encontrábanse  reunidos  en  la  mesa  del  festín  óchenla 
ciudadanos,  entre  los  que  hablan  tomado  su  puesto  diez  o  doce 
jefes  de  taller.  Conocida  es  la  cordialidad  de  estas  reuniones, 
en  que  el  patriotismo  i  el  entusiasmo  se  abrazan  de  asiento 
a  asiento  i  se  saludan  con  efusión  al  tocarse  las  copas  de ' 

(t)  Etla  copia  ha  sido  tomada  del  traslado  legalizado  qne  se 
envió  al  jeneral  Croz  en  1851  i  en  el  que  habían  118  firmas  soJa- 
nifiile.  Entendemos  que  este  número  se  aumentó  después  de 
una  minera  mui  considerable. 


36  HfSTOliU  DE  LOS  DtEZ  AfiOft 

Bna  banda  a  otra  del  mantel.  La  juventud  brindaba  a  la 
Himortalldad  de  su  causa;  los  ciudadanos  mas  ancianos  be- 
bían en  honor  de  la  juventud,  i  los  artesanos,  simbolizando 
sus  votos  en  un  nombre,  saludaban  ya  al  jeneral  Cruz,  ya  al 
presidente  de  la  mesa,  que  era  el  decano  de  sus  simpatías 
personales  i  de  su  conGanza  política. 

Apuradas  las  primeras  copas,  víóso  levantar  do  su  asiento 
a  un  joven  desconocido  i  que  mucha  parte  de  la  concurren- 
cia veia  por  primera  ve2.  Su  aspecto  modesto,  su  frájil 
complexión,  su  rostro  pálido^  su  mirada  melancólica  i  pro- 
funda, hicieron  que  se  aguardara  su  palabra  con  una  invo- 
luntaria curiosidad.  Habló;  i  cuando  hubo  concluido,  a  la 
estraficza  del  auditorio,  había  sucedido  una  honda  impresión* 
Un  eco  varoniU  empapado  en  el  cálido  aliento  del  pocho,  que 
el  entusiasmo  enciende»  palabras  altivas  de  convicción  i  de 
esperanza,  invocaciones  ardientes  a  los  derechos  dol  pueblo 
i  a  la  santida<l  de  la  misión  del  hombre,  derivada  de  los  pro- 
ccplos  mismos  del  evanjelio;  he  aquí  la  forma  i  el  jiro  quo 
el  joven  desconocido  había  dado  a  su  brindis,  i  he  aquí  por 
quó  en  aquella  junta  puramente  política,  aquel  acento  que 
hablaba  con  unción  de  la  fraternidad  i  de  la  igualdad  de  los 
hombres,  según  la  leí  de  la  Divinidad,  había  encontrado  uu 
asentimiento  unánime  e  irresistible. 
.  ¿Quién  era  entonces  aquel  orador  novel,  quo  de  esta  osa- 
da manera  iniciaba  su  misión?  Era  Pablo  Muúoz,  el  tribuno 
del  pueblo  i  su  futuro  caudillo  en  la  revolución. 

VIL 

Pablo  Muíioz  había  nacido  en  la  Serena  bajo  fa  estrella  del 
dülor  i  la  pobreza  i  venido  a  la  capital  después  do  una  múcz 


B£  LA  ADMINISTRACIÓN  M0N7T.  37 

oscura  a  adelanlar  su»  estudios.  Relirado  ¡  casi  dosaperci- 
bído  de  sus  propios  compafteros,  hizo  con  brillo  i  tesoo  su 
corso  de  malemálicas,  haski  ios  últimos  ramos  do  la  profe* 
síon  delajeoiero.  Pero  doscooteolo  de  este  jiro  abstracto  dado 
asB  ínlelijeocia  o  contrariado  por  su  situación  de  estudiante 
de  provincia,  le  encontramos  en  4849  enrolado  en  un  club 
de  jóvenes,  que  se  proponían  priocipalotente  osplotar  el  es- 
tudio de  la  historia  nacional.  Mufloz  asistía  a  sus  sesiones  i 
se  hacia  notar  por  largos  i  confusos  discursos  sóbrelos  lo- 
mas propaestos  i  sobre  los  que  él,  sin  estudio  qi  análisis 
previo,  irpprovisaba  sendas  disertaciones  durante  horas  en- 
teras, con  un  aplomo  fatigoso,  pero  sin  petulancia  ni  el  tono 
bMibásticode  los  que  creen  que  están  convenciendo  a  los  que 
escuchan.  Esta  cadencia  embarazosa  de  l«  palabra  de  Muñoz 
era  aun  mas  visiblo  en  sus  conversaciones  privadas,  en  que 
la  lentitud  de  su  versión  tiene  todavía  el  tinte  del  dogma- 
tismo aprendido  en  los  pasos  de  estudio. — Pero  no  era  asi 
cuando  el  pensamiento  se  escondía  en  las  cavidades  del  ce- 
rebro del  joven  orador,  para  que  la  inspiración  fuera  rauda 
i  ardiente  a  frotar  su  corazón.  Entonces,  cual  el  hierro  que 
arranca  chispas  al  pedernal  endurecido,  la  palabra  se  ace- 
raba en  los  labios  del  tribuno  i  rompía  en  ecos  do  fuego  i 
en  jiros  de  luz  sobre  la  asamblea  que  le  oía.  Orador  popu- 
lar, de  pié  sobre  la  plaza  pública,  Muñoz  hará  ajilarse  en 
derredor  suyo  a  las  masas  tumultuosas,  con  la  violencia  que 
el  aquilón  sacude  los  ramajes  del  bosque  en  un  dia  do  bo- 
rrasca; pero  sentado  en  una  muelle  poltrona,  enfrente  del 
dosei  I  de  la  campanilla  de  un  parlamento,  su  palabra  se 
ahogarla  ei  la  estrechez  del  recinto,  el  ceremonial  tortora- 
ria  su  actitud,  i  si  hubiera  de  disertar  sobre  temas  politices 
o  sociales,  nachos  párpados  se  eerrarran  al  escucharlo  un 
largo  ralo.  «Muñoz,  dice  uno  de  sus  amigos  mas  antiguos  i 


38  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ASOS. 

su'correlíjionarío  inmediato,  al  contar  su  inflaencia  poHlíca 
en  la  revolución  de  la  Serena,  mas  preparaba  al  pueblo  para 
un  combale  que  lo  inslruia  en  sus  derechos,  para  darle  la 
conviecion  do  los  principios  que  defendía.  Tenía  pocas  no- 
ciones de  derecho  público,  conocía  menos  la  ciencia  admi- 
nistrativa, nótenla  conocimionlo  de  los  hombres  a  quienes 
combatía;  pero  en  cambio,  tenia  un  talento  perpicaz,  una 
mirada  adivinadora  de^  la  senda  que  se  seguía  i  de  los  desti- 
nos a  que  eramos  arrastrados.»  (1)1  tenía  ademas,  decimos 
nosotros,  la  unción  de  una  fé  viva,  que  era  su  elocuencia,  la 
cunslaneia  inOexíble  de  una  convicción,  que  era  su  sistema, 
la  audacia  del  corazón,  que  era  su  carácter  i  la  lealtad  de 
la  honradez  i  los  jenerosos  convencimientos  de  que  era  po- 
sible Tundar  en  la  patria  una  república  igual  i  democrática, 
que  era  su  única  aspiración, 

VIII, 


Entre  los  artesanos  presentes  en  el  convite,  encontrábanse 
algunos  de  esos  hombres,  a  quienes  guia  el  corazón,  come  a 
otros  conduco  la  intelijencia  i  adivinando  el  corazón  de  Mu- 
floz  por  el  suyo,  se  le  acercaron  aquella  noche  i  le  rogaron 
fuera  su  amigo  i  su  director  en  la  campaña  política  que  aca- 
baba de  abrirse.  Eran  estos  dignos  ciudadanos  el  sastre  don 
Manuel  Vidaurre,  los  carpinteros  don  José  María  Govarrubías 
i  don  Rafael  Salinas  i  entre  otros,  el  herrero  Ríos,  hombre 
lleno  de  canas  i  con  el  entusiasmo  de  un  niao  por  todo  lo 


(1)»Santos  Cavada.— >ilíemoría(  autógrafo  iabrc  ta  twaluciam 
de  la  Serena.— 1852. 


PK  LA  ADMINISTRACiaN  HONTf .  39 

que  toen  de  su  patria,  que  no  era  para  élsmoel  recínlo  de 
la  Serena  (1}. 


IX. 


En  medio  de  estos  ardientes  preparativos,  no  tardó  en 
llegar  el  25  de  Junio.  Las  elecciones  tuvieron  lugar  i  la 
oposición  liberal  de  la  Serena  volvió  a  contar  por  suyo  un 
tríanfo,  que  ya  le  era  casi  tradicional.  El  intendente  don  Juan 
Melgarejo,  hombre  de  corazón  hidalgo,  político  indiferente, 
intendente  popular,  mas  bien  que  partidario  de  una  candida- 
tara  oficial,  antiguo  servidor  de  la  República  en  la  admi- 
nistración i  en  la  milicia;  acostumbrado,  por  tanto,  a  llenar 
sa  misión  desde  la  altura  de  sus  deberes  públicos,  sin  prestar 
so  oído  ni  al  pandillaje  de  provincia  ni  a  las  sultánicas 
órdenes  de  la  capital;  respetado  ademas  por  sus  canas  i  un 
carácter,  que  si  en  lo  público  era  honorable,  en  lo  intimo  de 
sus  relaciones  tenia  el  atractivo  de  la  jovialidad  i  la  fran- 
queía;  garantido  por  todas  estas  ventajas  personales  que 
hacian  reciproca  la  simpatía  entre  la  autoridad  i  el  pueblo, 
había  otorgado  a  este  cierto  grado  de  libertad,  si  no  mui  lato, 
por  la  influencia  pertinaz  de  sus  consejeros,  suficiente,  al 
menos,  para  hacer  inútiles  los  pujantes  esfuerzos  del  círculo 
que  sostenía  la  candidatura  Montt. 

Rabiase  obtenido  igual  éxito  en  el  departamento  de  Ovalle, 
por  ana  mayoría  de  56  sufrajios ;  pero  el  gobernador  i  la 
municipalidad  de  la  villa  cabecera,  asesorados  por  el  juez 
de  letras  de  la  Serena,  don  Tomas  Zenteno,  no  tardaron  en 

(1)  Pablo  Moñoz.^Jfemoríat  autógrafo  iohre  la  revolución  de 
|0  á«reiia.— 1853. 


4Q  üi^TORU  K  LOS  MSZ  AÑOS 

declarar  bqIo  este  r^Aitllado.  £n  el  daparUimenlo  d6  Etqtti 
se  había  dado  lugar  en  la  lisia  de  electores,  violao^to  la  leí, 
a  UQ  sacerdote  coa  cura  de  almas  i  en  el  de  Combarbalá,  la 
farsa  de  la  elección  babia  descendido  hasta  poder  llamarse 
UQ  verdadero  saínete.  A  protesto  de  que  los  electores  vivían 
mui  distantes  del  pueblo  para  ocurrir  a  las  mesas,  el  gober- 
nador i  el  cura  contaron  a  su  sabor  las  setecientas  califica- 
ciones, que  habían  permanecido  en  un  cajea  del  despacho 
desde  el  mes  de  noviembre  anterior  i  apartando  para  cada 
cien  oaliRcaciones  otros  tantos  votos,  obtuvieron  asi  una 
cabal  o  indisputable  unanimidad, 
'  Apesar  de  estas  graves  irregularidades,  que  aseguraban  al 
candidato  oficial  la  mayoría  del  colejio  de  electores,  los  ciu- 
dadanos de  la  Serena  se  manifestaron  tranquilos,  i  aun  sa- 
tisfechos por  el  éxito  de  sus  esfuerzos  propíos  i  dejaban  por 
cumplido  el  arduo  compromiso,  que  habían  tomado  sobre  sí 
por  la  acta  del  5  de  mayo. 

No  acontecía  otro  tanto  a  los  parlíciaríos  vencidos  del  can- 
didato Montt.  Pocos  en  numero,  débiles  en  recursos,  pero 
altivos,  comprometidos,  acostumbrados  a  esperar  un  distinto 
desenlace,  se  Irritaron  de  una  ventaja  tan  señalada,  obtenida 
por  el  pueblo  sobre  los  interesen  del  gobierno,  a  que  eran 
adictos.  Presididos  por  un  hombre  de  fibra,  ardiente  i  sagaz, 
el  juez  decano  de  la  Corte,  don  José  Alejo  Yaienzuela,  el 
circulo  gobiernista,  que  se  componía  casi  esclusívamente  de 
los  empleados  de  la  Corte  de  Apelaciones^  de  los  profesores 
del'  Instituto,  de  los  jefes  del  batallen  cívico  i  de  los  redac- 
tores del  Porvenir^  se  había  constituido  en  un  club  perma- 
neute,  el  que  desde  el  principio  fué  bautizado,  por  uno  de 
esos- golpes  de  humor  tan  caraclerislicos  i  celebrados  de  loa 
coquimbanos,  con  el  nombre  simbólicQ  del  Faro,  acaso  por 
la  luz  que  el  profesorado  i  la  redacción  del  Porvenir  arroja^ 


BE  LA  ADXISISTRACIOII  MONTT.  i1 

ipao  aobre  ia  diftetl  siluacioo  polílica  que  se  atravesaba.  El 
inleüddBto  Melgarejo  no  hacia  parte  üe  este  club  i  vivía* 
como  aislado  en  medioí  de  un  circulo  de  amigos  propios  i 
anlignos.  Al  contrarío,  acpiella  lójia  era  una  espeeie  de^ 
triimnat,  en  qao  los  actos  de  la  autoridad  provincial  eran 
juzgados  con  sevefídad,  i  ana  se  dijo  que  acusaciones  sétia9 
habían  sido  enviadas,  no  al  gobierno  jeneral,  sino  al  candil 
dato  de  la  capital,  contra  la  conducta  prescindenle  i  des- 
cuidada del  intendente.  Sea  como  quiera,  este  club  quedó 
organizado  después  de  concluidas  las  elecaiones,  i  el  ardor^ 

0  UM»  bien,  el  encono  ú&  sus  afiliados,  parecía  subir  de  punto 
día  por  día. 

La  conducta  de  la  oposición  vencedora  contribuía  no  poco 
a  aumentar  este  despecho.  Ufanos  los  eiudadanos  de  la 
¡fnatdad  de  una  victoria  ganada  por  su  esfuerzo^;  saciada 
su  altivez  con  la  bumíllacion  inferida  a  tos  hombres  de  la 
administraciou  que  los  hosUlizabau  desde  sus  puestos  oficía- 
les ;  reseilidos  por  la  publicación  de  una  hoja  sueHa  que  el 
dub  ministerial  había  dado  a  luz  con  el  nombre  del  Artesa- 
lio,  durante  las  elecciones,  í  la  que  había  sido  quemada  ea 
una  sesión  publica  de  su  sociedad ;  inflamados  todavía  por 
d  eco  palpitante  de^u  tribuno,  habían  adquirido  por  otra 
parte  el  hábito  de  escucharlo,  de  aplaudirlo  í  de  seguirlo  a 
todas  partes  con  ese  entusiasmo  i  esa  fé/  con  que  las  filas 
nardian  en  pos  de  su  estandarte.  La  Sociedad  de  ¡a  Igual-- 
dot  eonthniaba,  pnes,  sus  ardientes  sesiones  después  de 
terminada  la  lucha  electoral,  a  la  par^del  club  del  Faro, 

Mas  este  no  pedia  eonsontír  en  aquella  insolencia  popviar 

1  agaqoEeaba  al  intendente  para  qse  pusiera  término  a  i»sta 
ajitacion,  que  ya  na  daría  frutos  a  la  política  pacifica,  sin0 
antes  bien  al  trastorno  i  a  la  revolucipn  que  se  auguraba. 
-^JP/  Parvmr  insistía  ca  la  dísolacioa  da  esta  asoeiacioft 

6 


42  HISTORIA  DE  LOS  NEZ  ANOS 

peligrosa  qne  amagaba  el  orden,  i  que  era  una  perpetua 
amenaza  sobre  los  hombres  que  habían  sido  Tencidos  en  el 
campo  electoral,  quienes  se  sentían  indefensos  contra  cual- 
quier ataque  de  la  violencia,  pues  la  totalidad  de  la  guardia 
nacional  les  era  adversa  i  no  había  en  la  plaza  mas  soldados 
del  ejército  que  los  dos  ayudantes  de  la  intendencia,  Sepúl- 
veda  i  Verdugo,  ambos  también  sospechosos.  (1} 

(t)  El  siguiente  docamento  probará  el  grado  de  irritación  a 
que  habían  llegado  los  ánimos  después  de  la  locha  electoral. 
Es  la  acta  levantada  por  el  vecindario  de  la  Serena,  a  consecaeii* 
cía  de  una  publicación  hecha  por  el  círculo  conservador  i  en  la 
que  bajo  el  título  de  Manifestación  fatriótica^  se  pedía  a  la  au- 
loridad  provincial  enérjicas  medidas  de  represión.  Dice  así: 

En  la  ciadad  de  la  Serena,  a  trocedlas  del  mes  de  julio  de 
mil  ochocientos  cincuenta  i  uno,  reunidos  los  vecinos  de  este 
pueblo,  a  consecuencia  de  un  brulote,  llamado  manifestacioit 
PATRIÓTICA,  firmado  por  los  que  han  acaudillado  la  candidatura 
Montt  i  algunos  otros  partidarios, 

Considerando:  1.*  que  por  esa  manifestación  calumniosa, 
hecha  ante  la  primera  autoridad  de  la  provincia,  se  ultraja  cruel- 
mente a  los  verdaderos  vecinos  de  este  pueblo,  que  tuvieron  el 
honor  de  suscribir,  de  acuerdo  con  la  República,  la  candidatura 
del  ilustre  Jeneral  Cruz. 

S.«  Que  por  esa  fementida  manifestación,  que  altamente 
compromete  la  dignidad  del  mandatario  de  la  provincia,  se  atribu- 
yen al  partido  republicano  los  designios  criminales,  que  no  pu- 
dieran imputarse  al  malvado  mas  Idiota,  que  no  estimase  su  honor, 
su  vida,  su  libertad  i  su  ínteres. 

3.*  Que  en  las  circunstancias  escepcionales  en,  que  se  halla 
)a  nación  por  la  lucha  política  de  candidaturas,  es9  marifesta- 
cíoír  tiende  a  desquiciar  el  orden  público,  provocando  la  exalta- 
ción del  ciudadano  honrado  i  laborioso  que  en  las  elecciones  ha 
sostenido  con  nobleza  su  derecho  de  sufrajio. 

4/  Que  dejando  circular  libremente,  sin  contradicción,  el 
manifiesto  de  los  que  falsamente  se  titulan  ios  principales  i  mas 
respetables  vecinos  de  este  pueblo,  se  aceptarían  las  injurias  i 
calumnias  que  allí  se  contienen,  con  mengua  de  los  principios  i 
moralidad  política  de  la  Serena,  siempre  dispuesta  a  conservar 


Bg  LA  ADMIIflSTBAGION  MONTT.  i$ 

El  intendente  se  prestó,  al  fin,  a  loa  ruegos  del  club,  que 
parecía  dispuesto  a  usar  ya  de  la  amenaza^  i  la  Sociedad 

el  orden,  respetando  las  actuales  instituciones,  mientras  no  se 
reformen  o  modifiquen  por  an  poder  constituido  por  la  nación: 

Protestan  contra  esa  declaración  hostil  que  revela  las  Tenganzai 
de  los  pocos  partidarios  de  la  candidatura  o6cíal,  derrotados  ig- 
nominiosamente por  et  pueblo  de  la  Serena  en  el  campo  elec- 
toral. ^ 

Protestan,  asi  mismo,  contra  las  maquinaciones  de  un  partido, 
que,  despechado  por  las  resistencias  de  la  nación,  busca  su  apoyo 
eu  la  fuerza  para  oprimir  con  ella  al  ciudadano,  que,  en  su  co- 
razón, lleva  todo  su  poder. 

Finalmente  protestan  que  harán  el  último  sacrificio  en  defensa 
de  un  pueblo  noble  i  jeneroso,  que,  en  veinte  años  de  opresión, 
DO  se  babia  visto  tan  atrozmente  ofendido,  como  ahora,  con  las 
criminales  imputaciones  de  revoltoso  i  anarquista.  Protestan 
que  no  verán  a  la  República  sacrificada  por  un  partido,  que  no 
omite  medios  para  llevara  cabo  su  criminal  intento;  que,  irri<» 
tando  las  pasiones,  procura,  a  cara  descubierta,  empeñar  al  repu- 
blicano circunspecto  i  moderado  en  una  guerra  fratricida. 

Joaquín  Vera^  Arcediano;  Félix  Vlloa^  Canónigo;  Joaquin  Yi» 
eiiíia,  Bu$ñavmiura  Solar^  AnUmo  Pinto^  Fícenle  Zarrilla^  An- 
tonio Herreros^  Santiago  Vicnña^  José  iintonto  Aguirre,  Jn^é 
BnHaquio  Oiorxo,  ilntonto  Larraguibel^  Jo$é  Agustín  Larragui" 
M,  Juan  Mafia  Egatia^  Ramón  Munizaga,  Alejandro  Araeena^ 
Ignacio  Alfonso^  Rafael  Cristi^  Josi Santos  Carmena^  Juan  Es-* 
tivan  CampanUy  Fdlenttn  Molina  (presbítero),  José  Tomas  Cam^ 
jMíia  (presbítero)»  José  Zorrilla^  Santiago  Silva^  Valentín  Barrios^ 
Pedro  Bolados,  Tomás  Larraguihel,  José  Manuel  Várela^  Federico 
íeéoa,  Ramón  Solar ^  Francisco  Vicuña,  Hermájenes  Vicuña^  Ma- 
teo  Sasso^  Venando  Barraza^  Francisco  Campana^  Dámaso  Bo^ 
ladoe,  JIfantiei  Esquibel^  Miguel  Cavada^  Vicente  Gomex^  Laureano 
Pinto^  Rafael  Pizarra^  Salvador  Zepeda,  Juan  Herreros^  Pallo 
Munixaga^  Juan  Francisco  Várela^  Diego  Ossandon^  Federico  Co* 
eoAi,  Cayetano  Montero^  Candelario  Barrios^  Juan  Manuel  /m-* 
guex^  Santos  Cavada^  Jacinto  Concha,  Guillermo  Eseribar^  Pablo 
Rscribar^  Cecilio  Osario^  Ramón  SotOf  Paulino  Larraguibel,  Do* 
mingo  Larraguibel^  Ventura  Pizarra^  Washington  Cordovez^  Ber* 
nabé  Cordotez^  Jacinto  Carmona^  Juan  Nicolás  Alvarez^  Juan 
Antonio  Cordovea,  Nicolás  Munizage^. 


41  II9T01Í1A  DB  LOS  BIEZ  ANOS 

de  la  igualdad  ftié  dísuelta  por  an  bando  promulgado  en  ios 
(Rimeros  días  da  julia  (1). 


Aquella  medida  fué  prudente  i  oportuna.  Pero  la  actitud 
dd  pueblo  había  inspirado  tan  recios  temores  a  los  afiliados 

{\}E\  bando  de  disolución  del  club  se  pabltcó  el  domingo  13  de 
julio.  He  aquí  la  protesta,  que  con  este  motivo  hicieron  sus  afi-^ 
liadoss 

,  Los  artesanos  que  toscríbeny  privados  de  los  beneficios  de  las 
isecíaeiojMiSy  que  tienden  a  la  mejora  del  espíritu  i  del  corazón, 
|Kor  na  bando  que  se  ha  publicado  el  domingo  trece  de  julio  de 
nil  ochocieifeios  cincuenta  i  ano,  imputándoseles  designios  se- 
óteles  i  ptligrosoBi  declaran  ante  el  pueblo  i  la  nación. 
•  !.•  Que  desde  que  se  estableció  le  Sociedad  de  Artesanos,  sus 
sesionen  se  han  celi-brado  a  puerta  abierta,  sin  escepcíon  a  per-^ 
séAa  alguna,  i  sin  ocultarse  de  la  autoridad,  a  horas  competen- 
tes» tratándose  siempre  de  asuntos  que  de  ninguna  manera  po- 
drían comprometer  el  órdea  público : 

2.«  Que  ea  estas  reuniones  no  se  tramaban  conspiraciones,  ni 
se  nos  preparaba  para  servir  de  instrumentos,  para  segundar  miras 
efimtnalas,.  sino  que  senos  enseñábanlas  doctrinas  saludables, 
^ae  debe  tener  presentes  el  ciudadano,  que  por  su  triste  condición 
foetal  no  ha  podido  penetrar  en  )as  casas  de  instrucción  pública: 
>  3.*  Que  ya  se  habían  indicado  proyectos  de  mejora  moral, 
eiendo  uno  de  elios  reunir  un  fondo,  para  establecer  una  escuela 
de  instrucción  para  el  artesano,  sirviendo  asi  mismo  para  soco- 
rrer al  impedido  por  alguna  enfermedad. 

Con  un  bando  i  una  lai  que  no  pucfde  aplicarse  sino  a  las  aso- 
éiaeioiies  tomoltoarias  que  amaguen  la  tranquilidad  pública,  han 
venido  a  tierra  todas  nuestras  esperanias,  haciéndonos  aparecer 
ante  la  sociedad  como  perturbadores  del  óiden,  sin  embargo  de 
haber  dado  constantemente  pruebas  de  moralidad  política  en 
los  movimientos  electorales. 

.  Nosotros^  respetando  comosieaipre  hemos  respetado  los  de- 
cretos i  resoluciones  del  señor  lotendeate  i  Codo  cnanto  emane 


DE  LA  ADVUflSTRAGIOa  MONTT.  4S 

del  clob  ministerial,  que  resolvieron  dar  un  paso  concluyenie, 
qoe  los  pusiera  a  salvo  i  que  a  la  vez  termioara  de  un  gelp« 
la  erervescencia  püiblica.  Enviaron  en  consecueneia  a  la  ca- 
pital al  rector  del  Instilato  don  Manuel  Cortez,  uno  de  sus 
mas  activos  ajenies  i  acaso  el  mas  odiado  del  pueblera  la  par 


déla  leí,  protestamos  ante  la  nación  i  el  mando  qne  siempre 
seremos  fieles  a  la  Repiáblíca,  i  que,  aun  cuando  ocnpemos  qii 
grado  inferior  en  la  escala  social,  estaremos  siempre  dispuestos  « 
aaiiliar  la  causa  del  orden  i  de  la  libertad. 

Pedro  P.  Muñoz,  Mariano  Sasso,  José  M.  Prado,  Antonio 
Biqmbelt  Ambroiio  Diaz^  Antonio  GonzaUi,  Alberto  Godoi^  An* 
irte  Rodríguez^  Abdon  Miranda,  Car  loe  Cortez^  Cruz  Vera,  Dor 
wÁnqo  Galvei,  Domingo  Rivera,  Diego  Rojas,  Domingo  Nuñez\ 
Domingo  2.®  Rivera,  Desiderio  López,  Estanislao  Monardes^  Elia» 
faroi.  Femando  Turré  Sagástegui,  Francisco  Rio9^  Francisco 
Meri,  Francisco  Cisternas^  Francisco  Esquibel^  Felipe  5.  Cortez^ 
Guillermo  Baquedano,  Jervacio  Remar,  Isidro  González^  Julián 
Heyes,  Juan  de  Dios  Araya^  Juan  Pizarro;  José  Agustín  Araya, 
José  Maria  Morrón,  Juan  Antonio  Sánchez,  JuHan  Raves,  Jeró-^ 
nimo  Rojas,  José  Zepeda,  José  M.  Real,  José  Anjel  Tor^  José 
Rodrigues^  José  Ma,  Covarrubias^  Justo  Baquedano,  José  Juan  de 
Dios  Rojas,  José  Maria  Soto^  Juan  Navea^  José  ViUaíohos,  Juan 
y'iUalobos,  José  Maña  Reyes,  Julián  Iglesias,  José  Gabriel  Real^ 
Juan  Pizarra,  Juan  Castro,  JoséErvias,  José  Dolores  EsquibeU 
José  Santiago  Diaz,  José  Antonio  Campaña,  José  Félix  Cuello, 
Jofé  Maria  Ossandon,  Joaquin  Yasquez,  Juan  Calderón,  Juan 
Godoi,  José  del  C.  Rodríguez,  José  Benjamin  Aguirre,  Javier  Diaz^ 
Juan  Robledo^  Juan  Fuentes,  Lorenzo  Cortéz,  Lueoé  Venegiu^ 
ímís  Monardis^  Lorenzo  Turre  Sagástegui,  Man^íkel  Vidaurre^ 
Miguel  José  Lujan^  Mateo  Campaña,  Manuel  Reyes,  Marcos  Diaz^ 
Xicolas  Villalobos,  Nasario  Cisternas,  Pedro  Ocaranza,  Pascual 
Marin,  Pedro  José  Espinoza,  Pedro  Real,  Pedro  Gonzales^  Pastar 
Brato^  Pablo  Tello,  Pedro  N.  Mardones,  Pedro  Godoi,  Pedro  N^ 
Hurtado.  Pastor  Diaz,  Pedro  Opnso,  Pedro  Tejeiro,  Pedro  CiS'- 
temas,  Rafael  Salinas,  Rumualdo  Campaña,  Ramón  Plata,  iíi*- 
^HulHo  Turre,  Ramón  Flores,  Santos  Araya,  Saturnino  YáraSf 
Vicente  FleitSf  Wenceslao  Tejeiro. 


46  HISTORIA  DE  LOS  DtEZ  AJSOS 

con  un  oficial  de  la  latendencia  llamado  Gregorio  Urizar  I  el 
mayor  del  cuerpo  civico,  don  José  María  Concha. 

La  misión  de  Gortez  era  esciasívamente  belicosa.  Sus  co^ 
mitentes  pedian  una  Tuerza  veterana  para  poner  a  raya  al 
pueblo  ¡  demostrar  a  Melgarejo  que  el  dominio  de  la  pro- 
vincia no  estaba  en  la  intendencia,  sino  en  el  cuartel.  Logróse 
del  todo  este  paso  imprudente,  i  el  11  de  julio  desembarcó 
en  el  puerto  de  Coquimbo  una  compafiia  del  batallón  do 
linea  Tungai  al  mando  del  capitán  Arredondo,  arjeotino  de 
nacimiento.  El  pábulo  que  Tallaba  a  la  hoguera  ya  prendida, 
era  acercado  por  las  mismas  manos  comprometidas  en  apa- 
garla. La  oposición  de  la  Serena  nohabia  de  tardar  en  soplar 
recio  sobre  aqoellos  combustibles,  que  venian  ya  inflamados, 
porque  es  un  hecho  evidente,  aunque  negado,  que  en  1851 
el  ejército  estaba  tanto  o  mas  encendido  que  el  pueblo,  por 
la  causa  de  la  revolución. 

He  aquí,  en  efecto,  lo  que  había  tenido  lugar,  sin  que 
llegaran  a  apercibirse  de  ello  los  hombres  de  la  lojía  minis- 
terial. 

Noticiosos  los  opositores  de  la  misión  de  Gortez,  apronlaron 
por  su  parte  otro  emisario  i  casi  a  la  par  con  aquel  vino  a 
la  capital  el  redactor  de  la  Serena  don  Juan  Nicolás  Alva- 
rez.  El  objeto  de  este  viaje  era  análogo  al  de  aquel  i  diriji- 
do  en  gran  parte  a  cruzarlo.  Encontrábanse  entonces  en 
Santiago  los  dos  candidatos,  que  el  país  había  proclamado  i 
cada  uno  de  los  emisarios  se  dirijló  al  que  reconocía  por 
caudillo :  Gortez  a  Montt,  para  obtener  el  envío  de  tropas : 
Alvarez  a  Cruz,  para  sondear  sus  inteneiones  respecto  de  la 
revolución  i  pedir  la  garantía  de  su  espada  para  los  ciuda- 
danos déla  Serena,  amenazados  ya  por  las  bayonetas. 

Ignoramos  lo  que  tuvo  lugar  entre  el  candidato  Montt  i  el 
emisario  de  su  círculo  en  la  Serena,  pero  ya  hemos  visto  que 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  47 

el  envío  de  tropas  se  ejecutó  sio  diiacioD.  En  cnanto  a  la  con- 
ferencia de  Alvarez  con  el  jeneral  Craz,  cónstanos  que  este 
geardó  una  circunspecta  reserra,  que  insistió  sobre  la  ne- 
cesidad de  la  tolerancia  hasta  la  última  raya  del  sufrimiento 
i  sobre  que  la  medida  de  la  insurrección  debia  ser  el  último 
recurso  invocado  por  la  República,  cuando  todo  otro  medio 
de  iiacer  valer  sus  derechos  hubiérale  fallado.  Mas,  instado 
coa  vehemencia  por  el  elocuente  i  apasionado  escritor,  que 
hacía  al  viejo  jeneral  la  viva  pintura  del  entusiasmo  del 
pueblo  que  le  enviaba  i  de  las  siniestras  intenciones,  que  se 
suponía  al  club  montista,  una  jenerosa  exaltación  rompíé  la 
valla  del  disimulo,  i  el  ilustre  veterano,  llevando  la  mano  a 
sa  pecho,  dijo  a  Alvarez  con  una  entereza,  que  significaba  un 
juramento. — «Si  el  pueblo  de  Coquimbo  se  levanta,  yo  apoyo 
ese  movimiento»  (1). 

Alvarez  regresó  en  el  acto  a  la  Serena,  llevando  aquella 
solemne  promesa  como  el  acertado  desenlace  de  su  comisión 
i  desemlMrcó  en  Coquimbo  junto  con  los  soldados  de  Arre- 
dondo, a  los  que  el  ardiente  tribuno  habia  hecho  ya  pláticas 
revolucionarias  sobre  el  mismo  puente  del  vapor,  que  loa 
había  conducido. 


XI. 


Pero  Alvarez  habia  traído  a  sus  correlíjíonarios  do  la  Sere- 
na no  solo  la  promesa  de  su  caudillo  i  el  reflejo  ardiente  de 
los  planes  revolucionarios  que  so  cruzaban  en  la  capital,  en 
Valparaíso  i  en  el  sur. 

Llevábales  también  una  nueva  mas  certera  i  mas  inmo'» 


(I)  Santos  Cavada.— Jfemorial  citado. 


48  .     BIStOAIA  DE  iOS  hifáL  k&OÉ 

díala :  la  do  qQ«  era  preciso  disponerse  a  lomar  las  armas 
para  secundar  o  acaso  poner  ios  prioieros  en  pié  lainsurrec* 
cion,  que  se  combinaba  en  teda  la  Bepública.  El  joven  don 
iosé  Miguel  Carrera^  uno  de  los  autores  de  la  jornada  del 
yeinle  de  abril,  se  dirijia  a  la  Serena  a  ofrecer  su  brazo 
para  Jovanlar  en  breve  el  estandarte  de  la  rebelión. 
<  Alvares»  yin  embargo,  al  dar  cuenta  do  su  comisión,  guar* 
dó  silencio  sobro  esta  ultima  parte,  por  motivos  que  solo 
pueden  atribuirse  a  un  estrecho  espirilu  de  provincialismo;! 
al  hablar  del  viaje  de  Carrera  a  la  Serena,  pintólo  ánicamente 
eomo  dirijido  a  obtener  un  refujío  privado  en  aquella  ciudad, 
listo  sucedía»  como  hemos  dicho,  el  11  de  julio  de  1851. 
Una  semana  mas  tarde,  la  noche  del  18  de  juKo,  veíase  pe-* 
netrar  por  la  Portada  de  la  Serena  un  grupo  de  tres  viajeros, 
que  parecían  guardar  un  rigoroso  incógnito  i  que  una  vez 
dentro  de  la  ciudad  se  apartaron  en  distintas  direcciones. 
Gran  estos  don  José  Miguel  Carrera,  don  Ricardo  Ruiz  i  el 
autor  de  estas  memorias.  Escapados  de  su  pi-ision  el  primero 
i  el  ttItinM),  aquel  en  medio  de  un  grupo  de  amigos  i  sin  mas 
disHaz  que  haberse  afeitado  la. barba,  i  el  ultimo,  vestido  de 
mujer,  hablan  pasado  algunos  dias  en  una  hacienda  vecina 
a  Valparaíso,  a  donde  se  díríjieron  en  la  noche  misma  de  su 
fuga  (4  de  julio),  esperando  sus  últimas  instrucciones  de  ios 
ajenies  superiores  del  plan  revolucionario.  Recibidas  estas 
i  sabedores  de  que  Alvarez  anunciaría  anticipadamente  su 
misión  y  emprendieron  su  viaje  i  después  de  una  marcha 
forzada  de  cuatro  días  i  cuatro  noches,  practicada  por  ca- 
(Pinos  fragosos  i  en  el  corazón  del  invierno,  llegaron  a  la 
Serena  la  noche  del  18  de  julio.  Habiaseles  reunido  en  la 
travesía  el  joven  don  Ricardo  Ruiz,  procesado  por  haber  ser- 
vido de  ayudante  al  infortunado  coronel  Urríola  en  el  lc<« 
vanlamiento  de  abril. 


DE  LA  ADMINIStRAClON  HOUTT.  19 

« La  presencia  de  asios  jóvenes^  dice  nn  tesÜgo  ocular  I 
actor  notable  eo  la  revolución  de  Coquimbo,  fué  üha  espe^ 
cié  de  tea  revolucionaria  acercada  a  los  combustibles  que  el 
pueblo  babia  preparado.)»  (1)  Este,  en  efecto,  no  habla  des^ 
mayado  ni  por  el  bando  que  prohibía  sus  reuniones  ni  por  Id 
llegada  de  la  tropa  veterana.  Al  contrarío,  estas  zamarras  de 
la  violencia  puestas  a  su  espíritu  exilado^  habían  dado  ma» 
pujanza  a  su  entusiasmo,  mas  seguridad  a  la  convícdOD  de 
so  poder  i  mas  encono  a  su  h*a  contra  los  hombres  que  fi 
lo  provocaban  Uin  de  cerca.— La  guardia  ciWca  habia  sido 
desarmada,  se  habia  estraidolas  llaves  a  los  fu»1es,  fa  tropa 
del  Yungai  fué  alojada  en  el  centro  de  la  población  i  doe 
cañones  estaban  constanlemente  apostados  en  el  patio  del 
euartei. 

Estos  aprestos  marciales  disponían  al  pueblo  a  la  resisten-' 
eia  casi  tanto  como  la  vo2  de  su  tribuno,  que  no  cesaba  de 
llegar  a  sos  oidos,  aunque  ya  no  fuera  desdé  el  banco  de  la 
Saciedad  de  h  igualdad,— frotíhiddis  sus  renm'oncs  en  la 
cíndad,  los  afiliados  de  Mufioz,  que  pasaban  ya  de  300,  se^ 
salían,  en  consecuencia,  al  campo  i  celebraban  ahí,  al  aire  li* 
bre,  sos  sesiones  de  entusiasmo  i  de  denuedo.  El  cerro  de  la 
Cruz,  que  corona  las  alturas  de  la  Serena  i  que  se  ha  llamado 
con  felicidad  el  Monte  Aventino  del  pueblo  coquimbano, 
era  el  sitio  elejido  para  congregarse  tan  pronto  como  alguna 
Dveva  de  la  capital  o  cualquier  suceso  político  de  la  leca-* 
lídad  daba  motivo  para  que  los  ciudadanos  anhelaran  el  jun- 
tarse. Ahí,  al  pié  de  una  cruz  antigua^  que  simbolizaba  nn 
nombre  grato  a  sus  pechos,  duraato  Ins  tranquilas  tardes 
del  mes  de  agosto,  iban  los  artesanos  de  la  Serena  a  desafiar 
la  altivez  de  los  que  llamaban  sus  impotentes  opresores. 

(1}  StAtOf  Cavad^.-^Jf^mortat  citado. 


50  BisTORii  De  LOS  Diez  lK09 

Clavrado  eool  suelo  el  hasla  de  una  bandera  tricolor  i  es- 
trecháodose  eo  torno  suyo,  cantaban  con  voces  sonoras  el 
btmno  de  la  patria  i  pasaban  después  el  estandarte  a  manos 
de  su  tribuno,  quien,  haciéndolo  flotar  al  aíroi  enviaba  ai 
pueblo,  que  le  escuchaba  en  las  colinas,  los  gritos  de  su  fé,  de 
su  amor  i  de  su  abnegación  suprema  por  la  causa  de  la  Ih 
berlad. 

Yo  coBlem{)lé  una  tarde  aquella  escena  enteramente  nue^ 
va  i  queproducia  una  impresión  viva  ¡desconocida.  Oia  desde 
la  distancia  ta  voz  vibrante  del  joven  tribuno^  quien,  al  estilo 
de  Bilbao,  cuyas  arengas  había  él  admirado  en  los  clubs  iguali^ 
tartos  de  Santiago^  iavoeaba  en  sa  inspiración  los  preceptos 
evanjélicos,  ^1  nombre  de  Jesucristo,  supremo  libertador^ 
i  las  teorías  de  igualdad  social  que  la  fílosofía  sansimoniana 
habia  puesto  en  moda,  fiespondíanle  a  cada  pausa  los  clamo- 
res de  la  muchedumbre,  mientras  que  descendiendo  hacia 
la  ciudad  se  veian  grupos  de  jendarmes  que  atisbaban  la 
reunión  con  una  actitud  casi  respetuosa ;  i  aun  mas  abajoi 
en  los  bordes  de  un  canal  que  riega  los  jardines  de  la  pobla- 
cioQ,  se  ostentaban  grupos  dejentiles  señoritas,  sentadas 
airosamente  en  la  verde  colina,  aguardando  que  desfilara 
el  cortejo  para  ofrecerle  coronas  i  aplausos  (1). 

(i)  He  aqo(  como  se  espresaba  a  este  respecto  el  Porttnir 
del  17  de  agosto,  alndiendo  a  una  de  estas  reuniones  qUe  habia 
tenido  logar  el  día  15.  Este  breve  editorial,  que  tenia  por  tftolo« 
£oi  igualitarioi^  reasume  a  demás  machos  de  los  pantos  de  vista^ 
bajo  los  qoe  hemos  bosquejado  la  política  ministerial  de  la  Serena. 

«El  viernes,  dice  este  artículo,  trepó  la  Igualitaria  al  cerríto 
de  Santa  Lucia  i  enarboló  la  bandera  nacional  con  los  estrepito* 
sos  gritos  de  unos  cincuenta  afiliados  poco  mas  o  ménosi  que 
destinaron  la  tarde  para  solemnizar  algunas  nuevas,  que  proba- 
blemente llegarían  de  la  capital  en  favor  de  la  pretérita  candi* 
datura. 

^Cualquiera  que  sean  los  motivos  que  provoquen  esos  desahogos 


DE  hk  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  &I 

Nadie  qué  hubiera  visto  aqaella  escena  podía  ocuUarso 
por  un  solo  fnstanle  que  la  insurrección  oslaba  ya  consuma* 
da  en  la  Serena  i  que  su  eslaJIido  seria  pronto,  inevitable 
i  unánime.  Las  reuniones  del  cerro  de  la  Cruz  eran  la  in-^ 
surreccioii  misma,  delante  de  la  impotencia  del  circulo  mi- 
nisterial. 

De  esta  verdad  nadie  parecía  estar  mas  convencido  que  el 
miemo  club  del  gobierno  i  debióse  sin  duda  a  esto  el  que 
ea  eses  mismos  dtas  (el  28  de  julio)  llegara  a  la  Serena  una 

doJaoposictonf  ¿ajo  ningún  preiesto  podrá  jastííicarse  lo  deso** 
bedíencia  a  las  órdenes  espresas  i  terminantes  de  la  autoridad « 
qae  ha  prohibido  toda  reunión  política. 

•Como  ha  sucedido  el  viernes,  media  población  se  ha  sobresal- 
tado al  aspecto  de  esos  hombres,  que  despreciando  la  lei,  dieron 
•1  pueblo  un  ejemplo  escandaloso  i  funesto  al  orden  público. 

nDeploramos  estos  estrayíos,que  tan  fatales  consecuencias  nos 
han  hecho  sufrir  I  deseamos  que  nuestras  autoridades  no  lleven 
su  tolerancia  hasta  un  estremo,  que  compromete  el  reposo  de  la 
sociedad,  dando  márjen  a  la  licencia  i  al  desenfreno  de  esas  jun^- 
tas  políticas. 

•Diariamente  se  predicíi  por  la  prensa  opositora  la  revolución 
de  hecho  i  se  propalan  con  cínico  descaro  las  teorías  mas  sub« 
versivas  i  disolventes  de  todo  Gobierno.  Atroz  i  anárquica  por 
demás  es  esa  propaganda  incesante,  que  esparce  en  e)  pueblo  la 
semilla  corruptora  de  tu  educación,  de  sus  sentimientos  de 
amor  i  respeto  al  orden» 

«Cuando  el  mismo  círculo  que  santifica  la  violencia  es  el  que 
estimula  I  fomenta  esas  bulliciosas  I  turbulentas  reuniones, 
qué  debemos  pensar  de  una  conducta  tan  siniestra  i  criminal, 
que  deprava  los  instintos  de  la  multitud  i  estravía  el  buen  sen-» 
tido?  Tiene  la  oposición  la  conciencia  de  su  derrota,  sucumbiendo 
al  golpe  formidable  de  la  libertad  i  el  progreso;  pero  en  su 
pertinaz  obcecación  aun  continúa  respirando  ese  impuro  i  pes- 
tífero aliento,  que  mata  la  virtud  i  estingue  en  el  corazón  de 
la  sociedad  el  pudor  i  el  sentimiento  de  su  importancia  i  de 
su  fuerza  moral. 

«¡Hipócritas!  Aun  no  están  satisfechas  vuestras  venganzas^  os 


S2  HISTORIA  M  LOS  ÍOiSL  aS09 

eonspafiía  de  76  sold&dos  del  tungay  al  mando  del  mayor 
don  Feroando  Lopetegal,  los  qae  unidos  a  los  45  qae  babia 
traído  el  capitán  Arredondo,  formaban  una  pequefla  diTísion 
veterana  de  421  hombres. 

La  lucha  de  la  insarreccbn  del  pueblo  con  la  fuerza  del 
poder>  estaba  ya  trabada. 

Por  una  parte*  tenia  el  puesto  la  fuorla  del  Yungay,  quo 
habla  descendido,  sin  embargo,  sobre  la  pla2a  de  Coquimbo 
prorrumpiendo  en  espontáneos  gritos  de  FiM  Cruz  I  Viva 
Coquimbo!  (I}» 

Por  la  otra,  formaban  en  las  filas  del  pueblo  mas  de  tres- 
cientos afiliados  déí  club  de  la  Igualdad,  que  eran  casi  la 
totalidad  déla  guardia  nacional  déla  ciudad^ 


reyolcais  todavía  en  e<  cieno  tñfipuro  de  vuestras  detestables 
doctrinas  e  insensibles  a  los  avisos  i  estímalo  del  remordimiento^ 
persistís  en  el  error,  vt)mU;ando  la  calumnia  I  el  horrible  sar- 
casmo contra  los  hombres  qae  han  salvado  al  pais  de  los  preci-» 
Sidos,  a  qne  lo  condutcian  vuestros  manejos  e  ihdignidadest 
[asta  donde  lleváis  el  furor  i  el  arrebato  de  vuestros  espíritus? 
Hasta  ahora  habéis  hecho  el  apoteosis  del  mal;  adoptad  desdo 
luego  el  camino  del  buen  sentido,  abjurando  vuestras  culpas, 
para  que  el  sól  de  setiembre,  BOl  de  ventura  para  la  nación^ 
pueda  Iluminar  vuestras  conciencias  i  poneros  a  la  vista  elpor^ 
venir  grandioso  que  noi  promete  la  candidatura  popular.  f> 

(i)  En  el  muelle  de  Coquimbo,  al  tiempo  que  el  tambor  batía 
ma^rcba^  muchos  soldados  arrojaban  victorea  a  la  población  que 
ios  rodeaba  í  aljeneral  Cruz.  Apenas  hacía  una  semana  quees^ 
taban  acuartelados  coando  comenzó  una  activa  deserción  í  apesar 
de  severos  castigos,  los  soldados  no  dejaban  de  gritar  por  la  calle 
Vita  el  jenerál  Cruzl^  reunidos  a  los  artesanos  i  a  las  mujeres 
del  pueblo. 

Esto  me  consta  personalmente,  porque  permaneciendo  oculto 
en  la  Serena,  tenia  ocasión  de  recorrer  los  arrabales  I  presenciar 
con  írecufncia  estas  escenas. 


DB  tk  ADVINMIHAGION  MONTT.  S3 


XIL 


Tal  era  la  siluacion  de  la  Serena  a  la  llegada  de  Carrera 
j  lal  se  mantuvo  durante  algún  tiempo,  sin  que  la  presencia 
de  este  caudillo  la  alterara.  Hospedado  en  la  casa  de  su  pa-» 
rieule  don  Antonio  Pinto,  hermane  del  jeneral  de  este  nombre 
i  uno  de  los  liberales  mas  antiguos  i  mas  respetables  de  Cih 
quimbo,  visitábanlo  a  menudo  los  jefes  i  los  ajantes  mas 
comprometidos  de  la  oposición^  don  Nicolás  Muoitaga,  el 
hombre  qae  arrastraba  entonces  mas  presUjio  popular  en  la 
ciudad  i  en  la  campana,  Pablo  Muflo»,  el  presidente  de  la  so- 
ciedad de  la  Igwildad,  Juan  Nicolás  Alvarez  i  Santos  Cava* 
da,  directores  de  la  prensa ;  pero  estas  reuniones  teman  mas 
si  carácter  de  una  hospUalaria  eorlesid,  que  el  de  una  lójta 
revolucionaría.  Hablábase,  es  verdad,  al  derredor  de  la  mesa 
daté,  de  la  azaroza situación  del  país,  de  la  impopularidad 
del  candidato  vencedor,  de  las  promesas  becbas  a  la  nación 
por  el  yenoido  i  se  aguardaban  con  ansiedad  las  nuevas  que 
cada  vapor  dejaba  de  paso  en  el  puerto ;  pero  nnnca  se  aber- 
liaba  la  cneelion  anticipada  de  un  pronunciamiento  armado, 
li  siquiera  de  la  iniciación  de  un  plan>  que  fuera  preparando 
eslo  desenlace. 

JUvarez,  como  bemos  visto,  había  guardado  con  estadio 
un  profundo  silencio  sobre  la  misión  revolucionaria  de  Carre- 
ra t  este  por  una  delicadeza  caballeros,  no  habia  hecho 
jamas  ni  aun  la  mas  leve  insinuación  sobre  este  motivo  per- 
sonal. Contrariábale,  sin  embargo,  hondamente  aquella  apa- 
tía, que  se  pintaba  a  si  propio  como  un  desaire,  pues  no  le 
era  dable  persuadirse  que  Alvarez  hubiera  escondido  en  sn 


£4  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  A^OS 

pecho  aquella  revelación  ¡ndispensablo  ¡decisiva  (1).  Velase, 
por  otra  parle,  compromelido  con  sns  correlíjienarios  de  la 
capital,  que  le  empujaban  con  vehemencia  a  la  acción  ¡sen- 
tíase atado  6  impotente  para  responder  a  aquellos  compro- 
misos í  cumplir  sus  propios  votos  de  patriotismo!  de  deber. 
Tal  posición,  en  un  pueblo  estrafio,  para  un  caudítio  joven, 
oculto  e  ignorado,  cuando  tanto  se  esperaba  de  él,  era  dura 
i  easi  desesperanto. 

Aguijoneado,  empero.  Carrera  por  la  propia  violencia  de 
la  tardanza,  quiso  dar  un  paso  decisivo,  que  consultara  su 
misión  i  su  dignidad.  Resolvió  regresarse  a  la  capital,  pero 
DO  sin  descdbrir  antes  a  los  jefes  de  la  oposición,  el  secreto 
que  Alvarez  les  había  ocultado. 

Hacía  precisamente  un  mes  desde  que  habíamos  llegado 
a  la  Serena  i  era  la  noche  del  18  de  agosto,  cuándo  hallá- 
banse reunidos,  como  de  costumbre,  en  el  salen  de  Pinto, 
Carrera»  Munizaga,  Kufioz,  i  el  autor  de  esta  historia.  En 
una  pausa  oportuna,  cortó  el  primero  el  estilo  jenérico  de 
las  conversaciones  i  descubrió  de  plano  cual  habia  sido 
su  misión  única  a  la  Serena,  reveló  a  aquellos  como  sus 
esperanzas  hablan  sido  burladas,  como  sus  compromisos 
eoo  los  otros  centros  revolucionarios  del  pais  eran  graves 
i  apremiantes  i  eual  era,  por  último,  la  resolución  de  re- 
gresarse a  que  se  veia  arrastrado.  Munizaga  manifestó  la 
mas  completa  estrañeza  a  esta  manifestación  i  culpó  a  la 
reserva  de  Alvarez^  de  lo  que  Carrera  atribuía  a  la  irresolu- 


(1)  «Alvarez  había  traído  el  encargo  de  anunciar  la  misión 
revolucionaria  de  Carrera  •  los  jefes  de  la  oposición  en  Coquim- 
bo; pero,  yo  lo  sé,  nada  había  dicho,  no  por  orgullo  ni  por  celos, 
8Í  por  olvido,  tanto  mas  disculpable  cuanto  que  no  habia  sido  un 
hecho  encarecido  indispensablemente.!»  Santos  Cavada* — Memo^ 
fiol  citado. 


M  U  ADHUnSTftACION  MOIfTT.  B8 

cioB  de  los  eoqaimbanos:  i  en  el  instanle  mismo  promelió 
coa  la  noble  espontaneidad  de  sns  antiguos  convencimien- 
tos i  de  80  lealtad  de  amigo,  que  se  ocuparía  de  adelantar 
aqnelh  idet  i  de  preparar  los  ánimos  a  aceptaría.  Hufloz, 
por  sv  parle,  que  había  adífioado  lo  qne  significaba  la  pro- 
leBcia  del  hijo  del  mas  ¡lastre  caudillo  de  la  vieja  república 
en  80  «indad  natal,  no  necesitaba  ni  persuacion  ni  estímulo. 
Desde  mot  atrás  estaba  preparado  para  ta  revolución  i 
respondía  del  corazón  i  del  brazo  hasta  del  último  afiliado 
da  80  club. 

La  insurrección  de  la  Serena  quedó  acordada  en  aquella 
conversación  i  desde  esa  noche,  el  pensamiento  de  ejecutaría 
csndió  en  los  ánimos  de  los  opositores  con  la  vehemencia 
qne  la  llama  de  un  incendio  sofocado  estalla  sobre  los  com* 
boslíbles  que  descubre  el  viento  a  su  paso.  £1  Club  revolu-- 
cíofiarto,  presidido  por  Carrera,  quedó  virtualmente  instalado 
desde  aquella  noche  en  casa  de  don  Antonio  Pinto. 

En  secreto  i  lentamente  habían  ido  acumulándose,  por  otra 
parte  i  de  antemano,  bien  que  de  una  manera  desencua- 
dernada, los  elementos  de  la  acción.  Nolábase  entre  los 
ocho  oficíales  que  mandaban  la  fuerza  veterana,  (I)  un  joven 
de  modesto  i  concentrado  ademan,  pero  de  corazón  resuelto 
i  de  on  espíritu  desembarazado,  hijo  de  un  antiguo  veterano 
de  la  Independencia,  que  habia  sido  victima  de  au  adhesión 
al  viejo  bando  carrerino.  Era  este  el  teniente  Francisco 
Barceló,  ligado  a  Santos  Cavada  por  una  amistad  antigua. 
Espontáneamente  i  do  una  manera  decidida,  el  entusiasta 
soldado  hablóle  un  día  al  amigo  de  sus  simpatías  por  la  causa 

(í)  Eran  estps  el  sarjento  mavor  Fernando  Lopetegui,  el 
capitán  N.  Arredondo,  el  ayudante  José  Agustín  del  Pozo,  los 
tenientes  José  Ramón  Guerrero,  Francisco  Barceló  i  N.  Cortez  \ 
los  sibtenicntes  Antonio  María  Fernandez  i  Benjamín  Laslarria. 


S6  HISTOAU  D£  LOS  Dl£2  aKoS.  • 

de  la  revolución  i  9ua  adelantó  que  podía  conlar  coa  la 
adhesión  de  algunos  de  sus  couipaAeros  de  armas  i  con  mas 
especialidad  de  la  del  ayudante  Pozo^  que  gozaba,  por  la 
suavidad  de  sa  carácter,  de  un  presiijío  mui  pronunciado 
entrp  la  Iropa*  Cavada  escuchó  con  avidez  aquella  coolidencía 
\  en  silepcio  se  prometió  hacerla  arribar  a  aquel  deseulace» 
por  el  que  su  alma  apasionada  i  suceplible  suspiraba. 

Al  dia  siguiente  encontrábanse  ea  un  lugar  apartado  de 
la  población,  Pozo,  Barceló  i  Cavada  i  se  hacían  la  promesa 
de  una  lealtad  a  toda  prueba,  junto  con  las  revelaciones 
esenciales  para  adelanlaj*  el  plan,  ya  resuelto  entre  ellos, 
de  sublevar  la  guarnición.  De  sus  otros  camaradas  ellos 
no  respondían  i  aun  pintaban  como  inaccesibles  al  ma^ 
yor  Lopoleguí,  a  Arredonda  í  a  Corloz,  quienes  estaban 
ligados  al  gobierno  por  ^Igun  fuerte  compromiso  personal. 
Peí  teniente  Guerrero  solo  conlaban  su  hidalguía  i  sus  cua- 
lidades de  soldado,  que  le  hacían  el  mas  querido  de  sus 
camaradas  i  en  cuanto  a  Fernandez  ¡  Laslarria,  aunque 
llamados  por  su  graduación  a  un  rol  secundario,  se  espe- 
raba su  ínslanlánea  adhesión  al  movimiento.  Importaba  solo 
por  lo  tanto  atraer  a  Guerrero  alamar  parle  en  la  conjuración, 
porque,  si  bien  ajeno  a  la  política,  era  el  carácter  mililar 
mas  pronunciado  i  el  mas  capazi  de  arrastrar  a  la  tropa  en 
el  momento  dado  de  la  acción. 

Resolvióse  para  llegar  a  este  (In  el  invitar  a  Guerrero  a 
una  cena  que  se  prepararía  en  casa  de  unas  seúorilas  opo- 
sitoras del  nombre  de  Navarro  i  en  la  que,  con  el  disfraz 
del  placer  i  bajo  el  vapor  de  los  brindis,  iban  a  eslioAilarse 
i  a  comprenderse  las  almas  de  aquellos  jóvenes  soldados. 
Pasadas  las  primeras  horas  de  ardiente  pasatiempo  i  cuando 
habla  dhdo  ya  la  media  noche,  Cavada,  que  rara  vez  era 
duaAo  de  sus  encontradas  impresiones^  ya  de  eutusia&mo  í 


M  lA  A»aiiNisf  lucios  wmTT.  87 

it  (é,  ya  dé  des^liaiito  e  irresolución,  se  dejó  arraslcar 
esta  wi  do  un  presentimiento;  i  llamando  apartb  a  sa  jó^ea 
eonfidado,  díjole  de  golpe  qne  los  coquimbanos  contaban 
coa  so  espada  i  te  ofrecían  a  elejir  entre  el  oro  i  lá  gloria 
para  sn  recompensa.  Sorprendido  e  indignado  el  noble  man«¿ 
eebocon  aqaella  brnsca  interpelación,  dióle  al  pronto  una 
altifa  respuesta,  que  sobresaltó  hondamente  al  impelsioso 
eoBjnrado,  pera  pocos  dias  después,  tomándote  la  mano  con 
efosion,  el  bízapro  moio,  dtjole  que  su  espada  estaba  al  sfr-> 
mío  de  la  causa  de  Coquimbo. 

Guerrero  se  babia  entendido  con  Carrera  i  satitfedho  da 
las  puras  inteociones  de  la  revolución  i  haisiende  asco  a  un 
iodigno  soborno,   ofreció  a  aquélla  a  mas  de  m  espada,  r^ 

rendirle  su  corazón  (1).    . 


xni 

Como  Juan  Nicolás  Ai?arez  i  Patile  Hufioz,  Santos  Cavada 
kabta  nacido  en  las  puertas  del  pueblo/  levantándose  de  la 
noble  democracia  de  la  cuna  a  la  mas  noble  democracia  de 
la  Intelijencia  i  de  la  virtud,  por  el  solo  esfuerzo  de  su  es- 
píritu. Hombre  mas  de  fé  que  de  convicción,  mas  de  entu- 

(1)  «[Después  de  dos  horas,  dice  el  mismo  Cavada,  refiriendo 
cUa  •ntrevlsta,  sopliqoé  t  Guerrerd  me  eacncliase  I  sali-^ 
mos  al  patio.  No  recuerdo  todo  lo  que  le  dije,  pero  estol  bien 
cierto  qae  no  le  hablé  con  la  finara  de  an  seductor,  sino  con  la 
arrogancia  i  la  franqueza  de  un  republicano.  El  me  Contestó  con 
no  menos  hidalgoia;  I  ann  me  creí  perdido  pareciéndome  adivinar 
algo  de  estas  palatiras:  «Piensa  U.,  me  dijo,  seducirme  o  corrom- 
perme?»—No  recuerdo  lo  que  le  contestaría;  pero  el  resultado 
fué  que  me  apretó  la  nrano  i  dos  dias  mas  larde  me  dijo;  «Con- 
«fiii¿/»--8antos  Cavada— límofiol  eiiüdo. 

8 


S8  HfSTORIA  DE  LOS  MEZ  AfiOfl 

siasma  que  do  isislema,  todo  loque  él  es,  'débelo  a  si  miraio 
i  al  eslimaiode  su  corazón  nutrido  de  jenerosa  savia.  Versátil, 
empero,  porque  es  profundamente  sensible,  lleva  su  incons- 
tancia bástala  neglijencia  I  su  debilidad  hasta  el  abatimiento. 
La  ardiente  i  resuella  espresíoo  de  su  fisonomía  no  es  la 
estampa  de  su  alma.  Tribuno  i  soldado  por  su  aspecto,  es 
un  poeta  en  ios  adentros  de  su  corazón ;  i  cuando  al  hablar 
con  un  eco  apasionado  de  la  patria  i  de  la  libertad,  vemos 
por  fuera  asomar  a  sus  ojos  las  llamaradas  de  un  volcánico 
entusiasmo,  están  cayendo  silenciosas  en  su  pecho  las  lágri- 
mas de  la  ternura  o  de  la  duda,  de  la  esperanza  que  se 
anonada  o  de  la  alegría  que  desborda.  No  tenia  como  Mufioz 
el  tesón  inflexible  de  un  plan,  ni  como  Alvarez  el  brlllanle 
desembarazo  del  adalid,  que  va  siempre,  la  malla  sobre  el 
pecho,  dispuesto  a  los  combates ;  una  palabra  le  arrastra, 
un  grito  le  detiene,  una  amenaza  le  hace  vacilar  i  cuando 
después  de  la  amenaza  vuelve  a  oir  otro  grito,  se  alza  altivo 
hasta  el  heroísmo,  jeneroso  hasta  la  magnanimidad.  Héroe 
en  un  día,  victima  en  una  hora,  sus  irresoluciones  parten 
siempre  del  fondo  de  su  corazpn  i  ahí  mismo  se  ahogan  o 
se  trasforman,  porque,  como  hemos  dicho,  su  naturaleza  vive 
sqIo  empapada  en  la  ebullición  de  las  emociones.  Pero  dueño 
siempre  de  si  en  todo  lo  que  es  noble,  apasionado  por  todo 
lo  que  es  bello,  probado  ahora  por  esos  sacríGcios  del  dolor  i 
de  la  dignidad  que  aceran  el  alma,  Santos  Cavada  tiene  una 
pajina  de  honor  en  la  historia  de  su  patria  i  pira  pajina  en 
su  porvenir.  Aquella  ya  está  escrita  i  consagrada  por  la  aus- 
tera verdad  que  no  se  detiene  a  borrar  el  débil  tisne  que  ha 
caído  por  acaso  en  lo  blanco  de  su  márjen ;  porque,  cuan 
pocas  son  las  sentencias  de  la  historia,  en  las  que  al  lado  de 
la  absolución  que  glorifica,  no  está  eslampado  el  vituperio 
de  un  desliz  o  9e  una  perplejidad!— Santos  Cavada  no  cargó 


BE  LA  ADVnnSTRAGIOIf  «O^TT.  B9 

espada  an  el  recinto  en  que  habia  rodado  sn  easa,  cnando 
hordas  de  bandidos  destrozaban  los  hogares  do  los  suyos : 
esta  es «u  sombra;  pero  ét  había  dado  a  la  revolucioii  de  su 
suelo  las  espadas  que  proclamaron  sus  derechos  i  los  sostu-^ 
Tieron  eo  el  campo:  esta  es  sn  gloria. 


XIV. 


Pablo  Muñoz  habia  minado,  por  sn  parte,  el  espíritu  de  la 
tropa,  haciendo  fratornizar  con  ella  a  sus  igualilarios  i  aun 
había  logrado  insinuarse,  por  medio  de  sus  ajenies,  con  la 
mayor  parle  de  las  clases  de  la  guarnición.  De  esta  suerte, 
encontrábanse  empeñados  en  el  plan  de  la  revolución  los 
sarjentos  José  del  Rosario  Gallegos,  Vicenfe  Orellana  i  Alejo 
Jimenes,  antiguo  soldado  i  sobrino  del  heroico  sárjente  Fuen^ 
fes,  aquella  victima  ilustre  que  el  patíbulo  de  abril  escojió 
entre  mfl  designados  como  reos^  porque  era  el  mas  puro, 
el  roas  valiente,  el  mas  magnánimo  de  los  veteranos  que 
habían  disparado  su  fusil  en  esa  fatal  jornada  de  todo  un 
pueblo  contra  las  paredes  de  un  cuartel. 

Don  Nicolás  Munizaga  tenia  ademas  la  confianza  de  los 
tenientes  Verdugo  i  Sepülveda,  ambos  ayudantes  de  la  in- 
tendencia i  antiguo  oficial  aquel  de  la  independencia,  soU 
dado  de  Maípo  i  de  Lircái,  que  habia  sido  confinado  a  aque- 
lla provincia  hacia  muchos  anos  por  sus  opiniones;  retirado 
el  último  recientemente  del  batallón  Valdivia  por  sus  des- 
cubiertas simpatías  bacía  el  jeneral  Cruz.  Munizaga  habia 
dado  albergue,  ademas,  a  algunos  do  los  soldados  que  de- 
sertaban de  la  plaza  por  el  influjo  de  los  artesanos,  a  quienes 
se  asociaban  i  aun  por  las  seducciones  de  las  mujeres  del 


ñO  nSTOVIA  DE  LOS  DKZ  AS08     . 

pMblo  qM  abriaa  su  fácil  corazón  i  sus  alraclívos  a  sus 
huéspades  invasores. 

De  suerte  ^qw  cuando  el  Club  Revolucmario  bubo  de 
celebrar  una  segunda  conferencia,  puede  decirse  que  en  et 
transcurso  de  unos  pocos  días,  el  plan  de  la  insurrección 
oslaba  ya  concebido  en  todas  sos  parles.  Fallaba  solo  hacer 
parlicipes  a  los  hombres  mas  decididos  de  aquellas  combi- 
naciones, para  que  lodos  ios  espíritus  se  harmonizaran  en  la 
empresa  i  a  este  fín  reuniéronse  a  las  pocas  noches  de  la 
primera  sesión  revolucionaria,  los  ciudadanos  Munízaga,  Al- 
vares, Cavada,  MuAoz,  ei  sárjente  mayor  don  Maleo  Sajcado, 
¡aslructor  de  las  milicias  de  caballería  de  la  provincia,  don 
Antoaio  ^into»  el  joven  oomereiante  don  Venancio  Barrasa, 
el  profesor  del  loslituto  provincial  don  Jacinto  Concha  i  el 
injeniero  de  minas  don  Antonio  Alfonso,  llamado  a  figurar 
de  m  modo  tan  bizarro  en  los  días  posteriores  del  con- 
flicto; 

Carrera  estaba  emioenlemenle  caracterizado  para  presidir 
con  acierto  aquellas  reuniones.  Frío  i  persuasivo  a  la  vez, 
eeaveocido  i  suspicaz,  sabia  tomar  aquel  tono  que  atrae  to- 
dos los  ánimos  a  fijarse  en  una  sola  idea  i  daba  a  la  discu- 
sión un  jiro  certero  i  concluyente.  Su  modestia  lisonjeaba  la 
susceptibilidad  provincial  de  los  afiliados,  su  enerjia  concen- 
trada pero  palpitante,  ofrecía  a  otros  la  garantía  del  caudillo 
que  necesitaban  para  entregarle,  no  el  espíritu,  sino  las 
armas  de  la  revolución,  mientras  que  a  todos  fascinaba  ese 
secreto  pros  ti  jio  de  los  nombres  ilustres,  al  que  se  adhiere 
siempre  el  presentimiento  de  lo  grande.  Una  cordial  unani- 
midad reinó  de  esta  suerte  en  aquella  segunda  sesión  i  ha- 
biendo revelado  cada  uno  los  recursos  propios  de  qqe  podia 
disponer,  se  separaron  satisfechos  i  alhagados  por  sus  espe- 
ranzas, aplazándose  para  una  próxima  reunión,  en  la  que 


DE  LA  ADMffffSItlAGION  MOICTt.  64 

Carada  introdacirla  al  Club  Btvoíuciwifíriü  9í  les  oficiales  P020 
i  Barcelé. 

Celebróse  esta,  en  efecto,  con  dos  días  de  posterioridad,  ea 
la  propia  easa  de  Pinto,  entrando  los  conjurados  despnes  de 
las  diez  do  la  noche 'Con  intervalos  de  algunos  minutos,  lle^ 
▼ando  traje  de  paisanos  les  dos  oficiales  comprometidos. 
Aquel  conciliábulo  fué  et  mas  importante  que  celebró  el  Club 
revotucionario^  Hablóse  directamenfte  del  plan  que  defaia  adop^ 
tarse  para  hacer  estallar  la  insurrección  i  aun  se  fijó  con 
aproiimacioo  el  día  en  qtfo  debía  verificarse.  No  había  abi 
ninguna  voz  discrepante  sobre  el  golpe  decíáivo  que  iba  a 
darse;  pero  al  combinar  sus  detalles,  las  opihíónes  se  en- 
contraban» aegun  el  ardor  o  la  calma  de  los  espíritus  de  cada 
uno  I  el  punto  de  vista  político,  bajo  el  que  cada  cual  con- 
cebía el  movimiento  revolucionario.  Muflón,  Alvarez,  Muni- 
saga  i  Cavada  pretendían  que  la  insurrección  debía  tener  nh 
carácter  esclusivamenle  popular,  ejecutándose  el  asalto  del 
cuartel  cívico  por  ios  afiliados  de  la  igualdad,  al  que  la 
tropa  veterana  vendría  a  prestar  su  adhesión,  solo  cuando 
estuviese  consumado.  Salcedo  I  los  oficiales  del  Yunga!,  so- 
licitaban,  al  contrario,  dar  el  primer  grito  a  la  cabeza  de  Ta 
goarnicidn.  Otros  pedian  se  aplazara  el  día  del  levantamíen^ 
te  hasta  que  las  provincias  del  sur  se  hubieran  pronunciado; 
I  por  Altímo,  había  quienes  se  empeñaban  en  que  la  provincia 
de  Coquimbo  tomase  por  su  gloría  i  su  futuro  influjo  po- 
lítico, la  iniciativa  de  aquella  ardua  empresa,  que  contaba  con 
las  simpatías  de  casi  toda  la  nación.  Por  lo  demás,  cada  uno 
evidenciaba  en  aquellos  instantes  de  cordial  franqueza  i  de 
jenerosa  exaltación  el  sentimiento  predominante,  que  arras- 
traba 80  corazón  a  aquel  intento.  Munizaga,  el  mas  puro,  el 
mas  abnegado  de  los  conspiradores.  Insistía  solo  en  rechazar 
con  un  desinterés  a  toda  prueba  todas  las  insinuaciones  de 


6S  HISTORIA  PE  LOS  l^ia.AKOS 

iDittddialo  podorf  qaele  orrecian  sos  amigos;  Carrera  solo 
aceptaba  ud  puesto  en  las  filas  del  ejército,  que  la  proviocia 
debia  enviar  sobre  el  centro  de  la  República ;  Mufloz,  recon- 
centrado i  casi  sombrío,  meditaba  sobre  la  manera  de  ejecu- 
tar un  golpe  de  audacia  a  la  cabeza  de  sus  afiliados;  Cavada» 
entusiasta  hasta  la  petulancia,  se  ocupaba,  al  contrario,  en 
concebir  el  estilo  ardiente  de  las  proclamas  revolucionarías, 
que  iba  a  arrojar  sobre  su  pueblo  desde  la  prensa,  cuyo  do- 
minio reclamaba ;  Alvarez,  tan  provinciano  i  acaso  mas  sus- 
ceptible que  su  compañero  de  publicidad,  reclamaba  todas 
las  glorias  que  iban  a  recojerso,  para  el  pueblo  de  Coquimbo, 
mientras  que  Salcedo,  jovial  i  característico,  restregaba  sus 
fornidas  manos  como  si  las  sintiera  impacientes  por  empu- 
ñar el  sable» 

Sin  arribar^  empero,  a  ningún  resultado  preciso,  el  club 
se  dispersó  pasada  la  media  noche,  acordando  prudente- 
mente el  no  volver  a  reunirse  sino  el  día  en  que  el  toque  de 
jenerala  convidara  a  todos  lo$  ciudadanos  a  la  plaza  públi- 
ca. Para  la  organización  definitiva  del  plan  del  levantamiento 
quedaban  delegadas  las  suficientes  facultades  en  Carrera» 
Mufloz  i  Cavada«-r-Aquel  estaría  en  contacto  con  Hunizaga, 
que  representaba  la  oposición  ilustrada  de  la  Serena.  Mufloz 
dispondría  al  pueblo  i  Cavada  debería  entenderse  con  sus 
amigos  los  oficiales  del  Yungai. — Resolvióse  también  colectar 
una  suma  de  seis  a  ocho  mil  pesos  por  erogaciones  volunta- 
rias de  los  afiliados,  a  fin  de  atender  a  las  emerjencias,  que 
pudieran  sobrevenir. 

XV. 

Sucodia  lo  que  acabamos  de  narrar  en  los  últimos  dias  del 
mes  de  agosto  i  era  forzoso  darse  prisa  para  llegar  al  de- 


BK  LA  AMttNISfRACION  MONTT.  63 

sealace.  Las  úllínas  nuevas  recibidas  secrelameate  do  la 
capilal  i  de!  sud,  anunciaban  como  próxima  la  hora  dd  le* 
vaolamíaato  en  masa,  que  se  había  combinado  en  todo  el 
|iais  t  el  riesgo  de  perder  la  conjuración  ya  organizada  i  que 
se  habia  difundido  de  un  modo  prodijíoso  en  todo  el  pueblo« 
era  inminente.  Pero  quedaba  aun  una  seria  dificultad  que 
vencer»  cual  era  el  evitar  a  toda  costa  un  inútil  derrama- 
miento de  sangre.  Era  tan  unánime,  tan  completo  el  acuerdo 
de  toda  la  revolución  en  el  país ,  eran  tan  puros  i  tan  no* 
Mes  loa  sentimientos  de  patriotismo  de  muchos  de  sus  caudi* 
lies,  qae  el  solo  presentimiento  de  que  una  gofa  de  sangro 
chilena  empaflasela  bandera  el  dia  del  triunfo,  aflijia  muchoa 
pechos  i  desconcertaba  muchos  planes*  ¿Cómo  evitar,  en 
efsctO)  que  el  dia  del  pronunciamiento,  los  oficiales  Lopeie'* 
gai,  Arredondo  i  Gortez  fueran  sacrificados  al  arrancar  la 
tropa  a  su  obediencia  para  unirla  al  pueblo  sublevado? 

El  ayudante  de  la  intendencia  Verdugo  se  ofreció  espon- 
táneanente  a  allanar  aquel  obstáculo.  Propuso,  para  ello^  el 
invitar  a  un  banquete  en  su  propia  casa  a  toda  la  oficialidad 
de  la  guarnición,  el  dia  mismo  designado  para  el  levanta^ 
miento  i  a  la  hora  en  que  este  debiese  estallar.— Avisados 
los  oficiales  comprometidos  i  desapercibidos  los  otros,  a  una 
seflal  de  Verdugo,  algunos  hombres  resuellos,  apostados  de 
Bfitemano,  se  precipitarían  sobre  estos  para  desarmarlos^ 
en  el  momento  mismo  en  que  la  campana  de  alarma  se  hi-- 
ciera  ehr  «n  la  ciudad. 

Triste  era  esta  combinación.  Haciase  forzoso  iniciar  un 
noviffliente,  tan  grande  en  sus  miras  i  tan  puro  en  sus  móvi- 
les de  accien,  con  una  alevosía,  que  los  corazones  hidalgos  de 
suyo  rechazaban.  Pero,  qué  hacer? ¿  Porqué  inmolar  al  filo 
de  la  espada  o  agoviar  con  una  afronta  mayor  a  jefes  ino* 
coates,  en  presencia  de  sus  soldados,  a  los  que  por  otra  parte 


64  HISTORIA  PE  LOS  UBZ  AfíOS 

podían  arrasimr  con  sa  voz,  prorocando  ud  conflicto  ioaéce- 
sario^  eaque  la  rotolucion  podía  abortar  abogada  en  sangre? 
•^Fnerza  era  pues  el  aceptar  aquel  partido  i  se  acordó,  al 
fio,  entregándose  a  Verdugo  una  cantidad  suficiente  para 
aprontar  el  sinieslro  festín. 

XVI. 

• 

Quedaba  todavía  por  darse  un  paso  mas  delicado  ¿ntes  da 
proceder.  Gomo  se  organizaría  el  nuevo  gobierno  revolucío- 
Bario?  Seria  una  Junta  o  un  soto  mandatario?  Quiénes  com-* 
pondrían  aquella  i  quién  seria  designado  en  el  ultimo  caso? 
Alrarez  babia  sostenido  desde  el  principio,  secundado  ppr 
Cavada,  la  ¡dea  de  una  /uii/a,  que  diera  acceso  a  las  preten- 
siones i  al  espíritu  de  provincialismo  esclusivo  que  ambos 
representaban.  Munizaga,.  MuAoz  i  Carrera  combatían  esta 
Ue^,  que  censuraban  de  estrecha  i  arriesgada.  Convínose 
al  fin  en  que  se  elejiría  un  intendente  i  desde  ese  instante 
Munizaga  i  Carrera  se.  presentaron  como  los  únicos  candida^ 
tos.  Sostenían  al  primero  los  dos  redactores  de  hSerenap  que 
ya  h0inos  nombrado»  pero  los  combatían  de  firmo  Mufloz,  Sal- 
aedo»  i  mas  que  todos,  el  mismo  Munizaga.  Este  desinterés 
sado  patriota  no  quería  sino  presentar  a  sus  paisanos  la  ofrenda 
de  sus  servicios  sin  remuneración  i  al  país  entero  la  consa- 
gración de  su  buena  fé  i  de  su  amor  cívico.  Vaaos  fueron,  en 
consecuencia,  los  empeñosos  esfuerzos,  que  hasta  la  antevís- 
pera de  la  revolución  hicieron  valorante  su  espíritu  i  sus  senti- 
mientos ios  obstinados  corifeos  de  la  causa  provincial. — Ni 
aun  la^  Insinuaciones^  de  una  imprudencia  oportunamente 
esplotada  por  estos  dos  emisarios,  pudo  en  el  ánimo  despren- 
fiidv  del  patriota  coquimbano.  £1  cotnpafiero  do  viaje  de 


DE  LA  ADllNISTRACION  MONTT.  <    65 

Carrera,  don  Ricardo  Ru¡z,  eo  una  enlrevisla  con  Hunizaga, 
que  de  casualidad  o  por  si  propio  habia  solicitado,  habíale 
dicho,  en  cfeclo,  con  una  desautorizada  i  culpable  petulancia, 
que  00  pudo  menos  de  agraviar  hondamente  a  Carrera  í 
despertar  su  indignación,  que  et  verdadero  candidato  para  la 
presidencia  de  la  República,  que  iba  a  proclamar  la  revolu- 
cíoD,  era  el  mismo  Carrera  i  no  el  jenerai  Cruz,  por  el  que 
la  juventud  bo  tenia  simpatías. 

Era  esto,  nos  consta  intimamente,  un  arranque. jcnial  de 
Ituiz.  El  leal  i  honrado  Munizaga  comprendiólo  como  tal 
avisándolo  en  el  acto  a  Carrera,  quien  puso  en  claro  con  no 
menos  franqueza  el  absurdo  de  aquella  revelación,  que  en 
boca  de  lodo  hombre,  que  no  hubiera  sido  un  amigo  ¡  un 
compañero  decidido,  habría  parecido  una  calumnia.  Cavada  i 
Alvarez  hicieron  pues  vanamente  binca-pié  sobre  esta  coin* 
cidencia,  porque  la  resolución  de  Munizaga  era  Irrevocable. 
Carrera  seria  por  consiguiente  elejido  Inlendento  de  la  pro- 
vincia el  día  del  pronunciamiento. 

XVII. 

Como  Carrera  había  sido  el  prestijio  ¡la  esperanza  pública 
de  la  revolución  de  la  Serena  i  como  el  coronel  Arteagafué 
el  afortunado  caudillo,  que  cosechó  con  hábil  mano  la  mies 
de  tanta  gloría  como  el  heroísmo  había  sembrado  en  su  sen- 
da, asi  don  Nicolás  Munizaga,  el  mas  probo,  el  mas  palríó- 
tico  de  los  revolucionarios  políticos  de  1851,  habia  sido  la 
pureza,  la  abnegación  i  el  martirio  de  ese  tríunviralo  de  la 
revolución  del  norte.  Naíuraleza  tímida  i  modesta,  poro  rica 
de  desinterés  i  entusiasmo;  accesible  a  todo  loque  es  bueno 
i  jeoeroso,  el  pueblo  en  medio  del  que  vivía  ¡  para  el  que 

9 


66  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  áK09 

vivía,  te  había  consagrado  esa  popularidad  de  amor  i  de  con- 
fianza, que  liace  del  nombre  de  un  ciudadano  un  poder  pu- 
blico i  de  su  voluntad  casi  un  cetro.  Pródigo  de  su  fortnna 
por  caridad  i  por  benevolencia,  su  memoria  era  una  gratitud 
en  cad9  pecho,  su  presencia  le  deparaba  un  amigo  en  cada 
coquimbano.  Heredero,  como  todos  los  corifeos  de  la  revolu- 
ción del  norte,  de  una  tradición  modesta  en  cuanto  a  su 
nombre  de  familia,  él  se  había  creado  una  aristocracia,  que 
verían  con  envidia  los  mas  antiguos  pergaminos  i  nunca  hubo 
en  ninguna  de  nuestras  ciudades  populosas  un  ciudadano, 
que  sift  haber  gozado  jamas  del  prestijío  oficial,  que  tanto 
deslumhra  en  las  provincias,  arrastrara  una  popularidad  mas 
unánime  i  mas  intacta.  En  este  sentido,  Munizaga  era  una 
potencia,  era  la  revolución  misma.  Una  palabra  suya,  i  la 
tevolueíon  se  realizaba ;  una  significación  de  negativa,  i  la 
revolución  se  detenia  i  podía  dislocarso.  Sin  Munizaga,  )a 
insurrección  del  7  de  setiembre  habría  sido  un  molin ;  con 
él  a  la  cabeza,  fué  la  revolución  del  pueblo,  acordada  i  uná- 
nime. 

XVIII. 


t  ya  deslindados  de  aquella  manera  lodos  los  detalles, 
acordes  todos  los  espirítus,  alentados  todos  los  ánimos  por 
una  suprema  esperanza,  fuese  cada  cual  a  ocupar,  no  el  puesto 
que  se  le  habla  designado,  sino  el  que  cada  uno  olijió  espon- 
táneamente, i  se  fijó  el  7  de  setiembre,  día  festivo,  a  la  hora 
del  medio  dia  i  en  el  mes  de  la  patria,  para  consumar  la 
insurrección  de  la  libertad. 


X 


> 


CAPITULO  1*. 


EL  7  DE  SETIEMBRE. 


Aprestos  para  pI  levantamiento. — Grupos  de  fa  Sociedad 'de  la 
Igualdad. — banquete  do  Verdugo. — Los  oficiales  Lopeiegui  i 
Arredondo  son  apresados.*— Los  grupos  de  la  Igualdad  ocupan 
el  cuartel  cívico. — El  intendente  Melgarejo  i  otros  ciudadanos 
son  arrestados  por  los  oficia  les  conjurad  os. -^Una  columna 
armada  del  pueblo  se  dirijo  sobre  el  cuartel  déla  guarni- 
ción.— Dudas. — La  tropa  fraterniza  con  el  pueblo.— Don  José 
Miguel  Carrera  es  proclamado  intendente  provisoriamente  i 
se  teman  las  primeras  medidas  para  asegurar  el  movimien- 
to.-—Reflecciones  políticas  sobre  eli  levantamiento  de  la  Se«* 
reiia.— Una  proclama  al  pueblo. 


Amaneció  en  la  Serena  el  7  de  setiembre  de  1831 ;  ¡  una 
densa  niebla  se  arrastraba  sobre  la  ciudad,  como  sí  la  natu- 
raleza, sensible  a  un  presajio,  hubiera  querido  prestar  aquel 
velo  misterioso  a  la  conjuración  de  lodo  un  pueblo.  La  pri- 


^S  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  A^OS 

mera  claridad  del  día  encontró  a  cada  uno  en  sn  pucslo. 
Pablo  Mufioz  había  pasado  la  noche  en  vela,  en  medio  de  los 
afiliados  de  la  Sociedad  de  la  Igualdad,  que  esla  vez  ya  no 
oían  el  eco  esforzado  del  tribuno,  sino  el  murmullo  sordo, 
las  órdenes  dadas  al  oído,  los  breves  i  ardientes  diálogos  do 
Jos  conjurados,  que  iban  llegando  a  una  casa  solitaria  en  el 
barrio  de  Santa  Lucia,  en  la  que  sus  jefes  les  habían  dado 
cita.  Uno  en  pos  de  otro,  disfrazados  i  por  rumbos  opueslos, 
fueron  entrando,  desde  que  oscureció  el  día  do  la  víspera,  al 
punto  de  reunión,  los  artesanos  comprometidos,  fíeles  todos 
a  su  consigna.  De  esta  suerte,  en  las  primeras  horas  do  la 
noche,  encontrábanse  ya  mas  de  cien  afiliados  reunidos  a 
Mufioz,  que  había  sido  el  primero  en  llegar,  dispuesto  a 
abrir,  a  la  luz  de  los  candiles,  aquella  última  sesión  del 
Club  Igualitario,  que  iba  a  tener  por  desenlace  la  victoria 
tantas  veces  invocada  i  tantas  veces  prometida,  la  victoria 
del  pueblo.— Arengólos  esta  vez  con  el  acento  concentrado  I 
palpitante  del  que  no  quiere  ser  escuchado  con  el  oido  sino 
del  que  pide  la  respuesta  del  corazón,  a  los  votos,  a  los  rue- 
gos, a  los  juramentos  que  se  arrancan  de  su  pecho  i  que  ya 
se  han  oído  en  el  ademan,  en  el  jcsto,  en  la  minnila,  antes 
que  el  labio  haya  concluido  de  enunciarlos.  Todos  juraron 
llenar  con  honor  el  puesto  que  su  caudillo  les  asignara,  fuera 
el  puesto  do  la  gloria,  fuera  el  del  martirio,  fuera  aun  el 
del  balden,  si  en  esto  balden  había  abnegación  i  sacrifi- 
cio (I). 

Dispersáronse  entonces  i  volviéndose  a  juntar  de  nuevo, 
antes  que  la  media  noche  hiciera  sospechoso  su  tránsito  por 
ias  calles,  solitarias  desde  temprano  en  la  Serena,  organiza^ 
ron  sus  grupos  para  el  ataque  do  la  mafiana  siguiente. Cin- 

(1}  Pablo  MufioB.«*-ilfef»iort(](  citado. 


DE  LA  ADVlNISTIACIOfl  VOlin.  69 

coenla  ígualüaríos  de  los  mas  rosaeltos  quedaron,  en  con- 
secooncía,  apostados  en  una  casa,  vereda  de  por  medio  con 
la  quo  ocupaba  el  arcedeano  Vera,  que  dlslaba  solo  una 
cuadra  del  cuarlel  cívico,  situado  entonces,  plazuela  de  la 
Uerced,  en  el  centro  casi  de  la  ciudad.  Este  grupo,  con 
Muúoz  a  la  cabeza,  debía  dar  el  asalto  del  cuartel.  Encon- 
trábanse dispersos  en  varios  otros  punios  inmediatos  bandas 
aisladas  i  en  pequeflo  número,  del  resto  de  los  afiliados, 
quienes  debian  o  bien  cooperar  al  asalto  de  Mufloz»  o  bien 
ocuparse  de  arrestar  en  sus  casas  a  los  caudillos  del  bando 
contrario^  a  cu^o  servicio  estaban  mas  especialmente  desti- 
nadfts. 

Algunos  de  los  mas  intrépidos  afiliados  de  estos  grupos 
dispersos  se  habían  reunido  desde  |as  oraciones  en  casa  del 
ayudante  Verdugo,  quien  los  habla  armado  de  puflales  i  ga^ 
rrotes.  Capitaneábalos  Juan  Muüoz,  hermano  mayor  del 
presidente  de  la  Igualdad,  mozo  valiente  i  en  cuyo  rudo 
pecho  cabía  empero  tanta  abnegación  que  morir  por  su  her^ 
mano  era  sentir  apenas  que  lo  amaba,  tan  decidida  era  su 
consagración,  tan  iulensa  su  ternura.  El  joven  don  Faustino 
del  Villar,  vecino  de  Santa  Rosa  de  los  Andes,  los  afiliados 
Lorenzo  Gorlez  i  Abdon  Miranda,  con  el  negro  Sebastian* 
famoso  después  por  su  bravura,  eran  los  designados  para 
aquel  golpe  sin  gloria,  que  tenia  solo  el  oprobio  del  sacrifi- 
cio, mengua  del  hecho  o  del  hombre,  que  el  juicio  de  la 
historia  absuelve,  cuando  es  la  obediencia  de  la  abnegación 
la  que  lo  dicta.  Todos  hablan  jurado  cumplir  la  orden  que 
se  impartiera  i  todos  aceptaron  sin  murmurar. 


70  HI8T0RU  DE  LOS  DIEZ  AKOS. 


11. 


Asi  pasáronse  las  altas  horas  de  la  noche  I  las  primeras 
de  la  mañana,  hasta  que  la  población  se  puso  en  movimien^ 
to.  £ra  un  domingo  (1).  Hacía  el  medio  día  el  sol  apareció 
i  la  niebla  que  había  tapado  la  rebelión  en  las  horas  silen- 
ciosas de  la  madrugada,  como  sí  fuera  ya  innecesaria,  dio 
paso  a  una  brillante  claridad.  Las  galas  de  los  días  festivos 
comenzaron  a  lucirse  pronto  en  las  limpias  veredas,  que  un 
sol  tibió  iluminaba. — Abrianse,  como  de  costumbre,  las  puer- 
tas de  las  casas,  los  sirvientes  regresaban  alegres  del  mer- 
cado i  el  trajín  del  campo  invadía  a  esa  hora  la  ciudad, 
mientras  las  campanas  daban  la  señal  de  la  misa  a  las  fa- 
milias que  se  dirijían  a  los  templos  en  charleros  grupos, 
invitando  de  paso  a  las  amigas  para  marcharse  juntas  por 
Ja  tarde  al  grato  paseo  de  la  Alameda.  Guantas  tímidas  con- 
juraciones déla  inquietud  i  la  esperanza  irían,  sin  embargo, 
en  aquellas  horas,  ocultas  bajo  el  mantón,  a  orara  Dios  por 
el  élite  de  aquella  jornada,  a  la  que  la  madre,  la  hermana, 
}a  beldad  habían  visto  partir  al  hijo  i  al  amigo  i  al  esposo, 
temiendo  no  verles  ya  otra  vez  ! 

La  campana  de  la  catedral  acababa  de  dar  las  doce, 
cuando  concluía  la  misa,  de  que  la  elegancia  coquímbana 
había  hecho  como  la  aristocracia  de  su  culto.  Ningún  con- 
jurado cumplía,  sin  embargo,  en  esa  hora  con  el   precepto 

(1)  Se  había  divulgado  de  tal  manera  en  todas  las  clases  del 
.  pueblo  el  plan  de  la   revolacion,  qoe  en  esa  mañana,  siendo  do- 
mingo i  7  de  setiembre,  oiáse  a  los  muchachos  decir  por  las  ca- 
lles, en  los  tambos,  aludiendo  al  conocido  adajio  español— ¡//o¿ 
es  domingo^  sistel 


BE  LA  AD2IIN1STRAGI0N  MONTT.  71 

j  podía  decirse  que  la  elegante  tecbambre  de  la  iglesia  me- 
tropoülana  prolejia  entonces  una  sesión  escasa,  pero  uná- 
nime, del  bando quciba  a  ser  vencido  en  breve  rato.  Veíase, 
sin  embargo,  entre  los  asistentes  un  grupo  brillante,  pero 
que  acaso  no  sería  el  mas  devoto.  Eran  los  oficiales  del 
Yungay,  que  vestidos  de  gran  uniforme  acompasaban,  como  es 
de  estilo  en  guarnición,  al  mayor  de  su  cuerpo. 


III. 


El  ayudante  Verdugo  babia  anticipado  su  convite  desde 
la  víspera,  de  manera  que  al  salir  de  la  iglesia,  el  mayor 
Lopelegui  tuvo  ocasión  de  recordar  a  sus  subalternos  que 
debían  ser  puntuales  a  aquella  cita,  que  les  prometía  el.  solaz 
de  un  regocijo,  siempre  apetecido  del  soldado  en  los  dias  de 
guarnición  i  de  fastidio. 

Separáronse  en  consecuencia  por  un  rato,  Lope léguí,  Arre- 
dondo i  el  teniente  Corléz,  en  dirección  al  cuartel  de  San 
Francisco ;  Pozo,  Barceló  i  Guerrero,  hacia  la  casa  de  Verdu-- 
go,  en  el  barrio  Opuesto  de  Santa  Inés. — De  los  alféreces 
Fernandez  i  Lastarria,  se  sabia  que  el  uno  estaba  de  guardia 
i  que  el  otro  había  partido  a  Ovalle  para  hacer  una  visita  de 
familia. 

Hedía  hora  después,  Lopetegui  i  Arredondo  se  reunían  a 
sus  camaradas  en  el  salón  del  festín. — Cortéz,  a  quien  se  re- 
prochaba un  carácter  seco  i  adusto,  se  habia  negado  a  asistir 
i  cebadóse  a  dormir  la  siesta  en  su  aposento.  La  tropa  ha- 
bía recibido  puerta  franca  i  solo  estaban  sobre  las  armas  los 
piquetes  que  hacían  la  guardia  de  la  cárcel  i  el  cuartel. 

Era  el  mayor  Lopetegui  un  hombre  de  cuarenta  años,  sol^ 
tero  de  estado,  jovial  de  carácter,  hermosa  figura  de  soldado, 


72  BI9T0RU  DE  LOS  DIEZ  AfiOS 

incliDándose,  empero,  un  tanto  a  ser  obeso.  Sus  camaradas 
le  querían  i  le  trataban  con  familiaridad,  desde  que  enfada- 
do de  la  disciplina,  habla  sido  esta  cebada  en  el  rincón  del 
estrado,  en  que  el  placer  los  reunía.  Los  jóvenes  compro- 
metidos estaban  tristes,  sin  embargo,  í  no  miraban  esta  vez 
a  su  jefe  sino  con  un  interno  embarazo,  que  este,  del  todo 
desapercibido,  les  reprochaba  como  una  reserva  importuna. 
Estaban  los  convidados  en  los  preliminares  de  cortesía,  obse- 
quiados por  las  hijas  de  Verdugo,  inocentes  del  complot  que 
sus  sonrisas  encubrían,  como  la  flor  la  espina,  cuando  el  due- 
fio  de  casa  finjiendo  una  estrepitosa  jovialidad  los  invitó  a  la 
mesa.  Los  oficiales  conjurados  dejaron  sus  morriones  i  desa- 
laron los  cintos  de  sus  espadas,  mientras  Lopetegui  salia  de 
la  sala  llevando  la  suya  ceñida,  fuera  por  olvido,  fuera  por 
gala  o  brusquedad.  Mas,  al  salir  del  umbral,  detúvole  débil- 
mente una  mano  que  atentaba  al  broche  de  su  cinto  i  que 
acariciándole  con  la  sonrisa  de  un  reproche,  le  pedía  con- 
fiase a  sus  manos  aquella  arma,  en  rehenes  del  venidero  pla- 
cer. Era  la  joven  Leonor,  la  hija  mayor  do  Verdugo,  graciosa 
morena  de  veinte  afios,  que  dirijia  un  establecimiento  fiscal 
de  educación  i  que  habia  debido  a  la  intimidad  do  su  padre 
la  triste  confidencia  del  golpe  de  mano,  en  el  que  su  belleza 
iba  a  ser  cómplice,  no  menos  que  el  amago  de  los  hombres 
apostados.  El  mayor  se  dejó  desarmar  con  buen  humor  i 
otro  tanto  hizo  Arredondo,  soldado  terco,  mudo,  celoso,  e 
irritado  siempre  con  sus  jóvenes  camaradas,  que  le  miraban 
con  desden  i  le  acusaban  ademas  por  espirítu  de  cuerpo, 
da  ser  estranjero. 

Puestos  al  mantel,  las  copas  perdieron  su  Ipaco  color  i 
los  corchos  del  champagne  resonaban  en  el  aire,  aumentando 
el  bullicio  de  las  conversaciones  i  del  servicio.  La  cordiali- 
dad de  una  confianza,  que  el  licor  hacia  casi  íntima,  reinaba 


DE  LA  AMINISTRACION  HONTT.  73 

en  el  feslin;  ¡  ios  conjurados,  disipado  el  primer encojimienlo 
dei  engaño,  se  entregaban  sin  reserva  a  esa  alegría  de  los 
banquetes,  que  el  labio  apura  en  las  botellas  i  el  corazón  re«- 
clama  a  la  belleza.  Un  joven,  que  vivía  entonces  proscripto 
en  la  Serena  1  que  en  aquella  hora  de  inquietud  habia  aven- 
turado un  primer  paseo  por  las  calles  de  la  ciudad,  pasaba 
en  esos  instantes  por  las  ventanas  de  la  fatídica  sala,  i  al  oír 
la  algazara  de  las  conversaciones  i  el  estrépito  de  los  brin- 
dis, no  le  hubiera  sido  dable  sospechar  que  habia  escondida 
eo  ese  recinto  una  triste,  aunque  imprescindible  alevosiai 

La  hora  lardaba  ya  i  era  preciso  concluir  aquel  dogal, 
que  de  tiempo  en  tiempo  atajaba  los  manjares  en  Jos  labios 
de  los  convidados,  el  dogal  de  I9  traición.  De  repente,  vióse 
a  Verdugo,  que  presidia  la  reunión  a  la  cabecera,  dar  ^n  fuerte 
puñetazo  sobsela  meza:  esclamando:  Píalos  muchachos!  Tal 
era  la  seflal  convenida.— A  esta  voz  precipitóse  del  cuarto 
vecino  un  grupo  de  hombres,  armados  de  sendos  garrotes, 
yendo  delante  Juan  Muúoz»  que  asestó  al  pecho  de  Lopetegui 
el  cafion  de  una  pistola,  intimándole  silencio.  £1  sorprendido 
soldado  púsose  livído,  pero  llevando  la  mano  con  ademan  re- 
suelto a  la  guarnición  de  la  espada,  encontróse  Inerme  i  tiró 
de  un  cuchillo  que  vio  a  su  ladp.  Asestóle  entonces  el  negro 
Sebastian  un  fuerte  golpe  en  la  frente,  que  le  abrió  una  an- 
cha herida,  aunque  aseguraban  otros  que  el  mismo  se  habia 
lastimado  con  el  arma  que  tomó,  al  caer  al  suelo  enredado 
en  la  silla  que  teni^  a  su  espalda.  Arredondo  quedó  inmóvil 
de  sorpresa  i  de  terror  sobre  su  asiento  i  ahi  lo  amarraron 
sin  ofenderlo,  porque  Verdugo,  a  quien  uno  de  los  mocetoDes 
no  cooocia,  recibió  en  la  cabeza  el  golpe  de  garrote  que  lo 
estaba  destinado. 

Escurriéronse  en  el  acto  los  tres  orrcíales  comprometidos 
i  tomando  sus  espadas  en  la  mano,  sin  alcanzar  a  cefiirias^ 

10 


74  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

corrieron  a  su  ciiarlcJ,  dando  voces  de  revolución  i  a  las  ar- 
mas! Lopelégui  í  Arredondo  quedaron,  eníretauto,  encerrados 
en  un  cuarto,  bajo  de  custodia  ( I ). 


IV. 


Un  vijia  apostado  dio  al  instante  la  voz  al  grupo,  que  en  la 
vecindad  del  cuartel  cívico  tenia  organizado  Muñoz,  i  al  punto 
con  este  a  la  cabeza,  salió  de  tropel  corriendo  hacia  el  cuerpo 
de  guardia  para  encontrarlo  desprevenido.  Algunos  de  los 
conjurados  llevaban  hachas  i  puñales,  otros  escaleras  para 
asallar  el  cuartel  por  la  espakia  en  caso  de  resistencia  í  unas 
pocas  armas  de  Tucgo  para  lasque  hablan  fabricado  basta  dos 
mil  balas,  en  la  ajilada  í  laboriosa  vijijia  de  aquella  noche. 
£1  primero  en  llegar  al  descuidado  centinela,  fué  un  músico 
del  mismo  cuartel,  llamado  Hamos,  muchacho  animoso,  quien 
puso  al  pecho  del  soldado  la  punta  de  un  puñal,  diciéndolo 
entregara  el  puesto. — Muñoz,  que  veuia  en  pos,  entró  al  za- 
guán, pero  el  sárjenlo  de  guardia  le  detuvo  el  paso,  lomando 
un  fusil  i  apuntándolo  a  su  pecho.  Una  instantánea  perple- 
jidad detuvo  en  ese  instante  al  compacto  grupo  que  llegaba 
i  que  veia  comprometido  a  su  caudillo;  pero  un  robusto  mi- 
nero que  pasaba  a  la  sazón,  echó  sus  brazos  hercúleos  sobre 
el  centinela  í  apretándole  violentamente,  le  trajo  al  suelo 

(1}  Yo  mismo  vi  arl  desgraciado  mayor,  cnando  pálido  i  teiiida 
su  frente  de  sangre,  lo  llevaron,  pocos  minutos  después,  prisione- 
ro a  su  propio  cuartel.  Temí  que  sus  soldados  hubieran  hecho 
alguna  manifestación  peligrosa  al  verler  así  cautivo  i  maltratado, 
pero  los  centinelas  llevaron  apenas  la  mano  al  fusil,  cumpliendo 
solo  con  el  saludo  de  la  disciplina.  Tal  es  la  voluntad  mecánica, 
que  la  ordenanza  militar  sustituye  en  el  soldado  a  la  voluntad 
de  la  razón  i  a  la  simpalia  del  alma  I 


DC  LA  ADMimSTEACION  1IO?iTT.  75 

jonlo  con  su  agresor  Ramos,  a  quien  abarcó  lambíen  en  sa 
pujante  abrazo.  Este  fué  el  primero  de  esa  familia  singular, 
que  se  llaman  en  nuestras  guerras  los  cantores  i  ascendió 
después  por  su  bravura  hasta  ser  sarjcnto  de  trinchera. 

Mufloz  i  sus  secuaces  habían  entretanto  atropellado  al  sár- 
jenlo, desbaratándola  guardia  que  se  formaba  i  IVéchose  due- 
fios  del  cuartel,  sin  que  una  gota  de  sangre  so  hubiera  de- 
rramado, sin  que  se  oyese  otro  grito  que  el  de :  Viva  la  Repú- 
blica! Viva  la  Igualdad!— Lo%2iíí\izdos  vencedores  corrieron 
en  el  acto  a  las  cuadras  i  tomaron  los  fusiles,  aunque  solo 
36  de  estos,  que  servían  a  la  guardia,  estuvieran  montados 
i  completos;  desarrajaron  el  almacén  del  vestuario  i  mien- 
tras unos  sé  vestían  i  se  armaban,  otros  sacaron  un  tambor 
a  la  plazuela  a  tocar  la  jenerala^  habiéndose  subido  a  la  to- 
rre de  la  Merced  unos  muchachos  i  puesto  a  vuelo  las 
campanas. 

Fué  este  el  instante,  en  que  la  insurrección  se  hizo  jencral 
en  todo  el  pueblo.  Habría  parecido  que  una  ráfaga  eléctrica 
hubiera  pasado  sin  tocar  la  tierra  i  a  la  altura  del  pecho  de 
los  ciudadanos  i  los  hubiera  arrojado  a  lodos  á  la  calle  pú- 
blica, precipitándolos  a  carrera  tendida  bacía  el  cuartel.  Co- 
rrían por  todas  las  veredas,  los  soldados  de  la  guardia  na- 
cional, los  jóvenes  de  los  colejios^  niños  vagos  de  la  calle, 
viejos  inválidos,  grupos  de  campesinos  a  caballo,  mineros 
que  habían  bajado  la  víspera  al  pagamento  del  sábado.  Todas 
las  puertas  a  la  vez  se  abrían  cqq  estrépito  i  las  familias  so 
asomaban  en  grupos^  yaiaquictos,  ya  alborotados;  batían  las 
jóvenes  sus  pañuelos  desdo  las  ventanas,  dando  voces  de  en- 
tusiasme a  los  exaltados  transeúntes.  Los  arrieros  mismos  i 
los  vendedores  de  legumbres  dejaban  sus  cabalgaduras  i 
Gorrían  por  las  veredas,  haciendo  sonar  sus  espuelas  i  has- 
ta los  soldados  de  la  guarnición  del  Tungai,  se  metían  al 


76  HISTORIA  DK  LOS  DIEZ  i&OS 

cuartel  de  cívicos  i  pedían  un  fusil,  sin  que  les  importara 
medirse  coo  sus  camaradas,  si  estos  no  habían  de  estar  en 
ese  día  en  las  fiias  del  pueblo  (1 ), 

Nunca  hubo  para  la  Serena  un  momento  de  mas  intenso 
regocijo,  de  un  orgullo  mas  iejítimo,  de  una  satisfacción  mas 
suprema,  que  en  esa  hora  de  la  victoria  del  pueblo,  que  no 
tenia  combale  ni  había  contado  un  solo  vencido.  Era  un  le- 
vantamiento en  masa,  uniforme,  irresistible, prodijio  déla 
libertad,  fruto  de  la  unión  de  un  pueblo,  que  so  ha  asociado 
para  amarse,  para  hacerse  fuerte,  para  triunfar. 


Los  pocos  hombres  déla  resistencia  habian  ¡do,  entretanto, 
a  abdicar  su  poder,  o  mas  bien,  su  impotencia,  casi  por  si 
solos.  Con  un  arrojo  personal  digno  de  alio  honor,  salieron 
todos  desús  casas  a  la   voz  de  alarma  i  se  dirijieron,  unos 

(I)  Como  un  ejemplo  de  los  peligros  que  an  desconocido  pnede 
correr  en  an  movimiento  revolucionario,  por  picíOco  que  sea, 
recordaré  aqui  algunas  incidencias  de  aquel  dia^  que  me  fueron 
personales.  Al  llegar  al  cuartel,  un  hombre  del  pueblo,  que  pare- 
cía fuera  de  sí,  me  puso  el  cañón  de  su  fusil  sobre  la  garganta,  gri- 
tando espía  J  traidor  I;  i  sino  es  por  Pablo  Muñoz,  único  entre 
los  presentas,  que  acaso  me  conocía  de  antemano,  lio  sé  si  el  irri- 
tado artesano  me  hubiera  descargado  su  arma,  apesar  de  mi  pro- 
testa de  que  era  con  ellos. — Poco  mas  tarde,  una  partida  capita- 
neada por  el  sastre  Vídaurre,  me  llevó  preso  al  cuartel  de  donde 
acababa desalir con  una  orden,  i  posteriormente  me  refirió  un 
joven  oficial  déla  división  que  vino  a  Petorcai  cuyo  nombre  no 
recuerdo,  que  al  ver  mi  lucha  con  el  artesano  habla  estado  vaci- 
lando un  largo  rato  sobre  si  me  tirarla  un  pistoletazo  desde  una 
délas  ventanas  del  cuartel,  bajo  de  la  que  tenia  lugar  esta 
escena. 


Dt  LA  ADMimSTRAGION  MONTT.  77 

en  pos  de  otros  ¡  sin  previa  iolelijencía,  al  cuartel  dcIYun** 
gai,  donde  confiaban  resislirse  o  dominar.  El  intendente  Mel- 
garejo, uno  de  los  primeros,  salió  de  su  despacha  con  una 
resolución  que  revelaba  el  ardor  del  soldado,  oculto  basta 
entonces  por  la  indiferencia  del  politice,  no  menos  que  porta 
tolerancia  comedida  i  caballerosa  del  mandatario.  Su  primer 
medida  fué  el  ordenar  al  pueisto  que  montaba  la  guardia  de 
)a  cárcel,  situada  en  el  ángulo  opuesto  de  la  Intendencia,  el 
tomar  Ids  armas;  pero  el  sárjenlo  que  mandaba  el  piquete, 
un  mozo  de  20  aflos  llamado  Vicente  Orellana,  educado  en  la 
Academia  de  cabos  de  Santiago,  contestóle  que  él  i  su  tropa 
hablan  puesto  sus  fusiles  a  disposición  del  pdeblo  i  que  por 
tanto  no  le  reconocían  ya  por  Intendente,  rogándole  se  reti- 
rara. Indignóse  Melgarejo  del  desacato  I  corrió  al  cuartel,  pero 
al  entrar  arrestólo  su  propio  anudante,  el  teniente  Sepúlve- 
da,  que  había  llegado  anticipadamente  a  reunirse  con  sus 
compafieros. — Igual  suerte  corrieron  en  el  intervalo  de  unos 
pocos  minutos  *el  decano  Valenzuela,  el  comandante  Monreal, 
el  mayor  Concha,  el  oficial  déla  intendencia  Gregorio  Drizar 
i  uno  o  dos  roas  de  los  caudillos  o  de  los  ajenies  del  gobierno. 
El  lenienle  Cortéz  había  sido  arrestado  en  su  propia  cama, 
dejándole  dormir  en  paz  su  siesta  dominical,  la  única  que 
acaso  se  dormía  en  ese  instante  en  ia  Serena..,. 


VI 


Mientras  esto  sucedía  en  el  cuartel  del  Yungai  I  se  formaba 
un  cuadro  en  el  centro  del  segundo  patío,  la  guardia  nació- 
nal  iba  llegando  al  toque  de  la  jenerala  í  se  organizaba  a  la 
puerta  del  cuartel  cívico  i  a  lo  largo  de  la  plazuela  inmediata 


78  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  J^NOS 

una  coluiQoa  de  doscientos  a  trescientos  hombres  armados 
doTiisiL  De  repente  oyóse  a  un  joven  desconocido,  que  con  su 
fusil  en  la  mano  i  la  cartuctiera  terciada  sobre  el  pecho  ocu- 
paba la  cabeza  de  la  fila  i  que  en  alia  voz  esclamó. — ¿Quién 
manda  esta  columna  ? — /  Yo  la  mando  1  respondió  entonces  con 
el  ímpetu  de  un  exaltado  denuedo  que  le  era  caracterisco^ 
el  joven  don  Ricardo  Ruiz  i  desenvainando  la  única  espada 
que  entonces  se  vela  en  el  tumulto,  dio  la  voz  de  mjircha  ( 1 ). 

Dírijióse  este  grupo  de  ciudadanos  con  paso  resuelto  por  la 
calle  recta  que  conducía  al  cuartel  de  San  Francisco,  a  reunir- 
se con  las  fuerzas  del  Yungai.  Unos  pocos  solamente  eran 
sabedores  de  la  cooperación  de  aquella  tropa,  mientras  que 
la  masa  del  pueblo,  ^arr^strada  por  su  entusiasmo,  creía 
marchar  al  ataque,  deplorando  solo  el  que  sus  fusiles  no  tu- 
viesen ni  municiones  ni  siquiera  tornillos  pedreros. 

La  plazuela  de  San  Francisco  estaba  casi  desierta  i  la 
puerta  del  cuartel  completamente  cerrada.  Hubo  una  pansa 
cruel  para  los  ánimos.  Que  stgniflcaba  aquella  soledad  de- 
lante del  tumulto  de  los  que  invadían.  ¿Donde  estaba  la  tropa 

(1)  «Ahí  estabas  tú,  Benjamin,  dice  Santos  Cavada  en  su 
Afemoria<  citaüo,  a  la  cabeza  de  la  primera  división,  Riiizen  el 
c«»ntro  i  yo  a  retaguardia. — ^n  nuestra  marcha,  añade,  recorda- 
rás que  encontramos  al  capitán  Ignacio  Alfonso  «on  la  cara  en- 
sangrentada de  señal  de  una  lucha  de  hombre  a  hombre,  que  aca- 
baba detener  con  el  teniente  de  policía  Manuel  Antonio  Ordenes  » 
—  Las  pistolas  délos  dos  combatientes  fallaron  a  la  ceba,  por  lo 
qué,  irritado  el  oficial  de  policía,  descargó  desde  a  caballo  un 
fuerte  golpe  con  el  cabo  de  la  pistola  sobre  la  cabeza  del  bizarro 
capitán.  Estaba  este  vestido  de  uniforme,  i  con  su  rostro  pálido, 
atada  la  cabeza  por  un  pañuelo  que  estancaba  su  sangre,  presen- 
tóse al  pueblo  en  la  puerta  de  su  casa,  donde  habia  tenido  lugar 
el  encuentro,  siendo  recibido  con  entusiastas  aplausos  por  la  mu- 
chedumbre. Cuando  la  columna  del  pueblo  llegó  a  la  casa  de  Alfon- 
so, en  la  plazuela  de  San  Francisco,  Ordenes  había  huido  en 
dirección  al  puerto. 


DE  LA  ADHINISTRAGION  MONTT.  79 

qtie  iba  a  recibirnos?  Donde  los  oficíales  comproiDOlídos?  El 
pueblo  se  detuvo  indeciso  i  los  jóvenes  que  lo  conducíaQ 
se  adelantaron  sorprendidos.  Mas,  cuando  llegaban  al  cuerpo 
de  guardia,  abrióse  la  puerta  de  improTíso,  presentándose  en 
el  umbral  con  la  itgura  radiosa  el  oficial  Sepüiveda^  que  abría 
los  brazos  con  la  espada  desnuda  para  convidar  al  pueblo  con 
el  triunfo.— Un  igualitario  llamadlo  Pedro  Real,  exaltado  por 
la  sospecha  hasta  el  furor,  sin  comprender  loque  significaba 
la  manifestación  de  esto  ofip¡al,a  quien  creía  todavía  ol  ayu- 
dante de  la  Intendencia,  precipitóse  sobre  él  i  apellidándole 
traidor!  tiróle  al  pecbo  un  golpe  de  pufial,  que  el  atolon- 
drado joven  pudo  apena»  estorbar  con  la  guarnición  de  la 
espada,  lasfimándose  lá  mano. 

Por  el  postigo  entre  abierto  de  la  puerta  penetraron  enlón* 
ees  algunos  jóvenes  decididos,  quienes  todavía  no  se  daban 
razón  de  su  duda  i  do  su  sorpresa  sobre  lo  que  pasaba  en 
el  ínlcríor  del  cuarteK  Iba  al  frente  de  ellos  Santos  Cavada, 
cl  depositario  de  los  juramentos  de  lealtad  de  los  oficialQS 
comprometidos  i  el  quo  con  su  presencia  podía  recordárselos 
delante  de  las  filas. — El  resuelto  joven  cruza  en  silencio  el 
primer  patio  en  el  que  un  solo  jsoldado  se  veía  i  penetrando 
en  el  claustro  interior,  encuentra  el  cuadro  de  la  tropa,  a  la 
que  el  vehemente  oficial  Guerrero  proclamaba  a  nombre  del 
jeneral  Cruz  i  de  la  insurrección  del  pueblo.  Barceló,  que  se 
encontraba  en  ese  momento  fuera  de  la  fila,  hecho  sus  bra- 
zos a  Cavada,  i  cuando  éste  le  dijo  que  la  hora  era  llegada, 
acercóse  Pozo,  que  habia  asumido  el  mando  de  la  fuerza  i 
dio  al  cuadro  la  voz  de  desfilar. 

Cuando  la  cabeza  de  la  columna  veterana  desembocó  som- 
bro la  calle,  el  pueblo  la  envolvió  enteramente,  a  los  gritos  de 
Yiva  el  Yungai! — Viva  la  Igualdad!— Yioa  Coquimbo!  í  obs- 
truyó de  tal  modo  el  paso  que  la  columna  hizo  alto  un  breve 


80  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ   AÑOS 

instante.  Mas,  pasada  la  primera  erusion  de  esta  ardiente 
confraternidad  dd  pueblo  i  del  soldado,  marchamos  lodos  al 
cuartel  civico,  los  soldados  adelante  con  sus  oficíales  a  la 
cabeza  i  el  pueblo  a  retaguardia  (1). 


VIL 


Junto  con  la  columna  del  Yungai  entraba  al  cuartel  cívico 
don  José  Miguel  Carrera  i  un  grupo  de  ciudadajios  respeta* 
bles,  entre  los  que  se  hacían  notar,  por  su  delirante  entusias- 
mo, don  Juan  Nicolás  Alvarez;  don  Nicolás  Munizaga,  sereno 
i  complacido ;  el  doctor  Vera  arcedeano  de  la  diócesis  i  el 
cura  párroco  de  la  Serena  don  José  Dolores  Alvarez.  Hizose 
ahi  en  el  acto  una  proclamación  provisoria  de  la  nueva  au- 
toridad, subiéndose  el  redactor  de  la  Serena  sobre  una  tribu- 
na i  dando  a  conocer  a  la  tropa  i  al  pueblo  al  nuevo  Inten- 
dente don  José  Miguel  Carrera. 

Improvisóse  en  seguida  en  la  misma  mayoría  del  cuartel  el 
despacho  gubernativo,  i  haciéndose  unos  escribientes  i  otros 
oficiales  de  partes,  comenzaron  a  circularse  las  órdenes  nece- 
sarias para  ocupar  los  establecimientos  públicos,  como  el  es- 
tanco, fa  casa  de  pólvora  i  la  Intendencia ;  para  recojer  las 
caballadas  inmediatas  a  la  ciudad,  i  por  último,  para  tomar  las 
medidas  mas  urjentes  a  fin  de  que  el  movimiento  se  jonerali- 
zara  en  el  acto  en  toda  la  provincia. 

£1  primer  paso  dirijido  a  este  fin  que  se  dio  incontinenti,  fué 

(1)  «El  pueblo  saltó  de  dudas  i  prorrumpió  en  elocuentes  ma- 
nifestaciones de  triunfo.  Solo  tú,  amigo,  aun  dudabas  del  Yun- 
ga!, pues  me  lo  comprueba  la  última  orden  que  distes  en  esos 
momentos:  El  pueblo  a  retaguardia!  i  asi  se  hizo,  desfijando  la 
tropa  a  la  cabeza.»— Santos  Cavada— ^femortal  citado^ 


DE  LA  ÁDMlNISTRiCION  MOMTT.  81 

ei  de  destacar  al  leniento  Guerrero  con  un  pquete  de  25  hom- 
bres de  su  tropa,  que  marchando  a  toda  prisa  sobre  el  Puerta 
apoyase  el  movimiento,  .que  debía  erectuar  ahi  la  brigada  cí- 
vica de  artillería  que  lo  guarnecía  (1).  El  joven  comercianio 
don  Sarvador  Cepeda,  capitán  de  la  brigada  i  hombre  popular 
6Btre  los  changos^  como  se  llaman  los  jornaleros  i  pescadores 
del  puerto,  que  (oroponian  aquella,  debía  ponerse  a  la  cabe- 
za de  sus  secuaces  tan  pronto  como  un  caflonazo  disparado 
desde  la  plaza  de  la  Serena,  le  anunciase  el  estallido  deimo* 
Tímiento  en  la  ciudad-— Mas,  había  sucedido  que  el  teniente 
de  policía  Ordenes,  perseguido  por  el  pueblo  después  de  su 
combate  con  Alfonso,  se  había  dirijido  al  puerto  í  dado  a  la 
tropa  de  la  brigada  la  voz  de  alarma.  Formóse  esta  en  el 
acto,  i  cuando  un  oficial  Varas  prevenían  los  soldados  contra 
el  motín  que  había  estallado  en  la  Serena,  preséntase  Cepp* 
da  con  la  espada  desnuda  ¡  es  recibido  con  estrepitosos  gritos 
de  Viva  eljeneral  Cruzl  La  revolución  quedaba  en  el  acto 
doefla  del  puerto.— Guerrero  llegaba  tarde,  i  el  violento  Or- 
denes fugaba  hacía  la  campana. 

Despacháronse,  al  mismo  tiempo,  espresos  en  todas  direc- 
ciones llevando  principalmente  a  Gopíapó  i  a  la  capital  la 
noticia  del  movimiento,  ¡  al  cerrar  la  noche  se  nombraron 
comisionados  que  con  algunos  soldados  veteranos  debían  ocu- 

(t)  Al  atravesar  la  plaza  de  la  Serena  con  este  piquete,  Gue-* 
irero  observó  an  grupo  de  víjilantes  que  estaban  apostados  en 
una  esquina.  Gritóles  que  se  dieran  prii^ioneros  í  vinieran  a  en- 
tregar sus  armas,  mas  como  se  resistieran  a  hacerlo  t  dieran 
vuelta  las  riendas  para  huir,  los  soldados,  sin  que  su  jefe  pudie- 
ra contenerlos,  hicieron  una  descarga  cerrada,  cayendo  muerto 
al  suelo  uno  de  aquellos  infelices.  Fué  esta  la  única  víctima  déla 
revolución  de  la  Serena  i  contristó  no  poco  los  ánimos  de  los  que 
temían  que  una  gota  de  sangre  derramada  en  la  senda  de  la  re- 
Tolocioo,  dilatándose  con  esta,  habría  al  fin  de  ahogarla.  1  cuan 
cierto  fué  tan  triste  augurio  1 

11 


82  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSoS 

par  con  la  mayor  presteza  todos  los  departamentos  de  la 
provincia  basta  Illapel.  Eran  las  4  de  la  tarde,  i  la  revolucloa 
que  había  estallado  a  las  dos,  después  del  medio  día,  estaba 
ya  completamente  consumada.  Veíase  la  ciudad  de  nuevo  tan 
tranquila,  tan  gozosa,  tan  engalanada,  que  a  un  estranjero 
hubierale  parecido  la  larde  de  una  fiesta  cívica.  Oíase  sola 
los  alegres  repiques  de  las  campanas  i  flotaban  al  viento  en 
las  portadas  do  las  casas  i  en  las  galerías  da  las  torres  las 
banderas  que  el  pueblo  tremolaba  espontáneamente  en  sefial 
de  su  triunfo.— Los  ciudadanos  habían  vuelto  a  entrar  a  sus 
domicilios  i  contaban  a  sus  esposas  i  a  sus  hijos  el  éxito  del 
día  i  la  parte  de  esfuerzos  ¡  de  gloria  que  a  cada  uno  cupo 
en  la  jornada.  Veíase  a  las  familias,  nifios,  sefioritas,  amas 
festivas  que  cargaban  en  brazos  tiernas  criaturas,  vestidos 
todos  de  gala»  ocupando  las  veredas  en  el  umbral  de  las  casas, 
interrogando  0  los  pasantes  sobre  las  peripecias  de  la  hora  I 
ostentando  cada  cual  en  su  rostro,  no  la  calma,  sino  la  ale- 
gría de  la  confianza. — Ninguna  puerta  se  había  cerrade ; 
ningún  espanto  había  ganado  el  corazón  al  grito  de  a  las 
armíu!;  ninguna  mano  había  hecho  violencia  a  la  propiedad, 
iii  siquiera  había  que  lamentar  un  solo  acto  de  esa  brutal 
Tiolencia,  que  so  atribuye  al  pueblo  cuando  la  embriaguez  do 
una  conquista  sobre  sus  opresores  desala  sus  pasiones  rc- 
primida^s. 

VIII. 


Fué  esto  el  mas  bello,  el  mas  alto  i  grande  de  los  mo« 
montos  do  la  revolución  de  la  Sorcná,  í  no  hubo  en  verdad 
otro  aomcjanle  en  toda  la  era  del  sacudimiento  polilico  de 
1851.  ¿a  revolucionen  en  esos  instantes  el  derecho*  L^ 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  HONTT.  $3 

Tolonlad  del  pueblo  había  sido  hecha  i  quedaba  por  tanto 
consagrado  el  derecho  de  su  soberanía  imprescriptible. — 
Una  fracelott  de  la  nacionalidad  chilena  había  reasumido  den« 
tro  de  fli  misma  el  poder  qoe  las  leyes  de  no  poder  mas  alio, 
pero  lojQslo  i  desautorizado,  habían  subordinado  hasta  allí; 
i  aqael  acto  de  soberanía  local  era  tanto  mas  justo  cuanto 
que  esas  leyes  habían  caducado  por  sí  solas,  con  la  inobe-* 
dieneía  esprosa  del  pueblo  i  la  impotencia  moral  de  las  au-> 
lorídades  que  podían  hacerlas  cumplir. 

El  dta  de  la  consumacloQ  efectiva  de  esta  leí  del  pueblo, 
que  reemplazaba,  vigorosa  i  palpitante,  a  la  leí  caduca  del 
réjimen  yencído,  cumplíase  ya  dos  meses  desde  que  en  la  Se- 
rena no  había  en  realidad  ni  leí,  ni  gobierno,  ni  poder  públi- 
co. Había  solo  nn  club  político  (el  del  Faro)  qoe  asumió  sobre 
la  intendencia  una  posición  especial,  que  podría  líamarse  la 
toojaraeíon  de  la  resistencia,  í  este  club,  que  no  podía  ejecu- 
tar la  lei  porqne  no  la  representaba,  tenía  solo  dos  fuerzas 
por  principio  i  por  misión  publica,  la  fuerza  de  la  candidatura 
impaesta  al  pueblo,  que  era  sa  poder  moral,  i  la  fuerza  de  la 
tropa  veterana,  qoe  era  su  autoridad  de  hecho ;  pero  como  el 
pueblo  había  rechazado  esa  candidatura  i  como  la  guarnición 
se  había  sometido  al  puSblo,  era  evidenteque  la  autoridad  de 
la  lei  escrita  había  sido  convertida,  en  virtud  de  un  acto  de 
It soberanía  popular  irresistiblemente  manifestada,  en  esa 
soberanía  misma.  La  insurrección  del  pueblo  había  sido  por 
oonsigoiénte  el  derecho  del  pueblo.  La  intervención  de  la 
fuerza  armada  era  solo  una  garantioj  un  elemento  secun- 
dario, que  el  pueblo  se  había  sometido  a  si  propio  para  que 
el  uso  inmediato  de  su  voluntad  no  fuera  turbado  ni  conté-* 
nido;  pero  no  era  ni  el  oríienj  ni  menos  la  cama  de  ese  acto 
supremo  de  la  voinolad  popular  que  se  llama  enire  nosotros 
una  revolución.  En  la  Serena  no  hubo  pues  motin.  L.a  insu- 


84  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

rreccioQ  de  Coquimbo  no  fué  la  guerra  civiL  Toda  la  provin- 
cia manifesló  la  misma  espontaneidad  de  acción,  de  derecho 
i  de  poder ;  i  la  violencia  solo  comenzó  cuando  las  fuerzas 
agresivas  de  la  capital  desalaron  la  guerra  en  ios  limites  es- 
tremes  de  la  provincia  con  la  invasión  de  Campos  Guzman 
por  el  sud,  de  Pablo  Vidola  i  Vicente  Neirot^  los  forajidos  que 
capitaneándolas  hordas  de  salvajes  de  laspam{>as,  venian  por 
el  Dorle,  i  por  ultimo,  con  la  cooperación  de  los  piratas  del 
*  mar,  estranjeros  también,  que  fueron  a  bloquear  la  soberanía 
chilena,  libre  i  santamente  manifestada,  por  los  mandatos  o 
súplicas  de  la  centralización xbilena,  en  qne  la  soberanía  de 
la  nación  estaba  ahogada.  De  suerte  pues  que  la  insurrección 
de  la  Serena  fué  justa,  fué  necesaria,  fué  autorizada^  e  hí- 
zose  sanla>  cuando  la  reacción  del  poder  central  marchó  a 
sofocarla^  porque  entóneosla  localidad  se. convirtió  en  el 
nacionalismo  i  la  bandera  de  la  rebelión  fué  desde  entonces 
la  bandera  de  la  patria  invadida,  de  Chile  insultado. 


IX. 


Por  lo  demaS)  todos  los  actos  der  pueblo  fueron  en  aquel 
dia  dignos  de  su  causa>  de  la  solemnidad  do  la  situación! 
del  respeto  que  una  victoria  tan  noble  inspiraba  por  si  sola. 
Una  proclama,  que  se  dio  en  esos  instantes,  contenia  la  con- 
sagracion  de  la  jornada  en  estas  palabras,  llenas  de  la  dig* 
nidad  que  asume  un  pueblo,  que  se  habla  asi  mismo  desde 
la  tribuna  de  sus  derechos  conquistados. 

«¡Ciudadanos!  decia  esta  proclama.  Cuando  el  pueblo  se 
conquista  la  gloria  de  derribar-  por  si  mismo  al  tirano;  debe 
ser  moral.  ' 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  8S 

»  Vosotros  DO  habéis  desmentido  las  virtudes  que  os  reco- 
DQÍendan. 

»  En  los  movimientos  puramente  políticos  os  habéis  condu- 
cido con  honor  i  valentía. 

»  Vosotros  debéis  cuidar  de  la  vida  i  de  los  intereses  de  los 
vecinos. 

»  Que  en  la  historia  se  diga  que  vosotros  habéis  sido  valientes 
paraí  derrocar  la  tiranía  i  magnánimos  después  del  triunfo. 

¡Viva  la  nueva  República ! 

¡  Viva  el  soldado  heroico  del  Yungai  I 

¡Viva  el  Goquimbano  esforzado  i  jeneroso! 

»¡  Pueblo  de  Coquimbo!  ¡hijos  heroicos  de  la  libertad,  ha- 
béis triunfado  sin  que  ni  sangre  ni  lágrimas  empanen  tu 
espléndida  victoria ! 
¡Adelanto! 

»  Después  del  entusiasmo,  necesitamos  orden  para  realizar 
nuestra  obra,  la  grande  obra  de  vuestra  felicidad,  ¡  pueblo 
desgracilido! 
¡  Adelante ! 

»Enerjia,  prudencia,  orden  i  la  libertad  es  nuestra! 

¡  Vamos !  ¡  Imitad  en  el  orden   a  los  bravos  del  Yungai ! 

¡Viva  la  guardia  nacional  de  Coquimbo!» 

Ningún  odio  ni  un  solo  grito  do  venganza  escuchóse  en 
aquel  dia  de  magnánimo  recuerdo.  £1  pueblo  estaba  a  la  al- 
tura del  derecho  que  había  recobrado.  La  alevosía  del  ban- 
quete de  Verdugo  no  había  manchado  su  frente;  la  descarga 
que  había  hecho  la  sola  victima  de  la  jornada,  había  partido 
de  ios  fusiles  de  la  guarnición,  i  por  último,  las  cadenas  que 
se  remacharon  a  algunos  de  los  caudillos  del  bando  contrario 
en  el  cuartel  donde  fueron  arrestados,  eran  un  acto  mezqui- 
no de  la  ira  personal  de  algunos  hombres,  que  no  tuvieron 


86  .    HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AfíOS 

por  eómplice  al  paeUo  en  osle  triste  castigo,  anticipado  ai 
falla  i  ademas  ¡DQecesario,  porque  el  pueblo  no  $e  venga  con 
cadenas  ni  suplicios,  que  este  es  el  «derecho»  de  los  fuertes 
contra  el  pueblo,  ni  castiga  tampoco  con  la  violencia  antes 
que  el  proceso  de  su  conciencia  i  de  la  lei,  hagan  que  la 
justicia  intervenga  sobre  los  actos  del  individualismo. 

Los  calabozos  son  el  tribunal  del  poder.  £1  pueblo  tiene  su 
foro,  en  la  plaza  pública. 


CAPÍTULO  III. 


tí  GOBIEUO  BEVOLUCIONABIO. 


Refoeijof  públicos  del  pi]ebIo>-(^rácter  peculiar  de  la  revolu-» 
cioR  de  la  6ereiia.«*Proelafiiacioii  soiemne  de  las  nueraf  aate«- 
ridades.-ff«Jo8é  Miguel  Carrera.— Su  rol  de  caudillo.— Acta  re- 
Tolueionaría.— ManiGeslo  del  nuevo  iotendente.-^Defectuosa 
•rgMiizafion  del  gobierno  revolucionarlo,—  Espropiacion  del 
vapor  Ftre/Iy.— Violencias  acometidas  contra  el  vapor  i?oIivúi.— 
Reclatamieuto  de  voluntarios.— Escasez  de  recursos  militares. 
—Entusiasmo  déla  juventud.— La  «Coquimbana»— Organiza- 
ción militar  de  ta  división  espedtcionaria.-*Llegada  del  coronel 
Arletga.— So  azaroso  viaje  desde  Cobija.— La  división  se  pona 
ea  mareba  para  e)  Sud. 


Hablase  pasado  la  larde  de  la  insurrección  i  basla  mui 
eolrada  la  noches  en  los  activos  aprestos,  que  la  propagaeion 
i  seguridad  del  movimiento  reclamaban.  Con  pocas  horas  de 
inlérvalo  se  despacharon  destacamentos  montados  de  tropa 
ireterana  sobre  los  deparUoneutos  do  Elqui  i  t)vaüe,  llevan- 


SS  HISTORIA  BE  LOS  BIEZ  AÑOS 

do  los  comisionados  que  los  mandaban  las  necesarias  ins- 
trucciones. El  orden  quedaba  establecido  completamente  en 
la  población.  Las  autoridades  administrativas  babian  sido 
depuestas  en  el  departamento,  sustituyéndolas  por  personas 
de  confianza,  i  por  último,  se  dejaba  bajo  de  custodia  los  úni- 
cos ocho  o  diez  ciudadanos,  que  eran  hostiles  por  su  posición 
o  por  principios  a  la  revolución  (1).  Después  de  un  diado 
tanto  alborozo,  jamas  población  alguna  se  entregó  a  un  suefio 
mas  pacifico,  que  el  pueblQ  de  la  Serena  en  la  noche  del  7  de 
setiembre. 

Al  dia  siguiente  mui  de  madrugada  encontrábase  reuni- 
do en  la  plaza  pública  el  batalloa  cívipo,  cuyo  mando  se  había 
confiado  al  capitán  don  Ignacio  Alfonso,  herido  el  dia  ante- 
rior como  hemos  visto.  El  pueblo  se  agrupaba  entre  las  fi- 
las, la  juventud  formaba  corrillos  entusiastas,  los  soldados 
del  Yungaí  se  mostraban  inermes  entre  la  muchedumbre, sin 
oue  faltará  su  contínjente  de  belleza  i  de  gracia  disfrazada 
con  el  mantón  matinal,  ea  aquella  primera  ovación  del  pue- 
blo a  la  libertad. 


(1)  Como  hemos  visto,  las  autoridades  i  las  personas  mas  in- 
fluyentes que  sostenían  al  gobierno,  habían  ido  a  entregarse  por  si 
solas  en  manos  de  los  revolucionarios,  de  modo  que  en  la  Serena 
no  fué  preciso  ejecutar  un  solo  arresto.  A  dos  caballeros,  que  por 
error  o  por  la  zana  del  pueblo  fueron  puestos  ¡en  prisión  (don 
Francisco  Astaburuaga  í  el  fiscal  don  Bernardíno  Vila),  se  les  dio 
pronto  soltura.  £1  intendente  revolucionario  en  persona,  fué  a 
ofrecer  al  señor  Melgarejo  su  libertad,  sin  mas  garantía  que  su 
palabra  de  honor,  la  que  el  caballeroso  mandatario  rehusó  al  prin- 
cipio, si  no  se  otorgaba  igual  favor  a  sus  compañeros.  Estos  fueron 
enviados  al  Perú  en  un  buque  que  se  fletó  espresamente,  que- 
dando el  intendente  en  su  propia  oasa  en  la  Serena.  £1  único  de 
los  vencidos,  a  quien'  se  impuso  el  rigor  del  castigo  í  aun  de  la 
afrenta,  fué  eLdecano  Valenzuela,  contra  quien  el  encono  de  sus 
adversarios  se  elizañó  particularmente. 


m  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  $9 

El  entaslasmo  palpitaba  en  todos  los  pechos,  la  alegría 
resplandecía  oq  todas  las  miradas  i  el  regocijo  dé  la  muche- 
dumbre desbordaba  con  gritos  i  Víctores  a  los  caudillos  de  la 
iosurreccioD.  Era  la  imjjen  de  aqueilas/ura^yen  que  el  pue- 
blo chileno  celebró  los  augustos  comicios  de  su  independen- 
cial  La  música  militar  saludaba  la  aparición  del  sol,  las 
campanas  de  la  ciudad  aleonaban  el  aire  con  sus  alegres  re- 
piques i  el  pabellón  chileno  se  izaba  en  todas  las  bastas  de 
bandera.  De  improviso,  oyóse  una  vo¿  que  entonaba  el  h¡m«- 
no  nacional;  otros  ecos  se  pusieron  a  repetirla,  i  en  breve 
QD  coro  inmenso  saludaba  aquellas  espléndidas  mañanas,  de 
setiembre  con  la  canción  de  la  patria. 

El  entusiasmo  por  la  causa  proclamada,  el  júbilo  del  éxito^ 
la  confianza  del  "jporvenír,  tal  fué  la  impresión  que  esa  ma-f 
flana  se  eslampó  en  el  corazón  del  -pueblo  i  de  los  jefes  re^ 
volucionarios,  í  tal  fué  fatalmooto  eJ  carácter  que  desdo  ese 
¡oslante  iba  a  prevalecer  en  sus  actos,  en  la  organización  do 
sa  gobierno,  en  sus  consejos  i  resoluciones  posteriores.  Les 
coqaimbanos  recibieron  ala  libertad  como  una  vírjen  debek 
dad,  que  se  aparecía  en  su  suelo  de  amores  i  ventura,  lángui^ 
da  i  dulce  cual  su  clima,  hechicera  i  jentil  como  sus  hijas. 
Embriagados  de  dicha,  ofreciéronle  un  paraíso  de  flores 
i  la  convidaron  a  reposarse  blandamente,  como  al  huésped 
anhelado  de  su  adoración.  Poro  engañáronse.  La  libertad 
00  es  la  tímida  vestal  de  los  amares.  Matrona  augusta  cual 
la  razón,  severa  cual  la  justicia,  sus  dos  jómelas  divinas,  que 
se  sientan  al  pié  de  su  trono  entre  el  pueblo  i  su  cetro,  élU 
rechaza  los  pechos  que  suspiran  i  aparta  con  desden  los  bra- 
zos que  llevan  frájiles  guirnaldas  a  sus  sienes ;  sus  hijos  son 
solo  los  fuertes,  que  armados  de  malla  i  calada  la  visera 
sobre  el  rostro  varonil,  seagrupau  en  torno  de  su  escudo  para 
defenderla  i  morir.  Diosa  altiva^  no  admite  ea  su  concorcio 

12 


99  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ASOS 

8iao  a  los  que,  como  Júpiter,  llevan  el  rayo  entre  sus  manos 
i  la  omnipolenda  en  la  frente  cefiida  de  laurel. 


II. 


£1  día  que  sucedió  a  la  revolución  habla  sido,  como  hemos 
visto,  caá  exclusivamente  consagrado  al  entusiasmo  popular, 
pues  en  el  terreno  revohicíonarío,  lo  único  que  se  hizo  fué 
reiterar  en  una  pomposa  ceremonia  el  nombramiento  de  go* 
Jhierno  provisorio,  que  se  había  proclamado  militarmente  el 
dia  anterior,  en  el  patio  del  cuartel. 

A«  las  diez  de  la  mafiana  abriéronse,  en  efecto,  al  pueblo  i 
a  las  autoridades  las  puertas  de  las  vastas  salas  del  Cabildo  i 
mas  de  trescientos  ciudadanos  de  todas  jerarquías  do  la  po- 
blación se  agruparon  en  su  recinto.  Yeiáse  bajo  el  docel  al 
jttez  de  letras  don  Tomas  Zenteno  que  presidia  la  reunión,  i 
asistían  a. su  lado  la  municipalidad  i  el. cabildo  eclesiástico 
presidido  por  su  deán,  pues^  el  obispo  don  Agustín  de  la  Sie- 
rra habla  fallecido  solo  hacia  una  semana;  los  jefes  de  la 
guarnición,  los  oficiales  de  la  guardia  nacional  i  los  mas  res- 
petables vecinos,  tenían  en  pos  un  asiento  de  preferencia, 
mientras  que  la  barra  de  la  sala  estaba  invadida  principal- 
mente por  la  juventud  i  aun  por  los  alumnos  de  los  colejios 
i  del  Instituto,  que  gozaban  esta  vez  de  nn  patriótico  atueto, 
mientras  su  rector,  altamente  impopular  dentro  i  fuera  del 
aula,  estaba,  a  su  turno,  guardado  en  una  celda  del  cuartel. 
Abierta  la  sesión,  Zenteno  anunció  al  pueblo  que  el  objeto 
de  aquella  convocatoria  era  elejir  legalmenle  las  autorida- 
des civiles  de  la  provincia,  acéfalas  por  la  cesación  del  go- 
bierno derrocado,  asi  como  las  eclesiásticas  que  se  hallaban 
vacantes  desde  el  fallecimiento  del  Ilusirísimo  Sierra;  i  to- 


W  LA  ADWNISTUCIOR  MOHTT.  9f 

mando  el  nombre  del  ayuQlamieoto  i  del  pH6blo,.propu80  para 
llenar  el  primer  puesto  al  ciudadano  don  José  Miguel  Carro* 
ra,  i  en  nombre  del  cabildo  ecIesiásUoo,  al  cura  reeler  deia 
catedral  de  la  Serena  don  José  Boleras  Alvarei  para  vicario 
capitular,  a  lodo  lo  que  la  concurrencia  prestó  unánime  e 
iostanláneo  asentimienlo. 

En  osles  momentos,  abrióse  nna  puerta  lateral  i  penetró  en 
la  sala  un  joven  de  bizarra  presencia,  que  saludaba  a  la  asam* 
Uea  eofi  compostura  i  modestia.  Era  el  intendente  que  aca- 
baba de  proclamarse,  don  José  Miguel  Carrera.  Una  emoción 
de  curiosidad  i  simpatía  animó  todos  los  semblantes.  El  pue- 
blo coqoífflbano  tenia  en  su  seno  al  vastago  único  de  aqud 
ilustre  caudillo  que  los  cbilenos  saludan  con  amor  cuando 
reeoerdanlas  primeras  glorias  de  la  patria  i  los.magn^coa 
pero  malogrados  ensayos  de  sus  viejas  libertades.  Su  nombre 
era  no  prestijio,  su  modestia  una  garantía,  su  juventud  aaa 
esperanza.  Todos  los  votos  aceptaban  por  tanto  oficialmente 
sa  autoridad  rocíen  creada,  todos  los  corazones  le  ofreciaa 
aa  adhesión  i  el  joven  intendente  era  ya  digno  de  aquella 
ovación  intima»  porque  la  herencia  de  su  nombre  estaba 
ilesa  de  toda  mancha,  porque  su  modestia  era  sincera,  por- 
qae  su  juventud  babia  sido  pura,  noble  i  trabajosa. 


III. 


Hijo  del  que  habla  sido  el  primer  Dictador  chileno,  José 
Miguel  Carrera  tuvo  por  cuna  er  toldo  de  un  montonero  i  vio 
la  primera  luz  en  las  soledades  salvajes  do  un  desierto  le- 
jano de  su  patria.  Su  padre,  errante  i  maldecido,  que  no  le 
viera  jamas,  quiso  acercarse  a  su  albergue  pasando  a  filo  de 
sable  las  huestes,  que  en  su  heroica  jomada  le  cerraban  todos 


92  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ifiOS 

los  pasos;  pero  aleanzó  solo  a  saber  que  aquel  había  Dacido,  i 
eomo  fuera  el  primer  varón  que  su  esposa  le  ofreciera,  escla- 
mó  con  alborozo. — Es  mi  primer  recluta]  (I). 

El  cadalso  dejó  huérfano  al  infante  i  pendiente  del  agola- 
do seno  de  una  viuda,  vagando  todavía  en  el  desierto,  be- 
biendo con  la  leche,  las  lágrimas  del  desamparo  i  del  horror. 
Restituido  a  su  patria,  un  palacio  le  abrió  sus  antesalas,  siendo 
nombrado  edecán  de  honor  del  presidente  Pinto,  pero  el  aire 
de  los  despachos  sofocaba  su  pecho  adolescente,  que  tempranas 
emociones  habían  inflamado.  Dejó  entonces  el  postizo  boato 
de  una  posición  en  realidad  mezquina  i  descendió  las  esca- 
las del  palacio  para  ir  a  encontrar  en  un  albergue  escoqdido 
la  dicha  que  un  corazón,  sensible  eomo  el  suyo,  le  ofreciera. 
De  esta  suerte,  Carrera  era  ya  padre  cuando  las  ilusiones 
Tienen  a  azotar  sus  alas  en  la  llama  naciente  í  deslumbrado- 
ra que  el  primer  amor  enciende  en  nuestro  pecho.  £1  deber 
comenzaba  para  él  cuando  para  otros  se  inicia  la  esperanza, 
i  aceptando  con  noble  rigor  las  ofrendas  de  la  ternura  i  del 
destino,  consagróse  por  muchos  aflos  a  cumplir  la  severa  mi- 
sión, que  la  paternidad  i  el  honor  imponían  en  aquellos  tiem- 
pos«  a  los  que  recibian^us  esposas  sin  otro  dote  que  el  ata- 
vio de  flores  de  sus  frentes  i  el  puro  i  casto  amor  de  sus 
almas.... 

Nunca  le  vimos  figurar  en  la  polilica  de  su  pais.  Pero  cuan- 
do la  política  fué  solo  un  nombre  i  la  revolución  era  el  hecho 
de  esa  política,  él  fué  el  primero  en  prestarle  su  brazo,  su 
nombre  i  mas  que  todo,  su  escaso  patrimonio.  Comprometi- 
do en  todos  los  planes  de  insurrección  organizados  desde  me- 
diados de  1850  en  Valparaíso,  en  Aconcagua  i  en  la  capi- 
tal, fué,  con  el  coronel  Crriola,  el  mas  inmediato  actor  de  la 

(1)  Véase  el  Ostracismo  de  los  Carreras^ 


m  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  93 

jornada  de  abril,  cuyo  desenlace  arrastróle  a  un  calabozo. 
Fugado  de  la  capital  por  una  estratajema  i  oculto  desde  en- 
tonces en  la  Serena,  presentábase  ahora  por  la  primera  vez 
ante  aquella  reunión  de  nn  pueblo,  que  le  aclamaba  su  cau- 
dillo solo  por  el  reflejo  de  la  gloi'ia  de  un  «nombre  i  el  pre- 
sentimiento que  la  fascinación  de  esa  gloría  infunde  entre  los 
hombres. 


IV. 


Era  o  no  entonces  don  José  Miguel  Carrera  el  caudillo 
apropósilo,  que  la  revolución,  tal  eual  se  habla  organizado  en 
la  Serena*  requería?  Sí»  lo  era  i  en  alto  grado,  porque  reu- 
nía todas  las  dotes  que  una  insurrección  hecha  por  el  pueblo 
i  por  la  juventud  podia  necesitar;  popularidad  i  juventud, 
enerjía  i  patriotismo.  Pero  era  o  no  era  el  intendente  de  Co<< 
quimbo,  revolucionario'en  el  sentido  que  los  grandes  sacu^^ 
dimientos  políticos  de  una  nación  o  los  trastornos  sociales  de 
un  pueblo  establecen  como  base  esencial  i  punto  de  mira?  Eu 
esta  parte  la  balanza  de  los  hechos  se  equilibra  de  tal  suerte, 
que  la  duda  ataja  la  mano  del  historiador  al  escribir  su  fallo 
i  deja  en  suspenso  el  juicio  entre  el  reproche  o  la  absolu- 
ción. Afable,  en  efecto,  i  blando  de  carácter,  aunque  irríta^ 
ble  por  accesos,  Carrera.no  tenia  aquella  voluntad  de  acero, 
ni  esa  actividad  de  espíritu  que  todo  le  crea  i  todo  lo  rea- 
liza, ni  ese  poder  de  organización  i  de  iniciativa,  que  allana 
como  el  fuego  los  obstáculos  o  los  arrasa  cuando  resisten. 
Conciliador  mas  que  resuelto;  condescendiente  mas  bien  que 
imperioso,  frió  hasta  ser  flemático  (1)  se  dejó  enredar  por 

(1)  No  podemos  menos  de  consignar  aquí  como  un  rasgo  que  ct« 


91  HISTOEU  BK  LOS  BIBZ  1Ü09 

mil  embaratos  de  detalla,  que  al  fin  lo  hicieron  impolenle  i  lo 
arraslraron  por  un  acto  de  magnanioiKiad,  ano  no  compren- 
dida, hasta  ceder  su  puesto,  comprometido  por  dificultades, 
que  una  voluntad  decidida  habría  zanjado  en  tiempo. 

Cuéntase  que  al  entrar  en  la  sala  del  Cabildo,  aquella  ma- 
lana,  el  joven  caudillo  fijó  con  ioleosidad  sus  ojoaen  un  re- 
trato histórico  que  ocupa  todavía  la  testera  del  salón,  i  ba-, 

racteriza  perfectamente  a  aquel  candillo  una  anécdota  íntima.— 
Capo  al  autor  de  esta  historia  el  pasar  reunido  en  aquella  noche 
que-  precedía  al  2Q  de  abril  en  ana  casa  distante  on  coarto  de 
caadra  déla  plaza  de  armas,  donde  a  las  dos  i  medía  de  la  mañana 
debíamos  incorporarnos  al  batallón  Valdivia  i  emprender  el  mo- 
Tímiento  revolacionarío  de  la  capital  í  de  toda  la  República.— 
A  las  IS  de  la  noche,  cuando  Carrera  hubo  terminado  todos  sus 
aprestos  para  la  Jornada  con  una  calma  imperturbable,  se  echó  a 
dormir  sobr^  un  sofá  i  no  tardó  en  sumerjirse  en  un  letargo  pro- 
fundo, mientras  que  su  compañero  ocupaba  aquella  primera  velada 
fevolucionaria  en  recorrer  con  intensa  emoción  las  pajinas  de  los 
Jirondinos^  que  Lamartine  consagra  a  la  muerte  de  aquellos  ¡las- 
tres  políticos. — Cuando  el  bullicio  de  la  plaza  nos  anuncia  que  el 
Valdivia  había  ocupado  su  puesto,  fué  preciso  emplear  un  esfuer- 
zo viofento  para  arrancar  de  su  tranquilidad  i  profundo  sueño  al 
segundo  del  coronel  Urriola,  quedebia  morir  en  este  día.  Esa  cal- 
ma estoica  es  el  razgo  mas  saliente  i  mas  constante  del  carácter 
de  Carrera,  i  af  contemplarle  yo  en  la  víspera  de  aquella  gran  ca- 
tástrofe, no  podía  menos  de  refleccionar,  con  el  autor  cuyo  libro 
inmortal  ojeaba,  que  los  grandes  revolucionarios  no  tienen  al  sueño 
por  huésped  en  las  horas  de  los  conflictos  deqisivos. 
'  Julio  de  1861.  Ahora  que  el  sueño  eterno  ha  cerrado  para  siem- 
pre aquellos  ojos,  cuya  última  mirada  se  Ajara  en  lá  roía  como  en 
un  sublime  adiós,  invoco  todavía  la  memoria  de  esa  santa  amislad 
para,  declarar  ante  ella  que  es  cierto  i  leal  en  cuanto  a  mí  con- 
ciencia de  escritor,  cuanto  digo  aquí  i  diré  en  adelante  sobre  la 
misión  pública  de  aquel  noble  amigo,  en  cuya  estrecha  comuni- 
dad vivf  el^  decenio  completo,  que  ha  formado  mi  juventud  en 
tas  prisiones  i  en  los  padecimientos  políticos.  Al  hacer  la  pintu- 
ra de  un  carácter  histórico  en  cualquiera  de  nuestros  escritos, 
jamás  se  nos  ha  ocurrido  borrar  una  sola  línea  de  nuestros  con-^ 
cepl^  responsables. 


IME  LA  ADMINISTRACIÓN  IIONTT.  OS 

jólos  ¡QstantáQeamente,  cual  si  un  ráoebrd  pensamiento  hu« 
biera  asaltado  su  alma.  Era  el  retrato  de  San  Martin,  el  azote  de 
su  nombre,  el  esterminador  de  su  sangre ! 

Pero  Carrera  no  debió  en  aquel  instante  dar  cabida  en  su 
pecho  a  la  amargura  de  aquella  ingrata  tradición.  Revolu- 
cionario,  i  con  las  armas  en  la  mano,  debió  contemplar  con 
respeto  la  frente  del  altivo  guerrero,  aquella  frente  en  que  Fa 
audacia  enjendró  la  mas  grande  i  la  mas  fecunda  de  la;  re-* 
Yoluciones  que  dieron  libertad  a  la  América  del  Sud. 


Inmediatamente  después  de  entrar  ala  sala,  el  inlegdonte 
proclamado  procedió  a  la  redacción  i  suscricion  del  acta 
revolucionaría  qiie  debía  servir  de  base  a  la  organización  po« 
tilica  de  la  provincia.  Acordóse  que  aquel  nombramiento  de 
aatoridades  tuviese  solo  un  carácter  provisorio,  por  cuanto 
lomaba  parte  en  él  el  solo  departamento  de  la  Serena,  apla^ 
zándoso  la  formación  definitiva  del  gobierno  hasta  que,  adhe- 
ridos todos  los  departamentos  a  la  revolución,  nombrasen  una 
Asamblea  provincial  j  la  que,  a  su  vez,  elejiria  una  Junta  pro-- 
tincial  de  gobierno,  hasta  que  laRepdblica,  reconstituida  por 
ana  gran  Asamblea  consliluyentej  estableciese  la  nueva  forma 
de  poderes. — Cerca  de  300  ciudadanos  (1 )  suscribieron  la 
acta  de  la  revolución,  cuyo  tenor  testual  era  el  siguiente. 

tEn  la  ciudad  déla  Serena,  a  ocho  días  del  mes  de  setiembre 
de  mil  ochocientos  cincuenta  i  uno,  reunidos  los  Municipales 

.  ( 1 )  Véase    la  lista  de   estos  ciudadanos  en  el  documento 
Bún.  1. 


gg  BISTORTA  DB  LOS  DIEZ  ANOS 

don  Vicente  ZorrIUa,  don  Nicolás  Osorio,  dojí  Juan  Jerónimo 
Espinosa,  don  Isidro  Campana,  don  Pedro  Alvarez  i  don  José 
Antonio  Aguirre,  presididos  del  señor  Jnez  de  Letras  de  la 
provincia  don  Tomas  Zenleno,  presentes  los  señores  Vicario 
capitular  don  íosé  Dolores  Alvarez,  el  venerable  Dean  i  ca- 
bildo da  esta.  Catedral,  los  prelados  de  las  órdenes  regulares 
i/Bl  pueblo,  a  consecuencia  de  un  movimiento  protejido  por 
la  fuerza  dedos  compañías  del  batallón  Yungai,  con  el  fin  de 
proclamar  la  yerdadera  República,  considerando:  I.^Que 
¡a  elección  del  Presidente  Montt  emanaba  directamente  del 
gobierno:  2.**  Que  para  llevar  a  cabo  esta  elección  rechazada 
por  los  pueblos,  se  hablan  cometido  arbitrariedades  de  todo 
jéneroen  las  funciones  electorales,  que  se.habia  impedido 
er  libre  ejercicio  del  derecho  de  sufrajio,  empleándose  la 
fuerza  i  derramándose  el  oro,  para  elevar  a  todo  trancó  un 
candidato,  que  representábala  conservación  del  antiguo  sis- 
tema antidemocrático:  3."*  Que  en  los  veinte  años  de  opresión 
autorizada  por  un  código  calculado  para  anular  la  forma  re- 
publicana, se  hablan  hollado  las  garantías  políticas  del  ciuda- 
dano con  mas  descaro  e  io^pudencia.:  i.""  Que  la  necesidad 
de  hacer  efectiva  la  República  se  sentía  en  los  corazones 
chilenos:  B.*»  Que  para  conseguir  este  objeto,  para  restaurar 
el  poder  soberano  de  la  nación,  no  tenían  otro  recurso  los 
pueblos  que  el  de  usar  de  sus  propias  fuerzas:  Q.""  Que  vio- 
lado el  pacto  social  por  el  gobierno,  elijiendo  un  sucesor  para 
el  mando  supremo  por  la  violencia,  por  el  poder  del  sable, 
i  echando  por  tierra  la  Constitución,  los  pueblos  se  halla-* 
ban  en  el  caso  de  defender  su  derecho  soberano,  la  libertad, 
por  que  habían  derramado  su  sangre :  I.""  Que  la  nación  chi- 
lena para  representar  un  papel  digno  e  importante  entre  las 
que  marchan  a  la  vanguardia  de  la  civilización  en  el  presen- 
te siglo,  reconocía  la  imperiosa  necesidad  de  una  reforma 


Bfi  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  97 

cooslítocíonal  que  afianzase  el  poder  sagrado  de  una  libertad 
discreta:  S.""  Que  para  arribar  a  este  lérmioo,  donde  se  ha- 
llaba Ja  felicidad  social .  qtie  buscaba  la  nación  ebiieoa,  «I 
último  i  esclusivo  m.ed¡o  ^ra  una  revolucioQ  noble,  enérjica 
i  juiciosa:  9.^  Que  sin  una  gola  de  sangre  chilena  podría 
darse  cima  a  un  pensamiento  que  abrazaba  el  bienestar  í 
prosperidad  de  la  nación  enlodo  sentido:  lO.^"  Que  todos  los 
vecíoos  de  este  pueblo  oslan  resueltos  a  sacrificar  su  Tlda 
por  el  triunfo  de  la  verdadera  República :  Han  declprado  que 
don  José  Miguel  Carrera,  hijo  del  ilustré  fundador  de  la  in- 
dependencia de  Chile,  reasuma  iñt6rin9inente.el  poder  de  este 
pueblo,  a  fin  de  que  copsume  en  la  provincia  la  obra  santa 
de  luestra  rejeneracion  política:  asi  mismo  han  declarado 
que  pronunciados  todos  los  departamentos  por  la  causa  de 
la  Repüblica,  cada  uno  de  los  que  componen  la  provincia 
elija  dos  diputados,  cuyo  número  constituya  una  asamblea 
deliberativa  que  nombre  una  jauta  de  gobierno  provincial 
mientras  se  reorganizo  la  nueva  administración  <iemocrática« 
Los  sefiores  Municipales  reunidos  i  el  pueblo  unánimemente, 
coovíQieroQ  en  estas  bases  de  la  rejeneracion  política  de 
Chile». 

VI. 


Uno  de  los  primeras  acuerdos  de  la  nueva  autoridad  de*^ 
bia  ser,  en  consecuencia  de  esta  acia,  dar  a  conocer  ai  pueblo 
sos  sentimientos  i  su  propósito  en  una  proclama  o  mas  bien, 
por  medio  de  un  manifiesto  breve,  pero  razonado  i  circuns- 
pecto. E^ta  pieza  era  la  medida  del  carácter  de  Carrera  i  de 
sus  ¡deas  revolucionarías  (1 }. 

(1)  Esta  proclama  se  publicó  en  la  SereMdel  día  13  de  «etien* 

13 


98  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

Hela  aquí  por  tan(o: 

AL  PUEBLO  BE  LA  SERENA  I  DE  LOS  DEPARTAMENTOS  PRONUf^GIADOS 
POR  LA  CAi:SA  BE  LA  LIBEÜTAjD. 

«La  alia  misíoo  con  que  se  me  ba  honrado  provisoriamen- 
te por  la  Municipalidad  i  el  pueblo  de  la  Serena,  mientras  se 
reúna  la  Asamblea  proviincial  que  nombrará  la  autoridad 
politica  i  militar,  aun  cuaúdo  es  superior  a  mis  Tuerzas,  pro- 
curaré desempeñarla,  a  fin  de  corresponder  en  lo  posible  a 
la  confianza  pública.  Jnslos  motivos  tuvo  este  heroico  pue- 
blo para  separarse  de  un  poder,  que  por  espacio  de  veinte 
años,  se  había  burlado  de  la  soberanía  nacional.  No  habiendo 
sido  escuchados  lt)s  reclamos»  i  convencidos  los  puebloa  de 
la  inutilidad  dolos  medios  legales;  hollada  escandalosamente 
la  Constitución,  resolvieron  hacer  respetar  por  sj  mismos  su 
poder  soberano.  Este  pueblo,  de  acuerdo  con  toda  la  Repú- 
blica, mui  principal  mente  con  la  ilustre  provincia  de  Con- 
cepción, teatro  fundamenlai  de  la  restauración,  de  nuestra 
independencia,  ha  reasumido,  noblemente  su  soberanía,  de- 
jando para  la  historia  un  hecho  glorioso,  que  quizá  sea  el 
primero  en  el  mundo  político.  La  voz  de  rejeneracion  do  la 
Serenartuvo  eco  en  I03  departamentos  de  Ovalle  i  Elqui,  como 

bre.  Al  dia  signiente  de  la  revolución  si»  dio  a  luz,  sin  embargot 
-en  este  mismo  pepiódSco  un  largo  manifiesto  con  el  tftulo  de^i 
los  puehU)$  de  Chile ^  que  el  autor  de  este  líbrp  había  redactado 
con  una  semana  de  anterioridad  pot  el  encargo  de  Carrera  i  que 
'este  revisó  i  aprobó;  1  aun  creemos,  sin  recordarlo  con  exactitud 
que  poso  su  firma  en  ef  nianoserito.  Pero  por  error  de  la  impren- 
tk  u  otro  motivo^  salió  a  luz  sin  este  requisito  que  \j¿  quitaba  .su 
autenticidad,  por  cuya  causa  i  por  su  ostensión  no  lo  publicamos 
entre  los  documentos  del  Apéndice.  Puede  leerse  en  la  Serena  dei 
9  de  setiembre  i  en  el  Amigo  del  Pueblo  de  Concepción,  que  lo  re- 
produjo a  últ^iiyus  de  aquel  mismo  mes,       •    • 


n  LA  ABHINISTRIGION  MOKTT.  99 

debía  esperarse  de  su  antiguo  ¡  distioguido  civismo.  Eu  Gom- 
bariMiiá  e  Illapel  habrá  el  mismo  proDunciamienlo  por  la 
fondaclon  de  la  verdadera  República.  ¿I  quien  podrá  dudar 
del  buen  suceso  de  una  revolución  amparada  por  la  Provi- 
dencia, que  gnarda  la  libertad  de  todas  las  naciones?  £1  triun- 
fo de  Chile  ya  no  puede  ser  problemático:  es  un  hecho  que 
se  desenvuelve  en  todos  lo^s  pueblos  con  la  enerjia  heroica 
de  los  patriarcas  de  la  retolucion  colonial. 

%l\\  Valientes  Coquimbanosü!  no  desmayéis  en  la  grande 
empresa,  que  habéis  acometido  con  beroismo.  Marchemos  al 
término  con  el  valor  que  dá  la  concienci  a  de  la  justicia  de  la 
causa  nacional.  Si  se  nos  presenta,  la  muerle,  no  creáis  qua 
IOS  arrebate  la  victoria.  Delante  de  ella,  seremos  mas  esforza- 
dos; cumplamos  la  misión  de  salvar  la  patria,  de  legarla  libro 
alas  jeneraciooes  venideras.  Morir  antes  que  abandonar  el 
campe  de  la  gloría,  he  aquí  nuestro  dofaer,i> 

José  Miguel  Carrera. 


VIL 


Desde  los  primeros  pasos  del  nuevo  gobierno,  hácese  notar, 
sin  embargo^  aquella  carencia  del  nervio  revolucionario,  que 
hemos  echado-de  menos  en  la  iniciativa  de  su  autoridad. 

En  vez  do  reasumirse  esla,  en  erecto,  cuanto  fuera  posible 
en  una  dictadura  puramente  militar,  como  era  pi^ciso  i 
como  se  practicó  en  el  Snd,  vemos  al  contrario  qoo  su  acción 
se  dilata,  se  debilita  i  aun  se  desn9lural¡za. 

Asi,  una  do  las  primeras  medidas  de  la  intendeticia 
revolucionaria,  fué  asociarse  una  junta  con  el  nombre  de 


100  HISTORIA  DE  LOS  0IEX  aSOS 

Consejo  del  pueblo^  [i)  autoridad  no  solo  ¡QÚlil,  en  gran  par- 
Aé,  porque  solo  tendía  a  comprometer  ciertas  timideces  i  a 
asegurar  la  irresolución  do  algunos  Tecioos»  sino  embarazosa 
por  esto  mismo  i  porque  en  consecuencia  de  su  propio  fin, 
se  babia  dado  acceso  en  ella  a  ciudadanos  por  demás  pací- 
ficos como  don  Juan  Haría  Egafia,  o  que  no  ofrecían  una  s&^ 
gura  garantía  de  sus  compromisos,  como  el  juez  de  letras 
Zeoleno,  cuya  resolución^  noblemente  probada  mas  tarde» 
6ra  entonces  desconocida v  o  como  don  Nicolás  Osorio^  de 
triste  memoria  en  los  anales  de  la  lealtad  ooquímbana.  £1 
pensamiento  era  pues  en  si  mismo  absurdo  i  fatal»  i  sino  dio 
desde  temprano  los  frutos  dañosos  queso  palparon  mas  tarde 
en  días  aciargos,  debióse  a  que  el  joven  intendente  tomaba 
Sobre  sí  la  mayor  parte  del  trabajo  i  la  suma  de  toda  la 
responsabitrdad.  Aun  para  la  organización  militar,  adoptóse 
esto  funesto  partido  de  las  juntas,  caraclerislico,  enfpero, 
de  la  susceptibilidad  provincial,  creándose  (2)  una  junto  de 

(1)  Decreto  del  9  de  setiembre^ 

(2)  Decreto  de  la  misma  fecha.  Por  decreto  del  día  13  se  for* 
mó  ana  tercera  con  el  nombre  de  Janta  de  Seguridad,  a  cayo 
cargo  se  poso*  la  policía  de  la  población.— Compusiéronla  don  To- 
mas Zenteno  i  dun  Nicolás  Osorío.  Tan  grande  era  la  confianza 
eqel  éxito  déla  revolución  que  la  seguridad  déla  capital  seconfía- 
ba  precisameirte  a  dos  hombres,  que  habian  pertenecido  al  gobier- 
no cesante,  el  uno  como  Juez  de  Letras  i  el  otro  como  elector  1  He 
aqní  el  decreto  relativo  a  este  nombramiento. 

Serena^  setiembre  \9  de  i6&i: 
Consultando  esta  Intendencia  el  mayor  orden  i  seguridad  po« 
sibles  en  este  pueblo,  ha  tenido  a  bien^  nombrar  con  este  objeto 
una  comisión  compuesta  del  Juez  de  Letras  don  Tomas  Zenteno 
í  Rejidor  Juez  de  policía  don  Nicolás  Oisorío,  conQriendoa'esta 
comisión  las  facultades  necesarias  para  cualqtiíer  medida  que  tien- 
da aesle  fin.  Los  ajenies  de  poHcíadedía  i  nocturnos  se  pondrán 
a  disposición  de  esta  junta. 

Anótese  i  transcríbase.  Cauera» 


BK  U  AMUNISTftACION  MONTT.  404 

f «erra  conpuesta  de  los  eomandanles  de  los  escuadrones  ci* 
Ticos.del  deparlameolo,  don  Juan  Jerónimo  Espinosa»  anli- 
goomiülar  i. don  Antonio  Herreros»  i  del  instructor  de  ca-^ 
balleria  SaicedOi  el  único  de  los  tres  que  tuviera  compromisos 
serios  i  anticipados  con  la  revolución.  Don  JRicardo  ttuiz  Tué 
bocho  el  secretario  de  osla  junta. 

VIII. 

Bajo  la  Inspiración  de  este  réjímen  altamente  desacertado, 
pero  que  el  carácter  popular  del  movimiento ,  el  prestijio 
provincial  de  sus  hombres  i  los  propios  medios  de  la  revolu- 
eioni  haeian  disculpable^  comenzaron  a  darse  pasos  impru^ 
dentes^  cuyos  resultados,  que  no  envolvían  promesa  alguna 
de  provecho  para  la  revolución,  no  podian  menos,  al  contra- 
rio, de  serle  inmediatamente  adversos.  Fué  el  primoio  de 
estos  la  espropiacion  forsosa  hecha  del  vapor  Firefíy  que 
nayegabaen  el  cabotaje  bajo  el  pabellón  ingles,  i  sin  mas 
objeto  que  enviar  a  Concepción  la  nueva  del  levantamiento 
de  la  Serena  I  una  comisión  de  lujo  i  cortesía^  quo  fclidlara 
al  jeneral  Cruz. 

Tardad  es,  sin  embargo^  que  Carrera  pretendía  el  dominio 
del  vapor  para  enviarlo  al  Pern  en  busca  de  armas,  qnh  era 
el  elemento  mas  escaso,  i  aunque  el  paso  era  de  l6(los  mo« 
dos  imprudente,  tenia  al  menos  de  este  modo  un  jiro  militnr 
i  revolucionario. 

Acordada  esta  medida,  llamó  el  intendente  al  propietario 
del  bnque,  el  opulento  e  industrioso  minero  don  Carlos  Lam- 
berl  i  ofrecióle  hasta  30,000  pesos  por  la  adquisición  del 
vapor  Negóse  Lambert  con  cortesía  i  franqueza,  alegando  la 
fondada  escusa  de  ser  un  estranjero,  al  que  la  contienda 


102  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

estaba  del  todo  vedada  por  el  honor  i  kis  leyes.  Hizose  pues 
preciso  ocurrir  al  apáralo  de  una  violencia  i  ocupóse  con 
soldados  el  barqnichuelo  estranjero,  que,  ademas  de  ser  inú- 
til por  su  tamafio  para  casos  de  guerra,  tenia  en  aquellos 
momentos' su  maquinaría  del  todo  desarreglada.  Entregóse 
en  consecuencia  el  vaporcillo  a  sus  propios  maquinistas  para 
que  se  hiciese  pronto  capaz  de  navegar  i  llevase  alalcahua- 
Dola  nueva;  afieja  ya,  del  levantamiento  (1). 


IX. 


No  fué  menos  imprudente  i  fuera  de  camino  el  paso  que  se 
dio  el  dia  11  de  setiembre  cpn  el  vapor  de  la  carrera,  que 
llegó  esa  maüana  de  Valparaíso.  A  preteslo  de  que  venian  a 
bordo  del  paqueie  dos  pasajeros  de  importancia,  vecinos 
acaudalados,  pero  ¡üofensivos,  de  la  Serena^  se  rodeó  el  bu- 

,  (\)  Carrera  porfió  en  que  no  se  mandase  el  buque  a  Concepción 
i  sí  al  Callao,  porque  ya  el  5  de  setiembre,  la  antevíspera  de  la 
revolución,  había  despachado  un  espreso  a  Santiago  con  la  noti- 
cia segura  i  anticipada  del  movimiento,  cuya  nueva  volvió  t 
repetirse  eu  la  misma  tarde  del  levantamiento.  £1  primer  espreso, 
detenido  por  las  lluvias  ¡  la  insuíiciencia  de  cabalgaduras^  solo  lle- 
gó a  Santiago  el  viernes  11  de  setiembre  por  la  noche  i  se  comu- 
nicó en  el  acto  al  Sud.  Condujeron  la  correspondencia  los  jóvenes 
don  Nicolás  Villegas  i  don  Juan  Doren  i  la  entregaron  al  coronel 
Urrutiaen  el  Parral  el  dia  16  por  la  tarde.  En  Congepcion,  sin 
embargo,  solo  se  supo  positivamente  la  noticia  el  dia  19,  comunica* 
da  por  el  gobierno  de  la  capital  al  intendente  Viel,  cnyas  notas  fue- 
Tun  recibidas  por  la  nueva  autoridad,  contra  cuyo  personal  iban 
inclusas  en  esos  mismos  despachos  órdenes  terminantes  de  prisión. 
Kl  gobierno  de  Santiago  no  supo  el  levantamiento  de  la  Serena 
Sino  el  dia  13  o  14  por  las  eomunieaciones  de  loi  gobernadores 
dePctorca  clllapel. 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  403 

que  de  Iropa  ¡  el  joven  fiuíz,  a  quíeo  encQQlraromos  siempre 
donde  haya  arrojo  i  jaclancia  que  exhibir,  sosluro  fuertes 
altercados  con  el  capitán  i  los  empleados  del  buque,  arran- 
cando de  cubierta  perla  violencia  a  los  ciudadanos  do0  Vi- 
cente Subercaseaui  i  don  José  Segundo  Gana,  que  se  resistían 
a  desembarcar  i  los  qué,  a  despecho  del  comedimiento, 
fueron  enviados  del  puerto  a  la  Serena  bajo  una  formal  cus- 
todia.— Fué  falso  i  calumnioso,  sin  embargo^  el  rumor  que 
circuló  entonces  de  que  el  gobierno  revolucionario  había 
amenazado  a  uno  de  estos  caballeros  con  eslraftos  suplicios 
pócque  se  negaba  a  erogar  una  contribución  forzosa.  Lo^que 
hubo  de  verdad  fueron  los  ofrecimientos  espontáneos  de  este, 
que  no  llegaron  a  ser  aceptados  por  de  pronto  i  cuyo  cum- 
plimiento solo  se  exijió  mas  tarde,  cuando,  a  ruegos  del  jeneral 
Cruz,  se  trató  de  reunir  unas  sumas  para  enviarlo ül  sud  (I ). 
El  ^apor  Solivia  continuó  su  marcha,  Uevando  a  Copiapó 
la  noticia  de  aquella  inusitada  violencia^  mientras  que  el 
Firefly  se  hacia  a  la  vela  (13  de  setiembre)  al  mando  del 
joven  marino  don  Rafael  Pizárro,  hijo  de  Coquimbo,  condu- 
ciendo por  único  ausilio  en  aquella  espedicion,  que  una  pro- 
vincia sublevada  enviaba  a  otra  qiie  estaba  ya  con  las  armas 
en  la  rnano^  un  canónigo  i  un  periodista.  La  mar  de  Chile 
estuvo  destinada  en  1831  a  presenciar  lodos  los  absurdos  i 
también  todas  las  infamias,  pero  de  estas,  que  no  fueron  sino  a 
medias  de  un  bando  de  chilenos,  i  del  lodo,  de  los  represen- 
tantes de  una  nación  inicua  i  cgoisla,  no  lardaremos  en 
hablar. 


(1)  Esta  cantidad,  que  llegó  a  cuarenta  i  tres  mil  ptfsos,  se  envió 
al  Suden  libranzas  firmadas  por  elsefior  Snbercaseaux,  las  que 
nunca  se  pagaron  por  haber  sido  protestadas  en  Valparaíso. 


101  HISTORIA  DE  liOS  IHKZ  A^OS 


X. 


Mientras  tenían  lugar  fos  sucesos  que  dejamos  rereridos, 
entre  el  7  i  el  13  de  setiembre^  la  Junta  de  guerra  se  ocu- 
paba con  cierta  tibieza,  (a  causa  principalmente  de  la  falta 
de  fusiles  con  qué  armar  los  voluntarios)  de  la  espedicion  que 
debfá  organizarse»  sea  para  defender  la  provincia  en  caso  de 
Inmediata  Invasión,  como  estuvo  a  punto  de  suceder,  sea  para 
conducirla  al  centro  de  la  Bepüblica,  en  apoyo  de  los  planes 
que  se  habia  de  antemano  acordado. 

Tropezábase  en  esta  empresa  con  obstáculos  de  müjéneros* 
La  provincia  de  Coquimbo  es  acaso  la  méqos  belicosa  de 
nuestro  territorio  por  su  carácter  polílico,  por  su  tradición 
histórica  i  aun  por  su  topografía.  De  tal  manera  se  encon-' 
traba,  por  otra  parte,  desliluida  de  recursos  militares,  que 
la  guardia  nacional  de  sus  departamentos  no  alcanzaba  a 
3000  hombres  i  apenas  tenia  mil  fusiles  por  todo  armamcn-^ 
to  (I).  Sus  caballerías,  que  componen  la  mayor  parte  de  esta 
fuerza,  son  enteramente  inadecuadas  para  la  guerra  i  aun 
para  cualquier  servicio  militar  activo.  Compuestas  de  campe-* 
sinos  paciQcos,  diieflos  la  mayor  parte  del  cortijo  que  cuU 
ti  van,  porque  en  ios  valles  de  Coquimbo  es  donde  la  agri- 
cultura está  verdaderamente  subdividida  en  pequeOos  lotes 
de  terreno;  escasas,  por  otra  parte,  de  caballos  i  sin  ese 
espirítUí  que  la  guerra  i  la  conquista  han  creado  en  nucslras 
fronteras  meridionales,  las  milicias  de  caballería  son  en  el 

(1)  Memoria  dH  Ministerio  do  la  Gacrra  do  ÍBSO, 


DB   LA  ADIUNISTRACION  MONTT.  4^B 

Dorto  OM  Tuerza  puramente  pasiva,  aparente»  eaaudo  maa» 
para  ^rvír  a  la  localidad  a  que  pertenecen. 

La  única  sección  de  los  babílanles,  que  podía  haber  dado 
brasoa  para  formac  una  división  respetable»  era  ladel  gremio 
de  mineros,  que  cuenta  basta  cinco  o  seis  mil  individuos  (1) 
pero  este  recurso,  que  se  tocó  mas  tarde  con  ttn  éxilo  tan 
singular,  dejóse  entonces  de  mano  por  no  perturbar  los  Ira- 
bajos  o  porque  no  se  juzgó  necesario»  o  acaso»  lo  que  es  mas 
probable»  porque  nosoocurrióa  la  mente  de  las  autoridades* 

En  cuanto  a  ios  recursos  propios  de  la  Serena»  era  preciso 
dejar  para  su  defensa  el  batallón  cívico,  que  constaba  hasta 
de  seiscientas  plazas  i  que  era  el  único  ceotro  de  una  com^ 
binacion  militar  respetable,  de  manera  que  no  quedaban 
libres  para  alistarse  sino  los  hombres  sueltos  del  pueblo,  como 
los  jornaleros  de  la  población»  los  changos  de  la  costa  i  los 
geaanes  de  las  Tacnas  de  hornos  de  Tundición,  cuyo  número, 
por  mas  que  se  abultase,  no  podría  pasar  de  1000  hombres, 
Este  núcleo  de  combatientes  i  aun  una  ciTra  mayor,  corríó» 
«o  embargo,  a  las  armas,  mas  a  Taita  de  estas,  áolo  los  ser** 
vicios  de  un  tercio  de  volunjlaríos  Tueron  admitidos. 

En  cambio  de  esta  esterilidad  completa^  de  elementos  de 
guerra»  abundaba  un  poder  altamente  belicoso»  pero  basta 
cierto  punto  innecesario,  si  bien  noble  i  bríllante ;  era  este 
la  juventud,  la  Tuenle  i  la  palanca  de  las  insurrecciones. 

De  tal  suerlo  habia  ganado  el  entusiasmo  el  pecho  de  estos 
nobles  mancebos,  que  cundiendo  basta  en  los  claustros  délos 
colejios  i  aun  de  las  escuelas  primarias,  corrian  a  alistarse  de 
•ficíales  o  soldados»  oifios  de  todas  edades,  siendo  sinembar- 


(1)  Vjase  la  intere!(ante  t  prolija  memoria  sobre  la  provincia  de 
f^oqnimbo»  publicada  en  1855  por  el  iotendente  don  Francisco 
Mino  Astibnruaga. 

II 


406  B13T0R1A   DE  LOS   DIEZ    iSOft 

go,  la  mayor  parte  de  ellos  de  las  familias  notables  del  pueblo. 
Puede  decirse  que  la  juventud  coquimbana  se  levantó  en 
masa,  i  tan  cierto  fué  esto  que  desde  los  primeros  días,  cuan- 
do se  hablan  reunido  apenas  cien  soldados,  babia  ya  lisio 
un  cuerpo  de  oficiales  que  pasaba  por  mucho  de  aquel  núme- 
ro (1  ].  No  era  posible  rehusar  tan  noble  esfuerzo  i  se  hizo  ne^ 
cesarlo,  en  consecuencia,  dar  a  la  división  que  se  alistaba,  una 
organización  mas  bien  patriótica  que  militar.  Elentusiasmo 
debía  suplir  a  la  disciplina  i  el  ardor  de  la  juventud  a  la 
presencia  de  ios  caudillos. 


XI. 


Fué  en  estos  días  cuando  se  compuso  la  música  do  una 
canción  guerrera,  a  la  que  se  dio  por  título.— £/  himno  patnó- 
tico  del  ejército  de  Coquimbo,  pero  quo  se  conoció  solo  bajo 
el  nombre  mas  popolar  de  la  Coquimbana.  Era  el  verso  rhdo 
pero  noble  i  la  música  acentuada  i  vigorosa,  imitando  un 
tanto  la  cadencia  del  «c  Reproche»  de  Mafio  Orsini  en  la 
ópera  Lucrezia^Borgia;  conocíase  empero  que  la  mano 
del  compositor,  don  José  María  Ghavot,  el  maestro  do  capi- 
lla de  la  Catedral,  habia  sido  mejor  organizada  p^ra  empufiar 

(1)  No  hubo  casi  una  sola  familia' en  la  Serena  que  no  enviara 
un  representante  a  esta  cruzada  patriótica  que  iba  a  eroprenderse 
sobre  el  Sad.  Los  Larraguibel,  íos.Herreros,  Munizaga,  Alfonso, 
Vicuña,  Várela,  Argandoña,  eran  apellidos  que  se  ieian  escritos 
en  las  listas  de  los  afiliados  de  cada  batallón.  De  una  sola  familia 
se  alistaron  cuatro  hermanos,  cuyos  nombres  eran  Pedro,  Gabriel, 
Pedro  Nolasco  i  Pablo  Real.  Véase  en  el  documento  núm.  2  la  lista 
de  mas  de setentaoficiales,  que  en  un  imperfecto  apunte  redactó  el 
autor  deesta  historia  en  un  alojamiento  en  la  marcha  de  la  divi** 
siott  a  PetOrca  i  que  ha  conservado  entre  sus  papeles, 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN  HONTT.  407 

el  sable,  en  cuyo  ejercicio  adquirió  en  verdad  mas  alia  fama 
ea  el  curso  de  los  sucesos. 

Los  versos  de  la  Coguimbana  tienen  cierta  inspiracioD  ar- 
dieule  i  una  brusquedad  militar,  que  la  hacia  grata  en  los 
campamentos,  donde  los  jóvenes  oficiales,  agrupados  al  derre- 
dor de  los  fuegos  del  vivaque,  la  entonaban  al  son  de  las  ás- 
peras trompas,  quo  componían  todo  el  tren  musical  de  la 
división. 

He  aquí  el  coro  i  las  estrofas  de  que  el  himno  se  compone: 

HIMNO  PATRIÓTICO  DEL  EJÉRCITO  COQÜIMBANO. 


CORO. 


Incrustad  en  el  alma  el  fríncipio 
De  la  sarita,  fraterna  igualdad; 
De  la  patria  en  las  aras  divinas. 
De  los  libres  el  himno  entonad  I 


Cara  patria,  la  atroz  tiranía 
Sa  sangriento  pendón  elevó 
I  ios  glorias,  tus  leyes  divinas 
Con  desprecio  feroz  insultó; 

Has  tu  grito  de  rabia  i  venganza 
Ya  Coquimbo  escuchó  con  ardor, 
I  en  sus  hijos  un  muro  te  ofrece    ' 
De  lealtad,  patriotismo  i  valor. 


Coto.— /fiCTttKad. 


Esa  turba  servil  i  cobarde, 
Que  de  un  déspota  sigue  el  pendón 


108  BldTORIA  DE  LOS  DIEZ  AfiOfl 

.  I  de  Chile  los  grandes  destinos 
Manchar  quiere  con  negro- baldón, 

Escarmiento  terrible  i  sangriento 
Bn  su  ruina  i  afrenta  hallará 
I  el  oprobio  de4  mondo  indignado 
En  su  frente  esculpido  verá. 

Coro.— *íncrtuta¿* 

-  ■  > 

Ai  eléctrico  grito  de'atarraa» 

Hoi  Goquimb.0  se  siente  Inflamar; 
Libertad  por  principio  proclama, 
Con  su  sangre  lo  hará  respetar. 

B^te  lema  divino  ennaltece 
De  los  pueblos  e)  ínclito  ardor: 
Cuando  heroicos  sus  hijos  defienden 
Sus  dereciibs,  su  espléndido  honor. 

CoRo.-^/ncrusíail. 


(Coquimbanosl  el  día  se  acerca 
Que  mostréis  con  heroico  civismo 
Cuan  suprema  es  la  fuerza  de  un  puebb 
Que  combate  contra  el  despotismo. 

I  Ciudadanos!  el  dia  esta  Cerca 
Que  en  sus  pajinas  de  oro  la  historia 
Vuestro  nombre  i  talor  inscribiendo^ 
Solemnise  de  Cbile  la  gloría. 

CoRO.^/ncrtts<a¿4 


BE   LA  ADMINISTRACIÓN  HONTT.  409 


XIL 


Para  hacer  con  mas  tzp\det  el  enganche  de  soldados  i  dar 
alguna  disciplina  a  los  pocos  ya  alistados^  resolvióse  establecer 
un  campamento  en  el  punió  de  las  Iligneras,  vecino  al  puer- 
to de  Coquimbo  i  libre  del  contacto  de  las  poblaciones,  s¡m« 
pre  dañoso  al  recluta.  Organizóse  aqui  la  planta  dé  la  división 
espedicionaria  i  las  fuerzas  que  debian  componerlas  se 
distribuyeron  del  modo  siguiente  en  las  tres  armas ;  a  saber: 

/fi/«n/en«— Tres  batallones  con  los  nombres  de  la  «Igual-^ 
dadv,  cNúm.  1  de  Coquimbo»  i  «Restaurador». 

CMa/Zmcr— Un  escuadrón  de  laneeros^qne  se  denominó  la 
«Gran  Guardia» . 

Artillería— Hm  brigada  de  tres  caíiones  de  montaSa. 

Dióse  el  mando  de  los  batallones  a  Tos  jóvenes  mas  en tu^ 
siastas  i  comprometidos  en  la  revolución,  adjuntándose  a  cada 
cuerpo  uno  de  los  tres  oficiales  veteranos  del  batallón  Yungay 
que  habían  encabezado  la  revolución,  sirviendo  los  cuadros 
de  aquella  tropa  de  base  a  la  planta  de  cada  batallón.  Fueron 
hechos  oficiales  los  sarjentos  veteranos,  i  cabos  de  instrucción 
la  mayor  parte  de  los  soldados ;  i  de  esta  suerte,  la  tropa 
quedó  organizada  de  la  siguiente  manera,  en  cuanto  a  sus 
jefes. 

Batallón  /jrtia/(¿a¿— Comandante  don  Pablo  Muñoz,  mayor 
don  Francisco  Baroeló. 

Batallón  Núm.  1  de  Co^mmio— Comandante  don  Manuel 
BÜbao(l),  mayor  don  José  Ramón  Guerrero. 

(1]  Este  jÓTen,  ardiente  revolucionario,  habia  llegado  a  la  Serena 


1 1  o  HISTORIA  m  LOS  DIEZ  aSoS 

Batallón  Beslaurador^Comnndsiüle  don  Venancio  Barrasa, 
mayor  don  José  Agustín  del  Pozo. 

Escuadrón  de  la  Gran  Guardia — Coronel  don  Hateo  Salce- 
do, mayor  don  Faustino  del  Villar. 

Brigada  de  ir /t7/ena-r-Comandan te  don  Salvador  Cepeda, 
mayor  don  José  Antonio  Sepúlveda. 

Toda  la  fuerza  recibió  el  nombre  de  Ejército  Restaurador, 
en  memoria  del  que  el  jeneral  Carrera  babia  conducido  al 
Sud  contra  Pareja  en  1813,  i  se  reconoció  virtualmente  como 
jeneral  en  jefe  a  don  José  Miguel  Carrera.  Don  Nicolás  Muni- 
zaga  aceptó  el  empleo  de  jefe  de  estado  mayor  i  el  antiguo 
oficial  de  ejército  don  Victoriano  Martínez  el  de  ayudante 
mayor  de  la  división.  Don  Ricardo  Ruiz  fué  nombrado  comi- 
sario de  guerra,  el  joven  don  Federico  Cobo  cirujano  mayor 
I  el  cura  Campana,  capellán  castrense. 

Se  fijó  el  punto  de  las  Hij[ueras,  como  ya  dijimos,  para 
cantón  de  disciplina  i  organización,  i  el  pueblo  de  Ovalle  como 
cuartel  jeneral. — Se  adelantó  también  a  organizarse  en  este 
punto  una  pequefia  compafiia  de  cazadores  de  a  pié  llamada 
el  Bayo,  que  mandaba  provisoriamente  el  oficial  Sepúlveda. 
Esta  partida  volante  se  agregó  después  a  la  artillería,  sirviendo 
sus  soldados  de  fusileros,  para  protejer  los  cafiones. 

El  1S  de  setiembre  se  trasladó  la  tropa  organizada  en  la 
Serena,  al  campamento  de  las  Higueras,  en  un  numero  inferior 
a  300  plazas. 


dosde  Copiapo,  después  de  abortadas  ^odas  las  tentativas  que  ios 
opositores  de  aquella  provincia  habían  puesto  en  planta,  sin  fru^ 
to  alguno. 


PE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  i  i  1 


XIII. 


Al  siguíénle  dia  de  hab6rs6  establecido  el  cantón  de  laa 
nígderas,  desembarcaba  en  el  puerto  vecino  un  hombre, cuyos 
conocimientos  militares  hiabrían  sido  altamente  importantes  en 
aquellas  circunstancias,  si  en  realidad  hubieran  podido  en^ 
centrarse  a  mano  los  recursos  precisos  para  organizar  un 
ejército.  Era  este  el  coronel  don  Jns|o  Arteaga,  llamado  a 
desempeflar  un  rol  tan  conspicuo  en  los  sucesos  posterioFes 
de  la  revolución  del  Norte. 

Espalriado  desde  la  jornada  de  abril,  en  la  que  cupo  a  su 
nombre  la  gloria  de  una  inspiración  jenerosa  i  que  habría  sido 
heroica,  si  hubiera  sido  duradera  como  fu«  espontánea,  a« 
ri^aslraba  también  desde  ese  dia  él  baldón  de  una  derrota, 
que  el  pueblo,  maldecia  sin  comprenderla.  Errante  i  persegui- 
do desde  esa  hora,  encontró  al  fin,  después  dé  mil  azares, 
un  refujio  en  el  puerto  de  Cobija,  al  que  el  vapor  Éolivia,  que 
habia  pasado  eMI  de  setiembre  por  Coquimbo,  como  ya  vi- 
mos, no  tardó  en  llevar  la  nueva  de  la  reyolutMon. 

El  coronel  Arteaga  recibió  con  intenso  regocijo  aquella  no- 
vedad, que  abría  un  campo  a  su  anhelo  por  recobrar  el  lus^ 
tre  de  su  nombre,  í  al  punto  resolvió  diríjirse  a  la  Serena 
embarcándose  en  el  vapor  Nueva  Granada,  que  venia  de  re- 
greso al  sud,  bajo  el  incógnito  de  peon-gafian,  tomando  pa- 
saje sobre  cubierta  con  su  compaUero  don  Santiago  Herrera, 
en  medio  deesa  muchedumbre  de  peones  i  mineros, que emi« 
gran  eonslantemenlo  do  un  punto  a  otro  de  la  cosía. 

Violentados  pronto,  sin  embargo,  los  dos  viajeros  por  una  si- 
tuación tan  penosa  i  desagradable,  no  pudieron  guardar  sus 
difraces  con  el  Wgor  debido,  i  comenzaron  a  derramar  el  oro 


112  HISTORIA  DE  LOS  BIEZ  AfiOS 

entre  lá  servidumbre  del  vapor,  a  fin  de  procurarse  algunas 
comodidades  o  siquiera  uñ  alimento  tolerable.  Estos  actos  Im- 
prudentes provocaron  al  instante  el  rumor  de  que  dos  deseo- 
nocidos  de  importancia  venian  ocultos  en  el  vapor,  i  cuando 
este  ^ncló  én  Caldera,  era  ya  una  realidad  para  todos  los 
pasajeros  i  empleados  del  buque,  que  el  coronel  Arteaga  esta- 
ba ábordoé  Escapado^  sin  embargo,  de  ser  extraído  por  la 
Aeglíjencia  o  jeoerosidad  del  gobernador  del  puerto,  Gonza- 
les)  contíniió  aquel  su  viaje  hacia  Coquimbo.  Mas^  a  pocas  mi- 
llas de  este  puerto,  supo  con  sorpresa  indecible  que  el  buque 
hacía  rumbo  a  Valpai^iso  i  que  no  tocaría  en  ningún  punto 
intermedio  a  protesto  de  la  violencia  que  se  habia  hecho 
al  B,olima  i  en  raton  del  peligro  qu^  se  creia  iban  a  correr 
los  caudales  que  trdia  a  stl  bordo.  Venia  por  acaso  «ntre  los 
pasajeros  del  vapor  en  esta  vez  el  ájente  jeaeral  de  la  Com- 
paüia  de  paquetes  del  t^aícifico  Mr.  Wheelright,  hombre  ip- 
dustrioso  i  honorable,  que  tenia  ea  toda  nuestra  costa  el  cré- 
dito de  ser  uo  distinguido  caballero.  A  él  resolvieron 
Arteaga  i  Herrera,  en  consecuencia,  dirijirse  en  tal  conflicto 
aeguadados  por  un  pasajero  amigo,  el  doctor  BqH.  Pero  todos 
se  encontraron  con  la  Irrevocable  voluntad  del  jefe  de  la 
oompafiia,  que  a  despecho  de  todos  ios  ruegos,  de  las  amena- 
zas i  aun  de  rotes  dú-ectos  de  hombre  ^  hombre,  se  obstina- 
ba en  seguir  su  rumbo  a  Valparaíso.  Protestóle  Arteaga  a 
Bombre  de  su  honor  que  ni  wsa  cable  de  su  buque  seria  to- 
cado por  las  manos,  de  los  revolucionarios  i  aun  rogóle  con 
instancia  que  lo  dejara  con  su  companero  en  cualquier  playa 
vecina,  facilitándole  un  bote  por  unos  cuantos  minutos.  Una 
cruel  negativa  fué  la  respuesta  a  esta  jpsla  solicitud.  El  ajen- 
te  ingles  parecía  resuelto  a  asumir  el  rol  de  delator  para 
con  nn  militar  proscripto  i  condenado  a  muerte  por  el  go- 
bierno de  la  República,  desde  que  esta  negativa  era  solo  una 


DR  LA  AramiBTR ACIÓN  IIONTT.  1  i  3 

trkto  escusa.  Los  dos  viajeros  tomaron  en  coosocHencía 
el  ttlUmo  partido  que  la  crueldad  de  los  jefes  del  buque  les 
dejaba  i  posierouse  a  sobornar  con  el  oro  i  los  alhagos  de  la 
retolaciM  a  los  esforzados  peooes  ^ue  veQÍan  sobre  cubier- 
ta i  cuyo  DÜmero  era  mas  que  suGcjente  para  a  presa t*  en 
un  instante  a  todos  los  empleados  del  vapor  i  obligarlos  a 
torcer  sa  rumbo  hacia  el  puerto  de  Coquimbo. 

Pasaba  ya  el  buque  a  la  vista  del  puerto^  a  distancia  de 
onas  pocas  millas  i  era  llegado  el  momeóte  de  apurar  la 
sublevación  de  los  pasajeros,  cuando  por  una  rara  fortuna  el 
vapor  de  guerra  britáoico  Gorgon,  que  habia  anclado  el  día 
anterior  en  la  baliia»  hizo  seOal  dé  detenerse  al  vapor  de  hi 
carrera.  Desobedecióle  este  sospechando  sin  duda  un  lazo  i 
continuó  su  rumbo.  Disparole  entonces  aquel  un  tiro  de  cafloo, 
pero  el  vapor  no  se  detuvo,  hasta  que  fué  preciso  echar  al 
agua  dos  botes  armados  iordenar  su  persecución.  Solo  a  su  vista 
paró  el  vapor  su  máquina,  i  como  pronto  lo  rodearon  algunas 
chalupas  que  estaban  listas  en  el  puerto,  dpsde  que  se  haj)¡a 
avistado,  pudieron  los  dos  prisioneros  del  vapor  ingles  em^ 
barcarse  en  una  de  estas,  descendiendo  por  un  cable,  a  es- 
condidas de  sus  guardianes  i  sin  tener  mas  tiempo  que  el 
de  enviar  a  su  sirviente  a  traer  sus  sacos  do  noche  que 
habian  dejado  olvidados.  El  obtener  estos  costó  al  pobre 
doméstico  una  tunda  de  golpes  que  por  despecho  o  insolen* 
eia  le  dieron  alganos  de  los  empleados  del  paquete. 

Tal  fné  la  peregrinación  del  coronel  Arteaga  desdo  Cobija 
a  la  Serena  en  el  vapor  iogles  Nueva  Granada^  la  que  nos 
hemos  permitido  referir  con  tau  minuciosos  detalles,  porque 
era  el  primer  paso  que  los  subditos  ingleses  daban  en  las 
peripecias  de  nuestra  revolución,  que  ellbs  debían  manchar 
en  breve  con  los  actos  mas  indignos  de  traición  i  piratería. 

Grande  Aié  pues  el  gozo  de  Arteaga  ai  enconlrarso  salvo 

15 


1 1 4  HISTORIA  DE  LOS  DWZ  AfiOS 

en  Ib  Serena.  Presenlado  al  intendente  Carrera,  a  qcrieo  no 
había  vuelto  a  ver  desde  la  madrugada  del  20  de  abril, 
echóle  los  brazos  al  cuello  i  dijole  con  efusión:  «Debo  a  U. 
amigo,  mas  que  la  vida,  porque  le  debo  mi  honor,  que  U.  ha 
defendido.  Vengo  ahora  a  podírle,  en  nombre  de  ese  honor, 
ün  puesto  cualquier^,  aunque  sea  el  de  soldado»  (1). 

Carrera  aceptó  aquel  noble  ofrecimiento,  i  pocas  horas  mas 
tardt)  el  coronel  Arleaga  recibía  sus  des  pachos  provisorios  de 
jeneral,  firmados  por  el  intendente  de  la  provincia  con  la 
aprobación  del  Consejo  del  pueblo.  El  mismo  Carrera  había 
recibido  este  título  del  Cabildo  de  la  Serena  i  a  nombro  del  pue- 
blo de  toda  la  provincia,  que  aquella  corporación  virtualmente 
representaba. 

XIV. 


Acordada  con  el  coronel  Arteagai  el  consejo  la  campafla  que 
iba  a  abrirse,  se  ordenó  la  reunión  de  todas  las  fuerzas  en  el 
cuartel  jeneral  de  Ovalle,  i  al  efecto  salió  de  la  Serena  el  diá 
19  el  batallón  Nüm.  1  (2).  El  20  marchó  a. incorporársele  el 

(1]  Esto  era  positivo.  Nos  consta  personalmente  que  Carrera 
fe  empeñó  siempre  en  desvanecer  los  reproches  qne  se  hacian  a| 
coronel  Arteaga  por  su  conducta  el  20  de  abril. — Carrera ,  en 
efecto,  anunciaba  al  autor  la  llegada  del  coronel  Arteaga  en  carta 
del  21  de  setiembre,  que  tenemos  a  la  vista,  con  estas  palabras: 
«El  coronel  Arteaga  sale  para  esa  (lllapel)  en  dos  horas  mds  a 
ponerse  al  mando  de  la  división  de  vanguardia,  animado  de  un 
entusiasmo  i  decisión  admirables.  Antes  de  ayer  llegó  de  (Cobija 
pidiendo  se  le  colocase  aunque  fuera  de  soldado  para  pelear. i> 

(2)  Antes  de  emprender  su  marcha  los  oficiales  i  soldados  de 
este  cuerpo  se  dieron  cita  para  despedirse  del  pueblo  de  la  Seré. 
na  el  17  de  setiembre,  a   uua  función  que  debía  tener  Lugar 


DB   LA   ADIIINISTRACION  HONTT.  4  IS 

coronel  Arteaga,  comojere  de  la  vanguardia;  el  21  Carrera 
delegó  la  intendencia  od  su  sucesor  don  Vicente  Zorrilla  i 
el  S3  se  puso  en  marcha  toda  la  tropa  acantonada  en  las 
Higueras  bajo  el  mando  inmediato  del  coronel  Salcedo,  la  que 
haciendo  sus  Jornadas  el  primer  dta  a  la  Junta,  el  segundo  a 
Barramías  i  el  tercero  a  Layunilia^  llegó  el  cuarto  (26  de 

aquella  noche  en  el  teatro.— <i Vamos  a  cantar  por  la  última  vezí 
d^ía  la  proclama  de  invitación,  el  himno  de  la  patria.  Si  lofi 
tíranos  vencen,  esa  canción  quedará  escondida  en  f\uestros  pe- 
chos «••  Por  una  coincidencia  qne  pudiera  llamarse  fatal  i  que  y^t 
tenemos  indicada,  los  dias  de  organización  i  de  labor  revolucio- 
naria eran  los  mismos  del  aniversario  de  la  independencia,  a  que 
el  pueblo  se  entregaba  ahora  con  mas  alborozo  (al  contrario  de  lo 
que  sucedía  en  Concepción),  descuidando,  por  tanto,  los  aprestos 
que  el  desarrollo  de  la  insurrección  hacia  indispensables.  Era 
forzoso  que  todas  las  noches  hubiese  iluminación,  que  la  banda 
de  ntúsica  recorriese  las  calles  sej^olda  de  tumultos  de  pueblo,  i 
aun  el  dlai8  se  ocupó  en  un  solemne  Te  Deum  que  tuvo  lugar  en  la 
catedral  con  asistencia  de  todas  las  autoridades.— Era  justo  que 
el  aniversario  de  la  independencia  se  celebrara  con  entusiasmo, 
pero  mas  conveniente  hahria  sido  que  esa  conmemoración  de  los 
viejos  dias  de  Chile  se  sacrificase  al  nacinruenio  de  su  llb.ertad. 
Por  lo  demás,  este  entusiasmó  contribuía  a  encender  el  ardor 
nacional  del  pueblo  i  de  la  juventud,  aunque  fuera  muisensibleque 
distrajese  las  atenciones  i  el  tiempo  de  \ñi  autoridades.  La 
prensa  seguía  arrojando  proclan^as  i  publicando  boletines,  qne 
sembraban  esperanzas  nuevas  en  el  corazón  de  los  ciudadanos.— 
La  musa  coquirobana  no  estaba  tampoco  ociosa  i  circulaban  nu- 
merosos cantos  a  la  patria,  a  la  gnerra,  a  la  libertad,  con  los  noin* 
bre  de— fTimno  de  Coquimbo-^La  despedida  del  eoldado-^Mar^ 
cka  patriótica  etc.  etc.  ' 

La  letra  de  esta  última  es  como  sigue: 

MARCHA  PATRWTICA.. 

Lauro  inmortal  os  espera. 
De  honor  al  campo  salid. 


116  HISTORIA    DE  LOS  DIEZ  aSOS 

teliembré)  a  la  villa  de  Ovalle,  donde  se  le  lacorporó  aquel 
mismo  dia  Carrera  que  habia  salido  de  la  Serena  eo  la  vis- 
pera  coB  don  Nicolás  Munizaga  i  el  estado  mayor. 

La  campaña  quedaba  abierta,  pero  habían  tenido  ya  lugar 
én  la  provincia  diversos  acontecimientos  mUi tares,  que 
aunque  parciales,  nos  es  forzoso  recordar  con  anterioridad, 
porque  se  refieren  a  la  ocupación  de  toda  la  provincia  por 
las  fuerzas  revolucioDarias  i  a  la  pérdida  de  una  parte  de  elia^ 
a  consecuencia  de  los  descalabros  que  e^as  sufrieron,  tanto 
en  el  norte  como  en  el  sur  de  su  territorio. 


Sonó  la  trompa  guerrera; 
If  ijos  de  Araaco,  a  la  lid  I 

Coro  d$  hombres. 
Mirad  esa  horda  salvaje 
Cual  respira  destrucción. 
1  sufriréis  que  se  altraje 
Al  tricolor  pabellón? 

Ella  sus  miembros  cuenta* 
Contra  el  valor  no  hai  ardid, 
£aíga  en  su  frente  la  afrenta; 
Hijos  de  Arauco,  a  la  lid  I 

Coro  de  mujeres. 
Amigos,  padres,,  esposos, 
La  patria  os  llama ;  venid. 
Mostraos  pues  valerosos 
Hijos  de  Arauco,  a  la  lid! 


CAPÍTULO  W 


mPACIM  BE  U  PMVUCU  K  COQIWH. 


St  tiwfím  maáUu  pm  ocapar  los  doparlamenlot  de  U  pfotin* 
CM.— Toma  de  ElqQi.— Espedicion  «I  Haasco.— El  «aior  «seo* 
misionado  para  lomar  posesión  de  los  departamentos  del  Sud 
hetU  lllapel.*-Ocapa  a  Ovalle.— Medidas  gtibernatíTas.— Or- 
gaMu  «aa  AMrta  de  cíea  hombree  i  marcha  sobre  Gombarba« 
1^*— Batra  a  esU  Tilla.— Retirada  de  los.gobernadores  de  estof 
departamentos.— Entrada  Iriunral  de  la  espedícíon  en  Illapel.— 
El  eomisíonado  es  nombrado  gobernador  por  el  Tecindario  i  dos 
comismMdof  de  la  Serena.--Su8  múltiples  Irabajos.— Inciden- 
cias pecnliares  de  la  celebracioa  del  aniversario  de  setiembre 
en  UlapeK 


I 


Dijimos  ya  en  el  capitulo  segundo  quo  en  la  noche  üol 
levantamiento  se  habla  enviado  destacamealos  de  tropa  ve- 
terana i  comisarios  autorizados,  con  el  objeto  do  ocupar  los 
deparlamentos  de  la  provincia  de  Coquimbo  basta  la  raya  de 


118  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  iÑOS 

Illapcl  por  el  sud  ¡  hasta  la  villa  do  Vicuña  por  el  orieole. 
Al  referir  los  recuerdos  de  estas  dos  espediciones,  narraremos 
también  la  breve  i  estéril  campada  de  la  que  ocupó  lem- 
poralmenie  ei  valle  del  Huasco,  aunque  fué  un  tanto  posterior 
a  aquellas. 


11. 


El  movimiento  sobre  el  departamento  de  Elqui  tuvo  un 
desenlace  rápido  í  feliz.  Los  comisionados  de  la  Serena  don 
Manuel  Antonio  Alvarez  i  un  sefior  Arcayaga,  vecino  de  El- 
qpi,  partieron  por  la  noche  del  7  con  un  piquete  montado 
de  1S  hombres  del  Yungla!.  A  medio  cámfno,  adelantóse  Ar- 
cayaga i  entró  a  la  villa  cabecera  sin  oposición  alguna,  re- 
eibiéndose  del  gobierno  i  del  cuartel  cívico  sin  (ornar  ninguna 
medida  coercitiva  sobre  la  población.  Mas,  luego  que  hubo 
llegado  Alvarez,  en  la  tarde  del  día  8,  puso  en  arresto  al 
gobernador  don  Nicolás  Ossa  i  al  comandante  del  batallón 
cívico  don  Nicolás  Ansieta,  nombrando  gobernador,  en  virtud 
de  sus  instrucciones,  al  ciudadano  don  José  María  Gallo- 
so  (i ).  En  el  acto  se  reunieron  las  escalas  milicias  de  aquel 
distrito  i  se  organizó  una  compañía  de  fusileros  voluntarlos, 
que  al  mando  del  joven  don  Juan  Luis  Rojas  se- agregó  des- 
pués al  batallón  igualdad,  reclutadoen  la  Serena. 


(I)  Véase  en  la  Serena  del  18  de  setiembre  de  iS5l  eí  parte 
oficial  de  doír  Manuel  Antonio  Alvarez  al  intendente  de  la  pro* 
vincia,  fechado  en  VicuíU  setiembre  8  de  1851. 


n  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  1 1 9 

in. 


La  ospedicion  sobre  el  Huasco.  partió,  el  26  de  setiembre. 
Maodábaiila  el  oficial  de  cazadores  a  caballo  don  Domiogo 
Berrera  {que  se  había  desertado  de  so  escuadrón  ac^Atona- 
do  en  Copíapó»  tan  luego  como  se  rastraron  todos  las  planes 
revoluciónanos  en  aquella  provincia),  juntamente  con  los  jó- 
Tenas  coqulmbanos  doft  Miguel  i  don  Federico  Cavada.  Esta 
fuerza, constaba  solo  de  veinte  i  cinco  inCantes  montados  i  un 
pelotón  de  treinta  a  cuarenta  lanceros  de  milicia. 

Proponíase  la  espedicíon,  que  era  un  tanto  agresiva  e  im- 
prudente en  su  carácter,  desde  que  iba  dirijida  contra  una 
provincia  que  aun  no  se  habia  pronunciado,  dos  objetos  prin- 
cipalmente. £1  primero,  del  todo  ilusorio,  era  relativo  a  un 
mmor  que  habla  circulado  en  la  Serena  sobre  que  en  el 
puerto  del  fluasco  existia  una  cantidad  de  dos  mil  fusiles 
pertenecientes  al  jeneral  Ballívian,  i  a  mas  una  suma  de 
treinta  mil  pesos  en  la  Aduana  de  aquel  puerto,  de  la  mo- 
neda decimal  recien  sellada,  que  el  gobierno  habia  enviado 
a  aquel  departamento.  El  segundo  tenia  en  mira  levantar 
las  poblaciones  del  valle  del  Huasco  i  protejer  en  lo  posible 
la  sublevación  del  escuadrón  de  Cazadores,  cuyos  oficiales  i 
tropa  se  suponía  del  todo  decididos  por  la  revolución.  En 
ambos  fines  la  espedicion  tuvo  un  fracaso  Completo. 

Avanzando  rápidamente  por  el  camino  de  la  cosía,  la  pe- 
qocaa  caravana  cayó  de  improviso,  en  la  tarde  del  28  de 
setiembre,  sobre  el  pueblo  de  Freirina,  que  se  adhirió  en  el 
acto  a  la  revolución,  destituyendo  a  su  gobernador  don  Ga- 
vino  Bojas,  que  fué  reemplazado  por  don  José  Poblóle,  pues 


490  irSTORtA  M  lOB  ÜfESr  AÑOg 

desde  tiempo  atrás  este  pueblo  mantoDÍa  fuertes  compromi- 
sos con  los  caudillos  de  la  Serena  (1).» 

Resforzado  aquí  con  el  escuadrón  de  Huasco-bajo,  que  se 
sublevó  a  ta  vista  de  la  espedicion  coquimbana,  marchó  esta 
a  ocupar  a  Yailenar,  llegando  a  la  hacienda  de  la  Bodega 
situada  a  tres  leguas  de  aquel  pueblo,  60  la  madrugada  del 
día  29.  El  gobernador,  don  Manuel  José  Avales,  improvisó, 
sin  embargo,  una  Vigorosa  resislencía  i  en  la  tarde  de  aquel 
dia  destacó  del  puebto  una  fuerza  respetable  de  la  infantería 
cívica,  at  mando  del  comandante  don  José  Domingo  (ronzales, 
resforzada  por  un  escuadrón  de  arjeuAnos  que  a  la  sazón  es- 
taba organizando  en  ese  departamento  don  Pablo  Yidela.  A 
la  vista  de  esta  fuerza.  Herrera  i  ios  Cavada  juzgaron  pru*- 
denle  el  retirarse  sin  aventurar  un  combate  i  regresaran  a 
toda  prisa  a  la  Serena,  a  donde  llegaron  el  dfa  2o  3de  octubre 
sin  mas  fruto  de  su  tenfaliva  que  unas  pocas  armas  ¡algunos 
cívicos,  que,  comprendidos  en  el  movimiento  de  Freirina,  ve^ 
nian  a  refujíarse  en  la  Serena,  junto  con  su  jefe,  el  sárjenlo 
mayor  de  ejército  don  Isidro  Adolfo  Koran. 


IV. 


Cupo  al  autor  de  esta  historia  la  comisión  de  apoderarse  de 
los  departamentos  del  Sud  hasta  la  linea  del  rio  Choapa, 

(1)  «En  cuanto  a  la  jéneralídad  de  Freirina,  me  es  doloroso 
confesar  qae  se  ha  estravíado  Jamentablemente.  Sos  relaciones 
con  los  Coquimbanos  i  mas  que  todo,  la  tnfluenoia  de  algoiioa 
frailes,  han  corrompido  hondamente  las  ideas  políticas  de  aquel 
distrito.  D — Nota  del  intendente  de  Vopiapó  don  José  Aguitin  Fon- 
tanei  al  Ministro  del  Interior ^  fecha  de  Copiapá  octubre  IT  de  18at . 
(Archivo  del  Ministerio  del  Interior}. 


Bt  u  iratinstRACioN  mmtt.  W 

doDde  se  pondría  al  habla  con  la  provincia  do  Aconcagua, 
sin  invadirla,  sin  embargo,  porque  el  propósito  inmediato  de 
los  revolucionarios  de  Coquimbo  se  reducía  solo  a  reasumir 
la  totalidad  de  la  soberanía  provincial  i  hacerse  en  esle  te- 
rreno Kclto/faertea  por  el  derecho  i  la  legalidad.  Era  el  comi- 
sionado  un  joven  estudiante  casi  adolescente  todavía  i  qu# 
apenas  había  sido  conocido  en  la  capital  por  algunas  ar- 
dientes disputas  académicas  i  por  la  publicación  de  ciertos 
ensayos  literarios.  Hecho  prisionero,  con  las  armas  en  la  ma^- 
no,  en  la  madrugada  del  20  de  abril,  fué  desde  entóneos  el 
compafiero  constante  de  Carrera  ea  la  prisión,  en  la  foga^ 
en  sa  refujio  en  la  Serena  i  por  último,  en  sus  trabajos  re*- 
volacionarios,  en  los  que  aquel  desompefiaba  un  rol  intimo 
i  reservado,  redactando,  como  hemos  visto,  paria  de  la  corres- 
pondencia, las  proclamas  i  el  manifiesto  público  que  debía 
dar  el  intendente  de  Coquimbo  a  la  nación  i  del  que  hemos 
hablado  en  una  nota  del  papilulo  anterior. 

Sa  nombramiento  para  marbhar  al  sud  fué,  sin  embargo^ 
instantáneo,  porque  todo  lo  que  él  había  pedido  a  su  amigo 
era  un  puesto  de  capitán  de  tropa  en  las  filas  de  la  espedí- 
cion,  que  una  vez  estallado  el  movimiento  debía  marchar 
sobre  la  capital.  Mas,  como  ocurrieron  el  día  del  levantamieu'^ 
to  diversos  tropiezos  para  designar  la  persona  que  debía  de-* 
sempeQar  este  servicio,  acordó  Carrera  el  confiario  al  hombre 
que  tenia  mas  cerca  de  si  i  cuya  juventud  lejos  de  ofre- 
cer un  inconveniente,  era  para  éi  una  garantía.  No  todos 
pensaban,  sin  embargo,  como  él  a  esté  respecto,  i  la  elección 
de  aquel  mancebo  miróse  por  muchos  como  un  pase  desa- 
certado, atendida  su  corla  edad  i  la  importancia  de  la  em- 
presa. 


16 


tSt  HISTORIA  DE  LOS  PIEZ  AÑOS 


V, 


A  las  cinco  de  la  tarde  llamó,  en  efecto,  el  intendente  a 
8tt  desapercibido  compañero  para  anunciarle  esta  medida  i 
a  las  ocho  de  la  noche  salia  ya  del  cuartel  con  13  hombres 
de  la  fuerza  del  Yungai,  montados  a  lomo  desnudo  en  los  ca- 
ballos que  aquella  larde  se  habían  aporratado  a  la  tijera  en 
las  chácaras  vecinas. — Enlfegósele  al  partir  un  pliego  de 
instruiüciones  (f )  en  que  se  le  daban  facultades  omnímodas 
para  proceder  en  su  comisión,  tanto  en  el  arreglo  civil  délos 
departamentos  como  en  las  disposiciones  militares,  para  cuyo 
mayor  acierto  se  le  asoció  en  calidad  de  jefe  de  la  tropa  al 
ayudante  Verdugo,*  promovido  ahora  a  sárjente  mayor  de 
caballería.  El  valienfe  sárjente  del  Tungaí  don  Alejo  Jiménez, 
ascendido  a  alférez,  iba  al  inmediato  mando  del  piquete  de 
tropa  veterana,  i  at^ompafiaban  ademas  a  la  comitiva  en  ca- 
lidad de  canloresj  varios  jóvenes  entusiastas  i  entre  otros 
don  Ignacio  Mackiury,  el  agrimensor  don  Enrique  (lormaz  i 
algunos  vecinos  de*Goqtiimbo,  como  don  Maleo  Sasso,  don 
Diego  Romero,  don  Domingo  Carmena,  famoso  después  en  el 
asedio  de  la  Serena  i  un  joven  Latapiatl,  nifio  de  quince 
anos,  hijo  del  coronel  de  este  nombre,  que  había  sentado  pla- 
za de  soldado  raso  el  dia  de  la  insurrección. 

Desde  los  cerrillos  de  Pan  de  Azúcar,  el  comisionado  des- 
pachó a  Ovalle  utí  espreso,  portador  de  una  corréspondeocia 
doble  dirijida  á  los  vecinos  liberales  de  aquel  pueblo,  en  la 
que  les  anunciaba  su  verdadera  misión  i  las  fuerzas  de  que 
disponía,  incluyéndoles  en  un  pliego  separado  noticias  abul- 

(i)  Véase  el  dochmento  núm.  3. 


DB  LA  ADMINISTRiCnnifMHTT.  123 

tadasdcl  leyantamíenlo  idesumarcbat  para  qD&41egtM«sta 
nueva  a  oidos  de  la  autoridad  i  le  impusiese  temor.  Tai  me- 
dida tuvo  no  éxito  completo,  i  al  siguieote  dia,  cuando  el 
piquete  de  la  Serena  avistó  las  alturas  de  Ovalle,  después  de 
ana  marcha  Cnlígosa  i  en  medio  de  una  lluvia  desecha  que  se 
descolgó  desde  que  dejaron  la  portada  de  la  Serena,  el  go^* 
bernador  don  Francisco  Bascuüan  Guerrero  se  pouia  en  pre- 
cipitada marcha  hacia  el  sud,  dejando  formados  en  el  cuartel 
cerca  de  100  hombres  del  l>a tallón  cívico.  El  majrop  Yerdn-? 
go,  adelantándose  con  dos  hombres,  tomó  posesión  de  esta 
tropa,  mientras  que  el  comi^onado  recibía,  en  las  lonfas  que 
coronan  el  yaHe  en  cuyo  seno  está  situado  el  pueblo,  las 
comisiones  de  felicitación  que  le  salian  al  paso,  entre  las  que 
se  distinguiaupor  su  cordial  espíritu  los  ciudadanos  de  O  valle 
don  José  María  Pizarro,  don  Vicente  Larrain  i  tos  Jóviues 
Barrios,  ricos  hacendados  de  la  costa  del  departamento.  Ve- 
nían estos  últimos  escollados  por  una  compaflia  de  caballo* 
ría  de  milicia  que  habían  acuartelado  aquella  tarde  en  el 
pueblo  vecino  de  la  Chimba. 

Eran  las  oraciones  cuando  la  columna  revolucionaría  pe- 
netraba en  la  población,  engrosada  estraordinafiamente  por 
cerca  de  50  vecinos  que  habiaq  salido  a  su  encuentro  i  por 
ana  inmensa  muchedumbre  que  venia  a  pié  victoreaddo 
a  Goquitnbo  i  al  jeneral  Cruz.  Todo  el  pueblo  estaba  on  la 
ealle  i  se  dejaba  arrebatar,  delante  de  aquel  espectácuto 
nnevo  i  singular,  por  los  transportes  de  una  alegría  enlu- 
«asta  i  comunicativa  que  manluvo  toda  aquella  noche  la 
linda  villa  de  Ovalie  convertida  en  un  verdadero  campo  de 
fiesta. 

No  fué  preciso  tomar  ninguna  medida  de  violencia,  i  aque« 
Ha  noche  solo  se  procedió  al  nombramiento  de  gobernador, 
cargo  que  aceptó,  mediante  una  acta  levantada  por  loa  mas 


121  BISTOIUA  DE  LOS  DRZ  AfiOS 

respetables  vecinos  del  pueblo,  (1)  el  alcalde  de  primera 
eieccfoB  doQ  Víceole  Larraio,  hombre  popular  i  enérjíco,  que 
con  el  respetable  vecino  don  José  María  Pí2arro,  a  quien  ya 
hemos  nombrado,  dividía  el  presUjio  liberal  del  departamen^ 
te,  i  el  qué,  puesto  en  uso  por  ambos,  les  había  dado  el 
triunfo  legal  en  las  últimas  elecciones. 

Ei  comisionado  se  consagró,  por  su  parte,  esclusrvamente 
a  la  organización  de  la  fuenza  con  la  que^  atendiendo  a  sus 
instrucciones,  debía  marchar  sobre  Combarbalá  e  Illapel.  El 
gobernador  nombrado  leausilíaba  coa  eficacia,  pero  el  mayor 
Verdugo  cayó  desgraciadamente  enfermo  desde  la  primera 
jornada,  a  consecuencia  de  la  lluvia,  que  afectó  su  salud  un 
tanto  decrépita  ya  por  lo^  años.  La  compañía  de  este  vete- 
rano iba  a  ser  por  tanto  inútil  desde  aquel  día  en  la  división 
espedicionaria. 


VI. 


Constituido  VicttOa  en  el  cuartel  durante  todo  el  tiempo 
de  su  residencia  en  Ovalie,  había  organizado  por  la  larde  del 
día  siguiente  de  su  llegada  (9  de  setiembre}  una  división  de 
4  00  hombres,  de  los  que  30  eran  infantes  i  la  otra  mitad  jinetes 
de  lailicia.  Los  primeros  eran  voluntarios  del  batallón  cívico 
que  habían  salido  dos  pasos  al  frente  de  la  tropa  acuartelada 
a  la  voz  de  si  querían  o.  no  marchar  libremente  sobre  Com- 

(i)  Véase  esta  acta  en  el  documento  núm.  4.  En  cnanto  a 
todos  los  sucesos  de  esta  espedícion,  pueden  verse  los  partes 
oficiales  del  comisionado  Vicuña  Mackenna  publicados  en  la  Se- 
rena del  mes  de  setiembre  de  1851,  de  los  que  damos  ahora  a  luz 
bajo  el  mismo  núm.  4  unos  pocos,  sin  alterar  en  nada  su  acele*» 
rada  redacción  en  los  lances  de  la  mucha. 


DE   LA   ADHlNlSTRiCION  M6RTT.  125 

]»rbalá  e  lüapel ;  los  otros  habian  sido  elejidos  por  el  gober^ 
nador  Larrain  entre  los  escuadrones  del  valle  reunidos  a  toda 
prisa. 

Al  dia  siguiente,  40  de  setiembre^  los  aprestos  de  la  mar- 
cha estaban  concluidos.  Vicuña  habla  armado  i  mnnicioBado 
su  fuerza,  distribuyendo  los  únicos  doscientos  cincuenta  tiroé, 
fue  el  piquete  veterano  había  traido  en  sus  cartucheras  des- 
ie  la  Serena,  nombrado  oflciales  de  ella  entre  los  sárjente* 
que  se  ofrecían  a  marchar  i  distribuido  los  43  hombres  del 
Tungai  que  le  acompañaban,  como  clases  instructoras,  ba^* 
ciendo  ademas  a  la  fuerza  espedicionaria  un  suple  anticipa* 
do  i  vestfdola  cm  la  uniformidad  posible  (1 ). 

El  gobernador,  por  su  parte,  habia  desplegado  ana  actlvi*» 
dad  no  menos  eicaz,  reuniendo  caballadas  por  porralas,  co^ 
leetando  dinero  por  medio  de  contribuciones  forzosas  entrd 
loe  vecinos  i  los  opulentos  hacendados  del  ralle  i  reunieodo 
las  milicias  de  caballería^  numerosas  en  este  departamento, 
pero  inútiles  del  todo  a  falta  de-disciplina  i  de  armas,  no  me- 
nos que  por  la  calidad  de  los  soldados»  que  como  tenemot 
ya  dicho  al  hablar  de  las  milicias  del  deparlamento  de  la 
Serena,  son  del  todo  inadecuados  para  cualquier  servicio  ao-* 
lívo,  fuera  de  las  parroquias  en  que  habitan. 

A  las  cuatro  de  la  tarde  del  dia  10,  Vicufia  tenia  ya  listos 
iodos  los  elementos  de  movilidad  que  ie  eran  precisos  i  que 

(i)  Ocurrió  an  lance  curioso  a  este  respecto.  Habiendo  enviado 
un  ayadaote  a  pedir  al  gobernador  ana  cantidad  de  calzado  pala 
qoe  la  tropa  que  llevaba  pudiese  hacer  el  ser¥Íclo  de  infantería 
tijera^  el  oficial  portador  equiTocó  el  mensaje,  o  no  lo  comprendió 
elsol>ernador,  pues  el  calzado  qoe  recibió  fueron  cien  pares  de  s:a« 
pattlíoi  ie  gamusa,  con  la  contestación  de  que  era  el  calzado  ma§ 
Itjeroque  se  encontraba  en  la  villa,  lo  que  bien  se  conocía;  pues  a 
las  dos  horas  de  marcha,  los  soldados  mostraban  c  lijeramentc» 
los  dedos  de  los  pies  por  entre  la  frájil  zuela  de  las  zapatillas^ 


1116  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

el  goberoador  somioislraba  coa  maoo  liberal  i  oportuna.  A 
esa  hora  emprendió  su  marcha,  llevando  en  las  pistoleras  de 
su  silla  dos  paquetes  de  onzas  de  oro,  qne  hacían  una  suma 
dedos  mil  doscientos  cincuenta  i  cinco  pesos,  colectados  aque- 
lla maflana  por  el  gobernador  con  otras  somas  mas  considera- 
bles. Solo  el  propietario  déla  ramosa  hacienda  de  Limari,  don 
GaKsto  Guerrero,  había  erogado  mil  pesos  i  los  SS.Aristía  de 
la  hacienda  de  Sotaqui  enviaron  espontáneamente  al  nuevo 
gobierno  la  suma  de  mil  quinientos  pesos. 

Vlcutla  con  su  pequeña  división  marchó  a  acamparse  la 
Boche  de  aquel  dia  en  el  pueblo  de  la  Chimba,  situado  al 
otro  lado  del  rio  que  cruza  el  valle  i  dos  leguas  hacia  la 
cosía.  Acompafiáronle  hasta  el  vado  que  separa  las  dos  po- 
blaciones los  vecinos  principales  de  la  villa  cabecera,  adhe- 
ridos sinceramente  al  movimiento  revolucionario.  Venían  en 
esta  lucida  comitiva,  el  gobernador,  algunos  municipales,  el 
influyente  vecino  don  Rafael  Muñoz,  algunos  dé  los  jóvenes 
Valdivia,  acaudalados  propietarios  del  vaHe,  el  popular  don 
José.  Haría  Pizarro  i  algunos  comerciantes  i  jóvenes  entu- 
siastas del  pueblo. 

Apenas  se  habian  despedido  estos  vecinos  en  la  ribera 
norte  del  río,  cuando  en  la  orílla  opuesta  se  presentó  en  fila 
un  numeroso  escuadrón  de  caballería,  que  en  aquel  dia  i  el 
anleríor  habia  reunido  con  empeño  su  comandante  don  Mar- 
cos Barrios,  joven  patríela  i  rico  que,  como  sus  hermanos 
don  Valentín  i  don  Xuan  Bautista»  había  sido  comprometido 
én  la  revolución  no  menos  por  sus  principios  que  por  la  in- 
Ouencía  intima  de  don  Nicolás  Munizaga,  de  quien  eran  pa- 
rientes. Gran  parle  de  las  fuerzas  de  aquel  escuadrón  habían 
sido  colectadas  en  la  hacFenda  de  Frai  Jorje,  propiedad  de 
los  SS.  Barrios  i  en  las  aldeas  de  Pachíngo  i  Tongoy,  situa- 
das, en  el  litoral ;  mas  como  fueran  escusados  sus  servicios 


BE  U   ADMlNISm ACIÓN  HONTT.  127 

por  eolónces,  Vicuña  se  contenió  con  dar  las  gracias  a  aque- 
llos volontaríos  i  aceptó  solo  llevar  consigo  a  20  mozos  re^ 
sueltos  que  salieron  a  su  voz  de  las  fllas.  A  ía  cabeza  de 
estos  adelantóse  un  joven  de  simpa liqa  i  espresiva  fisonomía 
que  montaba  un  brioso  caballo  i  llevaba  a  la  cintura  un  sable 
brnflldo  i  sonoro.  Era  este,  el  sárjenlo  José  Silvestre  GAL(.a« 
aoiLLos,  de  inmortal  memoria  en  los  anales  del  heroísmo 
coqulmbano.  c 

Acampado  Vicuña  aquella  noche  en  las  casas  de  don  Mar-' 
eos  Barrios,  en  la  aldea  de  la  Chimba,  a  las  dos  de  la  ma- 
drugada siguiente  (11  de  setiembre)  emprendió  su  marcha 
hacia  Oombarbalá,  llegando  a  dormir  aquella  noche  al  punto 
denominado  el  Huilmo,  después  de  atravesar  los  dilatados 
llanos  de  Potnitaquí  i  la  áspera  cuesta  de  los  Hornos,  entro 
cuyos  guijarros  quedaron  esparcidas  muchas  de  tas  ptejiof 
lijeras  del  calzado  de  la  inralateria.  La  jornada  habia  sido 
recia,  poro  los  soldados  le  habian  hecho  complacer  marchando 
a  pié  no  menos  de  diez  leguas.  La  caballería  venia  a  las 
iomediatas  órdenes  del  joven  don  Juan  fiautíata  Barrios,  qaa 
habia  liecho  su  ayudante  al  oficial  Galleguillos/  a  quien  pro-» 
fesaba  un  gran  cariño  i  tenia  ocupado  de  ante  mano,  junto 
con  su  hermano,  en  calidad  de  administrador  de  alguno  de 
sas  fundos.  Vicuña  en  persona  se  habia  hecho  cargo  de  la 
¡nfanlería.  En  cuanto  a  Verdugo,  nos  parece  haberle  dejado 
enfermo  en  Ovalle,  porque  solo  volvimos  a  verie  una  semana 
mas  tarde  en  Illapel. 

Vicuña  debía  ocupar  a  Combarbalá  oü  la  tarde  del  día 
fl'guieate  i  para  evitar  embarazos  habia  hecho  adelantarse  des- 
de Ovalle,  al  dia  siguiente  de  su  llegada  (el  día  9)  al  joven  don 
Ignacio  Hackiury,  a  fin  de  poner  en  manos  del  gobernador 
de  aquel  departamento  don  Francisco  Campos  Guzroan  una 
carta,  en  que  tocando  intimas  simpatías  i  graves  empeños,  se 


if$  HISTORIA  M  LOS  DIEZ  AfiOB 

Ifirílaba  a  aquel  jefe  a  asociarse  a  la  revolución.  El  emisario 
tardó  empero  tres  dias  en  aquella  marcha,  que  debió  ser 
precipitada,  i  cuando  llegó  a  la  villa.  Campos  Guzman  ya  la 
babia.  abandonado»  después  de  inlenlar  un  simulacro  de  re- 
aistencta,  que  un  soldado  llamado  Isidro  Hidalgo  desvaneció 
dando  un  grito  eontajioso  de  Yif>a  Cruxl  en  el  cuartel  en  que 
el  gobwnador  les  arengaba  para  hacerse  fuerte  contra  los 
sublevados  de  Ovalle.  Aquella  misma  noche  llegarcm  al  cam- 
pamento del  Httilmo  otros  dos  emisarios,  que  veoian  de  la 
Serena  con  encargo  de  ¡aducir,  por  lo  menos  a  la  neutralidad, 
dioQM  una  abierta  adhesión,  al  gobernador  Campos.  Era  uno 
de  estos  su  propio  hijo  don  Ambrosio,  que  arrestado  en  la 
Serena,  había  obtenido  su  libertad  bajo  la  garantía  de  esta 
misioa  intima  i  de  honor.  Acampanábale  el  joven  don  Sanios 
Cavada,  pero  como  la  coBiision  de  ambos  fuese  ya  tardía, 
regresó  este  ala  Serena  aquella  noche  i  Campos  se  adelantó 
a  Combarbalá,  ofreciendo  hacerse  útil  a  Ja  espedicion,  lo  que 
tan  lejos  estuvo  de  cumplir,  que  a  la  llegada  de  la  última, 
tu  jefe  tuvo  a  bien  ordenarle  regresara  a  la  Serena  en  el 
término  de  dos  horas. 

VIL 

A  las  S  de  la  tarde  del  12  de  setiembre  entraba  la  fuerza 
de  Ovalle  en  la  desmantelada  villa  de  Combarbalá,  viejo 
asiento  de  minas,  plantado  entre  agrios  í  desnudos  farello- 
nes con  algunas  callejuelas  bajas  i  torcidas  i  una  plaza,  en 
la  que  crecían  tan  espesos  matorrales  de  quísoos  i  de  quilos, 
tomo  bajo  la  sombra  de  un  bosque  salvaje.  Los  callejones 
que  ádü  aoceso  al  pueblo  estaban  solitarios,  la  plaza  de- 
sierta, los  casorios  cerrados.  Muchos  habitantes  se  habían 


pe  LA  iMimsffticion  momtt.  129 

dado  a  Ja  faga  i  .otros  se  ^aedabaii  de  mala  gana,  (kh^w 
M  podía  dudarse  qoé  Caaipos  era  ana  autoridad  popular  a» 
el  departamooto,  en  el  que  vivía  oooio  un  eioir  oriental,  m 
kacieodo  ofeneas  ni  dalloe  i  recibiendo  eq  eamlÑo  fáciles  pla- 
ceres. El  único  habitante  de  alguna  nota  que  salló  al  oBcuealre 
de  los  invasores,  ftié  el  soldado  Isidro  Hidalgo,  cuya  patriótioe 
insubordinación  hemos  referido  i  del  que  se  ms  di|o  por 
unos,  hiciera  aquella  proeza  eslaiido  ebrio,,  i  per  otros,  que  bit 
an  acto  de  entusiasmo  que  el  goberoador  quieo  oasUgar  er-» 
donando  se  le  hiciese  luego.  La  tropa  hafaia  desobedecido,  i 
asegurábase  que  osla  había  aido  la  causa  de  la  preoípiUide 
fuga  del  vIHmo.  Sea  como  quiera,  cuando  fiidalgo  se  presenté 
a  la  entrada  del  pueblo,  ^  jefe  4le  la  dirision.se  desmontó 
del  cabaHe,  i  echando  sus  brazos  ai  mietto  de  aquel  héroe 
improvisado,  proclamóle  deleote  de  la  trepaalfaraz  déla 
jeote  qae  sereelutara  en  Gombarbalá,  ietoelaiide  dar  m, 
mas  que  una  recompensa  individual,  un  esUmulo  a  ios  bal 
bitaates  del  pueblo.  Pero  latióle  este  propósito  ian^  eoeipie-* 
lamente  qde  el  soldado  alférez  rechazó  et  beuer  i  ae  cenleoió 
con  pedir  con  vehementes  instancias  que  se  le  diera  un 
certiGcado  por  escrito  de  haber  $ida  fuilado,  lo  que  se.  le 
otorgó  sin  dificultad.  SI  pveblo  de  Gombarbalá  estuvo,  por 
so  parte,  en  presencia  déla  revotucient  a  )a  altura  del  alf^rmí 
Bidalffof 

Cerca  de  18  horas  fkreren  precisas  a  Viculta  pera  dejar 
lefemente  organizado  aquel  departasMato,  Insígníflcanle  en 
cualquier  sentido  f  nulo  del  todo  bajo  un  puato  de  vista  mi-* 
Atar,  pero  qué  fiabía  manifestado  um  hostü  apatía  coeira  et 
movimiento  revolucionario.  Consiguió  nombrar  gobernador 
al  atoeMe  don  Fedre  AranetMe  ( hambre  Ubie  pero  honra- 
do, que  reunía  a  su  titulo  consefN  todos  los  otros  emplees 
do  villa  como  juez  de  1/  instancia  i  administrador  de  co- 

17 


130  HISTORIA  DE  LOS  DJEZ  aKqS 

rreo»)(J)  i  toma  halante  afadmíiiistrador  del  estanco,  siíjeto 
de  uoa  presencia  beKcosa,  que  oslenlaba  su  frente  partida 
ettdorimtade^.por  un  golpe  de  máchate,  que  él  decía  había 
recibido  en  soa  comlMles  contra  los  contrabandistas,  punta 
en  el  qse  insistió  porfiadamente  al  rendir  su  cuenta.  Es- 
ta, sin  embargo,  i  a  pesar  de  tant^  bravura,  dejó  solo  un 
saldo  liquido  de  catorce  pesos\  único  recurso  pecuniario  con- 
aegirido  en  el  departamento.  Juntáropse  también  algunos 
caballos,  se  levantó  bandera  de  enganche  i  solo  alcanzaron 
a  reclutarse- 19  botnbres;  se  descubrió  después  de  prolijas 
aTerigaacfpnes  i  terminantes  amenazas  e)  paradero  de  100 
feaitos  que. el  gobernador,  al  fugarlo,  habia  dejado  ocultos,  i 
por  último^  para  hacer  uúa  off anda  al  pueblo,  se  sacrificó 
M  el  medio  de  Fa. plaza,  a  la  manera  antigua,  una  gorda 
támara  que  le  pagó  por  su  justo  precio  i  cuya  carne  se  re- 
partió a  lodos  los  pobres  que  quisieron  racionarse.  El  degüello 
do  la  ternera  fué  acaso  el  acto  mas  importante  i  mas  paular 
ejecutado  por  h  división  de  X)valle,  en  la  villa  cabecera  del 
departamento  daCombarbaiá.... 

La  demora  de- Vicufia  tenia,  sin  embargo,  un  objeto  mas 
hnportante,^  el  tomar  Janguas  de  lo  que  acontecía  en  el  de-^ 
partamento  vecíne  de  lllapeit  cuya  ocupación  era  el  objeto 
mas  interesante  de  su  miapcha^  i  recibir  al  misnK)  tiempo 
autillo  de  municiones,  que  habia  pedido  desde  Ovalle  a  la 
Serena  para  el  caso  que  se  le  opusiera  resisteucía.  Estos  dos 
objetos  se  allaniaroneA  la  maflana  del  14.  Se  recibió  tem^ 
prano  2000  tiros  a  bala  i  1000  pesos  en  diaero,  enviados  por  la 
intendencia;  íjuntoconlas  nuevas  que  los  espías  nos  Iraiande 

(1)  La  apatía  de  este  vealno  ,hi2o  que  el  coronel  Arieaga  a  su 
Ikgacla  a  Gembarbalá  lo  reemplazara  por  el  joven  don  Ignacio 
llackkry. 


DE    LA  ADMIMSTRACIOK  MOKTT.  1^1 

estar,  espedilo  el  camino  hasta  lUapel,  llegó  de  U  Serena 
«lia  eomisíoB  encargada  de  arreglar  paoUicamente  el  some- 
liiDíeiito  de  aqael  departameoio,  cumpuesta  de  doi|  Pabli|. 
Argaodofla  i  el  agrimensor  don  José  Var#ia,  quien  de|>ia 
desposarse  en  breves  ilias  con  la  hija  del  gobernador  eiús^ 
tente,  don  Joan  Rafael  Silva, . 

La  comisitB  llegaba  tarde,  sin  en^bargo».  porque  Silva, 
alarmado  por  las  nuevas  que  sucesivaffiente  le  habían  traí- 
do Bascuflao  i  Gaaipos  i  temeroso,  por  otra  parte,  de  ser 
oojido  por  las  misBias  faerzas  que  reunían  i  que  se  pronnn- 
ciaban  abiertamente  por  la  revolución  (1],  emprendíq  su  Xaga 
a  Petorca  el  dia  i2  sin  haber  tenido  tiempo  al  montar  a 
caballo,  sino  para  ponerse  las  espuelas  i  ocultar  los  tornillos, 
pedreroe  de  los  fusiles^  precancion  universal  de  todas  las  auto- 
ridades de  aquel  tiempo,  que  creiaii  reducir  los  pueblos  a  la 
impotencia  sin  mas  quo  quitar  un  resorte  a  los  fusiles. 

vra. 

En  la  madrugada  del  16  dé  setiembre,  de'spues  de  una 
marcha  forzada  de  un  dia  i  una  noche,  la  pequefia  espedi- 
cien  estUTO  en  el  pintoresco  i  agraciado  pueblo  de  Hlapet,  ^ 
situado  como  el  de  Ovalle,  en  el  fondo  del  angosto  rio  que 
le  riega,  recibiendo  de  sus  entusiasmados  habitantes  la  ova- 
ción de  UD  verdadero  triunfo. 

El  regocijo  del  pueblo  hacia  un  singular  contraste  con  la 
indiferencia  de  nuestro  recibimiento  en  Combarbalá,  i  el  te- 

(1)  «Bsie  dia  (13  de  setiembre)  dice  el  gobernador  Silva  ea 
oficio  «1  Mioiaro  del  ipterior,  fechado  en  Petorca  el  18  de  se- 
tieaibre»  di  soltura  a  |a  tropa  por  la  poca  conQaaza  que  me  ins-*, 
piraba».— ^ilrcAivo  del  Uiniiterio  del  Interior)* 


1321  HfSTORf  A  DE  IOS  BIEZ  AÜeS 

rror  qvte  habifl  sobrec^jklo  los  ániflios  de  les  eamposinos  a  \o 
iarge  de  la  desamparaba  rula  qoe  habíamos  kecbo  desde 
OvaHe,  pues  los  goberiraderesftijUivos  íes  hMM  pialado  en 
so  trádsifo  'cómeiina  horda  deferajMoe  qie  yeiiíames  pomea^ 
do  adegaeflo  las  virfenes  i  le»  affies,  {  entregaado  a  saetlos 
ranchos  de  los  pobres  sin  perdonar  siquiera  «loe  dedales»  (1). 
•  Ef  entttsíasmo  de  Fa  mochedliBikro  desbordaba  coii  mas 
eialládon  qneen  nirestra  entfada  a  O^Ne,  porqve  sabedores 
los  habitairtes  de  asestra  apreififiacioD,  desde  ki  tarde  an- 
terior en  qne  habiamo»  eslade^  at^ntpado»  a  dos  le^fnas  del 
poeMo/  tavieron  tiempo  de  prepararse  para  aquella  tmirt- 
tüosa  acojida.  La  banda  de  mftsica  del  baíallo&cWíco.quo 
tenia  una  maestría  notable,  babfa  temado  sos  iostruniefitoe 
I  ejecutaba  desde  hr  madmg^ada  himnos  entusiastas  a^  pié  de 
la  colina,  desd^fa  que  desciende  el  camino  a  laa  pintorescas 
alamedas  de  la  rílla ;  el  puebfo  se  agrupaba  en  la  senda  en  una 
masa  tan  coo^pacta  que  era  casi  imposible  abrirse  paso  ;  las 

(1)  Estas  palabras  son  testaales  i  nos  las  repitieron  machas 
"Veces  las  ¡tifeiices  mujeres  de  algunos  ranchos  que,  habiendo  fu- 
gados 8M  maiidosr  ¡  hasU  los  pipos,  salían  temblando  a  recíbk* 
nos.  Tales  calumnias  que  solo  el  pánico  disculpa,  produjeron  un 
accidente  desgraciado,  que  pnaeba  el  terror  que  se  habhr  (fifiméido 
por  las  autaeiéades  &ij«liiaf«  «Diré  los  habélantus  de  bs  ca«ip»- 
ñas.  En  niieiUas  marchas  nociucaas»  a  fio  da  evitar  el  estra^tÍQ 
de  los  soldado»  por  aquellos  Iqgares  quebrados  i  fragosos»  tenía- 
m'os  la  precaución  de  hacer  sonar  cada  pocos  minatos  a  Vangmr- 
día  de  la  columna  an  agudo  clarín,  ak  qaa  eoetesSaba  «m  tMornt-» 
p^a  400  T^ua»  a  raUfgMcdia»  cuyo  inflmix^nlQ»  al  resonaren 
¡as  qu^brada^i  tenía  oi|  eco  particular,  lúgubre  í  roejancolíco. 
Sucedió  piles  que  ana  pobre  majer  que  sofría  una  enfermedad 
del  corazón»  avivada  ahora  por  la  ansiedad  de  los  rumores  que 
circulaban,  sínfró  inacceso  laa  Tiolento  al  oir  eift  h  omMi  lio* 
che  aqoeHos' ecos  inusitados  f  fantástíees,  pareeidossegmilaespre» 
sión  de  tos  seídados,  al  tojua  de( /tf tefe,  qa^la  ioftMacayé  mnerta 
depuro  temor  i  sorpresa* 


DB  u  áMiiiHflrMUCiOM  iiMrrT.  436 

conpftMt  de  iaoialris  iMonabaa  cw  una  diitt«iia.ak0via ; 
«aiáaaa  atalas  laa  grilla  da  Ywa  Orwtí^Viwún  ¡m  Caqwkmtth 
mml  coa  f  oa  las  grupas  da  paeUo  atroBabaa  al  aiea,  liar- 
liattdo  Jas  aiaoos,  mitetras  ipia  las  graciaaas  iUq^iaas;  de 
^booaa  i  ^laucada  fama,  ?eal¡das  oon  a«  ahandana  matiaal^ 
d^abao  eaar  aobro  la  tropa  desde  las  bakoMS  i  Jas  wata*^ 
oaa  BM  Ua?ia  da  fbmsi  de  auradasalbagadoras  da  eaaleikta 
i  faliciUciaa.  Era  lal  la  prosioa  dal  pwbJa  sobra  Ite  aoldadeb 
qaa  ftiétias  preciso  oaaquislaraos  el  [Miso  ood  ob  aspadleíate 
arijiaaL  Saifvá  da  mispiststeras  toda  Ja  maieda  saooiHt  fM 
llegaba  ea  asa  bolsa  i  aatregaéia  al  capjtea  don  Eurkitfa 
CkNTfluz  fae  venia  a  m\  lado,  eocargáadole  fue  la  «rrojana 
aa  petados  a  la  dialaada.  SI  raaaliado  fué  aranvíHaso,  I 
aabre  afaeUoa  gnqias  f iia«el  eoiB^aamo  oosipnaaia  i  laa  bkk 
■adaa  deaparransabaa,  aalramos  a  k  plaaa  oetpaado  aii  ai 
aela  elooarlal  de  la  vIDa,  sUnado  m  el  aoalado  a«d  de  afWfr 
Ha,  i  en  eoya  sala  de  mafaria  aa  a«caalraba  taaibíaii  aulas 
la  afieín  del  «ahíaroo  departaoMtai.. 


IX, 


Rotardaraoaa  reaairse  en  la  sala  dai  despaoho  nlgtiaa 
de  lea  principales  didadaaos  de  la  ▼•Har  eatre  los  q«e  laiüaÉ 
la  preaMoencia,  aparte  de  aigmos  tisrfdea  i  otros  aslaparias^ 
loe  respetables  saaorea  Vadorraga,  Monles,  Salar  I  atuoá  an** 
Ugaoa  Idiatingaldos  liberales  del  departaaieoto,  que  érenlos 
verdaderos  palridas  de  la  población,  a  la  p^r  oon  la  nnmerosa 
Csnilia  Gálica  compromeüda  ob  el  bando  coatrario,  i  que  a  ta 
sombra  del  poder  i  mediante  an  ínflajo  personal  oimeatadeea 
los  aegecioa^  goeaba  de  oo  esteafso  presUjio  en  toda  ta  eo^ 
Marca  i  priocipalaMite  en  sos  campanas. 


431  HISTORIA  Die  LOS  MKZ  AfiOS 

Kiifoso  OHOstion  prétfa  en  aquella  reuniM  improbada  el 
Bombramienfotlegobernaden  medida  qae  arjia  para  atender 
a  todas  las  provrdenctias  que  la  sitaaeioa  hacia  indispoBsables, 
Vícüfla  babia  ofrecido  este  puesto  desde  Combarbalá  a  caaU 
quiera  de  los  miembros  de  las  faiailias  liberales' ya  mencio-- 
nada»,  i  los  comísieDados  Várela  í  Argandofla,  que  teuiao  las 
aofieteates  fac^ultades,  reiteraron  esta  vez  aquella  promesa. 
¥eró  nadie  de  los  presentes  se  atrevía  a  aceplarlai  La  cosa 
pttbiica  es  mui  obica  en  los  dopartameotos  en  que  todo  ve-* 
jeta  bajo  el  manto  de  plomó  de  una  centralizaeien  agoviado^ 
ra,-^Lós  espiríius  tardan  en  tomar  vuelo.-^El  temor  sé 
«ntdaen  los  nnobnes  del  bogar  i  en  les  pliegues  del  pecho. 
-r-La  idea  ^evohle¡onaria^que  palpita  en  un  hombre  necesita 
armarse  de  acere  para  entrar  en  lid  abierta,  mas  con  la  ti*^ 
taiidez  de  loa  que  le  rodean  que  con  los  amagos  de  las  fiiei^zae 
estertores  qae  vienen^a  combatirla;  I  es  preciso,  por  eeto^ 
para  que  la  aceien  sea  #nioa,  que  la  responsabilidad  también 
lo  sea.  Vicufla  se  esforzó  en  vano  en  persuadirá  algunos  do 
aquellos  jóvenes  a  aceptar  un  puesto,  que  s{  so  le  dejaba 
sobre  los  hombros  iba  a  embarazarle  graven^ente  para  el  de- 
sempeflo  de  su  comisión  militar.' — Pero  no  hubo  camino,  no 
hubo  persuacion  posible,  i  fué  forzoso  que  un  joven  des- 
eaMaido  én  er  ilépár lamento,  a  la  voz  ignorante  de  kxio 
fe  que  la  rodeaba  i  preocupado  ooBStantemen  le  de  todos  Ins 
dattdlea  que  una  fuerza  mUilar  en  campana  ezij0«  acopiara 
aquella  eomisí^  que  ceoiplteaba'  sus  deberes. 

Jefe  da  la  fuerza,  tem'ai  ea  afecto,  que  Cjstar  lodo  el  dia 
en-  el  cuartel,  al  qué  el  asociado  Verdujo,  alojado  en  la  ca«a 
de  un  «conocido»,  no  prestaba atenoíon  alguna,  a  causa  do 
au enfermedad  reumática.  Gobeinador  del  departameato,  le 
era  preqiso  entender  en  todos  los  cambios  i  revolturas  de  ios 
subdelegados,  cq  la  rouiiioft  de  laa  mjiicias>  ci^  I09  asmilod 


M  LA   MMIflBnunOH  «•fCR.  I3S 

lie  h  tNoieipalidad,  del  oroato,  de  la  policía,  de  4a  cárcel, 
ea  tos  enpeOos,  ea  la  cnríosidad,  en  las  eonlribacioiies  feívr- 
«das,  pasaporles,  guardias  de  les  camíiios,  porralas  deca^ 
Míos»  reclutas  de  engaacbe  i  todo  lo  que  la  autoridad  local 
kabrta  hecho.  Jefe  de  una  vaaguardia  revoUicionaría,  ienia« 
por  otra  parte,  que  BMtateuer  noche  i  dia  una  activa  cornespon* 
dencia  entre  lee  dos  provincias  de  Aconcagua  i  Coqaíoibe, 
ea  coya  raya  divisoria  oslaba  i  a  cayos  pjaaes  i  4;ombiaa- 
cienes  4eoía  que  servir  de  un  activo  i  vijílaiile  íolermedia- 
rio.  Bebia  agregarse  a  esto  que  nadie  aceptó  tampoco  el  nom<* 
iN-anieaio  de  jefe  del  batallón  cívico,  cuyo  cargo  fué  también 
a  caer  en  aquella  espepie  de  Dictador  departamental,  hecho 
leí  per  la  apatía  diel  vecindario  libera l«  que  tan  fuerle  con- 
traste hacía  coa  el  entusiasflio  casi  delirante  dej  pueblo.  Pro- 
clamóse por  bando  esa  misma inaüana  aqoeiJa  dictadura  que 
gastaba  al  pueblo  i  que  el  jévea  gobernador  asumió  con 
iMbal  franqueza,  haciendo  presente  a  todos  los  vecinos  con^ 
voeados  que  su  aceptación  de  aquel  puesto  estaba  cifrada  en 
un  peder  tan  absoluto  como  era  absoluta  la  responsabilidad 
personal  anexa  al  cargo. 

Teñamos  en  eonsecaencía,  ea  el  curse  del  dia  {16  de  ^« 
tfejalire)^  las  mas  aeUvas  medidas  de  organización ;  se  desli-r 
tayereu  los  subdelegados  hostiles,  principalmente  el  de  Ghea-» 
pa,  cuyo  distrito  se  eonfió  a  an  joven  capaz  i  deeidído,  don 
iosé  Higael  Larrain;  se  citó  al  pueblo  ios  caatro  escuadró- 
les de  milicia  del  departamento;  se  acuarteló  el  batalloa 
cívico  i  se  le  cHó  una  buena  paga  a  cuenta  de  sus  sueldos, 
quedando  desde  aquel  momeate  ea  sorvicio  activo;  se  co^ 
neoíó  la  remo&ta  de  las  armas,  cuyas  piezas  se  hizo  en- 
tregar a  los  eneargadoe  de  ^seonderias;  se  despachó  es- 
presos a  todos  les  pantos  en  que  eonveníia  hacer  saber  la 
ecapacioo  de  Illapel,  cemisioaándose  al  jóvea  dop  Depelrio 


136  BVTOiiu  M  LOS  ma  aüoí 

Figiieroa  (uoo  de  ios  condenados  por  el  iioUn  (jte  San  Felipa, 
que  se  nos  habia  reunido  en  Gombarinlá  donde  estaba  eonfir 
nado)  para  que  Uevara  a  don  Ramón  Gapcia,  retenido  en- 
tonces en  Petorca,  los  planes  de  la  revolncíon^  acordados 
según  antiguos  eompromisos  qne  Carrera  al  fugarse  de  la 
prisión  habia  establecido  con  aquel  vecino  al  lamente  popular 
en  la  proTiacia  de  Aconcagua ;  se  recojió  las  pocas  armas 
que  habia  en  el  pneblo  i  se  reunió  toda  la  pólvora  que  existia 
i  que  no  pasaba  de  unas  pocas  libras ;  se  compró  todos  les 
brises  que  se  encontraron  en  el  comercio  para  hacer  una 
muda  de  ropa  a  la  división,  cuyos  trajes  se  habian  destrozado 
en  la  marcha»  i  de  cnanto  cartón  se  pudo  reunir,  se  trabajó 
una  partida  de  cien  gorras,  aforradas  en  paflo  azul  eco  fran* 
jas  amarillas,  que  tenían  la  forma  de  los  antiguos  cascos 
griegos,  i  cuya  vistosa  apariencia  pedia  indemnizar  a  los  sol- 
dados de  las  rasmiliaduras  i  callos  que  las  célebres  zapati-- 
lias  lijerus  les  habian  causado  en  las  jornadas;  se  envió  iyen- 
tes  seguros  a  vijilar  los  pasos  del  ex-gobernador  Silva  que 
se  habia  retirado  coa  sus  numerosos  cori^elíjionaríojs  de  la 
familia  de  Gálica,  a  la  hacienda  vecina  del  Tambo;  se  man- 
dó inlerooptar  todos  los  cbmiAos  oon  partidas  de  oaballeria, 
eaipleando  en  este  servicio  toda  la  tropa  de  esta  ariua  que 
habia  venido  de  Ovalle,  i  por  úlUmo,  aproveobiindome  de  uua 
tímida  lasinuacioa  de  los  veomos,  que  me  indicaban  las  ha-* 
ciendas  de  que  pudiéramos  surtirnos  da  caballadas,  despaché 
eu  el  acto  una  parlida  a  la  hacienda  de  un  mspetabie  i  acau- 
dalado pariente,  el  seior  don  Pedno  Felipe  Idjguez,  a  fin  de 
arrasar  sus  fundos  de  Guau  telenque  de  euanlo  caballo  en 
estado  de  servicio  pudiera  reoojerse,  meslrando  a  mis  irre- 
solutos consejeros  una  orden  por  escrílo  que  entrególe  en  su 
presencia  al  oficial  que  mandada  la  partida,  a  fin  de  que  se^ 
eondojera  presos  a  los  adminittradores  de  lashaoiendas,  caso 


Bf  LA  AMUKMTftAaOIf  MOKTT*  437 

de  opener  la  atenor  resistencia.  Aquel  aelo  de  enerjia  do** 


méslieef  qoe  pedría  Haaiarse  heroica  en  nuestra  tierra,  me 
díó  un  decisivo  presUjio  entre  los  hombres  Taoilanles  del 
paeblo.  La  Bicladura  comenzaba  por  casa! 

I  asegurada  ya  de  esta  suerte  su  misión  revolucionaria, 
invadida  toda  4a  provincia  de  Coquimbo  en  una  jornada  que 
liabia  durado  apenas  ocho  días,,  el  joven  comisario,  que  no  se 
liabia  sacado  las  botas  desde  su  partida  de  la  Serena  i  que 
había  pasado  todos  sus  insomnios  en  el  lomo  del  caballo, 
foese  a  dormir  blandamente  sobre  dos  pellones  que  le  deparó 
la  suerte  en  un  rincón  de  la  mayoría,  i  púsose  justamente  a 
soflar  con  aquella  hospitalidad  dictatorial  que  no  tenia  sába* 
aas  ni  almohadas  i  de  cuyo  dulce  reposo  sacóle  a  la  madru- 
gada del  siguiente  dia  un  brusco  sacudón  que  le  daba  un 
vijilante  del  pueblo,  para  decirle  cortezmente:  Levántese 
mida  que  ya  elcahalk  etíá  ensillado  I  Era  aquel  mathali 
oomedido  asistente  el  lejitimo  dueíio  de  los  pellones  del  go- 
bernador?—N(^  lo  sé ;  pero  si  puedo  asegurar  que  durante 
leis  u  ocho  días  no  tuve  mas  cama  que  estos  pellejos  en  el 
soele  de  lllapel,  hasta  que  la  sefiora  del  gobernador  cesante 
me  envió  con  fina  galantería  una  cama«  cuyos  recortes  i 
bordados  me  parecieron  de  un  lujo  digno  verdaderamente 
de  ttB  Dictador  IllapeHno. 

X.  (1) 

Pero  no  por  esla  especie  de  abandono  doméstico  en  que 

(I)  El  itteidcnte  que  vamos  a  relcrtr  solo  tic tie  el  ínteres  de  lo* 
calidad,  de  ocasión  í  de  carácter  que  en  él  aparece  i  lo  que  lo  hace 
por  Unto  casi  eslraño  a  la  unidad  de  esta  relación.  Puede  saltarlo 
el  qoe  lo  desee,  dando  por  concluido  en  este  párrafo  ei  presente 
espítalo. 

18 


138  «mORU  M  ÍM  Diti  AfiOS 

«e  encontraba,  easi  a  m  sabor  el  gobeniador  adveBedizo; 
dejabas  los  patricios  delllapel  de  (ribalarle  los  honores  pú* 
feficMdeeu  paeslo.-^Mui  tí  contrarío.-^A  la  mañana  signíente 
de  «u  llegada,  víspera  del  dieziocho  do  seliéoibre,  acercóse 
ai  despacho  de  gobierno  una  comisión  del  Cabildo  para  ob- 
tener de  su  SéAoria,  su  previo  beneplácito,  a  fin  de  celebrar 
el  aniversario  de  la  patria  con  una  función  notable,  que  debía 
empezar  con  an  solemne  Te  Deum  eñ  la  matriz  i  concluir  a  la 
noche  por  una  quema  jeneral  de  todos  los  fuegos  artificiales 
que  los  amigos,  fujitivos  ahora,  del  candidato  Montt  hablan  he- 
cho aprontar  con  inusitada  pompa  para  celebrar  su  instalación 
en  la  silla.-^No  hubo  impedimento  para  tan  justo  reclamo. — 
Se  ofició  al  cura,  i  este  en  el  act6  contestó  con  esa  pulida 
cortesía  que  parece  dejar  sobre  el  papel  la  blanda  impresión 
de  la  sotana,  en  la  siguiente  esquela.  nCasa  parroquial — 
llldpd^  setiembre  M  de  1851.— El  que  suscribe  contesta  la 
Bota  de  ü.  S.  de  esta  fecha,  que  concerniente  a  lo  que  le 
habla  sobre  solemnizar  coa  una  misa  de  gracia  el  diagrande 
de  nuestra  independencia,  siente  con  U.  S.  igual  inspiración 
i  no  encuentra  óbice  a  su  verificativo,  i  como  a  U.  S.  le  sea 
mas  grato  se  pondrá  en  obra.  Dios  guarde  a  \¡.  S. — Jo$é  Tth 
mas  üñian  » . 

La  ceremonia  iba  a  ser  espléndida  I  del  «agrado  del  ge^ 
bernador» ;  pero  he  aquí  que  un  conflicto  casi  invencible  puso 
la  fiesta  a  dos  dedos  de  desvanecerse,  o  por  lo  menos  de 
quedar  mutilada.— Este  conflicto  era  nada  menos  que  «la 
faphay  del  gobernador  que  aquel  dia  iba  a  inaugurarse,  I 
de  que  modo?  Con  el  ayuntamiento  en  traje  de  ceremonia, 
en  la  iglesia  matriz,  llevando  por  escolta  un  batallen  que 
debía  rendirle  honores  supremos  disparando  tres  descargas 
en  La  plaza  pública,  i  con  un  excelso  Te  Deum  i  misa  do 
gracia,  todo  miniatura,  en  fin,  de  la  gran  ceremonia  qiio 


BI  LA  ANINISmiCIOR  «OlITT.  139 

eo  aquel  loismo  dia  i  eo  aquella  hora  precisa  iba  teníeodo 
Jugar  en  el  lomplo  de  Saoiiago  al  llegar  la  bori9i  solemne  del 
Iraspaso  de  la  banda.... 

Era  pues  el  ca^o  que  el  goberuadoír  babia  salido  de  la  Se- 
rena sin  tener  mas  tiempo  que  para  echarse  encima  de  los 
hombros  ua  levUa  de  mezcülia  color  tierra,  la  que  con  la 
4;aiDpaOa  90  leoia  ya  con  ella  el  solo  parenlezco  del  color ; 
i  preocupado  después  de  mil  cosas«  no  b^bja  cuidado  mas 
de  sus  arreos  iQilitares  que  lo  quí3  s.us  sübdilos  de  lllapel 

I  habian  cuidado  de  la  caqxa  de  su  gobernador.  Se  encontraba 

pues  00  90  embarco  grande  e  inesperado.  Coo^o  asislir  sin 
casaca  a  la  mjsa  cantada?  Qué  diría  el  cura,  qué  diría  el 
/cabildo^  qAlé  díri9  U  posteridad  de  Jllapel?  j?ero  cpmo^  ^dk 
jolra  parte«  improvisarse  un  uniforma  de  parada  en  unas  poca^ 
ioras?  Materia  fuié  esta  de  las  mas  profundas  cavilaciones 
que  la  conquista  de  lllapel  babia  traído  a  la  urente  del  gor 
bernador«  i  jqo  debieron  s^r  méjDos  adiadas  l^s  üazas  quo 
se  dip  el  ioj^oioso  Hidalgo  cuando  surcia  sus  medias  para 
presentarse  en  U  corle  de  I9  duquesa  que  regaló  a  su  escu-r 
dero  el  gobierno  de  la  iosula  Barataría.  Sacó  pues  a  luz  todo 

I  su  guarda  ropa,  llamó  .9  uq  sastre  llajuiado  Saavedra,  que 

era  el  mas  de  m(MJIa  oq  el  pueblo,  i  bajo  precepto  de  obe?» 
diencía  a  la  autoridad  doparlamental,  le  ordenó  que  le  im-** 
previsora  un  uniforme  para  la  mafianasiig^íenle,  entregándole 
por  inventario  todas  las  piezas  de  s)i  atavio  militar,  esto  es, 
unos  pantalones  grane  que  le  había  obsequiado  el  capitán 
de  caballería  don  José  Mj^ría  P^zarro  en  Ovalle»  un  pnte^ 
lot  de  invierno  qne  le  cedió  en  CoiQbarbalá  el  seAor  dou 
francisco  Gómez,  ;anlíguo  amigo  de  su  familia,  qn  s.ombrero 
de  tres  picos  enviado  a  vender  por  un  oficial  del  batallón 
cívico  que  de  motu  propio  se  consideraba  dado  de  baja,  i 
Dirás  pe^Hofias  p.rejs^eas^ue  pudieron  bab^e  a  U  mano^coiQo 


Ud  BISTCmU    M  LOS   IMBZ    ifiOf 

eorbalifl,  guantes  i  un  ctnlo  nueVo  de  charel  para  la  espada. 
Pero  a  todo  esto  faltaba  la  casaca,  la  iosignia  suprema  de 
la  ceremonia  i  del  poder,  que  en  cnanto  a  la  banda  de  go- 
bierno, podia  dispensarse,  no  asi  el  ir  al  Te  Deum  en  rnaa- 
gas  de  camisa.... 

£1  plazo  era  angustioso  i  el  buen  Saatedra,  que  entraba  ^ 
salia  del  cuartel,  no  atinaba  a  encontrar  aquella  imposible 
casaca,  sin  la  que  el  Diez  i  ocho  en  Illapel  iba  a  volverse 
una  agua  desabrida.  Al  fin,  se  acercó  un  vecino  sabedor  de 
aquellas  cuitas,  i  como  quien  fuera  a  contar  el  secreto  de 
una  conjuración,  llamó  al  gobernador  a  un  lado  i  dijole  ai 
oido  que  el  capitán  don  N.  (no  se  recuerda  el  nombre  de  este 
acreedor)  era  mas  o  menos  de  la  estatura  de  su  sefioría  i 
debia  tener  una  casaca  flamante  para  estrenar  aquel  aniver- 
sario.— «Mandamiento  de  embargo»!  dijo  la  autoridad  rebel- 
de en  el  momento,  i  el  cabo  de  guardia,  comisionado  a  guisa 
de  alguacil,  fué  a  pedir  a  la  madre  o  esposa  del  bizarro 
oficial  la  anhelada  prenda  que  en  el  acto  fué  entregada;  Saa- 
vedra  debia  pasar  en  vela  toda  aquella  noche  con  dos  o  tres 
oficiales. 

Eran  las  diez  de  la  mafiana  del  18  de  setiembre,  dia  clare 
de  sol  como  parece  de  ordenanza  en  toda  la  República,  cuan- 
do los  alcaldes,  rejidores,  el  secretario  i  tesorero,  procurador 
de  la  municipalidad  etc.  etc.  entraban  al  despacho  del  go- 
bernador i  le  presentaban  sus  manos  ceñidas  de  blanquísimos 
guantes,  haciéndole  una  corles  reverencia. — El  batallón  ci-* 
vico  vestido  de  gran  uniforme,  estaba  formado  en  el  patio  del 
cuartel  con  la  bandera  desplegada,  mientras  las  campanas 
de  la  vecina  Matriz  repicaban  hasta  trizar  la  torre,  que  no 
tardó,  en  efecto,  en  venir  abajo,  poco  mas  tarde.  El  rejidor 
decano  Invitó  al  gobernador  a  dirijirse  al  templo,  porque  ya 
se  veía  en  la  puerta  al  solicito  párroco  rodeado  de  sus  acó- 


M  li  APKUntTiUCKni  MONTT.  141 

Ktos.  EoYuelto  en  bu  giupo  de  aquellos  cortecee  caballeros 
i  segvído  del  balalloD  cifiee,  que  marchaba,  música  a  la  ca«* 
baza,  rirriendo  de  escolla  de  honor,  atravesamos  la  plaza  i 
llegamQs  al  umbral  de  la  Matriz.  Aquí,ei  cura,  adelanlásdoaa 
uoos  cuantos  pasos,  se  inclinó  líjeramente  i  tomando  de 
ana  caldera  de  plata,  que  llevaba  un  monacillo,  un  gran 
hisopo  empapado  de  agua  bendita,  páselo  en  las  manos 
del  imberbe  gobernador.  Ignorante  de  los  usos  eclesiásticos 
i  sin  el  auxilio  de  un  maestro  de  ceremoniasi  iba  su  sefloria 
a  descargar  sobre  el  rostro  del  buen  sacerdote  un  roció 
bendito,  cuando  este,  como  conteniéndole  el  brqzo,  le  dijo 
con  zgTUdo:  Dignese  U'S.  bendecir  el  tewplol  Eecbo  lo  cual, 
entramos  a  la  iglesia* 

Una  doble  hilera  de  sillones  aguardaba  al  cabildo  i  en  me- 
dio de  estos,  en  el  centro  de  ht  nave,  se  veia  una  rica  pol- 
trona de  terciopelo  carmesí  que  tenia  a  su  frente,  sobre  el 
suelo,  a  la  manera  de  alfombrilla  de  iglesia,  un  suntuoso 
cojín  color  grana  guarnecido  de  franjas  de  oro.— Una  einocioik 
viva  ajiló  todo  el  concurso  en  este  instante  i  mil  ojoe  brl^ 
ilanles  asomaron  por  entre  los  pliegues  de  los  mantones  i  de 
los  velos  de  encajo.  Todo  el  mundo  elegante  estaba  ahí  i  eL 
gobernador  decididamente  era  e^  leen  de  aqveUa  fiesta  cóaic»^ 
católica.  Cada  uno  tomó  m  puesto  r  apenas  eir-gobernador 
ocupaba  el  suyo,  cuando  un  dnizuroso  sacristán  presentóle 
na  gran  cirio,  cubierta  de  una  red  de  cintas  de  varios  colores, 
que  terminaba  en-  un  bouquet  de  flores  a  la  manera  de  can- 
deleja.—Paciencia  í  pareció  decir  su  sefipría  i  tomó  el  cirio, 
manteniéndolo  en  su  mano  basta  que  ceaciiiida  la  fDncion,cer- 
ca  del  medio  dia, vino  el  cortesano  cura  a  lomarlo  de  ta  mano 
haciendo  loa  honoree  de  la  deapadMa.— Al  salir  a  la  puerta, 
el  batallón  disparó  fiu  tercer  descarga  I  la  ceremonia  quedó 
concluida. 


142  HISTOMA  BE  |.0S  0tBl  AÑOS 

Por  la  noche  uoa  inmensa  muchedumbre  invadió  la  plaza, 
las  señoritas  del  pneblo  concurrieron  a  la  sala  de  cabildo  í 
loe  fuegos  arlificiales  se  quemaren  con  un  estrépito  emioen-- 
temente  revolucionario  (1). 

XL 

Pero  no  todo  seria  cómico  en  atftfel  gobierno  impuesto  coma 
én  penitencia  a  aquel  joven  revolucionario,  a  quien  se  condes- 
naba  a  pasar  tres  horas  con  un  cirio  en  la  mano,  cuando  b 
revolución  palpitaba  eo  todos  los  poros  de  su  vida. 

Una  semana  no  había  pasado,  en  verdad,  cuando  a  la  farsa 
oficial  sücedia  la  trajedia  de  las  armas. 

Materia  será  ésta  del  próximo  capíluto. 


(1}  Por  lo  detnas,  el  gobierno  departamental  hizo  estar  yet  un 
ahorro  considerabie  en  los  gastos  del  aníTersariOy  para  el  que  se 
babia  presopeestada una  suma  de  mas  de  trescientos  pesos„  pues 
solo  se  prendieron  los  fuegos  que  costaban  la  3.*  parte  de  esta 
cantiddd.-^Hé  aquí  el  curioso  apunte  de  la  fiesta  que  e)  gober- 
nador cesante,  en  aqueh  momento  errante  por  los  cancos,  habiii 
ibrmada  para  aquella  festividad. 

PRESUPUESTO  PABA  LOS  6AST0S  DBI.  48. 

Honorario  al  cnra ps.  50 

Fuegos  artificiales 104  2  i 

Premrode  la  l.« carrera  de4  caballos.  «17  2 

Id,  de  la  2.«    id,    id.  ¿ 8  5 

ün  rompe  cabezas «  .      10 

Dn  globo -  .  ,      18  2  4 

Diario  al  batallón  cWico 32 

Unas  once  el  19,  importan »  ,      54  4 

Hechura  de  un  tablado.  .  .  .  ¿  •  .  .  .  2 
Jénero  para  cnbrir  el  anterior.  •  «  «  •  3 
Pintura  del  jénero « 3 

Total ps.  303 


CAPÍTULO  V. 


II  CtilATt  BE  IlLArEl.  (•> 

Sale  de  San  Felipe  una  división  sobre  lUapel. — Aprestos  milita- 
res del  gobernador  Vicaña  para  resistirla. — Llega  so  hermano 
i  se  incorpora  en  las  fuerzas. — Se  organizan  estas  para  el  com- 
iMle.— Campos  Guzman  se  aproxima  i  Vicuña  sale  a  esperarlo 
faera  del  pueblo. — Escaramusas  noctarnas.— Vicuña  sereplega 
fobre  al  pueblo  i  emprende  so  retinada.  Combate  i  dispersión 
4e  la  AguadSé— Vicaña  llega  fujilíTO  a  Ovalle.—^  conducta  i 
su  recepción  en  Ovalle.^ Verdaderos  resultados  ,del  desastre 
de  Illapel.— Llegan  comunicaciones  que  anuncian  la  revorucion 
del  Sud.— 'Entusiasmo  de  la  división  espedicionaria.— Nota  del 
jeneral  Cruz  al  intendente  Carrera  i  contestación  de  este.-«-0(i« 
cío  del  inieBdeiila  da  Concepción  al  da  Coquimbo. 


I. 

£l  mismo  dia  en  qtte  el  cora,  el  ayuntamiento  ¡  el  gober- 

(1)  El  presente  capitulo,  como  el  anterior,  tiene  el  carácter  mas 
bien  de  una  relación  personal  que  de  historia  jeneral.  Pueden 
considerarse  mas  propiamente  como  fragmentos  de  «Memorias» 
intercalados  en  aquella.  Esto  esplicará  su  estilo  particular  i  el 
carácter  on  tanto  íntimo  qoe  asumen. 


M    LA  ADMINISTRACIÓN   MONTT.  U4 

nador  de  Illapel  se  ocupabaa  de  cantar  la  misa  de  gracia  de 
la  patria,  salía  de  San  Felipe  el  gobernador  de  Combarbalá 
Campos  Guzman  con  una  división  de  cerca  de  250  hombres  (1), 
entre  los  que  venía  la  mitad  de  un  escuadrón  de  Granade- 
ros, ai  mando  del  capitán  Narciso  Guerrero,  con  el  objeto 
de  batir  las  fuerzas  que  habían  ocupado  a  Illapel  i  que  ama* 
gabán  la  provincia  de  Aconcagua  i  mas  inmediatamente  a 
San  FeKpe,  foco  ardiente  de  revoluciones» 

Acampado  en  la  vecindad  de  aquel  pueblo  la  nochedellS, 
Campos  emprendió  su  marcha  a  la  mañana  siguiente,  llegando 
a  la  una  de  la  tarde  del  día  21  a  la  Plasilla  de  la  Ligua, 
distante  solo  tres  jornadas  de  Illapel. 


H. 


Vlcufia,  entretanto,  aunque  ignorante  de  aquellos  movi- 
mientos i  aun  albagado  por  las  nuevas  que  en  esos  mismos 
días  circulaban  de  la  sabtevaeion  que  se  decia  acertada  del 
batallón  Chacabuco  en  la  capital,  na  descuidaba,  empero,  los 
•prestes  militares  que  la  siluacion  requería,  i  precisamente 
el  día  21  en  que  la»  fuerzas  del  Gobierno  ocupabaa  el  Va- 
lle de  la  Ligua,  el  gobernador,  secundado  esta  ves  por  Ver- 
dugo, celebraba  en  la  plaza  de  Illapel  una  parada  jeneral 
de  todas  las  milicias  de  caballeíria  del  deparlamento,  lasque 
no  llegaban,  sin  embargo,  a  160  hombres.  Era  tal  el  influjo 

(t)  Componíase  esta  foerza  de  69  hombres  del  escuadrón  de 
Granaderos  de  la  escolta,  110  de  i|u  escuadrón  de  carabineros  de 
tos  Andes  i  30  fnsíteros  del  batallón  cívico  de  Pntaendo,  en  todo 
232  hombres. — Oficio  de  Campos  Guarnan  al  Ministro  del  fnte^ 
rior.— San  Felipe,  setiembre  18  de  1851,  (Archiva  del  ñfinisterio 
del  Interior]^ 


,   M  LA   ADHlNISTRáCIOIl  NON^T.     .  .448 

de  la  familia  do  Gálica  eo  la  campafia  ¡  (^nla  Ja  stoUvidad 
de  los  emisarios  que  babia  derramado'  por  todb  el  deparlSK 
meoto,  que  las  mas  eficaces  medicas  se  veiafi  cruzadas,  ais^ 
lando  lodos  ios  recursos  de.  la  revoluéjtm;  en  Jos  l^imiles  del 
pueblo,  cuyos  babilanles' DO  dé^rrüiVában  eo  su  entusiasmo. 
Este  complot  obligó  a  \^  autoridad  ^desde  luego*  a  tomar  aque- 
llas medidas  de  vioieocia  sobre  las  personas,  a  las  que  basta 
el  último  momento  se  había  negado.— -Enviáronse  partidas 
a  sorprender  a  los  refujiados  en  la  bacíenda  del  Tambo^que 
era  el  cuartel  ^oerai  de  la  resistencia^  i  dos  oficiales  fueron 
comisionados  para  tomar  posesión  de  las  haciendas  de  ala- 
gunes vecinos,  cuyos  administradores  se  condujo  presos  a 
la  villa ;  se  prohibió,  ademas,  rigorosamente  el  tránsito  por 
los  caminos  del  deparlameoto,  sin  la  concesión  de  un  pa-* 
saporte,  i  por  último,  adoptando  el  consejo  de  los  vecinos 
adictos  a  la  causa,  se  impuso  a  todos  los  habitantes  pudien- 
tes, sin  distinción  de  color  político,  una  contribución^  que  se 
llamó  t7o/un/arta,  pero  que  se  cobró  militarmente^  poniendo 
OD  centinela  armado  a  la  puerta  de  cada  contribuyente  eon 
la  prohibición  de  no  permitir  dejar  la  casa  a  persona  alguna 
hasta  que  las  cuotas  asignadas,  que  variaban  entre  cincuen- 
ta i  doscientos  pesos,  no  fuesen  del  todo  satisfechas  (!}. 


(1]  Esta  gabela,  que  el  estado  de  la  caja  de  la  división  hacia 
imlUpeiisaMe,  se  impuro  por  una  lista  que  los  vecinos  liberales 
del  departamento  entregaron  al  gobernador  i  en  la  que  ellos  mU- 
mos se  apuntaban  con  cantidades  iguales  o  superiores  a  las  seña- 
ladas a  los  individuos  del  bando  contrario.  El  resultado  de  esta 
colecta  ascendió  a  dos  mil  doscientos  veinte  i  cinco  pesos,  cuya 
suma,  agregados  los  dos  mil  doscientos  cincuenta  i  cinco  pesos 
qae  se  me  habia  entregado  en  Ovalle  i  mil  pesos  que  recibí  de  la 
intendencia  en  Combarbalá,  subió  por  todo  a  cinco  mil  cuatro- 
cientos ochenta  pesos,  que  fué  la  totalidad  del  dinero  invertido  en 
la  ocupación  de  b  provincia.  Mi  liberalidad  con  la  tropa  era  uno 

19 


146  HISTORIA   DE  LOS   DIEZ    AfiOS 

De  esta  suerte,  como  ya  decíamos,  se  había  reunido  el 
domiogo  ii  de  seti(MBbre  las  suficioDles  milicias  para  osten- 
tar en  la  plaza  de  Iltapel  nna  parada  militar.  A  medio  dia 
el  batallón  cívico  salió  de|  cuarto!  i  ejecutó  con  cierto  grado 
de  maestría  algunas  evoluciones,  mientras  qae  dos  o  tres 
escuadrones,  animados  sus  jinelesporel  amplio  disfrute  de  un 
barril  de  ckacoU  que  se  les  obsequió,  levantaban  en  el  re- 
cinto desempedrado  de  la  plaza  una  densa  polvareda/ hacien- 
do cargas  i  contra^argas  contra  las  paredes  que  guarnecen 
i^lcircBito  i  aleando,  envuelta  en  el  polvo>  una  tremenda  al- 
gazara de  gdtes  i  clamores^ 


III. 


Doranlo  la  ajílacion  dé  aquol  bélico  simulacro  qoe  presí-- 
dia  en  persona  el  joven  gobernador,  acercóscle  un  oflcial 
aceleradamente  i  dijole  qiio  la  partida  que  guardaba  el  ca- 
mino de  la  costa  habla  enviado  un  prísiouero,  casi  níno  per 
su  aspecto,  el  ({ue  se  encontraba  arrestado  en  la  mayoría 
del  cuartel.  En  alas  de  uü  presentimiento^  voló  a  su  encuen- 
de mis  mejores  espedientes,  pero  los  oficíales  no  recibieron  stno 
soples  mai  insigníricante$>  porque  todos  comíamos  lo  que  comían 
los  soldados  en  los  puestos  de  cocinek'ia  que  desde  nuestra  llegada 
rodearon  el  cuarteK  Debióse  d  esto  que  el  capitán  cajero  don  En- 
rique Gorroaz  pudiese  entregar  en  la  caja  de  la  división  a  sü  lie. 
gada  a  Ovalle,  junto  con  sus  cuehtas  (las  que  Constan  de  mas  de 
cien  recibos  í  estados  que  se  encuentran  orijinales  en  mi  poder], 
la  suma  de  Sesenta  i  dos  onzas  sobrantes  de  nuestros  gastos.  Él 
documento  relativo  a  esta  entrega  dice  así^.  Num.  tDO— Recibí 
del  gobernador  de lllapel  don  Benjamín  Vicuña  sesenta  i  deson- 
zas de  oro  (mil  sesenta  í  nueve  pesos  cuatiro  reales)  cuya  suma  ha 
quedado  en  la  caja  de  la  cumísaría  jeneral. — Ov^IJe»  sttiembre 
28  de  1851.— Ricardo  Ruis. 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  HONTT.  U7 

tro,  i  cuando  él  i  yo  dos  hubimos  visto,  un  estrecho  abrazo 
nog  untó  por  largo  espacio,  hablando  nuestros  corazones  en 
la  mudez  de  nuestros  labios.  Era  mi  hermano  1  Venia  del  ho- 
gar como  yo  habia  venido  del  destierro  i  era  emisario  de 
tiernos  i  dulcísimos  mensajes  como  yo  los  traia  de  guerra  t 
desolación...  Venia  a  buscarme  porque  su  alma  se  sentía 
como  sola  lejos  de  la  mia  i  su  aparición  repentina  llenaba  en 
esta  ese  vacio  hondo  i  lastimoso,  que  en  la  ausencia  de  loquo 
se  ama,  llenan  de  continuo  los  suspiros  i  empapan  lágrimas 
mudas...  Supliqué  a  Verdugo  hiciera  terminar  los  ejercícfos 
militares  de  aquel  dia  i  apartando  a  mi  huésped  de  aquel 
bnllicio  que  también  fascinaba  su  alma,  desatamos  los  lazos 
del  recuerdo  i  de  la  esperanza  en  osos  diálogos  de  la  fn^ 
teroidad,  de  la  cuna  i  del  amor,  que  ofrecen  al  espíritu  mil 
consuelos  i  que  nunca  son  mas  gratos  que  cuando  la  ola  de 
encontradas  pasiones  i  de  ardientes  cuidados  nos  ajita  inte- 
riormente, a  la  manera  de  la  brisa  que  nunca  sopla  mas  dul- 
ce qu&  cuando  el  sol  irradia  sus  fuegos  desde  el  zenit  del 
cíelo  en  la  mitad  del  dia  abrasador. 


IV. 


En  medio  de  estos  preparativos  i  de  estas  treguas  do  la 
intimidad,  se  nos  anunció  la  aproximación  del  enemigo.  En 
la  mañana  del  22  de  setiembre^  el  vecino  don  Ignacio  Silva, 
hermano  del  gobernador  cesante,  se  presentó  en  el  cuartel 
asegurándome  que  en  la  larde  de  aquel  mismo  dia,  la  división 
invasora  debía  acampar  en  Quilimari,  porque  la  víspera 
habia  pasado  por  la  Ligua.  Un  espreso,  que  no  se  habia  de- 
tenido en  toda  la  noche  del  dia  anterior,  acababa  de  traer-* 


148  HISTORIA    BE  LOS    DIEZ    iüOS 

le  aquella  nueva.  En  cuanto  a  los  detalles,  solo  sabia  que 
mandat»  las  fuerzas  el  gobernador  Campos  Guzman  i  que 
venía  un  escuadrón  de  granaderos^ 

Aquella  noticia,  aunque  era  la  primera  que  recibía,  era 
digna  de  toda  fé,  i  en  el  acto  procedí  a  tomar  medidas  pa-- 
ra  la  resistencia.  Despaché  una  partida  de  20  hombres  al 
mando  de  mi  hermane,  quien  llevaba  por  segundo  al  capitán 
Gallegulllos  ;  se  tocó  jenerala  i  se  acuarteló  el  batallón  cí- 
vico; se  citó  con  )a  mayor  presteza  los  cuatro  escuadrones 
del  departamento  i  se  promulgó  un  bando  con  todo  el  estré- 
pito posible,  leyéndose  una  proclama  que  llamaba  a  los  illa- 
pelinos  a  tomar  las  armas  en  defensa  de  sus  hogares;  i  yo 
mismo,  por  último,  monté  a  caballo  i  recorrí  la  población, 
entusiasmando  al  pueblo  para  resistir  a  la  agresión  que  nos 
amenazaba. 

Dos  dias fueron  suficientes  para  organizar  una  fuerza  capaz 
de  tomar  el  campo  i  aun  batir  por  su  número  i  calidad  ala 
que  venia  de  Aconcagua.  Beunidos  a  los  soldados  que  había 
traído  de  Ovalle  i  a  los  que  se  habían  enganchado  en  el  pue- 
blo, 66  voluntarios  del  batallen  cívico,  tenia  de  esta  manera 
una  fuerza  de  ISO  fusileros  llenos  de  entusiasmo  i  ardor. — 
Descansaba  con  confianza  en  esta  tropa,  pero  los  piquetes  de 
caballería  de  milicias  que  sucesivamenle  iban  llegando,  pa- 
recían animados  de  un  espíritu  bélico  tan  pronunciado,  quo 
no  tardé  en  creerme  el  jefe  de  una  columna  de  vállenles 
soldados  de  las  dos  armas.  Con  150  fusileros  i  200  lanzas, 
soflaba  (suefto  de  la  nífloz!)  arrollar  toda  resistencia  hasta  las 
márjenes  mismas  del  río  Aconcagua... 

La  caballería  se  componía  de  los  50  hombres  que  el  coman- 
daute  Barrios  había  traído  de  Ovalle,  los  que  se  recojió  do 
todos  los  puniesen  que  estaban  destacados  como  guardia,  i 
de  algunos  pelotones  de  milicianos  que  habiaa  venido  de 


DÉLA    ADMINISTRACIÓN  HONTT.  U9 

lilapel  arriba,  Cuzcuz  i  Mincha.  Deedla  úlUma  isubdelegacion 
llegaron  72  hombres  al  mando  de  su  comandante  don  Mar^ 
celioo  Leos,  anciano  de  setenta  afios,  que  se  presentó  ufano  t 
i^stído  de  gran  uniforme  al  frente  de  su  tropa^  El  escuadrón 
de  Choapa,  mucho  mas  numeroso  i  activo^  al  mando  del 
subdelegado  don  José  Miguel  Lar  rain,  se  puso  también  en 
mareha,  pero  no  alcanzó  a  reunirsenos  por  la  ilistaticia  de  la 
jomada. 


En  la  mafiana  del  24  de  setiembre  nos  encontrábamos  lo-** 
dos  sobre  las  armas>  la  infantería  en  el  patio  del  cuartel  i 
la  eabalieria  acampada  en  la  plaza  i  con  sus  caballos  ensi- 
llados, prontos  para  emprender  la  marcha*  Todos  los  pre^ 
paralifos  del  combale  estabam  hechos,  pero  por  una  fatalidad 
casi  incomprensible^  nos  fallaba  un  elemento  esenoiálisimo  i 
el  que  solo  la  inesperiencía  podía  hacerme  mirar  como  se- 
condarío,  a  saber,  las  municiones.  Toda  la  pólvora  que  se 
había  reunido  se  empleó  en  hacer  cartui^bos  de  fogueo  para 
la  disciplina  déla  tropa,  i  nunca  alcanzó  a  juntarse,  apesar 
de  muchas  dilijendas,  sino  unos  cuantos  larros  de  póltora 
de  caza  que  pesaban  diez  i  siete  libras  i  una  arroba  de  pól- 
vora mas  gruesa,  que  envió  Larraln  de  Choapa  el  día  Si. 
Abundaba  la  pólvora  de  mina,  pero  esta  era  inadecuada  para' 
los  fusiles.  De  mauera  que  no  podía  contar  sino  con  las  mu-r 
Dicíones  recibidas  de  la  Serena,  aunque  estas  se  habían  dismi^ 
nuidode  tal  suerte,  que  cuando  llegó  la  hora  de  revistar  la 
tropa,  se  encontraron  muchas  cartucheras  vacias  i  en  ningu- 
na mas  de  un  paquete  de  diez  tiros.»... 


150  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AfíOS 

Para  un  militar  esperimentado,  aquel  hecho  debía  haber . 
sido  concluyente  en  el  sentido  de  lomar  la  resolución  de  evjtar 
un  combate.  Pero  era  natural  que  para  mi  do  lo  fuese,  mu- 
cho menos  cuando  no  tenia  ningún  punto  de  apoyo  para 
verificar  una  retirada,  cuando  no  había  recibido  ninguna 
orden  i  cuando  junto  con  la  sangre  juvenil  que  bullía  ardiente 
en  el  pecho,  tenia  los  poderes  mas  omnímodos  para  proceder 
a  mi  albedrio.  Ni  por  un  instante,  lo  confieso,  me  asaltó aque« 
]la  triste  idea  do  una  retirada  a  la  vista  del  primer  amago 
de  un  enemigo,  que  nos  habíamos  acostumbrado  a  desdeñar, 
provocándolo  aun  desde  los  calabozos.  Era  imposible  volver 
ki  espalda  al  gobernador  de  Combarbalá  que  hacia  solo  una 
semana  hábia  huido  a  media  rienda  hacia  la  capital ;  ni  re- 
troceder deTanie  de  los  Granaderot  a  caballo  a  quienes  se 
había  visto  el  20  de  abril  no  usar  mas  armas^  que  el  lazo  para 
amarrar  a  los  prisioneros ;  ni  abandonar,  por  último,  sin  órde- 
nes terminantes,  el  puesto  que  la  revolución  de  la  Serena  nos 
había  encargado  de  asaltar  por  la  fuerza  (sino  hubiera  de 
entregársenos)  i  tanto  menos  ahora  que  ya  era  nuestro,  i  del 
que  ttu  enemigo,  a  quien  no  habíamos  provocado,  venia  a 
desalojarnos. — Retroceder,  en  el  arte  militar  puede  tener  un 
significado  honroso,  pero  en  una  cruzada  revolucionaria,  re- 
troceder era  huir,  i  la  fuga  delante  del  primer  encuentro 
era  una  derrota  de  ignominia,  mil  veces  mas  culpable  que 
la  derrota  de  las  armas. 

Pero  aun  bajo  un  punto  de  vista  estrictamente  militar,  si 
hubiera  dado  lugar  a  la  refleccion,  acaso  no  habría  adop- 
tado otro  partido  que  salir  al  encuentro  del  enemigo.  Me 
encontraba  solo  i  aislado  en  un  departamento  abundante  en 
recursos,  cuya  posesión  nos  era  preciosa  i  casi  indispensable^ 
porque  desde  el  principio  se  habia  fijado  aquel  punto  Qomo 
el  cuartel  jeneral  de  la  división  que  debía  marchar  al  Sud 


DE    LA   ADttlNISTRAClON  MONTT.  451 

donde  la  Serena.  Las  fuerzas  que  mandaba  eran  casi  esclu- 
sipamente  de  Iropas  del  üeparlamenlo  que  se  babian  reunido 
a  nombre  de  la  defensa  de  este,  i  fuera  de  cuyo  terreno, 
perdiendo  su  espíritu  de  localidad,  iban  a  perder  también 
su  decisión  i  su  discíplioa. 

Casi  no  cabia/ resolución  de  otro  jénero  por  mas  que  se 
buscara  una  salida. 

A  mi  espalda,  las  40  leguas  de  páramos  que  se  estlendea 
entre  los  dos  valles  que  riegan  el  Cboapa  i  el  Limari;  pisando 
en  terreno  propio  que  sus  habitantes  sabrían  defender,  i  por 
el  frente,  una  invasión  agresiva*  Tal  era  mi  situación. 

Respecto  de  lo  que  pasaba  a  mi  retaguardia,  yo  solo  sabia 
de  un  modo  vago  la  aproximación  de  una  fuerza  al  mande 
del  coronel  Arteaga,  que  debia  salir  el  21  a  22  de  la  Serena 
i  que  calculaba  se  encontraría  en  Oville  aquel  dia,  haciendo, 
por  tanto,  imposible  una  junción  oportuna. 

En  cuanto  al  vacio  de  las  cartucheras,  esto  ne  me  importaba 
entonces.— El  fuego  que  rebosa  del  corazón  a  los  20  anos, 
parece  que  pudiera  suplirlo  todo  en  derredor  nuestro,  aun 
el  fuego  de  la  pólvora. 


VI. 


A  las  3  de  la  íarde  del  24  de  setiembre  monté  ^  caballa, 
¡al  salir  del  cuartel,  un  miliciano  de  Ovalle  que  llegaba  en 
su  caballo  jadeante,  me  entregaba  un  papel.  Un  soldado  de 
disciplina  hubiera  encontrado  en  él  una  inspiración  paciCca, 
pero  su  lectura  sonó  en  mi  pocho  como  el  clarín  de  la  batalla. 
Era  una  carta  del  inlendcnle  Carrerai  que  aunque  sin  fecha, 
debia  ser  cscríta  el  dia  22  o  la  noche  del  2t  .*-£n  ella  ne 


4S2  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

decfft  estas  palabras,  iintcas  que  él  me  dírijiera  eo  (oda  la 
campaña,  pareciendo  contener  una  instrucción  vaga  sobre  mi 
conducta  nülitar.— «Te  recomiendo  la  calma  i  la  estra tejía,  me 
decia,  inlds  de  hacer  uso  de  las  armas.  No  olvides  que 
nuestra  misión  es  pacíGca  antes  que  armada.  Es  ^eciso  e?i« 
tar  sangre  i  retardar  por  afaora  encuentros.  Evítalos  en 
cuanto  sea  dable,  stn  empañar  el  pabellón  de  la  liber-* 
íádh  {\)  ■ 

El  pabellón  de  la  libertad  I  I  no  era  una  mengua  i  una 
befa  hecha  a  esa  divisa  sagrada  el  arrollarlo  sobrad  apa* 
rejo  de  una  muía,  para  volverlo  atrás,  cuando  veía mosio  fio* 
tár  sal  aire  embriagáadonos  con  los  sue&os  dei  denuedo  i  la 
victoria? 

Al  leer  esas  lineas  hoí  que  los  afios  han  enfriado  el  recuerdo 
sobTiO  el  papel,  como  enfrian  también  la  sangre  en  las  arterias, 
podemos  acaso  entreveer  en  ellas  un  encargo  grave  del  su- 
perior al  subalterno.  En  aquel  momento,  los  ojos  engaflarou 
ai  corazón,  i  este  triunfó. 

€asi  junto  con  el  despacho  de  Carrera,  recibía  sucesiva- 
mente, desde  los  puestos  avanzados  de  la  cuesta  de  Cabiloleu, 
en  tiras  de  papel  (en  las  que  aun  se  columbran  los  razgos 
Inciertos  del  lápiz),  estos  partes  ardientes  en  su  propia  sen- 
cillez i  que  eran  un  llamamiento  sonoro  e  irresistible  que  nos 
podía  salir  al  campo.  El  nombre  que  los  firma  era  por  si 
solo  un  grito  de  combate  I  «Mi  comandante,  decia  el  primero 
en  su  ruda  espresion,  que  se  reproduce  teslualmente,  mu- 
eho  síeuto  que  ya  nos  hayan  tomado  el  punto  de  encima  de 
la  cuesta.  Subieron  como  que  era  de  ellos  el  camino.  Yo 
siempre  vengo  entreteniéndolos.  Son  pocos;  se  vé  son  como 
ciento.  Los  caballos  si  que  son  hartos.  A  mi  me  encontrarán 

(t)  Carta  autógrafa  de  Carrera  que  existe  en  nuestro  poder. 


DE   LA   ADMINISTRACIÓN  VONTT.  453 

en  el  río  de  Choapa.  Los  quo  habimos  acá  do  tenemos  mu* 
eho  níiedo.  De  U. 

Gaueguillos. 
• 
tMí  comandante,  (afiadia  el  2.^.  bolelin}  lo  que  pasé  el  rio, 
les  comenzó  a  hacer  faego  i  quizas  creyeron  que  estaba  toda  la 
fuerza  aquí  i  sujetaron  su  marcha.  Me  pacece  que  se  acam-* 
paron  en  la  puerta  de  aquel  lado  del  río.  To  pienso  acam<- 
parme  en  la  boca  del  caliojon  de  Cuzcuz,  porque  quizas,  dea 
Tacita  al  rio  i  por  esta  razón  voi  a  ponerme  donde  le  digo, 
si  U.  lo  tiene  a  bien,  o  de  no  me  pongo,  donde  me  ordene^ 
Ellos  hasta  ahora  se  vleaen  con  miado,  porque  en  la  última 
casa  que  es  donde  ellos  están,  dije  que  era  mucha  desconside- 
ración de  mi  jefe  que  solo  me  maadaba  mil  hombres  cuandq 
tmiia  cinco  mil.  De  U. 

Galleguillos». 


VIL 

Eraa  las  5  de  la  tarde  del  24  de  setiembre  cuando  nos 
poníamos  en  marcha.  La  infantería,  compuesta  de  160  fusile-* 
ros,  iba  a  mis  inmediatas  órdenes  i  habia  sido  dividida  en  tres 
compafiias,  que  mandaban  los  capitanes  don  Demetrio  Figue-^ 
roa,  don  Nemecio  Vicufia  i  el  teniente  Jimenes.  A  la  cabeza 
de  la  caballería  iba  Verdugo,  i  componíase  esta  de  los  SO 
hombres  de  Ovalle  que  mandaba  el  comandante  Barrios,  de 
72  lanceros  del  escuadrón  de  Hincha,  a  las  órdenes  del 
anciano  don  Marcelino  León,  notable  por  su  sombrero  de  tres 
picos  i  su  galoneado  uniforme,  de  20  hombres  del  escuadrón 
de  Cntcoz,  mandados  por  un  sárjente  Brilo,  sujeto  de  una 
grosura  tan  formidable  que  hacia  jadear  su  caballo  aun  áutes 


154  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

de  montarlo,  ¡  por  último,  de  30  soldados  del  escuadrón  de  Illa- 
peí,  que  había  conducido  otro  sárjenlo,  don  Alejandro  Araya, 
mayordomo  de  las  haciendas  de  la  familia  Gálica,  de  la  que 
estos  milicianos  eran  inquilinos.  En  cuanto  al  escuadrón  de 
Choapa,  acaso  el  más  imporlanle  por  su  espíritu  i  la  decisión 
de  su  joven  comandante  don  José  Miguel  Larrain,  no  alcanzo 
a  reunírsenos,  como  hemos  ya  dicho.— La  división  constaba 
en  su  totalidad  de  322  hombres  de  los  que  150  eran  fusileros 
i1í2  jinetes. 

Batiendo  marcha  í  con  la  bandera  del  batallón  de  Illapel 
desplegada  a  la  cabeza  de  la  columna,  salimos  del  cuartel, 
tomando  por  el  centro  de  la  plaza  la  dirección  que  conduce 
báeia  los  lomajes  de  Cuzcuz,  por  entre  cuyos  declives  i  las 
barrancas  del  rio,  corre  el  camino  real  que  va  hacia  el  sud; 
Era  un  instante  de  supremo  entusiasmo  i  de  intensas  afliccioDe)i 
al  mismo  tiempo.  La  población  entera  se  habla  precipitado 
sobre  nuestros  pasos  i  envolvía  cbmpletamenle  la  columna 
de  infantería  que  marchaba  por  el  centro  de  la  calle.  IIU 
jemidos  se  hacían  oír;  grupos  de  mujeres  pronunciabao  los 
nombres  de  los  soldados  con  la  voz  sofocada  por  los  sollozos, 
otras  se  adelantaban  hasta  asirlos  de  la  ropa  i  queriam  de- 
tenerlos o  sacarlos  de  la  fila ;  quienes  se  arrodillaban  a  loe 
pies  de  los  oficiales  i  pedían  por  la  vida  de  un  hijo  »de  im 
hermano,  que  aquella  jente  tímida  i  sensible  esperaba  no 
volver  a  ver  después  de  la  jornada;  otras  ilegaro»  hasta 
tomar  las  riendas  de  mi  caballo  intimáiidome  que  ne  era 
posible    fuerk  yo  quien   llevara    ios  suyos  a  la  matauza 

que  temían No  lardó  pues  en  sentirse  cierla  sensación 

en  los  rostros  de  los  animosos  volúntanos;  muchos  palide- 
cieron, dos  soldados  perdieron  los  sentidos,  quedando  tendí- 
dos  en  el  suelo,  i  el  capitán  Araya  del  escuadrón  de  tllapel^ 
bamboleándose  sobre  su  montura,  vino  a  dar  parle  de  que 


BS   LA  ADMINISTRACIÓN  MOÜTT.  45|( 

ona  fatiga  mortal  le  impedía  seguir  la  marcha,  atestigaando 
coa  violentos  vómitos  su  repentino  mal  estar.  Fué  preciso 
lomar  pronto  eficaces  medidas  porque  los  tumultos  femeninos 
nos  seguian  basta  mas  allá  del  pueblo^  í  se  empleó  la  ca- 
ballería de  Ovalle  en  contener  i  dispersar  aquella  aflijida 
muchedumbre. 

Marchamos  durante  una  legua  por  los  ondulosos  lomajes 
de  Cuzcuz,  alegres  de  nuevo  sobre  el  campo  i  animados  por 
ios  marciales  aires  de  la  banda  de  música,  que  iba  a  la  ca-* 
beza  i  qire  alternaba  el  himno  de  la  patria  con  la  marcha 
tríuDÍal  de  «fielisarío»,  que,  estrechados  por  las  manos, 
olamos  desde  a  caballo  con  mi  hermano. 

Al  cerrar  la  noche  llegamos  al  punto  militar  que  de  ante 
mano  habia  elejído  para  esperar  al  enemigo.  Era  esto  el 
caserío  histórico  de  Cuzcuz,  situado  al  pie  de  las  jolinas  i  en 
el  perfil  de  la  barranca  que  desciende  ai  valle  i  sobre  la  qua 
corre  un  tortuoso  callejón  de  solo  unas  cuantas  varas  de  lar- 
go, en  dirección  al  inmediato  paso  del  rio.  La  posición  era 
exelente  para  la  infantería. 

Las  mujeres  que  guardaban  la  casa  edificada  en  la  boca 
del  callejpo«  como  para  cerrar  su  entrada,  se  negaban  a 
alojarnos,  por  lo  que  se  hizo  precfso  derribar  las  puertas  a 
culatazos,  a  fin  de  tener  acceso  al  huerto  i  a  los  corrales  de 
pirca  que  rodeaban  las  habitaciones  i  podían  servir  de  exe- 
lentos  trincheras.— Por  consejo  de  Verdugo,  tendimos  la 
linea  de  infantería  detras  de  una  barranca  cortada  por  las 
llovías  en  las  faldas  de  una  loma  vecina,  colocándose  aquel 
con  la  caballería  en  la  cima  de  esta  loma  i  un  poco  hacia 
retaguardia,  donde  se  eslendia  un  suave  esplayado. 


4 sé  V1ST0RU    DE   LOS  DIEZ  AINOS 


vm. 


En  osla  acUtud,  con  los  fusiles  al  costado  i  I^s  riendas  en 
la  mano,  echsKia  la  tropa  sobre  alguna  paja  que  babiamos 
aslraido  de  la  casa  invadida,  esperábamos  que  con  la  ma- 
drugada del  siguiente  dia  nos  atacara  el  enemigo.  Hasta  las 
diez  de  lá  noche  sabíamos  por  los  avisos  de  Gallegutllos  que 
la  división  Acencaguina  no  pasaba  todavia  el  rio  de  Choapa 
por  el  vado  que  había  ocupado  a  medio  dia  i  que  distaba 
mas  de  dos  leguas  de  nuestra  posición ;  mas  hacia  la  medía 
noche  i  cuando  el  suefio  aletargaba  un  tanto  los  espíritus,  el 
ruido  lejano  de  un  fusilazo  vino  a  sobresaltarnos  de  improviso. 
Siguióse  luego  otro  disparo  i  muchos  otros  en  pos,  hacién- 
dose cada  vez  mas  perceptibles,  hasta  que  en  pocos  minutos, 
los  sentíamos  a  dos  o  tres  cuadras  de  distancia  i  veíamos  los 
fogonazos  que  iluminaban,  como  rayos,  1a  densidad  profunda 
de  la  noche.  Era  Galleguillos,  que  atacado  por  una  descu- 
bierta enemiga  de  4  granaderos  i  10  carabineros  de  los  Andes 
al  mando  del  intrépido  comandante  don  Pedro  Silva,  se  re- 
plegaba sobre  mi  fuerza  haciendo  en  retirada  un  vivo  fuego 
con  5  o  6  fusileros,  que  aun  le  quedaban,  porque  todos  los 
milicianos  de  caballería  se  le  habían  desbandado  en  el  cami- 
no. Los  ti^adores  venían  montados,  pero  cargando  sobre  a 
caballo  i  al  galope,  echaban  pié  a  tierra  para  disparar, 
mientras  que  la  partida  enemiga,  armada  de  lijeras  carabi- 
nas, ganaba  terreno  rápidamente  i  caía  a  cada  alio  sobre  ellos. 
De  esta  manera  hirieron  a  sablazos  a  un  soldado  del  Yungay 
llamado  Ascensío  Belamal,  insigne  pendenciero  i  el  bravo 
por  exelencia  entre  sus  cámara  das. 


BE  LA   ABMINISTBiCION  IIOIITT.  457 

En  aquel  mismo  iastaale  bajamos  con  la  infanterin  a  h 
casa  i  ocupamos  la  boca  del  callejón  por  donde  baja  el  oa-^ 
mino,  que  era  la  llave  de  la  posición.  Apenas  habíamos  Ilor 
gado  I  me  ocupaba  en  perfilar  la  compaQia  del  capitán  Eí-p 
gueroa  sobre  aquella  entrada,  cuando  se  presentó  un  soldado^ 
miliciano  de  caballería,  único  que  acompaflaba  a  GaLleguHlos, 
pidiendo  a  gritos  munidones,  porque  su  comandante,  decía  éli 
estaba  cortado  i  pedia  un  refuerzo  cualquiera  para  protejerlo 
en  el  paso  del  rio.  Fué  preciso  obligara  unos  cuájalos  soldados  a 
vaciar  sus  cartucheras  para  llevar  aquel  auxilio,  que  el  mi-^ 
UciaBO  eché  en  su  manta,  volviendo  a  bajar  a  galopoi  pof 
el  callejón  con  la  orden  de  decir  a  GalleguiHos  que  se  nos 
reuniera  en  el  acto  i  que  en  esta  virtud,  no  le  enviaba  él 
reruerzo  de  tiradores  que.  me  pedia.  Mas,  el  valiento  oíi'- 
dal  Jimenes  acérceseme  en  ese  instante  i  me  rogó  con  vivas 
instancias  lo  dejara  bajar  el  rio  con  cuatro  tiradores  del 
Tongay  para  socorrer  a  GalleguiHos. — Acepté^.!  montando 
en  los  caballos  de  algunos  oficiales,  bajó  al  rio  con  los  solda- 
dos que  él  llamó  por  sus  nombres. 

Apenas  había  partido,  cuando  se  sintió  en  el  vado  un  con- 
fuso rumor  de  gritos,  disparos  de  fusiles,  el  choque  de  armas 
blancas  i  ese  ruido  particular  del  agua  cuando  se  pasa  a 
galope  sobre  un  cauce  dilatado,  ün  minuto  después  llegaba 
Galleguillos  a  mi  lado,  con  tacara  envuelta  én un  pafiuelo quo 
él  se  ataba  de  una  manera  parlicular  i  arrastria^ndo  casi  su 
caballo  al  que  una  bala  habia  quebrado  una  pata.  Acercóse-^ 
me  sereno  i  díjome  despacio  poique  no  oyeran  los  soldados: 
«El  enemigo  está  alli  abajo,  i  acaban  de  malar  a  Jimenes». 
I  apenas  acababa  de  decirme,  cuando  Son  ellos!  esclamó  al 
ver  un  pelotón  de  bultos  blancos  que  se  adelantaba  a  pocos 
pasosde  nosotros.  A  la  súbita  voz  de  fuego!,  cayó  entonces  so- 
bre los  asaltantes  un  granizo  de  balas,  siendo  para  mi  milagro- 


ISd  filSTORU  DE  LOS  DIEZ  áSOS 

80  él  qae  no  hubiera  muerto  ningún  soldado,  pues  solo  la  in- 
cierta puntería  de  los  milicianos  i  la  oscuridad  de  la  nDcbe, 
pudieron  malograr  aquella  nutrida  descarga  a  quema  ropa,  en 
un  callejón  de  cinco  varas  de  ancho  i  de  media  cuadra  de 
estension. 

La  descubierta  enemiga  torció  bridas  i  el  silencio  vol- 
vió a  reinar  en  torno  nuestro.  Oíanse  solo  ios  quejidos  de 
alguien  que  so  avanzaba  hacia  nosotros  por  el  lado  inte- 
rior de  las  cercas  que  cerraban  el  callejón.  Era  Júnenos. 
Venia  empapado  de  agua,  porque,  asaltado  por  tres  o  cua- 
tro de  los  enemigos  lo  habían  derribado  del  caballo  en  el 
rio,  partíéndüle  la  cabeza  de  un  sablazo  i  disparándole 
al  mismo  tiempo  un  pistoletazo  en  las  encías  que  le  derribó 
▼arios  dientes  i  le  dejó  la  bala  metida  ea  la  mandíbula,  lo 
qftté  le  impedia  hablar,  exhalando  solo  confusos  alaridos.  A  la 
tuz  de  un  fósforo  le  vimos  el  rostro  hecho  todo  un  cuajaron 
de  sangre  i  creyéndole  moribundo,  llevóle  yo  mismo  a  un 
rancho  vecino,  conGándole  al  cm'dado  de  una  buena  mujer 
que  nos  abrió  la  puerta.  (1) 


(1)  La  Honrada  jente  de  aquella  vivienda  cuidó  al  oricíal  heri- 
do basta  que  un  tanto  recobrado,  pudp  montar  a  caballo.  Enton- 
ces lo  condujeron  al  norte,  donde,  una  semana  mas  tarde, 
se  reunió  a  la  división  que  venia  de  Coquimbo.  El  cirujano  de  las 
ftiefzaS)  don  Federico  Cobo,  le  estrajo  la  bala  que  se  le  habia  ro- 
dado al  centro  de  la  barba  i  le  pendia  sobre  el  cuello  de  una 
manera  singular,  en  la  forma  de  esas  señales  que  suelen  hacerse 
en  el  ganado.  Jimenes,  que  como  ya  hemos  dicho,  era  sobrino  del 
tarjenfo-Fuentes,  fusilado  en  abril,  apesar  de  sus  heridas,  volvió 
alomar  servicio  activo  i  fué  hecho  prisionero  en  Petorca.  Era 
un  valiente  mozo,  soldado  desde  niño.  El  uso  del  licor,  a  que  so«* 
lia  entregarse,  dclustraba  un  tanto  sus  bellas  cualidades  de  sol- 
dado* 


DE  LA  ADHIMSTRAGÍON  MONTT.  159 


IX. 


Mientras  esto  sucedía,  babia  bajada  ul  callejón  el  mayor 
Verdago  i  me  llamaba  por  mi  nombre  para  darme  una  estra« 
fia  nueva.  Toda  la  caballería  illapelína  se  le  había  desban* 
dado  desde  los  primeros  tiros  (}ue  sintieron  en  el  bajo  i  solo 
quedaban  en  su  puesto  los  SO  hombres  de  Ovalle,  que  mandaba 
el  comandante  Barrios.  Aquel  suceso  había  consternada  pro-* 
fundamente  al  viejo  veterano,  i  con  voz  trémula  llegó  hasta 
decirme  que  me  salvara,  pues  todo  estaba  perdido.  Aquel 
consejo  me  indignó,  aunque  yo  no  tenia  motivos  para  acusar- 
lo do  cobarde.  El  mayor  Verdugo  en  su  mocedad  habia  sido 
un  valiente  a  toda  prueba  i  llevaba  en  la  manga  de  su  casaca 
nn  parche  de  honor  por  haber  hecho  prisionero  en  persona 
sobre  el  campo  de  batalla  en  la  jornada  de  Maipú^al  ftimoso 
guerrillero  realista  don  Anjel  Calvo;  por  esto»  i  porque  aun 
a  aquella  insinuación  infame  acompañaba  en  aquel  momento 
un  consejo  que  me  pareció  atendible,  guardé  silencio  i  le 
dije  &0I0  que  fuera  a  contener  a  los  soldados  que  aun  que^ 
daban. 

El  consejo  del  viejo  capitán  consistía  en  una  insinuaciotí 
para  que  me  replegara  sobre  el  pueblo,  porque  la  intención 
del  enemigo,  decía  él,  al  atacarnos  oon  tanta  obstinación 
por  aquel  lado  a  media  noche,  no  podía  ser  otra  que  el  dis- 
traer nuestra  atención  a  fln  de  ganar  la  villa  por  la  ribera 
sud  del  rio,  e  hizome  notar,  al  efecto,  el  ruido  de  muchos 
ladridos  ^ue  so  hacían  sentir  en  aquella  dirección,  como 
seflal  probable  de  que  alguna  partida  cruzaba  aqnel  ca- 
mino. 


1 QO  .    HISTORIA  DE  iOS.  J>IEZ  ÁJiOt 

Tal  advertencia,  empero,  nos  perdió.  Me  hacia  fuerza  la 
refleccion  de  Verdugo  i  por  otra  parle  veía  que  en  un  liroleo 
de  escaramuza  habíamos  perdido,  por  lo  menos,  la  cuarta 
parte  de  nuestros  cartuchos;  que  se  había  inutilizado  el  ofi- 
cial de  mas  aliento  que  tenia  en  la  ínranteria,  i  que  de  los 
13  tiradores  del  Yungay,  no  tenia  en  las  filas  sino  la  milad, 
porque  los  otros  habían  sido  muertos  o  beqho  prisioneros^ 
pues  de  los  que  bajaron  al  rio  con  Jimenes  sola  vi  regresar 
a  uní  iffuchaclío  Uatnado^  Lorenzo  MuQoz,  que  bahía  perdido 
en  el  encuentro  su  fusil  i  su  cppote ;  la  catalleria  del  depar^ 
lamenta,  por  otra  parte,  bahía,  fugado  en  masa  ¡  aquel 
ejeinplo  desalentaba  a  los  milicianos  del  pueblo.  Emprendi- 
mos» en  consecuencia  i  la  retirada. 

Pero  aquella  contramaifcha  nos  hacia  perder  la  poca  ven- 
taja que  aun  nos  qjuedaba,  la  d^  la  posición  miiílar  i  la  doí 
aliento  del  soldado^  qjae  siempre  se  disipa  cuando  se  le  ordena 
volver  atrás  por  el  mismo  que  le  ha  conducido  al  campo. 
Así  fué  que  al  ocupar  de  nuevo  la  plaza  de  Illapel,  con  el 
atba  del  dia  que  asomaba,  pude  ver  que  el  espíritu  de  la 
tropa  oslaba  enteramente  decaído. — La  vijília,  la  doble  mar- 
cha de  la  noohe,  la  falta  de  raciones  i  mas  que  todo,  el 
encontrarse  otra  vez  cada  nao  a  la  puerta  de  su  casa,  hacían 
que  ya  no  se  pensara  como  la  víspera  en  ver  i  asaltar  al  in- 
vasor.— Verdugo,  Galle^pilloSvBarríos,  mí  hermano,  estaban 
a  n^i  lado  i  mi  irresolucioaera  grande.  Como  defender  el  pue- 
blo en  sus  propias  c^^les?  Lo  coosqq liria n  los  soldados?— Era 
lícito  i  noble  traer  el  fuego  sobre  las  halj^itaciones  de  los 
vecinos,  después  de  haber  abandonado. un^  posición  militar 
en  el  campo?  Ráfagas  de  rubor,  de  despecho  i  amargura 
comenzaban  a  inundar  mi  pecho  sumiéndome  en  el  desaliento, 
cuando  vínoseme  a  la  memoria  el  vago  aviso  que  babia  reci- 
bido de  que  el  coronel  Arleaga  se  había  puesto  en  marcha 


m    LA  ADMlNISTRAUO^f  MnXt.  161 

desde  la  Serena  para  rewirseoos  i  formar  en  Illapel  la  dí?i- 
sioD  de  vaoguardia.  Al  momejito  resolví  replegarme,  i  la 
¡Bfantería  con  conocido  desgano,  seguida  por  el  pelotón  de 
milicianos  de  Ovalle,  tomó  el  camino  que  conduce  al  norte. 


X. 


Era  ya  claro  el  día  i  yo  me  había  apeado  del  caballo  en 
la  cumbre  de  la  loma  que  domina  al  pueblo,  para  escribir 
sobre  el  arxoQ  de  la  silla  una  esquela  al  coronel  Arleaga 
I  aounclándole  mi  situación,  a  fin  de  que  volara  en  mi  auxilio, 
i  acababa  de  entregarla  al  oficial  don  Aníbal  Verdugo^  hijo  del 
mayor,  mozo  despierto  i  de  clara  intelijencia,  cuando  veo 
llegar  á  escape  i  pasar  adelante  a  los  oficiales  Barrios  i  Gor- 
maz  que  me  gritaban— /£/  enemigo  está  encima!  Miro,  ea 
efecto^  sorprendido  hacia  airas  i  diviso  con  asombro  que  ua 
grupo  de  Granaderos  galopaba  a  menos  de  una  cuadra  da 
distancia,  dirijiéndose  sobre  mi  con  un  oficial  a  la  cabeza, 
que  batía  un  pañuelo  blanco  i  me  llamaba  a  voces  por  mi 
nombre.  Era  el  capitán  don  Narciso  Guerrero,  animosísimo 
soldado,  que  me  conocía  ^esde  nifio.  Apenas  tuve  tiempo  do 
montara  caballo  i  a  toda  prisa  me  reuní  a  la  inranteria  que  iba 
UQ  buen  trecho  hacia  adelanta.  Enoontreía  en  el  m^yor  des- 
orden disparando  los  fusiles  en  todas  direcciones  i  avanzando 
ea  coníusion,  mientras  un  tambor  llamado  Aliaga  locaba  a 
degüello  solo  por  sus  buenas  ganas  o  su  deseo  do  pelear.  £1 
empuje  de  esU  carga  era  recio,  sin  embargo,  i  como  los  Gra* 
naderos  llegaban  en  pelotones  con  los  caballos  jadeantes, 
volvieron  las  espaldas  para  replegarse  al  grueso  de  la  fuerza 
que  venía  con  Campos  algo  airas, 

Al  ver  aquel  movimiento  retrógrado.  Verdugo  crey6^ 


crcvó  QflA 


162  HI&TOtllA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

kabfa  Degado  su  momento*  i  formando  en  el  fondo  de  la 
quebrada  en  que  nos  eneoa trabamos,  que  es  conocida  con  el 
nombre  de  la  Aguada^  Jos  50  milicianos  de  Ovalle»  dio  una 
carga  furiosa  al  arrancar  de  los  caballos,  pero  que  fué  mode* 
rándose  en  la  embestida  tan  visiblemente,  que  solo  dos  esforza- 
dos muchachos  llegaron  sobre  los  granaderos  con  sus  lanzas 
en  ristre  derribando  uno  un  soldado  i  otro  un  caballo,  pero 
siendo  rodeados  en  el  acto  i  hechos  ambos  prisioneros.  Los 
otros  se  dispersaron  como  una  bandada  de  pájaros  por  entre 
]os  matorrales  de  las  faldas  inmediatas,  no  presentándoseme 
después  de  aquel  momento  sino  un  soto  Jinete^-— Era  este 
Gallegulllos,  que  venía  de  la  carga  sonriéndose  de  la  alga- 
zara i  haciendo  jiros  en  el  aire  con  una  lanza  de  sus  soldados 
fujilivos>  único  trofeo  del  asalto. 

Entretanto,  la  infantería  que  habiá  visto  el  desculabro  de 
los  jinetes,  se  había  formado  en  cuadro  por  si  sola,  (pues  ya 
no  obedecía  voz  alguna),  cuando  un  petulante  sarjento  lla- 
mado Camus  {I],  que  se  preciaba  de  gran  táctico  porque  ha- 
bía hecho  la  campaña  del  Perú,  comenzó  a  gritos  diciendo  que 
estábamos  corlados,  palabra  favorita  en  los  encuentros,  I 
que  si  el  enemigo  nos  ganaba  la  altura  inmediata,  eramos 
perdidos.  Vano  fué  el  intento  de  hacerlo  callar  amenazándolo 
aun  de  matarlo,  porque  ya  la  tropa  no  obedecía  sino  al  quo 
gritaba  mas  alto  i  yo  estaba  ronco  hasta  no  oírseme  la  voz 
a  dos  pasos  de  distancia. 

El  cerro  en  que  estábamos,  a  la  izquierda  de  la  quebrada 
de  la  Aguada,  iba  empinándose  en  mesetas  sucesivas  hasta 
una  elevada  cima  que  daba  sus  caidas  hacia  el  camino  11a- 

( I)  Esto  mismo  individuo  fué  el  autor  del  tumulto  que  tuvo 
lugar  en  Chariarciilo  el  18  de  setiembre  de  1839.— Preso  i  puesto 
en  capilla  por  aquel  motivo,  suponemos  haya  alcanzado  su  liber- 
tad con  la  reciente  amnistía. 


DI  LA  ADMINISTRACIÓN  ttONTT.  463 

mado  de  lú  cotias  V^i^  es  el  mas  directo  entre  la  capital  i 
Coquimbo.  La  que  Gamtí«  qoeria  era  ganar  la  noas  aHa  de 
estas  méseliifir{»ara  do  verse  asi  cortado^  i  así  era,  quo  apenas 
llegábamos  a  una  de  estas  i  nos  esforzábamos  por  asegurar 
la  reslslencia«  cuando  el  láctico  qua  había  sustituido  a  Ver- 
dugo i  a  mi  mismo,  descubría  otras  mesetaií  mas  altas,  por 
las  que,  según  él,  íbamos  a  ser  flanqueados  i  luego  asados 
vivos  entre  dos  fuegos....  De  meseta  en  meseta  íbamos  de 
eála  suerte  acercándonos  a  la  cima,  cuando  los  Granaderos, 
habiendo  mudado  caballos  en  los  propios  nuestros  que 
arriábamos  por  delante  en  la  marcha,  [comenzaron  a  estre- 
charnos tan  de  cerca,  que  hacían  sus  punterías  con  todo 
reposo,  marcando  con  especialidad  mt  caballo  que  resallaba 
por  su  color  blanco  i  una  manta  lacre  que  yo  llevaba  ter- 
ciada sobre  el  pechos 

Al  fin,  era  derto  el  pronóstico  del  alferes  Camus  i  ya 
en  realidad  estábamos  cor/a¿05....  Quise  ver  lo  que  pasaba 
al  otro  lado  del  cordón,  en  cuyo  perfil  creía  que  Verdugo 
hubiera  ooutenida  a  los  fujitivos,  pero  encontré  solo  al  co- 
maudakile  Barrios  que  venía  hacia  mí,  gritándome  que  me 
dejara  salvar  por  él,  que  andaba  bien  montado  i  era  practicó 
de  los  caminos. — Díjelecou  despecho,  que  por  qué  solo  ahora 
se  me  acercaba,  cuando  ningún  oficial,  escepto  mi  hermano, 
habla  permanecido  a  mi  lado,  i  que  sin  él  no  me  volvía. 
£ale  venia  el  úUimo  de  todos,  trayendo  en  aitcas  un  soldado 
herido  que  se  obstinaba  en  no  bajarse,  hasta  que  hube  de 
derribarlo  tirándolo  de  lámanla.  Desembarazado  mí  hermano 
de  aquella  carga,  pusímosnos  a  bajar  la  cuesta  hacia  el  lado 
opuesto*  llevando  los  caballos  a  medra  rienda,  cuando  vi 
que  el  que  él  montaba  cayó  al  sacio,  no  supimos  si  herido  o 
esteuuado  del  cansancio^  damio  lugar  apenas  at  jinete  para 
ganar  un  jnalorral  vecino.  Los  Granaderos  que  llegaban  ea 


164  BlSTORIA  DC  LOS  DIEZ  aKoS   . 

ese  iostante  dando  voces  da  entregarse^  no  se  apercibieron 
de  su  prescocia,  apesar  de  e^tarel  caballo  tirado  en  la  senda, 
lo  que  faé  un  caso  verdaderamente  eslraordínario. 


XL 


La  derrota  había  sido  pues  com píela  i  el  combate  de  la 
mañana  merece  soló  el  nombre  de  un  triste  simulacro  mili- 
tar, en  el  que  hubieron  menos  víctimas  que  en  el  tiroteo 
obstinado  de  la  noche.  Por  nuestra  parte,  nosotros  no  contamos 
mas  trofeo  que  un  paquete  de  té  que  un  soldado  del  Tungay, 
llamado  José  Maria  Vovet,  sacó  deias  pistoleras  de  un  her- 
moso caballo  tordillo  negro,  que  montaba  el  alférez  de  Gra- 
naderos don  Tomas  Yavar  i  que  al  tiempo  de  la  carga  de 
nuestra  caballería  se  disparó  derribando  al  jinete  [1)« 

(1]  £1  botín  del  enemigo  consistió  en  91  soldados  tomados  con 
sos  armas  i  en  ciento  i  tantos  caballos.  Véase  el  parie  oficial  de 
Campos  Guzman  al  Gobierno  de  Santiago  en  el  documento  núm.  5. 
A  las  once  de  aquel  dia  entró  al  pueblo  la  división  vencedora, 
arriando  por  delante  a  los  prisioneros,  cuya  mayor  parte  fué  des- 
nudada del  modo  mas  vergonzoso  (como  sacedlo  en  Petorca), 
poír  los  milicianos  de  Aconcagua.  A)  frente  de  la  columna  triun- 
fal vióse  en  las  calles  de  lilapel  con  una  lanza  en  la  mano  al 
tura  de  Choapa  frai  Francispo  Caihbíl,  un  fanático  español  que 
se  había  tolerado  en  el  departamento-,  apesar  de  su  violenta  con* 
docta.  Contestando  a  una  amonestacioii  del  gobernador,  este 
habia  sabido  encubrir  su  ardimiento  con  estas  palabras  de  finjida 
moderación^  contenidas  en  el  siguiente  oGcio. 

i\Salamancay  setiembre  23  de  18ol. 

))En  contestación  a  la  nota  de  US.  fecha  de  ayer,  debo  decir- 
le que  mi  conducta  es  obedecer  al  que  manda,  respeto  las  auto- 
ridades constituidas,  i  jamás  despego  mis  labios  para  propalar 
ideas  subversivas  ni  contrarias  al  orden  actualf  porque  sea  enai 


m  LA.  AraiNlSTRiCIOIV  MONTT.  4  65 


Xll. 


Después  de  aquel  momento,  el  gobernador  de  Illapel  no 
era  sino  un  infeliz  peregrino,  perdido  en  el  campó,  con  el 
caballo  cansado  entre  unas  peñas  i  rodeado  de  partidas  que 
seguían  su  huella  por  todos  los  senderos.  Confió  su  suerto 
a  la  Providencia  de  los  tristes,  i  vagando  de  bospilalidad 
en  hospitalidad,  éntrelos  dispersos  campesinos  que  habitan 
aquellas  soledades,  i  siguiendo  el  rumbo  de  los  cordones  de 
las  fragosas  cerranias  de  Alelcura,  Quillaisillo,  Quilo  i  los 
floróos,  llegó  por  fin  a  Ovalle  el  dia  27  de  setiembre  por  la 
larde,  después  de  una  marcha  incesante  de  tres  días  i  dos. 
Docbes,  Su  herniaDO  se  le  reunió  dos  días  mas  tarde,  hablen- 
do  corrido  iguales  aventuras.  El  comandante  Barrios  i  el  ca- 
pitán Galleguíllos  hablan  llegado  pocas  horas  ánlesirererido 
con  verdad  í  aun  con  lisonja  para  su  jefe  los  sucesos  de  la 
derrota  de  la  Aguada. 

A  las  noticias  anticipadas  por  estos  oficiales  debió  el  ex-go- 
bernador  de  Illapel  una  acojida  no  solo  favorable  sino  bené- 
vola de  parte  de  sus  jefes.  El  mismo  coronel  Arteaga,  nombrado 
de  antemano  comandante  jenerál  de  la  vanguardia,  i  que  por 

sea  mi  opinión,  sé  positivamente  el  silencio  qoe  me  impone  mi 
carácter,  i  permítame  U.S.  le  diga  que  han  sido  abultadas  las 
noticias  qoe  le  fian  dado  sobre  mí  persona,  pues  hai  sujetos  en 
este  ponto  qoe  tienen  on  placer  en  indisponer  i  causar  el  tras- 
torno, aun  en  las  relaciones  mas  sagradas  de  la  vida  social;  por 
tSltimo,  mis  hechos  en  adelante  serán  la  garantía  mas  efectiva 
de  la  solemne  protesta  que  le  hago. 

.   Dios  guarde  a  US. 

Frai  Francisco  Cambil. 


t6d  HJStOBTA  DE  LOS  DIEZ  AfiOS 

la  nueva  exajcrada  de  aqnol  descalabro  se  había  visto  for- 
zado a  replegarse  sobre  O  valle  con  el  balallon  Nüm.  1  de 
Coquimbo,  desde  un  punió  distante  solo  10  leguas  de  lllapel, 
depuso  su  enojo  profesional  i  abrazando  al  joven  derrotado, 
dijole  aque. aunque  era  cosa  resuelta  entre  los  jefes  de  la 
división  el  formarle  un  consejo  de  guerra  por  aquel  suceso, 
él  lo  absolvía,  no  solo  en  su  carácter  de  militar,  puesto  que 
no  habla  recibido  orden  superior  de  ninguna  especie  (t),  sino 
que  como  jefe  revolucionario  aplaudía  su  conducta  persoaai 
en  elencuoclro».  Otro  tanto  dijéronle  Carrera  i  los  jefes  anti- 
guos de  la  división.  Salcedo,  Martínez,  i  el  mismo  Miinízaga, 
tan  celoso  del  honor  de  las  armas  coquimbanas.  (2] 

(1)  La  orden  de  replegarme  al  norte,  qae  según  se  dijo,  me  envió 
«I  coronel  Arleaga  desde  Combarbalá,  llegó  a  Iliapel  inedia  hora 
iJesipues  de  haberlo  ocupado  Campos  Gazman,  quien  recibió  aque- 
lla comnnicacion.  Foresto,  aquel  jefe  salió  en  el  acto  de  Illa  pe  I 
hacia  el  norte,  creyendo  que  Arteaga  continuarla  avanzando.  He 
aqui  como  cuenta^  el  mismo  coronel  Arteaga  mi  retirada  i  la  de 
Bilbao  sobre  Ovalie.  aAI  salir  de  este  pueblo  (Combarl>alá),  dke 
en  una  carta  de  fecha  reciente  (San  Luis  de  Paipai,  noviembre 
30  de  1858),  dirijida  a  una  persona  de  su  familia,  un  oficial  qoe 
galopaba  rápidamente  me  trajo  la  noticia  de  la  toma  de  lllapel 
por  el  comandante  Campos  Guzman,  no  obstante  los  heroicos 
esfuerzos  con  que  la  habla  defendido  don  Benjamín  Vicuña  Mac* 
kenna.  Agregó  el  oGcial  que  luego  de  haberse  difundido  esta  no« 
f  ícia  entre  la  tropa  de  Bilbao,  habia  sidd  ganada  por  el  desa- 
liento, por  cuya  circunslancia  i  no  teniendo  ya  objeto  su  marcha 
a  lllapel,  habja  determinado  regresar.  Aprobé  desde  luego  su  re- 
solución i  seguí  nú  marcha  para  alcanzar  a  interponerme  en  su 
camino.  A  media  noche  vi  repetidos  disparos  de  fusil  que  me  hi- 
cieron pensar  que  Bilbao  habia  sido  atacado,  Pero  al  poco  andar, 
cncoHtré  dos  soldados  que  me  dijeron  eran  señales  que  hacían  en 
Ja  marcha  i  pronto  me  reuní  con  el  señor  Bilbao,  regresando  a 
Ovalie  después  de  encontrar  en  la  marcha  dos  piezas  de  artillería 
que  liíze  también  volver  a  Ovalie  por  estar  mui  mal  acondicio- 
nadas.» 

(3)  Ett  ia  S?reua  la  noticia  de  aquel  suceso  se  recibió  sin  mués* 


W  LA  APMfNiSTAAClON  MONTT.  467 

Bate,  «pesar  de  todo,  si  no  desobediencia  e  Insubordinación; 
iijereta  i  temeridad  en  aquel  movimiento  malogrado  de  Yicur 
Ai,  Mas,  tal  falta  cometida  a  los  20  afios,  cuando  se  avistaba 
por  la  primera  vez  sobre  el  campo,  para  medirse  de  ignal  a 
igaal,  aquel  poder  altanero  que  tantos  aflos  había  hecho  mofa 
de  les  derechos  por  que  combatíamos  i  había  contestado  a 
Boeslrofl  lícitos  reclamos  con  la  cárcel  i  el  garrote,  tal  falta, 
qae  el  triunfo  habría  hecho  gloriosa,  si  pudo,  cuando  un  desas- 
tre la  poso  en  evidencia,  oscnrecer  con  el  pesar  la  frenlede  su 
auloiv,  no  la  tifió  jamas  con  la  estampa  del  rubor,  como  dijo- 
tra alguna  de  desaliento  i  al  contrario,  considerándolo  bajo  un 
punto  de  vista  revolucioharío,  díéronle  el  carácter  de  una  ven- 
taja obtenida,  en  la  marcha  del  movimiento. — Una  proclama  de 
4a  intendencia,  publicada  aquel  mismo  día,  el  2  de  octubre,  de- 
cía a^: 

«Valientes  de  la  división  del  sad1  Por  el  parte  oficíalqne  he  re« 
elIHdo,  he  visto  la  conducta  heroica  que  habéis  observado  en  los 
l>ríneros  eatayot  de  la  campaña  por  la  restauración  de  Ja  Repá- 
Micas. Dignos  descendientes  de  aquellos  héroes  que  dieron  nombra- 
día  a  la  provincia  de  Coquimbo,  habéis  seguido  su  ilustre  ejemplo. 

>BI  esforzado  capitán  Galleguillos  ha  merecido  de  la  patria  una 
corona. 

•Vosotros  Seguiréis  su  ejemplo,  porque  en  vuestros  pechos  arde 
el  fuego  sagrado  de  la  libertad. 

•Continuad  impertérritos  en  la  carrera  de  gloria  que  el  tirano 
••  ha  preparado,  exítando  con  sus  hechos  la  revolución  nacional: 

•Buscad  al  enemigo  con  la  frente  erguida  i  serena  i  batidle  don* 
de  Je  encontréis,  sin  olvidarosde  que  sois  nobles  i  jenerosos  como 
es  todo  valiente  en  la  guerra  de  la  justicia  i  de  la  libertad.  La 
patria  que  ha  pedido  vuestro  sacrincio,  os  observa.  Su  mano 
está  alzada  para  obsequiaros  el  laurel  glorioso. 

Vicente  Zorrilla. • 

El  Gobierno  de  la  capital  celebró  p(fr  sn  parte,  con  dianas  i  re<^ 
dobles  de  tambor,  aquel  primer  triunfo  de  sus  armas,  cuya  nueva 
llevóle  aceleradamente  el  activo  joven  don  Juan  Pablo  Urzúa,  que 
▼enia  agregado  a  la  división  de  Campos  Gnzman,  en  calidad  de 
secretario  del  comandante  en  jefe. 


468  HlStORTA  BB  LOS  llIBC  AÑOd 

b,  hablando  de  este  suceso,  don  Manuel  Bilbao,  en  un  bos- 
quejo histórico  que  en  la  proscripción  i  la  desgracia  dedicaba 
a  sus  compañeros  de  ¡nforlnnio....  Vícufia,  que  hasta  aqael 
dia  había  tenido  solo  el  grado  de  capitán  de  ]nrantería,fué 
elevado  a  teniente  coronel  graduado  i  hecho  primer  ayudante 
del  jefe  de  la  espedicíon. 

Por  otra  parte,  el  conflicto  de  Iltapel  no  había  producido 
ningún  mal  efecto  inoral  en  la  división,  a  no  ser  por  la  tío^ 
lenta  e  innecesaria  retirada  del  batallón  Núm.  4,  que  man- 
daba el  mismo  Bilbao.  La  pérdida  efectiva  ocasionada  consistía 
solo  en  los  150  fusiles  quitados  a  la  tropa,  un  centenar  de 
caballos!  seis  soldados  del  Yungay  muertos  o  prisioneros  (I). 
En  cuanto  a  la  caballería  de  milicias,  se  habla  visto  cuan  com- 
pleta era  su  inutilidad  en  todos  los  valles  der  norte,  i  su  fuga 
basta  el  último  hombre  en  Illapel^  confirmó  la  idea  deque 
aquel  recurso  militar  era  del  todo  vano.  Bespecto  de  los  sol- 
dados de  la  guardia  nacional  de  las  poblaciones,  sabíamos 
que  siempre  estarían  de  nuestra  parle  i  que  ninguno  tomaría 
armas  con  el  enemigo  (2). 

.  (1)  Estos  fueron  conducidos  a  Valparaíso  juntos  con  el  capitán 
don  Demetrio  Figueroa  i  el  alférez  Camus,  siendo  estos  últimos 
los  únicos  oficíales  hechos  prisioneros.  Los  otros  se  incorporaron 
a  la  división,  escepto  Verdugo,  que  continuó  su  marcha  a  la  Se- 
rena, de  donde  emigró  para  San  Juan,  en  las  provincias  ageiUinas, 
cuando  la  división  de  Copiapó  amagó  aquella  plaza.  £sle  desgra- 
ciado oficial,  al  que  sus  años  i  sus  enfermedades  habian  arrebatado 
gran  parle  de  sus  antiguos  bríos,  murió  en  Lima  sumido  en  la 
miseria.  Su  hijo  don  Aníbal  publicó  a  su  fallecimiento  una  sen- 
tida queja,  que  circuló  en  Chile  como  una  protesta  contra  la 
crueldad  del  Gobierno  que  se  oponía  a  la  amnistía.  Verdugo  fué 
uno  de  los  36  chilenos,  víctimas  de  la  proscripción,  que  sucum- 
bieron en  el  Perú  hasta  1857. 

(2)  Tan  cierto  es  esto  que  dos  días  después  del  desastre  de  Illa* 
peí,  el  gobernador  Campos  Guzman  disolvió  todas  tas  milicias  de 
aquel  departamento.  (Véase  el  documento  núm.  6.) 


M  LA  MMINISTftAiClOlí  UWTT.  469 


XIIL 


Pero  una  gran  nueva,  esperada  ya  coi  ansiedad  por  ra 
tardanza,  debía  borrar  hasta  la  mas  lijera  sombra  dejada' 
por  aquel  contraste  en  los  ánimos  del  pueblo  de  Cofuiaibo 
i  acrescenlar  el  ardor  bélico  de  las  füeraas  espedidonarias^ 
£1  mismo  dia  de  la  llegada  de  Barrios,  Galleguillos  i  Vicafla  al 
cuartel  jeneral  de  Ovalle  (27  de  setiembre),  desembarcaba 
furtivamente  en  la  playa  de  Frai  Jorje,  vecina  a  la  bahia  de 
ToDgoy,  el  capitán  del  Firefly,  don  Rafael  Pizarro,  huyendo 
de  la  persecución  de  un  buque  ingles.  Pizarro  era  portador 
de  los  pliegos  oficiales  que  anunciaban  la  revolución  estallada 
en  el  snd  el  13  de  setiembre.  Una  emoción  de  profundo  re- 
gocijo respondió  a  aquel  anuncio  en  todo  el  territorio  del  nor- 
te, ocupado  por  el  gobierno  revolucionario  de  la  Serena, 
i  desde  ese  momento  todos  los  ciudadanos,  los  políticos,  los 
mandatarios,  los  jefes  i  los  soldados,  los  irresolutos  i  aun  los 
adversarios  de  la  revolución,  se  persuadieron  deque  esta  iba 
a  tener  un  desenlace  pronto,  escaso  de  sangre  i  de  dolores, 
pero  henchido  de  grandes  promesas  para  la  patria  i  el  por- 
venir de  la  República. 

En  la  mafiana  del  28  de  setiembre  se  recibieron  estas 
nuevas  en  el  cuartel  jeneral  de  Ovalle  con  indecible  contento. 
Los  oficiales  de  cada  cuerpo  se  reunieron  en  un  solo  grupo, 
llevando  la  música  a  la  cabezq,i  entonando  en  coro  la  Co- 
quimbana,  fueron  a  felicitar  a  la  tropa  en  sus  cuartales. 

Los  despachos  oficiales  contribuian  no  menos  que  los  de- 
talles privados  que  nos  traía  la  correspondencia  epistolar, 

a  hacer  esperar  aquel  éxito  pronto  i  completo.  El  jeneral 

22 


470  BlStOAU  M  IOS  DtEÍ  ÁÑ^I» 

Craz  ananciaba  que  la  vanguardia  de  su  ejércilo  estarla  antes 
de  15  dias  en  la  vecindad  de  la  capital ! 

Por  lo  demas^  abundaban  los  nobles  sentimientos  i  un  an- 
helo esforzado  i  jeneroso  en  el  pecho  del  viejo  campeón,  a  cu- 
ya lealtad  i  a  cuyo  patriotismo  la  República  confiaba  su 
Merle,  i  la  causa  de  la  libertad,  basada  en  la  reforma  de 
las  instituciones,  su  garantía  i  su  verdad. 

He  aqui»  en  efecto,  la  nota  oficial  en  que  el  jeneral  Cruz 
eomunjcaba  sus  pianos  i  senlimientos  al  intendente  de  Co- 
quimbo (1). 

CI}ÁEIEL  JENERAL  DE  LOS  LIBEES. 

Concepción,  setiembre  22  de  18S1. 

«Me  es  grato  contestar  al  jefe  nombrado  por  los  cívicos 
i  soberanos  habitantes  de  la  provincia  de  Coquimbo  mi  acep- 
tación al  honroso  cargo  de  jefe  superior  de  armas  que  mo 
han  cometido  con  los  de  esta  provincia,  cuyos  esfuerzos,  con 
los  que  no  tengo  duda  continuarán  haciendo  las  demás  de 
la  República,  me  permitirán  llenar  la  tarea  superior  a  mis 
fuerzas  que  me  han  encargado. 

»  De  mi  parte  no  economizaré  sacrificio  para  corresponder 
al  alto  honor  con  que  me  veo  honrado,  i  mis  esfuerzos,  unidos 
a  la  eficaz  cooperación  de  todos  los  patriotas,  me  hacen  pre- 
sajiar,  con  el  favor  del  cielo,  la  ventura  que  veremos  lucir 
con  el  establecimiento  de  los  principios  democráticos  que 
afianzen  para  siempre  la  verdadera  República  i  el  mas  libre 
sufrajio,  que  haga  constituir  el  gobierno  del  pueblo,  tan  arbi- 
trariamente contrariado. 

(t)  Véase  en  el  docamento  7  la  interesante  correspondencia  entre 
el  gobierno  revolucionario  de  Concepción  i  la  Comisión  enviada 
por  el  pueblo  de  la  Serena. 


BE  LA  iDMimSTRACION  HONTT.  171 

» Al  despedir  la  comisión  que  me  ba  trasmilido  los  peo- 
samieolos  que  abriga  ese  gobierno,  en  consonancia  con  ios  de 
los  ciudadanos  que  lo  han  erijido,  cuidaré  de  trasmitir  el  plan 
de  operaciones  que  debe  combinarse  para  el  acierto  que 
bajra  de  demandarnos  la  campaña,  pudiendo  anticipar  desde 
luego  que  aníe$  de  quince  dias  estará  cerca  de  la  capital 
gran  parte  de  la  fuerza  que  me  hallo  reuniendo  para  empren- 
der la  marcha,  i  que  si  dispongo  el  regreso  del  vapor  que 
condujo  la  comisión,  es  por  evitar  las  dudas  o  ansiedad  que 
debe  producir  su.  demora;  i  que  teniendo  armado  en  guerra 
el  vapor  nacional  «Arauco,»  partirá  en  dos  dias  mas  con- 
duciendo a  los  seflores  que  la  componen,  bien  instruidos  de 
la  combinación  que  dejo  indicada. 

»  El  entusiasmo  i  recursos  que  prestan  estas  provincias  de 
todo  elemento  de  guerra, me  hacen  presajiar  que  no  careceré 
del  BÚmero  de  valientes  que  anonaden  a  los  que  pertinazmente 
quieren  eonU&uar  la  conducta  torcida  que  nos  pone  las  armas 
en  la  mano;  pero  escaseando  los  recursos  pecuniarios,  ele- 
metto  indispensable  para  obrar,  me  atrevo  después  de  haber 
eido  a  los  comisionados,  a  insinuar  esta  necesidad,  para  que 
se  preparen,  mientras  que  con  mas  tiempo  puedo  acordar  los 
medios  con  que  puedan  ser  facilitados  i  remesados. 

»  Como  la  comisión  me  ha  asegurado  que  se  dirijió  por  ese 
gobierno  aviso  a  los  jefes  i  oficiales  que  se  hallaban  en  el 
Perú,  entre  los  que  habrá  venido  el  coronel  Arteaga,  me 
prometo  que  contará  ya  esa  provincia  con  los  conocimientos 
de  este  jefe  acreditado  i  con  la  cooperación  de  los  demás  que 
le  habrán  acompafiado;  pero  si  no  hubiese  sucedido,  lo  re- 
comiendo con  especialidad ;  mientras  con  la  citada  comisión 
proveeré  del  modo  posible  a  facilitar  esta  medida  tan  indis- 
pensable para  el  acierto  de  la  campaña. 

«El  gobierno  civil  que  me  cometen  los  pueblos  i  que  de 


472  RI6T0RU  J>E  LOS  MEZ  AÜOS 

beoho  deben  ejercer  las  autoridades  nombradas  por  ellos, 
debe  coolinoar  basta  que  reunida  una  convención  de  Pleni- 
potenciarios de  todas  las  proVíncias,  dispongan  lo  conveniente, 
Srcuya  soberana  disposición  quedamos  todos  sometidos.» 

Dios  guarde  a  ü.  S. 

Jóse  Maria  de  la  Cruz. 

Al  señor  InlendeDte  de  U  ProTincU  de  Coquimbo. 


XIV. 

Carrera,  por  su  parte,  no  se  escusaba  en  aceptar  la  mi- 
sión de  cumplir  aquellos  deslinos  conflados  directamenle  a  su 
responsabilidad  por  una  fracción  de  la  República,  sujetando 
su  albedrio,  (bien  que  bajo  cidria  reserva  i  una  subdivisión 
condicional),  al  poder  superior  que  provisoriamente  asumía 
el  jeneral  Cruz,  poder  que  esle  como  aquel,  se  reservaban 
delegar  en  la  Asamblea  de  los  pueblos  libres^  que  debía  cam- 
biar las  leyes  del  pais  i  asignar  a  la  vez  un  puesto  público 
a  los  hombres  de  la  revolución. 

He  aqui  la  digna,  franca  i  leal  respuesta  que  Carrera  dio 
a  la  nota  que  hemos  copiado  del  jeneral  Cruz. 

CUARTEL  jeneral  DEL  EJERCITO  RESTAURADOR. 

Ovalle,  setiembre  29  de  1857. 

Tengo  la  honra  de  contestar  la  nota  de  U.  S.  fecha  22  del 
presente,  que  pone  en  noticia  de  este  gobierno  la  aceptación 
que  U.  S.  ha  hecho  del  glorioso  encargo  de  jefe  superior  del 
ejército  restaurador  de  la  República. 

Confio  que  las  lisonjeras  esperanzas  que  me  manifiesta 


BE  lA  AüMINISnACIOÜ  MJXTt.  473 

t.  S.  respecto  del  éxito  del  movímienlo  que  heaoaempreiH 
pido,  tendrán  la  mas  cumplida  i  gloriosa  realización,  mediante 
el  esfoerio  de  los  soldados  heroicos  que  manda  U.  S.  i  de  la 
cooperación  que  encontramos  donde  quiera  que  lata  un  cora- 
zón Tordaderamente  chileno. 

Bespecto  de  las  recomendaciones  que  U.  S.  se  digna  dirijir 
a  esta  autoridad  para  el  sefior  Arleaga,  tengo  la  satisfacción 
de  comunicar  a  U.  S.  que  ya  se  encuentra  eolre  nosotros 
i  que  ha  recibido  de  esta  honorable  provincia  el  grado  de 
jeneral,  al  que  sus  talentos  i  decisión  le  hacían  sobradamente 
acreedor. 

£n  cuanto  a  los  demás  oficiales  que  se  encuentran  en  el 
Perú,  diré  a  U.  S.  que  deben  reunírsenos  mui  pronto,  pues 
han  sido  llamados  con  la  debida  anticipación. 

Igual  espíritu  que  el  que  anima  a  esa  ilustrada  pro^incui 
se  siente  en  esta  respecto  de  la  inmediata  convocación  de  una 
Asamblea  Constituyente  que  sancione  los  grandes  principios 
por  los  que  hemos  tomado  las  armas  ioon  los.  cuales  se  cons- 
tituirá enteramente  el  gobierno  de  los  pueblos,  burlado  por 
tantos  afios  por  el  mas  horrendo  despotismo. 

Bios  guarde  a  U.  S. 

José  Miguel  Caarera  (Ij. 


XV. 

Como  ya  hemos  visto^  el  ejército  do  Concepción  estaría 
en  breves  dias  a  las  puertas  de  Santiago,  o  al  menos,  en  ios 
lindes  de  su  provincia.  Era  preciso  marchar  al  sud  con  paso 

(1)  Esta  comunicación  está  tomada  de  un  borrador  exift^^nte 
en  poder  del  autor,  que  la  redactó^ 


474  HISTORU  DE  LOS  DIEZ  AS03 

acelerado  i  el  mismo  día  de  la  llegada  de  los  pliegos  al  cuar- 
tel jeneral,  se  dló^  la  orden  do  partir.  La  división,  en  con- 
secuencia,  emprendió  su  marcha  aquella  misma  larde,  acam- 
pándose en  la  villa  de  la  Chimba  a  las  órdenes  del  coronel 
Salcedo.  Carrera,  Arteaga  i  Munizaga,  con  el  oslado  mayor, 
no  parlirian  sino  al  dia  siguiente  (1), 


(t)  Coplamof  aqní  el  oficio  en  qne  el  gobierno  local  deCon^- 
cepcion  «nnnciaba  al  de  la  Serena  ei  levantamiento  de  aquella 
provincia» 

Concepción,  leitem^r^  24de  1851. 

tfitte  gobierno,  aun  antes  que  llegara  la  comisión  de  esa  pro* 
Vlncia  Oerca  del  señor  Jenerai  Cruz,  sabia  la  gloriosa  revolacion, 
9IH  qecntada  ^1  '7  del  corriente*  £1  gobierno  de  Santiago  en  sus 
alarmas  habia  impartido  esta  noticia  a  todas  las  provincias  I  el 
19  por  la  mañana  llegó  a  Concepción  con  la  orden  de  tomar  presos 
a  todos  los  qae  infundieran  recelos  ala  autoridad.  Pero  equinos 
habíamos  anticipado,  haciendo  nna  igual  revolución  a  la  de  Co« 
quimbo  el  13  en  la  noche,  la  que  se  consumó  sin  la  menor  des« 
gracia,  apesar  que  hubo  que  tomar  al  vapor  «Arauco  j»,que  traía 
mil  doscientas  onzas  del  gobierno  de  Santiago. 

]>El  señor  Jenerai  de  división  don  José  Maria  de  la  Cruz  fué 
proclamado  supremo  jefe  político  i  militar  de  la  provincia,  i  la 
comisión  de  Coquimbo  lo  ha  aceptado  en  este  carácter  firmando 
la  acta  aquí  levantada.  Por  este  medio  iremos  reorganizando  las 
muchas  relaciones  que  deben  existir  entre  las  varias  provincias 
de  la  República,  a  Gn  de  evitar  la  anarquía  i  cooperar  unánimes 
al  objeto  sanio  de  libertar  la  patria  de  la  opresión  en  que  ha  je- 
mido* 

•P^ro  por  la  nota  que  transcribo  a  C.  S.,  de  este  jefe,  verá  no 
acepta  sino  el  poder  militar,  hasta  que  las  provincias  Ubres  nom- 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  HONH.  17S 

bren  Plenipotenciarios,  que  orgnnízen  an  gobierno  conformes  la 
acta  aqoí  celebrada.  Creo  qae  esa  provincia  debe  nombrar  dos  i 
otro  tanto  harán  Concepción,  Manle,  Chillan  i  Talca,  i  con  diez 
Plenipotenciarios,  podremos  iniciar  la  obra  de  nuestra  rejenera- 
cion,  nombrando  un  jefe  político  i  haciendo  una  nueva  leide 
elecciones,  que  no  dudo  aprobarán  las  otras  provincias  cuando  re* 
conquisten  su  soberanía. 

•  El  pueblo  de  Concepción  ha  proclamado  al  jeneral  Viel  In- 
tendente i  a  mí  interino  hasta  que  aquel  jefe  acepte.  Por  mi  parte, 
he  procurada  llenar  la  confianza  que  en  mí  se  hacía  f  me  he  con* 
sagrado  a  organizar  la  provincia  en  un  estado  de  guerra.  El 
jeneral  Cruz,  investido  de  un  poder  discrecional^  apesar  de  hallarse 
enfermo,  ha  venido  a  tomar  una  parte  activa  i  decidida.  Su  pre- 
sencia ha  dado  a  la  revolución  impulso  estraordinario ;  su  nombre, 
sus  servicios  i  su  carácter  auguran  un  triunfo  seguro  i  estas 
poblaciones  se  levantan  en  masa  para  ir  a  anonadar  la  tiranía  de 
la  capital.  Contamos,  entre  veteranos  i  milicias,  nueve  mil  soU 
dados,  i  de  esta  fuerza  saldrán  de  aquí  bien  armados  i  en  com- 
pleta disciplina. 

•  Contamos  con  jefes  acreditados  i  llenos  de  valor,  comoel  je- 
neral Baqnedano,  el  coronel  Crrutia,  el  coronel  Zafia rtu,  el  coman- 
dante Roiz,  el  mayor  Urízar  i  otros  jefes  i  oGciales  tan  valientes 
como  republicanos. 

•Los  comisionados  de  esa  provincia  han  llenado  debidamente 
su  puesto  i  se  han  hecho  acreedores  por  su  patriotismo  i  decisioa 
a  la  gratitud  nacional. 

•  Cumplimento  a  la  provincia  de  Coquimbo,  en  la  que  tengo 
Intimas  relaciones  i  amigos,  por  medio  de  V.  S.,  por  su  noble  de- 
cisión, tanto  mas  gloriosa  cuanto  no  ocupa  una  posición  militar 
como  esta.  Le  cabe  también  a  Concepción  la  gloria  de  haber  he- 
cho una  revolución  que  creía  impulsar  sola  en  los  primeros  mo- 
mentos i  que  ahora  se  complace  en  sostener  reunida  con  la  que 
V.  S.  dírije. 

^Sírvase  V.  S%  aceptar  mis  consideraciones  de  aprecio. 

Pedro  tiutx  Vicona.» 

Sr.  loteiMletite  de  Coquimbo. 


CAPÍTULO  VI. 


II  Cllltl  •[  IE$«  riTIU. 

Cn  crimen  de  lesa  patria.— Sítaacíon  de  la  marina  nacional  de 
guerra  en  1851.— Faenas  de  las  estaciones  natales  estranjeras 
en  Valparaiso.— Importancia  reyoiacionaria  de  las  comunica-* 
Clones  marítimas.— Pinico  del  Gobierno  de  la  capital.— El  encar- 
gado de  negocios  de  Inglaterra,  Esteban  Enrique  SQÜyan.— Sus 
aniecedeoles»  su  carácter  i  su  odiosidad  contra  el  partide  de* 
mocrático  en  Chile.— Su  complot  con  el  Gobierno  para  dirijir 
las  operaciones  de  mar  contra  la  reTol  ación  .—Parte  para  Val- 
paraiso I  decide  las  yacilaciones  del  almirante  Moresby.— Envía 
el  yapor  Garg<m  a  Coquimbo.— Reilecoiones  de  derecho  ínter* 
nacional  sobre  la  interyencion  de  los  ingleses.— Tono  insolenta 
de  las  comunicaciones  de  Suliyan  con  el  Gobierno  de  Chile.— 
Una  nota  oportuna  del  Ministro  de  Estados-Unidos.— El  Gorgan 
se  apodera  del  Firefly  i  del  Araueo  i  pone  bloqueo  al  puerto 
de  Coquimbo,  a  nombre  i  por  autoridad  del  gobierno  ingles.— 
El  comandante  Pynter  celebra  un  contenió  con  el  ¡ntendento 
de  Coqoirobo.-*-EI  almirantazgo  ingles  desaprueba  la  conducta 
de  sus  ajenies  en  Chile.— Como  el  presidente  Montt  recompensó 
la  complicidad  de  los  ingleses. 


1. 


Vamos  a  escribir  la  pajina  mas  negra  do  los  anales  do  lulo 
i  de  dosaslres  que  narramos  en  estas  memorias,  la  pajina 

S3 


178  HISTORIA  DE  LOS  0ÍEZ  ifiOS 

de  la  traiciona  Ejemplo  acaso  único  en  nuestra  historia,  en  que 
la  arrogante  lealtad  del  chileno  fué  vendida  por  el  pavor  al 
estranjero  i  enajenados  por  una  vil  intriga  los  fueros  santos 
de  la  patria  a  una  bandera  de  depredación  1  de  insolencia. 
£1  rubor  nos  intimaría  el  callar,  pero  la  voz  de  la  conciencia 
nos  dicta  el  que  acusemos,  mientras  que  por  otra  parte,  la 
dignidad  de  hombres  i  de  ciudadanos  nos  prescribe  como  un 
deber  el  ser  inexorables.  Oiga  pues  la  República,  oiga  ei 
mundo  como  la  nación  chilena  era  tratada  por  el  gobierno 
que  le  fué  impuesto  en  1851,  i  falle  entonces  entre  la  abso- 
lución o  el  anatema. 

Nosotros,  entretanto,  solo  pedimos  justicia  a  ese  fallo  de- 
lante de  las  pruebas  irrecusables  que  vamos  a  someter  a  sa 
criterio^  pruebas  de  eterno  baldón  para  sus  autores,  que  su 
propia  imprudencia  o  su  ceguedad  puso  un  dia  en  evidencia, 
pues  la  mayor  parle  do  las  piezas  oficiales  que  vamos  a 
citar  fueron  publicadas  en  los  periódicos  de  la  época  a  quo 
pertenecen. 


n. 


Por  esa  incuria  lan  antigua  ct)mo  ctalpable  de  nt]éstí*OB  go- 
biernos centralistas,  el  pais  había  carecido  de  una  mediana 
marinado  guerra  desde  que  los  restos  gloriosos  de  su  «Primera 
Escuadra  Nacional»  fueron  vendidos  al  estranjero>  i  aquella 
se  encontraba  en  1851  en  un  estado  completo  de  inutilidad 
por  el  deterioro  de  la  fragata^ponton  Chile  i  la  carencia  ab- 
soluta de  buques  a  vapor«  Solo  dos  o  tres  embarcaciones 
menores,  la  Janequeo^  el  Meteoro  i  la  Conititucion  estaban 
en  servicio.  Unos  pocos  marineros  ífidiscíplinados  i  una  brí^ 


M  u  ABVcnsnuQOH  houtt.  479 

gada  de  cien  fusileros  eran,  por  otra  parte,  toda  la  fneru  ma^ 
ríltflia  de  que  podía  disponerse  para  las  operaciones  de  una 
campaíla  en  noestras  costas  ( I ). 

Por  nn  contraste  qne  el  ojo  previsor  déla  política,  ornas 
liíeD^  de  la  diplomacia  europea  hace  comprender,  las  esta>» 
cíoiies  navales  estranjeras  acantonadas  en  Yaiparaiso  i  parli* 
cnlarmente  la  inglesa,  contaban  nn  número  considerable  de 
vapores  de  gnerra  i  aun  de  navios  de  alto  bordo.  El  navio 
Pmriland  era  de  estos  últimos  i  los  vapores  GargM  i  Drnier 
se  contaban  en  el  número  de  aquellos,  a  los  que  perteneció 
también  luego  el  vapor  Virago.  La  estación  francesa  se  com- 
ponía, enlre  otros  buques,  de  la  fragata  Presidente  i  la  cor- 
beta Brillante  i  la  de  Estados-Unidos  de  la  corbeta  Saint 
Mary  i  de  uno  o  dos  buques  mas,  también  de  vela. 


IV. 


Los  revolucionarios  que  habían  lomado  las  armas  en  el 
norte  i  sud  de  la  República,  comprendieron  desde  luego  la 
debilidad  marítima  dei  Gobierno,  por  una  parle,  i  la  impor-* 
tancia  de  la  rapidez  de  las  comunicaciones  entre  las  dos  es-* 
tremidades  insurreccionadas,  por  la  otra.  Por  esto  el  asalto 
del  vapor  Arauco  había  sido  la  sefial  de  levantamiento  de 
Concepción^  en  la  noche  del  12  de  setiembre,  i  por  esto  tam^ 

(1)  El  vapor  Cazador^  cuyos  servicios  a  la  causa  del  Gobierno 
foeron  dé  tal  magnitud  durante  la  revolución  ,  que  el  escritor 
Jolabeche,  al  proponer  un  brindis  en  su  lionor,  lo  llamó  «la  Pro-' 
Ttitnciaáéi  Gobierno»,  fué  adquirido  muchos  días  después  de  esta* 
Hada  la  revolución  en  el  sud  i  en  el  norte.  Su  nombre  era  el 
Jeneral  Castilla^  i  el  Gobierno  lo  compró  a  su  propietario,  un  ne« 
coeianle  francés,  por  una  fuerte  suma  de  diuero. 


180  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ASOS 

bien  la  autoridad  revolucIoDaría  do  la  Serena  no  habia  lar- 
dado en  echar  mano  del  pequefio  vapor  Fire/ly.  Las  calderas 
de  estos  buques,  con^lanlemente  encendidas,  serían  el  lazo  do 
fuego  que  iba  a  alar  las  combinaciones  revolucionarias  que 
debían  marchar  hacia  el  centro,  trabándose  mutuamente  i  ha- 
ciendo oportunos  sus  pasos  i  seguro  su  éxito.  £1  vapor  iba 
a  salvar  la  revolución.  La  topografía  de  Chile  solo  deja  esta 
(mica  alternativa  al  triunfo  de  las  insurrecciones  populares, 
a  saber:  o  un  levantamiento  decisivo  on  la  capital:  o  la  ma- 
rina a  vapor,  cuando  el  fuego  ha  prendido  en  los  confines* 


El  Gobierno  de  Santiago  comprendiólo  también  asi,  I  se  sin- 
tió perdido  al  saber  la  toma  del  Arauco.  Su  pavor  era  tan 
profundo  que  para  calmarlo,  la  traición  a  la  patria  no  seria 
ciertamente  un  obstáculo,  i  era  tan  fundado  al  mismo  tiempo, 
que  la  esperiencia  de  tres  meses  de  campana  probó  con  cer- 
tidumbre el  hecho  de  que  sin  el  uso  de  la  marina,  la  causa 
del  Gobierno  se  habría  perdido  cien  veces.  En  tal  conflicto,  el 
destino  deparó  a  la  administración  un  medio  adecuado  do 
salvarse.  Era  este  la  presencia  en  la  capital  de  uno  de  esos 
diplomáticos  europeos,  que  la  ola  impura  de  los  favoritismos 
oligárquicos  arroja  en  lejanos  países,  donde  la  distancia  do 
los  mares  parece  que  veda  el  acceso  a  la  vergüenza  i  al  es«- 
cándalo. 

VL 

Encontrábase  en  Santiago^  desde  hacia  pocos  mcsesi  áe^ 


BB  tA  ADltliaSTRACION  MONTT.  181 

eropcfiando  el  destino  de  .Encargado  de  Negocios  de  Ingla*« 
térra,  ei  honorable  Estevao  Eorigoe  Sulivao,  sobrino  carnal 
de  Lord  Palmorston  por  una  hermana  fa?oríta  del  nom* 
Jire  de  Temple,  que  es  el  apellido  de  familia  de  aquel  cé* 
labre  ministro.  A  este  solo  titulo  babia  debido  su  elevación. 
Hombre  de  corazón  grosero,  de  costumbres  disolutas,  cínico 
por  carácter,  petulante  en  su  ademan  i  rebosando  de  un  in- 
flensalo  orgullo  por  la  aristocracia  de  su  nombre,  que  era  un 
barniz  i  por  la  posición  de  su  tio,  que  era  la  impunidad,  ha- 
bía paseado  el  escándalo  i  el  desenfreno  por  la  mayor  parte 
de  las  Cortes  de  Europa,  hasta  que  poruña  especie  de  rubor 
oficial  fué  apartado  de  los  centros  de  la  diplomacia  i  relegado 
a  Sud-América.  El  desprecio  con  que  miran  los  gabinetes 
europeos  a  nuestros  países,  o  mas  bien,  a  nuestros  gobiernos, 
faaee  frecuente  la  mengua  de  este  insulto.  Brazos  desconocir 
dos  suelen,  sin  embargo,  vengar  tan  hondo  agravio,  dejando 
pofidíeate  en  el  misterio  del  atentado  la  justificación  o  la 
culpa  del  castigo 

Salivan  habla  llevado  entre  nosotros  la  osadía  de  su  in- 
moralidad hasla  provocar  un  duelo  público  por  sus  villanías 
domésticas,  i  aun  le  vimos,  con  el  rubor  del  desdoro  asoma- 
do a  nuestra  frente,  tomar  su  asiento  en  el  teatro,  en  medip 
de  an  grupo  de  mujeres  públicas,  que  daban  las  espaldas 
a  nuestras  madres  i  a  nuestras  hermanas.... 

Pero  en  el  pecho  de  aquel  insolente  diplomático  cabían 
causas  de  otro  jéoero  que  predisponían  su  ánimo  a  buscar, 
encima  de  la  sociedad  que  insultaba,  un  apoyo  que  diera 
sombra  a  su  libertinaje  i  garantía  a  su  impunidad  oficial. 
A  na  orgullo  casi  delirante,  bebido  en  su  cuna  i  alimentado 
por  la  ponzofia  de  las  cortes,  9fiadia  un  desprecio  sincero, 
pero  brutal,  por.  las  formas  republicanas  i  por  los  sistemas 
Uberaics,  que  sii  tradición  de  familia,  su  educación  i  su  em^ 


18$1  BISTORU    DE  IOS  BIEZ  aK09 

pleo  le  hacían  odiosos.  Un  aconlecímionlo  casnal  babra 
agriado  su  encono  contra  todo  lo  qae  fuera  republicano 
i  democrático,  dando  a  su  odio  la  forma  de  un  recuerdo  ner- 
Tioso  qoe  le  exaltaba  hasta  el  frenesí.  Este  suceso  había 
consistido  en  una  formidable  vapulación  que  <lescargó  sobre 
la  inmunidad  de  sus  espaldas  en  un  Hotel  de  Lima  el  distingui- 
do ameríclHo  Sabdiel  Polter,  que  venia  desde  Panamá  eu  su 
compafiia,  nombrado  cónsul  de  Estados-Unidos  en  Valparaíso, 
i  que  castigó  de  esta  sumaria  i  característica  manera  algu- 
nos groseros  desmanes  del  ministro  ingles  para  con  él  i  para 
con  su  señora,  que  también  le  acompañaba. 

Desde  aquel  momento,  los  nombres  de  república  i  demo- 
cracia sonaban  en  el  oído  del  aristócrata  ingles  como  el  chas- 
quido del  látigo,  i  es  fama  que  se  enfurecía  hasta  el  vértigo 
solo  cuando  se  colocaba  en  una  de  estas  dos  situaciones: 
o  la  ebriedad  del  champagne,  que  era  consuetudinaria,  o 
las  discusiones  sobre  el  sistema  de  gobierno  de  la  América 
del  Norte. 

Sus  relaciones  con  el  ministro  americano  Mr.  Baile  Peyton, 
hombre  instruido  i  honorable,  se  habían  mantenido,  en  con- 
secuencia, en  el  pié  de  una  frialdad  seca,  sino  insolente; 
i  coando  por  el  desenlace  del  veinte  de  abril,  el  minisiro 
americano  se  encontró  en  el  caso  de  manifestar  una  hidalga 
simpatía  por  la  causa  de  los  liberales  de  Chile,  asilando  en 
su  casa  al  coronel  Arteaga,  el  encono  de  su  rival  subió  de 
punto  i  se  acostumbró  a  confundir  en  su  rabia,  su  desprecio 
por  las  instituciones  democráticas  de  los  Estados-Unidos  con 
sas  prevenciones  por  los  republicanos  chilenos.  El  coronel 
Potter  i  el  coronel  Arteaga  eran  para  él  la  personiGcacion 
de  esta  odiosidad  mortal  concentrada  en  su  pecho,  pero  que 
el  uso  inmoderado  de  licores  fuertes  hacia  desbordar  casi 
diariamente. 


Ȓ  U  AMIMISTRiGiaN  HOIIIT.  183 


VIL 


Faé  pues  a  las  manos  de  esle  hombre  a  Tas  (fue  el  Go- 
bierno confió  su  salvación.  Para  oprobio  eterno  del  nombre 
de  Chile,  su  suerte  iba  a  jugarse  en  una  alianza  infame  del 
miedo  impotente  i  de  la  brutalidad  impune.  La  historia,  que 
es  el  procesó  comprobado  de  los  grandes  crímenes,  califi- 
cará esto  entre  los  mas  graves,  entre  los  mas  odiosos,  entre 
hs  mas  indignos.  Desde  la  traición  de  Figueroa  en  1811,  que 
debió  entregar  nuestro  suelo  a  Ja  Espafia,  no  se  menciona 
Qtt  atentado  mas  atroz.  El  presidente  Hontt  i  su  ministerio 
vendieron  el  tionor  de  Cbüe  a  la  Inglaterra ! 


vin. 


Apenas  llegaron,  en  efecto,  las  primeras  noticias  déla  su^ 
klevacion  de  la  Serena,  cuando  el  gobierno  de  Santiago  se 
puso  al  habla  con  el  Encargado  de  negocios  de  Inglaterra, 
sirviéndole  de  intermediaria  el  Ministro  de  Hacienda  Urme- 
neta,  cvyo  conocimiento  del  idioma  ingles  garantía  el  secre- 
to i  la  espediciott  de  los  conciliábulos. 

Beade  la  primera  entrevista,  el  ministro  Sulrvan  se  entregó 
completamente  al  servicio  del  Gobierno,  i  este  fió  a  su  direc- 
ción discrecienal  el  manejo  de  aquella  vil  intriga,  que  ponia 
nuestra  nacionalidad  en  la  cartera  de  un  emisario  estranjero 
i  tiraba  el  honor  de  la  República  debajo  de  los  caflones  de 
los  buques  ingleses. 

Eo  el  acto,  Snlívan  impartió  orden  al  almirante  de  la  ee- 


484  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

tacion  de  Valparaíso^  Mr.  Fairfax  Moresby,  un  anciano  auslero 
pero  manejable,  que  puso  alguna  vacilación  en  cumplir  las 
órdenes  desacordadas  de  su  jefe,  pero  que  al  fin  se  somelió 
a  sus  planes,  haciéndose  su  mas  dócil  instrumento. 

Gomo  Moresby  hiciera  algún  repai'o  a  las  primeras  ins- 
trucciones de  Sulivan^  este  se  puso  en  marcha  incontinenti 
para  Valparaíso  i  ahí  sentó  sus  reales  como  un  omnipotente 
pirata.  El  navio  PortlandM  a  servirle  de  cuartel  jonerjal, 
mientras  el  Gorgon  se  desempeñaba  como  su  división  do 
operaciones  en  el  norte  1  el  Driver  en  el  sud. 


IX. 


Pero  una  vez  sabida  la  ocupación  del  Fire/ly  por  los 
ajentes  del  gobierno  ingles  en  el  Pacifico,  i  aun  reagravada 
aquella  falta  internacional  con  los  ultrajes  hechos  al  paque- 
te británico  Solivia  a  su  paso  por  Coquimbo  el  11  de  se- 
tiembre ¿cuál  era  la  linea  de  conducta  que  el  derecho  de 
jentes,  el  honor,  la  justicia  í  la  equidad  publica,  regia  supre- 
ma entre  las  naciones,  trazaban  de  consuno  al  representante 
de  la  Gran  Bretafia? 

Procedería  de  oficio  en  virtud  de  autoridad  propia  sobre 
datos  inferidos  a  los  intereses  i  a  las  personas  de  soa  subdi- 
tos? La  lei  internacional  le  prescríbia  entonces,  la  masera  de 
tomar  satisfacción  de  los  perpetradores  del  atentado,  a  los  que 
por  el  aoto  mismo  de  la  reparación  eiijida  o  de  la  queja  enta- 
blada, les  reoonocia  ya,  coma  era  de  estricto  rigor  en  dereebo, 
cierta  jurisdicción  de  hecho,  innegable  por  otra  parte,  i  cierta 
representación  internacional  para  entender  en  los  reclamos 
aducidos. 

Iba  a  solicitar  un  resarcimiento  de  daOos  a  requisición  del 


DE    LAADUmiSTRACION   MONTT.  18S 

agraviado ?  Pero  osla  no  existía^  ¡  el  caso  quddaba  reducido 
a  ia  alteraati^a  anterior,  i  9un  habiéndose  evidenciado  aque-» 
lla«  la  cuestión  no  salía  del  terreno  inleruacional  en  que  la 
hemos  colocado. 

Poro  lo  qne  es  positivo  es  que  ni  el  ministro  ni  el  almi-^ 
raate  ingles  se  lanzaron  en  aquella  via  de  estorcionos  i  de 
verdaderos  delitos  Internacionales  por  su  propio  ministerio, 
DÍ  por  exljeneias  de  los  subditos  de  su  nación.  Fué  el  culpa-» 
ble  gobierno  de  Chile  el  que,  arrodillado  como  un  mendigo  ai 
quien  se  lanza  con  desprecio  de  la  puerta  que  ha  golpeado, 
vino  en  su  cobardía  i  en  su  nulidad  a  pedir  el  amparo  de 
la  protección  eslranjera!  De  manera  pues  que  si  delante  de 
la  razón  universal  i  a  la  luz  de  todos  los  derechos  reconocí-^ 
dos  en  el  pacto  de  las  naciones,  los  ajentes  británicos  no 
podian  proceder  a  ningún  acto  de  violencia,  ni  siquiera  a 
simples  medidas  de  hecho,  contrarias  a  los  intereses  de  aque^ 
lia  fracción  de  la  República  que  se  habia  insurreccionado, 
sin  violar  por  ello  de  una  manera  flagrante  los  mas  obvios 
principios  del  derecho  internacional  ( I  )y  era  mas  evidentQ 


(1)  El  tratadista  Bello,  uno  de  los  autores  mas  eonsumados  i 
respetables  de  derecho  internacional  dice,  en  efecto,  hablando 
de  los  derechos  anexos  a  una  insorre(;cion  organizada,  estas  tes- 
tóales  palabras  en  la  p6j.  263  de  su  tratado :  «Lasgoerras  civiles 
empiezan  a  menado  por  tumultos  populares  i  asonadas  que  en 
nada  concierneo  alas  naciones  estranjeras;  pero  desde  que  una 
fraceíon  o  parcialidad  domina  un  territorio  algo  esténse,  leda 
leyes,  establece  en  él  un  gobierno,  administra  justicia,  i  en  untf 
palabra  ejerce  actos  de  soberanía,  es  una  persona  en  el  derecho 
de  jentes  i  por  mas  que  uno  de  los  partidos  dé  alolro  el  título 
de  rebelde  o  tiránico,  las  potencias  estranjeras  que  quieren  manw 
tenerse  neutrales,  deben  considerar  a  entrambos  «orno  e$tado9 
ind$fmíiiemtii  entre  sí  i  de  Jos  demás,  a  ninguno  de  los  cuales 
reconocen  por  juez  de  sus  diferencias»  I  luego,  refiriéndose  a  ios 
derechos  i  obligaciones  estrictas  de  la  Heutralida'l,  en  la  páj. 

24 


<86  HISTORIA  DE  LOS  DiftZ  aKOS 

todavía  qae  estos  actos  se  agravaban  i  consUluian  lo  que  se 
llama  en  derecho  una  verdadera  pirateria,  en  el  mar  i  un 
iülleo,  en  tierra,  aun  cuando  tales  actos  se  hubieran  consuma- 
do a  petición  de  las  autoridades  que  rejian  la  otra  fracción  en 
que  estaba  dividido  el  territorio,  por  la  acción  de  la  guerra 
civil.  En  el  primer  caso,  no  existiendo  reclamo  de  parle  in- 
teresada,  habia  abuso  i  «stralimilacion  á^  derechos.  En  el 
segundo,  siendo  la  connivencia  un  acto  espontáneo  dei  ajenie 
ingles,  habia  complicidad. 

1  de  no,  asi  como  el  almirante  ingles  procedió  contra  los 
buques  de  la  insurrección  en  virtud  de  un  decreto  que  de« 
claraba  piratas  a  esos  buques  i  a  las  tripulaciones  que  los 
montaban,  ¿no  habría  procedido  también  con  igual  título  e 
idéntico  derecho  contra  las  tropas  de  tierra  de  la  insurrección, 
una  vez  que  el  gobierno  las  hubiera  declarado  por  otro  de-- 
crelo  fuerzas  de  bandidos  que  se  habían  sustraído  de  la  pro- 


296,  aftade  estas  líneas,  no  menos  adecuadas  qae  las  anteriores 
al  caso  qne  nos  ocupa. 

«La imparcialidad  en  todo  lo  concerniente  ala  guerra,  consti- 
tuye la  esencia  dei  carácter  neutral,  i  comprende  dos  cosas.  La 
primera  es  no  dar  a  ninguno  de  los  belíjerantes  socorro  de  tro- 
pas, armas,  buques,  municiones,  dinero  o  cualquiera  otros  artí* 
culos  que  sirvan  directamente  para  la  guerra.  No  solo  les  es 
prohibido  dar  socorro  a  uno  de  los  belijerantes,  sino  ausiliar 
igualmente  a  uno  i  otro;  porque  esto  seria  poner  la  misma  pro« 
porción  entre  sus  fuerzas  i  esponer  la  sangre  i  los  caudales  de 
la  nación  a  pura  pérdida,  o.  alejando  quizá  la  terminación  de  It 
contienda;  i  porque,  ademas,  no  será  fácil  guardar  una  exacta 
igualdad,  aun  procediendo  de  buena  fé,  pues  la  importancia  de 
un  socorro  no  depende  tanto  de  su  valor  absoluto,  como  de  las 
circunstancias  en  que  se  presta.  La  segunda  cosa  es:  que  en  lo 
que  tiene  relación  con  la  guerra  no  se  debe  rehusar  a  ningnnp 
de  los  belijerantes  lo  que  se  concede  al  otro;  lo  cual  tampoco  se 
opone  a  las  preferencias  de  amistad  I  comercio,  fundadas  en  Ira* 
tados  anteriores  o  en  razones  de  conveniencia  propia», 


PC  tA  ABMINISTBACIO!?  MONTT.  *87 

loccfun  do  las  leyes  nacionales  por  el  hectio  do  hatier  toma- 
do las  armas?  La  ló|¡ca  habría  sido  la  misma,  porque  el  go- 
bierno babia  declarado  a  una  parte  de  sus  conciudadanos 
fuera  de  la  leí  patria,  para  ponerse  él  mismo  bajo  el  amparo 
de  la  lei  estranjera. 


I  lan  cierto  es  este  cargo  de  ignominia  bocho  a  la  autori- 
dad superior  de  aquella  épt)ca,  que  el  ministro  ingles  no  se 
contentaba  con  proceder  por  su  solo  albedrio  en  los  actos 
de  hostilidad  consumados  contra  las  autoridades  revolucio- 
narias, sino  que  adelantaba  su  insolencia  hasta  calificar  los 
derechos  de  la  insurrección,  constituyéndose  juez  en  la  con- 
tienda i  aun  llegaba  hasta  calumniar  a  los  jefes  de  la  revo- 
lución que  desconocía,  permitiéndose  usar  a  la  faz  de  la  na- 
ción i  del  gobierno  el  lenguaje  de  la  amenaza. 

«Ei  almirante  Moresby,  decía,  en  efecto,  el  ministro  Su- 
livan  en  un  despacho  al  gobierno  de  24  de  setiembre,  aludien- 
do a  la  toma  del  Firefly,  se  eslá  preparando  para  tomar 
medidas  mas  coercitivas  contra  las  personas  que  se  a/rtftif- 
yen  autoridades  en  Coquimbo  i  ordenaron  la  captura  de  aquel 
buque,  luego  que  el  gobierno  de  Chile  me  esprese  su  carencia 
de  medidas  para  protejer  los  intereses  estranferos  fin  aquel 
puertos  (I). 

Pero  el  gobierno  de  Chile  no  solo  recibía  estas  notas  infa- 

(1)  Véase  en  el  documento  núm.  8  tanto  esta  nota  com()  la 
aprobación  espiícita  i  terminante  que  díó  el  gobierno  de  Santiago 
al  bloqueo  i  embargo  del  puerto  de  Coquimbo,  «en  raien  de  la 
imposibilidad  en  que  se  hallaba  el  gobierno  de  prestar  la  debida 
protección  a  los  intereses  británicos )». 


488  BTSTORIÁ   DE  LOS   DIEZ    áfiOS 

mantos,  ''sino  que  las  contcslaba  con  hamildad  i  llovaba  sa 
cinismo  o  su  indignidad  basla  darlas  a  iuz  en  el  periódico 
oRcial!  Mengua  inconcebible,  pero  no  estrafia  !  Ese  mismo 
gobierno  no  tardó  en  aceptar  la  triste  insinuación  del  minis- 
tro británico  i  le  significó  su  carencia  demediot  para  prote* 
jer  los  intereses  estranjeros,  esto  es,  los  fardos  de  lienzo  i 
las  tablazones  desús  buques,  declarando ptVá/tca  la  bandera 
de  Chile,  ese  tricolor  de  gloria  i  de  lealtad  que  nos  legó  la 
independencia  con  una  estrella  al  centro,  como  el  simbolo  do 
un  destino  augusto^  al  que  en  el  pánico  de  una  hora,  una 
autoridad  desatentada  echó  un  borrón  de  eterno  desdoro. 


XI. 


Aulorizado  ampliamente,  el  ministro  ingles  procedió  a  eje- 
cutar so  plan,  i  el  27  de  setiembre  despachó  el  vapor  Gorgon 
al  mando  del  comandante  Pynter,  a  poner  bloqueo  i  embar- 
go sobre  el  puerto  de  Coquimbo^  publicando  esta  providencia 
como  de  propia  autoridad,  por  un  anuncio  en  la  pizarra  de 
la  Bolsa,  que  reprodujeron  los  periódicos  de  Valparaíso. 

Eran  estos  actos  tan  estrafios,  tan  absurdos,  tan  contrarios 
al  honor  nacional  i  a  la  jurisdicción  misma,  representada  por 
el  gobierno  de  la  capital,  que  el  ministro  de  Estados-Unidos 
no  pudo  menos  de  dirijir  al  Gobierno  una  nota  en  que  mani- 
festaba su  sorpresa  i  pedia  esplicaciones  sobre  si  los  actos 
del  comandante  Ppter  en  la  Serena  significaban  o  no  una 
hostilidad  declarada  al  Gobierno  de  Chile  (1 ).  Harto  castigo 
fué  esta  comunicación  inesperada  para  lamafio  desmán  en  un 

(i)  Véase  esta  nota  i  la  contestacioa  del  Gobierno,  en  el  do* 
cnmeoto  núm.  9. 


DE  lA  ADMmiSTRACIOBI  MOHTT.  189 

gobierno  quo  pareóla  abjurar  todo  principio  de  orgullo  patrio 
i  que  esta  vez  i  precisamente  sobre  esta  incidencia  diploma- 
líja,  tuvo  el  triste  descaro  de  reconocer  en  un  documento 
público  la  importancia  do  la  cooperación  de  las  fuerzas  bri« 
tánicas  on  el  bloqueo  del  puerto  de  Coquimbo  I 


XIL 


El  vapor  Gorgon  llegó  el  28  de  setiembre  al  puerto  de 
Coquimbo,  habiendo  avistado  el  día  anterior  al  Firefly^  al 
quo  lambien  el  paquete  británico  do  la  carrera  de  Panamá, 
Nueva  Granada^  se  puso  a  perseguir  de  propia  autoridad, 
siendo  un  simple  buque  mercante  1  ejecutando,  por  tanto,  un 
acto  de  verdadera  piratería,  basta  obligar  al  capitán  Pizarro, 
que  mandaba  el  buque  perseguido,  a  saltar  a  tierra  en  la 
costa  de  Fray  Jorje,  dejando  su  buque  presa  del  Gorgon  quo 
lo  amarró  a  su  costado.  El  vapor  AraucOj  que  al  mando  del 
capitán  Ángulo  echó  anclas  aquella  misma  mafiana  trayendo 
de  regreso  de  Talcahuano  la  comisión  de  Coquimbo,  fué  tam- 
bién apresado,  retenidos  sus  pasajeros  i  embargados  sus  pa- 
póles (|l ).  £1  bloqueo  del  puerto  quedó  desde  aquel  momento 

(I)  Venia  a  bordo  del  ilraiico,  en  calidad  de  emisario  de  los 
revoHicionarlosdel  sod,  i  en  reemplazo  del  coronel  Puga  qae  no 
lavo  a  bien  aceptar,  el  ciudadanodon  Francisco  Prado  Aldonate, 
una  de  las  primeras  víctimas  de  los  sacudimientos  políticos  de  la 
época,  ascendido  ahora  a  teniente  coronel  de  ejército  por  el  je- 
neral  Cruz. 

Kl  objeto  principal  de  su  misión  era  enriar  recursos  pecunia- 
rios al  sud,  pues  los  comisionados  Vera  i  Alvarez  los  hablan  ofre-  ^ 
cido  en  grande  escala  con  no  poca  ponderación  í  méuos  prudencia, 
Mai«  encontrándose  exhausto  el  tesoro  de  la  Serena,  solo  se  remi« 


190  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

declarado  en  el  nombre  i  por  la  autoridad  del  gobierno 
ingles. 

Pero  el  comandanle  del  Gorgon^  al  intimar  su  bloqueo  del 
puerto»  no  podía  escusar  un  acto  público  que  implicaba  el 
reconocimiento  de  las  autoridades  provinciales,  por  el  solo  he- 
cho de  hacerle  saber  la  nolifícacion  de  aquella  medida,  i  asi 
fué  que  apesar  suyo  i  a  despecho  de  sus  dobles  instrucciones 
del  almirante  ingles  i  del  ministro  de  relaciones  exteriores 
de  Chile,  el  comandante  Pynler  tuvo  que  prestarse  a  entrar 
en  avenimiento  con  las  autoridades  revolucionarias  de  la  Se- 


tieron  ocho  libranias  por  la  sama  de  40  mil  pesos,  qoe  como 
sabemos,  fueron  protestadas  en  Valparaíso. 

Sacedlo  ademas  que  el  Arauco,  ana  vez  en  franqaía,  fago  del 
paerto  por  ona  falsa  alarma,  sin  llevar  correspondencia  ni  del 
gobierno  provincial  ni  del  comisionado  Prado  Aldonate,  lo  qoe 
desazonó  de  tal  manera  al  jeneral  Cruz,  que  con  sobrada  justicia 
preguntó  «sí  había  gobierno  o  desgobierno  en  la  provincia  de 
Coquimbo». 

Habia  sucedido  que  el  comandante  Ángulo,  al  saber  que  se 
diríjía  una  fragata  de  guerra  a  toda  vela  sobre  el  puerto,  |uzgó 
que  era  la  Chile  i  al  punto  levantó  sus  anclas,  haciendo  rumbo 
al  sud,  sin  aguardar  las  órdenes  de  la  intendencia  revolucionaria. 
He  aquí  como  un  actor  en  estos  sucesos,  el  comisionado  Prado 
Aldunate,  refiere  la  impresión  que  aquella  alarma  infundada 
causó  en  la  entusiasta  i  patriótica  Serena,  en  una  carta  que  él 
dirijió  en  octubre  de  1851  a  uno  de  sus  correlijionarios  polí- 
ticos. 

«A  la  sena  del  telégrafo  de  fragata  de  guerra  a  la  vista,  ardió 
Troya  en  el  puerto  i  la  Serena.  Todo  el  mundo,  niños  i  mujeres 
se  armaban  para  resistir,  creyendo  que  era  la  fragata  Chile  que 
irenia  a  desembarcar  jente  al  puerto.  En  este  conflicto,  fui  nom- 
brado comandante  de  armas  de  la  plaza  e  incontinenti  híze  top- 
ear jenerala  i  ordené  retirar  todo  elemento  de  guerra  del  puerto 
a  la  ciudad,  para  hacernos  fuertes  en  este  punto.  A  la  tarde  i 
muí  tarde  de  este  dia,  vinimos  a  desengañarnos  que  no  era  la 
Chile  la  fragata  que  se  habia  avistado,  sino  que  era  la  fragata  de 
guerra  inglesa  Tetie  (PortlandfJ  que  venia  a  relevar  al  Gorgon*.. 


m  tk  ADMINfSTBACION  MONTT.  491 

rcna,  las  que  habían  sido  esplicitaoienle  desconocidas  por  el 
miníslro  Ingles. 

El  intendente  don  Vicente  Zorrilla,  hombre  prudente,  ciu- 
dadano popular,  mandatario  celoso  i  activo^  se  apresuró  a 
venir  al  poerto  en  compafiia  de  don  Tomas  Zenteno,  tan 
luego  como  supo  la  aparición  del  Gorgon^  la  captura  del 
Firefiy,  el  bloqueo  de  la  bahía  i  el  apresamiento  escanda- 
loso del  Arauco,  que  comprometía  seriamente  los  planes 
combinados  de  la  revolución.  Usando  de  mafia  i  sin  abdicar 
su  dignidad,  atrajo  al  comandante  Pynteraun  arreglo  amis- 
toso, firmándose  aquel  mismo  dia  un  convenio  de  satisfacción 
i  resarcimiento,  en  que  si  hai  alguna  nota  que  empalie  el 
honor,  no  es  sin  duda  la  de  los  que  cedieron  a  la  violencia 
i  al  desafuero,  sino  de  los  que  compraron  el  honor  del  pabe- 
llón de  Inglaterra  al  precio  vil  de  una  suma  injente  de  di* 
ñero  ( 1 }• 

Pactóse  una  Indemnización  de  30,000  ps.  por  el  apresa- 
miento del  Fire/ly,  que  valía  escasamente  la  tercera  parte  de 
aquella  suma,  i  como  este  buque  se  declarara  presa  de  guerra 
de  los  oficiales  del  navio  Portlqndy  se  formó  otra  partida  de 
cargo  doble,  por  la  que  debía  pagarse  a  dichos  oficiales  la  suma 
de  10^000  ps.  Esta  era  una  espléndida  muestra  de  saqueo  in^ 
ternacional,  pero,  por  fortuna,  no  pasó  mas  allá  del  papel  en 
que  fué  escrito,  porque  asi  lo  consintió  el  curso  de  los  suce- 
sos i  mas  que  todo,  la  declaración  del  Almirantazgo  britá- 
nico, que  ordenó  poco  después  la  devolución  de  los  buques 
apresados,  sentenciando,  como  una  fulminante  condenación 
para  el  gobierno  de  Chile,  que  este  gobierno  no  habla  tenido 

(f)  Véase  en  el  documento  núm.  10  este  contrato  I  la  nota  in- 
solente en  que  el  cónsul  ingles  i  los  estranjeros  residentes  en  h 
Serena  felicitaban  al  comandante  Pynter  por  aquella  indigna  i 
vergonzosa  estafa» 


192  .  HISTORIA    DE  LOS    DIEZ    aS09 

derecho  de  declarar  piratas  los  baques  de  su  nación  ¡  que 
los  jefes  de  la  estación  naval  no  habían  tenido  tampoco  fa- 
cultades para  apresarlos  como  tales.  Sirva  este  fallo  de  noble 
compensacioD  al  gobierno  ingles  por  los  abusos  de  crueldad, 
de  egoísmo  i  menosprecio  que  sus  ajen  tes  perpetran  en  nues- 
tra playas,  débiles  i  sustraídas  al  ojo  ;del  mundo  i  en  las 
que  en  aquel  año  infausto  de  1 8S I  se  ejecutaron  los  mas  graves 
i  desautorizados  escándalos  I  (1)  Verdades,  sin  embargo,  que 
el  Presidente  Montt  se  apresuró  a  paliar  estos,  rindiendo  ho^ 
menaje  a  sus  autores  con  una  visita  oficial  hecha  a  bordo  del 
Parllandt  en  agravio   de  los  jefes  de  las  otras  estaciones 
navales^  libando  su  copa  en  un  convite  posterior  con  el  almí- 
tanto  Moresby,  que  le  saludaba  como  a  al  hábil  piloto  que 
liabia  sabido  gobernar  i  vencer  la  tempestad»  (2)  i  por  último, 
ofreciendo  una  cartera  del  despacho  a  un  dependiente  del 
comercio  estranjero  de  Valparaíso,  que  le  había  secundado 
con  tanto  celo  en  sus  propósitos  sobre  el  mar  i  las  costas  de 
la  Repüblica. 

Pero  nos  apresuramos  ya  a  cerrar  esta  penosa  narración  de 
tanta  mengua  para  nuestra  patria,  que  hemos  trazado  a  la 

(1)  Aludimos  a  la  captura  del  vapor  chileno  Araueo  hecha  en 
Talcahuano  por  el  vapor  ingles  Gorgon^  a  consecuencia  de  un 
decreto  del  gobierno  de  la  capital  en  que  declaraba  pirata  aquel 
buque.  Véase  en  el  documento  núra,  11  este  decreto  i  las  igno- 
miniosas notas  cambiadas  a  consecuencia  de  aquel  atentado  entre 
el  ministro  ingles  i  el  gobierno  de  Chile. 

(2)  Palabras  testoales  del  almirante  Moresby  en  el  banquete 
ofrecido  al  Presidente  Montt  por  el  comercio  estranjero  de  Val- 
paraíso el  O  de  marzo  de  1852.  (Véase  el  Mercurio  núm  7,351). 
El  presidente  llegó  a  Valparaíso  el  27  de  febrero,  siendo  saludado 
concuna  salva  por  la  escuadra  inglesa,  í  apenas  se  había  reposado 
un  dia,  cuando  hizo  una  visita  de  honor  al  navio  Portland  (1.®  de 
marzo),  haciendo  una  escepcioncon  los  otros  buques  almirantes 
existentes  en  la  bahía. 


BE  U  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  193 

lijera,  como  si  la  febril  ansiedad  del  rubor  i  del  despecho 
hubiera  empujado  nuestra  pluma  (1). 


( I )  Revisado  este  eapftalo  despoes  de  cerca  de  tres  aSos  de 
haber  sido  escrito»  no  hemos  podido  borrar  uno  solo  de  sus  amar- 
gos conceptos,  ni  aun  mitigar  el  ardor  de  sas  frases.  Al  contrarío, 
la  intlignacíon  qae  nos  dictó  ese  lenguaje  palpita  todavía  en  núes* 
tro  pecho  i  lo  encenderá  siempre,  mientras  conservemos  el  amor 
a  nuestro  suelo  i  el  sentimiento,  indestructible  en  los  chilenos» 
del  honor  nacional.  Hará  contraste  este  capítulo  con  la  templanza 
de  todas  las  otras  pajinas  de  este  escrito;  i  la  razón  de  esta  di^ 
ferencía  es  que  en  este  nos  ocupamos  solo  de  la  guerra  civil, 
i  hablamos  siempre  entre  hermanos;  mientras  que  en  el  presente 
caso  la  cuestión  es  con  el  estranjero,  i  a  propósito  de  un  crimen, 
estranjero  también,  que  tiene  por  cómplice,  no  al  pais,  sino  a  la 
autoridad,  contra  la  que  aquel  se  había  levantado  en  masa.  Este 
capítulo  será  rejistrado  en  verdad  en  los  futuios  anales  de  Chile, 
no  como  una  pajina  de  sus  discordias,  sino  como  un  fragmento 
tristísimo  de  su  historia  internacional. 

4 

Santiago,  julio  de  1861. 


2o 


CAPITULO  VIL 


U  UldU  U  MD. 

Actividad  del  movimiento  revolaclonario  en  los  últimot  días  de 
setiembre. — ^Hedidas  administrativas  eu  Ja  Serena.— La  divi- 
sión deja  su  coartel  jeneral  de  Ova  I  le. — ^Número  de  sus  fuer- 
xas.— Topografía  jeneral  del  territorio  de!  norte. — ^Verdadero 
carácter  de  la  espedicion  revolnc¡onaria.-«Marcba  desde  Puni- 
taqai  a  la  cuesta  de  Valdivia.— Movimientos  de  Campos  Goz- 
mao.*— Ocupación  de  lllapel. — Funesta  demora  i  recargo  de 
equipajes  de  la  división.— Marcha  hasta  la  Mostaza.—Movimien- 
tos  del  enemigo  i  concentración  de  todas  sus  fuerzas  en  Quili- 
roarí.— Se  reúne  un  consejo  de  guerra  i  se  resuelve  un  movi« 
miento  oblicuo. — ^Descontento  de  la  tropa  i  siniestros  rumores 
que  circulan*— Se  reciben  en  Pupio  noticias  de  la  invasión  de 
la  Serena  por  los  arjentinos  de  Copiapó,  i  una  junta  de  guerra 
resuelve  no  retrogradar.— Reflecciones  sobre  la  invasión  revo- 
laciofiaria  de  la  división  del  norte.— El  enemigo  descubre 
nu«iStro  derrotero  en  el  cajón  de  Tílama.— Paso  nocturno  de 
la  cuesta  de  las  Palmas. — Vicuña  ocupa  a  Petorca  sin  resis- 
tencia.— Se  combina  un  plan  para  la  invasión  simultánea  del 
▼alie  de  Putaendo.— Vicui^a  emprende  su  marcha  a  vanguardia 
por  las  Jarillas.— El  coronel  Arteaga  recibe  orden  de  marchar  por 
¡as  cuestas  de  Cultunco  i  de  los  Anjeles.— Ultima  jornada  de 
la  división  de  Coquimbo. — Asombroso  movimiento  transversal 
de  Vid«urre««-Sa  pánico  i  la  calma  de  los  jefes  revolucionarios^ 


Los  sucesos  de  la  rovolucion  del  norte  se  desenlazaban, 
cono  hemos  visto,  con  estraordinaria  rapidez.  Cada  dia  era 


196  HISTORIA  Dfe  LOS  DIEZ  ANOS 

un  nuevo  progreso  o  una  contrariedad  vencida.  Los  üllimos 
días  de  seliombre  hablan  tenido  un  inlercs  casi  dramático 
por  su  oxilacion.  Así,  el  26  habia  llegado  al  cuartel  jeneral 
de  Ovalle  la  división  de  las  Higueras,  el  27  desembarcaba 
en  la  playa  de  Frai  Jorje  el  capitán  Pizarro  con  las  comu^ 
nicaciones  del  sud,  í^i  28  habia  tenido  lugar  el  triple  acon- 
tecimiento do  la  llegada,  apresamrcnto  i  rescate  del  vapor 
Arauco. 

Pero  mientras  el  gobierno  de  la  Serena  se  preocupaba  de 
salvar  con  medidas  oportunas  los  compromisos  i  embarazos 
que  lo  rodeaban,  sea  por  la  intervención  inglesa,  sea  por  los 
socorros  de  dinero  solicitados  por  los  revoiucionaríos  del  sud, 
^ea,  en  ün,  por  las  exijencias  locales  de  la  provincia^  como 
la  seguridad  pública,  el  reclutamiento  de  fuerzas  ilosprepa* 
rali  vos  para  la  elección  de  la  Asamblea  provincial,  que  según 
el  acia  revolucionaria  del  8  de  «cliembre,  debía  convocarse 
para  nombrar  definitivamente  el  gobierno  de  la  provincia  (1); 

(1)  El  gobierno  sustituto  de  la  Serena  no  fué  de!  todo  feliz 
en  la  combiiiaciou  de  estos  trabajos  de  organización^  Hemos  visto 
que  ya  había  entregado  el  manejo  de  la  policía  a  personas  que  en 
aquel  momunlo  no  ofrecian  la  garantía  suGciente.  Pero  apesar 
de  la  absoluta  tranquilidad  del  pueblo,  creó  todavía  un  nuevo 
cuerpo  que,  a  imitación  de  la  Guardia  del  orden  de  las  po'blacio- 
nes  en  (jue  rejía  el  Gobierno,  se  denominó  Guardia  de  seguridad 
i  hacia  de  noche  el  servicio  de  patrullas.  Se  compuso  este  cuerpo 
fantástico  de  210  ciudadanos  divididos  en  diez  compañías  de  a 20 
hombres,  que  mandaban  aUunos  de  los  vecinos  mas  pacíficos  de 
la  Serena,  como  don  Juan  María  Egaña,  don  Nicolás  Osorío,  don 
llamón  Solar,  el  escribano  don  Narciso  Melendez,  don  Ramón 
Munizaga  i  otros.  Don  ÁlUonio  Larraguibel  era  el  comandante 
de  esta  guardia,  i  don  Santos  Cavada  el  mayor. 

Al  mismo  tiempo  que  se  adoptaban  estas  medidas  del  todo  inú- 
tiles i  que  hacian  presentir  un  peligro  imajinario  i  una  inquietud 
absurda,  sie  dictaba  un  decreto  verdaderamente  despótico,  que 
«fendja  el  espíritu  de  la  revolución.  Era  este  ei  bando  publicado 


m  U  ADMINISTEACION  VOICTT.  497 

BiéDlras  se  babia  hecbo  todo  oslo,  dociamos,  en  el  sentido  do 
la  paz  en  la  capilaU  se  ejecutaban  on  el  cuartel  jeneral  de 
Ovalle  laaüilimas  operaciones  para  emprender  la  campaña 
i  lle?ar  la  revolucion^o  la  guerra  ala  provincia  de  Aconcagua 
i  a  la  capital  nüsma. 

El  S8  de  setieiiibre'  se  puso,  en  efeclo^  ei>  marcba,  la  di- 
Tísioa  iDvaeora,  acampándose  el  29  en  la  aldea  de  Punilaqui, 
aulígao  asiento  de  minas  de  oro  i  azogue,  distante  siete  le- 
guas al  sud^  donde  se  le  reunió  el  jeneral  en  jefe  i  el  estado 
nayor  el  29  a  las  diez,  de  la  nocbe. 


n. 


Aquella  fuerza,  sin  embargo,  que  se  ba  denominado  pom- 
posamente, unas  veces  Ejército  del  Norls,  i  otras  División 
de  Coquimho,  i  que  tenia  el  titulo  oficial  de  Ejército  restau- 
rador^ era  solo  una  pequella  columna  revolucionapia,  menos 
fuerte,  bajo  un  punto  de  vista  militar,  que  cualquier  batallón 

t\  21  de  setiembre  para  que  nadie  pudiese  hospedar  en  la  ciudad 
a  ningan  estraño  sin  dar  aviso  a  la  autoridad  en  el  término  de  12 
horas,  bajo  la  pena  de  10  pesos  de  multa  o  15  dias  de  prisión.  Solo 
un  paeril  temor  por  las  maniobras  de  los  espías  enviados  desde 
Copiapó  podia  hacer  concebible  esta  medida. 

En  cnanto  a  las  elecciones  de  la  Asamblea  proyincial,  es  triste 
persQadirs«  de  qne  el  gobierno  no  estuvo  a  la  altura  de  su  misión 
revolucionaria  i  de  su  deber  público,  sí  hemos  de  estar  a  la  cons- 
Uncía  de  los  documentos  que  entonces  publicó  un  diario  de  la 
capital  {La  Civilización  ntüni,  32),  El  intendente  envió,  en  efecto, 
a  todos  los  gobernadores  de  departamento  una  circular  en  la  que 
indicaba  la  persona  que  debian  elejir,  añadiendo  estas  palabras  de 
estrecha  i  absurda  política:  «Convendría  que  el  nombramiento 
qoo  allí  deba  hacerse,  resaiga  freásamenU  en  personas  de  esta 
dudad». 


49B  HISTORIA  DV  LOd  DIEZ  AÑOS 

tdisclplmado  de  los  que  entonces  componían  el  ejército  nacio- 
nal. Aunque  parezcan  sorprendentes  i  del  todo  nuevos  estos 
asertos,  eran,  empero,  la  realidad  desnuda  i  comprobada  por 
la  inspección  ocular,  muchas  yeces  reiterada,  del  que  ahora 
los  emite  como  hechos  iaslimeros  e  indisputables. 

La  división  de  la  Serena  no  contaba  positivamente  mas  de 
600  soldados  en  sus  filas,  i  estos,  ademas  de  ser  bisoñes, 
carecían  de  toda  disciplina  i  estaban  armados  do  una  manea- 
rá por  demás  insuficiente. 

Solo  su  denuedo,  su  entusiasmo  f  el  ardor  de  la  numerosa 
juventud  que  se  habia  alistado  en  sus  cuadros,  le  prestaban 
alguna  respetabilidad  í  ofrecían  a  sus  Jefes  una  débil  perspec- 
tiva de  buen  éi:ito. 

Las  fuerzas  estaban  distribuidas  del  modo  siguiente: 

infantería. 

Batallón  Igualdad US  plazas.     . 

» ,      Restaurador 100     » 

»        Níim.  4  de  Coquimbo 90     » 

335  infantes. 
Caballería. 
Escuadrón  de  la  Gran  Guardia.  .  .  .  ,    60  jinetos. 

Artillería. 
Brigada  de  3  piezas  de  a  4,  con  30  ar- 
tilleros i  30  fusileros.,  r 60  artilleros. 

Total  jeneral.  •  .  455 

Este  número  podía  subir  a  600  hombres  con  la  oficialidad 
de  los  cuerpos  que  llegaba  a  cerca  de  150  individuos,  con 
los  conductores  de  bags^'e  i  otros  empleados  del  parque» 
hospital  militar  etc. 


DB  LA   AMINISTRACION  MONTT.  499 

Tristes  Talieiiüos  surjían  cierlamente  del  primer  examen 
áe  aquella  división  destinada  a  intentar  empresas  de  tan 
Abaltada  magnitud^  como  eran  ia  invasioB  de  la  provincia  de 
Aconcagua  i  la  ocupación  subsiguiente  de  la  capital.  Faltaba 
«Amera.,  faltaba  disciplina,  organización^  el  órdea  estricto 
de  la  ordenanza  en  campana,  faltaban  recursos  en  armas, 
eo  dinero,  en  elementos  de  movilidad;  i  ei  terreno,  por  otra 
parte,  ofrecía  en  la  distancia  de  cerca  de  cien  leguas  que 
debia  rejc«rreraa«  solo  esterilidad^  cansancio  i  peligros. 


III. 


La  l(^grafia  de  la  comarca  que  se  estfende  entre  et  valle 
de  Coquimbo  i  el  de  Aconcagua,  no  se  presta  ciertamente 
Bi  a  prolongarla  guerra  por  la  eslratejia  ni  a  alimentarla  per 
les  recursos*  Cadenas  de  montanas  aplastadas!  estériles  que 
86  eslienden  a  veces  en  suaves  planicies  i  se  alzan  otras  en 
embrea  mas  o  menos  ásperas,  como  la  de  la  cuesta  de  Cali- 
lo/ai,  quojcierra  el  valle  de  Choapa,  la  de  las  Paitaos ,  en  la 
cadena  que  encierra  el  riachuelo  de  Quiiimari,  i  por  último, 
la  formidable  de  loñAnjelesque  guarda  el  valle  de  Putaendo, 
1  nnos  cuantos  vallecitos  entrecortados  en  la  cima  de  estas 
ondulaciones,  cada  veinte  o  treinta  leguas,  hé  aquí  la  fiso*- 
9omia  del  territorio  en  que  iba  a  jugarse  la  campaña  del 
norte.  Escasos  de  poblacione^s.  Ingratos  a  la  agrícullura«  po- 
bres en  caballos  i  bestias  de  transporte,  i  mas  que  todo,  con 
habitantes  del  todo  inadecuados  para  el  servicio  de  las  armas,- 
aquellos  parajes  no  ofrecían  ninguna  ventaja  a  los  invasores, 
sino  cuando  se  hubiesen  acercado  por  rápidas  marchas  a  los 
ricos  valles  de  iconcagua. 


200  mstORlA  DiS  lOft  MU  AÜOS 

.    IV. 

Pero  existía  en  medio  de  aquel  pufiado  de  redotas  un 
elemento  que  lo  hubiera  hecho  capaz  de  llenarla  destino  con 
la  misma  eGcacia  que  un  tuerpo  numeroso  i  arreglado  do 
tropas,  si  ese  elemento  se  hubiera  comprendido  i  pesado  en 
todo  su  valor  i  en  toda  sn  oportunidad.  Era  este  el  entusias*» 
mo  del  soldado  i  la  rapidez  de  los  movimientos  que  debia 
segundar  el  esfuerzo  de  aquel  ardor,  aprovechándose  de  su 
mismo  impulso  para  llevarlo  con  acierto  a  un  pronto  desen- 
lace. Esta  inspiración  revolucionaria  era  la  única  salvación 
posible  de  la  columna  espedicionaria.  El  marchar  a  paso  de 
trote  hasta  las  riberas  del  rio  de  Aconcagua,  sin  cuidarse 
absolutamente  de  ningún  otro  propósito;  he  aquí  lodo  el  plan 
do  campana  que  era  posible  realizar  con  fruto  en  aquella 
coyuntura  i  con  tales  elementos.  Desgraciadamente,  fué  esto 
lo  quo  no  se  hizo.  La  división  avanzó  con  todo  el  método 
de  la  marcha  regular  en  una  campana,  lomándose  todas  las 
pretenciosas  precauciones  de  la  estratéjia  militar,  i  aun  mas, 
haciendo  concesiones  que  llegaron  hasta  la  puerilidad,  a  la 
holganza  de  los  oficiales  i  al  bien  pasar  de  los  soldados.  Los 
jefes  de  la  división  de  Coquimbo  iban  a  obrar  como  militares 
i  no  como  revoluciónanos.  Este  error  los  perdió,  como  vamos 
a  verlo  día  por  día,  en  el  curso  de  los  sucesos!  en  la  jornada 
de  cada  marcha. 


Ya  hemos  visto,  en  verdad,  quo  ia  división  que  había  par-- 


Ifdo  de  Ovatid  m  la  tarde  del  28,  permanecía  eslaneada  en 
él  asiento  de  Paoílaquí  por  cerca  de  cuatro  días,  pues  solo^ 
el  1,^  de  octubre  a  las  dos  de  la  tarde,  se  dio  la  orden  de 
narcha,  la  que  comunicada  a  los  cuerpos  al  son  de  la  mú- 
sica i  de  las  aclamaciones  de  ios  oficiales,  fué  recibida  cod 
maestras  de  uo  jubilo  ardiente  que  la  tardanza  hacia  des- 
bordar. Eq  PuBílaquí  do  se  babia  hecho  mas  operación  que 
pudiera  llamarse  de  provecho  que  una  falsa  alarma  dada  en 
los  acantonamientos  en  la  media  noche  del  30  de  setiembre 

|«  i  un  remedo  de  parada  militar  ejecutada  por  todas  las  fuer- 

zas. Uno  i  otro  dejaron,  empero,  una  advertencia  provechosa,. 
si  hubiera  de  haberse  atendido,  a  saber;  la  sorpresa  noctur- 
na, una  muestra  del  ardor  de  loe  soldados  para  aceptar  el 
combate,  asi  como  la  revista  de  la  mafiana  evidenciaba  e\ 
completo  desgreño  de  la  tropa  en  el  manejo  de  las  armas  i  la 
pésima  calidad  de  estas. 

La  marcha  del  primer  dia  (1 .®  de  octubre}  fué  bastante 
esforzada,  transmontándose  aquella  tarde  la  áspera  cuesta 
de  los  Hornos  hasta  la  posesión  del  HuÜmo  o  Zapallo,  cinco 
leguas  al  sud  de  Pnnitaqui,  donde  la  división  se  acamp6 

f  cómodamente  por  la  noche.  El  grato  reposo  de  aquella  pri- 

mera jornada  de  la  marcha  emprendida  sobre  el  enemigo, 
era  solo  interrumpido  por  el  patriótico  quien  vive?  de  los 
centinelas.  En  la  orden  jeneral  de  aquel  dia  se  había  dispuesto 
que  se  respondiera  a  aquella  voz  con  el  grito  de  Coquimbo! 
Al  siguiente  día  se  hizo  solo  un  movimiento  lento  i  pesa- 
do. Auuquo  emprendida  a  las  seis  de  la  madrugada,  hizose 
prociso  detener  la  marcha  a  medio  camino  i  antes  de  las 
dos  déla  tarde,  par^  aprovechar  las  comodidades  en  forrajes 
i  provisiones  que  ofrecía  el  establecimiento  de  fundición  de 
cobre  do  Pehahlanca,  que  tenia  (ademas  de  sus  potreríllos 
de  alfalfe  i  de  sus  b«rnos  de  coser  pan)  el  atractivo,  enlóoces 


SOSt  HISTORIA   PE  LOS  DIEZ  AÑOS 

tentador,  de  ser  propiedad  de  un  adversario  declarado  de  la 
revolucioo,  don  Jacioto  Vasquez.  Por  otra  parte,  era  difícil 
eacootrar  eo  aquellas  agrias  mesetas  un  cainpaniento  apro** 
pósito  antas  de  cerrar  la  noobe,  de  modo  que  la  división  solo 
avanzó  seis  legiias  este  día. 

.  I^a  jornada  del  3  de  octubre  foé  todavía  mas  ingrata.  Desr 
de  las  siete  de  ia  maoana  a  las  cuatro  de  la  tarde,  se  babía 
recorrido  solo  un  espado  de  cuatro  leguas,  hasta  llegar  al 
declive  sud  de  la  aplastada  cuesta  de  Valdivia.  La  vista  leja^ 
oa  de  una  descubierta  enemiga,  enviada  desde  Illapel  el  día 
aoterior,  coqtribuyó  a  esta  tardan;Ea«  preocupados,  no  solo  los 
jefes  sino  los  mismos  suballernois,  del  modo  como  podria 
capturarse  aquella  fuerza. 

£1  dia  4  llovió  coo  una  fuerza  estraordinaría  para  aquella 
latitud  i  on  aquella  estacioo.  Aclaró,  sin  embargo,  el  tiempo 
hacia  el  mediodía  para  hacer  mas  brillante,  con  la  humedad, 
laperspecliva  de  los  campos  cubiertos  del  tapi;s  de  la  prí- 
mavera,  que  en  este  afto  estraordinariamente  lluvioso  en  el 
oorte.  tenia  un  lujo  delicioso  de  vejetacion,  de  sombras  i 
perfumes.  La  tropa  no  había  desmayado  en  lo  menor  por  lo 
recio  del  temporal,  i  áqtes  bien,  la  mejor  parle  de  la  mar-^ 
cha  se  hizo  aquel  dia  en  lo  mas  crudo  de  la  lluvia,  acam- 
pándenos  temprano  en  el  punió  llamado  la  Canela,  para 
tener  lugar  de  limpiar  las  armas  i  secar  los  vestidos  i  el 
parque,  pues  nos  encontrábamos  solo  a  una  jornada  do 
Diapel,  donde  presumíamos  pos  aguardaba  Campos  Guzman, 
ufano  todavía  cou  su  fácil  triunfo  de  la  Aguada» 

vr 

La  divisioB  del  Gobierno  se  babia  retirado,  sin  embargo, 


el  día  anterior,  da  suposición  en  Illapei,  retrocediendo  al 
8iid.  Sabedora,  al  principio  por  una  comunicación  del  coro- 
nel Arleaga  a  Yicufia  (que  como  ya  dijimos  cayó  en  manos 
da  Campos  fiuzman  pocos  momentos  después  del  combate 
de  la  Aguada)  de  que  aquel  venia  con  una  fuerza  en  ausilio 
dm  ia  división  da  Illapei,  se  adelantó  al  dia  siguiente  de  aqoel 
eneoentro  para  esperar  la  aproximación  de  este  refiíerio, 
pero  como  Arleaga  hubiera  retrocedido,  Campos  >  regresó  al 
pueblo  aquel  mismo  dia  (26  de  9eMembre)  a  las  6  de  ia 
tarde. 

Volvió  a  avaniar  hácfa  el  norte  el  dia  88  habiendo  re« 
puesta  ios  caballos  de  sus  Granaderos,  llevando  la  dirección 
de  Gombarbalá,  pero  teniendo  noticia,  según  refiere  él  mismo 
en  s«s  partes  oficiales,  por  la  descubierta  que  noshabia  avis- 
tado el  dia  3  en  la  cuesta  de  Valdivia,  de  que  las  fuerzas  de 
Coquimbo  pasaba  de  1000  hombres,  retrocedió  aquel  mismo 
dfa  sobre  Illapei  i  conirnuó  replegándose  hacia  el  sud.  El  4 
aa  acampó  en  ia  hacienda  de  las  Vacas  i  el  6  retrocedió 
basta  la  aldea  deQuilímari,  en  el  vallecito  de  este  nombre, 
que  desemboca  sobre  el  puerto  de  Piohidangui.  Basde  aqui 
oficiaba  al  Gobierno  el  dia  6  solicitando  con  ansiedad  cuantos 
auxilios  pudieran  colectarse  en  los  deparlamentos  inmediatos, 
los  que  él,  desde  aquel  instante,  cesó  de  mirar  con  desden, 
«porque,  decia,  ahora  creo  mui  diversas  las  circanstan^ 
etas»  (1). 


(f)  Oficio  de  Campos  Guzman  al  Ministerio  de  la  Guerra,  del 
6  de  octubre.  Archivo  dei  Mxniiterio  de  la  Guerra.— Todos  los  da- 
tos sobre  los  movimientos  de  la  división,  tanto  de  Campos  Gnz« 
BMn  como  del  coronel  Vidaorre,  están  tomados  de  las  comunica* 
cionet  oficíales  de  estos  jefes  con  el  Gobierno  de  la  capital, 
exisU^ntes  eu  los  archivos  de  los  ministerios  de  la  guerra  i  del 
ialcrior. 


20(  msTcmu  be  los  imt  aJ^ob 


VIL 


Antes  de  amanecer  el  5  deoctabre,  el  infatigable  Galleguí* 
llofl»  que  había  sido  ascendido  al  grado  de  mayor,  se  ade^ 
lantó  con  naa  partida  para  practicar  un  reconocimiento  sobre 
lllapel  i  regresó  temprano  con  el  aviso  de  que  el  camino 
quedaba  espedílo.  El  autor  de  esta  narración  recibió  en  el 
acto  la  orden  de  reasumir  el  mando  del  departamento  i  de 
adelantarse  a  la  villa  para  preparar  los  alojamientos  con  ve-* 
Bientes  a  la  división.  Esta  entró  al  pueblo  a  las  siete  de  la  noche, 
teniéndose  esta  precaución  para  que  las  sombras  aumentaran 
el  numero,  i  aun  se  bizo  desfilar  dos  veces  un  mismo  batallón 
para  obtener  este  resultado,  imitando  la  táctica  singular  de 
aquellos  jefes  de  los  klanes  de  las  monlafias  de  Escocia,  de 
que  nos  habla  Walter  Scott. 

Los  pueblos  que  un  ejército  encuentra  en  su  marcha  le  son 
siempre  fatales,  mucho  mas  cuando  sus  soldados  son  bisónos 
i  sus  cuerpos  de  oficiales  se  componen  de  una  juventud  que 
no  reconoce  mas  réjimen  militar  que  el  ardor  de  sus  pechos 
i  el  denuedo  de  sus  voluntades.  Sucedió  pues  que  se  per- 
dieron tristemente  dos  dias  completos  en  lllapel,  sin  haberse 
alcanzado  otro  fruto  que  la  perpetración  de  algunos  desórde- 
nes de  la  tropa,  que  fueron  en  el  acto  severamente  reprimi- 
dos por  los  jefes.  El  coronel  Arteaga  castigó  con  la  culata 
de  un  fusil  i  por  su  propia  mano  a  dos  soldados  quo  se  ha- 
bían introducido  en  casa  de  un  vecino  para  robarle,  i  Ca- 
rrera despidió,  sin  oir  disculpa,  a  un  oficial  Alvarez,  que  con 
otro  de  sus  camaradas  babia  promovido  un  desorden  en  el 
cantón  del  batallón  nüm.  1  de  Coquimbo.  El  gobernador  hizo 


BE  LA  AllMINIStlUGtOll  MORTT.  SOft 

salir  también  en  el  término  de  dos  horas  a  üao  de  esos  oaíi^ 
iores  arislocrátieos,  que  con  el  titulo  del  parentezco  sebabia 
agregado  al  cuerpo  de  ayudantes  del^  jefe  de  la  división  1  que 
habla  sido  sorprendido  iúfragantl  haciendo  presa  de  guerra 
de  rarias  piezas  de  plata  del  servicio  de  tos  señores  Gatiea^  cuya 
casa  aquel  individao  habia  hecho  desarrajar  de  propia  auto* 
ridad.  Por  lo  demás,  el  placer  de  los  jóvenes  oficiales  al  verse 
festejados  por  las  bellezas  Ulapelinas^  la  reputación  de  cu-* 
yes  atractivos  pasa  en  proverbio  en  todo  el  norte,  no  parecia 
tener  mas  limites  que  la  importuna  f  forzosa  orden  de  ponerse 
en  marcha,  pues  en  la  primera  noche  de  permanencia  en 
aquella  pequeña  Capua,  llegaron  basta  diputar  una  comisión 
a  su  camarade,  el  jó  ven  gobernador^  a  fin  do  recabar  su  empe- 
ño en  hi  celebración  de  un  baile  de  suseripcim  que  debiera  lo* 
ner  lugar  a  la  noche eiguientp.  Mas  la  autoridad  local, asamien- 
do  una  voz  de  austera  severidad,  respondió  que  en  aquellos 
momentos  «prefería  el  rol  de  Scipionul  de  Aníbal»» 


VIH. 


No  sin  una  especie  de  violencia -salió  pues  de  lilapel  U 
división  coquimbana  en  la  larde  del  7  de  octubre,  acampánr 
dose  por  la  noche  en  ol  caserío  de  Cuzcuz,  el  mismo  punlQ 
militar  que  Yicufia  habia  ocupado  algunos  días  atrás.  Una 
gran  parle  déla  oficialidad  i  el  jefe  de  estado  mayor  don  Nico- 
lás lUuoiiega,  cuyos  servicios  de  disciplina  eran  casi  nomi- 
nales, durmieron,  sin  eoibargo,  aquella  noche  en  las  blandas 
camas  de  la  villa«  lo  que  era  de  un  efecto  altamente  per-- 
nicioso. 

Víósc  esto  ;nas  claramente  a  la  siguiente  maflanai  llegando 


S06  HISTORIA  DE  LOS  DNSZ  ANOS 

esU  vet  la  condescendencia  hasta  dejeoerar  en  una  verda- 
dera necedad,  pues  |>or  no  desairar  un  opíparo  almuerzo  que 
lifk  hidalgo  hacendado  del  válele  de  Ghoapa4  don  Ramón  Montes, 
haUa  preparado  para  les  oflciales  coqulmbaaos*  se  hizo  un 
rodeo  demás  de  una  le^ua  hacia  las  casas  do  la  hacienda  dd 
Pitítacürat  donde  en  brindis  i  Cortesías  se  perdieron  las  horas 
mas  adecuadas  para  la  marcha.  Solo  tres  leguas  se  avanzaron 
este  diat  i  aun  nos  vimos  obligados  a  establecer  nuestro  cam- 
po en  una  hondonada,  al  pié  de  la  cuesta  de  Cabiiolen,  por 
habérsenos  cerrado  la  noche  -en  siqnel  punto,  mas  apropósito 
para  panteón  que  para  campamento  dé  guerra«  Sabíase  ape- 
sar  de  ésto,  desde  la  noche  anterior,  que  él  enemigo  estaba 
acampado  en  la  falda  opuesta  de  aquella  cadena. 

La  demora  en  Illa  peí  fué  irreparable  i  no  tuvo  escusa.  £1 
espíritu  de  la  divieíon  decayó  no  poco  oon  él  contacto  de  los 
fáoHes  goces  da  un  pueblo,  en  que  todo^  hasta  el  placer,  pa- 
recía haberse  adquirido  por  derecho  de  conquista,  i  esto 
acontecía  precisamente  cuando  se  presentaba  a  los  jefes  la 
mejor  coyuntura  para  haber  puesto  la  división  en  un  pié 
estrictamente  militar,  haciendo  a  Illapel  el  cuartel  jeneral  de 
todos  los  almofreces  i  petacas,  que  en  número  prodijioso,  em- 
barazaban la  marcha  i  acortaban  las  tornadas,  pues  solo  en 
el  carguío  de  los  equipajes  se  empleaban  cada  dia  no  menos 
de  dos  horas.  Si  se  hubiera  tomado  aquel  partido  salvador, 
nadie,  estamos  de  ello  seguros,  ni  aun  los  mas  susceptibles  en- 
tre los  oflciales,  habría  levantado  un  eco  de  murmuración,  i  si, 
al  contrarío,  de  alabanza,  cuando  se  les  hubiera  hecho  presen- 
te que  era  preciso  marchar  sin  mas  atavies  que  It  espada, 
porque  el  enemigo  estaba  ya  a  la  vista.  Malograda  esta  casíon, 
el  acarreo  de  h)s  equipajes  se  hizo  un  mal  necesario  que  de- 
bía, por  cierto,  pagarse  bien  caro. 

Al  siguiente  dia  (9  de  octubre),  después  de  malgastar  las 


DE    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  307 

mejorM  horas  de  ta  inailaDa  en  el  carguío  de  los  equipajes, 
operación  siempre  tardia  i  que  esta  vez  parecía  ¡ntermiDable 
por  la  disposición  de  las  mutas  i  la  mala  voluntad  de  los 
arrieros^  algunos  de  los  cnales  habían  sido  contratados  de  en^ 
tre  las  hacienda»  hostiles  de  la  comarca,  hicimos  ta  traresra  de 
la  empinada  cuesta  deCabilolen,  llegando  a  puestas  del  sol  al 
punto  llamado  la  Mostaza,  a  seis  leguas  de  la  aldea  de  Qtñ* 
Ihnari,  i  situado  como  esta  en  la  tecindad  de  la  confluencia 
de  nn  peqneflo  riachuelo  (el  Conchali }  con  el  mar.  Este srHo 
ofrecía  una  posición  militar,  casi  inespugnable^  haciendo  na 
tlvo  contraste  con  la  hoya  en  que  habíamos  dormido  la  noche 
anterior.  La  división  se  form6  esta  vez  en  linea  dd  batatla  en 
la  cima  de  una  encumbrada  meseta^  i  se  recomendó  a  los 
comandantes  de  los  cuerpos  una  estricta  víjiiancfa,  porqae 
aquella  misma  tarde  supimos  por  nuestros  espías  í  los  partes 
de  la  descubierta  del  mayor  GalleguHlos,  que  el  enemigo,  re- 
forxado  considerablemente  por  tropas  Itegadas  el  dia  anterior 
de  la  capital,  nos  esperaba  en  una  fuerte  posición,  en  el  cos- 
tado sud  del  estrecho  i  proñindo  valle  de  Quilhnari,.  ouye 
angosto  pasa  barrían  sus  caflones^ 


IX. 


le  aquí,  en  efecto,  lo  que  habia  sucedido,  í  como  por  nue»* 
tra  tardamOi  de  una  parte,  i  por  la  actividad  estraordinaria 
del  gobierob  de  la  capital,  por  la  otra,  la  pequeña  celomna 
de  Campos  GuzuMn  se  habia  trasformado,oomo  de  improviso, 
en  una  división  respeUble  i  cambiado  da  un  solo  golpeóla 
perspectiva  de  la  campana. 

La  nuera  de  la  rerolacion  de  la  Serena  habia  llegado  el 


208  HISTOEU  DB  LOS  DIEZ  aSoS 

día  12  da  setiembre  a  la  capilal.  La  primera  idea  del  Gobier- 
BO  había  sido  lanzarse  con  celeridad  i  firmeza  a  sorocarla  en 
au  propio  centro,  embarcando  con  este  fin  ei  batallón  Cha* 
cabuco  i  otras  fuerzas  que  debía  mandar  en  jefe  el  coronel 
Gana.  Has  la  sublevación  de  aquel  cuerpo,  el  dia  13,  re- 
tardó este  plan,  que  era  sin  duda  bien  concebido  i  se  despa- 
chó a  Valparaíso  el  batallón  Buin,  destinado  a  ejecutar  aquel 
plan,  a  las  órdenes  del  coronel  García,  desembarcando  en  el 
puerto  de  Coquimbo  i  ocupando  inmediatamente  la  Serena 
que  se  suponía  jpdefensa.  El  gobernador  Campos  Gozman 
recibió  entre  tanto  la  comisión  de  adelantarse  por  tierra, 
como  hemos  visto,  con  parte  do  las  tropas  que  se  habían 
colectado  en  San  FelipOt  a  consecuencia  del  levantamiento 
del  Chacabuco. 

Has  en  los  momentos  mismos  en  que  el  Buin  era  embar- 
cado para  ser  conducido  al  norte,  el  Gobierno  recibió  comu^ 
Blcaaiones  apremiantes  del  jeneral  Búloes,  en  que  pedía  la 
pronta  presencia  de  aquellas  tropas  en  el  sud,  por  lo  que  se 
adoptó  el  partido  medio  de  remitir  un9  parto  en  el  acto  a 
Conslilucion,  reservando  la  mitad  del  batallón  para  las  opo*- 
raciones  que  debían  ejecutarse  sobre  Coquimbo  (1 ). 

En  consecuencia,  se  organizó  en  Valparaíso  una  división  de 
mas  de  600  hombres  veteranos,  compuesta  de  tres  compa- 
ñías del  batallón  Buin  (271  hombres],  a  las  órdenes  del  ma- 
yor Pefiailíllo,  de  la  Brigada  de  marina  (53  hombres ).  con  su 
segundo  jefe  el  mayor  Aguírre,  dos  compañías  del  disuelto 
batallen  Chacabuco  (que  se  encontraban  en  Valparaíso  a  las 
órdenes  del  mayor  Pinto  cuando  la  sublevación  de  aquel  cuor^ 
po  I  que  servían  ahora  de  base  a  un  nuevo  batallón  denomi- 
nado el  nüm.  S )  i  de  «na  brigada  de  artillería,  bajo  la  direo- 

(1)  V¿ase  la  Memoria  del  Ministerio  de  la  Guerra  de  18o2. 


DE  LA  ADilNIStRAClON  M0NT7.  S09 

clon  del  copíian  donEmílioSotomayor.  AdomaStSedespactiaron 
por  tierra  numerosos  cuerpos  de  milicia  de  la  provincia  de 
Aconcagua  que  fueron  llegando  sucesivamente  i  cttyo  príBci^ 
pai  destino  era  prt)porcíonar  movilidad  a  la  división  de  mar. 
Embarcada  esta  en  la  fragata  Chile  i  en  la  corbeta  Cons- 
iilucion  el  4  de  octubre,  fué  echada  a  tierra  en  el  puerto  del 
Papudo  el  6,  e(  mismo  dia  que  nosotros  pasábamos  en  ocio 
completo  en  Illapel.  En  tres  dias  de  marcfaa  forzada,  llegó 
en  seguida  a  reunirse  en  Quilimari,  la  noche  del  9  de  oc- 
tubre, con  la  vanguardia  de  Campos  Guzman¿  Junto  con  la^ 
fuerzas,  llegaron  los  coroneles  Garrido  i  Vidáurre,  que  habían 
partido  el  6  de  la  capital)  aquel  como  director  de  la  cam- 
pafla  i  el  último  como  comandante  en  jefe  de  la  división. 
Campos  Cuzman  quedaba  separado  de  todo  mando  activo, 
habiéndosele  nombrado  intendente  de  la  provincia  de  Ce- 
quimbo,  en  recompensa  de  sus  primeros  servicios  ai  abrirse 
la  campafia.  La  misma  noche,  pues,  en  que  nosotros  nos 
acampábamos  en  la  Mostaza,  el  coronel  Vidaurre  era  dado  a 
reconocer  como  jefe  de  las  fuerzas  del  gobierno  en  Quiii-- 
mari. 


X. 


Tales  fueron  las  nuevas  que  a  la  mañana  siguiente  (10  de 
octubre)  llegaron  mas  o  menos  confusamente  a  nuestro  cam- 
po ;  pero  en  lo  que  todos  los  emisarios  estaban  conlQsies 
era  en  ponderar  el  número  de  las  fuerzas  i  lo  ventajoso  do 
la  posición  en  que  estaban  acampadas. 

£1  jiro  de  la  campafia  revolucionaria  quedaba  de  hecho 
cambiado  por  aquella  noticia.  La  bisoúa  pero  intrépida  co- 
lumna del  norte  debía  abandonar  desde  aquel  instante  su 

27 


210  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

rol  agresivo  (üoicaquo  podo  salvarla,  si  la  agrcsioo  hubíora 
sido  rápida  i  ardiente)  para  maolenerse  a  la  defensiva.  De- 
secho el  prospecto  del  denuo^io,  era  forzoso  el  tentarlos 
recursos  de  la  eslratejia  i  obtener  por  una  maniobra  opor- 
tuna io  que  antes  se  había  confíado  enloramente  a  la  bra- 
vura del  soldado  en  el  combate.  Caviloso  el  jefe  do  la  división 
con  oslas  reflecciones,  llamó  temprano  a  sn  tienda,  en  la 
madrugada  del  10  de  octubre,  a  su  ayudante  mas  íntimo, 
(cual  \o  era  el  autor  de  esta  relación)  i  dijole  que  era  lie- 
gado  el  momento  de  ocurrir  a  la  prudencia  i  apagar  por  al- 
gunos dias  el  ardor  juvenil  que  animaba  a  todos  por  que 
llegara  cuanto  antes  la  hora  de  un  encuentro  decisivo.  «No 
dudo,  aúadíó  con  su  caluma  habitual  el  joven  caudillo  de  la 
revolución  del  norte,  que  al  fin  salvaremos  por  entre  la 
metralla  i  el  granizo  de  las  balas,  los  desfiladeros  que  cie- 
rran el  paso  de  Quilimari,  pero  una  vez  estrechados  con  el 
enemigo  en  la  orilla  opuesta,  el  numero  nos  acosará  i  do 
todas  suertes  seremos  perdidos;  pues  aun  en  el  caso  do 
éxito,  el  enemigo  tiene  espedila  la  retirada  a  sus  buques, 
apostados  en  la  rada  de  Pichidanqui,  a  la  desembocadura 
del  valle  de  Quilimari  » .  Ordenóle,  en  consecuencia,  que  citara 
a  consejo,  i  en  el  acto  se  reunió  este  al  aire  libre,  teniendo 
muchos  de  los  jefes  la  rienda  de  sus  caballos,  prontos  ya  para 
emprender  la  marcha,  que  aquel  dia  debía  ponernos  en  pre- 
sencia del  enemigo. 

Las  reflecciones  i  datos  de  Carrera  eran  concluyentes  í 
la  unanimidad  iba  a  reinar  para  emprender  un  movimienlo 
oblicuo  quj  nos  pusiora  en  el  caso  do  sacar  al  enemigo  do 
su  fuerte  posición  o  de  emprender  direplamente  nuestra  mar- 
cha sobre  Acooeagim,  cuando  una  voz  se  opuso  a  osla  reso- 
lución, insistiendo  con  firmeza  en  marchar  de  frente  sobre  el 
euemigo.  Era  osle  voto  el  del  coronel  Artcaga,  cuyos  hondos 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN   MONTT.  Sil 

agravios  por  las  ¡aierpretaciones  dadas  a  so  conduela  en  la 
jomada  de  abril,  le  hacian  mirar  con  un  sincero  disgusto 
lodo  plan  que  tendiera  a  evadir  b\  encuentro  del  enemigo  o 
retardar  un  combale.  La  resolución  de  la  mayoría  deoidló 
lo  contrarío,  e  inmediatamente  se  dio  la  orden  de.  emprender 
la  marcha,  en  linea  casi  recta  hacia  el  orienle,  retrocedieD* 
do  algunas  cuadras  por  el  valle  de  Gonchali,  que  habíamos 
recorrido  el  día  anterior,  para  lomar  el  cajón  de  las  Vacas, 
que  baja  casi  horízontalmente  desde  los  üllinios  declives  do 
la  cordillera  basta  la  vecindad  del, mar,  pues  es  esta  latitud 
una  de  las  zonas  mas  angostas  de  nuestro  terrítorio. 

Como  este  movimiento  tuviera  la  apariencia,  al  menos  en 
el  primer  instante,  de  ser  una  qiarcba  retrograda,  una  sorda 
murmuración  cundió  por  toda  la  Iropa  i  se  hicieron  oir  que- 
jas i  recriminaciones  dirijidas  precisamenlo  al  jefe  que  babia 
repudiado  aun  el  prelesto  de  toda  acusación  con  su  voto  en 
el  consejo  celebrado  en  la  mafiana.  Pero  es  tan  ciorlo  que 
una  impresión  profonda  grabada  en  ol  vulgo  no  so  dcsvancco 
sino  por  el  golpe  de  otra  impresión  contraria,  que  la  Tama 
nillilar  del  coronel  Arleaga  estuvo  siempre  empañada  de  una 
espesa  sombra,  durante  toda  la  campana  del  norto  i  aun  en 
los  mejores  dias  dd  sitio  de  la  Serena,  líasenos  rofeiido,  por 
otra  parte,  que  aquella  misma  mañana  i  como  una  protesta 
absurda  i  criminal  contra  la  resolución  del  consejo  de  guerra, 
se  habian  reunido  en  conciliábulo  secreto  algunos  oficiales, 
presididos  por  el  mismo  coronel  Arteaga,  para  deponer  a 
Carrera  ¡entregar  a  aquel  el  mando  de  las  fuerzas.  Aun  en 
medio  del  confuso  rumor,  único  veslijio  que  ba  quedado  de 
esta  trama  siniestra,  llegóse  a  indicar  algunos  nombres,  co^ 
me  el  del  teniente  coronel  Prado  Aldunate,  que  babia  sido 
enviado,  como  hemos  visto,  desdo  Concepción  por  el  jcnoral 
Cruz,  en  calidad  de  emisario  confidencial  de  sus  planes  de 


212  HISTORIA  DE  LOS  MEZ  aSÓS 

oafn{)afia  i  en  cuya  calidad  se  nos  había  reunido  en  lilapei, 
el  de  don  Manuel  BHbao,  comandante  del  núm.  1  de  Coquim- 
bOf  i  el  de  algunos  oficiales  de  menor  no(a,  Pero  apesar  de 
vivas  indagaciones^  nunca  nos  Tué  dable  cerciorarnos  de  la 
verdad  de  a^el  Iríste  «ompiol,  i  si  consignamos  aqfui  su 
narración  no  es  ebriamente  a  nombre  de  una  sospecha^  sino 
como  un  escrúpulo  de  fidelidad  histórica.  Nuestra  impresión 
propia  es  de  que  el  rumor  fué  falso  i  nació  de  algunas  con- 
versaciones imprudentes  del  diespecho,  la  inesperiencia  ju- 
venil^ o  acaso  de  una  ingralíltrd  solapada  que  ya  aparecía 
en  jérmen. 

La  división  marchó  aquel  dia  con  tesen  por  el  cómodo  le- 
cho del  espacioso  cajón  de  las  Vacas  i  cerca  de  las  oraciones 
llegó  aJ  pueblo  defupio^  otro  viejo  asiento  de  minas,  situado 
al  pie  de  los  últimos  perfiles  de  las  cadenas  secundarías  que 
descienden  de  las  cordilleras.  Nuestra  marcha  babia  sido 
enteramente  hacia  el  oriente  por  un  espacio  de  7  a  8  leguas, 
pnes  fué  esta  una  de  las  mas  vigorosas  jornadas,  i  como  la 
hubiéramos  ocultado  del  todo  al  enemigo  (mediante  la  acti- 
vidad i  denuedo  del  mayor  Galleguíllos,  que  con  unos  pocos 
jiaetos  se  adelantó  hasta  terca  de  Quilimari,  persuadiendo 
al  enemigo  con  la  osadía  de  sus  movimientos  que  su  desta- 
camento era  la  descubierta  de  la  división),  sucedía  que  ha- 
blamos adqriirido  desde  luego  una  inmensa  ventaja  eslralé- 
jica  sobre  la  posicton  militar  del  coronel  Yidaurre.  El  retroceso 
de  la  campaña  se  había  rescatado  osla  vez,  en  parte  al  menos, 
por  el  lino  i  celeridad  de  este  movimiento,  cuya  ejecución  o 
iniciativa  pertenecen  esclusivamente  al  celo  f  dilijoncía  de 
Carrera. 


DE    LA  ADMINISTRACIÓN   MONTT.  213 


XI. 


Uaa  nueva  imprevista  i  desagradable  vino  a  turbar,  em* 
pero,  nuestro  reposo  en  el  campamento  de  Pupio.  Un  espreso 
de  la  Serena  llegó  aquella  noche  trayendo  comunicaciones 
del  intendente  Zorrilla  en  que  anunciaba  la  invasión  de  la 
provincia  por  una  fuerza  considerable  de  arjenlino^,  enviada 
desde  Gopiapó,  i  en  consecuencia  solicitaba  con  empefio  el 
que  la  división  contra-marchara  para  llegar  oportunamente 
a  su  socorro.  El  patriota  don  Nicolás  Munizaga  provocó  al 
instante  la  reunión  de  un  consejo  de  guerra  i  aun  insinuó 
la  idea  de  retrogradar  en  defensa  de  su  pueblo,  al  que  al 
menos  xlebia  un  voto  por  su  suerte.  Pero  su  propósito,  ape- 
nas iniciado,  se  estrelló  contra  la  resolución  irrevocable  de 
los  otros  jefes  que  consideraban  ya  demasiado  comprometida 
la  campaña  para  desbaratarla  i  acaso  perderla  con  una  re- 
tirada de  cerca  de  100  leguas.  Por  otra  parte,  no  habrían  en 
la  Serena  pechos  animosos  i  brazos  esforzados  que  vengarían 
la  palría  de  un  ultraje  estranjero  i  capaces  por  si  solos  de 
salvar  sus  mansiones  del  pillaje  i  el  honor  de  sus  hijas  de,  la 
infamia?  Creyóse  asi,  i  se  abandonó  a  su  suerte  (suerte  de 
gloria  I)  a  aquella  indita  ciudad. 

Acordóse  marchar  con  vigor  en  consecuencia,  i  al  dia  si- 
guiente (11  de  octubre)  hacia  las  3  de  la  tarde^  la  división 
bajaba  al  valle  de  Quilimari  en  el  punto  llamado  Tílama,  10 
leguas  en  linea  recta  al  oriente  de  la  posición  que  el  enemigo 
ocupaba  en  el  mismo  valle  hacia  la  costa.  Este  estaba  en 
aquella  hora  del  todo  ignorante  de  nuestro  derrotero,  i  por 
consiguiente,  habíamos  adquirido  sobre  él  «na  superioridad 


2ti  BISTOniA    DE  LOS    DIEZ    ANOS 

eslraléjica  que  casi  compensaba  sus  ventajas  en  número  i 
disciplina. 

Desde  Tilama,  en  efeclo,  estábamos  colocados  en  esta  al- 
ternativa, que  nos  orrecia  una  ventaja  revolucionaría  por  un 
lado  o  una  ventaja  militar  por  otro,  pues  podíamos  o  lan- 
zarnos a  marchas  forzadas  sobre  la  vecina  provincia  de  Acon- 
cagua, dejando  al  enemigo  40  leguas  a  retaguardia  o  inter- 
ceptado por  cadenas  fragosas  i  pasos  casi  intransitables,  o 
descendiendo  por  el  angosto  valle  hacia  la  costa,  eramos  due- 
Aos  de  caer  sobre  un  flanco  do  su  posición,  burlando  asi  sus 
aprestos  para  recibirnos  por  el  frente,  a  lo  largo  del  camino 
rcaTde  la  costa. 

Acampados  solo  para  reposar  la  tropa  al  derredor  de  las 
casas  de  la  eslancia  de  Tilama,  se  citó  a  consejo  para  adop- 
tar uno  ti  otro  de  aquellos  partidos,  i  como  el  primero  fuera 
por  mucho  6l  mas  oportuno  i  el  que  prometia  amplio  fruto 
al  movimiento  emprendido,  adoptóse  incontinenti  i  por  una- 
nimidad. 

El  equilibrio  do  la  campaña  quedaba  desde  este  momento 
tan  bien  establecido,  que  aunque  las  fuerzas  del  Gobierno  erau 
casi  triples  en  número  sobro  las  de  Coquimbo,  no  pedia  de- 
cirse con  fijeza  de  que  parle  se  inclinaría  la  suerte  de  las 
armas. 


XII. 


Acaso  ha  llegado  el  momento  de  justificar  la  revolución 
del'Borte  de  an  cargo  grave  que  se  le  ha  hecho  de  continuo, 
después  de  su  fracaso,  esto  es,  el  de  haber  traído  sus  armas 
a  un  terreno  que  le  era  hostil  i  haber  acometido  la  empresa 
de  someter  la  capital  eoQ  uo  pnAado  de  rédalas,  Los  que 


W    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  SfS 

asi  raciocinan,  no  comprenden  lo  que  es  una  rebelión  poli* 
tica  i  confunden  las  cruzadas  revolucionarías  con  una  cam- 
pafla  militar.  Las  revoluciones  armadas  solo  líenbn  dos  ele- 
mentos de  triunfo:  la  audacia  i  la  celeridad.  El  número  de 
tropas,  el  diBero,«I  prestijio,  son  secundarios  cuando  aquellas 
cualidades  imperan  en  un  movimiento.  Asi,  la  primera  inva- 
sión basta  Iliapel  se  bizo  con  solo  13  hombres,  i  tres  gober- 
nadores huyeron  despavoridos,  dejando  centenares  de  soldados 
60  sos  cuarteles;  pero  esa  invasión  so  bizo  en  8  días;  i  sí 
eo  vez  de  detenerse  a  orillas  del  Cboapa,  por  instnicciooes 
mal  concebidas,  so  hubiera  adelantado  sobre  Pelorca  i  Pu- 
taendo,  ¿quién  puede  decir  que  no  habrían  sido  suQcientes 
aquellos  trece  fusileros^  para  servir  de  lazo  revolucionario 
a  las  provincias  de  Coquimbo  i  de  Aconcagua  i  después  de 
Valparaíso  i  de  la  capital,  acaso  de  toda  la  República?  La 
historia  está  llena  de  estos  casos,  que  encierran, por  otra  parte, 
una  lójica  certera  entre  el  desarrollo  del  hecho  i  la  causa 
ardiente  que  lo  provoca.  Cuando  el  pábulo  de  la  pira  está 
dispuesto,  una  chispa  que  lo  loque  levanta  pronto  las  llamas 
de  la  hoguera. 

Dudar,  detenerse,  retrogradar,  equivale  a  la  muerte  por 
inanición,  en  las  revoluciones  populares.  Perdido  el  primer 
arranque  de  los  espíritus,  la  incertidumbre  los  turba  i  el  temor 
los  anonada.  £1  levantamiento  que  se  hace  en  un  cuartel 
es  un  motin :  el  motiu  que  se  hace  eñ  la  plaza  pública  es  una 
revolución,  i  cuando  una  revolución  invade,  es  un  derecho; 
cuando  ataca  es  un  poder;  cuando  venco  es  la  lei,  es  la  na- 
ción, es  la  patria. 

SI  la  insurrección  de  la  Serena  se  hubiese  encerrado  mez- 
quinamente en  su  provincia,  asemejándose  a  esos  insectos 
do  mar  que  solo  pueden  vivir  dentro  de  sus  conchas,  la  his- 
toria trazaría  apenas  el  pálido  cuadro  de  uña  rencilla  domes- 


S4G  niSTontA  m,  los  diez  años 

tica.  Pero  desde  que  la  división  del  norte  pisó  el  lerrilorio 
de  Aconcagua  i  amagó  a  la  capilal,  se  hizo  nacional  en 
su  propósito  i  en  su  acción,  i  cuando  la  Serena  resistió  la 
¡Bvasion  de  Copiapó,  selló  esa  nacionalidad  con  un  ejemplo 
que  un  dia  los  fastos  de  la  gloria  chilena  colocarán  entre  los 
mas  altos  timbres  de  honor  para  la  patria. 

En  lo  que  los  rerólucionarios  del  norte  se  engañaron,  no  foé 
pues  en  los  medios  nienel  fin  do  su  invasión,  Tué  en  el  tiempo, 
fué  en  la  hora.  Si  la  división  improvisada  en  la  Serena  hti* 
hiera  podido  caer  sobre  la  raya  de  Pe  torca  o  la  Ligua,  en  los 
lindes  setenlrionaies  de  Aconcagua,  en  un  término  preciso  de 
quince  dias  contados  desdo  el  levantamiento,  como  pudo  i 
debió  ser,  la  marcha  era  la  revolución,  la  invasión  era  el 
triunfo;  pero  habiendo  tardado  un  mes;  como  lardó,  la  mar- 
cha era  la  guerra  civil,  la  invasión  érala  derrota  dePetorca. 

Pero  volvamos  a  la  narración  do  nuestro  derrotero. 

XIII. 

Resuelta  ya  por  el  consejo  de  guerra  la  marcha  rápida 
sobre  Aconcagua,  iba  a  impartirse  la  orden  de  levantar  el 
campo  i  proseguir  la  jornada  para  trasmontar  aquella  noche 
)a  encumbrada  i  áspera  cuesta  de  las  Palmas  que  cerraba 
el  valle  de  Quilimari  por  nuestro  frente  hacia  el  sud,  cuando 
oyéronse  en  la  distancia  dos  tiros  de  carabina  que  el  eco  de 
la  montaña,  i  el  pecho  de  los  soldados  sorprendidos  parecía 
repercurtir  a  la  vez.  Que  significaban  aquellos  disparos  en 
aquel  sitio,  hacia  abajo  del  tortuoso  valle?  Seria  el  enemigo, 
cuyas  descubiertas  avistaban  ya  nuestro  campo  i  daban  la 
señal  de  alarma?  Asi  pensóse  en  aquel  momento^  i  confir- 
mólo un  oficial  avanzado  que  llegaba  jadeante,.habiendoper- 


m  LA  Af^tfimsmcioii  boutt.  247 

dido  su  gorra  i  su  caballo,  anunciando  que  una  partida  en^ 
miga  babia  dispersado  el  destacamento  de  su  mando.  Mas, 
disipada  la  primera  ráfaga  de  sorpresa,  el  entusiasmo  gané 
el  pecbo  de  los  soldados  que  corrieron  a  la  fila  al  loque  de 
jenerala  con  un  ardor  casi  deliraate. 

Nunca  se  formó  una  linea  de  batalla  con  mas  preeisíon^ 
con  mas  celeridad,  con  mas  denuedo.  Nunca  tampoco  el  ios^ 
tinto  del  soldado  elijió  una  posición  mas  ventajosa  para  un 
combate  de  resistencia.  La  fila  cubria  el  fondo  del  angosti» 
valle  desde  un  flanco  a  otro  de  las  cadenas  paralelas  que  lo9 
encajonaban,  un  cafion  protejia  ambas  estremidades,  otro 
barría  el  frente,  i  la  caballería  se  agrupaba  en  pelotón  a  re- 
taguardia. Todo  esto  se  habia  hecho  instantáneamente,  ape- 
sar  de  que  el  coronel  Arleaga,  aunque  algo  sobresaltado,' 
ocurría  a  cada  punto  con  una  empeñosa  actividad. 

Mientras  aquel  jefe  arreglaba  la  linea  de  batalla,  Carrera 
se  adelantaba  a  reconocer  la  partida  enemiga,  seguido  desusí 
ayudantes  ¡  de  un  destacamento  de  soldados  veteranos  que, 
como  hemos  dicho,  el  teniente  coronel  Prado  Aldunato  ha- 
bia organizado  en  la  marcha  para  servir  como  partida  vo- 
lante de  caballería,  armada  de  carabina  i  sable,  i  que  se  dis- 
tinguía del  resto  de  la  división  por  unas  mantas  de  baile- 
tilla  verde  que  aquel  les  había  dado  por  distintivo  al  orga- 
Bizaríos  en  IlIapel.La  descubierta  enemiga  no  lardó  en  pre- 
sentarse a  la  vista,  haciendo  brillar  sus  sables  a  los  últimos 
rayos  del  sol  poniente,  mientras  que  el  pedregal  del  riachuelo 
resonaba  al  golpo  de  la  herradura  de  los  caballos  que  se  avan- 
zaban al  trote.  Carrera  fijó  su  anteajo  por  un  instante  en  la 
partida  i  esclamó :  sm  Granaderos!  i  volviéndose  al  punto 
a  un  lado>  dio  a  so  primer  ayudante,  el  narrador  de  esta 
historia,  la  orden  de  avanzar  con  el  destacamento  de  los  Fer- 
de$^  como  se  llamaba  nuestra  partida  de  caballeria  tijera. 

28 


SIS  HISTÓ&IA  DE  LOS  DRZ  AÜOS 

Hizolo,  en  efecto^  el  joven  oficial,  lanz&ndose  a  galope  sobre 
el  sendero  que  bajaba  por  el  yaile ;  mas  como  la  descubierta 
enemiga  volviera  gurupas,  casi  al  encontrarse  una  i  otra,  pú- 
sose en  su  persecución  (juzgando,  como  lo  pensaban  todos  en 
aquel  momento,  que  el  grueso  del  enemigo  estaba  a  corla 
distancia )  para  reconocer  este  en  cumplimiento  de  la  orden 
que  babia  recibido,  suponiendo  con  razón  que  el  enemigo, 
advertido  en  tiempo  de  nuestro  movimiento  oblicuo,  intentaba 
ahora  salimos  al  paso,  cortando  hacia  el  oriente  por  el  fondo 
del  cajón  de  Quilimari,  plan  que  sin  duda  alguna  habría  adop- 
tado a  haber  sabido  con  oportunidad  nuestro  derrotero. 

La  descubierta  enemiga  retrocedía,  sin  embargo,  con  una 
precipitación  estraordinaria,  i  como  cayera  luego  la  noche, 
el  jefe  de  la  partida  coquimbana  resolvió  hacerla  regresar 
adelantándose  solo  con  cuatro  soldados  I  el  mayor  Gallegui- 
líos,  que  nunca  se  separaba  de  su  lado  en  tales  lances,  hasta 
adquirir  noticias  ciertas  de  los  movimientos  del  enemigo. 
De  Qsta  suerte  bajó  por  el  valle  en  dirección  a  Quilimari  has- 
ta las  8  de  la  noche,  andando  la  mitad  de  la  distancia  que 
separaba  ambas  fuerzas,  i  una  vez  que  hubo  adquirido  datos 
positivos  de  lo  que  pasaba,  regresó  a  su  campo  a  las  11  i 
media  de  la  noche. 

Lo  que  habia  sucedido  aquella  tarde,  trayendo  tanta  alar- 
ma a  nuestra  jente,  era  de  muí  fácil  esplícacion.  El  coronel 
Vidaurre,  que,  como  se  ha  dicho,  habia  tomado  el  mando  de 
la  división  de  Quilimari  el  10  de  octubre,  cuando  se  sabia 
que  nosotros  estábamos  en  la  Mostaza,  seis  leguas  mas  al 
norte,  se  preparó  para  recibirnos  ido  pié  firme  en  la  tarde 
de  aquel  dia.  Has,  sorprendido  de  no  vernos  llegar,  i  enga- 
ñadas sus  avanzadas  del  camino  directo  de  la  costa  por  las 
escaramuzas  de  Galleguillos,  resolvió  enviar  diversas  partidas 
que  tomaran  lenguas  de  nuestro  derrotero.  Esta  providencia 


DE  LA  ADVIKISTAACtON  HONTt.  219 

feliz  salvó  la  división  del  Gobierno.  La  partida  qno  nq^  había 
sorprendido  en  Tilama  era  un  destacamento  de  35  granaderos 
mandados  por  oi  ayudante  don  Alejo  San  lUarlín,  i  la  celeri- 
dad con  que  se  había  replegado  sobre  su  campo,  esptics^ba 
la  ímporlancia  I  la  oportunidad  deeísiva  de  la  nneva  de  que 
era  portador.  San  Martin  llegó  a  QuUimari  casi  a  )a  misma 
hora  en  que  Vicufia  regresaba  al  alojamiento  de  Tilama. 
Aquel  llevaba  la  funesta  nueva  de  que  el  enemigo  babia 
ganado  terreno  10  leguas  a  vanguardia  I  el  último  la  noticia 
positiva  de  que  esta  ventaja  era  segura  porque  el  enemigo 
10  se  había  movido  basta  aquel  momento  de  sus  posiciones. 
El  servicio  de  Vicufia,  apesar  de  esto,  no  había  parecido 
ser  del  agrado  del  segundo  jefe  de  la  división,  porque  espe- 
rábale a  la  entrada  de  una  puerta  de  tranqueros,  vecina  a 
la  casa  de  Tilama;  i  cuando  se  le  hubo  presentado,  la  apos- 
trofó con  vehemencia  por  su  tardanza,  diríjiéndole  algunos 
de  esos  denuestos  militares,  que  solo  cuando  son  do  su- 
perior a  subalterno,  no  pueden  reputarse  como  injuria.  De- 
ciale  que  babia  desobecido  la  orden  de  su  jefe,  que  había 
maltratado  inútilmente  los  mejores  caballos  que  contaba  la 
división,  que  se  había  espuesto  a  ser  sacrificado  .en  una  ace- 
chanza nocturna,  i  por  último,  que  su  demora  había  retardado 
la  marcha  de  la  división  hasta  la  media  noche.  Pero  el  coro- 
nel Arleaga  no  tenia  justicia  para  hacer  aquella  acusación,. 
a  la  que  dio  enlónces  í  ha  seguido  dando  posteríormenle, 
una  importancia  estrafia.  Vicufia,  en  efecto,  no  había  deso- 
bedecido la  orden  de  Carrera,  como  lo  declaró  este  aquella 
noche,  pues  babia  sido  aquella  la  de  reconocer  al  enemigo, 
loque  babia  practicado  hasta  averiguar  con  certeza  su  po- 
sición; no  había  tampoco  fatigado  inútilmente  los  caballos, 
porque  los  habia  devuelto  temprano,  llevando  consigo  solo 
cuatro  jinetes,  i  por  último,  ni  su  peligro  ni  su  dcffiora  pef^ 


220  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSoS 

tonal  ppdiaQ  en  nada  influir  en  la  marcha  o  paralización  de 
la  colttoina  (1).  Esta  detención  durante  las  mejores  horas  de 
la  noche,  solé  debe  atribuirse  en  realidad  a  las  vacilaciones 
i  falta  de  nervio  que  desde  aquel  momento  comenzó  a  notar- 
se en  los  jefes  de  la  división»  achaque  funesto  que  en  el  solo 
trascurso  de  dos  dias  iba  a  dar  tan  amargos  resultados. 

XIV. 

A  las  doce  de  la  noche  el  campo  se  puso  en  movimiento 
en  dirección  a  la  cuesta  de  las  Palmas,  a  cuya  falda  seten- 

(1)  He  aqa¡  como  el  señor  Arteaga  re6ere  este  suceso  en  nn 
docaroento  escrito  por  él  con  relación  a  la  publicación  de  esta 
historia  en  el  qae  (aparte  de  algunas  lisonjeras  exajeracíones  i 
délos  yerros  que  dejamos  esclarecidos)  el  suceso  está  referido 
con  imparcialidad.  ccEl  señor  Vicuña  Mackenna,  dice,  se  ofreció 
[no  me  ofred^  puesto  que  fui  mandado)  para  ir  a  practicar  on  re- 
conocimiento i  llevó  consigo  para  el  efecto  como  unos  30  hom- 
bres de  caballería  que  yo  habia  conseguido  con  gran  dificultad 
reunir;  todos  habían  sido  soldados  de  línea  i  a  mi  juicio,  valían 
mas  estos  30  que  el  escuadrón  cívico.  El  señor  Vicuña,  practi- 
cando el  reconocimiento  con  el  ardor  que  le  es  característico,  i 
sin  dejar  punto  por  examinar,  descubrió  enemigos  en  el  bosque, 
los  cargó  i  persiguió  por  espacio  de  muchas  leguas,  volviendo 
mui  tarde  al  campamento,  donde  yo  cuidadoso  por  él  i  su  tropa, 
estaba  mui  inquieto.  Asi  es  que  cuando  se  incorporó,  desaprobé 
so  tardanza  que  contrariaba  la  disciplina  i  me  inrité  por  el  esce- 
so de  fatiga  que  se  habia  impuesto  a  los  únicos  caballos  regula- 
res [estos  eran  solo  cuatro)  que  teníamos,  aprobando  no  obstante 
en  mi  interior  el  denuedo  del  señor  Vicuña.  Mientras  este  hacia 
su  escursion,  reconocimos  con  los  señores  Carrera  i  Munizaga  los 
alrrededores  de  la  posición  que  ocupábamos,  i  hecho  esto,  nos 
preparamos  a  la  defensa,  pues  presumíamos  al  enemigo  a  muí 
corta  distancia  de  nosotros».  Carta  del  coronel  Arteaga  a  una 
persona  de  su  familia,  focha  de  San  Luis  de  Palpa!,  noviembre 
20de  1858. 


DE  Ll  ADMINlSTRACieif  MONTT,  S2f 

trlonal  oslábamos.  La  marcha  fué  espantosa.  La  montafla 
era  áspera  i  encumbrada;  el  sendero  tortuoso  i  casi  invisible 
en  la  profunda  oscuridad  de  aquellas  horas ;  una  eslrafia  i 
densa  electricidad  hacia  tan  compacto  el  aire  como  una  mura- 
lla de  acero,  que  redoblaba  el  cansancio  i  cargaba  los  párpa- 
dos con  un  sueflo  invencible ;  las  muías  de  carguio  rodaban 
en  la  oscuridad  i  obstruían  de  trecho  en  trecho  la  senda 
practicable ;  los  soldados  cedian  a  la  fatiga  e  iban  tirándose 
entre  las  rocas  en  grupos  considerables,  que  se  negaban 
resueltamente  o  evadían  la  orden  de  marchar;  los  oficiales 
mismos  descendían  de  sus  caballos,  sin  poder  resistir  aque-* 
Ha  somnolencia  eléctrica  que  aletargaba  como  un  narcótico,  i 
ele  tal  manera  se  hacia  esta  jornada,  que  cuando  después  de 
cuatro  horas  de  camino  avistamos  la  cumbre  del  cordón, 
podíamos  contemplar  a  la  primera  luz  de  la  alborada  el  des- 
greño completo  de  la  división.  No  se  velan  cuatro  soldados 
reunidos,  i  veinte  i  cinco  enemigos  habrían  bastado  para 
aniquilarnos  aquella  fatal  noche  hasta  el  último  hombre.  Solo 
fué  digna  de  notarse  la  enerjia  i  constancia  con  que  el 
comandante  Prado  Aldunate  cerró  la  retaguardia  de  aquella 
marcha  con  el  piquete  de  los  Verdes,  que  venia  a  sus  órde- 
nes. Merced  a  esta  medida,  pudo  reunirse  la  mayor  parte  da 
la  tropa  en  la  falda  meridional  de  la  cuesta  a  las  dos  de  la 
tardo  del  siguiente  dia  (1S  de  octubre),  acampando  por  la 
noche  en  la  casa  de  la  hacienda  de  Pedegua  a  tres  leguas 
de  Pelorca  (1). 

(1)  Posteriormente  a  la  época  de  los  sncesos  que  narramos,  se 
nos  lia  asegurado  por  personas  competentes  que  la  división  del 
norte  pudo  ahorrarse  ventajosamente  el  paso  déla  cuesta  de  las 
Palmas,  qaele  hizo  perder  cuatro  horas  preciosas,  tomando  un 
camino  practicable  que  por  el  cajón  de  Tilama  arriba  i  la  hacien- 
da de  Chiucolco,  conduce  directamente  a  las  me:>ctas  del  Arra- 


222  HISTORIA    DE  LOS  DIEZ  AfíOS 


XV. 


Desdo  el  pié  de  la  cuesta  sedesfacó  a  vanguardia  al  aulor 
de  esla  historia  con  30  hombres  a  tomar  posesión  de  la  villa 
de  Pelorca  i  sorprender,  si  era  posible,  las  fuerzas  de  mili- 
cias que  guarnecían  aquel  pueblo.  Caminando  con  empello, 
el  comisionado  llegó  a  las  9  de  la  noche  a  los  suburbios  de  la 
villa,  i  sabiendo  que  el  gobernador  Silva  ligarte  había  huido 
]  que  las  milicias  se  habían  retirado  aquella  maflana  hacia 
Putaendo,  dejó  la  tropa  acampada  en  la  quinta  del  honrado 
liberal  don  José  A.  García,  a  algunas  cuadras  de  dislancia,  i 
entró  solo  al  pueblo  para  ponerse  en  contacto  con  el  hermano 
de  aquel  don  Ramón  García,  el  antiguo  i  popular  inlendento 
de  Aconcagua,  confinado  ahora  en  aquel  lugar  por  los  suce- 
sos que  en  noviembre  de  18S0  habían  leqído  lugar  en  San 
Felipe. 

La  Inste  villa  de  Petorca,  aunque  situada  en  un  valle  fértil 
i  hermoso,  no  ofrecía  ningún  recurso  de  guerra,  escoplo  unos 
pocos  caballos  que  se  aporrataron  en  las  chácaras  de  los  ve- 
cinos hostiles  i  en  la  casa  del  cura  párroco,  que  tenía  para 
su  servicio  una  exelente  pesebrera.  Pero,  a  falla  de  estos 
auxilios,  Yicufia  acertó  a  combinar  con  el  ex-intendenle  Gar- 
cía un  plan  de  marcha  para  la  ocupación  inmediata  del  valle 
do  Pulaendo,  que  no  podía  menos  de  ser  el  mas  cspedilo  i 
oportuno, 

Consistía  este  en  que  Vicufia  prosiguiese  su  marcha  por  el 

yan«  vecinas  a  Putaendo.  Si  esto  es  cierto,  no  podemos  ocultarnos 
íjiie  la  división  del  norte  hubiera  penetrado  en  Aconcagua,  qui-* 
zá  el  mismo  dia  en  que  fué  alcanzada  i  desecha  en  Peturca. 


M  LA  AbMmiStRlCION  MORTT.  S23 

camino  directo  de  Petorca  a  Putaemlo,  que  pasa  por  Alíca- 
hue,  la  cuesta  de  las  Jarillas  i  las  esplaDadas  del  Arrayan, 
que  van  a  morir  sobre  el  valle  de  Putaeudo,  mientras  que 
el  grueso  de  la  división  tomaría  la  cuesta  de  Cullunco,  que 
se  levanta  sobre  la  cadena  sud  del  valle  de  Petorca,  en  frente 
del  cajón  de  Pedegua,  i  da  acceso  a  la  fragosa  cuesta  de  los 
Anjeleí,  cfiya  senda  va  a  desembocar,  a  su  vez,  sobre  el 
valle  de  Putaendo,  un  tanto  mas  abajo  del  Arrayan.  Deesta 
suerte  dividíamos  Ja  atención  del  enemigo  que  venia  en  núes* 
tra  persecución,  hacíamos  mas  apresurada  nuestra  marcha» 
i  por  ultimo,  caíamos  simultáneamente  sobre  dos  puntos  dis-f 
tintos  del  valle,  distrayendo  las  fuerzas  que  pudieran  cerrar^ 
nos  el  paso  i  ocupando  de  un  golpe  una  considerable  línea 
del  territorio  de  Aconcagua. 

Envióse  en  el  acto  a  Carrera  un  espreso  comunicándole 
esta  idea,  que  fué  recibida  con  aprobación  i  se  resolvió  po- 
ner por  obra  en  el  aclo.  £1  correo  llegó  al  campamento  de 
Pedegua  a  la  medía  noche,  i  al  amanecer  del  siguiente  dia 
(13  de  octubre).  Carrera  se  puso  en  marcha  sobre  Petorca 
con  un  grupo  de  oficiales  sacados  de  los  diferentes  cuerpos 
para  llevar  a  cabo  aquel  proyecto. 

Arteaga  recibió,  en  consecuencia,  la  orden  de  tomar  la 
cuesta  de  Cultunco  i  dioso  a  Vicuña  la  de  seguir  por  la  de 
la  Jarillas  con  su  piquete  de  22  fusileros  cscojidos,  10  lan- 
zeros  i  un  cuadro  de  oficiales,  que  debian  ponerse  a  la  ca« 
boza  de  las  milicias  que  a  toda  prísa  se  esperaba  reunir  en 
ios  valles  de  Putaendo  i  San  Felipe. 

XVI. 

Vicufla  partió  coa  su  pcqucfia,  pero  rosuctta  columna,  dan^ 


824  HISTORIA  BE  LOS  MEZ  AÑOS 

do  un  abrazo  de  adiós  que  debia  durar  largos  afioá  al  noble 
amigo  que  abora  era  su  jefe,  i  que  babia  sido  su  constante 
camarada  en  todas  las  peripecias  de  la  era  revolucionaria. 
Su  bermano  quedó  en  Petorca  desempeñando  al  lado  de  Ca- 
rrera el  puesto  de  primer  ayudante  que  aquel  dejaba  per 
su  separación.  El  mayor  Galleguillos  solicitó  el  acompañar  a 
su  antiguo  jefe  i  a  la  una  de  aquel  día,  atravesando  el  pue- 
blo al  son  de  un  clarín,  el  destacamento  de  vanguardia  tomó 
el  camino  de  Putaendo  al  que  llegó  al  amanecer  al  si- 
guiente dia  después  de  una  marcha  forzada,  pero  infructuo- 
sa, de  cuyas  tareas  no  hablaremos  ya  sino  después  de  haber 
contado  sucesos  harto  tristes  i  dolorosas  aventuras  porso- 
nales, 

XVIL 


Entre  tanto  el  coronel  Arteaga  no  habla  dadocumplímlon-^ 
to  a  la  orden  o  mas  bien  encargo  de  jCarrera  (porque  entre 
ambos  jefes  todas  las  medidas  se  tomaban  con  un  cordial 
i  reciproco  acuerdo )  de  marchar  sobre  la  cuesta  de  Cultunco» 
i  se  malogró  asi  la  oportunidad  de  aquella  combinación  que 
nos  prometía  un  éiito  casi  seguro,  i  que  al  menos  habría  aho- 
rrado el  desastre  de  Petorca  (1),  o  retardándolo  algunos  dias, 

(t)  El  mismo  coronel  Arteaga  asevera  la  falta  de  camplimiento 
a  esta  orden  en  on  docDmentoaoténtico.  a  Recuerdo  (dice  en  una 
carta  que  escribió  a  don  Btanuel  Bilbao  para  rectíGcar  algunos 
errores  sobre  la  campaña  del  norte  en  1851,  referida  por  aquel 
escritor,  en  un  folleto  publicado  en  Lima  en  1854)  recuerdo  que 
Carrera  me  envió  a  decir  que  le  parecía  mejor  tomara  la  división 
f*l  camino  de  la  cuesta,  ( Cultunco)  i  no  el  de  los  desfiladeros  que 
habia  adoptado,  a  lo  que  le  respondí  que  era  el  único  apropósito 
cu  la  situación  en  que  se  hallaba  nuestra  tropai  pues  le  era  impo< 


DE   LA   ▲MimiSniAClpIl   MONTT*  S2S 

ofrociendo  a  la  iavasíon  dol  Bor|a  una  (ti  lima  esperonza  dt 
salvarse» 

.  Carrera  llevó  su  disgusto  basta  la  cólera  euande  sopo  las 
vacilaQkmes  del  coronel  Arleaga  i  su  tardanza  en  avanzar, 
sea  sobre  Gutluaco,  sea  sobre  Petorca.  La  jornada  de  aquel 
ilia  fíeselo  de  Urei  k§ua$,  recorridas  por  el  espacioso  i  có- 
Asdo  caniae  de.  las  chácaras^  que  se  esll«Qdo  desde  Pede- 
gaa  I  el  pueblo  de  Hierro-viejo  hiista  Pelorca. 

Naoca  se  eicontrará»  aun'  por  el  anhelo  de  la  mas  en(ra-r 
Aable  benevolencia*  dlscalpa  capaz  de  paliar  el  error  funesto 
o  la  tardanza  calpable.de  aíquel  dia,  mas  digna  de  lamonlarse 
que  el  ceastraste  deÜa.  mañana  subsigoieole,  pues  en  este 
al  meaos  babo  gloria  i  en  aquel  salo  una  torpeza  eslrafia  o  un 
descuido  incomprensible.  Se  ha  dicho  para  atenuar  esta  falal 
jornada  que  la  división  pasó  seis  horas  refre$eáado$e  bau'o  los 
naranjales  i  limoneros  del  Hierro-viejq,  pero  si  fué  de  esta 
manera  como  se  perdió  aquel  precioso  tiempo,  bien  se  concibe 
qae  la  división  del  Gobierno,  que  en  aquella  hora  avanzaba 
coa  inratígal)le  tesen  por  entre  montanas  casi  inaccesibles, 
se  hacia  acreedora  al  fácil  triunfo,  que  la  pereza  de  sus  con- 
trarios iba  a  ofrecerle* 

xvm. 

El  coronel  Vldaurre,  apenas  habla  sabido,  en  efecto,  por  la 
descubierta  de  San  Martín,  nuestro  movimiento  a  vanguardia, 
cuando»  lleno  de  alarma,  se  puso  en  nuestra  persecución,  to- 

ftble  tomar  el  camino  de  la  coesfa  a  caosa  de  la  casi  completa 
carencia  de  cabalgaduras  que  Carrera  habia  prometido  aumentar, 
como  también  reemplazar  las  inútiles,  lo  que  no  había  hecha, 
i  uo  obstante  esperé  6U  última  resolución,  que  no  vinu!  !i> 

29 


t¿6  *    tlSTOAIi  DE  L08  tolM  ifiOS 

toando  un  camino  Itansversái  por  las  estarcías  de  Hármali- 
can,  el  Goaquen  i  Longotoma,  aprovechándose  de  los  servn 
cíos  do  baenos  prácticos  i  de  los  caballos  de  la  milicia 
aconcaguina,  para  movilizar  suexcelenle  infantería  (1). 

Caminando  toda  aquella  noche,  habia  acampado  a  las  seis 
de  la  mafiantt  del  dia  41  en  la  hacienda  de  Harmalican,  i 
continuando  a  las  dos  de  la  tarde  la  Jornada,  con  ostraordi'- 
nario  esfuerzo,  habia  llegacTo  a  la  noche  al  rincón  del  Gua« 
quen,  después  de  haber  pasado  la  cuesia  de  don  Pedro.  Su 
presteza  no  calmaba,  sin  embargo,  su  inquietad,  i  una  especie 
de  pánico  se  habia  apoderado  de  aquel  jefe  tan  intrépido 
como  activo,  pero  que  juzgaba  un  crimen  de  desobediencia  a 
la  autoridad  stíprema,  de  quien  era  el  mas  leal  servidor,  la 
maniobra  acertada  que  habia  puesto  a  su  vanguardia  la  di«* 
Vision  de  Coquimbo.  Asi  es  que  desde  el  Guaquea  pedia  por 
un  espreso,  que  despachó  a  Yalparaiso.'a  las  doce  de  la  no- 
che, todo  jénero  de  ausiilos.  Aunque  ignoraba  la  posición  de 
Carrera,  que  en  aquel  momento  estaba  acampado  en  Pedegna 
a  seis  u  ocho  leguas  de  distancia,  el  coronel  Vidaurre  anon^ 
ciaba  en  este  parte  que  a  su  entrada  a  Petorca,  la  división 
de  Coquimbo  no  le  habría  ganado  sino  cinco  a  seis  leguas 
en  su  camino  sobre  Aconcagua,  i  sin  poder  ocultar  su  pavor, 
decia  a  este  propósito  alinlendente  de  Valparaíso  las  siguien- 
tes palabras  de  duda  i  conflicto:  «En  este  concepto,  U.  S. 
conoce  muí  bien  lo  que  interesa  a  mis  operaciones,  i  es  quo 
se  hostilize  (desde  Valparaíso  t)  o  al  menos  se  entretenga  ¡A 

(1)  Tres  años  después  de  escrita  esta  pijinsí  en  febrero  del 
presente  ano,  he  recorrido  espresamente  en  compañía  de  don  Ru- 
perto Ovaile  los  sitios  por  los  que  el  coronel  Vidaurre  hizo  este 
movimiento,  i  verdaderamente  que  asombiy  su  celeridad  i  la 
pujanza  de  la  tropa  para  recorrer  aquellas  fragosidades,  que  án~ 
tes  i  después,  solo  ha  transitado  con  dificultades  el  rudo  minero 
de  aquellas  comarcas. 


BE    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  227 

enemigo  i  que  se  me  facilite  por  medio  de  los  escuadroaes 
de  caballería  cívica  o  por  otro  que  esté  ai  alcance  de  U.  S., 
cnanla  movilidad  sea  posible  (1}». 

Mientras  los  coquimbanos  pasaban  las  horas  del  medio  dh . 
a  la  sombra  de  las  arboledas  de  Hierro  viejo,  la  división  del 
gobierno,  marchando  desde  las  tres  de  la  mañana,  babia  bajado 
al  cajón  de  Pedegua  a  las  tres  de  la  tarde,  después  de  ha-^ 
ber  trasmontado  la  cuesta  del  Ajíal  i  Montenegro.  Los  fue- 
gos dejados  por  Arteaga  aun  estaban  encendidos;  í  asi  la  tropa 
de  Vidaarre  preparó  su  acelerado  rancho  de  la  tarde,  revi-- 
Tiendo  la  llama  de  los  tizones  que  habían  servido  en  la  ma- 
ñana al  tranquilo  almuerzo  de  los  coquimbanos.  El  día  13, 
la  división  del  gobierno  había  marchado  doce  horas  consecu- 
tivas i  salvado  dos  ásperas  cuestas.  La  división  de  Coquimbo 
había  lardado  dos  horas  en  recorrer  el  sendero  de  verjeles 
I  plantíos,  que  serpentean  por  el  valle  de  Petorca,  desde  Pe-- 
degua  a  la  villa,  con  la  sola  interposición  de  unos  pocos  pe- 
dregales. 

En  la  noche,  Vidaarre,  que  apenas  se  había  reposado,  se 
adelantó  con  la  brigada  de  marina  i  los  granaderos  a  caba- 
llo sobre  Petorca.  Arteaga,  entretanto,  dormía  tranquilamente 
en  un  alojamiento,  doce  cuadras  al  oriente  de  Petorca,  del 
que  solo  a  las  diez  de  la  mafiana  siguiente  se  preparaba  a 
partir,  después  de  haber  cargado  con  toda  tranquilidad  el 
numeroso  equipaje  de  la  división. 

Vamos  pues  a  ver  cual  fué  el  fruto  de  este  contraste  de  la 
indolencia  confiada,  por  un  lado,  i  do  la  actividad  de  la  zozo- 
bra i  de  la  responsabilidad,  en  el  otro. 


(1)  Véase  este  oficio  en  el  Mercurio  de  Valparaíso  núm.  72ü3. 


o 

;^ 

5=3 

© 


♦  X 


I 

/ 


CAPITULO  VIII. 


U  BATALLA  K  riTIICA. 

Batalla  de  Petorca,— Inacción  del  coronel  Arteaga  antes  del  com* 
bate.— Posiciones  militares  qoe  padieron  aprorecliarse.— Disposi. 
cion  jeneral  del  terreno.-— Primeros  mofimiealos  de  Arteaga 
a  la  aparición  del  enemigo  —La  vangoardía  de  la  división  del 
Gobierno  empeña  el  combate  i  es  obligada  a  retirarse.— Se  ma- 
logra de  naevo  la  ocasión  deocopar  ana  posición  ventajosa  para 
la  defettsa.^-Arteaga  forma  so  línea  de  batalla.— Bl  enemigo 
avanza  en  columna  por  el  poeblo  i  forma  so  línea.— Arteaga 
retrocede  a  sa  segunda  posición.- Se  empeña  el  combate  en  la 
ala  derecha.— El  batallón  Igualdad  resiste  heroicamente  en  el 
costado  iiqaierdo»— Marcha  en  su  auxilio  el  Núm.  1,  pero  en 
el  acto  de  desplegarse  aquel,  comienaa  la  derrota.— Sangrienta 
persecución  de  los  Granaderos  i  saqueo  de  los  equipajes  por  las 
tropas  de  Aconcagua.— Fuga  de  Arteaga  i  de  Carrera. — Reflec- 
ciones  aobre  esta  jomada.— Prisiones  i  trofeos  del  combate.-**» 
Begocijos  oficiales  en  la  capital  i  proclama  del  presidente  Montt. 
—El  coronel  Salcedo,  su  heroica  muerte  i  sus  exequias.— 
Cuentas  del  hospital  de  sangre  i  del  cementerio  de  Petorca. 


Háae  dado,  por  hábito,  el  nombre  de  batalla  al  encuentro 
de  Petorca,  caaode  fué  mas  bieo  la  heroica  caplura  de  na 


o 
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O 


CAPITULO  VIW. 


U  MT«LL«  BE  PETlICt. 

I 

'  Batalla  de  Petorca,— Inacción  del  coronel  Arteaga  antes  del  com* 
bate,— Posiciones  militares  qoe  pudieron  aprorecharse.— Dísposi. 
cien  jeneral  del  terreno.-— Primeros  mofimiealos  de  Arteaga 
a  la  aparición  del  enemigo  —La  vanguardia  de  la  división  del 
Gobierno  empeña  el  combate  i  es  obligada  a  retirarse.— Se  ma- 
logra de  nuevo  la  ocasión  de  ocupar  una  posición  ventajosa  para 
la  defensa.— Arteaga  forma  su  línea  de  batalla. — Bl  enemigo 
avanza  en  columna  por  el  pueblo  i  forma  su  línea.— Arteaga 
retrocede  a  su  segunda  posición,— Se  empeña  el  combate  en  la 
^  ala  derecha.— El  batallón  Igualdad  resiste  heroicamente  en  el 

costado  iiqnierdo.— Marcha  en  su  auxilio  el  Núm.  1,  pero  en 
1  el  acto  de  desplegarse  aquel,  comienza  la  derrota.— Sangrienta 

persecución  de  los  Granaderos  i  saqueo  de  los  equipajes  por  las 
tropas  de  Aconcagua.— Fuga  de  Arteaga  i  de  Carrera. — Reflec- 
I  eiones  sobre  esta  jomada.— Prisiones  i  trofeos  del  combate.-**» 

I  Regocijos  oficiales  en  la  capital  i  proclama  del  presidente  Montt, 

;  —El  coronel  Salcedo,  su  heroica  muerte  i   sus  exequias.— 

i  Cuentas  del  hospital  de  saingre  i  del  cementerio  de  Petorca. 

Háse  dado,  por  hábito,  el  nombre  de  batalla  al  encuentro 
tfe  Petorca,  caaade  fué  mas  bien  la  heroica  captura  de  ao 


S30  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aKOS      * 

pufiado  de  reclutas.  Los  captores  eran,  en  efecto,  en  triple 
número  i  dos  veces  mas  fuertes  en  disciplina,  en  la  costum- 
bre de  la  pelea  i  en  el  material  de  combate.  La  columna  de 
Coquimbo,  cual  prisionero  escapado  de  su  celda,  encontróse 
en  el  campo,  cercada  de  repente  por  una  doble  fila  de  per- 
seguidores. Entregarse  era  un  baldón.  Pelear  era  morir.  Los 
Coquimbanos  supieron  elejir  el  Altimo  {partido. 


II. 


El  coronel  Arteaga  babia  sabido  en  el  Hierro-viejo  la  mar- 
cha forzada  de  Vidaurre  con  el  grueso  de  la  división ;  en  la 
inedia  noche  del  13  fué  avisado  de  que  esta  había  llegado 
a  Pedegua,  i  al  amanecer  supo  el  avance  de  aquel  jefe  con 
la  vanguardia.  Tna  calma  estraña  reinó  en  sus  deliberacio- 
nes; pero  el  mismo  ha  confesado  después»  i  era  una  verdad 
incuestionable  en  aquel  momento,  que  era  tan  profunda  su 
convicción  del  desastre,  desde  que  el  enemigo  diera  alcance 
a  la  división,  que  parecíale  inútil  toda  medida  que  no  fuera 
)a  de  formar  la  linea  de  batalla  para  hacer,  a)  menos,  alarde 
de  honor  i  de  bravura,  arrostrando  los  fuegos  enemigos.  «Me 
decidí  a  empeñar  el  combate,  dice  el  mismo  Arteaga  en  un 
docnmenlo  que  ya  hemos  citado  (1),  mirándolo  come  el  único 
partido  que  nos  era  dado  adoptar,  pues  siéndome  de  todo 
punto  in^posible  continuar  nuestra  marcha  por  la  completa 
escasez  de  bagajes,  no  menos  que  por  la  mala  calidad  de  las 
tropas,  creí  valia  mas  encomendar  los  intereses  de  nuestra 
causa  a  la  voluble  suerte  de  las  armas,  que  al  menos  dejaba 
una  esperanza  en  pié,  que  verlos  todos  por  tierra,  emprpu- 

(t)  Carta  dei  coronel  Arteaga  a  don  Manuel  Bilbao. 


DE  i  A  AOMINISTRACION  MOT^TtI  S3l 

dida  la  retirada».  Tal  desconfianza  era  certera  o  iaevilable 
en  el  espirílu  de  un  hombre  de  guerra.  Pero  la  inacción  no 
parecía  aer  en  aquellos  instantes  el  rol  de  an  jefe  revolu- 
cionario, que  debería  esperar  el  desenlace  mas  bien  del  en- 
tasiasmo  de  sus  reclutas  voluniarios  que  de  la  firme  punte- 
ría de  los  pocos  veteraaos  enrolados  en  las  filas.  La  resig- 
nación al  males  una  virtud,  cuai^do  el  malba  sobrevenido, 
pero  cuando  hai  solo  augurios  que  lo  anuncian,  la  resignación 
es  una  Calla.  I  esta  cometiéronla  por  completo  en  aquella 
crisis  los  dos  ínespertos  caudillos  revolucionarios,  Arteaga  i 
Carrera. 

.  Había»  en  efecto,  medidas  de  estralojia,  oportunas,  sino 
salvadoras,  que  tomar.  A  pocas  cuadras  del  pueblo  de  Petorca, 
hacia  el  ponieale^  cierra  el  valle  un  desfiladero  llamado  la 
Faliiadelfnonle,qnQ  estrecha  el  paso  de  tal  suerte  que  cua- 
Ira  jinetes  no  pueden  caminar  a  la  vez  por  el  sendero,  sin 
esponerse  a  rodar  por  la  barranca  que  cao  sobre  el  no.  Una 
Imprevisión  fatal  no  hizo  advertir  aquellos  farellones  ines- 
pugnables  que  habrían  sido  las  Termopilas  del  ejército  de 
Coquimbo,  si  un  Leónidas  hubiera  existido  en  sus  cuadros. 

Pero  olvidado  este  reparo  formidable,  en  el  que  100  fusileros 
i  un  caflon  habrían  baslado  para  contener  i  acaso  destrozar 
la  columna  enemiga,  aun  quedaba  una  posición  ventajosísima 
para  resistirla,  tal  era  la  que  ofrecía  el  mismo  pueblo,  to- 
mando su  vanguardia  para  apoyarse  en  sus  caseríos  i  calles 
estrechas,  que  quedaban  a  la  espalda.  En  esto  se  habria 
practicado  solo  una  operación  sencillísima  de  guerra,  que  la 
táctica  aconseja  aun  en  los  casos  ordinarios;  pero  no  solo 
no  se  ocupó  el  pueblo,  sino  que  se  le  dejó  espedito  al  enemigo, 
que  no  tardó  por  cierto  en  aprovechar  tan  grave  ventaja,  for- 
mando su  columna  en  la  propia  plaza  de  la  villa,  i  haciendo 
servir  aquella  posición  de. eje  de  sus  movimientos  de  ataque, 


itfi  HISTORIA    DE  LOS    B1EZ    AfloS 

dsi  como  íe  hat)r{a  servido  para  rehacerse  %o  caso  de  re^ 
lirada. 

Poro  sí  no  babia  mas  camino  qae  pelear  para  salvar  el  honor 
de  las  armas,  quedaba  todavía  nn  medio  de  conseguirlo  con 
rentaja.  Tal  era  parapetarse  en  el  nüsmoalojamimtoenqw 
estaba  acampada  la  división,  cnyos  corrales  de  pirca  i  espa-^ 
oleses  edificios  ofrecían  un  baluarte  de  difícil  acceso  a  los 
asaltantes  enemigos. 

Pero  nada  de  esto  se  ejecutó,  i  se  hizo  precisamente  aquello 
que  deblá  malograr  los  mejores  esfuerzos  del  denuedo,  dán- 
dole, empero,  campo  para  que  pudiera  inmortalizarse  por  IsT 
impotencia  misma  de  vencer  en  que  se  colocaba  a  los  sol- 
dados. 

A  las  9  de  la  mafiana,  asomó  por  la  calle  recta  {principal 
de  Petorca  la  vanguardia  de  Granaderos  con  la  brigada  de 
marina  a  la  gurupa,  a  las  órdenes  del  coronel  Vidaurre, 
anunciando  su  presencia  con  disparos  de  carabina  i  movi- 
míenlos  de  guerrilla  que  provocaban  desde  luego  al  combale. 


m. 


El  campo  en  que  la  refriega  iba  a  trabarse,  era  el  mismo 
angosto  valle,  por  el  que  corre  el  río  de  Petorca,  encajonado 
por  agrias  i  empinadas  cadenas,  que  se  levantan  casi  desde 
el  bordo  de  la  barranca  del  torrentoso  cauce  (1 }.  Sobre  una 
sinuosidad  estrecha,  al  pié  de  la  montana  del  norte,  está 
tendida  la  villa  en  una  hilera  de  caseríos  derruidos,  que  se 

(I]  Véase  el  plano  de  la  batalla  de  Petorca  acompañado  en  el 
testo  i  qae  hornos  dispuesto  de  acuerdo  con  las  datos  mas  segu- 
ro^, para  mejor  jufrelijoncia  del  lector. 


DE' LA  ÁDVINISTRAÉlÓlf  M0!AT.  Í'^ 

ésOendén  por  Míe  a  oebo  cmdras  entre  la  cadena  i  el  rio. 
El  eamlDO  carretero  paga  por  la  calle  principal  del  pueblo, 
4«e  es  casi  la  sola  de  que  se  eompoiie,  i  al  desemlkNíarháeNft 
d  oriente,  cae  sobre  tm  peqnetlo  esplayado  qoo  craza  aqvet 
en  liaea  recta,  para  eneorbarse  después  en  las  siDáosidade# 
de  los  cerros  qoe  signen  encafittbrándose  al  oriente.  El  rM 
está  de  por  medio  con  su  canee  casi  enjuto,  sus  mancha» 
espesas  de  ckilcalet,  esta  eterna  cabellera  de  todos  nuestros 
rios  i  torrentes,  mientras  que  gruesos  pedrones  arrastrados 
per  las  creces,  sír^n  de  movedico  lecho  a  las  corrientes.  En 
el  opuesto  lado  del  snr,  se  repite  esta  misma  fisonomía  áel 
terreno,  escepto  qoe  la  montana  es  menos  agria  i  no  hai  ea«' 
mino  que  la  cruce.  El  alojamiento  en  qne  se  había  acampado^ 
la  difisien  de  Coquimbo,  estaba  en  este  costado  a  10  o  ISf 
coadras  de  la  plaaa  do  Petorca. 


IV. 


Guando  se  présenlo  Vidaurre  sobre  el  campo,  se  dispm: 
la  foraaciea  de  nuestra  linea  sobre  aquel  terreno,  si  paede^ 
llamarse  línea  el  fatal  fraccionamiento  de  los  cuerpos  qoe  se* 
practicó  para  hacer  freale  al  enemigo. 

Si  coronel  Arteaga  pasó  el  rio  con  los  batallones  ném.  f 
i  ie$tMfaiw,  la  caballería  del  coronel  Salcedo  i  des  piesas 
de  arlilleria,  dejando  en  el  costado  isqaierdo  al  batallen  IguaU 
dad,  bajo  la  dirección  de  Carrera,  con  una  de  las  pistas  de' 
monlafla  al  mando  del  oomaadante  de  artilleria  Cepeda,  por 
Tja  de  reserTa.  La  partida  lijara  de  los  Yerde$  qaedó  ea  ei 
fondo  del  Ho  al  mando  del  oficial  de  Cazadores  a  caballo  don; 
Doaslago  Herrera,  qne  se  nos  habia  reunido  en  Ilbpel  despoe» 
de  su  desgraciada  empresa  sobre  el  fiuasco,  acompafiadsl 

30 


t3i  BI6T0IMA  OE  LOS  IW2  aSoS 

ahora  por  el  drujane  dol  ejéreito  doa^  Faderico  Cobo,  que  dio 
muasiras  este  día  de  una  íatrepidez  aiogolar,  llevando  ea  sua 
BUinos  una  bandera  blaoea  que  tenía  en  el  oeatro  una  cruz 
roja,  símbolo,  so  de  paz  sino  de  confralerniaacion,  qao  se  quería 
mostrar  a  los  soldados  enemigos  con  la  esperanza  de  que  se 
pasaran  a  nosotros  durante  la  refriega.  Esperanza  ilusoria  1 
£1  soldado  chileno  jamás,  se  pasa,  aine  con  la  punta  de  su. 
bayoneta  al  otro  lado  de  las  fitas  que  sus  jefes  le  mandan 
romper  I 

Como  la  vanguardia  enemiga  continuara  avanzando  por  el 
esplayado  que  se  dilata  al  salir  del  pueblo  i  que  es  cono- 
cido con  el  nombre  del  Cahario,  Arteaga  m-denó  al  batallen 
ttibii.  1  que  marchara  a  conleaerlo,  formándolo  el  mismo  en 
la. cima  de  una  lema  que  se  abre  a  la  eabeza  de  aquella  on- 
dulación de  la  montafla.  La  caballaria  de  Salcedo,  que  no 
tenia  mas  atributo  de  guerra  que  el  color  rojo  de  sus  mantas 
de  bayeta,  se  situó  en  un  flanco  a  la  falda  del  cerro,  cuya 
aspereza  parecía  apenas  capaz  de  contener  el  anhelo  vehe- 
mente de  la  fuga,  pues  aquel  cuerpo  se  habia  hecho  por 
8tt  iauUlidad  en  la  campana,  el  objeto  de  la  risa  de  la  división, 
aiendo  su  propio  jefe,  el  coronel  Salcedo,  el  que  mas  deapre- 
cio senUa  por  sos  famosos  Colorados.  Salcedo,  que  habia 
nacido  en  el  país  en  que  las  lanías  sen  como  una  planta  in*- 
lüjena,  sabia  que  en  el  norte  no  hai  mas  jante  adecuada  para 
la  guerra  que  la  que  sabe,  manejar  el  combo  i  la  yawana. 

La  Brigada  de  marina,  que  habia  descendido  de  les  caba- 
Ues  de  los  Granaderos,  se  avanzó  en  el  acto  que  se  formaba 
el  Núm.  4,  rompiendo  un  vivo  fuego  de  guerrilla.  Los  reelntaa 
de  Coquimbo  no  tardaron  en  contestarlo,  i  en  un  momento, 
animándose  unes  a  otros  con  gritos  de  entusiasmo  i  ese  reto 
de  guerra  particular  a  nuestra  jente>  llamado  el  ckifsateo,. 
lanzáronse  adelante  sin  orden  de  so  jefe,  cargando  en  con- 


M  ik  ABtlNtSTRJMllOK  HONTT.  238 

«Sien,  pel^  cm  estraordfnsrlo  dennecto.  El  capitán  de  cna- 
dorea  don  Joan  Antonio  Salazar,  qae  habia  servido  en  el 
ejército  de  linea,  se  arrojé  a)  fretite  de  su  compañía  com-- 
puesta  de  S4  honitN'es,  i  viendo  que  h  corneta  de  los  marl-* 
nos  sMiaba  fue^  en  retirada,  se  avanzó  tan  adelante  que 
Poté  cortado  por  los  granaderos  i  bocho  prisionero  con  toda  su 
tropa  eompaeste  dé  M  voluntarios.  Contábanse  entre  estos 
el  alhrcz  Návea,  un  vaKente  I  honrado  artesano  de  la  Seré- 
Ba  que  flié  herido  en  el  rostro  de  un  satlazo^i  el  esforzado 
moio  don  Praooisoo  Pozo,  que  sin  embargo  de  pertenecer  a 
los  cuadros  de  rusíleros  del  Nüm.  1,  se  incorporó  en  los  ca-^ 
zaáoree,  lenió  un  fasU  1  se  laazó  a  la  cabeza  de  aquel  pu- 
llado  de  bravos,  peleando  cohio  aeldado  i  con  un  hereismo 
tal  que  rebaeó  ¡rendirse  i  soto  entregó  su  arrma,  con  lá  quo 
se  defendía  a  eulalazes,  cuando  un  granadero,  alropelUradole 
cao  el  cabftito,  b  dervíbé  at  suelo,  asestándole  un  golpe  en 
la  cabeza.  Be  los  94  casaderas,  tres  fueron  muertos,  Toiata 
íbaa  heridos  de  sable  o  contusos,  i  el  imico  Hese,  fué  inmo- 
lado ea  lá  caHe  de  Petorca  porque  ao  apreaaraba  su  mareiM 
o  aeaso  porqué  dl6  signos  de  querer  escaparse.  Sálasar  tai 
astuto  cemo  intrépido,  interpelade  per  Garrido,  a  quién  en« 
eaalró  en  la  plasa,  sobre  el  aÉmarada  los  sublevados,  pon-^ 
derMe  aquel  ¡aasenfattenla,  i  ea  el  acto  fué  coadueido  coa 
sus  soldados  al  eemeaterio^  del  pueMe,que  se  bise  ea  aquel 
dia  9Í  depósito  de  prisioneros. 

Alentado  por  osla  presa  i  observando  la  eonfuafon  en  que 
avanzaba  el  resto  del  Mm.  4,  Vidaurre  dtepuso  una  carga 
de  los  Granaderos,  i  el  vaMeate  capitán  don  Narciso  Guerre- 
ro, que  mandaba  aquel  medio  escuadrón,  no  tardó  en  obe- 
decer, cafondo  sable  en  mano  sobre  la  fila,  o  mas  bien,  sobre 
el  peldoa  de  les  reclutas ;  pero  Até  tal  el  denaede  de  ealoe 
bravos;  que  se  trabaron  cuerpo  a  cuerpo  con  los  asahanles, 


2M  BISTORU    ME  tM  MEZ  aSoS 

I  observando  machos  que  sm  íusíIm  m  Ioiím  amada  la 
tejroaeta,  los  lomaron  por  la  boca  i  so  dofendioroB  a  oaia-* 
taios»  derribando  al  saele  a  mvcbos  de  sas  agresores,  doce 
de  los  cuales  qnedaron  ftaora  de  cookbate,  rettráadeso  los  otros 
ta  desordea.  «Esta  o^ga,  dice  el  mismo. Vidaurre  eo  sa  par- 
le oicial  de  la  batalla»  dada  sobre  ue  ierreno  desigaal  i  pe- 
•aiceso,  sin  el  saScieote  espacio  para  léamr  k»  aires  de 
táolíea,  fué  lan  TaUealoaMirle  ejoeateda  i  resislída,  que  de 
loe  treínia  i  cuatro  granaderos  empefiados  ob  ella,  quedaron 
doce  ruera  de  combalo  por  efecto  de  los  bayonotaaoa  i  fuegos, 
que  recibieron  a  quema  rppa  (>}». 

Volvía  a  reorganiaarao  Vidaurre,  caando  asomé  en  la  loma 
do  que  babia  descendido  el  Núm.  i,  el  batallón  Restaurador, 
qno  Arleaga  ordenó-  avanaar  on  ausMio  de  Bilbao,  mientras 
qne  los  Yerdet  se  adelantabsa  por  el  rio.  A  su  vista,  turba^ 
do  el  jefe  enemigo,  ordenó  la  retirada,  i  desprendiéndose  él 
■dsmo  de  la  (ropa  coa  na  ordenanaa;  crnzé  el  pueblo  a  ca- 
rrera tendida  en  biisea  del  grueso  do  las  finerzas,  que  había 
quedado,  en  la  noebo;,  Ires  teguas  a  retaguardia.  Los  Gra- 
naderos siguieron  ente  movisricnlo  retrégaéo  i  mas  airas,  la 
Brigada  de  marina,  que  entró  jadeando  do  fatiga  a  la  plaza 
del  pueblo,  sin  tenor  BMa  aümitoquo  para  eslnirse  al  suelo 
a  descansar.  El  jefe,  derrotado  en  esto  priuMr  encuentro,  no 
ha  dtsknuindo  su  fracaso  en  la  rolndon  oficial  del  combate. 
«  Previendo,  dice,  que  el  enemigo  diese  una  contra-enrga  oen 
la  fuera  do  rofreatío  que  a  la  inmodiacioa  tenin,  i  que  la  Bri- 
gada de  marina  se  veia  neoiadá  i  fu0rtem09ílee9mprümetiáa, 
ocurrí  en  el  acto  a  ordenar  la  rotiracta». 


(i)  Parle  de  las  operadonei  ie  la  ¿tomón  iel  norte^  pasado  at 
BMtrm  per  ot  aorouel  fidearve  con  facha  de  17  As  labrero  do 
Í9SSL  archivo  del  Mimiterie  de  lo  Guerra. 


W  U  JMHimtRMlM  MOMtT.  IÜÍ 

hqaé  primer  eicueotro  fué  pves  ana  Tictoria  para  fos 
•iNi68lros;.6l  eoamígo  haUa  retrocedido,  la  eonGaaza  ganaba 
los  ánimoB,  i  h  q^e  es  mas,  nueislro  escuadrón  de  mantas 
eoioradas.dándoee  por  derrotado  al  principiar  los  ftiegos,  ha-» 
faia  enpreadide  la  faga  en  ledas  direcciones,  libertando  lá 
dívisíoa  de  af  uel  estorbe.  Solo  el  bravo  Salcedo  quedé  firme 
en  sa  puesto;  mas  como  no  tuviese  soldados  que  mandar^ 
pasé  el  rio  i  Tué  a  colocarse  al  frente  del  baialkm  Igualdad; 
imra  sellar  sa  heroismo  con  la  muerte. 


H  moviadento  a  van^iardia  del  coronel  Vidaurre  babia 
sido  altamente  imprudente  i  comprometido,  hasta  cierto 
punto,  la  suerte  del  dia.  Separado  por  una  legua,  al  menos, 
del  grueso  de  su  división,  su  ataque  le  espuso  a  ser  corlado 
i  ana  eavudto  en  sa  retirada  al  través  de  los  desfiladeros 
del  valle,  poniendo  en  igual  peligro  a  la  masa  de  la  columna; 
que  marchaba  en>desórden  por  el  angosto  sendero. 

Pero  los  jeisB  de  la  división  del  norte  no  atinaron  a  cení* 
pfMder  en  tan  crilieo  -instante  jaa  ventajas  de  aquel  movi-^ 
miento  retrégrado,  ni  persiguieron  al  enemigo  (Meo  que 
para  esto  no  tuvieren  suficiente  cafoalieria),  ni  ocuparon  las 
caHea  del  pueblo,  ni  síqaieca  4oniaron  una  posición  venta* 
josa  para  la  resistencia,  pma  bien  sabían  qne  no  lesera  dada 
atacar,  sino  apenas  defenderse. 

Lo  mas  que  hizo  el  coronel  Arteaga,  i  que  era  acaso  le 
menos  que  de  él  se  esperaba,  fué  formar  una  bizarra  línea 
de  batalla  enfrente  del  pueblo,  los  oficiales  en  sus  puestos 
i  los  soldados  coa  el  pecho  a  dsri»cubierto  i  la  bayoneta  ea  la 
boca  del  fusíl^  paralanzarse  a  la  cargaa  la  primera  aparición  del 


St8|  BBVOHU  M  LM  MU  AÜOd 

eneioig^.  ^s  batallones  Restaurador  i  Nám.1  formabaiénel 
lerroQ9  nw  hemos  descrito  i  el  Igualdad  en  la  opuesta  ba- 
rranca del  rio.  Dos  ^aAoues  prcttejiau  losflaucos  de  aquella 
prímera  línea,  uno  da  los  cuales  dir^a  sus-panterias  desde  el 
camino  carretero  sobre  la  calle  principal  del  pueblo.  La  par- 
tida de  carabineros  ocupaba  siempre  el  fondo  del  rio»  coim 
para  servir  de  punto  de  comunicación  a  las  dos  alas,  sepa-- 
radas  por  un  pedregal  de  dos  o  tres  cuadras  de  estensioa 
en  su  mayor  anchura.  Tal  formación  era  una  arrogante  pa« 
rada,  cual  la  deseaban  los  valientes  que  formaban  en  su  li- 
nea, pero  no  era  ni  militar  ni  adecuada  al  terreno  i  al  numero 
de  las  fuerzas,  porque  estaban  estas  divididas  en  dos  por- 
ciones i  separadas  por  una  distancia  considerable  que  no  les 
permitía  protejerse  mutuamente.  Quedando  ademas  el  lacho 
del  río  sin  mas  defepsa  que  un  destacamento  de  caballería 
volante,  no  sería  difidl  al  enemigo  el  avanzar  con  sus  nu- 
merosos escuadrones  i  cortar  completamente  la  retirada  de 
los  nuestros,  a  la  vez  que  interceptaba  toda  comunicación 
entre  sus  alas. 

No  tardó  el  enemigo  en  aprovecharse  ampliamente  de  estas 
desventajas,  pues  su  numero  le  permitía  el  maniobrar  con 
todo  desembarazo,  a»  como  la  coAÍanza  del  triunfo  le  daba 
tiempo  para  completar  sus  preparativos.  Ya  le  hornos  dicho: 
el  desenlace  de  aquel  encuentro  consistía  en  la  sola  pre- 
sencia de  una  i  otra  división,  porque  por  mas  que  se  desfi- 
gure la  verdad,  quedará  consignado  como  un  hecho  eviden- 
tísimo que  en  Petorca  pelearon  mas  de  1000  veteranos,  per- 
foctamente  armados,  contra  400  reclutas,  de  los  que  una  ter- 
cera parle,  al  menos,  tenían  sus  fusiles  fuera  de  servicio  (I). 

(4)  Véase  en  el  documento  nám.  IS  el  estado  oficial  de  las 
fuerzu  del  Gobierno  que  tomaron  parte  en  el  combate  de  Petor« 


VL 

Reunido,  en  efecto,  Vídaurre  a  la  columna  que  venía  en 
marcha  muchas  cuadras  de  distancia  por  el  Talle  abajo, 
acordó  con  el  coronel  Garrido  el  redoblar  el  paso  i  atacar  en 
el  instante  al  enemigo.  Has  de  dos  horas  se  pasaron,  sia 
embargo,  antes  de  que  su  linea  estuviese  formada  en  frente 
de  la  nuestra,  tardando  todo  este  tiempo  en  llegar  al  pueblo  i 
organizarse,  después  de  reposar  la  tropa,  agoviada  de  can- 
sancio, en  la  plaza  de  la  villa,  de  la  que  la  Brigada  de  ma- 
rina había  guardado  posesión  impunemente  hasta  ese  instante. 
AI  salir  do  esta  i  tomar  la  calle  recta,  a  cuyo  frente  el  co-^ 
ronel  Arteaga  había  hecho  colocar  un  caAon  que  la  barría, 
ordenó  Yidaurre  al  mayor  del  Buin  don  Cosario  Pefiailillo, 
arrogante  soldado,  formar  su  tropa  en  columna,  diciéndole 
que  «impusierav  de  esta  suerte  al  enemigo.  Iba,  empero,  el 
advertido  oficial  a  observarle  que  aquella  formación  podia 
«erle  fatal  en  el  centro  de  una  calle,  cuando  ya  loa  tambores 
batían  marcha  i  toda  la  división  comenzaba  a  desembocar 
desde  la  plaza  en  una  columna  compacta. 

Aquella  torpe  i  temeraria  medida  no  lardó  en  ser  notada 
de  los  nuestros,  i  una  voz  unánime  se  hizo  oír  entre  los  ofi* 
cíales  que  acompaflaban  al  coronel  Arleaga,  para  disparar 

e«»  Según  efta  pieza,  concurrieron  a  la  acción  943  hombres  de 
tropa,  49  oficiales  i  10  jefes,  en  todo,  ma^  de  mil  hombres,  sin 
contar  muchas  milicias  i  destacamentos  sueltos,  que  sin  duda  no 
se  han  incluido  en  este  estado.  La  fuerza  de  Coquimbo,  por  el 
detalle  que  hemos  dado  ya,  no  llegaban  a  SOO  hombres,  pero  con 
Ja  partida  de  SO  infantes  i  laneeros  con  que  se  adelantó  Vionfta  i 
la  dispersión  del  escuadrón  de  caballería,  no  pudieron  entrar  en 
combale  sino  de  350  a  400  hombres» 


ÍM  «storia  de  u&  mu  AfiOS 

sobre  la  columna  el  cafion  de  la  izquierda  que  la  enfilaba  en 
linea  recta,  i  que  con  un  solo  disparo  la  bafiaria  de  metralla, 
poniéndola  en  instantánea  confusión.  El  coronel  se opuso,^  em- 
pero, a  aquel  golpe  tan  certero,  por  respeto  a  la  población, 
dicen  unos,  o  por  la  esperanza  de  qne  el  enemigo  se  poiara^ 
según  otros.  El  coronel  Arteaga  ba  aseverado,  por  su  parte, 
que  en  esas  circunstancias  la  columna  estuvo  Tuera  de  tiro 
de  canon ;  pero  en  nuestro  concepto,  fué  aquella  resistencia 
fruto  solo  de  una  fluctuación  del  ánimo,  natural  sin  dada 
en  tal  momento. 

Produjo  este  lance  un  desaliento  profundo  en  derredor  del 
jefe  irresoluto ;  muchos  de  sus  ayudantes  se  retiraron  del 
campo,  quedando  solo  el  capitán  Vicufia  i  uno  o  dos  mas  de 
sus  amigos.  Los  soldados  murmuraban  i  el  teniente  don  Pe- 
dro Cantin,  sárjente  de  artillería  de  linea,  instructor  de  la 
brigada  de  Coquimbo,  tiró  sq  manta  debajo  de  las  ruedas 
del  caflon  i  la  pisoteó  de  despecbo  a  presencia  de  su  jefe. 

vn. 

neso  el  enemigo  en  su  imprudente  marcha,  formó  su  linea 
a  sn  sabor,  fuera  del  pueblo  i  en  frente  de  nuestras  posicio-> 
nes.  tina  vez  desenvuelta  la  columna  enemiga,  la  victoria  era 
suya  i  no  tenia  sino  avanzar  para  cojerla.  flizolo  asi  al  ins^ 
tante. 

Destacóse  al  capitán  don  Bafael  Fierro  con  ooa  oompafiia 
del  fiuin,  para  qne  haciendo  un  rodeo  por  el  flanco  derecho 
de  la  linea  de  Arteaga,  le  acosara  en  esta  direccioni  nuén- 
4ras  que  Pefiailillo  con  las  otras  dos  compaflias  da  aquel  cuerpo, 
I  el  mayor  Agnirre  con  la  brigada  de  marina,  mas  a  reta- 
guardia, lo  atacaban  por  el  frenleí  sostenidos  por  una  pieza 


U  LA  AmnNlSTRACIOK  WQJXTt.  24t 

'  de  af  tiUeñn  que  el  capitán  don  EmHio  Solomayor  colocó  con 
deslroca  detras  de  mas  pircas  sóUdas  de  piedra.  Ei  mayor 
Pialo  recibió  orden  de  pasar  el  rio  con  ^s  dos  compañías 
del  nnmero  6,  sostenido  por  un  piquete  de  16  Granaderos, 
para  atacar  de  frente  al  batallón  Igualdad  .qne  se  veia  en 
aquella  díreccioo,  miéotras  qoe  las  caballerías  de  milicia  se 
estendfan  en  lineas  paralelas  por  el  angosto  cauce  del  rio^ 

En  esta  disposición  se  empeñó  el  ataque  jeneraK 

Has,  otra  medida  oportuna,  si  bien  ya  tardía,  del  coronel 
Arteaga,  debilitó  en  parte  la  pujanza  misma  de  la  rosistonoia, 
porqne  al  avanzar  el  enemigo,  hizo  retroceder  su  linea  a  un 
estrecbe  desfiladero  (marcado  en  el  plano  como  su  segunda 
pa$iciM),  donde  la  infantería  podía  abrigarse  de  los  fuegos 
enemigos  i  jugar  a  la  vez  sus  cañones  con  mejor  acierto. 
Consultóse  ademas  con  esta  operación  el  dar  facilidad  a  la 
deserción  en  masa  del  enemigo,  según  aseguró  después  el 
mismo  Arteaga,  i  al  propio  tiempo  poner  a  cubierto  el  flanco 
derecho  de  aquella  linea  que  era  amagada  en  ol  llano  por  la 
caballeria  enemiga  i  la  compañía  del  capitán  Fierro.  Pero 
aquel  movimiento  retrógado,  en  tan  critico  momento,  desalentó 
Ja  trepa  en  alto  grado,  quebróse  ademas  la  cúrefia  de  un 
caftán,  i  resultó,  por  último,  que  el  sitio  elejido  era  tan  es- 
trecbe qne  solo  pedia  formar  el  batallón  Bestauradorj  dividí-- 
do  en  pelotones,  mientras  el  Numero  4  se  veia  compelido 
a  colocarse  en  ei  bajo  del  rio,  detras  de  una  alameda  que 
bajaba  del  camino. 

Hubo  también  en  este  paso  otro  mal  mas  grave,  i  fué  el  de 
que  el  batallen  Igualdad,  paralelo  antes  a  la  primera  linea, 
quedó  abara  a  vanguardia  i  de  tal  modo  aislado  que  no  podo 
replegarse,  apesar  de  las  órdenes  que  se  le  enviaron  i  de  las 
señales  que  se  le  hacían  para  retroceder. 

£o  tal  conflicto,  el  combale  no  lardó  en  hacerse  recio  con- 

31 


S42  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AftOS 

ira  la  posición  de  Arteaga,  asaltada  por  cuádruples  feerzas, 
mientras  que  Pinto  aparecía  coa  el  número  5  por  el  opuesto 
costado,  coronando  la  altura  en  cuyo  decUve  estaba  formado 
el  Igualdad.  A  su  vista^  el  denonado  Mufioz,  impaciente  por 
su  inacción  en  la  jornada  i  la  posición  un  tanto  secundaria 
que  se  habia  aagnado  a  su  tropa,  dejada  como  de  reserva, 
ordena  el  calar  la  bayoneta  i  a  paso  de  carga  se  lanza  a  la  altu^ 
ra  sobre  el  enemigo.  Trabóse  en  esta  ata  un  mortífero  combale, 
que  la  pieza  de  Cepeda  sostenía ;  pero  apenas  babia  becho 
tres  disparos,  cuando  fué  desmontada  por  los  certeros  tiros 
que  Sotomayor  le  asestaba  desde  la  opuesta  orilla  i  que  ahora 
dirijió  a  la  infantería.  Pefiailillo,  por  otra  parte^  que  habia 
avanzado  por  el  frente  i  se  preocupaba  poco  de  la  resistencia 
de  Arleaga,  reducida  ya  a  la  única  pieza  que  a  éste  leque-^ 
daba  i  que  bizarramente  servia  él  en  persona,  volvía  tam- 
bién sus  fuegos  sobre  aquel  grupo  de  valientes,  ametrallado 
I  cernido  de  balas  por  su  flanco  derecho  i  por  su  frente 
i  que  no  cedía  por  esto  un  palmo  de  terreno.  Carrera,  que  se 
mantenía  impasible,  pero  sombrío,  al  pié  de  la  pieza  de  Ce* 
peda,  hasta  que  esta  fué  desmontada,  i  el  coronel  Salcedo 
que  se  habia  incorporado  a  esta  fuerza,  después  de  la  dis- 
persión de  sus  malhadados  jinetes,  animaban  con  su  ejemplo 
a  los  soldados,  i  fué  en  estos  momentos  cuando  el  último  de 
aquellos  jefes  cayó  derribado  de  su  caballo  por  una  bala 
que  le  atravesó  el  pecho  en  la  rejion  inferior  del  corazón, 
siendo  conducido  al  hospital  de  sangre  por  su  sobrino  el  ca- 
pitán don  Aniceto  Labra,  que  se  encontraba  a  su  lado  en 
oso  instante.  El  esbelto  talle  i  el  poncho  de  pafio  lacre  que 
cefiia  el  pocho  del  viejo  soldado,  habían,  sin  duda,  marcado  la 
puntería  del  soldado  que  le  trajo  a  tierra. 


DE    tá  ADMINISTRACIÓN   MONtT.  2i3 


vm. 


Arieaga,  enirelanlo,  qae  observaba  el  denuedo  con  que  se 
balia el  Igualdad,  deslacé  en  su  auxilio  al  Nüm.  I,  que  hemos 
.yislo  eislaba  inactivo  por  falla  de  terreuo  en  que  formar  con 
venlaja;  pero  la  aparición  de  esle  cuerpo  en  la  falda  opuesta* 
decidió  la  derrotade  la  jenle  de  Mufiojz,  que  Pinlo  i  Pefiailillo 
acosaban  en  todas  direcciones.  Quiso  Muñoz,  ep  efecto,  repJe- 
garse  .sobre  el  refuerseo  que  venia,  pero  al  volver  la  espalda  ai 
eneaugp,  ei  pánico  se  apoderó, de  los  soldados/ i  al  llegar  al 
Nüiii.  1f  lo  arrastraron  también  en  desorden,  comenzando  en 
esle  instante  la  derrota  jeneral  de  los  coquimbaoos. 

Los  Granaderos  se  lanzaran,  en  consecuencia,  arrollando 
uieslro  valiente»  pero  reducido  destacamento  de  carabineros, 
que  se  habia  mantenido  en  la  caja  del  río,  haciendo  fuego  en 
dispersión.  Fué  inmolado  en  esta  carga  el  soldado  Emilio 
Peúalosa,  ant^iio  i  esforzado  contrabandista  de  Combarbalá, 
i  Jina  de  las  figuras  mas  hermosas  que  un  hombre  de  guerra 
podrá  j2)mas  lucir. 

Siguieron  a  los  sableadores  de  Guerrero,  a  quienes  este  daba 
el  ejemplo  con  su  brazo,  los  escuadrones  aconcaguinos,  ávi^ 
desde  pillaje,  i  a  la  verdad,  nunca  lo  disfrutaron  mas  amplio, 
dcsbalijando  por  completo  el  rico  equipaje  de  la  oficialidad  co- 
quimbana.  Fué  este  el  único  i  mísero  trofeo  de  los  soldados  de 
aquellaprovincia valerosa  i  tan  notable  por  su  espíritu  adelanta- 
do, pero  a  la  que  no  cupo  en  1851  sino  una  triste  gloria,  la  glo- 
ria dól  botin,  que  es  una  mengua  sin  nombre,  cuando  no  la  ha 
hecho  previamente  escusable  la  gloria  o  la  embriaguez  del 
combato. 


Sl(4  Historia  de  Los  D!fi2  apÍod 

Ocupada  la  caballería  del  saqueo,  ios  jefes  de  la  división 
i  algunos  de  sus  ayudantes,  que  habían  intentado  hacerse 
fuertes  sujetando  los  dispersos,  pudieron  escapar,  pues  toda 
persecución  concluyó  en  los  almofroces  i  baúles  que  estaban 
en  el  Alojamiento  en  que  aquella  babia  acampado  aquella  no- 
che. El  coronel  Arteaga  fué  el  último  en  abandonar  su  puesto 
en  la  orilla  derecha  del  rio,  i  aun  mandó  decir  a  Carrera  con  su 
ayudante  Vícufia  que  lo  aguardara  en  él  alojamiento  a  fin  de 
intentar  un  último  esfuerzo.  El  joven  ayudante  cumplió  aque- 
lla orden,  última  que  se  diera  i  que  se  intentara  en  el  desas- 
tre, mas  vino  a  encontrar  a  Carrera  esforzándose  en  contener 
a  los  soldados,  amenazándoles  con  su  sable  desnudo  para 
hacerse  obedecer,  pues  su  voz  enronquecida  no  era  ya  escu- 
chada.. Fueron  precisos  muchos  ruegos  para  obtener  de  Ca- 
rrera el  que  abandonase  todo  propósito  de  una  última  defensa, 
i  aun  le  obligaron  sus  ayudantes  a  montar  en  el  caballo  de 
un  oficial  colchaguíno  del  nombre  de  Baeza,  que  hizo  en  aquel 
acto  crítico  el  servicio  jeneroso  de  cederlo. 

Arteaga  se  vio  también  forzado  a  huir  por  un  sendero  casi 
impracticable,  dirijiéndose  a  la  par  con  las  diversas  comitivas 
de  oficiales  que  lograban  escaparse,  hacia  el  rumbo  déla  cor- 
dillera, por  los  cordones  de  cerro  que  cifien  el  rio  en  esa  di- 
rección. 


IX. 


Tal  fué  el  combate,  o  mas  bien,  como  hemos  dicho,  la 
captura  de  Petorca.  No  se  averigüe  si  hubo  denuedo  en  el 
encuentro,  porque  eran  chilenos  los  que  de  una  parte  I  otra  se 
atacaban;  pregúntese  solo  a  quien  cupo  la  victoria  por  el 
número.  La  división  dol  gobierno  tuvo  osla  ventaja,  i  suyo 


DI  LA  ABMnnSTRAGION  MONTt.  245 

Alé  por  esto  el  lauro  del  día.  De  los  jefes  i  oGclales  de  ambas 
fuerzas  no  pueden  contarse  hechos  de  elojio,  i  solo  referirse 
proezas  del  soldado,  heroicas  por  si  mismas»  pero  acaso  mas 
notables  en  el  recluta  del  norte  que  en  los  soldados  aguerri- 
dos del  opnesto  ejército.  Era  escasa»  en  verdad,  la  gloría  de 
un  combate  tan  desigual,  i,  por  tanto,  no  cabla  gran  porción 
de  sus  timbres  a  los  jefes  que  de  una  i  otra  parte  diríjieron 
el  combate.  El  coronel  Vídaurre  llenó  su  puesto  con  honor, 
miéntrasel  jefe  de  estado  mayor  Garrido,  cuya  misión  era  mas 
diplomática  que  militar,  se  guardaba  del  fuego  en  el  recinto 
de  la  plaza  de  la  villa.  El  coronel  Arteaga  padeció,  por  su 
parte,  todas  las  vacilaciones  de  un  carácter  menos  guerrero 
que  conciliador,  pero  lavó  sus  yerros  de  jefe,  cuando  se 
acordó  que  era  un  viejo  artillero  i  lomó  parte  en  el  conflicto 
como  simple  subalterno,  mandando  hasta  lo  último  la  única 
pieza  disponible  que  quedaba.  En  cuanto  a  Carrera,  él  había 
relegado  todas  sus  funciones  militares  en  su  segundo,  reser- 
vándose para  sí  solo  el  rol  de  simple  voluntario.  Como  tal, 
fué  digno  de  su  puesto  í  de  su  nombre,  esponiendo  su  vida 
como  cualquier  soldado  i  manteniéndose  durante  el  conflicto 
sobre  el  terreno  en  que  morían  los  valientes,  pues  el  infeliz 
Salcedo  cayó  herido  de  muerte  cerca  de  sus  brazos. 

Pero  si  no  hubo  mucha  mies  de  gloria  para  los  que  ven- 
cieron, no  la  hubo  tampoco  de  mengoa  i  de  responsabilidad 
para  los  vencidos.  Apenas  es  de  justicia  el  hacer  un  solo 
cargo  por  aquel  combate,  pues  la  derrota  no  estuvo  en  el 
encuentro  de  las  armas,  sino  en  la  lentitud  de  las  marchas 
antes  indicadas. 


Los  trofeos  alcanzados  en  et  campo  fueron  espléndidos  i 


24G  HIST0E1A   1>E  L09  D1CZ    a809 

cíoaiplelos  (1).  Toda  la  ¡ofanleria,  las  armas,  el  parque  i  lo9 
bagajes,  cayeron  eo  manos  de  la  división  del  gobierno,  conlán^ 
dose  entre  los  prisioneros  treinta  oficíales,  qne  eran  casi  ia 
totalidad  de  la  dotación  del  Nüm.  1  i  del  Reslanrador,  inclasos 
sus  comandantes  Bilbao  rPozo,  pues  el  ultimo  mandaba  aquel 
cuerpo  desde  Ovalle,  de  donde  se  retiró  el  comandante  Barras» 
por  enrermo  (2).  De  los  muertos  del  enemigo,  solo  se  ha  di- 

(f )  Véase  en  el  documento  ntSm.  13  el  Parte  ofieicl  de  la  ba^ 
ialla  de  PetorcA,  enviado  por  el  coronel  Vidaorreal  gobierno  de 
la  capital  en  el  momento  de  concluir  el  combate. 

(2)  He  aquf  la  lista  de  los  ofíciales  prisioneros  en  Petorca  to- 
mada del  Araucano  núm«  1,292, 

Coronel. 
Mateo  Salcedo. 

Tenimtee  coroneles. 

Hanoel  Bilbao. 
Federico  Cobo,  cirujano. 

Sarjenioe  mayoree^ 

Agustín  del  Pozo. 

Balvino  Cornelia. 

Juan  Herreros. 

Ignacio  Macklury. 

Domingo  Herrera,  herido  de  bi^to. 

Captlanea. 

Garlos  Yatar,  herido  de  sable. 
Nicolás  Yavar. 
Hermójenes  Vicuña. 
Jacinto  Carmena. 
Pablo  Villaríno. 

Tenientes. 

José  Maria  Chavot, 
Manuel  José  Solar. 
Demetrio  Flores. 


DB  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  247 

chode  5  hombros  en  los  datos  oGciales/i  de  32  de  la  otra 
parle,  poro  en  este  cómputo  hat  acaso  algo  de  eso  error 
inteacioaal,  qoo  en  las  guerras  civiles  ocurro  eon  frecuencia 
ea  esta  clase  de  cuentas.  Lo  que  es  efectivo,  sin  embargo,  es 
que  el  numero  de  los  enfermos  que  quedaron  en  el  hospital 
de  saogre  de  Petorca,  llegó  a  cerca  de  70,  i  que  de  estos  solo 
murieron  5,  pues  la  mayor  parte  fueron  heridos  de  sable  en 
la  persecución  i  contaron^  ademas,  con  los  recursos  de  la 


Miguel  Gregorio  Alvarez. 
Trístan  Lalapíatt. 
Alejo  Jimenes,  herido. 
Andrés  Argandotia. 
José  Gonzales. 

Subtenientes. 

Buenaventura  Barrios. 
Ignacio  Varas. 

Joai^  Ñatea*  herido  de  sable. 
Joan  de  Dios  Larrain. 
José  Cornelia. 
Pedro  P.  Cantín. 
Ambrosio  Rodríguez. 
Gregorio  Villegas. 
Vicente  Orellana. 

Con  escepcion  del  coronel  Salcedo,  qae  espiró  en  la  madrugada 
del  día  16,  todos  los  prislpnoros  fueron  conducidos  a  pié  hasta 
la  Ligua,  donde  consiguieron  fugarse,  por  una  estratajema,  el 
mayor  Pozo,  el  mayor  Cornelia,  el  teniente  Chavot  i  otro  oGcial 
qae  habla  sido  dejado  con  aquellos  en  un  granero.  Desde  la  Li- 
gDate  les  envió  a  Quillota^  haciendo  parte  de  la  jornada  a  pié  i 
•I  resto  en  ona  carreta  que  les  facilitó  un  hacendado  del  dis- 
trilo.  Después  de  sufrir  algunos  días  en  inmundas  prisiones  i  de 
soportar  villanas  vejaciones  en  Qaíllota,  fueron  transportados  al 
buque  la  Viña  del  mar  en  Valparaíso,  que  le  liabia  hecho  la  cár- 
cel ambulante  de  la  revolución,  i  de  cuyo  entrepuente,  jamás 
vacio,  salían  por  centenares  los  desterrados  que  se  enviaban  ai 
Perú,  a  Juan  Fernandez  i  a  Magallanes, 


248  HISTORIA  BE  LOS  DIEZ  AfíOS 

caridad  del  puoblo  i  los  servicios  del  iolelijenlc  cirujano 
Cobo  (1). 

Escasa  Tué  en  verdad  la  sangre  derramada,  pero  al  fin  era 
sangre  de  chilenos;  habia  caido,  ademas,  en  el  suelo  de  la 
patria  i  era  también  en  homenaje  de  una  causa  pública.  Mas, 
aquel  dia,  que  llevará  en  nneslros  anales  el  crespón  del  lulo 
nacional,  tuvo  otro  eco  en  las  antesalas  de  palacio.  A  los  re- 
piques frailescos  de  los  campanarios,  a  las  tocatas  de  música 
por  las  calles,  que  hacían  el  triste  remedo  de  una  fiesta  pú- 
blica, añadióse  la  vil  parodia  de  saludar  la  nueva  de  aquel 
encuentro  lastimero  con  las  salvas  de  honor  consagradas  a 
]os  grandes  aniversarios  do  la  patria,  i  el  presidente  de  la 
Bepública,  como  impaciente  de  ostentar  su  propio  regocijo, 
hizo  circular  en  aquellos  instantes  una  proclama  de  felicita- 
ción ai  ejército  (2). 

No  fué,  por  cierto,  participe  de  aquellos  mosquinos  aplausos 
el  pueblo  de  la  capital,  curioso  siempre,  conmovido  a  veces, 
pero  jamas  exilado  por  las  nueyas  fúnebres  que  entonces  le 
llegaban.  Mucho  menos,  éralo,  a  fé,  el  partido  revolucionario, 
para  el  que  el  desastre  de  Petorca  fué  un  golpe^  de  rayo, 

(1)  En  una  visita  qae  hicimos  a  la  villa  de  Petorca  en  febrero 
del  presente  año  (1862),  rejlstramos  el  archivo  de  la  gobernación, 
sin  encontrar  ningún  dato  de  interés  para  esta  historia.  El  único 
documento  relativo  a  la  revolución,  que  existía  entre  aquellos 
legajos,  era  la  cuenta  de  lo  gastado  por  la  comandancia  de  armas 
de  aquel  departamento  en  la  insurrección.  Este  valor  ascendía  a 
seis  mil  quinientos  noventa  i  cuatro  pesos.De  estos,  mil  sete- 
cientos ochenta  i  dos  pesos,  se  gastaron  en  el  hospital  de  sangre 
i  diez  pesos  cuatro  i  medio  centavos  en  enterrar  los  muertos  de 
la  acción.  Habia  también  ana  curiosa  partida  que  decia  testnai-* 
mente  as(:  «En  dos 'espías  mandados  a  lllapel  el  SO  de  setiembre 
último,  coa  el  objeto  de  observar  i  comunicar  los  movimientos  de 
los  sublevados,  ^  pesos». 

(*2)  Véase  esta  pieza  en  el  documento  núm.  14, 


DON  Um  SALCEDO 


'F.uerío  en  Id  hUlla  de  Petorca.) 


jí  ?.  CADCT.  Cil?  vi  I  ''/Ai',  'tv  'j^.-^  L  .''i  :a- 


Bl  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  249 

porque  ora  el  primer  revez  de  la  contienda  i  porque  era  ines* 
perado.  La  cerlidanibre  del  éxito  habia  sido,  a  la  verdad,  tan 
viva  entre  sus  sectarios,  que  confiando  en  el  desenlace  del 
movimiento  oculto  que  se  habia  bocho  para  invadir  la  pro- 
vincia de  Aconcagua,  muchos  aseguraban  que  San  Felipe 
estaba  ya  en  manos  de  Carrera;  i  crédulos  i  entusiastas  hubo, 
que  el  dia  13,  víspera  de  la  batalla,  subieron  al  cerrillo  de 
Santa  Lucia  para  divisar  por  el  camino  de  Colina  las  polva-» 
redas  de  la  división  del  Horte!...  (4) 


XI. 


Pero  entre  aquellos  héroes  sin  nombre  i  sin  memoria  que 
fueron  arrojados  en  Petorca  a  la  fosa  del  olvido,  hubo  un 
hombre,  hubo  un  héroe  digno  de  eterno  lustre  i  de  inmortal 
recuerdo.  Éralo  el  coronel  don  Hateo  Salcedo,  el  mas  valiente 
soldado  i  el  veterano  mas  antiguo  de  la  división  del  Norte. 

Nacido  en  el  medio  dia  de  la  República,  en  esa  zona  del 
Maule  al  Bio^bio,  en  que  parece  que  el  valor  se  aspirara  con  el 
aire  i  los  ejercicios  de  la  guerra  fueran  como  un  hábito  do- 
méstico desde  la  primer  edad,  habia  entrado  en  el  servicio 
de  las  armas  desde  su  nlflez,  militando  con  los  ¡enerales  que 
condujo  San  Martin  a  nuestro  suelo  i  después  a  las  playas 
del  Perú.  Destinado  por  la  bizarría  estraordinaria  de  su  figu- 
ra, que  representaba  el  tipo  mas  acabado  de  la  belleza 
militar,  al  cuerpo  de  Granaderos  a  caballo,  no  tardó  en  ad- 
quirir la  confirmación  de  su  puesto  por  el  derecho  de  la 
bravura,  que  era  el  bautismo  lejitimo  de  aquella  lejion  de 

(1)  As(  lo  afirma  un  articulo  de  la  <KC¡TÍlizaclon»  del  dia  14  de 
octubre  de  aquel  año. 


S50  BlSTOMi  DE  LOS  DIEZ  iSoS 

vállenles  que  se  paseó  por  un  mundo  a  filo  de  sable.  Sal- 
cedo sirvió  en  la  campana  del  Perú  i  era  el  porta-estandarte 
de  aquel  famoso  escuadrón  de  Granaderos^  que  estraviado 
en  un  desierto  de  la  costa  al  mando  de  Lavalle,  pereció  casi 
en  su  totalidad»  dejando  las  arenas  sembradas  de  blancos 
huesos  que,  según  cuenta  el  jeneral  Míller,  se  ven  todavía  en 
los  senderos ;  i  si  logró  escapar  en  aquella  catástrofe,  debiólo 
solo  a  la  robustez  de  su  juventud  i  a  los  bríos  de  su  ánimo, 
quo  no  desmayó  en  medio  de  las  agonías  de  sus  compañe- 
ros. Un  arriero  del  desierto  le  socorrió,  dándole  el  agua  de 
sus  calabazas  de  viaje,  i  asi  consiguió  reunirse  de  nuevo  al 
ejército  que  hacía  la  campana. 

Distinguiéndose,  después,  en  todas  las  empresas  en  que  figu- 
raron  las  armas  chilenas  hasta  1829,  fué  dado  de  baja  en  aquel 
afio,  habiendo  ascendido,  joven  todavía  en  esa  época,  al  gra- 
do de  sárjente  mayor  de  caballería. 

Itelírado  desde  entonces  a  la  vida  privada,  elijió  por  re- 
sidencia al  pueblo  de  la  Serena,  detenido  acaso  en  su  inquieta 
vida  por  las  delicias  de  aquel  pueblo  que  realzaban  a  sus 
ojos  una  esposa  joven  i  de  una  belleza  seductora,  hoi  viuda  i 
madre  de  ocho  huérfanos  sin  fortuna  (1).  Incorporado,  desde 
la  época  de  su  malrimonío,  al  ejército,  estimado  en  el  pueblo, 
unido  por  una  amistad  antigua  al  intendente  Melgarejo,  i  feliz 
en  su  hogar,  el  grit9  de  la  revolución  que  evocaba  las  anti- 
guas tradiciones  de  su  juventud  i  prometía  alzar  la  bandera 
de  una  causa  que  le  fué  siempre  querida,  no  le  encontró 
sordo,  por  tanto,  mucho  mas  cuando  el  labio  de  la  esposa 
unía  su  acento  de  aplauso  a  aquella  marcial  invitación. 

(1)  La  señora  doña  Carmen  Irlbanren,  matrona  distinguida  de 
la  Serena,  residente  hoi  en  Santiago,  donde  el  gobierno  ha  de- 
sairado los  reclamos  hechos  a  nombre  de  sus  hijos  por  loa  servi- 
cios de  su  marido, 


DE    Li  ADMlNISTRAaOIf  MONTT.  S5I 

Ta  hemos  visto  como  eotró  en  el  moTímiento,  como  sirvió 
en  la  campaña  i  como  faé  herido  de  muerte  eo  el  combate. 

Sabedor  de  su  Gii,  solo  tuvo  acentos  para  recordar  a  los 
suyos  1  para  confiar  al  cirujano  Cobo  que  le  asistía,  sus  úl- 
timos votos  por  el  triunfo  de  la  noble  i  justa  causa  por  la 
que  moría.  En  cuanto  a  su  familia,  solo  hizo  a  su  confidente 
una  última  súplica,  la  de  estraerle  después  de  su  muerte  la 
bala  que  se  había  detenido  en  el  hueso  de  la  espina  dorsal  i 
enviarla  a  sus  hijos  como  su  postrer  adiós  i  como  el  único 
legado  que  les  dejaba,  junto  con  su  gloría,  un  soldado  que 
moría  sin  mas  patríomonio  que  su  espada, 

£1  bravo  coronel  sobrevivió  todo  el  día  15,  sucumbiendo 
en  la  madrugada  del  siguiente  dia.  Los  jefes  de  la  división 
vencedora  quisieron  honrar  sus  despojos  con  el  tributo  que 
la  relijion  concede  a  los  bravos,  i  celebraron  sus  exequias  en 
la  Iglesia  del  pueblo  en  la  misma  mafiana  de  su  fallecimiento, 
sin  otra  pompa,  que  el  pesar  sincero  de  .sus  hechos,  visible, 
mas  que  en  otros,  en  el  intendente  Campos  Guzman,  antiguo 
amigo  i  camarada  del  difunto.  Las  exequias  de  Salcedo  te- 
nían lugar  en  la  misma  hora  en  que  el  cafion  de  cobarde 
regocijo  anunciaba  a  la  capital  un  triunfo  ingrato,  oponiendo 
de  esta  suerte  el  vivo  contraste  del  modo  como  los  soldados 
esliman  los  laureles  arrancados  a  sus  hermanos  de  armas  en 
campo  desigual,  i  como  los  intrigantes  de  la  pusilanimidad  i  la 
vergQenza  celebran  en  sus  palacios  los  desastres  que  ensan- 
gríenlan  la  patria. 


CilPITÜLO  IX. 


U  IIVMIII  «IJEITIM. 

Segando  aspecto  de  la  reyolocíon  del  norte,  despnes  del  desastra 
de  Petorca.-^Caracter  nacional  qae  se  imprime  a  la  guerra 
defeiKíta  de  Coqnímbo.-«^itaaeioD  de  la  proYÍncia  de  Ataea«> 
maen  1851.— Alarma  qae  prodacela  noticia  del  levantamien- 
to de  Coquimbo.— Pánico  que  se  apodera  del  escritor  don  José 
Joaqain  Vailejo.— Junta  del  pueblo  celebrada  el  dia  12  i  acta 
que  se  suscribe.— Terror  de  lu  autoridades  i  serie  de  insu* 
rrecciones  iroajinarias  o  de  amagos  de  trastorno  que  se  suee* 
lien.— Organización  de  un  ejército  provincial.— Se  resuelve 
enviara  la  Serena  una  espedícion  de  arjentinos  I  se  reclutan 
dos  escuadrones.— Intrigas  del  arjentino  don  Domingo  Oro.— 
Juan  Criséstomo  Al varez.— Intervención  posterior  de  estas 
fuerzas  i  honores  que  se  les  tributaron  a  nombre  de  la  nación.-^ 
La  espedicion  emprende  su  marcha  sobre  la  Serena  al  mando 
del  comandante  don  Ignacio  José  Prieto. 


El  desastre  de  Pelorca  dio  a  la  revolución  del  norte  una 
faz  nueva.  Rolas  sus  armas  en  el  campo,  cesó  su  espansion; 
corlóse  el  atrevido  vuelo  a  la  idea,  que  venia  cobijando  bajo 


2S4  HISTORIA   BE  LOS  Dl£Z  aKoS 

SUS  alas  el  rayo  revolucionario,  i  la  victoria  del  Gobierno 
de  la  capital,  atajando  el  paso  a  los  invasores,  contuvo  ahi 
el  principio  de  iniciativa,  el  impulso  de  audacia  i  el  moví* 
miento  de  agresión,  que  hablan  sido  basta  entonces  los  rasgos 
distintivos  de  la  insurrección  de  Coquimbo. 

Pero  la  revolución,  si  vencida,  no  babia  muerto.  I  cual 
cautivo  que  desgarra  sus  vestidos  éntrelos  hierros  de  la  pri- 
sión al  escaparse,  asi  la  revolución  del  norte,  huyendo  con  sus 
caudillos  del  campo  de  Petorca,  descalzos  sus  pies,  el  pecho 
herido  i  todo  el  cuerpo  flajelado,  iba  a  sentarse  en  la  plaza 
de  la  Serena,  como  en  un  baluarte  de  libertad  i  de  gloría, 
que  daría  bríos  a  su  ánimo  sublime.  £n  Petorca  concluyó 
para  los  Coquimbanos  la  misión  revolucionaría  i  comenzó  la 
tarea  del  beroismo.  Esta  transformación,  que  forma  la  segun- 
da parte  (le  aquella  contienda  de  inmortal  memoria,  es  lo 
que  vamos  a  contar  en  las  pajinas  que  seguirán  en  este 
libro. 

Heinos  terminado  ya  la  historia  del  Levantamiento  de  la 
Serena.  Vamos  a  narrar  ahora  la  epopeya  de  su  Sitio. 


n. 


Pero  bajo  este  segundo  aspecto,  la  revolución  de  la  Serena 
presenta  un  carácter  aparte  i  especial,  que  la  coloca  a  mayor 
altura  que  la  que  alcanzara  por  la  idea  misma  a  la  que  debió 
su  vida,  i  la  levanta  al  puesto  acaso  mas  prominente  entre 
todas  las  peripecias  de  nuestras  luchas  de  aquella  era.  Este  ca- 
rácter es  el  de  la  nacionalidad^  el  del  honor,  el  de  la  patria, 
porque  la  segunda  faz  de  la  guerra  de  Coquimbo,  i  esto  es 
digno  de  la  mas  alta  atención,  no  fué  la  guerra  civil,  fué  una 
heroica  i  sublime  guerra  nacional  eontra  elestranjero,  contra 


DK  Li  imiINlSniAClON  WfñTt.  868 

bandidos  sio  lei  ni  patria,  lanzados  sobre  imeslros  campos 
i  sobre  nuestras  ciudades  por  el  encono  de  un  gobernante 
colpable,  cuyas  in£4)iracione8  asuzaba  nn  pérfido  círcnlo  de 
aventureros,  i  sancionaba  deanes  el  circulo  de  ambioíosee 
que  habían  escalado  el  poder  con  escándalo  dolos  naas  santos 
fueros  de  la  patria. 

La  relación  de  este  inicuo  i  atroz  complot,  fraguado  por 
las  autoridades  de  Gopiapé  contra  la  revolución  de  la  Serena, 
será  ei  tema  de  que  mas  particularmente  nos  ocuparemoe 
en  este  capitulo. 


ra. 


La  noticia  del  levantamiento  de  la  Serena  tardó  solo  cua- 
tro días  en  llegar  por  el  desierto  al  conocimiento  de  los 
principales  opositores  de  aquella  provincia,  a  quienes  la  lle- 
vó on  espreso,  llegado  a  aquel  pueblo  el  día  11.  lias,  la 
autoridad  no  tuvo  un  conocimiento  posilivo  de  lo  acontecido 
hasta  la  siguiente  mañana,  por  la  correspondencia  de  un  par- 
ticular (1). 

El  suceso  era  grave  en  si  mismo  i  requería  una  pronta  i 
activa  vijílancia  local,  pero  solo  como  una  medida  jeneral  de 
precaución.  La  provincia  de  Copia pó  parecía,  en  efecto,  lla- 
mada a  representar  una  entidad  neutral  en  la  contienda,  por 
su  posición  jeográfica,  el  carácter  laborioso  de  sus  habitantes, 
su  escasez  absoluta  de  recursos,  la  magnitud  misma  de  sus 
intereses  i  hasta  su  allegamiento  al  sistema  que  habia  triun- 
fado en  la  capital,  i  que  representaban  opulentas  familias, 
adictas  a  la  persona  del  presidente  elejido. 

(1)  OBcío  del  intendente  Fontancs  al  ministro  del  interior,  fe^ 
cba  17  de  setiembre.  (Archivo  del  Ministerio  del  Interior], 


SK8  BtSTOftlÁ  M  LOS  01EZ  aSoS 

Tal  sitaacion  escepcional  aconsejaba  a  lá  autoridad  solo 
una  prudente  reserva  para  guardar  la  provincia  del  conlajio 
revolucionario,  que  podía  prender  desde  los  valles  inmediatos 
al  sud,  apesar  de  los  médanos  i  de  las  travesías,  ün  cordón 
de  guardias  en  los  puntos  mas  transitados  habla  sido  sufi- 
ciente para  este  fin,  mientras  que  el  acuartelamiento  de  la 
guardia  nacional,  cuyo  espíritu,  si  bien  independiente,  se  in- 
clinaba por  simpatías  locales  a  muchos  de  los  amigos  de  la 
administración  residentes  en  la  capital  de  la  provincia,  ha- 
bría bastado  para  asegurar  en  esta  la  tranquilidad  pública, 

Pero  el  intendente,  don  Agustín  Fontanes,  no  estaba  orga- 
nizado para  comprender  esta  sencilla  i  ventajosa  coyuntura, 
en  que  una  revolución  que  aislaba  su  provincia,  le  ponía. 
Hombre  resuelto  para  ejecutar  lo  que  otros  concebían,  no  sa- 
bia tener  ni  la  concepción,  ni  la  iniciativa  de  las  mas  sen- 
cillas medidas.  Antiguo  militar,  brusco  i  violento,  pero  sin 
alcances,  le  era  forzoso  quedarse  siempre  en  el  rol  de  subal- 
terno. Asi  es  que  díó  lugar  a  que  otros  mas  audaces  se  lan- 
zaran a  ocupar  su  puesto  i  a  manejarlo  a  él  mismo  a  escon- 
didas, como  un  instrumento  dócil  de  una  serie  de  desaciertos, 
que  debía  perder  la  provincia  i  perderlos  a  todos.  Los  conse- 
jeros del  intendente  sostituto  eran  tan  ciegos  como  este, 
salvo  que  su  ceguedad  era  la  del  odio  o  el  pánico,  mientras 
que  la  de  aquel  era  solo  la  de  la  ineptitud. 


IV. 


£1  mas  prominente  entre  los  directores  de  la  absurda  po- 
lítica i  adoptada  por  el  sostituto,  fué  el  escritor  don  José 
Joaquín  Vallejo,  hombre  tímido  pero  impresionable,  exaltado 
porque  era  pusilánime  i  cuya  imajinacion»  antes  brillante» 


Pl   ti    ADMINISTRACIÓN  MONTT.  257 

herida  ahora  por  un  mal  ñsico  naciente,  le  atrajo  de  impro^ 
viso  ana  verdadera  enfermedad  de  pánico. 

Este  hombre  singular  por  muchos  motivos  se  habla  com-* 
prometido  en  la  política  de  la  capital  por  algunos  discursos 
apasionados  en  favor  de  la  administración  i  por  artículos  cáus-* 
ticos,  pero  breves  e  injeniosos,  que  lanzaba  como  chistes  de 
fialon  asas  rivales  del  congreso.  Pero  no  por  esto  el  diputado 
Vallejo  se  habia  hecho  antipático  ni  odioso.  Se  le  creía  siem- 
pre Jolabeche,  siempre  el  espiritual  i  versátil  adalid  de  la 
prensa  de  costumbres,  de  modo  que  su  paso  por  las  ajita-^ 
cienes  parlamentarias  de  1849  i  50  no  habia  dejado  ningu-* 
na  huella  ni  de  aversión  ni  de  aprecio  en  la  opinión  pública. 

El  lo  juzgó,  sin  embargo,  de  otra  suerte,  i  apenas  llegó  a 
su  inquieto  oído  la  voz  de  revolución !,  cuando,  espantado,  co- 
rrió a  la  sala  de  la  Intendencia  i  se  constituyó  ahí  como  el 
infatigable  i  ardiente  pregonero  de  la  guerra  a  muerte  al: 
movimiento  revolucionario.  £1  intendente,  incapaz  de  deli- 
berar en  el  conflicto,  se  le  sometió  desde  el  primer  instante, 
i  asi  tenemos  que  desde  el  anuncio  de  la  insurrección  de  la 
Serena,  Gopiapó  tuvo  un  intendente  nominal  que  lo  era  don 
Agustín  Fonlanes  i  una  autoridad  política,  militar,  civil  i  basta 
eclesiástica  (1), que  ibaadirijir  con  un  poder  absoluto  la  suerte 
de  la  provincia. 


V. 


De  acuerdo  con  su  alarma,  la  primera  medida  que  tomó 

(1)  VallejOf  en  efecto,  se  opuso  a  que  el  cura  nombrado  por 
el  Tíeario  capitular  de  la  Serena,  don  José  Dolores  Alvarez,  para 
la  parroquia  de  Copiapó,  i  que  llegó  a  aquel  pueblo  en  el  vapor 
del  13  de  setiembreí  tomase  posesión  de  su  curato. 

33 


!58  HISTOBIA    BE   LOS  DIEZ  AK09 

Vallejo  fué  ol  convocar  aquel  mismo  día,  eu  que  Labia  cir- 
culado la  Dollcia  (12  de  setiembre),  a  uoa  juola  jcneraidcl 
pueblo,  especie  de  Cabildo  abierto^  en  que  tomaba  también 
una  parte  activa  la  Municipalidad  del  departamento.  Itcunióse 
esta  en  la  sala  capitular  a  las  cuatro  de  la  larde  i  asistieron 
los  vecinos  mas  notables  del  pueblo,  prontos  a  prestar  su 
cooperación  al  mantenimiento  del  orden  público  dentro  de  la 
provincia.  £1  mismo  Vallejo,  aunque  el  intendente  presidia,  lo- 
mó la  palabra  6  hizo  ver  las  poderosas  razones  de  inquietud, 
poruña  parte,  i  de  orgullo  provinciano,  porta  otra,  para  que 
el  vecindario  de  Gopiapó  se  colocara  en  un  pié  de  grandeza 
anli-revolucionaria  que  estuviera  acorde  con  sus  compromi- 
sos políticos,  su  riqueza  i  su  influencia  en  la  República.  Que- 
ría, por  tanto,  que  se  revistiera  a  la  autoridad  de  un  poder 
omnímodo,  que  se  hicieran  fuertes  erogaciones  de  dinero, 
por  contribuciones  particulares  i  que  sd  pusiera  la  provincia 
en  un  pié  de  guerra,  que  no  solo  la  protejiera  contra  un  amago 
eslrafio,  sino  que  la  colocara  en  actitud  de  hacer  sentir  su 
poder  1   su  prestijío  fuera  de  los  lindes   de  la  provincia. 

£1  silencio  reinó  en  la  asamblea,  como  sí  nadie  compren- 
diera aquel  lenguaje  bélico,  que  daba  a  la  reunión  mas  el 
aspecto  de  un  consejo  de  guerra  que  de  un  acuerdo  do  ciu- 
dadanos pacíficos,  cuando  una  voz,  casi  desconocida  enton- 
ces, pero  que  después  se  ha  hecho  inmortal  por  la  elocuencia 
del  patriotismo  puro  i  de  la  dignidad  sin  mancha,  se  hizo 
oír.  £ra  la  del  joven  don  Manuel  Antonio  Malta,  que  comba- 
tió con  sólidas  razones,  de  ínteres,  de  prudencia  i  aun  do 
deber,  aquella  insensata  alarma  que  sin  necesidad  iba  a  en- 
cender la  desconfianza  entre  las  jen  tes  i  a  dar  acaso  pábulo 
i  protestos  a  las  maquinaciones  escondidas  que  pudieran 
existir. 

iül  complot  estaba  hecho,  con  todo,  de  antemano  i  vano 


DE  LA   ADMINiSTAAClON  MONTT.  289      . 

era  lodo  ardid  para  destruirlo ,  asi  es  quo  después  de  a)gu« 
ñas  reyertas  casi  personales/en  las  que  tomó  parle  el  diputado 
don  Juan  Bello,  confinado  entonces  en  Copiapó,  se  firmó  por 
ios  concurrenios  una  acta  estrafia- que  se  reducía  a 'emitir 
un  voto  de  censura  contra  el  levantamiento  de  la  Serena  i 
cuyo  tenor  era  el  siguieníe : 

«Los  vecinos  de  Copiapó  que  suscriben,  tenietado.  noticias 
del  molin  miKlar  ocurrido  on  la  Serena  i  de  la  deposición 
de  aquellas  auloridades  el  7  del  corriente,  declaran  rl.''  Que 
ese  motín  es  altamente  indigno  de  la  situación  de  la  Repü-* 
blica :  2.^  Que  no  puede  traer  sino  consecuencias  muí  ftaifes^ 
las  al  comercio  i  »  la  industria  :  3»^  Que  lejos  de  fa^'eeét' 
las  libertades  pubKeá3,  eA  cny'o  nombre  se  ba.  l)efcfii¿  e^á  re- 
volucion,  es  el  peor  medio  de  obtener  «ú  desarrollo :  i."*  Que 
eso  motín  abre  la  puerta  a  la  guerra  civil  i  de  consiguiente, 
a  la  ruina  total  de  cuanto  boi  hace  el  bienestar  i  ol  orgullo 
de  la  Repübliea :  5.^  Que  consideran  un  deber  suyo  pro- 
nunciar, como  lo  hacen,  la  mas  formal  reprobación  contra  ese 
molin^  cuya  completa  ilegalidad  echa  por  tierra  las  bases 
(le  la  actual  prosperidad  del  país :  6.^  declaran,  por  último, 
al  sefior  Intendente  de  la  provincia  quo  están  dispuestos  a 
cooperar  con  sus  personas  i  bienes  al  sostenimiento  del  orden 
constitucional  de  la  República  i  de  su  gobierno. 

En  ré  de  lo  cual  firman  los  presentes  en  Copiapó  a  12  de 
setiembre  de  1851. 

(Siguen  las  firmas  de  230  a  300  ciudadanos). 


VI. 


Inmediatamente  se  procedió  a  tomar  medidas  para  poner 
la  provincia  a  cubierto  de  cualquier  tentativa  revolucionaria. 


^0  HISTORIA    M  LOS    »ICZ    lSO« 

La  autoridad  no  podía  tener  sino  dos  jéneros  de  enemigos, 
í  eran  precisamente  los  que  estaban  bajo  de  su  mano,  a  saber, 
los  confinados  políticos,  a  cuya  cabeza  se  encontraba,  bien 
que  con  un  disfraz  de  medidas  fiscales,  don  Fernando  Urizar 
Garfias,  i  el  escuadrón  de  Cazadores  a  caballo  que  cubría  la 
guarnición  de  aquel  la  provincia. 

Pero  uno  i  otro  elemento  de  acción  era  impotente  en  aque- 
lla crisis.  Urizar  Garfias  desempeñaba  una  comisión  en  el 
mineral  de  Chafiarcillo  i  el  escuadrón  de  Cazadores  estaba 
subdíTídido  en  diversos  destacamentos  que  servían  las  siete 
guarniciones  militares,  o  mas  bien,  mineras  dei  departamen* 
to.  En  el  pueblo  de  Copiapó  solo  existían  23  soldados  a  las 
órdoAes  del  capitán  don  Francisco  Las  Gasas. 

Pero  un  pánico,  incomprensible  en  todo  polRico  que  no 
fuera  un  escritor  de  costumbres,  bacía  que  la  autoridad  con- 
templara de  otra  suerte  aquella  situación  lan  sencilla.  «Nües* 
tra  posición  se  hacia  bien  critica  i  cscepcional  entonces,  decía 
el  mismo  Fontanes  en  aquellos  momentos,  forjándose  quimé- 
ricos terrores,  que  solo  existían  en  el  ánimo  de  sus  consejeros. 
Aislados  enteramente  respecto  al  gobierno  de  la  Bepüblica, 
con  un  enemigo  peligroso  sobre  la  frontera  i  algunos  partidarios 
atrevidos  de  ese  enemigo  en  el  seno  de  esta  población  i  otras 
do  la  provincia,  teniendo  ademas  como  tres  o  cuatro  mil  roios 
emigrados  de  la  peor  condición  del  pueblo,  en  el  centro  i 
al  rededor  de  Copiapó,  contando  con  la  lealtad  de  la  tro* 
pa  de  linea  que  guarnece  el  departamento,  mil  circunstan- 
cias, en  fin,  que  no  detallo,  hacían  inminente  el  peligro  que 
comenzábamos  a  correr  en  ese  instante  i  que  seguimos  co- 
rriendo todavía  (I]» 

De  acuerdo  con  estas  alarmas,  que  llegaban  al  vértigo  de  la 

( 1 }  Nota  citada  de  Fontanas  del  17  de  setiembre. 


DE  LA   IDMiNISTRACLON  IIONTT.  {61 

(lesconfianza,  so  lomaron  las  primeras  medidas.  El  capitán 
Las  Casas,  sospechoso  como  supuesto  jefe  de  la  conspiración* 
fué  enviado  en  comisión  al  Huasco,  llevando  para  ei  gober- 
nador de  Vallenar  ala  carta  del  negro»,  como  él  mismo  decia, 
lo  qoe  era  tan  cierto  qno  se  le  hizo  su  recibimiento  en  la 
puerta  del  ealabozo  a  que  venia  destinado  «en  comisión». 
Al  porla-eslandarle  don  Domingo  Berrera,  del  que  ya  henos 
hecbo  neneion  en  varias  parles  de  este  libro,  so  le  envió  con 
un  preleslo  a  Cbaflareíllo,  pero  como  ya  se  ha  visto,  tom4 
desde  el  camino  las  do  Villadiego  hacia  la  Serena  con  un  sar- 
jenlo  de  so  compaftia,  siguiendo  sus  pasos  don  Manuel  Bilbao, 
otro  confinado  de  la  capital,  quien  alcanzó  a  dejar  como  por 
Tía  de  despedida  el  último  número  del  IHaitia  de  la  mañana 
qoe  redactaba,  impreso  en  un  papel  simbólico,  color  de  rosa. 
En  cuanto  a  los  sefiores  ürtzar  Garfias,  Bello  i  otros,  fueron 
puestos  en  arresto  í  luego  conducidos  a  Valparaíso  a  bordo 
deán  buque. 

Al  siguiente  dia  de  la  [^acla  popular  ( 13  de  setiembre},  el 
inteodenle  sustituía,  do  satisfecho  todavía  con  la  vocería  ofi- 
cial de  sustos  que  se  babia  FevanMo,  dfrijió  al  pueblo  una 
proclama,  cuyas  principales  palabras  decían  como  sigue. 
«Amigos  i  compatriotas!  Espeta  que  lodos  Tosotros  estéis 
pronto  al  llaaiado  de  la  autoridad,  al  primer  amago  de  esa 
epidemia  (1)  que  ha  prendido  en  la  Serena». 

(t)  Este  caliGcatívo  era  bien  puesto,  por  cuanto  el  temor  de  las 
conspiraciones  se  hizo»  a  consecuencia  de  las  injusiiflcables 
alarmas  de  la  intendencia,  una  verdadera  epidemia  en  Copiapó. 
No  fueron  menos  de  8  o  10,  en  efecto,  los  complots  que  se  fra- 
guaron o  se  supusieron,  las  farsas  de  cuartel  que  se  jugaban  no- 
che a  noche  í  los  pánicos  que  se  daban  a  la  población  en  la 
mitad  del  dia»  hasta  qoe  repitiéndose  la  fábula  del  lobo  ¡  los  pas- 
tores, fueron  los  forjadores  de  motines  cojidos  en  la  trampa  por 
ei  motimiento  revolucionario  del  26  de  diciembre,  que  poso  la  po- 


862  HISTORIA  DE  LOS  DfEZ  aSoS 

«Cazadores  a  caballo!,  anadia.  Probadnos  que  no  pensáis 
como  vuestros  compañeros  del  Valdivia  i  del  Yungay,  bo- 
rrones del  ejércilo  a  quo  pertenecéis.  No  os  dejéis  alucinar 
por  mentiras». 

Yallejo,  por  su  parte,  poseído  do  vértigo,  no  descansaba 
en  fomentar  las  ajilaciones.  De  tal  suerte  era  esto  que  en  el 
periódico  el  Copiapino  del  15  de  setiembre  aparecieron  sieto 
editoriales,  distintos  al  parecer,  lodos  de  su  pluma,  pidiendo 
actividad  i  protestando  contra  las  «áemi-medidas»  (como  él 

litación  i  la  provincia  en  manos  de  nnps  cuantos  músicos  i  sár- 
jenlos del  batallón  cívico. 

No  dejaremos  de  enumerar  aquí,  en  consecnenrla,  el  cnríoso 
catálogo  de  las  falsas  o  verdaderas  insurrecciones  de  Copiapó  en 
los  Ires  meses  que  lardó  en  estallar  la  verdadera  revolución. 

El  18  de  setiembre  por  la  noche  se  presentó  en  la  intendencia 
el  sárjenlo  de  cazjidores  a  caballo  José  María  Alvarado  para  de- 
nunciar el  solioriio  que  había  querida  hacer  de  él  mismo  i  dt?  su 
tropa,  el  escribano  don  Juan  Felipe  Contreras.  Descubierto  este, 
fué  perseguido  en  el  ¡nstiuite  i  destruido  así  este  primer  intento 
de  rebelión. 

El  29  de  setiembre  tuvo  lugar  un  sobresalto  aun  mas  serio. 
Cuando  se  $ab¡a  pbr  un  rumor  vago  la  espedicion  que  Herrera 
había  traído  de  la  Serena  al  Huasco,  un  mayordomo  entró  a  la 
plaza  de  Copiapó  gritando,  el  enemigo!  el  enemigol,  a  consecuen- 
cia de  haber  visto  una  partida  de  tres  a  cuatro  milicianos  que 
iban  por  la  falda  de  un  cerro  vecino.  Al  instante  se  sonó  el 
canon  do  alarma,  se  tocó  jenerala,  se  echaron  a  vuelo  las  cam- 
panas i  se  congregó  en  la  plaza  toda  la  sorprendida  población. 
El  batallón  cívico  se  formó  a  guisa  de  salir  a  batirse  i  el  escua- 
drón de  cazadores,  que  se  había  acuartelado  entonces  en  el  pueblo, 
salió  al  valle  en  persecución  del  enemigo^  que  no  era  sino  los  tres 
infelices  milicianos.  aLos  cazadores,  dice  testualmenfe  el  Puehio, 
periódico  de  Copiapó,*del  30  de  setiembre,  aludiendo  a  estas  sin^ 
guiares  jornadas,  perfectamente  montados  i  equipados,  salieron 
con  denuedo  a  batir  el  enemigo  que  se  decía  venia  a  dar  un 
asalto.  En  una  palabra,  durante  el  tiempo  de  la  mañana  de  ayer, 
Copiapó  ha  hecho  honor  a  la  prosperidad  i  la  ilustración  de  Chile.r^ 
El  intendente  F;>ntanes  anadia  en  nna  nota  oficial,  cuatro  días 


DE   LA    ADMINISTRACIOn   VORTT.  263 

llamaba  el  envío  dol  capitán  Las  Gasas  al  ITuasco  ¡  do  ITc- 
rrera  a  Chaftarcillo)  i  reclamando  ante  lodo,  lo  que  era  mas 
peligroso  i  lo  mas  inülil,  el  que  se  pusiera  la  provincia  en 
un  pié  formidable  de  guerra.  «La  provincia,  esclamaba  en 
uno  de  eslos  artículos,  que  parecía  respirar  la  pólvora  de  los 
boletines  de  campana,  necesita  por  los  principios  queproresa« 
por  su  honor  i  su  nombre,  tomar  una  actitud  militar  que  los 
ponga  a  cubierto  de  cualquier  golpe  de  mano  o  alentado  de 
adentro  o  fuera.  El  batallón  cívico  no  basta». 

posterior  a  aquel  suceso  estas  palabras.  «Copiapó  ha  demostrado 
ser  eminentemente  conservador!» 

Siguiéronse  despuis  las  dos  conspiraciones  que  se  llamaron  de  ' 
Carvacho  i  de  Clialdias  por  el  nombre  de  sus  autores,  que  fue* 
ron  aprehendidos  i  desterrados. 

Vino,  en  seguida,  un  cuarto  levantamiento  anónimo  que  debía 
estallar  en  el  cuartel,  encabezado  por  los  presos  en  la  noche  del 
16  de  octubre,  pero  Ja  que  fué  oportunamente  descubierta,  según 
anunció  Fontanes  al  gobierno  de  la  capital  en  oGcio  del  dia  si- 
guiente. 

£1  26  de  octubre  tuvo  lugar  la  tentativa  algo  más  sería,  pero 
puramente  local  i  diríjida  al  pillaje,  por  los  mineros  de  Chañar* 
cilio,  que  pusieron  a  saco  la  villa  de  Juan  Godoi.  Vallejo  se  en- 
cargó de  castigar  con  mano  terrible,  pero  aleve,  esta  intentona. 
cLa  orden  que  di  a  la  tropa,  dice  él  mismo  al  dar  cuenta  de  9U 
comisión  para  apaciguar  aquel  distrícto  (lo  que  consiguió  con  la 
sola  presencia  de  los  cívicos  qne  condujo)  fué  que  hicieran  fuego 
sobre  todo  individuo  que  se  resistiera  o  fugara,  al  imponerles  los 
jefes  de  partida  la  orden  de  arresto.  De  aquí  han  resultado  heri- 
dos, añade,  varios  ladrones  i  uno  muerto^»  (Véase  el  Pueblo  del  27 
de  octubre.) 

Se  habia  hecho  ya  de  tal  modo  familiar  esta  comedia  de  la 
conspiraciones,  que  el  Pueblo  del  27  de  octubre  decía  con  toda 
gravedad  las  siguientes  palabras  alusivas  a  una  intentona  miste- 
riosa. «Son  las  doce  del  día  i  la  población  está  alarmada  por  una 
nueva  conspiración,  cuyo  plan  se  sabe,  cuyos  autores  se  desconocen 
i  que  debe  estallar  a  la  una  del  día.»  Todos  estos  eran  los  gritos  de 
fal^a  alarma  de  los  paiiores.  Que  estraño  fué  entonces  que  el  Idbo 
los  devorara  un  .bello  día  en  que  el  rebaño  estaba  mas  tranquilo  1 


964  HISTORIA  DÉ  L0&  ME2  aKoS 

VIL 

Al  flo,  tantos  clamores  guerreros  tuvieron  un  resultado  i  se 
acordó  poner  sobre  las  armas  una  división  tan  respetable  i 
incida  como  babria  sido  difícil  levantarla  en  la  misma  capital 
de  la  República.  Habíase  colectado  entre  los  vecinos  la  suma 
de  20,000  pesos  (1)  i  con  este  auxilio  se  procedió  a  la  obra. 

Decretóse,  desde  luego  (18  de  setiembre},  la  formación  de 
un  segundo  batallón  de  infantería,  que  unido  al  antiguo,  for- 
^  mana  un  cuerpo  muí  respetable  de  fusileros.  Al  siguiente 
dia,  se  comisionó  al  sárjente  mayor  don  Agustín  Valdivieso, 
a  fln  de  que  organizara  en  todo  el  Talle  un  escuadren  de 
carabineros,  para  los  que  babia  exelentes  armas,  i  por  últi- 
mo, con  el  objeto  de  completar  la  división  con  las  tres  armas, 
se  dispuso  que  el  capitán  don  Raimundo  Ansíela,  discipli- 
nara una  brigada  de  artillería  compuesta  de  45  hombres. 

Al  mismo  tiempo,  se  mandaba  al  oficial  retirado  del  ejér- 
cito arjentino,  don  Pablo  Videla,  para  que  levantara  un  segun- 
do cuerpo  de  caballería  en  el  vallo  del  Huasco,  recojiendo  la 
chusma  de  gauchos  que  por  ahí  vagaban,  i  con  algunos  dias 
de  posterioridad  se  decretó  la  formación  de  un  tercer  cuerpo 
de  caballería,  cuyo  mando  se  dio  a  un  tal  Nefrot,  bandido 
refujiado  por  sus  crímenes  cometidos  en  el  otro  lado  de  los 
Andes.  Este  cuerpo  se  componía  de  lanceros,  i  se  recluló  con 
tanta  precipitación  que  según  las  propias  palabras  de  Fonta- 
nes,  «en  44  horas  después  de  espedido  el  decreto  de  su  for- 
mación, salió  bien  montado,  Teslído  i  armado  a  campana»  (2). 

(1)  Coptapino  del  15  de  setiembre. 

(2)  Ofíclo  de  Fontanet  al  Ministro  del  Interior  de  11  de  ocla* 
bre  de  id6U^Archivo  del  Mim$Urio  del  Interior. 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN  M&NTT.  S6S 

De  esla  suerto,  la  paciGca  e  industriosa  provincia  deCopiapó, 
cuya  autoridad  se  maDifeslaba  tan  llena  de  alarmas  por  la 
presencia  de  unos  pocos  soldados  veteranos,  babia  organizado 
en  el  espacio  de  10  dias  una  división  de  las  tres  armas  de 
mas  de  mil  hombres,  qoe  laponiaendisposieion  de  acometer 
cualquier  empresa  contra  la  revolución  de  la  Serena.  Fallatia 
solo  un  jefa  a  este  ejército,  parlo  prodijio^o  del  miedo  i  de 
la  plata  pifia;  pero  llegó  por  esos  mismos  dias  (25  de  seliem-* 
bre),  en  un  buque  del  Gobierno,  el  coiuandante  del  escuadroa 
de  Cazadores  don  Ignacio  José  Prieto,  i  protestando  este  la 
fidelidad  de  sus  soldados,  los  hizo  bajar  de  los  minerales  a 
la  capital,  donde  estuvieron  reunidos  a  sus  órdenes  en  el  es- 
pacio de  48  horas.  El  mismo  capitán  Las  Casas,  que  había 
sido  enviado  de  nuevo  desde  el  Huasco,  a  consecuencia  de 
la  invasión  de  Herrera,  fué  sacado  de  su  calabozo  para  in- 
corporarse en  las  filas,  empeftando  su  fidelidad  por  su  honor 
i  el  honor  i  los  bienes  de  su  comandante  (1), 

XO  El  comandante  Prieto  publicó  en  el  Copiapino  det  13  de 
oclubre  una  manifeslacion,  en  que  decía  estas  palabras.  «Respon-^ 
do  con  mi  honor  i  mis  bienes  qae  el  capitán  don  Francfsco  Las 
Casas  se  eonducirá  como  un  oficial  de  honor.v>  El  intendente 
Fontanes  le  entregó,  en  consecuencia,  su  espada  a  presencia  de 
las  filas,  i  en  este  acto  le  dijo,  entre  otras  cosas,  lo  qoe  sigue. 
«Capitán;  un  proceso  nada  pondrá  en  claro,  pero  una  carga  sobre 
el  enemigo  no  nos  dejará  dada  de  so  honor.»  «Compañeros!,  con 
testó  Las  Casas,  dirijíéndose  a  los  soldados.  Recordad  estas  pala* 
bras.  En  la  primera  carga  que  demos,  sabrán  todos  qae  no  poede 
ser  un  traidor  muestro  capitán  Francisco  Las  Casaslll»  Este  oficial, 
si  es  cierto  qae  no  era  traidor,  fué  desleal,  al  menos,  sí  hemos  de 
atenernos  a  lo  qoe  asienta  el  señor  Bilbao  en  su  opúsculo  sobre 
la  insurrección  del  Norte,  recordando  los  compromisos  de  aquel 
con  el  mismo  autor  i  aun  con  el  jenéral  Cruz,  para  enrrolarse 
en  la  revolución.  Se  ha  dicho  que  desistjó,  sin  embargo,  de 
estos  empeños,  a  consecuencia  de  que  los  revolacionarios  de  Co- 
piapó  se  opusieron  a  qoe  se  diera  el  golpe  el  día  IS,  en  los  mo« 

34 


266  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aKOS 

Organizada  defioitivameole  la  diWsioD  i  provista  de  eie- 
lentes  armas,  de  dinero  i  de  Inmejorables  caballos,  que  se 
aporrataron  en  lodo  el  valle,  sin  respetar  aun  los  mas  pre- 
dilectos de  la  propiedad  de  los  vecinos,  se  resolvió  enviarla 
al  sttd,  en  una  cruzada  contra  la  Serena,  que  se  sabía  había 
quedado  desguarnecida,  i  que  esla  fuerza  se  proponía  tomar 
por  un  golpe  de  mano.  El  amago  hecho  sobro  Vallenar  por 
el  destacamento  de  Herrera,  habia  dado  a  esla  empresa  el 
color  pero  no'la  disculpa  de  una  venganza,  porque  es  sabido 
que  se  habia  proyectado,  antes  que  se  supiese  aquella  inva- 
sión, casi  pueril,  pero  a  la  que  se  dio  enCopiapó  tan  estudiada 
importancia,  que  la  desocupación  de  Freirina,  «ese  volcan  de 

mentes  en  que  el  intendente  celebraba  la  Jonta  del  pueMo,  lo 
que  solicitó  Las  Casas.  Sea  lo  que  quiera,  este  oGcíal  se  condujo 
con  humanidad  i  valor  en  el  sitio  de  la  Serena,  lo  que  debe  abonar 
en  gran  manera  sus  deslices.  Las  Casas  murió  en  Santiago,  dos  o 
tres  años  después,  de  una  tisis  pulmonar. 

En  cuanto  a  su  fiador,  el  comandante  Prieto,  he  aquí  lo  que 
dice  un  pariente  suyo,  don  Manuel  Prieto,  en  carta  a  don  Luis 
Pradel  (secretario  de  la  intendencia  revolucionaría  de  Concepción), 
fechada  en  Chillan  el  3  de  noviembre  de  1851.  «U.  que  está  muí 
al  cabo  4e  los  compromisos,  del  comandante  Prieto,  de  las  ideas 
qne  siempre  ha  manifestado  tener,  no  podrá  méiios  de  sorpren* 
derse  de  la  conducta  que  se  dice  observa  i  de  la  confianza  que  ha 
podido  prestarle  el  titulado  gobierno  de  la  capital.» 

Citamos  este  pasaje,  que  copiamos  del  orijinal,  no  por  ha- 
cer un  reproche,  sino  por  evidenciar  el  espíritu  verdadero  del 
ejército  en  1851.  Si  el  jeiieral  Bulnes  no  lo  acaudilla,  el  go- 
bierno de  Montt  no  había  tenido  un  cabo  de  escuadra  para  sos- 
tenerlo. 

En  cnanto  a  su  conducta  personal.  Prieto  no  dio  nota  que  io 
infamase  en  la  campaña,  pero  nunca  lavará  la  mancha  de  haber 
aceptado  el  mando  de  una  cuadrilla  de  forajidos  estranjeros. 
Esle  oficial  habia  comenzado  su  carrera  en  1830  como  subte- 
niente de  guardias  cívicas,  i  ya  en  1840  era  sárjente  mayor  de 
caballería,  grado  obtenido  por  sus  buenos  servicios  en  las  campa* 
iku  de  la  reiCauraciotí  del  P<irú« 


m  LA  Arat^lSTIlACIOÜ    MONTT,  f67 

dtsoncionesi» ,  como  la  llamabsi  el  Pueblo^  se  celebró  con  una 
saka  de  21  cañonazos  (I.**  do  oclubre). 

VIII. 

Pero,  porque  manera  se  había  organizado  en  (an  breve 
término  de  dias  aquella  lejion  de  advenedizos  estranjeros,  que 
iban  a  poner  a  saco  nuestros  pueblos  i  ejercitar  su  ya  des- 
habituado sable  en  ei  degüello  de  nuestros  compatriotas?  Para 
vergüenza  eterna  de  los  autores  de  ese  crimen,  vamos  a  con- 
signarlo aqui  con  mano  ínexorabre,  pero  desde  la  allura  de 
una  suprema  indignación,  contra  los  que  por  una  misera  pu- 
silanimidad echaron  a  ks  pies  de  los  potros  salvajes  del 
desierto  el  honor  de  Chile  i  levantaron  delante  do  la  bandera 
de  la  estrella  los  jirones  sangrientos  del  chiripá  cuyano!.... 

En  las  diversas  épocas  del  sangriento  calaclismo  de  allende 
los  Andes,  la  provincia  dé  Gopiapó  ha  sido  el  as  ¡lo  de  todas 
las  derrotas,  el  refujío  de  todas  las  persecuciones,  la  meto  de 
todas  Ins  Tugas  de  Siquellas  luchas  de  sangre  i  barbarie. 
Sus  bajos  pasos  de  cordillera  han  servido  por  muchos  afios 
de  cauce  a  esa  emigración  del  terror.  El  comercio  i  el  atractivo 
de  las  riquezas  ha  traído,  por  otra  parte,  una  fuerte  corriente 
de  esa  población  nómade  que  pulula  en  las  provincias  fron- 
terizas del  otro  lado,  el  llanero  de  la  Rioja,  el  minero  deCa- 
tamarca,  el  ganadero  de  Santiago  del  Estero,  el  arriero  tra- 
fieanle  de  San  Juan,  el  sembrador  mas  pacifico  de  Mendoza, 
en  fin.  Los  criminales  de  lodos  los  rangos,  desde  el  guerri- 
llero degollador  de  vacas,  hasta  el  bandido  degollador  de 
hombres,  encontraban  también  en  la  inmunidad  de  aquel 
territorio,  gobernado  por  leyes  harto  laxas,  una  garantía  a  sus 
alentados. 


2G8  HISTORIA   DE  LOS  DIE2    AÜOS 

Sucedo  de  esta  suerte  que  constaotemoDlo  existe  en  Co- 
piapó  una  población  ambulante  de  arjentinos,  que  puede  con- 
tarse, sino  por  miles,  al  menos  por  muchos  centenares. 

Ya  por  el  tiempo  de  que  nos  ocupamos  babia  llegado  a 
aquella  provincia  la  famosa  proclama  del  jeneral  Urquiza,  en 
que  invitaba  a  todos  los  arjonlinos  a  una  santa  cruzada  con- 
tra la  tiraaiade  Rosas.  Al  instante  se  babia  hecho  sentir  una 
viva  efervescencia  entre  el  belicoso  gauchaje  de  Gopiapó  i  el 
círculo  de  emigrados  de  alguna  nota,  que  por  ana  inconse- 
cuencia casi  unánime,  rodeaba  entonces  a  las  autoridades 
chilenas  i  combatía  a  muerte  al  partido  liberal  de  la  República. 
A  la  cabeza  de  este  círculo*  se  encontraba  un  viejo  intri- 
gante de  la  política  sod  americana,  doctor  en  leyes,  hombre 
de  consejo,  publicista,  uno  de  eso»  personajes  cosmopolitas 
del  cufio  de  García  del  Rio,  Irisarrt  i  Olafieta,  pero  de  lei 
harto  mas  baja.  Era  este  el  Dr.  don  Domingo  Oro»  que  refujía- 
do  en  Bolhria,  había  caído  conBalliyian^  de  cuya  política  era 
inspirador,  4  se  había  adherido  ahora  a  la  intendencia  de 
Gopiapó,  haciendo  sa  mas  inmediato  adlatere  i  confidente 
a  otro  refujiado,  don  Carlos  Tejedor.  Solía  el  último  desempe- 
ñar accidentalmente  la  secretaria  de  aqnel  gobierno  i  otros 
empleos  fiscales  del  deparlamento. 

Por  otra  parle,  en  esa  época  encontrábase  en  Gopiapó  un 
célebre  gaucho  de  la  escuela  de  los  Quiroga^  los  Villafafie, 
!  de  esos  otros  Emires  del  desierto  arjentíno,  cuya  alma  de 
acero  forjada  a  yunque,  vivia  en  su  cuerpo  despedazado 
de  heridas^  como  vive  la  hoja  del  sable  en  la  mellada  vaina 
que  lo  guarda.  Su  nombre  era  luán  Grisóstomo  Álvarez,  i  tema 
en  las  armas  arjenlinas  el  título  de  teniente]  coronel. 

A  la  voz  de  su  patria,  estos  hombres  no  tardaron  en  acor- 
darse sobre  ua  plan  de  invasión  de  las  provincias  limítrofes 
de  la  república  vecina,  que  debía  distraer  a. los  lugartenientes 


DE   lA  ADMiniSTRAGlON  HONIt.  %69 

de  tiosas  en  «qielia  4lireccíoii.  Para  6slo,  «oio  se  Beocsitabt 
convocar  el  gauchaje  desparramado  que  existía  en  Ib  provin- 
cia, equiparlo,  amarlo  i  emprender  su  marciía,  aprovechando 
para  la  caaspafka  el  verano  que  íIhi  a  comenzar*  Tal  empresa 
era  noble,  i  ai  ¿leu  ]wdia  violar  naestras  leyes  domésticas, 
86  liabría  evitado  el  escándalo  ooa  las  precauciones  debidas^ 
paliándose  el  estrépito  con  la  simpatía  de  la  causa. 

Pero  el  trianvírato  arjentfaM),  Oro,  Tejedor  i  Álvarez, 
fallo  de  recursos  para  la  ejecución  de  su  plan,  concibió  la 
idea  maquiavélica  de  servirse  de  les  propies  conflictos  do 
nnestra  revolución»  para  obtener  el  partido  que  esperaba, 
ofreciendo  al  intendente  Fentanes  los  servicios  de  sus  compa- 
triotas para  emprender  una  campafia  ceatra  la  provincia  de 
Coquimbo.  Tal  maniobra  no  pasaba  de  una  intriga,  porque 
envolvía  la  aspiración  de  aprovecharse  de  aquellos  mismos 
recursos,  cuando  hubieran  sido  puestos  por  manos  ajenas  en 
el  pié  de  ser  útiles  al  fin  a  que  se  les  destinaba.  Pero  la 
aceptación  de  tal  ofrecimiento  era  en  si  una  mancha  aleve ; 
i  si  en  el  instante  de  escucharla,  hubiera  tocado  el  pecho  de 
aquellos  hombres  un  solo  latido  que  acusara  un  corazón  chi-- 
leño,  tai  insinuación  w  habría  castigado  como  un  insulto  vil 
hecho  a  la  patria. 

Mas,  Fontanas,  Prieto  i  Yatlejo«  este  otro  triumvirato  chí-» 
leño,  que  se  habia  complotadoen  Gopiapó'contra  la  revolución, 
aceptó  la  dádiva  infame.  Oro  se  encargó  del  reclulamíenlo 
de  los  soldados,  para  lo  que  se  levaqtó  públicamente  bandera 
de  enganche  (1).  El  oficial  arjenlinodon  Pablo  Vidala  fué  sa*^ 
cade  de  la  cancha  de  una  mina  donde  servia  de  mayordomo, 
para  ser  el  jefe  de  uno  de  los  escuadrones^  que  se  llamó  Cara-' 


(I)  Oficio  del  intendente  Fontanes  del  17  de  octubre  «1  Ministró 
del  Interior.  [Archivo  del  Mxnuterio  del  Inttrior]^ 


S70  HISTORIA   DE  LOS  DIEZ  AKOS 

Uneroi  de  Atacama.  El  baDdido  Vicenle  Neifol  recibió  el 
mando  de  otro  caevpo  denominado  Lanceros  de  Alacamq  (\). 
Se  despacharon  comisionados,  arjcnlínos  lambien,  para  rccojer 
todas  las  caballadas  del  valle,  i  sin  reparar  en  ningún  jénero 
de  violencias,  como  si  la  provincia  misma  hubiera  caído  ya 
en  manos  de  aquellos  forajidos,  se  les  vio  como  por  encanto 
estar  en  pocas  horas  prontos  para  la  marcha. 

£1  comandante  Prieto  recibió  el  mando  de  la  espedicion,  la 
que  acaso  se  hubiera  confiado  al  mismo  Álvarez,  si  este  gau- 
cho altanero  no  hubiera  pretendido  mantener  su  independen- 
cia i  permanecer  en  la  provincia,  alistando  .nuevas  jentes 
para  añadirlas  a  las  que  volvieran  del  saco  de  la  Serena, 
i  emprcoJer  con  aquel  resijuerzo  o  sin  el,  su  campana  sobre 
el  ülro  lado  (2), 

[1 )  En  ofício  de  5  de  octubre  Fonlaiies  dccia  al  ^^obierno  ha- 
blando  de  esta  tropa.  ccAun  los  escuadrones  se  componen  en  su 
mayor  parte  de  oficiales  i  tropas  arjentinas.» 

(2)  Álvarez  juntó  un  cuerpo  respetable  de  aventureros  cbn 
loá  que  se  preparaba  a  partir,  cuando  estalló  el  movimiento  re« 
^oiucionario  que  encabezó  Varaona  el  26  de  diciembre  de  1851. 
Aquel  niohtonero  tuvo  entonces  la  audacia  de  intimar  el  poder 
de  sus  armas  a  los  revohicionarias  d^  Copiapó,  i  cupo  al  inten- 
dente espulso  Fontanes  el  triste  rol  de  ir  a  mendigar  el  auxilio 
de  los  mismos  desalmados  que  una  culpable  política  había  per* 
niitido  sobreponerse.  Los  autores  chilenos  de  la  invasión  arjenti* 
na  no  pudieron  recibir  mas  cruel  castigo  que  el  verse  ellos  mismos 
(cometidos  a  la  lei  de  aquellos  váodalos,  i  la  revolución  que  los 
depuso,  si  bien  mezquina  i  aun  bastarda  por  sus  hombres  i  sa 
espíritu,  tuvo  al  menos  aquel  protesto  de  honor  nacional  que 
era  bastante  para  santificarla  coma  una  protesta  de  la  patria  envi- 
lt*cida.  Asi,  el  intendente  revolucionario  Varaona  hacia  presente 
al  intendente  fujítivo  Fontanes,  contestando  a  sus  intimaciones 
de  devolverle  el  mando,  que  la  revolución  se  proponía  «lavar 
«  nuestra  nación  de  la  infiiroía  con  que  la  han  manchado  unos 
a  bandidos  arjentinos  que  nuestro  suelo  ha  asilado  i  que  por  su 
a  ignorancia  supina  Je  todo  derecho  han  acometido  al  territorio 


BE    U  ABMINISTIlACIOlf  VOIfTT.  271 

Enire  los  oficíales  arjenUnos  se  encontraba, .  adamas  de 
Yidela  ¡  de  Nerrot,  nn  tal  Carransa,  dos  Qairoga  i  mí  Pereíra, 
asesino  consaeladinario,  que  pagó  después  eon  la  vida  sus 
crímenes.  Los  soldados  eran  la  úMima  hez  de  la  emigración, 
i  habría  sido  dificil  encontrar  en  esta  cuadrilla  de  desalmados 
uno  solo  que  no  tuviera  en  su  rostro,  por  la  huella  del  pu- 
ñal, la  estampa  de  su  carácter  ¡de  su  vida.  Fué  a  estos  hom- 
bres, a  los  que  un  Jefe,  estranjero  también,  les  dirijió  un  día 
palabras  de  aplausos  í  de  felicitación  en  nombre  de  la  na- 
ción chilena,  a  la  que  habian  servido  con  lealtad  (1), 


a  chileno  con  la  ímpradenle  determinación  de  intervenir  en 
€  nuestras  coeslíones  nacionales,  como  so  mismo  jefe  ha  tenido 
c  el  atrevimiento  de  declarar  )>.  Véase  el  núm.  4  del  Diario  de 
los  Ubreif  fecha  del  2  de  enero  de  1832.  Álvarez  había  ofrecido 
al  pueblo  cierta  neutralidad  condicional  desde  la  aldea  de  San 
Antotaio  en  una  comonicacion  dirijida  a  don  Natalio  Lastarria, 
qoe  se  publicó  en  el  Diario  de  los  libres^  del  31  de  diciembre. 
El  astuto  gaucho  borló,  sin  embargo,  a  Fontanes,  i  en  vez  de 
atacar  a  Gopiapó,  emprendió  su  marcha  paia  la  Ríoja  o  Catamarca, 
donde,  desecha  su  tropa,  fué  cojído  prisionero  i  fusilado. 

(I )  El  coronel  Garrido.  Al  tiempo  de  desarmar  los  escuadro* 
nes  arjentinos  a  su  regreso  a  Gopiapó,  en  el  mes  de  febrero  de 
1852,  aquel  jefe  les  dirijió  la  palabra  con  estos  términos  de  eterno 
escarnio  i  vilipendio.  aVenis  a  entregar  a  la  nación  cubiertos  de 
gloria  el  uniforme  i  las  armas  que  os  prestara  para  defenderla. 
Volvéis  a  vuestras  casas  i  a  vuestros  trabajos  rodeados  de  la  estí-* 
macion  pública.  Haced,  pues,  que  en  el  ciudadano  activo,  laborioso 
i  honrado  de  la  paz;  no  se  eche  de  menos  al  soldado  leal,  subor- 
dinado i  valiente  de  la  guerra». 

En  un  brindis  posterior,  el  mismo  Garrido  dijo,  dirijiéndose  a 
los  degolladores  de  la  Serena,  que  se  sentaban  a  su  lado,  estas 
palabras.  «La  nación  recordará  siempre  con  complacencia  la 
activa  cooperación  de  los  escuadrones  de  Atacama  i  el  valor,  la 
iidelidad  i  la  constancia  de  sus  jefes  i  oGciales  i  tropas.  El  ave^^ 
zado  Oro,  que  se  encontraba  presente,  tomándola  representación 
desús  compatriotas,  contestó  en  estos  términos.  «S(  los arjentinus 
han  ienído  una  pequeña  parte  en  esta  yictoria  de  la  civiliítaciom 


272  .   HisTOEU  m  los  diez  #fi09 

Fué  este  el  apojeo  de  la  vergüenza  i  de  la  ígaominia  a  que 
éí  gobierno  de  Saaliago  i  sus  procónsules,  ?encedores  de  la 
provincia^  somelieron  en  aquella  época  malhadada  el  nombre 
de  Chile.  En  Valparaíso,  al  n»énos,  babiamos  sido  vepdidos 
por  un  supremo  miedo  a  los  ingleses,  pero  en  Copíapó  se 
confió  a  una  cuadrilla  de  asesinos  la  misión  de  degollar  la 
reToloGíoo. 


rx. 


Dispuesta  la  espedicion,  partió  en  diversos  trozos  para 
reunirse  en  el  valle  del  Huasco,  Hemos  visto  que  Videla  or- 
ganizaba su  escuadrón  en  Yailenar  desde  eM9  de  setiembre, 
en  que  fué  despachado  de  Copiapó  en  compaflia  de  varios 
oficíales  arjenlioos.  El  escuadrón  de  Neirot  partió  el  28  de 
setiembre  a  toda  prisa  para  contener  la  invasión  que  se  temía 
de  Coquimbo,  i  el  3  de  octubre  se  pusieron  en  marcha  los 
cazadores,  llevando  ciento  cuarenta  caballos  herrados,  apo- 
rratados de  todas  las  haciendas,  según  las  propias  palabras 
de  Fontanes.  Este  mismo  i  algunos  vecinos  acompañaron  el 
cuerpo  basta  Vallenar,  donde  entraron  a  las  once  de  la  ma- 
flana  del  día  6. 

Después  de  un  reposo  de  tres  días,  empleados  en  reponer 
los  caballos  i  sostituirlos  por  muías  para  la  marcha,  losCa* 
zadores  i  Carabineros  partieron  de  Vallenar  a  las  siete  de  la 
noche,  caminando  con  la  fresca,  i  llevando  sus  caballos  de 
tiro  para  emplearlos  solo  en  el  combate*  Esta  división  debía 


cAíteiMtf  yo  me  felicito  de  ello.»  El  rubor  nos  impide  hacer  comen- 
Uries  sobr^  lodo  esto*  La  civilización  chilena  servida  por  los 
potros  de  la  pampa!  Véase  el  Mercurio  de  Valparaieo  núm*  7381. 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  273 

diríjírse  8obre  la  Serena  por  el  camioo  llamado  de  arriba^ 
quo  pasa  por  las  Higueras,  Cachiyuyo  I  Ventura  hasta  el 
punto  de  Choros  Altos.  El  escuadrón  de  Neirot,  que  estaba 
acampado  en  Freirina,  partió  el  día  10  por  el  camino  de 
la  costa,  con  encargo  de  precisar  sus  marchas  para  llegar  al 
ponto  de  reunión  de  Choros  Altos  el  12  a  medio  dia.  Fontanes 
regresó  a  Cópiapó  por  mar,  confiando,  como  él  lo  comunicaba 
ai  gobierno,  que  el  dia  1 4  la  Serena  estaría  en  las  manos  del 
comandante  Prieto. 


'• 


35 


CAPITULO  X. 


EL  CIHIATE  DE  PEÑOEUS. 

Entosiasnxo  patriótico  de  la  Serena. — Proclamas  belicosas. — Dis<« 
posiciones  militares  para  la  defensa.— -Ejemplo  de  ardiente 
civismo. — ^El  deán  Vera  bendice  las  trincheras. — Se  intenta 
organizar  una  compañía  de  estranjeros — Prieto  llega  a  la 
hacienda  de  la  Compañía  i  pasa  a  ocupar  el  puerto. — Sale  a 
batirle  el  batallón  cívico  en  dos  columnas. — Combate  de  Pe- 
ñoelas. — Rasgos  de  heroísmo  indifidual. — Francisca  Barao- 
na, — Sacrificio  de  an  destacamento  de  Voluntarioi  de  la  Serena. 


Miéülras  Gaminaba  por  el  desierto  la  hueste  vandálica  del 
lorie»  la  Sereaa  presentaba  el  espectáculo  de  un  sublime 
patríoliamo,  que  la  indignación  de  un  crimen  contra  la  Repú- 
biiea  realzaba  a  la  altura  de  una  abnegación  magnánima,  de 
Má  sacriflcio  supremo.  Armarse  i  morir  en  defensa  del  recinto 
de  su  pueblo  no  era  para  los  coquimbanos  el  estrecho  deber 
que  el  bogar  lolpone,  ora  una  misión  grande  cqmo  la  patria, 
augusta  cotBO  el  (ilulo  de  chilenos  que  la  naturaleza  i  el  Éter* 


3T6  histouá  bc  los  bicz  inos 

no  a  la  par  nos  dieran.  La  Serena,  delante  de  la  reTolocion  de 
1831,  era  la  libertad;  pero  delante  de  la  invasión  arjenUna, 
era  la  nación,  era  la  patria,  era  Chile ! 

Sepamos,  pnes,  luego  como  aquel  pueblo  de  héroes  sopo  lle- 
nar rol  de  tanta  gloría,  de  tanta  responsabilidad  i  de  tan  so- 
premos  sacrificios. 


n. 


El  mismo  día  que  los  Cazadores  entraban  a  Vallenar  (16 
de  octabre),  se  sabia  en  la  Serena  por  un  emisario  fidedigno 
el  peligro  que  la  amagaba.  Ni  un  instante  de  vacilación,  ni 
la  smnbra  de  un  desmayo  apareció  en  la  frente  de  los  ciuda* 
danos  que  componían  la  autoridad  o  la  rodeaban  con  sus  ser- 
micros  o  sus  consejos;  i  el  pueblo  todo  se  reunió  instinlivamente 
a  sos  jefes  para  emprender  la  misión  de  pruebas  i  de  heroís- 
mo que  el  deslino  le  deparaba.  No  importaba  que  ta  ciudad 
estuviese  indefensa,  que  la  división  del  sud  se  hubiese  ya  ale- 
jiido  de  las  fronteras  de  la  provincia,  que  no  hubiese  jefes 
para  llevarlos  al  combate.  Cada  uno  consultaba  solo  su  cora- 
zoo,  cada  uno  preguntaba  únicamente  ¿quien  es  el  enemigo? 
¿de  dónde  viene  el  invasor?  i  al  saber  que  era  nna  horda  de 
gauchos  que  venia  por  el  desierto  cabalgando  en  potros,  sal- 
Tajes  como  ellos,  cada  uno  llevaba  la  mano  a  su  pecho,  alzaba 
al  cíelo  su  frente  en  sefial  de  suprema  protesta ;  i  como  nn 
hombre  que  adopta  un  partido  irrevocable,  cada  ciudadana 
salia  de  su  casa  i  abrazaba  su  familia  para  no  pensar  mas 
que  en  ir  a  dar  o  recibir  la  muerte  en  el  campo  que  iba  a  p^ 
sar  el  invasor. 

En  el  acto  de  saberse  la  noticia,  se  armó  el  batallón  cívico, 
convocóse  el  pueblo  a  la  plaza  pública,  i  se  hize  saber  a  ledos 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN  HONTT.  877 

los  ciudadanos  por  las  ardientes  proclamaciones  del  tribuno 
Alvarez,  el  peligro  I  la  gloria  que  se  acercaban  a  un  tiempo 
sobre  el  suelo  de  Coquimbo.  Una  esclamacion  unánime  i  febril 
de  adhesión  respondió  a  los  ecos  del  orador,  i  desde  aquel 
instante,  la  defensa  de  la  Serena  a  todo  trance  i  contra  todo 
¿ñero  de  enemigos,  quedó  decretada. 

«Ciudadanos  de  la  Serena,  decia  una  proclama  publicada 
al  siguiente  dia,  aniversario  de  la  revolución  en  la  que  la 
autoridad  reasumía  los  votos  de  todo  el  pueblo.  Un  centenar 
de  bandidos  arjentinos  cuya  bandera  es  la  matanza  i  el  robo; 
he  aqui  las  fuerzas  que  el  vil  instrumento  de  la  Urania,  in* 
tendeote  de  Copiapó,  ha  comprado  para  invadíroste  pueblo. 
Si  tuviesen  la  temeraria  resolución  de  intentar  invadirnos,  re* 
cibirian  el  casUgo  de  su  perversidad.  Armaos  j  estad  listos 
para  rechazar  a  esos  cobardes^  alhagados  por  la  esperanza 
del  saqueo,  que  les  ha  ofrecido  un  mandatario  criminal,  hijo 
desnaturalizado  do  la  patria». — «Soldados  de  la  guardia  nacio- 
nal, afiadia  otro  de  los  boletines  de  aquel  dia,  morir  primero 
en  el  campo  del  honor  antes  que  permitir  que  nuestros  ho- 
gares sean  profanados  porosa  horda  de  vándalos.  Defendamos 
con  heroísmo  el  suelo  donde  hemos  nacido,  que  es  también 
el  suelo  de  nuestras  esposas  i  de  nuestros  hijos,  i  a  la  voz  de 
fuego!,  que  no  quede  un  fusil  sin  disparar.  A  la  juventud  de 
este  pueblo  la  tendréis  a  vuestro  lado,  i  el  enemigo,  cuando 
tenga  a  la  vista  este  poder  majestuoso,  no  se  alrt^verá  a  dar 
un  solo  paso  sin  que  sea  arrollado  por  las  balas  republicanas. 
Guardias  nacionales  de  la  Serena!  el  mundo  os  contempla. 
Haceos  dignos  de  la  corona  que  os  ofrece  la  patria!». 


278  HISTORIA  W  LOS  DTKZ  AfiaS 


III. 


Entre  tant  o  que  la  voz  de  honor  llamaba  a  loa  ciodadanoa 
a  sa  puesto,  la  autoridad  tomaba  medidas  eficaees  para  poner 
la  ciudad  en  un  mediano  estado  de  defensa,  tarea  ardua  desde 
que  la  organización  de  la  división  del  sud  babia  agotado  to- 
dos los  recursos  militares  déla  provincia.  SoJo  se  contaba  con 
el  batallan  cívico  de  la  Serena,  que  por  una  feliz  previsión, 
se  habia  dejado  casi  intacto  i  con  un  armamento  suficiente 
para  el  servicio. 

Se  despachó  en  el  acto,  pero  mas  por  via  de  aviso  que  con 
]a  esperanza  de  un  auxilio,  un  espreso  que  llevara  a  la  divisioa 
del  sud  la  noticia  del  peligro  que  amagaba  a  la  Serena,  i  ya 
hemos  vi$to  que  esta  comunicación  nos  alcanzó  en  el  eam-- 
pamento  de  Pupio  en  la  noche  del  11  de  octubre,  i  referimos 
entonces  cual  fué  el  partido  que  se  adoptó  en  el  consejo  de 
guerra,  convocado  en  consecuencia.  Se  reunieron  apresurada- 
mente las  milicias  de  caballeria  del  departamento  i  del  valle 
de  Elqui,  cuyo  numeroso  conlinjenle  llegó  a  la  plaza  el  dia 
41.  Se  cortaron^  todas  las  calles  que  daban  acceso  a  la  po- 
blación con  cadenas  aladas  en  postes  i  carretas-  atravesadas 
que  impedían  la  marcha  de  la  caballeria  (1),  se  compusierou 

(i)  El  de»n  Vera,  tan  faiiáiico  en  el  culto  de  su  ministerio  como 
en  el  de  la  patria,  bendijo  estas  improvisadas  trincheras  con 
la  hostia  consagrada  i  con  la  solemnidad  de  una  procesión  que 
recorrió  las  calles  como  para  santificar  de  ante  mano  aquel  recin- 
to, que  debía  ser  el  campo  santo  de  tantos  mártires  de  una  causa 
jenerosa.  £1  mismo  Vera  compuso,  ademas,  una  característica  no- 
vena que  se  recitaba  en  los  templos  por  el  clero  i  los  fieles,  en  la 
que  se  pedí» el  triunfo,  no  de  los  revolucionarios,  sino  del  bando 
que  la  Providencia  destinase  al  sostenimiento  de  la  causa  de  la  li- 
bertad. Mas  adelante  tendremos  ocasión  de  reproducir  algunos 
trozos  de  esta  singular  oración, 


DE  LA  APMlítiSTRACIOX  HOXTT*  279 

algunos  caltones  viejos,  so  desenlerraron  oiros  que  servían 
de  postes  oa  las  esquinas  i  se  compraron  algunos  mas  pe- 
quefios  eo  un  buque  fondeado  en  la  babia,  de  modo  que  se 
organizó  pronto  una  balería  de  5  a  6  caúones,  que  bajo  la  di- 
rección del  vállenle  comercianle  don  José  Uaría  Cepeda  i 
dos  de  sus  h  y  os,  dignos  de  su  nombre  por  su  palriotismo  i  su 
entusiasmo,  se  colocaron  en  los  puntos  convenientes.  Bácia 
lo  largo  de  la  ribera  del  rio,  por  donde  era  probable  que  el 
enemigo  intentase  un  ataque,  so  construyeron  vanos  fuertes 
con  fajina  i  tierra,  que  dominaban  los  pasos  del  valle.  Se  dis- 
eipliaó  con  empeño  el  batallón  ¿ívíco,  en  cuyo  cuerpo  de  on- 
cíalos  se  contaba  a  los  jóvenes  mas  distinguidos  del  vecindario. 
Sefomó  unnuevocuerpo  de  voluntarios,  casi  todos  adolescen- 
tes, que  se  armaban.de  su  cuenta  con  escopetas  o. pistolas, 
especie  de  Guardia  móvil  de  la  revolución  coquimbana,  que 
iba  a  dar  en  breve  ejemplos  de  un  singular  horoismo,í  se  con- 
fió el  mando  de  este  cuerpo  al  ciudadano  don  Francisco  de 
Panla  Díaz^  haciendo  de  segundo  honorario  un  antiguo  vetc- 
fano  del  Nüm.  1  de  Coquimbo  (aquel  cuerpeóle  reclutas  que 
ee  inmortalizó  enMaípo),  siendo  don  Santos  Cavada  el  principal 
organizador  de  esta  lejion  de  niños  que  pronto  debian»  ser  hé- 
roes (1).  Los  mismos  seminaristasde  la  diócesis  se  ofrecieron 
liara  tomar,  si  no  las  armas,  un  puesto  de  honor  al  menos 
en  la  defensa,  enviando  al  jefe  eclesiástíco^el  vicario  Alvarez, 

(1}  El  j¿yen  intendente  se  propuso  también  formar  una  pe- 
queña lejion  estranjera  con  los  franceses  residentes  en  la  Serena. 
Firmóse  en  consecuencia  una  acta  ante  el  více-cónsol  de  Francia, 
M.  Lefebre,  en  la  que  se  leían  los  nombres  de  los  comerciantes 
Jai,  Cates,  Desprat,  Piurot,  i  el  de  don  Pablo  Baratoux  que  era  el 
principal  ájente  de  este  proyecto,  i  por  lo  que  fué  mas  tarde  pro-^ 
cesado  i  condenado  a  muerte.  La*  tentativa,  sin  embargo,  abortó 
por  la  infloencia  del  vice-cónsul  francés,  que  era  adicto  a  la  causa 
del  Gobierno. 


260  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

tina  petición  entusiasta ,  que  se  publigó  en  la  Serena.  Para 
atender  a  las  necesidades  de  la  guarnición^  se  aprontaron  vi- 
Veres,  se  aporrataron  vacas  i  caballos,  i  por  último,  solevantó 
un  empréstito  para  fundar  un  banco  de  circulación,  idea  pa^ 
triótica  i  oportuna,  cuya  acojida  fué  tan  favorable,  que  nú 
solo  vecino»  la  respetable  sefiora  dofia  Isidora  Aguirre  de 
Hunizaga,  viuda  del  antiguo  patriarca  de  la  Serena  don  luán 
Miguel  Hunizaga,  contribuyó  oon  una  suma  de  5000  pesos 
en  dinero  efectivo  i  afianzó  con  su  responsabilidad  la  emisión 
de  10,000  pesos  mas. 

La  prensa,  entretanto,  infundia  aliento  i  denuedo  a  los 
defensores,  que  presentaban  una  sola  masa  de  cíudadanosi 
pues  ía  población  entera  parecía  estar  animada  de  la  misma 
resolución  de  sepultarse  dentro  de  las  paredes  desús  bogares^ 
antes  que  verlos  violados  por  la  planta  de  los  cuyanos,  quet 
era  el  nombre  característico  dado  a  los  invasores.  «Que  no  se 
diga  de  noisotros,  esclamaban  (1),  a  quienes  dejaron  para  cus^ 
todla  de  nuestro  pueblo,  q  ue  bemos  consentido  en  que  se  man-« 
cilio  el  bonor  de  la  patria.  A  las  armas,  Coquimbanos !  i  que 
ni  uno  solo  quede  sin  alistarse  en  las  filas  republicanas.  I 
ei  que  mejor  se  muestre  en  el  combate,  espere  de  la  patria 
el  laurel  destinado  al  héroe.  En  la  historia  se  grabará  su 
nombre  con  letras  de  oró ! » 

Sí,  i  la  hora  ha  llegado  en  que  esos  nombres,  que  boi  el 
olvido  oculta  entre  el  polvo  de  aquellas  trincheras  que  el 
canon  destrozó  sin  derribar  jamas,  sean  inscriptos  con  lelrjas. 
imperecederas  en  las  pajinas  de  estos  anales  del  heroísmo 
chileno.  Pero  que  la  relación  de  las  bazafias  marque  a  cada 
valiente  su  puesto,  para  que  la  posteridad  coloque  sus  coro-* 
ñas  sobre  la  gloria  comprobada  de  cada  nombre! 

(1 )  Proclama  del  8  de  octubre* 


m  LA  ADMINISTRACIÓN  HONTT,  881 

IV. 

En  la  tarde  del  13  de  octabre,  los  centinelas  apostados  «n 
los  reductos  del  río»  creyeron  divisar  hacia  el  norte  nna  té-* 
Due  polvareda  que  la  brisa  del  mar  empujaba  por  el  valle. 
Era  Prieto  que  llegaba  con  sus  escuadrones  a  la  hacienda 
de  la  Compañía,  en  la  ribera  opuesta  del  rio.  Puntuales  en  la 
cita,  los  dos  cuerpos  en  que  avanzaba  la  division^del  Norte»  se 
babian  unido  al  medio  dia  de  la  víspera  en  el  punto  designa- 
do de  Choros  AUos.  Prieto  se  preparaba  para  cumpUr  al  in- 
tendente Fontanes  la  promesa  de  que  la  Serena,  el  foco  de 
la  revolución  del  norte,  seria  el  dia  14  una  conquista  humi- 
llada de  las  armas  copiapinas. 

Aquella  aparición  fué  la  sefial  de  guerra  para  el  pueblo,  i 
todos  los  ciudadanos  corrieron  a  las  armas.  El  leal  i  vijilanto 
intendente  Zorrilla  ocupó  su  puesto;  los  vecinos  mas  respe- 
tables 86  agruparon  en  rededor  suyo  (1),  i  toda  la  población 
rivalizaba  en  el  ardor  por  defender  la  ciudad.  «Soldados  de 
la  Bepíiblica,  decia  una  proclama  que  circuló  aquel  dia,  uná- 
mosnos uñosa  los  otros.  Que  nuestros  cuerpos  formen  un  solo 
muro  para  que  el  enemigo  no  encuentre  paso;  i  fuego!  fuego  í 
a  esa  canalla  servil»— «Balas,  piedras,  agua  caliente,  anadia 
otro  de  estos  retos  de  muerte,  encontrarán  en  este  puebiQ 
los  salvajes  comprados  por  unos  cuantos  viles  instrumentos 
del  Dictador.  Estos  salvajes  hallaran  su  tumba  en  este  pue- 
blo de  heroicos  republicanos!  [2]» 

(l)Enel  proceso  seguido  a  los  reyoincionarios  déla  Serena 
haí  varios  testigos  que  declaran  haber  visto  al  ardoroso  cura  Al« 
▼arez,  a  la  sazón  vicario  capitular,  a  caballo  i  espada  en  mano» 
arengando  al  pueblo  a  la  resistencia. 

(2)  Proclama  del  9  de  octubre* 


£8t  Bl&TORU  DE  LOS  DIEZ  ANOS 


Se  creía  que  el  enemigo  hubiese  emprendido  su  ataque  en 
la  tarde  misma  de  su  aproximación,  como  era  de  esperarlo 
de  su  arrogancia  i  de  )a  sagacidad  militar  que  aconsejaba  al 
jefe  et  aprovechar  la  turbación  do  los  primeros  instantes, 
Pero  no  fué  así,  porque  receloso  Prieto  del  modo  como  po- 
dría ser  recibido^  se  contentó  con  hacer  montar  sus  tres  es* 
cuadrónos,  que  componían  un  efectivo  de  300  hombres,  de 
los  que  200  eran  carabineros,  en  sus  caballos  de  respeto,  i 
dejando  encendidos  los  fuegos  de  su  campo  on  la  ribera 
norte  del  rio,  pasó  este  por  la  playa,  i  tomando  a  lo  largo  de 
la  ribera  del  mar,  se  dirijió  al  puerto  de  Coquimbo,  que  ocu- 
pó sin  resistencia  al  amanecer  del  1 4.  Habia  conseguido  bur- 
lar la  vijilancia  de  las  partidas  de  caballería  que  patrullaban 
én  esta  dirección,  de  modo  que  el  batallón  cívico  que  per- 
inanecia  desdóla  tarde  anterior  sobre  las  armas,  en  el  centro 
de  la  plaza,  se  preparaba  para  recibirío  todavia  en  la  punta 
de  sus  bayonetas,  cuando  intentara  el  paso  del  rio. 

Has,  cuando  al  amanecer  recibió  aviso  de  que  el  enemigo 
habia  evitado  el  encuentro  i  corrído  a  asilarse  en  el  puerto, 
el  pueblo  pidió  a  gritos  el  ser  llevado  al  campo  para  casti- 
gar la  insolencia  de  sus  provocadores,  cuyos  destacamentos 
avanzados  no  tardaron  en  avistarse  desde  las  torres  de  la 
ciudad,  por  el  camino  do  la  Pampa. 

Dispúsose  en  el  acto  la  salida  del  batallón  cívico  en  dos 
fracciones,  de  las  que  la  mas  numerosa,  compuesta  de  cua- 
tro compañías,  se  dirljiria  por  la  playa  a  las  órdenes  del  co- 
mandante don  Ignacio  Alfonso,  mientras  la  otra,  formada  de 
la  compañía  do  cazadores  I  de  la  cuarta  de  fusileros,  a  cargo 


D^    LA   iI>3imiSTRA€I0N  KONTT.  S83 

de  flia  rospcoUvos  capitanes,  Iqs  valientes  jóvenes  doo  Can- 
delario barrios  j  don  Miguel  Cavada,  avanzaría  por  la  Pampa* 
£1  ¡Qlrépido  vecino  don  José  lUaria  Cepeda  llevaba  un  caQon» 
que  una  columna  de  infantería  debia  prolejer.  £1  ciudadano 
don  Juan  Jerónimp  Espinosa  recibió  el  mando  en  jefe  de  ia^ 
fuerzas,  llevando  por  su  segundo  al  celoso  i  patriota  comer- 
ciante don  Venancio  Qarrasa^  antiguo  comdtdante  del  bata- 
llón Restaurador  que  había  marctiado  al  Sud.  El  mayor  Ver- 
dugo estaba  a  la  cabeza  de  la  numerosa,  pero  inepta  caballe- 
ría, que  se  había  colectado  como  para  servir  do  juguete  a  ios 
sables  de  los  Cazadores  a  caballo,  aunque  aquellos  jinetes  so- 
lo vieron  brillar  estos,  sin  embargo,  a  machas  cuadras  de 
distancia,  cuando  volvieron  caras  en  la  violenta  fuga  a  qno 
desde  el  primer  amago  se  entregaron.  El  mayor  Verdugo  fué 
envuelto  en  esta  derrota  del  pánico,  i  cuando  volvió  la  rienda 
a  so  caballo,  no  se  detuvo  hasta  que  llegó  al  pueblo  de  San 
Joan,  al  otro  lado  délos  Andes... 


VI. 


Las  dos  compañías  de  Barrios  i  Cavada  salieron  por  la 
Portada  en  dirección  a  la  Pampa,  i  como  el  camino  fuera 
mas  Grmie  i  recto  que  el  de  la  playa,  que  hace  un  circuito 
considerable,  llegaron  con  mucha  anticipación  a  Alfonso,  al 
panto  llamado  Peñuelas.  Es  este  una  loma  arenosa  sembrada 
de  peflascos  desnudos  que  dan  su  nombre  al  lugar.  Desde 
aquí,  el  camino  de  la  Pampa  que  conduce  al  puerto,  baja  por 
un  callejón  al  de  la  playa,  i  era,  por  coasiguienle,  el  punto 
en  que  debían  ejecutar  su  junción  las  dos  divisiones  de  la 
plaza. 

Mas,  sucedió  que  apenas  habian  llegado  Barríos  i  Cavada» 


28i  HISTORIA  DB  LOS  DIEZ  AfiOS 

cuando  los  escuadrones  de  Prieto  se  avistaron  en  la  loma 
arenosa  de  Pefluelas,  avanzando  a  paso  lento.  En  el  instante ^ 
los  dos  animosos  oficiales  que  mandaban  ios  doscientos  civí^ 
eos  de  que  constaban  estas  compaüias,  pues  solo  la  de  caza-a- 
deres tenia  1 40  plazas,  tendieron  su  línea,  colocando  Cepeda 
m  caflon  en  el  centro,  formando  Barrios  a  la  izqúerda  con  sus 
cazadores  i  Cavada  a  la  derecha  con  su  pufiado  de  fusileros» 

En  el  instante,  grieto  ordenó  una  primera  <;arga  sobre 
aquella  débil  línea,  que  pareoia  iba  a  ceder  al  solo  amago  de 
los  Cazadores  engreídos.  £1  capitán  Las  Casas,  que  babia 
entregado  como  prenda  de  honor  la  promesa  de  dar  el  primer 
£olpe  de  sable  sobre  el  enemigo,,  tomó  SO  cazadores  i  se 
lanzó  sobre  el  centro  de  la  linea,  mientras  que  el  capitán 
arjentino  Juan  Carranza,  con  50  carabineros  de  Atacama, 
amagaba  en  guerrilla  el  flanco  derecho  de  la  linea  de  ia- 
fenterra. 

La  carga  de  Las  Casas  fué  bizarra  í  digna  de  su  veto.  Mon- 
tado en  un  soberbio  caballo  (1),  cayó  en  persona  sobre  el  ca- 
llón de  Cepeda  i  cruzó  su  sable  con  la  espada  de  este  valien- 
te ciudadano.  La  linea  fué  rota  en  la  pujante  embestida  i  los 
cazadores  pasaran  a  reorganizarse  un  largo  trecho  a  retaguar- 
dia. Las  Casas  perdió  dos  jinetes,  fuera  de  muchos  heridos, 
quedando  también  no  pocos  de  los  coquimbamos  mutilados 
por  el  sable  de  los  asaltantes.  Un  gaucho  audaz,  que  en  el 
momento  en  que  se  volvía  a  organizar  la  linea,  se  atrevió  a 
llegar  hasta  la  boca  del  caflon,  tirando  su  lazo  a  la  curefia 
para  arrastrarle,  recibió  a  boca  de  jarro  tan  tremendo  dis- 

{1)  «El  capitán  Las  Casas,  dice  ijn  narrador  fidedigno  de  este 
kecho  de  armas  (don  Santos  Cavada ),  estuvo  arrojado  i  deslumbra- 
dor, montado  en  an  brioso  tordillo».  Este  caballo  se  llamaba  el 
Niño  i  era  de  una  famosa  cria,  que  los  señores  Gallo  poseían  en 
Copiapó. 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  28S 

paro  de  metralla,  qae  faeroa  materialmente  aventados  eo  el 
aire  jinete  i  caballo  a  la  vez*. 

Rehechas  ambas  líneas,  «al  instante  empefié  la  batalla»» 
dice  el  jnismo  Prieto  en  el  parte  oficial  de  la  jornada  (1),  car- 
gando con  todas  snsfoerzas.Neirot  se.' precipitó  con  sas  gauchos, 
lama  en  ristre.  Carranza  condujo  su  compañía  de  carabineros 
i  los  capitanes  Las  Casas  i  Francisco  Carmena,  cada  uno  a  la 
cabeza  de  una  mitad  de  cazadores,  se  lanzaron  por  todo  el 
/rente  de  la  pequefla  linQa  de  fusileros,  arrollándola  de  nuevo 
eo  todas  direcciones,  habiéndose  ademas  quebrado  la  curefia 
i|el  canon  al. tercer  disparo  que  se  hizo  en  el  momento  de  la  car- 
ga. La  compañía  de  Cavada  fué  perseguida  hacia  el  bajo  de  la 
loma  de  Pefiuelas  que  cae  en  dirección  al  mar,  recibiendo  aquel 
yalient&oficial  un  sablazo  en  la  cabeza,  que  le  dividió  una  ore- 
ja, mientras  que  Barrios,  seguido  de  unos  pocos  soldados  que 
^eania  con  su  ejemplo  el  bizarro  Cepeda,  se  replegaba  a  me- 
dia falda  de  la  colina,  donde  por  la  pendiente  i  el  suelo 
movedizo  de  arena,  los  Cazadores  no  podían  cargar  con  ventaja. 
Desde  esta  desesperada  posición,  aquel  pudado  de  valientes, 
niflos  la  mayor  parte  por  su  edad  i  su  estatura,  sostenía 

(I)  Este  parle,  carioso  por  sus  exájeracíones  i  errores  intenciona- 
les, se  encaentra  en  el  M inUterio  de  la  Guerra  i  tiene  la  fecha 
de  Campamento  de  la  Punta,  octubre  18  de  1851,  ésto  es,  cuatro  días 
posterior  al  combate.  El  comandante  Prieto  describe  este  como 
una  brillante  YÍctoria  obtenida  por  sus  armas,  i  dice,  con  singular 
l¿tasi4,  que  quedaron  en  sus  manos  como  trofeo  de  guerra  30  prí* 
sioneros,  un  canon,  60  fusiles,  50  fornituras  i  40  lanzas,  a  mas 
de  30  mnertos  del  enemigo,  i  entre  estos  S  oflcíales/  Todo  es* 
empero,  una  fábula  antojadiza.  El  cañón  quedó  abandonado  en 
el  campo  por  inútjl;  prisionero  no  hizo  uno  solo,  a  no  ser  dos  o 
tres  rezagados  en  el  campo  ;  los  muertos  de  ambas  partes  no  pa- 
saron de  8  o  10,  i  solo  el  botín  de  los  fusiles,  lanzas  ele.  es  cierto, 
porque  las  tomó  tres  días  después  en  una  arria  de  muías,  en  que 
eran  remitidos  de  Ovaile  a  la  Serena, 


j^6  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

disperso  en  grupos  un  vivo  fuego  con  todos  los  escuadrones 
de  carabineros,  que  lenlatnente  ie  iban  rodeando,  cuando,  como 
un  grito  de  salvación,  oyóse  la  voz  desde  la  playa,  que  la  di- 
visión de  Alfonso  llegaba,  haciéndose  luego  oír  descargas  da 
fusilería,  que  indicaban  que  ya  babia  tomado  el  campo. 

Sorprendido  Prieto  por  la  aparición  de  aquel  grueso  consi- 
derable de  infantería  que  llegaba  de  refresco,  cuando  su9 
caballos  cedían  ya  al  cansancio  i  al  calor,  ordenó  en  él  acto 
la  retirada,  dejando  el  campo  a  los  recien  llegados  i  aban-« 
donando  sus  propios  heridos,  lo  que  militarmente  hablando, 
dejaba  la  victoria  por  los  coquimbanos.  Estos,  al  menos,  lo 
juzgaron  asi,  regresando  al  pueblo  en  medio  de  los  victores 
i  aplausos  de  la  muchedumbre,  que  proclamaba  el  nombre'do 
los  héroes  de  la  jornada  i  hacia  mofa  de  la  división  invasora, 
•que  habla  creído  tarea  tan  fácil  dominar  su  suelo.  ' 

El  resultaio  déla  jornada  había  sido  solo  una  docena  de  he- 
ridos del  enemigo,  que  fueron  <;onducidos  al  hospital  de  la 
Serena,  i  otros  tantos  de  los  guardias  nacionales,  bien  que 
hubiera  un  número  considerable  de  lastimados  superficial- 
mente por  los  sables,  mientras  que  todos  los  soldados  enemi- 
gos eran  heridos  de  bala,  los  muertos  de  una  i  otra  parlo 
no  pasaron  de  10  a  12. 

VIL    . 

Tal  fué  el  combate  de  Peñuelas,  en  que  un  pufiado  de 
ciudadanos  valerosos  escarmentó  la  .arrogancia  de  un  invasor 
intruso  e  insolente,  ofreciendo  a  la  Serena  la  primicia  de  una 
gloria»  que  no  tardaría  en  ser  tan  copiosa  i  también  un  com- 
pensativo al  desastre,  que  por  una  coincidencia  singular, 
suft-ian  stts  armas  en  aquel  mismo  dia  ( U  de  octubre]  i  en 
aquella  hora  precisa,  en  las  gargantas  do  Petorca, 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  t87 

VIIL 


Hubo  también  en  aquel  encuentro  rasgos  de  heroísmo  per^ 
sonal,  que  la  tradición  ha  conservado  con  respeto  en  el  pueblo 
coquimbano.  Tal  fué  el  denuedo  con  que  una  mujer  llamada 
Francisca  Baraona,  que  asistía  a  su  marido  moribundo  al  pié 
del  caúon  de  Cepeda,  atacó  a  un  gaucho  que  se  acercaba 
para  despojarlo  de  su  ropa,  lo  que  la  heroína  estorbó,  derri- 
bando al  agresor  al.suelo,  a  quien,  aseguran  algunos,  inmoló 
como  una  Judít,  con  su  propio  sable  (1). 


IX. 


Pero  el  hecho  verdaderamente  memorable  que  se  recuerda 
JQQto  coa  el  nombre  de  Pefiuelas,  es  el  del  sacrificio  de  un 
puflado  de  jóvenes  del  batallón  de  Voluntarios  áe  la  Serena 
que  rehusó  rendirse  a  los  cuyanos,  diez  vece^  mas  numero^ 
sos,  hasta  que  cayeron  todos  a  sus  golpes  o  fueron  hechos 
prisioneros,  a  pesar  suyo.  Este  acto  heroico,  digno  verdade* 
ramonte  de  la  antigüedad,  tuvo  lugar  de  esta  manera. 

Dos  o  tres  días  antes  de  la  aparición  de  Prieto,  fué  envia- 
da a  Andacollo  por  el  intendente  Zorrilla  una  partida  de  estos 
voluntarios,  que. se  componía  principalmente  de  nffios  estu- 
diantes i  de  aprendices  de  artesanos,  con  el  objeto  de  reco- 
jer  algunas  armas  i  caballos.  Cumplida  su  comisión,  regresa- 
ban a  la  Serena,  cuando  en  la  tarde  del  dia  14,  ignorantes 

(I)  Véase  el  Boletín  de  noticiad  de  la  Serena  del  23  de  octubre 
de  18S1. 


989  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

de  lo  que  ocurría,  avistaron  en  los  callejones  que  conducen 
a  la  hacienda  de  Palos-negros,  a  donde  se  retiraba  Príeto,  todo 
el  grueso  de  las  fuerzas  enemigas.  Sorprendidos  un  instante, 
se  repusieron  luego  i  parapetándose  tras  de  unas  tapias, 
aquellos  15  o  20  héroes  rompieron  con  sus  escopetas  i  pis- 
tolas nn  vivo  fuego  sobre  la  columna  enemiga.  Esta  no  tardó 
en  abrumarlos,  i  cuando  ya  había  perecido  gran  número  de 
ellos,  sin  querer  rendirse,  fueron  enlazados  los  otros  i  desar- 
mados por  la  fuerza.  Entre  los  inmolados  se  cuentan  los 
nombres  de  un  Valdivia  i  de  un  Isidro  Ortiz  i  entre  los  pri- 
sioneros el  de  un  adolescente  llamado  Joaquín  Naráqjo,  que 
acribillado  de  sablazos,,  era  llevado  prisionero  en  ancas  de 
un  cazador,  pero  que  a  un  descuido  de  este,  desató  su  cara* 
bina  del  arzón  i  asestó  el  tiro  al  comandante  Prieto,  que  sin- 
tió frisar  el  pelo  de  su  barba  por  la  bala.  Dicese  por  algunos 
que  aquel  mancebo  sublime  fué  sacrificado  en  el  acto»  pero 
niéganlo  otros,  quedando  este  hecho  de  singular  bravura  os- 
curecido perlas  sombras  de  una  emboscada  i  de  una  matanza, 
que  solo  los  que  fueron  vencidos  podrán  cenias  s¡o  que  el 
rubor  disfrace  la  verdad  (1). 


(1]  Después  de  escritas  estas  líneas,  se  me  ha  asegurado  que 
Naranjo  vive  i  es  hoi  un  bizarro  joven  de  23  años  de  edad.  £no« 
ro  d$  1859. 


CAPITULO  XI. 


:  /   í 


US  FUJITIVO^OrrtTüRCA'  EN  lASERENA. 

Los  jefes  de  fa^cKií^on  del  norte ;S.e  retiran  dél  campo.— Confe- 
rencia noctiirnad» 'Carreta^  -Arteaga  i  Htinizaga  en  an  valle 
de  la  Co'rdííléra.*— 9e*re9belyen  a  marchar  a  la  Serena. — Estra- 
tajema  con  que  sé  divide  la  coHimna  de  fujítivos.— Carrera  i 
Arleaga  llegan  a  Tongoy  coa' sus  ayudantes. — Se  embarcan 
para  la  Serena. — La  cueva  áe  ¿05  ío5o5.— Desembarque  noctur- 
no en  la  playa  de  Peñuelas.-^Cacrera-reasumé  la  intendencia 
i  Arteaga  es  nombrado  gobernador  militar  de  la  plaza.— Se 
prosigoefi  con  ardor  los  trabajos  de  la  defensa. — Construcción 
de  las  trincherasi  infiernos  o  minas  subterráneas,  caminos  cu- 
biertos i  otras  fortificaciones.-^La  artillería  de  sitio.— Pertre- 
chos i  oGcinas  dé  guerra,  maestranza,  almacén  de  víveres» 
hospital,  campo  santo,  cuarteles  etc. — Cooperación  en  masa 
del  pueblo.- Guarnicion.^-Los  mineros.— Distribución  de  las 
fuerzas  en  las  triuclieras. — Llega  Galleguillos  i  organiza  uu 
cuerpo  de  carabineros. 


Ed  la  hora  mfsma  on  que  la  columna  que  so  habla  balido 
en  Pelluelas  entraba  a  la  Serena,  en  medio  del  alborozo  po- 

37 


290  HISTORIA   DE  LOS   DIEZ    iSoS 

putar,  los  res(os  de  la  división  coquimbana  destrozada  eiriPe- 
torca,  erraban  pof  las  gargantas  salvajes  de  aquellas  serranías 
en  grupos  dispersos  i  sombriosi  El  destino,  había  querido  Bjar 
una  misma  fecha  a  aquelips  dos  combates,  sostenidos  a  cien 
leguas  de  distancia  por  un  solo  pueblo  bravo  i  heroico,  como 
para  que  ^aquella  población  que  había  proclamado  en  masa 
la  revolución  pacifica  del  7  de  seliembre,  la  sostuviera  ahora 
con  la  misma  unión  en  el  instante  de  la  prueba.  La  suerte  de 
las  armas  fué  desigual,  empero^  mas  no  la  gloria.  Los  ciuda- 
danos vencedores  en  la  Serena  i  los  soldados  vencidos  en 
Petorca,  componían  una  sola  falanje  de  valientes,  que  sí 
no*  habían  aprendido  a  vencer,  sabían  morir  al  menos  por  sus 
santos  empéfios. 


II. 


Los  fujílivos  de  Petorca  eran  casi  esclusivamenlo  oficíiarés, 
porque  toda  la  tropa,  escepto  la  caballería,  había  quedado 
prisionera  i  de  entre  aquéllos,  solo  salvaron  los  que  tenían 
caballos.  De  los  infantes,  él  que  había  escapado  del  sable  de 
los  Granaderos,  había  caído  eoredado  en  el  lazo  de  los  mili- 
cianos de  Aconcagua. 

Arleaga  i  Carrera,  que  eran  de  los  üllimos  en  relírarso  por 
las  opuestas  faldas  del  tortuoso  valle  de  Petorca,  no  tardaron 
en  reunirse  al  cerrar  la  noche,  i  caminando  juntos,  llegaron 
hacia  las  dos  de  la  mañana  a  una  quebrada,  en  la  que  ardía 
una  lumbre  grata  a  su  fatiga,  a  su  insomnio  i  al  intenso  Trio 
de  primavera  que  reina  en  aquellas  montanas,  últimos  decli- 
ves de  la  frijida  cordillera.  Juzgaron  que  aquella  fogata  era 
el  campamento  de  alguna  partida  enante  de  vaqueros  quo 
baciau  los  rodeos  de  la  estación,  i  se  acercaron  con  cautela,* 


DE  LA   iDmrUSTIUGlOTf  IIONTT.  f9f 

pero  pronto  recodoeíoroo  que  eran  amigos  los  que  hablan 
enceodido  eií  la  espesura  del  Éionte  aquella  luz.  Don  Nicolás 
Manizaga,  mas  piáelico,  en  efecto^  de  aquellos  agrestes  sea-^ 
deros,  que  él  acostumbraba  transitar  desde  su  juventud  en  sus 
espediciones  de  estanciero  .del  norte,  para  llevar  arrias  cW 
ganado,  habia  tomado  la  delantera  a  los  dispersos  I  se  en- 
tregaba en  aquel  sitio  a  un  breve  raposo.  Pronto  los  recién 
llegados  se -reconocieron  i  Arleaga,  Carrera  1  Munizaga,  des* 
cendiendo  de  sus  caballos,  se  dieron  un  mudo  ¡doloroso  abrazo: 
era  el  abrazo  del  Infortunio  después  del  dia  de  la  gloría  i  de 
la  fatalidad.  Cada  uno  sentía  que  babia  I  leñado  su  deber  i  que 
ni  su  patria  ni  la  posteridad  les  baria  por  la  infaustaf  jor- 
nada otro  i^próche  que  e1  de  los  vencidos  ^ue  sucumben  eon 
konor  al  número^  al  acierto,  al  destino,  en  Un,  ese  je&eral 
que  no  tiene  ejércitos,  pero  que  vence  muchas  veces  por  una 
sola  peripecia  de  su  inconstanie  veleidad;  Arteaga  se  mani- 
festaba tranquilo,  como  un  hombre  que  babia  previsto  que 
aquella,  hora  de  aflicción  (e  iba  a  llegar.  Munizaga  parecía 
entregarse  a  reflecciones  melancólicas  al  recordar  los  amigos 
¡amolados  i  la  suerte.de  la  lejana  patria,  de  qie^  se  acusaba 
responsable.  Solo  Carrera  parecía  sentir  todavía,  el  ardor  del 
encuentro  i  su  voz,  profundamente  enronquecida,  conservaba 
el  acento  idel  que  ha  mandado  el  fuego  en  el  ultimo  lance  do 
la  cruda  refriega.  , 

Pero  aquel  grupo  de  los  jpfes  de  la  revolución  del  norte, 
que  una  catástrofe  habia  arrojado  en  el  fondo  deáqueHos  som- 
bríos desfiladeros,  parecía  tener  otra  espresion  que  la  del  do- 
lor, al  diseñarse,  a  la  vacilante  lúe  del  fogón,  sus  rostros  ajila- 
dos. Como  las  apariciones  de  una  suprema  venganza,  evocadas 
en  el  desierta  a  la  hora  de  la  medía  nncbe,  ellos  so  juraban 
en  so  reconcentrado  silencio  cumplir  hasta  lo  último  su  mi- 
sión i  su  responsabilidad,  llevando  su  aliento  i  su  brazo  donde 


292  HISTORIA  DB  108  lAfiL  Afit)S 

qttiera  que  su  causa  ios  reclamara.  Abi  teísmo^  eñ  oonse- 
cueocia,  en  aquél  lóbrego  consejo,  so  resolvió  marobar  sin  de- 
tenerse las  noches  ni' los  dias  basta  llegar  a  la  Serena^  que 
suponían  en  aquel  lostante^  con  sobrada  razón,  amagada  por 
la  espedicion  dd  norle. 


m. 


Acompañada  de  dos  o  (res  vaquéanos  que  el  acaso  le  bábia 
deparado,  se  puso  en  marcbabádá  el  amanecer  la  comitiva 
de  derrotados,  que  se  componía  dertrelnta  a  ctifarenta  perso- 
nas, entre,  las  que  se  encentraba  el  bomísario  Ruliy  el  coman^ 
danto  Hartinez  i  el  capitán  Nemecio  Yic,nfia,  que  reasumía  ení 
la  marcba  su  doJMe  empleo  de.  ayudante  de  ambos  jenerales. 

Después  de  una  Yígorosa  jornada  por  las  montanas^  llegaroQ 
a  las  3  de  la  tarde  del  día  16  a- orillas  del  río  Choapa,  I  de- 
teniéndose un  instante  en  Ja  bacienda  (le  Quelen,  propiedad 
del  antiguo  liberal>  el  patriota  don  Vicente  Larrain  Aguírre» 
encofitraron^  entre  sus  mayordomos  una  jenerosa  acojida» 
obteniendo  algunos  víveres,  caballos  i  ropa  de  abrigo.  Sin 
tardanza,  continuaron  su  marcha^  inclinándoso  hacía  el  pueblo 
de  Illapel ;  pero  temeroso  el  coronel  Arteaga  de  qi}e  ya  esto 
punto  hubiese  sido  ocuoado  por  el  enemigo  i  que  lo  numeroso 
de  la  comilíya  llamase  ^u  atención,  se  valió  de  una  íqjentosa 
estralajema,  acaso  un  tanto  egoísta  en  aquel  lance.  Convenido 
con  dos  o  tres  de  sus  compañeros,  a  quienes  hizo  apurar  sus 
caballos  para  pasar  adelante,  colocó  un  mozo  de  su  confianza 
qn  un  paso  angosto  del  camino  por  el  que  los  derrotados  ve- 
qían  desfilando  en  silencio  en  la  oscuridad  de  la  noche,  i  a  una 
señal  concerlada,  les  hizo  dar  con  estrépito  el  grilo  de  Quien 
vive?^  al  que  otro  respondió £¿  enemigóla  causando  estas  voces,^ 


DB  LA  iOKlNISTRAGION  MOIfTT.  293 

como  era  de  esperarse,  un  sobresalto  tan  completo  que  la 
partida  se  (fispersó  oü  todas  direcciones.  Manizaga,  Martínez, 
Ruiz  i  los  otros  lomaron  por  distintos  rumbos,  que  los  conduje- 
ron, sin  embargo,  a  unos  en  pos  de  otros  a  la  Serena,  mientras 
que  Carrera  i  Arteaga,  con  sus  dos  ayudantes,  Vicuña  I  don 
Santiago  üerrera,  seguían  adelante  por  el  camino  déla  cosía, 
en  que  se  había  apostado  el  centinela. 


IV. 


Este  grupo  de  derrotados,  aeado  er  menos  i^liz,  pero  el 
mas  importante,  de  aquella  ingrata  travesía,  se  encontraba  en 
la  noche  dej  día  siguiente  (16  de  octubre),  a  espaldas  deV 
injenio  de  Pefia- blanca,  que  había  servido  de  abrigado  cam-* 
pamento  a  nuestra  (lívision  15  días  airas;  i  sin  parar  ahí, 
caminando  el  resto  de  la  noche  i  gran  parte  del  día  17,  lle- 
garon a  las  4  de  la  larde  a  orillas  de)  rio  o  estero  de  Zalama, 
a  4  leguas  del  valle  dé  Limarí.  Aqui  se  creyeron  sorprendidos 
por  una  fuerza  que  suponían  ser  una  avanzada  de  la  división 
sitiadora  de  la  Serena,  pues  este  punto  estaba  sólo  a  una 
larga  jomada  de  aquel  pueblo.  Una  súbita  confusión  ganó 
a  los  fatigados  viajeros  a  la  primera  aparición  de  una  par- 
tida de  soldados,  cuyos  uniformes  desconocían,  cuando  el 
joven  Vicuña,  cuyo  caballo,  rendido  ya,  le  impedia  el  re- 
troceder, sé  adelantó  resueltamente  al  encuentro  del  pi- 
quete. Observando  que  el  oficial  que  ló  conducía  le  llamaba 
por  su  nombre,  se  detuvo,  reconoció  con  isorpresa  que  eran 
milicianos  de  Ovalle,  i  corrió  a  dar  aviso  a  sus  compañeros. 
Lo  que  esta  emboscada  significaba  era  que  el  Gobernador 
de  Ovalle  don  José  Vicenle  Larrain,  sabedor  aquella  misma 
maflana  del  desastre  de  Pelorca,  babia  abandonado  el  pueblo 


294  HISTORIA    DE  LOS    DIEZ    aSOS 

i  venido  a  reriijiarse  en  aquella  hade  oda  solitaríacoD  algunos 
jnilickiQos  qu6  guarnecían  la  viJIa.^  Los  eslcnuados  caminan- 
tes se  reposaron  aquella  nocbd  por  la  prím<»ra  vez  en  blandos 
colchones,  después  de  una  marcha  consecutiva  de  tres  días 
i  Ires  noches,  en  las  que  hablan  recorrido  ün  espacio  de  mas 
de  80  leguas  de  agrestes  senderos.  A  la  inadrugada  siguiente, 
continuaron  su  rula,  llegando  teníprano  a  la  aldea  de  Pachin-* 
go,  situada  en  la  falda  occidental  del  encumbrado  cerro  de 
Tamaya,  vecino  al  mar. 

Aquí  fueron  informados  de  un  modo  positivo  de  los  sucesos 
que  cuatro  dias  [antes  hablan  tenido  lugar  en  Pefiuelas  I  se 
les  avisó  qu^  enja  playa  conocida  con  el  nombre  de  Lengua 
de  vac9,  oslaba  apostaba  una  chalupa  por  orden  del  Inteo-* 
denle  de  la  Serena,  encargada  do  vijilar  la  costa  por  si  venía 
el  vapor  ÁraucOj  a  fia  de  darle  noticia  que  el  enemigo  ocupaba 
el  puerto»  i  recibirlas  comunicaciones  que  condujese  de  Con- 
cepción. Carrera  resolvió  entonces  no  oonlfriuar  su  marcha  por 
tierra,  pues  las  partidas  de  Prieto,  que  tenia  su  campo  en  Palos* 
íiegf os, .cruzaban  el  camino  en  todas  direcciones.  Despachó  en 
consecuencia  uu  espreso  segura  llevando  a  Lengua  de  vaca  una 
orden  al  oficial  que  mandaba  la  chalupa,  para  conducirla  en 
el  acto  a  la  rada  vecina  de  Tongoy,  donde  él  se  embarcaría 
al  d¡9  siguie^ote  para  ganar  la  playa  que  dá  frente  a  la  Sere- 
na e  intentar  un  desembarcp  en  la  oscurídad  de  la  noche. 

mandaba  la  chalupa  el  joven  don  Felipe  Cepeda^  hijo  del 
artillero  de  P^fluolas  don  José  María,  tan  bravo,  inlelijente 
o  inTaligable  como  su  padre,  apesarde  contar  apenas  20  años 
de  edad.  Obedeció  en  el  acto,  i  cuando  Carrera  entraba  a  la 
inhospitalaria  ranchería  de  pescadores  que  formaba  el  puerto 
de  Tongoy,  donde  una  visible  i  cobarde  hostilidad  traicionaba 
el  falso  comedimionlo  de  los  vecinos,  Cepeda  se  acercaba 
a  la  playa  con  sus  remeros. 


DE  u  iramsTEicioif  hontt.  89S 


Eq  el  acto,  entraron  en  el  bota  los  cuatro  viajeros,  a  los 
^pie  se  babian  unido  ahora  los  jóvenes  hermanos  don  José 
Antonio  i  don  Nasarío  Sepúlveda,  dispersos  también  de  Pe-* 
torca,  que  hablan  llegad^  errantes  a  Lengua  de  vaca»  donde 
Cepeda  los  tomó  a  su  bordo. 

Los  8  remeros,  estimulados  por  la  promesa  de  un  premio 
jenerosoí  remaron  con  tal  esftierzo  que- al  amanecer  del  si- 
guiente dia  (20  de  octubre },  el  bote  enfrentaba  la  babia  de  la 
Herradura,  a  espaldas  del  puerto  de  Coquimbo,  del  que  solo 
unas  cuantas  cuadras  la  separan  por  d  lado  de  tierra.  Era^ 
8¡D  embargo^  imposible  desembarcar  en  aquella  hora,  por- 
que, con  la  luz  del  dia,  las  partidas  que  rondaban  por  I9  playa 
que  corre  desde  el  puertp  hasta  el  frenle.de  la  ciudad,  no 
tardarían  en  avistarlos  i  darles  caza.  En  tal  conflicto,  ocurrió- 
se al  advertido  mozo  que  condueia  el  timón  de  la  chalupa  el 
esconder  a  los  navegantes  en  una  gruta  natural  que  se  en- 
cuentra  en  aquella  playa  peñascosa  í  que  se  .conoce  ^con  el 
nombre  \1q  Cueva  de  los  lobos. 

Aceptado  el  partido,  se  torció  rumbo  hacia '  aquel  punfo. 
Saltando  a  tierra  el  joven  marino,  ocultó  el  boté  entre  las  bre- 
fias  i  se  refujiócon  su  tripulación  en  la  espaciosa  cavidad  ifue 
ofrecían  las  rocas  batidas  por  el  mar. 


VL 


Se  pasó  aquel  dia  en  una  horrible  ansiedad.  A  la  fetidez 
que  exbalaba  aquella  mansión  de  lobos  1  tapizada  de  algas 


S96  HISTORIA  M  LOS  DIEZ  iSoS 

marinas»  8»  üoia  un  ¡nlenso  calor,  sin  que  luvieran  otra  cosa 
para  miligar  la  sed  devoradora  que  la  sofocacloa  del  sitio  les 
causaba,  sino  un  aguardiente  rancio  comprado  en  Tongoy. 

Al  fin  llegó  la  noche,  í  el  animoso  marino,  antes  de  eip- 
prender  de  nuevo  su  viaje,  quiso  ir  solo  i  a  pié  a  tomar  len- 
guas en  el  puerto  de  loque  pasaba r  a  fin  de  concertar  mejor 
su  partida.  Trepándose  por  entre  las  rocas  i  agazapájidose 
por  los  senderos,  llegó  al  fin  a  la  puerta  de  su  propia  casa, 
donde  su  m^dre,  vijjlante  e  inquieta,  le  dio  precipitadamente 
las  siniestras  nuevas  que  corrían.  Prieto  sabia  la  aproximación 
de  Carrera  i  babia  despachado  tropas  en  todas  direcciones, 
acordonando  la  playa  basta  la  Vega  de  la  Serena,  i  ordenado 
adeipas  que  una  chAlupa.  armada  saliera  de  Tongoy  en  per- 
secución de  los  fujitivos. 

Cepeda  voló  en  el  acto  a  la  Cueva  de  los  Lobos,  i  dando  a 
los  viajeros  la  voz  cía  alarma,  les  dijo  que  era  preciso  con- 
fiar solo  en  la  suerte  i  en  la  pujanza  de  los  remos  para  esca- 
par del  peíigrow 

Había  ya  pasado  la  media  noche  cuando  esto  sucedía,  I 
fueron  precisas  dos  horas  para  acerparse  a  la  playa  que  dá 
acceso  al  camino  de  ja  Serena.  Pero  una  vez  llegados  cerca 
de  la  ribera,  vióse  que  las  olas  reventaban  con  estrépito, 
azotadas  por  una  fresca  brísa  del  poniente  i  que  era  impo- 
sible atracar  el  bote  a  la  p'ay?,  sin  esponerse  a  hacerlo  zo- 
zobrar. ¿Qué  partido  toinar  ea  tal  conflicto? 

£1  coronel  Arloaga,  flaqueando  de  ánimo,  indicaba  el  re- 
fujiarse  a  bordo  de  la  Portland  o  de  la  Entreprenaníe^  buques 
de  guerra  estranjeros  surtos  en  la  bahia,  poro  Carrera  contes- 
taba que  se  echaría  mil  veces  a  la  agua  ántos  de  entregarse  a 
merced  de  los  ingleses,  los  mas  animosos  enemigos  de  la  re- 
volución. Poro  no  había  tiempo  que  perder.  La  prímera  cla- 
ridad del  día  iba  a  ser  la  sefial  do  su  perdición,  J  ya  una  tenue 


BB   LA  AimiNISTIUCIOIV  HÓRTT.  997 

alborada  marcaba  en  el  horizonte  la  vuelta  de  la  laz.  Garre* 
ra  puso  fin  a  toda  .Tacllacion,  ordenó  a  Cepeda  el  dirijir  la 
proa  resuellamente  sobre  la  playa  i  remara  todo  brazo  para 
encallar  el  bote.  Hízolo  así  el  atre?ido  timonel,  i  en  dos  vai^ 
Tenes  que  llenaron  de  agua  la  embarcación,  vino  esta  a  zo« 
zobrar  en  la  reventazón  misma  de  la  olq,  donde  los  marineroa 
lograron  arrastrar  a  los  viajeros  que  corrieron  el  riesgo  imi« 
nente  de  ahogarse,  escapando  el  mismo  Carrera  con  una  fuer- 
te contusión  en  un  pié,  que  no  le  permitió  andar  libremente 
en  mochos  dias. 

ubres  ya  en  la  playa,  Arteaga  se  dir^ió  con  los  marineros. 
Herrera  1  los  Sepülveda  hacia  la  calle  Nueva  que  croza  la 
Vega  de  la  Serena,  haciendo  el  circuito  de  la  playa,  mjéntraa 
qoe  Carrera,  con  VicuAaJ  Cepeda,  seguían  en  dirección  de  la 
Pampa,  para  entrar  al  pueblo  por  la  Portada.  A  poco  andar, 
los  últimos  fueron  sentidos  por  upa  avanzada  de  arjentinos 
que  mandaba  un  oficial  Quiroga,  mas  el  centinela  de  este 
puesto  supuso  que  los  bultos  que  cruzaban  por  el  paso  eran 
algunos  animales  que  pacian  sueltos  i  prosiguió  so  sueflo, 
mientras  que  los  dos  caminantes  tenían  la  fortuna  de  encon- 
trar el  caballo  de  un  campesino  que  custodiaba  unos  asnos, 
con  cuya  ayuda  llegaron  a  los  arrabales  del  pueblo,  al  que 
había  entrado  ya  Arteaga.Salió  al  encuentro  de  este  una  com- 
pañía del  batallón  civico,  avisado  el  intendente  Zorrilla  de  so 
aproximación  por  un  marinero  que  se  habia  adelantado. 


VIL 


Sucedía  esto  el  21  de  octubre  de  1851,  cuando  no  habla 
corrido  todavía  una  semana  desde  los  «om bates  de  Pefiuelas 
1  Pelorca.  £1  pueblo  de  la  Serena  habia  tenido  el  mismo  áoT- 

38 


S98  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AfiOS 

mo  en  taro  i  esforzado  ea  presencia  de^  ambos  hecbos.  Eriel 
primero,  el  regocijo  de  w  tríuofo  popular  había  afirmado  su 
entusiasmo  por  la  causa  de  la  revolución.  En  el  segundo,  una 
gloria  que  los  pueblos  solo  comprenden,  había  sellado  su  Té 
reToludonaria,  la  gloría  del  martirio.  Sus  hijos  inmolados 
eran  para  la  Sereña  .tan  queridos  i  tan  grandes  como  sus 
hijos  Tencedoresw  ' 

Animábales ''abora  dq  poco  lii  llegada  de  los  jeiés  de  la 
insurreccron,  cuyo  preslijío,  empafiado  un  tanto  por  el  des- 
calabro de  Petorca,  renacía  ahora,  al  contemplar  sus  harapos 
de  peregrinos  i  al  saber  ios  sufrimientos  de  su  tenaz  losada 
marcha  hasta  la  plaza»  Se  esperaba;  en  consecuencia,  no  soló 
resistir  a  Prieto,  que  se  encontraba  como  refujiado  en  Pa- 
los-negros, sido  a  las  fuerzas  qué  el  gobierno  enviara  por 
mar  á  fin  de  sut>yugarios. 

VIH. 

El  mismo  Arteaga,  con  una  dilijencia  estraordinaria  e  in- 
fatigable, peculiar  a  su  carácter  i  a  su  sistema  militar,  estaba, 
antes  del  medio  dia^  la  mafiana  de  su  regreso,  recorriendo  las 
calles  con  un  aire  tan  desembarazado  como  si  llegase  de  una 
fiesta,  i  aun  vestido  con  cierta  rebuscada  elegancia,  como  para 
dar  satisÜAccion  a  los  andrajosos  vestidos  con  que  se  habla 
presentado  en  la  ciudad. 

Dicese  qne  al  ver  la  disposición  del  pueblo  i  al  examinar 
los  primeros  trabajos  de  fortificación  que  se  hablan  ejecutado, 
aquel  sagaz  caudillo  esclamó  con  alegría  i  convicción.  «Si  el 
aaemigo  nos  da  48  horas,  la  plaza  no  se  rinde».  I  en  efecto, 
puesto  en  aquel  mismo  instante  a  la  tarea,  vela  en  tan  breve 
término  cumplido  su  ompefio.  «Al  cabo  de  48  horas,  dice  el 


DE  U   ABMmiSTRACION  MOIITT.  S99 

Difsmo,  en  naa  narraeion  orijiopl  i  suscinta  que  este  jefe  ha 
escrito  de  los  príocípules  snoesos  de  aquel  memorable  sU 
tío  (I),  la  Serena,  eon  gran  asombro  de  sus  habitantes,  se  ha-« 
liaba  en  aptitud  de  resistir  a  fuerzas  superiores  a  las  qué.debían 
estrechar  el  sillo  en  los  dias  subsiguientes».  £1  pueblo  en 
masa  ie  habia  ayudado  en  la  tarea,  habiéndose  publicado  un 
bando  por  el  gobernado^  de  la  plaza,  para  q^etodos  concu-^^ 
rriesen  con  Jas  herramientas  de  trabajo-  que  tuvieran  a  la 
mano,  a  fln  de  ocuparlas  en  este  servicio* 

Sin  darse  el  menor  reposo  desde  aquel  momento,  los  je- 
fes escapados  de  Petorca  se  habían  entregado  a  sus  tareas^ 
segundados  admirablemente  por  el  vecindario*  Carrera  rea- 
sumió el  dia  22  su  cargo  de  intendente,  que  el  honorable  | 
patriota  Zorrilla  le  devolvía,  después  de  haber  honrado  su 
puesto  con  importantes  servicios,  confiriéndose  a  Arleaga,  al 
mismo  tiempo,  el  titulo  superior  de  gobernador  de  la  plaza, 
que  constilura,  por  su  propia  naturaleza,  el  poder  supremo 
de  la  ciudad  sitiada,  dentro  de  cuyo  recinto  de  Uincberas,  la 
autoridad  civil  era  de  hecJbo  nominal  (S). 


IX. 


La  defensa  de  la  plaza  estaba  im'ciada  desde  la  aproxima- 

(1 )  E^ta  memoria  se  encuentra  orijinal  en  poder  de  los  señores 
don  Justo  i  don  Domingo  Arteaga  Alemparte,  hijos  del  coronel, 
qae  se  han  servido  ponerla  a  mi  disposición,  asi  cbmo  muchos 
papeles  importantes  de  la  cartera  privada  de  su  señor  padre. 

(2)  He  aquí  el  decreto  én  que  se  nombraba  a  Arteaga  gober- 
nador de  la  plaza.  ctScraita,  oeíii6ra  22  Ja  f8S8i-«-Para  la  mejor  el-» 
pedición  de  los  negocios  militare»,  se  nombra  nt  señor  don  Justa 
Arteaga,  gobernador  militar  de  esta  plaza  i  de  todos  los  otros 
puntos  del  departamento,  hasta  donde  crea  necesario  estender  su 
autoridad .-^Joi/JVtj^uW  Carrera.» 


300  HISTORIA  DE  LOS  D1BZ  aKOS 

clon  de  la  espedicíon  dol  norte,  como,  hemos  visto,  i  fallaba 
ahora  solo  el  completarla,  según  las  reglas  del  arle  niilllar, 
construyendo  sólidas  trincheras,  organizando  las  fuerzas  de 
un  modo  adecuado  para  el  servicio  de  las  fortificaciones  i 
creando  todos  aquellos  accesorios  indispensables  en  la  defen- 
sa de  una  ciudad,  tales  como  almacén  de  víveres,  maestranza 
para  la  fabricación  de  proyectiles,  hospitales  etc.,  para  todo 
lo  cual  el  jeiiio  especial  del  coronel  Arteaga  revelaba  dis- 
posiciones de;  detalle  verdaderamente  singulares. 

Veamos,  ^es,  como  aquel  distinguido  militar  científico  pro- 
cedió eq  Ia.orgam';utcion  de  su  plan  de  defensa,  que  ha  labra- 
do a  su  nombre  tan  justa  fama  entre  los  peritos  en  el  arte 
de  la  gqerra. 


X- 


El  perímetro  quo  debía  fortificarse  para  protejer  la  plaza  de 
alemas  de  la  ciudad,  centro  de  la  defensa,  junto  con  las  cua- 
tro manzanas  que  se  apoyan  en  sus  costados,  abrazaba  un 
circuito  de  nueve  cuadras,  en  cada  una  de  las  cuales  debía 
levantarse  una  trinchera.  La  descripción  que  hicimos  de  la 
planta  del  pueblo,  i  mas  que  todo,  el  plano  de  la  ciudad  que 
se  acompafia,  i  que  ha  sido  trabajado  a  la  vista  de  los  me- 
jores, datos,  nos  ahorra  por  ahom  el  entrar  en  pormenores 
sobre  las  diferentes  posiciones  i  puntos  estratéjicos,  que  nom- 
braremos con  frecuencia  en  el  curso  de  esta  relación.  Una 
ojeada  sobre  el  plano,  a  la  aparicioa  de  cada  uno  tie  estos 
nombres,  nos  evitará  el  consignar  aquí  una  engorrosa  no- 
menclatura de  calles,  iglesias,  cuarteles  etc. 

Para  construir  las  trincheras,  se  desempedraron  todas  las 
veredas  de  granito  del  recinto  fortificado  i  se  colocaron,  tra- 


DE  Li  AbMINISTRAClON  MONTT,  301 

badas  con  barro,  basla  la  altara  de  dos  varas  i  media,  de- 
jando otro  tanto  do  espesor,  por  el  frente ;  se  cabo  un  foso 
de  tana  vara  i  medía  de  profundidad  i  otro  tanto  dé  ancho; 
i  en  el  centro  de  la  trinchera  se  d6jó  un  portalón  abierto  para 
colocar  el  cafion  que  debia  de/enderla.  La  parte  superior  del 
parapeto  estaba  coronada  por  sacos  de  fierra  i  arena  que  sé  , 
levantaban  a  dos  o  tres  varas  sobre 'él  cimiento  de  piedra* 
¡  se  renovaban  a  medida  que  eran  ínuliirzados  por  el  fuego. 
Cuatro  dé  las  trincheras  eran  semi-circulares,  como  aparecen 
marcadas  en  el  mapa,  do  modo  que  podian  hacer  fuego  a  dos 
calles  distintas,  a  cuyo  fin,  dos  o  tres  de  estas  tenian  dos 
cañones,  o  uno  solo  jiralorio. 

En  la  parte  esterior  de  algunos  de  estos  reductos  i  en  el 
centro  de  la  calle  que  defendían,  pero  a  alguna  distancia,  so. 
enterraron  depósitos  de  pólvora,  que  conocidos  mas  tardo 
con  el  nombre  de  infiernillos,  inspiraron  una  especie  de  pá« 
nico  a  los  sitiadores  i  sirvieron  en  gran  tnanéra  paca  conte^ 
nerlos  en  sus  ataques.  Las  iHncheras  Núm.  6,  7  i  8,  quo 
eran  las  inas  espueslas  a  un  asalto,  tenian  estos  aparatos,  que 
encerraban  hasta  dos  arrobas  de  pólvora  i  algunos  tarros  de 
metralla.  Una  mecha  subterránea  los  ponía  al  alcance  de  las 
trincheras,  pero  nunca  pensó  hacerse  uso  de  esta  terrible  de- 
fensa, sino  en  un  caso  estremo,  que  tampoco  se  presentó  (1}. 
Algunas  de  tas  trincheras  tenian,  ademas,  a  alguna  distan- 
cia a  retaguardia,  parapetos  sucesivos  i  contrafuertes,  dqndo 
debia  sostenerse  la  infantería,  una  vez  que  hubiese  sido  re- 
chazada del  reducto. 

(4)  Sobre  la  constraccíon  de  Us  trincheras  i  demás  fortiiiot- 
ciones  de  la  plaza,  véase  en  el  Mercurio  ie  Yalparaito  de  enero 
o  febrero  de  I85S,  el  informe  que  despoes  de  rendida  aquella* 
presentaron  al  intendente  Vatenzuela  los  comisionados  especiales 
para  este  objeto,  el  rejidor  don  José  María  Concha  i  loa  agrimea** 
sores  Salinas  i  Osorío. 


302  BlSf  ORIA  M  LOS  DIES  1Ñ06 


XI. 


Trabajóse  por  el  ioleríor  de  los  solares  un  camino  cubierto 
de^ciotura  que  ligaba  todas  las  Irincberas ;  abriéronse  aspi- 
Uei'asea  las  murallas  que  quedaban  paralelas  a  la  linea  es- 
terna de  forliQcaciop,  para  colocar  la  fusilería  á  cubierto  de 
Ips  fuegos  del  enemigo,  i  construyéronse  algunos  fuertes  de 
fierra  i  fajina  en  los  punios,  que  estando  fuera  de  trincheras, 
9onvenia,  sin  embargo,   guardar,  i  como  los  cañones  esca- 
searon para  defender  estos,  oeurrióso  al  arlificio  de  poner 
iraxules  vasijas,  do  las  que  solo  se  veia  la  boca  por  entre 
ías  troneras,  haciendo  creer  a  la  distancia  que  el  tiesto  de 
greda  era  un  obús  de  formidable  calibre.  Toda  la  esplaoada 
de  la  Vega,  euque  se  apasenlabají  los  caballos  i  las  reses  de 
la  pla^  durante  el  stlio,  fué  defendida  pt)r  un  aparato  de  esla 
especie,  i  para  asegurar  tan  singular  patralia,  se  tuvo  la  pre-^ 
caución  de  disparar  de  cuando  en  cuando  un  cañonazo,  iih- 
(roduciendo  en  la  vasija  la  boca  de  un  cafion  volante  9l  que 
las  paredes  de  greda  del  íiesto  servían  de  frájil  curefia.  Eo 
cuanto  a  los  cañones  que  iban  a  servh*  en  las  Irínchenas,  ya 
hemos  v¡3lo  que  el  activo  intendente  Zorrilla  se  habia  pro*- 
curado  5  o  6  con  varios  arbitrios,  4  ahora  se  añadieron  dos 
culebrinas  que  un  mecánico  francés,  M.  Castaing,  que  prestó 
útiles  servicios  a  la  plaza,  habilitó  con  gran  labor,  pues  es- 
taban abandonadas  desde  la  guerra  de  la  independencia- 
Entre  los  10  o  12  cañones  de  la  plaza,  se  contaba  solo  uno 
del  calibre  de  2&,  colocado  en  la  trinchera  Nüm.  8,  siendo  la 
mayor  |)arte  de  a  4  i  de  a  6,  i  todos  tan  viejos  i  de  tan  mala 
calidad  que  varios  artilleros  perecieron  al  principio  en  ^u 
manejo. 


M    Li  ADMINlSTRAClOlt  MQNTT .  ^99 

/ 

XÍL 


La  pólvora,  pertrechos  de  guerra,  maeslranza^  cuartel  je? 
neraly  bospílal  i  almacén  de  vívereai  todos  los  aocesorios  no 
se  olvidaron  por  esto»  I  el  laborioso  geberoador  no  tardó  ofi 
acordar  lo  mas  cooveoienle,  de  aeuenlo  con  la  autoridad  d^ 
Til,  goe  en  estos  ramos  prestaba  un  ausilío  mas  especial  a  la 
defensa  de  la  plaza.  La  pólvora  de  mina-  qne  se  refino  en 
parte  para  la  fusilería,  se  depositó  fuera  de  la  cindad>  en  el 
higar  conocido  con  el^nombre  de  Punta  de  Tealtaos,  a  orillaa 
del  mar,  desde  donde  un  emisario  seguro  iba  a  conducir  de 
vez  en  .cuando  algunas  cargas,  qne  cabria  de  pasto  para  en-< 
gaflar  la  vijílancia  de  las  partidas  enemigas  que  guardaban 
los  pasos  en  aquella  dirección. 

Establecióse  en  la  casa  de  la  intendenoia^  el  almacén  4n 
proyectiles  que  se  fundían  de  relazos  do  cobt*e,  ose  corlaban 
de  espesas  barras  de  fierro  o  de  trozos  de  vicgas  cadenas  (1), 

(1)  Construyéronse  taml^ien,  bajo  la  dirección  del  injenípso 
oBclai  Lagos  Trujíllo;  onas  pequeñas  granadas  de  mamo  que  con* 
sistian  en  tarros  de  lata,  del  tamaño  de  un  Taso  eomon  par)i  beber^ 
IJenos  con  pólvora  i  fragmentos  de  fierro,  para  lo  que  se  reco* 
jian  los  restos  dé  las  boníbas,  granadas  i  metrallas  disparadas  por 
el  enemigo,  por  niños,  a  quienes  sé  pagaba  con  este  objeto.'  lina 
mecha,  mas  o  menos  larga,  permitía  arrojpr  estos  proyectiles  a 
gna  distancia  gradual,  de  manera  que  este  aparato  se  hizo  co-* 
mo  una  arma  especial  i  -terrible  en  el  sitio,  pues  caia  sobre  las 
trincheras  enemigas  de  una  manera  invisible,  i  tirado  a  mano  sin 
hacer  ningún  estrépiío.  Los  soldado»  enemigos  atribulan  a  estas 
pequeñas  granadas  algo  de  infernal  i  las  suponían  llenas  de  pre« 
paraciones  químicas  venenosas;  pero  esto  no  pasaba  de  ser  una 
quimera,  como  la  de  la  perforación  subterránea  de  toda  la  plaza, 
por  medio  de  infiernos,  lo  que  puso  en  un  espanto  constante  a  lo9 
sitiadores. 


804  BISTORU  Bt  LOS  BIBZ  AfiOS 

mléiilras  que  la  maestranza*  bajo  la  dirección  del  mayor 
don  Pablo  Argandofiat  era  instalada  en  vn  edificio  bajo , 
anexo  a  la  catedral  i  protejido  por  las  murallas  de  piedra  de 
este  hermoso  templo^  La  misma  catedral,  cuyo  claustro 
efpocia  un  exelente  abrigo,  servia  de  cuartel  jeneral  i  en  su 
inmediación,  Arteaga  estableció  sn  propio  domicilio,  en  elqu9 
se  procuraba  cuantas  pequeñas  comodidades  sus  hábitos  es^ 
morados  le  bacian  apetecibles,  porque  el  espíritu  de  minu- 
ciosidad de /este  ofipial  es  el  rasgo  mas  sobresaliente  de  sus 
cualidades  militares  i  privadas.  Otro  claustro  (el  del  conven* 
to  de  S^nto  Domingo],  que  servia  a  la  vez  de  cuartel  de  caba->. 
Hería  i  de  refujio .  a  las  familias  mas  desvalidas  del  pueblo 
que  ppeferian  quedar  dentro  de  trincheras,  fué  destinado 
también  para  hospital  militar  i  campo  santo.  I  por  último, 
el  almacén  de  víveres  i  principalmente  de  harina/  arlicnlo 
tan  abundante  en  la  plaza  que  llegó  a  venderse  al  enemigo 
por  tnterpósita  mano  a  fin  de  procurarse  dinero,  fué  coloca- 
do en  una.  casa  en  el  costado  sud  de  la  plaza  i  se  hizo  una 
especie  de  matadero  de  roses  en  un  patio  de  Santo  Domingo, 
miéotras  que  otros  edificios,  ya  pübficos,  ya  particulares  s9 
destinaban  a  cuarteles  para  la  tropa  o  para  otros  fines  de 
guerra,  como  avanzadas  i  reductos  salientes. 

El  gobernador  no  desdeñaba  ningún'  detalle,  i  en  el  corso 
del  sitio,  llegó  hasta  sellar  moneda  con  un  mote  especial  que 
decia,  en  el  anverso  del  ciiflo— Vtva  el  jeneral  Cruz,  i  en  el  re« 
Terso  tenia  esta  otra  inscripción— £t'&ér /a/,  igualdad  i  Fraíer-^ 
nidadj  habiendo  arreglado  antes  de  una  manera  exacta  la 
cootaduria  militar  de  la  plaza.  La  Serena  presentaba  en  estos 
dias  la  ioiájen  de  una  colmena  de  afanosos  trabajadores,  i 
las  señoritas  mismas  no  permilian  sus  manos  quedar  ociosas, 
i  solo  dejaban  la  costura  de  los  sacos  de  metralla,  para  ocu- 
parse de  hacer  vendajes  i  preparar  hilas  para  los  heridos.  En 


Ift*  LA  ADHINlStRiCION  MONTt.  30S 

}Mérai;tode8-los  thabajos  qne  se  hacían  para  la  dcFünsa  de 
ia  plaza  eon  tan  ardiente  e  infatigable  Icson,  so  ejeculabaa 
bajo  la  hinddiala  direccíoa  del  gobernador  müílár,  del  ma-> 
70r<le'pl«za  Alfonso. i  del  mayor  de  arliUeria  Onfray,  pero 
to(fes'la9  0lasé8-del  pueblo,  no  menos  qde  la  anloríd^d  civil; 
tomaban  parte  en  aquótla  faena  del  patriotismo  i  del  denuedo. 
Es  preciso  advertir,  sin  embargó,  que  muchos  de  estos  tra- 
bajos eran  solo  provisorios  i  que  fueron  afianzándose  i  modi^ 
f  cindose  dorante  el  curso  del  süío,  hasta  poner  la  plaza  en 
el  pié.de  ser  inospngnable,  pues'se  dijo  entonóos  por  losofi-^ 
cíales  mas  capaces  de  la  división  *^¡tíad6ra  que  habría  sido  ne^ 
eesario  ei  ataque  simultáneo  de  dos  o  tres  mil  hombres  do 
bWDtt  tk'opa  para  tentar  un  asalto  jeneral  con  probabilidades 
de  buoD  éxito. 

xni. 


En  cuanto  a  la  tropa  que  iba  a  sostener  la  defensa  de  una 
manera  tan  heroica,  su  denuedo  debia  suplir  su  escaso  nu- 
mero» Se  contaba  solo  con  un  centenar  de  changos  o  pesca- 
dores del  puerto,  soldados  de  la  brigada  de  artillería  que 
servían  loscafiones,  con  300  hombres  del  batallón  cívico  que 
estaba  distribuido  por  piquetes  en  las  9  trincheras  i  con  200 
mineros,  que  un  valiente  soldado,  antiguo  descrlgr  del  Yungay, 
del  nombre  de  Gaete^  babia  sublevado  en  el  mineral  de  Bri- 
Ilador  i  conducido  a  la  plaza  en  los  primeros  dias  del  sitio, 
en  que  prestaron  una  cooperación  eGcacisíma  en  todos  los 
trabajos  qne  requerían  el  uso  del  combo  i  la  barreta.  Esto 
batallen,  que  recibió  el  nombre  de  Defensores  de  la  Setena^ 
pero  ^e  so  bauliió  a  al  mismo  con  el  mas  popular  de  los 
YungayeSj  iba  a  ser  el  nervio  del  sitio,  sirviendo  como  cuerpo 

39 


HISTORIA  DE  LOS    VUU  aSOS 

de  reserva '  para  resistir  los  ataques  i  enpreoder  las  mas 
osadas  acometidas  contra  el  enemigo,  junto  coa  los  ciada-* 
daaos  armados,  cuyo  número  pasal)a  de  200,  pero  que,  sin 
embargo,  no  hacian  un  servicio  regular.  El  tQtal  de  ]a>gvar«- 
nicion,  podia  regularse  en  600.  hombres,  bien  que  solo  400 
estujriaroB  ea  servicio  <^enstante  sobre  lastriacheras  ( i}^ 

Las  diferentes  comisiones  militares  se  distríbuyeroa  con 
acierto,  siendo  nombrados  capitanes  de  trinchera  los  jóvenes 
que  mas  valor  habian  desplegado,  creándose  mayor  de  plaza 
al  bravo  e  intelijente  injenierodon  Antonio  Alfonso  i  dándose 
a  un  oficial  franees,  Mr.  Onfray,  hombre  capaz  i  aguerrido 
que  sirvió,  sin  embargo,  solo  durante  los  primeros  tiem|>os 
del  sitió,  el  empteo  de  mayor  de  artillería,  ramo  en  el  que 
era  muí  versado. 

XIV. 

Fallaba  solo  un  pequefio  cuerpo  de  caballería  para  com- 
pletar la  organización  de  la  defensa,  que  ya  se  habla  adelan- 
tado sobre  manera  en  los  primeros  8  dias  después  de  la  lle- 
gada de  Arteaga^  cuando,  de  un  modo  casi  prodijioso,  el  jenio 
militar  i  la  audacia  de  un  joven  soldado  vinieron  a  propor- 
cionar a  la  plaza  aquej  auxilio,  que  seria  el  principal  elemento 
de  la  defensa.  En  la  tarde  del  30  dé  octubre,  avistóse,  en 
efecto,  un  grupo  de  jinetes  que  bajaba  desde  la  altura  del 
Panteón  a  rienda  tendida!  se  dirijla  a  una  de  las  trincheras, 

(t)  Véase  on  el  documento  núm.  15  el  curioso  estado  que  he- 
mos copiado  de  los  papeles  del  coronel  Arteaga  sobre  la  distribu- 
ción de  las  fuerzas  en  las  trincheras,  designación  de  los  coman- 
dantes de  estas,  dotación  de  oficiales  etc.  Los  comandantes  apun- 
tados en  las  listas  fueron  cambiados  sucestyamente,  i  trinchen^ 
hubo  que  contó  durante  el  sitio  con  tres  o  cuatro  Jefes. 


DE   LA   ADMINISTEACION   HOIITT.  307 

como  para  asilarse  contra  la  persecución  de  las  parlidas 
enemigas,  que  desde  a^eldia  comenzaban  a  estrechar  la 
plaza.  Los  artilleros  sorprendidos  i  sospechando  una  embos- 
cada, corrían  a  sus  cafiones,  i  cuando  ya  iban  a  aplicar  ei 
lanza-fuego  sobre  la  columna  de  30  o  mas  desconocidos  que 
galopaba  por  la  caire,  una  voz  los  detuvo,  esclamando  Es 
GalleguiUos  I 

Era  Galleguillos,  en  verdad,  ^  mismo  sárjente  de  la  caba- 
llería de  Ovalle  ascendido  a  mayor  en  la  campana  de  Petorca, 
que  vimos  avanzó  desde  este  pueblo  sobre  Putaendo  la  vis- 
pera  déla  batalla  i  que  regresaba  ahora  a  ser  el  comandan- 
te de  earabinerós  de  la  plaza,  cuerpo  que  él  debía  Termar 
con  la  base  do  hombres  montados  que  en  esta  tarde  le  seguían. 
Gomo  había  realizado  aquel  intento  singular,  es  lo  que  va- 
mos a  narrar  en  el  capítulo  siguiente. 


CAPITULO  XD. 


ii  MmuiiNuin  (MUifiíiuts.  «> 

La  deseobierta  de  la  división  dé  Coquimbo  llega  al  Talle  de  Pa- 
taendOy  al  mando  de  Vicuña.— Encaentro  de  vanguardia  con 
las  fuerzas  del  Gobierno.^-Inmineneia  e  importancia  rerola^ 
Clonaría  de  un  desbandami^nto  de  las  milicias  de  Aconcagqa«-<- 
Vicuña  siente  el  cañoneo  de  Petorca  i  se  replega  al  norte.— 
Sabe  en  la  cuesta  de  la  Mostasa  la  derrota  de  la  di¥ision«**Pánico 
i  ezajeracJon  del  desastre.*^Desaliento  i  dispersión  del  desta« 
cemento  de  Vicuña.— Se  refujia  este,  junto  con  Galleguillos, 
en  un  valle  de  la  cordillera.— Salen  al  valle  de  Aconcagua  i  se 
separan  en  la  sierra  de  Santa  Catalina«-Jos¿SiLTBSTBB  Galle- 
€uiLL08.-^Bn  su  roarcM  al  norte,  organiza  una  montonera  i  se 
apodera-  de  Ovalle.— Entra  a  la  Serena,  a  la  cabeza  de  una 
guerrilla,  a  la  vjsta  del  enemigo. 

I. 

Al  rematar  et  capitulo  T."",  dejamos  al  oficial  Vlcufia  que 
marchaba  el  día  13  sobre  Putaeudo,  desde  Petorca,  con  una 

(I)  Este  capítulo  no  ofrece  mas  interés  que  el  relativo  al  nom- 

«  que  lo  encabeza.  Por  lo  demás,  es  como  un  fragmento  de 

'-'■'*      *^  fast     "i^rto  punto  de  la  unidad 

.  o»    ',.     P«<  innayeiies,  se  adelanta'  , je  sin  perder  la 

•flores,  ha^a  ponerse  al  hábh  ' ' 


310  HISTORIA    BE  LOS    DIEZ    Afi09 

columna  de  50  hombres,  de  los  que  quince  eran  oficiales, 
desuñados  a  ponerse  al  frente  de  las  milicias  de  Aconcagua^ 
tan  pronto  como  esla  provincia  s&  pronunciase  por  la  revoló^ 
cien,  lo  que,  en  efecto,  sucedió  a  nuestra  aparición,  de  una 
manera  tan  desastrosa  como  desacertada.  Entre  aquellos  ofi- 
ciales, iba^  como  de  costumbre,  al  lado  de  Vicufia,  el  sárjente 
mayor  GalieguiHos. 

Vícuüa  hizo  consnpequefia  columna,  en  una  sola  jornada, 
la  travesía  de  20  leguas  d^  montañas  que  separa  a  Petorca 
del  valle  de  Pulaendo,  sin  darse  mas  reposo  que  el  que  la 
fatiga  de  los  cabaHos  requería,  al  caer  junto  con  la  noche  en 
el  valle  intermedio  de  AlicahOe.  A  su  paso,  éxijió  del  opu- 
lento propietario  de  estas  haciendas,  que  se  esUenden  desde 
la  cordillera  hasta  el  pueblo  de  h  Ligua  en  la  vecindad  del 
mar,  don  Manuel  José  de  la  Cerda,  una  porrata  de  doscientos 
caballos,  que  en  el  acto  se  mandó  reunir,  I  los  que,  a  la  ma- 
Aana  siguiente,  aguardaban  aun  en  maypr  numero  a  la  di- 
Vision,  ofreciéndole  un  auxilio  mui  oportuno,  si  hubiera  llegado 
aquella,  como  pudo  hacerlo  sobradamente,  con  una  marcha 
forzada  el  día  13. 

Al  amanecer  del  IB,  Vicufia  asomaba  sobre  el  valle  de 
Putaendo,  sorprendiendo  un  escuadrón  de  caballería  de  Gatemu 
que  estaba  de  avanzada  eñ  una  quiebra  del  terreno  i  que  se 
ocupaba  en  aquel  instante  de  ensillar  sus  caballos.  En  la 
confusión  de  la  sorpresa,  se  hicieron  cinco  prisioneros  i  se  re- 
cojieron  algunas  monturas,  lanzas  i  caballos. 


II. 


El  jefe  de  la  vangu?  .4  instruc- 

ciones para  alacárV^-  orminantes  de 


m  LA  ADtlNlSTRAGlON  MONTT.  311 

entrar  de  pa2  en  oí  vsiRét  :el  knimo  de  cuyos  trabitanlod  se 
•aponía  afidonado  a  ntftBlrA:6aHsa.  Recelo96>  adem^^  el  co- 
ronel Arleaga  de  que  íá  jaVeatud*  (}ei  ioísperte  eanditlo,  le 
precipitara  de  nueye  en  nn  lance  temerario,  como  el  que 
habia  ocnrrido  en  Ulapel,  le  liízo' encardó  especial  de-no  dis-. 
parar  un  solo  tiro,  de  mantenerse  eslriclameote  a  la  defen- 
áfa,  ai  era  atacado,  i  por  üHíibo,  de  repteg^rse  sobre  el 
de  la  división  que  marchaba  a  retaguardia,  tan  pronto 
sintiera  a  sus  espaldas  dispares  de  cafioa. 
SojeUnidose  a  estas  órdenes,  Vicuña  ordenó  a  su  destaca- 
meato  el  ecbar  pié  a  fierra  i  mantenerse  firme  sobre  un 
portOEvelo,  al  que  babia  llegado  persiguiendo  al  escuadrón 
enemigo,  que,  a  sutoz,  se  habla  detenido  en  dispersión  al  pfé 
de  aquoHa  pequeña  eminencia.  Uedilaba  el  joven  revolucio- 
nario i  consaltaba  con  su  segundo  Galleguillos  el  plan  que 
adoptarla,  si  hubiera  -de  oponer  resistencia  aquel  escnadron 
de  milicianos,  üníca  fuerza  que  creía  iban  a  encontrar  ensu 
camino,  antes  de  penetrar  en>  el  vallo,  cuando  se  acercó  un 
paisano  que  venia  a  rienda  tendida  desde  la  falda  que  ocu- 
paba el  enemigo.  Por  una  rara  coincidencia,  era  esto  un  an- 
tiguo mayordomo  de  la  casa  de  Vicufia,  llamado  Galindo, 
adicto  a  la  eausa  i  que  sin  sospechar  la  presencia  de  aquel 
If^'on,  a  quien  no  habia  visto  desde  su  infancia,  venia  a  avi- 
8arU||iio  el  escuadrón  del  valle  manifestaba  síntomas  dead- 
hesion^^i  la  fuerza  revolucionaria,  añadiendo  que  el  oficial 
qne  lo  mxQdaba,  del  nombre  de  Guarda,  le  babia  dicho  a  él 
mismo  en  lersona  la  noche  anterior»  que  su  áoímo  era  pa- 
sarse a  la  di  legión  de  Coq nimbo  tan  luego  como  la  avistara, 
Estinlolado  por  este  avisó  que  corroboraban  nuestras  conni- 
vencias nvolucioiArías  en  la  provincia  i  las  promesas  desús 
vecinos  ms4  influyoiieg,  se  adelaoló  en  el  acto  el  joven  ofi- 
cial con  4  Uralores,  ba^ a  ponerse  al  habla  con  los  soldados  ene- 


3i2  HISTORá  DE  hiA  i9«E.^as 

migos,.  (le^acbando  áoles  mlimaciofi  ,9!  jefa  de*  las  ímmÉ 
de  {nfanléria,.que*GajiQda  le  aio8HlJ9b&*t]é'iDror{nar  m  mante* 
niaQ  en  la^inmecU^oioi^es^^  ]$  éiirrada  úbI  valle  {\}. 

Vanas  fueron  .to(^V  Íá^;cri^iúo9lramnas  de  pazi.  beneTO-!* 
jenciaqjiíe.  ae  hacia.  aUí^s  turbados  i  vaciiantes  miliciaBps»  i  aun 
cuando  Vicuaa  arrojó  a  "los  pies  de  su  caballo  la  manta  eo*^ 
carnada  que-  usaba  i  enarboló  en  una  do  las  lanzas  de  los 
prisioneros  un  pañuelo  blanco;  i  basta  dio  suelta  a  tfos  á% 
estos  para  que  manifestaran  a  sus  carneradas  sus  IntancioBes 
añíislósas,  apesar  de  todo»  los  jinetes  del  valle  se  mantenían 
dispersos  i  haciendo  jirar  sus  caballos,  como  sLteqiieran  mies- 
tros  fuegos,  pero  sin  dar  seflal  alguna  de  hostilidad,  sea  por 
indecisión»  sea  porque  aguardaban  el  refuerzo  de  iofanleria 
que  no  tardó  en  aparecer  sobre  una  ondulación  del'  terreno» 
haciendo  brillar  sus  fusiles  a  los  primeros  rayos  del  sol 
cíenlo. 


III. 


La  porfía  con  que  hablamos  instado  a  los  milicianos,  se  com« 
prenderá  fácilmente,  cuando  se  calcule  que  la  mas  leve  de- 
fección de  tropa,  acto  eminentemente  conlajioso  en  las  milici-'^ 
i  a  presencia  del  enemigo^  habría  tenido  una  inmensa"^" 

(1)  Fué  portador  de  esta  nota,  escrita  con  lápiz  sobre/^'**  *>**• 
de  papel,  i  en  la  que  se  amenazaba  a!  jefe,  a  quien  iba  d'^J'^^»  ^^^ 
los  últimos  rigores  de  la  guerra,  en  caso  de  resistencia.''^  joven  don 
Juan  Manthon,  hijo  de  un  respetable  ingles^  vecinrde  Pet,órca,  «I 
cual  fué  recibido  de  la  raauera  mas  desctjmedida  i  a»<*  brutal  por  los 
oficiales  de  la  división  que  el  coronel  Lima  acaV^ba  de  organizar 
en  Putaendo,  pues  fué  despojado  de  sus  armas  de  su  caballo  i  aun 
de  su  ropa  i  encerrado  en  qn  cuarto,  despi^s  de  cubrirlo  de  ¡n-» 
sultos. 


DB  LA  ADimiSTEAGIOll  lUmTT.  3t3 

portancia  en  la  oampafia,  í  acaso  hubiera  decidido  do  m 
saerle  favorable»  apesar  del  desastre  de  Petorca. 

1  en  verdad,  ¿como  hubiera  podido  defenderse  el  gobierno 
de  la  capital,  una  vez  sublevados  los  escuadrones  de  Acón-* 
cagua,  ales  que  se  habmao  unido  los  jendarmes  que  llegaban 
esedia  de  la  capital  con  jefes  cobechados  para  pasarse  a  nues- 
tras ülas,  i  cuando  aquella  desorganización  hubiera  cundido 
como  la  electricidad  del  rayo  en  la  opinión  comprimida  de 
la  capital  i  de  Valparaíso,  que  abenas  lardó  una  semana 
(el  28  de  octubre]  en  estallar? 

Mas,  la  aparición  de  los  firsileros  enemigos  desvanecía  toda 
esperanza  de  un  desbandamlenlo,  i  Vicufla,  sometiéndose  a 
sus  instruccionesi  se  replegó  sobre  un  morro  erizado  de  ar-^ 
bustos  i  peñascos  que  dominaba  un  flanco  del  portezuelo 
I  situó  ahí  su  tropa,  con  la  resolución  de  defenderse  hasta  el 
último  trance,  si  era  atacado,  porque  esperaba  por  momen-- 
tos  el  aviso  de  que  el  grueso  de  la  división  se  aproximaba. 

El  coronel  Luna  se  mantuve,  toda  lamafiana,  en  una  acti- 
tud de  observación  i  recelo,  porque  aunque  su  columna  |^a-« 
»ba  de  500  hombres,  entre  infantes  i  caballería,  sospechaba 
que  el  destacamento  de  Vicufia  era  la  descubierta  de  la  d¡^ 
Vision  Li  Coquimbo,  pues  asi  se  lo  habia  escrito  este  último, 
como  ardl&  de  guerra,  con  el  pariamentario  Manthon. 


IV. 


Bácia  la  una  de  la  tarde,  cuando  ambas  fuerzas  oslaban  a 
la  vista,  hízose  oír  un  ruido  profundo  i  prolongado,  que  las 
gargantas  en  que  estábamos  acampados,  reperculian  débiU 
mente.  ¿Que  significaba  aquel  lejano  estampido ?~No  podía 
ser  sino  la  sefial  convenida  para  quo  la  vanguardia  se  reple^ 

40 


su  BtftTMIA  Dfi  LOS  DIEZ  AÑOft 

gase  a  !a  dlyisioD,  i  «n  el  acto  de  cerciorarnos,  ejecnlamos 
un  moTimienlo  retrógado,  dejando  por  precaución,  entre  tas 
rocas,  al  capitán  Juan  Mufioz,  el  osado  mozo  que  babia  cap- 
turado a  Lopetegui  en  la  Serena,  con  4 fusileros,  paraburiar 
la  vijílancia  do!  enemigo  que  teníamos  al  frente. 

Logramos  tal  intento,  i  caminando  con  la  rapidez  que  el 
estado  deplorable  de  nuestros  caballos  permitía,  llegamos 
al  bajar  el  sol  al  portezuelo  de  la  Mostaza,  donde  un  faldeo 
suave  i  seguro  ofrecía  un  bivaque  cómodo  para  la  díTision 
que  esperábamos  por  instantes.  Los  tiros  de  cafion  parecían 
haberse  sentido  solt)  dos  o  tres  leguas  a  retagulardia* 

Inspeccionábamos  el  campo  con  el  mayor  Gal teguUlos  para 
dar  aviso  al  coronel  Arteaga  de  aquel  ventajoso  terreno, 
cuando  vimos  aparecer  en  la  cima  del  portezuelo  dos  cara- 
binerosde  la  partida  dolos  Yerdes^  que  bajaban  precipitada- 
mente por  el  sendero,  trayendo  cada  cual  un  caballo  de 
diestro.  Es  la  descubierta!  nos  dijimos  uno  al  otro,  Galle- 
guilles  i  yo,  saliendo  al  encuentro  de  los  cazadores,  pero  al 
llegar,  díjonos  uno  de  ellos,  con  ese  acento  ronco  i  profundo 
que  se  asemeja  al  disparo  de  una  arma  que  ha  sido  rota  ^t 
estallar:  Señor!  venimos  derrotados!  Aquellos  dos  jinetes 
eran  los  primeros  dispersos  de  Petorca^  que  llegahaa  en  la 
dirección  del  sud....  El  ruido  que  nos  había  alarmado  a 
medio  día  era  el  cañoneo  infausto  do  aquella  derrota,  incom- 
prensible en  tal  momento  para  nosotros. 

Nos  recobrábamos  ya  de  tan  súbita  sorpresa,  cuando  se  apeó 
o  nuestro  lado  de  un  caballo,  que  parecía  morir  de  fatiga, 
un  oBdal  de  artillería,  que  nos  confirmaba  con  su  palidez  i 
su  emolen  el  desastre  de  aquel  día.  Parecíanos,  empero, 
imposibte  el  que  la  batalla  hubiera  tenido  lugar  en  Petorca, 
a  cuyas  puertas  hablamos  dejado  el  ejército,  treinta  horas,  al 
menos,  antes  del  momento  en  que  la  refriega  se  había  trabado. 


DK  LA  ADHmiSTRAG105  tONTT.  315 

Pero  las  nuevas  que  se  dan  en  la  guerra  por  los  que  se 
salvan  del  campo  del  desastre»  son  siempre  tan  terribles  en 
su  exajeracion,  que  parecería  que  el  manto  de  la  muerte 
cabriese  lodo  lo  que  rodea  al  fujilivo.  Aquel  oficial  respon- 
dió con  un  golpe  de  rayo  a  cada  una  de  nuestras  preguntas 
i  ávidas  interrogaciones.  Segün  él,  habían  perecido  todos  los 
jefes,  Carrera,  Arteaga,  Salcedo ;  él  Aa6ta  msío  espirar  a  ta- 
les ¡  cuales  amigos,  i  por  último,  él  habia  comtemplado  con 
sos  propios  ojos  el  cadáver  sangriento  de  mi  hermano.... 

Aquel  cúmulo  de  horrores  dio  uñ  vuelcor  a  mi  corazón. 
Sentí  que  una  opresión  eslrafia  sacudía  mi  pecho  i  traia  a  mi 
garganta  heces  amargas  que  daban  paso  atondes  sollozos. 
Desde  aquel  instante  de  íntimo  dolor  i  de  una  turbación  tan 
súbita  i  tremenda,  todos  los  bríos  físicos  cedieron  a  la  flaque- 
za del  espíritu^  i  me  sentí  un  hombre  perdido.  Gaileguillos, 
acaso  aquella  vez,  única  en  su  rápida  vida  de  soldado,  com- 
prendió que  su  pecho  también  desfallecía.  Mi  mirada  inquieta 
encontraba  en  la  suya  el  reflejo  del  último  arranque  del  alma, 
que  brilla  en  la  frente  herida,  como  la.llamarada  del  candil  al 
espirar. 

Apenas  tuve  fuerzas  para  decir  un  adiós  a  los  fieles  solda- 
dos que  se  habian  agrupado  en  nuestro  derredor  i  que  con 
ojos  húmedos  venian  a  estrechar  nuestra  mano,  ofreciéndonos; 
como  el  último  voto  de  su  lealtad,  el  juramento  de  que  mo- 
rirían fieles  a  su  bandera.  Cuantos  de  aquellos  bravos  mu-« 
"bachos  hemos  vuelto  a  encontrar  mas  tardé,  cargando  en 
'  imbros,  ya  robustecidos,  el  fusil  del  mismo  bando  que 
nos  avasallara,  pero  que  todavía,  desde  él  fondo  del 
^novaban  a  nuestro  postigo  de  prisioneros,  aquel 
juramento  del  enmarada  ] 


310*  OlSTOftlA   DE  LOS  DIEZ    aSOS 


Nuestra  sUaacion  era.  tan  crítica  en  aqael  momento  que 
positivamente  no  podíamos  escapar  del  enemigo.  A  nuestro 
frente,  teníamos  la  columna  de  Luna,  i  a  retaguardia,  el  ejér- 
cito yencedor  en  Petorca»  mientras  que  por  un  flanco  se  Ie-> 
yantaba  la  inaccesible  cadena  de  los  Ánjeles^  guardada  pof 
numerosos  destacamentos  apostados  en  los  senderos,  i^or  ei 
oriente,  en  la  opuesta  dirección,  la  Cordillera,  impracticable 
todavia  por  las  nieves.  Solo  en  las  faldas  de  esta  podíamos, 
encontrar  un  abrigo^  i  después  de  decir  a  los  oficiales  que 
tomara  cada  cual  su  partido,  nos  dirijimos  en  nuestros  caballos 
ya  exhaustos,  hacia  la  Cordillera.  Galleguillos  i  el  capitán 
don  Benjamia^  Lastarria  habían  elejído  el  marchar  comnigo 
por  aquel  rumbo. 

A  poco  andar,  Uñando  ya  cerraba  la  noche,  encontramos 
un  jinete  que  daba  la  vuelta  de  las  cerranías  i  que  nos  dijo 
ser  el  manco  Bustamante^  un  viejo  de  buena  voluntad^  pero 
idiota,  que  se  nos  ofreció  por  guia  para  ganar  una  eminenéia 
vecina,  llamada  el  cerro  de  la  Achupaya,  donde  nos  veríamos 
salvos  de  todo  riesgo  inmediato. 

Anduvimos  por  hórridos  despefiaderos  toda  aquella  ooehe, 
i  solo  cerca  de  las  dos.  de  la  mafiana,  nos  encobtramos  6Q^  la 
eima  del  áspero  pico  de  la  Achupaya,  cuyos  flancos  de  gui-i 
jarros  movedizos  nos  hacían  rodar  junto  con  nuestras  míseras 
monturas,  por  trechos  considerables^     . 

Nuestro  guia  nos  abandonó  aquí  i  regresó  al  bajo,  juran-* 
donod  i^a  "dar  secreto.  Cuando  nos  jimos  solos,  pensamos 
en  reposar,  pero  no  teníamos  mas  abrigo  c  /  cavidad  de 
las  rocas,  porque  el  suelo  estaba  sc^.  /ado  (' 


DE    LA  ADHINISTRiCIOÑ  HONTT.  317 

chonos  de  nieve  conjelada,  cuyo  contacto  nos  adormeció  un 
instante,  pero  luego  vino  a  despertarnos  la  primera  luz  del 
nuevo  dia,  que  aparecía  descorriendo  a  nuestros  ojos  el  in- 
menso panorama  de  verdes  valles,  de  mesetas  aplastadas, 
i  de  cadenas  de  cerros  que  iban  a  morir  en  la  ribera  del 
mar,  tendido  como  una  ráfaga  azul  en  la  distancia,  mién- 
tras,  por  el  frente,  se  alzaba  la  fríjida  cresta  de  los  Andes, 
coronada  per  la  jigantesca  i  blanquecina  diadema  del  pico  dt 
Aconcagua.  Aquel  paisaje  era  grande  i  subKme,  contemplado 
por  tres  fbjitivos  desorientados,  que  no  tenían  mas  amparo 
que  las  grietas  de  un  pefiasco  i 


VI. 


Nos  entregábamos  a  nuestras  primeras  cavilaciones  sobre 
el  partido  que  deberíamos  tomar  en  lance  tan  apurado,  cuan- 
do Galleguillos  creyó  percibir  un  lejano  ladrido,  que  sentía 
acercarse  lentamente  por  las  gargantas  del  bajo.  Esperto 
¡suspicaz,  como  un  contrabandista,  el  joven  mayor  tomó  su 
gorra,  la  revolcó  en  la  tierra,  para  darle  el  color  de  las  ro<^ 
cas  que  nos  ocultaban,  i  se  puso  en  espracion  de  loque  pasaba 
en  las  quebradas  que  conducían  a  la  altura.  Su  ojo  certero 
descubrió  pronto  una  variedad  de  movimientos  que  se  ope^ 
raban  por  diversas  partidas  déjenle  en  las  faMals  de  aquella 
encumbrada  cadena  I  que  desde  iuego  nos  hizo  creer  eran 
tropas  destacadas  en  ftoestra  persecución,  por  denuncio  que 
habla  dado  nuestro  noclurr^o  guia  el  manco  Bustamanle ; 
i  como  comprendíamos  que  toda  resisíoncia  era  vana,  apesar 
de  que  conservábamos  nuestras  pístoías  i  espadas,  quisimos 
aguardar  su  aproximación  para  intentar  escaparnos  a  pié  ea 
dirección  opuesta  a  aquella  por  la  que  fuéramos  asaltados. 


348  OISTORIA  DE  LOS  IH£Z  AÑOS 

Gallegaillos  oo  lardó  en  avisarnos  que  la  parljda  quo  se  veia 
en  el  bajo  se  dividía  en  dos  trozos,  qoe  se  diríjian  por  con- 
trarios rumbos  a  la  altura,  mientras  que  por  opues^  lado, 
en  dirección  al  valle  de  Puiaendo,  subía  otra  partida  que 
arriaba  por  delante  una  madrina  numerosa  de  caballos, 

Al  fin,  nuestra  ansiedad  tuvo  término,  i  vimos  llegar  sobre 
la  cumbre  los  tres  grupOs  sucesivos  que  habíamos  descubier- 
to en  la  distancia.  £1  buen  manco  nos  había  sido  fiel.  Lajeóte 
que  llegaba  por  el  sud  eran  los  vaqueros  de  la  hacienda  de 
San  Andrés  del  Tártaro,  que  venían  a  esconder  en  aquellos 
farellones  íoaccosibles  la  caballada  del  fundo,  amenazada  por 
las  porratas  del  valle ;  i  por  el  rumbo  opuesto,  subía  una 
comitiva  de  30  a  40  huasos  i  vaqueros  de  la  hacienda  de 
otro  propietario  del  valle  de  Putaendo  (don  Gabriel  Vícufia), 
que  hapían  los  rodeos  de  la  estancia  en  aquellas  cerranias. 

A  la  cabeza  de  estos  últimos,  venía,  por  fortuna  nuestra, 
uno  de  eses  hombres  de  corazón  que  llevan  en  las  mcmtafias 
las  botas  de  cuero  i  el  poncho  burd»  cruzado  sobre  el  pecho, 
a  guisado  una  armadura  salvaje,  tosco  disfraz  que  oculta 
muchas  veces  ea  nuestros  campos  la  hidalguía  del  alma  va* 
rentl,  como  la  grosera  arcilla  suele  esconder  entre  sus  grie- 
tas el  oro  o  el  diamante.  Era  este  el  capataz  de  la  hacienda 
de  Vicuña,  Ventura  Atencío,  nuestro  salvador  en  aquella 
angustiosa  peregrinación. 

A  nuestra  primer  insinuación,  el  leal  montaflez  compren- 
dió el  servicio  que  podía  prestarnos,  i  haciéndonos  una  sefial 
de  intelijencía,  dispersó  su  jente,  ordenando  a  un  camarada 
de  su  confianza,  llamado  Vergara,  que  nos  condujese  a  un 
punto  que  él  le  designó  al  oído.  Ensillamos  antes  caballos  de 
la  arria  que  acababa  de  llegar,  en  reem|)lazo>  de  los  nuestros, 
que  no  podían  ya  levantarse  del  suele. 


W    LA   ADMlNISTRACieN  MONTT.  319 

VIL 

Internados  bacía  la  cordillera,  en  una  marcha  que  duró 
todo  el  día,  llegamos  a  las  oraciones  a  la  márjen  del  rio  de 
Pulaendo,  que  no  era  sino  un  torrente  en  aquella  altura.  En- 
cendimos un  fuego  a  orilla  del  agua,  asamos  nuestro  char-* 
qui  i  nos  echamos  bajo  de  los  arboles  para  reposar.  Mas, 
pronto,  un  ruido  que  se  aproximaba  por  el  monte  nos  puso 
de  pié,  i  luego  vimos  llegar  dos  jinetes  a  nuestro  fogón.  Eran 
los  oficíales  don  Juan  Mufloz,  i  don  José  Gallo,  que  se  habían 
estravíado  en  aquella  dirección  I  que  desdp  aquel  momento 
unieron  su  suerte  a  la  nuestra. 

A  la  mafirana  siguiente  (16  de  octubre},  continuamos  nues- 
tra marcha  hacia  el  corazón  de  la  cordillera,  hasta  que  nes- 
gamos a  uoa  quebrada  inaccesible  llamada  el  Perejil.  Este 
era  el  punto  que  el  capataz  Alencio  había  clejido  como  el  mas 
seguro. 

Pasamos  ahí  dos  dias  de  desóladora  duda,  repasando  ea 
nuestra  memoria  el  panorama  siniestro  que  los  derrotados 
del  campo  de  Pelorca  nos  habían  trazado  i  en  cuya  tela  man- 
chada de  sangre  i  rola  en  jirones  por  el  fuego,  veíamos  pasar 
a  cada  latido  del  corazón  la  sombra  de  un  hermano,  do  uá 
amigo  querido,  de  un  noble  camarada.«..Por  otra  parte,  ne 
sabíamos  que  partido  abrazar  en  aquella  situación.  Ninguno 
de  la  comitiva  tenía  otro  recurso,  fuera  do  sus  espadas,  que 
unas  cuantas  pesetas,  que  sumadas  por  jupio,  no  habrían  va-* 
Hdo  lo  que  el  mas  ruin  de  nuestros  sables. 

El  fiel  capataz  vino  a  visitarnos  ^n  la  tarde  del  día  17, 
trayéndonos  del  valle  una  bolsa  de  azúcar  pqeta  i  nn  enere 
de  sancochadOj  nombre  que  se  dá  en  el  vajle  de  Pataeode  a 


320  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

un  mosto  grueso.  En  el  fondo  de  aquella  piel  íbamos  a  beber 
la  suprema  resolución  que  debía  sacarnos  de  aquel  desíerlo 
en  el  que  comenzábamos  a  contemplarnos  unos  a  otros  con 
rubor,  como  si  nos  admirásemos  de  que  la  impresión  del  do- 
lor o  del  desaliento  durara  tan  largo  tiempo  en  nuestros 
pechos, 

vm. 

Después  de  un  feslin,  digno  de  aquellos  horrendos  sijips, 
en  que  el  sancochado  tuvo  el  puesto  mas  aristocrático,  lo- 
mamos nuestro  partido  de  salir  resueltamente  al  yalle,  evitar 
las  guardias,  donde  se  pudiera»  o  atrepellarlas  si  nos  ataja*- 
ban,  basta  llegar  al  camino  de  la  costa,  donde  resolveríamos 
si  debíamos  regresar  a  Coquimbo  o  buscar  uu  asilo  en  Val- 
paraíso. 

En  el  acto»  ensillamos  nuestros  caballos  i  partimos  prece- 
didos de  un  práctico,  en  cuyas  manos  vaciamos  con  anticipa-^ 
Gion  todo  nuestro  caudal.  Caímos  luego  a  los  callejones  del 
Talle,  pasando  sin  que  nos  sintieran  las  jiatrullas,  por  todos 
aquellos  dispersos  caseríos;  subimos  luego  una  áspera  mon- 
tafia«  en  cjiya  cima,  limite  del  pequeflo  i  rico  valle  de  Catemu, 
existe  una  gruta  natural,  que  llaman  la  Casa  de  Piedra^ 
donde  lomamos  refujro,  porque  una  gruesa  lluvia  había  co- 
menzado a  caer  desde  la  media  noche.  Gallo  ¡  Muñoz  nos 
habían  abandonado  al  subir  aquella  altura,  mas  impacientes 
que  nosotros  por.  torcer  su  rumbo  hacia  su  hogar,  en  el 
norte. 

Luego  que  escampó,  bajamDS  al  valle  de  Catemu,  i  ya 
Íbamos  a  entrar  en  el  camino  carretero  que  conduce  a  Quí- 
llata,  cuando  uq  homado  campesino)  que  al  pasar  notó  la 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  32t 

empuñadura  do  nuestras  espadas,  milad  ocultas  bajo  núes* 
tros  ponchos,  nos  advirtió  el  peligro  que  corríamos  de  caer 
en  manos  de  las  guardias  apostadas  en  aquella  dirección,  por 
hacendados  hostiles,  que  habían  emprendido  de  su  cuenla  la 
persecución  de  los  Tujitivos/ 

CofAo  era  imposible  volver  airas;  el  buen  hombro  nos  ia* 
dtcaba  como  único  escape  el  «alropellan»  la  alta  cadena  do 
CuríchHongo,  resplandeciente  de  nieve  en  aquella  tárdia  prí^ 
marera,  trasmontando  la  cuar,  Caeríamos  a  los  valles  del 
Melón  o  Catapilco,  donde  deberíamos  encontrar  la  hospitali- 
dad de  nuestros  viejos  hogares. 

En  el  acto,  torcimos  nuestros  caballos  por  aquel  rumbo,  I 
apresurando  el  paso,  llegamos  a  la  oración  a  la  cima  do  una 
cadena  accesoría  de  las  altas  montañas  nevadas  que  debía- 
mos atravesar  al  siguiente  día.  Intentamos  formarnos  un 
asilo  contra  la  helada  brisa  que  soplaba,  ^t  pié  de  una  attosá 
patagua,  pero  la  fuerza  del  vícníonos  arrebalaba'  fos  tizones, 
donde  porfiábamos  por  azar  el  último  trozo  de  charqui  que 
nos  quedaba  de  provisión. 

Tiritando  de  frío,  nos  dormtmoís  al  fin,  i  cuando  aclaró  el 
nuevo  dia  (20  de  octubre),  observé  con  sorpresa  que  Galle-* 
guitlos  estaba  a  mis  pies,  que  había  cubierto  con  su  propia 
manta.  A!  saludarme,  me  pareció  notar  en  su  sonrisa  un  dejo 
melancólico,  síntoma  de  desaliento  o  de  una  amarga  resolu- 
ción. Lo  interrogué,  con  esa  brusca  insinuación  permitida  al 
camarada,  sobre  su  tristeza,  pero  bajó  sus  grandes  ojos  par- 
dos i  me  dijo  con  voz  conmovida  estas  palabras  que  iban  a 
ser  el  eco  de  un  supremo  adiós.  «Estol  triste  porque  hasta 
aquí  solo  puedo  acompañarlo.  Desde  este  punto,  haí  rumbo 
directo  al  camino  de  la  Serena,  i  yo  debo  irme  a  junlar  con 
mis  amigos,  porque  mis  servicios  pueden  Decesitarse,  mien- 
tras que  sí  voí  a  Valparaíso,  nada  podré  hacer....» 

41 


322  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  iKOS 

Aquella  resolución  no  tenía  otra  respuesia  que  un  abrazo 
de  adiós.  I  después  de  haber  ensillado  nuestros  caballos,  es- 
trechamos nuestros  brazos  con  efusión,  no  sin  que  soltozos 
eomprimidos  traicionaran  el  dolor  de  aquella  separación  del 
infortunio  i  de  la  amistad.  Galleguillos  bajó  precipitadamente 
por  la  falda  septentrional  de  la  sierra  de  Santa  Catalina,  donde 
nos  hallábamos,  mientras  Lastarria  i  yo  conlinoabamos  nues- 
tra marcha  a  Valparaíso,  eq  cuyas  puertas,  nos  encontró  la 
noticia  del  levan  lamiente  popular  del  28  de  octubre,  en  el 
que  una  estralajema  maternal  evilóal  último  tomar  parte. 


IX. 


José  Silvestre  Galleguillos  tenia  la  edad,  la  talla,  el  rostro 
del  héroe.  Era  como  un  tipo  del  adalid  moderno.  Esbelto  sin 
ser  alto»  ajil  i  agraciado  en  sus  movimientos,  no  tenía  esa 
frajilidad  descarnada  de  los  miembros,  defecto  de  las  organi- 
zaciones nerviosas;  su  rostro  era  ovalado  i  de  color  cobrizo; 
su  boca  grande,  sombreada  por  un  bollo  negro  i  sedoso,  pero 
que  no  alcanzaba  a  caer  sobre  su  labio  superior  en  la  forma 
de  bigotes;  sus  ojos  grandes,  de  un  negro  apagado  i  melancó- 
lico, qoe  pestañas  largas,  crespas  i  firmes  sombreaban  pro- 
fundamente, daban  a  toda  su  fisonomía  una  espresion  grata, 
en  la  que  la  modestia  velada  i  la  audacia  sin  reboso  parecían 
hermanarse,  confundiéndose  en  un  solo  tinte  fijo  de  enerjia  i 
benignidad^  Su  sonrisa  tenía  el  atractivo  particular  de  una 
intima  benevolencia,  i  este  reflejo  retrataba  su  alma,  porque 
era  el  roas  lucido  dote  de  su  índole  el  ser  bueno^  compasivo, 
jeneroso,  i  aun  magnánimo.  Era  un  valiente,  i  el  coraje  en 
los  hombres  de  guerra  es  el  hermano  varonil  de  la  clemencia. 
Su  frente  era  espacioi^a,  cuadrangular,  corlada  en  sus  pcifi- 


DB    LA  ADMINISTRACIÓN  MONtT.  323 

les  como  a  golpe  de  cincel,  miénlras  que  guedejas  de  un  nc-- 
gro  bríllaole,  que  acusabao  un  premalurodespojo  de  su  cabeza, 
fruto  de  sus  padecimientos  i  de  las  alegrías  de  la  mocedad, 
hacian  mas  saliente  i  mas  pronunciado  su  cefio  de  altivez  vi- 
ril, de  sagacidad  vivísima  i  de  incontrastable  firmeza.  Lo  que 
mas  caracierizaba  su  rostro  era  lo  que  se  llama  en  lenguaje 
habitual»  la  simpatía,  que  es  la  beldad  del  alma  traducida 
en  el  tosco  molde  de  las  formas;  pero  no  era  por  esto  un  hom- 
bre ni  hermoso  ni  arrogante. 

Había  nacido  en  el  campo  j  en  éi  habla  vivido.  Sb  padi^, 
hombre  laborioso  i  modesto,  que  se  sustentaba  de  la  práctica 
do  sacar  canales  de  regadío  en  el  valle  ó  de  dirijir  la  cons- 
trucción de  caminos,  como  perito,  no  le  había  dado  mas  edu- 
cación que  la  que  la  escuela  de  la  parroquia  vecina  podía 
ofrecer.  De  esta  suerte,  aquel  mancebo,  que  todo  lo  compreD- 
día  a  la  primera  mirada,  que  todo  lo  ejecutaba  con  una  inte- 
líjencía  eslraordinaria,  sabia  soto  lo  que  sabe  todo  mediocre 
mayordomo  de  faena,  leer,  escribir  i  contar. 

Desde  niflo,  su  ocupación  favorita  habían  sido  los  cuidados 
de  la  labranza,  pasando  la  mejor  parte  de  su  juventud  sir- 
viendo como  mayordomo  en  las  haciendas  de  la  vecindad. 
£1  ardor  de  su  temperamento  había  dado  un  vuelo  precoz  a 
sus  pasiones  i  tan  niílose  había  casado  con  otra  niflatlel  valle, 
del  nombre  de  Juanita,  prima  suya,  que  a  la  edad  de  28 
aAos  que  ahora  contaba,  era  ya  padre  de  14  hijos,  pesadísima 
responsabilidad  para  su  trabajo  i  su  paternal  anhelo. 

Se  había  dado  poco  al  ejercicio  de  las  armas,  aiiciou  que  ya 
hemos  vislo  no  prevalece  en  el  norte  de  nuestro  territorio, 
ni  en  teoría,  ni  menos  en  la  práctica.  El  joven  mayordomo  no 
había  tenido  tampoco  en  derredor  suyo^  ni  la  ocasión,  ni  el 
estimulo,  ni  la  tradición  del  pasado,  que  mantiene  en  los 
pueblas,  con  el  relato  de  las  hazañas  de  los  mayores,  el  culto 


324  HISTORIA   Bfi  LO^  BIEZ    iftOS      * 

del  heroísmo,  del  qué.  en  el  suelo  coquímbanosoio  la  memoria 
del  valiente  e  iurorlunado  Uriarte  es  un  pálido  reflejo,  casi 
del  lodo  borrado.  Ho¡  ese  cuMü  existe,  i  Galieguillos  contri- 
buyó con  mejores  lilulos  que  otro  alguno  a  su  gloriosa  ini- 
ciación porque  no  hubo  en  la  revolución  del  norte  una  figu- 
ra mas  conspicua  que  la  suya,  como  tipo  militar,  i  no  la 
habría  habido  acaso  en  toda  la  oaropafia  de  la  revolución,  si 
el  león  de  las  montanas  del  Bio-Bio,  Ensebio  Buiz,  no  hu- 
biese bajado  a  los  llanos  del  Longomüla  a  dar  en  el  campo 
de  la  carnicería  su  último  rujido....  Sus  camaradas  do  ser- 
vicio i  de  gloria,  Boberlo  Soupper,  fienjamin  Vidala,  Bamoa 
Lara,  Aiarcon,  Drizar  i  los  13  oficiales  del  Guia  dejados  eñ 
el  campo,  hicieron  en  un  solo  dia  proezas  inmortales.  Galie- 
guillos, las  babia  repelido  casi  dia  a  dia,  durante  tres  meses 
de  combates,  en  los  que  su  caballo  era  siempre  el  que  galo« 
paba  mas  adelante  de  las  filas. 

Pero  Galieguillos  no  era  solamente  hombrie  de  hígados  pu- 
jantes. Tenia  otra  cualidad  militar  de  alto  valor,  que  era 
acaso  el  sello  distintivo  de  su  jenio  de  soldado:  la  prudencia. 
Antes  de  pelear,  era  frió,  subordinado,  observador.  En  medio 
de  uñ  conflicto,  daba  mas  importancia  a  una  maniobra  cer- 
teraquoa  una  atropellada  acometida;  en  elca;npo,  media  mas  el 
alcance  de  su  vista  para  dirijir  su  tropa,  que  el  de  su  brazo 
para  alcanzara  su  adversario.  No  reculaba  nunca,  pero  sabia 
retirarse  en  buen  orden ;  cargaba  pocas  veces,  pero  cuando 
lo  hacia,  era  para  traer  consigo  el  bolin  de  los  rendidos  i  los 
trofeos  sembrados  en  el  campo.  Debióse  a  esto,  que  mui  rara 
vez  le  mataran  un  soldado  en  los  diarios  cncueútros  que 
sostuvo  durante  el  sitio  de  la  Serena.  Era  humano  basta  la 
benevolencia.  Estorbaba,  no  solo  la  carniceria  del  combate, 
sino  la  mofa  i  la  humillación  de  sus  triunfos  do  avanzada,  i 
a  esto  debe  atribuirse  el  que  no  solo  los  soldados  encibígos, 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  3S5 

SIDO  hasta  los  gauchos  arjenlínos  que  rodeaban  la  plaza  aáe^ 
diada,  le  cobraran,  mas  bieu  que  el  encono  de  la  guerra, 
amor  i  respeto.  Los  Cazadores  a  caballo  parecían  evitar  con 
estudio  todo  encuentro  con  los  Carabineros  que  él  dacaba  al 
campo  i  paseaba  cada  día  varias  leguas  en  contorno;  i  aque- 
llos bravos  chilenos,  que  so  sintieron  siempre  humillados  de 
hacer  brillar  sus  sables  en  las  mismas  filas,  en  que  I05  cu^ 
yanos  tremolaban  sus  banderas  de  pillaje,  preferían  alistarse 
entre  los  defensores  de  la  plaza,  como  lo  ejecutaron  algunos, 
consintiendo  de  preferencia  en  que  se-  les  llamara  traidores 
a  la  bandera  de  su  rejimienlo,  antes  que  serlo  al  estandarte 
,dela  patria. 

Tal  era  José  Silvestre  Galleguillos,  aquel  humilde  mancebo, 
que  rendido  a  los  pies  de  su  camarada,  velaba  su  suefio  i  le 
protejia  contra  la  intemperie,  mientras  él  tiritaba  transido  de 
frío.  Era  entonces  menos  ilustre  (pie  lo  que  esta  pálida  pá--* 
jiña  lo  deseribo,  pero  tenia  ya  en  su  frente  el  presajio  de  la 
gloria,  aguijón  irresistible,  que  purizaba  su  pecho  por  dar  la 

vuelta  del  bogar  amenazado 1  asi,  cuando  sofocando  sus 

sollozos,  bajaba  de  la  sierra,  galopando  por  entre  las  brefias 
i  dando  gritos  de  adiós  a  sus  compafieros,  hubiérasele  creído 
el  jenio  de  la  guerra  que  descendía  sobro  los  valles  de  su 
suelo,  para  levantarlos  a  los  gritos  de  la  patria  encadenada 
i  de  la  libertad  despedazada  por  la  metralla  del  formidable 
bombardeo,  que,  a  su  llegada,  iba  a  estallar  sobre  la  Serena. 


X. 


£1  fnjitivo  mayor  llenó,  por  completo,  sus  propósitos.  Reu- 
nido en  la  hacienda  vecina  de  San  Lorenzo  al  comandante 
Pablo  Mu&oz  que  se  había  refu)¡aclo  abi  con  tos  oficíales  Tu- 


326  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AN09 

rro  Sagáslegui,  Francisco  Várela  i  el  capilao  de  caballería 
Aniceto  Labra,  resoJvieron  partir  en  el  acto  a  la  Serena. 
Cuando  pasaban  por  la  vecindad  de  Illapel,  se  les  juntaron 
en  la  hacienda  de  Limáguida,  cinco  oficiales  prisfoneros  que 
se  habían  escapado  de  la  Ligua,  Pozo,  Cornelia,  Cbavol,  Lazo 
i  Akarez,  i  continuaron  su  peregrinación  en  consorcio  hasta 
la  hacienda  de  Quile,  vecina  de  Ovalle,  donde  se  mantenía 
oculto  ol  gobernador  Larrain.  Gallegnillos  convino  con  este 
en  dar  un  asalto  sobre  la  villa  í  se  dirijió  con  Mufloz  i  Labra 
al  pueblo  vecino  de  la  Chimba,  a  fin  de  ejecutarlo,  mientras 
que  los  prófugos  de  la  Ligua  prefirieron  marobar  directamente 
a  la  Serena. 

Mufloz  i  Galleguillos  llegaron  a  la  Chimba  el  dia  27,  una 
semana  después  que  el  último  se  habla  separado  de  Vicufia 
en  la  sierra  de  Santa  Catalina,  cuyas  faldas  bafia  el  rio  de 
Aconcagua.  Ocuparon  todo  el  siguiente  dia  en  aprontar  al- 
gunas armas  i  municiones,  para  caer  sobre  Ovalle  al  ama- 
necer del  dia  29,  loque  ejecutaron,  derribando  Galleguillos 
con  el  pecho  de  su  caballo  al  centinela  que  guardaba  el  cuar- 
tel, en  cuyo  palio  encontró  dormidos  unos  60  milicianos  de 
caballería,  a  los  que,  por  toda  seflal  de  estar  rendidos,  les  in- 
tima que  siguieran  durmiendo  sosegados.... 

Como  los  propósitos  de  los  guerrilleros  eran  encontrar 
algunos  recursos  para  entrar  armados  a  la  Serena  i  poder 
resislir  a  las  avanzadas  que  patrullaban  por  los  caminos,  no 
se  demoraron  en  ei  pueblo  sino  lo  preciso  para  recojer  al- 
gunas armas  i  caballos  i  alistar  algunos  voluntarios  que  qui- 
sieran acompafiarlos. 

De  esta  suerte,  en  la  tarde  del  mismo  dia  29,  partieron  de 
la  villst  con  un  destacamento  de  20  hombres,  dejando  al  mis- 
mo gobernador  que  hablan  encontrado,  don  Silvestre  Aguirre, 
i  sin  haber  cometido  mas  acto  de  depredación  que  el  hacer 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  327 

presa  de  guerra  el  almofrez  de  un  oficial  Buslamante,  en 
cuyos  dobleses  reconocieron  no  pocas  prendas  del  bolín  de 
Petorca. 

Haciendo  un  rumbo  de  travesía  por  las  monlafias  de  An- 
dacollo,  los  osados  montoneros  consiguieron  aproximarse  a 
la  Serena^  sin  ser  molestados  por  las  partidas  de  Prieto,  has- 
ta que  acercándose  la  noche  del  día  30,  descendieron  sobre 
la  ciudad  de  la  manera  que  hemos  visto  al  concluir  el  ca- 
pítulo anterior. 


APÉNDICE. 


Publicamos  en  este  primer  volumen  quince  de  los  cua- 
renta i  tres  documentos  de  que  coqsta  este  Apéndice^ 
encontrándose  el  mayor  QÚmero  de  ios  justificativos  de 
la  obra  intercalados  en  el  testo  i  notas  de  la  narración. 

Cada  uqa  de  las  piezas  que  se  rejistran  en  este  Apén- 
dice tiene  al  pié  la  designación  de  la  fuente  en  que  ha 
sido  tomada. 

He  aquí  su  nómina  exacta  por  el  orden  en  que  se  pu- 
blican, con  referencia  a  las  citaciones  del  testo,  a  saber: 

Núm.  1  /  Nómina  de  los  ciudadanos  que  suscribieron 
el  acta  revolucionaria  de  la  Serena. 

3.^  Lista  de  los  oficiales  de  la  división  espedicionaria 
de  Coquimbo, 

S.""  Instrucciones  del  comisionado  don  Benjamín  Vicuña 
Mackenna. 

4/  Acta  del  nombramiento  de   gobernador  de  Ovalle. 

5.""  Parte  oficiaídel  combate  de  Illapel. 

6/  Decreto  de  disolución  de  las  milicias  de  IllapeU 


330  APÉNDICE. 

7.^  Gorrespondeúcia  entre  el  jeneral  Cruz  i  la  comisión 
de  Coquimbo. 

8.^  Ñola  del  ministro  ingles  sobre  el  bloqueo  i  embargo 
del  puerto  de  Coquimbo  i  contestación  del  Gobierno  de 
Chile. 

9.*  Nota  del  ministro  de  Estados-Unidos  sobre  el  blo- 
queo del  puerto  de  Coquimbo  i  contestación  del  Gobierno 
de  Chile. 

10.  Convenio  celebrado  entreoí  intendente  Zorrilla  i 
el  comandante  del  vapor  ingles  Gorgon,  sobre  la  captura 
del  Firefly  i  felicitación  que  el  comercio  ingles  dirijió  a 
aquel  oficial  por  este  arreglo,  con  varias  otras  piezas  iné- 
ditas relativas  a  este  negocio. 

1 1 .  Decreto  declarando  pirata  al  vapor  nacional  Arenco 
i  comunicaciones  cambiadas  entre  el  ministro  ingles  i  el 
gobierno^  respecto  de  la  captura  de  dicho  buque. 

42.  Estado  de  las  fuerzas  del  gobierno  que  se  batieron 
enPetorca. 

43.  Parte  oficial  de  la  batalla  de  Petorca. 

44.  Proclama  del  Presidente  de  la  República^  a  conse- 
cuencia de  la  victoria  de  Petorca. 

45.  Estado  de  las  fuerzas  que  existían  en  las  trincheras 
de  la  Serena. 


DOCUMENTO  Nlll.  1. 


HÓMIRA  DB  LOS  aVDADANOS  QUB  SUSCRIBIERON  LA  ACTA  BBTOLU- 
CIONARIA  QUE  SB  LEVANTÓ  EN  LA  SALA  MUNICIPAL,  A  OCHO  DÍAS 
DEL  MBS  DB  SBTIBHBRB  DB  MIL  OCHOCIENTOS  CINCUENTA  1  UN 
▲NOS. 


Tomas  Zenteno,  Vicente  Zorrilla,  Nicolás  Osorio,  Isidro  Cam* 
pana,  Jaan  Jerónimo  Espinosa,  José  Antonio  Aguirre,  Pedro 
Alvarez,  José  Dolores  Alvarez,  Pedro  N.  Chorroco,  Joaqain  Vera, 
Pablo  José  Julio,  Félix  Ulloa,  frai  Tomas  Robles,  prior,  frai  Jaan 
José  Nuñez,  prior,  José  Migael  Aguirre,  Mariano  Baltazar  Vas- 
qaez,  presbítero,  Manuel  Sasso,  presbítero,  Clemente  Pizarro, 
presbítero,  José  Domingo  Chorroco,  Juan  Nicolás  Alvarez,  Nicolás 
Munizaga,  Federico  Cobo,  Hermójenes  Vicuña,  Francisco  Campa- 
ña, Pedro  Pablo  Muñoz,  Manuel  Aharez,  Jacinto  Concha,  An-? 
tonio  Haria  Fernandez,  Mateo  Concha,  José  Gaspar  Riyadeneira, 
Hillan  Rivera,  Domingo  Ortíz,  Bernardo  Ramos,  Bernardo  Osan- 
don,  Bernardo  Aracena,  José  Celedonio  Gómez,  Romualdo Baest 
Marcos  Diaz,  Nicolás  Yávar,  José  David  Garcia,  Juan  Nicolás 
Guerrero,  Manuel  Antonio  Muñoz,  Cayetano  Montero,  Francisco 
de  Paula  Aguirre,  Antonio  Herreros,  Laureano  Pinto,  Pedio 
Viveros,  Narciso  Callejas,  Bernabé  Cordovez,  Victor  Gallardo, 
José  María  Osorio,  Pedro  José  Bolados,  Nicolás  Rojas,  Alejandro 
Aracena,  José  Toribio  Melendez,  Juan  Gualberto  Valdivia,  Vi- 
cente VargaSy  Francisco  Meri,  Manuel  Safiai  Mateo  Salcedo, 


332  DOCUMENTOS. 

Gabriel  W.  Cordorez,  Domingo  del  Solar,  José  Guerrero,  Joan 
Carmona,  Ramón  Solar,  Javier  Díaz,  Benito  Vallejos,  Cruz  Vera« 
Luis  Cisternas,  Hipólito  Asiar^  Julián  Ravest,  Mariano  Romero, 
Pedro  Pablo  Gamboa,  José  Haría  Villegas,  José  Duro,  Vicente 
Gómez  Solar,  Eajenio  Valdivia,  José  Vicente  Briseno,  José  Ra- 
món Pozo,  Benigno  Quintana,  Pablo  Villarino,  Demetrio  Flores, 
Juan  Maria  Iñiguez,  José  Pimentel,  José  Dolores  Dávila,  Fran- 
cisco Serjio  Olivares,  Adolfo  Gallo,  Pedro Opaso,  Paulino  Larra- 
guibel,  Lucas  Godoi»  Nicolás  Aguirre,  Jerónimo  Rojas,  Ramón 
2.<>  Batalla,  Domingo  Borquez,  José  Nicolás  Várela,  José  Santos 
Carmona,  Eduardo  Canilla,  Manuel  Contreras,  Antonio  Alfonso, 
Marcos  Várela,  Ramón  Pizarro,  Vicente  Herrera,  Buenaventura 
Fabrega,  Ramón  Espejo,  Juan  Mondaca,  Lucas  Venegas,  Antonio 
Gonzalos,  Domingo  Cortez,  Pedro  Cisternas,  Francisco  Esppjo^ 
Santiago  Peña,  Mateo  Campaña,  Aniceto  Espinosa,  Prudencio 
Navarro,  José  de  Valdivieso,  Prudencio  Gatica,  Agapito  Guerra, 
Benigno  Alvarez,  José  del  Carmen  Carbajal,  Gregorio  Suárez, 
José  Marcos  Veles,  Ramón  Montes  Sola r,  José  Gavino  Bolados, 
Ramón  Trujitlo,  Estovan  Campaña,  Justo  Medina,  Justo  Yávar, 
José  Antonio  Lorca,'  Juan  de  la  Cruz,  Rufino  Rojas,  Tomas 
Adolfo  Alonso,  T.  Telésforo  Molina,  Miguel  Alcayaga,  Estovan 
Rojas,  José  Timoteo  Contador,  Fermin  Sana,  Buenaventura  Varas, 
José  Agustín  Cisternas,  José  Antonio  Rojas,  Cosario  Meri,  Per- 
fecto Rojas,  Juan  de  Dios  Duvon^  Manuel  Pérez,  Pedro  José 
Tordesilla,  Ramón  Contreras,  Pascual  Gallegos,  José  Miguel  Bravo, 
Aniceto  Labra,  Manuel  Ramón  Hagró,  Juan  Muñoz,  Juan  de  Dios 
2.®  Alvarez,  Zcnon  Cortez,  José  Goicoka,  Melchor  Fleita,  José  Ro- 
dríguez, José  Félix  Comella,  Lino  Hernández,  Estovan  Rojas, 
José  Manuel  Olivares,  Manuel  Vidaiirre,  Gabriel  José  Real,  To- 
mas Rojas,  José  Mandíola,  Ramón  Marcial,  Juan  Arteaga,  José 
Maria  Flores,  Joan  Jerónimo  Rodríguez,  Andrés  Peña,  Francisco 
Muñoz,  José  Armasabal,  Martín  Raes,  Ventura  Molina,  Felipe 
Santa-Ana,  Cipriano  Ramírez,  Justo  Picarte,  José  Latorre,  Dio- 
nisio Ahuoiada,  Vicente  Cerda,  Juan  Rios,  Juan  Araneda,  Victor 


DOCUMENTOS.  333 

Santa-Ana,  Fernando  Torre  Sagastegoí,  Juan  de  Dios  Fuentes» 
Estanislao  Monardos,  Atanacio  Barrios,  José  Lara,  Felipe  Gon- 
zales,  Joié  Agustín  Flores,  Feliciano  Cáceres,  José  Haría  Naba*- 
Ion,  Ventora  Román,  Valentín  Rojas,  José  María  Villegas,  Joan 
de  Dios  Cepeda,  Antonio  Morales,  Pedro  Cantos,  Jorje  Rojas, 
José  María  Aguilar,  Pablo  Espinosa,  José  María  Bosiamante,  Fe- 
liciano Astubillo,  Antonio  Contreras,  José  del  Carmen  Barrios^ 
Romualdo  Campaba,  Pedro  Real,  José  del  Carmen  Vasqoez, 
Manuel  Hernández,  José  Manuel  Castañeda,  Lorenzo  Barrera, 
José  Vergara,  José  Arredondo,  Pedro  Carmona,  Pedro  Campero, 
Cicerón  Bracamonde,  Vicente  Gonzales,  Manuel  Rojas,  Jiian  do 
Dios  Herrera,  José  Antonio  Campaña,  Bartolo  Bríones,  Jerónimo 
Reínoso,  José  Gregorio  Acuña,  Carlos  López,  Manuel  Bolados, 
Francisco  Guerrero,  Martín  Trejo,  Euiojio  Jofré,  Jacinto  Iñigoez, 
Ramón  Veles,  José  del  Carmen  Contreras,  Clemente  Carvallo, 
José  Ravest,  Juan  Arancíbia,  José  de  la  Cruz  Zúñiga,  José  Her- 
bfa,  José  Santos  Saavedra,  Víctorio  Villagra,  Bernardo  Díaz, 
Ramón  Contreras,  Juan  Calderón. 

(Del  Alcance  a  la  Strena  del  30 de  setiembre  de  185f.) 


DOCUMENTO  NlJl.  2. 

LISTA  Dfe  LOS  OFICIALES  DB  LA  HIYISION  DR  COQUIBIBO  FORMADA  |iN 
EL  CAMPAMENTO  DS  PCNITAQUI  EL  28  DE  SETIEMBRE   DB  1851. 

Jeneral  en  Jere,  don  José  Mígocl  Carrera, 

Jeneral  en  segundo,  don  Justo  Arte^iga.  ' 

Me  de  estado  mayor,  don  Nicdas  Munizaga. 

Ayudante  mayor,  teniente  coronel,   don  Victoriano  Martínez. 

Comisario,  teniente  coronel  graduado,  don  Ricardo  Ruiz. 


334  BOCUMEIiTOS. 

Ayadmtes  del  jeneral  en  jefe,  teniente  coronel  graduado,  don 
Benjamín  Vicaña  Hackenna  ;  Sárjente  mayor,  don  José  Silvestre 
GaUegaíllos;  capitán  don  Nemecio  Vicuña;  id.  don  Antonio  María 
Fernandez. 

Ayudantes  del  Estado  Mayor,  capitán  graduado  de  mayor,  don 
Juan  Herreros,  id,  don  Mateo  Sasso,  id.  don  Mariano  Sasso,  id. 
don  Enrique  Gormaz. 

Tenientes,  don  Diego  Romero,  donN.  Marin,  don  Julián  Pizarro. 

Subtenientes,  don  Silvestre  Aros,  don  Joaquín  Zamudio,  don 
Andrés  Argandoña. 

Ayudantes  del  jeneral  Arteaga,  capitán  graduado  de  mayor, 
don  Santiago  Herrera,  id.  don  Pablo  Argandoña,  id.  don  Ignacio 
Macklury,4d.  don  Domingo  Herrera. 

Batallón  Igualdad. 

Comandante,  teniente  coronel  graduado,  don  Pablo  Muñoz. 

Mayor,  sarjento  mayor,  don  Francisco  Barceló. 

Capitanes,  don  Benigno  Quintana,  don  Pablo  Villarino,  don 
Juan  Muñoz,  don  Manuel  Yus,  don  Ignucio  Rojas. 

Ayudantes^  capitán,  don  Hermójenes  Vicuña,  id.  don  Benja- 
mín Lastarria. 

Tenientes,  don  Pedro  Real,  don  Manuel  Solar,  don  Demetrio 
Flores,  don  Fernando  Turre  Sagástegui,  don  Juan  Luis  2.o  Rojas, 
don  Fernando  Díaz. 

Subtenientes,  don  Vicente  Orellara,  don  Ventura  Barrios,  don 
Ignacio  Varas,  don  N.  Jeldes^ ,  don  José  Ramos,  don  Ambrosio 
Rodríguez,  don  Gregorio  Villegas. 

Abanderado,  don  José  Agustín  Robledo. 

Batallón  Restaurador. 

Comandante,  teniente  coronel  graduado,  don  Venancio  fiarrasa. 
Mayor,  sarjento  mayor,  don  Agustín  del  Pozo. 
Capitanes,  don  Nicolás  Yavar,  .don  Carlos  Yavar,  don  Balvino 
Gomella,  don  Francisco  Várela  Cisternas,   don  Jacinto  Carmoha. 
Ayudante,  don  José  Cometía. 


DOCUMENTOS.  335 

Tenientes»  don  José  del  Rosario  Gallegos,  don  Tristan  Latta- 
ptat,  don  José  González,  don  José  María  Chavot. 
Subteniente,  don  N.  Ramos« 

Batallón  núm,  I  de  Coquimbo. 

Comandante,  teniente  coronel  graduado,  don  Manael  Bilbao, 
Mayor,  sárjente  mayor,  don  José  Ramón  Guerrero. 
Capitanes,  don  Trifon  Gutiérrez,  don  José  Antonio  Salazar, 
don  N.  Goicolea,  don  Pablo  Real. 
Ayudante,  don  Eduardo  Maxs. 
Teniente,  don  Francisco  Pozo. 

Artillería. 

Comandante,  teniente  coronel  graduado,  don  SaUador  Cepeda, 
Mayor,  sárjente  mayor  don  José  Antonio  Sopúlveda. 
Ayudante,  donN.  Cantin.' 
Teniente,  don  José  González. 
Subteniente  don  N.  Cuevas. 

Cabálleria. 

Comandante,  coronel,  don  Mateo  Salcedo. 
Mayor,  don  Faustino  del  Villar. 

^^^^  (tt  loi  papelef  Inédiloi  del  tutor); 


DOCUMENTO,  ítl  3. 

IlIftTaVCCIOIfES  DBL  COMISIONADO  DON  BENJAMÍN  TICUNA  MACEBNNA. 

Serena,  ifiíemhre  7  de  I8SK 
En  virtud  del  poder  que  jte  me  ha  confiado  provisionalmente 
por  este  pueblo,  que  ha  reasumido  su  soberanía,  para  llevar  a  cabo 


336  BOGUHEKTOS. 

en  toda  la  provincia  el  movimiento  iniciado  por  la  restauración 
de  la  República,  bajo  las  bases  de  ana  libertad  bien  organizado, 
he  venido  en  comisionar  al  ciudadano  don  Benjamin  Vicuña  para 
que  con  la  Tuerza  que  va  al  mando  del  capitán  don  José  Verdugo, 
se  auxilie  en  lo3  departamentos  del  sud  el  mismo  principio  de 
rejeneracion  proclamado  en  esta  capital,  sujetándose  a  las  ins- 
trucciones siguientes. 

l.o  £i  jefe  militar  procederá  en  todo  bajo  la  inmediata  direccioa 
del  comisionado. 

2.<*  El  comisionado,  de  acuerdo  con  los  principales  vecinos  de 
los  departamentos,  nombrará  interinamente  gobernadores,  i  se 
proveerá  de  los  recursos  que  necesite  para  llevar  adelante  su 
comisión,  dando  cuenta  de  todo  loque  hiciere  i  obrare. 

3.®  Como  no  es  posible  en  circunstancias  escepcionales  el  deta- 
llar instrucciones,  por  no  estar  al  alcance  de  la  autoridad  lo  que 
puede  ocurrir,  se  le  dan  amplias  facultades  para  que  tenga  buen 
suceso  la  importante  comisión  que  se  ie  confía. 

4,0  £1  comisionado  permanecerá  en  Illapel  todo  el  tiempo  que 
la  autoridad  considerase  necesario,  i  procederá  desde  luego  a  or- 
ganizar un  cuerpo,  proporcionándole  los  recursos  respectivos,  de 
acuerdo  con  el  gobernador  que  se  nombrare  en  los  términos  indi- 
cados en  el  artículo  2.^ 

Carrera. 

(Do  los  rápeles  ínédítoi  del  autor}. 


DOCÜHENTO  NIjN.  4. 


ACTA  UBL  1I0MBRA11IB5T0  DEX  GOBBRIfAUOR  DE  OVALLE  1  COXlTíI- 
CACIONBS  A  LA  INTENDENCIA  DE  COQUIMBO  DEL  COMISIONADO 
VICUÑA. 

Ronnídos  los  Vecinos  iníluyenfes  de  esto  -Departamento,  con  el 
esotinivo  objeto  de  SO:) tener  el  orden  i  tranr]uilidad  pública  noni- 


DOGUÉn^Tos.  337 

brando  tuia  autoridad  prdyísional  para  el  desempeño  de  este  cargO| 
kaii  acordado  o»án¡tt)aoaente:  primero,  Be  nombra  provísionalmeo* 
te  de  GafcernMiorde  este  DepartaroenfOy  al  Alcalde  deS."  elección 
don  José  Vicente  Larrain,  para  que  en  aso  de  estas  facoltades  i 
represen tffCf#n  lejMfma  conque  está  investido»  ejerta  esta  jaris-* 
dicción  en  lodo  H  departamento,  prestando  sabordinacion  i  obe« 
dlencia  al*  Intendentie  de  la  provincia,  ciudadano  don  losé  Mtyu^l 
Carrera,  a  cuya  jutisdwcicm  se  sujeta;  i  para  queae  respeto  como 
tal  i  se  le  guarden  las  paras  consideraciones  debidas  a  sa  cargo, 
pubUqnese  por  bando,  oficíese  a  las  autoridades  subalternas  del 
(departamento^  f  fíjese  en  los  lugares  jáblipos,  lirch/vese  i  dése 
cuenta  al  Int#ndtn(e  da  la  provincía.-^Ovaile,  setiembre  ocho  da 
mil  ochoef«nlo6<^i^cu«nta  i  uno.-^/oa^  Fermín  del  Sohr.^Frmñ'» 
claco  Cahetas.^Júsé  Fermín  Marin.^FrBnmco  Javier  CompitíOi 
-^Patricio  ZedaWos.— Feliciano  PradOé'^Jman  R,  FaMez.<«-Jueui 
iíaufiffa  Barrios. — Benjamin  Ftcntía*— leo»  VaréUk.-^JoiéMa-- 
fie  Pisarro. -^Marcos  Barrios.^ Salvador  Faídwta.^^/ffnacio 
Macklury, ^'Domingo  Calderón.^ Benigna  iVmez.«^ Francisco  Jé 
Gutierres. '^Silvestre  Aguirre. — Ignacio  EUo  i  Prado. 

Es  copia  de  su  orijinal  a  qoe  me  refiero.««»Feeha  %t  tupra.-^ 
ignacio  Ello  i  Prado,  escribano  receptor. 

(De  la  Serena  deí  18  de  setiembre  1831}, 


SeAor  Intendente* 

El  éxito  de  mí  eomision  en  Ovafle  ha  sido  completo.  Hoí  a  las 
4  de  la  tarde  he  entrado  a  la  población  acompañado  de  todo  el 
pueblo  que  rebosaba  de  entosiasmoi  A  una  legua  de  la  ciudad,  nos 
esperaban*  diputaciones  del  cablido  I  de  la  guardia  nacional,  que 
fraternisaban  con  nuestras  ideas  de  pronta  i  completa  rejeneracion. 

El  gobernador  va  en  fuga,  sjn  que  hayan  bastado  a  estorbarla 
les  precauciones  de  loa  vecinos  ni  las  que  nosotros  miamos  lie« 

43 


338  DOCIMENTOS. 

mos  tomado:  (o  directíon  «s  a  Coint>arbalá.  El  batallón  negó  su 
obediencia  al  gobernador  en  el  mismo  patio  del  cuartea  i  en  con- 
secoencia  de  esto  fué  sa  faga.  Por  ta  acta  adjunta  veri  U.  S. 
los  cambios  gubernativos  del  departamento.  A  esta  hora,  qoe  son 
las  8  de  la  noche^  ya  ei  nuevo  goborfiador  eslá  tomando  las  pro- 
videncias necesarias  a  la  seguridad  i  progreso  del  movimienlo. 
El  vecindario  está  tranquilo.  La  tropa  qne  traje  ha  llegado  sía 
otra  novedad  que  un  soldado  que  se  estravió  al  salir  déla  Serena. 

£1  señor  Larrain  me  ha  dichoy  en  lopocoqoesus  ocupaciones  se 
lo  permiten,  que  se  puede  poner  sobre  las  armas  de  SQO  a  400 
hombres  de  caballería  escojida,  i  40  o  50  de  infanteria.  La  e«ca* 
sez  de  esta  última  arma  es  roui  sensible  i  vaai  ineparable.  U.  S. 
proveerá  sobre  esto  con  arreglo  a  que  aqoi  no  hai  grandes  recur- 
sos. El  cuartel  cívico  ha  sido  entregado  a  Verdogo,  i  se  activan 
las  persecuciones  i  medidas  de  (oda  especie» 

En  estos  momentos  estoi  incapaz  de  concebir  la  menor  idea, 
rendido  de  cansancio^  i  por  ahora  me  limito  a  darle  solo  un  bos- 
quejo  de  lo  que  ha  pasado.  Mañana  le  comunicaré  todos  ios 
detalles  I  trabajaré  sin  cesar.  Ei  batallón  cívico  de  aquf>  único 
del  departamento,  foIo  tiene  ICO  plazas,  pero  nunca  forman  mas 
de  70  a  80.  Yo  espero  marchar  pasado  mañana  sobre  Combar** 
bala  aunque  con  50  inrantes^  pero  como  U.  S.  me  asignó  e|  núme- 
ro dé  100,  espero  instracciones  sobre  el  particular.  Pienso  en 
conciliar  con  Campos  Guzroan,  mediante  la  prisión  de  sus  hijos, 
pero  si  no  ccde^  no  por  eso  dejaré  de  cumplir  mis  compromisos  de 
llegar  a  lllapel  dentro  de  8  dias.  Estoi  mui  contento  con  Verdugo 
i  un  capitán  de  milicias  Sasso  que  nos  acompaña  i  nos  sirve  mu- 
cho. Mándeme  proclamas  para  Gombarbalá,  lllapel  i  Petorca, 
cortas  i  enérjicas.  Cartas  también  serian  mui  necesarias  i  dinero, 
todavía  no  sé  a  quien  pedirlo  porque  U.  S.  nada  roe  dijo  sobro 
esto. — Todo  el  armamento  que  hai  aqui  se  reduce  a  6^  fusiles, 
300  lanzas  i  180  chusos,  pertenecientes  a  todos .  los  escuadrones 
áel  departamento.  En  Combacbalá^aí  como  200  infant^s..Seriau 
utt  gran  recurso  20  hombres  mas  del  Yuugai  i  un  par  de  oficiales, 


DOCLMENTOS.  339 

porqae  esta  tropa  es  muí  temida  i  casi  invencible  hasta  Ulapel. 
Dispense  de  no  evo  el  desorden  de  esta  nota. 
Ovalie,  setiembre  8  a  las  ocho  i  media  de  la  noche. 

Bkniamim  Vicuña  Mackbnica. 

Verdugo  pide  qoe  se  le  ?euale  quien  debe  habilitar  la  tropa  de 
piala. 


Señor  Intendente: 

Hago  a  C.  S.  este  espreso  con  toda  la  prisa  qoe  exije  an  aparo 
qoe  de  improviso  hemos  descubierto.  Contaba  con  Í00  tiros»  que 
se  me  aseguraba  por  el  gobernador  están  aquí,  pero  hasta  este 
momento  no  se  han  encontrado  i  me  he  resuelto  a  pedir  a  U.  S. 
una  carga  lijera  de  cartuchos,  de  modo  que  pueda  llegar  en  el  día« 
Tengo  como  250  cartuchos  de  los  que  trajo  el  Yongai,  i  con 
estos  me  basta  para  emprender  la  marcha,  pero  no  para  soste^ 
ner  cualquier  choque  que  pudiera  ocurrir,  aunque  nada  temo, 
porque  repito  a  U.  S.  que  la  jente  que  tengo  acuartelada  es  de  lo 
mejor  que  puede  presentarse. 

En  resumen,  he  reunido  hasta  este  momento  (7  de  la  noche) 
4800  pesoftv— 'Tengo  acnartelados  45  hombres  de  infantería,  que 
coa  seis  mas  que  han  partido  en  comiaioo,  seo  51,  todos  volun- 
tarios i  decididos. 

Espero  maSana  temprano  la  compañía  de  caballería  de  la  Chim- 
ba, que  según  me  informa  su  capitán  Juan  Barrios  está  dispueslí- 
sima  i  consta  como  de  100  hombres»  pero  50  que  formen»  bastan. 

Goii  estos  auxilios,  pienso  avanzar  mañana,  camrnaiido  toda  la 
noche  i  llevando  bien  montada  la  infantería. 

Tengo  85  fusiles,  de  los  cuales  espero  sacar  útiles  de  60  a  70. 

Si  U.  S.  ha  dispuesto  mandarme  siquiera  10  Yungayes,  me 
atrevo  a  prometer  que  no  correrá  ni  una  gota  de  sangre  h^ta 
mi  llegada  a  lllapel. 

Mándeme  cartas  para  Guiman,  pues  me  aseguran  ^ue  es  todo 


340  DOCIMCNTOS. 

poderoso  en  la  villa,  i  asi,  si  lo  qoito  del  foliierno,  no  tengo  a 
quien  poner  en  su  lugar.  Mándeme  instrucciones  sobre  esto  o  un 
hombre  que  lo  reemplaze. 

Si  no  bai  algiin  contratiempo  inesperado,  espero  estar  el  jueves 
por  la  noche  o  el  viernes  en  Combarbalá. 

He  hecho  algunos  nombramientos  mílHares  qoe  por  la  prisa 
no  detallo  a  U.  S.;  mañana  lo  informaré  mas  en  detalle.  Estot 
contento  con  el  gobernador,  me  obedece  en  todo. 

Si  los  cartuchos  no  me  alcanzan  aquí,  los  esperaré  a  dos  o  tres 
leguas  de  Combarbalá,  si  hai  resistencia  capaz  de  intimidar.  I. 
Maekiury  parte  esta  noche. 

Dispense  U.  S.  la  cenfusiofi  de  mis  notas,  porque  no  tengo  tiem-> 
po  ni  para  comtr* 

Benjamín  VíclSa  Mackbnna. 


Seiior  Intendente: 

Me  encuentro  a  4  leguas  de  Combarbalá,  i  en  este  momento  re- 
cibo de  don  Ignacio  Maekiury,  que  como  U.  8.  sabe^  marchó  el 
miéreoles  10  a  ese  punto,  la  esquela  siguiente.  «Avanzo  con  con- 
fianza, ya  está  tpdb  allanado.D  Esta  noticie  realmente  es  salís* 
factoría^  pero  mis  soldados  se  han  entristecido- al  saberla^  porque, 
voluntarios  todos  de  la  libertad,  saben  odiar  a  los  tiranos  i  arden 
por  castigarlos.  Aseguro  a  iJ.  S.  con  toda  franqueza,-  que  mas  me 
cuesta  moderar  su  ardor,  que  animarlos  en  laS  fatigosas  marchas 
que  de  dia  i  de  noche  hacemos  a  pié  sin  otra  distracción  que 
nuestros  gritos  Innatos  de  libertad  i  las  marchas  guerreras  que 
hago  tocar  a  la  banda  de  música  de  Ovalle,  que  en  su  mayor 
parte  me  acompa&a.  Sin  embargo  de  este  entusiasmo  tan  víto, 
no  he  tenido  una  sola  queja  que  recibir,  ni  una  sola  reconvención 
qoe  hacer  a  150  ciudadanos,  de  esos  que  los  conservadores  lla- 
man DESCAMISADOS,  i  que  bien  podrían  enseñarles  por  so  honra* 
dez  i  dignidad.  Apenas  he  entrado  en  el  departamento  de  Com- 


DOCIMEKTOS.  341 

barbalá,  i  ya  le  agolpan  a noi  tras  otros  los  emtsarioa de  eslos 
lugares  desgraciados,  rfctimas  tantos  ailos  de  tan  horrenda  ser*^ 
Tídambre.  Cada  cual  me  ofrece  sus  servicios  o  me  trae  arisos 
importantes.  Yo  eseojo  los  jóvenes  para  alistarlos,  j  a  los-  qat 
dejo,  les  recomiendo  lo  necesario  para  que  el  érden  no  se  per- 
turbe «n  solo  instante.  Por  estos  be  sabido  que  Basooftan,  Eseo- 
bar,  Campos  i  los  tres  o  cfuatro  retrógrados  que  oprimfaa  los 
departamentos  de  Ova  He  i  Combarbalá,  andan  escondidos  en  lot 
alderredores  de  l«s  villas,  vagando  de  montafta  en  montada, 
alucinados  todavía  por  la  insensata  esperama  de  dominar,  ellos, 
a  los  chilenos  de  t8oll  Tan  luego  coma  tenga  datos  segares  de 
sus  personas,  los  liaré  prender,  aimqwe  basta  ahora  he  qa«rído 
escBsar  esta  medida;  en  obsequio  de  la  paz  i  de  la  fraternidad 
que  todos  anhelamos.  A  este  respecto,  permítame U.  8.  referirme 
a  na  hecho  ya  pasado.  Al  momento  de  mi  llegada  a  Ovalloi  los 
nobles  jóvenes  don  Emeterio  i  don  Ricardo  Arislia  me  mandarim 
20  caballos,  mil  pesos  i  4  reses,  ofreciéndome  todos  sus  recursos 
por  medio  del  señor  don  Ambrosio  Dias,  haciendo  estos  sacrifi- 
cios volnnniriamente,  i  obedeciehdo  solo  a  los  principios  libera- 
les en  que  como  jóvenes  han  sido  educados.  ¡Cuan  distinta  ha 
sido  la  conducta  del  gobernador  Campos  que  mandó  fusilat  al 
brigada  del  batallón  cívico  de  Combarbalá  por  haber  dióho  en 
sa  presencia  finterramplendo  sus  proclamas  de  sangre)  el  jfríto 
de  Vita  GruzI  Los  soldados  hicieron  la  primera  descarga  pet 
alto;  i  a  la  segunda  intimación  de  Campos,  quisieron  volver  sus 
armas  contra  el  que  quería  oblarlos  a  ser  yerdugos  do  sa  impío 
compañero.  El  brigada  se  llama  Isidro  Hidalgo,  lo  haré  oficial 
de  mi  división,  e  incorporaré  también  en  calidad  de  clases  a  los 
soldados  que  no  quisieron  matarlo,  a  costa  de  su  propia  vida. 

Esta  bech<>  no  me  consta  oíiGialiaente,  pero,  lo  asegaraa  tydaa 
i  por  eso  lo  comunico  como  verídico.  * 

Tengo  preso  al  jefe  de  las  fuerzas  qoe  Campos  qaiio  organizar 
para  defender  su  empleo.  Lo  aseguraré  bien^  pol-que  me  dicen  que 
es  un  bandolero. 


342  DOCrMJENlOS^ 

Don  Sanios  cavada  le  dará  coenla  del  estado  de  mi  tropa  i  de 
lo  que  esta  necesita  con  mas  premura.  Anociie  mo  despedido  él 
a  la  una  de  la  noche  en  Huíimo.  También  le  dará  cuenta  del 
arreglo  que  convenimos  hacer  con  Campos* 

En  Combarbatá  no  empero  grandes  recursos,  porque  los  prófu* 
gos  han  divulgado  por  todo  qae  mis  soldados  vienen  degollando 
i  robando  hasta  los  dedales  de  la  jenie  delcampo.  Pero  llegando 
ahí,  daré  cuenta  a  U.  S.  del  verdadero  estado  de  las  cosas,  Espero 
■que  la  desconfianza  de  los  pobres  campesinos»  será  momentánea 
»  volverán  todos  a  gozaren  paz  de  la  libertad  porqie  trabajamos, 
i  que  los  partidarios  del  ministerio  le  arrebatan  ahora»  con  una 
infame  calumnia»  ya  qjue  no  pueden  con  el  sable  de  sus  esbirros. 

Luego  que  esté  acomodado  en  Corobarbaiá»  despacharé  premios 
i  comisionados  seguros  on  todas  direcciones  para  jeneralizar  pt»r 
todo  el  influjo  de  nuestra  santa  ci:uzada.  De  Illapel  estol  seguro 
que  no  so  dirá  jamas  que  fué  el  único  asilo  del  sistema  retrógra- 
do en  la  heroica  provincia  de  Coquimbo  1 

Mi  marcha  a  lUapel  no  podrá  ser  antes  del  domingo  14  del  pre- 
sente, pero  tampoco  será  después  del  lunes.  Esperaré  la  vuelta 
de  los  comisionados  que  voi  a  mandar  tan  pronto  coma  llegue  a 
la  villa. 

Son  las  once  del  dia  i  a  la  una  estaré  en  marcha  i  llegaré  a  las 
cinco  deia  tarde,  pues  solo  me  faltan  cuatro  leguas  dt  marchav 
pqes  estoí  acampado  a  orillas  del  rio  Cogoti. 
Dios  guarde  a  U.  S. 

ITtncon  de  Comharbaláf  Htimhre  12  de  18St.  ^ 

BfiNiAiinii  VícvSa  Mackbnra* 

P.  D.^En  este  momento  me  escribe  Ambrosio  Campos  que  su 
padre  se  ha  ido  a  Illapel  sili  fuerza  alguna  i  que,  por  consigateirte, 
me  espera. 

(Las  tres  notas  anteriores  han  sido  tomadas  del  periédico  la 
Serena  del  18  de  setiembre  de  1851). 


IMrXMENTOS.  3A3 


DOCUMENTO  NIÍM.  S. 

PAITÍ  OnClAl  DBL  COVBATB  DB  ILLA7BL. 
Contndtncia  en  Jeto  de  la  díTiiion  de  aperadoaef  del  loHe. 

niapel,  $eiimbr$  25  «b  1851. 

Seftor  Miniütro:  son  las  doce  del  dia.  A  esta  hora,  el  drden  cons-^ 
tíiueíonal  qaeda  restablecido»  el  vecindario-  de  lllapel  se  entrega 
con  noble  regocijo  a  celebrar  el  triunfo  obtenido  por  las  fuerzas 
que  combaten  en  favor  del  orden  i  de  la  tranquilidad  del  Estado. 
Haré  a  V.  S.  una  lijera  reseila  de  las  operaciones  que  en  la  maña- 
na de  hoi  he  practicado. 

A  la  una  de  la  maüana»  emprendimos  nuestra  mareha  del  otro 
lado  del  rio  de  Choapa.  El  teniente  coronel  don  Pedro  Silva, 
cuyo  valor  es  evidente»  redobló  so  marcha  con  cuatro  granaderos 
i  diez  carabineros  délos  Andes,  con  el  esclusivo  Gn  de  observar 
las  posiciones  de  los  sublevados  que  desde  la  tarde  de  ayer,  per- 
manecieron a  este  lado  del  rio  de  lllapel.  Con  esta  jente,  derrotó 
una  avanzada  como  de  25  hombres  que  ellos  tenían,  habiendo 
muerto  uno  de  sus  soldados  i  tomado  prisionero  otro,  ambos  del 
Yungai.  Despojada  la  orilla  que  ellos  ocupaban,  encaminóse 
esta  división  a  la  plaza  de  lllapel,  donde  los  sublevados  seencon- 
trabah«  Anteado  llegar  a  aquel  punto,  se  nos  informó  de  on  mo- 
do seguro  que  se  diríjian  a  la  Aguada,  algunas  cuadras  hacia  el 
norte,  antes  de  llegar  a  la  villa.  Dirijime  también  a  aquel  lugar 
con  la  fuerza  de  caballería,  i  después  de  un  tiroteo  de  mas  de 
media  hora,  dispersamos  completamente  la  fuerza  de  los  suble- 
vados, sin  mas  novedad,  por  nuestra  parte,  que  una  lijera  contu«- 
sion  del  alférez  don  Tomas  Yavar.  De  los  sublevados  han  sido 
prisioneros  ano  de  los  oficiales,  noventa  i  un  soldados  i  tomadas 
todas  sus  armas,  tanto  de  la  infantería  como  de  la  caballería ;  i ' 
mas  de  cien  caballos  de  loa  que  hdbian  aporratado.  Solo  los  su* 


34i  DOCLNEKTOS. 

bletados  qae  al  parecer  mandaban  en  jefe  la  foerza.  Verdoso  i 
ViCQ&a,  no  han  sido  aprendidos,  por  la  rapidez  en  qae  huyeron, 
sin  qae  pueda  decir  aproxíniati?amente  hacia  donde. 

Me  complazco  de  hacer  presente  a  D.  S.  el  valor  i  la  intrepi- 
dez con  qae  ban  procedido  los  oficiales  i  la  tropa»  asi  como  la 
dignidad  qoe  ha  observado  después  del  triunfo,  i  que  prueba  su 
moralidad  i  su  disciplina. 

No  terminaré  este  parte,  señor  &f  inistro,  sin  decir  a  U.  S.  que 
el  pueblada  lllapel  eslA  decidido  en  favor  del  orden  i  animado 
del  mas  sano  espíritu,  i  que  en  este  momento  Ueot  la  plaza  i 
\ictprea  .a  la  fuerza  que  llama  su  salvadora. 

Bfk  una  nota  circnnstaociada  que  mas  tarde  me  .propongo  di- 
rgir  a  U.  S»,  cumpliré  con  el  deber  de  recomeadar  en  particular 
a  los  oficiales  que  mas  he  visto  distinguirse. 
Diosgoarde  a  U.S. 

FftANasco  GáHPOs  Gczman. 

(ArchíTO  del  Ministerio  de  U  Guerra). 


DOCUMENTO  NÜI.  0. 


MCmVTO  DB  DiaOLtClOll  DB  LAS  ttlLlCIAS  HB  ILLATEL. 
Conandancla  ei^  Jefe  de  la  ^ivifion  de  operadonet  lobre  las  ftiersai  del  norte. 

niapelj  setiembre  27  de  itSÚ 

Seilor  Ministro: 

Con  eata  misma  fecha  he  dispuesto  la  disolueion  de  los  cuer- 
pos ^0  iafaoteria  i  eaballeria  cívica  de  este  departumeolo,  por 
convepir  asi  ai  buen  servicio  público.  Queda  eacargado  de  la 
reorgaaizaeioa  de  loa  espresqdos  cuerpos  el  comandante  de  armas 


DOGUMIKTOft.  dl8 

del  departamento^   por  cayo  conducto  se  propondrá  a  C  8.  loa 
jefes  que  deben  ponerse  a  la  cabeza  de  ellos. ' 
Lo  comunico  a  U.  S.  pa^ra  0u  tntelijeiicia  i  -^pr^bacíon. 
Dios  guarde  a  D.  S. 

pRANCiaco  Campos  Guzman. 
(At«Uvo  del  IliftifttariodeU  Guerra). 


DOCUHENTO  0.  7. 

COlUSPOlfPBRClA  BKTIV  LA  GOMlSrOK  DB  COQUIMBO  1  BL  nWBBAIi 
CHUZ  XN  CONCBPCIOK. 

Las  siguientes  piezas  han  sido  transcriptas  del  Bolelin  del  sud 
(nfims.  4  i  5),  i  consisten  en  proclamas  t  en  las  notas  cambiadas 
por  la  comisión  con  la  intendencia  de  Concepción/ reconociendo 
la  autoridad  superior  del  jeneral  Cruz  i  la  respuesta  de  estOi  • 
saver  t 

Núm.l. 

Al  ilustre  jeneral  Cruz. 

La  comisión  de  Coquimbo  ha  tenido  el  honor  de  leer  la  subli- 
me espresion  de  un  patriarca  de  la  independencia. 
I  ¡Jeneral  Cruz  II 

Concepción  i  Coquimbo  marcharán  siempre  unidos  para  de« 
fender  la  causa  de  la  República,  bajq  vuestros  auspicios. 

Soldados  valientes  están  a  vuestras  órdenes :  los  Carampangues» 
los  Cazadorea  i  este  pueblo» 

La  República  entera  sq  pone  bajo  vuestra  dirección.  Morirán 
por  la  libertad  los  que  suscriben.— Juan  N»  Alvarea — Joaquín 
Vera — Aii/ino  Hojas— Aa/ael  Púarro^-^/o^^Aamoi.— Agregado  a 
esta  legacioni  Jotí  ilnlonto  Rodriguex. 


U 


3IC  DOCCMCNTOS. 

Núm.  2. 

€0X19109  DB  LA  PmOVUfCIA  DB  COQUIMBO. 

CoHcepcionf  setiembre  22  de  1851. 

La  eomition  nombrada  por  el  pueblo  de  Coquimbo  cerca  del 
jeneral  de  dívísioa  don  José  Haría  de  la  Croz,  autorizada  saíi- 
cientemente,  lo  reconoce  como  supremo  jefe  político  i  militar*  del 
mismo  modo  que  la  provincia  de  Concepción,  para  ir  reorganizan- 
do un  gobierno  nacional,  que  evite  la  anarquía  a  la  República. 
Como  una  prueba  de  estos  sentimientos,  Grma  la  comisión  el  acta 
proclamada  por  esta  prorineia,  I  la  manda  a  U.  S.  para  que  la 
haga  archivar  i  trascribirla  a  S.  E.  el  jefe  supremo,  a  cuyas  ór- 
denes se  halla  desde  luego  la  provincia  a  quien  representamos. 

En  esta  virtud,  sírvase  U.  S.  espresar  a  S.  E.  el  jefe  supremo 
que  la  comisión,  después  de  haber  llenado  el  objeto  que  la  trajo 
a  este  patriótico  i  heroico  pueblo,  solo  espera  sus  últimas  órde- 
nes para  regresarse  a  dar  cuenta  de  la  aceptación  de  su  excelen- 
cia, i  déla  benévola  acojida  que  ha  recibido  de  todo  este  pueblo. 

Dios  guarde  a  U.  S.-^ Joaquín  Yerü'^Juan  Nicolás  Alvarex-^ 
Rafael  Pizarro^^Rufino  Bojai-^Josá  Ramas. 
Sefior  Intendenta  ét  U  protincU  don  Pedro  FéHx  Vlcafta.  ^ 


Núm.  3. 

CUÁBTBL  JBUBBAt  DB  LOS  tIBBBS. 

Concepción^  Htiembre  22  «fe  18SI. 
He  recibido  la  apreciable  nota  de  U.  S.  fecha  22  del  corriente, 
en  la  que  se  me  comunica  el  reconocimiento  que  han  hecho  ios 
SeKores  comisionados  por  la  heroica  provincia  de  Coquimbo  del 
cargo  que  me  conGrió  el.  pueblo  de  Concepción  por  la  acta  del  14 
del  mismo  mes. 


B0CLHGNTÓ9.  347 

En  mi  contestación  al  señor  Intendente  de  la  provincia  deCo« 
quimbo,  tave  ocasión  de  manifestarle  que  solo  aceptaba  el  man-' 
do  militar  i  qua  las  autoridades  civiles  nombradas  por  los  pue- 
blos deben  subsistir  en  el  ejercicio  de  sus  funciones,  hasta  que 
un  congreso  de  Plenipotenciarios  o  bien  un  número  de  delegados 
reunidos,  nombren  la  autoridad  civil  superior.  Ruego,  pues,  a 
U.  S.  se  sirva  hacer  presente  a  ios  señores  comisionados  que  tal 
es  mí  resolución  sobre  el  particular. 

Espero  que  la  causa  abrazada  por  las  provincias  de  Coquimbo 
i  Concepción  será  en  poco  tiempo  mas  el  pensamiento  uniforme 
de  toda  la  República,  i  que  la  libertad  triunfará  del  despotismo 
que  la  esclaviza.  « 

Como  por  las  comunicaciones  que  be  recibido  no  estoi  perfec- 
tamente al  corriente  del  número  i  demás  circunstancias  de  la^ 
fuerzas  deque  puede  disponer  la  provincia  de  Coquimbo;  i  como; 
por  otra  parte,  no  es  posible  calcular  la  dirección  que  tomarán  lotf 
negocios  a  consecuencia  de  nuevos  pronunciamientos,  o  de  te^ 
sistencias  inesperadas,  es  del  todo  imposible  establecer  por  ahora 
un  plan  de  operaciones  militares  para  dirljir  con  acierto  los  mo- 
vimientos que  conviniera  hacer  en  el  Norte.  No  me  cansaré  sí, 
de  repetir  a  U.  S.  que  creo  conveniente  obrar  con  la  mayor  pru- 
dencia, a  fin  de  evitar  choques  i  desgracias  sin  fruto  alguno,  quo 
mas  bien  contribuyen  a  enardecer  los  ánimos  que  a  aquietarlos. 
La  prudencia  del  señor  Intendente,  encargado  de  la  dirección  de 
los  negocios  políticos  i  militares  en  la  provincia  de  Coquimbo, 
me  hace  esperar  que  sus*  medidas  satisfarán  mis  deseos  en  todo. 

Reiteraré  a  U.  S.  lo  que  tengo  ya  indicado  en  mi  nota  al  señor 
Intendente  de  Coquimbo  i  arreglado  con  los  respetables  señores 
que  forman  la  comisión  nombrada  por  aquella  provincia;  es  la 
escasez  de  recursos  que  tenemos  por  acá  para  sufragar  los  gastos 
indispensables  del  ejército  i  otros  pagos  necesarios,  a  fin  de  evi- 
tar que  los  reclamos  i  el  descontento  pudieran  cruzar  nuestros 
planes. 

Sírvase  U.  S.  trasmitir  esta  nota  a  los  señores  comisionados,  en 


9ig  BOCUHENTOS. 

coniestafiloR  a  la  qoe  fe  bao  servido  dírijírme  por  sa  conducto, 
maoífestáfidoles  mi  agradecimiento  i  respeto. 
Dios  guarde  a  U.  S. 

Josi  Makia  ob  la  Caua. 
JU  feftMliilflBdnle46  urroriMia* 


Náffl.  4. 

Gincepcíon,  ««(íembre  24  de  1851. 

Transcribo  a  U«  U*  la  nota  que  ei  señor  jenerai  de  división  don 
José  Haria  de  la  Cruz  me  ha  remitido  en  contestación  a  la  qoe 
U.  U.  me  pasaron,  firmando  i  aceptando  la  acta  de  Concepción. 
El  señor  jenerai  acepta  el  poder  militar,  dejando  a  los  pueblos  las 
autoridades  que  ellos  han  establecido,  hasta  que  an  Congreso  de 
Plenipotenciarios  se  reúna  para  reorganizar  la  unión  de  las  pro- 
Yincías. 

En  oficio  de  bol,  trascribo  esta  misma  nota  al  señor  Intendente 
de  Coquimbo,  a  fin  de  obtener  cuanto  antes  el  nombramiento  de 
Plenipotenciarios,  que  deben  reunirse  en  este  pu.ebÍQ,  de  donde 
podrá  fácilmente  cpmunicarse  coalas  fuerzas  militares  i  demás 
provincias  que  se  vayan  emancipando  de  la  opresión.  Este  go- 
bierno, íntimamente  persuadido  del  importante  servicio  qpe  los 
señores  comisionados  han  prestado  a  la  República,  tendrá  siempre 
la  major  complacencia  en  recomendarlos  al  gobierno  que  los 
nianda,  ofreciéndoles  todas  las  consideraciones  de  amistad  i  res- 
peto, etc. 

Pjumlo  Fslix  Vicoía. 

A  los  lefiores  eomisiooadoi  de  la  provincia  de  Coquimbo. 


DOCl'HtNTOS.  34d 

• « 

DOCUIENTO  NllM.  S. 

VOTA    DIL  MIIVISTRO   INGLES    80BEB  BIi  BLOQUBO   I  BSBABfiO    DBC 

pcerro  db  coquimbo  i  contestación  helqobibbhq  ob  €hilb« 

Tradaccíon. 

ValparaiiOy  24  de  íetiembu  de  18St« 
Señor: 

Las  comunicaciones  verbales  que  tave  el  honor  de  tener  con 
S.  £.  el  Presidente  de  la  República  de  Chile,  con  tos  i  con  el 
señor  Urmenets^  habrán  csplicado  el  retardo  en  contestar  vaestra 
nota  de  16  de  setiembre  último.  En  el  presente  estado  de  cosas 
es  mi  deber  i  el  del  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de 
S.  M.  en  el  Pacífico,  velar  al  mismo  tiempo  sobre  los  intereses  de 
los  subditos  de  S.  M.,  i  dar  a  un  gobierno  que  está  en  amistad 
con  el  de  S.  H.  el  auxilio  i  asistencia  que  las  circunstancias  nos 
permitan,  sin  comprometer  el  principio  de  neutralidad. 

La  presencia  del  vapor  Gorgon  de  S.  M.  ha  impedido  la  pre- 
meditada captura  del  vapor  Correo^  i  se  han  dadn  órdenes  para, 
detener  al  Firefiy  tomado  piráticamente  en  Coquimbo.  La  corbe-^ 
ta  vapor  de  S.  H.  Driver  salió  ayer  por  la  tarde  para  Talcahnano, 
tanto  para  la  protección  de  los  intereses  británicos,  como  para 
tomar  posesión  del  Firefiy,  si  se  hallase  en  aquel  puerto. 

En  cuanto  al  acto  agresivo  cometido  sobre  el  Firefiy  en  Co- 
quimbo, el  contra«Almirante  Moresby  roe  dice  que  está  prepa- 
rado para  tomar  medidas  mas  coercitivas  contra  las  ftrsonas  que 
te  alrihuxan  autoridad  en  Coquimbo  i  ordenaron  la  captura  de 
aquel  buque,  luego  que  el  Gobierno  de  Chile  me  esprese  su  carencia 
de  medios  para  protejer  los  intereses  estranjeros  en,  aquel  puerto  ;  I 
en  esa  opinión  coincido  enteramente;  porque  esas  autoridades 
irregularmente  constituidas  no  pueden  ser  reconocidas  por  noso- 
tros í  es  solo  al  Gobierno  de  Chile  a  quien  podemos  dírijírnos 
para  la  indemnización  de  las  pérdidas  safridas  em  aquella  ikgal 
captura. 


3S0  DOCUMENTOS. 

Para  evitar  la  repetición  del  insulto  amenazado  al  vapor  Correo 
ingles,  solo  se  le  permitirá  comunicar  con  el  baqae  de  gaerra 
británico  apostado  en  frente  de  Coquimbo  (el  paerto}. 

Me  aprovecho  de  esta  oportunidad  para  renovar  a  V.  E.  las 
seguridades  de  mi  alta  consideración. 

J.  H.  SULIVAN. 

A.  8.  B.  don  Antonio  Varis,  Minbtro  de  Reltcionei  Btlerioreí  de  li  Repúbilct  de 
Chile  etc. 

[Del  Araucano  núra.  1285.) 


CONTESTACIÓN. 

Santiago^  29  cts  ietiemhre  de  1851. 
SeBor: 

He  tenido  el  honor  de  recibir  la  nota  de  V«  S,,  fecha  2Y  del 
corriente,  en  que  se  sirve  participarme  que  a  consecuencia  de  la 
pirática  captura  del  buque  británico  Ftre/Iy,  hecha  en  Coquimbo 
por  los  sediciosos,  el  señor  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas 
navales  de  S.  M.  B.enel  Pacifico  ha  puesto  embargo  sobre  aquel 
pueKo  hasta  la  restitución  de  dicho  buque,  i  que  por  consiguiente 
no  se  permitirá  ninguna  comunicación  con  el  puerto  de  Coquim«> 
bo  exepto  los  buques  de  la  República  i  los  de  guerra  estranjeros. 

En  contestación  tengo  el  honor  de  decir  a  V.  S.  que  con  esta 
fecha  oficio  al  comandandante  de  Marina  esponiéndole  que  en 
virtud  de  la  manifestación  que  tengo  hecha  a  V.  S.  en  mis  notas 
anteriores,  acerca  de  la  imposibilidad  en  que  hoí  se  halla  el  Go-* 
biemo  de  prestar  la  debida  protección  a  los  intereses  británicos 
existentes  en  Coquimbo,  con  motivo  de  la  insurrección,  nohai 
inconveniente  por  parte  del  Gobierno  para  que  se  lleve  a  efecto 
la  medida  tomada  por  el  espresado  señor  comandante  en  jefe  de 
las  fuerzas  navales  de  S.  H. 

Reitero  a  V.  S.  las  seguridades  de  la  afta  i  distinguida  consi- 
deración con  que  soi  de  V.  S,  atento  seguro  servidor. 

Antonio  Varas. 
^  NRor  saeariido  de  negoeias  do  S.  H.  B. 

(De  la  Cmlizücioñ  núm.  13] 


DOCUMENTOS.  SSt 


DOCÜIESiTO  NÜM.  9. 


NOTA  DEL  MINISTRO   DB  ESTADOS   UNIDOS  SOBftB    EL  BLOQUEO   DEL 

PUERTO  DB   COQUIMBO  1  CONTESTACIÓN  DEL  GOBIERNO  DH 

CBILB. 

Trad  acción. 

Valparaiio^  octubre  !.•  de  1851. 

El  infrascripto  enviado  estraordínario  1  Ministro  Plenipoten- 
ciario de  los  Estados  Unidos  de  América  cerca  del  Gobierno  de 
Chile,  tiene  el  honor  de  inclair  a  S.  E.  el  señor  don  Antonio 
Varas,  Ministro  de  Estado  i  Relaciones  Estertores  de  Chile,  copia 
de  an  papel  qae  ha  estado  por  algunos  días  Gjados  en  la  Bolsa  de 
esta  ciudad,  el  cual  aparece  inserto,  sin  comento,  en  el  JIferoa* 
rio  del  29  del  pasado,  periódico  qae  se  pnbitca  en  Valparaisoí  i 
qae  se  considera  ser  el  órgano  del  Gobierno. 

El  infrascripto  pide  respetuosamente  a  S.  E.  el  Ministro  da 
Relaciones  Esterlores  le  diga  si  el  embargo  o  bloqueo  del  puerto 
de  Coquimbo,  promulgado  por  los  representantes  de  S.  M.  B.  por 
medio  de  aquel  aviso,  es  un  acto  de  hostilidad  hacia  el  gobierno 
de  Chile  o  si  dicho  bloqueo  ha  sido  con  el  conocimiento  i  con* 
sentimiento  de  este  gobierno. 

Al  hacer  esta  pregunta,  el  infrascripto  es  movido  solamente 
por  el  deseo  de  asegurar  los  intereses  de  los  ctodadanos  de  Esta* 
dos  Unidos. 

El  infrascripto  aprovecha  esta  ocasión  para  renovar  a  su  Exe- 
iencia  las  seguridades  de  su  distinguida  consideración. 

Balib  Pbyton. 

A  S.  B.  leflor  don  Antonio  y$tUt  Ministro  de  Bstado  i  Relaclonet  Biterioreí  en 
Cbile. 

(Del  Araucano  núm.  1287). 


ÍSSH  DOCtMENIOS. 

CORTBSTACION. 

Santiago j  ocluiré  2  de  1851. 

El  infrascripto  Ministro  de  Estado  en  el  Departamento  de  Be- 
hciones  Estertores,  ha  teñido  el  honor  de  recibir  la  nota  de  ayer 
qae  se  ha  servido  diríjírle  el  señor  enviado  estraordinario  i  Mi- 
nistro Plenipotenciario  de  los  Estados  Dnidos  de  América  cerca 
de  este  gobierno,  acompañando  copia  del  aviso  publicado  en  el 
Mercurio  por  el  señor  Cónsal  de  8.  M.  B.  en  Valparaíso,,  fijado 
en  la  Bolsa  mercantil  de  esta  ciudad,  sobre  el  embargo  o  bloqueo 
del  puerto  de  Coquimbo,  i  solicitando  su  señoría  se  declare  la 
naturaleza  o  procedencia  de  esta  medida,  en  precaución  de  U 
seguridad  de  los  intereses  americanos. 

Después  de  haber  el  infrascripto  puesto  en  conocimiento  del 
Presidente  la  comunicación  del  señor  Peyton,  ha  recibido  orden 
de  su  8.  E.  para  esponerle  en  contestación,  que  con  motivo  de 
la  revolución  estallada  en  la  ciudad  de  la  Serena  el  7  del  pa- 
sado, i  a  Bn  de  precaver  los  grandes  males  que  son  tan  de  temer, 
como  consecuencia  de  este  atentado,  asi  a  la  República  como  al 
comercio  estranjero,  i  cortar  el  progreso  de  la  insurrección  por 
los  medios  de  comunicación  marítima»  el  gobierno  ordenó  la 
clausura  de  los  puertos  de  la  provincia  de  Coquimbo.  1  persua- 
dido también  que  la  cooperación  de  loe  fuerzag  británicae  en  la 
ejecución  de  dicha  medida  eeria  de  mucha  importancia^  ha  cofiv«- 
nido  «1  gobierno  aj^Ia  tomada  por  parte  de  loe  ojentet  Británicos 
respecto  del  aprimo  puerto  de  Coquimbo^  después  de  haber  me- 
diado  comunlcaáones  entre  este  Ministerio  i  el  Encargado  de  iVe- 
godos  de  S.  JIf.,  acerca  de  los  perjuicios  causados  ya  por  los 
amotinados  a  los  intereses  británicos  en  Coquimbo,  de  la  nece- 
sidad de  precaver  otros  en  adelante,  i  de  la  imposibilidad  en  que 
hoi  se  haya  el  gobierno  para  prestar  a  dichos  intereses  la  debida 
protección  en  un  punto  ocupado  solo  por  los  facciosos. 

Al  contestar  de  este  modo  al  señor  enviado  Americano,  siente 
el  infrascripto  que  las  circunstancias  aQtuales  de  la  administra- 


BOCOMEI^TOS.  .  353 

cion  le  hubiesen  h&dio  olvid«r  la  necesidad  de  pa^'lícipar  opor«* 
tunamente  a  Su  Señoría  lo  ocurrido  respecto  el  asunto  de  so 
citada  nota. 

El  ínfrasorípto  no  cerrará  la  presente  sin  añadir,  para  ia  jn- 
telíjencia  de  Su  Señoría,  que  el  diario  líercurio  de  Valparati»o, 
no  es  el  órgano  del  gobierno  como  equivocadamente  se  supone*    - 

£1  infrascripto  se  complaoe  en  repetir  al  señor  Peytoii  el  ies-^ 
timonio  de  su  aias  alta  i  distinguida  consideración. 

Antonio  Vabas. 

Al  •cD<n>  Bnfiado  Büraordinirío  f  lUiiiitre  Plenipotenciario  de  los  Bstadoi  Uní- 
doi  lie  América. 

{Del  Araucano  núm.  1287). 


DOCUMENTO  NÜH.  10/ 


CONVENIO  CELBIlBAtlO  BNTBE  £L  INTENDENTE  ZOBB1LLA  I  EL  CO' 
MANDANTB  DEL  VAPUB  INGLES  GOBGOlf  SOBBE  LA  CAPTCBA  DEL 
PIBBFLY  I  rStlCITACION  QU&.BL  COXBBeiO  INGLES  DIBIJIO  A  AQCBL 
OFICIAL  roa  E^H  ABEJ^GLO  I  OTBPS  DOCUMBNTOS  BBLATIVOS  A 
ESTE  NEGOCIO. 

Para  terminar  la  cuestión  suscitada  entre  el  señor  cónsul  de 
S.  M.  R.,  el  capitán  del  "vapor  ingles '¿ror^on  i  entre  el  gobierno 
de  Ja'provinciáhdcGoqtiímbo,  a  consecuencia  de  haber  este  toma<-> 
do  en  dias  anteriores  el  vapor  Firefly,  perteneciente  a  don  Carlos 
Lambert,  itan  celebrado  el  presenta  convenio  bajo  los  artículos 
siguiente»:  1-®  este  vapor  queda  desde  iuegj  considerado  como 
presa  de  los  oficiales  del  navio  ingles  Porllandi  2.^  el  gobierno 
de  Goquioibo  se  obliga  a  entregar  de  las  primeras*  entradas  de 
su  Aduana  i  en  el  discurso  de  tres  meses  Ja  cantidad  de  treinta 
mil  pesos  al  buque  ingles  de  guerra  que  te  baila  en  este.pyertai 
debiendo  considerarse  esta  entrega  como  en  compensación  delo« 
gaslos  i  perjuicios  ocasionadlos  a  don  Carlos  Lambert  por  la  tQ9iB 

45 


354  P0COICNT08. 

i  proa  de  subttqae:  3.®  también  te  obliga  el  gobierno  de  Co- 
quimbo a  entregar  de  las  entradas  de  Adoana  i  en  el  mismo 
lérmíno  de  tres  niescs  la  suma  de  diez  mil  pesos  al  buqne  ingles 
degoerra  que  se  halla  en  este  pserlo.  Esta  entrega  no  tendrá 
Ingar  caso  que  el  señor  almirante  ingles  declare  que  el  señor 
Paynter,  eapitan  del  Gorgon^  no  ha  tenido  motiro  bastante  para 
haber  apresado  al  vapor  Arauco  que  a  esta  bahía  arribó  el  dia 
dehoi:  4/ el  gobierno  de  la  provincia  se  obliga  a  dar  por  la 
prensa  al  señor  Almirante  de  S.  M.  B.  las  satisfacciones  conve- 
nientes por  el  agravio  hecho  con  la  toma  del  boq^oe  Ftre/ly  :  5.* 
desde  el  momento  en  que  se  firme  el  presente  convenio  queda 
concluido  el  bloqueo  que  el  dia  de  hoi  ha  declarado  a  este  p|ier- 
to  i  al  de  la  Herradura,  el  capitán  Paynter,  i  queda  también  de- 
vuelto el  vapor  ylrauco,  mandado  armar  en  guerra,  al  jefe  que 
lo  monta.  Se  reserva  al  señor  Almirante  i  Ministro  de  S.  M,  B. 
el  derecho  conveniente  para  repetir  contra  el  gobierno  de  Chile, 
por  el  cumplimiento  de  lo  estipulado,  caso  que  no  lo  haga  el 
gobierno  de  esta  provincia.  A  efecto  de  cumplir  coscada  uno  de 
los  artículos  contenidos  en  este  convenio,  se  obligan  del  modp 
mas  solemne  el  gobierno  de  la  provincia,  i  los  que  en  las  actua- 
les circunstancias  representan  al  gobierno  de  S.  H«  B.,  enféde 
lo  cual  se  firman  dos  ejemplares  de  un  tenor  a  las  siete  i  quince 
minutos  de  la  noche  del  dia.  28  de  letiembre  de  18&1,  en  este 
puerto  de  Cocjuimbo.  —  Ftceiit«  Zorrilla^  intendente.— Dfttt i 
Aoss,  Cónsul  de  S.  U.  B.— /•  PaynUr^.  Capitán  del  vapor 
tiorgon. 

Por  orden  del  seilor  Intendente,  el  secretario,  Juan  de  bios 
Ugarté. 

{be  la  Serena  del  30  de  setiembre  de  1831), 

Arficti/o  adicionad— Téngase  entendido  que  la  diapoaicion  del 
articulo  tercero  en  que  se  establi»ce  que  se  pagarán  diez  mil  pesos 
por  la  presa  del  vapor  /tranco,  tendrá  kigar  siempre  que  el  atlior 
Almirante  ingles  declare  que  el  capifan  del  vapor  Gorgón  ha 
lenido  mütivc  jueto  para  proceder  a  la  captura  de  dicho  Araueo^ 


DOCUMENTOS.  33S 

Asi  mfsmo  fe  tendrá  entendido  qae  las  entregas  a  qoe  se  refieren 
los  artÍGolos  segundo  i  tercero  del  anterior  conTenio,  se  barim 
al  baque  de  guerra  ingles  qae  al  plazo  estipulado  se  hallare  en 
el  puerto  de  esta  ciudad,  o  al  señor  Cónsul,  si  tuviere  comisión 
para  ello.-— Serena^  setienibre  30  de  1851.— Fícente  ZorrtZía.«--« 
David  Rosi.'^J.  Paytner. — Por  orden  del  señor  IntendentOi  el 
secretario  Juan  de  Dioi  Ugaru. 

El  anterior  artículo  adicional  ha  sido  copiado  del  contrato  orí- 
jinal  que  existía  en  poder  de  don  Tomas  Zentenor  ¡  que  solo  últi- 
mamente hemos  recibido.  Este  contrato  (que  se  encuentra  por 
daplicado)  tiene  la  siguiente  nota  en  ingles.— £ste convento  Aasiio 
de$aprobádo  por  el  vicenilmirante  Moresby,  comandante  de  la$ 
fneriae  navales  de  5.  M.  B,  en  Chile. — Augusto  Wimper,  Ca^ 
pifan  d€  la  fragata  Thetis.-^l  luego  en  seguida  esta  otra  nota  en 
espa noL-^Cancelacfo  por  fcaber  sido  desaprobado  por  el  Almirante 
Moresby  i  el  señor  Salivan  encargado  de  Negocios  de  S.  M,  J?.— 
Puerto  de  Coquimbo,  octubre  14  de  18ol,— Z>avtd  Jlois,  cónsul 
de  S.  M.  B« 


Pero  DO  se  crea  que  esta  reprobación  de  SuÜTan  i  Moresby  fue« 
se  causada  por  la  vergüenza  que  debió  inspirarles  el  infame  res- 
cale  de  treinta  mil  pesos  pedido  por  la  captura  de  los  buques,  sino 
al  contrarío,  por  el  despecho  i  rabia  que  se  apoderó  del  violento 
ministro  británico  cuando  vio  burlado  el  plan  del  gobierno  do 
Chile  i  el  suyo  propio  de  arrancar  de  las  manos  de  los  revolucio* 
narios  el  terrible  vapor  iirauco.  La  prueba  fué  que  ocho  días  des- 
pués de  aquella  desaprobación  (el  15  de  octubre},  mandó  Moresby 
a  robarse  el  Arauco  en  la  bahía  de  Talcahuano,  lo  que  ejecutó 
el  vapor  de  guerra  ingles  Gorgon. 

Por  lo  demás,  Paynler  había  entrado  en  aquel  infame  convenio 
mas  por  temor  que  por  lucro.  Indignado  el  vecindario  del  puerto 
por  aquel  atentado,  ae  había  reunido  en  grupos  amenazadores 
cerca  de  la  bakilaciou  co  que  el  Intendente  Zorrilla  i  su  asesor 


3S6  IK)C(JH£NTOS. 

Zenteno  celebraban  la  conferencia  para  el  convenio  con  Paynlet 
i  don  Carlos  Lambert.  En  consecuencia,  i  para  intimidara  este  (a 
quien  86  so  ponía  el  instigador  de  aquella  tropelía},  llamóIoZen* 
teíio  t  la  puerta  i  niostrándole  la  muchedumbre  que  se  agolpaba, 
le  dijo^  «que  él  era  dueño  de  consumar  el  atentado  que  quisiese, 
|toro  "que  la  autoridad^  por  su  parte,  no  respondía  de  su  irida  ni 
de  la  de  ningún  subdito  ingles».  Atemorizado  Lamberto  habló  en 
privado  con  Paynter  i  este  convino  entonces  en  el  despojo  de 
treinta  mil  pesos  queexijió,  dando  soltura  al  vapor. 


VBLICITACIOIC. 

Señor: 

No  permitiremos  os  vayáis  de  este  puerto  sin  efiprcsaros  nucs^ 
tro  sincero  agradecimiento  por  los  importantes  servicios  que  ha- 
béis prestado  durante  los  actuales  disturbios  políticos  a  los  ingle- 
ses i  eslranjeros  residentes  en  Coquimbo. 

Creemos  que  vuestra  presencia  ha  impedido  que  la  autoridad 
dominante  aqui  no  haya  llevado  a  efecto  sus  actos  de  violencia^ 

Esperamos  que  las  enérjicas  medidas  que  habéis  adoptado  para 
vindicar  el  ultraje  hecho  que  la  propiedad  británica,  tendrán  su 
natural  efecto  de  demostrara  los  que  provocan  actos  do  lagresíon 
nrdn  pronto  cattigados^  i  que  debe  respetarse  el  honor  de  una 
bandera  esiranjerá. 

Os  deseamos  sinceramente  un  buen  ^xito. 

Boberto\Eduardo  Alison.-^Eduardo  Bath. — Tomas  Richardson. 
'^Gabriel  Menoyo."^  Federico  Field.^- Samuel  Rem$? ,  ^^  Tomag 
FrancÍ8.'*^John  Jone$, — Carlot  Lambert.S,  S,  Lamber l.^^Car* 
hiJ,  Lámbert, — Tomas  Chadiiviks. 
M  S.  lames  Paynter,  comindante  del  rapor  Gorgon. 


CONSULADO  BRÍtInICO. 

Coquimbo^  octubrt  l,^de  1851. 
Señor: 

Tengo  el  gusto  de  poner  en  vuestro  conocimiento  la  precedente 


DocmcNTOS.  S57 

comanieacion  en  que  los  ingleses  I  estranjeros  residentes  en  Co- 
qaímbo,  os  dan  las  gracias  i  yo  añado  personalmente  las  mías  por 
los  importantes  servicios  que  habéis  prestado  en  los  últimos  dis- 
turbios políticos,  i  por  las  onérjicas  medidas  adoptadas  que  han 
producido  el  arreglo  amigable  i  satisfactorio  de  los  negocios. 

Soí  vuestro  etc. 

David  Boss. 
(ContttldoS  ILB.eaCovUvbo). 

Al  oficial  James  Payiiler  del  yapor  de  S.  M.  B.  Gorgon. 

.    (Del  Copiapino  niim.  1163). 


Los  cinco  interesantes. documentos  que  se  pnblica  a  conti- 
Boacionf  como  relativos  a  ios  actos  piráticos  cometidos  en  Co-* 
quimbo  por  ios  marinos^  ingleses,  existían  orijinales  en  poder 
del  señor  don  Tomas  Zenteno,  comisionado  para  aquellos  arreglos, 
i  solo  hoí  (B  de  mayo,  de  1S62)  los  he  recibido,  orijinales  tam«« 
bion,  mediante  la  oflcíosidad  de  mi  exelente  amigo  Pedro  Pable 
Cavada. 

Kl  primero  es  el  aviso  enviado,  por  el  comandante  del  resguar* 
do  dg\  puerto  de  Coquimbo  sobre  el  apresamiento  del  Áraiueo. 

£1  segunda  contiene  las  enórjicas  instrucciones  dadas  por  e| 
intendente  Zorrilla  al  ciudadano  don  Tomas  Zenteno,  para  que 
arreglase  las  dificaltades  suscitada^:»  a  consecuencia  del  bloqueo 
del  puerto. 

El  tercero  es  la  nota  en  que  el  capitán  del  Gorgon  comunica 
el  bloqueo  i  estado  de  sitio  de  los  puertos  de  la  Herradura  i  Co- 
quimbo, al  Cónsul  ingles  i  el  oficio  de  c»te  con  que  remitió  aqoe« 
lia  a  la  intendencia. 

£1  cuarto  es  el  oficio  en  que  el  comandante  de  la  fragata  Tketii 
piJe  la  entrega  perentoria  do  los  diez  mil  pesos  pactados  por  la 
captura  del  Firefit/. 

£1  quinte  ea  el  vergon toso  recibo  dado  por  el  oficia!,  de  aquella 
suma,  pagada  con  documentos  de  aduana  i  diiz  i  uíi  pesos  do$ 
reatts  en  plata. 


948  imm:uiiemo0. 

conlestacioR  a  U  qoe  le  hao  servido  dírijírme  por  su  conducto, 
nunífestáiidoles  mí  agradecimiento  i  respeto. 
Dios  aaacde  a  U.  S. 

Josa  ÜAtiA  PB  Lk  Cam. 
iU  f  «adr  iBloidiBle  40  U  Prorteoia. 


Mam.  4. 

Concepcu)ñ^  ieíiemhre  24  de  1851. 

Transcribo  a  U.  U.  la  nota  qae  el  señor  jeneral  de  división  don 
José  María  de  la  Cruz  me  ha  remitido  e,n  contestación  a  la  que 
U.  U.  me  pasaroui  firmando  i  aceptando  la  acta  de  Concepción. 
El  señor  jeneral  acepta  el  poder  militar,  dejando  a  los  pueblos  las 
autoridades  que  ellos  han  establecido»  hasta  que  un  Congreso  de 
Plenipotenciarios  se  reúna  para  reorganizar  la  unión  de  las  pro- 
Tincías. 

En  oficio  de  hol,  trascribo  esta  misma  nota  al  señor  intendente 
de  Coquimbo*  a  fin  de  obtener  cuanto  antes  el  nombramiento  de 
Plenipotenciarios,  que  deben  reunirse  en  este  pQ.eblQ,  de  donde 
podrá  fácilmente  comunicarse  coalas  fuerzas  militares  i  demás 
provincias  que  se  vayan  emancipando  de  la  opresión.  Este  gO'^ 
biemoi  íntimamente  persuadido  del  importante  servicio  qae  los 
señores  comisionados  han  prestado  a  la  República,  tendrá  siempre 
la  mayor  complacencia  en  recomendarlos  al  gobierno  que  los 
manda,  ofreciéndoles  todas  las  consideraciones  de  amistad  i  res- 
pelo,  etc. 

PxMLO  FiLU  Vicoía. 

a  los  sefiores  comlflontdos  de  U  provincia  de  Coquimbo. 


DOCUMtNTOS.  34d 


DOCUIEKTO  A  I 


KOTA    DWL  MIlllSTRO   IVGLBS    SOBKB  BL  BLOQUBO   I  BXBAi»0    BBC 
PUeRTO  DB  COQUIMBO  1  CONTBSTACIO»  BELQOBIEBHQ  OB  CHILB« 

Tradaccion. 

ValparaiiOj  24  de  setiembre  de  18St« 
Señor: 

Las  comunicaciones  verbales  que  tave  el  honor  de  tener  con 
S.  £.  el  Presidente  de  la  República  de  Chile,  con  tos  i  con  el 
señor  Urmenets^  habrán  esplícado  el  retardo  en  contestar  vaestra 
nota  de  16  de  setiembre  último.  En  el  presente  estado  de  cosas 
es  mi  deber  i  ei  del  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de 
S.  M.  en  el  Pacífico,  velar  al  mismo  tiempo  sobre  los  intereses  de 
los  subditos  de  S.  M.,  i  dar  a  an  gobierno  que  está  en  amistad 
con  el  de  S.  H.  el  auxilio  i  asistencia  que  las  circunstancias  nos 
permitan,  sin  comprometer  el  principio  de  neutralidad. 

La  presencia  del  vapor  Gorgon  de  S,  M.  ha  Impedido  la  pre- 
meditada captura  del  vapor  Carreo^  i  se  han  dadn  órdenes  para, 
detener  al  Firefly  tomado  piráticamente  en  Coquimbo.  La  corbe-^ 
ta  vapor  de  S.  H.  Driver  salió  ayer  por  la  tarde  para  Talcahuano, 
tanto  para  la  protección  de  los  Intereses  británicos,  como  para 
tomar  posesión  del  Firefly,  si  se  hallase  «n  aquel  puerto. 

En  cuanto  al  acto  agresivo  cometido  sobre  el  Firefly  en  Co- 
quimbo, el  contra«Almirante  Moresby  roe  dice  que  está  prepa- 
rado para  tomar  medidae  ma$  coercitivas  contra  loe  pereopae  que 
se  airihuian  autoridad  en  Coquimbo  i  ordenaron  la  captura  de 
aquel  buque^  luego  que  el  Gobierno  de  Chile  me  esprese  su  carencia 
de  medios  para  protejer  los  intereses  estranjeros  en,  aquel  puerto  ;  I 
en  esa  opinión  coincido  enteramente;  porque  esas  autoridades 
irregularmente  constituidas  no  pueden  ser  reconocidas  por  noso- 
tros, i  es  solo  al  Gobierno  de  Chile  a  quien  podemos  diríjirnos 
para  la  indemnización  de  las  pérdidas  safridai  em  aquella  ikgal 
captura. 


330  DOGUflieMOs, 

Para  evitar  la  repetición  del  ¡nsalto  amenazado  al  vapor  Correo 
ingles,  solo  se  le  permitirá  comunicar  con  el  baqae  de  gaerra 
britinico  apostado  en  frente  de  Coquimbo  (el  paerto). 

Me  aprovecho  de  esta  oportunidad  para  renovar  a  V.E.  las 
seguridades  de  mi  alta  consideración. 

J.  H.  SOLIVAN. 

A.  8.B.  don  Antonio  Varif,  Ministro  de  ReltcioneiBtterioref  de liRepúbi leído 
Chile  etc. 

[Del  Araucano  núm.  1285.) 


C0inrB8TA€101f. 

Santiago^  29  de  eetiemhre  de  18oi. 
SeBor: 

He  tenido  el  honor  de  recibir  la  nota  de  V.  S„  fecha  2Y  del 
corriente,  en  qae  se  sirve  participarme  que  a  consecuencia  de  la 
pirática  captara  del  buque  británico  Firefly^  hecha  en  Coquimbo 
por  los  sediciosos,  el  señor  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas 
navales  de  S.  M.  B.enel  PacIGco  ha  puesto  embargo  sobre  aquel 
puerto  hasta  la  restitución  de  dicho  buque,  i  que  por  consiguiente 
no  se  permitirá  ninguna  comunicación  con  el  puerto  de  Coquim«> 
bo  exepto  los  buques  de  la  República  i  los  de  guerra  estranjeros. 

En  contestación  tengo  el  honor  de  decir  a  V.  S.  que  con  esta 
fecha  oficio  al  comandandante  de  Marina  esponiéndole  que  en 
virtud  de  la  manifestación  que  tengo  hecha  a  V.  S.  en  mis  notas 
anteriores,  acerca  de  la  imposibilidad  en  que  hoi  se  halla  el  Go- 
bienio  de  prestar  la  debida  protección  a  los  intereses  británicos 
existentes  en  Coquimbo»  con  motivo  de  la  insurrección,  no  hai 
inconveniente  por  parte  del  Gobierno  para  que  se  lleve  a  efecto 
la  medida  tomada  por  el  espresado  señor  comandante  en  jefe  de 
las  fuerzas  navales  de  S.  H. 

Reitero  a  V.  S.  las  seguridades  de  la  alta  1  distinguida  consi- 
deración con  que  soi  de  V.  S,  atento  seguro  servidor. 

Antonio  Varas. 
Ai  tsaor  sacargidodenefoeies  do  8.  H.  B. 

(De  la  Cmlizaciim  uúm.  13.) 


DOCLMENTOS.  33 1 


DOCUIENTO  NflM.  9. 


NOTA  DEL  MINISTRO   DB  ESTADOS   UNIDOS  80BRB    EL  BLOQUEO   DEL 

PUERTO  DB   COQUIMBO  1  CONTESTACIÓN  DBL  GOBIERNO  DH 

CB1LB« 

Trad  acción. 

Valparaíso^  octubre  !.•  i$  1851. 

El  infrascripto  enviado  estraordinario  1  Ministro  Plenipoten- 
ciario de  los  Estados  Unidos  de  América  cerca  del  Gobierno  de 
Chile,  tiene  el  honor  de  incluir  a  S.  E.  el  señor  don  Antonio 
Varas,  Ministro  de  Estado  i  Relaciones  Estertores  de  Chile,  copia 
de  un  papel  que  ha  estado  por  algunos  dias  Gjados  en  la  Bolsa  de 
esta  ciudad,  el  cual  aparece  inserto,  sin  comento,  en  el  Merou^ 
río  del  29  del  pasado,  periódico  que  se  publica  en  Valparai80|  i 
que  se  considera  ser  el  órgano  del  Gobierno. 

El  infrascripto  pide  respetuosamente  a  S.  E*  el  Ministro  da 
Relaciones  Esteriores  le  diga  si  el  embargo  o  bloqueo  del  puerto 
de  Coquimbo,  promulgado  por  los  representantes  de  S.  M.  B.  por 
medio  de  aquel  aviso,  es  un  acto  de  hostilidad  hacia  el  gobierno 
de  Chile  o  si  dicho  bloqueo  ha  sido  con  el  conocimiento  i  con* 
sentimiento  de  este  gobierno. 

Al  hacer  esta  pregunta,  el  infrascripto  es  movido  solamente 
por  el  deseo  de  asegurar  los  intereses  de  los  ciodadanos  de  Esta* 
dos  Unidos. 

El  infrascripto  aprovecha  esta  ocasión  para  renovar  a  su  Exe- 
lencia  las  seguridades  de  su  distinguida  consideración. 

Bal»  Pbyton. 

A  S,  B.  aeflor  don  Antonio  YitUt  MlnUlro  de  BsUdo  i  Reliclonet  Biteriorot  en 
Chile, 

(Del  ilraiicoiio  núm.  1287). 


962  nctmi^Tos. 

Al  poner  ectetaceso  en  noticia  del!,  S.,  espero  que  con  la  po* 
8¡ble  brevedad  empleará  las  faerzai  de  so  mando  para  impedir 
que  el  vapor  británico  Fire/ty  continúe  empleándose  en  este  inde- 
bido i  punible  tráCco. 

Dios  guarde  a  U.  S.  Manuel  Blanco  Encalada. 

Al  jefe  mu  antiguo  de  lu  fueniA  d«  S.  M  B.  en  Vtlparalto. 
£s  copia.-^jDeme(rio  Jl.  Peno,  Secretario  de  marina. 


DOCDIENTO  NfiM.  ii. 


DBCBBTO  DBCLABANDO  PIBATA  BL  VAFOB  NACIONAL  ABAüCO  I  COüt*'- 
mCACIONBS  CAMBIABAS  BNTBB  BL  MIBISTBO  INGLBS  I  BL  60BIBBN0 
BBSrBCTO  PB  LA  CAPTÜBA  DB  OICHO  BCQUB, 

5anfta;o,  $etimhr9  30  da  1851. 
Considerando: 

1«*  Qoe  el  vapor  mercante  de  la  marina  nacional  trauco  ha 
sido  asaltado  i  tomado  por  los  sublevados  de  Concepción; 

S.*  Qoe  ha  sido  armado  en  guerra  sin  autorización  ni  cono- 
cimiento de  la  autoridad  competente; 

3«*  Que  autorizado  para  llevar  bandera  chilena  como  buque 
mercante,  no  puede  gozar  de  la  protección  de  esa  bandera,  des* 
pues  de  haberse  armado  en  guerra  para  hostilizar  las  autorida- 
des constituidas. 

4.»  Que  loa  abusos  i  depredaciones  que  pudiera  cometer  sobre 
buques  •  propiedades  nacionales  o  estranjeras,  podrian  dar  pro- 
testo a  reclamaciones  por  llevar  bandera  chilena. 

He  venido  en  acordar  i  decreto. 

El  vapor  mercante  itrouco  no  goza  de  la  protección  de  la  ban- 
dera chilena,  ni  debe  ser  reputado  como  buque  chileno. 

Podrá  en  eonsecueitcta  ser  lejítimamente  apresado  por  cual- 
quier boqtie,  en  protección  de  ios  intereses  de  la  nación  a  que 
pertenesca  i  que  pudiera  comprometer. 

Oemunfquese  al  comandante  jeneral  de  marina  i  pobiíquese. 
MonTT.  Jo$é  Francisco  Gana. 

[Dé^Boktiñ  de  (as  Leyes  iib.  19  núm.  9). 


M)cra£r(TOS.  SOS 

NOTá  DEL  «INISTAO  15GLBf . 

Traducción. 

Santiago^  octubre  23  d$  1851. 
Señor: 

Tengo  el  honor  de  participar  a  V«  E.  qae  conforme  a  las  órde-* 
net  del  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  deS.M.B.  en  el 
Pacífico,  el  comandante  Paynter  del  vapor  de  S.  M.  Gorfon  ha 
tomado  posesión  en  Talcahaano,  el  15  de  octabre  último,  de  un 
vapor  llamado  el  Anweo. 

En  la  nota  que  tuve  el  honor  de  recibir  de  V.  E.  el  12  do  octiH 
bre»  V.  E.  me  incluyó  copia  de  un  decreto  del  Presidente  de  la 
República  de  Chile,  a  efecto  de  que  ese  vapor  no  gozase  mB$ 
tiempo  de  la  protección  de  la  bandera  chilena  ni  se  considerase 
como  buque  chileno;  i  el  decreto  pasa  a  decir  que  el  Araiico  pue- 
de ser  legalmente  apresado  por  cualquier  buqu^,  para  protejer 
los  intereses  de  cualquiera  nación  que  pueda  comprometer. 

El  caso  ha  tenido  lugar,  el  vapor  Araueo  ha  sido  el  instrumento 
por  medio  del  cual  han  sido  perjudicados  los  intereses  británicos, 
por  medio  del  cual  los  subditos  británicos  residentes  en  Chile 
han  sido  maltratados  i  despojados  de  sus  bienes,  i  por  medio  del 
cual  los  aseguradores  británicos  pueden  sufrir  graves  pérdidas. 

Por  mucho  que  un  ájente  británico  lamente  el  ver  a  m  país 
próspero  i  floreciente  como  la  República  de  Chile,  fiel  aliada  áú 
la  Gran  Bretafta,  bendecido  hasta  aquí  por  la  paz,  con  un  gobier** 
no  ilustrado,  haciendo  constantes  progresos,  i  adelantando  en  b 
prosperidad  comercial,  i  con  un  presidente  reden  elejido  por  la 
voluntad  popular,  por  mocho  que  lamente  el  ver  on  país  seme- 
jante, presa  hoi  de  la  guerra  civil  i  de  las  dísencíones  inteslioMs, 
es  so  deber  conservar  ona  pos ícton  meutral  i  dejar  que  los  negó* 
cios  internoa  del  país,  cerca  del  cual  ha  sido  nombrado»  sean 
arreglados  por  las  aotoridadts  constituidas. 

Pero  coando  hai  dos  partes  contendientes,  es  lembieii  deber 
del  Ájente  Diplomático  británico  tener  coidado  de  qoe  ona  de 
esas  dos  partes  no  se  aproveche  de  las  circonslancias  para  per« 


361  DOCUHtNTOS. 

fadicar  los  intereses  de  sos  compatriotas*  Qae  ana  de  las  partes, 
que  se  esfaerza  por  medio  de  la  guerra  civil  en  trastornar  el  go- 
bierno de  SD  país,  se  apodere  violenta  i  piráticamente  de  an  va- 
por con  los  colores  británicos,  i  haga  un  uso  indebido  de  él  para 
sus  fines  privados;  que  esa  misma  parte  perjudique  los  intereses 
británicos,  como  en  el  caso  del  vapor  ulrauco,  no  puede  permitirse. 

fis  por  este  motivo,  que,  de  orden  del  comandante  en  jefe, 
ha  sido  tomado  el  Firefly;  que  se  ha  reclamado  por  dos  veces 
iudemnizacion  i  se  ha  exíjido  fianza  [s^urity),  para  el  pago  de 
U  demanda;  es  por  ese  motivo,  que  se  ha  efectuado  de  orden 
del  mismo  comandante  en  jefe  el  apresamiento  del  Tapor  Arauco, 
Pero  ningon  individuo  despreocupado  podrá  pretender  descu- 
brir en  esas  medidas  una  infracción  de  la  neutralidad. 

Aprovecho  esta  oportunidad  para  renovar  a  V.  £•  las  seguri- 
dades  de  mi  alta  consideración. 

S.  H.  SüLIVAlf. 

A.  8  E.  don  Antonio  Taru,  Uiniílro  de  negocios  Eilranjeros  de  la  República  de 
Cbile. 

(Del  Araucano  núm.  1302). 


CO^TBSTAClOir. 

Santiago^  noviembre  7  de  1851. 
Señor: 
•He  tenido  el  honor  de  recibir,  i  puesto  en  conocimiento  del 
Presidente,  la  nota  de  V.  S.  del  25  del  mes  próximo  pasado  eii 
que  me  haca  saber  que  el  comandante  Paynter  del  vapor  do  S. 
M.  B.  Gorgon  se  apoderó  del  vapor  Arauco  en  Talcahuano  el  15 
del  mismo  mes^  según  las  órdenes  recibidas  del  comandante  en 
jefe  de  las  faerzas  navales  de  S.  11.  en  el  Pacífico. 

V.  S*  se  refiere  con  este  motivo  al  decreto  Supremo  de  12  de 
octubre  en  que  se  declaró  que  el  Araueo  no  gozaba  mas  tiempo 
do  la  proteooion  de  la  bandera  chilena  i  que  pedia  ser  iejítima^ 
mente  apresado  por  cualquiera  buque,  en  protección  de  los  inte- 
resea  de  la  nación  a  que  perteneciese  i  que  el  Arauao  pudiera 
comprometer.  Manifiesta  V.  S.  haberse  verificado  el  caso  previsto 
en  el  débete,  i  «le  ha  servido  hacer  uua  csposioion  de  los  prin* 


POCUMENTOS.  965 

cípios  que  en  el  estado  presente  de  cosas  han  debido  dirijír  la 
conducta  de  un  ajenfe  británico,  deseoso  por  una  parte  de  man- 
tenerse neutral  en  medio  de  las  dísenciones  que  desgraciada- 
mente aflijen  al  pafs,  i  obligado  por  otra  a  protejer  los  intereses 
de  su  nación  contra  un  partido  que  en  su  empresa  de  trastprnar 
por  medio  de  la  guerra  civil  el  gobierno  nacional,  se  apodera 
\íulen(amente  de  un  vapor  que  lleva  la  bandera  británica,  i  lo 
emplea  indebidamente  en  la  persecución  desús  miras  particulares. 

El  Presidente^  que  ha  leido  con  la  debida  atención  la  nota  de 
V.  S.,  coincide  enteramente  en  su  modo  de  pensar ^  i  no  puede  m^- 
nos  de  reconocer  la  justicia  de  los  principios  que  Y,  5,  se  ha  ser^ 
vida  espresarme. 

Me  valgo  de  esta  oportunidad  para  renovar  a  V.  S.  las  pro-i 
testas  de  roí  alta  consideración. 

Antonio  Vábas. 

AI  feñor  encargado  de  negocios  de  8.  II  B. 

Del  Araucano  núm.  1302). 


DOCimeNTO  NUN.  12. 

DIVISIÓN   PACIFICADOBA  DEL  NORTE. 

Estado  que  demuestra  los  Jefes,  Oficiales  i  tropa  qu$  de  didia  con" 
currio  a  la  acción  de  Petorca,  que  tuvo  lugar  el  14  de  octubre 
último  con  demostración  de  heridos  i  muertos. 


CUERPOS. 

CONCU- 
RRIERON. 

Hr:ii[ooa. 

MUERTOS 

_    1 

5 
40 

O 

3 
2 

40 

» 

25 

53 

971 

i 

1 

I» 
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20 

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í 
1 

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u 
I 
5 

1 

ti 

t 

Estado  mayor  de  la  división. 

Artilleria  ce  línea.  ....•.•..•. 

Brisada  de  Marina.  ........... 

Batallón  Biiin ••...•..• 

1      Id.     quinto  de  linea 

ilnfanteria  cívica  de   los  Andes  i  Pu- 
1    taendo • 

4|433 

9  205 

Granaderos  a  caballo .  .  .  . 

4 

6 

10 

79 

66 

99 

100 

942 

Escuadrón  de  los  Andes 

Id.       de  Petorca. 

Totales.  •  •  • 

366  DOCtllfiNTOS, 

NOTAS. 

1.*  Do  losveinte  heritlofi,  quedaron  en  el  hos  pilal  qae  se  es* 
tabléelo  en  Petorca,  siete  de  Granaderos  a  caballo*  ono  del  Buín 
i  dos  del  Nüm.  S,  de  cuyo  total  murieron  dos.  Los  diez  restantes 
se  incorporaron  a  sus  cuerpos. 

2.*  Entre  )os  heridos  de  Granaderos  a  caballo,  cuatro  recibie* 
ron  dos  bayonetazos  i  dos  de  olios  un  balazo,  ademas,  dos  con 
solo  un  bayonetazo,  dos  un  balazo,  I  los  tres  restantes  fueron  le- 
remente  heridos  de  bayoneta  i  golpes  de  fusil. 

3.*  Obra  ya  en  el  Ministerio  la  lista  de  los  10  titulados  o(t« 
eiales,  que  cayeron  prisioneros,  incluso  el  mayor  don  Mateo 
Salcedo  que  murió  el  16,  de  resoltas  de  su  herida.  Délos  300  i 
mas  prisioneros  de  la  clase  de  tropa,  se  destinaron  ¿00  a  engro- 
sar las  fifas  de  nuestros  cuerpos,  inclusos  32  que  pertenecían  al 
batallón  Yungai,  se  despidieron  algunos  como  inútiles  e  inculpa- 
bles porque  violentamente  se  les  había  enrolado  en  la  marcha 
por  las  haciendas,  i  48  quedaron  en  el  hospital  de  los  que  mu- 
rieron tres. 

5.*  Las  piezas  de  artillería  con  doscientos  cincuenta  cartuchos 
mil  id.  de  fo«¡l,  doscientos  cincuenta  fusiles,  algunos  correajes 
i  setenta  lanzas  fué  lo  que  ingresó  a  la  división  perteneciente  al 
enemigo. 

5.«  Treinta  i  dos  fueron  los  muertos  por  parte  de  los  subleradosi 
incluso  el  mencionado  mayor  Salcedo  i  dos  oGcSales. 
Sanliago^  febrero  17  de  1851. 

JCAK  VlDÁCRRB  LbáL. 
{JM  arelilf o  dol  Ministerio  do  It  Guerra). 


DOCUIIiMO  KIÍM.  i3« 


FA«TB  OriCIAL  DB  LA    BATALLA  DB  PETOBCA« 

Comandiiicla  de  la  Dítíiíob  pacificadora  del  Norte. 

Pelorca,  octubre  14  de  1851. 
SeAor  Ministro: 

Persiguiendo  el  enemigo  desde  Quilimaii,  que  flbandonanJu  la 


iKMnjKCT^ios.  867 

provincia  de  Coquimbo  se  había  internado  en  esta,  diríjiéndoae 
al  centro  de  elJa»  para  lo  qae  procuraba  ocultar  sos  moirimlentos 
verdaderos  con  otros  Gnjidos,  i  burlar  de  este  modo  mi  vtjilancia» 
lo  alcancé  en  este  pueblo,  al  ocupar  las  alturas  que  lo  dominan, 
i  siéndome  necesario  desalojarlo  de  ellas,  ordené  al  jefe  de  vaii'* 
guardia  que  lo  atacase,  pero  teniendo  que  sostenerla,  se  hizo  je* 
neral  el  combate,  que  duró  desde  las  dtee  de  la  mañana  hasta  la 
una.  La  resistencia  de  los  subleTados  ha  sido  Tigorosa  i  su  de- 
rrota completa.  Las  fuerzas  de  artillería,  armamento!  municiones 
han  caldo  en  mi  poder,  como  un  número  considerable  de  pri*» 
sioneros,  habiendo  logrado  escapar  sos  principales  caudillos.  No 
queriendo  demorar  a  U.  S.  el  conocimiento  de  un  hecho  que  ase-* 
gura  nuestras  instituciones,  i  por  consiguiente,  el  orden  i  tran- 
quilidad de  la  República,  se  lo  doí  a  ü.  S.  en  los  momentos  de 
haberlo  concluido,  i  aunque  sus  resultados  han  sido  felice$,de« 
ploro  el  que  haya  habido  necesidad  de  él,  por  la  sangre  chilena 
que  se  ha  derramado. 

Me  reservo  para  después  el  darle  el  parte  eírcunstaociado,  por 
no  tener  los  datos  exactos  que  se  necesitan  para  hacerlo;  pero  lo 
haré  tan  pronto  como  los  obtenga  i  solo  roe  limito  a  recomendar 
la  distinguida  conducta  de  los  jefes,  oficialea  i  tropa  que  compo- 
nen la  división  de  mi  mando;  por  último,  todos  se  han  conducido 
brillantemente. 

Dios  guarde  a  U.  S. 

Jt'AÜ  VlDAOBRB  LbAL. 

Sellor  Mlnifllro  út  litado  en  el  éqiarlameiito  de  Guerra. 

(Del  archivo  del  Minielerio  de  la  Guerra]* 


mmim  nüi.  u. 

VROCLAMA  DBL  PBB8IDBNTB  DB  LA   BBPÚBLICA  A  C0IISBCCB5C1A  ]>« 
LA  BATALLA  DB  PBTOBCA. 

Bl  preiidenle  de  )a  BepAbtlcí  a  It  dÍTiiion  del  üorte. 
¡ ;  Soldados  I ! 
Vuestro  valor  i  denuedo  han  hecho  triunfar  la  leí  i  las  insti« 


36SÍ  XtÚClA^ENTOS. 

tuciones  i  saUada  la  República :  sois  acreedores  a  la  gratitad 
nacional. 

)|  Goardiai  nacionales  1 1 

Con  vuestra  heroica  conducta  i  cinismo,  habéis  competido  con 
"vuestros  hermanos  del  ejército.  Mereceréis  igualmente  bien  de 
la  patria. 

La  sangre  derramada  es  un  sacrificio  penoso  para  todos  Yosolros 
como  lo  es  para  mi.  Este  sacrificio  mostrará  al  mundo  el  valor 
inestimable  que  damos  a  la  paz. 
¡  I  Soldados  I! 

Aun  quedan  algunos  estraviados  con  las  armas  en  la  mano. 
Los  valientes  de  la  división  del  Sod,  vuestros  constantes  com* 
paneros  en  las  glorias  anteriores,  los  reducirán  bien  pronto  a  su 
deber.  Ellos  rivalizarán  también  en  esta  vez  con  vosotros  en 
vlrtpdes  I  patriotismo. 

Santiago^  octubre  16  de  1851. 

Manuel  ManTT, 

(Do  la  Ctoi{t¿actOfi  del  17  de  octubre). 


DOCUMENTO  NÜI.  iS. 


ESTADO    DEL  NUMERO   DE  FUERZAS   QUE    EXISTEN  EN  CADA  UNA  DE 

LAS  TRINCHERAS  DE  ESTA  PLAZA  DE  LA  SERENA. 

TRINCHERA  NU1I«  4, 

íñfanteria  c(vica. 

4    Cabos. 


1     Sarjenfo  mayor  graduado 
1     Teniente. 
5    Sárjenlos. 


28    Soldados. 


Artillería. 

2    Cabo?. 
4     Artillero^. 
12    Agregados. 


'í    Sárjenlo  mayor  graduado. 
3    Tenientes. 
S    Air^receSk 
S    Sárjenlos. 

El  Comandante  d<>esta  trincberai  lo  es  el  sárjenlo  mayor  gra- 
deado don  Bel  vino  €omella. 


TnCfCABRA    Nun.  2. 


3G9 


Infantería  dvica. 

i    Subteniente.  I  3    Cabos. 

S    Sárjenlos,  |ll     Soldado*: 

El  Comandante  de  esta  trinchera  lo  es  el  subtcnienle  don  Ju^é 
Armados. 

TA11I€H£RA  MJfl.  3. 


1    Teniente. 
3    Sarjentos« 


Infantería  eCtica. 

14    Cabos. 
20    Soldados. 


AríllUrxa. 

2    Artilleros. 
8    Agregados. 


I     Alferes. 
1     Sárjenlo. 
1     Cabo. 

El  comandante  de  esta  trinchera  lo  es  el  teniente  don  José 
María  CoTarrubias.      • 

trinchbha  num«  4. 

Infantería  cínica» 

i    Sárjenlos.  )14    Soldadas. 

5    Cabos.  I 

El  Comandante  de  esta  trinchera  Jo  es  e!  sárjenlo  José  María 
Vega- 

TAINCIIERA  NUM.  5. 

Infantería  cívica. 

112    Soldados. 


3    Sarjentos. 
9    Cabos. 


Artillería. 

2    Soldados. 
4    id.  agregados. 


3    Oficiales. 

1  Sárjente. 

2  Cabos. 
El  Comandante  de  esta  trinchera  lo  es  el  alférez  don  Jostf 

María  Lazo. 

TaiNC0£ftA  NÜM.  6. 

Infanleria  cívica. 

3     Sárjenlos. 


1    Capitán. 
1     Teniente. 
1    Sftbieuiente. 


6     Cabos. 
17    Soldados, 


47 


370  DOCLMETNTOS. 

ArtiUer(a. 

1    Sarjenfo  mayor  graduado.      2    Cabos. 
1     Alferes.  8    Soldados. 

1     Sárjenlo. 
£1  Comandante  de  esta  trinchera  lo  es  don  Isidoro  A.  Moran. 

TRINCHERA  KUH.  7. 

Infantería  eCviea. 
1    Sárjenlo  mayor  graduado. 


5    Cabos. 
30    Soldados. 


}    Subteniente. 
7    Sarjeutos. 

Artillería. 

1    Teniente.  1    Cabo. 

1    Subteniente.  8    Artilleros. 

1    Sarjento. 

El  Comandante  de  esta  trinchera  lo  es  el  sarjento  mayor  gra- 
duado don  Candelario  Barrios. 

TRINCHERA  NUM.  8» 

Infantería  cívica. 
1    Sarjento  mayor  graduado.  I  4    Cabos. 


3    Sárjenlos.  |!2    Soldados. 

Artillería. 
i    Capitán.  1    Cabo. 

1  Teniente.  6    Soldados. 

2  Sárjenlos. 

El  Comandante  de  esta  trinchera  lo  es  el  sarjento  mayor  gra- 
duado don  Miguel  Cavada. 

TRINCHERA  NUM.  9» 

Infantería  civica. 

1    Teniente.  I  4    Cabos. 

3  Sarjeutos.  123    Soldados. 

Artillería. 

1    Teniente  coronel  graduado 
1    Capitán. 
1     Alferes. 
El  Comandante  de  la  trinchera 


1  Sarjento. 

2  Cabos. 
10    Soldados, 
lo  es  el  teniente  coronel  gradua- 


do dou  Ricardo  Ruíz. 

[De  los  papelee  privados  del  coronel  Arleaga.] 


ÍNDICE. 


DCDIGATOBIA.. 5 

Una  palabra  al  país. • 7 

aovertbngia » •  • •       44 

CAPÍTULO  I. 

BL  CLUB  REVOLüaONARlO. 

La  Serena  antes  de  la  revolución.— Tradición  liberal  de  la  pro- 
vincia de  Goquimbo.--Movimiento  intelectual.— El  Instituto. — 
La  prensa.-— Juan  Nicolás  Alvarez. — La  candidatura  Montten  la 
Serena.--Se  instala  la  Sociedad  patriód'ca.— Banquete  popu- 
lar.—Pablo  Muñoz.— Se  inaugura  la  Sociedad  déla  Igualdad. — 
Tienen  lugar  las  elecciones,— Triunfo  de  la  Serena.— El  club 
del  Faro. -La  Sociedad  de  ta  Igualdad  es  disuelta  por  la 
Intendencia.— Misiones  encontradas  de  don  Manuel  Cortés  i 
don  Juan  Nicolás  Alvarez  en  la  capital. — Palabras  del  jeneral 
Cruz»— Llegan  a  la  Serena  dos  compañías  dtí  batallón  Yungai. 
—Don  José  Miguel  Carrera  se  presenta  oculto  en  la  provin- 
eia. — Reuniones  populares  en  el  cerro  de  la  Cruz.— Inacción 
política.— Carrera  resuelve  regresarse  a  Santiago.—Primera 
conferencia  revolucionaria.— Los  oficiales  de  la  guarnición  se 
ofrecen  para  sostener  la  revolución. — Santos  Cavada.— Se  ins- 
tala el  club  i?ew{uctonar»o.— El  ayudante  de  la  Intendencia 
Verdugo  propone  un  plan  para  el  movimiento  i  es  aceptado.— 
Dificultades  sobre  la  organización  del  futuro  gobierno  revolu- 
cionario.—Don  Nicolás  Munizaga.— Se  fija  el  dia  7  de  setiem- 
bre parar  el  levantamiento 33 


374  índice. 

Pij. 
pación  de  lllapel.— Funesta  demora  i  recargo  de  equipajes  de 
la  divíBion.— Marcha  hasta  la  Mostaza.— MovioDicntos  del  ene- 
migo  i  concentración  de  todas  sus  fuerzas  en  Qu  i  liman',— Se 
reúne  un  consejo  de  guerra  i  se  resuelve  un  movimiento  obli- 
cuo.— Descontento  de  la  tropa  i  siniestros  rumores  que  circu- 
lan.—Se  reciben  en  Pupio  noticias  de  la  invasión  de  la  Serena 
por  los  arjentinos  de  Copiapó,  i  una  junta  de  guerra  resuelve 
no  retrogradar. — Reflecciones  sobre  la  invasión  revolucionaria 
de  la  división  del  norte.— El  enemigo  descubre  nuestro  derrotero 
en  el  cajón  de  Tilama.— Paso  nocturno  de  la  cuesta  de  las  Pal- 
mas.— Vicuña  ocupa  a  Petorca  sin  resislencia.— Se  combina  un 
plan  para  la  invasión  simultánea  del  valle  de  Putaendo.— Vicu- 
fia  emprende  su  marcha  a  vanguardia  por  las  Jarillas.— £1  co- 
ronel Arteaga  recibe  orden  de  marcha  por  las  cuestas  de  Cul- 
tunco  i  de  los  Anjeles.— Ultima  jornada  de  la  división  de  Co- 
quimbo.— Asombroso  movimiento  transversal  de  Vidaurre.— Su 
pánico  i  la  calma  de  los  jefes  revolucionarios 195 

CAPITULO  VIII. 

LA  BATALLA  DE  PETORCA. 

Batalla  de  Petorca.— Inacción  del  coronel  Arteaga  antes  del  rom- 
bate.— Posiciones  militares  que  pudieron  aprovecharse.— Dispo- 
sición jeneral  del  terreno.— Primeros  movimientos  de  Arteaga 
a  la  aparición  del  enemigo. — La  vanguardia  de  la  división  del 
Gobierno  empeña  el  combate  i  es  obligada  a  retirarse.— Se 
malogra  de  nuevo  la  ocasión  de  ocupar  una  posición  ventajosa 
para  la  defensa.— Arteaga  forma  su  linea  de  batalla.— El  ene- 
migo avanza  en  columna  por  el  pueblo  i  forma  su  linea. — Ar- 
teaga retrocede  a  su  segunda  posición.— Se  empeña  el  combate 
en  la  ala  derecha.— El  batallen  Igualdad  resiste  heroicamente 
en  el  costado  izquierdo. — Marcha  en  su  auxilio  el  Num.  1,  pero 
en  el  acto  de  desplegarse  aquel,  comienza  la  derrota. — San> 
grienta  persecución  de  los  Granaderos  i  saqueo  de  los  equipa- 
jes por  las  tropas  de  Aconcagua.— Fuga  de  Arteaga  i  Carrera. 
—Reflecciones  sobre  esta  jornada.— Prisiones  i  trofeos  del  com- 
bate.— Regocijos  oficíales  en  la  capital  i  proclama  del  Presiden- 
te Montt. — El  coronel  Salcedo,  su  heroica  muerte  i  sus  exequias. 
—Cuentas  del  hospital  de  sangre  i  del  cementerio  de  Petorca.  .      339 

CAPÍTULO  IX. 

LA  LNVASIO.X  ARJLMI!fA. 

Segundo  aspecto  de  la  revolución  del  norte,  después  del  desas- 
tre de  Petorca. — Carácter  nacional  que  se  imprime  a  la  guerra 
defensiva  de  Coquimbo.— Situación  de  la  provincia  do  Ataca- 


índice.  375 

PiJ. 

ma  en  1851.— Alarma  que  produce  la  nolicía  del  levanlamíen- 
lo  de  Coquimbo,— Pápico  que  se  apodera  del  escritor  don  José 
Joaquín  Vallejo.— Junta  del  pueblo  celebrada  el  día  42  i  acta 
que  se  suscribe.— Terror  de  las  autoridades  ¡  serie  de  insu- 
rrecciones imajinarias  o  de  amagos  de  trastorno  que  se  suce- 
den.-Organización  de  un  ejército  provincial.— Se  resuelve 
enviar  a  la  Serena  una  espedicion  de  arjentinos  i  se  reclutan 
dos  escuadrones.— Intrigas  del  arjentino  don  Domingo  Oro, — 
Joan  Crisóstomo  Alvarez. — Intervención  posterior  de  estas  fuer- 
zas i  honores  que  se  les  tributaron  a  nombre  de  la  nación. — 
La  espedicion  emprende  su  marcha  sobre  la  Serena  al  mando 
del  comandante  don  Ignacio  Jusé  Prieto 353 

CAPÍTULO  X. 

EL  COMBATE    DE  PEÑUELAS. 

Entusiasmo  patriótico  de  la  Serena.— Proclamas  belicosas.— Dis- 
posiciones militares  para  la  defensa.— Ejemplo  de  ardiente 
civismo.— El  deán  Vera  bendice  las  trincheras.— Se  intenta  or- 
ganizar una  compañia  de  estranjeros.— Prieto  llega  a  la  hacienda 
de  la  Compauia  i  pasa  a  ocupar  el  puerto.— Sale  a  batirle  el 
batallón  cívico  en  dos  columnas.— Combate  de  Peuuelas. — 
Rasgos  de  heroismo  individual.— Francisca  Baraona.— Sacrifi- 
cio de  UQ  destacamento  de  Voluntarios  de  la  Serena.  .  •  .  ^  .      37s 

CAPÍTULO  XI. 

LOS  FUJITIVOS  DE  PETORCA  EN  LA  SEBErVA. 

Los  jefes  de  la  división  del  norte  se  retiran  del  campo.— Confe- 
rencia nocturna  de  Carrera,  Arteaga  i  Munizaga  en  un  valle 
de  la  Cordillera. — Se  resuelven  a  marchar  a  la  Serena.— Estra- 
tajema  con  que  se  divide  la  columna  de  fujitivos.— Carrera  i 
Arteaga  llegan  a  Tongoy  con  sus  ayudantes.— Se  embarcan 
para  la  Serena.— La  cueva  de  los  /o6os,— Desembarque  noctur-  ' 
no  en  la  playa  de  Peñuelas.— Carrera  reasume  la  intendencia 
i  Arteaga  es  nombrado  gobernador  militar  de  la  plaza.— Se 
prosiguen  con  ardor  los  trabajos  de  la  defensa.— Construcción 
de  las  trincheras,  infiernos  o  minas  subterráneas,  caminos  cu- 
biertos i  otras  fortlGcaciones.— La  artilleria  de  sitio.— Pertre* 
chos  i  oficinas  de  guerra,  maestranza,  almacén  de  víveres, 
hospital,  campo  santo,  cuarteles  etc.— Cooperación  en  masa 
del  pueblo.— Guarní cion.^Los  mineros.— Distribución  de  las 
fuerzas  en  las  trincheras.— Llega  Gatleguillos  i  organiza  un 
cuerpo  de  carabineros •  •     289 


378  íxDidS. 

Capitulo  xil 


BL  COMANDAfftB  GALLBGITIU06. 


FiJ- 


la  dedcubléi<a  de  la  división  de  Coquimbo  llega  al  valle  de  Pu« 
taendo,  al  mando  de  VicuSa.— Encaentro  de  vanguardia  con 
las  fuerzas  del  Gobierno.— Inminencia  e  importancia  revolu- 
cionaria de  un  desbandamiento  de  las  milicias  de  Aconcagua. — 
Vicuña  siente  el  cañoneo  de  Petorca  i  se  replega  al  norte. — 
Sabe  en  la  cuesta  de  la  Mostasa  la  derrota  de  la  dívision.^*- 
Páníco  i  exajeracion  del  desastre. ^Desaliento  i  dispersión  del 
destacamento  de  Vicuña.— Se  refujia  este,  junto  con  Gallegui- 
líos,  en  un  valle  de  la  cordillera.— Salen  al  valle  de  Aconcagua 
I  se  separan  en  la  sierra  de  Santa  Catalina.— Jos¿  Silvestre 
Galleguillos.— En  su  marcba  al  norte,  organiza  una  montone* 
ra  i  se  apodera  de  Ovalle.-— Entra  a  la  Serena  a  la  cabeza  de 
una  guerrilla,  a  la  vista  del  enemigo , 309 


Apéndice..  •;.*••••; 329 

Documentoi* ••••.•••... 331 


\ 


HISTORIA 


DE    LOS 


DIEZ  aHos  de  la  administración 


'1 


.Srrro  aTiiinVr  , 


cm 


•'  ,.>-Vi.j.>í-v';. 


'■i 


<i 


HISTOWA 


DB   LOS 


II 

DE  DON  MANUEL  MONTT, 


POR 


B.  iizín  msKmL 


UUITAIIIITO  I  SITIO  DK  U  SEIKIU. 


orono  II. 


SiNTIÁGO  DB  CBIll. 
IMPRENTA    CHILENA, 

CALUS  DEL  PIUUO,  KÚM.  S9,  BSQUINA  DK  LA  DE  HUÉRFANOS. 
1862. 


CAPITULO  I. 


a.  ASEDIO. 

Se  organiza  en  la  Ligoa  la  Espedidon  pacificadora  del  liarte.'^ 
Los  coroneles  Garrido  i  Vidaurre  se  hacen  a  la  vela  en  el  Pa- 
pado i  se  reonen  en  el  puerto  de  Coquimbo.— El  intendente 
Campos  Gozman  se  dirijo  a  la  Serena  por  tierra  i  decreta  la 
formación  de  samarlas  a  los  habitantes  de  la  provincia  com«« 
prometidos  en  la  revolución. — Nota  por  la  qae  el  coronel  Garrido 
intima  la  rendición  de  la  plaza.— Contestación  del  intendente 
Carrera. — Espíritu  de  los  habitantes  de  la  Serena.— Corres- 
pondencia entre  los  coroneles  Garrido  i  Arteaga  para  provocar 
una  conrereiicía.— Tiene  lugar  ésta  i  las  proposiciones  de  la 
plaza  no  son  aceptadas*— Se  estrecha  en  consecuencia  el  ase- 
dio.— Topografía  militar  de  la  Serena.^^Prímer  combate  de 
la  Portada.— Se  dispara  de  la  plaza  el  primer  ca&onazo  sobre 
el  campo  de  los  sitiadores. 


Los  días  que  el  pueblo  de  la  Serena  habla  consagrado 
a  los  trabajos  de  su  defensa  con  civismo  tan  ardiente,  ocu- 
pólos la  división  del  gobierno,  vencedora  en  Pelorca,  en 
aprestar  su  marcha  para  tomar  posesión  de  la  capital  do 
Coquimbo,- la  que  considerabaa  sus  jefes  una  presa  de  guerra 


6  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

tan  accesible  a  sus  manos,  como  lo  habían  sido  para  ms 
caballerías  los  equipajes  de  Coquimbo. 

Bajo  esta  impresión,  la  lentitud  de  la  confianza  presidió  en 
las  disposiciones  de  sus  jefes,  que  creían,  como  tantos  poli- 
ticos  de  nuestros  países,  que  una  revolución  se  vence  por-* 
que  se  la  derrota  en  una  batalla.  Solo  eM6  emprendieron 
su  marcha  sobre  la  Ligua  para  ganar  el  vecino  puerto  del 
Papudo,  de  donde  debían  hacer  rumbo  al  Norte.  Las  mili- 
cías  fueron  despedidas  el  día  15,  sin  mas  premio  ni  mas 
gloría  que  su  rico  botín  de  almofreces  i  baúles. 

La  pintoresca  i  risueña  aldea  de  la  Ligua  era  el  punto 
destinado  para  la  reorganización  de  las  fuerzas.  £1  17  de 
octubre  por  la  tarde  entraron  estas  por  la  angosta  calle  en 
que  aquella  población  se  estiende  a  lo  largo  de  su  fértil  valle, 
i  ocuparon  las  casas  i  solares  que  ^e  le  habían  destinado 
para  cuarteles.  Arrastraban  tras  si  una  columna  de  mas  de 
300  hombres,  que  en  su  desnudez  i  en^  su  aspecto  abatido 
daban  a  conocer  eran  los  prisioneros  de  la  jtornada.  Un  grupo 
de  40  oficiales  marchaba  confundido  entre  aquellos  valientes, 
cuya  suerte  de  sublevados  participaban  en  todo,  porque  habían 
hecho  el  áspero  camino  que  separa  ambas  villas,  a  pié  i  comi- 
endo del  rancho  del  soldado.  Inmediatamente  fueron  encerra- 
dos en  un  gran  aposento  que  servia  como  de  granero^  i  para 
asegurar  a  los  mas  comprometidos^  se  les  ató  a  la  cintura  una 
gruesa  cadena,  que  un  hacendado  vecino  tuvo  la  triste  jenero- 
sídadde  obsequiar,  elijiendolasmas  pesadas  ct^ar/as  de  fierro 
de  sus  carretas.  Por  de  pronto,  remacháronse  aquellas  a  los 
tres  oficíales  prisioneros  que  habían  servido  en  el  ejército  de 

linea,  Pozo,  Zalazar  i  Herrera. 

< 

£1  coronel  Yidáurre  se  ocupó  de  organizar  una  división  do 
400  a  500  hombres  que  consideraba  sobradamente  fuerte 
para  el  objeto  de  dominar  el  norte,  despachando  el  resto  de 


DE   LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  7 

las  tropas  veteranas,  que  llegaban  de  300  a  400  plazas,  para 
incorpoi-arse  en  el  ejército  del  sud.  Las  tres  compafiias  del 
Buin  que  mandaba  el  mayor  Pefia  1  Lulo  i  el  medio  escuadren 
de  Granaderos  a  caballo  fueron  de  estas  últimas,  junto  con 
ISd  o  200  de  los  prisioneros.  Las  dos  compafiias  del  núm.  5 
fueron  aumentadas  a  200  hombres  con  80  de  los  prisioneros 
dePetorca,  cuyo  numero  total  alcanzaba  a  313  sin  contar 
los  oñclales  (1}.  Se  formó,  ademas,  una  nueva  compafiia  de 
fusileros  a  la  que  se  conservó  el  nombre  de  Buin  i  se  confió 
al  mando  del  capitán  Vivar.  La  artillería  quedó  a  las  órdenes 
de  Sotomayor  ila  Brigada  de  marina,  reducida  a  80  hombres, 
a  las  del  mayor  Aguirre. 

Pasáronse  ocho  días  en  estos  aprestos,  que  pudieron  ser  la 
obra  lie  unas  cuantas  horas,  i  solo  el  28  de  octubre  se  em- 
'barc6  la  tropa  en  el  Papudo  a  bordo  del  vapor  Cazador  i  en 
la  corbeta  Constitución^  recibiendo  por  título  ei  de  su  misión, 
a  saber:  División  pacificadora  del  Nort^J^l  coronel  Garrido 
debía  adelantarse  en  el  Cazador  con  alguna  jente  basta  to- 
mar ei  puerto  de  Coquimbo,  mientras  que  el  resto  de  la  divi- 
sión se  dirijia  a  la  rada  de  Tongoy.  Si  el  puerto  se  encon- 
traba en  poder  de  la  división  de  Copiapó,  Garrido  debia  dar 
pronto  aviso  a  su  segundo  para  reunirsele,  o  proceder  de  otra 
suerte,  según  las  circunstancias. 

A  las  10  de  la  mañana  del  dia  29,  anclaba  en  Coquimbo 
el  vapor  Cazador,  i  como  supiérase  que  Prieto  estaba  en  la 
vecindad,  se  despachó  a  Vidaurre  un  espreso  por  tierra  para 
que  desde  Tongoy  hiciera  rumbo  al  puerto,  lo  que  aquel  jefe 
ejecutó  en  el  acto,^  reuniéndose  a  Garrido  al  siguiente  dia 
(30  de  octubre),  a  las  4  de  la  tarde. 

( 1  ]  Véase  la  Memoria  del  ministerio  de  la  guerra  de  1852. 
£1  total  de  prisioneros  incorporados  a  la  división  que  se  dirijió  al 
Norte  fué,  según  este  ducumeato,  de  119. 


HISTORIA   DE  LOS  DIEZ    AÑOS 


IL 


Entre  tanto,  el  intendente  Campos  Guzman  habia  marchado 
por  tierra  con  una  escolta  de  milicianos,  como  para  tomar 
posesión  de  su  provincia  ya  pacificada,  a  cuya  capital  no 
llegó,  sin  embargo,  sino  cuando  el  cafion  la  despedazaba  ea 
mil  escombros. 

En  su  marcha,  el  Intendente  habia  llenado  entretanto  sti 
misión  «pacificadora»  según  las  caracterislicas  instrucciones 
de  la  capital,  i  en  Illapel^  a  donde  llegó  el  27  de  octubre, 
apenas  habia  puesto  el  pié  en  el  umbral  del  despacho  depar- 
tamental, cuando  hubo  ordenado  la  iniciación  de  un  sumairio 
contra  todos  los  que  en  aquel  departamento  se  encontrasen 
comprometidos  en  la  insurrección  (1),  i  esto^sucedia  cuando 
la  revolución  apenas  comenzaba,  i  rujia  tremenda  sobre  toda 
la  Bepüblica;  pero  sabíase  que  en  los  consejos  del  nuevo 
gobierno  se  tenían  estos  recursos  en  tanto  o  mas  valia  que  los 
ejércitos,  como  ha  podido  evidenciarse  mas  tarde,  i  era  for- 
zoso someterse  a  la  fórmula  adoptada»  Entendemos  que  en 
Ovalle,  Elqui  i  Gombarbalá,  los  otros  tres  departamentos  pa- 
cificados de  la  provincia,  se  mandó  también  instruir  los  su- 
marios correspondientes. 


III. 


Apenas  desembarcado,  el  coronel  Ga^rrido  dio  orden  al 
comandante  Prieto,  quo  aun  se  mantenía  en  Palos  negros, 

(1)  Véase  en  el  documento  núm.  16  del.  apéndice  el  decreto  en 
que  Campos  Guzman  ordenó  levantar  este  sumario. 


DE  LA    A^SímiSTftiGKM  HONfT.  O 

a  fin  de  que  se  aproximase  al  puorio  para  opersír  la  junción 
de  sus  fuerzas  i  marchar  sobre  la  Serena,  donde  juzgaba  que 
su  presencia  equivalía  a  la  humillación  de  ios  sublevados. 

Dominado  por  aquella  idea,  dirijió,  al  dia  siguiente  de  su 
desembarco,  a  la  autoridad  de  hecho  que  mandaba  en  la 
Serena,  una  inúmacion  altanera  i  terminante  en  te  que  se 
traslucía  la  arrogancia  del  conquistador  que  llega  a  las 
puertas  de  la  ciudad  indefensa  esclamando  ¡Ai  del  vencido  I 

Tal  documento,  que  iniciaba  aquella  gloriosa  epopeya  de  la* 
revolución,  es  digno  de  consignarse  íntegro. 

Helo  aqui: 

COMANDANCIA  DE  LA  TANGUARDIA  DE  LA  DIVISIÓN  PAGIFIGADOBA 
DEL  NORTE. 

f  aPuerío  de  Coquimbo,  octubre  30  de  1851 

«A  las  diez  de  ía  mafiana  de  ayer  fondeó  en  este  puerto  el 
Tapor  de  guerra  Cazador,  conduciendo  a  mis  órdenes  parte 
de  las  fuerzas  de  la  División  pacificadora  del  norte,  i  antes 
de  pocas  horas  llegará  el  grueso  de  las  fuerzas  que  la  com- 
ponen, al  mando  del  sefior  comandante  jeneral,  coronel  don 
Juan  Vidaurre  LeaK 

aComo  jefe  de  la  vanguardia  que  ha  desembarcado,  he 
practicado  indagaciones  prolijas  a  fin  de  imponerme  de  la 
situación  en  que  se  halla  esa  capital,  de  sus  fuerzas  i  de  los 
recursos  con  que  ella  cuenta  para  obstinarse  en  una  resisten- 
cia, cuya  continuación  solo  puede  serle  fecunda  en  males  i 
males  de  gravedad  i  trascendencia. 

«Testigo  presencial  de  la  sangre  derramada  hace  quince 
dias,enelsuelode  Petorca,  ansio  por  ver  estinguida  una  gue- 
rra fratricida,  i  no  he  vacilado  para  díríjirme  a  cualquiera 

que  ejerza  el  mando  en  la  Serena  llamándolo  hacia  el  deber 

2 


f  o  HTSTOftU  DE  LOS  DIEZ  k^OS 

que  le  imponen  las  calamidades  i  las  desgracias  que  inevita- 
blemente produciría  una  resistencia  inútil. 

«El  numero  de  nuestras  fuerzas^  su  disciplina,  su  morali-. 
dad,  i  masque  lodo,  la  convicción  de  la  justa  causa  que  de- 
fienden i  la  superioridad  que  les  da  un  reciente  triunfo,  ga- 
rantizan la  vidoria  por  nuestra  parte  i  escusan  toda  resistencia 
por  tenaz  que  sea.    . 

aPero  mis  principios  i  mis  sentimientos  de  humanidad  se 
oponen  a  toda  efusión  de  sangre,  i  nada  anhelo  mas  que  la 
rendición  de  las  fuerzas  armadas  de  ese  pueblo.  Este  partido, 
disminuirá  la  gravedad  de  las  penas  a  que  se  han  hecho  acree- 
dores los  que  han  tomado  las  armas  contra  las  autoridades 
legalmente  constituidas;  haría  merecedores  de  la  benignidad 
del  Supremo  Gobierno  a  los  que  por  esa  causa  están  espues- 
tos al  rigor  con  que  las  leyes  castigan  a  los  conspiradores; 
este  paso,  en  fin,  ahorraría  nuevas  victimas  a  Chile,  una  pa- 
jina menos  de  luto  en  su  historía,  i  a  la  culta  Serena  el  terri- 
ble espectáculo  de  ver  su  suelo  cubierto  de  cadáveres  i 
manchadas  de  sangre  sus  calles  i  sus  campos,  destinados  a 
recibir  el  impulso  benéfico  del  comercio,  de  la  industría  í 
de  la  agricultura. 

ttLa  conducta  jenerosa  que  constantemente  ha  observado  el 
Supremo  Gobierno;  la  lenidad  coa  que  ha  tratado  a  los  que 
ban  incurrido  en  delitos  políticos;  la  conmutación  de  la  pena 
capital  a  que  fueron  sentenciados  los  amotinados  de  San  Fe- 
lipe, en  noviembre  del  alio  pasado,  i  las  que  recién leii^ente^ 
han  obtenido  los  autores  i  cómplices  en  el  motín  del  20  de 
abril,  que  la  han  impetrado,  son  hechos  irrefagables  i  elo- 
cuentes que  garantizan  las  esperanzas  que  puedan  concebir 
los  que  disponiendo  una  actitud  hoslíl,  se  sometan  al  réjimcn 
constitucional,  que  con  grave  perjuicio  de  las  personas  i  de 
los  intereses  de  ose  pueblo  se  ha  trastornado. 


DE   11  ADMITflSTRAGION  MONTT.  ^f 

tAhórrese  pues^  a  la  Bepública  dias  de  luto^.abórrese  a  la 
Serena  días  de  consternacron  i  de  ilanlo:  do  se  repita  la  san- 
gricDta  escena  del  14  del  corrienle,  que  tantas  familias  ha 
dejado  en  la  horfandad,  que  tantas  madres  ha  dejado  sin 
consuelo  i  sin  amparo. 

«To,  intérprete  Gel  de  un  gobierno  magnánimo  i  paternal^ 
prescindo  de  los  recursos  inagotables  con  que  cuenta  para 
reprimir  í  castigar  la  rebelión,  i  no  me  avergüenzo  de  invo- 
car de  nuevo  los  sentimientos  de  la  autoridad  a  que  me 
dirijo,  que  no  mirará  con  desden  un  ahorro  de  tamafios  ín-. 
fortunios.  Ceder  a  la  fuerza  de  la  autoridad  legal  es  un  deber 
i  cuando  se  evita  la  efusión  de  sangre,  es  a  mas  que  un  deber, 
un  acto  laudable  de  prudencia  i  de  hidalguía. 

«El  teniente  de  la  marina  nacional  don  Roberto  Simpsou 
es  el  conductor  de  esta  comunicación,  i  como  no  debo  dudar 
que  será  tratado  por  la  persona  a  quien  lo  dirijo  con  todas 
las  consideraciones  a  que  os  acreedor  un  oficial  parlameula- 
rio,  me  limitaré  a  pedir  que  a  las  dos  horas  de  recibida,  se 
le  permita  regresar  con  contestación  o  sin  ella,  para  adop- 
tar por  mí  parte,  en  uno  uotro  caso,  la  resolución  que  juzgue 
conveniente. 

Dios  guarde  a  V.  S. 

Victoreo  GARmnc 

AU  autoridad  de  hecho  que  manda  en  la  ciudad  de  la  Serena  (1). 

IV. 

Los  coquimbanos  estaban  ya  dentro  de  sus  trincheras  i  no 
podian  recibir  aqueja  nota  en  que  se  hablaba  de  la  ciernen- 

(1)  ArchitQ  del  Ministerio  de  la  Gtterra. 


f  2  HISTORIA  DG  LOS  DIEZ    AfiOS 

cia  del  vencedor  i  se  trataba  a  la  revolución  como  un  crimen, 
SIDO  como  un  reto  ominoso  que  debía  contestarse  con  el  fuego 
de  sus  baterías.  Reunidos  los  principales  vecinos  a  la  llega- 
da del  parlamentario  en  una  junta  numerosa,  que  conser- 
vaba desde  el  principio  de  la  revolución  el  nombre  de  Con- 
sejo del  pueblo,  acordóse  por  unanimidad  el  rechazar  aquella 
intimación  de  rendirla  plaza  que  se  hacia  por  un  jefe  es- 
tranjero,  con  un  espirítu  no  menos  humillante  que  era  des- 
cortes la  forma  de  su  redacción.  En  consecuencia,  el  intenden-r 
te  Carrera  despachó  el  parlamentario  aquella  misma  tardo  con 
la  digna  contestación  qué  se  lee  en  seguida. 

IIÍTENDENCIA  DE  LA  PROVINCIA  DE  COQUIMBO. 

Serena,  octubre  30  de  1851. 

«Con  esta  fecha  acabo  de  recibir  por  el  condado  del  te- 
niente de  marina  don  Roberto  Simpson,  parlamentario,  una 
nota  de  U.  en  que  intima  rendición  a  esta  plaza,  ofreciendo 
la  clemencia  del  gobierno  a  los  que  hayan  lomado  parle  o 
armas  para  sostener  el  movimiento  revolucionario  de  este 
pueblo,  ^ectuado  el  7  de  setiembre.  No  ha  dejado  de  sor- 
prenderme que  el  jefe  de  la  vanguardia  de  la  división  del 
norte  no  dé  el  tratamiento  que  corresponde  a  la  autoridad 
establecida  por  un  pueblo  que  iejítimamente  reasumió  su 
soberanía  el  dia  indicado,  sin  que  este  hecho  soberano  fuese 
manchado  con  sangre.  Guando  se  trate  a  la  autoridad  que 
representa  el  poder  do  esto  pueblo,  con  la  dignidad  debida, 
entonces  podré  entrar  en  arreglos  honrosos  que  concilien 
la  vida,  la  libertad  i  los  intereses  que  se  me  han  confiado. 
Si  el  sefior  Comandante  tiene  sentimientos  de  patriotismo  i 
humanidad ;  sino  quisiera  ver  regado  este  suelo  con  sangre ; 


DE   LA  ADHINISTRAGIOn   MONTT,  13 

si  sa  deseo  es  quo  descuelIcDen  él  la  industria  i  el  comercio, 
puedo  asegurarle  que  nunca  be  pensado  de  otro  modo  desde 
que  se  me  hizo  la  honra  por  el  pueblo  de  depositar  en  mi  su 
coDfíanza.  Mui  sensible  me  seria  recordar  catástrofes  san-- 
grientas,  cuyas  causas  no  seria  prudente  por  ahora  detallar 
i  esplicar. 

Dios  guarde  a  U. 

José  Miguel  Carrera.» 

jU  ComtndaDle  do  la  ranguardU  de  la  dirision  del  Norte  (1); 


V. 


No  entraba  en  el  ánimo  de  los  patriotas  de  la  Serena  ha- 
cer una  resistencia  provocadora  ni  sostener  a  todo  trance  sus 
pretensiones  de  dejar  ilesa  la  revolución  del  norte.  Su  mismo 
amor  al  suelo  que  iban  a  defender  les  aconsejaba  la  pruden- 
<>ia,  i  despojaba  su  enerjia  de  ese  carácter  belicoso  que  hu- 
biera convenido  a  una  guarnición  militar  que  va  a  encerrarse 
detras  de  una  fortaleza,  pero  que  no  era  propio  de  un  pueblo 
de  ciudadanossque  so  aprontaban  a  defender  a  peqho  des- 
<;nbierlo  su  di^nidad^  sus  convencimientos  i  el  hogar  de  sus 
corazones. 

Autorizóse,  en  consecuencia,  al  gobernador  de  la  plaza 
por  el  intendente  Carrera  (no  sin  ciertas  dificultades  dolo-- 
rosas  de  que  mas  tarde  hablaremos  al  narrar  sus  ingralos 
resultados),  para  que  prosiguiera  las  negociaciones  pacificas 
que  el  coronel  Garrido  había  iniciado;  i  en  esta  virtud,  a  la 
mafiana  siguiente  (31  de  octubre),  recibió  este  jefe  una  es- 
quela del  gobernador,  en  la  que,  usando  el  lenguaje  do  una 


(I)  Archioo  del  Ministerio  de  la  Guerra* 


H  HISTORIA  DE  LOS  D1E2  AÑOS 

antigua  amistad,  un  caudillo  invitaba  al  otro  a  entenderse 
honorablemente  para  llegar  a  un  resultado.  En  consecnencía, 
se  solicitaba  el  señalamiento  de  un  punió  conveniente  para 
<;elebrar  la  primera  conrerencia. 

El  coronel  Garrido  recibió  esta  carta  en  los  momentos  en 
quo  reunido  yaa  Vidaurre  emprendía  su  marcha  para  acer- 
carse a  la  ciudad,  por  lo  que  contestó  que  ai  dia  siguiente 
señalaría  el  lugar  en  que  debiera  celebrársela  entrevista  (<). 

Consecuente  a  su  promesa,  i  cuando  ya  la  división  paci- 
flcadora  se  hubo  acampado  en  la  ventajosa  posición  de  Ce- 
rro-grande, una  meseta  que  se  avanza  sobre  la  ciudacf  i  la 
damina  como  una  batería  natural,  el  coronel  Garrido  señaló 
al  día  siguiente  (1 .®  de  noviembre},  la  quinta  de  la  familia 
Valdivia,  situada  en  la  Pampa,  para  reunirse  con  el  gober- 
nador de  la  plaza,.!  como  éste,  encontrando  demasiado  dis- 
tante de  sus  trincheras  aquel  punto,  indicase  como  prere- 
ríble  la  casa  mas  vecina  de  la  familia  Carabantes,  se  aceptó 
3in  dificultad  este  terreno  i  se  fijó  la  hora  de  las  3  de  la 
tarde  para  la  entrevista. 

Has,  en  el  momento  mismo  en  que  el  gobernador  se  diri- 
jia  al  sNio,  sus  recelosos  acompañantes  observaron  ciertos 
movimientos  estrafios  de  la  caballería  enemiga  que  parecía 
dirijirse  desde  el  campamento  de  Cerro-grande  al  barrío  de 
Santa  Lucias  i  que,  por  lo  tanto,  significaban  una  amenaza,  sí 
no  una  provocación,  en  aquellos  momentos  en  que  los  parla- 
mentarios de  ambos  campos  iban  I  volvían  en  avenimíenlos 
de  paz.  Arteaga,  escríbió  en  el  acto  al  coronel  Garrido  que 
no  asisliria  a  la  cita  convenida. 

Agraviado  el  jefe  enemigo  de  aquel  recelo,  justo  acaso  en 


(1)  Véase  en  e!  documento  núm.  17  1a  correspondencia  soste- 
nida entre  los  coroneles  Garrido  i  Arteaga  sobre  esta  ocurrencia. 


DS  LÁ  ADMINISTRACIÓN  ]10:iTT.  Í5 

las  contiendas  civiles,  pero  desdoroso  ante  las  leyes  jencraics 
de  la  guerra,  dirijióle  sus  quejas  con  cortesía,  porque  de- 
seaba no  cortar  de  una  manera  brusca  el  hilo  de  aquella 
negociación  para  la  que,  aquel  militar  se  reconocía  apti- 
tudes notables  de  jenioide  esperiencía.  «Siento  profunda- 
mente, escribía  al  coronel  Arteaga,  aquel  mismo  día,  con- 
testando a  la  nota  en  que  le  hacia  saber  su  negativa,  queU. 
baya  podido  concebir  la  mas  remota  idea  de  que  en  los 
momentos  de  ir  a  darnos  un  leslímonío  de  amistad,  la  ca- 
ballería a  que  U.  alude,  o  individuo  alguno  de  esta  división, 
obrase  en  contradicion  a  mis  órdenes  o  se  atreviese  a  come- 
ter un  acto  de  alevosía».  Pero  el  gobernador  no  tardó  en 
dar  una  respuesta  satisfactoria  i  digna  a  aquellas  quejas  que 
tenían  lá  apariencia  de  un  grave  cargo  en  los  estrechos  limites 
del  honor  militar. 

a  Cuando  me  puse  en  marcha  para  la  entrevista',  decía  en 
sa  respuesta  el  jefe  de  la  plaza,  nunca  debí  presumir  que 
en  el  momento  mismo  en  que  se  iniciaba  una  conferencia  de 
paz  se  hiciesen  movimientos  que  indicasen  un  próximo  ata- 
que sobre  la  plaza.  Esta  circunstancia  sorprendió  desagra- 
dablemente al  pueblo  de  la  Serena,  el  que  se  opuso  a  mi 
salida  i  debí  someterme  a  su  voluntad  soberana....  Gomo  mi 
Toluntad,  añadía,  depende  de  la  de  este  heroico  pueblo,  que 
ha  fijado  el  puente  de  San  Francisbo  como  limite  de  mi  alo- 
jamiento, este  punto  será  en  el  que  tenga  la  satisfacción  de 
veralJ.,  si  es  que  todavía  crea  conveniente  nuestra  entro- 
Tista  (1). 


(i)  Véai^e  el  documento  citado  núm.  Ji7. 


Í6  HISTORIA  DE   LOS  DIEZ  AÑO$ 

VI. 

Aceptó  Garrido  eslá  última  invilacíon,  impacieofe  ya  por 
aquellos  morosos  prelimioares,  i  contestó  que  en  ia  tarde  de 
aquel  dia  (2  de  noviembre),  concurriría,  al  sitio  sefialado  con 
8U  secretario  don  luán  Pablo  Urzua,  el  contra-alniírante 
Simpsou,  ¡  una  escolla  de  cinco  granaderos. 

En  el  acto,  el  gobernador  se  prepararé  a  redbirlo,  orde- 
nando a  su  ayudante  don  Nemecio  Vicufia  q[ue  lo  condujese 
basta  la  easa  que  se  babia  designado,  situada  en  la  que- 
l)rada  de  San  Francisco,  i  contigua  al  puente  qve  cruza  esta 
garganta. 

No  tardó  en  llegar  el  jefe  de  la  división  pacificadora  a  ia 
puerta  donde  le  aguardaba  su  émulo,  no  sin  cierta  pompa  i 
jactancia  militar  de  traje  i  adequanes,  que  contrastaba  con 
el  estudiado  encojimiento  i  modestos  atavíos  del  vencedor  de 
Petorca.  Junto  con  Arteaga,  le  esperaban  don  Tomas  Zenleno, 
en  calidad  de  asesor,  el  mayor  dé  plaza  don  Antonio  Alfonso, 
que  hacia  de  secretario,  i  ios  ayudantes  Herrera  i  Vicufla. 

Cuando  Garrido  se  apeó  de  su  caballo,  adelantóse  el  go- 
bernador a  recibirlo  i  ambos  se  estrecharon  con  efusión  en 
un  prolongado  abrazo,  que  era  acaso  sincero,  en  cuanto 
fiigttiflcaba  aquel  lancé  el  encuentro  de  antiguos  camaradas. 
Pero  el  ojo  observador  que  hubiera  creido  ver  en  aquella 
manifestación  un  síntoma  de  significado  político,  capaz  de  pro- 
vocar un  desenlace  a  la  cuestión  qne  iba  a  debatirse  con  las 
armas,  se  engañaba.  Entre  los  pechos  de  ambos  jefes  se  le- 
yantaban  como  un  muro  de  acero  las  trincheras  de  la  plaza  que 
defendían  los  mil  brazos  de  sus  hijos. 

Al  entrar  en  la  sala  de  la  conferencia,  se  observó  por  los 


DE  LA    AMimSTRiCÍOPC  MONTT.  ÍÍ 

ciredrislantes  con  sorpresa  ijua  se  les  'sbrviiai  nii  obsequio  de 
bektílos,  faro  manjar,  por  óierlo,  en  aífuella  coyuntura.  El 
coronel  Ari:eag[ái,' haciendo  alarde  de  una  cortesía  que  era  al 
mismo  tiempo  un  ardid  de  guerra  para  manifestad  la  hofgan-^ 
za  dé  Isí'|Si'az¿í;''ke'ádelantó  a  ofrecer  el  hielo  a  snhuesped* 
diciéndole  ál^lheiséntárleél  t)lato  con  una  ¿onriáa  sigpificá^ 
Xí^diz'Chk'órieííqieié parece  a  U.  nuesCrá  ítíttáaoní?— j&n- 
^idtaile  por  ciVrró/icooíeslíHe  de  su  lado  él  suspicaz  cas-í 
tellano  viejo/  i  déspbos  de  (os  prélémioáres  de  'eórles¡a,'se 
entrt  a  liábl-ar  de  la  cuestión-,  .     .• 

Las  proposicidnés  que  el  Consejó  del  Pueblo  i  el  loteodenfei 
hablan  aufofízado'ai  Atléaga  para  acordar,  eranniui  senci- 
llas. Redúciandose  a'un  solo  pap(í¿djusto  i  éspedíto  que  icón- 
dislia  ¿h  establecer  1á' sig^íehte^ cuestión  "jprévia.  Siéndola» 
fuerzas  de)  süd,  i  no  Fasí  d^t  norte,  tas  qué  debikn  decidir 
la  cotítienda  política  i  millVar  porüá  que  ambos  partidos 
campeabírh,' era  por  lartlo  ínnecesafrib,  era  absurdo,  íató 
atroz  el  proceder  a  un  derramamiento  de  sangre  i  a  la  des--' 
yastacion  de  un  pueblo,  puesto  que  esteno  cónducia  a  ningún 
fésultüdó'fiositito.  Wó^poníasé,  en  consecuencia^  como  una 
medida  fáeilil^ué  la  división  paéífícadbi^  se' retirara  al  punto 
de  Palos-negros,  u  otro  que  sus  jefes  elijieSén,  hasta  que  la- 
campaña  del  sud  tuviese  su  desenlace.  Si  este  era  adverso  a 
la  causa  del  gobierno,  tendría  por  resultado  el  desarme  de 
sus  fuerzas,  i  si  al  contrario,  favorable,  la  plaza  seria  entre- 
gada. Mas,  el  jefe  eneniigo  se  negó  desde  el  primer  momppto 
a  un  partido  tah  equilalivo  como  patriótico,  i  preciso  fué  en- 
tonces' no  pasar  mas  allá  de  esta  cuestión  previa  i  decisiva 
a  la  vez.  La  conferencia  no  tuvo  pues  otro  carácter  que  el  de 
una. conversación  de  amigos;  1  ambos  plenipotenciarios^  al 
retirarse,  volvieron  a  darse  de  ello  un  visible  testimonio.  Al 
abrazar  de  nuevo  el  coronel  Garrido  a  su  antiguo  camarada 

3 


18  BISTORU  DE  LOS  DIEZ  ifiOS 

icorrelijionarlo,  dijoleeslas  palabras  do  iosidíosa  bondad  que 
ciertamenle  no  se  cumplieron.  ;  Coronel,  siempre  será  ü.  el 
mismo!  Para  elgqbierfio  i  parn  la  sociedad^  su  crédito  i  sus 
Jionores  no  variar áni»  ( i  )• 

De  regreso  a  su  campamentOjí  el  coronel  Garrido  no  lardó 
en  dar  aviso  a  la  pla^a  de  la  confirniacion  de  su  jiegativa 
hecha  por  ol  coronel  Vidaurre^  quien  tenia  aparentemente  el 
primer  puesto  en  el  mando  de  la  División  paciGcadora.  £1  go- 
bernador de  la  plaza  se  contentó  con  respoqder  secamente 
a  aquel  aviso  con  estas  palabras.  «He  recibido,  seflojr  coroneit 
la  carta  que  U.  me  dirijo  anunciándome  la  no  aceptación  de 
nuestras  proposiciones,  lo  que  siento  tanto  como  U.»  £1  co-« 
ronel  Vidaurre,  por  su  parte,  escribia  al  Ministro  de  la  Gue- 
rra, a  la  mafiana  siguiente,  este  lacónico  pero  caracterísco 
juicio  de  sus  opiniones  sobare  los  arreglos  paciGcos  que  se 
hablan  intentado.  «Las  proposiciones  de  los  séfiores  Arteaga ' 
I  Zenteno,  que  asistieron  a  la  entrevista,  fueron  de  tal  na- 
turaleza que  no  me  atrevo  a  ponerlas  ea  conocimiento  de 

U.S.»  (2)-      •         ,  • 

Desde,  aquel  momento,  las  hostilidades  quedaban  rotas  i  el 
memorable  sitio  de  la  Serena  se  iba  a  iniciar  con  proezas  de 
inmortal  quemoria. 

vn. 

AI  amanecer  del  siguiente  dia  (3  de  noviembre),  comen-* 
zaron  tos  movimientos  preparativos  del  asedio  de  la  plaza 

( I )  Pablo  Muñoz  ñíemoríal  citado, 

[  3 )  Comunicación  del  coronel  Vidaurre  al  Ministro  de  la  Guerra 
del  3  de  noviembre  de  1851. 

(Archivo  del  Minisitrio  de  la  Guerra.) 


por  la  diTision  sitiadora.  La  caballería  marchó  a  ioTadír  los 
arrabales  en  ledas  direcciones,  la  arlilleria,  que  babia  sido 
eondacida  en  la  Constitución  i  se  componía  de  4  carroñadas 
de  gmeso  calibre,  dos  obuses,  una  culebrina  i  Taríos  cafiones 
Telantes  se  puso  en  batería  en  los  declives  de  la  meseta  de 
Cerro-grande,  mientras  que  la  infantería  comenzó  a  ganar 
puestos  Tentajosos  por  el  interior  de  las  casas  i  solares  que 
•e  aproximaban  a  las  tríncberas  por  el  lado  del  medio  dia, 
que  era  el  punto  mas  accesible  i  en  el  que,  en  consecuencia, 
iban  a  tener  lugar  los  mas  recios  combates  del  sitio. 

Para  comprender  estos  primeros  movimientos  i  los  sucesos 
posteriores,  bastará  hcchar  una  ojeada  al  plano  de  la  ciudad 
que  se  acompafia  en  el  testo.  Yése  ahi  el  recinto  fortificado 
que  compone  cuatro  manzanas  al  derredor  de  la  plaza  públi- 
ca, i  este  perímetro  es  el  verdadero  espacio  en  que  se  tra- 
bó el  asedio,  esto  es,  d  bombardeo  i  los  combates  de  trín- 
ct  ras. 

aI  derredor  de  estas,  vénse,  por  el  norte  i  el  orietite,  los 
barrios  de  Santa  Inés  i  dé  Santa  Lucia,  aquel  a  lo  largo  de 
la  barranca  del  rio  I  el  último  en  la  meseta  superior  que 
corona  la  ciudad,  puntos  que  no  ofreciendo  terreno  estraté- 
jico,  se  vieron  como  abandonados  por  ambos  combatientes, 
escepto  cuando  iban  a  encontrarse  en  él  en  un  combate  par- 
cial, como  en  un  asalto  nocturno.  Estos  arrabales  eran  guar- 
dados por  patrullas  sueltas  de  voluntarios  de  la  plaza  i  por 
avanzadas  de  caballería  de  los  enemigos. 

Por  el  costado  de  occidente  cae  la  Vega,  desde  las  barran- 
cas de  la  ciudad,  i  en  este  campo  de  cercados,  que  solo  guar- 
daba como  hemos  visto  la  parodia  de  un  obús,  tenían  Ga- 
llegaillos  i  sus  carabineros  sn diaria  cosecha  de  recursos  para 
la  plaza  i  de  glorías  para  su  nombre. 

£1  terreno  critico,  como  ya  hemos  visto,  era  pues  la  quo- 


20  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  iSOS.   T 

bradade  San  Franciscoque  baja*  por  el  sud  i  separa  lacia- 
4>a(¡[  de  la  colina  dóCerro-gf^nde,  a  cuyo  pié  se  dilali.'  . 

Las  irinoberaá  atacadas  de  la  plaza  i  losí^ncdüclos  qíié  cbn&-» 
Iruian  los'siliadores,  ibáo^  en  consecuencia^,  a  désenjpefiar  sü> 
tarea  de  muerte  en  ést6  costado»  miéillras  que  en  4odo  ei- 
circuitoisília^o  solo  se  verían  lás  escaramuzas  de  las  partidas* 
avanzadas  coa  las  .patrullas  de  ciudadanos,  o  lo  qqe  eramas- 
frecuente^  los  tiroteos  de  los  escuadrones  de  Copiapó  i  partí- 
Qutarmeplede  los.arjentinos¡  (porque  los. Cazadores  acaba** 
lióse  manlUvieron  siempre  Como  ea  rtíserva;  recetosos  los; 
de  afuera  de^  su  fidelidad  %  con  los  carabineros  de  fíalieguilMs^ 
illaB  emboscadas  do: infantería  que  salían  dé  cuaddpen  buan^ 
do  a  batir  a  aquellos  por  toda'  la  márjen  del  rip»  i  basta  la 
playa  ;del  mar  por  el  lado  dé  \di  Vega. 

-•!■•'•      f    J   <  '  .!'•       ^    ■        '      '         .     !  .    .'  '     i    '  '  '  '   '    ■     '* 

vin. 

^' iSabedoreis  4og  jqfes  en  la  guarnición  i  por  los  vijlas  aposta^' 
doís  en  las  torres,  en  cuyo' servicio  se  distinguió  de  una  m'a-i 
ñera  hofirosa  por'su  intrepidez  i  su  constancia/el  jóvenn  pintor 
arjentino  don  Gregorio  Torres,  residente^  entonces  en  Id  plaza,', 
resolvieron  evitar  et  aVance'  de  los  sitiadores 'dándoles  el  pri-^' 
mor  escarmiento  en  una  celada.  -    '' :  .'• 

fijesde  tqrapraho  se  observaba;,  ^ que   una' partida  de  SO' 
jinetes  arjenlinos  avanzaba  hacia  la  Portada  coino  en  pro-«> 
teccion  de  un'  pelotón  de;  fusileros  que  se  dirijia  a  ocupar  el 
importante  punto  estratéjico  de  la  torre  de  Saín  Franclsoo»  > 
i  se  acordó  en  el  acto  estorbar  tal  Intento. 

Dioso  orden  al  comandante  Galleguillos  (quien,  en  los  cua-^* 
tro  días  corridos  desde  su  llegada,  había  organizado  con  la: 
base  do  la  guerrilla  que  trajo'  de  Ovailo  un  escuadrón  de 


t>E   tÁ-  ADMINISTRACIÓN  MONTt.  ÍH 

Carabineros  que  llegó  a  conliar  hasta  cerca  do  80  plazas)  a 
fio*  de  que  salieácn^  coii  ssoí  tropa  por' la  calle  directa  que  va 
desde  ila  plazuela  derSan  Francisco  a  la  Portada  i  tratase  de 
comprometer  ini  tiroteo  con  )a  caballería' enemiga,  rcple-i 
gándose  gradualmente,  a  fin  dé  atraerla  a  una  calle  lateral 
en  la  que  se  hdbio'n  ocultado  100  fusileros  escojidos/ que 
mandaban  el  mayor  de  plaza  Alfonso  i  el  capitán' Yieutla  con' 
otros  oficialeá  subalternos. 

A  las  9  de  la  mañana,  Galleguillos  emprendió  sü  ataque  con 
Ist  cautela  i  la  calma  que^ransusmejóres  dotes  de  soldados^ 
Llevaba  60  a  60  Uombre;3,'muchos  de  ios  cuales  ei^atv  mineros, 
gremio,  <qiiie  édmo  es  sabido,  forma  el  peor  jiiiete  dehrfaundo  ;• 
i  ademlasdesuslrajes  que  les  entbarazabanen  este  ejercicio,; 
no  coBooian  todavía  sino,  á  niedias  el  «uso  de  sus  carabinas  i 
fusiles  recortados.'  Considerando^  estas  db&ventajas,  eljóven' 
cemandanle  se  adelantó  con  un  pelotón  eseojido  qii^  mSinda-' 
bii,  i  a  la  cabeza  dé  este  pufiafdt)  de  jinetes,  el  campeón  d^é' 
la  Serena  hizo  asi  los  primeros  disparos  del  glorioso  ^sttto, 
como  habia   side*  también  él  quien -habia  hecho  silvar  las^ 
primeras  balas  de  la*  revolución '  del  norte  á  oriHasdol  rio* 
Ghoapa/  ea  la  noche  del  21  de  setiembre,  cuandoera  nn^ 
simple  capitán  de  avanzada.  '     ' 

Los  tiradores  arjéntinos  oontestarón  el  fuego  Con*  sus  ca- 
rabinas,, pero. lejos  de  avanzar/  se  parapetaban  trasí  délos- 
arcos  de.  la  Porta^a^-Galloguillos^  im'paéientd  poi^  ésta  tár-' 
danza  en  cumplir  su  comisión,  se  ádelahta  casia  tiró  dd  pis- 
tola para  provocarlos,  fínjiendQ  una  retirada  oportuna.  Pere* 
fué  en  vano,  j  su  propio  arrojo  hizo  que  se  cambiartt  el' 
plan  de  ataque,  pues  el  mismo  era  arrastrado  |a  una  em- 
boscada. 

El  coronel  Vidaurre,  que  escribía  en  aquel  momento  un 
despacho  al  gobierno  de  la  capital,  alarmado  por  el  fuego. 


2%  BISTORU  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

bajó  al  terreoo  en  que  se  batian  las  avanzadas,  i  nolando 
que  la  üe  la  plaza  estaba  encima  de  sus  tiradores,  ordenó 
que  una  compañía  de  infantería  saliese  por  un  flanco  i  rom- 
piese sobre  ellas  un  fuego  certero.  A  la  primer  descarga, 
cayó  atravesado  de  una  bala  el  caballo  de  Galleguilios,  mien- 
tras que  sus" soldados,  creyéndole  muerto,  volvieron  grupas  en 
confusión^  Mas,  el  intrépido  joven,  sin  perder  siquiera  esa 
tacto  frío  que  solo  una  larga  esperíencia  de  los  lances  de 
la  guerra  puede  dar,  desató  las  cinchas  de  su  silla  i  echán- 
dose sobre  los  hombros  la  montura,  retrocedió  hasta  que  su 
asistente  le  trajo  uq  nuevo  caballo  que  volvió  ja  ensillar  en 
un  punto  cubierto  a  retaguardia.  Luego  intentó  otro  asalto, 
pero  su  tropa  bisofia  se  mantenía  reacia,  i  este  segundo  ama* 
go  para  arrastrar  al  enemigo  no  tuVo  mas  resul  lado  que  el 
quo  el  caballo  del  atrevido  comandante  de  carabineros  vol- 
viese a  ser  herido.  Gomo  la  obstinación  fuera  ya  infructuosa, 
recibió  la  orden  de  replegarse  ala  plaza,  lo  que  ejecutó  junto 
con  la  tropa  da  Alfonso,  que  habia  manifestado  el  mas  ar- 
diente entusiasmo  por  ser  conducida  al  combale.  Guando 
Galleguillos  entraba  a  su  cuartel  en  el  claustro  de  Santo 
Domingo,  su  segundo  caballo,  herído  en  la  refriega,  caia  muer- 
to a  sus  pies. 

£1  sitio  30  abría  con  la  hazafia  de  un  bravo  que  iba  a  dar 
aliento  a^  todos  los  pechos.  El  intendente,  el  gobernador  de 
la  plaza  i  los  principales  jefes  de  trinchera  fueron  aquella 
mafiana  al  alojamiento  de  Galleguillos  a  presentarle  sus 
parabienes,  i  se  le  confinó  aquel  dia,  como  sobre  el  campo 
de  batalla^  el  grado  de  sárjenlo  mayor  efectivo  de  caba- 
llería. 


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M  LA   ADMINISTBAClOIf  UOVTt,  23 

IX. 

Aquella  misma  mafianá  el  gobernador  de  la  plaza  quiso  a 
su  tez  dar  un  testimonio  personal  da  su  decisión  por  la  de- 
fensa i  de  la  pericia  que  seria  capaz  de  poner  en  su  misión. 
Bízo  sacar  un  cafion  de  las  trincheras  i  colocándolo  en  el 
centro  de  la  plaza,  asestó  su  puntería  al  caserío  de  Cerro- 
grande,  de  cuyo  campamento  bajaba  en  aquel  instante  una 
columna  de  fusileros.  El  golpo  fué  tan  preciso  que  la  bala  ca- 
yó a  los  pies  de  los  soldados,  quienes  se  tiraron  al  suelo  en 
et  mayor  desorden,  mientras  que  de  todas  las  tríncheras  de  la 
plaza  se  alzaban  gritos  de  aplauso  por  aquel  bautismo  tan 
certero  de  los  sitiadores. 

El  primer  cañonazo  del  bombardeo  habia  tronado.  La  ope- 
ración eslratéjica  del  cerco  quedaba  conoluida  (1 )  i  debía  se* 
guir  solo  el  estrago  de  la  metralla  i  de' la  bala  roja. 


(I)  Este  mismo  dia  (13  de  noviembre),  Vidaurre  decia  al  Go- 
bierno de  Santiago  estas  palabras.  «Gradaalmente  nos  iremos 
apoderando  de  la  ciudad,  aprovechando  con  nuestra  conducta  de| 
descontento  jeneral  de  sus  fuerzas  i  de  la  población  entera».  Al 
dia  siguiente,  comenzaba  empero  el  bombardeo  de  la  ciudad  en- 
i9ra¡ 


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l^K  lA   ADMINISTRAClOlf  HONTT.  83 

IX. 

Aquella  misma  mafianá  el  gobernador  de  la  plaza  quiso  a 
su  tez  dar  un  testimonio  personal  da  su  decisión  por  la  de- 
fensa i  de  la  pericia  que  seria  capaz  dé  poner  en  su  misión. 
Hizo  sacar  un  cafion  de  las  trincheras  i  colocándolo  en  el 
centro  de  la  plaza^  asestó  su  puntería  al  caserío  de  Cerro- 
grande,  de  cuyo  campamento  bajaba  en  aquel  instante  una 
columna  de  fusileros.  El  golpo  fué  tan  preciso  que  la  bala  ca- 
yó a  los  pies  de  los  soldados,  quienes  se  tiraron  al  suelo  en 
et  mayor  desorden,  mientras  que  de  todas  las  trincheras  de  la 
plaza  se  alzaban  gritos  de  aplauso  por  aquel  bautismo  tan 
certero  de  los  sitiadores. 

El  primer  cañonazo  del  bombardeo  habia  tronado.  La  ope- 
ración estratéjica  del  cerco  quedaba  concluida  (1 )  i  debía  se* 
guir  solo  el  estrago  de  la  metralla  i  de'  la  bala  roja. 


(I)  Este  mismo  dia  (13  de  noviembre),  Vidanrre  decia  al  Go- 
bierno de  Santiago  estas  palabras.  «Gradaalmente  nos  ¡remos 
apoderando  de  la  ciudad,  aprovechando  con  nuestra  conducta  de| 
descontento  jeneral  de  sus  fuerzas  i  de  la  población  entera».  Al 
dia  siguiente,  comenzaba  empero  el  bombardeo  de  la  ciudad  eti- 
lara/ 


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CAPITULO  II. 


El  BOMBARDEO. 

I 

Los.  sitiadores  resuelvt^n:, el  bombardeo,  de  la  pl^za,-— Ocupan  la 
torre  de  Sao  Francisco. — Él  noayor  Alvarez  es  hecho  prisionero 
eii  la  torre  de  San  Agustín. —El  bombardeo  comienza  al  ama* 
necer  del  Tde  noviembre.^^lndignacion  en  la  piaita.— Se  para- 
lizan las  operaciones,  sesQli(:i^  por  .loa.  sitiadores  una  suspen-*, 
.^ion  de  armas  \  se  niega  por  los  sitiados.-^Don  Nicolás  Osorio,— . 
Rol  qué  juega  dorante  el   sitio. — Dificultades  que  se  suscitan 

'  entre  el  gobernador  de  la  plaza  i  el  intendente',  aoon^cuencia 
del  armisticio  solicitado.'— Se  acepta  este,  levantándose  Hnaac-; 
ta  en  la  que  los  ciudadanos  juran  morir  antes  que  rendir  |as 
arilias.— Maniobras  de  uña  i  otra  parte  durante  el  armisticio.'-' 
Carta  de  don  Buenaventura  Castro  al  comandante  Martinér 
i  contestación  ^e  este.— Se  renqeva  el  bombardeo  et&¡^  14;-t-: 
Intento  de  asalto  frustrado  por  el  patriotisnio  de  las  señoritas 
Montero. — El  naran/ero  de  Manuel  Antonio  Alvarez, — Desa- 
liento de  los  sitiadores  i  desesperan  de  tomar  la  plaza.^Ca- 
rácter  de  nacionalidad  atribuido  por  los  sitiados  a  su  defensa 
i  hechos  en  que  la  fundaban.-^Asalto  jeneral  en  la  noche  del 
18  de  noviembre.— El  prior  de  Santo  Domingo  frai  Tomas  Ro- 
bles.—El  capitán  Gaete. — Entusiasmo  en  la  plaza  por  la  victoria 

.  alcanzada. — Proclamas,  felicitapione^  i  parodias  publicada^  ^o«- 
rao  manifestaciones  de  regocijo. — Heroicas^  supersticiones  de^ 
pueblo. — Rasgos  de  patriotismo  de  las  mujeres. — Las  señoras 
lríbarren,Mumzaga,  Aguirre,  Pozo,  Cabezón  i  otras. «^Él  te-« 
niente  Pereirj  es  enviado  de  regalo  a.  la  plaza  por  una  mujer 
del  pueblo. 

I.  ■         •■     .  • 

EL  primer  caflonazo  disparado  en  la  S«rona  era  un  saludo 
a  la  libertad,  i  al  tronar  en  el  recinto  de  la  plaza  saciudioa- 

4 


86  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

do  los  edificios,  cuyas  vidrieras  caían  por  lodas  parles  en 
fragmentos,  i  resonando  el  estrépito  por  las  sinaosidades  de  las 
colínas  inmediatas,  hubiérase  tomado  por  el  grito  herjoico 
de  todo  un  pueblo  que  se  alza  como  ün  solo  hopibre  en  de- 
fensa de  los  principios  mas  santos,  de  la  humanidad,  el  honor 
i  el  hogar.  Los  sitiadores  tomaron,  por  su  parte,  aquel  es- 
tampido como  un  reto  de  muerte  i  encargaron  a  sus  artille- 
ros el  contestarlo. 

Posesionados,  desde  la  madrugada  del  dia  3,  del  edificio 
del  Lazareto,  un  antiguo  hospital  de  lá  Serena,  vecino  a  la 
iglesia  de  San  Juan  de  Dios,  terreno  apropósito  para  colocar 
una  batería  a  dos  cuadras  en  linea  recta,  por  la  calle  de 
San  Francisco,  de  la  trinchera  núm.,  7,  montaron  eñ  ese 
punto  durante  todo  el  dia  4  dos  obuses  de  grueso  calibre  so- 
bre un  pequefio  reducto.  Protejia  este,  a  la  vez,  el  claustro 
del  Lazareto  donde  el  coronel  Vidaurre  ha  biabes  lablecido  su 
cuartel  jeneral  con  la  tropa  de  infantería,  mientras  el  coro- 
nel Garrido  se  mantenía  en  el  campamento  de  Gerro-grande, 
dos  o  tres  cuadras  mas  arriba  de  la  colina. 


IL 


Para  asegurar  mejor  esta  batería,  los  sitiadores  resolvie- 
ron apoderarse  a  todo  tranco  de  la  inmediata  torre  de  San 
Francisco,  que  se  levantaba  entre  ambas  líneas  de  enemigos 
como  un  jiganlezco  centinela  avanzado.  El  capitán  don  Ne- 
meció  YicuAa  recibió  en  consecuencia  orden  dei  gobernador 
de  la  plaza  para  mantener  aquel  puesto,  i  desde  la  madru- 
gada del  4  se  habla  colocado  en  su  campanario  con  10  fusi- 
leros. El  enemigo,  entre  tanto,  hacia  un  rodeo  por  la  parte 
del  oriente,  donde  sus  tiradoras,  puestos  a  cubierto  de  las 


DE    LA  ADHmiSTIUCIOIf  KONTT.  S7 

trincheras,  desde  el  ¡nterior  de  las  casas,  rompieron  el  fuego 
sobre  la  torre  asestando  sus  punterías  por  los  arcos  que  sos- 
tenían la  cúpula  superior,  donde  Vicuña  estaba  parapetado^ 
£1  puesto,  sin  embargo^  no  podía  sostenerse  porque  era  un 
panto  aislado  que  los  reductos  de  la  plaza  no  prolejian  ¡que 
los  enemigos  atacaban  impunemente,  lanzando  a  quema  ropa 
iin  fuego  que  no  pedia  contestárseles.  Hicierónse,  en  conse- 
cuencia, al  joven  Vicuña  señales  de  replegarse  a  las  trinche- 
ras, 1  ejeiculóloi  no  sin  peligro^  tan  luego  como  cerró  la 
noche. 


ra- 


No  tuvo  igual  fortuna,  pero  sí  la  ocasión  desefialarse  por 
un  acto  de  ngble  patriotismo,  el  Joven  sárjente  mayor  don 
Bemijio  Alvarez,  a  quien  se  le  había  encomendado  la  defensa 
de  la  torre  de  San  Agustín,  otro  puesto  interesante,  pero  de 
menor  valor  estratéjico,  porque  se  alejaba  a  considerable 
distancia  de  las  trincheras,  por  el  lado  del  oriente,  donde  el 
enemigo  no  se  proponía  atacar  con. vigor.  Alvarez,  con  11  fu- 
sileros que  le  acompañaban,  fué  rodeado  completamente  por 
la  tropa  enemiga.  Los  oficiales  que  mandaban  esta  le  gri- 
taban desde  el  pié  de  la  torre  que  se  rindiese  porque  toda 
defensa  era  imposible.  Mas,  el  denodado  mozo  contestó  dando 
a  sus  soldados  ia  voz  de  fuego,  i  como  algunos  de  estos, 
bisoflos  todavía  en  los  ejemplos  heroicos,  le  hicieran  presente 
que  aquel  paso  no  conducía  sino  a  perderlos  sin  fruto,  les 
ordenó  que  bajasen  los  que  tuvieran  miedo.  Cuando  Alvarez 
quedó  solo,  le  hicieron  una  última  amenaza  perentoria,  colo- 
cando un  barril  do  pólvora  al  pié  de  la  torre,  a  cuya  vista 
el  animoso  oficial  tiró  al  fin  su  espada  i  se  entregó  prisionera 


t$  BISTORU  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

con  SUS  compafieros,  junto  con  los  qué  fué  a  pagar  en  Juan 
Farnaiidez  la  osadía  de  haberse  resistido  a  la  primera  in- 
timacioQ  de  deponer  las  armas,  porque  esto  era  afiadir  al 
crímeo  de  la  subievaciou  política,  e|  de  la  insubordinación 
militar,  aunque  esta  tuviera  lugar  delante ^d^  la  muerte.... 


IV. 


Ocupadas  por  el  enemigo  estas  posiciones  i  completo  yá 
el  cerco  de  la  plaza,  al  amanecer  del  día  5  (1),  la  balería 
de  obuses  del  Lazareto  rompió  sus  fuegos  sobre  las  trincheras 
de  la  plaza,  que  fué  contestado  inmediatamente,  prolongán- 
dose durante  todo  aquel^  dia,  i  aun  el  siguiente,  aquel  cafio- 
neo  de  ensayo  que  no  hacia  victimas  ni  causaba  destru.ccion, 
pero  que  adiestraba  a  los  arlillerps  sitiadores  %n  la  tarea  de 
las  ruinas  i  el  incendio  que  iba  a  emprenderse  bien  pronto. 

A  las  cuatro  de  la  maiíiana  del  día?,  las  balerías  enemigas 
comenzaron,  en  efecto,  a  vomitar  sos  proyecliles  sobre  todo 
el  circuito  de  la  plaza.  El  asedio  estaba  ya  concluido,  i  como  sí 
se  viera  que  era  del  lodo  inülil  el  solo  cerco  dé  la  cintura  de 

(1)  A  las  tres  de  la  tarde  de  este  día,  llegó  a  la  plaza,  pene- 
trando disfrazado  por  una  trinchera,  el  patríota  don  Nicoias 
MaDiÍDaga  que  venia  ahora  a  ser  el  máHir  del  sitio  de  saoiudaá 
natal,  como  habla  sido  el  patriarca  de  so  revolución.  Desdeña 
separación  de  Arteaga  i  de  Carrera  en  la  vecindad  de  lilapel,  al 
día  siguiente  del  desastre  de  Petorca,  se  había  mantenido  oculto 
enuna  de  sus  haciendas  del  valle  de  Coquimbo,  pero  al  cir  tro* 
liar  ei  oa5on  que  iba  a  despedazar  sus  hogares,  sacudió  su  tím*dez 
i  su  cansancio,  i  vino  a  dividir  con  sus  compatriotas  Ja  suerte  de 
una  catástrofe  gloriosa  que  en  nadie  se  haría  sentir  con  mas 
rigor  que  Sobre  su  patriotismo,  su  abnegación  i  su  desprendi- 
mieotó. 


DE   Li   ADinNIStRACIOlf  MONTT.  M 

rortificacíooes,  se  resolvió  eí  bombardeo  de  la'oiudád.  NoersI 
]>aeg  un  combate  el  que  se  eoipretrdia,  etá  uíi  c^íslfgó  qué 
se  fulfriíDábá  contra  los  habitantes  ^n  masa  de  la'  heroica 
ctudad.  *  } 

¿Cómo  se  atrevían  los  dos  éaudillos  hiladores  a  ejécdlar 
stfbre  su  Bolá  responsabilidad  aquel  acto  (bárbaro  i  atroz,  lüaá 
por  su  inutilidad  que  por  su  furor),  de  reducir  a  cenizas  una 
de  las  mas  hermosas  i  florecientes  ciudades  de  la  República? 
¿Tenían  aquel  capitulo'de  ruinas  humeantes  í  de  sangt^lentas 
Tenganzas  escrito  en  sus  instrucciones  intimas  de' la  Moneda?' 
¿flabian  recibido  acaso  algún  ávi$0' posterior  p¡or  un  espreso, 
o  el  Cazador  estaba  de  regreso,  en  la^  bahia  dé  Coquimbo,  en 
la  víspera  del  bombardeo?  Ignórase'  lo  que  sucedió  antes, 
pero  los  faabiiantes  deí  la  Serena  sé  desporldroiv  aquella  ma*» 
nana  memorable  del  7  de  noviembt^e  a!  ruido  espatitoso  qué 
kis  bombas  i  -granadas  hacian  al'  caer  i  ^estallar  sobre  sus 
techos.  ' 

'  Un  grito  de  indignación  i  de  fabiá  reventó  eb  los  pechos  de  losT 
sitiados  ál  ver  aquel  estrago.  Los  sollozos  de-  las  mujéi'es^  él' 
llanto  de  los  nifios,  las  plegarias  de  la  timidez  i. las  lágrimas 
que  regaban  cada  hogar,  al  pasar  las  familias  de  aposento 
en  aposento,  huyendo' de  los  proyectiles  qué  llovían  en  todaá 
direcciones,  lejos  de  entibiar  ól  ánimo  de  la  guarnición,  dabaii 
a  cada  soldado  el  brio  dé  un  heroísmo  individual,  porque  den- 
tro de  las  trincheras  cada  combatiente  era  un  padre  que 
sentía  desde  su  puesto  en  el  reducto  los  clamores  de  terror 
de  su  familia;  era  un  esposo  qué  iba  ^  consolar  á  su  desoía-* 
da  cottipaoera.a  cada  paiísa  del  fuego;  era,  en  fin,  tin  ami-* 
go,  un  partidario,  un  patriota  coquimbano,  orgulloso  dot 
nombre  i  del  honor  de  su  pueblo. 

£1  bombardeo  iba  a  ser  entonces  el  bautismo  de  aquel 
heroico  patriotismo,  i  aquellos  neófitos  de  la  libertad  lo  red^ 


90  HISTORIA  DE  LOS  DIB  AÜOS 

bian  serenos  en  su  puesto,  mientras  llegaba  la  hora  de  ir  a 
doTolferlo,  sangre  por  sangre,  cuchillo  por  cucbillo,  en  los 
atriocberamientos  enemigos.  «El  pueblo,  decía  el  boletín  de 
aquellos  dias  (1),  al  verse  atacado  de  muerte  como  no  se  ha- 
bría hecho  por  una  nación  enemiga,  lejos  de  aterrarse,  se 
indignó.  El  ciudadano  i  el  soldado  corrían  tras  de  las  grana- 
das para  evitar  la  muerte  del  inocente,  o  estorbar  la  des-« 
trucdott  de  un  edificio,  cuidando  mut  particularmente  del 
magnifico  templo  de  la  Diócesis,  donde  se  celebrará  pronto 
el  triunfo  de  la  República» . 

,  £1  cañoneo  de  una  i  otra  parte  se  hizo  sentir  con  un  vigor 
que  parecía  redoblarse  con  la  prolongación  del  ataque  i  de  la 
defensa,  durante  todo  el  día  7  i  la  mayor  parte  de  la  noche, 
pero  etí  la  madrugada  del  dia  8  comenzó  a  ceder  i  se  callo 
del  todo  aquella  misma  larde  (2). 

¿Porqué  los  sitiadores  abatían  su  fuego  sin  haber  obtenido 
otro  fruto  qno  la  destrucción  de  algunos  edificios?  Juzgaban 
dcaso  infructuosa  aquella  tarea  de  sangre  i  de  llamas,  en 
presencia  de  un  pueblo  que  ponía  los  pechos  de  sus  hijos  co* 
mo  un  muro  vivo  centra  la  boca  de  los  cafiones  que  destro- 
zaban su  bella  ciudad?  Sin  duda  fué  aquel  el  fundado  motivo 
de  esta  paralización  inesperada,  porque  las  hostilidades  se 
suspendieron  casi  de  hecho  por  el  espacio  de  tres  o  cuatro 
dias,  que  iban  a  consag^'arse  a  ejercicios  de  otro  jénero,  de 
los  que  se  prometían  el  provecho  que  les  negaba  el  uso  de 
sus  armas. 

Cuando  el  fuego  hubo  cesado,  el  coronel  Garrido,  el  diplo- 
mático i  director  político  da  la  campana,  bajó,  al  Lazareto 
desdo  su  campamento  de  Cerro-grande. 

(1)  Boletín  del  9  de  noviembre. 

(S)  cHoi  $e  ha  manifestado  el  enemigo  mas  cobarde,  dice  el 
huiftíii  de  la  plaza  del  dia  8,  i  el  bombardeo  esmai  pausado». 


OK  LA  ADWNISTRACIOli   VOIITT.  3f 

V. 

Existia  en  la  Serena,  como  lo  insinuamos  al  principio  da 
esta  historia,  un  hombre  cuya  conducta  política  (pues  de  sa 
carácter  privado  tenemos  recojidos  solo  honorables  antece-» 
denles)  era  del  todo  impopular  en  la  provincia,  porque  ape^ 
sar  de  su  adhesión  ostensible  al  bando  liberal,  habia  pres-« 
tado  al  mismo  tiempo  su  voto  a  la  autoridad,  i  aun  su 
sofrajio  en  el  colejio  de  electores  para  la  presidencia  fué 
otorgado  al  candidato  oficial,  bien  que  su  nombre  se  encon-» 
trara  inscripto  en  las  listas  de  uno  i  otro  partido  político. 
Este  hombre  era  ^n  Nicolás  Osorio. 

Conocía,  sin  duda>  su  carácter  el  coronel  Garrido,  i  estaba 
al  cabo  de  sus  .dobleces  políticas  por  los  informes  de  algunos 
vecinos  que  se  hablan  refujiado  en  su  campo,  entre  los  quo 
se  encontraban  la  mayor  parte  de  los  espatriados  del  7  do 
setiembre.  En  consecuencia,  púsose  en  comunicación  con  él 
por  medio  de  recados  i  de  esquelas  que  pasaban  i  repasaban 
la  quebrada  de  San  Francisco,  por  la  intervención  de  mujeres 
u  otros  artificios.  Osorio  aceptó  la  proposición  de  servir  do 
secreto,  intermediario  en  el  campo  enemigo  i  de  tener  al  co*^ 
rriente  de  lo  que  pasaba  en  la  plaza  a  les  jefes  sitiadores. 

Para  dirijir  con  mas  acierto  aquella  intriga,  Garrido  soli- 
citó por  el  conducto  de  Osorio  un  armisticio.  Mas  los  ciuda« 
danos,  indignados  por  la  atrocidad  del  bombardeo,  reunidos 
en  su  consejo,  resolvieron  negarlo. 

Osorio  advertía,  sin  embargo,  que  en  medio  del  patrio*» 
tismo  jeneroso  de  los  defensores,  aparecían  ciertas  sombras 
de  rivalidad  i  de  mezquinas  susceptibilidades,  que  era  fácil 
esplotar  de  acuerdo  con  el  enemigo.  Sabíase  que  el  gober* 


PLí\ü-J)KRROTI;R()  de  lii  t'AMPAXA  (lelMTEeiilíbl 


N  -I 


50: 


ílu-í" 


.321 


Z^'^'A 


M  LA   ADHINISTRAClOll  MORTT.  S3 

IX. 

Aquella  misma  mafianá  el  gobernador  de  la  plaza  quiso  a 
9tt  Tez  dar  un  testimooio  personal  da  su  decisión  por  la  de- 
fensa i  de  la  pericia  que  seria  capaz  dé  poner  en  su  misión. 
Hizo  sacar  un  caflon  de  las  trincheras  i  colocándolo  en  el 
centro  de  la  plaza,  asestó  su  puntería  al  caserío  de  Cerro- 
grande,  de  cuyo  campamento  bajaba  en  aquel  instante  una 
columna  de  fusileros.  El  golpo  fué  tan  preciso  que  la  bala  ca- 
yó a  los  pies  de  los  soldados,  quienes  se  tiraron  al  suelo  en 
et  mayor  desorden,  mientras  que  de  todas  las  tríncheras  de  la 
plaza  se  alzaban  grítos  de  aplauso  por  aquel  bautismo  tan 
certero  de  los  sitiadores. 

El  primer  cañonazo  del  bombardeo  habia  tronado.  La  ope- 
ración estratéjica  del  cerco  quedaba  concluida  (1 )  i  Aebia  se- 
guir solo  el  estrago  de  la  metralla  i  de' la  bala  roja. 


(I)  Este  mismo  día  (13  de  noviembre),  Vidanrre  decia  al  Go« 
bierno  de  Santiago  estas  palabras.  «Gradualmente  nos  iremos 
apoderando  de  la  ciadad,  aprovechando  con  noestra  condacta  de| 
descontento  jeneral  de  sus  fuerzas  i  de  la  población  entera».  Al 
dia  siguiente,  comenzaba  empero  el  bombardeo  de  la  ciudad  en- 
teral 


di  HISTORIA  DE  LOS  DIBZ  AÜ09 

— «Vayaü.  a  decir  al  sefior  Castro,  respondió  con  hidalguía 
aquel  veterano  ^ue  se  babia  distinguido  en  encuentros  glorio- 
sos ptira  Cbilo/  siendo  uno  de  los  prisioneros  que  rindió  la 
espada  al  pié  de  su  caflon  en  las  gargantas  de  Torata,  que 
me  bairo  eioferúio  en  la  cama^  i  que  en  estos  mon^entos  me 
preparo  para  ir  a  defender  h  plaza,  puesto  que  soi  aaiena- 
^ado  con  itfuerie  segura  » . 

Al  mismo  tiempo  que  se  ejecutoban  erstas  mam'oforas,  áflk-^ 
bos  belijerantes  violaban  la  siíspension  de  armas,  reforzando 
sus  trincheras  los  dé  la  plaza  i  avaníando  terreno  i  eotfsíru^ 
yendo  reductos,  como  hemo?  visto,  los  de  afttora,  hasta  que 
conseguida»  estáis  orhttfas  ventajas  que  harían  el  sitio  mas 
destructor  i  sangriento,  i  malogradas  todas  las  maquinacio-^ 
nes  de  la  intriga  f  la  désiealtad,  resolvióse  por  ambas  partes 
renovar  las  bosSIidade»/ 


Vlt 


A  las  i  i  míiBdia  de  h  mafiana  del  ií,  entalló  de  nuevo  so^ 
bre  la  Serena  el  bombardeo  interrumpido,  i  se  continuó  todo 
el  dia  con  furor,  siendo  siempre  la  trinchera  núm.  7  la  mas 
atacada,  tanto  por  la  batería  del  Lazareto,  como  por  los  fue- 
gos de  los  fusileros  apostados  a  mansalva  en  la  vecina  torre 
de  San  Francisco.  La  porfia  con  qqe  ei  enemigo  sostenía  el 
fuego,  aun  entrada  la  noche,  revelaba  algún  plan  secreto  dd 
ataque  nocturno,  pues  los  sitiadores  no  habían  ensayado  toda-> 
via  el  uso  de  la  bayoneta,  acometi^de  la  brecha. 

Aquella  noche  iban  a  ponerlo  en  planta  por  la  primera  vez 
i  a  esto  se  debía  el  vigoroso  cafloñeo  que  se  hacia  sentir  en 
la  oscuridad  sobre  varios  puntos  del  radio  de  fortificaciones. 
Un  ejemplo  de  patríotlsmOi  en  el  que  se  unía  a  la  sagacidad 


•■\    ' 


CAPITULO  II. 


EL  BOMBAIIDEO. 

Los.  sitiadores  resuelvan  :,e]  bombardeo!  de  la  plj^za,— Ocupan  la 
torre  de  Sao  Francisco. — Él  mayor  Alvarez  es  hecho  prisionero 
eú  lá  torre  de  San  Agastin.— El  bombardeo  comienza  al  ama« 
neeer  del  T.de  novJémbré.'^lñdígflacíoii  en  la  piaíta,— Se  para- 
lizan las  operaciones,  se  sqIícíI^  por  .loa  :sjtiadore$  una  suspen-*, 
5¡on  de  armas  1  se  niega  ppr  los  sitiados. -7J)on  Nicolás  OsorJo,-— . 
Rol  qué  juega  durante' el   sitio,— Dificultades  que  se  suscitan 

-  entre  el  gobernador  de  la  plaza  i  el  intendente',  aoon^cueiicia 
del  armisticio  solIcitado.^Se  acepta  este,  levantándose  u.na  ac-: 
ta  en  la  que  los  ■  ciudadanos  juran  morir  antes  que  réndíj*  Jas 
arihas.— Maniobras  de  uña  i  otra  parte  durante  el  armisticio/—' 
Carta  de  don  Buenaventura  Castro  al  comandante  Mártinér 
i  contestación  ^e  este.— Se  renueva  el  bombardeo  el  dia  14;-^ 
Intento  de  asalto  frustrado  por  el  patriotismo  de  las  señoritas 
Montero. — £1  naran/ero  de  Manuel  Antonio  Alvarez, — Desa- 
liento de  los  sitiadores  i  desesperan  de  tomar  la  plaza.— Ca- 
rácter de  nacionalidad  atribuido  por  los  sitiados  a  su  defensa 
i  hechos  en  que  la  fundaban.— Asalto  jeneral  en  la  noche  del 
18  de  noviembre.— El  prior  de  Santo  Domingo  frai  Tomas  Ro- 
bles.—El  capitán  Gaete. — Entusiasmo  en  la  plaza  por  la  victoria 

.  alcanzada. — Proclamas,  felícitapione^  i  parodias  publica^aft  to- 
mo manifestaciones  de  regocijo. — Heroicas^  supersticiones  de^ 
pdebfo. — Rasgos  de  patriotismo  de  las  mujeres. — Las  señoras 
Iribarren,  Munízaga,  Aguirre,  Pozo,  Gabefcon  i  ótras.'^Él  le-*^ 
niente  Pereir|  es  enviado  de  regalo  a.  la  plaza  por  una. mujer 
del  pueblo. 


EL  primer  caflonazo  disparado  en  la  Serena  era  un  saludo 
a  la  libertad,  i  al  tronar  en  el  rcci&lo  4e  la  plaza  saoudicn- 

4 


36  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  iÜOS 

de  bacer  una  nutrida. descarga  por  todas  las  aspilleras  de  la 
casa  que  ocupaban,  i  como  se  ejecutara  ajquella  tan  de  im^ 
proviso,  el  enemigo  se  creyó  en  una  celada  i  abandonó  su 
intento,  retirándose  la  columna  de  ataque  en  el  mayor  desor- 
den. Enire  los  voluntarios  que  habían  dado  aquel  golpe  a  los 
sitiadores,  se  hizo  notar  el  joven  don  Manuel  Antonio  Alvaro; 
(el  mismo  que  vimos  ya  posesionarse  del  departamento  de 
Elqui),  quien,  armado  de  un  pesado  naranjero  que  h^hiz,  car- 
gado hasta  la  boca  con  12  o  14  balas,  lo  disparó  sobro  lá 
columna  enemiga,  revénfándose  el  arma  en  sus  manos  i  de- 
rribándolo al  suelo  con  violencia,  i  aun  habría  muerto  del 
golpe,  si  no  hubiera  tirado  do  mampuesto  sobre  uno  de  los 
sacos  de  harina  que  estaban  almacenados  en  aquel  edificio. 


IX. 


Tales  contratiempos  comenzaban  a  Hevár  el  desaliento 
a  los  jefes  sitiadores,  persuadiéndoles  que  la  plaza  era  ines-* 
po{^nable,  si  no  tanto  pbr  su  sistema  de  fortlflcaeiones,  por  el 
denuedo  de  sus  dofénsores,  at  menos,  pues  era  bvidiB&tequo 
si  estos  cedian  alguna  vez^  seria  para  entregar  a  sus  con- 
qnisladores  sus  cadáveres  sepultados  entre  escombros.  El  miV 
mo  coronel  Vidaurre,  que  tan  confiado  se  mam'feslaba  at 
principio  en  el  éxito  de  sus  operaciones,  a  cuya  creencia 
el  recuerdo  de  Petorca  daba  estimulo,  confesaba  ahora  su 
impotencia  al  gobierno  a  quien  tan  ciegamente  servia.  «Atri- 
buyo, seflor  Ministro,  decía,  (el  despacho  iba  dirijido  al  M¡^ 
nistro  de  la  Guerra)  la  demora  en  )a  toma  de  la  plaza,  a  la 
resistencia  continua  que  oponen  los  sitiados,  fávjorebidos  por 
el  conocimiento  quo  tienen  del  terreno,  i  per  la  ignorancia 
absoluta  do  nuestras  fuerzas  que  no  lo  conocen;  alribóyolo 


DK  LA  ADMINISTRACIÓN  MONfT.  3Í 

•tatebieo,  a  que  obUepeá  de  tos  ;ve6inos  quo  les  permilaih 
iiacernos  fuego  impones  detras  de  ventanas  i  puertas.  Agre- 
go a  esto/ afiadia,  una  círcunslanicla  particiilat,  de  que  solo 
«n  este  momeólo  he  sido  impuesto.  La  muralla  que  cubre 
el  costado  de  la  Catedral^  dejando  entre  una  i  otra  un  espa- 
cio suficiente  para  que  se  coloque  toda  su  fuerza  i  nos  ataque 
a  mansalva;  garantida  por  su  ventajosa  situación >i  (i }. 

Lo  primero  era  la  verdad,  porque  era  Visible  que  la  Sere^ 
na  «alera  estaba  da  pié  sobro  s^as  reductos;  pero  lo  último 
no  pasaba  de  un  triste  protesto,  o  pías  bien^  un  error  es- 
Iratcgsco  que  revelaba  las  cortas  facultades  profesionales  del 
jefe  sitiador/  porque  a^uel  terreno  abrigado  de  que  hablaba, 
era  implemento  na  patio  anexo  al  elevado  edificio  de  la  ca^- 
tedraly  que  servia  do  campo  de  ejercicio  a  la  infónteria  de 
reserva,  i  de  cuartel  jeneral  a  la  guarnioion,  como  ya  hemos 
dicho;  pero  que  estando  una  o  dos  cuadras  a  retaguardia  de 
las  trincheras,  en  nada  pedia  daflar  a  ios  sitiadores. 


Mas,  dejando  en  pié  las  concesiones  que  el  jefe  de  la  divi- 
sión pacificadora  hacía  al  espíritu  i  a  la  unanimidad  de  la 
revolución  de ia  Serena,  en  su  parte  oficial  ¿porqué  entonces 
se  obstinaba  en  despedazar  á  metrallazos  aquél  pueblo  heroico 
que  rechazaba  las  armas  del  gobierno  de  la  capital  como  la 
humillación  de  un  castigo,  pero  que  aceptaba  un  tratado  en 
que  los  fueros  de  su  honor  serian  atendidos?  Basta  esa  cita 

(I)  Comunicación  del  coronel  Vidaurre  al  Ministro  de  la  Gue- 
rra de  16  de  noviembre  de  1851.  Archivo  del  Minislerio  de  la 
Guerra, 


38  HISTORU  m  LOS  DIBZ  AfíOS 

textual  que  hemos  hecho  pard  que  ia  posteridad  jnzge  sobre 
la  mao^^ra  como  un  gobierno,  eoutra  el  que  todo  el  pais  ha- 
bría protestado  corrieodo  a  las  armas,  tralaba  a  los  cbflenos 
que  Qo  se  sometían  a  su  leí  i  a  su  clemencia,  cuando  ésta  leí 
dictada  por  Iqs  sajbles  de  merc^^narios  estranjeros  i  Cuando 
esa  clemencia  era  prometida  por  el  empefio  deun  soldado  que 
había  Tenido  afios  atrás  a  pomhatir  nuestra  propia  gloriosa 
re¥oluoioQ  colonial..^. 

Era  un  hecho,  ademas,  ífue  pasaba  por  seguro  jlenlro  de 
trincheras,  que  ala  miserable  alianza  del  gobierno  con  los 
escuadrones  arjentínos  de  Copiapó,  se  babia  unido  ahora  un 
vil  avasallamiento  al  almirante  ingles^  enviado  desde  Valpa^*- 
parajso  ¡en  su  socorro.  I^o  que  babia  de  cierto,  empero,  en 
eslQS  coipplots  ihd  eteriza  vergüenza  (i),  era  que.ia  Pari^ 
land  babia  venida  p  estacionarse  m  el  puerto  de  Coquimbo^ 
que  sus  oficiales  hacían  frecuentes  visitas  al  campo  de  los 
sitiadores,  donde  $e  decía  qM^  les  daban  consejo  sobre  eluso 
do  los  cañones  i  aun  fijaban  las  punterías,  bien  que  por  via 
de  pasatiempo.  Se  dijo  también  que  artilleros  ingleses  servian 
en  las  baterías,  i  que  muchas  de  las  balas  de  cafion  recoji- 
das  en  la  pla^a  tenían  la  coropa  d^l  gpbierpp  bril^m'co,  pero 

(1)  He  aquí  lo  que  decía  a  pste  propósito  una  proclama  pu*^ 
hlicada  en  el  Boletín  de  la  plaza  del  17  de  noviembre. 

0  Habéis  SQfrído  balas  igrapadas;  habéis  visto  arder  vuestras 
ca$as  incendiadas  por  el  ^nep)ígo;  habéis  observado  |o  qqela 
historia  no  recoerda  de  los  siglos  de  la  barbarie,  i  no  obstante, 
permanecéis  firmes  en  vacstro  puesto.  Ya  no  se  combate  la  plaza, 
se  ataca  la  vida  de  vuestros  hijos,  se  trata  de  arruinar  nuestras 
habitaciones,  se  trata  de  destruirlo  todo.  IngUip$  5of?i&ar(/ean  (o^ 
frmp/os  fara  derribarlos.  Ellos  no  conocen  14  relijion  de  Jesucris^ 
to.  Sois  coqnimbanos  i  debéis  morir  antes  que  ser  esclavos  de 
un  poder  que  quiere  reducir  a  cenizas  la  ciudad  heroica;  Jure- 
mos morir  en  la  plaza  áptes  qv^e  rendírnps  a  e;}tos  infernales 
invasores.» 


DB   LA  jLDHINi&TRiCION  H09TT.  89 

aunque  es  evideQte4}Qe  subditos  de  Inglaterra  servían  en  la 
díTisioQ  dal  goJueroOf  paes,  según  veremos  después,  fueron 
hachos  prisioneros  algunos  de  éslos,  no  consta  que  hubieran 
sido  loQiados  de  la  tripulaciojí  de  la  P.orlland,  como  se  ase- 
guró, i  en  cuanto  a  los  proyectiles^  solo  aparece  hasta  aquí 
un  rumor  que  no  se  ha  jju&lilicado  todavía. 

Asi  era  que  mientras  Yidaurre  hacia  justicia  al  heroísmo 
guerrero  de  los  coquimbanos,  eipueblo^  dentro  desús  reduc- 
tos, manifestaba  que  no  era  la  taima  de  la  ceguedad  i  del 
orgullo  la  que  lo  animaba  en  sja  resistencia,  aíoo  las  razones 
de  su  dignidad  pisoteada  por  salvajes  invasores  estranjeros  i 
por  las  amenazas  da  loiS  e.nMsarjos  dp  nn  gobierno  despótico 
i  desleal.  «El  pueblo  quiere  pa;^  honrosa,  decía  el  bojetin  del 
dia  posterior  a  la  nota  que  hemos  ciladn  de  Yidaurre,  Si  los 
jefes  de  la  división  son  verdaderos  icbjlenos,  con  jsentimienios 
de  humanidad»  retírense,  i  no  inmolen  a  esos  desgraciados 
que  momentáneamente  se  ea4regan  ¡a  un  sacrifícío  estéril. 
Entonces  se  desarmará  la  plaza,  i  los  ciudadanos  vivirán 
tranquilos  reunidos  con  sus  fajniiias.  Una  jeudícion  Infame 
no  espere  el  invasor»^ 

Vamos  a  contar  ahora  el  lenguaje  con  que  el  enemigo  resr- 
pendió  a  aquellos  nobles  votos  del  patriotismo  i  de  la  dig- 
nidad. 


XI. 


Era  la  noche  del  18  de  noviembre,  I  una  calma  eslrafla 
reinaba  a  la  vez  en  las  Iriuclicras  i  en  el  rampamcnto  ^ne^ 
migo.  Hablan  sonado  ya  las  ofice,  los  fuegos  se  habían  esUn- 
guído,  los  soldados  dormian  i  los  centinelas  solo  hacían  oir 
su  monótono  alerta!,  que  iba  de  trinchera  en  trinchera  ha- 


4tí  HISTORIA  DE  LOS  DlfiZ  ÁÑO§ 

cicndo  traaquílameolo  o\  eircoilode  la  sosegada  ciudad,  como 
si  aquellos  ecos  fueran  todavía  el  pregoQ  de  la  hora  del  pa- 
cifico «sereno». 

De  repenle,  hacia  las  once  i  mediado  la  noche,  hizose  oir 
él  quién  vive?  apresurado  de  dos'  o  tres  centinelas,  al  que 
scguió  el  instantáneo  disparo  de  los  fusiles  i  el  grito  de  i 
formar!  ¡El  enemigo !--^\ín  granizo  de  balas,  Tooitlado  de  una 
columna  de  fuego  que  iluminó  la  ciudad  enlera,  siivó  en- 
iónces  en  el  aire.  Era  aquella  la  sefial  de  ui>  asdlto  jeneral 
que  el  enemigo  daba  sobre  toda  ta  linea  de  trincheras  del 
costado  sur,  a  las  que  se  acercaban  casi  sin  ser  sentidos. 
Iln  soldado  de  carabineros  que  habia  desorlado  de  la  plaza 
aquella  mañana  por  un  castigo,  i  que  fué  el  único  ejemplo 
de  defección  que  se  observó  en  e)  asedio  (1),  informó  a  los 
sitiadores  de  la  debilidad  del  claustro  de  Santo  Domingo» 
donde  su  cuerpo  estaba  acuartelado,  i  se  debió  a  sus  avisos 
el  que  so  emprendiera  aquel  asalto. 

£1  coronel  Vidaurre  so  engañó,  empero,  al  creer  que  iba 
a  entrar  eh  la  plaza  cuando  hubiera  derribado  un  trozo  de 
pared  del  v¡ej6  cláuslro.  No  eran  los  baluartes  de  piedra  ios 
que  defendían  la  Serena  en  1851.  Eran  los  cuerpos  do  sus 
hijos  que  formaban  en  todo  su  recinto  un  muro  flotante  do 
denuedo  i  de  amor  patrio. 

£1  enemigo  cargó  con  los  compactos  pelotones  de  su  in- 
fantería i  dos  cañones  volantes  sobre  la  trinchera  nüm.  7, 


(1)  Durante  el  sitio,  se  pasaron  a  la  plaza  algunos  soldados  de 
Cazadores  a  caballo,  pero  en  escaso  número.  De  la  plaza  salió 
también  un  sárjenlo  Viveros  con  un  destacamento  de  11  sóida* 
dos,  que  fueron  tomados  por  el  enemigo  si i^  hacer  resistencia, 
por  lo  que  se  supone  que  Viveros  los  indujo  a  pasarse.  Este  in- 
dividuo se  encuentra  en  la  Penitenciaria  desde  1852  por  el  asal* 
to  que  dio  aquel  ano  a  la  vüia  de  Petorca. 


h  la^  4eb  plan,  q«e  mandiba  el  bravo  capílat  «Km  Fraa* 
cae»  de  PtaU  Carmona,  bínmi  boi4>  de  Imnla  ates,  ex-» 
prareeJar  ea  b  JíTisídfl  del  ooric.  Era  sa  sexrntóo  elro  raliea* 
te«  doa  J^aqcii  Zamüdio,  anlisno  guarda  narioa  de  aaestra 
escaadra,  qae  ana  mala  eslreila  había  ilenido  hasla  ser  d 
cafeniieFO  del  hospital  de  la  dt^isioa  de  Coqaimbo;  paes 
acama  d  hecho  sogaiar  de  que  aqael  reducto,  el  aias  ¡oh» 
porlaalo  de  ta  líaea  de  defensa,  faese  serTklo  por  dos  indi-* 
Tídaos  qae  habiao  desempeiado  empleos  cjTiles  eael  ejérdlo 
reYolacioiiarto,  i  no  tenían,  por  consisuiente,  al  Tolver  a  la 
Serena,  nñignna  nombradla  militar.  Gomo  el  ataque  era  tan 
recio,  tan  cercano  i  tan  precipitado,  hobo  vn  momento  do 
coafasion  en  las  trincheras  atacadas.  Los  soldados  habían 
corrido  a  sns  fusiles  i  sostenían  el  fuego,  pero  los  artilleros 
no  atinaban  a  manejar  sus  callones  con  la  destreza  debida 
para  aprovechar  sus  disparos  con  moiralla  sobre  la  columna 
de  asaltantes. 


XU- 


En  aquel  critico  momento  llegó  el  aviso  al  cuartel  jonoral 
de  que  las  trincheras  estaban  en  peligro  i  que  era  preciso 
correr  en  su  socorro.  El  mayor  do  plaza  Alfonso,  que  dormía 
tranquilamente  bajo  el  dosel  de  terciopelo  carmosi  do  la  Corlo 
de  Apelaciones^  de  cuya  sala  habia  hecho  mililarmonto  su 
aposento,  corrió  a  la  Catedral  a  sacar  la  fusilería  de  reserva, 
i  junto  con  Carrera  i  Arleaga,  que  no  habían  tardado  en  pre- 
sentarse, mandó  a  las  tres  trincheras  comprometidas  en 
el  ataque  los  refuerzos  convenientes.  Llegaban  estos  en  los 
momentos  mas  críticos,  porque  ya  los  fuegos  de  los  defenso- 
res cedían  a  las  nutridas  descargas  de  las  columnas  enemi- 

6 


4)  HISTORIA  M  LOS  0ia  ASOS 

gas  que  llegaban  al  pié  de  las  trinchofas,  proclamando  por 
suya  la  jomada.  Tan  grande  habla  sido,  en  verdad,  el  con* 
flicto  de  aquella  sorpresa,  que  una  parte  de  la  noche  estnvo 
oyéndose  en  el  cuartel  jener^l  de  la  Catedral  el  toque  del 
clarín  de  alarma,  que  se  habia  adv^orlido  a  la  guarnición  se 
senaria  solo  en  la  hora  de  un  riesgo  tomjnente. 

El  ausllio  de  los  mineros  Yungayes  restableció  en  breve 
el  equilibrio  del  combate,  i  este  se  sostenía  sobre  toda  la  línea 
atacada,  con  un  vigor  estraordinario.  A  las  voces  de  mando 
i  de  estimulo  do  los  oficiales  asaltantes,  se  mezclaban  los 
gritos  provocadores  de  aiubos  combatientes,  que  casi  se  me- 
dían con  sus  armas,  separándoles  ya  solo  el  ancho  dé  la 
calle,  mientras  que  el  ruido  de  los  cornetas  i  tambores  que 
tocaban  a  degüello  se  hacia  oír  vibrante  entí-e  los  espacios 
de  cada  tiro  de  cafion.  «El  espectáculo  que  presentaba  la 
plaza  era  imponente,  (dice  un  testigo  presencial  de  aquel  en- 
cuentro) acaso  único  por  su  aspecto  i  sus  incidentes,  en  upes- 
tros  Tastos  militares.  El  estampido  del  cafion,  el  nutrido  Tuego 
de  fusilería,  i  la  luz  que  despedía  la  bala  roja,  ponian  por 
momentos  en  trasparencia  a  los  combatientes,  como  las  ilu- 
mipaciones  de  gas  figurando  estatúas  (I). 

XIII. 


El  ruego  enemigo  hacia  estragos  en  las  filas  de  los  sitiados 
que  hasta  entonces  parecían  ilesos,  como  por  un  acaso  divi- 
no. Vanos  artilleros  habian  caido  muertos  sobre  sus  cafiones. 

(I)  Carta  autógrafa  de  don  José  Migad  Carrera  a  su  esposa, 
fpcha  d(?l  19  de  noviembre  de  1831,  ia  que  existe  desde  aquella 
époea  eu  mi  poder « 


El  bravo  Zamndio,  al  colocar  un  saco  do  aceña  sobre  una 
breeha  qoe  había  heeho  el  caflon  enemigo»  recibió  en  el  een* 
tro  de  aquel  la  segojida  bala  qu^  venia  asestada  con  la  misma 
paotería,  i  como  su  cuerpo  era  pequefio  idébil,  fué  levantado 
en  el  aire  junto  con  el  saco,  i  envuelto  en  una  nube  de  polvo 
desde  lasque  cayó  examine  09  el  suelo;  mas,  reoobróse  luego, 
sin  haber  recibido  otra  lesión  que  algunos  dientes  que  se  le 
quebraron  con  el  golpe.  Ep  la  misma  trinchera  había  sido 
herido  ya  dos  veces  en  aquel  conjbate»  el  eapitan  Gaele,  aquel 
valeroso  caudillo  <le  los  mineros  de  Brillador  i  que  se  dis- 
tíoguia  no  menos  por  su  bravura  que  por  la  orijiaalidad  da 
su  traje,  en  el  que  resallaban  dos  enormes  chareteras  de  lana 
roja  i  un  culero,  cuyos  recortes  se  veían  por  entre  los  fal- 
dones de  su  uniforme  de  antiguo  soldado  del  Yonga^,  Pero 
apesar  de  que  uno  de  los  balazos  que  había  recibido  le  atra-* 
vesaba  un  hombro,  se  negaba  a  retirarse  del  medio  de  sus 
bravos  compaQeros,  a  quienes  animaba  con  su  ejemplo  i  su 
preslijío.  Mo  por  esto  las  pérdidas  sufridas  desatentaban  a  loa 
sitiados,  porque  siempre  parecían  ínsígniGcantes  respecto  del 
horrísono  aparato  del  ataque,  i  aun  hubo  en  su  mayor  cru- 
deza acasos  singulares  que  preservaron  á  muchos  de  una 
muerte  segura.  Súpose  que  habiendo  caído  una  granada  en 
un  cuarto  de  la  casa  de  Edwards,  en  que  había  una  avan- 
eada  de  'II  hombres,  que  mandaba  un  sárjenlo  Jelves,  so 
sofocó  aquella  eqtro  pnos  sacos  de  harina,  ahogando  en  ellos 
sus  proyoctiios, 

£n  el  olaustro  de  Santo  Domingo,  punto  concéntrico  del 
a  laque  de  fusilería,  la  lluvia  de  balas  que  caía  en  todas  di-« 
reccíones  no  bacía  mal  alguno,  apesar  de  ser  aquel  convento 
una  especie  de  ciudadela  en  que  se  habían  rofujlado  mochas 
familias  patriotas  i  particularmente  las  alumnas  de  la  entu- 
siasta i  varonil  sepora,  dona  Dámasa  Cabezón,  que  entonce» 


ti  filSTORU  Dfi  LOS  0fEZ  AÍiOS 

tnanteDíauticoJ^iode  seflorítasenla  Serena.  Tan  luego  como 
comenzó  el  ataque,  el  prior  del  convenio,  Frai  Tomas  Robles, 
que  desempeOó  un  rol  lan  notable  en  el  sitio  por  sb  influencia 
sobre  la  guarnición,'  se  fué  a  la  iglesia  a' orar  con  todas  las 
mujeres,  i  se  mantuvo  en  aquella  noolurna  i  solemne  plegaria 
hasta  que  el  triunfo  coronó  las  armas  de  la  plaza. 

XIV. 

Era^  el  padre  Robles  una  de  esas  naturalezas  múUiples  qud 
aiiHBrgan  a  ia  vez»  bajo  la  austeridad  del  hábito  relijípso,  et 
alma  del  tribuno  i  el  espíritu  del  ministro  del  aliar.  Tan  de-^* 
voto  como  entusiasta^  tan  candoroso  como  intrépido,  con-» 
templaba  la  revolución  solo  como  una  gran  crnzada  mistica 
contra  una  política  reproba  i  contra  el  bárbaro  estranjero,  e( 
gaucho  i  el  ingles.  Para  él,  si  Jesucristo  era  el  redentor  del 
mundo,  el  jeaeral  Cruz  era  el  redentor  de  su  patria,  i  por 
esto  el  Crticificado  en  los  cielos  i  Cruz  en  la  tierra  eran  lodo 
80  culto. 

Nacido  de  una  honrada  familia  de  Renca,  la  relijion  habla 
sido  para  él,  mas  que  una  vocación,  una  Qecestdad  de  su  hü^ 
milde  cuna.  Avecindado  desde  su  niúez  en  «I  barrio  de  ia 
Chimba,  el  convento  de  la  Recoleta  Dominica  había  abierto 
sus  santos  claustros  a  todos  sus  henmanos  (frai  Agustín,  frat 
Andrés  i  frai  Antonio  Robles,  todos  secularizados  hoi  día),  do 
manera  que  para  él  el  bogar  fué^verdaderamente  su  celda. 

Consagrado  durante  mas  de  20  afios  a  la  sobria  vida  mo- 
nástica de  aquellos  relijiosos,  fué  enviado  a  principios  de  1850 
al  convento  provincial  de  la  Serena,  en  calidad  de  prior.  Allí, 
su  carácter  bondadoso  i  comunicativo  le  granjeó  numerosos 
amigos,  de  tal  suerte,  que  habiéndose  propuesto  reedificar 


DK  LA  ABSlRISTlUaOlf  MOKTT.  45 

ooa  parle  de  so  convenio,  alcanzó  a  reunir  una  $nscripcion 
de  mil  i  qnínienlos  pesos^  recolectados  óbolo  por  óbolo  en  las 
casas  de  los  vecinos  i  en  el  pajizo  rancho  de  los  fieles* 

Ligado  después  con  el  pedaclor  de  la  SercHa^  Juan  Nicolás 
AWarez,  i  el  ayudante  de  la  intendencia  Verdugo,  oslaba  en 
contado  con  tos  acontecimientos  íntimos  de  la  insurrección 
coquifflbana;  i  por  esto,  el  campanario  de  su  convento  Tué 
el  primero  que  echó  a  vuelo  sus  bronces  en  la  jornada  del 
7  de  setiembre. 

Despqes  de  los  combales  de  Pefiuelas  i  Petorca,  cercada 
la  plaza  i  asaltados  los  muros  de  su  claustro  por  los  ven* 
oídos  i  los  vencedores  de  aquellos  encuentros,  orreció  al. go- 
bernador sostener  .el  puesto  con  sus  oraciones^  i  jdenuodo^  si 
le  daban  por  auxiliar  a  Galleguillos  i  su  escuadrón.  £1  con- 
Tentó  de  Santo  Domingo,  era,  como  hemos  dicho,  el  asilo  do 
la  parte  femenina  de  lá  población  de  la  Serena  que  había 
quedado  sin  albergue  por  la  ocupación  de  la  parte  eslerior 
de  la  ciudad,  i .  ciertamente  que  aquellas  dignas  matronas 
no  pudieron  elejir  mejor  escudo  que  el  escapolorio  del  vale* 
roso  prior  i  el  hrazo  del  caballeresco  comandante  de  €ara« 
bineros.  El  padre  Robles  se  hizo  pues  voluntariamente,  junto 
con  el  deán  Verav  el  capellán  caslrence  de*  los  sitiados,  a 
quienes'  dal»  ejemplo  en  los  cómbalos,  su  absolución  en  la 
agonía,  i  después,  una  piadosa  sepultura  en  su  recinto. 

Tal  fué  esto  noble  i  singular  carácter,  una  de  las  fisono* 
mías  mas  curiosas  del  sitio  de  la  Serena,  quo  puso  en  ov¡<. 
dencia  tan  marcados  tipos  sociales  en  pre^onoia  dé  la  revo-< 
loción^  personificando  en  ciertos  seres  el  heroísmo  que  la  sos-  > 
tenia.  Munizaga  fué  el  ciudadano,  Galleguillos  el  soldado,  ^ 
Vera  el  sacerdote.  Gaste  el  rolo  chileno.  Robles  el  fraile^ 
este"  otro  rolo  élo  la  aristocracia  sacerdotal,  que  estonia,  a  , 
VCCC5,  en  su  sublime  humildad,  la  grandeza  de  los  primeros 


i6  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  A^ÍOS 

siglos  de  la  íglosla.  Gl  padre  Boblos  fué  e\  Pedro  el  hermila^ 
ño  del  sitio  de  la  Serena. 


XV. 


£l  recio  combate  de  a(jfiiella  terfib^e  noche  duraba  ya  dos 
boras  i  DO  abatía  su  furor.  Ocurrióse  enlóuces  a  Carrera  una 
medida  que  puso  final  combate.  Observando  que  éste  se  con- 
centraba sobre  la  trinchera  Müm.  7,  ordenó  al  intrépido  ibu- 
Hicioso  capitán  Ghavot  que  saliera  por  la  trinchera  siguiente, 
Núm.  8,  donde,  mandaba  el  comandante  Ricardo  Ruiz,  con  un 
piquete  de  2S  hombres,  llevando  orden  de  romper  el  fuego  de 
flanco  sobre  la  linea  enemiga  que  suponía  ya  fatigada  i  sin 
aquel  aliento  que  en  los  asaltos  de  una  plaza  es  la  única 
garantía  del  éxito.  Tal  medida  produjo  un  completo  resultado 
i  hacia  las  dos  de  la  mañana  se  oian  solo  algunos  tiros  pau- 
sados de  cafion  que  bacian  suponer  que  la  columna  de  ataque 
se  retiraba  a  su  campo,  no  sin  dejar  los  puntos  en  que  se  ha- 
bía sostenido  con  una  bravura  extraordinaria  sembrados  de 
cadáveres. 

Los  sitiados  consideraron  el  resultado  de  este  asalto,  que 
fué  el  único  serio  que  dio  el  enemigo,  aprovechando  la  oscu- 
ridad de  la  noche,  como  una  espléndida  victoria,  I  por  tal 
quedaron  celebrándola  aquella  noche  hasta  que  la  luz  de  la 
madrugada  les  trajo  el  reposo.  La  mayor  parte  de  la  guar- 
nición había  tomado  parle  en  el  combate,  escoplo  los  desta- 
camentos de  las  trincheras  que  no  eran  atacadas,  i  en  las  que 
durante  el  combate  se  había  oído  la  gritería  de  ios  soldados 
que  pedían  el  participar  la  suerte  de  sus  hermanos,  cuya  vic- 
toria celebraron  después  con  el  canto  entusiasta  de  la  Co^ 
guimbana. 


DE    LA  ADMINlSTAAClOn  MONTT.  47 

XVI. 

Fué  este  uno  de  los  mas  bellos  momentos  de  aquella  me- 
morable defensa,  i  al  recordarla,  casi  no  puede  escusarse  de 
traer  a¡  la  memotía  los  nombres  de  los  grandes  pueblos  que 
se  ban  sepultado  enltreí  sus  ruinas  ele?ando  himnos  de  gloria 
i  heroísmo  a  la  causa  porque  sucumbían.  El  jefe  superior  de 
la  plsíza^  al  regresar  a  su  alojamiento,  después  de  aquella  no- 
che azarosa,  pintaba  con  estas  palabras  la  impresión  que  le 
había  hecho  sil  úllimia  visita  a  las  trincheras^  aSon  las  cinco 
de  la  mafiana,  decia  ed  el  documento  intimo  que  ya  hemos 
citado,  i  vuelvo  de  recorrerlas  trincheras  con  Arteaga,  de 
quien  no  me  separo  en  estos  casos,  i  nos  hemos. admirado 
del  entusiasmo  i  alegría  que  reina  én  la  tropa». 

£1  gobernador,  por  su  parte,  no  sentia  menos  admiración 
por  la  conducta  de  los  soldados  eñ  aquel  gran  conflicto  que 
habia  decidido  de  la  su^Ie  de  la  Serena  e  impreso  al  silio  ei 
rumbo  mas  bien  agresivo  que  de  defensa  que  no  tardó  en 
tomar,  i  dirijióles  en  consecuencia  una  proclama  concebida 
en  estas  entusiastas  frases. 

«Nacionales  de  Coquimbo!  Heroicos  defensores  de  la  Sere- 
na !  Rechazando  anoche  a  los  invasores  que  intentaron  pene- 
trar en  la  plaza  que  defendéis,  habéis  dado  una  nueva  cuanto 
gloriosa  prueba  de  vuestro  valor  i  decisión  para  morir  soste- 
niendo la  santa  causa  de  los  pueblos.  Vuestros  conciudadanos 
contaban  con  vuestro  heroísmo  para  alcanzar  la  víctQría  i 
sus  esperanzas  han  sido  colmadas.  Os  felicito  por  el  triunfo 
con  que  Dios  ha  querido  coronar  vuestro  patriotismo,  í  por 
que  el  pueblo  de  la  Serena,  al  admirar  vuestro  valor,  se  enor- 
guliesca  de  contaros  entre  sus  heroicos  hijos.  Mi  satisfacción 


i8  HISTORIA  DG  LOS  DIEZ  aSOS 

no  tiene  límites  al  verme  el  elojido  de  vosotros  para  ayudaros 
en  esta  gloriosa  lucha.  Admitid  pues  la  felicitación  qoe  se 
complace  en  dirijiros  vuestro  compatriota  i  amigo— /usío 
Arteagay>  (1 ). 

Dando  otro  jiro  a  la  alegría  que  el  éxito  de  aquel  combato 
habia  inspirado  a  los  defensores  de  la  Serena,  su  tribuno  ÁU 
varez,  aunque  de  un  carácter  enteramente  destituido  de  dotes 
guerreras,  se  mantenía  dentro  de  trincheras  exhortando  al 
pueblo. 

«El  dictador  nos  quiere  mucho,  i  por  eso  nos  manda  balas, 
cuyanos,  ingleses  ¡  godos. 

«¡Balas'son  amores! 

ce  Estas  balas  se  reciben  como  chirimoyas. 

«El  coquimbano  nobará  caso  de  la  muerte  defendiendo  a 
su  patria. 

«Moott  manda  balas  do  amor,  i  el  coquimbano  le  retor- 
na balas  de  patriotismo. 

«¿No  es  esta  la  verdad  (2)?» 

(1 )  Del  boletín  de  la' plaza  del  19  de  noviembre. 

El  pueblo,  por  sa  parte,  contestaba  los  cumplimientos  de  sa 
candillo  en  estos  espfesiyos  términos  que  aparecen  en  aquel  mis- 
mo periódico. 

¡  coQciMBAif os  I 

«Debéis  estar  reconocidos  al  jefe  de  la  plaza,  Jeneral  Ar^ea^a; 
sa  talento  militar  i  su  valor  han  influido  en  la  "viclo.ria  espléndida 
que  habéis  obtenido  anoche.  En  medio  del  fuego,  le  habéis  visto 
dar  órdenes  oportunas  i  acertadas.  {  Guarde  Dios  su  importante 
\¡da! 

A  los  demás  je f€9  de  trinchera. 

«El  pueblo  reconoce  vuestro  patriotismo.  Está  cierto  que  le 
defenderéis  con  heroísmo,  cuando  os  llegue  la  ocasión  de  vencer 
al  enemigó.  Conservad  vuestra  abnegación,  i  la  patria  os  pre- 
miará. Defender  millares  de  vida  es  eJ  servijcio  mas  eminente  que 
puede  prestar  el  republicano.  Dios  premia  este  servicio  coa  la 
inmortalidad.  » 

(9)  Del  boletín  de  la  plaza  del  20  de  noviembre. 


K  LA  l^MCnSTUClOS  aOTIT.  49 


X^TI- 


D  cooibale  del  48  de  noviembre  despertó  ea  el  ánimo  do 
las  definsores  de  la  Serena  acciones  mas  altas  qne  las  del 
iesod}o  marcial  qné  la  Tictoríá  inspira  a  ios  soldados*  Et 
pueblo  en  masa  era  el  qne  habia  rechazado  al  enemigo.  £1 
fnego  de  la  resistencia  se  habia  visto  soleen  la  cintura  de  las 
finrlificadones,  pero  el  anhelo  de  aquella  habia  palpitado  con 
la  ansiedad  de  la  agonia  i  la  zozobra  de  la  esperanza  en 
cada  pecho,  en  la  mansión  opnlenta,  en  la  choza  mas  humil- 
de, en  el  templo  donde  las  familias  rernjiadas  habían  pasado 
la  noche  en  ferviente  oración,  en  la  alcoba  do  la  esposa  que 
retenía  al  ciodadano  indignado  con  brazos  de  desmayada  ter- 
nura, en  la  cuna,  en  fin,  a  cuyo  pié  las  madres  desoladas 
calmaban  el  infantil  sobresalto  do  las  criaturas,  que  desper* 
taban  al  espantoso  estruendo  délos  gritos  de  los  combatientes 
i  al  disparo  casi  simultáneo  do  doce  piezas  i  do  los  cañones 
calcinados  demitfusiles* 

Desde  aquella  noche,  para  siempre  memorable,  se  infundió 
en  el  ánimo  de  los  coquimbanos  la  certidumbre  de  que  un 
poder  superior  les  prot^ía,  i  se  encarnó  en  sus  almas  esa 
creencia  heroica  que  podríamos  llamar  el  fanatismo  del 
amor  a  la  patria,  porque  leían  en  ella  la  promesa  do  sor  in- 
vencibles. 

XVIII. 

Aquéllas  supersliciones  jcnerosas  cnconlraban  un  asilo  mas 

pronto  i  mas  profundo  en  el  pecho  de  la  mujer,  tardío  para 

7 


&•  HISTORIA  DE  IX)S  DIEZ  A^OS 

encenderse  en  la  t|Vlda  llama  def  patriotismo^  pero  qee  se 
hace  en  ella  un  culto  de  abnegación  snblíme  cuando  bebe 
sus  ásperos^  pero  embriagadores  detoites,  al  través  de  la 
ternura,  del  dolor,  o  del  sacrificio  del  que  aman^  Viéronse 
por  esta  durante  la  defensa  déla  Seren^ rasgos  de  heroísmo 
femenino  dignos  de  tivir  como  timbres  d^  orguflo  en  nues- 
tra historia.  La  viuda  del  bravo  Salcedo,  mujer  joven  iher^ 
ffiosa  todavía,  hízose  notar  por  su  noble  arrogancia  de  matrona. 
«Acababa  de  perder  a  su  e^oso  en  l^etorca,  dice  el  coronel 
Arteaga  en  una  pajina  de  sus  recuerdos  militares  del  sítío,  i 
con  todo  eH  heroísmo  de  una  espartana,  enviaba  a  sus  hijos  a 
combatir  en  las  trincheras».  Este  hijo,  el  primojénito de 
aquella  hermosa  familia,  era  un  niílo  de  44  aflos^el  alferes 
pías  Salcedo  r 

Las  sefiorítas  Pozo  i  Larraguibel,  hermanas  de  aquel  va- 
liente mancebo  que  vimos  pelear  como  soldado  en  la  van- 
guardia de  Petorca^  se  hablan  consagrado,  como  a  una  tarea 
doméstica  que  presidia  sn  propia  madre,  a  la  costura  de 
sacos  de  metralla  i  a  cortar  vendajes  para  los  heridos.  Por 
una  de  esas  inspiraciones  propias  déla  delicada  mente  feme- 
nina, aquellas  entusiastas  obreras  preferían  coser  las  botsas 
de  metralla  en  jirones  de  la  bandera  nacional  que  habían 
enarbolado  a  su  puerta  en  los  dias  de  paz  i  regocijo  público, 
i  que  ahora,  delante  del  chiripá  arjenliüo,era  descendida  de 
su  asta  dS  orgullo  para  enviarla  al  agresor  en  sangrientos 
jiroses. 

Ya  vimos  como  la  anhelosa  vijilancia  de  las  sefiorítas  ]Uon-« 
tero  habia  salvado  la  plaza  de  una  sorpresa  que  pudo  ser 
fatal,  i  la  consagración  cívica  de  la  sefiora  Cabezón  encerra-- 
da  con  sus  alumnas  en  el  claustro  de  Santo  Domingo  para 
orar  i  socorrerá  los  heridos  I  enfermos.  Contamos  también  las 
fAtríoticas  dádivas  de  la  seilora  Aguirre  de  Uunizaga  i  los 


BE  LA  ADMINISTItÜLCION  HONTT.  61 

rasgos  de  varonil  denuedo  de  que  habían  dado  muestras,  aun 
isobre  el  campo  de  batalla,  las  mujeres  del  pueblo,  particu- 
larmente la  Francisca  Baraona*  que  los  boletines  de  la  plaza 
designaban  con  el  nombre  de  la  nueva  sarjento-Candelaria 

XIX. 

Cuéntase  de  otra  mujer  no  menos  heroica  qu^. renovó  en 
las  trincheras  aquel  ejemplo  de  amor  conyugal  que  pedíala 
sangre  del  verificador  como  un  homenaje  mas  grato  quejas 
lágrimas  propias  a  los  manes  de  la  víctima.  Esta  infeliz,  cuyo 
nombre  se  ha  perdido  como  el  fatal  acaso  que  le  quitó  la  vi- 
da, llegaba  al  puesto  que  guardaba  su  marido  con  su  hyo 
en  lo»  brazos,  para  contarle  que  su  propio  albergue  habia 
sido  saqueadQ  por  los  invasores  i  pedir  en  nombre  de  su  des-* 
nudez  i  de  su  hambre,  el  que  corriera  a  dar  la  muerte  a  sus 
agresores.  Aun  no  acababa  decentar  toda  su  angustia/cuando 
una  bala  sorda  i  traidora  vino  a  apagar  su  voz^  derribándola 
en  el  suelo  junto  con  el  hijo  que  cargaba  i  cuyo  corazón  habia 
traspasado  antes  de  despedazar  ibI  suyo  (1). 

Pero  entre  aquellos  ejemplos  de  exaltación  heroica  que  tras^ 
formaba  a  la  mujer  en  héroe,  sin  desnaturalizar  su  ser  de 
ternura  i  sacrificio,  se  vio  un  lance,  en  el  que  si  no  había  la 
magnanimidad  de  una  abnegación  sublime,  se  echaba  de  ver 
el  injenie  i  la  seducción  previsora  que  la  mujer  pone  aun  en 
sus  actos  mas  atrevidos. 


(1)  Durante  el  sitio  perecieron  cinco  mujeres  i  tres  niños  he- 
ridos por  las  balas  de  los  sitiadores.  Dato  comunicado  por  el  prior 
Robles  que  las  enterró  en  su  claustro, 


^2  HISTORIA   DE  LOS   DIEZ    aSOS 


XX. 

Había  fuera  de  trincheras  nna  mujer  de  fáctl  rcpulacion  i  da 
mediocres  atractivos  que  todos  conocían  con  ei  nombre  de  la 
Colorada,  por  el  tinte  encendido  de  sus  cabellos. 

Los  oficiales  arjontinos  que  cercaban  la  plaza  no  habían 
lardado  cfn  procurarse  sus  «mozas»  que  llevaban  contínua- 
knente  a  las  iancas  de  sos  caballos  según  la  usanza  de  su 
tieiTa,  i  aquella  chilena  de  cübello  i  de  alma  roja,  había  to- 
'éadd  en^uerfé  al  teniente  Pel-eira,  gaucho  feroz  í  dado  a  la 
doble  ebriedad  del  licor  1  de  la  crápula. 

La  íirlificiosá  co^uimbana  se  declaraba,  sin  embargo,  cod 
baña,  en  una  especié  de  sífio,  a  imitación  de  la  plaza,  I  et 
moldado  Invasor  hacia  gala  de  mil  finezas  para  que  al  fin  so 
rindiera. 

Ponderábale  el  amante,  antes  qtíe  todo,  sA  bravura,  repi- 
tiéndole isus  proezas  eñ  el  otho  lado  de  las  cordilleras  donde 
las  tntijores  tdnian  a  orgullo  el  ser  sus  damds. 

Cojióle  un  día  fa  palabi-a  la  patriota  sitiadora  del  cttyano, 
i  dijole  qne  si  era  cierto  Su  coraje  i  ü  de  veras  la  amaba, 
fuera  a  las  trincheras  a  azotar  a  sus  contrarios,  coA  las  rien- 
daá  de  su  Inejor  recado. 

£:i  petulante  gaucho,  al  que  nna  ración  matinal  de  aguar- 
diente habla  calentado  el  espíritu,  le  respondió  que  aquella 
era  poca  bazaúa  para  el  tamaño  amor  que  la  tenia  i  dijolo 
que  al  día  siguiente  vendría  en  su  mas  brioso  caballo  para 
llenar  su  gusto. 

La  Colorada  mandó  aquella  misma  tarde  aviso  a  la  plaza 
de  que  &i  dia  siguiente  recibirían  en  las  tríncberas  ún  regalo, 
que  ella  iba  a  enviar  a  sus  paisanos. 


DE  ÍA    ADUmiSTRÁCIOir  HONTT.  S3 

....  Temprano,  en  la  maflana  del  día  después,  veíase  abier- 
to el  portalón  de  una  trinchera,  i  mas  tarde,  aparecía  por 
la  calle  que  dominaba  esto  reduelo  un  jinete  que  encabri- 
taba su  caballo^  batiendo  el  aire  con  su  sable  i  proGríendo 
amenazas  i  retos  fanfarrones  contra  los  sitiados,  lír^e)  regalo 
de  la  Colorada. . . .  Cerróse  de  nuevo  el  portalón  i  el  teniente 
Pereira,  prisionero  mas  de  Baco  i  de  Cupido  que  del  dios 
Marte,  fué  puesto  a  la  sombra  de  un  calabozo  que  no  era 
ciertamente  como  el  Olimpo  (1  }• 

XXL 

Desde  que  las  mujeres  de  todas  las  categorías  sociales 
defendían  la  causa  de  Coquimbo,  a  la  par  con  sus  soldados, 
i  cuando  unas  prodigaban  sus  caudales  i  otras  acompañaban 
a  sus  maridos  para  enjugar  el  frío  sudor  de  su  agonía  al  pié 
del  cañón  en  que  eran  inmolados ;  cuando  las  matronas  en- 
viaban a  las  filas  en  reemplazo  del  esposo  recien  muerto  al 
hijo  primer  nacido ;  cuando  las  vfajenes  recatadas  convertían 
sus  aposentos  en  talleres  de  guerra,  i  cuando  otras,  en  Un, 
enviaban  de  regalo  a  sus  paisanos  a  los  mas  valientes  oficia- 
les sitiadores,  podía  decirse,  sin  aventurar  un  augurio,  que 
aquella  plaza  era  inespugnable,  i  que  la  causa  de  Coquimbo 
seria  invencible. 

(1)  En  una  ocasión  faé  Mamado  a  media  noche  el  padre  Robles 
a  auxiliar  a  uií  soldado  arjentino  que  agonizaba  en  un  coarto 
redondo,  vecino  a  las  trincheras.  Encontrólo  ebrio  i  herido  con 
innumerables  puñaladas,  asestadas  todas  por  aleves,  pero  irritadas 
manos  femeninas.  Las  inmoladoras  estaban  ahi  ayudando  cristia- 
namente a  bien  morir  a  su  víctima,  después  de  haberlo  embria- 
gado para  consumar  su  terrible  venganza.  Tremendos  cuadros  do 
las  guerras  domésticas  I 


CAPITULO  in. 


El  ncEnii. 

Llega  don  Máximo  Maxíca  de  eomisarío  del  gobierno  de  Santiego 
i  ae  resuelve  el  íaGeodio,  de  Ja  ciudad. — DjGcoUades  qae  se 
aascitan  con  el  vice-censal  Ross^  a  consecuencia  de  una  intrí* 
ga  para  salvar  el  archivo  de  sa  despacho.— Interyencion  det 
comandante  Las8elin^-»L1ega  el  infeadente  Campos  Gazman 
Íes  proclamado  por  bando  en  los  soborbios  de  Ja  ciudad. — Pro- 
clama del  intendente  i  jefe  de  los  sitiadores  a  Jos  cívicos  de  la 
Serena^— El  incendio  comienza  el  24  de  noviembre.—- Furor  de 
los  sóláados  de  la  guarnición.^— Ataque  de  las  Lozas. — Asalto 
j^neral  del  25  de  noviembre.—^Muerte  heroixsa  doj  teniente 
Williams.— ^1  deán  Vera  én  las  trincheras^ — Impresión  moral 
á9  aqael  trianfo  dentro  i  fuera  de  la  plaza.— Proclama  con  que 
los  sitiados  celebran  su  victoria.-^Aspeeto  desolado  de  la  Se« 
rena  en  estos  dlas^— Saqueo  jeneral  de  todas  las  casas«  almace* 
nes  i  tiendas  de  la  población. — Profanación  de  los  templos  I 
mutilación  de  las  imájenes. — Crímenes  impuros  de  la  sóida- 
dezca.— Persecuciones  a  losciudadanos.-^EsUdo  déla  comar- 
ca vecina  a  la  ciudad.— El  enemigo  se  relira  a  sus  poslcioues 
i  no  vuelve  a  atacar* 


Corrían  ya  veihto  dias  desde  gue  se  había  estrechado  el 
cerco  de  la  Sereaa  i  rolo  el  fuego  del  bombardeo  sin  que  ios 


S6  ^ISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

siliadorcs  obtuvieran  ninguna  ventaja  positiva.  Bien  a}  con- 
trario, en  to()as  partes  habían  sido  rechazados  con  vigor,  i  do 
tal  manera,  que  los  jefes  del  asedio  se  habían  persuadido  do 
que  la  ocupación  da  la  plaza  estaba  fuera  de  los  alcances 
ordinarios  i  lejítiroos  de  la  guerra,  los  asaltos,  las  sorpresas, 
las  intrigas  de  campamento,  las  emboscadas  de  medía  noche 
i  el  arrasamiento  de  fortificaciones  1  edificios  por  la  ruina  o 
el  cañón. 

Perplejos  i  sobresaltados  se  hallaban  los  sitiadores  en  esta 
crisis  sin  saber  a  que  partido  atenerse,  cuando  el  21  de  no- 
viembre, tres  dias  después  del  asalto  nocturno,  se  anunció 
que  el  vapor  Cazador  había  echado  sus  anclas  en  el  puerto. 

El  gobierno,  Informado  del  estado  de  las  cosas  en  la  Serena, ' 
no  enviaba  ahora  a  ios  sitiadores  ni  refuerzos,  ni  instruecio-* 
nos:  les  remitía  por  todo  recurso  i  por  toda  orden  un  comi- 
sario omnipotente. 

Era  este  el  ministro  de  justicia  don  Máximo  Muxica. 

Inmediatamente  que  aquel  personaje  llegó  al  campamento 
do  Cerro-grande,  donde  se  instaló  [encontrando  sin  duda  de- 
masiado vecino  de  las  trincheras  el  cuartel  jeneral  del  Laza- 
reto], dio  la  orden  de  proceder  al  incendio  de  los  puntos  mas 
vulnerables  de  la  línea  de  defensa,  comenzando  por  la  mag- 
nífica casa  de  Edwards,  que  la  compañía  mercantil  de  los  her- 
manos Alfonso  tenia  en  arriendo,  i  que  en  aquella  sazón  se 
encontraba  abarrotada  de  mercaderías.  Contigua  a  esta  casa, 
formando  junto  con  ella  el  costado  norte  de  la  plazuela  de 
San  Francisco,  estaba  la  casa  residencia  del  vice-cóusul  ingles 
don  David  Ross,  que  como  todos  sus  compatriotas  de  Valpa- 
raíso i  del  norte^  se  habia  alistado  ciegamente  en  el  bando 
del  gobierno,  compromctiéndoso  tanto  mas  docídidamento 
cuanto  que  desempefiaba  una  posición  oficial  i  responsable. 
A  ello  lo  autorizaba  ciertamente  la  conducta  del  ministro  i  del 


n  LA  ABlimiSTIUCIOll'llO^ÜT.  B7 

almíraDle  ingles,  no  meaos  que  la  de  los  jefes  de  U  eompafiia 
de  vapores  del  Pacifico,  esios  olh)s  almiraDles  del  tráfico 
brHánico,  mas  poderosos  muchas  veces  en  su  palria  que  ios 
Lores  de  su  propio  almirantazgo. 


II. 


Pero  para  ejecutar  las  órdenes  del  emisario  de  la  Moneda, 
se  tropezaba  luego  con  dos  inconvenientes,  el  uno  ostensible 
i  a  caso  insignificante,  el  otro  oculto,  pero  que  se  suponía  el 
verdadero.  Era  aquel  el  previo  salvamento  del  archivo  del 
vico-consulado  británico,  que  sin  duda  alguna  no  tenia  el 
mas  pequeño  valor  o  que  habia  sido  sustraído  en  tiempo 
por  el  mismo  funcionario  que  lo  reclamaba.  Pero  el  ül tipio 
se  dirijia  esclusivamente  a  sacar  los  documeptos  i  cuentas 
del  escritorio  de  don  Santiago  Edwards,  que  se  encontraba  on 
la  casa  de  su  propiedad  ya  nombrada. 

Tomóse  pues  el  prelesto  de  los  papeles  del  vice-cónsul 
Ross  para  solicitar  del  gobernador  de  la  plaza  un  salvo  con- 
ducto^ a  fin  de  que  pudiera  hacerse  un  rejislro  del  archivo 
británico  i  ponerlo  a  cubierto  del  peligro  de  saco  o  ineenclio. 
El  mismo  Boss  tuvo  la  arrogancia  de  solicitar  esto  permiso, 
cuya  sola  significación  anunciaba  las  miras  a  la  vez  mosqui- 
nas i  siniestras  con  que  era  solicitado.  £1  gobernador  de  la 
plaza  se  negó  en  el  acto  a  tal  demanda,  como  debían  espe- 
rarlo los  de  afuera;  por  lo  que,  exasperado  Ross,  envió  una 
nota  insolente  i  amenazadora  a  la  autoridad  de  la  plaza,  que 
ésta  respondió  con  una  digna  eneijia  ( f ). 

Llevóse,  empero,  la  superchería  hasta  interponer  la  me- 

( 1 )  Véanse  estas  piezas  en  el  doeomento  núm,  18. 

8 


S8  BISTORTA  DE  IOS  DIEZ  aHOS 

dlacioB  del  comandante  de  un  buqae  de  guerra  francés,  Mr: 
Lassefín;  de  la  corbeta  Brillante,  estacionada  en  el  puerto, 
'para  solicitar  aquella  necia  autorización  de  entrar  al  interior 
de  la  plaza  sitiada  i  bombardeada,  con  el  protesto  de  estraer 
papeles  que  solo  ataflian  al  interés  de  un  individuo  (1}, 


HL 


En  las  alternativas  de  esta  farsa  se  pasaron  varios  dias, 
durante  los  cuales  babja  tenido  lugar  otra  especie  de  sainete« 

£1  diaS3  había  llegado  al  cuartel  jeneral  del  Lazareto  eí 
Intendente  de  la  provincia  don  Francisco  Campos  Gnzman, 
después  de  su  escursion  por  lodo  el  territorio  de  su  mando 
que  habla  durado  mas  de  un  mes. 

En  el  acte  se  procedió  a  dar  a  reconocer  su  autoridad»  pa- 
klicáúdola  en  la  capital  de  la  provincia  p6r  medio  de  un  so- 
lemne bando  que  se  promulgó  en  las  avanzadas  sitiadoras  al 
son  de  pitos  i  tambores,  oyéndose  dentro  de  la  plaza  las  acla- 
maciones de  aquellos  subditos  de  la  nueva  autoridad  que 
descargaban  sus  fusiles  sobre  los  puestos  enemigos,  i  luego 
gritaban,  en  sefial  de  irónica  adhesión— FfvaW  intendente 
del  Imaretol 

Después  del  bando,  era  de  estilo  la  proclama,  i  esta  esta- 
ba Impregnada  de  tan  tiernas  emociones  de  paternal  afecto 
por  los  sublevados,  cuyas  vidas,  honor  i  propiedad  habían  sido 
puestos  fuera  de  la  lei,  que  el  ridiculo  rebosaba  de  cada  una 
de  aquellas  melindrosas  manifestaciones.  «Al  fin  piso,  decía 
el  intendente  recién  llegado,  en  esta  pieza  curiosísima,  el 

(1^  Véase  en  el  documento  njúm.  19  la  traduceion  de  la  co« 
medida  nota  de  Mr.  Lasselin,  coja  falacia  el  honorable  oficial 
francés  sin  dada  no  comprendía. 


M   LA  AtBtlNtfltftAGIOK  tfONlrT.  ÍSd 

^eló  de  mis  simpatías,  da  mfs  recuerdos  agradables,  de  lá 
patria  nativa  de  mis  hijos,  de  la  Serena^eo  fin.... Deponed  las 
armaSt  anadia,  i  os  garantizo  el  perdón  del  estravio  que  ha- 
béis cometido....  Cívicos  de  la  Serena!  venid  a  mi^  que  sói 
vuestro  amigo  i  camaradaB  { 

El  jefe  de  la  División  pacificadora  quizo  también  afiadir 
la  miel  de  sus  proihesas  oficiales  a  las  del  intentepte  Cam-^ 
pos;  i  olvidado  de  que  por  su  orden  aquella  hermosa  pobla- 
ción era  cada  dia  reducida  a  cenizas,  definía  la  libertad,  a 
los  defensores  de  la  libertad  de  su  patria,  con  estos  peregrir 
nos  razonamientos.  «Incautos!  L^  libertad  no  se  goza  entre 
murallas;  la  libertad  sé  respira  con  el  aire  que  necesita  del 
ambieinte  embalsamado  para  ostentarse  placentera,  pura/ 
fiubfime,  comees  en  realidad.... El  hijo  privado  de  las  cari- 
cias de  su  digna  madre  no  goza  de  libertad!..*.»  (1)* 

¡I  quien  hubiera  sospechado  que  en  el  recinto  mismo  de 
la  plaza  asediada  tenían  lugar  en  aquellos  mismos  instantes 
escenas  que  participaban  del  ridiculo  i  de  la  culpa  a  que 
hacemos  estos  reprocbes,  i  que  llegaron  hasta  la  deposición 
de  la  autoridad  civil  de  la  plaza,  su  encarcelamiento  i  el  de 
muchos  de  los  oficiales  de  la  guarnición'?  Pero  estos  singu- 
lares aeontecimieatos,  que  tuvierou  su  principal  desenlace 
el  dia  21  de  noviembre,  serán  materia  de  otro  capitulo  en 
esta  narración. 


IV, 


A  la  burla  iba  a  seguir  lá  trajedia ;  tras  de  la  sonrisa  de 

(1)  Poeden  verso  estas  dos  celebérrimas  piezas  en  lotdocn^ 
menios  núms,  20  i  SI  del  Apéndice  n 


69  HISTOBIÁ  DE  LOd  mU  AÑOS 

la  perGdia  eslaba  ocnlia  la  atrocidad  de  la  venganza.  Al  fia 
esla  esialló. 

£1  día  24,  a  las  ocho  de  la  mafiana,  los  soldados  siliadores 
situados  do  avanzada  en  la  torre  de  San  Franciteo  comen- 
zaron a  arrojar  lienzos  empapados  de  aguarrás  i  camisas 
embreadas  sobre  los  techos  de  la  casa  deEdwards,  que  estaba 
a  pocos  pasos  de  aquella  posición,  i  tres  horas  después  aquel 
hernioso  edificio,  ardia  con  una  voracidad  espantosa,  alimen- 
tando sus  llamas  los  deposites  de  cesinas  i  otras  mercaderías 
que  la  casa  mercanlil  de  Alfonso  guardaba  en  sus  patíos  í 
aposentos,  i  cuyos  valores  pasaban  de  treinta  mil  pesos. 

Junto  con  las  llamaradas  delínoeiidio  se  levantaban  al  cielo 
las  esclamaciones  de  la  indignación  í  de  la  rabia  qoe  ardían 
en  el  corazón  de  los  defefisore&  de  la  plaza.Unos  pocos  soldados 
habían  corrido  a  contener  los  progreses  del  fuego,  bajo  ladl-r 
recelen  del  gobernador,  pero  las  guarnioiones  de  loda$  las 
trincheras  se  ponían  sobre  las  armas  i  levantando  grites  te- 
rribles de  venganza  i  esterminío,  pedían  el  ser  llevados  en  el 
acto  sobre  el  enemigo  para  arrojar  sus  cuerpos  en  la  punta 
de  sus  bayonetas  entre  los  escombros.  Era  tal  la  ardorosa 
vehemencia  con  que  los  soldados  pedían  el  combate,  que  al 
fin,  para  calmarlos,  se  les  prometió  que  al  día  siguiente  serían 
llevados  a  la  luz  clara  del  sol  sobre  los  atrincheramientos 
enemigos. 


Estos,  sin  embargo,,  que  juzgaban  concentradas  todas  las 
fuerzas  sitiadas  en  los  puntos  dol  Incendio,  emprendieron  un 
vigoroso  ataque  sobre  la  trinchera  Nüm..  6  qqe  mandaba  el 
valiente  capitán  don  Candelario  Barrías.  En  los  momentos  que 


DE   LA   ÍBMINISTRACION  HONTT.  6f 

la  guarnicíoD  de  aquel  reducto  estaba  formada  en  el  patío  do 
la  casa  anexa  a  la  fortificación,  el  enemigo,  apercibido  de  esla 
coyuntura,  desde  la  vecina  torre  de  la  iglesia  de  la  Merced, 
adelantó  varias  partidas  de  fusileros  por  dentro  de  los  solares 
(lela  manzana  opuesta^  i  ganando  asi  la  casa  del  ángulo,  que 
distaba  solo  diez  pasos  de  la  trinchera,  treparon  sin  ser  sen- 
tidos a  ios  tejados,  i  de  improviso  hicieron  llover  una  grani-* 
zada  de  balas  sobre  loados  sorprendidos  centinelas  que  guar^ 
dabati  las  estremidades  del  reducto. 

Los  asaltantes  contaban  con  que  soldados  ¡  artilleros  no  so 
atreverían  a  salir  de  los  zaguanes  de  las  casas,  de  una  i  otra 
vereda  de  la  calle,  en  los  que  descargaban  sus  fusiles  como 
una  lluvia  de  metralla^  i  que  dejando  indefensa  de  esta  suerte 
la  trinchora,  podía  fácilmente  penetrar  en  la  plaza  una  co-* 
lumna  de  fusileros,  puesta  en  emboscada  para  aquel  efecto. 
Pero  el  intrépido  Barrios,  sin  vacilar  un  instante,  saltó  a  la 
calle,  seguido  de  sud  soldados  que  restablecieron  el  combate, 
i  después  de  un  crudo  tiroteo,  obligó  al  enemigo  a  retirarse. 

Sabíase  visto  en  lo  mas  apurado  de  este  lance  a  un  ciu-« 
dada  no  de  distihgtíida  figura  que  so  balia  en  lo  mas  descu* 
bierlo  de  la  trinchera  disparando  su  rifle  sobre  el  enemigo  a 
la  par  con  los  soldados.  Era  el  et-inteñdente  don  losé  Miguel 
Carrera,  que  depuesto,  como  hemoá  significado,  el  21  de  no- 
viembre, se  mantenía  en  un  voluntario  arresto  eb  la  casa 
que  servia  de  cuartel  a  la  trinchera  del  capitán  Barrios,  i  el 
que  solo  violaba  cuando  el  puesto  del  honor  i  del  peligro  re- 
clamaba su  presencia,  como  había  sucedido  antes  i  como  ten* 
dría  lugar  en  ocasiones  posteriores. 

Eála  sorpresa  l\ié  conocida  en  la  plaza  con  el  fiotnbre  de 
ataque  del  lúcumo  de  las  Lozas,  porque  los  tiradores  enemi- 
gos se  habían  apostado  en  uno  de  aquellos  hermosos  árboles 
de  eterna  verdura  que  ocupaba  el  centro  del  palio  interior 


62  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

de  la  casa  d6sde  cuyo  lecho  habían  atacado,  í  qué  pertene- 
eia  a  unas  &6jk>ras  de  aquel  apellido  (I). 


VL 


Llegada  al  siguiente  diá  la  hora  de  la  promesa  que  se  habia 
hecho  en  las  trincheras,  a  la  luz  de  los  incendios  del  24^  sus 
defensores  exijieron  su  cumplimiento  porque  el  ruido  de  los 
escombros  que  se  diBrf umbaban  de  los  edificios  quemados^  pa- 
recía estar  recordándoles  el  aleve  crimen  que  ansiaban  cas-* 
tigar.  A  la  una  de  la  tarde  del  dia  2S,  en  efecto^  toda  la  tro- 
pa disponible  de  las  trincheras  comenzó  a  reunirse  en  ei  cuartel 
jeneral  de  la  Catedral^  donde  ya  hablan  tomado  las  armas  los 
YmgayeSi  a  batallón  de  los  mineros.  El  gobernador  de  la 
plaza  se  proponía  aquella  misma  tarde  asaltar  la  batería  de 
dos  caüones  que  desde  el  alto  llamado  de  dofia  Antonia  Cam- 
pos (por  el  nombre  de  la  dueña  de  la  casa  en  que  aquel  re- 
ducto había  sido  construido}  jugaba  sobre  la  trinchera  Núm«  6 
del  capitán  Barrios.  A  las  3  de  la  tarde  la  columna  debia  po- 
nerse en  marcha* 

Pero  cuando,  dada  ya  la  orden  de  partir^  se  hacían  los  úl- 
timos aprestos  de  aquella  atrevida  sorpresa^  se  hace  oír  por  el 
lado  del  medio  dia  un  confuso  ruido  de  clarines  que  pareciaa 
sonar  el  toque  de  degüello,  mientras  estrepitosas  descargas 
de  fusilería  turbaban  el  profundo  silencio  que  en  aquella  hora 

(1]  No  nos  consta  con  Bjeza  sí  foé  este  el  dia  de  este  ataque  o 
sí  tuvo  lugar  en  ana  fecha  posterior.  Ha  sido  una  árdaa  tarea  el 
fijar  la  data  de  las  peripecias  del  sitio,  a  falta  de  an  diario  cro- 
nolójico  de  las  operaciones  que  no  existe  o  no  hemos  podido  pro- 
curarnos. Saponemos,  sin  embargo,  qae  este  ataque»  único  sobre 
cnya  data  tenemos  dada,  tavo  lagar  el  24  de  noviembre,  el  mis- 
mo dia  en  que  principió  el  incendio» 


FBetLf  L  n  loflsi  r^imil^  di  ostjuí»  «q  «I  a»£ok  Era  fw 

CH6^(ii  M  srf.  cirasf!P  pan  aptx^Tve&ar  ei  fana»  4^4  ¡Ke»-^ 
fio  fM  &¿l;:&i  ctniLIj  ea  aqrzella  irtrecdc«. 

ba  a  ¿xsr»  d»  bvcto  h  siierle  4»  b  flaia  «a  aa  asaUd 
de  tñaá^in.  bis  fbrakiable  qae  al  de  la  aocke  liel  18;  por^ 
fw  ¡2s  «abras  ao  ocaltatoa  Ta  d  seadem  de  b  bréela^  ai 
pcaCejaa  caalrad  filoile  las  biyoaelas  ks  pedMs  lieK»  ca»^ 
kiSoates.  E»  a  ser  esla,  por  bato,  ana  jorasda  lieroica  qaa 
d  dará  sol  del  aiediodia  ilaadoaba,  coma  si  Ama  aa  $raa- 
i&Ma  te^U^,  apostado  por  d  acaso  para  coalesplar  aqael 
bace  de  caperecedera  meaioria  ea  ks  aaales  dd  valor 


m. 


Era  esa  hora  calorosa  e  laerle  de  la  ndtad  del  día  en  qoe 
el  tedio  baja  los  párpados^como  en  la  mitad  de  la  noche  rin« 
délos  el  snefio.  Los  destacamentos  que  habían  quedado  en 
las  trincheras,  mas  en  calidad  de  simples  guardias  que  como 
tropas  de  combate,  se  mantem*an  a  la  sombra  que  proyectaba 
el  moro*  Tranquilos  por  la  hora  í  la  ocasión,  los  soldados  con- 
versaban en  Yoz  baja  sobre  el  éxito  que  tendría  el  ataque 
que  iba  a  dar  pronto  una  columna  de  les  mas  bravos  do  sus 
camaradas,  cuando  de  improviso  oyen  un  confuso  tropel,  como 
de  macha  jente  que  se  adelanta  a  carrera,  i  luego  sienten 
clarines^  i  toques  de  caja,  i  voces  precipitadas  do  mando  i 
gritos  de  fuego!  i  adelante!  Eran  las  compañías  de  la  brigada 
de  marina,  del  Buin  i  del  Núm  5  que  venían  por  las  dos  ca- 
lles que  daban  acceso  a  las  trincheras  Nüm.  7  i  8,  en  diversos 
pelotones^  avanzando  al  paso  de  trole,  mientras  otros  cohh 


6i  HIST01HA  DE  LOS  .DIEZ  AÑOS 

naban  los  tejados  de  los  ángulos  que  caiao  sobre  las  trinche^ 
ras,  asemejándose  eu  la  celeridad  i  en  la  actitud  de  gue- 
rrillas en  que  se  colocaban,  a  una  bandada  de  cuervos  que 
hubiera  caido  de  repente  sobre  una  presa  indefensa. 

Mandaba  la  trinchera  Núm.  8  el  bravo  capitán  Zamudio, 
que  había  reemplazado  hacia  cuatro  dias  al  comandante  Ruiz, 
preso  poi'  la  división  de  partidarios  a  que  hemos  aludido; 
i  veloz  como  el  rayo,  colocó  su  poca  jente  tras  del  muro,  i 
púsose  a  contestar  el  vivo  fuego  que  por  el  frente,  por  am- 
bos flancos  i  desde  la  altura  inmediata  le  caía,  despachando 
a  carrera  un  oñoial  que  diera  cuenta  en  el  cuartel  jeneral 
de  lo  que  pasaba. 

El  batallón  de  Yungayes  no  necesitaba  por  cierto  de  este 
aviso,  i  advertido  por  los  primeros  disparos,  venia  a  escape 
por  denlro  de  los  solares  a  prolejer  los  puestos  atacados,  cuan*- 
do  el  emisario  de  Zamudio  lo  salió  al  encuentro. 

£ste  oficial,  entretanto,  so  encontraba  en  los  mas  vivos 
conflictos  porque  el  número  i  la  audacia  de  los  contrarios 
le  abrumaba.  Bravos  hubo  de  la  brigada  de  marina  i  del  Buiíi 
que  llegaron  en  aquel  momento  hasta  dos  pasos  de  la  trin- 
chera, disputándose  la  carrera  de  la  gloría  i  de  la  muerte, 
1  llegando  uno  de  aquellos  magnánimos  soldados  hasta  clavar 
su  bayoneta  en  las  gríetas  de  la  trinchera,  a  cuyo  foso  cayó 
derribado  de  un  balazo,  en  el  acto  que  apoyado  en  su  fusil 
se  balanceaba  para  dar  el  último  salto  sobre  el  parapeto.  En 
otra  parte,  cerca  de  la  trinchera,  habían  caido  5  valientes,  i 
tan  próximos  estaban  los  unos  de  los  otros,  que  sus  cuerpos 
se  sostenían  mutuamente,  sin  medir  del  todo  la  tierra,  como 
una  pirámide  humana  que  la  muerte  hubiera  petríficado. 

Pero  llegaban  los  mineros  proliríendo  sus  grílos  acostum- 
brados de  guerra,  ese  chivaleo  salvaje  i  heroico  de  nuestros 
soldados,  í  que  en  aquellos  hombres  Icnia  el  ronco  estertor 


DE    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  65 

que  dan  a  sus  vocos  las  sombrías  bóvedas  en  qne  pasan  su 
penosa  vida  de  fatigas.  Su  aparición  era  ia  vicloria,  porque 
donde  quiera  que  sus  ferreos  brazos  se  tendían,  era  para  se-* 
gar  a  la  manera  de  jígantescas  guadañas,  laureles  i  trofeos. 
Pero  esta  vez  la  taima  do  los  tiradores  enemigos  no  era 
menos  heroica  i  el  combate  se  prolongaba  ¿on  un  furor  que 
se  aumentaba  en  vez  de  abatirse  por  el  ^cansancio  i  la  sangre 
que  corría  en  abundancia  de  una  parle  i  otra. 

VIII. 

Hubo  todavía  un  momento  en  que  la  columna  sitiadora 
volvió  a  reorganizarse  como  en  el  prímer  momento,  dando 
por  suyo  el  éxito  del  asalto.  Sucedía  que  la  nnimerosa  con- 
currencia de  personas  de  todo  sexo  i  edad  que  se  habían  re- 
fujiado  en  el  claustro  de  Santo  Domingo,  cuyas  paredes  es- 
taban unidas  por  un  ángulo  a  la  tríncbera  mas  amagada, 
observando  lo  apurado  del  caso,  comenzaron  a  arrojar  piedras 
por  encima  de  los  tejados,  mientras  los  carabineros  de  Galle- 
guíllos  sostenían  desdo  el  claustro  un  fuego  vivo  coa  sus 
carabinas,  siguiendo  el  ejemplo  de  su  comandante  que  pelea- 
ba como  soldado,  i  exaltados  a  la  vez  por  el  prior  Robles 
quien  les  gritaba  que  la  muerte  en  aquel  supremo  conflicto 
equivalía  a  su  eterna  salvación. 

El  enemigo,  entretanto,  desapercibido  déla  realidad j*uzgó 
que  las  pedradas  que  caían  a  su  lado,  muchas  de  las  cuales 
fueron  lanzadas  por  manos  femeninas  (1)  o  infantiles,  eran  ua 

(i)  Una  seSorita  que  se  supone  del  apellido  de  Larraguibel, 
observando  desde  una  ventana  que  faltaba  taco  para  un  tiro  de 
ca&on,  desgarró  el  fino  pañuelo  que  cubría  su  regase  i  lo  arro- 
jó a  los  artilleros  en  dos  jirones.  No  fue  esta  Ja  sola  vez  en  qué 
el  ejemplo  de  la  doncella  de  Zaragosa  fue  imitado  portas  eo*<, 
quimbanas. 


Cb  BISTORU  BE  LOS  DIEZ  A^S 

siQtoma  dó  desalíenlo,  i  los  oficiales  comenzaron  a  gritar, 
oyéndoseles  claramente  dei^de  el  ciánslro  i  la  trinchera  A 
ellos^  tnuchachos^  q'ue  se  les  acaban  Tas  municiones!  con  lo 
que  los  solidados  so  precipitaban  de  nuevo  con  mas  pnjanza 
a  la  carga. 

Uño  de  tos  maá  osados  en  aquel  moitiento,  juzgado  pcit 
dios  debi&ivo,  fué  el  teniente  don  Rafael  Williams,  qoe  ga- 
nando con  un  piquete  de  tiradores  et  patio  de  tma  casa,  cu- 
ya puerta  principal  caia  sobre  la  vereda  fronteriza  a  la  pa- 
red del  claustro,  quiso  sallar  sobre  ésta  i  escalar  el  puesto 
por  este  lado,  que  suponía  indefenso.  Ordenó  a  sus  hombres 
el  derribar  la  puerta  a  culatazos,  pero  como  vacilaran  o  pu- 
sieran lardanza  en  ejecutarlo,  tomó  él  mismo  en  sus  manos  un 
fusil,  i  cuando  la  puerta  cedia  a  sus  golpes  i  so  arrancaba  de 
un  costado,  vieron  los  soldados  que  el  bizarro  joven  caia 
junto  con  ella  derribado  de  espaldas  sobre  el  madei^o.  Habia 
muerto  como  Lavalle  en  Jujui,  atravesándole  una  bala  su 
arrogante  corazón  I 

Williams  era  un  hermoso  mancel)o  de  22  aüos.  fiíijo  de  un 
antiguo  marino,  servidor  de  la  ^República  desde  la  indepen- 
denciii,  habia  .comenzado  la  carrera  de  las  armas  casi  desde 
la  x;una  en'  que  le  mecian  los  robustos  brazos  do  su  padre 
en  la  isla  de  Chiloé,  tierra  de  bravos,  dónde  habia  nacido. 
Desde  .nifio  prestó  sus  servicios  en  varios  cuerpos  i  aun  éa 
la  rigorosa  .guarnición  de  M^igallanes  donde  pasó  dos  aúos^ 
que  ocupó  en  estudios  hidrográficos,  por  él  consignados  ea 
un  croquis  de  aquellas  posesiones  de  la  República.  Modesto, 
SrnGO^  aurmosa»  era  <)1  Upo  del  soldado,  i  Um  suyes^  por 
láirto,  le  finfttban  cm  tal  termra  ^oe  se  tes  vié  alii  ))ereceT 
por  rescatar 'fitu  cadáver.  Uno  de  estos  leales  compañeros  in- 
ieu\¿  larrastrarlo  por  lel  .pelo  bicia  deutf o  del  caguán  ^  la 
casa  en  que  había  caido  i  fué  derribado  de  un  balate,  i  'Ofrb 


DE   LA  ÁDmimSTRAGION  UONTT.  67 

que  prelendia  enlazarlo  con;  líHa  faja  de  iana,  se  retinó  solé 
cuando  había  sido  t^rido.  . 

No  miraron  sus  jefes  ios  restos  ,ílel  hiroe  con  «iq«^l  reli-r 
jioso  res{»e{a,  porque  Ip  dejaroD  podrirse  insepuilo  iabafido-^ 
BtdOy  kasia  qué  ob  uq  armísUcío  pos^teríor^  el  capUanZamudio 
reepjíó  sus  mieipbros  pístrefactos,  lecháfidolos  «a  trozos  con 
uoa  pala  en  un  saco  de  Usa,  para  daiies  sepiuitttra. 


IX. 


Enlre  tanto,  el  crudo  combate  so  sostenía  en  la  trinchera 
ionios  tejados  fronterizos  coa  un  encarnizamiento  horrible, 
i  si  los  soldados  enemigos  rodaban  por  las  tejas  heridos  como 
el  águila  en  las  ramas  de  su  plber^ue^  daqdo  roncos  gritos 
de  rabia  i  de  vaJor^  no  escaseaban  tampoco  las  víctimíís  que 
sus  certeras  punterias  hacíají  delgas  (Jel  parapetó"  Veíasb 
ahi  al  menos  .un  consolador  .especl.á.culo.  El  vcnorablo  deán 
Vera,  con  yn  crucifijo  en  la  manoien)pap,ados  su  palabra  i  su 
'sem.blai)-le  en  esa  ujicion  dql  patriotismo,  que  .es  e;i  el  alma 
de  ciertos  sacerdotes  un  se.gunclo  cullo^  ardiente  como  el  di- 
vino^ socorría  a  los  .heridos  i  pre§tab,a  sus  últimos  ausijios  al 
mpribundo.  Tin  pincel  brillante  (1)  nos  ha  trasladado  al  lienzo 
.a^uellps  cuadros  teñidos  con  el  fuerte  coptraste  de  la  ternura 
i  dcUorror. 

Al  fio^  ej  cansancio  compnzaba  a  obtener  lo  que  la  muerle 
.ivo,aj.cj3nzab,a;  i  jos  fuegos  se  abati^n,  tanto  do  parte  de  los 
sitiadores,  como  de  los  asaltautes. 

|!l  pbernadAr  de  la  plaz,<i   acompasado  esta  yez  del  ex-^ 

ii)  El  del  jcWen  arjentioodon  <5regorio  Torres,  residente  ea« 
úúüies  ^  ibi '  Serena, 


f)8  HISTORU  DE  IiOS  DIEZ  k&O^ 

fíitendenle  Carrera^  que  asistía  a  estos  combates  con  su 
acostumbrada  impasibilidad,  tomó  también  una  medida  opor- 
tuna que  contribuyó  a  aquel  éxito.  Notando  e\  estrago  quo 
la  fusüeria  enemiga  hacia  entre  h  tropa  de  adentra,  ordenó 
a  esta  se  recojiera  al  abrigo  de  Ta  trinchera,  i  aposta  algu- 
Ms  soldados  que  tiraran  sobre  los  tejados  opuestos  las  pe-« 
quenas  pero  formidalrles  granadas  do  mano  que  hemos 
yMot  se  hablan  febricado  en  la  plaza  a  instigación  del  injenioso 
dlciBíl  Lagos  Trujilio.  Este  ataque  sordo  i  certero  acabó  de  de- 
sanimar al  enemigo,  que  al  fin  desalojó  el  terreno  i  se  retiró 
desalentado  asus-  lineas. 


tai  fué  el  asalto  del  2S  de  noviembre,  el  mas  recio  cTet 
asedio,  el  ultimo  también  que  dieron  los  sitiadores!  el  que 
les  fué  mas  fatak  Mas  de  trelhta  cadáveres  de  sus  bravos 
soldados  quedaron  tendidos  en  las  veredas,  en  los  tejados,  en 
el  centro  de  las  caites  i  aun  en  el  foso  mismo  de  fas  trinche- 
ras, siemk)  el  número  de  sus  heridos  mucho  mas  con^derable^ 
mientras  que  en  la  plaza  las  victimas  pasaban  de  20  soldados 
muertos,  muchos  heridos  i  algunos  mutilados  por  el  propio 
cafton  que  servían,^  i  que  caldeado  por  el  fuego,  reventaba 
por  alguna  grieta  de  su  oido  a  los  últimos  disparos.  Fué  de 
todas  suertes  una  jornada  heroica.  El  mismo  coronel  Yidau-* 
rre  que  presenciaba  la  función  a  la  distancia,  perdió  su  caba- 
llo de  un  metrallazo,  i  de  dentro  do  la  plaza  no  hubo  un  solo 
jefe  que  no  concurriera  al  sitio. 

Háse  dicho,  sin  embargo,  para  deslustrar  la  valentía  des- 
plegada en  aquel  día,  que  hi  columna  de  ataque  había  sido  , 
embriagada  con  aguarcliente  para  darle  uq  ciego  coraje,  i  aun 


DE  (LA   ADMIfíISTRACíON  HQNfT.  C9 

es  Írtele  refew  que  según  el  parle  oficial  del  jefe  sitiador^ 
eilatente  en  el  mínísteiiode  la  guerra.,  tal  asalto  se  díó,  «sin 
su  orden».  Mesquína  disculpa,  a  fé,  dada  de  un  fracaso glo« 
rioso,  por  un  jefe  que  había  perdido  con  honor  su  montura 
sobro  el  campo,  pero  cuyo  apego  de  yedra  a  la  autoridad., 
le  hacía  inconcebible  todo  lo  que  no  fuera  la  ejecución  de 
Jas  órdenes  de  la  Moneda,  fin  aquella  misma  tarde.,  el  jefe  de 
los  sitiadores^  al  ver  su  caballo  derribado  a  sus  pies.,  habia 
hecho  osla  sola  esclámadoB  caracterislica.  Qtie  dirá  el  gth- 
bierno  de  este  hecho?  El  coronel  Vidaurre  creia  que  dehia 
dar  cuenta  al  Presidente  de  la  JBepyblica  hasta  de  Jo  iquB 
sucedia  a  sus  caJballos  I 


XI. 


Entre  tanto,  los  defensores  de  la  plata  celebraban  el  tríun^ 
fo  de  aquel  día  con  ese  regocijo  intimo  que  da,  no  una  vulgar 
victoria  de  las  armas  contra  las  armas,  sino  la  satisfaccioH 
de  haber  cumplido  un  santo  deber.  Una  proclama  impregnada 
de  una  emoción  grave  i  solemne  que  parecía  ma^  bien  el  eco 
de  la  bóveda  de  un  iempibcnque  les  guerreros  postrados  de 
rodillas  dieran  gracias  al  Dios  de  la  victoria,  que  el  clamor 
ufaoo  de  los  clarines  que  pregonan  las  batallas^  cinouló  aque*- 
Ha  vez  en  las  trincherds. 

«[Valientes  defensores  déla  Serena!,  decía  ésta  felicftacioa 
del  deber  i  de  la  gloria. 

a  Quien  os  ha  visto  combatir  eofi  el  <ienuedo  del  héroe  para 
salvar  la  patria  de  vuestras  esposas^,  de  vuestros  caros  hijos 
i  amigos,  no  podrá  menos  que  admirar  vuestro  subUme  pa- 
triotismo. Hoi  habéis  conquistado  UB  laurel  mas  luchando  con-- 
Ira  nuestros  enemigos  i  «1  fuego.  £a  medio  de  las  llama« 


^0  HlStÓRIA  BE  LOS  D1E2  aSOS  \ 

lanzabais  una  iiiaci*te  cierta,  pero  sensible,  sobre  la  colatnna 
Invasora.  Os  babeís  convencido  que  no  ha]  absolutamente 
humanidad  en  los  enviados  por  Montt  para  destruir  a  nues- 
tro pueblo  i  gobernar  sobre  sus  ruinas.  La  vida  do  centenares 
de  ¡nocentes  reclama  vuestra  constancia,  en  su  protección. 
El  sacerdote,  el  anciano,  lá  mujer  desgraciada,  el  pobre  huérfa- 
no, todos  imploran  vuestro  heroísmo.  Sabjsd  que  permaneciendo 
en  Vuestro  puesto,  os  haréis  aoreedores  a  las  glorias  del  mun- 
do i  a  la  verdadera  inmortalidad  que  está  en  el  Cielo.  Sabed 
que  defendiendo  al  pueblo,  hallareis  en  Dios,  cuando  os  separe 
de  la  tierra,  clemencia  i  verdadera  dicha.  La  causa  do  la 
justicia,  de  la  libertad  i  de  la  inocencia  os  la  causa  de  Dios. 
Vosotros  defendéis  esta  causa,  jugando  la  vida  que  os  diera 
Dios:  a  su  tiempo  recibiréis  la  corona  del  justo»  (1). 


( 1 )  Del  boletín  de)  25  de  noTiembre.  Este  mismo  día  se  publi- 
ca en  unfii  hoja  i^üeltá  el  sigaietlte  voto  de  gracias  a  los  defensores 
de  la  piaztt. 

m  VALIENTES  DE  LA  SERENA  ! 

Acabáis  de  dar  otra  prueba  de  heroísmo  defendiendo  la  plaza. 

Vuestro  valor  ho  tiene  ejeMpIo  I  ^      " 

Amáis  a  vuesll*as  madrea,  a  vtfé^tras  esposas  i  a  vuestros  hijos* 
i  por  éso  habéis  rechazado  a  los  bárbaros  invasores. 

£ntre  vosotros  bei|ios  visto  al  soldado  antiguo  de  la  República 
i  gobernador  de  la  plaza,  don  Justo  Artea^a. 

Hemos  visto  al  benemérita)  Carrera,  digno  hijo  de  su  padre^ 
al  ilustre  ciudadano  don  Nicolás  Munizaga,  i  al  n)U¡  patriota 
i  valiente  comandante  Martínez.  Hemos  visto  también  a  los  co- 
mandantes Alfonso,  Barrios,  Galleguíllos,  Chavot  i  Zamudío. 

Una  corona  de  gloría  os  prepara  la  nación  I 

La  posteridad  os  coroAal-á  también  I 

Dios  os  abrirá  su  mansión  de  dicha  eterna  I 

Viva  la  República  ! 

Mueran  los  traidores  I 

Viva  «1  ilustre  jeneral  Croz  ! 

Sereno^  noviembre  26  de  lSol.)> 


DK    lA  ADMINISTRAClOft  KQNTT.  7f 


XII. 


,  £1  incendio  do  la  víspera  oslaba  vengado ;  pofo  la  pro- 
mesa 4e  dar  poj  ^us  propias  mapos  un  castigo  tremendo  á 
los  incendiarios  no  se  cumplía  aun,  porgue  qI  asalto  d9  I^ 
tarde  babia  retardado  la  bpra*  Qesigoógie  entonce^  la  de  j^ 
media  noche  del  siguieale  disi  para  quq  el  eqemigo.rpcibiers^ 
una  doble  lección  por  su  arrojo  ya  domado  i  pg^el  crimen  d^ 
SU3  jefes  do  que  se  hacían  cómplices  i  que,oecesilab&  un  Ire*? 
meqdo  i  reparador  castigo  I 

Los  defensores  de  la  plaza  contemplaban  coq  impaciencia 
la  aproximación  4^  aquel  moqiento. 

Tenían  una  larga  pueqta  que  saldar  opq  sus  obstinados  i  cru^ 
les  invasores,  La  3Qrena  era  en  aquellas  djas  un^  pira  i  una 
tumba.  Donde  no  ardían  los  escombros,  \^  fierra  estaba  re- 
movida porque  se  babia  cavado  ahí  Ift  fosa  de  uq  amígp« 
muchas  veces  de  uoa  mi^er  i  auu  de  párvulos  inocentes. 
£1  número'  de  las  casas  latalmeqle  íppendiadas  p^asaba  ^e 
doce  (1}  i  muchas  de  éstas  eran  e\  alt^crgue  i  el  úpico  biea 
de  familias  enteras  asiladas  en  |a  plaza. 

Todos  los  barrios  de  la  piudad  que  ql  c^fiop^.d^  l^s  triQclie^ 
ras  no  protejia  ni  guardaban  las  patrullas  de  I9  plaza,  ha- 
biao  sido  entregados  a  un  saqueo  espantoso  e  jqevitable., 

Sobresalían  los  escuadrones  de  Atapai^a  en  esta  jpnobla 
tarea  que  encontraba  iaduI]eA(es  cómplices  o  encubridores 

(1  ]  Véase et  informe  citado  def  reiidor  Concha  i  de  Ips  figri- 
niensores  Salinas  i  Osorio.  De  este  documento  consta  qoe  jas 
casas  incendiadas  del  todo  en  la  Serena  eran  13,  las  mui  deierío^ 
radas  1  i  19  las  arruinadas,  iin  contar  los  iemplos  i  e^iíkios  pú-< 
bucos. 


7S  HISTOAfá  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

ann  enire  los  oficiales  mas  caracterizados  de  la  diiision  sitia- 
dora. Tióse  a  uno  de  aqaellos  jefes,  que  por  rubor  no  nombra- 
mos«  calzadas  sus  botas  coa  las  espuelas  de  plata  de  doa 
Sicolas  Monizaga,  que  este  habla  dejado  ea  su  hacleuda  al 
regresar  a  la  plaza. 

Otro  oficial,  el  mayor  don  Francisco  Fierro,  antiguo  vecino 
de  la  Serena,  i  cuya  casa  estaba  fuera  de  trinchera,  se  deser- 
té del.sltio  para  alhajar  su  mansión  con  los  mas  ricos  menajes 
que  a  su  salvo  elijió  entre  las  casas  abandonadas  de  los 
opulentos  vecinos,  como  en  una  vasta  mueblería,  i  según 
inventario*  Publicóse  este  por  aquellos  días  bajo  la  firma  del 
comandante  de  trinchera  don  Bafael  Pizarro,  en  uno  de  los 
boletines  de  la  plaza. 

Las  monturas  de  los  soldados  cuyanos  erau  como  almacenes 
flotantes  de  prendas  robadas,  i  en  un  dia  ordinario,  mas  se 
les  habría  toiiaado  por  una  eompafiia  de  faltes  que  por  un 
rejimiento  de  lanceros.  Su  desvergtionza  había  llegado  hasfa 
hacerse  mandiles  para  sus  recados  con  los  ricos  tripes  de  los 
salones,  que  caían  en  sus  manos,  i  cuando  no  los  empleaban 
en  esto,  alfombraban  las  calles  donde  estaban  de  avanzada 
sacando  al  aire  libre  los  píanos  i  los  sofás,  i  mientras  unos  so 
tendían  muellemente  en  sus  resortes,  otros  hacían  infernales 
dúos  con  sus  vihuelas  i  las  teclas  que.  reventaban  bajo  sus 
toscas  manos. 

Al  oficial  arjenlino  Quiroga,  que  fué  becho  prisionero  en 
una  avanzada,  se  le  encontraron  dos  ridículos  de  señora  i 
varios  pa&uelos  de  mujer;  i  a  otro  sárjente  de  los  sitiadores, 
según  refiere  el  coronel  Arteaga  en  sus  memorias  citadas,  so 
le  sorprendió  un  manojo  de  llaves  ganzúas. 
.  Tan  escandaloso,  en  verdad,  i  de  tal  manera  abultado  i  fácil 
se  babia  hecho  el  saqueo,  que  hubo  en  los  sitiadores  per- 
sonas que  se  ofrecieron  a  llevar  de  su  cuenta  i  eu  castigo 


DE    tA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  73 

de  bí  sublevados,  cargataentos  enteros  de  efectos  a  Copia- 
pól(i). 

(í)  La  1¡€ta  de  las  casas,  almacenes*  tiendas  i  bodegonea  incen- 
diados, destraidoa  o  robados  durante  el  sitio  qae  pobitcamos  a 
contiunacion,  auníiae  incompleta,  dar&  ana  idea  inas  cabdl  d'e 
este  desenfrenado  saqueo  que  arruinó  a  muchas  fa mi lia;5,. Está 
copiada  fielmente  de  los  Boletines  de  la  plaza,  i  dice  así^ 

VÓVINA  9B  1,09  BDIFICLOS  INCENDIADOS,  CASAS,  TIENDAS  I  DBSVA-! 
CnOS  DE  TÍVEEES  ROBADOR  POg  LA  DIVISIÓN  INVASOBA  PEt  NOE- 
TE,  HASTA  M  FBC9A. 

Tiendai  robadas. 

La  de  don  Dimaso  Bolados»  la  de  Castro  I  Boladcis,  la  de  Adrián 
Ramírez,  la  de  Francisco  Campaña,  la  de  Pedro  Allende,  la  de 
SalTador  Cepeda,  la  de  N.  Medina,  la  de  Herrera  i  Pulido,  la  do 
Am^os  j  hermano^^ 

De$pacho$  de  víveres» 

El  dé  don  Pedro  Cisternas,  el  de  José  Manuel  Vareta,  el  de  Agapi* 
to  Guerra  f  Ca.,  et  de  Raimundo  Campos,  el  de  Demetrio  Lafuente, 
et  de  Santos  Valenzuela^  e]  de  Domingo  Contreras,  el  de  José 
Anjel  Toro  (asesinado  i  robado),  el  de  Antonio  Araya  id;  id* 

'  Casas  robadas. 

La  de  doña  Carmen  Ramona  Navarro,  la  de  doña  Rosario  Mu-* 
nizaga,  la  de  don  Remijio  Alvaréz. 

Edificios  incendiados» 

Gasa  de  los  señores  Edwards,  la  de  don  David  Rosa,  la  de  los 
tenores  Várela,  la  de  las  señoras  Esquíveles,  la  de  don  Antonio 
Herreros,  la  de  don  Pedro  Gambin,  la  de  don  Pedro  Caballero 
i  muchas  otras  casita^  de  pobres  e  innsmerables  chozas  de  paja,^ 
suyos  infelices  propietarios  han  quedado  reducidos  a  ana  exas- 
perante naendficiddd. 

Casas  en  completa  destrucción  por  las  halas  de  grueso  calibre. 

El  templo  de  la  Catedral,  id.  de  Santo  Domingo,  la  casa  del 
finado  don  Nicolás  Aguirre,  la  de  doña  Pabla  Osandon,  la  de  la 
testamentaría  de  las  se&oras  Espiuosai  la  del  Tribunal  de  apela- 

10 


7.i  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

xin. 

Ni  los  lemplos  se  habían  escapado  a  aquella  tarea  impura 
de  despojo  i  de  profaoacioo.  De  continuo  veíanse  en  el  coro 
de  San  Francisco»  cuyas  ventanas  se  abrían  a  las  trincheras 
de  la  plaza,  grupos  de  soeces  soldados  que  tenían  en  aquel 
santuario  sus  posilgas  de  bacanal  i  de  concubinato,  i  cuando 
la  noche  caia,  los  soldados  de  las  trincheras,  celosos  de  sus 
devociones  caseras,  velan  con  las  lágrimas  de  la  ira  reven- 
tando da  los  ojos,  que  los  impuros  vándalos  acariciaban  $us 
mancebas,  encendiendo  luces  tras  (}e  las  vidrieras  trsmspa** 
rentes  de  la  iglesia....  Un  narrador  de  los  acontecimienfos  del 
sitio  (1)  cuenta  haber  visto  a  los  soldador  cuy  anos  comer  su 

Clones,  i  la  dedicada  con  este  Gn  de  propiedad  Gscal,  el  palacio, 
la  sala  Municipal,  la  cárcel,  la  del  prebendado  señor  Mery,  U 
del  Dean  Chorroco,  la  de  doña  Felipa  Mercado,  la  de  dona  María 
Alfonso,  .la  del  finado  Salcedo,  la  de  don  José  María  Peraljta,  la 
de  don  Agapito  Guerra,  la  de  doña  Francisca  de  P.  de  las  Penas^ 
la  de  doña  Isidora  Aguirre  de  Munizaga,  deteriorada,  id.  la  de 
los  señorea  Varas  i  Recabarreo,  id.  la  de  don  Bernabé  Cordovéz, 
id.  la  de  los  señores  Osorio,  id.  la  d^  las  señoras  Losas. 

Catas  robadas. 

La  dé  doña  Manuela  Cuadros,  Araenabares,  Francisco  Cam- 
paña; Larraguibei,  Francisco  Vareta,  Kamon  Batalla,  señora 
viuda  de  Real,  señoras  Guerrero,  Francisco  de  P.  Diaz,  el  Semi- 
nario, Cecilio  Gutiérrez  i  tienda  de  sastrería,  José  Araya  (tienda 
de  merceria),  José  A»  Larraguibei  casa  i  tienda,  Antonio  Piolo, 
Juan  M.  Egaña,  señoras  Ruedas,  Dolores  Peña,  José  Pimentel, 
Juan  de  Dios  Dgarte,  señoras  Navarro. 

(El  documento  de  donde  copiamos  esta  nómina  pública  dice,  en 
ésle  punto:  continuará). 

(1}  Pedro  Pablo  Cavada.  Memorial  citado. 


BE  LA  ADKINISTEAGION  VOlfTT.  79 

rancho  con  las  patenas  do  los  cálices  i  olro  tío  méooirospe-í 
lable,  i  testigo  presencial  también^  refiere  (1}  como  aquellos 
desalmados  se  entretenian  en  mutilar  las  efijies  de  las  iglesiaiv 
basta  el  eslremo  de  montar  en  un  burro  la  imájoD  de  Sad 
Agustín  i  fusilarlo  en  la  mitad  del  dia  como  patrón  de  los  su-- 
blevados. 


XIV. 


Pero  DO  era  esto  todo  en  aquella  faena  de  horror  i  de  io-* 
famia.  Mientras  el  incendio  devoraba  las  propiedades  i  el 
crimen  profanaba  el  santuario  del  hogar,  las  cadena^  de  la 
venganza  oprimían  a  los  ciudadanos  indefensos. 

La  numerosa  población  femenina  que  no  supo  o  no  sa 
atrevió  a  encerrarse,  den  tro  de  las  trincheras,  fué  el  pasto 
apetecido  i  deleitoso  de  aquellos  brutos  desenfrenados.  No 
babia  esposas,  no  habia  madre,  no  habia  hijas^  no  babia; 
edad  ni  rango.  La  noble  i  virtuosa  Serena  fué  en  aquellos 
días  de  disolución  i  de  vergüenza  un  inmenso  serrallo  de  la 
soldadezca  brutal^  i  a  la  vista  de  los  excesos  que  perpetraban 
a  la  claridad  del  dia  i  en  sus.  inmundos  saturnales  de  ombría^ 
guez  i  de  lascivia,  no  seria  un  propósito  aventurado^  ni  una 
sospecha  temeraria  el  asegurar  que  en  aquellos  dias  no  habían 
virjencs  fuera  de  tiro  de  caüon  de  los  reductos  de  (a  plaza.,... 
El  pudor  no  se  respetaba  sino  a  travos  de  ja  pólyora  i  del 
sable.  Muchos  de  aquellos  malvados  pagaron^  sin  embargo^, 
su  crimen  en  el  acto  de  perpetrarlo,  a  manos  del  padre  o  del 
marido  ultrajado,  que  habia  Üegado  ai  sitio  por  los  gritos  de 

(1)  Ei  coronel  Arteaga,  Mtímoiial  citado. 


76  HISTdRU  DE  LOS  DIfiZ    aSOS 

h  Tiotíma  (1).  Como  en  los  bosques  salvajes  de  la  sociedad 
priflditiva,  era  preciso  hacer  la  justicia  por  la  mano  propia  en 
el  reciolo  de  aquella  ciudad,  citada  áutes  con  orgullo  por  sus 
hijos,  como  un  pueblo  briJianle  de  civilización  i  de  culturai 


XV. 


Pero  si  para  la  mujer  había  solo  oprobio  i  viles  desahogos, 
para  los  ciudadanos  indefensos  abundaban  las  cadpnas,  si  no 
era  ya  el  tiro  disparado  por  la  espalda  o  el  puñal  aleve  ases^ 
tado  s<^re  el  pecho^  A  todos  los  vecinos  a  quienes  el  capricho 
o  ei  odio  designaba  como  sospechosos,  se  les  conduela  a  la 
I^resencia  de  los  oficiales  de  avanzada,  seles  paseaba  luego 
'con  escarnio  de  puesto  en  puesto  hasta  que  les  traian-al  apó- 
dente del  coroufel  Garrido  (que  era  español)^  quien  cubría  de 
denuestos  a  aquellos  nobles  e  inermes  chilenos.  Desde  ahí  se 
les  conduela  al  puerto  a  pié,  i  muchas  Veces  amarrados,  se 
les  trasladaba  a  la  bodega  de  algún  buque  del  Estado  i  en  se- 
guida ei^an  eonducidos  a  los  pontones  de  Valparaíso,  de  donde 
los  prisioneros  de  todas  categorías  eran  distribuidos  a  granel 
entre  los  presidies  de  la  Bepblica  i  él  destierro.  Esta  omi- 
nosa suerte  cupo  a  ios  ciudadaiH>s  don  Juan  Maria  Egafla  i 
don  Santos  Cavada,  que  fueron  tomados  en  sus  casas,  a  don 
Romijio  Alverez,  ,el  valiente  prisionero  de  la  torre  de  San 
Agustín,  al  patriota  i  valeroso  don  José  Maria  Cepeda,  que 
fué  asaltado  a  traición  por  órdenes  de  los  jefes  sitiadores,  al 
antiguo  gobernador  de  Ovallo  don  José  Vicente  Larrain, 

(1)  Infeliz  hubot  según  el  testimonio  respetable  del  padre  Ro- 
bles, que  en  nn  solo  día  fue  obligada  a  saciar  la  infernal  lascivia 
de  un  piquete  de  25  Lanceros  de  Atucama  i  coa  .  su  respectivo 
«drj  uto,  que  la  asaltaron  en  el  eanipo. 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  tfONTT.  77 

a  quien  una  partida  sorprendió  en  la  estancia  de  Qu¡Ie,doml6 
se  habia  rofujiado,  I  á  muchos  otros  vecinos  boaortUe»  d«l 
pueblo  i  lacampafla^ 

XVt 

En  esta  ól  tinta  y  la  depredación  no  tenía  yalla  í  se  cometían 
atrocidades  que  espantarían  hoi  si  no  se  supiera  que  la  cus* 
todía  de  los  campos  habia  sido  entregada  a  Jos  escuadrones 
de  bandoleros  árjentinos  que  se  paseaban  como  se&ores  en 
toda  la  comarca.  He  aqui  como  un  honrado  labriego,  Jeró« 
nüno  Hidalgo,  que  vivía  en  una  finca  de  la  Pampa,  casi  a  las 
puertas  de  la  ciudad^  contaba  por  aquellos  mismos  dias,  en 
una  carta  qué  diripa  al  gobernador  de  la  plaza,  el  horror  de 
aquel  vandalaje  autorizado.  «Uí  ruina,  decia,  es  consumad^. 
Me  han  despojado  en  robo  hasta  el  estremo  de  dejar  en  pelota 
a  mil  a  mi  familia.  En  tres  horas  me  robaron  dos  veces  i  no 
me  han  dejado  mas  que  tres  colcbooesy  sin  una  sábana,  que 
os  lo  mas  ruinoso.  Yo  pido  al  Altísimo,  anadia  el  indignado 
labrador,  que  los  reduzca  a  cenizas»  ( 1 ). 

Si,  que  el  Allisimo  «reduzca  a  cenizas»,  afiadimos  noso- 
tros, hablando  por  la  posteridad  vengadora,  a  los  malvados 
que  traen  sobre  los  pueblos  los  botrores  de  tantos  crímenes, 
aparejados  en  lejiones  de  mercenarios  ostranjeros  i  autoriza- 
dos por  las  órdenes  que  mandones  sin  conciencia  daban  desde 
lejos  a  subalternos  ciegos  en  la  obediencia  i  crueles  o  men- 
guados en  la  ejecución. 


(t )  Papeles  privados  del  coronel  Arteaga*  Esta  carta  se  «b- 
cuentra  orijlnal. 


7á  HISTOllU  DE  LOS  DIEZ   AÑOS 


XVIL 


Tal  era  la  cuenta  atroz  fuo  los  defensores  de  su  ciudad 
incendiada,  de  sus  templos  manchados  con  soeces  profana- 
ciones, de  sus  domicilios  insultados  por  crimenesJnmundos, 
del'honor  de  sns  familias  arrostrado  en  el  fango  de  viles  ape- 
titos, tenián  al  fin  que  vengar. 

' ''  La  hora  de  aquél  castigo,  lo  hemos  dicho  ya,  estaba  fijada 
para  1á' inedia  notíhe  del  36  de  noviembre, 
'    Con  ei  asatto  infruthioso  de  la  mafíanatiel  25,  el  $iíio  que- 
dáis coildÚTtdo  por  parle  de  los  sitiadores. 

En  et  asalto  que  los  sitiados  iban  a  dar  aquella  nocfre  so^ 
'  bre  el  campo  enemigo,  comenzaba  el  cerco,  o  si  es  permitido 
el  término,  el  cüníra-^uíio  de  los  mismos  invasores. 

la  hora  de  las  represalias  habia  llegado. ... 
^  '  Ellas  serian  gloriosas  1  tremendas ! 


CAPITULO  IV. 


lUKPUMllU. 

Asalto  de  una  'batería  enemiga  en  la  noche  del  $6  de  novíem-^ 
biy.^^llaefrte  del  tetitente  Satínas.'^EI  sarjento  Insalza.— Pá*- 
nico  i  desbandamiento  del  campo  enemJgo.-->Eiligre1t|i¡drfto  de 
los  defeRsores.«-Re^alven  una  salida  de  dia.-^Uua  Uatería 
fsne.míga  es  asaltada. en  la  mañana  del  29  de  noviembre  i  su 
fcafton  "se  trasporta  a  la  plaza.— Muerte  heroica  del  platero 
T<yro  iisvsance  cdmpanero8.^-»Completo  ^esalrefitodé  tos  s^a*^ 
dores.— Se  resuelve  suspender  el  sitio  oficl»liBetite«  i  se  envía 
con  este  objeto  un  emisario  a  la  capital.^-Palabras  ufanas  del 
toronel  Arteaga. 


Érala  mcrdía  iiocliB  fleí  26  de  tiOTiemtfre.  Notábase  tjn  el 
CHartel  jeberal  tle  la  guarolóroD  Ae  la  Sierema  un  movirtiíc&tó 
ímiíwtaílo  en  arquetlas  toras  de  reposo  i  de  caíla¿hi  'víJilaTicla. 
Mas,  pronto  se  vio  qticnna  ^compacta -columna  dBsfflafba  por  el 
atrio  de  la  Catedral  i  salía  a  la  plaza  envuelta  en  la  doble  lobre- 
guez del  silencio  i  de  las  sombras.  Al  llegar  a  la  esquina  del 
norte  de  aquella,  podía  distinguirse  que  la  fila  se  partía  eu 


80  ,  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AfíOS 

do^  mitades,  de  las  cuales  la  mas  pequeña  tomaba  la  delan- 
tera^ i  la  otra  seguía  a  paso  lento  i  medido,  caminando  siem- 
pre en  dirección  al  rio^ 

Pronto  Jas  dos  columnas  tomaron  la  calle  de  la  Barranca, 
que  se  estiende  paralela  a  la  márjen  del  valle  i  jíraron  hacia 
el  oriente  en  dirección  del  barrio  elevado  de  Santa  Lucia. 

El  comandante  Gallegnillos,  que  acababa  de  apearse  de  sa 
caballo,  como  de  continuo,  después  de  sus  correrían  con  los 
Carabineros^  mandaba  la  fila  que  iba  a  vanguardia,  llevando 
por  segundo  al  bravo  capitán  Barrios. 

A  la  cabeza  de  la  otra  columna  iba  el  mayor  de  plaza  Al- 
fonso con  los  oficiales  Chavot,  Gaete  i  Zamndio. 

¿Que  misión  secreta  í  terrible  llevaban  aquellos  soldados 
de  la  noche,  a  cuyo  paso  iban  marcando  el  sendero  las.  es- 
padas de  todos  los  bravos  de  la  plaza,  qne  parecían  haberse 
dado  a  porfia  aquella  cita? 

Era  qne  la  hora  anunciada  i  exíjida  del  castigo  había  sona- 
do! El  sitio  de  la  Serena  estaba  concluido.  Aquella  noche  los 
hejroicos  defensores  de  la  plaza,  como  si  fueran  una  trinchera 
viva,  se  adelaqtaban  ensanchando  a  su  paso  la  cintura  de 
fortificaciones,  para  derrumbarse  sobre  los  reductos  enemi- 
gos i  sepultarlos  bajo  sus  escombros  de  piedras  calcinadas 
por  el  fuego  i  de  acero  enrojecido  en  la  sangre.  Desde  aque- 
lla hora,  las  trincheras  de  la  plaza  no  serian  ya  los  parapetos 
de  la  guerra  1  de  la  defensa;  quedaban  ahí  de  pié  solo  como 
los  monumentos  incólumes  pero  gloriosos  que  atestiguaban 
Im  proezas  que  habían  contemplado  sus  muros  pulverizados 
por  el  caflon.  Como  hemos  dicho,  el  contra-sitio  de  los  sitia- 
dores iba  a  comenzar  desde  aquel  instante. 


DE    LA   ADMINISTRACIÓN  MONtT.  81 


IL 


Llegada  la  columna,  que  mandaba  «n  jefe  el  bravo  e  inle<- 
lijeole  injeuíero  Alfonso,  al  pié  de  la  colina  de  Sania  Lucia, 
la  partida  que  conduelan  Barrios  i  Galleguillos  se  escurrió,  en 
silencio,  agazapándose  bajo  las  veredas  de  la  Calle-sola  que 
corre  por  un  costado,  hasta  ponerse  debajo  de  la  balería  del 
Alio  de  Campos^  cuyos  centinelas  descuidados  no  la  veían 
aproximarse  en  la  oscuridad.  Alfonso,  entretanto,  tomabapor 
la  altura  la  calle  paralela  a  la  que  daba  frente  la  casa  de  la 
batería  i  que  por  tanto  dejaba  a  retaguardia  los  cañones  de 
ésta,  a  cuyas  bocas  Galleguillos  babía  tendido  su  linea  do 
fusileros. 

Se  había  convenido  de  una  ¡  otra  parte  en  hacer  simultá- 
neamente una  descarga  cerrada,  i  .lanzarse  en  el  acto  a  la 
bayoneta  por  cl  frente  i  retaguardia  hasta  lomar  los  dos  ca- 
ñones para  conducirlos  a  la  plaza,  o  al  menos,  dejarlos  inu- 
tilizados. Alfonso  i  Galleguillos  llevaban  a  su  cintura  el  mar- 
tillo i  los  clavos  necesarios.  Este  era  todo  el  plan  de  aquella 
empresa  feliz  i  atrevida. 

Cuando  Alfonso  destilaba  por  el  frente  de  la  casa  que  iba 
a  asaltarse,  se  sintió  un  ruido  sordo,  como  de  una  patrulla 
que  avanzaba,  i  luego  se  hizo  oir  la  voz  de  allol  i  quién  vive? 
del  oficial  que  la  mandaba.  Era  un  desíacamento  de  la  bri- 
gada de  marina  que  rondaba  aquella  noche  en  la  estensa  e 
interrumpida  linea  de  los  sitiadores. 

A  la  cabeza  de  la  columna  de  la  plaza  marchaba  el  im- 
petuoso Chavot,  siempre  el  primero  en  el  asalto,  siempre  el 
primero  también  en  regresar,  tan  luego  como  sus  fornidos 
brazas  empuñaban  algún  bolín  do  denuedo  i  do  jactancia, 

11 


82  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AKOS 

porque  era  tan  arrojada  como  petulante.  Al  oir  el  quién  vive? 
de  la  partida  enemiga,  se  adelantó,  i  con  su  voz  vibrante  i 
arjenlina  contestó:  Lanceros  de  Alacama! 

£1  oficial,  en  quien  el  eco  acentuado  i  especial  de  Cbavot, 
que  era  arjentino  de  nacimiento,  desvanecía  el  sobresalto  de 
una  emboscada,  se  avanzó  tranquilo  para  ejecutar  el  reco- 
nocimiento de  ordenanza^  diciendo:  Avanze  el  oficial  de  la 
partida! 

Avanzen  los  cobardes!  replicó  entonces  Cbavot  con  voz  atro- 
nadora i  cayó  sobre  la  patrulla  enemiga  acuchillando  todo  lo 
qu^  estaba  al  alcance  de  su  brazo.  En  el  mismo  inslanleoyé* 
ronse  dos  descargas  simultáneas  iMos  gritos  de  adentro!  a 
ellos!  que  daban  los  oficiales,  al  entrar  con  los  voluntarios  en 
un  solo  tropel,  al  patio  de  la  casa.  , 

Los  soldados  de  la  batería,  sorprendidos  pero  no  turba- 
dos, corrieron  a  sus  piezas  a  la  voz  del  joven  guarda-mavna 
Simpson,  que  mandaba  este  reducto,  i  trataban  de  bacer  j¡- 
rar  el  cañón  de  calibre  que  tenían  colocado  sobre  una  carro  la 
para  abocarlo  al  frente,  por  donde  se  creían  atacados,  mien- 
tras que  el  oficial  Salinas  se  esforzaba  en  reunir  el  piquete 
do  fusileros  con  que  protojia  este  punto.  Mas,  a  los  primeros 
tiros,  cayo  despedazado  de  varios  balazos  aquel  iofortunadot 
joven  i  trece  de  sus  compañeros,  rindiéndose  prisioneros  los 
domas  (1).  ^ 

£ntre  tanto,  Cbavot  se  había  avalanzado  sobre  el  esforzado 
jovencilo  Simpson,  ^uyá  niñez  ofrecía  una  liviana  carga  a  sus 

(1)  Dfjose  en  aquella  época  qae  el  oficial  Salinas,  qae  ora  un 
joven  franco  i  apreciable,  coquirnbano  de  nacimiento  i  recien  sa- 
lido de  la  Academia  mliiar^  habia  sido  conducido  prisionero  i 
fusilado  en  el  acto  por  orden  del  oficial  don  José  Antonio  Sepül  veda, 
su  condiscípulo.  Porotal  impntacion  era  un  error  grosero,  o  una 
calumnia  vil,  porque  Sepúlveda  se  encontraba  preso  í  encerrado 
desde  los  sucesos  del  21  de  noviembre,  como  luego  veremos. 


DB   LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  83 

hombros^  i  llevándolo  de  esta  suerte,  corrió  a  entregarlo  pri- 
sionero en  la  plaza  como  el  primer  trofeo  de  la  jornada.  Al 
mismo  tiempo,  Galleguillos  i  Barrios  habían  subido  por  el  es- 
carpe de  la  balería,  seguidos  por  su  tropa  qtie  se  apoderaba 
ée  los  cañones,  junto  con  ios  soldados  ya  vencedores  do  Al- 
fonso. 

Distinguíase  en  aquel  momento  por  su  serenidad  i  bravura 
un  sárjenlo  de  14  afios,  soldado  de  las  compañías  veteranas 
del  YuDgai>  llamado  Inzulza  (1),  quien,  observando  a  un  ar- 
tillero que  iba  a  aplicar  el  lanza-fuego  sobre  el  cañón,  cuyo 
oido  óubria  felizmente  el  guarda  seretjto,  lo  tomó  por  las 
piernas  I  lo  trajo  al  suelo,  dando  lugar  a  Galleguillos  para 
emplear  su  clavo  i  su  martillo,  e  inutilizar  la  pieza. 


III. 


iUiéntras  sucedía  esto  en  el  Alto  de  Campes,  los  soldados 

(1)  Este  valiente  niño,  cayo  rostro  tenia  una  blancura  i  belleza 
notables,  se  habia  üestínguido  de  tal  suerte  por  su  disciplina  i 
valor  desde  el  principio  de  la  revolución,  que  de  soldado  raso,  ha- 
bia ascendido  y^  a  sárjente  !,<>  durante  el  sitio.  En  la  marcha 
obsérYaba  con  tanto  rigor  su  consigna,  que  un  día  le  vimos  tirar 
un  bayonetazo  a  un  teniente  coronel,  que  conduciendo  su  caballo 
por  las  riendas,  quiso  atropellar  la  puerta  de  un  potrerillo de  alfalfa 
en  el  alojamiento  de  Pena-blanca,  donde  él  estaba  de  centinela. 
Acompañó  después  a  Vicuña  hasta  Putaendo  i  ahí  Je  vimos,  coa 
Jas  lágrimas  en  los  ojos,  ofrecer  su  sombrero  de  mote  de  maiz  a 
su  comandante,  que  vra  el  mismo  a  quien  habia  amenazado  ea 
Pena-blanca,  para  que  pudiera  disfrazarse  i  huir.  Después  del 
sitio,  su(i¡inos  que  se  Je  habla  obligado  a  tomar  servicio  de  nuevo 
por  sus  antiguos  oficiales,  quienes,  i  principalmente  el  capitán 
Arredondo, tomaron  una  cruel  venganza  de  su  entusiasmo,  hacién- 
dole aplicar  frecuentemente  la  pena  ignominiosa  de  palos.  Desr 
pues  no  hemos  cabido  que  suerte  ha  cabid£  a  este  noble  i  leal 
mancebo. 


4 


84  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

fujilivos  de  agaei  reducto  lleraban  el  terror  I  el  pánico  al 
cuartel  jeneral  del  Lazareto,  Las  cajas  sonaban  la  jenerala, 
la  voz  de  alarma  candía  por  toda  la  línea  de  los  sitiadores ; 
pero  turbados  por  la  sorpresa  i  estravjados  en  la  oscuridad, 
los  soldados  no  se  reunían  en  sos  puestos  i  se  desbandaba! 
en  grupos  por  toda  la  campana  de  la  Pampa,  de  la  Vega  i 
ann  por  la  playa  del  mar,  sin  obedecer  a  sus  jefes.  El  coronel 
Vidaurre,  que  en  aquellos  momentos  hacia  la  visita  de  los 
puntos  forti&csrdos  de  su  linea,  corrió  a  la  batería  asaltada 
tan  luego  como  los  fuegos  le  advirtieron  lo  que  sucedía ;  pero 
apenas  llegaba,  seguido  de  sos  dos  asistentes,  cuando  una 
descarga  cerrada  lo  hizo  retroceder  a  escape ,  trayendo  a  sa 
campo  con  su  presencia  nueva  turbación.  De  sus  dos  compa- 
ñeros, uno  había  quedado  sobre  el  sitio,  el  otro  había  sido 
herido,  i  el  mismo  caballo  de  Vidaurre  habla  recibido  un 
balazo. 

El  desorden  era  tan  espantoso  en  el  campo  enemigo,  quo 
desde  la  plaza  se  oian  claramente  los  gritos  de^l  Palos  negros! 
A  Palos  negros  f-wEs  el  punto  de  reunión ;  i,  en  efecto,  mucha 
parte  de  las  fuerzas  sitiadoras  tomaban  aquol  rumbo  por  el 
camino  de  la  Pampa.  Solo  el  escuadrón  de  Cazadores  a  ca- 
ballo había  logrado  organizarse  i  estaba  formado,  pronto  para 
el  servicio. 

Entre  tanto,  los  soldados  de  Alfonso  pedían  a  voces  el  ser 
conducidos  ai  Lazareto  para  concluir  con  el  enemigo,  lo  que 
habrían  conseguido  sin  diricullad  alguna,  i  aun  habría  basta- 
do para  ello  el  quo  una  pequeña  división  de  infantería  o  los 
carabineros  de  Galleguíllos  hubieran  salido  en  aquel  momen- 
to critico  por  la  quebraba  de  San  Francisco.  Sostienen  algu- 
nos que  esto  no  se  ejecutó  por  una  singular  omisión,  aunque 
oíros  afirman  que  fué  causa  de  olio  la  desobediencia  de  un  su- 
balterno. Pero  el  prudente  i  sagaz  mayor  do  plaza  no  podía 


DE   LA    ADMINISTRACIOPC  MONTT.'  85 

sobrepasar  ,sus  instrucciones,  i  como  ignorase  lo  que  sucedía 
en  el  campo  enemigo  i  le  dieran  al  mismo  tiempo  aviso  de 
que  los  Cazadores  a  caballo  se  adelantaban  para  recobrar  los 
cañones,  ordenó  la  retirada  «sobre  la  plaza,  dejando  inutiliza- 
das ambas  piezas  ¡llevando  varios  prisioneros,  entre  los  que 
se  encontraban  tres  artilleros  ingleses,  que  tomaron  luego 
servicio  en  las  trincheras. 

El  asalto  de  la  batería  de  Campos  habría  sido  un  golpe 
decisivo  sobre  el  enemigo  si  a  un.  cabo  so  le  ocurre  salir  con 
diez  soldados  por  el  costado  sud  de  las  posiciones  enemigas,  i 
hubiera  hecho  sentir  sus  balds  en  el  claustro  del  Lazareto, 
en  aquel  instante,  cuando  todo  era  confusión,  terror  i  oscu- 
ridad dentro  del  cuartel  jeneral  del  enemigo;  pero,  de  todas 
suertes,  fué  un  golpe  mortal  para  los  sitiadores  que  desde 
aquella  noche  no  volvieron  a  hacer  ninguna  maniobra  que  no 
fuera  la  de  la  estricta  táctica  de  estar  a  la  defensiva,  que 
adoptaron  desde  entonces,  trocando  súbitamente  su  rol  de 
sitiadores  en  sitiados. 


IV. 


Los  defensores  de  la  plaza  comprendieron,  por  su  parte, 
la  brillante  posición  que  les  habia  labrado  aquella  serie  de 
triunfos  gloriosos,  alcanzados  en  menos  de  una  seitaana  en  los 
días  18,  25  i  26.  Esperaban  ya  con  certeza,  o  que  el  enemi-^ 
go  levantaría  el  asedio  de  propia  volunfad,  o  que  el  gober- 
nador de  la  plaza  los  desalojara  el  dia  mas  próximo  que 
tuviera  a  bien. 

Engreídos,  entretanto,  con  su  éxito  en  el  asalto  déla  ba- 
lería de  Campos,  querían  de  nuevo  probar  al  enemigo  que 
no  era  en  las  sombras  ni  al  acaso  a  lo  que  debían  su  supe- 


8G  HISTOBU   BE  LOS   DIEZ    aKoS 

riorídad  en  ios  combates,  en  qne  ellos  no  contaban,  ni  el 
número,  ni  la  hora,  ni  el  lugar  siquiera,  r  para  que  su  prue- 
ba fuera  espléndida,  fijaron  la  mañana  del  29tle  noviembre^ 
para  dar  un  asalto  a  la  trinchera  que  el  enemigo  babia  cons- 
truido una  cuadra  hacia  el  oriente  de  San  Francisco,  en  la 
calle  transversal  que  separaba  las  casas  de  los  vecinos  don 
Joaquín  Yicufia  i  don  Ventura  del  Solar. 

Lo^  capitanes  Barrios  i  Ghavot  recibieron  la  orden  de 
cumplir  aquella  comisión  de  audacia  i  sangre  frta,  que  nece- 
sitaba para  el  acierto  no  menos  de  la  certera  pupila  del  ojo, 
que  de  la  firmeza  de  las  manos  que  llevaban  las  espadas 
o  cargaban  los  fusiles. 


A  las  9  de  la  mañana,  cuando  el  vivido  sol  do  verana,  mas 
ardiente  en  aquellas  zonas  en  la  hora  matinal,  caia  sobre  los 
.declives  de  Santa  Lucia,  avanzaban  por  dentro  de  los  solares 
de  las  dos  manzanas  paralelas,  cuyos  ángulos  van  a  ca$r  en 
el  sitio  de  la  trinchera  que  hemos  descrito,  dos  destacamentos 
de  fusileros  qnh  marchaban  a  paso  de  trote  con  sus  oficiales 
a  la  cabeza.  Barrios  iba  a  atacar,  subiéndose  a  los  tejados 
de  la  esquina  oriental  de  la  manzana  mas  vecina  a  la  plaza, 
mientras  que  Ghavot,  derribando  la  puerta  de  calle  del  soliar 
opuesto,,  debia  salir  de  frente  por  la  calle,  una  vez  que  Ba- 
rrios hubiera  empeñado  el  combate. 

Aquella  combinación  tuvo  un  resultado  pronto  i  feliz. 

Apenas  habia  subido  Barrios  con  su  jenle  a  los  aleros  del 
tejado  en  que  debia  situarse,  cuando  comenzó  a  caer  sobre 
la  trinchera  una  lluvia  de  proyectiles  que  las  granadas.de 
mano,  disparadas  desde  arriba  con  certero  pulso,  esparcían 


DE   LA    ADXINISTRACION  VONTT.  87 

al  estallar.  El  esforzado  oficial  de  arlilleria  don  Emilio  Solo- 
mayor,  a  cuyas  órdenes  estaba  la  pieza  de  aquel  reducto,  fué 
herido  en  la  cara  a  los  primeros  tiros,  i  tuvo  que  retirarse, 
dejando  el  puesto  al  capitán  Bustamanle. 

£1  sorprendido  subalterno  volvió  en  el  acto  las  espaldas, 
de  manera  que  cuanda  llegó  Chavot,,  la  trinchera  estaba 
desierta  I  pudo  desprender  el  cafion  volante  de  su  curefia, 
arrastrándolo  eu  el  acto  ala  plaza,  ¡retirándose  esta  vez,  co- 
mo era  su  hábito^  con  la  misma  precipitación  con  que  se  había 
lanzado  al  ataque. 


VI. 


Mas»  aquella  retirada  violenta  i  desacordada  dio  lugar  a  un 
lance,  si  bien  lastimoso,  lleno  de  una  heroicidad  antigua  i 
sublime  que  probaba  el  temple  de  alma  de  aquellos  ciudada- 
nos-soldados que  peleaban  por  la  causa  de  sus  corazones 
desde  la  puerta  de  su  hogar. 

Chavot,  en  su  petulante  ardor  por  llegar  a  la  plaza  con  el 
trofeo  del  día,  olvidó  recojer  los  destacamentos  de  su  parti- 
da, i  como  uno  de  éstos,  que  mandaba  el  maestro  platero 
Toro,  artesano  antiguo,  acomodado,  i  mui  popular  en  la  Se- 
rena, se  hubiese  avanzado  en  demasía  sobre  la  linea  enemiga, 
no  vio  cuando  sus  compañeros  se  retiraban  1  quedó  firme  eb 
el  puesto.  La  Brigada  de  marina,  que  llegaba  entre  tanto  a 
carrera  tendida  al  socorro  de  la  trinchera,  desde  el  Lazareto, 
observó  que  aquel  piquete  no  retrocedía,  i  se  lanzó  sobre  él, 
intimándole  rendir  las  armas*  Aquellos  bravos  eran  solo  once 
con  su  jefe,  i  se  veían  acosados  poc  fuerzas  diez  veces  supe- 
riores, pero  guardando  un  silencio  terrible  como  la  muerte 
que  ganaba  sus^  pechos,  levaptaron  sus  fusiles  i  enviaron  a  sus 
asaltantes  una  descarga  por  única  respuesta.  Otra  descarga 


A 


88  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  A5Í0S 

partió  de  lod  fusiles  de  éstos,  trayendo  al  suelo  a  casi  todos 
]os  sublimes  voluntarios  que  asi  sabiaa  morir,  sin  pedir  gra- 
cia ni  soltar  sus  armas.  Los  que  aun  sobrevivian,  volvieron 
a  cargarlas,  pero  envueltos  por  las  bayonetas  que  de  todas 
partes  les  asestaban  al  pecho,  caian  cubiertos  de  gtoriosos 
golpes,  sin  proferir  mas  palabras  que  las  de  No  nos  rendi-- 
mo$¡  Sus  labios  agonizantes  parecían  helarse  sobre  este  grito 
heroico.  Todos  perecieron  asi,  i  siendo  el  último  do  los  inmo- 
lados el  honrado  i  valiente  Toro;  Aunque  Jierido  de  muerte, 
logró  refujiarse  eta  una  cocina  inmediata  donde  penetraron 
los  soldados  enemigos  pidiéndole  que  se  entregase,  pero  el  de- 
nodado artesano  tomó  el  fusil  por  el  caflon  i  defendiéndose 
con  desesperado  esfuerzo,  mordió  al  Gn  el  polvo  junto  con  sus 
compañeros.  Era  el  polvo  de  la  patria,  grato  al  alma  como  el 
perfume  del  cortijo  en  que  aquellos  bravos  nacieron !  Era  el  pol- 
vo déla  gloria, refuljentet^omo  una  esplendorosa  inmortalidad ! 

Pereció  también  ahí  un  artesano  llamado  el  birlochero, 
famoso  por  su  bravura  i  un  sirviente  doméstico  conocido  con 
el  nombro  de  guitarrita  que  se  había  criado  en  la  familia  de 
don  Antonio  Pinto,  a  cuyo  servicio  estaba  cuando  comenzó  el 
sitio,  logrando  asi  acaso  un  fio  mas  dichoso  que  el  de  su  an- 
gustiado sefior,  quien  murió  de  pesadumbre  mas  que  de  otro 
mal,  al  saber  los  desastres  de  su  suelo. 

Solo  babia  escapado  de  la  catástrofe  uno  de  aquellos  alen- 
tados mozos  del  nombre  do  Ramos,  músico  del  batallón  de 
]a  Serena  que  habia  tomado  su  cuartel  el  dia  7  de  setiembre, 
i  que  debió  a  su  pequenez  de  cuerpo  i  a  su  ajilidad,  el  poder 
ocultarse,  refujiándose  en  el  oratorio  del  obispo  Sierra,  situado 
en  la  esquina  opuesta  quo^ ocupa  la  casado  las  señoras  P^rez, 
de  donde  pasó  en  la  noche  por  los  escombros  de  la  casa  de 
Edwards,  a  contar  aquella  triste  pero  gloriosa  historia  a  sus 
eamaradas. 


BE  íá  ADMINISTRACIÓN  MO^TTT.  89 

Bíjosé  en  abono  del  enemigo,  por  aquel  sacriGcio  inútil  i 
sangriento  de  Toro  í  sus  conapaüeros,  que  era  una  jusla  re- 
presalia por  el  asesinato  de  Salinas  en  la  noche  del  dia  26. 
Pero  aun  en  el  caso  de  que  aquel  lance  hubiera  sido  aleve, 
quedaba  siempre  a  los  sitiados  la  sorpresa  i  la  oscuridad 
como  disculpa,  mientras  que  los  suyos  habían  sido  despeda- 
zados en  la  mitad  clara  del  dia. 

El  capitán  Barrios  habia  sido  también  herido  por  una  gra-^ 
nada  que  reventó  en  sus  manos,  antes  de  dispararla,  i  que  le 
abrazó  de  fuego  todo  el  rostro,  sin  hacerle  ninguna  herida 
de  ímporlancia. 


VIL 


El  dia  no  se  contaba,  sin  embargo,  dentro  de  la  plaza  por 
sus  desastres,  sino  por  la  heroicidad  de  las  mismas  victimas, 
testimonio  de  honor  para  los  defensores,  i  por  los  trofeos  to- 
mados, que  eran  a  su  vez  un  testimonb  de  victoria.  Los  sitia- 
dores que  hablan  visto  sus  obuses  clavados  en  la  mitad  de 
la  noche  en  un  asalto  en  que  se  juzgaron  perdidos,  acaba- 
ban de  contemplar  ahora  como  se  arrancaban  esos  mi&mos 
cañones  a  sus  atrincheramientos  a  la  luz  del  medio  dia. 

Tan  honda  fué,  en  verdad,  la  s^ensacion  que  este  hecho  pror 
dujo  en  el  campamento  de  Cerro-Grande,  que  aquel  mismo  dia 
se  acordó  suspender  oficialmente  la  prosecución  del  sitio,  man^ 
teniéndose  estrictamente  a  la  defensiva,  a  cuyo  fin,  se  despa- 
chó a  Santiago,  como  emisario  confidencial,  al  secretario  de  la 
división,  donjuán  Pablo  Urzua.  En  la  nota  oficial  por  la  que  el 
jefe  sitiador  anunciaba  la  misión  de  esle  comisionado,  no  podia 
disimularse  lo  precario  de  su  situación  i  el  estado  lamentable 

de  precauciones  i  sobresaltos  a  que  se  veia  reducido.  «Cuido 

12 


^ 


90  '       HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

de  evitar  sorpresas  i  celadas,  decia  en  esta  comunicación  al 
Ministro  de  la  Guerra,  pero  no  puedo  responder  de  que  no 
se  repitan,  porque  la  población  es  toda  enemiga ;  conocen  la 
localidad  palmo  a  palmo,  al  paso  que  la  nuestra  solo  princi- 
pia a  estudiar  el  terreno  por  donde  pisa.  En  segundo  lugar, 
porque  la  jente  de  que  dispongo  en  la  ciudad  es  poca  i  se  dis- 
minuye gradualmente  por  infinitas  circunstancias  que  no  so 
ocultan  a  la  penetración  de  U.  S. » 

VIIL 

El  jefe  de  la  plaza  saludaba  aquellos  dias  de  otra  suerte,' 
i  en  las  pajinas  que  les  ha  consagrado  en  su  Memoria  se  leen 
estas  palabras  que  debieran  grabarse  en  el  frontispicio  de  la 
historia  de  la  Serena  como  el  mejor  timbre  de  su  gloria,  a  De- 
cimos que  aquellos  encuentros  tenían  lugar  todos  los  dias,  i  lo 
repetimos  como  una  de  las  cosas  difíciles  de  creer ;  cada  dia 
era  un  combate,  i  cada  dia,  como  en  Troya,  algún  nuevo 
rasgo  de  heroísmo  de  sus  defensores  i  algunos  actos  de  odio- 
sa barbarie  por  parte  de  sus  enemigos.  Entonces,  la  admira- 
ción i  el  encono  duplicaban  la  resistencia . . . . »  (1  )^ 

I  si,  como  emblenia  de  gloria,  debiera  recordarse  el  nombre 
de  Troya,  al  narrar  los  hechos  de  armas  del  sitio  de  la  Se- 
rena, fijémosle  también  en  nuestro  espíritu  como  compara- 
ción verídica,  ahora  qne  vamos  a  contar  los  melancólicos  lances 
de  la  rivalidad  i  las'  pasiones  que  estuvieron  a  punto  de  en- 
tregar al  enemigo,  manchándose  con  la  infamia,  aquellas 
trincheras  que  resplandecían  por  el  calor  dd  fuego  i  de  la 
sangre  de  sus  ciudadanos  mártires. 

(1}  Memoria  citada  del  coronel  Arteaga. 


CAPITULO  V. 


DlSCOnUU  DE  US  DErnSOBES. 

Discordias  en  la  plaza.— Antecedentes  reTolacionarios  de  Arteaga 
i  de  Carrera  en  18&1.— Anomalía  de  las  autoridades  desempe- 
ñadas por  ambos  en  la  Serena.— Sosceptibilidades  del  gober- 
nador.— Sárjela  primera  dificultad  entre  ambos  jefes.— Carrera 
se  retira  temporalmente  de  la  intendencia  i  le  sucede  Huni-* 
zaga. — £1  gobernador  se  gana  con  destreza  la  voluntad  de 
parte  de  la  guarnición. — El  deán  Vera.— Peligros  de  un  golpe 
de  inano.— Arteaga  se  prepara  para  ejecutarlo.— Suscita  una 
querella  con  el  intendente  Munizaga  i  hace  su  renuncia. — 
Estalla  el  complot  el  21  de  noviembre.— Magnanimidad  >de 
Carrera  i  Munizaga.— Ardid  oportuno  de  Arteaga. — Prisión  de 
los  oficiales  Ruíz,  Muñoz,  Vicuña  i  otros.-- Juicio  sobre  este 
golpe  de  autoridad.— El  gobernador  manda  seguir  causa  a  los 
oficiales  presos.— Indigno  tratamiento  de  estes  i  lances  que  ocu- 
rren en  la  prisión  i  en  el  sumario.— Nuevo  conflicto  entre  Ar- 
teaga i  Munizaga.— Sedesafian  a  muerte  i  están  a  punto  de  ba- 
tirse.—Reunión  tumultuosa  del  Consejo  del  pueblo. — Se  levanta 
una  acta  decretando  la  suspensión  del  duelo  i  la  prisión  estricta 
de  Carrera. —Conducta  de  este  en  su  calabozo.— Amargura  de 
Munizaga, 

I. 

Con  la  misma  imparclaí  i  severa  mano  con  que  hemos  ¡do 
consignando  en^esta  narración  cada  uno  de  los  preclaros  he- 


92  HISTORIA  PE  LOS  DIEZ  ifíOS 

cbos  de  la  revolacion  de  Coquimbo,  cábenos  abora,  en  el 
présenle  capílulo,  arrancar  de  aquel  folio  brillante  del  bonor 
i  del  patriotismo,' una  pajina  que  lleva  una  mancha,  la  única, 
empero,  indigna  de  aquellos  anales  que  pudiéramos  llamar 
la  epopeya^  del  patriotismo.  Esa  pajina  es  la  narración  de  las 
discordias  que  surjieron  entre  los  defensores  de  la  Serena  i 
esa  mancha  es  el  motivo  de  las  mezquinas  rivalidades  que  las 
hicieron  nacer,  eh  aquellos  mismos  dias~en  que  tronaba  el 
cañón  enemigo,  rompiendo  en  las  fortificaciones  una  brecha, 
ciertamente  menos  practicable  que  la  que,  al  saberlo,  hubie- 
ran encontrado  los  sitiadores  al  travtz  de  aquella  ingrata  di- 
visión de  partidarios.  , 

Pero  tales  lances,  si  bien  fueron  culpables  hasta  ponerla 
plaza  ed  peligro  de  una  vergonzosa  reudícion,  tuvieron  en  su 
espíritu  mas  de  puerilidad  que  de  crimen ;  mas  visos  de  una 
grotezca  comedia  que  de  una  catástrofe  aciaga. 

La  causa  única  que  la  produjo  i  que  arrastró  de  un  lado  i 
otro,  como  dos  bandos  amenazantes,  pero  no  hostiles  al  pro- 
pósito ¿omun,  a  los  defensores  de  la  Serena,  fueron  las  dife- 
rencias sobre  celos  de  autoridad  que  tuvieron  los  dos  perso- 
najes mas  encumbrados  de  la  revolución  del  norte,  el  inten- 
denle  de  la  provincia  don  José  Miguel  Carrera,  i  el  gobernador 
de  la  Serena  don  Justo  Arteaga. 


IL 


Desde  los  primeros  movimientos  de  la  insurrección  de  18S1 , 
habia  querido  el  destino  traer  como  alados  por  un  mismo  lazo 
revolucionario  a  dos  hombres  que  en  carácter,  en  antecedentes 
i  en  espíritu  se  diferenciaban  tan  hondamente  como  don  José 
Miguel  Carrera  í  el  coronel  Arteaga;  hasta  que  este  lazo  se 


K   LA  AtSIMSmaOÜ  WOMT.  93 

rompm  mleiilaraeDle,  qveJaihlo  ea  la  aliara  el  mas  flexíb!d 
i  d  aas  diestro  de  los  doscocQpeUdores.  pneseslethaiaana 
que  d  Bias  sincero  o  el  mas  despremiido  sufra  la  destMlaja 
eo  las  conlieoJas  que  la  iolríga  naoeja  i  do  la  lealtad  í  la 
justicia. 

Carrera,  no  obslaole  de  profesar  cierto  innato  re traíoiíen lo 
hada  Artea^,  le  habla  ofreciMo  sienupre  maestras  OTidenles 
de  apredo,  hasta  conrerlírse  en  sa  mas  decidido  defensor» 
cuando  toda  la  opinión  se  pronunciaba  en  un  estrepiloso  da« 
mor  contra  la  conduela  de  aquel  jefe  en  el  combate  dol  ^ 
de  abril.  Gónstanos  esto  de  una  manera  intima  i  de  ello  se 
hizo  sabedor  el  mismo  Arleaga  en  los  días  do  prueba  que 
corrieron  para  él  en  la  capital  i  en  el  deslierro»  después  de 
aquel  desastre. 

Asi  fué  que  cuando  consiguió  llegar  a  la  Serena,  donde 
encontraba  a  Carrera  ínreslido  de  una  autoridad  que  equH 
Talia  a  la  dictadura,  le  echó  los  brazas  al  cuello,  cuando 
aquel  se  adelantó  a  recibirle,  i  le  dijo  con  orusion  estas  pala- 
bras  de  una  gratitud  que  era  noble  porque  era  sincera:  Amigo! 
debo  a  Ud.  mas  que  h  vida^  puesto  que  le  debo  mi  kofiorí 


IIL 


La  acojida  que  Arteaga  encontró  en  su  antiguo  compaftoro 
fué  brillante,  i  de  tal  suerte,  que  si  él  no  tuvo  el  primer 
puesto,  era  porque  ya  lo  ocupaba  aquel ♦  i  aunque  solo  lle- 
gara recramaiido  un  puesto  do  soldado,  Carrera  lo  hizo  su 
segundo  en  el  mando  de  la  división,  í  en  realidad,  lo  confió 
la  dirección  ab§olula  de  ella  en  todo  lo  concemionle  al  ser- 
vicio mililar. 

Jí¡  después  de  la  caláslrófo  do  Petorca  quisieron  ambos  so- 


9i  HISTORIA  DE  LOS  MEZ  AÜOS 

pararse^  i  esto  sucedía  precisamente  porque  las  vacilaciones 
de!  coronel  encontraban  un  [fllar  de  apoyo  en  la  firme  volun- 
tad de  su  amigo,  así  como  la  resolución  de  esto  divisaba  sus 
mejores  recursos  en  el  arte  profesional  i  en  los  servicios  es- 
peciales de  aquel  jefe. 

Pero  en  el  recinto  de  las  mismas  fortificaciones  en  que  Ca- 
rrera sería  en  breve  un  reo  i  Arteaga  un  dictador,  le  prestó 
aquel  el  apoyo  de  su  benevolencia  desde  los  primeros  dias 
después  de  su  vuelta. 

El  último  de  estos  jefes  habia  llegado  a  la  plaza  con  ese 
desprestijio  invencible  que  un  primer  fracaso  acarrea  en  el 
ingrato  ejercicio  de  las  armas,  i  cuando,  al  día  siguiente  de 
su  llegada  a  la  Serena,  hubo  de  pasar  revista  al  batallen  cí- 
vico, los  soldados  lo  acojíeron  con  murmullos  sordos  de  des- 
contento, del  que  participaban  los  oficiales  del  cuerpo  i  el  mis- 
ino comandante  don  Ignacio  Alfonso.  El  intendente  Carrera, 
que  habia  reasumido  ya  su  puesto,  hubo,  empero,  de  inter- 
venir para  calmar  aquellas  prevenciones,  i  eso  mismo  día, 
le  nombró,  de  acuerdo  con  el  pueblo,  gobernador  militar  de 
la  plaza. 

£1  coronel  Arteaga  trabajó  en  su  nuevo  puesto,  desde  la 
primera  hora  de  su  comisión,  con  tanto  celo,  con  un  ardor  tan 
intelijente,  con  una  constancia  tan  infatigable  i  un  espiritu 
de  organización  i  de  detalle  tan  eslraordinarios,  que  se  atrajo 
una  jeneral  admiración,  i  en  verdad,  pudo  decirse  que  a  los 
trabajos  ejecutados  bajo  su  dirección  se  debió  el  éxito  dol 
sitio.  Los  recuerdos  de  abril  i  de  Petorca  pudieron  borrarse 
del  corazón  de  los  coquimbanos.  La  cordialidad  mas  perfecta 
reinaba,  por  otra  parte,  entre  el  intendente  de  la  provincia, 
que  obraba  esta  vez  en  una  esfera  propia  do  acción,  (no  es- 
tando todavía  cercada  la  ciudad  sino  por  las  partidas  volan- 
tes de  Prieto)  i  el  gobernador  de  la  plaza  que  se  ocupaba 


DE    LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  9S 

esciusivamcDlo  de  ias  operaciones  profesíooales  de   la  de* 
feosa. 


IV. 


Pero,  una  vez  puesto  el  asedio  de  la  plaza,  aquellas  dos 
autoridades  iban  a  entrar  en  un  inevitable  conflicto^  estre- 
chándose en  las  cuatro  manzanas  quo  comprendía  el  circuito 
forliflcado,  ha%ta  el  punto  en  quo  la  una  o  la  otra  debia  pere- 
cer ahogada  a  falta  do  espacio  i  de  vida.  La  autoridad  del 
intendente,  que  por  su  naturaleza  era  puramente  civil,  que- 
daba OGiosa  i  reducida  a  la  impotencia  desde  que  el  primer 
disparo  de  fusil  anunciara  la  ruptura  de  las  hostilidades;! 
solo  podía  tener  ejercicio  e  imperio  el  empleo  del  gobernador 
militar  del  que  todo,  i  el  intendente  mismo,  iba  a  depender. 

Por  omisión,  mas  bien  que  por  ningún  otro  motivo,  pues 
en  vano  encontraría  una  causa  indigna  a*eslos  desaciertos 
la  mala  fé  polilica,  se  dejó  en  pié,  i  la  una  en  fronte  de  la 
otra,  aquellas  dos  autoridades,  de  las  que  la  mas  encumbra- 
da era  solo  un  nombre,  siendo  en  realidad  la  que  tenia  un  rol 
secuüdario  la  que  representaba  el  supremo  poder. 

En  este  error  estuvo  el  jérmen  del  mal,  i  como  las  pasio- 
nes no  tardaran  en  soplarío,  se  encendió  la  discordia  i  trajo 
al  fin  su  melancólico  estallido. 

Con  otros  caracteres,  aquélla  contraposición  habría  sido 
solo  una  sombra  quo  en  nada  habría  daflado  a  la  empresa  de 
l>uro  i  jcncroso  patriotismo  en  que  lodos  ios  ánimos  estaban 
comprometidos.  La  índole  del  coronel  Arteaga,  fatalmente,  no 
podía  consentirío.  Jenio  desconQado  i  suspicaz,  susceptible  cu 
gran  manera  al  albago  doslunjibrador  de  la  lisonja,  i  receloso» 
por  (auto,  do  los  bienes  falaces  quo  esta  acumula ;  su  posi- 


96  HISTORU  DE  LOS  DIEZ  ANOS 

cion,  suballerna  en  el  nombre,  i  que  en  el  hecho  era  superior, 
se  presentaba  a  sus  ojos  como  una  anomalía  desdorosa  i  hu- 
millante. «Si  todos  los  sacrificios  pesan  sobre  mi,  decía  a  sus 
confidentes  i  se  repella  a  si  propio,  si  toda  la  responsabilidad 
me  pertenece  i  si  los  trabajos  de  la  empresa  por  mi  solo  son 
ejecutados  ¿por  qué  otro  ha  de  llevarse  la  gloría  en  la  cús- 
pide del  renombre,  sometiéndome  a  mi  a  un  rol  de  segunda 
linea?» 

.Rabia  en  esto,  en  verdad,  mas  egoísmo quq amor  a  la  gloría, 
que  siempre,  cuando  es  lejítimo,  es  la  abnegación  absoluta  do 
la  personalidad ;  j^ero  el  gobernador  lo  comprendía  de  otra 
suerte,.!  por  un  nombre  en  la  remola  posteridad,  olvidó  un 
deber  de  patríotismo,  de  amistad  i  aun  de  gratitud,  del  que 
ahora  esa  posteridad  le  hace  con  nosotros  un  grave  cargo. 


V. 


No  tardó  en  presen  tarse  la  ocasión  de  una  primera  dificul- 
tad, de  un  conflicto  de  poderes,  i  tan  cierta  era  la  incompa- 
tibilidad de  estos,  que  aquella  sucedió  el  mismo  día  en  que  la 
división  sitiadora  so  aproximaba  a  la  plaza.  Se  recordará, 
como  hicimos  alusión  en  aquel  lugar,  que  hubo  ciertas  di- 
ferencias  para  contestar  la  nota  de  intimación  qué  el  coronel 
Garrido  envió  a  la  plaza,  al  siguiente  día  de  su  desembar- 
co, i  aquellos  fueron,  en  efecto,  promovidos  por  el  coronel 
Arteaga,  quien  pretendía  que  a  él  solo  tocaba  el  honor  de 
dar  la  respuesta  de  la  nota  en  su  carácter  de  gobernador  de 
lo  plaza,  cuya  rendición  se  solicitaba.  Carrera,  como  hemos 
visto,  no  cedió  esta  vez,  pero  fué  preciso  transar  la  compe- 
tencia por  una  amplia  autorización  para  tratar  que  dio  al  go- 
bernador de  la  plaza,  en  cuya  virtud,  vimos  quo  el  coronel 


DE   LA  ADMIKÍSTRACION  MONTT.  97 

AMeaga  habia  enlriKdo  en  corrospondoncía  ¡  colebi^ado  una 
conforeocia  coa  ol  jelfe  do  las  fuerzas  sitiadoras. 

Pero  aquella  circunstancia  de  que  sus  facultades  fuesen  una 
autorización  derivada  i  no  un  poder  propio  no  cabia  como 
justa  en  el  ánimo  del  gobernador,  que  en  esta  parte,  debemos 
confesar,  no  se  manifestaba  a  la  altura  de  la  misión  que  lle- 
gaba; i  asi  sucedió  que  de  los  menores  incidentes  del  sitio 
iban  naciendo  tantas  dificultades  que  al  fin  se  aglomeró  un 
cooflicto  serio. 


VI. 


Carrera,  cuyo  pecho  no  albergaba  otro  sentimiento  que  el 
anhelo  de  defender  aquel  úllíno  asilo  do  una  revolución  quo' 
habia  nacido  entre  sus  manos  i  que  en  ellas  so  habia  perdido^, 
estaba,  entretanto,  dispuesto  a  arrostrar  los  mas  amargos 
sacrificios,  a  fin  de  evitar  aun  un  leve  peligro  para  aquella, 
empresa,  en  la  que  veia  cifrado,  no  solo  el  bien  de  la  causa 
a  que  era  responsable,  sino  su  propio  ho  ñor  de  hombre  i  de 
patríala.  Para  estorbar  el  que  los  males  cundieran,  resolvió 
pues  el  apartarse  do  la  intendencia,  i  a  mediados  de  noviem- 
bre, llevólo  a  efecto,  renunciando  provisoriamente  aquel  óiu-. 
pleo  en  el  ciudadano  don  Nicolás  Munizaga,  cuyo  carácter  mas 
dócil  se  amoldaría  fácilmente  al  espíritu  susceptible  i  exijento 
del  gobernador.  Este  se  habia  colocado  ya  a  la  allura  de  un 
hombre  necesario,  i  obraba  como  tal,  ofreciendo  s\x  renuncia 
cu  todas  las  eventualidades  que  surjian. 

La  buena  intelijencia  de  las  dos  autoridades  no  podía,  em- 
pero, ser  muí  duradera,  por  mas  elasticidad  que  tuviera  cl 
carácter  del  bondadoso  i  patrióla  Munizaga.  Parecía  que  cl 
gobernador  estaba  definitivamente  resucito  a  no  reconocer 

13 


98  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

aatoridad  superior  a  su  empleo,  í  en  e^ta  mira,  que  envol- 
vía el  designio  de  una  verdadera  conjuración^  tomaba  todas 
sus  medidas. 


vn. 


Como  antiguo  militar,  era  apto  en  el  arte  de  ganarse  el 
afecto  del  soldado,  i  contaba  desde~  luego  con  la  adhesión  del 
cuerpo  de  mineros,  que  formaba,  como  hemos  visto,  la  re- 
serva volante  de  la  plaza.  Con  alhagos  a  propósito,  con  do- 
bles raciones,  i  cierta  intimidad  insinuante  que  consentía  al 
hombre  mas  influyente  de  esta  tropa,  el  capitán  Gaete,  ex- 
soldado i  ei-minero  a  la  vez,  el  gobernador  se  había  hecho 
propicio  este  batallen,  núcleo  de  la  defensa,  i  que  él  tenia 
siempre  a  la  mano  en  el  cuartel  jeneral,  en  cuya  vecindad 
estaba  su  casa  habitación. 

Habíase  también  captado  la  voluntad  de  los  oficiales  mas 
importantes  i  mas  populares  de  la  guarnición,  como  los  dos 
hermanos  don  Ignacio  i  don  Antonio  Alfonso,  aquel  coman- 
dante del  batallón  cívico  í  el  ultimo,  mayor  de  plaza ;  del  jóvea 
don  Salvador  Cepeda,  antiguo  comandante  de  la  artillería  quo 
marchó  a  Pelorca,  ¡  por  cuya  mediación  podia  ejercer  influ— 
jo  sobre  los  changos  artilleros;  de  los  capitanes  Cbavol  i. 
Barrios,  i  por  último,  de  alguoos  vecinos  íQÜuyentes  como  doo 
Tomas  Zenteno  I  el  deán  Vera,  que  era  su  verdadera  columna 
de  apoyo. 

VIII. 

Este  venerable  sacerdote,  que  la  tradición  <le  los  pueblos 
del  norte  ha  santificado  por  i^s  virtudes  evanjélicas  i  por  su 


DE    LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  99 

marlirío  en  estraña  tierra,  tenia  un  acendrado  patriolisoio, 
una  caridad  infinita,  i  un  celo  apostólico  que  recordaba  al 
misionero  antiguo.  Pero  su  intelijencia  no  llegaba  lan  alio  co- 
mo su  corazón,  ¡  vivía,  por  tanto,  oruscado,  prestándose  a  ser 
manejado  fácilmente  por  el  que  fuera  baslanto  diestro  para 
sondear  su  espíritu  i  aprovecharse  de  su  popularidad.  Para 
él,  nada  eiistia  sino  personificado  de  alguna  manera  en  un 
nombre,  o  en  un  prestijio.  Antiguo  capellán  de  ejército,  habia 
servido  en  las  campañas  del  Perú  a  las  órdenes  del  jeneral 
Cruz.  Para  su  espíritu,  en  consecuencia,  la  revolución  d^ 
1851  no  era  mas  que  este  jefe;  su  único  programa  político 
estaba  concebido  en  estas  dos  palabras— Vt^a  Cruz!  que  eran 
para  su  ánimo  sencillo  el  símbolo  acabado  de  su  fé  políiica, 
como  la  cruz  de  un  leño  lo  era  de  su  fé  relijíosa.  Dentro  de 
la  plaza,  su  lójica  era  la  misma,  i  no  podía  concebir  que  en  el 
sitio  hubiera  otro  principio,  otro  nombre  ni  otro  poder  que 
el  del  gobernador  militar  encargado  do  defender  las  trinche- 
ras (I ). 

(i)  Nada  caracteriza  mejora  este  hombre  sencillo  i  venerable 
qne  la  declaración  prestada  en  el  proceso  qne  se  le  sígiiiY)  en  la 
Serena,  por  uno  de  sns  acólitos,  joven  injénno  i  bien  íntencio* 
nado,  que  después,  en  1859,  ha  surrido,  por  la  causa  pública.  Esta 
dice  así:  «El  mismo  día  20  (abril  de  1852)  ¡  para  el  mismo  efecto, 
compareció  al  Juzgado  don  GasparRivadeneira  (clérigo  de  meno- 
res) i  previo  el  juramento  necesario  dijo  :  que  con  respecto  al  canó- 
nigo Vera,  le  consta :  1.*^  que  antes  de  la  revolución  miinifestó  al  do* 
clarante  sus  simpatías  por  la  causa  del  jeneral  Cruz,  i  que  a  pesar  de 
algunas  indícacio;)es  que  habia  recibido  para  sufragar  en  Jas  elec- 
ciones por  la  causa  llamada  del  orden,  no  lo  liabia  querido  hacer 
sino  por  la  causa  contraría»  en  favor  de  la  cual  habia  conquistado  el 
sufrajio  de  varias  personas:  2.<»  que  el  día  7  de  setiembre  en  la 
(arde,  estando  el  susodicho  canónigo  rezando  en  la  Catedral 
el  oGcío  divino^  sucedió  el  molin,  i  el  canónigo  dijo  al  esponente; 
EinectBario  que  los  encomendemos  a  Dios,  refiriéndose  a  los  amo- 
tinados. Así  lo  hicieron^  pero  Vera  no  podía  fijar  su  atención  al 


100  HISTORIA  Df  LOS  DIEZ  aKÓS 

El  buon  sacerdote  se  plegó  pues  con  lodos  sus  sentidos  i 
toda  su  popularidad  al  lado  del  coronel  Arleaga,  quien  Jo  cs- 
plolaba  hábilmente  i  con  tal  maña,  que  el  exaltado  canóniga; 
fué  el  primero  que  comenzó  a  exijirle  so  arrogara  de  becbo 
el  poder  supremor  haciendo  a  un  lado  a  lodos  sus  émulos. 


IX. 


Pero,  apesar  de  todo,  Arteaga  analizaba  con  prurfenoia  su 
sihiacion  i  comprendía  que  sus  recursos,  si  bien  le  serian  se- 
guros para  marcfiar  como  hasta  entonces,  con  cierta  capa  do 
doblez,  podrían  faltarle  el  dia  en  que  se  presentara  ú  cdrái 
descubierta  usurpándose  el  poder. 

No  contaba,  en  efecto,  ni  con  el  apoyo  ni  aun  la  conniven- 
cía  do  ninguno  de  los  comandantes  de  trinchera,  algunos  do 

rezo,  impulsado  sin  duda  del  deseo  de  concurrir  al  cuartel,  situa- 
do en  uno  de  los  claustros  de  la  misma  iglesia  de  la  Merced,  que 
hace  \eces  de  Catedral.  Concluido  el  rezo  se  fué  al  cuartel,  don* 
de  fué  saludado  i  jíctorcado  por  la  tropa  i  populacho  que  se  había 
reunido  ya:  3.°  el  dia  ocho  siguiente  se  reunió  el  cabildo,  i  «Hí 
se  leyó  la  acta  revolucionaria  que  firmó  el  citado  Vera:  4.°  a  los 
pocos  dias  marchó  ai  $ur  como  uno  de  ios  miembros  de  la  comi* 
ttion  encargada  de  presentarse  al  Jeneral  Cfuz,  para  estimulaHo  a 
segundar  el  movimiento,  exijir  también  que  dicho  jeneral  se 
pusiera  a  la  cabeza  de  la  fuerza  que  debiera  levantarse  en  aquel 
punto  i  poner  en  su  noticia  que  los  coquimbanós  estaban  resuel- 
tos a  auxiliarle  con  tropas  i  dinero  :  5.^  que  al  tiempo  de  marchar 
Jos  revolucionarios  a  Petorca,  V^era  colocó  al  cuello  de  los  soldados 
cíí-capularios  de  Mei cedes,  diciéndoles  que  por  su  virtud  se  libra- 
rían de  todo  peligro^  que  marchasen,  que  no  tuviesen  miedo  i 
que  mediante  la  intersecion  de  ta  Vírjen  se  librarían  de  todo 
peligro:  6.»  que  a  los  pocos  dias  después  de  haber  llegada  la  di- 
visión de  Atacama,  luvo  lugar  una  procesión  dispuesta  por 
el  mismo  canónigo  que  salió  con  la  custodia  bajo  de  palio  i  ben- 
dijo con  la  misma  las  trincheras:  7.*  que  por  el  mismo  Vera  se 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN    MONTT.  101 

los  (¡lié  le  oran  abicrtanionle  hostiles,  como  Ricardo  Ruiz 
Pablo  Muñoz.  Solo  Barrios,  que  obraba  bajo  la  influencia  do 
los  Alfonso,  de  cuya  casa  do  comercio  había  sido  antes  depen- 
diente o  asociado,  le  ofrecía  una  cierta  garanlia  de  sosteni- 
miento en  una  crisis.  Los  carabineros  de  Gallcguíllos  le  eran 
también  adversos,  como  lo  era  su  jefe,  cuya  lealtad  a  Carrera 
parecía  incontrastable,  Aun  do  sus  mismos  partidarios  mas 
importantes,  como  los  hermanos  Alfonso,  no  debía  esperar 
una  resolución  a  toJa  prueba  oñ  un  día  do  conflicto,  que  po- 
día parecer  un  día  de  traición.  Aquellos  jóvenes  tenían,  en 
verdad,  un  fondo  do  honradez  i  patriolismo  que  les  hacia 
mirar  con  recelp  todo  proyecto  do  revueltas  intestinas,  i  ade- 
mas,.eran  por  mucho  mas  dóciles  a  la  amistad  probada  do 
don  Nicolás  Munízaga,  quien,  por  otra  parle,  tenia  un  presttjio 
casideoisivo  en  el  batallen  cívico  que  guarnecía  las  trincheras. 

dispuso  también  una  novena  con-el  objeto  .de  implorar  el  triunfo 
de  la  causa  que  sostoriia,  de  cuya  novena  recuerda  los  sigui^E^ntes 
pasajes»— v(^  los  principios  que  se  controvierten  entre  los  dos 
partidos  belíjerantes  no  tienden  a  garantir  la  libertad,  don  de| 
cielo,  con  qüeiel  supremo  Hacedor  dotó  al  hombre  desde  el  pri- 
mer instante  de  su  concepción,  haz,  poderosísima  Vírjen,  que 
triunfe  aquel  que  lleve  al  frente  ia  divisa  de  su  proclamación  i 
efectividad.  Que  al  gobierno  recientemente  constituido  Jo  defien^ 
dan  nuestras  tropas  con  un  valor  constante  cual  antiguos  Maca-* 
beos.  Que  la  dictadura  recientemente  sancionada,  la  véanlos  des- 
aparecer, como  igualmente  el  yugo  ominoso  que  nos  oprime.»  8.^ 
por  último,  que  Vera  ha  permanecido  en  la  plaza  sitiada  hasta  e{ 
momento  mismo  que  la  desocuparon  los  que  la  defendían». 

A  €Stos  detalles  solo  tenemos  que  añadir  que  Vera  era  natural 
de  Melípilla,  donde  había  nacido  en  t790,  teniendo  por  consi- 
guiente mas  do  60  anos  en  la  época  de  la  revolución.  Parécenos 
haber  oído  decir  que  fue  padre  mercenario  en  los  primeros  aiios 
de  su  carrera  eclesiástica,  pero  sí  no  fué  así,  al  menos  murió  en 
un  claustro,  habiendo  fenecido  en  un  convento  de  Arica  en  18S5. 
Sus  cenizas  fueron  trasportadas  a  la  Serena  i  honradas  por  el 
pueblo,  en  el  que  se  recojió  una  suscripción  con  aquel  objeto. 


102  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

Do  suerte  pues  que  en  realidad,  Arleaga  no  contaba  por 
seguro  para  un  golpe  de  mano  sino  con  el  batallón  de  Yun- 
gayes,  algunos  oficiales  atrevidos  como  Gaele  ¡  Cbavol  ¡  el 
deán  Vera,  que  era  su  supremo  inspirador. 

Con  una  audacia  eslraüa,  resolvió,  empero,  dar  un  golpe  de 
estado  dentro  de  la  plaza,  contando  acaso  mas  con  la  floje- 
dad de  carácter  i  elevación  de  ánimo  de  sus  émulos  que  coa 
el  apoyo  de  la  fuerza. 


Para  provocar  el  conflicto  decisivo,  valióse  del  mas  singu- 
lar protesto,  suscitando  un  altercado  con  el  intendente  Muni- 
zaga,  porque  este  habia  omitido  el  tratamiento  de  U  S.  en 
una  nota  que  le  envió  el  20  de  noviembre,  hablándole  de  cierto 
ganado  que  se  necesitaba  eu  la  plaza  (1). 

( 1 )  Asf  lo  refiere  una  verídica  i  estensa  carta  de  Monizaga  a  don 
Pedro  Félix  Vicuña,  de  fecha  14  de  diciembre,  que  orijinal  tene- 
mos a  la  vista.  ^ 

Ya  desde  el  dia  10  de  noviembre  habian  ocurrido  ciertos  lances 
reservados  en  que  aquella  animosidad   aparecía  envuelta. 

He  aquí  una  comunicación  cambiada  en  esa  fecha  entre  Carrera 
i  Muñí  zaga,  que  descubre,  al  través  de  una  futilidad,  lo  grave  del 
mal  que  iba  cundiendo  entre  los  sitiados,  a  la  par  que  los  jene- 
rosos  sentimientos  de  su  caudillo. 

Este  noble  documento  ha  llegado  a  nuestras  manos  solo  ÚU¡«* 
mámente  (agosto  de  1860}  enviado  por  el  sefior  M unízaga,  así 
como  otras  tres  o  cuatro  piezas  mas  que  incorporáremos  en 
este  capítulo,  constituyendo  las  únicas  novedades  que  hemos  in- 
troducido en  esta  historia,  pues  en  todo  lo  demás  no  hemos  cam* 
biado  una  sola  línea,  desde  la  época  en  que  la  escribimos. 

Las  comunicaciones  referidas  dicen  así: 

Señor  don  José  Miguel  Carrera: 

Noviembre  10  de  1851. 
aDesearia  que  Ud,  mandase  llamar  al  comandante  de  serenos 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  403 

CoD  el  fútil  protesto  do  aquellas  dos  letras  mayúsculas^  el 
gobernador  hizo  por  la  seguida  o  tercera  vez  su  renun- 
cia,  i  como  supiera  que  Carrera  i  Munizaga,  cansados  ya  de 
aquellas  susceptibilidades  insidiosas,  se  resolvían  a  admitir- 
la (1)  nombrando  al  ultimo  en  su  lugar  ¡  asumiendo  aquel  la  ín- 

par»  que  ponga  un  sereno  a  cierta  distancia  que  pudiese  ver  si 
venia  el  enemigo  i  avisase  oportunamente  a  las  trincheras. 

Su  seguro  servidor». 

Nicolás  MciazAGA. 


CONTESTACIÓN» 

«El  gobernador  de  la  plaza  tiene  a  los  serenos  i  víjilantes  a  sag 
órdenes.  Ademas,  esta  medida,  por  mui  acertada  que  sea,  seria 
desaprobada  sí  yo  la  dispusiese.  Ayer  dijo  de  voz  en  cuello  que 
DO  tenía  que  ver  yo  en  las  trincheras  i  que  no  se  obedeciese  sino 
a  él.  Seria  mejor  que  se  viese  con  el  gobernador.  Persuádase 
que  no  es  posible  que  yo  siga  desempeñando  este  destino.  Dispuesto 
estoi  a  hacer  toda  clase  de  sacríGcios  por  la  causa  que  defende- 
mos i  por  este  pueblo,  pero  el  de  mi  honor,  nó,  porque  este  per- 
tenece a  mis  hijos.  Es  lo  único  que  puedo  legarles,  un  nombre  sin 
mancha. 

Le  considero  a  Ud.  bastante  patriota  pard  que  haga  el  pequeño 
sacríGcio  de  admitir  la  Intendencia,  Este  es  el  único  medio  de 
evitar  la  anarquía  entre  nosotros. 

De  Dd.  afectísimo». 

Garbera. 

(t)  He  aquí  el  decreto  por  el  que  se  admitió  a  Arteaga  su  renun- 
cia. Está  copiado  de  los  papeles  citados  de  Munizaga,  cuyos  ori- 
jinales  se  hallan  en  mi  poder. 

IHT  BNDENCIA  BE  COQUIMBO. 

Serena^  noviembre  21  de  1851, 
La  Intendencia,  con  esta  fecha,  ha  decretado  lo  que  sigue: 
Atendiendo  a  los  justos  motivos  en  que  funda  su  renuncia  el 
gobernador  de  la  plaza  don  Justo  Arteaga,  vengo  en  admitírselii 


i  04  UISTORU  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

teiuloDcia,  resolvió,  Ü6  acuerdo  con  sus,  partidarios, dar  (A  gol- 
pe en  aquel  mismo  día  (21  de  noviembre).  No  importaba  ^ue 
unas  pocas  horas  ánles  el  enemigo  hubiese  estado  a  punto  de 
hacerse  duefio  de  la  plaza  por  una  formidable  sorpresa  noc-« 
turna! 

£1  plan  del  gobernador  era  mui  sencillo.  Consistía  solo  en 
poner  sobre  las  armas  el  batallón  de  mineros  enelcuarlel  je- 
neral  de  la  Catedral,  colocar  un  centinela  de  vista  al  inten- 
dente Carrera  que  dormia  en  una  pieza  de  la  casa  contigua 
a  la  trinchera  de  Barrios,  uno  de  los  mas  comprometidos, 
i  proclamándose  él  mismo  en  su  lugar  como  única  autoridad, 
hacer  venir  a  la  plaza  la  guarnición  de  todas  las  trincheras 
para  que  le  reconociesen  como  a  tal.  En  seguida,  se  reuniría  el 
Consejo  del  pueblo,  que,  maniobrado  convenientemente  por 
Vera  i  Zenleno,  sancionaría  todo  lo  que  se  hubiese  ejeoalado^ 


XI. 


nizose  asi,  i  en  la  mafiana  del  21  de  noviembre,  cuando 
Carrera  se  aprontaba  a  salir  de  su  habitación  para  ir  a  rea- 
sumir sü  puesto  de  intendente  i  deponer  ^  Arteaga^  un  ceq-, 
iinela  que  el  capitán  Barrios  había  puesto  a  su  puerta,  lo 
atajó  el  paso^  presentándole  por  toda  consigna  la  punta  de  la 
bay^onela,  a  lo  que,  era  fuerza  someterse, 

i  ■)         •  '  ; 

nombrando  en  su  lugar  al  coronel  don  Nicolás  Manízaga.  PubX-. 
quese  i  transcríbase. 
Lo  comunico  a  U.  S.  para  su  iñtclijoncía  i  fines  consiguientes. 
.  Dios  guarde  a  U.  S. 

José  Miguel  Carreba. 

Pablo  Escrihar. 

•  "  •  Pro-secretario. 

Selor  don  Ktoolu  MunUaga. 


DE   LA    ADMINISTRACIÓN  MONTT.  fOSÍ 

En  el  mismo  instante  en  quo  el  gobernador  sabia  queCa- 
rrera  estaba  detenido,  enviaba  la  orden  a  las  trii^pheras  de; 
despachar  a  la  plaza  toda  su  jonle  disponible,  a  fin  de  que 
la  guarnición  le  prestara  obediencia,  dejando  cortos  destaca- 
mentos para  custodia  de  las  fortificaciones.  Oficiales  de  su> 
confianza  corrían  en  todas  direcciones  a  llevar  estas  órdenes, 
mientras  él  permanecía,  no  sin  cierto  sobresalto,  en  el  cuartel 
jeneral,  donde  el  deán  Vera  no  se  separaba  un  instante  de. 
su  lado.  Él  Consejo  del  pueblo  estaba  también  .reuDi<|o  i  se 
había  declarado  en  sesión  permanente  (I). 

(1]  Hé  aquí  la  orden  que  se  había  dado  por  Carrera  para  ave- 
riguar el  nriotivo  de  aquella  sesión  tumultuosa  del  Consejo,  orden' 
que  por  las  incidencias  del  día,  sin  duda,  no  se  Uevó.a.ef6Cto.j 
Dice  así: 

mTBNDENCIA    DE   COQUIUBO. 

Serena^  noviembre  21  de  1851. 
Teniendo  noticias  esta  intendencia  que  en  la  sala  del  Tribu- 
nal exisfe  una  reunión  de  individuos  procediendo  a  un  acuerdo  r 
tomando  medidas  en  contra  de  esta  intendencia,  U.  S.  procede-^ 
rá  inmediatamente  a  reconocer  el  oríjen  de  la  espresada  reunioa 
i  el  motivo  de  ella. 

Dios  guarde  a  ü.  S. 

José  Miguel  Caebera.  . . 

Al  seflor  gobernador  de  la  plata  coronel  don  Nicolás  Munkaga 

Ya  antes  de  espedir  esta  orden,  los  dos  amigos  se  habian  dado 
aviso  de  lo  que  pasaba,  según  aparece  de  las  siguientes  e^qoelas, 
cayos  orijinales  conservo.  Dicen  así: 

Señor  don  José  Miguel  Carrera: 
Ife  citan  para  la  casa  de  la  Corte  don^e  se'encuentran  varias 
personas  reunidas.  Quisiera  que  Ud.  me  dijera  si  también  va  a 
dicha  reunión. 

Su  amigo. 

Nicolás. 


CONTESTACIÓN. 

La  misma  cita  se  me  ha  hecho,  i  he  centcstjido  que  en  mi  casa 

14 


106  BISTORIA  DE   LOS  DIEZ  AÑOS 

Pero  ana  súbita  resíslencía  iba  a  traerle  diQcuUades  im- 
previstas qae  esponiao  su  tentativa  a  un  fracaso  ¡Dmioente,  a 
la  par  que  amagaban  la  ruina  de  la  plaza.  La  mayor  parte  da 
los  jefes  de  trinchera  se  negaron,  en  efecto,  a  obedecerle, 
escepto  Barrios. 

El  comandante  Ruiz,  que  era  el  ma's  exaltado  de  sus  ene- 
migos» i  que  conocía  por  las  conQdenci  as  de  Carrera  los  pla- 
nes del  gobernador,  tan  luego  como  vino  a  sus  manos  la  órdea 
de  este  para  que  enviara  al  cuartel  jeneral  la  guarnición  da 
Stt  mando,  desgarróla  con  indignación  e  intimó  al  mayor  del 
batallón  civico  don  Jacinto  Concha,  que  había  sido  el  porta- 
dor de  aquel  despacho,  que  si  otra  vez  volvía  a  presentarse 
on  su  trinchera,  lo  amarraría  a  la  boca  del  caflon  i  lo  aven* 
taria  en  el  aire;  i,  sin  trepidar  entre  el  dicho  i  el  hecho,  puso 
sobre  las  armas  la  numerosa  guarnición  de  su  reducto,  or- 
denando a  los  artilleros,  con  una  violencia  inaudita,  qua 
volvieran  su  pieza  sobre  la  plaza  para  atacar  la  primera  fuerza 
que  viniera  de  parte  de  Arteaga,  despachando,  ademas,  al 
oficial  don  Elias  Salcedo,  un  niño  de  1 5  aflos,  para  que  fuera 
de  trinchera  en  trinchera  a  decir  de  su  parte  1  a  nombra 
de  Carrera  i  Munizaga,  que  era  preciso  revelarse  contra  el 
traidor  Arteaga,  cuyo  plan  era  vender  la  plaza  al  enemigo. 

se  roe  encnentra.  Esto  se  parece  a  un  motín  para  el  que  estaba 
preparado  este  caballero.  Conviene  que  hable  con  Alfonso  i  visiten 
las  trincheras,  haciendo  saber  a  los  comandantes  que  üd.  es  el  go-> 
bernador.  Lo  demás,  déjelo  a  mi  cuidado.  No  voi  porque  espero 
que  vengan  esos  señores,  que  se  han  constituido  en  consejo,  se- 
gún me  dicen. 

Su  afectísimo  amigo. 

Carbbbá. 

En  este  momento,  me  intiman  que  vaya  al  Consejo  i  que  s¡  no, 
se  me  mandará  traer  con  grillos;  no  voi.  Esporo  que  me  manden 
llevar  con  grillos.. 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONÍT.  107 

Por  SU  parte,  el  co  mandan  le  Muñoz  habia  arengado  tambíe» 
a  sus  soldados  i  los  lenia  dispuestos  a  cualquiera  resistencia^ 
mientras  que  Galleguiilos  formaba  sus  carabineros  en  la  pla- 
zuela de  Santo  Dotníngo,  i  mandaba  decir  a  sus  amigos  que 
contaran  con  su  espada  en  aquel  día. 

El  leal  soldado  acababa  de  recibir  una  orden  del  goberna*. 
«  dor  do  la  plaza  concebida  en  estos  términos.  «El  comandante 
de  Carabineros  don  Silvestre  Galleguiilos,  obrará  conforme 
a  las  prevenciones  verbales  que  le  bará  el  sárjenlo  mayor 
Argandoüa — Arteagan.  Pero  (Jalleguillos  estaba  resuello  a- 
desobedecer  aquel  mandato,  porque  sabia  era  ilejilimo i  com- 
prendía, ademas,  que  él  era  hombre  que  se  baria  perdonar 
cualquier  acto  de  insubordinación  por  el  jefe  que  quisiera 
sostener  la  defensa  de  la  plaza. 

£1  confiictü  era  serio.  Un  rompimiento  armado  Iba  a  tener 
lugar.  El  impetuoso  deán  aconsejaba  al  gobernador  el  proce- 
der a  la  captura  de  los  reos  de  resistencia,  diciéndole  repe- 
tidas veces  coa  referencia  a  Ruiz.  Señor,  por  menos  que  esto^ 
he  visto  yo  fusilar  I  i  ya  iba  a  darse  la  orden  de  desaroiar 
por  la  fuerza  a  los  que  se  resistian,  levantando  aquel  escán- 
delo de  perdición  a  la  vista  del  enemigo,  que  no  tardaría  en 
lanzarse  a  castigarlo,  aplicando  a  lodos  los  culpables  parti- 
darios la  misma  lei  de  vergüanza  i  vasallaje,  cuando  se  pre- 
sentó en  el  cuartel  jeneral,  como  una  aparición  redentora,  el 
patrióla  don  Nicolás  Munízaga. 


XII. 


Por  un  acto  de  magnanimidad,  fácil  a  su  corazón  i  que  ha- 
bia encontrado  un  eco  vivo  en  el  pecho  de  Carrera,  habianí 
resuelto  ambos  en  aquel  momento  sacrificarse  a  las  misera- 


1t)8i  HISTORIA  BE  LOS  DIEZ  ANOS 

bloB  rencillas  que  los  dividían,  í  Munizaga  habia  salido  a 
toda  prisa,  a  poDer  orden  en  las  Uincheras,  temiendo  quo  el 
enemigo  se  hubiese  apercibido  de  lo  que  pasaba  i  se  aprove- 
obase  de  una  crisis  tan  oportuna  como  espantosa. 

Apenas  había  comunicado  su  resolución  a  Arteaga,  se  diri- 
jié  api'^uradamjQnte  a  la  trinchera  de  Buiz,  i  a  fuerza  de  ins- 
tancias, redm'o  a  aquel  valeroso,  pero  precipitado  joven,  a 
doai^ír.  de  su  propósito,  i  tomándole  del  brazo,  lo  sacó  del 
pues:^^  P9ra  ir  con  él  a  la:  trinchera  de  Muñoz,  ordenando  a 
Iftsarlillerp^  qué  en  el  acto  coloóaran  el  cafiou  en  su  antigua 
po^ícipn..  jUufloz  no  opuso  resistencia  a  la  voz  de  un  amigo 
OQfflto  U^nizaga,  que  le  hablaba  también,  a  nombre  de  Garre- 
i»,  Ait^ndonando  su  trinchera,. se  dirijia  con  Buiz  i  Munizaga 
a  reunirse  a  Gaileguiilos,  que  se  mantenía  todavía  en  la 
glazQpI^,  con  las  riendas  en  la  mano,  cuando  de  improviso 
cayói  liebre  él  en  un  ángulo  de  la  plaza  el  petulante  Cha- 
veta concuna  partida  de  mineros,  amenazando  al  grupo  con  su 
9abla.  Los  jóvenes  comandantes  desnudaron  sus  espadas, 
pqr^,  Jtfonizaga  so  .interpuso,  dándose  presos  a  sus  instancias 
Bui>iUaQoz> 

XIII. 

En  aquel  instante  critico  i  aflictivo  en  que  la  suerte  de  uno 
de  los  bandos  de  la  plaza  podía  jugarse  por  un  golpe  de  sable, 
por  un  grito,  por  una  señal  hecha  con  la  mano,  ocurrióse  a 
la  facundia  del  jefe  revelado  un  espediente  salvador,  i  fué  el 
de  hacer  sonar  el  clarín  de  alarma  i  dar  en  todas  las  trín- 
olieras,  el  grito  májíco  de  El  enemigo!  El  eneniigol—X  osla 
Ío%  suprema,  todos  corrieron  a  ocupar  supuesto,  volviendo 
el  pecho  a   las  lineas  enemigas,  i  como  olvidados  do  los 


DE     LA  ADMINISTRACIÓN  MONTt%  400 

mezquinos  i   tristes   conflictos  que  dejaban  a   su   espalda; 

Es  preciso  hacer  esto  honor  de  justicia  í  do  verdad  a  los 
defensores  de  la  Serena.  Ninguno,  niel  mas  vil  <íe 'toa  solda- 
dos que  guardaban  aquel  recinto,  hecho  ya^  sagrado  por  ia 
victoria  i  lá  sangre,  habría  traicionado  su  deberá  si  la  ¿ora 
de  esto  hubiera  llegado  en  los  momentos  en  que  una  míisera 
rencilla  tenia  divididos  sus  ánimos.  Tan  cierto  era  esto,  •(jfuo 
el  tíihmo  suspicaz  í  receloso  jefe  de  las  fuerzas  sitialdófás  sd 
limitó  a  responder  (cuando  en  aquel  día  fuerpn  á'^ddi^'avisd 
de  lo  que  pasaba  en  la  plaza),  con  esa  sonría  carácl^ristica  do 
la  jento  castellana,  este  refrán  máá  car^cferíscO'  todavía-^ 
A  otro  perro  con  ese  hueso!  ''  •    •   ':'•  • 

Cupo,  empero,  como  veremos  en  bróve,  &  ídS  (üaudHlos  qttb 
se  habían  enseñoreado  de  la  Serena,  el  triste  hohoí-'de^  IdMtfti^ 
lar  a  los  vencidos  aquella  calumnia,  qoo  ni  ol  pífolieiitode'iifta 
sospecha  había  alcanzado  en  el  pecho  del  invasor  ehomlgoi 
Carrera  i  sus  compañeros  de  prisión  fueron  acusador  íp'üblfca^ 
monto  de  haber  querido  vendor  la  plaza  a  sus  conHlarios,íyo 
haber  malbaralado  los  caudales  do  la  provincia,  superchería 
tan  infame  como  absurda,  que  no  podía  menos  de  predispo- 
ner en  contra  de  su  infortunio  el  ánimo  de  los  soldados  ¡ 
añadir  así,  aposar  de  una  desgracia,  que  tenia  tanto  de  ridí- 
culo en  su  forma  como  do  nobleza  en  su  qspíritu,  e|.b¿vhjon 
do  la  calumnia  i  la  desgarradora  congoja  dol  desprecio  do 
aquellos  valientes.  . '  . 

XIV. 


En  el  momento  en  que  so  ejecutaba  la  capturado  Uuñoz  i 
de  Ruiz  en  la  esquina  do  la  intendencia,  víóso  a  un  joven, 
que  tenia  todavía  el  aspecto  do  la  adolescencia,  lanztarso  desdo 


110  HISTORIA  DE   LOS   DIEZ    AÑOS 

el  palio  de  la  cárcel  sobre  el  circulo  de  bayonetas  con  que 
aquellos  eran  rodeados,  i  como  para  prestarles  ayuda,  míen- 
tris  un  soldado  le  seguía  apuntándole  con  su  fusil  i  gríiándole 
que  se  detuYíera,  Era  el  capitán  don  Nemecio  Vicufia  que 
acababa  de  ser  preso  en  el  cuartel  jenoral  de  la  Catedral  por 
una  orden  del  mismo  Arleaga. 

£1  joven  oficial  había  llegado  a  aquel  punto  sobresaltado 
por  loque  se  contaba  de  una  conjuración  contra  Carrera,  de 
quien  era  el  ayudante  mas  querido,  i  como  oyera  que  un 
subalterno,  Peralta,  dijera  en  la  confusión  que  ahí  reinaba: 
Muera  Carrera!,  sacó  al  punto  la  espada  i  se  lanzó  sobre  él 
imponiéndole  silencio ;  pero  cojidoen  el  acto  por  varios  sol- 
dados, fué  remitido  preso  a  la  cárcel  i  oslaba  ya  detenido, 
cuando  vio  el  peligro  de  sus  amigos  i  corrió  a  su  socorro,  sin 
cuidarse  de  su  propia  vida.  El  soldado  que  le  custodiaba  i  que 
le  persiguió,  llamado  Mercedes  Espinóla,  declaró,  en  efecto, 
en  el  proceso  que  se  levantó,  sobre  aquel  suceso,  que  había 
estado  a  punto  de  matarlo  (1). 


XV. 


El  intento  de  aquel  día  concluyó  con  esto.  Un  centinela 
guardaba  la  puerta  deja  habitación  de  Carrera,  ftuiz,  Muñoz 
i  Vicuña  habían  sido  arrojados  en  un  calabozo,  remachándose 
al  primero  una  gruesa  barra  de  grillos.  Los  ciudadanos  don 
Vicente  Briseflo,  don  José  Anlonio  Cordovcz  i  el  capilan  So- 
púlveda  fueron  también  reducidos  a  prisión  aquella  (arde, 
acusado  el  primero  de  haber  criticado  las  operaciones  del 

(I)  Este  proceso^  tan  oríjínal  como  ridículo,  existe  en  poder 
del  coronel  Arteaga,  entre  cuyos  papeles  lo  hemos  consultado. 


DE    LA    ADMINISTRACIÓN   MONTT.  111 

gobernador,  reo  el  segando  de  ser  el  redactor  del  Boletín  de 
¡aplaza,  al  que  suponía  hóslíl  a  la  conjuración,  i  el  último, 
sin  mas  crimen  que  una  vaga  sospecha,  por  habérsele  ^sto 
aquel  mismo  dia  afílando  un  pufial  a  molejón.  El  coronel  Ar^ 
teaga  estaba  de  hecho  proclamado  la  autoridad  suprema  d9 
la  plaza. 

XVI. 

Había  habido  un  atrevimiento  raro  en  la  conducta  del  go-- 
bernador  i  en  sus  planes  desplegados  aquel  dia.  Pero  no  fué 
ni  la  audacia,  ni  la  oportunidad,  ni  el  acaso  lo  que  coronó  su 
empresa  temeraria.  Fuéio  mas  bien  el  desprendimiento  jene- 
roso  de  Carrera,  la  palriólica  sumisión  de  Munizaga,  actos, 
si  bien  dignos  de  censura  si  se  les  contempla  solo  en  su  ca- 
rácter de  hombres  que  reciben  en  el  alma  el  ultraje  del  hom- 
bre, son  dignos,  al  contrario,  de  alto  elojio  en  el  patriota  i 
en  el  ciudadano. 

Su  mas  leve  resistencia  importaba,  como  hemos  visto,  un 
lance  sangriento  en  las  trincheras,  la  anarquía  entre  los  de* 
Tensores  de  la  plaza  i  el  peligro  inminente  de  perderla  de 
una  manera  inusitada  i  vergonzosa.  Los  comandantes  Ruíz  i 
Muñoz  estaban  en  abierta  rebelión,  i  el  primero  había  hecho 
jirar  las  cureñas  de  su  cañón  para  dar  el  primer  ejemplo  del 
escándalo  i  de  la  perdición.  Galleguillos  se  mantenía  pronto 
a  ejecutar  con  sus  jinetes  cualquiera  orden  que  trajera  la 
autoridad  de  la  firma  de  Munizaga  o  Carrera,  a  cuyos  jefes 
reconocía  únicamente,  porque  su  disciplina  revolucionaria 
consistía  mas  en  el  amor  de  sus  amigos  i  en  su  lealtad  per- 
sonal, que  en  seguir  consejos  o  planes  políticos  que  no  eslabaa 
al  alcance  de  su  espcricncia  ni  de  sus  luces. 


1112  .      HISTORIA  BE  LOS  DIEZ  AÑOS 

'  ^  A  ln' VOZ  dé  Manízaga,  por  otra  parlo,  todas  las  Iríncbcras 
habrían  dado  el  grito  de  resistencia,!  entóneos  ¿quien,  hubiera 
^ído'  responder  de  que  los  dos  Alfonso,  que  eran  el  alma 
•dé  aquel  acto  de  rebelión  militar,  no  hubiesen  vacilado  en 
presencia  de  üñ  amigo;  cuyo  prestíjio  era  como  el  emblema 
de  la  opinión  pública  que  prevalecía  en  la  Serena?  I  defec- 
cionado uno  solo  de  los  jefes  comprometidos,  en  el  momento 
crítico  ¿quién  habría  podido  garantir,  no  ya  del  desenlace 
do  la  empresa,  que  sería  acaso  un  choque  sangriento,  sino 
la  posición  i  la  vida  misma  del  jefe  conjurado? Pero  lo  hemos 
dicho,'la  abnegación. de  dos  hombres  salvó  a  la  Serena  del 
átüsmo  caque  pudo  arrojarla  la  triste  pretcnsión  de  olro^ 
que  solo  por  un  lujo  de  poder  quiso  echar  sobre  sus  hombros 
^itDanlo  de  una  dictadura,  que  tenia  conquistada  de  hecho 
j>or  sus  servicios  i  su  importancia  profesional. 

i  XVIL 

^"  Dueño  yá  do  su  terreno,  el  gobernador  de  la  plaza  quiso 
hacéf  sentir  et  rigor  de  su  autoridad  a  los  rebeldes  que  lo 
habían  desobedecido;  i  apéoas  sus  múltiples  cuidados,  dentro 
í  fuera  de  trincheras,  lo  dieron  lugar,  ordenó  que  se  levantase 
ün  sumario  a  Ruiz  i  sus  cómplices  por  el  delito  do  conspira- 
ción, haciéndole  a  cada  uno  los  cargos  de  desobediencia  que 
aparecen  en  la  relación  que  hemos  hecho  de  los  suceso3  do 
bquel  dia  (1). 

.  (1)  Véase  en  el  documento  núm.  23  el  oficio  que  en  forma  de 
acusación  dirijió  el  gobernador  de  la  plaza  al  teniente  coronel 
liíarlinez,  aquien  nombró  fiscal  de  la  causa.  El  proceso  que  he- 
lios'«onsn  I  tado  orijínal,  como  ya  dijimos,  en  los  papeles  privado 
del  coronel  Artea^a,  consta  solo  de  las  declaraciones  de  los  seis 


.      DE   LA   ADMINISTRACIÓN   MONTT.  f  13 

Entra  lanío,  como  un  caslígo  anlicipado  i  vergonzoso,  se 
encerró  a  aquellos  Talícnles  jóvenes  que  habían  sido  el  ho- 
nor de  su  patria  i  el  ejemplo  de  sus  Glas,  en  la  caballeriza 
de  la  Intendencia,  sin  que  se  les  diera  aun  la  triste  ración  de 
los  soldados  para  alimentarse,  espueslos  ademas,  durante  el 
dia,  al  calor  sofocante  de  la  estación  i  a  los  insectos  que  la 
fermentación  hace  pulular  en  tales  sitios;  mientras  que,  do 
noche,  la  humedad  del  establo  infesíaba  el  aire  i  sofocaba  a 
los  prisioneros,  particularmente  alJnfortunado  pero  incon-* 
trastable  Ruiz,  a  quien  se  le  habia  sumido  en  un  lóbrego  rin- 
cón, cargado  de  grillos.  I  lodo  esto  sucedía  mientras  que  a  los 
soeces  oficiales  arjcnlinos  que  habían  sido  hecho  prisioneros, 
Pereíra  i  Quiroga,  aquel  ebrio  I  deslenguado,  el  otro  con  sus 
bolsillos  llenos  de  prendas  del  saqueo,  se  les  alojaba  sun- 
tuosamente en  las^mejores  habitaciones  de  la  Inlondencia, 
cuyos  establos  servían  para  los  caballos  i  para  los  presos 
chilenos!  Ira  ¡  rubor  da  al  recordar  tales  villanías,  hijas  del 
rencor  de  la  discordia! 

XVIII. 


Pero  no  ct)Dtenlo  con  eslas  torturas  físicas,  el  gobernador 

acusados  Ruiz,  Muñoz,  Vicuña,  Septülveda,  Briseño  i  Cordovez, 
(ninguno  de  lo  que  negó  los  cargos  que  se  le  hacían),!  delospar- 
tes  de  todos  ¡08^  comandantes  He  trincheras  que  dicl&ran  haber 
recibido  avisos  de  Ruiz  o  de  Muñoz  para  ponerse  sobre  las  armas 
i  desobedecer  a  Arteaga.Esto  es  todo  lo  que  consta  del  sumario, 
que  se  compone  apenas  de  unas  40  o  50  fojas.  Por  renuncia  de 
Martínez,  siguió  la  tramitación  el  comandante  don  Salvador  Ce- 
peda, pero  se  yé  que  la  secuela  del  juicio  se  paralizó  del  todo  el 
8  de  diciembre  en  que  se  tomó  la  última  confesión.  Sin  duda,  e| 
rubor  de  aquella  farsa  no  permitió  llegar  a  los  que  la  fraguaban 
basta  estender  la  vista  Oscal  i  pedir  penas  para  los  reos. 

IS 


114  HISTORIA    DE  LOS   DIEZ    AÑOS 

impuso  a  SUS  cautivos  ol  martirio  de  una  conslanle  humilla- 
ción, poniéndoles  por  carcelero  a  un  hombre  de  carácter  ^il 
i  solapado,  el  alferes  don  Nicolás  Barrasa,  antiguo  subdelega- 
do de  Punitaqui.  En  la  larde  misma  del  arresto,  ya  babia 
comenzado  su  misión  de  Vejámenes,  obligando  a  los  reos  a 
dormir  en  el  suelo,  lo  que  suscitó  un  altercado  violento  enlre 
el  carcelero  i  el  mas  joven  de  los  presos,  qué  naturalmente 
era  el  mas  osado.  Es  tan  curioso  el  parte  de  esta  ocurrencia 
que  no  podemos  menos  de  transcribirlo  aqui,  copiándolo  ínte- 
gro del  proceso.  «Sefior  jeneral,  decía  el  irritado  alcaide,  re- 
firiendo el  paso  al  gobernador.  Por  no  haber  accedido  a  pro-^ 
porcionarle  una  mesa  para  dormir  al  capitán  Vícufia,  ha  te- 
nido el  atrevimiento  de  injuriarme  ante  toda  la  guardia,  i 
yo  no  he  querido  castigarlo,  por  no  saber  como  debo/7foce- 
der  en  lo  militar  i  espero  de  U.-6.  lo  hstvk  ejecutar  confor- 
me a  ordenanza.— i\^tco/i7«  Barrasm. 

Pero  no  quedó  en  esto  la  rencilla  del  joven  capitán  i  del 
impertinente  alcaide.  Eos  o  tres  días  después  de  aquel  su- 
ceso, se  presentó,  como  por  acaso,  en  el  calabozo  de  los  dete- 
nidos el  oficial  don  Rufino  Sojas,  i  como  llevase  una  pistola 
en  la  mano,  pidiósela  Vicuña,  exclamando  en  chanza  al 
examinarla:  Que  buena  está  para  matar  al  centinelal  i  la 
devolvió  en  el  acto  a  Rojais;  pero  este,  al  desmontarla,  dejó 
escapar  el  tiro,  cuya  bala  pasó  rozando  el  cabello  del  capitán 
Sepüiveda,  que  se  enconlraba  en  el  mismo  calabozo,  i  se 
clavó  en  la  pared  opuesta  a  la  entrada.  Al  ruido  de  la  de- 
tonación, llegó  desaforado  el  receloso  guardián,  preguntando 
balbuciente  que  significaba  aquel  suceso.  El  centinela  decla- 
ró, en  el  acto,  que  el  capitán  Vicuila  le  había  disparado  un 
pistoletazo,  después  de  haber  dicho,  examinando  el  arma: 
Que  buena  está  para  matar  centinelas]^  pues  el  pobre  solda- 
do creía  tener  la  bala  en  el  cuerpo,  después  de  aquella 


DE   LA    ADMINISTRACIÓN  KONtT.  4f5 

burla.  Al  ¡oslante,  Yícufla  Tué  sacado  de  su  óclda  i  colocado 
en  un   fétido  pasadizo  donde  se  le  tuvo  24  horas  sentado 
en  una  silla,  con  los  pies  trabados  por  una  barra  de  grillos 
i  espueslo  a  un  sol  de  diciembre.  So  le  mantuvo  después 
inconionicad(\^  con  los  mismos  grillos,  mientras  se  afladia  a 
su  sumario  de  conspirador  aquel  cargo  de  conato  deJiomi- 
cidio,  apesar  de  las  protestas  del  oficial  Rojas  que  declara- 
ba que  la  pistola  estaba  en  su  mano  cuando  partió  el  tiro. 
Pero  para  que  el  ridiculo  de  este  juicio  no  tuviera  limites, 
se  acusó  también  ai  mismo  Vícufia  de  baber  intentado  fal- 
sificar la  firma  del  gobernador  de  la  plaza,  porque  jugando 
con  la  pluma  sobre  un  pliego  de  papel  que  babia  quedado  en 
el  despacho  de  la  comandancia  de  armas  de  la  plaza,  habia 
escrito^  chanceándose  con  el  ayudante  Herrera,  confidente 
intimo  dol  gobernador,  un  remedo  de  orden,  concebido  en 
estos  términos—^/  oficial,  comandante  de  la  trinchera  tal,  pa- 
sará por  loíS  armas,  en  el  acto  de  recibir  la  presente,  al  sár- 
jenlo mayor  don  Santiago  Herrera. — Justó  Arteaga. 

Dijose  que  esta  sentenciado  muerte,  parecida  a  tantas  otras 
que  se  ven  en  nuestro  suelo,  se  habia  añadido  a  las  hojas 
del  espediente,  pero  nosotros  no  le  hemos  encontrado,  ni 
creemos  que  se  llevaran  el  absurdo  i  la  puerilidad  a  tal  es- 
tremo. 

XIX. 


Pero  mientras  se  sucedían  en  las  cuadras  de  la  Intenden- 
dencia  estos  lances,  que  no  hablan  sido  siniestros  solo  por- 
que eran  demasiados  pueriles,  tenían  lugar  otros  harto  mas 
graves  entre  los  jefes  de  la  defensa  que  volvían  a  poner  la 
plaza  en  el  riesgo  de  sucumbir  por  la  discordia.  £1  ex-inteh- 


116  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AKOS 

dentó  don  Nicolás  Munizaga  permanecía  libre  í  rodeado  de 
cierto  respeto  desde  ios  sucesos  del  21  de  noviembre,  cuyo 
peligro  él  había  desvanecido  con  su  sola  presencia  i  su  ab- 
negación patriótica.  Pero  su  posición  era  tan  falsa  que  no 
podía  sostenerla  sin  menoscabo  de  su  honra,  desde  que  sus 
amigos  se  mantenían  en  una  prisión  humillante  i  desde  que 
se  le  dejaba  solo  una  sombra  de  prestijío  para  esplotar  su 
popularidad.  Al  fin,  tomó  una  resolución  terminante. 

Una  mañana  (el  3  de  noviembre),  presentóse  al  despacho 
del  gobernador  solicitando  hablarle,  i  cuando,  introducido  a 
la  pieza  en  que  aquel  le  aguardaba,  se  vieron  ambos  solos, 
díjole  que  el  objeto  de  aquella  visita  era  pedirle  su  salven 
conduelo  para  retirarse  de  la  plaza,  donde  le  era  ya  impo- 
sible permanecer. 

A  esta  interpelación,  hecha  con  calma  i  dignidad,  el  go- 
bernador vaciló  un  instante,  pero  como  un  hombre  apostado 
que  hace  brillar  el  filo  de  un  pufial,  ocultándolo  en  los  plie- 
gues de  su  ropa,  repitióle  con  viveza  que  con  cual  objeto 
pedía  a  la  autoridad  un  salvo  conducto,  cuando  ya  tenia  el 
del  enemigo? 

Al  oír  aquel  sangriento  ultraje,  el  alma  honrada  i  apacible 
de  Uunizaga  dio  un  vuelco  dentro  de  su  pecho,  i  la  ira  i  el 
horror  se  diseñaron  en  sus  ojos  encendidos  i  en  sus  labios 
crispados  con  violencia.  Ud.  es  un  calumniador,  esclamó 
apostrofando  al  jefe  de  la  plaza,  t  Ud.  me  dará  en  el  acto 
una  satisfacción  o  se  batirá  conmigo. 

Lo  últimol  replicó  Arleaga,  sin  perder  su  aire  impasible, 
i  dirijiéndose  a  una  estremidad  del  aposento,  tomó  una  espada 
que  abi  guardaba  i  la  entregó  a  su  interlocutor,  echando 
mano  a  la  que  pendía  do  su  cinto. 

Pero  yo  no  soi  militar,  replicó  Munizaga^  sin  dejar  por 
esto  de  tomar  la  espada,  t  no  sé  manejar  esta  arma.  Permi- 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  KONTT.  117 

tome  Ud.  ir  a  mi  alojamiento  i  traeré  en  el  acto  mis  />w- 
tolas. 

No  es  necesario!  repuso  Arteaga,  volvíeDdo  a  empujar  su 
espada  dentro  do  la  vaina— igiit  están  las  mias!  I  tomando 
de  encima  de  la  mesa  una  caja  cerrada,  abrióla,  sacó  dospis* 
tolas  de  arzón  que  eran  las  de  su  uso  personal,  i  las  pasó  a  su 
adversario.  «Acoptóuna  don  Nicolás,  dice  el  mismo  Arleaga, 
al  referir  este  lance  en  su  Memoria  citada,  hecho  lo  cual,  dijo 
el  gobernador  que  le  parecía  conveniente  la  presencia  de  tes- 
tigos, )9  En  efecto,  Munizaga,  al  tomar  su  puesteen  una  estre- 
fflidad  de  la  sala  para  disparar  sobre  su  provocador,  habia 
notado  al  amartillar  la  pistola,  quó  le  faltaba  el  fulminante, 
i  esclamando  con  indignación  que  aquel  era  un  vil  engafio, 
tiró  el  arma  al  snelo. 

Al  ruido  del  altercado»  i  sintiendo  que  se  amartillaban 
pistolas,  hablan  entrado  en  el  aposento  el  tesorero  don  Ma- 
nuel Cuadros,  el  mayor  de  plaza  Alfonso,  el  capitán  Ghavot, 
el  oficial  francés  Caslaing  i  varios  otros  que  se  encontraban 
en  una  pieza  vecina,  i  desde  luego,  se  interpusieron  entre  los 
combatientes, 

£1  coronel  Arteaga^  sorprendido  de  que  la  pistola  que  habia 
entregado  a  su  contendor  estuviese  descargada,  quiso  aclarar 
en  el  acto  aquel  accidentó  que  arrojaba  una  sombra  sobre 
su  lealtad,  i  preguntó  a  los  circunstantes,  que  eran,  «n  su 
mayor  parte,  sus  compañeros  do  habitación,  lo  que  habia  po- 
dido ocurrir. 

La  duda  se  disipó  al  instante.  El  capitán  Ghavot  declaró 
que  estando  de  patrulla  la  noche  anterior,  habia  tomado  aque- 
llas armas,  i  disparado  un  pistoletazo  al  pasar  cerca  de  un 
puesto  enemigo,  i  que  a  su  regreso  al  cuartel  jeneral,  habia 
vuelto  a  colocar  las  pistolas  en  su  caja,  sin  acordarse  de 
volver  a  cargarías. 


1  f  8  HISTORIA  DK  LOS  DIEZ  AÑOS 

Salisfechos  con  aqoella  espHcacion,  el  ofendido  i  el  ofensor 
insislieron  en  llevar  adelante  su  duelo  a  muerte,  porque  la 
injuria  era  atroz,  i  el  que  la  babia  vertido  no  so  allanaba  a 
repararla;  £1  oficial  Casiaing,  que  era  armera  de  profesión ^ ' 
volvió  a  cargar  las  pistolas  i  las.  puso  sobre  la  mesa.  Arteaga 
designa  en  seguida  por  padrino  a  don  tfanuel  Cuadros»  t  Hur 
nizaga,  que  novelaren  torno  suyo,,  sino  ,a  parciales  de  su 
contendor^  envió  eji  el  acto  a  llamar  a  Carrera,  que  se  enr 
centraba  dolenida&olo  a  una  cuadra  de  distancia. 

No  tardó  este  en  presentarse,  I  después  de  una  breve 
eonferencia^on  el  testigo  contrario,  convinieron  en  que  babia 
justosi  motivos  para  que  el  desafio  tuviera  lugar;  pero  que,  en 
obsequio  .del  bien  publico,  loa  dos  agraviados  debían  deponer 
su  animosidad  i  aplazar  el  duelo  basta  deíspae»  de)  $lt£o. 

XX. 

Entre  tanto,  varios  de  los  cirbuñstantes  (i  entre  6lIos»  di-« 
cen  algunos,  el  mismo  coronel  Arteaga)  se  habian. escurrido 
de  la  pieza. en  que  esto  te]oia  lugar  i  citado  a  todos  los  prin* 
cipales  del  vecindario  a  una  sesión  del  Consejo  del  pueblo, 
que,  en  efecto,  comenzó  a.  congregarse  inmediatamente  en  la 
casa  del  vecina  don  José  Varía  Concba.  Un  centinela  había 
impedido,  entretanto,  la  calida  do  Muoizaga.i  de  Carrera  del 
despacho  del  gobernador. 

Cuando  se  habian  reunido  cerca  de  30  ciudadanos  del  Con- 
sejo del  pueblOy  en  cuya  convocación  el  deán  Vera  había  sido 
el  mas  empeñoso,  se  advirtió  a  Carrera  i  Munizdga  que  po- 
dían entrar  a  la  sesión.  Zenteno,  como  de  costumbre,  presi- 
dia, i  ocupaban  los  asientos  mas  visibles  de  la  sala  el  vicario 
Alvarez,  el  ex-intendenlo  Zorrilla,  don  Juan  Nicolás  Alvarez, 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  119 

los  comandantes  MarUoez  I  Cepeda,  los  capitanes  Barrios, 
Zamudio,  Carmona  i  otros  vecinos  del  pueblo,  la  mayor  parte 
jóvenes, 

Bl  presideate  se  apresuró  a  declarar  que  el  objeto^  de 
aquella  reunión  imprevista  era  que  el  consejo  se  pronun- 
ciase sobre  sí  debería  o  no  llevarse  adelante  un  duelo  que 
acababa  de  concertarse  entre  el  gobernador  de  la  plaza  i  el 
exHuteodente  Mnnizaga. 

Un  murmulle  confuso  de  las  ajiladas  conve^rsaciones  délos 
consejeros  revelaba  la  estrañeza  de  aquel  acuerdo,  pero  luego 
comenzaron  a  hacerse  oir  voces  de  protesta  ^ue  decian — Noz 
oponemos  al  duelo  I  El  gobernador  fio  puede  batirse  I  i  otras 
ÍDterpelactone9  de  Igual  significado.  Carrera,  a  esta  sazón,  dejó 
su  asiento^  i  con  la  serenidad  de  un  hombre  que  ha  salido  de 
su  calabozo  convencido  de  que  volverá  a  ¿I,  espuso  que 
aquella  discusión  era  ociosa  i  ridicula,  que  cualquiera  reso- 
lución que  el  consejo  adoptara,  no  tendría  efecto,  porque  el 
lance  a  que  se  referia  era  un  acto  puramente  prívado  entre 
dos  caballeros,  cuyo  honor  se  hallaba  empanado  por  aquella 
ceremonia,  i  por  último,  que  esta  podía  tomarse  como  un 
protesto  de  cobardía  o  como  una  intriga  de  peor  naturaleza. 

Al  oir  aquellas  resueltas  palabras,  saltó  a  interrumpirle  el 
mayor  Concha»  i  preguntó  con  viveza  si  Carrera  estaba  o  no 
preso,  añadiendo  luego  esta  pregunta  certera  e  insidiosa:  Se-- 
ñores j  cuantos  Intendentes  tenemos? 

Como  de  este  incidente  naciera  alguna  confusión^  el  pre- 
sideate suplicó  a  Hunizaga  ia  Carrera  que  se  retiraran  de  la 
sala,  lo  que  éstos  ejecutaron  ea  el  acto. 

Siguióse  una  discusión  ajilada  i  tenebrosa  que  duró  cerca 
de  dos  horas,  al  fin  de  cuyo  tiempo  se  firmó  una  acta  por  los 
circunstantes,  en  la  que  se  declaraba,  pbr  un  acuerdo  de  diez 
i  siete  votos  contra  catorce,  que  el  duela  no  tendría  lugar, 


420  HISTOEU  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

que  desde  aquel  día  el  ex-ialendente,  a  qnieii  se  culpaba  de 
haber  promovido  sijilosamente  las  íiiltmas  desaTenencias,  se 
manteDdria  preso  en  estricta  incomunicación,  i  qne  Munizaga 
permaneoeria  libre,  pero  sin  poder  salir  fuera  de  trin- 
cheras (1). 

El  triunfo  del  gobernador  había  sido  completo  mediante  el 
influjo  i  la  perspicacia  de  sus  parciales.  Pero  aquel  desenlace 
publico  i  estrepitoso  de  una  contienda  que  el  honor  ordena 
haoer  secreta,  no  reflejaba  ya  sobre  su  frente  el  brillo  de 
audacia,  que  su  primer  levantamiento  había  hecho  brotar 
para  su  fama. 

Triste^  mui  triste  fué  aquel  día  de  una  defensa  que  conta-* 
ba  cada  una  de  sus  horas  por  un  acto  de  heroísmo,  un  ras- 
go de  jenerosa  abnegación,  o  un  sacrificio  sublime.  El  recinto 
de  las  trincheras  había  sido  hasta  entonces  como  un  espléndi- 
do anfiteatro  en  que  venían  a  luchara  porfia  todas  las  rirlu- 
des  republicanas.  Aquel  dia  la  plaza  había  tenido  mas  bien 
el  aspecto  de  un  refiídero  de  gallos.,.. 

XXI. 


Entretanto,  Carrera  i  Munizaga,  desposeídos  esta  voz  do 
lodo  valimiento  i  verdaderamente  infortunados,  se  resignaron 
a  su  suerte,  vagando  el  uno  como  un  hombre  herido  de  ana- 
tema en  las  callos  de  un  pueblo  que  ayer  le  había  rendido 
el  culto  de  una  popularidad  que  parecía  la  idolatría  1  ence- 
rrado el  otro  en  una  severa  reclusión  como  reo  de  un  delito 
a  la  patria,  o  de  una  afrenta  a  la  causa  de  la  libertad.... 

Uno  i  otro,  empero,  conservaban  en  sus  aflicciones  la  en- 

(1)  Véase  esta  cariosa  acta  en  el  docomento  núm.  24. 


DE   LA   ADMINISTRACIÓN,  HORTT.  12f 

teroza  de  sa  espirita  i  ei  anhelo  ardiente  de  seryir  a  la  causa 
de  cuvas  veleidades  eran  mártires.  «Todos  me  aconsejaban 
gao  no  me  sometiera  a  sufrir  tal  insulto,  decia  Carrera  a  sus 
relaciones  íntimas  de  aquellos  mismos  dias,  desde  el  calabozo 
en  que  había  sido  encerrado ;  pero  negándome,  se  armaba  da 
nuevo  la  tormenta,  1  esia  vez  con  masfuerza.  No  quise  pues 
hacer  inútiles  mis  sacriflcios  pasados,  ni  osponer  la  seguridad 
de  la  plaza,  i  me  sometí.  £sta  vez  si  que  estol  preso  devoras 
con  centinela  de  vista  e  Incomunicado ;  pero  conservo  el  res- 
peto i  consideración  de  todos.  Desde  mi  encierro,  aflad¡a,con 
su  antiguo  celo  de  patriota,  no  dejo  de  prestar  algún  servi- 
cio a  lá  causa ;  escribo  a  los  amigos  pidiendo  faciliten  recursos , 
que  tengan  paciencia,  se  desentiendan  do  todo,  i  qué  no  in- 
tenten nada  que  tienda  a  otro  objeto  que  no  sea  el*dé  destruir 
al  enemigo»  (1). 

Carrera,  en  efecto,  recibía  diariamente  !as  ofertas  jenero- 
sas  de  sus  amigos  para  intentar  el  restablecerlo  do  nuevo 
en  el  poder;  pero  a  todos  aquellos  empeAos,  nacidos  de  un 
jeneroso  i  juvenil  ardor,  el  noble  preso  contestó  con  las  pa- 
labras de  sensatez  i  patriotismo  que  acabamos  de  consignar. 

XXII. 


.  Hunizaga,  entretanto,  menos  avezado  al  dolor  i  mas  hon- 
damente herido  por  una  óaida  que  convertía  para  él  en  cár- 
cel el  pueblo  de  su  nacimiento  i  de  su  gloria,  se  sentía  como 
despojado  de  sus  mas  justos  timbres  1  aun  de  su  dignidad  de 
hombre,  por  un  usurpador  estrafio,  i  dejaba  venir  a  sus  la- 

(1)  Carta  de  Carrera  a  su  esposa,  fecha  de  12  de  diciembre  de 
1851,  que  existe  orijioal  en  nuestro  poder. 

16 


122  HISTORIA  DE  LOS  D1E2  AÑOS 

blos  el  acíbar  de  sii  despecho  i  de  sus  quejas.  En  un  papel 
oríjínal  de  s»  mano,  que  tenemos  a  la  vista,  baí  estas  palabras, 
que  parecen  un  grito  del  ainMi  que  se  rompe  al  comunicar 
sus  emociones  de  dolor  al  alma  de  otro  amigo.  «Entrelanto, 
deciá,  suplico  a  ü.  que  suspenda  su  juicio  acerca  de  lo 
que  dicen  demi^  de  Carrera  i  de  los  demás  amigos.  Yo,  la- 
dran/Carrera, ladrón!  Esté  era  lo  último  que  nos  faltaba 
que  sufrir!  (1^ 

Pobre Muuizaga!. Se  engafiaba  todavía  hondamente  porque 
no  era  aquello,  crió  último  que  le  faltaba  que  sufrir»  !  La  exis- 
tencia revolacíonaria  de  aquel  hombre,  tan  puro  en  su  pa- 
IriotismOy  pero  tan  sin  ventura  en  su  estrella,  fué,  en  verdad, 
como  el  compendio  de  todos  los  horrores  i  de  todas  las  tris- 
tezas de  laínsarreecíoade  su  suelo. 


(1)  Carta  ya  citada  de  &f  anizaga  a  don  Pedro  T6\i%  Vicuña  de 
fecha  14  de  diciembre  de  1851 « 


CAPITULO  VI. 


EiBisuMS  I  mirroiiEUs. 

Fatal  inacción  en  la  plaza  después  de  |os  e()iiibat]es  de  noviem^ 
bre. — Carácter. aleve  e  individual  que  asumió  el  sitio. — Muerte 
del  oBcíal  Lazo  i  de  don  Paulino  Larragulbel.-^EscursIdnes 
que  emprende  Gallegnillos  para  abastecer  la  plaza. — Sus  cara^ 
bineros  no  dan  cuartel  a  los  cuyanos. — £1  negro  JeraldQ.^ 
Estraiías  peculiaridades  del  asedio. — Entrada  triunfal  del  im-* 
postor  don  José  Anjel  Quintín  Quintero  de  los  Pintos,  último 
intendente  revolucionario  déla  Serena.— ^Influjo  Hela  prensa 
sobre  la  guarnición. — 'Boletines*— El  feriodiquito  de  la  plaza.-— 
Ardides  de  los  soldados  para  esparcir  estas  publicaciones  fuera 
de  la  plaza.— -Conmodon  jeneral  de  la  campaña  i  particular- 
mente de  los  minerales.—- Alzamiento  de  los  mineros  de  Ta- 
maya  i  asalto  sangriento  que  -dan  a  la  villa  de  Ovalle.— La 
montonera  del  negro  Rafael Chachinga.— Juan  Muñoz  i  el  ma- 
yor Lagos  organizan  una  montonera  en  Quebrada-honda  que  es 
desecha  por  los  lanceros  de  Neirot. — Ataque  del  17  de  diciem- 
bre sobre  el  campamento  de  los  cuyanos  en  los  hornos  de  Lam- 
bert. — Razones  por  que  el  gobernador  no  atacaba  seriamente 
al  enemigo.— Amargas  confesiones  de  los  jefes  sitiadores. 

I. 


Al  concluir  el  capitulo  qoo  precede  al  anterior,  dijimos  que 
el  sitio  de  la  Serena  quedaba  ya  terminado  de  una  manera 


124  H1ST0RU  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

oficial,  puos  asi  lo  anunciaba  el  coronel  Vidaurre  al  gobier- 
no de  la  capital  por  su  despacho  de  29  de  noviembre  i  por 
el  emisario  secreto  que  aquel  dia  hizo  partir  para  Santiago. 

¿Cómo  sucedía  enlóuces  que  aquel  enemigo,  reducido  ya  a 
las  últimas  estremidades  por  los  asaltos  de  fines  de  noviembre, 
no  fué  obligado  a  levantar  el  campo,  aprovechando  la  pro- 
pia confianza  de  \o$  sHiadores  i  la  oscuridad  de  la  medía  no- 
che para  tomar  los  buques  en  el  puerto  I  venir  a  contar 
a  los  sefiores  que  despotizaban  a  la  capital  i  Valparaíso,  la 
manera  como  protestaban  contra  ese  despotismo  los  pueblos 
apartados  pero  unidos  i  heroicos?  El  contenido  del  capitulo 
que  antecede  habrá  dado  la  razón  de  esta  anomalía  de  la 
guerra,  que  presenta  un  pueblo  apático  e  inerte  después  do 
tantas  victorias  obtenidas  a  fuerza  de  denuedo. 

1  cuan  triste  era  que  asi  hubiese  sucedido!  Cuanta  i  cuan 
pura  cosecha  de  gloria  no  hubieran  segado  los  brazos  de  aque- 
llos valerosos  ciudadanos,  si  saliendo  por  sus  trincheras  en 
la  mitad  del  dia,  como  ya  lo  hicieron  en  un  glorioso  ensayo, 
i  tocando  sus  clarines,  al  paso  de  carga,  hubieran  caido  so- 
bre los  puestos  enemigos  con  las  bayonetas  tendidas  ade- 
lante del  pecho,  i  derribándolo  todo  a  su  paso,  como  la  lava 
que  hubiera  vomitado  desde  el  recinto  de  las  trincheras  un 
cráter  comprimido;  i  adelantando  siempre  i  quitando  al  in- 
vasor sus  reductos,  sus  banderas,  sus  cafiones  1  esparciéndose 
por  el  campo,  hubiesen  sujetado  al  fin  la  brida  a  los  bárbaros  de 
allende  los  Andes,  que  habían  venido  a  poner  a  saco  sus  ho- 
gares, i  obligádolos  a  construir  por  sus  propias  manos  un 
templo  de  espiacioni  de  gloria  con  los  fragmentos  despedaza- 
dos de  los  baluartes  de  la  plaza  i  los  escombros  de  sus  ruinas! 

Pero  un  ingrato  destino,  lo  repetimos,  no  quiso  que  fuera 
de  esta  suerte,  sino  que  aquellos  diasque  debieran  sellar  la 
empresa  que  tanta  sangre  i  tanto  heroísmo  costara ,  se  em- 


DE    LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  125 

picasen^  como  hemos  visto,  en  querellas  necias  i  bastardas, 
espinas  i  abrojos  que  iban  &  entrelazarse  con  los  lauros  con- 
quistados; manchas  opacas  que  debían  oscurecer  el  brillo  pu- 
ro de  la  aureola  de  clara  luz  que  sus  hijos  habían  cefiído  en 
la  frente  Juvenil  de  la  Serena,  aquella  lánguida  deidad  del 
norte  que  se  cierne  entre  los  senos  de  esmeralda  de  sus  colinas 
i  la  onda  azulada  de  su  mai;,  que  su  río  besa  en  la  arena 
con  cristalino  i  plácido  murmullo! 


II. 


El  mes  de  noviembre  babia  sido  pues  la  era  de  los  comba- 
les sin  tregua,  de  los  asaltos  nocturnos^  de  la  acometida  he- 
roica i  porQada  de  los  de  afuera,  de  la  resistencia  mas  heroica 
i  roas  implacable  de  los  de  adentro. 

El  mes  de  diciembre,  cuyoúliímo  día  sería  también  el  pos- 
trero de  aquella  epopeya  troyana,  iba  a  pasarse  lánguidamente 
en  escaramuzas  de  puestos  avanzados,  en  ataques  lejanos  e 
imprevistos  de  guerríllas^  en  acechanzas  pérfidas  i  aleves  de 
una  linea  a  la  otra  linea,  sin  que  asomara  por  el  pálido  ho- 
rizonte de  aquella  lucha  ingloriosa  sino  un  tardío  lampo  de 
luz,  a  cuyo  resplandor  se  veía  caer  examine  el  cadáver  de 
un  valiente 

Fué  esta  segunda  parle  del  sitio  de  la  Serena  como  un  vas- 
to campo  de  desafio  en  que  los  mas  valerosos  salían  por  los 
senderos  a  recibir  o  dar  la  muerte,  retándose  como  hombres 
mas  que  como  soldados.  Los  jefes  de  la  plaza  no  sacaban  las 
filas  al  frente,  porque  cslaban  ocupados  en  sus  diverjencias 
domésticas ;  pero  los  soldados  se  dispersaban  a  su  aniojo  por 
toda  la  linca  o  salían  al  campo  para  pelear  individualmente 
con  sus  contraríos.  £1  ruido  del  cañen  había  cesado  casi 


126  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

completamebte  i  se  oia  solo  de  tarde  en  tarde,  ínlerrumpíeado 
el  monótooio  síleDcio  de  aquellos  dias  abrasadores  del  verano, 
el  sordo  siivido  de  las  balas  de  fusil  que  cruzaban  de  una 
torre  á  una  trinchera,  que  reventaban  detras  del  alero  de  un 
tejado,  o  parecían  salir  del  centro  de  la  tierra,  disparadas 
desde  alguna  grieta  abierta  en  las  murallas.  «Los  enemigos, 
dice  el  Boletia  de  la  plaza  del  19  de  diciembre,  no  pudien- 
do  estrecharse  con  los  sitiados  en  un  combate  serio  i  noble, 
porque  no  hai  en  ellos  cabeza  ni  corazón,  han  cambiado  el 
papel  de  guerreros  por  el  de  asesinos.  Cada  vez  que  sacriRean 
una  victima  del  pueblo  celebran  este  triunfo  atroz  con  un 
repique  que  sirve  de  aviso  a  los  jefes  invasores,  que  a  su  vez 
lo  celebran  también  con  su  cortejo  infernal.  Las  órdenes  da- 
das a  los  verdugos  de  las  torres  que  ocupan  son  de  muerte 
para  todas  las  personas  que  andan  por  las  calles,  cualquiera 
que  sea  su  sexo  u  edad,  ün  niño  de  dos  años  ha  sido  sacri- 
ficado por  los  bárbaros  ejecutores  de  los  jefes  de  la  invasión» . 
«Sale  uno  de  su  cuarto,  (anadia  otro  do  aquellos  rejislros  de 
la  mortalidad  do  la  plaza,  describiendo  minuciosamente 
aquella  triste  guerra  de  contrabandistas  mas  bien  que  de 
patriotas  i  de  veteranos)  í  por  su  cabeza  atraviesa  una  bala. 
Un  niño  juega  i  se  entretiene  inocentemente,  i  un  sonido  es- 
trafio  le  alarma  i  le  espanta.  Otro  está  durmiendo  i  recuerda 
al  sonido  agudo  de  una  bala.  Otro  está  comiendo,  i  cerca  de 
la  mesa  cae  una  bala.  En  el  templo  caen  balas  i  se  inte- 
rrumpe la  oración  del  católico  que  ruega  a  Dios  contra  los 
bárbaros  i  por  la  vida  del  pueblo.» 

III. 

Tan  familiar  so  había  hecho  ya  el  heroísmo  dentro  de  las 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  HONTT.  127 

trincberas  que  se  vivía  en  una  especie  de  domeslicíiJad  con 
las  balas  i  con  la  muerte.  Cuando  un  fogonazo  de  fusil  anun- 
ciaba una  do  aquellas  visitas  intrusas,  se  las  dejaba  venir,  i 
.  cuando  se  había  estrellado  contra  algún  mueble,  cada  uno 
so  sacudía  la  ropa,  i  luego  se  miraban  lodos  riéndose  do  la 
«escapada».  Otro  tanto  sucedía  en  las  trincheras.  Guando 
las  baterías  enemigas  bostezaban  sus  tardíos  disparos,  los 
centinelas  apostados  en  nuestTos  reductos,  que  veían  aplicar 
el  lanza-'fuego,  gritaban,  canon!,  que  era  laspfial  convenida. 
£n(ónces,  toda  la  tropa  se  echaba  al  suelo  i  la  bala  pasaba 
conlostando  con  su  particular  zumbido  la  zumba  con  que  la 
saludaban  al  pasar. 


IV; 


Dos  desgracias  deplorables  ocasionaron,  sin  embargo,  aque- 
llos lances  que  se  habían  hecho  casi  risibles.  Fué  el  uno  la 
muerte  de  un  gallardo  mozo  de  22  años,  el  capitán  Lazo, 
aquel  oficial  que  había  venidacon  Bilbao  i  Salazar  desde  Co- 
píapó  i  que,  prisionero  en  Petorca,  se  escapó  de  ia  Ligua  con 
Pozo  i  Chavot  para  continuar  sus  servicios  en  el  sitio.  Eslaba. 
al  mando  de  una  posición  avanzada  que  se  denominaba  el  Cas- 
tillo de  Celís,  i  como  un  día  observara  que  se  hacían  oir  cerca 
de  las  murallas  golpes  subterráneos,  que  parecían  ser  la 
escavacion  de  una  mina  para  volar  el  puesto,  llamó  a  algunos 
oÜGÍatcs  a  fin  de  que  pusieran  atención  a  aquel  ruido  estraúo. 
En  lo  alto  de  la  pared  había,  sin  embargo,  una  abertura  a  la 
que  podía  alcanzarse  con  el  auxilio  de  una  silleta  para  observar 
lo  que  pasaba  afuera.  Varios  oficiales  se  encaramaron  so- 
bre olla  i  observaron ;  pero,  estando  mui  vecina  la  torre  de  San 
Fraocisco,  descubriéronlos  los  soldados  de  aquella  avanzada 


1218  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

mortífera,  i  comenzaron  a  descargar  sas  rjisHcs,  haciendo  las 
punterías  a  la  abertura  por  donde  aquellos  asomaban  sus  ca- 
bezas. Apesar  de  este  peligro  i  de  las  amonestaciones  de  sas 
compañeros,  el  bizarro  e  imprudente  mancebo  se  obstinó  en 
subir,  pero  apenas  se  babia  empinado  sobre  la  silla  que  lo 
sostenia,  cuando  cayó  de  espaldas  al  suelo  hecho  un  cadáver. 
La  bala  homicida  de  los  fusileros  de  San  Francisco  le  habia 
pasado  de  parte  a  parte  la  garganta. 

La  pérdida  innecesaria  i  dolorosa  de  aquel  joven,  que  se 
babia  hecho  amar  de  lodos  por  su  modestia,  su  urbanidad 
I  su  valor,  lloráronla  sus  companeros  de  armas  como  la  pri- 
mera vida  de  un  amigo  i  de  un  hermano  que  era  inmolada 
en  el  ara  de  la  patria,  pues  Lazo  fué  el  único  ofícial  que  pe- 
reció en  el  sitio.  Sus  restos  90  honraron  con  el  tributo  de  las 
lágrimas  del  valiente,  esta  única  i  santa  ovación  de  les  que 
mueren  en  el  campo.  Depositados  aquellos  en  un  tosco  ataúd, 
fueron  conducidos  al  templo  de  Santo  Domiogo,  donde-el  prior 
Robles,  maestro  en  los  primeros  años  del  joven  inmolado,  les 
dio  sepultura.  Cuatro  de  los  mas  valientes  camaradas  de  la 
victima,  los  comandantes  de  trinchera  Carmena,  Barrios,  Za- 
mudio  i  el  capitán  Cbavot,  cargaron  en  sus  hombros  el  féretro 
i  cubrieron  la  fosa  con  la  tierra  de  aquel  recinto  que  el  difun- 
to soldaao  les  habia  ayudado  a  defender. 


El  otro  lance  aciago  de  aquellos  dias  fué  la  muerte  del  in- 
trépido ciudadano  don  Paulino  Larraguibei.  Era  este  hombro 
un  antiguo  vecino  del  pueblo,  i  vivia  paciricamenle  adminis- 
trando un  pequeño  despacho,  sostenido  por  el  faVor  de  la 
familia  Zorrilla,  a  la  que  profesaba  una  culrañablc  adhesión. 


BE  LA  ADMII9ISTRAC10N  MOliTT.  129 

Coaodo  Contempló  los  estragos  (lol  bombardeo  en  su  ciudad 
naUl  i  vio  qae  la  casa  de  sus  favorecedores*  (situada  fuera 
de  trincheras,)  corría  el  peligro  de  ser  asaltada,  se  propusQ 
servirle  de  custodio  i  defender  él  solo  aquel  umbral  querido. 
Pidió  un  ftislli  municiones,  que  ¿1  \aciaba  a  granel  en  ios 
bolsillos  de  sa  ropa,  llevando  en  un  calabasiio  la,  pólvora  fim{ 
que  le  servia  para  ceba ;  i  acodipafiado  de  un  choca  favRrUoi 
que  le  servia  como  de  perdiguero,  salia  do  conUnupa  cazan 
enemigos  i  domo  él  decia.  '    .  » 

Por  una  de  esas  eoiticfdencias  raras  de  la  guerra,  apesar 
deque  se  le  hacia  una  viva  persecucipn  desde  las  avanzadas 
enemigas,  pues  todas  sus  correrías  las  hacia  don  Paplino  fuera 
de  trincheras,  ninguna  bala  le  habia  berido,  aunque  su  manta 
verde  aforrada  en  halletilla  roja,  recibiera  de  Ucmpo  en  tiem- 
po alguna  sorda  perfóracton.  ..  •  r         r) 

A  sa  jcnió  pariicülbr  i  a  aquella  constante  jcaaualídad  .$e 
debió  ((w  este  hombre  adquiriera  uda^^especie  de  manta  por 
creerse  invulnerable,  superstición  que  él  fqndaba  6n  el  prot 
pósito  constante  que  hacia  dé  no  quitar  su  vista  al  enediígtf 
mientras  se  batiese  a  su  frente^  i  tan  ciegamente  creía  esto, 
que  un  dia  en  que  fué  herido  en  una  mano,  sostuvo  que  ha- 
bla debido  aquel  contratiempo  a  un  olvido  de  su  infalible  re- 
gla de  combate.  Babia  ladrado  su  perro  en  el  momento  que 
él  estaba  peleando  cou  una»  )kvaDzadaj'mfdio  a  m^dl^iclf  la 
calle  ;  miró  al  animal  i  en  el  acta  i^ísbh)  labala  id^l  ^nejmsd 
le  hUió,  In  qué,  según  ét,  ^ra  nta  >;$fd9deraalevQsi<i4  /  i ;   ' 

A  veces,  este  hombre  ^ingulan  en  «el  que  se  había  eR9aff>aT 
do  el  desprecio  por  la  vida  qon^o  un  verdadpriq  fanatis^Ri 
daba  vuelta  el  reverso  de  su  popch^^iepjónjDes»  en  lugar,  ujia 
ser  el  hombro  de  la  manta  perde,  en  él  |)on>bre,  na  méjm 
temido,  de  la  manta  lacre,  i  seíasagura  que  ujoO'de  ios.jqfe$ 
de  los  sitiadores  oireciq  uq;  pr^mlP  dq  s€|s  oqzm  s^l^qu^  Í4 

17 


430  EISTORU  DB  LOS  DIEZ  AÜOS    • 

llevara  a  «ada  «nóde  agnelios  dos  niisieríosos  liradoraát 
Un  dia,  sin  embargo,  cuando  don  Pa^iiBO  estaba  áeasoaas 
pacifico,  ocupado  de  acomodar  un  cuero  fresco  (materíiilquid 
abundaba  mucho  en  la  plaza,  pues  se' bábíaebtableddo  cono 
una  especie  de  matadero  público  eñ  el  olaráslro  4e  Santo 
Dominico)  en  un  camino  cubierto  one  daba  acoeso  desde  atfen^ 
tro  dé  )a  plaza  a  la  casa  de  los  sofiones  Zorrilla;  Io8^soldados 
de  San  Francisco,  que  seguían  con  la  ^sti  las  ondvlaoiones  del 
cuero,  comprendieron  que  alguien  lo  movía  desde  abajo.  Apuir- 
tóuno  su  fosii,  i  la  bala,  alraívesandolápiel»  vino  adetenek^se 
en  el  cdrazon  del  infortunado  don  Pduiino/qué  espiró  en  d 
filsffllnte.  Su  creencia  se  babia  cumplido.  Hábia  muerto  cvaiH 
do  no  tenia  sus  ojos  fijos  en'  el  enemigo  í 

Aquel  hombre  rttro  no  alcanzó  honores  como  Lstto,  para 
quien  la  tumba  era  solo  la  bospitafidad,  porque  él  no  babia 
fiacfdo  en  aquel  suelo.  Has,  Larraguibel  tiene  en  H  memoria  de 
Ms  eompatrlotas  un  epitafio  modesto  i  que  durará  tanto  cotno 
el  esculpido  en  pomposo  mrármol,  porque  su  recuerdo  se  ha 
beólio  una  leyenda  de  las  tradicclones  heroioas  del  pueblo» 


VI, 


leerlo  demás,  nada  dfstraift  él  tedio  de  aquella  inacción 
Incompretrsible  después  qtie  lo^  soldados  fié  habían  hecho  aa 
hábito  d  (dormir  sin  soUár  las  armas  de  las  manosv  Soto  hé 
correrlas  del  infatigable  G&llegulllos,  que  desde  el  primer 
ataque  de  la  Portada  del  8  de  noviembre,  en  que  babia  per-* 
dido  dos  veces  su  montura,  parecía  que  se  hubiera  propuesto 
cansar  todos  los  caballos  que  existían  en  la  plaza  (tan  grande 
era  sa  celo  voluntario  en  el  servicio),  daban  algún  pábuloi 
d  ardor  ocioso  I  al  mal  homor  imperiinefile  de  aquellos  bra« 


m  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  131 

TOS.  Al  rayar  el  alba  de  cada  día,  ya  Gallegatllos' salía  por 
)a  puerta  del  claustro  de  Santo  Domingo  con  sus  carabineros 
formados  en  columna,  abría  el  portalón  de  la  trinchera  veci^ 
na  sobre  la  barranca,  descendía  a  la  Calle-'nHeva,  que  parte 
la  \egu  por  el  centro,  1  se  echaba  en  busca,  ya  de  víveres 
para  el  sustento  de  la  plaza,  ya  de  aventuras  para  el  susten^- 
to  de  su  alma,  pues  en  el  pecho  de  aquél  jéven  soldado,  esa 
cavidad  que  se  llama  la  áed  de  la  gloria,  no  se  saciaba  nunca* 

Sus  correrías  eran  tan  inciertas  como  las  ocasiones  eran 
varias.  Ta,  se  ponía  a  perseguir  las  avanzadas  cuyanas  que 
guardaban  la  playa  I  los  pasos  del  río,  pues  estas  eran  el  pasto 
íavoríto  de  los  sables  i  tercerolas  de  sus  carabineros,  que  no 
daban  cuartel  cuando  oian  al  prisionero  la.  frase  acentuada 
i  peculiar  de  Sai  rendido  [  que  acusaba  su  nacionalidad  (1). 
Ta,  se  diríjía  por  los  campos  de  Pefluelas  i  aun  a  las  bacien-^ 
das  vecinas  al  puerto  a  traer  arrias  de  ganado  que  el  enemigo 
guardaba  para  su  consumo :  Ya,  en  fin,  pasaba  al  opuesto 
lado,  i  cruzando  el  rio  hasta  la  hacienda  de  la  Gompaflia, 
iba  varías  vecq^  valiéndose  de  una  audacia  i  maüa  infinitas» 
a  traer  cargas  de  pólvora  de  mina  i  barras  de  cobre  para 
fundir  balas  en  la  plaza,  Galleguillos  era  como  el  parque  vo- 
lante de  la  Serena :  mas  todavía,  era  su  inagotable  almacén 
de  víveres  i  sobre  todo  esto,  era  el  espanto  i  el  respeto  del 
enemigo  i  era  a  la  vez  la  prímera  espada  entre  los  defenso- 
res de  la  ciudad. 

Guando,  por  acaso,  no  montaba  a  caballo  con  alguna  partida, 
salia  con  algunos  carabineros  a  pié  por  la  quebrada  de  San 

(1)  Galleguillos,  una  de  coyas  mas  bellas  virtudes  de  guerra 
era  la  humanidad,  estorbaba  siempre  estas  crueldades.  De  esta 
suerte,  salvó  al  oGcíal  Lindor  Qüiroga,  a  quien  hizo  prisionero  eti 
una  de  estas  escursiones,  en  el  momento  que  un  soldado  llamado 
Brito,  hombre  brutal  pero  valiente,  iba  a  partirlo  de  un  sablazos 


132  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ    AÜOS 

Francisco  para  ahuyeolar  las  avanzadas  enemigas  a  guiza 
del  cazador  de  fieras,  que  se  da  el  solaz  de  espantar  ias  aves 
del  monte,  en  qae  aquellas  habitan. 

En  una  de  estas  ocasiones»  sorprendió  una  partida  de  cvya- 
nos  que  se  habían  apeado  en  una  chingana,  i  se  dtvertian  ale* 
gromente  en  sus  vihuelas,  mueble  indispensable  de  aquellos 
gauchos  nómades  i  que  llevaban  a  la  espalda  junio  con  la 
tercerola,  como  llevan  la  muerte  i  la  orjia  dentro  de  su  pe^ 
cho.  GaJIeguiilos  Wegé,  sin  ser  sentido,  hasta  la  puerla,  í  como 
ie  pareciera  villano  malar  por  su  mano  aquellos  gauchos  beo- 
dos, dijo  a  un  valiente  liegro  llamado  Jcraldo,  que  entrara, 
sableen  mano,  a  apaciguar  aquel  alegre  tumulto.  Hizolo,  en  el 
acto,  el  africano,  i  dando  fajos  i  reveces,  trajo  luego  al  suelo 
tres  de  los  cantores,  batiendo  de  su  orjia  )o  que  se  llama  una 
verdadera  merienda  de  negros,  como  ánles  de  su  entrada  era 
aquella  fiesta  un  legítimo  pago  de  cuyanos. 

Los  oficiales  de  caballería  Baeza  i  Labra  acompafiábail 
constantemente  a  Galleguitlos  en  todas  sus  empresas,  dis- 
tínguiéuddse  particularmente  el  último,  que  parecía  haber 
heredado  de  su  tio,  el  bravo  coronel  Salcedo,  muerto  en  Pe^ 
torca,  junto  con  la  sangre  i  el  nombre,  los  bríos  del  es^ 
píritu. 

VIL 


Las  ocurrencias  de  otro  jénero  en  aquellos  días  eran  esca- 
sas pero  peculiares.  Ya  eran  los  mineros  que  querían  abrir 
un  socabon  desde  la  plaza  basta  el  mismo  Lazareto,  para 
hacer  volar  de  un  golpe  el  cuartel  jeneral  del  enemigo  coa 
sus  caflooes,  soldados  i  jenerales,  obra  que  ellos  solicilabaa 
de  buSna  Té  el  emprender,  pidiendo  solo  que  se  les  fijase  uq 


DK  LA   ADVmiSTRAGION  MONTT.  133 

plazo  de  dias  para  concluirla ;  ya  eraú  los  siUadores,  qae 
imilando  a  los  mineros  en  el  absurdo,  instalaban  a  principio 
de  diciembre  las  mesas  calificadoras^  on  el  Lazareto,  para 
espedir  a  los.  ciudadanos  del  departamento  de  la  Serena  sus 
boletas  de  sufrajio  délas  elecciones  de  diputados  que  tendrían 
lugar  el  próximo  marzo;  ya  eran  sitiadores  i  sitiados  ios 
que  se  ponian  a  repicar  como  unos  desaforados,  a  áltimos 
de'  noviembre,  celebrando  a  la  par  la  noticia  del  combate 
de  las  caballerías  de  los  ejércitos  del  sud  que  faabia  tenido 
logaren  el  Monte  de  Urra  el  19  de  aquel  mes  i  cuya  victo- 
ría  redamaban  unos!  otros ;  i  ya  era,  en  fin,  el  capitán  Car- 
mona,  único  que  parecía  tener  razón  en  el  laberinto  de 
aquellas  contradicciones^o^alménos,  el  que  tuvo,  sino  mejo^ 
acierto,  mejor  puntería,  porque  fastidiado  de  los  asesHiatos 
que  bacian  desde  la  torre  de  San  Francisco,  pidió  al  prior 
Robles  su  previa  absolución,  que  le  fué  acordada,  apuntó 
sucaQon  al  templo  profanado,  i  con  la  véoia  del  buen  padre, 
disparó  un  balazo  tan  certero,  que  tronchando  la  viga  de  la 
enorme  campana  del  esquilón,  la  trajo  a  tierra,  arrastran- 
do coa  estrépito  las  vigas,  piso,  escalera  i  soldados.  Desdo 
aquel  dia»  no  volvieron  a  repetirse  los  tiros  bomicida»^  de 
la  torre. 

vin. 

Por  este  liempo,  aconteció  también  en  la  plaza  un  suceso 
eslrafio  i  peregrino,  cuyas  consecuencias,  como  se  verá  mas 
adelante,  sirvieron  a  la  conclusión  del  sitio  a  la  mapera  de 
esdis pe lipiezas  de  farsa  irisa  que  se  representan  después 
de  ios  grandes  dramas.  Tal  fué  la  llegada  i  entrada  triunfal 
en  la  plaza  en  la  noche  del  12  do  diciembre  del  famoso  ím- 


134  HiSTOItiÁ  BS  LOS  Diez  AftOS 

postor  don  José  Aojel  Qníolin  Qointeros  do  ios  Pfnios,  e)  úl- 
timo iatenderite  revolaciooarío  de  la  Serena,  personaje  cn- 
ripsisimo  i  semlfabuloso,  del  qve  hablaremos  después  con 
deteneíon.  Esie  iodividno,  encontrándose  aburrido  en  una 
hacienda  del  valle  de  Qulilota,  donde  vivía  refojrado  al  lado 
de  no  pariente  que  servia  en  el  fundo  de  mayordomo,  tomó 
un  úli  un  boen  caballo,  le  pidió  a  su  primo  unas  cnanlá^ 
pesetas»  i  sin  mas  arreos,  se  fué  a  la  Serena  a4  ruido  de  su 
famoso  «ilio,  como  otro  tal  caballero  de  )a  Triste  figura,  ham^ 
bríento  de  pan  i  de  aventuras. 

.  M  Gomo  se  contemplara  tan  mal  aviado  para  dar  nh  petardo 
<ln  ia|)laza,  puso  a  parlo  su  caletre,  i  sjb  le  .viao  en  mientes 
la  peregrina  idea'  de  finjirse  emisario  del  jenerat  €ruz  (de 
jquien  se  decía  ademas  yerno  i  teniente  coronel  de  sus  ejér*^ 
€itos},  de  cava  parte  vem^a  trayendo  nuevas  gloriosas,  tns- 
tmeciones  importantes,  recompensas  a  los  coguimban'os  etc. 
etc.,  todo  lo  (fue  aminció  pornn  papel  que  introdujo  en  la 
plaza^cuye  contenido  los  jefes  sitiados  creyeron  injéauamen- 
te.  En  consecuencia,  se  mandó  repicar  las  campanas  en  scfial 
de  regocijo,  cosa  que  ordenaban  por  cualquier  frusleria  para 
hacer  burla  al  enemigo  que  no  tardaba  en  pagar  con  la  mis-* 
roa  moneda,  formápdose  una  algarabía  de  toques  i  repiques 
estrambólicos  que  habrían  horripilado  a  los  motilones  i  sa- 
crislanes,  acostumbrados  a  sus  cadenciosas  tocatas. 

lUas,  cuando  en  la  noche,  el  famoso  tebíente  coronel  fué 
conducido,  rodeado  de  una  guardia  de  honor,  a  la  presencia 
det  gobernador,  se  echó  de  ver  por  su  catadura  que  era 
solo  un  tunante  de  feliz  inventiva,  i  se  le  dejó  en  la  calle 
para  que  se  aviniera  a  vivir  como  Diosle  ayudara....  I  tanto, 
en  efecto,  le  ayudó  la  Providencia  o  el  Diablo,  que  de  simple 
teniente  coronel  que  era  cuando  entró  a  la  plaza,  le  veremos, 
al  salir  de  ella,  hecho  lodo  un  jeueral  i  Dictador  supremo.,.. 


n  U  AMItnSTRACION  Hoim.  4S6 

IX. 

La  prensa  contribuía  tamhieta  por  su  parte  a  laaimar  eon 
m  calor  i  su^  matíces  el  cuadro  apagado  i  monótono  que  por 
aquel  tiempo  presentaba  ia  inacción  de  las  trincheras.  A  las 
ardiaalés  proclamas  i  boletines  con  que  Alvarez  hacia  irradiar 
en  sus  momentos  lucidos  elíuego  de  su  ^piriUi  en  el  corazón 
de  los  soldados,  muchos  Áe  chuyos  fragmentos  bemos  entre- 
mezclado en  la  presente  narración.,  ej  chistoso  Juan  Antonio 
Cordovez«  que  babia  salido  de  la  prisión  queje  impuso  Artea- 
ga,  después  de  una  semana  de  sumario^  les  hablaba  aquel 
lenguaje  brusco  de  cuartel  que  el  soldado  comprende  mejor 
que  las  ciloasj»^  que  dicen  Jos  pai^aaos  en  sus  escritos  o 
discursos. 

Oeade  el  l.^'  de  diciembre^  comenzó  a  circula{*  cin  las  t^rin- 
choras  la  hoja  suelta  con  que  el  viejo  impresor  de  la  Serena 
se  proponía  divertir  el  ocio  de  la  guarnición.  Era  una  cuar- 
tilla de  papel,  mpresa  por  sus  cuatro  costados,  que  tenia  el 
siguiente  titulo  en  su  carátula. — Elperiodiquilo  de  lapláza^ 
i  a  ambos  lados  estos  dos  lemas  peculiares. — JEsíe  pigmeo  de 
la  prensa  no  tiene  dia  fijo— i-^E I  pueblo  no  se  rinde  al  ítVa- 
no!  Sus  columnas  eran  como  su  nombre  i  .como  su  divisa; 
ya  artitulos  sueltos  con  tendencia  a  serios  que  esplicaban  al 
pueblo  sus  derecbos,  ya  diálogos  risibles  entro  el  coronel 
español  Garrido  i  los  prisioneros  insurgentes  de  la  plaza;  yá 
eran  las  rudas  pero  patrióticas  conversaciones  que  se  habian 
Oido  a  dos  sárjenlos  déla  guarnición  en  las  trincheras;  o  ya 
Tersos  i  décimas  toscas  oomo  las  manos  ennegrecidas  por  la 
pólvora  que  las  componían»  pero  que  tenían  un  esquisito  sa- 
bor para  los  rudos  paladares  que  iban  a  saborearlas,  pues 


.180  .  <  HI&TOEU  DE  LOS  DIEZ  AKOS 

es  una  verdad  que  naestra  jen  le  del  pueblo  masca  mas  Uen 
que  canta  la  poesía. 

Muchas  de  estas  composiciones  grotezcas  tenían  un  espi- 
rilu  maligno  do  sátira  que  no  era  dificil  destilar,  compri- 
/  miendo  la  corteza  de  aquellas  ásperas  estrofas  para  arran- 
carle su  esencia.  Así^  en  una  especie  de  lista  que  se  pasaba 
a  lodos  los  enemigos  de  ia  plaza,  se  apostrofaba  al  mayor 
Fierro^  al  intendente  Campos  Guzmaa  j  al  rector  del  insÜIulo 
Cortes  en  la  siguiente  décima,  coja  de  un  pié. 

«Piedra  por  piedra  derriben, 
Con  ese  gancho  de  fierro 
I  de  victimas  un  cerro 
Se  tomarán  sí  es  que  vienen. 
Tanto  mas  hoi  que  reciben 
Al  Lazarino  intendentej 
De  Fálcalo  sustituto, 
Que  junta  en  el  Instituto 
Lo  Cortés  a  lo  valiente». 

Oirás  veces^  el  periódico  de  las  trincheras  tomaba  un  jiro  mas 
elevado  i  dirijia  a  los  sitiadores  el  lenguaje  de  la  amistad  i 
aun  de  la  seducción.  aPrielo  i  Las  Casas  (<1ecia  una  de  estas 
invitaciones,  aludiendo  al  cuerpo  de  Cazadores  a  caballo,  cuya 
conducta  prescíndente  durante  el  sitio  rpvclaba  sus  simpatías 
por  la  causa  del  pueblo  i  la  sospecha  de  los  jefes  sitiadores), 
venid  a  enrolarosen  las  filas  de  la  fiepübiical  Contribuid  cpo 
vuestro  valor  acreditado  al  triunfo  de  la  libertad  protejido 
por  la  providencia .  No  seáis  ingratos  con  vuestra  patria  i 
con  vuestro  impertérrito  jeneral  Cruz,  a  cuyo  mando  habéis 
recomendado,  vuesiro  heroísmo  desencadenando  lasRepúbli^ 
cas  del  Perú  i  liolívia». 


DE  tA   ADtfirflSTRAClOK  BIQKTT.  137 


Los  solidados  se  divertían  en  enviar  desde  las  trincheras 
aqudtos  mensajes  de  simpatía  i  los  retos  de  mofa  u  odio  qne 
sus  caudillos  hacían  a  los  de  afuera.  Aveces,  arrojaban  pu- 
jados de  aquellos  papeles  desde  la  (arre  de  Sanio  Domingo! 
ios  veian  esparcirse^  arrastrados  por  la  brisa^  en  el  campo 
enemigo,  donde  había  la  pena  de  cien  palos  para  el  que  re- 
cojiera  del  suelo  aqueilas.faojas  subversivas  del  orden  jMlico 
i  de  Im. autoridades  constituidas,  qxie  es  la  frase  sacramental 
de  todos  nuestros  despotismos,  grandes  o  pequeños.  Otras  ve- 
ces encumbraban  volantines^  atravesando  en  los  maderos  los 
bololines  revolucionarios  i  cortaban  el  hilo  cuando  calculaban 
que  el  aereo  emisario  caería  en  los  tejados  o  palios  del 
Lazareto. 

Un  día  recurrieron  a  otra  eslratajemá  mas  injeniesa  i  opor<> 
luna.  Vistieron  un  mufieco  con  traje  do  diplomálico^  llenando 
los  bolsillos  de  su  roído  levita  con  paquetes  de  proclamas, 
trajeron  luego  un  borrico  que  pacía  en  la  vega,  i  amarraron 
el  «embajador»  en  su  lomo.  Abrieron  luego  el  portalón  de  la 
trinchera  de  Zamaüío  i  lo  despacharon,  a  la  media  claridad 
de  las  oraciones,  por  la  calle  derecha  que  conducía  a  un  re- 
ducto de  los  sitiadores,  llevando  una  bandera  blanca  en  la 
roano.  Cuando  el  centinela  advirtió  el  bulto,  gritó  el  enemigo! 
i  disparó  su  fusil  sobre  el  infeliz  pollino,  que  vino  a  medir  el 
suelo  con  su  carga.  Mas,  cuando  se  descubrió  el  chasco,  solo 
se  escuchaban  las  risotadas  con  que  los  autores  de  la  farsa 
celebraban  la  agudeza  en  ambas  trincheras. 

Estas  mismas  burlas  la  repelían  con  frecuencia  en  la  trin- 
chera de  Zamudio,  donde  uno  de  los  ingleses  que  babiá  sido 

18 


f  38  *     aiSTORU  DB  LOS  Din  AÜOS 

kecbo  prisionero  en  e\  Alto  de  Campos^  i  que  senda  ahora 
de  cabo  de  e^fioo,  tenia  an  isjeoio  particuiar  para  disfrazar 
muñecos.  Babia  construido,  jcomo  muestra  de  sa  destreza,  un 
maneqni  vestido  de  soldado,  cuyos  movimientos  manejaba  por 
medio  dé  cnerdas.  Apenas  bajaba  la  luz  del  dia,  io  colocaba 
de  guardia  en  el  par^ipelo  de  la  trinchera  con  su  fusil  al 
hombre;  i  luego,  les  soldados  enemigos  bacian  llover  sobre 
él  impávido  centinela  una  granizada  de  batas,  de  las  que  él 
pyrecia  burlarse  con  los  grotescos  movimientos  de  sus  pier- 
nas i  :t>razo6.  C¡oaiido.  descubrían  «1  artiGcío  en  una  trinchera, 
lo  nevaban  a  otro  punte  i  repetían  con  gran  algazara  de  los 
feoidadoaaquel  sdinete^  lan.ai  sabor  del  mjlitar  ohUane* 


Xt 


Pero,  mientras  los  defensores  de  la  Serena  entretenian  el 
ocio  a  que.las  pañenes  de  sus  caudillos  i  la  indecisión  de  su 
gtobemklpr  lesi  sometía^  en  aquellos  pasatiempos,  propios 
masDiea  ¡del  aula  iqfaf  til  que  de  una  fortaleza,  tenían  lugar 
en  teicampafla  moürimientos  atrevidos  de  montoneras  i  de 
levan taQieatos  parcialest  como  si  el  espíritu  guerrero  ahu- 
yentado, a  su.  pesar,  de  la  plaza,  hubiese  invadido  las  co* 
marcas  vecinas  i  cundido  por  ios  valles  basta  la  altura  de 
enoumbradas  monlaaas* 

'  Les .  riAineros  de  llid  populosas  i  ricas  faenas  de  Tamay a 
fueiron,  a  sa  modo,  los  primeros  montoneros  que  se  alzaron 
o  mas  bien  descendieron  en  rebelión  sobra  los  valles,  por  los 
escarpados  senderos  de  su  montana. 

Habíanse  refujiado  en  aquellas  cerranias  algunos  de  los  de-* 
rrolados  de  Petorca,  qoe  no  llegaron  en  tiempo  para  ence- 
rrarse en  la  Serena*  Sobresalía  entre  estos  un  tal  Francisco 


DÉ   LA  ADMlNtSTRAGldll   MONTT.  1  ^ 

Senááte,  hombre  resuello  i  efitendido  que  tenia  por  asociados 
dos  aotlgoos  soldados  llamados  ei  uno  Viliagral  el  otroFran^ 
CISCO  Cortés.  Con  ta  ayuda  de  éstos,  no  tardó  en  persuadir  a  los 
mineros  de  lasTaenas  inmediaias  de  que  era  fácil  dar  un  golpe 
de  mano  sobre  la  villa  de  Ovalle  (a  la  que  la  jeote  délas  m¡^ 
ñas  profesa  una  brusca  i  antigua  antipatia},  de  éúyas  tiendas 
i  despachos  sacarían  un  apetitoso  lK)tin  para  drálraer  sus  so- 
ledades de4  monte V  Ténián  adetnas  que  castigar  iá  át*r6gáncia 
de  i|os  partidarios  del  <]fo¿t>f no,  palabra  que  para  los  mineffts 
es  conio  si  dijeran  una  cuadrilla  de  subdelegados  de*  cepo  o 
de  celadores  raleros. 

Convenidos  mas  de  300  conjurados  eü  él  malón  nocturno 
que  iban  a  ejecutar  sobre  la  villa,  comenzaron  a  bajar  del 
cerrb  a  la^  oraciones  del  dia  2  de  dieiembre  eñ  gntpbs  silen- 
ciososvp^r<^|ii&tores¿os  i  animados.  Los  reduestes  de  las  nhou- 
tafiad  ofrecían  él  aspeéto  Tanláslico  de  esas  decoraciones  de 
leatro  que  reptesenlan  la  eniigracioñ  de  pueblos  errantes  de 
jitanos,  al  ti-avés  de  loi  vaRes  de  los  AÍpeis.  Llevaban  sus 
trajes  habituales,  a  los  que  la  uniformidad  dé<  sus  gorras  de 
lana  roja  i  sus  anchos  atavíos  de  cuero,  dabaií  una  ú'nfformi^ 
dacT  terrible  i  casi  siniestra.  Parecía  que  una  rejron  de  ne^ 
gros  fantasmas,  vengadores  de  la  República  inmolada^  salíáft 
de  las  cavernas  del  monte  por  entre  tas  pardas  rocías  de  las 
laderas,  que  eí  manto  de  la  noche  cubría'  ya  con  sus  densos 
pliegues.  A  las  12  de  la  noche,  la  hora  de  los  brujos  i  de  las 
apariciones,  los  montañeses  llegaban  a  la  entrada  ddlpuebio. 

Los  habitantes  de  la  villa  habían  tenido  aviso  en  la  jornada. 
Sncerrados  en  la  casa  del  cabildo  i  parapetándose  con  sus 
pistolas  i  escopetas  detrás  de  las  ventanas  de  la  sala  capi* 
tallar,  los  aguardaban,  mientras  que  una  fuerza  de  aconca- 
guiaos  que  goarnecia  el  departamento,  los  prolejía  con  sus 
tercerolas.  Aquella  resolución  era  valiente,  porque,  por  et 


140  HISTOUA  DB  LOS  DIEZ  aSOS 

núiaero  de  los  asaltaoles  (o  si  estos  prendían  faego  al  cabildo), 
eran  pendidos.  Notábase  enlre  aquellos  salerosos  ciudadanos 
a  un  anciano  a  cuyo  lado  estaban  seis  de  sus  hijos,  todos  va- 
rones, todos  jóyenes,  del  apellido  de  Calderón,  que  se  aproiH 
tabao  a  combatir  al  lado  de  su  padre. 

Los  mineros  no  tardaron^en  anunciar  su  presencia  con  una 
grita  d^Qorda^  \  horrible  a  la  que  se  mesclaban  los  luga- 
bres  i ,  invernosos  jemidos  con  que  ayudan  su  respiración 
en  el  .fond^^  de  las  labores,  i  los  gritos  de  entusiasmo  i  de 
guerra  con  que  sp  animaban  adelante,  ün  barril  de  pólvora 
vacio  en  cuyas  dos  estremidades  hablan  clavado  dos  culeras 
viejos,  les  serv^  4^  tambor^  tocándolo  con  piedras  jan  qptr 
de  los  mas  alentados.  Seguían  los  combatientes  en  dos  divi- 
siones, uiM  que  había  entrado  por  el  sendero  del  valle,  i  otra 
que  bajaba  de  la  colina  llamada  la  SiUetai  que  corona  el 
pueblo  por  el  norte«  Sus  armas  eran  unos  cuantos  trabucos 
alojos,  que  llevaban  los  jefes,  rajas  de  lefia,  i  mas  que  lodo, 
riscos  del  cprro  i  piedras  del  rio,  de  las  que  traían  sendas 
capachadas.  En  efecto,  aquel  ejército  singular  arriaba  a  su 
retaguardia  uos^  tropa  considerable  de  jumentos  en  ios  que  con- 
ducían todo  aqufll  parque  de  guerra,  i  en  los  que  a  su  vez, 
se  propom*an  acarrear  el  botín  conquistado. 

A  la  voz  áe  a  la  cárgala  los  mineros  se  precipitaron  en  la 
plaza  en  dos  copfu^os  pelotones,  arrojando  sobre  el  edificio 
del  cabildo  tal  lluvia  de  pefiascazos,  que  parecía  que  el  mis- 
mo cerro  de  Tamaya  se  hubiera  derrumbado  de  improviso 
sobre  la  población.  Pero  los  vecinos  i  el  piquete  de  aconca- 
guiños,  parapetados  detrás  de  las  rejas,  i  tirando  sobre  mam- 
puesto con  sus  escopetas,  rompieron  un  mortífero  fuego  so- 
bre los  asaltantes.  Las  piedras,  entretanto,  volaban  inofen- 
sivas a  estrellarse  contra  ias  paredes,  pero  ninguna  bala  se 
malograba  en  la  masa  compacta  de  los  montoneros,  entre 


BE   LA   ADMINISTRACIÓN  MONTT.  Ht 

los  que  rodaban  ya  muchos  por  et  suelo,  interrumpiendo  con 
sus  jemidos,  los  ahullidos  de  rabia  de  sus  compañeros.  Esios 
se  obstinaban  mas  i  mas,  a  medida  que  Tcian  caer  a  sus 
camaradas^  i  de  tal  suerte,  que  solo  cuando  cerca  de 
treinta  de  los  suyos  estaban  Aiera  de  combate,  i  juzgaron 
imposible  el  penetrar  en  la  sala,  resolvieron  ret¡^arse.  Pero 
entonce?,  adelantaron  con  una  sangre  fría  extraordinaria 
sn  tropa  de  borricos,  i  cargando  en  sus  lomos  a  todos  lod 
heridos,  se  roarcbdron  al  mineral  con  la  tnÑntta  calma  que 
si  vinieran  de  un  pagamento.  Solo  que,  decían  ellos,  en  voz 
de  las  ricas  espomillas  para  sus  mozas  i  de  los  gustadore» 
aguardiente  del  valle,  llevaban  ua  cargamento  dejemidos  I 
de  miembros  lastimados. 

Ninguno  de  aquellos  hombres  hercúleas,  cuya  piel  parece 
acerarle  eomo  los  fierros  con  que  trabajan,  murió,  síq 
embargo,  a  consecuencia  de  sus  heridas,  que  eran,  ademas, 
superficiales,  por  el  poco  alcance  de  las  escopetas.  Solo,  al 
amanecer,  dieron  alcance  los  Aconeaguínos  a  una  partida 
de  24  mineros  queso  había  quedado  repagada  en  la  quebi^da 
déla  Alfalfa,  i  como  so  resistieron,  fué  muerto  uno  que  llama- 
ban el  Toro,  i  conducidos  los  otros  prisioneros  a  la  cárcel  de 
la  villa.  .      . 

Desdo  aquella  uocbe,  memorable  en  la  tradición  del  fámdso 
cerro  de  Tamaya,  juraron  tos  mineros  un  odio  eterno  a  los 
habitantes  de  Ovalle,  i  sellaron  su  antigua  anioio$idad  con 
la  protesta  de  que  algún  día  los  del  valle  habida  de  dar  cuenta  * 
de  los  balazos  de  aquel  encuentro  a  sus  altivos  sefiores  déla 
Sierra.  I  cuidado  que  los  mineros  dd  norte  saben  cumplir 

su  palabra!  (I). 

I 

(t)  Esto  escribíamos  en  I808.'    Los  Loros  ¡  Cerro*grande  han 
sido  una  profecía?— Setiembre  do  1801. 


Vf %  .    »6yORIA  IHS  LOft  DIEZ  AÜOt 

XII. 

;  Agéoas^^b^bian  pasado  caatro  dias  desde  aquel  encueotro; 
cuando  una  nueva  montonera  de  jinetes  se  presentó  en  las 
^liaras  del  puebla  al  amanecer  del  día  6  de  diciembre.  Man-* 
dábala  en  jcCb  el  escribano  receptor  de  la  yilla;  Eizo  Prado, 
que  se  titulaba  teniente  coronel  de  aqaella  división,  eom-r 
puesta  de  mas  de  íOO  hombres,  numero  estraordinario  para 
aqiMi^  despobladas  rejiones. 

;  Había  venido  esta  guerrilla,  adrecentándose,  desde  el  valle 
de  Illapel,  donde  un  negro  llamado  Rafael  Gbacbínga,  afri- 
eaao  valiente  i  rencoroso^  la  babia  levantado  a  mediados  de 
noviembre  en.laá  haciendas  vecinas  a  Illapei,  cayo  pueble 
babia  asaltado  eH9  de  aquel  mes  poniendo^  presos  a  sus  prin- 
cipales vecinos  i  exijiéódoles  fuertes  rescates.  Pasándose  cerca 
de  Combárbalá,  cuya  aldea  miraron  con  desden  porque  ne 
tenia  armas  ni  bolsilloSi  se  presentaban  ahora  en  frente  del 
pueblo,  como  para  pedir  venganza  del  desastre  de  los  mine- 
ros. Mas,  apenas  había  salido  a  su:  encuentro  el  gobernador 
del  pueblo,  don  Pablo  Silva,  antiguo  soldado  que  tenia  re-, 
ptttaoion  de  bravo,  cuando  sb  entregaron  n  la  mas  completa 
dispersión,  dejando  algunos  caballos  en  poder  del  teniente 
Morales  que  cen  su  i»quete  de  carabineros  aeoncaguinos 
amagó  cargarlos  por  un  flanco. 

XHL 

Ne  se  condujo  ciertamente  de  esta  manera  otra  montonera 
que  a  mediados  de  diciembre  se  organizó  al  norte  de  la  Se- 


DE    LA  iPKipiftmcIOÑ  MONTT.  Ht 

reoa,  en  los  míoeralos  de  la  Higuera  i  de  Quebrada  Honda, 
por  los  bravos  oficiales  don  Juan  Hufloz  i  Lagos  Trujillo. 
Salieron  estos  jóvenes,  espresamente,  de  la  Serena  con  aquel 
finjlevando  algunas  armas  i  municiones.  Hufloz,  que  conocía 
mejor  los  lugares,  donde  su  familia  tenia  estensa^  faenifs^df 
minas,  se  proponía  armar  los  mineros;  de  la  sierras  de,¡  las 
costas,  asaltar  en  seguida  la  villa  de  Yíouaa,  piaisf  ipmarabí 
recursos  de  armas!  caballos,  acopiar  víveres,  i  éa,s.9£ujda« 
regresar  a  la  plaza,  con  aquel  oportuno  aaxUIo.  EM9  do 
diciembre  cayó,  en  efecto,  sobre  el  valle  de  Elqui  con  ,upa 
partida,  tomó  el  cuartel  de  la  villa,  sacó  las  armas,  aporra!^ 
algunos  caballos  i  se  replegó  sobre  Quebrada,  floiidat  rdesd^ 
cuyo  punto  debia  dirijirse  a  la  Serena. 

Mas,  sabedor  Vidaurre  del  asalto  de  Vicufia,  destacó  en  su 
persecución  el  escuadrón  de  lanceros  de  N6iro^>  qúieut  ca-^ 
yendo,  después  de  una  marcha  forzada,  de  sorpresa,  sobre 
su  campamento  dormido,  mató  11  mineros,  bizq  34  prisiones 
ros  i  enti^  estos?  oficiales.  Él  bravo  mayor  Lagos  había 
rebasado  rendirse  i  solo  fué  desarmado  cuando  le  habiaQ  des- 
trozado  la  cabeza  a  sablazos,  de  cuyas  heridas  se  salvó,  sin 
embargo.  Hufloz  logró  escapar.  Neirot  volvió  a  la  plaza  coa 
sus  cautivos  i  un  botín  considerable  de  dos  arrias  de  muías, 
cargadas  de  víveres  i  los  treinta  fusiles  que  se  habían  toman- 
do én  Elquf.  £1  coronel  Yidaurre  dio  al  bani^ido  arjenlino, 
en  nombre  de  la  patria,  las  mas  espresivas  gracias  por  aquel 
hecho  de  armas^  en  que  la  sangre  de  bravos  chilenos  inde-f 
fensos  i  sorprendidos,  habla  corrido  por  la Janza  o  el  pufial  do 
los  gauchos  (i)j 


(2)  Véase  el  parte  que  el  coronel  Vidaurre  pasó  sobre  este  su-* 
ceso  al  Gobierno  de  la  capital  en  el  Mercurio  de  fslparaifo  nánif 
7,302- 


444  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aKoS 


XIV. 


Pero  esta  catástrofe  debía  tener  nna  reparación  espléndida  i 
análoga  en  su  manera  i  en  sn  éxito,  i  acontecía  casi  en  el  mis- 
mo día  en  qne  aquella  se  consumaba.  Ei  47  de  diciembre,  al 
amanecer,  ei  comandante  Gallegnillos  atacaba  con  sus  cara- 
bineros i  una  fuerza  considerable  de  infantería  que  mandaba 
en  persona  el  gobernador  Arteaga^  el  campamento  del  escua- 
drón de  carabineros  de  Atacama,  acantonado^  desde  el  prin- 
cipio del  sitio,  eñ  el  establecimiento  dé  fundfciones  de  cobre  de 
don  Carlos  Lambert,  eu  la  marjen  selenirional  del  rio.  Una  com-^ 
[)leta  dispersión  de  aquel  cuerpo  tuvo  lugar  a  la  aparición  de 
la  Columna  de  la  plaza,  escapando  muchos  sin  armas  ni  caba-* 
líos  i  siendo  herido  en  la  cabeza,  de  un  siablazo,  su  mismoí 
comandante  Pablo  Yidela,  a  quien  un  soldado  asestó  el  golpe 
én  el  momento  que  saltaba  uiia  cerca.  El  valiente  Lagos  es-> 
laba  vengado  por  la  pena  del  talion }        • 

^     XV. 

Aquel  fué  el  últiiho  combate  qiie  se  dió  por  los  siüados, 
i  parecía  solo  una  tardía  condescendencia  del  gobernador, 
que  se  oponia  tenazmente  a  todo  ataque,  fundado  en  buenas: 
1  atendibles  razones  militares  (pero  no  revolucionarías},  cua- 
les eran  el  desenlace  que  se  esperaba  por  momentos  de  la 
campaña  del  sud  i  la  inutilidad  de  hacer  derramar  sangre, 
desde  que  el  enemigo  se  mantenía  ep  la  actitud  de  una  eslric- 
la  defensiva. 

Asi  es  que  cada  vez  que  los  mas  impoluosos  de  los  olkiales^ 


DE  LA   ADMmiSTRAGION  MONTT.  US 

de  ta  plaza  fe  exijian  por  el  permiso  de  una  salida  jeneral, 
el  sagaz  gobernador  sellaba  solo  promesas  para  enlrelcner 
aquel  ardor,  siendo  su  disculpa  mas  favorila  la  de  que  esta- 
ba ocupado  de  un  proyecto  de  destrucción  completa  del  ene- 
migo por  medio  de  coetes  a  la  Congreve  1  unas  barricadas 
de  fierro,  especie  de  trinchera  volante,  lirada  con  bueyes, 
tras  de  las  qué,  los  soldados  podian  combatir,  sin  esponerse  al 
fuego  del  enemigo. 

Esta  apalia,  que  tanto  se  parecía  a  la  impotencia,  era  solo 
erecto  de  cierta  flojedad  de  carácter  i  de  la  reacción  que  los 
conflictos  de  la  discordia  hablan  operado  en  el  ánimo  del  go- 
bernador i  de  sus  principales  consejeros. 

Entre  tanto,  el  coronel  Yidaurre,  desde  los  primeros  dias 
del  mes  de  diciembre,  habia  manifestado  al  gobierno  de  lá 
capital  su  impotencia  verdadera,  con  estas  palabras  de  amar- 
ga sinceridad.  «Es  doloroso,  pero  al  mismo  tiempo  preciso, 
confosar  que  con  escepcion  de  ^poquísimas  personas  de  esta 
ciudad  i  su  deparlamento,  son  mui  raras  las  que  prestan  la 
mas  débil  cooperación  a  favor  de  la  causa  pública». 


19 


CAPITULO  VII. 


US  TMnDOS. 

Súbito  cambio  de!  aspecto  del  sitio.-— Llegan  a  la  Serena  los  tra- 
tados de  Purapcl  i  comanicaciones  del  jeneral  Cruz  para  que 
se  entregue  la  píaza,— Suspicacia  del  coronel  Garrido  i  carta 
confídencial  que  escribe  a   Arteaga. — Uesolucion   irrevocable 

.  que  este  toma  a  la  vista  de  estos  documentos. — Se  roune  el 
Consejo  del  Pueblo  i  se  pide  el  envió  de  una  comisión  a  Valpa- 
raíso para  cerciorarse  de  la  autenticidad  de  los  tratados. — 
Noble  contestación  del  coronel  Arteaga.— Armisticio  que  se 
celebra  el  25  de  diciembre. — Los  jefes  siüadoros  convienen  en 
que  una  comisión  vaya  al  puerto  de  Coquimbo  a  instruirse  de 
la  verdad  por  los  pasajeros  del  vapor  de  la  carrera. — Llega  a 
Ja  plaza  Ja  circular  del  secretario  jeneral  del  sud,  Vicuña,  quo 
anuncia  la  victoria  de  Longomilla. — Ptegocijo  en  la  plaza. -— 
Despacho  del  coronel  Vidaurre,  i  altiva  respuesta  que  recibe 
del  gobernador  por  sus  recriminaciones. -^Arteaga  persiste  en  su 
resolución  de  retirarse  ¡  solicita  la  mediación  del  comandante 
francés  Pooget.— Se  vé  con  Vidaurre  en  la  plazuela  de  San 
Francisco  i  se  retira. — Incredulidad  i  entusiasmo  de  la  guarni- 
ción,—Ultima  resolución  del  Consejo  del  Pueblo.— Arteaga 
voeive  i  demite  el  mando  que  acepta  jenerosamente  Muniza- 
ga.— Despedida  del  gobernador  a  la  guarnición. — Juicio  sobre 
el  coronel  Arteaga. — Conflictos  de  Munizaga  para  ajustar  la 
rendición  de  la  plaza. — Honorables  instrucciones  dadas  al  ple- 
nipotenciario Zenteno.— Garrido  las  rechaza  i  se  ajusta  una 
capitulación  ordinaria.— Munizaga  rehusa  ratificarla  porque 
no  se  garantiza  la  amnistía  de  los  ciudadanos.—Se  añade  una 
fórmula  i  ios  tratados  quedan  aprobados  tn nomine.— La  Serena 
no  se  rinde. 

I. 

Después  de  las  vicisiludcs  gloriosas  de  su  asedio,  la  Serena 
parecía  como  embriagada  en  su  propia  inercia  i  adormecida 


1 48  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AJÍOS 

por  el  cansancio  de  sus  espléndidas  viciorías.  «Glorias,  Iríon- 
fos,  bazaüas  por  lodas  partes,  decía  un  hijo  de  aquel  suelo, 
al  contar  el  último  combale,  con  cuyo  recuerdo  cerramos  el 
capitulo  anterior;  cada  tiro  una  muerte,  cada  golpe  con  cer- 
tero valor  derribaba  un  enemigo.  Gloría  eterna  a  los  defen- 
sores de  la  Serena!»  (1). 

La  hora  de  la  prueba  estaba»  empero,  al  sonar,  súbita  i 
trcmonda;  i  el  golpe  del  rayo  seria  tanto  mas  asolador,  cuanto 
que  no  caia  de  un  cielo  cuajado  de  nubarrones,  sino  que  cru« 
zaba  por  un  firmamento  sereno,  iluminado  del  resplandor  de 
las  victorias  alcanzadas  i  de  la  confianza  conquistada  por  el 
heroísmo  en  el  huracán  que  acababa  de  disiparse! 


IL 


Una  noche  (el  23  de  diciembre},  cuando  ya  habían  dado  las 
once,  se  presentó  en  una  de  las  trincheras  de  la  plaza  un  ofi- 
cial enemigo  que  se  anunciaba  como  parlamentario  portador 
de  pliegos.  Eran  estos,  carias  confidenciales  de  Jos  jefes  si- 
tiadores diríjídas  al  gobernador  de  la  plaza,  en  las  que  venia 
inclusa  una  correspondencia  que  aquella  misma  noche  había 
traído  de  Valparaíso  el  vapor  Cazador, 

El  gobernador  recibió  con  sobresalió  aquellos  despachos 
que  le  llegaban  por  la  mano  del  enemigo  i  que  no  podíanme- 
nos  de  contener  una  nueva  fatal.  Aquel  presentimiento  era 
demasfado  cierto.  El  jencral  Cruz,  después  de  una  horrenda 
batalla,  cuyo  desenlace  no  tuvo  ni  victoria  ni  derrota,  sino 
una  inmensa  hecatombe  de  cadáveres,  había  depuesto  las  ar- 
mas en  Puiapel  el  1G  de  diciembre,  celebrando  con  el  jeneral 


(1)  Pedro  Pablo  Cavada.— il/cmoría{  citado. 


BB    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  149 

Búlnes  ODa  verdadera  capUuIacion^  que  por  corlesia  i  mutua 
conveniencia,  se  designó  con  el  nombre  de  Tratados.  Los 
pliegos  contenían  una  copia  de  este  documento. 

Acompafiábanle  además  una  carta  privada  del  parlamenta- 
rio Alemparte,  hermano  i)olilico  de  Arleaga,  que  había  ajus- 
tado las  proposiciones  de  la  capitulación,  en  la^que  le  referia 
la  triste  verdad  de  lo  que  pasaba,  i  también  una  nota  del  je- 
neral  Cruz.  A  través  de  frases  equívocas  que  disimulaban  un 
gran  dolor,  el  noble,  pero  infortunado  caudillo,  invitaba  al 
pueblo  de  la  Serena,  a  deponer  las  armas.  «No  dudará  U.  S., 
decía  esta  lacónica  nota  en  su  conclusión,  refiriéndose  al  go- 
bernador, que  he  comprendido  mui  bien  la  misión  que  los 
pueblos  me  habían  encomendado;  pero  también  verá  que  si 
me  había  impuesto  la  defensa  de  derechos  bien  positivos, 
no  por  esto  debía  olvidar  el  precio  a  que  debían  comprarse, 
según  las  distintas  circunstancias  en  que  ellos  podían  colocar 
la  contienda.  En  tal  evento,  he  debido  preferir  aquel  menos 
costoso  i  que  las  circunstancias  exijian,  para  arribar  a  la  re* 
gularizacíon  que  deseaba.  En  vi^ta  de  estas  razones  i  de  la 
estipulación  hecha  del  mando  supremo  con  que  se  me  in- 
vistió por  esa  provincia,  cuyas  fuerzas  U.  S.manda,  espero 
aceptará  ese  tratado^  que  con  acuerdo  de  todos  los  jefes  del 
ejército  que  se  hallaban  a  mis  órdenes,  he  creído  prudente 
convenir»  (1), 


m. 


El  coronel  Garrido^  que  entraba  ahora  en  un  campo  todo 

(1)  Comunicación  del  jeneral  don  José  María  de  la  Cruz  a!  co- 
ronel Arteaga,  fecha  de  Purapel  16  de  diciembre  de  1851.  Puede 
irerse  este  documento  íntegro  en  el  núm.  25  del  Apéndice. 


i  50  HlSTORIJl    DE    LOS  DIEZ   AÑOS 

suyo  j  conocía  el  efeclo  decisivo  que  aquellas  comuDleaciones, 
doblemente  fehacientes,  del  jeneral  Cruz  a  su  subordinado 
i  de  un  hermano  a  su  hermano,  quiso  abrir  un  camino  fácil 
al  avenimiento,  hablando  a  los  sitiados  ei  lenguaje  de  la  amis- 
tad, sin  emplear  aquellas  palabras  de  perdón  i  de  clemencia 
que  hablan  costado  dos  meses  de  combates  i  de  horror.  £1 
viejo  militar,  de  quien  se  decia  que  habia  ganado  mas  de  una 
batalla  con  el  diestro  manejo  de  papeles,  sabia  cuan  prudente 
era  dejar  una  válvula  al  corazón  cuando  una  emoción  violenta 
lo  comprime,  escape  que  debe  ser  tanto  mas  libre  cuanto  mas 
frájil  es  el  pecho  a  que  se  aplica,  o  cuanto  mas  grande  es  el  mal 
a  que  dá  alivio.  Sofocando  pues  aun  la  significación  de  su  re- 
gocijo, escribió  al  gobernador  una  carta  confidencial  en  que 
le  decia  estas  palabras.  aBaslantes  días  hemos  estado  en  entre- 
dicho, apreciado  amigo,  haciendo  uso  del  mortífero  lenguaje 
que  por  desgracia  del  pais  i  con  harto  sentimiento  de  nues- 
tros corazones,  han  pronunciado  los  cañones  i  fusiles;  i  difi- 
cilmente  puede  haber  una  ocasión  que  nos  sea  mas  propicia 
que  la  presente  en  que  deben  cesar  las  hostilidades,  restau- 
rando la  paz  de  que  por  tanto  tiempo  ha  carecido  la  Repú- 
blica» (1). 


IV. 


Por  su  parle,  el  gobernador  tomó  su  resolución  desde  el 
primer  instante  en  que  se  instruyó  de  lo  sucedido.  Para  él, 
el  sitio  estaba  terminado  desde  que  la  campaña  del  sud,  de 
la  que  la  defensa  de  la  Serena  era  solo  un  episodio,  habia 
también  cerrádose.  Personalmente,  nofiodia  tampoco  abrigar 

(1)  Véase  esta  carta  en  el  documento  núm.  26. 


DE  LA  ABIIINISTRAGION  MONTT«  451 

Id  menor  duda  sobre  la  aulenlicidad  do  las  piezas  que  habia 
recibido,  porque  la  caria  de  su  cufiado  era  irrefragable  i  ter- 
miBante.  La  Serena  debía  pues  rendirse,  i  él  no  tendría  di- 
ficultad en  entregarla  a  un  adversario,  que  si  no  era  mas 
poderoso,  había  sido  mas  feliz. 

Mas,  como  era  de  su  deber  someterse,  no  solo  a  las  lejanas , 
órdenes  del  jeneral  Cruz,  jefe  superior  de  las  fuerzas  revo- 
lucionarias, sino  a  las  resoluciones  del  pueblo  que  le  había  con- 
fiado su  defensa,  citó  al  siguiente  día  (24  de  diciembre),  a 
reunión  estraordinaría  ai  Consejo  del  pueblo. 

La  opinión  del  gobernador  influyó,  como  era  de  esperarse, 
de  una  manera  decisiva  ea  el  consejo ;  pero  como  sus  miem- 
bros no  tuvieran  los  mismos  motivos  personales  que  el  gober- 
nador para  dar  entero  crédito  a  la  autenticidad  de  los  trata- 
dos, suscitaron  algunos  la  cuestión  de  sus  desconfianzas, 
haciendo  ver  que  todo  aquello  podía  ser  un  lazo  do  perfidia 
que  el  enemigo  les  tendía,  acaso  al  tocar  sus  últimos  con- 
flictos. Se  resolvió,  en  consecuencia,  no  dar  una  respuesta 
definitiva  a  la  insinuación  de  convenio  quo  hacia  el  "boronel 
Garrido,  el  que,  por  otra  parte,  no  podía  ser  sino  una  capi- 
tulación mas  o  menos  desdorosa. 

£n  el  propósito  de  ganar  tiempo,  con  el  fin  do  aclarar  la 
verdad  (i  también  de  imponer  con  firmeza  al  enemigo  para 
obtener  mayores  ventajas,  en  el  caso  en  que  la  plaza  debiera 
rendirse),  se  contestó  al  despacho  del  coronel  Garrido  hacien- 
do algunas  observaciones,  puramente  de  fórmula,  a  las  co- 
municaciones recibidas  del  sud,  tates  como  la  de  que  no  se 
acompafiaba  el  decreto  de  amnistía  prometido  en  aquella 
capitulación,  ni  la  circular  que  el  jeneral  Búlnes  se  había 
empeñado  a  enviar  a  todas  las  autoridades  para  que  no  se 
persiguiera  a  los  ciudadanos,  i  por  iúltimo,  que  la  copia  del 
tratado  no  estaba  suficientemente  autorizada,  puesto  que  no 


1 52  HISTORIA  DE  LOS  BIEZ  AfiOS 

tenia  la  firma  del  jcneral  Cruz,  en  cayo  reparo  habia  mas 
ardid  que  buena  fé,  porque  el  Consejo  babla  hecho  venir  a  su 
presencia  al  joven  capitán  Vicufla  para  que  reconociese  si  la 
firma  que  autorizaba  el  despacho  era  la  misma  de  su  padre 
don  Pedro  Félix  Yicufia,  secretario  jeneral  del  ejército  del 
sud,  lo  que  el  joven  prisionero  no  dejó  de  confirmar  a  la 
primera  mirada  i  de  una  manera  inequívoca. 

En  esta  virtud,  el  gobernador  solicitaba  a  nombre  del  pue- 
blo que  una  comisión  de  ciudadanos  de  la  Serena  partiese 
en  el  Cazador  a  su  regreso  a  Valparaíso,  con  el  objeto  de 
cerciorarse  de  la  verdad  de  las  circunstancias  i  ajustar  a  los 
informes  fidedignos  que  ella  enviara,  las  bases  de  la  rendición 
de  la  plaza  (I). 


El  gobernador,  por  su  parte,  daba  una  respuesta  noble  i 
comedida  a  las  insinuaciones  privadas  que  le  hacían  los  jefes 
sitiadores  que  eran  ahora  sus  émulos  de  gloria,  pero  quo 
hablan  sido  antes  i  por  largos  aAos,  sus  camaradas  i  corre- 
lijionaríos.  Hé  aquí  integra  la  caria  que  les  envió  en  contes- 
tación, i  que  honras  copiado  del  borrador  quo  existe  entre 
sus  papeles  de  familia. 

^Señores  don  Juan  YidaurreLeal  i  don  Yictorino  Garrido. 

Serena^  diciembre  24  J^  1851. 

Apreciados  amigos: 

tuertamente  que  nuestro  lenguaje  ha  sido  el  quo  desde 
hace  dos  meses  no  convenía  al  pais  ni  a  nuestros  scntímien- 

(1)  Véase  el  documento  núm.  27« 


DE   LA  JU>lilKISTRAC10N  MONTT.  453 

tos.  Por  fortuna,  paroce  que  ya  tocamos  el  lérmlno  de  las 
desgracias  que  han  aflíjido  a  la  República ;  i  sí  lo  que  digo 
de  oficio  retarda  la  conclusión,  concilia  todas  las  dificultades^ 
que  podrían  orijinar  nuevos  disturbios. 

Yo  espero  de  la  amistad  i  deseos  de  serme  útiles  que  V. 
V.  so  sirven  manifestar^  que  accederán  a  lo  que  pido  en 
unión  de  los  habitantes  de  esta  ciudad.  llagan  a  estos  cuán- 
tos favores  puedan  i  habrán  satiafecho  todos  los  deseos  i 
empefiado  la  gratitud  de  su  seguro  servidor  Q.  B.  S.  M. 

Justo  Artkaga.» 


VI. 


£1  jefe  del  estado  mayor  de  la  división  pacificadora  estaba 
resuelto  a  no  omitir  concesión  alguna  a  los  sitiados,  con  la 
sola  condición  de  que  la  entrega  de  la  plaza  fuera  en  breve. 
Sabia  por  una  esperiencia  cara  i  reciente  cuan  formidable  so 
hacen  los  pueblos  que  defienden  sus  derechos  i  su  suelo  des- 
de los  umbrales  de  su  hogar ;  i  por  otra  parte,  también  sabía 
que  las  garantías  ofrecidas  a  un  pueblo  que  depone  las  armas, 
quedan  como  letra  muerta,  envueltas  en  los  arlícnios  de  los  tra- 
tados, por  mas  que  hayan  intervenido  solemnes  jura:mcntos. 

Accedió,  por  consiguiente,  al  trámite  solicitado  de  la  comi- 
sión, restrinjíendo,  sin  embargo,  su  envío  a  Valparaíso,  porque 
como  se  esperaba  en  aquellos  mismos  días  el  regreso  de  aquel 
puerto  al  de  Coquimbo  del  vapor  de  la  carrera,  los  comisio- 
nados podían  acercarse  a  los  pasajeros  ímparciales  i  tomar 
de  ellos  los  datos  que  echaban  de  menos  para  asentir  a  la 
veracidad  de  las  noticias.  Firmóse  con  este  fin,  en  la  mañana 
del  día  23,  un  armisticio  entre  el  coronel  Garrido  i  el  mayor 

de  la  plaza,  comisionado  para  este  efecto,  en  el  que  se  sus- 

20 


15i  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

peodiaD  las  hosUlidades  basta  el  27  inclusive,  en  cuyo  dia, 
la  comisión  que  se  nombrase,  i  para  la  que  se  prometían  los 
correspondientes  sa]?o--conduclos,  debía  regresar  del  puerto 
con  las  noticias  positivas  de  lo  que  pasaba  (f ). 

VIL 

Un  incidente  inesperado  vino  a  turbar,  sin  embargo,  de  im-* 
proviso,  la  fácil  barmonia  de  aquellos  arreglos  i  a  poner  de 
nuevo  los  ánimos  en  el  punto  de  empefiar  otra  vez  la  sangrienta 
lucha  interrumpida.  Después  de  Grmado  el  armisticio,  i  apro- 
vechando la  suspensión  de  armas  que  se  había  acordado, 
vióse,  en  la  tardo  del  día  2S,  un  jinete  que  galopaba  en  direc- 
ción a  las  trincheras,  ajitando  un  lienzo  blanco  en  seflal  de 
parlamento.  Diósele  inmediatamente  entrada,  i  conducido  a  la 
presencia  del  gobernador,  puso  en  sus  manos  un  despacho 
que  el  patriota  ciudadano  don  Alonso  Toro  remitia  desde  su 
hacienda  de  San  Lorenzo  en  el  departamento  de  la  Ligua. 

Los  circunslantes  leyeron  con  avidez  aquella  comunicación 
que  llegaba  ahora  por  un  conduelo  amigo,  i  apenas  hablan  re- 
corrido sus  primeras  palabras,  cuando  una  esplosion  de  entu- 
siasmo i  de  júbilo  se  hizo  oir,  como  si  el  alma  desbordara 
bácia  fuera  la  ola  de  amargura  i  desconsuelo  que  las  últimas 
fatales  nuevas  hablan  ido  aglomerando  en  sus  senos.  Aquel 
despacho  era  nada  menos  que  la  circular  autorizada  en  que 
el  secretario  jeneral  Yicufia  daba  parte,  al  dia  siguiente  do  la 
batalla  de  Longomilla  i  desde  el  mismo  campo  del  combato, 
de  la  victoria  militar  obtenida  por  las  armas  del  jenpral  Cruz 
sobre  el  ejército  del  gobierno  (2). 

(1)  Docomento  núm.  28. 

(2)  Documento  núm.  29. 


BE  LA  ADMimSTRAGION  MONTT.  15^ 

Tal  nueva  era  positiva,  aunque  tardía,  pues  no  era  me- 
nos cierta  la  de  los  tratados  de/Purapel,  que  se  habían  ajus- 
tado con  una  semana  de  posterioridad.  Pero  bal  casos  de  la  vi- 
da en  que  los  ánimos  no  admiten  otro  razonamiento  que  el  de 
la  libre  inspiración,  íntima  i  ardiente,  que  se  dilata  en  el  pecho, 
ni  los  espíritus  hacen  uso  de  otra  lójica  que  la  del  bien  que 
se  anhela.  £1  consejo  del  pueblo,  reunido  de  una  manera  lu- 
maltuosa,  hizo  sacar  otra  vez  de  su  prisión  al  joven  Vicuña, 
a  quien  se  le  hacia  desempeñar  el  rol  curioso  de  un  nolario 
que  daba  la  fé  de  que  él  estaba  privado  en  su  calabozo,  i  co-« 
mo  él  manifestara  esta  vez  con  mas  certeza  que  la  firma 
de  su  padre  era  auténtica,  la  sesión  declaró  que  aquella  nueva 
era  la  verdadera  i  no  las  pérfidas  comunicacionos  traídas  por 
el  Cazador. 

Circulóse,  alinslanle,  la  noticia  en  las  trincheras,  cuyos 
soldados  se  habian  mantenido  desde  el  principio  en  la  mas 
impasible  incredulidad  sobre  la  derrota  que  se  anunciaba  del 
jeneral  Cruz,  porque  las  esperanzas  de  aquellos  bravos  eran, 
como  su  heroísmo  i  sus  cañones,  rudas  poro  indestructibles. 
Un  aplauso  inmenso  se  hizo  oir  a  tal  anuncio ;  se  tocaban  los 
clarines,  las  cajas  de  guerra  sonaban  la  diana,  las  campanas 
repicaban  con  estrépito,  i  en  medio  dé  la  algazara  de  tamaña 
alegría,  después  de  las  horas  sombrías  de  la  víspera,  se  pa- 
saba de  mano  en  mano  el  boletín  en  que  se  había  impreso  el 
parte  de  Vicuña,  precedido  de  estas  palabras  empapadas  en 
una  especie  de  heroico  misticismo. 

«¡Viva  la  República!  Viva  el  vencedor,  exelenlísimo  señor 
jeneral  de  división  don  José  María  de  la  Cruz! 

«Guardias  nacionales  I 

«El  padre  déla  patria,  amparado  de  Dios,  ha  triunfado 
defendiendo  la  causa  de  la  libertad.  Vpsolros  teníais  fé  en 


456  filSTOBU  BE  LOS  DIEZ  AÑOS 

este  hecho  do  armas*  Sabíais  qae  el  ilustre  jeneral  Cruz  re- 
presentaba el  poder  de  su  patria. 

«La  patria  llamóle  al  campo  de  la  gloría :  él  oyó  esla  voz 
sagrada  i  cumplió  su  deber. 

« Venció,  i  Chile  empieza  a  levantarse.  Será  República ! 

«Guardias  Nacionales!  Bendecid  a  Dios  i  a  Cruz,  el  héroe 
déla  República»  (1 }. 


vin. 

Solo  el  gobernador  de  la  plaza  habia  observado  con  rostro 
Impasible  aquel  delirante  alboroto  del  pueblo.  La  carta  da 
su  cufiado  Alemparte  ponía  para  él  en  claro  lo  que  habia 
sucedido,  i  ademas,  añadía  ahora  la  evidencia  de  la  autenti-* 
cidad  de  los  documentos  de  fecha  posterior,  porque  estabaa 
escritos  en  la  misma  clase  de  papel  i  con  la  letra  del  mismo 
escribiente,  siendo  en  todo  idénticas  las  firmas  del  secretario 
estampadas  en  ambos.  Como  hombre  que  ya  no  volvería  airas 
de  su  primera  resolución,  solicitó,  el  siguiente  dia,  la  media- 
ción del  comandante  del  berganlin  francés  Eníreprenaní,  el 
conde  Pedro  Pouget,  que  la  habia  ofrecido  de  ante  mano,  a  fia 
de  que  los  tratados  que  debían  celebrarse  fueran  garantidos 
por  el  honor  i  la  interposición  de  la  Francia  ( 2). 

Mas,  apesar  de  esta  arraigada  convicción  persona],  el  go- 
bernador se  empeñaba  en  cumplir  con  lealtad  los  últimos  de- 
beres de  su  autoridad  i  de  su  misión,  i  como  aquel  mismo 
dia  recibiera  una  áspera  nota  del  coronel  Vidaure,  en  que 

(1)  Véase  el  boletín  de  la  plaza  núm.  21,  fecha  25  de  setiem- 
bre, qae  fué  el  ultimo  qae  se  publicó^ 

(2)  Documento  núm.  30. 


DE   LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  157 

acosaba  do  apócrifo  e  insidioso  el  despacho  publicado  del 
sccrotario  jeneral  Yicufia,  i  le  reconveDia  ademas  por  haber 
ocupado  con  centinelas  un  puesto  neutral,  violando  el  armisti^ 
ció,  dióle  al  inslante  una  pronta  i  digna  respuesta.  «Si  U.  S. 
tiene  por  suyo,  decia  aludiendo  al  terreno  de  ia  casa  de  Ed- 
wards  (de  cuya  ocupación  reciente  se  quejaba  el  jefe  enemigo), 
ese  punto  tan  heroicamente  disputado  i  conservado  hasta  la 
fecha,  no  hai  razón  para  que  no  declare  también  por  suyas 
todas  las  posiciones,  trincheras  i  fortificaciones  de  la  plaza 
i  hasta  por  vencidos  los  pechos  impertérritos  de  los  que  las 
han  defendido»  (1 ). 

Hecho  esto  en  el  despacho  público,  Arteaga  solicitó  una 
conferencia  privada  con  Yidaurre,  sin  duda,  para  acordar  so- 
bre la  manera  en  que  él  debiera  retirarse  de  la  plaza.  Tuvo 
lugar  ésta  en  la  noche  del  27  en  ia  plazuela  de  San  Francis- 
co, sin  que  se  trasluciera,  ni  su  propósito  evidente  ni  su  re^ 
sultado. 

Desde  aquel  momento,  el  gobernador  dio  por  terminadas 
de  hecho  sus  funciones,  i  se  retiró  a  una  casa  privada,  de 
la  que  no  debería  ya  salir  sino  para  despedirse  solemnemente 
de  sus  compañeros  de  armas  i  refujiarse  a  la  sombra  de  un 
pabellón  estranjero. 


IX. 


Entre  tanto,  los  defensores  de  la  plaza  i  particularmente 
los  oficíales  de  las  Iríncheras  que  recibían  el  reficjo  ardienle 
de  la  ciega  credulidad  de  los  soldados  en  el  desenlace  feliz 
do  la  guerra,   se  mantenían  en  su  resistencia,  i  terminado 


(1)  Documento  núm.  31. 


158  HISTORIA  DE  LOS  BTEZ  AÑOS 

el  armisticio  el  27  do  diciembre  por  ia  noche,  de  nada  esta- 
ban mas  distantes  que  de  arrimar  las  armas  al  muro  de  sus' 
trincheras  para  abrir  tranquilamente  el  portalón  i  dar  paso 
al  enemigo. 

Varias  comisiones  de  simples  ciudadanos  i  oficiales  de  ia 
guarnición  habían  ido  al  puerto,  sin  embargo,  i  traido  la  con- 
firmación de  los  tratados  por  los  informes  de  los  pasajeros 
del  vapor  que  ancló  el  27  en  el  puerto.  Babia  llegado,  ade- 
mas, a  la  plaza  el  joven  estudiante  don  Marcial  Martínez, 
hijo  del  comandante  de  este  nombre,  uno  de  los  oficiales  mas 
comprometidos  de  la  guarnición,  cuya  declaración  no  podía 
por  un  momento  revocarse  en  duda. 

Pero  estos  trámites,  que  decidían  ya  del  todo  el  ánimo  va- 
cilante de  los  ciudadanos  a  una  capitulación  dctinitiva,  ¿qué 
le  importaban  al  soldado  que  no  sabia  leer  ni  escribir  para 
descifrar  i  responder  despachos,  pero  que  tenia  la  fé  ciega  de 
sus  sacrificios?  Asi  fué  que,  al  amanecer  del  día  28,  nunca 
prescnlaron  las  trincheras  una  actitud  mas  resuelta  para  de- 
fenderse. En  cuanto  a  pensar  en  tralados,  repelían  todos, 
era  preciso  que  una  comisión  fuese  a  esplicarse  con  el  jeneral 
Cruz,  i  aun  con  el  mismo  gobierno  de  la  capital. 

Furioso  entonces  el  coronel  Vídaurre,  porque  había  visto 
correr  sin  fruto  cuatro  dias  de  preliminares  ociosos,  escribió  a 
Ja  autoridad  de  hechoy  como  sistemáticamente  se  dirijia  al 
gobierno  de  la  Serena,  una  ñola  fulminante  en  la  que  intima- 
ba que  las  hostilidades  se  renovarían  inmediatamente,  si  a 
las  tres  de  la  tarde  de  aquel  día  no  se  presentaban  en  su 
campamento  las  bases  de  la  capitulación  a  que  debían  so- 
meterse los  defensores  de  la  plaza.  «Yo  debo  agregar,  por 
mí  parte,  decía,  aquel  jefe  con  altanero  desenfado,  o  mas 
bien,  por  su  medio,  decíalo  Garrido,  su  inspirador  omnímodo 
(porque  el  coronel  Yidaurre  Leal  fué  solo  un  hombre  militar, 


BE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  1S9 

(los  charreteras  enorines  i  relumbrosas,  en  aquella  campa- 
fia),  yo  debo  agregar  que  jamas  consentiré  que  salga  comisión 
algiinade  la  plaza,  porque  seria  escandaloso  que  recorriesen 
la  nación  i  la  hollasen  con  su  planta  los  que  han  encendido 
¡  atizado  la  guerra,  civil  en  esta  provincia,  no  siendo  menos 
escandaloso,  anadia,  como  si  escribiese  con  la  espuma  de 
bilis  que  reventara  de  su  pocho,  que  aspiren  a  presentarse 
anie  la  primera  autoridad  de  la  República,  sin  haber  borrado 
el  sello  de  rebelión  que  llevan  en  su  fronte  i  arrojado  el  vi-» 
ros  revolucionario  que  aun  fomentan  en  su  corazón  (1]> 


X. 


Mientras  los  jefes  enemigos  se  entregaban  a  aquellos  trans-* 
portes  de  frenesí,  tenia  lugar  una  escena  de  desaliento  i  de- 
sorganización que  presajiaba  el  desenlace  lastimero  que  iba 
a  tener  pronto  el  asedio.  Habíase,  en  efecto,  reunido  el  con« 
se¡o  del  Pueblo  aquella  mañana  (28  de  diciembre),  para  dis- 
cutir por  la  última  vez  sobre  la  resolución  que  debiera 
adoptarse  en  vista  de  la  conGrmacion  de  los  tratados  de  Pu- 
rapel,  de  cuya  autenticidad  no  era  ya  posible  abrigar  la 
menor  duda.  Encontrábanse  presentes,  ademas  de  los  ciuda- 
danos que  asistían  de  costumbre,  los  oficiales  presos  por  Ar- 
leaga  el  21  de  noviembre,  i  quezal  saber  el  retiro  de  este,  so 
habían  puesteen  libertad,  sin  mas  trámite  que  salir  a  la  ca- 
lle, cuando  esta  idea  les  vino  en  miente.  Carrera  había  hecho 
otro  tanto  i  se  encontraba  en  el  recinto,  al  lado  de  Mu- 
nízaga. 

Solo  el  gobernador  no  estaba  allí  i  nadie  decía  haberle 
visto  desdo  la  noche  anterior^  después  de  su  conferencia  coa 

(i)  Documento  oúm,  32. 


160  HIST0A1A   DK  LOS   DIEZ    AÑOS 

Víüaurre.  Un  sordo  murinullo  cundía  en  la  sesión  a  osle  pro- 
pósito, i  ya  se  proniiDcíaba  por  algunos  el  nombre  de  íraicion  /, 
cuando  se  anunció  que  llegaba  a  la  sala  el  coronel  Arteaga 
acompañado  del  comandante  Pouget. 

Invitado  a  pronunciarse  el  primero  sobre  la  situación,  le- 
vantóse de  su  puesto,  donde  se  había  conrundido  con  los  de- 
mas  ciudadanos,  i  declaró  con  franqueza  i  resolución  que  él 
creia  la  defensa  enteramente  inútil  i  hasta  cierto  punto  cul- 
pable en  adelanle,  por  los  sacrificios  que  su  prosecución 
traería  consigo ;  que  juzgaba  que  se  había  hecho  mas  de  lo 
que  se  neccsílaba,  no  solo  para  que  el  honor  militar  quedara 
lavado  de  toda  mancha,  sino  para  que  la  gloria  del  pueblo 
brillara  alta  i  radiosa,  i  concluyó  por  manifestar  que  su  re- 
solución invariable  era  hacer  dimisión  de  su  empleo,  como 
lo  verificaba  solemnemente,  en  aquel  acto,  ofreciéndose  a 
quedar,  sin  embargo,  dentro  de  la  plaza,  como  simple  ciuda- 
dano o  como  soldado,  para  combatir  una  vez  mas  por  el 
nombre  ilustre  de  Coquimbo. 

Sus  razones  eran  demasiado  persuasivas  para  no  encontrar 
un  asentimiento  casi  unánime,  pues  solólos  que  sentían  toda- 
vía bullir  en  su  pecho  el  ardor  de  la  tribuna  revolucionaría, 
como  Pablo  Mufloz,  levantaron  una  voz  do  oposición. 

Pero  ¿no  era  un  egoísmo  vedado  i  triste  el  separarse  del 
mando  de  la  plaza  en  el  momento  en  que  terminaba  la  gloría 
o  iba  a  empezar  el  baldón?  Éralo  en  efecto,  í  las  protestas 
de  abnegación  del  gobernador  no  servían  sino  como  un  velo 
a  su  defección,  arrojando  también  sombras  a  su  fama,  tan 
alta  entonces.  El  coronel  Arleaga  iba  por  esto  a  llevar  con- 
sigo solo  una  gloría:  la  de  la  fortuna  i  el  poder:  la  gloría  del 
martirio,  que  es  tanto  mas  bella  para  las  almas  verdadera- 
mente grandes  o  para  los  caracteres  puros,  desdcflóla  como 
un  temor  o  una  mancha. 


BE   LA   iDHINISTRAClOll  HONTT.  161 

Capo  esla  (oda  uniera  al  ciudadano  quo  mas  la  merecíáy 
don  Nicolao  Munizaga,  quion,  prcslándosa  con  una  ábnega-< 
eiofl  casi  sublime  a  aceptar  el  pueslo  vacante  de  ia  primera 
autoridad  fu  los  mooientosi  e¿  que  so  desplomaba  al  suolo, 
10  bizo  mas  digno  de  las  alabanzas  de  la  posteridad  quo  el 
jefe  veacedor,  que  por  una  tardía  pusilanimidad  o  una  des-r 
confianza  estraña,  volvía  la  espalda  al  mas  gramle  do  sus 
deberes:  el  del  sacriflcio!  Arteaga  se  retiraba  como  unjo-* 
neral  vuigar  que  abandona  el  campo  que  ha  defendido  con 
tesón  i  bravura^  pero  del  que  al  fin  le  desaloja  el  enemigo, 
tomando  sus  estandartes  i  sus  armas.  Munizaga  pedia  en* 
centrarse  semejante  a  aquel  Guzman  el  bueno  que  arrojaba, 
por  encima  délos  muros  de  Tarifa,  el  puñal  del  parricidio, 
para  salvar  la  fortaleza  confiada  a  su  bonor,  al  dejarse  ahora 
poner  ai  caollo  el  pufiai  del  mello  i  estampar  sobre  su  frenlo 
el  baldón  de  la  ignominia,  a  fin  de  cubrir  con  su  vida  los 
bogares  amenazados  de  sus  compatriotas. 


XL 


El  ex-gobernador  de  la  plaza  no  partió,  empero,  siii  díri- 
jira  sus  compaaeros-  de  armas  un  supremo  adiós.  Al  liem^ 
pode  marchar  a  bordo  del  Enlreprenant  en  un  bote  que 
vino  a  tomarlo  a  la  plaza,  protejido«  dice  el  mismo,  en  este, 
lance,  «por  los  nobles  sentimientos  de  Vidaurre  i  de  Garri- 
do «^  (I)  GD^ió  a  las  trincheras  conio  el  ultimo  eco  de  una 
gloria  que  se  eclipsaba  en  el  vacio,  la  siguiente  despedida. 
^A  la  heroica  guardia  nacional  de  la  Serena. 

«Las  irreparables  desgracias  que  pesan  sobre  nuestra  pa- 

(I)  Carta  del  coronel  Arteaga  a  so  pariente  don  Nicolás  Ron- 
danelii,  A  bordo  del  Enlreprenant,  dicierobre  31  de  1851. 

21 


162  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AMOS 

Iría  bao  acibarado  mi  existencia,  i  el  colmó  de  mis  pesares 
lo  esperímeoto  al  tener  que  separarme  de  vosotros. 

«La  inulilidad  de  mis  servicios  en  este  momento  en  qiio 
tratan  los  elejidos  del  paeblo  de  ta  entrega  de  la  pfaza^  bajo 
<te  una  eapitulacion  honrosa,  hace  del  todo  inneceBaríá  mi 
presencia,  que  en  este  inslanie  sirve  de  blanco  a  ios  tiros 
do  la  calumnia  i  de  la  ingratitud.  n 

«Llevo  en  mi  corazón  el  mas/ gfalo.de  ios  recuerdos  por 
el  afecto  con  que  habéis  honrado  a  vuestro  compañero. 

Arteaoá'(1}.w 


XII. 


El  coronel  don  Justo  Artcaga  estaba  organizado  mébos  para 
el  usó  de  las  armas  que  para  los  oíros  ejerctcios  (iiebtlfices 
de  la  profesión  miiilar,  en  los  qoo,  din  disputa,  despfegaba  bri- 
llantes aptitudes.  Hombre  de  organización,  observador,  mi- 
li} El  gobernador  se  despidió  también  por  cartas  privadas  de 
los  ÓGcíales  que  ie  habían  sido  mas  adictos  en  el  sitio  o  que  se 
habían  dístingaido  por  su  valor.  Hé  aquí  los  términos  ,en  qne  eí^ta*. 
ba  concebida  su  esquela  de  adiós  al  capitán  Zamudio,  que  heiíiog 
copiado  del  oriji nal:  '•  • 

a  Señor  don  Jóaqtnn  ¿amudiOé 

Mi  amigo  i  compañero:  ...       i 

Gomo  Ud.  debe  saberlo,  se  lia  querido  prevenir  en  mi  contra  ^ 
la  valiente  guarnición  de  esta  plaza,  poniéndome  por  este  médío 
en  la  dora  necesidad  de  buscar  un  asilo  en  país  estranjero.  No  ho 
podido  ponerme  en  marcha  sin  despedirme  d&üd*  por  medio  de 
ésta,  ya  que  no  me  es  posible  hacerlo  como  habría  deseado. 

Adiós  pues,  mi  amigo!  En  todas  circunstancias  puede  Ud.  con- 
tar con  mi  afecto,  i  rogando  a  Ud.  se  despida  a  mí  nombre  del 
ayudante  Silva,  disponga  de  SS. 

lUSTO  ARTSAGA.J) 


BE    LA.  A0IIIN1STRACION   MO^TT.  163    ' 

oucíosd,  ¡QSlruido,  educado  mas  cq  los  estudios  que  en  los 
/rampas,  sus.  dotes  dfi  jefe  ^'Blian,  por  cierto,  mus  que  sus  bríos 
áb  soldado,  ¡  ti  esta  coiitraposicioA  debe  atribuirse  precisa-^ 
mente  U  defe^^a  {rladosa  que  hizo  de  la  plaza  i  el  mérito 
profesional  que  en  ese  servicio  se  labró.  Un  valiente  habría^ 
aca^o,  pendido  la  Serena,  eoa&áDdolp  lodo  a  la  suerte  de* un 
combale.  Arieaga^  con^  consumada  pericia,  i  sin  dar  por  esto 
fliue9tfas.de  denuedo  personal,  sostuvo  aquellas  frájileá  trtn*- 
cberas  por  el  espacio  de  mts  de  dos  meses,  haciendo  iomor-* 
tal  una  defensa  que  no  necesitaba  de  los  planeis  de  la  ostra* 
tejía  para  ser  heroica;  eoroo  lo  fué,  pero  quaexljia  les  luces 
i  el  presUjiQ  de  un  jefe  para  sostenerse  i  alcanzar  al  fin  un 
timbre  de  honor  guo  \^  victoria  misma  no  iguala :  d  respeto 
del  eaemigo.  La  plaza  de  la  Serena  no  se  rindió^  en-  efecto, 
i  solo  fué  ocupada  por  los  sitiadores  cuando  la  seriedad  i  el  si- 
lencio reinaban  denUo  de  siis  trincberas,  abaldonadas,  pero 
no  vencidas;       .  v 

Se  ha  hecho  I  nosotros  mismos  hemos  repetido,  muchos 
cargos  al  bizarro  gobernador  de  la  Serena  por  su  conducta 
militar,  siendo  una  de  las  acosaeiones  esa  misma  prolonga- 
cjqn  d^l  sitio. que  cen  ua  golpe  de  audacia  pudo  corlaren 
tiempo  i  ^e  upa  manera  tan  gloriosa.  Pero*  si  bien  es  cierto 
que  hai  justicia  en  este  reproche^  concebido  en  el  sentido 
revolucionario»  que  a  nuestro  entender  era  el  verdadero  de  la 
situación^  no  lo  es  tanto  delante  de  los  consejos  de  la  táctica, 
i  de  los  deberes  de  un  jefe  militar. 

En  el  asedio  de  una  pla^a,  en  efecto,  el  primer  deber  os 
sostenerla,  i  los  que  contemplan  los  sucesos  de  la  guerra 
})ajo  fl  punto  de  vista  que  nosotros,  no  deben  olvidar  que  la 
vida  de  un  pueblo^  la  familia>  el  hogar,  no  se  juegan  en  un 
combale  entre  soldado?,  como  se  juega  una  batalla  en  campo 
raso.  Itqclamgr,  por  otra  parto,  del  coronel  Artcaga  la  inicia- 


464 '  HISTORIA  DI  LOI  DIEX  AfíOS 

tíva  i  la  pujanza  de  los  itaqucs,  era  hacerlo  salir  del  rol  dt 
stt  carácter,  de  su  organización  i  aun  de  sn  antigua  tradic- 
cion  profesional «  porque,  lo  repetímos,  aqoel  jefe  conocía 
mas  ei  arle  militar  por  sus  estudios  teóricos  que  por  la  es- 
pcriencia  de  las  campanas. 

Exelenle,  por  ^tanto,  para-  dirijir  una  defensa,  no  tenia  el 
aplomo  ni  el  ardor  que  oiiganiza  los  ataques,  como  lo  habla 
probado  en  la  madrugada  dei  20  dr  abril  i  en  el  campo  de 
Petorca.  Hombre  de  resistencia,  la  derensiva  erasn  terreno, 
eofllio  lo  ha  sido  para  tantos  ilustres  capitanes. 

El  coronel  Arteaga  sabrá  sostener  uníiierte  con  un  pufiado 
de  hombres  contra  lodo  un  ejército,  pero  no  llevará  ni  la 
mas  respetable  división  a  desalojar  un  destacamento,  sí  para 
ejecutarlo,  le  es  pwciso  tomarla  iniciativa  í  conducir  sus  sol- 
dados a  la  carga,  ün  ejército,  que  contara  a  tal  hombre  a  la 
cabeza  de  su  estado  mayor,  tendría  la  garantía  del  ójden  mas 
esmerado,  de  la  disciplina  mas  intelijente,  de  la  seguridad 
!  certeza  de  todos  sus  movimientos  eslratéjicos,  i  aun  de  los 
mas  minuciosos  detalles  de  su  organización ;  pero,  si  tal  hom-^ 
bre  fuera  el  jenoral  en  jefe  de  ese  ejército,  se  habría  per- 
dido en  una  campana  todas  las  probabilidades  do  éiíto  que 
dá  la  audacia,  la  rapidez  de  las  concepciones  i  la  inilpiracioii 
ardiente  del  juicio  mílilar.  Le  quedarían  solo  las  del  cálculo, 
las  de  las  cordura  i  las  del  acaso. 

XIIL 

Sucedía,  pues,  que  cuando  llegaba  a  la  plaza  la  Inlimacioii 
de  Vidaurre  para  ajustaría  capilulacion,  precisamente  a  las 
tres  de  la  tarde  del/lia  S8,  se  encontraba  ya  desempeñando  el 
j)ueslo  do  gobernador  el  desdichado  Uunizaga,  Forzoso  fué 


M   Li  ABHIIflSTEiCION  MOIITT.  *     465 

entóoces  para  ésto  el  responder  a  las  íDsoIenles  amenazas 
del  jefe  sitiador,  con  una  súplica.:  la  de  prorrogar  el  término 
que  concedía  para  aquel  arreglo  basta  las  dos  de  la  tarda 
del  día  29  ( 1 ) ;  acto  a  que  accedió  Vidaurre,  pero  restrin- 
jíendo  este  plazo  a  las  4  O  de  la  noche  del  mismo  dia  28  (2). 

El  perturbado  gobernador  se  esforzaba  cuanto  era  dable  a 
su  enerjia  i  a  su  preslijio  por  terminar  aquellos  arreglos,  cuya 
proioogaclon  era  para  su^  corazón  una  verdadera  agonia ;  asi 
es  que  a  las  8  de  la  noche  de  aquel  mismo  dia  envió  a  decir  a 
Vidaurre  que  se  ocupaba  de  la  redacción  de  los  artículos  de 
la  capitulación  en  esos  momentos  i  qw  a  las  8  de  la  mañana 
siguiente  serian  presentados  a  su  campo.  Convino  en  ello  el  jefe 
sitiador»  como  de  mal  grado,  pero  dándose  en  realidad  por 
feliz  si  se  cumplía  en  ei  momento  prometido  (3). 

Huni^aga  fué  fiel  a  su  empefio,  i  en  la  mañana  del  dia  29,  se 
presentaba  en  el  cuartel  Jeneral  enemigo,  en  calidad  de  ple- 
nipotenciario, el  ciudadano  don  Tomas  Zenleno^  ^eyestido 
de  las  facultades  necesarias  para  estipular  Ips  términos  de 
una  capitulación  honorable  i  garantida,  bien  que  las  palabras, 
en  que  esta  autorización  estaba  concebida,  teman  el  triste 
sello  de  una  última  debilidad  (4). 

Los  principales  térmipos  de  esta  avenimiento  eran  los  si- 
guientes: que  se  acatasen,  i  este  era  el  punto  mas  esencial  al 
parecer,  las  glorias  obtenidas  per  la  guarnición  de  la  plaza 
con  la  heroica  defensa  que  hasta  entonces  se  había  hecho ;  que 
se  reconocía  la  autoridad  del  Presidente  de  la  República  electo 
últimamente;  que  no  se  hiciese  cargo  alguno  a  los  revolucio- 
narios por  los  gastos  fiscales  que  habían  decretado;  que  bu- 

(1)  Documento  núm.  33. 
(ü)  Documento  núm*  34. 
(3]  Documento  núm.  35. 
(1)  Documente  núm.  36. 


r 


^ 


ÍG6  .BISTORTA  DR  LOS  DIEZ  AÑOS      ' 

bíese  una  aibmstia  coroplold  por  todos  los^  acoitleditnienlos 
poliiieos  ocurridos  cj^sda  el: día  7  de  setiembre;  que  los  em* 
pleadoe  oxislenles  en  aquella  época  i  que  hubieran  seguido 
prestando  sus  serTícios  durante  la  revolucienj  se  conservasen 
en  sus  destinos ;  que  se  pagase  a  la  guarnición  su  sueldo  des-, 
de  él  7  de  setiembre^  i  que  la  entrega  de  la  plaza  se  iificiese 
eon  los  mayores  honores  que  lá  guerra  concede  al  vencido, 
noble  i  valiente,  a  cuyo  fin,  el  estado  fiíayor  de  la  divísioil 
pacificadora  debiera  entrar  a  Ja  plaza  trtís  boras'ai^s  (}ue  ta^ 
tropa,  para  tomar  posesión  de  las  armas  que  se  éñcontraríak 
formadas  en  pabellón  en  e)  centro  de  la  plaza»  eo&  Ibp  ter^ 
ciados  pendientes  de  lais  bayonetas.  Por  AUimó,  el  Iraladb 
seria  garantido  solemnemente  por  la  int^vencioü  del  coman- 
dante Pouget  i  el  více-cóúsul  francés  Mr.  Lafevre,  qiie  re- 
presentarían  en  este  actíd  a  la  República  francesa  ( 4 ). 

Bl  coronel  Garrido,  que  era  el  plenipoleaoiarío  úd  hoe  del 
otro  campo^  opuso  una  terca  résrstoficia  á^  lá  mayor  parie  de 
estos  dapítulos,  i  al  jin,  se  rodactá  un  tratado  én  el  qué  se 
echaba  a  un  lado  todas  lasférmulas  que  ^podían  significar 
alguna  heñirá  para  los  sitiados  i  se  eslableeia  la  entrega  de 
la  plaza  en  la  forma  acostumbrada  en  la  guerra,  sin  que  se 
estatoyesar^  nada  sobre  empleos»  sueklos^,  gastos  i  las  oti*as 
¿ondioioncs  honol'ablies  >  propuestas  por  los  sitiados;  A'tfñ  la 
kiterveñcíoa  dol  coQde  Pougot,   debia  eqlendersé  que   sa 

.  ;(1)  Documento  nám.  37^  Véanse  también  en  e|  ;doqumento 
núm.  38  dos  notables  cartas  que  don  Nicolás  M.anizaga  dirgió  al 
conde  Pouget  en  abril  de  1852  desde  el  pueblo  de  Jacha!,  donde 
sé'habiü  réfujiado,  al  otro  lado  de  la  Cordillera,  i  en  las  que  re- 
clamaba por  la  violación  ^e  los  tratados  I  el  desprecio  que  se 
había  hecho  de  la  intervención  francesa.-  Estos  documentos,  co- 
piados de  los  borradores  del  seíior  Munizaga,  ofrecen  el  ínteres  de 
reasumir  muchos  de  los  mas  notables  sucesos  de  los  últimos  dias 
del  sitio. 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTt,      '  167 

aceptaba  fiolo  on  virtud  de  sus  buems  oficios  y  «pudiendo, 
afiadia  el  tenor  del  tratado,  si  lo  tiene  a  bien,  concurrir  en 
el  acto  de  la  entrega  i  recibo  de  la  plaza». 

En  cuanto  al  punto  fundamental  de  la  amnistía,  se  le  babia 
dado,  acaso  con  estudio,  esta  redacción  incierta  que  nada 
significaba,  en  realidad,  en  el  propósito  a  que  se  referia.  «Se 
promete,  decia  el  art.  S.""  del  tratado,  que  el  Supremo  60*^ 
bierno  considerará  a  los  defe^isores  de  la  pliaza  en  el  mismo 
caso  que.  a  los  demás  ciudadanos  do  la  República,  echando 
e»  olvido  la  parle  que  ban  tenido  en  los  acontecimientos  po^ 
Uticos  que  ban  ajilado  esta  provincia»  (1). 

Tal  cláusula,  en  un  tratado  que  iba  a  poner  en  mands 
de  im  enemigo  irritado  la  suerte  de  todo  un  pueblo,  era 
una  promesa  do  respeto  harto  fútil  para  ser  creida;  I  aunque 
cualquiera  otra  garantía  fuera  tan  ilusoria  como  aquella,  des- 
de que  llevaba  la  firmado  un  político  como  el  coronel  Garri- 
do^ i  desde  que  sobre  esta  respetabilidad,  faltaba  todavía  la 
autorización  déotro  político  del  carácter  del  Presidente  Montt, 
se  salvaba  al  menos  una  apariencia  i  se  ponía  una  venda  a 
los  ojos  de  la  victima,  ala  manera  de  los  antiguos  sacrificios, 
para  que  su  castigo,  siendo  mas  aleve,  fuera  menos  doloroso, 
pues  asi  tendría  siquiera  un  amargo  desquite. 

Influido  por  estas  consideracioíies,  el  gobernador  que  de-* 
bia  devolver  el  tratado  ratificado  en  el  término  de  una  hora, 
tomó  la  pluma  apenas  terminó  su  árida  lectura,  i  puso  al 
pié  con  letra  firmei  clara  las  siguientes  lineas:  «No  se  aprueba 
ni  se  ratifica  la  preóedenle  convención,  por  cuanto  en  ella 
no  se  da  la  garantía  necesaria  de  .que  no  serán  perseguidos,  ni 
en  sus  personas  ni  en  sus  intereses,  los  ciudadanos  compro- 
metidos en  la  revolución  del  7  de  setiembre.  Serena,  diciem* 
bre  29  de  \S^\  .—Nicolás  Munizagani 

( 1)  Documento  núm.  39. 


168  HISTORIA  BE  LOS  DIEZ  aKOS 

Mas,  como  en  los  momentos  m¡smK>s  en  que  teniaa  lagar 
estas  tUfícuItadeá  para  ssíncioñar  el  IraEado,  al  caer  la  noche 
del  29,  sucedían  dentro  de  la  plaza  acontecimientos  eslraAoa 
que  exíjian  toda  prisa  en  la  conclusión  de  aqueltos  arreglos 
pacíficos,  Garrido  consintió  en  afiadir  al  arlicuio  en  que  sé- 
trataba  do^la  amQÍslia,esta  frase  hartó  insustanciaL...  aPai^ 
la  cual  (la  amnistía]  so  compromete  el  sefior  comandante  de 
la  división  pacificadora  a  interponer  siis  buenos  oficios»* 

I  con  esto,  que  no  era  sino  una  farsa  mas,  embalida  en  la 
gran  farsa  del  tratado,  el  gobernador  poso  al  p jé  la  siguiente 
ratificación,  que  era  mas  bien,  eq  aquel  momento,  una  ironidt 
que  una  aceptación  de  la  capitulacioii.  «Ratifico,  decía, esta 
cláusula,  en  la  misma  forma  I  tenor  de  loespfesadoen  el  ante-* 
i'ior  tratado,  ¡  no  habiendo  podido  raliflcarlo  a  la  hora  con- 
venida, a  causa  de  los  acáideníes  de  la  plaza,  lo  firmo  a  30 
de  diciembre,  a  las  cinco  i  media  do  la  tarde,  del  a&o  de  1851 . 
—Nicolás  Munízagú»  (1): 

^  1)  He  aqoi  el  oficio  del  corone)  Vidanrre,  en  qae,  aceptando 
e%U  ratificación,  envfaba  la  saya,  i  disponía,  o  mas  tiien,  aconse* 
jaba,  la  manera  cóhio  debía  hacerle  Id  etítréga  de. la  plaxa. 

Está  copiada  de  lod|  papeles  orijinales  del  señor  Maninagai  i 
dice  así.  .     . 

COttAN^AIfCU  JBNBiAi*  t^B  I«A  MrtCllO.t 
?AClFlCApoaA  JDIIi  Noam 

;  ar  ena,  iicitmbre  29  4$  1851. 

Adianto  al  señor  comandante  Jeae^ai  ié  J|i  plaaa  el  tratado  qqe 
so  celebró  ayer  psira  la, entrega  de  ella,  coq  la  ratificación  paesU 
por  nif  i  que  por  los  ínotiyos  que  indica  el  espresado  señor  en  la 
stiya,  no  piido  teríe?  lagar  ayer. 

.Aun  cuantióla  edtregli  que  en  él.jie  estipula  no  pueda  hacerte 
con  las  formalidades  acordadas,  siempre  conyendrá  que  ae  me 
señale  la  hora  de  mañana  en  que  del)a  tener  lugar,  recomendando 
a  la  consideración  del  espresado  señor  Comandante  el  esmero  con 
que  debe  precederse  para  que  no  se  sustraigan  las  arifias  i  se  en- 


DE  LA   ADHINfSTIUCION  UOVlf.  169 


XIV. 

Pero  la  estrella  de  la  Serena,  que  habia  brillado  bajo  la 
bóveda  de  la  patria  con  un  resplandor  tan  puro,  no  consenti- 
ría que  aquella  trama  vergonzosa  que  se  echaba  sobre  el  papel 
como  un  borrón  de  ignominia  para  sus  glorias,  tuviese  el  mis- 
mo desenláice,  que  la  intriga,  de  una  parte,  i  de  la  otra,  mil 
consideraciones  encontradas,  le  deparaban.  La^  Serena  ñopo-  ^ 
día  rendirse.  Sucumbiría,  porque  asi  estaba  dispuesto  en  sn 
destino:  pero  al  caer,  desplegaria  sus  alas  como  el  ave  del 
cielo  que  renace  de  sus  cenizas,  i  dejarla  a  los  ávidos  corsos 
quo  se  aprontaban  para  devorarla,  no  su  cadáver,  sino  el 
polvo  de  sus  cenizas.  La  Serena  no  capitularía  en  las  trin- 
cheras. Sería  hecha  prísionera  en  el  campo  con  las  armas  en 
la  mano. 

Esto  era  lo  que  habían  pedido  el  pueblo  í  la  guarnición.  Mien- 
tras sus  jefes  se  ocupaban  de  canjear  mutuamente  sus  pape- 
les, la  guarnición  en  masa  se  habia  sublevado  contra  toda 
autoridad  que  dijera  que  la  plaza  de  la  Serena  iba  a  rendirse 
al  enemigo. 

tregüen  con  exactitud;  moviéndome  a  hacer  este  encargo  no 
tanto  el  interés  por  no  perderías,  como  por  evitar  que  se  haga  on 
mal  uso  de  ellas. 

Sobre  los  demás  enseres  o  artículos  que  también  deben  ser 
entregados,  deseo  que  se  formen  los  inventarios,  para  que  todo 
se  efectué  a  satisfacción  de  ambas  partes  i  con  las  formalidades 
de  estilo. 

Con  este  motivo,  reitero  al  señor  comandante  jeneral  la  consi- 
deración con  que  me  suscribo  su  atento  SS. 

JUAN  YIDAIURE  LEAL. 

A  U  tutoridtd  do  hecho  quo  manda  la  pUia  de  la  Serena. 

22 


CAPITULO  VIH. 


í  .:■> 


C0NCLUSI9N. 

La  guarnición  de  la  Serena  ser  insurrecciona  éoñtra  sos  jefe?.— 
FersecQcion  p  fpgade  Munízaga  i  dé|  dehn  Vera.-^iios  jbldados- 
pretenden  atacar  al  enemigo,  pero  se  enoqentran  sin  jefes,r-^l 
impostor  Quintín  Quinteros  de  los  Pintos  se  proclama  iriten^ 
dente.<^Sa  poniposa  proclama  a  la  tropa.-^NoíÁéra  fcobéi^na-^ 
dor  de  ia  plaza  al  oficial  Casa-Cqrderp.rrPesónl^n  -e^panfoSQ! 
en  la  ciodad  en  la  noche  dei  30  de  ^iciemJbre/.— Gallegiiillos,  vá 
a  ser  fusilado  por  sus  propios  soldados,^  pero  se  escapa.— Sa-*- 
queaínjenioso  de  loi;  minaros.— Les  fle^a  Mí'  noticia  deMé^án-^ 
lamiento  de  Copiapó  al  afnanecer  (|el  dia3t..-r'SeTesD»el!yen  ^ 
marchara  aquel  pueblo.— £1  gobernador  Casa-rCprd^rP.iPtimá 
al  coronel'Vidaurre  que  la  plaza   no  se  Hhde.— Respuesta  per- 

'  suasivade  aquel  jefe.<^Se  publica  on  bando  por  el  qae  se  dr8«- 
pone  que  el  qae  no  rinda  las  armas  Aiteai  de  las  doce.d^.flift  ^h' 
será  fusilado.^rEii  consecuencia,  el  intendente  i  el  gobernadoc 
se  resisten  a  emprender  la  ín'archa,  pero  un  minero  se  lleva  at 
primero  a  lagiirupa«-^C&sa-Cordero  entrega  Ib  plaza. *-^Com*¿ 
bate  ^e  la  ^ueiia  de  arena.— Lof  mineros; deponen  las  arma$ 
por  influjo  deí  prior  de  Santo  Domingo. — Horrible  i  aleve  car- 
nicería que  hacen  los  cuyanos  en  lo^  prisioneros.— La  división 
pacificadora  atraviesa  dos  veces  la  ciudad  i  parte  el  mismo  día 
para  Qopiapá.— La  Sereoa  fué  ocupaba»  pero  no  se  había  mn^ 
dido. 


•Miéolras  pasaba  por  encima  de  las  triocheras  aquella  co-^ 
rrlcDle  muda  i  escondida  de  despachos  i  amenazas,  de  con* 


172  HISTORIA   DE  LOS  DIEZ    ANOS 

cesiones  i  de  relicencías,  de  que  hemos  dado  cuenta  en  el 
capítuio  anterior,  al  tratar  de  la  rendición  de  la  plaza,  los 
soldados  de  la  guarnición  se  mantenian  impasibles  en  sus 
puestos.  Ignoraban  todo,  o  al  menos  finjian  ignorarlo,  para 
entregarse  enteramente  a  la  antigua  i  porfiada  creencia  que 
acariciaban  en  sus  fechos  cómo  fa  promesa  de  que  serian 
invencibles.  Habian  comprado,  por  otra  parle,  demasiado 
cara  aquella  confianza  de  sus  ánimos,  para  echarla  ahora 
afuera  tan  solo  porque  sus  caudillos  habian  cambiado  unas 
cartas  con  los  jefes  sitiadores. 

«Qué!  decían  ellos»  cuando  llegaba  a  sus  oídos  el  rumor 
va^o  de  qie^  al  fin  la  plaza  se  rendirla  ai  invasor.  Qué! 
después  de  tantas  victorias  compradas  con  nuestra  sangre, 
vamos,  a  entregar  las  armas  al  enemigo  que  en  fiera  lid 
héteos  vencido  como  por  costumbre?  I  este  santo  terreno 
que  hemos  disputado  al  fuego  í  a  la  muerte,  lo  cederemos 
ahora  al  pasaufano-de  un  invasor  que  nos  ha  derrotado  con 
papeles  ?  I  estos  escombros  del  incendio  i  del  cafion,  entre 
ios  que  ahora  habitamos,  como  dentro  de  una  inmensa  tum- 
ba, serán  hollados  por  la  planta  ingloriosa  de  los  caballos 
del  gaucho  salvaje  que  ba  profanado  el  suelo  de  la  patria, 
¡  la  santidad  de  nuestros  lares?  I  nuestros  hermanos  de  ar- 
mas  quo  han  perecido^  dándonos  el  ejemplo  del  valor  basta 
en  su  agonía  postrimera.  Toro,  Lnrragnibel,  Lazo  í  tantos 
bravos  cuyo  nombre  parece  recordar  el  cafloa  cada  vez  que 
truena  a  Jo$  vientos,  porque  ellos  cayeron  sobre  el  bronce 
caliente  de  sus  cureñas,  no  serán  ai  fin  vengados?  1  nuestros 
propios  sacrificios,  nuestros  insomnios  de  -dos  meses  ctimpli- 
dos  de  servicio,  nuestra  desnudez,  el  hambre  de  nuestros 
Lijos  que  no  tienen  ni  leífaoni  Socorro,  todo  esto  será  ahora 
desdefiado  por  questros  cpudillos  e  in^ukado  por  los  oneini- 
gos  que  traerán  en  una  mdno  los  tratados  i  en  la  otra  los 


DB  LA   ÁDMINISTAACfO]!!   HONTT.  173 

fierros  con  que  deben  bpr¡mírno9?No,  mil  veces  no,  repé^ 
lian.  No  nos  rendiremos,  porque  no  hemos  sido  vencidos.  Los 
viles  cQyanos  no  formarán  su  parada  de  terror  í  dé  saqueo 
dentro  de  nuestra  plaza  pública ;  i  antes  bien,  se  decian, 
levantando  sus  fusiles,  coMo  sí  oyeran  ta  señal  de  la  carga; 
marcharemos  sobre  ios  reductos  de^e  cuyos  parapetos  el 
invasor  adelanta  su  brazo  tembloroso  pard  tomar  nuestra 
bandera,  i  convcrHremos  en  ceniza»  sus  cafloMS»! 


lí. 


Los  sentimientos  de  heroísmo  I  de  despecho  que  animaban 
a  la  guarnición  tocaban  ya  en  la  raya  del  frenesí,  cuando 
en  la  mafiana  del  dia  30  corrió  el  rumor  en  Ha  línea  de  que 
una  capituiaclen  babia  sido  Armada  ¡  que  la  plaía  se  rendi-- 
ría  aquel  misino  dia.  Asi  fué  que  eu^ndo  el. gobernador  Mut 
nizaga  i  el  deán  Verja^  .cumpliendo  el  mas  amargo  de  sue 
deberes,  se  presentaron  en  las  trincheras,  para:  invocar  a 
nombre  de  su  prestijio^de  la  subordinación  militar  i  de  la  re« 
lijton  misma,  el  que  los  soldados  consintieran  en  deponer  las 
armas,  se  levantó  un  grito  unánime  de  rechazo  donde  quiera 
que  llegaron,  hasta  que  comenzó  a  oirse  la  voz  de  traición! 
seguida  de  amenazas  de  muerte  contra  el  que  pronunciara 
aquella  frase  maldecida.-— i?^ir«^ii¿  enemigo !-A  aun  hubo 
quien  volviera  sus  bayonetas  al  pecho  de  Uunizaga,  aquel 
ídolo  del  pueblo,  que  este  desconocía. ahora,,  porque  no  Jo 
veía  ya  en  el  altar  del  heroísmo  o  en  el  ara  de  su  sacrificio, 

£1  gobernador  tuvo,  en  consecuencia,  que  buscar  su  sal- 
vacíen  ocultándose  en  la  casa  de  un  amigo  en  el  momento 
en  que  llegaba  a  su  puerta  un  grupo  de  exaltados,  preguntando 
por  el /ratV/or/,  para  fusilarlo.  Era  pues  cierto  que  cuando 


.471  '    .    :HIBTORIA  BEI.OS  DIEZ  AÑOS 

«liofeliz  Muaízaga  repelía  el  apodo  de  «/acarón/»  qoeJe 
daban  sus  enemigos^  m  pra  todavía  aqqella  mengua  <í/o 
ultimo  fuei  t^dria  que  sufrir íi^.  Ahora,  al  salir  disfrazado  i 
recplo^o  por  entre  Ifis  filas  enemigaSt  para  ira  curar  sus 
dolores-  en  la  proscripción,  qjria  la  vocería  de  aquel  pueblo 
que  tres  meses  atras.se  había  levantado  en  rebelión  al  grito 
de  Yka  JUunifagati  que  ahora  le  .echaba  a  fuera/ apellidán- 
dole após^ta  i  cobarde... Terrible  enseñanza  délas  revolueio-(- 
nes  populares ;  pero  inmerecida  esta  vez,  porque  aquel  hombre 
no  era  el  revolucionario  de  un  sistema,  ni  de  una  facción: 
era  el  revolucionario  de  la  honradez^  del  amor  i  de  la  virtud 
en  lapalria  (I). 


m. 


-  El  deán  Vera  escapó  también  a  duras  penas  del  furor  do 
aquellos  dótcfados  que  tanto  le  hablan  amado  i  que  habían 
acatado  de  rddillas  su  virtud,  Cuando  recibían  sus  bendiciones 
en  medio  del  fttego.         ' 

Perseguido  de  trinchera  en  trinchera,  un  soldado  compa- 
sivo alzó:  el  p6rtáloo  para  su  fuga.  Era  ía  puerta  de  la  tumba 
qira  se  abriá  en  la  proscripción  para  el  venerable  í  anciano 
sacerdote !      • 

A  pocos  pa^osle  encontró  el  coronel  Vidaurre,  quien  le  dio 
al  instante*  el  brazo  con  las  prolestasf  mas  comedidas  de  be- 
nevoleodía.  £ra  la  cortesía  del  carcelero  que  conduce  su  vic-^ 
tima  a  los  fierros!.... 

(1)  Muiiizaga,  antes  de  retirarse  de  la  Serena»  tuvo  apenas  tiem- 
po para  dar  a  los  jefes  sitiadores  el  aviso  que  le  prescrihia  su 
deber,  sobre  la- imposibilidad  en  que  le  ponían  aquellos  acontecí* 
^nientos  de  entregar  la  plaza  confuroic  aJ  tratado.— Véase  el  do- 
cumento núm.  40. 


DE  LA   ADMINISTRACIÓN  KONTT.  Í75 


IV. 


Eotre  lanío,  los  soldados,  i  parlícularmente  el  batallón  de 
mineros,  recorrían  la  linea  de  las  tr¡ncheras>  armados  cómo 
para  tina  salida,  mezclando  sus  aqiénazas  a  los  a  traidores» 
con  los  retos  de  audacib  i  proirocacacíónes  de  muerte  ai 
euemigo»  La  ,traic¡on  para  ellos  no  era  tanto^  en  aquellos  mor 
montos  de  exaltación  febril  i  de  desorden  incomprensible,  el 
que  sus  jefós  se  ocupasen  en  capilular  cota  el  enemigo,  sino 
on  que  rehusasen  llevarlos  en  la  hora  misma  sobre  el  campó 
de  los  sitiadores.  .  /  / 

'  Mas,  si  había  corazones  robustos  que  comprendiesen  este 
empuje  rudo  i  varonil  de  los  soldados,  no  exislia  en  la  plaza 
una  voluntad  bastante  preslíjiosa  para  dar  un  impulso  deci- 
sivo i  ordenado  a  aquella  masa  de  combatientes  eml^riagada 
por  una  sed  inestínguíble  de  oombates. 

Después  do  la  partida  de  Arteaga,  i  de  la  fuga  de  Munízaga, 
no  podia  quedar  en  pié  un  nombre  bastante  alto,  pitra  domi- 
nar acuella  estraña  situación.  Soló  Carrera,*  a  quién  las  acu-r 
saciónos  de  traición:  que  se  hácíp  a  Arleaga,  habían  devuelto 
un  ultimo  rayo  de  prestijio,  podría  haber, tentado  algún  es^ 
fuerzo.  Pero  el  ánimo  <lo  aquel  candlllo,  agríadó  por  los  su-^ 
frimientos,  no  daba  cabida  a  esas  resoluciones  desesperadas; 
que  el  hombre  toma  cuando  el  aliento  del  heroísmo  o  de  un 
supremo  despecho,  sopla  en  el  alma.  El  calabozo  había  sofo^ 
cado  aquella  inspiración  de  una  "postrera  magnanimidad  con 
sü  ponzoña  de  tedio  i  de  ingratitud.  Carrera,  como  el  piloto 
que  ha  visto  quebrarse  entre  sus  manos  la  rueda  del  timon, 
en  el  mas  recio  sacudón  del  huracán,  habüa.  echado  ya  a  las 
olas  el  esquife  de  salvamento  i  buscaba  la  playa  tranquila 


176  H1ST0KU  BB  LOS  DIKZ  iffOS 

que  debia  ofrecer  descanso  a  sus  fatigas,  i  embelesos  de  tor- 
nara a  las  hondas  heridas  de  sn  pecho.  Aquel  mismo  dia  o  el 
siguiente  (31  de  diciembre},  parlió  de  incógnito  para  Santia- 
go, donde  le  aguardaba  un  lirslro  completo  do  angustioso 
retiro  que  el  honor  del  alma  i  la  virtud  i  las  gracias  del  hogar 
ie  hartan  grato,  empero. 

(  Pera  cuando  se  alejaban  todos  los  hombres  capaces  de  con- 
tener el  torrente  dé  lava  que  herviá  en  la  Serena,  ajitíndoso 
M  olas  de  fuego  como  en  una  dtreceion  dada,  a  la  manera 
del  rayo,  contra  los  sitiadores,  presentóse  en  la  arena  un  estra^ 
lio  campeen,  recia iñandooon  audacia  el  puesto  que  todos 
fauiaa  con  horror.  Era  este  aquel  famoso  emisario  del  jeneral 
Cruz,  don  José  Ánjol  Quintín  Quinteros  de  ios  Pintos,  que 
iiemos  visto  iiegado  con  tanto  estrépito  a  la  plaza  en  la  nocho 
^1  12  de  diciembre.  . 


V. 


Era  este  personaje  uno  de  esos  aeres  en  que  la  naturaleza 
parece  haber  reunido  todds  los  caprichos  encontrados  de 
la  fisiolojia  humana,  sin  imprimir  en  su  espíritu  el  sello  de 
ninguna  cualidad  pronunciada :  caracteres  que  reflejan  todas 
las  Uices  del  prisma,  según  el  lado  por  el  que  se  le  divisa, 
pero  en  lois  que  una  rotación  continua  hace  que  todos  los  ma- 
lieos  se  confundan  a  la  vez  I  no  dejen  distinguir  sino  una 
masa  de  jiros  caprichosos. 

Dolado  de  un  cerebro  Gno,  sus  percepciones  eran  rápidas, 
pero  la  exaltación  vibrante  de  su  sistema  lo  atraia  luego  a  la 
estravagancia  i  a  la  insanidad.  Audaz,  un  instante,  hasta  ser 
temerario,  se  estremecía  cuando  sus  úiúsculos  volvían  a  su 
centro,  después  de  la  primera  violenta  sacudida  i  entonces  >era 


,  DE   LA   ADJIINISTRAGION  MOOTt. '  477 

,       .    ..i.. 

¿Cíberde,  apocado^  ftíiscro.  Sü  exislénciá  moral  eslaba  siem- 
pre ^á.Qfi  contíouo  flujo  i  reflujo' (fó  orgablzácíoh  i  de  desbor- 
damiento* Hábia  ensayado  todds  tas  carreras  de  la  vida  i  Mas 
to  habían  repudiado  a  él,  a  él  las  h'ábia  abaiidÓDado  condes- 
den..  Sacerdote^  comorcíante,  pedagogo,  áiilitar,  linterillo, 
aventurero^  todo  había  querido  ser,  hasta  hijo  político  del 
jeperdl  Ctúi  I  sd  plenipotenciario  en  él  norte;  i  al  fm,  no  era 
nada  sino  un  pobre  diablo,  güe  abañfdóbádo  en  las  calles  do  la 
Serena,  ayudaba  a  los  soldados  a  beber  sus  raciones  de  aguai^ 
diente,  refiriéndoles  en  los  bivaquefs'de  la  noche  sus  aventu- 
ras i  sus  desgracias  positivas  o  impí-bvisadas. 

A,njel  Quinteros^  pues  éste  er  a  sn  Verdadero  nombre,,  había 
nacido  en  el  sud,  siendo  sti  padre,  a  quien  perdió  en  \^  cuna, 
un  antiguo  capitán  de  infante ria  muerto  en  bl  campo  de  ba- 
.  talla  do  Lircai,  en  las  filas  del  Jeneral  Freiré.  Su  madre  dona 
Josefa  Pinto,  que  casó  ert  kegu  ndas  tiupcias  con  él  comandante 
Vicente,  fenecido  hace  pocos  aflos,  le  deslinó  ai  principio  a 
la  carrera  eclesiástica,  en  la  que  hizo  algunos  esludios.  Pero 
apenas  hablan  penetrado  en  sus  sienes,  algunas  de  aquellas 
tenebrosas  tesis  teolójicas  que  han  trastornado  siempre  tan 
bellos  i  rectos  espíritus,  cuando  comenzó  a  dar  síntomas  de 
una  enajenación  mental,  cuya  tendencia  era  a  divinisarse  a  si 
propio,  porque,  como  hemos  visto,  don  Anjel  no  era  remisp 
en  aspirar  a  honores  supremos.  Asegúrase  que  entonces  dijo 
varias  misas  en  la  capilla  de  Belén,  en  esta  capital. 

Alarmada  su  familia,  quiso  curar  la  manía  del  aturdido 
mancebo  con  esta  otra  manía  de  los  chilenos:  el  matrimonio; 
mas  cuando  ya  los  desposados  se  encaminaban  al  altar^  ate-^ 
morizóse  el  novio  I  ensillando  una  muía,  se  fué  a  Mendoza  por 
el  cajón  de  San  José,  en  cuya  iglesia  parroquia]  dijo  misa  t 
casó  a  otros,  sin  duda  para  lavar  su  culpa  de  no  haberse 
casado  el  mismo.... 

23 


478  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

Pasó  al  fin  las  cordílloras  ¡  su  mal  se  acrecentó,  como  si 
al  subir  las  cumbres  de  oslas,  el  dívínisado  escolástico  hu- 
biera oído  mas  do  cerca  la  voz  de  su  supremo  inspirador. 
Púsose  pues  a  decir  misa  en  las  iglesias  de  Mendoza,  a  pesar 
(le  no  tener  sino  las  órdenes  de  tonsura,  I  lo  que  es  mas,  a 
predicar  eñ  días  de  solemnidad,  dando  niuestras  de  una  gran 
lucidez  de  espíritu  i  de  un  brillo  de  lenguaje  que  hacia  re- 
saltar con  un  eco  arjentino  i  apasionado. 

Pero  una  ocasión,  en  que  el  tornillo  del  espíritu  santo  se 
aflojó  en  la  Cátedra,  púsose  a  predicar. contra  los  tíranos  i 
anatematizó  de  muerte  al  famoso  jenqrai  Aldao  que  gober- 
naba entonces  aquella  provincia.  £1  apóstol  fué  llevado  de  la 
iglesia  a  la  cárcel,  i  de  aquí,  a  la  capilla  de  los  ajusticiados, 
pues  el  irritado  ex-fraíle  gobernador  se  obstinaba  en  fusilar, 
como  era  su  costumbre,  a  este  temerario  predicador. 
-  La  interposición  del  coronel  chileno  potapos  salvó  apenas 
al  monigote  del  banco,  haciéndole  cruzar  otra  vez  la  cor- 
dillera, a  cuj^o  tin,  se  dice,  el  mayor  Lavandero  fué  por  ruegos 
de  su  familia  a  conducirlo  desde  Mendoza.  De  regreso  a  San- 
tiago, i  nn  lanío  curado  ya  por  su  reciente  carcelazo  de  su 
profana  manía  de  decir  misa,  ensayó  el  hacerse  maestro  ilo 
escuela,  ayudado  de  su  voz  que  tenia  una  sonoridad  parlicu- 
lar  i  una  facilidad  notable  de  cspresion.  Fué  en  esta  época 
cuando  le  conocimos  muí  de  cerca,  por  ser  nuestro  prota- 
gonista sobrino  de  una  respolable  señora  que  había  bus- 
cado un  asilo  en  casa  del  autor,  sirviendo  como  ama  de  Uaveá. 
'  Descontentó  de  la  pcdagojia,  don  Anjel  hizo  su  rotnbo  af 
sud,  corad  en  busca  de  la  tierra  de  sus  mayores,  i  tuvo  ian 
buena  i  tan  prosaica  estrella  on  esta  vez,  que  se  easó  en  Chi- 
llan con  una  señorita,  acaso  sin  bcHeza,  pero  do  acomodos 
na  mediocres.  El  cx-^monígolc  abrasó  oniónees  las  dos  pro- 
fesiones que  mas  se  parecen  en  Chile:  las  de  comcrcianic  í  do 


DE  LA  ADMimSTUAClON  MONTT.  179 

marido.  Vino  varios  vecos  a  Santrago  a  emplear ,  i  al  fin  quo« 
bró,  como  er^  de  osperarse,  i  luego  pidió  divorcio,  como  era 
inevitable.  Entonces  so  lanzó  a  la  ágricuKura/cn  álgon  fundo 
de  la  propiedad  de  sw  mujer,  pero  lo  labranza  le  fué  adversa, 
porque  su6  operaciones  de  campo  terminaron,  como  su  tienda 
i  su  tálamo,  en  aquel, divorcio  perpetuo. 

Retiróse  de  nuevo  a  Santiago»  i  de  aquí  fué  a  buscar  un 
acomodo  al  lado  de  unos  parientes  que  babilaban  en  el  vallo 
de  Quillota.  Vivía  aquí  como  un  cncojido  deudo  í  un  filósofo 
desengañado,  cuando  la  trompa  guerrera  de  la  Serepá  resonó 
en  el  oído  do  don  Adjel,  que  se  encontraba  a  la  sazón  pobre, 
arruinado  i  era  como  una  carga  a  sus  amigos.  Entonces  so 
acordó  que  era  hijo  de  un  soldado,  que  había  sido  entenado 
do  otro,  i  que  podía  complelar  estascrie  de  parentescos  mar- 
cíales,  con  el  de  hifo  def  caudillo  ilustre  do  la  revolución^  i 
partió  al  instante  para  la  Serena.  Lo  demás  es  sabido  (f). 

(1)  Hé  aquí  como  el  mismo  Qninteros  Pinto  cuenta  su  viaje  a  la 
'  Serena  en  la  declaración  que  prestó  en  la  calidad  de  ree^a  f.  27  en 
el  proceso  revolucionario  deCoquimbo  i  que  se  encuentra  a  f«17det 
"  sumaríot<«¡endó  de  advertir  quePinto  fué  el  único  acnsadoabsuello, 
por  haber  probado  sus  busnas  intenciones.  La  declaración  díceasí: 
.aEn  ol  mismo  día  (el  10  de  febrero  de  1852)  hizo  comparecer  el  se- 
ñor fiscal  a  un  hombre  que  sq  encontraba  preso  en  la  cárcel- <fe ésta 
,ciadad,  J  después  de  haber  hecho  la  protesta  de  decir  verdad  áe 
Jo.  que  supiere  i  le  fuere  preguntado^  i  siéndolo  por  su  nombre^ 
pátrra,  edad,  estado  i  ocupación  i  varios  otros  casos  relativos  ai 
pl>j«to  de  la  presente  causa  :  Uesponde^  que  s^  llama  ióüé  Anjel 
Quínt^i^o»  PintOi  nsícído  en  la  capital  de  la  República,  mayor  de 
edad,  de  veinte  i  ocho  años,  casado  en  la  ciudad  de  Giitllan,  i  sin 
ocupación  eii  dicha  ciudad,  donde  era  comerciante  i  que  vino  a 
la  Serena  por  variar  de  temperamento:  espone  que  el  día  7  de  sc- 
iiejubre  próximo  pasado  se  encontraba  enfermo  en  la  hacienda 
d^.  Purutun^  departamento  de  Quillota,  habiendo  salido  de  ese 
punto  con  dirccpion  al  pueblo  de  Andacollo  el  día  12  de  noviem- 
bre^i  llegado  a  Andacollo  como  a  los  diez  í  nueve  dias  después  du 
^u  salida,  permaneciendo  en  esto  punto  como  ocho  dias  t  después 


180  HISTORIA    DE    LOS  DIEZ  AÑOS 

Pero  QumlinQoin loros  de  los  Pintos,  como  se  llamaba  aho- 
ra don  Anjel,  anñque  desdeñado  por  los  jefes,  babia  comen- 
zado a  ganarse  la  voluntad  <ie  los  soldados,  conláudoles  las 
glorías  del  ejércílo  del  snd  que  mai^dába  sa  ilustre  pariente* 
los  jeoerosps  sueldos  qne  se  pagaba  a  los  soldados,  los  ricos 
uniformes  de  que.  .venían  vestido^,  i  otras  patrañas  que  im- 
presionaban favorablemente  a  sus  rudos  oyenles*.  Su  figura  lo 
ayudaba  na  poco  .en  bu  papel  de  impostor,  porque,  aunque  de 
pequeña  estatura,  tenia  una  gran  tnovilidad  en  su  fisonomía, 
ojos  chispeantes*;  cierta:  alacbeilai»  simpática  de  ademanes,  i 
una  facilidad  de  bablar,!  altamente  seldadezca  ^  stt  fbrma  i. 
suQüoraU  »      .  »  • 


VI. 


Sucedió  pues  que  euando  ya  bablan  partido  fodos  Jos  hom- 
bres a  quienes  él  podia  temer  como  sus  rivales,  salié  a  luz 
a  cara  descubierta  I  presentándose  tríunfalmente  como  el 
emisario  del  jeneral  Cruz,  anuncié  que  estaba  dispuesto  a 
reasumir  el  mando  der  la  plaza  researmeiitar' pronto  sil  éné- 
BWgo'  ,  .  •  ' 

Aqu?!  título  en  auficiente  paira  haber-  hecho  jeneral  aWn 

se  vino  8  la  Serena  i  se  introdojo  9  la.phza  isUiada  en  buliea  4d 
señor  A^rteaga  como  la  úníiéa  persona  que  conocía  i  de  quien  es- 
peraba tomar  algunos  recorsos  para  pasar  al  fuerto  a  tomar  baños 
^smaTy  objeto  que  no '  logró  por  haberle  impedídotsn  salida  el 
jeneral,  Arteaga^  í  enlóoces  empezó  a  toBiar«a{9f«fioa.«OfiHl«vef  i 
lMafkH»4 

Coipo  se  Yé,  lo  único  que  faltaba  a  la  carrera  de  Quintín  Qoín 
teros  era' el  ser  médico,  i  ahora  le  tenemos  buscando  temparofnm- 
tos  i  lomando  tomüwos  i  tisanas.  Omitió  solo  deeírqae  el  mate- 
rial de  las  drogas  que  él  empleaba  se  componía  solo  de  la  esencia 
4€  li  uvtt  bajo  todas  sus  infinitas  modificaciones.  . 


m  U.lDMINISTaAGIOlf  «ONTT»!   ^  18f 

tambor  en  el  desorden  belicoso  de  aqoetlosmothentos  ¡  la 
proposición  dp  QuíDtíQ  fué  récii)ida  coa  enlosiasldsádamá- 
cíooes;  pubHcándose,  ipconlineirli  -un  batido  po^élque  se  lé 
proclamaba  JQlendente  de  la.proriooia,  el  ^ue  vn  negro  llk- 
mado  Varelí^  iba  (eyeado  d^  ^trinchera  en  Irinchfera,  «f  ison 'dé  vít 
pilo,  remedando  su  ortografía  con  las  modulaciones  de  «us  an- 
chos labios^  i  el  que  oslaba  concebido  «a  'Ostos  términos  pre- 
cisos. 

tSiudadanos.  Movidp  por  la  imyeresa  neceeidad  de  dar  a  ' 
conoseros  el  selo  1  palriolisno  que  creo  caraclerisa  roisf>rio[--  ^ 
cipíes  i  mi  ardiente  selo  a  si  la  causa  áe  la  Liverlad»  no  pue- 
do menos  de  presentarme  a  bosolros^  dandotos  los  justísimos 
pésames  :per  el  mal. estado  a  >  que  ha  tocada  vueslros  dere- 
chos: mediante  la  Separación  ido  vuestras  mejores  jefes  i 
oficíales/en  -esta  virtud  no  pudieadó   desenfendermé  ni  per-' 
maneser  inerte  por  mas /tiempo  viendo  ^uesiros  tíllelos 
vengo  en  orrecerme  a  todos  con.  todos  mis  conocimientos  po^ 
¡ilicos  i  iBííí^re^  apur,áp(;loffie  en.  cuanto  esté -a  mi^  alcánses,' 
pro(esland(»hos  la  mayor  viiena  fée  en    ini  dosempoñb  pues 
no  me  «s  posible  veros  jtigeie  de,  las  patraflas  i  engaño  del 
fementido  (larrido^  i  n^al  militar  Vidaur re.  Valor  i  honradez  i 
todo  marchará  con  la  felicidad  que  se  espera.— Ser^na.i  (Ib 
cíembre30  deí85i,  :  .     > 

José  Anjeí  QüiNTEaos  PjNfo  (4). 


(I)  Al  mismetlémpoV  él nuéVo  ¡Ateniente  dírijia  a  Ib  Guardia 
Nacional  otra  proclama^  no  menos  estrambótica  que  la  ante-' 
ríor,  i  en  la  qaé  los  dedos  del  cx-tínter¡|lo  de  provmcía  salpica- 
ban a  cada  instUnté^el-paper con  las  palabras  de  estilo:  por  taalo 
digo^  en  esta  virtud,  faltando  solo  el:  f  ido  i  suplico  Á  el  ui  «iipr«« 
El  ortjviial  de  este  carioso  papel  existe  en  poder  del  señor  Mimü- 


182  /  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

Inmcdiatamenlo,  ¡  apresurándose  a  reasumir  su  autoridad, 
el  inlcndeifle  Quintín  nombró  gobernador  de  la  plaza  a  un 
Tíejo  oficial  llamado'  Casa-€ordero,  otro  tipo  orijínal  de  mala 
siete  que  babia  venido  de  Freirina ,  cuando  la  espedicion  ma- 
lograda de  Herrera,  i  que  era  conocido  en  el  sitio  por  su 
enorme  peluca  alazana  i  una  bravura  de  jeslos  i  palabrotas, 
que  le  babia  granjeado  el  sobre  nombre  de  Casa-Leones^  por 
parecer  demasiado  apacible  su  verdadero  apellido. 


zaga  i  dice  así  testualmente,  en  la  copia  que  este  caballero  nos 
ba  enviado.  v  » 

«Á  LA  VALIENTE  GUÁBDIA  HACIONAL. 

.Serena,  dieielkbre  31  de  ISSl. 

El  infrascrito,  José  Anjel  Quinteros  respetuosamente  a  esta 
respetable  fuerza  dice  lo  que  sigue: 

Sed  del  mas  tívo  dolor  el  funesto  amago  qoe  so fre  la  fuerza 
sitiada  por  las  falacias  i  engaños  de  los  jefes  sitiadores,  Garrido 
i  Vidaurre;  en  esta  virtud  creído  positivamente  que  todas  las 
noticias  que  vienen  del  campo  enemigo,  son  puramente  forjadas 
por  la  lAaldad  i  la  ansia  de  sangre  que  domina  a  los  sitiadores  en 
los  últimos  amagos  de  su  desesperación  i   ominosa  ruina,  digo: 

Sed  de  áuino  ínteres  (ya  que  desgraciadamenta*  lamentamos  la 
separación  de  nuestro  jeneraj  Arteaga]  nombra  un  caudillo  dis* 
creto  i  valiente  que  puede  ponerlos  a  salvo  de  las  falaces  ma- 
quinaciones con  que  nos  quiere  engañar  el  opresor. 

/  Por  tanto,  siendo  de  mi  deber  empeñar  mis  conocimientos  en 
la  causa  pública,  maximun  cuando  veo  el  estado  de  la  fuerza  sin 
una  segura  opinión  que  la  ponga  a  salvo  del  peligro,  vengo  en 
ofrecerme,  pronto  i  obediente  servidor  i  compañero,  empeñando 
mi  honor,  vida  i  espíritu  patrio  en  la  mejor  i  mas  perfecta  direc- 
ción que  pueda  poner  a  salvo  la  fuerza  i  pueblo  sitiado  enipe* 
ñando  mis  conocimientos  del  modo  mas  honroso  i  garante  a  la 
causa  pública. 

Jóse  Anjel  Quinteros  Pinto.» 


DK  LA  ADMirn^TRACION  tfONTT,  183 


VII. 


Esto  sucedía  a  las  oraciones  del  dia  30,  pero  entrada  ya 
la  noche,  la  desmoralización  que  se  había  contenido  en  lamis- 
ca febril  ajitacionde  lamañana^  se  desbordó  sin  freno,  siendo 
su  fruto  mas  característico  aquella  singular  proclamación  dé 
la  nueva  autoridad  hecha  por  un  pito  i  un  negro  prego- 
nero.... 

Favorecido  por  las  sombras,  cada  uno  se  entregó  Kbremenle 
a  la  pasión  que  mas  vivamente  le  dominaba  en  aquellos  mo- 
mentos; unos  a  la  embriaguez,  otros  al  saqueo,   algunos  a 
una  som|)ría  inacción,  la  mayor  parte'  a  su  sed  de  combate* 
Muchos  salían  de  las  trincheras  con  sus  fusiles  i  se  esparcían 
por  (a  Vega  i  la  Quebrada  de  San  Francisco,  haciendo  dis- 
paros al  aire  i  retando  los  puestos  avanzados  del  enemigo  al 
último  duelo  del  asedio;  otros  se  subían  a  las  torres  i  man* 
teoian  un  contíRUO  tiroteo  sobre  la  línea  enemiga  que  estaba 
esta  vez  sorda  ¡desierta;  otros,,  eafio,   se  paseaban  sobre 
sus  trincheras  haciendo  aquella'  pos  tuna  guardia  de  honor 
al  pueblo  de  su  gloria  i  de  su  amor.  Grupos  de  los  mas  en- 
tusiastas o  de  los  mas  exaltados  recorrían  las  trincheras,  pre- 
dicando la  resistencia  hasta  el  último  trance,  o  se  introducían 
a  las  casas  i  cuarteles  preguntando  donde  estaban  les  traidor- 
dores  que  los  habían  vendido,  para  hacerlos  espiar  su  cri- 
men (1)- 

(I)  Apercibido  de  este  espantoso  desorden  i  atribuyéndolo  al 
despecho  de  la  tropa,  por  la  insegaridad  de  sn  situación,  e)  co- 
ronel Vidaarre  espidió  en  aquellas  horas  la  siguiente  proclama- 
ción,  que  honra  su  prudencia  (paes  ya  debía  saberse  en  el  cam- 


481  HISTORIA  BE  LOS  DIEZ  ifíOS 

ÜDa  de  estas  especies  de  montoneras  fanálicas  que  se  ha- 
bían levantado  en  el  recinto  de  la  ptoa,  penetró  en  el  coar- 
te! de  carabineros,  donde  Qallegulllos  bacía  los  últimos 
esfuerzos  para  sujetar  sus  jinetes,  que  amenazaban  amotinarse 
i  darte  a  él  mismo  la  muerte,  porque*  preferían  inmolarlo  a 
lener  que  acusairlo  de  traidor! 

V 

VIH, 

GallegaUtos  era»  en  rerdad,  el  único  caudillo  que  en 
aquella  noebe  fatal  podia  teotar  un  último  esfuerzo  para 
organizar  la  guarnición  i  d¿r  un  último  asalto  al  enemigo, 
que  halH'.ifi,4ido..$in  doda  despedazado:  Pero  el  joven  co^ 
mandante . pbwi'vi\ba  ahora  ia  cuestión  por  eriádo  de  la 

po  délos  sitía^or^s  la  noeva  de  Copiapó);  i  qqe.  copiamos  de  los 
papeles  del  seoof  Muñiíagal  Dice  así: 

CQSAlCDAIfCIÁ  JBNBRAL  DE  LADIVISIPU.  .        .  .  1        "  « 

Sir§na^  diciembre  30  de  1851. 

cTengo  noticias  qve  sefia  esparcido  la  voz  entre  los  cívicos  i 
otros  individuos  que  guarnecen  esa  plaza,  que,  poniéndome  en  *. 
posesión  de  ella,  serán  perseguidos  o  incorporados  a  los  cuerpos. 
de  esta  divísioui^  para  conducirlos  fuera  de'esta  ciudad,  í  siendo 
esta  una  calumnia  para  alarmarlos,  estoi  en  el^caso  4e*de8men<- 
tirla.         -., ,  t.      .V     -     -    -    ' ..-■'••      -    ^    ^^  ^^ 

Tanto  los  c(;ricosxomo  Jos  demás  tndii^uos  á  quienes  me  re-*' 
fiero,  podrán  sal^  desarmados  de  fa  pla'za  fiara  stls casas  o  el  lu- 
gar que  ellos  elijan  i  l^s  doi  ésta  seguridad  por  co^uplQ  del  señor 
comandante  deell«,'<onipronfelíendo  nii  palabra  de  hpt^or  de  que  >_ 
no  serán  molfestados^eoilo  mss'inifiinfd.  '     '  *     -' 

Se  lo  comunico  al  se5or  comandante  jeneral  para  los  Gnes  con* 
siguientes  suscribiéndome  S*  S, 

Jijan  VioAunaB  Lbai..  > 

A  It  .autoridad  it  becbo  que  jáinde  eíi  la  táajía  de  la  Serena. 


VE  lA  IDMINISTRACldh   MONTT.  18B       ... 

responsabilidad,  ya  que  j)or  el  de)  heroísmo  era  ocioso  que  la 
contemplara.  Había  Ti'sto  que  sus  mejores  amigos  se  habían 
retirado | que  sus. jefes  mas  queridos^  Hunizága  ¡Carrera,  se 
alejabafi.tambiefl(<Iel  re.cinlo.  SeguiY  su  ejempfó  le  parecía     ' 
fiu  último  deber  de  soldado;  Más  el  aínór  de  isus  cómpané- ' 
ros,  quO:  ^  ^despecho  del- abaiidtíno,  convertido  ahora  en  ira    ^ 
amenazante, ;  le  delenia'  en  su  cuai'lel  entregado  a  vacilación 
nes  desgarradoras,  basta  que  eónun  desesperado  árrianqué, 
montó  en  su  ..caballo:  ¡salió  a  escape  en  dirección  délas 
avanzadas  enemigas.  Recibiéronle  estas  con  respetó!  le  lle<^ 
varón  a  presencia  del  coronel  Vidaurre,  quien  no  pudo  menos 
de  inclinarse  con  cortesía  delante  de  aquel  bravo  de  los 
bravos  quo  la  fama  había  ponderado  lautas  veces  a  su  oído. 
Sus  soldados  le  habían  hecho,  empero,  una  despedida  menos 
cordial.  Al,  arrancar -su  cabalb  sofafeelVo^uan  dferciauslró 
do  SaolQ  Dopifogo,  una  descarga  de  cáyábinashjanfa  *h^^^ 
silvar  una  mi))e ,  d^  balas;  por  su  cabeza  ;  i  'es'  seguró  que  st 
perraanepe.dío;^. minutos  itiasen^su  cuafteí,  síus  j^roplossóí^ 
dados   lo  fusilan  en ;  el  » horror  do  ^aquéllas 'horas.  Fue/eti 
verdad,  e^la.joruada.d&la  Serena  una  tmajen  de  a^Aella  me-- 
morable  ^oche>,  trís^te  que  cuentan  los  comenlarios  dé  Hernán 
Cortez ;  pero  QsjLlleguiilos  tabia^  dado  él  Isáítodé  Aharaclo,' 
i  aunque  el  último  do  todos,  como  el  héfoo  esireínefioj'  había 
eoDseguidp  lambieo  salvariew  ••     ^* 

-    IX, 


El  coronel  Vídaurre  que  escuchaba  desde  su  campamento 
el  ruido  formidable  do  aquel  pueblo  que  se  sacudía' sobre  si 
propio  como  una  mar  embravecida  que  arrastra  sus  olas  do 
abismo  en  abismo,  escribía  a.  la  ca|)ilar  en  aquellas  mismas 

84 


186  HISTORIA  DB  LOS  D1EE  aSOS 

boras  estás  palabras^  « La  noche  continua  aun  mas  tempes- 
tuosa que  lo  ha  sido  cl.dia,  i  me  preparo  para  dar  mafiana 
el  asalto,  si  no  consigo  que  se  someta  la  plaza  o  que  se  au- 
mente la  dispersión  de  los  que  existen  en  ella,  i  mafiana 
también,  si  es  posible,  comunicaré  a  U.  S.  el  resultado  final 
de  esta  campafia,  fecunda  en  perfidia,  en  atrocidades  e  in- 
consecuencias inconcebibles,  a  la  vez  que  en  constancia,  su- 
frimientos i  todo  jénero  de  privaciones  que  ha  tenido  la  de 
mi  mandó  (1]» 


Cuando  se  IcvaBlaba  sobre  las  colinas  de  la  Serena  la  luz 
de  aquel  dia  (31  de  diciembre},  que  asi  era  el  último  de  sus  glo-' 
rías,  como  era  también  el  postrero  de  los  de  aquel  año  grande 
o  infausto  de  48S1,  la  plaza  no  presentaba  ya  ese  aspecto 
tranquilo,  normal  i  formidable  que  hacia  comprender  a  la 
primera  mirada  que  habia  una  voluntad  omnímoda  de  orga- 
nización i  de  prc$l¡j¡o,  que  tenia  señalado  a  cada  uno  el 
puesto  de  su  deber  i  de  su  honor.  La  guarnición  vagaba  ahora 
a  la  ventura  por  las  calles,  contemplando  la  desolada  ciudad 
con  aire  sombrío  c  irritado.  Los  soldados  iban  i  venian  car- 
gando sus  armas  con  brazos  crispados  i  el  ademan  del  furor. 
£1  intendente  apócrifo  habia  enarbolado,  por  su  parte,  una 
bandera  roja  en  su  alojamiento,  como  una  declaración  es- 
plícila  de  la  guerra  sin  cuartel  que  se  baria  al  enemigo. 

Acudían  pues  a  aqnel^impravisado  cuartel  jeneral  tropeles 
de  soldado^  que  preguntaban  por  lo  que  la  autoridad  se  pro- 

(í)  Comanicacíon  dei  coronel  Vidaurreal  niínistro  de  la  guerra 
fecha  30  de  diciembre  de  1851.  [Archivo  del  fnini$terio  de  la 
Guerra.) 


BE  LA    ADMINISTRACIÓN   MONTT.       .  187 

ponía  emprender  aquella  maúana.  La  m^yor  parte  de  la  guarní* 
cion  estaba  sobre  las  arma¿,  pero  esparcida  en  todo  el  recinto 
de  las  fortíñcaciones  i  ocupada  de  distintas  tareas*  Los  al- 
macenes de  lujo  de  la  población,  que  babíán  sido  respetados 
durante  el  sitio  con  una  vijilancia  rclijíosa,  fueron  desarra- 
jados  einvadidos  por  la  mücbedumbre.  Mas,  como  avei^on- 
zados  de  aquel  acto  de  pillaje^  dábanle  la  apariencia  de  un 
pagamento  estra ordinario  de  sus  sueldos.  Cubrían  este  pre-* 
testo  de  un  viso  de  lejiiiniídad,  estableciendo  cierta  fórmula 
injeniosa.  Algunos  de  los  cabos  o  sárjenlos  poníanse  do  pi^, 
como  para  preguntar  desde  el  mostrador  cuanto,  sor  debia  a 
cada  uno,  i  según  la  cantidad  que  el  interpelado  fijara,  se 
le  daba  un  valor  equivalente  en  mercaderías  o  víveres.  Las 
mujeres,  sin  enibargo,  'aprovechaban  casi  esclusivamente  de 
este  botín,  reáervándose  los  soldados  el  licor^  como  si  fuera 
preciso  mitigar  con  sus  vapores  las  amarguras  de  su  situa- 
ción. 

Vióse  con  sorpresa  que  muchos  de  los  soldados  sitiadores 
venían  a  participar  de  aquella  pródiga  granjeria,  olvidando^ 
sus  rencores  i  sos  ventajas  delante  de  aquel  festín  del  comu- 
nismo práctico  que  no  reconocía  bandera  ni  tenia  orden  dpi 
dia. 


XI. 


Observábase,  sin  embargo,  en  la  posada  del  intendente 
Quintín  un  movimiento  estrafio  como  sí  se  tratara  de  un  gran 
acontecimiento  inesperado  o  se  fuera  a  ejecutar  un  plan 
vasto  i  decisivo.  Entraban  i  salían  del  aposento  con  aire  preo- 
cupado los  principales  personajes  de  Nía  plaza,  sarjentos,  ca- 
bos, pitos  i  tambores,  entre  los  que  los  impertérritos  mine- 


18S  filSTORIA  DE  IOS  D18Z  AfiOfi 

ros^  los  mas  aguerridos  en  las  rifles  de  Baco^ .  eran  bsiaas 
exilados  i  viólenlos,  ¿Que  pasaba  en  aquel  conciliábulo  enlre 
el  inleudeúlé  i  sus  vasallos?  Era  un  cuadro  curioso  ^ue  la 
labttla  se  habría  apropiado.  £1  lobo  estaba  on  conferencia  coa 
los  leonés.  Al?^bábiai  de  lener  la  aoücia  positiva  del  levMla-^ 
miento^dé  Cópáp<$  gue  b^biá  lenido  üigar  liacia  cuatro  dias 
{el  26  de  diciembre).    /'  ;.         .  '  •  •'•    •   •     ' 

Al  instadle;»  )os  mineros,  por  una  simpatia^  fiicíl  4e  oom-^    * 
prender^  ¡juzgaádo(U)B'ojo  certero  de  su  9iLuacjl9n;i;prQponi^      • 
ponerse  en'  láarcha  sobre  ei  JBuasco  i  jCoipiap<^vj)Ara  i^i^iirse :  ^ 
a  sus  cldmÍ)aúéros;  paro  él.  astuto, intendente, qu^  sebábiai 
usurpado  aqü¿l  título  solo  por  esipirjlu.  4o.  ayeatuí^  ixon-- 
^raciarse  con  los  sitiadores.  Se  acuerdo  con  sp  soguado  £asa-t    - 
Cordero^  sé  kiégabá  a  ordépar  la.4narcha,  .pQrqiUüet,..lo  que    <^ 
menos  pa^bá  por  su  lEicntd  era  el  empf^e^cl^  urm  ^campada  ' 
jcon  aquella' jelitó  i  par  tales  travesías,  como  lasque  separan 
nuestrtos  vallefi  selentrionales,         ^  • ,  < .; 

Los  mincrea,  de  auyó^  tomaban^  sin  emha^rgo,  acUyasme-'* 
ilidas  pa'rÜ  ejefeular  su  retirada/  Babiaq  bajado  a  ]a:vsega  i  •  • 
recojido a  la  jilá^ai  'iodos  los  caballos! el ^a4adp^  £iisillalian:"  ' 
aquellos  con  cuanto  apero  de  montura  se  les  presentaba  a 
manos^  aparejabaa  muías  para  cargar  municiones^  e^cojian 
eñ  las  trincheras  dos  cagones  volantes^^  uno  de  los  que  (él 
<que  habla  tomado  Chavot  el  29  de  diciembre)  probaron  aque- 
lla misma  maflana^,  disparándolo  sobre  un  destacamento  ene^ 
migo  que  se  avanzó  a  las  trincheras, Nüm^,.E|,j' 6,  paraeje^ 
£ular  un  reéonociraíebto^  í j)ers^u|cad9lo  .por.itarias  cuadrad  ' 
a  liros  de^  bala 'rasa  con  aqiiella,  {)i^za;  ¡  poü.  último,  iban^  " 
formándose  con  tíort'a  seguridad  para  emprender  la  marcha. 


BE    LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT^  189 


Enlre  tanío^el  coroael  Vídanrre  que  esperaba,  penetrar  a  fa 
plaza  aquella  madrügya,  había  recibido  del  Cjobemador  Casa- 
Gordero  la  slgaíénle  cnrlásá  nóla^  en  qae  le  anunciaba  que  la 
plaza  no  se rendiriá--^« Comandancia  jeneral.-^Serenaf  diciem- 
bre 3f  de48S1.— Encobíestacion  a  la  nota  de  V*  $«  fecha  de 
hoi,  debo  esponer  > que  eb  ella  se  hace  referencia  de  nnoj»  traia-^ 
dos  de  los  cuales  la  Irc^a  de  esla  plaza  no  ha  tenido  noticia 
ni  conocimiento  de  ello.  Si  los  jefes  qaj9  los  celebraron  han 
abandonado  el  campo,  la  tropa  de  esta  plaza  'permaippca  fir- 
me^ i  Jamas  coiisentfrá' étr  eül'r^garlá,  bpsta  que  bq  reciba 
una  orden  esptú^  'deljeneráí^  Grúz^  Dios  guarde  a  U.  S. — 
José  Vicente  Casih'Cordeiv.^SeíiúT  Comandante  jqneira)  (lo 
,  la  división  pacíücadíñrk'dél  Norte »  (Í}\ " 

(1)  Poco  mas  tarde  sin  embargo  e)  bravo  GasanCorderO  escri- 
vio  fortivamente  a  Vid^urre,  (atemorizado  tahez  por  la  re»poesta 
de  este  a  su  nota  o  aeaso  por  esta  misma),  i  el  jefe  sitiador  le  di. 
rijió  la  siguiente  carta  que  se  encuentra  autógrafa  de  letra  de  Vi« 
daurre  a  fs«  277  del  proceso  seguido  a  loC  revolucGionarioSv  i  cuya 
humilde  redacción  demuestra  ^el  grado  de  ansiedad  i  de  .temor  a 
que  habiao  llegado  los  jefes  sitiadores. '  -  '  ' 

Serena,  setiembre  31  ie  1851* 

Estimado  señor  mió : 

Contestando  so  nota  de  hoi,  referente  a  la  conducta  que  se  pro- 
pone. Ud.  guardar  en  las  operaciones  con  las  fuerzas  de  la  plaza 
de  esta  ciudad,  que  Ud.  se  halla  actualmente  comandando^  debo 
decirle:  que  quedo  completamen  te  satisfecho  de  cuanto  me  pro** 
metía  de  su  verdadero  patriotismo,  el  que  jamás  será  olvidado 
por  mí,  por  el  Gobierno  n  i  por  ningún  hombre  honrado  i  patriota. 
Proceda  Ud.  pues  lúen  seguro  de  esto,  lo  mismo  que  cuantos  ie 
ayuden  a  evitar  el  derramamiento  dé   una  gota  mas  de  aaogre^ 


í 
190  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  Á&OS 

Púsose  a  contestarla  el  jefe  enemigo,  disimulando,  cuanto 
le  era  dable,  su  profundo  despecho  í  tratando  de  persuadir  a  los 
nuevos  jefes,  a  cuya  influencia  daba  un  valor  exajerado,  de 
que  la  plaza  debería  rendirse  en  virtud  de  los  tratados  (1}. 

Pero  al  mismo  tiempo  en  que  el  jefe  sitiador  alhagaba  un 
UtAo  i  se  esforzaba  en  convencer  a  los  caydillos^  impartía 
no  bando  fulminante,  en  el  que  decretaba  que  todo  soldado 
enemigo  que  fuera  ton!i'adó  con  las  armas  en  la  mano  o  icon 
especies  robadas,  después  de  las  42  del  dia,  seria  en  el  acto 
fusilado  (2). 

.    ;l  '   '  ' 

inúíij  yjl  p.or  el  fin  político  que  armó  a  unos  chilenos  contra  otros. 
Ai  país  no  le  conviene  otra  CQsa  que  en  sincero  abrazo  de  sos  hi- 
jos, un  olvido  del  pasado  i  nn  recqer4o  saludable.para  que  no 
se;  repitan  sucesos  tan  deplorables  por  siempre. 

Estat  cartft'i  mi  palabra  servirán  a  Ud.  i  a  sus  colaboradores 
pf  ra  constancia  del  mérito  especíjrl  qae  contraerán  si  logran  co- 
i-onar  la  santa  obra  que  se  proponen  i  qué  «o  tuvieron  valor  de 
vt^rificaría  los  jefes  i  demás  promovedores  de  Ja  revolución  que  ha 
conducido  esta  ciudad  a  la  presente  ruina.  '> 

Ahora  tíen&'Ud.  para  mí  nn  derecho  de  llamarme  i  reconoccl*- 
me  como  su  verdadero  amigo  Q.  B.  S.  M.    , 

'  i       ■»  '•    ■         ■  :     . 

'   ,      '  .  Juan  ViDAUBRfi  Leal.       .    . 

•  '   (1)  Véase  ej  documento, nóm»  41. 

'  (2)  Hé  aquí  íntegra  esta  pieza  que  hemos  copiado  def  archivo 
del  Ministerio  del  Interior. 

COMANDANCIA  JBNBRAL  DB  LA  DIVISIÓN 
PACIFICADORA  DEL  NOBTB. 

SereHüy  diciembre  Zi  d^  1851. 
D^bl^ndo  haberse  verificado  a  las  die?  de  la  n^añana  de  ayer 
la  entrega  déla  plaza,  i  teniendo. noticia  de  que  si  no  se  lia  be* 
chOf  lili  provenido  por  ía  resistencia  de  algunos  individuos  de 
tp<ip»,  ecatidillados  por  personas  que  promueven  el  robo  de  las 
tic^idWs  i  dantas  que  haí  en  la  plaza,  i  a  sus  inmediaciones,  he  ve« 
nido  bn  acordar  lo  siguiente;,  , 

,  1,<».  Los  que  acloátmcnte  están  en  la  plaza,  en  las  trincheras  o 


DE    LA  ADMINISTBAGION  MONTT.  191 


XIII. 


Parece  que  la  ñola  do  Vklaurre  o  las  amenazas  produjeron 
un  completo  resultado  en  el  ánimo  de  los  caudillos,  por  quo 
cuando  ya  )a  columna  espedicionaría  estaba  organizada  í  so 
pobia  en  marcha,  su  sefioria  el  intendente  rehusó  abierlamen- 
to  tomar  el  mando  de  la  espediclon^  como  era  de  su  deber. 
Mas,  esta  suprema  ¡nsubQrdinacioá  dio  lugar  a  un  altercado 
entre  la  oficialidad  improvisada  de  la  división  i  el  jqfe  rebel- 
de que  interrumpió  en  breve  un  soldado,  que  debia  compren* 
der  loque  significaba  aquel  enrredo,  agarrando  al  Jntenden lo 
de  un  brazo  i  colocándolo,  de  la  manera  mas  irrespetuosa,  en 
ancas  de  su  caballo,  marchándose  con  él  a  la  cabeza  de  la 
columna. 

De  aquella  cómica  suerte  concluía  el  breve  poro  tormentoso 
reinado  dül  impostor  Quintín,  quebabia  representado  dunauto 
S!4  horas  la  parodia  de  uoa  dícladura  omnipotente.  Estraflos 
acasos  de  la  vida,  se  deciá  él,  al  verse  ahora  amarrado  como 
una  balija   aja  grupa  de  un  minero,  pasaje  verdaderamenid 

eiialesqtiíera  otros  pasajes  i  no  se  retiren  a  sas  caias  antes  de  \á, 
doce  del  día  de  hoÍ,  serán  pasados  por  las  armasen  ti  acto  dd 
ser  aprehendrdos.  »       ..   ^ 

.  2.<>  Los  que  se  retiren  de  la  plaza  i  trincheras  lo  harán  Mbre^ 
mente  i  sin  el  menor  lemdr  de  ser  molestados  por  las  kí^ás  de 
esta  división  siempre  que  lo  hagan  sin  armas  i  especies  robada!?,^ 
pues  en  cualquiera  de  ambas  casos  serán  fusilados  en  el  mísm^ 
acto  de  su  aprehensión. 

. Saqúense coplas|de  esta  resolución  para  que  se  eomnriiqae  á  los' 
que  ocupan  las  trincheras   i  plaza  a  fin  de  que  no  sé  alegué  Ig-'' 
i>oranc¡a  í  qT)ed(  n  impuestos  de  las  penas  a  que  quedan  línjetos 
vn  el  cBso  de  no  darle  por  su  parte  el  respectivo  i  exacto  com-  * 
piiraiento. 

Juan  Vidac&be  Leal.» 


Í9Í  HISTORU  DE  LOS  DIEZ  AfiOS 

digno  dé  fottíaínce'  nUaís  grotesco  i  que  el  mismo  ha  coatado 
mas  tarciei  eu  uoos  apuntes  autógrafos  que  conservamos  ea 
nuestro  podery  con  éstas  p^lat)ras  testuales,  llenas  de  unat 
curiosai  ínjeDfutdard.  «He  aqui  mi  salidaí  de  |a  plaza,  dice,  i  at 
las  ancas  del  dábaíllo  de  un  militar,  tío^  con  laf  pompa  i  mag- 
nificencia de  un  grandcí,  siqo  eomio  un  miserable  prisionera 
obligado  a  mandar  i  drrijir  a  los  mffsmos  que  asi  me  maltra- 
taban < . .  w  Piotese  el  público  cnal  seria  mi  bochorno  al  ter 
mi  humillación;  i  ma^  por  desgracia  el  caballo  nada  gordb^- 
yo  con  dos  grandes  almorranas  que  oprimidas  me  causabau^ 
tales  dolores  que  parecía  a  cada  tranco  del  caballo  tocar  ai  \o» 
abismos  i  en  loa  brazos  de  la  muerte».  ^..  (i) 

XIV. 

El  gobeftfadof  Casa-Cordero,  por  su  parte,  mas  feliz  que 
su  superior,  pues  babia  logrado  escaparse  de  sus  subalter- 

( 1 )  Quinteros  ^nto  fa^  páesf o  en  fíbef tád  en  ét  mes  de  julio  de 
1852,  en  coyo  mes  le  yirnos  üegar  a  Valparaíso,  en  e)  vapor  de  la 
Garrera,  Testido  de  andrajos  i  cubierto  con  un  poqche  burdo» 
que  erA  todo  un  equipaje.  Cinco  o  seis  años  después  íe  encontrar 
ron  en  Santiago,  dando  muestras  de  baberse  acreeenlado  su  juicio 
i  sus  fecorsors,  pues  estaba  empleado  en  una  oficina  de  gobierno. 

Últimamente  se  nos  ha  dicho  por  unos  que  ha  muerto  i  por 
otros  que  se  encontraba  de  kerfnano  donado  en  el  convento  gran* 
de  de.  San*  Francisco  en  esta  capital. 

Habiéndole  buscado  en  aquella  comunidad,  aparece,  en  efecto 
que  hasta  hace  un  año  estuvo  de  lego  en  San  Francisco,  yistíen- 
do  el  humilde  hábito  de  la  orden,  i  recordando  según  los  infor- 
nies  que  nos  han  dado  algunos  relijiosos,  cual  otro  Garlos  V  en 
San  Tuste,  sus  glorias  mundanales. ... 
^Partió  después  para  Valparaíso  llevando  por  único  equipaje  su 
sotana  j  su  cordón.  Habrá  muerto  después?  Otro  misterio  mas 
en  la  vida  de  este  orijinalísimo  personaje! 


DE    LA   ÁBUrmiSTRAGION  MONTT.  193 

nos  que  querían  hacerle  sin  duda  el  honor  de  nombrarlo  jefó 
de  estado  mayor  de  la  división,  corrió  a  una  trinchera,' laa 
luego  como  vio  que  aquella  se  alejaba  unas  cuantas  cuiídras 
de  la  plaza,  dando  voces;  i  haciendo  sefial  con  un  pafiuelo, 
signiticaba  a  las  avanzadas  enemigas  que  ya  era  llegado  el 
momento  de,  entrar  a  las  trincheras,  pues  sus  defensores 
hablan  salido  del  recinto. 

'  El  coronel  Garrido,  que  habla  sabido  aquella  misma  mana- 
ña  la  insurrección  de  Copia pó,  í  que  aguardaba  con  la  fhayor 
impaciencia  el  desenlace  del  drama  lumuliuo$o  de  la  plaza, 
teniendo  su  tropa  lisia,  i  resolviendo  acaso  on  su  menle 
el  proyecto  desastroso  pero  inevilable,  de  dejar  la  Serena 
entregada  a  sus  propios  horrores  para  volar  a  Copíapó,  dondo 
había  intereses  politices  i  privados  de  tanta  magnitud,  díó 
la  voz  de  marcha  a  sus  columnas  i  penetró  en  la  plaza  a 
las  doce  del  día  en  medio  de  un  silencio  sepulcral  i  con  tan 
visible  conmoción  i  sobresalto  en  los  soldados,  que  llevaban 
sus  fusiles  en  la  mano,  i  se  adelantaban,  midiendo  con  una 
mirada  escrutadora  cada  uno  de  sus  pasos,  como,  si  temie- 
ran que  la  tierra  se  undiera  a  sus  piej»  o  que  reventaran 
de  improviso  algunos  de  aquellos  temidos  infiernos,  o  miha» 
subterráneas  de  pólvora,  de  los  que  so  hablan  construido 
solo  tr€$,  como  hemos  visto,  pero  que  ios  sitiadores  suponían 
crtizaban  las  avenidas  de  la  ciudad  en  todas  direcciones.  I 
aquella  columna  pavorosa  de  un  enemigo  que  no  habla  ven- 
etdo,  i  aquel  ex-gobernador  grotesco  que  ajilaba  en  Jas  trÍB-^ 
chcras  sus  bracos  traidores  para  convidar  a  sus  huéspedes  va-< 
'  cilantes,  ai  penetrar  en  aquel  xecinto  sobre  e\  que  yaciaa 
k)s  cadáveres  de  500  chilenos  i  por  cuya  línea  de  fortifica-* 
dones  so  habían  cruzado  durante  dos  meses  algunos  millares 
de  balas  i  bombas  de  cañón,  (1)  estaban  sirviendo  de  exada  \ 

(-1)  Sf^un  la  Memoria  dd  corontl  Af4<>0ga,  a  quebemos  atodido 

.       25 


49i  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

viva  ímájon  del  térmioo  que  la  misera  condición  humana 
suele  dar  a  los  mas  gi-andes  acontecimientos  de  los  pue- 
blos! 

XV. 

Has,  apenas  babia  entrado  la  di?¡sion  dentro  las  trincheras^ 

varias  veces,  habían  mnerlo  en  la  plaza  hasta  el  día  28  de  di- 
ciembre, solo  96  personas,  mientras  que  la  pérdida  de  los  sitiado- 
ref  era  calculada  en  mas  de  300. 

Estos  datos  coinciden  con  losqoenos  ha  somínhtrado  el  padre 
Robles  qoe  díó  sepoltnra  en  sn  convento  de  Santo  Domingo,  a 
todos  los  muertos  del  recinto.  En  nno  de  los  claustros  que  convir* 
fi6  en  campo  santo«  enterró  117  cadáveres  i  en  otro  ángulo  dei 
convento  27;  en  todo  144 ;  mas  como  entre  estos  habla  algunos 
del  enemigo  I  otros  fenecidos  de  muerte  natural^  resulta  que  el 
número  de  las  víctimas,  entre  los  sitiados,  no  pasó  de  109«  Respecto 
del  enemigo,  aparece  de  un  estado  publicado  en  la  Memoria  del 
Ministerio  de  la  Guerra  de  1852,  fechado  en  la  Serena  el  29  de  no-» 
viembre  de  1851»  que  el  número  de  muertos  entre  el  3  i  el  39  de 
noviembre  (que  hab  ia  sido  la  épdca  de  los  mas  sangrientos  com« 
bates),  llegaba  solo  a  24  ¡  el  de  los  heridos  a  50,  cifras  estraordl- 
nariamente  adulteradas,  porque  es  evidente  que  en  el  solo  combate 
del  18  de  noviembre ,  los  asaltantes  dejaron  en  las  calles  mas 
de  60  cadáveres.  Algunos   los  hacen  llegar  a  80  en  un  solo  día. 

Del  mismo  estado  consta  que  el  número  de  tropa  disponible  as- 
cendía a  685  hombres,  habiendo  llegado  desde  el  15  al  29  de  no- 
viembre, 200  hombres  de  refuerzo,  en  esta  forma.  Compañía  de 
irranaderos  del  Ruin,  90  plazas.  Policía  de  Saotiago,  50.  Artilleria 
de  mar,  30  i  Lanceros  de  Aconcagua,  30. 

Sobre  los  proyectiles  que  se  dispararon  de  una  parte  i  otra  no 
ha!  una  cuenta  exacta,  pero  podrá  formarse  una  idea  al  saberse 
que  en  una  sola  manzana  del  recinto  fortificado,  se  recojieroa 
después  del  sitio  mas  de  doscientas  balas  de  grueso  calibre.  Du- 
rante sesenta  días  habían  estado  en  continua  operación,  al  menos, 
diez  a  quince  cañones  de  una  parte  i  otra.  Los  proyectiles  de  los 
sitiadores  no  servían  a  los  de  la  plaza  por  ser  de  mayor  calibre 
que  sus  cañones,  mientras  que  los  arrojados  de  las  trincheras 
eran  recoj idos  con  cuidado  por  ia  jente  de  afuera,  pues,  siendo 
el  material  de  cobre,  \alía  cada  bala  de  canon  veinte  reales* 


DE    LA  AI>M1NISTRÍCI0N    MONTT.  195 

cuando  yolvia  a  salir  en  persecución  de  la  columna  que  se 
diríjía  a  Copiapó.  Eslaba  decrela<lo  que  aquel  recinto  no 
fuera  ocupado  jamas  por  un  enemigo  que  no  había  sabido 
conquistarlo  al   heroísmo  do  sus  hijos. 

Los  escuadrones  do  caballería,  que  por  la  primera  vez  ibaa 
a  tener  ocasión  de  batirse  en  campo  raso  con  los  temidos  mi- 
neros, les  dieron  pronto  alcance.  Encontrábanse  aquellos  en 
número  de  cerca  de  2Q0,  a  orillas  de  un  arroyo,  en  el  lugar 
llamado  Cuesla  de  Arena,  a  orillas  del  camino  del  Huasco  i 
distante  dos  o  tres  leguas  de  la  Serena,  Vencidos  por  el  calor 
del  dia  i  la  sofocación  de  la  embriaguez,  a  que  algunos  se 
habían  entregado  con  exeso  la  noche  anterior,  se  habían  de- 
tenido para  comer,  unos,  i  bañarse,  otros,  en  aquel  lugar  rodea- 
do de  médanos,  sin  cuidarse  de  nada  i  menos  del  enemigo,  pues 
llevaba  cada  uno  consigo  todo  lo  que  le  era  prOiCiso  para  creerse 
invensible,  la  firme  resolución  de  morir  antes  que  rendirse  en 
la  pelea. 

Así  fué  que  apenas  se  presentó  por  uno  de  sus  flancofi, 
hacía  las  tres  do  la  tarde,  el  escuadrón  de  carabineros  do 
Yidela,  que,  haciendo  un  circuito  por  el  camino  mas  recto  de 
la  Compañía,  tomó  el  campo  en  aquella  dirección  con  una 
guerrilla  de  la  Brigada  de  marina,  que  se  dispersó  en  tira- 
dores, los  mineros  formaron  resueltameoto  su  linea  de  batalla 
i  poniendo  el  cafion  de  bronce  que  tenían,  en  el  centro,  rom- 
pieron un  vivo  fuego  graneado  í  avanzaron  al  trote  sobro  el 
enemigo.  Pero  en  aquellos  mismos  momentos,  se  presentabaa 
a  su  frente  el  escuadrón  de  Cazadores  i  los  lanceros  de  Meirot 
que  intentaban  cortarles  la  retirada. 

Al  punto,  los  bravos  Tungayes  hicieron  un  cambio  de  frente 
i  se  disponían  a  repetir  su  carga  por  aquel  costado,  cuando 
observaron  qne  llegaba  galopando  por  uno  de  sus  flancos, 
seguido  de  dos  cazadores,  un  abultado  jinete  quo  traía  una 


496  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

bandera  do  parlamentario.  Era  el  prior  de  Sanio  Domingo, 
frai  José  Tomas  Robles,  aqael  yaiéroso  i  humano  sacerdote 
que  tantos  consuelos  i  tantas  bondades  les  babia  prodigado 
en  el  sitio.  Comprendiendo  el  influjo  que  su  presencia  tendría 
itobre  aeítíétioá  bóitibresi  indomables,  el  buen  prior  babia  sido 
obligado  a  marchar  incorporado  a  los  Cazadores,  i  se  adelan- 
taba ahora  a  obtener  con  palabras  de  dulzura  i  persuacion  lo 
que  se  desesperaba  de  alcanzar  con  el  plomo  i  los  sables. 
Sucedió,  en  efecto,  lo  que^  se  aguardaba,  i  vióse  con  asombro 
que  aquellos  fieros  campeones  que  no  habrían  retrocedido  de- 
cante de  mil  muertes,  inclinaron  sus  robustas  frentes,  doma-* 
dos  por  aquellas  invocaciones  hechas  a  la  fraternidad  i  a  la 
paz  eu  nombre  del  Redentor  de  los  hpmbres.  Los  últimos 
defensores  de  la  indita  Serena  habían  dejado  en  aquel  ins- 
tante de  ser  soldados.  Eran  cristianos,  i  se  rindieron!  (1) 

(1]  El  animoso  prior  llenó  su  difícil  comisión,  no  sin  correr  ín« 
mínente  riesgo  de  perecer  en  el  sitio.  Habiéndose  adelantado  con 
áos  cazadores,  uno  de  ios  que  se  llamaba  Marín  i  el  otro  Basta- 
ínante,  cayó  él  últimd  derribado  de  su  caballo  por  una  bula  dis- 
parada por  los  mineros  coquimbanos^  mientras  que  el  ancho 
sombrero  i  los  flotantes  hábitos  del  prelado  eran  perforados  por 
otros  proyectiles  que  venían  en  la  misma  dirección. 

Escapado  de  este  peligro,  cayó  en  otro  no  niéilos  grave,  pues 
un  soldado  arjentího  se  lanzó  sobre  él,  en  medio  de  la  confusión, 
i  le  asestó  un  sablazo  a  la  cabeza  que  el  cazador  Marín  alcanzó 
a  parar  con  la  trompetilla  de  su  Carabina. 

Cuando,  poco  despucs,  los  arjentinos  arremetieren,  lanza  en 
bistre  i  espada  m  mano,  contra  los  infelices  rendidos,  un  ofi- 
cial que  comandaba  aqu^^llos  forajidos,  intentó  atropeliaile  con 
su  lanza,  pero  una  bala  puso  en  d  acto  fuera  de  combate  al 
agresor. 

Tales  riesgos  se  esplicaii  en  una  guerra  cotno  la  que  8i9  hacia 
en  el  norte  i  entre  soldados  como  los  reciutados  en  Copíapó,  Los 
cazadores  protejieron,  sin  embargo,  al  buen  sacerdote  a  costa  de 
i$us  propias  vídas^  í  él  mismo  cuenta  todavía, que  aquellos  válion- 
ti3S  se  le  acercaban,  en  medio  de  la  matanza  aleve  de  los  rendí- 


BE    LA  ADMINiSTRi€ION  MOOTT.  497 

Pero  ioJavia,  como  un  testimonio  de  un  postumo  oi^guHo 
militar,  no  armaron  sus  fusiles  en  pabellón,  sino  que,  dando 
principio  por  la  cabeza  de  la  linea,  comenzaron  a  agruparlas 
Hflo  encima  de  otro,  cual  si  quisieran  construir  en  aqueUilio 
de  su  último  combate  una  pirámide  que  marcara  también  su 
última  gloria.... 

Pero  esa  gloria  no  era  el  combato  vigoroso  i  rápido  de 
aquella  jornada;  era  la  de  una  catástrofe  lobumana,  la  de  on 
saieriívcío  ati*oz  que  aguardaba  todavía  a  aquellos  bravos. 

•• .  > 

XVI. 

Apenas  hablan  depuesto  las  armas  los  esforzados  aDefen- 
sores»  i  comenzaban  a  rodearlos  de  cerca  los  lanceros  do 
Atacama,  cuando  estas  fieras  sanguinarias  i  aleves,  sintien- 
do cerca  de  sus  pechos  la  presa  ya  iner^ne,  sacaron  sus.  sa- 
bles i  se  precipitaron  sobre  los  mineros  como  una  manada  da 
lobos,  haciendo  una  espantosa  carnicería ;  i  sin  duda  alguna, 
habría  perecido  a  sus  manos  hasta  ol  último  de  aquellos 
desgraciados,  si  los  Cazadores,  con  su  hidalgo  comandante  Las- 
Gasas  a  la  cabeza,  no  se  hubiesen  interpuesto,  parando  con 
sus  sables  los  golpes  de  los  aleves  asesinos.  Veinte  j  sejs  chile- 
nos fueron  despedazados  de  esta  suerte  por  aquellas  hordas  d? 

dos,  pidiéndole  qae  rogase  a  su  comandante  les  dejase  «pegar  nna 
cargaita  contra  ios  asesinos».... 

En  cuanto  al  prior,  tuvo  la  fortana  de  no  ser  comprendido  en 
ei  proceso,  i  vínose  luego  a  Valparaíso  í  en  seguida  a  su  tranr 
quilo  claustro  de  la  Recoleta  Dominica,  donde  hoi  se. encuentra; 
después  de  iiaberse  hallado  en  los  primeros  aprestos  del  sitio  de 
Talca  en  1839.  de  cuya  plaza  se  alejó  porque  no  tenía  ya  aque- 
llos fatídicos  «treinta  i  tres  años»  que  le  habían  d<ado  f é  i  brios 
para  padecer  en  el  calvario  político  de  la  Serena.    . 


198  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

brutos,  i  de  los  136  que  quedaron  con  vida,  la  mayor  parle 
había  recibido  hondas  señales  de  la  lanza,  del  sable  o  del 
puñal  de  los  gauchos ! 

El  coronel  Vidaurre,  al  dar  parte  de  este  encuentro  al  go- 
bierno déla  capital,  decia,  sin  embargo,  estas  palabras  de  eter- 
no baldón.  «Los  esforzados  escuadrones  de  Atacama,  al  ver 
empeñado  el  combate  por  los  25  valientes  de  la  Brigada  de 
marina,  se  arrojaron  sobre  el  enemigo  »  ( 1 ). 

Solo  faltó  añadir  al  autor  de  este  triste  despacho  que  aquel 
enemigo,  sobre  el  que  los  esforzados  escuadrones  arjenlinos 
«se  arrojaron»,  eran  chilenos  i  que  estaban  a  pié, indefensos, 
i  biyoel  sagrado  de  una  rendición  voluntaria  de  las  armas. 


XVII, 


A  las  oraciones  del  31  de  diciembre,  cuando  concluía  aquel 
tbltimo  día  de  un  año  mil  veces  infausto  i  memorable  para 
los  chilenos,  entraban  por  las  calles  de  la  Serena  dos  carre^ 
tas  cargadas  con  los  heridos  de  la  matanza  de  la  Cuesta  de 
Arena.  Custodiábalos,  como  un  fúnebre  cortejo,  la  División 
pacificadora  del  norte,  que  debió  llamarse  mas  bien  paci- 
ficadora de  los  sepulcros.  Sus  diezmados  escuadrones  i  sus 
columnas  de  infantería,  /educidas  a  simples  destacamentos, 
continuaron,  sin  embargo,  su  marcha,  sin  detenerse  un  ins- 
tante, i  en  dirección  al  puerto,  donde  Ips  esperaba  el  vapor 
Cazador  con  sus  calderas  encendidas,  para  ir  a  pacificar  la 
provincia  sublevada  de  Copia pó. 

Los  heridos  quedaban,  entre  tanto,  en  la  desierta  ciudad, 

(1)  ComuDÍeacion  del  coronel  Vídanrre  al  Ministro  de  la  Guerrai 
31  de  enero  de  1851.  {Archivo  del  ministerio  de  la  Guerra,) 


DE   LA    ADMINISTÜACION  HONTT.  20S 

Es  Terdad,  también ,  que  los  escuadrones  que  se  hablan  batido 
60  Longomilla,  se  retiraban  a  sus  comarcas  con  la  lanza  en 
la  mano,  i  los  batallones  de  voluntarios  hablan  rehusado  ren- 
dir las  armas  en  Purapel,  mientras  que  los  ultimes  defenso-* 
res  de  Coquimbo,  cuando  hubieron  hecho  un  trofeo  con  sus 
armas,  fueron  envueltos  por  un  círculo  de  sables  asesinos  t 
despedazados,  como  una  banda  de  águilas,  a  las  que  se  hu- 
biera cortado  las  alas»  porosa  jauría  de  lebreles  sangrientos^ 
qoe  los  despachos  oficiales  llamaban  los  mlerosos  escuadro^ 
nes  de  Atacamal... 


IV. 


Aquello,  empero,  era  lójico.  Al  estrago  del  (?(iñon  debía  se- 
guir la  desolación  de  la  leu  que  es,  én  las  guerras  civiles,  la 
careta,  sino  el  pufial,  de  la  venganza.  Concluido  el  sitio 
militar  de  la  ciudad  por  la  metralla  i  el  incendio,  debia  se^ 
guir  el  sitio  constilucional  de  los  ciudadanos  por  la  cadena 
i  la  proscripción. 

Este  último  episodio^  este  nuevo  sitio  del  terror,  es  el  que 
vamos  a  contar  en  este  epilogo.  Seremos  tan  breves  como  lo 
es  el  argumento:   un  suspiro,  un  jemido,  una  agonia.... 

Por  otra  parte,,  todas  la&  victimas  padecen  una  sola  in- 
molación, el  mismo  rigor,  el  mismo  odio,  la  misma  persecu- 
ción tenaz  i  sorda,  hasta  lo  hora  suprema  de  aquella  amnistia 
negada,  que  Tué  ei  eslabón  de  amor  que  alaba  la  revolución 
vencida  a  la  revolución  que  iba  a  vencerse!... 


V. 


Yd  vimos  cual  suerlc  ciipo  a  los  30  oficiales  prisioneros  en 
Pe  torca. 


198  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

brutos,  i  de  los  156  que  quedaron  con  vida,  la  mayor  parle 
babia  recibido  hondas  seflales  de  la  lanza ,  del  sable  o  del 
puñal  de  los  gauchos ! 

El  coronel  Vidaurre,  al  dar  parte  de  este  encuentro  al  go- 
bierno de  la  capital,  decia,  sin  embargo,  estas  palabras  de  eter- 
no baldón.  «Los  esforzados  escuadrones  de  Atacama,  al  ver 
empeñado  el  combate  por  los  25  valientes  de  la  Brigada  de 
marina,  se  arrojaron  sobre  el  enemigo  v>  (1 ). 

Solo  faltó  afiadir  al  autor  de  este  triste  despacho  que  aquel 
enemigo^  sobre  el  que  los  esforzados  escuadrones  arjentinos 
«se  arrojaron»,  eran  chilenos  i  que  estaban  a  pié, indefensos, 
i  b^yoel  sagrado  de  una  rendición  voluntaria  de  las  armas, 

xvn. 


A  las  oraciones  del  31  de  diciembre,  cuando  concluía  aquel 
último  dia  de  un  ano  mil  veces  infausto  i  memorable  para 
los  chilenos,  entraban  por  las  calles  de  la  Serena  dos  carre- 
tas cargadas  con  los  heridos  de  la  matanza  de  la  Cuesta  de 
Arena.  Custodiábalos,  como  un  fúnebre  cortejo,  la  División 
pacificadora  del  norte,  que  debió  llamarse  mas  bien  paci- 
ficadora de  los  sepulcros.  Sus  diezmados  escuadrones  i  sus 
columnas  de  infantería,  /educidas  a  simples  destacamentos, 
continuaron,  sin  embargo,  su  marcha,  sin  detenerse  un  ins- 
tante, i  en  dirección  al  puerto,  donde  l^s  esperaba  el  vapor 
Cazador  con  sus  calderas  encendidas,  para  ir  a  pacificar  la 
provincia  sublevada  de  Copia pó. 

Los  heridos  quedaban,  entre  tanto,  en  la  desierta  ciudad^ 

(1)  Comunieacion  del  coronel  Vídanrre  al  Ministro  de  la  Guerra, 
31  de  enero  de  1851.  {Archivo  del  ministerio  de  la  Guerra.) 


DE  U  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  499 

como  los  restos  mutilados  i  gloriosos  de  sus  heroicos  defen- 
sores, que  guardaban  todavía,  en  la  postrer  noche  de  1851,  sus 
trincheras  abandonadas,  sus  hogares  solitarios,  i  su  honor 
preclaro  e  ileso,  que  ellos  aclamaban  impunes,  repitiendo  sus 
antiguos  gritos  de  viva  Coquimbo!  viva  la  Serena  I 

•  ••••••••••••  •••••• •••••••. .«..t* 

....  I  la  Serena  viviría  como  un  nombre  inmortal  en  núes- 
tra  historia,  por  que  aquella  modesta  i  hermosa  ciudad  de 
Dueslro  suelo  había  prohado  a  Chile  i  al  mundo,  que  si  las 
bombas  pueden  arrasar  las  casas  de  un  pueblo  i  cubrir  des- 
[pues  los  escombros  con  las  cenizas  i  el  ollin  de  los  incendios, 
Bo  se  conquista  ni  con  el  obús  ni  las  llamas  el  pecho  de  sus 
hijos,  cuando  ese  pecho  es  el  altar  donde  se  adora  la  patria ; 
Di  se  doblega  tampoco  la  altiva  Trente  de  sus  ciudadanos  ^6/e- 
vados^  cuando  en  esa  frente  brillan  fúljidos  i  esplendentes  de 
gloria  estos  tres  atributos,  emblemas  divinos  de  h  rejenera- 
€ion  del  linaje  humano :  la  jvsxigu,  la  libertad,  i  la  fe  en  el 
PORVENIR . . . ,  que  es  la  fe  en  el  pueblo  i  en  Dios! 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  tfONTT,  203 

SU  libertad  en  su  carácter  de  tal,  por  aquella  rebelión  de 
libertad  i  de  amor. 

Los  once  individuos  que  se  arrestaron  el  día  del  levanta- 
miento, o  que,  mas  bien,  se  arrestaron  a  si  propios,  al  entrar 
al  cuartel  del  Yungai,  profiriendo  amenazas  de  muerte  i  de 
estermifiio,  eran  todos,  sin  una  sola  escepcion,  empleados 
públicos  (1).  • 

Un  solo  ciudadano,  que  acusado  como  partidario,  se  condujo 
aquel  dia  a  prisión  (don  Ramón  Astaburoaga),  por  error  de 
un  subalterno,  fué  puesto  en  el  acto  en  libertad  por  orden 
del  intendente. 

Pero  cuando  esa  revolución  fué  vencida,  se  decretó  la  per- 
secución en  masa  de  todos  sus  sostenedores,  los  militares,  los 
simples  ciudadanos,  los  sacerdotes,  adolescentes  que  apenas 
sallan  de  la  niflez,  ancianos  que  debían  sucumbir  al  peso  del 
infortunio  que  oprobiaba  sus  canas,  porque  todos  babian 
sido  declarados  sublevados  oficialmente. 

(1)  Fueron  estos  los  siguientes:  don  Joan  Melgarejo,  íntendenfe 
de  la  provincia  (libre  an  dia  después,  bajo  su  palabra  de  honor), 
don  José  Alejo  Valenzuela,  ministro  decano  de  la  Corte  de  Ape- 
laciones, don  Bernardino  Vila,  fiscal  de  este  tribunal,  don  Ma- 
nuel Cortez  i  don  Miguel  Saldias,  el  rector  i  ministro  del  Insti- 
tuto, don  Gregorio  Urizar,  oficial  de  la  intendencia,  don  José 
Monreai  i  don  José  Maria  Concha,  el  comandante  i  mayor  del 
batalloQ  cívico,  i  por  último,  don  Fernando  Lopetegui,  don  N. 
Arredondo  i  don  Ñ.  Cortez,  oficiales  de  la  guarnición  veterana, 
once  individuos  en  todo.  8e  sabe  que  después  de  una  detención 
de  poco»  dias,  fueron  transportados  al  Perú,  Incorporándose  a  los 
espatriadoSf  voluntariamente seguií  tenemosentendido,  el  redactor 
del  Porvenir  Gundelach,'don  Santiago  Ewards  i  tres  señores  Su- 
bercaseaux.  Algunos  se  embarcaron  en  el  vapor  de  la  carrera  i 
otros  en  dos  buques  que  se  hicieron  a  la  vela  el  17  i  19  de  se« 
tiembre.  Todos,  o  la  mayor  parte,  regresaron  a  la  Serena  inme- 
diatamente, manteniéndose  en  el  campo  de  los  sitiadores  durante 
ei  asedio  de  la  plaza.  Ningún  acto  de  violencia  se  perpetró 
en  sus  personas,  escepto  en  la  del  decano  Valenzuela,  blanco  de 


202  HISTOEIA    PE    LOS  DIEZ  AÑOS 


IL 


Como  s!  QQ  golpe  del  aquilón  hubiera  arrojado  al  aire  las 
cenizas  i  los  escombros  humeantes  que  el  cafion  había  amon- 
tonado en  el  reeinlo  de  la  Serena,  así,  el  aquilón  de  la  ven- 
ganza i  del  castigo  arrebató  en  masa  a  los  pobladores  de 
aquella  ciudad  indita  e  infeliz,  i  Jos  esparció  por  do  quiera, 
como  otros  tantos  fragmentos  de  su  gloría  i  su  martirio. 

Las  cárceles  se  hicieron  estrechas  para  sus  victimas ;  los 
pontones  de  mar  parecían  sumerjirse  con  aquel  lastro  de 
cadenas  i  de  infortunio ;  los  presidios  lejanos  se  poblaban  con 
emigracioDes  sucesivas  de  ciudadanos  mártires;  las  bóvedas 
de  la  Penitenciaría  de  la  capital  oían  los  jemídos  de  los  que 
estaban  mas  destituidos  de  amparo,  o  de  los  que  hablan  caído 
mas  cerca  de  la  mano  de  la  suprema  dictadura;  el  litoral  del 
Pacifico  en  tedas  sus  zonas,  hasta  San  Francisco ;  los  pasos  de 
la  cordillera ;  las  montaoas  de  Bolivia ;  los  arenales  de  nuestro 
desierto  limítrofe;  todos  los  confines  de  la  América,  en  fin, 
velan  a  los  hijos  de  Coquimbo  errantes,  perseguidos,  con  la 
agonia  del  hambre  en  los  labios  macilentos,  con  la  agonía 
del  martirio  en  el  corazón,  roídos  de  penas,  pero  jamas  do- 
mados en  el  tormento. 


IIL 


La  revolución  de  la  Serena  no  habia  cefiido,  sin  embargo^ 
an  solo  fierro  a  los  adversarios  que  sometió  en  un  día  claro 
a  stt  poder.  Uas  aun,  ningún  ciudadano  habia  visto  coartada 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  tfONTT,  203 

SU  libertad  en  su  carácter  de  tal,  por  aquella  rebelión  de 
libertad  i  de  amor. 

Los  once  individuos  que  se  arrestaron  el  día  del  levanta- 
miento, o  que,  mas  bien,  se  arrestaron  a  si  propios,  al  entrar 
al  cuartel  del  Yungai,  profiriendo  amenazas  de  muerte  i  de 
esterminio,  eran  todos,  sin  una  sola  escepcion,  empleados 
públicos  []). 

Un  solo  ciudadano,  que  acusado  como  partidario,  se  condujo 
aquel  dia  a  prisión  (don  Ramón  Astaburuaga),  por  error  de 
un  subalterno,  fue  puesto  en  el  acto  en  libertad  por  orden 
del  intendente. 

Pero  cuando  esa  revolución  fué  vencida,  se  decretó  la  per- 
secución en  masa  de  todos  sus  sostenedores,  los  militares,  los 
simples  ciudadanos,  los  sacerdotes,  adolescentes  que  apenas 
sallan  de  la  níflez,  ancianos  que  debian  sucumbir  al  peso  del 
infortunio  que  oprobiaba  sus  cands,  porque  todos  babian 
sido  declarados  sublevados  oficialmente. 

(1)  Faeron  estos  los  siguientes:  don  Jaan  Melgarejo,  íntendenfe 
de  la  provincia  (libre  an  día  despaes,  bajo  su  palabra  de  honor), 
don  José  Alejo  Valenzuela,  ministro  decano  de  la  Corte  de  Ape- 
laciones, don  Bernardino  Víla,  fiscal  de  este  tribunal,  don  Ma- 
nuel Cortez  i  don  Miguel  Saldias,  el  rector  i  ministro  del  Insti- 
tuto, don  Gregorio  Urízar,  oficial  de  la  Intendencia,  don  José 
Monreal  i  don  José  Maria  Concha,  el  comandante  i  mayor  del 
batallón  cívico,  i  por  último,  don  Fernando  Lopetegui,  don  N. 
Arredondo  i  don  Ñ.  Cortez,  oficiales  de  la  guarnición  veterana, 
once  individuos  en  todo.  Se  sabe  que  después  de  una  detención 
de  pocos  días,  fueron  transportados  al  Perú,  incorporándose  a  los 
espatriados,  voluntariamente seguií  tenemosentendido,  el  redactor 
del  Porvenir  Gundelach,*don  Santiago  Ewards  i  tres  señores  Su- 
bercaseaux.  Algunos  se  embarcaron  en  el  vapor  de  la  carrera  t 
otros  en  dos  buques  qne  se  hicieron  a  la  vela  el  17  i  19  de  se- 
tiembre. Todos,  o  la  mayor  parte,  regresaron  a  la  Serena  inme- 
diatamente, manteniéndose  en  el  campo  de  los  sitiadores  durante 
el  asedio  de  la  plaza.  Ningún  acto  de  violencia  se  perpetró 
en  sui  personas,  escepto  en  la  del  decano  Valenzuela,  blanco  de 


994  tisjroftu  DE  LOS  biez  años 

I  miéatras  don  ttanoei  Monlt,  el  presidoDle  eonstilucional, 
qae  ejercía  entonces  la  dictadura,  conslUacional  iBfñbitu^ 
iba  a  ias  proWnciae  del  sad  a  pasear  Jas  sonrísaa  de  sas 
bvenas  gracias  i  las  promesas  .de  sus  simpaUas,  enviaba  al 
ttorte  sos  carceleros,  sus  fiscales  t  sus  sayones. 

I  el  hombre  fue  habia  salido  da  la  Serena  con  «na  barra 
do  grillos  en  los  pies,  mtraba  ahora  con  el  rayo  ^el  casligo 
asido  en  sus  dos  manos.... El  I.""  de  enero  de  1852,  don  losé 
Alejo  Yaleozu^la  era  proclamado  ialefldente  de  CoquimtK)  por 
una  compafiia  de  (¡osileros  qae  iba  sallando  por  entro  los 
escombros  humeantes  de  la  ciudad.... 

Es  verdad,  empero,  que  los  sublevados  del  snd  habían 
hecho  bambolear  casi  hasta  el  suelo  el  trono  del  Dictador,  i 
los  sublevados  del  norte  solo  lo  habían  amenazado  de  lejos. 

nn  odio  intenso  en  el  pueblo,  i  al  qué  se  le  paso  ana  barra  de  gri« 
lloSy  a  consecuencia  de  un  siniestro  rumor  (infundado  del  todo  a 
nuestro  entender),  en  el  que  se  le  suponía  instigador  de  un  centi- 
nela paca  matar  al  oficial  de  guardia  que  custodiaba  a  los  presos. 
Lo  único  que  hemos  podido  rastrear  sobre  19^  intentos  reaccionarios 
del  decAnp  ValefizoeJa  existe  «en  «na  comunicación  del  almír^ntie 
Blanco  a  fines  de  setiembre  de  1831  i  que  se  encuentra  archivad/a 
en  el  Ministerio  del  Interior.  £n  ella  se  dice  qne  habia  llegado  a 
Valparaíso  un  emisario  dei  señor  Valenziiela  con  el  objeto  da 
orieiitar  al  gobierno  de  todos  ios  pormenores  de  la  revolución  i 
que  traía  por  toda  credencial  una  línea  dirijida  a  don  Máximo 
Mujíca,  escrita  en  una  hoja  de  pígarro  i  la  que  solo  decia  estas 
palabras.  M»  no  desconfíes  del  portador. 

En  coacto  a  loa  otros  persegaidos,  no  tenemos  dato  alguno  de 
importancia  que  añadir.  Solo  nos  complacemos  en  dar  cabida  eo 
el  Apéndice,  bajo  el  núm.  42,  a  una'Curípsa  i  moderada  nota  qne 
doin  iosé  Monre^l  díríjió  al  gobierno,  desde  Lima,  con  fecha  de  2$ 
de  setiembre  de  18M,  sobr«  las'  operaciones  ligadas  a  su  empleo 
de  comandante  del  batallón  cívico,  cuya  redacción  modesta  i  ve- 
rídica honra  tanto  mas  a  su  autor,  cuanto  que  este  se  hallaba 
en  el  destierro.  Encuéntrase  transcripta  a  f.  73  del  proceso  se- 
guido a  los  revoluoionarioB  de  la  Serena. 


DE   LA    ADHlNISTBiClON  H0I9TT.  20S 

Es  verdad,  también,  que  los  escuadrones  que  se  habían  batido 
en  Longomilla,  se  retiraban  a  sus  comarcas  con  la  lanza  en 
la  mano,  i  los  batallones  de  voluntarios  habían  rehtts»ado  ren-* 
dír  las  armas  en  Purapel,  mientras  que  los  ültimos  defenso- 
res de  Coquimbo,  cuando  hubieron  h^cho  un  trofeo  con  sus 
armas,  fueron  envueltos  por  un  círculo  de  sables  asesinos  í 
despedazados,  como  una  banda  de  águilas,  a  las  que  se  hu- 
biera cortado  las  alas^  porosa  jauría  de  lebreles  sangrientos^ 
que  ios  despachos  oficiales  llamaban  lod  mlerosos  escuadro^ 
nes  de  Atacamal... 


IV. 


Aquello,  empero,  era  lójico.  Al  estrago  del  (?afton  debía  se--* 
guir  la  desolación  de  la  leu  quo  es,  én  las  guerras  civiles,  la 
careta,  sino  el  pufial,  de  la  venganza.  Concluido  el  sitio 
militar  de  la  ciudad  por  la  metralla  i  el  incendio,  debía  s$^ 
guir  el  sitio  constitucional  de  los  ciudadanos  por  la  cadena 
i  la  proscripción. 

Este  último  episodio^  este  nuevo  sitio  del  terror,  es  el  que 
vamos  a  contar  en  este  epilogo.  Seremos  tan  breves  como  lo 
es  el  argumento:   un  suspiro,  un  jemido,  una  agonía.... 

Por  otra  parte,,  todas  la&  victimas  padecen  una  sola  in- 
molación, el  mismo  rigor,  el  mismo  odio,  la  misma  persecu- 
ción tenaz  i  sorda,  hasta  lo  hora  suprema  de  aquélla  amnistía 
negada,  que  fué  ei  eslabón  de  amor  que  alaba  la  rovolucíon 
vencida  a  la  revolución  que  iba  a  vencerse!... 


Yd  vimos  cual  suerte  cupo  a  los  30  oñciales  prisioneros  en 
Pe  torca. 


806  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

Conducidos  a  piéhasla  la  Ligua,  i  en  una  sola  carreta»  desde 
«i|uí  a  Quillola,  babian  dejado  en  el  camino  a  cinco  de  sus 
compafieros,  fugados  en  la  Ligua  por  la  ventana  de  un  gra- 
nero, llevando  uno  de  ellos  (ol  mayor  Pozo)  la  cadena  de 
una  cuarta  de  carreta  que  un  hacendado  del  valle  babia 
obsequiado  al  coronel  Vidaurre  con  aquel  noble  objeto.-. 

En  Quillota  se  les  dio  por  alojamiento  una  cuadra  húmeda 
i  pestilente  que  servía  de  depósito  a  los  vagos  i  ebrios  del 
pueblo^  El  gobernador  hizo  distribuir  a  cada  uno  una  esterilla 
de  esparto»  por  única  cama;  pero  los  vecinos  del  pueblo  les 
socorrieron  con  colchones  que  servían  a  todos  en  comunidad. 

Se  hablan  hecho  aquellos  entre  si  la  promesa  sagrada  de  no 
establecer  mas  diferencias»  que  las  que  el  rigor»  no  la  for- 
tuna, les  impusiera. 

Una  noche,  en  que  por  distraer  sus  penas,  los  jóvenes  pri- 
sioneros» ninguno  de  los  que  babria  cumplido  treinta  afios, 
entonaban  en  coro  su  cántico  favorito  de  la  Coquimbana^  en- 
tró de  improviso  en  el  calabozo  el  oficial  que  los  custodiaba, 
un  viejo  capitán  de  milicias  llamado  don  Matías  Balvontin, 
que  tenia  la  doble  crueldad  del  alma  i  de  la  embriaguez 
habitual. 

Desnudando  la  espada,  en  el  umbral  de  la  celda,  les  im- 
puso silencio  con  ademan  i  voces  insolente?,  pero  apenas  ba- 
bia dado  dos  pasos,  cuando  un  joven  de  fisonomía  ardiente, 
de  compleccion  delicada  i  nerviosa,  pero  de  espresíon  varonil 
i  atrevida,  acometió  con  él  i  le  arrebató  la  hoja  de  las 
manos. 

A  tan  súbito  ataque,  el  oñcial»  medio  beodo,  comenzó  a  dar 
voces  de  fuego  muchachos!  maten  a  estos  picaros!  i  en  efec- 
to, dos  o  tres  fogonazos  sucesivos  vinieron  a  iluminar  el  ló- 
brego aposento,  donde  reinaba  la  mayor  confusión,  lanzáQ-- 
dose  unos  sobre  Balvontin»  i  otros,  interponiéndose  de  p^ 


DE    LA  AB»1NISTlUCI01i   MOIVTT.  S07 

Felizmenlo,  solo  habían  prendido  las  cebas  de  los  fusiles,  qué, 
en  manos ^de  milicianos^  pudiera  decirse,  son  como  ciertas  ca-* 
rabinas  del  refrán*  El  asalto  coocluyó  con  una  pesada  barra 
de  grillos  que  se  puso  al  atrevido  prisionero  que  babia  desar^ 
mado  a  su  carcelero.  Era  el  reo  el  joven  coquimbano  doa 
Hermójenes  Vicuaa,  ex-ayudante  del  batallón  Igualdad. 


VL 


Aifuel  acontecimiento  hizo  cambiar  de  caartel  a  los  pri- 
sioneros. A  Gnes  de  octubre,  fueron  trasportados  a  la  fragata 
Viña  del  Mar.  El  gobierno  había  fletado  este  pontón  con  el  "" 
esclusíTo  objeto  de  que  sirviera  de  cárcel  a  los  presos  de  toda 
la  Bepública  (que  eran  conducidos  a  Valparaíso  en  verda- 
deras lejiones),  pertenecientes  a  distintas  provincias* 

Al  poco  tiempo^  la  falanje  de  Coquimbo  volvió  a  disminuirse 
con  una  nueva  evasión. 

En  una  noche  oscura  de  noviembre,  bajaban  a  un  bote 
atracado  a  la  escala  del  pontón  los  tres  centinelas  que  guar- 
daban su  cubierta,  i  luego,  en  pos,  los  oficiales  Salazar^  Yi^ 
cufia,  Bilbao  i  Herrera,  que  habían  comprado  aquel  servicio 
con  una  onza  de  oro  por  cabeza «  inmenso  caudal  en  la  bolsa 
de  un  prisionero* 

El  riesgo  de  aquel  lance  era  inminente.  £1  espesor  de  una 
tabla  separaba  a  los  prisioneros  de  la  muerte,  porque,  al  me- 
nor ruido,  la  numerosa  guardia  que  custodiaba  el  buque  apa- 
recía sobre  cubierta  i  una  granizada  de  balas  iba  a  aguje- 
rear el  bote  i  el  pecho  de  los  fujitivos. 

Pero,  al  fin,  se  alejaban  lentamente,  yogando  cada  iino>  mas 
con  los  apresurados  latidos  de  su  corazón,  que  con  los  remos» 
paralizados  en  sus  manos  inespertas. 


198  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

brutos,  i  de  ios  1S6  que  quedaron  con  vida,  la  mayor  parte 
había  recibido  hondas  séllales  de  la  lanza,  del  sable  o  del 
pufial  de  los  ganchos ! 

£1  coronel  Vidaurre,  al  dar  parte  de  este  encuentro  al  go- 
bierno de  la  capital,  decía,  sin  embargo,  estas  palabras  de  eter- 
no balden.  «Los  esforzados  escuadrones  de  Atacama,  al  ver 
empefiado  el  combate  por  los  25  valientes  de  la  Brigada  de 
marina,  se  arrojaron  sobre  el  enemigo  »  ( 1 ). 

Solo  faltó  afiadir  al  autor  de  este  triste  despacho  que  aquel 
enemigo^  sobre  el  que  los  esforzados  escuadrones  arjenlinos 
«se  arrojaron»,  eran  chilenos  i  que  estaban  a  pié, indefensos, 
i  biyoel  sagrado  de  una  rendiqlon  voluntaria  de  las  armas* 

XVII. 


A  las  oraciones  del  31  de  diciembre,  cuando  concluía  aquel 
állimo  día  de  un  aflo  mil  veces  infausto  í  memorable  para 
los  chilenos,  entraban  por  las  calles  de  la  Serena  dos  carre-* 
tas  cargadas  con  los  heridos  de  la  matanza  de  la  Cuesta  de 
Arena.  Custodiábalos,  como  un  fúnebre  cortejo,  la  ^División 
pacificadora  del  norte,  que  debió  llamarse  mas  bien  paci- 
ficadora de  los  sepulcros.  Sus  diezmados  escuadrones  i  sus 
columnas  de  infantería,  /educidas  a  simples  destacamentos, 
continuaron,  sin  embargo,  su  marcha,  sin  detenerse  un  ins- 
tante, i  en  dirección  al  puerto,  donde  ips  esperaba  el  vapor 
Cazador  con  sus  calderas  encendidas,  para  ir  a  pacificar  la 
provincia  sublevada  de  Copiapó. 

Los  heridos  quedaban,  entre  tanto,  en  la  desierta  ciudad, 

(1)  Comnnteacion  del  coronel  Vidanrre  al  Ministro  de  la  Gaerrai 
31  de  enero  de  1851.  {Archivo  del  mininerio  ie  la  Guerra.) 


m  U  ADMINISTRACIÓN  MONTT.  499 

como  los  restos  mutilados  i  gloriosos  de  sus  heroicos  defen-- 
sores,  que  guardaban  todavía,  en  la  postrer  noche  de  1851,  sus 
trincheras  abandonadas,  sus  hogares  solitarios,  i  su  honor 
preclaro  e  ileso^  que  ellos  aclamaban  impunes,  repitiendo  sus 
antiguos  gritos  de  viva  Coquimbo!  viva  la  Serena! 
•  ••••••••••••  •••••••••  ••••••••••••••• 

....  I  la  Serena  viviría  como  un  nombre  inmortal  en  nues- 
tra historía,  por  que  aquella  modesta  i  hermosa  dudad  de 
Dueslro  suelo  había  probado  a  Chile  i  al  mundo,  que  si  las 
bombas  pueden  arrasar  las  casas  de  un  pueblo  i  cubrir  des- 
pués los  escombros  con  las  cenizas  i  el  ollin  de  los  incendios, 
Bo  se  conquista  ni  con  el  obus  ni  las  llamas  el  pecho  de  sus 
hijos,  cuando  ese  pecho  es  el  altar  donde  se  adora  la  patria ; 
Di  se  doblega  tampoco  la  altiva  frente  de  sus  ciudadanos  «ift/e- 
vado^y  cuando  en  esa  frente  brillan  fúljidos  i  esplendentes  de 
gloria  estos  tres  atributos,  emblemas  divinos  de  la  rejeoera* 
cion  del  linaje  humano :  la  justicia,  la  libertad,  i  la  rt  en  el 
poavENiR . . . ,  que  es  la  fé  en  el  pueblo  í  en  Dios! 


EPILOGO. 


Dos  meses  habían  transcurrido  desde  que  con  la  aleve 
matanza  de  la  Cuesta  de  Arena  púsose  térm^oo,  con  el  ul- 
timo día  de  1851,  a  aquella  magnifica  epopeya  de  patriotismo 
i  de  honor  que  hemos  trazado,  con  verdad  comprobada  ¡  con 
justiciero  espíritu,  en  la  presente  liistoria. 

Apartando  ahora  los  ojos  de  aquel  recinto  de  tanta  gloría 
i  tanto  dolor,  interrogamos  nuestra  memoria,  para  pregun- 
tarnos cual  suerte  había  cabido  a  esa  pleyada  de  héroes,  de 
caudillos  ilustres,  de  soldados  valerosos,  de  ciudadanos  pro- 
bos, de  jóvenes  magnánimos,  que  desde  el  memorable  día  del 
levafitamiento  de  Coquimbo,  defendieron  su  canáa>  basta  que- 
mar el  ultimo  cartucho,  dispulando  al  invasor  estranjero  el 

sucio  de  la  patria? 

26 


202  H1ST0B1A    DE    LOS  DIEZ  AÑOS 

TL 

Como  s!  no  golpe  del  aquilón  hubiera  arrojado  al  aire  las 
eeoizas  i  los  escombros  humeantes  que  el  cafion  habia  amon- 
tonado en  el  reeinlo  de  la  Serena,  asi«  el  aquilón  de  la  ven- 
ganza i  del  castigo  arrebató  en  masa  a  los  pobladores  do 
aquella  ciudad  Ínclita  e  infeliz,  i  Jos  esparció  por  do  quiera, 
como  otros  tantos  fragmentos  de  su  gloría  i  su  martirio. 

Las  cárceles  se  hicieron  estrechas  para  sus  víctimas ;  los 
pontones  de  mar  parecían  sumerjirse  eon  aquel  lastre  da 
cadenas  i  de  infortunio;  los  presidios  lejanos  se  poblaban  con 
emigraciones  sucesivas  de  ciudadanos  mártires;  las  bóvedas 
de  la  Penitenciaria  de  la  capital  oían  los  jemídos  de  los  que 
estaban  mas  destituidos  de  amparo,  o  de  los  que  hablan  caído 
mas  cerca  de  la  mano  de  la  suprema  dictadura;  el  lilor|il  det 
Pacifico  en  todas  sus  zonas,  hasta  San  Francisco;  los  pasos  de 
.  la  cordillera ;  las  montaúas  de  Bolivia ;  los  arenales  de  nuestro 
desierto  limítrofe ;  lodos  los  confínes  de  la  América,  en  fin, 
velan  a  los  hijos  de  Coquimbo  errantes,  perseguidos,  con  la 
agonía  del  hambre  en  los  labios  macilentos,  con  la  agonía 
del  martirio  en  el  corazón,  roídos  de  penas,  pero  jamas  do- 
mados en  el  tormento. 


IIL 


La  revolución  de  la  Serena  no  habia  cefiido,  sin  embargo, 
an  solo  fierro  a  los  adversarios  que  sometió  en  un  día  claro 
a  stt  poder.  Mas  aun,  ningún  ciudadano  habla  visto  coartada 


DE  LA  ADMINISTRACIÓN  MONTT,  203 

SU  libertad  en  su  carácter  de  tal,  por  aquella  rebelión  de 
libertad  i  de  amor. 

Los  once  individuos  que  se  arrestaron  el  día  del  levanta- 
miento, o  que,  mas  bien^  se  arrestaron  a  si  propios,  al  entrar 
al  cuartel  del  Yungal,  profiriendo  amenazas  de  muerte  i  de 
estermiflio,  eran  todos,  sin  una  sola  escepcion,  empleados 
públicos  (1).  » 

Un  solo  ciudadano,  que  acusado  como  partidario,  se  condujo 
aquel  dia  a  prisión  (don  Ramón  Astaburuaga),  por  error  de 
un  subalterno,  fué  puesto  en  el  aoto  en  libertad  por  orden 
del  intendente. 

Pero  cuando  esa  revolución  fué  vencida,  se  decretó  la  per* 
secucion  en  masa  de  todos  sus  sostenedores,  los  militares,  los 
simples  ciudadanos,  los  sacerdotes,  adolescentes  que  apenas 
sallan  de  la  niñez,  ancianos  que  debían  sucumbir  al  peso  del 
infortunio  que  oprobiaba  sus  canas,  porque  todos  habían 
sido  declarados  sublevados  oficialmente. 

(1)  Faeron  estos  los  siguientes:  don  Juan  Melgarejo,  intendenfe 
de  ia  provincia  (libre  an  día  después,  bajo  su  palabra  de  honor], 
don  Jeté  Alejo  Valenzuela,  ministro  decano  de  la  Corte  de  Ape- 
laciones, don  Bernardíno  Vila,  fiscal  de  este  tribunal,  don  Ma- 
nuel Cortez  ¡  don  Miguel  Saldias,  el  rector  i  ministro  del  Insti- 
tuto, don  Gregorio  Urizar,  oficial  de  la  Intendencia,  don  José 
Honreal  i  don  José  María  Concha^  el  comandante  i  mayor  del 
batalloQ  cívico,  i  por  último,  don  Fernando  Lopetegui,  don  N. 
Arredondo  i  don  Ñ.  Cortez,  oficiales  de  la  guarnición  veterana, 
once  individuos  en  todo.  Se  sabe  que  después  de  una  detención 
de  pocos  días,  fueron  transportados  al  Perú,  Incorporándose  a  los 
espatriados,  voluntariamente  según  tenemos  entendido,  el  redactor 
del  Porvenir  Gundelach,*don  Santiago  Ewards  i  tres  señores  Sa- 
bercaseauí.  Algunos  se  embarcaron  en  el  vapor  de  la  carrera  i 
otros  en  dos  buques  que  se  hicieron  a  la  vda  el  17  i  19  de  se« 
tiembre.  Todos,^o  la  mayor  parte,  regresaron  a  la  Serena  inme- 
diatamente, manteniéndose  en  el  campo  de  los  sitiadores  durante 
el  asedio  de  la  plaza.  Ningún  acto  de  violencia  se  perpetró 
en  sus  personas,  escepto  en  la  del  decano  Valenzuela,  blanco  de 


994  91$70EU  DE  1.05  MEZ  aSoS 

I  mientras  don  Haaiiel  Monlt,  el  presideQle  cofuHlucional, 
que  ejercía  entonce^  la  dictadura,  conslUacioBal  Uipúátu, 
ita  a  las  prorinoiae  dei  sad  a  pajear  Jas  sonrisas  de  sns 
bvenas  gracias  i  las  promesas  de  sus  simpaUas,  enviatia  al 
Aortesos  carceleros,  sus  fiscales  i  sus  sayones. 

I  el  honobre  que  hal»a  salido  da  la  Serena  cop  «na  barra 
do  grillos  en  los  pies,  «ntraba  ahora  con  el  rayo  del  castigo 
asido  en  sos  dos  manos.... El  I /"de  eoorode  1852,  don  losé 
Alejo  Valenzuola  era  proclamado  i«leiidenle  de  Coqoimbo  por 
una  coiBpaaia  do  Disileros  que  iba  saltando  por  e&tre  los 
escombros  humeantes  de  la  ciudad.... 

Es  verdad,  ^n^pei^o,  que  los  gublevados  del  snd  habían 
hecho  bambolear  casi  hasta  el  suelo  el  trono  del  Uelador,  i 
los  $iiblevadoi  del  norte  solo  lo  hablan  amenazado  do  lejos. 

xm  odio  intenso  en  el  pueblo,  ¡  al  qué  se  le  paso  ana  barra  de  gri- 
llos, a  consecaencia  de  un  siniestro  ramor  (infundado  del  todo  a 
nuestro  entender),  en  el  que  se  le  suponía  instigador  de  un  centi- 
nela paca  matar  al  oficial  de  guardia  que  custodiaba  a  los  presos. 
Lo  único  que  hemos  podido  rastrear  sobre  \<^  intentos  reaccionario^ 
del  decano  Valenzaeja  existe  en  ona  comunicación  del  aUnirant^ 
Blanco  a  fines  de  setiembre  de  1831  i  que  se  encuentra  archivadla 
en  el  Ministerio  del  Interior.  En  ella  se  dice  qne  había  llegado  a 
Valparaíso  oa  emisario  del  señor  Valenz^ela  con  el  objeto  de 
orientar  al  gobierno  de  todos  los  pormenores  de  la  revolución  i 
que  traía  por  toda  credencial  una  línea  dirijída  a  don  Máximo 
Mujica,  escrita  en  una  hoja  de  cigarro  i  la  que  solo  decia  estas 
palabras.  M*  no  deiconfies  dü  portador. 

En  caaiíito  a  los  otros  perseguidos,  no  tenemos  datp  alguno  de 
importancia  que  añadir.  Solo  nos  complacemos  en  dar  cabida  eo 
el  Ápé9ulice,  bajo  el  núm.  42»  a  unaeuripsa  i  moderada  nota  que 
doin  iosé  Moore^l  diríjió  al  gobierno,  desde  Lima,  con  fecha  de  2$ 
de  setiembre  de  1831,  sobre  las'  operaciones  ligadas  a  su  empleo 
de  comandante  del  batallón  cívico,  cuya  redacción  modesta  i  ve*- 
rídica  honra  tanto  mas  a  su  autor,  cuanto  que  este  se  hallaba 
en  el  destierro.  Encuéntrase  transcripta  a  f .  73  del  proceso  se*^ 
guido  a  los  revoluoionarios  de  la  Serena. 


DE   LA    ADIllNlSTRiCJON  HONTT.  20S 

Es  yerdad,  laihbien,  que  los  escuadrones  que  se  hablan  balido 
eo  LoDgomiila,  se  retiraban  a  sus  comarcas  con  la  lanza  en 
la  mano,  I  los  batallones  de  voluntarios  habían  rehusado  ren- 
dir las  armas  en  Purapel,  mientras  que  los  últimos  defenso^ 
res  de  Coquimbo,  cuando  hubieron  hecho  un  trofeo  con  sus 
armas,  fueron  envueltos  por  un  círculo  de  sables  asesinos  i 
despedazados,  como  una  banda  de  águilas,  a  las  que  se  hu- 
biera corlado  las  alas^  porosa  jauría  de  lebreles  sangrientos, 
que  los  despachos  oficiales  llamaban  los  valerosa  es€uadr(h* 
nes  de  Atücama¡..é 

Aquello^  empero,  era  lójico.  Al  estrago  del  (?(iAon  debía  se*-* 
guir  la  desolación  de  la  leu  que  es,  én  las  guerras  civiles,  la 
careta,  sino  el  puúal,  de  la  venganza.  Concluido  el  sitio 
militar  de  la  ciudad  por  la  metralla  i  el  incendio,  debia  si-^ 
guir  el  sitio  constitucional  de  los  ciudadanos  por  la  cadena 
i  la  proscripción. 

Este  último  episodio^  este  nuevo  sitio  del  terror,  es  el  que 
vamos  a  contar  en  este  epilogo.  Seremos  tan  breves  como  lo 
es  el  argumento:   un  suspiro,  un  jemido,  una  agonia...* 

Por  otra  parle»,  todas  las  víctimas  padecen  una  sola  in* 
molacion,  el  mismo  rigor,  el  mismo  odio,  la  misma  persecu- 
ción tenaz  i  sorda,  hasta  la  hora  suprema  de  aquella  amnistía 
negada,  que  fué  el  eslabón  de  amor  que  alaba  la  rjovolucion 
vencida  a  la  revolución  que  iba  a  vencerse!... 


V. 


Ya  vimos  cual  suerte  cupo  a  los  30  oficiales  prisioneros  en 
Pclorca. 


216  HISTORIA.  DE  LOS  DIEZ  aSOS 

cuatro  Roal,  de  Coquimbo^  que  se  habían  hechor  sus  secuaces. 
Dejando  las  cabras  alojadas  en  la  playa,  se  hicieron  en  el  acto 
a  la  vela,  en  dirección  a  las  costas  del  Uaule,  donde  los 
aventureros  esperaban  encontrar  el  ejército  del  jeneral  Groz, 
ya  vencedor. 

El  24  de  enero  llegaron,  en  efecto,  en  frente  de  Topocalma 
e  intentaron  un  desembarco  en  aquella  costa  inhospitalaria. 
Bajaron  8  de  ellos  a  un  bote,  en  dirección  al  sud  i  otros  6  se 
dlrijieron  háóia  San  Antonio,  en  una  balsa  hecha  con  barriles 
i  tablazón.  Has,  nunca  se  supo  si  aquellos  desgraciados  llega- 
ron salvos  a  la  playa.  Él  bote  no  regresó  al  buque,  I  vióse 
a  lo  lejos  a  la  balsa,  arrastrada  por  la  reventazón  de  las  olas 
que  el  sur  reinante  embravecía  (1)v  ' 


XV. 


A  Ift«  Gormen  siguió  una  fragata  que  se  llamaba,  como  el 
primilívo  patriarca  de  la  isla,  hecho  ínórorlal  por  Daniel  de 
Foe^  la  Robinson,  i  apenas  habiá  desembarcado  sus  300  cabras, 
cuando  se  lanzaron  a  su  cubierta  70  proscriptos,  que  cediaa 
con  gusto  su  mansión  a  ios  nuevos  huéspedes,  mientras  ocu- 
paban alegremente  su  retablo. 

Esta  falaoje,  que  tenia  las  proporciones  de  un  pequefio 
ejército,  iba  acaudillada  por  el  ex-gobernadorde  Ovalle,  La- 
rrain,  hombre  animoso  i  cuya  estatura  colosal  le  proclamaba 
jefe  de  toda  asonada,  como  si  su  elevada  frente  fuera  un 
bando  tumultuario. 

Embargados  el  dia  20  de  enero,  el  viento,  mas  que  el  timón, 

(1)  Véase  el  Mercurio  Núm.  7,3S6,  donde  líai  detalles  curiosos 
sobre  el  regreso  de  los  proscriptos,  comunicados  por  el  subdele- 
gado Solo  i  algunos  capiianes  do  buque. 


DE  LA  ADHIJÜISTRACIOH    WQKTT.  St7 

arrojólos,  una  semana  después  (el  29} «  a  la  embocadura,  del 
Halaren  el  desaguadero  llamado  Quecbepureo,  subdetegacion 
de  Goiquecura.  * 

Llegaban  estos  náufragos  preguntando  por  combates,  i  las 
autoridades  locales  los  tomaban,  a  su  vez,  por  los  soldados 
de  Cambiase,  el  monstruo  de  Magallanes.  Una  mutua  alarma 
se  levantó,  en  consecuencia.  £1  intendente  del  Maule,  coro- 
nel Necochea,  colectó  tropas  en  Gauquenes  para  salir  a  bar^ 
tirios.  De  manera  que  los  desgraciados  tocaron  su  desengaflo,* 
juntQ  con  su  nuevo  cautiverio.  Conducidos,  empero,  a  Cau-^ 
quenes,  se  les  dijQ  que  eran  libres.  Libres!  lia  patriada; 
mucHos  estaba  a  centenares  de  leguas;  i  llegariabaellades-^, 
nudos,  descalzos,  hambrientos,  con  el  anatema  del  wbieMdo 
oculto  apenas  en  los  jirones  del  proscripto,  al  pasar  d^  pue-r 
ble  en  pueblo,  para  pisar  el  umbral  de  sus  lares»  donde  solo 
les  aguardaban  cenizas  i  lágrimas/ 

XVI. 

La  isla  quedó,  al  fin,  enteramente  desierta,  i  junto  con  el 
último  prófugo,  se  agotó  la  ultima  ración.  Unos  pocos^  ae 
fueron  a  Coquimbo  en  un  pequefio  buque,  aveotufraudo  el 
cambiar  la  cárcel  de  adobe  i  de  fierro  por  la  cárcel  de  los 
mares. 

Otros,  en  número  de  12,  hicieron  rumbo  a  Valparaíso  en 
la  Maria  Tere$a,  que  ancló  en  la  babia  el  31  de  enero,  en- 
tregando su  carga  a  la  llave  del  alcaide  i  al  sumario  délos 
jueces.  Era  de  estilo.  El  destierro  es  un  castigo!  Cuando  se. 
quebranta,  se  castiga,  por  tao^o,  de  nuevo,  aunque  baya  sido 
por  no  morirse  de  hambre  o  de  inclemencia! 

Por  último,  el  subdelegado  Soto  abandonó  la  ida  el  S2 


SIS  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÜOS 

de  febrera  i,  desembarcado  en  Tongoy,  vino  a  dar  cuenta  al 
gobierno,  de  como,  menos  feliz  que  las  autoridades  consti- 
tuidas^ había  sido  destronado  por  la  revolución  de  Juan  Fer- 
nandez^ la  última  de  las  trece  revoluciones  que  aquel  año 
reventaron  o  fueron  sofocadas  en  las  trece  provincias  de'  la 
BepúUica. 

Tal  fué  el  episodio  de  la  proscripción  de  Juan  Fernandez, 
el  mas  trájico,  i  a  la  vez,  el  mas  cómico  de  los  lances  de  aquella 
omnipotencia  suprema,  pegada  a  la  constitución  como  la  yedra 
ai  tronco,  que  se  llama  Facultades  estraordinarias,  i  cuyo 
accesorio  principal  consiste  en  a  trasladar  los  ciudadanos  de 
Bn  punto  a  otro  de  la  República».  ^ 

Pero,  al  menos,  la  lei  no  se  habia  violado.  Juan  Fernandez 
es  un  punto  de  la  República,  como  Magallanes  es  otro.  La 
Rusia  tienoi  empero,  a  la  Sibería,  i  los  que  van  a  morir  en 
sus  estepas  heladas  se  consideran  fuera  de  la  patria.  «La 
patria  para  los  pueblos  es  la  justicia,  es  la  razón,  es  la  li- 
bertad, es  el  hogar  del  amor  (ha  dicho  un  proscripto  de 
Extraordinarias  posteriores),  no  la  tecbumbrejde  lejas  ni  el 
pavimento  de  ladrillos»  Paralas  leyes  que  la  tiranía  inventa, 
es,  empero,  la  patria  un  peÉon  tirado  por  el  acaso  en  el  fondo 
de  los  mares,  playa  frijida  i  desierta,  allá  en  la  vecindad 
del  polo!... 

XVII. 


Los  escuadrones  arjeniinos  que  sitiaron  la  Serena  i  que  el 
sable  de  los  carabineros  de  Gáileguillos  habia  diezmado,, 
volvían  a  Gopiapó,  por  el  desierto,  a  principios  de  enero  de 
4852.  A  la  par  con  elloF,  partián,  poi^  rumbos  estraviados,  tos' 
pocos  valientes  que  no  hablan  querido  detenerse  en  la  Cuesta 


BE  LA   ADMINISTRACIÓN  SONTT.  849 

de  Arena,  impacientes  por  reunirse  a  sus  compalleros  del 
norte ;  i  aunque  apartados  del  camino  directo,  les  era  forzo- 
so acercarse  a  él,  de  jornada  en  jornada,  para  saciar  su  setf 
en  los  escasos  bevederos  de  aquellos  páramos  inmensos. 
Muchos,  no  volvian!  Era  que  grupos  de  los  escuadrones  cu*^ 
yanos,  que  marchaban  disperses,  se  ponian  a  acechar  en  Hs 
aguadas,  i  degollaban  sin  piedad  a  todo  caminante  que  lf&- 
gaba  por  el  rumbo  del  sud.  Asi  pereció,  a  manos  de  esas  fieras 
aleves,  aquel  Taliente  soldado  Brito  (¡  por  la  propia  mano  del 
asesino  Pereira,  escapado  de  su  prisión}  que  hizo  priMonero, 
en  la  Vega^  al  teniente  arjentino  Quiroga,  cuya  vida  sahó 
Galleguillos,  i  junto  con  él  sucumbieron,  a  filo  de  sable  i  de* 
pufial,  muchos  de  aquellos  indómitos  defenisores  de  las  trln*- 
choras  que  sabían  morir  sin  dar  cuartel  ni. pedirlo.  Fué  este 
talvez  el  episodio  mas  horrendo  i  mas  atroz  de  ia  revoludofr 
del  norte.  Los  tigres  de  la  Pampa  i  del  Gran  Chaco  habian 
venido  agazapándose  por  entre  las  brefias  de  los  Anded,  i 
apostados  con  las  fauces  jadeantes  en  los  oasis  del  destelóle 
chileno,  hincaban  la  garra  en  él  pecho  de  nuestros  bravos 
compatriotas  I  descuartizaban  sus  miembros, esparciéndolos 
en  la  arena  de  aquellas  hórridas  soledades..., 

XVIII. 

Ya  hemos  recorrido  la  lista  de  la  proscripción  miliiar  de 
la  revoiucíon  de  Coquimbo;  la  de  los  sublevados  tomados 
con  las  armas  en  lamano.eu.elcampode  batalla  ;':-*la  de  ios 
sublevados  capturados  on  las  calles,  por  vía  de  rehenes;-^ 
I  la  de  los  sublevados  degollados  en  los  desiertos.  Nbs  falla 
solo  otra  especio  de  sublevadlos^  la  mas  característica  do  la 
época,  de  los  hombres,  i  del  éxito :  habiaoy^  de  los  subleva-- 


S20  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÑOS 

¿OS  del  sumario,  esta  especio  de  República  oQcial,  fondada 
por  la  dioasUa  forense  que  ba  sucedido  en  Chile  a  la  dinastía 
nUIilar. 

£1  decano  Valenzoela,  como  hemos  dicho,  entró  al  despa- 
cho de  1^  Iqieodencia  el  I.""  de  enero  de  1852,  i  con  una 
benigQi^^d  que  honra  su  corazón  después  de  sus  agravios, 
eslfudíQ  pasaportes  a  todos  cuantos  los  solicilabaq.  El  mis- 
mo autor  de  estos  apuntes  regresó  a  la  capital  desde  la  ha- 
cienda de  la  Torre,  intercalando  su  nombre  en  el  que  se 
b(abia  concedido  a  so  hermano  don  Nemecio. 

Una  coasoladora  tranquilidad  se  habia  restituido  a  todos 
loa  ánimos,  en  consecuonda,  i  ya  se  creian  salvos  aun  los  mas 
comprometidos,  cuando,  de  improviso,  seesteodlóunauto  ea-* 
beta  de  procedo  por  el  mismo  prudente  mandalarie  que  has- 
ta entonces  parecía  haber  obrado  solo  por  los  dictados  de  su 
espíritu.  Este  documento  tiene  la. fecha  del  13  de  enero,  dia 
que  coincidía,  precisamente,  con  la  llegada  al  puerto  del  va-* 
por  déla  carrera  que  venia  de  Valparaíso.  ¿Era  entonces  la 
mano  Implacable  de  la  Uoneda  la  que  iba  a  escribir  aque- 
lla nueva  pajina  de  la  venganza  innecesaria  e  injusta,  des-* 
pues  de  las  promesas  jenerosas,  de  los  pactos  solemnes,  de 
la  obra  Iniciada  ya  de  la  reconciliación  ?— A  no  dudarlo,  el 
proceso  venia  del  mismo  sitio  de  donde  habían  salido  la  me- 
tralla i  las  camisas  embreadas  del  incendio  (1], 

No  diremos  ahora  que  el  sumario  era  ilegal,  porque  sería 
una  especio  de  sublevación  postuma  contra  las  auloridades 
constituidas  en  el  pasado  quinquenio  constitucional.  Pero, 

(t)  Véase  en  el  documento  ntim.SS  el  auto  cabeza  de  proceso* 
lacentencia  del  consejo  de  guerra,  i  el  indulto  de  los  reos  pro- 
cesados ,  cuyas,  piezas  se  encuentran  en  las  fojas  1-237  i  353  del 
prodeso.  Fué  este  seguido,  hasta  so  terminación,  en  calidad  de 
fiscal,  por  el  coronel  de  guardias  nacionales,  don  Francisco  Bas* 
cunan  Guerrero.  ^ 


DE   LA   AOMlDlSTftAGION  MOÑTT.  221 

antes  del  sumario  hubieron  tratados,  que  si  bien  no  cum* 
pHeron  los  ciudadanos  encausados  ahora,  no  fué  por  su  cul- 
pa, como  era  evideule,  sino  por  la  desobediencia  de  la  guar- 
nición. 

Sumario  en  la  lejislacíon  moderna  de  Chile  equivale  a  de- 
cir muerte,  i  al  cabo  de  dos  meses,  los  treinta  i  ocho,  ciudada- 
nos procesados  estaban  ya  condenados  a  la  última  pena* 
Notábase  entre  ellos  al  ex-intendenle  Zorrilla,  al  deán  Vera, 
al  vicario  Alvarez,  al  ex-juez  de  letras  Zenteno,  a  los  coman- 
dantes Alfonso  i  (rtros  vecinos  de  la  Serena,  a  quienes  se 
conmutó  la  p^na  en  destierro,  después  de  una  prisión  mas  o 
menos  prolongada,  haciéndoseles  la  cruel  notificación  de  la 
venganza  afrentosa^  el  aniversario  mismo  del  glorioso  levaa^ 
tajnienlo  de  la  Serena,  el  7  de  setiembre  de  1852  (1}. 

(1)  He  aqaf  el  decreto  en  que  se  mandaban  ejecutar  las  contr 
denas  i  el  cúmplase  deja  intendencia  de  Valparaiso. 

MINISTERIO  DE  JCSTICIi/,  TXÍja.  563. 

Santiago,  6  de  setiemhre  de  1852. 

El  Presidente  de  la  República,  en  acuerdo  de  hoí,  ha  decretado 
lo  que  signe:  núm.  724.  El  Intendente  de  Valparaíso  ordenará 
qae  los  reos  políticos  Tenidos  de  la  Serena,  a  que  se  refiere  eit 
nota  del  3  del  actaal  núm.  1317,  sean  trasladados  a  camplir  su^ 
condenas  en  la  cárcel  Penitenciaria,  a  no  ser  que  rindan  la  co* 
rrespond ¡ente  fianza  de  no  volver  al  país  durante  el  tiempo  dé 
su  destierro  en  el  estranjero,  por  el  mismo  número  de  añosqna 
debía  durar  en  prisión  en  la  Penitenciaría.  Comuniqúese.  Lo 
trascribo  a  V.  S.  para  su  conocimiento  i  fines  consiguentes  í.e9 
contestación  a  su  nota  citada. 
Dios  guarde  a  U. 

Silvestre  Ochagatía. 
Al  lefíor  Intendente  de  Vttparáiso. 

DECRETO. 

ValparaisOy  7  de  setiembre  de  1852. 
Hágase  saber  el  precedente  decreto  a  los  individuos  compren- 


222  HISTORIA  DB  LOS  DIEZ  áMOS 

XIX. 


Quedaron,  sin  embargo,  peodícnles  las  condenas  de  cuatro 
reos,  el  comandante  don  Victoriano  Martínez,  los  sárjenlos 
mayores  don  Agustín  del  Pozo  i  don  Isidro  Moran  i  el  teniente 
Sepúlveda.  Un  día  se  les  dijo  que  iban  a  ser  fusilados,  i  los 
reos  hubieron  de  creerlo,  porque  ya  se  habia  levantado  en 
Copiapó,  el  banco  sangriento  de  Azocar  i  Blanco.  Pero  sea 
ardid,  sea  fortuna,  los  cuatro  oficiales  condenados  se  esca- 
paron, al  amanecer  del  día  23  de  julio,  de  una  pieza  sin  techo, 
en  que  por  órdenes  del  intendente  Astaburuaga  hablan  sido 
dejados  en  el  puerto  de  Coquimbo,  en  cuya  bahia  se  embarca- 
ron con  dirección  ai  Perú.  Pozo,  sin  embargo,  vino  pronto  a 
Chile  para  morir,  como  se  muere  después  del  destierro,  en 
la  miseria,  acongojado  el  ánimo,  abandonado  de  amigos.  Se- 
púlveda volvió  también,  i  pronto  fué  encerrado  en  la  Peni- 
tenciaria. Su  tumba,  sin  embargo,  no  seria  eterna,  como  la 
de  su  camarada,  no  porque  los  guardianes  de  aquel  cemen- 
terio de  bóvedas  de  ladrillos  levantaran  la  lápida  de  fierro 
que  lo  cubre,  sino  por  la  destreza  de  manos  do  un  norte 
americano  que  le  salvó,  escapándose  con  él.  Olro  soldado  de 
Coquimbo,  el  capitán  Antonio  María  Fernandez  que  llegaba 

didos  en  el  proceso  seguido  en  la  Serena  por  conspiración  1  pre- 
sos actualmente  en  los  baques  de  guerra  Constitución^  Chilei 
Meteoro^  cuya  notificación  se  encargará  a  los  comandantes  res« 
pectivos  da  dichos  baques,  quienes  prevendrán  a  los  citados  que, 
caso  de  resolverse  a  salir  del  país  i  dar  la  fianza  que  se  les  exi¡e, 
deberán  estenderla  por  la  cantidad  de  diez  mil  pesos  a  satisfacción 
de  esta  comisaria  i  por  ante  escribano. 

Blanco  Encalada. 


DB  LA  ADHlNISTAiGIOn  MONTT.  S23 

(lo  San  Juan  i  que  balita  recorrido  en  dismínulivo  (odas  las 
avooluras  de  la  vida,  ocupó  su  celda  vacanl». 

XX. 

Los  caudillos  de  la  revolución  fueron  también  condenados 
ala  úl lima  pena  como  los  ausentes,  pero  cada  uno  llenaba 
ya  su  deber  de  vencido  con  la  dignidad  de  sus  puestos,  de  sa 
jprestijio  i  de  sus  promesas.  Carrera  en  Santiago,  guardando  el 
incógnito  del  honor,  roas  que  el  de  la  persecución,  hasta  que 
la  leí  de  amnistía,  dada,  apesar  de  los  persegui<lores  siste* 
jnáticos,  dejó  ileso  aquel  i  suspendida  la  última.  El  coronel 
Arteaga  realizó  el  escaso  patrimopio  de  sus  hijos,  i  vivió, 
en  Arequipa,  entregado  a  un  retiro  laborioso  1  honorable. 
Munizaga,  como  Zenteno  i  el  vicario  Álvarez,  pasó  la  cordi- 
llera i  buscó  en  el  sudor  de  su  trabajo  el  sustento  de  sus  hí* 
jos,  que  su  jcnerosidad  proverbial  do  patriota  había  reducido 
a  ana  suerte  precaria. 

XXL 

En  cuanto  a  Galleguillos  i  Hufioz.  Ids  adalides  del  pueblo^ 
aquel  cuando  tomaron  las  armas,  éste  para  convencerlos  de 
que  debian  tomarlas,  unidos  siempre,  fueron  los  últimos  en 
abandonar  sus  propósitos  de  redimir  el  suelo  de  su  patria 
i  levantar  de  nuevo  la  bandera  de  la  causa  liberal,  hecha  ji-^ 
roñes,  pero  incólume  en  su  gloria. 

Ocupados  do  armar  una  guerrilla  en  el  departamento  de 
Ovalle,  fuoroQ  sorprendidos*  Muñoz  escapó,  pero  Gallegos 
líos,  conducido  a  Valparaíso,  mas  como  un  trofeo,  que  como 
una  victima,  sufrió  una  prisión  de  varios  meses. 


S&i  filSTOBIA  DE  LOS  DIE2  iSoS 

Vni  vida  de  azares  i  de  •ajilacioD  sucedió  ai  tedio  abruma- 
dor del  calabozo,  I  al  fin,  gastado  su  frájii  físico  en  correrías 
i  en  fatigas,  que  promelian  pan  a  sus  hijos  i  esperanza  a  sú 
alma,  que  el  patriotismo  había  cautivado  en  ia  forma  de  una 
adoración  injenua,  vehemente  i  casi  misteriosa,  sucumbió  por 
último  a  una  fiebre  violenta  en  la  hacienda  de  Palo-colorado, 
a  Eíiediados  de  1858. 

Los  restos  del  héroe  fueron  sepultados  en  la  aldea  de  Qui- 
iimari/i  un  lefio  en  forma  de  cruz,  a  la  que  la  dedicatoria 
de  este  libro  sirve  de  único  epilaGo,  marcó  por  algún  tiempo 
tí  sitio  en  que  tanto  heroísmo,  tanta  juventud  i  una  esperanza 
lán  hermosa  yacían  inanimados. 

Cuando  cinco  afios  habian  transcurrido  desde  el  glorioso 
levantatniento  de  Coquimbo  i  cuando  la  fosa  de  Galleguillos 
acababa  de  abrírse,  el  pueblo  de  la  Serena  hacia  transportar 
de  tierra  estrafia,  por  un  sentimiento  jeneroso  do  gratitud  i 
patriotismo,  los  restos  de  los  oíros  dos  de  sus  hijos  muertos 
en  la  proscripción,  el  ilustre  i  venerable  deán  Vera  i  el  infor- 
tunado Juan  Nicolás  Alvarez..., 

I  dé  esta  suerte,  la  última  lágrima  que  rodaba  de  los  ojos 
de  aquella  matrona  que  había  contemplado  con  faz  serena 
tantos  martirios,  devorado  tantos  rubores  i  visto  deshojarse 
tantas  esperanzas,  caia  sobre  esas  tres  tumbas  de  su  heroís- 
mo, de  su  iníelíjencia  i  de  su  fé.  £1  soldado,  el  escritor,  el 
sacerdote  iban  a  reposar  en  un  mismo  sarcófago,  asi  como 
su  memoria  vivía  unida  en  el  pecho  de  sus  compatriotas  por 
un  amor  único,  por  la.  admiración  do  cada  virtud  aparte,  por 
la  gratitud  do  todos  sus  hechos. 


DE   LA  ADUINISTRACION   MONTT,  2S1K 

I  esas  sombras  que  evocamos  al  terminar  esle  episodio  de 
llanto  I  cadenas,  como  se  invocan  ios  colores  del  iris  sobro 
la  frente  sombría  de  las  nubes  en  tormenta,  esos  reflejos  que 
ya  pasaron  en  su  forma  terrena,  renacerán  en  su  esencia  des- 
lumbradora I  eterna  en  el  dia  de  la  justicia  i  de  la  luz,  por- 
que cada  uno  llenó  su  destino  a  sumanera.Elprímerocomo 
el  adalid  que  rota  su  espada  i  destrozada  su  armadura  en  el 
torneo,  cruza  todos  los  senderos,  se  detiene  en  todos  los  valles, 
se  asoma  a  todas  las  ciudades,  buscando  en  todas  parles  el 
acero  perdido  para  recobrarlo,  o  morir  como  murió,  peregrino! 
errante  en  un  sendero;  robando  el  otro  ál  insomnio  sus  tristes 
horas  de  languidez  i  dolencia  para  consagrar  el  recuerdo  do 
los  bellos  dias  de  la  patria  (1)  i  pereciendo  el  último,  acha- 
coso i  desvalido,  pero  austero  i  puro,  con  la  muerte  de  aque- 
llos misioneros  primitivos  de  la  América  que  sellaban  en  el 
martirio  la  predicación  de  la  fé. 


XXIII. 


£1  hcrojsmo  caballeresco,  la  iniclíjencia  laboriosa,  el  apos- 
tolado de  la  virtud,  he  entonces,  ahí,  elepilaflo  de  este  epi- 
logo de  la  proscripción.  La  Serena  lo  ha  escrito,  onlrelanto, 
como  un  culto  de  triple  adoración  en  el  rejistr;)  de  sus  glorías 
domésticas,  i  a  su  vez,  la  historia  contemporánea  de  la  patria, 

(I)  Alvarez  ha  dejado  escrita  una  relación  de  los  sucesos  de  la 
revolución  de  Coquimbo  que  quedó  inconclusa  a  su  muerte.  No 
nos  ha  sido  posible  consultar  este  trabajo*  que  nos  tiene  ofrecido 
el  señor  don  Vicente  Zorrilla,  en  cuyo  poder  existe  una  copia  que 
este  caballero  hizo  sacar  del  orijinal. 

29 


886  HISTORIA  DE  LOS  DIEZ  AÍÍOS 

en  la  que  osle  episodio  brilla  con  un  resplandor  indestrucii- 
ble,  lo  eslampará  como  un  lema  magníQco  al  frenle  de  sus 
pajinas. 


FIN  DEL  TOMO  SEGUNDO. 


Mmm. 


Publicamos  en  seguida  loá  28  documcútos  que  comple- 
tan la  colección  de  43,  pertenecientes  a  la  Historia  del 
levca^íamíentó  i  sitio  de  la  Serena,  habiéndose  dado  a  luz 
éü  el  primer  volumen  los  15  anteriores,  a  saber: 

Núm*  16.  deqretp  del  intendente  Campos  Guzman,  or- 
denándose levante  sumario  contra  los  habitantes  de  lUapel 
comprometidos  en  la  revolución  del  norte. 

17.  Correspondencia  éntrelos  coroneles  Garrido  i  Ar- 
teaga«  relativa  a  las  proposiciones  de  un  convenio,  antes 
de  establecerse  el  asedio  de  la  Serena. 

18.  Protesta  del  vice-cónsul  ingles  don  David  Ross  por 
la  negativa  del  gobernador  de  la  Serena  a  otorgarle  un 
salvo-conducto,  con  el  objeto  de  pooer  a  salvólos  papeles 
de  su  archivo  i  enéijica  contestación  de  aquel.  . 

19.  Nota  en  que  el  comandante  de  la  corbeta  francesa 
la  Brillante  interpone  su  mediación  para  que  se  otorgue 
al  vice-cónsul  Ross  el  salvo  conducto  que  solicita. 

20.  Proclama  del  coronel  Vidaurre  a  los  cívicos  de  la 
Serena. 

21.  Proclama  del  intendente  Campos  Guzman  a  los  cí* 
vicos  de  la  Serena. 


228  APÉNDICE. 

22.  Nota  del  comandante  del  bergantín  francés  Entre- 
preñante  ofreciendo  8i|s  buenos  oficios  al  gobernador^  i 
contestación  de  este. 

33.  Oficio  del  gobernador  de  la  Serena  ordenando  se 
forme  causa  a  los  oficiales  Ruiz,  Muñoz,  Vicuña  i  otros. 

24  Acta  del  Consejo  del  pueblo  en  que  se  dispone  la 
prisión  de  don  José  Miguel  Carrera. 

25.  Nota  del  jeneral  Cruz  al  gobernador  de'  la  Serena, 
remitiendo  los  tratados  de  Purapel. 

26.  Carta  confidencial  de  los  coroneles  Garrido  i  Yidau- 
rre  al  coronel  Arteaga,  acompañándole  los  tratados  de 
Purapel,  i  comunicación  oficial  dejos  mismos  con  igual 
objeto. 

27.  Contestación  del  gobernador  de  la  plaza  a  la  nota 
anterior. 

28.  Armisticio  celebrado  el  25  de  noviembre. 

29.  Circular  del  secretario  jeneral  del  ejército  del  sud 
anunciando  la  victoria  de  Longomilla. 

30.  Nota  del  coronel  Vidaurre  al  gobernador  de  la 
Serena,  reconviniéndole  por  ciertas  violacione3  del  armis- 
ticio i  contestación  de  aquel. 

31 .  Nota  del  gobernador  de  la  plaza  solicitando  la  media- 
ción del  comandante  del  bergantín  francés  Entreprenant. 

32.  Nota  del  coronel  Yidaurre  intimando  perentoria- 
mente la  rendición  déla  plaza. 

33.  Nota  del  gobernador  Munizaga  en  que  anuncia  es^ 
tar  dispuesto  a  capitular. 

34.  Nota  del  coronel  Yidaurre  fijando  uü  nuevo  término 
a  la  contestación  de  la  plaza. 

35.  Nota  del  gobernador  Munizaga  en  que  pide  se  am- 
plié el  término  para  estender  la  capitulación  i  contestación 
de  Yidaurre. 

36.  Nota  del  gobernador  Munizaga  acreditando  a  don 
Tomas  Zenteno  como  plenipotenciario  para  ajustar  la  ca- 
pitulación. 


APÉNDICE.  229 

37.  Instrucdiones  dadas  al  plenipotenciario  Zenteno. 

38.  Capitulación  de  la  plaza  de  la  Serena. 

39.  Cartas  de  doa  Nicolás  Munizaga  al  cónsul  de  Fran- 
cia i  al  conoandante  del  Entreprenant  escritas  en  1852, 
reclamando  por  la  intervención  francesa. 

iO.  Nota  del  gobernador  Munizaga  en  que  avisa  la 
imposibilidad  en  que  se  halla  de  entregar  la  plaza  por  la 
rebelión  de  la  guarnición. 

41.  Üitima  nota  del  coronel  Vidaurre  intimándola  ren- 
dición de  las  armas  a  la  guarnición  rebelada  de  la  Serena. 

42.  Nota  dirijida  por  el  comandante  del  batallón  cívico 
de  la  Serena  ai  Ministro  de  la  Guerra  detallando  sus  ope- 
raciones en  la  revolución. 

43.  Piezas  del  proceso  seguido  a  los  revolucionarios  de 
la  Serena. 


DOCOIENTO«NI¡)I.  16. 


DBCRSTO  DBL  INTENDENTE  CAMPOS  GUZM AN  ORDENANDO  SE  LET  ANTE 
SUMARIO  CONTRA  LOS  HABITANTES  DR  ILLAPBL  COMPROMETIDOS 
BN  LA  RBTOLVCION  DBL  NORTB. 

IntendfincU  dt  Coquimbo. 

niafel,  octuire  25  de  1851. 

Atendiendo  al  estado  de  la  conTalsion  ocurrida  el  7  de  setiembre 
del  corriente  año,  i  a  fin  de  tener  noticia  ^e  los  males  causados 
pof  los  sublevados,  tanto  al  erario  público  como  a  particulares,  i 
las  personas  por  quienes  han  sido  inferidos:  he  Tenido  en  decre- 
tar lo  siguiente:  art.  1.^  el  Juez  de  primera  instancia  del  depar- 
tamento levantará  un  sumario  por  el  que  se  investigue  de  las 
personas  que  han  tomado  las  armas  contra  el  gobierno  constitu- 
cional: 2.<>,  que  así  mismo  sobre  las  exacciones  que  forzadamente 
les  hayan  impuesto  los  sublevados,  el  modo,  forma  i  persona  que 
las  haya  hecho;  debiendo  constar  estos  de  documentos  o  pruebas 
irrefragables:  3.«,  del  curso  que  lleva  este  sumario,  i  todo  lo  que 
en  él  se  practique  se  me  dará  cuenta  semanalmente:  4.<>,  trans- 
críbase al  gobernador  del  departamento  para  su  intelijencia  í 
cumplimiento. 

Tómese  razón  i  comuniqúese. 

Campos. 

Es  conforme.— Cayetano  V.  O'Rian. 
CDel  trchim  del  Klniíterio  del  Interior] 


232  DOCUMENTOS* 


DOCUMENTO  NÚH.  17. 

CORRESPONDBRCIA  EHTRB  LOS  CORONELES  GARRIDO  I  ARTBAGA  RE* 
LATÍ  VA  A  LAS  PROPOSICIONES  DE  UN  CONVENIO  ANTES  DE  ESTA- 
BLECERSE EL  SITIO  DE  LA  SERENA. 

Sellar  don  YicioHno  úarriio. 

Serena,  octubre  31  de  1851. 

Mi  apreciado  i  antiguo  amigo:  animado  yo  i  mis  companeros  de 
armas  del  deseo  de  evitar  los  males  consigaientes  de  la  guerra,  i  no 
siendo  fácil  arribar  a  este  objeto  por  medio  de  notas  oficiales,  me 
ha  parecido  oportuno  invitar  a  V.  por  esta  á  una  entrevista  que 
tendrá  lugar  tan  luego  como  se  sirva  acceder  a  ella,  en  la  inte- 
lijencia  que  para  cualquier  arreglo  estoi  suficientemente  autori- 
zado, como  lo  verá  V.  por  el  decreto  que  en  copia  le  acompauo. 
Quiera  V.  aceptar  las  consideraciones  de  su  atento  amigo  i  seguro 

i^ervidor  Q.  B,  S.  M. 

3u$io  Arteaga. 

Serena,  octubre  30  de  4854. 
Be  acperdo  con  el  Consejo  del  pueblo  he  venido  en  decretar  i  de* 
creto.  Artículo  único.  Se  confiere  al  gobernador  militar  de  esta  pía* 
za,  jeneral  don  Justo  Arteaga,  amplías  facultades  para  que  proceda 
respecto  de  la  defensa  de  dicha  plaza,  i  para  que  se  entienda  con 
los  jefes  de  la  fuerza  enemiga  o  neutrales  en  la  forma  que  halle 
conveniente.  Poblíquese  por  bando  i  fíjese  en  los  lugares  acos- 
tumbrados. 

Es  copia.— t/i^aríe,  secretario. 

Señor  don  Jtksio  Arteaga. 

Puerto  de  Coquimbo,  octubre  34  de  1851. 
Apreciado  amigo:  he  recibido  con  la  complacencia  que  V.  debe 
suponer,  su  carta  de  esta  fecha,  en  que  manifiesta  la  buena  dís- 


DOCCVENTOS.  233 

posición  de  qoe  está  animado  para  evitar  los  males  eonsigaientei 
de  la  guerra;  i  no  debiendo,  de  ningún  modo,  negarme  a  la  invi't 
tacion  que  V.  me  hace,  para  tener  una  entrevista,  k  prometo 
que  tendrá  lugar  mañana,  con  la  autorización  competente  del 
aenor  Comandante  Jeneral  de  esta  división,  que  por  estar  apren-r 
tándose  para  marchar  no  nos  da  lugar  para  acordar  i  designar  a 
V.  labora  i  parige^  que  le  indicaré  mañana  para  que  tenga  efecto 
en  el  mismo  dia.  Entretanto,  persuádase  V.  dd  la  buena  íé  i  sin* 
ceridad  eon  que  me  suscribo,  su  amigo  i  seguro  servidor. 
Q.  B.  S,  M. 

Tictorino  Garrido. 

SeUor  don  Justo  Arleaga. 

Ed  marcha,  aoviembra  !•<>  de  185t. 

Mi  apreciado  amigo:  ayer  prometí  a  V.  fijarle  la  hora  i  paraje 
bn  que  podrá  tener  lugar  hoi  la  entrevista  a  que  se  sirvió  invi-^ 
tarme,  i  cumpliendo  mi  oferta  con  la  buena  fé  i  relíjiosidad  que 
cumpliré  siempre  cualesquiera  que  le  haga,  le  propongo  que  pode- 
mos vemos  a  las  tres  de  esta  tarde  en  la  chácara  de  las  señoras 
Valdivia,  situada  en  la  Pampa,  a  menos  que  V.  no  estime  mas 
conveniente  otra  hora  i  localidad.  El  señor  Simpson  me  acompa- 
ñará a  la  entrevista,  el  secretario  que  pueda  autorizar  alguna 
couTencion,  si  tenemos  la  fortuna  de  celebrar,  i  cinco  hombres 
de  escolta  con  un  ayudante.  Reitero  a  V.  las  protestas  de  amis- 
tad sincera  que  le  profesa  aa  atento  servidor  Q.  B.  S.  M. 

Victorino  Garrido. 

Señor  don  Yiclorino  Garrido. 

Serena,  noviembre  4  ••  de  1851. 

'  Amigo  de  mi  aprec^:  he  recibido  la  estimable  de  V.,  por  la 
cual  se  sirve  anunciarme  que  se  presta  a  la  entrevista  de  que  le 
hablé  el  dia  de  ayer;  i  a  la'verdad  que  yo  deseaba  este  paso  a  que 
fui  invitado  verbalmente  por  el  parlamentario  Simpson.  Gomo 

30 


234  DOCUMENTOS. 

V.  me  deja  libertad  para  designar  otro  Ingar  i  hora  distintos  del 
qae  se  >me  indica,  i  no  )>adiendo  alejarme  macho  de  esta  plaza, 
qoe  reclama  constantemente  mi  atención,  propongo  para  nuestra 
¿onferenoia  la  casa  qainta  de  las  señoras  Caravantes,  adonde  con- 
carriré  si  por  so  parte  no  hubiere  inconveniente  a  las  tres  de  la 
tarde  del  dia  de  hoi  con  el  secretario,  cinco  hombres  de  escita  i 
nú  ayadanle.  Reitero  a  V.  las  protestas  de  amistad  sincera  qae 
le  prófeka  so.  atento  S.  S.  Q.  B.  S.  M. 

.      ^        Juito  Arteaga, 

SeSüT  ion  Vietorino  Garrido. 

Serena,  4  •*  de  noviembre  de  4  851  • 
Apreciado  amigo:  al  ponerme  en  marcha  para  la  casa  del  señor 
Caravantes  con  el  fin  de  ir  a  esperar  a  V.,  recibo  aviso  de  hallarse 
gran  número  de  tropa  de  so  ejército  en  el  ponto  de  Santa  Lóela. 
Como  pasando  yo  del  poen^e  de  San  Francisco  estarla  cortado 
por  la  caballería  sitiadora,  me  he  detenido  en  este  panto  hasta 
gae  V.,  hecho  cargo  del  incidente  a  qoe  hago  alusión,  determine 
lo  que  mas  convenga  a  la  segundad  que  debe  reinar  para  la  con- 
ferencia de  que  debemos  ocuparnos.  Reitero  a  V.  los  sentimien- 
tos de  aprecio  con  que  soi  so  amigo  i  S»  S.  Q.  B.  8.  M. 

Juito  Arteaga. 


Señor  don  Jwto  Arteaga, 

En  marcha,  noviembre  1.^  de  1854. 
Apreciado,  amigo : 
Coincidiendo  con  los  deseos  de  U.,  manifestados  en  so  primera 
earta  de  hoi,  concurrí  á  la  hora  preñjada  a  la  casa  de  las  señoras 
Caravantes,  a  consecuencia  de  no  haber  convenido  U.  en  pasar  a 
la  que  le  indiqué  de  las  señoras  Valdivia.  Como  por  la  segunda 
carta  de  U.  del  mismo  dia,  me  maniGestit  su  dificultad  para  lie* 
gar ¡al  local  que  me  habia  señalado,  por  recelo  de  poderse  ver 
cortado  por  la  caballería  sitiadora,  me  pareció  conveniente  re* 
gresar  para  continuar  mi  marcha  desde  aqael  puato  i  reser* 


DOCUMENTOS.  23S  ' 

varme  para  decir  a  ü.  como  lohago,  qae  cuando  tavoia  conGanza 
de  ponerme  bajo  los  fuegos  de  las  piezas  que  guarnecen  esa  ciudad^ 
sin  curarme  de  si  había  al  lado  de  adentro  de  la  portada  ótra4 
moyores  con  que  pudiera  haberme  sorprendido,  siento  profun-^ 
¿amenté  que  C.  haya  podido  concebir  la  mas  remota  idea  de  que 
en  los  momentos  de  irnos  a  dar  un  testimonio  de  amistad,  la  ca«^ 
ballería  a  que  U.  alude  o  individuo  alguno  de  esta  división,  obra^s« 
en  contravención  a  mis  órdenes  i  se  atreviese  a  cometer  un  aeto 
de  alevosía.  Sin  perjuicio  de  los  momentos  que  U.  consagre  a  la 
defensa  de  esa  Ciudad  i  de  los  que  yo  dedique  al  cumplimiento  de 
mis  obligaciones,  siempre  me  tendrá  U.  pronto  i  en  la  misma 
disposición  que  he  manifestado  a  U.  en  mis  anteriores  cartas  i  a 
que  tan  vivamente  me  he  sentido  inclinado  desde  el  principio.' 
Sol  de  U.  cómo  siempre,  su  atento  S.^.  Q.  B.  S.  M. 

Yidorino  Garrido. 

'  Señor  ion  Tictorino  Garrido. 

Plaza  de  la  Serena,  noviembre  2  de  485t. 
'    Apreciado  amigo: 

liOa  deseos  manifestados  por  mi  a  consecuencia  de  la  invitaeion 
recibida  por  medio  del  oficial  parlamentario,  el  señor  Simpson» 
hijo,  00  Sieban  debilitado  aun,  i  ningún  incidente  podrá  dcatrnir 
los  que  teng^  de  evitar  las  escenas  sangrientas  qae  se  nos  prepa- 
vai»!  i.níii[gan  sacríC^ip  omiMré  para, alejar  los  males  que  amagan 
a  f^pe^ra  patria  i,^  e&te  heroico  pueblo.  No  dudo  que  se  persua- 
dir^ D.  de  ^Uo,'  mayormente  cuando  no  existe  ningún  otro  motivo 
para  desear  el  arreglo  indicado;  puesto  que  las  fuerzas  que  de- 
fienden a  esta  plaza  son  muí  superiores  en  número  a  las  sitia- 
doras,  abundando  en  elementos  de  defensa  i  no  careciendo  d^ 
entusiasmo  i  de  valor.  Cuando  me  puse  en  marcha  para  la  entre- 
vista, nunca  debí  presumir  que  en  el  momento  mismo,  en  que 
se  iniciaba  una  conferencia  de  paz,  se  hiciesen  movimientos  que 
indicaban  un  próximo  ataque  sobre  la  plaza.  Esta  circunstancia 
sorprendió  desagradablemente  al  pueblo  de  la  Serena,  el  que  se 
opuso  a  mi  salida  i  debí  someterme  a  su  voluntad  soberana. 


836  BOCCVENTOS. 

líuí  lejos  bfe  estado  .de  imajínar,  ni  por  on  tnoroento,  el  qnc  mi 
segorídad  quedase  amagada  colocándome  en  medio  de  las  tropas 
que  manda,  el  señor  Vidaarre,  aan  ignorando  que  naestras  con- 
ferencias sean  con  su  acaerdo ;  debí  sí  ceder,  como  he  dicho,  a  la 
voluntad  de  este  pueblo  i  quedar  en  disposición  de  acudir  en  su 
defensa,  si  llegaba  a  tener  efecto  el  ataque  a  que,  al  parecer,  se 
disponía  la  tropa  sitiadora. ^Siento  recordar  a  U.  que  cuando  se 
entra  en  los  preliminares  de  ue  tratado,  los  helíjerantes  deben 
permanecer  en  sus  respectivas  posiciones.  Ayer,  por  ejemplo, 
puestas  las  tropas  a  tiro  de  canon  unas  i  al  de  rifle  otras,  apenas 
se  ha  podido  contener  el  ardor  de  las  nuestras ,  i  solo  se  ha  con- 
seguido merced  a  su  disciplina  i  subordinación.  Desde  el  momento 
qao  recibí  el  anuncio  de  su  venida  en  unión  de  mi  apreciado  ami- 
go el  señor  Simpson,  mandé  replegar  todas  las  avanzadas  sobre 
la  plaza,  dejando  a  U.  el  camino  completamente  libre  i  seguro; 
por  lo  tanto,  nunca  se  puso  U.  bajo  nuestros  fuegos,  como  espre- 
sa en  su  carta  de  bol,  i  menos  podría  temer  una  sorpresa  man- 
dando 70  esta  plaza.  Mo  sé  com^  haya  podido  U.  concebir  que  yo 
haya  abrigado  la  mas  líjera  sospecha  de  alevosía  de  parte  de  sus 
subordinados ;  únicamente  estrañé  con  sobrado  motivo  los  mo- 
vimientos a  que  me  he  referido.  Coreo  mi  vohintad  depeade  i% 
la  de  este  heroico  pueblo,  que  ha  Gjado  el  puente  de  SanFrancís* 
co  como  límite  de  ni  alojamiento,  este  punto  será  en  el  que 
pneda  tener  ia  satisfacción  d«  ver  a  U.  si  es  que  todavía  crea 
conveniente  nuestra  entrevista.  Con  su  aviso  mandaré  retirar 
las  fuerzas  avanzadas  para  qo'e  su  tránsito  quede  en  completa 
seguridad.  Espero  que  caso  que  la  entrevista  a  que  me  refiero  no 
quiera  U.  que  tenga  lugar,  se  sirva  indicármelo  para  losímeseon* 
Tenientes.  Sol  de  U.  como  siempre  so  atento  i  seguro  servidor 

Q.  B.  8.  M.     , 

Justo  Ari$aga. 

Señor  don  Justo  Arieaga. 

Cerro  Grande,  noviembre  3  de  1851. 
Apreciado  amigo: 
Para  no*  perder  tiempo  analizando  lo  que  U.  me  dice  en  su 


DOCl'MENTOS.  237 

carta  fecha  de  hoi,  en  contestación  a  la  última  mia  de  ayer,  i 
aprovecharle  én  el  interesantísimo  objeto  de  evitar  el  cúmulo  da 
males  qae  ambos  nos  proponemos,  se  servirá  decirme  tabora  en 
que  hoi  ha  de  tener  lagar  nuestra  entrevista,  indicándome  la  vfa 
o  calle  por  donde  debo  dirijirme  al  puente  de  San  Francisco  como 
límite  de  su  alojamiento,  según  me  manifiesta  en  su  referida 
carta.  El  señor  Stmpson  a  quien  se  reGere  U.  en  ella,  irá  también 
conmigo,  si  no  hai  inconveniente  por  parte  de  U«  i  me  acompa- 
ñaran cinco  granaderos,  un  ayudante  i  el  secretario  de  esta  di- 
visión para  que  en  caso  necesario  autorizo  lo  que  de  una  confe^ 
rencia  particular  pudiera  dar  lugar  a  formalizar  un  convenio.  Me 
repHo  de  U.  su  atento  amigo  i  seguro  servidor  Q.  B.  S.  M. 

Victorino  Garrido. 

Señor  don  Justo  Arteaga. 

Cerro  Grande,  noviembre  2  de  1851^ 
Apreciado  amigo : 
He  participado  al  señor  Comandante  Jeneral  de' esta  división, 
sustancialmente»  la  conferencia  que  recientemente  hemos  tenido, 
i  habiéndome  contraido  mas  particularmente  a  la  amnistía  pro*^ 
puesta  por  U.  i  el  señor  Zenteno,  me  ha  contestado  en  los  mismos 
téroHnos  que  yocreia  ;  que  de  ninguna  manera  acepta  su  proposi- 
ción, pues  ansioso  como  está  de  avenimientos  pacfOcos,  no  puede 
desentenderse  de  los  estrictos  deberes  que  le  han  conQado.  Nnnca 
dejaré  de  sentir  que  prevalezca  el  error  i  las  pasiones  ajiladas, 
pero  no  me  queda  remordimiento  alguno  por  no  haber  nacho 
cuanto  ha  estado  de.  mi  partd  para  presentar  los  hechos  en  la 
verdadera  luz  i  calmar  el  frenesí  político.  El  comandante  de  ca« 
zadores  don  Ignacio  José  Prieto  me  ha  prometido  bajo  su  palabra 
de  honor  que  si  se  le  devuelven  el  sárjente  del  primer  escuadrón 
de  lanceros,  i  el  soldado  del  segundo  de  cazadores,  no  tomarán 
parte  activa  en  las  operaciones  de  la  campaña.  Hago  a  U.  esta 
advertencia  por  si  quiere  devolver  estos  individuos,  sin  que  esto 
sea  pretender  unc^nje  por  el  oficial  i  soldado,  hechos  prisioneros 


838  DOCUMENTOS. 

hoi  por  ana  de  nuestras  avanzadas  i  dcvaeltos  a  D.  esta  tarde. 
Reitero  a  ü»  mis  sentimientos  de  amistad  i  espero  la  conducta 
qne  ha  ofrecido  dar  a  sa  atento  i  segoro  servidor  Q,  B.  S.  M. 

Victorino  Garrido. 


*         Señor  ion  Victorino  Garrid. 

Serena,  noviembre  2. de  1851. 
Mi  apreciado  amigo : 

.  He  recibido  la  carta  que  D.  me  dírije  anunciándome  la  no  acep- 
tación de  nuestras  proposiciones,  lo  que  siento  tanto  como  U. 
Aun  cnando  sa  apreciable,  que  estoi  contestando,  dice  que  el  señor 
don  José  Ignacio  Prieto  ha  prometido  bajo  su  palabra  de  hqnor 
que  si  se  devuelven  los  dos  prisioneros  no  lomarán  parte  en  la 
campaña,  estoi  siempre  dispuesto  a  cumplir  ei  ofrecimiento  qne 
hize  a  U.;  i  al  efecto,  espero  me  remita  la  licencia  absoluta  de  ám-> 
bos  individuos  para  dejarlos  en  plena  libertad  de  poder  trarladar* 
se  a  donde  quisieren.  Reitero  a  U.  mis  sentimientos  de  amistad» 
asegurándole  que  soí  su  atento  i  seguro  servidor  Q.  B.  S.  M. 

J^to  Arteaga. 

Está'éonforme  con  ios  orijinales  a  que  se  refiere. — Sunlta^o 
Salamanca. 

(Dei  arckiiX}  del  Ministerio  de  la  Guerra*) 


DOCÜHENTO  il.  i8. 

(VRADVCCIOIV.) 

PROTESTA  DEL  VICB-CONSUL  INGLES  DON  DAVID  BOSS  POR  LA 
NEGATIVA  DHL  GOBERNADOR  DE  LA  SERENA  Á*  OTORGARLE  UN 
SALVO-CONDUqrO  CON  EL  OBJETO  DE  PONER  A  SALVO  LOS  PAPE- 
LES DE  S€  ARCHIVO  I  EVBRJICA  CONTESTACIÓN  DE  AQUEL. 

Puerto  de  CoQUimbo,  noviembre  23  de  4851, 
Señor: 

Acaso  recibo  de  Ta  nota  de  U.  de  fecha  20^  que  solo  ayer  he 

recibido,  i  como  U.  persiste  en  negarme  con  términos  evasivos  el 

aalvo-conducto  para  poner  en  salvo  los  papeles  de  mi  Consulado, 


DOCUMENTOS.  239 

segnn  \o  solicité  en  mi  nota  fecha  17,  me  hallo  en  el  caso  dq  ha- 
cer saber  a  U.  la  mas  solemne  protesta  contra  las  medidas  que  U. 
ha  adoptado  contra  el  Consulado. qae  desempeño,  haciendo  tantq 
aU.  responsable  personalmente,  como  a  Jas  autoridades  civiles 
i  multares  de  Coquimbo  i  al  gobierno  de  Chile  por  todos  los 
daños,  pérdidas  i  detrimentos  que  pueda  haber  ocurrido  en  los 
edificios,  archivos  i  valores  contenidos  en  dicho  Consulado. 

Aprovecho  también  esta  opertunidad  para  ha^er  saber  a  U¿ 
que  me  reservo  eMerecho  para  adoptar  las  medidas  que  las  cir- 
cunstancias requieren  a  fin  de  sostener  mis  justos  reclamos  pqr 
los  males  hechos  a  las  personas  o  propiedades  de  los  subditos  in- 
gleses en  la  provincia  de  Coquimbo. 

Tengo  el  honor  de  ser  sil,  obediente  servidor. 

David  Ros». 
8r.  Gobernador  miliur  de  la  plaza  de  la  Serena,  don  Justo  Arteaga. 


COKTBSTACIOlf. 

Serena^  noviembre  24  de  1854. 
Señor  Ross: 

Anoche  me  entregaron  una  carta  de  U.  en  que  medico  haber 
recibido  un  recado  de  mi  parte;  no  he  enviado  a  U.  ninguno  i  el 
qae  se  lo  haya  dado  falta  a  la  verdad*  £1  representante  de  una  aa-- 
cion  ilustrada  no  debe  formar  juicio. por  vulgaridades  indignas  d.9 
los  hombreg  circunspectos.  D.  con  suma  impremeditación  me  apos^ 
trofa  de  jefe  revolucionario,  cuya  calificación  no  me  ofende,  pues 
me  honro  altamente  de  sostener  un  principio  político  a  que  han 
sacrificado  las  afecciones  mas  caras  los  hombres  mas  eminentes 
del  mundo»  inclusos  los  de  Inglaterra.  No  es  digno  de  censura  el 
que  llena  un  deber,  lo  es  sí  el  que  obra  por  mezquinas  paciones. 

Ciertamente  que  |no  esperaba  de  su  carácter  diplomático,  ni 
menos  de  la  neutralidad  que  debe  guardar,  que  usase  de  términos 
que  patentizan  su  desafección  a  la  causa  que  sostiene  una  parte 
de  la  República,  i  que  ademas  olvidase  las  dificultades  de  mi  po* 
sicion. 


240  SOCtHETITOS; 

'  las  amenazas  qae  nos  hace  U,  a  nombre  de  sá  nacioii  no  se 
eumplirán,  porque  ella  al  fin  será  Instruida  de  cnanto  ha  ocurri- 
do, i  tengo  convicción  de  que  hallará  la  justicia  de  nuestra  parte. 
Los  documentos  espiten. 

'  El  respetable  seiior  Arcedeano  Vera  me  muestra  en  este  mo^ 
tnerito  una  esqoela  en  que  U.  dice  que  yo  devolví  una  carta  suya 
sin  abriría.  No  se  me  ha  presentado  esa  carta,  i  recuerdo  haberme 
indicado  que  (Quedaba  en  el  puerto.  Yo  debía  esperar  de  su  buena 
leducación  que  no  me  acusara  siempre  por  recados  o  díceres:  esta 
no  está  bien  al  pro-Cónsul  de  una  gran  nación* 
Dios  guarde  a  U. 

/listo'  Ariemga. 
{De  ios  papeies  privados  del  coronel  ÁrUaga). 


mmm  niIh.  19. 


NOTA  B!f  QUB  BL  COHANDAirrB  DB  LA  COBBBTA  FRANGBSA  LA  BRI- 
LLANTE INTBRPONB  SO  MEDIACIÓN  PARA  QUB  SE  OTORGUB  AL 
TICB-CÓNSUL  ROSS  EL.  SALVO-CONDUCTO  QUE  SOLICITA. 

Brillante,  22  de  noviembre  de  4854 
<  Puerlo  de  Coquimbo. 

Seiior  Coronel:  ' 

La  estrecha  amistad  que  reina  entre  el  Gobierno  de  S.  M.  Britá- 
nica, i  la  República  francesa,  nos  impone  el  deber,  en  ansencia  de 
buques  de  guerra  de  aquella  nación,  deber  que  está  de  acuerdo 
con  nuestras  instrucciones,  de  emplear  nuestros  buenos  oGcios  en 
todos  los  casos  en  que  puedan  ser  útiles  a  lus  intereses  i  prdpie^ 
dades  de  los  subditos  ingleses. 

Esos  intereses  i  esas  propiedades  pueden  recibir  gran  perjuicio 
con  la  pérdida  total  o  parcial,  o  también  con  la  deterioración  de 
los  archivos  del  consulado  ingles,  encerrados  en  este  momento 
en  la  ciudad  de  la  Serena. 

Sé,  aeAor  coronel,  que  puede  esperarse  de  vnestra  lealtad,  i  de 
la  de  las  autoridades  civiles,  que  esos  archivos,  que  constituyen 
títulos  tan  importantes  para  tantas  personas  cstrauas  a  los  deba- 


IKKÜUMfiNTOS»  fiil 

tes  políticos  dé  Cliile^  lerán  pTo\o¡\i^  rpor  tpilqs  los  medios  qu,e 
estén  en  voettror  t}oder;  |^ero  1«  goerra  tiene, $a$,,dZQi:e?^qqp 
nadie  puede  preveer :  vengo,  pues»  a  pf dirás,  i  lo  espero  de.  vpes«- 
tra  justa  apreeiacionde  los  hechos,  no  menos  que  de  vuestra  t)etie^ 
Yolencia,  on  pasaporte  i  up  salvo-condoisto»  ^que  permita  al  señor 
Dátid  Roas,  Cónsul  de  S.  H.  B.  i  a  las  dos  personas,  que  lo  acom- 
pañan^  sacar  todos  los  archivos  de  su  cpa$uIado.     ,.  . 

Espero  4Son  el  óflclal  de  la  corbeta,,  ppf  tador  d«  ^sta  cartti,  la 
respuesta  que  tengáis  a  bi0n  darme;.  .     . 

Recibid,  seSor  coronel,  Ja  aeguridiad  de  v^i  perfecta  consi- 
deración, ¡       ■        "".      i    ,      ..  .    ,:;, 

É.  de  La$$elin. 
ComaiKlahíté  do  hvaiLtiiilri. 

Al  Mfier  coronel  Arléa^á,  gobernador  tn/1Ifar*de  tk  Serena. 

'-        '  '(Ikk^  papek9privad<j$ddü9ron$lJirkaga), 


PHOCIJIHIA  DPti.  ^OaOlVSL    VIDACBRB  A  LOS  CÍVICOS  DB  LA  ^EflBIf  A. 

El  Comandante  en  jefe  de  la  divuion  pacificadora  del  fiarla  a  loa 
c^'vtcos  de  la  Serena, 

Cívicos  de  la  Serena! 

Debo  diri jiros  la  palabra  antes  de  dar  a  mis  soldados  If  ^defi 
de  romper  ci  fuego  i  de  lanzarse  iiitrépidp^  sobre  y^si^tro^;  debp 
esplicaros  mis  intenciones,  manifestando cuarUo  be  {fal^ajadop^f 
avilar  una  efusión  de  sangre  que.manchará  i^^isaUea/de  Ia  3^ena 
i  sembrará  su  suelo  de  cadáverea.,  Cívjpos4^  Ja  3^ren9l  n^c^iítp 
que  me  escuchéis,  que  ojgais  la  ypgt^ew  vieJQ.^pIdadodp  J^ 
República  qae'ama  a  vosatrosiaiito  ^pvfo  a  l.a  Sexe^^  ayer.^anr 
quUa,  floreciente  i  majeslnosa;  gozando  ,de  las  ven^jas  io^poii* 
deraüles  de  la  paz,  i  bol  afectada,  conmovida  V9l\^P  pa^i^Df|S 
políticas^  aturdida,  ma#chiUi  convecUdaen  w  ^epalpro  de.idolcar 
i  de  llavto! 

He  ofrecido  a  vuestros  jefes  el  p^idon  para  vpsolrosi), que  ^{^fs 

31 


S43  DOCUMENTOS, 

engañados.  He  orreciddpara  ellos  iaclemeneia  del  Gobierno,  que 
sienle  como  70  tan  fatal  estraYÍo.  A  nada  se  han  prestado,  nada 
lian  admitido,  alegando  que  vosotros  a  todo  os  resistíais;  que 
despreciabais  el  perdón,  i  que  preferíais  nn  sangriento  í  desha* 
piado  trance,  a  la  paz,  a  la  dulce  paZf  qoe  antes  disfrutabais. 
"  Sé  qae  han  caInranMo  a  mis  soldados,  qaeson  tan  valientes 
como  humanos.  Sé  qoe  han  procurado  haceros  odroso  mi  nem- 
l)re,  presentándome  ante  vosotros  henchido  de  odios,  de  pasio- 
nes innobles,  de  egoísmo  i  de  maldad. 

Así  se  abii^á  de  Vtfesfra  erednlidad;  así  se  oa  ha  condneido  a 
nn  estremo  de  desgracias,  i  traído  al  cadalso  para  que  desa* 
pareseais  une  por  ano.       ^ 

Asi  se  os  quiere  mantener  en  nn  encierro^  en. nn  cautiverio, 
entre  las  muraflas  ée  una  mafizana,  i  coando  no  sois  mas  que 
esclavos  de  los  que  os  hacen  repetir  la  palabra  sacrosanta  de  li- 
bertad. Incautosf  la  libertad  no  se  goza  entre  murallas,  la  libertad 
se  respira  como  el. aire,  qoe  necesita  def  ambiente  embalsamado^ 
para  ostentarse  placentera,  pura,  sublime,  como  es  en  reafidad. 
{El  hijo  privado  de  las  caricias  de  sn  digna  madre,  no  go¿a 
ífbérfad!  '      \ 

El  padre  que  ha  abandonado  a  su  mujer  í  a  sus  hijos  a  lo^  es- 
tragos de  fa  miseria  i  def  hambre,  que  oye  Bni  soflozot,  que  ve  de- 
rrabar sos  lágrima^  isin  enjugarlas,  éste  Ifjos  de  gozar  h  liber- 
tad, no  hace  otra  cosa  qoe  estar  condenado  a  la  esciavítoü 
mninosa  i  culpable. 

¡Cívicos  de  la  Serenal  dad  una  mirada  a  vuestro  pasaaot  El  tra- 
bajo reclama  vuestros  brazos,  como  vuestros  brazos  rechman  el 
trabajo!  El  hambre  de  vuestros  hijos,  os  dice  basta;  Fas  lágrimas 
de  vuestras  madres,  las  p^nas  incesantes  de  vuestras  esposas  os 
llaman  a  su  lado.  ¡Coqoimbanosl  todos  somos  horádanos,  depo- 
ned hs  arntaa,  ^'econocfed  la  voz  def  qoe  representa  al  gobierno 
legal,  entregaos,  Segaros  de  qoe  nada  debéis  temer. 

Seamos  todos  unos.  Amemos  todos  la  República,  i  veamos  con-  ^ 
f  andirse  el  eco  de  nuestro  patriotismo. 


DOCUMENTOS.  243 

¡Cívicos  de  la  Serena!  El  corazón  de  mis  soldados  no  respira 
odios  ni  venganzas^  imitadlos  i  gritad  con  ellos:  ¡Viva  la  Repú-* 
biícal  |V¡va  la  pa^I  ¡Viva  el  Gobíerhol  ¡Viva  la  Serena!— Serena, 
noviembre  23  de  185i. 

Juan  Vidaurre  Leal. 
(Del  arcblTO  del  Itiniiterío  del  interior). 


DOCUMENTO  NI!M.  21. 

PROCLAMA  ÜBL  IlfTBIfDENTB  A  LOS  CÍTICOS  DB  LA  SBBBUA. 

Cívicos  de  la  Serena! 

Al  6n  piso  el  saelo  de  mis  simpatiaSi  de  mis  recaerdos  agrada- 
bles, de  la  patria  nativa  de  mis  bijos«  de  la  Serena,  en  fin.        ' 

Estoi  entre  vosotros^  amigos  í  compañeros,  i  ardo  en  regocijo 
porque  tengo  la  felicidad  .de  hallarme  en  actitud  de  serviros. 

El  Supremo  Gobierno  me  ha- confiado  la  honra.de  gobernaros. 
En  momentos  tan  diríciles,  fio  be  vacilado  para  aceptar  tan  res- 
petable cargo.  . 

¡Cívicos  de  la  Serena!  Habeis{¡nf|:¡njido  las  leyes»  habéis  desco- 
nocido a  la  autoridad  legal»  habéis  abandonado  vuestro  suelo  i 
tomado  las  armas  contra  el  Gobierno  legal  que  debéis  respetar  i 
obedecer.  Todo  esto  habéis  hecho»  pero  aun  .es  tiempo  de  com- 
prender el  error  cometido,  de  repararlo,  sin  mengua  de  vuestro 
valor  i  de  vuestro  heroismo. 

Habéis  opuesto  resistencia  para  entregaros  i  cedido  a  los  halagos 
mentidos  de  los  que  intentan  envolveros  en  su  ruina. 

¡Cívicos  de  la  Serena!  Yo  invoco  el  recuerdo  de  lo  que  he  sido 
para  vosotros:  invoco  el  conocimiento  que  tenéis  de  mi.  La  obe-^ 
diencia  que  roe  habéis  prestado  en  otro  tiempo  como  coman- 
dante» hoi  la  reclamo  como  jefe  de  toda  la  provincia  encargado 
de  velar  por  el  orden  i  la  tranquilidad  pública. 

¡Compañeros!  Basta  ya  do  engaños,  basta  de  promesas  mentí* 
das»  de  ilusiones  quiméricas,  de  esperanzas  irrealizables!  E)  jene* 


244  DOCUMENTOS. 

ral  Cruz  está,  como  vosotros,  sitiado  en  Chillan,  estrechado  por 
fuerzas  soperíores,  aniquilado  por  las  penurias  de  la  desnudez  i 
delbtinibre*   Sus  soldados  están,  como  vosotros,  descontentos  i 
forzados* 
Como  vuestros  jefes,  no  tiene  recursos,  carece  de  dinero  i  le 

falta  apoyo. 

Por  el  contrario,  el  jeneral  fiúlnes  abunda  en  elementos  de 
todojénero,  recibe  del  Gobierno  cuantiosas  sumas,  recom|)ensa  je- 
nerosamente  las  fatigas  dé  sus  soldados,  engruesa  sus  Glas,  i  hace 
a  su  ejército  cada  día  mas  fuerte  i  poderoso. 

Mientras  tanto,  el  Gobierno  organiza  en  Santiago  un  ejército 
de  reserva^ disciplina  tropas  i  dispone  de  los  elementos,  de  que  solo 
al  Gobierno  te  es  dado  echar  mano.  Los>  hombres  de  influencia  lo 
apoyan  con  su  prestijio  i  le  prestan  su  importante  cooperación. 

Los  jenerales  están  con  el  Gobierno;  todos  los  jefes  de  la  Re« 
pública,  los  hombres  poderosos;  i  en  fin,  la  nación  entera,  a  escep- 
cion  áe  uno  que  'otro  que  piensa  medrar  en  una  guerra  entre 
hefmanos,  iodos  están  decididos  por  el  Gobierno  i  por  el  orden. 

[Cívicos  de  la  Serena  I  Recordad  que  cumplo  lo  que  prometo; 
confiad  en  la  garantía  que  os  Inspira  mi  palabra  de  hombre  de 
honor,  que  os  la  empeño  como  caballero.  Escuchad  el  consejo 
de  vuestro  famígo,  de  vuestro  viejo  compañero. 

Deponed  las  armas,  i  os  garantizo  el  perdón  del  estravío  que 
habéis  cometido. 

¡Cívicos  de  Ja  Serenal  Venid  a  mi,  que  soi  vuestro  amigo  i  ca- 
marade. Serena,  noviembre  24  de  18Sf « 

Francisco  Campos  Guzman» 

(Del  archivo  del  Ministerio  del  InteriorU 


DOCUMENTOS.  248 


DOCÜIENTO  NÜI.  21 

HOTA  0BL  COXAH DAWTB  DEL  BEBOAirVIH  FBAKCB6,  BBTBBPRBKAITT, 
OFBBCIBIfDO  SUS  BUBIfOS  OFICIOS  AL  GOBERNADOR  DE  LA  PLAZA 
I  CONTESTACIÓN  DE  ESTE. 

Bergantin  de  guerra  francés  V  Entreprenant. 

Puerto  4le  Goqaimbo,  28  de  noviembre  de  4854. 

Señor  gobernador. 

Las  noticias  oGcíales  recibidas  ayer  por  el  vapor,  siendo  ente^ 
ramente  favorables  a  la  caas9  contraria  a  la  qae  derendeis,  p^eo 
de  mí  deber  de  militar  i  de  francés,  ofreceros  (en  el  caso  que 
teng^ais  a  bien  aceptarlos)  los  buenos  oficios  de  las  autoridades 
francesas,  para  obtener  una  capitulación  honorable,  i  que  seria 
garantida  por  la  intervención  de  la  Francia. 

Al  dar  este  paso  cerca  de  vos,  no  pretendo  dictaros  la  línea  de 
conducta  que  debéis  seguir^  sino  que  solo  tomo  en  consideración  el 
deseo  de  ver  detenida  la  efusión  de  sangre,  i  arrancar  a  la  ciudad 
de  la  Serena  de  una  destrucción  infalible. 

Respeto  demasiado  vuestro  carácter,  señor  gobernador,  para 
impulsaros  a  una  rendición  que  no  fuese  imperiosamente  orde- 
nada por  las  circunstancias.  No  sé  cuales  son  vuestros  recursos, 
no  sé  cuales  son  los  de  vuestros  enemigos,  pero  los  aconteci- 
mientos del  sur  son  demasiado  reales  para  que  os  quede  espe- 
ranza alguna  de  ser  socorrido.  I  en  este  caso,  cuando  el  honor 
militar  está  satisfecho  ¿un  jefe  no  se  honra  cuando  sabe  oir  la 
vos  de  la  humanidad? 

La  rectitud  de  mis  intenciones,  la  conducta  imparcial  obser- 
vada por  las  autoridades  francesas,  desde  el  principio  de  las 
turbulencias  que  ajilan  a  Chile,  conducta  que  es  apreciada  por 
todo  chileno  a  cualquier  partido  que  pertenezca,  me  hacen  es- 
perar, señor  gobernador,  que  apreciareis  los  motivos  que  me 
dirijen,  i  que  reconoceréis  que  el  paso  que  doi  cerca  de  vos  no 

/ 


Si6  DOCVMENm. 

tiene  otro  objeto  que  ahorrar  desgracias  incalcolaUes  a  ana 
ciudad  que  tan  heroicamente  habéis  defendido  hasta  este  dia. 

Recibid,  señor  gctbernador,  la  seguridad  de  mis  nías  distin- 
guidos sentimientos^ 

El  comandaste  del  berguBtin  de  goerra«EHtreprenanl»— Poiij^l. 

Al  Kfior  C9roDel  Arteaga,  gobenudor  militar  de  la  plaza  4e  la  3ereiu. 


CONTipSTAClOIí. 

OOBIBRNO  MILITAR  DB   LA  PLAZA  DE  LA   SBR^HA. 

Nofiembre  29  de  }85l» 
Señor  Comandante, 

El  que  suscribe  ha  tenido  la  honra  de  recibir  la  nota  de  ayer 
del  señor  Conde  Pouget,  coníandant(s  del  bergantín  de  guerra 
francés  Éñtreprenant^  en~que  sé  sirve  ofrecer,  para  el  caso  de 
una  capitulación,  los  buenos  oficios  de  las  autoridades' francesas 
i  la  garantía  de  su  nación. 

El  infrascripto  está  penetrado  de  reconocimiento  i  lo  está  tam- 
bién el  pueblo  de  la  Serena,  por  el  ínteres  que  en  su  favor  maní- 
fiesta  el  señor  Conde,  lo  mismo  que  lo  hizo  antes  el  peñor  Coman- 
dante de  la  corbeta  Brillante. 

Debe  pues  el  abajo  firmado  dar  las  gracias  al  señor  Conde 
Pouget  por  la  imparcialidad  qe  esa  conducta,  no  menos  que  por 
los  buenos  deseos  que -le  animinii  respecto  de  este  heroico  pueblo 
i  a  nombre  de  él  protesta  el  qqp  suscribe  que  aceptará  la  respe- 
table mediación  del  señor  Conde  i  la  garantía  de  su  gobierno  en 
el  caso  que  así  lo  exijan  las  circunstancias. 

Dígnese  el  señor  Conde  admitir  las  seguridades  de  les  masdis^ 
tingttidos  sentimientos  con   qqe  se  suscribe  su  atento  servidor* 

El  gobernador  c  intendente— /usto  MicagQ> 

Al  seflor  Conde  Pouget,  comandante  del  ber- 
ganlin  do  guerra  francea  l^'Bntreprcnanu 

{De  ¡0$  papeki  pTivad<js  del  coronel  Árteaga), 


D0CU1IK?IT0S.  S47 


B0GÜNENf9  Él  % 


WiClQ^n  GOBItMADOR  PB    L4    SBRBlfA  ORDXNANUfO    8B    W0U^E 
CAUSA  A  LOS    OFICIALES  HUIZ,    MUÑOZ,    VICUÑA  I  OTBOS. 

ConundtDcia  Jeneral  de  Ai^nas  4o  U  Scmna^  aoiieflihDe  33  d«  4851. 

Hall&ndose  pre&o  en  la  cárcel  de  esU  cladad  don  Ricardo  Roiz, 
que  estaba  eBcari:ado  del  enatido  de  Ja  Uinchera  iiúiq.  9,  por  ios 
jcrímenes  de  traición  e  inobediencia,  procederá  \J.  con  Ja  posible 
brearedad,  a  tomar  las  ínformaeioiies. necesarias  «I  esdacecimiento 
4ie  ios  liecho^  en  qoe  se  funda  ia  acusación,  procediendo  ai  nils«- 
mo  tiempo  a  capturar  a  los  cómplices  qa4  se  descubrieren..  Desde 
Juego>  gaedan  a  su  disposición^  como  cómplices  de  Ruiz^  i  promo- 
vedores de  Ja  insurrección  ocurrida  el  21  del  presente»  don  Pablo 
Muñoz,  eK^comandanie  jdeJa  trinclietra  núm^  1,  4lon  Nemecio 
Vicuña,  que  lialláodose  ai:restadOj  atropeJIó  Ja  centinela  para 
impedir  Ja  aprehensión  de  R.uiz  i  hacer  armas  en  unjon  de  Mu- 
ñoz contxa  el  tenieiite.  áfin  Jo$é  María  /ilbabot,  encargado  de 
prender  aj  dicho  Ruiz,  4on  José  Antonio  Sepúl veda,  por^habárseie 
vjsto  aislar  un  puñal  en  aqoeilos  mojn^enitos^  i  segon  se  cree«  con 
intención  de  atacar  ia  autoridad ;  don  Vicente Rrlseñoj. por  haber 
censurado  Ío¿  procedimientos  de  la  autoridad,  a  presencia  de  Ja 
tropa  de  una  de  Jas  tnucheras,  apoyando  Ja  insurrección  i  dando 
mal  ejempjo  con  sus  murnu]caek>nes. 

Los  liechos  principaJes  en  queseíooída  Ja  acnsaqíou  contra 
Ruiz,  son:  ihaber  desobedecido  i  aun  roto,  mis  órdenes  por  eacrito 
que  Jo  diríji  el  «día  31  ciiadu;  bsber  aQiotinado  la  tropa  para  que 
hicieran  amias  contra  la  a4ito;*idad  del  pueblo  i  sus  coqupañeros; 
Iiaber  apuntado  contra  ia  plaza  el  canon  de  Ja  trinchera  que 
"mandaba ;  haber  aprisionado  al  sárjente  Mayor  dej  batallen  cívi- 
co^ que  firmó  el  parte  núm.  1  que  se  acompaña;  haber  sacado 
su  espada  para  resistir  las  órdenes  jle.Ja  autoridad,  cuando  se  le 
tué  a  apxeader ;  ser  acusado  por  uJ  jefe  deJ  cañón  de  Jairiucbera 


!Sí^á  BOCDHBNTOS. 

núm.  9,  de  no  permitir  se  apuntase  la  pieza  al  enemigo,  haciéndolo 
siempre  por  elevación  i  de  modo  qae  no  pudiese  herirlo ,  i  ser 
jenerálmente  acusadg^'^.dé  h^^^^  ociado  una  carta  1  regalos  a  los 
enemigos  que  sitian  esta  plaza. 

Los  partes  señalados  con  los  números  desde  i  hasta'6  quese 
iucluyen,  ponen  en  claro  la  criminalidad  de  las  personas  en  ellos 
ihéncídii^da^'l  h  gravedad* de  Fós'  hechos  qtte>acre4itaa  la  deUn- 
cnen¿ia:deloa  prom#lore8 . de  la  ii^s.i|rrec€Íon. 
'  Se'espeta.  pues  dal  acrieditada^  celo  de  U.  que  con  la  preniura 
posiUe  pk'ocura  poner  el  proQ^so  en  estado  de  sentencia,  i  para 
«l:efeclo¿  ae&omiira aecretaríode  la^w^al  eapitandon  Aniceto 
Labra. '   . 

J)ios  goardi»  a  U«  mochos- f^ños,, 

Juito  A^rieaga. 
Al,  TeaieaU  Corona  dou  Yictorlaiio  IhrUnet,     , 

'        '  [Del  fAPQcAo  ar^md  qim  exitte  en  jiQier  dd  cunH§lÁfie(fffa.) 


MÜMfiNTO  N(J«.  24. 

ACTA  DEL  COlfSBJO  DEt  PUEBLO  Sü  QUE  SÉ  DISPONE  LA  SÜSPCK* 
¿ion  DEL  DtELo'  ¿ÜTRK  ARTSa6A  1  BülCÍZAGA  I  LA  PB16I01V  DB 
Í>01f  iCH&i  níGVBL  CAEflSRA. 

Serena,  dideaubre  a  de  4854. 
Gón  esta  feeh^,  los  vecinos,  qae.  suscriben  se  han  reunido  ea 
casa  de  don  José  Maria  Concha,  c^n  el  objeto  de  deliberar  sobre 
tarlas  d¿fQt*reA«fas'que  h^n  tenido  lugar  en  esta  plaza  i  que  han 
podido  oomprometer  el  heit>lco  pueblo  de  la  Serena,  i  con  el  lia 
también^ de  toktiar  las  medidas  convenientes  para  evitarla  anar* 
qoia  en  que  podríamos  envolvernos,  i  se  ha  acordado  lo  siguiente: 
Que  no  tenga  efecto ^el  desarfio  provocado  entre  el  jeneral  Artea- 
ga  i  don  Nicolás  Uunizaga ;  Que  los  señores  don  José  Miguel 
Carrera  i  don  Nicolás  Munizaga  no  salgan  fuera  de  trincheras 
como  ellos  lo  han  solicitado.  Que  el  primero  de  estos  señores  que- 
de en  arftilo  i  en  esirícta  iocomuníc^cioB;  i  el  segundo  en  la  casa  ' 


BOCCMBIVTÓft.  S49 

que  (KiDpa  actualmente  o  en  csalqniera  otra:  dentro  de  la  pieza, 
bien  entendido  qae  el  presen  te  acuerdo  nO'  es  ün  arresto*  para  el 
señor  Monizaga';  Qae  se  reconoce  por  Intendente  i  gobei^nador 
de  la  plaza  at  seno?  Arteaga,  debiendo  CQnsiderarse  esle  acuerdo 
como  una  ratificación  de  lo  que  a  este  respecto  se  había  hecho 
antes.  Por  último,  del  contenido  áe  )a  presente  acta  sefbcordó 
dar  caenta  il  señor  Arteaga,  como  en  efecto  se  dio,  para  que  se 
lieye  a  debido  ouinpUiniento  lo  que  en  ella  está  dispuesto,  1  fir* 
marón.  Al  firmar,  se  acordó  igualmente^que  esta  acta- ae conserve 
oríjlnai  en  los  archivos  de  la  Municipalidad.— Joatf  Dolorti  Al- 
varejE— Joo^mn  Vera-^Antonio  Alf^nso^JwífikNieolM  Alvarex^^ 
Fícente  lorriUa^^ieolaii  Otario^Sahádor  Zrpeda-^FtcIbriano 
Mariinez^IgnadoAlfoniO'^RafMl  PiMrro^Iiidro  Adolfo  Mo» 
ran^^Manuel  Alvaréz^^CandeUrio  üarriot-— Jimuí  JFrancisco  Va*» 
rela^^Joté  MafMtel  Farato^JVicoias  Farefo— PaMo  Caiwtda-^o%é 
Maña  Cuvarrudiaa— Ayo^titá  laiMtéio'^Kfimon  L.  rmjiüo-^Jf  a« 
wíuel  Torrejon'^Federico  Cavada — Manuel  Antonio  Alvarex^Pablo 
Micribar^-^Nitoñor  Silva  '^Mi^uel  Caeada^GMUrmo  JEicribar"- 
Jos4  Juan  Garmendkt — Bernabé  CordoneX'-^^Vietor  Gallard^^Jfoié 
Mamón  Pozo^Gregorio  Torr&S'^Franeitco  de  Paula  Carmona — 
Jacinto  Concha^^Dameao  VoladoirrJosé Alaria  Gayoeo-'Joié  Va* 
rela^^Joeé  Valentin  Barrioe-^José  ZorriHa^Manuel  Cuadroi*^ 
Tomai  Zenteno^Joeé  Santiago  Herrera,  > 

Es  copia  fiel .-«Z^omín^o  Cortex^  escribano  público. 
(De  los  papelee  privados  del  coronel  Arteaga.) 


DBCUPTO  Kfll.  S§. 


NOTA  DEL  J£NERAL  CBUZ  AL  GOBBRNADOB  Dfi  LA  8BRBNA  ACOMPA- 
ÑANDO  LOS  TBATADOS  D£  PUBAPBL. 

Cuartel  jeneral  del  ejército,^ 

Porapel,  diciembre  16  de  1851. 

Circunstancias  i    hechos  que  estaba  bien  distante  de  esperar, 
después  délos  resultados  de  una  batalla  que  tuvo  lugar  el  8 del 


250  DOCCIICNTOS. 

actual,  darente  siete  i  medía  hora  de  combate  entre  el  ejército 
<fúe  mandaba  i  el  del  jeneral  Báloes»  i  en  Ja^ue  el  resoltado  po- 
eití¥o  lia  sido  la  pérdida  de  mas  de  mil  yfetimas^  mediaron  a 
proponer  K  dicho  señor  jeneral  el  acordar-otonvenir  en  el  medio, 
^ue  pndiera  hacer  «esar  vn  noero  derramamiento  de  sangre  i 
males  qoe  aniquilarán  a  naestra  cara  patria.    . 

La  copia  ajitoricada  del  convenio  que  adjunto,  le  iropondri 
a  V.  S.  del  resultado  dé  aquella  indicacioi^  cuyo  convenio,  por 
mi  parte*  queda  cumplido  con  esta  fecha. 

y.  S.  no  dudará  qíie  be  comprendido  muí  bien  la  misión  que 
los  pueblos  me  hablan  encomendado,  pero  también  verá  qoe  sí 
me  habla  Impuesto  la  defensa  de  derechos  bien  positivos*  no  por 
esto  debía  de  oUidar  el  precio  á  qpe  debían  Comprarse,  según,  las 
distintas  circunstancias  en  que  ellas  podrán  colocar  la  contienda^ 
En  tal  evento,  hé  debido  preferir  aquel  menos  costoso  i  que  las 
cirennstaucias  exijian,  para  arribar  a  la  regnlarisacion  que  se 
deseaba. 

En  vista  de  estas  rasooesl  de  la  estipulación  hecha  del  mando 

superior,  con  que  se  me  invistió  por  esa  provincia,  cuyas  fuerzas 

V>  S,  manda,  espero  aceptará  ese  tratado,-  ^ne  con  acnerdo  de 

todos  los  jefes  del  ejército  que  se  hallaba  a  miséiindenes,  se  lut 

creído  prudente  convenir* 

Dios  guarde  a  V.  S. 

Joti  Ucria  de  ¡a  Cruz. 

SeAor  Intendc^nte  do  la  provincia  de  Coquimbo. 

{De  los  papeles  ffrivados  del  coronel  Arteaga,) 


DOCUMENTO lüll.  S6. 


CIRTA  CONFIDENCIAL  DE  LOS  COEONELES  GAEEroO  I  TIDAVREE  AL 
CORONEL  ABTBAGA  ACOMPANANDOLK  LOS  TBATADOS  DE  PUKAPBL 
1  COJHUNICACION    OFICIAL  BE    LOS   MlSaOS  CUN  IGUAL  OBJETO. 

Serena,  diciembre  23  de  4854. 
Apreciado  amigo: 

Bastantes  días  litmos  eitado  en  entredicho  haciendo  uso  del 


)9»0Cl]MENT0S.  S51 

mortffaro  lengoaje  que  por  desgracia  de)  paii  i  cod  harto  tenti-* 
miento  denaestros  corazones  han  pronunciado  los  cañones  i  fósiles, 
i  difícilmente  paede  haber  una  ocacion  que  nos  sea  mas  propicia 
que  la  presente,  en  que  deben  cesar  las  hostilidades,  restaurando 
la  paz  de  que  por  tanto  tiempo  ha  carecido  la  República. 

Las  comunicaciones  oficiales  que  se  acompañan,  i  la  carta 
particular  que  a  U«  incluimos  del  amigo  Alamparte,  le  manifes** 
taran  él  desenlace  que  ha  tenido  la  campana  del  Suir,  precursor 
del  que^  en  nuestro  concepto,  debe  tener  la  del  porte,  mayormente 
cuándo  nos'persuad irnos  de  que  no  omitirá  U.  por  so  parte  eoantos 
medios  estén  a  su  alcance  para  quese  consolide  lapaz>  nopudien* 
do  U,  desconocer  que  el  mas  meritorio  en  las  actuales  circons^ 
tancias  es  el  que  mas  se  apresura  para  restablecefla. 

Escusado  es  decir  a  D.,  ami^o  miestro,  qpe  en  todas  circuns«< 
tancias  desearemos. serle  útil  i  qi^e  pueda  disponer  en  este  con- 
cepto de  sus  ai)9Ígos  i  seguros  servidores  que  B.  S.  M^ 

fyan  Vidaurre  LeaU^Yictorino  Garrido. 

Esta  carta  i  las  comunicaciones  oficiales  debieron  remitirse  a 
ü.  a  las  diez  i  minutos  de  la  noche,  pero  no  se  hizo  porque  se  pre« 
Tino  a  un  oficial  de  esta  división  por  uii  individuo  de  una  de  las 
avanzadas  de  esa  plaza  que  no  se  recibirían,  cuando  se  le  advir*!- 
tió  que  querían  mandarse  hasta  la  m.añana  dehoi. 

Piciembre  24  d^  4851. 

Yidaurre  £^al.— garrido. 


eOMANDAHClA  JBVEHAL  t>B  LA  DIVISIÓN 
PACIFICADORA  OEt  NORTS, 

Serena^  diciembre  U3  de  1854, 
A  las  diez  i  diez  minutos  de  la  noche.-^La  menor  omisión  de 
mi  parte  en  adjuntar  a  la  autoridad  que  manda  en  la  plaza  de  la 
Serena,  la  comunicación  oficial  i  copia  del  tratado  celebrado  entre 
los  señores  Jenerales  don  Manuel  Búlnes  i  don  José  Maria  de  la 
Cruz,  pondría  eududa  el  vehemente  deseo  de  que  he  estado  siem- 


2S2  MCÜMENT09. 

preanímado  por  que  tennine  de  ana  muñera  paeffica  éna  goerra 
que  tantas  oaian^idades  ha  ooa<3ionádo  ai  pala. 

Por  ambos  docameotoa  se  maníOesta  el  interés  oías  positiva  de 
que  se  ponga  término  a  ana  goerra  fratricida,  i  oomo  per  él  ar- 
tículo l.o.del  coqvisnio  se  reeonoce  lá'autorídad  del  Exelentísioio 
señor  Presidente  don  Manuel  Hontt,  i  por  e)  2.<>  se  compron^ete 
el  señor  Jeneral  don  José  Haría  de  la  Cruz  a  dar  sus  órdenes  para 
hacer  cesar  las  hostilidades  cohtra  las  autoridades  establecidas, 
debo  prometerme  que  la  aatoridad  a  quien  me  dirijo  no  retardará 
sos  disposiciones  para  que  sea  .  reco^nocida  dentro  de  los  límites 
en  que  la  ejerceja  del  Gobierno  Nacional,  como  igualmente  para 
que  termine  una  lucha  que  reagrava  las  calamidades  públicas. 

Ai  adjuntar  los  documentos  de  que  he  hecho  mención,  debo 
aseguear  que  daré  por  mi  parte  al  mas  fi^l  cumplimiento  al  con- 
venio estipulado  entre  los  señores  JeneraleSi  i  que  soi  de  la  auto- 
ridad, a  quien  me  dirijo,  atento  servidor. 

Jikan  Vidaurre  Leal. 


DOCUIENTO  Nlil.  íh 

GOVTKSTACIOK   DEL    GOBBaiCADOR    DE  LA  PLAZA    A  LA  KOTA 
AUTBRIOR. 

Comandancia  jeneral  de  armas  de  la  plaza  de  la 

Serena,  diciembre  23  de  1851. 

Esta  comandancia  ha  recibido  a  las  123/1  de  este  día  la  nota 
oficial  que  con  fecha  de  ayer  10  i  10  minutos  de  la  noche  le  ha 
dirijido  el  jefe  de  las  fuerzas  sitiadoras,  adjuntándole  la  comuni- 
cación oficial  i  copia  del  tratado  concluido  por  los  señores  Jene- 
rales  don  José  María  de  la  Cruz  i  don  Manuel  Búlnes,  datado  en 
Longomilla  a  14  del  actual  i  ratificado  por  los  espresados  señores 
Jenerales  en  Santa  Rosa,  a  16  de  diciembre  del  mismo  mes. 

Apesar  del  vehemente  deseo  que  anima  al  infrascripto,  por  la 
feliz  terminación  de  una  guerra  fratricida  i  calamitosa,  no  puedo 


I)OCLM£NTOS«  2S3 

prescindir  de  hacer  presente,  qae  después  de  haber  examinado 
detenidamente  la  nota  oficial  i  tratado  arriba  mencionados,obser- 
Ta  l.<>  que  ambas  piezas  no  aparecen  competentemente  autori- 
zadas; 2.<»  que  no  consta  que  el  tratado  haya  obtenido  la  aproba- 
ción del  Gobierno  jeneral,  i  que  no  se  le  acompaña  la  circular 
que,  conforme  a  la  estipulación  3.*  de  dicho  tratado,  debióespe- 
dirse  por  el  espresado  señor  jeneral  Búlnes,  asi  como  el  decreto 
de  amnistía  consiguiente. 

Tales  observaciones^  unidas  al  ardiente  deseo  por  la  mas  pronta 
i  absoluta  pacincacion,  han  conducido  al  infrascripto  al  tempera- 
mento espedito  i  oportuno  de  proponer:  i.^  que  una  comisión  dé 
dos  individuos  pase  a  Valparaíso,  con  el  fin  i  objeto  de  adquirir 
los  precedentes  enuncíado's:  2.®  que  para  facilitar  e|  verificativo 
mas  pronto  i  eficaz,  el  viaje  de  la  indicada. comisión  se  haga  en  el 
\apor  (íCazadorTHf  i  vuelva  en  el  de  la  carrera,  o  erí  aquel  si  no 
alcanzan  este,  acordándose  previaipente  las  garantías  indispen* 
sables  de  los  comisionados  i  su  regreso:  3.^  que  durante  el  ti'emr 
po  necesario  par^  la  comisión  propuesta,  haya  suspensión  de 
armas,  con  las  circunstancias  propias  de  su  naturaleza.  Al  efecto, 
el  infrascripto  ha  comisionado  a  los  señores  don  Nicolás  M unizaga 
i  don  Antonio  Alfonso,  autorizados  completamente  para  acordar 
los  términos  en  que  haya  de  tener  lugar  la  suspensión  de  armas 
preindicada,  esperándose  que  la  comisión  conductora  será  trata- 
da con  las  consideraciones  que  le  son  debidas. 

El  infcascripto  espera  que  el  señor  Comandante  a  quien  sé  di- 
rije,  se  servirá  aceptar  los  términos  propuestos  i  las  considera 
cienes  de  su  atento  servidor. 

Justo  Arleaga. 
Al  jefe  de  Us  fuerzas  silUdorai. 

(Ikl  arohivo  del  UinUterio  del  InUrioti). 


S54  POCDMEMTOS. 

fiOCÜMBSTO  «Üi.  Í8. 

ÁBmSTICIO  CELEBRADO  EL  25  DE  DICIEMBRE. 

Ileaflidos  los  señores,  coronel,  jefe  del  Estado  Mayor  de  la  dítí-- 
sion  pacificadora  del  norte^  don  Victorino  Garrido^  nombrado  por 
el  sefior  comandante  de  la  misma^  i  el  señor  don  Antonio  Alfonso, 
comisionado  por  el  señor  comandante  Jeneral  de  Armas  de  la  plaaa 
de  la  Serena,  para  celebrar  un  armisticio  entre  las  foerzas  sitia- 
das i  sitiadoras  en  esta  ciúdadV  previo. el  nombramiento  de  los 
respectivos  secretarios,  han  coliveliido  en  Tos  artículos  siguientes: 

Art«  í*^  Las  fuerzas  sitiadas  i  sitiadoras  que  eiisten  en  está 
ciudad^  suspenderán  desde  hoi  todo  acto  de  hostilidad  hasta  el  27 
inclusive  del  presente  mes,  jnanteaiéndose  una  i  otra  fuerzas  en 
sus. respectivos  atrincheramientos  i  en  las  mismas  líneas  que  ac- 
tualmente ocupan. 

Art.  2.*  A  6n  de  qoe  puedan  recibir  los  sitiados  las  noticias 
i  datos  que  comunique  la  correspondencia  que  conduzca  el  Vapor, 
que  debe  tocar  en  Coquimbo  con  procedencia  de  Valparaíso  el  27 
del  corriente;  se  espedirán  por  la  comahdanciajeneraldelas  fuer* 
zas  sitiadoras  los  salvo-conductos  para  qoe  cuatro  o  seis  indivi- 
duos de  la  plaza  puedan  pasar  libremente  al  primer  puerto  i 
regresar  a  la  plaza,  sin  impedimento  alguno. 

Art.  3.*  Si  pasado  el  dia  27  prefijado,  hubieren  de  romperse 
las  hostilidades  (lo  que  Dios  no  permita),  lo  comunicarán  mutua- 
mente con  una  hora  de  anticipación,  ambos  jefes.  ' 

I  para  que  esta  capitulación  tenga  su  debido  cumplimiento» 
acordaron  los  jefes  que  la  han  celebrado,  estender  dos  de  un  tenor 
firmadas  por/ellos  i  sus  respectivos  secretarios.— •Serena,  diciem- 
bre 25  de  1851. — Yict(nino  Garrido.-^ J.  5.  Gundelaeh^  Secreta- 
rio de  la  División  Pacificadora.— Antonio  Al/bafo— GutHerma 
Escribar^  Secretario  de  la  comandancia  jeneral  de  armas  de  la 

plaza« 

CDel  archivo  del  Ministerio  del  Interior)  é 


W  LA  ÁDMINISTRAGieif  BONTf,  2S^ 


mmim  niím.  29. 

CIBCCLáUDBL  SBCTRBTARIO  J^BRAL  DBL    BJIÍBCITO  0Bt  8UD  ANVIf- 
€1AND0  hk  TlGtORIA  DB  LÓNGOMltLA. 

Chocoi,  dieieiabre  d  dtf  1851. 
Ayef  a  fas  siete  dé  íá  fAáiian«  se  ba  presentado  Bálnes  con  $n 
ejército  reforzado  con  un  batallón   de  infantería  qne  tn(}eron  de 
Talca.  Despuíes  de  an    cañoneo  como  de  ana  horai  el  enemigo 
desplegó  sa  ¡nfaiíteríd  en  batalla  i  la  acción  se  hizo  jeneral.  La 
batalla  ha  dorado  siete  horas  i  media  I  dorante  este    tiempo  el 
encarnizamiento   de  ambos  ejércitos  parecía  Inagotable.   Pero 
nuestra  infantería»  haciendo  esfderatos  heroicos,  paso  en  derrota  a 
BiMnesqne  ba  perdido  mas  de  la  mitad  del  ejército  qae  traía,  entre 
prisloneroSt  maertos  i  heridos.  En.su  huida  abandonaron  sos  he- 
ridos»  gran  parte  de  la  artillería,  mahicionea  i  armas  que  están 
en  nuestro  poder.  El  coronel  Garcia^  Peñailillo  i  Narciso   Guerre- 
ro han  muerto.  Escala,  Torres  Gasmori  i  machos  otros  han  que* 
dado  gravemente  heridos^  El  número  de  oficiales  muertos  i  heridos 
es  también  ,mui  considerable  de  su  partu.  J^l  jefe  supremo  siguió 
al  enemigo  hasta  sos  mismos  atrincheramientos,  pero  falténdole 
la  caballería  á  él  como  a  Béílnes,  que  se  hallaban  en    dispersión 
después  de  haberse  obstinadamente  atacado,  no  pudo  completarse 
la  victoria  haciéndolos  rendir  a  discreción.  El  número  de  muertos 
i  ahogados  en  el  Maule  alcántara  a  cuatrocientos,  i  con  heridos  i 
dispersos  la  pérdida  pasará  de  mil.  Lai  nuestra  ha  sido  considerable 
pero  alcanzará  a  un  tercio  déla  del  enemigo.  Búlnes  queda  atrin* 
eherado  en  el  cerro  de  BadiliSf  donde  pronto  será  desalojado.  Ya 
estará  satisfecho  de  los  horribles  males  que  ha  hecho  a  su  patria. 
Todos  estos  desastres,  obra  esclosiva  d^  so  ambición  i  de  la  corrup. 
clon  a  que  condujo  la  administración  pública»  probarán  a  la  Repú- 
blica el   hondo  abismo  en  que  la  sepultaban,  i  que  su  prosperidad 
i  gloria  como  también  su  libertad»   tenían  que  anularía  para  ele* 


%S6  t>OGUMEVT0S. 

var  tíranaclos  despreciables  sin  méritos  ni  servicios  de  ninguna 
naturaleza.  La  victoria  que  acabamos  de  obtener,  junto  con  el 
remordimiento  desús  iniquidades,  les  pintará  su  eterna  nulidad, 
pues  es  el  mayor  castigo  que  deben  recibir.  Esta  es  la  fiel  relación 
de  todo  lo  sucedido  que  comunico  a. los  amigos  de  nuestra  causa, 
para  que  vean  modo  de  trasmitir  este  glorioso  suceso  a  las  pro- 
vincias centrales  í  del  Koirte,  lo  que  levantará  el  espíritu  público 
i  preparará  en  ellos  el  trívrífo  de  la.  libertad. 

Djo8  guarde,  a  U«    « 

Pedro  Félix  Vicuña, 

.    ¡ ,  ,  ,    (De  2os  papeks  privados  del  coronel  ^  Arieaga). 


DOCmiENTO  NllH.  Í0. 


amTBSiAdoH  iNB  AQDSI4* 


'  Serena,  diciembre  25  de  I fóf. 

El  capitán  don  I.  Antonid  Bustaraanle,  que*  mande  «na  avan« 
záda  en  la^lfedé'San  Frantieco,  me  ha  comunicado,  por  eieon* 
docto 'del  'comaridáhte'del  batallón  Nám.  5  a  que  pertenece^  qoe 
el  que  se  tíiú]^  coméndanle  jeneral  de  la  plaza  de  rsta  ciudad 
ha  observado  la  conducta  insidiosa  dé  entregarle  en  propia  mena 
el  apócnfb  hlcancé  al  Boletín  nútñ.  21  ifue  adjunta. 

Tal  proceder  me  ha  cansado  une  Impresión  mas  prefdnda  i¡m 
lo  que  Méi  fácil  deisertblr,  pues  eoando  he  convenido  en  Ja  ma'* 
'nana  de  Kói  en  una  euspension  temporal  de  armas,  00  pade  ime- 
jinarme  que  se  echase  mano  de  las  vedadas  a.  la  buena  fé  i  a  le 
caballería  militiar/  mayormente  cuando  el  armisticio  en  que  es** 
tamos  es  con  el  objeto  de  rebañar  \m  sangre  i  de  eáclanNter  ver*- 
dades,  en  ve<  Óe  ofutcarles  eon  m^ánejos  qae  no  están  de  acuerdo 
con  el  honor  que  forma  el  principal  galardón-  de  íéfes  i  oficíeles. 

Abstenféndome  de  atíaliaar  mas  este  hecho  que  me  es  repng^ 


KOTA'DBL    COBONBL   TlDAUBRtS   AL  GOteRlfAnOE  DB  LA  PLAZA  RB-  | 

GOliVllflÍKDOLB  POR   CIBRTA6    VIOLA CIOKES  DBL  AJUBBTIGIO,  1 


ía  jmerál  ¿9  ki  dim9kn  paoilicadora  dá  nofie.  \ 


BOCIHENTOS.  257 

Dante  creer,  aun  hai  otro  en  que  no  Jebo  consentir,  pues  no 
habiendo  ocupado  las  fuerzas  de  la  plaza  la  parle  estertor  de  la 
casa  de  Edwards  que  dá  frente  a  San  Francisco,  se  ha  introduci- 
do boí  ihismü  la  novedad  de  colocar  allf  centinelas,  contra  lo  es- 
tipulado en  el  armisticio  que  previene  terminantemente  que  las 
fuerzas  sitiadas  i  sitiadoras  se  mantengan  en  sus  atrinchera- 
mientos i  en  las  mismas  Ifneas  que  ocupan. 

Este  infracción  de  lo  pactado  no  puedo  menos  de  exijir  que 
desde  luego  se  reparé,  esperando  del  señor*comandante  de  armas 
a  quien  me  dirijo,  revocará  sus  árdenos,  si  es  que  las  ha  dado,  o 
dispondrá  que  sea  subalternos  no  den  lugar  con  avanzes  de  tal 
naloraleta,  a  reclamaciones  que  pudieran  hacer  variarlas  buenas 
intencionea  de  que  ambos  debemos  estar  animados. 

Sol  iei  señor  comandante  jenefal  de  la  plaza  de  esta  ciudad 
atento  i  seguro  tenridor. 

.  Juan  Vidaurre  LeaL 

A  U  Mloifdad  ile  bacJio  que  mfMda  en  Ik  plaiá  de  esta  ciudad, 

CONTEStAClON. 
Omandancia  ¡enercU  de  armas  de  la  plaxa* 

Serena,  diciembre  26  de  4854. 

Grande  ha  sido  la  sorpresa  que  ha  esperimentado  el  que  sus- 
cribe, al  pasar  su  vista  por  la  nota  oficial  de  fecha  26  del  co* 
rriente,  que  er  señor  comandante  de  la  división  pacificadora  ie 
ha  servido  dirijirle,  pues  no  tan  solo  se  hace  notable  el  oso 
en  ella  de  tres  caUGcaciones  impropias  por  su  descomedimiento, 
sino  que,  a  no  ser  conocida  como  lo  es  la  cortesía  del  señor  co<* 
mandante  jeneral,  podría  creerse  que  han  sido  estudiadas  con  el 
fin  de  suscitar  un  encuentro  de  voces,  en  los  momentos  mismos 
en  que  acaban  de  proferirse  palabras  de  concordia,  que  tan  a 
tiempo  venían  a  mitigar  los  reeéerdoa  dolorosos  de  lo  pasado. 

Contrayéndose  -desde  Juego  el  que  auscribe  a  la  conocida  cor- 
tesía de  V.  S*  í  trayendo  a  consideración  el  tenor  del  mismo  tra- 
tado celebrado  con  fecha  de  ayer  entre  arabos,  no  ha  alcanzado 

33 


S58  DOCUMENTOS. 

a  comprender  como  es  qae  en  esta  ñola  posterior  se  le  deniega 
lo  que  se  le  concedió  con  tanta' franqueza  en  la  anterior,  qoerien- 
do  desmoronar  el  carácter  que  en  ella  investía,  haciéndolo  pre^ 
ceder  del  epíteto  «titulado»  sin  objeto  intencional»  sin  duda  habrá 
sido  que  V.  S.  habrá  permitido  semejante  desliz;  que  no  puede 
traer  otra  consecuencia  que  el  que  V.  S.  reconosca  el  error  en 
que  ha  incurrido. 

Otra  gravedad  de  mas  momento  envuelve  en  sí  la  calificación 
de  la  conducta  del  infrascripto  que  Y.  &  llama  /tiistdtosa/  Aua 
suponiendo  que  hubiera  sido  entregada  del  modo  que  se  preten-^ 
de,  la  copia  impresa  que  xircula  por  todas  partes,  como  que  és 
del  dominio  público,  ¿a  qué  vendría  un  dicho  tan  abultado,  cuan- 
do esa  copia  es  para  V*  S«  c(Miocidam«ite  napócrifk»? 

En  esta  plaza«  felizmente,  no  hai  uno  solo  de  sus  defensores 
que  sea  capaz  de  apelar  a  medios  tan  rastreros  i  que  desdicen 
de  los  sentimientos  de  honor  i  lealtad,  que  son  los  únicos  que  se 
asilan  en  el  pecho  del  soldado  caballero.  Despójese  el  oficial  que 
ha  llevado  a  V.  S.  el  vapócrifo»  aquel  tan  insidioso  que  ha  mo- 
tivado su  exaltación,  de  es»  pequeño. cominillo  de  vanidad  que 
le  ha  pasado  por  el  cerebro,  i  <liga  bajo  su  palabra  de  honor 
si  le  ha  sido  remitido  en  propia  mano,  por  la  mano  propia  del 
que  suscribe;  i  si  es  verdad  que  el  mismo  ha  sido  el  que  le  ha 
empeñado  con  instancia  a'  que  se  le  diese,  a  pesar  de  la  nega- 
tiva del  infrascripto  en  acceder  a  su  solicitud,  sino  por  temor 
dé  que  se  comprometiera;  i  resuelto  finalmente  que  él  por  su  bo- 
ca contestó  a  esta  observación:  «que  nadie  le  hará  la  ofensa  de 
creer  que  la  existencia  de  dicho  papel  en  su-  poder  era  para  él 
un  compromiso  respecto  de  su  deber  i  fídelidad». 

En  esto  de  papeles  impresos  ha  sido  tal  la  indiferencia  i  poco 
crédito  con  que  en  esta  plaza  sejes  ha  mirado,  que  aun  en  los 
momentos  de  mas  efervescencia  i  entusiasmo  de  la  demanda  que 
se  sostiene,  se  les  ha  dado  entrada  perfectamente  abierta  por  las 
trincheras,  en  las  que  han  caído  como  gíranízo. 

Confiese  V.  S«  con  el  que  suscribe  que  no  ha  sido  insidiosa 
su  conducta,  ni  ha  podido  serio,  por  mas  que  se  intente  apurar 


OOCtlMKNTOS.  259 

los  iinpotenles  recursos  de  ana  dialéctica  pobre  i  mezquina.  Insi- 
diosa tampoco  poedé  llamarse  la  conducta  del  que,  por  respeto  al 
convenio  celebrado*  ha  tenido  la  lealtad  de  despedir  otra  vez  de 
sus  "trincheras  varios  individuos  pertenecientes  al  ejército  de 
V.  S.,  los  que  de  su  espontánea  voluntad  se  habían  pasado  a  esta 
bandera,  sin  que  todavía  se  hubiese  celebrado  el  convel^io  del 
25  dél  corriente,  fin  cuanto  a  la  carta  apócrifa  inserta  en  el  al- 
cance al  Bohtin  Núm.  fil,  facilísimo  será  convencer  a  V.  S.  de  lo 
contrario,  poniendo  a  so  disposición  el  m^smo  auténtico  oríjinal 
i  otrtfs  eartBS  igualmente  respetables,  que  guardan  una  perfecta 
coincid^encia  con  los  hechos  en  aquel  referidos. 

Contrayéndose  eil  conclusión  el  infrascripto  a  los  dos  úitimoa 
párrafos  déla  apreeiahje  nota  de  V.  S.,  tiene  et  desagrado  de  aOr- 
marle  -que  ni  en  una  pulgada  de  terreno  ha  sido  alterada  la  lí- 
nea de  sus  posiciones)  ¡  que  es  tan  positivo  esto  que  en  el-  mis- 
mo punto  donde  hace  ver  V.  S.  con  una  con6anza  estrema*  ha 
tenido  lugar  la  innovación  de  terreno  de  que  se  queja,  han  iido 
muertos,  hace  cuatro  dias,  dos  centinelas  de  esta  parte,  por  ios 
soldados  de  V*  9.  escondidos  tras  de  las  paredes  agujereadas  de 
la  casa  de  enfrente.  Si  Y.  S.  tiene  por  suyo  ese  punto  tan  he- 
roicamente disputado  i  conservado  hasta  la  fecha,  no  hai  razón 
para  que  no  declare  también  por  suyas  todas  estas  posiciones, 
trincheras,  t  fortiObáciones  de  la  plaza,  i  hasta  por  vencidos 
los  pechos  impertérritos  de  los  que  los  han  defendido. 

Conveníase  ¥«  S.,  señor  comandante  j  enera  I,  que  también  son 
chilenos  i  de  lo  sublime  los  hombres  valientes  que  defienden  una 
causa  contraría  a  la  de  V.  8.  i  que  sí  le  es  permitido  a  V¿  S. 
tenerlos  por  equivocados  en  el  principio  que  sostienen,  no  tiene 
derecho  para  negarles  las  nobles  dotes  que  a  V.  S.  le  conceden 
con  usura;  la  lealtad  en  sus  procedimientos  i  el  honor  por  uni- 
versales normas  de  todas  sus  acciones. 

Tiene  la  honra  el  que  suscribe  de  repetirse  del  señor  coman- 
dante jeueral  de  la  división  pacificadora  del  norte,  el  muí  atento 
servidor. 

Justo  ArUaga. 
(Dt  los  papeles  privados  del  coronel  Arieaga). 


260  BOCUMEKTOS. 


BOGUHKNTO  Rh.  31. 


90TA  DBt:GOBBRNAI)OR  DB  LA    PLAZA    SOLICITAKPO  LA  SBDIACION 
DEL  COVANDAIITB  DBL  BERGANTÍN  FRANGES    «L^   BNTREÍBBNANT. 

C<K)ian4aDCla  JQQoral  de  ArfD49. 

Serenai  diciembre  S7  de  4851. 

El  ¡iffrascripto  gobernador  tiene  la  hofira  de  dirijirae  al  señor 
Comandaute  del  bergaotin  de  guerra  ftanc^s  Entrepre^anlt  coa 
motivo  de  tos  últimas  notician  qae  le  haa  sido  eomunicadas  por 
la  comandancia  jeneral  de  la  foerza  sitiadora  de  esta  plaza :  es  a 
saber^que  a  consecuencia  de  un  completo;  triunfo,  obtenido  el 
8  dd  presente  sobrfe  el  ejército  del  aeSor  jeneral  Cruz,  el  14  se 
oelebl'6  el  coaveoio  que  ban  publicado  los  periódicoa  i  debe  estar 
en  conocimíenta  del  señor  Comandante  a  quien  se  dirije.  En  este 
documento  nada  se  ha  estipulado,  en  particular,  que  favoresca  a 
los  teroicos  defensores  de  esta .  piaui  que  jeneralmente  dudan 
de  la  veracidad  de  las  noti<)iafi4  ya  por  no  haber  sido  trasmitidas 
por  el  se&or  Comandante,  o  bien  por  do  hacerse  espresa  meacion 
de  ellos  00  el  coBvenio  antedicho. 

En  talcircnnstancia,  el  abajo  Armado  cree  llenar  uno  desús 
principales  deberes  en  favor  del  pueblo  que  preside,  anunciando 
al  señor  Comandante  que  la  mediación  í  garantí*  do  su  gobierno 
que  se  sirvió  ofrecer  para  el  caso  de  una  capitulación,  inspira 
Qonfianza  I  tranquilidad  a  estos  habitantes^  que  creen  que  por 
el  vapor  que  debe  llegar  en  este  dia  serán  confirmadas  dichas  no« 
ticias  i  tendrá  por  consiguiente  logar  el  arreglo  que  debe  poner 
término  i^  laa  desgracias  que  han  aBíjido  a  esta  población. 

Con  este  motivo»  el  que  .suscribe  tiene  el  honor  de  reiterar  al 
señor  Comandante  del  bergantín  de  guerra  francés  ffilrtprenane, 
las  consideraciones  de  su  alto  aprecio  i  respeto. 

Ju$io  Arteaga. 
Al  señor  Comuidiuie  del  Borgamin  de  guerra  flraoooi  Bnlreprexiaiit. 

{De  los  papeles  privados  del  coronel  Atleaga.) 


DOCUMENTOS.  261 


DOCUMENTO  NIJH.  32. 

NOTA  DBtt  COROIIBL   YIDADRBB   INTIMANDO  FBBBNTORIAKBNTE  LA 
.     BBNDICION  DB  LA  PLAZA. 

Comandaocia  Jeneral  de  Is  difisloá  pacificadora. 

Sereoa,  diciembre  2a  de  185K 
,  Por  mas  interés  qae  ha  desplegado  el  gobierno  i  por  mas  celo 
que  han  tenido  sus  ajenies  para  evitar  uña  gaerra  fratricida,  i 
por  mas  medios  que  se  empleen  por  unos!  por  otros  para  térmi- 
liarla^  i  restituir  a  los  pueblos  la  paz  que  comenzó  a  turbarse  en 
el  de  la  Serena  jel  7  del  pasado  setiembre,  es  doloroso  confesar 
que  si  para  la  revelación  no  se  omitieron  medidas  por  reproba- 
daff  que  fuesen,  tampoco  faltan  ahora  protestos  para  prolongar  las 
calamidades  de  esta  población,  como  si  no  fuesen  bastantes  a  sa- 
ciar las  pasiones  de  los  que  las  promovieron  las  que  ha  sufrido 
desde  aquel  dia  de  infausta  memoria  i  eterna  reprobación.  Ter-* 
minada  la  campaiía  del  sur,  i  aGanzado  el  órdeñ  legal  en  toda  la 
República»  era  de  esperarse  que  el  comandante  jeneral  de  esta 
plaza  i  sus  subordinados  la  pusiesen  a  disposición  del  Supremo 
Gobierno;  mas  está  viito  que  ni  la  completa  derrota  del  ejército 
del  jeneral  Cruz,  de  que  pendiaa  sus  esperanzas,  ni  las  promesas 
que  tenian  hechas  de  deponer  las  armas  en  el  caso  de  que  aquel 
ejército  fuese  vencido,  son  motivos  suficientes  para  cumplir  con 
los  deberes  que  imponen  el  patriotismo  i  la,  humanidad.  La  nota 
que  me  pasó  esa  autoridad  con  fecha  24  del  corriente  en  contes- 
tación a  la  mia  del  dia  anterior,,  haciendo  observaciones  a  los 
documentos  que  a  ella  adjunto,  no  pudo  menos  de  sujerírroe  las 
ideas  que  acabo  de  emitir,,  siéndome  sensible  que  intenten  oscu- 
recerse las  mas  claras  verdades  i  suplir  la  ialta  de  razones  con 
subterfujios  bien  ajenos  del  grave  e  importante  objeto  de  que 
debiéramos  ocuparnos.  Se  espone  en  la  cKada  nota  que  la  del  se* 
ñor  jeneral  Cruz  i  copias  del  tratado  que  le  incluí  no  aparecen 


S62  DOCUMENTOS. 

competentemente  aotorízadas,  sin  espresar  los  requisitos  que 
faltan  a  la  autorización,  siendo  evidente  que  la  primera  contiene 
la  firma  í  rúbrica  del  espresado  jeneral  ¡  la  copia  del  tratado 
está  rubricada  por  el  mismo  i  firmada  por  don  Pedro  Félix  Vi- 
cuña, como  su  secretario.  También  se  agrega  que  no  consta  qne 
el  tratado  haya  obtenido  la  aprobación  del  gobierno  jeneral,  como 
si  en  el  mismo  tratado  se  hiciese  mención  de  elU^  o  fuese  necesar 
ría  para  que  al  mismo  gobierno  se  te  sometan  las  fuerzas  disiden- 
tes de  esta  plaza  que  en  reiterados  actos  públicos  i  oficiales  reco- 
nocian  por  jefe  Superior  al  señor  jeneral  don  José  Maria  de  la 
Cruz,  que  ha  dado  el  ejemplo  de  poner  a  disposición  de  la  su- 
prema autoridad  las  que  tenía  bajo  su  inmediato  mando.  No  ha 
lugar  a  que  se  eche  de  menos  la  circunstancia  de  no  haberse 
acompañado  la  circular  del  señor  jeneral  en  jefe  don  Manuel  Bul- 
nes  a  quealude  el  art.  3.*  del  tratado,  pues  teniendo  por  objeto 
prevenir  a  las  autoridades  que  no  molesten  a  los  individuos  que 
hayan  tomado  parle  en  la  revolución,  i  que  se  les  presenten  dis- 
puestos a  prestarles  obediencia,  podrá  inferir  el  jefe  a  quien  doi 
esta  contestación  si  estaba  en  el  caso  de  darla  cumplimiento  o  de 
obtener  él  i  sus  sobordinados  las  consideraciones  que  en  ella  se 
recomiendan.  Tampoco  debe  de  echarse  de  jnénos  la  amnistía^ 
pues  siendo  obra  de  una  leí  i  no  de  un  decreto,  como  se  diceeñ 
la  citada  nota,  leí  que  debe  tener  su  oríjen  en  el  Senado,  i  que  el 
señor  jeneral  Búlnes  ofrece  recabar  del  gobiernoj  en  la  intelijen* 
cia  de  que  tendrá  lugar  la  pronta  i  jeneral  pacificación  de  la  Be- 
pública,  deducirá  el  espresado  jefe  si  en  su  situación,  tanto  él 
como  los  que  le  obedecen,  se  ocupan  en  la  pacificación  del  pais  o 
en  mantenerse  disidentes.  En  cuanto  a  celebrar  el  armisticio  que 
se  me  propuso,  he  accedido  moi  gustoso  como  he  accedido  siempre 
a  todo  lo  que  contribuya  a  evitar  ios  males  que  aflijen  a  esta  po- 
blación, i  si  no  convine  en  que  se  embarcase  en  el  adazador  »  la 
comisión  que  se  indicó  para  adquirir  los  precedentes  de  que  se 
suponía  carecer,  fué  porque  dando  lugar  al  término  por  que  aquel 
se  celebró  para  salir  de  las  dudas  que  se  afectaban  adquiriendo 


DOCUMENTOS.     *  263 

los  datos  necesarios  por  el  vapor  BoKvia  qne  llegó  ayer  al  paerto« 
no  debía  consentir  en  qoe  se  emplease  el  Cazador  para  satisfacer 
desconGanzas  infundadas  qne  cedian  en  desdoro  délas  autorida- 
des eontra  quienes  se  suscitaban.  Mas  esta  prevención  ha  vuelto 
a  renovarse  cuando  menos  lo  esperaba*  He  convenido  en  su 
obsequio  que  pasasen  ayer  desde  la  (Maza  al  indicado  puerto  los 
seis  individuos,  p^ra  quienes  me  pidió  pasaportes  el  comandante 
de  ella  i  se  me  ha  asegurado  que  estaban  plenamente  con- 
Tebcidos  de  los  hechos  que  antes  hablan  puesto  en  duda.  En  su 
consecuencia,  hemos  procedido  por  nuestra  parte  al  nombramiento 
de  una  comisión  para  que  de  acuerdo  con  otra  que  se  nombrase 
por  los  sitiados,  se  estendfesen  las  bases  de  un  convenio  que  pu- 
siese término  al  presente  estado- de  cosas.  Apesar  de  estas  consi- 
doFaciones^  repito^  se  Insiste  siempre  en  que  pase  una  comisión 
autoriaada  para  tratar  con  el  Supremo,  Gobierno,  haciendo  esten- 
8ÍTa  su  misión  hasta  las  provincias  de)  sud,  sin  designar  el  objeto 
i  sil»  que  sea  fácil  atinarlo^  A  esta  proposición  se  antepuso  que  la 
plaza  no  se  entregaría,  i  se  exijió  que  los  comisionados  fuesen 
garantidos  por  el  señor  Comandante  del  bergantin  de  guerra  fran« 
ees  Bntrepírenant^  a  lo  cual  contestó  en  los  términos  que  debía  el 
jefe  de)  Estado  Mayor  de  esta  división.  Yo  debo  agregar  por  mi 
parte  que  jamas  consentiré  en  que  salga  comisión  alguna  de  lat 
plaza,  porque  serfa  escandaloso  qne  recorriese»  la  nación  i  la 
hollasen  con  su  planta  lo  que  han  eneendido  i  atizan  la  guerra 
civil  en  esta  provincia,  no  siendo  menos  escandaloso  que  aspiren 
a  presentarse  ante  la  primera  autoridad  de  la  República,  sin  haber 
borrado  el  sello  de  rebelión  qne  llevan  en  su  frente  i  arrojado  el  vi« 
rus  revolucionario  que  aun  fomentan  en  su  corazón.  Si  la  comisión 
que  ahora  pretende  mandarse  se  hubiese  nombrado  cuando  estalló 
la  revolución,'  bien,  (uese  co»  el  fin  de  estingu  ir  o  moderar  sus 
efectos,  la  raedIJa  habría  sido  racional,  mas^  cuando  el  triunfo  de 
las  leyes  es  un  h\Bcho  consumado  en  toda  la  República,  con  es- 
cepcion  de  esa  plaza  que  todavia  permanece  en  su  obcecación, 
prolongando  los  desastres  i  calamidades    públicas,   cuando  las 


264  DOCIMENTOS. 

funestas  consecuencias  de  i^ste  malestar  pueden  esctis^rse  con  la 
presencia  de  una  parte  de  ese  ejército  que  ha  restaurado  el  ¡nipe« 
rio  de  la  constitución  en  los  campos  de  Longomíila ;  ¿qqe  (rutos 
pueden  prometerse  los  insurrectos  de  la  Serena  resistiendo  ano 
con  frivolos  pretestos  el  reconocimiento  que  se  merece  a  una  au- 
toridad constituida  por  el  espontáneo  i  libre  voto  de  los  pueblos? 
Sí  los  promotores  de  esa  rebelión  tienen  conciencia  4e  la  realidad 
de  los  últimps  sucesos  ¿cofi  que  título  i  con  que  fundamenta 
mantienen  por  mas  tiempo  en  el  error  a  es^  pofcion  desgraelada 
de  incautos  a  quienes  se  ha  arrastrado  al  furor  i  a  I9  devastación 
que  enj^ndran  las  contiendan  civiles?  ¿Np  bastan  4o4avia  te 
sangre  derramada*  los  restos  humanos  insepultos  eu  las  calles, 
el  dolor  i  el  llanto  de  les  deudos  i  amigos,  las  casas  i  los  templos 
arruinados*  la  paralización  i  aniquilamiento  ^e  la  iqdostrMí»  la 
pérdida  del  crédito  nacional,  i  la  escandalosa  relegación  de  lodos 
los  vínculos  sociales  qqe  ban  precipitado  a  Chile  m  el  hondo 
abismo  do  h^  desgraqias  para  saciar.  U  deteitablo  vanidad  ioul* 
pable  ambicio!)  de  los  que  invocando  falsos  principios  han  lace- 
rado el  corazón  de  la  .patria  t  Pero  prescindiendo  de  la  eaome* 
ración  de  otros  hechos  no  menos  horribles  í  de  declamacionesi 
contrayéndonos  meramente  a  que  se  sostituya  la  verdad  a)  error, 
i  la  justicia  al  crimen,  terminaré  esta  ooo>uni(&cioa  exortando  a 
la  autoridad  do  hecho  de  la  flaza  a  que  se  apresure  a  reponer 
en  ella  el  érden  legal,  poniéndola  a  disposición  de  fio  gobierno 
que  por  sus  reconocidos  principios  de  lenidad,  funda  su  verdades 
ro  ínteres  en  reparar  los  males  antes  que  pasar  por  el  sentimiento 
da  tener  que  castigariof.  Aceptar  o  negar  esta  proposiciones  el 
lérmíno  que  sobre  el  particular  debe  tener  esta  correspondeoeia, 
i  si  a  las  tres  de  esta  tarda  no  están  acordadas  las  bases  i  forma-r 
lidades  con  que  deba  hacerse  la  eotrega  de  la  plaz«,  quedan  rotas 
las  hostilidades.  Me  suscribo  de  la  autoridad  su  seguro  servidor. 

Juan  Vidaurr§LeaL 
A  la  tutor¡<|«)  de  hecho  qoenaada  an  la  plua  do  1«  Serena. 

{D$l  arphivo  del  JIfintsíario  M  Interior)* 


DOCUMENTOS.  ^6!^ 


DOCUMENTO  Él  33. 


N0T4  DBL  GOBBENADOR  HUNIZAGA  EN  QÜB  ANUNCIA  BSTAK  DISPUES- 
TO A  CAPITULAB. 

Comandancia  jeherál  de  armas  de  la  plaza  de  la  Serena. 

Serena,  a  las  dos  de  la  tarde,  diciembre  38  de  4  851  • 
Estoi  dispuesto  a  entregar  la  plaza  de  m¡  mando,  pero  el  tiempo  * 
qqe  V.  S.  señala  para  ^llo  en  la  nota  qne  ^cabo  de  recibir,  es  su-» 
mámente  angustiado,  i  a  Gn  de  establecer  l^.s  bases  i  formalidades 
con  que  deba  hacerse  la-entrega,  necesito  hasta  las'dos  de  la  tarde 
del  dia  de  mañana.  Si  V.S.  acepta  la  (Jilacion.propae^tai  deberáa 
continuar  suspenso^  los  fuegos.  Dios  guarde  a  V.  S. 

Nicotai  Munizaga. 
Seftor  comandante  de  la  diriaion  pacificadora  del  norte. 

[Árchdvo  del  Mfinisterio  del  Interior). 


DOCUMENTO  Nlllf.  34. 

NOTA  BEL  COEONEL  YlbAUREB   FIJANDO  UN  NUEVO  TÍEOINO  A  LA 
CAPITC&ACION  DE  LA  PLAZA. 

Oínumdan^ia  /enerai  dé  la  división  pacifca4ora  del  norte* 

Serena,  dicienibre  28  de  4854 

^  En  mi  comunicación  fecha  de  hol  señalo  las  tres  de  la  tarde 
para  que  quedasen  acordadas  las  bases  i  formalidades  con  que 
debe  hacerse  la  entrega  de  esa  plaza,  previniendo  ademas  que  de 
lo  contrarío,  quedarían  rotas  las  hostilidades.  Por  la  nota  de1a 
misma  fecha  que  en  contestación  me  ha  pasado  el  señor  edman* 
dante  jeneral  de  la  misma  plaza  se  pide  que  para  acordaftTas  bal- 
sas relativas  a  la  entrega  de  ella  se  prorrogue  el  plazo  hasta  las 
dos  de  la  tarde  del  dia  de  maftanai  i  no  pudíendo  aceoder  a  asta 
demanda  sin  comprometer  mi  deber,  alargo  el  plazo  hasta  las  diez 

34 


S66  BOCCMENTOS. 

de  esta  noche,  hora  en  qae  habla  determinado  saliese  el  Ta* 
por  Cazador  para  Valparaíso.  En  cnanto  a  la  raptara  de  las  hos- 
tilidades, quedará  suspensa  h^sta  las  diez  del  dia  de  mañana  si 
conviene  en  ello  í  me  lo  manifiesta  la  autoridad  a  quien  contesto. 
Yo  la  rogarla  que  consagrase  los  momentos  eñ  provecho  público 
i  por  consiguiente,  en  el  particular  de  los  que  están  bajo  su  de- 
pendencia i  tágibíen  la  demostraría  sin  fuerza  por  el  mayor 
tiempo  que  tendría  que  emplear  en  concluir  esta  nota,  los  nuevos 
i  graves  infortunios  que  por  omisión  han  de  sobrevenir  induda- 
blemente a  la  desolada  Serena.  Me  suscribo  de  la  autoridad  « 
quien  me  dirijo,  segúto  servidor. 

Juan  Yidautre-LeaL 
A  la  autoridad  de  hechb  iiáe  manda  la  plaza  de  la  Serena. 

{Del  archivo  del  Ministerio  del  Interior). 


DOGIIENTO  m  3S. 


HOTA  ÜBL  GOBBEHADOR  HOlTIZAGA  BU  QÜB  PIDB  8B  AMPLIÉ  BL  TER- 
MINO PARA  ESTBNDBR  JLA  CAPÍTOL  ACIÓN,  1  CONTESTACIÓN  DE 
TIDAÜBRB. 

Comandancia  jef^e^al  de  armas  de  la  plaxa  de  la  Serena. 

Serena,  diciembre  38  de  1851, 

Son  las  ocho  de  la  noche  i  se  están  arreglando  actualmente  las 
bases  i  forinaiidades  con  qoe.  debe,  hacerse  la  entrega  de  la  plaza 
de  mi  mando.  A  las  ocho  del  día  de  mañana  serán  presentadas 
.a  V.  S.  i  antes  de  este  tiempo,  no  puedo  hacerlo,  sin  compróme* 
|er  gravemente  los  intereses  que  me  han  sido  confiados.  Es  cuan- 
to tengo  el  honor  >de  decir  a  V.  S.  en  contestación  a  la  última 
nota  que  se  me  ha  pasado  a  las  seis  de  la  .tarde  de  este  dia.  Dios 
£uarde  a  V.  S. 

Nicolai  ¡íufiizaga. 
Bottor  covandtDte  leneral  de  l«  jUvíslon  pnciflcadora,    . 


DOCIJMlNfOS.  I     267 

CONTESTACIÓN. 

Cfímamátmiia  jenmil  de  la  dimion  pacificadofa  del  norie. 

Serena,  diciembre  S8  de  l8Sff . 

Contra  m¡  propósito  i  retardando  el  cumptímiento  dé  mis  d6<- 
beres,  agoardo  hasta  las  ocho  del  día  de  mañaha'  las  bases  qud 
me  dice  el  señor  comandante  jéneral  de  la  plaza  se  están  arreglan* 
do  para  efectuar  la  entregue  de  ella;  bajo  el  supuesto  de  quesíri 
compronTeter  graremente  mí  responsabilidad,  no  podré  y^  dar  una 
hora  mas  de  plazo.  .       ► 

Para  con?enir  en  el  que  por  esta  nota  queda  Gjado,  tengo  mui 
presente  lo  que  me  dice  el  señor  comandante  jenerál  ed  la  suya 
que  contesto,  que  sin  mayor  tiempo,  comprometerá  gravemente 
ios  intereses  que  le  han  sido  confiados.  No  pudiendo  estos  inte- 
reses sino  ser  comunes  para  los  hijos  de  una  misma  patria,  debo 
^sperar  que  empleará  todos  sus  esfuerzos  para  qué  Sus  subordi- 
nados, prevalidos  de  circunstancias  especiales,  no  cometan  dentro 
ni  fuera  de  la  plaza  los  desmanes,  a  que  darían  lugW  las  sujés- 
liones  u  otros  medios  de  que  pudieran  echar  mano  los^quehaa 
abrazado  la  revolución  solamente  por  miras  personales. 

Dejo  contestada  la  referida  nota^  suscribiéndome  del  señot  co- 

m  sondante  jeneral  su  Atento  i  seguro  servidor. 

Juan  Vidaurre  LeaL 
A  la  autoridad  de  hecho  que  manda  en  la  plaza  dfe  la  Serena 

{Del  archivo  del  Ministerio  del  Interior)^ 


DOCUMENTO  ÍN.  36. 


NOTA  DBL  GOBERNADOR  HDNIZAGA  ACREDITAICDO  A  DON  TOMAS  KBN* 
TEÑO  COMO   PLENIPOTENCIARIO  PARA   AJCSTAR  LA  CAPITULACIÓN. 

Comandancia  jeneral  de  armas  de  la  plaza  de  la 

Serena,  diciembre  29  de  4851. 
Me  es  bastante   satisfactorio  poner  en  su  conocimiento  que  con 
esta  fecha  be  nombrado  a  don  Tomas  Zenteno  para  que  vaya 


268  DOCUMENTOS. 

cerca  de  la  persona  de  ü.  S.  con  el  objeto  de  ajastar  las  bases 
de  ana  capitalacion  para  la  entrega  de  la  plaza  de  mi  mando. 

Al  poner  a  la  disposición  de  U.S.,  por  medio  de  an  arreglo^  las 
fuerzas  que  me  obedecen  dentro  de  esta  plaza  i  en  algunos  pan- 
tos de  esta  provincia,  lo  bago  convencido  de  lo  inútil  qae  es  ya  la 
resistencia,  i  por  el  deseo  que  también  me  ani^a,  así  a  mí  como 
a  eate  beroico  pueblo,  de  terminar  de  una  vez  la  sangrienta  lucha 
en  que  se  ha  empeñado  la  República. 

La  terrible  lección  que  acabamos  de  recibir,  hará  en  adelante 
mas  preciosa  la  paz,  esa  paz,  que  a  la  sombra  de  sabias  tnstita- 
tíones,  d)ir&  en  breve  tiempo  el  bello  porvenir  de  nuestra  patria, 
i  borrar^  para  siempre  la  honda  huella  que  la  actual  revolución 
babrá  podido  dejar  entre  nosotros. 

Me  anima  la  esperanza  de  que  penetrado  ü.  S.  de  fa  importante 
i  delicada  misjon  de  pacificar  esta  provincia,  serán  tratadas  en  la 
capitulación  que  haya  de  hacerse  las  personas  comprometidas  en 
la  revolución  de  Setiembre,  no  con  el  sello  humillante  del  vencí- 
do,  sino  con  lá  noble  hidalguía  que  justanyente  merece  el  valor 
i  el  heroísmo. 

Quiera  Ú.  S.  aceptar  las  consideraciones  de  mi  aprecio  i  res- 
peto.       I 

])ios  guarde  a  D.  S. 
\  Nieoloi  MumÍMa§m. 

AlséfiorGomtndaBlaJeiiertl  de  la  Pifisioii  pa«iftcadort  del  Iforie. 


DOCUMENTO  NÜI.  37. 


DrSTRUCCIOirBS  DADAS  AL  COMIS109AD0   ZBIfTBNO  PARA  LA  CAPITU- 
LACIÓN DB  LA  PLAZA. 

El  señor  doa  Nicolás  Honiíaga  gobernador  militar  de  la  plaza 
sitiada  de  la  Serena,  penetrado  a  vista  de  la  transacoíoa  celebrada 
en  Longcmijlla  el  14  del  presente  entre  los  señores  Jenerales  don 
JoséHariade  k  Croz  I  don  Manuel  BúJnes,  da  la  ínatílidad  en 
contiaoar  reslstieado  por  mas  tiempo  al  Gobierno  cpástitaído  de 


DOCUMENTOS.  269 

la  nación  i  deseoso  de  terminar  cnanto  antes  la  desastrosa  locha 
que  ha  ensangrentado  a  la  provincia  de  Coquimbo,  ha  nombrado 
con  el  carácter  de  parlamentario  a  don  Tomas  Zenteno  cerca  del 
señor  coronel  don  Jaan  Vidaorre  Leal»  comandante  jeneral  déla 
división  pacificadora  del  Norte/ para  qne  arregle  las  bases  de  nna 
capitulación,  bajo  la  cual  deberá  entregarse  la  plaza  sitiada.  El 
señor  coronel  don  Joan  Vidaurre  Leal,  comandante  jeneral  de  la 
división  pacificadora  del  Norte,  poseído  de  iguales  sentimieiUos 
i  reconociendo  asimismo  las  glorias  obtenidas  por  la  gnarnicioil 
de  la  plaza  con  la  heroica  defensa  qne  ahora  ha  hecho,  Jia  nom- 
brado también  por  so  parte  a  don  N.  N.  para  ajastar  las  bases  de 
la  mencionada  capitulación  i  ambos  nombrados  han  convenido 
en  tos  artículos  siguientes: 

Art.  l.<»  El  jefe  de  la  plaza  sitiada,  por  sí  i  a  nombre  de  los  indi-» 
vidaos  qne  están  bajo  su  orden,  reconoce  la  autoridad  del  señor 
Presidente  de  la  República  don  Manuel  Montt,  I  dicho  jefe  espera 
de  Su  Exelencia  el  que  atenderá  cuanto  fuere  posible  a  aliviar  los 
males,  c»n  que  a  consecuencia  de  la  guerra»  han  quedado  Infinitos 
desgraciados  en  esta  provincia. 

Art.  %^  El  jefe  de  la  plaza  Impartirá  inmediatamente  las  ór- 
denes necesarias  para  que  presten  obediencia  al  Supremo  Gobier- 
no las  partidas  de  fuerza  que  existen  en  varios  puntos  de  la  pro- 
vincia, armadas  conira  las  autoridades  constituidas.  '^ 

Art.  3.^  No  debe  hacerse  cargo  alguno  por  los  gastos  hechos 
de  la  revolución  de  setiem,bre  hasta  la  fecha. 

Art.  4.®  Ningún  individuo  podrá  ser  perseguido  por  ninguna 
autoridad  de  la  República,  sea  cual  fuere  la  parte  que  haya  toma- 
do en  las  revueltas  políticas  que  ajitan  a  la  provincia  desde  el  7 
de  setiembre  último,  i  cesarán  desde  luego  las  persecuciones  que 
hayan  principiado  antes  de  la  fecha  del  presente  arreglo. 

Art.  5.<*  A  los  empleados  públicos,  tanto  civiles  i  militares  como 
eclesiásticos,  qne  hubieren  tomado  parte  en  la  revolución  del  7 
de  setiembre,  ya  mencionado,  se  les  isonservará  en  el  goce  í  pose* 
eion  de  los  empleos  que  tenian  antes  de  esa  fecha. 


370  DOCUMENTOS. 

Art.  6.^  A  ios  oñciales  i  tropa  de  la  guarnición  sitiada,  se  Íes 
abonarán  los  sueldos  qa«  se  les  adeudeoí  a  contar  desde  el  7  de 
setiembre  hasta  el  día  de  la  entrega  de  la  plaza. 

Art,  7.0  Tres  horas  antes  qne  la  división  sitiadora  entre  a  la 
plaza,  se  presentará  a  tomar  posesión  4e  ésta  el  Estado  Mayor  de 
dicha  división. 

Artb.8.®  AI  tomar  posesión  de  la  plaza»  se  hallarán  las  armas 
de  la  gnarnicion  sitiada  formando  pabellones  i  colgando  las  fomi- 
Jaras  de  ellas  i  los  individuos  de  la  tropa  quedarán  desde  este 
inoment9  en  libertad  de  retirarse  a  sos  casas. 
.  •  Art.  9.<>  Esta  capitulación  será  garantida,  a  nombre  del  Gobier- 
no francés,  por  ^ensieur  Fierre  Pouget,  capitán  de  Fragata,  Co^ 
mandante  del  Bergantin  de  guerra  francés,  V  £»lr^enaAl,  a 
cuyo  efecto  la  firmará  dicho  ^eñor  como  asi  mismo  Mousiear 
Alfred  £lie  Lefebre  vice-cónsnl  de  la  República  indicada* 

Art.  lO.o  Una  hora  después  de  firmado  el  presente  convenio, 
será  ratificado  i  canjeado  por  los  jefes  respectivos. 

( De  ¿05  papeles  privados  del  coronel  Árteaga). 


DOCUIENTO  NÜI.  38. 


CARTAS  D£  DOlV  NICOLÁS  MCNIZAGA  AL  COHSDL  DE  FBAlfCIA  I  AL 
CONDB  POUGBT»  ESCRITAS  EN  ABRIL  DB  1832  60BRB  LA  iNTBRVBlf- 
CION  FRAlfCBSA  BN  LOS  TRATAUOS  DE  LA  SERENA 

Señor  Cónsul  Jeneral  de  la  República  Francesa. 

Jachal,  abril  l.«  de  1653. 
Muí  seilor  mío  de  mi  respeto:  A  consecuencia  de  las  negocia- 
ciones entabladas  por  el  ejército  sitiador  de  la  plaza  de  la  Serena 
con  los  valientes  que  la  defendían,  se  pensó  en  una  honrosa  ca- 
pitulación. Lo  tínico  que  tuvo  presente  el  que  susctíbe  i  demás 
jefes,  ftt^  el  bien  estar  de  la  patria,  por  la  libertad  de  la  República 
entera  (no  por  aspiraciones ).  Tomamos  las  armas  segundados  por 
'casi  todas  las  provincias.  En  medio  de  toda  clase  de  sacrificios 


DE  LA  AIÜilNlSTRAGIOSI  HONTT,  S71 

ofrecidos  con  gusto  ante  las  aras  de  la  patria,  logramos  sostener 
nuestra  bandera,  en  medio  de  la  metralla,  en  an  estricto  sitio  de 
mas  de  70tdias  i  habríamos  podido  sostenerlo  doble  tiempo  mas; 
pero  no  lo  hicimos  por  no  prolongar  las  privaciones  de  la  tropa^ 
la  angustia  de  las  Jieroícas  i  patriotas  familias  que,  deseando  par« 
ticípar  de  todas  nuestras  fatigas,  no  quisieran  abandonar  el  peli- 
groso i  pequeño  recinto  que  coronaban  nuestras  banderas.  Tenfa- 
mos  un  corazón  que  solo  latia  por  el  pueblo^  i  desde  el  momento 
en  que  no  podíamos  enjugar  su  lUnto,  desde  el  momento  en  que 
ehveterano  Jeneral  Cruz  tuvo  que  tratar  con  el  Jeneral  Búlnes, 
tuvimos  pues  que  despojarnos  de  toda  afección  personal.  Volveré 
a  repetir,  había  depuesto  las  armas  el  jeneral  Cruz  bajo  la  garan* 
tía  de  la  palabra  de  honor  del  Jeneral  Búlnes,  (palabra  de  honor 
qoe  ha  sido  despreeiada)  pero  antes  de  esto,  exijimos  ia  salva- 
goardía  de  las  personas  qoe  per  defender  nuestra  citusa  comum^ 
habian  comprometido  cnanto  poseian.  Se  nos  prometió,  lo  qoe 
deseábamos  bajo  la  Grma  del  coronel  Vidam-re.  Apesar  de  esto, 
la  fuerza  nuestra,  el  pueblo  mismo  que  nos  .acompañaba,  los  an* 
cianos  i  mujeres,  con. la  dolórosa  esperiencia  adquirida  en  los  dos 
últimos  decenios,  nos  hicieron  presente  que  la  palabra  del  Gobierno 
actual,  la  palabra,  sobre  todO|  del  qoe  firmaba  los  antedichos  tra- 
tados, no  podía  ser  garantía  suficiente  desde  el  momento  en  que 
estaba  de  nuestro  lado  el  derecho  de  la  fuerza  moral  tensólo; 
al  paso  que  por  el  otro  lado  estaba  el  derecho  del  mas  fuerte  apo- 
yado en  las  puntas  de  las  bayonetas  que  mil  veces  han  hecho 
correr  la  sangre  de  nuestros  hermanos.  Pensamos  entonces  buscar 
un  fiel  que  equilibrase  la  balanza;  cuando  se  presentó  al  efecto  el 
señor  Comandante  de  la  corbeta  Entr^renant^  Conde  v  Pougef, 
quien  espontáneamente  se  nos  ofreció,  diciendo  que  él,  tanto  como 
nosotros,  se  interesaba  en  que  se  cimentase  la  paz,  llevando  ade-^ 
lante  los  tratados,  para  lo  cual  interpondría  su  persona,  como  me- 
diador, i  que  del  buen  resultado  nos  respondía,  para  lo  cual  debía 
permanecer  hasta  cuatro  días  después  de  la  entrega  de  la  plaza. 
Nosotros,  entonces,  garantidos  por  el  pabellón  francesi  salimos  de 


S7S  MCVSENTOS. 

la  ante  di'elia  phtá,  creyéndonos  tan  seg:itrol  como  si  estaviéraroos 
en  naestra  easa.  ¿Coál  fué  el  resaltado  de  etla  cenfianzaT  Doloro-» 
So  es  el  deoirlo«  señor  Cónsul  Jeneral.  Apenas  taro  poesto  nn  pié 
dentro  del  recinto  de  las  trincheras,  el  jefe  enemigo*  cuando  prin- 
cipió á  ejercer  las  pesquisas  inqnisitoriales,  hasta  descubrir  el 
paradero  de  los  que  aguardaban  el  desenlace  de  estas  cosas;  tío- 
lose  el  respeto  debido  al  carácter  sacerdotal^  atropellando  las  per-* 
solías  del  señor  ricarlo  Alvarez  i  el  señor  doctor  Arcediano  Vera; 
omito  hablar  de  mil  personas  honradas  i  de  importancia  que  ji- 
men  en  los  calabozos,  confundidos  con  los  miserables  que  por  sns 
estravios  han  merecido  este  castigo;  tampoco  hablaré  de  la  en- 
Cfrrriilada  atisia  con  qile  se  me  ha  perseguido.  Solo  si,  me  es  do« 
loPMO  el  clamor  de  tantas  familias,  cu  jos  padres,  esposos  i  herma* 
nos  proscritm  anhelan  toI ter  al  hogar  doméstico.  Bsto  es  lo  que 
HM  ha  movida,  señor  Cónsul  Jeneral,  a  hacer  esta  Compendiada 
reseña. 

Con  el  debido  respeto^  se  despide  de  U.  s«  afeetídimo  i  S.  S. 
Q.  B.  S«  fll« 

Nicolás  Muñixaga. 

AL  COMANDAHtB  DB  LA  BRTRBPBBlfAirr. 

Jachal,  abriH.®  de4852. 
Muí  señor  roio: 
Señor  Conde,  cuando  Ud.  se  ofreció  a  roí,  manifestándome  el 
Interés  que  tenía  en  evitar  la  efusión  de  sangre  i  el  destrozo  que 
amenazaba  en  volver  el  ¡nocenttí  pueblo  déla  Serena,  recordará  que 
no  hubo  de  mi  parte  resistencia  ninguna  para  entrar  en  arreglos 
que  nos  diesen  por  fruto  uVia  capitulación  honrosa  para  ambas  fuer* 
zas  contendientes;  tendrá  también  presente  que  cualesquier  pacto 
seria  írrito  por  no  creer  diesen  los  jefes  enemigos  validez  a  su  pa- 
labra; Ud.,  señor  Conde,  respondió  asegurándome  que  una  vez 
que  hubiésemos  arribado  a  una  convención  o  tratado,  este  seria 
válido  I  respetado,  de  lo  que  Ud.  se  constituía  garante,  inter- 
poniéndose adtfmas  como  mediador.  Con  esta  seguridad  ofrecí,  i 


DOaJMBNTOS.  273 

en  efecto,  temiU  al  c«mpo  enemigo  las  bases  en  que  debía  estri- 
bar todo  aTeDÍaiianto  o  tratado^  habiendo  prévíameilie  pasado  las 
antedicnas  basas  por  la  Tísta  de  Ud«  Con  Ud.  también  se  reunió 
•i  jnafckó  da  acuerda  la' junta  eñ  la  plaza,  que  estoba  a  mi  man-^- 
do«.Sü<  mandó  .al  señor*  don  Tomtas  Zenterió  con  suficientes  pode- 
jresi  para  lal  estipulación  de  ios  tratados»  No  pudo  entonces  con- 
isagQÍr. nuestro  enviado  la  aprobación  de  uno  soJo  de  los  artículos 
que  tan  justos  i  razonables  eri^ni  i  en  esta  yirtud  hice  reunir  nue« 
vamenteja  junta.  A  presencia  de  Ud.  se  reprobaron  dos  artículos 
puestos  por  el  enemigo  .i  declaramos  rotos  las  tiosiilidades«  A 
,Ud»  se  le  hizo  presente  que  los  jefes  sitiadores  no  tenian  del  Go«- 
iHettnq  Jíacultad  alguna  para  tratar»  i  que.  todo  contrato  que  su 
hiciese  seria  nulo  i  todos  seriamos  persegjúdos.  Dd<  me  contestó 
4^0  no»  que  garantizaba  que  ninguno  seria. perseguido»  sifto.aun 
.puestos  en  libertad  todos  aquellos  individuos  que  durantote}  jsijUo 
se  habían  tomado  presos;  esta  seguridad^  señor,  me  hizo,  reunir 
-otra  vez  le  jüu^ta  para  que  arríbáseioos  a  la  capitulación,  dondo 
.el  nooibre  de  \}á^  apar^eee  con  et  carácter  que  Ud.  ofreció.  Al 
.siguient.e  día,  Ud.  i  npestro  apoderado  Zen teño  fueron  al- campo 
de  los  jefes  sitiadores  i  todo  se  hizo.  Yo  ratiliqué  los  triados  en 
medio  de  la  conmoción  de  todos  los  cuerpos  que  guprnecian  la 
plaza,  sin  que  los  jefes  i  oficiales  pudiesen  contenerlos.  Ud.,  señor 
^Conde,  f^é  testigo  presencial  de  todo  eisto,  esta  conmoción  de  la 
tropa  fué  ooasionadaporque  preveían  no  tendrían  validez  alguna 
los  tratados.  Los  ciudadanos,  jefes  i  oficiales  habrían  sido,  muí  te- 
merarios, si  por  un  momento  hubiesen  pensada  que  losi  jefes  si- 
tiadores no  habrían  de  respetar  el  pacto  celebrado  conmigo  bajo 
la  garantía  de  Ud»  Et  día  30  de  diciembre   debía  haberse  entre- 
gado la  plaza,  pero  los  soldados  del  cuerpo  de  defensores  se  suble- 
varon de  tal  modo  que  mi  vida  muchas  veces  corrió  inminentes 
peligros.  Se  posesionaron  de  todo  el  parque,  i  las  fuerzas  mas  que 
había  ocupaban  los  puntos  de  las  trincheras  que  pertenecían  al 
batallón  cívico.  Estos  eran  sumisos   i  permanecían  resistiendo 
en  la  plaza;  en  todos  estos  conQictos  me  vi  todo  el  día  30,  viendo 
^  35 


S74  DOCUMENTOS. 

el  modo  como  convencer  a  mis  soldados  que  debíamos  entregar 
la  plaza.  Todos  los  demás  jefes  i  oficiales  hacían  otro  tanto.  A  las 
siete  de  la  nocbe  me  viene  parle  de  tres  trincheras  qne  a  los  jefes 
de  ellas  ios  tenían  presos.  DI  orden  los  hiciesen  Teñir  a  mi  pre« 
scncía  i  el  delito  qae  el  soldado  les  encontraba  era  qaelos  acón- 
sojaban  para  que  depusiesen  las  armas  conforme  con  los  tratados. 
A  las  ocho  de  la  noche  estuve  fuera  de  la  piaza  con  Dd«  ea 
casa  de  don  Victoriano  Martines,  i  todo  esto  se  lo  hiee  presen- 
te; yo  queria  satisfacer  a  Ud.  como  la  persona  qse  garantizaba 
nuestros  tratados.  Ud.  vio,  señor  Conde,  la  mejor  bnena  fópor  mi 
parte  i  Ud.  mismo  me  econscyó,  como  k>  hizo  el  oficial  San 
Martin  del  campo  sitiador,  de  que  no  fuese  a  la  plaza,  por- 
que mi  vida  corria  peligro.  Apesar  de  esto,  lo  hice  por  ver  si 
encontraba  el  medio  para  tranquilizarlos.  Permanecí  hasta  las 
diez  i  inedia,  liora  en  que  supe  me  venían  a  tomar  preso  los  amo- 
tinados. 

Yo,  señor,  creí  que  hubieran  respetado  los  tratados,  no  pbr 
consideraciones  a  nosotros,  sino  por  Ud.,  apesar  qne  tenia  ofre- 
cimiento del  señor  don  Victorino  Garrido  (pues  tanto  Ud.  como  el 
vice«cón$al  don  Alfred  Elielefebre  me  trajo  el  recado  de  este 
caballero)  Invitindome  para  que  me  fuese  a  Santiago  i  ofrecíéBdo- 
me  cartas  de  recomendación  para  el  presidente  Honlt.  Todos  estos 
indicios  me  pronosticaban  buena  f¿,  pero  todo  fué  una  farsa« 
A  Ud.  señor  lo  han  comprometido  con  nosotros  t  deberá  sa- 
tisfacernos. Al  siguiente  dia  por  sobre  Ud.  (pues  por  so  compro- 
miso con  nosotros,  debía  permanecer  cuatro  días  después  de  la 
entrega  de  la  plaza),  pilncipiaron  las  pesquisas  mas  inquisito- 
riales de  los  sujetos  que  hoi  firman,  incomunicados  unos,  otros 
confundidos  en  la  cárcel  i  entre  ellos  subditos  franceses,  mezcla- 
dos con  los  criminaies,  otros  ocultos,  otros  comiendo  el  amargo 
pan  en  Repúblicas  estrenas.  ¿Como,  señor  Conde,  podré  tradu* 
cir  su  conducta  sino  reclama  sobre  tamañas  vejaciones?  A  que 
ciudadano,  jefe  u  oficial  se  le  encontró  el  31  de  diciembre  con 
las  armas  en  la  roano?  Todos  ellos  no  se  retiraron  a  sus  casas  o  al 


DOCUMENTOS.  275 

campo,  como  qae  tenían  derecho  para  ello  en  el  momento  de  ha- 
ber habido  capitulaciones?  Sobre  Üü.,  señor  Conde,  cargan  enormes 
responsabilidades.  Ud  garatizaba  al  ciudadano^  al  Jefe  i  oficial: 
Ud.  pues  debia  responder  a  la  nación  chilena,  a  su  nación,  asil 
mismo,  de  esa  f>alabra  interpuesta  entre  nuestros  pechos  i  las 
bayonetas  enemigas ;  esa  palabra  ha  sido  pisoteada  desde  que  no 
iia  podido  defendemos;  esa  palabra  (doloroso  me  es  decirlo)  no 
sefía  la  palabra  de  un  noble,  de  un  francés  de  honor,  desdo 
t^ie  no  la  sostenga^  desde  que  no  lave  esa  tilde  que  creo  invo'- 
luntaría  en  üd.  i  de  que  espero  que  mañana  mismo  se  verá  limpio 
reclamando  del  Gobierno,  como  nosotros  lo  hacemos  delJd. 
Me  suscribo  de  üd.  so  atento  i  S.  S.  Q.  B.  9.  M. 

Nicolás  Munizaga, 


DOCUMENTO  NÚM.  39. 

CAPITD1.AGI0N  DB   LA    PLAZA  DB  LA   SBRBNA. 

Reunidos  los  señores  coronel  don  Victorino  Garrido,  jefe  del 
Estado  Mayor  de  la  división  pacificadora  del  Norte,  i  don  Tomas 
Zenteno,  nombrado  el  primero  por  parte  del  señor  Comandante 
de  la  misma  divirfon  I  el  segundo  por  el  señor  Comandante  de 
las  fuerzas  qué  guarnecen  la  plaza  sitiada»  para  fijar  las  basca  I 
formalidades  con  que  ha  de  verificarse  la  entrega  de  la  espresada 
plaza,  han  venido  en  acordar  después  de  haber  canjeado  sus  res- 
pectivos poderes  una  convención  por  la  cual  se  ponga  término  a 
niia  gnerrai  cuya  duración,  a  mas  de  infructuosa,  prolongaría  las 
calamidades  públicas  que  aflijen  al  país  en  jeneral  i  mas  inme- 
diatamente a  esta  provincia.  En  su  consecuencia  han  estipulado 
Jos  artículos  siguientes: 

Art.  ].<>  Kl  jefe  déla  plaza,  tanto  a  su  nombre  como  al  de  las 
fuerzas  que  manda,  reconoce  la  autoridad  legal  del  £xelentfsimo 
señor  Presidente  de  la  República  don  Manuel  Montt. 

Art.  2.0  El  mismo  jefe  de  la  plaza  impartirá  inmediatamente 


276  DOCÜMETÍTOS. 

dcspaes  de  la  entrega  de  ella  las  órdenes  necesarias  para  qae 
depongan  las  armas  i  presten  obediencia  a  las  aotoridades  cons- 
tituidas, las  partidas  de  fuerzas  armadas  que  le  están  subordinadas 
í  existen  en  varios  puntos  de  la  provincia. 

Art.  S.**  En  atención  al  nombramiento  que  hacen  los  indivi- 
duos a  que  se  refieren  los  dos  artículos  anterioreF,  en  virtud  del 
cual  se  ahorran  los  I  nmensos  males  a  que  daría  lugar  la  resisten- 
cia de  que  desisten,  se  prometen  que  el  Supremo  Gobierno  los 
considerará  en  el  mismo  caso  que  a  los  demás  ciudadanos  de  la 
República,  echando  en  olvido  la  parte  que  han  tenido  en  Jos  acon- 
tecimientos políticos  que  han  ajitado  a  esta  provincia. 

Art.  4.0  La  entrega  de  la  plaza  ^e  hará  a  las  diez  del  día  de 
mañana  i  se  hallarán  presentes  para  verificarlo  el  Comandante 
jeneral  que  la  manda,  i  los  cuerpos  con  los  respectivos  jefes  i 
oficiales  que  la  guarnecen,  i  para  tomar  posesión  de  ella  el  jefe 
del  Estado  Mayor  de  la  división  pacificadora  con  sus  ayudantes 
i  correspondiente  escolta. 

Art.  5.^  Para  la  libre  entrada  a  la  plaza  se  abrirá  la  puerta  de 
una  trinchera,  i  las  fuerzas  de  artillería  con  que  están  serridas 
todas  las  demás  se  hallarán  colocadas  i  reunidas  en  el  centro  de 
la  misma  plaza. 

Art,  6.«  Al  tomar  posesión  de  la  plaza  te  hallarán  las  armas 
de  la  guarnición  sitiada  formando  pabellones,  ^colgando  de  ellos 
las  fornituras,  i  tanto  los  jefes  i  oficiales^  como  los  individuos  de. 
tropa,  podrán  retirarse  a  sus  casas.  * 

Art.  ?.<>  Para  entregar  i  recibir  el  parque,  armamentos!  todas 
las  demás  especies  i  artículos  de  guerra  i  de  cualquiera  otra  clase 
que  pertenezcan  ala  guarnición,  se  nombrará  un  comisionado 
por  el  jefe  de  la  plaza  i  un  Ayudante  por  el  jefe  del  Estado  Ma- 
yor a  fin  de  que  la  entrega  i  recibo  se  haga  bajo  los  respectivos 
inventarios  i  con  las  formalidades  necesarias. 

Art.  8.<>  Teniendo  presente  los  buenos  oficios  que  han  presta- 
do el  señor  capitán  de  fragata  Monsieur  Pouget,  Comandante  del 
bergantín  do  guerra  de  la  República  Francesa  Bntreprenanf^  para 


DOCUMENTOS.  277 

restablecer  el  orden  público  i  buena  harmonía  entre  las  fuerzas  be- 
lijerantes^  se  le  darán  las  mas  espresivas  gracias  por  ios  jefes  de  las 
espresadas  fuerzas  podiendo,  si  lo  tiene  a  bien,  concurrir  al  acto 
de  la  entrega  i  recibo  de  la  plaza,  término  de  una  guerra  que  por 
cuantos  medios  han  estado  a  sus  alcances  ha  procurado  ver  (i-. 
Balizada.  ^ 

Art.  9.<^  Una  hora  después  de  firmado  el  presente  convenio, 
será  ratiGcado  i  canjeado  por  los  jefes  respectivos  para  lo  cual  se 
forman  dos  ejemplares  del  mismo  tenor« 

I  no  teniendo  mas  qi^e  agregar,  lo  firmamos  en  la  Serena  a  las 
seis  i  media  de  la  tarde  del  dia  29  de  diciembre  de  1851. 

yitíotxíio  Garrido^^^Tomas  Zenteno. 

No  se  aprueba  ni  se  ratifica  la  precedente  convención  por  cuan- 
to en  ella  no  se  da  la  garantía  necesaria  de  que  no  serán  perse- 
guidos ni  en  sos  personas  ni  en  sus  intereses  los  individuos  com- 
prometidos en  la  revolución  del  7  de  setiembre. 
Serena,  diciembre  39  de  1854. 

Nicolás  Munixaga. 
(Del  archivo  del  Ministerio  del  Interior.) 


DOCDMENTÍ)  Nlll.  40. 


NOTA  DItL  G0BBR5AD0E  HUHIZAGA  EN  QUB  AVISA  SC  IMPOSIBILIDAD 
DB  BNTBBGAB  LA  PLAZA  POB  LA  BBBBLIOIf  DE  LA  GUABNICION. 

Comandancia  jeneral  de  la  píoas. 

Serena,  30  de  diciembre  de  4851. 

Remito  a  V.  S.  el  tratado  que  he  tenido  a  bien  ratificar,  i  como 
al  presente  la  plaza  insurreccionada  no  me  asegura  el  poder  en- 
tregarla en  la  forma  que  el  tratado  espresa^  se  lo  comunico  ga- 
rantiéndole la  buena  disposición  i  k  anuencia  de  los  principales 
jefes»  a  las  disposiciones  del  espresado  tratado.  Debo  añadirle  que 
el  estado  lamentable  de  la  plaza  no  solo  es  eTecto  de  las  maqui- 
naciones ocultas  de  ciertos  cabecillas,  sino  que  sé  de  positivo  que 
tropa  del  mismo  campamento  de  V.  S«  se  ha  acercado  a  la  trin- 


278  DOCUMEfTOS. 

cfaera  a  aconsejar  que  no  te  rindan.  En  consideración  a  lo  dicho, 
espero  se  sirva  remitir  la  otra  copia  del  troladOt  como  en  él  se 
estipaia,  sascrrbíéndome  de  V.  S.  su  segare  servidor. 

Nicolai  Munizaga, 
AI  Gomandiote  de  la  ftiena  sitiadora. 

CDel  archivo  del  Minüterio  del  interior). 


DOCliENTO  NÜN.  41. 

ULTIMA  NOTA  DEL  CORONEL  VIDAURBB  LEAL  INTIMANDO  LA  RENDI- 
CIÓN DE  LAS  ARMAS  A  LA  GUARNICIÓN  REBELADA  DE  LA  SERENA. 

Comandancia  jeneral  de  la  división  pacificadora  del  Norte» 

Serena,  diciembre  31  de  4851, 

He  leído  con  el  mayor  disgusto  la  comunicación  de  D.  de  esla 
fecha,  en  que  me  manifiesta  qoe  U  tropa  de  la  plaza  permanece 
firme  i  que  jamas  consentirá  en  «ntregarla  hasta  que  no  9e  reciba 
nna  orden  del  jeneral  Cruz. 

Proposición  do  tal  naturaleza  no  debiera  ser  escuchada;  mas 
los  sentimientos  de  humanidad  que  me  animan  i  el  vehemente 
deseo  de  que  no  se  derrame  la  sangre  de  los  hijos  de  una  misma 
patria,  han  moderado  an  tanto  mi  justa  indignación,  i  me  hacen 
entrar  en  espliCaciones  por  ver  si  logro  con  ellas  sacar  del  error 
a  los  desgraciados  que  están  imbuidos  en  él  desiie  hace  tanto 
tiempo,  £1  jeneral  Cruz  no  está  ya  en  el  caso  de  dar  orden  a  los 
que  le  obedecían  por  haber  enarbolado,  el  estandarte  de  la  rebe- 
llón, i  hallándose  mas  bien  en  el  caso  de  recibir  las  de  so  Exe- 
lencia  el  Presidente  de  la  República  coya  autoridad  legal  tiene 
reconocida  después  de  la  colnpleta  derrota  qoe  sufrió  su  ejército 
en  los  campos  de  Longomilla,  sería  inútil  esperarlas  como  escan* 
daloso  referirse  a  ellas  para  someterse  a  la  misma  autoridad.  El 
señor  Munizaga,  comandante  jeneral  que  se  ha  titulado  de  una 
plaza  hasta  el  día  de  ayer,  ha  celebrado  conmigo  ana  capitulación 
de  la  cual  adjunto  a  C.  una  copia,  tanto  porque  me  dice  en  su 


DOGU]I£NTOS.  279 

c¡t9da  comunicación  de  que  no  tieno  conocimiento  de  ella  la  tro- 
pa que  está  a  sus  órdenes  como  para  qoe  se  informase  de  su 
contenido  a  fin  de  que  no  ignore  las  ventajas  que  por  ella  se  le 
conceden  i  pueda  coi&parar  loa  rigorosos  tratamientos  que  se  le 
esperan  ü  permanece  obcecado  i  no  abandona  la  plaza  I  atrin- 
cheramientos antes  de  ías  cuatro  de  la  tarde»  Conforme  al  art.6.* 
de  la  espresada  eapttulaeiony  tienen  derecho  los  jefes^  oficíales  i 
tropa  que  dej^en  sos  armas  en  la  plaza,  a  retirarse  de  ella  con  la 
seguridad  de  que  na  serán  molestados;  pero  como  he  dado  una 
orden  que  ya  ha  circulado  por  la  plaza  i  atrincheramientos,  im- 
poniendo la  pe^a  de  muerte  a  los  ingratos  que  no  se  acojan  a  esa 
gracia^  prevengo  a  U.  para  que  se  lo  haga  entender  a  los  rebeldes 
que  capitane8|,que  seré  inexorable  I  haré  fusilar  a  cuantos  hom« 
brea  armados  se  encuentren  en  la  plaza  i  en  sus  atrinchera- 
mieotoa.  Supuesto  qoe  eatá  U.  a  cargo  de  esa  fuerza  por  elección 
de  ella^  t  que  por  lo  mismo  debe  merecer  su  confianza  i  ejercer 
sobre  ella  la  necesarLa  iafliuencta,  espero  que  sabrá  emplearla  para 
que  se  desarme,  para  que  se  restituyan  a  sus  casas  los  individuos 
qaela  componen,  para  que  se  abstengan  de  los  robos  i  otros  crí- 
menes a  q«e  puede  dar  lugar  la  situación  en  qoe  se  encuentra  i 
finalmente:  para  que  se  someta  a  las  autoridades  que  no  deben 
sa  críjen  a  las  revoluciones  ni  motines  militares,  sino  a  lacons* 
titacion  I  a'  las  leyes.  Hago  a  U.  responsable  por  la  tibieza  u 
omisión  que  muestre  en  la  entrega  de  la  plaza,,  asi  como  le  ase- 
garo  la  consideración  con  que  será  tratado,  como  todos  los  demás 
qne  I»  acompañan,  si  en  vez  de  nna  torpe  e  indtti  resistencia,  ce- 
den al  llamamiento  patriótico'  que  le  hago. 
Dios  guarde  a  U. 

JfMn  Vidaurre  Leal. 
Al  que  8C  titola  goberaaAr  don  Jote  yicent»  Casa-Cordcro, 

CDel  archim  del  Ministerio  del  Interior). 


280  DOCIMENTOS; 


DOCÜHESiTO  Nllli  42. 

HÓTA  BIRIJIDA  POK  EL  COXANDÁNTB  DfiL  BATALtOH  CÍTICO  DB  LA 
SBRBMA  AL  MINISTRO  BB  LA  «UBERA  DBTALLAMlH)  StS  OPBRACIO^ 
HBS  BB  LA.  RBVOLCaON. 

I       limB^setiembre  35  de  1851. 

Cótno  comandante  del  batallón  cfvico  de  la  Serena,  mé  vi  en  h 
obligación  de  dar  cuenta  a  U.  S.  de  halhtrme  desterrado  en  este 
panto,  a  consecuencia  de  la  desastrosa  revolución  acaecida  en 
aquella  ciudad  el  7  del  presente  mes;  diré  a  U  S,  lo  siguiente:  - 

Muí  de  ante 'mano  era  conocido  en  aquella  proyinciá  que  la 
mayor  parte  de  los  oGclales  i  tropa  de  aquel  cuerpo  pertenecían 
al  partido  que  se  ha  titulado  de  oposición,  i  sin' embargo,  el  11  de 
julio  óeí  presente,  se  vio  el  señor  intendente  de  aquella  protincía 
en  la  necesidad  de  acuartelar  ochenta  hombres  de  tropa  í  algunos 
oficiales  para  hacer  respetar  sus  determinaciones  i  mandar  di« 
solver  las  juntas  que  los  desorganizadores  habían  establecido:  se 
disposo  también  en  ia  misma  fecha  la  suspeneion  de  lod  oGciales 
siguientes:  capitanes  don  Ignacio  Alfonso,  don  José  Manuel  Várela, 
i  tenientes  don  Francisco  Campaña^  don  Clemente  Alfonso;  don 
Gandblarfo  Barrios,  don  Jacinto  €oncha,  don  Miguel  Cavada,  den 
Jacinto  Cavada,  don  Guillermo  Escriba r  i  don  Federico  Cavada. 

La  tropa  acuartelada  permaneció  dando  pruebas  de^  subordina- 
ción i  respetó  hasta  el  30  del  mes  ya  citado,  porque,  estando  ya 
allí  las  compañías  del  batallón  Yungai,  parecía  inútil  hacer  roas 
gastos,  puesto  que  aquellas  debian  prestar  (oda  clase  de  seguridad; 

Después  de  esta  determinación,  me  reuní  con  el  señor  Inten* 
dente  i  el  sárjente  mayor  del  Yungai,  cuyo  último  jefe  me  mani- 
festó la  confianza  que  tenia  en  su  cuerpo;  1  con  este  motivo  se 
dispuso  el  pasar  al  cuartel  que  este  ocupaba  las  cuatro  piezas 
de  artilleria  de  la  brigada  del  puerto,  ocho  cajones  de  cartuchos 
a  bala,  metralla  i  demás  pertrechos  de  guerl-a  que  habían  en  ios 
almacenes  del  estado.  Se  dispuso  al  mismo  tiempo  que  de  los 


DOCUMENTOS.  281 

cnatrocíento9  fúsilos  qno  tenia  el  batallón  de  mi  mando«sedeja>-i- 
sen  salo  útiles  cuarenta  qae  eran  los  suficientes  para  un  caso  De* 
oesario^  armar  Iqs  sarjentos  yeteranos,  músicos  i  tambores;  qui- 
tando a  los  restantes,  como  se  verifieói  todos  los  pies  de  gata 
q«e:bíze  pasar  a  una  casa  parlioul^r. 

De  lo  espuesto  terá  U.  $.  que  se  depositó  )a  confianza  i  segu- 
ridad de  toda  la  protincia  en  las  referidas  compañías^  quedando 
además  prevenidos  que  en  caso  de  alarma  debíamos  nosotros  i 
nuestros  amigos  dírijirnos  al  coartel  mencionado. 

El  7  del  présenle,  como  a  las  dos  de  la  tarde,  estando  en  mi 
cuarto,  se  me  dio  cuenta  por  un  tambor  de  mí  cuerpo  que  se 
habían  tomado  el  cuartel  cíyico  un  número  de  paisanos  armados 
despistóla  i  sable,  siendo  conocidos  dos  músicos  Ramos,  un  plate- 
ro Toro,  un  herrero  Ríos,  dos  jóvenes.  Muñoz,  un  Trujrllo,  dos 
Olivares,  un  músico  Chavot  i  otros  cuyos  nombresligfíoro.  Inme- 
diatamente í- con  mi  vestimenta  de  paisano,  eomo  ñie  encon- 
traba, me  diri)ral  cuartel  del  Yungai,  siendo  el  primero  que  lle- 
gué a  dicho  punto,  donde  encontré  ya  formadas  en  el  patio  las 
eos  cóDipafíias  q«e  se  ocupaban  de  poner  piedras  de  chispa,  i 
teoioiido  a  la  cabeza  a  los  oficiales  Pozoy  Guerrero,  BaroelÓ,  I 
ayudante  de  la  intendencia  don  José  •  Antonio  Sepúlveda,  Los 
dos  oficiales  primeramente  mencionados,  -conforme  me  vieron 
entrar  al  cuartel,  se  vinieron  a  mí  con  sable  en  mano  i  una  pistola 
q«e  traían  a  la  cinta,  i  tomándome  por  los  brazos,  me  dirijieron  a 
isn  cuarto,  poaiéndome  dos  centinelas  de  vista  i  anunciéndome 
qvd  quedaba  preso  por  orden  del  pueblo :  pocos  minutos  después 
ilegaron^'alií  el  señor  Intendente,  el  decano  de  la  Corte  don  José 
Alejo  Valenzuela,  el  mayor  de  mí  cuerpo  don  José  María  Con-* 
cha,  don  Gregorio  Drizar,  primer  oficial  de  la  Secretaría  de  la 
Intendencia  i  don  Manuel  Cortés,  a  todos  los  cuales  se  les  impuso 
la  misma  orden  i  entraron  presos  al  cuarto  que  yo  ocupaba;  acto 
continuo  el  oficial  Pozo  proclamó  la  tropa  a  favor  de  la  revolución 
i  del  jeneral  Cruz  i  la  hizo  marchar  a  la  calle. 

Momentos  después  se  presentó  en  el  cuartel  de  nuestra  prisión 

36 


283  DOCUMENTOS. 

un  gran  número  de  popnbcho  armado  de  todas  armas»  ¡  despaes 
de  rejistmrnost  separaron  de  alU  al  seuor  Valeiiznela  a  otra  pieza 
i  le  remacharon  una  barra  de  grillos,  poniéndome  a  mi  en  otro 
calabozo  en  la  mas  estrecha  incomonicaeion. 

£1  mayor  Lopetegoi  i  capitán  Arredondo  no  parecían»  i  después 
supimos  qae  los  opositores  les  babian  preparado  on  almuerzo  en 
casa  del  ayudante  de  la  Intendencia  don  José  Verdugo,  en  donde 
también  asistieron  sus  oGciales,  esepto  el  teniente  Cortés,  i  ha-* 
hiendo  allí  amarrado  a  los  dos  primeros,  los  segundos  se  fueron 
a  sublevar  las  compañías. 

Todos  los  oficiales 'Suspensos  de  mi  cuerpo,  i  ademas  el  tenien* 
le  Alvarez^  i  subtenientes  don  PaUo  Gafada  i  don  Fraaoisco 
Yarda  se  vistieron  de  uniforme  i  tomaron  el  maádo  del  coerpoy 
siendo  ellos  mismos  los  que:  custodiaban  nuestra  prisión.  * 

El  dia  ochfíipor  la  mañana  el  teniente  don  Federico  Cavada, 
ayudante  del  caudillo  de  la  conspiración  don  José  liigucd Carrera, 
me  iottimó  la  orden  que  entregase  las  llaves  de  la  caja  del  cuerpo 
i  tuve  que  hacerlo  dando  tarabiea  el  mayor  la  suya.  Los  revolu- 
cionarios se  han  encontrado  en  posesión  de  un  instrumental  com* 
pleto,  recientemente  llegado  de  Francia,  de  dos  fardoa  de  buenos 
paíos  para  el  vealuarioJ  de  seis  cientos  ocheiUa  monriones  délos 
cuale»  trescientos  aun  no  se  babian  usado. 

£1  9  del  citado  mes  nos  llevaron  al  puerta  con  numerosa  parti* 
da  de  tropa,  i  nos  pusieron  a  bordo  de  una  peqaeña  goleta,  ea 
donde  nos  mantuvieron  por  cinco  dias  en  la  mas  estrecha  íncemii^ 
nicacion,  hasta  que  por  fin  el  14  nos  hicieron  salir  para  este  pun- 
te  qnitindose  solo  en  ese  momento  loé  gri^  al  se&er  Valen- 
suela  I  capitán  Arredondo. 

Entiendo  que  los  principales  autores  de  esta  desastrosa  revolu- 
ción son  don  Nicolás  Munizaga,  don  Antonio  Pinto,  don  Tomas 
Zenteno,  don  Vicente  Zorrilla,  don  Nicolás  Alvarez,  don  Juan 
Haría  Ggaiía,  canónigo  Vera,  Sárjente  mayor  don  Mateo  Salcedo 
i  don  Salvador  Zepeda,  siendo  este  último  el  que  sublevó  la  Bri- 
gada de  artillería  en  el  puerto. 

Dios  guarde  a  U.  S.  José  MonreaL 


iDOClMENTOS,  "283 


DOCUMENTO  KIÍM.  43. 


PIEZAS  RBLATITAS  >I«  PBOCESO    SEGUIDO  ▲  LOS  BBTOLUCIONABIOS 
DB  LA  SBRBNA. 

Serena»  enero  13  de  1854» 

Debiendo  ponerse  en  Consejo  de  Guerra  de  oficíales  jenerale!?, 
como  autores  ¡  cómplicea  del  motín  que  estalló  en  esta  cíndad  el 
7  de  setiembre  último  I  heelios  posteriores,  a  tlon  Juan  Nieehs 
Airares,  don  Nicolás  Mniilzaga,  don  Pedro  Pablo  Muñoz,  Subte-r 
niente  de  ejército  don  Antonio  liaría  Fernandez,  don  Antonia 
Alfonso,  don  Joan  Muñoz,  don  Manuel  Vidaarre,  don  Dominga 
Carmona,  don  Rafael  Salinas,  don  José  Miguel  Carrera,,  subte- 
niente de  ejército  don  José  Antonio  Sepúlf  eda^  don  N.  Cabrera» 
don  Justo  Arteaga,  don  Benjamín  Vicuña,  don  José  Santiago 
Herrera,  don  Ricardo  Rniz,  airerez  del  escuadrón  de  Cazadores 
don  Domingo  Herrera,  don  Bernabé  Cordovez,  don  Vicente  Zorrl* 
Ua,  don  Tomas  Zenteno,  don  Joaquín  Vera  (Presbítero),  don  Joaé 
Dolores  Alvarez  id.,  don  Vitoriano  Martínez,  don  Juan  Antonia 
Cordovez,  don  José  Ramos,  don  José  María  CoTarrubias,  don  Pablo 
Baratón x,don  Ramón  Lagos  TrojUlo,don  Juao  de  Dios  2.*  AUarez, 
don  Anjel  Quinteros,  don  Balvino  Cornelia,  don  AgosUn  Pozo 
Ayudante  del  diauelto  batallón  Yungaí,  don  José  María  Ghavot, 
don  Salvador  Zepeda,  don  Candelario  Barrios,  don  Ignacio  Alfon*' 
so,  don  José  Donato  Pinto  i  don  Isidro  A.  Moran,  sárjenlo  mayor 
de  ejército,  nómbrase  al  Teniente  coronel  de  la  guardia  nacional 
en  servicio  activo  don  Francisco  Bascuñan  Guerrero  para  que  ^s 
instruya  la  competente  causa  con  arreglo  ai  ordenanza,  i  de  Secre« 
tarío  al  ayudante  de  Cazadores  a  caballo  don  Pedro  Muñoz* 

Se  previene  que  los  diez  i  ocho  primeros  no  han  podido  ser 
aprehendidos  í  se  ignora  su  paradero;  que  los  catorces  siguientes 
se  encuentran  presos  en  el  puerto  de  Valparaíso,  de  donde  serán 
remitidos  a  esta  a  la  mayor  brevedad  ;  que  don  José  Marte  Chavol, 


284  DOCUMENTOS. 

don  Salvador  Zppcda,  don  Candelario  Barrios,  don  Ignacio  Airon* 
80,  se  encuentran  en  la  provincia  de  Valdivia,  a  cuyo  puntóse 
han  despachado  requisitorias  para  su  aprehensión,  i  que  solo  los 
dos  últimos  se  encuentran  presos  en  esta  ciudad  en  el  cuartel  de 
Cazadqres  a  caballo. 

Valenzuela. 

SEI9TBNCU  DBL'  GONSEiO  DE  GUERRA  DE  OFICIiXES  JE5BRALES. 

Habiéndose  formado  por  el  señor  don  Francisco  Bascuñan  Gue- 
rrero» coronel  graduado  de  la  guardia  nacionali  el  proceso  que 
precedo  contra  don*  Juan  Nicolás  Alvarez,  don  Nicolás  Munizaga, 
don  Pedro  Pablo  Huftoz,  subteniente  .de  ejército  don  Antonio 
Alfonso,  don  Juan  Muñoz,  don  Domingo  Carmena,  don  Rafael 
Salinas,  don  José  Miguel  Carrera^  subteniente  de  ejercito  don  José 
Antonio  Scpúlveda,  don  Saturnino  Cabrera,  don  Justo  Artcaga, 
don  Benjamín  Vicuña,  don  José  Santiago  Herrera,  don  Ricardo 
Ruiz,  alférez  del  escuadrón  de  Cazadores  a  caballo  don  Domingo 
Herrera,  don  Bernabé  Cordovez,  don  Vicente  Zorrilla,  don  Tomas 
Zenteno,  don  Joaquín  Vera  (presbítero),  id.  don  José  Dolores  Al- 
irftrez,  don  Victoriano  Hartinez,  don  Juan  Antonio  Cordovez, 
don  José  Ramos,  don  José  María  Covarrubias,  don  Pablo  Rara- 
toux,  don  Ramón  Lagos  Trujillo,  don  Juan  2.»  Alvarez,  don  An- 
jel  Quinteros  Pinto,  don  Raivino  Comella,  don  Agustín  del  Pozo 
ayudante  del  disuélto  batallón  Yunga  i,  don  José  María  Chavol, 
don  Salvador  Zepeda,  don  Candelario  Rarrios,  don  Ignacio  Alfonso, 
don  José  Donato  Pinto,  don  Isidro  Adolfo  Moran  sárjente  mayor 
del  ejército,  don  Juan  Haría  Egaña,  don  Jacinto  Carmona>  don 
Santos  Cavada,  don  José  Verdugo  teniente  de  caballería  de  ejér- 
cito, don  Francisco  Pozo,  don  Manuel  Vidanrre  i  don  Manuel  Ríl- 
.  bao,  indiciados  todos  en  el  delito  de  conspiración  contra  las  auto- 
ridades constituidas  de  esta  provincia,  en  consecuencia  de  la 
orden  inserta  por  cabeza  de  él,  que  le  comunicó  el  señor  don  José 
Alejo  ValcDzuela,  Comandante  Jeneral  de  armas  de  la  proYÍncia, 


DOCUMENTOS.  28S 

i  héchosepor  dicho  señor  relación  de  todo  lo  actuado  en  los  dias 
veinte  i  nueve  i  treinta  de  abril  úllimo,  i  dias  primero  i  tres 
del  presente  en  la  Sala  Municipal,  presidiendo  este  auto  el  señor 
teniente  coronel  de  ejército  don  Francisco  Campos  Guzmaa 
siendo  jueces  de  él  los.  señores  don  Miguel  Humeres,  teniente  co« 
ronel  de  la  guardia  nacional,  don  Agustín  Gallegos,  teniente  coro- 
nel graduado  de  ejércitoí,  don  Francisco  Vivar,  sárjenlo  mayor 
graduado  de  ejército,  i  don  Domingo  Calderón,  don  Paulino  Me« 
lendez  i  don  José  Antonio  Pinto,  sarjentos  mayores  graduado^  de 
la  guardia  nacional,  i  el  señor  auditor  de  guerra  don  Ramón  Bei- 
tía,  i  habiendo  comparecido  al  tribunal  algunos  de  los^  reos,  i 
oídos  sus  descargos  con  las  defensas  de  los  procuradores  I  todo 
bien  examinado,  i  teniendo  en  consideración:  í.^  que  todos  están 
confesos  de  haber  tomado  parte  en  el  motín  del  7  de  setiembre 
último,  ya  en  el  mismo  día,  ya  en  los  que  le  siguieron,  con  el 
objeto!  Sjl^oncluir  con  las  autoridades  legalmente  constituidas^ 
principiando  por  esta  ciudad  con  la  fuerza  armada  que  la  guar« 
necia,  i  amarrando  traidoramente  a  sus  jefes  Inmediatos  en  un 
almuerzo  a  que  para  el  efecto  se  les  convidó,  como  asi  mismo  po^ 
níendo  en  prisión  a  las  demás  autoridades  de  la  provincia,  in« 
frínjiendo  el  arf,  159  de  la  Constitución  •  S.o  que  por  el  art.  6.^ 
tit.  76  de  la  ordenanza  del  ejército,  debe  estarse  a  las  disposiciones 
jenerales  de  derecho  en  lo  que  no  se  previniere  por  ella:  3«o 
quede  derecho  merecen  igual  pena  los  qúo  hacen  el  mal,  como 
aquellos  que  solo  mandaron,  o  les  dieron  esfuerzo,  o  consejo,  ;0 
ayuda  para  facerlo,  en  cualquier  manera  que  sea,  como  se  es- 
presa perlas  leyes  10,  tíf.  9.»  i  19  tít.  34  part.  7.»:  4.oque 
según  lo  dispuesto  por  las  leyes  3.»  tít.  30  parí.  7.»  i  1.»  tít.  87 
lib.  12Nov.  Recop.,  el  juez  debe  dar  por  hechor  del  delito  ai 
ausente,  cuando  se  le  justificare  con  una  semiplena  prueba:  S«® 
que  solo  los  reos  don  Ignacio  Alfonso  í  don  Isidro  Adolfo  Moran, 
sárjenlo  mayor  del  ejército,  han  prohado  haber  cumplido  Con  los 
tratados  de  Purapel  celebrados  entre  los  señores  jenerales  don 
Manuel  Búlnes  i  don  José  María  de  la  Cruz:  6.^  que  el  consejo 


28G  DOCtIHCMTOS. 

no  tiene  porque  considerar  los  graciosos  orrecímíentos  que  se 
hicieron  por  algunos  de  los  jefes,  para  exonerar 'de  la  pena  a  uno 
que  otro  de  los  procesados,  sin  estar  facultados  para  ello  por 
autoridad  competente :  7  «  que  tampoco  se  ha  probado  por  los 
precesado5,  a  escepcion  del  reo  don  Anjel  Quinteros  Finio,  las 
buenas  intenciones  con  que  han  querido  justiGcarse  en  la  parle 
directa  que  tomaron  en  el  referido  motín,  según  lo  dispuesto  por 
la  lei  1.*  tit.  14  part.  3.*:  en  esta  virtud,  el  consejo  absuelve  de 
toda  pena  a  los  reos  don  Ignacio  Alfonso,  don  Isidro  Adolfo  Moran, 
i  don  Anjel  Quinteros  Pinto,  i  a  todos  los  demás  que  constan 
mencionados  en  esta  sentencia  se  tes  condena  a  ser  pasados  por 
las  armas,  en  conformidad  del  art.  141  tÜ.  80  de  la  Ordenanza 
Jcneral  del  Ejército,  con  calidad  de  oírse  a  ios  ausentes  si  se 
presentaren  o  fueren  aprehendidos,  i  respecto  de  los  demás  que 
resultan  cámplices^  según  aparece  de  la  dílíjencia  corriente  a  f.  147 
precédase  a  formarles  la  correspondiente  causa,  poniéndcSeen 
noticia  del  señor  Comandante  janeral  de  armas  para  el  referido 
«efecto.  Higasesaberi  consúltese  a  lallustrísima  Corte  Marcial.— 
Serena,  marzo  tres  de  mil  ochocientos  cincuenta  i  dos.— Fran- 
cisco Campos  Guzman'-' Agustín  Gallegos— Miguel  Humeres — 
Fronctsco  Ftrar— 'Donttn^o  Calderón'^  Paulino  Mekndez^José 
Antonio  Pinto. 

Esta  sentencia  fué  confirmada  por  la  Corte  Marcial  de  la  Serena 
«I  lOde  julio  de  1852,  condenándose  ademas  a  muerte  por  este 
tribunal  a  los  oficiales  Moran  i  Alfonso  que  hablan  sido  absueltos 
por  el  Consejo  de  guerra. 


ITfDULTO. 

Núm.  517. 

Ministerio  de  Justicia, 

Santiago,  agosto  13  de  4852. 

El  Presidente  de  la  República  en  acuerdo  de  boi,  ha  decretado 
lo  que  sigue:  «Núm.  649.  De  acuerdo  con  el  Consejo  de  Estado 
en  sesión  de  ayer,  vengo  en  conmutar  la  pena  de  muerte  ímpues- 


DOCUMENTOS.  287 

ta  a'  los  autores  i  cómplices  del  rnotin  qne  estalló  en  la  Serena  el 
7  de  setiembre  del  año  próximo  pasado,  en  la  de  cuatro  años  de 
destierro  fuera  o  dentro  de  la  República  o  de  prisión,  a  disposi^ 
cion  del  Gobierno«  a  don  Pablo  Baratoux,  i  en  la  de  cinco  años, 
con  las  mismas  condiciones  de  la  anterior,  a  don  Vicente  Zorrilla. 
En  la  de  cinco  años  de  destierro  fuera  de  la  República  o  de  pre« 
sídto,  a  disposición  del  Gobierno,  a  don  José  Donato  Pinto,  don 
Ramón  Lagos  Trujillo,  don  Domingo  Carmona  i  don  JoséRamos, 
En  la  de  seis  años  de  destierro  fuera  de  la  República  o  de  presidio,  a 
disposición  del  Gobierno,  a  don  Ignacio  Alfonso  i  donBalvino  Co- 
rnelia. En  la  de  7  años  de  destierro  fuera  de  la  República,  o  de 
presidio  a  disposición  del  Gobierno,  a  José  Maria  Chabot  i  presbí- 
tero don  José  Dolores  Al  varez.  En  la  de  diez  años  de  destierro  fuera 
déla  República  o  de  presidio,  a  disposición  del  Gobierno,  al  Pre- 
bendado don  Joaquin  Vera  I  don  Tomas  Zenteno.  Si  alguno  de 
los  reos  mencionados  quebrantase  la  conmutación^  quedará  esta 
sin  efecto,  reTÍvirá  el  valor  i  efecto  de  la  sentencia  i  se  ejecuta- 
rá la  penaxle  muerte.»  Lo  trascribo  a  U.  S.  Iltma.  para  su  co« 
ji  ocimiento,  Gnes  consiguientes  i  en  contestación  a  sus  notas  de 
13  de  julio  último  núms.  83  i  86.  Dios  guarde  a  U.  S«  litma. 

Silvestre  Ochagatia, 
A  U  Corte  de  Apelaciones  de  la  Serena. 


Mmm  1  RECTIFICACIONES. 


Como  lo  promelímos  en  la  primer  pájua  de  esla  obra,  pos 
complacemos  en  hacer  algunas  leves  reclificaciones  que  se  nos 
han  sido  dirijidas  sobro  nuestra  narración. 

Es  escusado  repetir  aqui  lo  que  tantas  veces  hemos  dicho; 
a  saber>  que  no  escribiendo  por  vanidad  ni  por  pasión,  sino 
con  el  solo  propósito  de  ofrecer  un  servicio  al  pais,  no  solo 
no  tendremos  el  mas  minímo  inconveniente  para  correjir 
cualquier  error,  sino  que  agradeceremos  como  un  servicio 
toda  advertencia  leal  i  bien  intencionada  que  se  nqs  baga 
sobre  los  sucesos  que  narramos* 

Las  recliticaciones  a  que  ha  dado  lugar  basta  aqui  la  Sis- 
toria  del  levantamiento  i  sitio  de  la  Serena  son  solamente 
las  dos  que  siguen :  i  .*  que  el  oficial  Cavada  que  acompañó 
a  Herrera  en  su  espedicíon  al  Iluasco,  se  llamaba  Pablo  i  no 
Federico ;  i  2/  que  el  cura  Álvarez,  no  fue  elejido  vicario 
capitular  de  la  diócesis  de  la  Serena  por  la  municipalidad 
ravolucionaria  el  7  de  setiembre  de  1851,  sino  que  lo  habia 
sido,  pocos  días  antes,  por  el  cabildo  eclesiástico,  legalmen- 
te  constituido. 

La  única  adición  que  se  nos  ha  pedido  os  la  que  aparece 

37 


290  ADICIONES  1  RATIFICACIONES. 

en  uoa  correspondencia  de  Andacollo  Qrmada  por  don  P.  N. 
Videla  i  que  publica  la  Voz  de  Chile  en  su  número  77. 

Según  este  corresponsal,  ocurrió  que  cuando  la  invasión 
arjentina  se  aproximaba  a  la  Serena,  el  Intendente  Zorrilla 
solicitó  un  auxilio  de  Andacollo  i  en  pocas  horas  se  alistó 
una  columna  de  80  a  100  cívicos  i  mineros  al  mando  de  don 
Pedro  Regalado  Videla  i  de  don  Tomas  Valdivia,  quienes,  lle- 
vando por  asociado  a  don  Santiago  Aracena,  entraron  a  la 
Serena  la  misma  noche  del  dia  en  que  su  cooperación  fué 
solicitada.  Estos  auxiliares  fueron  distribuidos  en  las  trinche- 
ras asi  ;como  los  mineros  venidos  de  la  Higuera,  Tambillo, 
Brillador  i  otros  puntos  de  la  provincia* 

Santiago,  junio  do  1862. 

B.  Vicuña  JUackenna. 


ÍNDICE. 


tJLPlTULO  I. 

EL  ASEDIO. 

Se  organiza  en  la  Lignala  Espedicionpacificadoradel  iVorie.-^Los 
coroneles  Garrido  i  Vidaurre  se  hacen  a  la  vela  en  el  Papudo  i 
se  reúnen  en  el  puerto  de  Coquimbo. — ^El  intendente  Campos 
Guzman  se  dirijo  a  la  Serena  por  tierra  i  decreta  la  formación 
úe  sumarías  a  ios  habitantes  de  la  provincia  comprometidos  en 
la  revoluoien. — ^Nota  por  la  que  el  coronel  Garrido  intima  la 
rendición  de  la  plaza.— Contestación  del  intendente  Carrera. — 
Espirítude  los  habitantes  de  la  Serena. — Correspondencia  entre 
los  coroneles  Garrido  i  Arteaga  para  provocar  una  conferencia. 
— ^Tíeoe  lugar  ^ta  i  las  proposiciones  de  la  plaia  no  son  acep- 
tadas.—Se  estrecha  en  consecuencia  el  asedio.— Topografía 
militar  de  la  Serena.— Prímer  combate  de  la  Portada.— 6e 
dispara  de  la  plaza  el  primer  cañonazo  sobre  él  campo  de  los 
sitiadores .  * r- • 


CAPITÜLQO. 

EL  BOmARDEO. 

Los  sitiadores  resuelven  el  bombardeo  de  ía  plaza.— Ocupan  la 
Torre  de  San  Francisco.— Él  mayor  Alvarez  es  hecho  prisio- 
nero en  la  torre  de  San  Agustin.— El  bombardeo  comienza  ál 
amaoecer  del  7  dé  noviembre.— Indignación  en  la  plaza.— Se 
paralizan  las  operaciones,  se  solicita  por  los  sitiadores  una  sus- 
pensión de  armas  i  se  niega  por  los  sitiados.— Don  Nicolás 
Osorio.— Rol  que  juega  durante  el  sitio.— DiGcultades  que  se 
suscitan  entre  el  gobernador  de  la  plaza  i  el  intendente,  a  con- 


\ 

\ 
\ 
\ 


Páj. 


294  índicg. 


Páj. 


dente  revolucionario  de  la  Serena.—Influjo  de  la  prensa  sobre 
la  gtiamicion.— Bpletines.— El  periodiquito  de  la  p2aza.— Ardi- 
des de  los  soldados  para  esparcir  estas  publicaciones  fuera  de 
la  plaza.— Conmoción  jenertd  de  la  campaña  i  parUcularmente 
de  los  minerales.— Alzamiento  de  los  mineros  de  Tamaya  i 
asalto  sangriento  que  dan  a  la  villa  de  Ovalle.— La  montonera 
del  negro  Rafael  €haehinga.— Juan  Muñoz  i  el  mayor  Lagos 
organizan  una  montonera  en  Quebrádahonda  que  es  desecha  por 
los  lanceros  de  Neiroi. — Ataque  del  47  de  diciembre  sobre  el 
campamento  de  los  cuyatios  en  los  hornos  de  Lambert.— Razo- 
nes porque  el  gobernador  no  atacaba  seriamente  al  enemigo.^— 
Amaiigas  confesiones  de  los  jefes  sitiadores •  .      123 


CAPITULO  VIL 

LOS  TEATADOS. 

S6b¡to  cambio  del  aspecto  del  sitio.— Llegan  a  la  Serena  los  tra- 
tados de  Purapel  i  comunicaciones  del  jeneral  Cruz  para  que 
se  entregue  la  plaza.— Suspicacia  del  coronel  Garrido  i  carta 
confidencial  que  escribe  a  Arteaga.— Resolución  irrevocable  que 
este  toma  a  la  vista  de  estos  documentos.— Se  reúne  el  Conse- 
jo d^l  Pueblo  i  se  pide  el  envío  de  una  comisión  a  Yalparaiso 
para  cerciorarse  de  la  autenticidad  de  los  tratados.— Noble 
contestación  del  coronel  Arteaga.— Armisticio  que  se  celelta 
el  25  de  diciembre— Los  jefes  sitiadores  convienen  en  que  una 
comisión  vaya  al  puerto  de  Coquimbo  a  instruirse  de  la  verdad 
por  los  pasajeros  del  vapor  de  la  carrera.— Llega  a  la  plaza 
la  circular  del  secretario  jeneral  del  sud.  Vicuña^  que  anuncia 
la  victoria  dei  Longomilla.- Regocijo  en  la  plaza.— Despacho 
del  coronel  Yídaurre,  i  altiva  respuesta  que  recibe  del  goberna- 
dor por  sus  recriminaciones.— Arteaga  persiste  en  su  resolución 
de  retirarse  i  solicita  la  mediación  del  comandante  francés 
Poóg^t.— Se  vé  con  Vidaurre  en  la  placuelade  San  Francisco 
i  se  retira.— Incredulidad  i  entusiasmo  de  la  guarnición.— Ul- 
tima resolución  del  Consejo  del  Pueblo.— Arteaga  vuelve  i  de- 
mite  el  mando  que  acepta  jenerosamente  Munizaga.— Despedida 
del  gobernador  a  la  guarnición.— Juicio  sobre  el  coronel  Ar- 
teaga.—Conflictos  de  Munizaga  para  ajustar  la  rendición  de 
la  plaza.— Honorables  instrucciones  dadas  al  plenipotenciario 
Zenten o.— Garrido  las  rechaza  i  se  ajusta  una  capitulación  or-  / 

dinaria.— Munizaga  rehusa  ratificarla  porque  no  se  garantízala 
amnistía  de  los  ciudadanos.— Se  añade  una  fórmula  i  los  tra- 
tados quedan  aprobados  in  noríiíne.- La  Serbna  no  se  rinde.  .      447 


DOCUMENTOS.  29S 

CAPITULO  VIII. 

CONCLUSIÓN. 

Páj» 
La  guarnición  de  la  Serena  se  insurrecciona  contra  sus  jefes. — 

Persecución  i  fuga  de  Munizaga  i  del  deán  Vera. — Los  soldados 
pretenden  atacar  al  enemigo,  pero  so  e|icuentran  sin  jefes. — 
£1  impostor  Quintin  Quiíiteros  de  los  Pintos  se  proclama  inten- 
dente.—Su  pomposa  proclama  a  la  tropa.— Nombra  gobernador 
de  la  plaza  al  oficial  Casa-Cordero.— Desorden  espantoso  en 
la  ciudad  en  la  noche  del  30  de  diciembre. — 6alleguillos.vá  a 
ser  fusilado  por  sus  propios  soldados,  pero  se  escapa. — Saqueo 
injenioso  de  los  mineros. — Les  llégala  noticia  del  levantamiento 
do  Copiapó  al  amanecer  del  dia  31.— Se  resuelven  a  marchar 
a  aquel  pueblo.— El  gobernador  Gasa-Cordero  intima  al  coro- 
nel Vidaurre  que  la  plaza  no  se  rinde.— Respdiesta  persuasiva 
de  aquel  jefe.— Se  publica  un  bando  por  el  que  se  dispone  que 
el  que  no  rinda  las  armas  antes  de  las  doce  del  dia  31,  será 
fusilado.— En  consecuencia,  el  intendente  i  el  gobernador  se 
resisten  a  emprender  ia  marcha;  pero  un  minero  se  lleva  al 
primero  a  la  gurupa.— Casa-Cordero  entrega  la  plaza.— Com- 
bate de  la  Cuesta  de  arena. — Los  mineros  deponen  las  armas 
por  influjo  del  prior  de  Santo  Dom¡ngo.-*-Horrible  i  aleve  car- 
nicería que  hacen  los  cuyanos  en  los  prisioneros.— La  división 
pacificadora  atraviesa  dos  veces  la  ciudad  i  parte  el  mismo  dia 
para  Copiapó.— La  Serena  fué  ocupada,  pero  no  se  habia  ren- 
^   dido.  . m 


Epílogo  ...;...«•.  ^  ;•••.;.••«•;•••«•  ^  ^  son 

Apéndice ;  ¿  •  •  S27 

Documentos.  •••• ;...• i  •  •  •  231 

Adiciones  i  rectificaciones •;«••••  |  •.;•  ;  298 


294  índicg. 

Páj. 

dente  revolucionario  de  la  Serena.— Influjo  de  la  prensa  sobre 
la  guarnición.— Bpletines.— El  periodiquito  de  la  pktza.— Ardi- 
des de  los  soldados  para  esparcir  estas  publicaciones  fuera  de 
la  plaza.— Conmoción  jenertd  de  la  campafia  i  parUcularmenle 
de  los  minerales.— Alzamiento  de  los  mineros  de  Tamaya  i 
asalto  sangriento  que  dan  a  la  villa  de  Ovalle.— La  montonera 
del  negro  Rafael  €haehinga.— Joan  Muñoz  i  el  mayor  Lagos 
organizan  una  montonera  en  Quebrádahonda  que  es  desecha  por 
los  lanceros  de  Neirot. — Ataque  del  47  de  diciembre  sobre  el 
campamento  de  los  cuyatios  en  los  hornos  de  Lambert.— Razo- 
nes porque  el  gobernador  no  atacaba  seriamente  al  enemigo.— 
Amaiigas  confesiones  de  los  jefes  sitiadores •  .      123 

CAPITULO  VIL 

LOS  TRATADOS. 

S6bito  cambio  del  aspecto  del  sitio.— Llegan  a  la  Serena  los  tra« 
tados  de  Purapel  i  comunicaciones  del  jeneral  Cruz  para  que 
se  entregue  la  plaza. — Suspicacia  del  coronel  Garrido  i  carta 
confidencial  que  escribe  a  Arteaga.— Resolución  irrevocable  que 
este  toma  a  la  vista  de  estos  documentos.— Se  reúne  el  Conse- 
jo del  Pueblo  i  se  pide  el  envió  de  una  comisión  a  Yalparalso 
para  cerciorarse  de  la  autenticidad  de  los  tratados.— Noble 
contestación  del  coronel  Arteaga.— Armisticio  que  se  celelta 
el  25  de  diciembre  — Los  jefes  sitiadores  convienen  en  que  una 
comisión  vaya  al  puerto  de  Coquimbo  a  instruirse  de  la  verdad 
por  los  pasajeros  del  vapor  de  la  carrera. — Llega  a  la  nlaza 
la  circular  del  secretario  jeneral  del  sud.  Vicuña^  que  anuncia 
la  victoria  de.  Longomilla.— Regocijo  en.  la  plaza.— Despacho 
del  coronel  Yídaurre,  i  altiva  respuesta  que  recibe  del  goberna- 
dor por  sus  recriminaciones.- Arteaga  persiste  en  su  resolución 
de  retirarse  i  solicita  la  mediación  del  comandante  francés 
Poúget.— Se  vé  con  Vidaurre  en  la  placuelade  San  Francisco 
i  se  retira.— Incredulidad  i  entusiasmo  de  la  guarnición.— Ul- 
tima resolución  del  Consejo  del  Pueblo.- Arteaga  vuelve  i  de- 
mite  el  mando  que  acepta  jenerosamente  Munizaga.— Despedida 
del  gobernador  a  la  guarnición.— Juicio  sobre  el  coronel  Ar- 
teaga.— Conflictos  de  Munizaga  para  ajustar  la  rendición  de 
la  plaza.— Honorables  instrucciones  dadas  al  plenipotenciario 
Zenten o.— Garrido  las  rechaza  i  se  ajusta  una  capitulación  or-  / 

dinaria.— Munizaga  rehusa  ratificarla  porque  no  se  garantiza  la 
amnistía  de  los  ciudadanos.— Se  añade  una  fórmula  i  los  tra- 
tados quedan  aprobados  in  nomine,— L^  Serbna  no  se  rinde.  .      447 


DOCL'MENTOS.  295 

CAPITULO  vni. 

CONCLUSIÓN. 

Pái 

La  guarnición  de  la  Serena  se  insurrecciona  contra  sus  jefes.— 

Persecución  i  fuga  de  Munizaga  ¡  del  deán  Vera.— Los  soldados 
pretenden  atacar  al  enemigo,  pero  se  epcuentran  sin  jefes.— 
£1  impostor  Quintín  Quiíiteros  de  los  Pintos  se  proclama  inten- 
dente,—Su  pomposa  proclama  a  la  tropa.— Nombra  gobernador 
de  la  plaza  al  oficial  Casa-Cordero.— Desorden  espantos  en 
la  ciudad  en  la  noche  del  30  de  diciembre.— 6alleguillos.vá  a 
ser  fusilado  por  sus  propios  soldados,  pero  se  escapa. — Saqueo 
injenioso  de  los  mineros.- Les  llégala  noticia  del  levantamiento 
do  Copiapó  al  amanecer  del  dia  31.— Se  resuelven  a  marchar 
a  aquel  pueblo.— El  gobernador  Casa-Cordero  intima  al  coro- 
nel Vidaurre  que  la  plaza  no  se  rinde.— Respu^ta  persuasiva 
de  aquel  jefe. — Se  publica  un  bando  por  el  que  se  dispone  que 
el  que  no  rinda  las  armas  antes  de  las  doce  del  dia  31,  será 
fusilado. — ^En  consecuencia,  el  intendente  i  el  gobernador  se 
resisten  a  emprender  la  marcha;  pero  un  minero  se  lleva   al 
primero  a  la  gurupa.— Casa-Cordero  entrega  la  plaza.— Com- 
bate de  la  Cuesta  de  arena, — Los  mineros  deponen  las  armas 
por  influjo  del  prior  de  Santo  Domingo.-^Horrible  i  aleve  car- 
nicería que  hacen  los  cuy  anos  en  los  prisioneros. — La  división 
pacificadora  atraviesa  dos  veces  la  ciudad  i  parte  el  mismo  dia 
para  Copiapó.— La  Serena  fué  ocupada,  pero  no  se  había  ren- 
dido. . ' .  ,      171 


Epílogo  ...:...*..  2  ;....;.•.♦.;..,•.  í  í  soii 

Apéndice ••••••••  ¿  ¿  •  •  S27 

Documentos ; s  •  •  •  231 

Adiciones  i  rectificaciones ¡  «  .  •  •  •  t  •  .  «  •  ;  298