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Full text of "Historia de Murcia musulmana : obra laureada por la Real Academia de la Historia en el concurso de 1904 con el premio instituido por el excmo. sr. marqués de Aledo"

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HISTORIA. 


MURCIA  MUSULMANA 


HISTORIA 


DE 


jyiURCm  MUSULMftNft 


POR  ' 


p\ar\ar)0  Gaspar  'i\enjiro 

mmmM 
i  HISTOfil 


CON  £L  eHEMÍO  ÍNSTITÜÍDO 


Sr.  Marqués  de  Aledo 


fERSIDAD  DE  GRANADA 


HISTOfilA  El  [L  COiCUO  DE  190i 


De  Abenalhadad  el  andalosi 


ZARAGOZA 

TIP.    DE    ANDRÉS    URIARTK,    PILAR,    1 

1905 


DICTAMEN 


EEAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA 


«Escasa  novedad  ofrece  la  contienda  en  lo  referente 
al  premio  ofrecido  por  el  Sr.  Marqués  de  Aledo  á  la  me- 
jor memoria  de  Murcia  musulmana:  el  único  manus- 
crito presente  es  el  mismo  que  el  año  anterior  fué  reti- 
rado á  fin  de  subsanar  deflciencias  de  que  era  causa  la 
escasez  del  tiempo  de  preparación .  Lleno  el  vacío ,  des- 
arrollado el  plan  por  el  autor  en  términos  de  abarcar  la 
idea  general  de  la  dominación  arábiga  en  España  hasta 
la  recuperación  de  Murcia  por  los  cristianos  en  tiempo 
de  Alfonso  X,  á  los  sucesos  locales  poco  conocidos,  con- 
sagra la  debida  atención  desbrozando  camino  nuevo  en 
que  se  destacan  las  figuras  del  príncipe  Teodomiro  y  del 
espléndido  y  esforzado  Daysam ,  de  cuyas  campañas  en 
territorio  de  Jaén  incluye  interesantes  noticias,  así 
como  de  las  revueltas  en  que  intervino  Hayrán,  á  la 
caída  del  califato.  La  comisión  examinadora  ha  estimado 
el  referido  manuscrito  digno  de  la  recompensa  ofrecida , 
y  la  Academia,  de  buena  voluntad,  la  ha  acordado  al 
autor,  D.  Mariano  Gaspar  Remiro ,  catedrático  de  la  Uni- 
versidad de  Granada  » . 

(Del  Boletín  de  la  Real  Academia  de  La  Historia,  tomo  XLV, 
Julio-Septiembre  de  1904,  Documentos  oficiales,  pág.  172). 


197720 


ADVERTENCIA   PRELIMINAR 


Es  difícil  escribir  hoy  la  historia  detallada  de  la  do- 
minación musulmana  en  cualquiera  de  nuestras  regio- 
nes; se  lucha  todavía  con  la  falta  ó  suma  escasez  de 
documentos  particulares,  y  las  obras  históricas  debidas 
á  los  autores  cristianos,  unas,  los  cronicones,  son  muy 
deficientes,  especialmente  para  la  parte  árabe,  y  las 
posteriores  al  siglo  xv,  sin  que  sean  más  abundantes 
en  noticias  de  sustancia,  adolecen  de  graves  errores  y 
de  frecuente  confusión  y  exageración  al  narrar  los  he- 
chos de  nuestros  musulmanes.  Es  verdad  que  para  tal 
empresa  se  cuenta  con  obras  históricas  legadas  por 
los  mismos  musulmanes,  las  cuales  son  más  copiosas 
en  noticias,  más  exactas  y  escritas  con  mayor  conoci- 
miento de  la  realidad,  y  además  con  otras  muchas,  que 
aunque  revisten  un  carácter  eminentemente  literario, 
suministran  datos  de  suma  importancia  respecto  de  he- 
chos particulares  ó  de  personajes;  pero,  por  desgracia, 
las  primeras  de  éstas  son  de  carácter  general  y  algunas 
limitadas  á  períodos  más  ó  menos  largos  de  la  España 
árabe,  y  las  segundas,  á  más  de  ser  escasas,  están  toda- 
vía en  estudio,  y  han  de  pasar  bastantes  años  para  que 
pueda  sacarse  de  ellas  todo  el  material  histórico  que 
indudablemente  contienen. 


Vllt 

Añádase  á  esto  que ,  como  ha  dicho  un  ilustre  aca- 
démico (1),  « dificulta  la  tarea  de  puntualizar  lo  verda- 
dero en  este  lenguaje  de  obras,  el  habérselas  el  historia- 
dor á  la  continua  con  testimonios  discordes,  asaltándole 
casi  siempre  la  duda  de  que  el  disentimiento  sea  origi- 
nado por  variantes  y  oscuridades  paleográflcas  de  los 
textos,  las  cuales  se  explican  con  cierta  probabilidad 
por  lo  que  toca  á  los  nombres  propios  conservados  en 
una  escritura  como  la  arábiga,  que  descuida  el  expresar 
las  vocales  y  cuyos  caracteres,  destinados  á  la  designa- 
ción de  crecido  número  de  consonantes,  son  en  rea- 
lidad pocos  y  de  configuración  análoga,  cuando  no 
absolutamente  idéntica,  en  términos  de  distinguirse 
solamente  las  representaciones  de  sonidos  muy  diver- 
sos, por  ápices  ó  puntos  redondos  ligeramente  trazados 
encima  ó  debajo  de  las  letras,  adelantados  ó  retrasados 
por  lo  común  respecto  del  sitio  que  les  corresponde, 
muy  fáciles  de  desaparecer  y  á  menudo  olvidados  por  el 
amanuense.  Agregúense  á  esto  las  variedades  ortográ- 
ficas de  mogrebinos  y  orientales ,  el  alternativo  uso  de 
distintos  cómputos,  la  diferencia  de  usos,  de  cultura, 
de  nociones  geográficas  é  históricas  y  hasta  de  religión , 
aún  no  contada  la  parcialidad  nacional,  ni  el  carácter 
del  escritor,  y  será  obvio  el  entender  que  existen  obs- 
táculos de  momento  para  conseguir  los  fines  historiales 
en  el  camino  que  han  de  recorrer  los  arabistas.  Alién- 
tales, sin  embargo,  la  esperanza  de  acertar,  y,  ¿por  qué 
no  decirlo?,  la  persuasión,  asimismo,  de  haber  fre- 
cuentemente acertado,  estímulo  grande  para  toda  in- 
vestigación, aun  en  la  esfera  más  modesta». 


(1)     Fernández  y  González  fD.  Francisco),  «Los  reyes  Acosta 
y  Elier»,  avt.  de  la  España  moderna,  Noviembre  de  1899,  pág.  83, 


IX 


Si  por  las  mismas  razones  que  dejamos  apuntadas, 
como  ka  dicho  recientemente  otro  ilustre  académico  (1), 
no  se  ha  escrito  hasta  hoy  una  buena  historia  general 
árabe  de  España ,  ni  siquiera  se  está  en  condiciones  de 
poderla  escribir;  ¿qué  de  particular  tiene  que  sea  más 
difícil  publicar  la  de  una  provincia  ó  ciudad  determina- 
da? Por  esto,  en  el  presente  trabajo  no  pretendemos 
decir,  ni  mucho  menos,  todo  lo  que  importa  saber  res- 
pecto de  Murcia  musulmana;  no  hacemos  en  él  más  que 
presentar  respecto  del  particular  el  fruto  de  nuestra 
investigación  durante  el  tiempo  fijado  en  el  concurso 
abierto  por  la  Real  Academia  de  la  Historia.  Durante 
ditho  tiempo  hemos  trabajado  con  empeño  buscando 
aquellas  fuentes,  que  no  teníamos  á  nuestro  alcance,  en 
las  bibliotecas  de  los  maestros  y  en  las  más  notables  del 
Estado  para  este  género  de  estudios,  visitamos  las  prin- 
cipales ciudades  de  la  región,  objeto  de  esta  historia,  y 
leímos  cuanto  de  las  crónicas  regionales  cayó  en  nues- 
tras manos,  todo  con  el  único  fin  de  contribuir,  en  la 
medida  de  nuestras  fuerzas,  al  esclarecimiento  del  tema 
de  la  obra. 

De  los  trabajos  históricos  de  la  región  muy  poco 
hemos  podido  aprovechar,  serán  excelentes  y  útilísimos 
para  otros  períodos  de  nuestra  historia;  mas  tratán- 
dose del  período  árabe,  dejan  muchísimo  que  desear  en 
cuanto  á  veracidad  y  exactitud  en  la  narración  de  los 
hechos,  incluso  la  conocida  obra  del  ilustre  Cáscales, 
utilizable  únicamente  para  el  tiempo  de  la  reconquista, 
é  igualmente  la  que  respecto  del  mismo  tema  que  infor- 
ma nuestro  trabajo,  publicó  D.  Félix  Ponzoa  y  Cebrián 


(1)    Codera,  «Almorávides)),  introducción, 


en  1845  con  el  título  de  Historia  de  la  dominación  de 
los  árabes  en  Murcia,  sacada  de  los  mejores  autores  y 
de  una  multitud  de  códices  y  documentos  auténticos  de 
aquella  época  que  existen  en  las  bibliotecas  y  archivos 
del  reino.  No  somos  nosotros  los  llamados  á  juzgar  dicha 
obra,  ni  es  preciso  que  lo  hagamos;  dejó  ya  estampado 
su  fallo  D.  Pascual  Gayangos  en  un  artículo  publicado 
en  la  Antología  Española  (1),  del  cual  copiamos  aquí  la 
parte  más  sustanciosa,  guiados  tan  solo  por  el  interés 
de  la  verdad  histórica. 

«Al  leer  título  tan  pomposo  y  retumbante,  dice  el 
Sr.  Gayangos,  acerca  de  la  obra  de  referencia,  desde 
luego  creímos  que  el  Sr.  Ponzoa  había  topado  cuando 
menos  con  la  obra  de  Mohammad  ben  Mohammad  ben 
Al-háge,  sabio  alfaquí  que  escribió  hacia  mediados  del 
siglo  decimocuarto  una  descripción  histórico -geográ- 
fica de  Murcia  y  su  reino;  y  como  casualmente  la 
historia  de  dicha  provincia,  constituida  en  reino  inde- 
pendiente y  separado  de  Córdoba,  es  la  que  presenta 
más  escasos  materiales,  nosotros  que  somos  natural- 
mente aficionados  á  éstas  que  el  vulgo  llama  antigua- 
llas, nos  pusimos  á  ojear  la  obra  del  Sr.  Ponzoa,  con  la 
curiosidad  y  avidez  que  son  consiguientes.  Juzgue, 
pues,  el  lector  cual  sería  nuestra  sorpresa  al  encontrar- 
nos con  que  la  decantada  Historia  de  la  dominación  de 
los  árabes  en  Murcia  no  era  en  su  mayor  parte  más  que 
un  vaciado  de  las  obras  de  Cáscales  y  Lozano;  que  lo 
poco  que  en  ella  hay  tomado  de  Casiri  y  de  Conde  (au- 
tores que  el  Sr.  Ponzoa  debiera  haber  leído  con  deten- 


(1)    Revista  de  ciencia,  liíeratura,  bellas  artes  y  ci'itica,  tomo  I, 
pág.  34. 


XI 

ción ,  antes  de  engolfarse  en  un  laberinto  que  para  él  ha 
sido  el  de  Creta),  está  mal  comprendido  y  peor  expre^ 
sado:  que  no  hay  siquiera  un  nombre  propio  que  esté 
bien  escrito,  ni  un  solo  suceso  narrado  conforme  á  la 
verdad  histórica,  ni  una  sola  fecha  que  no  esté  equivo^ 
cada ;  y  por  último ,  que  de  los  diez  y  ocho  gobernadores 
ó  reyes  que  sabemos  hubo  en  Murcia ,  tan  solo  se  citan 
por  el  autor  ocho;  y  éstos,  ó  no  fueron  tales  reyes,  ó  si 
lo  fueron,  se  hallan  de  tal  manera  disfrazados  con  los 
nombres  que  al  Sr.  Ponzoa  plugo  darles,  que  el  mismo 
Mahoma,  si  al  mundo  viniera,  se  guardaría  de  recla- 
marlos como  suyos....» 

El  mismo  Sr.  Gayangos  en  el  citado  artículo,  á  la 
vez  que  destruye  la  obra  del  Sr.  Ponzoa,  hace  una 
ligera  reseña  de  la  historia  de  Murcia  durante  la  domina- 
ción árabe,  la  cual  si  bien  pudo  prestar  grande  utilidad, 
cuando  fué  dada  á  luz,  hoy  que  ya  tenemos  mayor  nú- 
mero de  textos  y  mejor  estudiados,  resulta  insuficiente 
y  no  siempre  exacta  aun  dentro  de  las  líneas  generales 
en  que  se  halla  escrita.  Con  todo,  hemos  aprovechado 
su  parte  útil,  haciéndola  fuente  predilecta  de  nuestro 
estudio,  juntamente  con  los  textos  árabes  impresos  y 
manuscritos  y  los  trabajos  de  los  modernos  y  autoriza- 
dos arabistas,  Dozy,  Codera,  Fernández  y  González  y 
Saavedra,  de  que  nos  hemos  servido,  como  echará  de 
ver  el  lector  en  la  lectura  de  este  libro. 

No  debemos  terminar  esta  advertencia,  sin  manifes- 
tar públicamente  lá  parte  que  ha  correspondido  en  la 
realización  de  nuestro  empeño  á  los  excelentísimos  se- 
ñores Marqués  de  Aledo  y  García  Alix ,  al  primero  por 
su  generosa  iniciativa  al  instituir  el  premio,  y  al  se- 
gundo por  haber  autorizado,  siendo  Ministro  de  Instruc- 


XII 

ción  pública,  que  el  autor  pudiera  ausentarse  de  su 
residencia  oficial  durante  tres  meses,  á  fln  de  hacer 
estudios  en  los  manuscritos  é  impresos  árabes,  que  se 
sabe  existen  en  las  bibliotecas  Nacional,  de  la  Real  Aca- 
demia de  la  Historia  y  del  Escorial . 


CAPITULO  PRIMERO 

Invasión   de   la  tierra   de   Todmir 

Oj)inioncs  de  Ids  /listoi'i adores;  versión  iiiüs  eructa  de  los  que  lo  re- 
fieren al  tiempo  de  la  venida  de  Miua. — Derrotero  se¡/uido  por 
Ahdela^iz  en  su  conquista  de  Todmir,  ij  tiempo  preciso  en  que 
pudo  realizarla.— Oposición  ij  derrota  de  Tcodomiro ,  jefe  do  la 
reijión. — Noticias  sobre  la  participación  de  Teodondro  en  la 
batalla  del  Barbate ,  ji  en  la  lucha  interior  del  país. — Observa- 
ciones sobre  el  relato  de  la  crónica  denominada  del  moro  Rasis. 

No  es  unánime  la  opinión  de  los  historiadores  res- 
pecto al  tiempo  en  que  fué  invadida  por  los  musulmanes 
la  parte  del  territorio  español,  á  que  ellos  dieron  el  nombre 
de  Cora  de  Todmir.  Un  autor  árabe  (1)  afirma  que  Táric, 
hijo  de  Zeyad,  á  seguida  de  apoderarse  de  Ecija,  donde 
le  habían  resistido  nuevamente  las  fuerzas  godas  que, 
menos  quebrantadas,  habían  escapado  del  desastre  del 
río  Barbate  ó  de  Sidonia,  envió  una  división  de  su  ejérci- 
to, que  conquistó  á  Granada,  y  que  la  misma  división 
marchó  inmediatamente  á  la  región  de  Todmir,  llamada 
así  después  en  memoria  de  su  gobernador  Teodomiro. 
Otros  autores  (2)  no  hacen  más  que  ampliar  la  misma 
versión  del  hecho  que  leemos  en  Abenadarí;  pues  dicen, 
que  Táric  desde  Ecija,  donde  entró  triunfante  tras  de 
empeñada  lucha  con  los  habitantes  de  la  ciudad  y  los 
fugitivos  del  ejército  de  Rodrigo,  dividió  sus  tropas  en- 


(1)  Abenadarí,  Al-Bavamó  L.  Mogrib,  edic .  de  Dozy,  toniull, 
pág.  13. 

(2)  El  Anónimo  del  Ajbar  Mac/tmiía ,  pág.  25  y  26  de  la  traduc- 
ción; Abenalcutia,  copiado  por  Abenaljatii),  Ihata,  edic.  del  Cairo, 
vol .  I,  pág.  16  y  17;  Anouairí,  ws.  de  la  Real  Academia  de  la  His- 
toria, núm .  60,  fol.  93,  v. ;  Arra/i  en  Almacari,  edic.  de  Leyden,  I, 
pág.  166. 


--  2  — 

viando  un  destacamento  á  Córdoba,  otro  á  Granada,  otro 
á  Málaga,  y  marchó  él  con  el  grueso  de  su  ejército  á  To- 
ledo de  la  que  se  apoderó  sin  combate,  pues  encontró  la 
ciudad  evacuada  por  el  enemigo:  reunidos  los  destaca- 
mentos enviados  contra  Granada  y  Málaga,  luego  de  rea- 
lizada su  misión  respectiva,  dirigiéronse  á  la  región  de 
Todmir  (1). 

Los  historiadores,  que  van  citados,  refieren  la  inva- 
sión de  Todmir  al  año  711 ,  y  seguidamente  á  la  derrota 
del  ejército  de  Rodrigo.  Mas,  no  faltan  otros  que  atribu- 
yen la  invasión  y  conquista  de  dicha  región  á  Abdelaziz , 
hijo  de  Muza.  Abenaljatib,  después  de  referirnos  la  na- 
rración del  hecho  tal  como  aparece  en  el  historiador  Aben- 
alcutia,  aduce  el  testimonio  de  Moavia,  hijo  de  Hixem,  y 
de  otros  autores,  los  cuales  aseguran  que  la  conquista  de 
Todmir,  y  á  continuación  de  ella  las  de  Elvira  y  Má- 
laga, fueron  emprendidas  en  el  año  93  de  la  hégira  (712 
de  J.  C),  tiempo  en  que  vino  á  España  Muza,  hijo  de 
Noseir,  quien,  al  efecto,  envió  una  división  de  su  ejército 
capitaneada  por  su  hijo  Abdelaziz  contra  la  región  de 
Todmir,  y  se  hizo  dueño  de  ella,  y  después  marchó  á 
Elvira,  y  tomada  esta  ciudad,  dirigióse  á  Málaga  (2).  Al- 
macarí  luego  de  exponer,  á  semejanza  de  Abenaljatib,  la 
narración  de  los  que  atribuyen  la  conquista  de  Todmir  al 
tiempo  de  la  venida  deTáric,  añade:  «pero  han  dicho 
otros  historiadores  que  Muza,  hijo  de  Noseir,  envió  á  su 
hijo  Abdelaziz  á  tierra  de  Todmir,  y  la  conquistó,  y  á 
Granada,  Málaga  y  Reya  (3)  de  las  cuales  se  apoderó  tam- 
bién» (4).  Además  la  crónica  conocida  por  el  Anónimo 


(1  )     Fsíii  misma  versión  es  seguida  ]mji-  el  Arzoljispo  D.   R(jrli-ii;i> 
lil).  III,  cap.  XXIII  y  XXIV,  y  la  Ci'única  licneral,  Edic  .  ZaiiKji-a 
1541,  3.^  parte,  cap.  I. 

(2)     Véase  el  apéndice  número  I. 

(ll)  Nombre  de  la  provincia  que  tuvo  por  cíip'ital  á  Arcliidima, 
véase  Yaiait,  (xeo.^'rapliisclie  etc.  en  la  palabra  Ai  o,  J^:i.^\  .  Véase  tam 
l)ién  á  Lafu(Mit(!  Alcántara,  Ajbar  Machinua,  páü,'.  161. 

(4)     Analectes,  (¡dic.  <le  Leyden,  I,  pág.    174. 


—  3  — 

latino  ó  de  Isidoro  Pacense  atribuye  á  Abdelaziz  el  tra- 
tado de  capitulación,  que  dio  por  terminada  la  conquista 
de  la  región  de  Todmir,  al  decirnos  que  el  califa  de 
oriente  confirmó  á  Teodomiio  el  pacto,  que  había  recibido 
de  Abdelaziz  (1). 

Ante  la  fuerza  de  los  testimonios  que  anteceden  ,  todos 
los  escritores  modernos  que  han  estudiado  la  conquista 
de  España  por  los  musulmanes,  rechazan  la  versión  de  los 
cronistas  que  atribuyen  la  invasión  de  Todmir  á  tropas 
destacadas  por  Táric  á  seguida  de  la  derrota  de  los  godos 
en  Ecija,  inclinándose  más  bien  á  creer  que  dicha  inva- 
sión fué  llevada  á  cabo  más  tarde  por  Abdelaziz,  cuando 
ya  se  liallaba  en  España  su  padre  Aluza,  hijo  de  Noseir  (2). 

Mas  si  bien  pasa  como  hecho  averiguado  que  la  con- 
quista de  Todmir  fué  realizada  por  Abdelaziz,  hijo  de 
Aluza ,  cuando  ya  se  hallaba  éste  en  España,  no  lo  es  tanto 
el  derrotero  que  siguió,  ni  el  momento  preciso  en  que  se 
llevó  á  cabo.  No  admite  controversia  que  el  plan  de  ope- 
raciones confiado  á  la  acción  de  Abdelaziz  comprendía, 
además  de  la  conquista  de  la  región  de  Todmir,  las  de 
Granada,  Alálaga  y  Reya;  así  lo  declaran  todos  los  his- 
toriadores árabes  mencionados  que  se  ocupan  de  la  con- 
quista de  España.  Alas  lo  vasto  de  ese  plan,  el  hecho  no 
menos  cierto  de  tener  ([ue  acudir  Abdelaziz  á  sofocar  la 
insurrección  de  los  sevillanos,  los  cuales  auxiliados  por 
la  gente  de  Niebla  y  Beja  se  habían  alzado  aprovechando 
la  ausencia  de  Aluza  que  se  hallaba  sitiando  á  Aíérida  (3), 


(1)  «Et  pactuní  ijuud  duduní  a!j  Abdelaziz  accepei-at  ñi-mitei'  ab 
cu  i'ei»aratui')).  Es¡iaña  Sagrada  VIII,  Cronií-ún  de  li^iduro  Pacense, 
iiú'.n.  .38.  Di(íh(j  pacto  se  halla  en  el  historiador  Adabi:  Casiri  fué  el 
j)i-imero  que  lo  publicó  en  su  «Biblioteca  escui-ialensis»,  tomo  II, 
pág.  106,  y  si  entonces  resultó  su  publicación  poco  correcta,  después 
lia  sido  dado  á  luz  en  facsímile  y  trascrito  por  el  Sr .  Codera  en  su 
«Biblioteca  Arabico-Hisiiana»,   t.  III,  prólogo  3^  pág .  259. 

(2)  Así  opina  Lafuente  Alcántara,  Ajbar  Machnum,  Colección 
de  CnSnicas  arál)igas,  I,  pág.  2(S,  nota;  Dozy,  Recherches,  S."' edi- 
(;i(Jn,  I,  pág.  40  y  50,  nota;  Saavedra,  Invasión,  etc.,  pág.  127; 
y  otros. 

(3)  AJbar  Machinua,  pág.  18. 


—  4  - 

y  el  tiempo  relativamente  breve,  que  se  fija  para  la  rea. 
lización  de  dichas  operaciones,  han  sido  causa  de  que 
nuestros  historiadores,  en  general,  hayan  divagado  unos 
é  incurrido  en  error  otros,  al  querer  precisar  el  itinerario 
y  el  tiempo  en  que  Abdelaziz  llevó  á  buen  término  la 
obra  que  le  fué  confiada  por  su  padre  Muza.  Hay  quien 
afirma  que  Abdelaziz  se  dirigió  primeramente  á  Málaga  y 
Granada ,  y  después  á  Todmir;  otros  creen  que  marchó  á 
este  último  lugar,  después  de  haber  sofocado  la  insurrec- 
ción de  los  sevillanos. 

A  nuestro  modo  de  ver,  la  conquista  de  la  región  de 
Todmir  fué  realizada  por  Abdelaziz  antes  que  las  de  Gra- 
nada y  Málaga.  No  otra  conclusión  se  desprende  de  la 
atenta  lectura  de  los  textos  de  Abenaljatib  y  Almacarí 
antes  citados,  en  los  cuales  se  afirma  llanamente  que  la 
conquista  de  dichas  capitales  no  se  llevó  á  efecto  al  entrar 
Táric  en  España,  sino  más  tarde,  al  venir  Muza  (1),  hijo 
de  Noseir,  y  que  su  hijo  Abdelaziz,  á  quien  fué  confiada 
la  empresa,  se  dirigió  primeramente  á  la  región  de  Tod- 
mir y,  una  vez  conquistada  ésta,  marchó  sucesivamente 
contra  Granada,  Málaga  y  Reya. 

Consta  que  la  entrada  de  Muza  en  España  tuvo  lugar 
en  Abril  del  año  712,  y  como  el  tratado  de  Abdelaziz,  que 
trae  Adabi ,  da  por  terminada  la  conquista  de  la  región  de 
Todmir  en  5  de  Abril  de  713,  resulta  que  Abdelaziz  dis- 
puso casi  de  un  año  para  realizar  dicha  conquista. 

La  intervención  personal  de  Abdelaziz  para  sofocar  la 
rebelión  de  Sevilla  es  compatible  en  el  tiempo  con  sus 
conquistas  de  Todmir,  Granada,  Málaga  y  Archidona; 
pues  los  historiadores  árabes  nos  dicen  de  un  modo  pre- 
ciso que  Muza  mandó  á  su  hijo  Abdelaziz  que  sofocase  la 
rebelión  de  los  sevillanos,  cuando  ya  se  había  apoderado 
él  de  la  ciudad  de  Mérída.  Ahora  bien ,  dicha  ciudad  se 


(1)     Líiá  p;ilul)i'as  do  lu.s  citadus  textus  j^-^j^  J^v>  jJ<e.  siyni- 
lic.aii  litcíi-almerjto  «al  tiempo  de  la  entrada  (en  España)  de  Muza». 


rindió  á  Muza  en  30  de  Junio  de  713  (1),  próximamente 
tres  meses  después  de  realizada  la  conquista  de  la  región 
de  Todmir.  Pudo  Abdelaziz,  por  consiguiente,  proseguir 
su  conquista  por  tierra  de  Granada,  Málaga  y  Archidona 
durante  los  tres  ó  cuatro  meses  de  que,  por  lo  menos, 
dispuso  antes  de  recibir  orden  de  su  padre  de  emprender 
la  sumisión  definitiva  de  los  sevillanos,  y  extender  la 
conquiota  á  las  ciudades  de  Niebla,  Beja  y  otras  del  Oeste 
de  España . 

Al  avance  de  Abdelaziz  hacia  la  tierra  de  Todmir  por 
la  antigua  vía  romana  de  Cástulo ,  como  quieren  los  se- 
ñores Cánovas  Cobeño  (2)  y  Báguena  (3),  ó  por  camino 
distinto  (pues  ni  los  autores  árabes,  ni  el  Anónimo  latino 
nos  marcan  el  itinerario) ,  se  opone  obstinadamente  como 
señor  de  dicha  tierra  el  famoso  Teodomiro,  capitaneando 
hábihnente  las  tuerzas  importantes  de  su  mando  (4),  hasta 
que  derrotado  y  perseguido  en  campo  llano,  sin  acciden- 
tes de  terreno  que  le  protegiesen  en  la  fuga,  perdió  la 
mayor  parte  de  sus  guerreros ,  muertos  al  filo  de  los  sa- 
bles mahometanos ,  y  corrió  precipitadamente  con  los 
que  pudieron  escapar  ilesos  á  refugiarse  en  la  ciudad  de 
Orihuela. 

De  las  palabras  de  Abenadarí ,  que  acabamos  de  citar, 
confirmadas  por  el  relato  de  otros  historiadores,  y  del  re- 
conocimiento del  lugar,  saca  el  ilustre  Sr.  Cobeño  (5)  que 
la  derrota  del  enemigo  ocurrió  en  el  extremo  de  la  llanura 
que  comienza  en  los  campos  de  Lorca,  en  contra  de  la 
opinión  de  los  historiadores  que  la  suponen  acaecida  en 
el  liamadO' campo  de  Sangonera  (6). 

Lo  que  aparece  indudable  es,  según  la  narración  de 
los  historiadores  árabes,  especialmente  de  Abenadarí,  que 


(1)  Abenadai'i,  t.  II,  págs.  16  y  17.  Ajhar  Machiiim,  ))ág.  18. 

(2)  Historia  de  la  ciudad  de  Lorca,  pág.  04. 

(3)  Aledo,  pág.  64. 

(4)  Abenadarí,  tomo  II,  pág.   13. 

(5)  Historia  de  la  ciudad  de  Lorca,  pág.  64. 

(6)  Cáscales,  Discursos  históricos  et<;. ,  pág.  11,  á  nuiori  siguen 


otros. 


aunque  emprendiesen  Teodomiro  y  sus  guerreros  la  fuga 
en  los  campos  de  Lorca,  su  persecución  y  matanza  se  ex- 
tendió hasta  las  cercanías  de  Orihuela;  pues  los  que  pu- 
dieron escapar  ilesos  con  su  caudillo,  corrieron  á  refu- 
giarse en  el  recinto  de  diciía  ciudad  que  á  seguida  quedó 
sitiada  por  las  tropas  de  Abdelaziz. 

Aventurado  es  afirmar,  como  hecho  indudable,  la  asis- 
tencia de  Teodomiro  á  la  batalla  del  río  Barbate  ó  de  Si- 
donia.  Puede  sospecharse  únicamente  que  fuese  así  por 
lo  que  nos  dice  Almacarí,  tomándolo  de  otro  historia- 
dor (1):  «que  al  tiempo  de  la  invasión  realizada  por  Tá- 
ric,  hallábase  Rodrigo  lejos  de  su  corte,  que  había  dejado 
de  vicario  suyo  á  Teodomiro ,  y  que  fué  éste  el  que  le 
avisó  que  habían  invadido  la  península  unos  hombres,  que 
ignoraba  si  procedían  del  cielo  ó  de  la  tierra».  En  análogo 
sentido  se  expresa  el  historiador  granadino  Abenalja- 
tib  (2),  cuando  refiere  sobre  el  particular,  que  Teodomiro 
viendo  que  las  fuerzas  de  Táric  se  multiplicaban  en  Gi- 
braltar,  como  prefecto  que  era  de  aquella  región ,  llamó 
en  su  auxilio  á  Rodrigo. 

Dudoso  es  también  todo  cuanto  se  ha  dicho  respecto 
del  partido  seguido  por  Teodomiro  en  medio  de  la  lucha 
civil  del  país .  Lo  que  parece  indudable  es ,  que  ardía  en 
España,  al  tiempo  de  la  invasión  árabe,  gran  lucha  intes- 
tina entre  los  partidarios  del  usurpador  Rodrigo  y  los  de 
los  descendientes  de  Vitiza.  Bien  claro  lo  da  á  entender 
el  Anónimo  latino  {ci):  « dum  Híspania ,  dice,.,  niinium 
nom  soliim  liostiU,  veriun  etíam  intestino  fwrore  confllge- 
retur;  el  Ajhar  Maclimua  (4),  el  Nonairi  (5) y  otros  autores 
árabes,  al  decirnos  que  durante  la  batalla  de  Sidonia  se 
retiraron  del  campo  los  hijos  de  Vitiza  y  otros  nobles  que 


(1)  Analectos,  tomo  I,  pái;-.  149. 

(2)  Casiri,  Bibliotlieca  etc. ,  II,  pág.  826. 

(3)  España  Sagrada,  tomo  VIII,  Crón.  de  Isid.  Pac,  n."  ;]5. 

(4)  Colección  de  Crónicas  arábigas,  pág.  21  do  la  traducción. 

(5)  Ms.  do  la  R.  Arad,  do  la  Historia,  núni.  (iO,  tól.  :}2. 


se  habían  confabulado  al  efecto,  creyendo  que  los  árabes 
no  apetecían  otra  cosa  que  el  botín  de  guerra,  y  que,  un  a 
vez  dueños  de  éste,  se  volverían  allende  el  estrecho,  de- 
jando el  reino  de  España  en  favor  de  ellos.  ¿Fué  Teodo- 
miro  de  los  nobles  que  hicieron  traición  á  Rodrigo?  Las 
palabras  de  Almacarí,  que  hemos  citado  antes,  y  en  las 
que  éste  nos  dice  que  Rodrigo  tenía  de  vicario  á  Teodo- 
miro,  y  la  resistencia  que  todavía  sigue  oponiendo  el  fa- 
moso jefe  á  los  invasores,  ocasionándoles  no  pocas  pérdi- 
das, como  refiere  el  Anónimo  latino,  nos  inclinan  á  creer 
que  se  mantuvo  fiel  á  la  causa  de  Rodrigo ,  y  como  tal ,  es 
muy  probable  que  asistiese  á  la  derrota  del  río  Barbate  ó 
de  Sidonia,  después  de  la  cual  hubo  de  retirarse  á  la  re- 
gión de  Todmir  que  se  hallaba  encomendada  á  su  gobier- 
no y  defensa  antes  de  la  venida  de  ios  árabes,  según  se 
infiere  de  las  siguientes  palabras  del  Anónimo  latino: 
<^Secl  etlam  sab  Egica  et  Witiza  Gotliorum  regibus,  in 
Grcecos  qiii  ceqiiorei  navaliqne  descenderant  sua  in  patria 
de  palma  victorice  trimnphaverat;  que  bajo  el  gobierno 
de  Egica  co?i  Vitiza  alcanzó  merecido  lauro  recJiazando 
una  invasión  de  los  griegos  en  la  costa,  como  traduce 
muy  bien  el  Sr.  Saavedra  (1). 

Una  observación,  sin  embargo,  pudiera  hacerse  en 
contra  del  relato  acerca  de  la  invasión  de  Todmir,  que  dé- 
jamos  hecho  tal  como  se  desprende  de  los  más  autorizados 
textos  conocidos.  En  la  antigua  crónica  denominada  del 
moro  Rasis,  se  expone  la  versión  de  aquellos  historiado- 
res que  refieren  la  conquista  de  Todmir  al  tiempo  de  la 
venida  de  Táric,  con  más  la  circunstancia  de  presentar  á 
Teodomiro  como  jefe  unido  á  los  invasores  y  encargado 
por  estos  de  dirigir  la  expedición  contra  Orihuelay  su  te- 
rritorio: «et  la  hueste,  dice,  que  embiaron  con  Tudemir 
aquel  que  fuera  cristiano  que  embiaron  sobre  Orihuela  , 
et  quando  los  de  Orihuela  esto  vieron ,  ante  que  á  ella  lle- 


(1)    IiivasiiHi,  ot(í.,  pág.  12. 


gase  salió  gente  de  Orihuela  et  viniéronles  tener  el  camino 
en  una  vega,  et  lidiaron  con  la  gente  de  Tndemir  et  quiso 
Dios  que  venció  Tndemir,  et  non  fincaron  de  todos  los  de 
Orihuela  si7ion  los  que  fueron  et  se  acogieron  á  la  villa; 
et  pues  que  Tudemir  venció  fué  cercada  Oriliuela^  (1).  A 
continuación  refiere  la  crónica  lo  que  se  lee  en  la  genera- 
lidad de  los  autores  respecto  del  sitio  de  Oriluiela. 

Ese  recitado  de  la  crónica  del  moro  Rasis,  fantaseado 
por  otros  historiadores  nuestros  y  ampliado  á  su  antojo, 
ha  dado  margen  á  que  se  hayan  estampado  versiones  so- 
bre el  particular  tan  desatinadas,  que  sería  ocioso  criti- 
carlas ,  y  de  las  cuales  no  se  han  visto  libres  autores  de 
valía  como  Cáscales,  quien,  en  su  famosa  obra  «Discur- 
sos históricos  de  Murcia  y  su  reino  >^  (2) ,  hace  caudillos 
invasores  de  la  tierra  de  Todniir,  al  lado  de  los  musulma- 
nes, al  arzobispo  D.  Opas  y  al  jefe  Teodomiro,  y  como  de- 
fensores del  país  á  un  tal  Barbate  (sic)  y  sus  dos  hijos, 
Tebar  y  Listaris . 

Por  lo  que  hace  á  las  palabras  de  la  crónica  castellana, 
motivo  de  tales  versiones,  bastará  advertir  con  su  ilustre 
editor  Sr.  Gayangos,  que  es  una  traducción  mala  y  llena 
de  infinitos  errores  é  interpolaciones  de  traductores  y  co- 
pistas de  una  historia  compuesta  por  Ahmed  Arrazí  y 
continuada  por  su  hijo  Ysa,  ó  algún  otro  autor  árabe  que 
siguió  sus  huellas ,  y  que  por  la  semejanza  que  dicha  cró- 
nica tiene  con  el  Anónimo  de  París  « Ajhar  Machmúa » 
se  puede  conjeturar  que  este  códice  árabe  sea  parte  de  la 
obra  de  Ari'azí,  tanto  más  cuanto  termina  en  el  reinado 
de  Alhaquem  II,  época  en  que  floreció  y  escribió  Ysa, 
hijo  de  Ahmed  Arrazí,  y  en  que  concluye  también  la  cró- 
nica castellana  (3);  y  en  cuanto  al  pasaje  sobre  Teodomi- 
ro, en  cuestión,  es  de  creer  con  el  mismo  Sr.  Gayangos, 


(1)  Gayangos,  Memoria  de  la  autenticidad  de  la  (M-ónica  di;no- 
minada  del  moro  Rasis.  Memoi-ias  de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
ria, tomo  VIII. 

(2)  Cap.  IV,  pág.  11  y  siguientes. 

(3)  Gayangos,  obra  citada,  pág.  18  y  25. 


—  y  — 

«que  en  él  perdió  la  brújula  el  traductor  haciendo  del 
godo  Teodomiro,  vencido  en  los  campos  de  Orihuela,  un 
lugarteniente  de  Táric,  vencedor  de  los  de  su  propia  ley 
y  nación  (1). 

Pero  en  la  misma  crónica  del  moro  Rasis  se  añade  (2), 
que  Muza  dio  desde  Mérida  á  su  hijo  Abdelaziz  la  orden 
de  echarse  sobre  Sevilla.  '^ Et  Abelangín  (Abdelaziz), 
continúa  diciendo ,  tomó  de  aquella  gente  que  su  padre  le 
mandaba,  et  fuese  lo  más  aijna  que  pudo,  et  lidió  con 
gente  de  Origuela  (Orihuela)  et  de  Orta,  et  de  Valencia, 
et  de  Alicante,  et  de  Denia,  et  quiso  Dios  assi  que  los  ven- 
ció, et  dieronse  las  villas  por  pleitesía  (3). 

En  el  nuevo  pasaje  de  la  sobredicha  crónica,  como  se 
vé ,  se  menciona  una  expedición  contra  la  tierra  de  Tod- 
mir,  realizada  esta  vez  no  por  D.  Opas  y  Teodomiro,  sino 
por  Abdelaziz,  hijo  de  Muza. 

El  Sr.  Gayangos,  que  admite  la  versión  de  aquellos 
autores  que  dan  por  invadida  la  región  de  Todmir  al 
tiempo  de  la  venida  de  Táric,  sorprendido  por  el  segundo 
pasaje  del  moro  Rasis,  se  expresa  en  los  siguientes  térmi- 
nos: *es  notable,  dice  (4),  que  ni  el  Anónimo  parisiense, 
ni  el  Arzobispo  D.  Rodrigo,  cuya  historia  parece  calcada 
sobre  el  libro  de  aquél,  digan  nada  acerca  de  esta  expe- 
dición. Es  de  creer,  sin  embargo,  que  llegó  á  verificarse, 
ya  sea  que  las  ciudades  aquí  nombradas  sacudiesen  el 
yugo  de  los  invasores,  siguiendo  en  esto  el  ejemplo  de 
Sevilla,  Niebla  y  Beja,  ya  que  Muza,  poco  contento  con 
las  capitulaciones  concedidas  al  godo  Teodomiro,  buscase 
un  pretexto  para  anularlas . » 


(1)  Obra  c/itada,  pág.  70. 

(2)  Pág.  78  y  79. 

(3)  Es  indudable  que  en  el  lugar  citadu  de  la  ciN^nica  se  hace 
referencia  á  las  ciudades  que  se  entregai'on  por  capitulación  á  Abde- 
laziz en  su  (joníjuista  de  la  región  de  Todmir,  y  de  las  cuales  la  ver- 
dadera interpretación  y  correspondencia  actual  se  estudiará  niás 
adelante. 

(4)  Obra  citada,  pág.  79,  nota. 


—  10  — 

Después  del  estudio  que  se  ha  hecho  anteriormente 
de  los  textos  árabes  relativos  á  la  invasión  de  Todmir, 
entendemos  que  no  puede  ser  aceptada  la  conjetura  del 
sabio  orientalista.  Recuérdese  que  en  los  de  Almacarí  y 
Abenaljatib,  copiados  de  otros  antiguos  historiadores,  in- 
cluso de  Arrazí ,  se  echa  de  ver  que  se  dan  dos  versiones 
distintas  respecto  de  la  conquista  de  Todmir,  una  refi- 
riéndola al  tiempo  de  la  venida  de  Táric  y  seguidamente 
á  la  batalla  del  Barbate  y  otra  que  la  creen  realizada  por 
Abdelaziz  á  poco  de  venir  su  padre  Muza.  Resulta,  pues, 
que  en  todos  los  textos  conocidos  de  autores  árabes ,  nun- 
ca se  hace  mención  de  dos  expediciones  distintas ,  sino 
de  una  sola  realizada  en  diferentes  fechas.  Cínicamente 
en  la  crónica  del  moro  Rasis  aparece  el  asunto  expuesto 
como  si  se  tratara  de  dos  expediciones  distintas,  y  es  de 
creer  que  lo  que  quiso  expresar  su  autor  fué ,  como  se  lee 
en  los  otros  textos ,  la  doble  opinión  de  aquellos  que  asig- 
naban tiempo  diferente  á  la  expedición  contra  Todmir, 
que  dio  por  consecuencia  la  conquista  de  la  ciudad  de 
Orihuela  j  su  tierra . 


CAPITULO  II 

Sitio  de  Orihuela:  el  tratado  de  capit-alación  de  Teodomiro 

Ci-itica  de  l((S  rc/'sioncs  del  (crio  rsdd'üdensc  en  (iito  se  contiene  di- 
cho traUído.  —  Tcodontiro  no  tuvo  reino  i  tule  pendiente,  ni  si- 
quiera (intónonto  en  el  sentido  propio  de  esta  pulídjru:  rerdaderu 
situación  en  que  dejaron  los  dondnadores  niitsidnaiues  i't  Teodo- 
ndro  jj  los  sui/os:  rabones  ([ue  ronfiriiaui  la  relicta  de  nuesti'a 
na rracinii  sahre  el  pai-nridiir. 


Cuentan  los  historiadores  que  Teodomiro  (i),  varón 
aguerrido  y  de  gran  ingenio,  viendo  el  escaso  número  de 
guerreros  que  le  quedaban  para  la  defensa  de  Orihuela, 
mandó  á  las  mujeres  de  la  ciudad  que  dejasen  sueltos 
sus  cabellos,  y  armándolas  de  lanzas  las  colocó  sobre  las 
murallas  detrás  de  la  línea  de  los  hombres;  acto  continuo 
resolvió  solicitar  del  enemigo  la  paz  en  las  mejores  con- 
diciones que  le  fuese  posible  para  él  y  los  suyos,  y  al 
efecto  presentóse  á  aquél ,  á  guisa  de  parlamentario ,  y  se 
insinuó  tanto  en  el  ánimo  del  caudillo  musulmán,  que 
éste  llegó  á  otorgarle  un  pacto,  en  virtud  del  cual  queda- 
ban Teodomiro  y  los  suyos  reservándose  la  propiedad  de 
todos  sus  bienes.  Toda  la  región  de  Todmir. quedó  some- 
tida á  la  autoridad  de  los  musulmanes  ;  pero  éstos  no  se 
apropiaron  parte  alguna  de  sus  bienes  por  derecho  de 
conquista.  Firmado  el  pacto  de  capitulación,  descubrióse 
Teodomiro  á  los  musulmanes  y  les  introdujo  en  la  ciu- 
dad .  Al  notar  los  musulmanes  que  no  quedaban  dentro 
de  ésta  más  que  los  siervos ,  las  mujeres  y  los  niños ,  tu- 


(1).    El  ñutov  úc\  AJ bar  M(a--h/)iua,  pág .   25  y  26  de   la  ti-aduc- 
ción;  Alnia<',ari,  II,  pág.  1(1(5;  Abcnadai-i,  tomo  II,  pág.  I-':!,  y  otros. 


-  1S-- 

vieron  pesar  de  haber  otorgado  condiciones  tan  beneficio- 
sas á  Teodomiro;  pero  las  respetaron  ya,  según  era  su 
costumbre . 

La  estratagema  de  colocar  á  las  mujeres  sobre  las  mu- 
rallas, que  tanto  valió  á  Teodomiro  para  las  condiciones 
de  la  paz,  según  el  recitado  anterior  de  los  historiadores 
árabes,  parece  al  ilustre  Dozy  algo  sospechosa.  «Bien 
pudiera  ser,  á'ce  (i),  una  reminiscencia  de  la  que  habían 
empleado  los  defensores  de  Hadjr  cerca  de  80  años  antes, 
cuando  su  fortaleza  se  hallaba  sitiada  por  Jalid.  Aquella 
guarnición  había  puesto  á  las  mujeres  sobre  las  mura- 
llas, á  ñn  de  presentar  al  enemigo  el  simulacro  de  una 
fuerza  poderosa  y  de  obtener  un  tratamiento  de  paz  bene- 
ficioso. Sin  embargo,  no  insisto  sobre  esta  observación; 
convengo  en  que  Teodomiro  pudo  tener  la  misma  idea 
que  el  jefe  de  Hadjr».  Para  el  Sr.  Saavedra  (2)  no  es  más 
que  un  cuento  inventado  por  los  árabes  para  disimular  lo 
deslucido  de  la  campaña ,  ante  la  tenaz  resistencia  que  les 
ofrecía  el  esforzado  Teodomiro » .  Sea  lo  que  quiera  de  esto, 
lo  cierto  es  que,  como  dice  el  mismo  Sr.  Saavedra  (3), 
«ambos  capitanes  (Abdelaziz  y  Teodomiro),  prudentes  á 
la  par  que  esforzados,  vinieron  al  acuerdo  y  capitulación 
más  memorable  de  la  conquista » . 

Varias  veces  ha  sido  traducido  á  nuestra  lengua  el  tra- 
tado de  capitulación  de  Teodomiro,  pero  siempre  con  poco 
rigor  y  exactitud .  En  Conde  (4),  Lafuente  (5),  Ponzoa  Ce- 
brián  (6),  Chabás  (7),  etc.,  se  leen  traducciones  de  dicho 
tratado,  las  cuales  merecen  ser  olvidadas.  Las  dos  versio- 
nes más  exactas  y  aceptables  casi  en  su  totalidad  son  de- 


(1)  Recherclics,  etc.  II,  pág.  50  de  la  tercera  ediciim. 

(2)  Invasión,  etc.,  pái;'.  128. 

(3)  Invasión,  etc.,  pág.   130. 

(4)  Historia  de  la  dominación  árabe,  tomo  I,  ¡úg.  50. 

(5)  Pai-te2.%  lib.  1,  cap.  I. 

(6)  Historia,  etc.,  pág.  27. 

(7)  El  Archivo  IV,  cap.  102. 


-  13  - 

bidas  al  Sr.  Saavedra  (1)  y  al  Rvdo.  P.  Furgus  (2);  pero 
aún  dichos  señores  han  descuidado,  á  nuestro  juicio,  la 
interpretación  de  algunas  frases  importantes,  sorprendi- 
dos quizá  por  los  primeros  traductores  ó  por  el  prejuicio 
histórico  reinante  respecto  de  la  situación  en  que  se  cree 
quedó  Teodomiro. 

Muy  difícil  es  que  puedan  ser  resueltas  satisfactoria- 
mente todas  las  cuestiones  que  ha  suscitado  la  lectura  del 
pacto  de  Abdelaziz,  mientras  no  nos  depare  la  suerte  otro 
códice  del  mismo  Adabí  ó  de  otro  historiador,  con  el  que 
pueda  ser  cotejado  el  del  Escoriad.  Pero  no  por  eso  ha  de 
tomarse  el  actual,  único  de  que  disponemos,  á  beneficio 
de  inventario,  como  quiere  algún  escritor  (3).  Entende- 
mos que  la  copia  del  texto  del  tratado,  tal  como  aparece 
en  el  códice  escurialense,  corresponde  fielmente  al  origi- 
nal desconocido  para  nosotros,  excepto  en  lo  que  toca  á 
algunas  de  las  ciudades  mencionadas  en  él.  Nos  mueve  á 
creerlo  así  la  observación  de  que,  aparte  del  caso  excep- 
tuado, todas  las  palabras  y  frases  en  que  se  hacen  cons- 
tar los  derechos  concedidos  á  Teodomiro  y  los  suyos,  y 
aquellas  en  que  se  fijan  las  obligaciones  á  que  quedan  so- 
metidos ,  además  de  obedecer  á  las  leyes  gramaticales  en 
su  estructura  y  composición,  no  se  oponen  en  su  sentido 
á  la  historia  de  los  sucesos  ocurridos  en  la  región  de  Ori- 
huela,  ni  al  carácter  de  las  conquistas  musulmanas. 

En  la  biografía  de  Habib,  hijo  de  Abubaida,  el  Fihrí, 
uno  de  los  magnates  que  vinieron  con  Muza  á  la  conquis- 
ta de  España,  refiere  el  historiador  Adabí  (4)  que  el  nom- 
bre del  biografiado  aparece  entre  los  que  subscriben  el  tra- 
tado de  paz,  que  otorgó  Abdelaziz  á  Teodomiro,  y  á  conti- 
nuación pone  el  texto  del  tratado  que  dice  así:  «En  el 
nombre  de  Dios  clemente  y  misericordioso.  Escritura  de 


(1)  Invasión,  etc.,  pág.  128. 

(2)  Historia  de  Oriliuela  de  D.  Ernesto  Gisbert,  t.  I,  pág.  252. 
( ;3)  Cimbas,  lugar  citado. 

(4)  Bib .  Arab .  Hisp  .  III,  núm  .  075  . 


—  14  — 

Abdelaziz,  hijo  de  Muza,  hijo  deNoseir  á  Teodomiro,  hijo 
de  Gabdus  (l),  en  virtud  de  la  cual  queda  convenido,  y  se 
le  jura  y  promete  por  Dios  y  su  Profeta  (á  quien  Dios  ben- 
diga y  salve)  que  tanto  á  él,  como  á  cualquiera  de  los  su- 
yos, se  les  dejará  en  el  mismo  estado  en  que  se  hallen 
respecto  del  dominio  libre  de  sus  bienes;  no  serán  muer- 
tos, ni  reducidos  á  esclavitud,  ni  separados  de  sus  hijos, 
ni  de  sus  mujeres;  se  les  permitirá  el  culto  de  su  reli- 
gión, y  no  serán  incendiadas  sus  iglesias,  ni  privadas  de 
su  propiedad  libre,  en  tanto  que  observe  y  cumpla  fiel- 
mente lo  que  pactamos  con  él,  á  saber:  que  entregará  por 
capitulación  las  siete  ciudades,  Orihuela,  Villena,  Alican- 
te, Muía,  Begastro  (?),  Ojos  (2)  y  Lorca;  que  no  se  dará 
hospitalidad  á  los  que  huyan  de  nosotros,  ni  á  los  que  nos 
sean  hostiles,  ni  se  molestará  á  los  que  nos  sean  fieles 
adictos,  ni  nos  ocultarán  las  noticias  que  tuvieren  res- 
pecto de  nuestros  enemigos ;  que  él  y  los  suyos  pagarán 
cada  año  un  diñar,  cuatro  almudes  de  trigo,  cuatro  almu- 
des de  cebada,  cuatro  azumbres  de  vinagre,  dos  azum- 
bres de  miel  y  dos  azumbres  de  aceite,  y  la  mitad  de  esto 
los  siervos.  Fueron  testigos.  Otman,  hijo  de  Abuabda,  el 
Corcixí;  Habib,  hijo  de  Abuobaida,  el  Fihrí;  Abdala,  hijo 
de  Meicera,  el  Falimí;  y  Abucain,  el  Hadalí;  fué  escrito 
en  el  mes  de  Racheb  del  año  94  de  la  hégira  (Abril  de  713). 
Como  puede  verse,  hemos  traducido  las  siguientes 
palabras  del  texto : 

Que  tanto  á  él,  como  á  cualquiera  ele  los  suyos,  se  les 
dejará  estar  en  el  mismo  estado  en  que  se  hallen  respecto 
del  dominio  libre  de  sus  bienes ;  y  no  como  lo  han  hecho 
todos  los  traductores  del  tratado  antes  citados,  diciendo, 


(  1)     cr^3'-^-^*  ,  «li'^o  til  texto. 

(2)  Más  ari'iba  se  exiujiien  las  razones  que  tenemos,  para  liacei* 
(.•ün't!S])oader  la  jjalabra  del  texto  <*-.>\ ,  Oi/i/óh  con  la  población  llama- 
da hoy  Ojos. 


—  15  — 

por  ejemplo,  el  padre  Purgiis  (y  cito  á  éste  por  ser  el  úl- 
timo que  lo.  ha  traducido  en  la  Historia  de  Orihuela  de 
D.  Ernesto  Gisbert)  (1):  «que  ni  él,  ni  alguno  de  los  su- 
yos estarán  sujetos  á  autoridad  de  otros,  ni  se  ocupará  su 
reino,  ni  se  le  despojará  de  él»,  siguiendo  en  el  fondo  la 
interpretación  dada  ya  por  Conde,  Ponzoa  Gebrián,  etc. 
Los  yerbos  j^\  y  ^^^ ,  que  en  el  texto  van  usados  indu- 
dablemente en  segunda  forma  ó  conjugación,  son  contra- 
rios en  su  sentido;  el  uno  signifícalo  opuesto  del  otro. 
Empleados  separadamente,  signiflca  el  primero  hacer  ir 
delante,  presentar  ú  ofrecer  alguna  cosa  á,  ó  para  al- 
guien, cuando,  como  en  el  caso  presente,  el  complemen- 
to de  la  persona  para  quien  se  hace  ir  delante,  se  presen- 
ta, etc.,  va  regido  por  la  preposición  J ;  y  el  segundo 
significa  lo  opuesto  del  otro,-  es  decir,  hacer  ir  atrás,  no 
presentar,  retardar;  por  extensión  del  significado  deno- 
tan ,  el  primero  hacer  á  uno ,  ó  nombrarle  jefe  de  un  car- 
go,  y  el  segimáo  destituirle  ó  privarle  de  la  jefatura; 
pero  en  este  caso  el  régimen  es  distinto  del  empleado  en 
anterior  sentido,  el  complemento  de  la  persona  no  lleva 
preposición  J,  viene  unido  directamente  al  verbo,  y  el 
de  cosa,  ósea  el  cargo  ó  jefatura  que  se  le  confiere  va 
precedido  de  ^^* .  Además  téngase  presente  que  en  la 
frase  objeto  de  este  análisis,  los  dos  verbos  vienen  unidos 
por  la  conjunción  copulativa  y  referidos  los  dos  á  un  mis- 
mo complemento  personal ,  á  Teodomiro  y  á  cualquiera 
de  los  suyos;  y  no  se  olvide  que  el  primero  significa  lo 
contrario  del  otro.  Ante  esto ,  ¿es  posible  pensar  que  Ab- 
delaziz  quisiera  expresar  en  esas  palabras  que  reconocía 
la  jefatura  independiente  de  Teodomiro?  Ciertamente  que 
no.  Esos  dos  verbos  unidos  y  empleados  en  contraposi- 
ción forman  á  nuestro  juicio  un  modismo  que  se  traduce 
bien  por  no  dar,  ni  quitar,  no  causar  ventaja,  ni  retroceso 
para  uno  respecto  de  algo,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  dejarle 


(1)    Vul.  I,  pág.  255. 


—  16  — 

estar  en  la  misma  situación  en  que  se  hallaba.  Pues  no  se 
crea  que  á  dichos  verbos  falta  el  complemento  de  esa 
cosa,  respecto  de  la  cual  no  se  había  de  hacer  avance,  ni 
retroceso  para  Teodomiro,  ni  para  ninguno  de  los  suyos. 
Lo  que  hay  es,  que  después  del  verbo  j^^.  emplea  el  au- 
tor del  texto  del  tratado,  por  puro  pleonasmo  muy  fre- 
cuente entre  los  escritores  árabes  ante  las  exigencias  de 
la  rima,  otro  verbo  sinónimo  de  aquél,  el  cual  lleva  tam- 
bién la  misma  cosa  por  complemento  real.  Esa  cosa  va 
expresada  por  ]a  palabra  ,¿5X0,  mole,  que  lo  mismo  se 
refiere  á  Teodomiro  que  á  cualquiera  de  los  suyos,  y  que 
traducida  en  su  sentido  propio,  no  significa  reino,  sino 
la  libre  propiedad  civil ,  el  jus  utendi,  fruendi  et  abuteíi- 
di  de  los  bienes  que  los  conquistadores  dejan  en  manos 
de  Teodomiro,  como  en  las  de  cualquiera  de  sus  compa- 
ñeros, tal  como  venían  gozando  de  él  hasta  entonces,  á  la 
vez  que  se  les  respeta  su  vida  y  libertad:  en  idéntico  sen- 
tido se  repite  á  poco  la  misma  palabra  mole  respecto  de 
las  iglesias  del  país ,  es  decir,  para  expresar  que  se  les 
deja  el  dominio  libre  de  sus  bienes,  así  como  se  promete 
también  que  no  serán  incendiadas. 

Es  cierto  que  la  palabra  mole  (  ^u )  ocurre  alguna 
vez  usada  en  sentido  amplio  ó  extensivo  para  designar 
reino  ó  autoridad  soberana.  Mas,  por  aplicarla  así  enten- 
dida al  caso  presente,  han  caído  en  error  algunos  escri- 
tores modernos.  Exagerando  éstos  el  alcance  del  aspecto 
favorable  a  Teodomiro  y  á  los  suyos  del  tratado  de  capi- 
tulación, y  entregados  á  su  fantasía,  han  llegado  á  afir- 
mar, como  hecho  cierto  y  seguro,  la  independencia  de 
Teodomiro  y  de  su  sucesor  Atanahildo  en  las  siete  ciuda- 
des mencionadas  en  el  texto;  mas  no  es  solamente  esto, 
se  publican  todavía  obras  históricas  (1)  en  las  cuales,  sin 
fundamento  alguno ,  se  pretende  defender  la  soñada  in- 
dependencia de  Teodomiro  contra  las  observaciones  más 


(1)     Histuria  de  Oriliuolu  de  D.  Ernesto  Glsbertctc,  pág.  203. 


—  17  — 

atinadas  que,  respecto  de  la  cuestión,  se  han  hecho  mo- 
dernamente, debidas  á  la  correcta  pluma  del  Sr.  Saave- 
dra  (1):  «Teodomiro,  dice,  nó  creó,  ni  conservó  un  reino 
independiente,  ni  un  estado  tributario,  como  los  muchos 
que  hubo  en  la  Edad  Media  en  España  y  en  los  cuales  el 
príncipe  pagaba  un  subsidio  determinado  y  único  á  su 
vencedor;  aquí  el  tributo  era  personal  de  todos  los  habi- 
tantes ,  como  subditos  del  califa ,  salvo  que  se  les  dejaba 
el  uso  de  su  libertad  y  de  sus  bienes,  con  el  ejercicio  de 
la  autonomía  en  el  gobierno  de  sus  ciudades .  De  autono- 
mía parecida  gozaban  los  cristianos  de  otros  pueblos  que 
obedecían  á  sus  condes  y  obispos;  pero  en  Orihuela  se 
hizo  la  dignidad  inamovible  y  hereditaria  á  diferencia  de 
otras  partes  en  que  el  jefe  se  cambiaba  á  voluntad  de  los 
gobernantes » . 

Si  se  leen  con  atención  y  sin  prejuicio  alguno  los  tex- 
tos árabes ,  se  echa  de  ver  claramente  que  la  situación  de 
Teodomiro  y  los  suyos  después  de  la  invasión  no  debió 
ser,  ni  siquiera  tan  ventajosa  como  la  describe  el  señor 
Saavedra,  y  nos  fundamos,  al  afirmar  esto,  en  las  si- 
guientes observaciones . 

1  .^  Los  historiadores  árabes  que  ya  van  citados  en 
otro  lugar,  nos  dicen  que  Abdelaziz  conquistó  (J^->)  la 
región  de  Todmir,  y  que  sus  naturales  quedaron  someti- 
dos á  la  autoridad  de  los  musulmanes,  los  cuales,  á 
semejanza  de  lo  que  hicieron  en  Elvira,  Málaga,  Sevi- 
lla, etc. ,  dejaron  allá  algunos  de  sus  hombres  á  manera 
de  guarnición. 

2  .*  El  Anónimo  latino  en  los  lugares  de  referencia 
á  Teodomiro  no  contradice,  como  hemos  de  ver,  la  afir- 
mación anterior  de  los  autores  árabes;  se  limita  á  decirnos 
que  Teodomiro ,  tras  de  la  lucha  que  sostuvo ,  se  avino 
á  la  paz ,  y  que  más  tarde  el  califa  de  Oriente  le  confirmó 
el  pacto  que  le  había  sido  otorgado  por  Abdelaziz . 


(1)    Invasión,  etc.,  pág.  130, 


—  18  — 

3/"*  El  traductor  castellano  de  la  crónica  del  moro 
Rasis,  después  de  decirnos  que  'Abdelaziz  venció  á  la 
gente  de  Orihuela  y  su  tierra,  continúa  en  estos  términos: 
«eí  quiso  Dios  assí  que  los  venció ,  et  dieronse  las  villas 
por  2)leítes¿a ,  et  finiéronle  la  carta  de  servidumhre  en  esta 
manera  que  los  defendiesse ,  et  los  amparasse ,  et  les  non 
partiesse  los  fijos  de  los  padres ,  nin  los  padres  de  los 
fijos,  sinon por  su plaser  de  ellos;  et  que  ohiessen  sus 
heredamientos ,  como  los  habiati ,   et  cada  home  que  en  las 

villas  morase,  diese  im (diñar)  et  quatro  almudes 

de  trigo,  et  quatro  de  ordio,  et  quatro  de  vinagre,  et  un 
almud  de  miel,  et  otro  de  aceite.  Et  juráronle  á  Ahdelau- 
sin  (Ábdelasis)  que  non  denostasse  á  ellos,  nin  á  su  fee, 
nin  les  quemasse  las  iglesias ,  et  que  les  dejase  guardar 
su  ley.  Et  quando  esta  fué  fecha  anda  va  la  era  de  los 
moros  en  noventa  y  cuatro  años . » 

Echará  de  ver  el  lector  que  en  este  recitado  de  la  cró- 
nica castellana  se  contienen  en  sustancia  las  mismas  con- 
diciones favorables  y  desfavorables  á  los  habitantes  de 
Todmir  que  se  expresan  en  la  traducción  literal  de  la 
capitulación  de  Teodomiro,  que  dejamos  expuesta.  Era 
natural  que  el  autor  hiciese  notar  de  modo  relevante  entre 
las  condiciones  favorables,,  la  de  que  los  musulmanes 
dejaban  el  gobierno  de  la  región  en  manos  de  alguno  de 
los  indígenas ;  pero  no  hace  esto ,  se  limita  á  consignar 
que  se  les  concedió  « et  que  ohiessen  sus  iieredamientos 
como  los  habían » ,  única  frase  del  recitado  de  la  crónica 
castellana,  que  encierra  el  pensamiento  capital  de  la 
frase  arábiga: 

traducida  por  nosotros:  que  tanto  á  él ,  como  á  cualquiera 
de  los  suyos ,  se  les  dejará  en  el  mismo  estado  en  que  se 
hallen  respecto  del  dominio  libre  de  sus  bienes . 

4.^  Nuestra  traducción  de  la  frase  precedente  en  el 
sentido  de  que  no  se  reconoce  en  ella  á  Teodomiro  jefa- 
tura alguna  independiente  sobre  el  país,  ni  dignidad 


,       -19- 

real,  sino  que  únicamente  se  le  respeta,  como  á  cual- 
quiera de  los  buyos,  el  dominio  libre  de  sus  bienes,  se 
armoniza  mejor  con  las  restantes  condiciones  favorables 
concedidas  por  los  musulmanes  y  con  la  narración  de  los 
antiguos  historiadores.  En  efecto,  si  en  dicha  frase  se 
hubiese  querido  significar  que  se  reconocía  autoridad  real 
ó  independiente  á  Teodomiro;  ¿á,  qué  seguir  formulando 
á  continuación  que  ni  Teodomiro,  ni  ninguno  de  los 
suyos  serán  muertos,  ni  esclavizados ,  ni  separados  desús 
mujeres  é  hijos?;  ¿á.  qué  imponerles  la  capitulación?  Si 
Teodomiro  quedada  siendo  rey  independiente  de  la  re- 
gión; ¿qué  hacían  aquellos  hombres  que  en  ella  dejó 
Abdelaziz,  al  retirarse  con  el  grueso  de  su  ejército  de 
conquista? 

ó.^  Finalmente,  nuestra  traducción  del  tratado  de 
capitulación  es  la  única  compatible  con  el  carácter  y  con 
el  espíritu  de  las  conquistas  del  Islam.  Es  más,  cabe 
afirmar  que  ni  Abdelaziz,  ni  ningún  caudillo  musulmán 
pudo  otorgar  á  Teodomiro  autoridad  independiente ,  ni 
siquiera  autonomía  en  el  sentido  propio  de  la  palabra,  sin 
faltar  á  las  prescripciones  canónicas,  seguidas  fiel  y  ri- 
gurosamente por  los  musulmanes  desde  el  primer  mo- 
mento de  su  expansión  por  los  diferentes  países  que 
dominaron:  lo  que  hay  es,  que  respecto  de  Teodomiro  y 
los  suyos  llegaron  al  límite  más  amplio  de  sus  concesio- 
nes ,  tratándose  de  enemigos  infieles . 

En  comprobación  de  las  afirmaciones  que  preceden, 
bastará  hacer  una  ligera  reseña  de  los  preceptos  legales  á 
que  debe  ajustarse  todo  caudillo  musulmán  en  la  lucha 
contra  los  enemigos  de  su  fe,  ó  sea,  la  guerra  santa  (->^-í-^, 
chillad).  El  famoso  historiador  Abenjaldun  nos  dice  (1): 
«los  musulmanes,  respecto  de  sus  enemigos,  no  tienen 
que  hacer  más  que  someterles  al  islamismo  ó  á  la  capita- 
ción ó  á  la  muerte » .  En  esta  sencilla  fórmula  se  com- 
prenden todos  los  preceptos  referentes  á  nuestro  propósito, , 


(1)     Pi'o1egómono>,  ti'ad.  de  Slane.  t.  I,  pág.  476. 


—  20  — 

que  vamos  á  exponer  siguiendo  al  autor  de  la  peregrina 
colección  de  jurisprudencia  mulsulmana  (1)  generalmen- 
te conocida  entre  los  arabistas  por  la  Molteca  (2) . 

«Cuando  un  ejército  musulmán  llega  á  ponerse  en 
contacto  con  los  infieles,  debe  brindarles  con  insistencia 
á  abrazar  el  islamismo ;  si  ellos  rechazan  la  propuesta ,  se 
les  impondrá  la  capitación  (chazia),  en  el  caso  que  perte- 
nezcan á  los  pueblos  de  libro  revelado,  es  decir,  judíos, 
cristianos,  magos  ó  idólatras  de  la  Persia.  Si  fueren  após- 
tatas de  nuestra  fe  ó  árabes  idólatras,  no  se  podrá  aceptar 
de  su  parte  más  que  la  conversión  al  islamismo.» 

«A  los  pueblos  sometidos  á  la  capitación  se  les  hará 
conocer  también  la  cuota  del  impuesto  sobre  la  tierra,  y 
la  época  en  que  deberán  pagarla.  Establecido  esto,  todo 
cuanto  ceda  en  pro  ó  en  contra  de  ellos  cederá  también 
en  pro  ó  en  contra  de  nosotros.» 

«Si  aquellos  infieles  que  se  han  negado  á  entrar  en  la 
comunidad  musulmana,  se  resistiesen  igualmente  al  pago 
de  la  capitación,  entonces,  poniendo  nuestra  confianza  en 
Dios ,  les  presentaremos  batalla  y  les  haremos  guerra  de 
exterminio.  No  obstante,  en  este  caso  extremo  se  les  po- 
drá conceder  una  capitulación  (solh),  siempre  que  resul- 
te ventajosa  para  nosotros.» 

Relacionando  los  anteriores  preceptos  con  la  narración 
de  los  historiadores  acerca  de  la  conquista  de  Todmir  se 
echará  de  ver  fácilmente  que  Teodomiro  y  los  suyos  lo- 
graron de  los  musulmanes  que,  suspendiendo  su  guerra 
de  exterminio,  transigiesen  hasta  acordarles  la  capitula- 
ción (  ^^  ,  solh).  Aliora  bien;  ¿en  qué  consistió  la  capi- 
tulación de  Teodomiro  y  los  suyos?;  ¿qué  derechos  ó 
franquicias  les  fueron  reservados?  El  examen  de  las  dis- 


(2)  V.  la  obra  de  M.  Balín  «Etude  sur  le  propriete  fonciere  en 
pays  musulmán  etc.»  páii;.  11  y  siguientes,  donde  se  encuentran  tra- 
ducidos lus  tVagmentus  do  la  oljra  citada,  debida  al  célebre  juriscon- 
.sultü  musulmán  Ibraliim  el  Haleci,  mas  el  correspondiente  comentario 
del  turco  Mohamed  el  Mcncufati , 


-2Í- 

posiciones  á  que  deben  atenerse  los  musulmanes  res- 
pecto del  botín  y  derechos  de  conquista,  nos  lo  hará  co- 
nocer claramente  (1). 

«El  imam,  después  de  reservarse  la  quinta  parte,  di- 
vide entre  sus  secuaces  el  territorio  inñel  conquistado  á 
viva  fuerza ,  ó  bien  confirma  en  sus  tierras  á  los  indíge- 
nas vencidos  exigiéndoles  la  chazia  (capitación)  sobre  sus 
cabezas  y  el  jaracli  (impuesto  territorial)  sobre  sus  tie- 
rras. Respecto  de  los  prisioneros,  puede  darles  muerte,  ó 
bien  reducirlos  á  esclavitud,  ó  finalmente,  dejarles  en 
estado  liljre;  pero  con  la  condición  de  zimmis  {'ó.Z>¿), 
clientes  de  los  musulmanes.» 

Sentados  los  principios  anteriores,  se  ve  evidentemente 
que  en  las  capitulaciones  de  rendición  se  partía  siempre 
de  la  base  de  quedar  sometido  el  enemigo  á  la  autoridad 
soberana  del  califa :  las  negociaciones  versaban  tan  sólo 
sobre  la  condición  más  ó  menos  ventajosa  en  que  habían 
de  quedar  la  persona  y  la  hacienda  de  los  sometidos.  En 
cuanto  á  la  persona,  podía  dejarles  el  caudillo  musulmán 
en  estado  libre  y  tolerarles  sus  creencias ;  pero  les  impo- 
nía el  pago  de  la  chazia  {'h.J^,  capitación),  Respecto  de 
las  tierras  ó  heredamientos,  podía  dejarlas  en  mano  de  los 
indígenas  á  título  de  medio  de  subsistencia  (^^3  ^ 
o>aJ\ ) ,  y  entonces  quedaban  reducidos  los  antiguos  po- 
seedores á  meros  arrendatarios  perpetuos,  mas  despojados 
de  la  libre  disposición  (del  molcj  en  favor  de  los  musulma- 
nes; ó  á  título  de  mole,  Ubre  propiedad  (>¿XO\  <^^^  ^), 
es  decir,  pudiendo  venderlas,  trasmitirlas  en  lierencia  ó 
enagenarlas  en  cualquier  forma.  En  uno  y  otro  caso,  las 
tierras  dejadas  en  manos  de  los  indígenas  entraban  á  for- 
mar parte  del  Estado  musulmán,  quedando  sometidas  á 
la  soberanía  del  califa,  y  sufrían  el  jarach  (impuesto  de 
la  tierra),  á  diferencia  de  las  que  se  repartían  los  musul- 
manes en  los  casos  de  conquista  por  fuerza  de  armas, 
las  cuales  quedaban  libres  de  ese  gravamen.  «Es  país  so- 


(1)    Balín,  obra  citada,  pág.  15  y  siguientes. 


-¿2- 

metido  sAjarach,  dice  el  jurisconsulto  antes  citado,  todo 
aquel  que  habiendo  sido  conquistado  por  la  tuerza,  se  deje 
en  manos  de  los  indígenas;  é  igualmente  todo  territorio 
cuyos  liabitantes  hayan  obtenido  la  capitulación  (sollij,  á 
excepción  de  la  ]\Ieca»,  por  haberla  dejado  el  Profeta, 
añade  el  comentarista,  fuera  de  la  ley. 

En  los  países  conquistados  por  capitulación,  las  tie- 
rras de  los  habitantes  emigrados  ó  fugitivos  del  país,  al 
tiempo  de  ser  invadido  éste,  é  igualmente  las  de  aquellos 
que  morían  después  sin  sucesión  directa,  pasaban  á  ser 
])ropiedad  del  Estado  (i). 

Poniendo  en  parangón  el  texto  del  tratado  de  capitu- 
lación de  Teodomiro  con  las  prescripciones  legales  que 
anteceden,  se  echa  de  ver  de  manera  clara  que  lo  acor- 
dado por  Abdelaziz  en  favor  de  Tcodomiro  y  los  suyos, 
fué  dejar  en  manos  de  cada  uno  de  ellos  las  tierras  ó  here- 
dades, de  qne  habían  sido  dueños  hasta  entonces,  en  la 
forma  más  amplia  j  liberal  que  podía  conceder  dentro  de 
los  preceptos  legales  ,  á  saber,  con  libertad  de  venderlas, 
transmitirlas  en  herencia  y  enajenarlas  á  su  antojo,  ó  sea, 
á  título  (le  mole  (cXJ-o),  que  es  la  palabra  empleada  en  la 
frase  del  texto  del  tratado,  que  motiva  esta  explicación, 
y  que  nosotros  traduciríamos  literalmente  de  esta  mane- 
ra: qite  no  se  dará  avance  ni  retroceso,  es  decir,  será 
mantenido  en  favor  de  Teodomiro  y  de  cualquiera  de  los 
suyos  el  statu  quo  respecto  del  mole,  ó  sea,  de  su  respec- 
tivo dominio  de  las  tierras ,  del  cual  no  serán  despojados . 

Esto  por  lo  que  hace  á  la  propiedad:,  respecto  de  las 
personas,  como  se  desprende  de  la  interpretación  del  su- 
sodicho tratado,  consiguieron  Teodomiro  y  los  suyos  que 
se  respetasen  sus  vidas,  su  libertad,  seguir  viviendo  en 
compañía  de  sus  mujeres  é  hijos,  el  culto  de  su  religión 
y  la  posesión  de  sus  iglesias,  á  las  cuales  se  dejó  tambií'-n 
el  mole  ó  libre  disposición  de  su  hacienda. 


(1)    V.  M.  Balin,  obra  citada,  pág.  33. 


-  2á  - 

Todas  estas  franquicias  y  privilegios  hubieran  quedado 
á  merced  del  conquistado/,  en  el  caso  de  haber  dado  mar- 
gen Teodomiro  y  los  suyos  á  que  los  musulmanes  pene- 
trasen en  Orihuela  á  viva  l'uerza- 

En  cambio  de  las  concesiones  hechas  á  Teodomiro  y 
sus  compatriotas,  vemos  en  el  texto  del  tratado  que  se  les 
exige  por  los  conquistadores  un  diñar  á  cada  señor  y  me- 
dio á  cada  siervo,  y  se  les  obliga  á  pagar  individualmente 
cierta  cuota  de  sus  frntos;  lo  cual  prueba  que  se  les  im- 
puso la  capitación  (chazia)  y  el  impuesto  sobre  las  tierras 
(jcirach).  Además  se  les  hace  jurar  acatamiento,  fidelidad 
y  auxilio  á  las  autoridades  musulmanas  contra  los  enemi- 
gos, correspondiendo  á  esto  los  dominadores  jurándoles 
por  su  Profeta  que  les  aceptan  bajo  su  protección  (¿LXO, 
zhnmci)  ante  la  ley  y  contra  los  enem'gos  exteriores. 

Por  lo  demás,  no  fué  la  región  de  Todmir  la  única  con- 
quistada por  los  musulmanes  en  virtud  de  capitulación 
(solli);  por  igual  procedimiento  hubieron  de  ser  conquis- 
tados otros  territorios  (1).  En  cuanto  á  España,  bien  claro 
lo  da  á  entender  el  Anónimo  latino,  al  decirnos  que  Ab- 
delaziz  en  tres  años  terminó  de  pacificarla,  mediante  el 
yugo  de  la  capitación,  '^•Ahdelaziz  onmem  Spaniam  per 
anuos  tres  siih  censuario  jugo  pacíficans»  (2).  El  autor  de 
la  Crónica  del  moro  Rasis,  quien  al  relatar  la  prisión  del 
conde  de  Córdoba  al  tiempo  de  ser  conquistada  esta  ciu- 
dad, dice  (3):  «et  nunca  rey  ovo  en  España  que  prendie- 
sen, sinon  este  que  todos  los  otros  mataron  ó  se  pleijtea- 
ron,  et  acogíanse  d  las  pleijtesias  que  con  ellos  ponían». 
Y  la  narración  de  los  historiadores  árabes  respecto  de  la 
conquista  de  Mérida,  realizada  por  Muza,  padre  de  Abde- 
laziz,  en  condiciones  bastante  parecidas  á  las  de  Orihuela: 
también  en  aquella  ciudad  se  respetaron  á  sus  defensores 


(1)  V.^sobre  el  [¡articular  la  oljra  «Historia  de  lus  mudejares,  et- 
cétera», del  ilustre  orientalista  Sr.  Fernández  y  González  (D.  Fran- 
cisco), pág.  13  y  14. 

(2)  España  Sagrada.  Chron.  de  Isid.  Pac.  t.  VIII,  núm.  42. 

(3)  Memorias  de  la  R.  Ac,  de  la  Hist.,  t.  VIII,  pág.  72. 


sus  vidas  y  haciendas,  y  los  musulmanes  se  incautaron 
de  los  bienes  de  los  fallecidos  en  la  lucha  y  de  los  fugiti- 
vos, así  como  también  de  los  tesoros  de  las  iglesias  (1). 
Por  lo  que  toca  á  Oriente,  basta  citar,  en  gracia  á  la  bre- 
vedad y  por  la  gran  semejanza  que  guarda  con  la  de  la 
región  de  Todmir,  la  que  fué  concedida  á  los  habitantes 
de  la  parte  de  territorio  del  I  rae,  entre  Bagdad  y  Cufa, 
llamada  Seuad  (negra),  cultivada,  á  causa  de  su  fertili- 
dad. Cuando  fué  conquistada  ésta,  el  califa  Ornar  dejó  á 
los  indígenas  y  les  confirmó  en  la  posesión  del  mole,  es 
decir,  en  la  propiedad  libre  de  sus  tierras,  pudiendo  ven- 
derlas y  disfrutarlas  de  toda  suerte;  imponiéndoles,  en 
cambio,  la  chazia  sobre  sus  personas  y  el  jarach  sobre  las 
haciendas. 

Comparada  la  situación  de  los  habitantes  rendidos  al 
poder  musulmán  por  capitulación  con  la  de  aquellos  que 
habían  sido  sometidos  á  viva  fuerza,  no  hay  inconvenien- 
te en  decir,  si  se  quiere,  que  los  primeros  quedaron  dis- 
frutando de  cierta  especie  de  autonomía;  pero  que  ésta  no 
se  extendió  más  allá  de  sus  asuntos  meramente  privados, 
de  índole  civil  y  religiosa,  y  en  esta  esfera  pudo  quedar 
Teodomiro  siendo  el  conde  de  los  cristianos,  tal  como 
existió  en  otras  partes,  atendido  y  considerado  por  su  abo- 
lengo y  nobles  cualidades;  como  á  su  muerte  parece  que 
lo  fué  Atanahildo  del  cual  tampoco  afirma  el  Anónimo  la- 
tino que  fuese  rey,  ni  jefe  independiente  de  la  región;  nos 
dice  tan  sólo  que  sobresalía  entre  todos  por  su  opulencia, 
que  era  muy  dadivoso,  y  se  le  dispensaba  grande  honor  y 
respeto.  *Atanahildus  post  mortem  ¿psins  {Theudimer) 
multi  honoris  et  ínagnUiidinis  habetur.  Erat  enim  in 
ómnibus  opulentissimus  domi7ius  et  in  ipsis  nimiiim  pe- 
cunice  dispensator  (2). 

Entre  tanto,  los  árabes  que  dejó  Abdelaziz  en  Todmir, 
se  establecerían,  según  su  práctica  constante,  en  los  sitios 


(1)  Abenadai'i  II,  pág.  17;  AJbar  Machinúa,  pág.  18. 

(2)  España  Sagrada.  Chron.  de  Isid.  Pac,  t.  VIII,  n."  39. 


fuertes  de  las  ciudades  constituyendo  lo  que  ellos  llaman 
el  Chond  (especie  de  cuerpo  de  ejército  regional),  engro- 
sado de  día  en  día,  gracias  á  la  política  de  atracción  de 
los  dominadores  y  á  las  ventajas  materiales  que  ofrecían  á 
los  indígenas  á  seguida  de  su  conversión  al  islamismo. 
Es  indudable  que  la  acción  de  los  musulmanes  debió  ex- 
tenderse pronto  en  Todmir,  lo  mismo  que  en  otras  regio- 
nes de  España,  á  todos  los  órdenes  de  la  vida;  pues  sabe- 
mos por  Adabí  y  Abenalfaradí  (1)  que  en  197  de  la  hégira 
(812  á  813  de  J.  C),  ó  sea,  un  siglo  después  de  la  con- 
quista, muere  Fadl,  hijo  de  Omaira,  por  sobrenombre 
Abulafla,  cadi  ó  justicia  de  dicha  región  bajo  el  gobierno 
del  emir  Alháquem,  hijo  de  Hixem,  y  es  de  suponer  que 
no  fuese  este  el  primero  que  ejerciese  allá  tan  alta  magis- 
tratura . 

Pudiera  alguien  observar  que  el  ilustre  arabista  señor 
Simonet  en  la  frase  que  expresa  la  primera  condición  del 
tratado  ,  leyó  j^^,  (2),  en  lugar  de  j^^,  que  leen  los  seño- 
res Codera,  Saavedra,  Goeje  (3)  y  otros  á  quienes  segui- 
mos sin  vacilar,  no  sólo  fiados  en  la  gran  autoridad  de  los 


(1)  Bib.  Arab.  Hisp.  III,  1285  y  VII,  1038. 

(2)  V.  su  Crestomatía  Aráljiga,  pág.  84. 

(3)  En  carta  particular  dirigida  por  este  señor  á  su  amigo  don 
Eduardo  Saavedra  felicitándole  por  la  pul)licación  de  su  conocida 
ol)ra,  cdnvasiijn  de  los  árai>es  en  España»,  y  comunicándole  algunas 
impresiones  sobre  ella,  y  la  cual  nos  ha  sido  facilitada  galantemente 
por  el  último  de  dichos  señores,  hemos  visto  con  fruición  que  aquel 
eximio  orientalista  no  solo  acepta  como  buena  la  lectura  de  y^^. , 
sino  que  también  la  frase  del  tratado  en  que  ñgura  la  palabra  de  refe- 
rencia, la  interpreta  en  el  mismo  sentido  en  que  nosotros  la  hemos 
tomado».  Les  mots,  dice  M.  Goeje,  du  traite  de  Theudemir  V\ 
^5  y^^.  ^_3  <*J  f^^.  que  vous  traduisez  par  c(no  tendrá  obliga- 
ción de  seguir  á  ningún  jefe»  «ont  assef  difficiles.  Moi,  je,  prefirerais 
les  traduire  par  «le  status  quo  será  maintenu  á  l'egard  tant  de  lui  que 
de  ses  seigneurs»  car  ^jÁ-lJ'  Y3  ^jJlí  Y  signifique  «rester  inmo- 
bile  et  l'actif»  j^'^  "^j  ^^  V  «laisser  inmovile».  Es  de  sentir 
que  M.  Goeje,  por  no  hacer  á  su  propósito,  limitase  su  interpretación 
á  las  palabras  antedichas,  sin  relacionarlas  con  oXi^  ^^  ¿J^-  3 
que  siguen  inmediatamente  y  completan  la  frase  cerrando  el  pensa- 
miento. 


-  5h  - 

íñencionados  señores,  sino  también  por  las  siguientes  ob- 
servaciones que  nos  lia  sugerido  la  inspección  del  texto 
original  y  el  estudio  del  asunto : 

i.'''  En  la  palabra  del  manuscrito  escurialense  cuya 
verdadera  lectura  se  trata  de  fijar,  no  se  ve  más  que  un 
punto  diacrítico  sobre  el  nexo  que  forman  sus  dos  últimas 
letras,  y  ese  punto  corresponde  indudablemente,  según  el 
lugar  que  ocupa,  á  la  penúltima,  ó  sea,  la  íL.  Resulta  de 
esto  que  para  que  se  leyese  dicha  palabra  ^^jr^,  y  no  j-=^í, 
habría  que  suponer  la  incuria  del  amanuense  que  dejó  sin 
escribir  el  punto  diacrito  de  la  última  letra  3. 

2."  Si  bien  es  verdad  que  no  puso  el  amanuense  del 
códice  un  cuidado  especial  en  distinguir  el  trazado  de  las 
letras  j  y  j  ó  3  en  fin  de  palabra,  es  posible,  no  obstante, 
apreciar  alguna  diferencia  caligráfica  entre  ellas.  Compa- 
rando la  palabra  j-^j>^.,  en  cuestión,  con  ^í»-"^  que  le  pre- 
cede en  la  misma  frase,  se  observa  que  el  amanuense  tra- 
zó el  enlace  de  las  dos  letras  finales  más  alto  en  la  última 
de  dichas  palabras,  como  si  procurase  que  la  letra  j  que- 
dase, según  le  corresponde,  sobre  el  renglón  general  en 
que  se  basan  las  más  de  las  letras  arábigas;  mientras  que 
en  la  segunda  el  enlace  no  sobresale  del  renglón,  como  si 
se  atendiese  á  la  exigencia  de  la  letra  ^  ,  que  es  de  aque- 
llas del  alefato  que  se  trazan  ,á  partir  de  dicho  renglón  ge- 
neral hacia  abajo.  Si  el  amanuense  hubiese  querido  escri- 
bir v>.cL^.  y  no  j-^^i,  el  nexo  de  las  dos  últimas  letras  en 
esa  palabia  sería  exactamente  igual  al  de  las  de  >>.s^M, 
puesto  que  se  trataría  de  trazar  idénticas  figuras. 

3."  Finalmente,  la  lectura  ->-=>-j^?.  no  se  compadece  bien 
con  la  construcción,  ni  con  el  contexto  de  la  i'rase,  tan  ex- 
trictamen te  como  ^,.¿-^,;  pues  léxicos  tan  autorizados  co- 
mo los  de  Dozy,  Lane's  y  Kazimirski,  hacen  notar  el  uso 
de  ?->-■>  y  j-^\  en  contraposición. 

En  comprobación  de  lo  que  llevo  dicho,  véase  el  si- 
guiente fotograbado,  donde  se  encuentra  el  pasaje  objeto 
de  este  estudio. 


27  — 


■^-lUil,  JcU^I  vJU'^^í  ^,^uSjUjc.a;:.V;^^«>Láa       '-^^ 


*0Í>    'Á?j 


■r».'j* 


--  jl^^J^  -^L^'»  '*^h  (^  4r^  "^^í  4  '^V^  ''^h  ¡i^J^íjLi. 


;^) '. 


"i  ,. 


:>m3f 


CAPITULO  III 

Ciudades  cuyos  habitantes  fueron  comprendidos 
en  la  capitulación  de  Todmir 


Examen  de  las  diversas  interpretaciones  de  nuestros  historiadores 
respecto  del  asunto. — Breces  noticias  acerca  de  los  personajes 
que  subscribieron  la  capitulación  acordada  ú  Teodoiniro  y  los 
suyos.  —  Término  de  la  campaña  de  conquista  de  Todmir. 


Andan  discordes  las  opiniones  sobre  cuáles  sean  las 
siete  ciudades  á  cuyos  habitantes  se  iiizo  extensiva  la  ca- 
pitulación acordada  á  Teodomiro ,  y  creemos  que  es  pro- 
blema difícil  de  resolver  plena  y  satisfactoriamente,  en 
tanto  que  no  se  cuente  con  mayor  suma  de  datos .  Sin 
embargo,  no  por  eso  nos  consideramos  dispensados  de 
aducir  el  fruto  de  nuestra  investigación  sobre  el  particular. 

Las  cuatro  ciudades  del  tratado,  que  se  leen  en  el 
códice  escurialense  ¿^9;j^_5  ¿Jj^3  viuxiJj,  ^o^3\  ,  corres- 
ponden seguramente  á  las  actuales  Orihuela,  Alicante, 
MulayLorca;  pues  así  también  aparecen  escritas  con 
frecuencia  en  los  cronistas  y  geógrafos  árabes ,  cuando  se 
ocupan  en  hechos  referentes  á  dichas  ciudades ,  cuidando 
de  atribuirlas  á  la  región  de  Todmir  ó  de  Murcia ,  como 
la  llamaron  más  tarde . 

El  nombre  ¿í-U^ ,  cual  hoy  se  aprecia  en  el  códice 
del  Escorial ,  por  haber  sufrido  las  letras  de  que  consta 
puntuación  posterior  á  manos  de  arabistas  según  su  in- 
terpretación respectiva,  no  hemos  podido  encontrarla  así 
en  ningún  otro  pasaje  de  historiador  ó  geógrafo.  Casiri 
leyó  Valentola,  Borbón  Balentolat,  y  la  tradujo  por  Va- 
lencia el  moro  Rasis  á  quien  siguen  Saint-Hilaire,  Ro- 


-  30  — 

mey ,  Ambrosio  de  Morales ,  Lafuente ,  Pastor ,  Cánovas 
Cobeño ,  Madoz  y  Ponzoa  Cebrián . 

Tal  lectura  y  traducción,  á  nuestro  juicio,  no  son  sa- 
tisfactorias; Casiri  y  Borbón  no  liacen  más  que  leer  á 
capriclio  los  diferentes  trazos  de  la  palabra,  que  hubo  de 
ser  escrita  por  el  amanuense  sin  puntos  diacríticos  en  sus 
letras  y  con  alguna  incuria ;  el  traductor  del  moro  Rasis , 
fiado  en  la  semejanza  que  ofrece  la  primera  mitad  del 
trazado  de  la  palabra  con  la  del  de  Valencia  ( ¿>^— ^^ ) , 
leyó  como  si  se  tratase  de  esta  última  ciudad ,  la  cual , 
lejos  de  pertenecer  á  la  tierra  de  Todmir,  era  á  su  vez 
capital  de  la  región  que  llevó  su  nombre.  D.  Aureliano 
Fernández  Guerra  la  hace  equivalente  á  la  actual  Guadix 
sin  fundamento  alguno ,  pues  son  tan  distintos  los  trazos 
del  vocablo  ^\  ,^^^3  con  que  expresan  los  árabes  dicha 
ciudad ,  de  los  de  <í-U-*.-b ,  que  no  hay  que  creer  tan  miope 
al  amanuense  que  llegará  hasta  incurrir  en  error  de  lec- 
tura de  tanto  bulto.  Y).  Eduardo  Saavedra  (1)  confiando 
en  que  el  copista  transcribió  bien  el  vocablo ,  y  que  las 
letras  de  éste  habían  sido  bieu  puntualizadas  después , 
lee  lo  que  encuentra  en  el  códice,  Valentila,  y  piensa 
que  á  esta  población  corresponden  los  vestigios  de  anti- 
güedad que  se  ven  alrededor  de  Alcantarilla,  á  cinco 
kilómetros  de  Murcia ,  en  la  conñuencia  con  el  Segura  del 
antiguo  cauce,  hoy  borrado  del  Sangonera  y  que  á  este 
río  se  le  llamaría  Guadi  Valentila ,  contrayendo  después 
la  palabra  en  Guadalentin . 

No  obstante  el  respeto  que  nos  merece  la  opinión  del 
sabio  académico,  entendemos  como  más  verosímil  que 
por  la  palabra  ^-^:> ,  que  así  escrita,  sin  puntos  diacrí- 
ticos en  sus  letras ,  debió  salir  de  manos  del  copista  del 
susodicho  códice  (2),  se  quiso  significar  la  ciudad  actual 


( 1 )  Invasicm ,  etc . ,  pág .  29  . 

(2)  Se  observa  f[ue  los  amanuonsos  de  códices  árabes  han  omi- 
tido frecaentemente  los  puntos  diacríticos  de  las  letras  en  los  nombres 
propios  y  geográficos  que  les  eran  desconocidos,  máximo  cuando 
estos  son  voces  extrañas  á  su  lengua  nativa. 


—  31  — 

de  Villena .  Pues  además  de  que^esta  ciudad  existía  antes 
de  la  invasión  musulmana  y  continuó  siendo  después 
ciudad  importante  de  la  tierra  de  Todmir,  citada  repeti- 
das veces  por  los  autores  musulmanes,  su  nombre  ará- 
bigo coincide  en  la  mayor  parte  de  sus  trazos  con  los  de  la 
palabra  del  códice  del  Escorial .  Vea  el  lector  la  gran  se- 
mejanza que  se  observa  entre  la  palabra  <í.í^^Xj  del  códice 
y  la  <í.:>UJo  ó  <^UJ^-)  que,  bajo  estas  dos  formas,  aparece 
en  los  manuscritos  árabes  para  designar  la  ciudad  de 
Villena. 

En  cuanto  á  s^-^^jl^  que  fué  leída  '¿y^'¿.^,  Casiri  la 
transcribe  por  Biguerra  (1)  suponiendo  que  es  equiva- 
lente áBejar,  caserío  cerca  de  Moratalla;  Lafuente  (2) 
por  Biscaret,  actual  Bigastro;  en  la  Historia  de  Orihuela 
de  D.  Ernesto  Gisbert  (3)  se  transcribe  por  Bukesaro  y 
se  hace  equivalente  áVergilia,  campo  de  Bujejar.  Don 
Aureliano  Fernández  Guerra,  á  quien  sigue  el  Sr.  Saa- 
vedra,  juzga  (4)  quizás  con  mayor  acierto,  que  la  ciudad 
en  cuestión  del  tratado  se  refiere  á  la  antigua  Begastri , 
ciudad  que  tuvo  su  asiento  cerca  de  Cehegin,  y  que  fué 
destruida  más  tarde.  No  será  demás  advertir,  sin  embar- 
go ,  que  la  palabra  del  códice  »^-^i->  no  se  vuelve  á  encon- 
trar más  en  los  textos  árabes  que  hemos  ¡  odido  consultar. 

En  cambio,  Abenalabar  (5)  cita  aun  personaje,  Ha- 
bib,  hijo  de  Said  el  Chodamí,  distinguido  por  su  virtud  y 
religiosidad  y  que  vivió  en  la  segunda  mitad  del  siglo  v 
de  la  hégira ,  á  quien  hace  natural  y  presidente  de  la  ora- 
ción pública  de  Sj.-oib,  transcrito  al  castellano  Bucasra  ó 
Bocasra,  distrito  de  Murcia.  Ahora  bien;  ^,la  palabra 
sy.^  del  códice  y  la  a^-oi^  citada  en  Abenalabar,  en  las 
cuales  no  hay  más  diferencia  que  llevar  la  primera  ^,  s 


(1)  Bibliotlieca,  etc.  t.  II,  pá.ií.  lOG. 

(2)  Hist.,  etc.,  t.  I,  pág.  154.  Edic.  Montaner  y  Simón,  Bar- 
celona . 

(S)  T.  I.,  pág.  256. 

(4)  Deitania  y  su  cátedra  episcopal  de  Begastri. 

(5)  Bil).  Ar.  Hisp.  V.,  88.  Y  en  Abenpascual,  I,  II,  42. 


—  32  — 

linguo  dental ,  donde  la»segunda  lleva  ^ ,  s  enfática,  se 
refieren  á  una  misma  población  ó  á  dos  distintas?  En 
ambos  vocablos  se  hace  referencia  á  población  importante 
de  la  tierra  de  Murcia;  por  el  primero  se  quiere  designar 
una  ciudad  análoga  á  Lorca,  Muía,  etc. ,  y,  respecto  del 
segundo,  se  dice  que  era  capital  de  uno  de  los  distritos 
de  Murcia.  Sin  embargo,  desprovistos,  de  nuevos  datos, 
nos  limitamos  á  hacerla  observación  precedente,  dejando 
á  los  cronistas  de  la  región  murciana,  y  prácticos  del  país 
la  respuesta  á  nuestra  pregunta. 

La  misma  disparidad  se  observa  en  la  opinión  de 
nuestros  historiadores ,  cuando  han  tratado  descubrir  la 
ciudad  equivalente  á  la  palabra  ^\  del  códice.  El  señor 
Saavedra  ha  recogido  las  diferentes  interpretaciones  y  da 
la  suya  en  las  siguientes  palabras  (1):  «En  el  facsímile 
de  Codera  este  nombre  resulta  escrito  ¿o^,  Casiri  leyó  ¿oM 
(Ota)  con  lo  cual  Lozano  la  hizo  equivalente  á  Otoz  (2); 
Borbón  (3)  prefirió  ¿oi  (Atsí)  y  lo  llevó  á  Acci  ó  Guadix» 
y  Simonet  (4)  interpretó  ¿^l\  (Eyyo),  dando  pie  á  que 
D.  Aureliano  Fernández  Guerra  la  hiciera  igual  á  Elo , 
junto  á  Yecla  (5).  Yo  aprovecho  todos  los  puntos  diacrí- 
ticos y  entiendo  que  dice  ¿L-ol  (Anaya)  correspondiendo  la 
población  á  la  antigua  Thiar  del  itinerario  romano ,  cerca 
del  convento  arruinado  de  San  Ginés,  término  de  San 
Miguel  de  Salinas,  donde  subsiste  el  nombre  de  las  cue- 
vas Anaya,  sobre  la  raya  misma  de  la  provincia  de  Mur- 
cia. El  traductor  Rasis  leyó  Denia  y  escribió  Orta  por 
Lorca,  no  por  esta  supuesta  Ota. »  A  Casisi  han  seguido 
Conde,  Cánovas  Cobeño,  Ponzoa  Cebrián,  Perales  y 
otros . 

La  falta  de  datos  ha  sido  causa  de  que  las  citadas 
interpretaciones  tengan  más  de  ingeniosas  que  de  exac- 


(1)  Invasión,  etc.,  pág.  129,  nota. 

(2)  Bast.  V  Contest.  II,  184. 
(.3)  Carta  VI. 

(4)  Cre.stomatia ,  pág.  85. 

(5)  Discurso  contestación  al  Sr.  Rada  y  Delgado. 


—  as- 
tas .  Al  comenzar  nuestro  estudio  sobre  este  asunto  llega- 
mos á  pensar  que  el  Sr.  Saavedra  hubiese  dado  con  la 
verdadera  situación  de  la  antigua  ciudad ,  no  obstante 
iiaber  caído  en  la  cuenta  de  que  Dozy  en  los  códices  que 
tuviese  á  la  vista  para  su  edición  de  Abenadarí ,  el  de  Ma- 
rruecos, leyó  á<\\  (Ana  ó  Ena)  la  ciudad  de  la  tierra  de 
Todmir  que  por  orden  de  Abderraman  II  fué  destruida 
en  el  año  210  déla  hégira  (825  á  826  de  J.  C.)  y  que, 
sin  duda,  es  la  misma  á  que  se  refiere  la  capitulación  de 
Teodomiro .  Después ,  gracias  á  las  valiosas  indicaciones 
que  se  contienen  en  el  códice  árabe  de  autor  anónimo, 
tituVdáQ  Quitado  Alachaf ría  (Tr3itaiáo  de  Geografía)  (1), 
respecto  de  la  ciudad  de  referencia,  que  aparece  escrita 
<^}  en  dicho  lugar ,  podemos  aducir  nuevas  y  más  preci- 
sas noticias  que  resuelven,  en  nuestro  sentir,  satisfacto- 
riamente no  solo  su  verdadera  lectura,  sino  también  su 
correspondencia  actual  con  la  población  llamada  Ojos, 
que  antepusimos  al  traducir  el  texto  de  la  capitulación. 
AI  describir  el  autor  del  susodicho  códice  el  curso  del 
Teder  ó  Segura  en  su  descenso  hacia  Murcia,  fija  la  con- 
fluencia con  este  del  que  llama  el  río  Monjiix  (sic),  refi- 
riéndose sin  duda  al  llamado  hoy  Mundo ,  en  un  terreno 
donde ,  dice ,  se  hallan  minas  de  cobre  de  más  excelente 
cualidad  que  el  de  otras  regiones  de  la  tierra  y  del  cual 
se  hacía  gran  exportación  á  las  ciudades  del  Yemen ,  del 
Irac,  de  la  Siria  y  otros  países:  menciona  á  continuación 
que  el  Segura  recoge  también  las  aguas  del  llamado  Ca- 
lasparra,  y  luego  penetra  por  la  angostura  ó  desfiladero 
llamado  de  la  Fuente  negra,  constituyendo  dicha  angos- 
tura y  fuente  una  de  las  maravillas  del  mundo .  Pues  la 
angostura  viene  á  ser  como  si  por  creación  divina  se  hubie- 
se realizado  un  corte  en  medio  de  una  montaña  de  mármol 
rojo,  quedando  á  derecha  é  izquierda  dos  muros  que  mi- 
den próximamente  cincuenta  codos  de  elevación .  La  an- 


( 1 )    Ms .  árabe  de  la  Bib .  Nac . ,  n ."  4999 ,  fol .  21 . 


—  34  — 

gostura  mide  de  longitud  la  distancia  de  cuatro  parasan- 
gas;  su  mayor  anchura  tiene  la  medida  de  un  marjal  y  la 
cuarta  parte  de  éste  su  mayor  estrechez  .  Por  la  maravi- 
llosa angostura,  sigue  diciendo  el  autor,  penetran  las  al- 
madías ó  balsas  de  maderos ,  que  descienden  por  dicho 
río  hasta  Murcia  y  más  abajo  de  ella,  y  á  su  extremo  se 
halla  la  Puente  negra,  que  brota  en  medio  del  cauce  del 
río,  descubriéndose  en  su  fondo  el  agua  propia  de  dicha 
fuente,  la  cual  es  grata  al  paladar,  y  se  dice  que  de  ella 
se  suministraban  los  cristianos  de  la  ciudad  de  ¿^\  (sic) 
que  fué  una  de  las  que  entregó  por  capitulación  Todmir 
(Teodomiro),  príncipe  de  los  cristianos  frmnj  á  Aluza, 
hijo  de  Noseir,  cuando  acaeció  la  conquista  de  España. 
Y  dicha  fuente,  dice  con  insistencia  el  autor,  daba  riego 
á  todos  los  campos  de  aquella  ciudad,  habiendo  sido  ele- 
vadas sus  aguas,  al  efecto,  por  los  cristianos  (1). 

La  lectura  de  este  pasaje  nos  llevó  á  conjeturar  que 
la  ciudad  del  tratado  podía  leerse  muy  bien  ¿3\  Oyijoli , 
y  que  correspondiese  á  la  actual  villa  Ojos  del  término 
judicial  deCieza.  Puestos  en  comunicación  inmediata  con 
personas  prácticas  en  el  terreno  de  referencia,  llegamos  á 
persuadirnos  de  la  realidad  de  nuestra  sospecha  ante  los 
datos  precisos  que  nos  han  sido  facilitados  y  que  se  ajus- 
tan perfectamente  á  la  narración  del  autor  del  manuscrito 
de  la  Nacional  antes  citado.  En  efecto,  de  la  confluencia 
del  Quipar  ó  Guipar  con  el  Segura  parte  el  maravilloso 
estrecho  del  cauce  del  último  de  esos  ríos,  que  tanto  llama 
la  atención  de  sus  visitadores,  y  conocido  hoy  con  el  nom- 
bre de  Almadenes  del  Segura .  Causa  verdadero  asombro 
ver  precipitarse  las  aguas  por  el  profundo  recorte  de  aque- 
llas montañas ,  que  tan  sólo  al  mandato  de  Dios  parece 
se  abrieron  para  dar  paso  á  tan  inmensa  mole  de  agua. 
A  continuación  de  la  angostura  se  halla  una  fuente  que 
hoy  se  denomina  el  Borbotón  de  Cieza  y  que,  sin  duda, 
es  la  misma  que  el  anónimo  árabe  citado  llama  con  razón 


(1)    Véase  el  textu  árabe  en  el  apéndice  núm.  X- 


-  35  - 

la  Puente  negra,  porque  cuando  las  aguas  del  Segura  se 
'enturbian  por  alguna  crecida,  se  ve  como  una  mancha 
oscura  en  dicho  sitio,  producida  por  la  mezcla  del  agua 
clara  con  la  turbia.  En  una  de  las  márgenes  del  río  bro- 
tan otros  manantiales  de  la  misma  fuente ,  en  los  cuales 
se  observan  todavía  vestigios  de  obras  antiguas,  hechas, 
al  parecer,  para  elevar  las  aguas  y  encauzarlas,  á  fin  de 
dar  riego  á  los  campos  de  Ojos  y  de  otros  pueblos.  Se  dice 
que  la  referida  fuente  tiene  su  origen  en  la  sierra  del 
Puerto,  ó  sea,  en  la  cordillera  que  se  halla  situada  frente 
á  la  estación  de  la  vía  férrea  de  Calasparra ,  donde  hay 
una  cueva  en  la  que  varios  curiosos  han  observado  un 
ruido  grande  de  agua,  acompañado  de  una  fuerte  co- 
lumna de  viento,  y  aseguran  haber  visto  salir  por  el 
dicho  Borbotón  ó  Fuente  negra,  la  cascarilla  de  arroz 
arrojada  por  aquella  cueva  (1) . 

El  biógrafo  Adabí,  por  quien  conocemos  el  texto  del 
tratado  de  capitulación  de  Todmir,  nos  da  algunas  noti- 
cias de  los  tres  primeros  personajes  que  lo  suscriben. 

«Fué,  dice  (2),  Habib,  hijo  de  Abuobaida,  el  Fihrí,  uno 
de  los  magnates  que  vinieron  con  Muza,  hijo  de  Noseir  , 
cuando  la  conquista  de  España,  donde  permaneció  con 
otros  jefes  de  las  tribus  invasoras,  aun  después  de  la  par- 
tida de  aquél,  hasta  que  salió  de  ella  llevando  con  otros 
la  cabeza  de  Abdelaziz  á  presencia  del  califa  Solaiman, 
hijo  de  Abdelmélic.  Más  tarde  regresó  Habib  á  las  regio- 
nes de  África  con  el  mando  de  las  tropas  ocupadas  en  so- 
focar la  insurrección  de  los  berberiscos ,  y  fué  muerto  en 
una  de  las  acciones  dadas  contra  éstos  en  el  año  128  de  la 
hégira  (741  de  J.  C),  según  afirma  Abderraman,  hijo  de 
Abdála,  hijo  de  Alháquem,  ó  en  124:,  según  el  testimonio 
de  Abusaid,  hijo  de  Yúnos.  Su  nombre  aparece  inscrito 


(1)  Debemos  todos  estos  datos,  que  confirman  la  descripción 
del  autor  árabe,  á  la  caballerosidad  de  D.  Ginés  Torrente  Na- 
varro. 

(2)  Bib.  Ar.  Hisp.  III,  núm.  675. 


—  36  — 

en  el  tratado  de  capitulación  de  Abdelaziz  en  favor  de 
Teodomiro,  hijo  de  Gabdus,  del  cual  tomó  su  nombre  la 
región  que  estaba  bajo  su  mando.»  A  continuación  trae 
Adabí  el  texto  del  tratado  traducido  anteriormente. 

De  Otman ,  hijo  de  Abuábda ,  el  Coraixí ,  dice  (1):  «Fué 
uno  de  los  magnates  que  vinieron  con  Muza,  hijo  de  No- 
seir,  á  la  guerra  santa  para  la  conquista  de  España.  Su 
nombre  aparece  en  el  tratado  de  capitulación  de  Abdela- 
ziz, hizo  de  Muza,  en  favor  de  Teodomiro,  hijo  de  Ai- 
dux  (2),  el  cristiano,  el  régulo.  La  capitulación  tuvo  lu- 
gar en  el  mes  de  Racheb  del  año  94  de  la  hégira  (Abril 
de  713  de  J.  C.).» 

Análogas  noticias  nos  da  el  mismo  Adabí  respecto  del 
tercer  firmante  del  tratado:  «Fué,  dice,  Abdála  ,  hijo  de 
Meicéra,  uno  délos  magnates  que  entraron  en  España 
acompañando  á  Muza,  hijo  de  Noseir.  Su  nombre  figura 
en  el  tratado  de  capitulación  que  otorgó  Abdelaziz  á  Teo- 
domiro, hijo  de  Gabdus  (3),  régulo  del  Oriente  de  Espa- 
ña. La  fecha  del  tratado  es  de  Racheb  del  año  94  de  la 
hégira  (Abril  de  713).» 

Obsérvese  que  Adabí  repite  en  los  tres  lugares,  que 
acabamos  de  citar,  la  misma  fecha  5  de  Abril  de  713 ,  como 
término  de  la  campaña  de  Todmir  en  virtud  del  tratado , 
y  relacionando  e^o  con  la  narración  anteriormente  ex- 
puesta de  los  historiadores  que  refieren  la  expedición  con- 
tra Todmir  al  tiempo  de  la  entrada  de  Muza  en  España , 
resulta  que  pudo  muy  bien  Abdelaziz  coronar  su  empresa 
en  el  susodicho  tiempo ,  y  no  hay  razón  para  retrasar  su 
término  al  año  715,  como  llegó  á  conjeturar  el  ilustre  se- 
ñor Saavedra.  No  importa  que  Abdelaziz  hable  en  nom- 
bre propio ,  sin  alusión  á  su  padre  en  el  tratado ;  Abdela- 
ziz es  el  caudillo  en  jefe  de  la  expedición  contra  Todmir, 
y  como  tal ,  más  bien  parece  que  pudiera  por  sí  y  ante 


(1)  Bib.  Al'.  Hisp.  III,  núm.  1192. 

(2)  Nótese  que  en  la  biografía  del  anterior  dice  hijo  de  Gabdus. 

(3)  Antes  ha  dicho:  Tct)(loiniro  hijo  de  Gabdus  y  de  Aidux, 


-  ^7  - 

sí  pactar  con  sus  enemigos,  siempre  que  en  sus  tratados 
se  amoldase  á  los  preceptos  legales,  que  debe  guardar  el 
musulmán  en  la  lucha  contra  los  enemigos  de  su  fe,  y 
que  expusimos  en  el  capítulo  precedente.  Ahora  bien; 
Teodomiro  y  todos  los  suyos ,  libres  y  siervos ,  quedaron , 
por  el  tratado  de  capitulación,  subditos  del  califa  fraia) , 
en  concepto  de  clientes  (zimmis) ,  sujetos  á  la  capitación 
y  al  impuesto  territorial. 

Tampoco  puede  aducirse  en  contra  de  la  fecha  que 
trae  Adabí  la  consideración  de  que  el  iVnónimo  latino 
nombra  á  Teodomiro  y  sus  hechos  de  armas  en  el  sitio 
que  corresponde  á  los  actos  del  primer  año  del  emirato 
de  Abdelaziz,  ó  sea,  el  de  715.  El  párrafo  del  Anónimo 
latino ,  á  que  se  hace  referencia ,  es  el  señalado  con  el  nú- 
mero 38.  En  él  comienza  el  autor  por  fijar  la  salida  de 
Muza  de  España,  llamado  por  el  califa  de  Oriente;  á  con- 
tinuación se  habla,  en  efecto,  de  Teodomiro;  pero  sus 
hechos  en  la  lucha  con  los  árabes  y  la  celebración  del 
pacto  vienen  referidos  allí  por  incidencia  y  en  tiempo 
perfecto  pasado:  ^qui  (Theudimer)  in  Hispanice partibus 
non  módicas  Arahum  (1)  intulerat  neces  et  diu  exagitatis 
pacem  eum  eis  fcederat  habendam» .  Lo  que  indica  en  di- 
cho capítulo  el  Anónimo  latino ,  como  se  dilucidará  más 
adelante ,  es  que ,  por  el  mismo  tiempo  que  ^luza ,  mar- 
chó también  Teodomiro  á  Oriente ,  y  se  presentó  al  califa , 
quien  le  hizo  regalos  honoríficos  y  le  confirmó  el  pacto 
que  antes  había  recibido  (perfecto  pasado)  de  Abdelaziz... 
y  retornó  gozoso  á  España  «e¿  apmd  Amiralmuminim 
prudentior  inter  cesteros  inventus  utüiter  est  honoratus 
et  pactum  quod  diidum  ab  Abdellaziz  acceperat  firmiter 

ab  eo  reparatur et  sic  ad  Hispan iam  remeat  gaudi- 

bundus^. 


( 1 )    Dozy  corrige :  Arabibus . 


CAPITULO  IV 

La  tierra  de  Tcdmir  durante  el  gobierno  de  los  emires 
dependientes  del  califa  de  Damasco 

Salida  de  Mu.;a  hacia  Damasco  y  su  sustitución  en  el  mando  de  la 
península  por  su  hijo  Abdelasi; :  examen  del  capitulo  del  Anó- 
nimo latino  acerca  del  asunto;  Teodomiro  marcha  con  otros  se- 
ñores de  España  en  compañía  do  Musa  á  la  corte  del  califa  de 
Oriente. — Política  de  Abdehui.s  y  su  muerte.—  Breves  noticiéis 
suministradas  por  el  Anónimo  latino  acerca  de  Atanahildo,  de 
las  cuales  no  se  desprende  que  fuese  éste  rey  ó  príncipe  de  lod- 
ndr. — El  eiiúr  Abuljatar:  establecimiento  de  una  parte  de  los  si- 
rios de  Balj  en  la  re;/ión  de  Todmir. 


Es  muy  poco  lo  que  se  sabe  acerca  de  los  hechos  que 
hubieron  de  acontecer  en  la  región  de  Todmir  durante  el 
mando  de  los  emires  dependientes  de  los  califas  de  Da- 
masco. Las  noticias  que  de  ese  tiempo  encontramos  en 
los  historiadores  árabes  conocidos,  son  más  bien  perti- 
nentes á  España  en  general  que  á  esta  ó  á  otra  región  de- 
terminada. Después  de  los  sucesos  referentes  al  sitio  y 
capitulación  de  Todmir,  nada  nos  dicen  aquéllos  de  Teo- 
domiro, ni  del  supuesto  sucesor  de  éste,  Atanahildo;  so- 
lamente el  Anónimo  latino  hace  mención  de  estos  perso- 
najes, por  incidencia,  en  los  capítulos  38  y  39  ya  citados 
y  aprovechados  antes ,  y  sobre  los  cuales  vamos  á  insistir 
de  nuevo,  á  fin  de  desvirtuar  ciertas  afirmaciones  y  con- 
jeturas á  que  ha  dado  lugar  su  torcida  inteípretación. 

Sabido  es  que  en  Septiembre  de  714,  Muza,  colmado 
de  riquezas  y  con  gran  número  de  cautivos ,  salió  de  Es- 
paña en  dirección  á  Damasco,  donde  era  reclamada  su 
presencia  por  el  califa,  habiendo  dejado  confiado  el  go- 
bierno de  España  á  su  hijo  Abdelaziz ,  el  de  Ceuta  y  Tan- 


-40  - 

ger  á  su  hijo  Abdelmélic,  y  la  Ifriquia  (i)  á  su  hijo  ma- 
yor Abdála;  ya  en  presencia  del  califa,  fuó  acusado  de 
malversación  de  los  bienes  debidos  á  éste  y  condenado  á 
muerte,  pena  que  luego  se  le  conmutó  por  la  de  cuan- 
tiosa multa,  gracias  a  la  intercesión  de  algunos  persona- 
jes influyentes  de  la  corte,  á  quienes  Muza  había  logrado 
ganarse  á  fuerza  de  dinero  (2) . 

El  Anónimo  latino  confirma  la  narración  anterior  de 
los  historiadores  árabes  en  el  primero  de  sus  citados  ca- 
pítulos ,  en  el  señalado  con  el  número  38 ,  y  donde  segui- 
damente nos  habla  de  Teodomiro,  cuando  dice:  «(]\Iuza) 
á  principis  jussu  premonitus,  Abdellaziz  ñlium  linquens 
in  locum  suum,  lectis  Hispania  senioribus  qui  evaserant 
gladium,  cumauro,  argentove,  trapecitarum  studio  coni- 
probato,  vel  insignium  ornamentorum  atque  preciosorum 
lapidum,  margaritarum  et  unionum  congerie  simulque 
Hispania  cunctis  spoliis  quod  longum  est  scribire,  adu- 
natis,  Ulit  regis  repatriando  sese  praesentat  obtutibus 
anno  regni  ejus  extremo:  quem  et  Del  nitu  iratum  repe- 
rit  repedando  et  male  de  conspectu  Principis  cervice  te- 
mus  ejicitur  pompisando nómime  Theudimer  qui 

In  Hispania3  partibus  non  módicas  Arabum  intulerat  ñe- 
cos ,  et  diu  exagitatis  pacem  cum  eis  í'a?derat  habendam . 
Sed  etiam  sub  Egica  et  Witiza  Gothorum  Regibus,  in 
Gradeos  qui  oequorei  navalique  descenderant,  sua  in  pa- 
tria de  palma  victoriae  triumphaverat .  Nam  et  multa  ei 
dignitas  et  honor  refertur,  necnon  et  á  Christianis  Orien- 
talibus  perquisitus  laudatur,  cum  tanta  in  eo  inventa 
esset  verae  fidei  constancia,  ut  omnes  Deo  laudes  referrent 
non  módicas:  fuitenim  Scripturarum  amator ,  eloquentia 
mirificus,  in  proeliis  expeditus,  qui  et  apud  Amiralmu- 
minim  prudentior  inter  coeteros  inventus,   utiliter  est 


(1)  África  propiamente  dicha,  que  comprendía  los  territorios  de 
Trípoli  y  Túnez. 

(2)  Almacari  I,  112  .y  175;  Ajbar  Machniúa,  9;  Abenadarí  II, 
pág.  22;  Al)enalat¡r  IV,  pág.  44  y  V.  373,  y  otros.  V.  tamhién  á 
Uozy ,  HUtolre,  etc. ,  págs.  124  y  siguientes  del  tomo  I. 


-41  - 

honoratus  et  pactum  quod  dudum  ab  Abdellaziz  accepe- 
rat  firmiter  ab  eo  reparatur.  Sicque  hactenus  permanet 
stabilitiis  ut  nuUatenus  á  sucessoribus  Arabum  tantae  vis 
proligationis  salvatur  et  sic  ad  Hispaniam  remeat  gaii- 
dibundus . » 

Se  echa  de  ver  en  el  texto  expuesto  que  entre  lo  que 
pudiéramos  llamar  su  primera  parte,  relativa  á  Muza,  y 
su  segunda,  dedicada  á  Teodomiro,  faltan  algunas  pala- 
bras, omitidas  por  descuido  en  el  original  ó  en  sus  co- 
pias. Este  defecto  ha  sido  causa  de  que  el  P.  Thailan  (1) 
crea  que  lo  de  Teodomiro  está  dislocado,  ó  de  que  Dozy  (2) 
lo  tenga  por  un  fragmento  de  otra  obra  del  mismo  autor 
j  piense  que  tras  de  las  palabras  cervice  teniis  ejicitur 
pompisando  debiera  ir  colocado  el  capítulo  número  40, 
en  el  cual  se  hace  mención  del  castigo  impuesto  por  el 
Califa  á  Muza,  ó  de  que  el  Sr.  Saavedra  (3)  entienda  que 
se  trata  de  una  laguna  fácil  de  explicar  intercalando  un 
par  de  versos,  por  negligencia  omitidos  en  el  original, 
que  podrían  ser,  por  ejemplo:  per  ídem  tempus,  dictus 
Ahdtllaziz  cartaginiensem  provintiam  adgredit  et  ciim 
nohilissimo  viro  hellum  gessit ,  nomine  Theudimer ,  etc. 

No  obstante  el  respeto  que  nos  merecen  los  juicios  de- 
bidos á  los  ilustres  señores  que  acabamos  de  mencionar, 
entendemos,  como  más  acertado,  que  antre  las  dos  partes 
de  dicho  capítulo,  á  pesar  de  hallarse  cortadas  en  el  sen- 
tido por  la  omisión  de  algunas  palabras,  al  parecer  muy 
pocas,  se  descubre  relación  suficiente  para  pensar  que  no 
hay  dislocación  de  ninguna  de  las  dos,  sino  que  más  bien 
se  complementan  una  á  otra,  y  están  en  el  mismo  lugar 
que  tendrían  en  el  texto  original  de  la  Crónica.  Nos  lleva 
á  creer  esto  la  observación  siguiente:  comienza  el  Anóni- 
mo latino  por  decirnos  en  su  capítulo  38  que  Muza ,  al 
marchar  á  presentarse  ante  el  califa ,  se  llevó  consigo  al- 


(1)  L' Anónime  de  Cordoue.  París,  1885. 

(2)  Recherches ,  etc  . ,  I,  pág.  9. 
.(3)    Invasión,  etc. ,  pág.  133. 


-42- 

gunos  magnates  ó  señores  de  España  que  habían  escapa- 
do al  filo  de  los  sables  (lectis  Hispanice  sénior ihus  qui 
evaserant  gladiutnj ,  á  más  de  las  grandes  riquezas ,  pie- 
dras preciosas  é  insignes  ornamentos ,  descritos  por  el  au- 
tor, y  que  el  Califa  le  recibió  mal.  Al  llegar  á  este  punto 
del  capítulo  se  encuentra  la  falta  de  palabras ,  y  seguida- 
mente nos  da  el  autor  noticias  de  Teodomiro,  indicando 
que  al  llamado  así ,  á  aquel  que  había  causado  no  pocas 
pérdidas  á  los  árabes  en  las  regiones  de  España,  hasta 
que  entró  en  pacto  con  ellos  después  de  empeñada  lucha, 
y  que  bajo  el  mando  de  los  reyes  godos  Egica  y  Vitiza 
había  rechazado  victoriosamente  una  incursión  de  los 
griegos  en  su  patria,  se  le  dispensa  grande  honor  y  con- 
sideración y  es  muy  celebrado  con  alabanzas  por  los  cris- 
tianos de  Oriente,  al  notar  en  él  tanta  constancia  en  la 
verdadera  fe,  que  todos  veían  en  esto  un  beneficio  que 
agradecer  á  Dios .  Pues  fué  Teodomiro ,  sigue  diciendo , 
varón  muy  instruido ,  de  rara  elocuencia  y  experto  gue- 
rrero ;  fué  distinguido  en  presencia  del  califa  como  más 
digno  que  los  otros  restantes,  obsequiado  con  valiosos  re- 
galos y  confirmado  por  aquél  en  el  pacto  que  había  reci- 
bido de  manos  de  Abdelaziz,  con  tal  carácter  de  perma- 
nencia, que  por  ningún  motivo  pudiese  ser  roto  dicho 
pacto  por  sus  sucesores  en  el  califado;  por  lo  cual,  lleno 
de  júbilo,  retornó  Teodomiro  á  España. 

Ahora  bien ;  de  esas  palabras  del  Anónimo  latino  re- 
sulta que  Teodomiro  marchó  á  Oriente .  Así  lo  reconocen 
muchos  de  nuestros  historiadores ,  si  bien  entienden  que 
la  partida  de  aquél  se  efectuó  algunos  años  después  del 
tiempo  señalado  por  dicho  autor  en  el  capítulo  preceden- 
te, hasta  el  punto  que  el  Sr.  Simonet  (1)  la  supone  reali- 
zada durante  el  emirato  de  Abdelmélic,  hijo  de  Catan, 
hacia  el  año  741 ,  en  que  reinaba  el  califa  de  Damasco 
Hixem .  Nosotros  relacionando  la  frase  de  la  primera  parte 
del  capítulo   lectis  Hispania  senioribus  qui  evaserant 


(1)    Historia  de  Orihuela,  de  D.  Ernesto  Gisbert,  I,  pág.  267, 


-43- 

gladi'iim ,  Muza ,  tomados  los  magnates  ó  señores  de  Es- 
paña que  habían  escapado  al  filo  de  los  sables,  con  la  de 
la  segunda  qiii  et  apicd  Amiralmumi7iim  prade^itior  ínter 
Gaiteros  inventus ,  etc . ,  el  cual  es  considerado  por  el  emir 
como  el  más  prudente  entre  los  otros  restantes ,  deduci- 
mos que  Teodomiro  era  uno  de  los  magnates  que  Muza 
llevó  consigo  á  presencia  del  califa ,  al  salir  de  España 
en  714.  El  relativo  coeteros  exige  un  antecedente,  y  entre 
los  cristianos  orientales  y  los  Hispanice  senioribus,  úni- 
cos antecedentes  á  que  podía  referirse  el  coeteros,  juzga- 
mos que,  en  buen  sentido  del  discurso,  hay  que  preferir 
á  los  últimos;  no  se  comprende,  en  efecto,  que  el  autor 
haya  querido  decir  que  en  presencia  del  califa  fuese  con- 
siderado Teodomiro  como  más  prudente  y  más  digno  que 
todos  los  cristianos  orientales,  sino  más  que  todos  los 
restantes  señores  de  España  que,  libres  del  alcance  de 
los  sables,  había  presentado  Muza  á  los  pies  del  califa, 
como  testigos  de  sus  conquistas  en  Occidente .  Es  indu- 
dable, por  fin,  que  en  dicha  laguna  del  texto  falta  una 
oración  principal  del  período,  que  pudiera  ser,  v.  gr.: 
ínter  suprad ictos  Hispanice  séniores  erat  quídam  nomine 
Theudímer ,  etc.,  ú  otra  de  sentido  equivalente. 

El  conquistador  de  la  región  de  Todmir,  y  sucesor  de 
su  padre  Muza  en  el  gobierno  de  España,  prosiguió  la  su- 
sumisión  de  ésta,  organizó  la  defensa  de  sus  fronteras  y 
fijó  su  corte  en  Sevilla,  dando  pruebas  de  hábil  gober- 
nante (1),  hasta  que  fué  asesinado  en  Marzo  de  716,  según 
la  opinión  que  se  cree  más  exacta  (2).  Parece  ser  que  se 
hallan  envueltas  en  la  leyenda  las  causas  del  asesinato  de 
Abdelaziz ;  pero  aunque  su  boda  con  Egilona,  viuda  del 
rey  Rodrigo,  lo  de  ceñirse  una  corona  por  complacer  á  su 
esposa  y  mandar  construir  una  puerta  baja  en  la  sala  de 


(1)  Abenadarí  II,  pág.  22;  el  autor  de  Fatho  Alandalosi ,  pági- 
na 20;  Abenabelháquem ,  pág.  9,  y  Abenalatir  IV,  pág.  448  .y  V  pá- 
gina 373 . 

(2)  Abenadarí  II,  pág  .  23. 


-44  - 

audiencia,  á  fin  de  oblio^ar  á  los  magnates  á  inclinarse 
ante  la  presencia  del  príncipe,  tal  como  se  practicaba  entre 
los  cristianos,  pudieran  ser  tenidos  como  hechos  legenda- 
rios, siempre  resultará  en  ellos  manifiesto  que,  según  ru- 
mor que  corrió  entonces ,  Abdelaziz  se  hizo  fastuoso,  se 
entregó  á  la  voluptuosidad  con  las  hijas  de  los  magnates 
vencidos  y,  á  más  de  esto,  intentó  hacerse  independiente 
de  la  autoridad  del  califa  creándose  un  reino  en  España, 
al  saber  el  mal  trato  y  las  vejaciones  de  que  habían  sido 
víctimas  sus  padres  y  sus  parientes  (1).  Por  tales  causas, 
los  del  Chond  de  Sevilla,  á  excitación  de  Habib,  hijo  de 
Abuobaida,  á  quien  hemos  visto  figurar  en  el  tratado  de 
Todmir  y  había  dejado  Muza  en  España,  como  visir  de  su 
hijo,  se  sublevaron  y  cortaron  la  cabeza  á  Abdelaziz,  en 
ocasión  de  hallarse  recitando  la  oración  de  antes  de  salir 
el  sol,  por  mandato  del  califa  ó,  como  parece  más  proba- 
ble, sin  contar  con  éste  para  nada. 

En  cuanto  á  Teodomiro,  el  caudillo  vencido  en  Ori- 
huela ,  se  ignora  la  feclia  precisa  de  su  muerte .  Algunos 
historiadores,  entre  ellos  D.  Pascual  Gayangos  (2),  la  po- 
nen en  el  año  743,  por  conjetura  deducida  del  capítulo 
número  39  del  Anónimo  latino,  dedicado  especialmente  á 
Atanahildo.  He  aquí  dicho  texto:  «Athanahildns  post  mor- 
tem  ipsius  (Theudimer)  multi  honoris  et  magnitudinis 
habetur.  Erat  enim  in  ómnibus  opulentissimus  dominus 
et  in  ipsis  nimium  pecuniae  dispensator:  sed  post  módi- 
cum  Alhoozzan  Rex  Hispaniam  adgrediens  nescio  quo  fu- 
rore  arreptus,  non  módicas  injurias  in  eum  attulit,  et 
Ínter  novies  millia  solidorum  damnavit.  Quo  audito  exer- 
citus  qui  cum  duce  Belgi  advenerant,  sub  spatio  fore 
trium  dierum  omnia  paran t  et  citius  ad  Alhoozzam  cog- 
nomento Abulchatar,  gratiam  revocant,  diversisque  mu- 
nificationibus  remunerando  sublimante.   De  este  texto 


(1)  Isidoro  Pacense,  núm.  42;  Abenadari  II,  pág.  23  y  Anouaii-i, 
ms.  ar.  R.  Ac.  Hist.  núm.  60,  fol.  97,  v.  siguiendo  al  antiguo  histo- 
riador Aluacadi. 

(2)  Antología  española ,  Revista  de  ciencias,  etc.,  t.  I,  pág.  37. 


-45- 

del  Anónimo  latino  se  desprende  que  Teodoniiro  había 
muerto  ya  en  el  año  743  en  que  era  emir  Abuljatar,  mas 
no  que  muriese  precisamente  en  dicho  año,  ni  en  el  741 
ú  otro  posterior  al  715. 

El  mismo  texto  ha  dado  pie  á  que  los  autores  que  creen 
en  lo  del  reino  independiente  de  Teodomiro,  nos  presen- 
ten á  Atanahildo  como  rey  sucesor  de  aquél  en  la  región 
de  Todmir;  si  bien,  dicen,  disfrutó  poco  de  las  dulzuras 
del  poder,  pues  habiéndose  encargado  á  poco  el  emir  Abul- 
jatar del  gobierno  de  España,  le  injurió  y  lastimó  grave- 
mente en  sus  intereses.  Ya  se  ha  dicho  anteriormente  que 
en  las  primeras  palabras  del  citado  texto  del  Anónimo  la- 
tino se  indica  tan  sólo  que  Atanahildo,  después  de  la 
muerte  de  Teodomiro,  gozó  de  grande  honor,  considera- 
ción y  opulencia,  y  es  de  suponer  que  ejerciese  en  la  es- 
fera privada  la  preeminencia  ó  jefatura  de  los  cristianos 
de  Todmir,  en  todo  lo  cual ,  sigue  diciendo  dicho  autor, 
fué  gravemente  lastimado  al  venir  á  España  el  emir  Abul- 
jatar, quien  encolerizado,  por  causas  que  confiesa  ignorar, 
le  acusó  y  multó  en  27.000  sueldos.  Por  tal  medida,  así 
como  por  otras  de  carácter  general,  á  que  alude  induda- 
blemente el  Anónimo  latino,  como  se  echará  de  ver  más 
adelante,  los  soldados  de  Balj  en  menos  de  tres  días  sus- 
penden todos  sus  actos  de  violencia,  y  á  seguida  se  con- 
gracian con  Abuljatar  al  que  ensalzan  mediante  magnífi- 
cos presentes . 

Tal  es  la  interpretación  exacta  de  las  palabras  ante- 
riores del  x^nónimo  latino,  y  ciertamente  nos  ha  sorpren- 
dido mucho  que  el  docto  Sr.  B^ernández  Guerra  haya  tra- 
ducido desde  post  mócUcum  diciendo:  «no  bien  se  había 
sentado  en  el  solio  Atanahildo,  cuando,  arrebatado  por 
inexplicable  furor,  Abuljatar  comenzó  á  oprimir  á  toda 
España;  agravió  no  poco  al  buen  Atanahildo,  conclu- 
yendo por  multarle  en  27.000  sueldos.  Oyéndolo  mal  las 
(siriacas)  huestes  que  habían  venido  con  el  capitán  Belji, 
conciértanse  en  obra  de  casi  tres  días  ,  y  más  pronto  de 
lo  qne  podía  esperarse,  hacen  que  vuelva  á  la  gracia  de 


-  46  — 

Alhoozzam,  apellidado  Abuljatar,  el  príncipe  Atanahildo, 
y  á  costa  de  regalos  espléndidos  se  levanta  aún  á  mayor 
grandeza.» 

Al  traducir  así  el  Sr.  Fernández  Guerra  el  pasaje  de 
referencia,  olvida  que  adgredi  urbem  vel  regionem  no 
significa  oprimir,  sino  simplemente  encaminarse  ó  diri- 
girse á  una  ciudad  ó  región ,  y  que  los  sirios  de  Balj  son 
los  que  se  vuelven  á  sí  mismos  á  la  gracia  ó  amistad  de 
Abuljatar ,  y  es  á  éste  al  que  elevan  á  mayor  grandeza 
mediante  magníficos  presentes. 

El  sentido  expuesto  de  las  palabras  del  Anónimo  lati- 
no, en  contra  de  la  interpretación  que  les  da  el  Sr.  Fer- 
nández Guerra,  aparece  plenamente  confirmado  por  los 
historiadores  árabes ,  al  referirnos  las  causas  que  motiva- 
ron la  venida  de  Balj  con  los  árabes  sirios  á  España,  y 
más  tarde  la  del  emir  Abuljatar,  y  las  medidas  políticas 
que  tomó  éste  para  apaciguar  las  luchas  interiores  que 
tan  perturbada  traían  á  toda  España.  En  efecto,  durante 
el  segundo  emirato  de  Abdelmélic,  hijo  de  Catan ,  en  741 
alzáronse  en  rebelión  los  berberiscos  que  habían  venido 
con  Táric  á  la  conquista  de  España,  engreídos  por  la 
fama  de  las  victorias  que  sus  hermanos  de  África  habían 
alcanzado  sobre  los  árabes  conquistadores  de  allende  el 
Estrecho.  Balj  era  el  jefe  de  una  división  de  caballería  de 
los  árabes  sirios,  restos  de  poderoso  ejército  derrotado  por 
los  berberiscos,  el  cual  había  logrado  refugiarse  y  hacer- 
se fuerte  en  Ceuta  con  cerca  de  lO.ooo  de  los  suyos ;  mas 
sitiado  estrechamente  por  sus  enemigos  y  obligado  por  el 
hambre,  en  vano  pedía  al  emir  de  España  que  le  en- 
viase víveres  y  barcos  con  los  que  poder  trasladarse  él  y 
los  suyos  á  aquélla.  No  accedió  Abdelmélic  á  las  repeti- 
das súplicas  de  Balj ,  presintiendo  que  llegase  á  costarle 
caro,  hasta  que  apurado  ante  la  pujanza  de  los  insurrec- 
tos berberiscos  de  aquende,  consintió  en  traerles,  á  con- 
dición de  que,  luego  de  sofocada  la  revuelta,  habían  de 
volverse  al  África.  En  breve  tiempo  quedó  apaciguada  la 
insurrección  de  los  berberiscos  establecidos  en  la  Penín- 


-  47  — 

sula,  los  cuales  fueron  batidos  y  duramente  escarmenta- 
dos en  todos  los  encuentros,  gracias  al  valor  de  los  sirios 
de  Balj,  y  á  seguida  quiso  el  emir  Abdelmélic,  hijo  de 
Catan ,  librarse  de  sus  temidos  huéspedes ,  ordenándoles 
que,  según  lo  pactado,  se  volviesen  al  África.  Pero  negá- 
ronse los  sirios  á  obedecerle  en  las  condiciones  que  les 
proponía  y  aprovechándose  de  la  ocasión  de  tener  Abdel- 
mélic pocas  tropas  en  Córdoba,  se  amotinaron  contra  él, 
le  arrojaron  del  palacio  y  proclamaron  á  Balj  gobernador 
de  España  en  20  de  Septiembre  de  741.  A  pocos  días  fué 
arrancado  el  anciano  Abdelmélic  de  la  casa  á  que  se  había 
retirado,  y  recibió  afrentosa  muerte.  Desde  aquel  momen- 
to estalló  la  guerra  civil  entre  los  beledíes,  es  decir,  los 
árabes  conquistadores,  y  los  árabes  sirios  de  Balj.  La  con- 
tienda se  sostuvo  con  gran  encarnizamiento  por  ambas 
partes ,  y  aunque  pereció  Balj ,  á  consecuencia  de  las  heri- 
das recibidas  en  una  de  las  acciones  empeñadas ,  mantu- 
viéronse dueños  de  Córdoba  los  sirios  con  Talaba ,  suce- 
sor de  Balj ,  hasta  que  hombres  sensatos  de  uno  y  otro 
bando,  afligidos  por  los  males  de  la  guerra  civil ,  indig- 
nados de  los  horribles  excesos  á  que  se  habían  entregado 
los  soldados  de  ambas  partes ,  y  temiendo  que  los  cristia- 
nos del  Norte  se  aprovechasen  de  las  discordias  habidas 
entre  los  musulmanes ,  para  extender  los  límites  de  su 
dominación,  suplicaron  al  gobernador  general  de  África, 
Mándala,  el  de  la  tribu  de  Qiielb,  que  les  enviase  un  go- 
bernador capaz  de  restablecer  el  orden  y  la  tranquilidad. 
Entonces  Plandala  dio  el  gobierno  de  España  á  su  con- 
tribulo  Abuljatar,  que  entró  en  Córdoba  en  Mayo  de  743, 
y  á  su  autoridad  se  sometieron  unos  y  otros ,  sirios  y  be- 
ledíes . 

Mediante  sabias  medidas,  el  nuevo  gobernador  resta- 
bleció la  paz;  concedió  amnistía  á  varios  de  los  jefes;  des- 
terró de  España  á  los  más  turbulentos,  entre  ellos  á  Ta- 
laba su  antecesor  y,  á  fln  de  alejar  de  la  capital  á  los 
sirios,  les  dio  en  feudo  las  tierras  del  dominio  público, 
ordenando  á  los  siervos  que  las  cultivaban  á  ceder  en 


—  48  — 

adelante  á  los  sirios  la  tercera  parte  de  las  cosechas  que 
hasta  entonces  habían  cedido  al  Estado.  La  división  de 
Egipto  fué  establecida  en  los  distritos  de  Beja  y  Todtnir; 
la  de  Einesa  en  los  distritos  de  Niebla  y  Sevilla;  la  de  Pa- 
lestina en  los  distritos  de  Sidonia  y  de  Algeciras;  la  del 
Jordán  en  el  distrito  de  Reya  (xMálaga);  la  de  Damasco  en 
el  distrito  de  Elvira  (Granada)  y,  en  fin,  la  de  Kinnesrin 
en  el  distrito  de  Jaén  (1).  Por  diclias  medidas  es  por  lo 
que,  como  dice  el  Anónimo  latino,  los  sirios  se  hicieron 
amigos  de  Abuljatar  y  le  elevaron  á  mayor  grandeza  á 
costa  de  magníficos  presentes.  Esto  mismo  aparece  con- 
firmado en  el  autor  de  la  Crónica  del  moro  Rasis,  el  cual, 
después  de  referir  á  su  manera,  aunque  exacta  en  el  fon- 
do, la  distribución  de  los  sirios  de  Balj  por  Abuljatar, 
como  medida  política  para  restablecer  la  paz  entre  las  tri- 
bus dominadoras  de  la  Península,  dice,  aludiendo  á  aquél: 
«et  después  que  todo  esto  oviera  f eolio,  tomó  á  todos  los 
christianos  que  ercm  en  Espanya  la  tercia  parte  de  quan- 
to  avian,  assi  en  mueble,  como  en  raíz,  et  diolo  todo  á  los 
que  vinieron  con  él.  Et  quando  ellos  vieron  que  les  facia 
tanta  merget,  fincaron  con  él,  et  pugnaron  de  le  fa^er  ser- 
vicio bien  derechamente » . . , 

En  cambio  de  este  beneficio,  los  s'rios  quedaban  obli- 
gados al  servicio  militar  permanente. 

Los  autores  que  creen  en  lo  del  reino  independiente 
de  Teodomiro  y  Atanahildo,  han  tenido  que  recurrir  á 
vanas  conjeturas ,  para  explicarse  cómo  pudo  concluir  el 
último  girón ,  como  alguien  le  llama,  del  imperio  godo.  El 
ilustre  Sr.  Gayangos,  al  echar  de  ver  en  la  lectura  de  los 
textos  árabes  que  Abuljatar  dispuso  en  Todmir  de  tierras, 
donde  establecer  á  parte  de  los  sirios  de  Balj,  y  en  un  pa- 


(1)  V.  Dozy,  Historia,  et(í.,  I,  pág.  255  y  siguientes,  en  contor- 
midad  con  los  textos  de  A/6(í/'  Marhnuia.  págs.  45  y  46;  Abenjal- 
dum,  tom.  IV,  pág.  119;  Alienalatir,  V,  pág.  875;  Abenadarí,  II,. 
pág.  30  á  34;  Almacari,  pág.  11  á  14  del  tom.  11;  Abenaljatib,  edi- 
ción del  Cairo,  I,  págs.  17  y  18;  Isidoro  de  Beja,  núni .  04  á(S7;  y 
otros . 


—  49  — 

saje  del  Anónimo  latino  lo  de  haber  sido  castigado  y  mul- 
tado Atanahildo  por  el  susodiclio  emir,  piensa,  como  más 
probable,  que  en  tiempo  de  éste  quedaría  Atanahildo  des- 
pojado de  su  reino  (1).  Lozano,  Conde,  Cebrián,  Cánovas 
Cobeño,  Fernández  Guerra  y  otros,  empeñados  en  prolon- 
gar más  la  existencia  del  supuesto  reino  independiente 
de  Atanahildo,  suponen  unos  que  no  pereció  hasta  que  el 
emir  Yúsu^',  el  Fihrí,  hizo  la  supuesta  división  territo- 
rial de  la  España  árabe;  y  otros  afirman  que  el  solio  sos- 
tenido por  Teodomiro  y  Atanahildo  vino  á  tierra  con  mi- 
serable caída  el  año  779,  siendo  emir  independiente  el 
primer  Omeya  de  España,  Abderráman  I.  Todos  ellos  dan 
por  terminado  el  supuesto  reino  independiente  de  Todmir, 
al  notar  que  más  ó  menos  tarde  disponen  en  él  los  árabes 
de  tierras  y  de  la  vida  pública.  Por  nuestra  parte,  debe- 
mos hacer  constar  que  el  hecho  de  que  Teodomiro,  como 
cualquiera  de  los  suyos,  quedase  más  ó  menos  tiempo 
dueño  y  señor  de  sus  bienes  muebles  é  inmuebles,  según 
lo  pactado,  no  es  incompatible  con  que  quedasen  tan  sub- 
ditos del  califa,  como  los  cristianos  de  Córdoba,  IMérida  ú 
otras  ciudades,  y  con  que  los  árabes,  que  Abdelaziz  dejó 
en  Todmir,  se  encargasen  desde  luego  de  la  gobernación 
pública  de  la  región  bajo  la  autoridad  inmediata  de  los 
emires  generales  de  España. 

A  más  de  ésto,  conviene  observar  que  en  los  primeros 
años  de  la  conquista  musulmana  hubo  de  ser  bastante 
general  que  los  invasores  se  apropiaran  no  sólo  la  parte 
de  bienes  muebles  é  inmuebles  que  por  derecho  de  botín 
les  correspondía,  sino  también  el  quinto  de  ellos,  perte- 
neciente al  califa  en  las  tierras  conquistadas  á  viva  fuer- 
za ,  y  los  tributados  por  los  países  sometidos  por  capitu- 
lación .  Lo  cierto  es  que  á  los  seis  años  todavía  no  trans- 
curridos de  la  invasión  de  Todmir,  al  llegar  á  España  el 
emir  Asáma,  hijo  de  Mélic,  en  719,  le  encargó  el  califa. 


(1)    Antología  española,  Revista  etc.,  pág.  38. 


—  50  — 

como  asunto  principal,  que  procurase  que  las  gentes  ca- 
minaran por  la  senda  del  derecho ,  que  gobernase  suave- 
mente y  que  exigiese  el  quinto  de  las  tierras  conquista- 
das, entregándole,  al  efecto,  escrita  de  propio  puño,  una 
descripción  de  España  y  de  sus  ríos  (1).   Este  hecho  apa- 
rece referido  también,  y  en  forma  más  comprensiva  y  de- 
tallada, por  el  Anónimo  latino,  cuando  dice  (2):   «Tune 
in  Occidentis  partibus  multa  illi  Yzit  (Yecid  el  califa) 
proeliando  proveniuiit  prospera  atque  per  ducem  Zama 
(Asamah)  nomine  tres  minus  paululum  anuos  in  Híspa- 
nla ducatum  habentem,   ulteriorem  vel  citeriorem  Hibe- 
riam  proprio  stilo  ad  vectigalia  inferenda  describit.  Proe- 
dia  et  manualia  vel  quidquid  illud  est  quod  olim  proeda- 
biliter  indivisum  retemptabat  in  Híspanla  gens  omnis 
arábica  sorte  sociis  dividendo  partem  reliquit  militibus 
dividendam,  partem  ex  omni  re  mobili  et  inmobili  Asco 
assotiat».  Si  entonces  el  califa  reclamaba  que  se  hiciesen 
efectivos  los  tributos  que  hasta  aquí  toda  la  gente  ará- 
biga se  venía  apropiando  y  dividiéndolo  entre  sí,  á  guisa 
de  botín  de  guerra,  y  respecto  del  cual  mandaba  ahora  el 
califa  que  una  parte  qnedase  á  beneficio  de  los  soldados, 
y  otra  para  el  fisco,  y  esto  en  toda  España,  ulterior  como 
citerior;  ¿cabe  suponer  que  no  reclamase  igual  derecho 
en  Todmir?  Es  de  pensar  que  el  califa  exigiese  en  esta 
región,  como  en  cualquiera  otra  de  España,  la  efectivi- 
dad de  los  tributos  que  sobre  ella  pesaban;  ningún  histo- 
riador árabe  exceptúa  del  cumplimiento  de  la  orden  del 
califa  á  dicha  región,  y  el  Anónimo  latino  dice  expresa- 
mente que  se  exigió  á  toda  España,  ulterior  y  citerior.  Así 
se  explica  fácilmente  que  Abuljatar  dispusiera  más  tarde 
en  Todmir  de  tierras  pertenecientes  al  dominio  público, 
donde  establecer  á  parte  de  los  sirios  que  habían  venido 
con  Balj ;  y  es  de  sospechar  que  aquel  emir  que  había 


(1)  AI)onad:ii'i,  II,  pái;-.  25. 

(2)  Clironif.on  del  Pacense,  etc.,  48. 


—  51  — 

venido  á  España,  ut  siiprafata  seclat  scandala  (1),  para 
que  cesaran  los  sobredichos  escándalos,  como  dice  el 
Anónimo  latino,  castigase  á  Atanahildo  por  faltas  contra 
el  fisco  musulmán,  délas  cuales  sería  justa  ó  injusta- 
mente acusado.  Y  aun  suponiendo  que  los  tributos  im- 
puestos á  Todmir  en  virtud  del  tratado  de  capitulación 
no  hubiesen  sido  destinados  ó  no  bastasen  á  crear  un  pa- 
trimonio nacional  en  que  pudiera  Abuljatar  establecer  á 
la  susodicha  parte  de  sirios,  no  faltaban  otros  medios  para 
obtener  ese  resultado;  pues  hay  que  tener  presente  que 
en  las  capitulaciones,  por  virtud  de  las  cuales  era  dejado 
á  los  indígenas  el  mole  (la  libre  disposición  de  los  bienes), 
como  ocurrió  en  Todmir,  según  va  expuesto  en  otro  lu- 
gar, se  denegaba  este  privilegio  á  los  emigrados  del  país 
al  tiempo  de  realizarse  la  invasión ,  y  caducaba  en  los 
fallecidos  sin  sucesión.  Los  bienes  de  éstos  y  de  aquéllos 
venían  á  engrosar  el  tesoro  público,  pasaban  á  ser  patrimo- 
nio nacional,  pudiendo  disponer  de  ellos  el  califa  ó  sus  re- 
presentantes en  beneficio  de  la  comunidad  musulmana (2). 

Adviértase,  finalmente,  sobre  el  particular  que  no  todas 
las  poblaciones  de  Todmir  fueron  incluidas  en  la  capitula- 
ción, como  se  ve  en  el  texto  del  tratado  que  hemos  expuesto. 

Aparte  de  los  textos  citados  del  Anónimo  latino,  en 
los  cuales  se  habla,  por  incidencia,  de  Teodomiro  y  Ata- 
nahildo ,  no  vuelve  á  darnos  más  noticias  respecto  de  di- 
chos personajes.  Lo  que  se  afirma  por  algunos  de  nues- 
tros historiadores  modernos  sobre  si  Atanahildo  vivía  en 
754  ó  755,  carece  de  fundamento.  Otro  tanto  puede  de- 
cirse, á  nuestro  juicio,  de  la  afirmación  del  Sr.  Fernán- 
dez Guerra ,  basada  en  la  lápida  sepulcral  que  se  halló  en 
término  de  Lucena,  próximo  al  de  Puente  Genil,  y  que 
atribuye  á  un  descendiente  del  Atanahildo  de  la  región 
de  Todmir  (3). 


(1)  Chronicon  del  Pacense,  etc. ,  67. 

(2)  V.  M.  Balin,  obra  citada.  i>ágs.  31  y  3(3. 

(3)  Discurso  de  contestación  al  de  recepción  pública  de  D.  Juan 
de  Dios  de  la  Rada  en  la  Real  Academia  de  la  Historia. 


CAPITULO   V 

La  cora  de  Tcdmir  ¿urante  el  gobierno  de  loa  emires 
independientes  de  Córdoba 


Lucha  r'tcil  rntre  j/cincnic.^  y  modarics. — Abdci-rñinan  I. — Insu- 
rrección del  E^sldro  en  tierra  de  Todinii'.  —  Guerra  de  micesinn 
entre  Los  eniii'cs  Hi.re/n  y  Al/iáqiwin  y  los  principes  Soláiinan  1/ 
Abdúla  el  Velenciano .  —  Abderrúnian  II:  nuevo  alzamiento  de 
Abdála  el  Valenciano  y  su  muerte. — Lucha  de  los  siete  años  en- 
tre yemenies  y  modaries  de  la  tierra  de  Todiidr .  —  Fundación 
de  La  ciudad  de  Murcia. — Rebelión  de  Mohámed ,  hijo  de  Sor- 
bí c. —  Sorpresa  de  Ori/tuela  por  los  piratas  normandos . 


No  será  fuera  de  propósito  que  antes  de  concretarnos 
á  la  exposición  de  los  liechos  conocidos,  propios  de  la  re- 
gión de  Todmir,  que  pide  de  suyo  el  precedente  capítu- 
lo, llamemos  la  atención  del  lector  sobre  la  situación 
general  de  los  musulmanes  en  España  al  tiempo  á  que 
nos  referimos,  como  preliminar  que  facilite  una  explica- 
ción más  perfecta  de  aquéllos. 

La  paz  restablecida  en  España  por  el  emir  Abuljatar, 
al  sofocar  la  contienda  entre  los  árabes  beledíes  y  sirios, 
no  fué  duradera.  Diclio  emir  que  comenzó  su  gobierno 
midiendo  á  todos  por  igual,  se  inclinó  pronto  por  los 
yemenies,  en  perjuicio  de  sus  rivales  los  modaries,  dando 
lugar  á  que  se  encendiese  de  nuevo  la  guerra  civil  con 
tanto  ó  mayor  encarnizamiento  que  antes.  «No  hay,  dice 
el  ilustre  Dozy  (1),  en  la  Historia  de  Europa  nada  que  se 
parezca  al  odio  de  esos  dos  pueblos  árabes  cuyos  indivi- 
duos se  degüellan  sin  piedad  unos  á  otros  por  el  motivo 


(1)     Historia,  etc.,  I,  pág .  114. 


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más  insignificante.  Los  primeros,  ó  sea  los  yemeníes 
que  se  decían  descendientes  de  Sem,  habían  conquistado 
y  fijado  su  asiento  en  el  Yemen,  la  parle  más  floreciente 
de  la  Arabia  meridional,  muchos  siglos  antes  de  nuestra 
era,  subyugando  la  raza  de  origen  incierto  que  habitaba 
dicho  país.  Los  modaríes  ó  Caisíes,  por  otro  nombre, 
eran  descendientes  de  Ismael  y  habitaban  el  Hechaz, 
provincia  que  se  extiende  desde  F^alestina  hasta  el  Ye- 
men ,  y  en  la  cual  se  hallan  la  Meca  y  Medina  * .  Ambos 
pueblos  ó  tribus  que  constituyen,  por  decirlo  así,  la  pri- 
mera materia  del  imperio  musulmán,  tuvieron  luego  her- 
manos en  los  diferentes  países,  á  que  se  extendió  la  domi- 
nación árabe,  y  á  ellos  llevaron  sus  odios  y  antipatía 
nacional,  dispuestos  á  venir  á  las  manos,  en  cuanto  se 
les  presentara  ocasión  de  disputarse  la  hegemonía  en 
cada  una  de  las  regiones  conquistadas.  No  es  de  extra- 
ñar, pues,  que  por  lo  que  hace  á  España,  al  declararse  el 
emir  Abuljatar  favorable  á  los  yemeníes,  se  disgustasen 
sus  rivales,  y,  creyéndose  perjudicados,  tomaran  las  ar- 
mas encendiendo  la  guerra  civil  habida  entre  los  prime- 
ros dirigidos  por  Abuljatar  y  los  segundos  por  Samail , 
quien  no  contando  con  fuerzas  suficientes  para  asegurar 
el  triunfo  sobre  sus  enemigos,  atrajo  á  su  causa  á  Tueba, 
jefe  de  las  tribus  de  Lajm  y  de  Chodam  y  oriundo  de 
Palestina,  ofreciéndole  el  emirato  en  sustitución  de  Abul- 
jatar. 

Los  confederados,  es  decir,  los  Modaríes  de  Samail  y 
las  tribus  yemeníes  de  Lajm  y  Chodam  que  ante  la  es- 
peranza de  conseguir  el  poder,  no  habían  sentido  escrú- 
pulo de  hacer  armas  contra  las  tribus  hermanas,  reunié- 
ronse en  el  distrito  de  Sidonia,  y  á  orillas  de  su  río  fué 
derrotado  Abuljatar,  hecho  prisionero  y  conducido  á  Cór- 
doba, donde  entró  Tueba  en  Abril  de  745,  se  declaró 
emir  por  el  derecho  del  más  fuerte  y  gobernó  hasta  su 
fallecimiento  ocurrido  en  Septiembre  de  746. 

Muerto  Tueba,  modaríes  y  yemeníes  entran  en  nego- 
ciaciones para  elegir  sucesor  de  aquél,   y   entre   tanto 


-hh  - 

nombraron,  para  que  les  gobernase  interinamente,  un 
magistrado  general  con  el  título  de  Natir  Alahcam  {j^^'^ 
^l^^^íi),  que  fué  Abderráman ,  hijo  deCaflr,  el  Lajmi.  Pa- 
sados cuatro  meses  de  negociación  sin  que  llegaran  los 
electores  á  un  acuerdo  definitivo,  y  en  vista  de  que  nada 
podían  esperar  de  Oriente,  donde  había  comenzado  la 
honda  agitación  que  causó  la  caída  de  la  dinastía  de  los 
Omeyas  y  el  entronizamiento  de  los  califas  Abasíes,  pi- 
dieron á  Samail  que  les  diese  un  emir,  y  entonces  pro- 
puso aquél  á  Yúsuf,  hijo  de  Abderráman ,  el  Fíhri,  que 
á  la  sazón  se  hallaba  en  Elvira. 

La  elección  de  Yúsuf  hecha  por  Samail,  no  fué  del 
agrado  de  sus  aliados,  los  yemeníes  de  Lajm  y  Chodam, 
los  cuales  preferían  que  fuese  nombrado  uno  de  los  su- 
yos, llamado  Abenhorait,  y,  en  consecuencia,  este  y 
Abuljatar,  que- había  sido  libertado  de  su  prisión  por  un 
golpe  de  mano  de  sus  partidarios,  se  alzan  al  frente  de 
los  yemeníes  contra  Yúsuf  y  Samail ,  y  se  renueva  la 
lucha  entre  ambos  pueblos  rivales,  yemeníes  y  modaríes. 
En  efecto,  en  la  sangrienta  batalla  de  Xecunda,  junto  á 
Córdoba,  fueron  derrotados,  apresados  y  muertos  los  dos 
primeros,  y  proclamado  Yúsuf  emir  general  de  España, 
asistido  en  el  gobierno  por  Samail . 

Puede  asegurarse  que  á  partir  de  este  tiempo,  quedó 
de  hecho  España  independiente  de  Damasco;  pues  los 
electores  de  Yúsuf  no  tuvieron  siquiera  la  consideración, 
que  habían  respetado  los  de  Tueba,  de  pedir  el  placet  al 
emir  superior  de  A 'rica,  y  hasta  parece  ser  que  Yúsuf  el 
Füirí  intentó  entronizarse  en  España  creando  una  dinas- 
tía continuada  en  individuos  de  su  familia,  para  lo  cual 
le  brindaba  excelente  ocasión  la  caída  de  la  dinastía 
Omeya  de  Oriente,  al  ser  muerto  en  750  Abdála,  hijo  de 
Mohámed,  hijo  de  Meruán,  último  de  sus  califas.  Mas  no 
pudo  Yúsuf  realizar  su  propósito,  si  es  que  llegó  á  acari- 
ciarlo; pues  tal  fortuna  estaba  reservada  al  vastago  de  la 
noble  estirpe  de  Coraix  y  príncipe  de  la  dinastía  Omeya 
de  Oriente,  que  libre  de  la  matanza  de  los  suyos,  arribó 


-S6  - 

á  la  costa  de  España  en  Septiembre  i'i  Octubre  de  755, 
desembarcando  en  Almuñecar. 

El  triunfo  de  Yúsuf  con  los  modaríes  en  Xecunda  no 
había  desarmado  á  los  yemeníes,  ni  tampoco  la  muerte 
de  Abderráman  ,  hijo  de  Alcáma,  gobernador  de  Narbo- 
na,  y  de  otros  jefes  rebeldes  á  la  autoridad  de  aquél,  les 
hizo  desistir  de  su  empeño  en  reconquistar  la  hegemonía 
sobre  sus  rivales,  á  la  cual  creían  tener  mejor  derecho, 
alegando  que  ellos  constituían  la  mayoría  de  la  población 
árabe  en  España.  Pronto  les  vemos  coligarse  con  los  co- 
raixitas,  los  cuales,  como  pertenecientes  á  una  tribu  que 
desde  )»íahoma  era  tenida  por  la  más  ilustre  de  todas, 
veían  de  mal  ojo  que  fuesen  gobernados  por  un  filiri.  Ye- 
meníes ayudados  por  los  berberiscos,  fueron  los  que  en 
la  provincia  de  Zaragoza  se  pusieron  á  las  órdenes  del 
coraixita  Hobab  y  de  su  aliado  Ámir,  otro  jefe  de  la  misma 
tribu  que  había  huido  de  Córdoba,  al  saber  que  Yúsuf 
trataba  de  asesinarle .  Ambos  coraixitas ,  contando  con  el 
poder  que  les  daban  los  yemeníes,  se  alzaron  contra  los 
que  ellos  llamaban  usnrpadores  de  la  autoridad  del  califa 
Abasí,  quien,  según  ellos,  había  nombrado  á  Ámir  go- 
bernador suyo  en  España ,  y  sitiaron  á  Samail  en  Zara- 
goza, cuyo  gobierno  le  iiabía  confiado  Yúsuf,  á  fin  de 
librarse  de  su  inñuencia,  en  749  á  750.  Apurado  Samail 
y  viendo  que  entonces  no  podía  Yúsuf  socorrerle ,  pidió 
auxilio  á  los  modaríes  de  Elvira  y  Jaén;  mas  si  bien  los 
sitiadores  se  retiraron  al  acercarse  éstos,  juzgó  prudente 
Samail  dirigirse  á  Toledo,  abandonando  á  Zaragoza,  y 
Hobab  y  Ámir  penetraron  á  seguida  en  ella,  reteniéndola 
bajo  su  poder  hasta  el  año  755,  en  que  volvió  á  la  autori- 
dad de  Yúsuf.  Precisamente  de  regreso  de  la  campaña 
contra  los  rebeldes  de  Zaragoza,  y  hallándose  en  tierra 
de  Toledo,  supo  Yúsuf  que  Abderráman,  hijo  de  iMoavia, 
llamado  el  DdJU  (ó  el  forastero) ,  fundador  de  la  dinastía 
omeya  de  Córdoba,  había  desembarcado  en  Almuñecar. 
Yemeníes  fueron  también  los  que  se  pusieron  al  lado 
de  Abderráman  á  seguida  que  supieron  su  desembarco 


—  57  — 

por  los  clientes  omeyas  de  España,  y  gracias  á  ellos,  que 
lucliaron  valerosamente,  pudo  derrotar  á  Yúsuf  junto  á 
Aimodóvar  del  Río  y  arrojarle  de  su  palacio  de  Córdoba. 

Yemeníes,  por  último,  son  los  que,  como  se  leerá  más 
adelante,  en  porfiada  lucha  contra  sus  perpetuos  rivales, 
trajeron  perturbada  la  región  de  Todmir  durante  siete 
años,  á  despecho  de  la  autoridad  del  sultán  cordobés  (1). 

Abderráman  había  logrado  ver  realizado  su  proyecto 
de  hacerse  proclamar  emir  de  España,  debido  principal- 
mente al  apoyo  que  le  fué  prestado  por  los  yemeníes ;  mas 
para  éstos  la  causa  de  Abderráman  había  sido  pretexto, 
ocasión  que  se  les  ofrecía  oportuna  para  tomar  desquite 
de  su  derrota  en  Xecunda ,  y  recobrar  la  hegemonía  so- 
bre los  modaríes ;  y  era  de  prever  que  ellos  volverían  sus 
armas  contra  el  nuevo  emir,  luego  que  fuese  vencido  el 
enemigo  común. 

En  efecto,  durante  su  largo  reinado  vio  Abderráman 
su  autoridad  continuamente  disputada  por  los  berberis- 
cos ,  ó  por  los  yemeníes ,  ó  por  los  fihríes  ó  parientes  de 
Yúsuf.  Por  fortuna  para  él,  la  falta  de  unión  entre  sus 
enemigos,  su  actividad  infatigable,  su  política,  aveces 
pérfida  y  atroz,  pero  siempre  hábil,  fría  y  oportuna,  el 
apoyo  ñel  y  decidido  de  sus  clientes ,  de  algunos  jefes  que 
había  sabido  ganarse  bien,  de  los  omeyas  de  Oriente  que 
acudían  á  ponerse  á  su  servicio  y  á  quienes  confirió  el 
gobierno  de  algunas  ciudades ,  y  de  los  berberiscos  que 
hacía  venir  de  África  y  alistaba  en  su  ejército,  contribu- 
yeron eficazmente  á  que  el  poder  se  mantuviera  cada  vez 
más  fuerte  y  robusto  entre  sus  manos  (2). 


(1)  Nos  han  servido  de  fuente  para  lo  expuesto  hasta  aquí  do 
presente  capitulo:  Dozy,  Histoire,  etc. ,  I,  pá^'s-  113  \-  siguientes; 
AJbar  Machiiiáa,  pk^^s.  bii  ■d&);  Abenadari,  II,  pá-s. '  31 ,'  35,  liH, 
.39  y  4.5;  Fat/io  Alaadalnsi,  pá^-.  46;  Isidoro  Pacense,  niims.  70-75; 
A(lai)i,  píi--.  14;  Almacarí,  II,  pág.  17;  Aljonjaídún ,  IV,  pAgs.  120 
yJ21;  Almacarí,  I,  pái^-.  158;  Al)enalatii-,  V,'págs.  280,  287^  .375  y 
37ü;  Alimed  Anasii-Í,  I,  pág.  53. 

(2)  Do/.y,  Histoii-e,  etc.,  I,  p'ig.  365;  Ahenadai'i,  II,  pág.  50 
Fiit/io  Alanddlosi ,  pág.  59. 


—  58  — 

El  carácter  de  esta  obra  nos  lleva  á  que,  entre  las 
muchas  insurrecciones  que  hubo  de  sofocar  Abderráman  I, 
refiramos  únicamente  la  que  desarrollada  en  la  región 
de  Todmir,  tuvo  su  desenlace  en  la  vecina  tierra  de  Va- 
lencia. Dicen  los  historiadores  árabes  (1)  que  en  el  año 
777  pasó  á  España,  procedente  de  África,  Abderráman, 
hijo  de  Habib,  el  Fihrí,  yerno  del  emir  Yúsuf  y  llamado 
el  Eslavo  por  la  semejanza  de  sus  rasgos  flsonómicos  con 
los  de  esta  raza,  y  que  durante  dicho  año  no  cometió  acto 
alguno  de  hostilidad;  mas  en  el  siguiente,  ó  sea  en  778, 
se  sublevó  en  la  región  de  Todmir  al  frente  de  gran  i^ ri- 
mero de  berberiscos. 

Al  decir  de  Dozy  (2),  obedecía  la  revuelta  del  Eslavo 
á  una  confederación  formada  entre  él,  Soláiman,  hijo  de 
Yac  tan  el  Arabí,  gobernador  de  Barcelona,  y  Mohámed, 
hijo  del  emir  Yúsuf,  más  conocido  por  el  nombre  de  Abu- 
lasuad ,  quien  logró  escapar  de  la  prisión  en  que  le  rete- 
nía Abderráman  por  un  medio  tan  ingenioso  como  atre- 
vido. Los  tres  personajes  mencionados,  durante  el  año 
en  que,  como  dicen  los  autores  árabes,  permaneció  el 
Eslavo  sin  manifestar  hostilidad  después  de  su  paso  á 
España,  fueron  á  presentarse  á  Carlomagno,  que  se  ha- 
llaba en  Paderbon ,  y  le  propusieron  su  alianza  contra  el 
emir  de  España.  Allá  se  convino  que  Carlomagno  fran- 
quearía los  Pirineos  con  numerosas  fuerzas;  el  Arabí  y 
sus  aliados  al  norte  del  Ebro  le  apoyarían  y  reconocerían 
como  á  su  soberano,  y  el  Eslavo,  después  de  reunir  tro- 
pas entre  los  berberiscos  de  África,  desembarcaría  con 
ellos  en  la  región  de  Todmir,  á  fin  de  secundar  los  movi- 
mientos que  tendrían  lugar  en  el  norte,  levantando  el 
estandarte  negro  del  califa  Abasí,  aliado  de  Carlomagno. 

Sea  lo  que  quiera  respecto  de  la  confederación  afir- 
mada por  Dozy,  es  lo  cierto  que  el  Eslavo  realizó  el  des- 


(1)  AliLMiadarí,  II,  pá,u,'á.  57  \-58;  el  autor  del  Fatho  Alanda- 
/ost,  pA.íi-.  G7;  Nouaii  i,  ms.  ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  tbl .  7; 
Aberialatii",  VI,  pás^'.  30  y  Aljenjaldún,  IV,  pág.  123. 

(2)  Histoire.  etc..  I,  pág.  375. 


-  59  — 

embarco  con  sus  berberiscos  en  la  costa  de  Todniir,  y  se 
metió  tierra  adentro  proclamando  la  soberanía  de  los  aba- 
síes.  Pero  se  encontró  solo  y  sin  que  los  supnestos  alia- 
dos luibiesen  emprendido  su  acción  respectiva,  y  temien- 
do verse  pronto  en  aprieto,  pidió  auxilios  al  Arabí ,  quien 
no  respondió  á  su  llamamiento.  Entonces,  encolerizado 
el  Eslavo  avanzó  con  sus  berberiscos  hacia  Barcelona,  á 
fin  de  castigar  á  su  infiel  gobernador  y  someter  sus  tie- 
rras á  la  autoridad  de  los  abasíes;  mas  el  Arabí  que,  á 
su  vez,  salió  á  rechazarle,  le  derrotó,  obligándole  á  vol- 
verse á  Todmir.  Mas  viendo  el  Eslavo  comprometida  allí 
su  situación  por  el  emir  Abderráman ,  y  que  éste  le  había 
quemado  los  barcos,  á  fin  de  impedirle  su  regreso  al  Áfri- 
ca, corrió  á  refugiarse  en  lo  más  fragoso  de  las  montañas 
inmediatas  á  Valencia.  Siguióle  Abderráman,  y  habiendo 
ofrecido  éste  mil  dinares  por  su  cabeza,  un  berberisco 
de  Oreto,  llamado  Mixcar,  á  quien  el  Eslavo  se  había 
confiado  imprudentemente,  sin  sospechar  que  estuviese 
en  inteligencia  con  el  emir,  le  asesinó  cogiéndele  despre- 
venido. El  berberisco  marchó  con  la  cabeza  del  Eslavo  á 
donde  se  hallaba  Abderráman,  el  cual  le  entregó  en  re- 
compensa el  premio  ofrecido. 

En  cuanto  á  Abulasuad,  hijo  de  Yúsuf,  se  ignora  si 
prestó  ó  no  ayuda  al  Eslavo  en  su  acción  contra  Abderrá- 
man. Únicamente  consta  (1)  que  habiendo  reunido  algu- 
nas tropas  en  tierra  de  Toledo  y  en  la  parte  oriental  de 
España,  se  estacionó  en  Cazlona,  junto  al  río  Guadali- 
mar,  donde  fué  derrotado  el  año  785,  con  pérdida  de 
4.000  de  los  suyos,  y  huyó  á  Coria,  en  la  cual  volvió  á 
ser  atacado  por  Abderráman  al  siguiente  año,  y  hubo  de 
escapar  y  refugiarse  en  las  asperezas  de  la  región ,  de- 
jando en  poder  del  emir  su  familia  y  sus  partidarios. 

Todavía  se  mantuvo  rebelde  en  su  refugio,  y  á  su 
muerte,  ocurrida  apoco  tiempo,  sus  parciales  diéronle 


(1)     Ajbar  Machmúa .   páii,-.    110;   Al^enadain,   II,   59;   Nouairí, 
articulo  soljre  Abderráman,  ms.  ar.  Ac.  de  la  Hist.,  núm .  60. 


—  60  — 

por  sucesor  á  su  tío  Abderráman,  hermano  de  Yúsuf ;  pero 
éste  pidió  la  amnistía,  al  acercarse  las  tropas  que  el  emir 
había  enviado  en  contra  suya,  y  le  fué  concedida. 

Según  otra  versión  de  que  se  hace  eco  Abenadarí  (1), 
Abulasuad,  después  de  su  derrota  junto  á  Cazlona,  se  re- 
tiró á  Requena  (2),  donde  se  sostuvo  hasta  su  muerte,  y 
entonces  le  reemplazó  su  hermano  Alcásim,  hijo  de  Yú- 
suf. Dirigióse  contra  él  Abderráman,  y,  entabladas  ne- 
gociaciones antes  de  romper  las  hostilidades,  ofreció  por 
su  parte  el  emir  á  Alcásim  darle  una  esposa  y  el  gobierno 
de  todo  el  territorio  de  que  se  había  apoderado  su  her- 
mano Abulasuad.  Alcásim  exigió  además  que  le  restitu- 
yese los  bienes  que  les  habían  sido  arrebatados  en  la  lu- 
cha, y  habiendo  accedido  también  el  emir  á  esto,  regre- 
saron ambos  á  Córdoba.  Tal  es  lo  que  aparece  en  los  au- 
tores árabes  conocidos  respecto  de  Alcásim,  hijo  de  Yú- 
suf. La  nueva  correría  que  Conde  y  otros  historiadores 
nuestros  suponen  realizada  en  tierra  de  Todmir  y  otras 
por  dicho  Alcásim  en  unión  de  un  bandido,  por  nombre 
Hañla,  parécenos  gratuita  ó  resultado  de  la  torcida  inter- 
pretación de  algún  texto  árabe. 

A  consecuencia  de  la  muerte  de  Abderráman  acaecida 
en  30  de  Septiembre  de  788,  estalló  la  lucha,  que  pudié- 
ramos llamar  de  sucesión,  entre  tres  de  sus  hijos,  Hixem 
que,  conforme  á  la  designación  hecha  por  su  padre ,  fué 
reconocido  desde  luego  como  sucesor  suyo  en  el  emirato, 
y  Abdála  y  Soláiman  que,  por  ser  mayores  en  edad,  pre- 
tendían tener  mejor  derecho  que  aquél.  El  haber  sido  la 
región  de  Todmir  teatro  muy  principal  de  la  lucha  que 
acabó  por  ser  fratricida,  nos  obliga  á  referirla  con  tanta 
amplitud  como  aparece  narrada  en  los  autores  que  hemos 
podido  consultar  (8). 


(1)  ii,i.;iM-.52. 

(2)  ¿.i  1^^  ,  dice  el  texto  . 

(3)  Abenadarí,  II,  49,  (53  y  siguientes;  Fatho  Alaadalosi ,  pági- 
na 17;  Aljciijaldún,  IV,  124;  Nouaii'i,  m^,.  ar.  R.  Ac.  de  la  Hist.,  nú- 
mei'o  GÜ,  iül.  11  V.,  y  12  r.;  Abonalatii',  IV,  pág.  76,  y  algún  otro. 


—  61  — 

De  los  tres  hijos  mencionados  sólo  Abdála  se  hallaba 
en  Córdoba  al  ociirrir  la  muerte  de  su  padre ,  y  él  presi- 
dió los  funerales.  Hixem  se  hallaba  de  gobernador  en  Ma- 
rida, y  Soláiman  en  Toledo.  Enterado  Hixem  del  triste 
suceso,  se  dirigió  inmediatamente  á  Córdoba,  no  sin  te- 
mor de  que  su  hermano  Abdála  se  negase  á  reconocerle 
como  sucesor  en  el  emirato,  y  le  impidiese  la  entrada; 
mas  aquél  salió  á  recibirle  amigablemente,  y  ambos  pene- 
traron en  la  capital,  donde  fué  proclamado  Hixem. 

Soláiman,  por  su  parte,  no  quiso  reconocer  la  autori- 
dad de  su  hermano  Hixem,  é  hízose  proclamar  como  emir 
en  Toledo  y  en  los  distritos  vecinos .  Había  comenzado  ya 
el  siguiente  año  789,  cuando  Abdála,  cegado  por  la  ambi- 
ción y  arrepentido  de  haber  dejado  escapar  el  poder  que 
había  tenido  antes  que  Hixem  entre  sus  manos,  y  olvi- 
dando la  predilección  y  cariño  que  éste  le  dispensaba  so- 
bre todos  los  restantes  individuos  de  su  familia,  salió  de 
Córdoba  y  se  reunió  con  Soláiman  en  Toledo,  sin  que  lo- 
grasen darle  alcance  en  su  camino  los  hombres,  que  en- 
vió Hixem  tras  él  con  orden  de  prenderle  y  hacerle  volver 
á  la  capital. 

Entonces  marchó  Hixem  con  numeroso  ejército  contra 
sus  rebeldes  hermanos,  y  se  disponía  ya  á  sitiarlos  en  To- 
ledo, cuando  Soláiman ,  dejando  conflaJa  la  defensa  de  la 
ciudad  á  su  hermano  Abdála,  salió  furtivamente  de  ella 
con  parte  de  los  suyos  y  se  dirigió  á  Córdoba,  creyendo 
que  había  de  serle  fácil  hacerse  dueño  de  la  capital  del 
emirato,  debilitada  por  la  salida  del  ejército  expediciona- 
rio de  Hixem.  Pero  al  llegar  á  Xecunda,  arrabal  de  Cór- 
doba, salieron  los  habitantes  de  ésta  á  rechazarle,  y  sa- 
biendo al  mismo  tiempo  que  venía  á  su  alcance  el  príncipe 
Abdelmélic,  á  quien  había  destacado  Hixem  con  fuerte 
contingente  de  tropas,  luego  que  tuvo  noticia  de  su  salida 
furtiva,  huyó  precipitadamente  y  fuera  de  camino,  hasta 
venir  á  aparecer  en  las  inmediaciones  de  Mérida;  mas  re- 
chazado de  allí  por  Chodair,  gobernador  de  dicha  ciudad, 
corrióse  á  la  región  de  Todmir. 


—  62  - 

Después  de  pasar  Hixem  dos  meses  y  algunos  días  en 
el  sitio  de  Toledo,  regresó  á  Córdoba  dejando  el  mando 
del  ejército  á  sus  caudillos,  y  cuando  fué  entrado  ya  el 
año  790,  se  le  presentó  su  hermano  Abdála,  sin  que  hu- 
biese mediado  entre  ellos  pacto  alguno  previo,  ni  petición 
de  amnistía  por  parte  del  rebelde.  No  obstante ,  fué  gene- 
rosamente perdonado  por  Hixem  y  hospedado  en  las  habi- 
taciones de  su  sobrino,  el  príncipe  heredero  Alháquem. 

Entre  tanto,  Hixem  había  enviado  contra  Soláiman  á 
su  hijo  Moaxvia  con  los  caudillos  Xohaid,  hijo  de  Ysa,  y 
Tamam,  hijo  de  Alcáma,  al  frente  de  poderoso  ejército, 
los  cuales  sometieron  paso  á  paso  la  región  de  Todmir, 
llegando  hasta  sus  costas;  y  derrotado,  por  fin,  el  rebelde 
príncipe,  tuvo  que  refugiarse  en  las  montañas  de  Valen- 
cia y  pedir  la  amnistía  á  su  hermano.  Esta  lo  Fué  ofrecida 
á  condición  de  que  saliese  de  España,  y  en  cambio  reci- 
biría del  emir  60.0(30  dinares,  como  porción  de  la  heren- 
cia de  su  padre.  Aceptadas  estas  condiciones,  marchó  So- 
láiman al  África  y  se  estableció  con  su  familia  entre  los 
berberiscos.  Al  mismo  tiempo  ó  poco  después  marchó  nue- 
vamente á  reunirse  con  él  su  hermano  x\bdála. 

Muerto  Hixem  en  el  año  796  (1)  y  proclamado  emir  su 
hijo  Alháquem,  volvieron  á  encender  la  guerra  civil  sus 
dos  tíos,  Abdála  y  Soláiman,  con  ánimo  de  hacer  valer 
sus  pretensiones  al  emirato.  Al  efecto,  según  parece,  en 
dicho  año  pasó  primeramente  Abdála  y  se  apoderó  de  Va- 
lencia, proclamándose  emir  y  estableciendo  en  ella  su  re- 
sidencia, por  lo  cual  ha  pasado  á  la  historia  con  el  nom- 
bre de  Abdála  el  de  Valencia.  Aunque  los  historiadores 
árabes  nos  dicen  muy  poco  respecto  de  los  hechos  reali- 
zados por  Abdála  en  este  tiempo,  es  indudable  que  llegó 
á  alcanzar  gran  poderío,  pues  afirma  Abenhazam  (2)  que 


( 1 )  Hemos  turnado  la  narracitm  siguiente  de  los  textos  do  Aben- 
adai'i,  II,  pág.  70  y  72;  Al)enjaldún,  IV,  125  y  126;  Nouairi,  ma- 
nuscrito árabe  de  la  R.  Ac.de  la  Hist.,  núm  .  60,  tbl.  16;  ídem, 
n."  80,  ful.  266  v  núm.  82,  ful.  240;  Almacari,  I,  pág.  219;  Aben- 
alatir,  VI,  pág.  102,  113  y  115;  y  R)deric  de  Toledo,  Hist.  Ar. ,  19. 

(2)  Véase  Codera:  «Misión  histiji-ica  en  Argelia  y  Túnez.» 


—  63  — 

se  hizo  dueño  de  Valencia,  Todmir,  Tortosa,  Barcelona  y 
Huesca,  3^  en  Abenadarí  (1)  se  lee  que  en  el  año  797 ,  ó 
sea  en  el  siguiente  al  de  su  regreso  de  Ál'rica,  se  detuvo 
en  Zaragoza  con  Bahlul,  hijo  de  Meruán,  que  se  había 
alzado  contra  Alhaquem  en  la  frontera,  haciéndose  dueño 
á  poco  de  aquella  ciudad.  Abdála  se  dirigía  entonces  ha- 
cia el  país  de  los  Francos. 

Durante  el  año  siguiente  (798)  pasó  Soláiman  desde 
Tánger  á  las  costas  de  Todmir,  de  donde  avanzó  por  dos 
veces  en  dicho  año  con  numerosas  huestes  contra  su  so- 
brino Alhaquem  ;  pero  en  ambas  quedó  derrotado.  En  el 
año  799  volvió  á  tentar  fortuna,  y  al  frente  de  sus  fuer- 
zas, constituidas  principalmente  por  berberiscos,  avanzó 
hasta  las  cercanías  de  Écija,  donde  le  salió  al  encuentro 
su  sobrino,  trabándose  entre  ambos  reñida  batalla,  que 
se  prolongó  durante  algunos  días  y  en  la  que  quedó  de- 
rrotado Soláiman,  como  lo  fué  igualmente  en  un  segundo 
choque,  que  tuvieron  en  el  mismo  año.  Llegado  el  de  800 
salió  Soláiman  con  su  gente  de  Todmir,  corriendo  las  tie- 
rras de  Jaén  y  Elvira  (Granada),  en  las  cuales  se  le  unie- 
ron muchos  del  país;  pero  se  le  opuso  de  nuevo  su  so- 
brino Alhaquem,  y  después  de  luchar  algunos  días  con 
tanto  vigor,  que  hubo  momentos  en  que  parecía  qae  la 
victoria  iba  á  inclinarse  del  lado  de  Soláiman,  huyó  éste 
en  completa  dispersión  y  pérdida  de  muchos  de  los  suyos. 
Inmediatamente  destacó  Alhaquem  en  su  persecución  á 
Asbag,  hijo  de  Abdála,  que  logró  prenderle  fuera  de  Mo- 
rid a  y  traerle  á  donde  se  hallaba  el  emir,  quien  mandó 
darle  muerte  en  el  acto  y  envió  su  cabeza  á  Córdoba. 

No  es  de  extrañar  que  Abdála  no  comparezca  en  el 
teatro  de  la  lucha  en  que  operaba  Soláiman ;  asuntos  gra- 
ves reclamaron  indudablemente  su  presencia  al  otro  lado 
de  su  capital ,  por  la  parte  de  Aragón  y  Cataluña.  Sabe- 
mos que  poco  antes  de  la  vuelta  á  España  de  su  hermano 
Soláiman,  pasó  Abdála  por  Zaragoza  en  dirección  al  país 

(1)     II,   pág.    71, 


—  64  — 

de  los  Francos,  y  en  el  año  800,  el  mismo  en  que  fué  co- 
gido y  muerto  su  hermano ,  marchó  de  Valencia  á  Hues- 
ca, donde  se  estacionó  con  el  jefe  Abuinrán  y  los  árabes; 
mas  asediado  por  el  jefe  rebelde  de  Zaragoza  Bahlul, 
que,  según  parece,  había  roto  con  él  su  anterior  amistad, 
tuvo  que  volverse  á  Valencia,  dejando  Huesca  en  poder 
de  aquél. 

Apesadumbrado  Abdála  por  la  muerte  de  su  hermano 
Soláiman  y  viendo  declinar  su  poderío,  reducido  á  Va- 
lencia y  Todmir,  entró  en  negociaciones  con  su  sobrino, 
solicitando  la  amnistía  en  el  año  802 ;  pero  no  se  firmó  la 
paz  definitiva  hasta  él  siguiente,  803,  en  que  Abdála 
hizo  su  sumisión ,  á  trueque  de  que  su  sobrino  le  dejase 
en  el  gobierno  de  Valencia,  que  le  diese  1.000  dinares 
mensuales  para  sus  gastos  y  1.000  anuales  más  como 
gratificación.  Fueron  portadores  de  estas  condiciones, 
propuestas  por  el  emir,  Yahya,  hijo  de  Yahya,  y  Aben- 
abuámir,  los  cuales  regresaron  á  Córdoba  con  un  hijo  de 
Abdála,  al  cual  casó  Alháquem  con  una  de  sus  hermanas. 

Durante  la  lucha  de  los  hijos  de  Abderráman  y  su  so- 
brino el  emir  Alháquem,  asediaron  los  Francos  á  Barce- 
lona y  la  tomaron  en  el  año  801.  Contra  dicha  ciudad 
marchó  en  814  Abdála  eH'«íe?ic/fmo  con  su  hueste,  por 
orden  de  su  sobrino  Alháquem,  y  aunque  logró  derrotar 
á  los  Francos  en  las  cercanías  de  ella,  parece  ser  que  no 
pudo  recobrarla  (1). 

Dos  años  antes  de  la  fecha  citada  murió  en  Todmir 
(Orihuela)  Fadl,  hijo  de  Amira,  por  sobrenombre  Abula- 
fía  el  español,  que  había  sido  nombrado  cadí  ó  justicia 
mayor  de  dicha  región  por  el  emir  Alháquem,  y  que, 
como  ya  se  ha  dicho,  es  el  primero  de  los  de  su  dignidad 
en  Todmir,  de  que  dan  noticia  los  autores  árabes  que 
hemos  podido  consultar  (2). 


( 1 )  Aljenadari,  11;  70. 

(2)  Adabi,  Bibliot.  Arali.  Ilisp. ,  III,  1285;  Aberiallaradí,  ídem, 
VII,  1038. 


—  65  — 

Muerto  Alháquem  en  24  de  Mayo  del  año  822  y  pro- 
clamado al  día  siguiente  su  hijo  Abderráman  lí,  volvió  á 
sublevarse  Abdála  el  valenciano ,  y  dirigióse  á  Todmir, 
donde  se  aprestó  á  disputar  el  gobierno  al  nuevo  emir, 
emprendiendo  una  campaña  contra  Córdoba  ;  pero  al  saber 
que  Abderráman  se  había  puesto  en  marcha  para  atacar- 
le, tuvo  miedo  y  retrocedió  á  Valencia  sin  combatir  (1). 

Según  el  historiador  Abensaid ,  la  retirada  de  Abdála 
de  la  región  de  Murcia,  sin  esperar  la  acometida  del 
emir,  obedeció  á  una  fuerte  parálisis  que  le  sorprendió, 
derribándole  en  tierra ,  cuando  se  hallaba  presidiéndola 
oración  pública  y  solicitando  de  Dios  que  le  favoreciese 
con  la  victoria  sobre  su  sobrino,  si  es  que  él  tenía  mejor 
derecho  que  éste  al  emirato.  Aquel  desgraciado  accidente 
hizo  que  Abdála  no  pudiese  seguir  presidiendo  la  oración 
pública,  que  fué  terminada  por  un  sustituto  suyo,  y  que 
se  dispersaran  los  partidarios  que  había  levantado  en  ar- 
mas á  su  favor ,  teniendo  que  volverse  á  Valencia ,  donde 
falleció  al  año  siguiente  (2) . 

La  antipatía  nacional  entre  yemeníes  y  modaríes, 
que,  según  se  ha  expuesto  al  comenzar  el  presente  capí- 
tulo, produjo  en  España  las  luchas  de  carácter  general 
que  van  narradas ,  se  localizó  después  en  algunas  pro- 
vincias, especialmente  en  Todmir,  donde  entre  los  de 
uno  y  otro  bando  corrió  la  sangre  en  abundancia  por 
espacio  de  siete  años ,  á  despecho  de  la  autoridad  del 
emir,  á  quien  costó  no  poco  trabajo  reducir  dicha  región 
á  su  obediencia. 

Señalan  los  autores  árabes  (3),  como  pretexto  que 
ocasionó  el  rompimiento  de  hostilidades  entre  aquéllos. 


(1)  Abenjaldún,  IV,  127;  Abenalatir,  VI,  268  y  273;  Rodci-ic 
de  Toledo,  Hist.  Arab.,  22;  Nouairí,  ms.  ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  His- 
toria, núm.  60,  fol.  240;  núm.  80,  fol.  272. 

(2 )  Véase  el  texto  de  Abensaid  en  el  apéndice  núm .  XI . 

(3)  Abenadai'i,  págs.  83  y  siguientes;  Abenjaldún,  IV,  página 
128;  el  Nouaii'í,  ms.  ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm.  60,  fol.  25; 
núm.  80,  fol.  272;  Abenalatir,  VI,  271.  Véase  también  Dozy,  His- 
toire,  etc.,  I,  pág.  115,  y  II,  pág.  96. 


—  66 

comenzado  el  año  807,  el  haber  arrancado  un  yemení, 
al  pasar  por  la  linde  de  la  viña  de  un  modarí,  una  hoja 
de  vid,  dando  pie  á  que,  enfurecido  el  segundo  por  mo- 
tivo tan  insignificante,  diese  muerte  al  primero.  Sabedor 
Abderráman  II  de  la  revuelta  surgida  entre  los  yemeníes 
y  los  modaríes  de  Todmir,  envió  en  el  mismo  año  á  su 
caudillo  Yahya,  hijo  deAbdála,  hijo  de  Jalaf ,  con  un 
fuerte  ejército,  á  ñn  de  reducirles  de  grado  ó  por  fuerza 
á  la  paz  y  restablecer  la  tranquilidad  del  país ;  pero  pa- 
rece ser  que  los  sediciosos,  lejos  de  deponer  sus  armas , 
volviéronlas  contra  las  fuerzas  de  Yahya,  trabándose  en- 
tre unos  y  otros ,  en  las  cercanías  de  Lorca,  la  batalla  de 
la  Almozara ,  llamada  así  por  el  nombre  del  lugar  en  que 
ocurrió  (1).  En  dicha  batalla  fueron  derrotados  los  rebel- 
des ,  pereciendo  unos  3.000  de  ellos ;  mas  no  por  eso  es- 
carmentaron ,  sino  que  de  vez  en  cuando  hubo  necesidad 
de  enviar  nuevos  caudillos  y  fuerzas,  y  aunque  general- 
mente, al  aproximarse  éstas ,  suspendían  sus  hostilida- 
des intestinas,  volvían  á  emprenderlas  á  seguida  que  di- 
chas fuerzas  se  retiraban  del  país.  Durante  el  año  824  á 
825,  Omeya,  hijo  de  Moavia,  hijodeHixem,  que  por 
orden  del  emir  había  salido  á  campaña,  en  sustitución 
del  valeroso  Abdelquerim,  sorprendido  por  grave  enfer- 
medad cuando  se  disponía  á  salir  de  Córdoba  con  el 
ejército,  corrióse  de  tierra  de  Santover  á  la  de  Todmir, 
donde  Abuxamaj ,  arráez  de  los  yemeníes,  se  había  hecho 
reconocer  como  jefe  independiente,  incluso  por  los  moda- 
ríes,  yambos  trabaron  batalla  en  Murcia,  pereciendo, 
como  en  la  de  la  Almozara ,  muchos  musulmanes . 

Es  preciso  advertir,  al  llegar  á  este  punto,  que  en  el  re- 
citado de  la  batalla  que  acabamos  de  mencionar,  es  donde 
por  vez  primera  nos  suministran  los  autores  árabes  noti- 
cias concretas  de  Murcia  con  referencia  al  tiempo  en  cu- 


(1)  Cánovas  Coheno,  en  su  historia  de  Lorca,  pág.  86,  cree  que 
la  batalla  de  la  Almozara  fué  dada  al  poniente  de  Lorca,  en  el  actual 
distrito  rural  llamado  Almoyjai', 


—  67  — 

yos  sucesos  se  ocupan.  Hasta  este  momento  de  la  historia 
que  venimos  haciendo,  siempre  refleren  los  hechos  de  la 
región,  objeto  de  nuestro  estudio,  con  ralación  á  Todmir, 
que,  según  ellos  mismos,  era  nombre  equivalente  al  de 
Orihuela.  Entre  las  ciudades  menciona  las  en  el  tratado 
de  capitulación  de  Teodomiro  no  aparece  Murcia;  los 
biógrafos  Adabí ,  Abenalfaradí  y  Abenpascual ,  que  nos 
han  trasmitido  biografías  de  personajes  nacidos  por  este 
tiempo  ó  antes  en  otras  ciudades  de  aquella  región,  no 
nos  dan  noticia  de  ninguno  que  se  diga  nacido  en  Mur- 
cia, hasta  años  después  del  tiempo  á  que  nos  venimos 
refiriendo.  Tales  observaciones  nos  hicieron  sospechar 
que  Murcia  hubiera  nacido  á  la  vida  ,  al  menos  como  po- 
blación de  importancia ,  durante  la  lucha  éntrelos  ye- 
meníes  y  modaríes  de  la  región  de  Todmir,  y  que  la 
afirmación  de  muchos  de  nuestros  escritores ,  dando  por 
existente  dicha  ciudad  desde  los  tiempos  más  remotos  de 
nuestra  historia,  pudiera  ser  completamente  gratuita. 
Nuestra  sospecha  resultó  confirmada  cuando,  al  registrar 
los  textos  de  los  geógrafos  árabes,  ya  que  sus  hermanos 
los  historiadores  nada  nos  decían  respecto  del  particular , 
logramos  leer  en  la  voluminosa  obra  deYacut,  el  geó- 
grafo más  notable  de  la  Edad  Media  entro  los  árabes  (1),  el 
siguiente  texto  (2):  «Murcia,  ciudad  de  España,  pertene- 
ciente á  los  distritos  de  Todmir:  fundóla  Abderráman , 
hijo  de  Alháquem ,  hijo  de  Hixem,  hijo  de  Abderráman  I , 
y  la  llamó  Todmir  en  recuerdo  de  la  ciudad  de  Tadmor 
de  la  Siria;  pero  la  gente  del  país  prefirió  darle  el  nom- 
bre de  Murcia,  que  era  el  del  sitio  en  que  fué  trazada  la 
nueva  ciudad  (3) » . 

Además,  durante  nuestra  visita  á  la  ciudad  de  Mur- 
cia pudimos  leer  en  la  obra  de  Díaz  Cassou,  «Ordenanzas 


(1 )  Véase  M.  Reinaud,  «Notices  sur  les  fl¡(;tionaircs  Geographi- 
ques  árabes». 

(2)  Yacut,   Geografisches  Worterbucli,   i.   IV,   parte  se.-iiiida, 
página  497,  texto  árabe,  editado  por  ^^'üstenfeld. 

(3)  Véase  el  texto  árabe  en  el  apéndice  núm.  III. 


—  68  — 

y  costumbres  de  la  huerta  de  Murcia»  (1),  que  «en  el  año 
210  de  la  hégira,  que  comprendió  desde  el  24  de  Abril  de 
325  á  12  del  mismo  mes  de  826  ,  había  de  fundarse  Mur- 
cia». No  dice  Díaz  Gassou  de  quién  tomó  ó  en  qué  docu- 
mento levó  la  noticia  que  nos  trasmite;  pero  es  de  supo- 
ner que  no  la  inventase,  sino  que  la  leyera  en  algún 
documento  de  la  ciudad,  hoy  desconocido,  y,  por  tanto, 
su  testimonio,  unido  al  de  Yacut,  el  silencio  de  los  his- 
toriadores árabes  respecto  de  la  intervención  de  Murcia 
en  los  hechos  anteriores  al  de  que  se  trata  en  este  mo- 
mento de  la  historia,  y  el  no  observarse  en  la  actual  po- 
blación restos  de  edificación  que  anteceda  á  la  época  ára- 
be, como  se  observan  en  otras  ciudades  de  la  misma 
región,  nos  ha  llevado  a  creer  que  Murcia,  si  no  fué  fun- 
dada precisamente  en  el  año  825  á  826 ,  como  quiere  Díaz 
Gassou,  lo  fué  seguramente  en  alguno  de  los  tres  años 
anteriores  á  ese.  Acaso  en  alguna  de  las  expediciones 
militares  que  sucesivamente  llegaron  á  la  región  de  Tod- 
mir,  según  Abenadarí,  en  el  trascurso  de  los  susodichos 
tres  años ,  marchase  Abderráman  y  fundase  en  persona 
la  ciudad,  ó  que  el  caud.Uo  Omeya,  que,  como  se  ha 
dicho  antes,  marchó  á  Todmir  en  el  año  824  á  825,  esta- 
bleciese sus  tiendas  en  el  campo  de  la  batalla,  en  que 
derrotó  al  rebelde  Abuxamaj ,  y  quedase  de  esta  suerte 
fundada  la  ciudad  de  Murcia.  Loque  parece  cierto,  es 
que  el  nombre  de  Murcia  dado  á  la  ciudad  por  los  indí- 
genas, con  preferencia  al  que  le  impuso  Abderráman  II 
al  tiempo  de  fundarla,  era  anterior  á  ella,  según  afirma 
el  geógrafo  árabe  citado.  Ahora  bien;  si  por  tal  nom- 
bre se  había  simplemente  designado  antes  el  pago  en 
que  quedó  asentada  la  nueva  ciudad,  ó  bien  un  casti- 
llo, ó  una  población  insignificante  y  oscurecida  hasta 
entonces,  ó  un  muro  para  contener  el  desbordamiento 
del  Táder  ó  Segura,  ú  otra  cosa  análoga,  es  cuestión  que 


(1)     P.i-iiiii  t<S, 


-  69  — 

la  crítica  no  ha  podido  resolver  satisfactoriamente ,  y  de 
la  cual  prescindimos  en  gracia  á  la  brevedad  y  por  no 
excedernos  de  los  límites  de  nuestro  trabajo,  reducido  á 
la  época  de  la  dominación  miisuimaua  (1). 

Volviendo  á  la  narración  interrumpida  sobre  la  luclia 
interior  de  los  siete  años  en  tierra  de  Todmir,  debemos 
hacer  constar  que  en  el  año  de  82ó  á  82o  escribió  e!  emir 
Abderráman  II  á  su  gobernador  de  üriliuela  ordenándole 
que  trasladase  su  residencia  á  Murcia,  y  que  á  la  vez 
fuese  destruida  la  ciudad  de  Ana,  como  leyó  Dozy,  ó  de 
Oyyoh  (Ojos) ,  como  sospechamos  nosotros,  respetando  el 
parecer  del  ilustre  arabista  (2) ,  por  haber  sido  dicha  ciu- 
dad el  primer  foco  de  la  insurrección .  A  pesar  de  tales 
disposiciones,  continuó  la  insurrección  hasta  el  año  828, 
en  que,  según  Abenadarí,  se  restableció  la  paz,  me- 
diante la  sumisión  de  Abuxamaj  y  de  otros  sediciosos,  los 
cuales  hicieron  entrega  de  sus  castillos  al  emir.  Dicho 
Abuxamaj  ganóse  luego  el  afecto  de  Abderráman  II ,  lle- 
gando á  ser  uno  de  sus  gobernadores  más  fieles,  y  como 
tal  aparece  en  Calatrava  operando  con  un  fuerte  desta- 
camento de  caballería  contra  los  rebeldes  de  Toledo  en 
el  año  835. 

La  paz,  sin  embargo,  no  debió  ser  duradera  en  la 
región  de  Murcia  ó  Todmir,  pues  en  el  año  849  marchó 
allá  Abbás,  hijo  de  Uálid,  con  numerosas  tropas,  á  fin 
de  someter  la  revuelta  promovida  por  Mohámed ,  hijo  de 
Sable,  y  si  bien  logró  su  propósito ,  hubo  de  batir  y  humi- 
llar antes  en  varios  encuentros  á  los  sediciosos  (3). 


(1)  El  lector  podrá  formarse  idea  de  las  varias  conjeturas  y  ca- 
vilaciones á  que  ha  dado  margen  el  nombre  de  Murcia  y  su  origen 
como  población,  leyendo  á  Cáscales  en  su  oltra  citada,  capítulos  I  y  II; 
áCasiri,  Bib.  Escur. ,  I,  p;ig.  372,  y  sobretodo  á  Madoz,  que  las 
recopila  y  critica  en  su  «Dioñonario  geográfico,  etc.»,  capitulo  XI, 
páginas  748  y  siguientes. 

(2)  Véase  en  el  cap.  II  lo  que  dejamos  dicho  soljre  la  ciudad  de 
Aj\  comprendida  en  el  tratado  de  capitulación  de  Teodomiro. 

(3)  Abenalatir,  VII,  pág.  34. 


Los  normandos ,  audaces  piratas  escandinavos,  como 
les  llama  Dozy  (1) ,  que  durante  el  año  de  S48  á  «44  con 
sus  frágiles  embarcaciones  habían  sorprendido  y  entrado 
á  saco  algunas  ciudades  del  litoral  de  España,  aparecen 
nuevamente  en  los  años  de  859  á  861 ,  y  esta  vez  hicieron 
sentir  su  terrible  azote  en  la  región  murciana.  Después  de 
haber  saqueado  Sevilla,  Algeciras  y  otros  pueblos  déla 
Península,  más  algunos  de  allende  el  Estrecho,  cayeron 
sobre  las  costas  de  Murcia,  y  habiendo  derrotado  las  tro- 
pas que  defendían  la  región,  penetraron  en  Orihuela, 
regresando  luego  á  sus  barcos  cargados  de  botín  y  con 
gran  número  de  cautivos. 

Al  retirarse  con  rumbo  á  las  costas  de  los  Francos , 
salió  al  encuentro  de  los  piratas  la  ilota  del  emir  .Mohá- 
med,  hijo  de  Abderráman  II,  que  había  sucedido  á  su 
padre  en  Septiembre  de  852;  mas  si  bien  al  principio  de 
la  lucha  llevaron  los  musulmanes  la  mejor  parte,  ha- 
biendo logrado  incendiar  dos  barcos  enemigos  y  apresar 
otros  dos,  ricos  de  botín,  pudieron  los  normandos  re- 
hacerse pronto  y  atacar  furiosamente  á  sus  contrarios, 
hasta  derrotarles  por  completo,  causándoles  grande  mor- 
tandad (2). 


(1)  Rcclioi'clit's  sur  etc.,  torcera  edici('>ii,  II,  páuiniis  '27}2  y  sí- 
Líuientcs. 

{■2  )  Alieiuulari ,  II ,  pA-s.  89  v  99 ;  Aborijaldúii ,  IV,  l.'M  ;  Abeua- 
latir,  \'II.  p.i^-.  ."íH,  y  Nuuairi,  ins.  ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  nú- 
mero (jil,  tul.  :V¿  V. 


CAPÍTULO  VI 

Murcia  durante  el  gobierno  de  los  emires 
independientes  de  Córdoba 

(CONTINUACIÓN)    (1). 

Insurrección  general  en  tiempo  de  los  c/nires  Moháined  tj  Abdúla. — 
Daisain,  rebelde  de  la  cor.t  de  Tod/iiir.:  sus  relaciones  con 
Abenhafsun. — Campaña  de  Todmir  dirigida  principalmente 
contra  Daisam;  derrota  de  éste  entre  Aledo  g  Lorca;  sitio  de 
esta  ciudad  y  retirada  del  ejército  del  emir. — Muerte  de  Dai- 
sam.— Abderráman  Abcnnadah  g  otros  rebeldes  de  Todndr. — 
Noticias  de  Mohámed ,  hijo  de  Abderráman,  el  Jeque,  rebelde  en 
Callosa  y  Alicante . — Pncificación  y  prosperidad  de  Todmir  en 
los  días  de  Abderráman  III  y  sus  sucesores  en  el  gobierno.  —  Va- 
rones ilustres  de  Todmir  que  ^florecieron  en  este  tiempo. 


Causa  verdadero  asombro  el  movimiento  insurreccio- 
nal que,  á  partir  de  Motiámed  I,  estalló  en  la  España 
árabe  tan  pujante  y  vigoroso,  que  hubo  momentos  en  los 
días  del  gobierno  de  Abdála.  que  únicamente  la  ciudad  de 
Córdoba ,  la  capital  del  emirato ,  obedecía  las  órdenes  de 
su  sultán. 

A  las  antipatías  de  raza  entre  los  conquistadores,  que 
desde  largo  tiempo  venían  minando  el  estado  árabe  espa- 
ñol, hay  que  agregar,  al  presente  de  la  historia  que  ve- 
nimos haciendo,  el  odio  entre  los  dominadores,  los  árabes 
constituidos  en  aristocracia  de  suyo  orgullosa  é  intolera- 


(1)  Para  lo  expuesto  en  este  capitulónos  hemos  servido  délos 
textos  siguientes;  Abenadarí,  I,  pág.  179  y  II,  págs.  139,  140,  146, 
196,  210,  y  211;  Abenhayan,  ms.  árabe  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia,  n."  60,  fol.  37  v.;  Abenjaldún,  IV,  pág.  139-140;  Aben- 
alfaradí,  Bib.  Ar.  Hisp.  VII,  580.  Entre  los  autores  modernos, 
Dozy,  Histoire,  etc.,  en  diferentes  pasajes  del  tomo  II. 


—  72  - 

ble,  y  los  dominados,  los  españoles ,  tanto  los  miiladíes 
como  los  cristianos,  que  viéndose  abrumados  por  los  im- 
puestos y  perseguidos  por  los  primeros,  intentaban  sacu- 
dir su  yugo . 

En  efecto,  durante  el  mando  de  Mohámed  I,  los  mu- 
ladíes  ó  descendientes  de  los  renegados  de  Toledo,  uni- 
dos á  sus  hermanos  de  raza,  los  cristianos,  se  habían 
separado  de  la  autoridad  del  emir  cordobés .  Otro  estado 
independiente  habíase  formado  en  Aragón  por  una  anti- 
gua familia  muladí,  la  de  losBenicasí.  En  el  Oeste  de 
España  sé  alza  otro  muladí ,  Abderráman  Abenmeruán , 
que  llegó  á  hacerse  dueño  de  Badajoz  y,  como  los  de 
Toledo,  buscó  la  alianza  y  protección  de  Alfonso  III 
de  León . 

En  el  Algarve  reinaba  independiente  Yahya ,  muladí 
también ,  cuyo  hijo  Abubequer  acrecentó  el  dominio  que 
le  legó  su  padre .  En  Elvira  (Granada)  y  Sevilla  dispú- 
tanse  con  intestino  furor  la  preponderancia  el  elemento 
árabe  de  un  lado,  y  de  otro  el  español  (muladíes  y  cris- 
tianos). En  la  Serranía  de  Ronda  renegados  y  cristianos, 
unidos  también,  comenzaron  á  agitarse,  y  en  el  año  de 
880  á  881  álzanse  en  las  ruinas  de  una  fortaleza  romana 
sobre  la  montaña  de  Bobastro,  á  una  legua,  oeste  de 
Antequera,  á  la  voz  del  más  formidable  y  tenaz  enemigo 
del  emirato,  de  Omar,  hijo  de  Hafsun,  de  origen  visigó- 
tico ,  que  alcanzó  el  mayor  poderío  entre  los  rebeldes ,  de 
los  cuales  muchos  se  hicieron  sus  aliados  y  aun  recono-- 
cieron  su  autoridad ,  llegó  á  imperar  en  las  provincias  de 
Reya  (Málaga)  y  Elvira  (Granada),  y  en  887  y  888  ganó 
las  ciudades  de  Estepona,  Osuna,  Écija,  Aguilar  y  Baena 
é  intentó  apoderarse  de  Córdoba . 

Entre  tanto,  los  señores  árabes  y  berberiscos,  aprove- 
chándose de  la  revuelta  general,  se  alzan  en  sus  castillos 
y  señoríos  respectivos,  rebeldes  unos  y  desobedientes 
otros  á  la  voz  de  auxilio  de  su  sultán.  Así  aparecen  como 
señores  de  Sevilla  y  Carmona  los  Beniliachach ,  ¡  oderosa 
familia  árabe  de  la  región;  los  Beni  Sálim  en  la  ciudad 


—  va- 
de su  nombre  Meclinasidonia ;  Ishac,  hijo  de  Ataf,  en  la 
fortaleza  de  Mentesa ;  el  Malahí ,  de  origen  berberisco ,  se 
había  hecho  dueño  de  Jaén;  los  Benidinnun  de  las  forta- 
lezas de  Uclés  y  Huete ;  los  hermanos  Jalil  y  Said  poseían 
castillos  en  el  distrito  de  Elvira  (Granada),  y  otros  mu- 
chos, que  no  hace  á  nuestro  propósito  mencionar,  ha- 
biendo de  fijarnos  principalmente  en  los  rebeldes  que  en 
dicho  tiempo  se  alzan  en  la  región  murciana. 

Es  indudable  que  en  la  tierra  de  Murcia,  á  semejanza 
de  lo  ocurrido  en  otras  regiones  de  España,  abundaron  los 
rebeldes ,  ora  en  lucha  unos  con  otros ,  ora  aliados  ó  some- 
tidos de  grado  ó  por  fuerza  á  otros  que  lograban  preponde- 
rar en  porciones  importantes  de  dicha  región ;  más  no  de 
todos  ellos  han  dejado  noticia  los  autores  árabes  conoci- 
dos ;  pues ,  dado  el  carácter  general  de  sus  anales ,  se  com- 
prende bien  que  no  desciendan  á  hacernos  historia  de 
personajes  secundarios  de  una  región  determinada.  Los 
rebeldes  de  la  tierra  de  Todmir  mencionados  por  dichos 
autores,  son  únicamente  los  que  imperaron  durante  al- 
gunos años  en  porción  considerable  de  su  país ,  y ,  entre 
éstos ,  exige  nuestra  atención  en  primer  lugar  el  muladí 
ó  renegado  Daisam ,  hijo  de  Ishac .  Aunque  los  autores 
no  nos  dicen  en  qué  lugar  y  momento  preciso  se  lanzó  á 
la  rebelión ,  se  deduce ,  no  obstante ,  de  la  lectura  de  sus 
textos  que  fué  coetáneo  del  famoso  Ornar,  hijo  de  Hafsun, 
y  que  á  la  vez  que  éste ,  ó  muy  poco  tiempo  después , 
rechazó  la  autoridad  soberana  del  emir  de  Córdoba  en 
Lorca  ó  en  alguna  fortaleza  de  su  distrito. 

En  poco  tiempo  logró  Daisam  hacerse  dueño  de  Lor- 
ca, de  Murcia  y  de  todas  las  poblaciones  inmediatas  de 
la  cora  de  Todmir,  extendiéndose  con  esto  su  fama  y  re- 
uniendo junto  así  muchos  partidarios,  con  los  cuales 
pudo  organizar  un  ejército  respetable,  en  que  figuraban 
5.000  jinetes,  y  auxiliar  á  los  otros  jefes  rebeldes  á  la 
autoridad  del  emir. 

Por  su  generosidad  y  carácter  dulce  consiguió  captar- 
se el  amor  de  sus  subditos .  Dispensó  gran  protección  á 


las  letras  y  á  sus  cultivadores ,  especialmente  á  su  cantor 
favorito  Obaidia,  hijo  de  Mahmud,  que  celebró  las  proe- 
zas de  su  señor  en  repetidas  composiciones .  Abenadarí 
llega  á  decir  de  él  que  su  mayor  placer  era  favorecer  á 
los  poetas  y  á  los  sabios  (1) . 

No  siempre  estuvo  Daisam  en  relaciones  amistosas 
con  su  hermano  de  raza  Abenhafsun;  antes  bien,  se  de- 
muestra que  reinó  entre  ellos  la  rivalidad  durante  algún 
tiempo ,  por  el  hecho  de  haber  mandado  el  segundo  deca- 
pitar á  Jair,  hijo  de  Xaquir,  señor  rebelde  de  Jódar; 
porque ,  á  la  vez  de  reconocer  éste  su  autoridad ,  obede- 
cía también  las  órdenes  de  Daisam,  el  señor  de  Todmir, 
Además  consta  que  realizó  algunas  incursiones  en  las 
tierras  de  otros  rebeldes,  que  le  disputaron  su  autoridad , 
empleando  al  efecto  su  excelente  división  de  caballería, 
que  mandaba  unas  veces  en  persona,  y  otras  á  las  órde- 
nes de  aguerridos  lugartenientes  (2) .  Era  llegado  ya  el 
mes  de  Junio  del  año  826,  cuando,  según  los  autores 
árabes,  el  emir  Abdála,  viéndose  algo  desembarazado  de 
las  acometidas  de  otros  rebeldes  del  mediodía ,  envió  con- 
tra Daisam  un  cuerpo  de  ejército  á  las  órdenes  de  su  tío 
Hixem,  hijo  del  emir  Abderráman  II ,  y  de  su  caudillo 
Abulabas  Áhmed,  hijo  de  Mohámed ,  hijo  de  Abuábda  (3), 
los  cuales  salieron  de  Córdoba  en  dirección  á  la  provincia 
de  Jaén ,  llegando  á  poner  sitio  al  castillo  de  Famera 
Chix,  junto  al  río  Guadalbullón ,  y  al  castillo  de  Ala- 
tat  (4) ,  y  comenzaron  á  talar  los  sembrados  que  por  allá 
tenía  el  rebelde  Abenhudail ,  señor  de  dichos  castillos . 
Con  el  mismo  fin  de  destruir  las  siembras  y  plantaciones 
de  Abenhudail,  avanzó  con  parte  del  ejército  el  caudillo 


(1)  Ii,pág.  139. 

(2)  Véase  el  apéndice  número  ly, 

(3)  Véase  el  apéndice  número  V. 

(4)  Ignoramos  á  qué  lugares  actuales  coi'i'esponden  los  castillos 
mencionados  así  en  el  ms.  árabe;  bien  pudiera  ser  que  se  hallen  en 
éste  desfigurados  sus  verdadei'os  nombres  por  error  de  copia. 


Áhmed,  hijo  de  AIohámed,  cuando  cayó  rápidamente  so- 
bre éste  el  rebelde  castellano,  trabándose  entre  ambos 
una  acción  muy  reñida  y  sangrienta,  que  se  prolongó 
hasta  la  hora  de  la  oración  de  la  tarde .  Terminada  la  lu- 
cha y  retirados  los  contendientes  á  sus  posiciones  respec- 
tivas, envió  á  poco  Abenhudail  un  mensaje  pidiendo  am- 
nistía y  proponiendo ,  como  garantía  de  su  sumisión  al 
emir,  que  entregaría  en  rehenes  á  su  padre.  Aceptada 
favorablemente  la  proposición  de  Abenhudail,  vino  su 
padre  á  presencia  del  tío  del  emir  Hixem,  hijo  de  Abde- 
rráman ,  y  fué  enviado  á  Córdoba .  Seguidamente  avanzó 
el  ejército  hacia  el  castillo  áe  Hatuera  (1) ,  del  cual  era 
señor  Harir,  hijo  de  Hábil;  destruyólos  sembrados  que 
se  hallaban  alrededor  de  dicho  castillo,  y  marchó  á  Bae- 
na(2),  fiel  al  emir,  permaneciendo  en  ella  tres  días,  á 
fin  de  provisionarse .  De  Baena  marchó  el  ejército  al  cas- 
tillo de  Tíxcar  (3),  hallándolo  evacuado  por  los  rebeldes, 
y  fué  incendiado,  y  destruidos  sus  sembrados,  junta- 
mente con  otros  dos  castillos  vecinos,  y  en  esto  fué  sor- 
prendido el  ejército  por  fuerte  temporal  y  lluvia,  que  no 
cesó  en  algunos  días.  Luego  fué  sitiado  Harir  en  el  cas- 
tillo de  Hatuera  antes  mencionado ,  y  aunque  aquél  hizo 
una  salida  vigorosa,  fué  derrotado,  y  se  sometió  á  la  au- 
toridad del  emir,  dando  en  rehenes  á  su  hijo  y  entre- 
gando 2.500  dinares  de  indemnización  y  ocho  caballos 
por  otros  tantos  del  ejército  sitiador,  que  habían  perecido 
en  el  combate .  De  allí  pasó  el  ejército  á  los  castillos  de 


(1)  Ignoríimorf  á  ijuó  lugar  actual  corresponde  este  castillo,  cu^'o 
nomVjrc  arábigo  es  muy  proljablo  ijuo  esté  equivocado  en  el  códice 
árabe  de  donde  lo  tomamos.  Aciaso  leído  Hituera  corresponda  al  ac- 
tual Higuera  de  Calatrava,  provincia  de  Jaén. 

(2)  En  el  ms.  de  Abenhayan  se  lee  Baeza,  pero  sospechamos 
i[ue  es  un  error  del  copista,  que  ha  leído  ¿Lx-jL-í  por  ¿ol-,.j  . 

(3)  Parece  que  esto  nombre  corresponde  al  moderno  Tiscar, 
célebre  santuario  consagrado  á  la^irgen  del  mismo  nomljre,  en  la 
provincia  de  Jaén,  partido  judicial  de  Cazorla,  y  elevado  en  la  sierra 
de  Quesada.  Véase  Madoz,   Diccionario,  etc.,  en  el  nombre  Tiscar. 


ias  Alpiijarras  y  acampó  en  Torrox  (1) ,  en  Montejicar  y 
Albuñol ,  soportando  nuevo  temporal ;  un  destacamento 
de  caballería  que  fué  enviado  contra  el  castillo  de  Alicun 
(de  Ortega)  logró  penetraren  su  interior,  echando  á  los 
de  Abenhudail  y  apoderándose  de  víveres,  caballos  y  ar- 
mas en  gran  cantidad .  El  caudillo  Áhmed  se  dirigió  á 
dicho  castillo,  y  después  de  dejar  en  él  una  guarnición 
mixta  de  árabes  y  berberiscos,  marchó  con  el  grueso  del 
ejército  á  recorrer  los  castillos  de  Guadix,  á  fin  de  racio- 
narse y  recaudar  los  tributos,  y  luego  á  Baza,  y  de  ésta 
á  Vélez,  en  la  raya  de  la  cora  de  Todmir,  contra  la  cual 
se  dirigía  principalmente  aquella  campaña,  que  por  esa 
razón  se  la  recordó  después  con  el  nombre  de  campaña 
de  Todmir. 

Luego  que  apareció  la  vanguardia  del  ejército  del 
sultán  á  vistas  del  castillo  de  Vélez,  salió  la  gente  mon- 
tada de  sus  defensores,  á  fin  de  cortarle  el  paso  e  inter- 
ceptarle la  comunicación  con  el  resto  del  ejército ;  pero 
los  de  la  vanguardia  cargaron  impetuosamente  contra  los 
jinetes  rebeldes  y  los  rechazaron,  persiguiéndoles  hasta 
las  mismas  puertas  de  su  castillo,  junto  al  cual  acampó 
á  seguida  el  ejército,  sin  experimentar  baja  alguna  en  la 
escaramuza  anterior.  A  la  mañana  siguiente  despertó  á 
los  sitiados  el  ruido  de  la  embestida  dada  al  castillo  por 
las  tropas  del  caudillo  Áhmed,  y  se  generalizó  la  lucha, 
que  fué  larga  y  sangrienta ,  y  durante  la  cual  se  pasaron 
al  enemigo  algunos  jinetes  é  infantes  del  sultán.  Enton- 
ces el  caid  comenzó  á  destruir  las  viviendas  y  talar  los 
árboles  de  la  parte  baja  del  castillo,  renovándose  por  tal 
causa  la  pelea  con  tanto  ó  mayor  encarnizamiento  que 
antes,  y  teniendo  que  retirarse  las  tropas  del  sultán  en 


(1)  El  autor  no  so  refiere  aquí  á  la  conocida  poijlacii)ri  del  mis- 
mo noniljre  en  la  costa  de  Andalucía,  sino  a  una  alquería  que  debió 
hallarse  situada  enti-e  Loja  é  Iznalloz.  Véase,  enti-e  nosotros,  á  Fer- 
nández y  González,  en  sus  «Historias  de  Alandalus»,  pág.  315,  con- 
viniendo con  la  opinión  de  Doz3^,  yá  Lat'uente  Alcántara,  Ajbav 
Maclunúa,  pág.  264. 


—  77  — 

dirección  á  Murcia .  En  su  marcha  fué  recogiendo  el  ejér- 
cito expedicionario  todos  los  refuerzos  que  pudo  sacar  del 
país,  hasta  que  vino  á  acampar  junto  áívlerna(l),  uno 
de  los  castillos  del  rebelde  r3aisani,  situado  á  orillas  del 
Segura,  siendo  ya  entrado  el  mes  de  Agosto  de  aquel 
año.  No  pudiendo  el  ejército  del  sultán  rendir  dicho  cas- 
tillo ,  á  pesar  de  haberle  tenido  sitiado  algunos  días ,  du- 
rante los  cuales  destruyó,  asoló  é  incendió  sus  contor- 
nos, marchó  contra  el  de  Ricote,  cuyos  defensores  se 
aprestaron  á  la  pelea ,  logrando  al  principio  rechazar  con 
denuedo  los  ataques  del  enemigo .  Sin  embargo ,  sobre- 
vino un  momento  en  que  los  voluntarios  del  ejército  del 
sultán  consiguieron  hacerse  dueños  del  primer  recinto 
del  castillo  y  acogerse  á  los  muros  de  la  alcazaba.  Pero 
más  atentos  dichos  voluntarios  al  saqueo ,  yendo  y  vi- 
niendo del  castillo  al  campamento  con  su  presa,  que  á 
seguir  desalojando  á  sus  enemigos,  dieron  pie  á  que 
aprovechándose  los  sitiados  de  la  ocasión  favorable  que 
les  brindaba  semejante  proceder,  cargasen  furiosamente 
sobre  los  otros  grupos  del  ejército,  hasta  ponerlos  en  de- 
rrota tan  vergonzosa ,  que  muchos  se  arrojaron  al  río  en 
la  huida,  resultando  gran  número  de  muertos,  unos  de 
armas  y  otros  aliogados.  Entre  ellos  figuraban,  como  no- 
tables, dos  hijos  de  Omar,  hijo  de  Dinnun,  el  de  Santo- 
ver;  Gaz,  hijo  de  Gazuan,  el  de  Talavera,  y  otros.  Inme- 
diatamente retiróse  el  ejército  del  sultán  á  la  ciudad  de 
Murcia,  en  la  que  acampó  á  orillas  del  Segura  diez  días, 
que  se  invirtieron  en  cobrar  los  impuestos  de  Alcira , 
de  Huesear  y  de  otros  distritos  fieles.  De  Murcia,  pasa- 
dos dichos  días,  marchó  el  ejército  k  Fuente  del  diablo 
( o^^-^  ¿r:^* ,  Ain  xaitan) ,  y  de  allí  al  castillo  de  Ale- 
do,  pereciendo  de  sed  en  esta  jornada  más  de  treinta 
hombres  y  muchas  bestias,  y  llegando  á  acampar  por  la 
tarde.  Desde  Aledo  envió  el  caudillo  Áhmed  un  mensaje 


(1)    Así  aparece  escrito  en  el  códice  árabe,  é  ignoramos  á  qué 
Sfitio  actual  corresponde, 


—  78  — 

á  Lorca ,  donde  se  hallaba  Daisam ,  exhortándole  á  que 
se  rindiera  á  la  autoridad  del  emir. 

Lejos  de  obedecer  el  rebelde  Daisam,  salió  con  su 
caballería  y  sus  infantes  á  rechazar  á  las  tropas  de  Áhmed, 
puestas  ya  en  marclia  para  sitiarle.  Trabada  la  batalla, 
cedieron  los  de  Daisam ,  después  de  luchar  con  gran  te- 
nacidad y  esfuerzo  hasta  la  caída  de  la  tarde .  Todavía 
intentaron  luego  entorpecer  el  avance  del  ejército  por 
medio  de  guerrillas;  pero  nuevamente  fueron  ahuyenta- 
dos, con  pérdida  de  más  de  treinta  muertos  y  setenta 
caballos,  que  abandonaron  al  enemigo,  y  perseguidos 
liasta  una  de  las  puertas  de  la  plaza,  donde  pudieron  re- 
organizarse y  mantenerse  fuertes.  En  esta  jornada  pere- 
cieron de  los  del  sultán  el  ingeniero  Gormun  ,  tres  de  los 
acemileros,  algunos  hombres  de  la  gente  de  tropa  y  seis 
caballos ;  fueron  heridos  muchos  de  ambas  partes ,  y  en 
lo  más  recio  de  la  pelea  descarg(3  sobre  los  contendientes 
una  horrorosa  tormenta.  Establecido  el  sitio  de  la  ciudad, 
comenzaron  las  tropas  del  sultán  á  talar  los  campos,  y  se 
reprodujo  la  lucha  entre  los  sitiados  y  los  cuerpos  más 
avanzados  de  los  sitiadores,  sobre  los  cuales  hacían  cer- 
teros blancos  las  ílechas  de  aquéllos,  viéndose  obligado  á 
auxiliarles  el  caudillo  Áhmed  con  tropas  de  refresco.  En- 
tonces retiráronse  precipitadamente  los  de  Daisam  á  la 
puerta  de  su  fortaleza,  con  pérdida  de  algunos  caballos  y 
tres  hombres  muertos.  Durante  la  acción  referida  abun- 
daron los  heridos  de  una  y  otra  parte,  y  se  pasaron  al 
enemigo  muchos  de  los  del  sultán ,  entre  ellos  Abulhá- 
rit,  hijo  de  Baxir,  Xánif,  señor  de  Alcora  (Alquerías  (?), 
y  otros ,  y  á  su  vez  muclios  de  Daisam  al  campo  del  cau- 
dillo Áhmed.  No  pudiendo  el  ejército  del  sultán  hacerse 
dueño  de  Lorca,  levantó  el  sitio  y  se  retiró.  Cuando  ha- 
bía llegado  en  su  retirada  á  tres  millas  de  la  ciudad ,  sa- 
lió Daisam  al  frente  de  un  crecido  número  de  sus  parti- 
darios, picando  la  retaguardia  de  Áhmed;  pero  retroce- 
dió éste  con  sus  tropas  y  le  derrotó ,  poniéndole  en  fuga 
tan  vergonzosa,  que  hubo  de  dejar  en  manos  de  sus  per- 


—  79  — 

seguidores  el  caballo  que  montaba ,  dieciseis  prisioneros , 
cuatro  muertos  y  siete  corazas,  y  ocultarse  entre  las  as- 
perezas del  terreno.  Terminada  la  acción,  rehízose  el 
ejército  del  sultán  y  prosiguió  su  marclia  por  el  camino 
de  Jaén  á  Córdoba,  habiendo  invertido  en  su  campaña 
tres  meses  y  veintiún  días . 

Entre  los  muertos  del  ejército  del  sultán  en  el  sitio 
de  Lorca,  se  cuenta  á  Abderráman,  liijo  de  Said,  hijo  de 
Idris,  régulo  de  Necur,  ciudad  del  Rif  marroquí,  tradi- 
cionista  que  se  había  trasladado  á  España  alistándose  vo- 
luntario en  las  filas  de  Abdála;  sorprendido  á  poco  de 
desembarcar  en  España  por  el  rebelde  Abenhafsun ,  su- 
frió la  pérdida  de  todos  sus  compañeros  de  escolta ,  los 
cuales  fueron  cogidos  y  muertos ,  y  se  salvó  él  sólo  huyen- 
do á  la  ciudad  de  Murcia.  En  ésta  se  incorporó  al  ejército 
de  Áhmed ,  y  asistió  al  sitio  de  Lorca  pereciendo  en  una 
de  las  acciones  trabadas  contra  la  plaza. 

Parece  ser  que  todavía  se  mantuvo  independiente 
Daisam  hasta  el  fin  de  su  vida,  acaecido  en  el  año  de 
905  á  906 .  Después  de  él  aparece ,  como  señor  de  Lorca , 
Abderráman  Abenuádah,  de  origen  árabe.  Ignoramos 
cómo  lograría  éste  hacerse  dueño  de  la  ciudad  y  de  sus 
poblaciones  vecinas,  y  si  su  autoridad  se  extendió  á  tanto 
territorio,  como  la  de  Daisam.  Consta  que  dicho  Aben- 
uádah se  alzó  independiente  en  Lorca  en  los  últimos  años 
del  emirato  de  Abdála  agitándose  desde  ese  tiempo  con- 
tra éste,  qae  falleció  en  15  de  Octubre  de  912,  y  después 
contra  su  nieto  y  sucesor  Abderráman  III  en  alternati- 
vas ora  de  sumisión,  ora  de  hostilidad.  Acaso  Orihuela 
formase  parte  de  los  estados  de  Abenuádah :  lo  cierto  es 
que  al  principio  del  califado  de  Abderráman  III  (1)  se  ha- 
llaba esa  ciudad  rebelde  á  la  autoridad  del  sultán ,  el  cual, 
llegado  que  fué  el  año  916,  envió  contra  ella  al  caudillo 
Yshac,  hijo  de  Mohámed,  el  Corixí  que  sometió  á  la  obe- 


(1)    Decimos  3-a  califado  y  no  emirato;  porque  AbdeiTáman  III 
fué  el  primer  emir  que  tomó  e]- título  de  califa  ó  vicario  de  Dios, 


—  80  — 

diencia  de  aquél  y  pacificó  por  fuerza  de  armas  la  situa- 
ción de  la  provincia.  Es  de  suponer  que  en  esta  campa- 
ña, que  fué  general  para  toda  la  región  de  Murcia  y  aun 
de  Valencia,  reconociese  también  Abenuádah  la  autoridad 
del  sultán  en  todo  su  territorio,  si  bien  volvió  á  suble- 
varse de  nuevo;  pues  su  sumisión  definitiva  á  la  autori- 
dad de  la  dinastía  Omeya  de  Córdoba  no  tuvo  lugar  hasta 
el  año  de  922  á  925.  En  este  año  salió  Abderráman  III  de 
su  capital,  á  fin  de  dirigir  personalmente  una  campaña 
contra  los  cristianos  de  Navarra ;  mas  antes  marchó  á  Ve- 
lez,  donde  se  detuvo  reuniendo  algunos  contingentes  de 
tropas  y  voluntarios,  que  incorporó  á  su  ejército,  y  luego 
avanzó  por  tierra  de  Murcia  y  Valencia  sometiendo  por  la 
fuerza  á  los  rebeldes  Abenuádah,  á  Yacub,  hijo  de  Abu- 
jálid,  el  Tubarí,  á  Ámir,  hijo  de  Abuchuxan,  y  á  otros. 

Según  refiere  el  biógrafo  Abenalfaradí ,  Abenuádah 
había  hecho  matar  durante  su  rebeldía  en  el  año  921  á  922 
al  excelente  tradicionista ,  natural  de  Lorca,  Samí,  hijo 
de  Haní.  Sometido  Abenuádah,  lo  trasladó  consigo  Abde- 
rráman á  Córdoba,  donde  le  dispensó  su  gracia  y  protec- 
ción y  le  confirió  algunos  cargos  importantes.  En  esta  si- 
tuación sorprendió  la  muerte  á  Abenuádah  en  diclia  capi- 
tal el  año  933  á  934 . 

Otro  rebelde  que  apareció  en  el  tiempo  á  que  nos  refe- 
rimos, compartiendo  con  Daisam  el  señorío  de  Todmir, 
fué  Mohámed,  hijo  de  Abderráman,  apodado  el  Jeque, 
el  Aslami.  Alzóse  éste  en  Callosa  hacia  el  fin  del  emirato 
de  Abdála;  pero  á  seguida  volvió  á  prestar  obediencia  al 
emir,  quien  le  recompensó  dejándole  confiado  el  gobierno 
de  aquel  distrito,  hasta  que,  muerto  Abdála,  rompió  el 
Jeque  con  Abderráman  III  fortificándose  en  Alicante  que 
era  el  más  formidable  de  sus  castillos .  Al  contrario  de 
Daisam,  era  el  Je(|ue  un  bandido  y  malvado  de  la  peor 
especie,  á  pesar  de  haber  aparentado  toda  su  vida  gran 
devoción  religiosa.  Cuando  llegó  á  ser  viejo,  abdicó  el 
mando  en  un  hijo  suyo,  llamado  Abderráman,  no  que- 
riendo, decía  él,  cuidarse  de  otro  negocio  que  el  de  su 


—  81  — 

salvación,  y  de  hecho  asistía  con  la  mayor  piedad  á  los 
sermones  y  oraciones  públicas;  mas  esta  piedad  aparente 
no  era  para  él  obstáculo  que  le  impidiese  salir  de  vez  en 
cuando  á  merodear  por  las  tierras  de  sus  vecinos  y  asesi- 
nar á  los  desgraciados  que  caían  en  sus  manos  . 

Cuando,  según  se  ha  dicho  anteriormente,  entró  Abde- 
rráman  III  en  tierra  de  Murcia  y  Valencia,  antes  de  diri- 
girse á  Navarra,  había  invitado  al  Jeque  á  que  le  recono- 
ciese como  su  soberano  y  se  le  incorporase  con  su  gente; 
pero  no  fué  obedecido ,  y  entonces  dispuso  que  quedasen 
tropas  capitaneadas  por  Áhmed,  hijo  de  Ishac,  el  Corixí, 
con  orden  de  emprender  una  campaña  contra  el  rebelde, 
hasta  someterlo  por  la  fuerza  y  privarle  de  su  estado.  En 
un  encuentro,  acaso  el  primero,  habido  entre  las  tropas 
del  Corixí  y  los  partidarios  del  Jeque  fué  muerto  su  hijo 
y  lugarteniente  Abderráman,  y  tuvo  él  que  encargarse 
nuevamente  de  la  dirección  de  la  guerra  y  gobierno  de  su 
territorio ;  pero  no  lo  conservó  mucho  tiempo .  El  caudillo 
Áhmed  se  apoderó  de  Callosa,  de  Alicante  y  de  todos  sus 
castillos ,  uno  tras  otro,  y  lo  cogió  y  trasladó  con  su  fami- 
lia á  Córdoba,  donde  falleció  el  obstinado  rebelde  á  los 
100  años  de  edad,  en  el  de  940  á  941 . 

En  el  sitio  puesto  á  Alicante  por  Áhmed,  hijo  de 
Ishac,  el  Corixí,  cayó  gravemente  herido  por  una  de  las 
piedras  lanzadas  desde  la  fortaleza,  muriendo  á  poco,  otro 
príncipe  de  Necur,  llamado  jNIohámed,  hijo  de  Abderrá- 
man, hijo  de  Chorech,  que  venía  militando  en  las  filas 
del  califa. 

Sometidas  al  emir  Murcia,  Orihuela,  Lorca  y  otras 
poblaciones  de  la  región  de  Todmir,  pudo  Abderráman  III 
sacar  tropas  de  ellas ,  pues  consta  que  en  el  año  925  hizo 
salir  de  Murcia  á  Said,  hijo  de  Almondir,  el  visir,  á  fin 
de  que  le  ayudase  en  la  campaña  emprendida  aquel  mis- 
mo año  contra  Monteleón  y  otros  castillos  de  la  cora  de 
Jaén,  que  obedecían  al  caudillo  rebelde  Abdála,  hijo  de 
Said ,  hijo  de  Hudail ,  el  cual  fué  sometido  á  la  autoridad 
del  califa  y  privado  de  sus  castillos.  Después  marchó 


—  82  — 

Said  con  su  gente  de  Murcia  en  ayuda  de  Abderráman 
contra  los  rebeldes  que  todavía  se  mantenían  fuertes  en 
algunos  castillos  de  la  cora  de  Elvira  (Granada). 

Sin  embargo,  renació  nuevamente  la  insurrecci(3n  en 
la  tierra  de  Murcia,  y  tuvo  que  detenerse  en  ella  el  caid 
Áhmed,  hijo  de  Alyas,  al  salir  con  el  ejército  destinado 
á  la  campaña  contra  los  cristianos  de  Aragón  y  Cataluña, 
en  el  año  de  941  á  942 ,  hasta  que  logró  pacificar  por  com- 
pleto aquella  región ,  llevándose  á  algunos  en  rehenes  (1). 

A  partir  de  este  tiempo  hasta  la  desmembración  del 
califado  cordobés ,  carecemos  de  noticias  particulares  de 
la  región  murciana.  Constituida  ésta  en  provincia  fiel  y 
sumisa  á  la  autoridad  de  los  califas ,  siguió  la  suerte  de 
las  otras  regiones  de  la  España  árabe,  ganando  muchísi- 
mo en  bienestar  y  prosperidad,  gracias  á  la  paz  interior 
y  alto  poderío  que  alcanza  la  dinastía  O  meya  de  Córdoba 
en  los  últimos  años  de  Abderráman  III,  prolongándose 
en  los  de  su  sucesor  Alháquem  II  y  en  los  del  gobierno 
de  Aben  Abuámir,  el  célebre  canciller  Almanzor,  en 
nombre  de  Hixem  II .  En  efecto ,  durante  dichos  gobier- 
nos, el  estado  musulmán  de  España,  que  había  llegado 
á  la  más  completa  anarquía,  á  tener  que  sufrir  las  conti- 
nuas incursiones  de  los  cristianos  del  Norte  y  á  verse 
amenazado  de  muerte  por  éstos  ó  por  los  africanos ,  re  • 
nace  más  grande  y  poderoso  que  antes,  sometiendo  á  los 
rebeldes  de  dentro ,  realizando  expediciones  hasta  el  co- 
razón mismo  de  los  estados  cristianos  y  logrando  impo- 
ner su  soberanía  en  parte  de  las  costas  y  de  las  poblacio- 
nes interiores  del  Magreb  más  remoto.  El  tesoro  público, 
que  ingresaba  anualmente  cerca  de  un  millón  de  dinares 
antes  del  gobierno  de  Abdála,  y  que  con  éste,  á  conse- 
cuencia de  la  insurrección  general  de  las  provincias,  ha- 
bía quedado  enteramente  exhausto ,  habiendo  sido  nece- 
sario recurrir  al  empréstito ,  se  alzó  ya  con  Abderráman  III 
á  la  enorme  renta  anual  de  seis  millones ,  doscientos  cua- 


(1)    Abenadai-i,  II,  202. 


—  83  — 

renta  y  cinco  mil  dinares,  de  los  cuales  la  tercera  parte 
se  destinaba  á  los  gastos  ordinarios,  otra  se  reservaba  y 
la  restante  se  invertía  en  construcciones  y  obras  públi- 
cas (1).  El  famoso  liistoriador  Abenjaldún  nos  dice  que  á 
la  muerte  de  Abderráman  III  fneron  encontrados  en  su 
cámara  quinientos  quintales  de  oro  en  monedas  (2). 

El  estado  del  país  se  hallaba  en  perfecta  armonía  con 
la  situación  del  tesoro  público  (3).  La  agricultura,  la  in- 
dustria y  el  comercio,  las  artes  y  las  ciencias,  todo  flore- 
cía. El  extranjero  podía  contemplar  con  admiración  por 
todo  el  estado  campos  perfectamente  cultivados  y  un  sis- 
tema hidráulico  que  hacía  fértiles  las  tierras,  al  parecer, 
más  ingratas .  Tal  situación  pacífica  y  próspera  de  todo 
el  estado  musulmán,  continuó  sostenida  gracias  á  una 
soberbia  marina,  á  un  ejército  formidable,  entonces  el 
mejor  de  Europa,  y  á  una  policía  vigilante,  hasta  des- 
pués de  la  muerte  del  canciller  Almanzor.  De  este  ilustre 
caudillo  se  refiere  que  (4)  habiendo  salido  á  campaña 
contra  Cataluña,  se  entró  antes  por  las  tierras  de  Elvira, 
de  Baza,  de  Lorca  y  de  Murcia,  en  la  cual  se  detuvo 
trece  días,  hospedándose  en  casa  de  Abenjatab.  Era  éste 
un  cliente  de  los  Omeyas,  sin  cargo  alguno  público  en  la 
región,  pero  inmensamente  rico  y  de  ánimo  tan  esplén- 
dido y  generoso,  que  durante  la  permanencia  de  Alman- 
zor en  la  ciudad  costeó  todos  sus  gastos,  los  de  su  séquito 
y  los  de  todo  el  ejército,  desde  el  visir  hasta  el  último 
soldado.  Tuvo  Abenjatab  especial  cuidado  en  que  la  mesa 
del  canciller  estuviese  siempre  suntuosamente  servida, 
y  que  se  le  ofreciesen  siempre  nuevos  manjares  y  nueva 
vajilla  en  cada  banquete,  y  llegó  en  su  prodigalidad  á 
disponerle  un  baño  de  agua  de  rosas. 


(1)  Aljcnadai'i ,  II,   pág.  247,  y  Abcnpascual,  en  Almacari,  I, 
pá.^ina  9.'{ . 

(2)  Prolegómenos,  etc.,  I,  páy.  366  do  la  traducción. 

(3)  Dozy,  Histoire,  etc.,  III,  pág.  91. 

(4)  Dozy,    Histoire,   etc.,   jxig.   197,  tomado  de   Abenjaldún, 
Aljenalabar  y  Abenaljatib. 


—  84  — 

Queriendo,  por  su  parte,  Almanzor  demostrarle  de 
algún  modo  su  reconocimiento  por  los  agasajos  que  le 
había  dispensado,  le  rebajó  el  tributo  de  sus  tierras  y  or- 
denó á  los  jefes  de  la  provincia  que  le  respetasen  y  aten- 
diesen en  siis  deseos. 

En  medio  de  las  luchas  interiores  ya  descritas,  que, 
como  á  las  otras  provincias  del  califado,  agitaron  y  con- 
movieron á  la  región  murciana ,  no  faltaron  en  ella  varo- 
nes consagrados  con  verdadero  ahinco  al  cultivo  de  las 
ciencias,  especialmente  á  la  del  derecho,  teología  y  tra- 
dición. Muchos  naturales  de  Todmir,  como  buenos  mu- 
sulmanes, cumplían  con  el  precepto  de  peregrinación  á 
la  Meca,  visitando  de  paso  las  diferentes  capitales  de  Es- 
paña ,  África  y  Egipto  en  las  cuales  podían  adquirir  pro- 
vechosa instrucción  al  lado  de  algún  famoso  doctor  del 
mundo  musulmán .  Córdoba,  Sevilla,  Caireuan  en  Áfri- 
ca, Alejandría  en  Egipto  y  Medina,  fueron  en  la  época  del 
califado  los  centros  de  instrucción  más  concurridos  por 
los  musulmanes  españoles,  pero  el  más  favorecido  con  su 
presencia  era  Medina,  donde  Málic  vino  á  ser  el  príncipe 
de  la  ciencia  del  derecho  musulmán,  como  allí  también 
lo  habían  sido  sus  maestros ,  y  lo  fueron  después  de  su 
muerte  sus  discípulos.  El  hallarse  situada  Medina,  la  ca- 
pital del  Hechaz,  al  paso  de  los  peregrinos  de  Occidente, 
que  se  dirigían  á  la  Meca ,  y  la  mayor  analogía  de  civili- 
zación entre  los  naturales  de  una  y  otra  parte  con  relación 
á  otros  países  de  Oriente,  explica,  según  Abenjaldún  (1), 
que  dichos  peregrinos  la  prefirieran  para  instruirse,  á 
otras  capitales  no  menos  celebradas  por  sus  doctores,  y 
que  fuese  introducida  y  aceptada  en  España  la  escuela  de 
jurisprudencia  de  Málic  fundada  en  la  tradición  literal, 
más  bien  que  la  de  Abuhanifa,  á  quien  sirve  de  base  la 
deducción  y  la  analogía . 

La  Almouata  y  la  Almodauana,  colección  de  tradicio- 
nes la  primera,  y  especie  de  digesto  que  encierra  las  de- 


(1)     Pi-olegúmcnos  etc.,   t.   ÍII,   pág.   13, 


—  85  — 

cisiones  del  famoso  doctor  en  materia  de  derecho  la  se- 
gunda, formando  ambas  el  sistema  de  jurisprudencia  por 
él  enseñado,  fueron  las  obras  que  preferentemente  estu- 
diaron los  tradicionistas  oriundos  de  la  región  murciana 
en  sus  peregrinaciones.  Estos,  cumplido  el  precepto  reli- 
gioso, regresaban  á  su  país  ilustrados  con  las  enseñanzas 
adquiridas,  las  cuales  transmitían  á  sus  iiijos  y  paisanos, 
mereciendo  muchos  de  ellos,  en  premio  á  su  saber,  los 
más  altos  cargos  de  la  administración  pública  en  sus  ciu- 
dades propias  ó  vecinas,  especialmente  los  de  cadí  ó  juez 
general,  notario,  reparador  de  injusticias,  policía  de  mer- 
cados, presidente  de  la  oración,  predicador  de  la  mezquita 
y  otros,  y  se  daba  el  caso  de  que  estos  cargos  se  trasmi- 
tieran de  padres  á  hijos  juntamente  con  la  instrucción. 
Así  después  de  Padl,  hijo  de  Amíra,  natural  de  Orihuela, 
que,  como  ya  se  ha  dicho  en  otro  lugar,  es  el  primer  cadí 
de  Todmir,  de  que  dan  noticias  los  autores  árabes,  apa- 
rece revestido  con  igual  dignidad,  bajo  las  órdenes  del 
emir  Alháquem,  un  hijo  de  aquél,  llamado  Abderráman 
hijo  de  Padl,  hijo  de  Amíra,  y  muerto  éste  en  el  año  de 
841  á  842  (1) ,  le  sucede  en  el  cargo  su  hermano  menor, 
llamado  como  su  padre,  Padl,  hijo  de  Padl,  hijo  de  Amí- 
ra, que  falleció  en  el  año  de  878  á  879  (2).  Un  hijo  del 
cadí  Abderráman,  hijo  de  Padl,  de  nombre  Asorah  y  po- 
sobrenombre  Abulósna,  natural  de  Murcia,  luego  de  rer 
correr  algunas  capitales  de  España,  se  trasladó  á  Cair- 
euan  y  de  esta  ciudad  á  Egipto,  donde  permaneció  algún 
tiempo  completando  su  instrucción  y  escuchando  á  los 
más  famosos  tradicionistas  de  su  tiempo,  y  murió  á  los 
ciento  cinco  años  de  edad  en  el  de  907  á  908  (3) .  El  cadí 
Padl,  hijo  de  Padl,  hijo  de  Amíra,  tuvo  dos  hijos,  llama- 
dos Amíra  y  Abderráman,  ambos  naturales  de  Orihuela, 
los  cuales  después  de  haberse  iniciado  en  la  ciencia  del 


(1)  Adaljí,  Bil.  ai-,  hisp.,  III,  10:34;  y  Abe  nal  tarad  i,  id.  VII,  778. 

(2)  Adabi,  Bib.  ai-.  Iiisp.,  III,  1280;  y  Abenaltai-adi,  id.  1039. 

(3)  Id.  Bil).  ai',  hisp.,  III,  855;  y  Abonaltaradi,  id.  VII,  005. 


—  86  - 

derecho  al  lado  de  su  padre,  marcharon  á  Oriente ,  el  nno 
algún  tiempo  después  del  otro,  á  fin  de  cumplir  el  pre- 
cepto religioso  de  la  peregrinación  y  perfeccionar  á  la  vez 
su  instrucción;  el  primero  de  ellos  falleció  en  el  año  de 
897  á  898 ,  y  el  segundo  fué  sorprendido  por  la  muerte  en 
el  camino,  al  regresar  de  la  peregrinación,  el  año  de 
906  á  907  (1). 

Después  de  Abderráman  ,  hijo  de  Fadl ,  y  antes  que 
el  hermano  de  éste ,  aparece  como  cadí  de  Todmir,  Jálid , 
hijo  de  Almotain ,  por  sobrenombre  Aburazin ,  natural  de 
Elvira,  donde  había  ejercitado  antes  el  mismo  cargo  (2). 

Algunos  de  estos  jurisconsultos  oriundos  de  Todmir 
que  marcharon  á  Oriente,  establecieron  allá  su  residen- 
cia consagrados  al  estudio  y  á  la  enseñanza.  Tal  hizo 
Ybrahim,  hijo  de  Muza,  por  sobrenombre  Abuishac, 
quien  vivió  en  Egipto,  la  Meca  y  Bagdad,  y  regresó  últi- 
mamente á  la  primera  región  citada ,  donde  falleció  en  el 
año  de  912  á  913  (3). 

Como  célebres  tradicionistas  y  filósofos  naturales  de 
Lorca  son  citados,  entre  otros,  Jalaf,  hijo  de  Jalaf,  hijo 
de  Hixem,  muerto  en  916  á  917  (4);  Mohámed,  hijo  de 
Chonaidin,  de  ingenio  agudo  y  perspicaz  para  la  interpre_ 
tación  del  sentido  de  las  frases,  muerto  en  933  á  93-1  (5) ; 
Hafs,  liijo  de  Mohámed,  hijo  de  Hafs,  discípulo  de  Abu- 
lósna,  hijo  del  cadí  de  la  región  Abderráman,  hijo  de 
Fadl,  y  fallecido  en  el  año  de  936  á  937  (6);  Málic,  hijo 
de  Turail,  por  sobrenombre  Abulcásim,  que  falleció  en 
Orihuela  álos  80  años  de  edad,  en  el  de  965  á  966  (7);  un 


(1)  Adabi,    Bilj.   ar.li¡sp.,    Ill,    1252    v    10:i5;    Al.cnaifanuli, 
Ídem,   VII,  908  y  786. 

(2)  Abenalabar,   Bib.   ai-,   bisp.,    V,   125. 

(3)  Adabi,  Bib.  ar.  bi.sp.,  III,  519;  y  Abonallai-adí,  id.  X]],  21. 

(4)  Abenalfai-idi ,  Bil) .  ar.  bisp . ,  VII,  400 . 

(5)  Abenaltaradi,  Bib.  ar.  liisp.,  VII,  120(). 

ÍG)     Bil).   ar.   liisii.,  do  Adal)i,   III,0()(),  v  Abenallai'adi,   ídem 
VII,  308. 

(7)    Aberiailaradi,  Bib.  ai-,  bisp.,  VII,  1093. 


—  87  — 

hijo  del  citado  Jalaf,  llamado  Áhmed  y  por  sobrenombre 
Abulabas,  que  fué  instruido  por  su  padre  en  la  jurispru- 
dencia y  tradición,  y  murió  en  967  á  9ü8  á  los  82  años  de 
edad  (1);  Abdála,  liijo  de  Asuad,  que  falleció  en  973  á 
974  (2);  Mohámed,  hijo  de  Batal,  hijo  de  Uahab,  el  Te- 
mimí,  que  realizó  dos  viajes  á  Oriente,  el  primero  en  939 
y  el  segundo  en  957,  en  los  cuales  escuchó  á  muchos  fa- 
mosos doctores  y,  vuelto  á  España,  enseñó  tradición  en 
Córdoba,  y  murió  en  Lorca  en  970  á  977  (3). 

Fué  caso  frecuente  en  la  España  árabe,  que  muchos 
varones  ilustres  por  su  ciencia  y  religiosidad,  salieran  de 
su  estudio  y  recogimiento  á  batirse  en  primera  fila  contra 
los  cristianos  del  Norte;  entre  ellos,  es  digno  de  especial 
mención  el  famoso  jurisconsulto  y  asceta  de  la  cora  de 
Todmir,  que  mereció  el  dictado  de  mártir  de  la  guerra 
santa.  Llamábase  Alohámed,  hijo  de  Abulhisam  Táhir,  y 
fué  varón  de  extraordinario  mérito;  pues,  luego  de  hacer 
sus  primeros  estudios  en  su  ciudad  y  en  Córdoba,  mar- 
chó al  Oriente,  donde  pasó  varios  años  entre  Medina,  la 
i\Ieca,  Jerusalén  y  otras  ciudades,  llegando  á  alcanzar 
que  la  fama  de  su  saber  corriese  de  Oriente  á  Occidente. 
Cuando  regresó  á  Todmir,  estableció  su  morada  en  Mur- 
cia, en  las  afueras  de  la  capital,  en  una  alquería  pertene- 
ciente á  los  Benitáhir,  en  la  cual  se  construyó  un  edificio 
embelleciéndolo  con  inscripciones  y  objetos  artísticos;  al 
lado  del  edificio  poseía  un  huerto,  que  cultivaba  por  sí 
mismo,  y  se  alimentaba  de  sus  frutos.  Mas  no  por  esto, 
dicen  sus  biógrafos,  descuidó  su  deber  en  la  guerra  san- 
ta, sino  que  abandonó  las  delicias  de  su  morada,  y  se 
alistó  en  las  filas  de  Moháaied,  hijo  de  Abuámir  Alman- 
zor,  y  de  sus  caudillos ,  asistiendo  á  la  conquista  de  Za- 
mora y  Goimbra,  y  más  tarde  volvió  de  morabito  á  la 
frontera,  haciéndose  famoso  por  su  valor  y  proezas,  hasta 


(1)  Abenalfaradí,  Bib.  ar.  liLsp.,  VII,  159. 

(2)  Adabí,  Bib.  ar.  hisp.,  III,  y  Aljenalfaradi,  id.  VII,  T0(). 

(3)  Abenalfaradí,  Bib.  ar.  hisp.,  VIII,  1315. 


que  fué  muerto  en  la  campaña  de  Talayera  en  el  año  de 
988  á  989  (1). 

Podría  continuarse  la  lista  de  varones  ilustres  en  las 
ciencias,  nacidos  en  Todmir  durante  el  periodo  referido 
de  su  historia;  pero  entendemos  que  basta  con  los  men- 
cionados, para  que  se  forme  idea  del  movimiento  cientí- 
fico de  la  región  en  dicho  tiempo. 


(1)     Adal)i,  Bil..  ar.  liisp.,  ÍÍI,  151;  y  Abenalluradi ,  idoui  Vílí, 
1349;  y  Almarari,  II,  145. 


CAPITULO   Vil  ^^' 


Murcia  ¡j  la  dciíineiubracíón  del  caUfctdo  cordobés:  conaidoracioneé 
i/cneraics . — Gobierno  de  los  eslavos  Jairan  //  Zoliaii'  en  Murcia. 
Lucha  de  Zohair  con  Alinotaniid  de  Secilla:  ídem  con  Habas  1/ 
B<alis.  señor-es  de  Granadií . — Sorpresa  1/  muerte  de  Zohair. 


De  todos  es  conocido  que,  al  morir  Alliáquem  II,  ocu- 
rrió por  vez  primera  en  la  España  árabe  un  hecho  que 
fué,  sin  duda,  la  causa  determinante  de  la  desmembra- 
ción del  califado  cordobés.  Nos  referimos  á  la  arrogación 
absoluta,  que  del  ejercicio  del  poder  se  hizo  el  famoso 
caudillo  Almanzor  Aben  Abuámir,  reteniéndolo  férrea- 
mente en  sus  manos ,  aun  después  de  alcanzar  el  califa 
Hixem  II  su  mayor  edad.  Para  conseguir  el  ñn  que  am- 
bicionaba, supo  muy  bien  Almanzor  ejercitar  su  carácter 
y  prendas  personales  y  aproveclmrse  de  la  situación  polí- 
tica del  estado.  En  efecto,  los  califas  cordobeses,  prime- 
ramente para  consolidar  su  dinastía  y  después  para  aca- 
llar las  insurrecciones  de  la  antigua  nobleza  árabe  y  de 
los  renegados,  habían  adoptado  el  sistema  de  apoyarse  en 
sus  libertos,  clientes  y  servidores,  dando  lugar  á  la  cons- 
titución de  divisiones  extranjeras  formadas  unas  por  es- 


(1)  Nos  lian  suministrado  datos  pai-a  la  redacción  de  este  capí- 
tulo, además  de  los  autores  citados  en  su  lugar  respectivo,  los  siguien- 
tes: Abdeluahid,  pág.  50  ú  53,  03,  29,  25;  Abenalatir,  IX,  pág.  188 
y  siguientes,  y  204;  Adabi,  pág.  22;  Roderic  de  Toledo,  Historia 
Arabum,  págs.  32-34,  35  y  37;  Abenjaldún,  edic.  del  Cairo,  IV, 
págs.  151,  153,  156,  \m  k  1G4  y  VI  180;  Abenpaxcual,  I,  II,  pági- 
nas 28,  211,  231  y  472;  Nouairi,  ms.  ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  Historia, 
n.°  60,  folios  53,  72  v;  el  ms.  de  ídem  n.°  80,  folio  171;  Abenbali- 
can,  edic.  Viistenfeld,  pág.  698. 


—  90  — 

lavos,  francos  y  españoles  del  norte ,  y  otras  por  berebe- 
res y  aventureros  de  la  Mauritania,  y  de  todas  ellas  hizo 
luego  Almanzor  el  núcleo  principal  de  su  formidable  ejér- 
cito y  la  base  de  su  poderío;  pues  distribuyendo  entre  sus 
capitanes  los  mejores  puestos  oficiales  y  colmándoles  de 
beneficios,  logró  crearse  con  ellos  un  partido  poderosísi- 
mo, cuyos  miembros  han  sido  llamados  por  los  historia- 
dores árabes,  en  recuerdo  del  célebre  caudillo,  los  Beniá- 
mir  ó  Amiríes. 

La  usurpación  que  del  ejercicio  del  poder  soberano 
había  hecho  Almanzor  Aben  Abuámir,  levantó  las  protes- 
tas y  el  descontento  general  de  los  Omeyas  y  de  otras  fa- 
milias árabes  poderosas,  que  si  bien  pudieron  ser  conte- 
nidas por  aquél  y  por  su  primer  hijo  y  sucesor  Abdelmé- 
lic,  gracias  á  su  habilidad  política  y  al  respeto  que  sus 
victorias  infundían,  pronto  se  desbordaron  é  hicieron  su 
víctima  en  la  persona  de  su  segundo  hijo  Abderráman, 
apodado  el  Sanchuelo,  hombre  inepto  para  el  gobierno  y 
entregado  enteramente  al  placer  y  á  la  voluptuosidad , 
que  no  contento  con  el  poder  absorbente  y  absoluto  que 
su  padre  y  hermano  le  habían  legado,  despreciando  las 
ventajas  de  tan  elevada  posición,  llegó  en  su  insolencia, 
hasta  exigir  al  califa  Hixem  que  le  trasmitiese  la  sobera- 
nía de  derecho,  proclamándole  príncipe  heredero  suyo  en 
el  califado  (1).  Este  hecho  dio  por  resultado  la  ruina  del 
partido  Amirí  y  la  restauración  de  los  Omeyas  en  el  po- 
der; pero  la  revolución  había  minado  ya  todas  las  clases 
sociales,  y  los  je  ."es  de  los  partidos  bereberes  y  eslavos, 
divididos  entre  sí  y  apoyando  hoy  á  uno  y  mañana  á  otro 
de  los  varios  pretendientes  al  califado,  se  deshacen  en  te- 
rrible guerra  civil  dejando  las  provincias  de  la  España 
musulmana  abandonadas  á  sí  mismas. 

Entonces  comienza  de  hecho  el  fraccionamiento  del 
califado  cordobés ;  muchas  de  sus  ciudades  y  comarcas , 
ante  la  necesidad  de  su  propia  defensa,  se  constituyen 


(1)    Abenjuklún,  Pnjlogómeno.s,  ti'ad.,  380. 


—  si- 
en otros  tantos  estados  ó  gobiernos  provisionales ,  á  cuyo 
frente  se  ponen  por  propia  voluntad  ó  por  excitación  de 
los  naturales,  las  personas  de  más  prestigio  ó  fuerza  en 
cada  una.  Los  jefes  extranjeros  fueron  los  que  sacaron 
mayor  provecho  de  la  desmembración  del  califado:  los 
bereberes  predominaron  en  los  gobiernos  establecidos  en 
el  Mediodía;  los  eslavos  en  los  de  la  parte  Este;  el  resto 
de  la  España  árabe  cayó  en  porciones  en  manos  de  adve- 
nedizos ó  de  un  pequeño  número  de  familias  árabes,  que 
por  cualquiera  circunstancia  liabían  resistido  los  golpes 
dados  por  Abderráman  III 3^  Almanzor  á  la  aristocracia (1). 

Es  verdad  que  en  diferentes  ocasiones  se  intenta  res- 
taurar el  imperio  cordobés;  pero  por  una  parte  la  ambi- 
ción de  los  pretendientes,  y  por  otra  la  de  los  caudillos 
que  aspiran  á  desempeñar  cerca  de  su  respectivo  candi- 
dato el  papel  de  Almanzor  y  de  sus  hijos  respecto  de 
Hixem  II,  hacen  imposible  que  llegue  á  realizarse  dicho 
intento,  y  que  muchos  de  aquellos  gobiernos,  provisio- 
nales en  su  principio ,  se  conviertan  definitivamente  en 
otros  tantos  reinos  independientes. 

El  carácter  de  esta  historia  no  consiente  que  hagamos 
referencia  de  los  sucesos  desarrollados  en  la  España  ára- 
be, á  partir  de  la  ruina  del  partido  amirí  y  la  proclama- 
ción del  biznieto  de  Abderráman  II,  Mohámed  Almahdí, 
hasta  el  establecimiento  definitivo  de  los  llamados  reinos 
de  taifas,  á  no  ser  en  cuanto  se  relacionen  con  los  pro- 
pios de  la  región  murciana  y  afecten  á  los  jefes,  que  en 
ésta  imperaron  con  carácter  más  ó  menos  provisional  al 
desmembrarse  el  califado  cordobés. 

Se  sabe  que,  al  caer  el  partido  de  los  amiríes  y  ser 
elevado  Almahdí  á  la  dignidad  de  califa  en  Córdoba  en 
1009 ,  los  caudillos  eslavos  se  extendieron  por  el  Este  de 
España  y  se  alzaron  con  el  gobierno  provisional  de  sus 
ciudades  más  importantes.  Denia  con  sus  distritos  obe- 
deció á  Mochéhid;  Játiva,  á  Nabil;  Valencia,  á  Sadum; 


(1)    Dozy,  Histoire,  etc.,  IV,  pág.  3, 


Álmería,  á  Jairan,  y  Murcia,  á  Uasil  (1).  Ignoramos  cuál 
fuese  la  suerte  de  Uasil  en  su  gobierno  provisional  de 
Murcia;  pero  seguramente  fué  éste  poco  duradero,  y  pasó 
á  manos  de  otro  general  más  poderoso,  Jairan,  el  señor 
de  Almería .  Era  Jairan  uno  de  los  muclios  clientes  esla- 
vos de  Abenabuámir  Almanzor,  quien  le  había  confiado 
el  mando  de  dicha  ciudad  (2) ,  y  al  estallar  la  porfiada 
lucha  que  se  sostuvo  entre  Almahdí  y  su  competidor  el 
príncipe  omeya  Soláiman,  que  aspiraba,  como  aquél,  á 
usurpar  el  poder,  Jairan  se  había  puesto  del  lado  del  se- 
gundo, mientras  que  Uadih,  jefe  eslavo  no  menos  podero- 
so, en  unión  de  otros  compañeros,  se  había  juntado  á  las 
fuerzas  de  Almahdí . 

Soláiman,  que  junto  á  la  desembocadura  del  Gua- 
dairo  en  el  Guadalquivir  había  alcanzado  sobre  su  enemigo 
una  brillante  victoria,  llega  á  sitiarle  en  Córdoba.  Duran- 
te el  asedio,  que  se  prolongó  de  Junio  ó  Julio  de  1010 
hasta  el  19  de  Abril  de  1013,  sintiendo  Jairan  la  necesi- 
dad de  hacer  las  paces  con  su  colega  Uadih,  entró  en  ne- 
gociaciones con  Almahdí,  o'reciéndole  su  ayuda,  y,  acep- 
tada ésta,  desertó  del  campo  de  Soláiman  y  se  introdujo 
en  la  ciudad  con  su  bando .  Sea  obedeciendo  á  un  com- 
plot fraguado  entre  Uadih  y  Jairan ,  antes  de  entrar  éste 
en  la  ciudad,  como  piensa  Dozy  (3),  ó  sea  porque,  en- 
trado ya  en  la  ciudad  y  viendo  que  el  verdadero  soberano 
Hixem  II  seguía  como  reducido  á  cautividad  en  manos 
del  usurpador  del  poder,  lo  cierto  es  que  los  eslavos  el  23 
de  Julio  de  loio  sacan  á  Hixem  de  su  prisión  y  asesinan 
á  Almahdí,  quedando  ellos  de  hecho  jefes  absolutos  de  la 
capital .  , 


(1)  Lo  de  que  Játiva  obedeció  áNabil;  Valencia,  úSadum,  j 
Murcia,  á  Uasil,  únicamente  liemos  podido  leerlo  en  un  pasaje  del 
códice  1143  de  la  B.  A.  de  Argel,  publicado  por  el  Sr.  Marqués  de 
González,  que  copiamos  en  el  apéndice  núm.  7.  Acaso  no  merezca  la 
noticia  pleno  crédito,  pues  no  parece  concordar  con  lo  poco  que  se 
sabe  ciertamente  de  este  tiempo  de  nuestra  historia. 

(2)  Almacarí,  1,  pág.  102. 

(3)  Histoire,  etc.,  III,  pág.  298. 


á 


—  93  — 

Entre  tanto,  el  sitio  puesto  á  Córdoba  por  Soláiman, 
ayudado  por  el  partido  berberisco ,  era  cada  vez  más  es- 
trecho, y,  por  fin,  vino  á  caer  en  sus  manos  el  19  de 
Abril  de  1013,  como  se  ha  dicho  antes.  Jairan ,  que  había 
defendido  la  plaza  con  bravura,  al  ver  que  era  ya  inútil 
toda  resistencia,  salió  huyendo  con  sus  eslavos.  Perse- 
guido por  los  bereberes ,  se  vio  en  la  necesidad  de  darles 
frente;  pero  fué  completamente  derrotado,  y  él  mismo 
cayó  herido  en  diferentes  partes  del  cuerpo  y  quedó  aban- 
donado, como  uno  de  tantos  muertos,  sobre  el  campo  de 
batalla  (1) .  islas  habiendo  logrado  reanimarse  y  aun  po- 
der andar  por  su  pie,  regresó  á  Córdoba,  donde  un  ber- 
berisco amigo  suyo  le  dio  hospitalidad  en  su  casa,  hasta 
quedar  curado  de  sus  heridas.  Entonces  salió  Jairan  en 
dirección  al  Este,  y  habiendo  reunido  á  sus  eslavos  y  en- 
grosado su  banda  con  gente  del  país,  se  apoderó  de  Al- 
mería, su  antiguo  gobierno.  En  el  mismo  año  de  1018 
á  1014  se  hizo  dueño  de  Orihuela,  y  en  1016  á  1017,  de 
Murcia  y  de  Jaén  (2). 

Poco  antes  de  este  tiempo  había  entrado  Jairan  en  ne- 
gociaciones con  Alí,  poderoso  jefe  berber!s.co  de  los  par 
tidarios  de  Soláiman,  á  la  sazón  gobernador  de  Ceuta  y 
Tánger,  y  descendiente  del  yerno  del  Pro'eta,  que  se 
presentó  á  título  de  libertador  de  Hixem,  cuando  en  rea- 
lidad á  lo  que  aspiraba  era  á  sucederle .  Jairan  le  ofreció 
su  apoyo  y  se  dirigió  á  Almuñécar,  á  fin  de  reunirse  con 
él.  A  Almuñécar  acudió  también  con  sus  fuerzas  Ámir, 
hijodePotuh,  gobernador  de  iNíálaga,  que  había  prome- 
tido igualmente  sostener  la  causa  de  Alí,  y  luego  en  el 
camino  hacia  Córdoba  unióse  á  ellos  Zaui ,  jefe  berberisco 
que  se  había  hecho  dueño  de  Granada.  Salió  Soláiman 
contra  los  confederados  al  frente  de  sus  berberiscos ;  pero 
fué  derrotado  en  las  cercanías  de  Córdoba  y  entregado 
por  sus  propios  partidarios  á  Alí,  que  entró  en  la  capital 


(1)  Abenalatii-,  IX,  pá-.  188. 

(2)  Abenjaldün,  IV,  Ifi^. 


-  94- 

eoil  sus  auxiliares  en  i°  de  Julio  de  loiü.  Jaíran  y  otros 
eslavos  penetraron  inmediatamente  en  el  alcázar  bus- 
cando á  Hixem ,  pero  éste  no" filé'  encentrado.  Ünicamente 
les  presentaron  un  cadáver,  del  cuál  stt^stiglíaron  algu- 
nos domésticos,  por  temor  á  Alí,  que  eran  los;  rtystos  del 
infortunado  Hixem.  Al  principio  de  esto  sirvió  Jairam 
fielmente  á  Álí;  én  sn  señorío  había  hecho  prender  y  cas- 
tigar á  los  que  intrigaban  á  faVor  de  un  príncipe  omeya; 
pero  luego  rompió  con  Alí  y  se  volvió  á  su  provincia  de 
Almería,  resuelto  á  buscar  un  príncipe  oiíieiya  para  opo- 
nerlo al  nuevo  usurpador. 

El  príncipe  Onléyá  fué  encontrado  á  seguida.  Era  éste; 
un  biznieto  de  Abderráman  líí,  del  mismo  nombre  que 
su  bisabuelo,  que  había  escapado  de  Córdoba  en  tiempo 
anterior  y  por  entonces  vivía  en  Valencia  (1) .  Jaíran  logró 
eorlipronieter  para  la  defensa  de  su  elegido  Abderráman,, 
por  sobrenombre  el  Mortada,  á  Mondir,  régulo  de  Zarago- 
za, de  la  familia  de  los  Heniháchim,  así  como  á  los  seño- 
res de  Játiva,  Valencia,  Tortosa  y  Alpuente.  Enterado 
Alí  de  la  confederación  fraguada  contra  él,  salió  de  Cór- 
doba en  busca  de  sus  enemigos;  pero  las  lluvias  le  obli- 
garon á  retroceder  á  su  capital.  La  gente  de  Játiva  y  Va- 
lencia habían  acogido  á  Abderráman  con  verdadero  entu- 
siasmo ;  pero  Jairan  y  Mondir,  sea  porque  les  pareciese  de 
carácter  duro  y  enérgico  y  poco  á  propósito  para  dejarse 
reducir  al  papel  de  Hixem  U,  como  se  ha  dicho,  ó  por 
otras  causas  que  nosotros  desconocemos,  resolvieron  per- 
derle. Así  los  ánimos  avanzó  el  ejército  del  Alortada  y 
puso  sitio  á  Granada  atacando  la  plaza  con  extraordinario 
vigor  durante  algunos  días.  Sin  embargo,  al  cabo  de  és- 
tos, trataron  secretamente  Jairan  y  Mondir  con  Zauí, 
hijo  de  Zirí,  el  de  la  tribu  de  Sanhaclia,  que  era  el  señor 
de  la  provincia,  asegurándole  que,  si  él  liacía  una  salida 
al  día  siguiente  contra  las  tropas  del  Mortada,  ellos  aban- 


(1)     Abcnhíi/.am,  eü  Y)o¿y,  Histoire  etc.,  III,  pá,^',  ;i2;};  Abiuiula- 
til',  lugar  citado,  dice  en  Jaén. 


—  95  — 

donarían  á  éste,  y  le  sería  fácil  derrotarle.  En  efecto, 
Zauí  salió  al  siguiente  día  y  derrotó  al  Mortada  haciendo 
horrible  carnicería  entre  sus  partidarios .  Jairan  y  ^tondir 
habían  vuelto  la  espalda  con  su  banda  al  principio  de  la 
lucha .  El  príncipe  vencido  huyó  hasta  llegar  á  Guadix, 
donde  fué  alcanzado  y  asesinado  por  unos  emisarios  de 
Jairan . 

Entre  tanto,  había  realizado  Alí  algunas  incursiones 
contra  las  ciudades  que  se  tenían  por  los  eslavos ,  hasta 
que,  llegado  el  mes  de  Abril  de  1018  y  al  saber  que  los 
aliados  habían  avanzado  hacia  Jaén ,  mandó  que  las  tro- 
pas se  reconcentrasen  en  las  afueras  de  su  capital,  á  ñn  de 
revistarlas  y  salir  contra  aquellos;  pero  llegó  el  día  anun- 
ciado para  la  revista,  y  viendo  los  generales  del  ejército 
que  no  venía  Alí,  fueron  á  buscarle  y  le  encontraron  ase- 
sinado en  el  baño.  Alí  había  dejado  un  hermano  que  se 
hallaba  entonces  de  gobernador  en  Sevilla,  llamado  Alcá- 
sim,  y  á  éste  dieron  los  berberiscos  el  mando  de  Córdoba. 
Amante  de  la  paz,  llamó  Alcásim  á  Jairan,  reconcilián- 
dose con  él ,  y  dio  á  otro  eslavo,  Zohair,  gobernador  de 
^lurcia  y  lugarteniente  de  aquél,  los  feudos  de  Jaén,  Ca- 
latrava  y  Baeza  (1). 

Pasado  un  corto  espacio  de  tiempo,  Yahya,  hijo  de 
Alí,  gobernador  de  Ceuta,  que  alegaba  mejor  derecho  que 
su  tío  para  obtener  el  trono  de  Córdoba,  entra  en  nego- 
ciaciones con  Jairan ,  habiendo  pasado  con  ese  ñn  á  ]\Iála- 
ga,  donde  estaba  de  gobernador  su  hermano  Idris,  hijo 
de  Alí.  Jairan  le  contestó  favorablemente,  y  ambos  re- 
unidos se  dispusieron  á  apoderarse  de  Córdoba.  Pero  Al- 
cásim no  esperó  la  acometida  de  su  sobrino,  sino  que  un 
mes  antes  de  su  llegada,  en  cuanto  supo  que  liacía  pre- 
parativos para  venir  á  atacarle,  había  huido  de  la  capital 
acogiéndose  á  Sevilla . 

Sin  embargo,  por  segunda  vez  volvió  Alcásim  á  ser 
dueño  de  Córdoba;  pues  habiéndose  congregado  á  su  lado 


( 1 )     AI)onal;itir ,  IX ,  |>ág .  191 . 


♦     —  96  — 

muchos  de  los  eslavos  negros  y  berberiscos  descontentos 
de  Yahya,  dirigióse  con  ellos  á  dicha  capital,  y  entonces 
fué  su  sobrino  el  que  por  miedo  abandonó  la  defensa  de  la 
plaza  y  se  retiró  á  Málaga,  sin  combatir.  Pero  los  cordo- 
beses, cansados  ya  de  las  vejaciones  que  venían  sufriendo 
por  causa  de  .los  berberiscos ,  se  lanzan  á  la  revolución 
contra  ellos  en  el  año  102.-},  y  después  de  una  encarnizada 
lucha  entre  ambas  partes,  que  se  desarrolló  en  todas  las 
calles  y  arrabales  de  la  ciudad,  es  derrotado  Alcásim  y 
huye  de  nuevo  á  Sevilla.  Los  habitantes  de  esta  ciudad, 
á  imitación  de  los  cordobeses,  le  cierran  esta  vez  sus 
puertas  y  se  erigen  provisionalmente  en  estado  propio, 
poniendo  al  frente  de  su  gobierno  un  consejo  ['orniado  por 
el  cadí  Abulcásim  Mohámed ,  hijo  de  Ismail ,  hijo  de  Abad; 
iMohámed,  hijo  de  Jarin;  y  Mohámed,  hijo  de  Alhasati. 
Luego  quedó  único  señor  de  Sevilla  el  primero  de  esos 
magnates,  fundando  la  dinastía  de  los  Beni-Abad. 

Los  cordobeses ,  por  su  parte ,  trataron  de  restaurar  la 
dinastía  de  los  O  meyas  y,  al  efecto,  propusieron  pacífica- 
mente á  tres  candidatos,  á  Soláiman,  hijo  de  Abderrá- 
man  IV  el  Mortada,  á  Abderráman ,  hermano  de  Almadhí, 
y  á  Mohámed,  hijo  de  Aliraquí,  siendo  proclamado  tu- 
multuosamente Abderráman,  V  de  su  nombre,  que  tomó 
el  título  de  Almostathir.  Pero  una  revolución  promovida 
por  la  aristocracia  en  unión  con  el  pueblo  de  Córdoba, 
proclamó  en  18  de  Enero  á  Mohámed ,  que  hizo  matar  á 
Abderráman  V.  ^lohámed  gobernó  con  escaso  tino,  hasta 
que,  arrojado  de  Córdoba  por  los  nobles  de  la  ciudad, 
mediante  nueva  revolución  acaecida  en  Mayo  de  1025, 
tuvo  que  refugiarse  en  una  humilde  alquería,  en  la  cua} 
fué  asesinado  luego  por  uno  de  sus  oficiales. 

Seis  meses  permaneció  Córdoba  sin  califa,  gobernada 
por  un  consejo  de  notables  de  la  ciudad ;  pasado  dicho 
tiempo,  ofrecieron  sus  habitantes  el  gobierno  á  Yahya, 
hijo  de  Alí,  que  seguía  e-n  Málaga,  y  de  cuya  adminis- 
tración anterior  no  habían  quedado  muy  descontentos ; 
pero  aceptó  Yahya  con  muestras  de  indiferencia  y  se 


—  97  — 

limitó  á  enviarles ,  como  lugarteniente  suyo ,  uno  de  sus 
generales  berberiscos,  en  Noviembre  de  1025.  No  tarda- 
ron los  cordobeses  en  disgustarse  de  la  dominación  afri- 
cana: excitados  por  los  régulos  del  Este,  Jairan,  de  Al- 
mería y  Murcia,  y  Mocliéhid,  deDenia,  los  cuales  ofre- 
cíanles acudir  en  su  auxilio  contra  sus  dominadores, 
tomaron  las  armas,  en  cuanto  supieron  que  aquéllos  se 
acercaban  con  sus  tropas  á  la  capital  del  califado,  en 
AIayodel026,  y  aliuyentaron  al  gobernador  de  Yahya, 
Abderráman,  liijo  de  Itaf,  matando  á  muchos  soldados 
de  su  guardia .  Acto  continuo  abrieron  las  puertas  de  la 
ciudad  á  Jairan  y  Mochéhid ;  mas  no  pudiendo  el  primero 
de  éstos  llegar  á  un  acuerdo  con  su  colega  y  los  nobles 
de  Córdoba,  cuando  se  trató  de  establecer  gobierno  en  la 
ciudad,  se  retiró  á  sus  estados  en  Junio  del  mismo  año. 
No  solamente  iníluyó  Jairan  en  la  suerte  de  Córdoba, 
al  desmembrarse  el  califado,  sino  también  en  el  Este  de 
España.  En  el  año  1020  parece  que  fué  el  alma  de  la 
reconcentración  de  los  eslavos ,  que  dio  por  resultado  el 
que  reconociesen  y  proclamasen,  como  jefe  de  todos 
ellos,  á  un  nieto  del  famoso  Almanzor,  llamado  Abdela- 
ziz,  que  tomó  el  mismo  sobrenombre  de  su  abuelo,  si 
bien  los  autores  árabes,  á  fin  de  distinguirle  de  éste,  le 
llaman  Almanzor  el  pequeño  (1).  FJicha  proclamación  se 
hizo  en  Játiva ;  pero  á  poco  se  sublevó  la  ciudad  contra 
Abdelaziz,  y  vióse  éste  obligado  á  retirarse  á  Valencia, 
en  cuyo  señorío  logró  mantenerse .  Ignoramos  si  Jairan 
tomó  ó  no  parte  en  la  sublevación  de  Játiva ,  y  si  estuvo 
en  favor  ó  en  contra  de  Abdelaziz ;  lo  que  sí  aseguran  los 
autores  árabes  es  que  por  entonces  rompió  Jairan  con  él 
y  se  retiró  á  Murcia,  donde  proclamó  á  otro  nieto  del 
gran  Almanzor,  llamado  Abuámir  Mohámed,  hijo  de  Al- 
motáfar,  el  cual,  huyendo  de  las  violencias  de  Alcásim, 
había  abandonado  su  residencia  de  Córdoba  y  se  había 
acogido  á  la  protección  de  Jairan  con  una  gran  cantidad 


(1)     Véase  Ms.  Ar.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,   núm.  80,  tbl.  171. 

7 


-  98  — 

de  dinero  y  alhajas  que  poseía.  No  debieron  ser  muy  del 
agrado  de  Jairan  los  primeros  actos  de  su  elegido ,  por- 
que á  poco  lo  echó  de  Murcia,  y  como  se  retirase  á  Alme- 
ría, los  clientes  del  propio  Jairan  le  arrebataron  el  dinero 
y  alhajas,  á  instigación  de  su  señor,  y  le  desterraron 
también  de  dicha  ciudad ,  teniendo  que  refugiarse  el  des- 
graciado Abuámir  en  el  Occidente  de  España,  donde 
permaneció  hasta  su  muerte  (1). 

No  siempre  estuvo  Jairan  en  amigable  vecindad  con 
su  colega  Mochéhid,  señor  de  Denia;  se  sabe,  por  el  con. 
trario,  que  hubo  rompimiento  de  hostilidades  entre  am- 
bos, y  se  tomaron  mutuas  represalias. 

Uno  de  los  hechos  más  honrosos  de  Jairan  es  la  pro- 
tección que  dispensó  al  insigne  jurisconsulto  y  asceta 
cordobés  Mohámed,  hijo  de  ^loliámed ,  hijo  de  Aflf  ben 
Maryul,  por  sobrenombre  Abuómar,  autor,  entre  otras 
obras ,  de  un  tratado  de  enseñanza  y  de  una  historia  de 
los  cadíes  y  jurisconsultos  de  Córdoba.  Ejercía  éste  en  la 
capital  del  califado  un  cargo  notarial  bajo  el  gobierno  de 
Almahdí ;  pero ,  al  estallar  de  nuevo  la  revolución ,  se 
trasladó  á  Almería ,  y  luego  le  nombró  Jairan  cadí  de 
Lorca,  cargo  que  desempeñó  hasta  su  muerte,  acaecida 
en  1029  (2). 

Muerto  Jairan  en  1028  en  la  ciudad  de  Almería,  pasó 
su  señorío  á  manos  de  su  congénere  Abulcásim  Zohair,  el 
cual  había  tenido  á  su  cargo  la  región  de  Murcia  y  de 
Jaén,  como  lugarteniente  de  aquél.  Al  saber  la  muerte 
de  Jairan  trasladóse  Zoliair  á  Almería,  y  se  tituló  ^m¿- 
dodaula,  columna  de  la  dinastía,  extendiéndose  su  auto- 
ridad á  Játiva  por  un  lado  y  liasta  cerca  de  Toledo  por  otro. 

Se  ha  dicho  anteriormente  que,  al  ser  arrojado  deflnl- 
tivamente  Alcásim,  hermano  de  Alí,  de  su  trono  de  Cór- 
doba, se  había  dirigido  á  Sevilla,  y  que  esta  ciudad  le 
había  cerrado  también  sus  puertas ,  estableciendo  para  su 


(1)  Abenjaldún,  IV,  pág,  161  y  162. 

(2)  Abenpascual,  Bib.  Ar.  Hisp. ,  biogr,  núm.  73. 


—  99  — 

gobierno  una  junta  de  notables,  déla  cual  fué  alma  el 
cadí  de  dicha  ciudad,  Abulcásini  jMohámed,  hijo  de 
Abad.  Este,  que  por  no  aparecer  único  responsable  de 
la  actitud  de  la  ciudad  contra  Alcásim  y  sus  berberiscos, 
no  había  querido  en  un  principio  encargarse  él  solo  del 
mando  de  ésta,  tan  pronto  como  se  disiparon  los  temores 
que  abrigaba,  se  apropió  toda  la  autoridad,  separando 
del  gobierno  á  sus  compañeros  de  junta.  Llegó  á  hacer 
más  todavía:  no  contento  con  ser  dueño  de  Sevilla,  quiso 
extender  su  mando  á  otras  regiones  de  España,  y,  al 
efecto,  inventó  la  fábula  de  que  el  desgraciado  Hixem  II, 
el  legítimo  calila  de  Córdoba,  vivía  todavía,  ocultándose 
bajo  la  humilde  personalidad  de  un  esterero  de  Calatrava, 
á  quien  había  hecho  traer  á  Sevilla,  é  invitó  á  todos  los 
señores  musulmanes  á  reconocerle  y  proclamarle  como 
soberano.  Zohair,  el  señor  de  Almería  y  de  Murcia,  fué 
de  los  que  no  quisieron  prestar  oídos  al  cadí,  y  entonces 
éste  resolvió  dirigir  sus  armas  contra  él.  Viéndose  amena- 
zado por  el  cadí  de  Sevilla,  concluyó  Zohair  una  alianza 
con  Habus,  señor  de  Granada,  y  con  sus  tropas  y  las  de 
su  aliado  obligó  al  de  Sevilla  á  retirarse  sin  combatir. 

Sin  embargo,  rompióse  pronto  la  alianza  entre  Zohair 
y  Habus,  á  consecuencia  de  haber  prestado  el  primero  de 
ellos  auxilio  á  JNIohámed,  señor  de  Carmona,  en  su  lucha 
con  el  de  Granada.  Tal  cambio  de  política  exterior  de 
parte  de  Zohair,  era  debido  á  instigación  de  su  visir  y  pri- 
vado Abenabas,  hombre  sumamente  instruido  y  rico,  pero 
no  menos  pretencioso  y  altivo,  el  cual  veía  mal  que  su  se- 
ñor mantuviese  amigable  concordia  con  un  jefe  berberis- 
co, como  era  Habus,  y  que,  por  añadidura,  tenía  de  pri- 
vado al  judío  Samuel,  su  rival  y  enemigo  de  carácter  (1), 
y  costó  la  vida  á  Zohair.  En  efecto,  muerto  á  poco  Habus, 
sucedióle  en  el  trono  de  Granada  su  hijo  mayor  Badis , 
que  hizo  todo  lo  posible  por  restablecer  la  alianza  con  el 


( 1)    Dozy  en  su  Histoiie  etc.,  t.   IV,  pág.  27  y  siguientes,  trae 
el  retrato  de  ambos  visires. 


—  100  - 

señor  de  Almería,  y  se  llegó  á  convenir  con  tal  objeto 
una  entrevista  de  ambos  en  la  capital  de  aquél.  Dirigióse 
Zohair  á  Granada ,  acompañado  de  su  visir  y  de  sus  tro- 
pas; mas  en  las  negociaciones  que  se  siguieron  entre  él  y 
el  de  Granada,  lejos  de  restablecer  la  concordia ,  queda- 
ron tan  distanciados  y  enemigos,  que,  al  pasar  de  regreso 
á  su  reino  por  entre  unos  desfiladeros,  cerca  de  un  sitio 
llamado  Alpuente  (1),  en  3  de  Agosto  de  1038,  vióse  ro- 
deado Zohair  por  las  tropas  de  Badis,  que  de  antemano  le 
esperaban  apostadas ,  y  habían  cortado  el  puente  del  río, 
á  fin  de  interceptarle  el  paso  y  dejarle  encerrado  entre  di- 
chos desfiladeros.  Zohair  intentó  defenderse  contra  los 
granadinos,  pero  fué  en  vano;  á.  punto  de  caer  en  manos 
de  los  enemigos,  emprendió  precipitada  fuga  por  la  mon- 
taña y  tuvo  la  desgracia  de  caerse  por  un  precipicio,  que- 
dando muerto  en  el  acto. 

Luego  que  supo  Abdelaziz  Almanzor,  el  señor  de  Va- 
lencia, la  muerte  de  Zohair,  alegando  que  éste  era  cliente 
suyo,  marchó  presuroso  á  Almería  y  la  agregó  á  su  estado 
con  todos  sus  distritos . 


(1)  Es  do  creer  que  este  Alpuente  cori-esponde  al  poijlado  actual 
de  Pinos  Puente,  del  término  judicial  de  Santate;  pues  el  acceso  det,de 
Granada  á  dicho  pueblo  se  hace  hoy  tanfi'^ién  [lor  un  puente  sobre  el 
río  Cubillas. 


CAPITULO  VIII 


Murria  bajo  la  autoridad  de  Abdela:i ;  Alinaasor.  señor  de  Valen- 
cia,  //  de  Moclióliid,  de  Denia,  Independencia  de  Larca  jj  Murcia: 
Abenx(d)ih  ij  los  Benitdhir  ( 1 ). 


Todavía  se  encontraba  Abdelaziz  Almanzor,  señor  de 
Valencia,  anexionándose  en  Almería,  como  se  ha  dicho, 
las  ciudades  que  obedecían  al  infortunado  Zohair,  cuando 
el  de  Denia  y  las  islas  Baleares ,  Mochéhid ,  que  veía  de 
mal  ojo  el  engrandecimiento  de  su  vecino,  invadió  sus 
estados  de  Valencia  y  de  Murcia.  Es  indudable  que  en 
esta  campaña  logró  Mochéhid  apoderarse  de  la  segunda 
de  dichas  capitales,  en  ocasión  de  vivir  en  ella  el  famoso 
murciano ,  llamado  el  príncipe  de  los  gramáticos ,  Abugá- 
libTamam,  hijodeGálib,  el  Tiyaní,  autor  déla  obra 
lexicográfica  Talqwih  Alain ,  que ,  según  sus  contempo- 
ráneos, no  tuvo  igual  en  perfección .  Se  cuenta  que,  al 
entrar  Mocliéhid  en  Murcia,  envió  á  Abugálib  mil  dina- 
res andaluces ,  á  condición  de  que  le  dedicase  su  obra ; 
pero  Abugálib  le  devolvió  el  dinero  exclamando:    «ase- 


(1 )  Nos  han  servido  do  fuente  para  la  redacción  del  presente  ca- 
pítulo, además  de  las  citas  que  se  hacen  en  su  lugar  oportuno,  Aben- 
jaldún,  IV,  162,  y  Prolegómenos,  etc. ,  II,  pág.  41  de  la  ti-ad. ;  Aben- 
alatir,  IX,  págs.  204  y  205;  Nouairí,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  His- 
toria, tbl.  72  V.  y  73  Y. ;  Abenjalican,  pág.  698  y  Ijiograf.  123;  Aben- 
pascual,  biografs.  núms.  280  y  885  y  pág.  125;  Adabi,  600;  ms.  árabe 
de  la  R.  Ac. ,  núm.  80,  fol.  171 ;  Abensaid,  ras.  ár.  de  ídem  ,  núm.  53, 
tbh  70;  Abenaljatib,  ms.  ár.  copia  del  Sr.  Codera,  fol.  16,  17  y  24; 
AbdeluAhid,  págs.  71  y  siguientes;  DozS',  en  diferentes  pasajes  del 
t.  IV  déla  Histoire  y  II  de  Scriptorum  arabum  loci  de  Abbadidis; 
Fernández  y  González  (D.  Francisco),  «Estado  social  y  político  de 
los  mudejares  de  Castilla,  etc.»,  cap.  IV,  págs.  20  3*  siguientes,  y 
Malo  de  Molina,  «Rodrigo  el  Campeador». 


—  102  — 

guro,  por  Alá,  que  yo  no  he  escrito  mi  libro  para  ningún 
príncipe  en  particular,  sino  para  todos  los  hombres  aman- 
tes del  saber» .  Abugálib  mnrió  en  el  año  de  1044  á  1045, 
el  mismo  en  que  ocurricj  la  muerte  de  ^lochéhid.  Por  lo 
demás,  Alochéhid,  antiguo  cliente  de  los  Beniámir,  era 
hombre  muy  instruido  en  las  ciencias  coránicas,  cuyo 
estudio  fomentó  con  empeño  en  su  estado  de  Denia  é 
islas  Baleares,  y  él  mismo  las  enseñó  con  aplauso  (1). 

A  la  muerte  de  JMochéhid ,  ó  acaso  antes ,  Murcia  vol- 
vió á  reconocer  la  autoridad  de  Abdelaziz ,  y  luego  la  de 
su  hijo  y  sucesor  Abdelmélic,  que  ocupó  el  gobierno  de 
Valencia  al  morir  su  padre  en  el  año  1061.  No  así  Lorca, 
la  cual  había  quedado  anexionada  á  Almería,  constitu- 
yendo con  ésta  un  estado  independiente  del  de  Valencia; 
pues  ocurrió  que,  á  poco  de  abandonar  Abdelaziz  la  ciu- 
dad de  Almería  para  volver  á  su  capital  de  Valencia  en 
1041,  su  cuñado  Abulahuas  Man,  hijo  de  Somadih,  á 
quien  había  dejado  de  gobernador  suyo  en  aquélla,  le 
negó  su  obediencia  y  se  creó  un  estado  poderoso,  del 
cual  formaban  parte,  además  del  término  de  Lorca,  los 
de  Baeza  y  de  Jaén.  Años  después  pudo  Lorca  consti- 
tuirse en  pequeño  estado  independiente ,  pues  al  morir 
Abulahuas  Man  en  elaño  1051 ,  le  sucedió  su  hijo  Mohá- 
med,  que  se  tituló  Almotasim ,  joven  de  pocos  años,  bajo 
la  regencia  de  su  tío  Abuótba,  hijo  de  jMohámed,  hijo  de 
Somadih.  Aprovechando,  sin  duda,  el  cambio  de  señor, 
alzóse  independiente  en  Lorca  Abenxabib,  gobeinador 
déla  ciudad  puesto  por  Man,  el  cual,  temiendo  que  el 
regente  vendría  á  atacarle ,  pidió  auxilio  á  Abdelaziz ,  el 
de  Valencia,  que  se  declaró  desde  luego  aliado  suyo. 
Almotasim,  á  su  vez,  se  alió  con  Badis,  el  régulo  de 
Granada,  y  preparó  un  fuerte  ejército  á  las  órdenes  de  su 
tío  Mohámed .  Entró  éste  por  tierra  de  Lorca  y  se  hizo 
dueño  de  varios  castillos  que  habían  reconocido  á  Aben- 
xabib ;  mas  no  pudo  recobrar  la  ciudad  y  regresó  á  Alme- 


(1)    Altcnjaldún .  Prolegómenos,  II,  trad.,  pág.  455. 


—  103  — 

ría .  Por  este  tiempo  desempeñaba  el  cargo  de  cadí  en 
Lorca  Alí,  hijo  de  Jalaf,  liijo  de  Abdelmélic,  liijo  de  Ba- 
tal,  natural  de  Córdoba  y  excelente  jurisconsulto,  que 
falleció  en  la  ciudad  de  su  cargo  en  el  año  1056. 

La  muerte  de  iMohámed,  hijo  de  Somadih,  ocurrida 
en  1054,  dejando  á  su  sobrino  todavía  con  pocos  años  y 
más  ganoso  de  gloria  literaria,  que  de  atender  á  la  defensa 
de  sus  estados  con  las  armas ,  hizo  que  no  volviese  Lorca 
á  depender  del  régulo  de  Almería;  pues  mientras  dejó 
éste  pasar  los  días  de  su  largo  reinado,  entregado  á  las 
letras  y  rodeado  de  Tos  excelentes  cantores  y  literatos  de 
su  tiempo,  vio  perder  los  pueblos  y  castillos  de  su  domi- 
nio, uno  tras  otro,  hasta  quedarse  únicamente  dueño  de 
Almería,  su  capital. 

Durante  el  mando  de  Zohair,  de  Abdelaziz  Almanzor 
y  de  su  hijo  Abdelmélic,  ]\Iurcia  estuvo  gobernada  por 
un  arráez  de  la  región,  llamado  Abubéquer  Áhmed,  hijo 
deishac,  Abentáhir,  noble  árabe  de  la  tribu  de  Cais  é 
inmensamente  rico .  Al  tiempo  de  suceder  Zohair  á  Jai- 
ran  en  el  mando  de  los  estados  de  Almería,  de  Jaén  y  de 
Murcia  en  1028,  era  rescatado  Abentáhir,  mediante  una 
crecida  cantidad ,  de  la  prisión  en  que  le  tenía  )»Iochéhid 
el  señor  de  Denla .  No  hemos  podido  averiguar  la  causa 
ni  el  momento  preciso  de  la  prisión  de  Abentáhir;  quizá 
fuese  cogido  prisionero  en  la  lucha  que,  según  los  auto- 
res árabes,  sostuvo  ]\Iochéhid  con  Jairan,  ó  acaso  en  un 
segundo  rompimiento  de  hostilidades  entre  los  dos  esta- 
dos vecinos ,  si  á  la  muerte  de  Jairan  intentó  j\Iochéhid 
apoderarse  de  Murcia  por  un  golpe  de  mano .  Lo  cierto  es 
que  Zohair,  al  suceder  á  Jairan ,  se  encontró  de  goberna- 
dor en  Murcia  á  uno  de  los  Beni-Aljatab,  probablemente 
algún  hijo  de  aquel  opulento  señor  que  había  hospedado 
en  su  casa  y  obsequiado  tan  espléndidamente  al  canciller 
Almanzor ,  cuando  se  detuvo  éste  en  Murcia ,  al  dirigirse 
á  campaña  contra  Cataluña .  Pero  Zohair ,  á  quien  no  ins- 
piraba Abenaljatab  confianza,  sino  más  bien  temor  de 
que  se  alzase  contra  él  reconociendo  á  Mochéhid ,  le  des- 


—  104  — 

tituyó  y  desterró  á  Almería,  en  la  cual  murió  el  infortu- 
nado gobernador,  sin  que  jamás  se  le  liubiese  permitido 
regresar  á  su  ciudad  natal .  Para  sustituir  á  Abenaljatab 
en  el  gobierno  de  Murcia,  puso  Zohair  á  Abentáhir,  rival 
y  enemigo  personal  de  aquél .  Parece  ser  que  Abentáhir 
había  ejercido,  antes  de  su  cautiverio  en  poder  de  Mo- 
chehid,  el  cargo  de  arráez  de  su  ciudad,  siendo  reempla- 
zado en  él  por  su  rival  citado ;  pues  dice  Abenalabar  (1) 
que  Zohair  confió  el  gobierno  de  ^Murcia ,  en  sustitución 
de  Abenaljatab,  á  Abentáhir,  volviéndole  de  esta  suerte 
á  su  anterior  situación  y  dignidad.' Sea  lo  que. quiera  de 
esto,  cuando  verdaderamente  aparece  Abentáhir  como 
arráez  de  Murcia,  según  la  narración  de  los  autores  ára- 
bes, es  al  tiempo  del  reinado  de  Zoliair  en  Almería,  y 
sometido  á  la  autoridad  de  éste. 

Muerto  Zoliair  y  heredados  sus  estados  en  103S  por 
Abdelaziz  Almanzor  de  Valencia  y  luego,  en  parte,  por 
el  hijo  de  éste,  Mohámed  Abdelmélic,  pasó  Abentáhir  á 
depender  sucesivamente  de  la  autoridad  de  aquéllos;  mas 
su  dependencia  fué  más  bien  nominal  que  real.  Respe- 
tado por  sus  talentos ,  pues  era  uno  de  los  varones  más 
doctos  é  ilustres  de  su  época,  gozando  de  riquezas  inmen- 
sas y  querido  por  su  pueblo,  dio  gran  impulso  á  la  cul- 
tura y  engrandecimiento  del  principado  de  Murcia,  y  á 
su  muerte,  ocurrida  en  1063,  sucedióle  su  hijo  Abuabde- 
rráman  Abentáhir,  el  cual  sacudió  definitivamente  la 
dominación  de  los  régulos  amiríes  de  Valencia,  aprove- 
chándose, sin  duda,  de  la  crítica  situación  por  que  atra- 
vesó dicha  capital  y  su  comarca  al  encargarse  él  del  go- 
bierno de  Murcia . 

Sucedió  que  D.  Fernando  el  I,  rey  de  León  y  de  Cas- 
tilla, luego  de  apoderarse  de  las  importantes  plazas  de 
Viseo,  Lamego  y  Coimbra  y  de  haber  expulsado  á  los 
musulmanes  establecidos  entre  el  Duero  y  el  Mondego, 
dirigió  sus  armas  victoriosas  contra  el  Este  de  la  Penín- 


(1)    Dozy,  Notices,  pág.  187. 


i 


—  105  — 

silla,  devastando  cnanto  hallaba  en  su  camino  fuera  del 
alcance  de  las  fortalezas  y  llegando  á  sitiar  en  Valencia 
al  débil  é  indolente  Abdelmélic.  Pero  cuando  se  aseguró 
de  las  dificultades  para  tomar  la  plaza,  se  retiró  rápida- 
mente de  ella .  Los  sitiados ,  que  atribuyeron  la  retirada 
á  cobardía,  salieron  á  perseguirle,  confiados  en  alcanzar 
sobre  él  una  brillante  victoria;  mas  al  llegar  cerca  de 
Paterna,  á  la  izquierda  del  camino  que  conduce  de  Va- 
lencia á  Aíurcia,  viéronse  atacados  de  improviso  por  los 
castellanos,  que  les  derrotaron ,  acuchillando  á  los  más 
de  ellos,  y  el  mismo 'Abdelmélic  debió  su  salvación  á  la 
ligereza  de  su  caballo  (1) . 

Ei  dominio  de  Abuabderráman,  hijo  de  Abentáhir, 
no  comprendía  el  distrito  de  Lorca.  Anteriormente  se  ha 
dicho  que  ésta  se  había  alzado  con  Abenxabib,  separán- 
dose de  Almería  en  1051 ,  y  que  éste,  para  defenderse  de 
una  nueva  anexión  á  dicha  capital ,  se  había  aliado  con 
Abdelaziz  Almanzor  de  Valencia.  Sin  que  se  sepa  cómo 
ni  por  qué,  es  lo  cierto  que ,  después  de  Abenxabib ,  man- 
tuviéronse independientes  en  Lorca  tres  hermanos,  que  se 
sucedieron  uno  tras  otro,  durante  la  época  del  mando  de 
Abuabderráman,  hijo  de  Abentáhir,  en  Murcia,  hasta 
que  el  último  de  ellos  reconoció  la  soberanía  de  x\lmota- 
mid,  régulo  de  Sevilla.  Dichos  hermanos  reinaron  en 
Lorca  por  el  siguiente  orden:  primero  Abumohámed  Ab- 
dála,  hijo  de  Labbun;  después  Abuayas ,  hijo  de  Lab- 
bun,  y  por  último  Abulasbag,  hijo  de  Labbun,  que  se 
tituló  Sadodaula,  y  fué  el  que  se  sometió  á  Almotamid. 
Lorca  permaneció  bajo  la  autoridad  del  régulo  de  Sevilla, 
hasta  que  se  la  arrebataron  los  almorávides  (2) . 

Abuabderráman,  hijo  de  Abentáhir,  más  rico  que  su 
padre,  pues  era  dueño  de  la  mitad  del  país,   muy  ins- 


(1)  Dozy,  Histoire,  etc.,  IV,  pág.  124,  fundado  en  Abenl)as- 
sam,  ms.  ár.  de  Gutlia,  y  Almacarí ,  I,  111,  y  II,  748  y  749.  Véase 
taml)ién  el  Chronicon  del  Silense,  España  Sagrada,  tomo  XVII,  pa- 
sajes 321  y  322. 

(2)  Aijensaid,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm.  53,  tol.  7 
vuelto    Véase  el  apéndice  núm.  8. 


—  106  — 

traído  y  escritor  brillante  de  su  época,  disponía,  sin  em- 
bargo ,  de  escasas  tropas ,  y  esto  hizo  que  el  régulo  de 
Sevilla  Almotamid,  dueño  ya  de  Lorca,  pensara  en  el 
principado  de  Murcia.  Era  Almotamid,  hijo  de  Abad, 
nieto  del  celebrado  cadí  de  Sevilla,  que,  en  unión  de 
otros  compañeros,  como  ya  se  lia  dicho,  había  cerrado  las 
puertas  de  la  ciudad  al  califa  echado  de  Córdoba,  Alcá- 
sim,  hermano  de  Alí;  hombre  de  espíritu  sumamente 
ambicioso ;  aspiraba  á  extender  su  dominación  sobre  toda 
España,  y  por  el  tiempo  á  que  nos  venimos  refiriendo 
concibió  el  proyecto  de  dirigir  sus  armas  contra  el  prín- 
cipe de  iMurcia,  encomendando  tal  empresa  á  su  favorito, 
el  príncipe  Abenammar,  varón  de  mucho  ingenio  (1)  y 
uno  de  los  mejores  literatos  de  su  tiempo,  á  quien,  por 
solas  estas  cualidades,  el  de  Sevilla,  como  excelente 
poeta  y  aficionado  desde  joven  al  cultivo  délas  letras, 
había  elevado  á  la  alta  dignidad  de  visir. 

Había  nacido  Abenammar  en  una  aldea  de  las  cerca, 
nías  de  Silves,  de  padres  árabes,  aunque  pobres  y  oscu- 
ros. Después  de  hacer  sus  primeros  estudios  en  Silves  y 
luego  en  Córdoba,  pasó  una  parte  de  su  juventud  reco- 
rriendo España,  á  fin  de  ganarse  el  sustento  con  los  pa- 
negíricos que  recitaba  á  todos  aquellos  que  podían  pagar- 
los. Otros  poetas  de  su  época  se  hubieran  creído  rebaja- 
dos si  componían  poemas  para  otros  que  los  príncipes  ó 
sus  ministros;  mas  este  pobre  joven,  dice  Dozy  (2),  des- 
conocido y  mal  trajeado,  que  excitaba  la  compasión  de 
unos  y  la  hilaridad  de  los  otros  por  su  larga  pelliza  y  su 
pequeño  birrete,  se  consideraba  dichoso  si  cualquier 
hombre  rico  se  dignaba  arrojarle  las  migajas  de  su  mesa, 
á  cambio  de  sus  versos.  El  talento  poético  de  Abenam- 
mar no  tardó  en  hacerse  famoso,  pues  habiendo  sido  pre- 
sentado á  Almotadid,  padre  de  Almotamid  (3),  ó  á  este 


(1)  Fernández  y  González  (D.  Francisco),  «Estado  social  y  po- 
lítico de  los  mudejares  de  Castilla,  etc. »,  págs.  33  y  34. 

(2)  Histoice,  i)áu,'.  133,  del  tomo  IV. 

(3)  Abdoluáhid,  págs.  80  y  siguientes. 


—  107  — 

último  (1),  como  recitase  una  de  sus  más  bellas  compo- 
siciones, mandó  el  príncipe  que  se  le  entregase  dinero, 
vestidos  y  una  muía  para  cabalgar,  y  que  su  nombre 
fuese  inscrito  en  el  divcm  (registro)  de  los  poetas  de  la 
corte.  Recibido  Abenammaren  la  corte  de  Sevilla,  fué  el 
amigo  inseparable  y  confidente  de  Almotamid,  y  cuando 
éste  fué  nombrado  gobernador  de  Silves  por  su  padre  Al- 
motadid,  llevóse  de  ministro  á  su  favorito  Abenamaiar  y 
le  confió  el  gobierno  de  la  provincia  con  tanta  intimidad, 
que,  según  Abdeluáhid,  todo  era  común  entre  ellos,  aun 
respecto  de  aquellas  cosas  de  que  un  padre  y  un  hijo  no 
suelen  darse  mutua  participación  (2).  Cuando  Almota- 
mid sucedió  á  su  padre  en  el  reino,  dejó  á  Abenammar 
el  gobierno  de  Silves;  mas  no  pudiendo  sufrir  la  separa- 
ción de  su  querido  amigo  y  compañero  de  adolescencia, 
le  hizo  volver  á  su  lado,  siendo  ambos,  en  unión  de  otros 
poetas,  los  representantes  del  florecimiento  literario  de 
Sevilla  en  dicho  tiempo. 

Gozando  ya  Abenammar  de  tal  honor  y  dignidad  en 
la  corte  de  Sevilla ,  pasó  por  Alurcia  en  el  año  de  1077  á 
.1078,  á  fin  de  dirigirse  á  Barcelona  y  presentarse  al 
conde  Ramón  Berenguer  II,  sin  que  haya  podido  saberse 
hasta  hoy  el  motivo  de  su  visita.  Lo  cierto  es  que  du- 
rante su  permanencia  en  la  capital  du  Abentáhir,  pudo 
Abenammar  apercibirse  del  estado  de  la  guarnición  y  de 
las  defensas  de  la  plaza  y  captarse  la  amistad  de  algunos 
nobles  influyentes  murcianos,  enemigos  del  príncipe  rei- 
nante y  dispuestos  á  hacerle  traición,  y  que  llegado  á  la 
corte  del  conde  Ramón,  ofreció  á  éste  10.000  ducados,  á 
condición  de  que  le  ayudase  con  una  división  de  ejército 
para  su  proyectada  conquista  de  Murcia.  El  conde  aceptó 
la  proposición  de  Abenammar,  y,  como  prenda  parala 
ejecución  de  lo  pactado,  le  remitió  su  sobrino;  el  visir 
sevillano,   por  su  parte,  prometió  al  conde  que  si  el  di- 


( 1 )  Do/A- ,  Histoii-e ,  I V ,  pág.  134 , 

(2)  Lugar  citado. 


-  108  — 

ñero  no  estaba  en  su  poder  al  tiempo  Ajado ,  quedaría  en 
rehenes  el  hijo  de  Almotamid ,  Arrachid,  el  cual  iría  á 
Murcia  mandando  el  ejército  de  su  padre  (1).  Ignoraba 
Almotamid  esta  última  cláusula  del  tratado;  mas  como 
Abanammar  creía  firmemente  que  el  dinero  llegaría  á 
tiempo  para  ser  entregado  al  conde,  pensaba  que  aqué- 
lla había  de  quedar  sin  e!'ecto.  Reunidas  las  tropas  cata- 
lanas y  las  de  Sevilla,  dióse  principio  á  la  campaña  con- 
tra el  principado  de  Murcia;  pero  Almotamid  dejó  pasar 
por  descuido  el  término  estipulado  para  la  entrega  del 
dinero,  y  creyéndose  el  conde  víctima  de  un  engaño, 
hizo  detener  á  Abenammar  y  al  príncipe  Arrachid.  Los 
musulmanes  de  Sevilla  intentaron  salvar  á  sus  caudillos, 
pero  fueron  derrotados  y  obligados  á  emprender  la  re- 
tirada : 

Cuando  Almotamid,  que  había  salido  en  dirección  á 
Murcia  con  nuevas  tropas  y  llevando  consigo  al  sobrino 
del  conde ,  llegó  á  orillas  del  Guadiana  menor,  vio  apare- 
cer por  la  ribera  opuesta  á  algunos  de  los  fugitivos  del 
ejército  de  su  hijo,  los  cuales  atravesaron  el  río  en  sus 
caballos  y  le  notificaron  los  sucesos  deplorables  que  aca- 
baban de  ocurrir,  asegurándole  que  Abenammar  confiaba, 
no  obstante ,  en  recobrar  pronto  su  libertad .  Sumamente 
consternado  é  inquieto  Almotamid  por  la  prisión  de  su 
hijo,  retrocedió  á  Jaén,  donde  encerró  al  sobrino  del 
conde . 

Puesto  Abenammar  en  libertad  al  cabo  de  algunos 
días,  corrió  al  encuentro  de  Almotamid,  no  sin  haberle 
pedido  antes  autorización  y  excusado  su  conducta;  pues 
temía  que  su  señor  le  atribuyese  toda  la  culpa  del  desas- 
tre que  había  tenido  lugar  en  la  campaña  de  Murcia.  Al- 
motamid, no  obstante,  le  recibió  con  los  brazos  abiertos, 
y  convínose  entre  ambos  ofrecer  al  conde  la  entrega  de  su 
sobrino  y  de  los  10.000  ducados  que  ya  se  le  debían,  á 


(1)    Doz^-,  Histoire,  IV,  pág-.  169,  cuyo  recitado  detallado  y  con- 
forme á  los  autores  árabes  hemos  seguido  preierentemente. 


—  109  — 

condición  de  que  él  pusiese  también  en  libertad  al  prín- 
cipe x^rracliid.  Pero  no  se  dio  el  conde  Ramón  por  satisfe- 
cho con  la  cantidad  que  le  ofrecían  aliora ,  y  les  contestó 
exigiendo  30.000  ducados.  Entonces  Almotamid  que  no 
tenía  oro  bastante  para  acuñar  á  ley  tan  crecido  número 
de  monedas,  mandó  fabricarlas  con  una  aleación  muy 
baja  y,  gracias  á  este  fraude  que  no  reparó  el  conde  hasta 
tiempo  después,  consiguió  ver  libre  á  su  hijo. 

A  pesar  del  mal  éxito  de  su  primera  campaña,  Abe- 
nammar  que  codiciaba  apoderarse  de  Murcia,  acaso  so- 
ñando constituirse  en  ella  un  principado  independiente, 
no  cesó  de  excitar  el  ánimo  de  Almotamid  á  emprender 
una  segunda  tentativa,  alegando  haber  recibido  cartas  de 
algunos  nobles  de  dicha  ciudad ,  por  las  cuales  podía  ase- 
gurarse un  feliz  resultado;  convencido  Almotamid  por  las 
insinuaciones  de  su  ministro,  confióle  el  mando  de  la 
nueva  campaña,  poniendo  á  su  disposición  numerosas 
tropas  y  nombrándole,  por  anticipado,  gobernador  de  todo 
el  territorio  de  que  lograra  hacerse  dueño  (1). 

En  su  camino  hacia  Murcia  detúvose  Abenammar  en 
Córdoba  con  Fath,  hijo  de  Almotamid,  que  gobernaba  la 
plaza  en  nombre  de  su  padre ,  á  fin  de  incorporar  á  su  ejér- 
cito la  caballería  que  se  hallaba  en  dicha  ciudad .  De  Cór- 
doba marchó  Abenammar,  hasta  venir  á  hacer  alto  junto 
al  castillo  de  Balch,  nombre  del  jefe  de  los  árabes  sirios 
que  habían  pasado  á  España  en  tiempo  de  Abdelmélic, 
hijo  de  Catan,  donde  á  la  sazón  estaba  de  gobernador  un 
árabe,  llamado  Abenraxic  (2),  el  cual  salió  al  encuentro 
del  ministro  y  le  suplicó  que  se  hospedase  en  su  castillo. 
Abenraxic  trató  con  gran  esplendidez  á  su  huésped  y  le 


( 1 )  Abdeluáliid ,  pág .  85 . 

(2)  Dozy,  Histoii'e,  IV,  pág.  175,  cree  que  diclio  castillo  fuese  el 
actual  Velez-Rubio;  más  debemos  advertir  que  acaso  no  haya  acer- 
tado en  esto  el  ilu.stre  ara!)ista;  el  nombre  geográfico  de  Velez  se 
halla  diferentes  veces  en  los  ms.  árabes  escrito  ^j^-^^,  y  no  J-^,.  Véase 

el  apéndice  sobre  la  campaña  contra  Daisam,  el  rebelde  de  Todmir. 
Más  bien  pudiera  referirse  el  nombre  en  cuestión  al  actual  Vilchez, 


—  lio  — 

acompañó  con  sus  fuerzas  al  sitio  de  Murcia.  Al  poco 
tiempo  de  liaber  comenzado  el  asedio  de  la  capital ,  entre- 
góse Muía  á  los  sevillanos,  con  gran  daño  para  los  defen- 
sores de  Murcia,  los  cuales  tenían  que  proveerse  de  víve- 
res por  el  lado  de  aquella  ciudad.  Entonces,  previendo 
*Abenammar  que  la  capital  no  tardaría  mucho  tiempo  en 
rendirse,  confió  la  dirección  del  sitio  á  Abenraxic,  deján- 
dole una  gran  parte  de  la  caballería,  y  se  volvió  á  Sevilla 
con  el  resto  del  ejército.  Pasado  breve  tiempo  de  su  re- 
greso á  Sevilla,  recibió  Abenammar  un  despacho  de  Aben- 
raxic, en  que  éste  le  decía  que  Murcia  se  hallaba  sufrien- 
do ya  los  horrores  del  hambre,  y  que  algunos  ciudadanos 
influyentes,  mediante  la  promesa  de  que  les  serían  con- 
cedidos empleos  y  beneficios,  estaban  dispuestos  á  favo- 
recer la  entrada  de  los  sitiadores.  «Mañana  ó  pasado,  ex- 
clamó entonces  Abenammar,  sabremos  que  Murcia  ha 
sido  tomada».  Hn  efecto,  algunos  traidores  abrieron  las 
puertas  de  la  ciudad  á  Abenraxic,  siendo  reducido  á  pri- 
sión Abentáhir  y  proclamado  iVlmotamid  señor  del  prin- 
cipado de  Murcia  (1). 

Si  Abuabderráman ,  hijo  de  Abentáhir,  no  llegó  á 
hacer  famoso  su  nombre  como  príncipe,  lo  alcanzó  mere- 
cidamente como  sabio  y  literato,  pues  además  de  la  ju- 
risprudencia y  de  la  ciencia  de  la  tradición,  cultivó  con 
aplauso  la  historia,  la  poesía  y,  sobre  todo,  el  género 
epistolar;  él  mismo  ejerció  el  magisterio  sobre  algunas 
de  esas  ramas  del  saber,  pues  consta  que  confirió  á  algu- 
nos varones  notables  de  su  época  ¿chazas  ó  certificaciones 
de  aptitud  para  que ,  á  su  vez,  pudieran  enseñar  á  otros 
las  doctrinas  que  de  él  recibieron  (2) . 

Abenbassam,  ilustre  escritor  contemporáneo  de  Aben- 
táhir, dice:  «Abuabderráman,  hijo  de  Abentáhir,  consi- 
guió reunir  tradiciones  de  la  más  remota  antigüedad,   y 


(1)  Dozy,  Histoire,  IV,  pág.  174  y  Sci"iptoruiTi  árahum  loci,  etc., 
págs .  86  y  87. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ár.  liisp. ,  V.,  pág.  232. 


—  111  - 

logró  ]a  soberanía  de  la  palabra  juntamente  con  el  domi- 
nio de  los  pueblos,  pues  debe  notarse  que  los  Abentáhir 
alcanzaron  el  señorío  de  la  cora  de  Murcia  durante  el  pe- 
ríodo revolucionario  en  la  forma  que  ahora  prescindo  de 
mencionar,  toda  vez  que  he  de  volver  á  ocuparme  en  el 
asunto  en  mi  obra  titulada  Hilo  de  perlas  sobre  las  epís- 
tolas de  Abentáhir .  Abuabderráman ,  hijo  de  Abentáhir, 
escribió  de  sí  miismo  en  dicha  región ,  á  la  manera  que  el 
régulo  de  Sevilla  (Almotamid)  escribía  en  la  parte  orien- 
tal; las  excelentes  epístolas  que  compuso,  rebosan  de  la 
grandeza  de  ánimo  y  de  la  nobleza  de  carácter  que  nunca 
le  abandonaron,  ni  aun  en  los  momentos  de  su  crítica 
burlona  ó  cáustica;  porque  él  era  un  genio  superior  y  te- 
nía empuñadas  las  reglas  del  arte  de  bien  decir»  (1). 

La  corte  de  Abuabderráman  Abentáhir  en  Murcia  era, 
como  la  de  Almotamid  en  Sevilla,  de  las  más  florecientes 
en  el  cultivo  de  las  letras,  y  á  las  asambleas  y  concursos 
literarios,  quede  continuo  celebraba,  acudíanlos  más 
famosos  poetas  de  su  tiempo.  Aludiendo  á  ellas  escribió 
á  Abuabderráman  Abentáhir  el  poeta  Abuámir,  hijo  de 
Alfarach,  los  versos  siguientes: 

He  visto  con  mis  propios  ojos  lo  que  era  ya 
fama  de  ti. 

Al  entrar  en  tu  presencia  me  imaginé  que 
penetraba  en  la  inmensidad  del  Océano  y  que 
me  remontaba  á  los  astros  más  brillantes. 

Salí  de  las  asambleas  que  tú  presides,  tan 
perfumado  como  el  céftro  que  se  separa  de  las 
flores  (2). 

El  mismo  Abenbassam  dice  en  otro  pasaje:  «Abuabde- 
rráman Abentáhir  vive  todavía  en  Valencia  cuando  esto 
escribo;  conserva  sus  facultades  intelectuales,  no  obs- 


(1)  Ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,   ful.  5  v.   Véase  el  texto  en 
el  apéndice  núm.  IX. 

(2)  Almacarí,  II,  pág.  278. 


—  112  — 

tante  que  cuenta  ya  cerca  de  ochenta  años;  discurre  per- 
fectamente y  no  cesa  de  estampar  sobre  el  papel  ideas, 
al  lado  de  las  cuales  resulta  pálida  la  brillantez  de  los 
collares  de  perlas,  y  oscuras  las  noclies  más  iluminadas 
por  la  hermosa  claridad  de  la  luna»  (1). 

Dozy  (2)  ha  descrito  perfectamente  la  entrada  de 
Abenammar  en  Murcia  y  la  conducta  que  éste  observó 
con  Abuabderraman  Abentáliir,  siguiendo  la  narración 
que  se  lee  en  Abenalabar  (3).  Tan  pronto  como  supo 
x\benammar  que  ^lurcia  había  sido  tomada,  trasportado 
de  alegría  pidió  á  Almotamid  que  le  permitiese  marcliar 
inmediatamente  á  dicha  ciudad.  Almotamid  accedió  sin 
vacilar  á  la  petición  de  su  visir,  y  entonces  éste,  que  de- 
seaba recompensar  dignamente  á  los  murcianos  que  le 
habían  facilitado  la  conquista  de  la  ciudad ,  se  hizo  dar 
algunos  caballos  y  muías  de  las  cuadras  reales,  más 
otros  de  sus  amigos,  y  cuando  hubo  reunido  cerca  de 
doscientos,  mandó  que  fuesen  cargados  de  telas  precio- 
sas, y  con  todo  esto  se  puso  en  camino  á  tambor  batiente 
y  banderas  desplegadas .  En  cada  una  de  las  ciudades 
por  que  atravesó,  hizo  que  le  fuese  entregado  el  dinero 
existente  en  las  cajas  del  Estado .  Su  entrada  en  Murcia 
fué  un  verdadero  triunfo.  A  la  mañana  siguiente  del  día 
en  que  la  realizó,  concedió  audiencia  pública,  presentán- 
dose revestido  como  un  soberano,  pues  tenía  la  cabeza 
cubierta  con  un  birrete  muy  elevado,  á  la  manera  como 
solía,  aparecer  su  señor  en  las  grandes  solemnidades ,  y 
cuando  se  le  hicieron  peticiones,  las  acordó  subscribién- 
dolas por  sí  mismo ,  sin  nombrar  para  nada  á  Almotamid. 

AI  llegar  á  Murcia,  quiso  Abenammar  tratar  digna  y 
honrosamente  al  destronado  Abuabderraman  Abentáhir,  y 


(1)  Ms.  ár.  riela  R.  Ac.  dula  Hist.,  ful.  20  v.  Dozv,  en  sus 
RocliercI)e.s,  etc. ,  II.  pág.  27,  lia  traducido  este  pasaje  de  .\ljcii- 
bassam. 

(2)  Histüire,  etc.,  IV,  pág.  174  ,y  siguientes. 

(3)  Véase  el  te.xto  árabe  de  este  autor  en  la  obra  de  Dozy,  Scrip- 
torum  árabum  loci  de  Abbadidis,  II,  págs.  86  y  87. 


—  113  — 

en  prueba  de  su  deseo,  le  envió  algunas  ricas  vestiduras , 
á  fin  de  que  eligiera  aquella  que  más  le  gustase;  pero 
Abentáhir,  irritado  por  la  pérdida  de  su  principado,  dijo 
al  que  llevaba  los  vestidos:  «Ve  á  decir  á  tu  señor,  que 
yo  no  quiero  de  él  otra  cosa,  que  una  larga  pelliza  y  un 
pequeño  birrete».  Despechado  Abenainmar  por  tal  res- 
puesta que  le  íué  notifigada  en  ocasión  de  hallarse  entre 
sus  cortesanos,  replicó:  «Sí,  comprendo  el  sentido  de  sus 
palabras;  ese  traje  que  pide,  es  el  que  yo  solía  usar,  cuando 
pobre  y  obscuro  vine  á  recitarle  mis  versos;  mas,  « ¡ben- 
dito sea  Dios  que  engrandece  y  humilla  según  su  volun- 
tad! »  A  seguida  mandó  Abeiiammar  que  Abentáhir  fuese 
encerrado  en  Monteagudo,  fortaleza  cuyas  ruinas  pueden 
apreciarse  todavía  á  una  legua  de  Murcia.  A  instancia  de 
Abenabdelaziz  que  había  comenzado  á  reinar  en  Valencia 
en  1075  y  era  íntimo  amigo  de  Abentáliir,  solicitó  Almo- 
tamid  de  su  ministro  que  diese  libertad  á  su  prisionero. 
No  atendió  Abenammar  la  orden  de  su  señor;  pero  Aben- 
táhir logró  escapar  y  refugiarse  en  Valencia  al  lado  de 
Abenabdelaziz,  que  le  había  facilitado  la  evasión  sobor- 
nando á  los  guardias  del  castillo,  según  parece  (1). 

«Así  vivió,  dice  Abenbasam,  Abuabderráman  Aben- 
táhir largo  tiempo  en  Valencia,  siendo  testigo  de  la  ruina 
de  las  pequeñas  dinastías,  y  de  la  calamidad  que  azotó  á 
los  musulmanes  de  la  ciudad  de  su  residencia  por  causa 
del  Cid  Campeador,  y  entonces  fué  reducido  nuevamente 
á  prisión »  (2).  He  aquí  como  sucedió  esto:  Abentáhir  que, 
al  escapar  de  su  prisión  y  refugiarse  en  Valencia  con  su 
familia  al  lado  de  Abenabdelaziz ,  se  había  hecho  íntimo 
consejero  de  éste,  logró  pronto  constituirse  un  partido 


(1)  Abenalabar,  ea  Dozv,  Scriptoi'um  árabum  loci  de  Abadidis , 
II,  págs.  87  y  88. 

(2)  Abenbasam,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  H.,  fol.  17,  v.  El 
autor  dice  que  Ai^entáliip  fué  preso  en  488,  (')  sea  en  1Ü93  de  J.  C;  pero 
segiin  })iensa  Dozy  que  ha  editado  y  traducido  este  pasaje  en  sus  Re- 
cherches  etc.,  pág.  10,  y  en  el  apéndice,  pág.  V,  esa  fecha  está 
equivocada  en  un  año ;  pues  Abentáhir  escribió  una  carta  desde  su 
prisión  en  medio  del  mes  de  Safar,  como  él  mismo  dice,  de  487 
(1094  de  J.  C). 

8 


—  114  — 

respetable  en  dicha  ciudad ,  é  influyó  no  poco  en  los  acon- 
tecimientos que  se  siguieron  en  ella.  Él  fué  quien  en  1088 
disuadió  á  Alcádir,  el  ex-rey  de  Toledo,  que  ayudado  y 
sostenido  por  las  tropas  de  Alfonso  VI,  capitaneadas  por 
Alvar  Fañez ,  había  logrado  enseñorearse  de  Valencia  en 
1085,  de  entregarse  á  Almondir,  señor  de  Lérida,  Denia 
y  Tortosa,  á  pesar  de  los  ataques  que  éste,  aprovechán- 
dose de  la  retirada  de  Alvar  Fañez,  para  asistir  á  la  bata- 
lla de  Zalaca,  dirigió  contra  dicha  ciudad,  cuya  posesión 
tanto  ambicionaba  (1).  Asesinado  Alcádir  en  1094,  por 
instigación- del  cadí  Abenchahaf,  y  proclamado  éste  pre- 
sidente del  gobierno  provisional  que  por  entonces  fué  es- 
tablecido en  Valencia,  vióse  en  la  necesidad  de  pagar  tri- 
buto al  Cid  Campeador  y  aceptarle  como  patrono  y  defen- 
sor suyo  en  1093,  de  la  misma  suerte  que  antes  le  había 
aceptado  el  desgraciado  Alcádir.  Acaecía  que  por  ese 
tiempo,  dice  el  Sr.  Feí'nández  y  González  respecto  del 
particular  (2),  «fuera de  los  feudos  de  Alcocer,  Calatayud 
y  Molina,  citados  en  el  Poema  del  Mió  Cid, '  pagaban  pa- 
rias á  Rodrigo  Díaz  las  ciudades  de  Albarracín,  Alpuente, 
Murviedro,  Xerica,  Segorbe,  Almenara,  Denia,  Xativa  y 
Tortosa.  En  particular,  el  tributo  de  Valencia  valíale 
hasta  doce  mil  escudos,  á  más  de  mil  doscientos  para  un 
obispo,  puesto  por  influencia  del  rey  Alfonso.  Sus  rentas 
tuvieron  aun  aumento  de  mayor  importancia,  cuando  te- 
merosos de  sus  armas  los  tutores  de  los  hijos  de  Almondir 
(muerto  en  1092)  compraron  su  protección,  mediante  el 
tributo  anual  de  cuarenta  mil  escudos.  Forzado  á  com- 
partir desde  entonces  su  atención  entre  los  estados  de  Za- 
ragoza y  los  de  Valencia,  vivía  alternativamente  en  cada 
uno  de  ellos,  circunstancia  que  aprovecharon  los  valen- 
cianos para  abrir  las  puertas,  durante  su  ausencia,  á  los 
almorávides.  En  virtud  de  tamaña  traición,  á  que  cooperó 
en  gran  parte  Aben-Giahaf ,  fué  depuesto  y  asesinado  por 


(1)  Dozy,  Rechei'clies,  II,  pág.  123,  en  confurmidad  con  la  Ci-ú- 
nica  general,  fol.  320. 

(2)  Obra  citada  anteriormente,  pág.  50. 


—  115  — 

los  suyos  el  sultán  Alcádir,  siendo  inútiles  los  esfuerzos 
de  Abenalfarag,  teniente  del  Cid,  para  salvarle.» 

La  conducta  del  presidente  Abenchahaf  traía  disgus- 
tados, tanto  á  los  almorávides,  con  cuyo  auxilio  había 
escalado  el  poder,  como  á  los  valencianos,  especialmente 
á  los  partidarios  de  Abentáhir,  y  al  saber  éstos  que  un 
cuerpo  de  ejército  de  los  almorávides  avanzaba  ya  de 
Lorca  á  Murcia  y  á  su  ciudad,  se  alzan  contra  el  cadí  y 
le  destituyen,  confiando  la  presidencia  del  gobierno  al 
príncipe  destronado  de  Murcia,  Abuabderráman  Abentá- 
hir. Pero  se  sabe  luego  que  no  pueden  llegar  los  almorá- 
vides en  defensa  de  la  ciudad  contra  las  bandas  castella- 
nas, y  vuelven  los  valencianos  á  pedir  consejo  á  Aben- 
chahaf y  le  proclaman  segunda  vez  presidente,  retirando 
su  confianza  á  Abentáhir  en  1094.  Entonces  Abenchahaf 
reduce  á  prisión  á  los  Benitáhir  y  pone  al  citado  Abuab- 
derráman en  manos  del  Cid  Campeador,  con  gran  escán- 
dalo de  los  valencianos,  los  cuales  miraban  con  sumo 
respeto  y  consideración  al  honorable  príncipe  de  Murcia . 
Pero  luego  hácese  el  Cid  dueño  de  Valencia ,  quema  al 
cadí  Abenchahaf  por  su  infidelidad  y  pone  en  libertad  á 
Abentáhir.  Todavía  vivió  éste  algunos  años,  hasta  No- 
viembre de  1114,  y  sus  restos  fueron  trasladados  á  Mur- 
cia, donde  se  les  dio  sepultura. 

De  sus  cartas  ó  epístolas  y  de  sus  poesías ,  unas  diri- 
gidas á  los  reyes  y  ministros  de  su  época  y  otras  fami- 
liares, nos  ha  conservado  Abenbasam  numerosos  frag- 
mentos, especialmente  con  un  fin  literario  y  para  hacer 
notar  el  mérito  del  autor.  Los  trastornos  políticos  y  des- 
gracias de  su  tiempo,  las  vicisitudes  de  su  vida  y  el  sen- 
timiento por  las  desgracias  de  respetables  personas,  fue- 
ron los  motivos  en  que  se  inspiraron  las  composiciones 
de  Abentáhir,  en  las  cuales  alterna  el  tono  elegiaco  con 
el  satírico  (1) .  Dozy  ha  publicado  el  texto  árabe  y  la  tra- 


(1)    Ms.  ár.  de  Abeiibasara  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,  fol.  5  vuelto 
y  siguientes, 


—  116  — 

ducción  de  las  cartas  más  interesantes  de  Abentáhir;  la 
dirigida  á  Abenchahaf  con  motivo  de  la  revuelta  del  pri- 
mo carnal  de  éste  (1);  otra  para  un  pariente  suyo  escrita 
desde  la  prisión  en  que  le  tenía  el  Cid  Campeador  (2); 
otra  al  visir  Abuabdelmélic,  hijo  de  Abdelaziz,  sóbrela 
reconquista  de  Valencia  por  los  musulmanes  en  1102,  y 
otra,  por  último,  dirigida  al  visir  y  alfaquí  Abenchahaf, 
primo  hermano  del  presidente  del  gobierno,  dándole  el 
pésame  por  la  desgraciada  muerte  dada  á  su  pariente  por 
Rodrigo  Díaz  (8) . 

Los  únicos  versos  que  se  conocen  de  Abentáhir,  son 
los  que  escribió  recriminando  al  cadí  Abenchahaf,  por 
haber  liecho  asesinar  al  régulo  de  Valencia  y  destronado 
de  Toledo',  Alead  ir: 

¡Oh!  tú,  el  de  un  ojo  azul  y  otro  negro,  por 
haber  cometido  un  crimen  tan  horrendo,  por 
haber  dado  muerte  al  rey  Yahya ,  revistiéndote 
con  sus  túnicas. 

No  faltará,  á  buen  seguro,  de  sobrevenirte  el 
día  en  que  recibas  la  recompensa  á  que  te  has 
hecho  acreedor  (4) . 


(1)  Reclierches,  II,  pág.  8,  y  apéndice,  pág.  IV. 

(2)  Reclierches,  II,  pág.  10,  y  apéndice,  pág.  V. 

(;i)    Reclierches,  II,  págs.  24  y  25,  y  apéndices  XV  y  XVI. 

(4)  Dozy  ha  editado  y  traducido  estos  versos  en  sus  Reclier- 
ches, II,  pág.  17,  y  apéndice,  pág.  XI.  El  ms.  ár.  de  Ahenhasam 
de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,  fol.  18  v. ,  pone  la  lección  c-iXísw^íl ,  el  de 
las  pie f ñas  torcidas,  en  lugái"  do  ^-oL^i\ ,  el  de  un  ojo  a;id  ij  otro 
negro,  preterido  por  Dozy ,  conforme  á  la  lección  de  otros  maniis- 

(M'itOS. 


CAPITULO  IX  ^^í 

Murcia  bajo  la  autoridad  de  Almotamid,  rey  de  Sevilla 

Gobiernos  de  Abenaininar  ¡j  de  Abenraxic. — Progreso  de  Murcia 
durante  el  periodo  de  los  reyes  de  Taifas 


Aunque  Abenraxic  había  proclamado,  al  entrar  en 
Murcia,  la  soberanía  de  Almotamid,  el  más  poderoso  de 
los  reyes  de  Taifas,  la  autoridad  de  éste  en  dicha  región 
fué,  en  sentir  délos  historiadores  árabes,  poco  tiempo 
electiva.  Ya  se  ha  dicho  anteriormente  que  Abenammar 
se  había  puesto  en  camino  hacia  Murcia ,  á  seguida  de 
recibirse  en  Sevilla  la  grata  nueva  de  que  su  lugarte- 
niente Abenraxic  había  logrado  apoderarse  de  aquella  ca- 
pital y  de  sus  distritos.  Una  vez  posesionado  el  ministro 
favorito  de  Almotamid  de  la  ciudad  conquistada,  bien 
fuera  por  mera  presunción  y  vanagloria  ó  bien  obede- 
ciendo á  una  idea  preconcebida,  lo  cierto  es  que  comenzó 
á  darse  aire  de  soberano  y  á  ordenar  y  prohibir  prescin- 
diendo de  la  voluntad  y  hasta  del  nombre  de  su  señor 
Almotamid.  Este  interpretó,  desde  luego,  la  conducta  de 
su  visir  como  verdadera  rebeldía,  y  esto  dio  lugar  á  que 
se  cruzasen  mutuos  reproches  primero ,  y  luego  punzan- 
tes sátiras ,  que  hicieron  imposible  la  reconciliación  entre 


(1)  Los  autoi'os  que  hemos  consultado  para  la  redacción  del  pre- 
sente capítulo,  soíí:  Anouairí,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  Col.  72. 
núnn.  60;  Abenalatir,  IX,  pág.  205;  Al>enal.jatib,  ms.  ár. ,  copia  del 
Sr.  Codera,  tbl.  16yl7;  Abdeluáhid,  pág.  85  y  siguientes;  Doz3', 
Histoire,  etc. ,  IV,  pág.  175  y  siguientes,  fundado  en  los  textos  De 
Aljbadidis,  articulo  de  Abenbasam  sul^'c  Abenammar,  y  Abdeluáhid, 
luirar  citado. 


—  118  - 

ambos,  y  fueron  causa  de  que  Abenammar  se  proclamase 
señor  independiente  del  principado  de  Murcia.  Esta  con- 
ducta le  perdió;  pues,  aparte  de  la  enemistad  de  su  se- 
ñor, tenía  más  cerca  otro  enemigo  poderoso,  el  príncipe 
de  Valencia  Abenabdelaziz ,  amigo  de  Abentáhir  y  su 
libertador  de  la  prisión  de  Monteagudo.  Además  nada 
hizo  Abenammar  para  ganarse  la  paz  con  éste;  antes  al 
contrario,  escribió  contra  él  unos  versos  insultantes  y 
excitando  á  los  valencianos  á  que  le  echaran  del  poder,  y 
él  mismo ,  según  se  lee  en  Abdeluáhid ,  comenzó  á  hacer 
preparativos  para  invadir  y  posesionarse  del  territorio  de 
Valencia.  Mas  el  señor  de  esta  región  se  le  adelantó; 
mientras  Abenammar,  completamente  descuidado,  se 
pasaba  los  días  entregándose  al  placer,  Abenraxic,  que 
ambicionaba  suplantarle,  ayudado  por  Abenabdelaziz,  le 
hizo  traición ,  sublevando  contra  él  al  populacho  y  á  una 
gran  parte  del  ejército  que  reclamaba  su  soldada  amena- 
zándole ,  en  caso  contrario ,  con  entregarle  á  Almotamid . 
Imposibilitado  Abenammar  para  pagar  á  sus  soldados,  y 
no  encontrando  medio  alguno  con  que  sofocar  el  motín, 
buscó  su  salvación  huyendo  precipitadamente  de  la  ciu- 
dad (1). 

Con  el  deseo  de  granjearse  un  amigo  y  auxiliar  pode- 
roso, marchó  Abenammar  en  primer  término  á  la  corte  de 
Alfonso  de  León ,  esperando  que  le  ayudase  éste  á  recon- 
quistar su  trono  de  Murcia;  pero  el  monarca  leonés  que 
de  aptemano  se  había  dejado  ganar  por  los  magníficos  pre- 
sentes que  le  había  enviado  Abenraxic,  se  limitó  á  res- 


(1)  Tal  es  la  narraciíjn  aceptada  preferentemente  por  Dozy,  si- 
guiendo el  rccitadu  de  los  textos  de  Al)eni)asam  y  Abe ncási m ,  edi- 
tados en  su  «De  Aljbadidis».  Anouairi  y  Al)(>nalatir  dicen  que  Aben- 
raxic eclr'i  de  Murcia  á  Abenammar  con  un  ejército,  cuyo  mando  le 
lialjía  conferido  Almotamid. 

Abdeluáliid  menciona  que  Abenraxic  ¡iromovió  la  insurrección  del 
puel)lo  >■  de  una  [larte  del  cAo;u/  de  Murcia,  aprovechando  la  salida 
do  Abenammar  á  uno  de  los  distritos;  y  que,  al  volver  éste  á  su  capi- 
tal, se  encontró  con  las  puertas  cerradas,  y  aunque  la  sitió  du 'ante 
algunos  días,  temeroso  de  caer  en  manos  de  Alxlelaziz  (\h)V  Abenra- 
xic), se  retiró  huyendo  á  Zaragoza. 


-  119  - 

ponderle:  «todo  eso  es  una  historia  de  ladrones;  el  pri 
mer  ladrón  ha  sido  robado  por  otro,  y  éste  por  un  ter- 
cero» (1).  Perdida  la  esperanza  que  había  puesto  en  la 
corte  de  León,  trasladóse  Abenammar  á  la  de  Almoctadir 
Abenhud  en  Zaragoza,  y  de  ésta  á  la  de  Lérida,  donde 
reinaba  Almotafar,  hermano  de  Almoctadir,  para  volver 
pronto  á  Zaragoza ,  donde  Almutamin  había  sucedido  á 
su  padre,  el  susodicho  Almoctadir.  Parece  ser  que  en  nin- 
guna de  estas  regiones  fué  Abenammar  tan  bien  recibido 
y  estimado,  como  él  deseaba;  y  era  que,  como  dice  Abde- 
luáhid,  la  fama  de  su  ingratitud  y  rebeldía  contra  su  se- 
ñor Almotamid  le  seguía  á  todas  partes,  y  sus  príncipes 
temían  ser  nuevas  víctimas  de  su  perfidia.  Sin  embargo, 
lanzóse  Abenammar  á  empresas  arriesgadas  en  favor  de 
su  nuevo  señor,  el  régulo  de  Zaragoza ,  con  tal  de  ganarse 
su  confianza:  después  de  haber  dado  muerte  á  un  señor 
castellano  que  se  había  separado  de  la  obediencia  de  Al- 
mutamin con  la  fortaleza  de  su  mando,  quiso  poner  tam- 
bién á  su  rey  en  posesión  de  la  inexpugnable  fortaleza  de 
Segura,  la  cual  había  podido  mantenerse  independiente, 
al  apoderarse  Almoctadir  del  estado  de  Denia  á  que  perte- 
necía, en  manos  de  un  hijo  de  Alí,  último  soberano  de 
dicho  estado,  pero  que,  muerto  éste,  se  hallaba  confiada 
á  los  Benixodail,  tutores  de  sus  hijos,  niños  de  corta 
edad,  y  deseaban  aquellos  venderla  á  algún  príncipe  ve- 
cino. Abenammar  intentaba  apoderarse  de  la  fortaleza 
por  un  golpe  de  mano,  y,  al  efecto,  dirigióse  á  ella  con 
algunas  tropas  y  solicitó  de  los  Benixodail  una  entrevista. 
Estos  que  deseaban  coger  á  Abenammar,  para  vengarse 
de  las  ofensas  que  les  había  hecho  durante  su  mando  en 
Murcia,  consintieron  desde  luego  en  celebrar  la  entre- 
vista, no  queriendo  perder  la  ocasión  tan  favorable  á  su 
deseo,  que  el  azar  de  la  vida  les  brindaba.  Para  acercarse 
á  la  fortaleza,  era  preciso  subir  á  gatas  una  empinada  pen- 


(1)    Fernández  y  González,  obra  citada,   pág.  34;  y  Dozy,  His- 
toii-e,  etc.,  IV,  pág.  181. 


—  120  — 

diente,  y  luego  dejarse  elevar  del  suelo,  para  penetrar  en 
lo  interior.  Quiso  Abenammar  ser  elevado  el  primero,  mas 
en  cuanto  estuvo  en  lo  alio  de  la  entrada,  los  soldados  de 
la  fortaleza  se  apoderaron  de  él  y  gritaron  á  sus  compañe- 
ros que  se  retiraran  inmediatamente,  si  no  querían  ser 
blanco  de  sus  Hechas . 

Entonces  entraron  los  Benixodail  en  negociaciones  con 
Almotamid,  á  fin  de  librarle  el  prisionero,  mediante  pre- 
cio. No  se  hizo  esperar  el  de  Sevilla;  inmediatamente  des- 
pachó á  su  hijo  Arracli  Bilá  con  la  cantidad  y  los  caballos 
exigidos  por  los  Benixodail,  á  cambio  de  Abenammar, 
encargando  á  la  gente  de  la  escolta  de  su  hijo  que  no  des- 
cuidasen la  custodia  del  prisionero  durante  el  trayecto  de 
vuelta  á  Córdoba.  En  esta  ciudad  esperaba  Almotamid  el 
regreso  de  su  antiguo  favorito,  haciéndole  entrar  en  ella 
de  la  manera  más  afrentosa  y  humillante,  montado  en 
una  bestia  de  carga,  entre  dos  sacos  de  paja,  y  arras- 
trando sus  cadenas  á  vista  del  público.  Además  había  in- 
vitado Almotamid  á  todos  los  habitantes  de  la  ciudad, 
magnates  y  pueblo,  á  que  saliesen  á  recibir  al  ingrato  vi- 
sir y  le  contemplasen  en  la  forma  en  que  ahora  hacía  su 
entrada.  Buscaba  con  esto  Almotamid  mortificar  el  orgu- 
llo de  su  ministro  que  había  hecho  salir  á  los  nobles  y 
dignatarios  de  Córdoba  á  su  paso  para  Murcia,  á  ñn  de  que 
le  recibiesen  triunfalmente,  besándole  la  mano  ó  su  mon- 
tura ó  el  extremo  de  sus  vestidos.  Conducido  Abenammar 
á  presencia  de  Almotamid,  éste  le  recriminó  duramente 
por  su  ingratitud ,  echándole  en  cara  el  sinnúmero  de  be- 
neficios que  le  había  dispensado,  después  de  sacarle  de 
su  pobreza  y  obscuridad. 

En  vano  reconoció  Abenammar  la  razón  que  asistía  á 
su  señor  al  recriminarle  en  la  forma  dicha.  Sin  poder 
apenas  tenerse  en  pie  por  lo  pesadas  de  sus  cadenas,  en- 
trecortado por  los  sollozos ,  pidió  perdón  repetidas  veces  á 
Almotamid,  pero  éste  se  lo  negó  rotundamente  y  dispuso 
que  fuese  trasladado  á  Sevilla.  Siguiéndola  cuenca  del 
Guadalquivir,  fué  conducido  Abenammar  á  dicha  ciudad  , 


-l2l- 

en  la  cual  hizo  su  entrada  de  manera  tan  humillante ,  co- 
mo en  Córdoba,  y  quedó  encerrado  en  una  torre  contigua 
al  alcázar  de  Almotamid.  A  fin  de  entretener  sus  triste- 
zas, pasaba  los  días  escribiendo  versos,  que  hacía  llegar 
á  manos  de  sus  amigos,  hasta  que  ordenó  Almotamid 
que  se  le  quitase  todo  el  recado  de  escribir.  Sin  embargo, 
un  día  pidió  Abenammar  á  su  señor  que  le  enviase  tin- 
tero, pluma  y  papel  por  la  última  vez.  Accedió  Almota- 
mid ala  súplica  de  su  prisionero,  y  á  poco  recibió,  en 
ocasión  de  hallarse  celebrando  un  festín  con  sus  amigos, 
una  hoja  que  contenía  una  poesía,  quizás  la  más  bella  de 
las  escritas  por  Abenammar. 

Terminado  el  festín,  llamó  Almotamid  á  su  prisione- 
ro, á  quien  increpó  de  nuevo  por  su  ingratitud.  Aben- 
ammar, de  pie  en  presencia  de  su  soberano,  ahogado  por 
los  sollozos,  apenas  podía  articular  palabra  alguna,  hasta 
que  repuesto  algún  tanto,  expuso  con  tanta  elocuencia 
á  su  antiguo  amigo  los  sufrimientos  que  ahora  experi- 
mentaba, después  de  la  gran  felicidad  que  antes  habían 
disfrutado  ambos,  cuando  les  unía  la  fraternal  amistad 
de  otro  tiempo,  que  aquél  llegó  á  enternecerse  y  casi 
inclinarse  á  perdonarle.  No  obstante,  mandó  Almotamid 
que  fuese  retirado  Abenammar,  sin  haber  llegado  á  pro- 
meterle formalmente  su  perdón.  Pero  Abenammar  que 
había  llegado  á  forjarse  la  ilusión  de  que  bien  pronto  se- 
ría puesto  en  libertad,  se  apresuró,  apenas  llegado  á  su 
calabozo,  á  poner  en  conocimiento  del  príncipe  Arraclí 
Bilá,  hijo  de  Almotamid,  todas  las  impresiones  que  había 
sacado  de  la  entrevista  con  su  padre.  Cuando  recibió  el 
príncipe  Arradí  la  carta  de  Abenammar,  en  que  éste  le 
participaba  su  esperanza  de  ser  puesto  en  libertad,  se 
hallaba  conversando  con  varios  magnates  y  dignatarios 
de  la  corte,  algunos  de  ellos  enemigos  de  Abenammar ,  á 
los  cuales  dijo  aquél ,  luego  que  hubo  leído  dicha  carta: 
«creo  que  va  á  ser  libertado  Abenammar ,  á  juzgar  por 
esta  carta  que  me  envía,  y  en  laque  me  participa  que 
su  señor  Almotamid  le  ha  prometido  el  perdón».  Apa- 


—  125  — 

rentaron  los  concurrentes  alegrarse  por  la  nueva  que  el 
príncipe  les  revelaba,  pero  en  su  interior  sentían  todo  lo 
contrario;  así  que,  terminada  la  reunión,  salieron  de  allí 
divulgando  la  noticia  y  propalando  juntamente  tales  ca- 
lumnias y  diatribas,  que,  según  Abdeluáhid,  se  hace 
indecoroso  consignarlas  por  escrito .   Todo  aquel  rumor 
infamante  extendido  por  los  magnates  enemigos  de  Aben- 
ammar,  y  especialmente  por  su  rival,  el  poeta  y  visir 
Abubéquer,  hijo  de  Zaidun,   llegó  pronto  á  oídos  de  Al- 
motamid.  Inmediatamente  envió  éste  un  eunuco  á  pre- 
guntar á  Abenammar  si  había  dicho  á  alguien  el  resul- 
tado de  la  entrevista  habida  el  día  anterior  entre  ambos. 
Abenammar  contestó,  por  medio  del  eunuco,  que  no  había 
hablado  con  nadie.  Entonces  iVlmotamid,  sospechando 
que  hubiese  escrito  á  alguno  utilizando  la  hoja  restante 
délas  dos  que  le  habían  sido  entregadas,  ya  que  sólo 
gastara  una  en  la  poesía  que  le  había  dedicado,  envió  de 
nuevo  á  i  reguntarle  qué  había  hecho  de  la  susodicha 
hoja.  Abenammar  pudo  salir  de  este  segundo  aprieto  res- 
pondiendo que  le  había  servido  de  borrador  de  la  primera 
poesía.  Mas  como  Almotamid  volvió  á  insistir  una  vez 
más  exigiéndole  el  borrador,  ya  no  pudo  menos  el  des- 
graciado cautivo,  que  revelar  la  verdad  délo  sucedido;  y 
entonces  Almotamid,  cegado  por  la  cólera  y  tomando  un 
hacha  que  á  mano  tenía,  penetró  rápidamente  en  la  pri- 
sión y  descargó  repetidas  veces  la  terrible  arma  sobre  él 
hasta  dejarle  exánime,  sin  atender  á  las  súplicas  que  le 
hacía,  asido  á  sus  pies,  regándolos  con  sus  lágrimas.  Tal 
fué  el  trágico  fin  del  famoso  poeta  y  señor  de  Murcia 
Abenammar,  ocurrido  en  el  año  de  10S6  á  1087 . 

Durante  el  mando  de  Abenammar  en  Murcia  ejerció 
el  cargo  de  visir  Abucháfar  Áhmed,  hijo  de  Harach  (1), 
y  el  secretariado  Mohámed,  hijo  de  Alchad  (2) . 


(1)  Do  Al)(3nsa¡(l,  ms.  ár.  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, 
núm.  53,  íol.  22. 

(2)  Del  ms.  ár.  de  la  R.  Ac  de  la  H.,  aura.  80,  fol.  132. 


-  123  — 

Al  suceder  Abenraxic  á  Abenammar  en  el  principado 
de  Murcia,  reconoció  la  soberanía  de  Almotamid.  Los 
historiadores  árabes  refieren  que  llegó  con  el  tiempo  á 
recliazar  la  autoridad  del  régulo  de  Sevilla,  á  quien  úni- 
camente se  mantuvo  fiel  el  distrito  de  Lorca.  Sin  embar- 
go, el  hecho  de  que  se  hayan  conservado  monedas  acu- 
ñadas en  Murcia  (1)  á  nombre  de  Almotamid,  pertene- 
cientes, al  parecer,  según  se  desprende  de  su  lectura,  á 
los  años  478,  480,  481,  482  y  484  (siendo  sólo  segura  la 
del  480)  de  la  hégira,  que  corresponden  á  los  de  1085  á 
1090  de  J.  C. ,  hace  dudar  de  la  exactitud  de  dicha  afir- 
mación ó,  á  lo  menos,  sospechar  que  la  rebeldía  de  Aben- 
raxic fué  cosa  de  breve  tiempo,  volviendo  el  principado 
de  Murcia  á  la  soberanía  de  Almotamid,  hasta  su  absor- 
ción por  el  imperio  de  los  almorávides.  Más  consumada 
y  duradera  hubo  de  ser  la  rebeldía  de  Abenammar  contra 
su  señor  Almotamid,  según  se  ha  expuesto,  pues  si  bien 
no  hay  noticias  de  monedas  acuñadas  en  Murcia  á  nom- 
bre del  rebelde,  tampoco  se  conservan  de  Almotamid, 
referentes  al  tiempo  en  que  se  pone  el  mando  indepen- 
diente de  Abenammar  en  dicha  capital.  Por  lo  demás, 
son  muy  escasas  las  noticias  que  acerca  de  Abenraxic  nos 
han  sido  trasmitidas  por  los  historiadores  árabes,  y  como 
además  aparecen  íntimamente  relacionadas  con  la  inva- 
sión de  los  almorávides,  suspendemos  su  narración  hasta 
el  capítulo  siguiente,  donde  tendrá  lugar  más  oportuno. 

A  pesar  de  los  trastornos  políticos  que  agitaron  á  la 
cora  de  Murcia  durante  los  últimos  años  del  califado  cor- 
dobés y  el  mando  de  los  reyes  de  taifas,  es  indudable  que 
mejoró  notablemente  su  estado  literario  con  relación  al 
período  anterior,  preparándose  á  entrar  en  el  más  flore- 
ciente, que  luego  alcanzó  con  los  Abenmardenix  y  los 
Abenhud,  los  cuales  llegaron  á  convertirla  en  uno  de  los 
más  ilustres  principados  de  la  España  árabe . 


(1)    Vives,  c( Monedas  de  las  dinastías  ai'AI)igo-cspariulas)),   pági- 
nas 147  y  148 . 


—  124   — 

Los  biógrafos  árabes  nos  dan  noticia  de  dos  insignes 
varones  que  desempeñaron  el  justiciazgo  de  Todmir  en 
los  últimos  años  del  califado.  Es  el  primero,  Alcásim, 
hijo  de  Mohámed,  por  sobrenombre  Abubéquer,  natural 
de  Córdoba,  discípulo  de  su  abuelo  del  mismo  nombre, 
Alcásim,  hijo  de  Asbag,  y  después  maestro  del  biógrafo 
Abenalfaradí ,  quien  lo  menciona  como  excelente  literato. 
Alháquem  II  le  conñó  el  cargo  de  cadí  de  Todmir,  de 
donde  fué  trasladado  por  Hixem  II  á  igual  cargo  de  Gua- 
dalajara.  Murió  en  el  año  de  998  á  999.  El  segundo  y, 
probablemente,  sucesor  del  anterior  en  el  justiciazgo  de 
Todmir,  fué  Ualid,  hijo  de  Abdelmélic,  hijo  de  Mohámed, 
por  sobrenombre  Abulabas;  era  natural  de  Todmir,  varón 
docto  y  estudioso,  de  carácter  afable,  muy  rico,  y  de  con- 
ducta ejemplar.  Desempeñó  el  mismo  cargo  en  Toledo,  y 
falleció  en  el  año  de  1002  á  1003  (1) . 

El  biógrafo  Abenpascual  nos  ha  conservado  memoria 
de  un  célebre  murciano  que  marchó  á  Córdoba,  donde  es- 
tudió y  enseñó  después  tradición  y  literatura,  mereciendo 
el  sobrenombre  de  Abaabdála,  el  literato  de  Todmir.  Su 
nombre  propio  era  Mohámed,  hijo  de  Abdesalam;  fué 
maestro  del  citado  biógrafo  Abenpascual  y  murió  peleando 
en  favor  de  Almahdí  en  el  desastre  de  Cantix,  que  dio  poi' 
resultado  el  entronizamiento  de  Soláiman  en  el  año  1099 
á  1010  (2). 

Desde  el  largo  gobierno  de  los  Benitáhir,  amantes  del 
progreso  é  instrucción  de  los  pueblos,  el  principado  de 
Murcia  vio  acrecentarse  su  población  y  su  cultura  no  sólo 
en  el  orden  material ,  sino  también  en  el  moral  y  cientí- 
fico. En  este  período,  según  los  autores  árabes,  florecen 
en  Murcia  buen  número  de  varones  notables  en  todas  las 
ramas  del  saber,  en  teología,  tradición,  jurisprudencia, 
oratoria,  poesía  y  gramática;  tuvo  ilustres  maestros,  na- 


(1)  A(l;il)í,  Bilj.  ar.  li¡.s|).,  III,  4.31,  ,v  Abenpascual,  Vil  y  VIH, 
lUTTy  1.510. 

(2)  Al>eripascual,  Bil).  ar.  liisp.  1,  II,  1031. 


—  125   — 

cidos  los  más  en  el  país ,  otros  de  las  regiones  vecinas , 
que  fueron  á  establecerse  en  aquella.  Como  tales  merecen 
citarse  los  siguientes  : 

Alhásan,  hijo  de  Ismail,  por  sobrenombre  Abenjai- 
zoran,  natural  de  Murcia,  donde  vivió  hacia  el  año  1018 
y  mereció  por  su  saber  y  sus  virtudes  que  Mochéhid,  el 
ilustre  rey  de  Denia,  le  confiase  el  cargo  de  cadí  en  las 
islas  Baleares,  pertenecientes  á  su  estado  (1). 

xVbulcásim  Áhmed,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Iktal, 
natural  de  Lorca,  que  hizo  estudios  en  Oriente  y  á  su  re- 
greso fué  nombrado  alfaquí  consultor  de  su  ciudad  natal , 
cargo  que  desempeñó  hasta  su  muerte  acaecida  en  el  año 
de  1021  á  1022  (2). 

'  Mohámed,  hijo  de  Abderráman,  hijo  de  Hatin,  más 
conocido  por  El  hijo  del  de  Trípoli,  que  falleció  en  la  ciu- 
dad de  Murcia  en  el  año  de  1026  á  1027  (3) . 

Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Mofarrech,  que  marchó 
á  Oriente  y  se  detuvo  algún  tiempo  en  Damasco,  donde 
aprendió  tradiciones  del  célebre  Mohámed,  hijo  de  Al!'a- 
radí  Alansarí  y  de  otros  maestros.  Había  nacido  en  Mur- 
cia en  1021  á  1027  (4). 

Abib,  hijo  de  Said,  el  de  la  tribu  de  Cliodam,  nacido 
en  Bugarra,  donde  fué  predicador;  se  distinguió  como 
varón  asceta  y  dechado  de  virtudes  y  presidió  la  oración 
fúnebre  en  el  sepelio  del  cadí  de  Lorca  Abuómar,  hijo  de 
Afif,  muerto  en  el  año  1029  (5). 

Áhmed,  hijo  de  Mohámed,.  hijo  de  Aftc,  hijo  de  Ma- 
riuel,  natural  de  Córdoba,  escribió  un  tratado  sobre  exe- 
quias, otro  sobre  método  de  enseñanza  y  una  historia  de 
los  jurisconsultos  cordobeses.  Obtuvo  la  prefectura  de 
Lorca  en  la  cual  murió  el  año  1029  (6). 


(1)  Aboiipasoual,  Bib.  ar.  liisp.,  I  ,y  II,  304. 

(2)  Al)cnpascual,  Bilj.  ai',  hisp.  I  .y  II,  62. 

f3)  Al  je  nal  farad  í,  Bib.  ar.  hisp.  VII  y  VIII,  1620. 

(4)  Al)enalabar,  Bib.  ar.  Iiisp.  ,  VI,  1297. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp. ,  V,  88. 

(6)  Casii'i,  Bib.  ar.  Escu.  II,  140,  tomado  de  Aljenpascual , 


—  126  — 

Abuótman  Said,  hijo  de  Harum,  natural  de  Murcia  y 
discípulo  del  célebre  maestro  Abuómar  el  de  Talamanca. 
Murió  en  103S  á  1039  (1). 

Abulualid  Mohámed,  hijo  de  Abdála,  hijo  de  Áhnied, 
conocido  más  comunmente  por  Abenmaigal,  natural  de 
Murcia,  donde  se  crió  y  recibió  su  primera  educación . 
Siendo  todavía  joven,  marchó  á  Córdoba  y  en  esta  ciudad 
completó  sus  estudios  y  contrajo  matrimonio.  Cuando 
tuvo  lugar  el  saqueo  de  diclia  capital,  volvióse  á  Murcia 
en  la  que  residió  hasta  su  muerte  acaecida  en  lOé-t  á  1045. 
No  he  visto  nunca,  dice  su  biógrafo,  varón  más  continen- 
te, virtuoso  é  ilustrado  que  él.  Tenía  la  costumbre  de 
comer  únicamente  carne  de  ave,  pescado  y  caza;  leía  todo 
el  Alcorán  en  24  horas,  estando  de  pie,  y  no  se  calzaba 
mas  que  con  pieles  de  Mallorca.  Aunque  su  hacienda  no 
pasaba  de  mediana,  era  sumamente  espléndido  y  liberal; 
en  una  huerta  que  constituía  lo  principal  de  su  patrimo- 
nio, hospedaba  y  proporcionaba  alimentos  á  muchos  du- 
rante años.  Era  acérrimo  partidario  de  las  doctrinas  de 
Málic,  llegando  á  enseñarlas  y  defenderlas  en  controver- 
sia.  Tenía  vastos  conocimientos  acerca  de  las  tradiciones 
auténticas  y  las  apócrifas  y  sabía  muy  bien  los  nombres 
de  los  testigos  de  ellas  y  las  razones  que  les  hacían  más  ó 
menos  dignos  de  fe .  Además  tenía  gran  instrucción  en 
materia  de  gramática,  de  lexicografía,  de  exégesis  5/  de 
lecturas  alcoránicas.  Era,  en  fin,  muy  aplaudido  y  bus- 
cado en  su  país  por  su  virtud  y  sabiduría  (2). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Abdála,  natural  de 
Murcia,  fué  de  los  más  célebres  predicadores  de  la  Al- 
jama de  su  ciudad  y  presidente  de  la  oración.  Murió  en 
1053  ó  1055  (3). 

Alí,  hijo  de  Ismail,  vulgarmente  Abensada,  murcia- 
no, fué  orador  y  filólogo  muy  aventajado,  y  publicó,  en- 


(1)  Abeiipascual.  Bib.  ar.  hisp.,  I  y  II,  497. 

(2)  Abenaltaradi.  Bib.  ar.  hisp.,  VII  y  VIII ,  1729. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  675. 


tre  otras  obras,  un  tratado  acerca  de  la  propiedad  y  uso 
del  lenguaje  arábigo,  y  otro  sobre  la  verdadera  y  genuína 
inteligencia  de  los  poetas,  ora  antiguos,  ora  modernos. 
Murió  en  1065  á  1066  (1). 

Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Said,  de  Murcia,  y 
predicador  de  su  mezquita;  fué  discípulo  de  Abuómar  el 
de  Talamanca,  de  Abulualid,  hijo  de  Maigal,  y  de  otros. 
Murió  en  1068  á  1069  (2). 

Hixem,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Abdelaziz,  hijo  de  Ua- 
dah,  de  Murcia,  maestro  muy  fidedigno  en  materia  de 
tradiciones.  Murió  en  1076  á  1077  (3) . 

Abuómar  Yúsuf,  hijo  de  Soláiman,  Alansarí,  el  de 
Calatrava,  donde  había  nacido .  Fué  docto  en  jurispru- 
dencia, gramático,  músico,  poeta,  genealogista  y  varón 
piadoso  y  asceta.  Después  de  recorrer  casi  toda  España, 
vino  á  establecerse  en  Murcia,  donde  fué  mirado  como 
un  santo,  hasta  que  murió  en  el  año  de  1056.  Dejó  es- 
critas varias  obras  de  polémica  religiosa  (4) . 

Abuzaid  Abderráman,  hijo  de  Mohámed  Abentáhir, 
de  Murcia,  donde  fué  alfaquí  consultor  hasta  su  muerte, 
acaecida  en  1076  á  1077  (5). 

Abdála,  hijo  de  Said,  Alansarí,  conocido  por  Aben- 
sorhan,  de  Murcia,  escritor  en  materia  de  contratos  (6). 

Abdála,  hijo  de  Sahla,  hijo  de  Yúsu^  de  Murcia, 
marchó  al  Oriente  y  se  detuvo  en  Caireuan,  escuchando, 
entre  otros  maestros,  á  Abuabdála,  hijo  de  Sofyan,  des- 
pués de  haber  oído  en  España  á  Abuamru  el  Mocrí ,  y  á 
Abuómar  el  de  Talamanca.  Fué  un  maestro  insigne  en 
hermenéutica  y  murió  en  Ronda  en  el  año  1087  á  1088  (7). 


(1)  Casii-i,  Bib,  E.sc,  II,  146,  tomado  de  Abeiipascual 

(2)  Abenalabar,  Bib.  Ar.  Hisp. ,  V,  675. 

(■i)  Abenpascual,  Bib.  Ar.  Hisp.  I  y  II,  1321. 

( 4 )  Aljenpascual ,  I  y  II ,  1384 . 

(5)  Abenpascual,  Bib.  Ar.  Hisp. ,  I  y  II,  721. 

(6)  Aljenpascual,  Bib.  Ar.  Hisp.  I.  y  II,  207. 

(7)  Adabí,  Bib.  Ai\  Hisp.  III,  926. 


—  128  — 

Alhosain,  hijo  de  Ismail,  hijo  de  Alfadl,  de  Murcia; 
viajó  por  Oriente,  donde  escuchó  á  Abumoliánied,  hijo 
de  Abuzait,  á  Abulliásan  Táhir,  hijo  de  Galbon,  y  á 
otros;  era  poeta  y  muy  instruido  en  historia  y  en  gramá- 
tica. Murió  en  el  año  de  1021  á  1022  (1). 

Ismail,  hijo  de  Sida,  de  Murcia;  fué  discípulo  de 
Abubéquer  el  Zobaidí,  y  aunque  ciego,  pudo  distinguirse 
por  sus  conocimientos  en  gramática  y  en  otras  disci- 
plinas (2). 

Abulhásan  Alí,  hijo  de  Sida,  de  Murcia,  hijo  del  an- 
terior, célebre  gramático  y  lexicógrafo,  que  escribió,  en- 
tre otras  obras,  la  titulada  Almohcam,  famoso  diccionario 
que  compuso  siguiendo  el  plan  observado  por  Aljalil 
Áhmed  Alfarahidi  en  su  Quitah  Alain.  Murió  en  De- 
nla durante  el  reinado  de  Alí,  hijo  de  iMochéhid,  en  el 
año  1066  (3). 

Finalmente,  merecen  citarse  los  dos  gramáticos  y  poe- 
tas Mohámed  y  Abucháfar,  hijos  de  Alí,  hijos  de  Jalaf, 
conocidos  por  los  hijos  de  Trasmil,  que  enseñaron  gra- 
mática en  IMurcia  y  se  distinguieron  como  poetas  en  el 
tiempo  á  que  nos  venimos  refiriendo  (4) . 


(1)  Abenpascual,  Bilj.  Ar.  Hisp. ,  I  v  II,  ;}20. 

(2)  AbenpascLial,  Bil).  Ai-.  Hisp.,  I  y  II,  2:W. 

(3)  Ahonpascual,  Bib.  Ar.  Hisp.,  I  y  II,  89í),  y  Aben.jaMun , 
Prolegómenos,  traduc.  III,  pág.  397.  Actualmente  se  está  editando 
dicho  diccionario  en  Bulac. 

(4)  Abenalabar,  Bib.  Ar.  Hisp.,  4G0,  y  Adalií,  ídem,  III,  451. 


CAPITULO   X   '' 

Murcia  bajo  el  gobierno  de  los  almorávides 


Circitiist'cncias  que  /intccaroii  la  iiicítsíóii:  Batdlla  de  Zalncd. 
Expedición  de  Alnn)tamid  de  Secilla  á  tierra  de  Larca  //  Mar- 
eta. — Campaña  11  sitio  de  Aleda. — Mocimiento  de  opinión  fa- 
vorable al  dantinio  de  los  alnioracides  en  España .  —  Hesolución 
de  Yásiif,  /lijo  de  Texufin,  de  apoderarse  de  las  reinos  de  Tai- 
fas.— Abenai.ra:  anexión  de  Marcia,  Denia  //  Játiva  <d  impe- 
rio alnxaraoide . —  Acontecimientos  de  Valencia  hasta  sa  absor- 
ción por  los  almararides. — ■Albai'racin  //  Za.ra(jo:a  reconocen 
su  autoridad. 


El  principado  de  Murcia,  como  cualquiera  otro  de  los 
reinos  de  Taifas  de  la  España  árabe,  no  podía  subsistir 
liabiendo  adoptado  para  su  defensa  y  sostén  el  mismo 
sistema  seguido  por  los  omeyas  de  Córdoba  y  por  Aben- 
abuámir  Almanzor,  cuando  abatido  el  elemento  árabe, 
había  tenido  que  apoyarse  en  sus  libertos,  clientes  ó  ser- 
vidores ganados  á  fuerza  de  beneficios ,  ora  berberiscos , 
zenetes  ú  otros  aventureros  de  la  iMauritania,  ora  galle- 
gos y  francos ,  que  viendo  la  estima  que  de  ellos  hacían 


(1)  Las  fuentes  que  nos  han  servido  para  la  redacción  del  pre- 
sente capítulo,  son:  Abenjaldun,  Prolegómenos  etc.,  I,  págs.  321, 
46(>,  y  II,  95,  de  la  traduc;  Anouairi,  ms.  ái*.  de  la  R.  Academia 
de  la  Historia,  núm.  60,  art.  sobre  Almotamid,  y  tbl.  67;  Adabí, 
Bib.  ar.  liisp.,  III,  pig.  31; .Abenalabar.  Bib.  ar.  liisp.,  V,  página 
232.  Cartas,  págs.  98  y  99;  Áhmed  Anasiri,  pág.  119;  ms.  ár.  de  la 
Cíjlección  de  (lavangos,  ri."  X,  tbl.  41,  v  45  y  siguientes,  Al^enjali- 
ran,  l)iogr.  854  y  897;  Abenjaldun,  Hist.  VI,  págs.  162,  186  y  187; 
Aljenaljatib,  fol.  18  y  24  de  la  copia  del  Sr.  Codera;  Abenalatir,  X, 
págs,  99  á  1Ü3  y  124  y  siguientes.  De  Abljadidis,  II,  págs.  39,  121, 
197;  Annales  complutenses,  España  Sagrada,  XXII,  pág.  314  á 
315;  Almacari,  II,  pág.  754;  Dozy,  Histoire  etc.  IV,  pág.  197,  210 
y  215  y  siguientes,  y  Reclierclies  etc.  II,  art.  sobre  el  Cid  Campea- 
dor; Fernández  y  González,  «Estado  político  y  social»  etc.,  en  dife- 
rentes pasajes  de  la  obra;  y  Codera,  Almorávides,  págs.  1  y  2;  y 
La  familia  de  los  Benitexufín,  artículo  de  la  «Revista  de  Aragón» 
año  1903, 

9 


—  130  — 

los  príncipes  musulmanes,  no  se  desdeñaban  de  conver- 
tirse en  domésticos  y  aun  esclavos  de  éstos,  á  trueque  de 
llegar  un  día  al  poder  por  el  favor  del  gobierno  (1).  En 
los  reinos  de  Taifas  se  abandonaba  á  ciertos  individuos , 
á  bandas  de  hombres  nacidos  fuera  del  país ,  el  cuidado 
de  vigilar  la  defensa  del  estado ,  de  recliazar  y  atacar  al 
enemigo ,  sin  ocuparse  en  el  espíritu  de  cuerpo  ó  nacio- 
nalidad ,  condición  indispensable  para  fundar  y  defender 
un  imperio. 

En  vano  los  Abadíes,  régulos  de  Sevilla,  y  especial- 
mente el  último  de  ellos  Almotamid,  intentan  reunir 
bajo  su  cetro  toda  la  España  árabe,  constituyendo  de  los 
distintos  principados  un  reino  fuerte  y  poderoso;  igual 
pretensión  sostienen  otros  régulos  musulmanes  que  se 
consideran  con  iguales  ó  más  legítimos  derechos,  que 
aquellos;  naciendo  de  aquí  la  lucha  interior  entre  sus 
distintos  reinos,  que  los  consume  y  expone  á  ser  subyu- 
gados por  los  cristianos  del  Norte,  especialmente  por 
Alfonso  VI,  quien,  por  la  época  de  que  venimos  haciendo 
historia,  imperaba  en  León  y  en  Castilla,  hacíase  dueño 
de  Toledo,  como  se  ha  dicho,  trasladando  á  su  rey  Alcá- 
dir  al  trono  de  Valencia  é  imponiéndole  allí  su  voluntad , 
amenazaba  á  Sevilla  y  Badajoz  haciendo  tributarios  á  sus 
reyes  é  intentaba  apoderarse  de  Zaragoza  en  el  Oeste.  Las 
bandas  castellanas  del  emperador  Alfonso  tenían  en  jaque 
á  los  débiles  príncipes  del  Este  y  les  asolaban  el  país . 
Alvar  Fáñez  jefe  de  la  banda  que  por  orden  de  Alfonso 
había  quedado  en  Valencia  apoyando  al  destronado  de 
Toledo  Alcádir,  saqueaba  frecuentemente  las  comarcas 
vecinas;  otro  capitán  de  Alfonso,  García  Giménez,  se 
había  hecho  fuerte  por  esta  época  en  el  formidable  casti- 
llo de  Aledo,  entre  Murcia  y  Lorca,  desde  el  cual  hacía 
frecuentes  incursiones  contra  los  estados  próximos.  Las 
tropas  cristianas  habían  llegado  en  sus  correrías  hasta 
Nibar,  á  una  legua  Este  de  Granada.  Por  todas  partes. 


(1)    AlHHijaHun,  Prolcy.  ti-ad .  I,  págs.  309  y  .321. 


—  131  — 

en  fin,  dice  Dozy  (1),  cundía  el  desaliento,  y  era  extre- 
mado el  peligro;  ya  no  se  tenía  valor  para  medir  las  ar- 
mas contra  los  caballeros  cristianos,  ni  aun  en  propor- 
ción de  cinco  contra  uno .  Últimamente  un  grupo  de 
cuatrocientos  almerienses  habían  vuelto  la  espalda  á  80 
caballeros  cristianos.  Era  indudable  que,  si  los  musul- 
manes españoles  no  recibían  auxilio  de  sus  correligiona- 
rios de  África,  tenían  que  elegir  entre  la  sumisión  al 
emperador  cristiano  ó  la  emigración . 

En  tales  circunstancias,  dice  Anouairí  (2),  muchos 
alfaquíes  reuniéronse  en  Córdoba,  ciudad  que  corría  in- 
minente peligro  de  caer  en  manos  de  Alfonso,  y  habiendo 
invitado  á  Almotamid,  á  quien  pertenecía  la  ciudad, 
deliberaron  sobre  el  medio  más  eftcaz  para  librarse  de 
manos  de  los  cristianos.  En  un  principio  se  propuso  so- 
licitar eí  auxilio  de  las  tribus  árabes  de  la  Ifriquía;  pero 
esta  proposición  fué  desechada  por  temor  de  que  dichas 
tribus,  una  vez  llegadas  á  España,  dado  su  estado  de 
barbarie  y  ferocidad,  se  entregasen  al  saqueo  en  los 
países  musulmanes,  en  lugar  de  salir  á  campaña  contra 
los  cristianos.  Entonces  se  pensó  en  llamar  á  Yúsuf ,  hijo 
de  Texufín,  el  emir  de  los  almorávides,  á  quien  su  bra- 
vura y  religiosidad  y  sus  recientes  victorias  hacían  su- 
mamente querido  de  los  alfaquíes  y  de  la  gran  masa 
popular.  De  grado  ó  por  fuerza,  Almotamid  puso  en  co- 
nocimiento de  los  otros  príncipes  musulmanes  de  España 
el  parecer  más  aplaudido  en  la  antigua  corte  del  califado, 
y  todos  lo  aceptaron  como  bueno  y  se  dispusieron  á  en- 
viar sus  representantes  á  presencia  de  Yúsuf,  especial- 
mente el  propio  Almotamid,  Almotauaquil,  régulo  de 
Badajoz,  y  Abdála  de  Granada.  En  consecuencia,  reuni- 
dos en  Sevilla  Abuishac,  hijo  de  Macana,  cadí  de  Bada- 
joz; Abucháfar  el  Colaí,   de  Granada;   el  de  Córdoba 


( 1 )  Histoire ,  etc . ,  pág .  197 . 

(2)  Ms.  ár.  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  n.°  OU,  ai'fcículu 
soVjre  los  Almorávides, 


—  132  — 

Abuádam  y  el  visir  de  Sevilla  Abubéquer,  hijo  de  Zai- 
dun,  marcharon  á  Algeciras,  y  de  allí  pasaron  á  la  corte 
de  Yúsuf  y  le  invitaron  á  entrar  en  España  con  un  ejér- 
cito, para  defenderla  de  los  cristianos  del  Norte.  Contra 
esta  determinación  de  los  reyes  de  Taifas  se  había  opues- 
to, aunque  sin  resaltado,  el  príncipe  heredero  de  Sevi- 
lla Arraxid,  hijo  de  Almotamid,  previendo  que  aquellos 
auxiliares,  á  quienes  se  iba  á  buscar,  habían  de  conver- 
tirse pronto  en  sus  más  terribles  enemigos.  El  recibi- 
miento frío  que  dispensó  Yúsuf  á  los  emisarios,  y  su 
exigencia  de  la  plaza  de  Algeciras,  hicieron  que  partici- 
pasen bien  pronto  los  régulos  españoles  del  mismo  temor 
que  abrigaba  el  príncipe  Arraxid ;  pero  las  circunstancias 
eran  apremiantes,  y,  como  había  dicho  Almotamid  res- 
pondiendo á  su  hijo,  valía  más  guardar  camellos  al  rey 
de  Marruecos  que  cerdos  al  monarca  de  Castilla  (1) . 

En  el  año  1086  comenzó  Yúsuf  á  desembarcar  tropas 
en  la  plaza  de  Algeciras,  y  luego  pasó  él  con  los  restos  de 
su  ejército  expedicionario.  De  Algeciras,  una  vez  guarne- 
cida y  restauradas  sus  fortificaciones ,  avanzó  hacia  Sevi- 
lla con  el  grueso  de  sus  almorávides .  En  el  trayecto  se  le 
incorporaron  el  régulo  de  Sevilla  Almotamid,  que  había 
.salido  á  recibirle,  y  los  dos  nietos  de  Badis,  Abdála  de 
Granada  y  Temim  de  Málaga.  Almotasim  de  Almería 
excusó  su  asistencia ,  diciendo  que  sentía  no  concurrir  en 
persona  á  la  campaña  por  temor  á  los  cristianos  de  Aledo, 
y  se  limitó  á  enviar  un  regimiento  de  caballería  á  las  ór- 
denes de  uno  de  sus  hijos .  Reforzado  el  ejército  de  los  al- 
morávides con  los  contingentes  de  los  reyezuelos  andalu- 
ces, dirigióse  á  Badajoz,  donde  se  lesunió  Almotauaquil. 
que  imperaba  en  dicha  ciudad,  y  seguidamente  empren- 
dieron la  marcha  hacia  Toledo.  .Más  á  poco  les  salió  al 
encuentro  el  emperador  Alfonso,  quien,  cuando  tuvo  no- 
ticia del  desembarco  realizado  por  los  almorávides,  había 


(1)     l)o/,v,  «Dn  Abljíulidis»  II,  pá^s.  8,   189  etc.,  y  Feí'dándoz 
(ionzález,  olira  (útada,  ('áy.  :í!). 


~  133  — 

levantado  el  sitio  que  tenía  puesto  á  Zaragoza,  y  ordenado 
á  Alvar  Fañez  y  á  otros  capitanes  de  sus  bandas  esparci- 
das por  el  Este  de  la  Península  que  retornasen  á  Toledo. 
No  lejos  de  Badajoz,  en  un  lugar  llamado  Zalaca  por  los 
musulmanes  y  Sacralias  por  los  cristianos,  fué  derrotado 
Alfonso  en  23  de  Octubre  de  1036,  con  gran  mortandad 
de  los  suyos .  Felizmente  para  los  castellanos ,  tuvo  Yúsuf 
que  renunciar  á  su  proyecto  de  invadir  el  estado  de  Al- 
fonso, aprovechando  la  favorable  ocasión  que  le  brindaba 
su  triunfo  de  Zalaca,  al  saber  la  muerte  de  su  hijo  mayor, 
á  quien  había  dejado  enfermo  en  Ceuta,  y  se  volvió  al 
África  con  su  ejército,  excepto  3.000  hombres  que  queda- 
ron en  Sevilla  á  las  órdenes  de  Almotamid . 

Luego  que  supieron  los  castellanos  de  Alfonso  que 
había  repasado  Yúsuf  el  estrecho  con  la  mayor  parte  de 
sus  tropas,  resolvieron  liacer  incursiones  en  el  Este  de 
España,  cuyos  principados  de  Valencia,  Murcia,  Lorca  y 
Almería  eran  los  más  débiles ,  y  en  medio  de  los  cuales 
ocupaban  la  inexpugnable  fortaleza  de  Aledo,  capaz  de 
encerrar  una  guarnición  de  12  á  13.000  hombres  .  Desde 
esta  fortaleza  diferentes  bandas  de  castellanos  recorrían 
las  ciudades  vecinas,  llevando  su  devastación  hasta  de- 
jarlas convertidas  en  verdaderos  desiertos ,  y  asediaban 
los  distritos  de  Lorca,  Murcia  y  Almería;  pues  «la  repu- 
tación de  aquellos  guerreros,  dice  el  Sr.  Fernández  y 
González,  los  hacía  á  tal  punto  respetados,  que  no  se  atre- 
vían los  muslimes  á  hacerles  frente  por  mucha  superiori- 
dad que  tuviesen  en  el  número »  (1) . 

Es  verdad  que  las  tropas  almorávides  dejadas  por  Yúsuf 
al  servicio  y  defensa  de  Almotamid  infundían  temor  á  los 
cristianos  respecto  del  Oeste  de  la  Península,  Badajoz  y 
Sevilla;  mas  en  cuanto  á  los  principados  del  Este,  espe- 
cialmente Murcia  y  Lorca,  parecía  inminente  que  caye- 
sen en  manos  del  enemigo.  Almotamid,  que  había  sido 
reconocido  como  soberano  por  el  último  príncipe  de  los 


( 1 )    ( )bi'a  citada ,  página  47 . 


-  1^4  - 

Benilabbim  de  Lorca,  Abiilasbag,  hijo  de  Labbun,  titu- 
lado Sadoácmla  (i),  y  quería,  al  decir  de  los  iiistoriado- 
res  (2),  restablecer  su  autoridad  en  Murcia,  donde  se  le 
había  sublevado  Abenraxic,  resolvió  salir  acampana  con- 
tra dichos  estados,  con  el  doble  fin  de  poner  coto  á  los 
ataques  de  los  cristianos  y  someter  al  susodiclio  rebelde . 
Habiendo  reunido  sus  tropas  con  los  almorávides ,  que  le 
había  dejado  Yúsuf ,  se  dirigió  á  Lorca .  Llegado  á  esta 
ciudad  y  sabedor  de  que  merodeaba  cerca  de  allí  una 
banda  de  cristianos,  compuesta  de  unos  ;500  hombres, 
envió  contra  ellos  á  su  hijo  Arradí  al  frente  de  3.000  jine- 
tes; pero  el  príncipe  sevillano,  más  literato  que^  guerrero, 
se  excusó  de  obedecer  á  su  padre ,  diciendo  que  se  hallaba 
indispuesto,  y  entonces  confió  Almotamid  el  mando  de  la 
expedición  á  su  otro  hijo  Motad ,  que  regresó  á  Lorca  com- 
pletamente derrotado,  á  pesar  de  ser  superiores  sus  fuer- 
zas á  las  del  enemigo  en  proporción  tan  considerable . 
Desde  Lorca  marchó  Almotamid  á  poner  sitio  á  Murcia ; 
pero  Abenraxic  supo  ganarse  á  los  almorávides  que  venían 
en  el  ejórcito  del  régulo  de  Sevilla,  y  vióse  éste  obligado 
á  regresar  á  su  capital,  sin  haber  sacado  fruto  alguno  de 
su  campaña . 

Como  se  ve ,  se  había  hecho  nuevamente  insostenible , 
á  pesar  del  triunfo  de  Zalaca,  la  situación  de  los  reinos 
musulmanes  de  Taifas.  Se  consideraba  de  absoluta  nece- 
sidad implorar  el  auxilio  de  Yúsuf  y  sus  almorávides ;  y, 
á  este  fin,  atravesaron  el  estrecho  y  se  presentaron  en  la 
corte  del  famoso  emir  de  los  muslimes  varios  alfaquíes  y 
magnates  de  Valencia,  Murcia,  Lorca,  Baza  y  otras  capi- 
tales. El  mismo  Almotamid,  viendo  cuan  inminente  era 


(1)  Abonsaid,  ms.  úr.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  ii."").'},  tul.  7(). 
Véase  el  apéndice  núm.  VIII. 

(2)  Volvemos  á  reiietir  en  este  |ninto  acerea  de  la  rebeldía  de 
Al)cnraxic,  afirmada  por  algunos  historiadores  árabes,  lo  que  diji- 
mos en  el  (íapítulo  anterior:  la  existencia  de  monedas  acuñadas  en 
Murcia  á  nomb.e  de  Almotamid  por  los  añcjs  en  que  se  da  c.onií»  ocii- 
núda  aquella  rebcildía,  hace  dudaí-  de  su  exactitud  ó  al  nnuios  pensar 
que  fuese  un  hecho  efímero. 


—  1'35  — 

el  riesgo  de  que  cayesen  pronto  sus  estados ,  uno  tras  otro, 
en  poder  de  los  cristianos,  marchó  á  suplicar  á  Yúsuf  que 
viniese  por  segunda  vez  á  España;  pues  se  veía  incapaci- 
tado para  desalojar  de  A  ledo  á  los  cristianos,  negocio  que 
áél,  en  cambio,  sería  fácil,  y  con  el  cual  prestaría  un 
gran  servicio  al  islamismo.  Yúsuf,  que  había  recibido 
afectuosamonte  á  Almotamid  y  dispensándole  los  honores 
debidos  á  su  rango,  le  despidió  prometiéndole  que  no  se 
haría  esperar  su  regreso  á  España. 

Y  así  fué;  desde  que  despidió  á  Almotamid,  comenzó 
Yúsuf  sus  preparativos  de  hombres  y  armamentos,  y  en 
la  primavera  del  año  1088,  según  unos  autores,  ó  en  la 
de  1090,  según  otros  (1),  desembarcó  en  Algeciras.  Salió 
Almotamid  á  recibirle  en  su  camino,  é  inmediatamente 
corrióse  orden  á  los  otros  príncipes  musulmanes  de  asis- 
tir con  ellos  al  sitio  de  Aledo ,  al  que  concurrieron ,  ade- 
más de  las  tropas  de  Yúsuf  y  Almotamid,  las  de  Temim 
de  Málaga ,  de  Abdála  de  Granada ,  de  Almotasim  de  Al- 
mería, y  de  otros  príncipes.  Una  vez  acampados  delante 
de  Aledo ,  convinieron  los  príncipes  musulmanes  en  que 
cada  día  atacaría  uno  de  ellos  á  la  fortaleza.  P'ijáronse 
contra  ésta  gran  número  de  máquinas  de  batir  construi- 
das y  emplazadas  por  carpinteros  y  otros  artífices  de 
Murcia ,  y  fueron  muchos  los  ataques ,  y  algunos  muy 
vigorosos,  dirigidos  contra  ella;  pero  los  doce  ó  trece  mil 
defensores  que  encerraba,  délos  cuales  solamente  mil 
bastaban  para  rechazar  las  embestidas  del  enemigo,  y  lo 
fuerte  de  su  posición  natural  y  defensas ,  llegaron  á  con- 
vencer á  los  musulmanes  que  no  caería  en  sus  manos ,  á 
no  ser  rindiéndola  por  hambre.  Añádase  á  esto  que  los 


(1)  Cartas,  pág.  98;  Alimed  Ana.sii-i,  pág.  117;  en  AUioIal  Almau- 
sia,  íbl.  41,  se  dice  que  la  segunda  venida  de  Yúsuf,  liijo  de  Texufin,  ú 
España  fué  en  la  i)i-iniaYera  de  1088,  y  esta  es  la  fecha  ai;eptada  por 
el  Sr.  Codera  en  sus  A//ííürrtríí/í'.s,  etc.,  pág.  227.  Abulcásim  el  de 
Silvés;  Moháined,  hijo  de  Ibi-ahim;  Abenalcai'dabus,  en  Qidtab  ali.c- 
üfa,  dan  la  fecha  de  la  primavera  de  1090,  opinión  seguida  jaor  Dozy 
en  su  Histoire,  etc.,  IV,  pág.  294. 


—  136  -- 

régulos  españoles  atendían  más  á  sus  intereses  particu- 
lares, que  á  la  pronta  y  feliz  terminación  del  sitio  de  Ale- 
do:  cada  uno  de  ellos  apetecía  ser  considerado  por  Yúsuf 
con  preferencia  á  sus  compañeros,  y  esto  dio  lugar  á  una 
serie  interminable  de  intrigasen  el  campo  musulmán; 
se  acusaban  recíprocamente  ante  Yúsuf  (1),  á  quien  to- 
maban por  arbitro  de  sus  querellas;  mientras  que  el  prín- 
cipe de  Almería  Almotasim,  maquinaba  perder  al  de 
Sevilla,  no  cesaba  éste  de  repetir  á  Yúsuf  que  el  de  Mur- 
cia Abenraxic  había  sido  aliado  de  Alfonso,  que  había 
favorecido  á  los  cristianos  de  Aledo  y  que  acaso  todavía 
les  prestara  algún  auxilio ,  que  ese  traidor  á  la  causa  del 
islam  le  había  usurpado  el  principado  de  Murcia,  y  que, 
por  tanto,  debía  serle  entregado,  para  él  imponerle  el 
castigo  que  merecía.  Encomendó  Yúsuf  la  resolución  de 
este  asunto  á  una  junta  de  alfaquíes,  y  habiéndose  dado 
la  razón  á  Almotamid ,  hizo  prender  á  Abenraxic  y  lo  en- 
tregó al  príncipe  de  Sevilla,  prohibiéndole,  no  obstante, 
que  le  quitase  la  vida.  Pero  llevaron  á  mal  los  murcianos 
que  hubiese  sido  apresado  su  príncipe,  y  sumamente 
indignados ,  abandonaron  el  campo  de  Aledo ,  negándose 
á  suministrar  en  lo  sucesivo  los  artífices  y  vituallas  de 
que  tenía  necesidad  el  ejército  sitiador. 

La  actitud  levantisca  de  los  murcianos  en  favor  de  su 
príncipe,  la  aproximación  del  invierno  y  el  saber  que  el 
emperador  Alfonso  VI  venía  en  socorro  de  la  fortaleza 
con  18.000  hombres,  movió  á  Yúsuf  á  levantar  el  sitio, 
y  aunque  en  un  principio  tomó  posiciones  en  la  sierra  de 
Tirieza,  al  oeste  de  Totana,  á  fin  de  esperar  y  rechazar  á 
Alfonso,  cambió  pronto  de  parecer  y  se  replegó  á  Lorca, 
después  de  haber  pasado  cuatro  meses  en  el  sitio  de  Ale- 
do  ,  sin  lograr  hacerse  dueño  de  la  fortaleza .  Llegado  á 
ésta  Alfonso  y  viendo  que  sus  fortificaciones  se  hallaban 
casi  demolidas^  la  incendió,  volviéndose  á  Castilla  con 
sus  defensores,  los  cuales  habían  quedado  reducidos  á 


(1)    Dozy,  Histoire,  etc.,  IV,  |.;iy.  223. 


—  137  -^ 

un  centenar  á  consecuencia  del  hambre  y  de  las  heridas 
durante  el  sitio. 

Los  autores  que  refieren  la  segunda  venida  de  Yúsuf 
y  la  campaña  de  Aledo  á  la  primavera  del  año  1088,  dicen 
que  aquél  retiróse  desde  Lorca  á  Almería,  en  donde  em- 
barcó, regresando  al  África;  mas  los  que  prescinden  de 
esa  segunda  venida  y  señalan  como  tal  la  que  otros  tie- 
nen por  tercera,  ó  sea  la  efectuada  en  la  primavera  del 
año  1090,  afirman  que  esta  vez  Yúsuf,  dispuesto  á  ense- 
ñorearse de  toda  la  España  árabe  ,  atravesó  el  Estrecho , 
y  habiéndose  dirigido  á  Granada ,  se  hizo  dueño  de  esta 
ciudad  ,  después  de  un  sitio  de  dos  meses ,  y  á  seguida 
de  Málaga ,  llevándose  á  sus  estados  á  sus  dos  príncipes 
Abdála  y  Temim,  hijos  de  Badis. 

Fuera  en  el  año  1088  ó  en  1090  la  campaña  de  Aledo, 
y  á  continuación  la  campaña  de  Granada  y  de  Málaga  por 
el  emir  almoravide,  lo  cierto  es  que  el  último  hecho  puso 
de  manifiesto  el  intento  de  Yúsuf  de  apoderarse  de  la 
España  musulmana  destituyendo  á  los  varios  reyes  de 
Taifas ;  j  ersi  de  prever  que  éstos,  no  habiendo  podido 
contrarrestar  el  esfuerzo  de  Alfonso  VI,  menos  podrían 
oponerse  al  plan  del  emir  almoravide,  confirmándose  así 
el  temor  que  primero  abrigó  el  príncipe  Arraxid ,  hijo  de 
Almotamid,  cuando  se  opuso  al  proyecto  de  su  padre  de 
llamar  á  Yúsuf  en  su  auxilio  contra  los  cristianos. 

Los  nuevos  enemigos  con  quienes  tenían  que  habér- 
selas los  reyes  de  Taifas,  aquellos  berberiscos  del  Sahara 
llamados  almorávides,  acababan  de  constituir  allende  el 
Estrecho  un  fuerte  imperio  que  se  extendía  desde  el  Se- 
negal  hasta  la  Argelia,  gracias  á  un  espíritu  de  cuerpo  ó 
de  nación,  entonces  muy  vigoroso  entre  ellos,  y  del  cual 
se  hallaban  enteramente  faltos  los  pequeños  reinos  de  la 
España  árabe. 

Añádase  á  esto  que  Yúsuf,  hijo  de  Texufín,  se  captó 
pronto  en  España  el  apoyo  decidido  de  los  alfaquíes  espa- 
ñoles por  su  religiosidad ,  llevada  al  extremo  de  que  más 
tarde,  una  vez  dueño  de  la  España  árabe ,  entabló  negó- 


—  138  — 

elaciones  con  el  califa  de  Oriente ,  deseando  que  éste , 
según  parece ,  aplaudiese  su  conducta  con  los  régulos  de 
España.  Habiendo  redactado  una  declaración  de  fe  y 
homenaje,  hízola  llegar  ámanos  del  califa  de  Oriente, 
Almotathir,  por  conducto  de  Abdála,  hijo  de  Abenalarabí, 
y  de  su  hijo  Abubéquer,  eximio  doctor  y  cadí  de  Sevilla. 
Estos  enviados  llevaban  el  encargo  de  pedir  para  su  señor 
al  de  Oriente  una  especie  de  2)lacet  por  la  extensión  dada 
por  el  primero  á  su  imperio,  y  á  su  regreso  presentaron 
á  Yúsuf  el  documento  solicitado,  por  el  cual  se  le  reco- 
nocía el  título  de  emir  de  los  musulmanes  de  Occidente, 
y  además  vestidos  y  banderas  semejantes  á  la  de  los  ca- 
lifas abasíes  (1) . 

Al  contrario  que  Yúsuf,  los  príncipes  españoles,  más 
libres  de  pensamiento  y  de  costumbres,  no  eran  bien  vis- 
tos por  dichos  alfaquíes  y  devotos  musulmanes.  Los  há- 
bitos de  lujo  de  tales  príncipes  y  el  sostener  ejércitos  asa- 
lariados aumentaban  grandemente  los  gastos  del  erario 
público,  y  viéronse  aquéllos  en  la  necesidad  de  recurrir 
á  impuestos ,  como  los  de  puente  ó  entrada ,  de  mercado 
y  otros  considerados  como  ilícitos  ante  el  código  sagrado , 
distanciándose  así  de  la  masa  popular,  la  cual  volvía  sus 
ojos  hacia  Yúsuf  ante  la  esperanza  de  que  éste  les  exi- 
miera de  ellos.  Este  estado  de  cosas  era  convertido,  por 
los  que  Dozy  ha  llamado  el  clero  musulmán ,  en  arma 
poderosa  para  que  el  pueblo  prefiriese ,  dadas  las  circuns- 
tancias de  la  época,  la  autoridad  general  de  Yúsuf  á  la 
de  los  varios  régulos  que  les  abrumaban  con  sus  onero- 
sos impuestos,  y  sirvió  para  vencer  los  escrúpulos  que  el 
emir  almoravide  tenía  ó  aparentó  tener  para  despojar  á 
aquéllos  de  sus  estados,  después  de  haberles  jurado,  an- 
tes de  atravesar  el  Estrecho,  que  por  ningún  motivo  aten- 
taría contra  sus  dereclios  y  libertades.  Durante  la  estan- 
cia de  Yúsuf  en  Aledo  los  alfaquíes  habían  mantenido 
secretas  conferencias ,  tan  frecuentes ,  que  hicieron  sos- 


fl)    Al)enjaldun,  Prolegómenos,  trad. ,  I,  pág.  466. 


—  13^  — 

pechar  á  sus  señores  que  no  eran  ñeles  los  propósitos  que 
les  llevaban  á  la  tienda  del  emir  almoravide. 

De  Abucháfar,  cadí  de  Granada,  refiere  Abenalja- 
tib  (1)  que  su  señor  Abdála  llegó  á  .convencerse  de  que 
aquél  tramaba  perderle.  Estando  todavía  en  Aledo  formó 
dicho  príncipe  el  propósito  de  dar  muerte,  á  seguida  de 
regresar  á  su  estado,  á  su  infiel  servidor,  y  á  punto  es- 
tuvo de  ejecutarlo;  pero  se  interpuso  la  madre  de  Abdála, 
temiendo  que  sobreviniese  á  su  hijo  un  fatal  castigo  si 
daba  muerte  á  un  varón  tan  piadoso,  y  aquél,  enterne- 
cido, le  perdonó  primeramente  la  vida  y  á  poco  tiempo 
le  puso  en  libertad.  Inmediatamente  huyó  el  cadí  de 
Granada  á  Córdoba ,  y  desde  esta  ciudad ,  no  teniendo 
que  temer  ya  á  su  soberano ,  escribió  á  Yúsuf  moviéndole 
á  poner  en  obra  el  proyecto  tantas  veces  discutido  entre 
ambos.  Al  mismo  tiempo  hizo  saber  á  otros  alcadíes  y  alfa- 
quíes  los  malos  tratos  de  que  había  sido  objeto,  y  el  peli- 
gro que  había  corrido  su  vida  al  lado  de  su  señor,  y 
puestos  de  acuerdo  todos  ellos ,  enviaron  á  Yúsuf  dos  re- 
soluciones en  que  se  afirmaba  que  los  príncipes  de  Gra- 
nada, Abdála  y  Temim,  habían  peixlido  sus  derechos  de 
gobierno  por  sus  grandes  delitos,  y  especialmente  por  el 
trato  brutal  que  el  mayor  de  ellos  había  dado  á  su  cadí; 
y  suplicándole  que  obligase  á  todos  los  príncipes  españo- 
les restantes  á  abolir  los  impuestos  establecidos  por  ellos 
en  contra  de  las  disposiciones  alcoránicas . 

Desde  este  momento  puede  decirse  que  Yúsuf,  hijo  de 
Texufín,  había  arrojado  la  máscara  en  el  asunto  déla 
Península  y  comenzaba  su  fácil  tarea  de  arrojar  de  sus 
estados  á  los  régulos  españoles.  El  carácter  de  esta  obra 
no  nos  consiente  hacer  una  narración  detallada  de  la 
manera  como  fueron  cayendo  en  manos  de  los  almorávi- 
des los  distintos  principados  musulmanes  llamados  de 
Taifas;  pero  sí  debemos  notar,  antes  de  concretarnos  á 


(1)    Edición  del  Caii-o,  páginas  41  \'  42.  Véase  á  Dozy,  Histoi- 
re,  IV,  pAginas  225  .y  siguientes. 


—  140  — 

la  regtón  hiurciana,  que  Yúsut',  dueño  ja.  de  Granada  y 
Málaga,  se  dirigió  á  Algeciras  y  desde  esta  ciudad  á  sus 
estados  de  África,  dejando  encomendada  á  sus  caudillos 
la  empresa  de  irse  apoderando  de  los  otros  reinos  musul- 
manes de  España  bajo  la  dirección  de  su  sobrino  Sir, 
hijo  de  Abubéquer.  Al  efecto  dividió  éste  su  poderoso 
ejército  en  diferentes  cuerpos,  y  durante  el  año  1091  los 
almorávides  se  hicieron  dueños  de  los  estados  de  Almo- 
tamid,  sin  que  pudiera  llegar  á  socorrerle  Alvar  Páñez, 
mandado  por  Alfonso  VI  en  auxilio  del  rey  de  Sevilla, 
pues  fué  batido  cerca  de  Almodóvar  y  obligado  á  retroce- 
der, sin  poder  cumplir  el  objeto  de  su  expedición;  igual- 
mente se  apoderaron  de  Almería,  que  capituló  á  poco  de 
haber  sido  tomada  Sevilla,  y  de  Jaén  y  sus  distritos. 
Por  lo  que  hace  á  la  región  murciana ,  fué  encargado  de 
posesionarse  de  ella  el  caudillo  Abenaixa,  que  realizó  su 
cometido,  sin  encontrar  gran  resistencia,  al  parecer,  por 
parte  de  los  naturales;  primeramente  se  hizo  dueño 
de  Lorca,  cuyas  puertas  le  abrió  su  último  príncipe  de 
los  Benilabbun,  quien  antes  había  reconocido  la  sobera- 
nía de  Almotamid  de  Sevilla,  y  en  el  mes  de  Junio  del 
año  citado  entró  Abenaixa  en  Murcia,  destronó  á  su  reye- 
zuelo y  ocupó  seguidamente  todos  los  distritos  de  la 
región. 

Los  autores  árabes  que  mencionan  la  entrada  de  los 
almorávides  en  Murcia,  señalan  á  Abenraxic  como  el  úl- 
timo régulo  de  Taifas  de  dicha  ciudad,  el  cual  había  lo- 
grado evadirse  de  1as  manos  de  Almotamid,  en  que  le 
puso  Yúsuf  en  el  sitio  de  Aledo,  y  continuó,  según  aña- 
den, viviendo  en  Murcia  hasta  su  muerte,  acaecida  algu- 
nos -años  después  de  ser  destronado  por  los  almorávi- 
des (1).  El  Cartas  llama  á  dicho  régulo  Abenabdelaziz , 
en  lugar  de  Abenraxic.  Sin  embargo,  conviene  advertir, 
respecto  de  que  fuese  Abenraxic  el  príncipe  de  Murcia 


(1)     AuüiKiii'i,   ms.  ái".  de  la  R.   Ac.  de  la  Hist. ,    núni.  (50,   ar- 
tículo sobre  los  Benia!)ad;  Cartas,  pág.  lUl . 


—  141  — 

depuesto  por  los  almorávides,  lo  propio  que  observamos 
tocante  á  su  supuesta  rebeldía  contra  Almotamid:  la 
existencia  de  monedas  batidas  en  Murcia  á  nombre  del 
rey  de  Sevilla  por  el  tiempo  de  referencia,  y  la  vaguedad 
con  que  nos  hablan  los  autores  acerca  de  esos  hechos, 
hacen  pensar  que  pudieran  no  ser  exactos. 

Aparte  de  esto ,  lo  indudable  es  que  el  príncipe  Aben- 
aixa,  hijo  del  emir  Yúsuf  y  llamado  Abuabdála  por  so- 
brenombre, fué  el  primer  ualid  ó  gobernador  almoravide 
que  penetró  en  Murcia,  llevando'de  caudillo  á  Abenal- 
hach,  y  esta  última  circunstancia  explica  que  atribuyan 
á  éste  algunos  autores  la  toma  de  Murcia  y  la  deposición 
de  su  último  régulo  en  el  primer  período  de  Taifas. 

Si  el  príncipe  Abenaixa  había  encontrado  escasa  ó 
ninguna  resistencia  por  parte  de  los  musulmanes  de 
Murcia,  no  le  ocurrió  otro  tanto  respecto  délos  cristia- 
nos .  Parece  ser  que  éstos ,  al  tiempo  de  comenzar  Yúsuf 
á  poner  en  ejecución  su  proyecto  de  anexionarse  los  pe- 
queños estados  musulmanes  de  España,  habían  intentado 
de  nuevo  realizar  algunas  conquistas  en  el  Este  de  aqué- 
lla; Almería  había  sido  sitiada  por  García  (1),  Lorca  por 
un  tal  Alfana  ó  Alfano,  Murcia  por  Alvar  Fáñez  y  Játlva 
por  el  Cid  Campeador,  quien  por  este  tiempo,  como  de- 
jamos dicho,  se  había  erigido  en  defensor  del  pusilánime 
Alcádir,  régulo  de  Valencia.  Tales  nuevas  llegaron  á  ex- 
citar la  indignación  de  los  almorávides  acantonados  en  el 
reino  de  Sevilla,  é  inmediatamente  había  recibido  Aben- 
aixa la  orden  de  marchar  á  la  región  de  Murcia,  á  fin  de 
ahuyentar  á  las  bandas  cristianas  y  posesionarse  de 
aquélla;  en  su  camino  derrotó  por  completo  á  una  de  las 
susodiclias  bandas,  que  le  salió  al  encuentro,  matando  á 
muchos  y  cogiendo  prisioneros  á  la  mayor  parte  de  los 
que  quedaron  con  vida,  y  acaso  tuvo  que  desalojar  por  el 


(1)  Según  Dozy,  acaso  este  Garcia  Ordóriez  fuese  el  conde  de 
NA  jera  del  mismo  nombre.  Véase  Rechei'ches,  etc.,  II,  apéndice, 
página  XXIV, 


—  142  — 

mismo  tiempo  á  los  cristianos  ó  á  fuerzas  de  Almotamid 
del  castillo  de  Aledo,  pues  Abenalabar  (l)  le  llama  el 
conquistador  de  Aledo. 

Dueño  de  Murcia  Abenaixa  y  después  de  establecer 
en  ésta  la  capitalidad  de  su  gobierno,  marclió  á  Denia  y 
luego  á  Játiva,  que  le  abrieron  sus  puertas,  habiendo 
huido  su  gobernador,  que  las  tenía,  según  parece,  á 
nombre  del  hijo  de  Almondir,  régulo  de  Lérida  y  de 
Tortosa,  de  los  Benihud  de  Zaragoza.  Hallándose  Aben- 
aixa en  Denia  recibió  un  mensaje  del  cadí  de  Valencia, 
Abencliahaf ,  en  el  cual  le  suplicaba  éste  que  viniera  á 
libertarle  de  Alcádir,  del  Cid  Campeador  y  de  los  funcio- 
narios públicos  puestos  á  su  instancia,  y  le  prometía,  en 
cambio,  la  sumisión  incondicional  de  la  ciudad  á  su  go- 
bierno. Al  efecto,  aconsejábale  el  cadí  que  se  apoderase 
de  Alcira,  cuyo  gobernador  estaba  dispuesto  á  recono- 
cerle. Algún  autor  indica  que  fué  el  cadí  en  persona 
quien  se  presentó  á  Abenaixa,  suplicándole  lo  que  aca- 
bamos de  referir  (2).  El  asunto  no  era  difícil,  puesto  que 
el  Campeador  se  hallaba  con  su  banda  lejos  de  la  tierra 
de  Valencia;  sin  embargo,  respondió  Abenaixa  al  cadí 
que  su  presencia  era  necesaria  en  Denia ,  y  se  limitó  á 
enviar  hacia  Valencia  una  columna  de  sus  tropas  al 
mando  de  Abunásir.  Posesionado  éste  de  Alcira,  logró 
fácilmente  penetrar  en  Valencia,  cuyas  puertas  le  fueron 
franqueadas  por  el  cadí  Abenchahaf.  El  desgraciado  Al- 
cádir, en  cuanto  tuvo  noticias  de  la  entrada  de  los  almo- 
rávides en  su  ciudad ,  corrió  á  esconderse ;  mas  Abencha- 
haf le  hizo  buscar  y,  conducido  á  presencia  de  éste, 
mandó  darle  muerte.  Desde  aquel  momento  quedó  Aben- 
chahaf único  representante  del  gobierno  de  la  ciudad. 
Pero  el  Cid,  á  quien  llegó  pronto  la  noticia  de  ios  suce- 
sos ocurridos  en  la  región  valenciana,  se  apresuró  á  vol- 
ver á  ella,  y  comenzó  el  período  de  sus  devastaciones  y 


(1)  Bil).  Ar.  Hisp.,  t.  IV,  pág.  55. 

(2)  Abenalabar,  Bil).  Ar.  Hi.sp.,  V,  VI,  455. 


—  143  — 

del  asedio  á  su  capital,  hasta  obligar  á  Abenchahaf  á  que 
expulsase  á  los  almorávides  de  Abunásir  y  le  aceptase 
como  su  aliado  y  defensor  en  las  mismas  condiciones  en 
que  lo  había  sido  de  Alead  ir. 

No  hace  á  nuestro  propósito  referir  aquí  todas  las  vi- 
cisitudes por  las  cuales  atravesó  Valencia  durante  el  go- 
bierno presidido  por  el  cadí  Abenchahaf  bajo  la  dicta- 
dura militar  del  Cid  Campeador  (1) ;  solamente  debemos 
hacer  constar  que  en  1093  un  nuevo  ejército  almoravide 
había  acudido  á  la  región  murciana,  á  fin  de  reforzar  las 
fuerzas  de  Abenaixa ,  impotente  para  enseñorearse  de  la 
tierra  de  Valencia;  que  al  tenerse  noticia  en  esta  ciudad 
de  que  el  nuevo  ejército  almoravide  se  hallaba  ya  en  el 
camino  de  Lorca  á  Murcia,  los  buenos  musulmanes  de 
Valencia,  irritados  contra  las  vejaciones  del  cadí  y  de 
su  defensor  el  Cid,  destituyeron  tumultuosamente  al 
primero  y  nombraron  en  su  lugar  al  anciano  ex-régulo 
de  Murcia  Abuabderráman  Abentáhir ,  como  se  ha  dicho 
antes;  que  á  poco  volvió  á  ser  sustituido  éste  por  el  cadí, 
y  que  el  Cid ,  resuelto  ya  á  hacerse  dueño  único  de  la 
ciudad,  logró  rendirla  el  15  de  Junio  de  1094,  sin  que 
pudiesen  impedirlo  los  almorávides  establecidos  en  los 
distritos  de  Murcia  y  en  algunos  de  Valencia ,  y  mandó 
después  que  fuese  quemado  vivo  el  cadí  Abenchahaf . 

El  emir  almoravide  Yúsuf,  hijo  de  Texufín,  que  ar- 
día ya  en  deseos  de  libertar  á  la  ciudad  de  Valencia  del 
yugo  del  Campeador ,  al  saber  que,  por  fin,  se  había  éste 
entronizado  definitivamente  en  ella,  ordenó  al  goberna- 
dor de  Murcia  que  marchase  á  sitiarla .  Obedeció  Aben- 
aixa las  órdenes  del  emir;  pero  el  sitio  no  duró  más  de 
diez  días ,  pues  al  cabo  de  este  tiempo  hizo  el  Cid  una 


(1)  Düzy  en  sus  Reclierches,  etc. ,  II,  en  los  artículos  que  con- 
sagra á  la  historia  del  Cid  Campeador;  Fernández  y  González  en  su 
c< Estado  político  y  social  de  los  mudejares»,  cap.  III  y  IV,  y  Malo 
d(!  Molina  en  su  «  Rodrigo,  etc.»,  han  agotado  verdaderamente  la 
matei'ia,  y  en  ellos  encontrará  el  lector  todo  lo  que  le  interese  sal)er 
sobre  el  particular. 


—  144  - 

salida ,  derrotó  á  sus  enemigos  y  les  quitó  su  campamen- 
to. Todavía  se  sucedieron  varios  choques  entre  las  tropas 
del  Cid  y  los  almorávides  de  Abenaixa,  con  fortuna  para 
el  primero,  hasta  que  en  el  año  1099  el  gobernador  de 
Murcia,  c[i\e  acababa  de  obtener  cerca  de  Caenca  una 
brillante  victoria  sobre  el  general  de  Alfonso ,  Alvar  Pá- 
ñez,  pudo  seguidamente  aniquilar  una  división,  que  el 
Campeador  había  mandado  contra  Játiva.  La  derrota  del 
ejército  del  Cid,  que  pasaba  por  invencible,  fué  tan  com- 
pleta, que  muy  pocos  de  sus  guerreros  habían  escapado 
con  vida,  y  el  pesar  que  produjo  en  el  Cid  la  fatal  nueva 
aceleró  su  muerte,  acaecida  en  Junio  de  dicho  año. 

^íuerto  el  Cid,  dice  el  Sr.  Fernández  y  González  (1), 
«todavía  mantuvo  la  ciudad  de  Valencia  su  esposa  doña 
Jimena,  defendiéndola  con  valor  hasta  Octubre  de  1101 , 
en  que ,  sitiada  por  el  general  almoravide  iMazdalí ,  á  los 
siete  meses  de  asedio  envió  al  Obispo  D.  Jerónimo  á  la 
corte  deD.  Alfonso  VI,  demandándole  auxilio.  Y  aunque 
D.  Alfonso  acudió  al  socorro  con  numeroso  ejército  é  hizo 
levantar  el  sitio  al  almoravide,  considerando  la  ciudad 
de  A'^alencia  muy  lejos  de  sus  estados,  para  conservarla 
sin  dificultades,  sacó  la  guarnición  de  cristianos,  y  po- 
niendo fuego  á  los  edificios,  la  abandonó  enteramente». 

El  5  de  Mayo  de  1102  Mazdalí,  nombrado  gobernador 
déla  nueva  ciudad  conquistada,  y  sus  almorávides  to- 
maron posesión  de  sus  ruinas. 

Tomada  Valencia  por  los  almorávides ,  les  fué  ya  fá- 
cil extender  su  dominación  á  todo  el  Oriente  de  España, 
enviando  al  efecto  sus  tropas  desde  aquella  ciudad,  uni- 
das á  las  que  salían  de  Murcia,  que  por  esta  época  parece 
que  era  el  gobierno  superior  de  aquella  parte  de  la  Pe- 
nínsula, así  como  Sevilla  lo  era  respecto  del  Occidente. 

En  el  año  1103  solamente  dos  estados  permanecían 
sin  ser  incorporados  al  imperio  almoravide;  eran  Zara- 


(Ij     01)i'a  citada,   página  .")().   V('at;;  también  á  Dn/.y ,    liei;liL'r- 
clies,  etc.,  II,  página  Í95. 


—  145  — 

goza,  donde  reinaba  Almostain  II,  de  la  familia  de  los 
Benihud,  y  la  Sa/ila,  que  pertenecía  á  los  Benirazin,  en 
memoria  de  los  cuales  ha  quedado  á  dicha  región  el  nom- 
bre de  Albarracín.  Estos  últimos  fueron  pronto  desposeí- 
dos de  sus  principados,  á  pesar  de  haber  reconocido  la 
autoridad  deYúsuf,  hijo  de  Texufín  (1).  En  cuanto  al 
estado  de  Zaragoza,  bien  fuese  porque  Almostain  hubiese 
logrado  ganarse  el  favor  del  emir  almoravide  con  sus 
magníflcos  presentes,  bien  por  intereses  políticos  de 
éste ,  lo  cierto  es  que  continuó  hasta  después  de  la  muerte 
de  Almostain  II  en  la  batalla  deValtierra,  ganada  por 
Alfonso  el  Batallador  en  24  de  Enero  de  1110  (2). 

El  emir  Yúsuf  había  fallecido  ya  en  1106,  y  aunque 
recomendó  á  su  hijo  y  sucesor  Alí  que  respetase  el  reino 
de  los  Benihud,  á  fin  de  que  con  su  bravura  sirviesen  de 
antemural  entre  los  cristianos  del  Norte  y  los  estados 
almorávides,  el  nuevo  emir,  luego  que  aconteció  la 
muerte  de  Almostain  y  le  sucedió  su  hijo  Aldelmélic 
Imadodaula,  olvidó  el  consejo  de  su  padre  y  excitado 
por  los  musulmanes  de  Zaragoza,  acaso  por  temor  de 
caer  en  las  manos  de  Alfonso  de  Aragón ,  que  ya  tenía 
puesto  asedio  á  la  ciudad,  ordenó  á  sus  almorávides  del 
Este  que  se  apoderasen  de  Zaragoza  y  de  sus  distritos  (3). 
El  último  rey  de  los  Benihud  en  Zaragoza,  Abdelmélic, 
no  creyéndose  seguro  en  la  capital ,  dada  la  actitud  de 
sus  subditos ,  corrió  á  encerrarse ,  al  saber  que  se  acerca- 
ban los  almorávides ,  en  su  formidable  castillo  de  Rueda , 
donde  había  acumulado  extraordinarios  medios  de  de- 
fensa. Evacuada  Zaragoza  por  Abdelmélic,  entraron  en 
ella  los  almorávides  sin  tropiezo  alguno ;  mas  como  el 
Batallador  tenía  puestos  sus  ojos  en  la  misma  presa ,  co- 


(1)  Abenalabur,  en  Dozy,  «Noticeset  extraictes,  etc»,  pág.  182. 

(2)  Codera,  Almorávides,  pág.  12,  y  Dozy,  Recherclies,  II, 
páginas  7  y  15. 

(3)  Anouairí,  ms.  ár.  de  la  R.  Ao.  de  la  Hist.,  art.  .sobre  Yúsuf, 
hijo  de  Texufin,  y  Holal,  fol.  30  v.,  citado  por  Dozy  en  su  Hi.s- 
toire,  IV,  página  247. 

10 


—  146  — 

menzó  entre  éste  y  aquéllos  la  lucha,  que,  por  lo  que 
hace  á  los  musulmanes,  fué  sostenida  principalmente 
por  los  gobernadores  de  Murcia  en  unión  de  sus  ve- 
cinos de  Valencia,  como  referiremos  en  el  capítulo  si- 
guiente. 


CAPITULO   XI 

Murcia  y  sus  gobernadores  almorávides 

(CONTINU  ACIÓN) 

Abcntiixa;  sic  ¡lUcr pendón  en  la  taclia  ronira  loa  criatiaiioH  del 
Noi-te,  especialmente  en  la  Jornada  de  Uclés . — Descalabro  del 
Conf/ost  de  Martorell.  —  Gobierno  de  Abentejilnit . — ídem  de 
Abuis/iac  Ibra/ilni . — To/na  de  Zai'a;/o~a  por  Alfonso  el  Bata- 
llador.—  Gobierno  de  Jahi/a  Aben(jania  en  el  Oriente  ile  Esjia- 
ña.  —  Victoria  de  Frana:  muer-te  de  Alfonso  el  Batallador. — 
Varones  ilustres  que  tlorecicron  en  Murcia  durante  este  tiempo. 


Según  queda  expuesto  anteriormente,  desde  la  en- 
trada de  los  almorávides  en  Murcia  y  sus  distritos  había 
sido  encargado  del  gobierno  de  la  región  el  príncipe 
Abenaixa,  hijo  del  emir  Yúsuf,  distinguiéndose  siempre 
como  esforzado  caudillo  y  fervoroso  musulmán,  á  seme- 
janza de  otros  individuos  de  la  familia  (1).  Aparte  de  los 
hechos  mencionados,  que  hasta  la  toma  de  Valencia  re- 
clamaron su  actividad  y  esfuerzo  en  diciía  región  y  en  la 
de  su  mando ,  intervino  no  poco  en  los  principales  acon- 
tecimientos de  la  luclia  emprendida  por  los  almorávides 
contra  los  estados  cristianos  del  Norte ,  después  de  haber 
acabado  con  los  reinos  de  Taifas  de  sus  correligionarios. 

El  gobernador  de  Murcia  Abenaixa  asiste  con  las  tro- 
pas de  su  mando  á  la  batalla  de  Uclés.  Sucedió  que,  ha- 
biendo fallecido  el  emir  Yúsuf,  hijo  de  Texufín,  en  1106, 
su  hijo  y  sucesor  Alí  pasó  á  España  al  siguiente  año, 
resuelto  á  emprender  contra  los  cristianos  repetidas  cam- 
pañas; mas  reclamada  su  presencia  por  los  trastornos  de 


(1)    Abenalal)ai'.  Bib.  ar.  hisp.  IV,  jiág.  55. 


—  148  — 

allende  el  estrecho,  dejó  el  mando  general  de  los  ejércitos 
de  la  Península  á  su  hermano  Temim,  el  cual  fijó  su  resi- 
dencia en  Granada.  Pocos  meses  después  de  hacerse 
cargo  el  príncipe  Temim  del  gobierno  general  de  España,  > 
sitió  y  tomó  por  asalto  la  ciudad  de  Uclés,  teniendo  que 
acerrarse  los  cristianos,  que  la  guarnecían,  en  la  alcazaba 
de  la  población ,  donde  se  hicieron  fuertes.  Alfonso  VI, 
viejo  ya  y  achacoso,  envió  un  ejército  con  su  hijo,  joven 
de  pocos  años,  á  ñn  de  librar  á  Uclés  del  poder  de  los 
almorávides.  Al  aproximarse  el  infante  D.  Sancho  con 
las  tropas  de  su  padre  al  campo  de  los  almorávides,  quiso 
Temim  retirarse,  sin  esperar  la  batalla  inminente  con  los 
cristianos;  pero  fué  contenido  por  los  jefes  musulmanes 
y,  sin  quererlo,  obtuvo  un  señalado  triunfo,  que  costó  á 
los  cristianos  la  muerte  del  infante ,  de  siete  condes ,  en- 
tre ellos  García  Ordoñez,  y  de  veinte  y  tres  mil  hombres. 
De  parte  de  los  musulmanes  murieron  también  muchos . 
Esta  batalla  tuvo  lugar  el  80  de  Mayo  de  1108.  El  gober- 
nador de  Murcia  Abenaixa  y  su  vecino  de  Valencia,  Mo- 
hámed,  hijo  de  Fátima,  que  había  sucedido  al  Í^Iazdalí 
en  el  gobierno  de  la  última  ciudad  citada,  en  el  año  de 
1103  á  1104,  fueron  los  que  se  opusieron  decididamente 
á  que  Temim  abandonase  el  campo  de  Uclés,  al  aproxi- 
marse las  tropas  del  emperador  Alfonso  con  el  desgra- 
ciado infante  D.  Sancho  (1). 

No  sabemos  si  Abenaixa  concurrió  con  sus  tropas  de 
Murcia  á  las  campañas  emprendidas  por  Alí  ó  por  sus 
caudillos  contra  Portugal  y  Castilla,  á  consecuencia  del 
desastre  de  Uclés,  teniendo  por  objetivo  principal  apode- 
rarse de  Toledo,  lo  cual  no  lograron.  Lo  que  hay  de 
cierto,  es  que  Abenaixa  continuó  al  frente  de  su  gobierno 
de  Murcia,  coadyuvando,  según  parece,  al  sostenimiento 
de  Zaragoza  contra  Alfonso  el  Batallador,  y  á  la  campaña 
dirigida  por  los  almorávides  contra  Cataluña,  hasta  el 


(1)    Cartas,  pág.  103;  Abenjaldun,  IV,  pág.  188,  Codera  A//íío- 
racídcíi,  págs.  8  y  9;  y  FeíTiáridoz  González,  oljra  citada,  pág.  58. 


—  149  - 

año  1114  en  que  hubo  de  ser  sustituido  en  su  gobierno, 
á  causa  del  descalabro  que  sufrió  en  el  Congost  de  Marto- 
rell .  Hé  aquí  como  ocurrió  esto .  Ya  se  ha  dicho  que  en 
1110  los  almorávides  se  habían  hecho  dueños  de  Zarago- 
za, echando  á  Abdelmélic,  hijo  de  Almostain  II.  La 
anexión  de  dicha  ciudad  al  imperio  almoravide  fué  reali- 
zada por  Abuabdála  Mohámed  Abenalhach,  que  desde  Fez 
había  sido  enviado  á  Valencia  como  gobernador,  en  susti- 
tución, al  parecer,  de  Mohámed,  hijo  de  Fátima.  La  de- 
fensa de  Zaragoza  y  sus  incursiones  contra  los  cristianos 
de  Aragón  y  Cataluña  exigían  no  solo  la  acción  de  las 
fuerzas  de  Valencia ,  sino  también  el  socorro  de  Abenaixa 
con  su  gente  de  Murcia.  Así  se  lee  que  en  el  año  1114 
salió  Abenalhach  de  Zaragoza  con  su  hueste ,  y  habiéndo- 
sele unido  el  príncipe  Abenaixa,  entraron  por  tierra  de 
Cervera,  llegando  hasta  cerca  de  Barcelona  asolando  sus 
tierras  y,  cogido  un  rico  botín,  emprendieron  la  retirada 
hacia  sus  dominios ,  enviando  la  impedimenta  y  el  grueso 
de  las  tropas  por  el  camino  abierto  y  regresando  ambos 
con  una  escolta  á  monte  través ;  mas  al  llegar  á  un  des- 
filadero ,  cayeron  en  una  emboscada ,  que  les  tenían  pre- 
parada los  cristianos,  y  murió  Abenalhach  con  casi  todos 
los  suyos,  vendiendo  caras  sus  vidas.  Abenaixa  logró 
escapar  vivo  con  unos  pocos ,  pero  se  observó  que  había 
perdido  la  razón  en  aquel  trance,  y  su  hermano,  el  emir 
Ali ,  hubo  de  sustituirle  en  el  mando  por  su  cuñado  Abu- 
béquer,  hijo  de  Ibrahim  Abenteflluit,  que  durante  la 
ausencia  del  príncipe  Abenaixa  parece  que  había  sido  en- 
cargado interinamente  del  gobierno  interior  de  Murcia  (1). 
Si  hemos  de  creer  á  Abenaljatib  (2),  había  estado  Aben- 
teflluit al  frente  del  gobierno  de  Granada  desde  1106  y, 
al  sustituir  después  á  Abenaixa ,  reunió  también  bajo  su 


(1)  Respecto  á  la  batalla  llamada  del  Puerto  por  los  autores  ára- 
bes y  del  Congost  de  Martorrell  por  los  esci'itores  catalanes,  puede 
consultarse  á  Codera,  Al  mor  aciden,  pág.  20. 

(2 )  Ihata ,  edic .  del  Cairo ,  I ,  pág .  242  y  243 . 


—  150  - 

mando  los  distritos  de  Valencia,  Tortosa,  Praga  y  Zara- 
goza y  estableció  pn  esta  última  capital  su  residencia  (l), 
dándose  aires  de  príncipe  y  entre.^'ándose  á  los  placeres, 
hasta  que  murió  en  ella  el  año  1116  á  1117,  asediado  por 
Alfonso  el  Batallador. 

Durante  la  permanencia  de  Abenteñluit  en  Zaragoza 
florecía  en  su  corte  y  gozaba  de  gran  privanza  el  célebre 
filósofo  Avenpace  (2),  que  se  distinguió  también  como  poe- 
ta, y  de  ambos  se  reñere  la  siguiente  anécdota,  de  que  se 
hace  eco  Abenjaldun:    Cuéntase  que  hallándose  Aven- 
pace con  Abentefiluit  en  una  de  sus  orgias,  entregó  á  una 
de  las  cantoras  del  príncipe  una  oda  que  comenzaba  así: 
« Marcha  con  valentía  arrastrando  tu  capa  por 
donde  ella,  tu  amada,  ha  arrastrado  la  suya.  Y 
junta  la  embriaguez  del  vino  á  la  que  te  inspi- 
ran sus  encantos . » 

Desde  el  primer  momento  comenzó  á  manifestar  Aben- 
teñluit el  placer  que  experimentaba,  escuchando  la  oda  de 
Avenpace;  mas  al  terminar  el  canto  del  último  verso 
que  decía: 

« Dios  ha  preparado  un  estandarte  siempre 
victorioso  para  el  valiente  Abubéquer  (Abente- 
ñluit)», 

arrebatado  de  entusiasmo,  rasgó  las  vestiduras  excla- 
mando «¡Bravo!  Tu  canto  es  verdaderamente  admirable 
desde  su  comienzo  hasta  el  ñn.  ¡Juro,  por  Alá,  que  en 
lo  sucesivo  no  ha  de  entrar  Avenpace  á  mi  presencia,  á 
no  ser  andando  sobre  oro!»  El  poeta  temeroso  que  de 
practicarse  el  juramento  del  príncipe  podían  sobrevenirle 
funestas  consecuencias,  lo  eludió  en  el  acto  por  un  medio 
ingenioso,  haciéndose  meter  oro  en  sus  zapatos,  antes  de 
salir  de  la  estancia  de  Abenteñluit  (3) . 


(1)  Cartas,  págs.  104  y  105  del  texto  ('.  22!)  y  2:30  de  l;i  ti'adiir.-iim. 

(2)  Abul)équer  Abenl)aclia. 

(;})     Alieiijalíliiii ,    Pi'o]e;i'<')ni(Mios  etc.,    ÍJI,    j».i,u-.    420  do   la  (i'a- 
ducción . 


-  151  - 

El  único  hecho  importante  realizado  por  este  príncipe, 
fué  que,  al  dirigirse  á  Zaragoza,  se  llevó  bastantes  fuer- 
zas de  Murcia  y  de  Valencia,  con  las  cuales  y  con  las 
existentes  ya  en  Zaragoza,  realizó  una  incursión  contra 
Cataluña  llegando  hasta  Barcelona,  que  sitió  durante 
veinte  días,  sin  poderla  tomar;  pues  habiendo  acudido  el 
conde  D.  Ramón  Berenguer  con  las  tropas  del  llano  de 
Barcelona  y  de  Narbona,  se  trabó  entre  ambos  una  bata- 
lla, que  si  bien  no  fué  desfavorable,  al  parecer,  para  los 
musulmanes ,  tuvieron  que  retirarse ,  á  consecuencia  de 
haber  recibido  muerte  en  la  lucha  700  de  sus  compa- 
ñeros (1) . 

Al  saberse  en  Murcia  la  muerte  de  Abenteñluit  en  las 
circunstancias  mencionadas,  corrió  el  que  le  había  susti- 
tuido en  el  gobierno  de  Murcia,  el  príncipe  Abuishac 
Ibrahim,  hermano  del  emir  Alí,  á  fin  de  arreglar  los 
asuntos  de  Zaragoza  y  ponerla  en  condiciones  de  defensa 
contra  Alfonso  el  Batallador  y,  conseguido  esto,  regresó 
á  la  capital  de  su  gobierno . 

Hallándose  Abuishac  Ibrahim  en  Murcia,  fué  discípulo 
del  célebre  maestro  de  la  España  musulmana,  natural  de 
Zaragoza,  Abualí  Asadafí,  quien  después  de  viajar  y  ha- 
cer profundos  estudios  en  Oriente,  había  regresado  á  Es- 
paña estableciéndose  en  el  Este  de  ella,  especialmente  en 
la  susodiclia  capital ,  donde  se  consagró  con  aplauso  á  la 
enseñanza.  Se  cuenta  que  el  gobernador  y  príncipe  Ibra- 
him tuvo  la  pretensión  de  que  Abualí  fuese  á  su  palacio , 
para  comunicarle  sus  enseñanzas ;  pero  el  maestro  se  hizo 
el  desentendido,  y  tuvo  Ibrahim  que  ir  á  casa  de  él  (2). 

Tomada ,  por  fin ,  Zaragoza  por  Alfonso  el  Batallador 
en  19  de  Diciembre  de  1118  (3),  aprovechándose  de  la 


(1)  Cartas,  pág.  104  y  105;  Álimed  Anasiri,  I,  pág.  125;  Casi- 
ví,  II,  pág.  163. 

(2)  Codera,  Almorávides,   pág.  217,   tomado  de   Abcnalaliar, 
Bib.  ar.  liisp.  IV,  pág-.  56. 

(3)  Almacarí,  II,  pág.  767,  y  A'jenalabaí',  Notices  et  extraits 
etc . ,  de  Doz3',  pág.  225  . 


-  152  — 

tardanza  de  los  almorávides  en  enviar  fuerzas  de  socorro , 
como  en  ocasiones  anteriores,  intentaron  éstos  recobrarla 
y,  reunida  numerosa  liueste  al  mando  del  príncipe  Abu- 
ishac  Ibrahim,  se  dirigieron  liacia  ella;  mas  al  llegar  á 
Cutanda,  cerca  de  Daroca,  se  encontraron  con  la  gente 
de  Alfonso  el  Batallador,  que  alcanzó  sobre  sus  enemigos 
un  ruidx)SO  triunfo  matándoles  muchísimos,  entre  los 
cuales  se  contó  al  famoso  maestro  Abualí  Asada  í,  al  cadí 
de  Almería  Abuabdála,  hijo  de  Alfarre,  y  á  otros  alt'a- 
quíes  notables,  que  se  habían  alistado  como  voluntarios. 
La  batalla  tuvo  lugar  en  Junio  ó  Julio  de  1120  (i).  Parece 
ser  que  Ibrahim  cuatro  años  antes  de  la  batalla  de  Cu- 
tanda,  ó  sea  en  IIJO,  había  sido  trasladado  del  gobierno 
de  Murcia  al  de  Sevilla  por  su  hermano  Alí  (2). 

Desde  que  Abuishac  Ibrahim  cesa  en  el  mando  de  Mur- 
cia, no  se  tiene  noticia  de  gobernador  particular  de  esa 
región .  Unida,  según  parece,  al  gobierno  general  llamado 
del  Oriente  de  España,  los  encargados  del  mando  estable- 
cen su  residencia  habitual  en  Valencia.  Así  se  menciona 
como  ualí  ó  gobernador  general  del  Este  á  Yeder  ó  Bedr, 
hijodeUarca,  nombrado  por  el  emir  Alí.  Yeder  debió 
verse  apurado  por  las  incursiones  de  los  cristianos ,  espe- 
cialmente de  Aragón  y  Cataluña,  puesto  que  hubo  de  pe- 
dir al  emir  que  le  enviase  de  lugarteniente  á  Yahya  Aben- 
gania,  cuyo  valor  era  ya  reconocido  en  la  parte  de  Occi- 
dente (3). 

Sobrado  motivo  tenía  Yeder  para  reclamar  el  auxilio 
de  personas  de  capacidad  y  bravura,  á  fin  de  contrarrestar 
las  que  distinguían  al  rey  Alfonso  el  Batallador.  Este, 
tomada  Zaragoza  y  después  de  quebrantar  el  poderío  de 
los  almorávides  en  Cutanda,  había  logrado  fácilmente 
anexionarse  pueblos  tan  importantes  como  Tarazona,  .Vla- 


(1)  Abtíiialatir,  X,  pág.  111;  Alinacari.  II,  |)áy.  759;  Cudera,  Al- 
moravided,  pág.  12. 

(2)  Dozy,  Roclien-lie.setc,  II,  pág.  41;{. 

(;í)    Abenaljatil»,    íhata,  ni.s.  de  la  R.  Ai;,  de  la  Hisí.,  núm.  ."il, 
vol.  III,  fol.  172. 


—  15S  — 

gón,  Epila,  Riela,  Borja,  Magallón,  Calatayud,  Bubierca, 
Ariza  y  Medinaceli  al  Oeste  y  Daroca  y  Monreal  al  Este , 
poniéndose  en  condiciones  para  que  á  los  siete  años  tras- 
curridos de  la  toma  de  Zara;^oza,  ó  sea  en  1125,  realizase 
su  atrevida  expedición  hasta  las  costas  de  Andalucía, 
atravesando  las  tierras  de  Alcira,  Valencia,  Denia  y  Mur- 
cia, á  su  ida  y  al  regreso,  sin  que  Yeder,  que  indudable- 
mente mandaba  á  la  sazón  en  dichas  regiones,  se  atre- 
viese á  impedirle  el  paso,  y  castigando  con  mano  fuerte 
en  Arnisol,  cerca  de  Lucena  de  Córdoba,  á  las  tropas  del 
pusilánime  Temim,  hermano  del  emir  y  su  lugarteniente 
general  de  España,  el  cual  intentó  oponerse  á  su  mar- 
cha (1). 

Estos  acontecimientos  tan  graves  para  la  causa  de  los 
musulmanes  del  Oriente  de  España,  debieron  decidirá 
Yeder  á  reclamar  del  emir  que  le  enviase  á  Yahya  Aben- 
gania,  como  lugarteniente;  á  poco  ocurrió  la  muerte  de 
aquél ,  y  entonces  fué  corfflado,  según  parece,  de  un  modo 
efectivo  á  Abengania  el  gobierno  y  defensa  de  dicha  parte 
de  la  Península. 

El  nuevo  gobernanor  de  Murcia  y  Valencia,  educado 
en  Córdoba,  parece  ser  que  venía  tomando  parte  y  distin. 
guiéndose  por  sus  virtudes  militares  en  las  campañas 
contra  los  cristianos  del  Oeste,  especial.xiente  de  Portu. 
gal,  hasta  que  fué  trasladado  á  las  órdenes  de  Yeder.  No 
cabe  duda  que  durante  la  estancia  de  Abengania  al  frente 
del  gobierno  del  Este  se  realizaron  diferentes  expedicio- 
nes contra  los  estados  de  Aragón  y  Cataluña,  sostenién- 
dose la  lucha  por  parte  de  los  musulmanes  con  mayor 
tesón  del  que  podía  esperarse,  dada  la  acometividad  des- 
plegada por  Alfonso  el  Batallador.  De  una  de  estas  expe- 
diciones hace  mención  Abenalabar  (2)  en  la  biografía  de 
Abulhasan  Alí,  hijo  de  Abdála  ,  Alansarí,  al  decir  de  él. 


(1)  D.jzy,  Reciiei'clies,  I,  pág.  -US  y  II,  pág.  415;  y  en  Codera, 
Almorávides,  pág.  13,  encontrará  ellector  interesantes  detalles  ^íol)re 
la  expedición  de  Alfonso  el  Batalladoi*  á  Andalucía. 

(2)  Almocham,  Bib.  ar.  hisp.  IV,  pág.  28G. 


—  154  — 

que  escuchó  al  célebre  maestro  Abenalarabí,  cuando  pasó 
por  Valencia  á  campaña  contra  los  cristianos. 

El  liecho  más  glorioso  de  iVbengania  durante  su  mando 
en  Murcia  y  Valencia,  fué  la  victoria  que  alcanzó  sobre  el 
indomable  Alfonso  el  Batallador  junto  á  Praga.  El  ilustre 
maestro  Sr.  Codera,  que  ha  agotado  la  materia  sobre  este 
hecho,  lo  reflere  así  (1):  «...ocho  años  habían  pasado  desde 
la  expedición  á  Andalucía,  cuando  Alfonso  el  Batallador 
se  apoderaba  de  Mequinenza  tras  sangrienta  matanza  ó 
castigo  y  sitiaba  á  B'raga,  cuya  guarnición  estaba  á  punto 
de  sucumbir,  cuando  los  sitiadores  recibieron  oportuno  y 
eficaz  auxilio  que  Saad  Abenmardenix  había  pedido  al 
gobernador  general  de  la  España  rnusulmana,  el  príncipe 
Texufín:  desde  Córdoba  envió  éste  un  gran  convoy  y  mil 
jinetes  á  las  órdenes  de  Azobeir,  hijo  de  Amru  (el  Azuel 
de  nuestras  crónicas);  el  gobernador  de  Murcia  y  Valen- 
cia, Yahya  Abengania,  reúne  500  jinetes  y  se  incorpora 
con  las  tropas  de  Córdoba,  de  cuyo  mando  debió  de  encar- 
garse, lo  mismo  que  de  los  200  jinetes  que  aportó  el  go- 
bernador de  Lérida,  Abdála  Abeniyad. 

Al  acercarse  á  Praga  Abengania,  organiza  su  hueste 
poniendo  en  la  vanguardia  las  tropas  de  Lérida  á  las  órde- 
nes de  Abeniyad;  él  ocupa  el  centro  con  las  de  Murcia  y 
en  la  retaguardia  deja  á  Azobeir,  protegiendo  el  convoy. 

En  la  mañana  del  17  de  Julio  de  1134,  el  ejército  si- 
tiador ve  llegar  al  auxiliar,  y  Alfonso,  que  había  licen- 
ciado parte  de  sus  tropas,  contando  con  que  el  de  Lérida 
acometía  con  solo  las  suyas,  le  desprecia  y  envía  contra 
él  un  grueso  destacamento  á  recibir  el  regalo  que  según 
dice  el  autor  (2),  les  enviaban  los  musulmanes.  Abeniyad 
acomete  con  brío  al  destacamento  cristiano,  al  que  consi- 
gue romper  y  desordenar,  haciendo  en  ellos  gran  mortan- 
dad; acude  en  su  auxilio  el  mismo  Alfonso  con  todas  sus 


(1)  Almorávides,  pág.  17. 

(2)  El  Sr.  Codera  aludo  á  Abenalatir,  autor  árabe  cuya   nari-a- 
cióri,  como  él  mismo  dice,  pág.  288,  .sigue  casi  por  completo. 


—  155- 

tropas  confiado  en  su  número  y  bravura;  pero  llega  al 
mismo  tiempo  el  centro  del  ejército  á  las  órdenes  de  Aben- 
gania,  y  se  traba  uti  terrible  combate  general,  en  el  que 
toman  parte  todas  las  fuerzas  de  uno  y  otro  bando;  en  el 
acto  los  sitiados  se  enteran  de  que  llega  el  convoy,  y  salen 
de  la  ciudad  liombres  y  mujeres,  grandes  y  pequeños,  y 
acometen  al  campamento:  los  hombres  matan  á  cuanto 
encuentran  y  las  mujeres  roban  cuanto  hallan;  Alfonso  y 
Abengania,  entre  tanto,  luchaban  tenazmente  llevando 
ya  la  peor  parte  los  cristianos  de  Alfonso  quien  al  llegar 
la  retaguardia  á  las  órdenes  de  Azobeir  con  sus  tropas  de 
refresco,  se  retira  con  las  pocas  fuerzas  que  le  quedan, 
marchando  á  Zaragoza,  según  el  autor:  «el  rey  de  Ara- 
gón al  ver  los  muchos  que  habían  muerto,  murió  de 
pesar . » 

Yahya  Abengania  tuvo  por  lugarteniente  en  su  go- 
bierno de  Murcia  y  Valencia  á  su  hermanastro  Almanzor, 
hijo  de  ]\Iohámed,  Abenalhach,  y  á  su  hermano  Abdála 
Abengania,  quien  le  sustituyó  como  efectivo,  al  ser  tras- 
ladado á  Córdoba  por  orden  del  emir  en  1143  con  motivo 
déla  insurrección  contra  los  almorávides,  que  luego  se 
hizo  general  por  parte  de  los  musulmanes  españoles, 
ayudados  al  principio,  según  parece,  por  los  almohades  (1), 
como  se  dirá  en  el  capítulo  siguiente . 

Entre  los  jurisconsultos,  tradicionistas  y  notables  en 
las  ciencias  que  florecieron  en  Murcia  y  su  región  du- 
rante el  período  de  los  almorávides,  son  citados  de  un 
modo  especial  por  los  biógrafos  árabes  los  siguientes: 
Mohámed,  hijo  de  Abdála,  hijo  de  Abucháfar,  el  de  Tod- 
mir;  de  ilustre  familia,  muftí  ó  magistrado  consultor  de 
Murcia,  donde  murió  en  el  año  1100  á  ilOl  (2).  Un  hijo 
del  anterior,  llamado  Abdála,  que  llevó  también  el  ape- 


(1)  Aiienalabur,  Almocliain ,   Bilj.  ar.  Iiisp.  pái;'.  129  y   191;  y 
Almacai'í,  II,  pág.  755. 

(2)  Aljenpascual,    Bilj.    ai-,    liisp.,  II,    Ijíoút.    1120;    v   Adabí, 
ídem,  115,  185. 


—  lU  — 

llido  Ábiicháfar,  más  conocido  de  su  familia;  se  distin- 
guió, á  semejanza  de  su  padre,  como  jurisconsulto  (1). 

Mohámed,  hijo  de  Soláiman,  conocido  ordinariamente 
por  Abenassafar,  natural  de  Orihuela,  en  laque  ejerció 
el  cargo  de  intendente  de  las  limosnas  ó  legados  piado- 
sos, padre  del  notable  tradicionista  Abuamru  Zeyad,  hijo 
de  Mohámed,  é  íntimo  amigo  y  discípulo  en  poesía  de  los 
celebrados  poetas  Abuabdála,  hijo  de  Alhadad,  y  Abubé- 
quer  Abenalabana  (2) . 

Yahya,  hijo  de  Ibrahim,  hijo  de  Abuzeyad,  conocido 
generalmente  por  Abenalbayaz,  exégeta  y  lector  del  Al- 
corán, según  el  sistema  de  Abumohámed  el  de  Meca; 
hizo  un  viaje  al  Oriente  y  escuchó  en  Egipto  al  célebre 
cadí  Abdeluahab.  Vivió  noventa  años  y  enseñó  Alcorán 
á  las  gentes;  pero  habiéndose  perturbado  su  razón  en  sus 
últimos  años,  no  merecieron  crédito  sus  explicaciones; 
pues,  según  se  ha  dicho,  en  muchos  casos  aducía  testi- 
monios de  personas  cuyas  enseñanzas  no  había  recibido, 
ni  siquiera  tenido  correspondencia  científica  con  ellos. 
Murió  en  Murcia  en  el  año  de  1102  á  1103  (3). 

Isa,  hijo  de  Abderráman ,  el  Salamí ,  maestro  de  exége- 
sis  coránica  en  Murcia,  donde  murió  en  el  año  de  11 04 
á  1105  (4). 

Mohámed,  hijo  de  Abdelmélic,  hijo  deAlí,  hijo  de 
Násir,  nacido  en  Murcia,  jurisconsulto,  discípulo  de 
Abualí  Algasaní  y  del  célebre  alfaquí  de  Sevilla  Abubé- 
quer  Abenalarabí,  á  quien  escuchó  en  dicha  ciudad  hacia 
el  año  de  1102  á  1103(5). 

Ismail,  hijo  de  Isa,  hijodePadl,  de  Murcia,  discí- 
pulo de  Abualí  Asadaf í  (6) ,  el  famoso  tradicionista  muer- 
to en  la  batalla  de  Cutanda,  como  se  lia  dicho,  el  cual, 


(1)  Abenpascual,  Bib.  ar.  liisp.,  I  y  II,  G42. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  56G. 

(3)  Abenpascual,  Bib.  ar.  hisp.,  II,  1363. 

(4)  Adabi,  Bib.  ar.  hisp.,  III,  1151. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  493  y  612. 

(6)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  IV,  55. 


—  157  — 

después  de  oir  á  celebrados  maestros  en  Zaragoza,  en 
Valencia  y  en  Almería,  marchó  al  Oriente ,  á  fin  de  cum- 
plir con  el  precepto  de  la  peregrinación  y  acrecentar  su 
instrucción.  Vuelto  á  España,  consagróse  á  la  enseñanza 
en  diferentes  ciudades  del  Este,  especialmente  en  Mur- 
cia, que  eligió  por  residencia  fija  desde  el  año  de  1102. 
En  esta  ciudad  tuvo  muchos  discípulos  de  dentro  y  fuera 
de  la  región;  mereció  ser  nombrado  cadí,  cargo  que  re- 
nunció luego,  y  casi  todos  los  hombres  que  se  distin- 
guieron por  su  saber  en  Murcia  en  los  años  sucesivos, 
fueron  discípulos  del  renombrado  Asadafí  (1). 

Abulcásim  Jalaf ,  hijo  de  Soláiman  Abenfathun ,  que 
fué  cadí  de  Játiva  y  Denia,  autor  de  una  obra  sobre 
contratos,  excelente  literato  y  poeta,  y  murió  en  lili 
á  1112  (2). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Yahya,  gran  juriscon- 
sulto y  presidente  del  consejo  en  Murcia,  donde  falleció 
en  1117  á  1118  (3). 

Áhmed,  hijo  de  Ibrahim,  Abenlaila  Alansarí,  natural 
de  Granada,  fué  cadí  en  Xüba  y  vivió  largo  tiempo  en 
Murcia,  distinguiéndose  como  tradicionista,  hasta  su 
muerte,  ocurrida  en  el  mismo  año  del  desastre  de  Cutan- 
da,  en  que  murió  el  famoso  Abualí  AsaHafí  (4) . 

El  cadí  de  Murcia  Ibrahim,  hijo  de  Asaní  Abuomaia, 
que  murió  en  1122  á  1123  (5). 

Mohámed,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Ammar,  por  so- 
brenombre Abubéquer,  nacido  en  Lérida;  trasladóse  á 
Valencia,  al  entrar  en  ella  los  almorávides,  donde  estu- 
dió Alcorán  con  Abu  David  el  lector.  Después  tornóse  á 


(1)  Han  escrito  la  l)iogTafía  de  Altuali  Asadati:  Al)eripa.s<-ual, 
Bib.  ar.  hisp.,  I  y  II,  327;  Adabi,  ídem,  III,  65.5,  \-  Almacari,  I, 
página  520 . 

(2)  Abenpascual,  Bib.  ar.  h¡s|i.,  I  y  II,  y  Adabi,  id.,  III,  707. 

(3)  Abenpascual,  Bib.  ar.  hisp.,  II,  1142. 

(4)  Abenpascual,  Bib.  ar.  hisp. ,  I  y  II,  161,  y  Adabi,  id.,  III, 
316;  Abenalabar,  A/moc/io/íi,  lugar  citado  al  tratar  de  la  batalla  de 
Cutanda . 

(5)  Abenliacam,  pág.  232,  y  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  IV,  41, 


—  158  — 

Lérida,  en  la  cual  enseñó  Alcorán  á  sus  paisanos  hasta 
el  año  1106  á  1107,  en  que  se  trasladó  á  Murcia,  conti- 
nuando en  la  mezquita  de  esta  ciudad  sus  enseñanzas 
durante  tres  años ,  al  cabo  de  los  cuales  pasó  á  Orihuela, 
donde  ejerció  el  cargo  de  predicador  de  su  mezquita  y 
prosiguió  sus  enseñanzas  alcoránicas .  Falleció  en  el  año 
1125  á  1126  (1). 

Abualale  Abensahit,  poeta  murciano  muy  elogiado 
por  sus  contemporáneos  (2). 

Mohámed,  hijo  de  Jalaf  Abenfathun,  antes  citado, 
era  natural  de  Orihuela  y  autor  y  maestro  en  materia  de 
tradición,  tan  notable,  que  de  él  llegan  á  decir  sus  bió- 
grafos que  su  nombre  hacía  lionor  al  Oriente  de  España. 
Murió  en  1126  á  1127  (3). 

Abulhasan  Táfir,  hijo  de  Ibrahim;  como  el  anterior, 
fué  tradicionista  famoso  de  Orihuela  (4). 

Abdelmélic,  hijo  de  Abdelaziz,  hijo  de  Ferro,  por  so- 
brenombre Abumeruan ,  natural  de  Murcia  y  oriundo  de 
Santa  María  (probablemente  de  Albarracín),  tradicionis- 
ta; hizo  un  viaje  á  Oriente,  visitando  á  Bagdad,  Damasco 
y  otras  capitales,  y  cuando  regresó  de  su  viaje,  fué  nom- 
brado presidente  de  la  oración  en  la  mezquita  de  Murcia, 
cargo  que  desempeñó  liasta  su  muerte  en  1 12-1  á  1180  (5). 

Abuamru  Zeyad,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Áhmed, 
Abenassafar,  de  Orihuela,  condiscípulo  del  biógrafo  é 
historiador  Adabí,  quien  elogia  sus  grandes  conocimien- 
tos en  materia  de  tradición,  historia,  Alcorán  y  litera- 
tura. Murió  en  Orihuela  en  1131  á  1132  (6). 

Abucháfar  Áhmed,  hijo  de  Moslema,  conocido  por  el 
Baguiro,  poeta  muy  elogiado,  que  dejó  al  morir  una  pe- 


(1) 

Abenalabaí-,  Bilj.  ar.  hisp.,  IV,  9á. 

(2) 

Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  IV,  27-i. 

i;^) 

Abenalabar,  Bil».  ar.  hisp.,  IV. 

(4) 

Adabi,  Bib.  ar.  bisp. ,  III,  870,  y  V,  283. 

(5) 

Abenpascual,  Bib.  ar.  bisp.  I  y  II,  772. 

(«) 

Aljonpascual ,  Bil).  ar.  iiisp.,  I  y  II,  12!);  Aboiialal)ai',  idrm, 

ÍV,  73,  y  Adabi,  idein,  III,  pag.  753. 


—  159  — 

quena  colección  de  sus  poesías ,  y  escribió  muchas  otras 
que  no  fueron  coleccionadas;  murió  en  1136  (1). 

Abumohámed  Abdála,  liijo  de  Mohámed ,  el  murcia- 
no; trasladóse  de  su  ciudad  á  Toledo,  y  después  á  Se- 
villa ,  en  las  cuales  completó  su  instrucción ,  así  como 
luego  en  Córdoba  y  Granada,  llegando  á  ser  predicador 
de  la  mezquita  de  Ceuta.  Escribió  quince  obras  sobre 
ciencia  alcoránica  y  tradiciones ,  y  murió  en  Granada  en 
el  año  1143  á  1144  (2). 

]\Iohámed ,  hijo  de  Ibrahim ,  hijo  de  Áhmed ,  Aben- 
amad,  natural  de  Almería.  Después  de  viajar  por  Oriente 
regresó  á  su  ciudad  natal  y  desde  ella  fué  enviado  de 
cadí  á  Murcia  bajo  el  mando  de  los  almorávides  en  1127 
a  1128,  hasta  que  fué  destituido  del  cargo  en  1134  á  1135 
por  su  mal  proceder,  y  murió  en  Marruecos  en  1141  á 
1142,  dejando  una  obra  sobre  exégesis  alcoránica  (3). 

Podrían  citarse  algunos  otros  varones  ilustres  en  las 
ciencias ,  que  ílorecieron  en  Murcia  en  el  tiempo  de  refe- 
rencia; pero  creemos  que  sean  suficientes  los  menciona- 
dos ,  para  que  el  lector  pueda  formarse  idea  del  movi- 
miento intelectual  de  entonces  en  dicha  región  . 


(1)  Abenalabaí-,  Bib.  ar.  Iiisp.  IV,  9,  y  Adaln,  id.,  III.  469 

(2)  Abenalabaí',  Bib.  ar.  hi.sp.,  IV,  198. 

(3)  Abenpa.scual ,  Bib.  ar.  liisp. ,  I  \-  II,  UTO,  y  Al>eiialaljar,  IV, 
página  112. 


t 


CAPITULO  XII 

Murcia  y  la  insurrección  general  contra  l08  almorávides 


Consideraciones  sobre  el  carácter  ¡j  extensión  de  ese  acontecunwnto. 
Réijníos  ó  arráeces  murcianos;  Ahuino/niíned  Abeaalhach  n 
noinhi'e  del  c<aU  de  Córdoba  Abenhaindin  :  el  Zef/ri  á  nondire  de 
Zafadola  Abenhud;  el  cadi  Abenabichófar  á  nombre' del  mismo 
Zdfadola.— Expedición  fnnesta^  //  muerte  de  Abenabic/uifar  en 
Granada. — Proclamación  de  Molu'imed  Abentáldr  en  Murcia  á 
nombre  de  Zafadola. — Sustitución  de  Abentúhir  por  Abeniyad. 


En  el  año  1121  (1)  estalló  en  África  la  terrible  revolu- 
ción promovida  por  Moliámed  Abentumart ,  el  cual,  ha- 
ciéndose pasar  por  el  Mahdi  anunciado  por  ]\Iahoma,  y 
habiendo  fanatizado  con  su  reforma  religiosa  á  las  tribus 
habitantes  de  la  cordillera  del  Atlas  marroquí ,  comenzó 
á  lanzarlas  contra  el  imperio  almoravide,  proclamando  el 
gobierno  único  por  Dios  y  la  abolición  de  las  prescripcio- 
nes y  costumbres  ilícitas  y  dando  á  sus  adictos  el  nombre 
de  almohades  (unitarios).  No  es  fácil  señalarlas  causas 
que  favorecieron  los  planes  del  Mahdi,  hasta. el  punto  de 
quedar  aniquilado  el  poderío  de  los  almorávides  durante 
el  gobierno  de  su  sucesor  Abdelmúmen.  El  historiador 
filósofo  Abenjaldun  nos  dice  que  el  Mahdi  logró  prevale- 
cer sobre  los  almorávides,  porque  además  de  contar, 
como  éstos,  con  tribus  animadas  por  poderoso  espíritu 
nacional  ó  de  cuerpo,  había  logrado  infiltrarles  el  ideal 
religioso,  y  es  seguro,  dice ,  que  el  pueblo  que  á  un  fuerte 
espíritu  de- cuerpo  juntaba  el  sentimiento  religioso,  que 


(1)    Cartas,  pág.  108;  Aljdeluáliid ,  pág.  128,  y  otros. 

11 


—  162  — 

borraba  los  egoísmos  é  intereses  particulares  entre  sus 
individuos  y  les  hacía  considerarse  felices  sacriftcándose 
en  aras  de  su  ideal  apetecido ,  había  de  triunfar  necesa- 
riamente sobre  los  almorávides,  en  que  ambos  sentimien- 
tos, el  nacional  y  el  religioso,  se  habían  grandemente 
debilitado  (1).  En  efecto,  si  bien  los  almorávides,  hones- 
tos y  religiosos  al  principio  de  su  mando,  habían  llevado 
la  prosperidad  y  abundancia  á  sus  dominios,  no  impo- 
niendo á  sus  gobernados,  por  lo  general ,  otra  contribu- 
ción que  la  limosna  y  el  diezmo,  poco  á  poco  fueron  in- 
troduciendo vicios  é  innovaciones  contrarias  al  modo  de 
pensar  de  los  muchos  musulmanes  que  por  aquella  época 
comulgaban  en  las  enseñanzas  del  sufismo  (2).  Además, 
por  lo  que  hace  á  España ,  donde  la  secta  de  los  sufíes 
hizo  desde  luego  muchos  prosélitos,  es  indudable  que  los 
almorávides  llegaron  á  tratarla  como  país  conquistado, 
dando  lugar  á  la  insurrección  de  los  cordobeses  en  1121 
contra  la  insolente  guarnición  africana .  Ocurrió  que  ha- 
biendo salido  la  gente  al  campo  en  un  día  de  fiesta ,  asió 
un  soldado  almoravide  á  una  mujer  con  propósito  nada 
honesto.  Comenzó  ésta  á  lanzar  gritos  de  socorro,  lla- 
mando á  los  musulmanes  cordobeses ,  quienes  corrieron 
á  deí'enderla  del  brutal  atentado,  originándose  por  tal 
motivo  entre  ellos  y  los  soldados  almorávides,  que  se 
pusieron  del  lado  de  su  compañero,  una  sangrienta  coli- 
sión que  propagada  prontamente  por  las  calles  y  plazas 
de  la  ciudad,  continuó  durante  el  resto  de  aquel  día,  hasta 
que  la  obscuridad  de  la  noche  hizo  que  se  retirasen  los 
contendientes  de  una  y  otra  parte  .  Mas  no  paró  en  esto  el 
conflicto,  sino  que  habiéndose  presentado  algunos  alfa- 
quíes  y  magnates  cordobeses  al  gobernador  de  la  plaza 
Abubéquer  Yahya,  hijo  de  David,  pidiéndole,  en  justi- 


(1)  Prolegómenos,  etc.,  I,  pág.  325  y  326  de  la  traducción. 

(2)  Cartas,  pág.  108  del  texto  ,y  239  de  la  traducción;  Abdeluáliid> 
pág.  127,  y  Anouairí,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hi.st.',  ii."()0) 
artículo  solire  los  almohades. 


—  163  — 

cia,  el  castigo  de  los  soldados  que  habían  promovido  la 
colisión,  lejos  de  acceder  aquél  á  la  demanda  que  se  le 
hacía,  montó  en  cólera  y,  al  amanecer  del  día  siguiente, 
sacó  las  tropas  de  los  cuarteles,  como  desafiando  y  ame- 
nazando á  los  habitantes  de  la  ciudad .  Advertidos  de  esto 
los  alfaquíes  y  magnates  y  con  ellos  todos  los  varones 
cordobeses  capaces  de  batirse,  tomaron  sus  caballos  y 
armas  y,  atacando  furiosamente  alas  tropas  almorávides, 
las  derrotaron  por  completo,  viéndose  obligado  el  gober- 
nador á  encerrarse  y  fortificarse  en  el  alcázar.  Pero  cercá- 
ronlo los  cordobeses  y,  escalando  sus  muros,  penetraron 
en  su  recinto,  y  el  gobernador  huyó  de  la  ciudad,  siendo 
perseguido  tan  de  cerca,  que  á  duras  penas  logró  escapar 
ileso.  Inmediatamente  saquearon  los  cordobeses  el  alcá- 
zar, incendiaron  las  casas  de  los  almorávides,  apropián- 
dose sus  bienes  y  arrojándoles  de  la  ciudad  en  un  estado 
miserable.  En  vano  acudió  el  emir  Alí  con  numerosas 
tropas,  á  fin  de  castigar  á  los  rebeldes;  se  le  cerraron  las 
puertas  de  la  ciudad ,  y  fué  combatido  briosamente  por  los 
cordobeses ,  los  cuales ,  dice  el  historiador  árabe ,  lucha- 
ban con  la  desesperación  propia  del  que  defiende  hogar  y 
honra,  hasta  que  viendo  Alí  la  tenaz  y  vigorosa  resisten- 
cia de  los  sitiados,  entabló  negociaciones  amistosas  con 
ellos  y,  para  que  le  abriesen  las  puertas  de  la  ciudad, 
tuvo  que  ofrecer  la  amnistía  general,  imponiéndoles  úni- 
camente que  indemnizasen  á  los  almorávides  de  los  bie- 
nes que  les  habían  arrebatado  (1). 

El  descontento  de  los  musulmanes  españoles  contra  la 
dominación,  al  fin  extranjera,  de  los  almorávides  fué  cre- 
ciendo cada  vez  más  y  extendiéndose  á  la  mayor  parte  de 
las  ciudades,  y  llegó  á  su  colmo,  cuando  se  dieron  cuenta 
de  que  no  les  servían  siquiera  para  librarles  de  las  incur- 
siones y  devastaciones  de  los  cristianos,  fin  por  el  cual  se 
les  había  llamado  á  España  y  consentido  su  dominación . 


(1)     Anouairi,  ms.  ái\  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm .  60,  articulü 
•^obre  Alí,  hijo  de  Yúsuf,  V,  también  Dozy,  Histoire,  etc.  IV,  pág.  286. 


—  164  — 

En  efecto,  los  cristianos  no  tardaron  en  notar  la  ocasión 
favorable  que  les  brindaba,  para  tomar  la  ofensiva  contra 
el  país  musulmán,  ver  á  éste  en  desacuerdo  con  sus  jefes 
almorávides,  y  á  éstos  sumamente  quebrantados  por  la 
insurrección  pujante  de  los  almoliades  allende  el  Estre- 
cho. En  1133  Alfonso  VII  entró  á  sangre  y  fuego  por  An- 
dalucía devastando  las  tierras  de  Córdoba,  de  Sevilla  y 
aun  de  Cádiz,  y  entonces  los  habitantes  de  la  segunda  de 
dichas  ciudades  hicieron  llegar  á  manos  de  Saifadaula  ó 
Zafadola  de  nuestras  crónicas,  hijo  del  último  rey  de  Za- 
ragoza Abdelmélic  Imadodaula,  quien  se  liabía  aliado 
con  Alfonso  entregándole  su  castillo  de  Rota  á  cambio  de 
otros  en  tierra  de  Toledo  y  Extremadura  y  le  acompañaba 
en  sus  incursiones,  el  siguiente  mensaje  de  que  nos  da 
cuenta  la  Crónica  del  Emperador  (1):  «...de  acuerdo  con 
el  rey  de  los  cristianos  haz  por  librarnos  del  yugo  de  los 
almorávides.  Luego  que  nos  veamos  libres  de  ellos  paga- 
remos al  rey  de  Castilla  dobles  tributos  que  los  que  nues- 
tros padres  pagaron  á  los  suyos,  y  tú  y  tus  hijos  reinaréis 
sobre  nosotros».  Zafadola  contestó  á  los  de  Sevilla,  exci- 
tándolos, según  se  dice  en  la  Crónica,  á  que  de  acuerdo 
con  sus  príncipes  se  rebelasen  en  todo  lugar  contra  los 
almorávides,  y  él  y  el  Emperador  Alfonso  acudirían  á 
auxiliarles  (2). 

«Nada  sabemos,  dice  elSr.  Codera  (3),  de  los  resulta- 
dos prácticos  de  las  negociaciones  entabladas  en  el  año 
1133  entre  la  gente  de  Sevilla  y  Zafadola,  ni  aun  si  se 
siguió  gestionando  ó  preparando  el  terreno  para  una  su- 
blevación general».  Lo  cierto  es  que  debió  ir  en  aumento 
el  descontento  contra  los  almorávides,  y  esto  unido  á  la 
debilidad  cada  vez  mayor  que  les  producían  las  armas  de 
los  almohades  por  un  lado,  y  por  otro  las  incursiones  y 


(1)  Cliron.  Adepli .  Imp.  España  Sagrada  XXI,  pág.  334. 

( 2)  Véase  suljre  el  particular  la  obra  citada  del  Si*.  Fernández  y 
González  «  Estado  político  etc .  »  págs .  63  .v  64  . 

(3)  Almoi-a vides,.  74. 


-  165  -    . 

conquistas  del  emperador  Alfonso,  especialmente  en  1138 
y  en  1144,  fué  causa  de  que,  como  dice  el  Sr.  Fernández 
j  González  (1),  «reunidos  los  antiguos  pobladores  árabes 
en  aljamas,  plazas  y  moradas  particulares,  trataron  abier- 
tamente de  echar  de  España  á  los  almorávides,  no  sin 
tentar  de  antemano  ganar  la  amistad  del  Emperador  á 
quien  otrecieron  de  nuevo  los  tributos  pagados  por  sus 
mayores,  y  hecho  segunda  invitación  á  Abenhud,  su 
compatriota,  para  que  los  dirigiese  y  amparase».  La  re- 
volución de  los  musulmanes  españoles  fué  puesta  en 
práctica  inmediatamente;  contando  más  ó  menos  con  el 
apoyo  de  Zafadola  y  del  emperador  levantáronse,  como 
un  solo  hombre,  contra  sus  dominadores  y  se  fracciona- 
ron en  diferentes  estados,  como  á  la  caída  del  califado  de 
Córdoba,  representándose  por  segunda  vez  el  cuadro  de 
los  reinos  de  Taifas . 

Pasa  (2)  por  el  primero  de  los  musulmanes  españoles 
que  se  aprovecharon  de  la  caída  inminente  de  los  odiados 
almorávides  para  tomar  las  armas  y  sacudir  su  domina- 
ción, Abulcásim  Áhmed,  hijo  de  Alhosain,  conocido  más 
ordinariamente  por  Abencasi ,  de  origen  español  y  natu- 
ral de  Silves.  Iniciado  en  la  secta  de  los  siifíes  y  autor 
de  la  obra  titulada  Descalzamiento ,  vino  á  ser  el  jefe  de 
aquellos  en  España  y  presentándose  como  predicador  de 
la  verdad,  logró  reunir  muchos  discípulos  que  tomaron  el 
nombre  de  Moridin  ó  aspirantes,  y  de  aquí  que  sea  co- 


( 1)  Obra  citada,  70. 

(2)  Para  lo  restante  de  este  capítulo  nos  hemos  servido  de  los 
siguientes  textos:  Adabí,  Ijib.  ar.  hisp.  III,  pAgs.  32  v  33  v  bio2;i'afía 
n}  1005;  Abenalalmr,  l)il).  ai\  hisp.  IV,  páy.  233  y  biogr  n."'l72  y 
214  y  V,  pág.  274,  277  y  biogr.  n."  774;  Almacari,  II,  pág .  755; 
Aljeaaljatilj,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  kist.  n."  37,  tbl.  2^2,  254 
V  255:  el  ms.  ár.  de  ídem;  Ihata,  t.  III,  fol .  172;  el  ms.  ár.  de  la 
misma  R.  Ac.  de  la  Hist.  n."  8;),  fol.  288;  el  idem  n."  53  de 
Abensaid,  folios  7  v.  y  8  v.  y  18;  Al:)enalaljar  en  Dozv,  Noticos  etcé- 
tera, p.íg.  204  y  208  hasta  224  y  226;  Aljen.jaldun,  IV,  pá,-.  lüO; 
Chrónica.  Adepli.  Imp.,  España  Sagrada,  XXI,  pág.  330  y  siü-uicn- 
tcs,  387  y  .394  á  3i)G;  Codei-a,  Almorávides,  p^g.  53,  57,  71,  81^  91  .-i 
03  y  99;  y  Fernández  y  González  «  Estado  politice,  etc. ,  fie  los  mu- 
dejares, pág.  70  y  siguientes. 


—  I6é  — 

nocida  la  revuelta  de  Abencasi  por  el  nombre  general  de 
sublevación  de  los  hermanos  mor  ¿din  6  aspirantes  (1). 

Parece  ser  que  la  su])levación  de  Jos  moridin  comenzó 
hacia  el  año  114B  á  1144  ó  acaso  poco  antes,  siendo  una 
de  las  causas  por  las  que  fué  trasladado  Yahya  Abenga- 
nia  de  su  gobierno  de  Murcia  y  Valencia  al  de  Córdoba  y 
Sevilla,  como  ya  se  ha  dicho.  Comenzada  la  insurrección 
en  el  occidente  de  España,  propagóse  en  el  mismo  año  y 
en  el  siguiente  de  1144  á  1145  al  centro  y  al  oriente,  al- 
zándose muchos  señores  que,  á  parte  de  su  propósito  co- 
mún de  arrojar  de  sus  respectivas  comarcas  á  los  almorá- 
vides, 'buscan  también  su  independencia  en  ellas,  y 
algunos  el  predominio  sobre  sus  vecinos,  lo  propio  que 
había  ocurrido  en  el  anterior  período  de  los  régulos  de 
Taifas .  De  algunos  de  los  señores  rebeldes  se  tienen  es- 
casas noticias,  otros  son  hasta  hoy  casi  desconocidos; 
pues  los  autores  árabes  se  fijan  principalmente  en  aqué- 
llos, en  torno  de  los  cuales  se  agruparon  los  de  menor 
importancia.  Los  que  aparecen  como  personificación  del 
movimiento  insurreccional  contra  los  almorávides  y  que 
aspiran  al  predominio  sobre  sus  compañeros  son:  Aben- 
casi en  Occidente ,  ó  sea  en  el  xVlgarve ;  el  cadí  de  Cór- 
doba Abenhamdin  en  el  centró,  y  Zafadola  Abenhud  en 
el  Oriente,  ó  sea  en  Murcia  y  Valencia  (2). 

Respecto  de  Abencasi,  aunque  al  principio  su  empresa 
alcanzó  algún  éxito,  vióse  luego  obligado  por  las  circuns- 
tancias á  llamar  en  su  auxilio  á  los  almohades,  dueños 
ya  del  África  septentrional,  y  á  reconocer  la  soberanía 
del  emir  Abdelmúmen  haciendo  entrega  de  su  fortaleza 
de  Arcos,  donde  se  había  fortificado  y  siendo  así  el  pri- 
mer partidario  que  los  almohades  encontraron  en  España, 
al  pasar  á  ésta  con  orden  de  atacar  á  los  almorávides  y  á 
los  señores  rebeldes  que  no  quisieron  reconocer  su  domi- 


( 


(1)  Aboiijaldiiii,   Pi-ol.  I,   pág.  ."^27;  Dozy,  Noti.   pá,-.   l!)í);  y 
Codera,  Almorávides,  jíág-.  33  y  siguientes. 

(2)  Codera,  Almorávides,  pág.  30. 


—  167  — 

nación  (1).  La  entrada  de  los  almohades  en  España  hizo 
variar  el  aspecto  de  este  período  de  insurrección  contra 
los  almorávides  j  complicó  más  la  situación  de  los  mu- 
sulmanes españoles,  acatando  unos  y  otros  rechazando  la 
autoridad  de  aquéllos,  hasta  que  lograron  imponerla  por 
completo  con  la  sumisión  de  los  hijos  del  famoso  rey  de 
INIurcia  Abenmardenix. 

Expuestos  ya  en  líneas  generales  el  carácter  y  exten- 
sión del  alzamiento  contra  los  almorávides  (2),  debemos 
advertir,  antes  de  hacer  mención  de  los  sucesos  desarro- 
llados en  la  región  murciana  con  motivo  de  aquel  hecho, 
que,  así  como  ha  podido  observarse  que  durante  el  tiempo 
de  los  gobernadores  almorávides  han  corrido  parejas  la 
historia  de  Murcia  y  la  de  Valencia,  de  igual  suerte  si- 
guieron después  en  íntima  relación,  hasta  quedar  en  am- 
bas regiones  unidas  bajo  la  autoridad  de  los  régulos  del 
Oriente  de  España,  que  fijaron  su  capitalidad  en  Murcia. 

Al  ser  trasladado  Yahya  Abengania  de  su  gobierno 
del  Este  de  España  al  de  Córdoba  y  Sevilla  por  las  causas 
ya  apuntadas,  había  dejado  en  Valencia,  como  sucesor 
suyo,  á  su  sobrino  Abdála;  mas  á  poco  sorprendió  á  éste 
la  insurrección,  y  hubo  de  retirarse  á  Játiva,  creyéndose 
más  seguro  en  ella.  Entonces  los  de  Valencia  dieron  el 
mando  de  la  ciudad  á  su  cadí,  Abuabdelmélic  Meruan, 
conocido  más  comúnmente  por  Abenabdelaziz,  el  cual 
opuso  al  principio  alguna  resistencia  á  aceptar  el  cargo; 
pero  lo  tomó  al  fin ,  á  ruegos  de  Abumohámed  Abdála 
Abeniyad  y  de  Abdála  Abenmardenix,  jefe. del  ejército, 
y  fué  reconocido  como  príncipe  de  Valencia  en  29  de 


(1)  Aberjjaldun,  Pi-ul .  I,  pág.  .'^27  do  la  trad.;  Codera,  Almorá- 
vides, pái;.  44,  fundado  en  Abenalabar  de  Dozy,  Notices,  etc.,  pá- 
gina 239;  V  Abenjaldun,  edic .  del  Cairo,  tomo  IV,  pái;'.  160,  v  VI, 
pág.  234. 

(2)  Encontrará  el  lector  lo  concerniente  á  la  insurrecciim  geno- 
ral  de  los  musulmanes  españoles  contra  los  almorávides,  con  cuantos 
detalles  se  lian  podido  conocer  hasta  hoy,  en  la  obra  citada  del  señor 
Codera  «Decadencia  y  desaparición  de  los  almorávides»,  que,  como 
indica  su  título,  está  consagrada  especialmente  á  dicho  estudio. 


—  168  — 

Marzo  de  11 45  (i).  Al  mismo  tiempo  que  los  de  Valencia, 
debieron  alzarse  también  los  habitantes  de  Murcia  contra 
los  almorávides  de  su  región  ,  pues  Abenalabar  nos  dice 
que  la  autoridad  de  los  almorávides  quedó  anulada  defi- 
nitivamente en  Murcia  á  fines  del  año  540  de  la  hégira, 
que  terminaba  en  Junio  de  1146  (2).  De  todas  suertes, 
es  indudable  que  los  de  Murcia,  lo  mismo  que  los  de 
Valencia,  al  tener  noticia  de  la  insurrección  de  Abencasi 
en  el  Algarve,  y  después  de  Abenhamdin  en  Córdoba, 
de  acuerdo  ó  no  con  este  último  ó  con  Zatadcja  Abenhud, 
volviéronse  también  contra  los  almorávides  de  su  región 
respectiva . 

Los  autores  árabes  convienen  en  señalar  como  el 
primer  régulo  de  Murcia  á  la  caída  del  poder  de  los  almo- 
rávides, á  Abumohámed  Abderráman,  hijo  de  Chafar, 
hijo  de  Ibrahim,  conocido  más  generalmente  por  Aben- 
alhach,  natural  de  Lorca,  pero  con  residencia  en  Murcia, 
y  perteneciente  á  ilustre  familia  de  la  región,  pues  tanto 
él  como  su  padre  Abulhasan  Chafar  ostentaban  el  título 
de  Didvizaratain,  el  investido  de  doble  visirato.  Poeta 
inteligente,  de  noble  origen  y  hombre  dotado  de  extra- 
ordinaria virtud  y  religiosidad ,  estuvo  al  servicio  de  los 
emires  almorávides  en  Marruecos,  á  donde  marchó  en 
1188  y  le  fué  conferida  la  dignidad  del  secretariado;  pero 
prefiriendo,  según  dicen  sus  biógrafos ,  la  vida  religiosa 
y  la  compañía  de  los  pobres  al  gran  mundo  de  la  corte 
del  emir  de  los  musulmanes,  presentó  la  dimisión  de  su 
cargo,  y  habiéndole  sido  admitida,  se  volvió  á  Murcia, 
donde  se  consagró  por  entero  á  la  vida  devota,  llamando 


(1)  Abenalabar  en  Dozy,  (cNotices  et  extraictes,  etc.»,  j)á- 
gina  213;  ídem,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  página  382;  ídem  e.i  ("a-^irí, 
Bib.  ar.  escui'. ,  II,  pág.  53  y  siguiente.s;  Abenaljatil),  nis.  ar.  de  la 
Real  Academia  de  la  Hi.stoi'ia,  nüm.  37,  tb! .  254  y  tbl.  49  do  la  copia 
del  Si'.  Codera;  Almacari,  II,  pág.  755,  dice  por  error  que  Abdála 
era  hermano  de  Yaliya  Abengaiiia;  puede  consultarse  tambii-n  sol)re 
estos  hechos  la  Cnjnica  del  Emperador,  Esp.  Sagr.  XXI,  p.íg.  387, 
y  modernamente  los  ((Almorávides»,  del  Sr.  C(jdera,  pág.  1(1 1 . 

(2)  Bib.  ar.  hisp.,  713. 


—  169  — 

á  la  oración  en  la  mezquita  y  reuniendo  en  torno  suyo  á 
los  liombres  más  virtuosos  é  instruidos  de  la  ciudad. 

La  conducta  de  Abumoliámed  Abenalliacti  liace  creer 
que  vino  á  desempeñar  en  Murcia  el  papel  de  Abencasi 
en  el  Algarve  y  de  Abenliamdin  en  Córdoba.  Pensamos 
que  Abumohámed  Abenalhacli ,  á  su  regreso  de  Marrue- 
cos, comenzó  á  instruir  á  sus  oyentes  en  las  doctrinas  de 
los  sufíes,  y  es  lo  más  probable  que  procediera  en  con- 
nivencia con  otros  personajes  españoles.  Se  le  atribuye 
una  larga  epístola,  admirablemente  escrita  y  muy  ins- 
tructiva, que  dirigió  á  un  sobrino  suyo  excitándole  con 
suma  elocuenca  á  abrazar  la  vida  religiosa.  Mantuvo  co- 
rrespondencia con  el  poeta  Abulabas,  el  de  Vélez,  el 
cual  le  decía  en  una  de  sus  respuestas: 

«Llega  ¡oh  hermano  mío!  á  tu  anhelado  pro- 
pósito con  el  mismo  fuego  que  experimenta  la 
visión  al  percibir  el  objeto  que  constituye  su 
delicia.» 

«Recuerda  á  tu  hermano  la  oración  en  el  re- 
tiro ,  porque  Dios  se  apiada  por  las  invocaciones 
de  sus  siervos.» 
Al  ser  proclamado  el  cadí  Abenhamdin  como  señor  de 
Córdoba,  los  murcianos  y  lorquinos  dieron  el  gobierno 
de  su  región  á  Abumohámed  Abenalhdch,  el  cual  reco- 
noció la  soberanía  de  aquél  y  en  su  nombre  presidió  la 
oración  pública  durante  algunos  días  de  los  meses  de 
Ramadán  y  Xaual  del  año  539  de  la  hégira  (Enero  á  Fe- 
brero de  114:5).  El  gobierno  de  AbenaUíach  fué  de  pocos 
días,  pues  desde  el  primer  momento  se  opuso  ásu  procla- 
mación, y  aun  llega  algún  autor  á  decirnos  que  se  escon- 
dió y  no  quiso  manifestarse  en  público,  hasta  que  sus  elec- 
tores, en  vista  de  su  actitud,  trataron  de  darle  sucesor. 
Respecto  á  la  forma  como  se  llevó  á  cabo  la  sustitu- 
ción de  Mohámed  Abenalhach  en  el  principado  de  Mur- 
cia ,  no  aparece  expuesta  claramente  por  los  autores  ára- 
bes. Ante  todo  conviene  saber  que  al  ser  proclamado 
Abenhamdin  en  Córdoba,  lo  había  sido  en  calidad  de 


—  1^0  - 

lugarteniente  de  Zafadola  Abenhud ,  quien  liizo  su  en- 
trada en  dicha  ciudad  á  los  doce  ó  catorce  días  de  haberse 
sublevado  aquél;  pero  á  poco  fué  desechada  su  autoridad 
por  los  cordobeses ,  matando  al  gobernador  Abenxamaj , 
puesto  por  él,  y  restableciendo  de  nuevo  al  cadí  Aben- 
hamdin,  quien  esta  vez  se  mantuvo  ya  no  sólo  indepen- 
diente, sino  en  abierta  rivalidad  con  Zafadola,  aspirando 
ambos  á  ser  reconocidos  como  soberanos  por  todos  los  mu- 
sulmanes españoles. 

Al  abandonar  ó  dimitir  Abumohámed  Abenalhach  el 
gobierno  de  Murcia,  hay  autores  árabes ,  entre  ellos  Aben- 
alabar,  que  afirman  como  cosa  corriente  que  Zafadola 
Abenhud  envió  á  Abumohámed  Abdála  el  Zegrí,  jefe  mi- 
litar de  Cuenca,  á  encargarse  del  mando  de  Murcia,  y 
éste  marchó,  en  efecto,  á  dicha  ciudad  y  se  hizo  cargo  de 
su  gobierno,  proclamando  la  soberanía  de  Abenhud  á 
mediados  de  Febrero  de  1145;  pero  otros  historiadores, 
como  Abensahibasala ,  de  cuya  versión  se  hace  eco  tam- 
bién el  mismo  Abenalabar,  refiere  que  dicho  Zegrí,  luego 
que  tuvo  noticia  de  la  insurrección  de  Abenhamdin, 
marchó  de  Cuenca  á  Córdoba,  poniéndose  á  las  órdenes 
del  cadí,  y  cuando  éste  recibió  el  mensaje  de  los  murcia- 
nos pidiéndole  nuevo  príncipe  en  sustitución  de  Abumo- 
hámed Abenalhach,  les  envió  de  gobernador  á  dicho 
Zegrí  y  á  la  vez  nombró  cadí  de  Murcia  y  de  sus  distritos 
al  ilustre  Abenabicháfar . 

El  examen  de  las  monedas  conocidas,  pertenecientes 
á  los  régulos  de  Murcia  en  el  período  á  que  nos  referi- 
mos ,  da  por  resultado  que  Zafadola  Abenhud  fué  recono- 
cido soberano  en  dicha  ciudad  en  1145  á  1146,  pues  de 
este  año  se  conoce  una  moneda  murciana  acuñada  á  nom- 
bre suyo.  Pero  se  conocen  también  monedas  de  la  misma 
ciudad  y  del  mismo  año  á  nombre  de  Abeniyad  y  de  Ab- 
dála el  Zegrí  (1);  y  esto  nos  lleva  á  creer  que  los  tres 


(1)    Véase  Vives,  « Müncda.s  de  las  dinastías,  etc.»,  Intríxluc- 
ciún,  página  LXXV. 


—  171  — 

personajes  referidos  se  disputaron  la  soberanía  de  Murcia 
en  el  citado  año.  Además,  el  hecho  de  que  existan  mone- 
das de  Abdála  el  Zegrí  pertenecientes  al  año  540  de  la 
hégira  (1145  á  1146)  y  de  Abeniyad  del  propio  año  y  del 
siguiente  (541)  1146  á  1147,  relacionado  con  la  narración 
histórica,  como  se  verá,  indica  que  aquellos  tuvieron  el 
gobierno  de  Murcia  más  de  una  vez . 

Por  lo  que  hace  al  Zegrí,  al  decir  de  los  historiadores, 
su  primer  gobierno  fué  de  pocos  días,  pues  el  cadí  Aben- 
abicháfar  á  fines  de  dicho  mes  de  Febrero,  en  que  aquél 
se  había  hecho  cargo  del  mando  de  la  ciudad ,  se  le  su- 
blevó y  lo  redujo  á  prisión.  El  historiador  citado  Aben- 
sahibasala,  es  el  que  conforme  á  su  versión  expone  más 
detalladamente  cómo  se  alzó  el  cadí  Abenabicháfar  con 
el  poder,  reconociendo,  según  parece,  la  soberanía  de 
Zaí'adola  Abenhud.  Flabiendo  reunido  algunas  tropas, 
marchó  contra  los  almorávides  de  Orihuela,  los  cuales  se 
habían  fortificado  y  encerrado  con  sus  mujeres  é  hijos  en 
la  alcazaba  de  la  ciudad ,  dispuestos  á  vender  caras  sus 
vidas.  Sin  embargo,  tuvieron  que  entregarse  á  poco, 
previa  condición  de  que  les  sería  concedida  amnistía ; 
mas  se  les  hizo  traición,  y  todos  ellos  fueron  pérfidamente 
acuchillados  ó  arrojados  al  fuego  por  los  rebeldes ,  quie- 
nes les  arrebataron  además  sus  bienes  y  mujeres. 

Dueño  de  Orihuela,  volvió  Abenabicháar  á  Murcia, 
se  hizo  reconocer  como  príncipe  de  la  ciudad  y  aprisionó 
al  Zegrí  y  á  sus  dos  cuñados,  hijos  de  Masluca,  tomando 
el  título  de  Anásir  Lidinala,  el  emir  protector  de  la  re- 
ligión de  Dios,  en  lugar  del  que  antes  sedaba  de  Adai 
liamir  almoslimin ,  el  que  obedece  al  emir  ele  los  musli- 
mes. A  la  vez  confió  el  cadiazgo,  que  él  había  ejercido,  á 
Abenabdála  Abenalhallal ,  y  el  mando  de  la  caballería  á 
Zanón,  y  se  dirigió  á  Játiva  con  ánimo  de  apoderarse  de 
ella,  echando  á  los  almorávides ,  que  con  Abdála  Aben- 
gania ,  el  gobernador  expulsado  de  Valencia ,  fortificados 
en  la  alcazaba  de  aquella  ciudad,  realizaban  frecuentes 
incursiones  en  las  tierras  y  fortalezas  circunvecinas ;  pero 


—  172  — 

cuando  llegó  Abenabicháfar  á  vista  de  Játiva ,  se  encon- 
tró con  que  su  vecino  Meruan  Abenabdelaziz,  el  régulo 
de  Valencia,  tenía  sitiada  ya  la  plaza,  aspirando  tam- 
bién á  dominarla. 

Entre  tanto,  los  partidarios  del  Zegrí,  aprovechándose 
de  la  ausencia  de  Abenabicháfar,  se  amotinaron  en  Mur- 
cia y  restablecieron  á  aquél,  sacándole  de  la  prisión; 
pero  regresa  pronto  Abenabicháfar  del  sitio  de  Játiva  y 
logra  fácilmente  restablecer  su  autoridad,  echando  al 
Zegrí  y  los  suyos,  los  cuales  corrieron  á  refugiars.e  en 
Cuenca .  Todavía  volvió  Abenabicháfar  al  sitio  de  Játiva ; 
pero  tuvo  que  desistir  de  su  propósito,  cediendo  la  plaza 
á  su  vecino  Meruan  Abenabdelaziz,  quien  reforzado  con 
las  tropas  de  la  frontera,  que  habían  acudido  al  mando 
de  Abeniyad  en  auxilio  de  aquel  emir,  se  hizo  dueño  de 
la  alcazaba  por  capitulación,  después  que  Abdála  Aben- 
gania,  viéndose  perdido,  la  había  abandonado,  huyendo 
á  refugiarse  en  Almería,  de  la  cual  le  trasladó  á  Mallorca 
Abenmaimon,  jefe  de  la  ilota  de  los  almorávides. 

Además  de  Játiva  y  de  sus  distritos,  el  régulo  de  Va- 
lencia Meruan  Abenabdelaziz  extendió  su  dominación  á 
Alicante  y  á  otras  ciudades  pertenecientes,  según  la  di- 
visión árabe  de  España,  á  la  cora  de  Todmir  ó  Murcia. 

Vuelto  Abenabicháfar  á  Murcia,  defraudado  en  su 
esperanza  sobre  Játiva,  tuvo  que  salir  á  poco  en  auxilio, 
de  Zafadola  Abenhud  contra  los  almorávides  de  Granada, 
donde  encontró  su  muerte.  Sucedió  que  Za''adola,  al  sa- 
lir de  Córdoba  en  Marzo  de  1145,  se  había  dirigido  á 
Jaén,  y  si  bien  entonces  fué  rechazada  su  autoridad  en 
la  primera  de  dichas  ciudades,  siendo  reconocido  de 
nuevo  y  como  señor  independiente  Abenhamdin,  logró 
en  cambio  hacerse  dueño  de  la  segunda  echando  á  su  se- 
ñor, el  rebelde  Abenchozay,  que  se  oponía  á  reconocerle, 
y  de  allí  pasó  á  Granada,  dejando  de  gobernador  á  un 
sobrino  suyo.  En  Granada  se  había  sublevado  Abenadha 
contra  los  almorávides,  obligándoles  á  encerrarse  en  la 
9,lmedina  de  la  ciudad ,  donde  se  hicieron  tan  fuertes , 


—  173  — 

que  hubo  aquél  de  pedir  auxilio  á  Abeuhamdin  el  de 
Córdoba,  proclamando  su  soberanía.  Abenhamdin  envió 
á  Abenadha  algunas  tropas ,  mandadas  por  su  pariente 
Alí  Omalimad;  pero  se  les  adelantó  Zafadola  con  su 
gente,  y  entonces  Abenadha  reconoció  la  autoridad  de 
éste,  instalándose  en  la  alcazaba  de  la  Alhambra,  y  hu- 
bieron de  volverse  á  Córdoba  las  tropas  de  Alí  Omalimad. 

Los  almorávides,  fortificados  en  la  almedina  de  Gra- 
nada, hacían  frecuentes  salidas  contra  las  tropas  de  Za- 
fadola, que  llegó  á  sufrir  en  las  acciones  empeñadas, 
entre  otras  pérdidas,  á  su  hijo  Imadodaula  y  al  goberna- 
dor de  la  plaza ,  Abenadha ,  y  tuvo  que  solicitar  socorros 
al  régulo  de  Murcia  Abenabicháfar.  Acudió  éste,  en 
efecto,  con  un  ejército  compuesto  de  12.000  hombres, 
entre  jinetes  y  peones;  mas  al  observar  su  venida  los  al- 
morávides de  la  almedina  de  Granada,  éntrelos  cuales 
figuraban  los  caballeros  más  bravos  y  aguerridos  de  su 
gente,  considerando  empresa  fácil  derrotarle,  dejáronle 
llegar  hasta  los  límites  de  la  plaza ,  y  entonces  cayeron 
sobre  él  de  improviso,  como  aves  de  rapiña,  dice  el  au- 
tor, y  fué  muerto  Abenabicliáfar  entre  una  banda  de  su 
gente,  y  amedrentados  los  restantes  de  su  ejército,  vol- 
viéronse á  Murcia  en  la  más  vergonzosa  derrota. 

Esta  acción  en  que  encontró  Abenabicliáfar  el  fin  de 
sus  días,  es  la  llamada  de  la  Almosala.  La  muerte  de 
Abenabicháfar  ocurrió  en  Septiembre  de  1145,  cuando 
todavía  no  había  cumplido  los  treinta  y  cinco  años  de  su 
edad,  durante  los  cuales  aprendió  mucho  de  jurispruden- 
cia y  de  otras  ciencias  y  las  enseñó  á  otros,  ejerció  el  ca- 
diazgo  en  Murcia  y  sus  distritos  y  llegó  á  hacerse  emir 
ó  arráez  de  su  región,  no  porque  apeteciese  tan  alta  dig- 
nidad ,  sino  hasta  tanto ,  según  decía  él ,  que  se  presen- 
tase un  hombre  capaz  de  ejercerla  en  bien  del  país. 

Luego  que  se  supo  en  Murcia  el  funesto  resultado  de 
la  expedición  de  Abenabicháfar  á  Granada,  convinieron 
los  de  la  ciudad  en  dar  el  mando  á  Abenabderráman  Mo- 
hámed,  hijo  de  Ahmed,  hijo  de  Abderráman,  Abentáhir 


—  174  — 

elCaisí,  conocido  más  comúnmente 'por  el  ikistre  ape- 
llido de  la  íamilia  Abentáhir.  Después  de  haber  recibido 
lecciones  del  padre  de  su  antecesor  en  el  mando,  marchó 
á  Córdoba  y  Sevilla,  en  donde  estudió  jurisprudencia  y 
literatura  al  lado  de  los  más  renombrados  maestros  de 
la  época,  recibiendo  icliaza  ó  diploma  de  enseñanza  de 
manos  de  Abenalarabí  y  de  otros.  En  su  juventud  com- 
puso notables  poesías  (i).  Al  hacerse  cai'go  Abentáhir  del 
gobierno  de  Murcia,  proclamó  la  soberanía  de  Zat'adola 
Abenhud;  pero  á  seguida  se  declaró  independiente,  con- 
fiando el  mando  de  las  tropas  á  su  hermano  Abubéquer. 
Menos  afortunado  Abentáhir  en  su  gobierno  que  en  el 
estudio  del  derecho  y  de  los  autores  clásicos,  vio  su  auto- 
ridad disputada  constantemente.  Abenhamdín  que  seguía 
aspirando  á  ser  reconocido  como  soberano  de  Murcia, 
envió  contra  Abentáhir  dos  expediciones  sucesivas  man- 
dadas, la  primera  por  su  sobrino  Omalimad,  aquel  que 
había  sido  enviado  antes  á  Granada  y  tuvo  que  retroceder 
por  habérsele  adelantado  Zaí'adola,  y  la  segunda  por  su 
primo  Alfolfolí  y  otros  magnates  murcianos  partidarios 
del  cadí  de  Córdoba.  Felizmente  para  Abentáhir,  ambas 
expediciones  enviadas  por  Abenhamdín  fracasaron,  y  sus 
individuos  tuvieron  que  regresar  á  Córdoba,  sin  lograr 
penetrar  en  Murcia  y  dando  lugar  á  que  los  partidarios 
de  Abenhamdín  de  dentro  de  la  ciudad  fuesen  persegui- 
dos y  maltratados .  i\Ias  parece  ser,  que  los  descontentos 
contra  el  gobierno  de  Abentáhir  eran  en  crecido  número 
y,  acaso  alentados  por  los  partidarios  de  Zafadola  cuya 
soberanía  había  rechazado,  escribieron  á  Abumohámed 


(1)  Véase  Casíi-i,  ti-adiiciendo  de  Abeiialabar,  Bii).  ar.  oscui-. ,  II, 
pág.  54.  Casíi'i  en  este  lugar  y  rertriéndose  A  dicho  Al^enalabar  dice 
(]ue  el  rey  de  Murctia  Abiuilxlerráman  Moii.imed  compuso  una  Iiistu- 
i'ia  de  España  cpic  pi-olongó  hasta  sus  días,  exponiendo  la  serie  de  los 
reyes,  su  régimen  civil  3'  militar,  sus  guerras  y  también  las  ciudades 
y  pueblos  fundados  en  cada  dominación.  Mas  conviene  advertir  que 
lo  atribuido  por  Casírí  á  Abenalabar,  no  consta  en  el  texto  de  este  edi- 
tado por  Dozy,  como  ya  echó  de  ver  Pons  en  su  «Ensayo  biobiblio- 
gi'áñco  sobre  los  liistin-iadores  y  geógrafos  aráljigo-es])añi)les)),  pá- 
gina 4U4 . 


—  175  — 

Abeniyad,  entonces  poderoso  jefe  del  ejército  de  Valen- 
cia, de  quien  ya  se  ha  heclio  mención,  ofreciéndole  el 
mando  de  Murcia. 

Aceptado  el  mensaje  de  los  murcianos,  se  dirigió  pron- 
tamente Abeniyad  á  Orihuela,  donde  le  abrió  las  puertas 
Zanón,  aquel  jefe  militar  de  Abenabicliáfar,  que  á  la  sa- 
zón se  hallaba  al  frente  del  g-obierno  de  dicha  ciudad:  á 
Orihuela  acudieron  también  á  reunirse  con  Abeniyad 
mucJios  murcianos  de  los  que  le  habían  llamado,  y  el 
mismo  Abentáhir  engañado  ó,  por  lo  menos,  ignorante 
de  lo  que  se  tramaba  contra  él,  lejos  de  o_  onerse  á  repri- 
mir á  los  que  salían  de  su  ciudad  a  ponerse  al  lado  de 
Abeniyad,  los  despedía  afablemente.  Así  las  cosas,  logró 
Abeniyad  entrar  en  }^Iurcia,  sin  encontrar  obstáculo  al- 
guno y  cuando  más  despreocupado  se  hallaba  Abentáhir, 
y,  dirigiéndose  al  alcázar  mayor,  hízose  dueño  del  mando 
en  29  de  Octubre  de  1145,  proclamando  la  soberanía  de 
Abenhud.  En  cuanto  á  Abentáhir,  se  trasladó  al  llamado 
alcázar  pequeño  y  poco  después  á  su  casa  particular, 
donde  Abeniyad  le  dejó  en  paz  creyendo  que  nada  podía 
temer  de  él.  Abentáhir  siguió  viviendo  en  xMurcia  hasta 
la  muerte  del  rey  Mohámed  Abensaad  Abenmardenix,  en 
cuyo  tiempo,  habiendo  prestado  obediencia  á  los  almoha- 
des, se  trasladó  á  Marruecos,  donde  le  sorprendió  la 
muerte  en  el  año  de  1178  á  1179. 


CAPÍTULO  XIII  '' 


Murcia  //  Valencia  bajo  el  mando  de  Abenií/ad  en  nombre  de  Zafa- 
dola. — Abenij/ad  rey  independiente  de  Murcia  y  de  todo  el  Oriente 
de  la  España  árabe. — Abdála  el  Zeyri  se  hace  dueño  del  princi- 
pado de  Murcia  por  ser/iinda  ve.;;  derrota  y  muerte  del  Zeyri; 
restauración  de  Abeniyad  y  su  muerte. 


Parece  ser  que  el  régulo  de  Valencia,  Meruan  Aben- 
abdelaziz,  ensoberbecido  con  sus  conquistas  de  Alicante 
yJátiva,  sedaba  aires  de  gran  señor,  gastando  en  el 
lujo  de  la  corte  más  de  lo  que  permitían  los  tributos,  en 
perjuicio  de  las  atenciones  debidas  al  ejército.  Por  lo  me- 
nos ,  tal  es  la  causa  que ,  según  los  autores  árabes ,  dio 
margen  á  que ,  disgustadas  las  tropas  de  Meruan  Aben- 
abdelaziz,  pocos  días  después  que  el  jefe  del  ejército  de 
Valencia,  Abeniyad,  tomaba  posesión  del  gobierno  de 
Murcia,  pensasen  en  destituir  á  aquél,  contando  con  el 
susodicho  Abeniyad ,  á  quien  escribieron  ofreciéndole  el 
mando  de  la  ciudad  y  rogándole  que  acelerase  su  marcha 
á  ella,  á  fln  de  conseguir  más  fácilmente  su  intento. 

Entre  tanto,  Zafadola  que,  perdida  la  esperanza  de 
hacerse  dueño  de  la  almedina  de  Granada ,  había  aban- 
donado la  empresa  retirándose  á  Jaén,   al  saber  que 


(1)  Nos  han  servido  de  fuente  para  la  redacción  de  este  capítulo 
los  textos  de  AV)enaljatib,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm.  37, 
fol.  219  y  254  ó  2.3  y  49  de  la  copia  del  Sr.  Codera;  Adabí,  Bib.  ar. 
liisp.,  III,  pág.  33;  Abenalabar,  en  Doz^^,  «Notices  et  extraictes,  etc.» 
páginas  214,  21.5  y  219  hasta  226;  ídem  en  Casiri,  Bib.  ar.  esc. ,  II, 
páginas  53  y  siguientes;  Abdeluáhid,  pág,  149.  Chronica  Adephonsi 
hnp.,  Esp.  Sagrada,  XXI,  páginas  394  y  .384;  Abenjaldun,  IV,  pá- 
gina 166;  Codera,  «Almorávides»,  páginas  85,  86,  99  y  siguientes, 
y  Fernández  y  González,  «Mudejares»,  páginas  70  y  siguientes. 


12 


—  178  — 

había  sido  reconocido  en  Murcia,  envió  allá  á  su  hijo 
Abubéquer,  á  quien  salió  á  recibir  y  dispensó  grande 
honor  Abeniyad,  y  ambos  se  dirigieron  á  Valencia,  á  fin 
de  secundar  el  deseo  del  ejército  de  dicha  región.  Toda- 
vía se  hallaba  Abeniyad  en  el  camino  de  Murcia  á  Va- 
lencia, cuando  le  llegó  la  noticia  de  que  las  tropas ,  sin 
esperar  su  llegada,  dirigidas  por  Abdála  Abenmardenix, 
le  habían  proclamado  ya  emir  de  la  ciudad ,  echando  de 
ella  á  Meruan  Abenabdelaziz.  Este  se  había  visto  sor- 
prendido por  las  tropas  que  rodeaban  su  alcázar  en  acti- 
tud rebelde  en  13  de  Noviembre  de  1145;  pero  logró  eva- 
dirse disfrazado  y  descolgándose  de  un  muro ,  hasta  que 
llegó  á  Almería,  donde  cayó  en  manos  de  Abenmaimon, 
que ,  á  su  vez ,  le  entregó  después  á  Abdála  Abengania , 
el  mismo  á  quien  Meruan  Abenabdelaziz  había  echado 
antes  del  gobierno  de  Valencia  y  Játiva.  Abdála  Aben- 
gania le  tuvo  preso ;  pero  más  tarde  consiguió  Meruan 
Abenabdelaziz  su  libertad,  y  habiendo  entrado  en  la 
obediencia  de  los  almohades,  murió  en  Marruecos  en  el 
año  de  1182  á  1183. 

Los  sublevados  de  Valencia ,  al  echar  á  Meruan  Aben- 
abdelaziz ,  entregaron  el  mando  de  la  ciudad  á  Abdála , 
hijo  de  Mohámed  Abenmardenix,  como  lugarteniente  de 
Abeniyad.  Llegado  éste  á  Valencia  antes  de  terminarse 
dicho  mes  de  Noviembre ,  tomó  posesión  del  mando ,  y 
después  de  proceder  á  la  defensa  de  la  ciudad  y  sus  fron- 
teras y  de  entregar  el  gobierno  de  Denia  á  Abubéquer , 
hijo  de  Zafadola,  volvióse  á  Murcia,  dejando  en  Valencia 
á  su  cuñado  Abdála,  hijo  de  Mohámed  Abenmardenix. 

La  rápida  vuelta  de  Abeniyad  á  Murcia  era  debida  á 
que  Zafadola,  á  quien  aquél  había  reconocido  como  su 
soberano,  había  hecho  su  entrada  en  dicha  capital  en  5 
de  Enero  de  1146.  Dos  días  llevaba  Zafadola  en  Murcia, 
cuando  se  le  presentó  Abeniyad  rindiéndole  homenaje  y 
hospedándose  en  el  alcázar  pequeño  de  la  ciudad ,  pues 
el  mayor  había  sido  ocupado  por  su  soberano.  Por  lo  de- 
más, parece  ser  que  Zafadola  era  un  príncipe  más  bien 


—  179  — 

honorífico  que  efectivo,  y  que  el  gobernante  de  hecho  en 
el  Oriente  de  la  España  árabe  era  Abeniyad. 

Acerca  de  este  régulo  dice  el  historiador  Abdeluáhid 
el  de  Marruecos  (1):  «Los  habitantes  de  Valencia,  Mur- 
cia y  la  España  oriental  se  pusieron  de  acuerdo  para  re- 
conocer á  uno  de  los  príncipes  del  Chond ,  llamado  Abde- 
rráman  Abeniyad,  que  era  de  lomas  puro  y  mejor  del 
pueblo  musulmán;  supe  (dice)  por  varias  referencias  que 
sus  oraciones  eran  siempre  oídas;  entre  lo  más  notable 
que  á  él  se  refiere,  está  el  que  era  muy  compasivo  y  pro- 
penso á  derramar  lágrimas ;  cuando  montaba  á  caballo  y 
tomaba  las  armas ,  no  había  quien  le  hiciese  frente ,  y 
ningún  valiente  podía  salirle  al  encuentro;  los  cristianos 
contaban  á  él  solo  como  cien  jinetes,  y  al  ver  su  bandera 
decían:  «Aquí  está  Abeniyad» ;  por  la  bendición  de  este 
hombre  puro  guardó  Dios  esta  región  y  apartó  de  ella  al 
enemigo ,  porque  el  temor ,  que  se  esparció  en  los  pechos 
de  los  cristianos,  fué  bastante  á  rechazarlos  del  país; 
Abeniyad  permaneció  en  el  Oriente  del  Andalús ,  defen- 
diendo esta  región,  hasta  que  murió  no  sé  en  qué  fecha.» 

«Podrá  ser  merecido  este  elogio  de  Abeniyad,  dice  el 
Sr.  Codera,  comentando  el  anterior  párrafo  de  Abdeluá- 
hid; pero  los  cristianos  no  le  tendrían  tanto  miedo, 
cuando  le  vencieron  en  la  batalla  de  Albacete ,  como  ve- 
remos luego,  con  muerte  del  rey  Zafadola,  á  cuyas  órde- 
nes estaba,  al  menos  de  nombre,  y  después  le  vencieron 
otra  vez,  hiriéndole  mortalmente.» 

Muy  poco  tiempo  disfrutó  Zafadola  Abenhud  de  su 
engrandecimiento,  al  ser  reconocido  como  rey  del  Oriente 
de  la  España  árabe . 

«Eran  estos,  dice  el  Sr.  Fernández  y  González  (2), 
los  últimos  triunfos  del  capitán  ilustre ,  que  de  abatido 
régulo  de  una  ciudad  pequeña,  y  de  gobernador  mudejar 


(1)  Página  149,  traduc.  del  Sr.  Codera  en  sus  «Almorávides», 
página  302 . 

(2)  Obra  citada,  pág.  70. 


—  180  — 

de  Toledo,  había  pasado  á  constituirse,  bajo  los  auspicios 
del  emperador,  en  vengador  de  los  agravios  de  la  raza 
árabe  y  fundador  de  una  extensa  monarquía.»  El  5  de 
Febrero  de  1146  fué  muerto  Zafadola,  juntamente  con 
Abdála  Mohámed  Abenmardenix,  luchando  contra  los 
cristianos  del  Emperador  Alfonso  VII  cerca  de  Chinchi- 
lla, en  un  lugar  que  se  llama  Alloch.  Esta  batalla  es  co- 
nocida también  por  la  de  Albacete,  y  por  haber  muerto 
en  ella  Abdála  Abenmardenix  se  dice  á  éste  el  muerto 
en  Albacete . 

Causa  extrañeza  cómo  pudo  haber  rompimiento  entre 
las  tropas  de  Alfonso  y  las  de  Zafadola,  su  aliado  y  pro- 
tegido, y  es  difícil  averiguar  los  motivos  de  tal  hecho, 
dada  la  vaguedad  de  los  historiadores.  Los  Anales  Tole- 
danos dicen  lacónicamente:  «Lidió  Cahedola  con  Chris- 
tianos  é  matáronlo  en  el  mes  de  Febrero,  Era  11-48»  (1), 
fecha  que  se  ajusta  perfectamente  con  la  señalada  antes, 
que  tomamos  de  Abenalabar.  Este  autor  árabe  dice,  sin 
señalar  causa  alguna,  que  pocas  noches  después  de  haber 
puesto  Zafadola  la  gestión  del  gobierno  en  manos  de 
Abeniyad,  marcharon  juntos  á  Játiva,  donde  hicieron  su 
reunión  con  el  gobernador  de  Valencia  Abenmardenix,  el 
cual  había  salido  á  campaña  contra  los  cristianos  de  Al- 
fonso, que  asolaban  la  comarca.  Reunidos  los  tres  jefes 
musulmanes,  trabaron  con  aquellos  una  batalla,  en  la 
cual  murieron  Zafadola  y  Abdála  Abenmardenix,  y  logró 
escaparse  Abeniyad .  La  Crónica  del  Emperador  Alfonso 
nos  dice  que  Zafadola ,  después  de  haber  sido  desechado 
en  Córdoba,  envió  un  mensaje  á  Alfonso  VII  notificán- 
dole que  las  tierras  de  Übeda,  Baeza  y  sus  castillos  se  le 
habían  sublevado  y  le  negaban  sus  tributos.  A  seguida 
llamó  Alfonso  á  sus  condes  ^lanrique ,  Ermengod ,  Pan- 
do y  Martín  Fernández  y  les  dio  orden  de  someter  á  su 
dominación  y  á  la  del  rey  Zafadola  todos  los  rebeldes  de 
las  tierras  de  Baeza,  Übeda,  Jaén  y  otras.  Cuando  vié- 


(1)     España  Sag-radu,  XXIII,  pá.-.  .S9(i. 


-  181  - 

ronse  oprimidos  éstos  por  las  armas  de  los  cristianos ,  so- 
licitaron el  favor  de  Zafadola  inclinándose  á  su  obedien- 
cia. Prestóles  oídos  Zafadola  y  al  punto  se  dirigió  á  ellos 
con  un  fuerte  ejército,  solicitando  de  los  caudillos  cris- 
tianos que  dejasen  en  paz  á  los  musulmanes  y  le  entre- 
gasen el  botín  y  cautivos  que  les  habían  hecho,  sin  per- 
juicio de  obrar  luego  en  conformidad  con  la  voluntad  de 
su  emperador  Alfonso.  Opusiéronse  los  condes  cristianos 
á  lo  solicitado  por  Zafadola,  alegando  que  ellos  no  habían 
hecho  más,  que  obrar  conforme  á  las  órdenes  de  su  em- 
perador, de  acuerdo  con  el  deseo  que  él  mismo  había  ma- 
nifestado. Entonces  Zafadola  quiso  imponerse  á  los  Con- 
des por  la  fuerza  de  las  armas,  y  trabada  batalla  con 
ellos,  fué  derrotado  y  hecho  prisionero;  al  ser  conducido 
á  las  tiendas ,  fué  muerto  por  los  soldados  llamados  los 
Pardos,  con  gran  sentimiento  y  pesar  de  los  Condes,  los 
cuales  se  apresuraron  á  notificar  á  Alfonso  todo  lo  suce- 
dido .  El  emperador  que  recibió  en  León  la  noticia  de  la 
muerte  de  su  amigo,  se  entristeció  mucho  y  declaró  que 
él  era  inocente  de  la  sangre  de  Zafadola .  Todo  el  mundo , 
cristianos  y  sarracenos,  dice  la  crónica,  se  convencieron 
de  que  Alfonso  no  había  tenido  culpa  de  la  muerte  de 
Zafadola  Abenhud . 

Sea  lo  que  quiera  respecto  de  la  causa  que  motivó  la 
lucha  entre  los  cristianos  y  Zafadola,  la  cual  ocasionó  á 
éste  la  muerte ,  lo  que  parece  ser,  es  que  aquélla  se  ori- 
ginó sin  acción,  ni  parte  del  emperador  Alfonso;  tal  es  lo 
que  se  desprende  de  la  lectura  de  la  Crónica  cristiana,  y, 
por  otra  parte ,  el  hecho  nada  tiene  de  extraño  tratándose 
de  aquella  edad,  en  que  con  frecuencia  venían  á  las  ma- 
nos ó  se  molestaban  con  repetidas  incursiones  los  caudi- 
llos de  fronteras  ó  señores  castellanos ,  sin  contar  previa- 
mente con  la  voluntad  de  sus  respectivos  príncipes . 

Muerto  Zafadola  y  Abdála  Abenmardenix,  fué  procla- 
mado Abeniyad  rey  independiente  de  Murcia,  Valencia  y 
otros  distritos  de  la  España  oriental ,  teniendo  de  lugarte- 
niente á  Mohámed ,  hijo  de  Abdála,  hijo  de  Saad  Aben- 


—  182  — 

mardenix;  pero  le  fué  disputado  el  principado  de  Murcia 
por  Abdála  el  Zegrí ,  el  mismo  que  antes  liabía  ejercido  el 
gobierno  y,  echado  de  ella  por  Abenabicliafar,  se  liabía 
refugiado  en  Cuenca.  Según  refiere  Abenalabar  (1),  ha- 
biendo ido  el  Zegrí  á  la  corte  de  Alfonso  como  embajador 
de  Abeniyad,  solicitando  la  paz  á  cambio  de  ayuda  contra 
el  Conde  de  Barcelona,  volvió  de  su  viaje  diciendo  que  el 
emperador  de  los  cristianos  le  había  conferido  el  mando  de 
Murcia,  y  aprovechando  una  de  las  salidas  de  Abeniyad 
lejos  de  la  ciudad,  llamó  en  su  auxilio  á  una  banda  de 
cristianos,  que  ya  se  hallaban  comprometidos  y  dispues- 
tos para  la  empresa,  y  con  ellos  logró  apoderarse  del 
gobierno  de  Murcia,  echando  á  Mohámed,  hijo  de  Saad 
Abenmardenix,  lugarteniente  de  Abeniyad,  el  cual  huyó 
á  refugiarse  en  Alicante  el  15  de  Mayo  de  1146. 

Dueño  el  Zegrí  del  principado  de  Murcia ,  tomó  el  título 
-de  arráez,  como  se  ve  en  las  monedas  de  oro  que  acuñó  (2) 
durante  los  meses  que  pudo  sostenerse  en  el  poder,  desde 
15  de  Mayo  á  13  de  Diciembre  de  1146,  en  que  fué  muerto. 
Las  circunstancias  de  la  muerte  del  Zegrí  aparecen  men- 
cionadas en  Adabí,  si  bien  no  tan  detalladamente  como 
fuera  de  desear.  De  la  narración  lacónica  que  hace  el 
citado  historiador  (3),  se  desprende  que  en  la  lucha  habida 
entre  el  Zegrí  y  Abeniyad ,  disputándose  el  principado  de 
Murcia,  llegó  el  último  de  ellos  á  entrar  en  dicha  ciudad, 
donde  debió  empeñarse  reñida  pelea  en  calles  y  plazas. 
Derrotado ,  sin  duda ,  el  Zegrí ,  trató  de  escapar  de  la  ciu- 
dad ;  mas  al  salir  por  la  puerta  de  ella ,  llamada  de  Alfa- 
rica  (del  camino),  le  fué  disparada  desde  el  muro  una 
piedra  que  vino  á  dar  en  la  cabeza  de  su  caballo,  y  espan- 
tado éste,  precipitóse  con  su  jinete  en  el  cauce  del  río, 
donde  un  hombre  de  los  que  allí  estaban  apostados,  le  dio 
muerte. 


f  1 )    En  Noticcs  ct  oxtraictes  ote.  de  Dozy,  pág.  21!). 

(2)  Véase  Vives,  Monedas  de  las  dinastías  Ál■AI)¡.^•ü-(>s|l;lñ()]as, 
números  1.927  y  1.928. 

(3)  Bib.  ar.  liisp.,  i)ág.  33. 


-  ISá  - 

Por  segunda  vez  quedó  Abeniyad  dueño  de  Murcia  y 
de  las  restantes  ciudades  del  oriente  de  España,  y  así 
continuó  hasta  su  muerte,  acaecida  en  21  de  Agosto  de 
1147,  á  consecuencia  de  una  herida  de  flecha  que  recibió 
en  una  de  sus  diferentes  acciones  contra  los  cristianos, 
según  Abenalabar  (1),  ó  en  una  de  sus  incursiones  contra 
los  Benichomail ,  en  las  cercanías  de  Vélez,  como  dice 
Adabí  (2).  Abeniyad  había  ejercido  el  mando  del  Oriente 
de  España  durante  un  año,  nueve  meses  y  veinte  y  un 
días.  Todavía  vivió  alguno  de  dichos  días  después  de  ser 
herido,  y  al  ocurrir  su  muerte,  fué  trasladado  á  Valencia 
y  sepultado  en  ella. 


(1)  Lugai' antes  citado. 

(2)  Lugar  antes  citado. 


CAPITULO  XIV 

Abiiabdála  Moháined,  hijo  de  Saad,  hijo  de  Moháincd ,  hijo  do 
Saad  Abcninardenix,  rey  independiente  de  Murcia  y  de  todo  el 
Oriente  de  la  Eupaña  árabe.  Abenhantusco ,  sueyro  y  luyarte- 
niente  de  Abenmardeni.v. — Relaciones  de  éste  con  los  estados 
cristianos. — Aspiración  de  Abeniiiardenix  contra  el  poderío  de 
los  almohades. 


Al  saberse  en  las  capitales  del  Oriente  de  España  la 
muerte  de  Abeniyad,  los  de  Murcia  confiaron  el  mando 
de  su  región  á  Abulhasan,  hijo  de  Obaid,  á  quien  aquél 
había  dejado  en  dicha  ciudad  como  gobernador  suyo, 
cuando  salió  á  campaña;  pero  los  valencianos  eligieron  por 
su  jefe  á  Abuabdála  ísíohámed,  hijo  de  Saad,  el  famoso 
Abenmardenix,  sobrino  del  compañero  de  Abeniyad, 
muerto  en  la  batalla  de  Albacete,  é  hijo  del  otro  Aben- 
mardenix que  tan  bravamente  había  sostenido  el  sitio 
pue'sto  á  Fraga  por  Alfonso  el  Batallador,  hasta  que  fué 
muerto  éste  en  la  batalla  que  se  siguió  junto  á  los  muros 
de  dicha  ciudad,  al  acudir  Yahya  Abengania  en  auxilio 
de  ella. 

Abuabdála  Mohámed  Abenmardenix  había  quedado 
al  frente  de  la  región  valenciana  como  lugarteniente  de 
Abeniyad ,  de  quien  parece  que  era  yerno ,  de  la  propia 
suerte  que  Abenobaid  había  quedado  en  el  gobierno  de 
Murcia.  Se  desprende  de  la  lectura  de  los  textos  árabes, 
especialmente  del  historiador  Adabí ,  que  Abenobaid  trató 
en  un  principio  de  mantenerse  independiente  en  el  prin- 
cipado de  Murcia ;  pero  Abenmardenix,  bien  por  propio 
deseo  ó  por  disposición  testamentaria  de  Abeniyad,  se 
creía  con  derecho  á  suceder  á  éste  en  sus  dominios.  El 
historiador  Abdeluáhid  el  de  Marruecos  (1)  nos  dice  que 


(1)    Página  149. 


-  186  - 

muerto  Abeniyad,  se  alzó  con  el  mando  de  sus  regiones 
un  hombre  llamado  Mohámed,  hijo  de  Saad,  conocido 
más  comúnmente  por  Abenmardenix,  pariente  y  escudero 
de  aquél,  quien  estando  á  punto  de  morir,  le  propuso 
para  sucesor  suyo  en  el  reino,  con  preferencia  á  su  pro- 
pio hijo,  atendidas  las  excelentes  cualidades  que  le  hacían 
mucho  más  digno  y  apto  para  el  gobierno.  Mediase  ó  no 
recomendación  de  Abeniyad  en  favor  de  Abenmardenix, 
lo  cierto  es  que  éste ,  en  cosa  de  un  mes ,  fué  proclamado 
rey  de  Murcia ,  de  Valencia  y  demás  distritos  musulma- 
nes del  Oriente  de  España.  Las  dificultades  que  al 
efecto  encontró  Abenmardenix  fueron  pequeñas  y  fácil- 
mente vencidas  entre  él  y  su  lugarteniente  Ibrahim 
Abenhamusco ,  que  luego  fué  su  suegro  y  el  brazo  dere- 
cho de  su  reino,  como  le  llama  el  Sr.  Codera,  interpre- 
tando las  frases  de  los  historiadores  árabes.  Su  nombre 
completo,  según  refiere  Abenaljatib,  era  Ibrahim,  hijo 
de  Mohámed,  hijo  de  Mofárrech,  hijo  de  Hamusco;  uno 
de  sus  abuelos ,  Mofárrech  ó  Hamusco ,  era  cristiano  y  se 
hizo  musulmán ,  entrando  al  servicio  de  uno  de  los  reyes 
Benihud  de  Zaragoza,  y  cuando  los  cristianos  veían  en 
el  combate  al  último  de  ambos  solían  decir:  He  rnochico, 
es  decir,  Ahí  está  el  mocho  pequeño,  el  desorejado  menor. 
Pero  es  de  advertir  que  la  etimología  dada  por  el  citado 
historiador  al  nombre  árabe  .¿í^-*-«.a  ^  leyendo  Hemochico 
y  refiriéndola  por  sonsonete  á  la  expresión  española  ante- 
dicha ,  resulta  desvirtuada  en  la  suscripción  de  un  docu- 
mento ó  carta  del  Emperador  Alfonso  VII,  en  que  es  lla- 
mado el  personaje  de  referencia  Abenfamusco  (1),  que 


(1)  La  .suscripci()n  mencionada  dice  asi:  «Facta  carta  Curita  VI 
ydus  febi'oari  era  M."  C^  IXX.Xij  quando  Imperator  haljuit  ibi  ccdlo- 
(|uium  cunfi  ve'¿e  Valeneie  Medonis  (ó  Merdenis)  qui  ídem  Lop  at 
(;um  rege  Murcice  Abenfamusco...  imperatore  tune  imperante  in  l'o- 
let(»,  Lesione,  Zaragocia  et  Naiara,  Castella,  Baccia  (por  Baecia  ?j, 
Almai'ia.  »  Véase  Relaciones  topográñcas  de  España.  Rela(nones  de 
Ijueblos  que  pertenecen  lioy  á  la  provincia  de  Guadalajara,  con  notas 
de  D.  Juan  Catalina  García,  académico  de  número,  Memoi-ial  liistt')- 
rico  español,  t.  XIJI,  pág.  191,  en  los  aumentos  á  la  relación  de  Al- 
guera  de  Zorita. 


—  187  — 

sería,  transcrito  al  árabe ,  Abenhamusco.  Más  acertado 
parece ,  como  nos  hizo  observar  el  Sr.  Saavedra  en  con- 
versación sobre  el  asunto,  que  Abenhamusco  fuese  lla- 
mado así  por  ser  originario  del  pueblo  Hamusco  (actual 
Amusco  de  la  provincia  de  Falencia),  que  entonces  se 
escribía  Pamusco. 

Al  ser  echados  de  Zaragoza  los  Benihud,  crecía  Aben- 
hamusco en  condición  oscura;  pero  sagaz  y  listo,  entró 
pronto  al  servicio  de  un  señor  almoravide,  á  fin  de  acom- 
pañarle, aguisa  de  práctico  del  terreno,  en  sus  expedi- 
ciones cinegéticas.  La  afición  á  las  armas  llevó  luego  á 
Abenhamusco  á  la  corte  del  rey  de  Castilla,  alistándose 
en  sus  ejércitos,  y  después  se  acogió  á  los  gobernadores 
almorávides,  no  sin  solicitar  previamente  su  favorable 
aceptación ,  mostrándose  arrepentido  de  haber  hecho 
causa  común  con  los  cristianos.  Cuando  obtuvo  Yahya 
Abengania  el  gobierno  de  Córdoba ,  dióle  un  empleo  en 
su  corte,  y  al  estallar  la  revolución  contra  los  almorávi- 
des, figuró  de  embajador  de  dicho  Abengania  cerca  del 
cadí  Abenhamdin,  por  su  capacidad  y  perfecto  conoci- 
miento de  la  lengua  castellana. 

Agravada  la  revolución  y  extendida  á  toda  España , 
trasladóse  Abenhamusco  á  la  parte  oriental  y  allá  entró 
al  servicio  de  Abengania  sobresaliendo  entre  sus  más 
bravos  capitanes.  Campeón  esforzado  y  sumamente  ins- 
truido en  las  cosas  de  la  guerra,  era  soldado  de  primera 
ñla  é  impetuoso  en  el  asalto;  en  sus  célebres  cargas  lograba 
dominar  y  arrostrar  los  momentos  de  más  grave  peligro 
en  la  lucha.  Pero  de  carácter  altivo,  duro  é  inhumano, 
castigaba  atrozmente  á  los  desgraciados  que  caían  en  su 
poder,  quemándolos  vivos  ó  arrojándolos  desde  los  preci- 
picios y  las  torres  ó  atándolos  á  diferentes  ramas  de  los 
árboles  previamente  encorvadas  y  unidas,  para  que  al 
dejarlas  libres,  cada  una  se  llevase  un  cuarto  del  cuerpo 
délos  infelices,  ó  sometiéndoles  á  otros  suplicios  seme- 
jantes; mas  á  pesar  de  esto  y  de  ser  partidario  de  la  revo- 
lución ,  amigo  de  los  cristianos ,  y  no  consentir  jamás  ei; 


—  188  - 

SU  compañía  á  los  alfaquíes  y  piadosos  musulmanes  ,  dice 
el  historiador  árabe ,  Dios  le  liizo  señor  de  losliombres, 
le  colmó  de  beneficios  y  acabó  por  convertirle  á  su  reli- 
gión. Tal  era  el  hombre,  á  quien  Abenaljatib  llamaba  la 
espada  de  Abenmardenix. 

Reconocido  éste  por  la  gente  de  Valencia,  envió  á  su 
suegro  Abenhamusco  contra  Abensiuar,  señor  de  Segura , 
distrito  que  Abenmardenix  reclamaba  por  derecho  de  su- 
cesión; mientras  que  él  se  disponía  a  salir  en  dirección  á 
Murcia,  á  ñn  de  hacerse  dueño  de  ella,  destituyendo  á 
Abenabaid.  Éste,  de  grado  ó  por  fuerza,  no  considerán- 
dose capaz  de  resistir  á  Abenmardenix,  luego  que  supo 
que  se  acercaba  á  la  ciudad,  salió  á  recibirle  y  rindióle 
homenaje,  declarando  que  se  iiabía  mantenido  en  el  go- 
bierno de  Murcia,  á  fin  de  guardarlo  para  él  y  facilitarle 
su  dominio. 

Habiendo  entrado  Abenmardenix  y  Abenobaid  en  la 
ciudad,  hizo  éste  á  aquél  entrega  de  todo  lo  que  tenía  en 
su  poder  perteneciente  al  difunto  Abeniyad,  y  los  mur- 
cianos reconocieron  la  soberanía  de  Abenmardenix,  que, 
en  consecuencia  de  esto,  quedó  por  rey  independiente  de 
Murcia,  de  Valencia  y  demás  distritos  musulmanes  de  la 
España  oriental  en  Octubre  de  1147.  Por  su  parte,  Aben- 
hamusco se  hizo  prontamente  dueño  de  Segura;  pues, 
al  decir  de  los  historiadores  árabes ,  vino  á  reunirse  con 
Abenmardenix  en  Murcia,  asistiendo  á  su  proclamación 
y  quedando  de  lugarteniente  en  ella,  cuando  su  yerno 
hubo  de  volverse  en  Diciembre  del  mismo  año  á  Valencia, 
cuyo  mando  había  conferido  Abenmardenix,  desde  el  prin- 
cipio de  su  elevación  al  poder,  á  su  hermano  Abulhachach 
Yúsuf  Abenmardenix. 

«Después  de  la  caída  de  los  almorávides  (1),  dos  par- 
tidos se  disputaban  la  posesión  de  la  España  musulmana, 
el  de  los  bereberes,  ó  sean  los  almohades,  que  se  consi- 


(1)     Codera,  Almorávides,  pág.  112,  traduciond(j  k  Do/y,   en  sUá 
Recherches  etc.,  I,  pág.  365. 


—  189  — 

deraban  legítimos  herederos  de  la  dinastía  destronada  ó 
extinguida,  y  el  partido  español  ó  nacional  que  trataba 
aún  de  mantener  la  independencia  del  país.» 

En  efecto,  algunos  meses  antes  de  la  proclamación  de 
Abenmardenix,  en  Enero  de  1147,  habiendo  avanzado  los 
almohades  hasta  Sevilla,  lograron  apoderarse  de  esta  capi- 
tal, y  aunque  al  principio  muchos  de  ios  señores  rebeldes 
trataron  de  sacudir  su  dominación,  en  el  año  de  1150  á 
1151  hallábase  ésta  asentada  ya  en  todo  el  centro  y  occi- 
dente de  la  España  árabe,  y  aspiraban,  á  imitación  de  los 
almorávides ,  á  restablecer  el  poderío  musulmán  en  toda 
la  Península. 

Uno  de  los  más  formidables  y  tenaces  enemigos,  con 
que  acá  tropezaron  los  almohades  para  la  realización  de 
su  empeño,  fué  indudablemente  el  famoso  régulo  de  Mur- 
cia Abenmardenix,  de  quien  venimos  haciendo  historia ; 
personaje  que  se  presenta  como  una  de  esas  figuras  carac- 
terísticas y  difíciles  de  analizar,  que  á  veces  produce  el 
contacto  de  muchas  nacionalidades  y  de  diferentes  reli- 
giones (1) . 

^,A  qué  gente  pertenecía?,  pregunta  Dozy  (2).  Aben- 
jaldun  (3)  le  atribuye  origen  árabe  haciéndole  descen- 
diente de  aquellas  familias  antiguas  que  habían  quedado 
en  España  y,  poco  dispuestas  por  sus  hábitos  de  raza  á 
permanecer  sedentarias  en  las  ciudades ,  se  habían  consa- 
grado á  la  vida  militar  y  servían  en  las  milicias  del  impe- 
rio. El  mismo  Abenmardenix  se  decía  árabe.  Sin  embargo, 
opina  Dozy  que  era  de  origen  español ;  pues  aunque  pre- 
tendiese pasar  por  árabe,  dice  el  ilustre  arabista,  «según 
unos  se  decía  de  la  tribu  de  Chodam;  según  otros  de  la 
de  Tochib ;  la  duda  sobre  ese  particular  demuestra  su  fal- 
sedad; pues  los  verdaderos  árabes,  tan  pagados  de  su 


(1)  Dozy,  Rechepches,  I,  pág.  365;  Codera,  Almorávides,  pági- 
na 113;  y  Fernández  y  González,  Estado  politice,  etc. ,  pág.  76. 

(2)  Lugar  antes  citado. 

(3)  Prolegómenos,  I,  pág.  339  de  la  traduc. 


-  190  — 

nobleza,  nunca  dudaban  en  asunto  tan  importante».  Añá- 
dase á  esto  (1)  que  el  nombre  de  su  tercer  abuelo  no  es 
árabe,  sino  español:  Mardanix  ó  Mardenix  es  evidente- 
mente Martínez:  todo  hace  creer  que  era  de  origen  cris- 
tiano; que  su  abuelo  se  hizo  musulmán,  y  que  su  familia, 
como  tantas  otras  que  se  encontraban  en  condiciones  pare- 
cidas ,  trataba  de  pasar  como  perteneciente  á  la  nobleza 
árabe»  (2). 

En  sus  maneras  no  desmentía  Abenmardenix  su  ori- 
gen, antes  al  contrario:  gustaba  de  vestir  como  los  cris- 
tianos sus  vecinos,  usaba  las  mismas  armas,  aparejaba  su 
caballo  del  mismo  modo  y  prefería  hablar  su  lengua:  sus 
soldados  eran  en  su  mayor  parte  castellanos,  navarros  y 
catalanes,  y  para  ellos  edificó  cuarteles,  y  liasta  buen 
número  de  cantinas  con  grande  escándalo  de  los  buenos 
musulmanes:  con  sus  larguezas  se  atraía  á  los  jefes,  y 
para  ello  tenía  que  oprimir  con  excesivos  tributos  á  sus 

(1)  Codera,  traduciendo  á  Do/y,  lugar  citado. 

(2)  El  barón  de  Slan  que  considera  también  el  nombre  de  Mar- 
denix como  extraño  á  la  lengua  áralje  y  Ijereber,  pregunta  si  diclio 
nombre  no  era  una  alteraciiui  del  latino  Martinu.s  (Proleg.  d(}  Al)en- 
jaldun,  trad.  I,  pág.  :339,  nota).  El  Sr.  Codera  (Almorávides,  p.  'MÚ) 
dice  respecto  del  particular:  «no  apai-ece  esto  tan  claro  como  opina 
Dozy:  que  el  nombre  no  es  árabe  lo  admitimos  sin  diñcultad:  para  du- 
dar que  sea  Martínez  nos  mueven  varias  razones :  si  hubiera  que- 
rido transcribir  Martínez,  probablemente  hubiera  escrito  ^r^^^j-*  no 
i_r^-^>^^)  como  escriben  constantemente:  os  verdad  que  el  uso  de 
la  j  por  la  ü  no  es  muy  violento,  pero  lo  es  fonéticamente  el  que  ]»u- 
siesen  ^  de  prolongacúón  después  del  J,  si  no  se  había  de  leer  Mar- 
tínez, que  nunca  ha  podido  pronunciar.se:  el  cambio  de  la  vocal  tóni- 
ca i  en  a  ó  en  c  también  ¡carece  poco  admisible». 

No  son  gran  autoridad  en  cuestiones  etimológicas  los  autores  ára- 
bes; pero  alguna  hay  que  concederles,  si  no  para  la  cuestiim  directa, 
al  menos  [»ara  fijar  la  iii'onunciaci()n:  Ábenjalican,  guiado  por  la  [iro- 
nunciación  del  nombi-e,  que  para  él  sería  Merdanix,  admite  la  etimo- 
logía, poco  limpia,  (¡ue  se  da  al  sol)ronomltre  de  Constantino  Copi'()- 
nimo  (Al)enjalican,  edic.  del  Cairo,  tom.  III,  46(3). 

Quizá  se  haya  cambiado  la  vocal  de  la  j  y  pudiera  sospecliar.se 
que  se  trata  de  un  Mai'donius,  descendiente  ó  no  de  los  antiguos 
bizantinos  de  la  parte  de  Cartagena:  hasta  pudiera  sospecharse  remi- 
niscencia en  lo  que  de  las  hijas  de  Al)enmardenix  dicen  los  autores 
árabes  ponderando  la  especie  de  fascinación  que  sus  rubios  cabellos  y 
ojos  azules  ejercieron  sobre  el  ánimo  de  los  califas  que  se  casaron  con 
ollas,  principalmente  la  que  ca^ó  con  Abuyacub  Yú.sufo. 


—  191  — 

vasallos.  Hasta  llegó  á  recompensar  á  uno  de  sus  caballe- 
ros, á  Pedro  Ruiz  de  Asagra,  dándole  la  ciudad  de  Santa 
Alaría  de  Albarracín  con  sus  territorios,  que  este  caballero 
hizo  erigir  en  obispado. 

La  política  constante  de  Abenmardenix  fué  estar  ínti- 
mamente ligado  con  los  príncipes  cristianos;  él  había 
comprado  la  protección  del  rey  de  Aragón  y  la  del  de 
Castilla  y  la  del  Conde  de  Barcelona,  comprometiéndose 
á  pagar  un  tributo;  en  realidad  no  era  más  que  un  vasa- 
llo ,  de  modo  que  un  cronista  anglo-sajón  de  su  tiempo 
no  se  apartaba  mucho  de  la  verdad  al  decir  que  el  rey 
de  Castilla  reinaba  en  Murcia  y  Valencia  (1).  Para  los 
cristianos  no  se  llamaba  AIohámed,  sino  Lope  ó  Lobo;  en 
todos  los  príncipes  de  la  cristiandad  veía  aliados ,  amigos 
y  hermanos ;  él  enviaba  magníficos  regalos  de  oro ,  seda , 
caballos  y  camellos  al  rey  de  Inglaterra,  Enrique  II,  y 
los  recibía  á  su  vez ;  su  reputación  entre  los  enemigos  de 
su  religión  era  tal ,  que  un  siglo  después  de  su  muerte 
un  Papa  le  llamó  el  rey  Lope,  de  gloriosa  memoria. 

Y  bajo  muchos  conceptos  merecía  este  elogio,  pues 
era  hombre  de  gran  sagacidad,  y  según  las  circunstan- 
cias sabía  perdonar  noblemente  ó  castigar  con  severidad; 
dotado  de  una  fuerza  hercúlea  y  excelente  caballero,  era 
de  una  bravura  á  toda  prueba;  en  los  combates  no  rehuía 
el  peligro  y  exponía  su  vida  de  modo  que  era  preciso  re- 
cordarle que  el  general  en  jefe  tenía  otros  deberes  que  el 
simple  soldado. 

Es  curioso  lo  que  respecto  de  la  bravura  de  Abenmar- 
denix nos  dice  Almacarí  (2) ,  al  presentarlo  como  tipo  de 
los  héroes  musulmanes  de  España:  «Abuabdála  Aben- 
mardenix, dice  el  citado  historiador ,  era  tan  valeroso, 
que  se  lanzaba  en  medio  de  los  escuadrones  enemigos  y 


(1)  Véase  también  sobre  este  punto  la  obra  citada  del  Si-.  Fer- 
nández y  González,  páginas  76  y  77. 

(2)  Analectes,  etc.,  II,  páginas  141  y  142, 


—  192  — 

se  abría  paso  entre  ellos  haciéndoles  retroceder  á  derecha 
é  izquierda,  á  la  vez  que  recitaba  la  siguiente  estrofa: 

Me  lanzo  sobre  un  escuadrón ,  sin  atender  al 
peligro;  lo  mismo  por  su  flanco  que  por  su  cen- 
tro marcho  cargando  á  pie  desnudo. 

Cierto  día  que  se  había  lanzado  en  medio  de  un  es- 
cuadrón de  cristianos,  derribando  y  matando  á"  muchos 
de  sus  caballeros,  de  tal  suerte  que  él  mismo  llegó  á  ma- 
ravillarse de  su  hazaña,  decía  luego  á  uno  de  sus  capita- 
nes, muy  aguerrido  y  famoso  en  la  pelea:  ¿Qué  te  ha 
parecido  mi  proeza?  Y  respondióle  este  último:  Si  te 
hubiera  contemplado  el  sultán ,  seguramente  te  llegaba 
á  ofrecer  mayores  riquezas  que  las  que  posees  en  tu  te- 
soro y  mayor  dignidad  que  la  que  hoy  disfrutas.  ¿Por 
ventura  hay  algún  jefe  del  ejército  que  dé  á  la  cabeza  de 
sus  soldados  la  carga  que  tú  has  realizado,  ofreciendo  su 
vida  por  la  de  los  demás?  A  lo  cual  replicó  Abenmarde- 
nix:  ¡Déjame  estar!  Una  vez  he  de  morir,  y  muerto  yo, 
no  habrá  quien  pueda  sostenerse». 

«Para  sus  oficiales  (l)  tenía  además  otras  cualidades 
apreciables;  los  lunes  y  jueves  de  todas  las  semanas  los 
convidaba,  lo  mismo  que  á  los  altos  dignatarios,  aun 
banquete,  que  se  celebraba  en  uno  de  los  salones  de  su 
palacio;  mientras  los  convidados  bebían,  sus  esclavas 
bailaban  y  cantaban,  y  al  terminar  la  fiesta,  muchas 
veces  distribuía  entre  los  convidados  los  vasos  de  plata 
que  habían  servido  en  el  convite,  y  hasta  los  tapices  que 
adornaban  la  estancia;  siendo  esto  así,  nada  tiene  de  ex- 
traño que  tal  capitán  fuese  el  ídolo  de  sus  guerreros ;  la 
mancha  de  su  carácter,  aun  para  los  mismos  musulma- 
nes, era  su  gran  lujuria»  (2). 


(1)  Codera,  Almorávides,  pág.  115,  traduciendo  á  Dozy ,  obra 
citada,  pág.  :367. 

(2)  Dozy,  en  la  obra  citada,  página  368,  pone  en  nótalas  si- 
guientes palabras  de  Abenaljatib  respecto  de  Abenmardenix:  «cuba- 
bat  cum  multis  puellis  sub  una  strágulao,  «cum  ducentis  circiter 
pucllis». 


—  193  — 

Tal  era  el  enemigo  que  tanta  oposición  iba  á  hacer  al 
entronizamiento  de  los  almohades  en  la  España  musul- 
mana. Durante  algunos  años,  los  primeros  del  reinado 
de  Abenmardenix,  nada  intentaron  los  almohades  contra 
éste,  bien  porque,  embarazados  en  extender  sus  con- 
quistas por  el  África  y  acrecentar  su  dominación  en  el 
centro  y  occidente  de  la  Península,  no  contasen  con  fuer- 
zas para  ello,  ó  bien  por  el  respeto  que  les  infundiese 
después  la  situación  favorable  del  valeroso  régulo  del 
Oriente  de  España.  Es  más,  llegaron  á  romper  las  hosti- 
lidades contra  Abenmardenix,  cuando  éste,  en  su  propó- 
sito de  arrojarles  de  la  Península ,  entró  con  sus  tropas 
por  las  regiones  que  ya  les  obedecían ,  y  logró  arrebatar- 
les algunas  délas  sujetas  á  su  dominio;  y  aun  así,  en 
un  principio  los  sídes  6  príncipes  almohades  dirigieron 
sus  poderosos  ejércitos  á  las  comarcas  de  Andalucía  en 
las  cuales  había  conseguido  Abenmardenix  imponer  su 
autoridad,  sin  atreverse  de  primeras  á  penetrar  en  el  co- 
razón de  su  reino.  En  esto  no  hicieron  dichos  príncipes 
nms  que  seguirlas  instrucciones  que,  respecto  del  par- 
ticular, les  diera  su  padre  Abdelmúmen;  pues  éste,  al 
morir,  si  hemos  de  creer  á  Abenjaldun  (1),  recomendó, 
entre  otros  asuntos,  á  sus  hijos  que  dejasen  en  paz  á 
Abenmardenix  en  tanto  no  se  opusiera  á  las  empresas  de 
ellos,  y  que,  para  atacarle  en  su  reino,  esperasen  á  que 
la  fortuna  le  fuese  adversa.  «Echad ,  díjoles  también,  de 
la  región  de  Túnez  y  Trípoli  á  los  árabes  y  transportad- 
los al  Mogreb ;  en  éste  os  servirán  de  cuerpos  de  reserva 
para  cuando  vayáis  á  combatir  á  Abenmardenix». 

Tampoco  pudo  éste  al  principio  de  su  reinado  pensar 
en  extender  su  dominación  por  la  parte  de  Andalucía. 
El  Conde  de  Barcelona ,  D.Ramón  Berenguer  IV,  apro- 
vechándose ,  como  los  otros  príncipes  cristianos ,  de  las 
luchas  interiores  entre  los  musulmanes,  logró  hacerse 


f  1)     Histoii-e  des  Bérberos,  traducción  de  Slane,  II,  pág.  284. 

13 


—  194  — 

dueño  de  las  ciudades  de  Tortosa,  Lérida,  Fraga  y  Me- 
quinenza,  las  cuales,  aunque  no  consta  de  manera  fija 
que  estuviesen  sometidas  á  Abenmardenix,  es  de  supo- 
ner que  así  fuese,  dada  su  dependencia  anterior  del  go- 
bierno general  almoravide  del  Oriente  de  España,  y, 
como  se  dirá  luego,  en  los  tratados  de  paz  que  hizo  aquél 
con  los  cristianos,  se  hace  alusión  á  algunas  de  dichas 
ciudades. 

Tomada  Tortosa  en  el  último  día  del  año  u-i8,  des- 
pués de  un  largo  y  porfiado  sitio,  por  D.  Ramón  Beren- 
guer,  que  la  dio  en  feudo  por  terceras  partes  á  los  geno- 
veses ,  á  Guillermo  Ramón  Moneada  y  á  Guillermo  de 
Montpeller,  en  premio  al  auxilio  que  éstos  le  habían 
prestado  y  á  la  parte  principal  que  habían  tomado  en  el 
sitio  y  ataque  de  la  ciudad  (1) ,  las  otras  ciudades,  Léri- 
da, Fraga  y  Mequinenza  no  podían  sostenerse  mucho  en 
poder  de  los  musulmanes,  habiendo  quedado  abandona- 
das á  sus  propias  fuerzas ,  y  fueron  tomadas  por  los  cris- 
tianos en  24  de  Octubre  de  1149  (2),  sin  que  conste  si 
Abenmardenix  procurase  socorrerlas.  Probablemente  se 
Yió  imposibilitado  de  hacerlo,  por  tener  que  atender  á  la 
defensa  de  sus  fronteras  con  Castilla. 

Los  autores  árabes  conocidos  se  limitan  á  decirnos 
respecto  de  las  mencionadas  ciudades  y  de  otras,  lo 
mismo  del  oriente  que  del  occidente  de  la  Península, 
que  por  el  tiempo  susodicho  cayeron  en  poder  de  los 
cristianos,  á  consecuencia  de  las  luchas  interiores  de  los 
musulmanes ,  muchas  ciudades ,  y  señalan  especialmente 
á  Almería,  Tortosa,  Lérida,  Fraga,  Santaren  y  Santa 
María  (3).  Hacia  el  mismo  tiempo  en  que  los  cristianos 
se  hicieron  dueños  de  Tortosa ,  tomaron  también  los  cas- 


(1)  Dozy,  Rechei'clies,  II,  y  Balaguei-,  Historia  de  Cataluña, 
tomo  II,  página  448. 

(2)  Balaguer,  Historia  de  Cataluña,  II,  pág.  455. 

(3)  Anouairi,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  num.  60,  refirién- 
dose al  año  543  (Mavo  do  1148  á  Mayo  de  1149)  v  el  autor  del  Cartas, 
página  17fi,  fpi.'  ]n  roñeve  á  544  (Mayo  de  1149  á  Abril  de  1150). 


—  195  — 

tillos  de  Iñich  y  de  Serranía  (l),  al  parecer,  pertene- 
cientes al  reino  de  Abenmardenix,  por  la  parte  de  su 
frontera  con  los  cristianos  de  Castilla.  Esto,  las  circuns- 
tancias en  que  Abenmardenix  se  hizo  cargo  del  mando, 
por  muerte  de  Abeniyad  en  lucha  con  los  cristianos ,  y  el 
decirnos  Abenaljatib  que  aun  no  liabía  llegado  Aben- 
mardenix á  ^'alencia,  á  fin  de  tomar  el  mando  en  susti- 
tución de  Abeniyad,  cuando  le  llegó  en  su  camino  la 
noticia  de  que  los  cristianos  le  habían  tomado  el  castillo 
de  Hillel,  hace  pensar  que  el  esforzado  régulo  de  la  parte 
orienta]  de  España  se  vio  estrechado  no  sólo  por  D.  Ra- 
m(')n  Berenguer  IV,  sino  también  por  las  bandas  caste- 
llanas del  Emperador  Alfonso  VII  en  los  primeros  días 
de  su  mando.  Y  aunque  de  Abenmardenix  se  dice  que 
logró  recuperar  el  castillo  de  Hillel  (2)  de  manos  de  los 
cristianos ,  y  es  de  suponer  que  no  en  todos  los  encuen- 
tros con  ellos  debió  serle  adversa  la  fortuna,  á  juzgar  por 
el  elogio  que  de  su  bravura  hacen  los  escritores  musul- 
manes ,  hubo  de  llevar  la  peor  parte  en  la  lucha  general , 
ó  estimó  más  conveniente  para  su  causa  comprar  la  paz 
de  aquéllos,  y  su  alianza  contra  el  común  enemigo  que 
se  les  presentaba,  los  almohades,  los  cuales  no  habían  de 
contentarse  simplemente  con  hacerle  su  tributarlo.  Así 


(1)  IgaoraiTiDS  la  situación  do  estos  castillos:  el  ms.  ár.  déla 
Real  Academia  de  la  Historia,  Iliata  de  Abenaljatilj,  t.  II,  pág.  28, 
de  donde  está  tomada  la  noticia,  dice :  ^.>\    ij^   ^  ^j^st^^    ^j^^C„**jU 

E!  Sr.  Codera  on  sus  almorávides,  pág.  126,  traduce  el  nomlii'(í 
^-J.sl ,  como  equivalente  á  Uclés  de  la  regiíjn  de  Toledíj,  que  los  au- 
tores árabes  trasci'iijen  por  ^,-i.^^  (Véase  esta  [¡alabivi  en  el  diccio- 
nario de  Jacut).  Bien  pudiera  ser  que  los  autores  musulmanes 
transcriljan  el  nombre  árabe  de  ambas  maneras  ^)i\  y  ^^-^••^^,  ó 

que  haya  eri-or  de  copia  en  el  texto  de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
ria ó  que  se  trate  de  un  castillo  distinto  del  de  Uclés. 

(2)  Abenaljatib,  Ihata,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  t.  11- 
página  28. 


—  196  — 

vemos  que  Abenmardenix  firma  luego  con  los  cristianos 
varios  tratados  de  paz ,  por  los  cuales  se  compromete  á 
pagarles  tributo,  y  se  alia  especialmente  con  el  rey  de 
Castilla. 

Las  noticias  que  se  tienen  de  los  historiadores  árabes 
acerca  de  los  tratados  celebrados  por  Abenmardenix  con 
los  príncipes  cristianos  vecinos  á  su  reino,  han  sido  reco- 
piladas por  el  Sr.  Codera  (1):  «el  primero,  dice  nuestro 
ilustre  arabista,  de  los  príncipes  cristianos  con  quien 
Abenmardenix,  que  sepamos,  entabló  relaciones,  fué 
con  el  Conde  de  Barcelona,  D.  Ramón  Berenguer  IV,  con 
quien  consta  que  hizo  paces  por  cuatro  años,  comprome- 
tiéndose á  pagar  un  tributo  de  cien  mil  mitscales  de  oro, 
de  los  suyos,  que  por  cierto  son  de  oro  muy  bueno  y 
abundan  en  las  colecciones  numismáticas ;  es  de  advertir 
que ,  según  algún  otro  texto,  los  cien  mil  mitscales  no 
eran  el  tributo  al  Conde  de  Barcelona,  sino  á  éste  y  al 
rey  de  Castilla,  el  Emperador  D.Alfonso  VII,  quien, 
como  queda  dicho ,  quizá  podía  considerarse  como  el  ver- 
dadero rey  de  jNIurcia  y  Valencia. 

Como  la  alianza  ó  amistad  pactada  por  Abenmarde- 
nix, ó  rey  Lope,  con  el  Conde  de  Barcelona  era  sólo  por 
cuatro  años ,  es  de  suponer  fuera  renovada  al  expirar  el 
plazo,  tanto  más  cuanto,  siendo  casi  un  reconocimiento 
de  vasallaje  del  rey  Lope,  mediante  el  pago  de  un  tri- 
buto anual ,  el  Conde  de  Barcelona  había  de  tener  interés 
en  su  renovación;  pero  nada  concreto  nos  consta  hasta 
veinte  años  después ,  ó  sea  el  1168,  en  cuya  fecha  se 
pacta  nueva  alianza  entre  el  rey  Lope  y  Alfonso  II  de 
Aragón,  sucesor  de  D.Ramón  Berenguer  IV  en  el  con- 
dado de  Barcelona;  el  día  de  las  nonas  (día  5)  de  No- 
viembre de  1168,  se  ñrma  el  documento  correspondiente, 
en  el  cual  el  rey  Lobo ,  por  medio  de  su  apoderado  Ge- 
raldo  de  Torva,  se  compromete  á  pagar  á  Alfonso  II  vein- 
ticinco mil  maravedises  antes  del  día  de  la  Natividad  del 


(1)     Almui-avidcs,  ]i;'i,L;-iii;t  1211, 


—  197  — 

8eñor,  y  el  rey  Alfonso,  poi'  su  parte,  se  compromete  á 
tener  y  hacer  respetar  la  paz  con  el  rey  Lobo  desde  1.° 
de  Mayo  próximo  hasta  dos  años  después;  por  parte  del 
rey  Alfonso  juran  guardar  lo  pactado  Pelegrín  de  Casti- 
llazuelo,  Blasco  Romeu,  Mayordomo  del  rey,  y  Ximeno 
de  Atrosillo,  su  alférez. 

El  rey  Lobo  hubo  de  pagar  tributo  no  sólo  á  los  sobe- 
ranos de  Barcelona  y  Castilla ,  sino  también  á  los  de  otros 
Estados ;  en  el  segundo  año  de  su  reinado ,  el  día  5  de 
Ramadán  del  año  543,  ó  sea  el  27  de  Enero  de  1149,  fir- 
maba un  tratado  por  diez  años  con  la  república  de  Pisa, 
y  luego  otro  de  mayor  importancia  con  la  de  Genova , 
comprometiéndose  con  ésta  á  pagar  diez  mil  morabitines, 
cinco  mil  en  el  mismo  año  y  los  otros  cinco  mil  en  el  si- 
guiente; además  del  subsidio,  el  rey  Lobo,  que  en  el  do- 
cumento figura  con  sus  nombres  árabes  Aboadella  Mo- 
chamet  Abensat  (por  Abuabdála  Mohámed  Abensaad), 
ofrece  á  los  genoveses  habitantes  en  Valencia  y  Denia  un 
fondac  ó  mesón  para  el  comercio ,  pero  con  prohibición 
de  que  otros  habiten  allí,  y  además  les  concede  un  baño 
gratis  cada  semana;  los  genoveses,  por  su  parte,  sólo  se 
comprometen  á  no  hacer  daño  á  los  subditos  del  rey  Lobo 
en  Tortosa  y  Almería ;  es  de  suponer  que  el  rey  Lobo 
habría  de  firmar  tratados  análogos  en  otras  fechas ,  ade- 
más de  las  conocidas.» 

La  política  constante  de  Abenmardenix  fué  estar  en 
amigable  relación  con  los  príncives  cristianos  ,  quedando 
así  desembarazado  para  realizar  su  empeño ,  que  era  el 
de  extender  su  dominación  por  la  parte  del  poniente  y 
mediodía  de  la  España  árabe ,  lo  cual  consiguió  de  tal 
suerte  que,  según  el  historiador  Abenaljatib  (1)  y  otros, 
además  de  ejercer  su  mando  en  los  distritos  de  Valencia, 
Murcia ,  Játiva  y  Denia  en  la  parte  oriental ,  extendió  su 
dominación  á  Jaén,  Baeza,  Baza,  Guadix  y  Carmona; 
puso  en  gran  aprieto  á  Córdoba;  llegó  á  sitiar  á  Sevilla; 


(1)     Ihata,  mi.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  II,  pág.  28. 


—  198  — 

Kcija  cayó  en  sus  manos;  entró  en  Granada,  y  estuvo  á 
punto  de  enseñorearse  de  toda  la  España  árabe. 

Es  indudable  que  eti  estas  conquistas  fué  excitado 
Abenmardenix  y  hasta  favorecido ,  no  sólo  por  los  musul- 
manes españoles  que  veían  mal  la  dominación  africana  , 
sino  también,  y  en  Granada  lo  fué  señaladamente,  por 
los  cristianos  y  judíos,  dada,  por  una  parte,  la  simpatía 
que  aquél  mostraba  á  los  correligionarios  de  éstos ,  admi- 
tiéndolos en  sus  ejércitos,  y  la  amistad  ó  alianza  que  le 
unía  con  los  príncipes ,  y,  por  otra,  el  estado  vejatorio 
en  que  se  hallaban  desde  la  dominación  almoravide.  Los 
cristianos  y  judíos  de  la  España  árabe  (1) ,  al  contrario 
que  los  almohades,  veían  bien  á  los  soldados  de  Aben- 
mardenix, y  para  ello  tenían  sobradas  razones;  su  suerte, 
ya  bien  desgraciada  bajo  el  dominio  de  los  almorávides, 
se  había  hecho  intolerable  bajo  el  de  los  almohades,  con 
los  cuales  había  desaparecido  toda  sombra  de  tolerancia. 

El  califa  Abdelmúmen,  tan  pronto  como  consiguió 
hacerse  dueño  de  Marruecos  (1146),  había  anunciado  á 
todas  las  gentes  sometidas  á  su  imperio  que  no  consen- 
tiría en  sus  estados  más  habitantes  que  los  musulmanes; 
que,  en  consecuencia,  las  iglesias  de  los  cristianos  y  las 
sinagogas  de  los  judíos  serían  demolidas,  y  que  ellos 
habían  de  elegir  entre  el  islamismo ,  la  muerte  ó  la  expa- 
triación. Muchos  de  ellos  hicieron  esto  último;  otros  su- 
frieron el  martirio,  y  los  almohades  se  apresuraron  á 
apropiarse  sus  casas,  sus  bienes  y  aun  sus  mujeres; 
otros,  sin  embargo,  y  los  más  de  ellos  judíos,  permane- 
cieron fieles  en  secreto  á  la  religión  de  sus  mayores,  se 
resignaron  á  practicar  exteriormente  el  islamismo ,  á  acu- 
dir de  vez  en  cuando  á  las  mezquitas  y  aun  á  hacer  leer 
á  sus  niños  el  Alcorán.  Gracias  á  estas  transacciones  pu- 
dieron conservar  sus  bienes;  mas  su  posición  era  falsa, 
pues  el  gobierno,  que  sabía  muy  bien  que  no  eran  since- 
ros correligionarios,  les  hacía  vivir  descartados,  sin  per- 


(1)     Dozy,  R(3clieirhes,  I,  p.i.y-.  370, 


—  199  — 

mitirles  mezclarse  con  los  verdaderos  musulmanes  por 
el  matrimonio  ii  otra  especie  de  relación.  De  esta  manera, 
aquellos  desgraciados  parias,  que  debían  estar  á  toda 
llora  suspirando  por  alguien  que  viniese  á  librarles  del 
yugo  insoportable  que  sobre  ellos  pesaba,  era  natural 
que  viesen  en  los  soldados  de  Abenmardenix  á  sus  liber- 
tadores y  que  se  dispusieran  pronto  á  secundarles  con 
todas  sus  fuerzas. 

Las  conquistas  realizadas  por  Abenmardenix  en  An- 
dalucía y  los  notables  hechos  de  armas  que  al  efecto 
hubo  de  sostener  contra  el  poderío  de  los  almohades  hasta 
su  muerte,  y  la  sumisión  de  su  reino  de  Murcia  son  tan 
importantes,  que  bien  merecen  capítulo  especial. 


CAPITULO  XV 


('iiiujii/sías  de  Alicnnundenl  I- .  vcij  de  .Mii/ritt  //  del  Oriente  de  As 
¡Kiña.  OH  Anddliirid :  sti  iniierle:  <(ne:rinii  de  ^iis  estados  al  ¡m 
¡H'iii)  de  los  (diindiíif/es. 


Las  primeras  ciudades  andaluzas  en  que  fué  recono- 
cida la  autoridad  del  régulo  de  Murcia  Abenmardenix , 
fueron  indudablemente  Baza  y  Guadix.  Además ,  los  mo- 
ros residentes  en  Almería,  al  caer  esta  ciudad  en  manos 
de  los  cristianos  en  17  de  Octubre  de  114:7,  cabalmente 
en  el  mismo  tiempo  en  que  Abenmardenix  era  recono- 
cido en  A^alencia  y  Murcia,  volvieron  á  éste  sus  ojos, 
considerándole  como  su  rey,  y  les  envió  gobernador  de 
su  parte.  Es  mu^^  poco  lo  que  nos  dicen  los  autores  ára- 
bes conocidos  respecto  del  tiempo  preciso  y  de  la  manera 
como  se  efectuó  el  reconocimiento  de  Abenmardenix  en 
las  dos  primeras  ciudades  citadas;  las  escasas  noticias 
que  respecto  del  particular  dan  aquélloc^ ,  se  refieren  es- 
pecialmente á  Guadix,  al  parecer,  porque  ambas  siguie- 
ron la  misma  suerte.  Desde  luego  resulta,  como  hecho 
indudable,  que  Abenmardenix  extendió  su  dominación 
á  las  dos  ciudades  de  Baza  y  Guadix  por  el  mismo  tiem- 
po, y  que  esto  fué  al  principio  de  su  reinado  en  Murcia 
y  Valencia.  Abenaljatib  menciona  á  ambas ,  como  ya  se 
ha  dicho  en  el  capítulo  anterior,  éntrelas  ciudades  de 
Andalucía  que  cayeron  en  manos  de  Abenmardenix  (1). 
El  mismo  historiador  trae  otro  pasaje  (2)  referente  á  Gua- 


(1)  Iliata,  ms.  ái".  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,  II,  pkg.  28. 

(2)  Ms.  ái-.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,   núm.  37,  fol.  257  v.  y  52 
lie  la  ('(jiiia  del  Sr.  Codera. 


—  ^02  — 

diz  en  este  tiempo,  fundado  en  el  cual  dice  el  Sr.  Codera 
lo  siguiente  (1):  «Al  declararse  independiente  en  Cór- 
doba Abenhamdin  en  el  año  539  (de  la  hégira),  haciendo 
lo  mismo  otros  jefes  en  sus  respectivas  ciudades ,  se  de- 
claró independiente  en  Guadix,  no  por  ambición,  sino 
por  la  fuerza  de  las  circunstancias,  un  personaje  desco- 
nocido hasta  hoyen  nuestra  historia,  y  que,  á  ser  más 
conocido,  sería  el  personaje  más  simpático  de  cuantos 
figuraron  en  la  España  musulmana  en  este  período  de 
revueltas». 

«Llamábase  Áhmed,  hijo  de  Mohámed  Abenmilhan; 
era  natural  de  Guadix,  de  reconocida  suficiencia  y  muy 
considerado  por  sus  obras;  al  declararse  independiente 
tomó  el  título  de  Almotayyad  hila,  y  fortificada  la  alca- 
zaba se  dedicó  á  proveer  y  gobernar  su  pequeño  estado, 
con  mano  firme,  sin  encargar  á  otro  el  mando;  la  pertur- 
bación general  le  impulsó,  y  ayudándose  de  la  agricul- 
tura y  arboricultura  adquirió  grandes  riquezas  y  tesoros , 
llegando  á  ser  el  más  rico  de  su  tiempo  y  á  prevalecer 
sobre  cuantos  estaban  próximos  á  su  ciudad,  Guadix, 
apoderándose  de  Baza,  donde  dice  el  autor  (Abenaljatib) 
que  en  su  tiempo  (dos  siglos  más  tarde)  se  conservaba 
descendencia  de  Abenmilhan.» 

«Cuando  Abensaad  (Abenmardenix) ,  que  ambicio- 
naba loque  poseía  Abenmillian,  le  estrechó  en  el  año 
546  (Abril  de  1151  á  Abril  de  1152),  ayudado,  según 
parece,  por  el  Emperador  Alfonso  Vil,  de  quien  dicen  los 
Anales  Toledanos  que  en  este  año  «posó  sobre  Guadix», 
Abenmilhan  entró  en  la  obediencia  de  los  almohades , 
trasladándose  á  Marruecos ,  donde  se  encargó  de  la  Albu- 
fera ó  pantano ,  de  su  construcción  ó  reparación  y  de  la 
distribución  de  sus  aguas;  perseguido  luego,  no  sabe- 
mos por  qué  causas,  perdió  sus  riquezas  y  murió  en  este 
estado.» 


(1)    Al moi-a vides,  página-i;32. 


—  203  — 

«Durante  su  remado  en  Guadix,  Abenmilhan  había 
sabido  atraer  á  su  servicio  á  los  más  célebres  literatos, 
como  Abnbéquer  Abentofail  y  Abulhásan  Herodes(?).» 

«Respecto  á  la  suerte  de  Guadix  no  consta  si  al  en- 
trar su  reyezuelo  en  la  obediencia  de  los  almohades  entró 
también  en  ella,  ó  había  caído  en  poder  de  Abensaad; 
parece  fué  esto  último,  pues  en  su  biografía  se  menciona 
á  Guadix  entre  las  ciudades  que  le  estuvieron  some- 
tidas.» 

Hasta  aquí  lo  expuesto  por  el  Sr.  Codera  respecto  á  la 
suerte  de  Guadix  en  este  tiempo,  interpretando  el  pasaje 
de  Abenaljatib;  pero  es  el  caso  que  en  Almacarí  se  lee 
sobre  el  mismo  asunto  otro  pasaje  distinto  del  anterior. 
Este  último  historiador  dice  también  (1)  que  á  la  caída 
del  imperio  de  los  almorávides  repartiéronse  el  reino  de 
España  los  cabezas  ojetes  de  sus  ciudades,  y  entre  ellos 
Abulhásan ,  hijo  de  Nizar  ó  Nazar,  el  cual  se  alzó  con  la 
ciudad  de  (iuadix,  de  donde  era  natural;  pero  sus  con- 
ciudadanos le  despidieron  por  envidia  de  su  autoridad, 
y  proclamáronla  soberanía  de  Abenmardenix,  rey  del 
oriente  de  España.  Este  envió  allá  sus  gobernadores,  re- 
comendándoles que  lanzasen  á  aquel  bravo  león  de  su 
cai'enza  y  le  entorpecieran  sus  esperanzas.  Abulhásan, 
hijo  de  Nizar,  parece  que  desahogó  la  ira  que  su  humi- 
llación le  había  producido,  escribiendo  algunos  versos 
satíricos  contra  Abenmardenix;  pero  llegando  algunos 
de  ellos  á  manos  de  los  gobernadores ,  fueron  enviados  á 
Abenmardenix,  y  éste,  á  seguida  que  los  leyó,  mandó 
que  fuese  apresado  su  autor  y  conducido  á  su  presencia 
en  Í^Iurcia.  Cumplióse  la  orden  de  Abenmardenix,  quien 
luego  que  tuvo  á  Abulhásan,  hijo  de  Nizar,  al  alcance  de 
su  vista,  le  reprendió  con  suma  dureza  é  inmediatamente 
le  encerró  en  sus  prisiones.  En  esta  situación  permane- 
cía Abulhásan ,  compartiendo  las  tristezas  de  su  cauti- 


(1)     II,  página  :«1, 


—  204  - 

verio  con  la  composición  de  algunas  piezas  poéticas, 
cuando  un  día  logró  hacer  llegar  á  manos  de  una  de  las 
cantoras  favoritas  de  Abenmardenix  unas  coplas  en  ala- 
banza de  éste,  recomendando  á  aquélla  que  las  estudiase 
y  cantase  á  su  rey  aprovechando  la  ocasión  en  que  se 
hallaba  más  alegre  y  comunicativo.  Hízolo  así  la  can- 
tora, y  al  escuchar  Abenmardenix  tan  bellas  poesías, 
preguntó  luego  de  quién  eran. 

Entonces  reveló  la  cantora  el  nombre  del  autor,  y  al 
instante  hizo  Abenmardenix  que  Abulhásan,  hijo  de  Ni- 
zar,  fuese  llevado  á  su  presencia;  le  obsequió  magnífica- 
mente y  le  concedió  la  libertad,  diciendo  en  honor  suyo 
que  quien  escribía  composiciones  tan  bellas  era  digno  de 
ser  señor,  no  ya  sólo  de  Guadix,  sino  de  toda  Andalucía. 
Abulhásan,  hijo  de  Nizar,  retornó  á  su  ciudad,  despi- 
diéndole Abenmardenix  con  nuevos  obsequios  y  presen- 
tes y  recomendando  á  sus  gobernadores  de  allá  que  en  lo 
sucesivo  escuchasen  favorablemente  los  consejos  y  deseos 
de  aquél  en  los  asuntos  de  administración. 

¿Abuliiásan,  hijo  de  Nizar,  es  el  mismo  personaje 
Áhmed,  hijo  deMohámed,  conocido  más  comúnmente 
por  Abenmilhan,  citado  por  Abenaljatib?  Es  indudable 
que  se  trata  dedos  personajes  distintos,  y  en  tal  caso, 
uno  de  ellos  fué  el  que  se  alzó  con  el  mando  de  su  ciu- 
dad ,  al  ocurrir  la  insurrección  general  contra  los  almo- 
rávides, y  el  otro  hubo  de  ser,  lomas  probablemente, 
algún  gobernador  rebelde  á  la  autoridad  de  Abenmar- 
denix. 

A  nuestro  juicio  el  rebelde  en  Guadix,  al  estallar  la 
insurrección  general  contra  los  almorávides ,  que  trató  de 
mantenerse  en  ella  como  señor  independiente,  fué  Abul- 
hásan, hijo  de  Nizar,  y  que  Áhmed,  hijo  de  Mohámed, 
Abenmilhan,  fué  un  rebelde  posterior  contraía  autoridad 
de  Abenmardenix  y  acaso  gobernador  puesto  por  éste. 
Nos  lleva  á  pensar  así  la  lectura  de  un  pasaje  del  histo- 
riador Abenalatir,  en  el  cual,  por  incidencia,  se  hace 
mención  del  citado  Abenmilhan.  En  dicho  paraje  se  re- 


-^  205  — 

flere  (1)  que  en  el  año  liói  á  ll'rl  envió  Abdeliiiúmen,  el 
sultán  de  Alarruecos,  un  cuerpo  de  ejército  al  mando  de 
Abuhafs  Ornar,  iiijo  de  Yahya,  el  de  Hintata,  con  orden 
de  operar  contra  Granada,  la  cual  permanecía  todavía  en 
poder  de  aquellos  almorávides  que  tan  bravamente  se 
habían  defendido,  según  se  ha  dicho  ya,  contra  los  ata- 
([ues  de  Zai'adola,  hasta  hacerle  desistir  de  su  empeño  en 
apoderarse  de  la  plaza.  El  ejército  almoliade  de  Ornar  el 
de  Hintata  llegó  efectivamente  á  poner  estrecho  cerco  á 
Granada,  y  en  esto  presentáronse  á  aquél  con  sus  fuerzas 
haciendo  causa  común,  Abenmilhan,  señor  de  Guadix,  é 
Ibrahim  Abenhamusco,  suegro  de  Abenmardenix  y  señor 
de  Jaén  (2),  los  cuales  le  excitaron  á  que  acelerase  su 
avance  contra  la  capital  de  Abenmardenix,  á  fin  de  sitiarle 
en  ella  de  improviso,  antes  de  que  pudiese  disponer  su 
gente  para  una  campaña  exterior.  Pero  enteróse  Aben- 
mardenix del  propósito  de  aquellos  é  inmediatamente 
pidió  auxilio  al  príncipe  de  Barcelona,  el  cual  acude  en 
su  defensa  con  diez  mil  jinetes.  Entre  tanto,  los  almoha- 
des se  retiraron  de  Granada  y  avanzaron  hasta  los  baños 
de  Balcuera,  á  una  jornada  de  Murcia;  mas  al  saber  la 
llegada  de  los  catalanes ,  retrocedieron  y  pusieron  sitio  á 
Almería,  á  ñn  de  librarla  de  los  cristianos.  Tampoco  favo- 
reció la  fortuna  á  los  almohades  de  Ornar  en  esta  nueva 
tentativa;  se  cebó  en  ellos  la  peste,  y  faltos  de  provisio- 
nes, hubieron  de  levantar  el  sitio  y  retirarse  á  Sevilla. 

También  Almacarí  refiere  esta  expedición  de  los  al- 
mohades capitaneados  por  Omar  el  de  Hintata  contra 
Granada,  su  avance  hasta  cerca  de  Murcia  contra  la  gente 
de  Abenmardenix  y  su  intento,  al  regresar,  contra  los 
cristianos  de  Almería  (3);  mas  el  silencio  de  otros  histo- 


(1)  Aberialatii-,  XI,  102. 

(2)  No  consta  que  pul' este  tiempo  Aljenhauíiisco  tuviese  mando 
en  la  capital  de  Jaén ;  pero  si  lo  tuvo  después,  \"  acaso  el  autor  le  an- 
ticipe el  titulo  con  que  luego  se  lo  designó. 

( 3)  Anale(.-tes ,  II ,  ])ágina  <)9a , 


—  206  — 

riadores  respecto  de  tales  hechos  pudiera  hacer  sospe- 
char que  dicha  expedición  almohade  sea  mero  resultado 
de  alguna  torcida  interpretación  de  Abenalatir  y  Alma- 
cari.  Sin  embargo,  no  nos  atrevemos  á  recusarlos;  esos 
mismos  historiadores  refieren  además  las  expediciones 
posteriores  de  los  almohades,  que  se  hallan  mencionadas 
en  los  que  omiten  la  de  que  se  traía  al  presente,  y  ade- 
más cabe  preguntar:  ¿solamente  la  deposición  de  Aben. 
milhan,  señor  de  un  estado  tan  pequeño,  como  el  que 
podría  formar  Guadix  y  Baza,  exigía  la  presencia  de 
Abenmardenix,  el  temido  y  esforzado  régulo  del  oriente 
de  España,  auxiliado  por  su  amigo,  el  emperador  Al- 
fonso VII  de  Castilla,  quien,  según  los  Anales  Toleda- 
nos (1),  como  ya  se  ha  dicho,  «posó  sobre  íUiadix»  en  el 
mismo  año,  á  que  Abenalatir  y  Almacarí  refieren  la  ex- 
pedición almohade  de  Ornar?  Parece  lo  más  probable  que 
la  presencia  de  Abenmardenix  y  del  Emperador  Alfonso 
en  tierra  de  Guadix  por  el  año  dicho  fué  debida  á  causa 
más  grave  que  á  la  destitución  ó  sumisión  de  un  reye- 
zuelo, como  Abenmilhan,  y  bien  pudiera  ser  dicha  causa 
la  expedición  referida  de  los  almohades,  los  cuales  no  se 
retiraron  de  Almería  tan  sólo  por  la  peste  ó  por  falta  de 
vituallas,  sino  también  por  la  noticia  que  les  llegase  de 
que  venían  tras  ellos  sus  formidables  enemigos. 

Fuera  del  anterior  pasaje  de  Abenalatir,  no  consta 
por  otros  autores  que  Abenhamusco  hiciera  traición  á  su 
yerno  en  dicho  año  de  1151  á  1152.  Sin  embargo,  no  es 
de  extrañar  que  entonces  intentase  aquél  lo  que  más 
tarde  y  de  una  manera  definitiva  realizó ,  siendo  la  prin- 
cipal causa  de  la  destrucción  del  reino  de  Abenmardenix , 
como  se  dirá  más  adelante,  pues  es  de  suponer  que  sub- 
sistiesen ya  por  este  tiempo  los  motivos,  que  luego  tuvo 
Abenhamusco  para  romper  con  su  yerno  y  entregarse  á 
los  almohades,  á  saber,  los  malos  tratos  que  su  hija  reci- 
bía de  su  esposo.  Mas  por  esta  vez,  si  es  que  hubo  rom- 


(1)     l':spaaa  Sugi-ada,  lomo  XXIII,  })áfíina  :«)! 


—  207  — 

pimiento  entre  suegro  y  yerno,  no  debió  ser  duradero, 
y  restablecida  la  concordia  entre  ambos ,  se  les  ve  luego 
realizar  juntos  sus  conquistas  y  proezas  más  notables. 

Sea  lo  que  quiera  respecto  de  los  lieclios  anteriores 
acerca  de  la  suerte  de  Guadix ,  lo  cierto  es  que  por  el 
tiempo  á  que  se  refleren,  no  debía  andar  Abenmardenix 
muy  desembarazado  de  peligros ;  Abenalatir  y  Almacarí 
nos  dicen  que  se  alzó  contra  él  en  Valencia  Abdelmelic 
Abensilban  ó  Abensaban ,  que  llevaba  el  sobrenombre  de 
Abencholuna,  y,  antes  que  éste,  otro  nombrado  Aben- 
hamid.  La  ciudad  quedó  emancipada  del  poder  de  Aben- 
mardenix, que  no  pudo  recobrarla  hasta  el  año  siguiente 
de  1152  á  1153,  después  de  un  largo  sitio. 

Mohámed ,  hijo  de  Áhmed  Abenabdelaziz ,  que  había 
sido  dos  veces  cadí  de  Valencia,  la  primera  bajo  el  go- 
bierno de  su  primo  Meruan  Abenabdelaziz,  y  la  segunda 
nombrado  por  Abenmardenix,  fué  muerto  por  Abume- 
ruan  Abdelmelic  Abensilban  en  el  año  de  la  revuelta  de 
éste  (1).  Y  Abenalfarí,  que  después  de  ser  presidente 
del  consejo  de  Murcia,  se  hallaba  de  cadí  en  Valencia  en 
dicho  ano  de  1151  á  1152,  hizo  dimisión  del  cargo  al  es- 
tallar la  susodicha  revuelta  (2). 

Otro  personaje  notable  de  los  partidarios  de  Aben- 
mardenix, Asim,  hijo  de  Jalaf,  el  Tochibí,  murió  en  la 
cárcel  en  1152  á  1153,  y  hubo  de  ser  enterrado  intramu- 
ros de  la  ciudad,  «lo  que  parece  indicar,  dice  el  Sr.  Co- 
dera (3),  que  la  ciudad  estaba  sitiada»  (4). 

Si  Granada  había  podido  defenderse  contra  los  almo- 
hades, capitaneados  por  O  mar  eldeHintata,  no  se  sos- 
tuvo mucho  tiempo  libre  de  ellos.  Hallábase  todavía  la 
citada  ciudad  hajo  el  poder  de  los  almorávides,  cuando  el 
gobernador  de  éstos  Maimun  Abenbáder,  presentándose 


(1)  Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp. ,  V,  12G. 

(2)  Abenalaljar,  ídem,  página  228. 

(3)  Almorávides,  página  313. 

(4)  Abenalabar,  III,  fotograf. ,  página  180. 


—  208  — 

personalmente  en  el  año  549  de  la  hégira  (Marzo  de  1154 
á  Marzo  de  1155)  ó  enviando  un  mensaje  al  sid  Abensaid, 
hijo  de  Abdelmumen,  gobernador  de  Málaga  y  Algeciras, 
le  entregó  pacíficamente  la  cindad  de  su  mando.  En  con- 
secuencia, trasladó  el  príncipe  Abensaid  su  residencia  á 
Granada,  y  los  almorávides  retiráronse  á  Marruecos  (1). 
Dueño  ya  de  Granada  el  príncipe  Abensaid  y  acre- 
centada su  gente  con  un  nuevo  ejército  expedicionario, 
puso  sitio  á  Almería  por  mar  y  tierra,  resuelto  á  echar 
de  ella  á  los  cristianos,  y,  al  efecto,  levantó  fortiflcacio- 
nes  que  dominasen  las  de  la  ciudad,  obligando  á  aqué- 
llos á  encerrarse  en  la  alcazaba.  En  defensa  de  la  ciudad 
acudió  el  Emperador  Alfonso  VII  con  su  hueste,  formada 
por  12.000  hombres,  3^  también  su  aliado  Abenmardenix 
con  6.000  de  sus  soldados.  Intentaron  éstos  socorrer  á  los 
cristianos  estrechados  en  la  alcazaba  de  la  ciudad ;  pero 
las  formidables  obras  construidas  por  los  almohades  im- 
pedían toda  comunicación,  y  desesperando  de  hacerles 
levantar  el  sitio,  tuvieron  que  volverse  á  sus  respectivos 
estados.  El  emperador  D.  Alfonso  fué  sorprendido  por  la 
muerte  antes  de  llegar  á  Toledo,  en  Fresneda,  cerca  del 
puerto  de  Muradal,  el  21  de  Agosto  de  1151.  A  poco  de- 
bió caer  Almería  en  manos  de  los  almohades,  pues  sus 
defensores  cristianos ,  perdida  toda  esperanza  de  ser  soco- 
rridos, capitularon,  entregándola  alcazaba  á  condición 
de  que  se  les  dejase  marchar  libremente.  Otorgada  la 
condición  que  solicitaban,  volviéronse  los  cristianos  por 
mar  á  su  país,  después  de  haber  retenido  en  su  poder  á 
Almería  durante  diez  años  (2). 


(1)  Aljoiiíihitir,  XI,  {idíx.  147;  Cai't.'is,  \>aíx.  177;  AljiMijalduii,  VI, 
pjg.  2SC);  Ariouairi,  ras.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  riúm.  (10,  ar- 
ticulo soljre  los  almohades,  y  Alimed  Anasiri,  I.  pág.  1.50. 

(: 


Alm 


2)  Abenalatir,  XI,  [.ág.  147  y  148;  Abcnjalduii,  VI,  pág.  23(5; 
.. acai'i,  II,  pág.  7G1 ;  el  autor  del  Cartas,  pág.  120,  y  Ahmed  Ana- 
siri, I,  pág.  149,  i'etiereri  estci  sitio  y  toma  de  Almería  por  los  almo- 
hades al  año  54(>  y  547  de  la  hégira,  contundiendo  acaso  esta  expe- 
dición con  la  otra,  que  en  dichos  años  dan  por  realizada  Abenalatir  y 
Almacari,  según  liemos  expuesto  anterioi'mente ;  Anales  Toledanos, 
Esp.  Sagr. ,  t.  XXIII,  pág.  :m. 


—  209  — 

La  toma  de  Almería  por  los  almohades  no  debió  des- 
alentar á  Abenmardenix;  antes  al  contrario,  puede  de- 
cirse que  á  partir  de  ese  hecho  redobló  sus  esfuerzos  con- 
tra ellos.  En  efecto,  alano  siguiente  ó  muy  poco  des- 
pués ,  en  combinación  con  su  suegro ,  que  había  fijado  la 
residencia  de  su  gobierno  en  Segura,  ponen  sitio  á  Jaén, 
sometiendo  á  su  gobernador  almohade  Mohámed ,  hijo  de 
Áhmed,  el  Cumí.  Desde  Jaén,  como  base  de  operaciones, 
asedian  á  Córdoba  y  Sevilla,  y  al  retirarse  de  esta  última 
se  apoderan  por  sorpresa  de  Carmona ;  Baeza  y  Úbeda 
entran  también  en  la  obediencia  de  Abenmardenix.  De 
nuevo  vuelve  á  presentarse  éste  á  la  vista  de  Córdoba ,  y 
esta  vez  parece  que  llegó  á  ponerla  en  grave  apuro,  des- 
pués de  derrotar,  con  muerte  del  gobernador  de  la  ciudad 
Abenbocait  ó  Abenyocait ,  á  su  guarnición ,  que  efectuó 
una  salida  con  ánimo  de  hacerle  levantar  el  sitio.  Por  en- 
tonces logró  también  Abenmardenix  apoderarse  de  Ecija. 
Abenaljatib ,  al  hacer  la  biografía  de  Mohámed ,  hijo  de 
Isa,  hijo  de  Abdelmélic,  dice  que  éste  murió  en  la  última 
noche  del  año  555  (correspondiente  á  la  del  30  de  Di- 
ciembre de  1160),  estando  á  la  sazón  sitiada  Córdoba  por 
Abenmardenix  (1).  Sin  embargo,  no  consiguió  éste  ha- 
cerse dueño  de  Córdoba.  En  cuanto  á  Abenhamusco, 
parece  que  desde  ese  tiempo  estableció  du  residencia  en 
Jaén. 

Los  progresos  de  Abenmardenix  por  un  lado  y  los  de 
los  cristianos  por  otro ,  dice  Abenjaldun  (2) ,  llevaron  la 
inquietud  al  sultán  Abdelmúmen ,  é  inmediatamente 
anunció  su  paso  á  Gibraltar,  como  así  lo  hizo,  y  aunque 
se  volvió  desde  allí  á  su  corte,  no  dejó  de  engrosar  sus 
ejércitos  déla  Península  con  nuevos  contingentes,  los 


(1)  Abenaljatib,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,  número  37, 
rplio  266  V. ,  y  Iliata,  II,  fol.  126  v.  Véase  solye  estos  hechos  á 
Áhmed  Anasiri,  I,  pág.  15.7;  Ihata,  II,  30,  y  el  ms.  citado  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  núm.  37,  fol.  256  v.  y  51  de  la  copia  del 
Sr.  Codera;  Abenjaldun,.  VI,  pág.  337  y  338,  y  Abdeluáhid,  pág.  150. 

(2)  VI .  página  238. 


-  210  — 

cuales  derrotaron  á  los  cristianos,  y  su  hijo,  el  príncipe 
Abuyacub  Yúsuf,  se  apoderó  de  Carmona,  que  obedecía 
á  Abenhamusco.  Pero  habiendo  marchado  á  Marruecos 
los  dos  príncipes,  Abusaid,  gobernador  de  Granada  y 
Málaga,  y  el  heredero  del  poder,  Abuyacub  Yúsuf,  logró 
Abenhamusco,  aprovechándose  de  tal  ausencia,  penetrar 
en  Granada  y  agregarla  al  dominio  de  su  yerno  Aben- 
mardenix. 

El  historiador  contemporáneo  Abensahibasala  es  el 
que  refiere  más  detalladamente  como  llegó  á  entrar  Aben- 
hamusco en  Granada,  y  la  suerte  que  corrieron  tanto  él, 
como  su  rey  Abenmardenix,  á  consecuencia  de  este  he- 
cho. Pié  aquí  lo  que  nos  dice  dicho  historiador  (1). 

«Narración  de  la  sorpresa  de  Granada  por  Ibrahim, 
hijo  de  Abenhamusco,  á  consecuencia  de  la  traición  de 
Abenadahri  y  de  los  judíos  de  dicha  ciudad,  los  cuales 
habían  fingido  hacerse  musulmanes . 

» Luego  que  recibimos,  dice,  la  feliz  nueva  del  re- 
torno de  nuestro  sultán  (Abdelmúmen),  su  llegada  á  Gi- 
braltar  y  á  seguida  su  vuelta  hacia  jSíarruecos ,  las  tropas 
almohades  apretaron  con  mayor  vigor  el  sitio  puesto  á 
Carmona  y  acabaron  por  apoderarse  de  ella,  con  gran 
contrariedad  para  Abenhamusco  que  había  fijado  su  resi- 
dencia en  Jaén .  A  fin  de  desquitarse  de  la  pérdida  de 
Carmona,  concibió  el  culpable  deseo  de  sorprender  á 
Granada,  de  la  cual  se  hallaba  tan  próximo,  y,  al  efecto, 
entabló  relaciones  con  los  judíos  conversos  de  la  ciudad 
y  con  el  aliado  de  éstos  Abenadahri,  un  traidor  infame 
que  había  emparentado,  por  matrimonio,  con  Abenzaid, 
el  antiguo  mojarife  de  la  ciudad.  El  príncipe  Abusaid, 
hijo  del  califa,  había  partido  de  Granada,  á  fin  de  hacer 
una  visita  á  su  padre  en  Marruecos.  Abenadahri  se  con- 
certó secretamente  con  Abenhamusco,  y  entre  ambos 
quedó  fijada  la  noche  en  que  el  último  de  ellos  se  presen- 
taría ante  la  puerta  del  arrabal ,  cuyas  cerraduras  serían 


(i)     'rr;iiliii'i-i(tiMl(^  Dozv,  Keclicn^hos,  I",  |jág.  .'Í72  ,\- sijiíiiotite-, 


—  211  — 

rotas  inmediatamente.  Este  proyecto  se  ejecutó  con  toda 
puntualidad ,  y  Abenhamusco  llegó  durante  la  noche ,  el 

día  del  mes (1)  del  año  557  (Diciembre  de  1161 

á  Diciembre  de  1162).  Afortunadamente,  la  alcazaba  se 
hallaba  guarnecida  por  bravos  soldados  almohades  y  bien 
provista  de  víveres  é  instrumentos  de  guerra .  Al  llegar 
Abenhamusco  á  las  puertas  de  Granada,  se  hallaban  ya 
reunidos  todos  los  infieles.  A  seguida  rompieron  éstos 
las  cerraduras  y  hasta  la  puerta  y  comenzaron  á  gritar: 
« ¡  A  las  armas ,  compañeros ! »  Al  oir  este  grito  los  habi- 
tantes juiciosos  de  la  ciudad,  atemorizados  por  el  ruido 
de  las  armas,  corrieron  precipitadamente  hacia  la  alcaza- 
ba, á  fin  de  llevar  socorros  a  sus  queridos  hermanos,  los 
almohades . 

^- Al  amanecer  del  siguiente  día,  dueño  ya  Abenha- 
musco de  la  ciudad ,  envió  un  aviso  á  su  emir  Abenmar- 
denix,  que  se  hallaba  en  ]\Iurcia,  notificándole  todo  lo 
sucedido  y  haciéndole  entrever  la  esperanza  de  que,  si  él 
llegaba  con  sus  tropas,  no  tardarían  mucho  en  entregarse 
los  almohades  de  la  alcazaba:  Abenmardenix  reunió  en 
sus  estados  todas  las  fuerzas  posibles ,  llamó  en  su  ayuda 
á  los  cristianos,  sus  amigos,  y  habiendo  llegado  éstos,  se 
puso  en  marcha  hacia  Granada . 

>> Entre  tanto,  Abenhamusco  se  había  establecido  desde 
el  principio  de  su  llegada  en  la  fortaleza  roja  (Alhambra), 
situada  sobre  la  montaña  llamada  la  Sabica,  frente  por 
frente  á  la  alcazaba,  y  allí  comenzó  á  disponer  las  cata- 
pultas destinadas  á  lanzar  piedras  sobre  los  almohades 
fortificados  en  dicha  alcazaba,  martirizando  atrozmente  á 
los  que  de  aquellos  caían  en  su  poder  y  arrojándolos  en 
los  planos  de  las  susodichas  catapultas,  con  lo  cual  mos- 
traba su  desprecio  al  Criador  cuyos  seres  mutilaba .  No 
obstante ,  Dios  prestó  su  socorro  á  los  almohades  de  la 
alcazaba ,  los  cuales  se  mantuvieron  firmes  en  la  resis- 


(1)     Advierte  Dozy  que  en  el  manuscrito,  de  que  se  ha  servido, 
faltan  el  día  y  el  raes. 


—  212  — 

tencia,  provistos  de  víveres  y  de  todo  lo  necesario.  Te- 
miendo qne  el  enemigo  pudiese  atacarles  atravesando  el 
pasaje  embovedado  que  ponía  en  comunicación  la  alca- 
zaba con  la  fortaleza  roja,  lo  obstruyeron  y  pidieron 
auxilio  al  emir  de  los  creyentes  é  igualmente  al  goberna- 
dor de  Sevilla  Abumóhamed  Abdála,  hijo  de  Abuhafs. 
La  nueva  de  estos  sucesos  corrió  por  todas  partes ,  y  los 
mensajeros  enviados  para  pedir  auxilios,  se  hallaban  en 
camino  de  día  y  noche . 

»Tan  tristes  nuevas  llegaron  á  conocimiento  del  emir 
de  los  creyentes  hallándose  en  Uadiquesa  á  dos  jornadas 
de  Ribat  Alfath,  cerca  de  Salé,  é  inmediatamente  regrosó 
á  este  último  lugar.  Entonces  el  príncipe  Abusaid  ade- 
lantándose con  sus  propias  fuerzas,  caminó  de  día  y  de 
noche  en  dirección  á  España,  con  la  esperanza  de  poder 
penetrar  en  la  alcazaba  de  Granada  y  arrojar  á  Abenha- 
musco  de  su  fortaleza.  Suponía  que  éste  no  contase  más 
que  con  sus  fuerzas  propias ;  mas  no  era  así.  Abenmar- 
denix  le  había  enviado  dos  mil  jinetes  cristianos  con  mu- 
chos más  infantes,  á  las  órdenes  del  inftel  Calvo,  el  nieto 
de  Alvar  Fáñez. 

» A  seguida  de  llegar  á  Casar  Masmuda,  el  príncipe 
atravesó  el  Estrecho  y  se  dirigió  á  Málaga,  de  donde  en- 
vió al  gobernador  de  Sevilla  Abumohámed  Abdála,  hijo 
de  Abuhafs,  hijo  de  Alí,  orden  de  venir  á  reunirse  con  él 
con  todas  sus  tropas  disponibles.  Obedecida  prontamente 
la  orden  por  el  gobernador  de  Sevilla ,  pusiéronse  ambos 
en  marcha  hacia  Granada ;  pero  ya  estaban  en  ella  los 
cristianos  enviados  en  auxilio  de  su  suegro  por  Aben- 
mardenix.  El  príncipe  Abusaid  avanzó  con  sus  almoha- 
des y  los  musulmanes  españoles  y  penetró  en  la  vega  de 
Granada  por  la  parte  en  que  más  abundan  sus  acequias 
de  riego,  hasta  un  lugar  llamado  Marcharocat ,  á  cuatro 
millas  de  la  ciudad ,  donde  fué  atacado  por  Abenhamusco 
y  los  cristianos.  Atemorizados  los  soldados  del  príncipe 
almohade  por  la  vista  de  los  cristianos ,  que  eran  nume- 
rosos y  muy  bien  equipados,  y  por  la  de  otros  que  se  ha- 


I 


—  213  — 

bían  mantenido  ocultos  en  emboscada,  buscaron  su  sal- 
vación en  la  fuga ;  mas  cayeron  con  sus  caballos  en  las 
acequias,  y  esta  fué  una  délas  principales  causas  del 
desastre.  El  príncipe  Abusaid  tuvo  la  fortuna  de  escapar 
ileso  y  se  retiró  á  i\Iálaga ,  mas  no  el  gobernader  de  Se- 
villa, que  perdió  su  vida  con  muchos  almohades  y  mu- 
sulmanes españoles.  Este  desastre  fué  una  gran  calami- 
dad; mas,  por  fortuna,  Dios  continuó  favoreciendo  á  los 
almohades  sitiados  en  lo  alcazaba,  los  cuales  desde  lo 
alto  de  sus  muros  fueron  testigos  de  las  crueldades  co- 
metidas por  Abenhamusco  (que  se  había  vuelto  á  la  for- 
taleza roja  con  sus  aliados  cristianos)  en  sus  prisioneros. 

» Cuando  el  califa,  á  cuyo  alrededor  se  habían  reunido 
los  almohades,  los  beduinos  y  las  tropas  regulares,  reci- 
bió en  Rihat  Alfath,  cerca  de  Salé  ,  la  nueva  de  la  bata- 
lla perdida,  reunió  un  escogido  ejército  de  unos  veinte 
mil  hombres,  entre  jinetes  y  peones;  les  exhortó  aba- 
tirse valientemente ,  recordándoles  las  recompensas  ofre- 
cidas por  Dios  á  los  que  hacen  la  guerra  santa,  y  les  dio 
por  jefe  á  su  hijo  Abuyacub  Yúsuf,  asociando  á  éste  al 
jefe  de  los  almohades,  su  íntimo  amigo,  Abenyacub  Yú- 
suf, hijo  de  Soláiman,  en  quien  era  reconocida  la  expe- 
riencia en  los  asuntos  de  la  guerra  y  la  bravura  bien 
probada.  Las  tropas  marcharon  rápidamente,  atravesaron 
unas  tras  otras  el  Estrecho  y  llegaron  en  un  principio  á 
Algeciras  y  después  por  la  costa  á  Málaga ,  reuniéndose 
en  esta  ciudad  con  las  de  Abensaid.  Bien  provistas  las 
tropas  de  todo  lo  necesario  para  su  nutrición  y  la  de  sus 
caballos  y  pagadas  con  largueza,  marcharon  contra  el 
enemigo;  pero  en  jornadas  cortas,  según  la  orden  dada 
por  el  jeque  Abenyacub  Yúsuf,  el  cual,  de  acuerdo  con 
sus  guías ,  quería  que  llegasen  á  Granada  aun  los  más 
flojos. 

» Entre  tanto  Abenmardenix  había  acudido  también  á 
Granada  con  sus  tropas  y  los  cristianos  y  había  fijado  su 
campo  en  la  montaña  inmediata  á  la  alcazaba;  Abenha- 
musco continuaba  sóbrela  otra  montaña  contigua,   lia- 


-  5>14  - 

mada  la  Sabica,  con  los  cristianos  mandados  por  el  Calvo, 
el  nieto  de  Alvar  Fáñez,  y  por  los  dos  hijos  del  Conde 
de  ürgel.  El  número  de  estos  cristianos  ascendía  á  más 
de  ocho  mil  jinetes,  sin  contar  las  tropas  de  Abenha- 
musco.  Las  que  mandaba  Abenmardenix  eran  aún  más 
numerosas.  Las  dos  divisiones  del  ejército  enemigo  (de 
Abenmardenix  y  Abenhamusco)  se  hallaban  separadas 
por  el  Darro,  que  corre  entre  Granada-  y  su  alcazaba ' 
circunstancia  que  fué  muy  feliz  para  los  almohades, 
como  se  verá ,  porque  ese  río  vino  á  ser  fatal  á  sus  ene- 
migos durante  la  batalla.  De  un  día  á  otro  se  esperaba 
ver  llegar  á  los  almohades;  pero  éstos  avanzaban  lenta- 
mente, hasta  que,  por  fin,  vinieron  á hacer  alto  en  Dilar, 
cerca  de  Alhendin.  Después  de  descansar  en  dicho  lugar, 
reanudaron  su  avance  hasta  el  río  Genil,  cerca  ya  de 
Granada.  Envanecidos  los  infieles,  creían  que  aun  no  se 
hallaban  los  almohades  tan  cerca  y  que  continuaban  su 
lenta  marcha. 

»E1  jueves  27  de  Racheb  del  año  557  (12  de  Julio  de 
1162)  el  jeque  Abenyacub  reunió  cerca  de  sí  á  todos  los 
jefes  de  banda  y  les  arengó.  Después  de  la  oración  del 
medio  día  se  dio  pienso  á  los  caballos  y  se  resolvió  avan- 
zar, luego  que  comenzase  la  noche;  y;  en  efecto,  termi- 
nada la  oración  de  la  tarde,  todo  el  mundo  se  puso  en 
marcha.  Se  envió  por  delante  á  los  guías  y  á  la  brava 
infantería  de  los  Masmiidas,  que  pronto  coronaron  la 
montaña  que  domina  al  Genil  y  que  se  halla  pegada  á  la 
de  la  Sabica  y  á  la  de  la  fortaleza  roja ,  en  la  cual  se  ha- 
llaba la  división  de  los  cristianos  de  Abenhamusco.  Toda 
la  noche  se  invirtió  en  la  subida  á  dicha  montaña,  que 
hubo  de  hacerse  lentamente  por  ser  muy  escarpada;  mas 
Dios  la  convirtió  en  llana,  y  como  en  la  segunda  mitad 
de  la  noche  brilló  la  luna,  se  pudo  ver  bien  donde  poner 
el  pie. 

»A1  despuntar  la  aurora  del  día  13  de  Julio,  pusié- 
ronse los  almohades  en  contacto  con  el  campo  de  los 
infieles,  cayendo  sobre  éstos  que  todavía  se  hallaban  dor- 


>-  215  — 

midos.  No  habían  montado  sobre  sus  caballos,  cuando 
experimentaron  que  Dios  había  resuelto  su  derrota.  No 
obstante,  dieron  ellos  algunas  cargas  sobre  sus  enemigos, 
conforme  á  su  táctica,  mientras  venía  el  día  claro  y  per- 
mitía distinguir  el  amigo  del  enemigo;  pero  al  mismo 
tiempo  se  había  obscurecido  el  cielo  por  el  polvo;  no  se 
oía  más  que  el  ruido  de  los  sables  y  un  griterío  ininteli- 
gible. Dios  había  privado  de  memoria  á  los  cristianos  y  á 
Abenhamusco;  ellos  creían  que  el  terreno  comprendido 
entre  la  montaña  Sabica  y  el  campo  de  Abenmardenix 
era  una  planicie  continuada,  siendo  así  que  se  encontraba 
cortado  por  el  Darro,  y  cuando  emprendieron  la  fuga, 
cegados  por  el  polvo,  se  precipitaron  en  el  río,  de  suerte 
que  sus  escuadrones  quedaron  aniquilados.  Esto  fué  obra 
de  Dios  que  así  da  la  victoria  á  sus  elegidos.  El  cristiano 
Calvo,  el  nieto  de  Alvar  Fañez  había  sido  muerto  en  el 
combate ;  su  cabeza  fué  transportada  á  Córdoba  y  suspen- 
dida en  la  puerta  del  puente  á  los  pocos  días .  Entre  los 
que  perecieron  en  el  río,  se  contó  á  Abenobaid,  unido  á 
Abenmardenix  por  parentesco  de  afinidad  y  uno  de  sus  ca- 
pitanes de  más  renombre.  Desde  la  montaña  de  su  campo 
había  sido  el  mismo  Abenmardenix  testigo  de  la  muerte 
de  sus  compañeros  y  de  sus  infieles,  sin  que  pudiese 
hacer  otra  cosa  que  deplorar  su  suerte. 

»No  obstante,  la  persecución  continuó;  los  almohades 
mataron  á  sus  enemigos  en  las  llanuras  y  sobre  las  mon- 
tañas y  al  mediodía  entraron  vencedores  en  la  ciudad. 
Sus  compañeros  que  guarnecían  la  alcazaba,  salieron  in- 
mediatamente matando  á  los  habitantes  de  aquélla  que 
les  eran  sospechosos  de  infidelidad. 

»En  cuanto  á  Abenmardenix,  abandonó  con  el  resto 
de  sus  tropas  la  posición  que  ocupaban  dejando  sus  tien- 
das y  una  gran  parte  de  sus  bagajes,  de  la  propia  forma 
que  había  dejado  á  sus  compañeros  entregados  á  su 
suerte.  Persiguiéronle  los  almohades,  matando  á  los  que 
pudieron  coger  de  sus  soldados.  ¡Él  se  escapó  por  aque- 
llas montañas;  pero  preguntadle  cómo  lo  consiguió! 


—  216  — 

»Los  bienes  de  los  traidores  fueron  confiscados,  como 
era  justo.» 

No  será  de  más  advertir  que  el  relato  anterior,  como 
dice  el  mismo  r3ozy,  aunque  de  autor  contemporáneo  y, 
sin  duda,  bien  informado,  pudiera  ser  poco  imparcial. 
Sevilla,  donde  él  residía,  había  sido  una  de  las  primeras 
ciudades  de  España,  que  se  habían  sometido  á  los  almo- 
hades, y  él  mismo  había  sido  uno  de  los  diputados  envia- 
dos á  rendir  homenaje  al  califa  Abdelmúmen.  En  su  obra 
se  encuentra  sumamente  devoto  y  entusiasta  admirador 
de  los  príncipes  y  soldados  almohades,  prodigándoles  los 
epítetos  más  pomposos,  mientras  que  á  cada  paso  se  des- 
ata en  injurias  contra  los  musulmanes  andaluces  y  cris- 
tianos. Por  eso,  juzgamos  conveniente  presentar  al  lector 
otra  narración ,  respecto  de  los  anteriores  hechos  de  Aben- 
mardenix  y  Abenhamusco  en  Granada,  la  cual,  si  no  es 
tan  detallada  como  la  de  Abensahibasala ,  es  indudable- 
mente más  imparcial  y  acaso  más  exacta  en  el  fondo. 

La  narración  á  que  nos  referimos,  es  debida  á  Abena- 
latir  y  dice  así  (1): 

«Narración  de  la  toma  de  Granada  por  Abenmardenix 
de  manos  de  Abdelmúmen,  y  retorno  de  dicha  ciudad  á 
poder  de  éste.  En  el  año  557  (1161  á  1162)  enviaron  los 
habitantes  de  Granada,  ciudad  de  España  sometida  á 
Abdelmúmen,  un  mensaje  á  Ibrahim  Abenhamusco  ofre- 
ciéndole que,  si  acudía  en  su  auxilio,  le  entregarían  la 
ciudad. 

«Abenhamusco  había  hecho  ya  por  entonces  profesión 
de  almohade  inclinándose  á  la  obediencia  de  Abdelmú- 
men y  siendo  de  los  que  excitaron  á  éste  á  emprender  las 
hostilidades  contra  Abenmardenix  (2).  Pero  cuando  llega- 


(1)  Tom..  XI,  páginas  ISü  y  187. 

(2)  Indudablemente  en  esta  incidencia  respecto  de  Abenliainiisco 
alude  este  autor  á  lo  ((ue  con  i-efei-encia  al  año  54G  (1151  á  11.5á)  hemos 
visto  que  lia  dicho  acerca  de  la  ida  de  Ahenhamusco  y  el  i-ehelde 
Abenmilhan,  señor  de  Guadix,  al  campo  de  los  almohades  (pie  sitia- 
ron en  dicho  año  á  Granada,  sin  podei-la  tounu'.  Véase  el  principio  de 
este  capítulo. 


—  211  — 

ion  á  su  presencia  los  mensajeros  de  la  gente  de  Granada , 
dirigióse  al  punto  con  ellos  á  esta  ciudad  y  entró  en  ella 
obligando  á  los  almohades  que  la  guarnecían,  á  encerrarse 
y  hacerse  fuertes  en  la  alcazaba.  Al  saber  esto  el  príncipe 
Abusaid  que  se  hallaba  en  Málaga,  reunió  las  tropas  de 
que  disponía,  y  marchó  con  ellas  á  Granada  en  auxilio  de 
sus  partidarios. 

Pero  no  menos  avisado  Abenhamusco,  pidió  auxilio 
á  Abenmardenix,  rey  de  las  ciudades  orientales  de  Espa- 
ña, el  cual  le  envió  dos  mil  jinetes  de  sus  más  bravos  sol- 
dados y  de  los  cristianos  que  formaban  su  ejército.  Reuni- 
dos éstos  en  Granada  á  los  de  Abenhamusco,  tuvieron  un 
reñido  combate  con  los  almohades  de  la  ciudad,  antes  de 
la  llegada  del  príncipe  Abusaid;  pero  fueron  derrotados 
los  segundos.  Presentóse  Abusaid  á  la  vista  de  la  ciudad 
y,  trabada  nueva  batalla,  emprendieron  la  fuga  muchos 
de  los  suyos,  y  aunque  una  banda  de  caballeros  más 
nobles  y  aguerridos  trató  de  sostener  la  lucha  á  su  lado, 
fueron  muertos  hasta  el  úlj:imo  de  ellos,  y  entonces  huyó 
Abusaid  á  refugiarse  en  Málaga.  Supo  todo  esto  Abdel- 
múmen,  al  llegar  á  la  ciudad  de  Salé,  y  al  instante  envió 
á  su  hijo  Abuyacub  Yúsuf  con  veinte  mil  combatientes, 
entre  ellos,  muchos  jeques  almohades,  los  cuales  pusié- 
ronse en  marcha  con  gran  celeridad.  Pero,  entre  tanto, 
xlbenmardenix  que  tuvo  noticia  de  la  venida  del  nuevo 
ejército  almohade,  corrió  personalmente  con  su  ejército 
en  auxilio  de  Abenhamusco,  reuniendo  entre  ambos  gran 
número  de  combatientes.  Abenmardenix  tomó  sus  posi- 
ciones en  la  Xaria  (1),  al  exterior  de  ella;  los  dos  mil 
jinetes  que  primeramente  había  enviado  en  auxilio  de 
Abenhamusco,  acamparon  fuera  de  la  fortaleza  roja  (Al- 
hambra),  y  en  el  interior  de  ésta  Abenhamusco  con  su 
gente.  Al  llegar  los  almohades  á  una  montaña  próxima  á 


(1)  La  Xai'ia  ó  Gfti'i'.a  era  un  liarrio  contiiiuo  al  All)a¡cin;  dosfli' 
é.sto  hacia  las  llamadas  Faltriqueras  de  San  (Trei!,-oi'io  hubo  de  situar 
su  campo  Aljenmai'denix.  Véase  Dozy,  Reí^liei'clies,  I,  pág'.  384,  si- 
guiendo las  indicaciones  topográficas  facilitadas  por  el  Sr.  Eguüaz. 


-  2lá- 

Granada,  acamparon  en  su  falda  durante  algunos  días; 
más  una  noche  enviaron  cuatro  mil  jinetes  contra  los  ene- 
migos situados  fuera  de  la  fortaleza  roja,  y  cayendo  sobre 
éstos  de  improviso,  sin  dejarles  tiempo  para  montar,  los 
pasaron  á  cuchillo  hasta  el  último.  Seguidamente  avanzó 
el  grueso  del  ejército  almohade  hasta  situarse  en  las  lla- 
nuras de  Granada;  pero  conociendo  Abenmardenix  y 
Abenhamusco  que  con  sus  fuerzas  no  podían  alcanzar 
victoria  sobre  aquéllos,  retiráronse  con  precipitación  á  la 
noche  siguiente  y  marcharon  á  sus  ciudades  dejando  Gra- 
nada en  poder  de  Abdelmúmen.» 

Como  se  ve  por  esta  segunda  narración ,  los  cristianos 
ó  soldados  de  Abenmardenix  sorprendidos  fuera  de  la 
fortaleza  roja  (1),  fueron  los  dos  mil  que  Abenhamusco 
recibió  en  su  auxilio,  á  poco  de  entrar  en  Granada,  y  que 
éstos  fueron  aniquilados,  antes  de  que  pudieran  ser  soco- 
rridos por  Abenmardenix  y  Abenhamusco,  los  cuales,  ni 
tomaron  parte  en  la  refriega,  ni  se  retiraron  tan  descon- 
certadamente, como  afirma  Abensahibasala  (2). 

Parece  ser  que,  al  marcharse  á  Córdoba  Abuyacub 
y  Abusaid ,  una  vez  terminadas  sus  operaciones  contra 
Abenmardenix  y  Abenhamusco,  sitiaron  á  éste  en  Jaén, 
sin  poderle  echar  de  la  ciudad  (3).  Desde  Córdoba  pasó  el 
príncipe  Abuyacub  á  Marruecos,  á  donde  había  sido  lla- 
mado por  su  padre,  á  fin  de  declararle  príncipe  heredero, 
y  al  morir  Abdelmúmen  en  uno  délos  días  comprendidos 


(1)  La  llamada  fortaleza  roja  no  es  lo  que  en  nuestros  días  so  co- 
noce por  la  Alliambra:  este  palacio  fué  construido  en  época  posterior: 
parece  lo  roas  segui-o,  como  piensa  Dozy  (lugar  citado)  ijue  la  forta- 
leza, donde  Aljenliamusco  estableciii  su  cuartel  general,  estaba  cons- 
tituida p(jr  las  llamadas  hoy  Torres  bermejas,  unidas  por  un  mui'o. 

(2)  Aunque  no  tan  detalladamente  y  con  menos  exactitud,  hacen 
también  mención  de  los  sucesos  ocurridos  en  Granada  entre  los  al- 
mohades y  las  tropas  de  Abenmardenix  y  su  suegro  AI)enhamusco: 
Abenjaldun,  IV,  pág.  l()(iy  VI,  pAg.  238;  Almacari,  I,  p;íg.  289  y 
Cartns,  pAg.  177.  Los  Anales  Toledanos  hacen  también  referencia, 
Esp.  Sagr.  XXIII,  pág.  3!)2:  «lidió,  se  dice  en  ellos,  el  i'ey  Lope 
con  los  i'obclados  en  Granada  é  mataron  á  Pedro  García.    Ei-a  1200  »_ 

('■i)  Al»en¡aldun,  VI,  pág.  238,  y  Abenalabar,  en  Dozy,  Noticos 
etcétera,  \m^.  230. 


—  219  — 

entre  7  de  Mayo  y  4  de  Junio  de  1168  (l),  sucédele  aquél 
en  el  mando  y  llama  á  su  hermano  Abusaid  que  había 
quedado  al  frente  del  gobierno  de  España  fijando  su  resi- 
dencia en  Granada. 

Abenmardenix,  de  acuerdo  con  su  suegro,  hubo  de 
intentar  apoderarse  de  Córdoba ,  aprovechando  la  ausen- 
cia de  los  príncipes;  pero,  al  saber  esta  nueva  acometida 
de  Abenmardenix,  dispuso  inmediatamente  el  emir  que 
sus  dos  hermanos  Abusaid  y  Abuhafs  pasaran  á  España 
á  combatirle.  Entonces  llegaron  los  príncipes  almohades 
hasta  los  llanos  de  Murcia,  donde  les  salió  al  encuentro 
Abenmardenix,  y  en  el  lugar  lUmüáo  Fahs  Alchüab  se 
trabóla  reñida  batalla  de  dicho  nombre,  en  la  cual  re- 
sultó derrotado  Abenmardenix  y  muertos  sus  soldados 
cristianos  hasta  el  último  de  ellos.  El  número  de  solda- 
dos cristianos  de  Abenmardenix  ascendía,  según  los  au- 
tores árabes,  á  13.000.  Esta  batalla,  dada  en  la  vega  de 
Murcia,  en  un  sitio  donde  todos  los  años  dos  veces  se 
celebraba  un  mercado  celebérrimo  y  llamado  por  los  au- 
tores árabes  de  Fahs  Alchtlab  ó  Fahs  Alyandwi  ó  Alni- 
clim,  tuvo  lugar  en  15  de  Octubre  de  1165  (2).  Derrotado 
Abenmardenix  corrió  á  encerrarse  en  Murcia,  sufriendo 
su  primer  asedio,  que,  según  parece,  no  fué  largo,  pues 
no  contando  los  almohades  con  fuerzas  ó  medios  bastan- 
tes para  apoderarse  de  la  capital,  se  retiraron  después  de 
devastar  la  comarca,  volviéndolos  dos  príncipes  á  Ma- 
rruecos, satisfechos  de  liaber  quebrantado  el  poder  de 
Abenmardenix  (8). 

Hacia  este  tiempo  ó  poco  después  ocurrió  el  rompi- 
miento, quizás  no  el  primero,  pero  sí  el  definitivo,  entre 


(1)  Codera,  Almorávides,  pág.  145, 

(2)  Abenjaídun,  VI,  pág.  ¿38;  Abenaljatib,  ms.  ár.  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  núm.  37,  tbl.  51  v.  y  51  de  la  copia  del 
Si-.  Codera;  Aijenalabar,  en  Dozy,  Not.,  pág.  231;  Alimed  Anasirí,  I, 
pág.  159;  CaVtís,  pág.  137  y  177.  En  el  «Viaje  literai'io»  de  Villa- 
nueva,  t.  IX,  pág.  239,  Mai-tyro  Celson,  se  lee:  cddiis  O(::to!jr.  In  lioc 
die-iutei-fectus  fuit  Gillelmu.s  de  Spugnola  á  paganis  cun  multis  alii-^ 
xpianis  apLid  Murciam,  anuo  M.C.LXV  incarnationis  Doniini.).» 

(3)  Al tenjaldun,  VI,  página  238. 


-  2^0  - 

Abenmardenix  y  su  suegro  Abenhamiisco ,  siendo  esto, 
como  indica  un  autor,  la  causa  principal  de  la  pérdida 
de  Abenmardenix.  El  haber  repudiado  éste  á  su  esposa, 
la  hija  de  Abenhamusco,  la  cual  hubo  de  acogerse  á  su 
padre,  librándose  de  que  le  fuesen  abiertas  sus  venas, 
hizo  que  estallase  entre  aquéllos  una  lucha  interior  tan 
terrible  y  mortífera,  que  no  cabíanlas,  hasta  que,  por 
fin,  pudo  prevalecer  Abenmardenix  sobre  su  suegro, 
arrebatándole  la  mayor  parte  de  los  pueblos  que  le  habían 
obedecido  y  poniéndole  en  el  caso  de  someterse  á  los 
almohades  (1). 

En  efecto,  durante  el  año  de  1168  á  1169  fué  recibido 
en  Córdoba,  donde  se  hallaba  por  entonces  el  príncipe 
Abuhafs,  un  mensaje  de  Abenhamusco,  en  el  cual  pro- 
metía éste  á  aquél  entrar  en  la  secta  almohade  y  prestarle 
obediencia,  separándose  de  su  rey  Abenmardenix.  El 
príncipe  Abuhafs  escribió  al  emir  dándole  cuenta  de  la 
promesa  de  Abenhamusco  y  de  los  daños  que  los  Cris- 
tianos del  Norte  venían  causando  en  los  dominios  de 
España.  Respecto  de  Abenhamusco,  parece  que  se  le  exi- 
gió algún  acto  que  hiciese  manifiesta  la  sinceridad  de 
sus  propósitos,  pues,  según  Abenaljatib,  hubo  de  pasar 
al  año  siguiente  á  Marruecos  y  presentarse  á  rendir  ho- 
menaje al  califa  Abuyacub.  A  seguida  envió  éste  á  su 
hermano  y  visir  Abuhafs,  que  también  había  pasado  á 
Marruecos,  y  á  su  otro  hermano  Abusaid  al  frente  denin 
nuevo  ejército  almohade  con  destino  á  la  guerra  de  Es- 
paña, y  especialmente  contra  Abenmardenix.  Llegados 
los  príncipes  á  Sevilla  con  sus  tropas,  envió  Abuhafs  á 
Badajoz  á  su  hermano  Abusaid,  el  cual,  habiendo  firmado 
la  paz  con  D.  Alfonso  Enríquez  de  Portugal,  regresó 
pronto  á  Sevilla.  Entonces  los  dos  príncipes,  acompaña- 
dos de  Abenhamusco ,  se  dirigieron  á  iMurcia  y  sitiaron 
por  segunda  vez  á  Abenmardenix. 


(1)    Abeiiuljatil),   cilúñúii  del  ('aiiví,   I,   i'uiico  ijuhlicaclo  liasta  la 
fecha. 


—  221  - 

Las  consecuencias  de  esta  segunda  campaña  de  los 
almohades  en  la  región  murciana  fueron  funestísimas 
para  su  re;^  Abenmardenix.  Lorca  se  sometió  á  los  almo- 
hades, y  entró  en  ella  el  príncipe  Abuliafs;  Baza  corrió 
la  misma  suerte,  y  en  Almería  les  prestó  obediencia  su 
gobernador,  un  primo  de  Abenmardenix  que  llevaba  su 
mismo  nombre  (1). 

Hacia  el  mismo  tiempo  sacudieron  otras  ciudades  la 
obediencia  de  Abenmardenix,  llamando, en  su  auxilio  á 
los  almohades.  De  éstas  fué  Alcira;  parece  ser  que  Aben- 
mardenix ,  previendo  que  muchas  ciudades  habían  de  al- 
zarse contra  él  al  ser  invadido  su  estado  por  los  almoha- 
des, había  echado  de  Valencia  á  sus  habitantes  musul- 
manes, haciéndoles  acampar  fuera  de  ella  y  guarneciendo 
la  ciudad  con  cristianos.  Entonces  Abubéquer  Abensof- 
yan,  temiendo  ser  echado  de  Alcira,  su  ciudad,  se  alzó 
en  ésta  contra  Abenmardenix  y  reconoció  la  autoridad  de 
los  almohades ,  aprovechándose  de  la  ¡presencia  de  éstos 
en  la  región  murciana  (2).  «También  Elche,  dice  el  señor 
Codera  (3),  se  rebeló  contra  Abenmardenix  en  los  últi- 
mos tiempos,  y  de  ello  tenemos  una  indicación  concreta 
en  el  hecho  de  haber  muerto  mártir  un  tal  Abenfaid , 
cuando  los  de  Elche  salían  de  la  ciudad  por  miedo  al 
emir  Abensaad  (Abenmardenix) ,  contra  quien  se  habían 
rebelado ,  negándole  la  obediencia ;  no  se  indica  el  día , 
ni  el  mes,  sí  el  año,  567  (1171  á  1172)». 

Sin  embargo  de  tanta  contrariedad,  Abenmardenix 
en  Murcia ,  bien  recurriendo  á  la  emboscada ,  bien  lu- 
chando heroicamente  en  varias  salidas  que  hizo,  se  de- 
fendió largo  tiempo  contra  los  que  le  asediaban,  mien- 
tras que  su  hermano  Abulhachach  Yúsuf ,  su  lugarte- 
niente en  Valencia,  ponía  sitio  á  la  rebelde  Alcira ,  que 
acabó  por  entregarse  á  Abuayub  Abenhilal,  encargado 


( 1 )  Abenjaldiui ,  VI ,  página  239. 

(2)  Abenalaijai",  en  Dozy,  Notices,  etc. .  página  2-3G, 

(3)  Almorávides,  página  150. 


—  222  — 

de  continuar  el  sitio  en  sustitución  de  aquél,  y  reducía  ó 
castigaba  á  los  de  Elche.  Sólo  por  solicitar  auxilios  que 
oponer  á  los  almohades,  entendemos  que  haya  dicho 
Abenjaldun  (1)  que  Abulhachach  Yúsuf  proclamase  en 
Valencia  la  soberanía  de  los  Abasíes ,  no  por  enemistad 
ú  hostilidad  contra  su  hermano,  pues  se  ve  á  aquel  ocu- 
pado en  coadyuvar  ala  defensa  del  reino,  hasta  poco 
antes  de  morir  Abenmardenix,  y  aun  llega  un  historia- 
dor á  decir  (2)  que,  muerto  dicho  Abenmardenix,  se 
ocultó  la  triste  nueva  á  los  sitiados,  hasta  que  entró  su 
hermano  en  la  ciudad  y  se  hizo  cargo  del  mando.  Pero 
aunque  esta  afirmación  de  Abdeluáhid  el  de  Marruecos 
no  fuese  del  todo  exacta,  no  creemos  que  sea  motivo  bas- 
tante para  suponer  á  Abulhachach  rebelde  contra  su  her- 
mano el  que  nos  diga  Almacarí  (3)  que  se  sometió  á  los 
almoliades  en  el  año  de  1170  á  1171,  antes  de  la  muerte 
de  su  hermano.  Esto  no  acusa  en  Abulhachach  á  lo  sumo 
más  que  un  acto  de  cobardía,  ó  que  viera  su  defensa  más 
perdida  aún  que  lo  que  pudiera  verla  su  hermano.  El 
mismo  Abenjaldun  dice  (4)  en  otra  parte  de  su  historia 
que  Abenmardenix  se  hallaba  i'atigado  por  lo  largo  del 
sitio  y  desalentado,  porque  su  hermano  se  había  entre- 
gado demasiado  pronto  á  los  almohades,  cuando  le  sor- 
prendió la  muerte  en  27  de  Marzo  de  1172. 

No  andan  acordes  los  autores  al  señalar  la  causa  de  la 
muerte  de  Abenmardenix:  quién  de  ellos  afirma  que  al 
saber  la  llegada  á  Córdoba  del  califa  Abuyacub  al  frente 
de  numerosas  tropas,   decayó  por  completo  el  ánimo  de 


\ 


(1)  Tomu  IV,  pái;iiia  106.  A  [luesLi'o  niudn  de  ver,  el  pasaje  de 
AUcrijaldun  en  que,  al  pai'eecr,  liaWa  de  Yúsuf,  hermano  de  Aben- 
mardenix, está  completamente  alterado,  no  por  el  autoi',  sino  ¡)or 
los  amanuenses;  en  pocas  lineas  se  habla  en  revuelta  confusi(')n  de 
varios  personajes  y  acontecimientíjs,  sin  ([ue  se  encuentre  un  j)cr- 
fectü  sentido.  Bien  pudiera  ser  que  ese  Yúsuf  (\\ui  proclamó  á  los 
Abasíes  sea  el  Yúsuf  Abenhud,  rey  posterior  del  Oriente  de  España, 
mas  no  el  Abulliachach  Yúsuf  hermano  de  Abenmardenix. 

(2)  Abdeluáhid,  página  180. 

(3)  Lugar  citado. 
(1)     Histoin^  des  Bereberes,  11,  tradin-.  de  Slam-,  pág.  200, 


—  223  — 

Abenmardenix ,  y  se  envenenó;  otros  refieren  que  murió 
envenenado  por  su  madre,  á  quien  él  llegó  á  amenazar 
por  atreverse  á  recriminarle  su  conducta  con  sus  parien- 
tes y  servidores  (1).  Lo  que  indica  Abenalabar  es  que,  al 
estallar  antes  la  insurrección  en  algunos  puntos  de  la 
región,  como  se  ha  dicho,  Abenmardenix  marchó  allá; 
pero  cayó  enfermo  y  hubo  de  regresar  á  Murcia,  dejando 
el  mando  y  dirección  de  la- campaña  contra  los  rebeldes  á 
su  hermano  Abulhachach  (2). 

Sea  lo  que  quiera  de  esto,  lo  cierto  es  que  el  hijo  y 
sucesor  de  Abenmardenix,  Hilel  Abulcamar,  se  entregó  á 
los  almohades  á  poco  de  hacerse  cargo  del  mando  de 
Murcia.  Luego  que  supo  el  príncipe  Abuhafs  que  Hilel 
se  había  rendido ,  salió  precipitadamente  de  Sevilla ,  á 
donde  había  ido,  sin  duda,  para  recibir  á  su  hermano  el 
califa,  en  dirección  á  Murcia,  haciéndose  cargo  de  la 
ciudad ,  y  Hilel  fué  enviado  á  Sevilla  á  presencia  y  dis- 
posición del  califa. 

Refieren  algunos  autores  árabes  que  Abenmardenix , 
al  notar  que  iba  á  morir  pronto,  llamó  á  sus  hijos  y  les 
recomendó  que  no  pudiendo  resistir  á  los  almohades  y 
siendo  inminente  el  triunfo  de  éstos,  se  entregasen  á  su 
obediencia,  antes  de  que  les  fuese  más  doloroso,  si  daban 
lugar  á  que  aquellos  entrasen  en  la  ciudad  por  asalto. 
Como  presintiera  su  padre,  los  Abenmardenix  encontra- 
ron favorable  acogida  éntrelos  príncipes  almohades.  Acaso 
la  entrega  se  hizo  mediante  algunas  condiciones  honrosas 
para  los  hijos  de  Abenmardenix  relacionándose  con  esto 
lo  que  se  lee  por  incidencia  en  Abenalabar  (3),  á  saber, 
que  por  el  mismo  año  en  que  había  muerto  Abenmarde- 
nix, murió  en  Sevilla  Abenalfarí,  el  cadí  de  Valencia 
que  había  dimitido  su  cargo,  al  estallar  en  dicha  ciudad 
la  insurrección  de  Abenxilban;  Abenalfarí  había  ido  á 


(1)  Al)tínjali<;ari,  edic.  del  Cairo,  III,  páy.  4G5. 

(2)  En  Dozy,  Notices,  etc.,  pá^.  237. 
{•■U    BíÍj.  Hf.  hisp.,  V,  pág.  2.39. 


»=-  224  — 

Sevilla  con  otros  jefes  murcianos,  como  en  comisión  de 
algún  asunto  de  importancia,  que  el  autor  no  indica.  Lo 
cierto  es  que  Abulhacliach  Yúsuf,  el  liermano  de  Aben- 
mardenix  quedó  por  el  pronto  gobernando  en  Valencia; 
dos  hijas  casaron  al  año  siguiente,  una  con  el  califa  Abu- 
yacub  Yúsuf  y  otra  con  su  hijo  y  príncipe  heredero  Yúsuf: 
de  sus  hijos  varones,  que  parece  fueron  muchos,  se  sabe 
que  los  ocho  mayores  se  llamaron  Hilel  Abulcamar,  su 
sucesor;  Gamin,  Azzobair,  Aziz,  Noair,  Beder,  Azcam  y 
Osear,  los  cuales  debieron  ocupar  elevados  cargos  al  ser- 
vicio de  los  almohades.  El  segundo,  Gamin  Abenmarde- 
nix ,  fué  luego  nombrado  almirante  de  la  ilota  de  Ceuta 
y  se  distinguió  en  la  lucha  marítima  contra  Portugal, 
cayendo  prisionero  en  uno  de  los  combates,  si  bien  fué 
rescatado  después. 

Se  cita  como  maestro  de  los  hijos  de  Abenmardenix 
al  célebre  Abdála,  hijo  de  iMohámed,  hijo  de  Sahal,  el 
Darir,  natural  de  Granada,  que  murió  en  el  mismo  año 
que  Abenmardenix,  cerca  ya  de  los  ochenta  años  de 
edad  (1). 

Luego  que  el  califa  Abuyacub  se  encontró  dueño  del 
oriente  de  España  con  la  sumisión  de  Murcia,  se  dispuso 
á  salir  contra  los  cristianos  de  Castilla  y  al  año  siguiente, 
1172  á  1173,  avanzó  contra  Úbeda  y  Huete  que  se  halla- 
ban en  poder  de  los  cristianos;  mas  al  aproximarse  el 
ejército  de  Toledo  levantó  su  campo  y  se  retiró  á  Murcia. 
De  ésta  regresó  luego  á  Sevilla,  donde  celebró  su  boda 
con  la  hija  de  Abenmardenix  y  permaneció  enviando  suce- 
sivas expediciones  contra  los  cristianos  de  Toledo  y  Por- 
tugal hasta  el  año  de  1175  á  1176  en  que  se  volvió  á 
Murruecos  llevándose  en  su  cortejo  á  los  hijos  de  Aben- 
mardenix, y  acaso  á  Abenhamusco  y  los  suyos,  de  quien 
se  dice  que  por  este  año  pasó  el  estrecho  y  se  estableció 
en  Mequinez,  muriendo  á  poco  tiempo  de  su  llegada.  El 


( 1 )     Abenalabui'.  tí'ih.  ar.  Iiis]..,  V  y  VI.,  pá,;?.  485;  y  ms.  ár.  de  la 
J3ib.  Kac.  Gg.  36,  pág.  274. 


—  225  — 

califa  Abuyacub  le  había  dispensado  una  acogida  favo- 
rable (1).  Salió,  dice  el  Anónimo  de  Copenhague  (2),  el 
califa  Abuyacub  de  Sevilla  el  jueves  14  de  Ramadán, 
aunque  se  dice  de  Xabán,  del  año  571  (1175  á  1176), 
acompañado  de  muchos  almohades  con  sus  familias ,  así 
como  también  de  los  hijos  de  Abenmardenix  y  de  Aben- 
hamusco,  viniendo  á  desembarcar  en  Tánger. 


(1)  Abenjaldun,  VI,  pá,g.  27G;  Almacarí,  II,  pág.  772;  Nouain 
m.s.  kv.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  n."  6fJ,  ai't.  sobre  Abuyacub  Yúsuf; 
Abcaaljatib,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  n."  37,  tul.  257  v.  }•  51  v. 
de  la  copia  del  Sr.  Codera.  Dozy,  Not.  pág.  236;  Abenjalican,  III,  pá- 
gina 555;  y  el  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist. ,  83,  págs.  9  á  12  y  28. 
Los  Anales  Toledanos  mencionan  la  campaña  poco  favorable  de  Abu- 
vacub  contra  Huete  v  la  incorporación  del  reino  de  Abenmardenix  en 
la  pág.  393. 

(2)  Ms.  ár.  de  la  Bib.  nac.  Gg.  n."  490,  págs.  17;  .)  el  83  de  la 
R.  Ac.  de  la  Hist. 

15 


i 


CAPITULO  XVI 

Noticiuá  acerca  de  los  principales  varones  que  florecieron  en  el  reino 
de  Murcia  desde  la  insurrección  contra  los  almorávides  hasta  la 
dominación  alniohade. 


A  fin  de  completar  el  estudio  del  período  que  venimos 
examinando,  exponemos  en  el  presente  capítulo  algunas 
noticias,  que  suministran  los  autores  árabes,  acerca  de 
los  principales  varones  que  ora  en  la  vida  pública,  ora  en 
el  campo  de  las  letras  se  distinguieron  en  el  reino  de 
^lurcia,  á  partir  de  la  insurrección  contra  los  almorávi- 
des hasta  la  muerte  de  Abenmardenix  y  la  dominación 
alniohade. 

Como  en  períodos  anteriores ,  se  observa  en  éste  que 
los  régulos  alzados  en  Murcia,  á  consecuencia  de  la  insu- 
rrección general  contra  los  almorávides ,  confiaron  los  car- 
gos importantes  de  las  ciudades  de  su  estado  á  los  varo- 
nes que  en  su  tiempo  sobresalían  por  su  mayor  instruc- 
ción en  las  ciencias  y  letras. 

Sería  demasiado  prolijo  exponer  aquí  las  notas  biográ- 
ficas de  todos  los  varones  murcianos  ó  que  vivieron  en 
.Murcia  por  el  tiempo  de  referencia ,  y  de  los  cuales  nos 
dan  cuenta  los  autores  árabes ;  razón  por  la  cual  vamos  á 
limitarnos  á  aquellos  que  por  sus  cargos  al  lado  de  los 
reyes  independientes  ó  por  su  ciencia  y  otras  prendas, 
merecen  no  ser  olvidados,  á  fin  siquiera  de  que  cuanto 
acerca  de  ellos  se  diga  pueda  servir  de  complemento  é 
ilustración  de  lo  expuesto  anteriormente. 

He  aquí,  en  resumen,  las  biografías  de  dichos  varo- 
nes, que  se  encuentran  en  los  autores  árabes. 


—  228  — 

Abulhásan  Soláiman,  hijo  de  Muza,  conocido  más  co- 
múnmente por  Abenbartolo,  célebre  jurisconsulto  y  san- 
tón; fué  nombrado  cadí  de  Murcia  por  el  régulo  Abenabi- 
cháfar,  al  apoderarse  del  mando  de  la  ciudad,  cuando 
ocurrió  la  insurrección  general  contra  los  almorávides. 
Antes  había  hecho  un  viaje  al  Oriente,  y  tuvo  de  asesor, 
al  parecer,  á  Abubéquer  Ahenahicliomra  que  más  tarde 
fué  también  cadí  (1). 

Abuljatab  Mohámed,  hijo  de  Omar  Abennachib,  natu- 
ral de  Valencia;  ejerció  el  cadiazgo  en  Elche  y  Orihuela , 
donde  fué  muerto,  siendo  todavía  joven ,  en  el  período  de 
la  revolución,  entre  1144  á  1145  (2). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Yúsuf,  conocido  por 
Abenalchazar,  natural  de  Zaragoza,  pero  habitante  en 
Murcia ;  enseñó  en  esta  ciudad  lengua  árabe  en  la  cual 
era  muy  instruido,  así  como  en  exégesis  alcoránica  y  lite- 
ratura, además  de  poeta  y  polemista.  Al  lado  del  régulo 
Abenabicháfar  cayó  gravemente  herido  en  las  puertas  de 
Granada,  é  introducido  en  esta  ciudad,  falleció  apoco  en 
el  año  1145  á  1146  (3). 

Abuzaid  Abderráman,  hijo  de  Alí,  Abenaladibí;  nació 
en  Alicante,  pero  vivió  en  Murcia.  Marchó  á  Oriente  y  á 
su  regreso  fué  nombrado  jefe  de  la  oración  y  predicador 
de  la  mezquita  de  Orihuela,  cargo  que  desempeñó  largo 
tiempo:  nombrado  luego  cadí  de  la  ciudad ,  renunció  la 
nueva  dignidad  que  se  le  ofrecía ,  y  fué  obligado  á  acep- 
tarla; mas  á  los  dos  meses  presentó  la  renuncia  del  cargo, 
y  entonces  le  fué  admitida.  Murió  á  poco  tiempo  de  esto 
en  el  año  de  1145  á  1146  (4). 

Abumohámed  Abdála  el  Roxatí ,  nacido  en  Orihuela; 
fué  trasladado  á  Almería  á  los  seis  años  de  edad ,  donde 
fijó  su  domicilio  habitual.  Fué  discípulo  aprovechadísimo 


I 


I 


(1)  AlmaiTacoxi,  ms.  ár.  núm.  1182  de  la  Bib.  Escorial,  fol.  25. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  618. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  6.3.5. 

(4)  Bib.  ai-,  hisp.,  VI,  1.594. 


—  229  — 

de  los  famosos  doctores  Abiialí  el  Gasaní  y  Abualí  Asa- 
dafl  y  escribió  una  obra  acerca  de  las  genealogías  de  los 
compañeros  de  Mahoma  y  de  los  tradicionistas,  la  cual 
aplaudió  el  público  y  coleccionó  con  verdadero  afán;  nom- 
brado cadí  en  Almería,  fué  muerto  en  el  asalto  y  toma 
de  la  ciudad  por  los  cristianos  en  el  año  11-17  á  1148  (1). 

Abuabderráman  Mosaid ,  hijo  de  Áhmed,  más  cono- 
cido por  Abenzama,  natural  de  Orihuela;  después  de  es- 
tudiar en  España  con  los  tradicionistas  y  jurisconsultos 
notables ,  marchó  á  Oriente ,  donde  estudió  las  obras  de 
los  doctores  más  famosos  y  permaneció  algún  tiempo  al 
lado  de  Abubéquer  el  de  Tortosa.  De  regreso  á  su  ciudad 
fueron  á  escucharle  y  á  pedirle  ¿chaza  ó  certificado  de 
aptitud  para  la  enseñanza  de  sus  doctrinas  los  varones 
más  ilustres  de  la  época,  entre  ellos  Abulcásim  Aben- 
pascual.  Murió  Abenzama  en  1150  á  1151  (2). 

Abulhásan  Abderráman,  hijo  de  Áhmed  Abentáhir, 
natural  de  Murcia,  distinguido  tradicionista  y  magnate, 
padre  del  régulo  Abentáhir,  nombrado  á  la  muerte  de 
Abenabicháfar  en  la  desgraciada  expedición  contra  Gra- 
nada y  destituido  á  los  cincuenta  días  próximamente  por 
el  que  fué  su  sucesor  en  el  mando  de  Murcia  y  Valencia , 
Abeniyad  (3). 

Abulualid  Yúsuf,  hijo  de  Abdelaziz,  hijo  de  Yúsuf , 
hijo  de  Omar,  hijo  de  Ferro  Alajmí  Abenaldabag.  Era  de 
la  gente  de  Onda ,  pero  residente  en  Murcia  y  discípulo 
de  Abualí  Asadafi ,  á  quien  escuchó  largo  tiempo ,  así 
como  á  otros  maestros.  Se  distinguió  como  tradicionista 
y  acaparador  de  libros  y  fué  predicador  en  la  mezquita 
algún  tiempo.  Murió  en  1151  á  1152  (4). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Yúsuf,  hijo  de  Amira 
Alansarí.  Era  de  Orihuela;  estudió  tradiciones  con  Abualí 


(1)  Almacari,  II,  760;  Abenpascual,  Bib.  ar.  liisp. ,  I  y  II,  (548; 
Ahenjaldun,  II,  pág.  70,  y  otros. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp. ,  IV,  175. 

(.3)    Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  IV,  213,  y  Adabí,  Ídem,  III,  998. 
(4)    Abenpascual,  Bib.  a>'-  l'isp-  >  I  y  íl»  l-'^Q-''- 


—  530  — 

Asadafi,  y  con  otros  maestros  lecturas  alcoránicas  y  juris- 
prudencia, en  todo  lo  cual  fué  versadísimo.  Enseñó  tra- 
diciones en  Orihuela  y  en  ella  murió  en  1154  á  1155  (1). 

Abuomaya  Ibrahim,  hijo  de  Monbab  ó  Monnabah,  bijo 
de  Omar,  bijo  de  Abmed  Algafaquí.  Era  de  Almería  y 
floreció  en  Murcia.  Después  de  bacer  sus  primeros  estu- 
dios entre  los  maestros  de  España,  incluso  los  de  Córdo- 
ba, marchó  en  peregrinación  á  Oriente.  De  regreso  á 
España  trasladóse  á  ]\Iurcia,  en  la  que  fué  cadí,  predica- 
dor de  la  aljama  y  alfaquí  consultor.  Murió  en  1160  á 
1161  (2). 

Abulcásim  Jalaf,  bijo  de  Mobámed  Abenfatbun,  ju- 
risconsulto y  tradicionista.  Nombrado  cadí  de  Murcia  por 
el  régulo  Abeniyad,  marcbó  luego  de  embajador  á  la 
corte  de  Marruecos,  y  al  regresar  de  su  misión  en  1148  á 
1149,  ya  había  sido  muerto  Abeniyad.  Entonces  fué  en- 
viado de  cadí  á  Orihuela,  cargo  que,  según  parece ,  ha- 
bía desempeñado  antes,  en  el  año  1144  á  1146,  y  perma- 
neció en  dicha  ciudad  basta  su  muerte,  ocurrida  en  1161 
á  1162  con  gran  sent'miento  de  la  gente  y  de  Abcnmar- 
denix,  que  le  estimaba  y  distinguía  mucho  entre  sus  ser- 
vidores. Había  sucedido  en  el  cadiazgo  á  Abulabas  Aben- 
albillel,  y  él,  á  su  vez,  fué  sustituido  por  Abubéquer 
Abenabichomra  (3). 

Abucbáfar  Ábmed ,  bijo  de  Abdelchalib,  el  de  Tod- 
mir.  Después  de  hacer  sus  primeros  estudios  en  Murcia, 
se  trasladó  á  Almería,  y  de  allí  á  Marruecos  al  servicio 
de  los  almorávides,  cuyo  emir  le  nombró  preceptor  de  sus 
hijos;  era  excelente  gramático ,  y,  entre  otras  composicio- 
nes, se  cita  como  obra  suya  unos  comentarios  á  la  obra 
de  Azachachí.  Murió  el  ilustre  gramático  en  1160  á 
1161  (4). 


(1)  Abeiialíihai-,  Bil).  ui-.  íiisp. ,  V,  678. 

(2)  Almacurí,  I,  87(). 

(:})  Abenalaljai-,  Bil).  ar.  Iiisp.,  V,  171 

(4)  Abenalabar,  IV,  2!). 


—  231  — 

Abalabas  Áhiiied ,  hijo  deMohámed,  conocido  más 
comúnmente  por  Abenalhillel,  de  ilustre  familia  de  Mur- 
cia. Nombrado  cadí  general  del  reino  por  xVbenmardenix, 
fué  acusado  de  mal  proceder  en  su  cargo  y  reducido  á 
prisión  en  Onda ,  en  cuya  cárcel  falleció  en  el  año  de 
1159  á  1160  (1). 

Abulhásan  Ze^^adála,  hijo  de  .Mohámed  Abenalhillel, 
hermano  del  anterior,  quien  le  envió  de  cadí  á  Valencia. 
Murió  siendo  cadí  en  Murcia,  algunos  años  antes  que  su 
hermano  (2). 

Abuabdála  Mohámed  el  Castelí,  natural  de  .Murcia  y 
discípulo  del  régulo  Abenabicháfar  en  materia  de  dere- 
cho. Los  murcianos  y  Abenmardenix,  según  parece,  qui- 
sieron con  empeño  que  se  encargase  del  cadiazgo  gene- 
ral ,  en  sustitución  del  acusado  y  preso  Abenalhillel ,  y 
que  sentenciase  la  causa  contra  éste;  pero  el  Castelí  se 
resistió  á  aceptar  el  cargo,  causando  grande  enojo  al  emir 
su  obstinada  renuncia.  Murió  el  Castelí  en  el  año  1162 
á  1163  (3). 

Abenalhillel  Mohámed ,  hijo  de  Zeyadála,  padre  del 
cadí  general  y  del  de  Valencia  del  mismo  nombre  Aben- 
alhillel. Se  le  recuerda  como  varón  ilustre  por  su  ciencia 
y  virtud,  y  murió  en  í\Iurcia,  su  ciudad,  en  el  año  1151 
á  1152  (4). 

Abuabdála  Mohámed ,  hijo  de  Ahmed  Abensical ,  na- 
tural de  Murcia;  se  le  llamaba  el  Abuhoreira  (nombre  de 
uno  de  los  compañeros  de  Mahoma)  español,  por  sus  vas- 
tos conocimientos  •  en  materia  de  tradiciones .  Escribió 
mucho  sobre  narraciones ,  palabras  y  hechos  de  Mahoma , 
todo  lo  cual  fué  aprovechado  después  por  Abubéquer 
Abensofyan,  y  murió  en  Murcia  en  1155  á  1156  (5). 


(1)  Adabí,  Bib.  ar.  liisp.,  III.  :í07,  y  Abenalabar,  ídem,  IV,  28. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  av.  hisp.,  V,  251. 

(3)  Abenalaljar,  Bib.  ar.  hisp. .  IV,  155. 

(4;  Adabí,  Bib.  av.  hisp.,  III,  1198,  y  Aljenalaljar,  ídem,  ^■,  COT. 

(5)  Abenalabar,  Bib   ai-,  hisp.,  V,  607. 


—  23á  — 

Abuabdála  Mohánied,  hijo  de  Abdelaziz  Abenxadad, 
nacido  en  Jódar ,  provincia  de  Jaén ;  trasladó  su  residen- 
cia cá  Murcia,  al  estallar  la  insurreccicjn  contra  los  almo- 
rávides, y  el  cadí  Abulabas  Abenalliillel  le  confió  el  ca- 
diazgo  de  Denia.  Murió  en  Murcia  en  1160  á  1161  (1). 

Abuabdála  Moliánied  Abenmaxud  Alansarí ,  hijo  del 
tradicionista  Saf.  Nació  en  Orihuela,  fué  cadí  de  esta 
ciudad  después  de  Abulcásim  Abenfathun  durante  el 
mando  de  Abenmardenix,  y  murió  en  1157  á  1158(2). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Áhmed  Abenalyatim, 
nacido  en  Murcia  y  maestro  de  Abensofyan ,  quien  hace 
su  elogio  como  varón  elocuente  y  notable  literato  (3). 

Abenmeruan  Abdelmélic ,  hijo  de  Abubéquer  Aben- 
alarao.  Era  natural  de  Lorca,  donde  enseñó  con  aplauso 
exégesis  alcoránica  por  el  tiempo  de  que  se  viene  ha- 
ciendo historia  (4). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Áhmed  Abensofyan. 
Nacido  en  Alicante,  pero  vivió  en  Tremecén,  donde  en- 
señó jurisprudencia  hacia  el  año  1161  á  1162  (5). 

Abumohámed  Abdála,  conocido  por  el  Quirbilyaní, 
de  Murcia  y  discípulo  del  alfaquí  Abenalchazar,  á  quien 
sustituyó  y  sucedió  en  la  enseñanza  del  derecho.  Enseñó 
también  lengua  y  literatura  y  fué  maestro  de  Abensof- 
yan. Murió  en  1160  á  1161  (6). 

Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Ismail  Abencaira  (?), 
natural  de  Elche  y  cadí  de  esta  ciudad.  Murió  en  1163 
á  116-4  (7). 

Abumohámed  Abdála ,  hijo  de  Moliámed  Abenzagan , 
natural  de  Lorca,  donde  desempeñó  el  cargo  de  cadí. 
Era  notable  jurisconsulto,  discípulo  de  Abualí  Asadafl  y 


(1) 

Abenalabar, 

Bib. 

ar. 

hisp., 

V,  713. 

(2) 

Abenalaljar 

,  Bib. 

ar. 

hisp. 

,  IV,  152. 

c-y) 

AluMialaljar, 

Bib. 

ai'. 

hisp., 

V,  701. 

(1) 

.\l)enalal)ar, 

Bib. 

ar. 

liisp., 

VI,  1718. 

(5) 

x\benalabai'. 

,  Bib. 

ai\ 

liisp. 

,  V,  718. 

(B) 

Abenalabar ; 

,  Bib. 

ar. 

hisp. 

,  VI ,  1374 

(7) 

Abenalaltai-, 

,  Bib. 

ar. 

hisp. 

,  VI,  1376. 

-  2áá  ^ 

de  otros  célebres  maestros  de  su  tiempo  y  murió  en  1164 
á  1165  (1). 

Abubéquer  Málic,  hijo  de  Himyar,  escritor  y  poeta. 
Era  natural  de  Orihuela,  donde  murió  en  1165  á  1166. 
Abensofyan  hace  mención  de  él ,  y  Abuomar  Abeniyad 
cita  como  suyos  los  versos  siguientes: 

«Emprendo  mi  viaje  sin  viático  y  sin  liacer 
preparativo  alguno  para  la  peregrinación.  No 
obstante,  confío  en  las  excelencias  de  mi  Señor 
que  satisface  al  pobre  con  su  divina  genero- 
sidad» (2). 
Abubéquer  Yahya,   hijo  de  Baquí,  Abenassalamí , 
poeta  y  médico  de  la  corte  de  Abenmardenix.  Parece  ser 
que,  separado  de  su  cargo,  se  dedicó  á  visitar  gratuita- 
mente á  toda  clase  de  enfermos.  Falleció  en  1167  á  1168(3). 
Abulabas  Áhmed,  liijo  de  Abderráman,  hijo  de  Isa, 
de  Murcia,  jurisconsulto  y  tradicionista.  Desempeñó  en 
su  ciudad  el  cargo  de  zavalaqiiem  (juez  en  materia  cri- 
minal), más  tarde  fué  cadí  de  Játiva  y  luego  de  Murcia. 
Dejó  de  existir  en  1167  á  1168  (4). 

Abualí  Hosain,  hijo  de  Mohámed,  Abenarif ,  el  lector  ; 
natural  de  Tortosa  y  discípulo  de  los  más  aventajados  de 
Abualí  Asadafl.  Enseñó  Alcorán  en  Almería  y  fué  predi- 
cador y  presidente  de  la  oración  en  su  mezquita,  hasta 
que  hacia  el  año  1145  á  1146,  corriendo  ya  peligro  dicha 
ciudad  de  caer  en  manos  de  los  cristianos ,  se  trasladó  á 
Murcia,  donde  continuó  las  enseñanzas  alcoránicas  y  fué 
también  predicador  de  la  aljama.  Murió  en  1167  á  1168  (5). 
Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Soláiman,  hijo  de  Muza, 
Abenbartolo,  hijo  del  cadí  citado  que  llevó  el  mismo  sobre- 
nombre. Era  discípulo  de  Abuabdála  el  Castelí  y  asociado 


(1)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp. ,  IV,  606. 

(2)  Abcnalabaí',  Bib.  ai-,  hisp. ,  V,  IIK). 

(3)  Adabí,  Bib.  ar.  iiisp.,  III,  1464. 

(4)  Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  VI,  33;  y  Abenfarlmn,  páí;-.  04. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  IV,  68. 


—  234  — 

al  cadí  Abulabas  Abenalhillel.  Llegó  á  ser  notable  juris- 
consulto y  hábil  polemista  y  falleció,  todavía  joven,  en 
IMurcia,  su  ciudad  natal,  en  el  año  1167  á  116S  (1). 

Abuabdála  Mohánied,  liijo  de  Abdesalem,  el  de  Jumi- 
11a,  de  donde  era  natural.  Después  de  estudiar  derecho  y 
humanidades  en  Murcia,  marchó  al  Oriente  y  escuchó  en 
la  Meca  al  al 'aquí  Abuabdála,  hijo  de  Said,  el  de  Denia 
y  á  otros  maestros.  Vuelto  á  España,  enseñó  historia  y 
tradición  en  Murcia  hasta  su  muerte  ocurrida  en  1168 
á  1169  (2). 

Abulabas  Ahmed,  hijo  de  Abdelaziz  AbenalasFar.  For- 
mó parte  del  consejo  de  Murcia,  desempeñó  los  cadiazgos 
de  Játiva  y  Orihuela  y  fué  maestro  de  jurisprudencia. 
Murió  en  1168  á  1169  (3). 

Abuadála  Mohámed,  hijo  de  Yúsuf  Abensada ,  el  mur- 
ciano. Era  originario  de  Valencia;  pero  se  educó  en  Mur- 
cia; desempeñó  en  ésta  el  cargo  de  cadí,  y  antes  formó 
parte  del  consejo  de  la  ciudad,  terminada  ya  la  domina- 
ción de  los  almorávides.  Después  fué  trasladado  á  igual 
cargo  de  Játiva,  donde  vivió  y  enscxñó  cuanto  sabía,  que 
era  mucho,  adquirido  en  sus  viajes  á  las  diferentes  capi- 
tales de  España  y  del  Oriente.  Se  -unió  en  pare^itesco  de 
afinidad  con  Abuah'  Asadafi,  el  gran  maestro  zaragozano, 
heredó  sus  libros  y  originales  ó  borradores,  que  parece 
eran  muclios,  y  dejó  escrita  una  sola  obra,  si  bien  muy 
celebrada,  que  lleva  por  título,  «Qiiitab  xachara  aliiahm 
almotara  quiya  ¿la  dorua  alfahm  (libro  del  árbol  de  la 
hipótesis  ú  opinión,  la  que  se  -va  elevando  progresiva- 
mente hasta  la  ciaia  de  la  inteligencia).  Falleció  este  ilus- 
tre murciano  en  Játiva  en  1169  á  1170  (-1). 

}>,Iohámed,  hijo  de  Abderrehim  Alansarí,  Abenalfaras  , 
natural  de  Granada.  Se  distinguió  como  tradicionista, 
teólogo  y  jurisconsulto,  fué  presidente  del  Consejo  de 


(!)  Al)erialaba;',  Bil^.  ai-,  liisp.,  V,  7;tó;  y  Adabi,  ¡dein,  III,  128. 

{2)  Abo.ialabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  741. 

(:{J  Aboníarhun,  pág-.  (58. 

(4)  Abenalal)ar,  IBib,  av.  hisp.,  V,  746. 


—  235  — 

Murcia  y  después  desempeñó  el  cadiazgo  de  Valencia,  del 
cual  fué  echado,  al  sublevarse  Abenxilban.  Murió  en 
1169  cá  1170  (1). 

Abuáhmed  Mohámed ,  hijo  de  Áhnied  Abenmoat ,  natu- 
ral de  Orihuela.  Despuós  de  liacer  estudios  alcoránicos  en 
Espafia,  marchó  al  Oriente,  á  fln  de  completar  su  instruc- 
ción y,  al  volver  á  su  ciudad  natal ,  se  consagró  á  la  ense- 
ñanza del  Alcorán  y  fué  presidente  de  la  oración  de  la 
aljama  situada  junto  á  la  puerta  del  puente  (2). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Obaidála  Abenafan. 
Nació  en  Murcia,  pero  habitó  en  Albania  de  dicha  región. 
Era  jurisconsulto,  filósofo,  polemista  y  muy  instruido  en 
literatura,  genealogías  y  otras  materias.  Murió  en  1170 
á  1171  (;5). 

Abulhásan  Alí,  hijo  de  Mohámed,  persa  de  origen  y 
nacido  en  Córdoba.  Al  estallar  la  insurrección  contra  los 
almorávides,  emigró  de  Córdoba,  donde  ya  figuraba  entre 
los  varones  más  distinguidos  por  su  saber,  y  se  fijó  en 
Elche,  llegando  á  ser  en  esta  ciudad  predicador  de  la 
aljama.  Parece  ser  que,  complicado  en  la  rebelión  de  la 
ciudad  contra  el  emir  Abenmardeiiix,  fué  muerto,  al  salir 
de  ella  huyendo  de  la  venganza  de  dicho  emir,  en  el 
año  1171  (4). 

Abubéquer  Abderráman,  hijo  de  Áhuied,  hijo  de  Ibra- 
him,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Abulaila,  xllansarí.  Era 
de  ?(lurc'.a  y  originario  de  Granada.  Discípulo  de  los  más 
íntimos  y  constantes  de  Abualí  Asadafi,  fué  el  que  mejor 
conservó  sus  tradiciones  é  historias.  Marclió  á  Oriente 
cumpliendo  con  el  precepto  de  la  peregrinación  y  escu- 
chó allá  á  otros  maestros  y,  al  volver  á  España,  se  consa- 
gró á  la  vida  devota.  Las  gentes  corrían  hacia  él  ansiosas 
de  oir  sus  explicaciones.  Murió  en  1171  á  1172  (5). 


(1 )  Al>entarliun,  pág.  258;  v  Abenalabaí-,  Bih.  ai\  liisp.,  V,  75Ü. 

(2)  AhenalalMi-,  Bilj.  ai-,  liisp.,  V,  744. 

(3)  Aljtínalabaí",  Bib.  ar.  hisp.,  V,  747. 

(4)  Aljenalabaí-,  Bib.  ai-,  liisp.,  VI,  1864. 

(5)  Alje/iulabaí-,  Bib.  ai",  hisp.,  V,  pág.  274. 


—  236  — 

Abumohámed  Axir,  hijo  de  Mohámed  Abenhacam 
Alansarí,  natural  de  Iniesta  (?),  provincia  de  Cuenca,  y 
iiabitante  de  Játiva.  Vivió  algún  tiempo  en  Córdoba, 
hasta  que  fué  nombrado  presidente  del  consejo  de  Va- 
lencia. Después  pasó  de  cadí  á  Murcia  bajo  el  mando  de 
los  almorávides,  y  al  ser  arrojados  éstos  de  la  ciudad  fué 
aquél  destituido  de  su  cargo ,  pero  de  una  manera  hon- 
rosa. Entonces  se  trasladó  á  Játiva,  donde  terminó  sus 
días  dedicado  á  enseñar  y  escribir  sobre  jurisprudencia. 
Murió  en  1171  á  1172  (1). 

Abenalbarrac ,  natural  de  Guadix,  médico  y  poeta  de 
la  corte  de  Abenmardenix ,  quien  le  hizo  venir  de  Guadix 
á  Murcia.  En  esta  ciudad  permaneció  hasta  que ,  muerto 
su  señor,  regresó  á  Guadix  en  1171  á  1172  (2). 

Abubéquer  Yahya,  hijo  de  Alchalil,  conocido  más 
comúnmente  por  Abenmochebir;  fué  íntimo  amigo  de 
Abenmardenix  y  poeta  que  escribió  más  de  9.400  es- 
trofas (3). 

Otro  poeta  de  la  corte  de  Abenmardenix  fué  Abumo- 
hámed Abdála,  hijo  de  Salftn,  el  de  Játiva,  quien,  entre 
otras  composiciones ,  escribió  una  brillante  poesía  ensal- 
zando la  bravura  y  poderío  de  Abenmardenix  (-1). 

Abumohámed  Abderráman,  hijo  de  Mohámed,  cono- 
cido más  comúnmente  por  el  de  Mequinez;  fué  secretario 
de  Abenmardenix  y  de  otros  emires.  Era  natural  de 
Murcia,  excelente  poeta  y  literato;  sus  poesías  y  epísto- 
las eran  muy  buscadas  por  el  público.  Murió  en  Marrue- 
cos en  1175  á  1176  (5). 

Abucháfar  Omar,  hijo  de  Abdelaziz,  hijo  de  Jalaf  el 
Caisí ,  natural  de  Lorca ,  donde  desempeñó  el  cargo  de 
cadí,  y  murió  en  1174  á  1175  (6). 


(1)  Ahenalabaí-,  Bib.  ar.  his.,  VI,  1954,  y  Adabí,  ídem,  III,  1270. 

(2)  Aljonalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  pág.  274. 

(3)  Ahiiaearí,  II,  KiO. 

(4)  Abensaid,   ms.  ar.   déla  R.  Ac.  de  la  Hist.,   m'imero  53, 
lio  04  vuelto. 

(5)  Abenalabaí-,  Biij.  ar.  hisp.,  VI,  1(505. 

(6)  Adabí,  Bib.  ai',  hisp.,  III,  1167. 


—  237  — 

Abdála,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Sahl  Adaric,  natu- 
ral de  Granada.  Era  excelente  matemático,  y  Abenmar- 
denix  lo  eligió  para  maestro  de  sus  hijos.  Dejó  notables 
escritos  sobre  matemáticas  y  murió  en  Murcia  en  1175 
á  1176  (1). 

Abulhásan  Alí,  hijo  de  Hixem  el  Chodamí,  de  Lorca. 
Era  poeta  y  escritor  excelente  y  fué  nombrado  predicador 
de  la  aljama  de  su  ciudad  (2). 

Abuamru  Jafacha ,  hijo  de  Abderráman ,  hijo  de  Áh- 
med  Alaslamí,  de  Elche.  Se  distinguió  como  alfaquí  pe- 
rito en  la  redacción  de  documentos  notariales  y  sabio  en 
sentencias  jurídicas  y  tradiciones  relativas  á  dichos  ó 
hechos  de  los  compañeros  del  Profeta.  Murió  en  el  año 
1178  á  1179  (3). 

Chabir,  hijo  de  Yahya,  hijo  de  Mohámed  Abengarur, 
hijo  de  Dinnun ,  natural  de  Granada.  Era  presidente  del 
consejo  de  su  ciudad  natal ;  pero  al  estallar  la  revolución 
contra  los  almorávides  huyó  al  oriente  de  España  y  fué 
nombrado  cadí  de  Játiva  y  luego  de  Orihuela.  Parece  ser 
que  volvió  más  tarde  á  su  ciudad  natal  y  fué  cadí  en  ella 
hasta  su  muerte,  ocurrida  en  1180  á  1181  (4). 

Abuzaid  Abderráman ,  hijo  de  Mohámed  Abenferro  el 
Chodamí,  natural  de  Orihuela;  fué  notable  como  juris- 
consulto y  desempeñó  el  cargo  de  presidente  del  consejo 
de  su  ciudad  natal.  Murió  en  1173  á  1174  (5). 

Abulabas  Áhmed,  hijo  de  Omar,  Abenafaronda  (?) 
[jóys\  ^^\)  murciano,  aunque  era  originario  de  Tala- 
vera.  En  su  mocedad  había  viajado  por  las  capitales  más 
ilustres  de  España  y  del  Oriente ,  yá  su  regreso  fijó  su 
residencia  en  Murcia.  Sus  contemporáneos  hacían  gran- 
des elogios  de  su  sabiduría.  Murió  en  Murcia  hacia  el 
año  1174  á  1175  (6). 


(1)  Casiri,  Bib.  ar.  Escur. ,  II,  128,  turnado  de  Abenalabar. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp. ,  VI,  1868. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ai",  hisp. ,  V,  195. 

(4)  Abenalal^ar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  1. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1604. 

(6)  Adabí.  Bib.  ar.  hisp.,   III,  448,  y  Abenalabar,   ídem  V,  34, 


—  238 


Por  último,  Abucháfar  Álmied,  hijo  de  Abdelmélic, 
hijo  de  Amira,  hijo  de  Yahya  Adabí ,  natural  de  Lorca. 
Cumplió  el  precepto  de  la  peregrinación  á  la  Meca.  Era 
hombre  devoto  y  ayunador;  enseñó  Alcorán  y  tradiciones 
y  murió  en  Lorca  en  1181  á  1182  (1), 


I 


(  1)     .\lm;-icai-i ,  I,  87:i, 


CAPITULO  XVII 

Murcia  bajo  la  dominación  de  los  almohades 


Pocas  son  las  noticias  que  se  tienen  respecto  de  Alur- 
cia  durante  el  mando  de  los  gobernadores  almohades. 
Reducida  á  mera  provincia  de  su  vasto  imperio,  como 
antes  lo  había  sido  del  almoravide,  pierde  ante  la  historia 
su  carácter  individual,  que  no  recobra,  hasta  que  es  pro- 
clamado en  ella  el  famoso  Abenhud  Almotauáquil  quien 
la  eligi<3  como  corte  de  su  estado,  llegando  á  ser  el  más 
poderoso  sin  duda  de  los  reyes  murcianos. 

Los  autores  árabes  conocidos,  al  referirse  á  este  tiem- 
po, atienden  principalmente  á  la  historia  general  de  la 
Península,  y  aun  considerándola  como  parte  integrante 
del  imperio  general  de  los  almohades,  cuya  capitalidad 
era  Marruecos.  Únicamente,  pues,  por  incidencia  se  fijan 
en  los  hechos  y  personajes  que,  á  partir  de  Murcia,  tuvie- 
ron luego  una  influencia  general  en  dicho  imperio,  y  á 
estos  vamos  á  concretarnos  en  lo  posible,  á  fin  de  no  tras- 
pasar los  límites  de  la  presente  obra. 

Sometidas  Murcia  y  Valencia  con  los  hijos  de  Aben- 
mardenix  al  poder  de  los  almohades,  según  se  ha  narrado, 
parece  ser  que  la  segunda  de  dichas  capitales  quedó  gober- 
nada por  Abulhachach  Yúsuf ,  el  hermano  de  Abenmar- 
denix,  durante  algunos  años,  acaso  hasta  la  muerte  de 
éste ,  ocurrida  en  1186  (1).  Murcia  vino  á  ser  la  capital  de 
uno  de  los  varios  gobiernos  en  que  los  almohades  dividie- 


( 1)     Almacarí  II,  pág.  7.55  y  Abenaljatib,  ms.  ár.  d(3  la  R.  Ac 
la  Hist.  in'im.  37,  ful.  2HÍ  v.  ó  54  v.  do  la  co[)ia  del  Sr.  Codera. 


—  240  — 

ron  la  España  musulmana  confiando  su  dirección  á  los 
príncipes  de  la  dinastía,  llamados  los  sides  ó  señores  (1). 

Se  ha  dicho  en  su  lugar  oportuno  que,  al  tener  noticia 
el  príncipe  Abuhafs,  hermano  de  Abuyacub  el  emir,  que 
se  habían  rendido  los  hijos  de  Abenmardenix,  marchó 
inmediatamente  á  Murcia,  á  fin  de  hacerse  cargo  de  la 
ciudad.  Pero  debió  permanecer  poco  tiempo  en  ella;  pues 
en  los  años  siguientes  se  le  ve  dirigiendo  desde  Sevilla 
algunas  expediciones  contra  los  cristianos  de  Castilla  y 
Portugal ,  hasta  que  fué  muerto  en  una  de  ellas  el  año 
1179  á  1180  (2).  Los  hijos  del  príncipe  muerto  regresaron 
á  Marruecos  y  se  presentaron  al  emir  dándole  cuenta  de 
las  ventajas  obtenidas  por  los  cristianos  y  de  los  daños 
que  causaban  éstos  en  la  parte  de  la  Península  sometida 
á  los  musulmanes. 

Había  salido  de  Sevilla  el  emir  Abuyacub  y  regresado 
á  Marruecos^  su  capital,  según  quedó  expuesto,  en  el 
año  1175.  Las  noticias  alarmantes  que  le  comunicaron  los 
hijos  del  príncipe  Abuhafs  respecto  del  estado  de  España, 
le  decidieron  á  pasar  de  nuevo  á  ésta  con  fuerzas  para 
emprender  una  campaña  enérgica  y  oponerse  al  avance 
de  los  cristianos.  Mas  por  entonces  no  pudo  realizar  su 
deseo.  Otro  asunto  no  menos  grave  le  retuvo  en  África; 
era  que  la  importante  ciudad  de  Cafsa  se  mantenía  rebelde 
á  su  autoridad,  reconociendo  como  príncipe  á  Alí,  hijo  de 
Alazz,  desde  el  tiempo  de  su  padre  Abdelmúmen.  Abu- 
yacub hubo  de  ir  en  persona  á  sitiar  dicha  ciudad  y,  des- 
pués de  someter  y  destronar  á  su  reyezuelo,  volvióse  á 
Marruecos  (3).  Dícese  por  los  autores  árabes  que ,  al  saberse 
en  España  el  feliz  regreso  del  emir  Abuyacub  á  su  capi- 
tal, procedente  de  su  campaña  contra  los  rebeldes  de 
Cafsa,  marcharon  allá,  á  fin  de  felicitarle,  algunas  comi- 


(1)  Almacari,  I,  pág.  291. 

(2)  El  An(»nimo  de  Copenhague,  ms.  ;ir.  de  la  R.  Ac.  de  la  His- 
toria, núm.  83,  pág.  9;  Ana.siri,  I,  161;  Alien jaldun,  Bei"el)ores,  tra- 
ducción II,  pág.  202. 

(;})    Abenjaldun,  Bereberes,  trad.  II,  pág.  34, 


—  241  — 

siones  españolas,  en  que  figuraban  muchos  magnates 
musulmanes,  presididos  por  el  hermano  del  emir  Abu- 
ishac,  gobernador  de  Sevilla,  y  su  sobrino  Abuabderrá- 
man  Yacub,  hijo  de  Abderráman,  hijo  de  Abdelmúmen, 
gobernador  de  Murcia .  Parece  lo  más  probable  que  fuese 
éste  el  primer  gobernador  almohade  de  la  región  murciana 
y  que  siguió  gobernando  en  ella  algún  tiempo  después  de 
su  regreso  de  xMarruecos,  pues  dicen  los  mismos  autores 
que,  terminado  el  objeto  de  su  viaje,  los  comisionados  de 
España  volvieron  á  sus  puestos  respectivos  (i). 

Los  temores  manifestados  al  emir  por  los  hijos  del 
príncipe  Abuhafs,  muerto,  como  se  ha  dicho,  en  el  año 
1179  á  1180  en  uno  de  los  repetidos  choques  iiabidos  en- 
tre almohades  y  cristianos,  no  carecían  de  fundamento. 
Alfonso  Enríquez  de  Portugal  y  Alfonso  VIII  venían  ex- 
tendiendo por  ese  tiempo  sus  dominios  y  realizando  atre- 
vidas expediciones  hasta  el  corazón  de  la  España  musul- 
mana, y  las  noticias  que  recibió  el  emir  acerca  de  la 
suerte  de  la  guerra  durante  los  años  1182  y  1183,  fueron 
cada  vez  más  alarmantes  y  funestas  para  su  causa. 

Aunque  el  valeroso  caudillo  AIohámed,  iiijo  de  Yacub, 
había  hecho  con  las  tropas  de  Sevilla  una  incursión  por 
tierra  de  Portugal  y  sitiado  á  Évora  y  tomado  algunos 
castillos,  había  tenido  que  volverse,  sin  lograr  apode- 
rarse de  la  plaza,  que  constituía  el  objetivo  de  su  cam- 
paña; y  esto  apesar  de  que  el  almirante  de  la  escua- 
dra de  Sevilla  había  coadyuvado  á  la  campaña  y  logrado 
un  señalado  triunfo  sobre  la  de  Portugal  apoderándose 
de  veinte  barcos  enemigos.  Por  parte  de  Alfonso  VIII,  el 
peligro  era  más  grave  todavía.  Este  esforzado  rey  había 
llegado  á  sitiar  á  Córdoba  y  Écija  y  realizado  repetidas 
incursiones  en  las  comarcas  de  Málaga,  Ronda  y  Gra- 
nada, ganando  el  castillo  de  Santa  Jilea  (2),  en  el  cual 
dejó,  al  retirarse,  un  fuerte  destacamento  de  sus  tropas. 


(1)  Anónimo  de  Copenhague,  ms.  kv.  de  la  R.  Ac.  de  la  Histo- 
ria, n.°  83,  pág.  11;  y  Abenjaldun,  Bereberes,  trad.  pág.  205  del  t.  II. 

( 2)  Parece  que  este  castillo  se  lia,llaba  cerca  de  Carmona. 

16 


—  242  — 

En  vano  el  gobernador  de  Sevilla ,  Abuishac,  habiendo 
pedido  refuerzo  á  los  otros  gobernadores,  llevaba  cuarenta 
días  sitiando  dicho  castillo.  Al  saber  que  se  acercaba  Al- 
fonso VIII  con  su  ejército  en  defensa  de  los  sitiados ,  tu- 
vieron que  retirarse  los  almohades.  Se  ve  en  el  relato  an- 
terior que  éstos  se  hallaban  por  entonces  reducidos ,  en 
general,  á  la  defensiva,  y  si  alguna  vez  penetraban  en  te- 
rritorio enemigo  era  para  recoger  algún  botín  y  volverse 
presurosos  á  sus  capitales.  Tal  fué  la  expedición  de  Mo- 
hámed,  hijo  de  Yúsuf  Abenuanudin ,  contra  Talavera, 
calificada  de  atrevida  por  los  mismos  musulmanes,  pues 
dicen  que  en  setenta  años  no  había  llegado  allí  un  solo 
musulmán ;  se  redujo  á  saquear  y  matar  gente  indefensa 
y  volverse  rápidamente  á  Sevilla  (1). 

En  cuanto  á  la  región  murciana,  no  debió  estar  por 
este  tiempo  libre  de  las  incursiones  y  ataques  de  los 
cristianos,  pues  en  el  año  1183  á  1184,  precisamente 
cuando  Abuyacub ,  en  vista  de  las  graves  noticias  reci- 
bidas de  España,  formó  propósito  decidido  de  pasar  á 
ella,  para  dirigir  una  campaña  ofensiva  contra  los  cris- 
tianos ,  llegaron  á  su  corte  su  hermano  Abusaid ,  hijo  de 
Abdelmúmen ,  el  cual  había  ocupado  el  gobierno  de  Mur- 
cia en  sustitución  de  Abuabderráman  Yacub,  y  otros 
muchos  personajes  murcianos.  Esta  comisión,  según  pa- 
rece, era  una  de  tantas  que  por  estos  años  partían  de 
España ,  á  fin  de  informar  á  los  emires  del  peligro  en  que 
se  hallaban  por  parte  de  los  cristianos.  Pero  sin  que  el 
autor  árabe  especifique  el  motivo,  sigue  diciendo  que  el 
emir  Abuyacub ,  informado  de  la  conducta  de  su  her- 
mano, no  quiso  recibirle  á  solas  y  le  hizo  entrar  confun- 
dido entre  los  otros  personajes  que  formaban  la  comi- 
sión (2). 


(1)  Anónimo  do  Copenhague,  ms.  ar.  Gg.  de  la  Bib.  Nac. ,  nú- 
mero 490,  iiáii,s.  2.5,  .'í;}  V  40,  (>  el  núm.  8;{  de  la  R.  Ac.  de  la  Historia, 
págs.  9,  12,  U,  15  y  19;  Al>enjaldun,  Ber.  trad.  pág.  205. 

(2)     Anónimo  de  Copenhague,   ms.  Gg.  Bib.  Nac.  núm.  490,   pá- 
gina .57,  (■)  el  núm.  83  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  págs.  20  y  21. 


—  243  — 

No  estaría  muy  satisfecho  Abuyacub  de  la  conducta 
del  gobernador  de  Murcia ,  Abusaid ,  y  de  los  de  otras 
provincias  españolas ,  poi-que  en  ese  tiempo  y  como  pre- 
parando las  circunstancias  y  medios  para  su  proyectada 
campaña  en  la  Península,  envía  á  sus  cuatro  hijos  la 
orden  de  hacerse  cargo  dejos  siguientes  gobiernos:  del 
de  Murcia,  Abuabdála,  reemplazando  á  su  tío  Abusaid ; 
del  de  Córdoba,  Abuyahya,  á  instancia  y  consejo  del 
cadí  de  esa  ciudad  Abulualid  Abenroxd  (el  célebre  ñló- 
soí'o  y  médico  Averroes);  del  de  Granada,  un  tercer  hijo 
llamado  Abusaid,  y  en  el  de  Sevilla  quedó  confirmado  el 
hermano  del  emir,  Abuishac.  A  todos  ellos  encarga  im- 
periosamente que ,  sin  perder  tiempo ,  reúnan  en  sus  res- 
pectivos distritos  los  contingentes  de  tropas  más  nume- 
rosos que  les  fuese  posible,  con  destino  á  la  guerra  santa 
que  en  breve  se  iba  á  emprender  (1),  y  que  acudan  á  Se- 
villa, donde  se  reuniría  con  ellos.  Abuyacub  por  su  parte, 
á  la  vez  que  envió  á  sus  hijos  la  orden  de  reunir  tropas  y 
reconcentrarse  en  Sevilla,  hizo  en  África  grandes  prepa- 
rativos de  hombres  y  máquinas  de  guerra,  y  después  de 
enviar  por  delante  algunos  cuerpos,  pasó  desde  Ceuta  á 
Gibraltar  y  seguidamente  se  dirigió  á  Sevilla,  donde  se 
le  incorporaron  los  contingentes  de  los  distritos  de  España. 

La  relación  anterior  de  los  autores  árabes  resulta  con- 
firmada por  el  Cronicón  lusitano  (2) ,  cuando  dice  que  - 
Yuceplí  Ahenjacoh  Emir  Elmiimino ,  secimdus  imperator 
Sarracenorum  fiUios  de  Ali  Abelmuinen,  después  de 
haber  subyugado  el  imperio  de  Marruecos  y  todo  el  reino 
de  aquende  el  mar,  antes  perteneciente  al  rey  Lobo 
(Abenmardenix) ,  á  saber:  Valencia,  Murcia,  Granada  y 
otras  ciudades,  resolvió  pasar  ala  Península  con  decidido 
propósito  de  recobrar  las  ciudades  de  Lisboa,  Cintra, 


(1)  Anónimo  de  Copenhague,  ms.  Bib.  Nac.  Gg.  núm.  490,  pá- 
gina 57,  ó  el  núm.  8:3  déla  R.  Ac  déla  Hist. ,  págs.  20  y  21,  y 
Abenjaldun,  Bereberes,  trad.  II,  pág.  204. 

(2)  Esp.  Sagr. ,  t.  XIV,  pág  429. 


—  244  — 

Santaren ,  P]vora ,  Alcozer  y  todos  los  otros  castillos  de 
Lusitania,  y  subiendo  luego  por  la  ribera  del  Duero  llegar 
hasta  Toledo;  hechos,  al  efecto,  grandes  preparativos  al  otro 
lado  el  mar,  escribió  á  sus  hijos  que  se  hallaban  aquende 
el  Estrecho,  á  saber:  Ahozacli  (Abuishac)  qui  era  rex  Si- 
Mllke ,  á  Ahdaen  Ahuialne  (Abuyahya)  qid  erat  rex  de 
Corduba,  á  Abderrhama  Ahuzeida  (Abusaid)  qui  erat 
rex  de  Granata  y  á  Gama  (Abuabdála)  qai  erat  rex  de 
Murcia  et  de  Valentía ,  ordenándoles  á  todos  ellos  que  se 
preparasen  para  la  campaña,  y  que  el  día  que  llegase  él 
á  Sevilla  acudiesen  ellos  también  á  la  misma  ciudad , 
señalándoles  á  este  fin  el  tiempo  fijo  en  que  podría  en- 
contrarse en  dicha  capital.»  Abuyacub,  reconcentradas 
sus  fuerzas  en  Sevilla,  avanzó  hasta  poner  sitio  á  Santa- 
ren, ante  cuya  plaza  fué  herido  de  muerte,  fracasando 
por  completo  el  objeto  de  la  campaña. 

Bien  fuese  por  una  falsa  maniobra  de  la  mayor  parte 
de  su  ejército,  ó  bien  por  traición,  ó  por  ambas  cosas  á  la 
vez,  lo  cierto  es  que,  según  la  opinión  más  seguida,  en 
una  noche  vióse  el  emir  abandonado  por  la  mayor  parte 
de  sus  fuerzas,  y  enterados  de  esto  los  cristianos,  salie- 
ron precipitadamente  de  la  plaza,  y  cayendo  sobre  él  y 
los  que  quedaban  á  su  alrededor,  llegaron  á  herirle  tan 
gravemente,  que  murió  á  los  pocos  días.  Cuando  adver- 
•  tidas  del  peligro  que  corría  su  emir,  retrocedieron  algu- 
nas de  las  fuerzas  que  se  retiraban ,  á  fin  de  salvarle ,  era 
ya  tarde;  únicamente  lograron  rechazar  á  los  cristianos, 
y  aun  esto  les  costó  caro ,  pues  los  mismos  autores  árabes 
confiesan  que  muchos  de  los  suyos  sufrieron  el  martirio. 
Entre  otros  incidentes  que  se  indican  como  causas  de 
que  se  malograse  la  expedición  de  Abuyacub  contra  los 
cristianos  de  Portugal  y  Castilla,  se  hace  notar  especial- 
mente que  las  tropas  de  Murcia ,  en  uno  de  los  días  del 
sitio  puesto  á  Santaren,  sufrieron  un  rudo  contratiempo. 
Habiendo  salido  de  su  campo,  á  fin  de  realizar  una  in- 
cursión por  el  llano  habitado  por  los  cristianos,  les  salie- 
ron éstos  al  encuentro  y,  trabado  un   reñido  combate 


fiieron  derrotados  los  de  Murcia  y  perseguidos  liasta 
cerca  de  sus  posiciones,  perdiendo  cincuenta  acémilas 
que  liabían  salido  á  forrajear  (i). 

El  sitio  de  Santaren  y  la  muerte  de  Abuyacub  hubie- 
ron de  ocurrir  en  los  meses  de  Junio  á  Julio  de  1184. 
Parece  lo  más  probable  que  Abuyacub  muriese  en  el 
camino  de  Santaren  á  Sevilla;  pues  dicen  los  autores  ára- 
bes que  su  hijo  fué  reconocido  como  emir  por  los  caudi- 
llos y  los  otros  príncipes,  á  fln  de  que  no  quedase  el  ejér- 
cito sin  jefe  supremo  teniendo  próximo  al  enemigo,  y  que 
al  llegar  á  Sevilla,  se  le  proclamó  solemnemente. 

Es  de  creer  que  el  nuevo  emir  quiso  desde  luego 
emprender  nuevas  expediciones  contra  los  cristianos ,  y 
aun  se  dice  que ,  habiendo  pedido  fuerzas  á  Marruecos, 
salió  en  unión  de  su  hermano  Abuyahya,  al  que  hemos 
visto  figurar  como  gobernador  de  Córdoba,  y  llegó  á  tomar 
algunos  castillos  y  asolar  las  fronteras  enemigas;  pero 
trastornos  ocurridos  en  África  le  hicieron  marchar  á  Ma- 
rruecos. Sucedió  que  los  almorávides  de  Mallorca,  al  ente- 
rarse de  la  muerte  de  Abuyacub  en  Santaren,  capitanea- 
dos por  sus  príncipes  Alí  y  Yahya,  hijos  de  Ishac,  hijos 
de  Mohámed,  hijos  de  Alí  Abengania,  habían  invadido 
las  costas  africanas  apoderándose  de  Bugia  y  sus  comar- 
cas vecinas  y  dando  comienzo  á  una  lucha  que  contribuyó 
grandemente  á  abatir  el  poderío  almohade. 

Hacia  el  tiempo  en  que  abandonó  Abuyúsut"  Almanzor 
la  ciudad  de  Sevilla  para  marchar  á  Marruecos,  ó  muy 
poco  después,  quedó  encargado  del  gobierno  de  Murcia, 
en  reemplazo  de  su  hermano  Abuabdála,  otro  hermano, 
llamado  Abuhafs  que  tomó  el  sobrenombre  de  Arraxid, 


(1)  Abenaljatib,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  n."  37,  folio 
259  Y.;  V  54  de  la  copia  del  Si-.  Codera;  Ari()riimo  de  Cop.  ms.  kv.  de 
la  R.  Ac.  do  la  Hist.  págs.  20  á  24  y  27;  Al)enalatii'  XI,  pá-'.  3.32: 
Xouaii'i,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  n."  (JO,  art.  sobi-e  Aljuyacul) 
Yúsut',  liijo  de  Aljdelmúmen;  Almicd  Anasiri  I,  pág.  162;  Aljenjal- 
dun,  Bereljeres,  trad.  II,  pág.  125;  y  Cartas  141.  Véase  tanil)ién  á 
Dozy,  Recliei'chcs,  II,  pág.  450  y  457. 


—  24é  — 

el  cual  aparece  presidiendo  la  oración  fúnebre  en  el  sepe- 
lio del  célebre  alfaquí  Abderráman  Abenhobaid ,  fallecido 
en  Murcia  en  1188.  No  estuvo  muclio  tiempo  el  nuevo 
gobernador  de  Murcia  al  frente  de  ella,  y  sus  días  acaba- 
ron trágicamente;  pues,  aparte  de  que  su  administración 
fué  funesta  para  la  región  de  su  mando,  hasta  el  punto 
que  un  autor  árabe  dice  de  él  que  fué  ladrón  de  los  bie- 
nes de  sus  gobernados,  intentó  alzarse  contra  el  emir  y 
destronarle  contando  con  el  apoyo  de  su  tío  Aburrebia, 
gobernador  de  Tedia  y  con  que  el  poderío  de  su  hermano 
habría  sido  quebrantado  gravemente  á  consecuencia  del 
descalabro  sufrido  en  Ghomart  por  el  ejército  de  avanzada 
que  había  enviado  contra  los  almorávides  Alí  y  Yahya 
Abengania,  los  cuales,  como  se  ha  dicho,  habían  logrado 
apoderarse  de  Bugia  y  sus  comarcas. 

No  había  pasado  de  ser  una  intentona  el  propósito  del 
gobernador  de  Murcia  Arraxid ;  pero  no  fué  tan  secreta, 
que  quedase  ignorada  por  el  emir;  pues  á  seguida  que 
volvió  éste  á  su  capital ,  después  de  haber  recobrado  á 
Bugia  del  poder  de  los  almorávides,  fué  informado  de  la 
conducta  de  su  hermano  y  de  su  tío  el  gobernador  de 
Tedia.  Al  dirigirse  Arraxid  á  Marruecos,  á  ñn  de  felici- 
tarle por  el  feliz  regreso  de  su  campaña  de  Bugia,  según 
costumbre  seguida  por  los  príncipes  en  tales  casos ,  encon- 
tróse con  él  cerca  de  Mequinéz ;  no  se  habían  cruzado  dos 
palabras  entre  ambos,  cuando  mandó  el  emir  que  fuese 
maniatado  Arraxid  y  llevado  preso  á  Marruecos,  hasta 
tanto  que  se  fallaba  sobre  la  causa  que  dispuso  formar  en 
el  acto  acerca  de  su  gestión  y  propósitos.  La  sentencia  no 
debió  ser  favorable;  además  de  ser  acusado  de  su  injusta 
administración  y  de  haber  causado  la  muerte  al  cadí  mur- 
ciano y  predicador  de  la  aljama  Abenabichomra  dándole 
en  el  pecho  un  terrible  golpe  con  su  espada,  de  resulta 
del  cual  falleció  á  poco,  su  intento  de  usurpar  el  poder  á 
su  hermano  era  público  y  probado  por  los  manejos  que 
había  traído  con  otros  jefes,  procurando  comprometerles 
para  la  realización  de  su  deseo.  Confirmada  la  culpabili- 


—  247  — 

dad  de  Arraxid  y  de  su  tío  Aburrebia  Soláiinan ,  fueron 
condenados  á  muerte  y  ejecutados  de  orden  del  emir  (1). 

En  los  años  sucesivos,  á  partir  de  1190  hasta  119,5, 
nada  aparece  consignado  en  los  autores  árabes  conocidos , 
que  se  refiera  concretamente  á  la  región  murciana ,  como 
no  sea  el  que  sus  tropas  tuvieron  que  concurrir  con  las  de 
los  otros  distritos  á  las  campañas  que  Abuyúsuf  Alman- 
zor  emprendió  personalmente  durante  dichos  años ,  á  ñn 
de  contener  el  avance  de  los  cristianos,  principalmente  de 
Portugal  y  Castilla,  lo  cual  consiguió  en  las  dos  expedi- 
ciones felices  para  los  musulmanes ,  que  se  conocen  con 
los  nombres  de  Silves  y  Alarcos.  Todavía  salió  el  emir 
contra  los  cristianos  al  año  siguiente  (1196)  y,  después  de 
asolar  varios  castillos  de  Extremadura  y  Toledo,  llegando 
á  amenazar  á  la  misma  capital  y  arrasar  sus  campiñas, 
volvióse  á  Sevilla.  Las  expediciones  afortunadas  de  Abu- 
yúsuf obligaron  á  los  cristianos  á  pedirle  tregua,  y  quedó 
ésta  concertada  por  cinco  años .  Entonces  trasladóse  el 
emir  á  Marruecos  y  nombró  príncipe  heredero  á  su  hijo 
Mohámed  que  tomó  el  título  de  Anasir  Lidmald,  cuando, 
muerto  su  padre  en  Diciembrede  1198  ó  Enero  de  1199, 
ocupó  el  emirato  (2). 

El  nuevo  emir  renovó  la  tregua  con  los  cristianos ;  pero 
la  paz  no  debió  ser  duradera;  pues  en  el  año  de  1203  á 
1204  se  hacen  en  Sevilla  grandes  preparativos  de  guerra  , 
y  en  los  años  sucesivos  hay  frecuentes  cambios  de  gober- 
nadores en  las  provincias ,  y  excitaciones  á  éstos  de  parte 


(1)  Abdeluáhid,  págs.  200  y  201;  Am'inimo  de  Copen,  ms.  ár.  de 
la  Bib.  Nac.  Gg.,  n.°.  490,  pág.  88;  ó  el  de  la  R.  Ac.  de  Hist.  n."  83, 
pág.  39;  Aljenalabaí'.  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  pág.  575.  Abeljaldun,  Be- 
reb.  trad.  II,  pág.  211  y  Anasirí,  I,  pág.  174,  dicen  rpio  Árraxid  y  su 
tío  Aburrebia  pecmanecieron  presos  en  Rabat-Altath,  durante  el  pro- 
ceso que  se  les  siguió. 

(2)  Anónimo  de  Cop.  ms.  ái.  de  la  Bib.  Nac.  núm.  490,  pag.  90 
y  siguientes;  ó  el  83  de  la  R.  Ac.  de  la  Historia  pág.  41  y  siguientes; 
Ál)enjaldun,  Bereberes,  tradui;.  II,  pág.  212,  213  y  214;  Nouairi, 
ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  núm.  00,  art.  sobre  Abuyúsuf  Yacub; 
Áhmed  Anasiri,  I,  pág.  175;  Abdeluáhid,  pág.  203  y  siguientes,  y 
otros. 


—  248  — 

del  emir ,  para  que  vigilen  y  atiendan  á  la  defensa  de  las 
comarcas  de  su  respectivo  mando  (1).  Por  este  tiempo  se 
menciona,  como  gobernador  de  Murcia,  al  sid  Mohámed 
Abuabdála,  el  cual  en  1207  á  1208  es  trasladado  al  go- 
bierno de  Sevilla  y  reemplazado  en  el  de  Murcia  por  el 
sid  Abulhásan  Abenuachach,  quien,  á  su  vez,  es  enviado 
á  Marruecos  en  1210  á  1211  y  sustituido  por  Abuiniran» 
hijo  de  Abuyasin ,  el  de  Hintata.  En  el  mismo  año  es  tras- 
ladado á  Córdoba  el  cadí  de  Murcia  Abumohámed  Aben- 
hutalá ,  y  vuelve  á  ser  cadí  de  esta  ciudad  Abulhásan  el 
Castelí  (2).  Acaso  este  último  cambio  de  los  jefes  de  la 
región  murciana  fué  debido  al  peligro  que  amenazaba, 
pues  es  sabido  que  por  entonces  se  apoderó  Pedro  II  de 
Aragón  de  varios  castillos  pertenecientes  á  Valencia,  aco- 
giéndose sus  defensores  al  perdón  de  la  vida  que  se  les 
ofrecía  en  caso  de  rendirse,  ó  prefiriendo  otros  escapar  á 
las  ciudades  más  defendidas  ó  á  Tremecén ;  y  que  á  la  vez 
hacían  otro  tanto  los  castellanos  en  las  comarcas  de  Mur- 
cia que  les  eran  fronterizas.  Tal  situación  hizo  que  llegase 
á  la  presencia  del  emir  Anasir  en  Marruecos  una  comisión 
de  los  musulmanes  del  Este  de  España,  á  fin  de  infor- 
marle de  las  incursiones  y  conquistas,  que  estaba  efec- 
tuando en  su  país  el  monarca  aragonés  (3).  Anasir,  dice 
el  autor  árabe,  prometió  á  la  comisión  del  Oriente  de 
España,  como  á  otras  que  indudablemente  debieron  de 
llegarle  de  las  restantes  provincias  fronterizas  á  Castilla 
y  Portugal,  que  pasaría  en  breve  á  auxiliarles  y,  acto 
seguido,  escribió  á  los  gobernadores  de  Sevilla  y  Córdoba 
que  dispusieran  sus  huestes  para  la  enérgica  campaña  que 
iba  á  emprender  dirigiendo  personalmente  el  ejército  (4). 


(1)  Anónimo  do  Cop.,  nis.  ár.  ác  la  Bib.  Nac.  núm.  450,  |iá,i;ina;^ 
138  y  152;  6  el  83  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  páf^s.  Gl  y  6(5. 

(2)  Anónimo  de  Cop.,  p,í,,ií.  167  del  ms.  de  la  Bib.  Nac.  n  70  del 
de  la  H.  Ac.  de  la  Historia. 

(3)  Anónimo  de  Cop.  vns.  ár.  de  la  Bib.  Nac.  núm.  15(1,  pá^,'.  1(15 
y  172;  ó  el  83  del  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  páy.  71  y  72. 

(4)  Lugar  antes  citado. 


—  249  — 

Cuando  estuvo  todo  preparado,  pasó,  en  efecto,  Anasir 
a  España  y  desde  Sevilla  comenzó  la  expedición  que  tuvo 
tan  funesto  resultado,  al  perder  los  musulmanes  la  batalla 
de  las  Navas  ó  de  Ocab,  como  ellos  la  llaman,  confesando 
que  fué  la  más  tremenda  derrota  que  habían  sufrido,  y  la 
causa  que  determinó  la  extinción  de  su  imperio  en  la 
Península.  Dicha  batalla  tuvo  lugar  en  uno  de  los  días  de 
Julio  de  1212,  y  trajo,  como  principales  consecuencias 
contra  la  dominación  almohade,  la  pérdida  de  Evora  y 
rbeda,  entre  otras  plazas  importantes,  la  invasión  del 
Magreb  por  los  Benimerines  que  avanzan  desde  el  Tab,  y 
á  poco  la  rebelión  de  los  sides  ó  gobernadores  de  las  pro- 
vincias de  España  y  del  Magreb  (1). 

El  gobierno  del  emir  Yúsuf,  titulado  Almostansir, 
que  sucedió  á  su  padre  Anasir,  muerto  en  Marruecos  á 
ñl timos  de  1213  ó  principios  de  1214,  marca  j3.  el  período 
de  alarmante  decadencia  en  el  imperio  almohade.  Los 
mismos  autores  árabes  confirman  que  el  nuero  emir, 
joven  sin  experiencia  y  entregado  á  los  placeres  de  la 
vida ,  abandonó  los  asuntos  á  sus  ministros ,  y  los  gober- 
nadores obraban  en  sus  distritos  como  señores  indepen- 
dientes. Por  lo  que  á  Murcia  se  refiere,  en  los  primeros 
años  del  gobierno  de  Almostansir  solamente  se  hace  men- 
ción que  en  el  de  1216  á  1217,  recobraron  los  musulma- 
nes el  castillo  de  Xerira  (?),  situado  en  la  frontera  de 
Murcia  (2).  En  cambio,  conviene  hacer  constar,  para 
explicarse  ulteriores  hechos,  que  D.  Jaime  el  Conquis- 
tador en  1220  sitiaba  á  Albarracín  y  en  1222  se  encon- 
traba con  su  ejército  junto  á  Castellón  de  la  Plana,  dueño 
ya  de  Estación  (3).  En  el  mismo  año  es  trasladado  el 


(1)  Anónimo  de  Cop.  m.  ár.  de  la  Bib.  Nac.  núm.  490,  pág.  178 
y  siguientes,  ó  el  83  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  pág.  74  y  siguientes;  el 
NouaiiM,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  núm.  60,  art.  sobre  Anasii-; 
ol  autor  del  Cai'tás,  pág.  58  y  siguientes;  Ahmod  Anasiri,  I,  192;  Al^eii- 
alcadi,  pág.  99  y  siguientes;  Abdeluáliid,  pág.  234  y  otros,  traen 
narraciones  detalladas  de  la  campaña  y  batalla  de  las  Navas  que  no 
liace  á  nuestro  propósito  exponei*. 

(2)  Aljenalaljar,  III,  fotogr.  pág.  193. 

(3)  El  archivo  de  Chabas,  tomo  VIII,  pág.  239. 


—  250  — 

sid  Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Yúsuf  Almanzor,  del 
gobierno  de  Granada  al  de  Murcia. 

El  nuevo  gobernador  de  Murcia  se  reunió  en  esta  ciu- 
dad con  un  jeque  almohade  que  había  sido  ministro  del 
emir  Anasir  y  gobernador  de  Tremecén .  No  determinan 
claramente  los  autores  cual  fué  la  situación  primera  de 
dicho  personaje  en  Murcia,  ni  el  motivo  de  hallarse  en 
ella;  afirman  unos  que  marchó  á  dicha  ciudad  acompa- 
ñando al  nuevo  gobernador,  y  otros  le  suponen  desterrado 
ya  en  ella  de  orden  del  nuevo  emir  Almostansir.  Tampoco 
su  apellido  aparece  escrito  siempre  del  mismo  modo; 
unas  veces  se  lee  Abenyurchan  y  otras  Yurchan.  Lo 
cierto  es  que  á  tal  personaje  se  atribuye  principalmente 
la  rebelión  de  Aladel  que  consiguió  hacerse  reconocer  co- 
mo emir,  primeramente  de  España  y  luego  también  de 
Marruecos .  Hé  aquí  la  versión  más  probable  que  acerca 
del  particular  aparece  consignada  más  ó  menos  al  detalle 
en  los  autores  árabes .  Muerto  el  emir  Almostansir  en  Ma- 
rruecos en  Noviembre  ó  Diciembre  de  1223  ó  en  Enero 
de  1224,  según  otros,  envenenado  por  su  visir  el  sid 
Abenchamí,  como  refiere  Abenjaldun,  ó  á  consecuencia 
de  una  cornada  que  le  dio  una  vaca,  pues  era  aficionado 
á  la  lucha  con  los  animales,  según  afirma  Abenaljatib,  la 
asamblea  de  los  jeques  almohades,  presidida  por  dicho 
visir  Abenchamí,  anunció  el  advenimiento  al  poder  de 
Abumohámed  Abdeluáhid,  hermano  de  Yúsuf  Almanzor, 
quien  acto  seguido  quedó  proclamado  emir. 

Pero  al  saberse  en  España  la  proclamación  de  Abde- 
luáhid, llamado  luego  el  destronado,  comenzó  su  sobrino 
Abumohámed  Abdála  Aladel,  entonces  gobernador  de 
Murcia,  á  prestar  oídos  á  las  incitaciones  que  le  liacía 
Abenyurchan  para  que  se  alzase  pretendiendo  el  poder 
soberano ,  asunto  que  había  de  serle  muy  fácil ,  según  le 
decía,  entre  otras  razones,  porque  el  mismo  Yúsuf  Al- 
manzor liabía  expresado  su  voluntad  de  que  le  sucediese 
él,  después  de  Anasir  su  "hijo,  porque  el  pueblo  miraba 
con  malos  ojos  al  visir  Abenchamí,  y  todos  los  gobernado- 


—  251  — 

res  de  España  eran  hijos  de  Yúsiif  Almanzor,  y  habían 
de  estar  poco  satisfechos  del  nuevo  orden  de  cosas .  Ala- 
del  que  desde  el  primer  momento  que  supo  la  proclama- 
ción de  su  tío  se  mostraba  reacio  en  reconocerle  ó  rendirle 
homenaje,  escuchaba  con  visible  agrado  los  consejos 
de  Abenyurchan  y  se  hizo  proclamar  emir  en  Murcia, 
tomando  el  título  de  Aladel,  que  por  anticipado  se  le  ha 
atribuido  en  esta  historia.  Al  hacerse  proclamar  emir, 
contaba  ya  con  la  adliesión  de  sus  hermanos  Abualale , 
gobernador  de  Córdoba,  Abulliásan,  gobernador  de  Gra- 
nada y  Abumuza,  gobernador  de  Málaga,  los  cuales 
habíanle  prestado  en  secreto  juramento  de  fidelidad.  Otro 
personaje  notable,  á  quien,  según  parece,  escribió  luego 
y  unió  á  su  partido,  fué  el  gobernador  de  Jaén  Abumo- 
hámed  el  Bayesí  ó  de  Baeza,  llamado  así  por  haber  nacido 
en  esta  ciudad,  según  unos,  ó  por  haber  sido  proclamado 
emir  en  ella,  como  quieren  otros.  Era  hijo  de  Abuabdála 
Mohámed  y  biznieto  de  Abdelmúmen.  El  Bayesí  ó  el  de 
Baeza,  que  es  como  se  le  conoce  comúnmente  por  los 
autores  árabes ,  se  había  decidido  á  abrazar  Ja  causa  de 
Aladel,  al  saber  que  elemir  Ábdeluáhid  había  nombrado, 
para  reemplazarle  en  el  gobierno  de  Jaén ,  al  sid  Aburre- 
bia,  hijo  de  Abuhafs.  Reunido  el  Bayesí  con  Abualale, 
gobernador  de  Córdoba,  dirigiéronse  ambos  á  Sevilla, 
donde  obligaron  á  abrazar  la  causa  de  Aladel  al  goberna- 
dor de  la  ciudad  Abdelaziz,  hermano  de  Almanzor  y  de 
Ábdeluáhid  el  destronado.  El  único  gobernador  de  quien 
se  dice  se  opuso  á  la  revuelta  de  Aladel  y  guardó  su  fide- 
lidad al  soberano  de  Marruecos  Ábdeluáhid,  fué  el  de 
Valencia,  Abusaid,  hijo  de  Abuabdála  y  hermano  del 
Bayesí . 

Luego  que  supo  Aladel  que  había  sido  ganada  Sevilla 
á  su  favor,  marchó  allá,  donde  se  reunió  con  su  liermano 
Abualale  y  el  Bayesí.  Entre  tanto,  enterados  los  jeques 
almoliades  de  Marruecos  de  la  proclamación  de  Aladel  en 
España  y  acaso  ganados  por  éste  con  dinero  y  promesas 
de  altos  cargos,  destronaron  á  Ábdeluáhid  y  le  mataron  á 


—  252  ~ 

los  pocos  días  reconociendo  á  Aladel ,  á  quien  enviaron  el 
juramento  de  su  fidelidad  en  Marzo  á  Mayo  de  1224:. 

La  mayor  parte  de  los  autores  árabes ,  al  llegar  á  este 
punto,  refieren  la  revuelta  del  Bayesí  que  aspiró  á  suplan- 
tar á  Aladel ,  con  anterioridad ,  según  ellos ,  á  la  salida 
de  éste  para  la  corte  de  Marruecos.  Sin  embargo,  el  Anó- 
nimo de  Copenhague  da  á  entender,  y  esto  parece  lo  más 
probable,  que  Aladel,  luego  que  supo  su  proclamación  en 
Marruecos,  corte  del  imperio,  pasó  á  ella;  pues  dice,  refi- 
riéndose al  mismo  año,  que  desde  Marruecos  nombra  Ala- 
del para  el  gobierno  de  Sevilla  á  su  hermano  Abualale , 
y  para  el  de  Córdoba  al  Bayesí.  Otro  autor,  el  Bechi, 
refiriéndose  también  al  mismo  tiempo,  presenta  á  Aladel 
distribuyendo  gobiernos  de  las  provincias  de  África. 

Pero  bien  fuese  antes  de  que  Aladel  pasase  á  Marrue- 
cos ó  estando  ya  en  dicha  costa,  es  lo  cierto  que  el  Baye- 
sí, deseoso  de  ser  el  emir  general  de  los  almolmdes,  se 
alza  contra  Aladel  y  se  hace  proclamar  con  el  título  de 
Atafír,  siendo  reconocido  por  los  de  Baeza,  Córdoba, 
Jaén,  Quesada  y  otras  poblaciones  de  la  frontera  central. 
Sabedor  de  esto  Aladel ,  envía  á  su  hermano  Abualale  la 
orden  de  si  tiar  al  rebelde  en  su  capital ,  que  parece  haber 
sido  Baeza  y  en  la  cual  se  había  hecho  fuerte.  Tanto  esta 
expedición  como  otra  que  salió  seguidamente  contra  él , 
dirigida  por  Abusaid,  hijo  de  Abuhafs,  no  produjeron  el 
resultado  apetecido,  según  algunos  autores ,  los  cuales 
aseguran  que  logró  el  Bayesí  resistirse  vigorosamente  en 
su  ciudad.  Sin  embargo,  otros  cuentan  que  llegó  á  some- 
terse; pero  á  seguida  que  se  retiró  el  ejército  de  Sevilla, 
se  acogió  á  la  protección  del  rey  D.  Fernando  ofrecién- 
dole la  entrega  de  las  ciudades  de  Jaén  y  Quesada.  «Con- 
cediósela  sin  dificultad ,  dice  el  Sr.  Fernández  y  Gonzá- 
lez (i),  el  soberano  de  Castilla,  poniendo  á  sus  órdenes 
veinte  mil  guerreros  con  los  cuales ,  después  de  hacerse 
dueño  de  Córdoba,  desbarató  en  el  territorio  sevillano  las 


I 


(1)    Obra  citada,  pág.  85. 


—  253  — 

gentes  del  príncipe  Almamun  Abiialale  (Aben  Líale  de 
nuestras  crónicas),  hermano  de  Miramamolin  Aladel». 

Los  autores  que  suponen  á  Aladel  en  España  con  pos- 
terioridad á  la  revuelta  del  Bayesí,  señalan  esta  derrota 
como  causa  de  que  temiendo  aquél  que  llegase  su  rival  á 
prevalecer  sobre  él,  se  trasladase  á  Marruecos  dejando  en 
Sevilla  á  su  hermano  Abualale.  La  suerte  de  Aladel  al 
otro  lado  del  Estrecho  fué  poco  feliz;  víctima  del  espíritu 
de  rebelión  que  consumía  al  imperio,  fué  estrangulado  en 
Septiembre  ú  Octubre  de  1227  y  proclamado  en  su  lugar, 
Yahya,  hijo  de  Anasir. 

Cuando  supo  Abualale  que  los  jefes  almohades  y  ára- 
bes habían  rechazado  la  autoridad  de  su  hermano  Aladel 
y  le  habían  asesinado,  se  hizo  proclamar  en  Sevilla,  to- 
mando el  título  de  Almamim,  y  logró  con  sus  manejos 
que  allende  el  Estrecho  estallase  una  formidable  insu- 
rrección contra  el  proclamado  Yahya  y  que  se  adhiriesen 
á  su  causa  varios  de  los  gobernadores  del  Alagreb  y  de  la 
región  de  Túnez.  Además  consiguió  verse  libre  de  su 
enemigo,  el  Baj^esí,  pues  habiendo  salido  éste  de  Cór- 
doba ayudado  por  sus  aliados  los  cristianos ,  á  fin  de  si- 
tiar á  Almamun  Abualale  en  Sevilla,  fué  derrotado  en  las 
inmediaciones  de  esa  ciudad  y,  perseguido,  corrió  á  en- 
cerrarse en  Córdoba.  Mas  se  encontró  que  los  habitantes 
de  la  ciudad,  disgustados,  bien  por  su  gobierno,  bien 
por  su  alianza  con  los  cristianos ,  á  quienes  acababa  de 
hacer  nuevas  concesiones  de  territorios,  se  habían  alzado 
contra  él,  y  hubo  de  refugiarse  en  Almodóvar,  donde  su 
propio  visir  le  cortó  la  cabeza  y  marchó  con  ella  á  Sevilla 
á  presentarla  á  Almamun  Abualale  (1). 


(1)  Para  el  recitado  que  va  expuesto  nos  han  servido:  El  Anó- 
nimo de  Cop.,  ms.  ar.  de  la  Bib.  Nao.,  núm.  490,  págs.  198  y  si- 
guientes, ó  el  83  de  la  Ac.  de  la  Hist. ,  pág.  77  y  siguientes;  el  Zar- 
quechi,  ti'ad.  de  Fagnan,  pág.  26  y  si  g\  den  tes;  Abenjaldun,  Bere- 
beres, trad.  II,  pág.  230,  y  el  t.  VI,  pág.  252;  IV,  pág.  168  del  texto 
árabe,  edic.  del  Cairo;  Cartas,  pág.  162  y  siguientes;  Abenjalican, 
biogr.  839 ;  Ahmed  Anasirí ,  I ,  pág.  195 ;  el  Bechi ,  pág.  60 ;  Alma- 
cari,  II,  697,  ,y  I,  755,  y  Fernández  y  González,  «Estado  social  y 
político  de  los  mudejares»,  págs.  84  y  85. 


—  254  — 

Durante  la  primera  fase  de  la  lucha  civil  entre  Alma- 
mun  y  el  Bayesí,  auxiliado  por  los  cristianos  del  rey 
Fernando,  éstos,  además  de  los  pueblos  y  castillos  que 
les  cedió  su  protegido,  entre  los  cuales  se  cita  áBaeza, 
Quesada,  Salvatierra  y  Bélmez,  habían  penetrado  en 
Marbuna,  perteneciente  á  la  región  de  Murcia,  pasando 
á  cuchillo  á  sus  hombres  y  llevándose  cautivos  á  sus 
niños  y  mujeres;  iguales  desmanes  cometieron  en  Loja, 
donde  también  lograron  entrar,  y  en  el  castillo  de  Da- 
lias, cerca  de  Almería,  y  una  banda  de  los  soldados  de 
Murcia,  que  se  había  aventurado  á  marcharen  defensa 
de  dicho  castillo,  fué  sorprendida  y  aniquilada.  Pero  la 
victoria  obtenida  por  Almamun  sobre  el  Bayesí,  que 
trajo  en  consecuencia  la  muerte  de  éste  y  que  toda  la 
parte  que  le  había  obedecido  reconociese  á  Almamun, 
hizo  que  sus  auxiliares  los  cristianos  se  retirasen  de  los 
pueblos  interiores  de  Andalucía,  hasta  los  cuales  habían 
avanzado  en  auxilio  de  aquél  (1). 

No  hace  á  nuestro  propósito  exponer  aquí  la  lucha 
que  hubo  de  sostener  Almamun  en  África ,  hasta  hacerse 
proclamar  emir  en  Marruecos.  Pero  sí  debemos  hacer 
constar  que,  como  se  referirá  más  adelante,  los  musul- 
manes españoles  se  aprovecharon  de  su  ausencia  y  de  la 
guerra  civil  en  que  se  vio  ocupado  allende  el  Estreclio, 
para  alzarse  contra  la  dominación  almohade  y  desterrarla 
de  la  Península,  así  como  antes  liabían  acabado  con  la 
de  los  almorávides. 


(1)  Anónimo  de  Cop.,  ms.  ar.  Gg.  de  la  Bib.  Nac. ,  jxííí-.  20.S,  ó 
el  83  do  la  R'.  Ac.  de  la  Hist.,  pág.  8U;  Cai-tás,  págs.  164  y  181 ;  Al- 
macai'í,  II,  7(50 ;  Álimed  Anasiii,  I,  2Í0,  ,y  otros, 


CAPITULO  XVIII 

Vdroru's  qiw  por  sus  altos  cargos  ó  instrucción  Jloi-ecie ron  en  la 
rvijión  murciana  durante  el  mando  de  los  almohades. 


A  semejanza  de  lo  hecho  en  otros  períodos  de  esta  his- 
toria, exponemos  en  el  presente  capítulo,  siquiera  sea  de 
ligero,  algunas  noticias  biográficas  relativas  á  los  varones 
que  en  la  política  y  administración  ó  en  las  letras  flore- 
cieron en  la  región  murciana  durante  la  dominación  de 
los  almohades.  He  aquí  los  principales  de  ellos,  de  que 
nos  dan  cuenta  los  autores : 

Abuamru  Otman,  hijo  de  Mohámed,  conocido  más 
comunmente  por  el  Baxichí,  jurisconsulto  y  metafísico; 
murió  en  Murcia,  su  ciudad  natal,  en  1184  á  1185  (1). 

Abdelaziz,  hijo  de  Mohámed  Alyasahbí,  más  conocido 
por  el  Balbí,  de  Murcia,  donde  ejerció  los  cargos  judicia- 
les de  zavalaquem  y  mohteceb.  Además  se  distinguió  como 
gramático  y  poeta.  Murió  en  la  flor  de  su  vida  en  el  año 
1184  á  1185  (2). 

Abulcásim  Abderráman ,  hijo  de  Mohámed ,  más  cono- 
cido por  Abenhobaix.  Nacido  en  Almería,  marchó  en  su 
juventud  á  Córdoba  en  el  año  1136  á  1137,  donde  perma- 
neció cerca  de  tres  años  completando  su  instrucción  en 
Alcorán,  jurisprudencia,  gramática  y  poesía,  al  lado  de 
los  más  renombrados  doctores  de  la  ciudad.  Vuelto  á  Al- 
mería, vivió  en  ella  hasta  que,  tomada  por  los  cristianos 
en  1147,  hubo  de  trasladarse  á  Murcia  y,  pasados  unos 


(1)  Adabí,  Bib.  ar.  hisp.,  III,  117G;  v  Abenalabar,   irlem,   V  v 
VI,  1836. 

(2)  Adabí,  Bib.  ar.  hisp.,  tom.  III,  1086. 


—  256  — 

días  en  esta  ciudad,  á  Alcira  en  la  que  fué  presidente  de 
la  oración  y  predicador  de  la  aljama  y  desempeñó  el  cargo 
judicial  de  zavalaquem  durante  dos  años  próximamente. 
De  Alcira  fué  trasladado  á  Murcia,  en  calidad  de  predi- 
cador de  la  aljama,  cargo  que  desempeñó  turnando  con 
Abuabdála  Abensad  y  Abualí  Abenarib.  En  el  año  1182 
á  1183  fué  nombrado  cadí  de  la  ciudad.  Se  iiizo  famoso 
como  predicador  de  extraordinarias  facultades  y  poderosa 
elocuencia  y  falleció  en  Murcia  en  el  año  1188  á  1189  á 
los  ochenta  de  su  edad,  presidiendo  la  oración  fúnebre  en 
su  sepelio  Abuhafs  Arraxid,  entonces  gobernador  almo- 
hade  de  dicha  ciudad  (1). 

Abubéquer  Yahya,  hijo  de  Abdelchalil.  Era  de  la  gente 
de  Murcia,  donde  creció  é  hizo  sus  primeros  estudios. 
Después  vivió  en  Sevilla  y  más  tarde  en  Marruecos  reve- 
lándose como  poeta  de  los  más  notables  de  su  época ,  tanto 
que  sus  biógrafos  dicen  que  las  poesías  de  Abenabdel- 
chalil  sirvieron  de  modelos  en  las  escuelas ,  y  llegó  á  ser 
llamado  el  poeta  no  sólo  de  España,  sino  de  Occidente. 
Aunque  se  le  tilda  de  excesivamente  adulador  de  los  emi- 
res, todos  reconocen  el  vigor  y  mérito  de  sus  poesías.  Sus 
biógrafos  citan  como  suyos  los  siguientes  versos. 

« Si  las  desgracias  llegan  á  caer  sobre  el  hom- 
bre dotado  de  espíritu  noble,  es  únicamente  para 
hacer  resaltar  la  excelencia  de  su  naturaleza. 

Así  como  las  limas  del  artífice,  si  muerden  el 
hierro,  no  es  para  consumirlo,  sino  tan  solo  para 
rectificarlo. 

Aunque  el  hombre  entregado  á  la  ciencia  no 
encuentre  en  ella  su  lucro,  no  por  eso  siente  ava- 
,  ricia  de  riquezas;  más  bien  considera  abundante 

su  situación. 

Aquel  que  es  pródigo  de  su  propio  espíriti ,  es 
un  ser  superior  y  más  noble  que  el  que  se  des- 
prende de  su  riqueza. » 


(1)     Adabi,  Bib.  :ir.  liisp.,  t.  III,  988;  y  Abenalabar,  id.  VI,  IHIT. 


—  257  — 

Murió  Abenabdelchalil  en  Marruecos  en  1194  á  1195  (1). 

Abuabdála  Mohámed ,  hijo  de  Mofarrech,  natural  de 
jNIurcia.  Se  distinguió  como  tradicionista  y  jurisconsulto 
y  además,  segam  se  dice,  poseía  grandes  conocimientos 
genealógicos  de  la  gente  de  Murcia  y  noticias  de  sus  régu- 
los y  dominadores.  Murió  en  su  ciudad  en  el  año  1194 
á  1195  (2). 

Aburrichal,  hijo  de  Galbun,  de  Murcia,  llamado  el 
secretario  ó  escritor,  discípulo  de  Abucháfar  Abenuada  y 
de  Abuishac  Abenhafacha  cuya  colección  poética  logró 
reunir,  fué  excelente  prosista  y  poeta  y  falleció  en  1193 
á  1194  (8). 

Abuadála  Mohámed,  hijo  de  Málic,  más  conocido  por 
el  de  Muía,  por  ser  originario  de  esta  ciudad.  Estuvo  en 
Córdoba  y  otras  ciudades,  y  fué  discípulo  de  Abubéquer 
Abenalarabí  de  quien  aprendió  la  obra  titulada  Almosal- 
sala.  Acérrimo  partidario  del  sistema  de  Málic,  lo  defen- 
dió públicamente.  Después  de  ejercer  el  cadiazgo  en  una 
de  las  ciudades  del  Este  de  España,  fué  vicario  del  cadí 
Abulcásim  Abenhobaix  en  Murcia,  y  escribió  sobre  mate- 
ria de  contratos.  íi^alleció  en  Murcia  en  1190  á  1191  (4). 

Abdála,  hijo  de  Muza,  conocido  más  comúnmente  por 
Abengorfolaa ,  de  la  gente  de  Murcia,  gramático  y  lite- 
rato y,  según  parece ,  era  nieto  del  célebre  predicador  de 
la  mezquita  Abenbartolo.  Murió  hacia  el  año  1193  (5). 

Abdála,  hijo  de  jNlohámed,  el  Tochibí,  natural  de  Já- 
tiva  y  originario  de  Cuenca.  Fué  cadí  en  Lorca  y  escribió 
sobre  tradiciones.  Se  distinguió  también  como  gramático 
y  literato  (6). 


(1)  Abenalabaí-,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  2055. 

(2)  Adabi,  Blh.  ai-,  hisp.,  III,  2888. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  230. 

(4)  Adabi,  Bib.  ar.  liisp.,  III,  287;  y  Aljenalabar,  ídem,  V,  pa- 
jina 827. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1415. 

(6)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1414. 

17 


—  258  — 

Abuabdála  Mohámed ,  hijodeRañ  Alcaisí,  de  la  gente 
de  Murcia;  fué  discípulo  y  muy  amigo  de  Abulcásim 
Abenhobaix  de  quien  escuchó  provechosas  enseñanzas ,  así 
como  de  otros  maestros  de  su  tiempo.  Es  citado  como  ora- 
dor y  jurisconsulto,  enseñó  Alcorán  y  lengua  árabe  y  des- 
empeñó el  cargo  de  cadí  en  Muía.  Sorprendióle  la  muerte 
en  Sevilla,  á  donde  había  ido  en  comisión  con  otros  per- 
sonajes de  su  país,  para  asistir  á  los  festejos  celebrados 
en  aquella  ciudad,  por  la  gran  victoria  de  Alarcos,  en  el 
año  1195  (1). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Tarrafax,  el  Haximí. 
Era  de  la  gente  de  Santa  i\Iaría,  de  la  parte  oriental  de 
España,  y  vivió  en  Murcia  distinguiéndose  como  juris- 
consulto y  maestro  de  lectura  alcoránica.  Ejerció  el  cargo 
de  savalaquem  en  dicha  ciudad  y  murió  siendo  presidente 
de  la  oración  y  predicador  de  su  aljama  en  el  año  1195  á 
1196,  el  mismo  en  que  tuvo  lugar  la  campaña  de  Toledo 
y  Talavera  (2). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Atti- 
yab,  Abenhircal.  Era  natural  de  Murcia,  jurisconsulto, 
discípulo  de  Abulcásim  Abenhobaix,  de  Abuabdála  Aben- 
homaid  y  de  otros.  Ejerció  de  cadí  en  una  ciudad,  no  per- 
teneciente á  la  región  murciana.  Después  fué  predicador 
de  la  aljama  de  Murcia  y  más  tarde  cadí  de  Játiva,  cargo 
que  desempeñó  durante  algún  tiempo,  hasta  que  habiendo 
presentado  la  dimisión,  le  fué  admitida.  Murió  en  1197 
á  1198  (3). 

Abubéquer  el  de  Todmir,  Mohámed,  hijo  de  Attiyab 
(padre  ó  hermano  del  anterior).  Fué  cadí  de  Lorca  y  mu- 
rió en  ella  siendo  predicador  y  presidente  de  su  aljama. 
En  el  último  cargo  había  sucedido  á  Tarrafax  (4). 

Abubéquer  Yahya,  hijo  de  Abderráman,  conocido  más 
comúnmente  por  Abenmasalah,  santón,  de  origen  árabe; 


(1)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  847. 

(2)  Adabi,  Bib.  ai-,  liisp.,  III,  152;  ,y  Abenalabar,  idem,  V,  7í)6. 

(3)  Aljfinalaljar,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  852. 

(4)  Adal)¡,  Bib.  ar.  hisp.,  III,  153. 


—  259  — 

presidió  la  orcación  en  la  aljama  de  Orihuela,  su  ciudad 
natal,  y  ejerció  el  cargo  de  cadí  en  ella.  Enseñó  lengua 
árabe  y  lexicología.  El  Tochibí,  que  fué  discípulo  suyo 
durante  algunos  años,  dice  que  recitó  á  su  maestro  mu- 
chos de  sus  escritos,  para  que  los  corrigiese.  Falleció 
Abenmasalah  en  el  año  1198  á  1199,  al  parecer,  á  los  ciento 
de  su  edad  (1). 

Abumoliámed  Abdelhac,  iiijo  de  Mohámed  el  Caisí,  de 
la  gente  de  Murcia  y  uno  de  sus  jurisconsultos  más  ilus- 
tres, ^furió  en  1201  á  1202  (2). 

Abubahr  el  Tochibí,  Safuan,  hijo  de  Ydris,  natnral 
de  Murcia;  fué  discípulo  de  Abulcásim  Abenhobaix, 
de  Abuabdála  Abenhomaid,  de-Abulabas  Abenuada,  de' 
quien  aprendió  la  obra  titulada  « Saliih  Moslim » ,  de  Abu- 
mohámed,  hijo  de  Obaidála,  y  de  otros.  Es  tenido  por 
uno  de  los  escritores  más  excelentes  de  su  tiempo,  así  en 
prosa  como  en  verso;  sus  escritos,  especialmente  epístolas 
y  poesías,  fueron  coleccionados  en  un  volumen  que  se  ha 
titulado  Achala  ahnonajafir  uabadaha  almostanafir .  Mu- 
rió en  Murcia  en  1201  á  1202,  y  su  padre  le  dio  sepultura 
frente  á  la  mezquita  Acharfa,  situada  al  occidente  de 
dicha  ciudad  (3). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Áhmed,  conocido  más 
ordinariamente  por  Abenchomra ,  natural  de  Murcia  y  uno 
de  los  hombres  más  notables  de  su  tier""po.  Después  de 
hacer  sus  primeros  estudios  de  jurisprudencia,  tradición 
y  exégesis  al  lado  de  su  padre ,  escuchó  á  otros  muchos 
maestros  de  su  tiempo,  todos  los  cuales  le  dieron  icliaza 
ó  certificado  de  aptitud  para  enseñar,  más  otros  de  fuera 
de  su  región  y,  entre  ellos,  Abulualid  Abenroxd  (Ave- 
rroes).  Al  estallar  en  Murcia  la  revolución  contra  los  almo- 
rávides, el  régulo  Abenabicháfar  le  confió  el  cargo  de 
presidente  del  consejo,  á  pesar  de  no  contar  Abenchomra 


(1)  AbenalaVjar,  Bib.  ar.  liisp.,  VI,  2057. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1807. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp,,  VI,  1231. 


—  260  — 

más  de  21  años  de  edad.  La  orden  de  su  nombramiento 
comenzaba  así :  «el  emir  Anasir  7z/fZmaM  Abenabicliáfar 
eleva  al  ilustre  alfaquí  y  jurisconsulto  Abubéquer  Aben- 
cliomra  á  la  dignidad  de  presidente  del  consejo »;  y  á  con- 
tinuación hacía  un  grande  elogio  de  la  sabiduría  y  exce- 
lentes cualidades  que  adornaban  al  biografiado.  El  emir 
Abenmardenix  le  confirmó  en  el  cargo,  y  posteriormente 
desempeñó  el  de  cadí  de  Murcia,  Valencia,  Játiva  y  Ori- 
huela  en  diferentes  tiempos.  En  los  últimos  años  de  su 
vida  cayó  en  desgracia  y  fué  destituido  del  cadiazgo  de 
Murcia,  que  entonces  ejercía.  Sus  biógrafos  le  describen 
como  varón  inteligente  y  sagacísimo,  muy  instruido  en 
los  asuntos  de  gobierno  y  amante  de  la  recta  administra- 
ción y  de  la  justicia  de  las  leyes.  Pero  de  opinión  liberal 
y  contraria  al  fanatismo  almohade,  fué  uno  de  tantos  dis- 
cípulos de  Málic ,  que  sufrieron  la  inquisición  y  quema 
de  sus  escritos  y  la  separación  de  sus  cargos.  Murió  en 
Murcia  en  1202  á  1203  (1). 

Abubéquer  Abderráman,  hijo  de  Abdála,  de  la  ilustre 
familia  de  los  Abenbartolos ,  que  antes  ya  se  han  mencio- 
nado. Nació  en  Murcia  y,  después  de  viajar  por  Játiva, 
Valencia,  Córdoba  y  Sevilla,  completando  su  instrucción, 
volvió  á  su  ciudad  natal,  donde  se  dedicó  á  la  enseñanza, 
hasta  que  marchó  de  cadí  á  Denia.  Más  tarde  regresó  á 
Murcia,  en  la  cual  murió,  siendo  predicador  de  la  oración 
y  presidente  de  la  misma,  en  el  año  1202  á  1203  (2). 

Abulasbag  Abdelaziz,  hijo  de  Yúsuf ,  de  la  familia  de 
los  Abenferros,  conocido  más  comúnmente  por  Abendo- 
bag.  Era  de  Murcia  y  originario  de  Onda;  pero  marchó  á 
vivir  á  Tremecén ,  donde  llegó  á  ser  uno  de  los  más  famo- 
sos maestros  de  tradiciones.  Murió  en  la  última  ciudad 
citada  en  1203  á  1204  (3). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Omar  Asadafi,  natural 
de  Murcia.   Consiguió  hacerse  hombre  muy  instruido. 


(1)  Aljenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  870. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp..  VI,  IGSl. 

(3)  Alíenalal)ai',  Bib.  ar.  hisp. ,  VI,  1705. 


—  261  — 

para  lo  cual  recorrió  diferentes  capitales" de  España,  in- 
cluso Córdoba,  y  vuelto  á  su  ciudad  desempeñó  el  cargo 
de  Zavalaqjiem ,  y  después  el  de  cadí.  Parece  que  vivió  á 
principio  del  siglo  xui  (i). 

Abulcásim  Mohánied,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Abde- 
rráman,  Abenisa  Idris,  elTochibí,  natural  de  Murcia.- 
Instruido  ya  al  lado  de  su  padre  Abulabas ,  de  Abuab- 
dála  Ábensaad ,  de  Abubéquer  Abalalla,  de  Abulcásim 
Abenhobaix  y  otros ,  y  contando  con  la  ichaza  de  Abulcá- 
sim Abenpascual ,  fué  en  Córdoba  discípulo  del  célebre 
cadí  Abulualid  Abenroxd  (Averroes),  á  propuesta  del 
cual  fué  cadí  de  una  ciudad,  no  perteneciente  al  distrito 
de  Córdoba.  Luego  fué  traslado  á  igual  cargo  de  Algeci- 
ras,  y  últimamente  al  de  Játiva;  mas  cuando  cayó  en 
desgrada  Abulualid  Abenroxd,  y  fueron  perseguidos  sus 
discípulos,  fué  destituido  también  el  biografiado.  Sin 
embargo ,  aun  llegó  á  ser  cadí  de  Denla ,  donde  murió 
ejerciendo  su  cargo  en  el  año  1204  á  1205. 

Abulcásim  el  Tochibí  fué  también  poeta ,  y  como  su- 
yos se  citan  los  versos  siguientes: 

¡Oh  excitador  del  alma!  Instruyela  y  no  la 

muevas  hacia  la  ignorancia. 
El  alma  es  como  una  luna  llena ,  para  la  cual 

la  ciencia  es  el  sol  que  la  ilumina  y  abrillanta , 

y  la  ignorancia  es  su  hado  ú  oscuridad  que  la 

rodea  (2). 
Abulasbag  Abdelaziz ,  hijo  de  Omar  Alaixí ,  natural 
de  Lorca  y  maestro  de  lectura  alcoránica,  como  su  padre 
Abuhafs  Omar.  ^lurióen  1207  á  1208  (3). 

Abuabdála  Mohámed ,  hijodeSaid,  eli^Ieridí,  déla 
gente  de  Murcia ,  donde  enseñó  Alcorán ,  tradiciones  é 
historia.  Murió  en  su  ciudad  en  el  año   1209  á  1210  (4). 


(1)  Aborialaljai-,  Bilj.  ar.  hisp.,  IV,  112. 

(2)  Abonalal)af,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  28."}. 
(;^)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1765. 
(4)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  900. 


—  262  — 

Abimbdála  Mohámed,  hijo  de  Abuljalil.  Nació  en 
Murcia,  fué  discípulo  aventajado  de  Abuabdála,  hijo  de 
Aliaras,  al  lado  del  cual  estudió  jurisprudencia  y  gramá- 
tica árabe,  y  más  tarde  marchó  de  cadí  á  Játiva.  Com- 
puso un  extenso  tratado  de  gramática  árabe  y  otros  es- 
critos sobre  contratación  y  práctica  forense ,  que  fueron 
\  muy  estudiados.  Murió  en  1-210  á  1211  (1). 

Abulcásim  Mohámed,  hijo  de  Abdála,  hijo  de  Solái- 
man,  Abenhutalá  Alansarí,  de  Murcia,  é  hijo  del  cadí 
del  mismo  apellido  familiar  Abenhutalá  y,  como  éste, 
notable  jurisconsulto  y  tradicionista.  Al  lado  de  su  pa- 
dre ,  siendo  éste  cadí ,  desempeñó  el  cargo  de  zavalaquem 
y  la  secretaría  del  juzgado.  Murió  en  Murcia  en  1210 
á  1211  (2). 

Mohámed,  hijo  de  Moliámed,  hijo  de  Muza,  conocido 
más  comúnmente  por  Abentahya,  el  Tochibí,  murciano 
y  muy  instruido  en  las  ciencias  alcoránicas  y  en  juris- 
prudencia ;  llegó  á  desempeñar  el  cargo  de  cadí  en  Ori- 
huela  y  más  tarde  en  Elclie.  Murió  en  1210  á  1211  (3). 

Mohámed,  hijo  de  Abderráman,  hijo  de  Alí,  hijo  de 
Mohámed  Soláiman,  el  Tochibí,  nacido  en  Alicante;  su 
padre  Abuabdála  había  vivido  en  Orihuela.  Después  de 
hacer  sus  primeros  estudios  en  Murcia,  marchó  al  Oriente. 
A  su  regreso  en  1188  á  1189  se  estableció  en  Tremecén, 
donde  ñoreció  como  uno  de  los  más  distinguidos  maes- 
tros y  más  buscados  de  Occidente  en  materia  de  exégesis 
alcoránica  y  tradiciones.  Sus  numerosos  escritos  fueron- 
estudiados  con  suma  predilección.  Murió  en  Tremecénj 
en  1213  á  1214  (4). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Azobeir,  de  la  gente  dei 
Murcia  y  originario  de  Chinchilla.  Enseñó  lecciones  alco-j 
ránicas  y  gramática  árabe  (5). 


(1)  AljGnalal.ai',  Bib.  ai-,  lii.-^ji.,  V,  20."). 

(2)  Abeiialabur,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  OOÍ). 
(.S)  Abenaíabaí-,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  DOíi. 

(4)  Abcnalabaí',  Bil).  ar.  liisp.,  V.  Olü. 

(5)  Abenalabaí',  Bib.  ar.  bisj).,  V,  !)2U. 


—  263  — 

Abuabdála  Mohámed,  liijo  de  Mohánied,  Abensamac, 
el  Tochibí,  natural  de  Elche  y  habitante  en  Murcia.  Era 
notable  tradicionista  y  fecundo  escritor  y  murió  de  edad 
temprana  en  el  año  de  1213  á  1214  (1). 

Mohámed,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Yarbu;  de  Jaén, 
pero  habitante  enVélez,  término  deLorca,  donde  en- 
señó .^'ramática  y  retórica.  Publicó  una  obra  notable  de 
aritmética  y  varias  poesías  y  murió  en  1213  á  1214.  (2). 

Mohámed,  hijo  de  Abdelmélic,  hijo  de  Abunásir,  na- 
tural de  Tibala  ( <^^^<^t^'^  )  pueblo  de  Murcia,  jurisconsulto 
y  diligentísimo  historiador.  Murió  en  Murcia,  donde  ejer- 
ció el  cargo  de  cadí,  en  el  año  1214  á  1215  (3). 

Abuishac  Ibrahim,  hijo  de  Yúsuf  Abendahac  Alausa^ 
conocido  más  comúnmente  por  Abenalmara.  Habitó  largo 
tiempo  en  Málaga,  hasta  que,  llamado  por  el  tradicio- 
nista Abulfadl  el  murciano  y  por  el  cadí  Abubéquer, 
hijo  deMihraz,  marchó  á  Murcia,  donde  se  distinguió 
como  orador  elocuente  y  escritor  fecundo  en  materia  reli- 
giosa, tradición,  derecho  é  historia.  Murió  en  Murcia  en 
1214  á  1215  (4). 

Abdála,  hijo  de  Soláiman,  hijo  de  David)  hijo  de  Ab- 
derráman,  de  la  familia  de  los  llamados  Abenhutalá.  Fué 
ilustre  jurisconsulto  y  uno  de  los  que  escucharon  á  ma- 
yor número  de  maestros,  recorriendo  a^  efecto  las  prin- 
cipales ciudades  de  España  y  África.  Desempeñó  el  cargo 
de  cadí  en  Córdoba,  Sevilla,  Murcia,  Ceuta,  Salé  y  otras 
ciudades.  Murió  en  Granada,  al  pasar  por  esta  ciudad  en 
dirección  á  í\lurcia,  donde  iba  de  cadí,  por  segunda  vez, 
en  el  año  1215  á  1216  (5). 

Abuomar  Mohámed,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Aixun 
Alajmí,  deYecla(?),  región  de  Murcia.  Fué  juriscon- 


(1)  Abenalabaí-,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  922. 

(2)  Casiri,  Bib.  ar.  esc,  II,  125. 

(3)  Casiri,  Bib.  ar.  esc,  II,  125. 

(4)  Aljenaljatilj,  edic  del  Cairo,  I,  18Ü. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1435. 


—  264  — 

sulto  é  historiador  de  gran  renombre.  Entre  otras  obras 
que  se  le  atribuyen,  sobresale  la  celebradísima  acerca  de 
las  vidas  y  fallecimientos  de  los  escritores  españoles. 
Murió  en  Murcia  en  1.217  á  1218  (1). 

Abumohámed  Soliail,  hijo  de  Mohámed,  el  Zohrí;  fué 
imam  ó  santón  de  la  aljama  de  Murcia.  Varón  virtuoso  y 
asceta,  era  muy  querido  por  todos,  nobles  y  plebeyos, 
Murió  en  1219  á  1220  (2). 

Abuabdála  Moliámed,  hijo  de  Alí,  hijo  de  Mohámed 
Alansarí,  de  la  gente  de  Murcia.  Hechos  en  estaciudad 
sus  primeros  estudios  con  los  maestros  más  notables, 
marchó  al  Oriente ,  á  ñn  de  completar  su  instrucción  y 
cumplir  el  precepto  religioso  de  la  peregrinación.  Vuelto 
á  jNIurcia,  fué  uno  de  sus  más  famosos  maestros  de  Alco- 
rán y  tradiciones  y  dejó  escrito  un  compendio  muy  útil 
de  la  obra  Alictifao  alanuari  de  Abumohámed  el  Roxeti. 
Se  dice  que  á  su  lado  vivió  largo  tiempo  Abulcásim  el  de 
Tarazona,  quien  en  su  juventud  había  incurrido  en  gra- 
ves errores,  de  los  cuales  le  apartó  el  biografiado.  Murió 
éste  hacia  el  año  1120  (3). 

Abumohámed  Abdelcabir,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de 
Isa  Algaflquí,  natural  de  Murcia  y  habitante  en  Sevilla. 
Desempeñó  el  cargo  de  cadí  en  Ronda  y  fué  en  Córdoba 
vicario  del  cadí  Abualualid  Abenroxd  (Averroes).  Era 
renombrado  jurisconsulto  y  murió  en  1220  á  1221  (4). 

Abulcásim  Atiyab,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Atiyab, 
hijo  de  Alhosain  Abenhircal,  descendiente,  quizás  de 
otros  varones  ilustres  del  mismo  apellido  familiar.  Nació 
en  Murcia,  y  llegó  á  conseguir  tan  profundos  conoci- 
mientos ,  que  era  consultado ,  con  preferencia  á  todos  los 
otros  maestros,  en  los  asuntos  opinables  y  fundamenta- 
les del  derecho.  Su  autoridad  en  la  materia  fué  recono- 


(1)  Casii'i,  Bib.  íu*.  escu. ,  II,  125. 

(2)  Aljen;il;iljar,  Bib.  ar.  hisp. ,  VI.  2()1;{. 
(;^)  Aljonalal)ar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  í)50.  . 
(4)  Abenalabaí',  Bib.  ur.  iiisp.,  V,  201. 


—  ¿65  — 

cida  públicamente  en  el  año  12 LO  á  1-220.  Murió  en  el  de 
1222  á  1223  (1). 

Abuabdála  INIohánied,  hijo  de  Yajloftan  Alfazazí,  el 
de  Tremecén,  jurisconsulto,  excelente  calígrafo  y  poeta. 
Ejerció  el  cargo  de  cadí  en  Murcia  y  luego  en  Córdoba, 
donde  murió  el  año  1224  á  1225  (2). 

Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Hamid,  hijo  de  Yahya 
Almoaftrí ,  de  la  gente  de  Murcia ,  tradicionista ,  correcto 
escritor  y  poeta,  alcanzó  el  gobierno  de  su  ciudad,  en  la 
cual  murió,  al  regresar  de  Sevilla,  en  el  año  1225  (3). 

Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  Mohámed ,  Abenhab- 
bun,  Almoafirí.  Era  de  Murcia,  donde  estudió  al  lado  de 
Abulcásim,  hijo  de  Hamid,  de  Abuabdála,  hijo  de  Ha- 
mid, y  de  otros.  Escuchó  también  á  los  maestros  famo- 
sos de  varias  partes,  entre  otros  á  Abulualid  Abenroxd 
(Averroes)  y,  finalmente,  enseñó  en  su  ciudad  lengua  y 
literatura  y  escribió  poesías.  Murió  en  1226  á  1227  (-1). 

Abulhásan  Alí,  hijo  de}»Iohámed,  hijo  de  Daisam,  de 
Murcia,  donde  enseñó  gramática  árabe  y  murió  en  el 
año  1226  (5). 

Mohámed,  hijo  de  Ysmail  Almatixí,  de  Bugia,  pero 
vivió  en  Murcia  y  fué  predicador  de  su  aljama.  Discípulo 
y  muy  amigo  de  Abenpascual,  llegó  á  hablar  en  verso, 
escribió  mucho  sobre  diversas  ciencias,  y  la  gente  sacó 
de  él  provechosas  enseñanzas.   ^lurió  en  1227  á  1228  (6). 

Otros  varios  pudieran  citarse;  pero  basta  con  los  an- 
teriores para  formarse  idea  del  progreso  literario  y  cien- 
tífico de  la  región  murciana  en  el  período  que  acabamos 
de  referir. 


(1)  Aljenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  V,  264. 

(2)  Abenalaljar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  2135. 

(3)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1443. 

(4)  Aljenalabaí-,  Bib.  ai-,  hisp. ,  V,  913,  y  VI,  2131. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hi-sp.,  VI,  1898. 
(G)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  2136. 


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CAPITULO  XIX  ih 


Murria  1/  la  ^ublecaciñn  (jonei-al  do  lo.^  mu^iUinanos  españoles  contra 
los  almohades. — Abenhud  reij  de  Murria  1/  de  casi  toda  la  Esjiaña 
árabe:  su  política. — Ludia  entre  Abenhud  y  Zet/an  de  Videncia. 
Rebeldías  de  Abenalahinar  ij  del  Bechl  contra  Abenhud. — Rela- 
ción caria  de  Abenhud  con  los  reijes  cristianos. — Reconqui st a  de 
Córdoba. — Asedio  de  Valencia  por  D.  Jaime  de  Arar/ón. — Muer- 
te de  Abenhud;  sus  consecuencias;  fundación  del  reino  nasarita 
de  Granada. 


Algunos  autores  árabes  señalan  el  espíritu  de  rebelión 
y  de  independencia  de  los  nobles  españoles ,  como  la  causa 
que  influyó  poderosamente  en  la  expulsión  de  los  almo- 
hades de  la  Península.  Guando  quedó,  dicen ,  extinguido 
el  imperio  árabe  de  los  omeyas  de  Córdoba ,  y  se  propagó 
la  revolución  por  todas  las  partes  de  la  España  árabe, 
habituáronse  los  hombres  á  preocuparse  únicamente  de 
ser  jefes  de  sus  comarcas  y  ciudades,  trasmititMidose  la 
autoridad  de  padres  á  hijos,  como  los  grandes  reyes ,  y 
llegó  á  arraigarse  tanto  esta  costumbre  entre  ellos ,  que 
se  hizo  casi  imposible  su  agrupación  en  un  grande  impe- 
rio, dando  lugar  á  que  prevaleciesen  los  príncipes  cristia- 
nos sobre  los  musulmanes  de  una  manera  decisiva.  Por 
esta  causa  hubieron  los  últimos  de  llamar  en  su  auxilio 


(1)  He  aqui  las  principales  fuentes  del  presente  capitulo:  El  anú- 
nimo  de  Copen.,  ms.  ár.  de  la  Bib.  nac,  núm.  490,  pig.  209  á  210, 
226,  227,  235  á  246,  ó  el  ms  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.  núm.  83,  pági- 
nas 81,  83  á  lUi;  Abenjaldun,  Demombj'nes,  páginas  8  á  19;  idem, 
edic.  del  Cairo,  t.  IV,  101  á  171,  y  196;  t.  VI,  203,  253  á  255,  208  v 
296,  y  t.  VII,  lí)2;  idem,  Pi-olegómenos,  ti'ad.,  prolog.  14  y  19  y  I,  338 
y  siguientes;  idem.  Bereberes,  trad,,  II,  233  y  siguientes;  Abenalja- 
tib,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm.  37,  folios  261,  264  y  265, 
ó  folio  55  V  57  de  la  copia  del  Sr.  Codera;  idem,  edic.  del  Cairo,  I, 
247  V  siguientes;  Almacari,  I,  61,  132  á  133,  191,  204,  291  á  294;  II, 
755,  761-8  y  697;  Cartas,  pig.  181-3  y  167-9;  Ahmed  Anasirl,  198  á 
202;  Aljenalabar,  Notices,  pág.  242  y  247-8;  idem,  fot.,  t.  III,  pág.  147; 
idem,  Bilj.  ar.  liisp.  V,  23  y  VI,  719;  Abenjalican,  biogr.  839;  el  Ma- 


—  268  — 

primeramente  á  los  almorávides  y  después  á  los  almoha- 
des y  caer  sucesivamente  ba,jo  su  dominación.  Alas  las 
tendencias  de  los  nobles  españoles  no  se  extinguieron, 
no  hacían  más  que  permanecer  escondidas  en  sus  corazo- 
nes ,  por  la  fuerza  de  las  circunstancias ,  y  cuando  se  vie- 
ron oprimidos  luego  y  maltratados  por  los  dominadores, 
llenáronse  de  odio  contra  ellos  y  no  esperaban ,  para  vol- 
ver á  la  insurrección ,  más  que  la  primera  ocasión  propi- 
cia que  se  les  presentase. 

Sea  lo  que  quiera  respecto  de  la  exactitud  que  pueda 
tener  la  reflexión  precedente  de  los  autores  árabes ,  es  lo 
cierto  que  los  últimos  años  de  la  dominación  almohade 
fueron  verdaderamente  funestos  para  los  musulmanes  de 
la  Península.  Las  luchas  entre  Almamun  Abualale  y  el 
Bayesí,  y  después  las  del  primero,  á  fin  de  obtener  el  im- 
perio de  Marruecos,  habían  sido  causa  de  que  un  gran 
número  de  villas  y  castillos  de  la  España  musulmana 
pasasen  al  dominio  de  los  príncipes  cristianos,  á  cambio 
del  auxilio  que  de  éstos  tuvieron  que  solicitar  tanto  uno 
como  otro  en  sus  empresas.  Esto  no  pudo  hacerse,  sin 
gran  escándalo  y  aflicción  de  los  musulmanes  españoles, 
los  cuales  veían  que  su  seguridad  y  bienestar  importaba 
poco  á  los  príncipes  almohades ,  con  tal  de  hacerse  reco- 
nocer como  emires,  principalmente  en  Aíarruecos.  Enton- 
ces, dice  Abenjaldun,  todos  los  miembros  descendientes 
ó  clientes  de  la  antigua  nobleza  árabe  tramaron  alzarse 
contra  los  almohades  y  expulsarles  de  la  Península.  La 
ocasión  se  les  brindaba  fácil ;  el  imperio  de  Marruecos  se 
hallaba  en  plena  revuelta  y  descomposición  (I). 


I 


i-racoxi,  ms.  ár.  núra.  1082  del  Escorial,  tbl.  22,  v.;  Zerqueclii,  ti-ad. 
do  M.  Fagnan,  pág.  26  y  siyuieiites;  Abenosaibia,  II,  81-82;  Abeno- 
maii-a,  ms.  ái'.  de  la  R.  Ac  do  la  Hist.,  pág.  15  y  18;  Aljiinsaid,  idem, 
pág.  20;  el  ms.  de  idem,  núm.  62,  Iñs,  tbl.  480;  Anales  Tol.  Esp.  Sa- 
grada XXIII,  409;  C\mm,  Barci.,  idem,  XXVII,  .333;  El  Archivo  de 
Chavas,  VII,  240  y  242;  Zui-ita,  II  de  los  Anales  de  Aragón,  fol.  145 
V.;  Fernández  y  González,  Estado  social  de  los  Mudejares,  pág.  85  y 
siguientes,  y  otros. 

(1)    Abenjaldun,  Pi-ol.,  trad.,  pág.  338;  y  Almacai-i,  I,  pág.  132. 


—  269  — 

Se  ha  dicho  en  el  capítulo  anterior  que  Abiialale ,  el 
hermano  de  Aladel ,  se  había  hecho  proclamar  emir  de 
los  almohades  en  Sevilla  en  Septiembre  de  1227  con  el 
título  de  Almamun,  reuniendo  en  su  favor  á  la  mayor 
parte  de  los  musulmanes  españoles,  y  aun  se  asegura 
que  también  le  reconoció  como  soberano  el  gobernador 
de  Valencia  y  de  la  España  oriental  Abusaid ,  cuando  al 
año  siguiente  logró  Almamun  causar  al  Bayesí  la  gran 
derrota,  que  trajo  en  consecuencia  la  muerte  de  éste. 

Los  jefes  almohades  de  jNIarruecos ,  no  queriendo  re- 
conocer á  Almamun,  habían  proclamado  allá  á  Yahya, 
hijo  de  Anásir;  mas  el  primero  había  conseguido  levan- 
tar en  su  favor  algunas  tribus ,  las  cuales  se  dirigieron  á 
Marruecos,  y  después  de  derrotar  al  ejército  de  Yahya, 
que  se  les  opuso ,  penetraron  en  la  capital  y  proclamaron 
á  su  defendido  Almamun. 

Mientras  los- sucesos  que  van  narrados,  tenían  embar- 
gado el  ánimo  y  la  atención  de  Almamun  en  Sevilla, 
comienza  la  insurrección  de  los  musulmanes  españoles 
contra  el  gobierno  almohade,  siendo,  según  parece,  el 
primero  de  ellos  y,  sin  duda  alguna,  su  alma  y  personi- 
ficación, un  atrevido  descendiente  de  los  antiguos  reyes 
Benihud  de  Zaragoza.  Llamábase  Abuabdála  Mohámed, 
hijo  de  Yúsuf  Abenhud,  el  de  Chodam.  Los  autores  ára- 
bes se  hacen  eco  de  que  corría  la  voz  entre  las  gentes  de 
la  época  que  uno  del  mismo  nombre  y  apellido  de  aquél , 
había  de  alzarse  contra  los  almohades  expulsándoles  de 
la  Península  y  constituyendo  para  sí  un  reino  indepen- 
diente; que  por  esta  causa  tomaron  precauciones  algunos 
gobernadores  de  los  distritos,  y  hasta  se  llegó  á  dar 
muerte  á  un  personaje  de  Jaén.  Sea  de  esto  lo  que  fuere, 
lo  indudable  es  que  habiendo  reunido  Abenhud  algunos 
soldados  bravos  déla  guarnición  indígena  de  Murcia, 
salió  de  esta  ciudad  á  9  de  Racheb,  según  unos,  ó  á  fines 
:del  mismo  mes,  como  quieren  otros,  del  año  625  de  la 
hégira  (1227)  en  dirección  á  un  lugar,  que  los  autores 
llaman  Assojairat  ó  Assajur  (peñascales),  situado  cerca 


—  270  — 

delíicote,  perteneciente  .al  distrito  de  Murcia,  y  pudo 
fortificarse  en  un  castillo  llamado  Alarbona(l). 

El  hecho  de  que  Abenhud  diese  el  primer  grito  de 
insurrección  en  el  valle  de  Ricote,  según  refieren  los  au- 
tores árabes,  consta  también  en  la  Chrónica  de  San  Fer- 
nando. «En  aquel  tiempo,  dice,  era  Aben-Suc  (por 
Abenhud)  un  moro  que  se  levantara  en  Ricot,  un  cas- 
tillo de  Murcia,  que  se  ak;ó  contra  los  almohades,  que 
apremiaban  cruelmente  los  moros  de  aquese  mar,  é  ellos 
con  la  gran  premia  de  los  almohades ,  levantáronse  con 
Aben-Suc  é  rescibiéronlo  por  señor  en  la  tierra  de  Mur- 
cia...» En  análogo  sentido  se  expresa  el  Arzobispo  don 
Rodrigo,  y  otro  tanto  se  desprende  de  las  siguientes  pa- 
labras de  Cáscales:  «en  vida  de  Abuzeit,  ya  cristiano,  se 
levantó  Abenhud,  señor  del  Valde  Ricote,  valiente  y 
brioso  moro...»  (2). 

Luego  de  situarse  Abenhud  en  el  castillo  mencionado 
ó  acaso  antes  de  su  salida  de  Murcia,  parece  que  entró  en 
relación  con  un  famoso  bandido  nombrado  Alcaxatí  ó 
Algaxatí  que  se  unió  á  su  causa,  así  como  otros  muchos , 
gente  de  mala  ralea,  pero  habituados  á  arriesgar  su  vida 
en  cualquier  momento,  y  al  frente  de  ellos  realizó  algu- 
nas algaradas  contra  los  cristianos  vecinos,  saqueando  y 
cautivando  á  los  que  pudo. 

El  gobernador  almohade  de  Murcia  Abulabas,  hijo  de 
Abuimran,  hijo  de  Yúsuf ,  hijo  de  Abdelmúmen,  salió 
contra  Abenhud ,  pero  éste  no  sólo  le  derrotó  persiguién- 
dole hasta  la  capital,  sino  que  también  eniró  en  ella,  co- 
giendo al  infortunado  gobernador  y  proclamándose  emir 
almoslimin  bajo  la  autoridad  espiritual  de  Abucháfar 
Almostansir,  el  califa  a basí  de  Bagdad,  á  principio  de 
Ramadán  del  mismo  año.  La  entrada  de  Abenhud  en 
^lurcia  había  sido  favorecida  por  el  cadí  de  la  ciudad 
Abulhásan  Alí,  hijo  de  Mohámed,  el  Casteli. 


(1)  '¿.'>_^J^\  en  Cartas,  pág.  182. 

(2)  Obra  citada,  página  23. 


—  271  — 

Inmediatamente  marchó  desde  Játiva  su  gobernador 
Abusaid,  hijo  de  íMohámed,  hijo  de  Abuhafs,  hijo  de 
Abdelmúmen,  á  fin  de  sofocar  la  insurrección  de  Aben- 
hud;  pero  fué  derrotado  también  por  el  valeroso  rebelde 
y  obligado  á  retroceder  á  su  ciudad ,  desde  la  cual  pidió 
auxilio  áAlmamun,  que  permanecía  en  Sevilla.  Este, 
que  á  la  sazón  se  hallaba  desembarazado  de  su  rival  el 
Bayesí,  salió  con  su  ejército  de  Sevilla,  se  dirigió  á  Gra- 
nada, donde  se  detuvo  engrosando  sus  ñlas  con  las  tro- 
pas de  esta  última  región ,  y  después  de  enviar  por  de- 
lante un  aviso  al  de  Játiva  alentándole  á  sostenerse  y 
asegurándole  que  iba  en  su  auxilio ,  se  puso  en  marcha 
en  dirección  á  Murcia.  Animado  Abenhud  por  los  triun- 
fos anteriores ,  avanzó  al  encuentro  de  Almamun  hasta 
los  llanos  deLorca;  pero  trabada  batalla,  fué  batido  y 
corrió  á  encerrarse  en  Murcia.  Acto  continuo  puso  sitio 
Almamun  á  dicha  ciudad,  pero  no  pudo  tomarla  y  se 
volvió  á  Sevilla.  No  es  de  creer  que  solamente  la  resis- 
tencia que  ofreciera  Abenhud,  fuese  bastante  para  que 
Almamun  se  retirara  sin  apoderarse  de  Murcia.  Ocurrió 
que  su  rival  en  Marruecos,  Yahya,  hijo  de  Anásir,  avan- 
zando desde  su  refugio  de  Timmalel,  al  frente  de  nume- 
rosos partidarios ,  se  había  apoderado  de  la  capital  del 
imperio,  echando  y  matando  á  los  de  Almamun.  Llegado 
éste  á  Sevilla,  á  instancia  de  sus  partidarios  en  Marrue- 
cos ,  decidió  pasar  el  Estrecho ,  á  fin  de  restablecer  su 
imperio  en  dicha  capital.  Pero  no  contando  con  fuerzas 
propias  para  asegurar  el  golpe ,  pidió  auxilio  al  rey  de 
Toledo,  San  Fernando,  quien  le  prestó  un  cuerpo  de 
12.000  jinetes  á  cambio  de  las  siguientes  exigencias  (1): 

«Que  entregara  diez  plazas  fuertes  al  monarca -de 
Castilla,  las  que  fuese  servido  escoger  el  mismo  monarca 
entre  las  más  inmediatas  á  sus  estados.  Que  para  el  caso 
de  que  entrase  en  la  ciudad  de  Marruecos ,  se  compro- 


(1)     Fernández  y  González,   obra  citada,   página  80,   traducida;- 
del  Cartas. 


—  272  — 

•metiese  á  edificar  en  ella  una  iglesia  cristiana,  donde  los 
soldados  que  le  acompañasen  pudiesen  celebrar  las  cere- 
monias del  culto,  con  el  correspondiente  toque  de  cam- 
panas á  las  horas  de  sus  oraciones. 

»Que  respecto  de  los  cambios  de  religión,  se  estuviese 
al  concierto  de  entregar  á  los  cristianos  cualquiera  de  su 
religión,  que  intentara  hacerse  muslim,  debiendo  verifi- 
carse lo  contrario  respecto  de  los  muslimes,  removidos  los 
obstáculos,  que  pudieran  estorbar  su  conversión  aj  cris- 
tianismo.» 

«Hubiérase  podido  esperar,  dice  el  Sr.  Fernández  y 
González  al  ocuparse  en  este  hecho  (1),  que  proposiciones 
en  tal  grado  vejatorias  para  la  independencia  de  los  almo- 
hades, como  que  humillaban  el  Islam  entre  sus  propios 
partidarios  ante  la  ley  del  Evangelio,  fuesen  desechadas 
por  el  amir  infiel  por  respetos  de  patriotismo;  pero  tan 
grande  era  su  aprieto  y  tan  despreocupado  su  espíritu , 
que  hubo  de  aceptarlas  sin  repugnancia  alguna».  Pasó, 
pues ,  Almamun  á  Marruecos  con  sus  auxiliares  cristia- 
nos y,  después  de  derrotar  á  Yahya,  obligándole  á  refu- 
giarse en  las  ásperas  montañas  de  Hintata,  entró  en  la 
capital  de  Marruecos ,  donde  quedó  restablecida  su  auto- 
ridad. 

La  salida  de  Almamun  hacia  su  corte  de  Marruecos 
en  1228  fué  el  momento  aprovechado  por  1(]^  musulmanes 
de  España  para  alzarse,  como  un  solo  liombre,  contra  la 
dominación  de  los  almohades ;  éstos  fueron  expulsados  y 
asesinados  en  todas  las  regiones  del  país,  excepto  aque- 
llos, dice  un  autor  árabe,  á  quienes  Dios  concedió  el 
poderse  ocultar  á  las  iras  del  populacho.  La  sangrienta 
persecución  de  que  fueron  víctimas  los  almohades  por 
parte  de  los  musulmanes  españoles ,  aparece  también  con- 
firmada por  las  crónicas  cristianas ,  especialmente  por  la 
citada  de  San  Fernando,  cuando  al  reseñar  el  levanta- 
miento de  Abenhud,  y  su  reconocimiento  en  Murcia  y 


(1)     Lugar  cifado. 


—  273  — 

otros  lugares,  dice:  é  quantos  almohades  pudo  haber, 
descabezólos  todos,  é  tuvo,  que  las  mezquitas  eran  ensu- 
ciadas de  ellos,  é  fizo  esparcir  agua  sobre  ellas  é  Qafu- 
martas,  bien  como  facen  los  christianos  por  las  igresias, 
quando  reconcilian  las  que  son  violadas,  é  fizo  las  seña- 
les de  sus  armas  negras^. 

Los  jefes  rebeldes  de  las  ciudades  musulmanas,  al 
ecliar  á  los  almohades ,  se  apresuraban  á  reconocer  la  sobe- 
ranía del  emir  de  xMurcia  Abenhud.  De  suerte  que  vióse 
éste  en  un  tiempo  relativamente  breve  dueño  de  casi  toda 
la  España  árabe  y  aun  llegó  á  dominar  en  Ceuta  durante 
tres  meses.  Únicamente  quedaron  fuera  de  la  autoridad 
de  Abenhud,  á  juzgar  por  lo  que  se  consigna  en  los  ana- 
les musulmanes,  los  de  Valencia  y  los  de  la  comarca  de 
Niebla.  El  ilustre  Cáscales  en  sus  « Discursos » ,  mal  infor- 
mado, por  lo  general,  en  lo  que  al  período  árabe  se  refiere, 
nombra  á  Abenhud ,  señor  de  Murcia  y  de  Valencia.  La 
mencionada  crónica  de  San  Fernando  dice  de  Abenhud 
que  en  «jjoco  tiempo  ganó  todo  el  Andalucía  é  fué  ende 
señor,  fueras  Valencia  y  su  tierra ,  quel  amparara  Zahel 
(por  Zeyan  ó  Zaen)  que  era  de  aholorio  de  reyes » . 

Todos  los  autores  árabes  reconocen  que  Abenhud  fué 
bravo  y  esforzado.  Abenaljatib,  al  dar  noticias  sobre  los 
Benihud,  reyes  de  Zaragoza,  dice: 

« Fué  de  sus  descendientes  el  insigne  emir  Mohámed, 
hijo  de  Yúsuf. 

»Fué  un  héroe ,  un  varón  esforzado  y  proclamó  la  sobe- 
ranía espiritual  de  Almostansir  el  Abasi.» 

Pero  más  que  á  la  bravura  y  excesivo  roce  con  el  pue- 
blo ,  atribuye  Almacarí  el  rápido  poderío  de  Abenhud  á 
haber  encontrado  éste  los  ánimos  de  los  musulmanes  espa. 
ñoles  deseosos  de  sustraerse  de  la  dominación  africana. 
Gracias  á  esta  ocasión,  ganóse  Abenhud  su  reconocimiento 
en  la  mayor  parte  de  la  Península ,  no  obstante  su  com- 
pleta ignorancia  y  falta  de  juicio  en  los  asuntos  de  la 
administración  y  gobierno.  Presentábase,  dice  el  citado 
historiador,  ante  sus  subditos,  como  el  titiritero  que  anda 

48 


—  274  — 

en  las  calles  y  plazas  haciendo  buena  cara  á  las  gentes , 
para  que  éstas  le  entreguen  ma^^or  limosna  Alude  indu- 
dablemente Almacarí  en  sus  palabras  al  excesivo  empeño 
que  mostró  Abenhud  en  congraciarse  principalmente  con 
el  populacho,  lo  cual,  dice,  trajo  funestas  consecuencias 
para  la  integridad  de  su  estado  por  parte  de  los  cristianos 
y  aun  de  sus  mismos  gobernadores,  los  cuales  habituá- 
ronse á  reconocer  como  su  soberano  al  general  más  brioso 
y  esforzado,  sin  exigir  de  él  otras  cualidades;  mas  en 
cuanto  se  presentaba  otro  más  famoso  caballero,  se  unían 
á  él  y  le  proclamaban  en  alguno  de  los  castillos,  abando- 
nando á  su  rey  anterior. 

Acaso  sea  exagerado  el  juicio  que  nos  da  Almacarí  so- 
bre la  política  de  Abenhud,  pero  lo  que  no  cabe  duda  es 
que  buscó  apoyarse  principalmente  en  el  populacho  y  la 
soldadesca,  con  los  cuales  confraternizó  en  forma  que 
jamás  se  había  visto  en  ningún  otro  rey  hasta  él ;  lo  cual 
le  fué  pernicioso,  pues  muchos  de  sus  favorecidos  de  una 
y  otra  parte  le  volvieron  la  espalda  en  cuanto  se  le  eclipsó 
la  fortuna  en  las  batallas  ó  se  presentó  á  aquéllos  otro 
jefe  más  popular  y  dadivoso. 

Es  difícil  determinar  el  orden  sucesivo  de  las  ciuda- 
des musulmanas  que  se  sometieron  á  la  autoridad  de 
Abenhud,  al  retirarse  el  emir  Almamun  del  sitio  puesto 
á  Murcia  y  pasarse  á  Marruecos  en  el  año  1128  á  1129. 
Las  ciudades  que  proclamaron  á  Abenhud  fueron  varias , 
y  los  autores  no  señalan  de  ordinario  más  que  el  año 
citado  como  fecha  general  de  la  sumisión  de  todas  ellas. 
En  atención  al  orden  en  que  las  mencionan ,  parece  ser 
que  donde  primeramente  se  reconoció  la  autoridad  de 
Abenhud  fué  en  las  ciudades  de  Almería,  Játiva  y  Alcira. 

Respecto  de  Almería,  alzóse  en  ella  Abuabdála  Mo- 
hámed,  hijo  de  Abdála  Arramimí,  nieto  del  goberna- 
dor del  mismo  apellido  Arramimí,  de  quien  la  habían 
tomado  los  cristianos,  la  primera  vez  que  fué  reconquis- 
tada. Acaso  promovió  la  revolución  en  dicha  ciudad  de 
acuerdo  con  Abenhud ,  á  quien  proclamó  desde  el  primer 


—  275  — 

momento,  y  á  seguida  de  consolidarse  en  el  mando,  marchó 
á  rendirle  homenaje.  Entonces  Abenhud  le  retuvo  á  su  lado 
en  Murcia,  nombrándole  su  primer  visir  y  entregándole  am- 
plios poderes  para  la  dirección  de  los  asuntos  de  gobierno. 

Por  lo  que  hace  á  Játiva  y  Alcira ,  al  estallar  la  insu- 
rrección de  Abenhud,  siguieron  sometidas  al  gobernador 
almohade  de  Valencia  Abusaid,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de 
Abuhafs  (Abuzeit  ó  Zeit  de  nuestras  crónicas),  del  cual, 
según  parece,  dependía  también,  como  de  jefe  superior, 
el  gobierno  de  Murcia,  pues  los  autores  árabes  le  llaman 
gobernador  de  Valencia  y  de  la  España  oriental ,  y  en 
1125  firmaba  treguas  con  D.  Jaime  el  Conquistador,  que 
había  llegado  á  poner  sitio  áPeñíscola,  comprometién- 
dose apagarle,  en  calidad  de  tributo,  el  quinto  délas 
rentas  de  la  ciudades  de  Valencia  y  Murcia.  Mas  el  fuego 
de  la  insurrección  encendida  por  Abenhud  propagóse 
muy  pronto  á  Valencia.  Vivía  en  esta  ciudad,  á  guisa  de 
palafranero  y  confidente  de  Abusaid,  hijo  de  Mohámed, 
un  descendiente  de  la  antigua  nobleza  de  los  Abenmar- 
denix,  llamado  Abenchomail  Zeyan,  hijo  de  Abulhamlat, 
hijo  de  Abulhachach  Yúsuf ,  hermano  del  famoso  régulo 
de  Murcia  Abenmardenix.  Dicho  Zeyan  y  otros  prínci- 
pes de  la  nobleza  arábigo-española  habían  permanecido 
en  actitud  pacífica  en  Valencia  durante  la  dominación 
almohade;  mas  á  poco  del  levantamiento  de  Abenhud  y 
de  estallar  la  insurrección  general ,  tomaron  en  ella  una 
parte  muy  activa,  como  gente  varonil  y  esforzada  que 
era,  siendo  reconocido  como  jefe  Zeyan  ó  Zaen,  según  le 
llaman  nuestros  cronistas. 

Sin  que  indiquen  el  motivo,  afirman  los  susodichos 
historiadores  que  habiendo  roto  Zeyan  toda  relación  de 
amistad  con  su  señor  Abusaid ,  salió  de  Valencia  y  mar- 
chó á  fortificarse  en  Unda  ú  Onda  (1).  Análogo  procedi- 

(1)  Tal  entendemos  que  se  ha  querido  expresar  por  la  pala- 
bra »j^-\,  que  leída  k\>3\  significa  una  villa  de  la  región  valenciana. 
De  leerse  iíjo\ ,  como  aparece  en  muchos  textos,  significaría  Ubeda» 
y  no  es  creíble  que  Zeyan  eligiese  esta  ciudad  tan  distante,  como 
punto  ó  base  de  sus  operaciones  para  hacerse  dueño  de  Valencia, 


\ 


—  276  — 

miento  había  seguido  Abeniíud  al  retirarse  de  Aliircia  y 
guarecerse  en  los  peñascales  de  Ricote.  Abusaid  intentó 
atraerse  á  Zeyan  llamándole  con  lialagos  y  promesas ,  á 
fin  de  que  volviese  á  reinar  entre  ambos  su  anterior  con- 
cordia y  fraternidad ,  pero  Zeyan  no  le  prestó  oídos ;  antes 
más  bien  liubo  de  poner  mayor  empeño  en  su  resolución 
de  apoderarse  de  Valencia,  aumentando  sus  partidarios 
y  fomentando  la  revuelta  en  todo  el  país;  pues  vemos 
que  Abusaid,  considerando  muy  comprometida  su  segu- 
ridad en  Valencia,  abandonó  esta  capital ,  retirándose  á 
uno  de  sus  castillos ,  que ,  según  los  cronistas  cristianos , 
fué  Segorbe ,  y  luego  tuvo  que  refugiarse  en  la  corte  de 
D.  Jaime  el  Conquistador,  acabando  por  abrazar  la  reli- 
gión cristiana. 

Abandonada  Valencia,  entró  en  ella  Zeyan  el  26  del 
mes  de  Safar  del  año  G26  de  la  liégira  (1228),  según  dice 
un  autor  árabe,  y  fué  proclamado  emir  á  principios  de 
Rebia  del  mismo  año,  reconociendo  la  soberanía  del  ca- 
lifa de  Bagdad  Almostansir  el  Abasí.  Sin  embargo,  no 
todos  los  distritos  de  la  región  valenciana  reconocieron  la 
autoridad  de  Zeyan;  desde  el  primer  momento  de  su  ele- 
vación al  poder  en  Valencia  ó  muy  poco  después ,  los  de 
Játiva  y  Alcira,  por  instigación  de  los  hijos  de  Aziz,  hijo 
de  Yúsuf  Abulhachach ,  primos  de  Zeyan ,  prefirieron  so- 
meterse á  Abenhud.  Respecto  de  Denla,  se  dice  que  re- 
conoció también  la  autoridad  de  Abenhud,  aunque  no  se 
determina  si  dicha  ciudad  obedeció  al  de  Murcia,  á  la 
vez. que  Játiva  y  Alcira,  ó  fué  que  cayera  en  su  poder  á 
consecuencia  de  la  lucha  que  sostuvo  con  Zeyan. 

Entre  tanto  sometiéronse  á  la  obediencia  de  Aben- 
hud Granada  y  Málaga .  Además  en  uno  de  los  primeros 
meses  del  mismo  año  1228  á  1229  fué  reconocido  en  Cór- 
doba ,  previa  una  revolución  de  los  naturales  en  la  cual 
fueron  muertos  muchos  almohades,  incluso  su  goberna- 
dor, el  príncipe  Aburrebia,  sobrino  de  Abuyúsuf  Ahnan- 
zor,  hijo  de  Abdelmúmen.  Tras  de  Córdoba,  se  levantó 
por  Abenhud  Sevilla,  de  donde  los  rebeldes  echaron  al 


-  '^^1  - 

gobernador,  hermano  de  Almamum,  y  á  otros  magnates 
almohades,  á  quienes  había  confiado  aquél  la  defensa  de 
la  ciudad ,  al  trasladarse  á  Marruecos ,  En  Sevilla  puso 
Abenhud  de  gobernador  á  su  hermano  Abuanache  Salim , 
titulado  Imadodaula .  De  esta  suerte,  en  cosa  de  un  año 
había  logrado  Abenhud  ver  implantada  su  soberanía  en 
casi  toda  la  España  musulmana.  También  trató  de  some- 
ter á  su  vecino  de  Valencia ,.  Zeyan ;  pero  negóse  éste  á 
reconocerle,  y  bien  fuera  por  esta  causa  ó  porque  fuese 
Zeyan  el  que  tratara  de  humillar  á  Abenhud,  como  in- 
dica algún  autor ,  es  lo  cierto  que  estalló  la  guerra  entre 
ambos ,  y  tuvieron  varios  encuentros  durante  el  susodi- 
cho año,  hasta  que  completamente  derrotado  Zeyan  en 
Xarix  y  perseguido  por  Abenhud ,  corrió  á  encerrarse  en 
Valencia,  donde  se  vio  sitiado  por  su  enemigo  algunos 
días  del  año  1229  á  1230 . 

Afortunadamente  para  Zeyan ,  los  cristianos  del  rey 
D.  Fernando  tenían  asediada  á  Mérida  y  amenazaban  á 
otras  plazas  de  la  frontera  de  Occidente,  y  esto  obligó  á 
Abenhud  á  levantar  el  sitio  de  Valencia  y  marchar  en 
defensa  de  los  musulmanes  de  la  otra  parte  de  España. 
Dirigióse  pues  Abenhud  hacia  Mérida  con  numerosa  hues- 
te ;  pero  trabada  batalla  en  las  inmediaciones  de  la  ciu- 
dad, sufrió  una  terrible  derrota  (1),  á  consecuencia  de  la 
cual  cayó  la  plaza  sitiada  en  poder  de  los  cristianos  y  tras 
de  ella  Badajoz  y  sus  alfoces .  Luego  fué  derrotado  en  Al- 
coz  ;  mas  á  pesar  de  esto  siguió  luchando  con  los  cristia- 
nos ,  aunque  desfavorablemente ,  hasta  que  las  insurrec- 
ciones interiores  por  que  se  vio  sorprendido ,  le  obligaron 
á  solicitar  del  rey  D.  Fernando  una  paz  que  fué  harto 
onerosa  para  la  causa  de  los  musulmanes ,  como  se  dirá 
más  adelante . 


(1)  A  esta  derrota  do  Abenhud  parecíe  que  se  refieren  los  Anales 
Toledanos,  II,  Esp.  Sagí-.  XXIII,  pág.  4U3,  aunque  con  erroi"  de  fe- 
cha: el  infante  D.  Alfonso  con  Alvoa....  ez,  vencieron....  Abennuc... 
Era  MCCXL. 


—  2^8  — 

A  la  vez  que  atendía  Abenliud  á  oponerse  al  avance 
incontrastable  de  los  cristianos,  tuvo  que  cuidar  de  la 
extinción  del  poderío  almohade  en  toda  la  Península.  A 
poco  de  ser  derrotado  en  Mérida  y  Alcoz,  consiguió,  se- 
gún parece  lo  más  probable,  apoderarse  á  viva  fuerza  de 
Algeciras  y  Gibraltar,  únicas  plazas  españolas  que  resta- 
ban en  poder  de  los  almohades  formando  parte  de  su  go- 
bierno de  Ceuta.  No  contento  con  haber  desterrado  la 
dominación  almohade  de  la  Península,  ambicionó  tam- 
bién ser  reconocido  en  las  plazas  del  litoral  africano  y  al 
año  siguiente,  ó  sea  de  1231  á  1232  impuso  su  autoridad 
á  Ceuta.  Se  hallaba  de  gobernador  en  esta  plaza  un  her- 
mano del  emir  Almamun,  llamado  Abuimran  Muza,  el 
cual ,  en  medio  de  la  lucha  civil  reinante  en  Marruecos , 
sacudió  la  obediencia  á  su  hermano  y  se  declaró  indepen- 
diente tomando  el  título  de  Almouid.  Corrió  Almamun, 
á  fin  de  castigar  al  rebelde ,  y  le  sitió  estrechamente  du- 
rante tres  meses ,  al  cabo  de  los  cuales  bien  fuese  porque 
su  rival  Yahya ,  hijo  de  Anásir,  había  logrado  sorprender 
de  nuevo  la  capital  del  imperio,  bien,  como  indican  al- 
gunos autores,  por  la  presencia  en  las  aguas  de  Ceuta  de 
la  ilota  de  Abenhud,  al  cualhabía  pedido  auxilio  Abuim- 
ran ofreciéndole  el  reconocimiento  de  su  soberanía,  ó  por 
ambas  causas  á  la  vez ,  es  lo  cierto  que  Almamun  aban- 
donó el  sitio  de  Ceuta ,  entrando  ésta  á  formar  parte  de 
los  estados  de  Abenhud.  Algún  autor,  sin  embargo,  da  á 
entender  que  el  rey  de  Murcia  y  de  la  España  árabe  im- 
puso su  autoridad  en  Ceuta  habiéndose  dirigido  á  ata- 
carla por  impulso  propio ,  no  porque  hubiese  sido  llamado 
por  Abuimran . 

Sometido  éste  á  Abenhud ,  fué  trasladado  á  Almería 
cuyo  gobierno  se  le  confió  en  compensación,  al  parecer, 
del  que  había  perdido  en  Ceuta,  al  frente  de  la  cual 
quedó,  bajo  la  obediencia  de  Abenhud,  su  antiguo  cama- 
rada  ,  el  exbandido  Alcaxati  ó  Algaxati  quien ,  á  la  vez , 
era  jefe  de  la  nota  de  Sevilla.  Pero  el  mando  de  Abenhud 
en  Ceuta  fué  muy  breve ;  pues  al  mes  ó  poco  más  de  su 


—  279  — 

reconocimiento ,  según  dicen  los  autores ,  disgustados  los 
de  Ceuta  contra  su  gobernador,  lo  echaron  de  la  ciudad 
proclamando,  como  jefe  independiente  en  ella,  á  Abula- 
bas  Áhmed,  hijo  de  Mohámed  Alyinxatí  que  se  tituló 
Almouafic . 

El  emir  Almamun,  al  dirigirse  á  Marruecos  levantan- 
do el  sitio  que  tenía  puesto  á  Ceuta,  á  fin  de  arrojar  de  la 
capital  del  imperio  á  su  competidor  Yahya,  fué  sorpren- 
dido por  la  muerte  en  el  río  Ommrabia.  Su  mujer  Haba- 
ba,  que  era  cristiana ,  ocultó  su  muerte  al  ejército,  ex- 
cepto á  algunos  de  los  jefes  almohades  más  adictos  á  la 
dinastía  y  á  los  caudillos  cristianos  que  iban  en  su  auxi- 
lio, y  éstos  convinieron  en  proclamar,  como  sucesor  de 
Almamun,  á  su  hijo  Abumohámed  Abdeluáhid  que  tomó 
el  título  de  Arraxid.  Acto  continuo  fué  colocado  el  cadá- 
ver de  Almamun  sobre  una  litera  haciéndose  ver  á  la 
gente  que  el  emir  había  caído  enfermo,  y  prosiguió  el 
ejército  su  marcha.  El  pretendiente  al  imperio  y  rival  de 
Almamun  salió  de  Marruecos  dispuesto  á  impedir  el 
avance  de  las  tropas  del  emir,  pero  fué  completamente 
derrotado,  y  entonces  entró  sin  dificultad  Arraxid  en  la 
susodicha  capital ,  siendo  proclamado  solemnemente  emir 
sucesor  de  su  padre  á  fines  del  año  1232  . 

Acaso  Abenhud  en  otras  circunstancias  hubiese  po- 
dido consolidar  en  sus  manos  un  podeíoso  reino  de  toda 
la  España  árabe,  que  retrasara  algún  tiempo  el  avance  de 
los  cristianos  del  Norte ;  pero ,  como  ha  dicho  Almacarí , 
el  espíritu  de  revuelta  se  había  infiltrado  en  los  corazones 
de  los  musulmanes:  al  año  ó  poco  más  de  su  reinado 
tuvo  Abenhud  que  dar  muerte  al  cadí  de  ^Murcia  apodado 
el  Castelí,  el  mismo  que  antes  le  había  facilitado  la  en- 
trada en  dicha  capital,  por  haber  promovido  una  sedición 
contra  él.  Pero  la  rebelión  más  formidable,  contra  la  cual 
hubo  de  luchar  Abenhud  y  que  no  llegó  á  sofocar,  fué  la 
promovida  por  su  rival  y  heredero  del  poder  musulmán 
en  España,  la  de  Abenalahmar,  el  fundador  de  la  dinas- 
tía de  los  Nazaritas  de  Granada.  Llamábase  Mohámed, 


^  285  — 

hijo  de  Yúsuf,  hijo  de  Nazar,  pero  se  le  conocía  más  co- 
múnmente por  Abenalahmar,  el  hijo  del  Rojo  ó  Rubio, 
como  diríamos  nosotros;  era  natural  de  Arjona,  fortaleza 
situada  entre  Jaén  y  Córdoba,  y  en  ella  se  alzó  contra  la 
autoridad  de  Abenhud  .  La  fama  de  guerrero  bravo  y  es- 
forzado, de  que  tanto  él  como  su  hermano  y  lugarte- 
niente Ismail  gozaban  entre  los  de  su  tierra,  y  el  ruido 
de  sus  repetidas  incursiones  contra  los  cristianos  veci- 
nos, atrajeron  á  muchos,  deseosos  de  militar  en  sus  ban- 
deras . 

Seguido  fielmente  Abenalahmar  por  sus  comarcanos 
y  adictos  y  unido  en  parentesco  de  afinidad  con  los 
Abenesquilula,  los  hermanos  Abdála  y  Alí,  á  los  cuales, 
lo  mismo  que  á  sus  parientes  de  sangre,  confió  los  cargos 
de  guerra  y  administración ,  logró  pronto  verse  conver- 
tido en  un  poderoso  castellano,  tomando  el  título  de 
Jeque  y  resolviendo  disputar  á  Abenhud  el  supremo 
mando  sobre  todos  los  musulmanes  españoles. 

Realizó  Abenalahmar  su  alzamiento  en  el  año  1231  á 
1232,  reconociendo  la  soberanía  espiritual  del  soberano 
de  allende  el  Estrecho  Abuzacar ia  Yahya  el  Hafsí ,  el 
cual ,  hacia  el  tiempo  de  la  sublevación  de  Abenhud , 
había  sacudido  también  la  dominación  almohade  en  la 
parte  de  África  que  los  antiguos  llamaron  Ifriquia,  fijando 
su  corteen  Túnez.  Según  parece,  habíase  aprovechado 
Abenalahmar,  para  llevar  á  cabo  su  rebelión ,  de  la  deca- 
dencia de  Abenhud  en  ese  tiempo ,  á  consecuencia  de  las 
derrotas ,  especialmente  las  de  Mérida  y  Alcoz ,  que  le 
habían  causado  los  cristianos ;  además ,  al  decir  de  los 
autores  árabes ,  fué  auxiliado  al  principio  de  su  rebelión 
por  fuerzas  de  D.  Fernando. 

Los  triunfos  de  Abenalahmar  fueron  rápidos;  el  mis- 
mo año  en  que  rompió  las  hostilidades  con  Abenhud  pudo 
hacerse  dueño  primeramente  de  Jaén  y  luego  de  Jerez , 
y  en  el  siguiente,  ó  sea  en  1232  á  1233  le  reconocieron 
los  de  Córdoba  y  Carmona,  desechando  la  autoridad  de 
Abenhud.  Entonces  pretendió  también  que  le  obedeció- 


—  281  — 

sen  los  de  Sevilla ,  los  cuales ,  aprovechándose ,  al  pare- 
cer, de  la  misma  ocasión  elegida  por  Abenalahmar,  ha- 
bían rechazado  la  soberanía  de  Abenhud,  al  salir  éste  en 
dicho  año  de  la  capital  citada  en  dirección  á  Murcia,  y 
echado  á  su  gobernador  Abuanáche  Salim  Imadodaula, 
hermano  de  Abenhud,  entregando  el  mando  de  la  ciudad, 
auna  junta  ó  consejo  municipal ,  presidido  por  el  cadí 
Abumeruan  Áhmed,  hijo  de  Mohámed,  el  Bechí.  Según 
indica  algún  autor,  en  un  principio  negóse  el  Bechí  á 
figurar  como  presidente  del  consejo  de  Sevilla;  pero  con- 
sintió en  aceptar  dicho  cargo ,  tan  pronto  como  le  llegó  la 
adhesión  de  Carmona  á  su  autoridad. 

Cuando  supo  Abenalahmar  lo  sucedido  en  Sevilla, 
dirigió  un  mensaje  á  los  individuos  de  la  junta  de  go- 
bierno pidiéndoles  que  se  rindiesen  á  su  autoridad  é  in- 
citándoles á  combatir  el  poder  de  Abenhud  y  dejar  las 
fronteras  al  rey  de  Castilla,  á  ñn  de  limitarse  ellos  ala 
posesión  de  las  montañas  del  litoral  y  de  las  villas  fuer- 
tes de  la  región  que  se  extiende  desde  Alálaga  á  Granada 
y  Almería.  No  quisieron  acceder  los  sevillanos  á  las  pro- 
posiciones que  les  hacía  Abenalahmar,  dando  lugar  á 
que,  despechado  éste,  rompiera  todo  trato  amistoso  con 
ellos  y  con  su  presidente  el  Bechí.  Sin  duda,  á  conse- 
cuencia de  este  rompimiento  de  negociaciones  marchó 
Abenalahmar  contra  Sevilla  y  derrotó  á  las  tropas  que 
el  Bechí  hizo  salir  para  rechazarle ,  cogiendo  prisionero 
al  caudillo  que  las  mandaba.  Entonces,  indican  los  auto- 
res, se  reanudaron  las  negociaciones  entre  Abenalah- 
mar y  el  Bechí,  restableciéndose  la  paz  y  alianza  entre 
ambos  contra  Abenhud ,  á  condición  de  tomar  Abenalah- 
mar por  esposa  á  una  hija  del  Bechí . 

En  tal  situación,  dicen  los  autores  árabes,  tuvo  que 
solicitar  Abenhud  de  San  Fernando  una  tregua  de  tres 
años,  á  ñn  de  someter  á  los  rebeldes  confederados  en 
contra  suya,  y  el  rey  de  Castilla  se  la  otorgó,  á  condición 
de  que  le  pagase  un  tributo  consistente,  según  unos, 
en  mil  dinares  diarios ,  ó  en  ciento  treinta  y  tres  mil  di- 


—  282  — 

nares ,  como  dicen  otros ,  cincuenta  mil  á  entregar  en  el 
acto  y  lo  restante  en  los  tres  años  de  la  tregua.  Además, 
indica  algún  autor  que  Abenliud  entregó  al  de  Castilla 
treinta  fortalezas  de  la  frontera.  No  se  dice  si  la  entrega 
de  éstas  sería  en  propiedad  ó  simplemente  en  prenda  del 
cumplimiento  de  la  paz  firmada  y  del  pago  del  tributo. 
De  todos  modos ,  es  indudable  que  la  tregua  debió  ser 
concedida  á  Abenhud  mediante  condiciones  harto  one- 
rosas; los  cristianos  se  habían  presentado  en  ese  año  como 
una  fuerte  muralla  que  cerraba  las  fronteras  de  los  mu- 
sulmanes; entre  D.Jaime  el  Conquistador  por  la  parte 
de  Valencia  y  Murcia  y  el  rey  San  Fernando  por  la  de 
Andalucía,  tenían  establecidos  siete  formidables  campa- 
mentos. Añádase  á  esto  que  la  paz  y  auxilio  del  rey  de 
Castilla  era  mendigada  á  la  sazón  no  sólo  por  Abenhud, 
sino  también  por  su  rival  Abenalalimar,  y  es  natural  que 
el  rey  santo  la  otorgase  al  mejor  postor. 

Sin  embargo,  gracias  á  la  susodicha  tregua,  pudo 
conseguir  Abenhud  en  el  mismo  año  1232  á  1233  que 
Córdoba  volviese  á  entrar  en  su  obediencia,  é  intentar 
desde  ella  apoderarse  de  Sevilla,  echando  á  sus  rivales. 
Pero  la  suerte  de  las  armas  no  correspondió  á  los  deseos 
de  Abenhud ;  Abenalahmar  y  el  Bechí ,  que  salieron  uni- 
dos á  su  encuentro ,  le  rechazaron  y  derrotaron.  A  seguida 
de  esta  victoria,  Abenalahmar,  que  deseaba  deshacerse 
de  su  aliado  y  mandar  él  solo  en  Sevilla ,  envió  desde  su 
campo,  establecido  en  las  afueras  de  la  ciudad,  á  su 
yerno  Alí,  hijo  de  Esquilula,  y  éste  se  apoderó  de  la  ciu- 
dad, sorprendiendo  y  asesinando  al  Bechí. 

Entonces  el  hermano  de  Abenhud,  Abuanáche  Salim, 
avanzó  contra  Sevilla,  pero  fué  rechazado;  sin  embargo, 
no  debió  retirarse  muy  lejos  de  la  ciudad,  pues  dicen  los 
autores  árabes  que  al  mes  de  ser  asesinado  el  Bechí,  los 
de  Sevilla  se  alzaron  contra  Abenalahmar  y,  echando  de 
ella  á  Abenesquilula,  que  parece  tenía  á  su  cargo  el  go- 
bierno y  defensa  de  la  ciudad  á  nombre  de  aquél ,  volvie- 
ron á  la  obediencia  de  Abenhud,  y  entró  de  nuevo  en 


Sevilla,  como  gobernador,  Abiianáche  Salim.  Este  tuvo 
á  sil  servicio  en  dicha  ciudad  al  famoso  médico  sevillano 
Abulabas  el  Campaneri  ó  Camhaneri,  que  había  servido 
también  á  otro  hermano  de  Abenhud,  llamado  Abuabdála. 

Mientras  transcurrían  en  Sevilla  los  sucesos  que  aca- 
bamos de  narrar,  llegó  á  España  en  1232  á  1233  y  pre- 
sentóse en  Granada  un  embajador  del  califa  abasí  Almos- 
tansir,  el  cual  traía  para  Abenhud  la  bandera,  el  vestido 
de  honor  y  el  diploma  en  que  era  reconocido  por  el  califa 
como  emir  de  los  musulmanes  españoles,  dándole,  entre 
otros  títulos,  el  de  Almotauaquil  Alalá.  Inmediatamente 
dirigióse  Abenhud  á  Granada,  y  coincidiendo  con  una 
festividad  de  rogativa  para  pedir  agua,  pues  reinaba  una 
sequía  pertinaz  en  todo  occidente,  fué  leído  el  diploma 
confirmatorio  de  la  autoridad  de  Abenhud.  Durante  la 
solemnidad  revistióse  el  emir  el  traje  negro  que  le  había 
sido  enviado ,  y  tuvo  en  su  mano  el  pendón  del  mismo 
color,  preferido  por  losabasíes,  en  vez  del  blanco  que 
habían  usado  los  califas  omeyas.  Por  feliz  coincidencia 
llovió  copiosamente  aquel  día,  contribuyendo  á  que  la 
gente  se  alborozase  y  tuviese  todo  esto  como  presagio  de 
un  porvenir  dichoso.  Bien  fuese  por  esta  causa  ó  por  la 
pérdida  de  Córdoba  y  Sevilla,  dicen  los  autores  árabes 
que  en  el  tiempo  de  referencia  ó  poco  después  hizo  las 
paces  Abenalahmar  con  Abenhud  y  proclamó  la  autori- 
dad de  éste  en  Jaén,  Arjona,  Porcuna  y  demás  lugares 
dependientes  de  su  gobierno.  Sin  embargo,  es  de  creer 
que  la  paz  no  fué  duradera  entre  ambos;  un  autor  dice 
que  Abenalahmar  logró  derrotar  más  de  una  vez  á  Aben- 
hud, y  la  última  victoria  que  obtuvo  sobre  éste,  fué  en 
el  año  1235  á  1236.  Además,  como  se  dirá  luego,  Aben- 
alahmar estaba  con  su  ejército  entrando  en  Granada  y 
haciéndola  suya,  cuando  le  llegó  la  noticia  de  la  muerte 
de  Abenhud. 

Tampoco  permaneció  éste  en  paz  con  los  cristianos 
de  Castilla  todo  el  t:empo  convenido  en  la  tregua  que 
había  pactado  con  San  Fernando.  De  los  tres  años  de  paz 


—  284  — 

convenidos,  sólo  se  observó  uno  ó  poco  más,   según  los 
autores  árabes,  los  cuales  no  indican  el  motivo  del  rom- 
pimiento; pero  acaso  tenga  relación  con  él  la  campaña 
emprendida  por  Abenliud  contra  un  importante  perso- 
naje que  había  logrado  escapar  de  Sevilla,  al  ser  asesi- 
nado el  Bechí,  y  refugiándose  en  Silves  ó  en  Niebla,  se- 
gún afirman  otros  con  mayor  probabilidad ,  se  había  hecho 
fuerte  en  ella,  no  queriendo  reconocer  la  autoridad  de 
Abenhud  y  proclamándose  independiente  con  el  título 
de  Almotasim.  Llamábase  Xoaáb_óJíohaib,_.Jbiji^ 
hámed  Abenmahfot.  Abenhud  marchó  á  sitiarle  en  Nie- ' 
bla ,  y  aunque  afirma  algún  autor  que  se  apoderó  de  la 
ciudad,  los  más  convienen  en  decir  que  no  logró  su  pro-^ 
pósito,  pues  habiéndose  presentado  en  contra  suya  losí 
cristianos  de  Alfonso,  refiriéndose,  sin  duda,  al  entoncesj 
infante  D.  Alfonso  el  Sabio,  hubo  de  levantar  el  sitio  y 
retirarse. 

Bien  fuese  porque  el  reyezuelo  de  Niebla  se  había 
acogido  á  la  protección  de  los  cristianos  ó  porque  Aben- 
hud en  aquella  campaña  intentase  también  algo  contra 
éstos,  pues  refiriéndose  á  ese  tiempo  indica  un  autor  que 
había  vuelto  á  creerse  capaz  de  conquistar  el  imperio  de 
España,  dando  orden,  al  efecto,  á  sus  gobernadores  de 
preparar  sus  huestes  para  la  guerra,  es  lo  cierto  que. 
vióse  acometido  por  los  castellanos,  y  comenzó  de  nuevo' 
la  lucha;,  que  trajo  en  daño  del  Islam  la  pérdida,  entre 
otras,  de  Córdoba,  la  magnífica  capital  de  la  España 
árabe.  En  efecto,  las  tropas  de  D.  Fernando  habían  to- 
mado por  sorpresa  en  uno  de  los  primeros  riieses  del  año 
1236  la  parte  oriental  de  Córdoba,  siéndoles  favorecida 
la  entrada  por  los  cristianos  establecidos  en  la  Xarquía 
de  dicha  ciudad.  En  nuestros  historiadores  se  lee  que 
estos  cristianos  habían  sido  introducidos  en  el  barrio 
oriental  y  establecidos  allí  por  algunos  sarracenos  ofen- 
didos ó  disgustados  contra  sus  jefes  ó  magnates  de  la  ciu- 
dad; "pero  del  relato  que  sobre  el  particular  hacen  los 
autores  árabes,  se  desprende  que  los  citados  cristianos 


—  285  — 

eran  una  de  las  varias  bandas  que  los  régulos  musulma- 
nes, prescindiendo  de  escrúpulos  religiosos,  solían  pagar 
y  tener  para  su  servicio,  ó  acaso  los  pacíficos  habitantes 
cristianos  de  dicho  barrio ,  pues  dicen  sencillamente  que 
los  soldados  de  San  Fernando  penetraron  en  la  parte 
oriental  de  la  ciudad ,  por  haber  hecho  traición  los  cris- 
tianos establecidos  en  la  Xarquía.  Dueños  de  la  parte 
oriental,  cercaron  estrechamente  la  otra,  y  en  Junio  del 
mismo  año  quedó  toda  la  ciudad  en  poder  de  D.  B^er- 
nando. 

Es  indudable  que  Abenhud  trató  de  socorrer  la  plaza 
de  Córdoba  y  defenderla  contra  los  ataques  de  los  cris- 
tianos ;  acaso  luchó  desesperadamente  á  este  fin ,  hasta 
que,  agotados  sus  esfuerzos,  perdida  la  ciudad  y  teniendo 
otra  vez  en  contra  suya  á  Abenalahmar,  hubo  de  ajustar 
treguas  con  D.  Fernando,  obligándose  á  pagar  á  este  un 
tributo  de  400.000  dinares,  según  afirman  los  cronistas 
árabes ;  lo  cual  dista  bastante  de  hallarse  conforme  con 
la  narración  de  nuestros  historiadores  sobre  la  conducta 
de  Abenhud  durante  el  sitio  de  Córdoba.  Dicen  estos  úl- 
timos que  el  régulo  de  }ílurcia  se  había  dirigido  á  Écija, 
á  fin  de  auxiliar  á  los  musulmanes  de  Córdoba,  y  hallán- 
dose perplejo  sobre  si  le  convendría  atacar  al  rey  cristiano 
ó  mantenerse  á  la  defensiva,  pidió  conseje  á  un  caballero 
de  Castilla  llamado  Lorenzo  Suárez,  que  había  sido  des- 
terrado por  D.  Fernando  y  á  la  sazón  estaba  al  servicio 
de  Abenhud.  Suárez,  á  su  vez,  solicitó  de  éste  que  le 
enviara  á  informarse  del  real  cristiano,  para  poder  acon- 
sejarle. Partió  Suárez  con  otros  tres  cristianos ,  aguisa 
de  espías;  pero  desleal  á  su  nuevo  señor,  presentóse  á 
D.  Fernando  y,  de  acuerdo  con  éste,  que  le  volvió  á  su 
gracia,  regresó  al  campamento  árabe  ponderando  á 
Abenhud  lo  formidable  de  la  hueste  de  Castilla,  y  como 
en  esto  hubiesen  llegado  noticias  al  de  Murcia  de  que 
D.  Jaime  de  Aragón  se  hallaba  sitiando  á  Valencia,  pidió 
nuevo  parecer  á  Suárez,  y  éste  le  aconsejó  que  marchase 
primeramente  en  socorro  de  la  última  ciudad  citada  j 


—  286  — 

volviese  después  á  Córdoba.  Entonces,  dicen,  levantó 
Abenliud  su  campo  y  se  dirigió  á  Almería  con  ánimo  de 
embarcarse  y  salir  en  auxilio  del  reyezuelo  de  Valencia. 
Esta  narración  detallada  de  las  crónicas  cristianas  sobre 
la  acción  de  Abenhud  durante  el  sitio  y  pérdida  de  Cór- 
doba páralos  musulmanes  es,  á  nuestro  juicio,  menos 
exacta  que  la  que  se  desprende  de  la  relación  hecha  por 
los  autores  árabes,  los  cuales,  más  atentos  á  la  realidad, 
indican  que  la  toma  de  Córdoba  fué  una  consecuencia  de 
la  ruptura  que  sobrevino  entre  Abenhud  y  D.  Fernando, 
antes  de  expirar  el  plazo  de  la  tregua  que  se  había  pac- 
tado entre  ambos.  Hubo,  pues,  un  período  de  nueva  lu- 
cha que  tuvo  su  feliz  término  para  las  armas  de  Castilla 
en  la  reconquista  de  Córdoba,  mediante  capitulación- 
Córdoba  ,  dicen  aquéllos ,  fué  ganada  de  manos  de  Aben- 
hud por  D.  Fernando,  y  entonces  otorgó  éste  á  aquél  la 
paz  y  su  alianza,  á  cambio  de  un  tributo  de  400.000  di- 
nares, como  se  ha  diclio. 

Tampoco  aparece  consignada  en  los  autores  árabes 
conocidos  la  afirmación  de  nuestros  cronistas  respecto  de 
que  Abenhud  abandonase  la  defensa  de  Córdoba  y  se  di- 
rigiera á  Almería,  á  fin  de  embarcarse  con  rumbo  á  Va- 
lencia en  auxilio  de  Zeyan.  Lo  que  revela  más  bien  la 
lectura  de  aquéllos  es  que  Abenhud  firmó  nueva  tregua 
con  D.  Fernando,  obligado  no  solamente  por  los  reveses 
que  sufriera  en  la  campaña  que  acabó  con  la  pérdida  de 
Córdoba  para  su  causa ,  sino  también  por  atender  á  la  paz 
interior  de  su  estado,  y  esto  último  parece  más  probable 
que  fuese  la  principal  cansa  que  le  hizo  marchar  á  Alme^ 
ría,  donde  encontró  su  muerte,  como  se  dirá  más  ade- 
lante. 

Es  verdad  que  los  de  Játiva  y  Alcira,  ciudades  de- 
pendientes del  gobierno  de  Abenhud,  asistieron  en  soco- 
rro de  Zeyan  á  la  desgraciada  jornada  de  Anixa  ó  del 
Puch  de  Cebolla,  en  la  cual  fueron  derrotados  completa- 
mente los  musulmanes  en  Agosto  de  1237,  trayendo  en 
consecuencia  el  estrecho  asedio  de  Valencia,  que  hubo  de 


—  287  — 

rendirse  al  año  siguiente,  cuando  D.  Jaime  era  ya  dueño 
de  la  mayor  parte  de  los  castillos  de  su  distrito  y  del  de 
Alcira;  pero  la  presencia  de  los  de  Játiva  y  Alcira  en 
dicha  jornada  pudo  ser  debida  al  impulso  natural  de  la 
propia  de'ensa,  pues  también  sus  distritos  veíanse  ame- 
nazados ó  atacados,  ó  á  que  realmente  Abenhud,  en  vista 
del  peligro  que  corrían  sus  fronteras  de  aquella  parte, 
diera  órdenes  á  sus  gobernadores  de  salir  en  auxilio  de 
Zeyan.  Pero  es  verdaderamente  raro  que  los  autores  ára- 
bes no  consignen  que  la  ida  de  Abenhud  á  Almería  obe- 
deciese á  motivo  tan  capital,  es  decir,  á  tener  que  embar- 
carse con  rumbo  á  Valencia,  á  fln  de  auxiliar  á  su  régulo, 
y  que,  en  cambio,  la  atribuyan  cá  un  asunto  puramente 
personal. 

He  aquí  cómo  refieren  dichos  autores  la  muerte  de 
Abenhud.  Este,  como  dejamos  referido,  había  contado 
desde  el  primer  año  de  su  alzamiento  con  la  adhesión  de 
los  musulmanes  de  Almería,  donde  le  reconoció  y  pro- 
clamó el  rebelde  en  ella  contra  los  almohades,  Arramimí, 
el  cual  marchó  seguidamente  á  Murcia,  á  fln  de  rendir 
en  persona  su  homenaje  á  Abenhud.  Entonces  detuvo 
éste  á  Arramimí  en  su  corte  y  le  nombró  dulvizaratain 
(el  investido  de  la  doble  dignidad  de  visir),  conflándole 
con  amplios  poderes  la  dirección  de  los  asuntos  del  reino. 

Pasado  algún  tiempo,  y  gozando  ya  Arramimí  de  toda 
la  confianza  de  Abenhud,  aconsejó  á  éste  que  reparase  y 
aumentase  las  fortificaciones  de  Almería,  hasta  el  extre- 
mo de  convertirla  en  plaza  inexpugnable  que  pudiera  ser- 
virle de  refugio  para  el  caso  de  grave  apuro  ó  inseguridad 
de  su  estado.  Pero  en  ésto,  dicen  los  autores,  no  procedía 
Arramimí  con  la  lealtad  debida;  él  buscaba  un  refugio 
para  sí  mismo.  En  efecto,  luego  que  las  fortificaciones 
de  Almería  estuvieron  reparadas,  solicitó  Arramimí  de 
su  señor  que  le  confiase  el  gobierno  de  dicha  ciudad ,  á 
lo  cual  accedió  de  buen  grado  Abenhud.  Tenía  éste  pro- 
metido á  su  esposa  que  nunca  tomaría  otra  mujer;  mas 
habiendo  caído  en  sus  manos  una  hermosa  joven ,  hija  d® 


—  288  — 

un  jefe  cristiano,  en  una  de  sus  incursiones  y  no  atre- 
viéndose á  tenerla  en  Murcia,  por  el  voto  liecho  á  su  pri- 
mera esposa,  la  liabía  enviado  á  Almería  y  confiado  á  la 
guarda  de  Avramimí.  El  gobernador  de  Almería  enamo- 
róse también  de  la  joven,  y  al  saberlo  Abenhud,  marchó 
á  dicha  ciudad,  á  fin  de  castigar  la  infidelidad  de  su  an- 
tiguo visir  y  confidente,  pero  se  le  adelantó  Arramimí 
haciendo  que  en  el  primer  banquete,  que  celebraron  jun- 
tos, fuese  envenenado  Abenhud.  Sin  embargo,  afirma 
algún  autor,  que  Abenhud  no  murió  envenenado,  sino 
por  asfixia  en  el  baño ;  otros  se  limitan  á  decir  que  murió 
repentinamente,  y  que  corrió  la  voz  de  que  había  sido  su 
muerte  causada  por  Arramimí . 

Lo  cierto  es  que  éste  sacó  el  cadáver  de  Abenhud  de 
la  alcazaba  por  la  parte  del  mar  y  lo  embarcó  con  destino 
á  Murcia,  proclamándose  emir  independiente  de  Almería 
con  el  título  de  Almouiyad ,  y  así  permaneció  hasta  que 
Abenalahmar  le  tomó  la  ciudad ,  uniéndola  á  su  reino  de 
Granada . 

La  noticia  del  asesinato  de  Abenhud  á  manos  de 
Arramimí,  según  la  mayoría  de  los  historiadores  musul- 
manes, aparece  confirmada  en  el  fondo  por  los  autores 
cristianos.  En  una  obra  redactada  en  folio  gótico,  que 
perteneció  á  D.  Pascual  Gayangos,  escrita  en  el  año  1549 
y  que  lleva  el  siguiente  título:  «Libro  de  grandezas  y 
cosas  memorables  de  España,  agora  de  nuevo  fecho  y 
compilado  por  el  maestro  Pedro  de  Medina,  vecino  de 
Sevilla»,  se  lee:  «Estando  ( Abenhud J  en  Almería  un 
moro  su  criado  que  había  nombre  Abenramon  comhídó  al 
rey  é  hízolo  beodo .  Y  ahogólo  en  un  pilar  de  agua  que 
tenía  en  su  casa»  (1).  Análogas  palabras  se  leen  en  la 
«Estoria  de  España»  (2)  «Estando  Aben-Sud  en  Almería, 
un  moro  su  privado,  que  avie  por  nombre  Aben-Arramin, 
convidóle,  é  embriagóle  é  afogol  en  una  pila  de  agua». 


(1)    Hemos  tomado  estas  noticias  de  las  notas  del  Si'.  Codera. 
^(2)    Fol.  410. 


—  289  — 

Bien  pudiera  ser  que,  como  dicen  los  autores  árabes, 
al  dirigirse  Abenhud  á  Murcia,  en  diclio  año.  llevase  la 
intención  de  observar  y  aun  castigar  la  infidelidad  de 
su  antiguo  visir  Arraniimí;  pero  creemos  que  no  fuera 
solamente  ese  el  motivo,  atendiendo  á  que,  como  dicen 
ellos  mismos,  muy  poco  antes  de  ser  muerto  Abenhud 
en  Almería ,  los  de  Granada,  dirigidos  por  un  llamado 
Abenabijalid ,  habíanse  alzado  en  rebelión  contra  la  auto- 
ridad de  aquél,  matando  á  su  gobernador  Otba  y  procla- 
mando la  soberanía  de  Abenalahmar.  Además  se  había 
presentado  éste  en  las  afueras  de  la  ciudad,  á  fin  de  to- 
mar posesión  de  ella;  pero  anduvo  perplejo  en  esto,  pues 
dicen  que  acampó  en  las  a'ueras  de  la  ciudad  pensando 
en  un  principio  no  entrar  en  ella  hasta  el  día  siguiente, 
que  mudando  de  parecer,  entró  al  ponerse  el  sol  del  mis- 
mo día  de  su  llegada,  mas  luego  volvió  á  salir  situándose 
en  el  alcázar  de  Habus,  hijo  de  Badis,  y  que  en  esto  le 
llegó  la  noticia  de  la  muerte  de  Abenhud  y  de  haberse 
proclamado  Arramimí  emir  independiente  en  Almería. 
Tales  hechos,  la  nueva  lucha  con  Abenalahmar,  la  insu- 
rrección de  Granada  y,  lo  que  no  es  incompatible,  observar 
de  cerca  la  conducta  de  Arramimí  ó  castigar  su  infideli- 
dad, serían  las  causas  que  exigiesen  la  presencia  de 
Abenhud  en  Almería ,  más  bien  que  el  propósito  de  em- 
barcarse allí,  á  fin  de  marchar  en  auxilio  del  régulo  de 
Valencia ,  Zeyan . 

La  muerte  de  Abenhud ,  ocurrida  en  Noviembre  ó  Di- 
ciembre de  1237,  trajo  consigo  que  se  desprendiesen  del 
gobierno  de  iSIurcia  las  provincias  que  habían  reconocido 
su  autoridad. 

Los  de  Sevilla  proclamaron  la  soberanía  del  emir  al- 
mohade,  hijo  y  sucesor  de  Almamun,  el  titulado  Arraxid, 
quien  se  apresuró  á  enviarles  un  gobernador  de  su  parte. 
En  Málaga  alzóse  independiente  Abdála  Abendinnun, 
que  se  hacía  descender  de  los  antiguos  reyes  de  Toledo 
que  llevaron  el  mismo  nombre  patronímico.  En  Játiva  se 
4^claró  emir  Abulhosain,  hijo  de  Isa,  cuyos  hijos  se  rin- 

19 


—  290  — 

dieron  más  tarde  á  los  cristianos  de  D.  Jaime.  Jaén  y 
Granada  quedaron  sujetas  á  Abenalahmar,  que  fljó  su 
corte  en  la  última  de  ellas,  y  comenzó  desde  luego  la 
construcción  del  magnífico  palacio  de  la  Alliambra,  que 
todavía  admiramos.  De  suerte  que  el  reino  de  Murcia, 
muerto  Abenhud,  quedó  reducido  escasamente  á  los  lí- 
mites de  su  región  propia,  amenazado  por  aragoneses  y 
castellanos  de  un  lado,  y  de  otro  por  el  rey  de  (¡ranada, 
Abenalahmar. 

Los  sevillanos,  al  reconocer  la  autoridad  del  emir  al- 
mohade,  enviaron  á  éste  un  tránsfuga  del  imperio  de  Ma- 
rruecos, jefe  de  la  tribu  almohade  de  losHascúra,  IJa- 
mado  Ornar,  liijo  de  Aucarit,  el  cual,  habiéndose  suble- 
vado contra  el  emir  y  viendo  mal  parada  su  situación, 
había  venido  á  presentarse  á  Abenhud,  como  embajador 
de  parte  de  sus  hermanos  de  tribu,  ofreciéndole  que  éstos 
se  hallaban  inclinados  á  reconocerle  por  su  señor. 

Se  dice  que  Abenhud  puso  su  escuadra  á  disposición 
de  Omar,  hijo  de  Aucarit,  y  éste  atacó  y  estuvo  á  punto 
de  tomar  la  plaza  de  Salé,  donde  se  hallaba  de  goberna- 
dor el  suegro  ó  yerno  de  Arraxid ,  llamado  Abualale.  Sin 
embargo,  parece  ser  que  luego  Abenhud  le  retiró  su  pro- 
tección, porque  se  llegó  á  descubrir  que  la  embajada  de 
Omar,  hijo  de  Aucarit,  no  era  más  que  un  pretexto  para 
escapar  del  peligro  que  le  amenazaba  en  su  país  y  que, 
por  fin,  le  alcanzó,  pues  fué  muerto  por  el  emir  Arraxid, 
cuando  se  lo  entregaron  los  sevillanos  al  someterse  á  su 
obediencia. 


CAPITULO   XX  (1) 


Sitccsorcs  de  Alinotauaqiiil  Abonhad:  Abubúquer  Moháincd  AliuUec 
BlLá:  Aii^  Abenjatab  Dlaoddala:  Zeí/na  destronado  de  Valen- 
cia por  D.  Jaime  el  Conquistador :  Mo/iá/ned  Abenhud  Ba/ia- 
odaula,  vasallaje  en  facor  de  CastiUa;  Abacháfar ,  hijo  de 
Bahaodaula ;  Moháined.  hijo  de  Abucháfar  Abenhud. — Res- 
tauración de  Alnátec:  ruptura  del  vasallaje  á  favor  de  Castilla; 
reconocimiento  de  la  soberanía  de  Abenalahmar  en  Murcia. 
Nueva  restauración  de  Aluátec. — Reconquista  de  Murcia  por 
D.  Jaime  de  Araf/ón.  Personajes  murria.nos  que  Jlorecieron  en 
este  iienipo.  Conclusión. 


Parecía  natural  que  nuestras  crónicas  cristianas  con- 
signasen segura  y  detalladamente  la  historia  de  los  mu- 
sulmanes de  Murcia  en  un  tiempo  tan  inmediato  á  su 
vasallaje  en  favor  de  Castilla  y  á  la  reconquista  definitiva 
de  la  región  realizada  por  el  rey  aragonés  D.  Jaime.  Sin 
embargo,  por  la  lectura  de  los  autores  cristianos  no  es 
posible  siquiera  formar  la  lista  exacta  de  los  varios  reye- 
zuelos ó  arráeces  que  imperaron  todavía  en  Murcia  con 
más  ó  menos  independencia,  hasta  que  fué  extinguida  la 
dominación  musulmana  en  ella.  Como  en  los  períodos 
anteriores,  siguen  en  éste  los  textos  árabes  conocidos,  á 


( 1 )  Laá  principales  fuontes  que  nos  lian  servido  para  el  recitado 
del  presente  capitulo,  son:  Abenjaldun,  edic.  del  Cairo,  t.  IV,  167-71; 
y  VI  285-86  y  269;  ídem  Dem.jmbynes,  págs.  10,  16,  19,  21;  ídem  Be- 
reberes, trad.  de  Slane,  II,  306;  Abenalabar,  Dozy,  Noticesetc,  pá- 
ginas 247-50;  ídem,  Bib.  ai\  liisp.,  V,  23  3'  355;  y  VI,  696;  Aljenalja- 
tib,  ms.  áf.  de  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  n."  37,  fol.  261-62;  el  ms.  ái\  de 
ídem,  n."  33,  pág.  104-5  y  113;  Almacarí,  t.  I,  pág.  291  y  siguientes  3' 
II,  767;  Zerqueclií,  trad.  de  Fagnan,  pág.  306;  Abenomaira,  ms.  ár.  de 
la  Ac.  déla  Hist.,  pág.  15;  Casiri,  II,  60,  126  y  129;  Chronicón  de 
Card.,  Esp.  Sagr.,  t.  XXIII,  .380  y  Chronicón  Barc,  id.  t.  XXVIII, 
333;  Archivo  de  Chavas,  t.  VII,  242  y  245;  Villanueva,  viaje  literario, 
t.  XVII,  pág.  232;  Cáscales,  Discursos,  II;  Fernández  3' González, 
«Estado  social  3'  político  etc.,  en  diferentes  lugares  de  la  obra;  y  Co- 
dera, Misión  histórica,  pág.  111;  Boletín  de  la  R.  Ac.  de  la  Historia, 
t.  X,  386;  y  XVIII,  293, 


—  292  — 

pesar  de  referirse  casi  siempre  de  una  manera  incidental 
á  los  hechos  particulares  de  Murcia,  arrojando  la  mayor 
luz  respecto  de  asuntos  tan  capitales  en  la  historia  de  los 
pueblos.  Aprovechando,  pues,  las  noticias  más  comple- 
tas que  suministran  los  segundos  autores  citados,  y  sin 
olvidar  las  de  los  primeros,  nos  proponemos  en  el  pre- 
sente capítulo,  último  de  la  obra,  hacer  la  historia  de  los 
sucesores  de  Almotauaquil  Abenhud  hasta  el  último  de 
ellos  que  hizo  entrega  del  mando  de  la  ciudad  á  los  cris- 
tianos, no  extendiéndonos  en  detalles  sobre  la  recon- 
quista, toda  vez  que  esto  superaría  los  límites  marcados 
á  nuestro  trabajo  (1). 

Algún  tiempo  antes  de  su  muerte  Almotauaquil  Aben- 
hud había  declarado  príncipe  heredero  y  sucesor  en  el 
reino  á  su  hijo  Abubéquer  Mohámed,  hijo  de  ^lohámed, 
cediendo  no  sólo  al  impulso  y  deseo  natural  de  padre, 
sino  también  á  instancia  de  la  gente  del  reino;  por  lo 
menos,  consta  que  los  de  Játiva  enviaron  á  Abenhud  un 
mensaje  subscrito  por  su  cadí  Abenamíra,  pidiéndole  que 
declarase  sucesor  suyo  en  el  reino  á  su  hijo  Abubéquer 
Mohámed,  y  al  liacerse  pública  la  muerte  de  Abenhud  en 
Almería,  los  de  Murcia,  en  conformidad  con  el  testa- 
mento del  difunto,  proclamaron  rey  al  susodicho  Abubé- 
quer Mohámed,  que  tomó  el  título  de  Aluátec  Bilá  Almo- 
tasim  Bihi.  Pero  al  poco  tiempo  de  ocupar  el  poder,  la 
sedición  que  había  cundido  á  las  varias  provincias  some- 
tidas á  la  autoridad  de  Abenhud,  estalló  también  en  la 
capital,  y  fué  destronado  Aluátec  y  reducido  á  prisión. 
Aparece  como  instigador  de  la  revolución  que  privó  á 
Aluátec  del  mando  de  }\Iurcia,  su  sucesor  Aziz,  hijo  de 
Abdelmélic,  hijo  de  Mohámed,  Abenjatab,  ilustre  alfa- 
quí  que  cultivó  todas  las  ramas  de  las  ciencias  y  alcanzó 
grandes  conocimientos  en  muchas  de  ellas;  primeramente 


(1)  Según  expresión  pública  del  Excino.  Marijués  de  Aledü, 
fundador  del  concursu  á  que  se  destina  la  pre-sente  oljra,  la  historia  de 
la  reconquista  ha  de  ser  objeto  de  nuevo  concut-so. 


—  S93  — 

vivió  retirado  de  los  negocios  públicos  entregándose  tan 
sólo  al  estudio  y  la  piedad,  hasta  que  fué  nombrado  gober- 
nador de  Murcia  por  Almotaua((iill  Abenhud;  pero  su 
gestión  dejó  b¿istante  que  desear,  al  parecer,  por  no  reunir 
condiciones  para  el  buen  desempeño  del  cargo,  y  fué  de- 
puesto; y  entonces  volvió  á  su  anterior  género  de  vida. 
De  tal  situación  pasó  luego  á  ser  el  arráez  ó  régulo  de 
Murcia  y  sus  distritos  por  efecto  de  la  revolución  mencio- 
nada, siendo  proclamado  el  cuatro  de  Moharrem  de  636 
(7  de  Agosto  de  1238  de  J.  C),  según  la  fecha  que  da 
Abenalabar  (1).  Y  conviene  advertir  aquí  que  este  ilustre 
historiador  contemporáneo  afirma  que  á  quien  echó  Aziz 
del  mando  de  Murcia,  fué  al  hermano  de  Almotauaquil 
Abenhud,  llamado  Alí,  hijo  de  Yúsuf,  y  titulado  Adido- 
daula,  sin  mencionar  para  nada  á  Aluátec,  hijo  de  Aben- 
hud. Bien  pudiera  creerse  que  Abenalabar  se  exprese  así 
en  el  pasaje  citado,  porque  Adídodaula  fuera  el  gober- 
nante de  hecho  ó,  como  diríamos  nosotros,  el  regente  de 
su  sobrino  Aluátec:  todos  los  otros  historiadores  señalan 
como  sucesor  inmediato  de  Almotauaquil  á  su  hijo  Aluá- 
tec, y  es  cosa  rara  que  omitiesen  en  la  lista  de  los  reyes 
cal  susodicho  hermano,  en  el  caso  de  que  hubiera  llegado 
éste  á  gobernar  el  reino  en  nombre  propio  por  ese  tiempo. 
Sin  embargo,  sirva  la  precedente  not'cia  de  aviso  para 
ulteriores  investigaciones;  porque  en  aquel  año  de  verda- 
dera agitación  y  revuelta  para  Murcia,  aunque  no  parece 
muy  probable,  acaso  hubiese  llegado  á  ser  reconocido 
como  emir  el  mencionado  Adídodaula  durante  breve 
tiempo. 

Entronizado  en  Murcia  Aziz,  que  se  tituló  Diaodaula, 
dio,  como  cuando  fué  gobernador  de  la  ciudad,  muestras 
de  su  impericia  para  el  mando.  Habiendo  salido  á  cam- 
paña contra  los  cristianos,  volvió  completamente,  derro- 
tado ,  con  muerte  de  muchos  de  los  suyos ,  y  disgustados 
bs   murcianos,  entraron  en  negociaciones  con  Zeyan, 


(1)    Notioes  et  extraites  etc.  Dozy,  pág.  50. 


—  294  — 

ofreciéndole  el  gobierno  de  la  región.  Zeyan  se  hallaba 
entonces  despojado  de  su  trono  de  Valencia. 

En  efecto,  D.  Jaime  de  Aragón,  ganoso  de  enseño- 
rearse del  reino  de  Valencia,  había  venido  dirigiendo  sus 
huestes  contra  aquél ,  al  principio  como  protector  del 
destronado  SidAbusaid,  y  luego  por  cuenta  propia,  y 
cuando  en  el  año  1235  se  hizo  dueño  de  las  islas  í^íallorca 
y  Menorca,  pudo  redoblar  sus  esfuerzos,  penetrando  re- 
sueltamente en  el  corazón  de  dicho  reino.  Después  de 
tomar  á  Burriana,  rendir  á  Peñíscola  y  ultimar  la  recon- 
quista de  las  Baleares  con  la  sumisión  de  I  biza,  se  pre- 
sentó en  las  cercanías  de  Valencia,  batiendo  diferentes 
veces  á  las  tropas  de  Zeyan ,  especialmente  en  la  batalla , 
sangrienta  para  los  musulmanes,  llamada  de  Anixa  ó 
del  Puch  de  Cebolla ,  tras  de  la  cual  vióse  Zeyan  ase- 
diado y  estrechado  cada  vez  más  por  las  fuerzas  del  Con- 
quistador. En  vano,  cuando  se  halló  en  el  mayor  aprieto 
y  desesperado  de  recibir  auxilio  de  los  musulmanes  de 
España  y  del  Magreb,  encargó  á  su  secretario,  el  discreto 
jurisconsulto  é  historiador,  como  le  llama  el  Sr.  Fernán- 
dez y  González  (1),  Abuabdála  Abenalabar,  que  se  diri- 
giera á  Túnez  al  frente  de  una  comisión  de  magnates 
valencianos,  á  fin  de  implorar  socorros  del  emir  de  aque- 
lla provincia,  Abuzacaria  Yahya,  misión  que  desempeñó 
perfectamente  aquél  recitando  ante  la  corte  de  dicho  so- 
berano un  poema  de  súplica  que  conmovió  á  los  oyentes 
por  su  elocuencia  y  perfección  literaria.  Aunque  el  emir 
Abuzacaria  Yahya,  accediendo  á  los  ruegos  de  Zeyany 
al  ofrecimiento  que  le  hacía  éste  de  reconocerle  como  su 
soberano  en  lo  sucesivo,  alistó  su  flota  cargándola  de  pro- 
visiones de  boca  y  guerra  por  valor  que,  según  un  autor, 
ascendía  á  100.000  dinares,  y  confiándola  á  su  almirante 
Yahya,  hijo  de  Abuzacaria,  hijo  de  Axahid ,  no  se  logró 
que  los  socorros  llegasen  á  los  valencianos.  Enteramente 
bloqueada  la  ciudad,  la  ilota  del  rey  de  Túnez  retrocediió 


(1)     Lugar  citado  al  pi-iiicipiu  del  capítulo. 


—  295  — 

por  temor  á  la  cristiana,  y  liubo'de  limitarse  á  desembar- 
car las  provisiones  y  tropas  en  Denia.  Desesperado  Zeyan 
de  recibir  auxilios  y  reducida  la  ciudad  á  situación  impo- 
sible de  sufrir  por  más  tiempo,  dióse  apartido  y  aban- 
donó su  capital  en  manos  de  D.  Jaime,  retirándose  á  Al- 
cira  en  Septiembre  á  Octubre  de  1238,  y  atacado  á  poco 
en  esta  ciudad  por  los  cristianos ,  tuvo  que  trasladarse  á 
Denia,  cuya  posesión,  juntamente  con  la  de  Cullera,  pa- 
rece ser  que  le  había  prometido  respetar  D.  Jaime  du- 
rante cinco  ó  siete  años  en  la  capitulación  de  Valencia. 

Establecido  Zeyan  en  Denia  proclamó  la  soberanía  del 
emir  de  Túnez,  solicitando  su  ayuda,  y  en  tal  situación 
se  hallaba  cuando  fué  llamado  por  los  murcianos,  ofre- 
ciéndole el  mando  de  su  ciudad.  Inmediatamente  se  di- 
rigió Zeyan  á  Murcia  y  entró  en  ella  favorecido  por  la 
revolución  del  pueblo,  que  llegó  á  saquear  el  alcázar. 
Cogido  Aziz  Diaodaiila  y  encerrado  en  una  de  las  pri- 
siones del  alcázar,  fué  asesinado  á  los  pocos  días. 

Dueño  Zeyan  de  ^lurcia ,  puso  en  libertad  al  destro- 
nado Aluátec,  hijo  de  Abenhud,  y  proclamó  en  ella  la 
soberanía  del  emir  de  Túnez,  quien  le  envió  auxilios  y 
la  investidura  de  arráez  ó  emir  del  oriente  de  España. 
Sin  embargo ,  el  entronizamiento  de  Zeyan  no  fué  aca- 
tado por  todas  las  ciudades  de  la  región  murciana:  en 
Orihuela  se  alzó  independiente  Abenassam ,  á  quien  no 
pudo  someter  Zeyan ,  y  hacia  él  mismo  tiempo,  ó  sea 
durante  el  segundo  y  último  de  su  mando  en  Murcia,  se 
separó  de  su  autoridad  Lorca ,  donde  logró  hacerse  inde- 
pendiente en  el  año  1240  á  1241  el  alfaquí  Mohámed, 
hijo  de  Alí  Abenaslí. 

Dos  años  había  durado  el  mando  de  Zeyan  en  Murcia; 
pasado  dicho  tiempo,  un  tío  de  Almotauaquil  Abenhud, 
llamado ,  como  éste ,  Mohámed  Abenhud  y  titulado  Ba- 
liaodaula,  restableció  en  dicha  capital  la  dinastía  de  los 
Benihud  ,  echando  de  ella  á  Zeyan ,  que  marchó  á  refu- 
giarse entre  sus  parientes  y  partidarios  de  Luxente.  En 
esta  población  permaneció  Zeyan  hasta  que ,  tomada  por 


-  296  — 

las  fuerzas  de  D.  Jaime  en  1246  á  1247,  se  retiró  á  Tú- 
nez, donde  murió  en  1269  á  1270  (1). 

Bahaodaula  Mohámed  Abenhud  impuso  su  autoridad 
al  arráez  de  Oriliuela,  Abenassam,  quien,  como  se  lia 
dicho,  se  había  alzado  independiente  contra  Zeyan;  mas 
no  logró  otro  tanto  de  Abenash',  el  arráez  de  Lorca,  cuya 
independencia  de  Murcia  en  este  tiempo  cuidan  de  hacer 
notar  los  autores  árabes ;  y  es  de  suponer  que  en  igual 
estado  se  mantuviesen  los  arráeces  de  otras  ciudades  de 
la  región ,  los  cuales  no  quisieron  reconocer  el  vasallaje 
prestado  por  el  de  jNIurcia  en  favor  del  rey  de  Castilla 
hacia  este  tiempo. 

En  efecto,  los  historiadores  árabes,  refiriéndose  al 
tiempo  del  reinado  de  Bahaodaula  Mohámed  Abenhud, 
hacen  mención  del  reconocimiento  de  dicho  vasallaje, 
que  con  mayor  suma  de  detalles  exponen  también  las 
crónicas  cristianas:  llegado,  dicen,  el  2  de  Abril  de  1243 
presentóse  en  Murcia  el  hijo  del  régulo  de  la  ciudad, 
Áhmed,  hijo  de  Mohámed,  con  muchos  magnates  cris- 
tianos, los  cuales  se  establecieron  en  la  ciudad,  mediante 
capitulación.  Nada  se  encuentra  en  los  textos  árabes  que 
señale  fijamente  el  motivo  por  el  cual  reconociesen  lo^ 
de  Murcia  la  soberanía  de  Castilla.  Por  lo  que  hace  á  lo^ 
cronistas  cristianos,  sabido  es  que  atribuyen  dicho  reco!- 
nocimiento,  bien  á  la  situación  apurada  del  reino  de 
Murcia,  amenazado  por  D.  Jaime  al  Este,  por  los  caste 
llanos  al  Norte  y  por  Abenalahmar  al  Sur,  ó  bien  á  ur 
supuesto  ataque  y  sitio  de  este  último  contra  la  capital 
que  quería  agregar  á  su  estado  de  Granada.  El  infant( 
D.Alfonso,  dicen  los  susodichos  cronistas,  fué  el  qui 
con  otros  magnates  castellanos ,  entre  los  cuales  secón 
taba  al  maestre  de  Santiago  D.  Pelayo  Correa,  entró  cri 
Murcia,  aceptando  en  nombre  de  su  padre  el  jurament( 


(1)  En  un  pasaje  de  Abenjaldun,  edic.  del  Cairo,  tomo  Vi,  pá' 
g"  i  na  285,  parece  leerse  que  el  sitio  á  donde  so  retiró  Zeyan ,  al  se 
echado  de  Murcia,  no  fué  Luxente,  sino  Alicante,  que  fué  tomad 
por  D.  Jaime  en  ese  tiempo. 


-  2^7  - 

de  vasallaje  que  habían  ido  á  ofrecerle  los  comisionados 
murcianos,  bajo  ciertas  condiciones  cuidadosamente  ex- 
puestas por  ellos.  El  infante  D.Alfonso,  continúan  di- 
ciendo ,  tomó  posesión  del  alcázar  con  todo  el  dominio  y 
las  rentas  públicas,  excepto  las  partes  de  éstas  que  per- 
tenecían de  derecho  al  mismo  Abenhud  y  á  los  arráeces 
de  Crevillén,  Alicante,  Elche,  Orihuela,  Alhama,  Aledo, 
Ricote,  Cieza  y  otros.  Lorca,  Cartagena  y  Muía  no  acep- 
taron el  vasallaje  reconocido  por  los  murcianos  (1). 

Las  noticias  precedentes,  tomadas  de  las  antiguas 
crónicas,  han  dado  lugar  á  que  historiadores  modernos, 
interpretándolas  con  alguna  exageración ,  hayan  genera- 
lizado la  creencia  de  que  los  musulmanes  murcianos  per- 
dieron en  ese  tiempo  toda  autoridad  y  poder ,  pasando  el 
gobierno  de  ella  á  manos  del  rey  de  Castilla;  pero  los 
testimonios  árabes  conocidos,  aunque  escasos  en  lo  que 
se  refiere  á  este  tiempo ,  son ,  no  obstante ,  suficiente- 
mente luminosos  para  que  no  pueda  aceptarse  dicha 
creencia.  A  nuestro  modo  de  ver,  al  declararse  los  mu- 
sulmanes de  Murcia  vasallos  de  D.  Fernando,  no  se  pri- 
varon de  la  gobernación  de  las  ciudades  y  villas  de  su 
región ,  ni  consintieron  que  aquél  las  llenase  de  guarni- 
ciones cristianas,  ni  le  entregaron  el  palacio  de  sus  reyes; 
dicho  vasallaje  se  redujo,  en  sustancia,  á  comprar  la  paz 
y  el  protectorado  de  Castilla.  Ellos,  á  trueque  de  seguir 
tirando  con  sus  reyes  y  el  dominio  general  de  la  región , 
á  fin  de  evitarse  mayores  humillaciones  y  males,  no  tu- 
vieron inconveniente  en  pagar  á  Castilla  la  mitad  de  las 
rentas  públicas ,  en  dejarse  llamar  vasallos  del  rey  cris- 
tiano y  aun  entregar  uno  ó  más  castillos ,  donde  pudie- 
ran establecerse  las  tropas  del  protector.  El  caso  no  era 
nuevo  en  la  historia  de  los  musulmanes  españoles:  Al- 
fonso VI  y  el  Cid  Campeador  habían  gozado  de  análogas  ó 
iguales  prerrogativas  sobre  los  musulmanes  de  Valencia. 


(1)    Ex  vita  Sancti  Ferdinandi,  pág.  20  y  127;  An.  Tol.,  II  y  III; 
Esp.  Sagí-.,  XXIII,  pág.  419  y  413. 


—  298  — 

Solo  así  se  explica  que  continuasen  los  de  Murcia  to- 
davía algunos  años  con  reyes  propios,  los  cuales,  aunque 
siguieron  tributarios  ó  vasallos  del  rey  de  Castilla,  no 
abandonaron  el  gobierno  de  la  ciudad,  acuñaron  moneda, 
tuvieron  ejército  y,  cuando  se  creyeron  capaces  de  sacu- 
dir el  protectorado  de  Castilla,  trataron  de  hacerlo,  como 
se  dirá  luego,  si  bien  era  ya  imposible  la  realización  de 
su  esperanza,  y  á  poco  hubieron  de  perder  de  una  ma- 
nera definitiva  la  dominación  de  su  país. 

Un  autor  árabe,  el  Anónimo  de  Copenliague  (1),  refi- 
riéndose á  este  tiempo,  dice  que  todos  los  estados  musul- 
manes de  España  se  vieron  obligados  á  pedir  la  paz  á  los 
cristianos,  mediante  tributo,  y  por  lo  que  hace  á  los  de 
Murcia,  acudieron  á  los  que  de  aquéllos  tenían  más  pró- 
ximos y  les  dieron  un  castillo  para  su  establecimiento. 
Esta  medida,  dice  el  autor  citado ,  fué  una  gran  calami- 
dad; pues  los  de  Murcia  hubieron  de  sufrir  mucho  de 
dichos  cristianos  establecidos  en  el  castillo,  hasta  que 
más  adelante,  cuando  sobrevino  la  ruptura  de  la  paz  con- 
venida entre  musulmanes  y  cristianos,  rodearon  éstos 
con  sus  tiendas  la  ciudad  y  se  hicieron  dueños  de  ella. 

Se  ha  dicho  que  Lorca ,  Muía  y  Cartagena  no  habían 
entrado  en  la  capitulación  de  los  murcianos,  en  virtud  de 
la  cual  se  sometieron  éstos  al  vasallaje  ó  protectorado  de 
Castilla.  Respecto  de  Lorca,  no  era  de  extrañar,  puesto 
que  hemos  visto  que  se  había  alzado  en  estado  indepen- 
diente de  Murcia  en  1240  con  el  alfaquí  Mohámed,  hijo 
de  Alí,  Abenaslí.  Muerto  éste  en  1244  á  1245,  sucedióle 
su  hijo  Alí,  quien  vióse  atacado  pronto  por  los  cristianos, 
de  Castilla.  Los  Anales  de  Toledo  dan  por  supuesto  que| 
en  ese  tiempo  se  hizo  dueño  el  infante  D.  Alfonso  dí 
Lorca  y  Muía  «el  infante,  dicen,  D.  Alfonso,  filio  del 
Rey  D.  Fernando  ganó  á  Lorca  é  Muía.  Era  1282»  (2) 
Acaso  se  hiciera  dueño  completamente  de  j\Iula ;  mas  poi 


(1)  Ms.  ár.  do  la  R.  Ac.  de  la  Hist.,  núm.  83,  pág.  íV.i. 

(2)  Esp.  Sag'rada,  tomo  XXIII,  pág.  410. 


—  299  — 

10  que  hace  á  Lorca,  dicen  los  autores  árabes  que  su  re- 
yezuelo Alí  fué  arrojado  de  la  alcazaba  de  la  ciudad  por 
los  cristianos;  pero  logró  mantenerse  en  la  alfnedina 
liasta  su  muerte  ocurrida  en  1263  á  1264.  Todavía  suce- 
dió á  éste  en  la  parte  de  dominio  que  conservaban  en 
Lorca  los  musulmanes,  su  hijo  Moliámed  hasta  el  si- 
guiente año  de  1264  á  1265  en  que  fué  destronado  por 
sus  subditos ,  los  cuales  se  sometieron  y  proclamaron  por 
su  soberano  al  rey  de  Granada  Abenalahmar. 

Muerto  el  régulo  de  Murcia  Bahaodaula  Mohámed 
Abenhud  en  1259,  sucédele  en  el  mando  su  hijo  Abuchá- 
far,  hijo  de  j\Iohámed  Abenhud,  que  reinó  hasta  su 
muerte  en  1261  á  1262,  pasando  el  gobierno  á  manos  de 
su  hijo  ^iohámed,  hijo  de  Abucháfar  Abenhud. 

Algunos  autores  árabes  dicen  que  Bahaodaula  no  mu- 
rió en  1259,  sino  en  1261  á  1262,  y  que  en  este  año  co- 
menzó el  mando  de  su  hijo  Abucháfar  Mohámed,  el  cual 
no  tuvo  por  sucesor,  á  su  vez,  á  su  hijo  Mohámed,  hijo 
de  Abucháfar;  y  omiten,  en  consecuencia,  la  existencia 
de  este  último  régulo. 

De  todos  modos,  debemos  hacer  constar  aquí  que  i\Io- 
hámed  Abenhud,  el  titulado  Bahaodaula  y  que  había 
echado  de  j\Iurcia  al  exrégulo  de  Valencia  Zeyan,  fué, 
según  resulta  de  los  textos  árabes,  el  que  inició  la  polí- 
tica de  reconocimiento  de  vasallaje  á  Castilla,  y  el  mismo 
don  Maliomat  Ahenmaliomat  que  aparece  confirmando, 
como  rey  de  Murcia,  vasallo  de  D.  Fernando  y  luego  de 
su  hijo  D.  Alfonso,  algunos  de  los  documentos  de  estos 
soberanos  expedidos  en  los  años  1253,  1254,  1255  y 
1259  (1).  Todo  hace  creer  que  esa  misma  política  debie- 
ron seguir  los  descendientes  y  sucesores  de  Bahaodaula 
Mohámed  Abenhud,  mas  no  hay  razón  para  atribuirla, 
como  suele  hacerse ,  al  titulado  Aluátec,  hijo  y  sucesor 


(1)  Podrá  ver  el  lector  ios  citados  documentos  en  el  Memorial 
histórico,  tomo  I;  Villanueva,  Viaje  literario,  tomo  IX,  pái;' .  277;  y 
en  la  citada  obra  «Estado  social  y  i)olitico  de  los  mudéjai'cs))  del  señor 
Fernández  y  González,  págs.  334,  338,  341  y  344. 


—  '300  — 

inmediato  de  Almotauaquil  Abenliiid,  que  había  sido  su- 
plantado y  aprisionado  por  Aziz  Abenjatab  y  puesto  en 
libertad  por  Zeyan.  Mas  bien  hay  indicios  para  sospechar 
que  Aluátec  Abenhud  representó  la  política  de  indepen- 
dencia; pues,  al  decir  de  los  autores  árabes,  él  fué  quien 
destronó  en  1263  á  1264  á  Mohámed,  hijo  de  Abucháfar, 
descendiente  directo  de  Bahaodaula,  alcanzando  por  se- 
gunda vez  el  mando  de  Murcia,  y  esto  precisamente  al 
tiempo  en  que  tuvo  lugar  la  ruptura  del  vasallaje  recono- 
cido por  los  de  Murcia  y  de  casi  todos  los  estados  musul- 
manes en  favor  de  Castilla . 

« Había  pretextado  este  inftel ,  dice  el  Sr.  Fernández  y 
González,  exponiendo  los  motivos  de  la  ruptura  de  Aluá- 
tec con  el  soberano  de  Castilla  (1),  que  no  se  observaban 
con  lealtad  todos  los  conciertos  asentados  al  verificar  la 
entrega  del  reino  de  Murcia,  y  ora  avisado  de  las  diferen- 
cias que  separaban  el  pensamiento  positivo  de  D.  Alfonso 
de  las  miras  de  la  corte  de  Roma ,  ora  reconociendo  en  el 
Sumo  Pontífice  la  personificación  de  la  única  fuerza  ca- 
paz de  contrarrestar  las  injurias  de  los  soberanos  de  la 
tierra,  envió  una  embajada  al  Papa,  para  que  llamase  al 
rey  de  Castilla  al  cumplimiento  de  lo  estipulado.  Partió 
con  este  fin  á  Roma,  en  calidad  de  enviado,  su  secretario 
Abutálib  Abensabin ,  hermano  del  autor  de  las  repuestas 
al  emperador  Federico  II,  intituladas:  Cuestiones  sici- 
lianas (2). 

> Llegó  el  embajador,  dice  Almacarí,  á  la  ciudad 
donde  ningún  muslim  sentaba  la  planta.  Allí  cumplida 
su  misión  dirigióle  el  Pontífice  algunas  preguntas  perso- 
nales y  contestólas  con  tan  rara  prudencia,  que  volvién- 
dose el  Papa  á  los  que  le  rodeaban,  díjoles  algunas  pala- 
bras en  su  idioma,  cu^^o  sentido,  según  la  explicación 
dada  al  enviado  del  rey  de  Murcia,  al  decir  de  los  histo- 
riadores mahometanos ,  era  el  siguiente :  « Sabed  que  el 


(1)  Obra  citada,  pág.  104. 

(2)  V.  sobre  el  particular  á  Melieron  en  su  cíCorrespondcncc  etc.» 


—  301  — 

hermano  de  Abutálib  es  hombre  tan  sabio,  que  no  hay 
entre  los  muslimes  quien  conozca  á  Dios  mejor  que  él». 

Ignoramos  la  respuesta  del  Pontífice  á  la  reclamación 
que  le  hacía  el  régulo  de  .Murcia  contra  el  de  Castilla;  lo 
cierto  es  que,  al  decir  de  los  citados  autores,  continuó 
Aluátec  reinando,  roto  el  vasallaje  á  Castilla,  liasta  que, 
apretado  cada  vez  más  por  las  tropas  de  Alfonso  y  de  don 
Jaime,  proclamó  la  soberanía  del  rey  de  Granada  Aben- 
alahmar,  pidiéndole  que  le  enviase  auxilios.  Envió  Aben- 
alahmar  en  defensa  de  Murcia  algunas  tropas  al  mando 
de  su  caudillo  Abdála,  hijo  de  Alí,  Abenesquilula ,  á 
quien  fué  entregado  el  Gobierno  de  la  ciudad,  y  se  hizo 
en  ella  la  oración  á  nombre  del  rey  de  Granada.  Pero  á 
poco,  añaden  los  mismos  autores  sin  determinar  la  causa, 
tuvo  que  abandonar  Abenesquilula  la  ciudad  de  Murcia , 
y  al  regresar  á  la  de  Granada,  cayeron  sobre  él  y  su  gente 
los  cristianos,  poniéndole  en  precipitada  fuga.  Entonces 
los  murcianos  entregaron  por  tercera  vez  el  mando  de  la 
ciudad  al  príncipe  Aluátec,  quien  permaneció  en  ella, 
hasta  que  estrechado  nuevamente  por  D.  Jaime  de  Ara- 
gón ,  hízole  entrega  de  su  capital. 

Sería  excedernos  de  los  límites  de  nuestro  trabajo, 
supuesta  la  razón  que  expusimos  al  principio  de  este 
capítulo ,  detallar  aquí  la  marcha  victoriosa  del  conquis- 
tador de  Aragón ,  hasta  acabar  definitivamente  con  la  do- 
minación musulmana  en  Murcia  (1).  Pero  sí  debemos 
observar  que  el  citado  monarca  aragonés  realizó  esa  em- 
presa á  instancia  y  en  auxilio  de  su  yerno  D.  Alfonso  de 
Castilla,  quien  se  veía  tan  comprometido  por  la  terrible 
ruptura  del  vasallaje  á  Castilla  y  de  la  ofensiva  iniciada 
por  los  musulmanes,  no  sólo  de  í\Iurcia,  sino  también  de 
Granada  y  délos  restantes  lugares  de  Andalucía,  «que 
estuvo  en  punto ,  dice  el  ilustre  Cáscales ,  de  perderse  en 


(1)  Los  detalles  solero  el  particulai'  puede  .verlos  el  lector,  entre 
iti'as  obras,  en  la  citada  de  Cáscales,  Discursos,  II,  pág.  24  y  si- 
■uientes,  y  en  la  del  Sr.  Fernández  y  González,  cap.  VII. 


—  302  — 

breves  días  todo  lo  que  el  rey  D,  Fernando  en  mucho 
tiempo  había  conquistado»  (1);  «El  rey  D.  Jaime,  dice  el 
mismo  autor,  respondió  bien  y  correspondió  mejor  al 
llamamiento  de  su  yerno  D.  Alfonso.»  En  efecto,  libre  á 
este  tiempo  de  la  revuelta  de  sus  subditos  musulmanes 
por  el  lado  de  Valencia,  emprendió  la  campaña  de  Mur- 
cia ,  y  no  menos  con  ardides  y  prudencia  que  con  las  ar- 
mas se  le  fueron  entregando  sucesivamente  Villena, 
Élda,  Elche,  Alicante  y  Orihuela,  estableciendo  en  esta 
última  su  puesto  de  reposo  y  base  para  las  operaciones 
contra  Murcia.  Acaso  la  presencia  de  D.  Jaime  en  Ori- 
huela fué  causa  principal  de  que  el  caudillo  de  Granada 
Abenesquilula  abandonase  la  ciudad  de  Murcia,  como  se 
ha  dicho  anteriormente  siguiendo  la  narración  de  loa  au- 
tores musulmanes,  y  que  las  tropas  del  monarca  arago- 
nés fueron  las  que  le  sorprendieron  y  pusieron  en  fuga 
en  su  camino  de  regreso  á  Granada.  Lo  que  aparece  in- 
dudable es  que  el  monarca  aragonés  hubo  de  atender  no 
sólo  al  asedio  de  íylarcia,  sino  también  á  rechazar  los  au- 
xilios que  de  Granada  fueron  enviados  en  socorro  de 
aquella  ciudad.  Sabido  es  por  las  crónicas  cristianas  que 
á  los  ocho  días  de  la  llegada  de  D.  Jaime  á  Orihuela,  se 
le  presentaron  dos  almogávares  de  Lorca  á  media  noche 
y  le  avisaron  que  tropas  del  rey  de  Granada ,  formadas 
por  ochocientos  jinetes  y  dos  mil  peones  con  igual  nú- 
mero de  acémilas  cargadas ,  habían  pasado  por  Lorca  á  la 
puesta  del  sol  en  dirección  á  Murcia.  Inmediatamente 
púsose  D.  Jaime  en  camino  con  los  suyos,  en  compañía 
del  infante  de  Castilla  D.  Manuel,  de  sus  hijos  D.  Pedro 
y  D.  Jaime  y  de  los  maestros  del  Temple,  de  Santiago  y 
de  San  Juan,  y  habiendo  logrado  alcanzar  á  sus  enemi- 
gos en  Buznegra,  les  obligó  á  retirarse  inmediatamente 
y  refugiarse  en  Alhama  (2). 


(1)  Lugar  antes  citado. 

(2)  Cáscales,   ubra  citada,   pág.  33,  y  Fernández  y  González, 
Ídem,  página  10(1.      • 


I 


—  303  — 

Finalmente,  Aluáiec,  perdida  la  esperanza  de  ser  au- 
xiliado por  Abenalahmar,  quien  por  este  tiempo,  al  decir 
de  los  cronistas  cristianos,  había  tenido  que  someterse  de 
nuevo  al  tributo  y  vasallaje  á  Castilla,  y  estrechado  muy 
de  cerca  por  D.  Jaime,  dióse  á  partido  y  entregó  su  ca- 
pital, recibiendo  en  compensación  el  castillo  de  Yusor  ó 
Yuser  (1) ,  perteneciente  al  distrito  de  aquélla,  en  el  cual 
permaneció  hasta  el  fin  de  su  vida.  Así  concluyó  de  una 
manera  definitiva  la  dominación  musulmana  en  Murcia. 

Las  crónicas  cristianas  señalan  el  mes  de  Febrero  de 
12G6  como  fecha  de  la  entrada  de  D.  Jaime  en  ^Murcia;  al 
mismo  año  refiere  Abenjaldun  en  un  pasaje  de  su  obra  (1) 
la  toma  de  la  ciudad  por  los  cristianos.  Pero  dicho  escri- 
tor y  Almacarí  en  otros  lugares  afirman  que  la  salida  de 
Aluátec  de  su  capital  y  pérdida  definitiva  de  todo  su 
mando  en  ella  no  tuvo  lugar  hasta  el  año  1269  á  1270. 
Acaso  esta  última  fecha  pudiera  ser  errónea;  pero  es  más 
probable  creer  que  hubo  dos  capitulaciones:  una  en  la 
fecha  á  que  se  refieren  las  crónicas  cristianas,  en  la  cual 
D.  Jaime  se  limitó,  como  indican  ellas  mismas,  á  que- 
darse con  parte  de  su  ciudad  para  sus  tropas  y  restable- 
cer la  imposición  de  la  concordia  y  vasallaje  á  Castilla,  y 
otra  en  1269  á  1270,  en  que  se  impuso  á  Aluátec  que 
abandonase  la  capital,  con  pérdida  de  toda  su  autoridad, 
y  se  retirase  á  acabar  sus  días  en  el  castillo  de  Yusor. 

Son  de  notar  como  personajes  notables  que  ílorecieron 
en  la  región  murciana  durante  el  mando  de  los  Benihud: 

Abulhásan  Alí,  hijo  de  Mohámed,  hijo  de  Abulafia, 
que  desempeñó  el  cargo  de  cadí  en  Murcia,  Valencia  y 
Játiva,  dejando  de  existir  al  año  siguiente  de  la  expulsión 
de  los  almohades ,  motivada .  por  el  alzamiento  de  Aben- 
hud  Almotauaquil  (2). 


(1)  Acaso  el  nomljre  de  ese  castillo,  de  la  raíz  arábiga  j-^<^^. , 
^cr  feliz  ó  afortunado,  corresponda  al  que  los  cristianos  llamaron 
Fortuna. 

(2)  Abenalabar,  Bib.  ar.  hisp.,  VI,  1899. 


—  304  — 

Abubéquer  Almoaflrí  Mohámed ,  hijo  de  Áhmed  Aben- 
habun,  natural  de  Murcia,  gramático  y  poeta,  que  murió 
en  1229  á  1230  (1). 

Abulliásan  Alí,  liijo  de  xMoliámed,  Aljarzachí,  de  Ori- 
huela;  viajó  por  Oriente  y  vuelto  á  su  ciudad  natal,  fué 
nombrado  presidente  de  la  oración  y  predicador.  Falleció 
en  1232  ó  1236  (2). 

Mohámed,  hijo  de  Hásan,  hijo  de  Jalaf,  Alansarí,  de 
la  gente  de  Cartagena  y  originario  de  Zaragoza:  escribió 
sobre  jurisprudencia  y  literatura  y  desempeñó  el  cargo 
de  cadí  en  Cartagena  durante  más  de  cuarenta  años.  Mu- 
rió en  1234  á  1235  (3). 

Abulcásim  Mohámed,  hijo  de  Abderráman,  conocido 
por  Abenhamanel.  De  la  gente  de  Murcia  y  presidente  de 
la  oración  en  su  aljama.  Algunos  magnates  confiáronle  la 
educación  de  sus  hijos,  pues  era  escritor  correcto  y  hacía 
copias  de  Alcorán.  Murió  en  1235  á  1236  (4). 

Abualí  Hásan,  hijo  de  Abderráman  Alansarí,  conocido 
más  comunmente  por  Arrafao.  Era  de  la  gente  de  Murcia; 
enseñó  Alcorán  y  se  distinguió  como  excelente  literato  y 
gramático.  Tuvo  lugar  su  muerte  en  1235  á  1236  (5). 

Aburrebia  Soláiman,  hijo  de  Sálim,  valenciano  de  ori- 
gen y  nacido  en  Murcia.  Fué  de  los  sabios  más  distingui- 
dos de  su  tiempo,  discípulo  de  Abenhobaix,  de  Averroes 
y  otros  muchos ;  famoso  escritor  y  valeroso  soldado  que 
figuraba  siempre  entre  los  combatientes  en  primera  línea, 
infundiendo  aliento  á  sus  compañeros.  Escribió  mucho 
sobre  literatura  é  historia,  fué  predicador  y  cadí  en  Va- 
lencia y  cayó  muerto  el  año  1236  en  la  batalla  mencionada 
de  Anixa  ó  del  Puch  de  Cebolla.  Además  de  sus  sermo- 
nes, poesías  y  epístolas  que  formaban  un  buen  número 


(1)  AI)enalabar,  Bib.  ar.  Iiisp.,  VI,  2131. 

(2)  Aljenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  VI,  1902. 

(3)  Aljenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  999. 

(4)  Aberialabaí-,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  1001. 

(5)  Abenalabar,  Bib.  ar.  liisp.,  V,  52, 


—  305  — 

de  volúmenes  ,  dejó  escritas  las  obras  siguientes :  un  tra- 
tado completo  de  las  campañas  del  Profeta  y  de  los  tres 
califas;  un  libro  sobre  el  conocimiento  de  los  compañeros 
del  Profeta  y  de  sus  discípulos;  un  diccionario  biográfico 
de  los  preceptores  de  Abenhobaix  y  sumario  de  sus  ense- 
ñanzas, y  un  tratado  biográfico  del  imam  Bojarí  (1). 

Yah^^a,  hijo  de  Ahmed,  hijo  de  Mohámed  Abentáhir, 
Alansarí ;  vivió  en  Játiva  y  llegó  á  ser  de  los  escritores  y 
poetas  más  inspirados  de  su  tiempo.  Obtuvo  el  gobierno 
de  Játiva  bajo  la  obediencia  del  rey  Almotauaquil  Aben- 
hud  y  murió  á  los  55  años  de  edad  en  1236  á  1237  (2). 

Abulcásim  Abderráman,  hijo  de  Mohámed,  Abenayax 
Atochibí,  originario  de  Purchena  y  natural  de  Tarifa. 
Ejerció  el  cadiazgo  en  Murcia,  Granada  y  alguna  otra 
ciudad  y  falleció  en  Málaga  en  el  año  1238  á  1239  (3). 

Abumohámed  Abdála,  hijo  de  Yúsuf,<  hijo  de  Áhmed 
Abenfargalux.  De  la  gente  de  Valencia,  donde  por  su  gran 
saber  fué  nombrado  presidente  de  la  oración  y  predicador 
de  la  aljama,  y  en  ella  vivió  hasta  que,  tomada  por  los 
cristianos,  trasladó  su  residencia  á  Denia,  en  la  cual  ejer- 
ció el  mismo  cargo  que  había  tenido  en  Valencia.  Des- 
pués marchó  á  ^lurcia  y  luego  á  Orihuela,  de  cuya  aljama 
fué  también  predicador  hasta  su  muerte  ocurrida  en  1240 
á  1241.  Sus  restos  fueron  trasladados  y  sepultados  en 
Murcia  (4). 

Abuisa  Mohámed,  hijo  de  Mohámed,  Abensaad,  natu- 
ral de  Murcia,  notable  tradicionista  y  jurisconsulto.  Des- 
empeñó el  cargo  de  zavalaquem  y  luego  el  de  cadí  de  su 
ciudad  natal  durante  largo  tiempo.  Dice  Abenalabar  que 
á  su  paso  por  Murcia  en  dirección  á  Túnez  con  motivo  de 
su  embajada  cerca  del  emir  Abuzacaria  Yahya,  encontró 


(1 )  Abenalaljai-,  Bib.  ai-,  liisp.,  VI,  1991,  y  Ca=iri  II,  115.  Véase 
también  Pons,  Ensayo  Iño-biljliográfico  sobre  los  historiadores  y  geó- 
grafos arábigo-españoles ,  pág.  283. 

(2)  Abenalabar,  VI,  2067. 

(3)  Abenalabar,  VI,  1642. 

(4)  Abenalabar,  VI,  1453. 

30 


—  306  — 

al  biografiado  y  conversó  más  de  una  vez  con  él  en  el  pala- 
cio del  emir  de  Murcia.  Muerto  Abuisa  en  124-1:  á  1245, 
fué  sepultado  en  la  mezquita  llamada  de  Acharfa  de  su 
ciudad  (1). 

Abuabdála  Mohámed ,  hijo  de  Abdála,  Abenfadl,  Asa- 
lamí,  de  la  gente  de  Murcia.  Viajó  por  Oriente  visitando 
diferentes  capitales  y,  vuelto  á  su  ciudad ,  enseñó  tradi- 
ción, siendo  muy  bien  recibidas  sus  doctrinas  (2). 

Moliámed,  hijo  de  Ibrahim,  Alansarí  Aljazarchí,  co- 
nocido más  comunmente  por  el  Galatí.  Era  notable  tradi- 
cionista  y  fué  muerto  por  los  cristianos,  cuando  éstos 
apresaron  el  barco  en  que  había  salido  de  Cartagena  en  el 
año  1147  á  1148  (3). 

Abuabdála  Mohámed ,  hijo  de  Áhmed  Alansarí,  Alcha- 
nam,  natural  de  Murcia  y  tradicionista  digno  de  fe,  y 
además  poeta  y  secretario.  Salió  de  Murcia,  al  ser  some- 
tida á  los  cristianos,  en  el  año  1242  á  1243,  y  fijó  su  resi- 
dencia en  Orihuela ,  hasta  que  llamado  por  el  señor  de 
Ceuta  Abualí,  hijode  Yalas,  se  trasladó  á  esta  ciudad. 
Más  tarde  marchó  al  reino  de  Túnez  y  fijó  su  residencia 
en  Bugia  (4). 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Alí,  Abenalila,  murcia- 
no, poeta  y  cadí  de  Lorca.  Murió  en  Murcia  en  el  año 
1247  á  1248  (5). 

Abulhosain  Yahya,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Ysa,  Al- 
jazrachí,  de  Denia  y  escritor  notable  en  prosa  y  verso.  Fué 
cadí  de  Játiva  bajo  la  autoridad  de  Almotauaquil  Aben- 
hud  y  luego  de  Denia,  hasta  que  fué  subyugada  esta  ciu- 
dad por  los  cristianos  (6) . 


(1)  Ahcnalabar,  V,  1027. 

(2)  Ahenalabar,  V,  1038. 

(3)  Ahenalabar,  V,  1028. 

(4)  Ihata,  ms.  de  la  R.  Ar.  do  la  Hist.,  III,  fbl.  38  v.  y  Casii-i, 
Bih.  ar.  Esc,  II,  74. 

(5)  Casiri,  II,  65. 

(6)  Casiri,  II,  60. 


—  307  — 

Abubéquer  AIohámed  Azohrí,  conocido  comunmente 
por  Abenmohai'ir,  de  Valencia.  Marchó  al  Egipto  y  allí 
oyó  á  muchos  sabios;  fué  maestro  en  jurisprudencia  y 
poseía  vastos  conocimientos  en  todas  las  ciencias,  espe- 
cialmente en  literatura,  lexicografía  é  historia.  Enseñó  en 
su  ciudad  natal,  en  Murcia,  Sevilla,  iMálaga,  Granada  y 
otras,  alcanzando  alto  renombre.  Murió  en  Pechina  en 
1257  á  1258  de  avanzada  edad  (1). 

Aparte  de  los  varones  notables  que  van  citados  y  que 
ñorecieron  principalmente  en  Murcia,  debemos  hacer  aquí 
mención  especial  de  otros  insignes  murcianos  ú  origina- 
rios de  dicha  región,  los  cuales  lograron  mayor  renombre 
y  fama  fuera  de  ella,  y  son  los  siguientes: 

Abulhásan  Alí,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Alhásan ,  hijo 
de  Ibrahim  Atochibí,  conocido  más  comunmente  por  Alha- 
rellí ,  derivado  este  apodo  del  nombre  de  una  alquería , 
perteneciente  á  Murcia,  de  la  cual  era  originario.  Nació 
en  jMarruecos  y  recibió  su  primera  instrucción  en  España, 
donde  escuchó  á  Abulhásan  Alí,  hijo  de  Jaruf  y  á  Abul- 
hachach,  hijo  de  Ñamar.  Después  recorrió  muchos  países, 
completando  su  instrucción  en  las  diversas  ramas  del  sa. 
ber,  y  últimamente  se  inclinó  á  las  ciencias  filosóficas,  en 
las  cuales  alcanzó  gran  saber  y  distinción.  Murió  en  Siria 
en  el  año  1239  á  1240  (2). 

AIohidin  Abenarabí  Mohámed,  hijo  de  Alí,  hijo  de 
Mohámed,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Abdála,  Alhatimí^ 
llamado  el  sufí,  el  teólogo  y  filósofo  esclarecido.  Nació  en 
]\Iurcia  en  el  año  116-t  á  1165.  En  Sevilla  y  otras  capita- 
les de  España  estudió  lecturas  alcoránicas  y  tradición  con 
los  maestros  más  renombrados  de  su  tiempo.  En  el  año 
1201  á  1202  se  trasladó  de  Sevilla  al  Oriente,  donde  reco- 
rrió el  Egipto ,  el  Hechaz ,  Bagdad ,  y  otras  ciudades  de 
las  pertenecientes  á  los  griegos  y  murió  en  Damasco  en 
1240  á  1241  dejando  muchos  partidarios  y  discípulos  de 


(1)  Almacari,  I,  5U4. 

(2)  Almacarí,  I,  585. 


—  308  — 

SUS  doctrinas.  Algunas  de  sus  obras  han  sido  ya  publi- 
cadas (1). 

Abumohámed  Cásim ,  hijodeÁhmed,  hijo  de  Mufle» 
hijo  de  Cliáfar,  conocido  con  el  apodo  áellmocUii,  de 
Lorca.  Fué  maestro  ilustre  de  lecturas  alcoránicas,  teó- 
logo y  gramático.  Recorrió  el  Egipto,  Damasco,  Bagdad 
y  el  Magreb  completando  su  instrucción,  y  sobresalió  en 
lengua  árabe,  teología  y  filosofía  peripatética.  Enseñó 
públicamente  en  Damasco  y  escribió  varios  comentarios. 
Tuvo  muchos  discípulos  y  murió  en  1262  á  1263  (2). 

Abualí  Alliásan,  liijo  de  Yúsuf  Abenhud,  de  Murcia, 
hijo  del  príncipe  Alhásan,  titulado  Adidodaula,  hermano 
de  Almotauaquil  Abenhud  y  lugarteniente  de  éste  en  el 
sultanado  de  Murcia.  Se  distinguió  como  filósoí'o,  lle- 
gando á  ser  contado  entre  los  grandes  maestros  del  su- 
fismo y  ascetas.  A  la  vez  que  en  los  principios  y  prácti- 
cas del  sufismo,  ocupóse  también  en  la  medicina  y  en 
otras  ramas  de  la  ciencia ,  formando  con  todo  ello  una 
confusa  mezcla.  Penetró  en  el  Yemen  y  se  dii^igió  á  la 
Siria,  donde  vivió  y  tuvo  discípulos.  Murió  en  el  año 
.  1297  á  1298  (3). 

Abumohámed  Abdelhac,  hijo  de  Ibrahim,  hijo  de  Mo- 
hámed,  hijo  de  Nasar,  hijo  de  Mohámed,  Abensahin,  de 
xMurcia,  originario  de  Ricote  y  habitante  en  Meca.  Estu- 
dió la  lengua  árabe  y  la  literatura  en  España,  escuchando 
á  muclios  maestros.  Trasladóse  á  Ceuta  y  allí  se  aplicó 
asiduamente  á  la  lectura  de  los  libros  sufíes,  y  muy 
pronto  comenzó  á  enseñarlos  y  á  defender  sus  doctrinas 
públicamente ,  ganándose  el  afecto  del  vulgo  y  acrecen- 
tando su  consideración  y  prestigio  de  un  modo  extraor- 


(1;  Almacari,  I,  páji'.  567.  Enconti'ai'á  el  lector  interesantes 
detalles  sobre  Miliidin  y  la  intima  rehiciim  de  su  fílosofía  con  la  de 
Raimundo  Lulio  en  el  capitulo  con  que  nuestro  ilustre  maestro  don 
Julián  Ribera  (;ontribuy()  al  Homenaje  á  D.  Marcelino  Menéndez 
Pclayo,  y  que  lleva  el  titulo  «Orígenes  de  la  lilosofía  de  R.  Luüo». 

(2)  Almacari,  I,  4!);í  y  551. 

(3)  Aben\a<iuir,  I,  KiÜ. 


—  309  — 

dinario.  Después  abandonó  á  Ceuta  y  recorrió  las  diver- 
sas comarcas  de  Almagreb ,  profesando  el  método  sufí  y 
exhortando  á  las  gentes  para  que  lo  siguieran.  ^lás  tarde 
se  dirigió  al  Oriente  y  cumplió  repetidas  veces  el  pre- 
cepto de  la  peregrinación.  Allí  logró  que  se  divulgasen 
luego  su  nombre  y  su  fama ,  siendo  muchos  los  que  se 
declararon  discípulos  y  secuaces  del  sistema  sufí  de 
Abensabín ,  á  quien  desde  entonces  se  consideró  como 
fundador  de  una  secta  nueva  llamada  de  los  Scibinies . 
Las  opiniones  de  los  hombres  acerca  de  las  doctrinas  de 
Abensabín,  dice  Abenaljatib,  son  tan  diversas,  que  es 
difícil  armonizarlas.  Sin  embargo,  amigos  y  enemigos 
convienen  en  concederle  que  tuvo ,  como  ningún  otro , 
extraordinario  renombre.  Acabó  por  fijar  su  residencia  en 
laiMeca,  cuyo  emir  se  hizo  su  discípulo,  llegando  con 
esto  al  colmo  de  su  fama.  Entre  sus  obras  se  citan  prin- 
cipalmente un  tratado  que  se  ocupa  en  la  vocación,  cas- 
tidad y  pobreza  de  los  siervos  de  Dios ,  y  un  libro  apolo- 
gético que  envió  á  los  doctores  cristianos  respondiendo  á 
los  argumentos  de  éstos  contra  la  secta  de  los  mahome- 
tanos, expresados  en  las  Cuestiones  sicilianas,  en  las 
cuales  se  echa  de  ver  la  amplitud  de  sus  facultades  cog- 
noscitivas y  la  profundidad  con  que  conocía  los  diferen- 
tes sistemas  ñlosóñcos.  Ya  hemos  referido  anteriormente 
lo  de  la  embajada  de  un  hermano  de  Abensabín  cerca  del 
Pontífice  romano  y  su  correspondencia  con  el  Emperador 
Federico  II.  El  famoso  murciano  Abensabín  murió  en  la 
Meca  en  el  año  1270  á  1271  (1). 

Mohámed,  hijo  de  Áhmed,  hijo  de  Abubéquer  el  Ri- 
cotí  ó  el  deRicote,  distrito  de  islurcia  Fué  uno  de  los 
muslimes  españoles  más  sabios  en  las  ciencias:  lógica, 
geometría,  aritmética,  música  y  medicina,  y  á  la  vez 
médico  experimentado.  Enseñaba  á  las  gentes  de  diversa 


(1)  Abenaljatib,  Ibata,  ms.  ár.  de  la  R.  Ac.  de  la  Historia,  III, 
pág.  í 39-141;  Álíenxaquir,  1,315;  Almacari,  1,590,  utilizado  por 
Meln-eri  en  su  Corrcspondence,  etc. ,  y  Casii-i,  Bib.  ar.  esc. ,  II,  pá- 
gina lü7. 


—  31Ó  — 

religión  en  sus  propias  lenguas  las  ciencias  que  ellos  de- 
seaban aprender.  Cuando  el  rey  de  los  cristianos  se  apo- 
deró de  Murcia  le  reconoció  su  situación  y  derechos  y 
mandó  que  se  le  construyera  una  madraza  en  la  cual  en- 
señase á  musulmanes,  judíos  y  cristianos.  El  mismo  rey 
llegó  á  brindarle  con  grandes  beneficios  si  abrazaba  el 
cristianismo.  El  de  Ricote  le  contestó  con  grande  corte- 
sía, pero  de  un  modo  evasivo,  y  cuando  hubo  salido  de 
su  presencia,  dijo  á  sus  íntimos:  «Toda  mi  vida  he  ser- 
vido á  un  solo  Dios  y  no  he  podido  cumplir  lo  que  se  le 
debe;  ^,qué  sería  de  mí  si  hubiese  de  servir  á  tres ,  como 
me  pide  el  rey?»  Más  tarde  el  sultán  segundo  de  los  Na- 
zaritas  de  Granada  llamóle  á  su  corte ,  le  otorgó  la  más 
alta  dignidad,  se  hizo  su  discípulo  y  le  dio  una  casa  en 
lo  más  templado  de  los  campos  de  la  ciudad.  Los  discí- 
pulos iban  á  esa  su  mansión ,  que  era  conocida  con  su 
nombre  propio ,  y  en  la  que  les  enseñaba  medicina ,  ma- 
temáticas y  otras  ciencias.  Así  continuó  el  de  Ricote  go- 
zando de  grande  honor  y  estima  en  la  corte  del  sultán  de 
Granada  hasta  que  murió  en  ella  (1). 

Otros  muchos  varones  ilustres  en  las  ciencias  y  artes 
hubieron  de  abandonar  ya  su  región  murciana  en  esta 
época,  huyendo  del  poder  de  los  cristianos,  y  refugiarse, 
como  los  de  Valencia,  Córdoba  y  Sevilla,  en  las  ciudades 
del  rey  de  Granada  ó  en  las  del  Norte  de  África,  espe- 
cialmente en  Túnez  y  Tremecén. 

Al  decir  de  Abenjaldun  (2),  cuando  acaeció  la  gran 
emigración  de  los  musulmanes  españoles,  á  consecuencia 
de  las  conquistas  de  los  cristianos,  los  que  habitaban  las 
provincias  orientales  pasaron ,  en  su  mayoría ,  á  estable- 
cerse en  el  reino  de  Túnez,  iníluyendo  grandemente  en 
su  civilización.  Esto  hízose  notar,  sobre  todo,  en  la  capi- 


(1)  Almacai'i,  II,  510;  Ab;maljatii),  Iliata,  ms.  ár.  de  R.  Ac.  de 
Hist. ,  II,  tol.  153  vuelto;  Casii'i,  Bib.  ar.  escui-. ,  II,  pág'-  81,  y  Fer- 
nández y  González,  obra  citada,  pág.  153  y  159. 

(2)  Ppoleg.  II,  traduc.  pág.  288. 


—  311  - 

tal  mencionada,  donde  los  usos  españoles,  combinados 
con  la  cultura  que  le  llegaba  del  Egipto,  mediante  las 
costumbres  introducidas  por  los  viajeros,  eleváronla  á  un 
alto  grado  de  cultura ,  la  cual  desapareció  más  tarde ,  al 
sobrevenir  la  despoblación  de  las  provincias .  Todo  pro- 
greso fué  detenido  en  la  región  tunecina ,  mientras  que 
en  el  Almagreb  los  berberiscos  volvieron  á  tomar  sus  an- 
tiguos hábitos  cayendo  en  la  grosera  vida  nómada . 

El  mismo  autor  citado  que  escribía  un.  siglo  después 
de  extinguida  la  dominación  musulmana  en  Murcia ,  dice 
que  la  civilización  en  España,  á  juzgar  por  las  muchas 
artes  y  usos  que  todavía  en  su  tiempo  subsistían  perfec- 
tamente conservadas,  y  por  la  habilidad  y  pericia  que 
aún  se  observaba  en  Jos  artistas  españoles ,  se  echaba  de 
ver  que  había  llegado  á  alcanzar  un  límite  de  desarrollo 
y  prosperidad  tal,  que  jamás  había  tenido  en  ningún  otro 
país ,  á  excepción ,  tal  vez ,  del  Irac ,  la  Siria  y  el  Egipto  , 
siendo  debido  esto  principalmente  á  la  duración  de  varias 
dinastías ,  la  de  los  Godos ,  la  de  los  Omeyas  de  Córdoba 
y  la  de  los  reyes  de  Taifa  ó  provincia  (1). 

Es  indudable  que  de  ese  elevado  progreso  de  la  civili- 
zación hispano-árabe ,  de  que  nos  habla  Abenjaldun,  co- 
rrespondió no  pequeña  parte  á  la  región  murciana :  en  el 
curso  de  esta  historia  se  ha  podido  ver  el  gran  número  de 
murcianos  musulmanes  que  alcanzaron  gran  nombre  en 
las  ciencias  y  en  las  letras :  con  los  Abenmardenix  y  los 
Abenhud,  famosos  guerreros,  llegó  Murcia  á  constituirse 
en  una  verdadera  metrópoli  de  la  España  musulmana ;  su 
florecimiento  artístico ,  agrícola  y  comercial  aparece  bas- 
tante revelado  en  las  descripciones  que  de  ella  nos  han 
sido  trasmitidas  por  los  mismos  historiadores  y  geógrafos 
árabes.  Murcia,  dicen,  competía  con  Almería  y  Málaga  en 
la  fabricación  de  telas  de  seda,  ricamente  bordadas  en 
oro ,  las  cuales  causaban  la  admiración  de  los  moradores 
del  Oriente;  los  magníficos  tapices  murcianos  que  eran 


(1)     Proleg.,  trad.,  II,  pág.  361, 


—  312  — 

exportados  al  África  y  al  Asia ,  alcanzaban  el  más  elevado 
precio  en  su  género;  de  sus  camillas  y  otros  muebles 
adornados  con  peregrinas  incrustaciones,  de  sus  elegantes 
alfombras  y  esteras,  de  sus  preciosos  instrumentos  de 
cobre  y  hierro  y  de  sus  objetos  de  vidrio  y  barro  se  hacía 
también  considerable  exportación  á  todos  los  mercados 
del  mundo  conocido . 

La  cora  de  Todmir,  dicen,  es  rica  en  minas  de  plata, 
piedra  azul  y  otros  minerales ;  posee  muchos  castillos , 
distritos  y  ciudades  bien  pobladas.  Orihuela  es  llamado 
el  Egipto  de  España,  porque  el  río  que  la  atraviesa,  llega 
en  períodos  determinados  del  año  á  inundar  sus  campos , 
dejándolos  abonados  con  su  limo,  cuando  las  aguas  se  re- 
tiran á  su  cauce  ordinario.  La  vega  de  Orihuela  se  une 
con  la  de  Murcia,  su  sucesora  como  capital  de  la  región. 
Murcia  es  llamada  el  jardín  por  el  gran  número  de  huer- 
tas tapiadas  que  la  ciñen ;  es  de  las  ciudades  más  abun- 
dantes en  diversas  especies  de  frutas  y  flores ;  ambas  ori- 
nas de  su  río  se  hallan  pobladas  de  multitud  de  huertos 
y  jardines,  cuyos  árboles  dejan  caer  sus  ramas  hasta  el 
suelo,  abrumados  por  el  peso  de  sus  frutos.  El  gorjeo  de 
sus  pájaros  y  el  ruido  de  sus  norias  producen  agradable 
concierto,  y  todo  esto ,  unido  á  la  profusión  y  belleza  de 
sus  flores,  forma  un  conjunto  tan  armónico,  que  jamás 
se  presencia  otro  que  le  iguale.  Sus  habitantes,  en  ñn, 
son  de  la  gente  más  placentera  y  alegre  del  mundo ,  y  no 
puede  menos  de  ser  así,  pues  el  panorama  de  sus  afueras 
solamente  convida  á  la  alegría  (1).  Por  eso  los  poetas  han 
expresado  en  sentidos  versos  la  tristeza  que  les  causaba 
el  verse  separados  de  tierra  tan  querida.  He  aquí  los  si- 
guientes versos ,  debidos  á  Abuabdála  Moliámed ,  hijo  de 
Alhadad,  llamado  ordinariamente  el  poeta  Alandalosí  (2). 


(1)  Almacai-í,  I,   pág.  !»0,  lO.'M,  127,   y  II,  pá,i-'.  148-!);   AI)on- 
jaldun,  I,  pág.  403  y  831. 

(2)  Vacut,  lugar  citado,  pág.  831. 


—  313  — 

¡Oh  tú,  que  te  hallas  ausente!  El  deseo  de  vol- 
ver á  ti  ha  fijado  ya  su  trono  en  mi  corazón ;  re- 
sistir más  tu  separación  me  es  imposible! 

¡Has  dejado  desgarrarse  mi  corazón  y  mis  en- 
trañas, y  que  mis  lagrimales  destilen  gotas  de 
sangre! 

¡Si  hubieras  visto  mi  dichosa  situación  en 
Todmir ,  seguramente  te  movería  á  compasión 
la  miserable  en  que  ahora  me  contemplas! 

¡Sin  ti  no  hay  placer  para  mi  alma,  y  mi  vida 
no  se  ve  libre  de  enojos! 

¡En  vano  procuro  ocultar  mi  inclinación  hacia 
las  criaturas ;  la  llama  de  la  pasión  la  descubre 
y  manifiesta! 


-Apénd-io©  niiixi.    I. 

(De  Abenaljatib,  Ihata,  edic.  del  Cairo,  I,  pág.  17.) 
s^j^Jl       J|      ¿'^''^    1^:s\;:;;íU  ^^^J-j       Jl    z^-^»-    ^j    (por    P^*Jl 


-áLpénclico  ntiiii.  II. 

(Almacarí,  I,  pág.  <49.) 
jji:xí    ^   i.)  ^jx)    "¿Aj.jiJl    C-íL^srM    /ji=*f    -^.^3    .\l-5j    ^lJj.5   ^^^  . ÁJ 

etc.  i.x»j  ir")^^  < y^  ^'  v»l  í-J-'^fl>  j^c  z'*-?:/'  ¿.jlj^t! 


Al. péiidic©    nuLm..    III. 

(De  Jacut,  Geographische,  etc.,  IV,  pag.  407.) 
J.-.C    L^Ja::á^í   ^-^■'    Jl-^í   1^-*    ^^'■J^i'^^li  íájX»    *-t^j'' 

,  vvUJ)  v.d.;iwU  ^liJl  t.>'J-*J  >:;''J^J  ^-o-'-j  oU/*  Li}'  viiW!  J.^ 
L^J  ilAsr-»  ^j!j.a.j  jls:-^!  C-^l¿  ^»j  J^j^^l  l^*.^y  **-!  Je 
0,1^     ,_r^    *^^0     ^    •-^^«j'j    ;^Í^V    (^í^    J}^    J-^    U.Jj 


A-péndico  iitiiiíi.  IV. 

DAISAM,  HIJO  DE  ISHAC,  EL  PRÍNCIPE  REBELDE 
DE   TODMIR 

(De  Abeüiíayan,  ms.  aráb.  de  la  Bib.  Nac,  Qúm.  5.085,  íol.   7  v.) 
.,L5j  j^Xi  ijy   ,.y*  L^-J^J  L^j  "i^^yy'j  ^)y  í •  íí"*''' "^''  o*  * ^ 

^JX^)\  ^^  ^LflJl  J  Us:^*--  ti|»a>-   *-~í;;í   (dice  el  texto  LiJ.) 

^^iiJsjl^    i.cLsr^j'S    ^ftJ.d.^1        ./»     .,LSj    j.jL»v    ^JJ^    í.a9    *^l9    'Lo'^lj 


(AbenhayaD,  ms.  Bib.  Nac,  uúm.  5.08o,  fol.  87  r.  y  siguientes.) 


^*^)\.*j  ^jUjj  v^3ü'  Ix^ 


ÍJ-^t         íl        y»    J^s:-^       yj    J..a.ai.l    Ji.jU3t     'zJ^J     \.^\.3\    L^^-lt    A9|_j 

>yi3|  ^Li  J^^JaJl  ü^.^  sj:^5,  J,!  '^_->-¿'  JL-Sj  i-i^U  -.1^  *^ 
Ái."^!    .^x¡)    ,í  ^y-^ij  ^'^^^  v-^^.  *•'!?•**')  J-í^  cTí'  J-j*^ 


'¿f.hj'¿    ^\  JijU   i.;^    (•»í'^^'    ^  tJ^    (vr^b   wV)^    (j>-'       -*3=": 


^•'' 


4.6jj  j,iw!j  ^3\j=s}l)   Ai^ft  ^J!  LjLs  Uiík  Ak)\.i  jS^tX  J,!  ^-CxJ! 

^^Jl     13.»     ^.9.}     XíM      a.^     ULj!     .Ja*i)      .^_-Oj     *Jx3í  jj   :J|    .jjju' 

^    -.^3^^    JA»    ^J   jJj^  i^^'éj    Ifij^^^.    ^J-^=^   ^lc^.C.J!  Jj.3j 

Je  .Llal*^)!  ^Lar-^l  ^^]3;UvU  ^^^jLIj!!  ^  ^i«3|  ^^9j  -¡/¿í 
,^^-...¿1  Ij^ar^lj  Sj.ífCs.U  AJL^sflsk.  (jüfj  ^Jc  Í^Acj  jJ_^iv  ^^L¿'| 
c,  . Jj       ./•  ^^     .ir   jji   U    ljjj¿^    A.U.1-VJ    í.jLs-'-=U   (ó  con  á.) 


j-cij  AjJ^  jL/í  ^3 Lia»      c^íjj  í-r'^Jí''   ^-'^^f  j^-^   vJI^aj   Xlsr^M 
Lcu-»^  jA^¿.  Í.J  IjjíLtfU  iJ.c  !^¿  J  iclw  2jj  jLs'    .)j^^  i*,T*~*^ 

í^j-iuj       «j/vflssi.    ÍjI-í^'j     Lajj*«t     J>j^j    ¿JLsr;'    ^y»    j^jiJlj    <^^\jjj\ 

^^  (jki  ■^■~'-í  <^'^í  J^»j  O^íj  ^t^í  c's^'jí  ^j^Li3!  Uí  j^j 


^^JÍ^\  Ul?  j.4-íáH   S^^  f¡^    ¿.xJjUj   J-.ausr^      ^)  S^a.\    JjU3}    v_^^¿ 

ll^3  j!^.C«*J|  fj,\  J^jj  o^'-'-  ^''^^^^  ''^^  ^^'^  ^  -fiJ^^ 
A^:^^  ^i}^.i  J^^-"  W^-^9  aV~I--5   U-3   >-r^:;*^'j   U::^''   /»^^^ 

íAüxj  iW-^M  c^-|jjj  r!/^  -5^  "-^"^  f  yí?  r)^^  ^-r'^  ti^  *^^i^ 

^J    ^X*a.l    ■^i'.'-^^í    (•J'^J    ijjcL*JaJf    J.jj*«    j3    i'W^¿    ^A^J^       .LjaLJl 

J—c^     ^J¿      ft./»     ^JS^    cJ^=>^j^\     1-^9     0;¿í'    ^_í;a.    viiJi     (j3^ 
-iJ.la.3i    Ji,^t   ^j    ^»*¿t    viJl»    ilís-^M    í3.a   vj,3     %.  j¿^    J^*3    AjJiL 


j:^.jL.¿l  j^t.  ^  ^.i  Jl  JJ¿^  ^jj^^^  ^-^Ij  Je  (j^sr-l 

^~=^     c,L3J.Jl    ^    5j'^=>'j    V^^^^    ''■^^      *^*i:.Li3    hjíj       .jy^SK     J.X:L\ 

.*V  bo  ^^^  ^=^c?^  ^.i*  (**^^'  ,*^::^=^  Lj.¿.j,  '¿^j¿}\  ^A¡)isr^\ 

^^xx¿Jl  ^,yJ|  ^¿  ^j  ^D  b!  ^^ií.=x^  ^.  ^ir  ^^^! 
¿L--^  i:jJ.>»  ^1  jX.^1  ^ííMj  **/í4>  v_í/í'^*^'  -rij^  -y'  j'^5 
(en  ms.  de  la  Bib.  Nac.  Uj-^j)   U^í.-^Íj    'j;-^'-^    J=   Uí    J  j-*^ 

Jij|_.   SjJS  ^\^i  , ^ajj   S^j  f^y^^  ^^i   ^^is*J|   ^^    C-^Ui 

,J,,s*-.¿l   ^J,t    1  iÍjO/»    X9J_j3    lX)J^    Jl    Jwj    JL<s3r^     ^j    J-d.a.1    JjUJI 


j|         yj     J^S-    j^J      A^awl     JijlüJl    ^^S-'     ^^^'^í    vj>'     '■^    ,    ^LJl 
¿,^^-5    r'>^-       (**l?í=Kí    c-^n^^^^    C^o.Cj   JLa.^    Xj^J    *^   Ja5_5   J^jjp. 

^L^-^)    J,l   .^^    ^^i^    .*,<¿^    ^>^^    v^j^Ac^L»  ^i-í-i  jr^\ 

L^^j    ytjí     iXvvj     x~^i     i.á.U     Ac»)b     L^JL/»     OLi^-í     ¿^s-;rr'    S^^^.j-* 


JL^    ^^.>    Je    bbli   /^l    Jí>    ^Ux^ij;    *í^^    ¿í-y 


CT' 


L^io    i^a^j^á. 


DE   ABENUADA,    REBELDE  EN    LORCA 
(Abeúhayan,  ms.  aráb.  de  la  Bib.  Nac,  núm.  5.085,  fol.   n.) 

^Lco^Jl     ^3     ^|«-.¿1     ^j}     J.frs:''        y}    ¿Di    A^s    ^)       ,*ai|^j!    ^.^ 
X*.»«ax^j   icLls      .jjJ   l>   ^já.!  ^alxj»  ^   iíjlj'  j)3-Jj   í-^*f   (J>'y^    ^V   i¿yi* 

^■6-s-^J^  '^■:'-  iá-'^¿'  (i I  «-^  ^*-"-'  *^^?**^'  íJjaJi    ,y  »^i  ^^^ 


y J    ^amC  a  ^a^^aJ  1        ¿«AAV 


J^sJ      Jy      .!    j!    Jl<.i]    ^J'  j^iS"  J 


. ,  yj  y^^'^     I .  y*"'^  I     **«»'     *J   i.~í3asr;         c  ?^     i  •  V     (3 '  *    '     (v^ 


ijU    0-»Jj 


A-pénclico  nviiifi.  "VII. 


(Fragmeoto  del  códice  1.143  de  la  Bib.  de  Argel,  tomado  de  los  apuntes 
delSr.  Codera)  (í). 


(1)     Este  mismo  pasaje  ha  sido  publicado  |)or  el  Sr.  Marf|ués 
de  González. 


(De  Abeosaid,  ms.  aráb.  tle  la  Real  Academia  de  !a  Historia,  fol.  7  v.) 
LOS    BENI    LABBUN 

J^^awl    j--t-¿|     ^   J^*-'^     i.y     ^^^^    ^t^   J^s:"    u|    l^isl    >Afl3    L^Jlc. 

>b.Jl  íjíIju»  ^^  i.L^     Xí  b  (j,|  /^=^;j  ^^'  *>*^=^ 


-A^péndice  niiiii.  IX. 

(De  Abenbasam,  ms,  aráb.  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  fol.  5  r.) 
ELOGIO    DE   ABUABDERRÁMAN   ABENTÁHIR 


J.jLw.  J^   j^' .¿.^Jb    íLc     .jI   V ^zÁ.^)S  ^ p^\   U^j  i^^íí 

^6     >AÍUJ     J^j'uJ     J;»     tJi     Ujj^     ^     ¿Ij     ^^c     J-^J.5    «"i-^^^    -^■fe-^-' 


-¿iLpéncllee  niiiiíi.   X. 

(Déla  obra  X-il^=sr~|  <^l'S,  ms.  aráb.  de  la  Bib.  Nac, 
núm.  4.999,  fol.  21.) 

^^.*_*J|     ^.^*J  ♦^.í.JI    ^.^Jl    ^    J-src'    (por    ÜjL^laj) 


(1)  ("Sic^  por  error  de  copia. 

(2)  Así  se'halla  escrito  en  el  códice. 

(3)  Al  llegar  á  este  punto  hay  repetición  de  palabras  y  al- 
guna confusión  en  el  códice.  Creemos  que  como  va  en  el  texto 
aparece  el  pasaje  subsanado,  al  menos  en  lo  esencial. 


LL^Jf  w^il  ^*j^^  Já.jj  ^?í^Jl  J.CJ  (1) ^^¿Jl 

v^_j|¿  j^.S.j»  tjlfij    y^^]    MC*^^   ^■^  ^  j^^^   í-^-*   r*^  vj    v^»7^3 

j^Jjj"^!  Ja.  i   ^j^  ^j^3  ^i    ^-^yj)    ^j^l  v^i-*  ^''^"  t^-ifr 

tjj»     ív^r^^     »^       ¿aC»J!     J-'^Jíü     ívt;*^    ^    iJ^J    ^"í^J     Lsr^J 


^= 


(1)  Siguen  algunas  palabras  referentes  á  detalle  poco  esen» 
cial,  y  que  no  hacen  sentido  perfecto,  por  existir  indudablemen- 
te algún  error  de  copia. 


.A^pondioe  niiiii.  XII. 


(Fragmento  de  Abensaid,  ms.  aráb.  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, 
núm.  80,  fol.  272  r.) 


J.C    IjJL'li     Jjx    SkAfliLá    (1)       -JL*   Í.J    ,^_»a>!  jfii      .Li        .!j    4UC 

O^l^í    X^^Á^J    (J,l    j'-^5    ^■*'4'    L^J-^'S    ^C*í    /*V"^'^    j^uJ)    |J,¿k\-9 


(1)    Sigue  en  el  texto  una  palabra  de  lectura  poco  inteligible 
é  incierta. 


Índice 


Página 
Advertencia  preliminar yii 

CAPÍTULO  PRIMERO 

Invasión  de  la  tierra  de  Todmir:  Opiniones  de  los  histo- 
riadores; versión  más  exacta  de  los  que  la  refieren  al 
tiempo  de  la  venida  de  Muza. — Derrotero  seguido  por 
Abdelaziz  en  su  conquista  de  Todmir,  y  tiempo  preciso 
en  que  pudo  realizarla. — Oposición  y  derrota  de  Teodo- 
miro,  jefe  de  la  región. — Noticias  sobre  la  participa- 
ción de  Teodomiro  en  la  batalla  del  Barba  te,  y  en  la 
luclia  interior  del  país. — Observaciones  sobre  el  relato 
de  la  crónica  denominada  del  moro  Rasis 1 

CAPÍTULO  II 

Sitio  de  Orihuela:  el  tratado  de  capitulación  de  Teodo- 
miro: Crítica  de  las  versiones  del  texto  escurialense 
en  que  se  contiene  dicho  tratado. — Teodomiro  no  tuvo 
reino  independiente,  ni  siquiera  autónomo  en  el  sen- 
tido propio  de  esta  palabra:  verdadera  situación  en  que 
dejaron  los  dominadores  musulmanes  á  Teodomiro  j 
los  suyos;  razones  que  confirman  la  certeza  de  nuestra 
narración  sobre  el  particular II 

CAPÍTULO   III 

Ciudades  cuyos  habitantes  fueron  comprendidos  en  la  ca- 
pitulación de  Todmir:  Examen  de  las  diversas  in- 
terpretaciones de  nuestros  historiadores  respecto  del 
asunto. — Breves  noticias  acerca  de  los  personajes  que 
suscribieron  la  capitulación  acordada  á  Teodomiro  y 
los  suyos. — Término  de  la  campaña  de  conquista  de 
Todmir 29 


—  334  — 


Página 


CAPITULO   IV 

La  tierra  de  Tudmir  durante  el  <i,()])ieriio  de  los  emires 
dependientes  del  califa  de  Damasco:  Salida  de  Muza 
hacia  Damasco  j  su  sustitución  en  el  mando  de  la  pe- 
nínsula por  su  hijo  Ahdelaziz:  examen  del  capítulo  del 
Anónimo  latino  acerca  did  asunto;  Teodomiro  marcha 
con  otros  señores  de  España  en  compañía  de  Muza  á  la 
corte  del  califa  de  Oriente.  ^^  Pulí  tica  de  Abdelaziz  y 
su  muerte. — Breves  noticias  suministradas  por  el  Anó- 
nimo latino  acerca  de  Atanuhildo ,  de  las  cuales  no  se 
desprende  que  fuese  éste  rej  ó  príncipe  de  Todmir. — 
El  emir  x\ljuljatar:  establecimiento  de  una  parle  de  los 
sirios  de  Balj  en  la  refilón   de  Todmir 39 

CAPÍTULO  V 

La  cora  de  Todmir  durante  el  gobierno  de  los  emires  in- 
dependientes de  Córdoba:  Lucha  civil  entre  yemeníes 
y  modaríes. — Abderráman  I. — Insurrección  del  Eslavo 
en  tierra  de  Todmir. — Guerra  de  sucesión  entre  los 
emires  Hixem  y  Alháquem  y  los  príncipes  Soláiman  v 
Abdála  el  Valenciano. — Abderráman  II:  nuevo  alza- 
miento de  Abdála  el  Valenciano  v  su  muerte. — Lucha 
de  los  siete  años  entre  jemeníes  y  modaríes  de  la  tie- 
rra de  Todmir. — Fundación  de  la  ciudad  de  Murcia. — 
Reljelión  de  Mohámed,  hijo  de  Sabic. — Sorpresa  de 
Orihm'la  por  los  piratas  normandos 53 

CAPÍTULO   VI 

Murcia  durante  el  ti'obierno  de  los  emires  independien- 
tes de  Córdoba  (continuación):  Insurrección  general  en 
tiempo  de  los  emires  Mohámed  y  Abdála. — Daisam, 
rebelde  de  la  cora  de  Todmir:  sus  relaciones  con  Aben- 
hafsun. — Campaña  de  Todmir  dirigida  principalmente 
contra  Daisam;  derrota  de  éste  entre  Aledo  v  Lorca; 
sitio  de  esta  ciudad  y  retirada  del  ejército  del  emir. — 
MuerL>í  de  Daisam. — Abderráman  Abenuadah  y  otros 
rebeldes  de  Todmir. — Noticias  de  Mohámed,  hijo  de 
Abderráman,  el  Jeque,  rebelde  en  Callosa  y  Alican- 
te.— Paciiicación  y  prosperidad  de  Todmir  en  los  días 
de  Aljderráman  líl  y  sus  sucesores  en  el  gobierno. — 
Varones  ilustres  de  Todmir  que  florecieron  en  este 
tiempo 71 


-  335  — 


CAPITULO    VII 


Página 


Murcia  V  la  desinomhraciüu  del  cali  fado  cordojjés  :  con- 
sideraciones generales. — Gobierno  de  los  eslavos  Jai- 
ran  v  Zoliair  en  Murcia. — Lucha  de  Zoliair  con  Almo- 
tamid  de  Sevilla:  ídem  con  Halnis  _v  Badis,  señores  de 
Granada. — Sorpresa  \  muerte  de  Zoliair 89 

CAPÍTULO  VIII 

Murcia  l)aj(>  la  autoridad  de  Alxlelaziz  Almanzor,  señor 
do  Val(uicia,  v  de  Mochéliid,  de  Denia,  Independencia 
de  Lorca  V  Murcia:  Al)enxal)i])  V   los  Benitáhir.      .      .        101 

CAPÍTULO  IX 

Murcia  ])ajo  la  autoridad  de  Almotaniid,  rey  de  Sevilla: 
Gobiernos  de  Abenammar  j  de  Abenraxic. — Prog-reso 
de  Murcia  durante  el  período  de  los  reyes  de  Taifas.    .        117 

CAPÍTULO  X 

Murcia  bajo  el  «gobierno  de  los  almorávides;  Circunstan- 
cias que  motivaron  la  invasión :  batalla  de  Zalaca. — 
Expedición  de  Almotamid  de  Sevilla  á  tierra  de  Lorca 
V  Murcia. — Campaña  y  sitio  de  Aledo.  — Movimiento 
de  opinión  favorable  al  dominio  de  los  almorávides  en 
España. — Resolución  de  Yúsuf,  hijo  de  Texufín,  de 
apoderarse  de  los  reinos  de  Taifas. — Abenaixa:  anexión 
de  Murcia ,  Denia  j  Jútiva  al  imperio  almoravide. — 
•  Acontecimientos  de  Valencia  hasta  su  absorción  por 
los  almorávides. — AlJjarracín  v  Zaraf^oza  reconocen  su 
autoridad 129 

CAPÍTULO    XI 

Murcia  j  sus  o'obernadores  almorávides  (continuación) : 
Abenaixa;  su  intervención  en  la  lucha  contra  los  cris- 
tianos del  Norte ,  especialmente  en  la  jornada  de 
Uclés. — Descalabro  del  Conffost  de  Martorell. — Go<* 
l)ierno  de  Aljenteñluit. — ídem  de  Abui.shac  Ibrahim. — 
Toma  de  Zaragoza  por  x\lfonso  el  Batallador. — Gobier- 
no de  Yahya  Abengania  en  el  Oriente  de  España. — 
Victoria  de  Fraga;  muerte  de  Alfonso  el  Batallador. — 
Varones  ilustres  que  ílorecieron  en  Murcia  durante  este 
tiempo 147 


-  336  — 

Página 

CAPÍTULO  XII 

Murcia  j  la  insurrección  general  contra  los  almorávides: 
Consideraciones  sobre  el  carácter  j  extensión  de  ese 
acontecimiento. — Régulos  ó  arráeces  murcianos;  Abu- 
mohámed  A])enalhacli  á  nombre  del  cadí  de  Córdoba 
Abenliamdin;  el  Zegrí  ú  nondjre  de  Zal'adola  Abenliud; 
el  cadí  Abenabicbáfar  ú  nombre  del  mismo  Zai'adola. — 
Expedición  í'un-tísta  j  miierte  de  Abenal)icháíar  en  Gra- 
nada.— Proclamación  de  Mohámed  Abenláhir  en  Mur- 
cia á  nombre  de  Zal'adola. — Sustitución  de  Abentáhir 
por  Abeniyad 161 

CAPÍTULO  XIII 

Murcia  y  Valencia  bajo  el  mando  de  Abeniyad  en  nom- 
bre de  Zafadola.  —  Abenijad  rey  independiente  de 
Murcia  j  de  todo  el  Oriente  de  la  España  árabe. — Ab- 
dála  el  Zegrí  se  hace  dueño  del  principado  de  Murcia 
por  segunda  vez;  derrota  j  muerte  del  Zegrí;  restaura- 
ción de  Abenijad  j  su  muerte 177 

CAPÍTULO  XIV 

Abuabdála  Mohámed,  hijo  de  Saad,  hijo  de  Mohámed, 
hijo  de  Saad  Abenmardenix ,  rey  independiente  de 
Murcia  y  de  todo  el  Oriente  de  la  España  áralje. — 
Abenhamusco,  suegro  y  lugarteniente  de  Abenmarde- 
nix.— 'Relaciones  de  éste  con  los  estados  cristianos. — 
AspiraciiHi  de  Abenmardenix  contra  el  poderío  de  los 
almohades 185 

CAPÍTULO    XV 

Conquistas  de  Abenmardenix,  rey  de  Murcia  y  del 
Oriente  de  España,  en  Andalucía;  su  muerte;  anexión 
de  sus  estados  al  imperio  de  los  almohades 201 

CAPÍTULO  XVI 

Noticia  acerca  de  los  principales  varones  que  tlorecieron 
en  el  reino  de  Murcia  desde  la  insurrección  contra  los 
almorávides  hasta  la  dominación  almohada 227 


—  337  — 


Página 


CAPITULO  XVII 
Murcia  bajo  la  dominación  de  los  almohades 239 

CAPÍTULO  XVIII 

Varones  que  por  sus  altos  cargos  é  instrucción  ílorecie- 
ron  en  la  región  murciana  durante  el  mando  de  los 
almohades. 255 

CAPÍTULO   XIX 

Murcia  j  la  sublevación  general  de  los  musulmanes  es- 
pañoles contra  los  almohades. — Abenhud,  rej  de  Mur- 
cia j  de  casi  toda  la  España  árabe;  su  política. — Lu- 
cha entre  Abenhud  y  Zejan  de  Valencia. — Rebeldías 
de  Abenalahmar  v  del  Bechí  contra  Abenhud. — Rela- 
ción varia  de  xVbenhud  con  los  reyes  cristianos. — Re- 
conquista de  Córdoba. — Asedio  de  Valencia  por  Don 
Jaime  de  Aragón. — Muerte  de  Abenhud;  sus  conse- 
cuencias; fundación  del  reino  nazarita  de  Granada.    .   .       267 

CAPÍTULO  XX 

Sucesores  de  Almotauaquil  Abenhud:  Abubéquer  Mohá- 
med  Aluátec  Bilá :  x\ziz  Abenjatab  Diaodaula :  Zeyan 
destronado  de  Valencia  por  D.  Jaime  el  Conquista- 
dor: Mohámed  Abenhud  Bahaodaula;  vasallaje  en  fa- 
vor de  Castilla;  Abucháfar,  hijo  de  Bahaodaula;  Mo- 
hámed, hijo  de  Abucháfar  Abenhud. — Restauración 
de  Aluátec:  ruptura  del  vasallaje  á  favor  de  Castilla: 
reconocimiento  de  la  soberanía  de  Abenalahmar  en 
Murcia. — Nueva  restauración  de  Aluátec.  —  Recon- 
quista de  Murcia  por  D.  Jaime  de  Aragón. — Persona- 
jes murcianos  que  florecieron  en  este  tiempo. — Con- 
clusión        291 


ADDENDA  ET  CORRiaEmí 


PAGINA 


LINEA 


DICE 


LÉASE 


1 

26 

Al-bajamó  1  Mogrib 

Al-bajano   1  Mogrib 

13 

26 

Abubaida 

Abuobaida 

19 

11 

quedada 

quedaba 

25 

nota 

assef;  inmobile;  inmo- 
vile 

assez;  immobile 

26 

11 

diacrito 

diacrítico 

32 

28 

Gasisi 

Casiri 

42 

35 

Hispania 

Hispaniffi 

43 

34 

Abenabelháquem 

Abenabdelháq  uem 

57 

30 

de 

del 

62 

10 

Moaxvia 

Moavia 

75 

•  10 

emir  Hixem 

emir,  Hixem 

92 

15 

Guadairo 

Guadaira 

96 

1 

eslavos 

esclavos 

124 

24 

1099 

1009 

130 

24 

Oeste 

Este 

n5 

11 

oponerse  á  reprimir 

oponerse  ó  reprimir 

179 

19 

Andalús 

Andalus 

190 

14  (nota) 

en  c 

en  e 

201 j  202 

26  jl 

Guadiz 

Guadix 

204 

37 

paraje 

pasaje 

213 

27 

Abensaid 

Abusaid 

244 

4 

lado  el  mar 

lado  del  mar 

260 

2 

hidinalá 

lidinalá 

274 

25 

1128  á  1129 

1228  á  1229 

275 

12 

1125 

1225 

297 

7 

Crevilléa 

Grevillénte 

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