Skip to main content

Full text of "Historia fisica y politica de Chile : segun documentos adquiridos en esta republica durante doze años de residencia en ella"

See other formats


>    vi 


#* 


V.f 

f^ 

■  1  i 

■  iM 

1  'IJFV 

"T:  - 

^^m^^s^s^i^^s^^i^ 


£m 


' 


^"r*1?^^^!*!^  ^1^ ^Eaf5KSSEre2£&2&¡5 


»         - 

HISTORIA                         1 

FÍSICA  y  POLÍTICA 

DE  CHILE. 

HISTORIA                                                    1 

TOMO    SEXTO, 

. 

casT¿5SS3SZSSlfl^ 


PARÍS.—  EN  LA  IMPRENTA  DE  E.  THUNOT  Y  <? 

calle  Racine,  26,  cerca  del  Otleon, 


HISTORIA 


física  y  política 


DE  CHILE 


SEGÚN  DOCUMENTOS  ADQUIRIDOS  EN  ESTA  REPÚBLICA 
DURANTE  DOCE  AÑOS  DE  RESIDENCIA  EN  ELLA 


T    PUBLICADA 


BAJO  LOS  AUSPICIOS  DEL  SUPREMO  GOBIERNO 

POR  CLAUDIO  GAY 

CIUDADANO   CHILENO, 

INDIVIDUO     DE     VARIAS    SOCIEDADES    CIENTÍFICAS     NACIONALES     Y     ESTKANJEKAS 
CABALLERO   DE   LA   LEGIÓN    DE    HONOR. 

HISTORIA. 


TOMO    SEXTO. 


PARÍS 

EN  CASA  DEL  AUTOR, 
CHILE 

K¡V    EL    MUSEO    DE    HISTORIA    NATURAL    DE    SANTIAGO- 


MDCCCLIV 


HISTORIA 


DE  CHILE. 


CAPITULO  XXXIfí. 


Estado  de  los  ejércitos  y  de  la  provincia  de  Concepción  cuando  O'Higgins  fué 
elevado  al  poder  militar.—  Reformas  que  hace  este  jefe.  —  Liberalidad  del 
plenipotenciario  Cienfuegos  con  los  prisioneros  de  Carrera. —  Su  vuelta  á 
Talca.— Tendencias  sediciosas  de  ios  partidarios  de  los  Carreras  y  disposicio- 
nes del  gobierno  con  este  motivo.—  Principio  de  federación  en  la  provincia  de 
Concepción  y  su  fin.—  O'Higgins  es  nombrado  intendente  de  la  provincia.— 
Desea  separar  á  los  hermanos  Carreras  del  teatro  de  la  guerra.  —  Síntomas 
de  mala  intelijencia  entre  O'Higgins  y  Carrera  y  principio  de  los  dos  partidos 
á  que  estos  dieron  nombre. 


El  teatro  de  la  guerra  fué  constantemente ,  desde  la 
invasión  de  Pareja,  la  provincia  de  Concepción  en  grave 
daño  del  país  y  de  sus  habitantes,  Estenuados  de  fatiga 
los  patriotas  por  los  temporales,  las  continuas  marchas 
y  la  falta  frecuente  de  víveres  y  caballos,  no  es  de  estra- 
ñar  que  la  mayor  parte  de  ellos  olvidasen  sus  deberes 
y  fácilmente  se  entregasen  á  la  indisciplina,  que  es  el 
síntoma  mas  significativo  de  la  próxima  ruina  de  un  ejér- 
cito. El  de  que  tratamos  se  componía ,  como  antes  he- 
mos visto  ,  de  elementos  completamente  heterojéneos  : 
habia  en  él  pocos  veteranos  y  muchos  milicianos,  los  cua- 
les como  soldados  temporeros,  no  podian  tener  ni  el  en- 
tusiasmo, ni  la  resignación ,  ni  la  disciplina  de  aquellos, 


íSSSEEffíacClCSSaCSSZÉÍ 


t;  <■ 


O  HISTORIA    DE    CHILE. 

y  de  aquí  la  demoralizacion  en  las  filas ,  la  violación  de 
las  leyes  en  administraciones  que  estaban  exhaustas  de 
recursos  y  el  desorden  en  todo  (1). 

No  era  mucho  mejor  la  disciplina  de  los  realistas.  Entre 
estos  habia  también  muchos  nacionales,  que  como  de 
costumbre  eran  poco  á  propósito  para  la  guerra.  A  pe- 
sar del  entusiasmo  que  el  clero  y  los  frailes  franciscanos 
procuraban  inspirarles,  no  era  grande  el  fervor  que  te- 
nían por  su  causa,  y  en  todos  sus  actos  manifestaban  una 
secreta  tendencia  á  la  deserción.  Para  remediar  tan 
grave  desorden  y  evitar  en  lo  posible  toda  seducción , 
Sánchez,  lurgo  que  se  levantó  el  estado  de  sitio,  empleó 
parte  de  sus  tropas  en  cortas  espediciones  militares, 
enviándolas  por  destacamentos  contra  el  enemigo  y  con- 
siguiendo de  este  modo  que  tuviesen  una  vida  ajitada  y 
aventurera,  que  es  lo  que  da  el  ser  á  un  ejército  y  forma  el 
alma  del  soldado.  De  estas  guerrillas  se  hicieron  notables 
las  de  Lantaño,  Elorriaga,  Urréjola ,  Barañao  ,  Paulo 
Asenjo,  Castilla  y  otras  por  su  audacia  y  su  actividad  en 
perseguirlos  convoyes  de  los  patriotas  y  atacarlos  hasta 
en  sus  atrincheramientos.  Tal  fué  el  oríjen  de  las  nume- 
rosas escaramuzas,  que  á  la  larga  despertaron  en  el  cora- 
zón de  ambos  partidos  una  pasión  violenta  de  odio  y  de 
animosidad,  causa  de  todas  las  guerras  de  represalia  que 
produjeron  la  ruina  del  país. 

Lo  mas  sensible  en  semejante  lucha  era  que  la  devas- 

(1)  O'Higgins  decia  ai  gobierno  en  una  comunicación  oficial  :  «  Las  tropas 
de  estas  divisiones  se  hallan  desnudas,  mal  pagadas  y  con  créditos  pendientes 
á  su  favor,  de  que  resulta  á  primera  vista  un  aspecto  poco  satisfactorio.  Ví- 
veres ningunos,  caballos  para  entrar  en  la  acción  menos,  etc.  »  En  carta  par- 
ticular escrita  á  su  amigo  el  vicario  castrense  don  Casimiro  Albano,  se  espresaba 
en  estos  términos:  «  V.  conoce  la  situación  lamentable  en  que  se  encuentra 
nuestra  fuerza  armada  ,  que  no  me  atrevo  á  llamar  ejército,  porque  nada  veo 
en  su  material  y  moral  que  merezca  este  nombre.  » 


CAPITULO    XXXIII.  I 

tacion  de  esta  provincia  desgraciada  se  consumaba  al- 
ternativamente por  dos  ejércitos  compuestos  en  su  mayor 
parte  de  soldados  que  habían  nacido  en  ella ,  que  mu- 
chos habian  estado  unidos  con  los  lazos  de  la  amistad  y 
algunos  lo  estaban  con  los  vínculos  del  parentesco.  Por 
parte  délos  realistas,  preciso  es  confesarlo,  el  deseo  de 
venganza  no  era  ni  tan  profundo  ni  tan  jeneral :  habia  en 
ellos  mas  reserva,  mas  moderación ,  porque  estando  pro- 
vistos de  lo  necesario  ,  obraban  solo  contra  el  enemigo, 
nunca  contra  la  propiedad ,  á  menos  que  las  circunstan- 
cias lo  exijiesen  :  les  dominaba  ademas  una  influencia 
esencialmente  relijiosa  y  estaban  mandados  por  oficia- 
les entendidos  y  bien  disciplinados.  No  sucedia  lo  mismo 
por  parte  de  Carrera  ,  á  quien  la  junta  gubernativa ,  sea 
por  impotencia,  por  inercia  ó  quizá  por  cálculo,  habia 
casi  abandonado  á  sus  propios  recursos,  obligándole  de 
este  modo  á  hacer  continuos  pedidos  á  los  habitantes  de 
la  comarca ,  ya  llenos  de  ansiedad  y  de  desconfianza  en 
el  porvenir.  Porque  á  pesar  del  cuidado  queponiaen  la 
elección  de  las  personas  encargadas  de  ejecutar  sus  ór- 
denes, á  pesar  del  rigor  que  desplegaba  en  ciertas  oca- 
siones contra  los  autores  de  algunas  exacciones ,  quiso 
la  fatalidad  que  los  mismos  oficiales  que  merecieron  su 
confianza  abusaron  de  su  posición  y  contribuyeron  con 
su  sed  de  riquezas  á  agravar  los  males  de  la  guerra ,  y 
á  sumerjir  la  provincia  en  un  estado  tan  deplorable,  que 
tenia  que  pedir  víveres  á  Valparaíso  la  que  habia  pro- 
visto antes  á  esta  ciudad  de  grandes  depósitos.  Todo  esto 
contribuyó  poderosamente  á  enajenar  las  voluntades  del 
país,  á  aumentar  el  número  de  los  enemigos  de  la  patria, 
y  hasta  á  producir  numerosas  defecciones  entre  los  que 
Rosas  habia  sometido  por  el  ascendiente  de  su  jenio  y 


í 


%z$jéé£M 


O  HISTORIA    DE    CHILE. 

que  movidos  de  un  sentimiento  de  verdadero  patriotismo 
se  habían  unido  al  partido  de  la  revolución. 

Tal  era  el  estado  de  las  cosas  cuando  O'Higgins  tomó  el 
mando  del  ejército.  Su  misión  era  escabrosa,  difícil, 
pero  no  superior  á  sus  fuerzas.  Poseía  en  alto  grado  lo 
que  es  muy  necesario  en  una  revolución ,  el  sentimiento 
del  propio  deber ;  y  reuniendo  las  dos  cualidades  que  cons- 
tituyen la  fuerza  de  un  soldado ,  es  decir,  el  valor  que 
emprende  y  la  voluntad  que  persevera,  no  debia  serle 
difícil  ganar  las  simpatías  de  un  ejército  que  tantas  oca- 
siones habia  tenido  de  apreciar  su  intrepidez  y  su  sangre 
fria,  y  de  desarrollar  en  él  el  espíritu  de  cuerpo,  esta  gran 
virtud  guerrera  que  el  desorden  habia  estinguido  casi  del 
todo.  Natural  y  vecino  de  la  provincia  de  Concepción , 
donde  era  dueño  de  vastas  propiedades,  tenia  también 
derecho  á  la  estimación  de  sus  conciudadanos,  porque  estos 
estaban  acostumbrados  á  vivir  en  su  sociedad  y  á  apre- 
ciar su  carácter  jeneroso  y  desinteresado,  de  que  tenia 
dadas  repetidas  pruebas  ya  renunciando  su  sueldo ,  ya 
haciendo  donativos  de  gruesas  sumas  de  dinero,  ya 
mermando  considerablemente  el  numeroso  ganado  de 
sus  haciendas  para  dar  de  comer  á  los  soldados  y  para 
proporcionarles  caballos. 

Tan  brillantes  cualidades  unidas  á  un  ardiente  patrio- 
tismo y  á  la  firmeza  de  principios ,  no  dejaban  notar 
la  falta  de  esperiencia  que  en  mucho  mayor  grado  que 
él  poseía  su  antecesor,  quien  en  cambio  carecía  de 
aquella  bravura  atrevida  que  en  último  resultado  es  la 
que  distingue  al  verdadero  jeneral,  sobre  todo  en  guer- 
ras de  tan  escasa  importancia. 

Como  la  junta  le  habia  revestido  de  plenos  poderes  ^ 
lo  primero  que  hizo  fué  dar  nueva  organización  al  ejér- 


&*  -m***&miwmRw 


CAPULLO    XXXILT. 


9 


cito  y  nombrar  jefes  con  quienes  pudiese  contar.  Dio  el 
mando  del  cuerpo  de  dragones  y  del  de  húsares  de  la 
victoria  á  Rafael  Anguita ,  el  de  granaderos  á  Enrique 
Campinos,  puso  la  guardia  nacional  á  las  órdenes  del  capi- 
tán don  José  María  Benaventey  reformó  en  gran  parte  el 
plan  de  don  Miguel  Carrera.  Semejante  política  era  quizá 
necesaria  para  hacer  odioso  este  jeneral  á  los  ojos  del  sol- 
dado como  se  le  habia  hecho  ya  á  los  del  público ,  á  lo  que 
contribuyó  mucho  el  curaCienfuegos,  quien  no  se  con- 
tentó con  desaprobar  por  su  parte  la  organización  del 
ejército ,  sino  que  hasta  mandó  poner  en  libertad  á  mas 
de  doscientas  personas  entre  hombres  y  mujeres  que  la 
justa  severidad  de  Carrera  tenia  detenidas  en  las  prisio- 
nes ó  en  los  pontones  de  Talcahuano,  en  Tumbes  y  en 
la  isla  de  la  Quinquina. 

Esta  gran  liberalidad  del  plenipotenciario  que  visi- 
blemente aspiraba  á  la  reputación  de  clemente,  no  me- 
reció la  aprobación  de  todos  los  patriotas,  porque  entre 
los  prisioneros  se  contaban  muchos  criminales  y  de  estos 
algunos  tan  infames  que  habían  conspirado  á  favor  de 
ambos  partidos,  por  lo  cual  eran  mas  culpables  y  mas  te- 
mibles. En  su  natural  sencillez,  el  buen  padre,  como  le 
llamaba  Carrera,  creia  que  bastaba  un  simple  juramento 
de  fidelidad  para  atraerlos,  sin  reflexionar  que  seme- 
jantes ligaduras  son  superfluas  entre  hombres  honrados, 
y  completamente  inútiles  cuando  se  trata  de  perjuros 
que  han  dado  pruebas  de  infidelidad.  OHiggins,  que  co- 
nocía mejor  el  corazón  humano,  era  uno  de  los  descon- 
tentos :  quería  una  amnistía ,  pero  no  tan  jeneral  y  tan 
completa,  porque  opinaba  que  la  jenerosidad  llevada  al 
esceso  es  siempre  funesta  á  las  revoluciones.  En  esta 
ocasión  como  en  otras  muchas,  conoció  que  á  pesar  de  la 


rag*T"irg¿á3 


^!^Mg| 


10 


HISTORIA    DE    CHILE. 


influencia  de  Cienfuegosen  una  provincia  en  que  era  muy 
querido  y  estimado,  sus  inconsecuencias  podrían  ser  per- 
judiciales al  restablecimiento  del  orden  y  determinó  ale- 
jarlo de  allí.  So  pretesto  de  una  conspiración  de  Carrera 
y  de  que  su  voto  era  necesario  en  la  junta ,  le  hizo  partir 
el  6  de  febrero  para  Penco  viejo  y  el  10  para  Talca  es- 
coltado por  un  destacamento  de  ochenta  soldados ,  pri- 
vándose así  de  un  ausiliar  sumamente  precioso  que  con  los 
medios  que  le  daba  su  santo  ministerio  hubiera  podido 
separar  la  causa  realista  de  la  causa  relijiosa,  estrecha- 
mente ligadas  y  confundidas  en  la  mente  de  aquellos 
buenos  campesinos. 

Luego  que  O'Higgins  quedó  de  único  jefe  en  Concep- 
ción continuó  sus  reformas,  procurando  dar  nueva  orga- 
nización á  su  pequeño  ejército.  Aunque  mas  reservado 
que  Cienfuegos  en  atacar  los  actos  y  proyectos  de  Car- 
rera, no  usaba  menos  que  aquel  la  segur  siempre  que 
podia  hacerlo  sin  comprometer  á  las  claras  su  delicadeza. 
Los  partidarios  de  Carrera ,  que  aun  eran  muchos ,  no 
veian  con  indiferencia  estos  actos  de  hostilidad.  Si  la 
proclama  de  la  junta  no  les  habia  agradado,  menos  podia 
ser  de  su  gusto  la  del  nuevo  jeneral ,  quien  con  maligna 
intención  insertó  en  ella  algunos  pasajes  de  la  del  virey 
del  Perú  á  los  Chilenos,  en  que  los  dos  hermanos  mayores 
eran  tratados  de  jóvenes  caprichosos,  lijerosy  licenciosos, 
y  acusados  como  autores  de  la  ruina  de  la  provincia. 
Llenos  de  indignación  murmuraban  contra  el  nuevo 
estado  de  cosas,  y  el  acto  de  deponer  Carrera  su  poder  lo 
consideraban ,  no  como  la  desorganización  de  su  partido, 
sino  como  una  simple  necesidad  del  momento  que  habia 
de  desaparecer  bien  pronto.  Empezaban  á  olvidar  por  otra 
parte  ellos  y  muchos  de  sus  soldados  el  carácter  turbu- 


t&£3SE££aaGSE 


■  ™—  "- 


CAPÍTULO    XXXIII. 


11 


lento  de  su  jeneral ,  y  confiaban  en  poder  sublevar  con  el 
tiempo  á  fuerza  de  celo  y  de  actividad  el  ejército  y  hacer 
una  la  suerte  de  este  y  la  de  su  verdadero  jefe  para  abrirle 
así  el  camino,  imponérselo  segunda  vez  y  que  apareciese 
á  sus  ojos  con  la  aureola  y  el  prestijio  de  una  víctima. 
Con  objeto  de  cortar  este  funesto  resultado  y  quizá  una 
guerra  civil,  la  mayor  de  todas  las  calamidades  en  aque- 
llas circunstancias,  se  hicieron  las  reformas,  destituyendo 
á  ciertos  oficiales,  destinando  otros  á  Talca  con  el  pre- 
testo  de  que  organizasen  un  cuerpo  de  reserva ,  y  favo- 
reciendo de  todas  maneras  á  los  enemigos  de  Carrera , 
especialmente  á  los  que  por  su  audacia  ó  por  sus  resen- 
timientos eran  los  mas  á  propósito  para  menoscabar  su 
reputación.  Entre  los  últimos  se  contaban  algunos  mili- 
tares y  no  pocos  paisanos  que  habían  sido  perseguidos 
por  realistas  ó  por  contrarios  á  su  partido,  y  otros  como 
Miguel  Zañartu,  el  presbítero  Isidoro  Pineda,  Fernando 
Urizar,  Antonio  Mendiburu,  y  Santiago  Fernandez,  que 
siempre  desaprobaron  la  severidad  que  desplegó  contra 
sus  conciudadanos  y  la  tolerancia  que  tenia  con  los  es- 
cesos  de  sus  soldados.  Como  las  personas  citadas  per- 
tenecían á  las  primeras  clases  de  la  sociedad  y  las  conocía 
mucho  O'Higgins,  formaron  desde  luego  su  principal  cír- 
culo y  no  tardaron  en  ser  sus  mas  íntimos  consejeros. 
Otro  motivo  de  temor  para  el  Gobierno  era  una  junta 
que  habia  en  Concepción  nombrada  por  los  vecinos,  é 
igual  casi  á  la  de  Santiago  en  la  naturaleza  é  importancia 
de  sus  atribuciones.  No  fué  otro  el  oríjen  de  semejante 
junta  que  los  antiguos  zelos  ambiciosos,  de  que  ya  he- 
mos hablado,  que  la  provincia  de  Concepción  tenia  de  la 
de  Santiago  y  que  la  arrastraban  por  instinto  á  ser  inde- 
pendiente de  esta  en  administración  y  en  política.  La 


^«tícg 


12 


HISTORIA    Dli    CtlILE. 


junta  de  Talca  do  podia  ver  con  indiferencia  el  principio 
de  un  federalismo  que  con  razón  consideraba  como  un 
elemento  de  gran  desorden,  y  e  propuso  disolverla,  no 
valiéndose  de  amenazas  ni  mucho  menos  de  violencias  que 
la  hubieran  colocado  en  un  grave  conflicto,  sino  ganando 
con  habilidad  algunos  de  sus  miembros  y  ofreciéndoles 
empleos  á  la  par  honoríficos  y  lucrativos.  Con  este  sistema 
y  separando  algunos  de  sus  miembros  esta  asamblea 
llegó  á  disolverse  por  sí  misma,  reemplazándola  el  Go- 
bierno con  una  intendencia  igual  en  todo  y  por  todo  á  la 
que  existia  en  la  época  del  sistema  colonial.  Como  era 
de  razón,  O'Higgins  fué  nombrado  intendente. 

A  pesar  de  tantas  reformas  restaba  todavía  una  cosa 
que  hacer  y  era  alejar  todo  lo  posible  á  los  hermanos 
Carrera  del  teatro  de  la  guerra,  donde  su  presencia  era 
un  foco  perenne  de  desorden  y  de  conspiración.  Juan 
José  habia  marchado  en  los  mismos  dias  que  Cienfuegos 
llevándose  siete  mil  pesos  de  sueldos  atrasados,  pero  los 
otros  dos  continuaban  en  medio  de  unos  soldados  insu- 
bordinados, siempre  dispuestos  á  la  rebelión  y  que  aban- 
donaban sus  banderas  con  un  atrevimiento  que  el  temor 
al  castigo  no  era  bastante  á  contener.  La  junta  no  cesaba 
de  hablar  de  esto  á  O'Higgins,  manifestándole  que  era 
necesaria  la  marcha  de  los  dos  hermanos  Carrera  para 
restablecer  el  orden,  que  les  hiciese  saber  estas  medidas 
garantizándoles  la  conservación  de  sus  títulos  y  asegu- 
rándoles que  irian  al  estranjero  encargados  de  misiones 
de  alta  importancia,  y  que  en  caso  de  resistencia  emplease 
¡a  fuerza.  Como  lo  que  se  quería  era  un  destierro  y  no 
era  regular  que  Carrera  quisiese  pasar  por  esta  humi- 
llación, rehusó  lo  mismo  que  sus  hermanos  la  misión  que 
se  les  ofrecia,  prometiendo  retirarse  á  su  hacienda  de  San 


^&&mm^:*' 


g¡á&< 


CAPITULO   xxxur. 


13 


Miguel  tan  pronto  como  rindiese  sus  cuentas  y  terminase 
el  inventario  de  los  útiles  y  pertrechos  de  que  era  res- 
ponsable, pues  tenia  grande  interés  en  ponerse  á  cubierto 
y  hacer  ver  á  sus  enemigos  que  los  gastos  habían  sido 
muy  módicos  y  muy  inferiores  á  lo  que  debieran.  En 
este  intervalo  su  posición  respecto  á  O'Higgins  fué  la 
de  simple  amigo ,  pero  la  amistad  era  en  ambos  apa- 
rente, porque  al  uno  le  hacia  traición  un  vivo  sentimiento 
de  amargura  y  al  otro  ese  espíritu  de  temor  y  descon- 
fianza que  caracteriza  á  los  jefes  revolucionarios  elevados 
repentinamente  al  poder,  y  que  les  inclina  siempre  á 
pensar  mal  y  á  suponer  torcida  intención  en  sus  adversa- 
rios. El  antagonismo,  como  era  consiguiente,  no  tardó 
en  manifestarse  á  las  claras.  Reducido  en  un  principio 
á  meras  impresiones  de  la  rivalidad  y  del  amor  propio, 
sin  que  el  desacuerdo  llegase  al  corazón,  tomó  bien 
pronto  la  impetuosidad  del  odio  y  la  venganza  y  acabó 
por  producir  los  dos  partidos  de  Carreristas  y  O'IIiggi- 
nistas  que  las  circunstancias  agitaron  de  una  manera  tan 
dolorosa  y  que  el  tiempo,  los  adelantos  y  la  paz  no  han 
estinguido  del  todo  en  el  país. 


\%M&m, 


CAPITULO  XXXIV. 


Posición  de  los  dos  ejércitos.—  Miguel  Carrera  propone  inútilmente  la  toma 
de  Arauco.  —  Llegada  á  Chile  del  brigadier  don  Gabino  Gainza  y  de  un 
refuerzo  do  tropas.—  Parte  para  Chillan  y  después  para  Quinchamali.  — 
O'Higginsse  ve  rodeado  de  realistas  por  todas  partes.— Principio  desgraciado 
de  su  mando.  —  Miguel  y  Luis  Carrera  se  diríjen  á  Santiago  con  varios 
amigos  y  son  hechos  prisioneros  por  los  soldados  de  don  Clemente  Lantaño. 
—  Toma  de  Talca  por  Elorriaga.— Muerte  del  coronel  don  Carlos  Ispano. 


Las  disensiones  entre  los  oficiales  jenerales  del  ejér- 
cito de  los  patriotas  y  la  indisciplina  y  deserción  de  sus 
soldados,  estimulaban  el  entusiasmo  de  los  realistas  y  les 
infundían  confianza  para  emprender  continuas  espedi- 
ciones,  que  mandaban  oficiales  celosos,  entendidos  y  va- 
lientes. Los  misioneros  franciscanos  por  su  parte  no 
perdonaban  medio ,  según  costumbre ,  para  que  fermen- 
tase el  sentimiento  relijioso  que  conduce  á  la  exaltación, 
y  ya  en  el  confesonario,  ya  en  el  pulpito  y  á  veces  hasta 
en  proclamas ,  se  aprovechaban  de  la  ignorancia  supers- 
ticiosa del  pueblo  y  apelaban  á  su  fidelidad  como  á  un 
principio  de  derecho  natural,  divino  y  humano  (1).  Su 
acción  no  se  limitaba  á  la  ciudad  de  Chillan,  sino  que 
recorrían  una  gran  parte  de  la  provincia  y  hasta  se  ar- 
riesgaban á  penetrar  en  las  poblaciones  indias  para  in- 
teresar la  barbarie  en  su  causa  y  servirse  de  ella  como 
fuerza  brutal  contra  un  país  ya  medio  arruinado ,  impru- 

(1)  El  confesonario  y  pulpito  de  los  misioneros  eran  bandera  de  engan- 
che, etc.  Documentos  de  la  historia  manuscrita  de  Martínez.  —  Véanse  tam- 
bién los  documentos  sobre  la  guerra  de  la  independencia  por  el  reverendo 
padre  frai  don  Juan  Ramón,  guardián  del  colegio  de  Chillan ,  en  que  estos  mi- 
sioneros de  paz  relatan  detalladamente  con  una  satisfacción  particular  lodo 
lo  que  hicieron  en  favor  del  ejército  real. 


CAPITULO    XXXIV. 


15 


ciencia  que  ya  hemos  desaprobado  y  que  lamentamos 
mucho  verla  cometida  por  una  clase  de  la  sociedad  que 
tiene  por  guia  los  mas  puros  sentimientos  humanitarios, 
y  que  mejor  que  ninguna  otra  deberia  conocer  los  in- 
convenientes que  llevaba  consigo  el  despertar  la  codicia 
feroz  de  estos  salvajes. 

De  su  mediación  se  valia  Sánchez  para  enviar  sus 
correos  y  mantener  una  correspondencia  mas  ó  menos 
espedita  y  siempre  muy  espuesta ,  porque  las  cartas  te- 
nían que  atravesar  un  vasto  territorio  habitado  por  tribus 
de  diferentes  bandos ,  frecuentemente  en  no  muy  buena 
armonía  y  por  lo  regular  enemigas  de  los  españoles. 
Así  es  que  la  posesión  de  Arauco  era  para  él  de  la 
mayor  importancia,  pues  por  de  pronto  le  aseguraba 
un  punto  de  comunicación  con  las  autoridades  de  su 
partido ,  y  mas  tarde  un  sitio  de  desembarco  para  las 
tropas  que  habia  pedido  y  que  esperaba  con  grande  an- 
siedad. Porque  á  pesar  de  que  hasta  entonces  se  habia 
sostenido  con  honor  y  con  una  cierta  satisfacción,  no 
dejaba  de  conocer  que  en  el  aislamiento  y  abandono 
en  que  se  hallaba  desde  la  pérdida  de  Talcahuano,  no 
podría  resistir  mucho  tiempo  á  los  patriotas,  si  no  re- 
cibía pronto  los  ausilios  que  sin  cesar  reclamaba  á  Val- 
divia, Ghiloe  y  sobre  todo  á  Lima,  centro  principal  de 
todas  las  operaciones  de  lámar  del  Sur. 

Don  José  Miguel  Carrera  conocía  muy  bien  la  situación 
embarazosa  de  Sánchez  y  las  ventajas  que  podía  sacar 
de  la  ocupación  de  Arauco.  Su  primer  pensamiento 
fué,  pues,  reconquistar  esta  plaza,  y  al  efecto  comisiono 
á  Urizar,  quien,  como  ya  hemos  visto,  solo  llegó  hasta  el 
rio  Garampangue,  que  no  pudo  pasar.  Este  contratiempo 
no  le  detuvo.   Sabiendo  que  ademas  de  la  fuerza  del 


i 


^sfímmagsaasss^^SSSBí^J^ 


16 


HISTORIA    Dli    C1IIL¡:« 


enemigo,  mucho  mas  numerosa  de  lo  que  pensaba,  tenia 
que  combatir  á  los  habitantes  de  todo  el  país  que  for- 
maban causa  común  en  su  resentimiento  por  tantas  exac- 
ciones como  habían  sufrido ,  creyó  indispensable  ir  en 
persona  con  todas  las  tropas  de  Concepción  ,  acampadas 
de  su  orden  con  este  objeto  en  el  cerro  de  Chepe.  La 
junta  gubernativa,  que  era  la  que  debia  suministrar 
todo  lo  necesario  para  esta  espedicion  ,  se  hizo  sorda  al 
principio  á  las  proposiciones  de  Carrera ,  y  acabó  por 
desecharlas  so  pretesto  de  que  Sánchez  podia  aprove- 
char su  ausencia  corriéndose  hacia  el  norte  y  apode- 
rándose de  la  capital ,  en  la  que  habia  pocas  tropas,  mu- 
chos realistas  y  frios  ó  mentidos  patriotas.  Carrera  tuvo, 
pues,  que  desistir  de  su  proyecto  ó  por  lo  menos  aplazarlo 
para  época  mas  favorable,  considerando  siempre  esta 
conquista  como  preliminar  indispensable  de  sus  futuros 
triunfos.  Desgraciadamente  la  desunión  que  por  esta 
época  trabajaba  á  los  dos  poderes  y  poco  después  la 
precisión  en  que  se  vio  de  dimitir  el  mando  paralizaron 
todos  sus  esfuerzos  y  los  hicieron  completamente  inútiles, 
sin  que  se  aprovechase  de  ellos  su  succesor,  quien  mas 
conocedor  que  la  junta ,  estaba  en  el  caso  de  calcular  su 
gran  importancia.  Pero  á  O'Higgins  le  preocupaba  de- 
masiado en  estos  momentos  su  nueva  posición  para  que 
pensase  en  semejante  conquista  cuando  tenia  que  atra- 
vesar todas  las  tempestades  que  suscita  un  partido  ven- 
cido, que  cuenta  con  una  gruesa  fuerza  y  gran  prestijio; 
y  aunque  sabia  que  Carrera  tenia  muchos  enemigos  en 
Concepción ,  hasta  el  punto  que  una  noche  le  salvó  de 
los  puñales  que  le  asestaban  viles  asesinos  (1),  y  por 
mas  que  se  hubiese  reducido  mucho  el  número  de  sus 

(1)  Conversación  con  el  señor  O'Higgins. 


^ím^wmm^smmimi'  *  *** 


partidarios,  todavía  había  entre  estos  algunos  de  ca- 
rácter inquieto  y  que  escitados  por  la  presencia  de  sus 
jefes  ó  quizá  por  sus  conversaciones  y  sus  consejos ,  se 
propasaban  á  algunos  actos  de  insubordinación  poco 
tranquilizadores  para  su  porvenir  y  para  el  del  ejército. 
Sabían  ademas  que  á  ciertos  cuerpos  de  este  ejército  se 
les  estaba  continuamente  hablando  en  favor  de  Carrera, 
que  la  deserción  se  favorecía  de  mil  maneras  y  que  solo 
se  esperaba  ganar  algunos  batallones  para  marchar  sobre 
Santiago  y  deponer  la  junta  gubernativa  reemplazándola 
con  un  nuevo  poder.  Todo  esto  contribuía  á  que  la  po- 
sición de  O'Higgins  fuese  tan  difícil  como  equívoca  y  á 
que  gastase  el  tiempo  en  desbaratar  estas  peligrosas  in- 
trigas, contentándose  con  hacer  algunas  reformas  útiles  á 
su  partido  y  dejando  á  un  lado  la  conquista  de  Arauco, 
cuyas  ventajas  no  desconocía,  y  á  la  que  fué  impulsado 
por  la  junta  gubernativa,  la  cual  se  decidió  al  fin  cuando 
supo  que  iban  á  llegar  tropas  realistas  á  las  costas  de 
Chile. 

Estas  tropas,  procedentes  unas  de  Chiloe  y  otras  del 
Callao,  desembarcaron  en  efecto  á  fines  de  enero  de  181/j. 
Las  primeras  que  llegaron  se  componían  de  setecientos 
milicianos  á  las  órdenes  del  coronel  Montoya,  y  las  demás 
apenas  contaban  ciento  veinticinco  hombres,  si  bien 
todos  soldados  escojidos  pertenecientes  en  sus  cuatro 
quintas  partes  al  rejimiento  real  de  Lima,  con  dos  piezas 
de  campaña.  En  los  buques  que  condujeron  las  últimas 
tropas  iban  ademas  oficiales  y  personas  de  mérito  ,  tales 
como  don  Matías  de  la  Fuente,  don  José  Antonio  Rodrí- 
guez, auditor  de  guerra,  y  otros.  Iban  también  don  Ga- 
vino  Gainza,  brigadier  de  los  ejércitos  reales  y  coronel 
del  rejimiento  de  infantería  del  infante  don  Carlos,  á 

VI.  Historia,  2 


í 


^&m^Msi=^SúS2^TS^^^l^ 


Bti 


18 


HISTORIA    DE    CHILE. 


m 


quien  Abascal  enviaba  á  Chile  á  tomar  el  mando  en  jefe 
del  ejército  de  operaciones ,  en  reemplazo  de  Sánchez  , 
que  era  de  edad  muy  avanzada  y  tenia  una  educación 
vulgar  y  escasos  talentos  militares.  Esta  fué  una  falta 
del  virey,  quien  debió  ser  mas  justo  con  este  oficial , 
despreciando  los  dichos  de  los  envidiosos  y  los  ambicio- 
sos y  reflexionando  que  si  Sánchez  carecía  en  efecto  de 
las  cualidades  necesarias  para  mandar  un  ejército  por 
insignificante  que  fuese ,  tenia  dadas  pruebas  de  activi- 
dad, se  habia  sostenido  con  honra  en  la  difícil  posición 
en  que  le  colocó  la  muerte  de  Pareja,  y  reunia  sobre  todo 
á  la  gran  ventaja  de  conocer  bien  el  país,  el  instinto  de 
adivinar  con  frecuencia  el  mérito  de  las  personas  que 
asociaba  á  su  suerte. 

Gainza  estuvo  pocos  dias  en  Arauco  ,  adonde  fué  á 
unírsele  el  coronel  don  Luis  de  Urréjola,  quien  le  infor- 
mó del  estado  de  apuro  en  que  se  hallaban  los  patriotas, 
y  sus  desavenencias,  y  le  manifestó  la  necesidad  de  ata- 
car áMackenna,  que  de  Quirihue  habia  ido  á  fortificarse  á 
la  hacienda  de  Membrillar,  situada  á  las  inmediaciones 
en  la  parte  baja  del  punto  en  que  se  unen  los  rios  Nuble 
é  ltata.  El  8  de  febrero  partieron  juntos  yendo  á  pasar 
el  rio  Biobio  por  la  pequeña  plaza  de  Santa  Juana.  Lle- 
gado que  hubieron  á  Rere  incorporó  la  caballería  de 
Elorriaga  á  las  tropas  que  llevaba,  las  dirijió  hacia  la 
parte  de  Membrillar,  no  dejando  en  Rere  mas  que  cien 
hombres  al  mando  de  Castilla,  y  se  volvió  á  Chillan  sin 
mas  objeto  que  darse  á  reconocer  por  jeneral  en  jefe 
del  ejército  y  capitán  jeneral  del  reino.  Tres  dias  después 
fué  á  Quinchamali  á  reunirse  al  ejército  y  combinar  con 
los  oficiales  superiores  un  ataque  contra  Mackenna,  forti- 
ficado apocas  leguas  de  su  campamento. 


CAPITULO    XXXIV. 

Alasazon  el  ejército  de  O'Higgins,  á  quien  Mackenna 
no  cesaba  de  pedir  ausilio,  se  hallaba  rodeado  de  un  cor- 
don  de  tropas  realistas  unidas  íntimamente  por  nume- 
rosas guerrillas  que  estaban  siempre  en  campaña.  Así  es 
que  en  San  Pedro,  que  solo  está  separado  de  Concepción 
por  el  Biobio,  se  hallaba  el  valiente  Quintanilla  á  la  ca- 
beza de  cien  soldados  y  sostenido  por  los  de  Golcura  y 
Arauco  ;  Talcamavida  y  Santa  Juana  eran  el  punto  de 
reunión  de  estas  guerrillas  mitad  chilenas  mitad  indias, 
que  tan  intrépidas  en  el  ataque  como  lijeras  en  la  retirada, 
no  temían  llegar  hasta  las  avanzadas  de  los  patriotas,  á 
las  que  no  cesaban  de  hostigar  y  de  incomodar.  En  Rere 
estaban  las  tropas  de  Castilla  y  en  Chillan  los  setecientos 
hombres  que  Gainza  habia  dejado  al  mando  del  coronel 
Berganza,  después  de  haber  dado  orden  de  aumentar  las 
fortificaciones  de  otros  tres  castillos  y  de  cinco  trinche- 
ras. Por  último  el  grueso  del  ejército  estaba  acampado  en 
Quinchamali  pronto  á  marchar  al  punto  que  fuese  nece- 
sario. Para  completar  mas  esta  especie  de  bloqueo,  bien 
que  no  entrase  en  la  intención  del  jeneral  en  jefe,  las 
dos  fragatas  la  Sebastiana  y  el  Potrillo  que  habían  con- 
ducido las  tropas  á  Arauco,  se  colocaron  en  la  emboca- 
dura de  la  bahía  de  Talcahuano  con  intención  de  apode- 
rarse de  los  buques  que  llevaban  víveres  á  la  plaza  y  la 
abastecían,  ó  de  ausiliar  las  operaciones  del  ejército  de 
tierra.  Entre  Gainza  y  estos  buques  mediaba  una  corres- 
pondencia mui  seguida  por  medio  de  las  guerrillas  que 
mandaban  Lantaño  y  Barañao. 

En  medio  de  tantos  elementos  de  temor  y  de  peligro, 
O'Higgins,  para  sostener  y  mejorar  la  moral  de  sus  tro- 
pas, creyó  conveniente  tomar  la  ofensiva  y  atacar  algunos 
de  estos  destacamentos.  Desgraciadamente  la  fatalidad 


i 


¡avirTTtfrTáSgaSgaBr^S^: 


20 


HISTORIA    DE    CIIILK. 


persiguió  desde  el  principio  todas  sus  empresas.  Quín- 
tanilla  le  cojió  los  cuatrocientos  caballos  que  Carrera  ha- 
bía puesto  en  la  hacienda  de  Hualpen  y  cuando  quiso 
atacarle  en  San  Pedro,  se  vio  obligado  á  renunciar  a  esta 
empresa  y  á  retroceder  á  consecuencia  de  la  insubor- 
dinación de  los  granaderos  probablemente  sobrescitados 
con  la  presencia  de  don  Juan  José  Carrera :  por  lo  menos  es 
lo  cierto  que  este  jeneral  se  habia  introducido  con  inten- 
cioneshostiles  en  medio  de  sus  soldados,  por  lo  cual  O'Hig- 
ginsle  dirigió  durasy  severas  reconvenciones  (1).  Otraes- 
pedicion,  que  al  mando  del  capitán  don  Juan  Calderón  tuvo 
el  encargo  de  sorprender  á  un  corto  número  de  soldados 
y  marinos  que  bajaron  á  hacer  aguada  en  la  isla  de 
la  Quinquina ,  fué  completamente  derrotada  ;  y  pocos 
dias  después  estos  mismos  marinos  desembarcados  en 
Coelemu,  se  apoderaron  de  un  convoy  de  víveres  destinado 
á  Concepción  y  que  felizmente  pudo  recuperar  en  parte 
el  teniente  Freiré  atacándolos  con  ochenta  dragones.  En- 
fin  una  tercera  espedicion  mandada  por  el  coronel  demili- 
ciasdon  Fernando  Urizar  contra  la  guarnición  de  Rere 
compuesta  en  parte  de  milicianos ,  fué  todavía  mas  des- 
graciada, porque  el  comandante  de  esta  guarnición,  que 
era  el  joven  Castilla,  la  batió  completamente,  haciéndola 
retroceder  hasta  Concepción  con  pérdida  de  buen  número 
de  soldados ,  de  los  dos  cañones  que  llevaba  y  de  casi 
todas  las  armas  y  bagajes. 

Cuando  se  verificaba  esta  última  derrota,  es  decir,  el 
¡i  de  marzo  de  1814,  un  acontecimiento  en  estremo  dolo- 
roso vino  á  contristar  el  ánimo  de  casi  todos  los  hombres 
de  ambos  partidos. 

No  pudiendo  don  José  Miguel  Carrera  soportar  los  insuí- 

(i)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPITULO    XXXIV. 

tos  de  algunos  oficiales  subalternos  que  no  habían  olvidado 
la  severidad  tenida  con  ellos,  y  viendo  por  otra  parte  que 
siéndole  poco  favorable  el  espíritu  del  soldado  le  era 
punto  menos  que  imposible  encadenar  los  sucesos  á  su 
gusto,  decidió  salir  de  la  provincia  y  dirijirse  hacia  San- 
tiago para  de  allí  ir  ásu  hacienda,  como  lo  había  prome- 
tido. Al  efecto  pidió  una  escolta  á  O'Higgins,  por  quien 
se  le  facilitaron  inmediatamente  veinticinco  hombres,  y 
el  2  de  marzo  de  1 81  k  se  puso  en  camino  en  compañía  de 
su  hermano  don  Luis,  de  don  Estanislao  Portales,  don  Juan 
Moría,  don  Rafael  Freiré,  don  Servandoydon  Manuel  Jor- 
dán y  otros  muchos  mi  litares  y  paisanos  ;  por  manera  que  la 
comitiva  se  componía  de  unas  cien  personas.  Llegados  á 
Penco  se  alojaron  en  los  molinos  de  Pedro  lNogueira^y 
allí  supieron  que  el  enemigo,  noticioso  de  su  viaje  á  San- 
tiago ,  se  habia  colocado  en  la  banda  sur  del  rio  Itata 
para  detenerlos  luego  que  lo  pasasen.  Hubiera  sido  grande 
imprudencia  continuar  la  marcha,  y  resolvieron  enviar 
espías  para  asegurarse  del  estado  de  los  caminos.  En  este 
intermedio  volvió  á  Concepción  con  don  Luis  y  algunos 
amigos,  pero  solo  á  pasar  la  noche,  porque  á  las  tres 
de  la  mañana  estaban  ya  de  vuelta  en  su  alojamiento, 
aunque  con  intención  de  retirarse  al  día  siguiente  á  la 
chacra  de  don  Pedro  José  Benavente,  ó  quizá  de  volver  á 
Concepción  aprovechando  el  permiso  que  O'Higgins  habia 
dado  á  su  hermano  don  Luis  :  pero  la  fatalidad  no  le  dio 
tiempo. 

En  efecto,  una  división  enemiga  mandada  por  don  Cle- 
mente Lantaño  y  fuerte  de  quinientos  hombres  y  dos 
piezas  de  campaña,  habia  sido  destacada  por  Gainza  para 
impedir  el  paso  á  las  tropas  de  O'Higgins,  que  según  avi- 
sos debían  ponerse  muy  pronto  en  marcha  para  reunirse 


2*2 


HISTORIA    DE    CHILE, 


con  las  de  Mackenna.  A  su  llegada  á  Coelemu  supo  Lan- 
taño  que  estas  tropas  no  estaban  aun  en  disposición  de 
salir  de  Concepción  ,  pero  que  Carrera  se  dirijia  sobre 
Santiago  acompañado  de  algunos  soldados  solamente  y 
de  buen  número  de  personas.  Su  primer  pensamiento  fué 
salir  á  su  encuentro,  y  al  efecto  dispuso  que  Barañao, 
que  mandaba  la  caballería,  tomase  el  camino  de  la  costa 
mientras  que  él  iba  por  el  camino  real ,  creyendo  que 
de  esta  manera  no  se  le  escaparían.  Don  Lorenzo  Reyes 
oyó  decir  á  uno  en  Rafael  que  no  habían  salido  aun  de 
Penco,  y  aunque  la  persona  que  dio  la  noticia  no  le  ofre- 
cía grandes  garantías,  no  titubeó  en  comunicarla  á  su  co- 
mandante, aconsejándole  al  propio  tiempo  que  marcha- 
sen á  esta  plaza  á  sorprender  la  comitiva  (i).  Lantaño 
no  tenia  orden  de  su  jeneral  para  semejante  espedicion , 
y  esto  le  hizo  dudar  un  momento  ,  pero  al  fin  penetrado 
de  su  grande  importancia  se  decidió,  y  se  puso  en  marcha 
con  don  Lorenzo  Reyes  y  cien  hombres  casi  todos  chilotes. 
Habiendo  salido  por  la  tarde  llegaron  antes  de  amane- 
cer á  las  alturas  de  Penco,  y  allí  se  prepararon  para  el 
ataqu?,  sin  esperar  la  ceremonia  de  la  absolución  que 
quería  echarles  el  capellán,  como  era  costumbre  en  se- 
mejantes casos.  Lantaño  marchó  sobre  el  fuerte  mien- 
tras Reyes  se  dirijia  al  campamento  de  Carrera,  después 
de  haber  encargado  á  sus  soldados  el  mayor  silencio  y 
sobre  todo  que  no  disparasen  un  solo  tiro.  Esta  orden 
fué  puntualmente  ejecutada ,  y  ya  llegaban  á  las  casas 
cuando  casualmente  se  descargó  un  fusil.  Esta  fué  la  se- 
ñal de  ataque,  y  una  descarga  jeneral  puso  en  movi- 
miento álos  patriotas,  quienes  en  la  imposibilidad  de  de- 
fenderse, y  medio  dormidos,  procuraban  salvarse  ú  ocul- 

(ll  Conversación  con  don  Lorenzo  Reyes. 


CAriTULO    XXXIV. 

tarse  en  cualquiera  parte  adonde  la  casualidad  les  condu- 
jese. Felizmente  la  Providencia  salvó  la  vida  de  estos  hon- 
rados chilenos.  Solo  perecieron  el  alférez  don  José  Igna- 
cio Manzano  y  algunos  soldados;  pero  el  mayor  número, 
inclusos  los  dos  Carreras,  fueron  arrestados,  y  vijilados 
muy  de  cerca  hasta  el  momento  en  que  Lantaño,  deses- 
peranzado de  hacer  nada  contra  el  fuerte,  á  pesar  de  ha- 
ber ido  Reyes  en  su  socorro,  se  presentó  á ellos  y  les  mandó 
partir  para  Rafael,  adonde  muy  luego  fué  P.  Ascenjo  á 
buscarles  de  parte  de  Gainza  para  presentarlos  á  este 
jefe  y  pocob  dias  después  para  llevarlos  á  Chillan,  donde 
les  pusieron  grillos  y  los  encerraron  en  calabozos  como 
si  fuesen  grandes  asesinos.  Y  sin  embargo,  la  fortuna,  que 
mucho  tiempo  atrás  era  tan  contraria  á  estos  ilustres  pa- 
triotas, hubiera  podido  en  esta  circunstancia  favorecerles 
algo,  si  los  cincuenta  infantes  de  la  patria  que  desertaron 
el  dia  antes  con  armas  y  bagajes  dirijiéndose  sobre  San- 
tiago, no  hubieran  precipitado  su  marcha  ;  pues  cuando 
este  desgraciado  suceso  se  hallaban  ya  á  las  inmediacio- 
nes de  Rafael,  donde  el  coronel  Pía,  que  habia  quedado 
con  el  resto  de  las  tropas  de  la  división  Lantaño,  vino  á 
batirlos  y  dispersarlos  (1). 

Una  serie  no  interrumpida  de  tan  continuos  reveses 
en  ocasión  en  que  parecía  que  las  tropas  querían  ins- 
pirarse de  la  enerjía  y  de  la  bravura  de  su  nuevo  jefe, 
habia  de  producir  necesariamente  honda  impresión 
en  el  patriotismo  de  O' Higgins  y  hacerle  temer  por  su 
porvenir  y  su  responsabilidad;  y  eso  que,  como  vamos 
á  verlo,  no  conocia  aun  todas  las  desgracias  que  la  suerte 
tenia  reservadas  para  los  principios  de  su  mando. 

A  consecuencia  de   la   nueva  organización  dada  al 

(1)  Conversación  coii  don  Lorenzo  Reyes. 


i 


imnnrgi,ñrXE3SasrS^  ÜEí 


HISTORIA    DE    CHILE. 

ejército,  los  individuos  de  la  junta  decidieron  volver  á 
Santiago  é  hicieron  que  les  acompañasen  cuarenta  dra- 
gones, dejando  solo  doscientos  diez  hombres  á  Spano, 
que  quedó  de  gobernador  de  Talca.  Indudablemente  en 
el  estado  en  que  se  hallaba  la  sociedad ,  y  sobre  todo  la 
sociedad  española,  acostumbrada  á  ver  á  sus  autoridades 
rodeadasde  toda  clase  de  prestijio,  era  conveniente  que 
estos  encargados  del  poder  hiciesen  violencia  á  sus  ideas 
democráticas  y  se  presentasen  con  un  aparato  que  diera 
fuerza  é  importancia  á  su  autoridad ;  pero  también  pu- 
dieron considerar  que  era  grande  imprudencia  dejar  una 
guarnición  tan  reducida  en  una  ciudad  indefensa  y  ro- 
deada de  numerosas  guerrillas  que  llegaban  á  Cauquenes, 
Linares  y  hasta  la  ribera  del  rio  Maule.  Bajo  este  punto 
de  vista  debieran  ser  menos  escrupulosos  en  la  etiqueta, 
y  renunciar  á  una  escolta  que  en  último  resultado  no  servia 
mas  que  para  satisfacer  una  vanidad  frivola  y  de  ningún 
modo  para  su  seguridad  personal.  El  mismo  Spano  no 
pudo  menos  de  quejarse,  porque  rebajados  los  noventa 
fusileros  que  iba  á  enviar  á  Mackenna  para  escoltar  los 
diferentes  efectos  que  este  jeneral  le  pedia  con  instancia , 
solo  le  quedaban  algunos  reclutas,  desarmados,  ines- 
pertos  y  con  cuyo  valor  no  podia  contarse,  y  ciento  veinte 
veteranos,  á  saber,  veinte  fusileros,  treinta  lanceros  y 
setenta  artilleros  con  solo  tres  cañones.  Tan  corta  fuerza 
no  bastaba  para  conservar  una  ciudad  que  era  en  cierto 
modo  el  punto  de  unión  de  Concepción  y  Santiago,  y 
depósito  ademas  de  considerables  valores  en  víveres  y 
pertrechos  de  guerra  (1). 

Con  efecto ,  no  tardaron  los  realistas  en  atacarla.  El 
convoy  para  Mackenna  salió  el  2  de  marzo,  casi  al  mismo 

(1)  Mas  de  800,000  pesos  según  el  diario  de  Can  era  importaban  estos  efectos, 


CAPÍTULO    XXXIV, 


25 


tiempo  que  la  Junta  para  Santiago ,  y  á  los  dos  dias  se 
presentó  á  las  siete  de  la  mañana  un  parlamentario  de  Elor- 
riaga  á  intimar  la  rendición.  Spano,  que  era  español  de 
nacimiento  pero  chileno  de  corazón,  le  respondió  con 
una  negativa  bien  razonada.  No  tenia  la  presunción  de 
poder  defender  la  ciudad ,  pero  esperaba  tener  tiempo 
de  batirse  en  retirada  y  salvar  una  gran  parte  de  los 
efectos,  contando  para  ello  con  que  el  enemigo  estaba 
aun  bastante  lejos ,  puesto  que  ningún  aviso  le  daba  en 
contrario  el  destacamento  que  habia  enviado  de  observa- 
ción á  las  márjenes  de  Maule  al  mando  de  don  Francisco 
Gaona  y  don  Rafael  Mata  Linares.  Desgraciadamente  este 
destacamento,  por  la  culpable  apatía  de  sus  jefes  que 
tuvieron  la  cobardía  de  ponerse  en  salvo  sin  dirijirse 
sobre  Talca,  fué  sorprendido,  y  Spano  no  lo  llegó  á  saber 
hasta  que  la  retirada  se  hizo  imposible.  Entonces,  como 
militar  de  honor,  no  pensó  mas  que  en  entusiasmar  la 
entereza  de  sus  compañeros  y  escitarles  á  una  vigorosa 
defensa.  Escojió  para  punto  de  resistencia  la  plaza  mayor, 
cuyas  cuatro  esquinas ,  como  en  todas  las  poblaciones  de 
América  construidas  á  manera  de  tablero  de  damas, 
están  atravesadas  por  dos  calles  cada  una,  que  van  á 
concluir  en  el  término  de  la  ciudad ,  formando  ángulo 
recto.  En  tres  de  estas  esquinas  colocó  los  tres  cañones 
enfilando  las  calles ;  y  faltándole  cañón  para  la  otra,  tuvo 
que  levantar  en  ella  una  barricada  con  adobes  ,  tra- 
bajo largo,  fatigoso  y  que  apenas  comenzado  se  vio 
atacado  repentinamente  por  todas  las  tropas  combinadas 
de  Elorriaga  y  de  Olates.  La  resistencia  fué  indudable- 
mente vigorosa,  casi  heroica  :  todos  se  batían  á  la  de- 
sesperada :  los  jefes  especialmente,  que,  en  medio  de  tan- 
tos enemigos,  disputaban  la  posesión  de  la  plaza,  mas  por 


í 


mrmrwn  sa.?ygS¿3^  s*£fe: 


¿«€^! 


26 


HISTORIA    DE    CHILE. 


n 


conservar  su  honra  que  con  la  esperanza  de  salvarla, 
anunciaron  su  resolución  de  morir  antes  que  rendirse. 
Una  de  las  primeras  víctimas,  que  bien  pudieran  llamarse 
mártires  de  la  libertad ,  fué  el  intrépido  teniente  de  ar- 
tillería don  Marcos  Gamero;  y  Chile  tuvo  el  dolor  de 
verle  sucumbir  á  manos  de  uno  de  sus  hijos,  que  el  es- 
travío  habia  llevado  á  las  filas  de  los  realistas.  Poco 
después  cupo  la  misma  suerte  á  otros  oficiales ,  con- 
tándose en  este  número  el  gobernador,  el  valiente  Spano, 
á  quien  se  encontró  acribillado  de  heridas  al  pié  de  la 
bandera  que  tuvo  la  gloria  de  defender  hasta  el  último 
instante  de  su  vida.  Y  tal  fué  la  suerte  de  este  puñado 
de  soldados,  que  no  teniendo  jefes,  escaseándoles  las 
municiones  y  viéndose  rodeados  no  solo  de  una  gran 
masa  de  enemigos,  sino  de  buen  número  de  jentes  del 
país  que  desde  lo  alto  de  sus  casas  tenían  la  iniquidad  de 
tirarles,  fuerza  les  fué  entregarse  á  discreción  del  jefe 
que  habia  conseguido  tan  fácil  victoria.  Los  pocos  que 
pudieron  salvarse  fueron  á  reunirse  al  pequeño  desta- 
camento que  don  Rafael  Rascuñan  llevaba  para  socorrer 
á  Talca  (1). 

Este  Rascuñan  era  el  que  mandaba  la  escolta  de 
los  víveres  y  municiones  destinados  al  ejército  ausi- 
liar  del  Membrillar.  Llegaba  apenas  al  paso  del  Maule 

(1)  Hablando  de  esta  pérdida  con  don  Miguel  Infante  me  dijo  queMackenna 
tuvo  la  culpa  de  ella,  porque  este  oficial  superior  pidió  con  repetición  víveres 
á  la  junta,  suplicándola  los  mandase  escollar  por  los  cuatrocientos  hombres 
que  habia  en  Talca,  á  ¡o  que  la  junta  no  quiso  acceder  persuadida  de  que  un 
jeneral  debe  mantener  espeditas  sus  comunicaciones  y  porque  la  prudencia 
aconsejaba  no  desguarnecer  una  plaza  que  era  el  depósito  jeneral  de  víveres, 
armas,  etc.,  del  ejército.  Spano,  que  por  estarenfermo  no  desempeñaba  las  fun- 
ciones de  ministro  déla  guerra,  participaba  de  este  misino  parecer,  y  sin  em- 
bargo apenas  marchó  la  junta,  se  desprendió  de  una  paite  de  sus  soldados 
para  complacer  á  Mackenna,  que  renovaba  en  aquellos  momentos  sus  instan- 


»*i*&*iséBe¿?+44 


ISá&i 


CAPULLO   XXXIV. 


27 


al  sur  del  Barco,  cuando  se  le  presentó  el  coronel  don  Fe- 
liciano Letelier  con  una  orden  de  Spano  para  replegarse 
sobre  Talca.  La  orden  la  recibió  á  eso  de  las  tres  de  la 
tarde  debiendo  haberla  recibido  sobre  las  nueve  de  la 
mañana,  y  este  retardo,  ocasionado  por  los  rodeos  que  dio 
Letelier,  fué  causa  de  que  llegase  tarde  á  Talca  para 
tomar  parte  en  la  defensa.  Ignoraba  que  la  ciudad  estu- 
viese en  poder  del  enemigo,  pero  por  precaución  y  para 
protejer  las  cargas  que  habia  mandado  retroceder  hacia 
la  parte  de  Santiago  á  las  órdenes  del  alférez  Rivera, 
acampó  en  las  alturas  del  Larqui  á  corta  distancia  de 
Talca.  Su  destacamento,  compuesto  de  setenta  hom- 
bres, no  tardó  en  ser  atacado  por  ciento  cincuenta  sol- 
dados de  Elorriaga  embriagados  aun  con  el  humo  de  la 
victoria.  Bajo  todos  conceptos  la  suerte  protejia  á  estos, 
y  sin  embargo  fueron  batidos  y  dispersados,  y  Bascuñan 
pudo  retirarse  sin  ser  molestado  á  la  pequeña  villa  de 
Gurico,  que  abandonó  muy  luego  replegándose  sobre  San 
Fernando. 


I 


■OMB 


Ed32??SS»^  M&SÍ 


CAPITULO   XXXV. 


Estado  de  los  dos  ejércitos  de  los  patriotas.—  Mackenna  atrincherado  en  el 
Membrillar  solicita  de  O'Hig^ins  que  se  le  reúna.—  Salida  de  O'Higgins  de 
Concepción  después  de  haber  nombrado  una  junta.  — Su  llegada  á  la  Florida. 
—  Combate  del  alto  de  Quilo.—  Gainza  ataca  á  Mackenna  en  el  Membrillar 
y  es  completamente  batido.—  El  teniente  coronel  don  Manuel  Blanco  de 
Encalada  sale  de  Santiago  con  una  espedicion  á  reconquistar  á  Talca.— 
Mala  disposición  de  sus  tropas,  que  son  vencidas  por  Olates  en  Cancha- 
rayada. 


Si  Gainza  hubiese  estado  á  la  altura  de  su  misión,  es 
indudable  que  aprovechando  el  ardimiento  y  la  con- 
fianza que  los  cortos  triunfos  conseguidos  inspiraron  á 
sus  soldados,  y  teniendo  como  tenia  concentradas  en 
cierto  modo  sus  tropas  en  un  mismo  punto,  habría  ata- 
cado con  ventaja  al  ejército  chileno ,  bastante  relajado 
en  la  disciplina,  batido  sucesivamente  sus  dos  divisiones 
y  causádole  pérdidas  sensibles  ,  acaso  una  derrota ;  y 
entonces  echando  sus  restos  hasta  mas  allá  de  Santiago, 
hubiera  podido  hacerse  dueño  de  esta  capital,  objeto  de 
sus  deseos  y  último  término  de  su  espedicion.  La  visita 
que  le  hizo  en  Arauco  el  coronel  don  Luis  Urréjola  no 
tuvo  mas  objeto  que  proponei  le  este  plan  de  campaña , 
pensamiento  que  no  podia  fallar ,  y  que  aprobaron  la 
mayor  parte  de  sus  oficiales,  especialmente  los  que  tenían 
un  conocimiento  exacto  de  los  hombres,  las  cosas  y  las  lo- 
calidades. Pero  su  grande  indecisión  hizo  que  este  plan 
solo  se  siguiese  á  medias,  pues  llegado  que  hubo  al  sitio 
en  que  debia  obrar,  se  contentó  con  desbandar  parte  de 
sus  tropas  en  guerrillas,  las  cuales  consiguieron ,  es  ver- 
dad, algunos  buenos  resultados  ;  pero  perdió  la  ocasión 


S¿¿!3S£S££^QE£ 


^      - 


que  se  le  presentaba  de  acabar  la  guerra  por  medio  de 
uno  de  esos  golpes  de  mano  que  se  proporcionan 
pocas  veces  y  que  un  buen  jeneral  no  debe  desapro- 
vechar nunca  (1 

Las  dos  divisiones  patriotas  se  encontraban  efectiva- 
mente en  una  posición  bien  poco  tranquilizadora,  sobre 
todo  la  de  Mackenna,  que  colocada  frente  al  campo  ene- 
migo, tenia  que  resistir,  si  se  le  atacaba,  con  fuerzas  muy 
inferiores  en  hombres  y  en  verdaderos  soldados.  As/  es 
que  después  de  la  pequeña  acción  deCuchacucha,  ocur- 
rida el  22  de  febrero  y  que  no  tuvo  consecuencias  de  nin- 
guna especie,  su  primer  cuidado  fué  aprovechar  los  acci- 
dentes del  terreno  para  hacer  fortificaciones,  reparar,  dán- 
doles mas  estén  sion,  los  reductos  construidos  en  tiempo  de 
don  Juan  José  Carrera  en  esta  localidad  y  en  Membrillar, 
aumentarlos,  y  colocar  en  ellos  sus  cinco  cañones  y  sus 
dos  culebrinas  de  á  ocho.  Pero  lo  que  mas  le  preocupaba 
era  que  no  acababa  de  llegar  la  división  de  OTIiggins 
que  pedia  sin  cesar  en  su  ausilio.  En  todas  sus  comu- 
nicaciones, así  oficiales  como  particulares,  le  daba  parte 
de  su  falsa  posición,  de  sus  temores  y  del  riesgo  que  cor- 
ría, invocando  tan  pronto  su  amistad,  tan  pronto  su  pa- 
triotismo, concluyendo  por  hacerle  responsable  de  lo  que 
pudiera  sucederle  (2).  Parece  que  en  un  consejo  de 
guerra,  celebrado  cuando  se  supo  la  pérdida  de  Talca, 
algunos  oficiales  del  ejército  ausiliar  propusieron  que  se 
abandonase  esta  posición  para  dirijirse  por  la  costa  del 


(1)  Declaro  ante  Dios  y  los  hombres  que  el  señor  Gainza  pudo  haber  con- 
cluido la  guerra  en  dos  meses  si  hubiese  atacado  á  O'Higgins  ó  á  Mackenna 
antes  que  aquel  se  aceicase.—  Declaración  de  don  José  Amonio  Rodríguez  en 
la  causa  contra  Gainza. 

(2)  Véanse  algunas  de  sus  cartas  en  la  memoria  de  don  Diego  Benavente , 
p.  143. 


h&MZBSSFS*  ÍjM 


if 


30 


HISTORIA    DE    CHILE. 


!f 


lado  de  Santiago,  proposición  que  mas  adelante  fué  re- 
producida muchas  veces  y  siempre  rechazada  por  creerla 
contraria  á  su  deber. 

O'Higgins  conocía  perfectamente  el  embarazo  de  Mac- 
kenna,  pero  consideraba  su  propia  posición  frente  á 
frente  de  don  José  Miguel  y  don  Luis  Carrera,  y  abrigaba 
la  convicción  íntima  de  que  no  debia  separarse  de  Con- 
cepción mientras  permaneciesen  allí  los  dos  hermanos, 
que  eran  en  su  concepto  un  peligro  vivo  y  permanente  para 
la  tranquilidad  del  país.  No  se  puso  pues  en  camino 
hasta  que  se  marcharon,  habiendo  antes  hecho  renun- 
cia de  su  título  de  intendente  de  la  provincia  en  favor 
de  una  junta  conpuesta  de  don  Santiago  Fernandez,  don 
Diego  Benavente  y  don  Juan  de  Luna ,  á  quienes  dejó 
trecientos  hombres  para  la  defensa  de  la  ciudad  y  lle- 
vando seiscientos  consigo.  Su  marcha  fué  tan  lenta  como 
penosa.  Muchos  soldados  de  caballería  estaban  desmon- 
tados desde  la  derrota  de  Hualpen,  y  los  víveres  eran  tan 
escasos  que  los  soldados  se  mantenían  con  uvas,  que  me- 
rodeaban en  los  campos  inmediatos.  En  Curapalihue  la 
casualidad  le  llevó  ante  un  respetable  anciano  dueño  de 
siete  vacas  que  tenia  en  un  monte,  las  que  mandó  llevar 
inmediatamente  para  ofrecérselas.  O'Higgins  no  tenia 
dinero  que  ofrecerle,  si  bien  el  anciano  se  hubiera  ne- 
gado á  recibirlo  ;  pero  le  dio  un  recibo  que  el  caritativo 
patriota  no  tomó  sino  á  fuerza  de  instancias  y  que  no  pre- 
sentó nunca,  pues  el  móvil  de  su  benéfico  desprendimiento 
no  era  otro  que  el  mas  puro  y  desinteresado  patriotismo  (1). 

Llegados  á  la  Florida  ,  O'Higgins  vacilaba  entre  se- 
guir el  camino  del  Roble  ó  el  de  Ranquil,  pero  al  fin  se 
decidió  por  el  último  por  ser  el  mas  corto  y  el  que  mejor 

(l)  Conversación  con  O'Higgins. 


¡03BBB2FÍ! 


CAPITULO    XXXV. 


llenaba  su  objeto ;  pero  hizo  correr  la  voz  en  la  población 
de  que  marcharía  por  el  primero,  esperando  de  este  modo 
engañar  á  los  espías  del  enemigo.  Su  partida  se  verificó 
por  la  noche,  habiendo  hecho  salir  poco  antes  una  guer- 
rilla de  veinticinco  hombres  con  orden  de  tomar  el  camino 
del  Roble,  de  tirar  de  cuando  en  cuando  algunos  tiros  y 
de  reunírsele  por  la  retaguardia.  Contra  lo  que  temía,  no 
fué  molestado  en  su  marcha,  pero  al  llegar  al  pié  de  los 
cerros  de  Ranquil  quedó  sorprendido  de  encontrar  en  el 
sitio  llamado  Quilo  una  división  de  cuatrocientos  realis- 
tas, que  Gainza,  ignorando  la  dirección  de  los  patriotas, 
habia  mandado  colocar  allí  por  consejo  de  su  ayudante 
jeneral  don  Pedro  Tavira  y  del  teniente  coronel  don  Pe- 
dro Asenjo  encargados  de  hacer  un  reconocimiento.  Esta 
división,  al  maneto  del  valiente  Barañao,  estaba  acampada 
en  las  alturas  que  debían  atravesar  los  soldados  de  O'Hig- 
gíns,  y  colocada  de  manera  que  dominaba  todas  las  sali- 
das y  defendía  todos  los  pasos.  Gracias  á  esta  ventaja, 
Barañao  contaba  con  poder  detener  algunas  horas  por  lo 
menos  al  enemigo,  y  dar  tiempo  á  que  Gainza,  acampado 
á  distancia  de  tres  leguas  solamente,  fuese  en  su  ayuda 
para  atacarle  con  fuerzas  mas  considerables,  dispersarlo, 
si  fuese  posible,  y  marchar  inmediatamente  sobre  la  di- 
visión Mackenna.  O'Higgins  comprendió  perfectamente 
este  plan  y  se  apresuró  á  desbaratarlo,  decidiéndose  á 
dar  cuanto  antes  un  ataque  sin  arredrarle  la  ventajosa 
posición  de  su  adversario.  Al  efecto  hizo  marchar  dos 
compañías,  una  mandada  por  don  Juan  Bargas  y  la  otra 
por  el  capitán  de  granaderos  Correa,  con  orden  de  atacar 
al  enemigo  por  los  flancos,  mientras  él  se  dirijia  hacia 
el  centro  sostenido  por  la  artillería.  Las  dos  compañías, 
aprovechando    la  espesura   de  los  bosques  ana.  tanto 


fe 


í 


'■iSSS^VSSS^ 


JTCi. 


32 


HISTORIA    DE    CHILE. 


abundan  en  aquellos  montes,  pudieron  llegar  sin  ser  vis- 
tas á  muy  corta  distancia  del  campamento,  y  casi  al  mis- 
mo tiempo  hicieron  fuego  por  hileras,  lo  que  obligó  á 
O'Higgins  á  redoblar  el  paso  y  cargar  á  la  bayoneta. 
Ejecutaron  esta  carga  la  segunda  columna  de  los  ausilia- 
resy  principalmente  los  granaderos,  llevando  ásu  cabeza 
al  coronel  don  Rafael  Sota  y  al  comandante  don  En- 
rique Campino,  animados  ambos  de  tal  entusiasmo,  que 
los  realistas  fueron  inmediatamente  arrollados  y  en  se- 
guida perseguidos  por  los  dragones  de  Anguita  y  los 
húsares  de  la  gran  guardia  de  don  María  Benavente  que 
hasta  entonces  habían  sido  destinados  á  sostener  la  de- 
recha (1). 

Hecho  dueño  de  las  alturas  ,  O'Higgins  consideró 
conveniente  pasar  en  ellas  la  noche,  y  al  efecto  mandó 
venir  la  reserva  que  habia  quedado  en  la  falda  del  cerro 
á  las  órdenes  de  don  Francisco  Calderón,  y  dispuso  que  se 
levantasen  las  tiendas  en  el  sitio  mismo  que  el  enemigo 
acababa  de  abandonar.  Como  tenia  convenido  con 
Mackenna  no  alejarse  mas  de  tres  ó  cuatro  leguas,  hizo 
disparar  tres  cañonazos  para  anunciarle  su  llegada,  y 
esta  especie  de  saludo  se  lo  devolvió  aquel  con  otro  de 
nueve,  que  en  el  esceso  de  la  alegría  mandó  tirar  en  ho- 
nor suyo.  Al  dia  siguiente  fué  á  la  hacienda  de  Baso, 
esperando  alcanzar  los  soldados  de  Barañao  que  habían 
pasado  allí  la  noche,  y  envió  un  correo  á  Mackenna  pre- 
viniéndole que  estuviese  pronto  para  un  ataque  que  muy 
luego  pensaba  dar  á  Gainza;  pero  forzado  este  á  ceder 
al  movimiento  de  su  adversario  se  habia  decidido  á 
atacar  á  Mackenna  llevando  todas  sus  tropas  y  hasta  la 

(1)  Estos  detalles,  que  varían  algo  de  los  que  da  don  Diego  Benavente,  me 
han  sido  suministrados  por  el  mismo  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPÍTULO    XXXV. 


33 


guerrilla  de  Lantaño  que  hizo  ir  de  Quirihue  (1).   El 
ataque  lo  dio  el  mismo  dia,  es  decir,  el  20  de  marzo,  no 
habiendo  empezado  hasta  las  cuatro  de   la  tarde  porque 
en  vez  de  pasar  el  Itata  por  el  vado  de  las  Matas,  como 
debiera  hacerlo  no  obstante  que  este  vado  estaba  al 
alcance  del  cañón  enemigo,  lo  pasó  por  el  alto  en  su 
confluencia  con  Nubles,  para  lo  que  tuvo  que  dar  un 
gran  rodeo,  con  lo  cual  lo  único  que  consiguió  fué  fati- 
gar las  tropas  y  presentarlas  en  desorden  y  precipita- 
damente al  frente  del  enemigo  (2).  Su  fuerza  era  muy 
superior  á  la  de  Mackenna,  pero  en  cambio  tenia  este 
la  ventaja  de  la  posición  y  de  las  fortificaciones,  que  es- 
taban en  muy  buen  estado  de  defensa;   y  sin  embargo 
este  jeneral  empezó  mal  por  la  imprudencia  del  oficial 
encargado  de  llevar  á  punto  seguro  los  ganados  del  ejér- 
cito, pues  habiendo  avanzado  demasiado,  contra  lo  dis- 
puesto por  su  jefe,  estuvo  á  punto  de  ser  cercado  y 
hecho  prisionero  con  todos  sus  soldados.  Parece  también 
que  el  flanco  izquierdo,  mandado  por  el  coronel  Alcázar, 
estuvo  un  momento  envuelto  por  dos  destacamentos  de 
vanguardia  que  habían  sido  empujados  hasta  allí,  el 
estandarte  desplegado  y  que  el  enemigo  se  hallaba' ya 
en  la  trinchera  cuando  fué  rechazado  á  la  desbandada 
por  el  comandante  en  jefe,  que  le  cargó  á  la  bayoneta  á 
la  cabeza  de  cincuenta  hombres  y  le  hizo  retroceder  hasta 
su  división  (3).  Desde  entonces  la  acción  se  hizo  jeneral. 
Los  jenerales  de  Gainza,  al  frente  de  todo  su  ejército, 
avanzaron  ante  las  trincheras  con  objeto  de  cercarlas^ 
para  dirijirse  en  seguida  sobre  los  puntos  que  mas  fácil 

(1)  Conversación  con  don  Clemente  Lantaño. 

(2)  Carta  del  coronel  ürrejola  y  autos  del  consejo  de  guerra  contra  el  bri- 
gadier don  Gabino  Gainza.  ' 

(3)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 

VI.  Historia.  3 


S£ 


í 


;!  i'!-; 


aKsnaüfS 


HISTORIA    DE    CHILE. 


presentaban  el  asalto.  Pero  en  todas  partes  encontraban 
una  firme  y  bien  sostenida  resistencia ;  y  después  de  tres 
á  cuatro  horas  de  un  combate,  en  que  perdieron  mucha 
gente  ametrallada  de  frente  y  de  costado  por  siete 
cañones  y  setecientos  fusileros  bien  atrincherados,  se 
vieron  en  la  necesidad  de  batirse  en  retirada,  dejando 
en  el  campo  buen  número  de  muertos,  de  fusiles  y  otras 
armas,  y  en  las  quebradas  vecinas  casi  toda  su  artillería, 
que  pudieron  recuperar  al  dia  siguiente.  En  esta  ac- 
ción ,  sin  disputa  una  de  las  mas  empeñadas  entre  las 
que  se  habían  dado  desde  el  principio  de  la  guerra,  todo 
el  mundo  se  mostró  digno  de  la  causa  que  defendía,  por- 
que les  realistas  fueron  tan  impetuosos  en  el  ataque  como 
ardientes  los  patriotas  en  la  defensa ;  pero  las  pérdidas 
de  estos  fueron,  gracias  á  su  posición,  poco  menos  que 
insignificantes,  pues  solo  tuvieron  siete  muertos,  diez  y 
ocho  heridos  y  seis  contusos,  mientras  que  los  realistas 
dejaron  en  el  campo  de  batalla  setenta  y  siete  muertos,  á 
cuyo  número  hay  que  agregar  los  que  se  llevaron,  como 
hacían  siempre  que  tenían  tiempo  para  ello.  Si  la  patria 
hubiese  tenido  recompensas  que  dar,  el  cuerpo  de  oficia- 
les casi  en  su  totalidad  hubiera  aspirado  á  ellas,  tanto  fué 
loque  se  distinguió  en  esta  ocasión ;  todos  los  Tejimientos, 
todas  las  compañías  llenaron  sus  deberes  con  un  celo  que 
rayó  en  heroicidad.  Entre  los  jefes  que  mas  sobresalieron 
merecen  una  lágrima  de  dolor  el  intrépido  comandante 
de  la  compañía  de  milicianos  de  Rancagua  don  Agustín 
Armanza  y  el  capitán  don  Claudio  José  de  Cáceres, 
muertos  pocos  dias  después  de  resultas  de  sus  heridas ;  y 
no  deben  pasarse  en  silencio  los  nombres  de  don  José 
Joaquín  Guzman,  Balcarce,  Alcázar,  Las  Heras,  don  Ni- 
colás García,  don  José  Manuel  Borgoño,  don  Manuel  Zor- 


S3ES^£ESES 


CAPÍTULO   XXXV, 


35 


rilla,  etc.,  y  sobre  todos  el  héroe  de  esta  victoria,  el  va- 
liente Mackenna,  quien  durante  el  combate  fué  como  el 
lazo  que  unia  los  diferentes  cuerpos,  corriendo  tan  pronto 
á  una  parte  tan  pronto  á  otra  para  llevar  el  auxilio  adonde 
era  necesario,  celo  que  le  espuso  mucho  y  que  no  cesó  de 
desplegar  hasta  el  fin  de  la  acción  á  pesar  de  una  herida 
de  bala,  afortunadamente  muy  lijera,  que  recibió  en  el 
cuello  en  el  momento  de  ir  á  reforzar  con  los  cincuenta 
hombres  del  destacamento  de  Balcarce  el  punto  avan- 
zado del  grande  reducto,  muy  comprometido  por  lo  brusco 
del  ataque. 

Hubiera  sido  indudablemente  mucho  mas  completa 
esta  victoria,  conseguida  sobre  un  enemigo  tres  veces 
superior  en  número,  si  Mackenna,  aprovechando  el  des- 
orden que  reinaba  entre  los  realistas  que  huian  en  com- 
pleta derrota  incomodados  por  un  diluvio  de  balas,  hu- 
biese podido  perseguirlos  con  la  caballería.  Pero'  por 
desgracia  el  enemigo  le  había  cojido  pocos  dias  antes 
la  mayor  parte  de  los  caballos,  y  los  que  le  quedaban 
eran  tan  pocos  que  no  quiso  esponerlos,  con  tanta  mas 
razón  cuanto  que  ignoraba  absolutamente  la  importancia 
del  buen  éxito  que  habia  conseguido.  Prueba  de  ello  es 
que  temiendo  en  la  noche  misma  un  nuevo  ataque,  á 
las  dos  de  la  mañana  repitió  á  O'Higgins  sus  apre- 
miantes instancias,  suplicándole  por  amor  de  Dios  que 
no  retardase  un   solo   instante  el  reunírsele,  pues  se 
prometía  de  este  modo  poner  de  una  vez  término  á  las 
calamidades  de  la  patria  (1). 

(1)  Hemos  oido  decir  á  don  Lorenzo  Reyes,  que  militaba  en  las  filas  de  los 
real.stas,  que  el  proyecto  de  Cañiza  era  en  efecto  intentar  al  dia  siguiente  un 
segundo  ataque  antes  de  que  llegasen  las  tropas  de  O'Higgins;  pero  que  el  ma 
estado  del  terreno  á  consecuencia  de  la  fuerte  lluvia  de  la  noche  anterior  se  lo 
impidió.  De  un  manuscrito  de  un  oficial  realista  citado  por  don  Diego  Bena- 


£ 


*' 


^s^msÉ^^^iM 


HISTORIA    DE    CHILE. 

O'Higgins  habia  dado  en  varias  ocasiones  pruebas 
repetidas  de  audacia  y  de  resolución ;  pero  es  necesario 
confesar  que  esta  vez  desmintió  completamente  su  ca- 
rácter y  se  condujo  con  culpable  inercia.  ¿  Cómo  en  efecto 
pudo  permanecer  simple  espectador  y  por  decirlo  así  las 
armas  descansadas  en  una  acción  en  que  su  presencia, 
atendido  el  número  de  sus  soldados ,  hubiera  sido  tan 
útil  y  tan  decisiva  para  completar  la  victoria  ?  Verdad  es 
que  la  acción  terminó  pronto  y  tuvo  lugar  al  anochecer 
y  en  momentos  en  que  la  fuga  de  los  vencidos  era  pro- 
tejida  por  la  oscuridad  y  por  una  copiosa  lluvia;  pero 
sin  embargo ,  el  deber  del  jeneral  en  jefe  era  acudir 
instantáneamente  al  sitio  en  que  se  oia  un  sostenido  fuego 
de  cañón ,  y  esto  es  lo  que  no  hizo,  permaneciendo  con 
una  especie  de  indiferencia  hasta  que  el  día  siguiente 
21  mandó  pasar  el  rio  Itata  á  sus  primeras  avanzadas 
y  puso  en  movimiento  el  23  toda  la  división  reuniéndose 
con  Mackenna,  que  era  lo  que  este  y  todos  sus  compañeros 
mas  deseaban. 

Pocos  dias  después,  esta  magnifica  victoria,  tan  á  pro- 
pósito para  restablecer  la  moral  del  soldado,  quedó  neutra- 
lizada por  un  revés  en  estremo  sensible.  La  junta  guberna- 
tiva fué  recibida  en  Santiago  con  una  alegría  que  formaba 
un  contraste  bien  singular  por  cierto,  con  la  conspiración 
que  gran  número  de  Chilenos  auxiliados  por  algunos  na- 
turales de  Buenos-Aires,  tramaban  en  aquellos  momentos. 
Ignorante  de  esta  conspiración  y  deseosa  de  reconquistar 

vente,  aparece  por  e¡  contrario  que  Gainza  pasó  esa  noche  acompañado  de  su 
edecán  Tirapegui  bajo  un  espino  con  inminente  riesgo  de  caer  prisionero  ó  de 
finalizar  su  existencia  en  aquella  noche;  que  algunos  jefes  y  oficiales  con  los 
soldados  que  voluntariamente  quisieron  seguirlos  llegaron  desordenadamente  á 
la  hacienda  de  Cucha-Cucha  y  que  con  el  mismo  desorden  se  verificó  la  reti- 
rada al  cuartel  jeneral  de  Chillan ,  en  donde  á  los  tres  dias  aun  no  se  habia 
incorporado  el  total  déla  fuerza  atacadora. 


capitulo  xxxv.  al 

á  Talca,  cuya  pérdida  se  ocultó  al  público  durante  mu- 
chos dias ,  dispuso  á  toda  prisa  formar  una  división  capaz 
de  llevar  á  cabo  esta  empresa.  Pero  el  dia  después  de 
su  llegada  estalló  la  revolución  y  la  junta  fué  reemplazada 
por  un  director,  que  siguió  la  misma  idea  y  puso  al 
frente  de  esta  división  al  teniente  coronel  don  Manuel 
Blanco  Encalada,  joven  muy  honrado  y  valiente,  que 
movido  por  su  amor  á  la  patria  y  á  la  libertad ,  habia 
abandonado  la  marina  española  en  la  que  empezó  su 
carrera  militar  (1).  El  efectivo  de  esta  división  era  de 
seiscientos  setenta  fusileros,  setenta  artilleros  con  cuatro 
piezas  y  setecientos  milicianos  de  caballería,  mil  cua- 
trocientos cuarenta  hombres  en  todo ,  estando  com- 
prendidos en  este  número  los  soldados  que  Bascuñan 
llevó  á  San  Fernando  después  de  la  pequeña  acción  de 
las  alturas  de  Larqui  y  acababa  de  incorporar  á  los  del 
teniente  coronel  don  Fernando  Márquez  de  la  Plata  á 
su  llegada  á  dicha  ciudad. 

Esta  pequeña  columna,  destacada  en  los  momentos  en 
que  acababan  de  reunirse  las  dos  divisiones  O'Higgins 
y  Mackenna,  hubiera  sido  suficiente  para  conseguir  el 
objeto  del  gobierno ,  si  todos  los  soldados  de  que  se  com- 
ponia  hubiesen  sido  dignos  de  su  comandante ;  pero  des- 
graciadamente habia  en  ella  muchos  reclutas,  pocos  ve- 
teranos casi  todos  desertores  y  por  lo  tanto  de  escasa 
confianza,  y  buen  número  de  jóvenes  sacados  de  las  pro- 
vincias del  centro  y  del  norte  de  la  república,  las  cuales, 
lejos  de  ser  como  las  del  sur  cuna  de  hombres  valientes 
y  sufridos ,  soldados  en  cierto  modo  de  nacimiento ,  no 


(1)  He  oído  docir  á  don  Miguel  Infantes  que  la  intención  de  la  junta  era 
poner  á  la  cabeza  de  aquella  división  á  don  Santiago  Carrera  ,  militar  arjentino 
y  de  toda  confianza. 


■b&KTfEfi*: 


38 


HISTORIA    DE    CHILE. 


presentan  por  el  contrarío  mas  que  ciudadanos  tímidos, 
pacíficos,  poco  aptos  para  la  guerra  y  de  consiguiente  muy 
tardos  en  aprender  el  manejo  de  las  armas.  Con  tales 
elementos  iba  á  reconquistar  don  Manuel  Blanco  la  villa 
de  Talca,  teniendo  que  habérselas  con  un  enemigo  muy 
inferior  ciertamente  en  número ,  pero  muy  superior  en 
ardor  é  intelijencia  militar. 

El  14  de  marzo  estaba  reunida  toda  la  división  en  San 
Fernando  y  salia  en  dos  columnas,  mandada  una  por  eí 
teniente  coronel  don  José  Soto  que  debia  acampar  á  orillas 
del  rio  Tinguiririca,  y  la  otra  por  el  de  igual  graduación 
Bascuñan ,  encargado  de  avanzar  hasta  la  hacienda  de 
Chimbarongo  y  esperar  allí  al  jeneral  en  jefe.  Esta  orden 
no  fué  por  desgracia  cumplimentada,  y  una  desobediencia 
á  todas  luces  injustificable,  fué  el  preludio  de  una  insu- 
bordinación que  necesariamente  habia  de  ser  funesta  á  la 
espedicion.  Llegados  en  efecto  al  lugar  elejido  para  cam- 
pamento, don  Enrique  Larenas,  comandante  de  caballería 
de  milicias,  pretendió  que  debia  continuarse  la  marcha 
y  acampar  mas  cerca  de  Curico  ;  promovióse  de  aquí  un 
fuerte  altercado  entre  él  y  Bascuñan ,  quien  en  su  cua- 
lidad de  jefe  y  como  tal  responsable  del  cumplimiento  de 
las  órdenes  del  jeneral,  se  opuso  formalmente  al  proyecto 
de  Larenas ;  pero  este ,  de  carácter  díscolo  y  revoltoso , 
sembró  la  discordia  en  el  cuerpo  de  oficiales,  los  sublevó 
contra  su  jefe  y  forzó  en  cierta  manera  á  este  á  tener  un 
consejo  de  guerra ,  en  el  cual ,  como  era  de  presumir, 
obtuvo  su  parecer  gran  mayoría.  La  división,  pues,  con- 
tinuó su  marcha  y  fué  á  acampar  á  Curico.  El  enemigo 
se  encontraba  en  las  inmediaciones ,  pero  se  le  suponía 
del  otro  lado  del  Lontue  y  á  bastante  distancia,  cuando 
á  eso  de  la  una  de  la  madrugada  algunos  disparos  de 


CAPITULO    XXXV. 


39 


los  centinelas  pusieron  á  todo  el  mundo  en  movimiento. 
Creyeron  al  principio  que  se  trataba  de  un  ataque  en 
regla ,  y  con  este  temor  ordenaron  los  oficiales  una  re- 
tirada sobre  el  cerro  de  Curico  que  domina  la  ciudad, 
y  en  seguida  emprendieron  la  marcha,  pero  seguidos 
solamente  de  un  corto  número  de  soldados  ,  porque 
los  demás  prefirieron  continuar  sus  desórdenes  y  sus 
orjias  en  la  ciudad ,  de  la  que  no  salieron  hasta  que  el 
enemigo  les  obligó  á  hacerlo.  En  tales  circunstancias 
llegó  el  jeneral  en  jefe ,  quien  irritado  en  gran  manera 
por  una  desobediencia  que  nada  podia  justificar,  repren- 
dió severamente  á  la  mayor  parte  de  los  oficiales,  con 
especialidad  á  los  que  con  su  indisciplina  habían  com- 
prometido temerariamente  la  suerte  de  la  columna,  y  des- 
pués viendo  que  no  quedaba  mas  remedio,  considerada  la 
fuerza  del  enemigo,  que  una  retirada,  fué  á  reunirse  á  la 
segunda  columna,  y  con  ella  se  dirijió  por  el  lado  de 
San  Fernando,  siempre  en  medio  de  algunos  desórdenes 
que  llegaban  muchas  veces  hasta  los  escesos  de  la  in- 
moralidad. 

Otro  jeneral  hubiera  titubeado  en  continuar  la  cam- 
paña con  soldados  cuya  indisciplina  no  ofrecía  garantías 
de  ninguna  especie,  pero  don  Manuel  Blanco  era  dema- 
siado pundonoroso  para  renunciar  á  su  misión  por  di- 
fícil y  desagradable  que  fuera;  y  tres  dias  después  vol- 
vió á  emprender  el  camino  de  Talca  con  la  esperanza  de 
que  á  la  vista  del  enemigo  cesarían  los  desórdenes  de  sus 
soldados.  A  los  dos  dias,  es  decir  el  21  de  marzo,  su 
pequeño  ejército  llegaba  á  Curico  y  su  vanguardia  sufría 
el  fuego  del  enemigo,  apostado  del  otro  lado  del  rio 
Lontué  para  disputarle  el  paso.  Algunas  guerrillas  bas- 
taron para  dispersarlo  y  hacerle  retroceder  primero  hasta 


5L 


1  ;:... 


B 


HISTORIA   DE    CHILE. 

Jas  casas  de  la  hacienda  de  Quecheregua  y  después 
hasta  mas  allá  del  estero  de  Rioclaro.  El  joven  alférez 
don  José  Gregorio  Allendes  fué  el  que  lo  desalojó  des- 
pués de  un  lijero  combate,  en  que  las  pérdidas  de  ambas 
partes  fueron  insignificantes ;  y  como  el  camino  quedó 
espedito ,  el  ejército  continuaba  con  toda  seguridad  su 
marcha  cuando  un  parlamentario  del  jefe  enemigo,  don 
Ángel  Calvo,  vino  á  quejarse  al  jeneral  chileno  de  la  bar- 
barie del  oficial  don  Ramón  Gormaz ,  por  cuyo  mandato 
habían  cortado  las  orejas  á  los  últimos  prisioneros,  y  á 
amenazarle   con  observar  por  su  parte   la  misma  con- 
ducta con  los  que  cayesen  en  sus  manos,  si  se  repetia  se- 
mejante esceso.  Todo  esto  no  era  masque  un  pretesto 
para  ponerse  en   comunicación  con  este  jeneral  é  inti- 
midarle, abultando  la  fuerza  de  la  división  y  hasta  pro- 
poniéndole en  nombre  de  su  jefe  un  combate  entre  am- 
bas partes  en  el  terreno  que  elijiese.  No  era  posible  que 
un  hombre  de  las  ideas  caballerescas  de  don   Manuel 
Blanco  se  hiciese  sordo  á  tal  provocación,  y  al  aceptarla 
designó  el  llano  de  Quecheregua  como  el  sitio  mas  con- 
veniente para  llevarla  á  efecto.  El  jeneral  Blanco  trasladó 
á  él  inmediatamente  su  pequeño  ejército  y  estuvo  una 
gran  parte  del  dia  esperando  con  impaciencia  la  llegada 
del   enemigo   provocador  ;    hasta  por  la  tarde   no   se 
apercibió  de  que  su  campeón,  burlándose  de  lo  que  hay 
mas  sagrado  en  el  honor  militar,  se  había  valido  de  una 
astucia  para  ganar  á  Talca  sin  ser  inquietado.  A  vista  de 
esto  no  le  quedaba  mas  esperanza  que  la  de  habérselas 
con  él  en   dicha  ciudad,  á  la  que   se  dirijió  al    dia  si- 
guiente, lleno  de  justa  cólera  por  tan  villana  perfidia. 
Llegó  cerca  de  Pilarco,  en  donde  pensaba  permanecer 
á  la  espectativa,  pero  la  insubordinación  de  los  soldados, 


LfSSfc»»**^  4**^ÍÍÍÉ^K" 


■ 


CAPÍTULO    XXXV. 


a 


y  aun  mas  la  de  los  oficiales,  no  le  permitió  seguir  en 
esta  idea.  Con  efecto,  unos  patriotas  escapados  de  Talca, 
les  hicieron  creer  en  su  orgullosa  presunción  que  bastaba 
su  presencia  delante  de  esta  ciudad  para  desalojar  al 
enemigo  y  ocuparla,  de  lo  que  era  buena  prueba,  según 
ellos ,  una  gran  polvareda  que  señalaban  y  que  preten- 
dían ser  levantada  por  los  realistas  que  empezaban  á  salir. 
Con  esta  engañosa  esperanza  los  oficiales  comprometie- 
ron á  su  comandante  á  continuar  una  espedicion  que 
por  otra  parte  lisonjeaba  muy  particularmente  los  ins- 
tintos de  honor  y  de  gloria  de  este  jefe.  Prosiguiendo 
pues  la  marcha  se  encontró  bien  pronto  ante  las  puertas 
de  ¡a  ciudad  y  se  colocó  en  batalla  en  los  arrabales  del 
norte.  No  habiendo  querido  rendirse  Calvo,  mandó  que 
jugase  la  artillería  y  destacó  diversas  guerrillas  para 
atacar  al  enemigo  por  diferentes  puntos.  Una  de  las  guer- 
rillas, la  del  alférez  don  Florentino  Palacios  ,  se  apoderó 
de  la  torre  del  convento  de  San  Agustín  ,  distante  solo 
tres  cuadras  de  la  plaza,  y  por  medio  de  un  bien  soste- 
nido fuego  obligó  al  enemigo  á  encerrarse  en  la   misma 
plaza  para  defenderse  al  abrigo  de  las  trincheras.  En  este 
momento  la  ventaja  estaba  toda  de  parte  de  los  patrio- 
tas, y  es  de  presumir  de  su  impetuoso  ardimiento  que 
se  hubiesen  hecho  dueños  de  la  ciudad  ,  si  la  llegada  de 
un  cuerpo  auxiliar  que  suponían  ser  realistas  escapados 
de  Talca,  no  hubiera  obligado  á  don  Manuel  Blanco  á 
batirse  en  retirada  y  á  tomar  posición  en  Cancharayada 
para  defenderse  en  caso  de  necesidad.  El  mismo  que  le 
dio  la  noticia  de  la  aproximación  de  estos  auxiliares,  le 
entregó  un  oficio  de  don  Bernardo  O'Higgins,  en  que 
le  mandaba  estar  solo  á  la  defensiva,   observar  al  ene- 
migo  de  Talca  y  entretenerle  en  esta  posición  ó  perse- 


¡fif^á^s 


¿2 


HISTORIA    DE    CHILE. 


guirlo  si  se  movia  hacia  el  sur ;  en  una  palabra,  que  se 
limitase  á  una  diversión  para  impedir  la  reunión  de  tro- 
pas en  el  rio  Maule.  Este  oficio  le  confirmó  en  la  idea  de 
retirarse  sobre  Gancharayada,  pero  con  la  llegada  de  los 
doscientos  hombres  que  el  valiente  Lantaño  llevó  áOlates, 
este  no  le  dio  tiempo  para  hacer  una  retirada  formal. 
El  mismo  dia  que  llegaron  y  sin  dejarles  descansar,  los 
incorporó  á  la  guarnición  y  marchó  en  seguida  á  perse- 
guir las  tropas  de  Blanco.  Lantaño  con  sus  doscientos 
hombres  protejidos  por  dos  piezas  de  á  cuatro  estaba  en 
el  centro,  teniendo  á  su  izquierda  al  jeneral  en  jefe  con  la 
caballería  y  una  compañía  de  infantería,  y  ásu  derecha  á 
don  Leandro  Castillo  con  ochenta  hombres  de  diferentes 
armas.  En  este  orden  avanzaron  los  realistas  á  paso  re- 
gular y  sin  tirar  un  tiro,  á  pesar  de  que  eran  metralla- 
dos por  los  patriotas.  Cuando  llegaron  á  estar  á  corta 
distancia  empezaron  á  disparar  por  hileras  siempre 
avanzando,  y  á  jugar  los  dos  cañones,  cuyos  fuegos  obli- 
cuos causaron  desde  luego  algún  estrago  y  produjeron 
gran  confusión  en  las  filas.  Al  punto  queOlates  se  aper- 
cibió de  este  desorden  ,  mandó  cargar  á  la  bayoneta,  y 
á  los  pocos  minutos  los  patriotas  estaban  en  la  mas  com- 
pleta derrota  á  pesar  de  los  esfuerzos  de  los  oficiales  Pi- 
carte, Aldunate,  Allende,  etc.,  y  sobre  todo  del  coman- 
dante en  jefe,  quien  estuvo  constantemente  espuesto  al 
fuego  del  enemigo,  y  no  hubieran  conseguido  escaparse 
á  no  ser  por  el  socorro  que  les  prestó  el  joven  teniente  de 
milicias  don  José  Romo.  En  este  desgraciado  encuentro 
la  pérdida  de  los  realistas  fué  insignificante ,  no  así  la 
de  los  patriotas  que  fué  puede  decirse  completa  :  arti- 
llería, bagajes ,  municiones,  todo  por  su  indisciplina  y 
falta  de  esperiencia,  cayó  en  poder  de   aquellos.  La  in- 


*■'*  **..**. 


CAPITULO    XXXV. 


43 


fantería  que  al  principio  del  combate  bajó  á  los  hondu- 
ras del  rio  Claro  fué  hecha  prisionera  casi  toda,  y  solo 
se  salvaron  unos  cuantos  milicianos  de  caballería,  pero 
en  desorden  tal  que  únicamente  pudo  reunirse  un  corto 
número  de  ellos. 


i  ' 


¡Si 


CAPITULO  XXXVÍ, 


Decide  O'Higgins  atacar  al  enemigo  en  Chillan  ,  pero  desiste  de  este  propósito 
a!  saber  sus  movimientos  hacia  el  norte.  —  Le  sigue  con  objeto  de  pasar  el 
rio  Maule  antes  que  él.—  En  Achihueno  quiere  atacarle  por  sorpresa  ,  pero 
el  incendio  de  veinte  y  dos  cargas  de  pólvora  se  lo  impide.  —  Su  mala  posi- 
ción al  llegar  al  vado  de  Duado  por  la  pérdida  de  la  división  Blanco  y  su 
estratajema  para  parar  el  deQueri.  —  Acciones  de  Huajardo,  Rioclaro  y 
Quechereguas.  —  Llegada  de  un  refuerzo  de  hombres  al  mando  de  don  San- 
tiago Carrera.—  Salida  de  Mackcnna  y  Balcarce  para  Santiago.—  Los  rea- 
listas se  apoderan  de  Talcahuano  y  Concepción ,  quedando  dueños  de  toda 
Sa  provincia. 


La  reunión  de  las  dos  divisiones,  y  mas  que  todo  el 
entusiasmo  de  los  soldados  de  resultas  de  la  victoria  del 
Membrillar,  colocaban  á  O'Higgins  en  escelente  posición 
para  volver  á  tomar  la  ofensiva  y  atacar  inmediatamente 
al  enemigo  en  sus  fortificaciones  de  Chillan.  Aunque  el 
número  de  sus  soldados  no  era  grande,  pues  que  apenas 
tenia  mil  cuatrocientos  veteranos,  ciento  cuarenta  artilleros 
y  algunos  milicianos  de  caballería,  tropa  irregular  que  no 
merecía  mucha  confianza,  sin  embargo,  protejido  por 
veinte  y  dos  cañones  de  todos  calibres  se  decidió  á  seguir 
este  plan,  confiando  en  que  la  división  del  teniente  co- 
ronel Blanco ,  que  esperaba  se  le  reuniese  muy  pronto , 
contribuida  á  sus  triunfos  por  medio  de  alguna  diversión 
en  el  ejército  realista.  Antes  de  ponerse  en  marcha  envió 
muchos  espías  para  conocer  la  posición  del  enemigo  y 
sus  proyectos  futuros ,  y  al  mismo  tiempo  despachó  al 
capitán  don  Venancio  Escanilla  para  que  se  avistase  con 
el  jeneral  en  jefe  y  en  primer  lugar  le  afease  la  brutal 
é  injusta  severidad  que  usaba  con  los  dos  ilustres  prisio- 
neros don  José  Miguel  y  don  Luis  Carrera,  amenazan- 


CAPITULO    XXXVI. 

dolé  con  usar  de  represalias  en  caso  de  no  dar  oídos  á 
esta  reclamación,  y  ademas  sondease  bien  sus  intenciones 
para  mejor  combinar  el  plan  de  ataque.  Por  este  medio 
supo  que  Gainza  se  consideraba  bastante  fuerte  para 
marchar  sobre  Santiago,  donde  creia  ser  apoyado  por  un 
número  considerable  de  realistas  decididos  y  por  todas 
aquellas  personas,  muchas  desgraciadamente,  que  no 
teniendo  opinión  fija,  estaban  á  ver  venir  el  éxito  de  una 
batalla  decisiva  para  afiliarse  al  partido  vencedor  como 
quien  coje  una  tabla  de  salvación.  Esta  noticia,  que  mu- 
chos espías  confirmaron  ,  varió  el  plan  de  O'Higgins  , 
decidiéndole  á  tomar  el  mismo  camino  para  batir  á 
su  antagonista  antes  que  llegase  á  aquella  capital.  Los 
dos  ejércitos  se  dirijieron ,  pues ,  al  norte  simultánea- 
mente, siguiendo  una  linea  casi  paralela,  y  á  veces  á  tan 
corta  distancia,  que  en  Achihuano  O'Higgins  pensó  atacar 
á  su  adversario,  lo  que  fué  discutido  y  aprobado  en  un 
consejo  de  guerra.  El  ataque  debia  tener  lugar  muy  de 
mañana  y  por  sorpresa,  gracias  á  un  bosque  espesísimo 
que  separaba  á  los  dos  ejércitos. 

A  las  tres  de  la  madrugada  todo  el  mundo  estaba  en 
pié  y  pronto  á  ponerse  en  marcha,  cuando  de  repente  se 
oyó  en  el  campamento  una  esplosion  espantosa  que  in- 
trodujo gran  desorden  en  las  filas.  Creyóse  al  principio 
que  seria  algún  ataque  del  enemigo,  pero  se  supo  muy 
luego  que  se  habia  prendido  fuego  á  veinte  y  ocho  cargas 
de  pólvora,  habiendo  dado  la  feliz  casualidad  de  no  haber 
sido  heridas  ninguna  de  las  personas  que  se  hallaban  á 
las  inmediaciones  del  punto  donde  ocurrió  la  catástrofe. 
Nunca  pudo  saberse  con  certeza  la  causa  de  este  acci- 
dente ,  pero  todas  las  presunciones  están  porque  fué 
efecto  de  uno  de  los  mil  recursos  que  el  injenio  de  don 


46 


HISTORIA    DE    CHILE. 


;ki ^ 


Vicente  Benavides  inventaba  en  los  momentos  de  peli- 
gro (1);  por  lo  menos  no  cabe  duda  de  que  este  oficial 
subalterno,  á  quien  veremos  figurar  como  gran  cam- 
peón del  ejército  real  en  el  período  de  su  agonía,  estaba 
entre  los  prisioneros  del  Membrillar  con  grillos  en  los 
pies,  y  que  en  medio  de  la  gran  confusión  que  se  pro- 
dujo logró  escaparse ,  evitando  así  la  muerte  que  por 
tránsfuga  merecía. 

De  resultas  de  este  accidente,  forzoso  fué  á  O'Higgins 
renunciar  al  ataque  y  procurar  adelantarse  al  enemigo 
acelerando  el  paso,  lo  cual  fué  causa  desgraciadamente 
de  muchas  exacciones  y  desórdenes  ,  consecuencia  ordi- 
naria de  la  rapidez  de  los  movimientos.  La  ventaja  en 
aquellos  momentos  estaba  de  parte  del  que  primero  lle- 
gase al  Maule,  porque  ese  lo  pasaría  sin  dificultad  y 
disputaría  el  paso  al  otro,  pues  este  rio  era  el  obstáculo 
mas  difícil  que  habia  que  vencer  por  el  encajonamiento 
y  rápido  curso  de  sus  aguas  y  porque  tiene  pocos  puntos 
vadeables.  O'Eiggins  ignoraba  á  la  sazón  la  derrota  de  la 
división  de  Blanco  encargada  de  observar  y  tener  en 
jaque  la  de  Olates  en  Talca,  pero  cuando  se  la  dijeron 
al  llegar  cerca  de  Linares,  y  le  fué  confirmada  de  viva 
voz  la  noticia  por  dos  prisioneros  y  por  un  guaso,  co- 
noció que  su  posición  habia  cambiado  completamente, 
que  era  muy  crítica  y  que  no  le  quedaba  mas  recurso  que 
acelerar  todo  lo  posible  la  marcha  para  sorprender  un 


(1)  He  oido  decir  á  una  persona  que  el  fuego  prendió  al  aproximarse  una 
muía  ya  cargada  de  unos  palos  encendidos,  y  del  mismo  modo  esplica  el  suceso 
el  señor  Barras  en  sus  interesantes  estudios  históricos  sobre  don  Vicente  Be- 
navides. Yo  sin  embargo,  sigo  la  opinión  de  don  Bernardo  O  Higgins  y  de  otros 
muchos  oficiales  testigos  presenciales  del  suceso,  porque  no  puedo  creer 
que  haya  nadie  tan  imprudente  que  encienda  lumbre  junto  á  un  depósito  de 
pólvora. 


CAPÍTULO    XXXVI. 


47 


vado,  dirijiéndose  al  efecto  hacia  el  de  Duado,  á  cuyas 
inmediaciones  fué  á  acampar. 

Gomo  lo  temia,  una  división  enemiga,  mandada  por  el 
tránsfuga  don  Ángel  Calvo,  estaba  del  otro  lado  y  le  dis- 
putó vivamente  el  paso,  lo  que  le  colocó  entre  dos  fuegos 
con  fuerzas  muy  inferiores  en  hombres  (1)  y  en  caballos. 
Viéndose  en  posición  tan  embarazosa  reunió  en  consejo 
de  guerra  á  sus  oficiales  para  discutir  el  plan  que  conve- 
nia seguir,  y  sin  esperar  que  se  concluyese,  pero  después 
de  haber  manifestado  que  su  parecer  era  hacer  frente  á 
Gainza,  tomó  cuatrocientos  hombres  y  dos  piezas  de  ar- 
tillería, y  se  dirijió  contra  aquel  sin  mas  objeto  que  en- 
tretenerle con  pequeñas  escaramuzas,  y  dar  tiempo  á  sus 
soldados  de  hacer  trincheras  que  le  sirviesen  de  de- 
fensa (2). 

A  su  vuelta  se  encontró  con  que  todos  los  oficiales  eran 
de  contrario  parecer  al  suyo  y  que  estaban  completamente 
decididos  á  forzar  el  paso,  á  pesar  de  la  ventajosa  posi- 
ción del  enemigo  (3).  Este  hubiera  sido  el  partido  mas 
prudente  y  probablemente  el  que  mas  convenia  á  los 
patriotas  si  el  ejército  de  Gainza  hubiere  estado  á  mayor 
distancia;  pero  hallándose  tan  cerca  era  imposible  que 
en  el  desorden,  siempre  inevitable  al  pasar  un  rio  de  tan 
difícil  acceso  y  en  presencia  del  ejército  enemigo,  dejara 
de  haber  numerosas  pérdidas,  equivalentes  quizá  auna 


(1)  Los  dos  partidos  reclaman  el  mismo  derecho  sobre  la  inferioridad  nu- 
mérica de  sus  tropas. 

(2)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 

(3)  Refiero  este  hecho  tal  como  lo  he  ventilado  con  el  mismo  don  Bernardo 
O'Higgins;  pero  según  el  diario  manuscrito  del  capitán  don  Nicolás  García,  que 
asistió  al  consejo,  y  la  memoria  de  don  Diego  Benavente  exactamente  conforme 
con  dicho  diario,  parece  que  no  hubo  mas  oficial  que  opinase  por  el  paso  del 
rio  que  Balcarce  y  que  lodos  los  demás  participaron  del  dictamen  de  O'Hig- 
gins, es  decir,  fueron  de  parecer  que  debia  hacerse  frente  al  ataque  de  Gainza. 


i 


háSm**EM¡F%?_$ifSg 


hs 


HISTORIA    DE    CHILE. 


',  "."'/:■ 


'•'fiv-: 


derrota,   y  entonces   quedaba   muy   comprometida  la 
suerte  de  Santiago;  porque  desembarazado  el  camino  de 
esta  capital  hubieran  sido  necesarios  esfuerzos  inauditos 
para  contener  á  un  enemigo,  que  sabia  perfectamente  la 
desunión  que  aquejaba  al  partido  chileno  y  el  espíritu 
contrarevolucionario  que   animaba  á  algunos  realistas 
inquietos  y  turbulentos  de  aquella  capital.  Por  lo  demás 
la  retaguardia  acababa  de  tener  una  escaramuza  con  la 
división  Lantaño  y  algunas  otras  tropas  mandadas  por 
Elorriaga,  lo  cual  daba  á  entender  que  se  preparaba  una 
acción  jeneral.  Por  todos  estos  motivos  creyó  O'Higgins 
que  no  debia  conformarse  con  la  determinación  del  con- 
sejo de  guerra,  y  usando  de  las  atribuciones  que  como 
jeneral   en  jefe  le  correspondían  por  las  ordenanzas, 
declaró  que  insistía  en  su  primera  resolución  y  que  es- 
taba decidido  á  hacer  frente  á  su  adversario,  pues  que  la 
necesidad  lo  exijia;  añadiendo  que  las  acciones  de  guerra 
mas  brillantes  son  debidas  casi  siempre  á  golpes  deses- 
perados (1).  Tal  era  su  intención,  que  empezó  á  poner 
en  práctica  haciendo  todos  los  preparativos  necesarios, 
cuando  le  anunciaron  con  gran  sorpresa  suya,  que  Gainza 
con  todas  sus  tropas  se  desviaba  del  lado  del  oeste  para 
ir  á  ganar  el  vado  de  Bobadilla.  Ignorando  sin  duda  que 
Calvo  se  encontraba  sobre  el  de  Duado,  por  el  cuidado 
que  habia  tenido  O'Higgins  de  cortarle  sus  comunica- 
ciones, habia  determinado  dirijirse  cuanto  antes  sobre 
este  vado  para  unirse  á  las  tropas  de  Oíate  y  combinar 
así  sus  esfuerzos  con  objeto  impedir  el  paso  del  ejército 
patriota.  Desgraciadamente  para  él  la  orden  que  habia 
dado  del  campo  de  Longavi  á  este  coronel  no  se  habia 
ejecutado,  habiéndose  contentado  con  enviarle  al  coronel 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPITULO    XXXVÍ. 

Lantaño  que  se  le  unió  en  Yerba  buena ,  y  apostar  sobre 
el  rio  al  comandante  Calvo,  que  solo  á  medias  llenó  los 
deseos  del  jeneral  realista  (1). 

La  retirada  del  ejército  realista  fué  para  los  jefes  de 
los  patriotas  un  golpe  de  fortuna  que  celebraron  con 
entusiasmo,  bien  que  este  duró  poco,  porque  no  les  fué 
difícil  penetrar  los  designios  de  Gainza,  y  comprender 
que  su  posición  era  muy  comprometida  si  llegaba  á  rea- 
lizarlos. En  este  conflicto  O'Higgins  creyó  conveniente 
prevenir  á  todo  trance  esta  resistencia  y  verificar  cuanto 
antes  el  paso,  cada  vez  mas  difícil  :  al  efecto  buscó  hom- 
bres prácticos  en  el  terreno,  que  mediante  una  buena 
recompensa  le  enseñasen  otro  vado,  y  dos  campesinos  que 
se  le  proporcionó  prometieron  conducirle  á  uno  poco 
distante  de  su  campamento.  A  él  partió  inmediatamente 
con  las  debidas  precauciones  y  á  favor  de  la  noche.  No 
conociendo  la  posición  del  enemigo,  por  lo  cual  había 
enviado  al  catalán  Molina  á  que  picase  su  retaguardia,  y 
no  atreviéndose  á  tentar  un  golpe  de  fortuna  en  una 
acción  en  regla,  porque  para  esto  era  necesario,  como  él 
decia,  batirse  como  tigres,  creyó  debia  contentarse  con 
pasar  lo  mas  pronto  posible  y  con  mucho  silencio  el  vado 
que  le  habían  indicado,  antes  de  que  pudiera  oponérsele 
obstáculo.  Para  obtener  este  resultado  necesitaba  engañar 
á  los  soldados  de  Calvo  é  inspirarles  confianza ,  y  esto 
hizo  dejando  cuarenta  hombres  en  el  campamento  con 
orden  de  encender  fuegos  en  toda  su  estension ,  de  dar 
voces  de  cuando  en  cuando  como  centinelas  avanzados 
y  de  no  desampararlo  hasta  la  llegada  del  destacamento 
de  Molina,  con  el  cual  se  incorporarían  para  ir  á  unirse 

(1)  Véanse  los  autos  del  consejo  de  guerra  contra  el  brigadier  don  Gabino 
Gainza. 

VI.  Historia.  A 


■' 


i 


Z&SZW&L 


50 


HISTORIA    DE    CHILE. 


;>h' 


mi 


m: 

., 

E^B 

¡éllir  ' 

¿¿_i 

1: 

;.; . 

■::í;ÍJ|í'S 


al  grueso  del  ejército.  Con  esta  hábil  estratajema  consi- 
guió O'Higgins  llegar  sin  ser  molestado  al  vado  llamado 
de  Queri  (1),  unas  tres  leguas  de  su  punto  de  partida. 

Aunque  á  la  sazón  no  era  todavía  completamente  de 
noche,  dio  orden,  sin  perder  momento,  al  intrépido  sar- 
jento  mayor  don  Enrique  Campino,  que  merecia  toda  su 
confianza  por  las  pruebas  de  valor  que  dio  en  la  refriega 
de  Quilo,  de  atravesar  el  rio  á  la  cabeza  de  doscientos  dra- 
gones, que  debían  llevar  otros  tantos  granaderos  á  la 
grupa  (2).  Esta  especie  de  vanguardia  tenia  por  objeto 
cubrir  los  alrededores,  hacer  frente  á  las  guerrillas  que 
pudieran  presentarse,  contenerlas  ó  dispersarlas,  y  pro- 
tejer  de  esta  manera  el  resto  del  ejército,  que  necesitaba 
estar  completamente  espedito  para  poder  pasar  el  rio.  El 
vado  no  dejaba  de  ser  profundo,  pues  á  los  infantes  les 
llegaba  el  agua  á  la  cintura,  y  era  tan  incómodo  para  el 
paso  de  los  bagajes,  compuestos  de  treinta  y  seis  car- 
retas y  algunos  furgones  y  sobre  todo  para  el  de  ios  veinte 
cañones,  que  los  soldados  y  hasta  los  oficiales,  tuvieron 
que  empujar  las  ruedas ;  pero  á  pesar  de  tan  escesiva 
fatiga,  el  entusiasmo  fué  jeneral  y  no  decayó  un  punto, 
presajio  favorable  de  futuros  sucesos  (3). 

Serian  las  nueve  de  la  mañana  cuando  todos  estos  in- 
fatigables patriotas  habían  franqueado  el  rio,  con  gran 
contentamiento  de  los  oficiales  que  habían  participado 
de  las  fatigas  del  soldado,  y  sobre  todo  de  O'Higgins,  que 

(1)  A  este  vado  se  le  han  dado  muchos  nombres.  O'Higgins  le  llama  délos 
Alarcones  y  en  su  parte  ,  de  Qu. ñones.  Don  Nicolás  Diaz  y  don  Antonio  Be- 
navente  !e  designan  por  el  vado  de  Alarcones  ó  del  fuerte,  y  otros  amores  por 
el  de  Andarivel.  Nosotros  aceptamos  el  nombre  que  le  dan  los  realistas  ,  por- 
que es  el  mas  antiguo  y  por  el  que  se  le  conoce  mas. 

(2)  O'Higgins.  El  manuscrito  de  don  Nicolás  García  y  don  Diego  Benavenle 
solo  hacen  subir  esta  cifra  á  cincuenta. 

(3)  Véase  el  parte  de  O'Higgins  en  el  Monitor  araucano,  tomo  2°,  número  33. 


CAPÍTULO    XXXVI, 

sabia  apreciar  mejor  que  nadie   las  dificultades  y  el 
peligro  de  su  posición.  Casi  en  el  mismo  momento   lo 
pasaba  Gainza  por  Bobadilla  con  tal  desorden,  que  algu- 
nos cortos  destacamentos  hubieran  bastado  para  derro- 
tarle ó  al  menos  para  apoderarse  de  toda  su  artillería  : 
desgraciadamente  la  pérdida  de  la  división  Blanco  y  el 
mal  estado  de  la  caballería,  no  permitían  á  O'Higgins 
dar  este  golpe  de  mano  sin  comprometer  temerariamente 
su  ejército,  cifrando  por  el  contrario  la  salvación  de  la 
patria  en  pasar  pronto  el  rio,  objeto  de  todos  sus  pensa- 
mientos y  de  toda  su  ambición.  Realizadas  sus  miras, 
solo  pensó  en  dirijirse  al  norte  para  interponerse  entre 
Gainza  y   la  capital,  y  reunirse  al  refuerzo    que  el  go- 
bierno babia  prometido  enviarle  al  mando  de  don  San- 
tiago Carrera,  En  los  montes  de  Guajardo  fué  atacado 
al  amanecer  por  una  gruesa  partida  de  caballería  que 
Gainza ,  sorprendido  altamente  al  saber  el  paso  de  los 
patriotas,  destacó  al  mando  de   Olates  y  Lantaño.  Te- 
nían estos  orden  de  hostigar  á  los  patriotas  y  contener  en 
lo  posible  la  rapidez  de  su  marcha,  para  dar  tiempo  á  al- 
canzarlos y  batirlos  :  la  escaramuza  no  tuvo  consecuen- 
cias, pues  fué  muy  reducido  el  número  de  heridos  y  mas 
aun  el  de  muertos;  y  aunque  Lantaño  logró  apoderarse 
de  un  cañón  de  las  avanzadas,  una  partida,  enviada  en 
ausilio  de  estas,  lo  recobró  bien  pronto.  Algo  mas  seria 
fué  la  escaramuza  que  al  dia  siguiente  tuvo  lugar  á 
orillas  del  rio  Claro,  defendido  por  otras  dos  partidas  á 
las  órdenes  de  Calvo  y  Oíate,  á  quienes  Gainza  habia  des- 
tacado para  apoderarse,  si  era  posible,  deQuecheregua, 
posición  que  sus  tenientes  le  habían  hecho  creer  era  en 
estremo  ventajosa.  Pero  gracias  á  la  pericia  de  los  artille- 
ros y  sobre  todo  del  capitán  don  Nicolás  García  y  del  te- 


•~ 


i 


$¿m 


■;■..:■■■'■>■,: 

»■■;■;■  .-.i 

■;;■;■  ■ 

*<K 


W: 


f; 


I! 


52 


HISTORIA    DE    CHILE. 


niente  don  José  Manuel  Borgoño,  el  enemigo  tuvo  que  re- 
pasar al  sur  del  rio,  y  fué  perseguido  por  la  caballería  de 
don  José  María  Benavente.  Así  pudo  el  ejército  franquear 
este  riachuelo,  ycontinuar  sin  tropiezo  la  marcha  sobre 
Quecheregua,  adonde  llegó  á  eso  de  las  cinco  de  la  tarde. 
Las  casas  de  esta  hacienda,  situadas  en  una  llanura 
cerca  del  camino  real  y  á  corta  distancia  del  rio  Lontue, 
fueron  para  los  patriotas  un  punto  importante  de  defensa, 
porque  abrieron  en  las  paredes  troneras  en  que  coloca- 
ron los  cañones,  construyeron  trincheras  con  grandes  lios 
de  charqui  y  grasa,  derribaron  las  paredes  inmediatas 
de  que  pudiera  utilizarse  el  enemigo,  y  los  milicianos  de 
Aconcagua  quemaron  grandes  montones  de  leña  que 
habia  á  poca  distancia  de  las  casas  y  que  podían  servir 
al  enemigo  de  abrigo.  Gracias  á  estos  preparativos, 
Gainza  quedó  completamente  desconcertado  cuando  al 
dia  siguiente  8  de  abril  vino  á  atacar  con  todo  su  ejér- 
cito á  los  patriotas,  á  quienes  suponía  simplemente 
acampados  :  á  pesar  de  la  firmeza  de  sus  soldados  y  no 
obstante  su  presencia  de  ánimo  en  el  peligro  ,  le  fué 
forzoso  retirarse  del  otro  lado  del  rio  Claro ,  después 
de  haber  sufrido  durante  gran  parte  del  dia  un  fuego 
mortífero  de  estas  fortificaciones  improvisadas.  Sin  em- 
bargo de  este  contratiempo  ,  Gainza  se  presentó  se- 
gunda vez ,  y  simulando  querer  pasar  el  rio  Lontue  y 
marchar  sobre  Santiago ,  creyó  con  esta  estratagema 
atraer  á  los  patriotas  y  sacarlos  de  sus  fuertes  posiciones 
para  combatir  á  campo  raso;  pero  O'Higgins,  que  habia 
conocido  su  verdadero  intento,  le  dejó  pasar  con  en- 
tera libertad,  y  saliendo  después  al  frente  de  la  caballería 
atacó  la  retaguardia,  que  hubiera  perecido  toda,  á  no  ser 
por  el  refuerzo  que  inmediatamente  envió  el  jeneral  rea- 


CAPITULO   XXXVI. 

lista  en  su  socorro.  Entonces  se  empeñó  una  acción  casi 
jeneral,  aunque  poco  animada,  que  duró  casi  todo  el  dia, 
y  que  no  dio  mas  resultado  que  hacer  esperimentar  un 
nuevo  revés  al  ejército  real.  En  este  momento  llegó  el  re- 
fuerzo de  los  cuatrocientos  hombres  (1)  enviados  de  San- 
tiago á  las  órdenes  de  don  Santiago  Carrera.  Aunque  estos 
no  tomaron  parte  en  el  combate  por  haber  llegado  tarde, 
contribuyeron  á  su  resultado,  porque  al  ver  el  enemigo 
una  gran  polvareda  que  se  iba  acercando  y  al  oir  los  vi- 
vas entusiastas  que  daban  los  patriotas  á  los  recien  lle- 
gados, creyó  que  el  número  de  soldados  era  mayor,  y  bajo 
la  impresión  de  esta  creencia  se  apresuró  á  batirse  en 
retirada,  y  á  guarecerse  en  el  lado  opuesto  de  Rio-claro, 
donde  pasó  la  noche.  Al  dia  siguiente,  en  vista  del  nú- 
mero de  desertores  y  de  la  falta  de  tiendas  en  una  época 
en  que  por  las  continuas  lluvias  eran  absolutamente  ne- 
cesarias para  los  soldados,  sobre  todo  para  los  de  Lima 
que  constantemente  se  quejaban  del  mal  tiempo,  Gainza 
reunió  un  consejo  de  guerra,  en  el  que  se  resolvió  reti- 
rarse á  Talca,  á  pasar  allí  el  invierno.  O'Higgins  perma- 
neció en  Quecheregua  bastante  contrariado  con  la  mar- 
cha del  coronel  Balcarce,  quien  en  un  momento  de  mal 
humor  determinó  separarse  del  ejército,  como  así  lo 
hizo,  dejando  el  mando  de  los  ausiliares  de  Buenos- 
Aires  á  su  valiente  sarjento  mayor  don  Juan  Gregorio 
de  las  Heras  (2).  En  la  misma  época  Mackenna  se  diri- 


(1)  Los  documentos  dicen  cíenlo  cincuenta. 

(2)  Según  el  diario  de  don  Nicolás  García  y  la  memoria  de  don  Diego  Bena- 
vente,  Balcarce  habia  opinado  muchas  veces  que  el  ejército  debia  retirarse 
del  lado  de  Santiago  ,  parecer  en  que  insistió  después  de  la  acción  de  Queche- 
regua, habiéndose  decidido  á  abandonar  el  ejército  por  el  poco  caso  que  se 
hacia  de  sus  consejos.  Según  el  diario  de  Carrera,  el  director  Lastra  no  era 
afecto  á  este  coronel. 


1 


54 


HISTORIA    DE    CHILE. 


• 


Vi- 


I 


jia  también  sobre  Santiago  para  conferenciar  con  el  di- 
rector sobre  las  necesidades  del  ejército,  tanto  mas  apre- 
miantes, cuanto  que  acababa  de  recibirse  la  triste  noticia 
de  la  pérdida  de  Concepción  y  de  Talcahuano ,  que  ha- 
bían caido  en  poder  de  los  realistas. 

Estas  dos  ciudades,  únicos  puntos  de  la  provincia  de 
Concepción  que  estaban  en  poder  del  gobierno ,  fueron 
con  efecto  tomadas  á  mediados  del  mes  de  abril.  El  in- 
tendente militar  don  Matías  de  la  Fuente  fué  el  encar- 
gado por  Sánchez  de  hacer  esta  conquista.  A  la  cabeza 
de  trescientos  hombres  de  la  guarnición  de  Chillan,  de 
las  partidas  de  los  Angeles  á  las  órdenes  de  Pando,  de 
las  de  San  Pedro  y  Arauco  mandadas  por  Quintanilla,  y 
de  las  milicias  déla  Laja,  Tucapel,  Rere,  etc.,  mil  hom- 
bres en  todo  sobre  poco  mas  ó  menos,  se  presentó  el  U 
de  abril  delante  de  Concepción,  guarnecida  por  unos 
doscientos  hombres  y  esos  en  mal  estado  de  salud  y  muy 
fatigados  de  resultas  de  lo  que  les  molestaban  las  guerril- 
las de  Quintanilla,  etc. ,  y  los  barcos  que  cruzaban  delante 
de  la  bahía  de  Talcahuano.  El  teniente  de  granaderos 
don  Juan  Manuel  Correa  salió  de  observación  con  veinte 
fusileros  montados,  encontró  las  primeras  avanzadas  en 
Palomares,  y  después  de  una  refriega  en  que  cinco  solda- 
dos suyos  se  pasaron  al  enemigo,  se  vio  precisado  á  re- 
plegarse sobre  Agua  negra,  donde  estaba  don  Diego  Be- 
navente  con  cuarenta  fusileros  y  una  pieza  volante  de  ar- 
tillería; en  el  mismo  momento  se  dejó  ver  todo  el  grueso 
del  ejército  que  avanzaba  con  objeto  de  reunirse  á  las 
tropas  de  San  Pedro  y  de  Rere  acabadas  de  llegar,  y 
juntas  ocuparon  todas  las  alturas  de  Concepción,  adonde 
habian  ido  á  refujiarse  Benavente  y  Correa.  Aunque  la 
ciudad  no  estaba  fortificada,  el  puñado  de  valientes  que 


CAPÍTULO  -XXXVI. 

la  defendía  resistió  por  espacio  de  muchos  dias  los  repe- 
tidos ataques  de  los  realistas,  los  desalojó  de  las  calles 
de  que  se  habían  apoderado,  y  hasta  tuvo  arrojo  bastante, 
á  pesar  de  la  inferioridad  del  número,  para  hacer  algunas 
salidas,  en  las  que  desgraciadamente  no  estuvo  la  ventaja 
de  su  parte,  y  en  una  de  los  cuales  murió  el  valiente  co- 
mandante don  Juan  Manuel  Vidaurre.  Precisados  al  fin  á 
concentrarse  en  la  plaza  que  fortificaron  con  algunos 
cañones,  estaban  decididos  á  defenderse  con  el  denuedo 
que  les  inspiraba  su  mala  posición,  cuando  vieron  que  el 
enemigo  se  situaba  en  los  techos  de  las  casas  que  domi- 
naban la  misma  plaza.  Entonces  ya  no  les  quedó  mas 
recurso  que  rendirse,  pero  lo  hicieron  con  todos  los  ho- 
nores de  la  guerra,  habiendo  estipulado  que  saldrían  con 
tambor  á  la  cabeza.  Tal  fué  al  menos  la  cláusula  espresa 
de  su  capitulación ;  y  sin  embargo  apenas  se  rindieron,  la 
ciega  pasión  de  los  partidos  se  sobrepuso  á  la  majestad 
del  honor  y  de  la  justicia,  y  los  nobles  defensores  de  la 
patria  fueron  encerrados  en  unas  especies  de  prisiones 
sumamente  sucias  é  incómodas  en  que  se  vieron  faltos 
de  todo  y  dominados  por  el  triste  presentimiento  de  que 
los  enviarían  á  las  casamatas  de  Lima. 

Dado  este  afortunado  golpe  de  mano,  don  Matías  de  la 
Fuente,  hombre  emprendedor  y  no  falto  de  talento, 
proyectó  apoderarse  de  Santiago ,  elijiendo  el  pequeño 
puerto  de  San  Antonio  para  punto  de  desembarco.  Al  efecto 
suplicó  al  auditor  de  guerra  don  José  Antonio  Rodríguez 
apoyase  esta  espedicion ,  pidiendo  á  Gainza  un  refuerzo 
de  doscientos  hombres ,  con  lo  cual  y  con  que  se  conti- 
nuase hostilizando  á  O'Higgins  de  manera  que  no  saliese 
del  sur,  creia  no  necesitar  mas  para  llevar  á  cabo  su 
plan.  Rodríguez  escribió  con  efecto  á  Gainza,  pero  en 


i 


\B&*%*%jBl 


56 


HISTORIA    DE    CHILE. 


vez  de  hablarle  en  favor  de  esta  espedicion ,  lo  hizo  des- 
aprobándola y  aconsejándole  por  el  contrario  que  en- 
viase la  fragata  inglesa  á  llevar  víveres  á  Ghiloe,  con 
orden  de  conducir  á  la  vuelta  los  cuatrocientos  hombres 
disciplinados  allí  existentes,  porque  «  lo  de  Santiago , 
decia ,  es  cosa  hecha  para  la  primavera  (1). » 

(1)  Según  el  proceso  de  Gainza  en  Santiago,  el  mismo  Rodríguez  le  hacia 
un  cargo  de  no  haber  seguido  las  indicaciones  de  don  Matías  de  la  Fuente  res- 
pecto de  esta  espedicion  ;  pero  de  una  carta  presentada  por  aquel  brigadier 
resulta  efectivamente  la  oposición  de  Rodríguez» 


¿¿¿. 


,SW< 


•KA 


CAPITULO  XXXVII 


Preparativos  de  la  junta  para  separar  del  ejército  á  los  hermanos  Carrera.  — 
Revolución  del  7  de  marzo  y  concentración  del  poder  en  una  sola  persona.  — 
El  coronel  don  Francisco  de  la  Lastra,  gobernador  de  Valparaíso,  es  nombrado 
director  supremo  de  la  íepública.—  Don  Antonio  José  de  Irisarri  desempeña 
interinamente  esta  alta  dignidad,  y  manifiesta  en  sus  actos  la  mayor  enerjía, 
sobre  todo  contra  los  españoles  no  naturalizados  en  Chile.  —  Recepción  de 
Lastra  y  formación  de  un  ministerio  y  de  un  senado  consultivo.  —  Recom- 
pensas concedidas  á  los  antiguos  miembros  de  la  junta. 


Hemos  visto  que  la  junta  gubernativa  abandonó  por 
el  mes  de  octubre  á  Santiago  para  dirijirse  á  Talca  y 
hacer  de  esta  ciudad  el  centro  principal  de  sus  opera- 
ciones. Su  objeto  ostensible  era  aproximarse  al  teatro 
de  la  guerra  para  combinar  nuevos  planes  de  ataque 
contra  Chillan  y  someter  cuanto  antes  la  provincia  de 
Concepción,  cuyos  habitantes,  de  resultas  de  escesos 
cometidos  en  su  daño ,  se  habían  separado  del  partido 
de  los  patriotas  y  unídose  al  de  los  realistas.  Penetrada 
de  todo  lo  que  tuvo  de  enérjico  la  revolución  francesa, 
quiso  imitar  á  los  antiguos  representantes  ó  comisarios 
de  ejército ,  y  á  su  ejemplo  colocarse  en  medio  del  cam- 
pamento para  animar  á  los  soldados  con  su  patriotismo, 
vijilarlos  mas  de  cerca  y  poner  remedio,  en  lo  posible, 
á  los  desórdenes,  consecuencia  inevitable  de  tantas 
circunstancias  imprevistas.  Así  es  que  Cienfuegos  se 
dirijió  hacia  Concepción ,  donde  se  hallaba  el  cuartel 
jeneral ,  y  don  Miguel  Infante  hacia  el  ejército  ausi- 
liar  en  los  momentos  en  que  se  habia  dado  el  mando  de 
este  al  coronel  Mackenna.  Pero  el  principal  objeto  de 
estas  visitas,  hay  que  confesarlo,  era  captarse  la  voluntad 


:'á 


%¿ 


58 


HISTORIA    DE    CHILE. 


ih        I1' 


i'oO-C?'  . 


I  i 


'^1 
'1* 


del  ejército  para  que  fuese  indiferente  á  la  medida  de 
rigor,  ya  acordada,  de  separarlo  de  los  hermanos  Carrera, 
y  ponerlo  á  las  órdenes  de  otros  comandantes.  Tal 
era  en  efecto  todo  el  pensamiento ,  puede  decirse ,  de  la 
junta,  que  recelaba  mucho  del  prestijio  de  aquellos 
jefes,  persuadida,  como  lo  estaba,  de  que  acabarían  por 
abusar  de  él  como  elemento  de  fuerza  para  arribar  al 
despotismo  militar,  cada  vez  mas  codiciado  por  don  Mi- 
guel Carrera. 

Sin  duda  era  de  temer  que  el  decreto  mandando  á  los 
hermanos  Carrera  de  abandonar  un  ejército  que  habían 
creado,  y  en  medio  del  cual  habían  vivido  desde  su  for- 
mación ,  suscitase  debates  acalorados,  reviviese  las  ene- 
mistades desgraciadamente  muy  comunes  en  momentos 
de  rejeneracion  social  en  que  tantos  intereses  se  ponen 
en  juego,  y  produjese  en  fin  un  conflicto  peligroso  por 
las  resistencias  combinadas  que  podían  encontrarse  en 
los  diferentes  batallones  y  entre  los  oficiales  completa- 
mente unidos  á  aquellos  jefes  por  convicción  ó  por  re- 
conocimiento. Pero  en  su  hábil  previsión,  acertó  la  junta 
á  preparar  los  ánimos,  aunque  valiéndose  á  veces  de 
medios  que  no  todos  pueden  aprobarse ,  tales  como  fa- 
vorecer en  lo  posible  á  los  enemigos  particulares  de  Car- 
rera, anular  la  sentencia  dada  contra  los  que  en  1811, 
12  y  13  conspiraron  contra  ellos,  y  con  el  objeto  de 
atraerse  el  partido  del  clero,  influyente  siempre,  manda- 
ron devolver  inmediatamente  á  los  relijiosos  de  la  reco- 
lección de  predicadores  el  convento  de  la  Chimba,  de 
que  á  principios  de  1812  se  les  desposeyó  para  desti- 
narlo á  cuartel  de  artillería.  Esto  y  los  artículos  que  se 
publicaron  en  los  dos  únicos  periódicos  que  existían  en- 
tonces y  que  dependían  absolutamente  del  gobierno, 


CAriTULO    XXXVII. 


59 


fué  mas  que  suficiente  para  que  la  separación  se  verifi- 
case sin  ruido  y  casi  sin  oposición.  Pocos  dias  después  se 
dirijieron  circulares  á  todas  las  municipalidades  para 
hacer  saber  al  pueblo  el  cambio  hecho  y  obtener  su 
aprobación.  Fué  este  un  medio  de  legalizar  el  acto  de 
severidad  ejercido ,  á  pesar  de  que  como  hecho  consu- 
mado, no  habia  materia  sobre  que  discutir  (1). 

Después  de  este  acontecimiento,  los  miembros  de  la 
junta  consideraron  conveniente  no  permanecer  mas  tiempo 
en  Talca,  y  á  fines  de  febrero  de  IMli  se  restituyeron  á 
Santiago,  acompañados  de  una  fuerte  escolta  que  tomaron 
de  la  guarnición  de  Talca,  lo  cual,  como  antes  hemos 
visto,  contribuyó  mucho  á  la  pérdida  de  esta  ciudad  y  á 
la  muerte  del  valiente  coronel  Spano.  Supieron  la  noticia 
de  este  desgraciado  suceso  en  el  momento  en  que  pasa- 
ban el  rio  Maypu ;  y  sin  desconcertarse,  y  disimulando 
en  lo  posible  su  inquietud,  dieron  al  punto  las  órdenes 
necesarias  para  reunir  todas  las  milicias  de  Rancagua, 
continuando  en  seguida  la  marcha  con  objeto  de  llegar 
aquella  misma  tarde  á  Santiago.  Su  entrada  se  verificó 
al  ruido  de  las  aclamaciones  de  un  pueblo  entusiasmado. 
Durante  dos  dias  fueron  obsequiados  con  festejos,  lo  que 
absorbió  en  parte  sus  pensamientos  y  distrajo  sus  justos 
temores ;  pero  en  el  instante  que  lo  ocurrido  en  Talca  se 
divulgó  por  el  público ,  una  ajitacion  súbita  succedió  á 
las  demostraciones  de  alegría ,  despertó  las  pasiones  de 

(1)  Y  enterados  de  todo  dijeron  que  daban  á  V.  E.  las  mas  espresivas  gracias 
por  la  bondad  con  que  ha  querido  sujetar  al  examen  de  los  pueblos  sus  rectas 
providencias,  no  obstante  bailarse  revestido  de  la  suprema  autoridad  para 
mandar  y  disponer  cuanto  convenga  á  la  felicidad  del  Estado,  etc.  —  Oficio 
del  cabildo  de  Rancagua.  —  Otras  muchas  municipalidades  contestaron  asi- 
mismo felicitando  al  gobierno  por  su  severa  medida,  pero  no  faltaron  algunas 
que  mas  reservadas  dejaron  entrever  en  sus  respuestas  que  su  adhesión  era 
mas  forzada  que  voluntaria. 


í 


60 


HISTORIA    DE    CHILE. 


O: 


'■m: 

■:-'/' 


los  descontentos  y  ambiciosos,  dio  lugar  á  censuras  y 
luego  después  á  que  se  celebrase  un  cabildo  abierto,  al 
que  fueron  llamados  el  comandante  de  artillería  don 
Manuel  Blanco  y  el  de  infantería,  don  José  Antonio  Co- 
tapos,  para  saber  de  ellos  si  harían  uso  de  las  armas 
contra  el  pueblo.  La  contestación  de  estos  honrados 
militares  fué  conforme  con  los  deseos  de  los  miembros 
de  la  municipalidad ,  motores  principales  de  este  pro- 
nunciamiento;  y  entonces  la  revolución  estalló  con  toda 
su  fuerza  y  se  hizo  casi  jeneral.  En  seguida  todo  el  ca- 
bildo y  muchas  personas  que  le  acompañaron,  se  diri- 
jieron  al  palacio,  en  donde  los  jefes  militares  fueron 
llamados  otra  vez,  y  obligaron  á  los  miembros  de  la  junta 
á  hacer  dimisión.  Don  José  Tgnacio  Gienfuegos  y  don 
Agustín  de  Izaguirre  se  resignaron  con  calma  á  la  vo- 
luntad de  esta  reunión  casi  espontánea,  y  depositaron  in- 
mediatamente sus  bastones  sobre  la  mesa ;  pero  don  José 
Miguel  Infante,  apoyado  en  sus  derechos  y  en  su  con- 
ciencia, se  opuso  con  grande  enerjía,  y  si  al  fin  cedió, 
no  fué  tanto  por  debilidad,  como  porque  no  pudo  con- 
vencer á  sus  colegas  de  que  variasen  de  resolución.  Ob- 
tenido este  resultado,  se  acordó  reunir  en  aquellos  críticos 
momentos  todos  los  poderes  en  una  sola  persona  que 
fuese  militar,  y  don  Mariano  Vidal,  natural  de  Buenos- 
Aires,  que  se  hizo  el  orador  del  pueblo,  propuso,  con 
arreglo  á  las  instrucciones  que  había  recibido,  y  sin  duda 
por  influjo  de  don  Antonio  Irisarri,  al  coronel  don  Fran- 
cisco de  la  Lastra,  gobernadora  la  sazón  de  Valparaíso. 
Tenia  demasiado  interés  la  municipalidad  en  un  cam- 
bio de  gobierno  que  aspiraba  á  restablecer  la  autoridad 
á  la  altura  de  su  ambición,  para  no  acojer  este  pensa- 
miento y  apoyarlo  con  toda  su  influencia.  Recordando 


CAPÍTULO   xxxvir. 

que  casi  habia  representado  al  principio  de  la  revolución 
el  papel  de  soberano ,  papel  de  que  en  cierto  modo  se  la 
habia  despojado  con  el  advenimiento  al  poder  de  los 
Carrera ,  y  viéndose  con  disgusto  reducida  á  una  corpo- 
ración meramente  administrativa,  sancionó  con  su  voto 
el  nombramiento  que  se  le  proponía,  y  don  Francisco  de  la 
Lastra  fué  reconocido  por  director  supremo  de  la  repú- 
blica. Mientras  este  llegaba  se  encargó  interinamente 
don  Antonio  José  de  Irisarri  del  gobierno  del  país  y  don 
Santiago  Carrera  del  mando  jeneral  de  las  armas  de  la 
capital. 

Así  acabó  el  7  de  marzo  de  18U  una  junta  que  en  todo 
el  tiempo  de  su  mando  estuvo  entregada  á  un  temor  y  á 
una  ajitacion  desusados.  Sus  individuos,  preciso  es  con- 
fesarlo, carecían  de  la  aptitud  necesaria  para  dominar 
los  acontecimientos,  y  atender  á  todas  las  necesidades 
que  el  estado  de  guerra  traia  consigo.  Mas  inclinados 
por  instinto  y  por  educación  á  constituir  que  á  resistir 
ni  conquistar,  no  teniendo  ya  que  luchar  con  el  carácter 
dominante  de  los  Carreras,  y  persuadidos  de  que  con 
O'Higgins,  á  quien  solo  las  circunstancias  habian  hecho 
soldado ,  el  espíritu  militar  no  se  sobrepondría  nunca  al 
espíritu  republicano  que  fué  lo  que  siempre  temieron 
con  los  Carreras ,  se  apresuraron  á  regresar  á  la  capital 
para  ocuparse  en  trabajos  de  organización,  pero  sin  des- 
cuidar la  vijilancia  del  ejército ,  al  que  debía  volver  don 
José  Miguel  Infante.  Obrando  de  este  modo  en  confor- 
midad con  sus  instintos  y  sus  buenas  intenciones,  espe- 
raban estos  dignos  patriotas  que  la  revolución  tomaría 
el  carácter  de  orden  y  dignidad  que  la  nación  ,  especial- 
mente las  provincias  del  Sur,  reclamaban  por  tantos 
motivos,  y  que  podría  reunir  en  seguida  y  muy  pronto 


u* 


» 


■ 


HISTORIA    DE    CHILE. 

el  congreso,  en  que  las  circunstancias  no  habían  permi- 
tido pensar  hasta  entonces.  Si  paramos  la  considera- 
ción en  lo  que  estos  respetables  ciudadanos  hicieron 
en  favor  de  la  patria,  nos  convenceremos  de  que  á  ser 
mas  propicia  la  época,  hubieran  sin  duda  llevado  á  cabo 
acertadas  innovaciones  en  su  país ;  lo  cual  es  de  creer 
si  no  por  que  tuviesen  un  verdadero  talento  administra- 
tivo ,  á  lo  menos  por  sus  virtudes ,  su  buen  sentido  y  su- 
ardiente  patriotismo.   A  parte  de  lo  que  hicieron  para 
desvaratar  los  manejos  del  enemigo  interior  y  de  los 
descontentos,  no  perdieron  de  vista,  en  cuanto  se  lo 
permitía  su  posición,  las  necesidades  del  ejército  y  el 
bien  estar  del  soldado,  por  lo  menos  desde  que  O'Higgins 
fué  nombrado  jeneral  en  jefe;  simplificaron  las  oficinas 
del  tesoro  en  lo  relativo  á  las  pagas  de  los  militares; 
uniformaron  las  mismas  pagas  en  todos  los  cuerpos; 
suprimieron  los  descuentos,  cargando  al  tesoro  los  gastos 
de  hospital ,  etc. ;  pusieron  bajo  su  dirección  la  escuela 
militar,  conservándole  el  nombre  de  jóvenes  granaderos; 
y  mandaron  que  todos  los  habitantes  de  Santiago  com- 
prendidos en  la  edad  de  quince  á  cuarenta  y  nueve  años, 
fuesen   rejimentados  por  barrios  como  milicianos,  te- 
niendo por  jefe  principal  al  prefecto  del  barrio  respec- 
tivo, etc.  Ademas  de  esto,  dedicaron  toda  su  atención  á 
las  diferentes  administraciones  militares,  lo  cual  no  les 
impedia  descender,  cuando  lo  requería  el  caso ,  á  los 
mas  menudos  detalles  de  los  asuntos  puramente  muni- 
cipales; cuidaron  activamente  de  la  policía,  creando  un 
superintendente  director,  al  que  todos  los  demás  ajentes 
estaban  subordinados;  establecieron  nuevos  cementerios 
que  evitasen  una  vez  para  siempre  los  inconvenientes  de 
enterrar  los  cadáveres  en  las  iglesias  ó  sus  inmedia- 


CAPULLO    XXXVIÍ. 

ciones;  desplegaron   gran   vijilancia  con  motivo  de  las 
enfermedades  que  de  un  modo  alarmante  se  propagaban 
en  algunas  comarcas ;  y  procuraron  el  remedio  á  los  nu- 
merosos abusos  que  se  cometían  en  las  exacciones  de 
proratas ,  tan  difíciles  por  desgracia  de  evitar  en  mo- 
mentos de  revolución ,  en  que  todo  es  confusión  é  irre- 
gularidad.  Pero  lo  que  les  preocupó   principalmente, 
como  á  todos  los  buenos  patriotas ,  fué  el  deseo  de  que 
progresase  la  instrucción  pública ,  que  consideraban  con 
razón  la  mas  segura  base  para  fundar  la  libertad  y  la 
felicidad  de  todo  un  pueblo  ;  y  con  este  objeto  multipli- 
caron las  escuelas  primarías,  en  las  que  estaban  al  lado 
uno  de  otro  el  hijo  del  rico  y  el  hijo  del  pueblo  para  de 
esta  manera  inculcar  desde  temprano  en  el  ánimo  del 
primero  el  espíritu  de  igualdad  y  de  democracia  que  la 
nueva  sociedad  exijia,  y  en  el  del  segundo  el  sentimiento 
de  honor  y  dignidad  de  que  había  estado  privado  tanto 
tiempo.  Por  el  mismo  motivo  y  para  instruir  al  pueblo 
en  los  deberes  que  tenia  que  llenar  en  una  sociedad,  en 
¡a  que  bien  pronto  iba  á  tomar  parte  por  medio  del  voto, 
mandaron  componer  un  catecismo  patriótico   que  se  les 
hizo  aprender  á  los  soldados,  á  los  criados,  y  sobre  todo  á 
los  estudiantes,  los  cuales  tenían  orden  de  recitarlo,  una 
vez  á  la  semana  por  lo  menos ,  en  la  plaza  mayor,  acom- 
pañados de  algunas  personas  condecoradas  :  procuraron 
también  dar  importancia  á  cuanto  podia  hacerles  amar 
la  revolución  y  exaltar  su  patriotismo ,  asociando  en  al- 
gunos casos  las  ceremonias  relijiosas,  siempre  mas  se- 
ductoras para  la  masa  de  la  nación,  y  muy  convenientes 
para   lisonjear   el  amor  propio  del  clero.  Porque  aun 
cuando  todo  su  pensamiento,  especialmente  el  de  In- 
fante ,  estaba  reducido  á  seguir  los  principios  de  la  revo- 


*«# 


$m 


64 


HISTORIA    DE    CHILE. 


■  i 


lucion  francesa,  temerosos  sin  embargo  de  pasar  por 
filósofos,  tenían  cuidado  de  defenderse  de  esto  en  sus 
escritos,  y  hasta  muchas  veces  reclamaban  de  buena  fe 
el  apoyo  de  los  relijiosos,  principalmente  en  todo  lo  que 
tenia  relación  con  la  enseñanza  pública,  servicio  que 
desempeñaban  admirablemente,  pues  á  mas  de  una  ins- 
trucción, que  no  era  común  en  el  país,  ejercían  mayor 
influencia  para  hacer  penetrar  en  el  espíritu  de  sus  jó- 
venes educandos  el  principio  moral,  en  que  consiste  la 
felicidad  de  una  nación. 

Mas  á  pesar  de  su  buena  voluntad  para  introducir  en 
los  diversos  ramos  de  la  administración  las  mejoras  que 
su  patriotismo  les  inspiraba,  el  estado  del  país  y  la  pre- 
sencia de  un  enemigo  bastante  poderoso  que  ganaba  cada 
dia  mas  terreno,  exijian  del  gobierno  medidas  muy  vi- 
gorosas ,  razón  por  la  cual  se  creyó  conveniente  concen- 
trar todos  los  poderes  en  una  sola  persona,  escojiendo  un 
militar  acostumbrado  á  la  disciplina  y  á  los  peligros  y 
siempre  mucho  mas  respetado  por  el  ejército,  verdadero 
defensor  de  una  libertad  naciente.  Bajo  este  punto  de 
vista,  es  necesario  decirlo ,  la  nueva  política  que  aca- 
baba de  prevalecer  en  Buenos-Aires  comunicó  toda  su 
influencia  á  la  de  Chile  (1).  Un  mes  hacia  solamente 
que  aquella  república,  intimidada  por  algunos  reveses, 
habia  creado  un  supremo  director,  que  fué  el  ciudadano 


ú    '■ 


!»•  ■ 


(1)  No  puede  negarse  que  Buenos-Aires  influjo  mucho  activa  y  moralmente 
en  los  asuntos  de  Chile.  Abundando  en  hombres  de  gran  talento  que  estaban 
á  la  cabeza  de  la  revolución,  era  imposible  que  dejasen  de  influir  con  su  ejem- 
plo en  Chile,  con  tanta  mas  facilidad,  cuanto  que  en  este  país  habia  un  número 
muy  crecido  de  arjentinos,  los  cuales  unos  vhian  como  simples  particulares,  y 
otros  desempeñaban  empleos  muy  elevados,  como  el  de  comandante  jeneral  de 
las  armas  que  veremos  muy  luego  en  manos  de  don  Santiago  Carrera,  el  de 
tesorero  de  la  misma  ciudad  ocupado  por  don  Hipólito  Villegas,  el  de  jefe  de 
estado  mayor  que  desempeñaba  Balcarce ,  etc.,  etc. 


CAPÍTULO    XXXVII.  65 

don  Gervasio  Antonio  de  Posadas,  cuando  los  habitantes 
de  Santiago  se  apresuraron  á  imitar  este  nuevo  sistema  de 
gobierno,  para  dar  mas  poder  á  su  nuevo  jefe,  y  colocarle 
en  situación  de  que  pudiese  sacarlos  de  la  mala  posición  en 
que  el  país  se  hallaba.  Porque  independientemente  de 
los  progresos  de  la  invasión ,  los  adictos  de  los  Car- 
rera se  presentaban  siempre  como  partido  muy  activo  de 
oposición ;  y  aunque  solo  se  daban  á  conocer  por  actos 
misteriosos  y  confusos,  prueba  evidente  de  su  debilidad, 
no  por  eso  eran  menos  temibles,  porque  podían  unir  su 
resistencia  á  la  de  los  demás  descontentos,  y  quizá  aso- 
ciarse un  buen  número  de  españoles,  que  se  sabia  esta- 
ban siempre  prontos  á  lanzarse  á  todo  movimiento  que 
pudiera  comprometer  la  tranquilidad  del  país.  Desgracia- 
damente no  era  Lastra  el  hombre  que  las  circunstancias 
reclamaban ,  porque  era  débil,  indeciso,  y  lo  que  iba  á 
representar  era  el  principio  de  enerjía.  Su  influencia 
personal  valia  ademas  poco  ;  no  tenia  mas  antecedentes 
que  su  mucha  probidad ,  y  como  apenas  había  figurado 
en  los  partidos  políticos,  su  papel  había  sido  el  de  un 
hombre  conciliador,  mas  bien  que  el  de  un  hombre  de 
acción.  Sus  amigos,  que  le  elevaron  á  esta  alta  dignidad, 
no  hubieran  previsto  todas  las  dificultades  que  induda- 
blemente se  le  iban  á  suscitar,  si  don  Antonio  José  de  Iri- 
sarri,  que  contribuyó  mucho  á  su  nombramiento,  quizá 
con  la  intención  de  hacer  un  director  solo  en  el  nombre, 
no  hubiese  estado  allí  para  tomar  una  gran  parte  en  su 
administración,  con  mucha  satisfacción  de  los  verdaderos 
patriotas,  que  conocían  sus  talentos,  y  sobre  todo  su  ca- 
rácter firme  y  enérjico.  Este  noble  estranjero  (1)  poseía 
en  efecto  todas  las  cualidades  que  en  aquel  momento 

(1)  Don  Antonio  José  Irisarri  era  natural  de  Guatemala. 

VI.  Historia.  5 


i 


i 


*áj6s¡f 


^l 


66 


HISTORIA    DE    CHILE. 


necesitaba  el  país.  Lleno  de  convicción  y  de  entusiasmo 
por  las  ideas  republicanas ,  persuadido  de  que  la  revolu- 
ción no  llegaría  á  sus  últimas  consecuencias  sino  po- 
niendo en  juego  todos  los  recursos  de  la  actividad  y  de 
la  enerjía,  no  temia  tomar  bajo  su  sola  responsabilidad 
las  medidas  mas  severas  para  conseguir  este  objeto;  así 
en  los  pocos  dias  que  gobernó  interinamente  el  país,  fijó 
principalmente  su  atención  en  los  españoles  no  naturali- 
zados en  Chile  y  los  colocó  en  la  impotencia  de  hacer 
daño  á  la  revolución.  Principió  por  separar  de  todas  las 
administraciones  á  los  que  habia  empleados  en  ellas  y 
por  alejar  de  la  capital  á  algunos  y  confinarlos  en  las 
ciudades  del  norte  :  respecto  de  los  que  quedaban 
en  Santiago,  procuró  aislarlos  en  cuanto  pudo,  pro- 
hibiéndoles toda  reunión  de  mas  de  dos  personas,  les 
obligó  á  retirarse  á  sus  casas  antes  de  las  nueve  de  la 
noche,  y  les  mandó  entregar  sin  dilación  al  comandante 
de  la  ciudad  todas  las  armas  y  caballos  que  tuviesen  , 
bajo  pena  de  fuertes  multas,  inclusa  la  pérdida  total  de 
bienes ,  y  de  ser  espulsados  del  país.  Para  mejor  ase- 
gurar el  cumplimiento  de  sus  disposiciones,  prometió  la 
libertad  á  todo  esclavo  y  doscientos  pesos  á  todo  criado 
libre,  que  probase  haber  contravenido  á  ellas  su  señor  ó 
amo. 

Con  estos  actos  de  rigor  allanó  Irisarri  una  porción 
de  dificultades  al  que  iba  á  tomar  muy  pronto  las  riendas 
del  estado,  y  consiguió  intimidar  no  solo  á  los  españoles, 
sino  á  todos  los  demás  enemigos  que  por  la  ambición  de 
unos  y  por  las  tendencias  turbulentas  de  otros,  iban  ne- 
cesariamente á  brotar  contra  la  nueva  administración. 
Para  mejor  vijilar  á  estos  últimos,  publicó  asimismo  un 
bando   mandando  que    los  vecinos  tuviesen   alumbra- 


CAPÍTULO    XXXV1J. 

das  las  fachadas  de  sus  casas  durante  la  noche,  y  hasta 
prohibió  á  todos  los  habitantes  salir  de  la  ciudad ,  ni 
aun  para  ir  á  sus  chacras,  sin  permiso  espreso  del  go- 
bierno. Suspendiendo  de  esta  manera  la  libertad  del  mo- 
vimiento faltaba  al  principio  de  la  revolución,  pero  esto 
era  necesario  para  la  tranquilidad  de  la  capital,  en  mo- 
mentos sobre  todo  en  que  se  habia  apoderado  un  terror 
pánico  de  sus  habitantes,  hasta  el  punto  que  muchos  se 
marcharon  como  si  el  enemigo  estuviese  á  las  puertas,  á 
pesar  de  las  seguridades  que  daba  el  gobierno,  y  de  los 
bandos  que  mas  adelante  se  publicaron,  amenazando  con 
los  mas  severos  castigos  á  todo  el  que  tuviese  la  audacia 
y  la  mala  intención  de  esparcir  rumores  falsos  sobre  de- 
sorganización del  ejército,  refuerzos  llegados  á  los  realis- 
tas, y  tantas  otras  falsedades,  que  el  miedo  acojia  y  la 
imajinacion  exajeraba. 

Después  de  haber  dado  fuerza  á  todo  lo  que  era  del 
dominio  de  la  policía  gubernamental  y  municipal ,  Iri- 
sarri  se  ocupó  del  ejército,  que  por  su  estado  precario 
merecía  llamar  igualmente  toda  su  atención.  Su  primer 
cuidado  fué  poner  un  freno  á  la  inclinación  que  tenían 
ios  soldados  á  desertar  de  sus  rejimientos,  y  al  efecto 
publicó  un  bando,  mandando  que  todo  desertor  volviese 
á  sus  banderas  ó  se  presentase  al  comandante  de  su  can- 
ton,  y  amenazando  con  pena  de  muerte  al  que  pasados 
quince  dias  no  hubiese  obedecido ;  en  seguida  empezó  á 
reunir  un  buen  número  de  soldados  para  enviarlos,  al 
mando  del  comandante  don  Manuel  Blanco,  á  reconquis- 
tar la  ciudad  de  Talca,  de  que  acababan  de  apoderarse 
los  realistas.  Este  cuerpo  de  ejército,  que  tan  desgra- 
ciado hemos  visto  en  Cancharayada  no  tanto  por  cobar- 
día como  por  indisciplina,  se  componía,  casi  en  su  tota- 


V 


f 


HISTORIA    DE    CHILE. 

lídad,  de  mulatos,  y  se  le  conocía  con  el  nombre  de 
Infantes.  A  pesar  del  progreso  de  las  ideas,  la  revolución 
no  los  habia  igualado  todavía  á  los  demás  soldados , 
pero  en  esta  época  se  procuró  realzarlos  un  poco,  conce- 
diendo á  sus  oficiales  el  tratamiento  de  don,  tratamiento 
que  gozaba  el  último  artesano  español  establecido  en 
Chile,  por  el  solo  mérito  de  haber  nacido  en  España. 

Tal  fué  la  activa  y  enérjica  conducta  de  Irisarri  á  su 
entrada  en  el  poder,  conducta  que  demostraba  que  si 
este  digno  patriota  habia  contribuido  poderosamente  á 
derribar  la  antigua  Junta,  su  talento  variado  era  capaz 
de  cumplir  los  deberes  que  tácitamente  se  habia  impuesto, 
y  comunicar  al  país  el  aliento  que  necesitaba  para  ase- 
gurar la  vida  y  el  porvenir  de  la  revolución.  Desgracia- 
damente su  poder  duró  solo  cinco  dias.  El  10  de  marzo 
entregó  Lastra  el  gobierno  de  Valparaíso  á  don  Fran- 
cisco Forma  y  salió  para  Santiago  con  trescientos  infantes 
y  catorce  cañones.  Su  llegada  se  verificó  el  11  por  la 
tarde,  pero  la  recepción  como  director  supremo  fué  el 
1  ¡x  en  presencia  de  una  junta  plena  de  corporaciones, 
nombrada  para  presidir  á  la  instalación  del  nuevo  jefe  y 
al  juramento  de  costumbre  que  este  debia  prestar.  Termi- 
nada la  ceremonia,  se  ocupó  de  nombrar  un  ministerio,  ó 
secretarios  de  Estado ,  y  la  Junta  propuso  tres  personas 
de  incontestable  virtud,  que  el  director  se  apresuró  á 
elejir.  Estas  tres  personas  fueron  el  licenciado  don  José 
María  Villareal ,  encargado  del  departamento  del  inte- 
rior ó  del  gobierno ,  el  sarjento  mayor  de  la  plaza  don 
Andrés  Nicolás  de  Orgera,  del  de  la  guerra,  y  don  Juan 
José  Chavarria,  del  de  hacienda.  Ademas  de  estos  nom- 
bramientos, el  director  hizo  ver  la  necesidad  de  que  hu- 
biera un  intendente  de  provincia  que  le  reemplazara  in- 


CAPITULO    XXXVII. 


69 


terinamente  en  casos  de  ausencia,  enfermedad  ó  muerte, 
y  que  independientemente  de  sus  atribuciones  como  jefe 
de  la  provincia ,  tuviese  bajo  su  dependencia  todos  los 
asuntos  contenciosos  en  cualquiera  de  los  ramos  de  jus- 
ticia, hacienda  y  guerra.  Esta  dignidad,  una  de  las  mas 
elevadas  del  estado,  se  confirió,  á  propuesta  del  director, 
á  don  José  Antonio  de  Irisarri ,   dándole  un  asesor  que 
desempeñase  al  mismo  tiempo  las  funciones  de  auditor 
de  guerra,  lo  cual  no  solo  aprobaron  las  personas  pre- 
sentes ,  sino  que  mereció  el  asentimiento  de  la  opinión 
pública,  llena  de  solicitud  por  un  hombre  que  tan  buenas 
pruebas  había  dado  de  capacidad  (1).   En  la  misma 
sesión  se  nombró  un  individuo  de  cada  una  de  las  cor- 
poraciones principales  para  redactar  un  reglamento  pro- 
visional sobre  los  límites  del  nuevo  poder.  Este  regla- 
mento, que  quedó  terminado  el  15  de  marzo  y  se  publicó 
el  18  en  el  Monitor  araucano,  daba  al  director  las  mas 
amplias  facultades,  puesto  que  todo  entraba  en  sus  atri- 
buciones, salvo  los  tratados  de  paz  y  de  guerra  y  el  esta- 
blecimiento de  nuevas  contribuciones  públicas  y  jene- 
rales.  Su  dignidad  era  la  de  capitán  jeneral ,  y  sus  insignias 
una  banda  de  color  encarnado  con  flecara  de  oro.  Aunque 
su  duración  se  fijaba  en  diez  y  ocho  meses,  podría  ser 
reelejido  ó  reemplazado,  por  decisión  del  senado  unido  á 
la  municipalidad.  Esta  última  corporación  habia  reco- 
brado desde   la  caida  de  los  Carreras  una  parte  de  su 
antigua  influencia ,  y  quiso  esta  vez  tener  participación 
con  su  voto  en  un  acto  de  tan  alta  importancia. 

Hechos  estos  nombramientos  y  dado  el  reglamento, 


(1)  El  sueldo  que  en  aquellas  circunstancias  disfrutaron  estos  altos  funcio- 
narios fué  4000  pesos  el  director,  2000  el  intendente  y  1500  cada  ministro  ó 
secretario  de  Estado. 


íffa>*. 


fe* 


70 


HISTORIA    DE    CHILE, 


; 


m 


todo  lo  cual  constituía  en  cierto  modo  la  totalidad  del 
poder  ejecutivo,  debiera  haberse  pensado  en  un  cuerpo 
deliberante  que  se  ocupara  de  los  negocios  en  jeneral,  y 
se  dedicase  á  hacer  desaparecer  las  inmensas  lagunas 
que  existían  en  todos  los  ramos  de  la  administración. 
Fatigados  los  hombres  sensatos  del  estado  de  incerti- 
dumbre  en  que  se  hallaban ,  lo  deseaban  así  con  ansia ; 
pero  el  país  estaba  de  tal  manera  ajitado  y  la  provincia 
de  Concepción  en  tal  imposibilidad  de  nombrar  sus  man- 
datarios, que  la  junta  anterior  se  vio  en  la  necesidad  de 
despedir  hasta  época  mas  favorable  á  los  diputados 
que  estaban  en  Santiago.  Así  se  esplica  el  estado  de  aban- 
dono en  que  se  encontraban  los  diferentes  ramos  de  la 
administración,  entregados  á  sus  propios  recursos  y  casi 
sin  intervención ;  por  lo  cual  se  nombró  provisionalmente, 
siguiendo  el  ejemplo  de  Buenos-Aires,  un  senado  con- 
sultivo, compuesto  de  siete  personas  elejidas  por  el  direc- 
tor, entre  veinte  y  una  que  le  propuso  la  junta  de  corpo- 
raciones. Estos  senadores ,  cuyo  título  era  puramente 
honorífico,  fueron  nombrados  por  dos  años  para  ser  re- 
novados por  mitad,  debiendo  salir  los  mas  antiguos  (1). 
En  aquellos  momentos  de  guerra,  en  que  la  ajitacion 
era  un  obstáculo  para  todo"  movimiento  regular,  no 
podían  funcionar  los  resortes  de  su  ministerio  con  la  faci- 
lidad é  independencia  que  hubieran  querido,  ademas,  que 
la  cámara  de  que  formaban  parte  tenia  solo  voto  consul- 
tivo, circunstancia  que  les  privaba  casi  absolutamente  de 
la  iniciativa ;  pero  como  sus  miembros  eran  personajes 
muy  respetables,  de  los  primeros  talentos  y  buenos  pa- 

(1)  Estos  senadores  fueron  el  chantre  de  la  catedral  de  Santiago  don  José 
Antonio  de  Errazuris,  presidente,  don  José  Ignacio  Cienfuegos  ,  don  Camilo 
Henriquez,  don  Miguel  Infante,  don  Manuel  Salas,  don  Francisco  Ramón  Vi- 
cuña y  don  Gabriel  Tocornal ,  encargado  de  las  funciones  de  secretario. 


CAPITULO    XXXVII. 


71 


triotas,  Lastra  recurrió  muchas  veces  á  sus  luces  y  á  sus 
consejos,  aun  cuando  Irisarri  era  en  cierto  modo  su  guia 
natural  y  el  alma  de  su  administración  (1). 

Después  de  deponer  en  manos  de  su  lejítimo  poseedor 
el  título  interino  de  jefe  supremo  de  la  república,  Iri- 
sarri no  quiso  en  efecto  abdicar  completamente  el  papel 
que  se  habia  impuesto  de  rejuvenecer  el  entusiasmo  de 
los  patriotas  por  medio  de  la  enerjía  y  de  la  fuerza. 
Prevalido  de  su  título  de  intendente  de  la  provincia 
y  de  comandante  de  la  guardia  cívica  que  este  cuerpo 
le  dio,  ejerció  su  acción  sobre  lo  civil  y  sobre  un  gran 
número  de  militares,  y  especialmente  contra  todo  indi- 
viduo capaz  de  suscitar  el  menor  embarazo  en  los  nego- 
cios del  estado;  así  es  que  siguió  tomando  medidas  muy 
rigorosas  contra  todo  miliciano  que  contravenia  al  regla- 
mento, secuestró  los  bienes  de  algunos  chilenos  de  ele- 
vada categoría,  convictos  de  haber  obrado  contra  la 
revolución,  y  por  otra  parte  contribuyó  á  que  se  recom- 
pensase dignamente  el  desprendimiento  de  los  miembros 
de  la  antigua  junta  que  no  habían  querido  recibir  sueldo, 
dándoles  destinos,  que  aceptaron  como  premio  de  su 
adhesión  al  nuevo  sistema  y  de  su  ninguna  ambición  por 
conservar  las  altas  dignidades,  de  que  habían  sido  sepa- 
rados. Ademas  de  senador,  fué  nombrado  Gienfuegos 

(1)  Este  senado  tenia  muy  buenas  intenciones  y  era  muy  capaz,  por  la  esperien- 
cia  de  sus  individuos,  de  hacer  cosas  útiles  al  país;  pero  los  sucesos  del  23  de 
julio  vinieron  á  derribarle  en  los  momentos  en  que  iba  á  poner  en  ejecución  el 
proyecto  ya  discutido  y  aprobado  para  atender  á  las  necesidades  del  tesoro. 
Consistía  este  proyecto  en  amonedar  la  plata  de  los  particulares  sin  exijirles 
ninguu  derecho,  para  aumentar  el  numerario;  en  echar  mano  de  los  capitales 
de  las  temporalidades,  escepiuando  las  aplicadas  á  los  establecimientos  piadosos 
y  públicos,  en  disminuir  el  número  de  empleados  civiles  y  militares  inútiles, 
y  en  suspender  la  dotación  de  los  curas,  percibiendo  estos  provisionalmente 
los  antiguos  derechos. 


HISTORIA    DE    CHILE. 


canónigo  de  la  catedral  de  Santiago,  en  reemplazo  de  don 
Vicente  Larrain  que  había  muerto,  y  don  Miguel  Infante 
administrador  jeneral  de  tabacos :  al  teniente  coronel  don 
Joaquín  de  Echeverría,  que  estuvo  á  la  cabeza  del  go- 
bierno mientras  la  junta  permaneció  en  Talca,  se  le  con- 
firió la  intendencia  jeneral  del  ejército,  destinado  á  partir 
á  las  órdenes  de  don  Manuel  Blanco ;  siendo  muy  es- 
traño  que  entre  todos  estos  nombramientos  no  se  vea  por 
ninguna  parte  el  nombre  de  Eyzaguirre,  lo  cual  debe 
esplicarse  con  que  se  habría  retirado  por  gusto  ó  por 
necesitar  el  reposo  de  la  vida  privada ,  ó  quizá  para  de- 
dicarse á  especulaciones  mercantiles ,  porque  es  impo- 
sible que  á  un  hombre  que  había  llenado  tan  honrosamente 
su  penoso  y  difícil  deber,  se  le  tratase  con  ingratitud, 
ni  aun  con  indiferencia,  por  el  nuevo  gobierno. 


CAPITULO  XXXVIII 


Tratado  de  Lircay  entre  el  gobierno  y  el  comandante  del  ejército  realista, 
el  brigadier  don  Gavino  Gainza. 


Si  la  confianza  que  tenia  Irisarri  en  su  enerjía  y  en 
sus  proyectos  hubiera  penetrado  en  las  diferentes  clases 
de  la  sociedad ,  probablemente  la  revolución  con  esta 
fuerza  moral  hubiera  adquirido  superioridad  y  manifes- 
tádose  bien  pronto  vigorosa  y  emprendedora.  Gracias  á 
los  donativos  solícitos  y  jenerosos  de  los  patriotas,  dona- 
tivos que  continuaban  con  bastante  regularidad  no 
obstante  el  malestar  que  á  todos  aquejaba ,  las  tropas 
estaban  algo  mejor  pagadas,  mejor  mantenidas  y  sobre 
todo  provistas  de  gran  número  de  caballos,  que  la  libe- 
ralidad nacional  les  había  suministrado.  Lastra ,  por  su 
parte,  sin  aparentar  que  le  dominase  la  voluntad  atrevida 
de  Irisarri,  procuraba  segundar  sus  miras  y  sus  resolu- 
ciones ;  y  el  buen  acuerdo  de  ambos  ofrecía  al  país  un 
porvenir  de  gloria,  cuando  un  suceso  inesperado  vino  á 
desviarles  de  su  verdadero  camino,  y  á  arrojarlos  á  un 
carril  que  retrasó  muchos  años  la  independencia  del 
país. 

En  el  puerto  de  Valparaíso  habia  dos  buques  de  guerra, 
uno  ingles,  laPhcebe,  y  otro  de  los  Estados  Unidos,  el  Es- 
sec.  Como  estaban  en  guerra  estos  dos  países  se  desafiaron 
los  comodoros,  y  no  tardaron  en  dirijirse  al  centro  de  la 
gran  bahía,  sitio  elejido  por  campo  de  batalla.  Gracias 
á  los  largos  cañones  de  la  Phoebe,  cuyos  disparos  alcan- 
zaban á  mucha  mayor  distancia ,  el  Essec  quedó  muy 


■ 


** 


74 


HISTORIA    DE    CHILE. 


#::; 


luego  fuera  de  combate,  y  su  comandante  tuvo  que  ren- 
dirse al  comodoro  ingles  James  Hillyar,  quien  poco  des- 
pués se  alejó  de  las  costas  de  Chile  dirijiéndose  al 
Perú  (1).  Como  su  principal  objeto  se  reducía  á  protejer 
el  comercio  de  su  nación  con  América,  lo  cual  era  una 
consecuencia  de  la  alianza  inglesa  y  española,  se  pre- 
sentó ásu  llegada  al  Callao  al  virey  Abascal,  para  incli- 
narle á  poner  término  á  las  calamidades  de  la  guerra,  y 
tomar  medidas  con  el  gobierno  de  Chile ;  proposición  que 
aceptó  con  gusto  el  virey,  quizá  porque  temia  encontrar 
dificultades  para  pacificar  esta  república  sobre  todo  en  los 
momentos  en  que  mas  llamaba  su  atención  el  alto  Perú, 
muy  agitado  por  los  montoneros  de  Arenales,  Cárdenas, 
Umaña,  etc.  Para  mas  facilitar  la  realización  del  proyecto, 
suplicó  al  comodoro  se  encargase  él  mismo  de  llevar  las 
bases  de  la  paz  (2),  y  aceptada  esta  misión  por  Hillyar, 
mandó  este  al  punto  aparejar  para  dirijirse  á  Chile.  A 
mediados  de  abril  llegó  á  Valparaíso,  que  no  hizo  mas 
que  atravesar,  y  siguió  inmediatamente  á  Santiago, 
donde  fué  recibido  con  todas  las  consideracionas  debidas 
á  un  mensajero  de  paz.  Lastra,  en  cuya  casa  se  pre- 
sentó al  día  siguiente,  aceptó  con  entusiasmo  el  pensa- 
miento de  Abascal,  y  convocó  en  seguida  el  senado  para 
discutir  ante  esta  respetable  asamblea ,  las  bases  sobre 
que  había  de  descansar  la  negociación.  Ya  fuese  efecto 
del  cansancio  de  la  guerra ,  ó  mas  bien  de  la  viva  im- 
presión que  les  habia  hecho  el  pánico  jeneral  de  los  ha- 


(1)  La  mayor  parte  de  los  marinos  que  componían  la  tripulación  del  Essec 
se  alistaron  en  ¡a  compañía  de  artillería  de  Valparaíso. 

(2)  El  virey  en  su  carta  á  Gainza  afecta  creer  que  su  posición  era  ventajosa, 
lo  cual,  dice,  le  permitía  mostrarse  jeneroso,  pero  probablemente  su  convicción 
entraba  en  la  clase  de  esas  convicciones  simuladas,  que  hace  valer  un  jefe  hábil 
para  reducir  á  los  hombres  á  su  deber. 


CAPITULO    XXXVIII. 


75 


bitantes  de  Santiago  á  consecuencia  de  la  toma  de  Talca, 
y  de  los  progresos  en  la  península  de  los  ejércitos  españoles 
apoyados  por  la  Inglaterra  contra  la  Francia ,  todos  los 
miembros  de  aquella  asamblea  se  manifestaron  tan  dis- 
puestos como  Lastra  á  acojer  las  proposiciones  del  virey ; 
pero  no  sucedió  lo  mismo  cuando  se  supieron  las  condi- 
ciones, que  eran  volver  á  lo  pasado,  borrando  completa- 
mente todas  las  ventajas  políticas  obtenidas  desde  el  prin- 
cipio de  la  revolución,  salvo  lo  que  estuviese  conforme  con 
las  ideas  de  la  constitución  española  de  1812.  Entonces, 
todos  por  unanimidad  rechazaron  las  proposiciones,  ale- 
gando con  razón  que  estaban  en  posición  de  sostener  la 
lucha  y  de  dar  leyes,  mas  bien  que  de  recibirlas.  Hillyar, 
sin  perder  la  esperanza  de  un  arreglo,  les  hizo  comprender 
que  por  sus  instrucciones  particulares  estaba  facultado 
para    correjir  y  modificar  las  proposiciones,  lo  que  hizo 
en  efecto  en  términos  que  el  senado  adoptó  sin  dificultad, 
á  pesar  de  que  algunos  artículos  eran  poco  honrosos  para 
Chile,  pues  que  sin  ser  precisamente  gobernados  por  Es- 
paña había  que  volver  á  los  tiempos  pasados,  estinguir  el 
fuego  patriótico  que  una  lucha  encarnizada  había  encen- 
dido en  el  corazón  de  muchos  indiferentes,  y  lo  que  era  peor 
para  tantas  personas  adheridas  por  convicción  al  espíritu 
revolucionario,  tomar  otra  vez  las  insignias  españolas, 
renegando  así  del  principio  de  independencia  chilena. 

Chile  no  conocía  aun  en  aquella  época  de  inesperiencia 
todos  los  resortes  secretos  y  mañosos  que  pone  en  juego 
la  diplomacia  en  las  grandes  cuestiones  internacionales. 
Era  la  primera  vez  que  se  sometía  un  tratado  á  un  cuerpo 
político,  y  no  era  fácil  hallar  hombres  bastante  hábiles 
para  desempeñar  tan  alta  y  delicada  misión.  Con  todo , 
se  tomó  por  base  la  firmeza ,  el  buen  sentido  y  la  con- 


m 


76 


HISTORIA   DE   CHILE. 


■;,;::  |¡ 


ís  '■'■ 


fn 


viccion  que  da  una  causa  justa,  y  bajo  este  punto  de 
vista  nadie  ofrecía  mayores  garantías  que  don  Ber- 
nardo O'Higgins  y  don  Juan  Mackenna,  hombres  ambos 
de  convicciones ,  conocedores  de  la  posición  y  de  las 
necesidades  de  los  dos  ejércitos  y  semi-ingleses  ademas 
de  on'jen ,  lo  cual  podia  ser  de  grande  influencia  en  las 
decisiones  que  tomase  el  comodoro  Hillyar.  Decidida  esta 
elección,  se  resolvió  agregar  en  calidad  de  asesor  á  don 
Juan  Zudañes,  abogado  hábil  é  instruido ,  y  muy  capaz, 
por  la  clase  de  sus  estudios,  de  comprender  bien  este 
género  de  tratados  y  de  redactarlos  sin  ambigüedades. 
Hechos  estos  nombramientos ,  Hillyar  se  trasladó  al 
campamento  de  los  patriotas,  desde  donde  dirijió  un 
oficio  á  Gainza,  en  el  que,  con  inclusión  de  los  que  tenia 
del  virrey,  le  informaba  de  su  comisión  y  de  lo  que  debia 
hacer  para  llegar  aun  resultado  justo  y  honroso,  reco- 
mendándole sobre  todo  la  mayor  prudencia  y  que  se 
conformase  exactamente  con  los  artículos  que  le  indicaba. 
Cuatro  dias  después,  es  decir,  el  27  de  abril,  creyó 
conveniente  Hillyar  pasar  al  campamento  de  los  realistas 
para  discutir  las  bases  del  tratado,  que  Gainza  leyó  con 
atención  y  que  dijo  no  le  era  posible  admitir  porque 
muchos  de  sus  artículos  eran  contrarios  á  sus  instruccio- 
nes :  sin  embargo  aceptó  una  entrevista  con  los  plenipo- 
tenciarios, dilatándola  hasta  el  3  de  mayo  con  objeto  de 
dar  tiempo  á  que  llegase  el  auditor  de  guerra  don  José 
Antonio  Rodríguez,  que  estaba  en  Chillan  instruyendo  la 
causa  de  los  prisioneros  hechos  en  Concepción,  y  con 
quien  quería  consultar.  Aunque  Rodríguez  no  sabia  para 
qué  se  le  llamaba ,  apresuró  de  tal  manera  su  viaje  que 
el  2  estaba  en  Talca,  y  se  quedó  admirado  cuando  al  llegar 
supo  lo  que  había,  y  mucho  mas  aun  de  que  ya  se  hu- 


CAPITULO   xxxvnr. 


77 


biese  verificado  una  gran  entrevista  entre  los  plenipo- 
tenciarios en  un  rancho  construido  espresamente  á  orillas 
del  rio  Lircay  á  dos  leguas  de  los  campamentos  de  los 
dos  ejércitos.  Sin  manifestar  su  sorpresa  pidió  para  en- 
terarse las  instrucciones  del  virey,  los  poderes  de  Hillyar 
y  las  bases  del  tratado  propuestas  por  el  gobierno  chi- 
leno, que  no  le  parecieron  aceptables  :  por  lo  demás  per- 
suadido de  que  el  gobierno  pedia  mucho  para  obtener 
algo,  se  decidió  que  se  reunirían  el  dia  siguiente  3  para 
discutir  juntos  los  artículos  del  tratado,  y  llegar  por  un 
medio  honroso  al  fin  que  se  proponía  el  virey,  que  era 
poner  término  á  la  guerra,  y  que  el  país  volviese  á  la 
dependencia  del  rey  de  España,  mediante  algunas  conce- 
siones. Al  dia  siguiente  estos  oficiales,  transformados  en 
plenipotenciarios,  se  trasladaron  á  las  orillas  del  rio  Lircay, 
sitio  elejido  por  punto  de  reunión,  acompañado  cada 
partido  de  veinticinco  hombres,  los  patriotas  mandados 
por  el  teniente  Freiré  y  los  realistas  por  Calvo.  Rodríguez, 
que  permaneció  solo  en  el  rancho,  tuvo  que  sostener  casi 
todo  el  dia  una  fuerte  discusión  con  Mackenna  y  Zudoñes, 
mientras  que  O'Higgins  y  Gainza  hablaban  en  un  sitio 
separado  de  la  causa  que  ensangrentaba  en  aquel  mo- 
mento el  suelo  de  las  dos  Áméricas,  dignas,  por  confesión 
del  mismo  Gainza  ,  de  mejor  suerte.  El  espíritu  liberal 
que  reveló  en  esta  conversación  hasta  cierto  punto  pri- 
vada, dejó  tan  admirado  á  O'Higgins  que  por  el  pronto 
dudó  de  la  franqueza  de  su  lenguaje,  especialmente 
cuando  le  oyó  decir  que  el  rey  Fernando  estaba  perdido 
para  siempre ,  que  la  junta  de  España,  tan  patriota  y 
tan  republicana  como  la  suya,  procuraría  siempre  favo- 
recer á  la  América  y  su  causa,  y  que  para  ser  conse- 
cuente con  sus  principios,  le  concedería  el  número  de 


ten. 


■  ■;■ }; 


H 


-.1; 

mí 


I 


r^*áyfe: 


78 


HISTORIA    DE    CHILE, 


diputados  consignado  en  la  ley,  lo  cual  le  proporcionaría 
inmensa  influencia  en  la  cámara,  porque  en  razón  á  la 
gran  población  del  nuevo  mundo,  los  americanos  ten- 
drían una  fuerte  mayoría  (1).  Pero  la  gran  prueba  de 
su  liberalismo  fué  la  parte  que  tomó  en  una  discusión 
que  Rodríguez  sostuvo  con  Mackenna  sobre  el  modo  con 
que  los  pueblos  pueden  ser  libres,  pues  dio  la  razón  al 
segundo  á  pesar  de  las  tendencias  revolucionarias  de  sus 
opiniones  y  del  empeño  con  que  mutuamente  defendieron 
ambos  así  sus  ideas  como  sus  exijencias  (2). 

Tal  fué  el  principio  de  los  debates  que  iban  á  decidir 
la  suerte  del  país.  Babia  en  los  patriotas  firmeza,  acuerdo 
completo  y  para  con  Hillyar,  cierta  influencia  de  ideas  por 
un  lado  y  de  oríjen  por  otro ;  en  los  realistas  al  contrario 
la  fe  en  su  causa  era  bien  poca,  al  menos  por  lo  que  hacia 
á  Gainza,  su  posición  incierta,  y  reinaba  sobre  todo  entre 
los  dos  miembros  una  disidencia  bastante  pronunciada 
para  impulsarlos  á  obrar  involuntariamente  contra  los 
intereses  de  su  partido.  Con  estas  ventajas  fué  fácil  á 
O'Higgins  y  á  Mackenna  obrar  con  arreglo  á  las  miras  del 
jobierno  ,  sostener  con  enerjía  sus  proposiciones  y  hacer 
aceptar  uno  á  uno  y  casi  sin  modificación  los  artículos 
del  proyecto  del  tratado  que  se  les  habia  enviado. 

Por  este  tratado  retrogradaba  Chile  al  2  de  diciembre 
de  18H,  es  decir,  á  la  época  en  que  el  país,  separado 
provisionalmente  de  España,  se  habia  nombrado  una 
junta  para  gobernarse  según  las  necesidades  del  mo- 
mento, y  siempre  en  nombre  de  Fernando  Vil.  Esta  junta 
debia  ser  reconocida  á  su  tiempo  por  la  rejencia  de 
España,  y  proceder  nuevamente  según  el  espíritu  y  con- 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 

(2)  Actas  manuscritas  del  proceso  del  brigadier  Gainza. 


capítulo  xxxvm. 


79 


forme  á  los  reglamentos  que  se  formularon  cuando  su 
instalación.  Se  dijo  asimismo  que  se  enviarían  diputados 
á  España  para  tomar  parte  en  la  sanción  de  la  consti- 
tución de  las  corles ;  que  se  conservaría  la  libertad  de 
comercio;  que  las  tropas  nacionales,  nombre  que  había 
sustituido  al  de  tropas  realistas,  abandonarían,  en  el  tér- 
mino de  un  mes  á  mas  tardar,  la  provincia  de  Concepción 
y  de  Valdivia,  dejando  todos  los  cañones  y  la  mayor 
parte  de  los  fusiles,  etc. ;  que  la  de  Ghiloe  continuaría, 
como  antes,  sujeta  al  virreinato  del  Perú ;  que  á  todos 
los  prisioneros  sin  escepcion  se  les  pondría  en  libertad; 
que  Chile  contribuiría  á  España  en  proporción  á  sus  re- 
cursos ;  que  se  devolverían  todos  los  bienes  apresados  ó 
secuestrados  desde  18  de  febrero  de  1810,  pagando 
ademas  treinta  mil  pesos  para  los  gastos  hechos  por  el 
ejército  nacional ;  que  para  asegurar  la  buena  fe  de  este 
tratado  se  darían  reciprocamente  á  título  de  rehenes  tres 
personas  de  elevada  posición,  una  de  las  cuales  debía  ser 
O'Higgins;  y  en  fin  que  desde  que  se  firmase  el  tratado 
los  ejércitos  habían  de  conservar  una  posición  tal,  que  las 
tropas  nacionales  no  pudiesen  pasar  al  norte  del  Maule 
ni  las  chilenas  al  sur  del  Lontue. 

Todos  estos  artículos,  que  formaban  la  base  del  tra- 
tado que  no  faltaba  ya  mas  que  firmar,  eran  de  tal  na- 
turaleza que  no  podían  contentar  á  ningún  partido.  Si 
verdaderamente  fueron  discutidos  y  aceptados  de  buena 
fe,  no  se  comprende  como  O'Higgins  primero  y  el  go- 
bierno y  el  senado  después,  autores  de  las  instrucciones 
y  compuestos  uno  y  otro  de  hombres  tan  patriotas  y  tan 
decididos  por  la  revolución ,  pudieron  aceptar  proposi- 
ciones tan  humillantes  como  la  de  volver  á  someter  el 
país  á  la  dominación  del  rey  de  España ;  porque  esto 


80 


HISTORIA    DE    CHILE, 


1 


:■,<■:  |f 


■:■•■•..  v 


i 


era  dar  un  mentís  á  todo  lo  que  hasta  entonces  habían 
llamado  su  convicción  ,  contradecía  todos  sus  actos  y 
hacia  ondear  de  nuevo  la  bandera  en  los  edificios  de  que 
la  habían  arrancado  con  tantas  imprecaciones,  y  en  los 
cuales  habían  jurado  muchas  veces  la  independencia 
completa  y  absoluta  de  su  patria.  Solo  una  posición  com- 
pletamente desesperada  era  la  que  podia  haberlos  colo- 
cado en  tan  dura  y  vergonzosa  necesidad ;  y  estaban  lejos 
de  encontrarse  en  semejante  caso,  pues  entonces  mismo 
esperanzas  temerarias  les  habían  hecho  creer  que  podia 
fundarse  su  nacionalidad  fácilmente  y  sin  sacrificios.  Los 
realistas  por  su  parte,  tenían  aun  mas  motivos  para  re- 
chazar el  tratado ,  porque  no  podían  abandonar  sin  gran 
disgusto  y  hasta  sin  oposición,  una  provincia  que  habían 
conquistado  con  tanta  dificultad,  y  que  en  poder  de  los 
patriotas  tenia  que  duplicar  necesariamente  su  fuerza  y 
asegurar  su  porvenir  en  caso  de  nuevas  guerras.  Don 
José  Antonio  Rodríguez,  hombre  de  comprensión  fácil  y 
segura ,  conocía  mejor  que  Gainza  la  gran  desventaja  de 
este  abandono  y  en  jeneral  de  la  mayor  parte  de  los 
artículos  del  tratado.  Calculando  que  en  aquellos  mo- 
mentos de  ira  la  diplomacia  seria  impotente  para  modi- 
ficar y  aun  para  aclarar  la  situación,  quería  simplemente 
preliminares  y  no  un  tratado  formal.  No  pudiendo  con- 
seguirlos, trató  de  que  al  menos  se  modificasen  algunos 
artículos,  y  solicitó  con  instancia  otras  muchas  con- 
cesiones á  que  daba  grande  importancia,  por  ejemplo 
que  se  jurase  inmediatamente  la  constitución  española, 
con  lo  cual  quedaban  admitidos  de  derecho  todos  los 
empleados  pasados  y  futuros  de  la  rejencia  y  por  con- 
siguiente la  nueva  real  Audiencia,  el  obispo  de  Santiago 
don  José  Rodríguez ,  etc.  :  quería  también  que  la  plaza 


CAPITULO    XXXVIII, 


81 


de  Valdivia  quedase,  como  la  de  Ghiloe,  bajo  la  depen- 
dencia del  virey ;  que  el  comercio  no  fuese  libre  mas  que 
con  las  naciones  que  no  estuviesen  en  guerra  con  el 
Perú ;  que  los  oficiales  realistas  que  permaneciesen  en 
Chile  conservasen  sus  grados  y  sueldos  hasta  la  decisión 
de  la  Rejencia ;  que  los  gastos  ocasionados  en  la  espe- 
dicion  realista  se  pagasen  por  Chile;  que  se  reuniese  en 
Chillan  una  asamblea  de  electores  de  cada  cantón  de  la 
provincia  de  Concepción  para  nombrar  un  gobernador 
dependiente  del  de  Santiago;  en  fin  pedia  tantas  modi- 
ficaciones y  algunas  de  un    modo  tan    exijente,  que 
O'Higgins  en  un  momento  de  vivacidad  dijo  que  cansa- 
ban tal  número  de  pretensiones,  que  no  habría,  tratado, 
y  que  la  guerra  volvería  á  emprenderse  con  actividad 
para  decidir  de  la  suerte  de  la  patria.  Su  impaciencia  pro- 
venia  sobre  todo  de  la  obstinación  de  Rodríguez  en  no 
querer  abandonar  la  provincia  de  Concepción,  por  lo 
menos  antes  de  la  contestación  del  virey,  opinión  de 
que  participaba  Gainza  y  de  que  procuró  convencer  á 
O'Higgins,  diciéndole  que  los  des  podían  gobernar  pro- 
visionalmente el  país  con  independencia  uno  de  otro, 
encargándose  él  de  toda  la  parte  comprendida  al  norte' 
del  Maule  y  aquel  de  la  del  sur  (1).  Pero  las  instrucciones 
que  tema  O'Higgins  no  le  permitieron  aceptar  semejante 
arreglo.  Siendo  la  condición  esencial  del  tratado  que  los 
realistas  abandonasen  la  provincia  de  Concepción,  no 
podía  discutir  ningún  otro  articulo  sin  que  se  resolviese 
este  previamente ;  y  la  manera  resuelta  con  que  se  abordó 
esta  cuestión,  hizo  comprender  muy  luego  á  Gainza  que 
nada  tenia  que  esperar  por  esta  parte  ;  y  sea  por  debi- 
lidad, ó  mas  bien  por  su  propensión  á  las  ideas  liberales, 

(l)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 

Vi.  Historia,  a 


ESE 


82 


HISTORIA   DE    CHILE. 


pasó  por  todo  lo  que  querían  los  plenipotenciarios  chi- 
lenos con  corta  diferencia ,  y  fueron  aceptados  casi  todos 
los  artículos,  inclusos  los  que  tenian  algunas  enmiendas, 
hechas,  según  se  dijo,  maliciosamente  y  en  su  perjuicio 
por  el  abogado  y  consejero  Zudañes. 

El  3  de  mayo  de  1814  á  las  once  de  la  noche  termi- 
naron definitivamente  las  discusiones  y  se  firmó  el  tratado 
por  todos  los  plenipotenciarios,  á  escepcion  de  don  José 
Antonio  Rodríguez,  quien  para  quedar  á  cubierto  en  caso 
que  el  virey  no  aprobase  lo  hecho ,  pretestó  carecer  de 
autorización  (1).  Inmediatamente  después,  todos  vol- 
vieron á  sus  campamentos,  los  patriotas  contentos  de 
haber  conseguido  todo  lo  que  podían  razonablemente 
pedir  con  arreglo  á  sus  instrucciones,  y  los  realistas  rece- 
losos de  lo  que  habían  acordado:  Gainza  especialmente, 
sobre  quien  recaía  toda  la  responsabilidad  de  este  asun- 
to, no  podía  disimular,  cuando  iba  en  el  carruaje  que  le 
conducía  á  Talca,  la  grande  inquietud  que  le  atormen- 
taba, inquietud  queaumentaba  Rodríguez,  manifestándole 
sus  grandes  temores  de  que  el  virey  desaprobase  el  tra- 
tado, añadiendo  que  un  consejo  de  guerra  pudiera  muy 
bien  ser  el  premio  de  la  precipitación  en  firmarlo,  por- 
que él  habia  hecho  cuanto  estaba  de  su  parte  para  retar- 
dar la  firma ,  hasta  hacer  numerosas  enmiendas  en  la 
copia  que  se  le  encargó ,  creyendo  que  por  lo  avanzado 
de  la  noche  se  dejaría  para  el  día  siguiente  el  sacar  otra 
copia  y  firmar  (2). 

(1)  Según  Gainza,  esta  escepcion  se  hizo  sin  intención  alguna  y  solo  por  in- 
diferencia y  porque  en  ello  no  h  ibia  ninguna  falsedad.  Autos  manuscritos  del 
proceso  contra  el  brigadier  Gainza. 

(2)  Sacándolo  en  limpio  con  varias  enmendaturas  de  intento  para  que  lo 
avanzado  de  la  noche  no  diese  tiempo  á  sacar  otros  y  no  se  firmasen.  Autos 
manuscritos  contra  el  brigadier  Gainza. 


CAPÍTULO    XXXVIJI. 


83 


Al  día  siguiente,  después  de  una  noche  de  mal  estar 
y  de  ajitacion,  Gainza  llamó  á  su  casa  á  Rodríguez  para 
discutir  nuevamente  los  diferentes  artículos  de  este  des- 
gradado tratado.  La  discusión  por  parte  del  último  fué 
acalorada  y  á  veces  hasta  bastante  dura  ,  especialmente 
cuando  Gainza,  vacilante  aun,  resistía  la  medida  que  le 
aconsejaba,  que  era  no  salir  de  la  provincia  y  conservar 
todas  las  ventajas  que  Ja  suerte  de  las  armas  le  había  pro- 
porcionado. Para  esto  le  decia  que  era  preciso  revisar  el 
tratado,    exijir  nuevas  condiciones,  protestar  y  volver 
a  comenzar  la  guerra  en  caso  de  negativa.  Semejantes 
exigencias  colocaban  á  Gainza  en  la  mas  dura  posición 
pues  de  atenderlas  tenia  que  pasar  por  hombre  capri- 
choso, inconstante,  de  mala  fé  quizá;  sin  embargo  este 
fue  el  partido  que  tomó  á  instancias  de  otros  muchos 
oficiales  superiores,  que  fueron  llamados  á  tomar  parte 
en  esta  importante  discusión.  Rodríguez  quedó  encargado 
de  redactar  la  protesta  y  de  enviarla  por   un  sárjente 
de  Valdivia,  pero  como  hombre  hábil  partió  inmediata- 
mente para  Chillan,  sin  esperar  los  resultados  de  un 
paso  que  tenia  que  producir  necesariamente  nuevos  v 
serios  debates.  J 

O'Higgins,  en  efecto,  no  era  hombre  que habia  de  de- 
tenerse mucho  tiempo  en  pensar  sobre  una  cuestión  de 
honor,  especialmente  si  estaba  resuelta  y  firmada.  Sin  res- 
ponder á  la  protesta,  mandó  que  su  ejército  tomase  las 
armas,  y  ya  se  habia  puesto  en  movimiento  para  ir  á  sos- 
tener su  firma  con  la  punta  de  la  espada,  cuando  un 
ayuda  de  campo  de  Gainza  se  presentó  á  preguntarle 
los  motivos  de  su  conducta.  La  contestación  no  era  difícil 
y  Gainza  supo  bien  pronto  no  ser  otros  que  una  conse- 
cuencia de  su  poca  lealtad  en  volver  á  cuestionar  sobre  un 


f** 


¡h  f?. 


Sil  I1IST0RU    DE    CHILE. 

tratado  hecho  de  una  manera  tan  solemne,  lo  que  le 
obligaba  á  enviarle  un  segundo  ayuda  de  campo  para 
avisarle  que  sus  oficiales  estaban  decididos  á  reconocerlo 
y  aceptarlo.  Se  vio  pues  obligado  á  ceder  á  su  repu- 
gnancia, por  la  gran  dificultad  que  halló  en  salir  de 
Talca  con  todas  sus  tropas  para  ir  á  fortificarse  al  sur  del 
rio  Maule,  como  habia  convenido  con  Rodríguez,  el  cual 
tuvo  tiempo  de  ver  los  preparativos  de  esta  partida  y 
casi  todas  las  muías  cargadas  y  prontas  para  ponerse  en 
marcha  (1). 

Probablemente  en  este  tratado  cada  partido  reservó 
para  sí  el  secreto  de  su  buena  fe  ó  de  su  astucia.  Sin 
embargo,  cuesta  trabajo  atacar  la  lealtad  de  O'Higgins, 
cuya  franqueza  era  la  admiración  del  partido  contrario 
y  le  captó  su  amistad  y  toda  su  confianza,  hasta  el  punto 
que  cuando  el  gobierno  se  negó  á  enviarle  en  rehenes 
con  los  que  debían  ir  á  Lima,  Rodríguez  fué  de  este 
parecer  porque  puede ,  escribía ,  con  su  prudencia  y 
sus  talentos  hacer  grandes  servicios  á  Chile  entonces 
tan  fuertemente  ajilado  (2).  En  cuanto  á  Gainza,  no  hay 
duda  que  su  política  consistia  en  el  arte  del  disimulo  y 
la  bellaquería,  Buena  prueba  de  ello  es  su  conducta  y 
sobre  todo  lo  que  se  desprende  del  proceso  que  con  mo- 
tivo del  tratado  se  le  formó  mas  adelante  por  un  consejo 


(í)  En  este  momento  no  llegaban  á  mil  hombres  los  que  tenia  Gainza,  y  si 
O'Higgins,  que  tenia  mas  y  estaba  provisto  (legran  número  de  caballos,  le  hu- 
biere atacado  antes  de  pasar  el  Maule,  le  hubiera  batido,  y  derrotado  com- 
pletamente. Conversación  con  el  coronel  Lantaño. 

(2)  Seria  mejor  que  el  señor  O'Higgins  se  quedase,  porque  procede  de  buena 
fe  ;  es  el  único  que  puede  con  su  prudencia  y  talento  calmar  los  espíritus,  im- 
pedir desórdenes  y  hacer  que  este  suelo  vuelva  á  su  antigua  abundancia;  yo 
estoy  que  vale  masía  palabra  de  este  jefe  que  todos  los  rehenes  que  nos  puedan 
dar.  Carta  de  Rodríguez  á  Gainza.  En  el  proceso  de  este  último  hay  muchos 
pasajes  que  prueban  la  gran  confianza  que  inspiraba  O'Higgins,  confianza  ,  es 
preciso  confesarlo,  que  no  tenían  en  Mackeuna  ni  en  Zudañes. 


CAPÍTULO    XXXVIII. 


85 


de  guerra  (1);  y  sin  embargo  fué  este  un  secreto  que 
no  reveló  á  nadie ,  ni  aun  al  mismo  Rodríguez  su  con- 
sejero íntimo,  lo  cual  esplica  la  censura  de  que  fué  ob- 
jeto por  parte  de  casi  todos  los  oficiales,  censura  que 
Rodríguez  elevó  muy  pronto  á  la  altura  de  una  conspi- 
ración, cuando  á  su  llegada  á  Chillan  esplicó  á  su  manera 
el  espíritu  del  tratado,  dándole  los  coloridos  mas  peli- 
grosos para  los  intereses  del  rey.  Todos  los  oficiales,  en 
efecto,  y  especialmente  don  Luis  Urréjola,  don  Francisco 
Sánchez,  el  intendente  don  José  Berganza,  á  quien  se  le 
hizo  ir  de  Concepción,  y  el  intendente  del  ejército  don 
Matías  de  la  Fuente,  á  quien  también  se  le  llamó,  se  ma- 
nifestaron desde  entonces  muy  fríos  con  Gainza.  En  una 
reunión  que  hubo  á  su  arribo  á  Chillan,  llegaron  á  de- 
cirle que  no  se  obedecería  jamas  el  tratado,  y  desde  en- 
tonces  hubo  una  especie  de  enemistad  entre  estos  jefes, 
que  necesariamente  tenia  que  redundar  en  daño  del 
ejército.  Por  parte  de  los  patriotas  no  fué  menos  patente 
el  descontento.  Por  mas  que  el  gobierno  procuró  mos- 
trar satisfacción,  y  por  mas  que  las  salvas  de  artillería 
y  los  repiques  de  campanas  llamaban  al  pueblo  á  rego- 
cijos públicos,  el  espíritu  nacional  no  pudo  suscribir  de 
buen  grado  á  la  idea  de  volver  á  tomar  las  insignias  de 
la  autoridad  real  :  compañías  enteras  de  soldados  no 
teman  escrúpulo  en  entrar  en  la  ciudad  con  su  gorra 
tricolor,  otros  colocaban  en  las  colas  de  sus  caballos  las 
escarapelas  españolas  que  les  dieron  :  por  último  en 
Talca  quemaron  en  una  plaza  pública  una  caja  de  las 

(1)  Que  jamas  pensó  dejar  la  provincia  de  Concepción  y  que  antes  tiró  á 
adormecer  a,  enemigo  con  el  tratado  ;  no  atreviéndose  a  descubrirá         di 
pra  que  este  no  trascendiese  su  intención.  Autos  manuscritos  contra  el  bg 
d-er  Gamza.  Rodríguez  en  su  satisfacción  pública  dice  también  que  e  se  C0l 
vento  era  enteramente  contrario  á  las  instrucciones  del  virey,  cíe    hg  *    60 


«ar 


86 


HISTORIA    DE    CIIILE. 


' 


mismas  escarapelas  que  acababan  de  recibir  (1).  Era 
esta  una  manifestación  bien  sincera  de  repugnancia  á 
volver  al  antiguo  réjimen,  repugnancia  de  que  partici- 
paban los  empleados  superiores  y  que  infundió  alientos 
á  la  oposición ,  siempre  dispuesta  á  sobrescitar  el  des- 
contento. 

En  este  conflicto  de  opiniones  contrarias,  el  gobierno, 
sostenido  por  la  municipalidad ,  que  en  un  momento  de 
entusiasmo  había  concedido  el  título  de  rejidor  per- 
petuo al  comodoro  ingles  don  Jaime  Hillyar,  escribió 
con  instancia  á  O'Higgins  para  que  ejecutase  é  hiciese 
ejecutar  las  cláusulas  del  tratado,  lo  que  este  jeneral 
hizo  con  todo  el  celo  que  le  infundía  la  convicción  de 
las  ventajas  que  de  aquel  esperaba  (2).  Ya  habia  sumi- 
nistrado á  Gainza  los  caballos  y  ínulas  necesarias  para 
facilitar  á  sus  tropas  el  paso  del  rio  Maule ,  y  después 
mantuvo  con  él  una  correspondencia  muy  seguida,  siempre 
con  la  esperanza  de  verle  partir  para  Lima,  objeto  de 
todos  sus  pensamientos  y  deseos.  Para  mejor  llegar  á 
este  término,  puso  á  su  lado  en  calidad  de  interme- 
diario una  comisión  de  dos  personas,  don  Miguel  Za- 
ñartu  y  el  antiguo  cura  de  Valdivia  don  Isidoro  Pineda, 
que  tenían  orden  de  apoyar  con  empeño  las  justas  pre- 
tensiones de  su  gobierno  y  hacerle  abandonar,  con  ar- 
reglo á  los  términos  del  tratado ,  las  playas  de  Chile ; 
lo  que  siempre  estaba  prometiendo  Gainza  con  tales 
aires  de  franqueza  que  O'Higgins  fué  durante  muchos 

(1)  Diario  de  don  Manuel  Salas. 

(2)  Sin  duda  el  gobierno  y  la  municipalidad  entraron  de  buena  fe  en  este 
tratado,  pero  solo  lo  admitieron  con  la  segunda  intención  de  que  el  tiempo, 
las  circunstancias,  y  sobre  todo  el  corto  número  de  oficiales  y  soldados  realistas, 
harían  que  la  revolución  marchase  tranquilamente  á  su  objeto  sin  que  nada  pu- 
diera impedirlo;  que  era  lo  que  preferían  los  sentimientos  humanitarios  de 
?s\os  patriotas. 


CAPITULO    XXXVIII. 


87 


meses  juguete  de  sus  hábiles  promesas.  La  confianza  de 
este  llegó  hasta  pedir  barcos  al  gobierno  para  el  trans- 
porte de  las  tropas  de  Gainza,  quien  le  habia  hecho 
creer  que  su  permanencia  en  la  provincia  consistía  en 
que  no  acababan  de  llegar  los  buques  de  Lima  que  de- 
bían llevarlo.  Al  fin  conoció  que  las  escusas  de  Gainza 
no  tenían  mas  objeto  que  ganar  tiempo  para  recibir 
órdenes  de  Abascal ,  y  después  en  su  correspondencia 
con  Lastra  le  estrechaba  fuertemente  á  que  velase  por 
las  necesidades  del  ejército,  hiciese  nuevas  levas,  se 
proporcionase  armas  en  abundancia,  como  cureñas, 
obuses,  fusiles,  pidiéndolas  á  Buenos-Aires,  donde  las 
habia  de  sobra,  y  por  último  que  habia  bastantes  motivos 
de  deslealtad  para  declararle  legalmente  la  guerra. 


-£t¿ 


CAPITULO   XXXIX 


Prisión  de  don  José  Miguel  y  don  Luis  Carrera  en  Chillan.  —  Consiguen  esca- 
parse y  se  presentan  á  O'Higgins  en  Talca. —  Salen  para  la  hacienda  de  San 
Miguel,  desde  donde  escriben  al  director.  —  Alarma  que  este  suceso  causa  á 
las  autoridades  de  la  capital.  —  Rigor  con  que  se  les  trata.  —  Se  deciden  á 
atravesar  las  cordilleras  y  se  ven  detenidos  por  un  temporal  de  nieve. —  Don 
José  Miguel  Carrera  no  halla  mas  medio  de  salvación  que  arrojarse  decidida- 
mente á  una  revolución.—  Su  grande  actividad.—  Prisión  de  su  hermano  don 
Luis.—  Resuelto  á  poner  en  ejecución  su  plan  de  ataque,  convoca  á  sus  afilia- 
dos para  el  22  de  julio. —La  revolución  se  verifica  el  23  alas  tres  de  la  mañana. 


Aunque  era  patente  la  mala  fe  de  los  realistas  en  la  eje- 
cución del  tratado  de  Lircay,  se  dio  sin  embargo  cumpli- 
miento á  lo  prevenido  en  todos  los  artículos  que  podian 
aplicarse  sin  inspirar  temores  ni  ofrecer  ventajas.  Así  es 
que  hubo  una  tregua  jeneral ;  el  ejército  nacional  se  re- 
tiró al  sur  del  Maule  y  abandonó  la  ciudad  de  Talca  al 
de  la  patria,  que  fué  á  ocuparla  en  parte  como  estaba 
convenido ,  y  se  pusieron  en  libertad  los  prisioneros  de 
guerra,  pudiendo  cada  uno  volver  á  su  casa  ó  á  su  cuerpo 
respectivo.  Sin  embargo  de  que  esta  cláusula  debia  ser 
jeneral ,  fueron  injustamente  esceptuados  los  prisioneros 
de  la  Quinquina  y  don  José  Miguel  y  don  Luis  Carrera. 
En  un  convenio  secreto  se  habia  pactado  que  estos  dos 
célebres  jefes  irían  á  Lima,  y  después  se  pensó  enviarlos 
á  Valparaíso  y  embarcarlos  en  el  buque  del  comodoro 
Hillyar  que  iba  á  hacerse  á  la  vela  para  Rio-Janeiro  (1). 

Los  hermanos  Carrera,  hechos  prisioneros  en  Penco 

(l)  Habia  acordado  con  Gainza  que  se  llevase  á  los  Carreras  á  Lima  ,  y  pa- 
reciéndole  después  indecoroso ,  resolvió  enviarlos  á  Valparaíso  y  costearlos 
para  que  los  llevase  el  Ingles  á  Rio-Janeiro.  Diario  manuscrito  de  don  Manuel 
Salas, 


CAPÍTULO    XXXIX. 


89 


como  ya  hemos  dicho,  habían  sido  llevados  á  Rafael  y 
después  á  Quinchamali,  donde  estaba  el  campamento 
realista.  El  jeneral  Gainza  los  mandó  llamar  inmediata- 
mente para   interrogarles,   pero  como   era  una  hora 
avanzada  de  la  noche,  los  despidió  muy  luego  dándoles 
.  para  que  se  alojasen  una  mala  tienda  de  campaña  (1). 
Los  pocos  dias  que  estuvieron  en  el  campamento  fueron 
dias  de  angustia  para  estos  infortunados  patriotas,  pues 
se  vieron  hechos  el  escarnio  de  una  soldadesca  sin  educa- 
ción, que  se  propasaba  á  veces  á  actos  de  insolencia  por 
instigación  del  ayudante  don  Santiago  Tirapegui,  her- 
mano del  que  Carrera  mandó  ahorcar  en  Concepción.  El 
alférez   Queto,    encargado  de  su  custodia,  no  cesaba 
tampoco  de  atormentarlos  con  la  dureza  de  su  servicio, 
no  concediéndoles  lo  que  pedían  sino  con  las  mas  humi- 
llantes condiciones,  y  recordándoles  á  cada  momento  que 
habia  orden  de  hacerles  fuego  si  los  patriotas  acampados 
en  el  Membrillar  intentaban  una  sola  vez  pasar  el  rio; 
como  si  no  supiesen  que  el  espíritu  de  animosidad  que 
dominaba  á    los  jefes  de  ejército  era  bastante  á  inspi- 
rarles los  mas  serios  temores. 

Por  las  conversaciones  que  los  Carreras  habían  tenido 
con  Gainza  sabían  muy  bien  que  se  les  enviaría  á  las  pri- 
siones de  Lima,  donde  se  encontraban  ya  tantos  pa- 
triotas ;  pero  se  quiso  antes  someterlos  á  una  especie  de 
juicio,  y  al  efecto  los  llevaron  á  Chillan  escoltados  por 
don  Antonio  Ruines.  El  viaje  lo  hicieron  unos  y  otros  con 
mucha  comodidad,  y  tal  libertad  les  concedieron  que 
creyeron  un  momento  podrían  escaparse ;  pero  conforme 

(1)  Verdad  es  que  el  ejército  realista  no  gozaba  grandes  comodidades  á  juzgar 
por  el  aposento  del  jeneral  en  jefe,  cuyos  muebles  estaban  reducidos  á  una 
mesa  pequeña  y  mala,  dos  petacas  que  servían  de  sillas  y  un  pedazo  de  corteza 
de  sandila  para  cantlelero.  Diario  de  Carrera. 


HISTORIA    DE    CHILE. 


■•  - 


%. 


se  iban  acercando  á  la  ciudad  se  vieron  rodeados  de 
una  multitud  de  personas  á  caballo  que  salieron  á  su  en- 
cuentro, no  tanto  por  curiosidad,  como  para  renovar  los 
insultos  que  se  les  habían  prodigado  en  el  campamento 
enemigo.  Carrera  solo  respondía  con  miradas  de  des- 
precio ;  pero  cuando  distinguió  entre  la  multitud  al  co- 
ronel don  Francisco  Sánchez,  el  mismo  que  en  tiempos  mas 
felices  estuvo  en  su  mano  haber  batido  y  hecho  huir,  no 
fué  dueño  de  contener  la  indignación  ,  y  á  sus  insolen- 
cias contestó  con  palabras  no  menos  duras ;  lo  cual  pudo 
poner  en  peligro  su  vida  y  la  de  sus  compañeros,  porque 
en  aquel  momento  el  número  de  curiosos  se  habia  aumen- 
tado considerablemente.  Habia  entre  ellos  gran  número 
de  soldados,  mujeres  y  muchachos,  todos  con  la  curio- 
sidad de  ver  la  cara  de  los  hombres  que  la  política  interesa- 
da y  astuta  de  los  frailes  franciscanos  habia  ofrecido  á  su 
odio  y  á  su  desprecio.  En  la  ciudad  fué  aun  mayor  el 
jentío.  Todos  los  habitantes  se  apostaron  en  los  puntos 
por  donde  habían  de  pasar,  embaranzando  las  calles, 
escalando  las  paredes,  coronando  los  techos  de  las  casas 
y  los  mas  impacientándose  de  no  poder  conocerlos  en 
medio  de  tantos  guasos  como  les  rodeaban  y  que  iban 
vestidos  como  ellos.  Se  desquitaban  dando  gritos  apasio- 
nados de  viva  el  rey  y  gritando  aun  con  mas  fuerza 
mueran  los  Carreras,  que  muchas  personas  repetían  con 
calor  y  á  veces  con  mucha  animosidad  para  instigar  á  los 
mas  insolentes  y  audaces  á  que  les  lanzasen  tierra ,  cas- 
caras de  sandia  y  hasta  guijarros. 

Así  fué  como  en  medio  de  tantos  ultrajes,  insultóse 
injurias  llegaron  á  Chillan  estos  nobles  patriotas.  Inme- 
diatamente les  llevaron  á  casa  del  comandante  jeneral 
don  José  Berganza  para  tomarles  las  declaraciones  que 


m  ■ 


CAPÍTULO    XXXIX. 


91 


Gainza  habia  encargado.  Habiendo  pedido  don  José  Mi- 
guel Carrera  se  le  pusiese  en  la  misma  prisión  que  á  su 
hermano,  Berganza  se  lo  prometió  con  mucha  amabilidad, 
anunciándole  sin  embargo  que  no  pudiendo  colocarlos  en 
el  mismo  cuarto,  solo  les  separaría  una  pared  de  poquí- 
simo espesor,  y  los  llevaron  inmediatamente  escoltados 
por  una  compañía  de  infantería  al  mando  del  coronel 
Pinnel.  Para  colmo  de  humillación,  media  hora  después 
fué  el  verdugo  á  tratarles  como  á  grandes  criminales  y  á 
ponerles  grillos  en  los  pies  :  nueva  afrenta  que  tuvieron 
que  soportar  aquellos  dos  nobles  corazones,  conmovidos 
todavía  por  su  dolorosa  separación.  Pero  lo  que  no  pudo 
contener  la  irritación  de  don  Miguel  Carrera  fué  ver  al 
verdugo  á  las  órdenes  de  don  Domingo  Luco,  hermano  del 
comandante  de  los  voluntarios,  á  quien  mientras  su  per- 
manencia en  España,  habia  hecho  notables  servicios.  Por 
una  de  aquellas  penosas  impresiones  que  predisponen  á 
una  pronta  cólera,  le  preguntó  si  era  aquel  el  modo  de 
tratar  á  los  prisioneros  de  guerra,  y  si  procedían  de  orden 
del  jeneral,  preguntas  á  que  su  antiguo  favorecido  con- 
testó con  impertinencias  que  arrancaron  á  don  Miguel 
Carrera  espresiones  fuertes  y  acaloradas ,  efecto  de  un 
sentimiento  mas  que  del  amor  propio  ofendido ,  de  una 
injusticia  tan  brutal  (1).  Los  realistas  se  habían  propuesto 
efectivamente  humillar  todo  lo  posible  á  estos  dos  adver- 
sarios, y  usar  con  ellos  una  severidad,  que  muy  bien  sa- 
bían que  era  vedada  por  las  leyes  de  la  guerra :  así  cuando 
O'Higgins  comisionó  al  capitán  Escanilla  para  saber  de 
Gainza  si  era  cierto  lo  que  consideraba  imposible,  este  con 
una  doblez  poco  digna  de  un  jeneral,  le  respondió  que  co- 
nocía muy  bien  cual  era  su  deber,  y  los  miramientos  debi- 

(1)  Diario  de  don  Miguel  Carrera. 


92 


HISTORIA    DE    CHILE. 


! 


■ 


; 

¿á 

■ 

~¿0l 

*v.;'-|::>  - 

dos  á  la  desgracia  para  permitirse  semejante  demasía  (1). 
La  presencia  en  Chillan  de  estos  nobles  atletas  de  la 
libertad  chilena  incomodaba  necesariamente  á  las  auto- 
ridades por  la  responsabilidad  que  llevaba  consigo.  Pro- 
bablemente contribuyó  esto  á  apresurar  la  sentencia  que 
habia  que  dar  antes  de  enviarlos  á  Lima,  y  en  efecto  á  los 
ocho  dias  de  haber  llegado  estaban  ya  en  presencia  de  sus 
jueces.  El  coronel  don  José  Ballesteros  fué  nombrado  fiscal , 
cargo  que  desempeñó  con  todos  los  sentimientos  de  un 
verdadero  caballero.  Don  José  Miguel  Carrera  se  resistió 
al  principio  á  responder  á  sus  preguntas,  porque  no  per- 
teneciendo ya  al  ejército  y  viajando  como  simple  particu- 
lar, pretendía  que  no  habia  habido  derecho  para  arres- 
tarle; pero  desarmado  bien  pronto  por  el  buen  proceder 
de  su  juez,  se  sometió  á  sus  exijencias  y  respondió  con 
una  calma  desusada.  El  interrogatorio  duró  nueve  dias,  y 
en  todo  este  tiempo  no  se  desmintieron  un  solo  instante 
las  consideraciones  del  fiscal ,  como  tampoco  las  de  los 
acusados.  El  cargo  principal  que  se  hizo  á  don  José  Miguel 
Carrera  fué  el  tono  agrio  y  arrogante  de  su  correspon- 
dencia, acusándole  sobre  todo  por  su  respuesta  de  6  de 
mayo  de  1813  á  Pareja,  la  del  10  de  agosto  á  Sánchez,  su 
oficio  al  virey  del  Perú,  etc.  Se  le  hizo  igualmente  un 
cargo  por  la  tenacidad  con  que  habia  perseguido. á  los 
realistas,  y  sobre  todo  por  que  en  diferentes  veces  habia 
mandado  ahorcar  á  diez  y  nueve  personas  en  Concepción 
acusadas  de  conspiración.  Carrera  contestó  satisfacto- 
riamente á  todas  estas  reconvenciones  que  consideraba 
otros  tantos  elojios  :  bien  quena  defenderse  él  mismo, 
pero  en  la  imposibilidad  de  hacerlo,  elijió  por  defensor 
al  capitán  don  Juan  de  Dios  Campillo,  de  guarnición  en 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPÍTULO    XXXIX. 


93 


Chillan.  Campillo  se  mostró  igualmente  digno  de  esta 
elección.  Desempeñó  como  Ballesteros  su  delicado  come- 
tido no  solo  como  hombre  justificado  y  convencido,  sino 
con  el  celo  de  una  verdadera  amistad.  Su  simpatía  hacia 
don  José  Miguel  le  ocasionó  muchas  represiones  severas 
de  sus  jefes,  y  un  día  faltó  poco  para  que  le  destituyeran, 
así  como  al  oficia!  que  mandaba  la  guardia,  al  primero 
por  haberle  enviado  unos  dulces  y  al  segundo  por  ha- 
bérselos dejado  entrar. 

Tal  era  la  posición  de  los  hermanos  Carrera  con  arre- 
glo á  las  instrucciones  dadas  contra  ellos,  y  cuyos  resul- 
tados esperaban  tranquilos.  Encerrados  entre  tanto  en 
unos  cuartos  sucios,  pequeños  y  oscuros,  sometidos  á 
una  inspección  continua  de  sus  cadenas,  casi  desprovistos 
de  ropa  porque  Gainza  mandó  vender  la  que  tenían 
cuando  los  arrestaron,  alimentándose  con  víveres  bas- 
tante comunes  y  muchas  veces  insuficientes,  pasaban  los 
dias  de  la  manera  mas  triste,  inquieta  y  en  ocasiones  de- 
sesperante, sobre  todo  cuando  pensando  en  su  patria  la 
comparaban  con  su  posición  y  no  veían  su  salvación  mas 
que  en  los  azares  de  la  guerra  :  porque  á  este  ser 
quimérico  habían  confiado  toda  su  esperanza  desde  que 
separados  del  ejército,  del  que  sin  razón  se  creían  siem- 
pre únicas  y  formidables  columnas,  sabían  que  estaba 
mandado  por  jefes  que  en  su  animosidad  se  atrevían  á 
tachar  de  ineptos.  Y  lo  que  empeoraba  su  posición  era 
que  ignorando  completamente  los  triunfos  que  pudieran 
conseguir  los  patriotas,  conocían  sus  reveses,  porque 
estos  se  celebraban  con  regocijos  públicos  al  son  de  cam- 
panas y  salvas  de  artillería.  Por  este  medio  llegó  á  su 
noticia  en  el  campamento  de  Gainza  la  pérdida  de  Talca, 
y  en  las  prisiones  de  Chillan  la  derrota  de  Cancha-rayada 


I 


HISTORIA    DE    CHILE. 


y  la  toma  de  Concepción  y  de  Talcahuano,  que  un  año 
antes  habia  conquistado  á  la  cabeza  de  su  vanguardia. 
No  es  difícil  calcular  las  inquietudes  que  sembró  en  su 
noble  corazón  la  nueva  de  tantos  desastres. 

Pero  la  Providencia  no  podia  ser  mucho  tiempo  indi- 
ferente á  los  sufrimientos  de  estos  mártires  de  la  li- 
bertad. 

Con  arreglo  al  tratado  de  Lircay  fueron  puestos  en 
libertad,  como  ya  hemos  dicho,  los  prisioneros  de  guerra 
á  escepcion  de  los  dos  hermanos  Carrera,  á  quienes  se 
quería  desterrar  del  país  para  que  no  pudiesen  conspi- 
rar. Sin  embargo,  el  gobernador  Urréjola,  por  un  senti- 
miento de  pudor  ó  de  remordimiento,  se  mostró  con  ellos 
desde  este  momento  mucho  mas  humano.  Se  les  quitaron 
los  grillos,  se  permitió  entrar  víveres  de  todas  clases  y 
sin  rejistro  en  sus  prisiones,  pudieron  comunicar  con 
ellos  á  todas  las  horas  del  dia  sus  antiguos  compañeros 
de  infortunio,  los  oficiales  del  ejército  real  y  los  habitan- 
tes de  Chillan,  y  se  llevó  la  jenerosidad  á  dejarles  salir 
bajo  su  palabra  á  visitar  á  sus  bienhechoras  la  esposa 
del  intendente  y  su  hija,  para  darles  gracias  por  tantos 
favores  como  les  habían  dispensado  en  su  desgracia. 

Indudablemente  que  la  liberalidad  del  gobernador 
bien  merecía  que  Carrera  le  estuviese  reconocido  y  que 
cumpliera  relijiosamente  su  palabra  de  honor;  pero 
¿  podia  verdaderamente  un  patriota  como  él  santificar  su 
palabra  cuando  creía  á  su  país  en  peligro  y  enteramente 
estinguido  por  el  tratado  de  Lircay  el  espíritu  jenerador 
de  la  revolución?  Porque  para  él  el  límite  de  esta  revolu- 
ción no  era  otro  que  su  última  evolución,  es  decir,  la 
independencia  absoluta  del  país  :  detener  su  marcha 
y  poner  condiciones  ó  circunscribir  la  esfera  de  su  acción 


CAPÍTULO     XXXIX. 


95 


era  rebajarla  y  hacerla  impotente,  y  no  era  esto  lo  que 
la  nación  había  jurado  tantas  veces.  Desde  entonces,  con- 
siderándose, como  siempre,  la  Providencia  de  la  revolu- 
ción, pensó  seriamente  en  el  proyecto  de  escaparse,  que 
premeditaba  hacia  mucho  tiempo. 

Para  realizarlo  vinieron  en  su  ayuda  patriotas  y  rea- 
listas :  se  le  ofreció  una  cantidad  de  dinero,  que  Carrera 
en  su  previsora  jenerosidad  destinó  en  parte  á  facilitar 
el  regreso  de  los  prisioneros,  que,  en  número  de  mas  de 
trescientos,  se  hallaban  sin  recursos  de  ninguna  especie : 
después  no  pensó  mas  que  en  los  preparativos  de  la 
fuga,  la  cual  se  verificó  el  42  de  mayo,  gracias  á  un  pa- 
riente de  don  Clemente  Lantaño ,  don  José  Riquelme. 
En  este  dia  de  temor  y  de  emociones,  los  hermanos 
Carrera ,  para  engañar  mejor  la  vijilancia  que  se  ejercía 
con  ellos,  hicieron  una  visita  al  gobernador  y  á  las 
demás  autoridades,  y  por  la  tarde  fueron  á  casa  de  Ri- 
quelme, donde  se  hallaban  reunidos  muchos  patriotas, 
finjiendo  estarlo  para  una  diversión.  Una  noche  oscura 
y  lluviosa  contribuía  á  favorecer  sus  designios  y  á  ase- 
gurarles la  soledad  de  los  caminos.  Se  aprovecharon  con 
éxito  de  esta  circunstancia,  y  luego  que  oscureció  se  des- 
pidieron de  sus  compañeros  de  infortunio  y  marcharon 
á  buscar  ó  á  conquistar  un  nuevo  destino.  La  esposa  del 
intendente,  iniciada  en  todo  el  proyecto,  dio  la  misma 
noche  un  baile  al  mayor  jeneral  y  á  los  jefes  principales 
del  ejército. 

Los  hermanos  Carrera  solo  iban  acompañados  en  su 
fuga  del  teniente  don  Manuel  Gordon,  un  sárjenlo,  un 
soldado  y  un  guia,  que  en  un  momento  de  turbación  los 
abandonó  en  medio  de  los  campos,  donde  se  encontra- 
ron estraviados.  Con  dificultad  y  pagando  una  gruesa 


j 


sar 


L"oO'°<í 


■ 


■:M: 


«I-    : 


F-s  ■'■■ 


96 


niSTORIA    DE    CHILE. 


suma ,  pudieron  proporcionarse  otro  que  á  pesar  de  su 
mala  reputación ,  los  condujo  sanos  y  salvos  á  Talca, 
adonde  llegaron  el  ik  por  la  noche.  O'Higgins,  en  cuya 
casa  se  presentaron  primero,  quedó  muy  sorprendido  y 
contrariado  con  tal  visita ,  pero  no  recordando  mas  en 
aquel  momento  que  su  antigua  amistad,  los  recibió  con 
afecto,  les  obligó  á  alojarse  en  su  casa,  y  sea  por  temor  ó 
por  benevolencia ,  les  habló  de  la  animosidad  que  les 
tenían  muchos  de  sus  oficiales  y  del  peligro  que  corrían, 
peligro  que  les  confirmó  al  día  siguiente  el  mayor  jeneral 
don  Francisco  Calderón,  aconsejándoles  que  no  saliesen 
á  la  calle.  Semejante  consejo  no  podía  seguirlo  el  alma 
orgullosa  de  don  Miguel  Carrera,  y  con  tal  indiferencia 
lo  recibió  que  á  las  pocas  horas  se  les  vio  correr  de  casa 
en  casa,  ansiosos  como  estaban  de  visitar  algunos  de  sus 
antiguos  amigos.  Por  la  noche  supieron  que  su  presencia 
en  el  ejército  había  despertado  temores,  por  lo  cual  las 
tropas  estaban  sobre  las  armas  y  los  oficiales  en  los 
cuarteles.  Para  no  aumentar  la  alarma  se  pusieron  en 
camino  el  dia  siguiente  para  Santiago,  pasando  por  su 
hacienda  de  San  Miguel  cerca  de  Melipilla,  desde  donde 
dieron  parte  de  su  llegada  al  director. 

Lastra  tuvo  noticia  de  su  próxima  llegada  por  un  correo 
que  le  despachó  O'Higgins.  Sin  perder  tiempo  mandó 
llamar  á  Irisarri  para  decidir  con  él  la  suerte  de  los  dos 
personajes,  á  quienes  consideraba  los  principales  y  acaso 
únicos  perturbadores  de  la  tranquilidad  pública.  Hacia 
algún  tiempo  que  la  posición  de  Lastra  era  tan  penosa 
como  delicada.  Blanco  constante  de  un  partido  fuerte  de 
carreristas,  de  ambiciosos  y  de  descontentos  tenia  que  vio- 
lentar su  carácter  débil  é  indeciso  para  tenerlos  á  raya, 
lo  cual  le  contrariaba  mucho. 


CAPÍTULO   XXXIX. 

No  pudiendo  contar  casi  con  nadie ;  ni  con  los  mode- 
rados que  le  tachaban  de  violento,  ni  mucho  menos  con 
los  exaltados  que  al  contrario  le  censuraban  de  muy  tími- 
do e  indeciso,  seguía  á  ciegas  la  política  de  Irisarri  por 
cuyas  inspiraciones  obraba.  Por  consecuencia  de  esta 
resolución  empezó  á  desplegar  una  enerjia,  que  por  lo 
momo  que  era  contraria  á  su  carácter,  no  podia  ser 
duradera,  ni  por  lo  tanto  producir  grandes  resultados 
Decreto  la  proscripción  de  don  Juan  José  Carrera   ó 
por  lo  menos  le  obligó  á  salir  del  país  é  ir  á  habitar  á 
Mendoza,  así  como  al  cónsul  Poinsett,  quien  se  habia 
hecho  intolerable  por  su  carácter  revoltoso  y  enredador 
Al  comandante  don  Enrique  Campino  lo  separó  del  ba- 
tallón de  granaderos  y  lo  encerró  en  un  castillo,  después 
de  haberle  seguido  una  causa,  en  que  fué  condenado  por 
conspirador :  tomó  en  fin  ciertas  medidas,  tanto  mas  me- 
ritorias, cuanto  que  coincidían  con  la  grande  inercia  que 
en  aquellos  momentos  aquejaba  á  la  municipalidad   la 
cual,  renegando  en  cierto  modo  de  su  pasado,  no  procu- 
raba ni  escitar  ni  contemporizar  con  sus  actos  ó  sus  per- 
secuciones. . 

En  medio  de  este  conflicto  de  temor  y  de  chismes  supo 
Lastra  la  llegada  de  los  Carreras  á  las  cercanías  de  San- 
tiago. Conocía  demasiado  el  carácter  emprendedor  y 
seductor  de  estos  revolucionarios  para  que  no  le  preo- 
cupase  fuertemente  su  llegada,  y  para  no  tomar  inme- 
diatamente las  mas  rigorosas  medidas  con  objeto  de 
hacerles  frente.  Desde  aquel  momento,  en  efecto,  á  los 
Carreras  se  les  persiguió  sin  descanso  :  una  fuerte  com- 
pañía de  soldados  fué  á  la  hacienda  á  sorprenderlos  y 
llevarlos  á  Santiago  ;  se  procuró  sobornar  á  sus  criados- 
su  padre  fué  arrestado  en  su  casa  con  guardias  que  es- 
piaban su  correspondencia  y  las  personas  que  iban  á 

VI.  Historia.  ~ 


'..Y 


J 


■11 

« 

i 

f\. 

Jmzí0^ 

Wm '    ■■ 

"íi;|H 

'M!':s,¡ 


verle.  La  hábil  actividad  de  los  Carreras  consiguió  burlar 
todas  estas  medidas,    todas  estas  persecuciones,   tan 
pronto  retirados  en  casa  de  algunos  amigos,  tan  pronto 
ocultos  en  los  bosques  ,  donde  pasaban  las  noches  : 
pero  fatigados  al  fin  de  esta  vida  errante,  que  no  les  con- 
venia sino  mientras  pudiera  ser  provechosa  á  la  patria, 
se  decidieron  á  atravesar  las  cordilleras  para  ir  á  reu- 
nirse con  su  hermano  don  Juan  José  y  su  íntimo  amigo 
Poinsett.  La  ruta  que  tomaron  fué  la  de  Planchón  (1), 
ruta  muy  poco  frecuentada  é  inmediata  á  donde  estaba 
el  ejército,  lo  cual  debió  necesariamente  despertar  las 
sospechas  y  los  temores  del  gobierno  :  así  es  que  Lastra 
por  un  lado  y  O'Higgins  por  otro,  pusieron  en  juego 
todos  los  recursos  de  su  poder  para  apoderarse  de  sus 
personas.  Se  enviaron  hombres  á  todos  los  puntos  por 
donde  pudieran  pasar,  y  se  publicaron  en  las  provincias 
inmediatas  bandos  escesivamente  severos  contra  el  que 
les  diese  albergue  ú  ocultase,  á  quien  se  amenazaba  hasta 
con  pena  de  muerte,  y  prometiendo  por  el  contrario  una 
buena  recompensa  al  que  los  entregase  (2).  Pero  las 

(1)  Cuando  se  lee  con  atención  el  diario  de  Carrera  resulta  en  cierto  modo 
el  convencimiento  de  que  obraron  de  buena  fe  en  esta  ^'^' »n^¡ 
bargo,  i  por  qué  elijieron  un  camino  tan  solitario,  tan  malo  y  tan  inmediato  ai 
eférci  o  ?  Poi  otra  íarte  ellos  sabian  muy  bien  que  lo  que  el  gobierno  quena 
era  que  se  alejasen  de  Chile,  y  que  estaba  pronto  a  hacer  los  sacrificios  nefa- 
rios para  que  pasasen  una  vida  cómoda  y  digna  de  la  pos.con  que  hab.an  ocu- 
pado Proposiciones  en  este  sentido  se  les  hicieron  antes  de  que  se  completase 
la  revolución ,  y  no  las  admitieron  so  pretorio  de  que  eran  un  lazo  para  aPo- 

^Tto 'estaépoca  se  publicaron  circulares  en  que  se  decia  que  el  padre  de 
los  Carreras  desaprobaba  completamente  la  conducta  de  sus  hijos  y  con  espe- 
cialidad la  de  don  José  Miguel.  Aunque  se  ha  contestado  procurando  proba  la 
sedad  de  semejantes  aserciones,  aparece  de  numerosos  *«™W£¿£ 
,g„acio  de  la  Carrera  no  estaba  muy  satisfecho  de  sus  hijos  y  que  distaba 
mucho  de  aprobar  sus  actos,  si  bien  no  se  valia  de  las  espresiones  que  se  a  e- 
vLron  a  imputarle.- Archivos  del  gobierno.- Véanse  también  ios  documentos 
que  el  5  de  mayo  de  1815  Ossorio  pasó  al  oidor  don  Félix  Francisco  Bazo  y 
Berri  para  el  proceso  contra  los  autores  de  la  revolución. 


CAPÍTULO    XXXIX, 


99 


medidas  de  gran  rigor  escitan  siempre  las  pasiones  y 
muchas  veces  arrastran  á  determinaciones  atrevidas-  y 
esto  fué  lo  que  sucedió  con  los  Carreras,  á  quienes' la 
fatalidad  obligó  á  detenerse  en  medio  de  una  fuerte 
tempestad  y  de  grandes  montones  de  nieve  que  obs- 
truían todos  los  pasos  de  las  cordilleras.  Precisados  á 
retroceder  para  volver  á  verse  acosados  por  todos  lados, 
y   no  encontrando    salvación  mas  que  en  una    revolu- 
ción inmediata,  se  arrojaron  á  ella  con  el  odio  de  lo  pa- 
sado y  la  cólera  del  presente.  El  carácter   natural  de 
don  José  Miguel  Carrera  se  desplegó  con  toda  su  acti- 
vidad y  toda  su  vehemencia.  Dominado  por  una  inquie- 
tud y  ajitacion   febriles,  no  descansaba  un  solo  mo- 
mento. Iba  continuamente  de  San  Miguel  á  Santiago 
de  Santiago  á  la  hacienda  del  Espejo,  sin  pensar  ma¡ 
que  en  llevar  á  buen  término  su  proyecto  de  venganza 
y  de  ambición ;  por  lo  demás,  no  era  un  rival  á  quien 
tenia  que  combatir,  sino  un  perseguidor,  un  verdadero 
enemigo,  y  con  esta  idea  hubiera  empleado  sin  duda  los 
mas  duros  medios,  si  su  corazón  humano  no  se  lo  im- 
pidiera;  porque  es  necesario  hacerle  la  justicia  de  que 
si  algunas  veces  fué  muy  severo  con  los  enemigos  de  la 
patria,  dio  siempre  pruebas  de   gran  jenerosidad  con 
sus  rivales. 

La  indignación  que  había  producido  el  tratado  de 
Lircay  favorecía  muy  particularmente  los  proyectos  hos- 
tiles de  los  Carreras.  Aun  no  habia  podido  comprenderse 
que  patriotas  como  O'Higgins  y  Mackenna  hubiesen  fir- 
mado ciertos  artículos  ;  y  aunque  estos  eran  defendidos 
por  los  republicanos  mas  avanzados,  por  los  mismos 
que  habían  hecho  la  revolución  y  contribuido  poderosa- 
mente por  medio  de  sus  periódicos  á  hacer  execrable  el 


100 


HISTORIA    DE    CIIÍLE. 


¡:;,,f: 


i  ■■  i. 
1 


¡■■¡■.  '..'¿ 


I 


gobierno  español ,  costaba  trabajo  encontrar  la  menor 
ventaja,  y  solo  se  veia  una  astucia  y  una  doblez  que  se 
sabia  eran  contrarias  á  las  intenciones  de  los  plenipoten- 
ciarios. En  esta  coyuntura  habían  manifestado  su  des- 
contento algunos  personajes;  y  el  pueblo  bajo,  que  se 
deja  llevar  de  las  primeras  impresiones  mas  que  de  una 
opinión  que  no  tiene,  reflejaba  este  descontento  con 
actos  insultantes  á  la  vez  al  gobierno  de  Chile  y  á  su 
nuevo  monarca.  Escarnecían,  sobre  todo,  las  insignias  de 
la  dignidad  real,  ponían  las  escarapelas  en  las  colas  de 
los  caballos,  colgaron  y  quemaron  la  bandera  en  sitios 
públicos  é  insultaban  en  las  mismas  calles  á  los  realistas 
europeos  y  hasta  á  los  del  país.  Los  soldados ,  á  quienes 
se  les  repartieron  gorras,  quitándoles  los  chacos  para 
no  darles  escarapelas ,  insignia  demasiado  visible  de  su 
nueva  condición ,  no  temían  salir  á  la  calle  con  gorras 
tricolores.  En  fin,  la  ajitacion  trabajaba  á  todas  las  clases 
de  la  sociedad  desde  la  mas  alta  á  la  mas  baja,  y  no  era 
difícil  á  Carrera,  con  el  prestijio  que  aun  conservaba , 
aprovechar  este  descontento. 

En  sus  numerosos  viajes  á  Santiago  reunía  á  sus  amigos 
decididos  en  conciliábulos  que  se  celebraban  unas  veces 
en  casa  de  don  Pedro  Villar,  otras  en  la  de  don  Manuel 
Muñoz  y  otras  en  la  de  algún  amigo.  Algunas  veces  para 
desorientar  mejor  á  la  policía,  tenían  lugar  las  reuniones 
en  el  campo,  en  sitios  apartados,  en  las  recogidas,  en  el 
conventillo,  en  el  llano  de  Portales,  y  allí,  á  pesar  de  lo 
molesto  de  la  estación,  discutían  sus  proyectos  y  los  me- 
dios con  que  contaban  para  ejecutarlos.  Lastra,  sabedor 
de  todos  estos  manejos,  no  podia  oponerles  mas  que  su 
debilidad  y  su  mal  humor  :  abandonado  de  lrisarri,  que 


al  fin  había  conseguido  se  le  admitiese  la  dimisión  del 


CAPÍTULO   XXXIX. 


101 


empleo  de  intendente  (1),  de!  ministro  de  la  guerra  Or- 
jera  que  también  se  había  separado  del  gobierno  ,  lo 
mismo  que  otros  muchos  empleados  superiores  :  quería 
también  dejar  sus  altas  funciones  para  retirarse  cuanto 
antes  á  la  vida  privada,  ó  para  representar  un  papel  mas 
secundario.  «Aseguro  á  V.,  escribía  el  10  de  junio  á 
O'Higgins,  que  me  hallo  aburrido  con  este  empleo  que 
aborrezco  y  detesto.  Mañana  mismo  pienso  citar  á  las  cor- 
poraciones para  que  procedan  á  la  elección  de  diputados, 
y  aun  para  que  traten  de  nombrar  otro  en  mi  lugar.' 
Esto  no  es  para  hombres  de  bien  y  de  honor,  sino  para 
granjearse  el  descrédito  y  perder  la  reputación.  » 

Cuanto  mayor  era  el  desaliento  y  enojo  del  gobierno, 
mas  se  aumentaba  el  partido  revolucionario,  y  se  hacia 
mas  audaz.'  Para  elevarlo  á  esta  altura  no  temía  Carrera 
ni  obrar  ni  esponerse  :  sus  amigos  le  hallaban  siempre 
en  las  reuniones  que  él  animaba  con  su  talento,  tan 
pronto  serio  tan  pronto  chistoso ;  pero  hasta  allí  la  revo- 
lución no  contaba  casi  con  mas  punto  de  apoyo  que  algu- 
nos simples  paisanos,  hombres  en  jeneral  de  poca  acción. 
y  á  propósito  solamente  para  asegurar  al  dia  siguiente 
lo  que  el  hombre  de  espada  ha  consumado  la  víspera.  Era 
pues  necesario  darle  otro  jiro,  y  hacer  venir  la  fuerza 
del  ejército,  ó  por  lo  menos  las  tropas  que  estaban  de 
guarnición  en  Santiago.  La  cosa  no  era  muy  difícil,  visto 
el  jérmen  de  fermentación  y  de  insubordinación  que  ha- 
bía; cuanto  mas  que  Arenas  le  aseguró  que  contase  con 

(1)  Quejóse  de  ser  desatendidas  sus  instancias  sobre  perseguir  á  los  Carreras 
por  haber  Lastra  ordenado  al  comandante  de  artillería  ligarte  no  entregase 
cuatro  mil  cariuchos  que  aquel  habia  librado  al  cuartel  de  San  Diego  el  23  dia 
de  la  junta  de  corporaciones,  por  crterle  espuesto  á  una  sorpresa  de  los  Car- 
reras.- D.ario  manuscrito  de  don  Manuel  Salas.  La  juma  de  corporaciones  de 
que  aquí  se  habla,  era  relativa  á  convocatorias  para  ehjir  diputados,  lo  que 
impidieron  los  sucesos  del  23  de  julio. 


102 


HISTORIA    DE    CHILE. 


' 


11!  1 


el  cuartel  de  artillería,  lo  que  aseguraba  el  éxito.  Ademas 
muchos  oficiales  del  ejército  del  sur,  como  don  Diego  Be- 
navente,  don  Pedro  Villar  y  don  Miguel  Pinto  formaban 
parte  de  las  reuniones,  y  gracias  á  sus  esfuerzos  se  con- 
siguió introducir  en  ellas  á  don  Toribio  Rivera ,  don 
Eugenio  Cabrera,  etc. ,  conquista  muy  importante  para 
Carrera,  porque  todos  estos  oficiales  pertenecían  á  la 
guarnición  de  Santiago,  que  debía  decidir  de  la  suerte 
de  la  empresa.  Desgraciadamente  este  Cabrera,  oficial 
de  artillería ,  fué  arrestado  de  orden  del  gobierno  el  dia 
mismo  en  que  el  complot  debia  estallar,  y  al  siguiente, 
9  de  julio ,  cupo  igual  suerte  á  don  Luis  Carrera  en  la 
casa  de  Gameros  (1). 

Después  de  este  suceso  manifestó  don  José  Miguel  Car- 
rera la  mayor  impaciencia  de  poner  por  obra  él  proyecto, 
escitado  primero  por  un  sentimiento  fraternal  y  ademas 
por  las  muchas  personas  comprometidas,  sobre  todo,  los 
oficiales  del  ejército  del  sur,  á  quienes  apremiaba  el  de- 
creto que  acababa  de  publicarse,  y  por  el  cual  debían 
incorporarse  inmediatamente  á  sus  cuerpos.  Se  decidió 
pues  que  la  revolución  entrase  en  su  esfera  de  acción , 
y  se  señaló  para  esto  el  22  de  julio. 

Todos  los  que  habían  de  tomar  parte  en  el  movimiento 
se  reunieron  este  dia  en  Santiago,  para  arreglar  los  por- 
menores y  distribuir  los  papeles,  á  los  que  aún  no  los  te- 
nían. Según  lo  prometido ,  Arenas  debia  entregar  el 
cuartel  de  artillería,  el  alférez  Toledo  el  de  granaderos  y 
el  teniente  don  Toribio  Rivera  el  de  dragones.  Este  úl- 


(1)  En  esta  época  fué  cuando  el  gobierno,  queriendo  sujetarle  á  un  consejo 
de  guerra,  pidió  antecedentes  sobre  la  conducta  de  los  tres  hermanos  Carre- 
ras, y  cuando  Mackenna  escribió  la  fulminante  memoria  que  se  imprimió  mas 
tarde  en  el  Duende,  número  15,  periódico  ademas  enteramente  contrario  á 
aquellos. 


CAPÍTULO    XXXIX, 


103 


timo  se  comprometió  á  revolucionar  su    batallón,  de 
acuerdo  con  su  hermano  don  Juan  de  Dios,  que  lo  man- 
daba. Don  Miguel  Ureta  fué  el  encargado  de  apoderarse 
del  cuartel  de  granaderos,  mientras  que  la  toma  del  de  ar- 
tillería, que  era  de  la  mayor  importancia,  se  confió  al  in- 
trépido don  Julián  Uribe,  hombre  que  las  circunstancias 
habían  hecho  sacerdote,  pero  á  quien  la  naturaleza  había 
hecho  disputador  é  indignamente  revolucionario.  A  su 
actividad  se  debió  en  efecto,  y  á  su  decisión,  que  la  revo- 
lución  se  llevase  á  cabo  sin  tropiezos,  y  casi  sin  tu- 
multo (1).  Después  de  haberse  apoderado  del  cuartel  de 
artillería,  envió  cañones  á  la  plaza  para  enfilarlos  en  las 
bocas  calles,  sostenidos  por  algunos  soldados  y  milicia- 
nos, que  él  mandaba,  y  que  habían  ido  de  San  Miguel  con 
don  Luis  Carrera.   Asegurado  este  punto,  se  trató  de 
arrestar  á  las  principales  autoridades.  Lastra  fué  cojido 
y  conducido  provisionalmente  al  cuerpo  de  guardia.  Se 
apoderaron  asimismo  de  Irisarri  y  Mackenna,  del  co- 
mandante ligarte,  de  Picarte,  etc.  En  cuanto  á  don  Luis, 
que  continuaba  detenido  en  el  cuartel  de  los  voluntarios, 
Carrera  dio  orden,  al  punto  que  llegó  (2),  de  ponerlo  en 
libertad  ;  pero  habiéndose  negado  á  cumplirla  el  coman- 
dante Plata,  y  queriendo  evitar  la  efusión  de  sangre,  hizo 
que  Lastra  firmara  la  orden,  y  entonces  se  ejecutó. 

Tal  fué  esta  revolución ,  que  comenzada  el  23  á  las 
tres  de  la  mañana,  estaba  casi  concluida  á  las  cinco.  En 
aquella  época ,  semejante  clase  de  trastornos ,  que  des- 
graciadamente se  repitieron  con  frecuencia,  se  hacían  sin 
dificultad ,  y  casi  siempre  sin  efusión  de  sangre  :  para 

(lj  Todo  se  ejecutó  completamente  :  la  actividad  y  la  decisión  de  Uribe  lo 
allanaba  todo.  Diario  manuscrito  de  don  Miguel  Carrera. 

(2)  Se  encontraba  algo  enfermo  en  su  casa,  por  manera  que  no  fué  á  la 
plaza  hasta  que  la  revolución  estuvo  casi  terminada. 


■ 


¿«« 


Mm 


104 


HISTORIA    DE    CHILE, 


esto  no  había  mas  que  ganar  la  artillería,  ya  á  fuerza  de 
dinero,  ya  por  medio  de  la  audacia  ó  por  sorpresa;  y 
colocando  los  cañones  en  las  bocas  calles  de  la  plaza 
para  asegurar  este  punto,  la  revolución  podía  decirse  que 
estaba  acabada  :  en  cuanto  al  populacho,  que  toma 
siempre  una  parte  tan  activa  en  estos  movimientos  anar- 
quistas ,  algunos  reales  que  se  les  arrojasen ,  bastaban 
para  que  prorrumpiese  en  los  gritos  mas  estrepitosos  en 
favor  del  nuevo  orden  de  cosas,  y  para  conducirlo  al  ca- 
bildo, como  los  carneros  de  que  hablan  los  antiguos,  á  fin 
de  que  tuviese  lugar  una  de  esas  pobladas  que  legalizaban 
á  los  ojos  de  los  interesados  tan  violentos  trastornos.  Tal 
es,  pues,  la  marcha  que  se  ha  seguido  la  mayor  parte 
de  las  veces  para  consumar  las  perpetuas  revoluciones, 
que,  hasta  hoy  mismo,  oprimen  á  la  mayor  parte  de  las 
repúblicas  de  América. 


CAPITULO  XL. 


Formación  de  una  nueva  junta.—  Ti  abajos  de  organización  militar  que  em- 
prende. —  Oposición  que  encuentra  en  las  municipalidades  de  Santiago  y 
Talca,  y  en  el  gobierno  de  Valparaíso. —  Consejo  de  guerra  en  el  ejército  del 
sur,  en  que  se  decide  no  obedecerla.  —  Arresto  del  teniente  coronel  don 
Diego  Benavente,  encargado  de  una  misión  de  Carrera  cerca  de  O'Higgins  y 
Gainza.  —  Llegada  de  Ossorio  á  la  provincia  de  Concepción.  —  A  petición  de 
los  cabildos  de  Santiago  y  Talca  marcha  O'Higgins  sobre  Santiago.  —  A  la 
cabeza  de  su  vanguardia  ataca  la  división  de  don  Luis  Carrera,  y  es  comple- 
tamente batido.  —  De  resullas  de  este  revés  se  reconcilian  los  dos  jefes  pa- 
triotas,, y  se  unen  para  combatir  al  enemigo  común. 


Consumada  la  revolución ,  era  necesario  nombrar  un 
poder  capaz  de  representar  su  pensamiento,  consolidar 
su  triunfo  y  darle  una  organización  vigorosa,  duradera 
y  á  prueba  de  lo  que  pudiera  sobrevenir.  La  empresa 
no  era  difícil.  Don  José  Miguel  Carrera  tenia  derecho , 
como  jefe  de  la  revolución,  á  sus  beneficios,  y  era  dema- 
siado ambicioso  de  gloria  y  de  honores  para  no  preten- 
der la  mejor  parte ,  y  aspirar  á  elevarse  sin  contrapeso, 
sobre  todos  los  demás.  Su  carácter,  sus  instintos,  el  es- 
tado mismo  del  país  le  arrastraban  á  la  dictadura,  es  de- 
cir, á  un  gobierno  militar  y  casi  absoluto.  Esto  era  mas 
conforme  á  su  carácter  independiente,  pródigo  y  empren- 
dedor ;  pero  era  precisamente  el  sistema  que  habia  com- 
batido y  derrocado,  y  tenia  que  pasar  por  caprichoso  é 
inconsecuente  para  poder  racionalmente  adoptarlo  :  se 
decidió  pues  á  organizar  una  junta  provisional,  parecida 
á  la  de  1811,  encargada  de  gobernar  el  país  hasta  la  de- 
cisión del  nuevo  congreso,  que  se  iba  á  nombrar. 

Las  dos  personas  que  Carrera  elijió  por  colegas  fue- 
ron el  presbítero  don  Julián  Uribe  y  el  teniente  coronel 


106 


HISTORIA    DE    CIIILE. 


' 


don  Manuel  Muñoz  y  Ursua,  hombres  ambos  activos,  de- 
cididos  y  ligados  hacia  mucho  tiempo  á  su  suerte.  Aunque 
este  nombramiento  era  cosa  decidida  y  enteramente  re- 
suelta, sin  embargo,  para  halagar  el  amor  propio  del 
pueblo  y  hacerle  creer  que  tenia  parte  en  la  elección  se 
presentaron  en  la  plaza  mayor,  convertida  de  mucho 
Lempo  atrás  en  foro  del  pueblo,  unos  cuantos  ajenies  que 
no  tardaron  en  verse  rodeados  de  todos  aquellos  hom- 
bres, a  quienes  una  ociosidad  sediciosa  tenia  constante- 
mente en  movimiento,  y  allí  hicieron  que  se  proclamase 
el  advenimiento  de  la  nueva  Junta,  y  que  se  nombrasen 
los  nuembros  que  habían  de  componerla.    El  coronel 
don  Rafael  de  la  Sota,  el  capitán  don  Antonio  Bascu- 
nan  (1)  y  el  licenciado  don  Carlos  Rodríguez,  fueron 
los  encargados  de  esta  misión  como  diputados  de  la 
asamblea. 

Con   semejante  artificio  el  nuevo   gobierno  adquiría 
mas  fuerza,  mas  autoridad,  y  su  nombramiento  quedaba 
en  algún  modo  legalizado  por  el  principio  electivo    por 
lo  menos  á  los  ojos  de  los  habitantes  de  las  provincias 
poco  iniciados  en  jeneral  en  esta  clase  de  intrigas. 

Instalada  la  Junta,  aparecieron  muchas  proclamas  al 
ejército  y  al  pueblo,  dirijidas  á  justificar  la  violencia  de  la 
revolución  y  á  calmar  los  ánimos,  haciendo  esperar  dias 
mas  bonancibles.  Se  despacharon  correos,  portadores  de 
estas  proclamas  ó  manifiestos,  á  las  municipalidades  de 
las  provincias,  para  participarles  de  un  modo  solemne  la 
instalación  de  la  Junta  y  solicitar  su  apoyo;  y  en  seguida 
con  objeto  de  hacer  frente  á  las  exijencias  del  momento 

(1)  Este  Bascuñan  era  el  mismo  militar  que  con  el  capitán  don  José  Antonio 

¡SE?. t  oT v á  alguna  ajitacion  en  Coquimbo' ,,ab¡endo  ^  ™™* 

afosueltos  el  10  de  jumo  por  un  consejo  de  guerra  que  presidió  Mackcnna. 


CAriTULO    XL. 

se  nombraron  dos  secretarios  de  Estado,  que  fueron  don 
Carlos  Rodríguez,  hombre  activo,  resuelto  y  capaz  en 
caso  de  necesidad  de  dirijir  un  movimiento,  y  el  doctor 
don  Bernardo  Vera,  por  el  contrario,  nimio,  sutil,  mas 
partidario  de  la  libertad  filosófica  que  de  la  libertad  po- 
lítica, y  poco  á  propósito  por  lo  tanto  para  momentos  de 
audacia  y  de  peligro ;  así  es  que  su  ministerio  duró  pocos 
días,  habiendo  sido  reemplazado  por  don  Manuel  Rodrí- 
guez, digno  émulo  de  su  hermano,  por  su  carácter  atre- 
vido y  emprendedor. 

Organizado  el  poder,  se  trató  de  dar  vida,  aunque  no 
fuese  mas  que  provisionalmente,  á  los  diversos  ramos  de 
la  administración ,  que  yacían  en  la  inacción  :  el  de  ta 
guerra,  sobre  todo,  necesitaba  un  pronto  arreglo,  porque 
los  soldados  no  pasaban  de  seiscientos  en  los  cuarteles 
con  solo  doscientos  fusiles  buenos ,  el  erario  tenia  mil 
pesos  nada  mas,  las  tropas  estaban  desnudas  y  sin  pa- 
gas, el  armamento  destruido  enteramente,  la  artillería 
abandonada,  los  cuarteles  inmundos  y  destruidos,  la 
subordinación  por  los  suelos  y  todo  al  igual  (1). 

Por  exajerada  que  sea  esta  crítica  de  Carrera,  no  fal- 
tan grandes  motivos  para  vituperar  ía  indiferencia  con 
que  el  gobierno  caido  habia  mirado  las  precauciones 
contra  los  intentos  pérfidos  de  Gainza.  O'Higgins,  á 
pesar  de  su  leal  credulidad,  llegó  al  fin  á  convencerse 
de  los  torcidos  designios  de  su  adversario ,  al  saber  sus 
numerosas  exacciones"  frente  á  frente  de  los  patriotas  de 
Concepción ,  y  el  cuidado  que  ponía  en  mantener  su 
corto  ejército  á  costa  de  la  provincia.  En  una  carta  á 
Lastra  le  manifestaba  sus  temores ,  y  le  instaba  fuerte- 
mente á  que  tomase  medidas,  y  aun  á  que  declarase 

(1)  Diario  manuscrito  de  don  Miguel  Carrera, 


r^éy 


108 


HISTORIA    DE    CHILE, 


.'¿II 


la  guerra  á  aquel  pérfido,  para  lo  que  tantos  motivos  le 
daban  derecho,  y  todo  en  caso,  que  se  ocupase  activa- 
mente del  ejército,  que  se  hallaba  escaso  en  hombres  y 
en  material.  -Esta  era  en  efecto  la  necesidad  mas  apre- 
miante del  momento,  á  que  iba  á  poner  pronto  remedio 
el  carácter  activo  y  osado  de  Carrera. 

Lo  primero  que  hizo  fué  disponer  nuevas  levas  , 
atrayéndose  con  buenos  modos  los  numerosos  desertores" 
que  vivían  en  completa  libertad  en  los  campos  y  en  la 
ciudad  misma,  á  pesar  de  las  severas  amenazas  con  que 
se  les  habia  conminado  en  diferentes  decretos.  Mandó 
hacer  cuatro  mil  vestuarios,  cuya  pronta  conclusión  viji- 
laba  una  comisión;  procuró  dar  grande  impulso  á  la 
fábrica  de  armas,  que  estaba  desgraciadamente  en  un 
estado  muy  precario  por  falta  de  operarios  intelijentes 
y  hábiles ;  y  temiendo  no  poder  proporcionarse  los  fusiles 
que  necesitaba  por  el  pronto,  siguió  los  consejos  que  daba 
O'Higginsá  Lastra,  y  pidió  mil  á  Buenos-Aires  que  estaba 
mas  en  disposición  de  facilitarlos,  y  por  otra  parte  mu- 
cho mas  tranquila  desde  la  toma  importante  que  acababa 
de  verificarse  de  Montevideo  y  de  todas  sus  fortifica- 
ciones (1).  Su  amigo  Poinsett,  que  se  hallaba  entonces  en 
aquella  ciudad,  tuvo  encargo  de  unir  su  actividad  y  sus 
buenos  oficios  á  los  del  diputado  Infante,  para  obtener 
este  importante  socorro  del  director  Posadas. 

No  puede  negarse  :  el  jenio  organizador  de  Carrera 
le  hacia  muy  superior  á  los  demás  jefes  del  ejército, 
sobre  todo  en  momentos  de  peligro.  Fuese  efecto  de  su 
talento  ó  de  su  actividad,  era  siempre  el  hombre  de 

(i;  Tal  vez  la  anticipó  ia  guerra  en  Chile,  que  impidió  el  envío  de  víveres 
clandestinamente  ó  que  iban  á  Lima,  y  de  allí  a  aquella  plaza.  Diario  manuscrito 
de  don  Manuel  Salas. 


CAPITULO    xr. 

recursos,  por  mas  que  lo  nieguen  sus  enemigos,  cualidad 
debida  también  á  una  voluntad  de  hierro,  que  era  una 
de  sus  principales  virtudes.  En  esta  circunstancia  unos 
cuantos  días  le  bastaron  para  poner  la  administración  de 
la  guerra  en  estado  de  hacer  frente  á  todo  lo  que  pu- 
diera ocurrir. 

Por  desgracia  no  era  muy  escrupuloso  en  los  medios 
de  procurarse  dinero,  sobre  todo,  tratándose  de  perso- 
nas reputadas  de  enemigas  de  la  causa  americana.  No 
se  habia  olvidado  todavía  lo  que  hizo  con  el  mismo 
objeto  en  otro  tiempo,  y  se  hablaba  en  alta  voz  de  todas 
las  exacciones  realizadas  cuando  fué  comandante  en  la 
provincia  de  Concepción,  diciendo  que  si  no  las  hubiera 
autorizado,  hubiera  castigado  á  los  culpables.  De  todo 
esto  y  de  haber  lastimado  algunos  intereses  nacieron 
elementos  de  oposición  que  tomaron  muy  luego  un  jiro 
pretencioso  y  amenazador. 

Los  primeros  síntomas  de  esta  oposición  partieron  de 
la  municipalidad  de  Santiago,  compuesta  de  personas 
adictas  al  gobierno  de  Lastra  y  temerosas  de  perder  su 
influencia,  que  querían  conservar.  Pero  no  era  esto  lo 
que  realmente  inquietaba  á  Carrera.  A  pesar  de  la  im- 
portancia de  aquella  corporación,  que  gozaba  desde  época 
muy  remota  un  prestijio  paternal,  y  que  desde  el  prin- 
cipio de  la  revolución  habia  representado  un  papel  en 
los  principales  acontecimientos,  sabia  muy  bien  que  fluc- 
tuando aun  sus  individuos  entre  el  estupor  y  el  miedo,  no 
se  atreverían  á  atacarle  abiertamente,  bastando  un  poco 
de  enerjía  para  paralizar  sus  manejos.  Pero  no  sucedía 
lo  mismo  con  el  ejército,  á  cuya  cabeza  estaba  un  jeneral 
de  mucha  reputación,  que  disfrutaba  á  la  vez  la  confianza 
del  país  y  del  soldado.  El  gobernador  de  Valparaíso  don 


I 


I 


MO 


HISTORIA    DE    CHILE. 


,-:it(í 


■n 


I  M 


'.i  -i  <■■  ■■  • 

y 

í 
1 

¡"Ni¡ 

';  j,;|¡ 

Francisco  Formas  había  rehusado  abiertamente  ceder  su 
puesto  al  coronel  don  Javier  Videla,  nombrado  en  su 
reemplazo,  y  fué  necesario  un  motín  popular  para  que 
se  marchara  (1).  En  Santiago  algunos  oficiales  perma- 
necieron fieles  á  su  partido,  y  valiéndose  de  oscuras  in- 
trigas procuraron  atizar  la  discordia  en  el  corazón  de 
los  soldados  que  acababan  de  abandonarles ;  pero  el  peli- 
gro principal  estaba  en  Talca,  en  el  centro  del  ejército  y 
en  la  persona  de  O'Higgins. 

Dos  dias  después  de  la  revolución,  envió  Carrera  al 
teniente  coronel  don  Diego  Benavente,  iniciado  en  los 
mas  secretos  pensamientos,  non  pliegos  para  aquel  jene- 
ral  y  para  Gainza.  En  los  dnijidos  al  primero  le  exortaba 
a  que  mandase  reconocer  al  nuevo  gobierno  por  el  ejér- 
cito, suplicándole  se  sometiese  y  uniera  sus  esfuerzos 
para  combatir  al  enemigo  común ;  y  en  los  enviados  al 
segundo  exijia  de  Gainza  que  cumpliese  el  tratado,  em- 
barcándose lo  mas  pronto  posible  con  sus  tropas  para 
Lima,  ó  bien  que  lo  rompiese  y  comenzara  de  nuevo  la 
guerra,  para  lo  cual  estaba  muy  dispuesto. 

O'Higgins  recibió  estos  despachos  con  una  calma  mas 
aparente  que  real.  Convocó  al  punto  el  cuerpo  de  oficia- 
les para  discutir  la  respuesta  que  había  de  dar  á  Carrera 
A  escepcion  de  alguno  que  otro,  todos  estuvieron  por  la 
negativa,  lo  cual  convenia  perfectamente  con  las  inten- 
ciones de  O'Higgins,  poco  satisfecho  de  esta  revolución 
y  decidido  ya  á  organizar  una  resistencia,  que  en  cartas1 
apremiantes  le  aconsejaban  algunos  amigos  de  Santiago, 
lodavia  en  este  consejo  se  decidió,  casi  contra  la  volun- 
tad de  su  jefe,  que  se  exijieran  de  Benavente  los  despa- 

nolecitnís'hoJr  T  *"  ^  m°mem°S  en  qUG  ¡ba  á  enviar  u"  ™erpo  de 
novecientos  hombris  al  mando  de  don  Luis  Carrera. 


-* 


CAPITULO    XL. 


111 


chos  para  Gainza,  lo  que  no  pudieron  conseguir  sino  pol- 
la fuerza  y  amenazándole  con  arrestarle  hasta  nueva 
orden,  á  pesar  de  la  inviolabilidad  que  su  misión  le  daba. 
Pero  ¿  qué  circunstancias  podian  ser  mas  propicias  á  la 
pasión  humana  para  dejarse  arrastrar  en  su  pendiente 
de  injusticia  y  deslealtad? 

El  cabildo  de  Talca  quiso  también  tomar  parte  en  esta 
resistencia,  con  tanto  mas  empeño  cuanto  que  la  mayor 
parte  de  sus  miembros  pertenecían  al  partido  de  Cruz, 
es  decir  al  partido  realista,  y  se  ofrecieron  á  facilitar  los 
fondos  necesarios  para  marchar  inmediatamente  sobre 
Santiago.  Esta  proposición  fué  sostenida  con  mas  calor 
aun  en  una  segunda  reunión,  á  que  asistió  O'Higgins  ;  y 
bajo  la  promesa  que  este  hizo  de  conformarse  con  un 
deseo  que  estaba  en  perfecto  acuerdo  con  sus  miras,  se 
dio  la  orden  de  los  preparativos.  Antes  puso  á  todos  los 
oficiales  partidarios  de  Carrera  en  la  imposibilidad  de 
hacerle  daño ,  y  al  efecto  á  unos  los  arrestó  en  sus 
casas  y  envió  á  los  otros  al  campo,  siendo  del  número  de 
los  últimos  el  comandante  de  húsares  don  José  María 
Benavcnte,  á  quien  suplicó  O'Higgins  escribiese  á  Car- 
rera para  ver  el  modo  de  terminar  de  una  manera  pací- 
fica este  principio  de  guerra  civil. 

Por  justas  que  fuesen  las  proposiciones  hechas  por 
O'Higgins  á  Carrera,  pues  dejaba  al  pueblo  de  Santiago 
que  decidiese  de  su  elección  para  el  poder  supremo,  sin 
embargo,  tenia  casi  seguridad  de  que  no  las  aceptaría ;  y 
en  este  convencimiento  puso  en  movimiento  la  vanguardia 
de  su  pequeño  ejército ,  con  ánimo  de  obtener  por  las 
armas,  lo  que  no  creia  poder  conseguir  por  la  persuasión. 

Mientras  pasaba  todo  esto ,  Carrera  hacia  también  sus 
preparativos  para  conjurar  la  tempestad.  Rodeado  de  per- 


é> 


'/■■:-    '  ■':'. 

K? 

2L 

i',\;- 

112 


HISTORIA    DE    CHILE. 


sonas  activas  y  enérjicas,  eficazmente  segundado  por 
sus  colegas  no  menos  que  él  comprometidos,  tomaba 
medidas  hábiles  y  enérjicas,  y  se  desembarazaba  á  toda 
prisa  de  todos  esos  nobles  chilenos  considerados  la  vís- 
pera como  verdaderos  atletas  de  las  libertades  chilenas, 
y  convertidos  al  dia  siguiente  en  facciosos,  enemigos  de 
la  tranquilidad  pública ;  porque  tal  es  la  suerte  de  los 
grandes  patriotas  cuando  ideas  opuestas,  miras  diferentes, 
y  á  veces  la  ambición  y  el  interés  los  dominan,  arrastrán- 
dolos á  las  facciones,  siempre  funestas  al  país  y  á  la 
causa  que  defienden.  Así  don  Joaquin  Larrain,  don  Fran- 
cisco Vicuña,  don  José  Santiago  Pérez,  don  Antonio  y  don 
Juan  de  Dios  Urrutia  fueron  confinados  á  unas  haciendas 
al  norte  de  Santiago,  mientras  que  el  brigadier  Mackenna, 
don  Antonio  José  Irisarri ,  don  Pablo  Vargas,  don  José 
Antonio  y  don  Domingo  Huici ,  don  Fernando  Urizar  y 
don  Francisco  Formas  eran  enviados  á  Mendoza,  reco- 
mendados al  gobernador  don  José  de  San  Martin,  quien 
los  recibió  con  los  mas  urbanos  y  jenerosos  miramien- 
tos (1).  Mas  adelante  alcanzó  el  decreto  de  proscripción 
al  teniente  coronel  arjentino  don  Santiago  Carrera,  que 
estaba  mezclado  en  todo  lo  favorable  á  los  enemigos  de 
los  Carreras,  y  hasta  se  disolvió  el  cabildo  y  el  tribunal 
de  apelación,  y  se  nombraron  personas  adictas  al  nuevo 
gobierno. 

Pero  lo  que  sobre  todo  llamó  la  atención  de  la  Junta 
una  vez  desembarazada  de  estos  temibles  enemigos,  fué 
el  ejército  y  su  material.  Para  subvenir  á  sus  numerosas 
necesidades,  se  revolvió  establecer  un  departamento  mi- 
litar, independiente  de  la  secretaría  de  guerra  ,  que  bajo 

(1  j  Lastra  había  procedido  de  ¡a  misma  manera  cuanJo  desterró  á  don  Juan 
José  Carrera  á  Mendoza,  y  mandó  darle  un  pasaporte  muy  honorífico  y  una 
carta  muy  fina  para  San  Martin,  que  acogió  con  distinción  su  noble  recomen- 
dado. Diario  manuscrito  de  don  Manuel  Salas. 


CAPÍTULO    XL. 

la  inspección  de  la  Junta  se  ocupase  esclusivamente  de 
todos  los  detalles  relativos  á  los  diferentes  cuerpos  y  al 
material  de  almacenaje ,  fábrica  y  armas.  Se  renovaron 
los  bandos  contra  desertores  y  contra  los  detentadores 
de  armas  del  Estado,  y  se  dio  nuevo  impulso  al  recluta- 
miento, publicando  proclamas  en  que  se  halagaba  á  los 
militares,  y  se  les  presentaba  un  porvenir  de  gloria  y  de 
bienestar.  O'Higgins  por  su  parte  ofrecía  veinte  y  cinco 
pesos  de  recompensa  á  cada  soldado  y  ademas  una  me- 
dalla de  plata :  la  medalla  para  los  oficiales  era  de  oro. 
Tal  era  el  estado  de  los  dos  ejércitos  cuando  se  pu- 
sieron en  marcha  para  batirse.  No  puede  decirse  que  se 
trataba  de  una  disputa  personal  en  que  las  pretensiones 
de  los  dos  jefes  fuesen  una  doble  usurpación,  porque 
si  pudiera  hacerse  este  cargo  á  Carrera ,  á  pesar  de  la 
pretendida  legalización  de  un  voto  público,  no  así  á 
O'Higgins  que  obraba  impelido ,  no  por  interés  parti- 
cular, sino  por  instigaciones  de  las  municipalidades  de 
Concepción  y  Talca ,  y  pedia  con  arreglo  al  principio 
constitucional,  una  elección  no  armada,  sino  enteramente 
libre  y  sin  influencia  alguna,  que  era  precisamente  lo  que 
resistía  Carrera,  temiendo  con  razón  al  partido  poderoso 
de  los  Larraines.  De  todos  modos,  este  había  hecho  cuanto 
estaba  de  su  parte  para  establecer  entre  ellos  una  ar- 
monía honrosa  y  conforme  con  su  interés,  asegurándole 
que  continuaría  de  jeneral  en  jefe  del  ejército,  y  que 
estaba  pronto  á  enviarle  tropas  para  que  estuviese  pre- 
parado en  todo  evento  contra  el  virey.  Viendo  que  estas 
proposiciones  no  eran  aceptadas,  juzgó  conveniente 
para  evitar  si  era  posible  la  efusión  de  sangre,  convocar 
al  pueblo  de  Santiago  á  fin  de  nombrar  dos  diputados 
que  le  llevasen  palabras  de  paz  y  de  persuasión.  Des- 

VI.  Historia.  o 


*#. 


n 

tfcfe  ■.-: 

íx 

: 

Uh 


HISTORIA    DE    CHILE. 


graciadamente  y  como  sucede  siempre,  los  ajitadores 
de  los  partidos  en  esta  clase  de  reuniones  desplegaron 
su  actividad  para  atraerse  esos  espíritus  débiles,  indife- 
rentes, que  carecen  de  opiniones  fijas,  y  hacerles  votar 
dos  diputados,  cuyos  hombres  indicaron,  don  Juan  José 
Ghavarria  y  don  Silvestre  Lazo,  siendo  los  presentados 
por  el  gobierno ,  don  Antonio  Hermida  y  don  Ambrosio 
Rodríguez.  De  aquí  resultaron  discusiones  acaloradas, 
impertinentes,  que  casi  tomaron  proporciones  de  tumulto, 
y  obligaron  al  gobierno  á  intervenir,  mandando  que  los 
que  quisieren  votar  á  los  dos  primeros  se  presentasen  al 
Cabildo,  mientras  que  los  otros  serian  recibidos  en  la  sala 
del  gobierno.  Inútil  precaución ,  que  demostró  una  vez 
mas,  cuan  superior  es  el  espíritu  de  intriga  y  de  cabala 
al  de  la  razón  y  la  justicia  en  esta  clase  de  elecciones ; 
porque  en  este  dia  la  audacia  de  unos  y  otros  llegó  á 
tal  punto,  y  fué  tan  escandalosa  su  avilantez,  que  el  go- 
bierno se  vio  obligado  á  enviar  soldados,  sino  para  man- 
tener el  orden ,  al  menos  para  impedir  los  escesos.  Por 
lo  demás  ¿qué  podian  hacer  unos  diputados  sin  influencia 
alguna  contra  una  política  de  pasión  y  de  rivalidad? 

No  pudiendo,  pues,  entenderse  los  dos  partidos,  la 
guerra  civil  iba  á  estallar. 

El  8  de  julio  el  capitán  don  Nicolás  García  y  el  alférez 
don  Felipe  Henriquez  salieron  de  Talca  con  cuatro  piezas 
deartillería;  y  los  dias  siguientes  la  primera  di  visión,  fuerte 
de  seiscientos  hombres,  emprendió  la  marcha  al  mando 
de  don  Enrique  Larenas,  seguida  muy  de  cerca  por  otra 
de  cuatrocientos  setenta,  al  de  don  Juan  Rafael  Rascuñan. 
O'Higgins  se  puso  en  camino  el  12  y  continuó  su  marcha 
hasta  Maypu ,  adonde  llegó  el  2/u  En  este  intermedio 
recibió  los  diputados  del  gobierno  Hermida  y  Rodríguez ; 


CAPÍTULO    XL. 


115 


pero  el  modo  de  discurrir  de  estos  era  tan  rencoroso, 
había  en  él  tanto  odio ,  tanta  animosidad  y  tan  poco  es- 
píritu de  conciliación ,  tan  necesario  en  aquellos  mo- 
mentos, que  los  diputados  fueron  despedidos  sin  la  mas 
mínima  esperanza  de  acomodamiento ,  lo  cual  obligó  á 
Carrera  á  tomar  sus  precauciones  para  recibir  vigorosa- 
mente á  su  poderoso  enemigo.  Cuando  supo  que  O'Higgins 
marchaba  sobre  Santiago,  envió  al  teniente  don  Gregorio 
Mende  con  noventa  hombres  á  reforzar  las  tropas  del  co- 
ronel don  Rafael  Eugenio  Muñoz,  que  desde  el  3  de  julio 
estaba  en  la  parte  de  San  Fernando  reuniendo  las  mili- 
cias de  los  alrededores.  Poco  después  salió  de  Santiago 
la  segunda  división  mandada  por  don  Luis  Carrera,  á  la 
que  siguieron  al  dia  siguiente  doscientos  fusileros  á  las  ór- 
denes del  teniente  coronel  don  Diego  Benavente,  el  mismo 
que  O'Higgins  tuvo  prisionero  algunos  dias  y  puso  luego 
en  libertad.  En  fin  una  tercera  división,  compuesta  de 
doscientos  milicianos  mandados  por  el  coronel  don  José 
María  Portus,  de  buen  número  de  soldados  del  Tejimiento 
«  de  los  pardos  y  de  ochenta  fusileros  montados,  que  se 
reunieron  en  esta  tarde  de  los  muchos  veteranos  dis- 
persos y  retirados  que  abrigaba  la  capital  por  el  des- 
greño á  que  se  habia  reducido  el  servicio,  »  se  hallaba 
pronta  para  obrar  á  la  primera  señal  (1 ). 

Mientras  O'Higgins  estuvo  al  sur  del  Maypu  conservó 
Carrera  alguna  esperanza  de  acomodamiento,  pero  luego 
que  pasó  este  rio ,  los  azares  de  una  batalla  iban  á  decidir 
de  la  suerte  de  los  dos  partidos. 

El  26  de  julio  pasó  el  Maypu  la  vanguardia  de  O'Hig- 
gins ,  compuesta  de  cuatrocientos  infantes ,  doscientos 
caballos  y  cuatro  piezas  de   artillería  :  las  demás  tropas 

(1)  Diario  manuscrito  de  don  José  Miguel  Carrera. 


'*# 


-;i 


! 


m 


mi 


4: 

';?'■ 

■ 

.!|H 

• 

?! 

1 

,:f! 
'■I 

1 

116 


HISTORIA    DE    CHILE. 


habían  quedado  unas  en  Rancaguay  otras  en  la  hacienda 
del  hospital.  Su  intención  era  evitar  todo  encuentro  y 
marchar  en  seguida  sobre  Santiago,  donde  esperaba  en- 
contrar un  fuerte  partido  en  su  favor;  pero  atacada  su 
vanguardia  por  un  pequeño  cuerpo  de  caballería,  se  vio 
obligado  á  aceptar  el  combate ,  ó  á  lo  menos  á  mandar 
que  sus  infantes  marchasen  sobre  la  división  de  su  ad- 
versario ,  mandada  por  don  Luis  Carrera,  repartiendo 
solo  á  razón  de  diez  cartuchos  por  plaza  con  objeto  de 
comprometerlos  á  que  cargasen  á  la  bayoneta.  Esto  su- 
cedía a  eso  del  medio  dia  con  corta  diferencia.  Don  José 
Miguel  Carrera  se  hallaba  aun  en  Santiago  cuando  sobre 
las  dos  recibió  un  mensajero  de  su  hermano  don  Luis, 
dándole  parte  de  lo  que  pasaba,  y  sin  pérdida  de  momento 
mandó  que  la  tercera  división  fuese  al  sitio  del  combate, 
que  era  la  acequia  de  Ochogavia,  y  le  tomó  la  delan- 
tera con  la  caballería  de  Aconcagua,  mandada  por  don 
José  María  Portus.  Todavía  llegó  bastante  á  tiempo  para 
que  esta  caballería  tomase  parte  en  la  acción  y  contri- 
buyese á  hacer  mas  completa  esta  pequeña  victoria , 
persiguiendo  á  los  fujitivos ,  de  ios  cuales  un  buen  nú- 
mero pudo  escaparse  protejidos  por  la  oscuridad  de  la 
noche.  Al  dia  siguiente  se  contaban  veinte  y  seis  muer- 
tos, treinta  y  siete  heridos,  mas  de  cuatrocientos  prisio- 
neros inclusos  trece  oficiales,  y  dos  cañones.  O'Higgins 
tuvo  su  caballo  fuera  de  combate,  y  si  pudo  escapar,  lo 
debió  á  la  jenerosidad  del  capitán  Barnachea,  que  le 
proveyó  de  otro  (1). 

(1)  En  una  conversación  que  tuve  con  O'Higgins  sobre  este  encuentro,  me 
dijo  que  hizo  marchar  sus  soldados  sobre  las  trincheras  que  los  soldados  de 
Carrera  habian  levantado  para  fortificarse ,  dándoles  solo  diez  cartuchos  para 
obligarles  á  cargar  á  la  bayoneta  5  y  que  encontrando  las  tropas  un  gran  foso, 
cosa  que  él  no  había  previsto,  se  vieron  obligadas  á  retroceder,  después  de 
haber  perdido  cien  hombres  y  dos  cañones  que  tuvieron  tiempo  de  clavar. 


CAPULLO    XL. 


La  proximidad  del  sitio  en  que  se  verificó  la  lucha, 
puso  en  conmoción  á  Santiago.  Los  diferentes  partidos, 
especialmente  el  de  O'Higgins,  esperando  con  ansiedad 
los  resultados  de  un  combate  que  iba  á  decidir  de  su 
suerte,  se  ajitaban  de  todos  lados,  tan  pronto  se  subían 
á  la  cima  del  cerro  de  Santa  Lucía  para  observar  mejor 
el  conjunto  del  movimiento  de  la  ciudad,  tan  pronto  iban 
á  las  diferentes  plazas  á  llevar  la  esperanza  ó  el  sobre- 
salto. Desgraciadamente  para  ellos,  el  vocal  don  Julián 
Uribe  se  habia  encargado  de  la  policía  de  la  ciudad ;  y 
aunque  la  naturaleza  de  su  profesión  le  obligaba  á  domi- 
nar sus  pasiones,  y  á  pesar  de  que  habia  sido  nombrado 
hacia  poco  vicario  jeneral  del  ejército  (1),  no  temió  dar 
rienda  ásu  carácter  violento,  á  veces  cruel,  y  tomar  las 
medidas  mas  rigorosas  con  sus  adversarios.  So  pretesto 
de  que  se  tramaba  una  rebelión,  mandó  poner  grillos  á 
los  oficiales  prisioneros,  aumentando  así  la  angustia  de 
estos  valientes  patriotas  en  los  momentos  en  que  el  par- 
tido carrerista  aturdía  la  ciudad  poniendo  en  movi- 
miento todas  las  campanas  de  las  iglesias,  y  se  entregaba 
á  regocijos  tumultuosos  al  resplandor  de  una  ilumina- 
ción casi  jeneral. 

Después  de  esta  derrota  se  retiró  O'Higgins  del  otro 
lado  del  Maypu  con  sus  cortos  restos ,  á  los  cuales  no 
tardaron  en  reunirse  las  tropas  que  habían  quedado  atrás. 
El  número  de  estas  era  bastante  considerable  para  poder 
intentar  una  segunda  acción ,  á  pesar  de  los  pocos  la- 
zos que  las  unían,  gracias  á  los  grandes  esfuerzos  de 
los  partidarios  de  los  Carreras.  Pero  su  misión  era  de- 

(1)  Antes  de  conferirle  esta  dignidad  el  gobierno  tuvo  escrúpulo  y  pre- 
guntó á  don  Bernardo  Vera  si  las  leyes  eclesiásticas  se  oponían  á  ello  \  y  este 
patriota,  como  doctor  en  teología  y  cánones,  eonLestó  que  sí ,  en  una  memoria 
en  que  citaba  numerosos  ejemplos. 


I 

I 

8 


-'«■£> 


118 


HISTORIA    DE    CIIILE. 


5 


fender  al  gobierno  caído,  ó  al  menos  combatir  al  usur- 
pador, y  se  disponía  á  renovar  el  ataque,  cuando  la  no- 
ticia de  la  llegada  de  Ossorio  á  la  provincia  de  Concepción 
y  la  intimación  que  el  capitán  Pasquel  le  llevó  de  ren- 
dirse inmediatamente,  exaltó  sus  vivos  sentimientos  de 
republicano,  y  le  decidió  á  posponer  toda  rivalidad  de  par- 
tido al  interés  de  la  patria.  Sabiendo  en  efecto  que  Abas- 
cal,  lejos  de  ratificar  el  tratado  de  Lircay ,  enviaba  por 
el  contrario  una  fuerte  espedicion  para  dominar  el  país 
por  el  triunfo  de  una  batalla  ó  por  las  amenazas ,  creyó 
conveniente  avistarse  lo  mas  pronto  posible  con  su  anta- 
gonista ,  y  comisionó  con  este  objeto  á  don  Estanislao 
Portales.  Desgraciadamente  seguía  en  la  idea  de  que 
se  disolviese  la  junta  y  se  dejase  al  pueblo  que  nombrara 
un  gobierno  provisional ;  cosa  que  no  podía  aceptar  Car- 
rera, creyendo  con  razón  que  una  reunión  popular, 
siempre  apasionada  y  tumultuosa,  no  podía  en  aquellos 
momentos  de  peligro  y  de  inquietud  desempeñar  tan  de- 
licada misión.  Sin  embargo  que  O'Higgins  había  man- 
dado avanzar  á  las  divisiones  que  habían  quedado  atrás, 
con  intención  de  atacarle  segunda  vez  con  todas  sus 
fuerzas,  consintió  que  el  padre  Arce,  que  se  le  habia  ofre- 
cido á  servir  de  intermediario,  fuese  á  verle  para  obtener 
un  pronto  acomodamiento  ;  y  gracias  á  este  relijioso  los 
dos  jenerales  se  reunieron  al  dia  siguiente  en  los  calle- 
jones de  Tango  para  discutir  juntos  sus  pretensiones  y 
exijencias.  En  esta  reunión  O'Higgins,  siempre  fiel  á  su 
pensamiento,  pretendió  que  los  miembros  de  la  junta  re- 
nunciasen su  cargo ,  ó  por  lo  menos  que  el  vocal  Uribe 
fuese  reemplazado  por  Pineda  como  representante  de  la 
provincia  de  Concepción ;  pero  cuando  vio  que  Carrera 
persistía  en  que  continuase  el  gobierno  tal  cual  el  pueblo 


CAPITULO    XL. 


lo  había  nombrado ,  se  contentó  con  escribir  al  mismo 
Uribe,  esperando  obtener  de  él  por  la  persuasión  una 
renuncia,  á  que  Carrera  no  se  hubiera  opuesto.  Vana  es- 
peranza, que  le  demostró  la  firme  resolución  de  los  indi- 
viduos de  la  Junta  de  conservar  su  poder,  lo  cual  sin  em- 
bargo no  obstó  para  que  fuese  al  dia  siguiente  á  Santiago, 
acompañado  de  don  Isidro  Pineda,  don  Casimiro  Albano, 
don  Pedro  Nolasco  Astorga  y  don  Ramón  Freiré  con  el 
objeto  de  poner  término  á  tan  lamentable  conflicto  :  y  en 
efecto  se  verificó  con  tal  prontitud  su  acuerdo  y  fué  tan 
completo,  que  pocas  horas  después  se  les  veia  pasear 
juntos  por  las  calles,  con  gran  satisfacción  de  los  verda- 
deros patriotas.  Una  proclama  firmada  por  los  dos  rivales 
dio  á  conocer  su  unión  á  las  demás  ciudades,  y  las  dis- 
posiciones que  iban  á  tomar  para  combatir  al  nuevo  ene- 
migo. O'Higgins  fué  quien  tuvo  el  pensamiento  de  este 
manifiesto,  como  habia  dado  antes  el  mas  bello  ejemplo 
de  abnegación,  sacrificando  á  la  salvación  de  la  patria, 
su  amor  propio  y  su  dignidad. 


y 


CAPITULO  XLI. 


Vuelve  Gainza  á  Chillan.  —  Adversarios  que  allí  encuentra  de  resultas  del 
tratado  que  habia  hecho.  —  Subterfujios  de  que  se  vale  para  no  salir  de  la 
provincia  á  pesar  de  lo  pactado.  —  El  vircy  Abascal  se  niega  á  firmar  el  tra- 
tado, y  envia  una  espedicion  á  las  órdenes  de  don  Mariano  Ossorio.  —  A  su 
llegada  á  Chillan  intima  la  rendición  á  los  patriotas  por  el  parlamentario 
Pasquel.  —  Al  saber  la  llegada  de  esta  espedicion  ,  los  patriotas  olvidan  sus 
diferencias,  y  se  reconcilian  para  oponerse  al  nuevo  enemigo.—  Actividad  que 
desplega  don  José  Miguel  Carrera  en  la  organización  de  su  ejército.—  Salida 
de  las  primeras  tropas  para  Rancagua,  punto  elejido  para  la  resistencia.  — 
Las  tropas  de  Ossorio  se  ponen  en  marcha  y  pasan  el  rio  Cachapual  por  el  vado 
de  Cortés.  —  Acción  de  Rancagua  y  derrota  completa  de  los  patriotas.  — 
Alboroto  y  huida  de  los  habitantes  de  Santiago  al  otro  lado  de  las  cordilleras. 
—  Don  José  Miguel  Carrera  reúne  en  la  capital  toda  la  plata  posible,  así  la- 
brada como  acuñada,  para  organizar  un  nuevo  ejército  en  el  norte.—  Su  de- 
cepción.—  Batalla  de  la  ladera  de  los  Papeles,  en  que  pierde  la  mayor  parte 
del  tesoro. —  Atraviesa  las  cordilleras  con  los  restos  del  ejército,  en  dirección 
Mendoza. 


Después  del  tratado  de  Lircay,  Gainza,  como  ya  hemos 
visto,  abandonó  Talca  al  jeneral  chileno,  y  se  dirigió  á 
Chillan,  donde  debia  reunirse  todo  el  ejército  real.  Ro- 
dríguez, que  le  precedió  mas  de  una  semana,  habia 
preparado  la  opinión  contra  él  y  contra  el  tratado  que 
habia  firmado,  el  cual  calificaba  de  muy  humillante  para 
el  rey  y  para  el  ejército.  Escitando  de  este  modo  el  des- 
contento, despertaba  la  ambición  de  los  partidarios  de 
Sánchez  que  hubieran  querido  esplotar  en  favor  de  su 
jefe ;  pero  no  era  esta  la  intención  de  Rodríguez  ni  de 
algunos  oficiales  superiores.  Su  censura  á  Gainza  no  tenia 
mas  objeto  que  protestar  contra  el  tratado,  para  quedar 
á  cubierto  si  lo  desaprobaba  el  virey  del  Perú. 

Gainza,  que  sabia  estas  intrigas,  dudó  un  momento 
si  continuar  la  marcha  á  Chillan  ó  volver  á  Concepción, 


CAPÍTULO    XLI. 


121 


donde  esperaba  tener  menos  enemigos  y  envidiosos  que 
combatir;  al  fin  siguiendo  el  parecer  de  algunos  amigos, 
que  habia  enviado  delante,  se  decidió  por  su  primera  re- 
solución, y  habiendo  entrado,  á  los  pocos  dias  en  aquella 
ciudad,  reunió  sin  dilación  en  su  casa  muchos  oficiales 
para  interpelar  á  las  personas  que  habían  calumniado 
el  tratado,  y  saber  sus  intenciones.  El  único  que  tomó  la 
palabra  fué  el  auditor  de  guerra,  quien  procuró  demos- 
trar los  inconvenientes  del  tratado,  del  que  Gainza  le 
hacia  también  responsable,  por  no  haber  dado  señal  nin- 
guna de  desaprobación  cuando  se  discutía  (1).  Por  lo 
demás,  le  fué  fácil  demostrar  que  el  mal  se  habia  exaje- 
rado  mucho,  y  dejó  entrever,  aunque  sin  revelarlo  com- 
pletamente, que  su  conducta  mas  era  efecto  de  astucia 
y  previsión,  que  de  verdadera  intención  de  ejecutar  las 
diferentes  cláusulas  del  tratado,  especialmente  la  que  le 
obligaba  á  sacar  el  ejército  de  la  provincia  (2). 

Y  en  efecto  Gainza  se  instaló  en  su  cuartel  jeneral, 
como  si  no  hubiese  de  salir  de  él  en  mucho  tiempo,  á 
despecho  de  las  cartas  que  no  cesaba  de  escribirle  O'Hig- 
gins,  recordándole  su  obligación  de  embarcarse  para  el 
Perú,  á  las  que  contestaba  con  evasivas,  pretestando  tan 
pronto  lo  crudo  de  la  estación  y  la  abundancia  de  llu- 
vias, tan  pronto  la  falta  de  buques,  con  lo  cual  ganaba 


ñ 


(1)  La  noche  que  llegamos  á  Chillan  se  presentaron  ante  el  señor  jeneral  va- 
rios oficiales,  entre  ellos  el  señor  auditor  Rodríguez;  y  tengo  presente  que 
hablando  este  sobre  los  tratados, le  reconvino  el  señor  Gainza  diciéndole  porque 
cuando  estaba  á  solas  con  él  no  le  habia  reconvenido,  hecho  seña  ó  tirado  de 
la  casaca  en  cualquiera  de  los  capítulos,  habiéndole  llamado  para  este  fin;  á  lo 
que  no  contestó  y  se  concluyó  la  junta.  Declaración  del  coronel  don  Ildefonso 
Elorriaga  en  el  proceso  de  Gainza. 

(2)  Jamás  pensó  ni  aun  por  sueños  desamparar  la  provincia,  como  así  lo 
tiene  repetido  en  varios  lugares  de  su  confesión,  y  lo  acreditan  repetidos  he- 
chos, circunstancias  y  documentos  constantes.  Proceso  de  Gainza. 


}' 


^ 


HISTORIA    DE    CHILE. 

tiempo  para  poner  en  conocimiento  del  virey  su  posición, 
y  recibir  respuesta  de  lo  que  debia  hacer.  Pero  la  as- 
tucia no  era  tan  solapada,  que  pudiese  engañar  ni  aun 
á  los  mas  escasos  talentos,  porque  él  continuaba  gober- 
nando la  provincia  como  jefe  independiente  y  absoluto, 
espedía  autos  de  buen  gobierno,  remataba  diezmos, 
enviaba  guerrillas  para  conseguir  ganados  y  caballos, 
hacia  nuevos  reclutas  que  eran  instruidos  y  disciplinados 
lo  mismo  que  en  tiempo  de  guerra,  y  se  proporcionaba 
dinero  dirijiéndose  á  los  patriotas,  á  quienes  hacia 
exacciones  al  igual  de  un  enemigo ;  y  mientras  pasaba 
todo  esto,  mantenía  con  O'Higgins  una  correspondencia 
seguida  y  amistosa,  hasta  el  punto  de  pedirle  su  protec- 
ción contra  los  complots  de  algunos  malintencionados  (1). 

De  esta  manera  pudo  permanecer  en  la  provincia  sin 
que  le  inquietasen  los  patriotas,  á  quienes  O'Higgins 
procuraba  inclinar  en  sus  proclamas  en  favor  de  Gainza, 
ocupados  por  otra  parte  de  disputas  de  odio  y  riva- 
lidad, á  despecho  de  los  rehenes  que  se  habían  dado. 

El  13  de  agosto  contestó  el  virey  á  los  despachos  de 
Gainza,  desaprobando  todos  los  artículos  del  tratado,  y 
reconviniéndole  por  el  abuso  de  haberse  escedido  en 
demasía  de  sus  instrucciones.  En  castigo  de  esta  falta 
le  destituyó  del  cargo  de  jeneral  en  jefe  del  ejército,  y  le 
mandó  comparecer  ante  un  consejo  de  guerra ,  reem- 
plazándole con  el  coronel  de  artillería  don  Mariano 
Ossorio. 

Este  Ossorio,  que  pertenecía  á  una  familia  ilustre,  á 
la  casa  del  conde  de  Altamira  de  España,  era  un  militar 

(1)  Gainza  previno  á  O'Higgins  que  no  dispersase  sus  tropas  porque  Calvo  y 
Elorriaga  trataban  de  revolucionar,  lo  que  trataba  de  evitar.  Diario  manus- 
crito de  don  Manuel  Salas. 


CAPITULO    XLÍ. 


123 


bastante  distinguido  y  de  cierta  enerjía.  Empezó  su  car- 
rera en  la  guerra  contra  Napoleón,  habiendo  asistido  al 
primer  asalto  de  Zaragoza,  de  gloriosa  memoria,  y  tam- 
bién al  segundo,  en  cuya  época  era  ya  sarjento  mayor. 
A  principios  de  1812  fué  destinado  á  Lima,  donde  en 
calidad  de  comandante  de  artillería  prestó  grandes  ser- 
vicios á  este  cuerpo ,  contribuyendo  á  su  disciplina  y 
nueva  organización ;  y  cuando  se  trató  de  la  espedicion 
de  Chile,  Abascal  le  puso  á  su  cabeza  por  recomenda- 
ción muy  eficaz  del  comercio,  dándole  muchas  compañías 
del  Tejimiento  de  Talavera  recien  llegado  á  Lima,  un 
cuadro  de  oficiales  para  formar  un  escuadrón  de  carabi- 
neros, y  todo  lo  necesario  en  material  y  en  dinero  para  el 
mejor  éxito  de  la  empresa. 

Habiendo  llegado  Ossorio  á  Talcahuano  el  12  de 
agosto  de  1814,  marchó  inmediatamente  á  Chillan  á  to- 
mar el  mando  del  ejército  ,  que  Gainza  en  su  crédula 
esperanza  confiaba  conservar.  Su  permanencia  en  esta 
ciudad  fué  muy  corta,  y  la  aprovechó  en  discutir  el  plan 
de  campaña,  tomar  los  informes  que  podia  necesitar  y 
formar  el  escuadrón  de  usares  de  milicia,  cuyo  mando 
dio  al  valiente  Barañao.  El  28  de  agosto  se  puso  en  mo- 
vimiento su  vanguardia,  en  la  que  la  caballería  iba  á  las 
órdenes  de  Elorriaga  y  la  infantería  á  las  de  Carballo, 
llevando  cuatro  cañones  de  campaña.  En  los  dias  succe- 
sivos  salió  del  cuartel  jeneral  el  resto  del  ejército,  com- 
puesto en  su  totalidad  de  cuatro  mil  nuevecientos  setenta 
y  dos  hombres,  dividido  en  tres  divisiones  que  marchaban 
con  el  intervalo  de  un  dia.  Todas  las  tropas  observaron  el 
mejor  orden  y  disciplina,  escepto  el  batallón  de  Talavera, 
que  al  llegar  á  San  Carlos  se  sublevó  contra  su  coman- 
dante Maroto ,  sublevación  que  pudo  tener  serios  resul- 


11 


12&  HISTORIA    DE    CHILE. 

tados,  porque  los  que  la  promovieron  eran  procedentes 
de  lo  mas  malo  que  había  en  España,  pero  que  fué  pronto 
sofocada  por  el  mayor  Morgado  y  el  capitán  Margueli, 
dando  á  los  amotinados  una  parte  de  su  paga,  única  causa 
de  aquel  principio  de  insubordinación. 

Antes  de  salir  de  Chillan,  es  decir  el  20  de  agosto,  comi- 
sionó Osorio  al  capitán  don  Antonio  Pasquel  para  que  en 
calidad  de  parlamentario  llevase  á  los  jefes  patriotas  la 
orden  de  rendirse  y  someterse  al  rey  Fernando  VII.  Esta 
orden  estaba  concebida  en  términos  tan  severos  para 
los  chilenos,  como  insultantes  para  los  que  gobernaban 
el  país.  Era  un  conjunto  de  baladronadas,  amenazas, 
anuncio  de  desgracias  á  los  que  no  le  obedeciesen,  etc., 
que  O'Higgins  recibió  con  calma  é  indignación,  pero  que 
impresionó  vivamente  el  alma  poco  sufrida  de  don  José 
Miguel  Carrera.  Este,  sin  aguardar  su  completa  reconci- 
liación con  aquel,  hizo  que  le  contestase  el  29  del  mismo 
mes  por  la  junta ,  de  una  manera  comedida  y  adecuada, 
que  contrastaba  con  el  gran  sentimiento  de  cólera  que 
revelaba  en  sus  actos,  pues  en  aquellos  momentos  mandó 
arrestar  y  poner  grillos  al  parlamentario  Pasquel,  so  pre- 
testo  de  que  se  había  fugado  el  coronel  Hurtado,  uno 
de  los  rehenes  de  los  realistas. 

Como  el  volver  á  empezar  las  hostilidades  era  una 
consecuencia  casi  indispensable  de  la  respuesta  y  de  la 
prisión  que  acabamos  de  referir ,  los  dos  jefes,  según  ya 
hemos  dicho ,  se  apresuraron  á  reconciliarse ;  y  aunque 
esta  reconciliación  no  fué  tan  sincera  como  hubiera  sido 
de  desear,  sí  lo  bastante  para  el  peligro  del  momento, 
pues  reunió  los  dos  ejércitos  bajo  la  única  bandera  que 
les  conveníanla  de  la  independencia.  Desgraciadamente  la 
inacción  de  estos  dos  ejércitos,  y  quizá  también  la  inercia 


CAPITULO    XLI. 


125 


de  Lastra  habían  comprometido  en  gran  manera  la  dis- 
ciplina y  las  obligaciones  del  soldado.  Las  deserciones 
eran  numerosas ,  se  habia  tenido  poco  esmero  con  las 
armas,  y  el  corto  número  de  reclutas  hechos  estaban 
muy  descuidados.  Se  necesitaba  todo  el  jenio  creador 
de  don  José  Miguel  Carrera  para  dar  á  la  reunión  de  estos 
soldados  el  título  pomposo  de  ejército  de  la  patria. 

Sin  cuidarse  de  la  legalidad  de  sus  actos,  no  conside- 
rando en  aquel  momento  mas  que  el  peligro  del  país,  lo 
cual  le  daba  ciertamente  plena  y  completa  libertad,  Car- 
rera tomó  inmediatamente  y  como  tenia  de  costumbre,  las 
mas  prontas  y  enérjicas  medidas  para  poder  tentar  fortuna, 
ó  al  menos  oponer  alguna  resistencia  á  su  formidable  ene- 
migo. Se  ocupó,  pues,  nuevamente  de  reunir  los  deser- 
tores dispersos  en  los  diferentes  pueblos  de  la  provincia, 
amenazando  con  pena  de  muerte  al  que  no  se  presen- 
tase ,  y  prometiendo  una  recompensa  de  veinte  y  cinco 
pesos  al  denunciador;  envió  á  lllapel  al  capitán  don 
J.  Prieto  con  encargo  de  reclutar  en  las  inmediaciones 
nuevos  conscriptos ,  y  persuadido  de  que  el  número  que 
se  obtuviese  de  estos  no  seria  suficiente  para  las  necesi- 
dades del  momento ,  decretó  el  alistamiento  en  masa  de 
todos  los  esclavos  del  país  desde  la  edad  de  trece  años, 
prometiéndoles  la  libertad  tan  pronto  como  estuviesen 
filiados  y  ofreciendo  á  los  propietarios  una  indemniza- 
ción, que  apreciada  legalmente,  seria  satisfecha  con  la 
media  paga  de  aquellos  que  al  efecto  se  les  descontaría, 
oferta  de  no  gran  valor  en  unos  momentos  en  que  los 
soldados  estaban  poco  y  mal  pagados  y  que  hubiera  pro- 
ducido resultados  escasísimos  á  no  haberse  amenazado 
en  el  mismo  decreto  con  la  pérdida  del  esclavo,  de  la 
mitad  de  los  bienes  y  dos  años  de  destierro  al  amo  que 


I 


126 


HISTORIA    DE    CHILE. 


lo  ocultase.  Por  lo  demás,  el  patriotismo  chileno  se  apre- 
suró en  esta  ocasión,  como  en  tantas  otras,  á  segundar 
esta  orden  urjente.  Algunos  ciudadanos  jenerosos  ofre- 
cieron gratuitamente  al  país  los  pocos  esclavos  que  po- 
seían, y  muy  pronto  pudo  formarse  un  nuevo  Tejimiento, 
al  que  se  le  dio  el  nombre  de  Ingenuos  de  la  Patria. 

Aunque  la  creación  de  los  nuevos  Tejimientos  y  la  or- 
ganización del  ejército  absorvia  casi  todo  el  tiempo  á 
don  José   Miguel   Carrera,   su  actividad  febril  no  le 
permitía  dejar  de  atender  á  cuanto  pudiera  dar  fuerza 
y  confianza  á  su  partido.  Santiago  continuaba  siendo  la 
población  en  que  la  revolución  tenia  mayor  número  de 
enemigos.  Para  que  estos  no  pudiesen  hacerle  daño,  envió 
unos  á  los  pueblos  del  norte,  confinó  otros  á  sus  hacien- 
das, é  hizo  que  en  un  dia  mismo  pasasen  al  otro  lado  de 
las   cordilleras  catorce  relijiosos ,  recomendándolos  de 
una  manera  particular  al  gobernador  de  Cuyo,  á  fin  de 
que  les  impidiese  volverse,  y  advirtiéndole  que  le  enviada 
muchos  mas,  Igual  rigor  exijió  del  gobernador  de  Val- 
paraíso cuando  supo  que  se  habían  visto  dos  barcos  en 
la  costa  de  Topocalma,  pues  le  escribió  que  no  dejase 
ni  un  cuchillo  en  manos  de  los  realistas,  y  que  enviase 
los  mas  osados  al  interior  del  país  (1),  para  impedirles 
que  volvieran.  En  todas  estas  medidas  era  apoyado  efi- 
cazmente por  sus  dos  colegas,  que  inspirados  por  su  ac- 
tividad y  enerjía  obraban  con  no  menos  dilijencia,  espe- 
cialmente Uribe ,  quien  por  su  carácter  duro  y  severo  era 
el  ejecutor  de  las  órdenes  y  pensamientos  de  Carrera, 
con  tal  exaltación  á  veces,  que  contrariaba  los  sentimientos 

(1)  Para  conducir  con  segundad  á  los  espatriados  y  desterrados  se  estableció 
una  posta  de  partidas  militares  hasta  el  pié  de  la  cordillera,  y  en  verdad,  si  la 
cordillera  hubiese  estado  abierta  ,  habría  quedado  Chile  libre  de  esta  clase  de 
enemigos.  Diario  manuscrito  de  don  José  Miguel  Carrera. 


Üífíi 


•^* 


CAPITULO    XLI. 


127 


jenerosos  y  benévolos  de  este  jeneral.  Pero  lo  que  le 
preocupaba  mucho  desde  que  se  instaló  la  junta  era  el 
estado  lastimoso  de  la  hacienda.  Ya  hemos  visto  que  el 
tesoro  no  tenia  mas  que  mil  pesos  en  sus  cajas ,  re- 
curso del  todo  insignificante  para  tantos  gastos  de  pri- 
mera necesidad  :  era  pues  preciso  un  remedio  eficaz  y 
pronto.  Siguiendo  la  costumbre  de  entonces,  se  acordó  un 
empréstito  forzoso  que  habían  de  pagar  mas  principal- 
mente los  europeos  y  chilenos  adictos  al  partido  realista, 
se  echó  mano  de  cierta  cantidad  de  plata  labrada  de 
las  iglesias,  y  se  amenazó  con  una  multa  de  mil  pesos  á 
todo  el  que  siendo  deudor  al  tesoro,  no  entregase  el  im- 
porte de  su  débito  en  el  término  de  tres  dias.  Con  esta 
arbitraria  enerjía  que  justificaban  la  indignación  del  go- 
bierno y  las  incesantes  necesidades  de  la  situación,  se 
fortaleció  la  autoridad ,  el  tesoro  tuvo  muy  pronto  en  sus 
cajas  un  millón  de  pesos  y  los  soldados,  mejor  pagados, 
mejor  vestidos  y  mejor  equipados,  pudieron  marchar 
contentos  y  alegres  al  encuentro  del  nuevo  enemigo. 

El  9  de  setiembre  salieron  de  Santiago  las  primeras 
tropas,  mandadas  por  el  sarjento  mayor  don  Francisco 
Elizalde ,  á  reunirse  á  las  de  O'Higgins  acampadas  en 
Maypu.  Estas  tropas  conocidas  con  el  nombre  de  auxi- 
liares, formaron  la  base  del  batallón  número  3. 

Desde  el  5  de  setiembre  estaba  O'Higgins  de  vuelta 
en  su  campamento,  ocupado  afanosamente  en  disciplinar 
sus  soldados  y  en  proporcionarles  todo  lo  que  les  hacia 
falta  en  armas  y  equipo.  Como  su  pequeño  cuerpo  debia 
formar  la  primera  división  del  ejército  que  iba  á  com- 
batir á  Ossorio ,  envió  á  hacer  un  reconocimiento  al  in- 
trépido capitán  don  Ramón  Freiré ,  quien  á  la  cabeza  de 
solos  cincuenta  dragones,  no  temió  pasar  el  Cachapual 


i:¡'S 


I  tt 


,■  .> 


128 


HISTORIA    DE    CHILE, 


y  llevar  sus  investigaciones  y  su  audacia  hasta  la  ciudad 
de  san  Fernando,  que  tuvo  que  abandonar  al  instante 
por  la  llegada  de  un  cuerpo  de  realistas.  Se  replegó  en- 
tonces sobre  Rancagua,  adonde  se  reunió  con  ciento  cin- 
cuenta milicianos  enviados  por  Carrera  á  las  órdenes  del 
teniente  coronel  don  Bernardo  Cuevas  á  hacer  también  un 
reconocimiento.  Estas  dos  compañías  formaban  en  cierto 
modo  la  vanguardia  de  la  división  O'Higgins,  que  seguía 
acampada  en  Maypu,  pero  que  se  puso  en  movimiento 
pocos  dias  después ;  por  manera  que  el  20  ya  estaba  toda 
esta  división  en  Rancagua  y  las  tropas  ocupadas  en  cons- 
truir trincheras. 

El  mismo  día  salió  de  Santiago  el  coronel  Portus  con 
mil  doscientos  milicianos  de  caballería,  y  al  siguiente  la 
segunda  división  mandada  por  don  Juan  José  Carrera, 
fuerte  de  setecientos  sesenta  granaderos  y  cuarenta  y 
cuatro  infantes  de  Concepción.  Antes  se  habían  hecho 
correr  proclamas  muy  violentas  contra  los  realistas,  contra 
los  chilenos  infieles  que  se  habían  pasado  al  enemigo, 
y  sobre  todo  contra  Ossorio,  á  quien  se  puso  fuera  de 
la  ley  por  traidor  al  rey  y  á  la  patria,  y  se  pregonó  su 
cabeza.  Fundóse  esta  medida  en  querer  Ossorio  que  se 
observara  la  constitución  de  las  cortes  tiempo  hacia  abo- 
lida por  el  rey,  según  resultaba  de  las  gacetas  reciente- 
mente recibidas,  y  que  se  le  enviaron.  Pero  Ossorio  solo 
veia  en  todo  esto  un  pretesto  para  atacar  con  mas  du- 
reza su  persona ;  y  sin  cuidarse  de  semejantes  amenazas, 
continuó  su  marcha  bajo  la  protección  de  nuestra  señora' 
del  Rosario,  á  quien  había  tomado  en  Talca  por  patrona 
del  ejército. 

A  su  llegada  á  la  Requinoa,  una  noticia  mucho  mas 
importante  vino  á  colocarle  en  el  mayor  embarazo. 


CAPÍTULO  XLI. 


129 


De  resultas  de  la  toma  de  Montevideo  por  los  patriotas, 
Pezuela  no  podia  seguir  en  la  provincia  de  Salta,  tanto 
mas  cuanto  que  acababa  de  saber  la  derrota  y  muerte 
del  valiente  Blanco  en  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  las  pér- 
didas que  había  tenido  el  comandante  Barra  en  Valle- 
Grande  ,  el  abandono  de  la  Laguna  por  el  teniente  co- 
ronel Valle  y  el  gran  número  de  partidas  de  guasos  que 
se  estaba  formando  en  los  alrededores.  Todo  esto  le 
obligó  á  abandonar  á  Salta  el  3  de  agosto,  y  á  replegarse 
sobre  Sinpacha,  desde  donde  escribió  al  virey,  pidién- 
dole prontos  auxilios  en  hombres  y  en  armamento. 

Seis  dias  antes  de  recibirse  el  parte  de  Pezuela,  Abascal 
había  enviado  á  Chile  la  espedicion  de  Ossorio,  lo  que 
le  colocó  en  la  imposibilidad  de  suministrar  al  jeneral 
del  Perú  los  ausilios  que  le  reclamaba ;  pero  interesado 
vivamente  en  la  conservación  del  vireinato,  sobre  todo 
en  momentos  en  que  el  Cuzco  acababa  de  sublevarse  casi 
en  masa  por  instigaciones  del  gran  patriota  Ángulo, 
reunió  el  30  de  setiembre  un  consejo  de  guerra,  en  que 
se  resolvió  escribir  á  Ossorio  que  enviase  á  Arica  el 
cuerpo  de  Talavera  y  el  de  Chiloe,  si  sus  armas  habían 
triunfado  en  Chile ,  y  autorizándole  si  el  estado  de  la 
guerra  no  era  tan  satisfactorio  como  se  creia,  para  cele- 
brar con  los  patriotas  un  convenio,  que  permitiese  dis- 
poner de  todas  las  tropas  contra  el  alto  Perú  (1). 

Esta  determinación,  que  se  comunicó  á  Ossorio  con 
prontitud  y  por  triplicado  (2),  le  colocó  en  una  posición 

aue  LvH  hTr'  ^  *  1°  ^^  "^^  de  reSUltaS  de  a,gunas  conversaciones 
en  1   r  elH9^ocon  Ruedas,  «secretario  de  Ossorio,  se  ve  confirmado 

Jenira?  Gamba.  °  ^  ^''^  "'  "  C°nC°rd,a  Y  en  IaS  Mem°rias  del 

ni!i  Jf  "rábaSG  ,a  Suerte  de  las  or^"«  que  hasta  por  triplicado  se  habian 

pasado  á  Ossorio  en  conformidad  de  lo  resuelto  en  junta  de  guerra  para  activar 

sus  operaciones,  y  que  en  cualquier  estado  tratase  con  los  insurjentes  la  negó- 

VI.  Historia.  9 


V 


■ 


i 


V    '  ■  •  H  - 

I           iM 

Üf               ":;:¡ 

Mi. 

HISTORIA    DE    CHILE. 

tan  crítica  como  embarazosa.  No  queriendo  tomar  sobre 
sí  toda  la  responsabilidad  de  sus  actos,  convocó  un  con- 
sejo de  guerra ,  en  el  que  hizo  ver  á  sus  compañeros  de 
armas  que  una  retirada  seria  muy  peligrosa  para  el  ejér- 
cito, y  que  su  posición  era  demasiado  buena  para  no  in- 
tentar una  batalla  decisiva ,  cuyo  feliz  éxito  lo  aseguraba 
la  discordia  que  habia  entre  los  dos  partidos.  Pacificado 
el  país  y  dominadas  todas  las  facciones,  seria  mas  fácil 
socorrer  al  Perú,  enviándole  las  tropas  que  entonces  casi 
para  nada  se  necesitarían.  Admitida  esta  idea  por  la  je- 
neralidad  de  los  oficiales,  Ossorio  dio  las  órdenes  de 
marcha  y  el  50  de  setiembre  todo  el  ejército  se  puso  en 
movimiento ,  aprovechando  la  noche  para  pasar  con 
menos  resistencia  el  rio  Cachapual ,  en  cuyas  márjenes 
estaba  acampado  parte  del  ejército  chileno.  Pocos  dias 
antes  habia  propuesto  á  O'Higgins  conservarle  el  título 
de  brigadier  y  nombrarle  intendente  de  la  provincia  de 
Concepción  si  se  pasaba  á  los  realistas ,  propuesta  que 
fué  recibida  con  desprecio  é  indignación. 

Aunque  don  José  Miguel  Carrera  mandó  obstruir  las 
acequias  para  que  vertiesen  las  aguas  en  el  rio  y  hubiese 
menos  vados,  estos  los  habia  en  muchos  punios  ^porque 
la  estación  no  favorecia  sus  intentos.  Ossorio  elijió  el  de 
Cortés  cómo  uno  de  los  mas  fáciles  de  pasar,  y  dividió 
su  ejército  en  tres  columnas  que  marchaban  á  muy  corta 
distancia  una  de  otra,  para  disminuir  los  inconvenientes 
de  ir  separadas,  y  que  descansaban  de  cuando  en  cuando. 
Como  habian  salido  á  las  nueve  de  la  noche  y  la  Pie- 
quinoa  apenas  dista  dos  leguas  del  paso  del  rio ,  llegaron 

dación  mas  decorosa  que  pudiese  alcanzar,  para  volar  al  socorro  del  jeneral 
Pezuela  y  de  sus  valientes  y  beneméritas  tropas.  —  Relación  del  gobierno  dei 
marqués  de  la  Concordia. 


CAPÍTULO    XLI. 


131 


temprano,  y  al  rayar  el  alba  lo  vadearon  sin  obstáculo, 
pues  la  vanguardia,  compuesta  de  seiscientos  cincuenta 
caballos,  habia  desalojado  para  entonces  los  veinte  hom- 
bres-, única  fuerza  que  guardaba  aquel  paso. 

En  cuanto  O'Higgins  supo  que  el  enemigo  intentaba 
pasar  el  rio  por  el  vado  de  Cortés,  encargado  á  la  viji- 
lancia  de  don  José  Miguel  Carrera,  destacó  una  compañía 
de  dragones  mandada  por  el  capitán  don  Rafael  Anguita, 
la  cual  llegó  tarde  y  tuvo  que  replegarse.  También  O'Hig- 
gins se  vio  obligado  á  atrincherarse  detras  de  las  tapias, 
desde  donde  no  cesó  de  incomodar  al  enemigo  durante 
su  paso.  Mas  de  una  hora  estuvo  en  esta  posición  aguar- 
dando que  le  llegasen  refuerzos;  pero  viendo  que  todo 
el  ejército  realista  estaba  ya  al  norte  del  rio,  que  una 
parte  de  él  batía  su  derecha,  y  que  la  otra  intentaba  cor- 
tarle la  retirada,  dando  rodeos  para  interponerse  entre 
él  y  Rancagua,  mandó  marchar  sobre  la  ciudad,  adonde 
se  habia  retirado  con  casi  toda  su  división  don  Juan 
José  Carrera,  esperando  se  le  reuniese  muy  pronto  la 
de  don  José  Miguel,  con  arreglo  á  lo  que  habían  con- 
venido. 

Esta  ciudad  situada  á  unas  cuantas  cuadras  del  rio  y 
construida  en  medio  de  una  vasta  llanura,  la  escojió 
O'Higgins,  contra  el  parecer  de  don  José  Miguel  Carrera, 
para  punto  de  resistencia.  Como  nada  habia  hecho  la 
naturaleza  para  su  defensa,  la  fortificó  á  toda  prisa,  pero 
muy  lijeramente  por  falta  de  materiales  y  por  el' poco 
tiempo  que  hubo  para  trabajar.  Reducíase  la  fortificación 
á  unas  simples  trincheras  construidas  con  adobes  á  una 
cuadra  de  la  plaza  y  á  la  entrada  de  las  tres  calles  mas 
inmediatas.  Los  puntos  de  acceso  estaban  completamente 
abiertos,  y  por  lo  tanto  le  fué  fácil  á  Ossorio  apoderarse 


i 


■Cí 


■ 


■':V.fc 


HISTORIA    DK    CHILE. 

de  ellos  y  rodear  la  ciudad,  bloqueando  á  los  patriotas  y 
privándoles  de  todo  socorro.  Para  que  su  situación  fuese 
mas  apurada,  se  cortó  la  única  acequia  que  provee  de 
agua  ala  ciudad,  por  manera  que  los  soldados  en  número 
de  mil  setecientos  próximamente  y  los  habitantes,  se  en- 
contraron privados  de  tan  indispensable  artículo. 

Tal  era  el  estado  de  las  cosas  cuando  principió  el 
combate ,  el  mas  sangriento  y  obstinado  de  cuantos  se 
habían  visto  hasta  entonces  (1).  Durante  treinta  y  tres 
horas  la  acción  se  sostuvo  sin  tregua  ni  descanso  y  con 
un  arrojo  por  una  y  otra  parte  digno  de  mejor  causa, 
pues  los  patriotas  demostraron  en  la  defensa  una  obsti- 
nación igual  á  la  impetuosidad  de  los  que  les  atacaban. 
Fortificados  en  la  plaza ,  colocados  en  las  casas  y  en  sus 
techos  hacían  pagar  cara  la  atrevida  bravura  de  los  rea- 
listas, dirijidos  por  oficiales  valientes,  acostumbrados 
al  fuego  y  siempre  prontos  á  lanzar  sus  tropas  á  calles 
rectas  y  estrechas ,  lo  cual  les  causó  grandes  pérdidas , 
especialmente  en  el  batallón  de  Talavera,  del  que  no 
quedó  mas  que  la  sesta  compañía  mandada  por  San- 
bruno  ,  y  en  el  del  real  de  Lima.  Muchas  tentativas  hi- 
cieron, y  otras  tantas  fueron  rechazadas  por  los  cañones 
de  los  patriotas  colocados  en  la  bocacalle  de  San  Fran- 
cisco y  á  una  cuadra  de  la  plaza ,  hasta  que  viendo  la 

(1)  El  ejército  chileno,  comprendida  la  división  de  don  José  Miguel  Car- 
rera, etc.,  se  componía  de  catorce  jefes,  doscientos  doce  oficiales,  tres  mil 
cuatrocientos  doce  artilleros  y  fusileros  y  dos  mil  quinientos  sesenta  y  cuatro 
milicianos  de  caballería ,  en  todo  seis  mil  doscientos  y  dos  hombres;  pero  en 
jeneral  los  soldados  no  tenían  disciplina  y  muchos  eran  nuevos,  procedían  de 
las  clases  inferiores  de  la  sociedad  y  estaban  sin  armas.  El  ejército  realista  no 
ascendía  mas  que  á  cuatro  mil  novecientos  setenta  y  dos  hombres,  pero  casi 
todos  buenos  soldados,  algunos  de  los  cuales  habían  hecho  la  campaña  contra 
Napoleón ;  y  aunque  es  verdad  que  tenia  algunos  milicianos,  podia  contarse 
con  ellos,  porque  pertenecían  á  una  raza  de  hombres  habituados  á  estar  constan- 
temente con  las  armas  en  la  mano,  por  su  proximidad  á  los  indios  araucanas» 


-JW"- 


CAPITULO    XLí. 

imposibilidad  de  tomar  al  descubierto  las  trincheras, 
abrieron  troneras  en  las  casas ,  y  á  su  abrigo  pudieron 
aproximarse  á  distancia  de  una  cuadra,  donde  construye- 
ron parapetos  valiéndose  de  grandes  lios  de  charqui  y 
otros  objetos  que  pudieron  encontrar.  Puestos  así  á  cu- 
bierto, aunque  no  lo  bastante  para  preservarse  del  fuego 
de  fusil  que  les  hacían  desde  los  techos  de  las  casas, 
incendiaron  las  de  los  alrededores,  lo  cual  puso  á  los 
patriotas  en  una  posición  muy  crítica  si  bien  no  deses- 
perada ;  porque  animados  por  la  enerjía  de  sus  jefes  se 
batían  con  tanto  valor  como  decisión,  de  tal  manera  que 
sabiendo  que  se  aproximaban  refuerzos,  hicieron  una 
salida  sobre  diferentes  puntos,  con  tan  buen  resultado 
que  hubo  un  momento  en  que  Ossorio  pensó  batirse  en 
retirada  y  desistir  del  ataque,  lo  que  empezó  á  hacer 
en  efecto,  y  hubiera  continuado  sin  la  resistencia  de  al- 
gunos oficiales  (1). 

Si  en  este  momento  de  vacilación  se  hubiera  presen- 
tado con  la  tercera  división  don  Miguel  Carrera,  es  pro- 
bable que  hubiese  decidido  la  suerte  del  combate,  decla- 
rando la  victoria  en  favor  de  los  patriotas ;  pero  situado 
como  siempre  y  sin  duda  por  su  mala  estrella,  á  una 
distancia  bastante  grande  del  campo  de  batalla,  se  con- 
tentó con  enviar  á  las  órdenes  de  su  hermano  don  Luis, 
dos  cañones  y  unas  cuantas  compañías  mandadas  por  los 
dos  hermanos  Benavente,  sin  mas  objeto  que  el  de  pro- 
tejer  la  retirada  de  los  sitiados,  cuando  lo  que  el  jefe  de 
estos  le  pedia  era  auxilio  para  añadir  el  último  íloron  á 
aquel  principio  de  victoria.  Al  llegar  por  el  lado  del 
norte,  donde  estaban  acampados  la  caballería  de  Elor- 

(1)  Oficio  de  O'Higgins  al  gobierno  de  Buenos-Aires.  Este  oficio  manuscrito 
me  lo  dio  el  mismo  O'Higgins  y  lo  conservo.  Ignoro  si  se  ha  impreso. 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


: 


ra  iiu 


r.Í 


riaga,  Quintanilla  y  Lantaño  y  los  batallones  de  van- 
guardia de  Carballo ,  aquel  lijero  refuerzo  fué  en  cierto 
modo  detenido,  estrechado  por  tan  gran  número  de  ene- 
migos y  obligado  á  retroceder  sin  haber  conseguido 
ningún  resultado  serio  (1).  Desde  este  momento  comenzó 
de  nuevo  el  combate  con  mas  vigor  y  obstinación.  Los 
Talaveranos,  aunque  muy  mermados ,  al  mando  del  im- 
prudente Maroto  y  de  San  Bruno,  y  las  compañías  del 
Real  de  Lima,  al  del  coronel  Velasco,  se  presentaron  de- 
lante de  la  calle  de  San  Francisco,  marcharon  por  ella 
en  columna,  y  á  pesar  de  las  pérdidas  enormes  que  su- 
frían y  de  las  observaciones  de  Velasco,  avanzaron  hasta 
delante  de  la  iglesia,  donde  fueron  recibidos  y  disper- 
sados por  los  cañones  de  la  plaza ,  dejando  sembradas 
las  calles  de  los  mejores  soldados  muertos  ó  heridos.  Los 
realistas,  pues,  se  iban  á  ver  segunda  vez  en  grave  com- 
promiso, cuando  el  intrépido  Barañao  da  una  carga  á  la 
cabeza  de  su  escuadrón,  se  aproxima  á  las  trincheras , 
manda  echar  pié  á  tierra  á  sus  húsares ,  y  aunque  des- 
graciadamente herido  en  una  pierna,  les  infunde  ánimo 
para  ir  hasta  cerca  de  la  plaza,  donde  se  le  reúnen  las 
tropas  de  Velasco  y  de  Maroto,  ansiosas  de  segundar  los 
esfuerzos  de  aquel  valiente  comandante.  Entonces  se 
empeña  una  lucha  tenacísima  necesariamente  muy  des- 
ventajosa para  los  patriotas,  que  estaban  muertos  de  fa- 
tiga y  muy  mermados  con  el  gran  número  de  muertos. 
Faltos  así  de  municiones  como  de  víveres,  devorados 
por  la  sed,  teniendo  por  todo  refujio  la  plaza,  y  no  res- 
tando á  su  denuedo  mas  que  una  débil  é  inútil  esperanza, 

(1)  Según  el  manifiesto  de  don  José  Miguel  Carrera  y  la  memoria  de  don 
Diego  Benavente.ia  retirada  se  hizo  en  la  creencia  de  que  los  sitiados  se  habían 
rendido ,  porque  no  se  oia  mas  que  los  repiques  de  campanas  de  las  iglesias  y 
ai  un  solo  tiro. 


CAPITULO    XL! 


aquellos  nobles  restos  no  quisieron  ni  rendirse  ni  par- 
lamentar,  y  prefirieron  abrirse  paso  sable  en  mano, 
marchando  sobre  el  centro  del  enemigo.  Para  poner  en 
ejecución  tan  temerario  proyecto ,  elijieron  la  calle  del 
norte  que  va  á  parar  á  la  Alameda ,  precisamente  el 
punto  mejor  resguardado  y  en  que  estaba  casi  toda  la 
caballería ,  que,  medio  estupefacta  de  tanta  audacia,  se 
quedó  un  momento  como  petrificada  en  su  puesto,  con- 
vencida por  otra  parte  de  que  era  imposible  que  pu- 
diesen escapar  los  patriotas.  Pero  fuese  prodijio  del 
valor,  fuese  poder  de  la  desesperación,  algunos  de  estos 
bravos  consiguieron  hacerse  paso ,  y  arrastraron  tras  sí 
buen  número  de  los  suyos,  aprovechando  la  confusión 
introducida  en  la  refriega  por  un  gran  número  de  muías 
que  iban  delante  y  que  levantaban  un  polvo  que  no  per- 
mitía ver  á  los  combatientes  y  confundía  unos  con  otros. 
De  los  primeros  que  intentaron  este  atrevido  golpe  de 
mano  fué  el  intrépido  O'Higgins,  verdadero  héroe  de 
esta  admirable  si  bien  desgraciada  resistencia,  en  la  cual 
le  alcanzó  la  gloria  de  pagar  su  tributo  de  sangre,  reci- 
biendo una  herida,  que  felizmente  no  fué  de  gravedad. 
Don  Juan  José  Carrera  pudo  escaparse  en  la  primera 
salida,  y  desde  la  víspera  se  había  reunido  con  su  her- 
mano don  José  Miguel  (1). 

Tal  fué  el  resultado  de  esta  batalla,  una  de  las  mas 
desgraciadas  y  mas  notables  de  las  de  la  independencia, 
pero  también  una  de  las  mas  gloriosas,  así  para  el  jefe 
como  para  el  puñado  de  valientes  que  tan  bien  supieron 

(1)  Los  sitiados  se  condujeron  con  un  denuedo  admirable.  Los  oficiales 
Ovalle  y  Yañez  quedaron  apoderados  del  asta  de  bandera  para  no  rendirla 
mientras  tuviesen  vida.  El  capitán  don  José  Ignacio  Ibieta  ,  rotas  las  dos  pier- 
nas, puesto  de  rodillas  y  con  sable  en  mano,  guardaba  el  paso  de  una  trinchera 
hasta  su  muerte,  etc.  Véase  la  memoria  de  Benavente  ,  página  193. 


r^ 


Ka 


í 


II 


HISTORIA   DE    CHILE. 

defenderse  á  pesar  de  su  inferioridad  numérica  (1).  Por- 
que la  gloria  no  la  da  solamente  un  resultado  satisfactorio, 
sino  que  á  veces  también  ciñe  con  corona  de  laurel  la 
frente  de  los  bravos,  á  quienes  niega  el  destino  la  palma 
de  la  victoria;  bajo  este  punto  de  vista  mereciéndola  bien 
aquellos  intrépidos  guerreros.  Mas  adelante ,  como  su- 
cede de  ordinario,  los  partidos,  siempre  llenos  de  pasión, 
se  acusaron  echándose  recíprocamente  en  cara  la  culpa 
de  esta  catástrofe,  y  hoy  mismo  es  muy  difícil  averiguar  la 
verdad :  tan  vivo  está  aun  el  espíritu  de  animosidad  en 
el  corazón  del  país.  Sea  que  se  consulten  los  numerosos 
documentos,  ya  impresos  ya  manuscritos,  que  existen 
relativos  á  este  drama,  sea  que  este  drama  se  discuta  con 
los  testigos  oculares  y  hasta  con  los  que  tomaron  gran 
parte  en  él,  siempre  queda  duda  entre  el  pro  y  el  contra, 
por  mas  que  la  relación  se  haga  muy  concienzudamente 
y  con  aquel  aire  de  buena  fe  que  casi  infunde  respeto  (2). 
Pero  ¿  quién  es  el  hombre  de  partido  que  en  la  exaltación 
de  sus  ideas,  en  las  que  suele  tener  cabida  el  odio,  no  es 
arrastrado  involuntariamente  á  poner  una  fuerte  dosis 
de  exajeracion  en  sus  convicciones,  sobre  todo  cuando 
así  halaga  su  amor  propio,  asegura  sus  intereses  y  hace 
daño  ásu  enemigo? 

(1)  Según  el  parte,  acaso  exajerado,  de  Ossorio  al  virey  del  Perú,  la  pérdida 
de  los  patriotas  fué  de  cuatrocientos  y  dos  muertos ,  doscientos  noventa  y  dos 
heridos  y  ochocientos  ochenta  y  ocho  prisioneros.  La  de  los  realistas  estuvo 
reducida  á  ciento  y  once  de  los  primeros,  de  los  cuales  uno  solo  era  oficial,  y 
ciento  y  trece  de  los  segundos,  inclusos  siete  oficiales.  Véase  el  parte  de  Ossorio 
en  la  gaceta  del  gobierno  de  Lima  correspondiente  al  7  de  noviembre  de  1814 
y  la  gaceta  de  Chile  viva  el  rey  del  5  de  diciembre  de  1814. 

(2)  Un  joven  anglo-americano  que  se  encontraba  entonces  en  Chile,  y  que  ha 
publicado  en  Boston  un  diario  del  tiempo  que  permaneció  en  este  país  por  los 
años  1817, 18  y  19,  dice  hablando  de  la  inacción  de  don  José  Miguel  Carrera, 
á  pesar  de  lo  partidario  que  es  de  este  gran  patriota  :  Their  conduct  on  this 
occasion  is  inexplicable  and  is  not  attempled  lo  be  juslified  even  by  their 
friends,  página  13. 


CAPITULO    XLI. 


137 


Lo  que  mas  ha  dado  márjen  á  las  recriminaciones,  es 
el  plan  de  defensa  de  los  dos  jefes  principales.  Don  José 
Miguel  Carrera  quiso  esperar  al  enemigo  en  la  angostura 
de  Payne,  formada  por  la  inmediación  de  dos  ramales,  el 
uno  de  la  cordillera  alta  y  el  otro  de  la  costa,  que  habia 
fortificado.  Aunque  O'Higgins  no  desconocía  las  ventajas 
de  esta  posición,  le  encontraba  sin  embargo  el  grande 
inconveniente  de  que  habia  en  los  ramales  unos  bajos 
muy  fáciles  de  pasar  al  ejército  enemigo,  sino  con  la  ar- 
tillería de  grueso  calibre,  al  menos  con  las  piezas  de  cam- 
paña, lo  cual  le  permitía  moverse  y  colocarse  á  retaguar- 
dia, en  cuyo  caso  las  fortificaciones  eran  inútiles  y  el  ejér- 
cito tenia  que  tomar  una  grande  estension  muy  perjudicial 
por  la  inferioridad  del  número.  Por  este  motivo  propuso 
la  ciudad  de  Rancagua  para  punto  central  y  de  reunión, 
y  las  orillas  del  Gachapual  para  sitio  de  asiento  y  de  de- 
fensa, plan  que  se  adoptó,  aunque  á  disgusto  de  Carrera, 
y  que  según  los  partidarios  de  este  fué  la  causa  de  la  pér- 
dida de  Chile ;  acusación  que  el  historiador  imparcial  no 
puede  admitir,  así  como  tampoco  la  que  los  adversarios 
de  don  José  Miguel  Carrera  hacen  á  este  de  haber  per- 
manecido mero  espectador  de  la  acción ,  cuando  por  el 
número  de  sus  soldados,  á  los  que  se  habia  reunido  una 
gran  parte  de  la  caballería  de  Portus  derrotada  á  los  pri- 
meros cañonazos,  pudo  decidir  del  éxito  de  la  batalla. 
A  decir  verdad,  nos  inclinamos  á  creer  que  este  cargo  es 
un  poco  mas  fundado,  porque  la  caballería  de  milicianos 
de  Elorriaga,  Lantaño  y  Quintanilla  no  hubiera  podido 
resistir,  á  pesar  del  arrojo  de  sus  jefes,  ámil  doscientos 
hombres  que  tenia  don  José  Miguel  Carrera,  sostenidos 
por  siete  piezas  que  mandaba  su  hermano  don  Luis  y  por 
buena  caballería,  á  cuya  cabeza  estaban  los  dos  hermanos 


II I 


*i. 


ÜC 


i^f 


138 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Benavente.  Probablemente  hubiera  sido  fácil  á  esta  divi- 
sión atacar  con  buen  éxito  por  varios  puntos  á  los  sitia- 
dores, ó  quizá  arrollar  el  cuerpo  de  milicias  y  llevar  so- 
corros á  los  soldados  de  O'Higgins,  que  empezaban  á  estar 
faltos  de  todo ;  y  entonces  no  es  difícil  calcular  de  que 
lado  se  hubiera  declarado  la  victoria,  cuando  un  corto 
resto  resistió  tan  valerosamente  al  ejército  entero  de  Os- 
sorio,  que  estaba  lleno  de  inquietud  y  timidez.  Pero  la  Pro- 
videncia lo  dispuso  de  otra  manera,  sin  duda  para  probar 
en  mejores  tiempos  el  patriotismo  de  los  indiferentes. 

Con  la  pérdida  de  la  batalla  de  Rancagua  y  todo  el 
material  de  armas  y  municiones  que  en  ella  habia,  Chile 
volvió  á  la  dominación  de  España  y  á  verse  privada,  por 
algún  tiempo  al  menos,  de  muchos  miles  de  patriotas; 
pues  hombres  y  mujeres  se  apresuraron  á  pasar  las  cordi- 
lleras y  llevar  su  esperanza  al  seno  de  una  república  mas 
feliz,  puesto  que  habia  conseguido  rechazar  hasta  mas 
allá  del  desaguadero  á  los  soldados  de  Pezuela,  únicos 
con  quienes  tenia  que  pelear  en  aquellos  momentos.  No 
pudiendo  organizar  una  resistencia  en  la  angostura,  como 
quería,  á  causa  de  los  infinitos  fujitivos  que  abandonaban 
sus  cuerpos,  Carrera  se  dirijió  á  Santiago,  donde  perma- 
neció hasta  el  h  de  octubre  para  que  el  pueblo  saquease 
las  administraciones  del  fisco,  tales  como  la  del  tabaco,  en 
que  habia  mas  de  doscientos  mil  pesos,  la  de  víveres,  fá- 
brica de  armas,  etc.  (1),  y  para  tomar  el  dinero  que  habia  en 
tesorería  y  casa  de  moneda,  exijir  algunas  contribuciones 
y  apoderarse  de  todas  las  alhajas  de  las  iglesias.  Con  este 

dinero  se  prometía  organizar  en  el  norte  un  nuevo  ejército 

• 

(1)  Por  consecuencia  de  esta  licencia  ,  se  cometieron  desórdenes  que  Carrera 
procuró  remediar,  castigando  rigorosamente  á  los  culpables  y  armando  á  los 
habitantes  para  que  cuidasen  del  orden.  Véase  su  manifiesto,  página  59. 


CAPITULO    XLI. 


139 


con  que  poder  algún  dia  atacar  á  Ossorio  en  la  capital, 
que  no  pudiendo  ya  defender,  la  dejó  bajo  la  dirección  del 
coronel  don  Eugenio  Muñoz  para  devolverla  á  aquel.  Su 
colega  Uribe  fué  mas  lejos  aun  en  la  destrucción  de  las 
administraciones  del  fisco,  pues  dio  repetidas  órdenes 
al  gobernador  de  Yalparaiso  para  que  quemase  todos 
estos  establecimientos,  y  aun  todos  los  barcos  que  no  pu- 
dieran llevarse  á  Coquimbo.  Política  singular,  que  auto- 
rizaba al  vencedor  á  poner  en  contribución  al  país  y  á 
despojar  á  los  patriotas  de  una  parte  de  sus  bienes. 

En  la  noche  del  k  de  octubre,  Carrera  salió  de  Santiago 
no  obstante  los  avisos  de  O'Higgins  (1),  después  de  ha- 
ber dado  con  su  actividad  acostumbrada  las  órdenes  ne- 
cesarias para  sus  proyectos  futuros.  El  5  llegó  á  Santa 
Rosa  de  los  Andes ,  donde  esperaba  se  le  reuniese  la 
guarnición  de  Valparaíso  mandada  por  Bascuñan,  á  quien 
habia  prevenido  que  pasase  á  Quillota  después  de  em- 
barcar todas  las  armas  y  municiones  para  Coquimbo.  El 
espíritu  de  partido,  que  siempre  persigue  con  furor  los 
corazones  nobles  hasta  en  las  mayores  adversidades,  vino 
á  detener  todos  sus  planes  y  á  suscitarle  nuevas  dificul- 
tades. Blanco  de  la  mala  voluntad  de  los  amigos  de 
O'Higgins,  desconocido  por  los  auxiliares  de  Buenos- 

(1)  Después  de  la  pérdida  de  Rancagua,  don  José  Miguel  Carrera  volvió  á 
Santiago  con  mil  quinientos  hombres  próximamente,  y  á  muy  poco  llegó  O'Hig- 
gins con  otros  ciento  cincuenta,  nobles  restos  de  su  resistencia  en  aquel  punto. 
A  pocas  horas  de  su  llegada  fué  á  casa  de  Carrera  á  asegurarle  que  la  victoria  de 
los  realistas  en  Rancagua  estaba  muy  lejos  de  ser  completa,  y  que  sus  tropas 
reunidas  á  los  cuatrocientos  hombres  de  Valparaíso,  otros  tantos  auxiliares  de 
Buenos-Aires,  que  continuaban  comprendidos  en  la  provincia  de  Aconcagua,  y 
¡os  muchos  milicianos  que  se  podían"  levantar,  eran  mas  que  suficientes  para 
intentar  una  nueva  resistencia  en  el  rio  Maypu.  Carrera  contestó  que  lo  pen- 
saría, y  con  efecto  celebró  un  consejo  de  guerra  á  que  no  fué  llamado  O'Hig- 
gins, en  que  se  resolvió  retirarse  al  norte  para  organizar  un  nuevo  ejército  ;  y 
así  se  hizo,  á  pesar  de  que  O'Higgins  predijo  que  se  desertaría  una  gran  parte 
de  las  tropas,  como  sucedió.  —  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


9*m 


¡re?s 


'MM 


140 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Aires  que  estaban  de  guarnición  en  Aconcagua,  aban- 
donado por  un  gran  número  de  desertores  y  por  los  sol- 
dados de  Bascuñan,  que  se  rebelaron  en  cuanto  él  salió 
de  Valparaíso ,  y  finalmente  perseguido  por  la  caballería 
de  Elorriaga ,  se  vio  en  la  necesidad  de  renunciar  á  su 
proyecto  de  ir  al  norte,  y  solo  procuró  salvar  el  tesoro  que 
llevaba,  y  que  ascendía  á  mas  de  un  millón  de  pesos. 
Desgraciadamente  estos  débiles  restos  fueron  alcanzados 
por  Elorriaga  en  la  ladera  de  los  papeles,  y  tuvieron  que 
hacer  frente  á  un  enemigo,  que  llevaba  una  fuerza  lo  me- 
nos cuatro  veces  mayor  que  la  suya  (1).  Este  fué  su  úl- 
timo combate,  en  el  que  se  perdió  la  mayor  parte  del 
tesoro  sacado  de  Santiago ,  es  decir,  diez  y  nueve  cargas 
y  media  de  plata,  sin  contar  lo  que  robaron  los  granaderos 
encargados  de  la  custodia  de  otras  cargas  que  tomaron  el 
camino  de  los  patos.  Después  de  tantas  defecciones,  Car- 
rera no  pensó  mas  que  en  atravesar  las  cordilleras,  y  el 
13  de  octubre  pasó  la  frontera  de  Chile,  de  esta  patria  que 
quiso  elevar  á  la  altura  de  su  majestuoso  pensamiento,  y 
que  su  desgraciada  suerte  no  le  permitió  rever.  Fué  acom- 
pañado de  multitud  de  personas,  que  como  él  no  llevaban 
en  su  huida  mas  que  su  patriotismo,  sus  esperanzas  y  su 
valor. 

(1)  Según  ü'Higgins,  el  batallón  de  auxiliares  de  Buenos-Aires  á  las  órdenes 
de  su  bizarro  comandante  las  Heras,  fué  casi  el  único  que  sostuvo  esta  retirada, 
hostigada  por  la  caballería  de  Elorriaga,  en  razón  al  estado  de  desmoralización 
en  que  se  hallaban  las  pocas  tropas  que  iban  en  ella.  —  Conversación  con  don 
Bernardo  O'Higgins. 


CAPITULO  XLIÍ. 

Gobierno  del  coronel  don  Mariano  Casorio.—  Su  entrada  y  su  buena  recepción 
en  la  capital.—  Distribución  que  da  á  su  ejército. —  Su  deslealtad  con  los 
patriotas  emigrados.  —  Los  manda  arrestar  y  envia  unos  á  Lima  y  otros  á  la 
isla  de  Juan  Fernandez,  donde  pasan  una  vida  llena  de  privaciones  y  disgustos. 
—  Rehabilitación  de  algunos  realistas.  —  Envió  de  un  refuerzo  de  tropas  á 
Pezuela,  que  le  imposibilita  hacer  una  espedicion  contra  Mendoza.—  Consejo 
de  guerra  permanente. —  Instalación  de  la  nueva  real  audiencia. —  Organi- 
zación de  muchos  tribunales  políticos.  —  Escasez  de  dinero  y  fuertes  con- 
tribuciones impuestas  para  proporcionarlo.  —  Restablecimiento  del  antiguo 
orden  de  cosas  en  la  administración. 


La  tenaz  resistencia  que  hizo  Rancagua  al  ejército  de 
Ossorio  produjo  en  el  corazón  de  sus  soldados  grande 
exasperación  de  venganza  y  resentimiento.  Los  restos 
del  batallón  de  Talavera,  sobre  todo,  se  hicieron,  por  sus 
escesos,  dignos  de  las  épocas  mas  bárbaras,  cosa  que  no 
admiró  ciertamente  á  los  que  conocian  el  oríjen  de  este 
Tejimiento.  Formado  con  lo  mas  malo  y  mas  indolente 
que  había  en  España,  sacados  de  los  presidios  la  mayor 
parte  de  sus  individuos  para  enviarlos  inmediatamente 
á  América,  y  queriendo  después  de  la  acción  vengarse  de 
las  pérdidas  enormes  que  habían  sufrido  ;  en  el  momento 
que  se  hicieron  dueños  de  la  ciudad,  se  entregaron  al 
pillaje  ,  á  la  violación  y  al  asesinato ,  no  respetando 
nada,  ni  aun  las  iglesias,  á  las  que  muchas  familias  se 
refujiaron,  mucho  menos  las  casas  que  habían  servido 
de  prisión  y  de  hospital,  las  que  cometieron  la  atrocidad 
de  quemar  (1).  Venganza  odiosa,  que  el  estado  de  desór- 

(1)  Parece  que  el  saqueo  de  la  ciudad  duró  Iresdias  y  que  las  alhajas  de  los 
particulares  y  de  las  iglesias  se  vendieron  casi  por  nada.  Dicen  que  la  quema 
de  las  prisiones  provisionales  se  verificó  el  tercer  dia,  y  que  Carballo,  que  quedó 
de  gobernador  de  la  ciudad,  mandó  poner  en  la  plaza  á  la  espectacion  pública 
las  rejas  de  las  casas  todavía  con  el  pellejo  de  las  manos  de  las  desgraciadas 
víctimas,  con  objeto  de  vituperar  la  conducta  de  sus  compañeros  de  armas, 


Uc2 


HISTORIA    DE    CHILE. 


*'??£■. 


den  y  de  convulsión  en  que  se  halla  siempre  un  ejército 
al  concluirse  una  batalla,  no  alcanza  de  modo  alguno  á 
disculpar. 

Conmovido  Ossorio  hasta  derramar  lágrimas,  ala  vista 
de  tantos  cadáveres  (1),  solo  pudo  poner  un  débil  remedio 
á  tanta  crueldad.  Deseando  salir  cuanto  antes  de  aquel 
lugar  de  muerte  y  destrucción ,  envió  al  dia  siguiente  de 
la  acción  una  partida  de  su  caballería  á  las  órdenes  de 
Elorriaga,  á  perseguir  los  fujitivos ;  y  tres  dias  después 
se  puso  en  marcha,  dejando  una  guarnición  en  Rancagua 
y  á  su  cabeza  un  hombre  muy  humano ,  el  coronel  don 
Juan  Nepomuceno  Carbaílo. 

El  9  de  octubre  de  1814  llegó  á  las  puertas  de  San- 
tiago precedido  de  la  primera  división,  que  mandaba  el 
coronel  don  José  Ballesteros.  Los  majistrados ,  las  pri- 
meras autoridades,  el  pueblo  todo  en  fin,  se  puso  en  mo- 
vimiento para  hacerle  un  recibimiento  brillante ,  y  sa- 
ludar en  él  y  en  el  ejército  la  victoria  y  la  restauración. 
Para  los  españoles  la  guerra  de  Chile  no  era  una  guerra 
civil ,  siempre  muy  parca  con  los  jenerales  en  sus  triun- 
fos, porque  cada  victoria  es  un  verdadero  desastre  (2), 
sino  mas  bien  una  guerra  de  conquista,  en  que  se  mira 
en  el  adversario  un  enemigo  á  quien  debe  destruirse  en 
medio  de  los  festejos  y  de  los  gritos  de  alegría  de  la 
nación.  Miles  de  banderas  de  los  colores  españoles  on- 
deaban en  todas  las  casas,  las  calles  estaban  adornadas 
con  arcos  de  triunfo,  y  las  señoras,  elegantemente  ves- 
tidas, echaban  á  manos  llenas  ramos,  coronas  de  flores 
y  hasta  dinero  á  oficiales  y  soldados ,  á  quienes  acompa- 
ñaba un  populacho,  que  aturdía  con  sus  gritos  de  alegría 


(1)  Conversación  con  don  Ignacio  de  Arangua. 

(2)  Quia  liaec  victoria  cladi  similior  erat.  Val.  Max. 


CAPITULO    XLII. 


U3 


en  loor  del  rey,  de  Ossorio  y  de  su  valiente  ejército.  Bien 
se  notaba  en  algunos  semblantes  cierta  mezcla  de  temor, 
de  asombro  y  aun  de  pena ;  pero  el  número  de  estos  era 
muy  corto,  y  todos  los  que  componian  la  comitiva  y  todos 
los  que  se  hallaban  á  su  paso  dieron  pruebas  de  la  mas 
franca  adhesión. 

Verdad  es  que  la  mayor  parte  de  los  patriotas ,  jente 
que  pertenecía  casi  todaá  la  primera  clase  de  la  sociedad, 
andaban  huidos  por  los  campos ,  ó  habían  emigrado  al 
otro  lado  de  las  cordilleras,  y  que  otros  poco  ó  nada  com- 
prometidos, indecisos  en  su  nueva  posición  é  inquietos 
sobre  su  porvenir,  les  siguieron  ;  por  manera  que  real- 
mente no  habían  quedado  en  la  ciudad  mas  que  las  jentes 
de  la  clase  media,  los  europeos,  los  chilenos  adictos  á 
la  monarquía  y  ligados  á  estos  por  comunes  intereses,  y 
todos  aquellos  indiferentes  que  esperan  los  resultados  de 
una  batalla  para  arrimarse  al  partido  vencedor. 

Esta  clase  de  personas  fué  la  que  salió  á  recibir  á 
Ossorio  y  le  acompañó  en  su  tránsito,  primero  á  la  iglesia 
para  asistir  al  Te  Deum  que  se  cantó  en  celebridad  del 
triunfo,  y  después  á  la  chacra  de  don  Teodoro  Sánchez 
en  la  Cañadilla,  donde  estuvo  alojado  algunos  dias,  mien- 
tras se  le  arregló  la  casa  del  conde  de  la  Conquista.  Tanto 
se  habia  estendido  la  voz  de  que  el  palacio  estaba  mi- 
nado, que  no  consideró  prudente  habitarlo,  al  menos  por 
el  pronto. 

Ya  en  el  corto  tiempo  que  estuvo  en  Rancagua  habia 
dado  parte  al  virey  de  su  importante  victoria,  que  también 
comunicó  á  Pezuela,  cuya  posición  era  cada  dia  mas 
crítica.  Uno  y  otro  la  celebraron  mucho,  Abascal  princi- 
palmente, que  cuando  recibió  las  banderas  cojidas  á  los 
patriotas  renovó  los  festejos  con  mas  entusiasmo  aun , 


▼- 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


dándoles  un  carácter  civil  y  relijioso.  Esta  vez  la  reli- 
jion,  como  ellos  la  entendían,  tenia  derecho  á  ello,  por- 
que habiendo  puesto  el  ejército  bajo  la  protección  de 
nuestra  Señora  del  Rosario ,  á  esta  Vírjen  era  á  quien 
debían  presentárselos  trofeos,  como  lo  pidió  Ossorio  y  así 
se  hizo.  Con  el  oficial  encargado  de  esta  honrosa  misión 
envió  el  virey  el  nombramiento  de  brigadier  y  el  de 
capitán  jeneral  de  Chile  al  jefe  del  ejército  espedido  - 
nario,  nombramientos  que  el  rey  aprobó,  aunque  solo  con 
el  sueldo  de  brigadier. 

Lo  primero  de  que  cuidó  Ossorio  fué  de  ocupar  lns 
principales  puntos  del  país  conquistado.  El  infatigable 
Elorriaga,  de  vuelta  de  su  espedicion  contra  los  Carreras, 
á  quienes  habia  obligado  á  pasar  las  cordilleras,  fué  des- 
tinado con  parte  de  su  caballería  á  Coquimbo,  que  aun 
no  estaba  completamente  sometido ;  el  coronel  don  Juan 
Ballesteros,  que  no  habia  hecho  mas  que  atravesar  la  ca- 
pital, obtuvo  el  gobierno  de  Quillota  hasta  Illapel ;  por 
último  el  puerto  de  Valparaíso  se  confió  á  un  marino,  el 
capitán  de  fragata  Villegas. 

Tomadas  estas  medidas  de  precaución,  se  ocupó  de 
los  emigrados  que  por  su  edad  avanzada  ó  porque  no 
consideraban  sus  compromisos  tan  grandes  que  les  obli- 
gasen á  huir  del  país,  se  habían  contentado  con  alejarse 
de  la  capital  para  volver  á  ella  mas  adelante,  cuando  la 
efervescencia  del  momento  hubiese  producido  todos  sus 
funestos  efectos.  Una  infinidad  de  estos  patriotas  estaban 
ocultos  en  las  haciendas ,  esperando  con  ansia  el  mo- 
mento de  reunirse  á  sus  familias,  cuando  Ossorio,  ó  su 
segundo  Pisana,  vinieron  á  sacarles  de  su  molesto  retiro 
con  proclamas  que  respiraban  buena  intención,  olvido, 
clemencia  y  humanidad,  invitándoles  á  presentarse  á 


W 


CAPÍTULO    XLII. 


U5 


aquellos  jefes,  que  no  tardaron  en  hacerles  arrepentir  de 
la  confianza  con  que  acojieron  sus  promesas.  Y  en  efecto, 
poco  después  de  haber  regresado  á  sus  casas,  un  gran 
número  de  estos  respetables  chilenos,  cuya  mayor  parte 
eran  de  edad  muy  avanzada,  fueron  arrestados,  y  á  pocos 
dias  enviados  unos  á  las  prisiones  del  país ,  otros  á  las 
casamatas  de  Lima  y  cuarenta  y  dos  á  la  isla  de  Juan 
Fernandez  embarcados  en  un  buque  pequeño,  La  Sebas- 
tiana, donde  durante  los  tres  dias  que  estuvo  en  la  bahía 
no  recibieron  mas  recursos  que  los  que  les  suministró 
la  caridad  de  un  español ,  don  Pablo  Gasanova.  Mas  de 
dos  años  estuvieron  en  aquella  isla  atormentados  con 
privaciones  de  todo  jénero  y  con  las  vejaciones  continuas 
de  sus  gobernadores ,  personas  jeneralmente  mal  edu- 
cadas y  sin  instrucción,  hasta  tal  punto  que  uno  de  los 
últimos  no  sabia  casi  leer  (1). 

No  cabe  duda  que  entre  estos  mártires  de  la  libertad 
habia  algunos,  que  aunque  incapaces  de  grandes  cosas 
porque  les  faltaba  enerjía  y  audacia,  podían  hacer  som- 
bra á  Ossorio  con  sus  talentos ,  su  elevada  posición  y  la 
naturaleza  de  las  instituciones  que  estaban  llamados  á 
fundar ;  pero  estos  eran  en  número  muy  corto  y  todos  los 
demás  ni  eran  hombres  de  acción,  ni  apasionados,  ni 
pensaban  mas  que  en  el  bien  de  su  país,  hombres  ar- 
rastrados á  la  revolución  por  la  fatalidad  y  el  estado  crí- 
tico de  España,  y  que  habían  emigrado  por  la  debilidad 
y  timidez  que  constituía  su  carácter.  Estos  patriotas  no 
exijian  de  la  revolución  mas  que  algunas  mejoras  que 
nada  tenían  que  ver  con  la  independencia ;  y  sin  embargo 
todos  fueron  lanzados  al  ostracismo  y  encerrados  en  pri- 

(1)  El  Chileno  consolado  en  los  presidio?,  por  don  Juan  Egaña.  Obra  escrila 
en  jeneral  con  bastante  exajeracion. 

VI.  Historia.  10 


$•. 


I 


146 


HISTORIA    DE    CHILE 


siones,  ó  desterrados  á  islas  adonde  fué  á  reunírseles 
buen  número  de  desgraciados  patriotas  de  Concepción , 
que  habían  estado  presos  desde  la  pérdida  de  esta  ciu- 
dad, á  pesar  del  convenio  celebrado  antes  de  rendirse 
con  el  intendente  don  Matías  de  la  Fuente,  jefe  de  la 
espedicion ,  y  no  obstante  que  debieron  ser  puestos  en 
libertad  con  arreglo  á  una  cláusula  del  tratado  de  Gainza. 
Habia  pues  una  mala  fe  que  en  todos  se  presentaba  á  la 
vez  bajo  el  patronato  de  pérfidos  manifiestos  y  de  la  re- 
lijion  santa  (1 ). 

La  tarde  misma  en  que  el  ejército  llegó  á  Santiago, 
don  Ignacio  de  Arangua,  con  algunos  soldados  de  caba- 
llería, fué  á  buscar  al  obispo  Rodríguez,  retirado  hacia 
tiempo  en  Colina.  Al  dia  siguiente  se  presentó  el  pre- 
lado á  Ossorio,  y  desde  aquel  momento  fué  uno  de  sus  con- 
sejeros mas  íntimos.  Confianza  bien  merecida,  porque 
era  aquel  personaje  un  chileno  de  mucho  talento,  adicto 
apasionado  á  la  monarquía  y  sumamente  útil  por  el  gran 
conocimiento  que  tenia  del  país.  Como  su  fe  en  la  reli- 
jion  era  aun  mas  robusta,  aprovechó  su  influencia  para 
que  se  revocasen  las  leyes  revolucionarias  de  1811  y 
1812  sobre  la  dotación  de  los  curas,  y  se  devolviesen  á 
estos  sus  antiguos  privilejios  y  beneficios  con  arreglo  á 
lo  mandado  en  el  concilio  de  Trento.  Introdujo  en  el 
clero  algunas  innovaciones  que  fueron  de  la  aprobación 
del  jefe  del  estado ,  porque  tenia  encargo  de  apoyarse 
en  la  relijion ,   procurar  que  esta  penetrase  mas  que 

(1)  Este  sentimiento  de  deslealtad  era  muy  común  en  aquella  época  en  los 
jenerales  españoles.  No  hay  ninguna  historia  de  las  diferentes  repúblicas  his- 
pano-americanas  que  no  cite  á  este  propósito  numerosos  ejemplos.  El  mismo 
Fernando  VII  no  hacia  escrúpulo  en  faltar  á  su  palabra ,  como  lo  prueba  el 
gran  número  de  personas  presas  cuando  volvió  á  España,  no  obstante  que  sus 
proclamas  respiraban  por  todas  partes  libertad,  y  se  hacian  en  ellas  promesas 
de  pas  y  de  union„ 


M 


CAPÍTULO    XLir. 


147 


nunca  en  las  diferentes  clases  de  la  sociedad  y  preparar 
os  ánimos  á  recibir  otra  vez,  primero  la  inquisición  res- 
ab  ecida  por  el  rey  de  España,  y  después  los  jesuítas  res- 
tablecidos por  la  corte  de  Roma. 

Mientras  que  el  obispo  de  Santiago  se  ocupaba  de  su 
clero,  Ossorio  pensaba  en  derribar  las  instituciones  ci- 
viles relijiosasy  militares  que  emanaban  del  gobierno 
revolucionario.  Para  conseguirlo  necesitaba  asociarse  á 
los  miembros  del  cabildo,  que  eran  los  personajes  mas 
influyentes  y  mejor  reputados  en  el  país,  y  que  formaban 
una  corporación  toda  paternal,  á  la  que  babian  con- 
sultado en  todos  tiempos  los  presidentes.  Como  por  otra 
parte  había  contribuido  mucho  á  la  elección  de  los  al- 
caldes y  rejidores  recientemente  nombrados,  podía  con- 
tar con  su  celo  para  realizar  á  sus  deseos.      * 

Probablemente  se  contaría  con  la  influencia  del  ca- 
bildo en  el  que  era  rejidor  el  hijo  de  Figueroa,  para 
rehabilitar  la  memoria  de  los  que  habían  sufrido  ultrajes 
mfamantes  por  sus  opiniones,  ó  pagado  con  la  cabeza 
su  fidelidad  a  la  monarquía.  Entre  estos  se  contaban 
don  Romualdo  Antonio  de  Esponda,  don  José  Antonio 
Ezeisa  y  e  famoso  don  Tomás  Figueroa,  cuyas  cenizas 
iueron  trasladadas  con  gran  pompa  á  la  catedral,  acom- 
pañándolas el   cabildo  civil  y  eclesiástico,  el  cuerpo 

Ípiíír  Y  t<>daS  l0S  C°rporaciones  reliÍiosas  de  la 


■ 


•ir* 


S¿8  HISTORIA    DE    CHILE. 

Con  este  acto  de  justicia  esperaba  el  jefe  del  estado  dar 
mas  prestijio  al  gobierno  español  y  hacer  odioso  el  sis- 
tema republicano,  que  palpitaba  siempre  en  el  corazón 
de  la  nación,  á  pesar  de  los  desórdenes  cometidos  en  sis 
nombre,  y  no  obstante  el  empeño  que  habia  en  exa- 
jerar  sus  escesos.  El  espíritu  sedicioso  tomaba  propor- 
ciones tan  libres ,  que  se  permitían  correr  los  rumores 
mas  estraños  sobre  una  próxima  espedicion  de  tropas 
de  Buenos- Aires  á  Chile,  y  sobre  la  parte  activa  que  iba 
á  tomar  Inglaterra  en  la  independencia  de  aquellas  co- 
marcas ;  lo  cual  acontecía  precisamente  cuando  los  dos 
países  seguían  activa  correspondencia  para  un  tratado  de 
comercio,  ó  al  menos  para  conservar  entre  sí  sus  comu- 
nicaciones habituales,  asunto  en  que,  sin  saber  porque, 
tomó  la  iniciativa  el  gobierno  de  Buenos-Aires  de  resultas 
de  la  declaración  de  guerra  que  le  hizo  el  jeneral  de  Chile, 
y  que  no  quiso  de  ninguna  manera  aceptar.  Por  el  con- 
trario, aumentó  los  destacamentos  en  las  cordilleras  para 
vigilar  mejor  sus  pasos,  envió  á  Mendoza  y  á  Buenos- 
Aires  muchos  espías  para  observar  las  disposiciones  del 
gobierno  y  la  conducta  de  la  multitud  de  emigrados  que 
se  habían  refujiado  allí  (1),  y  hasta  pensó  en  hacer  una 
espedicion  para  atacar  al  gobernador  San  Martin  y  po- 
nerse en  comunicación,  por  un  lado  con  Pezuela  acampado 
en  el  alto  Perú,  y  por  el  otro  con  Morillo,  de  quien  se 
decía,   aunque  sin  fundamento,  que  iba  á  desembarcar 

los  honores  reales  al  ruido  de  los  tambores,  cornetas  y  cañones.  Concluida  esta 
ceremonia  pasó  á  colocarse  delante  del  palacio  y  todas  las  tropas  desfilaron 
por  delante  de  él.—  El  rey  mandó  igualmente  que  Figueroa  le  hiciese  una  pe- 
tición de  gracia  y  de  merced.  —  Gaceta  del  gobierno  de  Chile  número  104. 

(1)  Ossorio  tenia  un  tacto  muy  particular  para  saber  lo  que  hacían  los  ene- 
migos de  su  rey ;  su  sistema  de  espionage  estaba  establecido  admirablemente 
y  alcanzaba  á  gran  distancia.—  Conversación  en  el  Cuzco  con  don  José  Ruedas, 
«x-secretario  de  Ossorio. 


CAPITULO    XLII. 

muy  pronto  en  las  playas  de  Buenos-Aires.  La  esped 
don,  de  que  ya  se  hablaba  en  el  campamento  de  Pezuela, 
no  se  verificó,  porque  Ossorio  tenia  que  desprenderse  de 
sus  mejores  tropas  para  enviarlas  á  aquel,  como  en  efecto 
se  las  envió  en  número  de  setecientos  setenta  y  siete  entre 
Talaveras  y  Chilotes,  que  se  embarcaron  muy  luego  para 
Arica  y  formaron  mas  adelante  el  segundo  batallón  de 
Talavera  á  las  órdenes  de  don  José  de  Ballesteros  (1). 

La  marcha  de  estas  tropas  dejó  en  el  ejército  un  vacío 
que  el  jeneral  debia  sentir  necesariamente,  en  momentos 
sobre  todo,  en  que  los  espíritus  estaban  secretamente  aji- 
lados por  la  prisión  y  destierro  de  tantos  respetables  ciu- 
dadanos. 

Aunque  se  formó  en  Santiago  el  batallón  de  distingui- 
dos voluntarios  de  la  concordia  chileno-española,  que  al 
cabo  de  algunos  meses  hacia  el  servicio  con  tanta  perfec- 
ción como  las  tropas  veteranas,  y  aunque  el  ejército  se 
encontraba  reorganizado  y  reforzado  con  nuevos  mili- 
cianos ó  voluntarios,  sin  embargo,  estaban  estos  tan  mal 
pagados  y  tan  poco  considerados  comparativamente  con 
las  tropas  españolas ,  que  no  podia  inspirar  gran  con- 
fianza su  fidelidad,  ó  por  lo  menos  debia  temerse  que  de- 
sertarían  (2).   Ossorio  comprendía  su  posición ,  y  para 

(1)  Revista  de  la  guerra  de  la  independencia  de  Chile  por  Ballesteros  y  me- 
morias del  jeneral  Camba  sobre  las  guerras  del  Perú.  Mas  tarde,  cuando  supo 
que  Ricafort  habia  llegado  de  Colombia  á  Lima  con  tropas  de  Estremadura , 
volvió  á  pensar  en  la  espedicion  contra  Mendoza  y  pidió  algunas  de  estas  tropas 
á  Abascal,  quien  le  respondió  que  no  podia  continuar  en  Chile  y  que  Maree 
del  Pont  acababa  de  llegar  para  reemplazarle.—  Conversación  con  Ruedas,  ex- 
secretario de  Ossorio. 

(2)  Un  subteniente  de  Talavera  tenia  55  pesos  mensuales  y  un  coronel  chi- 
leno de  voluntarios  50,  y  sin  embargo  este  y  sus  compañeros,  independiente- 
mente de  los  azares  de  la  guerra ,  comprometían  ademas  sus  bienes,  su  posi- 
ción y  con  frecuencia  sus  familias,  contra  las  cuales  se  veian  muchas  veces 

precisados  á  batirse.  —  Véase  la  carta  de  don  Cayetano  Requena ,  capellaa 
mayor  de  la  escuadra  de  Chile,  á  un  sacerdote  del  Perú. 


rx 


% 


■ 


150 


HISTOBIA    DE    CHILE. 


mejorarla  consideró  siempre  al  país  en  estado  de  guerra, 
sujetándolo  á  la  vijilancia  casi  esclusiva  de  un  consejo 
de  oficiales,  cuyo  presidente  era  el  severo  Maroto  ;  polí- 
tica poco  hábil  que  llevaba  la  sospecha  á  todas  partes  y 
á  todas  las  cosas,  y  que  hubiera  vuelto  á  abrir  tarde  ó 
temprano  la  carrera  de  las  luchas  civiles,  si  los  socorros 
estranjeros  no  las  hubiesen  hecho  abortar. 

Poco  tiempo  antes,  es  decir,  el  16  de  marzo  de  1815 
se  restableció  la  real  audiencia  con  algunos  de  sus  anti- 
guos individuos  (1).  La  instalación  se  hizo,  como  de  eos- 
tumbre,  en  medio  de  grandes  fiestas  civiles,  relijiosas  y 
militares.  Cualquiera  hubiese  creído,  atendida  la  natura- 
leza de  sus  atribuciones,  que  iba  á  cesar  el  poder  arbi- 
trariodel  soldado,  y  que  todas  las  causas  civiles  seguirían 
su  curso  ordinario  conociendo  de  su  última  instancia  aquel 
supremo  Tribunal.  Sin  embargo  no  sucedió  así.  En  vir- 
tud de  la  especie  de  estado  de  sitio  que  pesaba  sobre  el 
país,  Ossorio  siguió  gobernando  á  la  manera  y  bajo  la 
influencia  del  principio  militar.  Era  á  veces  tan  absoluto, 
que  la  instalación  de  la  real  audiencia  parecía  no  tener 
mas  objeto  que  obedecer  las  órdenes  del  rey  y  servirse  de 
ella  para  legalizar  sus  actos.  Con  efecto,  le  suspendió  im- 
plícitamente el  derecho  de  iniciativa,  lo  mismo  que  á  los 
alcaldes,  y  sujetó  los  ladrones  á  un  consejo  de  guerra,  tri- 
bunal monstruoso  que  por  la  severidad  de  su  disciplina 
está  siempre  dispuesto  á  imponer  el  máximum  de  la  pena, 
como  que  no  atiende  mas  que  al  hecho  y  prescinde  ab- 
solutamente de  sus  causas  y  de  la  parte  moral  (2). 

(1)  Esta  real  audiencia  estaba  compuesta  del  rejente  interino  don  José  San- 
tiago Concha  y  de  los  oidores  don  José  Antonio  Aldunale,  don  Félix  Basso  y 
Barri  y  don  José  Antonio  Rodríguez.  Este,  como  menos  anciano,  se  encardó 
interinamente  de  la  fiscalía. 

(2)  Y  á  fin  que  las  causas  de  los  ladrones  y  salteadores  pillados  infraganti  no 


CAPITULO    XLII. 

Independientemente  de  este  consejo  de  guerra,  habia 
otros  muchos  tribunales  secundarios,  cuya  principal  mi- 
sión era  desbaratar  los  cálculos  de  los  patriotas,  oponer 
la  acción  de  una  policía  secreta  á  sus  complots  y  combi- 
narla de  manera  que  alcanzase  la  vijilancia  á  todo  el 
país  y  hasta  á  los  emigrados.  Estos  tribunales,  tan  se- 
veros como  injustos ,  por  simples  sospechas  llenaron  de 
chilenos  las  prisiones,  donde,  mezclados  con  presos  de  to- 
das clases,  se  entregaron  inocentemente  á  conversaciones 
llenas  de  esperanza,  fundada,  como  puede  calcularse,  en 
una  revolución,  único  medio  que  encontraban  para  salir  de 
sus  tristes  calabozos.  Pero  si  sus  palabras  eran  ofensivas 
en  algo  á  las  nuevas  autoridades  y  á  la  bandera  que  re- 
presentaban, no  podia  decirse  lo  mismo  de  sus  acciones, 
atendida  su  ninguna  intelijencia ,  su  falta  de  antece- 
dentes y  la  nulidad  de  su  posición  social.  Urréjola,  co- 
mandante de  armas  de  Santiago,  lo  sabia  perfectamente 
bien,  y  así  es  que  no  hacia  caso  de  los  chismes  que  le 
llevaban,  contentándose  con  participárselos  á  Ossorio, 
quien  mas  asustadizo  y  responsable  tomó  de  aquí  pié 
para  una  vijilancia  particular,  confiándola  á  los  jefes  de 
la  policía  de  seguridad,  el  comandante  Morgado  y  el  ca- 
pitán San  Bruno.  Esto  era  lo  mismo  que  dar  pábulo  ó 
apresurar  un  motin,  en  vez  de  dilatarlo  ó  hacerlo  impo- 
sible ;   porque  aquellos  oficiales ,  blanco,  por  la  natu- 
raleza de  sus  funciones ,  de  los  odios  del  populacho, 
aprovecharon  la  ocasión  para  que  pensasen  aquellos  des- 
graciados presos  en  una  verdadera  revolución,  hacién- 
doles creer,  por  media  del  sarjento  Villalobos  y  de  los 

padezcan  atraso  y  sean  pronto  y  ejemplarmente  castigados,  se  manda  formar 
en  la  capital  un  consejo  de  guerra  permanente,  al  que  serán  remitidos  los  reos 
con  sus  sumarias  respectivas ,  etc.  Gaceta  del  gobierno  de  Chile,  tomo  Io,  nú- 
mero ¿(9,  página  455. 


152 


HISTORIA    DE    CHILE. 


■:-.: 


í£; 


soldados  que  custodiaban  la  prisión,  que  el  público,  los 
dragones  y  hasta  muchos  soldados  de  Talavera,  cansados 
del  gobierno  de  Ossorio,  no  esperaban  mas  que  un  mo- 
mento favorable  para  levantar  la  cabeza  é  insurreccio- 
narse.   Estas  insinuaciones  bien  estudiadas,  influyeron 
tanto  en  la  débil  intelijencia  de  aquellos  patriotas,  que 
inmediatamente  se  establecieron  relaciones  entre  ellos  y 
sobre  todo  con  Villalobos,  principal  ájente  de  tan  mons- 
truosa intriga,  con  el  único  objeto  de  combinar  un  plan 
de  insurrección  en  favor  de  la  república.  Gracias  á  los  di- 
lijentes  pasos  de  los  pérfidos  Talaveras,  creyeron  haber 
conseguido  lo  que  deseaban,  cuando  en  medio  de  la  no- 
che y  en  el  momento  en  que  iban  á  empezar  á  obrar,  in- 
vadió sus  habitaciones  una  compañía  de  Talavera  con 
Morgado  y  San  Bruno  al  frente,  que  fueron  bastante  viles 
para  mandar  sacrificará  casi  todas  estas  víctimas  desgra- 
ciadas de  la  iniquidad.  En  aquel  momento  estaba  toda 
la  guarnición  sobre  las  armas,  unos  cercando  el  cuartel 
de  dragones  de  los  que  se  sospechaba  que  estuviesen  en 
connivencia  con  los  revolucionarios,  y  otros  en  la  plaza 
para  marchar  adonde  estallase   cualquier   movimiento. 
Ossorio  mismo   recorrió   durante  la  noche  diferentes 
puntos  de  la  ciudad ,  lo  cual  pudiera  dar  márjen  á  creer 
que  la  rebelión  era  mucho  mas  seria  de   lo   que  los 
autores  dicen ,  por  lo  menos  en  concepto  del  capitán  je- 
neral. 

Las  medidas  que  tomó  Ossorio  para  proporcionarse 
dinero  no  fueron  ni  menos  injustas  ni  menos  terribles. 
Guando  entró  en  Santiago  se  halló  con  que  los  jefes  pa- 
triotas habían  dejado  completamente  vacías  las  cajas  del 
gobierno,  casa  de  moneda,  dirección  de  tabacos  y  de- 
mas  tesorerías,  lo  cual  le  imposibilitó  dar  cantidad  al- 


CAPÍTULO    XLIÍ. 

guna  á  sus  soldados  que  reclamaban  con  violencia  sus 
atrasos,  ni  cubrir  sus  primeras  atenciones.  Verdad  es  que 
las  tropas  que  persiguieron  los  restos  de  Carrera  se  ha- 
bían apoderado  de  muchas  cargas  de  dinero  por  valor 
de  125,389  pesos,  pero  una  buena  parte  se  entregó  en 
la  casa  de  la  moneda  por  via  de  fondo  para  la  compra 
de  pastas  y  su  amonedación ,  y  lo  poco  que  quedó  no 
alcanzaba  á  satisfacer  las  mas  apremiantes  necesi- 
dades. 

Para  remediar  tanta  penuria  comenzó  por  imponer 
fuertes  contribuciones  á  cuantos  habían  tomado  parte  ac- 
tiva en  la  revolución,  y  abrir  una  suscripción  voluntaria, 
que  fué  una  segunda  contribución  para  los  mismos,  por- 
que el  negarse  á  ella  ó  no  inscribirse  al  instante,  hubiera 
pasado  por  una  confesión  tácita  de  patriotismo.  En  se- 
guida decretó  un  empréstito  forzoso  de  152,000  pesos 
pagadero  por  los  habitantes  acomodados  de  Santiago 
colectivamente ,  que  se  hizo  estensivo  á  todos  los  habi- 
tantes de  la  república,  escepto  los  de  Concepción,  Co- 
quimbo, Huasco  y  Copiapó  :  por  manera  que  patriotas  y 
realistas  estaban  comprendidos  en  él.  Poco  después  esta- 
bleció nuevos  impuestos  sobre  los  que  ya  pagaban  el 
oro,  la  plata,  el  cobre  y  los  ramos  de  balanza  y  tajama- 
res, sin  esceptuar  la  carne  muerta,  los  efectos  estanca- 
dos, etc.,  etc.;  y  no  bastando  todo  esto  impuso  una  con- 
tribución de  21,000  pesos  mensuales  á  las  personas  pu- 
dientes de  Santiago  y  de  22,000  á  las  de  las  provin- 
cias (1). 

Aunque  la  mayor  parte  de  estos  impuestos  alcanzaba 

(l)  Ossorio  pidió  una  contribución  mensual  de  83,000  pesos,  pero  la  comi- 
sión no  pudo  recaudar  mas  que  43, 000,  inclusos  los  donativos  del  clero  secular 
y  regular  y  monasterios  de  relijiosas.  Bando  y  archivos  de  la  tesorería  de  San- 
tiago. 


154 


HISTORIA    DE    CIIILE, 


á  todas  las  clases  de  la  sociedad  incluso  el  clero ,  y  se 
hizo  á  los  empleados  una  rebaja  proporcional  en  sus 
sueldos  con  arreglo  al  real  decreto  de  Io  de  enero 
de  1810,  no  es  difícil  calcular  que  los  pagarían  princi- 
palmente los  patriotas  y  cuantos  pasaban  por  sospecho- 
sos de  la  menor  tendencia  á  las  ideas  subversivas.  Para 
con  estos  toda  espoliacion  era  lícita.  Se  cometía  una 
á  cada  momento,  exijiéndoles ,  tan  pronto  contribu- 
ciones mensuales ,  tan  pronto  sumas  que  tenían  que 
pagar  sin  dilación,  si  no  querían  que  les  enviasen  á  sus 
casas  en  calidad  de  plantones  unos  cuantos  insolentes 
Talaveras  mantenidos  y  alojados  á  su  gusto.  No  eran 
mejor  tratados  los  emigrados,  porque  ya  que  no  podia 
sacárseles  dinero ,  se  secuestraban  sus  muebles  y  pro- 
piedades, se  vendían  en  almoneda  pública  sus  haciendas 
y  se  amenazaba  con  las  mas  terribles  penas  al  que  te- 
niendo en  depósito  algo  que  los  perteneciera,  no  lo  de- 
clarase inmediatamente  al  tribunal  de  secuestro  estable- 
cido para  todas  estas  exacciones  (1). 

Lo  mismo  se  hacia  en  las  provincias  con  los  patriotas : 
se  les  secuestraba  sus  muebles,  sus  propiedades  y  hasta 
los  objetos  de  su  comercio ,  que  se  vendían  al  que  mas 
daba  por  ellos,  y  á  veces  á  precios  escesivamente  bajos, 
porque  la  mayor  parte  de  las  personas  que  podían 
comprarlos  se  retraían  movidos  de  ese  sentimiento  de  . 
delicadeza,  que  habla  siempre  al  corazón  en  semejantes 
circunstancias  (2). 

Ossorio  gobernó  el  país  un  año  próximamente.  La  ta- 

(1)  Archivos  de  la  tesorería  de  Santiago. 

(2)  Siguióse  el  recibir  y  reducir  á  dinero  una  crecida  porción  de  cobre, 
efectos  comerciales  y  barras  de  plata  que  el  coronel  don  Ildefonso  Elorriaga  y 
otros  comisionados  estrajeron  por  igual  motivo  á  los  vecinos  de  Coquimbo, 
Copiapu  y  el  Guaseo,  etc.  Archivos  de  la  tesorería  de  Santiago. 


CAPÍTULO    XLII. 

rea  que  tuvo  que  desempeñar  en  este  tiempo  fué  tan 
ingrata  como  variada.  No  se  redujo  solamente  á  velar 
por  la  tranquilidad  pública ,  desconcertar  los  complots 
de  los  patriotas  y  atender  á  los  muchos  gastos  de  un 
ejército  numeroso  y  en  pié  de  guerra,  en  un  país  arrui- 
nado enteramente,  tanto  por  infinitas  espoliaciones,  como 
por  faltarle  hacia  muchos  años  toda  industria  agrícola  y 
comercial ;  sino  que  tuvo  que  restablecer  las  institucio- 
nes antiguas ,  y  modificar  las  que  dimanaban  del  poder 
revolucionario,  ó  abolirías  completamente.  Repuso  la  an- 
tigua universidad  de  San  Felipe  á  espensas  del  Instituto ; 
hizo  mejoras  en  el  tribunal  de  Comercio  en  lo  relativo  á 
concursos  de  acreedores  de  los  fallidos  ó  de  los  que 
mueren  dejando  créditos  procedentes  de  materias  comer- 
ciales ;  restableció  de  orden  del  rey  la  fiesta  del  paseo 
del  estandarte  real ,  al  que  concurrían  los  europeos  con 
pistolas  en  las  pistoleras,  mientras  que  estas  las  llevaban 
vacías  los  chilenos ,  con  arreglo  á  un  decreto  en  que  se 
les  prohibió  llevar  é  introducir  toda  clase  de  armas. 
Pero  lo  que  mas  le  ocupó  fué  la  policía  política  y  civil 
del  reino,  y  especialmente  la  de  la  capital ,  porque  inde- 
pendientemente del  bando  de  buen  gobierno  calcado  so- 
bre el  de  1780  que  mandó  publicar,  instaló  muchos  tri- 
bunales compuestos  de  las  personas  mas  afectas  á  la 
monarquía,  que  entendían  en  las  diferentes  comisiones 
que  se  les  encargaban  con  todo  el  celo  propio  de  su  po- 
sición precaria  y  poco  segura. 

A  pesar  de  las  violencias,  muy  difíciles  de  evitar  por 
cierto  cuando  tan  grave  es  la  responsabilidad  que  pesa 
sobre  el  que  en  tiempos  tempestuosos  está  á  la  cabeza 
de  un  país  mal  organizado,  justo  es  decir  que  Ossorio,  duro 
mas  por  sistema  y  por  necesidad  que  por  inclinación,  ja- 


156 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mas  se  manifestó  sanguinario,  antes  bien  algunas  veces 
agasajador  y  jeneroso  con  ciertos  patriotas  (i).  En  todo 
acontecimiento  notable,  por  ejemplo,  el  dia  que  juró  la 
nueva  real  audiencia,  el  de  la  apertura  de  la  academia 
de  San  Felipe,  y  el  del  aniversario  de  la  batalla  de  Ran- 
cagua,  concedió  amnistía  á  muchos  de  los  que  se  halla- 
ban presos  ó  relegados  en  sus  haciendas,  y  es  probable 
que  su  severidad  dimanase  solamente  de  órdenes  que 
recibiera  del  virey  Abascal,  pues  asi  lo  hace  creer  el  haber 
solicitado  del  rey  gracia  para  aquellas  nobles  víctimas  al 
mismo  tiempo  que  le  dio  parte  de  su  arresto,  demanda 
que  reiteró  cuando  los  diputados  nombrados  don  Luis 
Urréjola  y  don  Juan  Manuel  Elizalde  partieron  para  Es- 
paña. Al  despedirse  del  cabildo,  cuando  fué  reemplazado 
por  Marco  del  Pont,  dijo  en  su  oficio  «  que  sin  confundir 
al  inocente  con  el  culpado,  habia  estendido  á  todos  el 
ejercicio  de  su  beneficencia,  y  si  algunos  lloran  aun  la 
ausencia  de  sus  hogares  y  familias,  ha  sido  reglado  por 
una  orden  superior,  de  cuya  observancia  no  me  ha  sido 
posible  prescindir,  etc.  (2).  »  Debe  también  tomarse  en 
cuenta  en  defensa  suya,  la  influencia  que  ciertos  oficiales 
de  Talavera  ejercían  sobre  sus  actos  y  las  provocaciones 
de  los  realistas ,  jeneralmente  europeos  é  interesados  en 
el  alejamiento  de  los  patriotas  y  de  los  sospechosos  de 
tales,  para  conseguir  mejor  los  empleos  que  solicitaban. 
Influencia  que  hubiera  sido  mucho  mas  peligrosa  á  no 
haberla  neutralizado  la  del  asesor  don  José  Joaquin 
Rodríguez  Zorrilla ,  chileno  de  nacimiento  y  oidor  que 
habia  sido  de  la  audiencia  de  Quito. 

(1)  Ossorio  no  fué  nunca  sanguinario,  quizá  porque  le  faltó  tiempo.  Con- 
versación con  don  Manuel  Salas. 

(2)  Oficio  de  despedida  de  Osorio  al  M.  I.  Cabildo  de  Santiago.  — Gaceta 
del  gobierno  de  Chile ,  tomo  2o,  número  9. 


CAPITULO    XLII. 

Su  separación  de  la  presidencia  de  Chile  fué  por  otra 
parte  una  calamidad  para  España,  porque  el  rey  tenia  en 
él  un  militar  intelijente,  probo  y  muy  laborioso.  Desde 
que  llegó  á  Santiago  quiso  conocer  por  sí  mismo  los 
principales  resortes  de  la  administración ,  y  de  esto  se 
ocupó  asiduamente  y  con  grande  actividad,  trabajando 
muchas  veces  hasta  las  dos  de  la  madrugada,  pues  hasta 
horas  tan  avanzadas  consagraba  su  intelijencia  á  las 
mas  importantes  cuestiones.    A  las  seis  de  la  mañana 
estaba  casi  siempre  levantado  y  leyendo  en  su  gabinete 
los  despachos,  á  los  cuales  ponia  las  notas  que  estimaba 
conveniente.  Después  del  desayuno,  que  era  alas  nueve, 
despachaba  succesivamente  con  su  secretario,  el  auditor 
de  servicio  y  su  asesor ;  y  este  trabajo,  que  duraba  hasta 
las  tres,  hora  en  que  comia ,  volvia  á  empezar  á  las  seis 
para  concluir  á  las  ocho.  Dotado  de  un  carácter  muy  me- 
tódico, hasta  para  sus  asuntos  particulares  (1),  distribuía 
su  tiempo  de  la  manera  mas  á  propósito  para  aprove- 
charlo mejor.  Por  lo  regular,  después  de  las  comidas , 
que  eran  estraordinariamente  abundantes ,  se  entregaba 
á  ejercicios  que  exijiesen  mucho  movimiento ,  al  juego 
de  pelota  sobre  todo,  en  que  era  muy  diestro  á  pesar  de 
su  grosura.  En  definitiva,  aunque  dejó  en  Chile  un  nombre 
bastante  odioso,  la  posteridad  apreciará  las  dificultades 
que  encontró  en  un  país  tan  removido  por  las  pasiones  y 
en  las  órdenes  que  tuvo  que  cumplir.  A  haber  conocido 
España  en  aquella  época  sus  verdaderos  intereses,  no  hu- 
biera de  seguro  pensado  en  reconquistar  este  país  con 

(1)  Cuando  recibía  la  paga,  la  distribuía  en  distintos  cajones  de  su  mesa  según 
la  naturaleza  de  sus  gastos.  La  mayor  parte  de  las  veces  él  mismo  guardaba  su 
ropa  en  los  baúles  y  cómodas.  Era  muy  aficionado  á  animales,  de  los  que  tenia 
de  muchas  especies  y  él  les  enseñaba  en  los  ratos  desocupados.  Conversación* 
en  el  Cuzco  con  su  secretario  Ruedas  y  después  con  don  Ignacio  de  Arangua, 


I 


V** 


158 


HISTORIA    DE    CHILE. 


| 


las  armas  y  con  todo  el  aparato  de  la  esclavitud,  sino 
diplomática  y  comercialmente.  Si  en  vez  de  combatir  las 
ideas  del  siglo,  hubiera  procurado  por  el  contrario  estu- 
diarlas y  dinjirlas,  pasaría  por  jeneroso  y  las  mas  amis- 
tosas relaciones,  favorables  en  todo  al  comercio  español 
hubieran  continuado  intactas;  pero  en  una  reconquista 
militar,  el  jeneral  encargado  de  llevarla  á  cabo  no  puede 
apreciar  ni  discutir  los  actos  de  su  gobierno,  siendo  para 
el  una  obligación  de  honor  y  un  deber  absoluto  obedecer 
sus  ordenes.  Si  durante  su  administración  cometió  algu- 
nas arbitrariedades,  debe  acusarse  de  ellas  mas  bien  á 
las  instrucciones  particulares  que  recibía  y  á  los  mil  em- 
barazos suscitados  por  los  enemigos  de  una  causa  que 
tenia  la  misión  de  defender,  y  á  la  cual  le  arrastraban  sus 
profundas  convicciones.  Lo  repito  :  es  imposible  que  en 
tales  circunstancias  y  en  medio  de  tantos  ajitadores, 
pueda  un  funcionario  gobernar  con  toda  la  calma  que 
sena  de  apetecer,  y  con  la  prudencia  que  la  moral  enseña 
y  las  leyes  exijen.  Por  lo  demás,  con  semejantes  arbitra- 
riedades, lo  que  hizo  algunas  veces  fué  trabajar,  á  pesar 
suyo  ,  en  favor  de  la  independencia  ,  porque  de  sus  re- 
sultas desertaban  de  su  partido  los  militares  chilenos  las- 
timados en  su  honor  y  su  amor  propio.  Ossorio,  como 
casi  todos  los  jenerales  españoles  recien  llegados  á  Amé- 
rica, tenia  gran  prevención  contra  las  tropas  chilenas  y 
contra  las  guerrillas  de  milicianos  poco  ó  nada  discipli- 
nados, que  carecían  del  brillante  continente  de  los  solda- 
dos europeos  y  de  su  precisión  en  los  movimientos.  Por 
esto  se  le  notó  cierta  especie  de  desden  ó  indiferencia 
cuando  empezó  á  tratarlos ;, aunque  muy  luego  hizo  jus- 
ticia á  la  bizarría  é  intelijencia  del  soldado  chileno.  Su 
prevención,  aumentada  con  las  severas  instrucciones  de 


1 

fN» 

CAPITULO    XLII. 


159 


Abascal ,  no  fué  menor  contra  los  oficiales,  á  algunos  de 
los  cuales  separó  de  sus  cuerpos  sin  darles  á  veces  los 
ascensos,  doble  falta  que  le  producía  la  animosidad  de 
unos  hombres  adictos  enteramente  á  su  causa,  y  le  pri- 
vaba de  sus  consejos,  mucho  mas  útiles  que  los  de  los 
europeos  en  todo  lo  que  era  astucia,  sorpresa  y  embos- 
cada. 


CAPITULO  XLIII. 


i 


Llegada  á  Chile  del  brigadier  don  Casimiro  Marco  del  Pont.  —  Primeras  im- 
presiones favorables  que  produjo.—  Se  deja  influir  por  los  ultra  realistas  y 
renueva  las  exacciones  con  mas  violencia  que  Ossorio.  —  Ordenes  severas 
contra  los  patriotas.—  Construcción  de  las  fortalezas  de  Santa  Lucía.—  Tri- 
bunal de  vijilancia  bajo  la  presidencia  de  San  Bruno.—  Rigor  de  este  tribunal 
en  Santiago  y  en  las  provincias,  no  solo  con  los  patriotas ,  sino  también  con 
los  militares  y  los  ladrones.  —  Muerte  de  Traslaviña  y  sus  compañeros.— 
San  Bruno  se  hace  muy  odioso  á  la  población.  —  Indulto  del  rey,  eludido 
por  Marco.—  Aparición  de  una  escuadrilla  de  Buenos-Aires  en  el  mar  del 
Sur. —  Marco  dedica  toda  su  atención  al  ejército.—  Pide  un  nuevo  emprés- 
tito de  400,000  pesos.—  Su  jenerosidad.—  Sus  intenciones  probables. 


El  25  de  diciembre  de  1815  llegó  Marco  del  Pont  á  la 
chacra  de  don  Pedro  Prado  y  Xaraquemada,  adonde  in- 
mediatamente pasó  á  verle  el  brigadier  Ossorio,  acompa- 
ñado de  algunos  oficiales.  Aquella  no  fué  mas  que  una 
visita  de  bien  venida,  porque  al  dia  siguiente  volvió  con 
la  Audiencia,  y  todas  las  corporaciones  civiles  y  milita- 
res á  cumplimentarle  como  capitán  jeneral  y  presidente 
de  la  Real  Audiencia ,  entregarle  el  bastón ,  símbolo  de 
sus  nuevas  atribuciones,  recibirle  el  juramento  de  fideli- 
dad y  acompañarle  á  la  catedral,  á  asistir  al  Te  Deum  y 
dar  gracias  como  era  costumbre  en  semejantes  casos. 
Por  la  tarde  hubo  gran  comida  en  palacio,  iluminación 
por  la  noche  en  toda  la  ciudad  y  festejos  de  todo  jénero, 
que  continuaron  el  dia  siguiente,  destinado  á  recibir  las 
principales  corporaciones. 

Don  Francisco  Marco  del  Pont,  brigadier  del  ejército 
de  España,  hizo  la  campaña  contra  Napoleón  y  fué  hecho 
prisionero  en  el  sitio  de  Zaragoza.  Llevado  á  Francia , 
consiguió  la  gracia  de  que  le  permitiesen  estar  algún 


CAPITULO    XLI1I. 


161 


tiempo  en  Valencey  y  después  de  la  restauración  volvió 
á  Madrid,  donde  obtuvo  á  poco  el  puesto  que  venia  á  ocu- 
par en  Chile.  Este  nombramiento  se  hizo  contra  el  pa- 
recer del  Consejo  de  Indias,  que  deseaba  continuase  Os- 
sorio ,  primero  porque  quería  que  al  frente  de  un  país 
tan  fuertemente  ajitado,  hubiese  un  militar  esperimen- 
tado  y  valiente,  y  ademas  porque  era  opuesto  á  esa  polí- 
tica de  desconfianza  que  renovaba  á  cada  paso  los  go- 
biernos efímeros  del  Nuevo  Mundo,  y  los  arrastraba  á 
perturbaciones  administrativas  y  á  una  inercia  que  detenia 
todo  progreso  civilizador  (1).  Pero  el  padre  de  Marco  tenia 
por  sus  bienes  de  fortuna  una  posición  que  le  daba  gran 
crédito  en  la  corte,  y  el  rey  accedió  á  sus  deseos,  á  pesar 
de  la  confianza  que  le  inspiraba  y  el  interés  con  que  aten- 
día á  su  Consejo  de  Indias,  recientemente  restablecido (2). 

El  viaje  del  nuevo  presidente  se  verificó  por  Panamá 
á  fines  de  1815.  A  su  paso  por  Lima  fué  á  visitar  las 
banderas  cojidas  á  los  patriotas  de  Rancagua ,  y  á  su 
llegada  habló  de  esta  visita  al  ejército ,  manifestándole 
el  gran  placer  que  habia  tenido  de  ver  aquellos  trofeos 
de  su  valor,  y  la  esperanza  que  abrigaba  de  que  conquis- 
tase otros,  si  las  circunstancias  lo  exijian.  En  una  pro- 
clama que  en  el  mismo  dia  dirijió  á  los  habitantes,  in- 
vocaba los  beneficios  de  una  unión  estrecha  y  sincera,  y 
prometia  ocuparse  sin  descanso  de  las  necesidades  del 
país  y  de  protejer  la  agricultura,  el  comercio  y  la  indus- 
tria, sin  olvidar  las  artes  y  las  ciencias,  oríjen  primitivo 
de  una  civilización  elevada. 

Estas  palabras  no  podían  ser  mas  seductoras  para  los 

(1)  Carta  del  consejo  de  Indias  de  7  de  febrero  de  1816.  Archivos  del  Perú. 

(2)  Por  real  decreto  de  2  de  junio  de  1814  se  restableció  el  consejo  supremo 
de  Indias  con  las  atribuciones  que  tenia  en  12  de  mayo  de  1808.  Se  componía 

tres  togados  y  dos  de  capa  y  espada  ,  entre 


del  presidente  y  cinco  ministros 

los  que  habia  algunos  americanos 

VI.  Historia. 


di 


162 


HISTORIA    DE    CHILE. 


que  estaban  bajo  la  presión  de  las  disposiciones  arbitra- 
rias de  don  Mariano  Ossorio,  y  para  un  país  que  había 
sido  tan  cruelmente  asolado  á  la  par  por  el  ejército  de  los 
realistas  y  por  el  de  los  patriotas.  Habiendo  arrebatado 
las  guerras  miles  de  brazos  á  la  agricultura,  é  impuesto 
grandes  trabas  al  comercio  del  Perú ,  la  mayor  miseria 
reinaba  por  todas  partes  ,  en  la  ciudad  como  en  los 
campos,  y  el  pueblo,  cansado  de  este  malestar,  no  podía 
menos  de  recibir  con  satisfacción  las  palabras  de  paz  y 
benevolencia  de  un  funcionario  que  en  nada  habia  con- 
tribuido á  tantas  calamidades. 

Por  otra  parte  es  necesario  decir  que  las  primeras  im- 
presiones que  produjo  Marco  fueron  muy  favorables,  y 
que  contentaron  á  todas  las  clases  de  la  sociedad.  Ves- 
tido siempre  de  una  manera  conveniente,  con  frecuencia 
elegante  hasta  prestarse  algunas  veces  al  ridículo ,  ha- 
biendo amueblado  con  gran  lujo  sus  habitaciones,  en  las 
que  sobresalía  la  limpieza,  lo  cual  dicho  sea  de  paso,  con- 
tribuyó mucho  á  jeneralizar  esa  especie  de  placer  domes- 
tico entonces  poco  común  en  Chile,  y  verdadero  indicio  de 
la  dignidad  de  la  persona,  reunía  en  su  casa  siempre  que 
podía,  las  personas  de  distinción ,  tenia  constantemente 
á  su  mesa  algún  canónigo,  algún  individuo  de  la  Audien- 
cia y  también  á  personas  contajiadas  de  patriotismo, 
esperando  por  este  medio  llegar  á  una  reconciliación , 
objeto  principal  de  sus  deseos.  Su  solicitud  no  olvidaba 
al  pueblo  bajo  :  visitaba  los  conventos ,  los  colejios ,  los 
hospitales,  las  casas  de  caridad,  y  para  dar  á  todo  el. 
mundo  una  gran  prueba  de  sus  buenas  intenciones, 
anunció  en  la  Gaceta  que  destinaría  todos  los  miércoles 
desde  las  diez  de  la  mañana  á  las  dos  de  la  tarde,  á  re- 
cibir cuantas  personas  tuvieren  que  darle  alguna  queja 


51 


CAPITULO    XLIII. 


163 


ó  hacerle  alguna  petición,  sin  perjuicio  de  las  audiencias 
particulares  que  pudieran  necesitar  los  habitantes  (1). 

Tal  fué  el  principio  de  la  carrera  política  del  nuevo 
presidente ,  principio  que  parecía  indicar  que  iba  á  olvi- 
darse la  severidad  de  Ossorio,  y  á  restablecerse  el  orden 
legal  en  las  diferentes  administraciones.  Desgraciada- 
mente los  caracteres  débiles  se  dejan  arrastrar  á  la  vio- 
lencia á  poco  que  se  les  contraríe,  y  si  se  hallan  en  posi- 
ción un  tanto  difícil ,  les  domina  una  enerjía  apasionada, 
cuyos  arranques  son  fecundos  en  errores  y  en  atentados. 

Marco  del  Pont,  cuando  llegó  á  Chile,  tuvo  necesidad 
de  aconsejarse  de  algunas  personas  para  poder  gobernar 
el  país  con  método,  y  á  satisfacción  de  sus  administrados. 
Una  de  estas  personas  fué  el  franciscano  Martínez, 
español  muy  decidido  por  su  rey ,  de  una  piedad  inta- 
chable y  hombre  de  gran  esperiencia  é  instrucción,  hasta 
el  punto  de  que  cuando  Ossorio  recibió  orden  del  rey  de 
escribir  la  historia  de  los  sucesos  ocurridos  desde  los 
primeros  dias  de  la  revolución,  le  encargó  este  trabajo. 
Si  Marco  no  hubiese  escuchado  mas  consejos  que  los  de 
este  buen  padre  y  los  de  otras  personas  tan  virtuosas 
como  él,  es  probable  que  hubiese  continuado  su  gobierno 
tan  bien  como  lo  comenzó ;  pero  influido  desgraciada- 
mente por  algunos  realistas  apasionados,  y  por  los  oficia- 
les superiores  del  batallón  de  Talavera ,  olvidó  bien 
pronto  sus  principios  de  moderación  y  se  echó  en  bra- 
zos del  partido  del  rigor,  que  se  le  hizo  creer  era  el  único 
fuerte  y  conveniente  en  las  circunstancias.  Verdad  es  que 
el  elemento  revolucionario,  siempre  alerta  y  siempre  fe- 
cundo en  recursos,  contribuyó  mucho  al  carácter  in- 

(1)  Esto  solo  algunos  dias  se  llevó  á  efecto.  Los  sucesos  no  tardaron  en  obli- 
garle a  trabajos  mucho  mas  importantes  para  los  intereses  de  su  gobierno. 


" 


*S* 


164 


HISTORIA    DE    CHILE. 


quieto,  desconfiado  y  hostil  que  conservó  todo  el  tiempo 
de  su  administración. 

Lo  primero  que  hizo,  contra  todo  principio  de  justicia 
y  sin  temor  á  herir  el  sentimiento  nacional,  fué  favorecer 
á  todos  los  oficiales  españoles  en  perjuicio  de  los  oficiales 
chilenos,  inclusos  los  que  estaban  fuertemente  com- 
prometidos tanto  en  sus  personas  como  en  sus  propie- 
dades. «  Ya  no  hubo  chileno  con  empleo  ni  representa- 
ción; todos  son  separados  y  sustituidos  por  españoles 
europeos ;  hasta  los  escritos  y  memoriales  se  encabezaban 
con  lo  de  natural  de  España  y  se  quedaba  seguro  de 
buen  éxito.  Los  subdelegados  americanos  y  los  coman- 
dantes militares  en  todos  los  partidos ,  desde  Gopiapó  a 
Chiloe,  fueron  quitados  :  el  mando  del  batallón  de  Con- 
cepción se  arranca  al  antiguo  teniente  coronel  Boa  y  se 
da  al  sanguinario  Campillo  :  el  de  dragones  se  le  quita 
al  coronel  Santa  María  y  se  entrega  á  Morgado  :  del  de 
Chillan  se  despoja  á  Lantaño  para  darlo  á  Alejandro  : 
del  de  Valdivia  á  Gárballo  para  poner  á  Piguero.  Todos 
los  dias  habia  ascensos  militares,  y  no  se  dio  ejemplo  que 
un  americano  participase  de  aquella  prodigalidad.  Cam- 
pillo, que  salió  de  España  subteniente  de  milicias  y  llegó 
á  Chile  con  el  grado  de  capitán ,  en  menos  de  tres  meses 
se  vio  teniente  coronel  de  ejército  y  comandante  :  Alejan- 
dro, de  teniente  ayudante  se  viste  de  coronel  y  obtiene 
una  comandancia:  Piguero,  capitán,  es  hecho  coronel 
comandante  :  todos  los  oficiales  de  Talavera  subieron  en 
razón  de  lo  que  bajaban  los  del  país ;  hasta  los  sarjen- 
tos,  cabos  y  soldados  se  transformaron  repentinamente 
en  oficiales,  etc.  (1)  » 

(1)  Carta  de  don  Cayetano  Requena  ,  capellán  mayor  de  la  escuadra  de  Chile, 
á  un  sacerdote  del  Perú. 


í*?** 


CAPITULO    XLIII. 


165 


Tras  este  acto  de  grande  injusticia,  cometió  otro  de 
opresión  respecto  á  la  contribución  mensual  de  21,074 
pesos  que  Ossorio  impuso  á  los  habitantes  de  Santiago,  y 
que  no  se  pagaba  hacia  muchos  meses  por  el  estado  de 
apuro  en  que  se  encontraban  las  principales  familias  sobre 
que  mas  particularmente  pesaba.  Sin  consideración  á  tan 
justo  motivo,  dispuso  Marco  no  solo  que  se  satisficiese  lo 
atrasado ,  sino  que  en  lo  succesivo  cada  familia  pagase 
con  regularidad  la  parte  que  se  le  hubiese  impuesto  en 
un  plazo  muy  corto  ,  bajo  pena  de  enviar  á  su  casa  una 
guardia  de  cuatro  Talaveranos,  que  había  de  mantener, 
alojar  y  pagar  á  razón  de  cuatro  reales  diarios  cada  uno. 

Esto  pasaba  el  9  de  enero,  es  decir,  á  las  dos  semanas 
de  llegar  á  Santiago.  Pocos  dias  después  se  tomaron  me- 
didas aun  mucho  mas  severas,  no  solo  contra  las  propie- 
dades, sino  también  contra  las  personas.  El  muy  célebre 
San  Bruno,  cuyo  nombre  aterrorizaba  y  á  quien  ya  se  le 
tachaba  de  sanguinario,  estaba  en  cierto  modo  á  la  cabeza 
de  este  sistema  preventivo  establecido  por  Ossorio,  y 
aprovechaba  su  influencia  con  el  presidente  para  dar 
rienda  á  sus  instintos  de  ira  y  de  maldad.  No  conociendo 
mas  medios  que  los  violentos  para  salvar  el  trono,  y  que- 
riendo herir  y  aturdir  á  la  vez  al  partido  de  la  revolución, 
indujo  á  Marco  á  que  mandase  bajo  las  mas  severas  pe- 
nas que  ningún  habitante  de  Santiago  pudiese  andar  á 
caballo  ni  en  coche  por  las  noches,  ni  llevar  poncho  ó  capa 
sino  arrollada  sobre  el  hombro,  ni  salir  de  la  ciudad  sin 
permiso  espreso,  y  que  todos  los  que  estuviesen  en  sus 
haciendas  ó  en  sus  chacras  volviesen  á  sus  domicilios,  no 
dándoles  mas  plazo  que  tres  dias  para  la  ejecución  de 
esta  orden.  Pena  aun  mas  severa,  pues  era  la  de  muerte, 
se  impuso  á  todo  el  que  se  atreviese  á  sobornar  los  mili- 


166 


HISTORIA    DE    CHILE. 


tares  y  á  aquellos  en  cuyas  casas  se  encontrasen  armas 
de  cualquiera  clase  ó  condición,  como  escopetas,  fusiles, 
pistolas,  bastones  con  estoque,  etc.  Una  contravención 
de  esta  especie  llevaba  al  culpable  á  la  horca  con  pér- 
dida de  todos  sus  bienes,  de  los  que  se  entregaba  una 
parte  al  delator.  La  misma  pena  se  decretó  contra  los 
jueces  que  dieran  pruebas  de  debilidad  en  sus  senten- 
cias. 

Una  vez  en  este  sendero  de  amenazas  y  espoliaciones 
era  difícil  á  Marco  volver  á  la  moderación ,  la  que ,  al 
decir  de  los  que  le  rodeaban,  hubiera  debilitado  y  hecho 
infecundo  el  sistema  proclamado  por  los  españoles  ultra- 
realistas  y  por  el  mayor  número  de  los  oficiales  de  Tala- 
vera,  tan  interesados  en  que  fuese  mas  severo  aun.  No  se 
reflexionaba  que  la  libertad  cuando  es  tan  brutalmente 
ofendida,  brota  prosélitos  capaces  de  defenderla  con  todo 
el  ardor  de  una  facción  audaz  y  comprometida ;  y  esto 
fué  lo  que  sucedió  en  las  provincias  y  especialmente  en 
la  capital,  foco  de  la  instrucción  y  del  verdadero  patrio- 
tismo, donde  la  oposición  hizo  progresos  tanto  mayores 
cuanto  que  trabajando  en  la  obscuridad  tenia  que  estar 
necesariamente  mejor  combinada  y  ser  mas  terrible.  Unos 
exaltados  llamados  don  Miguel  y  don  Pedro  Segovia  y 
don  Marcelo  Nuñez,  en  uno  de  aquellos  momentos  de 
exasperación  en  que  falta  la  prudencia,  contestaron  una 
noche  Patria  al  quien  vive  de  la  patrulla  de  los  Talaveras 
mandada  por  el  teniente  don  Manuel  Pizarro,  quien  los 
llevó  al  tribunal  de  vijilancia,  por  el  que  fueron  condena- 
dos á  veinte  dias  de  trabajos  públicos. 

Por  esta  época  se  trató  de  hacer  del  pequeño  cerro  de 
Santa  Lucia  una  especie  de  capitolio,  y  se  principiaron 
las  dos  fortalezas  que  todavía  se  conservan  y  que  mas  pa- 


capítulo  xliii. 

recen  un  castillo  de  esclavitud  y  destrucción,  que  un  mo- 
numento de  defensa;  porque  dominando  á  la  ciudad  en 
casi  toda  su  ostensión,  quedaba  esta  á  merced  del  primer 
insensato.  Los  gastos  que  ocasionaron  eran  muy  supe- 
riores á  los  recursos  de  una  tesorería  siempre  empeñada, 
y  para  ocurrir  á  ellos  se  emplearon  nuevas  medidas  de 
rigor  y  se  abrieron  suscripciones  voluntarias  tan  comunes 
y  tan  productivas  en  países  de  fe  firme  ó  de  resignación 
miedosa  y  forzada.  Ademas  se  obligó  á  todos  los  peones 
de  la  ciudad  y  de  los  alrededores  á  que  fuesen  á  trabajar 
en  ellas,  y  si  se  resistían  ó  se  escapaban,  los  llevaban  por 
la  fuerza ,  no  dándoles  entonces  el  jornal  y  tratándolos 
como  presidarios.  También  se  destinaron  á  trabajar  allí 
á  todos  los  contraventores  á  las  órdenes  y  disposiciones, 
aun  cuando  fuesen  personas  decentes,  y  no  bastando  aun 
esto,  se  envió  á  los  criados  de  las  casas,  habiendo  sido  uno 
de  los  primeros  el  del  presidente,  quien  quiso  por  este 
medio  dar  ejemplo  de  patriotismo  y  cooperación. 

La  iniciativa  para  este  aumento  de  rigor  con  todo  lo 
que  se  rozaba  con  los  hombres  y  las  opiniones  vencidas 
en  Rancagua,  no  partió  de  Marco  sino  de  San  Bruno, 
quien  al  frente  de  la  alta  policía  desempeñaba  su  des- 
uno con  un  celo  que  retrataba  su  carácter  severo  y  des- 
confiado. Era  presidente  de  un  tribunal  de  vijilancia  y 
seguridad  pública,  especie  de  justicia  política  destinada  es- 
clusivamente  á  vijilar  con  incansable  actividad  todo  cuanto 
pudiese  comprometer  la  causa  del  rey,  y  que  tenia  por  lo 
tanto  un  poder  tan  amplio  como  arbitrario.  Compuesto 
de  un  presidente  de  la  clase  militar,  cuatro  vocales,  un 
asesor  letrado  y  un  secretario,  funcionó  con  el  rigor  de 
un  tribunal  revolucionario,  porque  su  desconfianza  y  su 
suspicacia  alcanzaba  á  todas  las  clases  déla  sociedad.  Así 


" 


-^ 


168 


HISTORIA    DE    CHILE. 


■ 


pues  impuso  á  los  hacendados  la  obligación  de  vijilar 
sus  peones  é  inquilinos  y  las  personas  estrañas  que  pa- 
sasen por  sus  haciendas,  ó  inorasen  en  ellas;  exijió  de 
los  vecinos  que  les  entregasen  las  cartas  que  recibieran 
del  bando  contrario,  y  que  denunciasen  las  reuniones  de 
personas  sospechosas  y  á  todo  el  que  hablase  en  favor 
de  la  revolución  ó  contra  el  gobierno  ó  sus  disposiciones ; 
en  una  palabra  personas  y  cosas  entraban  en  el  dominio 
de  su  vijilancia  y  su  poder,  que  no  conocía  límites,  abar- 
caba toda  clase  de  delitos  y  se  estendia  hasta  imponer 
la  pena  de  muerte,  bien  que  en  este  caso  la  causa  iba  en 
consulta  al  superior  gobierno,  quien  examinaba  la  sen- 
tencia y  daba  su  sanción  á  la  pena,  que  era  siempre  eje- 
cutada con  prontitud  y  militarmente. 

Con  los  desmanes  de  este  tribunal,  que  tenia  repre- 
sentantes en  todas  las  ciudades  grandes  escepto  Concep- 
ción y  al  que  servia  de  complemento  el  de  infidencia 
creado  para  juzgar  á  los  sospechosos ,  la  restauración 
tomó  un  carácter  represivo,  que  sobrepujó  con  mucho  el 
rigor  ejercido  hasta  entonces,  llegando  hasta  los  escesos 
del  crimen.  Porque  desde  este  momento  se  levantaron 
cuatro  horcas  en  la  plaza  mayor,  y  á  los  pocos  días  la  li- 
bertad contaba  tres  mártires,  que  fueron  Salinas,  Rega- 
lado Hernández  el  joven  y  Traslaviña,  yerno  del  coronel 
Portus  (1).  Otras  muchas  víctimas  fueron  destinadas  á 
esta  especie  de  ignominia  y  si  se  les  conmutó  la  pena  de 
muerte  en  destierro  perpetuo,  fué  en  celebridad  de  la 


(1)  A  Ventura  Lagunas  se  le  condenó  solo  á  destierro  á  Juan  Fernandez,  aten- 
dida su  edad  que  apenas  llegaba  á  diez  y  seis  años ,  pero  le  tuvieron  á  la  ver- 
güenza al  pié  de  uno  de  los  patíbulos,  mientras  ahorcaban  á  sus  compañeros 
üe  infortunio.  La  principal  acusación  que  se  hizo  á  estos  fué  por  espías  y  por- 
que se  ocupaban  de  sobornar  por  cuenta  de  San  Martin.  El  sarjento  La  Roza 
los  vendió  después  de  haber  sido  su  cómplice.—  Gacela  del  rey. 


CAPITULO    XLUI. 

noticia  que  recibió  el  presidente  de  la  toma  de  Carta- 
gena, noticia  que  llenó  de  alegría  á  los  realistas,  y  se 
festejó  un  dia  entero  con  regocijos  públicos  y  ceremo- 
nias relijiosas. 

El  tribunal  de  vijilancia  no  era  menos  activo  ni  severo 
en  las  provincias,  pero  debe  decirse  en  elojio  de  su  jefe, 
que  alcanzaba  lo  mismo  al  ladrón  que  al  patriota,  y  hasta 
al  soldado,  á  quien  se  le  castigaba  con  el  mayor  rigor 
por  el  mas  pequeño  delito.  Un  soldado  fué  fusilado  en 
Santiago  por  robo  á  un  oficial,  y  otro  en  la  Serena  por 
haber  robado  en  una  tienda.  A  la  misma  pena  fueron 
sentenciados  seis  soldados  del  batallón  de  Chillan  por 
sospechas  de  un  robo,  tres  de  ellos,  y  los  otros  tres  por 
insubordinación  cometida  de  resultas  de  las  pesquisas 
hechas  para  averiguarlo ;  pero  esta  vez  la  piedad  chilena 
se  conmovió  altamente,  y  pidió  gracia  en  nombre  de  los 
servicios  prestados  por  aquellos  militares  á  la  causa 
real.  La  misma  gracia  solicitaron  con  instancia  los  dos 
obispos  de  Chile  que  á  la  sazón  se  hallaban  en  Santiago,  y 
habiéndoles  sido  fácilmente  concedida ,  fueron  ellos  mis- 
mos anunciarla  á  los  seis  condenados,  que  estaban  ya  en 
capilla  en  el  cuartel  de  dragones.  Cuando  se  repasan  las 
gacetas  del  gobierno  de  esta  época,  admira  la  solicitud 
con  que  todos  se  interesaron  en  la  suerte  de  aquellos  mi- 
litares y  el  número  de  cartas  de  gracias  que  recibió  el 
presidente  en  esta  ocasión,  tanto  de  Santiago  como  de 
las  provincias,  no  faltando  ni  aun  de  Sánchez,  el  cual  se 
creyó  comprometido  á  dar  este  paso ,  porque  aquellos 
soldados  habían  sido  en  algún  modo  formados  por  él  y 
pertenecían,  eran  sus  espresiones,  auna  ciudad  quehabia 
dado  tan  grandes  pruebas  de  fidelidad  á  la  buena  causa. 

Si  San  Bruno  hubiese  estado  encargado  únicamente 


170 


HISTORIA    DE    CHILE. 


de  la  policía  municipal  y  de  la  persecución  de  los  ladro- 
nes y  salteadores  de  caminos,  es  probable  que  sus  servi- 
cios le  hubieran  valido  en  el  país  no  solo  un  nombre  in- 
tachable, sino  el  título  de  escelente  alcalde  é  intendente 
de  policía,  porque  era  muy  activo  y  escesivamente  ce- 
loso en  el  desempeño  de  su  destino,  cuidaba  muy  particu- 
larmente de  la  limpieza  de  la  ciudad  ,  ramo  entonces  des- 
cuidadísimo, y  era  el  azote  de  los  criminales  y  el  terror 
de  la  clase  sospechosa  y  temible  de  la  sociedad  (1).  Pero 
desgraciadamente  para  él ,  encargado  de  la  alta  policía 
política  ,  y  teniendo  que  habérselas  con  una  multitud  de 
personas,  á  quienes  el  espíritu  revolucionario  ponia  en  con- 
tinuo movimiento,  se  vio  en  la  necesidad  de  prescindir  de 
toda  consideración  y  obrar  con  rigor  y  firmeza,  lo  mismo 
contra  los  sospechosos,  que  contra  los  que  contravenían 
á  las  disposiciones  del  presidente.  Mas  tarde,  cuando  la 
ajitacion  fué  mas  apasionada ,  exajerándose  el  peligro , 
exajeró  también  los  medios  de  espionaje  y  por  conse- 
cuencia los  de  persecución,  siguiéndose  de  aquí  chismes 
diarios,  persecuciones  rencorosas  que  alcanzaron  á  todas 
los  edades  y  á  todos  los  rangos ,  sin  perdonar  los  em- 
pleados chilenos  reputados  por  grandes  realistas  (2),  las 
mujeres  y  los  niños,  á  quienes  no  les  valia  ni  su  debilidad 
ni  su  impotencia.  Por  todas  estas  persecuciones,  por  to- 
dos estos  atropellos,  tan  injustos  como  arbitrarios  y  hu- 
millantes (3),  San  Bruno  se  hizo  odioso  á  la  jeneralidad 

(1)  Conversación  con  don  José  Ruedas,  secretario  de  Ossorio. 

(2)  De  este  número  fué  don  José  Antonio  Rodríguez,  á  quien  hemos  visto  de 
auditor  de  guerra  y  consejero  de  Gainza  cuando  el  famoso  tratado,  y  fiscal  á  la 
sazón  de  la  real  audiencia  de  Santiago.  A  pesar  de  todos  sus  antecedentes,  no 
inspiraba  á  Marco  la  menor  confianza,  y  escribió  al  ministerio  de  Indias  para 
que  le  destituyesen  por  insurjente. 

(3)  Sucedió  muchas  veces  que  cuando  sus  satélites  prendían  á  uno,  le  hacían 
¡bajar  hasta  abajo  los  pantalones  para  que  les  sirviesen  d  grillos  Precaución  que 
tomaban ,  según  decían,  para  evitar  la  evasión ,  de  la  que  habia  varios  ejemplares. 


CAFITULO    XLI1I. 


171 


de  los  habitantes  de  Santiago,  y  especialmente  á  las  fa- 
milias que  tenían  algún  tormento  ó  alguna  iniquidad  que 
echarle  en  cara;  y  sin  embargo,  ¿en  medio  de  tanta  agi- 
tación, de  tanto  complot,  puede  un  jefe  de  policía  mar- 
char tranquilo  por  las  vias  legales  y  cumplir  con  calma 
los  inflexibles  deberes  que  su  cargo  le  impone  ?  San  Bruno 
tenia  una  fe  viva  en  su  causa ;  todo  el  que  no  pensaba 
como  él ,  era  un  enemigo  de  la  relijion,  cuyas  fiestas  ob- 
servaba con  fervor  casi  fanático,  de  su  rey,  y  de  la  so- 
ciedad :  era  necesario  colocarle  en  la  imposibilidad  de 
obrar  y  de  hacer  daño,  y  para  conseguirlo  se  valia  délos 
medios  mas  prontos  y  rigorosos,  lo  que  no  hubiera  hecho 
sin  duda  á  estar  el  país  algo  mas  tranquilo,  y  su  partido 
menos  rodeado  de  enemigos.  ¿En  qué  historia  civil  no  se 
hallan  numerosos  ejemplos  de  esos  perniciosos  caracteres, 
que  la  debilidad  humana  renueva  y  probablemente  con- 
tinuará renovando,  á  despecho  de  los  progresos  de  la 
moral  y  de  la  severidad  de  la  historia,  que  no  cesa  de 
ligar  sus  nombres  á  la  picota  de  la  infamia? 

Otro  motivo  muy  fundado  de  queja  contra  Marco  fué 
su  resistencia  á  cumplir  la  orden  del  rey,  que  mandaba 
poner  en  libertad  á  los  patriotas  desterrados  en  Juan 
Fernandez  y  devolverles  sus  bienes  hacia  mucho  tiempo 
secuestrados. 

Hemos  visto  que  cuando  Ossorío  tomó  medidas  de 
precaución  con  las  personas  influyentes  de  la  capital  que 
podían  comprometer  los  intereses  del  Trono ,  enviando 
los  menos  sospechosos  á  sus  haciendas  y  á  la  isla  de  Juan 
Fernandez ,  suplicó  al  mismo  tiempo  al  rey  perdonase  á 
estas  víctimas  de  un  compromiso  irreflexivo.  El  monarca 
escuchó  esta  súplica,  y  una  real  cédula  de  indulto  jene- 
ral  firmada  el  12  de  febrero  de  1816,  llegó  á  principios 


172 


HISTORIA    DE    CHILE. 


de  setiembre  á  manos  del  presidente ,  quien  la  mandó 
inmediatamente  publicar.  Era  de  creer  que  tantas  fa- 
milias desoladas  no  tardarían  en  volver  á  ver  en  su  seno 
estas  nobles  víctimas,  que  jemian  hacia  cerca  de  un  año 
en  las  playas  borrascosas  de  la  isla  de  Juan  Fernan- 
dez. La  cédula  real  era  tan  esplícita,  tan  clara,  que 
no  habia  lugar  á  temer  que  Marco  encontrase  medios  de 
eludirla ;  y  sin  embargo  los  encontró  en  el  pretesto  de  que 
las  circunstancias  eran  demasiado  críticas  para  poner  en 
libertad  á  tantos  patriotas.  No  obstante,  permitió  volver 
á  todos  aquellos  que  atendida  su  escasa  influencia  habían 
sido  desterrados  al  interior  de  Chile,  y  á  seis  de  ios  que 
se  hallaban  en  Juan  Fernandez,  mandando  que  los 
demás  continuasen  hasta  nueva  orden  en  aquel  lugar  de 
angustia  y  privaciones,  sobre  todo  desde  que  un  incendio 
horroroso  consumió  la  mayor  parte  de  sus  cabanas  y  al- 
gunas de  sus  provisiones.  Los  bienes  se  devolvieron  á 
sus  familias,  pero  en  tal  estado  de  decadencia  y  abandono 
que  muchas,  en  la  imposibilidad  de  pagar  los  impuestos 
con  que  estaban  gravados,  prefirieron  venderlos  á  precios 
escesivamente  bajos  (!). 

La  conducta  de  Marco  era  efecto  del  riesgo  que  corría 
Chile  ,  amenazado  no  solo  por  los  enemigos  de  dentro, 
sino  por  los  de  fuera.  Muchos  de  los  emigrados  chilenos 
llegados  á  Buenos-Aires,  instigados  por  un  miembro  de 
la  Junta,  el  clérigo  don  Julián  Uribe,  resolvieron  armar 
buques  en  corso  con  el  doble  objeto  de  ir  á  dar  libertad 
á  los  prisioneros  chilenos  de  la  isla  de  Juan  Fernandez, 

(l)  Para  formar  idea  de  lo  que  sufrieron  los  prisioneros  en  la  isla  de  Juan 
Fernandez  véase  la  obra  de  don  Juan  Egaña,  titulada  El  Chileno  consolado  en 
el  pres'dio.  Esta  narración,  como  todo  loque  es  fruto  de  un  recuerdo  penoso 
se  res.ente  un  poco  de  la  irritación  que  aqueja  al  alma  después  de  grandes  pa- 
decimientos. 


CAPÍTULO    XL1II. 


173 


é  inquietar  al  comercio  español  en  el  mar  del  sur.  Arma- 
ron, pues,  cuatro  buques,  gracias  á  algunos  armadores  y 
á  la  jenerosidad  del  gobierno ,  que  no  tardaron  en  ha- 
cerse ala  vela  para  su  destino,  bajo  la  dirección  del  intré- 
pido Brown.  Desgraciadamente  fueron  tan  fuertes  las 
tempestades  al  doblar  el  cabo  Horn  y  tan  constantes,  que 
el  que  montaba  don  Julián  Uribe  zozobró,  y  perecieron 
todos  sus  tripulantes,  que  eran  la  mayor  parte  chilenos. 

De  resultas  de  este  funesto  accidente,  la  flotilla  quedó 
reducida  á  tres  barcos  pequeños,  que  se  reunieron  en  la 
isla  de  la  Mocha.  Sin  desesperar  del  buen  resultado,  re- 
solvió Brown  marchar  directamente  al  Callao ,  y  á  su 
llegada  atacó  de  noche  con  sus  botes  á  los  buques  del 
surjidero  y  cañoneó  la  población  con  gran  sorpresa  de 
la  marina  peruana,  que  no  teniendo  preparadas  las  lan- 
chas cañoneras,  no  pudo  salvar  las  embarcaciones  que 
allíhabia,  y  que  cayeron  en  poder  de  los  patriotas.  Desde 
entonces  la  flotilla  arjentino-chilena ,  aumentada  con 
otros  barcos ,  recorrió  toda  la  estension  de  la  costa  del 
Pacífico,  sin  que  le  arredrase  la  que  el  comercio  de  Lima 
armó  contra  ella,  la  cual  no  bastó  á  impedir  que  tuviese  en 
alarma  á  los  comerciantes  y  armadores  del  Perú  y  Chile. 
De  los  chilenos  que  tomaron  parte  en  estas  correrías,  so- 
bresalió entre  todos  el  joven  capitán  Freiré,  cuya  con- 
ducta y  denuedo  merecieron  repetidas  veces  los  elojios 
de  su  intrépido  comandante. 

Tanta  audacia  llenó  de  espanto  á  Marco  del  Pont  y 
le  colocó  en  la  necesidad  de  multiplicar  los  medios  de 
hacer  frente  al  nuevo  peligro  que  le  amenazaba.  Ocupado 
á  la  sazón  de  la  policía  municipal ,  para  la  que  quería 
hacer  un  nuevo  reglamento ,  encomendó  este  trabajo  á 
un  oidor,  y  se  dedicó  esclusivamente  á  vijilar  con  ahinco 
los  enemigos  de  su  causa  y  hacer  mejoras  en  el  ejército, 


17/i 


HISTORIA    DE    CUILE. 


dándole  nueva  organización  y  aumentándolo  por  medio 
de  numerosos  reclutamientos  (1).  Con  esta  idea  fomentó 
en  el  norte  un  nuevo  cuerpo  de  milicia,  encargado  de 
observar  el  paso  de  las  cordilleras  y  la  grande  estension 
de  la  costa ;    en  el  sur,  especialmente  en  la  subdelega- 
clon  de  los  Anjeles,  alistó  á  los  jóvenes  en  el  cuerpo  de 
dragones  de  la  frontera,  á  las  órdenes  del  coronel  don 
José  Mar/a  Arriegada,  prometiéndoles  vestirles,  pagarles 
con   puntualidad  y  recomendar  al  rey  su  fidelidad  para 
que  fuese  recompensada  :  en  fin  en  la  costa  de  Valpa- 
raíso dobló  los  destacamentos  y  puso  las  fortificaciones 
en  buen  estado  de  resistencia.  Por  lo  demás,  gracias  á  su 
actividad  y  celo,  no  pasó  mucho  tiempo  sin  que  el  ejército 
estuviese  en  un  estado  satisfactorio.  Bastante  bien  pa- 
gado, bien  vestido  y  bien  disciplinado,  se  hallaba  cons- 
tantemente en  pié  de  guerra,  circunstancia  por  la  cual 
á  la  menor  falta,  el  soldado  quedaba  sujeto  á  un  consejo 
de  guerra  siempre  dispuesto  á  imponer  castigos  severos. 
Esto  se  verificaba  sobre  todo  con  los  desertores,  á  quienes 
tan  pronto  como  eran  cojidos  se  les  imponía  la  pena  de 
muerte,  lo  mismo  que  á  los  que  les  habían  albergado ;  y 
para  colmo  de  dureza,  se  obligaba  al  propio  tiempo  al 
pueblo  de  donde  eran  naturales,  á  que  presentasen  inme- 
diatamente su  reemplazo. 

Pero  para  obtener  estos  'esultados  la  actividad  sola 
no  bastaba ;  era  necesario  dinero,  sin  el  cual  nada  es  po- 
sible hacer,  y  desgraciadamente  el  país  se  encontraba  en 
estado  tan  angustioso,  que  las  imposiciones  disminuían  to- 
dos los  dias  en  sus  productos,  no  obstante  que  se  aumen- 
taron considerablemente  por  decretos  de  5  de  febrero  y  9 

(1)  Estos  reclutamientos  se  hicieron  sin  gran  dificultad  á  pesar  de  que  la 
política  era  completamente  hostil  á  Chile,  pues  no  se  concedía  ninguna  ventaja 
á  los  oficiales  chilenos,  cuya  mayor  parte  fueron  reemplazados  por  oficiales 
españoles. 


m* 


CAPITULO    XLIII. 


175 


de  noviembre,  y  no  alcanzaban  ni  con  mucho  para  las 
necesidades  ordinarias  de  las  administraciones.  Fué  pues 
necesario  recurrir  aun  nuevo  empréstito,  cuya  suma  se 
elevó  esta  vez  á  400,000  pesos,  que  se  repartió  entre  to- 
das las  personas  acomodadas,  sin  esceptuar  los  militares 
queá  la  sazón  no  estaban  en  activo  servicio.  Para  hacer 
la  distribución  en  proporción  á  las  fortunas,  se  dividió  el 
empréstito  en  billetes  de  50,  100  y  800  pesos,  de  los  que 
cada  uno  habia  de  tomar  cierto  número  y  satisfacer'  su 
importe  en  el  término  de  un  mes,  bajo  pena  de  pagar  el 
doble  y  perder  el  derecho  al  reembolso.  Se  amenazó  con 
igual  pena  al  que  tomase  un  número  de  billetes  inferior 
al  que  le  correspondía  con  arreglo  á  sus  medios,  disposi- 
ción muy  injusta  en  aquellos  momentos  de  animosidad  y 
rencor ,  y  que  necesariamente  habia  de  dar  pábulo  á  la 
arbitrariedad  y  á  todo  lo  que  son  capaces  de  suscitar 
los  odios  de  partido  (1). 

Verdad  es  que  en  todos  estos  pedidos  de  dinero,  Marco 
se  suscribía  siempre  el  primero,  y  á  veces  por  cantidades 
bastante  considerables.  La  jenerosidad  de  que  dio  prue- 
bas en  todas  estas  circunstancias,  no  fué  inferior  á  la  que 
se  le  atribuía  jeneralmente,  y  que  á  cada  momento  de- 
mostraba por  actos  nada  dudosos  (2).  Jamas  tomó  su 
paga  hasta  que  la  habían  cobrado  todos  los  empleados, 
quedándose  sin  ella  si  faltaba  dinero  ;  daba  continuas 
limosnas  á  los  pobres  avergonzados  y  á  las  casas  de  ca- 
ridad ,  sin  perjuicio  de  las  muestras  de  munificencia  que 
dejaba  en  estas  cuando  iba  á  visitarlas;  no  aceptó  las 

(1)  Declara  que  el  billete  menor  de  50  pesos  corresponde  á  aquellos  cuyo 
caudal  no  pase  de  4000  pesos,  debiendo  los  que  tengan  de  ahí  adelante  gra- 
duar lo  que  deben  entregar  á  proporción  del  dos  por  ciento  de  su  principal, 
tomando  los  billetes  que  correspondan ,  sin  considerar  el  mayor  de  800  pesos 
como  un  término  para  los  ricos.  Gaceta  del  gobierno,  tomo  1,  numero  9&, 
página  453. 

(2)  Conversación  con  don  Ignacio  de  Arangua, 


176 


HISTORIA.    DE    CEIILE. 


veinte  onzas  que  la  universidad  daba  á  los  nuevos  pre- 
sidentes por  derechos  de  protectorado,  sino  á  condición 
de  repartirlas  á  los  pobres  de  los  diferentes  establecimien- 
tos; y  llevó  la  delicadeza  hasta  el  punto  de  no  admitir  los 
platos  de  dulce  que  las  relijiosas  acostumbraban  enviar 
á  los  presidentes  en  ciertas  ocasiones ,  sin  que  aquellas 
consiguiesen  hacerle  desistir  de  su  propósito,  á  pesar  de 
las  vivas  instancias  que  no  escaseó  el  amor  propio  ofen- 
dido (1).  En  cuanto  á  sus  deberes  administrativos,  procu- 
raba llenarlos  lo  mejor  que  le  permitía  el  estado  apa- 
sionado del  país.  En  los  momentos  de  alguna  calma  se 
ocupaba  con  celo  de  la  policía  de  la  ciudad,  para  la  que 
publicó  un  estenso  reglamento ;  mejoró  el  paseo  del  Ta- 
jamar ó  de  la  Alameda,  construyó  ó  por  lo  menos  reparó 
el  teatro  ó  coliseo,  impulsó  con  grande  ahinco  el  canal  de 
Maypu,  cuyos  trabajos  había  emprendido  Ossorio ;  en  fin 
ejerció  gran  vijilancia  con  los  establecimientos  de  diver- 
sión y  de  comestibles,  especialmente  las  panaderías,  para 
las  que  dio  diferentes  reglamentos,  viéndose  por  primera 
vez  hacerse  las  provisiones  en  puestos  públicos  para  evitar 
los  perjuicios  que  los  espendedores  hacían  á  los  dueños,  y 
para  que  los  compradores  pudiesen  elejir  lo  que  mas  les 
agradase.  Con  el  objeto  de  asegurarse  por  sí  mismo  de  si 
sus  órdenes  eran  bien  ejecutadas,  visitaba  con  frecuencia  y 
por  la  mañana  muy  temprano,  las  panaderías  é  imponía  pe- 
nas mas  ó  menos  fuertes  á  los  dueños  contraventores  (2). 
Todo  induce  á  creer  que  Marco  llegó  á  Chile  con  muy 
buenas  intenciones  y  que  hubiera  hecho  mucho  en  bene- 
ficio del  país  á  estar  este  en  su  estado  normal  y  no  tan 

(1)  Conversación  con  don  Ignacio  de  Arangua. 

(2)  En  una  de  estas  visitas  hizo  pagar  por  la  primera  vez  á  los  panaderos, 
niya  mercancía  estaba  falta  ó  era  de  mala  calidad,  una  multa  de  25  pesos,  con- 
fiscando el  pan  y  enviándolo  al  hospital  de  mujeres  y  á  la  cárcel.  Gaceta  del 
gobierno,  número  46. 


CAPÍTULO   XLIII. 


177 


minado  por  las  ideas  revolucionarias,  y  no  teniendo  ni 
el  talento,  ni  laenerjía,  ni  la  esperiencia  que  se  necesi- 
taba para  gobernarlo  en  semejante  fermentación,  fácil- 
mente se  dejó  arrastrar  á  una  política  de  temor  y  sus- 
picacia, que  le  condujo  muy  luego  á  la  violencia,  y  por 
consecuencia  á  la  fatalidad.  No  era  bastante  convertir  en 
leyes  y  en  principio  este  sistema  organizado  de  descon- 
fianza y  de  espionaje ;  era  necesario  que  la  equidad  miti- 
gase algún  tanto  sus  violentos  decretos  para  ponerse  en  lo 
posible  al  abrigo  de  los  odios  que  suscita  la  injusticia,  y  que 
imposibilitaban  la  buena  armonía  que  deseaba  el  rey. 
Porque  en  todas  sus  cédulas,  en  todas  sus  órdenes  decia  : 
«  los  que  no  perturban  con  sus  discursos  tenidos  en  pú- 
blico ni  con  sus  acciones  el  orden,  se  les  deje  gozar  de 
la  libertad  civil  y  seguridad  individual  en  que  deben  per- 
manecer, y  espera  que  la  moderación  y  justicia  de  su  go- 
bierno enmendará  mas  bien  que  el  terror  los  escesos  de 
imajinacion  y  aquellos  que  provienen  de  la  falta  de  una 
instrucción  sólida  y  de  un  buen  juicio,  que  es  el  oríjen 
del  estravío  de  muchos.  »  Mandaba  asimismo  «  escusar 
el  arresto  de  aquellos  de  quien  prudentemente  se  espere 
que  no  puedan  alterar  la  tranquilidad  y  orden  público,  y 
poner  en  libertad  á  los  de  estas  circunstancias  que  se 
hallen  actualmente  arrestados.  »  Por  lo  demás  ¿qué  ga- 
naba con  no  seguir  las  órdenes  del  rey  y  con  proceder 
siempre  con  severidad?  Despertar  las  pasiones  de  los  par- 
tidos, y  hacer  descontentos  que  acabando  por  dejarse 
arrastrar  de  su  desesperación,  se  enconaban,  se  multi- 
plicaban, y  si  algún  tiempo  permanecían  encubiertos  era 
solo  con  objeto  de  poder  censurar  con  mas  acritud  y 
prepararse  mejor  para  presentarse  en  el  momento  dado, 
bien  armados  y  completamente  decididos. 

VI.  Historia.  12 


±*Xf*CZJt 


CAPITULO  XL1V. 


% 


San  Martin,  gobernador  de  Mendoza,  recibe  á  los  emigrados.  —  Don  José  Mi- 
guel Carrera  tiene  altercados  con  él  y  es  enviado  á  Buenos-Aires,  donde  sabe 
el  desafío  de  su  hermano  don  Luis  con  Mackenna. —  Su  salida  para  los  Estados- 
Unidos.—  O'Higgins  va  á  Buenos-Aires  á  hablar  al  director  sobre  una  espe- 
dicion  contra  el  gobierno  de  Chile.  —  Vuelve  á  Mendoza  satisfecho,  y  em- 
pieza á  organizar  y  disciplinar  un  cuerpo  de  ejército  á  las  órdenes  de  San 
Martin. —  Táctica  de  este  para  operar  una  diversión  en  el  ejército  de  los  rea- 
listas, mayor  que  el  suyo.—  Celebra  en  el  fuerte  de  San  Carlos  una  junta  con 
los  Indios  para  que  le  permitan  el  paso  del  ejército  por  su  territorio.  —  Don 
Manuel  Rodríguez  va  á  Chile  á  ajilar  las  provincias.  —  Salen  Freiré  para 
Planchón  y  Cabot  para  Coquimbo.  —  San  Martin  se  pone  en  movimiento, 
dividiendo  su  ejército  en  tres  partes.  —  Marco  del  Pont  cree  al  fin  en  la  es- 
pedicion  de  San  Martin ,  y  toma  las  mas  vigorosas  medidas.  —  Pregona  las 
cabezas  de  don  Manuel  Rodríguez  y  de  Neira.—  Bando  mandando  presenta!1 
todas  las  caballerías  existentes  en  el  sur  hasta  Maule. 


Mientras  que  Marco  del  Pont  se  dedicaba  á  trabajos 
de  organización  ,  de  espionaje  y  de  resistencia,  los  cor- 
tos restos  de  Rancagua  llegaban  á  Mendoza  bajo  los 
auspicios  de  dos  jefes,  en  quienes  el  espíritu  de  rivalidad 
iba  á  dejenerar  en  sentimiento  de  odio ,  y  á  separarlos 
para  siempre.  Esta  provincia  estaba  gobernada  en  aquel 
momento  por  un  militar,  destinado  á  llenar  el  mundo  de 
un  alto  y  merecido  renombre.  Este  militar  era  don  José 
de  San  Martin. 

Nació  en  1778  en  Yapeyu  en  las  misiones  del  Para- 
guay. Su  padre,  gobernador  en  una  de  estas  misiones,  le 
llevó  muy  joven  á  España  y  lo  puso  en  el  colejio  de  no- 
bles de  Madrid,  de  donde  salió  siendo  ya  oficial,  y  pasó 
muy  luego  á  edecán  del  marqués  de  la  Solana,  con  quien 
se  hallaba  cuando  este  jeneral  fué  asesinado  en  una  re- 
volución popular  de  Cádiz. 


w*v 


HHH 


CAPÍTULO    XLIV, 


179 


Esta  revolución  ocurrió  el  mismo  año  en  que  la  Pe- 
nínsula se  sublevó  contra  la  usurpación  del  trono  de  Es- 
paña por  Napoleón ,  y  uno  de  los  primeros  deberes  de 
San  Martin  fué  abrazar  la  bandera  de  la  resistencia.  Se 
encontró  en  las  primeras  batallas,  asistió  á  la  de  Bailen, 
en  que  tomó  una  parte  muy  activa  como  ayuda  de  campo 
del  jeneral  Coupigny ,  acompañó  en  el  mismo  con- 
cepto al  marqués  de  la  Romana,  de  quien  se  separó  para 
ir  á  formar  parte  de  un  cuerpo  agregado  al  ejército  in- 
glés ,  y  á  la  edad  de  treinta  y  tres  años  llegó  al  grado 
de  teniente  coronel ,  grado  que  recibió  en  los  campos  de 
batalla,  cuando  los  primeros  gritos  de  la  independencia 
americana  vinieron  á  despertar  en  él  los  sentimientos  de 
libertad,  que  la  naturaleza  mas  que  la  educación  le  había 
inspirado.  Entonces  se  separó  del  ejército  español ,  pasó 
á  Inglaterra  con  un  pasaporte  que  le  proporcionó  un 
jeneral  inglés,  sir  Charles  Stuart,  y  á  fines  de  1811  se 
embarcó  para  Buenos-Aires,  merced  á  la  recomendación 
de  lord  Mac-Duíf  que  le  facilitó  pasaje  en  la  fragata  Jorge 
Canning. 

A  su  llegada  encontró  el  país  en  guerra,  y  tal  como  sus 
instintos  militares  podían  desear.  Gracias  á  sus  talentos, 
á  su  reputación  y  algo  también  á  la  recomendación  de 
don  Garlos  de  Alvear,  pudo  entrar  muy  luego  en  el  ser- 
vicio del  ejército,  y  poco  después  en  el  sitio  de  Monte- 
video ,  se  comportó  con  una  admirable  serenidad  en  una 
bajada  que  los  sitiados  hicieron  á  la  isla  de  San  Lorenzo, 
que  estaba  encargado  de  defender.  Pero  para  aprovechar 
preferentemente  su  esperiencia  y  sobre  todo  sus  grandes 
conocimientos,  se  le  destinó  á  la  organización  de  los  cuerpos 
regulares  entonces  poco  conocidos  de  aquellos  soldados 
errantes  é  indisciplinados ,  trabajo  para  el  cual  tenia  un 


iMrorlJt 


180 


HISTORIA    DE    CHILE. 


n 


talento  admirable.  En  esta  época  creó  el  rejimiento  de 
granaderos  de  caballería,  célebre  y  fiel  compañero  de 
sus  victorias  y  conquistas. 

Estaba  de  gobernador  de  la  provincia  de  Cuyo,  de  que 
era  capital  Mendoza,  cuando  el  triunfo  de  los  realistas 
en  Chile  hizo  refluir  por  aquella  parte  los  millares  de 
familias  que  por  sus  grandes  compromisos  no  se  consi- 
deraban seguras  si  quedaban  á  merced  del  vencedor. 
San  Martin,  como  autoridad  previsora,  reunió  cuantiosos 
víveres  y  gran  número  de  muías  y  caballos  con  destino 
á  aquellos  nobles  emigrados,  entre  los  que  habia  muchas 
mujeres,  ancianos  y  niños,  todos  estenuados  de  la  fatiga 
consiguiente  á  haber  atravesado,  la  mayor  parte  á  pié, 
las  inmensas  cordilleras  cubiertas  entonces  con  su  capa 
de  invierno  y  surcadas  de  los  caminos  mas  horrorosos, 
en  que  á  cada  paso,  á  cada  momento  encontraban  un 
precipicio,  un  peligro.  Para  atender  á  sus  primeras  ne- 
cesidades fué  él  mismo  á  su  encuentro,  volviendo  en  se- 
guida con  algunos  jefes  para  entusiasmar  la  benevolencia 
de  los  habitantes  encargados  de  albergarlos. 

Desgraciadamente  los  padecimientos  lejos  de  estinguir 
los  odios  de  partido,  los  aumentan  las  mas  veces,  y  esto 
fué  lo  que  sucedió  á  los  dos  jefes  chilenos ,  demasiado 
irritados  uno  contra  otro  para  que  no  se  despertasen  en 
sus  corazones  los  sentimientos  de  rencor,  en  que  muy 
pronto  tomaron  parte  los  emigrados ,  tanto  civiles  como 
militares.  Desde  entonces  los  dos  partidos ,  carrerista  y 
o'higginista,  que  estallaron  en  Chile,  revivieron  con  to- 
dos los  resentimientos  propios  de  su  posición.  Cada  uno 
de  ellos  quiso  dar  el  mando  del  ejército  al  que  personi- 
ficaba sus  opiniones,  y  faltó  poco  para  que  antes  de  llegar 
á  Mendoza  disputasen  la  elección  con  las  armas.  En 


CAPÍTULO    XL1V. 

medio  de  sus  acaloradas  discusiones  no  era  difícil  sin 
embargo,  preveer  cual  de  los  dos  seria  el  preferido. 
O'Higgins  llegaba  con  la  aureola  de  gloria  que  habia 
conquistado  con  su  admirable  defensa  en  el  sitio  de  Ran- 
cagua :  Carrera,  por  el  contrario,  iba  cargado  con  todo  el 
peso  de  sus  desastres,  y  ademas  le  eran  contrarios  la 
mayor  parte  de  los  oficiales  superiores  y  casi  todos  los 
arjentinos  ,  que  tan  activa  parte  habían  tomado  desde  el 
principio  en  la  revolución  chilena. 

Pero  el  enemigo  mas  temible  que  tuvo  que  combatir 
Carrera  fué  el  gobernador  de  Mendoza ,  el  jeneral  San 
Martin.  Muy  prevenido  de  antemano  contra  él,  primero 
por  informes  de  Mackenna  é  Irrisarri,  á  quienes  Carrera 
habia  desterrado  á  aquel  punto  de  resultas  de  la  última 
revolución,  y  después  por  los  mismos  arjentinos,  San 
Martin  trabajó  cuanto  pudo  para  humillar  á  este  ilustre 
chileno,  y  hacerle  perder  el  poco  crédito  que  le  quedaba 
en  una  parte  del  ejército.  Verdad  es  que  Carrera,  que  no 
podia  vivir  sino  moviéndose  y  mezclándose  en  todo,  tenia 
la  pretensión  de  que  á  la  Junta  gubernativa  de  que  era 
presidente,  se  le  tratase  como  á  un  gobierno  reconocido 
por  el  de  Buenos-Aires,  y  en  su  consecuencia  exijia  la 
consideración  y  los  honores  debidos  á  su  rango.  Como 
si  un  gobierno  nacido  de  una  revolución  local  y  por  lo 
tanto  desprovisto  de  la  fuerza  moral,  única  que  da  dere- 
cho al  respeto,  pudiera  en  momentos  de  angustia  y  aisla- 
miento, solicitar  que  se  le  trate  de  igual  á  igual  por  un 
gobierno  amigo ,  sobre  todo  cuando  los  partidos  están 
muy  divididos  y  les  falta  mayoría.  Porque  á  pesar  de  la 
alianza  íntima  que  existia  entre  Chile  y  Buenos-Aires,  y 
precisamente  por  consecuencia  de  esta  alianza,  fundada 
en  intereses  de  alta  trascendencia,  era  justo  que  el  go- 


182 


HISTORIA    DE    CHILE. 


bierno  de  Buenos-Aires,  que  iba  á  pagar  todos  los  gastos 
de  entretenimiento  y  manutención  del  nuevo  ejército,  in- 
terviniese en  su  organización  y  obrase  por  convicciones 
propias.  Ademas,  Carrera,  muy  querido  de  los  jóvenes, 
tenia  muy  escaso  partido  entre  las  personas  sensatas  que 
íe  echaban  en  cara  su  carácter  turbulento,  sin  conocer 
la  importancia  de  los  caracteres  de  esta  especie  en  mo- 
mentos de  gran  sacudimiento  social.  La  relación  que  hi- 
cieron á  San  Martin  de  todo  lo  que  habían  hecho  los 
hermanos  Carrera,  aumentó  su  prevención  contra  ellos  y 
le  decidió  á  perseguirlos  mas  que  nunca. 

Y  sin  embargo  en  aquellos  momentos  soñaba  Carrera 
con  la  reconquista  de  Chile,  atacando  el  país  por  el  norte. 
Persuadido  de  que  podría  poner  en  ajitacion  la  provin- 
cia de  Coquimbo,  capaz,  decía,  de  pasión  y  de  entusiasmo 
por  el  principio  de  la  revolución,  pretendía  continuar  á 
la  cabeza  de  su  ejército  y  reclamaba  solo  algunos  cortos 
auxilios  para  poner  por  obra  su  gran  proyecto  de  inva- 
sión. Era  la  suya  una  idea  feliz  que  hubiera  podido  pro- 
ducir buenos  resultados,  porque  gozando  aun  mucho 
prestijio,  hubiera  servido  de  centro  á  todos  los  descon- 
tentos, llevado  la  alarma  al  ejército  realista  y  prote- 
jido algún  gran  golpe  de  mano.  Pero  San  Martin ,  que 
veia  en  él  un  rival,  se  opuso  á  este  plan  de  campaña, 
procurando  por  todos  los  medios  posibles  sacrificarlo  á 
O'Higgins,  cuya  bizarría  empezaba  á  conocer,  y  á  quien 
consideraba  mas  susceptible  de  someterse  á  sus  proyectos 
futuros.   Su  conducta  respecto  á  Carrera  fué  pública- 
mente hostil,  lo  que  dio  márjen  á  fuertes  discusiones,  y 
de  sus  resultas,  á  un  descontento  que  se  manifestó  bien 
pronto  por  actos  de  amenaza  é  insubordinación.  Los  ofi- 
ciales del  partido  de  Carrera  no  quisieron  en  efecto  so- 


CAPÍTULO    XLIV. 


185 


meterse  á  las  órdenes  de  San  Martin  ;  los  mismos  solda- 
dos á  quienes  se  propuso  si  querían  formar  parte  del 
ejército  arjentino-chileno ,  permanecieron  firmes  en  su 
adhesión  á  Carrera,  y  se  negaron  á  abandonar  la  ban- 
dera de  su  jeneral.  Estas  señales  de  oposición  disgus- 
taron sensiblemente  á  San  Martin,  hombre  firme  y  de 
resolución,  y  le  decidieron  á  separar  del  ejército  los  ofi- 
ciales mas  obstinados  y  enviarlos  á  Buenos-Aires  en  com- 
pañía de  don  José  Miguel  y  don  Juan  José  Carrera,  del 
teniente  coronel  Benavente  y  del  capitán  Jordán.  Fueron 
estos  escoltados  por  una  compañía  de  treinta  dragones 
á  las  órdenes  del  teniente  coronel  don  Agustín  López,  los 
cuales  iban  á  espensas  de  don  José  Miguel  Carrera,  por- 
que se  le  suponía  poseedor  de  una  parte  del  tesoro  llevado 
de  Chile,  á  pesar  de  que  antes  de  entrar  en  Mendoza  las 
severas  visitas  de  aduana  que  se  hicieron  con  un  fin  que 
casi  llegó  á  confesarse,  demostraron  que  semejante  tesoro 
no  existia  mas  que  en  la  imajinacion  de  los  enemigos  de 
aquel  patriota.  Los  demás  emigrados,  unos  entraron  á 
servir  en  el  ejército  arjentino,  otros  quedaron  en  Men- 
doza ó  se  establecieron  en  sus  cercanías ,  y  otros  fueron 
á  fijarse  á  Buenos-Aires,  donde  tuvieron  que  dedicarse  á 
trabajos  mecánicos  para  ganar  la  subsistencia.  Uno  de 
ellos,  don  Manuel  Gandarilla,  tan  conocido  por  la  fogo- 
sidad y  el  mérito  de  sus  escritos,  estableció  una  imprenta, 
y  á  él  debió  el  país  la  publicación  de  la  historia  de  esta 
comarca  por  el  doctor  Funes ,  cuya  impresión  continuó 
su  amigo  Benavente.  Muchos ,  cansados  de  una  vida  á 
que  no  estaban  acostumbrados,  y  escitados  por  la  necesi- 
dad que  sentían  de  batirse  por  la  libertad,  armaron  algu- 
nos buques  en  corso  y  fueron  á  recorrer  el  mar  del  Sur  á 
las  órdenes  del  intrépido  Brown,  cuyas  proezas  hemos 
referido  ya. 


184 


L»ir^fea»\/35*é 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Tal  era  la  posición  de  la  mayor  parte  de  aquellos  je- 
nerosos  patriotas  que  la  suerte  había  arrojado  á  tan  lejano 
país ;  y  todavía  si  en  su  destierro  hubiesen  visto  brillar 
la  alianza  firme  y  santa,  efecto  casi  siempre  de  la  co- 
munidad de  opiniones  é  ideas  y  de  la  fraternidad  de  la 
desgracia,  es  probable  que  hubieran  soportado  con  pa- 
ciencia su  infortunio  ;  pero  lejos  de  esto,  esperimentaron 
desde  los  primeros  dias,  según  hemos  visto,  todas  las 
miserias  de  la  ambición,  de  la  envidia  y  hasta  del  en- 
cono :  y  desde  aquel  momento  uno  de  los  dos  partidos 
tuvo  que  ser  sacrificado  al  otro. 

Pocos  dias  después  de  haber  llegado  á  Mendoza  don 
José  Miguel  Carrera,  este  jeneral ,  persuadido  de  que  su 
autoridad  seria  reconocida  por  el  director  don  Gervasio 
Antonio  Posadas,  le  envió  dos  diputados,  que  fueron  los 
coroneles  don  Luis  Carrera  y  Benavente.  La  fatalidad 
quiso  que  Mackenna  se  encontrase  entonces  en  aquella 
capital,  y  al  verse  él  y  don  Luis  Carrera  se  despertó  en 
el  corazón  de  estos  dos  valientes  oficiales  el  antiguo  es- 
píritu de  animosidad,  que  no  podia  estinguirse  mas  que 
con  sangre.  Ya  en  Talca  primero,  y  mas  tarde  en  Men- 
doza, había  habido  entre  ellos  choques  que  por  las  cir- 
cunstancias no  tuvieron  consecuencias;  pero  en  Buenos- 
Aires,  donde  no  les  sujetaban  los  miramientos  que  en  otras 
partes,  pudieron  soltar  las  riendas  á  su  rencor,  y  la  suerte 
fué  contraría  á  Mackenna.  Después  de  muchos  pistoletazos 
disparados  por  uno  y  otro,  una  bala  de  don  Luis  Carrera 
hizo  pedazos  la  pistola  y  rompió  las  arterias  de  la  gar- 
ganta del  amigo  antiguo,  de  quien  el  espíritu  de  partido 
lo  había  separado  hacia  tiempo  (1). 

De  resultas  de  este  duelo,  verificado  según  todos 

fl)  Véase  para  los  detalles  el  Araucano,  número  183. 


CAPÍTULO    XLIV. 


185 


los  principios  de  honor  y  lealtad,  por  mas  que  en- 
tonces y  después  la  pasión  lo  haya  comentado  dándole 
un  carácter  de  felonía,  don  Luis  Carrera  fué  preso,  y 
en  la  prisión  se  hallaba  cuando  llegó  su  hermano  Miguel 
á  Buenos- Aires.  Aunque  con  mucha  dificultad  y  á  costa 
de  muchos  pasos,  consiguió  este  que  le  pusieran  en 
libertad,  pero  el  rigor  usado  con  una  persona  de  tan  alta 
categoría  y  la  especie  de  infamia  de  que  se  le  acusaba, 
le  hicieron  presentir  las  contrariedades  que  debia  espe- 
rar de  un  gobierno  que  se  manifestaba  tan  hostil  hacia 
un  allegado  suyo.  Sin  embargo,  preocupado  siempre  con 
su  espedicion  á  la  provincia  de  Coquimbo  de  que  es- 
peraba los  mejores  resultados ,  habló  de  ella  al  director 
Alvear,  que  habia  succedido  á  Posadas,  y  solicitó  que 
interpusiese  su  cooperación,  añadiendo  algunos  auxiliares 
álossoldadoschilenosdequepodiadisponer.  Estademanda 
la  repitió  mas  adelante  al  coronel  mayor  Alvarez,  á  quien 
una  revolución  popular  elevó  interinamente  al  poder, 
pero  ni  una  ni  otra  fué  atendida,  si  bien  contestada  la 
última  de  una  manera  muy  atenta.  Cansado  de  una  vida 
que  se  la  hacían  insoportable,  pues  se  trató  de  dester- 
rarlo á  Santa  Fe  y  le  tuvieron  preso  unos  cuantos  días  por 
lijeras  sospechas  de  una  intriga,  creyó  conveniente  aban- 
donar el  país  y  marchar  á  los  Estados-Unidos,  á  fin  de 
preparar  desde  allí  una  espedicion  contra  las  autoridades 
realistas  de  Chile;  y  en  noviembre  de  1815  se  embarcó 
para  tentar  de  nuevo  los  favores  de  la  fortuna.  Con  el  ob- 
jeto de  legalizar  su  misión,  pidió  autorización  á  los  demás 
miembros  del  gobierno  chileno  y  permiso  al  director  de 
Buenos-Aires  (1). 


(1)  Resolví  de  acuerdo  con  los  oíros  vocales  del  gobierno  chileno  pasar  á 
los  Estados-Unidos  de  Norte-América,  y  habiendo  instruido  al  nuevo  director  de 


186 


HISTORIA   DE    CHILE, 


IB'' 


Desembarazado  O'Higgins  de  su  terrible  antagonista, 
pudo  dedicarse  con  calma  á  trabajos  estratégicos  para  re- 
cobrar un  país  perdido  por  la  desunión  y  el  desacuerdo, 
y  que  el  jeneral  San  Martin  pensaba  reconquistar  para 
gloria  suya  y  de  su  nación.  Luego  que  llegó  á  Mendoza 
envió  al  director  Posadas  una  relación  muy  detallada  de 
la  batalla  de  Rancagua,  suplicándole  apoyase  sus  futuros 
proyectos.  Sin  esperar  la  respuesta,  fué  á  Buenos-Aires 
á  hablar  con  él,  y  le  halló  en  un  grande  apuro  con  mo- 
tivo de  los  rumores  que  corrían  de  la  próxima  espedi- 
cion  de  Morillo  contra  aquella  república.  Obligado  Po- 
sadas poco  tiempo  después  á  renunciar  la  dictadura,  su 
sobrino  el  jeneral  Alvear  no  fué  mas  favorable  que  él  á 
los  proyectos  de  O'Higgins ,  ocupado  como  estaba  en 
poner  el  país  en  estado  de  defensa  contra  el  ejército  de 
Pezuela,  entonces  victorioso  en  el  alto  Perú ,  y  también 
porque  se  inclinaba  mas  á  Carrera,  á  causa  sin  duda  de 
que  se  manifestaba  enemigo  de  San  Martin.  Pero  no  su- 
cedió lo  mismo  con  Alvarez.  En  aquellos  momentos  no 
tenia  que  temer  el  país  la  espedicion  de  Morillo  que  habia 
desembarcado  en  las  costas  de  Venezuela,  pero  estaba 
amenazado  por  dos  ejércitos,  que  obrando  en  combinación 
podían  poner  en  grave  riesgo  la  república.  Uno  de  ellos 
era  el  de  Pezuela,  que  venia  triunfante  del  norte,  y  el  otro 
el  de  Ossorio,  que  debía  atravesar  las  cordilleras  y  caer 
sobre  Mendoza  con  soldados  valientes,  bien  disciplinados 
y  victoriosos. 

En  tal  conflicto,  Alvarez  oyó   las  proposiciones  de 
O'Higgins  para  una  espedicion,  cuyas  ventajas  habia 

los  objetos  patrióticos  de  esta  determinación  ,  me  fué  otorgada  la  licencia  con 
recomendaciones  para  el  presidente  de  aquella  república.  Manifiesto  de  don 
Jobé  Miguel  Carrera  ,  página  27, 


CAPITULO    XLIV. 


187 


demostrado  en  artículos  que  él  y  su  amigo  Villegas  escri- 
bieron en  el  Censor  de  Buenos-Aires,  y  le  prometió  ocu- 
parse activamente  del  asunto.  Un  dia  le  manifestó  deseo 
de  seguir  el  plan  de  Carrera,  enviando  quinientos  hom- 
bres á  Coquimbo,  lo  que  no  aprobó  O'Higgins,  creyendo, 
no  sin  falta  de  razón,  que  su  objeto  era  exijir  contribu- 
ciones en  el  país  para  reunir  fondos  de  que  carecía  y  de 
que  tenia  gran  necesidad  (1).  En  vista  de  esta  desapro- 
bación, Alvarez  no  pensó  mas  que  en  levantar  un  ejército 
de  alguna  importancia  en  Mendoza,  y  comprometió  á 
O'Higgins  á  que  fuese  allá  al  instante  á  ayudar  á  San 
Martin  en  su  organización.  La  empresa  no  era  fácil,  por- 
que falto  Alvarez  de  hombres  y  dinero,  abandonó  á  San 
Martin  á  sus  propios  recursos  y  le  colocó  en  la  necesidad 
de  poner  en  contribución  á  todos  los  habitantes  de  la  pro- 
vincia de  Mendoza,  ricos  y  pobres,  de  lo  que  sin  embargo 
no  manifestaron  queja  aquellas  desgraciadas  poblaciones, 
tan  arraigado  estaba  en  sus  corazones  el  prestijio  de  su 
jefe.  O'Higgins  trabajó  sin  descanso,  y  casi  se  debió  tanto 
á  su  infatigable  celo  como  al  del  jeneral  en  jefe,  el  que  este 
ejército  fuese  levantado,  disciplinado  y  en  parte  pagado 
por  él,  gracias  á  12,000  pesos  que  un  tal  Lavigne  envió 
á  Mendoza,  y  á  10,000  que  Rosas  había  dejado  en  esta 
ciudad.  Ambas  cantidades,  y  algunos  empréstitos  que 
pudo  realizar  ayudado  por  sus  amigos,  contribuyeron 
á  que  fuese  menos  miserable  la  suerte  de  sus  soldados. 

El  ejército  se  componía  de  tres  mil  novecientos  sesenta 
hombres  distribuidos  de  la  manera  siguiente. 

El  batallón  número  7,  mandado  por  el  teniente  coronel 
Conde,  y  compuesto  de  esclavos  de  la  provincia,  con  ofi- 
ciales sacados  del  batallón  número  8. 

^1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


188 


HISTORIA    DE    CHILE. 


¡ 


El  batallón  número  8,  compuesto  casi  en  su  totalidad 
de  negros,  á  las  órdenes  del  teniente  coronel  Rodríguez. 

El  batallón  número  14  ,  que  se  completó,  al  mando 
del  teniente  coronel  Las  Heras. 

El  batallón  de  cazadores  número  1 ,  á  las  órdenes  de 
Alvarado. 

Los  granaderos  de  caballería  de  San  Martin  con  el 
valiente  Zapiola  á  su  cabeza. 

En  fin  una  brigada  de  artillería,  mandada  por  el  te- 
niente coronel  Plaza. 

Estas  tropas,  reunidas  en  un  campamento  á  dos  ó  tres 
leguas  al  norte  de  la  ciudad,  fueron  instruidas  y  discipli- 
nadas con  el  mayor  esmero,  y  al  cabo  de  algunos  meses 
maniobraban  con  la  precisión  de  veteranos  y  estaban  en 
disposición  de  emprender  la  campaña.  Sin  embargo,  su 
número  era  muy  inferior  al  del  ejército  realista,  compuesto 
de  cinco  mil  hombres,  sin  contar  los  milicianos  que  eran 
muchos,  y  tenían  ademas  que  atravesar  toda  la  estension 
de  las  cordilleras,  montañas  de  las  mas  elevadas  del  globo, 
con  un  terreno  sumamente  desigual ,  cubiertas  de  nieve 
en  algunos  puntos,  sin  mas  caminos  que  unos  malos 
senderos  rodeados  de  horribles  precipicios,  cortados  por 
muchos  y  muy  profundos  torrentes,  y  tan  fáciles  de  de- 
fender que  bastan  unos  cuantos  soldados  para  detener 
todo  un  ejército.  Todas  estas  dificultades  que  se  presen- 
taban á  cada  paso,  y  en  medio  de  las  cuales  tenia  que 
pasar  un  gran  material  de  guerra,  cañones,  muchas  car- 
gas, etc.,  hubieran  sido  capaces  de  desanimar  al  ejército 
mas  osado,  si  el  amor  á  la  libertad  y  á  la  patria  no  le 
hubiese  infundido  un  gran  sentimiento  de  fanatismo. 

San  Martin  no  se  hacia  ilusiones  sobre  las  desventajas 
de  su  posición,  y  sin  embargo  continuó  sus  preparativos 


wm 


CAPÍTULO    XL1V. 


189 


con  el  ardor  de  quien  está  convencido  de  sus  resultados. 
Persuadido,  como  decia  el  gran  Federico,  dequeeljene- 
ral  debe  cubrirse  con  la  piel  del  león  ó  con  la  piel  de  la 
zorra  según  su  posición  respecto  al  enemigo,  y  viendo 
que  á  las  dificultades  que  tenia  que  vencer  se  agregaba 
la  inferioridad  del  número ,  se  decidió  á  emplear  la  as- 
tucia en  su  plan  de  campaña,  y  á  valerse  de  ella  para 
atacar  por  varios  puntos  el  ejército  de  Marco  y  burlar 
en  lo  posible  sus  cálculos  y  su  vijilancia.  Maravillosa- 
mente organizado  para   este  jénero  de  guerra,  puso 
en  ejecución  toda  suerte  de  estratajemas  que  su  talento 
inventor  le  sujeria,  haciendo  entrar  en  sus  combina- 
ciones una  multitud  de  realistas  establecidos  en  Men- 
doza, que  sin  conocerlo,  esparcían  las  mas  falsas  noticias 
entre  sus  parientes  y  las  comunicaban  á  las  autori- 
dades (1).  Desconcertados  por  este  medio  los  proyectos 
de  Marco,  hizo  correr  la  voz  por  todas  partes  y  entre  los 
oficiales  mismos,  de  que  iba  á  atravesar  las  cordilleras  por 
el  paso  del  Planchón  situado  casi  en  frente  de  Gurrico; 
y  para  dar  mas  visos  de  certeza  á  esta  resolución  en  la 
que  fundaba  todo  su  porvenir,  convocó  en  el  fuerte  de 
San  Garlos  una  gran  junta  de  indios  con  objeto  de  pe- 
dirles permiso  para  pasar  por  su  territorio,  conociendo 
que  estas  poblaciones  de  carácter  tan  novelero,  no  deja- 
rían de  divulgar  el  proyecto,  sobre  todo  si  se  les  encar- 
gaba el  secreto.  Los  indios  se  avinieron  á  celebrar  la 
junta,  y  San  Martin  envió  mucho  vino,  aguardiente  y  otras 
cosas'como  vestidos,  sombreros,  bridas,  espuelas,  cuentas 
de  vidrio,  etc.,  y  marchó  allá  de  gran  ceremonia  á  tratar 

(1)  He  oído  contar  muchas  veces  al  jeneral  San  Martin  las  mil  estratajemas 
de  que  se  valió  en  estas  circunstancias.  Las  referia  con  gusto,  porque  eran  en 
efeclo  muy  entretenidas. 


V 


e* 


190 


HISTORIA    DE    CHILE. 


del  paso  con  los  caciques  ya  reunidos.  Las  conferencias 
m  fueron  largas  ni  ofrecieron  dificultades  :  al  segundo 
día  obtuvo  San  Martin  el  consentimiento  por  la  casi  una- 
mmidad  de  los  caciques;  y  dejándolos  entregados  á  sus 
orjias  habituales,  se  fué  á  Córdova  á  ponerse  de  acuerdo 
con  el  coronel  don  Juan  Martin  de  Pueyrredon,  que  del 
ejercito  del  norte  pasaba  á  Buenos-Aires  llamado  á  de- 
sempeñar el  cargo  de  director  supremo  de  la  repú- 
blica (1).  r 

Mientras  este  viaje,  O'Higgms,  como  segundo  jeneral 
quedo  en  el  campamento  ocupado  en  introducir  en  su' 
ejercito  ese  espíritu  de  orden  y  disciplina  que  le  inspiraba 
San  Martin,  y  que  miraba  con  razón  como  la  primera 
virtud  del  soldado.  Gracias  á  su  vijilancia  y  al  celo  de 
los  oficiales  superiores,  tales  como  don  Joaquin  Prieto 
don  Juan  de  Dios  Vial  Santelices,  Pereira,  etc.    y  gra- 
cias sobre  todo  al  tacto  y  grande  habilidad  del  jeneral 
en  jefe,  el  ejército  admiró  muy  pronto  por  su  conti- 
nente, siendo  muy  superior  á  cuantos  se  habían  visto  hasta 
entonces  y  digno  por  todos  conceptos  de  arrostrar  los 
peligros  y  dificultades  á  que  estaba  destinado.  Por  lo  de- 
más, la  esperanza  de  ver  pronto  su  país,  sus  familias  v 
parientes  llenaba  de  entusiasmo  el  corazón  de  estos  sol- 
dados chilenos ,  que  componían  casi  la  mitad  de  los  dife- 
rentes cuerpos  del  ejército,  y  les  hubiera  hecho  correr 
todos  los  riesgos  y  soportar  toda  especie  de  privaciones 
para  conseguir  lo  que  tanto  anhelaban  hacia  mas  de  dos 
anos.  Así  es  que  aguardaban  con  impaciencia  el  momento 

0)  Por  esta   época,  dice  un  documento  impreso  en  Buenos-Aires     San 

de  Gran  |ogla    que  se  componía  de  personas  influyentes  y  de  rango    cuvo  oh 
jebera  o.ue  ios  destinos  se  diesen  a  personas  de  su  partido  y  consoXt 


CAPITULO    XLIV. 


191 


de  la  partida,  volviendo  sin  cesar  é  involuntariamente 
la  vista  al  sur,  persuadidos  de  que  allí  estaba  la  ruta 
que  habia  de  restituirlos  á  su  país. 

San  Martin,  en  efecto,  habia  guardado  un  completo  se- 
creto sobre  su  plan  de  campaña.  Al  principio  nadie  mas 
que  O'Higgins  tuvo  de  él  conocimiento  y  mas  tarde  al- 
gunos oficiales  superiores  y  especialmente  el  injeniero 
Alvarez  Gondarco,  encargado  de  reconocer  el  estado  de 
los  caminos  y  de  llegar  hasta  Santiago,  protejido  con  el 
carácter  de  parlamentario  para  poder  desempeñar  mejor 
su  cometido  (1).  En  fin,  en  el  mes  de  diciembre  de  1816 
se  verificaron  los  primeros  movimientos,  poniéndose  en 
marcha  don  Manuel  Rodríguez  para  ir  á  sublevar  las 
provincias  del  sur  y  llamar  hacia  aquel  punto  las  tropas 
de  Marco.  Don  Manuel  Rodríguez,  de  profesión  abogado, 
á  quien  ya  hemos  visto  capitán  de  ejército  agregado  al 
estado  mayor  de  la  plaza  en  1812  y  después  secretario 
de  la  última  junta,  era  un  joven  de  grande  actividad  y 
de  muchos  recursos.  Con  una  fisonomía  agradable,  un 
modo  de  producirse  persuasivo,  lleno  de  atractivo  y  agu- 
deza, con  conocimientos  militares  poco  comunes,  llamó 
desde  el  principio  la  atención  de  San  Martin,  quien  lo 
llevó  á  su  ejército  á  pesar  de  la  estrecha  amistad  que  lo 
unia  con  los  hermanos  Carrera ,  y  de  que  poco  tiempo 
antes  lo  habia  enviado  desterrado  á  la  punta  de  San 
Luis.  No  eran  en  verdad  aquellos  momentos  críticos  á 
propósito  para  que  San  Martin  pensase  en  rencores ;  ni 
un  político  hábil  como  él,  deja  de  aprovechar  cuanto  la 
casualidad  pone  en  sus  manos  proceda  de  donde  quiera. 
Convencido  de  las  escelentes  cualidades  de  don  Manuel 
Rodríguez,  lo  envió  á  Chile  para  que  sirviese  de  mtet- 

(1)  Conversación  con  el  capitán  jeneral  San  Martin. 


*** 


192 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mediario  entre  él  y  los  pocos  patriotas  que  podían  dar 
noticias  exactas  del  estado  moral  y  físico  del  ejército 
realista,  y  para  ajitar  el  país  levantando  montoneras  y 
poniéndose  á  la  cabeza  de  hombres  que  solo  podían  per- 
severar y  ser  dirijidos  á  fuerza  de  un  gran  prestijio  de 
valor  personal. 

A  poco  de  haber  partido  Rodríguez,  envió  San  Martin 
otras  muchas  personas,  como  el  comandante  de  las  mili- 
cias don  Antonio  Merino  de  Quirihue,  hombre  que  pro- 
porcionaba grande  influencia  á  su  partido  por  sus  vir- 
tudes y  su  gran  jenerosidad  (1),  y  dos  valientes  oficiales 
encargados  de  contribuir  á  distraer  el  ejército  realista, 
el  comandante  Gabot,  que  se  dirijió  á  Coquimbo  con  una 
división  de  ciento  cincuentahombres,  y  el  intrépido  Freiré, 
que  con  igual  número  de  soldados  poco  mas  ó  menos  fué 
por  el  Planchón  á  la  provincia  de  Talca,  donde  en  com- 
binación con  los  montoneros  de  Rodríguez  debía  intro- 
ducir la  perturbación  en  los  diferentes  cuerpos  de  los 
realistas,  y  preparar  á  San  Martin  una  conquista  menos 
problemática  y  mas  fácil. 

Por  este  tiempo  el  congreso  arjentino  reunido  en  San- 
tiago de  Tucuman  proclamó  la  independencia,  separán- 
dose para  siempre  de  España,  su  antigua  madrastra. 
Comunicada  el  acta  de  este  suceso  á  Mendoza  y  al 
campamento,  se  celebró  con  grandes  funciones  civiles  y 
militares,  en  que  todo  el  mundo  tomó  parte  con  alegría 
y  entusiasmo.  A  los  dos  días  envió  San  Martin  una  copia 
del  acta  á  Marco ,  intimándole  la  orden  de  evacuar  el 
país  si  no  quería  ser  arrojado  por  la  fuerza.  Por  el  propio 

(1)  En  lodo  ei  tiempo  que  sirvió  no  quiso  jamas  recibir  el  sueldo,  y  en 
campaña  nunca  pidió  ni  un  pedazo  de  pan  á  los  hacendados,  pues  tenia  siempre 
cuidado  de  llevar  víveres  consigo.  Los  pobres  del  país  le  contaban  entre  sus 
mejores  amigos,  y  mucho  tiempo  después  de  morir  le  lloraban  y  sentían. 


***** 


CAPÍTULO    XLTV. 


193 


tiempo  remitió  á  los  realistas  de  Santiago  unas  cartas 
que  mal  su  grado  escribieron  sus  parientes  y  amigos 
residentes  en  Mendoza  y  que  les  fueron  dictadas,  dán- 
doles noticias  muy  aproximadas  á  la  verdad  de  sus  proyec- 
tos. Hizo  esto  San  Martin  persuadido  de  que  las  mismas 
personas  se  apresurarían  á  enviar  otras  cartas  para  decir 
que  habían  sido  violentados  á  escribir  los  anteriores,  y 
que  el  plan  era  todo  lo  contrario ;  lo  cual  indudablemente 
se  creería.  Con  estos  repetidos  ardides  tan  hábiles  y  tan 
variados  que  el  talento  de  San  Martin  sabia  encontrar, 
la  invasión  del  ejército  patriota  estaba  envuelta  en  una 
infinidad  de  dudas ,  que  descarriaron  la  razón  de  Marco 
y  le  indujeron  á  cometer  las  mas  graves  faltas,  pues  di- 
vidió su  ejército  y  lo  desparramó  en  una  grande  esten- 
sion  de  territorio ,  lo  que  le  dejaba  con  una  fuerza  par- 
cial solamente. 

Instruido  San  Martin  por  sus  espías  y  por  el  mismo 
Rodríguez,  que  atravesó  muchas  veces  las  cordilleras 
para  enterarse  mejor  del  estado  del  país,  de  las  buenas 
proporciones  que  tenia  para  emprender  la  invasión  ,  se 
decidió  á  ponerse  en  movimiento  haciendo  de  su  ejército 
tres  divisiones.  La  primera  marchó  de  vanguardia  á  las 
órdenes  del  brigadier  Soler,  pues  aunque  se  había  deci- 
dido conceder  este  honor  á  O'Higgins,  se  le  dio  el  mando 
del  centro  que  era  el  cuerpo  principal  del  ejército.  San 
Martin  con  la  tercera  división  ó  cuerpo  de  reserva  quedó 
para  acudir  al  punto  que  necesitase  auxilio.  Los  bagajes 
iban  confiados  á  quinientos  milicianos  mandados  por 
Beltran,  hombre  valiente  y  activo,  á  quien  la  naturaleza 
habia  hecho  guerrero  y  las  circunstancias  relijioso  (1). 

(1)  Hizo  las  guerras  de  Chile  y  el  Perú  y  llegó  á  teniente  coronel ,  pero 
luego  que  terminaron  volvió  á  su  profesión  primera. 

VI.  Historia.  13 


ȣr 


«* 


194 


HISTORIA    DE    CHILE. 


El  1 5  de  enero  de  \  81 7  fué  el  día  en  que  el  ejército  empren- 
dió la  marcha  con  tanta  impaciencia  como  resolución. 
Al  llegar  al  medio  de  la  cordillera  recibió  San  Martin  un 
oficio  del  director  Pueyrredon,  en  que  le  manifestaba  te- 
mores por  la  suerte  de  Buenos-Aires,  muy  comprometida 
por  las  tropas  realistas,  victoriosas  no  solo  en  su  país,  sino 
en  casi  todo  el  continente,  en  Méjico,  Venezuela,  etc., 
añadiéndole  con  grandes  instancias  que  en  atención  al 
corto  número  de  tropas  que  tenia  Bellegrano  en  el  Tucu- 
man,  se  volviese  á  pocas  dudas  que  ofreciera  la  victoria 
sobre  los  realistas  de  Chile. 

Este  oficio  llenó  de  inquietud  al  jeneral  en  jefe,  no  poco 
atormentado  con  las  mil  dificultades  que  encontraba  para 
pasar  las  cordilleras,  y  mandó  llamar  á  O'fliggins  para 
discutir  con  él  lo  que  convenia  hacer  (1).  El  caso  era 
grave  sin  duda,  pero  con  soldados  tan  admirablemente 
disciplinados  y  tan  valientes,  con  oficiales  que  eran  la  flor 
de  la  juventud  de  Buenos-Aires  (2),  no  se  podia  de  nin- 
guna manera  renunciará  laespedicion  y  retroceder.  Esto 
hubiera  sido  destruir  un  ejército  que  tanto  prometía; 
porque,  como  le  decia  O'Higgins,  á  quien  la  impaciencia 
por  partir  tenia  hacia  tiempo  triste  y  disgustado ,  si  los 
chilenos  estaban  tan  entusiasmados  y  decididos,  no  era 
mas  que  por  la  esperanza  de  volver  al  seno  de  sus  fa- 
milias ,  al  lado  de  sus  padres,  de  sus  mujeres  é  hijos , 
esperanza  que  una  vez  perdida  produciría  una  deserción 
grande  y  continuada.  Eran  demasiado  fundados  los  te- 
mores de  O'Higgins  para  que  San  Martin  no  los  tomase 
en  consideración  :  cargó  pues  sobre  sí  la  responsabilidad 


(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 

(2)  And  is  said  to  be  officered  by  ihe  ílower  of  the  Buenos-Ayrean  youtto. 
Braekenridge  voyage  to  South  America  t  t.  II ,  p.  105. 


CAPITULO    XLIV. 


195 


de  esta  campaña  y  continuó  la  marcha  por  medio  de 
aquellas  ásperas  montañas  y  por  alturas  en  que  un  aire 
sumamente  enrarecido  produce  la  enfermedad  conocida 
en  el  país  con  el  nombre  de  puna  ó  soroche ,  que  es  un 
verdadero  mareo  con  horrorosos  síntomas  de  desmade- 
jamiento, vómitos  y  dolores  de  cabeza.  Era  verdadera- 
mente admirable  ver  marchar  aquellos  pobres  soldados 
sin  quejarse,  al  lado  de  tantos  precipicios  y  por  caminos 
sumamente  estrechos  y  quebrados,  por  donde  tenían  que 
pasar  ocho  mil  nuevecientos  cincuenta  y  nueve  caballos 
y  cerca  de  dos  mil  muías  cargadas  de  cañones,  cureñas, 
bagajes  y  otros  efectos,  que  muchas  veces  habia  que  des- 
cargar y  llevar  á  hombro.  Solo  el  que  ha  visto  estas  ve- 
redas, hoy  mucho  mas  practicables  que  entonces  por  las 
relaciones  entre  las  dos  repúblicas  y  el  activo  comercio 
que  hacen  mutuamente,  puede  formar  idea  de  las  penali- 
dades inauditas  que  tuvieron  que  arrostrar  aquellos  di- 
gnos defensores  de  la  nacionalidad  chilena. 

¿  Qué  hacia  Marco  mientras  que  todos  estos  pre- 
parativos amenazaban  la  autoridad  de  su  señor  en 
Chile? 

Principió  por  quemar  en  la  plaza  por  mano  del  ver- 
dugo, y  á  presencia  de  los  militares,  etc.,  el  acta  de 
la  independencia  de  Buenos-Aires  que  le  remitió  San 
Martin ,  diciendo  con  ironía  que  era  lo  único  que  este 
jeneral  podía  enviar  contra  Chile ;  pues  á  pesar  de  las 
cartas  de  los  realistas  de  Mendoza ,  no  quería  creer  en 
una  espedicion  que  calificaba  de  imposible  ó  por  lo  me- 
nos de  muy  temeraria,  y  de  consiguiente  mas  favorable 
á  su  partido  que  capaz  de  infundirle  cuidado.  Así  es  que 
hacia  mofa  de  los  liberales,  invitándoles  con  palabras  be- 
névolas á  que  fuesen  á  unirse  con  sus  compatriotas,  pro- 


m¿rT*íi 


Í96 


HISTORIA    DE    CHILE. 


m 

la 


metiéndoles  seguridad  y  protección  en  el  viaje,  ó  á  ha- 
bitar el  punto  que  juzgasen  mas  adecuado  a  sus  ideas  de 
libertad ;  pero  les  amenazaba  con  las  mas  severas  penas 
si  permaneciendo  en  su  país  intrigaban  lo  mas  mínimo. 
Para  dar  fuerza  á  sus  amenazas  renovó  todos  los  ban- 
dos de  alta  policía  siempre  á  disposición  de  los  caprichos 
de  San  Bruno. 

Entre  tanto ,  el  joven  Rodríguez ,  que  habia  llegado 
hacia  poco  á Chile,  llevaba  el  espanto  á  las  subdelegacio- 
nes  mas  inmediatas  á  la  capital.  Lleno  de  confianza  en 
su  misión  y  en  el  prestijio  de  su  palabra  ,  no  temia  pre- 
sentarse en  las  haciendas  y  hablar  á  los  empleados  y 
peones,  que  con  grande  entusiasmo  atraia  á  su  partido. 
Así  es  que  muy  pronto  se  levantaron  muchas  montone- 
ras, de  las  cuales  dos  se  hicieron  notables,  la  de  Neira, 
hombre  fogoso,  arrojado,  aunque  de  malos  antecedentes, 
la  otra  al  contrario,  capitaneada  por  un  jefe  tan  distin- 
guido por  su  probidad  como  por  su  riqueza,  el  hacen- 
dado Salas,  á  quien  el  amor  vehemente  á  su  patria  com- 
prometió en  esta  empresa.  Estas  montoneras,  raras  veces 
juntas,  casi  siempre  separadas,  esplotaban  con  una  au- 
dacia que  rayaba  en  temeridad,  todo  el  país  comprendido 
entre  el  Maypu  y  el  Maule,  y  llegaban  hasta  Chillan.  No 
contentas  con  molestar  á  las  tropas  realistas,  ponían  en 
contribución  á  los  enemigos  de  la  patria,  se  llevaban  las 
cajas  del  fisco  de  los  pueblos  pequeños  y  no  temían  pe- 
netrar en  la  capital  para  ponerse  en  comunicación  con 
los  de  su  partido.  Sus  hazañas  infundieron  un  terror  tal 
en  la  sociedad ,  que  Marco  pregonó  sus  cabezas  y  pro- 
metió un  indulto  absoluto  al  que  los  esterminase,  aun 
cuando  este  fuera  el  mayor  facineroso,  amenazando  con 
pena  de  muerte  á  todo  el  que  sabiendo  su  paradero  no  lo 


CAPÍTULO    XLIV. 

participase  á  la  justicia  mas  inmediata  (1).  Amenazas 
terribles  sin  duda,  pero  que  no  bastaron  á  impedir  que 
estos  nobles  campeones  continuasen  su  obra,  y  allanasen 
algunas  de  las  mil  dificultades  que  San  Martin  tenia  que 
encontrar  en  su  espedicion  (2). 

Este  gran  número  de  montoneras  despertó  al  fin  á 
Marco  de  la  indiferencia  con  que  miraba  la  espedicion  de 
San  Martin,  anunciada  continuamente  por  los  realistas 
desde  el  15  de  octubre.  Poco  esperimentado  en  la  es- 
tratejía  militar  y  no  entendiendo  mucho  de  ardides  de 
guerra,  llegó  á  creer  que  el  jefe  patriota  iba  á  poner  en 
ejecución  el  plan  que  tan  hábilmente  habia  divulgado ;  y 
para  detener  su  marcha  envió  á  Curico,  tan  luego  como 
recibió  las  primeras  noticias  de  la  espedicion,  doscientos 
hombres  con  orden  de  situarse  en  los  desfiladeros  de  las 
montañas  en  el  momento  que  se  les  avisase ,  mientras 
que  él  marcharía  con  el  grueso  del  ejército  por  el  camino 
de  Aconcagua  para  ir  á  atacar  á  San  Martin  antes  de  su 
partida  fS),  féíé  plan  lo  ideó  el  padre  Martínez,  francis- 

(1)  Todos  aquellos  que  sabiendo  el  paradero  de  los  espresados  don  José  Mi- 
guel Neiva  y  don  José  Manuel  Rodríguez  y  demás  su  comitiva,  no  dieren 
pronto  aviso,  sufrirán  pena  de  muerte.  Por  el  contrario  los  que  les  entreguen 
vivos  ó  muertos,  después  de  ser  indultados  de  cualquier  delito,  aunque  sean 
los  mas  atroces,  se  les  gratificará  ademas  con  1000  pesos,  etc.  Gaceta  del  go- 
bierno, tomo  2°,  número  96,  página  453. 

(2)  Se  cuentan  de  esta  época  numerosos  rasgos  de  audacia,  de  don  Manuel 
Rodríguez  especialmente,  que  á  haber  ocurrido  en  tiempos  remotos  en  que 
todo  se  exajeraba ,  su  nombre  hubiera  servido  para  una  de  esas  leyendas  po- 
pulares que  las  baladas  ó  las  epopeyas  fabulosas  de  entonces  nos  han  conservado 
tan  cuidadosamente.  No  citaré  mas  que  uno  de  los  muchos  que  he  oido  contar 
al  escelente  jeneral  don  Santiago  Aldunate.  Sabedor  un  dia  Rodríguez  de  que 
el  comandante  de  la  guarnición  de  San  Fernando  daba  un  baile,  apostó  á  que  se 
presentaría  en  él  •  se  presentó  en  efecto,  y  después  de  tomar  ponche  con  aquel 
jefe  que  habia  puesto  precio  á  su  cabeza,  se  volvió  muy  tranquilo  con  sus  com- 
pañeros, que  le  esperaban  llenos  de  ansiedad  por  su  imprudencia.  Otras  mu- 
chas aventuras  pudiera  referir  de  este  celoso  patriota,  que  prueban  tanta  audacia 
como  presencia  de  ánimo. 

(3)  Torrente,  Historia  de  la  revolución  americana,  tomo  2*,  p:'sgina  233. 


"W 


m 


*m*1r™±> 


198 


HISTORIA    DE    CHILE. 


£ 


cano  muy  versado  en  las  cosas  de  Chile,  quien  también 
fué  á  Gurico  y  á  las  montañas  á  enviar  espías  por  todos 
lados,  y  hasta  á  Mendoza  mismo  para  conocer  á  fondo  la 
posición  y  las  fuerzas  del  enemigo.  Por  los  espías  supo 
las  dificultades  que  ofrecía  el  paso  de  las  cordilleras 
cuyo  camino  estaba  cubierto  de  nieve ,  la  inferioridad 
numérica  del  ejército  patriota  y  el  corto  número  de  tro- 
pas que  guarnecía  el  fuerte  de  San  Rafael  sobre  el  ca- 
mino de  Mendoza. 

Contento  con  estas  noticias  que  facilitaban  sus  combi- 
naciones, las  comunicó  al  presidente,  y  le  envió  al  mismo 
tiempo  los  espías  que  se  las  habían  llevado;  pero  habién- 
dose esparcido  por  entonces  la  voz  de  que  una  fuerte  es- 
pedicion  marítima  iba  á  partir  de  Buen  os- Aires  para  ata- 
car á  Concepción ,  se  resolvió  en  un  consejo  de  guerra 
abandonar  el  plan  de  campaña  proyectado  y  seguir  otro 
que  consistía  en  desparramar  el  ejército  á  lo  largo  de  las 
cordilleras  en  una  estension  de  cerca  de  doscientas  leguas, 
acantonando  los  diferentes  batallones  en  los  principales 
pueblos.  El  de  Chillan  fué  apostado  en  Curico  y  Talca; 
el  de  Concepción,  en  Concepción ;  la  caballería  de  Ba- 
rañao  en  San  Fernando,  donde  se  atrincheraron  las  calles 
con  adobes,  y  otra  en  Rancagua;  al  camino  del  portillo 
se  enviaron  algunas  compañías  :  las  demás  tropas  que- 
daron en  Santiago,  escepto  mil  hombres  que  fueron  de 
vanguardia  á  Aconcagua.  Unos  cuantos  dias  antes,  el  sar- 
jento  mayor  de  Talavera  don  Miguel  Marqueli  habia  ido 
á  las  cordilleras  de  Aconcagua  con  varias  compañías  á 
observar  á  los  patriotas ;  y  habiendo  avanzado  hasta  lle- 
gar á  corta  distancia  de  Uspallata,  tuvo  que  retroceder  á 
la  Guardia,  después  de  haber  tenido  en  Picheuta  con 
don  Enrique  Martínez,  oficial  de  la  división  Las  Heras, 


CAríruLO  xliv. 


199 


unas  pequeñas  escaramuzas,  en  que  le  tocó  la  mejor 
parte. 

Por  aquí  se  ve  que  Marco  era  no  ya  el  instrumento,  sino 
el  juguete  de  San  Martin  ,  puesto  que  habia  dispersado 
sus  tropas  que  era  lo  que  este  quería,  y  alo  que  aspiraba 
el  activo  Rodríguez,  cuyas  guerrillas  aumentaban  todos 
los  días,  por  lo  mismo  que  eran  abusivas  y  peligrosas  las 
medidas  de  rigor  adoptadas  (1).  No  solo  renovó  y  amplió 
los  bandos  severos  de  1814  y  1815,  sino  que  estableció 
consejos  de  guerra  permanentes  en  las  principales  ciu- 
dades y  cubrió  las  provincias  inmediatas  con  una  red  de 
soldados,  cuyos  jefes  en  defecto  de  consejos  de  guerra  te- 
nían derecho  de  vida  y  muerte  sobre  todo  individuo  acu- 
sado del  mas  leve  delito.   En  un  nuevo  bando  de  22  de 
enero  mandó  que  todos  los  caballos,  muías  y  caballerías 
menores  de  los  distritos  comprendidos  entre  Talca  y  la 
capital,  se  enviasen  al  gobierno,  sin  permitir  que  nadie 
reservase  uno  solo :  rigor  que  sintieron  mucho  los  chile- 
nos y  especialmente  las  jentes  del  campo ,  incapaces  de 
andar  á  pié  la  mas  corta  distancia.  Desde  aquel  mo- 
mento la  insurrección  atrajo  á  todas  las  clases,  á  los  jor- 
naleros (2),  como  á  las  jentes  del  campo ,  y  la  libertad 
defendida  por  estos  hombres  vigorosos  y  de  acción,  pudo 
predecir  el  dia  en  que  habia  de  plantar  para  siempre  su 
bandera  de  nacionalidad. 

(1)  Véase  su  bando  de  7  de  enero  de  1817,  etc. 

(2)  En  la  capital  los  artesanos  se  entregaban  á  actos  de  burla  é  insubordi- 
nación á  vista  de  los  empleados  del  gobierno.  En  la  gaceta  viva  el  rey  corres- 
pondiente al  17  de  enero,  en  un  período  en  que  se  hablaba  de  España,  el  im- 
presor puso  madre  malhechora  en  vez  de  bienhechora,  y  en  donde  dec.a  el 
inmoral  Rodríguez  sustituyó  el  inmortal  Rodríguez ,  etc.  Aunque  fué 
condenado  á  seis  meses  de  presidio  con  destino  á  los  trabajos  de  las  fort.fica- 
ciones  de  Santa  Lucia,  no  fué  esto  obstáculo  para  que  otros  imitasen  su 
ejemplo,  cuando  la  ocasión  se  presentaba. 


I 


■=* 


J 


BbtTZAffliP  «5* 


CAPITULO   XLV. 


no    n       ,  •  T  PaSa  ,aS  cordiIleras- "  Batalla  de  Chacabuco  ganada 

por  los  patnotas.  -  El  capitán  Velazquez  lleva  la  noticia  a  Santiago!  y  7- 
funde  el  terror  entre  los  realistas. -Emigración  de  estos—  Gran  de  orden 
que  la  emigración  produce  en  el  camino  y  en  Valparaíso.  -  Hecho  pr Lio- 
nero Marco,  es  llevado  á  Santiago.  P 

Dejamos  al  jeneral  San  Martin  en  la  cima  de  las  altas 
cordilleras,  luchando  con  las  mil  dificultades  que  le  ofre- 
cían los  caminos,  para  luchar  en  seguida  con  los  ene- 
migos de  la  libertad  chilena,  refujiada  un  momento  en 
Mendoza  y  sus  inmediaciones,  y  que  con  el  auxilio  de 
sus  valientes  soldados  iba  á  restituir  á  su  país  natal. 

La  ruta  que  seguía  era  la  de  los  Patos,  que  por  ser 
la  peor  y  la  menos  frecuentada ,  confiaba  encontrarla 
poco  ó  nada  defendida  :  por  la  otra  ruta  envió  una  pe- 
queña división  compuesta  del  batallón  número  11 ,  treinta 
granaderos  de  caballería  y  dos  piezas  de  montaña  al 
mando  de  las  Heras.  Tenia  orden  este  coronel  de  ir  á  Santa 
Rosa  á  esperar  nuevas  órdenes;  pero  al  llegar  á  la  Guar- 
dia encontró  un  destacamento  de  realistas  que  quiso  dis- 
putarle el  paso,  y  el  mayor  don  Enrique  Martínez ,  en- 
cargado de  atacarle,  lo  hizo  con  tal  impetuosidad,  que 
bastó  hora  y  media  para  arrollar  esta  avanzada  y  derro- 
tarla hasta  tal  punto  que  muy  pocos  pudieron  escapar. 
No  fueron  estas  las  únicas  primicias  del  ejército  de  los 
Andes,  pues  en  el  mismo  dia  y  casi  en  el  mismo  momento, 
el  mayor  de  injenieros  don  Antonio  Arcos,  encargado  de' 
ocupar  y  poner  en  estado  de  defensa  el  punto  de  las 
Achupallas  que  dominaba  una  parte  del  valle  de  Putaendo, 


CAPULLO    XLV. 

tuvo  también  un  encuentro  con  el  comandante  de  San 
Felipe  que  quiso  detenerle  en  su  marcha,  y  aunque  el 
joven  teniente  Lavalle  no  tenia  á  su  disposición  mas  que 
veinte  y  cinco  granaderos  de  caballería ,  no  titubeó  en 
atacarle,  y  le  batió  y  dispersó  hasta  mas  allá  del  refe- 
rido valle,  que  entonces  estaba  casi  todo  en  poder  de  los 
patriotas. 

Estas  pequeñas  acciones  por  insignificantes  que  fuesen, 
inspiraban  confianza  al  soldado,  familiarizaban  con  el 
ruido  de  las  armas  á  los  que  á  ellas  habían  asistido  y 
aumentaban  el  amor  propio  del  ejército,  ya  un  tanto  or- 
gulloso de  haber  atravesado  las  elevadas  cordilleras. 
Porque  el  soldado  se  envanece  lo  mismo  por  haber  so- 
brellevado las  fatigas,  que  por  haber  corrido  peligros. 

Con  la  ocupación  del  valle  de  Putaendo,  el  paso  de  las 
cordilleras  estaba  vencido ,  y  al  ejército  patriota  no  le 
quedaba  ya  mas  que  hacer  que  medir  sus  fuerzas  con  las 
del  realista,  que  era  precisamente  lo  que  demandaba  con 
impaciencia.  En  cuanto  esta  ocupación  llegó  á  conoci- 
miento de  San  Martin,  que  fué  al  dia  siguiente  de  la 
acción ,  mandó  que  acelerase  el  paso  la  vanguardia  del 
jeneral  Soler,  el  cual  el  dia  6  habia  subido  ya  su  ar- 
tillería é  ido  á  acampar  á  San  Andrés,  después  de  enviar 
á  las  Coymas  una  parte  de  su  división  á  las  órdenes  de 
Necochea,  mientras  otra  mandada  por  Millan  iba  á  ocu- 
par el  pequeño  pueblo  de  San  Antonio. 

Las  tropas  enemigas,  atrincheradas  en  el  pequeño 
cerro  de  las  Coymas,  esperaron  á  pié  firme  la  división 
Necochea,  que  siendo  muy  inferior  á  aquellas,  retrocedió 
para  atraer  al  llano  á  los  realistas.  Gracias  á  este  ardid 
de  guerra,  que  produjo  el  efecto  deseado,  la  acción,  que 
no  tardó  en  empeñarse ,  fué  ventajosa  á  los  patriotas ;  y 


» 


202 


HISTORIA    DE    CHILE. 


no  obstante  que  al  frente  del  enemigo  estaba  el  valiente 
coronel  de  injenieros  don  Miguel  María  de  Atero,  fué  re- 
chazado hasta  el  otro  lado  del  rio  (1). 

Otra  vez  libres  el  campo  y  la  llanura  de  Curimon,  San 
Martin  mandó  avanzar  á  todo  el  ejército ,  el  cual  pasó  el 
rio  por  un  puente  que  se  construyó  al  efecto  y  fué  á  acam- 
par á  la  falda  del  cerro  de  Aconcagua,  monte  muy  ele- 
vado que  cortaba  el  camino  de  Santiago,  uniendo  las 
altas  cordilleras  con  las  de  la  costa.  El  coronel  las  Heras, 
situado  en  Santa  Rosa,  se  reunió  al  comandante  Millan, 
que  había  llegado  la  víspera  con  objeto  de  reconocer  la 
posición  del  enemigo ;  por  manera  que  el  11  todo  el  ejér- 
cito, menos  la  artillería  en  su  mayor  parte  y  alguna  re- 
serva de  caballería ,  estaba  al  pié  de  la  montaña  que  iba 
á  presenciar  una  de  las  batallas  mas  memorables  de  la 
república. 

Los  realistas  se  habían  forticado  al  pié  de  la  misma  mon- 
taña por  la  parte  sur  y  su  número,  como  que  su  ejército 
estaba  diseminado,  era  inferior  al  de  los  patriotas.  Marco 
dio  orden  á  las  tropas  del  sur  para  que  á  toda  prisa  mar- 
chasen sobre  Santiago ,  pero  la  caballería  que  se  hallaba 
mas  inmediata  fué  la  única  que  pudo  llegar  hasta  Cha- 
cabuco  la  víspera  de  la  batalla  y  tomar  parte  en  la  ac- 
ción. El  comandante  en  jefe,  que  era  Maroto,  coronel  de 
Talavera,  tampoco  llegó  hasta  la  víspera  (tan  trastornada 
estaba  la  cabeza  del  jefe),  y  apenas  tuvo  tiempo  para 
formar  una  idea  de  la  disposición  del  terreno.  Tenia  orden 
de  no  arriesgar  ningún  combate  si  su  fuerza  numérica 

(1)  Como  sucede  ordinariamente,  en  el  parte  que  dio  Ateros  de  esta  acción, 
dijo  que  habia  sido  completamente  favorable  á  los  realistas,  y  que  los  patriotas 
habían  tenido  cincuenta  y  dos  muertos  y  un  número  mucho  mayor  de  heridos. 
El  paso  del  rio  lo  esplicaba  diciendo  que  lo  creyó  prudente,  y  que  ademas  se 
resolvió  en  un  consejo  de  guerra. 


CAPITULO    XLV. 

era  inferior  á  la  de  los  patriotas ,  y  replegarse  sobre  el 
camino  de  Santiago,  mientras  no  se  le  reuniesen  las  de- 
mas  tropas  que  debían  llegar  del  sur. 

Sea  que,  como  dice  el  padre  José  Javier  Guzman  (1), 
le  engañase  el  coronel  Cacho,  que  después  de  hacer 
un  reconocimiento  le  aseguró  que  los  patriotas  no  pa- 
saban de  mil,  sea  que  se  viese  forzado  á  aceptar  la 
batalla ,  como  pretenden  otros  autores ;  lo  cierto  es  que 
Maroto  hizo  inmediatamente  sus  preparativos,  y  el  12  de 
febrero  por  la  mañana  temprano  envió  á  la  cima  de  la 
montaña,  por  donde  debia  pasar  el  ejército  de  los  Andes, 
un  destacamento  de  doscientos  hombres  con  orden  de  de- 
fender á  todo  trance  este  punto,  y  no  abandonarlo  sino 
después  de  haber  perdido  la  mitad  de  su  jente  :  él  con 
todo  el  resto  del  ejército  se  situó  al  pié  de  la  misma 
montaña  á  corta  distancia  de  las  casas  de  la  hacienda. 

Tal  era  la  colocación  de  los  realistas  cuando  San 
Martin  fué  á  acampar  á  la  parte  opuesta  de  la  misma 
montaña,  con  ánimo  de  no  dar  la  batalla  hasta  que  le  lle- 
gasen la  artillería  y  algunas  otras  tropas.  Sin  embargo, 
sabedor  de  que  los  realistas  esperaban  refuerzos,  se  de- 
cidió á  atacar  y  comenzó  por  desalojar  á  los  doscientos 
hombres  que  estaban  en  la  cima,  lo  que  llevaron  á  cabo 
con  intelijencia  y  arrojo  los  brigadieres  O'Higgins  y  Soler, 
acometiéndoles  de  frente  el  primero,  mientras  el  otro  les 
amenazaba  por  el  flanco  y  dificultaba  su  retirada.  Calcu- 
lando San  Martin  que  la  dispersión  de  estos  realistas, 
á  quienes  O'Higgins  perseguía  con  encarnizamiento , 
causaría  confusión  en  el  ejército  enemigo ,  y  aprove- 
chando momentos  tan  propicios  para  la  victoria,  mandó 
que  los  escuadrones  1 ,  2  y  3  á  las  órdenes  del  coronel 

(1)  El  Chileno  instruido,  tomo  V,  pajina  417. 


"*■ 


e* 


HISTORIA    DE    CHILE. 

Zapiola  marchasen  inmediatamente  á  hostigarlos  ó  en- 
tretenerlos mientras  llegaban  los  batallones  7  y  8.  Esto 
obligó  al  enemigo  á  replegarse  sobre  una  posición  muy 
ventajosa;  pero  los  dos  batallones,  animados  por  O'Hig- 
gins  y  sus  dos  coroneles  Cramer  y  Conde,  les  atacaron 
en  columna  cerrada,  y  empeñaron  una  acción  sumamente 
sangrienta,  que  había  empezado  hacia  mas  de  una  hora 
cuando  el  batallón  número  7,  con  el  valiente  coronel 
Cramer  á  la  cabeza ,  dio  una  carga  á  la  bayoneta  que 
desordenó  al  enemigo  y  lo  derrotó.  En  esta  brillante  carga 
fué  particularmente  auxiliado  por  los  escuadrones  del  co- 
ronel Zapiola  á  las  órdenes  de  Melian  y  Medina,  y  por 
las  columnas  del  brigadier  Soler,  que  después  de  haber 
comprometido  algún  tanto  el  éxito  por  lo  mucho  que  se 
detuvieron  en  los  sitios  sumamente  escarpados  que  tu- 
vieron que  atravesar,  se  presentaron  de  improviso  para 
añadir  el  último  florón  á  la  victoria.  El  postrer  esfuerzo 
que  los  realistas  hicieron  en  las  viñas  déla  hacienda, no 
fué  en  cierto  modo  mas  que  una  simple  medida  de  de- 
fensa personal ,  que  cedió  muy  pronto  á  la  carga  impe- 
tuosa de  Nicochea,  puesto  á  la  cabeza  de  su  cuarto  es- 
cuadrón. Tal  fué  el  fin  de  esta  batalla  que  tan  bello  triunfo 
preparó  á  la  libertad  chilena,  y  en  la  cual  se  distinguieron 
por  su  grande  arrojo  Cramer  (1) ,  Las  Heras ,  Conde , 
Zapiola,  Melian,  Medina,  Salvadores,  Zorrilla,  etc.,  etc., 
el  presbítero  don  José  de  Oro  y  el  reverendo  padre 
fray  José  Antonio  Bausa,  de  quienes  pocos  dias  después 

(1)  Cramer  tomó  una  parte  muy  activa  en  la  batalla  de  Chacabuco.  Fué  él 
quien  dio  esta  carga  asombrosa,  á  que  O'Higgins  no  quiso  decidirse  por  sus 
instrucciones  particulares.  Conversación  con  don  Miguel  Infantes.  —  Brayer 
en  su  manifiesto  atribuye  también  la  mejor  parte  á  este  coronel,  y  añade  que 
de  resultas  de  los  multiplicados  elojios  que  recibía  de  sus  compañeros  de  armas, 
San  Martin  le  miró  mal  desde  aquel  momento  y  resolvió  alejarlo  del  ejército  , 
So  que  no  tardó  en  suceder. 


CAPITULO    XLV. 

hizo  mención  honorífica  el  gobierno,  pero  sobre  todos 
el  intrépido  O'Higgins,  cuyo  arrojo  le  llevó  á  adelantarse 
mas  de  lo  que  debia  y  contra  las  instrucciones  de  San  Mar- 
tin. Esta  importante  victoria  dio  por  resultado  cojer  la 
artillería,  el  parque  y  todo  el  bagaje,  la  bandera  del  Te- 
jimiento de  Chiloe  y  sobre  seiscientos  prisioneros  inclu- 
sos treinta  y  dos  oficiales  de  los  que  muchos  eran  de  dis- 
tinción, habiendo  habido  otros  tantos  muertos.  Entre 
estos  últimos  se  contaron  el  mayor  Margueli,  que  avanzó 
hasta  cerca  de  Uspallata,  y  el  coronel  Elloreaga,  á  quien 
el  peligro  de  los  realistas  le  sacó  á  toda  prisa  de  Co- 
quimbo, donde  era  gobernador  civil  y  militar.  Chileno  de 
nacimiento,  activo  y  de  un  arrojo  indisputable,  abrazó 
muy  pronto  y  por  convicción  el  partido  realista ,  que  de- 
fendió hasta  su  muerte  con  un  valor  notable  y  digno  de 
mejor  causa. 

El  mismo  dia  de  la  acción,  el  capitán  don  José  Velaz- 
quez  llevó  á  Santiago  la  noticia;  y  los  realistas,  que  tres 
dias  antes  habian  firmado  una  acta  que  Marco  publicó 
en  la  gaceta,  ofreciendo  sus  haciendas  y  hasta  sus  vidas 
en  defensa  de  la  autoridad  real  y  contra  los  proyectos 
revolucionarios  del  ejército  de  los  patriotas,  se  llenaron 
de  espanto.  Ellos  fueron  ,  como  de  costumbre,  los  prime- 
ros á  esparcir  la  alarma  en  la  ciudad,  á  llenar  de  con- 
fusión los  ánimos  apocados,  y  á  dar  la  señal  de  huir,  que 
tomó  al  instante  grandes  proporciones  entre  las  jentes 
de  su  partido,  á  pesar  de  que  las  menos  fáciles  de  intimi- 
dación y  dispuestas  á  tentar  otra  vez  los  azares  de  una 
batalla,  divulgaron  por  todas  las  calles  al  ruido  de  las 
campanas  de  las  iglesias  falsos  rumores  de  un  glorioso 
desquite.  La  acción  hubiera  sido  con  efecto  un  mero  cho- 
que, y  de  ninguna  manera  una  derrota,  á  haber  tenido 


1 

f 

''iT'íj 

■ 

■ 

i 

|¡i:'l 

'*Lá*?*M 


206 


HISTORIA    DE    CHILE, 


arrojo  el  capitán  jeneral  y  á  no  faltarle  talentos  militares. 
Las  tropas  que  se  mandaron  ir  á  marchas  forzadas  del  sur, 
donde  estaban  torpemente  diseminadas,  ascendían  á  cua- 
tro mil  hombres  próximamente,  estaban  muy  bien  discipli- 
nadas y  no  carecían  del  valor  necesario  para  hacer  frente 
al  ejército  victorioso,  si  no  en  la  ciudad  en  estremo  aji- 
tada  por  los  descontentos  que  eran  muy  temibles,  al  me- 
nos en  campo  raso ,  y  ademas  tenían  el  deseo  de  ven- 
ganza que  suele  acompañar  á  una  derrota.  Esta  fué  la 
opinión  que  algunos  oficiales  superiores,  como  Barañao, 
Bernedo,  Lantaño,  etc. ,  emitieron  con  calor  en  un  consejo 
de  guerra,  convencidos  de  que  la  fortuna  no  favorece  á 
los  militares  mas  que  cuando  estos  tienen  bastante  audacia 
para  confiar  en  ella ;  pero  otros  muchos  por  el  contrario 
fueron  de  parecer  que  debían  marchar  á  las  provincias 
meridionales ,  que  vivían  aun  bajo  la  impresión  de  las 
ideas  españolas.  Así  se  pensaba  hacer,  cuando  la  llegada 
de  los  fugitivos ,  que  exajeraron  mucho  el  número  de 
muertos  y  la  fuerza  del  ejército  patriota,  aumentó  el  de- 
sorden y  produjo  tal  pánico  en  la  ciudad ,  que  todos  los 
realistas,  hombres,  mujeres  y  niños  mezclados  con  mi- 
litares de  todas  graduaciones,  se  dieron  prisa  á  emigrar, 
muchos  ápié,  y  tomaron  el  camino  de  Valparaíso  los  unos 
atronando  con  sus  gritos  y  lamentos  y  los  otros  en  com- 
pleta indisciplina,  siendo  tal  el  desorden  de  los  soldados, 
que  se  entregaron  á  toda  clase  de  escesos,  tiraron  las  ar- 
mas, abandonaron  los  cañones  en  número  de  16,  y  aca- 
baron por  apoderarse  del  tesoro  que  iba  confiado  á  don 
Ignacio  Arangua  (1). 

(1)  Algunos  autores  hacen  subir  este  tesoro  á  300,000  pesos,  añadiendo  que 
fué  saqueado  en  el  camino  cerca  de  la  montaña  de  Prado  y  que  los  oficiales 
tomaron  parte  en  el  saqueo.  A  consecuencia  de  una  conversación  que  tuve  sobre 


CAPITULO    XLV. 


207 


En  Valparaíso  fué  mucho  mayor  el  desorden ,  al  en- 
contrarse los  emigrados  con  que  no  tenían  todos  los  alo- 
jamientos que    necesitaban.    Precisados  los  soldados  á 
quedarse  en  la  ciudad ,  saquearon  las  tiendas  y  el  gran 
número  de  equipajes  que  habia  quedado  en  la  playa , 
pusieron  fuego  á  varias  bodegas  y  en  la  fiebre  de  su  furor 
y  de  su  indisciplina  hasta  cometieron  algunos  asesinatos. 
En  cuanto  á  Marco  del  Pont ,  su  destino  fué  aun  mas 
desgraciado,  pues  aunque  huyó  la  misma  noche  en  que 
tuvo  noticia  de  la  derrota,  fuese  efecto  de  la  debilidad 
de  su  carácter  afeminado  ó  de  haber  seguido  el  consejo 
de  su  compañero  don  Prudencio  Lascano,  tomó  luego 
que  se  separó  de  la  artillería  caminos  estraviados  en 
medio  de  los  campos  de  San  Francisco  del  Monte,  que 
le  condujeron  á  sitios  desconocidos.  Al  llegar  á  las  ta- 
blas le  alcanzaron  el  capitán  Aldao  y  don  Francisco  Ra- 
mírez ,   quienes  lo  llevaron  á  Santiago  con  las  personas 
de  su  comitiva  y  los  pusieron  á  todos  en  las  habitaciones 
altas  de  la  aduana  para  que  esperasen  allí  lo  que  se  resol- 
viese acerca  de  su  suerte.  Momentos  después  de  su  sa- 
lida, el  palacio  habia  sido  saqueado  y  robados  sus  ricos 
muebles  por  el  populacho  que  está  siempre  á  merced  de 
todas  las  revoluciones  y  de  todos  los  desórdenes. 

el  particular  con  don  Ignacio  Ar;ngua  encargado  de  este  dinero,  escribí  lo  si- 
guiente :  «Pocos  dias  antes  de  la  batalla  propuse  que  todo  el  dinero  existente  en 
las  cajas  se  llevara  á  Valparaíso;  Marco  no  quiso  entonces,  pero  después  de  la 
acción  accedió  á  ello,  dándome  esta  comisión.  Me  puse  en  camino  á  las  dos 
de  la  mañana,  escoltarlo  por  una  compañía  de  caballería  que  mandaba  el  capitán 
Magallar.  Apenas  habían  llegado  las  muías  al  final  del  callejón  de  la  Merced , 
un  poco  mas  allá  de  la  chacra  de  Loyola,  los  soldados,  en  unión  con  algunos 
peones,  se  apoderaron  de  las  cajas.  Yo  me  habia  detenido  á  ayudar  á  arreglar 
una  muía,  y  al  ver  aquello  me  volví  por  un  camino  estraviado  y  fuíá  depositar 
en  una  chacra  los  cajones  de  dicha  muía ,  que  contenían  (iZj,000  pesos  próxima- 
mente. De  ellos  solo  se  encontraron  34,000  cuando  al  dia  siguiente  se  envió 
la  carga  al  gobierno.  El  total  de  lo  que  llevaba  Arangua  podia.  valuarse  en 
■164,000  pesos.» 


CAPITULO  XLVf. 


Entrada  de  San  Martin  en  Santiago.  —  Es  nombrado  director  de  la  república, 
y  habiendo  renunciado,  recae  la  elección  en  O'Higgins.  —  Estado  del  país 
cuando  este  se  puso  al  frente  del  gobierno.  —  Son  ejecutados  el  mayor  San 
Bruno  y  el  sárjenlo  Villalobos.  —  Regreso  de  los  patriotas  prisioneros  en 
Juan  Fernandez.—  Proyectos  de  una  marina  chilena.— Vuelve  de  los  Estados- 
Unidos  don  José  Miguel  Carrera ,  y  es  mal  recibido  de  Pueyrredon  y  de 
San  Martin  ,  que  se  encontraba  en  Buenos-Aires.  —  Politica  de  O'Higgins 
con  los  realistas  y  con  los  carreristas.  -  Los  tejedores  y  los  anti-arjen- 
tinos.  —  Medidas  contra  los  realistas.  —  Escuela  militar.  —  Talcahuano 
es  el  único  punto  en  que  no  ondea  la  bandera  de  la  libertad.  —  Supresión 
de  la  nobleza  y  de  todos  sus  blasones.  —  O'Higgins  sale  para  el  ejército 
del  sur. 


La  victoria  de  Chacabuco  fué  de  un  resultado  in- 
menso para  la  independencia  americana.  Con  ella  re- 
cobró Chile  su  primer  cimiento  de  libertad  y  América 
entera,  dominada  entonces  casi  toda  por  las  tropas  es- 
pañolas ,  vio  en  su  porvenir  un  gran  rayo  de  esperanza. 

San  Martin,  el  héroe  de  tan  magnífica  campaña,  cuyo 
plan  había  sido  bien  concebido  y  bien  ejecutado,  mar- 
chó sin  detenerse  á  Santiago,  alentado  con  la  noticia  del 
pánico  que  tenia  aterrados  á  sus  habitantes,  y  que  supo 
por  los  patriotas  que  salieron  á  su  encuentro  para  dár- 
sela. Quizá  hizo  mal  en  no  destacar  sobre  Valparaíso 
una  parte  de  su  ejército ,  la  división  Soler  por  ejemplo 
que  apenas  habia  entrado  en  acción  y  recojer  los  mu- 
chos soldados  que  huian  con  armas  y  bagajes  y  que 
podían  haber  ido  á  reforzar  el  ejército  del  sur.  Este  fué 
el  primer  pensamiento  de  O'Higgins,  quien  se  brindó  á 
dirijir  la  espedicion ,  persuadido  como  estaba  de  que  el 
espíritu  impetuoso  que  infunde  la  victoria,  hace  capaz  al 
soldado  de  las  mas  grandes  cosas.  Pero  sea  que  San 


CAPITULO    XLVI. 


209 


Martin  considerase  el  triunfo  conseguido  como  uno  de 
los  resultados  mas  satisfactorios  por  el  momento,  sea  que 
no  quisiese  arriesgar  nada  á  la  casualidad,  prefirió  ir  á 
tomar  posesión  de  la  capital,  en  la  que  entró  el  13  de 
febrero  á  la  cabeza  de  su  ejército.  Desde  la  salida  de 
Marco  del  Pont  mandaba  en  Santiago  don  Manuel  Ruiz 
Tagle,  quien  se  encargó  de  esta  penosa  comisión  para 
tener  á  raya  á  los  mal  intencionados  é  impedir  el  pillaje, 
Pero  luego  que  llegó  la  vanguardia  patriota,  su  jefe  So- 
ler tomó  el  mando  y  con  la  severidad  militar  que  le  dis- 
tinguía publicó  al  dia  siguiente  una  proclama  para  cal- 
mar la  inquietud  de  los  habitantes,  asegurándoles  que  la 
guerra  era  solo  contra  los  enemigos  de  la  patria,  amena- 
zando á  estos  con  la  pena  de  muerte  que  se  ejecutaría 
sin  dilación,  á  poco  que  trabajasen  en  favor  del  rey,  y 
con  penas  muy  severas  á  los  curas  que  predicasen  contra 
la  independencia,  y  ofreciendo  recompensas  á  los  delato- 
res. Dispuso  ademas  que  por  la  noche  después  del  ca- 
ñonazo de  Santa  Lucia  nadie  saliese  á  la  calle  y  mucho 
menos  los  soldados,  á  quienes  se  les  prohibió  severamente 
que  se  permitiesen  el  menor  insulto. 

San  Martin  no  dejó  mucho  tiempo  á  Soler  en  Santiago, 
pues  al  dia  siguiente  le  mandó  marchar  contra  los  fuji- 
tivos,  mientras  él  se  ocupaba  de  las  tropas  y  convocaba 
las  personas  influyentes  de  la  ciudad  para  nombrar  un 
director.  En  el  estado  en  que  se  encontraba  el  país,  era 
imposible  imitar  enteramente  á  las  provincias  de  Buenos- 
Aires,  que  aunque  en  completa  anarquía  y  separadas  por 
actos  de  insubordinación  unas  de  otras,  habían  reunido  un 
congreso  en  Tucuman  para  legalizar  tan  importante 
elección.  Tampoco  podia  exijirse  que  los  vencedores 
de  Ghacabuco  se  abstuvieran  de  influir  en  el  nombra- 


VI.  Historia. 


14 


*» 


«* 


>sbbb 


210 


HISTORIA    DE    CHILEo 


miento,  especialmente  cuando  una  parte  del  país  estaba 
bajo  la  dominación  española  y  cuando  todo  hacia  creer 
que  el  virey,  mas  desembarazado  con  los  triunfus  de  sus 
fenerales  en  el  alto  Perú,  no  dejaría  de  enviar  contra 
ellos  otra  división.  Todo  lo  tenia  previsto  el  gobierno  de- 
Buenos-Aires, y  sobre  ello  habia  dado  instrucciones  par- 
ticulares á  San  Martin ;  así  es  que  cuando  este  fué  nom- 
brado por  unanimidad  y  espontáneamente  jefe  de  la  re- 
pública por  los  habitantes  de  Santiago  reunidos  bajo  la 
presidencia  de  don  Manuel  Ruiz  Tagle,  hizo  ver  con  una 
negativa  dos  veces  reiterada,  que  su  gobierno  no  quería 
de  ninguna  manera  tomar  una  parte  tan  eficaz  en  la  or- 
ganización y  en  los  destinos  de  la  república.  Pero  contri- 
buyó á  que  en  su  lugar  se  nombrase  á  O'Higgins ,  no 
precisamente  porque  así  se  hubiese  decidido  en  el  con- 
sejo de  Buenos- Aires,  sino  porque  veia  en  él  un  militar 
valiente,  de  probidad,  de  firmeza  y  muy  conocido  por 
sus  buenos  antecedentes  (1).  Inmediatamente  después, 
se  nombró  un  ministerio  compuesto  de  tres  personas,  que 
fueron  don  José  Ignacio  Zenteno  para  el  departamento  de 
la  guerra,  don  Miguel  Zañartu  para  el  del  interior  y  ne- 
gocios estranjeros  y  don  Hipólito  Villegas  para  el  de  ha- 
cienda. El  nombramiento  de  este  último  se  hizo  algún 
tiempo  después  que  los  otros,  y  en  el  entretanto  le  susti- 
tuyó interinamente  Zañartu.  En  cuanto  al  mando  de  las 
armas,  San  Martin  tuvo  cuidado  de  reservarlo  para  sí. 

Al  tomar  O'Higgins  las  riendas  del  gobierno  no  desco- 
nocía la  gravedad  de  su  misión.  Yeia  que  la  fortuna 
desbarataba  hacia  algún  tiempo  todos  los  cálculos  de  los 
Americanos  y  contrariaba  sus  jenerosos  esfuerzos.  Mé- 
jico, con  la  actividad  y  severidad  del  virey  Apodaca  efi- 

(4)  Véase  la  carta  de  don  Juan  Florencio  Terrada  en  los  documentos  de  Asensio. 


CAPÍTULO    XLVÍ. 


211 


cazmente  apoyado  por  el  arzobispo  don  Pedro  Fonte  y 
el  rejente  de  la  Real  Audiencia  don  Miguel  Bataller,  se 
encontraba  casi  todo  sometido  á  España.  El  inexorable 
Morillo  se  habia  apoderado  de  Caracas,  Santa  Fe  y  otros 
paises.  Montevideo  estaba  en  poder  de  los  Portugueses 
y  el  alto  Perú  enteramente  dominado  por  Laserna,  quien 
á  la  cabeza  de  cinco  mil  soldados  bien  instruidos,  habia 
avanzado  hasta  Juipuz  con  intención  de  ir  á  atacar  á 
Mendoza  de  acuerdo  con  Marco  del  Pont ,  lo  cual  no  se 
verificó  felizmente,  gracias  á  los  sucesos  de  Chile. 

Si  á  estos  elementos  de  zozobra  y  desaliento  se  añade 
por  una  parte  la  pacificación  de  España  y  el  regreso  de 
Fernando  VII  que  permitia  enviar  numerosas  tropas 
aguerridas  á  todos  los  puntos  de  América,  y  por  otra  el 
estado  miserable  del  país ,  sin  comercio ,  sin  industria , 
casi  sin  brazos  con  que  cultivar  la  tierra  y  esplotar  las 
minas,  medio  arruinadas  las  fortunas  con  tantas  exac- 
ciones como  alternativamente  hacían  los  jefes  patriotas  y 
los  jefes  realistas,  se  conocerá  cuan  difícil  era  en  medio 
de  tantos  peligros  y  tamaño  desorden  que  un  director  se 
contuviese  estrictamente  dentro  de  los  límites  de  sus  de- 
beres y  no  sobrepusiese  alguna  vez  su  voluntad  á  las  pres- 
cripciones de  la  ley  ó  de  las  costumbres.  Esto  habian  he- 
cho Carrera,  Ossorio,  Marco  del  Pont,  y  esto  harán  siem- 
pre los  encargados  de  reparar  los  graves  desórdenes  de 
las  revoluciones,  especialmente  en  paises  que  no  estén 
bien  constituidos. 

Lo  primero  que  O'Higgins  hizo  al  subir  al  poder  fué 
pagar  los  cantidades  tomadas  á  préstamo  en  Mendoza 
para  la  espedicion,  decretar  una  recompensa  á  las  viudas 
y  madres  de  los  soldados  muertos  en  Chacabuco  y  enviar 
á  la  república  de  Buenos-Aires  á  Marco  del  Pont  y  á  los 


212 


HISTORIA    DE    CHILE. 


oficiales  hechos  prisioneros  tanto  en  la  batalla  como  ew 
el  camino  de  Valparaíso.  Solo  dos  perecieron  ignomi- 
niosamente en  el  suplicio  por  los  asesinatos  que  come- 
tieron en  la  cárcel  de  Santiago  en  presos  políticos  sedu- 
cidos porMoyano  y  Concha.  Fueron  el  sarjento  Villalobos 
y  el  mayor  San  Bruno,  el  primero  por  haber  tomado  la 
iniciativa  en  esta  mortandad  y  el  otro  por  haber  acep- 
tado la  responsabilidad  de  ella.  Habian  sido  ademas  los 
autores  principales  de  todas  las  persecuciones  injustas  y 
crueles  con  que  el  gobierno  real  aílijia  al  pueblo ;  por 
ío  cual  no  es  estraño  que  su  muerte  no  escitase  la  menor 
compasión.  Algunas  otras  venganzas  se  cometieron  tam- 
bién, no  muy  conformes  á  los  principios  de  justicia,  y  que 
solo  eran  efecto  del  sentimiento  patriótico  que  se  exalta 
con  la  victoria  y  se  inflama  con  el  recuerdo  de  las  des- 
gracias pasadas. 

Pero  lo  que  mas  que  todo  preocupaba  á  O'Higgins 
era  la  suerte  de  los  infelices  patriotas  que  estaban  en  las 
prisiones  de  Juan  Fernandez  ,  aun  prescindiendo  de 
ios  incesantes  clamores  de  tantas  familias  como  le  insta- 
ban para  que  fuese  á  poner  en  libertad  aquellos  nobles 
presos;  pero  desgraciadamente  no  habia  ningún  barco 
en  el  puerto  de  Valparaíso,  y  para  que  entrase  alguno 
mandó  poner  la  bandera  española.  Gon  este  ardid  no 
tardó  el  bric  Águila  en  aproximarse  á  la  costa  y  echar 
el  ancla  en  el  puerto,  verificado  lo  cual,  se  apoderaron 
de  él  los  soldados  ocultos  en  el  fondo  de  la  lancha  pre- 
parada para  ir  á  hacerle  la  visita. 

Gon  este  barco  armado  en  guerra  y  tripulado  por  no- 
venta marineros  de  todas  naciones  al  mando  del  joven 
oficial  irlandés  don  Raimundo  Morris,  entonces  al  servicio 
del  ejército  de  los  Andes,  pudo  la  patria  ir  á  libertar  los. 


■■* 


CAPITULO    XLVI. 


213 


presos  de  Juan  Fernandez,  antes  que  los  buques  de  guerra 
españoles  que  estaban  á  los  órdenes  del  virey,  fuesen  á 
buscarlos  para  llevarlos  al  Callao.  Temiendo  encontrar 
resistencia  en  la  guarnición ,  compuesta  de  ciento  cin- 
cuenta hombres,  O'Higgins  embarcó  un  prisionero  de  dis- 
tinción, el  coronel  Cacho,  para  que  arreglase  este  asunto 
con  el  gobernador  de  la  isla,  ofreciéndole  toda  clase  de 
garantías  para  su  libertad  y  la  de  sus  soldados.  Cacho 
bajó  á  tierra  solo  y  no  le  costó  gran  trabajo  convencer  al 
gobernador  de  lo  que  debia  hacer  :  á  fines  de  marzo  to- 
dos aquellos  ilustres  personajes  estaban  de  vuelta  en  su 
patria  y  al  lado  de  sus  familias. 

La  dificultad  que  habia  encontrado  O'Higgins  para 
llenar  un  deber  tan  sagrado  y  el  temor  de  una  próxima 
espedicion  del  virey,  le  dio  á  conocer  que  Chile  no  seria 
verdaderamente  libre  mientras  no  fuese  dueño  del  mar 
del  Sur.  Esta  convicción,  de  que  participaba  San  Martin, 
le  sujirió  la  idea  de  formar  una  escuadra ;  y  al  efecto 
convocó  las  personas  influyentes  de  Santiago  para  darles 
parte  de  sus  proyectos,  demostrarles  la  necesidad  de  su 
realización  y  apelar  á  su  jenerosidad  con  objeto  de  ob- 
tener un  préstamo,  empeñando  su  palabra  de  que  seria 
reintegrado  en  cuanto  el  tesoro  se  hallase  en  mejor  po- 
sición. Desgraciadamente  las  numerosas  espoliaciones  de 
que  habían  sido  víctimas  enfriaron  esta  vez  su  patrio- 
tismo, tanto  mas  cuanto  que  creían  imposible  que  la  es- 
cuadra pudiera  equiparse,  puesto  que  en  tiempo  del  rey 
jamas  pudo  Chile  sostener  un  solo  buque  de  guerra.  Se 
negaron,  pues,  á  todo  préstamo  (1). 

Esta  negativa  no  detuvo  á  O'Higgins.  Convencido  de 
la  necesidad  de  tener  marina  y  firme  con  la  perseverancia 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


2U 


HISTORIA    DE    CHILE. 


i 


que  le  caracterizaba ,  respondió  que  toda  observación 
era  inútil  y  que  necesitaba  el  préstamo.  Como  de  cos- 
tumbre, este  recayó  mas  particularmente  sobre  los  realis- 
tas, y  á  los  pocos  dias  habia  reunidos  200,000  pesos, 
que  se  enviaron  á  los  Estados-Unidos  para  la  construc- 
ción de  algunos  buques.  Casi  al  mismo  tiempo  salió  para 
Inglaterra  don  José  Antonio  Alvarez  Condarco,  encargado 
de  dar  á  conocer  el  estado  del  país  é  interesar  á  los  espe- 
culadores en  el  proyecto. 

Pero  las  miras  de  San  Martin  y  O'Higgins  no  se  limi- 
taban á  tener  una  marina  con  que  guardar  las  costas.  En 
sus  conversaciones  hablaban  con  frecuencia  de  la  posi- 
bilidad de  una  espedicion  contra  el  Perú,  una  vez  dueños 
de  Chile,  con  cierto  número  de  buques,  y  de  ir  á  conquis- 
tar á aquel  arsenal  de  hombres,  armas  y  municiones  la 
independencia  que  deseaban  :  el  principal  objeto  del 
viaje  de  San  Martin  á  Buenos-Aires  fué  combinar  con  el 
director  Pueyrredon  esta  espedicion  naval  ya  muy  medi- 
tada (1). 

Si  hubiese  podido  desaparecer  en  aquel  momento  el 
espíritu  de  discordia  que  la  rivalidad  de  los  jefes  habia 
producido  y  verificarse  la  reconciliación  de  los  partidos, 
nada  mas  conveniente  para  este  proyecto  que  la  llegada 
de  don  Miguel  Carrera  á  las  aguas  de  la  Plata.  Mientras 
estuvo  en  los  Estados-Unidos,  adonde  por  toda  recomen- 
dación casi  no  habia  llevado  mas  que  su  nombre,  su  ta- 
lento y  su  actividad  ,  tuvo  relaciones  frecuentes  con  el 
gobierno  de  Washington  y  especialmente  con  el  ministro 
Monroe  y  algunos  diputados.  Todos  estuvieron  de  acuerdo 
en  que  Chile  y  América  entera  no  serian  verdaderamente 
independientes  hasta  que  no  fuesen  dueños  de  la  mar  del 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPÍTULO   XLVI. 


215 


Sur;  pero  que  para  esto  era  necesario  que  todas  las  re- 
públicas cooperasen  ala  formación  de  una  escuadra.  Ala 
influencia  moral  que  el  gobierno  de  los  Estados  Unidos 
ejercía  en  la  independencia  de  todas  estas  repúblicas  y  á 
la  convicción  que  el  lenguaje  seductor  de  Carrera  llevaba 
á  los  ánimos  se  debió  al  cabo  de  catorce  meses  el  poder 
reunir  por  cuenta  esclusiva  de  Chile,  á  pesar  de  sus  es- 
casos recursos,  una  escuadrilla  de  cinco  buques  armados 
en  guerra  y  tripulados  por  gran  número  de  hombres, 
oficiales  y  operarios  con  un  material  de  todas  clases.  Su 
intención  era  entrar  con  los  cinco  buques  en  Maldonado 
ó  á  lo  mas  en  Montevideo,  donde  suponía  de  gobernador 
á  Artigas,  con  objeto  de  refrescar  los  víveres,  armar  un 
transporte  con  trescientos  ó  cuatrocientos  hombres,  ad- 
quirir noticias  del  estado  de  Chile,  ponerse  de  acuerdo, 
si  era  posible,  acerca  de  sus  operaciones  con  el  director 
de  Buenos-Aires,  y  continuar  su  viaje  á  Chiloe  y  Valdivia, 
pueblos  que  no  podían  oponerle  resistencia  y  en  que  ha- 
bía una  masa  de  hombres  á  proposito  para  formar  una 
fuerte  división  con  que  atacar  á  Marco  ó  bien  continuar  á 
Guayaquil  a  apoderarse  de  su  arsenal,  ponerse  en  comu- 
nicación con  Quito  y  en  combinación  con  las  fuerzas  de 
San  Martin  allanar  los  obstáculos  que  ofrecía  Lima  á  la 
independencia  de  las  repúblicas  (1). 

Tal  era  sobre  poco  mas  ó  menos  el  plan  de  campaña 
ideado  por  don  Miguel  Carrera  antes  de  volver  á  su 
país.  Desgraciadamente  su  carácter  un  tanto  fogoso  le 
atrajo  algunas  enemistades  entre  los  pasageros  del  buque 
Clifton ,  en  que  iba  embarcado.  Fué  necesario  que  ar- 
mase las  tropas  para  contener  á  los  marinos  sublevados, 
y  mediaron  acaloradas  disputas  entre  él  y  el  capitán  del 

(1)  Carta  dcll5  de  octubre  de  1817  de  don  José  Miguel  Carrera  á  Madariaga. 


W 


216 


SfcaKF'SSÉ' 


HISTORIA    DE    CHILE. 


buque  llamado  Davey,  del  cual  no  pudo  conseguir  que 
desistiese  de  ir  á  Buenos-Aires,  gobernado  á  la  sazón  por 
•sus  implacables  enemigos.  Precisado  á  verse  con  Pueyr- 
redon  tuvo  con  él  entrevistas  frecuentes.  Carrera  le  ofre- 
cía ayudarle  con  su  esperiencia  y  sus  ausiliares,  y  Pueyr- 
redon  procuraba  entretenerle  con  subterfugios  artificiosos, 
porque  en  aquel  momento  aun  no  se  sabia  en  Buenos- 
Aires  la  victoria  de  Chacabuco;  pero  luego  que  de  ella 
se  tuvo  noticia ,  cesó  la  política  misteriosa  del  director, 
quien  le  renovó  la  orden,  que  ya  le  habia  dado,  de  que 
se  volviese  á  los  Estados-Unidos  con  el  carácter  de  di- 
putado de  Buenos-Aires.  No  queriendo  obedecer,  buscó 
todos  los  medios  de  contrariar  sus  planes,  atizó  la  dis- 
cordia en  la  escuadrilla,  valiéndose  de  varias  personas, 
especialmente  de  Lavaisse,  oficial  francés  que  habia  for- 
mado parte  de  la  espedicion ,  y  acabó  por  poner  preso  á 
él,  á  su  hermano  don  Juan  José,  á  los  hermanos  Bena- 
vente  y  otros.  Solo  don  Luis  Carrera  pudo,  protejido  por 
un  amigo,  eludir  este  golpe  de  despotismo. 

Por  entonces  llegó  San  Martin  á  Buenos-Aires,  donde 
entró  en  medio  de  un  pueblo  entusiasmado  con  su  admi- 
rable victoria.  A  pocos  dias  fué  á  ver  á  don  Miguel  Car- 
rera, arrestado  en  el  cuartel  de  Terrada,  y  desde  las 
primeras  palabras  se  despertó  en  los  dos  el  odio  que  en- 
jendra  la  política.  Desde  aquel  momento  puede  decirse 
que  quedó  decretada  la  perdición  de  Carrera,  pues  se 
decidió  que  partiese  á  la  fuerza  á  los  Estados-Unidos , 
lo  cual  equivalía  á  un  ostracismo  poco  menos  que  para 
toda  su  vida.  Un  buque  que  iba  á  darse  á  la  vela  para 
aquel  país  recibió  orden  de  llevarlo ;  pero  en  el  intermedio 
pudo  don  José  Miguel  burlar  la  vijilancia  de  sus  guar- 
dias y  salvarse  en  un  bote  que  lo  condujo  á  Montevideo, 


CAPITULO    XLVI. 


217 


donde  fué  perfectamente  recibido  por  el  jeneral  portu- 
gués Lecor. 

Esta  política  de  pasión  con  venia  perfectamente  á 
O'Higgins,  porque  opinaba  que  Chile  no  podia  pacificarse 
sin  destruir  á  la  vez  el  partido  realista  y  el  de  los  car- 
reristas :  declaró  pues  guerra  sin  descanso  á  estos  dos 
partidos  sin  olvidarse  de  los  indiferentes,  permitiendo 
que  en  el  periódico  del  gobierno  se  publicasen  artículos 
un  tanto  fuertes  contra  los  llamados  tejedores. 

Entre  estos  tejedores,  siempre  dispuestos  á  abrazar 
un  partido  cualquiera ,  habia  algunos  que  por  el  instinto 
de  su  instabilidad  y  sin  opiíron  marcada ,  se  unian  á  una 
autoridad  mientras  se  conservaba  en  el  mando,  y  cuando 
caia  se  pasaban  á  otra,  sin  cuidarse  del  porvenir  del 
país,  imitando  en  esto  el  papel  de  los  cortesanos;  pero 
los  habia  también  que  dotados  de  verdadero  patriotismo, 
estaban  unidos  á  los  realistas ,  mas  para  sacar  provecho 
de  su  política  que  para  servir  su  causa.  En  este  número 
se  contaban  el  conde  de  Quinta-Alegre,  don  Manuel 
Manso,  don  Manuel  RuizTagle,  don  Domingo  Eizaguirre, 
don  José  María  Tocornal  y  otros  muchos,  que  no  teniendo 
mas  delito  que  haber  permanecido  en  su  país,  era  poco 
hábil  y  aun  peligroso  ofenderles ,  atendida  su  elevada 
posición,  porque  podian  hacerse  hostiles  á  una  autoridad 
tan  arbitrariamente  establecida  y  que  empezaba  ya  á  tener 
enemigos  hasta  entre  los  intachables  carreristas.  Al  go- 
bierno existente  se  le  consideraba  como  producto  del  de 
Buenos-Aires,  y  el  espíritu  de  nacionalidad,  tan  fuerte- 
mente exaltado  entre  los  chilenos,  no  podia  soportar  lo  que 
con  injusticia  llamaban  una  humiliacion,  pues  pretendían, 
probablemente  con  segunda  intención ,  que  Chile  iba  á 
estar  pronto  bajo  la  dominación  de  Buenos-Aires,  como 


s 


^tf*^: 


218 


HISTORIA   DE   CHILE. 


¡i 


si  un  país  tan  patriota  y  tan  bien  defendido  por  un  largo 
desierto  y  por  inmensas  montañas  inaccesibles,  pudiese 
ser  presa  de  una  nación  de  orden  tan  segundario. 

O'Higgins  oia  con  calma  todas  estas  murmuraciones 
interesadas,  y  aguardaba  mejor  ocasión  para  hacer  sentir 
su  vara  de  hierro.  Entre  tanto  se  ocupaba  de  los  espa- 
ñoles y  de  los  realistas,  á  quienes  quería  poner  en  posi- 
ción de  que  no  pudiesen  hacer  daño  á  la  última  evolución 
de  la  libertad.  Aprovechándose  de  los  decretos  suma- 
mente severos  fulminados  por  Marco  contra  los  patrio- 
tas, quiso  á  su  vez  aplicarlos  á  los  realistas;  y  se  vio 
una  comisión ,  en  plena  república  y  bajo  la  bandera  de 
la  libertad ,  dictando  las  medidas  preventivas  mas  des- 
póticas para  escudriñar  la  conducta  y  hasta  la  conciencia 
de  los  habitantes.  Se  renovó  con  todos  sus  abusos  una 
junta  calificadora  para  obligar  á  los  españoles,  á  los 
chilenos  y  hasta  á  los  curas  á  que  justificasen  su  patrio- 
tismo ;  se  prohibió  á  toda  persona  sospechosa  de  realista 
que  tuviese  relaciones  frecuentes  con  las  de  su  partido ; 
se  mandó  que  estas  se  retirasen  á  sus  casas  al  toque  de 
la  retreta  y  que  los  militares  se  presentasen  inmediata- 
mente bajo  pena  de  la  vida  al  ministro  Zenteno;  enfin 
hasta  se  exijió  el  certificado  de  calificación  del  tribunal 
de  infidencia  establecido  en  tiempo  del  rey  :  por  manera 
que  el  gobierno  y  la  policía  estaban  iniciados  en  todos 
los  antecedentes  de  cuantos  podían  hacer  daño  á  sus 
principios. 

Estas  medidas,  indudablemente  muy  severas  y  que  al 
parecer  demostraban  debilidad  en  el  gobierno,  eran  hijas 
del  estado  de  incertidumbre  en  que  se  encontraba  el  país. 
A  pesar  de  la  victoria  de  Ghacabuco ,  aparentemente  tan 
decisiva,  Chile  no  podia  contar  con  su  independencia  : 


CAPITULO    XLVI. 


219 


sé  tenia  buen  cuidado,  es  cierto,  de  dar  publicidad  á  los 
grandes  resultados  obtenidos  por  los  patriotas  de  las 
otras  repúblicas,  exajerándolos  de  una  manera  que  me- 
rece disculpa,  pero  también  se  conocían  perfectamente 
los  riesgos  que  amenazaban ,  y  O'Higgins  ponía  todos 
los  medios  de  hacerles  frente,  no  solo  valiéndose  de  ar- 
tículos de  periódicos,  sino  debilitando  en  lo  posible  al 
partido  realista  y  reclutando  nuevas  tropas,  para  las  que 
contaba  ya  con  oficiales  educados  con  severidad  y  método 
en  una  escuela  militar. 

Esta  escuela,  fundada  en  tiempo  del  gobierno  revolu- 
cionario y  disuelta  por  Ossorio,  se  restableció  bajo  una 
nueva  base,  teniendo  de  director  al  mayor  de  injenieros 
Arcos  y  de  segundo  á  don  Jorge  Beauchef,  militar  fran- 
cés, á  quien  los  sucesos  de  1815  llevaron  á  Nueva  York, 
de  donde  en  seguida  pasó  á  Chile  á  emplear  sus  conoci- 
mientos y  su  valor  en  la  conquista  de  su  libertad. 

Con  estos  dos  intelijentes  militares  la  escuela,  que  se  esta- 
bleció en  el  convento  de  San  Agustín ,  estuvo  muy  pronto 
en  disposición  de  recibir  unamultitud  de  jóvenes  de  buenas 
familias,  á  quienes  el  entusiasmo  de  la  independencia  y 
el  espíritu  de  la  época  los  decidieron  por  el  arte  militar. 
Beauchef,  como  ayudante  mayor,  era  en  cierto  modo  el 
alma  del  establecimiento.  Amante  de  su  profesión,  for- 
mado en  la  escuela  de  Napoleón  y  conociendo  que  el  país 
tenia  una  necesidad  imperiosa  de  buenos  oficiales,  se  de- 
dicó al  desempeño  de  sus  deberes  con  un  afán ,  que  le 
valió  muchas  veces  los  elojios  de  sus  jefes.  Severo  á  la 
par  que  justo  y  amable,  era  el  amigo  de  todos  aquellos 
jóvenes,  que  ejecutaban  sus  órdenes  con  mucha  compla- 
cencia ,  por  mas  que  no  estaban  acostumbrados  á  seme- 
jante jénero  de  vida.  Habituado  á  la  disciplina  exijia  de 


220 


HISTORIA    DE   CHILE, 


sus  discípulos  actividad,  exactitud,  aseo;  y  para  acos- 
tumbrarlos á  la  fatiga  los  llevaba  con  frecuencia  á  dar 
largos  paseos  militares  con  armas  y  con  sacos  á  la  espalda. 
Los  buenos  padres  Agustinos  que  estaban  habituados  ai 
silencio  y  la  quietud,  se  admiraban  de  que  les  despertase 
todos  los  dias  temprano  el  sonido  del  tambor  y  el  ruido 
de  los  sables  y  fusiles  (1).  En  el  mismo  edificio  había 
ademas  una  escuela  para  cabos  y  sarjentos. 

O'Higgins  veia  con  particular  satisfacción  los  progre- 
sos de  la  escuela ,  para  la  que  nada  economizaba.  Las 
necesidades  del  país  eran  en  aquellos  momentos  esclusi- 
vamente  militares,  y  era  indispensable  por  consiguiente 
crear  verdaderos  oficiales,  sin  reparar  en  gastos  ni  en 
las  escaseces  del  tesoro.  Para  esto  había  los  empréstitos 
voluntarios  ó  forzados  que  eran  en  cierto  modo  el  estado 
normal  del  sistema  rentístico  de  la  época,  y  tenia  á  su 
disposición  las  fortunas  de  los  realistas,  de  las  que  por 
derecho  de  represalia  se  podia  echar  mano  sin  escrúpulo, 
en  justa  indemnización  de  lo  que  su  partido  había  hecho 
contra  los  patriotas,  como  se  tenia  cuidado  de  decir  en 
los  decretos.  Un  ejército  en  ademan  amenazador,  refor- 
zado con  gran  número  de  füjitivos,  se  hallaba  acampado 
en  el  país  y  era  necesario  espulsarlo,  mucho  mas  cuando 
su  campamento  estaba  reducido  á  la  pequeña  villa  de 
Talcahuano.  Porque  si  se  esceptua  este  puerto,  la  libertad 
habia  conquistado  todos  sus  derechos  y  su  bandera  on- 
deaba en  todas  las  ciudades  de  la  república.  En  el  norte, 

(1)  Para  dar  impulso  á  esta  escuela  suprimió  el  gobierno  los  cadetes  de  los 
Tejimientos,  por  manera  que  en  lo  succesivo  no  podia  haber  en  el  ejército  otros 
oficiales  que  los  procedentes  de  ella.  El  número  de  alumnos  fué  al  principio  de 
ciento,  pero  muy  luego  se  aumentaron  cincuenta.  Habia  pues  ciento  de  pago  y 
cincuenta  que  mantenía  el  gobierno,  debiendo  ser  estos  hijos  de  mili  lares,  etc., 
Diez  becas  estaban  reservadas  para  cuyanos. 


CAPÍTULO    XLVI. 


221 


la  espedicion  de  Cabot,  que  San  Martin  habia  enviado  del 
campamento  de  Mendoza,  no  hizo  mas  que  presentarse  y 
espulsar  los  pocos  realistas  de  Coquimbo,  batirlos  en  los 
campos  de  Barrasa  y  dispersarlos  completamente,  des- 
pués de  apoderarse  de  muchas  armas  y  municiones.  Casi 
al  propio  tiempo  el  comandante  Freiré,  enviado  de  van- 
guardia del  ejército  para  engañar  al  enemigo ,  operar 
una  diversión  en  sus  Tejimientos  y  hostigar  sus  avanza- 
das, se  apoderó  de  la  ciudad  de  Talca,  detuvo  buen  nú- 
mero de  fujitivos  que  se  dirijian  á  Concepción  y  se  in- 
corpor  ócon  el  título  de  teniente  coronel  á  la  división 
Las  Heras,  destacada  contra  Ordoñez  pocos  dias  después 
de  la  victoria  de  Chacabuco. 

Aunque  el  valiente  Las  Heras  llevaba  su  batallón  nú- 
mero 11  y  alguna  caballería  para  protejerle,  y  sin  em- 
bargo de  que  en  el  camino  se  reforzó  con  la  pequeña  co- 
lumna de  tropas  formada  por  Freiré  con  el  nombre  de 
batallón  de  canarios  (1),  sin  embargo,  la  seguridad  de 
que  el  nuevo  virey  Pezuela  enviada  otra  espedicion  contra 
Chile ,  movió  á  O'Higgins  á  concentrar  en  el  sur  una 
buena  división  para  espulsar  cuanto  antes  los  últimos 
restos  realistas  y  á  ir  en  persona  á  activar  las  operaciones 
y  tomar  el  mando  del  ejército.  Antes  de  su  salida  adoptó 
una  medida  violenta,  que  atacaba  es  verdad  los  intereses 
de  una  clase  de  la  sociedad,  pero  que  en  cambio  debía 
consolidar  poderosamente  el  principio  revolucionario. 
Abolió  todos  los  títulos  de  nobleza ,  en  los  que  veia  un 
obstáculo  para  la  igualdad  de  condiciones  que  reclama 
un  gobierno  verdaderamente  republicano. 

(1)  Esle  batallón,  vestido  de  lienzo  blanco  con  cuello  y  vueltas  amarillos  por 
falta  de  paño,  se  le  conoció  mas  tarde  con  el  nombre  de  Carampangue  por  la 
admirable  acción  que  sostuvo  á  ovillas  de  este  rio. 


2-22 


HISTORIA    DE    CHILE. 


En  Chile  habia  dos  clases  de  nobleza  :  una  era  la  lla- 
mada de  Encomienda,  nacida  de  la  conquista  y  espresion 
del  sistema  feudal  que  invadió  todas  las  naciones  de 
Europa ,  pero  que  en  América  fué  siempre  templado  por 
el  interés  que  en  ello  tenia  el  rey.  Consistía  en  dar  á  los 
conquistadores  y  mas  adelante  á  los  que  probaban  des- 
cender de  ellos  ó  que  sus  antepasados  habían  hecho  al- 
gún gran  servicio,  cierto  número  de  indios  que  poseian 
durante  su  vida,  y  que  muchas  veces  pasaban  á  sus  hijos 
para  revertir  ó  volver  después  á  la  corona.  Se  ve  pues  que 
esta  nobleza  era  puramente  un  donativo,  un  verdadero 
beneficio  sin  privilejios  ni  distinciones  de  clase,  á  no  ser 
en  tiempo  de  guerra  ó  cuando  se  sublevaban  los  indios, 
pues  entonces  tenían  obligación  los  nobles  de  ponerse  á  la 
cabeza,  no  de  sus  vasallos  como  ellos  decían,  sino  de  sus 
feudos.  Esta  clase  de  nobleza,  llamada  Encomienda  de 
una  ó  de  dos  vidas,  era  una  esclavitud  injusta  y  al  propio 
tiempo  peligrosa  por  la  proximidad  de  los  Araucanos. 
Duró  mas  de  dos  siglos,  hasta  el  gobierno  de  don  Am- 
brosio O'Higgins,  quien  siendo  presidente  la  abolió  de- 
finitivamente por  su  decreto  de  lllapel  en  una  visita  que 
hizo  en  el  norte  de  Chile. 

La  otra  nobleza  era  por  el  contrario  esclusivamente 
honorífica,  pues  no  tenia  atribuciones  políticas  de  nin- 
guna especie  ni  poder  alguno  como  corporación.  Sus 
rentas  consistían  en  un  mayorazgo  que  el  agraciado  tenia 
obligación  de  fundar  en  el  momento  de  su  recepción,  ya 
sobre  sus  propiedades,  ya  sobre  propiedades  ó  empleos 
comprados.  Por  insignificante  que  fuese  al  principio  el 
reino  ó  audiencia  de  Chile,  no  por  eso  dejaba  de  tener 
en  su  seno  hombres  del  mas  elevado  nacimiento,  algunos 
grandes  de  España  y  otras  muchas  personas ,  sino  no- 


CAriTULO    XLVI. 


223 


bles,  muy  distinguidas,  y  que  por  lo  tanto  podían  aspirar 
á  esta  dignidad,  pagándola.  Este  era  también  el  medio 
usado  jeneralmente  en  aquella  época  en  todos  los  estados 
europeos  para  crear  nuevos  títulos  de  nobleza  :  fortuna 
cuando  este  espíritu  de  vanidad  no  daba  por  resultado 
favorecer  viles  propensiones  de  los  gobiernos  y  se 
convertía  por  el  contrario  en  beneficio  del  país  y 
de  las  personas  que  aspiraban  á  este  honor;  que  fué 
precisamente  lo  que  sucedió  en  Chile,  porque  el  di- 
nero de  los  títulos  se  empleó  casi  todo  en  fundar  la  mayor 
parte  de  las  ciudades  y  pueblos  que  existen  hoy  en  la  re- 
pública y  que  concentraron  á  sus  habitantes,  entonces 
diseminados  á  grandes  distancias  en  los  campos,  donde 
no  alcanzándoles  los  beneficios  civilizadores  de  la  relijion 
y  de  la  instrucción,  vivían  en  una  rústica  ignorancia  que 
los  hacia  casi  inferiores  á  los  esclavos  (1). 

Por  aquí  se  ve  que  los  títulos  de  estos  chilenos,  algunos 
de  los  cuales  solo  habían  sido  aceptados  á  fuerza  de  ins- 
tancias de  los  presidentes  Manso  y  Ortiz  de  Rosas  y  mu- 
chos por  pura  filantropía,  no  podían  ofuscar  mas  que  á 
los  envidiosos  que  no  toleran  nada  superior  á  ellos.  Pero 
también  es  necesario  confesar  que  estos  títulos  y  las 
armas  colocadas  encima  de  las  puertas  de  las  casas, 
guardaban  tan  poca  armonía  con  las  ideas  de  la  época  y 
eran  tan  contrarias  al  espíritu  de  la  revolución,  que  no  es 
de  admirar  que  O'Higgins  se  considerase  obligado  á 
abolidos,  como  así  lo  hizo  por  decreto  de  22  de  marzo 
de  1817.  Por  un  singular  capricho  de  los  sucesos,  com- 
pletó instintivamente  la  obra  de  su  padre,  pues  si  este  con- 

fl)  Informes  de  las  visitas  de  los  obispos  de  Santiago  y  de  Concepción  sobre 
el  estado  miserable  de  los  campesinos  que  viven  dispersos  tn  eslos  dos  obis^ 
pados,  á  mediados  del  siglo  17. 


224 


^^r^ya:i* 


HISTORIA    DE    CHILE. 


servó  la  nobleza  honorífica,  él  obró  con  firmeza,  á  despe- 
cho de  las  murmuraciones  de  las  personas  influyentes  que 
se  vieron  heridas  en  lo  que  mas  apreciaban,  es  decir,  en 
la  privación  de  sus  escudos  de  armas  que  tanto  lisonjea- 
ban su  amor  propio,  dándoles  á  veces  una  alta  idea  de  su 
pretendido  mérito  y  de  su  superioridad  sobre  los  demás. 

Tomada  esta  medida  de  alta  importancia  en  las  re- 
formas sociales  y  después  de  haber  introducido  mejo- 
ras en  las  diferentes  administraciones,  restableciendo  los 
tribunales,  organizando  las  municipalidades,  etc. ,  O'Hig- 
gins  decidió  su  viaje ;  pero  para  emprenderlo  era  necesario 
que  le  reemplazase  una  persona  de  mérito,  y  tuvo  el  poco 
tacto  de  nombrar  un  natural  de  Buenos-Aires,  el  coronel 
don  Hilarión  de  la  Quintana,  que  aunque  pariente  de 
San  Martin  habia  de  herir  necesariamente  la  susceptibili- 
dad nacional  de  los  Chilenos  y  dar  pábulo  á  la  envidia  y 
á  la  crítica.  El  descontento  del  amor  propio  lastimado 
fué  tan  jeneral ,  que  O'Higgins  no  debió  despreciarlo , 
antes  bien  ceder  á  las  exijencias  de  un  partido  por  mas 
que  las  de  esta  clase  sean  muchas  veces  injustas ;  pero 
esto  hubiera  sido  manifestar  debilidad ,  y  ni  su  carácter 
ni  la  severidad  que  quería  imprimir  á  su  administración 
se  lo  consentían  :  se  hizo  pues  sordo  á  las  murmuraciones 
de  los  quejosos,  y  el  15  de  abril  se  puso  en  marcha  acom- 
pañado del  ministro  de  la  guerra  Zenteno. 

Aunque  su  intención  era  dirijirse  cuanto  antes  al  sur, 
donde  las  Heras  habia  tenido  un  encuentro  ventajoso  el 
5  del  mismo  mes  en  los  campos  de  Gurapaligue  (1),  sin 

(1}  Luego  que  Ordoñez  supo  la  aproximación  de  Las  Heras,  no  pudiendo 
refrenar  su  carácter  guerrero,  salió  á  su  encuentro  á  detener  su  marcha  y  á 
batirlo.  Para  esta  espedicion  tuvo  que  tomar  todos  los  soldados  de  la  Quinquina 
que  custodiaban  los  presos  políticos,  y  al  verse  estos  libres  de  sus  guardianes, 
construyeron  balsas  y  á  los  ocho  dias,  es  decir  el  12  de  abril,  consiguieron 
salvarse  en  número  de  doscientos  lo  menos  en  las  aguas  del  Tomé. 


■^ 


CAPITULO    XLVI. 


embargo  se  detenia  en  todos  los  pueblos  por  donde  pa- 
saba á  revistar  los  Tejimientos  de  milicias  que  estaban 
en  disposición  de  poderse  mobilizar  al  primer  aviso,  y  á 
examinar  el  estado  de  las  municipalidades  recientemente 
organizadas.  En  Talca,  donde  se  hallaba  el  24,  decretó 
un  empréstito  estraordinario  de  600,000  pesos,  cuya 
tercera  parte  debían  pagar  los  habitantes  de  los  pueblos 
del  norte  de  Santiago  desde  Melipilla  hasta  Gopiapó , 
pero  suspendió  su  cobro  á  consecuencia  de  la  contribu- 
ción mensual  y  jeneral  que  exijió  su  sustituto  en  el  go- 
bierno don  Hilarión  de  la  Quintana. 


f.;í 


VI.  Historia. 


J5 


CAPÍTULO  XLVÍL 


Los  fujitivos  de  Chacabuco  van  á  Lima,  y  Pe2uela  los  envía  á  Talcahuano.  — 
Ordoñez  ataca  á  Las  Heras  en  Gavilán  y  es  batido.  —  Llega  O'Higgins  al 
campamento  de  los  patriotas.  —  Establece  su  cuartel  de  invierno  en  Concep- 
ción.—  Toma  de  Nacimiento  por  Cienfuegos  y  Urrutia. —  Acción  de  Caram- 
pangue  y  toma  de  Arauco  por  Freiré. —  Institución  de  la  lejion  de  mérito.— 
Declaración  de  la  independencia.  —  Se  establece  un  tribunal  de  alta  policía 
unido  á  la  intendencia. —  Don  Hilarión  de  la  Quintana  renuncia  el  supremo 
poder  que  ejercía  interinamente,  de  resultas  del  descontento  que  escita  en 
la  capital.  —  Nombramiento  de  una  junta,  cuyos  poderes  se  reasumen  á 
poco  tiempo  en  una  sola  persona.  —  Trabajos  de  esta  junta. 


Mientras  que  O'Higgins  estaba  en  marcha  para  unirse 
con  Las  Heras,  Ordoñez,  que  seguía  arrinconado  en  Tal- 
cahuano, recibió  un  refuerzo  de  tropas  procedentes  de 
los  restos  del  ejército  de  Marco. 

Estas  tropas,  embarcadas,  como  ya  hemos  dicho,  en 
desorden  y  á  toda  prisa  en  los  buques  hallados  en  el 
puerto  de  Valparaíso ,  iban  á  Talcahuano  á  disposición 
de  Ordoñez;  pero  habiendo  manifestado  los  capitanes 
que  el  agua  y  los  víveres  eran  en  corta  cantidad  para 
tanta  jente,  forzoso  les  fué  tomar  el  rumbo  de  los  vien- 
tos favorables  y  dirijirse  al  norte  para  desembarcar  en 
sitio  donde  pudiesen  proveerse  de  todo  lo  que  les  hacia 
falta. 

El  primer  puerto  que  vieron  fué  el  de  Coquimbo,  que 
suponían  en  poder  de  los  realistas,  y  como  ademas  el 
número  de  soldados  embarcados  era  suficiente  para  ven- 
cer cualquiera  resistencia  en  caso  de  necesidad,  echaron 
muchas  lanchas  al  agua  para  acercarse  á  la  costa.  Avan- 
zaban con  completa  confianza,  cuando  en  medio  del  tu- 
multo y  alarma  de  los  habitantes  de  Coquimbo,  le  ocurrió 


».; 


CAPÍTULO    XLVII. 


227 


ai  padre  dominico  Llamas,  de  Buenos-Aires,  tirar  un 
cañonazo  á  las  embarcaciones  que  se  aproximaban  y  á 
esta  feliz  inspiración  se  debió  que  la  alarma  cundiese  al 
enemigo ,  que  se  alejó  á  toda  vela  de  aquellas  aguas. 

Entonces  el  brigadier  Olaguer  Filiu,  que  por  ser  el 
oficial  de  mas  graduación  habia  tomado  el  mando  en  la 
retirada,  dispuso  ir  al  puerto  del  Huasco.  Aunque  sabia 
que  estaba  muy  poco  habitado,  creyó  prudente  que  ba- 
jasen á  tierra  doscientos  soldados  á  las  órdenes  de  Ma- 
roto,  y  gracias  á  este  alarde  de  fuerza,  pudieron  hacer 
tranquilos  la  aguada  necesaria  y  apoderarse  de  muchos 
carneros  para  el  consumo  del  viaje. 

Si  el  delirio  no  se  hubiese  apoderado  de  las  cabezas 
de  estos  fujitivos,  es  probable  que  una  vez  provistos  de 
todo  lo  necesario,  se  hubieran  hecho  á  la  vela  en  direc- 
ción al  sur,  para  reunirse  á  Ordoñez,  organizar  con  todas 
estas  tropas  reunidas  la  resistencia,  y  quizá  tomar  la 
ofensiva  en  razón  á  su  número  y  á  los  muchos  partida- 
rios con  que  contaban  en  la  provincia.  Esta  fué  la  opi- 
nión de  algunos  oficiales,  pero  en  consejo  de  guerra  se 
decidió  lo  contrario,  resolviéndose  tomar  el  rumbo  del 
Callao. 

El  virey  Pezuela  los  recibió  con  todo  el  desden  que 
merecía  su  vergonzosa  huida  :  no  solo  no  les  permitió 
aproximarse  á  Lima,  sino  que  mandó  preparar  inmedia- 
tamente barcos  para  reembarcarlos  y  enviarlos  al  puerto 
de  Talcahuano,  que  era  el  que  ellos  debieron  haber  ele- 
jido  por  punto  de  retirada. 

Eran  estos  soldados  los  que  habían  llegado  á  Talca- 
huano en  número  de  mil  seiscientos,  inclusos  los  que  se 
incorporaron  en  el  Callao.  Con  la  reunión  de  estas  tropas 
y  las  que  Sánchez  habia  llevado  de  Chillan,  Ordoñez  con- 


228 


PISTO  ría  de  chile. 


r-' 


taba  con  dos  mil  seiscientos  veteranos  próximamente,  y 
era  demasiado  valiente  y  atrevido  para  no  intentar  un 
golpe  de  mano  contra  los  patriotas. 

Un  mes  antes,  esto  es,  el  5  de  abril,  hubo  un  pequeño 
encuentro  entre  una  fuerte  vanguardia  de  Ordoñez  man- 
dada por  el  mayor  Campillo,  y  las  avanzadas  de  Las 
Heras ;  y  aunque  las  ventajas  obtenidas  por  los  patriotas, 
que  quedaron  dueños  del  campo,  no  fueron  muy  grandes, 
dieron  sin  embargo  por  resultado  hacer  desguarnecer  la 
isla  de  la  Quinquina  y  facilitar  la  evasión  de  los  muchos 
patriotas  que  estaban  allí  presos  (1),  Por  lo  demás,  esto 
solo  fué  el  preludio  de  un  combate  mucho  mas  impor- 
tante que  tuvo  lugar  muy  poco  después. 

Era  el  5  de  mayo.  Las  Heras  estaba  acampado  en  las 
alturas  del  cerro  del  Gabilan,  en  frente  del  pequeño  cerro 
de  Chepe.  Ordoñez  cargó  sobre  él  con  todo  el  ímpetu 
del  primer  ataque ;  pero  habiendo  sido  rechazado,  se 
rehizo  en  un  sitio  no  muy  distante  y  cargó  segunda  vez 
con  los  cazadores  que  iban  á  la  cabeza  de  las  colum- 
nas ,  mientras  dos  piezas  colocadas  en  la  cima  del 
cerro  de  Chepe,  metrallaban  á  la  infantería.  No  fué 
mas  feliz  este  segundo  ataque,  gracias  á  una  admirable 
carga  de  los  granaderos  de  caballería,  que  sable  en  mano 
cayeron  sobre  los  cazadores  enemigos ,  y  los  batieron 
hasta  el  pié  del  referido  cerro ,  bajo  el  fuego  de  sus  ca- 
ñones. Entonces  Freiré,  que  succesivamente  había  ido 
de  la  Merced  á  la  Alameda  á  hacer  frente  á  las  diversas 
maniobras  del  enemigo,  se  coloca  á  toda  prisa  en  el  lado 
en  que  la  artillería  causaba  mas  daño ,  mata  con  una  de 

(1)  No  parece  sino  que  O'Higgins  tenia  la  habilidad  de  saber  engañar  á  su 
adversario  escribiendo  planes  finjidos  á  sus  amigos  en  la  persuasión  de  que  esta» 
cartas  irían  á  pasar  á  manos  de  algún  realista,  que  fué  lo  que  esta  vez  sucedió 
wn  Ordoñez. 


CAPÍTULO    XLV1I. 


229 


sus  pistolas  al  artillero  que  iba  á  hacerle  fuego ,  se  apo- 
dera de  las  dos  piezas  y  pone  en  completa  derrota  pri- 
mero á  los  artilleros  que  las  servían  y  después  á  la  mayor 
parte  del  ejército  enemigo  á  quien  batió  en  retirada  sobre 
Talcahuano.  El  resto,  temiendo  ser  cortado  por  el  batallón 
de  granaderos  que  mandaba  el  impetuoso  teniente  don 
Manuel  Medina ,  se  retiró  por  el  mismo  lado ,  perseguido 
por  los  granaderos  de  caballería,  por  los  tiraderos  que 
habían  hecho  frente  á  las  nueve  lanchas  cañoneras  y  por 
muchas  compañías  á  las  órdenes  del  sarjento  mayor  don 
Enrique  Martínez.  El  comandante  don  Cirilo  Correa,  á 
quien  O'Higgins  envió  inmediatamente  con  la  división 
número  7,  alcanzó  á  tomar  parte  en  el  perseguimiento  (I). 

O'Higgins  llegó  poco  después  y  dio  la  enhorabuena 
al  valiente  Las  Heras  por  la  acción,  que  fué  muy  favo- 
rable á  la  patria,  pues  se  cojieron  tres  cañones,  doscien- 
tos tres  fusiles,  muchas  municiones,  etc.  Habiendo  to- 
mado el  mando  del  ejército ,  fué  á  acampar  delante  de 
Talcahuano  con  ánimo  de  intentar  un  asalto ;  pero  des- 
graciadamente lo  avanzado  de  la  estación  y  los  muchos 
temporales  deshechos  le  obligaron  á  retroceder  á  Con- 
cepción para  establecer  allí  sus  cuarteles  de  invierno. 

Aprovechó  este  tiempo  de  descanso  en  instruir  y  dis- 
ciplinar con  todo  el  esmero  que  exijia  el  peligro  de  la 
patria,  á  una  parte  del  ejército  que  verdaderamente  no 
habia  aprendido  á  batirse  mas  que  el  dia  de  la  batalla. 
De  cuando  en  cuando  se  ponían  en  marcha  muchas  com- 
pañías, tanto  para  batir  á  los  realistas,  como  para  acos- 
tumbrarse á  la  disciplina  y  á  la  fatiga.  £1  enemigo  ocu- 


(1)  Según  algunos  autores  realistas,  el  coronel  Morgado  fué  el  que  tuvo  la 
culpa  de  esta  derrota,  porque  estuvo  inmóvil  con  la  caballería  sin  hacerla, 
síantobrar. 


*»   ^^JVMP'S!* 


230 


HISTORIA    DE    CHILE» 


paba  toda  la  línea  sur  del  Biobio  y  era  necesario  desalo- 
jarle y  quitarle  las  dos  fortalezas  de  Nacimiento  y  de 
Arauco ,  muy  importantes  ambas  para  tener  á  raya  á  los 
indios.  Al  capitán  don  José  Cien  fuegos,  que  habia  dejado 
á  Las  Heras  en  Maule  para  ir  á  tomar  el  mando  de  los 
Angeles  ya  ocupado  por  el  capitán  Urrutia,  se  le  encargó 
I-a  toma  de  Nacimiento,  y  el  14  de  mayo  se  presentó  á  su 
frente  con  la  firme  resolución  de  hacerse  dueño  de  ella. 
El  capitán  Urrutia,  con  veinte  y  cinco  hombres  de  van- 
guardia ,  se  puso  en  camino  por  la  noche  y  llegó  sin  ser 
apercibido  á  los  alrededores  del  pueblo,  que  bloqueó  para 
impedir  la  entrada  de  los  caballos  en  el  fuerte.  Mientras 
la  acción  ,  don  Domingo  Urrutia ,  confiado  en  el  mucho 
polvo  que  habia,  tomó  ocho  soldados  y  prometió  apo- 
derarse del  fuerte  dirijiéndose  á  la  puerta,  aunque  es- 
taba defendida  por  tres  cañones.  Sus  amigos  quisieron 
disuadirle,  pero  él  escuchando  solo  el  instinto  del  de- 
nuedo ,  marcha  con  sus  valientes  compañeros  y  recibe 
casi  á  quema  ropa  una  descarga  de  metralla,  que  le 
mata  tres  soldados,  hiere  otros  muchos  y  le  obliga  á 
retroceder  con  un  brazo  fracturado,  que  fué  necesario 
amputarle.  Suceso  triste  para  este  puñado  de  hombres 
que  tenían  la  mayor  confianza  en  el  arrojo  de  su  capitán, 
pero  que  no  les  hizo  desistir  del  ataque,  antes  bien  con- 
tinuaron el  bloqueo  del  fuerte  hostigando  á  los  realistas 
desde  el  alto  de  las  casas  en  que  se  habían  apostado. 
El  combate  duró  así  todo  el  dia,  continuó  por  la  noche 
aunque  menos  vivo,  y  al  siguiente  los  sitiados,  no  pu- 
diendo  proveerse  de  agua,  se  vieron  en  la  necesidad  de 
rendirse. 

Después  de  este  triunfo,  corto  pero  bastante  intere- 
sante, porque  de  sus  resultas  tuvo  que  retirarse  también 


CAPÍTULO   XLVli. 

la  guarnición  de  la  plaza  de  Santa  Juana,  dejando  toda 
la  línea  del  Biobio  en  poder  de  los  patriotas,  Gienfuegos 
marchó  sobre  Arauco  á  reunirse  á  Freiré,  encargado  de 
tomar  esta  plaza. 

Encontráronse  cerca  de  Colcura  en  momentos  en  que 
una  lluvia,  que  caía  á  torrentes,  hacia  fatigosa  su  marcha 
aunque  no  la  detuvo.  Guando  Freiré  llegó  al  rio  Caram- 
pangue  encontró  al  enemigo  atrincherado  en  la  márjen 
opuesta.  Este  rio  profundo,  bastante  ancho  y  sin  ningún 
vado,  le  ofrecía  grandes  dificultades  para  pasarlo,  pero 
no  de  tal  magnitud  que  arredrasen  á  un  guerrero  como 
él ;  y  poniendo  en  juego  un  ardid,  dejó  una  compañía  al 
mando  del  capitán  de  las  milicias  de  Talca  don  Fran- 
cisco Espejo  con  orden  de  engañar  al  enemigo,  hacién- 
dole creer  que  los  patriotas  continuaban  en  el  mismo 
sitio,  para  lo  cual  favorecía  mucho  la  obscuridad  de  la 
noche.  Tomadas  sus  disposiciones ,  se  va  un  poco  mas 
arriba  con  los  demás  soldados,  hace  que  monte  un  in- 
fante á  la  grupa  de  cada  granadero  de  caballería  ,  y 
dando  el  primero  el  ejemplo  de  audacia,  se  arroja  al  rio 
que  atraviesa  á  nado  y  se  encuentra  á  muy  poco  en  posi- 
ción de  hacer  frente  al  enemigo,  que  le  ataca  con  furia, 
pero  á  quien  él  rechaza  y  derrota  completamente,  ma- 
tándole unos  treinta  hombres.  Su  pérdida  fué  sobre  la 
mitad  de  este  número,  la  mayor  parte  ahogados  al  pasar 
el  rio ,  entre  otros  su  asistente  y  el  oficial  don  Vicente 
Muñoz  (1). 

Dueño  del  campo  de  batalla  y  no  teniendo  nadie  á 
quien  batir,  Freiré  se  fué  á  Arauco,  que  encontró  corn- 
il) He  oido  decir  á  don  Rafael  Freiré  que  al  pasar  el  rio  ,  su  hermano  don 
Ramón  por  salvar  un  infante  cayó  del  caballo  y  la  corriente  le  llevó  adonde 
estaba  el  enemigo  ;  pero  que  le  valió  un  soldado,  que  no  conociéndole,  le  dejó 
que  se  marchara. 


MMP.rEdt 


232 


HISTORIA    DE    CHILE. 


pletamente  abandonado  por  los  realistas,  porque  unos 
se  habían  embarcado  para  Talcahuano  y  los  otros,  bajo 
la  dirección  de  Pinuel,  babian  marchado  en  compañía 
de  gran  número  de  indios  por  el  lado  de  Tubul.  Reposaban 
estos  tranquilamente  en  la  noche  del  31  de  mayo,  cuando 
Freiré  fué  á  sorprenderles,  y  á  hacerles  sentir  una  pér- 
dida mucho  mayor  que  la  del  dia  antes  en  Carampangue. 
Pinuel  fué  herido  mortalmente ,  pero  pudo  embarcarse 
para  Talcahuano,  donde  murió  :  sus  compañeros  se  sal- 
varon por  tierra  de  indios  y  se  dirijieron  por  el  lado  de 
Nacimiento.  En  cuanto  á  Freiré,  volvió  al  cuartel  jene- 
ral ,  adonde  le  llamaban  los  mas  importantes  asuntos , 
dejando  al  capitán  Cienfuegos  de  comandante  de  esta 
plaza  (1). 

Mientras  la  provincia  de  Concepción  y  la  frontera  eran 
teatro  de  una  multitud  de  pequeños  encuentros  ó  esca- 
ramuzas, útiles  porque  se  habituaba  el  soldado  á  la  dis- 
ciplina y  á  la  fatiga,  O'Higgins  se  ocupaba  en  crear  una 
distinción  que  patentizase  á  la  nación  la  bizarría  y  los  al- 
tos hechos  de  los  conquistadores  de  la  libertad  chilena. 
Por  lo  mismo  que  habia  abolido  la  nobleza  hereditaria, 
en  la  que  la  casualidad  constituia  todo  el  mérito  de  sus 
individuos,  quiso  reemplazarla  con  otra  personal,  cuyo 
objeto  fuese  recompensar  no  solo  el  valor,  sino  también 
el  talento ;  y  hé  aquí  el  oríjen  de  la  lejion  de  mérito 
que  se  instituyó  por  decreto  de  19  de  junio  de  1817,  y  á 
la  cual  podían  aspirar  todos  los  que  hubiesen  hecho  al- 

(1)  Algún  tiempo  después  los  indios,  con  pretesto  de  hacer  la  paz,  propu- 
sieron á  Cienfuegos  que  fuese  á  tratar  con  ellos,  y  apenas  llegó  lo  mataron  á 
él  y  á  todos  sus  soldados  y  milicianos,  escepto  unos  cuantos  que  llevaron  la 
noticia  á  Arauco  :  á  algunas  personas  les  dejaron  que  se  salvasen  y  á  don  Luis 
Rios  que  se  escondiera.  Esto  obligó  á  hacer  otra  espedicion,  que  también  mandó 
Freiré,  quien  apoderado  segunda  vez  de  Arauco,  tuvo  á  los  pocos  dias  otra  cd 
Tubul. 


CAPITULO   XLVII. 

gun  servicio  al  país,  fuesen  paisanos  ó  militares,  perte- 
neciesen á  la  clase  alta  ó  á  la  de  los  plebeyos  (1). 

No  cabe  duda  en  que  una  distinción  para  todo  hombre 
de  mérito  es  una  recompensa  digna  de  las  grandes  na- 
ciones, porque  el  honor  es  el  principio  de  todo  lo  grande 
que  se  hace  en  el  mundo  ;  y  remunerar  este  honor  con 
una  cruz,  una  cinta,  es  economizar  los  fondos  del  tesoro 
público  y  escitar  una  jenerosa  emulación  en  todas  las 
clases  de  la  sociedad.  Pero  ¿  se  encontraba  Chile  en  el 
caso  de  crear  semejante  institución  ?  De  ninguna  ma- 
nera ;  y  no  porque  estuviese  rejido  por  un  sistema  repu- 
blicano, pues  en  los  mismos  Estados-Unidos,  á  pesar  de 
que  la  orden  de  Gincinato  fué  en  algún  modo  sofocada 
en  su  cuna,  la  democracia  á  medida  que  se  hacia  rica 
usurpaba  títulos  y  blasones  que  ha  conservado  con  gran 
vanidad.  Pero  en  Chile  la  población  era  tan  corta  y  el 
gobierno  tan  popular  y  en  relaciones  tan  íntimas  de 
amistad  y  parentesco  con  la  masa  de  los  habitantes,  que 
no  podía  menos  de  haber  desde  un  principio  numerosos 
abusos ,  bastantes  para  desprestigiar  la  institución  y  je- 
neralizarla  hasta  el  punto  que  perdiese  todo  su  mérito, 
especialmente  luego  que  dejasen  de  pagarse  las  pen- 
siones con  que  se  dotó.  Esto  fué  lo  que  sucedió  en  efecto, 
y  desde  entonces  cayó  esta  distinción  para  no  volver  á 
levantarse. 

Otro  acto  de  grande  importancia  siguió  al  de  la  crea- 
ción de  la  lejion  de  mérito  :  la  declaración  de  la  inde- 


(1)  Se  componía  de  grandes  oficiales  con  1,000  pesos  de  pensión,  oficiales 
con  500,  suboficiales  con  250.  Gozaban  un  fuero  particular  en  virtud  del  cual 
si  cometían  algún  delito,  solo  podian  ser  juzgados  por  sus  iguales.  El  principal 
objeto  de  la  institución  era  abrir  un  camino  glorioso  á  las  acciones  brillantes, 
á  los  grandes  talentos  y  á  las  altas  virtudes.  Véase  el  decreto  del  gobierno  pu- 
blicado en  aquella  época. 


234 


HISTORIA   DE    CHILE. 


pendencia,  tan  vivamente  deseada  por  los  buenos  patrio- 
tas del  país. 

La  República  chilena  existia  de  hecho ,  pero  no  había 
sido  sancionada  por  una  de  esas  declaraciones  solemnes 
que  se  dirijen  como  testimonio  de  fidelidad  á  todas  las 
potencias  del  globo,  y  que  dan  derecho  á  un  reconoci- 
miento público,  ó  por  lo  menos  á  relaciones  políticas, 
sobre  todo  de  parte  de  aquellos  países  que  han  estado 
ligados  por  algún  tiempo  con  relaciones  comerciales, 
garantidas  por  una  neutralidad  públicamente  reconocida. 
Ya  Buenos-Aires  había  llenado  este  deber  y  proclamado 
en  una  acta  legal  su  separación  completa  y  absoluta  de 
España,  acta  que  O'Higgins  mandó  publicar  en  el  ejér- 
cito acampado  á  la  sazón  cerca  de  Mendoza,  en  medio 
de  fiestas  de  toda  especie ,  fiestas  que  se  repitieron  el 
diadel  aniversario  en  todos  los  pueblos  de  la  república. 

Chile  no  podía  ser  indiferente  á  un  ejemplo  dado 
por  Buenos-Aires  que  habia  sido  acojido  con  tanto  jú- 
bilo. Aunque  su  posición  no  era  igual  á  la  de  esta  repú- 
blica, la  cual  desde  el  principio  de  la  revolución  no  vio 
mas  á  los  realistas  sino  es  en  sus  fronteras ,  podia  sin 
embargo  en  medio  de  sus  triunfos  militares  aspirar  á 
esta  manifestación.  Una  revolución  no  es  mas  que  un 
movimiento  político  que  tiene  sus  leyes  con  las  cuales  se 
aprecia  al  cabo  de  algún  tiempo  su  causa  final ,  y  no 
era  difícil  predecir  en  vista  de  los  progresos  que  hacia  la 
libertad  en  el  espíritu  de  los  chilenos,  el  momento  en  que 
todos  los  realistas  serian  espulsados  de  Chile.  Esto  permi- 
tía adelantar  la  época  de  la  proclamación  de  la  indepen- 
dencia, por  mas  que  el  estado  de  guerra  que  aun  duraba, 
presentase  dudosos  los  resultados  de  la  lucha  y  fuese  por 
consiguiente  una  razón  mayor  para  retraer  á  los  gobier- 


CAPITULO    XLVII. 


235 


nos  de  su  reconocimiento.  Sin  embargo ,  como  grandes 
atenciones  habían  impedido  hasta  entonces  la  reunión  de 
un  congreso,  no  obstante  que  muchos  patriotas  la  recla- 
maban sin  cesar,  el  gobierno  quiso  que  el  pueblo  entero 
legalizase  la  declaración,  ó  que  al  menos  manifestase  su 
voluntad ;  y  los  rejistros  que  se  abrieron  en  todas  las 
municipalidades  dieron  á  conocer  bien  pronto  su  glo- 
riosa aprobación  por  el  gran  número  de  firmas  con  que 
se  cubrieron.  Ya  entonces  no  encontró  O'Higgins  impe- 
dimento para  la  declaración  y  el  Io  de  enero  de  1818  la 
firmó  con  todos  sus  ministros.  El  dia  de  la  proclamación 
debia  ser  un  dia  demasiado  memorable  para  no  honrarlo 
con  algún  gran  recuerdo,  y  se  elijió  el  12  de  febrero, 
aniversario  de  la  victoria  de  Ghacabuco.  En  este  dia  se 
promulgó  el  acta  de  la  independencia  en  todos  los  pue- 
blos de  la  república ,  y  se  celebró  con  fuegos ,  ilumina- 
ciones y  otros  festejos  dignos  de  tan  glorioso  suceso. 

Esto  se  hacia  en  el  sur  :  en  el  norte,  es  decir  en  San- 
tiago, las  administraciones  no  eran  menos  exijentes, 
porque  se  necesitaba  rehacerlo  todo,  crearlo  todo,  y  por 
desgracia  el  hombre  que  se  hallaba  interinamente  á  la 
cabeza  del  gobierno  no  podia  satisfacer  el  carácter  chi- 
leno, demasiado  nacional  para  no  considerarse  humillado 
de  que  gobernase  el  país  un  hijo  de  Buenos- Aires. 

Por  una  reunión  de  circunstancias  independientes  de 
la  voluntad  de  la  nación,  Chile,  como  ya  hemos  visto,  no 
tenia  influencia  ninguna  en  Buenos-Aires,  ni  en  las  ideas 
ni  en  el  jiro  de  los  negocios.  Y  no  porque  no  hubiese  con- 
tribuido en  .cuanto  pudo  á  la  libertad  de  su  vecina  y  á  su 
ilustración,  puesto  que  en  aquel  momento  mismo  el  me- 
jor periódico  que  se  publicaba  en  la  república,  el  Cen- 
sor, lo  redactaba  el  célebre  don  Camilo  Enriquez ,  y  el 


1^— 


236 


HISTORIA   DE   CHILE. 


ejército  de  Tucuman  contaba  una  multitud  de  soldados 
chilenos,  que  por  cierto  estaban  diseminados  en  todos  sus 
batallones,  cuando  por  consideración  á  un  aliado  tan  ín- 
timo debían  haberse  reunido  en  un  solo  cuerpo  con  el 
título  de  tropas  auxiliares.  No  se  hizo  así  sea  por  indife- 
rencia ó  por  motivos  políticos,  y  sus  servicios  pasaban 
desapercibidos,  mientras  que  en  Chile  desde  que  em- 
pezó la  revolución,  una  multitud  de  naturales  de  Buenos- 
Aires,  de  mucho  mérito  es  verdad,  ocuparon  siempre 
empleos  superiores  y  con  mas  razón  en  aquel  momento, 
en  que  su  título  de  libertadores  les  daba  un  ascendiente 
mucho  mayor,  aunque  susceptible  al  propio  tiempo  de 
despertar  mas  que  nunca  los  antiguos  zelos.  Así  don  Hi- 
larión de  la  Quintana,  apoyado  solamente  por  muy  corto 
número  de  personas ,  tuvo  desde  el  principio  enemigos 
muy  tenaces,  entre  ellos  todos  los  que  no  veian  bas- 
tante liberal  al  gobierno,  y  especialmente  los  partidarios 
de  Carrera,  de  quien  era  entonces  representante  el  joven 
Rodríguez.  El  espíritu  de  oposición  que  manifestaban 
estas  personas  hirió  la  susceptibilidad  del  delegado,  y  por 
un  decreto  fechado  el  7  de  agosto  de  1817,  mandó  pren- 
der á  muchas  so  pretesto  de  que  conspiraban  (1). 

Lo  que  también  perjudicaba  mucho  á  la  administra- 
ción de  Quintana  era  que  tenia  que  proveer  á  las  necesi- 
dades del  momento.  Las  rentas  continuaban  en  la  mayor 
decadencia ;  ni  el  comercio,  ni  la  agricultura,  ni  las  mi- 
nas hacían  progresos  sensibles ;  y  en  tales  circunstancias 
era  muy  difícil  no  recurrir  á  empréstitos  forzosos,  requi- 
siciones arbitrarias  y  exacciones  de  todo  jénero.  Resta- 

(1)  Cuando  fué  separado  del  gobierno  don  Hilarión  de  la  Quintana,  la  junta 
que  le  reemplazó,  no  encontrando  otro  motivo  para  el  arresto  de  estos  celosos 
liberales  que  una  medida  de  precaución ,  los  mandó  poner  en  libertad. 


CAPÍTULO    XLVII. 


237 


bleció  los  impuestos  de  13  de  mayo  de  1815 ,  5  de  fe- 
brero y  2  de  noviembre  de  1816  establecidos  por  Ossorio 
y  Marco,  y  tras  el  empréstito  de  400,000  pesos  vinieron 
las  contribuciones  mensuales ,  los  secuestros  á  los  emi- 
grados y  la  orden  de  que  todo  el  que  tuviese  dinero  ó 
efectos  pertenecientes  á  estos ,  lo  declarase.  Habiendo 
llegado  á  Coquimbo  uno  de  los  buques  de  don  Miguel 
Carrera  cargado  de  fusiles  y  otras  armas,  se  abrió  una 
suscripción  para  comprarlas,  y  como  siempre  sucedía, 
todos  los  tachados  de  realismo,  ya  por  prudencia  ya  por 
fuerza  se  presentaron  los  primeros,  maldiciendo  por  su- 
puesto al  autor  de  la  suscripción.  Quintana  no  perdonaba 
medio  para  proporcionarse  recursos,  empleando  como 
acontece  siempre  en  circunstancias  semejantes  la  arbi- 
trariedad, la  pasión,  la  violencia :  y  se  le  acusó  entonces 
de  que  parte  del  dinero  lo  enviaba  al  gobierno  de  Buenos- 
Aires  ,  acusación  que  produjo  gran  efecto,  porque  nada 
hay  mas  crédulo  que  el  descontento  halagado  (1). 

Pues  a  pesar  de  todas  estas  recriminaciones,  y  de  la 
justa  irritación  que  produjo  la  recepción  del  enviado  es- 
traordinario  de  Buenos- Aires ,  el  teniente  coronel  don 
Tomas  Guido,  que  fué  presentado  á  Quintana  por  San 
Martin  y  sus  oficiales  superiores,  de  manera  que  esta  gran 
representación  nacional  no  se  pasaba  casi  mas  que  con 
arjentinos,  Quintana  seguia  tenaz  en  su  puesto  hacién- 
dose sordo  á  todas  estas  murmuraciones,  y  no  cedió  á  las 
exijencias  de  la  opinión  pública  sino  instado  por  los 
consejos  de  San  Martin,  que  hacia  poco  estaba  de  vuelta 
de  Buenos-Aires.  Pocos  dias  antes,  queriendo  desemba- 

(1)  En  todos  los  casos  procuraba  dar  al  comercio  chileno  una  dirección  que 
favoreciese  al  de  Buenos- Aires,  como  se  ve  en  los  decretos  de  9  de  mayo  de  1817, 
14  de  junio  y  6  de  setiembre.  Muchas  veces  procedía  contra  lo  prevenido  en 
los  reglamentos  del  comercio  del  país. 


JVMP'ZlJt 


238 


HISTORIA    DE    CHILE. 


razar  la   capitanía  jeneral  de  los  asuntos  relativos  á 
robos  (1)  y  asesinatos  que  hasta  entonces  habían  sido 
del  resorte  de  la  policía  militar,  nombró  un  intendente 
mayor  de  la  alta  policía  y  seguridad  pública,  al  cual  su- 
bordinó todos  los  funcionarios  de  la  república  :  medida 
alguna  vez  arbitraria,  pero  siempre  útil  en  momentos  de 
gran  perturbación  social.  Don  Mateo  Arnaldo  Hcevel,  uno 
de  los  prisioneros  de  Juan  Fernandez,  fué  el  agraciado 
con  este  empleo ,  que  desempeñó  con  todo  el  celo  que 
exijia  su  importancia.  Habia  visto  mucho  en  Europa  y  en 
los  Estados-Unidos  y  creía  que  su  misión  estaba  limitada 
á  procurar  el  bienestar  jeneral ,  cuidar  de  la  salubridad 
de  la  ciudad  y  protejer  los  intereses  del  individuo  desde 
su  cuna  hasta  el  sepulcro.  Pero  no  era  esta  la  mira  única 
de  sus  severos  jefes.  Al  concentrar  en  una  sola  per- 
sona todas  las  atribuciones  de  la  vijilancia,  quisieron 
que  ejerciese  una  policía  mas  bien  política  que  munici- 
pal y  que  no  solamente  fuese  guardián  del  orden ,  sino 
también  centinela  avanzado  contra  los  ataques  incesantes 
de  los  enemigos  del  Estado.  Se  necesitaba  pues  para  este 
empleo  una  persona  mas  severa  y  mas  decidida  por  el 
partido  dominante,  y  á  los  tres  meses  fué  reemplazado 
Hoevel  por  don  Francisco  de  Borja  Fontecilla. 

Por  la  renuncia  que  hizo  don  Hilarión  de  la  Quintana 
del  cargo  de  director  interino,  nombró  O'Higgins  una 
junta  para  que  le  representase  durante  su  ausencia.  Esta 
junta  se  componía  de  tres  escelentes  patriotas,  don  José 
Manuel  Astorga,  don  Francisco  Antonio  Pérez  y  don  Luis 

(1)  Los  robos  en  aquellos  momentos  de  perturbación  eran  tan  frecuentes  y 
tan  atrevidos  que  don  Hilarión  de  la  Quintana  publicó  un  bando,  en  que  se 
castigaba  con  pena  de  muerte  el  que  robase  por  valor  de  mas  de  4  pesos,  y 
con  doscientos  azotes  y  seis  años  de  cárcel  al  que  robase  menos.  Formulario  de 
policía  número  2. 


►>? 


■^ 


CAPITULO    XLVII. 


239 


de  la  Cruz ,  el  cual  fué  sustituido  mientras  llegaba  por 
don  Anselmo  Cruz. 

Por  el  respeto  que  inspiraba  esta  junta,  y  mas  prin- 
cipalmente porque  habian  nacido  en  Chile  sus  individuos, 
era  mucho  mas  á  propósito  para  gobernar ;  pero  tenia  que 
atender  á  tantos  y  tan  diferentes  asuntos,  era  en  algunos 
tan  difícil  la  unanimidad  de  pareceres,  que  a  los  pocos 
meses  conocieron  la  necesidad  de  reasumir  la  autoridad 
en  una  sola  mano,  y  á propuesta  suya  reunió  O'Higgins 
los  poderes  de  todos  los  miembros  de  la  junta  en  don 
Luis  Cruz  (1). 

En  medio  de  tanta  perturbación,  de  tan  repetidos 
cambios,  no  era  posible  que  la  sociedad  progresase.  La 
civilización  necesita  calma,  y  en  el  país  todo  era  tempes- 
tad y  guerra.  Sin  embargo  habia  tanto  que  hacer ,  los 
gobiernos  de  Ossorio  y  Marco  habian  desorganizado  de 
tal  manera  las  administraciones  para  doblegarse  á  las 
exijencias  de  la  monarquía,  que  fué  necesario  borrar 
todo  lo  que  pudiera  ser  un  recuerdo  de  la  época  de  la 
sumisión.  Se  restablecieron,  pues,  los  tribunales  en  sus- 
titución de  la  Real  Audiencia,  cuyos  oidores  habian  emi- 
grado á  Lima;  se  restableció  asimismo  el  Instituto,  de- 
volviéndole el  carácter  militar,  y  se  aumentaron  mucho 
los  libros  de  la  biblioteca,  gracias  á  la  jenerosidad  de  San 
Martin  y  á  la  de  un  polaco,  don  Antonio  Bellina  Fliupeski, 
quien  ofreció  ciento  cincuenta  volúmenes  que  tenia  en 
Buenos-Aires  (2).  En  la  moneda,  que  llevaba  el  emblema 

(1)  Según  don  Diego  Benavente,  esta  junta  no  participaba  completamente 
de  la  política  de  O'Higgins;  y  como  Cruz  le  era  mas  adicto  lo  conservó  solo  , 
haciendo  de  manera  que  los  demás  se  lo  propusieran  así.  Véase  el  Araucano, 
número  185. 

(2)  Cuando  San  Martin  salió  para  Buenos-Aires,  O'Higgins  le  envió  con  un 
oficial  10,000  pesos  para  los  gastos  del  viaje ;  pero  él  no  los  aceptó,  suplicando 
al  director  que  emplease  esta  suma  en  formar  una  biblioteca.  Conversación 
con  don  Bernardo  O'Higgins. 


no 


HISTORIA    DE    CHILE. 


! 


de  la  monarquía,  se  estampó  la  columna  de  la  libertad  que 
conservó  mucho  tiempo,  y  queriendo  el  gobierno  mani- 
festarse reconocido  á  los  jefes  arjentinos,  les  envió  fuer- 
tes sumas,  que  todos  recibieron  escepto  San  Martin ,  el 
cual  tuvo  la  jenerosidad  de  distribuir  su  parte  entre  los 
oficiales  del  ejército.  Poco  después  aceptó  la  chacra  del 
prófugo  Beltran ,  que  el  cabildo  compró  al  fisco,  y  cuyo 
importe  se  colocó  por  orden  de  O'Higgins  sobre  los  fon- 
dos de  un  establecimiento  público  como  era  el  Instituto. 
Pero  lo  que  mas  que  nada  preocupó  al  gobierno  fué  el 
estado  de  la  Hacienda  y  los  medios  á  que  era  necesario 
apelar  para  cubrir  el  gran  déficit,  medios  que  necesaria- 
mente tenían  que  disgustar  á  los  mas  decididos  patriotas. 
Las  rentas  estaban  subordinadas  á  tantos  sucesos,  que  no 
podia  contarse  ni  con  la  mitad  de  sus  productos ;  á  lo  que 
habia  que  agregar  el  contrabando,  muy  jeneralizado  en- 
tonces á  pesar  de  la  severidad  de  los  reglamentos,  y  el  cul- 
tivo clandestino  del  tabaco,  ramo  en  que  consistía  uno  de 
los  principales  recursos  del  fisco.  Tenia  pues  el  gobierno 
una  necesidad  imperiosa  de  arreglar  y  organizar  esta 
importante  parte  de  la  administración,  pero  desgracia- 
damente el  estado  del  país  no  le  dejaba  tiempo  ni  le  pro- 
porcionaba los  medios  de  hacerlo.  Era  preciso  ante  todo 
velar  por  la  salvación  de  la  patria  muy  amenazada  por 
el  virey  del  Perú,  y  don  Luis  Cruz  contribuyó  mucho  á 
propagar  el  entusiasmo  y  el  valor  entre  la  juventud  de 
Santiago.  Aumentó  y  mejoró  las  fortificaciones  de  Valpa- 
raíso, alistó  á  todos  los  jóvenes  de  la  capital  en  diferentes 
cuerpos  de  milicia,  que  eran  instruidos  y  disciplinados 
con  el  mayor  esmero ,  como  igualmente  las  milicias  de 
las  provincias;  en  fin,  gracias  á  su  actividad,  los  dos  mil 
hombres  de  que  entonces  constaba  el  ejército  chileno, 
estaban  perfectamente  alimentados,  vestidos  y  equipados. 


CAPITULO  XLVÍÍl 


Ordoñez  fortifica  á  Talcahuano.-  El  teniente  jencral  Brayer  llega  á  Chile  y  es 
nombrado  mayor  jeneral.—  Marcha  luego  al  ejército  de  O'Higgins.—  Asalto 
de  Talcahuano  funesto  para  los  patriotas.  —  O'Higgins  se  retira  con  su  ejér- 
cito y  se  reúne  al  de  San  Marlin.  —  Llega  una  nueva  espedicion  enviada 
por  el  virey  del  Perú  á  las  órdenes  de  Ossorio.—  Se  le  incorporan  las  tropas 
de  Ordoñez.  —  Sale  para  el  norte.  —  Primo  Rivera  llega  hasta  Curico  con 
su  división  de  vanguardia  y  repasa  el  rio  Lontue  al  aproximarse  el  ejército 
de  San  Martin.— Escaramuza  entre  Freiré  y  Primo  Rivera  en  Queche- 
regua.  —  Los  dos  ejércitos,  en  marcha  para  Talca,  acampan  en  Cancha- 
rayada.—  Derrota  del  ejército  patriota.—  El  coronel  Las  Heras  salva  el  ala 
derecha  del  ejército.  —  Su  brillante  retirada.  —  Honorífico  recibimiento  de 
esta  división  en  el  campamento  de  Maypu. 

O'Higgins  cometió  una  grave  falta  en  no  atacar  for- 
malmente á  Talcahuano  en  cuanto  se  incorporó  al  ejér- 
cito. Entonces  esta  ciudad,  aunque  defendida  por  la  na- 
turaleza, tenia  lados  débiles  que  se  prestaban  aun  asalto 
fácil.  Cualquiera  menos  irresoluto  que  él  hubiera  apro- 
vechado esta  ventaja,  sin  dar  tiempo  al  enemigo  á  hacer 
en  su  recinto  todas  las  obras  de  defensa  y  seguridad  que 
un  hombre  como  Ordoñez  era  capaz  de  llevar  á  cabo  (1). 

Ordoñez  en  efecto,  aprovechando  esta  inacción  y  el 
regreso  á  Concepción  del  ejército  enemigo,  se  dedicó  con 
la  actividad  febril  y  la  intelijencia  que  le  caracterizaba, 
á  fortificar  los  puntos  que  podian  ser  atacados ;  y  para 
dar  mayor  impulso  á  las  obras  mandó  que  trabajasen  en 

(1)  At  the  time  we  arrived  (2/1  de  agosto  de  1817)  Talcahuano  was,  compara- 
tively  speaking,  unfortified,  and  from  that  time  to  the  day  of  theattack,  almost 
every  man,  woman  and  child  were impressed  to  work  on  the  fortifications.— 
Wilh  one  thousand  determined  troops,  the  place  would  easily  have  been 
taken;  and  to  have  made  their  attack  just  at  the  time  that  the  last  of  their 
works  of  defence  were  complete  and  in  order,  is  perfectly  inexplicable,  and 
has  been  the  theme  of  wonder  to  us  all.  Journal  of  a  residence  in  Chili, 
pajinas  42  y  43. 


VI.  Historia. 


10 


f. 


•a»*<g-r 


2/i2 


HISTORIA    DE    CHILE. 


ellas  todos  los  habitantes  de  la  ciudad,  hombres,  mujeres 
y  niños ;  por  manera  que  á  los  pocos  meses  la  plaza  quedó 
rodeada  de  fosos  y  empalizadas,  y  las  alturas  coronadas 
de  baterías  suficientes  á  contener  con  ventaja  el  asalto  de 
los  patriotas,  que  iba  á  dirijir  un  jeneral  francés. 

Este  jeneral  era  don  Miguel  Brayer,  teniente  jeneral 
de  Napoleón,  á  quien  los  sucesos  de  1815  y  sus  opiniones 
avanzadas  desterraron  de  Francia ,  habiéndose  retirado 
á  los  Estados-Unidos,  esta  nueva  patria  de  la  libertad. 
Buscando  á  poco  tiempo  un  clima  mas  favorable  á  sus 
heridas,  fué  á  Buenos-Aires,  y  de  allí  pasó  á  Chile  sin 
mas  objeto  que  emplear  en  la  conquista  de  su  indepen- 
dencia las  cortas  fuerzas  que  le  quedaban.  Se  hablaba 
mucho  por  entonces  de  una  nueva  espedicion  del  virey 
del  Perú  contra  Chile,  y  como  se  ignoraba  á  qué  punto 
se  dirijiria,  San  Martin  formó  un  campamento  en  la  ha- 
cienda de  las  Tablas  cerca  de  Valparaíso ,  para  batir  al 
enemigo  si  desembarcaba  en  estos  parajes,  y  al  propio 
tiempo  para  instruir  y  disciplinar  los  nuevos  reclutas  que 
habia  en  el  ejército.  El  jeneral  Brayer  fué  al  campamento 
á  hacer  una  visita  al  jeneral  en  jefe  :  su  clase,  su  bella 
fisonomía,  noble  y  militar  á  la  vez,  y  sus  antecedentes 
le  habian  valido  una  acojida  distinguida  de  numerosas 
personas,  y  San  Martin  lo  admitió  en  el  ejército,  nom- 
brándolo mayor  jeneral  de  su  división.  Muchos  oficiales 
de  San  Martin  aspiraban  á  este  empleo,  para  el  que  de- 
cían reunir  mas  méritos  que  el  agraciado;  y  esto  produjo 
murmuraciones  envidiosas.  Por  otra  parte  el  nuevo  jefe 
tenia  que  entrar,  por  la  naturaleza  de  sus  funciones,  en 
todos  los  detalles  administrativos  de  los  Tejimientos;  y 
deseando  hacer  este  trabajo  con  la  severidad  que  habia 
aprendido  en  el  ejército  francés,  introdujo  reformas  que 


CAPITULO    XLVIIÍ. 


243 


pugnaban  con  las  preocupaciones  y  á  veces  con  los  inte- 
reses de  muchos  oficiales,  y  que  por  lo  tanto  eran  criti- 
cadas en  tono  poco  respetuoso.  El  mismo  San  Martin  , 
incomodado  por  la  familiaridad  con  que  le  trataba  su 
subordinado ,  no  tardó  en  entrar  en  el  número  de  los 
descontentos,  y  le  envió  con  el  mismo  destino  á  la  divi- 
sión O'Higgins. 

No  fué  mas  afortunado  Brayer  en  su  nueva  posición , 
pues  tampoco  agradaron  sus  reformas  á  sus  nuevos  ofi- 
ciales. Quizá  habia  en  ellas  ideas  demasiado  europeas , 
poco  convenientes  acaso  en  un  país ,  en  que  la  manera 
de  vivir  del  soldado  y  casi  también  la  de  batirse,  era  muy 
distinta.  Sin  consultar  mas  que  su  celo  y  su  vivo  amor 
á  las  armas,  quería  instantáneamente  imprimir  al  ejér- 
cito el  continente  guerrero,  que  solo  el  tiempo  es  capaz 
de  dar;  al  efecto  pasaba  revista  con  mucha  frecuencia, 
cuidaba  con  gran  escrupulosidad  de  la  disciplina  y  sobre 
todo  del  bienestar  de  los  soldados ,  que  se  hallaban  á 
merced  de  administradores  bastante  interesados. 

Pasada  la  estación  de  las  lluvias,  O'Higgins  se  dispuso 
á  preparar  un  asalto  á  Talcahuano,  último  asilo  del  trono 
en  el  Chile  central.  El  jeneral  Brayer  fué  el  encargado, 
como  mayor  jeneral,  de  hacer  un  reconocimiento  para 
elejir  el  campamento  del  ejército,  compuesto  de  unos  mil 
quinientos  hombres,  y  este  se  puso  en  marcha  al  dia  si- 
guiente para  ir  á  ocuparlo.  Su  distancia  á  Talcahuano  era 
de  un  tiro  de  cañón  de  á  veinte  y  cuatro,  que  no  podia 
sin  embargo  hacerle  daño  ;  pero  su  flanco  izquierdo,  en- 
frente de  la  bahía  de  San  Vicente,  estaba  mas  amenazado 
por  las  chalupas  cañoneras  y  un  bric,  el  Potrillo,  que 
estacionaban  en  ella ;  lo  que  obligó  al  comandante  Bor- 
goño  á  colocar  en  la  costa  algunas  piezas  de  á  cuatro  que 


%h 


HISTORIA    DE    CHILE. 


con  unos  cuantos  tiros  bien  dirijidos,  alejaron  para  no 
volver  á  aparecer  estos  elementos  de  inquietud.  Quedó, 
pues,  el  ejército  dueño  del  campo,  y  ya  no  se  pensó  mas 
que  en  disponer  un  ataque  bien  ordenado.  Con  objeto  de 
engañar  al  enemigo  iba  todas  las  noches  una  compañía 
de  cazadores  á  causar  alarmas  falsos,  lo  cual  duró  hasta 
el  6  de  diciembre,  dia  señalado  para  el  asalto,  y  muy  á 
propósito ,  porque  el  viento  norte  que  soplaba  no  per- 
mitía la  salida  de  la  Yenganza  y  el  Potrillo,  únicos  buques 
de  que  los  realistas  podian  disponer  en  caso  de  fuga. 

Con  arreglo  al  plan  adoptado,  una  parte  del  ejército 
al  mando  de  Las  lleras,  debia  ir  porla  derecha  á  atacar 
el  Moro,  que  era  el  punto  mejor  fortificado  y  el  mas  im- 
portante ;  otra  parte,  mandada  por  Conde,  debia  dirijir 
el  ataque  por  el  lado  de^la  bahía  de  San  Vicente,  y  ade- 
mas por  el  del  campo  santo  :  por  último  la  caballería,  á 
los  órdenes  de  Freiré,  debia  esperar  la  toma  del  puente 
levadizo  para  echar  abajo  las  puertas  y  entrar  en  la 
ciudad.  Beauchef,  que  de  ayuda  de  campo  del  jeneral 
Brayer  había  pasado  de  mayor  al  rejimiento  número  1 
de  resultas  de  una  revolución  contra  su  comandante  Ri- 
veras, era  el  encargado  de  la  primera  columna  que  de- 
bia atacar  el  Moro,  y  por  consiguiente  la  que  tenia  que 
dar  prueba  de  gran  valor,  porque  la  victoria  dependía 
de  la  toma  de  aquel  punto  y  del  puente  levadizo.  Al  con- 
ferirle tan  peligrosa  comisión  se  le  dio  una  prueba  de  la 
confianza  que  inspiraba  su  denuedo  y  su  sangre  fria. 

Pero  los  incidentes  tan  comunes  en  las  combinaciones 
de  un  ataque,  se  ofrecieron  esta  vez  de  mil  maneras,  em- 
pezando porque  algunas  compañías  se  retrasaron  en  pre- 
sentarse en  sus  puestos.  Tenian  orden  de  estar  prontas 
antes  de  las  dos  de  la  mañana  para  emprender  la  marcha? 


CAPÍTULO    XLVI1Í. 


245 


y  á  las  tres  la  columna  encargada  del  ataque  del  Moro 
solo  habia  reunido  tres  compañías  :  mas  aunque  faltaba 
la  4a  del  Tejimiento  número  3 ,  el  comandante  se  puso 
en  movimiento,  aguijoneado  por  el  deseo  de  distinguirse 
en  su  primer  mando ,  y  de  demostrar  que  era  digno  de 
la  buena  opinión  que  se  tenia  de  él.  A  la  mitad  del  camino 
una  bala  de  veinte  y  cuatro  disparada  sin  objeto  y  como 
se  hacia  casi  todas  las  noches,  les  hizo  creer  que  estaban 
descubiertos;  pero  no  por  eso  dejaron  de  seguir  adelante 
y  llegaron  al  borde  del  primer  foso ,  habiendo  recibido 
una  descarga  de  unos  doscientos  fusiles  que  pusieron  una 
veintena  de  hombres  fuera  de  combate.  Beauchef ,  para 
dar  ejemplo,  se  arrojó  en  el  foso,  y  seguido  de  gran 
parte  de  su  columna  fué  el  primero  que  empezó  á  esca- 
lar los  muros ,  en  cuya  operación  se  ayudaban  los  unos 
á  los  otros,  y  en  seguida  á  derribar  la  estacada  para  pe- 
netrar en  lo  mas  alto  del  Moro,  que  mandaba  don  Cle- 
mente Lantaño.  Se  ocupaba  en  la  demolición  con  el  afán 
impetuoso  que  hace  desaparecer  toda  resistencia,  cuando 
algunos  realistas  en  medio  de  la  confusión  en  que  un 
ataque  tan  imprevisto  les  habia  puesto ,  fueron  por  allí 
casualmente  é  hicieron  una  descarga  á  quema-ropa  so- 
bre aquel  puñado  de  valientes,  de  la  que  murieron  mu- 
chos, entre  otros  el  capitán  Yidela  del  undécimo.  El 
mayor  Beauchef  fué  gravemente  herido  en  la  espalda  y 
solo  le  quedaron  fuerzas  para  animar  á  sus  bravos  com- 
pañeros, que  muy  luego  penetraron  en  la  trinchera  y  se 
hicieron  dueños  de  ella,  auxiliados  por  el  capitán  don 
José  María  de  la  Cruz,  que  fué  uno  de  los  primeros  que 
entraron,  y  por  los  granaderos  que  acababan  de  reunir- 
seles.  Desgraciadamente  el  comandante  de  estos  grana- 
deros no  estaba  enterado,  como  Beauchef,  de  que  aun 


*Mr'z:jt 


246 


HISTORIA   DE    CHILE. 


habia  que  vencer  otro  foso  para  llegar  al  puente  levadizo ; 
y  cuando  se  encontró  con  un  obstáculo  que  ignoraba,  y 
con  que  era  necesario  nuevo  esfuerzo  de  audacia  para 
superarlo,  se  turbó  algún  tanto  y  vaciló,  circunstancia 
que  aprovecharon  los  realistas  para  tomar  la  ofensiva. 
En  el  mismo  momento  el  valiente  Ordoñez ,  que  desde 
que  empezó  el  asalto  se  habia  hallado  en  los  sitios  de  mas 
peligro,  tomó  el  mando  de  este  punto  tan  comprometido,  y 
con  su  terrible  habilidad  consiguió  al  cabo  de  dos  horas 
de  un  combate  tenaz,  dispersar  los  patriotas  y  metrallar- 
los mientras  se  retiraban  en  buen  orden  á  su  campa- 
mento. El  ataque  de  Conde  sobre  el  flanco  izquierdo  no 
fué  mas  feliz,  como  tampoco  el  de  las  lanchas  enviadas 
á  la  bahía  de  San  Vicente  á  las  órdenes  de  Manning ,  no 
obstante  que  se  apoderaron  de  un  lanchon  con  una  pieza 
de  á  diez  y  ocho ,  cuyos  soldados  fueron  pasados  á  cu- 
chillo. 

Tal  fué  el  resultado  de  este  ataque,  en  el  que  los  pa- 
triotas llevaron  al  principio  toda  la  ventaja,  hasta  el  punto 
de  levar  anclas  los  oficiales  de  la  Marina  real  y  enviar 
marinos  á  los  buques  estranjeros  embargados,  para  ayu- 
darles á  hacer  lo  mismo  con  las  suyas  y  recibir  los  fujiti- 
vos  que  creyeron  no  tardarían  en  presentarse  (1).  Unos 
y  otros  se  batieron  con  valor  admirable ;  y  si  con  razón 
los  patriotas  atribuyeron  principalmente  su  desgracia  ai 
retraso  de  una  hora  con  que  las  primeras  columnas  em- 
pezaron el  movimiento,  es  necesario  confesar  también  que 
contribuyeron  mucho  á  ella  el  talento  y  el  arrojo  de  Or- 
doñez. Aunque  hacia  tiempo  que  los  sitiadores  finjian 
ataques ,  este  intrépido  coronel  no  se  ocupaba  de  ellos 

(1)  Journal  of  a  residence  in  Chili ,  p.  37.  Su  autor  se  hallaba  en  uno  de  los 
buques  de  comercio  norte-americanos  embargados  por  disposición  de  Ordoñez. 


*>?1 


CAPITULO  XLVUÍ, 


247 


gran  cosa,  porque  sabia  que  eran  poco  temibles  mientras 
durase  la  luna ;  pero  luego  que  faltó  esta  no  se  acostó 
mas,  y  hacia  dos  noches  que  las  pasaba  levantado  cuando 
con  su  instinto  militar  adivinó  que  era  formal  el  que  se 
daba  en  aquel  momento.  Comunicó  entonces  varias  ór- 
denes á  su  secretario  Rueda ,  con  quien  estaba  hablando, 
para  que  las  llevase  al  teniente  de  artillería  Ballona  y  al 
capitán  de  injenieros  Alvarez,  y  montando  á  caballo, 
recorrió  toda  la  línea  para  reanimar  con  sus  palabras  y 
su  sangre  fria  el  entusiasmo  de  los  soldados.  En  el  tiempo 
que  duró  la  acción  pasaba  de  una  batería  á  otra,  encargan- 
do en  todas  á  los  artilleros  que  dirijiesenbien  la  puntería, 
indicándola  él  mismo  ya  por  uno  ya  por  otro  lado,  y  es- 
tando con  gran  calma  en  medio  de  las  balas  que  llovían 
de  todas  partes  (1). 

A  pesar  de  este  contratiempo ,  en  que  perdieron  los 
patriotas  sobre  unos  trecientos  hombres  y  otros  tantos  los 
realistas,  O'Higgins  pensaba  en  renovar  el  ataque  por  el 
lado  de  San  Vicente,  cuando  le  avisó  su  subdelegado  de 
Santiago  don  Luis  Cruz,  que  una  fuerte  espedicion  en- 
viada por  el  virey  Pezuela,  se  estaba  haciendo  á  la  vela 
y  que  probablemente  se  dirijiria  á  San  Antonio.  Esta  noti- 
cia, que  no  le  cojió  de  sorpresa  porque  todos  los  días  la 
estaba  esperando,  le  decidió  á  marchar  cuanto  antes  al 
lado  de  San  Martin  con  objeto  de  reunir  su  ejército  con 
el  de  este ;  y  á  los  pocos  dias ,  después  de  inutilizar  las 
fortificaciones,  etc. ,  que  habia  construido,  salió  acompa- 
ñado de  los  habitantes  comprometidos,  abandonando 
la  ciudad  de  Concepción  á  todos  los  escesos  del  desorden. 
La  espedicion  enemiga  llegó  en  efecto  á  las  costas  de 
Chile  y  desembarcó  en  Talcahuano  á  los  pocos  dias  de  la 

(1)  Conversación  con  don  José  Bueclas, 


II'"''.  ■' 


■9 


¿W'ttjt 


248 


HISTORIA    DE    CHILE. 


1 

;  ¡3 

1 

«i       ' 

'  'M 

■lv] 

salida  de  O'Higgins.  Se  componía  de  tres  mil  quinientos 
hombres  perfectamente  provistos  de  todo,  con  una  paga 
adelantada  y  embarcados  á  bordo  de  nueve  buques  de 
grandes  dimensiones  que  escoltaba  una  fragata.  El  mando 
de  este  ejército  debió  darse  sin  disputa  á  Ordoñez,  que  pa- 
saba con  razón  por  uno  de  los  mejores  oficiales  de  la  Amé- 
rica del  sur  y  que  habia  dado  tan  brillantes  pruebas  de 
valor  é  idoneidad,  sosteniéndose  con  escasas  tropas  en  una 
plaza  débilmente  fortificada ;  pero  Pezuela  quería  protejer 
á  Ossorio,  con  quien  habia  casado  una  hija,  y  ademas  el 
consulado  de  Lima,  que  pagaba  gran  parte  de  los  gastos 
de  la  espedicion ,  lo  prefería ,  no  tanto  por  sus  antece- 
dentes, como  porque  se  estaba  en  la  intelijencia  de  que 
habia  dejado  buena  memoria  en  Santiago,  que  su  nom- 
bre era  allí  muy  popular  y  que  nadie  conocía  mejor  que 
él  los  asuntos  del  país.  Estos  fueron  los  motivos  que  tuvo 
Pezuela  para  nombrarle  jefe  de  la  espedicion,  y  el  li  de 
diciembre  de  1817  le  dio  sus  instrucciones  reducidas  á 
que  obrase  rápidamente  contra  el  ejército  sitiador,  y  si 
era  batido  como  debia  suponerse,  se  reembarcase  con  el 
suyo  sin  pérdida  de  momento,  bajando  á  la  costa  de  San 
Antonio   para  echarse  repentinamente  sobre  Santiago , 
y  destruir  las  tropas  que  allí  hubiese  (1).  El  9  de  di- 
ciembre este  ejército  salió  del  Callao,  llevando  consigo 
los  fondos  necesarios  para  subsistir  en  los  primeros  meses 
de  la  campaña.  Para  indemnizar  á  Ordoñez  del  desaire, 
Pezuela  le  envió  el  nombramiento  de  brigadier,  ofrecién- 
dole el  de  capitán  jeneral  de  Chile  si  las  circunstancias 
permitían  á  Ossorio  atravesar  las  cordilleras  y  llevar  la 
guerra  al  centro  de  la  República  arjentina  :  sin  embargo, 
Ordoñez  concibió  resentimiento  por  Ossorio,  y  empezó  á 


(1)  Manifiesto  de  don  Joaquín  de  la  Peauela,  p.  97. 


CAPÍTULO    XLVI1I.  249 

estar  con  él  en  mala  intelijencia ,  lo  cual  habia  de  re- 
dundar necesariamente  en  perjuicio  de  la  espedicion. 

Como  la  mitad  casi  de  las  tropas  que  llevaba  Ossorio 
no  estaban  fogueadas,  porque  eran  soldados  recien  reclu- 
tados  en  los  alrededores  de  Arequipa,  luego  que  desem- 
barcó, se  dedicó  á  darles  alguna  idea  de  disciplina  y  del 
manejo  del  arma;  y  mientras  tanto  andaban  por  todas 
partes  hombres  del  país  y  soldados  buscando  caballos 
para  montar  la  caballería.  Habían  dejado  tan  pocos  los 
patriotas  que  no  pudieron  encontrar  los  necesarios ,  lo 
cual  no  fué  obstáculo  para  que  marchasen  en  persecución 
de  los  patriotas,  á  quienes  según  lo  que  habia  escrito 
Ordoñez  á  Pezuela,  se  les  debia  indefectiblemente  batir 
y  dispersar.  Sin  embargo,  la  intención  de  Ossorio  no  era 
pasar  el  Maule  desde  luego,  sino  solo  tener  esta  línea  y 
establecerse  en  los  pueblos  inmediatos,  con  objeto  de  aca- 
bar de  disciplinar  sus  tropas  y  hacer  nuevos  reclutas 
para  no  tener  una  fuerza  numérica  inferior  á  la  de  los 
patriotas.  Ordoñez,  por  el  contrario,  dispuesto  siempre  á 
obrar  y  ansioso  de  llegar  á  las  manos  con  un  ejército  al 
que  creía  haber  humillado,  opinaba  que  era  necesario  ir 
adelante,  pasar  el  rio  y  disputar  la  posesión  del  país  en 
las  inmediaciones  mismas  de  la  capital.  Primo  Rivera 
participaba  de  esta  opinión ,  como  también  otros  muchos 
oficiales ,  por  lo  que  se  decidió  pasar  el  rio  y  el  3  de 
marzo  quedó  acantonado  todo  el  ejército  en  la  ciudad  de 
Talca.  Este  ejército  se  componía  de  cuatro  mil  seiscientos 
cincuenta  hombres,  ademas  de  ciento  cincuenta  artilleros 
con  doce  cañones  de  corto  calibre. 

Pezuela  cometió  la  falta  de  confiar  el  mando  de  la  divi- 
sión á  Ossorio,  y  este  la  de  dejarse  guiar  de  los  consejos 
de  hombres  temerarios,  pues  como  jeneral  responsable 


****  ~j*W  r^^ 


250 


HISTORIA    DE   CHILE. 


debió  conducirse  con  prudencia  y  aguardar  en  Concep- 
ción los  dos  mil  hombres  de  buenas  tropas  que  se  espe- 
raban muy  pronto.  Porque  si  los  realistas  estaban  an- 
siosos de  llegar  á  las  manos  con  los  patriotas,  estos  no  lo 
deseaban  menos,  y  así  lo  demostraban  sus  movimientos. 

Las  dos  divisiones  de  su  ejército ,  fuertes  en  todo  de 
nueve  mil  hombres  próximamente  con  treinta  cañones  y 
dos  obuses ,  reunidas  en  San  Fernando  como  San  Martin 
lo  había  dispuesto,  se  pusieron  en  marcha  el  \2>  para 
salir  al  encuentro  de  estos  temerarios.  Guando  el  14  por 
la  tarde  llegaron  al  rio  de  Teño,  supieron  por  las  descu- 
biertas que  el  enemigo  estaba  en  Curico  y  por  consi- 
guiente á  dos  leguas  de  su  campamento,  lo  que  obligó  á 
San  Martin  á  tener  gran  vijilancia,  pues  esperaba  que 
se  le  daria  la  batalla  al  dia  siguiente ;  pero  los  realistas 
que  formaban  la  división  de  vanguardia,  mandados  por 
Primo  Rivera,  repasaron  el  rio  Lontue  aquella  noche  y 
fueron  á  ocupar  las  casas  de  Quecheregua.  Al  ver  San 
Martin  frustradas  sus  esperanzas  siguió  la  marcha  y 
acampó  en  el  mismo  rio ,  pero  no  por  el  lado  del  norte 
como  lo  había  hecho  siempre ,  sino  por  el  del  sur  contra 
todas  las  reglas  de  la  táctica ,  pues  quedó  situado  entre 
el  rio  y  el  enemigo.  Continuó  la  misma  esquisita  vijilan- 
cia del  dia  anterior,  y  al  siguiente  se  dio  á  Freiré,  recien 
nombrado  coronel ,  el  encargo  de  pasar  el  Lontue  para 
observar  la  posición  del  enemigo  y  dispersar  las  guer- 
rillas que  se  presentasen. 

El  mucho  polvo  que  esta  vanguardia  levantaba  hizo 
creer  á  Primo  Rivera  que  tenia  delante  á  todo  el  ejército, 
y  en  la  imposibilidad  de  retirarse ,  se  atrincheró  en  las 
casas  con  sus  cuatrocientos  infantes  y  las  dos  piezas  de 
campaña  que  tenia,  y  mandó  que  la  caballería  se  corriese 


CAPÍTULO    XLV1U. 


251 


hacia  el  sur  para  ponerse  en  salvo  en  caso  de  algún  ac- 
cidente, mientras  él  sostenía  el  ataque.  Esta  caballería, 
disminuida  en  los  dias  anteriores  en  unos  cuarenta  hom- 
bres entre  muertos  y  prisioneros,  se  componía  de  dos 
escuadrones,  uno  de  lanceros  y  otro  de  dragones.  Estos, 
mandados  porMorgado,  se  hallaban  al  norte  de  las  casas 
de  Quecheregua,  de  manera  que  para  reunirse  á  los 
lanceros  que  estaban  al  sur,  se  vieron  precisados  á  abrirse 
paso  por  la  caballería  de  Freiré  que  había  empeñado  ya 
la  acción  con  Rivera  y  hasta  exijia  que  se  rindiese.  Lle- 
gados á  los  lanceros,  Morgado  les  exorta  á  que  se  reúnan 
á  él  para  ir  á  libertar  á  sus  compañeros,  y  no  pudiendo 
conseguirlo  por  la  cobardía  de  su  comandante ,  va  con 
su  escuadrón  al  sitio  del  combate,  divide  sus  dragones 
en  varios  grupos  y  les  manda  que  carguen  á  la  caba- 
llería de  Freiré,  la  cual  á  su  vez  les  carga  á  ellos  con  gran 
impetuosidad.  Desgraciadamente  su  división  era  tan  corta 
que  tuvo  que  batirse  en  retirada ,  perseguido  principal- 
mente por  don  Tadeo  Isla,  que  en  esta  ocasión  se  con- 
dujo con  tanto  denuedo  como  serenidad ,  hasta  el  punto 
de  que  restableció  el  orden  en  un  momento  en  que  todo 
lo  creyeron  perdido.  Freiré,  que  sostuvo  todo  el  tiempo 
que  le  fué  posible  estos  diferentes  ataques  con  la  espe- 
ranza de  recibir  los  socorros  que  habia  pedido,  faltó  poco 
para  que  le  cojiesen ,  debiendo  su  salvación  á  la  lijereza 
de  su  caballo,  que  saltó  con  gran  destreza  una  tapia  que 
le  separaba  del  camino  (1).  Al  volver  al  campamento 
encontró  cerca  del  Lontue  al  jeneral  O'Higgins,  que  á 

(1)  Perdió  su  gorra  en  que  llevaba  una  carta  de  San  Martin  para  O'Higgins; 
pero  no  es  cierto  lo  que  dice  Torrente  de  que  Morgado  le  cojió  por  los  ca- 
bellos, quedándose  en  las  manos  con  una  mecha  de  pelo.  Morgado  era  muy 
grueso,  muy  mal  jinete  é  incapaz  de  semejante  acción  :  ademas  intimidado 
por  un  gran  riesgo  que  acababa  de  correr,  se  conservaba  á  alguna  distancia. 


MM^..rZdt 


252 


HISTORIA    DE    CHILE. 


la  cabeza  de  un  escuadrón  de  lanceros  avanzaba  al  ga- 
lope para  ir  en  su  socorro ,  pero  era  inútil :  el  enemigo 
estaba  demasiado  lejos  y  en  marcha  para  Parga  y  en 
seguida  para  Camarico,  donde  se  hallaba  acampado  el 
grueso  del  ejército.  Desde  entonces  los  dragones ,  hasta 
allí  mal  vistos  por  los  lanceros  de  Lima  porque  no  iban 
bien  vestidos ,  fueron  apreciados  como  merecían ,  y  en 
verdad  que  jeneralmente  hablando  eran  mucho  mas  te- 
mibles que  estos ,  pues  en  medio  de  su  bonito  uniforme 
les  faltaba  arrojo  y  no  sabían  montar  ni  manejar  el  ca- 
ballo (1). 

Después  de  esta  escaramuza,  que  no  tuvo  importancia 
ninguna,  los  dos  ejércitos  se  dirijieron  á  Talca,  siguiendo 
los  realistas  el  camino  ordinario,  y  replegándose  los  pa- 
triotas un  poco  hacia  el  este ,  con  lo  que  dieron  un  rodeo 
que  necesariamente  fatigó  mas  á  los  soldados.  El  objeto 
de  San  Martin  era  ir  por  un  camino  mas  llano  y  mas 
ancho  para  poder  desplegar  sus  masas  en  caso  nece- 
sario (2).  Esta  fué  la  causa  de  que  no  llegase  á  Lircay 
hasta  el  19,  poco  después  de  haber  salido  el  ejército  ene- 
migo. Con  la  esperanza  de  picar  la  retaguardia  y  der- 

(1)  Cuando  esta  división  de  vanguardia  llegó  a  Pilarco,  donde  estaba  acam- 
pado el  ejército,  Ossorio,  con  toda  la  oficialidad  y  las  músicas  de  los  rejimientos, 
pasó  revista  al  cuerpo  de  dragones  que  tanto  se  habia  distinguido.  Después  de 
arengar  á  estos  valientes  militares  y  abrazar  al  capitán  Isla,  mandó  que  todos 
los  oficiales  desfilasen  por  delante  de  ellos  y  en  seguida  las  músicas,  que  no 
cesaron  de  tocar  mientras  duró  la  revista. 

(2)  Tal  es  la  opinión  del  bizarro  jeneral  Las  Heras,  á  quien  soy  deudor  de 
una  preciosa  relación  de  esta  campaña  en  que  tomó  tanta  parte  :  en  otras  notas 
encuentro  que  fué  para  cojer  al  enemigo  por  detrás  y  ganar  primero  el  rio 
Maule  con  objeto  de  impedirle  que  pasase  en  el  caso  de  una  victoria;  lo  cual 
está  conforme  con  lo  que  dice  Torrente  sobre  los  espías  sorprendidos  á  los 
patriotas  que  enteraron  á  Ossorio  del  plan  de  San  Martin.  Estos  espías,  ó 
mas  bien  ,  estos  guasos  tiradores,  porque  su  oficio  era  incomodar  á  los  rea- 
listas, fueron  cojidos  en  número  de  nueve,  y  fusilados  todos  menos  uno,  tan 
cobarde  que  por  salvar  la  vida  dio  las  noticias  que  le  exijieron. 


CAPITULO    XLV1H. 


253 


rotar  la  caballería ,  lo  que  hubiera  colocado  á  los  espa- 
ñoles en  posición  muy  apurada  en  caso  de  una  derrota, 
San  Martin  destacó  todos  los  escuadrones  á  las  órdenes  de 
Balcarce  :  desgraciadamente  se  dio  la  carga  con  toda  la 
caballería  desplegada  de  frente,  sin  conocer  el  terreno, 
y  según  dicen  sin  la  inteligencia  necesaria ,  y  fué  á  es- 
trellarse ante  la  fuerte  resistencia  de  Olarria,  quien  cargó 
á  su  vez  á  la  caballería  patriota  medio  desordenada  y  la 
dispersó,  como  igualmente  al  escuadrón  de  cazadores  que 
cubría  la  retaguardia  al  mando  de  Freiré.  Este  entonces 
con  los  lanceros  de  reserva  de  Bueras  volvió  á  tomar  la 
ofensiva  y  persiguió  parte  de  los  realistas  hasta  las  calles 
de  Talca  mas  allá  de  la  línea  enemiga ;  de  lo  cual  resultó 
una  nueva  refriega  jeneral  entre  la  caballería  de  ambos 
ejércitos,  que  hubiera  sido  fatal  para  la  de  los  patriotas 
á  pesar  de  su  superioridad  numérica ,  si  la  brigada  de 
artillería  del  teniente  coronel  don  Manuel  Blanco  Enca- 
lada, perfectamente  dirijida,  no  hubiese  acudido  á  soste- 
nerla y  protejer  la  retirada.  El  campamento  estaba  en 
Cancharayada  á  muy  corta  distancia  del  enemigo ,  que 
ya  tenia  formada  su  línea  apoyando  la  derecha  en  las 
casas  de  los  arrabales  de  Talca  y  la  izquierda  en  el  Bio- 

Claro  (1). 

La  posición  de  los  realistas  era  en  estos  momentos  su- 
mamente crítica.  Con  un  número  de  soldados  muy  infe- 
rior al  de  los  patriotas,  bisónos  muchos  de  ellos  como  ya 
hemos  dicho,  solo  un  golpe  de  mano  podia  salvarles  en 
tan  apurado  trance ,  y  felizmente  para  ellos  tenían  un 

(1)  Aparece  no  solo  del  manifiesto  de  Brayer,  aunque  sospechoso  por  ha- 
berlo dictado  la  malevolencia ,  sino  del  dicho  de  muchos  testigos  oculares,  que 
SanMartin  dejó  escapar  una  ocasión  escelente  para  destruir  el  ejército  enemigo, 
cuando  en  este  dia  le  permitió  pasar  sin  obstáculo  por  sitios  en  que  le  hubiera 
sido  facilísimo  destrozarlo. 


A^r^M^^** 


254 


HISTORIA    DE    CHILE. 


hombre  capaz  bajo  todos  conceptos  de  ejecutarlo ;  este 
hombre  era  Ordoñez. 

Aunque  continuaba  su  desvío  con  Ossorio,  á  quien  no 
podia  perdonar  que  le  hubiese  quitado  el  mando  del  ejér- 
cito, y  á  pesar  de  que  no  tenia  obligación  de  seguirle  ni 
de  esponerse  á  los  riesgos  de  la  guerra,  puesto  que  como 
intendente  de  la  provincia  de  Concepción  su  residencia 
debia  ser  en  la  capital  de  esta,  sin  embargo,  sea  que  le 
moviese  su  adhesión  á  te,  causa  realista ,  sea  que  le  agui- 
jonease el  deseo  de  gloria  y  de  emociones ,  se  reunió  á 
él  para  ayudarle  con  su  denuedo  y  sus  talentos.  En  el 
consejo  de  guerra  que  se  celebró  por  la  noche,  hizo  ver 
que  tenían  contra  sí  dos  grandes  enemigos,  el  ejército 
patriota ,  superior  al  suyo  bajo  todos  conceptos,  y  el  rio 
Maule,  imposible  de  pasar  á  un  ejército  derrotado.  En 
vista  de  esto  propuso  un  golpe  de  audacia,  reducido  á  ir 
inmediatamente  á  atacar  al  enemigo,  aprovechando  la 
oscuridad  de  la  noche  para  ocultar  mejor  su  plan  y  su  in- 
ferioridad. 

Este  proyecto  no  mereció  la  aprobación  de  Ossorio , 
que  como  hombre  prudente  é  instruido ,  no  opinaba  por- 
que se  fiase  nada  á  la  casualidad,  sino  que  quería  de- 
berlo todo  al  cálculo.  Sin  embargo,  habiéndose  adherido 
á  él  Baeza  y  muchos  oficiales,  se  decidió  á  adoptarlo ;  y 
poniendo  el  ejército  á  disposición  de  Ordoñez ,  dio  este 
en  seguida  las  órdenes  para  los  preparativos,  por  ma- 
nera que  á  las  ocho  todo  estaba  dispuesto  para  intentar 
un  golpe  de  fortuna. 

En  este  instante  el  ejército  patriota,  que  habia  llegado 
mucho  mas  tarde  al  campamento,  se  ocupaba  en  un  cam- 
bio de  posición ,  dirijido  por  el  teniente  coronel  de  inje- 
nieros  don  Antonio  Arcos,  que  ya  habia  situado  la  pri- 


CAPITULO    XLVIII. 


255 


mera  línea  detrás  de  un  sanjon ,  formando  un  ángulo 
recto  con  la  segunda  (1).  «  Como  se  retardase  algo  el 
movimiento  de  esta  y  el  flanco  de  la  primera  se  hallase  en 
descubierto  por  no  haberse  aun  situado  los  puntos  avan- 
zados, el  coronel  del  batallón  número  11  don  Juan  Gre- 
gorio de  las  Heras,  lo  hizo  presente  al  señor  coronel  don 
Hilarión  de  la  Quintana  que  la  mandaba  en  jefe,  lo  que  le 
fué  contestado  que  el  estado  mayor  lo  determinaría.  En- 
tonces el  coronel  Las  Heras,  por  seguridad  de  su  cuerpo, 
ordenó  que  la  !f  compañía  al  mando  del  capitán  don 
Antonio  Dehesa  pasase  á  sitiar  á  poco  mas  de  una  cuadra 
en  flanco,  haciendo  avanzar  de  ella  un  piquete  con  treinta 
hombres  y  los  centinelas  correspondientes.  Como  al  cuarto 
de  hora  de  establecido  este  puesto  avanzado ,  ya  se  sin- 
tieron tiros  y  muy  luego  un  fuego  de  fusil  bien  soste- 
nido; y  al  momento  el  parte  como  se  habia  pedido  que 
seiscientos  cazadores  atacaban  observándose  á  su  reta- 
guardia dos  columnas  de  infantería.  En  el  momento  se 
puso  el  ejército  sobre  las  armas  :  la  cuarta  compañía 
apagó  los  fuegos  de  golpe  y  se  retiró  precipitadamente  á 
ocupar  su  puesto.  El  enemigo,  no  encontrando  á  quien 
dirijirse,  se  encaminó  al  puesto  adonde  por  la  tarde 
habia  visto  á  nuestro  ejército,  y  al  pasar  por  el  frente  de 
la  primera  línea  tuvo  que  sufrir  tres  descargas  cerradas 
de  los  tres  batallones  que  la  componían  y  que  les  causó 
la  pérdida  de  mas  de  trecientos  hombres  (2).  » 

A  pesar  de  esta  pérdida,  la  posición  de  los  realistas 


(1)  Parece  que  este  cambio  de  posición  lo  dispuso  el  jeneral  en  jefe  de  re- 
sultas de  haber  sabido  las  intenciones  de  Ordoñez  por  un  espía  que  se  cojió. 
Véase  el  Progreso,  número  1696. 

(2)  Debo  estas  noticias  y  las  siguientes  al  valiente  jeneral  Las  Heras,  que, 
como  es  sabido,  salvó  una  gran  parte  del  ejército  patriota  y  contribuyó  por 
este  medio  mas  que  eadie ,  á  la  victoria  de  Maypu. 


aseara 


256 


HISTORIA    DE    CHILE. 


era  tan  desesperada  que  continuaron  atacando  la  segunda 
línea  con  tal  ímpetu  y  celeridad  que  desconcertó  á  los 
patriotas.  Habiéndose  encontrado  con  el  batallón  nú- 
mero 3  que  formaba  el  centro  de  esta  segunda  línea,  con- 
siguieron dispersarle  y  abrirse  paso  para  llegar  al  cuartel 
jeneral,  que  estaba  casi  en  la  altura  de  un  pequeño 
cerro  con  todo  el  parque,  los  hospitales,  la  intendencia , 
muchas  piezas  de  artillería ,  en  fin  todo  el  bagaje  del 
ejército  que  subia  á  mas  de  dos  mil  cargas  de  muías. 
Dueños  de  todo  empezaron  á  metrallar  desde  la  altura 
en  que  estaban  á  los  batallones  números  8  y  3,  que  mez- 
clados con  la  caballería  se  retiraban  ya  en  desorden  por 
el  camino  por  donde  habían  ido,  y  auxiliados  por  las  de- 
mas  columnas  y  sobre  todo  por  Ordoñez,  que  no  cesaba 
de  inspirará  todos  ánimo  con  su  presencia,  llevaban  á  los 
otros  batallones  tal  terror,  que  pocas  horas  bastaron  para 
dispersar  este  brillante  ejército  lleno  de  vida,  de  valor 
y  de  patriotismo,  perfectamente  instruido  y  disciplinado  y 
provisto  de  cuanto  podia  necesitar. 

Sin  embargo,  la  división  del  ala  derecha,  gracias  á  la 
buena  fortuna  que  nunca  falta  en  los  azares  de  una  ba- 
talla, no  sufrió  ninguna  pérdida.  Esta  división  se  com- 
ponía del  batallón  número  11 ;  déla  artillería  de  don 
Manuel  Blanco  con  doce  piezas,  aunque  ya  sin  municiones 
por  haberlas  gastado  todas  durante  el  dia;  de  parte 
del  batallón  número  2,  que  formaba  el  ala  derecha  de 
la  línea  cortada  y  rehecha  por  el  mayor  Rondissoni ; 
del  batallón  de  cazadores  de  los  Andes,  que  se  encon- 
traba en  el  ala  izquierda  de  la  misma  línea  y  que  por 
equivocación  fué  recibido  á  tiros,  y  de  algunas  otras  tro- 
pas hasta  el  número  de  tres  mil  quinientos  hombres, 
todos  de  infantería.   Por  ausencia  de  Quintana ,  jefe  de 


CAPITULO    XLVIII. 


257 


esta  división,  se  dio  el  mando  de  ella  por  los  jefes  de  los 
cuerpos  al  que  le  correspondía  por  su  graduación  y  anti- 
güedad, el  coronel  don  Juan  Gregorio  de  las  Heras,  quien 
con  el  auxilio  de  la  grande  prudencia  y  habilidad  del  bravo 
comandante  de  la  artillería  don  Manuel  Blanco,  tomó  al 
punto  las  mas  prudentes  medidas  para  salvar  tan  precio 
sos  restos.  Era  media  noche  y  se  necesitaba  no  ser  aper- 
cibidos :  al  efecto  la  retirada  se  hizo  con  el  mayor  silencio 
y  en  columna  cerrada.  A  pesar  de  estas  precauciones  les 
siguió  de  cerca  un  escuadrón,  y  tuvieron  que  tomar  posi- 
ción en  los  barrancos  del  lado  derecho  de  Lircay,  lo  que 
obligó  á  aquel  á  retirarse.  La  columna  continuó  la  marcha 
toda  la  noche,  algo  en  desorden  ,  llegó  de  dia  á  Pilarco 
y  á  las  nueve  á  Camarico,  donde  descansó  una  hora.  Los 
soldados  desertores  y  cansados  durante  la  noche  subieron 
á  quinientos  ;  pero  como  á  medida  que  avanzaba  la  co- 
lumna encontraba  dispersos  que  se  la  reunían,  quedó 
compensado  el  número  de  hombres  perdidos  con  el  de 
incorporados,  y  el  efectivo  permaneció  siempre  poco  mas 
ó  menos  el  mismo.  No  fué  poca  fortuna  que  encontraron 
algunas  muías  estraviadas  cargadas  de  municiones  de 
los  cañones  que  tenían,  lo  cual  se  tuvo  por  buen  agüero 
para  el  porvenir. 

Siguiendo  la  marcha  con  toda  la  celeridad  que  permi- 
tía el  estado  de  abatimiento  en  que  se  encontraban,  lle- 
garon el  20  al  rio  Lontue,  que  la  infantería  pasó  sin  difi- 
cultad, pero  no  así  los  doce  cañones,  cuyos  caballos  iban 
sumamente  cansados,  y  los  hombres  que  los  montaban 
desmoralizados  casi  por  la  fatiga  y  el  hambre.  Sin  em- 
bargo, el  intrépido  comandante,  tomando  á  punto  de 
honor  no  perder  una  sola  de  dichas  piezas,  animaba  de 
todos  modos  á  sus  valientes  artilleros.  No  desdeñando 


ti 


VI.  Historia. 


17 


258 


HISTORIA    DE    CHILE. 


hacer  el  papel  de  simple  soldado,  se  puso  á  ayudar  á  sus 
bravos  compañeros  en  la  faena  material,  y  al  cabo  de 
doce  horas  de  un  trabajo  muy  penoso,  casi  todo  dentro 
del  agua,  tuvo  la  suerte  de  ver  toda  su  artillería  del  otro 
lado  del  rio  y  en  disposición  de  poder  continuar  la  mar- 
cha. El  21  llegaron  casi  todas  las  tropas  á  Curico ,  que 
dejaron  á  la  izquierda  para  dirijirse  á  Chimbarongo , 
enviando  al  capitán  Dehesa  á  recojer  ó  inutilizar  las  ar- 
mas que  se  decía  haber  en  la  plaza.  El  encuentro  de  unos 
bueyes  pertenecientes  al  Estado,  llenó  de  júbilo  á  aque- 
llos pobres  desgraciados  que  hacia  muchos  dias  esperi- 
mentaban  una  hambre  cruel,  y  sin  embargo  renunciaron 
á  ellos  cuando  les  hizo  ver  el  coronel  Blanco  que  los  ca- 
ballos de  la  artillería  estaban  sumamente  cansados.  Por 
lo  demás,  el  peor  camino  estaba  andado  ,  se  hallaban 
hasta  cierto  punto  en  país  amigo  y  no  podían  faltar  los 
víveres,  como  así  sucedió  en  efecto. 

Durante  esta  difícil  retirada ,  en  la  que  no  habia  ni 
balas  de  cañón  ,  ni  caballería  ,  Las  Heras  despachó  de- 
lante dos  oficiales  á  que  hiciesen  presente  al  jeneral  en 
jefe  su  posición  y  el  número  de  tropas  que  habia  podido 
conservar  á  la  patria.  San  Martin  acantonado  en  San  Fer- 
nando para  recojer  los  fujitivos  y  reorganizar  su  ejército, 
le  envió  inmediatamente  al  teniente  coronel  don  Alberto 
Dalbe  para  felicitarle  por  su  admirable  retirada  y  para 
encargarle  eficacísimamente  que  avanzase  á  marchas  do- 
bles y  evitase  una  acción  á  todo  trance.  En  este  momento 
se  hallaba  Las  Heras  en  Chimbarongo  ,  y  al  saber  la 
próxima  salida  de  San  Martin  para  Santiago,  se  decidió 
á  dejar  el  mando  al  comandante  del  batallón  número  7 
don  Pedro  Conde,  y  marchar  á  avistarse  con  su  jeneral 
para  suplicarle  que  no  partiese  sin  presentarse  antes  á  su 


CAPITULO    XLVIIT. 


259 


columna.  Fué  esta  una  escelente  idea  que  produjo  el 
mejor  efecto  en  aquellos  valientes  soldados,  ya  muy  preo- 
cupados por  la  suerte  de  su  jeneral,  cuya  sola  vista  bas- 
taba para  inspirarles  entera  confianza  en  su  porvenir. 
Después  de  haber  dirijido  algunas  palabras  sumamente 
satisfactorias  á  aquellos  nobles  restos  de  un  ejército  poco 
antes  tan  floreciente,  y' con  especialidad  al  valiente  co- 
ronel Blanco,  en  quien  veia  al  oficial  de  Las  Heras  que 
mas  habia  contribuido  á  este  resultado ,  regresó  á  San 
Fernando  en  la  seguridad  de  que  la  división  no  podía 
correr  ya  ningún  peligro.  Con  efecto ,  en  este  momento 
se  hallaba  defendida  por  un  cuerpo  de  caballería  man- 
dado por  el  teniente  coronel  Bueras  y  el  mayor  Medina, 
á  quien  Las  Heras  encontró  de  observación  cerca  del 
rio  Tinguiririca  y  le  mandó  retirar  bajo  su  responsabi- 
lidad. 

Así  fué  como  á  fuerza  de  desvelos,  de  prudencia  y  ha- 
bilidad pudo  la  división  de  Las  Heras  llegar  á  Maypu  en- 
grosada con  los  dispersos  y  desertores  que  se  pudieron 
reunir.  En  el  camino  se  dieron  órdenes  muy  convenientes 
para  resistir  al  enemigo  ó  retrasarle  en  su  marcha.  Se 
quitaron  del  paso  los  caballos,  en  cuanto  esto  fué  posible ; 
se  destruyeron  los  caminos ,  vertiendo  los  aguas  de  las 
grandes  acequias;  se  inutilizaron  los  víveres  y  armas 
que  no  pudieron  llevarse ;  y  en  Rancagua ,  no  encon- 
trando muías,  cargaron  los  soldados  con  las  municiones, 
llevando  cada  uno  la  mayor  cantidad  que  pudo  :  muni- 
ciones que  debían  servir  para  la  batalla  que  el  país  iba 
á  dar  como  último  esfuerzo  de  su  patriotismo. 

Con  tan  admirable  conducta  y  tan  buenos  resultados 
no  es  estraño  que  San  Martin  quisiese  recibir  la  co- 
lumna con  todos  los  honores  de  que  era  digna.  Un  cuarto 


W 


260 


HISTORIA    DE   CHILE. 


de  legua  antes  del  campamento  que  se  le  había  destinad-© 
se  adelantó  á  cumplimentarla  acompañado  de  sus  prin- 
cipales oficiales,  y  cuando  aquellos  nobles  soldados  lle- 
garon al  campamento,  fueron  recibidos  por  los  demás 
cuerpos  en  orden  de  batalla,  presentándoles  las  armas  y 
haciendo  la  artillería  una  salva  de  veinte  y  un  cañona- 
zos. Al  mismo  tiempo  se  hizo  otra  salva  igual  en  el  cerro 
de  Santa  Lucia  y  hubo  un  repique  jeneral  de  todas  las 
campanas  de  las  iglesias.  El  jeneral  Balcarce,  que  había 
ido  á  los  llanos  de  Rancagua  á  tomar  el  mando  de  esta  divi- 
sión, se  abstuvo  de  hacerlo  como  era  justo,  dejando  que 
continuase  con  su  mando  su  verdadero  jefe,  el  valiente  é 
ilustre  don  Gregorio  de  las  Heras,  principal  jefe  de  esta 
admirable  retirada.  El  coronel  don  Manuel  Blanco  se 
hallaba  en  aquel  momento  en  Santiago,  ocupado  en  orga- 
nizar la  artillería  para  el  ejército  que  se  pensaba  ya  man- 
dar contra  los  vencedores. 


CAPITULO  XLIX 


La  noticia  de  lo  ocurrido  en  Cancharayada  llega  á  Santiago  y  sumerje  á  los 
patriotas  en  la  mayor  consternación.  —  Don  Manuel  Rodríguez  reanima  los 
espíritus  abatidos  y  les  infunde  esperanzas.  —  Una  asamblea  celebrada  en 
casa  del  director,  le  asocia  al  gobierno  de  don  Luis  de  la  Cruz.—  Armamento 
del  pueblo  y  creación  del  Tejimiento  de  húsares  de  la  muerte.  —  San  Martin 
y  O'Higgins  llegan  á  Santiago  y  toman  medidas  muy  activas  contra  el  ejército 
lie  Ossorio.  —  Zeloso  este  de  Ordoñez  descuida  la  persecución  de  los  pa- 
triotas y  les  da  tiempo  de  rehacerse.—  Batalla  y  victoria  decisiva  de  Maypu, 
ganada  por  San  Martin.—  Regreso  de  este  jeneral  y  de  O'Higgins  á  Santiago, 
donde  son  recibidos  con  delirantes  demostraciones  de  alegría.—  San  Martin 
marcha  á  Buenos-Aires.—  Cambio  en  el  ministerio.  —  El  ministro  de  ha- 
cienda Infante  introduce  reformas  en  su  departamento.—  Nombramiento  de 
una  junta  de  hacienda.—  Se  establece  la  navegación  de  cabotaje.—  Irisarri, 
ministro  del  interior,  se  ocupa  también  de  algunas  mejoras.  —  Los  princi- 
pales prisioneros  de  Maypu  son  llevados  á  la  punta  de  San  Luis  y  los  soldados 
al  interior  de  la  república.  —  Se  forma  la  alameda  de  la  Cañada.  —  Proyecto 
de  erijir  una  iglesia  y  una  pirámide  en  el  campo  de  batalla  de  Maypu. 


La  noticia  de  la  derrota  de  Cancharayada  se  supo  á 
las  treinta  y  seis  horas  en  Santiago ,  siendo  portador  de 
ella  el  teniente  Samaniego,  quien  anduvo  ochenta  leguas 
en  tan  corto  espacio  de  tiempo.  De  tal  magnitud  pareció 
el  suceso ,  tan  improbable ,  que  nadie  quería  creerlo ; 
mas  al  dia  siguiente  lo  confirmó  el  teniente  coronel  Arcos, 
y  tras  él  una  multitud  de  oficiales ,  á  quienes  el  miedo 
persiguió  hasta  la  capital,  y  les  hacia  abultar  las  pérdi- 
das y  los  peligros.  Un  delirante  terror  se  apoderó  de  los 
habitantes ,  que  temerosos  y  perplejos ,  ocultaron  unos 
cuanto  poseían  de  algún  valor,  marcharon  otros  á  sus  ha- 
ciendas y  no  faltó  quien  atravesase  las  altas  cordilleras, 
como  único  medio  de  ponerse  en  salvo.  Gran  número  de 
familias  se  condenó  de  nuevo  al  destierro,  emprendiendo 


a 


262 


HISTORIA    DE   CHILE. 


¡ 

\  m 

m  IH 

IH  IIH 

M 

el  camino  de  Mendoza,  y  á  ello  les  movió  la  imprudente 
medida  tomada  por  el  director  don  Luis  de  la  Cruz  de 
enviar  á  dicho  punto  los  caudales  del  Tesoro. 

Mientras  la  ciudad  se  hallaba  en  tan  espantoso  con- 
flicto, comentando  de  mil  maneras  diferentes  el  suceso, 
la  Providencia  le  envió  un  joven  ,  el  mas  á  propósito  en 
aquellas  circunstancias  y  el  que  mejor  que  nadie  podía 
confundir  á  los  medrosos  y  reanimar  á  los  habitantes. 
Este  joven  era  don  Manuel  Rodríguez,  el  mismo  que  con 
su  enerjía ,  su  talento  y  su  actividad ,  tan  perfectamente 
supo  preparar  la  victoria  de  Chacabuco. 

Llegó  el  23  á  Santiago  en  los  momentos  en  que  los 
cañones  de  San  Luis  y  los  repiques  de  campanas  anun- 
ciaban la  llegada  de  San  Martin  á  San  Fernando  con 
parte  de  su  ejército ,  y  sin  detenerse  se  fué  á  la  plaza , 
donde  habia  un  inmenso  jentío,  impaciente  por  saber 
nuevos  detalles  de  tan  grande  peripecia.  No  tardó  en 
rodearle  la  multitud  y  sus  numerosos  amigos,  y  á  todos 
íes  echó  en  cara  su  exajerada  inquietud ,  les  demostró 
que  lo  ocurrido  en  Gancharayada  no  habia  sido  de  nin- 
guna manera  una  derrota,  sino  una  simple  sorpresa  con 
poquísimas  pérdidas  que  fácilmente  podían  reemplazarse 
por  las  guarniciones  de  Santiago  y  Valparaíso,  y  después 
de  animarles  con  el  fuego  de  su  patriotismo,  les  hizo  jurar 
que  defenderían  el  país  y  su  bandera  hasta  derramar 
la  última  gota  de  sangre. 

Mientras  esta  escena  de  entusiasmo  pasaba  en  la  plaza, 
estaban  reunidos  en  palacio  para  tomar  las  enérjicas 
medidas  que  reclamaban  las  circunstancias ,  todas  las 
corporaciones,  los  militares,  el  cabildo  y  otras  muchas 
personas.  Creyendo  esta  junta  que  un  solo  jefe  en  el  po- 
der no  podia  bastar  para  tantas  atenciones,  resolvió  nom- 


u« 


CAPÍTULO    XLIX. 

brar  al  coronel  don  Manuel  Rodríguez  en  calidad  de  ad- 
junto del  director  delegado  don  Luis  de  la  Cruz. 

Ya  fuese  este  nombramiento  una  intriga  del  bando 
carrerista,,  como  se  ha  querido  decir,  ya  un  acto  espon- 
táneo que  es  lo  mas  probable,  en  atención  á  que  en  se- 
mejantes circunstancias  desaparecen  los  partidos  ante  el 
interés  nacional,  lo  cierto  es  que  desde  aquel  momento 
todo  cambió  completamente,  pues  el  pánico  desapareció 
y  renacieron  las  esperanzas.  En  cuanto  don  Manuel 
Rodríguez  se  vio  revestido  con  el  carácter  de  miembro 
del  poder  ejecutivo,  mandó  que  los  caudales  públicos  que 
iban  ya  caminando  para  Mendoza,  volviesen  á  Santiago, 
contuvo  la  emigración,  armó  al  pueblo  con  las  armas  y 
municiones  que  habia  en  la  maestranza  y  levantó  un 
cuerpo  de  voluntarios,  á  que  puso  el  nombre  de  húsares 
de  la  muerte,  dándole  sus  lúgubres  insignias  y  sus  in- 
flexibles estatutos.  Hizo  esto  para  comprometer  su  ar- 
rojo, así  como  les  prometió  en  un  bando  darles,  lo  mismo 
que  á  todos  los  militares,  gratificaciones  proporcionadas 
á  los  recursos  del  Tesoro,  y  especialmente  las  haciendas 
secuestradas  á  los  realistas.  Con  estas  medidas  logró  ins- 
pirar jeneral  confianza  y  aliento ,  y  reanimar  el  espíritu 
público  hasta  el  grado  de  exaltación  que  en  aquellos  mo- 
mentos era  necesario  para  salvar  la  patria. 

Otra  vez  al  dia  siguiente  %k  de  marzo  por  la  mañana, 
los  cañonazos  y  repiques  de  campanas  renovaron  la 
ajitacion  en  el  pueblo.  Era  que  llegaban  á  la  capital 
O'Higgins  y  San  Martin,  los  cuales  iban  á  infundir  con- 
fianza á  la  población  y  organizar  la  resistencia.  En  la 
misma  mañana  que  llegaron  estos  dos  jenerales,  convo- 
caron una  reunión  de  las  corporaciones  y  de  personas 
notables  para  darles  una  idea  exacta  de  cuanto  habia 


2611 


HISTORIA   DE    CHILE. 


ocurrido  y  de  los  elementos  con  que  podían  contar  para 
contrarrestar  un  triunfo,  debido  esclusivamente  á  una 
sorpresa.  Rodríguez  asistió  á  esta  reunión,  pero  se 
abstuvo  de  tomar  en  ella  una  parte  muy  activa.  Bien 
hubiera  querido  O'Higgins  utilizar  su  capacidad,  pero 
esta  empezaba  á  hacerle  sombra,  y  buscó  por  el  contra- 
rio los  medios  de  quitar  á  este  intrépido  chileno  la  in- 
fluencia que  le  elevaba  á  la  altura  de  un  rival  temible : 
sin  embargo  aparentando  querer  recompensar  sus  servi- 
cios, le  nombró  comandante  del  cuerpo  de  húsares  de  la 
muerte  que  habia  creado.  A  don  Luis  de  la  Cruz  lo  en- 
vió al  norte  á  que  organizase  la  defensa  para  el  caso  de 
algún  revés,  precaución  que  se  tomó  asimismo  en  Val- 
paraíso, adonde  fué  el  capitán  Miller  con  orden  de  em- 
barcarse en  el  Lautaro  y  apoderarse  de  cuantos  buques 
hubiese  en  la  bahía. 

Aunque  los  médicos  aconsejaban  á  O'Higgins  un  ab- 
soluto reposo  para  que  pudiera  curarse  de  la  grave  he- 
rida que  recibió  en  la  sorpresa  de  Cancharayada  y  que  le 
producía  mucha  calentura  y  grandes  dolores,  el  peligro 
de  la  patria  por  un  lado,  y  por  otro  la  inmensa  responsa- 
bilidad que  pesaba  sobre  él,  le  hizo  superior  á  sus  pade- 
cimientos, y  casi  todos  los  dias  dictaba  en  su  despacho 
numerosos  decretos,  que  firmaba  con  estampilla  porque 
la  herida  le  impedia  hacerlo  con  la  mano.  Entre  tanto 
San  Martin  pasaba  parte  del  tiempo  en  el  campamento 
que  había  levantado  á  una  legua  de  Santiago,  ocupado 
en  instruir  y  disciplinar  los  nuevos  reclutas  y  en  reforzar 
el  ejército  con  los  soldados  dispersos  y  con  la  guarnición 
de  Valparaíso  que  mandó  ir  allí.  Al  concurso,  pues,  de 
estos  tres  grandes  patriotas,  eficazmente  secundados  por 
el  entusiasmo ,  la  jenerosidad  y  los  auxilios  de  todo  jé- 


CAPITULO    XL1X. 

ñero  de  los  habitantes,  debió  la  patria  al  cabo  de  pocos 
dias ,  un  ejército  casi  tan  numeroso  y  tan  bien  equipado 
como  el  anterior,  y  capaz  de  hacer  frente  al  peligro  que 
tan  de  cerca  le  habia  amenazado  y  que  la  ineptitud  de 
Ossorio  no  supo  aprovechar. 

Este  jeneral  debia  saber  que  un  ejército  victorioso  es 
siempre  arrojado  y  está  lleno  de  confianza,  mientras  que 
los  soldados  que  son  vencidos  se  ven  abatidos  y  desani- 
mados, huyen  en  gran  desorden,  y  la  mayor  parte  de  las 
veces  quedan  á  discreción  del  que  acierta  á  perseguirlos 
con  actividad  y  rapidez.  Ordoñez ,  para  quien  era  una 
necesidad  continua  la  actividad  y  el  combate ,  quiso  pro- 
ceder con  arreglo  á  este  principio,  y  se  presentó  á  Ossorio 
para  comprometerle  á  la  persecución ;  pero  solo  pudo 
conseguir  algunos  cuantos  caballos  con  orden  de  no  pa- 
sar de  Quecheregua.  Consecuencia  de  esta  falta  fué  que 
la  división  de  Las  Heras,  engrosada  con  gran  número  de 
soldados  dispersos ,  quedase  intacta  y  pudiese  formar  en 
cierto  modo  el  núcleo  del  ejército  de  Maypu. 

Háse  esplicado  la  conducta  de  Ossorio  en  esta  ocasión 
con  los  zelos  que  tenia  de  Ordoñez ,  militar  de  mas  repu- 
tación que  él ,  á  quien  no  queria  permitir  que  completase 
una  victoria  que  reservaba  para  sí.  Con  este  pensamiento 
pretestó  que  las  tropas  necesitaban  descansar  y  volvió  á 
Talca,  donde  se  pasaron  tres  dias  en  grandes  fiestas, 
con  sentimiento  de  los  oficiales  entendidos ,  que  sabían 
apreciar  las  consecuencias  de  tanta  inacción.  Al  fin  al 
cuarto  dia  se  puso  en  movimiento  el  ejército  para  ir  á 
reunirse  en  el  siguiente  á  la  avanzada  de  Ordoñez ,  que 
permanecía  en  Quecheregua ,  y  de  allí  continuar  directa- 
mente sobre  Santiago.  Al  llegar  cerca  de  la  Requinua, 
una  partida  de  realistas  fué  atacada  y  batida  por  el  ca- 


ssra 


266 


HISTORIA    DE    CHILE. 


pitan  de  granaderos  de  caballería  Cascaravilía,  y  esta 
escaramuza  con  la  retaguardia  infundió  ánimo  á  los  unos 
y  dio  algo  en  que  pensar  á  los  otros.  Continuaron  sin 
embargo  la  marcha  y  á  corta  distancia  del  Maypu  deja- 
ron el  camino  real  para  pasar  este  rio  por  el  vado  de 
Lonquen,  y  penetrar  en  la  gran  llanura  por  la  hacienda 
de  la  calera.  Esto  acontecía  el  3  de  abril,  es  decir,  quince 
días  después  de  la  derrota  de  Cancharayada ,  tiempo 
empleado  por  los  patriotas,  como  ya  hemos  visto,  en 
rehacerse  y  proveerse  de  lo  que  necesitaban,  y  cuyo  ejér- 
cito estaba  acampado  desde  el  2  en  la  hacienda  del  Es- 
pejo, y  sitio  llamado  de  las  tres  acequias.  O'Higgins,  á 
pesar  de  los  padecimientos  de  su  herida,  no  pudo  resistir 
al  deseo  de  tomar  parte  en  una  batalla,  que  debía  decidir 
de  la  suerte  de  la  patria,  y  que  había  de  darse  siendo 
él  el  jefe  del  ejército.  Mandó  que  marchase  á  las  órdenes 
de  don  Joaquín  Prieto  la  división  de  reserva  de  Santiago, 
compuesta  de  veteranos,  milicianos  y  algunos  inválidos; 
vio  desfilar  á  los  jóvenes  alumnos  de  la  escuela  militar, 
que  aunque  apenas  podían  con  el  fusil,  participaban  del 
jeneral  entusiasmo,  y  en  seguida  subió  en  un  cabriolé 
para  ir  á  ocupar  su  puesto  en  medio  de  sus  valientes 
tropas.  Al  llegar  al  campamento,  hizo  que  le  montasen  á 
caballo  para  acompañar  al  jeneral  en  jefe  en  la  revista 
que  pasó,  y  animar  á  los  soldados  con  su  presencia. 
Había  llegado  el  momento  de  obrar  y  de  conocer  los 
movimientos  del  enemigo.  San  Martin  tenia  dada  orden 
al  coronel  Freiré  de  que  avanzase  hasta  la  calera  con  un 
escuadrón  de  cazadores  á  caballo,  y  este  coronel,  con  su 
impetuosidad  acostumbrada,  no  dejó  descansar  al  ene- 
migo ni  de  día  ni  de  noche,  hasta  que  el  5  por  la  mañana 
faltándole  municiones,  regresó  con  sus  tiradores  al  cam- 


CAPITULO    XL1X. 


267 


pamento  para  informar  al  jeneral  del  resultado  de  su 
comisión. 

Inmediatamente  partió  el  teniente  coronel  don  José 
Melian  á  continuar  la  observación  con  el  segundo  escua- 
drón de  granaderos  de  caballería,  llevando  orden  de 
provocar  al  enemigo  con  guerrillas  de  tiradores  para 
detener  su  marcha ,  y  dar  parte  al  jeneral  cada  cinco  mi- 
nutos de  cuanto  pasase  y  pudiera  observar.  A  una  media 
legua  de  distancia,  vio  Melian  jente  en  una  pequeña 
altura,  y  habiendo  enviado  á  reconocerla,  resultó  que 
eran  granaderos  á  caballo  pertenecientes  á  la  vanguar- 
dia. Sin  enterarse  de  su  número,  les  cargó  Melian,  y  á 
la  mitad  del  cerro  fué  recibido  con  una  descarga  de  me- 
tralla de  dos  obuses,  correspondientes  á  una  batería  de 
cuatro  cañones  que  el  enemigo  tenia  situada  en  aquel 
punto,  protejida  por  una  columna  de  infantería  y  sobre 
cincuenta  caballos.  La  descarga  hizo  retroceder  a  los 
patriotas,  quienes  en  su  retirada  se  encontraron  mez- 
clados con  los  lanceros  realistas,  lo  cual  dio  lugar  á 
una  pequeña  escaramuza ,  en  que  tuvieron  los  segundos 
diez  y  seis  muertos  y  solo  tres  los  primeros  con  nueve 
heridos. 

Al  ruido  del  cañón,  el  jeneral  Balcarce  marchó  inme- 
diatamente en  auxilio  de  los  granaderos,  con  cuatro  piezas 
de  artillería,  mandadas  por  el  sarjento  friayor  Borgoño. 
Llegó  cuando  aquellos  iban  en  retirada ,  y  no  restán- 
dole nada  que  hacer,  envió  á  Melian  á  que  ocupase  una 
pequeña  altura  que  habia  cerca  y  se  volvió  con  San 
Martin.  Conociendo  este  que  lo  que  Ossorio  quería  era 
volver  su  ala  derecha  para  amenazar  la  capital  y  Val- 
paraíso y  cortarle  toda  comunicación  y  toda  retirada, 
ordenó  al  punto  un  cambio  de  dirección  sobre  la  derecha 


i 


268 


HISTORIA    DE    CHILE, 


con  objeto  tener  en   frente  al  enemigo  y  atacarle  en 
seguida. 

La  infantería  se  puso  toda  á  las  órdenes  del  brigadier 
Balcarce,  mandando  Las  Heras  la  derecha,  la  izquierda 
Alvarado  y  la  reserva  Quintana.  La  caballería  de  la  dere- 
cha, compuesta  de  granaderos,  la  mandaba  don  Matías 
Zapiola,  y  la  de  la  izquierda ,  que  la  formaban  los  escua- 
drones de  la  escolta  y  los  cazadores  de  los  Andes,  el  in- 
trépido Freiré.  La  artillería  quedó  dividida  en  dos  bri- 
gadas principales,  la  de  Borgoño  protejida  por  la  división 
Alvarado,  y  la  de  Blanco  por  la  de  Las  Heras. 

Tal  fué  la  distribución  que  se  hizo  del  ejército  patriota 
para  una  lucha  que  amenazaba  ser  formidable,  porque 
los  chilenos  estaban  sedientos  de  venganza  y  los  españoles 
envalentonados  con  su  último  triunfo.  Después  de  algunas 
descargas  de  canon  de  la  batería  Blanco,  que  tomó  una 
parte  tan  brillante  en  aquella  batalla,  los  batallones  mar- 
charon sobre  el  enemigo  en  columna  cerrada  y  arma  al 
brazo,  sin  detenerse  ni  contestar  al  fuego  mortífero  que 
les  hacian.  Los  escuadrones  de  granaderos  de  Zapiola  que 
los  protejian,  fueron  cargados  por  la  caballería  realista; 
pero  como  tropa  escojida  que  era,  resistieron  con  firmeza 
el  choque,  y  en  seguida  persiguieron  á  su  vez  á  los  que 
les  habian  atacado ,  hasta  un  pequeño  cerro,  en  que  los 
metrallaron  horriblemente  la  infantería  y  artillería  ene- 
migas. Obligados  á  retroceder  en  algún  desorden,  se 
detuvieron  el  tiempo  absolutamente  preciso  para  reha- 
cerse, y  reforzados  con  la  segunda  compañía  de  Melian, 
que  marchó  á  la  carrera  á  reunírseles,  volvieron  á  tomar 
la  ofensiva,  cargaron  á  la  caballería  enemiga  con  un 
ímpetu  heroico,  la  arrollaron  y  la  dispersaron  en  com- 
pleto desorden. 


CAPÍTULO    XL1X. 

La  infantería  durante  esta  lucha  se  batió  con  las  me- 
jores tropas  mandadas  por  el  intrépido  Ordoñez  y  pro- 
tejidas  por  una  columna  de  caballería.  Borgoño,  que 
acababa  de  llegar  á  la  pequeña  altura  ocupada  por  el 
enemigo,  viéndose  en  escelente  posición  para  metrallarlo, 
lo  hizo  con  tal  acierto ,  que  dispersó  toda  la  caballería ; 
pero  como  la  carga  de  los  soldados  de  Ordoñez,  reforza- 
dos con  el  famoso  batallón  de  Burgos  y  el  de  Arequipa, 
fué  tan  impetuosa  y  tan  bien  sostenida,  la  línea  patriota 
cedió  un  poco,  y  el  batallón  de  los  infantes  ó  n°  8 ,  enga- 
ñado por  un  cerrito,  llegó  á  quema  ropa  sobre  el  enemigo 
y  recibiendo  una  descarga  muy  viva  que  le  hizo  perder 
la  mitad  de  su  jente,  estuvo  un  momento  derrotado.  San 
Martin,  que  lo  apercibió,  envió  inmediatamente  la  reserva 
de  Quintana,  compuesta  de  los  batallones  1  y  3  de  Chile 
y  7  de  los  Andes,  mandados  por  Bivera,  López,  Conde 
y  el  comandante  Thomson.  Estas  tropas,  que  avanzaron 
á  todo  escape  para  sostener  la  línea ,  reanimar  con  su 
presencia  á  los  soldados  é  inspirarles  nuevos  bríos,  car- 
garon con  un  ímpetu  tan  estraordinario  que  cortaron  en 
dos  el  batallón  de  Burgos,  y  cayendo  sobre  el  de  Arequipa 
que  estaba  en  la  retaguardia,  le  batieron  y  dispersaron 
completamente.  Desde  aquel  momento  todo  fué  ya  con- 
fusión y  desorden  en  el  campo  realista.  El  jeneral  en 
jefe,  derribado  del  caballo  por  una  bala  de  cañón  de  los 
artilleros  de  Blanco  que  cayó  á  su  lado ,  no  hizo  mas  que 
volver  á  montar  y  emprender  la  fuga,  seguido  de  unos 
cuantos  oficiales  y  de  algunos  soldados  de  caballería, 
que  pudieron  escapar  en  este  gran  drama.  De  los  sol- 
dados de  infantería ,  unos ,  como  los  del  batallón  de  Are- 
quipa ,  se  rindieron  haciendo  protestas  de  patriotismo , 
otros ,  no  pudiendo  evitar  la  persecución ,  se  apoderaron 


j 


270 


HISTORU    DE    CíULE. 


de  las  casas  de  la  hacienda,  donde  ya  se  habían  salvado 
los  restos  del  batallón  de  Burgos ,  y  en  ellas ,  como  los 
romanos  en  el  Monte  Sacro ,  dándoles  bríos  la  desespe- 
ración, sostuvieron  por  espacio  de  algunas  horas  con  tanta 
honra  como  denuedo,  un  segundo  combate  casi  tan  em- 
peñado y  tan  sangriento  como  el  primero.  El  batallón 
número  1  de  Coquimbo  cometió  la  imprudencia  de  ade- 
lantarse á  un  callejón  que  conducía  á  un  patio ,  donde 
los  realistas  habían  colocado  los  dos  cañones  que  les  que- 
daban, y  perdió  inútilmente  muchos  soldados  por  el  fuego 
mortífero  que  le  hicieron.  Fué  una  falta  atacar  de  frente 
y  en  sitio  estrecho  á  tropas  ya  vencidas  que  en  su  de- 
sesperación estaban  furiosas,  y  cuya  resistencia  ni  podia 
ser  larga  ni  dar  cuidado  alguno.  En  efecto,  envueltos  por 
todos  lados ,  próximos  á  faltarles  todo ,  no  tardaron  en 
rendirse  estos  cortos  restos  así  como  sus  nobles  jefes 
Primo  Rivera,  Latorre  y  el  intrépido  Ordoñez,  digno  sin 
duda  de  mejor  fortuna,  quien,  lleno  de  noble  cólera, 
prefirió  romper  su  espada  á  entregarla.  Igual  suerte  cupo 
á  los  numerosos  fujitivos,  á  quienes  los  guasos  persiguie- 
ron en  todas  direcciones ;  por  manera  que  un  ejército 
brillante  ,  compuesto  de  muchos  y  escojidos  batallones , 
que  habían  resistido  con  bizarría  los  impetuosos  ataques 
de  los  franceses  en  España ,  se  vio  completamente  des- 
hecho en  pocas  horas,  quedando  en  poder  de  los  patriotas 
todo  su  material,  armas,  cañones  y  bagaje. 

Tal  fué  la  sangrienta  batalla  que  selló  definitivamente 
la  independencia  chilena  y  ejerció  una  influencia  in- 
mensa en  los  destinos  de  América.  La  bizarría ,  la  au- 
dacia, la  decisión  de  que  los  dos  ejércitos  dieron  pruebas 
en  esta  terrible  lucha ,  son  superiores  á  todo  encareci- 
miento. Unos  y  otros  se  batieron  con  todo  el  valor  que 


CAPÍTULO    XLIX.  271 

infunde  el  amor  propio  y  con  un  conocimiento  militar 
que  los  patriotas  adquirieron  en  poco  tiempo,  gracias  á 
algunos  oficiales  estranjeros  y  á  la  penetración  chilena. 
Si  hubieran  de  citarse  los  nombres  de  cuantos  patriotas 
se  distinguieron ,  seria  necesario  hacer  mención  de  casi 
todos  los  combatientes,  desde  el  jeneral  en  jefe  hasta  el 
último  guaso.  Estos,  cuyo  entusiasmo  supo  aprovechar 
Rodríguez ,  enseñándoles  por  medio  de  la  disciplina,  el 
valor  reglado  del  veterano  ,  se  presentaron  en  gran  nú- 
mero, y  fueron  muy  útiles  para  cojer  una  infinidad  de 
fujitivos ,  á  los  que  persiguieron  con  grande  encarniza- 
miento, usando  muchas  veces  de  sus  lazos  para  apode- 
rarse de  ellos.  (Véase  el  plan  de  la  batalla  en  el  atlas.) 

A  las  nueve  de  la  noche  entraron  O'Higgins  y  San 
Martin  en  Santiago  en  medio  de  las  entusiastas  aclama- 
ciones de  un  pueblo ,  que  del  terror  del  pánico ,  habia 
pasado  al  delirio  de  la  alegría.  Pasados  pocos  dias,  San 
Martin  ,  dejando  el  mando  del  ejército  á  Balcarce,  em- 
prendió de  nuevo  el  camino  de  Buenos-Aires ,  no  en 
busca  de  nuevas  coronas  que  su  modestia  rehusaba,  sino 
para  discutir  y  combinar  con  el  director  Pueyrredon ,  el 
plan  que  meditaba  hacia  tiempo,  de  llevar  la  guerra  al 
corazón  mismo  del  Perú,  y  conquistar  la  libertad,  plan- 
tando su  bandera  en  las  torres  del  Callao. 

A  los  pocos  dias  de  haber  salido  San  Martin ,  envió 
O'Higgins  al  coronel  Zapiola  con  doscientos  cincuenta 
granaderos  de  caballería  á  perseguir  los  fujitivos  y  ocu- 
par la  provincia  de  Concepción.  No  anduvo  acertado  en 
mirar  con  indiferencia  estos  cortos  restos ,  pero  persua- 
dido como  estaba  de  que  no  volverían  á  reorganizarse 
jamas,  se  dedicó  esclusivamente  á  la  creación  de  la  ma- 
rina, que  tan  útil  habia  de  ser  para  el  último  esfuerzo  de 


272 


HISTORIA    DE    CHILE. 


la  independencia  chilena,  y  á  mejorar  algunos  ramos  de  la 
administración  pública  de  Chile.  Aunque  el  ministerio  se 
componía  de  hombres  respetables  y  adictos  á  su  per- 
sona y  á  su  política,  Villegas  presentó  su  dimisión  porque 
necesitaba  descansar,  y  Zañartu  fué  á  representar  al 
gobierno  en  Buenos-Aires.  Por  el  carácter  activo  é  inteli- 
gente del  último  y  el  odio  profundo  que  tenia  a  los  Car- 
reras ,  era  mucho  mas  útil  en  este  país ,  ajitado  entonces 
por  las  facciones  de  Alvear,  Artigas  y  aun  de  Carrera, 
que  se  hallaba  retirado  en  Montevideo.  Fué  reemplazado 
en  el  ministerio  del  interior  por  don  Antonio  José  de 
Irisarri,  no  menos  activo,  intelijente,  ni  menos  enemigo 
que  él  de  los  Carreras.  A  don  José  Miguel  Infante  se 
confirió  el  ministerio  de  hacienda. 

Era  este  sin  disputa  el  ministerio  mas  importante ,  y 
el  que  mas  reformas  necesitaba.  Con  la  paralización  del 
comercio,  de  la  agricultura  y  de  las  minas,  las  ventas 
eran  nulas  de  mucho  tiempo  atrás ,  por  lo  que  y  teniendo 
que  atender  á  los  gastos  estraordinarios  de  la  guerra , 
tanto  el  gobierno  realista  como  el  patriota  se  habían  va- 
lido de  toda  clase  de  medios  para  adquirir  el  dinero  que 
necesitaban ;  de  modo  que  patriotas  y  realistas  alterna- 
tivamente habían  sufrido  exacciones  en  estremo  onero- 
sas, ya  con  el  nombre  de  donativos ,  ya  con  el  de  em- 
préstitos forzosos,  ya  de  secuestros,  todo  ejecutado  de 
una  manera  muy  irregular  y  muchas  veces  perjudicial 
á  los  intereses  del  fisco.  Para  remediar  en  lo  posible 
este  mal,  é  introducir  orden  en  los  importantes  trabajos 
de  este  ministerio,  nombró  O'Higgins  una  junta  de  ha- 
cienda encargada  de  examinar  las  cuentas  desde  la  en- 
trada en  el  país  del  ejército  libertador,  de  proponer  un 
plan  de  reforma  capaz  de  evitar  los  abusos  y  la  dilapi- 


CAPITULO    XLTX. 


273 


dación  de  los  caudales  públicos,  y  de  procurar  la  mayor 
economía,  disminuyendo  los  empleados  hasta  donde  esto 
fuese  dable.  El  mismo  dia  que  nombró  la  junta,  dio  un 
decreto,  mandando  que  los  empleados  de  hacienda  exi- 
jiesen  con  firmeza ,  y  en  caso  necesario  con  rigor,  todos 
los  atrasos,  tanto  de  contribuciones,  como  de  empréstitos 
y  donativos. 

En  un  tiempo  en  que  había  que  mantener  un  ejército 
de  cerca  de  nueve  mil  hombres,  y  cuando  nuevas  crisis 
financieras  ponían  á  cada  momento  en  conflicto  al  go- 
bierno y  paralizaban  su  acción,  era  muy  difícil  organizar 
de  repente  el  sistema  de  impuestos,  empresa  en  todas 
épocas  delicada,  y  nivelarlos  de  manera  que  bastasen  á 
cubrir  los  numerosos  gastos  que  exijia  así  el  sei  vicio  mi- 
litar como  el  civil,  mucho  mas  tratándose  de  crear  una 
escuadra.  El  patriotismo  salia  de  cuando  en  cuando  al 
encuentro  de  las  necesidades  públicas ,  ya  espontánea- 
mente, ya  escitado  por  proclamas  así  del  gobierno  como 
de  las  municipalidades ;  pero  los  donativos  iban  siempre 
en  disminución ,  porque  la  jenerosidad  es  como  la  pro- 
digalidad ,  que  se  agota  por  falta  de  medios ,  y  el  go- 
bierno se  veia  precisado  á  valerse  de  la  violencia,  á 
echar  mano  de  esos  despojos  injustos  que  consistían  en 
sacar  fuertes  sumas  á  los  adictos  al  realismo  y  en  quitar 
á  los  emigrados  sus  propiedades  y  sus  bienes ,  amena- 
zando con  las  penas  mas  severas  al  que  los  tuviese  en  su 
poder  y  no  los  declarase  á  una  de  las  comisiones  esta- 
blecidas en  las  principales  ciudades  de  la  república,  y 
recompensando  con  la  cuarta  parte  de  su  valor  á  los 
denunciadores.  Esto,  como  se  ve,  era  volver  á  los  in- 
justos decretos  que  dieron  á  título  de  represalia  todos 
los  gobiernos  mas  ó  menos  severos  según  sus  pasiones 

18 


VI.  Historia. 


274 


HISTORIA    DE    CHILE, 


y  sus  apuros ,  sistema  que  siguió  aun  por  mucho  tiempo  y 
no  obstante  que  el  gobierno  adoptó  medidas  muy  condu- 
centes al  orden  de  las  rentas;  pues  prohibió  que  fuesen 
soldados  los  mineros  para  que  cesase  el  abandono  de 
las  minas  por  falta  de  trabajadores ,  estableció  la  nave- 
gación de  cabotaje ,  este  activo  ájente  de  cambio  y  de 
circulación  desconocido  hasta  entonces  en  Chile,  protejió 
en  fin  el  comercio  esterior  concediendo  mas  libertad  al 
que  se  hacia  en  grande  escala ,  aunque  cometiendo  al 
propio  tiempo  la  falta  de  renovar  el  mezquino  é  impolítico 
decreto  que  prohibía  á  los  estranjeros  el  tráfico  al  por 
menor.  No  era  posible  que  á  pesar  de  todas  estas  medi- 
das, las  rentas  públicas  alcanzasen  en  mucho  tiempo  para 
cubrir  las  necesidades  del  servicio  y  todos  los  gastos  que 
tan  crecido  número  de  soldados  ocasionaba.  Fué  pues 
necesario  recurrir  á  otros  medios,  como  el  de  imponer 
nuevas  contribuciones,  aumentar  la  dei  papel  sellado , 
apelar  á  las  exacciones,  por  repugnantes  que  fuesen,  y  no 
bastando  aun  todo  esto,  pedir  á  Buenos-Aires  un  emprés- 
tito de  quinientos  mil  pesos,  lo  cual  se  hizo  por  conducto- 
de  San  Martin.  Las  dos  repúblicas  se  hallaban  tan  estre- 
chamente unidas  en  ideas  y  en  intereses,  estaba  tan  ligado 
el  porvenir  de  ambas,  que  el  empréstito  podia  conside- 
rarse como  un  empréstito  interior. 

Don  Antonio  José  de  Irisarri ,  que  habrá  entrado  en  el 
ministerio  del  interior ,  no  podia  quedarse  atrás  de  su 
compañero,  ni  ser  indiferente  á  los  adelantos  que  recla- 
maba el  país.  Por  sus  talentos,  su  actividad  y  la  espe- 
riencia  que  tenia  de  los  negocios  adquirida  con  la  prác- 
tica ,  el  estudio  y  los  viajes ,  era  quizá  la  persona  mas  á 
propósito,  sino  para  inventar  los  medios  de  satisfacer  la 
sspectacion  pública,  al  menos  para  activar  lo  que  la  opi- 


* 


; 


CAPITULO    XLIX. 

nion  demandaba  en  el  interés  jeneral.  Con  efecto,  puso 
en  juego  todas  las  intelijencias,  renovando  la  sociedad 
de  amigos  de  Chile,  de  que  había  sido  secretario  y  uno 
de  los  mas  activos  promovedores  de  sus  tareas,  para  que 
discutiese  y  presentase  al  gobierno  proyectos  practicables 
para  la  prosperidad  y  adelantos  del  país,  que  fué  el  ob- 
jeto de  su  fundación.  «  La  agricultura,  decían  los  estatu- 
tos, el  comercio,  la  minería ,  las  artes  y  los  oficios,  son 
materias  sobre  que  la  sociedad  debe  emplear  sus  tareas, 
ya  notando  los  obstáculos  que  se  oponen  á  su  perfección, 
ya  proponiendo  los  medios  de  sus  mejoras.  »  Pero  la  so- 
ciedad no  se  ocupaba  solo  del  bienestar  material ,  sino 
que  vijilaba  las  escuelas  y  fomentaba  la  instrucción  pri- 
maria y  secundaria,  habiendo  contribuido  al  restableci- 
miento del  instituto  suprimido  por  Ossorio,  y  reorgani- 
zado la  biblioteca  que  se  abrió  al  público  bajo  la  dirección 
del  apreciable  don  Manuel  Salas. 

Como  en  la  victoria  de  Maypu  hicieron  los  patriotas 
muchos  prisioneros,  algunos  de  los  cuales  eran  oficiales 
superiores  de  gran  mérito,  el  virey  del  Perú  envió  á  Chile 
á  don  Félix  de  Olavarriague  y  Blanco  para  tratar  de  un 
canje  con  los  que  tenían  los  realistas.  El  comandante  ame- 
ricano del  Ontario  don  J.  Biddle ,  que  era  el  que  había 
provocado  el  canje,  fué  el  encargado  de  llevar  la  proposi- 
ción y  acompañar  á  Santiago  al  comisionado.  Se  presentó 
este  con  ademanes  impropios  de  quien  iba  á  tratar  con 
un  jefe  del  estado ,  y  de  aquí  que  nada  resultase  de  las 
entrevistas ,  y  que  los  nobles  prisioneros  fuesen  llevados 
poco  tiempo  después  á  las  provincias  de  la  república  ar- 
gentina, donde  les  esperaba  una  terrible  catástrofe.  Los 
soldados,  etc.,  fueron  distribuidos  en  el  interior  del  país 
y  ocupados  en  trabajos  públicos  ó  en  las  haciendas,  cuyos 


276 


HISTORIA    DE    CHILE. 


4Í 


dueños  se  obligaban  á  tratarlos  con  todos  los  miramien- 
tos debidos.  Los  que  quedaron  en  Santiago  estaban  á  las 
órdenes  del  gobierno  y  de  la  municipalidad ,  y  se  les 
utilizó  en  concluir  el  canal  de  Maypu  y  en  la  policía  de  la 
población,  principalmente  en  limpiar  la  Cañada  y  con- 
vertirla de  depósito  de  inmundicias  que  era,  en  la  ala- 
meda que  es  hoy  el  adorno  de  la  capital  y  uno  de  los 
paseos  mas  bonitos  de  América.  Se  pensó  ademas  en 
destinarlos  á  los  trabajos  de  una  iglesia  que  en  momen- 
tos de  peligro  y  de  fe  viva  hizo  voto  de  edificar  el  pueblo 
de  Santiago  á  Nuestra  Señora  del  Carmen  ,  jurada  pa- 
trona  del  ejercito  en  el  santuario  de  la  catedral  con  asis- 
tencia de  todas  las  corporaciones.  Hubo  también  el  pen- 
samiento de  levantar  al  lado  de  la  iglesia,  que  empezó  á 
construirse  con  el  producto  de  numerosos  donativos ,  y 
en  la  parte  mas  elevada,  una  pirámide  de  treinta  pies  de 
elevación ,  coronada  con  una  Fama ,  en  cuyo  clarín  se 
leyese  este  mote  :  Gloria  inmortal  á  los  héroes  de  Maypu, 
vencedores  de  los  vencedores  de  Bailen,  Pero  todo  no  pasó 
de  un  proyecto  que  quedó  en  la  cartera  del  ministro  para 
ser  solo  una  prueba  mas  de  que  si  á  aquellos  nobles  pa- 
triotas les  animaban  escelentes  intenciones  de  dar  á  sus 
brillantes  hechos  el  prestijio  que  merecían ,  dificultades 
de  todo  jénero  eran  muy  superiores  á  su  buena  voluntad» 
Constantes  sin  embargo  en  su  deseo  y  en  el  firme  pro- 
pósito de  satisfacer  el  voto  jeneral,  aplazaron  su  rea- 
lización para  ocuparse  esclusivamente  en  asuntos  peren- 
torios y  urjentes. 


>?i 


CAPÍTULO  L. 


Cabildo  abierto  para  legalizar  un  gobierno.— El  periodismo  toma  nuevo  jiro.— 
Arresto  de  don  Manuel  Rodríguez.  —  Comisión  para  preparar  un  proyecto 
de  constitución.  —  La  que  se  publica  es  en  todo  conforme  con  los  deseos  de 
O'Higgins,  lo  cual  le  decide  á  proceder  con  gran  severidad  contra  los  ene- 
migos del  gobierno.  —  Arresto  de  don  Juan  José  y  don  Luis  Carrera.  —  En 
la  cárcel  de  Mendoza  conspiran  contra  el  intendente.  —  Condenados  á 
muerte,  son  ejecutados.  —  Don  Manuel  Rodríguez  recibe  orden  de  seguir  al 

|  batallón  de  los  cazadores  que  va  de  guarnición  á  Quillota.  —  Al  llegar  á 
Tiltil  muere  á  manos  del  oficial  Navarro,  el  cual  es  arrestado  por  disposición 
del  gobierno.—  Muerte  de  los  hermanos  Prieto  de  Taica. 


Habia  sido  tan  completa  y  decisiva  para  el  porvenir 
de  la  república  la  victoria  de  Maypu ,  que  la  opinión  pú- 
blica ,  sin  inquietarse  por  los  esfuerzos  que  aun  pudieran 
hacer  los  realistas ,  se  ocupó  esclusivamente  de  la  consti- 
tución que  necesitaba  el  estado  y  del  nombramiento  legal 
de  un  director.  Para  realizar  este  deseo,  se  procuró  ha- 
lagar el  amor  propio  de  los  individuos  de  la  municipa- 
lidad, ansiosos  siempre  de  influir  en  los  negocios,  y  se 
dispuso  un  cabildo  abierto,  arena  candente  de  las  pa- 
siones y  de  los  partidos ,  para  que  las  personas  de  todos 
los  rangos  y  de  todas  opiniones  fuesen  á  depositar  su  voto 
y  su  aprobación. 

La  tendencia  de  los  patriotas  á  tener  un  gobierno  le- 
galmente  constituido  produjo  en  el  periodismo  una  re- 
volución que  lo  elevó  á  la  altura  de  representar  su  ver- 
dadero papel  de  defensor  de  las  leyes  y  de  los  derechos 
de  la  sociedad. 

Hasta  allí  habia  estado  la  prensa  bajo  el  patronato 
opresor  del  poder,  limitándose  á  enseñar  al  pueblo  chileno 


wmm 


V* 


278 


HISTORIA   DE    CHILE. 


sus  derechos  contra  las  pretensiones  de  España ,  ó  bien 
á  narrar  simplemente  sin  crítica  y  sin  comentarios,  los 
actos  del  gobierno  y  los  hechos  del  ejército  :  desde  en- 
tonces los  periódicos  descendieron  á  la  arena  de  la  dis- 
cusión y  se  proclamaron  los  atletas  del  principio  de  li- 
bertad ,  que  pretendían  defender  contra  la  arbitrariedad 
y  contra  todo  proyecto  de  ambición.  En  esta  época  apa- 
recieron casi  al  mismo  tiempo ,  publicados  por  particu- 
lares y  no  por  el  gobierno  como  habia  sucedido  hasta 
entonces,  El  Argos,  El  Sol,  El  Duende,  El  Chileno  y  El 
Juguete,  unos  para  sostener  el  gobierno  provisional  con 
facultades  casi  absolutas,  los  otros  para  predicar  en  favor 
de  la  libertad,  discutir  las  bases  de  la  constitución,  que 
habia  de  satisfacer  legalmente  las  exijencias  de  la  socie- 
dad, y  velar  en  fin  para  que  tantos  y  tan  jenerosos  sa- 
crificios no  se  convirtiesen  en  provecho  de  un  déspota  ó 
de  un  ambicioso.  De  aquí  en  adelante  vamos  á  ver  al 
raciocinio  y  al  talento  tomar  parte  en  las  discusiones 
políticas,  primero  de  un  modo  tímido,  embarazoso,  des- 
pués con  la  enerjía  y  el  valor  que  muchas  veces  aseguran 
el  triunfo  y  siempre  influyen  en  la  opinión  pública. 

No  puede  decirse  que  O'Higgins  diese  pruebas  posi- 
tivas de  ser  ambicioso  en  los  primeros  años  de  la  revo- 
lución. Si  aceptó  el  mando  del  ejército  á  la  caida  de 
los  hermanos  Carreras,  no  fué  sino  después  de  haberlo 
rehusado  diferentes  veces  y  luego  que  se  convenció  de 
que  así  convenia  al  bien  de  la  patria  :  si  mas  tarde  mar- 
chó contra  don  José  Miguel  Carrera  cuando  este  se  in- 
surreccionó contra  Lastra,  fué  porque  vio  en  su  conducta 
un  acto  de  grande  injusticia  y  un  peligro  para  el  país, 
á  mas  de  que  como  jefe  del  ejército  no  podia  hacerse 
sordo  á  las  instancias  de  algunas  municipalidades  que 


.CAPITULO    L. 

imploraban  el  auxilio  de  su  espada  para  combatir  un 
poder  que  era  considerado  como  producto  de  una  insur- 
rección y  de  una  usurpación.  Pero  no  puede  decirse  lo 
mismo  cuando  en  Mendoza ,  después  de  la  derrota  de 
Rancagua,  llegó  á  ser  la  base  en  que  descansaba  el  por- 
venir de  su  país  y  la  suerte  de  multitud  de  emigrados. 
Viéndose  a  la  cabeza  de  la  emigración ,  comprometidos 
todo  su  crédito  y  toda  su  fama  en  la  conquista  de  ese 
porvenir  con  el  que  estaba  asociado  el  gobierno  de  Buenos- 
Aires,  y  orgulloso  por  la  parte  de  gloria  que  como  se- 
gundo jeneral  de  la  espedicion  le  cupo  en  la  memorable 
batalla  de  Chacabuco ,  que  podia  considerarse  el  prólogo 
del  acta  de  la  independencia  que  muy  pronto  iba  á  pro- 
clamar :  todo  esto  unido  á  su  nacimiento ,  á  su  fortuna 
y  á  un  verdadero  valor  militar,  contribuyó  mucho  á  ha- 
cerle concebir  la  ilusión  de  que  nadie  era  mas  digno  que 
él  de  ocupar  el  primer  puesto  del  estado.  Imbuido  en 
esta  idea,  de  que  participaba  el  mayor  número  de  las 
personas  sensatas,  se  creyó  el  hombre  de  la  Providencia, 
el  destinado  á  sostener  la  infancia  del  gobierno  definitivo 
que  se  preparaba  y  á  asegurar  su  pubertad  contra  las 
facciones  de  dentro  y  los  enemigos  de  fuera. 

Escepto  don  Miguel  José  Carrera ,  que  se  hallaba  ais- 
lado en  un  país  lejano,  siendo  el  blanco  de  los  tiros  de  un 
director,  á  quien  el  interés  personal  tenia  estrechamente 
ligado  con  el  de  Chile ,  no  habia  mas  que  don  Manuel 
Rodríguez  que  pudiese  disputar  á  O'Higgins  el  poder r 
sino  por  sus  antecedentes,  que  de  ninguna  manera  ad- 
mitían comparación  con  los  de  este ,  por  su  actividad  ai 
menos,  su  arrojo,  sus  talentos,  su  popularidad  y  aun  sus 
servicios,  que  O'Higgins  mismo  no  hubiera  podido  negar 
sin  ingratitud.  Desde  el  principio  se  le  consideró  como 


■«? 


*X*rr+' 


280 


HISTORIA   DE    CHILE. 


un  rival  futuro  y  muy  temible,  se  buscó  por  lo  tanto  un 
motivo  para  deshacerse  de  él,  y  este  motivo  no  tardó  en 
presentarse. 

Hacia  tiempo  que  los  liberales  estaban  disgustados  con 
que  las  atribuciones  de  O'Higgins  fuesen  tan  ilimitadas, 
como  que  no  había  ni  decreto ,  ni  acta  ni  reglamento  que 
las  definiese.  Para  regularizar  estas  atribuciones,  los 
concurrentes  al  cabildo  abierto  pidieron  que  se  instalase 
un  congreso  constituyente  con  objeto,  decían,  de  que 
cesara  la  dictadura  provisional  y  se  ocupase  en  organizar 
los  poderes  públicos,  etc.  La  municipalidad  quería,  como 
hemos  dicho,  volver  á  representar  su  papel  paternal,  é 
intervenir  en  las  administraciones  fiscales ;  y  para  de- 
fender sus  intereses  envió  una  numerosa  diputación  á 
O'Higgins,  que  este  recibió  muy  mal,  y  cuyas  preten- 
siones escesivas  y  sediciosas  castigó  con  el  destierro,  pena 
que  solo  se  ejecutó  en  la  apariencia  por  la  categoría  de 
las  personas  en  que  recayó.  Como  la  reunión  había  oca- 
sionado algún  tumulto,  fomentado  especialmente  por  don 
Manuel  Rodríguez,  promovedor  principal  de  aquella,  el 
gobierno  aprovechó  esta  circunstancia  para  arrestarle  y 
ponerle  en  el  cuartel  de  San  Pablo  bajo  la  vijilancia  de 
los  cazadores  de  los  Andes. 

Aunque  triunfó  el  gobierno,  no  dejó  de  conocer  O'Hig- 
gins por  lo  ocurrido  en  el  cabildo  abierto,  que  le  era 
imposible  continuar  resistiendo  á  las  exijencias  de  la  opi- 
nión pública ,  tan  terminantemente  pronunciada ,  y  se 
decidió  á  dar  una  forma  mas  legal  á  la  autoridad  admi- 
nistrativa ,  si  bien  con  intención  de  convertir  este  cambio 
en  provecho  suyo. 

El  8  de  mayo  de  1818  anunció  que  ignorándose  ab- 
solutamente el  número  de  habitantes  que  habia  en  las 


CAPITULO    L. 


diferentes  subdelegaciones ,  se  iba  á  formar  el  censo ,  y 
que  luego  que  esta  operación  estuviese  terminada  y  libre 
de  enemigos,  la  provincia  de  Concepción  convocaría  un 
congreso  para  discutir  el  acta  constitucional.  En  el  entre- 
tanto nombró  una  comisión  de  cinco  personas  influyentes 
por  su  saber  y  virtud  para  que  preparase  un  proyecto  de 
constitución  adaptable  al  país,  porque  no  se  consideraba 
en  este  caso  el  publicado  en  1813  por  don  Juan  Egaña, 
hombre  laborioso  y  erudito,  pero  sistemático,  y  cuya  obra 
participa  mas  de  la  complicación  de  un  reglamento  de 
policía,  que  de  la  sencillez  de  un  código  constitucional. 
Fueron  nombrados  para  componer  esta  comisión  don 
José  Ignacio  Gienfuegos,  don  Francisco  Antonio  Pérez, 
don  Lorenzo  José  de  Villalon,  don  José  María  de  Rojas 
y  don  José  María  de  Villareal ,  adictos  de  corazón  casi 
todos  á  la  persona  del  director  y  dispuestos ,  fuese  de 
buena  fe  ó  por  debilidad,  á  secundar  sus  miras  y  servir  á 
sus  intereses.  De  esta  influencia  del  director  se  resentía 
la   constitución  provisional  que  presentaron    el   8  de 
agosto,  y  que  dando  á  la  autoridad  del  jefe  del  estado 
una  estension  exajerada,  fué  el  jérmen  de  un  vivo  des- 
contento. En  ella  se  reconocía  á  un  director  interino 
nombrado  por  escaso  número  de  habitantes  de  Santiago, 
sin  precisar  la  época  en  que  habia  de  reunirse  una  asam- 
blea mas  legal  que  le  diese  su  sanción.  En  ella  los  cuer- 
pos políticos  no  eran  una  garantía  de  los  intereses  del 
pueblo ,  porque  en  las  atribuciones  del  director  entraba 
el  nombramiento  de  los  miembros  del  senado,  única  cá- 
mara encargada  de  examinar  sus  actos,  con  participa- 
ción en  los  negocios  públicos  y  facultada  para  limitar, 
añadir  y  enmendar  la  ley  fundamental  sin  necesidad  de 
escitacion  de  nadie  :  disposición  acertadísima ,  porque 


*        "  — 


w4xy/y^ 


282 


HISTORIA    DE    CHILE. 


una  constitución  ,  sobre  todo  cuando  se  hace  en  época 
poco  bonancible ,  tiene  que  ser  necesariamente  muy  im- 
perfecta y  debe  dejar  la  puerta  abierta  para  admitir  las 
mejoras  que  la  esperiencia  acredite  y  enmendar  los  er- 
rores que  rara  vez  se  escapan  en  la  teoría.  En  ella  en  fin 
se  daba  al  director  un  poder  mucho  mayor  y  poco  menos 
que  legal.  Publicada  esta  constitución  en  toda  la  repú- 
blica, y  sometida  á  la  aprobación  por  escrito  de  sus 
habitantes,  fué  aceptada  casi  por  unanimidad,  á  pesar  de 
sus  vicios  y  defectos  :  tan  fatigado  estaba  el  pueblo  con 
la  infinidad  de  vicisitudes  porque  habia  pasado,  y  tanta 
era  su  necesidad  de  tener  un  gobierno  firme  y  consti- 
tuido para  salir  de  la  incertidumbre ,  y  no  [verse  mas 
á  merced  del  flujo  y  reflujo  de  gobernantes  y  gober- 
nados. 

Revestido  O'Higgins  de  un  poder  que  por  su  regula- 
ridad, digámoslo  así,  casi  le  daba  los  privilejios  de  una 
dictadura,  se  dejó  arrastrar  á  cometer  violencias  impro- 
pias de  su  nueva  posición.  Debió  conocer  que  de  jefe  de 
partido  habia  pasado  á  jefe  del  estado ,  y  que  en  este 
concepto  su  deber  era  procurar  la  reconciliación,  no  po- 
nerla obstáculos.  Por  desgracia  sus  consejeros  le  aturdie- 
ron con  que  los  partidos  no  se  ligan  á  los  principios,  ni 
á  las  ideas,  ni  menos  á  las  fórmulas,  sino  á  intereses  ó  á 
personas ;  que  la  oposición  llegada  á  ser  una  oposición 
facciosa,  á  la  que  se  seguirían  todos  los  horrores  de  una 
guerra  civil ;  y  que  era  necesario  evitar  esto  á  todo  trance, 
obrando  con  enerjía  contra  los  enemigos  del  poder.  Un 
artículo  de  la  constitución  le  abría  camino  para  seguir 
esta  línea  de  conducta ,  y  lo  aprovechó  ,  especialmente 
contra  los  partidarios  de  don  José  Miguel  Carrera, 
que  desde  entonces  fueron  perseguidos  sin  tregua  ni 


CAPITULO    L. 

descanso ,  siendo   las  primeras   víctimas  los   dos  her- 
manos. 

Cansados  don  Juan  José  y  don  Luis  Carrera  de  la  vida 
de  club  que  hacían  en  Buenos-Aires  en  compañía  d< 
otros  chilenos  y  de  naturales  del  país,  resolvieron  volver 
á  Chile  con  la  esperanza  de  poder  reanimar  su  partido , 
como  imprudentemente  se  lo  habian  hecho  creer  las 
cartas  de  algunos  amigos.  Con  esta  idea  emprendió  la 
marcha  el  don  Luis  en  los  primeros  dias  de  mayo, 
yendo  con  él  Cárdenas,  comerciante  chileno,  de  quien  se 
supuso  criado.  Habiendo  encontrado  en  el  camino  al 
correo,  cometieron  la  temeridad  de  cortar  la  balija ;  y 
aunque  arreglaron  lo  mejor  que  les  fué  posible  la  corta- 
dura por  donde  sacaron  los  papeles  que  podían  intere- 
sarles, lo  conoció  el  maestro  de  postas  de  San  Juan  y  á 
los  pocos  dias  fué  arrestado  Cárdenas.  Casi  al  mismo 
tiempo  lo  fué  también  don  Luis  Carrera  que  habia 
continuado  la  marcha  á  Mendoza ,  donde  se  proponía 
esperar  á  su  amigo,  y  donde  le  conocieron  varias  per- 
sonas que  al  momento  le  delataron  á  Luzuriaga ,  gober- 
nador de  la  provincia. 

Luzuriaga,  enemigo  inexorable  de  los  hermanos  Car- 
rera, no  tardó  en  estar  enterado  de  los  proyectos  ideados 
y  discutidos  en  el  club  de  Buenos-Aires  contra  el  poder 
de  O'Higgins.  Supo  igualmente  por  Cárdenas  que  don 
Juan  José  debia  estar  en  camino  con  los  mismos  proyec- 
tos y  que  pasaría  muy  pronto  á  San  Luis ,  disfrazado 
también  de  criado.  Para  arrestarle  escribió  sin  pérdida 
de  momento  al  gobernador  Dupui,  instándole  á  que  in- 
mediatamente practicase  las  mas  activas  dilijencias  á  fin 
de  no  dejar  escapar  tan  buena  presa,  una  de  las  mas  im- 
portantes para  el  sosiego  del  partido  de  O'Higgins.  La 


384 


HISTORIA    DE    CHILE. 


persona  portadora  de  esta  carta,  que  estaba  instruida  de 
todo  lo  que  se  tramaba  porque  habia  asistido  al  interro- 
gatorio de  Cárdenas,  recibió  orden  de  quedarse  con  Dupui 
para  ayudarle  con  la  fuerza  que  llevaba  y  con  sus  conse- 
jos, y  partió  al  día  siguiente  con  algunos  soldados,  diri- 
giéndose á  la  posta  de  la  barranca,  punto  por  donde  tenia 
que  pasar  precisamente  la  víctima. 

Don  Juan  José  no  tardó  en  efecto  en  llegar  á  las  casas 
de  esta  posta.  Supo  en  el  camino  la  triste  suerte  de  su 
hermano  don  Luis ,  lo  que  le  tenia  casi  decidido  á  re- 
troceder á  Buenos-Aires ,  abrumado  con  el  peso  de  las 
mil  inquietudes  que  semejante  noticia  le  inspiraba,  cuanto 
mas  que  su  viaje  se  habia  verificado  hasta  allí  bajo  los 
mas  tristes  auspicios.  Al  dia  siguiente  de  su  salida  de 
Buenos-Aires  se  encontró  cara  á  cara  en  un  sitio  casi 
desierto  con  uno  que  siempre  le  había  tenido  malísima 
intención  :  diferentes  veces  se  vio  precisado  á  des- 
viarse del  camino  y  marchar  por  los  campos,  para  no 
pasar  por  sitios  habitados  :  y  hasta  el  cielo  parece  que 
quiso  aumentar  sus  riesgos  y  sus  infortunios,  enviándole 
una  noche  una  tempestad  espantosa,  en  ocasión  en  que 
habiéndose  adelantado  su  compañero,  se  encontraron  él 
y  el  postillón  estraviados  en  los  campos.  La  noche  que 
pasaron  fué  terrible,  y  tanto  que  de  sus  resultas  murió  el 
postillón,  cuya  salud  no  era  muy  robusta. 

En  medio  de  todas  estas  peripecias  llegaron  don  Juan 
José  y  su  compañero  Alvarez  á  la  posta  de  la  barranca, 
donde  fueron  detenidos  y  llevados  con  buena  escolla  ante 
el  gobernador  de  San  Luis ,  el  famoso  Dupui ,  hombre 
cruel ,  intratable  y  no  menos  ansioso  que  Luzuriaga  de 
ver  enteramente  destruida  la  familia  Carrera,  que  con- 
sideraba como  el  único  obstáculo  capaz  de  hacer  sombra 


CAPITULO    L. 

á  O'Higgins,  el  protejido  de  Pueyrredon  ,  su  amigo  y 
jefe.  De  conformidad  con  sus  instrucciones  dispuso  que 
á  su  noble  prisionero  y  á  Alvarez  los  llevasen  á  Mendoza, 
donde  apenas  llegaron,  los  mandó  Luzuriaga  ala  misma 
cárcel  en  que  estaba  don  Luis,  dando  la  bárbara  orden 
de  que  les  pusiesen  grillos  y  de  que  estuvieran  con  en- 
tera separación  los  dos  hermanos. 

Sabedores  San  Martin  y  O'Higgins  de  este  suceso 
creyeron  prudente  no  dejar  pasar  las  cordilleras  á  sus 
temibles  rivales,  y  comunicaron  orden  á  Luzuriaga  para 
que  permaneciesen  en  Mendoza,  donde  era  mas  fácil  de- 
terminar acerca  de  su  suerte.  Le  mandaron  al  propio 
tiempo  que  instruyese  una  sumaria,  cuyos  resultados  te- 
nían que  ser  necesariamente  muy  funestos ,  porque  se 
dejaba  á  los  presos  aislados,  sin  apoyo,  rodeados  de  ene- 
migos y  sujetos  al  fallo  de  unos  hombres  de  quienes  de- 
bían temerlo  todo,  como  que  se  hallaban  bajo  la  influencia 
inmediata  del  intendente.  Así  lo  comprendieron  desde 
luego  los  partidarios  de  las  víctimas  que  se  preparaban, 
y  así  lo  comprendió  también  don  José  Miguel  que  seguía 
retirado  en  Montevideo,  quien  se  propuso  no  perdonar 
nada  para  salvar  la  vida  de  sus  dos  hermanos,  de  cuya 
desgracia  se  creia  el  principal  autor.  Dejando  que  su 
alma  flotase  en  el  mar  de  sus  inquietudes,  queriendo  con- 
seguir á  todo  trance  su  objeto  ,  daba  á  su  imajinacion 
todas  las  torturas  imajinables  para  encontrar  los  medios. 
Tan  pronto  se  decidía  á  marchar  á  Santa-Fe,  donde  es- 
peraba poder  reunir  bastantes  partidarios  para  dar  un 
gran  golpe  de  mano  :  tan  pronto  escribía  á  su  esposa 
doña  Javiera  residente  en  Buenos- Aires,  que  se  personase 
en  Mendoza  y  pusiese  enjuego  su  influencia,  su  prestijio 
y  su  jenio  inventor  para  proporcionarles  la  fuga.  Des- 


f» 


«* 


i 


i 


286 


HISTORIA    DE    CHILE. 


pues,  temiendo  que  no  se  siguiesen  sus  consejos,  escribía 
también  á  la  esposa  de  don  Juan  José,  doña  Ana  María 
Cotapos,  que  estaba  en  Santiago ,  diciéndole :  «  Es  pre- 
ciso libertar  á  nuestros  presos,  mis  recursos  son  para  mas 
tarde.  Pide  permiso  para  visitar  á  tu  marido  en  Men- 
doza; vente  trayendo  4000  pesos  para  comprar  por  el 
precio  que  puedas  un  oficial  de  los  de  guardia ,  que  los 
porteños  se  compran  como  carneros,  y  hazlo  jugar.  Trae 
agua  fuerte  y  sierras  para  cortar  las  chavetas  de  los  gri- 
llos. Muñoz  Ursua  puede  dirijirte  en  la  empresa.  Padre 
debe  proporcionarte  el  dinero  :  ningún  sacrificio  es 
grande  cuando  se  trata  de  la  salvación  de  dos  hijos.  Yo 
puedo  recompensarle  muy  pronto  sus  pérdidas.  En  el 
sagrado  sijilo ,  en  la  actividad  y  en  una  hábil  dirección 
consiste  el  logro  de  nuestro  plan.  Hazte  en  este  paso  mas 
digna  y  mas  amable  de  lo  que  eres.  Imita  á  la  heroica 
madama  de  Lavalette.  Si  escapan ,  ocúltense  en  los  bos- 
ques de  Chile ,  ó  vénganse  á  Montevideo ,  según  con- 
venga, etc.  (1).  » 

Ademas  de  estos  recursos  violentos  que  á  don  José 
Miguel  Carrera  le  sujeria  su  casi  estraviada  imajinacion, 
toda  la  familia  se  decidió  á  emplear  medios  suaves  y 
lejítimos ,  sino  para  conseguir  el  mismo  objeto ,  al  me- 
nos para  aliviar  los  padecimientos  de  los  presos  y  obtener 
una  sentencia  moderada  é  imparcial.  Doña  Javiera  pi- 
dió que  el  juicio  se  celebrase  en  Buenos- Aires ,  donde 
contaba  con  algunos  amigos,  mientras  que  su  apoderado 
don  Manuel  Araoz  alegaba  que  según  el  derecho  de  jentes 
ninguna  nación  puede  retener  á  un  estranjero  que  no 
tiene  mas  que  quejas  de  su  país,  pretendiendo  por  esta 
razón  que  el  gobierno  de  Buenos-Aires  estaba  en  el  caso 

(1)  Carta  de  don  José  Miguel  Carrera  de  26  de  diciembre  de  1817. 


CAPÍTULO    L. 


287 


de  ponerle  en  libertad.  Para  mas  obligarlos  á  este  acto 
de  justicia  ó  de  induljencia,  pidió  que  se  les  enviase  á 
un  país  lejano,  ofreciendo  en  su  nombre  y  en  el  de  una 
multitud  de  amigos  suyos,  toda  especie  de  garantías  de 
no  volver  á  poner  jamas  los  pies  en  Chile  ni  en  la  repú- 
blica arjentina.  Por  último  don  José  Miguel  Carrera,  de- 
jando á  un  lado  todo  sentimiento  de  amor  propio,  se  di- 
rijió  directamente  al  congreso  de  Buenos-Aires,  solicitando 
que  por  lo  menos  se  detuviese  una  causa,  en  que  resaltaba 
la  parcialidad  de  una  venganza  política,  y  cuyos  jueces 
por  masque  procedieran  de  buena  fe  en  la  apreciación 
de  los  hechos,  tenian  que  obrar  influidos  por  la  pasión 
de  los  partidos  y  el  odio  que  profesaban  á  toda  la  familia. 
Pero  fueron  ineficaces  todas  estas  reclamaciones,  por  mas 
que  estaban  hechas  con  la  calma  de  la  prudencia  y  de  la 
moderación  y  respiraban  puro  patriotismo  y  muchas  ve- 
ces sensibilidad :  los  dos  patriotas  debian  sufrir  la  ley  del 
mas  fuerte  y  ser  inmolados  á  las  exijencias  del  sosiego 
público,  como  todavía  dicen  algunos  parciales  de  O'Hig- 

gins. 

Es  verdad  que  desde  que  entraron  en  la  cárcel  de  Men- 
doza, su  causa  se  complicó  mucho  y  de  una  manera  muy 
grave.  A  fuerza  de  pensar  en  su  triste  posición,  don  Luis 
Carrera  acabó  por  sobornar  á  algunos  milicianos  que  por 
las  circunstancias  fueron  de  guardia  á  la  cárcel ,  y  tramó 
con  ellos  no  solo  un  proyecto  para  escaparse ,  lo  cual  no 
podia  considerarse  gran  crimen,  sino  una  conspiración, 
cuyo  objeto  era  nada  menos  que  derribar  el  gobierno  de 
la  provincia,  apoderarse  de  todas  las  autoridades,  de  los 
fondos  públicos  y  de  algunas  personas  de  distinción, 
nombrar  un  intendente  y  empleados  de  su  partido,  le- 
vantar cierto  número  de  tropas  y  marchar  á  Chile  á  re- 


288 


HISTORIA    DE    CHILE. 


volucionarlo  en  favor  de  su  hermano  don  José  Miguel. 
Este  plan,  obra,  como  hemos  dicho,  de  don  Luis  Carrera, 
y  al  que  no  se  adhirió  su  hermano  don  Juan  José  sino 
después  de  vacilar  mucho  y  siempre  con  repugnancia, 
fué  delatado  en  el  momento  mismo  en  que  los  conjurados, 
milicianos  casi  todos  y  de  baja  graduación ,  iban  á  em- 
pezar á  ejecutarlo.  El  que  mas  contribuyó  á  que  pudiesen 
comunicarse  los  dos  hermanos,  fué  el  que  por  una  im- 
prudencia dio  márjen  á  la  denuncia,  que  puso  en  con- 
moción á  toda  la  ciudad,  porque  muchos  de  sus  princi- 
pales habitantes  estaban  comprendidos  en  la  lista  de  los 
proscritos.   El  intendente  Luzuriaga ,  uno  de  los  mas 
amenazados,  aprovechó  esta  grave  circunstancia  para 
acelerar  la  causa.  Deseaba  mucho  desembarazarse  de 
estos  altos  personajes ;  pero  no  quería  tomar  sobre  sí 
toda  la  responsabilidad  de  lo  que  iba  á  resultar,  y  pidió 
instrucciones  á  su  gobierno  de  lo  que  debia  hacer  después 
de  la  condena ,  solicitando  al  propio  tiempo  se  trasla- 
dase el  tribunal  á  otro  punto,  vista  la  sorpresa  de  Can- 
charayada,  cuya  noticia  acababa  de  llegará  Mendoza. 
Temía ,  no  sin  falta  de  razón ,  que  el  infortunio  de  los  dos 
ilustres  patriotas  conmoviese  el  corazón  de  los  muchos 
emigrados  que  aquella  catástrofe  llevaría  necesariamente 
á  la  ciudad  ,  y  que  los  pusiesen  en  libertad  por  medio  de 
un  golpe  de  mano.  No  estaba  menos  inquieto  el  cabildo 
con  semejantes  huéspedes  en  Mendoza.  Sus  individuos 
no  pretendían  ciertamente  que  se  les  matase,  pero  que- 
rían ahorrar  á  la  ciudad  los  motines  que  la  presencia  de 
estos  jefes  pudiera  suscitar  en  los  emigrados  que  se  es- 
peraban ,  á  quienes  suponían  sumamente  descontentos 
con  su  derrota,  y  dominados  por  la  ciega  pasión  del  es- 
píritu de  partido.  Movidos  por  estos  temores  pidieron 


W 


CAPITULO    L. 


289 


igualmente  por  conducto  del  procurador  síndico,  que  se 
trasladase  á  otro  punto  el  tribunal,  ó  que  se  abreviase 
la  conclusión  de  la  causa.  Para  resolver  esta  petición, 
hecha  ya  espontáneamente  ya  por  instigación  de  los 
enemigos  de  Carrera,  no  creyó  necesario  el  intendente 
Luzuriaga  esperar  la  respuesta  del  director  Pueyrredon, 
y  nombró  una  comisión  de  tres  lejistas  para  reveer  el 
proceso  y  pronunciar  la  sentencia.  Sobre  ser  los  proce- 
dimientos á  todas  luces  ilegales,  fué  uno  de  los  nombrados 
el  famoso  Monteagudo,  hombre  de  talento,  inhumano,  sin 
pudor,  y  enemigo  encarnizado  de  los  Carreras.  Montea- 
gudo podia  decirse  que  por  su  posición  era  el  juez  único 
de  los  presos ,  tanto  mas  cuanto  que  no  pudiendo  dar  su 
voto  otro  de  los  nombrados ,  no  se  le  reemplazó.  A  la 
enemistad  de  este  juez  apasionado  é  inhumano  se  confió, 
pues,  la  vida  de  los  dos  ilustres  patriotas,  y  pocas  horas 
le  bastaron  para  examinar  las  piezas  del  proceso  y  pro- 
nunciar la  terrible  sentencia  de  muerte,  que  ni  aun  por 
tratarse  de  un  crimen  político  admitía  justificación.  Por- 
que el  proyecto  de  conspiración  que  era  el  cargo  prin- 
cipal ,  no  empezó  á  ejecutarse ,  y  aparecía  mas  bien  parto 
de  una  cabeza  trastornada  por  los  padecimientos  morales 
y  debilitada  por  los  físicos ,  que  una  combinación  pre- 
parada con  tino  y  capaz  de  producir  resultados.  Pero 
sucede  con  frecuencia  en  las  guerras  de  partido  que  los 
mas  leves  motivos  bastan  para  deshacerse  de  un  rival , 
y  puede  decirse  que  en  este  caso  se  encuentra  el  proceso 
formado  á  don  Luis  y  don  Juan  José  Carrera.  El  inten- 
dente Luzuriaga  se  dio  prisa  á  aprobar  una  sentencia  que 
encubría  sus  intenciones  violentas,  y  mandó  que  se  eje- 
cutase en  seguida,  sin  conceder  á  sus  nobles  víctimas 
ni  aun  el  tiempo  de  recojimiento  que  ordinariamente  ne- 

VI.  Historia.  19 


I 


290 


HISTORIA    DE    CHILE. 


cesita  el  alma  para  pasar  á  la  eternidad.  El  mismo  día  8 
de  abril  de  1818  fueron  sacados  á  las  cinco  de  la  tarde 
de  su  prisión  y  llevados  al  lugar  del  martirio.  Marcharon 
con  serenidad  y  grandeza  de  ánimo ,  apoyados  el  uno  en 
el  otro  para  que  penetrase  mejor  en  sus  corazones  el 
sentimiento  de  su  profundo  amor  fraternal.  Llegados  al 
sitio  de  la  ejecución  no  quisieron  que  les  vendasen  los 
ojos,  se  abrazaron  estrechamente,  y  casi  en  el  mismo 
momento  recibieron  una  muerte,  que  hoy  mismo  reprueba 
la  jeneralidad  de  sus  compatriotas.  Tres  dias  después  de 
esta  terrible  catástrofe,  cediendo  San  Martin  á  las  instan- 
cias de  la  esposa  y  algunos  amigos  de  don  Juan  José  Car- 
rera ,  escribió  algunas  líneas  en  favor  de  estos  patriotas 
á  O'Higgins,  quien  atendió  la  recomendación  enviando- 
inmediatamente  un  correo  á  Luzuriaga  para  que  suspen- 
diese todo  procedimiento.  La  gloriosa  victoria  de  Maypu 
movió  á  ambos  este  acto  de  induljencia,  inútil  por  desgra- 
cia, merced  á  la  prisa  con  que  Luzuriaga  mandó  ejecutar 
el  fallo  de  la  comisión.  Personas  de  todos  los  partidos 
han  creído  que  el  correo  se  espidió  sabiendo  que  llegaría 
tarde  :  sea  de  esto  lo  que  quiera ,  lo  cierto  es  que  nadie 
lo  agradeció,  y  que  antes  por  el  contrario  fué  un  nuevo 
motivo  de  queja  y  de  odio  para  los  partidarios  de  los 
Carreras  (1). 

Otro  personaje,  víctima  igualmente  en  esta  época  de 
violencia  y  tempestad,  fué  el  valiente  don  Manuel  Rodrí- 
guez, á  quien  hemos  visto  en  1816  contribuyendo  á  la 
victoria  de  Chacabuco  con  la  gran  diversión  que  fomentó 

(1)  Los  detalles  de  este  grave  proceso  pueden  verse,  aunque  con  alguna  des- 
confianza, en  las  memorias  de  don  José  Miguel  Carrera  impresas  en  Montevi- 
deo, en  las  del  gobierno  de  Buenos-Aires  publicadas  en  esta  ciudad  y  en  San- 
tiago y  en  la  multitud  de  legajos  que  obran  en  los  archivos  del  ministerio  delí 
imerior  de  Chile* 


CAPITULO    L. 


291 


en  el  ejército  enemigo;  en  1817  reanimando  el  espíritu 
militar  del  ejército ,  muy  desmoralizado  entonces  con  lo 
ocurrido  en  Cancharayada ,  y  tomando  una  parte  muy 
activa  en  la  victoria  decisiva  de  Maypu  por  el  crecido 
número  de  guasos  ó  jentes  del  campo  que  á  su  voz  má- 
jica  corrieron  á  reunirse  bajo  las  banderas  del  ejército  ■ 
en  el  momento,  en  fin,  mas  crítico  para  la  patria,  aso- 
ciándose al  gobierno  de  Cruz  é  inspirándole  fuerza,  ac- 
tividad y  audacia.  Su  talento  de  verdadero  tribuno  tenia 
necesariamente  que  hacer  sombra  á  O'Higgins,  porque 
la  plaza  de  director  habia  llegado  á  ser  para  este  una 
especie  de  señorío  que  quería  perpetuar  en  su  persona: 
así  por  lo  menos  lo  daban  á  entender  todas  sus  acciones, 
encaminadas  á  realizar  esta  ilusión,  pues  con  el  manto 
de  la  salud  pública  tomaba  las  mas  terribles  medidas 
contra  sus  enemigos  personales ,  que  los  confundía  en 
uno  con  los  de  la  patria. 

Haría  un  mes  que  don  Manuel  Rodríguez  se  hallaba 
preso  en  el  cuartel  de  San  Pablo,  cuando  el  batallón  de 
cazadores  que  estaba  acuartelado  en  él,  recibió  orden  de 
cambiar  de  guarnición  y  partir  para  Quillota.  Se  mandó 
á  don  Manuel  Rodríguez  que  le  siguiese ,  siempre  bajo 
la  salvaguardia  de  dos  oficiales,  el  capitán  Zuloaga  y  el 
teniente  Navarro ,  quienes  aunque  tenían  orden  de  visi- 
tarlo muy  severamente,  le  guardaban  muchas  conside- 
raciones ,  especialmente  Navarro ,  que  puso  en  él  toda 
su  confianza ,  hasta  el  punto  de  permitirle  salir  de  la 
prisión  por  las  noches  é  ir  á  visitar  á  sus  parientes  y 
amigos.  Esto  pasaba  mientras  el  distinguido  preso  estuvo 
en  el  cuartel  de  San  Pablo ;  pero  cuentan  que  en  cuanto 
salió  para  Quillota ,  Navarro,  que  continuó  encargado  de 
su  custodia,  se  hizo  mas  descontentadizo,  mas  severo  y 


** 


HISTORIA    DE    CHILE. 

muy  receloso.  Rodríguez  se  apercibió  de  esto  y  íe  pre- 
guntó el  motivo  de  semejante  cambio.  Navarro,  algo  tur- 
bado, le  respondió  que  se  equivocaba  y  que  nada  tenia; 
pero  al  llegar  cerca  de  Polpayco,  la  compañía  encargada 
de  escoltarlo  alcanzó  al  batallón ,  y  el  capitán  don  José 
Benavente  de  Concepción ,  quien ,  á  lo  que  parece,  sabia 
k)  que  se  meditaba,  se  acercó  á  ellos  y  ofreció  un  cigarro 
de  papel  á  Navarro  y  otro  á  Rodríguez,  haciendo  señas  á 
este  para  que  leyese  unas  palabras  que  había  escrito  en 
el  mismo  cigarro,  y  que  estaban  reducidas  á  advertirle 
del  peligro  que  corría.  Navarro  observó  las  señas,  se  apo- 
deró del  cigarro ,  leyó  lo  que  en  él  estaba  escrito  y  echó 
á  Benavente  una  mirada  de  cólera ,  reconviniéndole  por- 
que quería  perderle.  Sin  embargo,  como  eran  muy  ami- 
gos, Navarro  no  habló  á  nadie  de  lo  ocurrido  y  el  batallón 
continuó  la  marcha  hasta  cerca  de  Tiltil ,  adonde  iba  á 
pernoctar.  En  este  sitio  y  después  de  un  paseo  que  dieron 
juntos  Rodriguez  y  Navarro,  este  disparó  á  aquel  á  quema 
ropa  un  pistoletazo ,  que  le  dio  en  el  cuello  y  le  derribó 
del  caballo.  A  poco  llegaron  un  sárjente  y  un  cabo  que 
los  habían  seguido  á  corta  distancia ,  y  lo  acabaron  de 
matar  con  las  bayonetas. 

La  noticia  de  este  suceso  se  divulgó  al  dia  siguiente 
por  la  capital,  pero  nadie  quería  creerla,  porque  nadie 
consideraba  posible  monstruosidad  semejante.  Un  amigo 
de  Rodriguez  fué  inmediatamente  al  sitio  de  la  catás- 
trofe, pero  no  pudiendo  averiguar  nada  con  certeza,  re- 
gresó á  Santiago ,  y  al  otro  dia  volvió  á  salir  con  otros 
muchos  patriotas  no  menos  impacientes  que  él  por  saber 
la  realidad.  Convencidos  desgraciadamente  de  ella  se- 
fueron  á  Santiago,  donde  se  esparció  la  mayor  conster- 
nación. La  opinión  pública  vio  en  esta  muerte  un  verda- 


CAPÍTULO    L. 


293 


clero  asesinato  y  acusó  como  autor  de  él  al  director.  Los 
partidarios  de  O'Higgins,  por  el  contrario,  quisieron 
hacer  creer  que  fué  un  acto  de  propia  defensa,  aunque 
algo  exajerado,  del  oficial  responsable,  que  decia  haberle 
alacado  Rodríguez  en  el  momento  de  emprender  la 
fuga  para  salvarse.  Navarro  fué  efectivamente  arrestado 
bajo  la  inculpación  de  haber  sido  severo  en  demasía  en 
el  cumplimiento  de  sus  deberes,  pero  su  arresto  no  fué  de 
larga  duración,  pues  á  los  dos  meses  volvió  á  la  provincia 
de  Cuyo,  donde  se  hallaban  ya  en  toda  seguridad  el  sár- 
jente y  el  cabo  que  habían  contribuido  al  homicidio.  Por 
lo  demás,  este  sistema  de  terror  nacido  en  la  lojia  lauta- 
rina,  que  O'Higgins  aprendió  en  Buenos-Aires  y  seguía 
con  la  esperanza  de  ahorrar  á  su  país  las  guerras  civi- 
les que  le  amenazaban,  no  se  contentó  con  estas  ilustres 
víctimas.  Todo  aquel  á  quien  se  le  probaba  tener  ideas 
subversivas,  era  rigorosamente  castigado,  y  el  castigo  con- 
sistía en  la  pena  de  muerte  si  el  delincuente  habia  pasado 
á  vías  de  hecho.  Así  sucedió  con  los  hermanos  Prieto  de 
Talca  y  algunos  otros  que  por  entonces  pagaron  con  la 
vidala  estúpida  revolución  que  tramaron  contra  el  poder 
establecido.  Pero  si  es  verdad  que  en  todas  estas  circuns- 
tancias se  condujo  O'Higgins  con  escesiva  severidad,  es 
necesario  también  no  perder  de  vista  que  las  épocas  de 
revolución  son  épocas  de  violencia  y  arbitrariedad ,  y 
que  las  leyes  enmudecen  cuando  los  partidos  luchan  con 
las  armas  y  las  pasiones  se  envenenan.  Es  sin  duda  una 
desgracia  que  así  suceda,  pero  tal  es  la  condición  hu- 
mana :  para  cumplir  la  naturaleza  su  magnífica  misión 
tiene  sus  dias  de  tempestad,  de  rayos  y  de  terremotos. 
No  puede  negarse  ciertamente  que  O'Higgins  estaba 
animado  de  gran  patriotismo  :  en  todas  ocasiones,  en  sus 


f»     -      *P 


294 


HISTORIA    DE    CHILE. 


actos  públicos  como  en  sus  actos  privados,  manifestaba 
siempre  desinterés ,  vacilación  casi  cuantas  veces  tenia 
que  usar  de  la  violencia ,  y  sobre  todo  un  vivo  deseo  de 
que  su  país  estuviese  á  la  altura  de  las  naciones  indepen- 
dientes y  libres  de  los  escesos  de  la  anarquía.  Por  des- 
gracia este  deseo  era  en  él  interesado,  se  había  conver- 
tido en  una  pasión,  en  un  verdadero  fanatismo  ;  y  sabido 
es  que  el  fanatismo  no  raciocina  y  es  siempre  implacable. 
Sin  la  pretensión  oficiosa  de  cubrir  con  un  velo  las  gra- 
ves faltas  cometidas  por  O'Higgins,  estamos  sin  em- 
bargo persuadidos  de  que  cuando  dos  partidos  poderosos 
obran  dominados  por  la  ambición,  esta  pasión  de  las  in- 
trigas y  de  las  ajitaciones,  no  queda  mas  medio  que  la 
dictadura  para  restablecer  la  tranquilidad  y  poner  á  los 
habitantes  al  abrigo  de  la  anarquía.  Cosa  terrible  es  para 
el  vencido  sufrir  la  ley  del  mas  fuerte,  en  vez  de  estar  su- 
jeto á  la  de  la  justicia;  pero  así  ha  sucedido  en  todas  épo- 
cas y  en  todas  partes  y  así  sucederá  probablemente  en 
mucho  tiempo.  Son  tan  temibles  y  peligrosos  los  trastor- 
nos de  la  sociedad,  que  ha  llegado  á  ser  máxima  de  una 
exactitud  reconocida,  que  la  necesidad  justifica  las  mas 
veces  la  violación  de  las  leyes  políticas. 


CAPITULO  Lí 


Ossorio  lleva  á  Concepción  la  noticia  de  su  derrota.—  Se  sitúa  en  Talcahuano 
para  reunir  los  fujilivosy  defenderse  —  Las  fortificaciones  de  la  Quinquina 
son  destruidas  por  los  mismos  que  las  estaban  construyendo.  —  Alarma  que 
la  derrota  de  Maypu  produce  en  el  Perú  y  Nueva  Granada.  —  San  Martin  es 
considerado  en  Buenos-Aires  como  el  jenio  de  la  revolución. —  Los  patriotas 
no  saben  aprovecharse  de  su  victoria.  —  Zapiola  persigue  á  los  fujitivos  sin 
gran  resultado.  —  Ossorio  vuelve  á  Lima  cumpliendo  las  instrucciones  de 
Pezuela  y  con  arreglo  á  lo  determinado  en  un  consejo  de  guerra.  —  Deja  de 
jefe  del  ejército  á  don  Juan  Francisco  Sánchez. 


La  noticia  de  la  sorpresa  de  Cancharayada  colmó 
de  alegría  á  los  realistas  de  Concepción.  Creían  que  Chile 
iba  a  volver  á  la  dominación  del  rey  de  España,  y  la  lle- 
gada de  los  cañones  cojidos  en  la  acción  y  enviados  á 
Talcahuano,  sirvió  de  motivo  para  celebrar  el  suceso  con 
grandes  regocijos  públicos.  Algunos  ingleses,  recien  lle- 
gados de  Valparaiso,  opinaban  que  el  gobierno  tenia  aun 
fuerza  bastante  para  defenderse  en  Chile  con  gran  pro- 
babilidad de  buen  éxito ;  pero  la  victoria  de  Cancha- 
rayada  habia  sido  tan  completa  é  inesperada  y  tal  la  dis- 
persión de  las  patriotas,  que  les  parecía  poco  menos  que 
imposible  que  estos  reorganizasen  su  ejército.  Y  eran  tan 
positivas  las  noticias  que  diariamente  se  succedian  y  tan 
propias  para  confirmar  esta  confianza,  que  el  gobernador 
Sánchez  detuvo  un  buque  ballenero  que  iba  salir  para 
Inglaterra,  con  objeto  de  que  llevase  al  embajador  es- 
pañol en  Londres  la  noticia  de  la  toma  de  Chile  y  de  la 
entrada  triunfante  de  los  realistas  en  Santiago  (1). 

Estaban  entregados  al  alborozo  y  á  las  ilusiones, 

(i)  Journal  of  a  residence  in  Chiü,  p,  71  y  72, 


■■* 


296 


h~+x¿*  rr+* 


HISTORIA    DE    CHILE. 


cuando  por  uno  de  esos  grandes  cambios  de  la  fortuna, 
supieron  los  resultados  de  la  batalla  de  Maypu  y  la  des- 
trucción completa  del  ejército  real.  No  podia  caberles  la 
menor  duda  en  la  noticia  porque  la  dio  el  mismo  Osso- 
rio,  que  muerto  de  cansancio  llegó  el  13  de  abril,  esto  es, 
siete  dias  después  de  la  acción,  acompañado  de  Rodil, 
sus  ayudantes  de  campo  y  catorce  soldados  de  los  seis- 
cientos ó  setecientos  que  tenia  al  dejar  el  campo  de 
batalla.  Los  demás  habían  sido  dispersados,  cojidos  ó 
acuchillados  en  la  huida,  unos  en  los  campos,  y  otros  al 
pasar  los  ríos ,  especialmente  el  Maule  á  las  inmedia- 
ciones de  Bilbao ,  donde  se  quedaron  mas  de  la  mitad. 

La  noticia  llenó  de  espanto  á  los  realistas,  y  sobre  todo 
á  los  que  estaban  mas  comprometidos  por  su  conducta 
con  los  patriotas.  Los  que  habitaban  en  el  interior  se  die- 
ron prisa  á  refujiarse  en  el  puerto  de  Talcahuano,  único 
asilo  con  que  podían  contar ;  y  al  cabo  de  pocos  dias 
todas  las  casas  y  los  ranchos  mas  malos  estaban  ocupa- 
dos por  multitud  de  familias,  habiendo  tenido  que  acam- 
par muchas  en  las  calles.  Tanto  temían  la  venganza  de 
sus  enemigos  que  no  les  arredraba  la  estación  del  in- 
vierno, muy  lluviosa  siempre  en  aquellos  países  (1). 

En  este  gran  conflicto,  Ossorio  no  halló  otro  recurso 
que  establecerse  en  Talcahuano.  La  resistencia  que  en 
esta  población  habia  hecho  Ordoñez  por  espacio  de  mu- 
chos meses  á  toda  la  división  O'Higgins  le  inspiraba  la 
confianza  de  que  también  él  podría  sostenerse ,  por  lo 
menos  hasta  que  llegaran  refuerzos  de  Lima  y  dos  mil 
hombres  de  buenas  tropas  que  debían  embarcarse  en 


(1)  And  hundreds  of  men  and  women,  who  nave  been  used  to  ease  and 
comfort  are  now  obliged  to  pass  both  day  and  night  in  the  open  streets.  In 
truth  they  are  very  wretched.  Journal  of  a  residence  in  Chili ,  p.  75. 


CAPITULO    LI. 


297 


Cádiz  en  todo  el  mes  de  mayo.  Con  esta  idea  dispuso 
que  se  replegasen  sobre  Talcahuano  todas  las  fuerzas  que 
desde  su  marcha  á  Santiago  estaban  escalonadas  como 
guarniciones  y  como  reserva  en  las  diferentes  ciudades  : 
fuerzas  á  que  se  incorporaron  una  multitud  de  fujitivos 
de  Maypu,  que  habiendo  escapado  de  las  lanzas  y  de  los 
lazos  de  las  jentes  del  campo,  se  presentaron,  unos  solos 
y  otros  en  pequeños  grupos;  por  manera  que  al  mes, 
contaba  Ossorio  con  mil  doscientos  hombres  para  la  re- 
sistencia. 

Estas  tropas  se  ocupaban  ,  parte  en  recorrer  el  inte- 
rior de  la  provincia  con  objeto  de  hacer  nuevos  reclutas, 
lo  que  conseguían  cojiendo  a  la  fuerza  todos  los  jóvenes 
capaces  de  llevar  las  armas  y  llevándolos  escoltados  al 
campamento,  y  parte  en  reparar  las  fortificaciones  anti- 
guas y  construir  otras  nuevas.  Se  trató  de  levantar  algu- 
nas en  la  isla  de  la  Quinquina  para  protejer  mejor  la 
bahía  de  Concepción  y  defender  su  estrecho  paso ;  pero 
apenas  comenzadas  las  obras  se  sublevaron  los  trabaja- 
dores y  las  destruyeron,  habiéndose  salvado  en  las  lan- 
chas de  la  fragata  Esmeralda  que  tenían  á  su  disposición. 

La  derrota  de  Maypu  puso  al  virey  Pezuela  en  grande 
compromiso  á  pesar  de  que  entonces  estaban  victorio- 
sas casi  todas  sus  tropas  y  los  patriotas  relegados  en  el 
Tucuman  se  hallaban  estrechados  por  Laserna,  que  solo 
aguardaba  algún  corto  refuerzo  en  material  para  atacar- 
los. Una  correspondencia  muy  seguida  que  tuvo  con 
Morillo ,  jeneral  en  jefe  del  ejército  de  Venezuela ,  y 
con  Samano ,  virey  de  Nueva-Granada ,  revela  que  le 
asaltaban  mil  pensamientos  todos  desconsoladores.  Les 
escribía  cartas  sobre  cartas  manifestándoles  su  inquie- 
tud por  encontrarse  sin  tropas,  sin  armas  y  amenazado 


298 


±¿A&"rYm+á 


HISTORIA    DE    CHILE. 


por  un  enemigo  sumamente  activo,  que  en  cierto  modo 
habia  improvisado  una  marina  capaz  de  hacerle  dueño 
del  mar  del  Sur.  Su  reclamación  de  armas  y  municiones 
era  de  tal  manera  apremiante ,  que  al  dia  siguiente  de 
recibirla  despachó  Samano  un  correo  á  Cartajena  para 
que  el  bric  Andaluz  fuese  á  Cuba  con  pliegos  en  que 
enteraba  al  capitán  jeneral  de  lo  grave  que  consideraba 
la  posición  de  Pezuela  y  le  pedia  lo  que  á  él  no  le  era 
posible  facilitar  por  no  tenerlo.  Asimismo  dio  orden  para 
que  el  batallón  de  Numancia,  fuerte  de  mil  doscientos 
hombres  de  buenas  tropas ,  marchase  á  socorrer  la  ca- 
pital del  Perú. 

Pezuela,  al  propio  tiempo  que  apelaba  á  la  fidelidad 
de  Samano  y  de  Morillo,  atendía  á  la  defensa  del  país 
con  toda  la  actividad  de  que  era  capaz.  Convencido  de 
la  necesidad  de  una  reserva  numerosa  para  conjurar  el 
peligro,  la  creó,  poniéndola  á  las  órdenes  del  brigadier 
Rocafort  y  situándola  en  Arequipa  contra  el  parecer  del 
jeneral  en  jefe  Laserna,  que  quería  se  colocase  en  Puno. 
Hubiera  sido  un  error  seguir  el  dictamen  de  Laserna,  por- 
que Puno  estaba  mucho  mas  distante  de  la  costa  amena- 
zada y  en  esta  tenia  que  haber  siempre  algunas  tropas, 
como  que  al  efecto  se  destacó  un  batallón  de  ochocientos 
infantes  y  un  escuadrón  de  ciento  ochenta  caballos  que 
alternaba  con  el  depósito  de  Arequipa.  En  Lima,  que  era 
el  punto  por  el  que  mas  habia  que  temer ,  reunió  Pezuela 
todos  los  batallones  acampados  en  los  alrededores,  y  ade- 
mas toda  la  milicia,  que  ocupaba  en  continuos  ejercicios. 
Tal  fué  su  afán  por  instruirla  pronto,  que  se  esparcieron 
voces  de  una  nueva  espedicion  contra  Chile,  lo  cual  bastó 
para  que  desertasen  muchos  nacionales,  no  obstante  las 
protestas  reiteradas  de  las  autoridades  superiores,  asegu- 


f**1 


CAPITULO    LI. 


299 


rando  que  todo  era  mera  precaución  de  defensa.  Si  á 
estos  temores  se  agrega  que  las  ideas  revolucionarias 
empezaban  á  manifestarse  por  actos  esteriores,  y  que  un 
dia  faltó  poco  para  que  triunfasen  (1),  se  verá  que  la 
victoria  de  Maypu  dio  un  golpe  terrible  á  la  causa  espa- 
ñola y  que  sus  efectos  se  dejaron  sentir  no  solo  en  el  Perú, 
sino  en  toda  la  estension  de  la  América  meridional  do- 
minada por  la  monarquía  (2). 

Lo  mismo  sucedía  á  los  patriotas ,  y  especialmente  á 
la  república  de  Buenos-Aires ,  que  aunque  mandaba  en 
todo  su  territorio  desde  el  principio  de  la  revolución,  te- 
nia sus  fronteras  fuertemente  atacadas  al  norte  por  las 
tropas  de  Laserna  y  al  este  por  las  brasileñas,  dueñas  en- 
tonces de  Montevideo  :  en  el  interior,  la  discordia  traba- 
jaba á  los  jefes  y  se  ganaban  las  provincias,  lo  que  pare- 
cía anunciar  que  la  anarquía  no  estaba  lejos.  Así  es  que 
la  victoria  de  Maypu  produjo  en  los  verdaderos  patriotas 
un  entusiasmo  febril  por  San  Martin,  de  que  participó  el 
pueblo,  manifestando  una  alegría  tanto  mayor  cuanto  que 
formaba  contraste  con  el  abatimiento  en  que  lo  habia  su- 
merjido  pocos  dias  antes  la  sorpresa  de  Cancharayada. 
Todos  se  felicitaban  por  este  gran  acontecimiento  y  en 
todas  partes  se  oia  decir  al  fin  somos  independientes  y  que 
San  Martin  era  el  jenio  de  la  revolución  (3). 

Pero  aunque  la  victoria  de  Maypu  influyó  mucho  en  la 
independencia  americana,  todavía  O'Higgins  y  Balcarce, 

(1)  En  Lima  y  el  Callao  hubo  en  el  mes  de  julio  una  conspiración,  que  fué 
sofocada  el  mismo  dia  en  que  debia  estallar.  Veinte  personas  fueron  presas  y 
juzgadas  militarmente.  Archivos  de  Lima. 

(2)  Correspondencia  del  virey  Pezuela  que  existe  en  los  archivos  de  Lima. 

(3)  There  was  a  general  and  almost  universal  exclamation  :  "Al  last  we 
are  independent,"  while  San  Martin  was  hailed  as  the  genius  of  the  revolu- 
tion.  The  reports  on  the  present  state  of  the  uniled  provinces  of  South  Ame- 
rica by  MM.  Rodney  and  Graham ,  p.  215. 


+r 


•W 


*i 


V: 


300 


±¿k*p  t** 


HISTORIA    DE    CHILE. 


succesor  de  San  Martin  en  el  tiempo  que  duró  su  viaje 
á  Buenos-Aires,  no  supieron  sacar  de  ella  todo  el  partido 
á  que  se  prestaba  para  destruir  de  un  golpe  cuantos  re- 
cursos podian  encontrar  los  restos  de  Maypu  en  la  pro- 
vincia de  Concepción.  En  vez  de  perseguirlos  con  una 
fuerte  división  que  les  imposibilitara  reorganizarse,  se 
limitaron  á  enviar,  como  ya  hemos  visto,  á  Zapiola  con 
doscientos  cincuenta  hombres  solamente;  y  aunque  es 
verdad  que  de  sus  resultas  Caxaramilla  en  el  Parral  y 
Rodríguez  en  Quirihue  obtuvieron  alguna  ventaja,  fué 
esta  muy  corta  y  muy  insignificante  para  que  pudieran 
sentirse  sus  consecuencias.  Así  es  que  las  tropas  de  Za- 
piola tuvieron  que  irse  á  cuarteles  de  invierno  á  Talca, 
mas  como  un  pequeño  destacamento  de  observación,  que 
como  cuerpo  dispuesto  á  tomar  la  ofensiva. 

El  jefe  que  de  este  modo  tuvo  en  espectativa  á  los 
soldados  de  Zapiola  fué  el  coronel  Lantaño,  que  desde 
la  sorpresa  de  Cancharayada  mandaba  en  Chillan  y  es- 
taba al  cuidado  de  los  heridos  enviados  allí.  Estos  heri- 
dos fueron  trasportados  á  Talcahuano  después  de  la  acción 
de  Maypu,  y  Lantaño  quedó  á  la  cabeza  de  los  milicia- 
nos, cuyo  número  aumentaban  las  exortaciones  llenas  de 
ternura  de  los  padres  franciscanos,  siempre  firmes  en  su 
adhesión  á  la  causa  de  su  rey.  Así  sucedió  que  cuando 
pasados  dos  meses  volvió  Caxaramilla  á  atacarlos,  encon- 
tró una  resistencia  mucho  mayor  aun,  que  le  obligó  á 
batirse  en  retirada  con  gran  confusión  y  muy  espuestos  á 
ser  él  y  todos  los  suyos  cojidos  (1). 

Desde  que  principiaron  las  guerras  de  la  independen- 
cia se  habia  manifestado  dispuesta  la  provincia  de  Con- 


(1)  Véase  la  interesante  memoria  de  don  Diego  Barros  sobre  V.  Bcnavides, 
pajina  5. 


CAPITULO    LT. 


301 


cepcíon  á  sostener  la  causa  realista,  notándose  mas  esta 
tendencia  en  la  clase  baja  (1);  pero  en  lo  que  se  des- 
plegó una  política  hábil,  aunque  contraria  á  las  leyes  de 
la  humanidad  y  aun  á  las  de  la  guerra,  fué  en  compro- 
meter en  esta  causa  á  la  raza  india ,  que  se  hallaba  en 
una  neutralidad  espectante,  dispuesta  á  caer  en  caso  ne- 
cesario sobre  el  vencedor  débil ,  si  las  circunstancias  lo 
permitían.  Esta  alianza  con  un  gobierno  que  tan  abusi- 
vamente les  habia  hecho  sentir  su  superioridad,  tenia  so 
oríjen  en  la  grande  influencia  que  sobre  ellos  ejercian 
los  capitanes  de  amigos ,  que  Sánchez  tuvo  la  habili- 
dad de  atraer  á  su  partido.  Contando  con  esta  fuerza 
brutal  tan  fácil  de  sublevar  como  difícil  de  contener, 
Sánchez ,  en  su  calidad  de  intendente  interino  de  la  pro- 
vincia de  Concepción,  marchó  á  la  Florida,  para  donde 
convocó  á  muchos  capitanes  de  amigos  con  orden  de  que 
llevasen  cierto  número  de  indios  de  alta  posición.  Mas 
de  doscientos  de  estos  se  presentaron  mandados  por  Bur- 
gos ,  llevando  á  su  cabeza  los  caciques  Calbulevu  de 
Collico,  Dumacan  de  Bureu,  Antineu  de  Rinaico,  Coli- 
man de  Santa  Bárbara,  etc.  Este  último  era  el  principal 
de  todos,  hombre  de  mucho  tesón,  de  gran  discernimiento, 
honrado,  probo  y  de  carácter  conciliador  y  pacífico.  Era 
hombre  de  paz  (2)  y  se  habia  captado  el  respeto  no  solo 
de  los  Pehuenches,  sino  también  de  los  chilenos  y  hasta 
de  los  Mulluches,  á  pesar  de  que  no  estaban  bajo  su  in- 
fluencia. Sánchez  empleó  mil  medios  para  atraerse  este 
cacique,  pero  todos  inútiles,  porque  decia  que  repugnaba 

(1)  Journal  of  a  residence  in  Chili. 

(2)  Los  Indios  tienen  jefes  militares  y  jefes  de  consejo  y  de  paz.  Estos  no  se 
baten  nunca,  antes  por  el  contrario  procuran  evitar  las  guerras  y  conciliar  los- 
ánimos.  Lo  espigaremos  en  la  Etnografía  araucana,  que  ha  de  publicarse  imi-y 
pronto. 


P" 


** 


¿-t+wy** 


302 


HISTORIA    DE    CHILE. 


á  su  corazón  el  derramamiento  de  sangre.  Sin  embargo, 
se  decidió  al  fin  y  arrastró  consigo  una  multitud  de  in- 
dios, dispuestos  á  poner  á  disposición  de  la  monarquía  su 
salvaje  brutalidad  (1). 

Independientemente  de  estos  indios,  con  cuyo  valor 
se  podia  contar,  los  soldados  enviados  al  interior  de  la 
provincia  en  busca  de  reclutas,  reunieron  algunos,  por 
manera  que  en  agosto  contaba  el  pequeño  ejército  de 
Ossorio  con  dos  mil  doscientos  y  seis  hombres.  Es  verdad 
que  muchos  eran  completamente  nuevos  en  el  arte  de  la 
guerra  é  incapaces  de  hacer  bien  ningún  movimiento  en 
una  formación ,  pero  no  les  faltaba  intelijencia  y  tenían 
un  instinto  eminentemente  guerrero,  por  lo  que  los  ve- 
teranos les  enseñaron  pronto  y  les  pusieron  en  estado 
de  defender  su  puesto.  Por  lo  demás,  toda  la  ambición 
de  Ossorio  en  aquel  momento  se  cifraba  en  sostenerse 
en  Talcahuano  mientras  recibía  contestación  del  virey 
Pezuela.  Con  las  fortificaciones  hechas  por  Ordoñez  y  las 
que  él  había  construido,  no  temia  ningún  ataque  por 
tierra ;  pero  no  estaba  tan  seguro  si  se  le  atacaba  por 
mar,  y  todo  le  hacia  creer  que  esto  se  verificaría  muy 
pronto.  Así  se  lo  tenia  anunciado  al  virey  ;  y  este  envió 
el  23  de  junio  un  buque,  la  Presidenta,  con  armas  y 
tropas  y  orden  de  ir  sobre  la  costa  á  fin  de  « llamar  la 
atención  de  los  patriotas  y  alejar  sus  pensamientos  de 
espedicion  sobre  este  vireinato, »  y  pasar  después  á  Tal- 
cahuano para  prevenir  á  Ossorio  «que  no  aventurase  las 
armas  del  rey  de  su  mando,  embarcándose  en  el  último 
caso  con  sus  tropas  y  cuanto  pertenece  al  rey  y  auxilio 
deemigrados  en  los  buques  de  guerra  y  en  los  mercantes 
surtos  en  aquel  puerto  con  dirección  al  Callao  (2).  » 

(1)  Conversación  con  don  Domingo  Salvo,  célebre  capitán  de  amigo. 

(2)  Plan  de  defensa  de  Lima  después  de  la  batalla  de  Maypu.  Archivos  de  Lima. 


CAPÍTULO    Lí. 

Con  esta  orden,  y  con  las  noticias  de  una  ^próxima 
espedicion  marítima  contra  Talcahuano ,  que  si  se  veri- 
ficaba ponia  al  ejército  en  una  posición  muy  crítica  y  en 
la  imposibilidad  de  salvarse,  Ossorio  convocó  el  25  de 
agosto  de  1818  una  junta  de  guerra  compuesta  de  todos 
los  oficiales  superiores  de  mar  y  tierra,  en  la  que  después 
de  leer  las  instrucciones  últimamente  recibidas  del  virey 
Pezuela  y  manifestar  los  peligros  que  corría  el  ejército 
en  Talcahuano,  «reclamó  muy  eficazmente  la  considera- 
ción de  la  junta,  pidiendo  le  ilustrara  sobre  el  partido 
que  en  circunstancias  tan  difíciles  convendría  adoptar 
para  conciliar  el  mejor  servicio  del  rey,  exijiendo  voto 
particular  y  por  escrito  á  cada  vocal ;  y  habiéndose  antes 
discutido  madura  y  reflexivamente  sobre  los  puntos  que 
abraza  esta  materia,  resultó  la  unanimidad  de  considerar 
indispensable  y  reunir  las  fuerzas  marítimas  sobre  las 
costas  del  Perú  y  por  pluralidad  la  evacuación  parcial  de 
esta  provincia  (1).  » 

Determinada  la  salida,  Ossorio  nombró  comandante 
jeneral  del  ejército  que  quedaba  en  la  provincia,  al  coro- 
nel don  Juan  Francisco  Sánchez  ,  digno  de  esta  distin- 
ción por  su  laudable  conducta  en  el  tiempo  que  Carrera 
tuvo  sitiado  á  Chillan ,  y  lo  dio  á  reconocer  en  una  pro- 
clama dirijida  á  los  soldados  y  á  los  habitantes  de  la  pro- 
vincia. En  las  instrucciones  que  le  dejó  por  escrito  le  en- 
cargaba muy  particularmente  que  conservase  la  amistad 
de  los  indios ,  y  que  les  hiciere  pomposas  promesas  de 


(1)  Documentos  sobre  la  junta  de  guerra  de  Talcahuano.  El  jeneral  Camba 
opina  que  Ossorio  no  debió  abandonar  á  Talcahuano  y  dice  que  muchos  oficiales 
fueron  de  este  parecer.  Tengo  una  copia  íntegra  del  acta  de  la  junta  de  guerra, 
sacada  del  orijinal  que  existe  en  los  archivos  de  Lima,  y  veo  en  ella  que  se 
votó  por  unanimidad  la  evacuación  de  Chile,  dejando  solo  un  corto  número  de 
tropas. 


*- 


▲dft^'Z1-** 


30i 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Í 

la 


■ 

l 

A* 

r 


vestidos,  adornos  y  otros  regalos  para  tenerlos  siempre 
bien  dispuestos  en  favor  de  su  causa. 

Pezuela  tenia  prevenido  á  Ossorio  que  embarcase  las 
tropas  disponibles,  pues  creia  con  razón  sobrada  que  la 
conservación  del  Perú  era  mucho  mas  importante  que  la 
de  Chile ;.  pero  encargándole  al  mismo  tiempo  que  dejara 
algunas  en  la  provincia  para  que  hiciesen  la  guerra  de 
partidas  sueltas  y  sostuviesen  la  moral  de  los  indios. 
Visto  el  número  de  soldados  que  tenia  á  sus  órdenes,  dejó 
en  Chile  los  batallones  de  Concepción  y  de  Valdivia,  los 
dragones  de  la  Frontera  y  de  Chillan,  etc.,  en  todo  mil 
seiscientos  diez  y  ocho  hombres,  inclusos  cuarenta  y  cua- 
tro artilleros,  y  llevó  consigo  setecientos  veinte  y  nueve, 
á  saber,  ciento  noventa  y  seis  infantes  del  batallón  de 
Burgos,  ciento  cuarenta  y  cinco  del  de  Arequipa,  ciento 
ochenta  y  tres  Infantes,  cincuenta  y  tres  artilleros,  veinte 
y  cinco  zapadores ,  veinte  guardias  de  honor  y  ciento 
siete  dragones  de  Arequipa.  Le  acompañaron  ademas 
treinta  empleados,  setenta  y  ocho  paisanos  de  todas  eda- 
des y  doscientas  cincuenta  y  cuatro  mujeres,  por  manera 
que  incluyendo  los  marineros,  ascendía  el  total  á  mil  se- 
tecientas doce  personas,  que  se  embarcaron  en  ocho  bu- 
ques de  guerra  y  mercantes  y  se  dieron  á  la  vela  el  8  de 
setiembre  de  1818  (1). 

Luego  que  Sánchez  quedó  de  jefe  único  en  la  provincia 
de  Concepción  se  dedicó  con  toda  la  actividad  de  que 
era  capaz,  á  conservar  su  influencia  sobre  los  indios  y  á 
instruir  á  los  reclutas  que  pudo  proporcionarse.  Su  pe- 
queño ejército  se  encontraba  diseminado  por  toda  la  pro- 
vincia :  en  Talcahuano  habia  la  mayor  parte  del  batallón 
de  Concepción ;  en  Concepción  estaba  el  de  Valdivia ; 

(1)  Archivos  de  Lima. 


CAPITULO    LI. 

en  Chillan  el  escuadrón  de  dragones  de  la  Frontera,  el  de 
Chillan ,  una  compañía  de  Concepción  y  dos  guerrillas ; 
en  la  Florida  los  milicianos  de  la  Florida,  Rere  y  la  infan- 
tería de  los  Angeles ,  con  un  destacamento  de  dragones 
de  la  Frontera,  otro  de  infantería  de  Valdivia  y  dos  pie- 
zas de  montaña;  por  último,  en  los  Angeles  los  escua- 
drones primero  y  segundo  de  milicias  de  la  Laja.  Él 
permaneció  en  Concepción  para  recibir  las  tropas  que  se 
esperaban  de  Cádiz  y  que  empezaban  á  llegar,  y  para 
protejer  á  Talcahuano ,  cuyas  fortificaciones  cometió 
Ossorio  el  desacierto  de  derribarlas  en  su  mayor  parte, 
con  la  esperanza  de  poder  defender  aquella  plaza,  al 
menos  contra  los  ataques  por  tierra ,  ya  que  no  le  fuese 
posible  hacerlo  contra  los  de  mar  que  eran  precisamente 
los  que  temia,  pues  por  los  espías  estaba  enterado  del 
celo  y  actividad  que  desplegaba  el  gobierno  en  orga- 
nizar una  escuadra. 


VI.  Historia. 


wi    *m 


*mpo?* 


CAPITULO    LIL 


O'Higgins  se  dedica  con  actividad  á  la  creación  de  una  escuadra.—  Dificultades 
con  que  tropieza.  —  Proteje  á  los  corsarios.—  La  IVindhan  ataca  sin  éxito 
á  la  Esmeralda  y  el  Pezuela.  —  Muerte  de  su  comandante  O'Brien.  —  El 
buque  San  Miguel  es  apresado.—  O'Higgins  va  á  Valparaíso  á  activar  el  ar- 
mamento de  una  pequeña  escuadra.—  Visita  la  escuela  de  marina.—  Buques 
de  que  se  compone  la  marina  chilena.—  Sale  de  Cádiz  una  espedicion  militar 
contra  Chile.  —  Rebelión  en  la  Trinidad,  de  cuyas  resultas  este  buque  se 
dirije  á  Buenos-Aires.  —  El  gobierno  anuncia  ¡inmediatamente  á  O'Higgins 
este  suceso,  y  le  revela  los  secretos  de  la  espedicion.  —  Parte  para  el  sur 
una  división  mandada  por  el  capitán  de  navio  don  Manuel  Blanco  Encalada.— 
En  la  isla  de  Santa  María  sabe  que  ha  llegado  á  Talcahuano  la  fragata  Reina 
María  Isabel.  —  La  ataca  y  se  apodera  de  ella.  —  Vuelve  á  la  isla  de  Santa 
María  y  apresa  otros  buques  del  convoy.  —  Entusiasmo  que  produce  este 
triunfo  en  Valparaíso  y  Santiago.  —  Fiestas  y  ovaciones  al  comandante  don 
Manuel  Blanco. 


Crear  una  escuadra  nacional  fué  desde  que  princi- 
piaron las  guerras  de  la  independencia ,  una  necesidad 
reconocida  por  todos  los  hombres  políticos  del  país ,  de 
Carrera  como  de  San  Martin,  O'Higgins,  etc.  El  último 
especialmente  la  consideraba  cuestión  de  vida  ó  muerte 
para  la  naciente  república,  porque  veia  que  era  preciso 
mudar  el  teatro  de  la  guerra  y  llevarlo  al  Perú,  fácil  de 
ser  invadido  y  único  país  de  la  América  del  sur  en  que 
España  dominaba  con  todo  su  poder  y  casi  sin  oposición. 
Penetrado  de  esta  idea  y  persuadido  de  que  una  es- 
cuadra seria  el  lazo  que  uniese  los  patriotas  de  los  dos 
países,  empleó  toda  su  intelijencia ,  su  prestijio  y  su  ac- 
tividad en  organizaría ,  y  á  los  pocos  meses  se  vio  Chile 
á  la  cabeza  de  una  marina  militar  que  iba  á  dar  dias  de 
gloria  ala  historia  de  la  independencia  americana  y  par- 
ticularmente al  jenio  que  la  habia  creado. 


CAPITULO    LIL 

La  empresa  no  era  fácil ,  sin  embargo.  Nunca  Chile 
habia  tenido  un  solo  buque  :  su  marina  mercante  se  en- 
contraba en  el  estado  mas  miserable  :  y  el  país  estaba 
falto  de  marineros,  de  oficiales  y  de  recursos.  El  dinero 
enviado  á  los  Estados-Unidos  y  á  Londres  para  la  com- 
pra de  la  escuadra,  reunido  con  los  donativos  de  los  pa- 
triotas y  el  secuestro  de  los  bienes  de  los  realistas,  no  era 
suficiente  á  prometer  grandes  resultados.  Verdad  es  que 
O'Higgins  con  política  muy  hábil  empezó  las  hostilidades 
marítimas  por  incursiones  de  barcos  pequeños  armados 
en  corso.  En  Valparaíso  y  Coquimbo  se  alistaron  en  estos 
barcos  una  multitud  de  marineros  jóvenes  pero  valientes 
y  audaces,  que  llevaron  el  espanto  á  toda  la  costa,  avan- 
zando hasta  mas  allá  de  Guayaquil ,  bloqueando  en  sus 
propios  puertos  á  los  buques  peruanos  y  volviendo  con 
presas  que  escitaban  la  codicia  de  otros  marineros  y  les 
inducía  á  nuevos  armamentos.  O'Higgins  se  complacía 
en  este  estímulo,  no  solo  porque  era  un  medio  de  herir  en 
el  corazón  al  enemigo,  destruyendo  su  comercio  y  promo- 
viendo el  descontento  de  los  comerciantes  con  su  ruina, 
sino  porque  veia  en  él  una  escuela  práctica  escelente 
para  formar  buenos  marineros  y  hasta  oficiales  de  ma- 
rina ,  tan  necesarios  en  la  escuadra  que  su  patriotismo 
estaba  organizando. 

El  primer  buque  que  sirvió  en  cierto  modo  de  núcleo 
de  esta  escuadra  fué  el  Águila ,  al  que  ya  hemos  visto 
tomado  por  sorpresa  á  Valparaíso,  conocido  mas  ade- 
lante con  el  nombre  de  Pueyrredon  y  en  seguida  por  el  de 
Windhan ,  buque  de  ochocientas  toneladas,  de  la  com- 
pañía de  las  Indias,  que  Alvarez  Condarco  envió  á  Chile 
y  que  el  gobierno  compró  muy  caro  la  víspera  de  la  ba- 
talla de  Maypu.  Los  comerciantes  estranjeros  pagaron  la 


±*H*sy+< 


■■;■ 


303 


HISTORIA    DE    CHILE. 


1 

■  j 

mitad  de  su  costo,  pero  cuando  O'Higgins  supo  que  so 
intención  era  armarlo  en  corso  para  especular  con  él ,  se 
empeñó  en  devolverles  la  cantidad  que  habían  entre- 
gado, y  le  dio  un  destino  enteramente  militar. 

Como  hacia  tiempo  que  los  dos  buques  de  guerra 
españoles  la  Esmeralda  y  el  Pezuela  bloqueaban  el 
puerto  de  Valparaíso  ,  O'Higgins  proyectó  atacarlos 
con  el  buque  recientemente  adquirido  y  en  pocos  dias 
quedó  este  equipado  y  armado  (1).  El  capitán  O'Brien, 
que,  procedente  de  la  marina  real  de  Inglaterra,  había 
entrado  al  servicio  de  los  patriotas  y  asistido  al  com- 
bate entre  la  fragata  inglesa  Phcebe  y  la  de  los  Es- 
tados Unidos  Essec,  tomó  el  mando  del  Águila  y  en  muy 
poco  tiempo  se  alistaron  trescientos  cincuenta  hombres , 
de  los  cuales  unos  ciento  eran  estranjeros  y  los  demás 
chilenos,  la  mayor  parte  sin  esperiencia  del  mar,  pero 
tan  llenos  de  buena  voluntad  que  algunos  que  fueron 
desechados,  se  tiraron  á  nado  para  alcanzar  al  buque  é 
ir  en  la  espedicion.  Los  oficiales  se  sacaron  también  de 
estranjeros  de  todas  naciones  especialmente  ingleses,  que 
en  jeneral  no  entendían  el  español ,  circunstancia  que 
dificultaba  mucho  el  que  se  comprendieran  bien  las  órde- 
nes en  el  buque.  A  pesar  de  estos  inconvenientes,  la  fra- 
gata se  hizo  á  la  vela  en  la  noche  del  domingo  26  de 
abril,  y  el  dia  siguiente  á  las  siete  de  la  mañana  estaba 
á  la  vista  de  la  Esmeralda.  Creyendo  el  comandante  de 
esta,  Coig ,  que  era  el  buque  de  guerra  inglés  con  quien 
había  hablado  otras  veces,  se  puso  en  facha  á  esperarlo  y 
ío  mismo  hizo  el  bric  Pezuela,  que  se  hallaba  á  corta  dis- 

(1)  Don  Antonio  García  Reyes  dice  que  el  Pueyrredon  acompañaba  al 
Windhan.  Véase  la  muy  interesante  memoria  que  ha  publicado  sobre  la  pri- 
mera escuadra  nacional  de  Cliile. 


CAPITULO    LIT. 


lancia;  pero  en  cuanto  vio  que  izaba  el  pabellón  chileno, 
conoció  su  equivocación,  y  casi  á  quema  ropa  le  disparó 
una  andanada.  O'Brien  contestó  con  otra  y  al  propio 
tiempo  mandó  el  abordaje,  que  se  verificó  dando  él  mismo 
el  ejemplo,  pues  fué  uno  de  los  primeros  que  saltaron 
sobre  el  puente  enemigo  con  solos  veinticinco  hombres. 
Su  audacia  y  decisión  ,  protejidas  por  la  infantería  de 
Miller,  que  desde  la  Lautaro  no  cesaba  de  hacer  fuego, 
infundieron  tal  terror  en  los  realistas  que  se  bajaron  pre- 
cipitadamente al  entrepuente ;  por  manera  que  O'Brien 
era  ya  dueño  del  buque  y  habia  bajado  la  bandera , 
cuando  las  dos  embarcaciones  que  no  estaban  bien  amar- 
radas ,  las  separó  un  golpe  de  mar.  El  segundo  de  la 
Lautaro  don  Jorge  Argent  Turner,  en  vez  de  aproxi- 
marse en  seguida  á  la  Esmeralda,  se  contentó  con  enviar 
á  ella  diez  y  ocho  hombres  en  unos  botes  y  él  marchó 
sobre  el  Pezuela,  al  que  obligó  á  bajar  el  pabellón.  Esto 
fué  una  desgracia  para  la  espedicion,  porque  en  cuanto 
los  realistas  de  la  Esmeralda  la  vieron  desamarrada  de 
la  Lautaro,  y  se  enteraron  del  corto  número  de  enemi- 
gos que  habían  quedado  en  su  buque,  se  echaron  sobre 
los  patriotas,  mataron  al  bizarro  O'Brien  y  á  muchos  de 
sus  valientes  compañeros,  arrojándose  al  mar  los  restantes 
para  ganar  los  botes  que  no  habían  llegado  á  tiempo.  Al 
punto  que  el  capitán  Turner  se  apercibió  de  este  cambio 
de  la  fortuna  abandonó  el  Pezuela  y  dirijiéndose  sobre  la 
Esmeralda  que  acababa  de  recobrar  la  libertad ,  la  des- 
trozó hasta  incendiarle  la  cámara  y  la  obligó  á  ponerse 
en  salvo,  lo  mismo  que  al  Pezuela,  sin  que  pudiese  perse- 
guirlos por  la  gran  inferioridad  de  su  marcha.  Tal'  fué 
el  resultado  del  primer  combate  naval  digno  de  este 
nombre,  dado  por  los  patriotas,  resultado  completamente 


j*É£prs?+ 


310 


HISTORIA   DE    CHILE. 


nulo  y  hasta  puede  decirse  desgraciado ,  por  la  pérdida 
del  valiente  O'Brien,  que  tenia  dadas  pruebas  repetidas 
de  arrojo  y  de  capacidad.  Quizá  deba  recaer  sobre 
Turner  por  su  un  tanto  cuanto  de  apatía  en  el  mando,  la 
responsabilidad  de  todo,  al  menos  el  público  le  inculpó 
por  ello  sin  embozo,  y  sus  esplicaciones ,  apoyadas  en 
el  testimonio  de  los  oficiales  que  iban  á  bordo,  no  bas- 
taron á  cambiar  completamente  la  opinión  (1). 

Lo  que  disminuyó  algo  el  descontento  fué  el  haber 
sido  apresado  de  vuelta  del  puerto  el  bergantín  San  Mi- 
guel, que  de  Concepción  iba  á  Lima.  Entre  los  muchos 
pasajeros  que  llevaba  habia  personas  de  alta  posición 
social ,  como  los  comerciantes  don  Pedro  Nicolás  Cha- 
pitea,  y  don  Rafael  Beltran ,  el  teniente  coronel  don  Ma- 
tías Aras  y  otros.  Ademas  conducía  algún  dinero  y  mer- 
cancías por  valor  de  unos  30,000  pesos,  todo  lo  que  se 
repartió  á  la  tripulación  con  el  objeto  de  entusiasmarla 
y  despertar  la  codicia  de  otros  marineros ,  que  se  desea- 
ban adquirir  para  la  escuadra  que  se  preparaba. 

Tan  persuadido  estaba  O'Higgins  de  la  necesidad  ab- 
soluta de  dominar  el  mar,  que  no  perdonó  ningún  sacri- 
ficio para  formar  la  escuadra.  Con  objeto  de  poder  di- 
rijir  mejor  su  organización  y  acelerar  su  armamento, 
resolvió  ir  á  presenciarlo  todo ;  pero  antes  quiso  regula- 
rizar en  Santiago  cuanto  tuviese  relación  con  el  ejército 
á  fin  de  ponerlo  en  mejor  pié.  Habia  creado  el  cuerpo 
de  dragones  de  la  patria,  que  con  un  escuadrón  de  la 
escolta  directorial ,  fué  al  ejército  del  sur,  el  cuerpo  de  la 
guardia  nacional  y  el  batallón  de  marina  :  y  habia  disci- 
plinado las  milicias  de  infantería  y  caballería  de  toda  la 
república,  principalmente  la  infantería  de  Rancagua  y 

(1)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


CAPITULO    LH. 


311 


Aconcagua.  Para  que  nada  faltase  á  estas  tropas  y  al 
ejército  en  jeneral,  formó  un  reglamento  de  la  provee- 
duría y  otro  para  la  maestranza,  con  el  único  objeto  de 
que  se  trabajasen  separadamente  y  en  una  oficina  espe- 
cial ,  cuantos  útiles  y  aprestos  militares  necesitasen  los 
ejércitos  de  la  Nación  ,  bajo  la  dirección  de  un  superira- 
tendente  con  jurisdicción  civil  y  criminal  en  todas  las 
personas  empleadas  en  dicha  oficina.  Estableció  ademas 
una  junta  de  secuestro,  compuesta  de  personas  de  gran 
probidad ;  y  para  que  desapareciese  cuanto  pudiera  re- 
cordar el  nombre  español,  con  el  que  eran  conocidos  los 
que  no  tenían  en  su  sangre  mezcla  de  la  indíjena,  pro- 
hibió que  en  toda  clase  de  informaciones  judiciales,  sea 
por  via  de  prueba  en  causas  criminales,  de  limpieza  de 
sangre,  en  proclamas  de  casamientos,  en  las  partidas  de 
bautismo,  entierro,  etc.,  se  titulase  nadie  español,  sino 
chileno,  nombre  que  también  debía  darse  en  lo  succesivo 
á  los  indios. 

Concluidos  estos  y  otros  trabajos  de  organización  ad- 
ministrativa y  eclesiástica,  se  puso  en  camino  con  don 
Ignacio  Zenteno,  secretario  de  estado,  y  el  2  de  setiembre 
llegó  á  Valparaíso.  Lo  primero  que  hizo  fué  visitar  la 
especie  de  escuela  de  marina  que  habia  mandado  abrir 
para  los  jóvenes  dedicados  á  esta  carrera ,  y  de  la  que 
debían  salir  á  oficiales  de  la  escuadra  chilena.  Contaba 
ya  esta  con  muchos  buques,  cuya  organización  estaba 
confiada  á  la  intelijencia  de  un  marino  lleno  de  entusiasmo 
y  buenos  deseos,  de  don  Manuel  Blanco  Encalada,  te- 
niente coronel  de  artillería,  alférez  de  fragata  que  habia 
sido  en  la  marina  española  y  vuelto  á  su  primitiva  car- 
rera, á  la  que  muy  pronto  iba  á  dar  lustre  con  resul- 
tados de  la  mayor  importancia.  Con  el  zelo  y  la  grande 


W 


1 


312 


á&*J^fcdÉ*F-GJ7-r 


HISTORIA    DE    CHILE. 


actividad  de  este  joven  que  contaba  apenas  veinte  y 
seis  años,  y  con  el  auxilio  de  don  Juan  Higginson,  oficial 
inglés,  la  escuadra,  aunque  en  jeneral  armada  con 
cañones  de  forma  poco  regular,  presentó  muy  luego  un 
aspecto  un  tanto  halagüeño.  Ademas  del  Pueyrredon  y 
la  Lautaro  había  los  buques  siguientes  i  Cumber latid ,  de 
la  compañía  de  las  Indias ,  de  mil  trescientas  toneladas 
y  sesenta  y  cuatro  cañones,  enviado  de  Londres  por 
Alvarez  Gandarco  perfectamente  equipado,  y  comprado 
por  el  gobierno  en  140,000  pesos.  Se  le  bautizó  con  el 
nombre  de  San  Martin  en  memoria  del  ilustre  guerrero 
á  quien  Chile  debia  en  parte  su  libertad,  y  el  dia  de  la 
ceremonia  O'Higgins  embarcó  en  él  trecientos  hombres 
y  muchachos  sacados  de  las  cárceles  de  Santiago  y.  Val- 
paraíso ó  cojidos  en  las  calles,  todos  bastante  despejados 
para  que  al  cabo  de  algún  tiempo  llegasen  á  ser  mari- 
neros tan  diestros  como  intrépidos. 

La  Cliacabuco,  corbeta  comprada  por  los  coquimbanos 
que  la  armaron  en  corso,  de  quienes  el  gobierno  la  ad- 
quirió por  el  mismo  precio  que  les  habia  costado,  es 
decir,  30,000  pesos ,  después  de  gastar  en  ella  diez  mil 
mas,  confirió  su  mando  á  don  Manuel  Blanco.  Primer 
buque  que  mandó  este  futuro  almirante. 

El  Araucano,  procedente  de  los  Estados- Unidos,  bien 
armado  y  equipado  bajo  la  dirección  de  don  Miguel  Car- 
rera, y  mandado  por  don  Carlos  Woster,  quien  lo  vendió 
en  30,000  pesos,  y  continuó  mandándolo  hasta  la  espe- 
dicion  de  Talcahuano,  época  en  que  pasó  á  la  Lautaro 
y  fué  reemplazado  por  el  capitán  don  Raimundo  Moris. 

Por  último  el  Lucia,  bergantín  de  guerra  inglés  per- 
fectamente armado  y  equipado,  que  Guise  compró  en 
Buenos-Aires ,  y  á  instancias  de  O'Higgins  cedió  al  go- 


CAPITULO    til. 

bierno  chileno  en  63,000  pesos.  Este  baque,  que  cambió 
su  nombre  por  el  de  Galvarino,  no  llegó  á  Valparaíso  hasta 
fines  de  octubre. 

Para  comprar  estos  buques  fué  necesario  apelar  al 
patriotismo  de  los  chilenos,  aguijonear  su  jenerosidad 
nunca  desmentida ,  restablecer  el  sistema  de  donativos 
tan  usado  ya,  imponer  nuevas  contribuciones  y  levantar 
empréstitos.  No  fueron  menores  las  dificultades  para  te- 
ner las  tripulaciones  necesarias  :  se  echó  mano  de  todos 
los  pescadores  de  la  costa  y  de  todos  los  marineros  de 
los  buques  corsarios,  no  dejando  en  ellos  mas  que  los 
precisos  para  la  custodia  de  las  embarcaciones ;  pero  esto 
no  bastaba  ni  con  mucho.  La  jeneralidad  de  los  jóvenes 
no  se  habia  embarcado  jamás  y  un  marino  no  se  improvisa 
como  se  improvisa  un  valiente  :  hubo  pues  que  invitar 
á  los  marineros  estranjeros  ofreciéndoles  para  atraerlos 
mas  sueldo  y  ventajas,  lo  cual  suscitó  la  envidia  de  los 
del  país  y  fué  motivo  de  discordia.  Como  los  oficiales  de 
la  Lautaro  eran  casi  todos  estranjeros,  especialmente 
ingleses  que  no  hablaban  la  lengua  del  país,  no  podía 
menos  de  resultar  confusión  en  las  maniobras ;  y  al  ver 
tales  elementos  de  desorden,  muchos  dudaban  que  diese 
resultados  la  naciente  escuadra,  creada  en  medio  de  tan- 
tas contrariedades  y  á  costa  de  tantos  sacrificios.  Sin  em- 
bargo, se  estaba  en  vísperas  de  un  ataque  que  preparaba 
una  nueva  espedicion  compuesta  de  veteranos  del  antiguo 
ejército  de  España,  embarcada  recientemente  en  el  puerto 
de  Cádiz  contra  Chile. 

En  el  primer  mando  de  Ossorio  vimos  que  se  enviaron 
á  la  corte  dos  comisionados,  don  Luis  Urréjola  y  don 
Juan  Manuel  Elizalde ,  para  que  informasen  al  gobierno 
de  lo  que  pasaba  y  sirviesen  en  cierto  modo  de  interine- 


31 


HISTORIA    DE    CHILE. 


diarios  con  las  autoridades  chilenas.  Como  conocían  per- 
fectamente el  estado  del  país,  sobre  todo  Urréjola,  que 
habia  hecho  toda  ¡a  campaña  de  la  primera  revolución , 
no  cesaron  de  hablar  de  lo  muy  útil  que  seria  á  la  con- 
servación de  la  dominación  española  el  enviar  una  fuerte 
escuadra  á  la  república  chilena.  Poco  después  Pezuela, 
no  pudiendo  conseguir  los  soldados  que  tanto  necesitaba^ 
ni  de  Morillo  ni  del  virey  de  Nueva  Granada,  se  dírijió  á 
Abadía,  cónsul  de  la  compañía  de  Filipinas  en  Lima,  para 
que  por  la  mediación  de  su  hermano  que  tenia  gran  va- 
limiento y  era  el  arbitro  de  los  ejércitos  que  se  destinaban 
á  América,  se  organizase  una  espedicion  en  España.  Este 
era  un  negocio  que  debía  reportar  grandes  utilidades  á 
estos  dos  personajes;  y  hé  aquí  acaso  el  motivo  de  que 
lo  activase  el  que  residía  en  España,  con  tanta  mas  pro- 
babilidad de  buen  éxito ,  cuanto  que  por  entonces  los 
comisionados  chilenos  solicitaban  con  instancia  el  envío 
de  una  escuadra,  que,  según  ellos,  daría  el  último  golpe 
á  las  ideas  liberales  del  país.  Habiendo  caido  en  desgracia 
Abadía,  su  succesor  el  jeneral  O'Donell  fué  el  encargado 
de  su  organización  (1). 

Esta  espedicion,  que  salió  de  Cádiz  el  21  de  mayo,  se 
componía  del  Tejimiento  de  Cantabria  con  poco  mas  de 
mil  seiscientas  plazas ,  un  escuadrón  de  dragones  con 
ciento  veinte,  una  compañía  de  zapadores  con  otras  tan- 
tas y  cincuenta  artilleros ,  que  formaban  un  cuerpo  de 
dos  mil   hombres  próximamente  (2) .  Estaban  á  las  ór- 

(1)  En  mis  notas,  que  escribí  en  una  conversación  con  O'Higgins,  en- 
cuentro que  esta  espedicion  salió  de  España  bajo  la  influencia  de  las  lojias  ma- 
sónicas adictas  al  sistema  liberal  de  América  ;  sin  embargo,  como  muy  pronto 
veremos,  jamas  se  puso  en  juego  nada  que  ni  directa  ni  indirectamente  favore- 
ciese este  sistema,  si  se  esceptua  el  interés  muy  secundario  que  tomó  Loriga 
por  Miller,  porque  los  dos  eran  fracmasones. 

(2)  Según  noticias  del  oficial  de  Cantabria  don  Saturnino  García. 


CAPÍTULO    LII. 


315 


denes  del  teniente  coronel  don  Fausto  del  Oyó  y  se  em- 
barcaron en  catorce  fragatas ,  parte  de  guerra  y  parte 
mercantes ,  mandadas  por  el  capitán  de  navio  Castillo. 
En  Tenerife,  donde  se  detuvieron  á  refrescar  la  tropa, 
renovar  el  agua  y  tomar  víveres,  los  comandantes  fueron 
recibidos  con  magníficos  festejos,  y  se  dio  en  la  Alameda 
un  gran  baile,  al  que  concurrieron  muchos  de  la  espedi- 
cion.  Por  un  motivo  insignificante ,  el  primer  ayudante 
del  segundo  batallón,  Bandaran,  no  quiso  dar  permiso 
para  que  saltase  á  tierra  un  sarjento  primero ,  negativa 
en  que  insistió  a  pesar  de  las  súplicas  de  los  demás  sar- 
jentos;  y  esto  ocasionó  un  disgusto  que  pasó  á  vias  de 
insubordinación  en  cuanto  la  fragata  Trinidad ,  que  mon- 
taban ,  se  hizo  á  la  vela.  Si  los  oficiales  entonces ,  en  vez 
de  usar  de  severidad  con  los  descontentos,  hubieran  pro- 
curado paliar  el  mal  efecto  de  una  injusticia  siempre  pe- 
ligrosa en  un  ejército,  la  insubordinación  no  hubiera  es- 
tallado probablemente  en  rebelión ;  pero  no  sucedió  así, 
y  el  sarjento,  por  vengarse,  sublevó  su  compañía  y  fueron 
muertos  todos  los  oficiales,  escepto  Bringas,  Soler  y  otro. 
Este  incidente  favoreció  mucho  á  los  patriotas,  pues  fué 
oríjen  de  la  pérdida  casi  total  de  la  espedicion  española. 
Imposibilitados  los  jefes  revelados  de  seguir  el  convoy, 
no  hallaron  otro  recurso  á  su  crimen  que  entregarse  al 
gobierno  de  Buenos-Aires,  y  dieron  orden  al  que  habia 
tomado  el  mando  del  buque,  complicado  también  en  los 
asesinatos,  para  que  dirijiese  la  proa  al  rio  la  Plata.  Pa- 
sadas algunas  semanas,  entró  \a,  Trinidad  en  las  aguas  de 
Buenos-Aires,  y  un  domingo  se  presentaron  á  las  autori- 
dades los  sublevados  con  la  bandera  nacional  á  la  cabeza, 
que  llevaba  don  Remigio  Martínez,  jefe  principal  de  la 
rebelión.  El  brigadier  jefe  de  estado  mayor  jeneral  don 


zé*mf../3:*' 


'§ 


oi6 


HISTORIA    DE    CHILE. 


José  Rondeau  los  recibió  muy  bien ,  les  felicitó  en  una 
arenga  por  el  acto  de  justicia  que  habían  hecho  y  que 
mejor  pudiera  llamarse  de  felonía,  y  conservó  á  los  sar- 
gentos el  grado  de  oficiales  que  á  sí  mismos  se  habían 
dado. 

O'Higgins  se  hallaba  entonces  en  Valparaíso,  entu- 
siasmando la  jente  de  la  pequeña  escuadra  que  don  Manuel 
Blanco  había  logrado  organizar.  Guando  supo  este  su- 
ceso por  las  comunicaciones  que  sin  perder  momento  le 
dirigió  el  gobierno  de  Buenos-Aires,  activó  cuanto  pudo 
el  armamento  de  algunos  buques,  con  ánimo  de  salir  al 
encuentro  de  los  de  la  espedicion,  antes  de  que  entrasen 
en  el  puerto  de  Chile.  En  la  fragata  Trinidad  se  halló  una 
copia  de  todas  las  señales  de  la  espedicion,  ruta  que  las 
embarcaciones  debían  seguir  y  sitio  en  que  habían  de 
reunirse,  lo  cual  junto  con  las  noticias  que  dieron  los  ofi- 
ciales y  marineros  de  la  fragata,  colocaron  al  comandante 
de  la  escuadra  chilena  en  la  mejor  posición  para  dar  un 
ataque. 

Gracias  á  la  grande  actividad  de  O'Higgins  y  de 
Blanco  no  tardaron  en  estar  prontos,  el  O'Higgins  de 
cincuenta  y  seis  cañones ,  su  capitán  Wilkinson  ,  la  Lau- 
taro de  cuarenta  y  cuatro,  capitán  Worster,  elChacabuco, 
de  veinte,  capitán  Díaz,  el  Araucano  de  diez  y  seis,  capitán 
Morris,  y  elPueyrredon,  también  de  diez  y  seis,  que  debía 
reunírseles  inmediatamente ;  en  todo  cinco  buques  con 
ciento  cincuenta  y  dos  malos  cañones  y  de  todos  calibres 
y  una  tripulación  de  mil  doscientos  seis  hombres,  entre 
marineros  y  soldados.  El  joven  don  Manuel  Blanco  fué 
nombrado  capitán  de  navio  y  comandante  de  esta  pri- 
mera división ,  formada  con  los  elementos  mas  hetero- 
jéneos  y  trabajada  por  el  espíritu  de  rivalidad  y  de  amor 


CAPITULO    LIT. 


317 


propio  á  que  daba  pábulo  el  de  nacionalidad ;  porque 
entre  los  oficiales  los  habia  ingleses,  anglo-americanos , 
arjentinos,  algunos  franceses  y  pocos  chilenos,  fuera  de  los 
jóvenes  salidos  de  la  escuela  naval ,  tan  mal  organizada , 
que  se  embarcaron  en  calidad  de  guardias  marinas.  Si 
á  todos  estos  inconvenientes  se  agrega  el  que  tenían  los 
oficiales  de  no  hablar  la  lengua  del  país  y  mandar  en  in- 
glés las  maniobras  á  una  tripulación  compuesta  de  jóve- 
nes chilenos,  cuya  mayor  parte  habían  sido  embarcados 
por  fuerza,  se  conocerá  hasta  qué  punto  era  difícil  la  mi- 
sión de  Blanco,  misión  que  solo  él  era  capaz  de  llevar  á 
buen  término,  tanto  por  su  capacidad  y  su  entusiasmo, 
como  por  la  amenidad  de  carácter  que  poseía  en  el  mas 
alto  grado. 

La  escuadra  se  hizo  á  la  mar  el  9  de  octubre  de  1818 
en  presencia  de  todo  el  pueblo  de  Valparaíso,  que  acudió 
á  dar  con  sus  vivas  el  último  adiós  á  una  espedicion  de 
que  tenia  una  opinión  malísima.  Escepto  O'Higgins  y 
algunos  de  los  que  le  rodeaban,  todo  el  mundo  descon- 
fiaba del  feliz  éxito  de  una  campaña  inaugurada  con 
tantos  elementos  de  discordia ,  y  emprendida  con  gran 
número  de  estranjeros  jeneral mente  poco  entusiasmados 
por  el  patriotismo,  único  aguijón  que  en  semejantes  cir- 
cunstancias es  capaz  de  producir  grandes  cosas.  Al  dia 
siguiente  el  comandante  Blanco,  en  cumplimiento  de  las 
órdenes  que  habia  recibido,  abrió  las  instrucciones  re- 
servadas que  le  dieron,  en  las  que  se  le  mandaba  diri- 
jirse  á  la  isla  de  la  Mocha  á  esperar  la  fragata  María 
Isabel  y  los  demás  buques,  que  no  debían  tardar  en  llegar 
allí,  según  se  sabia  por  la  Trinidad.  En  el  camino  ocupó 
en  hacer  maniobras  á  los  jóvenes  chilenos,  cuya  mayor 
parte  navegando  por  la  primera  vez,  estaban  muy  marea- 


Jt« 

Éna 

V/  - 

\r* 

í/  \ 

m 

_ 


318 


HISTORIA    DE    CHILE. 


dos,  pero  que  «  muy  pronto  descubrieron  las  cualidades 
que  constituyen  un  buen  soldado  ó  marinero,  pues  eran 
subordinados ,  y  pronto  probaron  que  eran  valientes. »» 
Aunque  las  instrucciones  .ordenaban' al  comandante 
marchar  directamente  sobre  la  isla  de  la  Mocha,  persua- 
dido Blanco  de  que  por  la  obligación  que  tenia  de  ganar 
la  alta  mar,  los  buques  enemigos  podrían  escapársele  di- 
rijiéndose  á  Lima,  creyó  conveniente  cruzar  antes  el  der- 
rotero que  este  debía  seguir,  motivo  por  el  cual  se  fué 
á  la  isla  de  Santa-María  donde  llegó  el  26  del  propio 
mes.  Por  un  ballenero  inglés  que  encontró,  supo  que  la 
María  Isabel  se  hallaba  en  Talcahuano,  lo  que  le  con- 
firmaron cinco  soldados  españoles  que  habia  en  Santa 
María,  y  que  engañados  por  la  bandera  española  que 
llevaban  los  buques  chilenos,  se  presentaron  á  bordo  á 
informar  al  comandante  y  entregarle  un  pliego,  por  el 
cual  se  enteró  don  Manuel  Blanco  de  las  disposiciones 
que  debían  tomarse  para  entrar  en  la  bahía  de  Tal- 
cahuano, donde  la  Reina  Isabel  los  esperaba.  Supo  ade- 
mas por  los  mismos  soldados,  que  habían  entrado  ya  en 
esta  bahía  cuatro  buques  y  que  después  de  dejar  en 
tierra  las  tropas  que  conducían ,  se  habían  dirijido  á 
Lima,  no  obstante  los  deseos  de  Sánchez  de  que  se  que- 
dase en  ella  la  fragata  San  Fernando. 

Contento  con  esta  noticia,  mandó  don  Manuel  Blanco 
que  pasase  á  su  buque  el  capitán  de  la  Lautaro,  y  des- 
pués de  manifestarle  su  plan  que  mereció  su  aprobación, 
como  también  la  del  capitán  de  la  San  Martin ,  dio  orden 
de  que  todo  estuviese  pronto  para  la  partida,  faltando  en 
aquel  momento  dos  buques,  la  Chacabuco ,  á  la  que  un 
golpe  de  viento  habia  separado  de  la  división,  y  la  arau- 
cano enviada  de  observación.  Impaciente  por  dar  un  día 


CAPITULO    LIT. 

de  gloria  á  esta  naciente  escuadra,  no  quiso  esperarlos  á 
pesar  de  la  falsa  noticia  de  que  estaban  con  la  Isabel 
otros  cuatro  buques ;  y  poniéndose  en  marcha  llegaron  á 
las  ocho  de  la  noche  delante  de  la  isla  de  la  Quinquina, 
donde  pernoctaron.  Al  dia  siguiente  28  de  octubre  en- 
traron en  la  bahía  con  pabellón  inglés,  contestando  al 
cañonazo  que  disparó  la  Maña  Isabel  para  afirmar  su 
bandera  española ;  y  cuando  iban  avanzando  y  estaban 
ya  á  corta  distancia,  les  tiraron  otros  cuatro  cañonazos, 
á  que  solo  respondieron  cambiando  el  pabellón  inglés 
por  el  nacional ,  y  poniendo  inmediatamente  la  proa  á 
la  fragata,  lo  que  fué  una  señal  de  terror  para  sus  tri- 
pulantes. Estos  después  de  disparar  contra  los  patriotas 
toda  la  andanada  cortaron  los  cables  y  echaron  la  fra- 
gata á  la  costa  no  obstante  el  fuego  de  fusil  y  de  cañón 
de  la  San  Martin ,  y  se  escaparon  en  botes  ó  á  nado , 
por  manera  que  cuando  llegaron  los  oficiales  de  la 
escuadra  al  buque  barado  no  encontraron  mas  que  se- 
tenta hombres,  cinco  pasajeros  y  el  joven  don  Antonio 
Frias ,  sobrino  del  ministro  de  Indias ,  embarcado  por 
mal  sujeto  y  que  fué  sin  embargo  el  único  que  hizo  al- 
guna resistencia  á  la  cabeza  del  pequeño  número  de  sol- 
dados que  quedó  á  bordo. 

La  toma  de  la  fragata  María  Isabel  fué  saludada  con 
grandes  esclamaciones  de  alegría  en  los  dos  buques. 
Arrojada  á  la  costa  era  sin  embargo  muy  dudoso  poder 
salvarla,  cuanto  mas  que  Sánchez  no  tardaría  en  presen- 
tarse á  disputarla  con  la  fuerte  guarnición  de  Concepción, 
á  que  se  habían  agregado  las  tropas  desembarcadas  de 
la  misma  fragata.  Con  objeto  de  hacer  frente  á  este  ata- 
que, envió  á  tierra  el  comandante  Blanco  ciento  cin- 
cuenta soldados  de  marina  y  algunas  piezas,  con  orden 


320 


HISTORIA    DE    CHILE, 


de  ocuparla  cortadura,  paso  sumamente  estrecho  para 
entrar  en  la  pequeña  población  de  Talcahuano,  pero  de- 
fendido por  muy  poca  jente ,  y  de  detener  á  Sánchez, 
que  no  tardó  en  llegar  con  tres  compañías  de  Cantabria, 
un  escuadrón  de  milicias  de  caballería  de  la  Laja  y  el  de 
dragones  cazadores  que  marchaba  á  pié  de  vanguardia. 
Este  escuadrón  llegó  á  la  cortadura  antes  que  los  patrio- 
tas ,  lo  que  dio  motivo  á  una  pequeña  escaramuza ,  que 
obligó  á  estos,  por  la  inferioridad  de  su  número,  á  vol- 
verse á  bordo. 

Según  el  comandante  Blanco  lo  habia  previsto ,  los 
realistas  hicieron  por  la  noche  una  tentativa  para  abordar 
la  fragata  encallada ;  pero  habiendo  sido  rechazados  vi- 
gorosamente, se  limitaron  á  hacer  fuego  de  fusil  y  á  dis- 
parar los  cañones  del  fuerte  de  San  Agustín  contra  la 
San  Mariin  y  la  Lautaro,  sin  tocar  á  la  María  Isabel,  per- 
suadidos de  que  no  podrían  sacarla  los  patriotas  del  sitio 
en  que  estaba.  Con  efecto,  el  tiempo  no  favorecía  nada 
esta  operación.  Reinó  toda  la  noche  un  viento  norte  con 
algunos  chubascos  que  empujaba  la  fragata  mas  hacia 
la  costa  que  á  la  bahía,  lo  cual  unido  á  una  fuerte  marea 
que  estaba  subiendo ,  hubiera  quitado  toda  esperanza  á 
aquellos  nobles  soldados  llenos  de  fatiga,  en  medio  del 
fuego  de  las  tropas  de  Sánchez  colocadas  en  la  playa  y 
al  abrigo  de  las  casas,  si  por  la  mañana  no  hubiese  cam- 
biado providencialmente  el  viento  al  sur.  Dejando  inme- 
diatamente las  armas,  soldados  y  marineros  se  pusieron 
á  trabajar  en  la  maniobra,  y  con  su  actividad  y  su  en- 
tusiasmo el  capitán  Wilkinson  logró  levantar  á  la  Maña 
Isabel,  y  luego  esta  empezó  á  navegar  por  la  bahía,  con 
admiración  de  los  realistas  y  á  los  mil  gritos  de  alegría 
de  los  patriotas ,  satisfechos  del  buen  resultado  de  sus 


CAPÍTULO    LH. 


321 


primeros  ensayos  y  de  haberlo  obtenido  sin  grandes  pér- 
didas. Estas  fueron  casi  insignificantes,  y  de  los  oficia- 
les, solo  el  mayor  Miller,  á  quien  hicieron  prisionero,  cor- 
rió algún  riesgo  por  ser  estranjero,  pero  le  salvaron  Lo- 
riga y  don  Saturnino  García ,  habiendo  sido  canjeado  en 
seguida  por  el  teniente  Frias  cojido  á  bordo. 

Aunque  de  grande  importancia  la  toma  de  la  María 
Isabel,  no  fué  el  único  resultado  de  esta  primera  cam- 
paña. Por  las  instrucciones  que  se  le  dieron  y  por  pape- 
les muy  importantes  dejados  á  bordo  con  culpable  negli- 
jencia,  supo  don  Manuel  Blanco  que  los  demás  buques 
del  convoy  debían  tocar  en  la  isla  de  Santa  María  antes 
de  ir  á  Talcahuano.  Con  la  idea  de  apoderarse  de  ellos 
uno  á  uno,  dio  inmediatamente  la  señal  de  partida,  y  el 
Io  de  noviembre  toda  la  escuadra,  aumentada  con  la 
Galvarino  que  habia  llegado  hacia  poco ,  fondeó  entre 
dicha  isla  y  el  continente.  Por  si  algún  buque  se  dirijia 
directamente  á  Talcahuano,  envió  á  la  Cliacabuco ,  que 
acababa  de  reunirse,  á  que  cruzase  delante  de  su  bahía. 

Gracias  á  estas  precauciones  y  á  la  hábil  prudencia 
del  jefe  de  la  escuadra,  todos  los  buques  del  convoy 
cayeron  uno  tras  otro  en  los  lazos  de  los  patriotas,  apo- 
derándose estos  succesivamente  de  las  fragatas  Magda- 
lena y  Dolores  y  Carlota ,  con  cuantas  personas  iban  en 
ellos,  á  quienes  trataron  con  los  mismos  miramientos 
que  á  huéspedes  que  fuesen  á  avecindarse  á  una  ciudad. 
Poco  antes  de  llegar  al  cabo  de  Hornos  invadió  el  escor- 
buto á  estas  embarcaciones  haciendo  muchas  víctimas, 
y  cuando  cayeron  en  poder  de  los  patriotas  continuaba 
la  enfermedad  sus  grandes  estragos,  hasta  el  punto  que 
habia  muchos  soldados  y  marineros  en  el  estado  mas  de- 
plorable tendidos  en  el  puente. 

VI.  Historia.  21 


322 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Aunque  las  tres  fragatas  no  eran  todas  las  que  se 
aguardaban,  el  comandante  don  Manuel  Blanco  Enca- 
jada determinó  volver  á  Valparaíso  ,  dejando  en  aquel 
apostadero  la  Cliacahuco,  la  cual  á  los  pocos  dias  se  apo- 
deró de  dos  buques  de  los  tres  que  restaba  cojer,  pues  el 
otro  siguió  la  ruta  directa  á  Lima. 

Así  acabó  esta  famosa  espedicion,  formada  con  tanta 
algazara  y  destruida  con  tanta  habilidad.  Casi  todos  sus 
buques  pasaron  á  formar  parte  de  la  escuadra  chilena,  y 
de  los  dos  mil  hombres  embarcados,  doscientos  cin- 
cuenta fueron  en  la  Truádad  á  Buenos-Aires,  quinientos 
llegaron  á  su  destino  y  desembarcaron  en  Talcahuano, 
las  tropas  chilenas  cojieron  setecientos  próximamente  y 
los  restantes  murieron  del  escorbuto  ó  arribaron  á  Lima 
en  la  fragata  Especulación. 

Si  nos  detenemos  á  considerar  las  consecuencias  morales 
y  materiales  de  esta  campaña  para  el  porvenir  del  país , 
veremos  que  por  sus  resultados  casi  puede  compararse 
con  la  victoria  de  Maypu.  En  esta  San  Martin  destruyó  un. 
ejército  que  podía  aun  reponerse ;  en  aquella  Blanco  puede 
decirse  que  acabó  con  la  marina  real,  ó  que  por  lo  me- 
nos la  imposibilitó  para  batirse.  El  uno  preparó  la  inde- 
pendencia chilena;  el  otro  la  llevó  á  cabo,  preparando 
la  del  Perú  con  el  dominio  del  mar  del  Sur,  que  conquistó 
para  la  libertad.  Guando  mas  adelante  hable  la  historia 
de  estos  dos  personajes,  á  quienes  las  circunstancias  ele- 
varon al  rango  de  héroes,  por  grandes  elojios  que  tri- 
bute á  San  Martin,  no  podrá  menos  de  colocar  á  su  lado 
al  almirante  Blanco  por  la  alta  importancia  de  sus  trofeos. 
Reflexiónese  con  efecto  cual  era  el  estado  del  país  en 
esta  época  y  lo  que  hubiera  sucedido  sin  el  feliz  resul- 
tado de  la  espedicion  de  Blanco.  Se  quería  dominar  los 


CAPÍTULO    LII. 


323 


mares,  lo  cual  era  de  absoluta  necesidad,  y  Pezuela, 
que  estaba  perfectamente  enterado  de  cuantos  prepara- 
tivos marítimos  hacia  O'Higgins,  valiéndose  de  todos  los 
medios  para  tener  espías  en  Chile  y  hasta  en  los  buques 
de  guerra  estranjeros,  organizaba  al  propio  tiempo  una 
marina  pagada  en  parte  por  el  comercio  de  Lima,  y  con- 
siguió tener  aprestadas  tres  fragatas  y  un  bergantín  de 
la  marina  real,  con  mas  una  fragata  mercante  armada  en 
guerra ,  para  salir  al  encuentro  de  la  espedicion  (1). 
Ademas  de  estos  buques  y  de  los  que  tenia  en  el  puerto  del 
Callao,  pensaba  aprestar  otros  muchos,  pues  estaba  reves- 
tido por  el  gobierno  español  de  amplias  facultades  para  ha- 
cer semejantes  gastos,  siendo  esto  tan  cierto,  como  que  se 
le  reprendió  mas  tarde  por  no  haber  comprado  los  dos 
que  se  presentaron  de  venta  en  la  costa  y  fueron  cedidos 
al  gobierno  chileno.  Si  á  estos  buques  hubiera  agregado 
la  fragata  María  Isabel,  una  de  las  mejores  que  por  enton- 
ces arribaron  á  aquellos  mares ,  y  algunos  trasportes  de 
la  espedicion  que  conducían  un  numeroso  material  de  ma- 
rina, es  muy  probable,  que  ya  que  no  podía  impedir  los 
proyectos,  hubiera  al  menos  intimidado  al  gobierno  chi- 
leno, ¿y  quién  sabe  si  se  hubiera  entonces  pensado  en  una 
espedicion,  que  era  el  sueño  de  O'Higgins,  como  de  todo 
buen  patriota?  Con  los  mil  quinientos  hombres  de  muy 
buenas  tropas,  agregados  al  ejército  ya  bastante  nume- 
roso de  Sánchez ,  este  hubiera  operado  probablemente 
una  fuerte  diversión  en  el  ejército  chileno,  y  paralizado 
sus  proyectos.  Tal  era  el  temor  de  las  personas  reflexivas, 
temor  que  adquiría  las  proporciones  del  espanto  cuando 
consideraban  los  muchos  elementos  de  discordia  y  diso- 
lución que  encerraba  la  escuadra,  y  que  solo  un  hombre 

(1)  Archivos  de  Lima. 


32a 


HISTORIA    DE    CHILE. 


de  un  espíritu  tan  eminentemente  conciliador  como  ío  era 
su  comandante,  pudo  dominar.  Así  fué  que  la  noticia  de! 
triunfo  llenó  de  entusiasmo  el  corazón  de  los  habitantes 
de  Valparaíso,  cuando  mas  atormentados  estaban  con  las 
pulsaciones  de  una  sorda  inquietud,  y  que  se  prodigaron 
ovaciones  de  todo  jénero  á  nuestro  joven  comandante, 
ovaciones  que  se  renovaron  con  mucho  mayor  alborozo 
aun,  en  la  capital  de  la  república,  adonde  le  llamaron 
su  deber  y  las  instancias  del  director.  En  los  ocho  ó  nueve 
diasque  se  detuvo,  recibió  las  mas  honoríficas  felicitacio- 
nes, y  fué  obsequiado  con  fiestas  muy  variadas,  que  ani- 
maban el  delirio  de  la  alegría  y  el  sentimiento  del  orgullo ; 
porque  esta  vez  era  á  un  chileno,  ó  por  lo  menos  á  un 
hijo  de  chileno,  á  quien  la  independencia  era  deudora 
del  glorioso  florón  que  iba  á  añadir  á  su  corona. 


CAPITULO  Lili. 


¡Simpatías  de  la  Europa  en  favor  de  la  libertad  americana.—  Lord  Cochrane  va 
á  batirse  como  vice-almirante  por  la  libertad  chilena. —  Es  muy  bien  recibido 
en  Valparaíso.  —  A  la  cabeza  de  una  división  de  la  escuadra  chilena  marcha 
sobre  el  Perú. — Ataca  sin  resultado  á  \a  Esmeralda. — Salva  unos  prisioneros 
que  habia  en  la  isla  de  San  Lorenzo.  —  Arma  en  estas  islas  dos  brulotes  y 
un  bergantín  de  esplosion  que  tampoco  dieron  resultados. —  Vá  á  hacer  pro- 
visión de  víveres  al  puerto  de  Huacho.  —  En  este  se  le  incorpora  Blanco ,  á 
quien  envia  á  bloquear  el  Callao  con  los  principales  buques. —  Se  hace  de 
nuevo  á  la  vela  y  esplora  los  puertos  de  Supe,  Huarmey,  Huambacho  y  Payta. 
—  Desmanes  que  se  cometen  en  las  iglesias  de  esta  ciudad  y  castigo  de  los 
culpables. —  Blanco,  falto  de  víveres,  vuelve  á  Valparaíso. —  Murmuraciones 
que  esto  produce. —  Se  le  juzga  por  un  consejo  de  guerra  ,  y  es  absuelto  por 
completa  unanimidad.  —  Regreso  de  Cochrane  á  Valparaíso.  —  Escasos  re- 
sultados de  esta  primera  espedicioiu 


Hacia  tiempo  que  la  independencia  americana  no  era 
una  cuestión  debatida  solo  en  los  campos  de  batalla.  Los 
nombres  de  los  ilustres  combatientes,  y  sus  jenerosos 
esfuerzos  para  conquistar  su  libertad,  habian  llamado 
la  atención  de  los  verdaderos  liberales  de  Europa,  des- 
pertado su  entusiasmo  y  escitado  sus  simpatías.  Publi- 
caciones de  todo  jénero  proclamaban  el  heroísmo  de 
aquellos  valientes  y  ventilaban  las  mas  importantes  cues- 
tiones sobre  sus  derechos  y  su  brillante  porvenir,  ense- 
ñándoles al  propio  tiempo  la  ciencia  de  la  discusión  po- 
lítica y  la  de  las  instituciones  administrativas ,  de  que 
tenían  muy  escasas  ideas. 

Otra  de  las  grandes  ventajas  de  estas  publicaciones 
fué  dar  á  conocer  en  Europa  la  tendencia  de  la  revolu- 
ción, la  clase  de  su  guerra  y  los  hermosos  países  que  iban 
á  utilizarla.  Gracias  á  esta  publicidad ,  una  multitud  de 
militares  jóvenes,  que  se  vieron  lanzados  á  una  vida  tran- 


326 


HISTORIA    DE    CHILE. 


•  1    ":•'■'.:.  '  íí'Á 


quila,  enteramente  contraria  á  sus  hábitos ,  cuando  ios 
cañones  de  Waterloo  anunciaron  la  paz  jeneral  al  mundo 
entero,  se  presentaron  en  las  nuevas  repúblicas  á  ofre- 
cerles su  sangre  y  sus  espadas.  De  todas  partes  acudieron 
estos  denodados  guerreros,  unos  en  busca  de  emociones 
y  aventuras,  impulsados  otros  por  su  afición  ala  guerra, 
ansiosos  muchos  de  hacer  fortuna ,  y  movidos  todos  de 
un  amor  profundo  á  la  libertad  ;  verificándose  su  partida 
después  de  algún  gran  banquete,  en  medio  de  los  aplau- 
sos de  todos  los  hombres  de  corazón  y  á  despecho  de  la 
Santa  Alianza,  interesada  en  el  reinado  de  la  esclavitud, 
ó  del  síalu  quo. 

Entre  los  esclarecidos  aventureros  que  consagraron  su 
vida  y  sus  conocimientos  á  la  conquista  de  la  indepen- 
dencia americana,  merece  figurar  en  primera  línea  un 
valiente  marino,  muy  conocido  de  antemano  por  su  arrojo 
y  su  saber  :  este  marino  era  lord  Cochrane,  hijo  primo- 
jénito  del  conde  de  Dundonald. 

Dotado  por  la  naturaleza  de  la  inteligencia  y  de  todas 
las  cualidades  que  constituyen  un  hombre  de  mar;  va- 
liente ,  intrépido ,  emprendedor  y  decidido,  apasionado 
ademas  por  todo  lo  que  era  libertad,  á  pesar  de  que  estas 
ideas,  que  tuvo  desde  la  infancia,  le  valieron  el  anatema 
de  su  gobierno,  se  habia  distinguido  en  su  carrera  desde 
una  edad,  en  que  la  mayor  parte  de  los  hombres  apenas 
se  han  fijado  en  la  que  han  elejido.  Repuesto  en  sus  títulos 
y  empleos  por  el  gobierno  de  Guillermo  i  V,  fué  nombrado 
sucesivamente  conde  de  Dundonald,  caballero  de  la  or- 
den del  Baño,  miembro  de  la  cámara  de  los  comunes,  etc. ; 
pero  no  eran  los  honores  lo  que  satisfacía  á  una  alma  de 
su  temple.  Teniendo  todos  los  defectos  de  sus  cualidades, 
es  decir,  siendo  pródigo  en  toda  clase  de  gastos,  jugador, 


CAPITULO    Lili. 


su  afición  al  dinero  rayaba  á  veces  en  el  escándalo,  y  no 
se  sabia  si  esta  pasión  era  menor  que  la  que  tenia  por 
la  libertad  y  las  aventuras.  Una  ocasión  se  le  presentó 
bien  pronto  para  poder  satisfacerlas  todas  á  la  vez. 

Alvarez  Jonte  se  encontraba  en  Inglaterra  espatriado 
de  Buenos-Aires  de  resultas  de  una  revolución.  O'Hig- 
gins,  que  apreciaba  mucho  á  este  gran  patriota,  se  dirijió 
á  él  suplicándole  se  asociase  á  Gondarco,  enviado  chi- 
leno en  busca  de  oficiales  de  marina  capaces  de  mandar 
los  buques  de  la  escuadra,  que  su  jenio  yactividad  esta- 
ban organizando.  Alvarez,  que  sabia  perfectamente  que 
las  intenciones  de  Cochrane  eran  tomar  partido  por  la 
independencia  americana,  le  hizo  proposiciones  en  favor 
de  Chile.  Aceptadas  por  Cochrane ,  se  tomó  el  tiempo 
absolutamente  preciso  para  prepararse,  y  en  el  mes  de 
agosto  se  puso  en  camino  con  su  familia  y  muchos  ofi- 
ciales amigos  suyos. 

El  9  de  noviembre  del  mismo  año  llegó  á  Valparaíso, 
y  fué  recibido  con  el  mayor  entusiasmo.  Sus  títulos,  sus 
altos  hechos,  el  prestijio  de  su  nombre,  todo  contribuyó 
á  que  fuese  sumamente  obsequiado,  escepto  por  algunos 
oficiales  de  marina,  que  temían  se  disminuyera  su  influen- 
cia y  seles  perjudicara  en  su  porvenir.  También  se  creyó 
que  el  capitán  de  navio  Blanco,  cubierto  todavía  con  sus 
brillantesy  lejítimos  trofeos,  no  querría  someterse  al  nuevo 
comandante;  sin  embargo  su  jeneroso  patriotismo  no  ti- 
tubeó un  momento  en  tener  á  dicha  asociar  su  espada  á 
la  de  quien  la  fama  proclamaba  como  uno  de  los  primeros 
marinos  de  la  época.  Con  este  ejemplo  de  admirable  ab- 
negación y  adhesión  firme  á  tan  buena  causa,  quitó  don 
Manuel  Blanco  todo  motivo  de  desavenencia  y  arrastró 
á  todos  ala  sumisión.  Lord  Cochrane  fué,  pues,  saludado 


I 


328 


HISTORIA    DE    CHILE. 


vice-almirante  de  la  república,  y  su  pabellón  se  enarboló 
en  la  fragata  Reina  María  Isabel,  á  que  el  senado  dio 
el  nombre  de  O'Higgins,  dedicándola  al  ilustre  director; 
el  héroe  de  las  primeras  campañas  marítimas  fué  nom- 
brado contra-almirante. 

En  la  primera  espedicion ,   la  contabilidad  de  la  es- 
cuadra se  había  resentido  algo  de  la  precipitación  con 
que  se  organizó,  y  de  que  en  lo  único  que  se  pensó  fué 
en  ir  á  batir  los  últimos  restos  del  ejército  realista,  des- 
cuidando lo  que  exijia  la  administración,  así  en  lo' rela- 
tivo á  las  personas  como  á  las  cosas.  De  resultas  del  poco 
esmero  y  de  la  irregularidad  que  esto  ocasionó  en  el 
servicio ,  se  cometieron  muchos  abusos  que  redundaron 
en  daño  de   la  tripulación  ;  y  á  pesar  de  las  fuertes 
sumas  entregadas  por  el  gobierno,  quedaba  un  déficit, 
que  había  suscitado  ciertas  palabras  faltas  de  subordina- 
ción entre  algunos  marineros.  Para  remediar  estos  in- 
convenientes,  se  encargó  Cochrane  de  la  parte  activa  y 
militar  de  la  espedicion  que  estaba  próxima  á  marchar 
sobre  las  costas   del  Perú,  y  nombró  á  don  Roberto 
Forster,  uno  de  los  oficiales  que  habían  ido  con  él,  ca- 
pitán de  escuadra  encargado  de  todo  el  material  del  ejér- 
cito y  de  administrar  el  depósito  de  víveres ,  vestuario  y 
proyectiles.  Hizo  ademas  algunos  cambios  en  el  personal 
de  la  escuadra,  dando  el  mando  de  la  Lautaro  á  Guise,  el 
de  la  Chacabuco  á  Cárter  en  reemplazo  del  capitán  Diaz, 
escelente  oficial  de  artillería  reclamado  por  el  gobierno 
primero  para  quedar  de  secretario  del  contra-almirante 
Blanco  y  después  para  servir  en  el  ejército  de  tierra, 
y  el  de  la  VHiggins,  en  que  iba  el  vice-almirante,  á 
Forster;  Wilkinson  quedó  en  el  San  Martin. 
Pero  lo  que  costó  mas  trabajo  y  tropiezos  fué  organi- 


CAPÍTULO    Lili. 

zar  la  tripulación.  Con  lo  que  en  la  primera  espedicion 
habia  ocurrido,  los  marineros  se  resistían  á  continuar :  su 
compromiso  estaba  terminado  y  no  querían  reengan- 
charse, pero  si  se  prestaban  á  ello  era  á  fuerza  de  dinero 
y  poniendo  grandes  dificultades.  Entonces  ,  como  en 
otras  muchas  ocasiones ,  fué  necesario  todo  el  jenio ,  la 
paciencia,  y  mas  que  nada,  la  firme  voluntad  de  O'Hig- 
gins  para  conseguir  algún  resultado ;  y  bajo  este  punto 
de  vista,  estoy  seguro  que  la  nación  tendrá  siempre  en 
cuenta  los  jenerosos  esfuerzos  que  hizo  en  esta  época  para 
elevar  al  país  á  tan  alto  grado  de  poder.  Venciendo  los 
mil  obstáculos  de  todo  jénero  que  encontró  al  paso,  con- 
siguió reunir  los  marineros  necesarios,  y  el  \!\  de  enero 
de  1819  la  primera  división  ,  compuesta  de  un  navio  y 
tres  fragatas  con  ciento  setenta  y  cuatro  cañones,  salió 
de  Valparaíso  á  llevar  la  perturbación  al  Perú.  Solo  se 
quedó  atrás  el  capitán  Diaz  por  no  tenerlo  todo  prepa- 
rado, y  esperaba  emprender  la  marcha  al  día  siguiente 
para  ir  á  incorporarse  con  la  escuadra  ,  cuando  la  tripu- 
lación se  sublevó  casi  en  masa,  hasta  el  punto  de  hacer 
temer  las  mas  sensibles  resultas. 

El  contra-almirante  Blanco,  que  habia  quedado  en  Val- 
paraíso aguardando  las  fragatas  Horacio  y  Curiado  que 
se  esperaban  de  los  Estados-Unidos,  pasó  á  bordo  del 
buque  sublevado,  á  pesar  de  los  vivos  presentimientos 
de  sus  amigos,  y  sobre  todo  de  don  Luis  Cruz.  No  mi- 
rando mas  que  su  deber  y  su  valor ,  se  colocó  sobre  el 
puente,  mandó  formar  á  todos  los  marineros  y  soldados, 
y  con  palabras  enérjicas  y  con  castigos  llevados  hasta  la 
severidad  de  sortear  una  victima  que  luego  su  induljencia 
perdonó,  todo  volvió  á  entrar  en  orden ,  y  el  buque  se 
dio  á  la  vela  para  ir  á  reunirse  con  los  demás. 


:jjfr 


330 


IIISTOííIA    DE    CHILE. 


Lord  Cochrane  no  se  dirijió  en  línea  recta  al  país  ob- 
jeto de  la  espedicion.  «  La  escuadra  no  estaba  en  estado 
de  combate,  ni  por  el  orden  y  policía  interior  de  los  bu- 
ques, ni  por  la  calidad  de  la  jente  en  la  mayor  parte 
forzada,  bisoña  y  viciosa;  de  consiguiente  era  preciso 
tomarse  considerable  tiempo  para  arreglar  los  unos  é 
instruir  y  reducir  á  disciplina  á  los  otros,  antes  de  bus- 
car la  oportunidad  de  hacer  valer  el  honor  del  pabellón.  » 
Dirijiéndose  al  oeste ,  se  colocó  en  la  línea  que  siguen 
los  buques  que  hacen  viaje  á  España,  donde  esperaba 
poder  capturar  algunos,  y  especialmente  el  San  Antonio, 
que  no  debia  tardar  en  salir  del  Callao  con  un  cargamento 
de  sumas  considerables. 

Después  de  navegar  cerca  de  un  mes,  llegó  el  10  de 
febrero  á  las  Hormigas,  punto  señalado  para  la  reunión 
de  la  escuadra.  Por  entonces  se  aguardaban  en  los  ma- 
res del  sur  dos  buques  de  guerra  norte-americanos,  la 
Macedonia  y  el  Juan  Ádams.  Aprovechando  esta  circuns- 
tancia para  engañar  al  enemigo  con  una  estratajema , 
mandó  pintar  la  O'Higgins  y  la  Lautaro  al  estilo  de  los 
buques  de  guerra  de  los  Estados  Unidos,  y  resolvió  acer- 
carse con  bandera  de  la  misma  nación  á  la  Esmeralda  y 
la  Venganza  para  batirlas,  y  apoderarse  de  ellas  ó  echar- 
las á  pique.  Se  propuso  verificar  la  sorpresa  el  23  de  fe- 
brero, que  como  martes  de  carnaval  era  de  suponer  que 
muchos  marineros  y  soldados  irían  á  Lima  á  las  diver- 
siones acostumbradas  en  semejante  dia.  Desgraciada- 
mente una  neblina  muy  espesa  fué  causa  el  21  de  alguna 
confusión  en  las  maniobras  :  aumentó  el  22,  y  á  ella  si- 
guió una  ráfaga  de  viento  que  separó  la  Lautaro  en  oca- 
sión en  que  su  comandante  estaba  en  el  buque  almirante, 
no  habiendo  vuelto  á  parecer  hasta  cuatro  dias  después. 


CAPITULO    Lili. 

En  los  mismos  momentos  y  habiendo  aclarado  un  poco 
la  neblina,  el  San  Martin  dio  caza  á  un  buque  de  Ghiloe, 
cuyo  capitán  le  disparó  algunos  cañonazos,  cosa  que  sin 
tió  mucho  el  almirante ,  porque  quería  aproximarse  al 
enemigo  sin  ser  apercibido  y  atacarle  por  sorpresa.  A 
pesar  de  estos  contratiempos,  los  buques  déla  escuadra 
avanzaban  á  la  bahía  del  Callao  ,  cuando  nuevos  y  muy 
repetidos  cañonazos  les  hicieron  creer  á  cada  uno  de 
ellos  que  uno  de  los  otros  por  lo  menos,  había  empeñado 
el  combate ,  y  estuvieron  en  esta  persuasión  hasta  que 
en  un  momento  de  claridad  descubrieron  una  lancha  ca- 
ñonera perdida  ,  que  tuvieron  tiempo  de  cojer,  y  por  la 
cual  supieron  que  los  cañonazos  se  tiraban  por  hallarse 
en  el  puerto  el  virey  Pezuela  revistando  la  escuadra  y  las 
fortalezas.  Poruña  rara  casualidad,  el  buque  Maypu,  en 
que  daban  un  paseo  por  la  bahía  y  un  poco  mas  afuera, 
el  virey  y  muchas  personas  de  distinción,  avistó  uno  de  los 
de  la  escuadra  chilena,  que  todos  creyeron  embarcación 
española,  procedente  de  España.  Ansioso  el  virey  y  los  que 
íe  acompañaban  de  saber  noticias  de  Europa,  manifestaron 
deseo  al  teniente  de  navio  don  Francisco  Sevilla,  coman- 
dante del  buque,  de  ir  á  su  encuentro ;  pero  este  oficial  les 
hizo  presente  el  artículo  de  la  ordenanza,  que  le  prohibía, 
llevando  á  bordo  á  la  primera  autoridad  del  país ,  reco- 
nocer ninguna  embarcación ;  y  esta  exactitud  en  el  cumpli- 
miento de  sus  deberes  libertó  de  la  prisión  á  Pezuela  y  un 
gran  número  de  oficiales  y  empleados  superiores,  porque 
ya  el  buque  chileno  dirijia  la  proa  para  dar  caza  al  Maypu. 
Aunque  Cochrane  estaba  seguro  de  que  el  enemigo  no 
ignoraba  su  estancia  en  los  mares  del  Callao,  su  alma 
guerrera  no  podia  contentarse  con  un  simple  bloqueo,  ni 
con  permanecer  en  una  inacción  que  le  hubiera  cansado 


332 


HISTORIA    DE    CHILE. 


í>; 


muy  pronto.   Impaciente  ademas  por  conocer  al  adver- 
sario con  quien  tenia  que  luchar,  y  á  los  soldados  que 
habían  de  participar  de  sus  empresas,  se  decidió  á  atacar 
la  escuadra  enemiga,  colocada  en  masa  en  el  fondo  de  la 
bahía,  al  abrigo  de  mas  de  trescientas  bocas  de  fuego. 
Con  esta  idea  hizo  señal  al  San  Martin  de  virar  en  vuelta 
de  guerra,  y  se  puso  en  marcha,  seguido  solamente  de  la 
Lautaro,  que  iba  muy  cerca  de  él.  Al  llegar  á  tiro  de  ca- 
ñón de  la  Esmeralda ,  esta,  sin  hacer  caso  del  pabellón 
americano,  le  disparó  toda  una  andanada,  haciendo  lo 
mismo  los  demás  buques ;  y  aunque  en  la  Lautaro  no 
hubo  mas  que  un  muerto  y  cuatro  heridos,  fué  por  des- 
gracia uno  de  ellos  el  capitán  Guise.  Su  segundo,  que 
tomó  el  mando  del  buque,  lo  dirijió  tan  desacertadamente 
que  Cochrane  le  vio  con  gran  pesar  retirarse  bien  pronto 
del  sitio  del  combate,  lo  que  no  le  impidió  sin  embargo 
echar  una  pequeña  ancla  delante  de  la  Esmeralda,  y 
responder  con  los  débiles  fuegos  de  su  fragata  á  los  de 
su  formidable  enemigo.  Por  fortuna,  estos,  así  los  dispa- 
rados desde  los  buques  como  los  de  los  fuertes,  estuvie- 
ron tan  mal  dirijidos,  y  nutridos  con  tal  impericia,  que 
el  intrépido  comandante  pudo  desafiar  por  espacio  de  dos 
horas  esta  terrible  artillería ,  y  volver  sosegadamente  á 
incorporarse  á  su  escuadra,  sin  haber  tenido  mas  que 
dos  heridos,  y  muy  satisfecho  «  de  la  prontitud,  alegría 
y  bravura  de  todos  los  oficiales,  soldados  y  marineros, 
habiendo  escedido  sus  mejores  espectaciones.  » 

El  bloqueo  declarado  el  9  de  marzo  habia  empezado 
de  hecho,  pues  á  la  entrada  de  la  bahía  estacionaba  una 
división ,  lo  que  le  proporcionaba  hacer  algunos  presas, 
aunque  no  siempre  con  estricta  sujeción  á  las  leyes  ma- 
rítimas de  las  naciones.  La  Lautaro  y  la  Chacabuco  se 


CAPÍTULO    Lili. 

destinaron  á  la  persecución  de  buques,  mientras  la  O'Hig- 
gins  y  el  San  Marlin  fueron  á  apoderarse  de  la  isla  de  San 
Lorenzo  para  destruir  el  establecimiento  de  señales  le- 
vantado allí  por  los  realistas.  En  aquella  tierra  de  deso- 
lación, encontraron  veinte  y  cinco  prisioneros  chilenos  y 
arjentinos ,  lo  que  produjo  particular  satisfacción  en  los 
patriotas,  al  propio  tiempo  que  se  llenaron  de  indigna- 
ción contra  el  virey  porque  los  tenia  en  la  mas  deplorable 
miseria,  haciéndoles  trabajar  con  grillos,  como  si  fuesen 
condenados  á  galeras.  Esto  dio  márjen  á  que  Cochrane 
escribiese  al  virey  afeándole  una  conducta  tan  contraria 
á  las  leyes  de  la  humanidad  como  de  la  guerra,  á  lo  que 
aquel  le  contestó  citando  los  escesos  cometidos  con  los 
prisioneros  realistas  confinados  en  las  Bruscas  en  la  re- 
pública arjentina  ;  por  manera  que  esta  correspondencia 
no  condujo  á  nada,  y  menos  al  canje  de  prisioneros,  cues- 
tión humanitaria  de  que  también  se  trató  en  ella. 

Las  discusiones  por  escrito  no  convenian  al  carácter 
activo  y  emprendedor  de  lord  Cochrane.  Sus  instintos 
guerreros  le  arrastraban  á  cosas  mas  dignas  de  su  alta 
reputación  ;  y  no  siéndole  posible  batir  la  escuadra  ene- 
miga que  estaba  en  el  fondo  de  una  bahía  defendida  por 
tantos  cañones,  tomó  la  resolución  de  incendiarla  por  el 
sistema  de  los  brulotes,  que  tan  buenos  resultados  le  habían 
dado.  La  brutalidad  usada  con  él  por  el  enemigo  tirándole 
bala  roja,  le  sujirió  esta  violenta  idea,  y  para  ejecutarla 
aprovechó  dos  malos  buques  apresados  por  la  Chacabuco. 
El  mayor  Miller,  hombre  activo  é  intelijente,  fué  el  en- 
cargado de  la  operación,  tanto  mas  peligrosa,  cuanto  que 
tenia  que  valerse  de  hombres  poco  diestros  por  ignorancia 
é  inesperiencia ,  cuya  torpeza  pagó  bien ,  pues  la  esplo- 
sion  de  un  cañón  le  quemó  toda  la  cara ,  é  hirió  á  siete 


33/l 


HISTORIA    Dfi    CHILE. 


artilleros  que  trabajaban  á  sus  órdenes.  A  este  accidente, 
que  tanto  contrariaba  el  buen  éxito  de  la  empresa,  se 
anadia  la  dificultad  de  tenerla  oculta;  y  así  fué  que  cuando 
se  quiso  poner  en  ejecución  y  lanzar  los  brulotes,  estaban 
tan  mal  tomadas  las  medidas  por  el  enemigo,  que  el  uno 
se  fué  á  pique  y  el  otro  no  consiguió  nada.  Quizá  fueron  la 
causa  de  este  mal  resultado  la  poca  actividad  de  los  bu- 
ques en  seguir  á  la  O'Higgins,  único  que  marchó  detrás 
de  los  dos  brulotes  y  el  bergantín  de  esplosion,  y  el  poco 
viento  que  cada  vez  disminuía  mas  :  lo  cierto  es  que  el 
enemigo  quedó  muy  orgulloso  y  se  decido  mas  tarde  á 
intentar  un  ataque  con  lanchas  cañoneras  que  armó  al  in- 
tento. Veinte  y  ocho  de  estas  y  un  pailebot  con  un  cañón 
jiratorio  de  veinte  y  cuatro,  se  presentaron  efectivamente 
á  los  pocos  dias,  aprovechando  una  calma  completa,  y 
durante  una  hora  entera  estuvieron  cañoneando  los  buques 
sin  causarles  la  menor  pérdida.  Gracias  á  la  calma  pu- 
dieron refujiarse  bajo  los  cañones  de  los  fuertes  con  pér- 
dida de  una  de  ellas  y  con  algunas  averias. 

Mas  de  dos  meses  eran  ya  transcurridos  desde  la  salida 
de  la  espedicion  de  Valparaíso ,  y  los  víveres  empezaban 
á  faltar.  Aunque  había  cojido  quinientos  barriles  de  harina 
en  un  buque  norte-americano,  que  los  llevaba  por  cuenta 
de  la  compañía  de  Filipinas,  esto  no  era  suficiente;  y 
para  proporcionarse  los  demás  artículos  decidió  Cochrane 
ir  á  visitar  los  puertos  del  norte ,  no  dejando  mas  que 
la  Chacabuco  para  que  cruzase  delante  de  la  bahía  del 
Callao.  Es  necesario  confesar  que  la  esperanza  de  al- 
guna buena  presa,  sueño  constante  del  noble  lord, 
entró  por  algo  en  esta  escursion  ,  emprendida  antes 
de  lo  que  debiera.  Sea  de  esto  lo  que  fuere  á  fines  de 
marzo  se  encontraba  en  la  bahía  de  Huacho ,  haciendo 


CAPITULO    Lili. 

aguada.  El  capitán  Mora,  que  bajó  á  tierra  á  protejer  los 
marineros  encargados  de  esta  operación,  quedó  muy  sa- 
tisfecho de  los  habitantes  de  este  pequeño  puerto,  á  quienes 
encontró  dispuestos  á  venderles  cuanto  podían  necesitar. 
El  sentimiento  del  patriotismo  hacia  ya  progresos  en 
aquellos  pacíficos  contornos ,  como  lo  hacia  también  en 
Lima,  donde  las  proclamas  de  O'Higgins,  San  Martin  y 
Gochrane  andaban  de  casa  en  casa,  y  hasta  algunas  veces 
se  veian  fijadas  á  las  puertas  de  las  iglesias  y  de  los 
monumentos  públicos  con  gran  pesar  de  los  españoles, 
inclinados  por  su  interés  al  sosten  del  vireinato. 

La  buena  intelijencia  de  los  Chilenos  con  los  Peruanos 
tuvo  lugar  el  30  de  marzo ,  pero  el  31  nadie  se  presentó 
en  la  plaza  y  menos  en  la  playa.  Indudablemente  se  habia 
dado  orden  prohibiendo  toda  comunicación,  y  esto  chocó 
tanto  mas  al  vice-almirante  cuanto  que  tenia  permiso 
para  hacer  la  aguada  y  las  compras  que  necesitase, 
lo  que  se  habia  verificado  tranquila  y  sosegadamente. 
Para  que  si  guardaba  un  absoluto  silencio  no  se  inter- 
pretase por  impotencia,  escribió  á  Salinas,  gobernador  de 
Huaura,  de  quien  dependía  Huacho,  preguntándole  el 
motivo  de  semejante  alejamiento ,  y  amenazándole  con 
marchar  sobre  la  ciudad  si  las  cosas  continuaban  en  e! 
mismo  estado.  La  respuesta  fué  bastante  presuntuosa,  y 
Forster  recibió  orden  de  marchar  sobre  Huaura,  adonde 
llegó  por  la  tarde,  bastando  su  presencia  para  disper- 
sar los  quinientos  milicianos  que  el  gobernador  habia 
reunido. 

Mientras  estaban  en  Huacho  haciendo  provisión  de 
víveres  y  saqueando  las  casas  de  los  realistas,  para  lo  que, 
á  su  modo  de  ver,  el  incidente  ocurrido  les  daba  pleno  de- 
recho, el  contra-almirante  Blanco  se  incorporó  á  la  es- 


336 


HISTORIA    DE    CHILE. 


cuadra,  llevando  consigo  el  Galvarino  y  el  Pueyrredon,  y 
llegando  á  tiempo  de  hacer  cesar  el  saqueo,  cosa  que  no 
habia  hecho  Cochrane.  Como  eran  de  poca  importancia 
las  nuevas  empresas  que  se  iban  á  acometer,  el  vice- 
almirante consideró  inútil  este  refuerzo  y  conservando  la 
O'fíigginsye]  Galvarino,  despachó  el  San  Martin,  la  Lautaro 
y  el  Pueyrredon  á  que  se  reuniesen  con  la  Chacabuco  para 
bloquear,  al  mando  del  contra-almirante  Blanco,  la  en- 
trada de  la  bahía  del  Callao  y  todas  sus  inmediaciones. 
Las  dos  divisiones,  pues,  se  separaron,  dirijiéndosc 
al  sur  la  de  Blanco  y  al  norte  la  de  Cochrane,  quien  se 
proponía  dar  caza  á  los  buques  mercantes,  y  sobre  todo 
apoderarse  de  las  considerables  sumas,  que  según  noti- 
cias ,  iban  á  embarcarse  en  diferentes  puertos  para  Es- 
paña. En  todos  los  puntos  en  que  Cochrane  desembarcó, 
fué  recibido  por  los  habitantes,  pero  especialmente  por 
los  cholos  y  los  indios,  mas  como  libertador,  que  como 
enemigo.  No  solo  le  presentaban  los  víveres  que  pedia, 
sino  también  leña,  frutas  y  hasta  muías  y  caballos,  que 
fueron  muy  útiles ,  pues  montados  los  soldados  pudieron 
internarse  bastante  en  el  país  y  hacer  presas  de  alguna 
consideración.  Las  que  se  verificaron  en  los  puertos  de 
Supe,  Huarmey,  Huambacho  y  Payta  fueron  mucho  mas 
importantes,  tanto  en  dinero  como  en  efectos;  y  si  es 
verdad  que  en  el  último  hubo  que  deplorar  algunos  de- 
sórdenes y  algunas  iglesias  saqueadas,  también  lo  es  que 
los  marineros  ingleses,  autores  de  tamaños  escesos,  su- 
frieron un  rigoroso  castigo  de  azotes  delante  de  las  igle- 
sias mismas  que  habían  profanado,  y  en  presencia  de 
un  público  atónito  de  tan  ruda  justicia,  cuando  vivían 
en  la  creencia  de  que  los  patriotas  eran  crueles ,  inhu- 
manos y  sin  ninguna  relijion.  Ademas  de  estas  penas 


CAPITULO    Lili. 

corporales  y  de  la  restitución  exacta  de  todos  los  objetos 
robados,  Cochrane  entregó  mil  pesos  al  eclesiástico  mas 
respetable  de  la  ciudad  con  destino  á  la  reparación  de 
las  iglesias  citadas. 

En  cuanto  supo  el  virey  Pezuela  que  el  enemigo  se 
encontraba  en  la  costa  del  norte,  envió  á  ella  quinientos 
infantes  á  las  órdenes  del  teniente  coronel  don  Rafael 
Gevallos  Escalera,  y  doscientos  caballos  á  las  del  de  la 
misma  clase  don  Andrés  García  Gamba.  Estas  tropas, 
que  salieron  de  Lima  el  3  de  abril ,  arribaron  á  los  di- 
ferentes puertos  de  Huaco  y  Huaura  cuando  ya  habían 
salido  los  patriotas,  y  Camba,  que  avanzó  hasta  Supe, 
supo  á  su  llegada  el  embarque  de  ciento  cincuenta  negros 
esclavos,  cojidos  con  otros  varios  objetos  en  las  haciendas 
inmediatas,  y  principalmente  en  la  de  don  Manuel  García, 
enemigo  declarado  de  los  principios  revolucionarios. 
Convencido  Gevallos  de  que  nada  podía  hacer,  se  volvió 
á  Lima,  dejando  en  Huaura  una  corta  guarnición,  y  al 
teniente  coronel  don  Mariano  Cucabon ,  de  comandante 
de  toda  la  costa  del  norte. 

A  su  vuelta  de  Payta  desembarcó  otra  vez  Cochrane 
en  Supe,  á  cargar  sus  buques  de  azúcar  y  otros  artículos 
que  creia  encontrar ;  pero  habiéndole  presentado  fuerte 
resistencia  las  tropas  de  Cucabon ,  con  las  que  no  con- 
taba, tuvo  que  reembarcarse  para  el  Callao  á  reunirse 
con  la  otra  división  de  la  escuadra.  No  hallándola  allí, 
fué  á  buscarla  á  los  demás  puertos ,  en  los  que  tampoco 
la  halló,  y  entonces  se  dirijió  á  Valparaíso,  adonde  había 
llegado  hacia  poco  tiempo. 

El  contra-almirante  Blanco,  que  estaba  con  cuatro  bu- 
ques á  la  entrada  de  la  bahía  del  Callao,  escaseándole 
los  víveres,  estimó  conveniente  en  interés  de  la  tripula- 

VI.  Historia.  22 


. 


niSXORIA    DE    CHILE. 

cion,  ir  á  varios  puntos  de  la  costa  para  buscarlos,  y  no 
habiendo  podido  desembarcar,  se  dirijió  á  Valparaíso 
con  aprobación  de  sus  oficiales.  Su  llegada  dio  márjen  á 
muchas  murmuraciones,  porque  decían  que  era  una  falta 
de  disciplina  haber  levantado  el  bloqueo ,  pues  si  nece- 
sitaba víveres  podía  habérselos  proporcionado  en  los 
puertos  inmediatos,  como  había  hecho  Cochrane.  Espe- 
cialmente el  periódico  el  Teléyrafo  le  atacó  un  poco 
apasionadamente ,  y  como  encontrase  eco  en  la  opinión 
pública,  el  célebre  comandante  se  justificó  ante  sus  con- 
ciudadanos en  un  escrito ,  en  que  hizo  ver  claramente  y 
con  documentos  auténticos,  la  dificultad  que  habia  en- 
contrado en  esa  especie  de  indagaciones.  Esto  no  obstante, 
se  le  sujetó,  á  petición  suya,  á  un  consejo  de  guerra, 
que  presidió  Cochrane,  y  por  completa  unanimidad  fué 
aprobada  su  conducta.  El  gobierno  en  este  asunto  quiso 
ser  consecuente  con  el  sistema  de  rijidez  que  proclamaba, 
y  que  se  proponía  poner  en  práctica  contra  todo  empleado 
del  estado ,  por  medio  del  tribunal  de  residencia  estable- 
cido bajo  la  dirección  de  un  senador,  don  Francisco  An- 
tonio Pérez,  y  dos  ministros  de  la  cámara  de  justicia,  don 
Lorenzo  José  de  Yillalon  y  don  Ignacio  Godoy.. 

Así  terminó  la  primera  espedicion,  que  duró  seis  meses 
próximamente.  Sin  duda  los  resultados  no  correspon- 
dieron á  las  esperanzas  concebidas  en  tan  buena  escua- 
dra, y  que  mandaba  un  almirante,  no  menos  célebre 
por  sus  conocimientos,  que  por  su  intrepidez  y  mucha 
esperiencia;  sin  embargo,  «  á  falta  de  victorias  ó  adqui- 
siciones terrestres,  ajó  el  prestijio  del  antiguo  poder, 
dio  la  señal  de  alarma  al  pueblo  peruano  y  encadenó  al 
enemigo  en  su  propio  territorio,  impidiéndole  salir  del 
recinto  del  Perú  á  perturbar  la  marcha  de  la  nacionalidad 


fi?? 


CAPITULO    Lili. 

en  las  colonias  vecinas  (1).  »  También  sembró  algunos 
principios  de  libertad  entre  los  peruanos,  y  especialmente 
entre  los  indios ;  lo  que  inquietó  al  virey  y  le  obligó  á 
situar  tropas  en  varios  puntos  de  la  costa,  disminuyendo 
el  campamento  de  Lima ,  y  á  mandar  al  comandante  de 
los  cazadores  de  Cantabria  don  Joaquin  Bolivar  que  hi- 
ciese uso  de  las  armas  para  comprimir  el  espíritu  sedi- 
cioso que  se  iba  estendiendo  mucho  en  aquellos.  Las 
presas  no  dejaron  de  tener  alguna  importancia,  pues  con- 
sistieron en  un  buque  el  Monlezuma,  y  oíros  ocho  ó  diez 
de  varios  tamaños,  algunas  lanchas  cañoneras  y  gran 
cantidad  de  víveres,  efectos  y  dineros,  valuado  todo  en 
unos  quinientos  mil  pesos. 

(1)  Don  Antonio  García  Reyes.  Memoria  sobre  la  primera  escuadra  nacional , 
p.  36. 


CAPITULO  LIV. 


El  ejército  realista  va  á  Talcahuano  con  los  empleados  y  habitantes  de  Con- 
cepción. —  También  abandonan  esta  ciudad  las  monjas  trinitarias.—  Bal- 
earce  toma  el  mando  del  ejército  y  marcha  contra  Sánchez.  —  Pasan  los 
realistas  el  rio  Biobio  cerca  de  Nacimiento.  —  Se  apodera  Balcarce  de  esta 
plaza,  y  vuelve  á  Santiago.  —  Sánchez  se  dirije  á  Valdivia,  y  deja  algunas 
tropas  en  Angol  al  mando  de  Benavides. —  Digresión  sobre  este  célebre  jefe, 
—  La  provincia  de  Concepción  mas  realista  que  patriota.  —  Dispersión  de 
las  familias  en  ¡as  orillas  del  Biobio.  —  Benavides  ataca  á  Bivero  en  Santa 
Juana  y  se  apodera  de  esta  plaza.  —  Asesinato  dtl  plenipotenciario  Torres  y 
de  los  prisioneros  de  Santa  Juana.  —  Mal  estado  de  la  gran  llanura  de  la 
Laja  y  de  los  Alíjeles.—  Freiré  sale  de  Concepción  para  ir  á  atacar  á  Bena» 
vides.  —  Este  va  á  los  Anjeles,  é  intima  á  Alcázar  la  orden  de  rendirse.— 
Regresa  á  Curali,  donde  es  completamente  derrotado  por  Freiré. —  Este  le 
persigue  hasta  Arauco  y  vuelve  á  Concepción ,  donde  se  dedica  á  reformas 
administrativas. —  Benavides  se  repone  de  su  derrota  y  lleva  la  desolación 
al  llano  de  la  Laja.  —  Llega  Carrero  ,  es  apresada  la  fragata  Dolores  y  son 
asesinados  su  comandante  y  parte  de  la  tripulación.— La  montonera  deSeguel 
es  completamente  destruida  y  muerto  su  jefe.—  Brillante  resistencia  de  don 
Manuel  Quintana  al  ataque  de  Bocardo  contra  Yumbel.—  Escaramuza  en  el 
Avellano. —  Benavides  rehace  sus  fuerzas  y  se  prepara  á  nuevos  ataques.  — 
Campamento  de  las  monjas  trinitarias  en  Curapalihue. 


La  pérdida  de  la  fragata  María  Isabel  y  de  los  tras- 
portes que  conducían  la  mayor  parte  de  los  dos  mil  hom- 
bres embarcados  en  Cádiz  para  Chile,  colocó  á  Sánchez 
en  una  posición  sumamente  crítica.  Dueños  del  mar  los 
patriotas,  se  encontró  aislado  en  la  provincia,  sin  espe- 
ranza de  socorro  de  ninguna  especie  y  en  la  imposibi- 
lidad de  resistir  á  las  tropas  de  mar  y  tierra  que  no  tar- 
darían en  atacarle.  En  este  conflicto ,  cuya  principal 
causa  era  la  partida  de  Ossorio,  Sánchez  reunió  un  con- 
sejo de  guerra  para  discutir  lo  que  convenia  hacer, 
siendo  su  opinión  que  se  abandonase  á  Talcahuano,  opi- 
nión en  que  persistió  no  obstante  el  parecer  contrario  de 
algunos  oficiales.  Se  decidió  pues,  retirarse  á  los  Anjeles 


CAPÍTULO    LÍV. 

para  estar  mas  cerca  de  la  tierra  de  los  indios,  y  poder 
con  mas  facilidad  marchar  á  Valdivia,  si  las  circunstan- 
cias lo  exijian.  Como  muchos  soldados  de  los  reciente- 
mente llegados  de  España  estaban  enfermos  y  alojados 
en  casas  particulares ,  se  dio  orden  á  los  médicos  de  la 
armada  para  que  llevasen  á  San  Pedro  y  sus  alrededores 
los  que  no  estuviesen  en  estado  de  resistir  el  viaje  :  los 
demás  fueron  incorporados  en  los  diferentes  batallones  ó 
escuadrones,  según  el  arma  a  que  pertenecían. 

El  iíx  de  noviembre  de  1818  salió  Sánchez  de  Concep- 
ción con  todos  los  soldados ,  empleados  y  muchas  fa- 
milias, en  junto,  unas  dos  mil  quinientas  personas,  de 
ellas  mil  seiscientos  militares  próximamente,  inclusa  la 
compañía  de  fusileros  formada  con  los  marineros  de  la 
María  Isabel.  Iban  también  todas  las  monjas  trinitarias, 
cuyo  viaje  se  debió  principalmente  á  los  consejos  del 
canónigo  Usueta,  provisor  familiar  de  la  Santa  Inquisi- 
ción ,  á  pesar  de  la  gran  consternación  que  produjo  en 
las  pocas  jentes  que  se  quedaron  ,  quienes  aseguraban 
que  sus  personas  serian  siempre  respetadas  y  su  con- 
vento protejido  por  todos  los  partidos,  como  habia  suce- 
dido hasta  entonces ,  no  obstante  que  los  de  los  frailes 
hubiesen  servido  de  cuarteles  ó  de  prisiones  militares.  En 
consideración  a  ser  bastante  grande  la  distancia  que  se- 
para á  Concepción  de  los  Anjeles,  el  intendente  Cavaña 
puso  á  su  disposición  nueve  barcas,  de  manera  que  parte 
del  viaje  lo  pudieron  hacer  por  agua  á  la  vista  de  otros 
muchos  bateles  en  que  iban  frailes  y  eclesiásticos,  y  ade- 
mas de  cierto  número  de  soldados  que  seguían  por  las 
dos  orillas  (1). 

(1)  Para  atender  á  los  gastos  del  ejército  se  impuso  á  los  propietarios  una 
contribución  de  un  décimo  de  sus  bueyes,  caballos  y  muías.  Journey  of  a- 
residence  in  Chili. 


HISTORIA    DE    CHILE. 

Como  la  caravana  se  componía  de  mucha  jente,  la 
marcha  era  lenta  y  aveces  penosa,  lo  cual  desesperaba  á 
los  soldados  escitándoles  á  desertar.  El  mal  cundió  á  los 
oficiales,  que  viendo  su  causa  poco  menos  que  perdida, 
se  pasaban  al  enemigo  y  entraban  en  sus  filas.  Loriega, 
jefe  de  estado  mayor,  quiso  poner  término  á  esta  plaga, 
usando  penas  severas.  Algunos  desertores  que  se  cojie- 
ron,  fueron  condenados  á  muerte  infamante  y  llevados 
con  música  á  la  plaza  de  los  Anjeles,  donde  se  les  fusiló 
por  la  espalda.  A  pesar  de  las  súplicas  de  Sánchez,  el 
consejo  de  guerra,  y  especialmente  don  Fausto  del  Hoyos 
y  Loriega,  permanecieron  inflexibles,  y  aplicaron  con  todo 
rigor  el  código  militar  español,  sumamente  severo  con 
los  desertores,  sobre  todo  en  presencia  del  enemigo. 

Al  salir  Ossorio  de  Talcahuano  dejó  muy  recomendado 
á  Sánchez  que  asociase  á  su  causa  la  barbarie  de  los  in- 
dios, cosa  que  le  era  tanto  mas  fácil,  cuanto  que  loshabia 
tratado  mucho ,  y  ademas  tenia  en  su  mano  el  medio  de 
comprometerlos,  valiéndose  de  los  capitanes  de  amigos, 
siempre  fieles  á  la  monarquía  española.  Ya  hemos  visto 
que  un  dia  reunió  en  la  Florida  buen  número  de  caci- 
ques, que  le  prometieron  su  salvaje  y  sanguinario  apoyo. 
Vueltos  estos  caciques  á  sus  casas,  los  llamó  Sánchez  en 
cuanto  llegó  á  los  Anjeles,  celebró  con  ellos  una  reunión, 
y  les  hizo  prometer  fidelidad  al  rey  y  odio  implacable  á 
los  patriotas.  Todos  los  caciques  presentes  ofrecieron  un 
continjente  de  hombres  mas  ó  menos  considerable,  dis- 
tinguiéndose Choyquian,  cuya  oferta  se  elevó  al  increíble 
guarismo  de  cuatro  mil ,  con  mas  quinientos  caballos. 
Algunos  capitanes  de  amigos  fueron  ademas  á  buscar  á 
los  caciques  que  habían  permanecido  indiferentes  al  lla- 
mamiento de  Sánchez,  con  orden  de  advertir  á  los  indios 


CAPITULO    LIV. 

que  todos  los  realistas  iban  á  pasar  el  Biobio,  y  que  no 
quedarían  en  la  provincia  mas  que  patriotas,  á  quienes 
era  necesario  tratar  como  á  enemigos.  El  capitán  don 
Miguel  Salazar,  á  quien  no  hay  que  confundir  con  el  va- 
liente mayor  Salazar ,  comandante  de  Nacimiento ,  fué 
comisionado  con  don  Domingo  Salvo  para  entenderse  con 
los  caciques  de  Longuimay,  Hueñiri,  Milialem,  el  mulato 
de  Collico,  etc.,  etc.,  y  llegó  hasta  decirles,  inspirado 
sin  duda  por  un  horrible  y  salvaje  rencor,  que  era  ne- 
cesario hacer  una  carnicería  sin  perdonar  á  nadie ,  ni 
mujeres  ni  niños.  El  último  de  los  caciques  citados,  que 
mas  adelante  hizo  un  gran  papel  en  üahuehue ,  indig- 
nado con  tan  feroz  barbarie,  le  respondió  que  entre 
ellos  no  habia  cómplices  para  tamaños  delitos ,  y  que 
cualesquiera  que  fuesen  las  circunstancias,  la  vida  de  las 
mujeres  y  de  los  niños  estada  segura  (1).  Con  esta  res- 
puesta demostró  que  muchas  veces  los  pueblos  salvajes 
conocen  las  leyes  de  la  humanidad  mejor  que  los  que  se 
llaman  civilizados. 

En  la  misma  época  poco  mas  ó  menos ,  el  gobierno 
chileno,  saliendo  de  la  indiferencia  con  que  habia  mirado 
los  restos  de  Maypu,  envió  a  la  provincia  de  Concepción 
un  cuerpo  de  ejército  suficiente  para  atajar  los  progresos 
del  nuevo  enemigo  y  espulsarlo  completamente  de  la 
república  (2).  A  Balcarce,  como  jefe  superior  del  ejér- 
cito, se  le  confirió  el  mando  de  esta  espedicion,  compuesta 
del  batallón  número  1  de  Chile,  del  número  1  de  Co- 
quimbo, del  de  Carampangue,  de  los  cazadores  de  los 

(1)  Conversación  con  don  Domingo  Salvo  de  Santa  Bárbara. 
I   (2)  These  were  tlie  effeets  of  what  still  appears  lo  me,  the  unnecessary  and 
impardonable  delay  of  the  palriots,  in  thcir  preparations  to  take  possession  of 
the   province.  Journal  of  a  residmee  in  Chili  (Concepción  y  los  Anjelcs)  i» 
1817,18,  19,  pag.  195. 


'U&\ 


344 


HISTOBIA   DE    CHILE. 


Andes  y  granaderos  de  caballería  de  San  Martin  y  de 
una  brigada  de  artillería,  formando  un  total  de  tres  á  cua- 
tro mil  hombres.  El  coronel  Freiré,  nombrado  intendente 
de  la  provincia,  fué  enviado  delante,  y  como  de  ordinario 
le  acontecía,  á  él  le  tocó  dar  el  primer  golpe  al  enemigo. 
Al  llegar  al  Parral,  donde  se  encontraba  el  valiente  Za- 
piola ,  se  puso  á  la  cabeza  del  ejército  y  marchó  sobre 
Chillan,  ocupado  alternativamente  por  el  coronel  patriota 
Zapiola  y  el  coronel  realista  Lantaño.  En  aquel  momento 
era  este  el  que  se  hallaba  allí,  pero  al  aproximarse  Freiré 
salió  en  dirección  á  los  Anjeles,  llevando  detrás  los  pa- 
triotas hasta  Quilmo. 

Con  arreglo  á  las  órdenes  que  tenia  del  gobierno,  Freiré 
no  persiguió  al  enemigo,  y  permaneció  en  Chillan  hasta 
la  llegada  de  Balcarce,  á  quien  entregó  el  mando  de  sus 
tropas.  Entonces  se  dirijió  por  Yumbei  á  Concepción,  de- 
fendida por  unos  cuarenta  merodeadores.  Para  reani- 
mar el  estado  moral  de  esta  ciudad,  é  inspirar  á  sus  ha- 
bitantes la  confianza  que  la  política  española  les  habia 
hecho  perder,  publicó  muchas  proclamas ,   ofreciendo 
amnistía  completa  á  todo  el  que,  comprometido  ó  no, 
hubiese  emigrado  de  su  casa,  ofrecimiento  que  ya  habia 
hecho  el  teniente  coronel  don  Manuel  González.  Merced 
á  ellas  y  á  sus  esfuerzos,  todos  los  que  estaban  ocultos  en 
los  bosques  de  las  inmediaciones  para  eludir  la  orden 
de  los  jefes  realistas  que  les  mandaba  retirarse  á  Arauco 
bajo  pena  de  ser  tratados  como  enemigos,  volvieron  á 
sus  domicilios  ó  propiedades,  y  la  ciudad  recobró  la  se- 
guridad y  animación  que  tanta  falta  le  hacia.   Al  poco 
tiempo,  cerca  de  cuatro  mil  emigrados,  casi  todos  man- 
tenidos por  el  gobierno  en  Santiago,  salieron  á  sus  es- 
pensas  para  Concepción, 


CAPITULO    LIV. 


345 


Balcarce  no  se  detuvo  mucho  tiempo  en  Chillan  :  de- 
jando á  Alcázar  para  que  protejiese  la  retaguardia  del 
ejército  y  cuidase  de  la  montonera  de  Gabriel  Palma, 
se  dirijió  á  los  Anjeles.  Una  fuerte  avanzada  que  destacó 
contra  Lantaño,  alcanzó  á  este  jefe  en  el  salto  de  la  Laja, 
y  algunos  tiroteos  bastaron  para  desalojar  todas  sus  tro- 
pas y  las  que  estaban  defendiendo  el  paso.  Desemba- 
razado Balcarce  de  este  obstáculo,  llegó  sin  ningún  otro 
á  los  Anjeles,  de  donde  pocos  dias  antes  había  salido 
el  enemigo ,  es  decir,  el  17  de  enero  de  1819. 

Según  algunos  oficiales  intelijentes  y  prácticos,  Bal- 
carce tuvo  una  ocasión  magnífica  para  destruir  completa- 
mente la  división  acampada  en  el  salto  de  la  Laja,  como 
los  mismos  se  lo  hicieron  conocer,  y  como  se  lo  asegu- 
raron los  espías ;  pero  por  una  singular  apatía,  poco  fre- 
cuente en  aquel  jeneral,  la  dejó  quieta  y  que  pudiese 
reunirse  á  la  del  jeneral  en  jefe  la  misma  noche  que  salió 
de  los  Anjeles  entre  la  Candelaria  y  Santa-Fe.  Otro  error 
cometió  Balcarce,  y  fué  el  de  instalarse  en  los  Anjeles 
y  no  perseguir  con  actividad  al  enemigo,  que  iba  en  re- 
tirada y  que  tenia  delante  un  rio  muy  ancho  y  muy  pro- 
fundo que  necesariamente  habia  de  detenerle.  No  faltó 
quien  creyese  ver  en  esta  conducta  uno  de  tantos  motivos 
políticos  censurados  á  O'Higgins,  que  era  prolongar  la 
guerra  para  distraer  la  atención  de  los  habitantes  de 
Santiago ,  y  fijarla  en  ella ,  contrariando  los  movimientos 
regulares  de  los  poderes  políticos.  Sea  como  quiera, 
Balcarce  perdió  muchos  dias  en  los  Anjeles,  y  se  contentó 
con  enviar  contra  los  fujitivos  al  coronel  Escalada  con 
una  partida  de  sus  granaderos.  El  mayor  Viel,  ala  cabeza 
de  unos  cuarenta  de  estos,  no  tardó  en  picar  la  reta- 
guardia enemiga,  que  huia  en  algún  desorden,  abando- 


HISTORIA    DE    CHILE. 

nando  en  el  camino  bagajes,  efectos  y  carretas.  Desgra- 
ciadamente no  llevaba  Viel  infantería,  y  cuando  al  llegar 
cerca  del  rio  se  encontró  con  que  tenia  que  bajar  una 
colina  bastante  elevada  y  cubierta  de  árboles,  temió  una 
emboscada  y  creyó  prudente  contener  su  arrojo,  y  esperar 
á  que  llegase  la  infantería,  que  ya  había  pedido  muchas 
veces.  Desde  la  altura  estuvo  viendo  con  el  mayor  des- 
pecho atravesar  las  barcas  llenas  de  soldados,  que  tan 
fácil  le  hubiera  sido  detener  y  capturar.  Así  pasó  todo 
aquel  dia  atormentado  por  la  ira  y  la  impaciencia ,  pues 
hasta  el  siguiente  no  llegó  Al  varado  con  sus  cazadores, 
los  cuales  con  una  parte  de  los  jinetes,  se  precipitaron 
pié  á  tierra ,  á  la  parte  baja  de  la  colina  y  llevaron  el 
terror  á  todas  aquellas  familias,  ya  muy  impresionadas 
con  los  escesos  de  todo  jénero  que  habia  cometido  una 
soldadesca  indisciplinada.  En  medio  de  una  gran  con- 
fusión, á  la  que  habia  precedido  el  robo  de  bagajes,  equi- 
pajes, etc.,  se  veian  las  mujeres  tirarse  al  rio,  algunas 
con  un  niño  y  hasta  con  dos  en  los  brazos ,  y  hacer  es- 
fuerzos inauditos  para  ganar  la  otra  orilla,  ó  por  lo  menos 
alguna  de  las  islas  que  aquel  forma,  y  donde  á  pesar  de 
que  se  guarecían  detras  de  los  árboles,  les  alcanzaban 
las  balas  de  cañón  y  de  fusil  que  se  cruzaban  de  los  dos 
ejércitos.  El  joven  don  Eustaquio  Bruix,  hijo  del  almi- 
rante francés  y  hermano  del  comandante  de  una  com- 
pañía de  granaderos  que  se  distinguió  admirablemente 
en  esta  refriega,  deseoso  de  socorrer  á  estas  familias 
desoladas,  fué  herido  en  el  bajo  vientre  por  una  bala  de 
cañón  que  le  puso  fuera  de  combate ,  habiendo  muerto 
á  las  pocas  horas  en  la  cama  de  su  bizarro  amigo  don 
Jorje  Beauchef. 

Luego  que  los  realistas  pasaron  el  rio  Biobio,  marchó 


CAPULLO    L1V. 


contra  ellos  Balcarce,  dirijiéndose  por  el  lado  del  rio 
Hualqui,  sobre  el  que  construyó  unas  balsas.  Con  la  idea 
de  sorprender  al  enemigo,  se  puso  en  marcha  por  la  noche 
en  medio  del  mayor  desorden,  si  bien  no  ocurrieron  ac- 
cidentes ni  obstáculos.  Era  Sánchez  demasiado  débil  para 
que  quisiese  medir  sus  armas  con  las  de  su  antagonista ; 
mas  sin  embargo ,  en  un  consejo  de  guerra  se  resolvió 
marchar  contra  él,  para  aprovechar  al  menos  la  ventaja 
que  se  tiene  siempre  delante  de  un  enemigo  ocupado  en 
el  paso  de  un  rio  caudaloso.  Algunas  tropas  enviadas  por 
la  noche  de  vanguardia  al  mando  de  Lafuente,  tuvieron 
que  sostener  al  llegar  á  Tubunlevu  algunos  tiroteos  con 
una  avanzada  de  realistas,  que  aquel  no  esperaba  encon- 
trar allí.  Con  esta  equivocación  creyó  Sánchez  que  ya  no 
era  posible  sorprender  el  ejército  de  Balcarce  y  resolvió 
abandonar  á  Nacimiento  y  retirarse  á  tierra  de  indios,  á 
pesar  de  la  viva  oposición  de  Gavaña ,  don  Fausto  del 
Hoyos,  Bobadilla,  etc.  Su  partida,  que  tuvo  lugar  el  SO 
de  enero  de  1819,  fué  con  tal  precipitación,  que  quedó 
abandonada  una  cantidad  muy  considerable  de  objetos 
que  iban  á  ser  presa  de  los  indios  y  de  las  llamas.  Feliz- 
mente el  capitán  Bruix  llegó  á  tiempo  de  contener  el 
incendio  y  salvar  a  la  patria  una  gran  cantidad  de  víveres, 
trigo,  azúcar,  herramientas,  mas  de  ciento  treinta  y  seis 
mil  marcos  de  tabaco  de  Saña  y  otros  diferentes  objetos, 
de  los  que  se  distribuyeron  algunos  al  ejército. 

Con  la  toma  de  Nacimiento  y  la  retirada  de  los  rea- 
listas sobre  Valdivia,  quedó  libre  del  todo  la  provincia  de 
Concepción ,  y  en  su  consecuencia  terminada  completa- 
mente la  campaña  del  sur.  Balcarce ,  el  héroe  de  esta 
fácil  campaña,  fué  llamado  á  Santiago,  para  donde  mar- 
chó llevando  consigo  los  granaderos  de  caballería  y  los 


348 


H1ST0BIA    DE    CHILE. 


cazadores  de  los  Andes  (1),  por  manera  que  no  quedó  en 
la  provincia  mas  que  la  infantería,  esto  es,  los  batallones 
de  Carampangue,  el  número  1  de  Coquimbo  y  el  número  1 
de  Chile,  que  pasaron  á  las  órdenes  inmediatas  del  in- 
tendente don  Ramón  Freiré.  Estas  tropas,  con  mas  un 
escuadrón  de  escolta,  era  toda  la  fuerza  destinada  á  hacer 
frente  á  la  furiosa  tempestad  que  la  barbarie  iba  á  le- 
vantar contra  aquella  desgraciada  provincia. 

Aunque  los  emisarios  enviados  á  los  indios  por  Sánchez 
habían  producido  todo  el  efecto  deseado,  consiguiendo 
con  sus  astutos  manejos  ajitarlos  y  atraerlos  á  su  partido, 
sin  embargo,  no  podía  aquel  contar  mucho  con  la  fide- 
lidad de  unos  salvajes,  dispuestos  siempre  á  la  traición 
y  á  caer  sobre  los  débiles.  No  pocas  veces  habia  sido  ya 
víctima  de  su  perfidia,  y  tres  días  después  de  su  salida 
de  Nacimiento  le  robaron  en  el  camino  de  este  pueblo  á 
Angol,  y  al  pasar  el  rio,  todo  el  ganado  consistente  en 
mil  doscientos  bueyes  y  vacas  y  doce  mil  carneros.  Al 
llegar  al  último  pueblo  citado  fué  aun  mas  difícil  su  po- 
sición con  los  indios,  porque  al  verse  estos  amenazados 
por  el  ejército  patriota  no  querían  comprometerse  mas. 
Con  este  intento  y  apoyados  por  una  multitud  de  caciques 
que  acudieron  á  toda  prisa,  persistieron  en  su  resolución, 
á  pesar  de  los  simulacros  de  violencia  desplegados  á  su 
vista;  y  si  al  fin  cedieron  á  la  palabra  influyente  de  los 
capitanes  de  amigos,  no  fué  sin  exijir  un  fuerte  rescate, 
y  ademas  una  partida  de  cien  soldados  que  les  protejiese 
y  defendiese  contra  los  patriotas  (2).  A  petición  suya  se 
dio  el  mando  de  estos  soldados  á  don  Vicente  Benavides, 

(1)  Muchos  de  estos  granaderos,  no  queriendo  volver  á  la  república  arjen- 
Una  adonde  sabían  que  los  iban  á  llevar,  desertaron  y  fueron  á  incorporarse  á 
las  montoneras  enemigas  de  Prieto. 

(2)  Conversación  con  el  oficia!  del  ejército  realista  don  Saturnino  Garda. 


CAPÍTULO  LIV. 

hombre  cruel  y  sanguinario,  que  por  el  gran  papel  que 
representó  en  los  últimos  dias  del  poder  español,  merece 
nos  ocupemos  de  él  (1). 

Don  Vicente  Benavides  nació  en  el  departamento  de 
Itata  :  su  familia  era  pobre  y  su  padre  ejerció  mucho 
tiempo  el  vil  empleo  de  carcelero  de  Quirihue.  Su  posi- 
ción en  la  infancia  fué  poco  honorífica,  hasta  que  entró 
de  criado  en  la  administración  de  tabacos,  destino  de 
confianza  porque  era  el  encargado  de  llevar  los  caudales 
á  Concepción,  y  que  ademas  le  dejaba  tiempo  para  de- 
dicarse á  algunos  estudios,  y  aprender  á  leer  y  escribir, 
cosa  que  hacia  muy  mal.  Se  hallaba  desempeñándolo 
cuando  las  primeras  guerras  de  la  independencia  vinie- 
ron á  despertar  sus  instintos  guerreros  y  le  arrastraron  á 
alistarse  en  el  ejército  de  los  patriotas  :  al  poco  tiempo 
era  una  de  las  trescientas  personas  que  á  las  órdenes  de 
Alcázar  fueron  en  socorro  de  Buenos-Aires.  Cuando  estas 
tropas  volvieron  á  Chile ,  Benavides  desertó,  pasándose 
al  ejército  de  Ossorio  con  el  grado  de  sarjento  que  habia 
ganado  en  su  campaña. 

Sea  que  quisiese  enmendar  sus  anteriores  opiniones , 
ó  que  las  nuevas  que  adoptó  fuesen  mas  á  propósito  para 
inflamar  sus  malas  pasiones ,  lo  cierto  es  que  desde  que 
llegó  al  campo  enemigo  se  señaló  con  actos  de  audacia, 
que  no  tardaron  en  hacerle  distinguir.  En  el  sitio  del 
Membrillar  fué  uno  de  los  que  tuvieron  bastante  ar- 

(1)  Don  Diego  Barros  ha  publicado  una  escelente  memoria  sobre  la  vida  y 
campañas  de  este  hombre  funestamente  célebre.  Lo  que  vamos  á  decir  llenará 
algunos  pequeños  vacíos  que  en  ella  se  notan  y  contribuirá  á  que  se  le  conozca 
mejor,  pues  será  un  compendio  de  las  numerosas  notas  que  hemos  tomado  de 
su  correspondencia  y  de  lo  que  hemos  oido  á  personas  competentes,  tales  como 
el  señor  Castil'on  su  prolector,  su  esposa  doña  Teresa  Terrer,  á  quien  en  1839 
tuvimos  ocasión  de  ver  en  Concepción ,  y  otras  muchas  que  formaron  parte  de 
sus  montoneras. 


350 


HISTORIA    DE    CHILE. 


ir 


rojo  para  penetrar  en  una  trinchera,  en  la  que  se  defen- 
dió con  valentía  hasta  que  cayó  prisionero.  Llevado  con 
el  ejército,  supo  sacar  partido  de  su  triste  posición,  po- 
niendo fuego  cerca  de  Achihueno  á  un  parque  de  muni- 
ciones ;  y  aprovechando  la  confusión  que  el  incendio  pro- 
dujo ,  consiguió  salvarse,  á  pesar  de  los  grillos  que  le 
habían  puesto,  para  ir  á  revelar  á  Ossorio  el  plan  de 
O'Higgins,  que  era  atacarle  por  la  noche.  En  el  sitio  de 
Rancagua  su  conducta  no  fué  ni  menos  hábil  ni  menos 
vigorosa  :  siempre  en  medio  del  fuego,  se  portó  con  dis- 
tinción y  conquistó  el  grado  de  oficial  á  despecho  de  las 
preocupaciones.  Decidido  entonces  mas  que  nunca  por 
la  causa  real,  fué  destinado  de  guarnición  tan  pronto  á 
San  Pedro,  tan  pronto  á  Arauco,  alternando  en  los  dife- 
rentes puestos  de  esta  línea  para  ejercer  su  perniciosa 
influencia  en  el  ánimo  de  los  indios,  cuyos  rapaces  y  des- 
tructores instintos  halagaba. 

Cuando  O'Higgins  sitió  á  Talcahuano,  Benavides  con- 
tinuaba por  el  lado  de  Arauco ,  penetrando  con  mucha 
frecuencia  entre  los  indios,  que  habia  sabido  ganar,  y 
volviendo  con  ellos  á  llevar  la  inquietud  al  campo  de  los 
patriotas ;  pero  luego  que  regresó  Ossorio,  siendo  casi 
inútil  su  presencia  en  aquellos  puntos ,  fué  á  ponerse  á 
disposición  de  este  jeneral  para  formar  parte  del  ejército 
destinado  á  marchar  sobre  Santiago.  Se  halló  en  la  acción 
de  Cancharayada  y  en  la  gran  batalla  de  Maypu,  en  la 
que  le  fué  adversa  la  fortuna.  Hecho  prisionero  con  su 
hermano  don  Timoteo,  á  los  pocos  dias  fueron  condena- 
dos ambos  á  ser  ahorcados  por  haberse  pasado  con  ar- 
mas y  bagaje  al  ejército  enemigo.  La  sentencia  se  hu- 
biera sin  duda  ejecutado,  á  no  ser  por  las  instancias  del 
señor  Castillon  y  don  Salvador  Andrada  para  con  el  va- 


~ 


CAPITULO    LTV. 

líente  coronel  Las  Heras,  y  de  este  para  con  San  Martin, 
de  cuyas  resultas  se  les  conmutó  la  pena  de  muerte  en 
la  de  presidio.  Estaban  en  el  consulado,  donde  se  halla- 
ban asimismo  los  demás  oficiales  hechos  prisioneros  en 
Maypu;  y  Ordoñez,  que  conocia  la  crítica  posición  de  los 
hermanos  Benavides,  se  acercó  al  don  Vicente  y  le  dio  á 
escondidas  un  vale  de  cinco  mil  pesos ,  diciéndole  que 
si  esta  suma  podia  salvarle  de  los  peligros  á  que  estaba 
espuesto  por  alguna  otra  revelación,  podia  hacer  uso  de 
ella  cerca  de  la  persona  que  le  indicó. 

Los  hermanos  Benavides    pasaron  olvidados  algún 
tiempo  y  trabajando  en  las  obras  de  la  ciudad ,  ocupa- 
ción poco  adecuada  ciertamente  al  carácter  de  capitán 
que  el  don  Vicente  había  ganado  en  sus  diferentes  cam- 
pañas.  No  se  quejaron  de  esta  falta  de  consideración, 
contentos  con  haber  encontrado  guardianes  accesibles  á 
sus  penalidades,  y  dispuestos  á  dispensarles  alguna  be- 
nevolencia. Un  dia  que  no  trabajaban ,  acertó  á  pasar 
por  su  lado  don  Hilarión  de  la  Quintana,  director  subde- 
legado á  la  sazón  por  O'Higgins,  y  admirándole  su  ocio- 
sidad, preguntó  sus  nombres.  Cuando  oyó  pronunciar 
los  de  los  hermanos  Benavides  no  pudo  contener  un  grao 
movimiento  de  cólera,  y  reprendió  agriamente  á  los  ce- 
ladores, diciéndoles  que  aquellos  habían  sido  condenados 
á  la  horca  y  que  no  merecían  ninguna  especie  de  mira- 
mientos. No  satisfecho  con  esta  reprensión,  mandó  que 
los  trasladasen  á  los  cuarteles  de  los  dragones  al  lado 
del  palacio,  de  donde  á  los  pocos  días  fué  á  sacarlos  el 
teniente  don  Ventura  Ruiz  para  llevarles  durante  la  noche 
al  llano  de  Maypu  con  una  escolta.  En  el  camino  com- 
prendió Benavides  su  posición,  y  dirijiéndose  al  teniente 
le  hizo  las  ofertas  para  que  estaba  autorizado  por  Or- 


352 


HISTORIA    DE    CHILE. 


donez ;  pero  nada  pudo  conseguir,  porque  Ruiz ,  como 
hombre  de  honor,  le  respondió  que  no  lo  hada  aunque 
le  ofreciese  cien  mil  pesos.  Los  dos  miserables  se  vieron 
pues  condenados  á  sufrir  su  suerte. 

Llegados  á  eso  de  las  dos  de  la  mañana  mas  allá  del 
conventillo ,  Ruiz  les  anunció  su  penosa  misión  ,  que  era 
fusilarlos,  y  les  mandó  ponerse  de  rodillas  y  que  descu- 
briesen el  pecho.  Después  que  pasó  el  tiempo  necesario 
para  que  se  encomendasen  á  Dios,  se  les  acercaron  cua- 
tro soldados,  y  casi  á  quema  ropa  dispararon  dos  tiros  á 
cada  uno.  Sea  que  se  hubiesen  caido  las  balas  de  los  fu- 
siles dirijidos  contra  don  Vicente,  ó  que  pasasen  sin  to- 
carle, lo  cierto  es  que  quedó  salvo  y  solo  con  la  camisa 
un  poco  quemada.  Entonces  con  la  misma  presencia  de 
ánimo  que  conservó  hasta  en  el  momento  en  que  se  verifica 
el  suceso  mas  grande  de  nuestra  vida,  se  tiró  al  suelo  al 
mismo  tiempo  que  cayó  su  hermano,  y  tan  bien  supo  finjir 
que  estaba  muerto,  que  el  teniente  dio  á  sus  soldados  la 
orden  de  que  montasen  á  caballo,  partiendo  con  ellos  per- 
suadido de  que  dejaba  en  el  campo  dos  cadáveres.  Uno 
de  los  soldados,  al  pasar  al  lado  de  don  Vicente,  le  dio 
un  fuerte  sablazo  en  el  cuello,  diciendo  que  lo  hacia  para 
que  no  reviviese  aquel  asesino.  Tan  grande  era  la  emo- 
ción que  le  ajitaba  en  aquel  momento  que  casi  no  sintió 
dolor  alguno ,  y  no  levantó  la  cabeza  hasta  que  supuso 
que  todos  habrían  marchado.  Al  levantarla  vio  que  se  le 
acercaba  otro  soldado  y  se  creyó  vendido;  pero  este,  que 
no  iba  mas  que  en  busca  de  un  zapato  que  había  dejado 
olvidado,  volvió  á  subir  á  caballo  y  no  tardó  en  incorpo- 
rarse con  sus  compañeros,  que  regresaban  á  Santiago. 
Luego  que  don  Vicente  Benavides  se  quedó  solo,  vendó 
como  pudo  su  grande  herida,  y  se  dirijió  hacia  donde 


CAPITULO    L1V. 

estaba  una  luz,  que  veia  á  corta  distancia.  Al  pasar  cerca 
de  un  corral  de  ovejas,  el  guarda  tuvo  miedo  de  él,  pero 
serenado-  muy  pronto  acudió  á  sus  voces  y  escuchó , 
compasivo,  la  relación  que  le  hizo  de  un  encuentro,  al 
ir  en  busca  de  caballos,  con  unos  salteadores  que  habían 
matado  á  su  hermano,  habiéndose  él  escapado  por  un  gran 
milagro,  después  de  recibir  la  herida  que  le  señalaba. 
Era  esta  historia  tanto  mas  verosímil ,  cuanto  que  hacia 
algún  tiempo  estaba  el  campo  infestado  de  bandidos;  por 
manera  que  las  personas  que  la  escucharon  creyeron  lo 
mejor  llevar  á  Benavides  á  casa  del  juez,  como  lo  hicieron 
no  obstante  la  viva  oposición  de  aquel,  temeroso  de  que 
le  conocieran.  Sobre  no  haber  sucedido  asi,  encontró  en 
el  juez  una  persona  muy  caritativa,  que  le  suministró  los 
primeros  auxilios  y  le  dio  hombres  para  que  le  acompa- 
ñasen á  Santiago. 

Aquí  se  presentó  una  nueva  y  no  menor  dificultad. 
Benavides  sabia  muy  bien  que  su  mujer  vivía  en  una  de 
las  tres  casas  del  señor  Real,  pero  no  en  cual,  y  temia 
los  inconvenientes  de  preguntar  por  ella.  Una  feliz  ca- 
sualidad vino  en  su  auxilio ,  pues  precisamente  la  pri- 
mera á  que  se  dirijió  era  la  que  buscaba.  Al  oír  su  voz  y 
al  ver  ensangrentada  su  cara  y  el  poncho  que  le  habían 
prestado,  su  mujer  dio  un  grito,  que  su  marido  sofocó  al 
instante  con  una  mirada  de  intelijencía.  Los  que  le  acom- 
pañaron regresaron  á  sus  casas ,  y  cuando  volvieron  al 
día  siguiente,  les  anunciaron  su  muerte,  cosa  que  no  les 
chocó  :  tan  profunda  era  á  su  parecer  la  herida. 

El  riesgo  que  había  corrido  Benavides,  lejos  de  aco- 
bardarle le  dio  por  el  contrario  una  fuerza  y  una  enerjía  , 
que  solo  ellas  pudieron  sostenerle  en  medio  de  tan  ter- 
rible drama.  Así  continuó  mientras  el  peligro  estuvo  pre- 
vi. Historia.  ¿o 


I 


35k 


historia  m  Cflltlf. 


j5  ■ 


tes  fuerzas  empezaron  a  faltarle  y  ^  y 

racter  tan  alarmante  *»™^  de  toda  confianza, 
un  médico.  Se  neceataUn  per^  ^^  ^ 

,  se  encontraron  el  pnmeio e       /  un  ciru;¡ano 

convento  de  San  Erante     y  el  s  D  ^    ^  ^ 

francés,  don  Juan  Chamore ,q  .,oscuidados 

prisionero  en  la  bataUa  de  Mapu^rac 

L  todo  jénero  que  el  «  tamo  J^J*^  com^. 

personaje  muy  afecto  a  «M^!^¿  entender  qUe  la 
Lando  a  Benav  «j  ,  u  .*££  aconse 

causa  española  estaba  comí  palriotas,  en  el 

jWole  que  ^*£^1LS«-^  Be" 
q„e  podía  P^ta^  "^irtarce.  el  señor  Casti- 

"avides  qac  no  sab,a  com ,  pre * »  -  ^      ^  ^  e„ 

Uontom6  a  su  Jj*¿%,   Aunque  le 

efecto,  y  este  Jenf,°JueUra¡dor,  ofreció  proporcm- 
inspirabapocaconfianza  aque  Urja ^  degeos>  ^ 
narle  ocasiondeque  se  1  -mple  MmeHte_  ^  ^ 
diendo  que  le  recomenda ra     «y  era  que 

cesitaban  todos  estos  ■ sec «^  ¡ñ  fujuivo,  y 
Benavidesse  presen  ase  a ^San ch  ^ 

en  seguida  fuese  esp.a  de  Ba      o  Merino 

Santiago  su  — ^^ arriero,  y  asi  fueron 
que,o  llevó  -«f^^ridesdeióásu  mujer,  que 

en  el  ejército  de  los  reahstas. 


CAPÍTULO    LIV. 

Tal  es  la  estraordinaria  historia  de  Benavides.  A  las 
instancias  de  los  indios  que  tan  bien  sabia  ganar  y  ajuar, 
debió  que  Sánchez  le  nombrase  jefe  de  las  pocas  tropas 
que  dejó  con  ellos  (1).  No  puede  dudarse  de  su  buena  fe 
hacia  la  patria  cuando  se  incorporó  en  el  ejército  de  los 
realistas,  pues  en  muchas  cartas  de  Balcarce  he  visto  que 
este  jeneral  se  felicitaba  de  tenerlo  consigo  y  de  los  ser- 
vicios que  le  prestaba  (2).  Quizá  sus  intenciones  eran 
las  mismas  á  la  salida  de  Sánchez,  y  solo  cuando  se  vio 
á  la  cabeza  de  cierto  número  de  tropas ,  su  amor  pro- 
pio por  un  lado  y  su  ambición  por  otra ,  le  hicieron 
olvidar  sus  promesas  y  le  lanzaron  de  lleno  en  la  guerra 
de  partidas.  Inspirado  entonces  por  el  recuerdo  de  las 
humillaciones  y  padecimientos  que  había  sufrido,  se  pro- 
puso dejar  huellas  indelebles  de  su  ira,  y  se  decidió  á 
continuar  las  guerras  de  la  revolución,  mas  por  satisfacer 
una  venganza  que  por  defender  una  opinión. 

Aparte  de  esto,  la  guerra  que  iba  á  emprender  era 
fácil  y  ofrecía  probabilidades  de  buen  éxito,  porque  es- 
peraba sacar  partido  de  esa  población  flotante ,  que  está 
siempre  dispuesta  á  irse  del  lado  del  que  favorece  sus 
instintos  y  sus  pasiones.  Ademas ,  el  espíritu  de  la  pro- 
vincia no  se  inclinaba  de  ninguna  manera  á  la  revolu- 
ción ,  pues  sus  habitantes  no  estaban  aun  animados  de 
las  ideas  de  libertad  é  independencia  que  ajitaban  á  los 

(1)  Don  Diego  Barros  dice  en  su  muy  interesante  Estudio  que  Balcarce  envió 
a  Benavides  á  Angol.  Creo  que  esto  es  una  equivocación  ,  porque  de  mis  notas 
que  hé  tomado  de  noticias  dadas  por  Lantaño,  don  Saturnino  García  etc  ' 
resulta  que  Benavides  se  hallaba  ya  con  Sánchez,  á  quien  procuraba  engañar 
en  favor  de  la  pairia,  y  que  el  mismo  Sánchez  fué  quien  le  dejó  en  Angol  „ara 
que  revolucionase  á  los  indios  y  reuniese  los  desertores. 

(2)  Esto  no  obstante,  según  una  conversación  que  tuve  sobre  la  materia  con 
el  cap.tan  jeneral  Freiré,  parece  que  cuando  Balcarce  pasó  el  Nacimiento  qui^o 
Hacerle  caer  en  una  emboscada  ,  lo  que  supo  á  tiempo  por  un  espía 


356 


HISTORIA    DE    CHILE. 


pueblos  del  norte.  Apegados  á  sus  costumbres ,  domi- 
nados por  la  influencia  del  clero,  sin  conocer  de  la  revo- 
lución mas  que  lo  malo,  es  decir,  la  destrucción  y  la  vio- 
lencia, no  querían  abandonar  su  pasado  para  lanzarse  en 
un  porvenir  completamente  desconocido  y  que  ademas  no 
se  presentaba  halagüeño.  Esceptuando  los  emigrados  que 
llevó  O'Higgins  á  Santiago  y  que  estaban  ya  de  vuelta, 
la  provincia  solo  podia  contar  con  escaso  número  de 
patriotas,  de  los  cuales  pocos  eran  hombres  de  acción, 
y  muchas  jentes  tímidas  que  gritaban  muy  alto  en  cier- 
tas circunstancias,  pero  cuyos  gritos  no  tenían  eco  en 
sus  corazones.  Un  joven  norte-americano ,  que  hacia 
tres  años  vivía  en  la  provincia  con  motivo  de  un  pleito 
sobre  un  buque  mercante,  dijo  en  su  diario,  que  nunca 
conoció  un  verdadero  patriota  ( 1 ) ,  y  lo  que  prueba  bien  el 
apego  que  tenían  á  su  rey,  ó  mas  bien  á  sus  costumbres, 
es  la  prontitud  con  que  se  sacaban  nuevas  levas,  aun 
después  de  un  desastre» 

Hemos  visto  que  cuando  Sánchez  salió  de  Talcahuano, 
todos  los  realistas  de  esta  ciudad  y  de  Concepción  aban- 
donaron sus  casas  para  seguir  al  ejército^  Los  del  interior 
de  la  provincia  hicieron  lo  mismo,  continuando  con  él 
hasta  que  pasó  el  Biobio  cerca  de  Nacimiento.  Entonces, 
como  la  intención  de  Sánchez  era  ir  á  Valdivia,  solo 
algunas  familias  le  siguieron  ,  dirijiéndose  las  demás  á 
diferentes  puntos,  mas  ó  menos  próximos  á  sus  propie- 
dades. Unas  marcharon  á  Árauco  que  estaba  en  poder 
del  rey,  y  las  de  San  Carlos  y  Duqueco,  parte  fueron  á 
acampar  á  Pile  bajo  la  dirección  de  Burgos,  y  parte  al 
llano  de  Bergara  cerca  de  la  junta  de  Mulchen  con  Bureu, 


(1)  Biít  exccpt  llirough  tlie  grates  of  a  prison  ,  or  upon  some  distant  hcight 
1  bad  never  yet  seen  a  professed  palriot.  Journal  oía  residence  in  Cliili,  p.  223» 


CAPITULO    LIV. 

bajo  la  de  don  Pedro  Sánchez.  Por  último,  las  de  Santa 
Bárbara  y  sus  alrededores  se  establecieron  en  Quilapalo, 
que  se  convirtió  pronto  en  una  población  bastante  consi- 
derable, pues  habia  cerca  de  setecientas  familias  desde 
Quilaco  hasta  Huinquen ,  residencia  del  famoso  cacique 
Coliman.  Bocardo ,  antiguo  alférez  real  y  después  coronel 
de  las  milicias,  estaba  entonces  en  Santa  Barbara  con 
motivo  de  un  asunto  de  ganados  que  le  pertenecían  como 
diezmero.  Su  reputación  de  hombro  arrojado  é  intelijente 
le  valió  ser  nombrado  jefe  de  osla  grande  población,  á 
la  que  supo  inspirar  sus  fuegos  y  su  enerjía.  En  la  per- 
suasión do  que  podría  ser  atacado,  se  dedicó  inmediata- 
mente á  levantar  un  cuerpo  de  milicianos,  que  sacó  de 
los  habitantes  de  Quilapalo  y  Pile,  á  los  cuales  armó  lo 
mejor  que  le  fué  posible,  instruyéndolos  y  disciplinándo- 
los con  el  eficaz  auxilio  del  teniente  coronel  Elizondo. 

De  estos  diferentes  campamentos  donde  habia  tomado 
también  asiento  la  barbarie,  era  de  donde  salían  de  tiempo 
en  tiempo  las  numerosas  montoneras,  compuestas  prin- 
cipalmente de  indios ,  que  llevaban  el  hierro  y  el  fuego  á 
todos  los  rincones  de  aquella  desgraciada  provincia, 
presa  hacia  muchos  años  de  todos  los  horrores  de  las 
facciones  enconadas.  Benavides  se  ocupaba  á  la  sazón 
en  reunir  los  fujitivos  que  habían  abandonado  la  ban- 
dera de  Sánchez ,  y  que  se  apresuraban  á  acojerse  á  la 
suya ,  en  la  persuasión  de  que  iban  á  satisfacer  el  gusto 
aventurero  que  les  dominaba.  Mandó  se  le  reuniese  la 
infantería  que  Sánchez  dejó  en  Tucapel ,  y  que  don  Elias 
Fuente  habia  ido  á  buscar  de  orden  de  don  Juan  Millan  , 
comandante  de  Arauco  ;  y  si  á  estas  tropas  se  agregan 
los  reclutas  que  hizo  en  los  alrededores  de  esta  plaza, 
cojiendo  hasta  los  jóvenes  de  corta  edad ,  veremos  que 


358 


HISTORIA    DE    CHILE. 


no  tardó  en  encontrarse  en  posibilidad  de  entrar  en  cam- 
paña. Así  lo  hizo  en  efecto  en  febrero  de  1819,  presen- 
tándose á  atacar  con  cuatrocientos  hombres  al  teniente 
don  José  Antonio  Riveros,  que  habia  ido  á  apoderarse 
de  Santa  Juana,  plaza  situada  al  sur  del  rio  Biobio  y 
por  consiguiente  dentro  de  los  límites  que  los  realistas 
esperaban  conservar. 

Las  tropas  de  Riveros  eran  muy  inferiores  á  las  de 
Benavides,  pues  apenas  llegaban  á  ciento  diez  hombres, 
inclusos  sesenta  milicianos  ;  pero  á  pesar  de  esta  inferio- 
ridad numérica  y  de  los  consejos  que  le  dieron  de  que  no 
pasase  el  rio  y  se  quedase  en  Talcamavida ,  quiso  como 
hombre  de  honor  cumplir  su  deber,  y  dio  la  orden  de 
pasar.  La  fortuna  no  secundó  desgraciadamente  sus  je- 
nerosos  esfuerzos.  Atacado  por  todas  las  fuerzas  de  Be- 
navides, les  opuso  una  resistencia,  honrosa  sí,  pero 
insuficiente  para  que  pudiera  durar  mucho  tiempo.  Abru- 
mado por  el  número,  tuvo  el  dolor  de  ver  á  sus  compa- 
ñeros, los  unos  desapiadadamente  asesinados,  y  los  otros, 
entre  los  cuales  se  hallaba  él ,  precisados  á  rendirse  pri- 
sioneros. De  los  ciento  diez  hombres ,  solo  treinta  y  seis 
milicianos  pudieron  salvarse,  atravesando  el  rio  á  nado. 

Este  primer  triunfo,  aunque  corto,  colmó  de  alegría 
al  jefe  realista  y  quiso  aprovecharlo  para  reunirse  con  su 
mujer,  que  estaba  en  poder  de  los  patriotas.  La  acción 
se  verificó  el  21  de  febrero,  y  el  23  escribió  al  intendente 
Freiré,  proponiéndole  el  canje  de  oficiales  y  soldados, 
y  el  de  su  mujer  por  Riveros.  Freiré  aceptó  las  proposi- 
ciones, pero  no  se  dio  gran  prisa  á  ejecutarlas  con  mucho 
disgusto  del  jefe  realista,  quien  se  las  renovó  el  15  de 
marzo,  diciéndole  que  le  enviase  su  mujer  viva,  en- 
ferma ó  muerta,  y  que  no  lo  demorase  un  solo  instante, 


CAPITULO    L1V. 

pues  no  le  era  posible  contener  mas  tiempo  á  los  indios, 
que  conforme  á  sus  costumbres ,  reclamaban  los  prisio- 
neros para  tenar  un  dia  de  contento  y  regocijo  haciendo 
en  ellos  una  carnicería. 

Esta  advertencia  era  una  amenaza,  y  una  amenaza 
tanto  mas  temible  cuanto  que  el  que  la  hacia,  tenia  dadas 
buenas  pruebas  de  su  mal  corazón.  Para  contenerle,  le 
envió  Freiré  al  teniente  don  Eugenio  Torres  con  un  oficio, 
anunciándole  que  su  mujer  estaba  en  Talcamavida  en 
poder  de  don  Ramón  Novoa,  encargado  de  hacer  el  canje 
con  Ri veros.  No  se  apresuró  menos  Benavides  á  enviar 
á  este ,  esperando  que  la  misma  barca  en  que  iba  llevaría 
al  objeto  tan  deseado ;  pero  fuese  desconfianza  ú  otro 
motivo,  retuvo  consigo  al  plenipotenciario  Torres,  lo  que 
incomodó  tanto  á  Novoa,  que  devolvió  la  barca  vacía.  De 
sus  resultas  mediaron  entre  ellos  cartas  que  embrollaron 
el  negocio,  al  que  quizá  no  fué  estraño  un  amor  impru- 
dente ,  y  acabaron  para  neutralizar  los  deseos  de  Freiré, 
que  eran  de  enviar  esta  mujer  á  su  marido.  Este  se  pro- 
puso entonces  vengarse  de  una  conducta ,  que  calificaba 
de  tan  altamente  ofensiva  para  su  honra ,  como  desleal 
atendida  su  prontitud  en  cumplir  por  su  parte  las  condi- 
ciones. En  el  furor  que  le  dominaba  mandó  llamar  al 
joven  Torres ,  á  quien  había  tratado  bien  hasta  entonces, 
le  sentó  á  su  mesa,  y  después  de  comer  dio  orden  de  que 
le  llevasen  al  rancho  donde  estaban  los  prisioneros  de 
Riveros.  A  poco  entró  en  el  rancho  una  tropa  de  indios 
hambrientos  de  odio  y  de  carnicería ,  y  al  ruido  de  sus 
salvajes  imprecaciones  asesinaron  á  lanzadas  á  estas  víc- 
timas desgraciadas  de  la  barbarie  (1).  Y  sin  embargo  no 

(1)  Sigo  la  versión  de  un  jefe  de  montoneras  de  Benavides,  pero  según  el 
parle  de  Freiré  fueron  los  soldados  los  que  los  mataron  á  sablazos.  Gaceta 
ministerial ,  tomo  1 ,  número  93. 


360 


HISTORIA    DE    CHILE. 


habían  pasado  muchos  dias,  el  30,  le  envió  Freiré  á  sa 
mujer,  y  supo  al  regreso  del  correo  esta  espantosa  ma- 
tanza, de  la  que  se  disculpó  Benavides,  escribiéndole 
que  para  salvar  la  vida  habia  tenido  que  ceder  á  las  exi- 
gencias inquietas  é  imperiosas  de  los  indios  (1). 

Mientras  Benavides  cometía  estos  actos  de  barbarie, 
los  jefes  acampados  en  las  orillas  meridionales  del  Biobio 
se  entregaban  á  otros  no  menos  crueles  y  salvajes.  A  la 
cabeza  de  sus  bandas  de  indios,  recorrían  la  estensa  lla- 
nura de  la  Laja,  y  lo  llevaban  todo  á  sangre  y  fuego. 
Especialmente  las  bandas  de  don  Miguel  Rivas  y  don 
Pedro  Sánchez  se  distinguieron  por  su  audacia  y  activi- 
dad. En  menos  de  once  dias  saquearon  casi  enteramente 
aquel  vasto  territorio,  robaron  los  ganados,  incendiaron 
los  cortijos  y  ranchos,  y  asesinaron  cuantos  hombres , 
mujeres  y  niños  encontraron ,  sin  perdonar  mas  que  á 
los  menores  de  nueve  años,  á  los  cuales  llevaron  cauti- 
vos á  su  campamento  (2).  La  guarnición  de  los  Anjeles 
era  á  la  sazón  muy  corta  y  Thompson,  á  quien  Balcarce 
habia  dejado  de  comandante  mientras  Alcázar  estuviese 
en  Chillan,  no  se  atrevía  á  salir  de  su  fortaleza  desde  la 
pérdida  casi  completa  de  los  cincuenta  hombres  que  en- 
vió por  la  parte  de  Negrete  á  las  órdenes  del  capitán 
don  Ramón  Romero ,  y  si  ocho  ó  diez  dias  después  se 
decidió  á  protejer  unos  voluntarios  que  impacientes  sa- 
lieron de  los  Anjeles,  fué  para  ser  testigo  de  una  segunda 
derrota. 

La  mala  posición  de  Thompson  no  consistía  tanto  en 
ser  corta  la  guarnición ,  como  en  que  le  faltaban  caba- 
llos. Muchas  veces  los  habia  pedido  al  intendente  Freiré, 

(1)  Carta  de  Benavides  al  intendente  don  Ramón  Freiré,  fecha  h  de  abril. 

(2)  Conversación  con  el  teniente  coronel  don  Manuel  Riquelme. 


CAPITULO   LIV. 

pero  mal  podía  este  darle  lo  que  no  tenia  y  era  difícil 
adquirir  en  una  provincia  tan  arruinada  por  las  revolu- 
ciones. Por  eso  los  realistas  y  los  indios,  que  los  tenían 
en  abundancia,  estendian  impunemente  sus  correrías 
hasta  los  cantones  mas  lejanos  de  provincia,  y  se  aproxi- 
maron el  dia  25  á  los  Anjeles  en  número  de  mil,  á  poner 
fuego  á  las  casas.  Felizmente  no  se  quemaron  mas  que 
dos ,  y  eso  que  con  el  viento  norte  estuvo  muy  espuesto 
á  que  se  propagase  el  incendio  á  todo  un  barrio ,  y  es- 
pecialmente al  fuerte ,  que  distaba  muy  poco.  Thompson 
mandó  salir  algunos  soldados  al  mando  de  don  Ma- 
riano Prieto,  y  su  presencia  bastó  para  que  emprendiese 
la  fuga  una  multitud,  á  la  que  solo  envalentonaba  el  valor 
del  salvaje,  la  astucia,  ó  la  superioridad  numérica. 

A  pesar  de  esta  pequeña  ventaja,  la  guarnición  no  es- 
taba de  ninguna  manera  segura  en  su  fortaleza.  Los  in- 
dios ,  á  semejanza  de  los  antiguos  Partos ,  no  tienen  á 
deshonra  el  huir.  Su  sistema  es  vencer  á  golpe  seguro, 
y  jamas  comprometer  su  suerte  en  una  batalla,  si  no  se 
ven  en  la  necesidad  de  aceptarla.  Esto  que  en  tropas  regla- 
das y  disciplinadas,  disminuiría  muchísimo  la  confianza 
del  soldado,  aumentando  la  del  enemigo,  es  para  ellos  un 
acto  de  prudencia ,  consagrado  por  la  costumbre.  Así 
pues,  apenas  se  habían  retirado,  volvieron  en  mayor  nú- 
mero y  con  mas  animación  aun ,  y  en  este  estado  de  cosas 
se  acordó  abandonar ,  sable  en  mano ,  una  fortaleza 
que  no  era  posible  defender.  Señalado  el  í  0  de  marzo 
para  la  salida,  se  hacían  con  actividad  los  preparativos, 
cuando  todos  los  realistas  é  indios  se  retiraron  por  la 
parte  de  Santa- Fe  al  ver  que  se  les  aproximaba  Alcázar, 
quien  habiendo  salido  de  Yumbel  con  algunos  refuer- 
zos, iba  á  tomar  el  mando  del  ejército. 


362 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Guando  Freiré  conoció  toda  la  importancia  de  estas 
montoneras  cada  vez  mas  numerosas  y  osadas,  al  mando 
de  los  arrojados  jefes  Burgos ,  Bocardo ,  Zapata ,  Ci- 
priano Palma,  Pincheira,  los  hermanos  Sánchez,  etc., 
creyó  de  su  deber  marchar  á  aquellos  lugares  de  deso- 
lación, sobre  todo  para  vengar  la  muerte  de  los  desgra- 
ciados prisioneros,  y  de  su  plenipotenciario  Torres,  que 
Benavides  le  habiaparticipado.  Sabedor  de  que  este  ase- 
sino se  encontraba  en  Talcamavida ,  se  dirijió  allá  con 
setecientos  soldados  y  milicianos,  y  llegó  á  los  dos  días 
de  su  salida  de  Concepción.  Benavides  no  tuvo  valor  bas- 
tante para  esperarle  y  se  retiró  á  Gomero ,  de  donde 
también  salió ,  huyendo  de  los  soldados  del  intendente 
que  iban  en  su  persecución.  Así  recorrió  todas  las  cer- 
can/as de  San  Crisloval ,  Rere,  Yumbel  y  Tanaguillin, 
evitando  encontrarse  con  su  enemigo  y  acabando  por 
abandonar  completamente  estos  sitios  para  dirijirse  sobre 
los  Anjeles,  donde  tuvo  la  fatuidad  de  pretender  que  ca- 
pitulase la  guarnición  (1).  La  carta  que  el  21  de  abril 
escribió  con  este  objeto  al  comandante,  era  tan  imperti- 
nente como  ridicula.  En  ella  le  concedía  una  hora  para 
entregarse,  haciéndole  responsable  de  los  males  que  so- 
breviniesen si  se  resistía,  le  contaba  como  de  costumbre 
mil  cuentos  sobre  la  destrucción  del  ejército  de  Freiré,  y 
anadia  :  «  Ya  no  existe  mas  que  sus  reliquias,  víctimas 
dispersas  que  cubren  mi  corazón  de  sentimiento  y  llanto. » 

Una  carta  sentimental  escrita  por  un  hombre  que  tenia 
el  asesinato  por  principio  ,  merecía  una  respuesta  entre 
seria  y  festiva.  Alcázar  le  contestó  en  efecto  «  que  las 
armas  de  la  patria  no  se  rendían ,  que  tenia  harta  pól- 

(1)  Al  decir  de  algunas  personas  consultadas  sobre  este  hecho,  no  fué  fa- 
tuidad sino  un  ardid  de  que  se  valió  para  retirarse  sin  que  le  persiguieran. 


CAPITULO    LIV. 

vora  y  balas  y  buenas  tropas ,  y  que  le  esperaba  á  la 
mesa.  »  Benavides  levantó  al  punto  el  campo  y  su  reta- 
guardia, perseguida  hasta  Duqueco,  pagó  con  algunos 
muertos  la  intimación  de  su  jefe. 

Con  la  salida  de  Freiré  de  Concepción  quedó  esta 
ciudad  sin  tropas  y  abierta  á  la  primera  incursión  del 
enemigo.  Benavides  creyó  que  podría  penetrar  en  ella, 
y  con  este  objeto  marchó  á  su  antiguo  campamento  de 
Curali ,  donde  estaban  los  soldados  que  escaparon  de 
Santa  Juana  cuando  el  capitán  Quintana  tomó  esta  plaza. 

Luego  que  Freiré  lo  supo ,  mandó  que  sus  tropas  pa- 
sasen á  Santa  Juana.  Pasaron  con  efecto  cincuenta  in- 
fantes á  las  órdenes  de  Lctelier  y  hubo  algunas  escara- 
muzas entre  don  Manuel  Jourdan  y  el  capitán  Arias ; 
pero  no  era  esto  lo  que  Freiré  queria,  sino  una  batalla 
en  regla  que  decidiese  la  suerte  de  su  partido,  y  esta  ba- 
talla la  fué  á  buscar  al  mismo  campamento  enemigo. 

Curali  dista  unas  dos  leguas  de  Santa  Juana,  y  se  halla 
situado  en  el  fondo  de  un  valle ,  cuyas  montañas  están 
cubiertas  de  bosques  vírjenes  muy  espesos.  La  naturaleza 
se  había  encargado  de  fortificar  este  punto ,  y  los  jefes 
se  habían  limitado  á  cortar  algunos  árboles  para  obstruir 
las  estrechas  sendas  con  sus  troncos.  Las  lluvias  conti- 
nuas habían  dificultado  aun  mas  el  paso  por  estas  sendas, 
y  sin  embargo  Freiré  no  titubeó  un  instante  en  lanzarse 
á  estos  peligrosos  desfiladeros  :  tal  era  su  deseo  de  avis- 
tarse con  su  enemigo.  Al  dia  siguiente  de  llegar,  dividió 
sus  setecientos  hombres  en  dos  columnas,  y  reservándose 
el  mando  de  la  una ,  dio  al  valiente  coronel  Merinos  el 
de  la  otra,  compuesta  casi  toda  de  caballería,  pertene- 
ciente en  su  mayor  parte  á  la  milicia  de  Quirihue ,  y 
muy  pocos  infantes.  El  Io  de  mayo  de  1819  las  dos  co- 


¡ 


HISTORIA    DE    CHILE» 

lumnas  emprendieron  la  marcha  por  dos  caminos  dife- 
rentes ,  habiendo  tenido  la  desgracia  de  que  una  lluvia 
que  caia  á  torrentes  les  obligase  á  entrar  y  salir  de  Santa 
Juana  muchas  veces,  por  manera  que  hasta  las  dos  de 
Sa  tarde  no  pudieron  avanzar  definitivamente ,  y  eso 
venciendo  mil  dificultades.  Merino,  á  la  cabeza  de  su  ca- 
ballería, llegó  primero.  Teniendo  que  dar  un  gran  rodeo 
para  evitar  los  caminos  que  estaban  obstruidos  con  los 
troncos  de  los  árboles,  y  sumamente  molestado  por  una 
luvia  continua ,  no  pudo  llegar  hasta  una  hora  antes  de 
la  noche ;  pero  aun  le  quedó  tiempo  para  caer  sobre  el 
enemigo  ya  en  fuga  declarada,  perseguirlo  y  acuchillarlo 
á  todo  su  sabor,  hasta  que  la  obscuridad  y  el  agua  que 
no  cesaba,  vino  á  favorecer  la  huida  del  uno  é  inutilizar 
el  ardor  del  otro.  Precisado  á  renunciar  á  su  sangrienta 
persecución  ,  se  dirijió  al  campamento  enemigo,  donde  se 
hallaba  ya  Freiré  con  su  columna. 

El  encuentro  de  Gurali  se  consideró  como  una  victoria, 
porque  en  él  quedó  destruida  la  montonera  mas  nume- 
rosa y  la  que  mandaba  un  hombre  que  tenia  cierto  pres- 
tijio,  y  que  engrosaba  su  pequeño  ejército  con  una  pron- 
titud espantosa.  De  los  seiscientos  ó  setecientos  hombres 
que  tenia  Benavides,  apenas  escaparon  ciento  ,  y  los  de- 
mas  fueron  muertos ,  cojidos  ó  dispersados  :  de  estos 
unos  se  incorporaron  á  otras  guerrillas  y  otros  hicieron 
su  sumisión  ala  patria.  Pocos  dias  después,  los  tenientes 
de  Freiré,  Victoriano,  Riquelme,  etc.,  añadieron  nuevos 
trofeos  á  esta  victoria ,  y  él  mismo  queriendo  perseguir 
al  enemigo  hasta  sus  últimos  atrincheramientos,  es  decir, 
hasta  Arauco,  punto  á  que  se  habia  retirado  con  una  vein- 
tena de  personas ,  dio  orden  al  capitán  del  buque  Arau- 
cano de  ir  á  colocarse  delante  de  esta  plaza  con  bandera 


CAPITULO    L1V. 

española,  mientras  él  siguió  sus  huellas  sin  descanso,  y 
le  alcanzó  en  Garampangue ,  adonde  había  ido  con  la 
guarnición  de  Arauco  á  disputar  este  paso.  El  coronel 
Merino  fué  el  encargado  de  pasar  el  primero  el  rio,  y  á 
la  cabeza  de  sus  cazadores  no  tardó  en  dispersar  aquellos 
frájiles  restos,  matar  siete  ú  ocho  y  obligar  á  los  res- 
tantes árefujiarse  en  Tubul,  donde  habia  gran  número 
de  familias. 

Era  importante  conservar  la  pequeña  plaza  de  Arauco, 
no  tanto  por  sus  fortificaciones,  como  por  su  posición  , 
que  dominaba  á  todos  los  indios  de  la  costa.  Pero  para 
esto  se  necesitaban  tropas  en  bastante  número,  y  tan  no 
las  tenia  Freiré ,  que  en  cuanto  regresó  á  Concepción  se 
vio  obligado  á  levantar  algunas  milicias.  Ademas,  la 
plaza  de  Arauco,  enteramente  desierta  como  estaba ,  no 
podia  suministrar  nada  ni  en  víveres  ni  en  vestuario,  y 
por  otra  parte  esperaba  que  el  enemigo  no  podría  reha- 
cerse en  algún  tiempo  :  todo  lo  cual  le  indujo  á  dedi- 
carse esclusivamente  á  reformas  administrativas  ,  tan 
necesarias  en  una  provincia  que  carecía  desde  largo 
tiempo  de  toda  clase  de  organización.  Pero  bien  pronto 
supo  por  esperiencia  que  un  jefe  como  Benavides  puede 
muy  bien  ser  batido,  pero  vencido  nunca ,  pues  al  poco 
tiempo  se  presentó  á  la  cabeza  de  un  nuevo  ejército  pro- 
tejido por  numerosas  guerrillas ,  que  Alcázar  contenia 
con  dificultad  y  muchas  veces  con  grandes  pérdidas , 
como  le  sucedió  el  Io  de  octubre  al  gobernador  de  Chi- 
llan don  Pedro  Nolasco  de  Victoriano. 

A  pesar,  pues,  de  la  victoria  de  Curali,  que  pareció  en 
un  principio  tan  decisiva,  la  provincia  de  Concepción  no 
recobró  la  tranquilidad ;  pero  la  mayor  desgracia  de  sus 
habitantes  fué  que  desde  la  salida  de  Sánchez,  la  guerra 


kJfi . 


HISTORIA    DE    CflILE. 


iba  tomando  cada  dia  un  carácter  mas  salvaje.  No  tenia 
nada  de  lea!  ni  de  regular  :  las  partidas,  compuestas  en 
jeneral  de  hombres  sin  corazón  y  sin  ley ,  recorrían  la 
provincia  en  todas  direcciones  y  llevaban  á  todas  partes 
la  desolación  y  el  esterminio,  pues  á  los  realistas  les  ser- 
via muchas  veces  de  estímulo  el  fanatismo,  este  principio 
deenerjía,  y  á  los  indios  la  barbarie,  este  principio 
de  destrucción.  Aunque  Alcázar  con  su  grande  actividad 
hizo  perseguir  estas  guerrillas,  ellas,  consecuentes  á  su 
táctica  de  no  aceptar  la  batalla,  conseguían  evitarla  con 
frecuencia.  Sin  embargo,  en  el  mes  de  octubre  se  atre- 
vieron á  marchar  sobre  los  Anjeles  llevando  la  intención 
de  acabar  con  la  ciudad  y  con  la  fortaleza ,  pero  don 
Isaac  Thompson,  que  el  29  salió  á  su  encuentro  con  dos- 
cientos hombres  y  algunos  milicianos,  los  derrotó  fácil- 
mente, porque  hacían  las  espediciones  sin  regla  ni  com- 
binación alguna.  Esto  mismo  sucedió  á  la  de  Vicente 
Elizondo  atacada  el  20  de  setiembre  en  los  Quilmos  por 
los  capitanes  don  Pedro  José  Riquelme  y  don  José  Lave 
y  á  cuantas  intentaron  alguna  acción  ó  se  vieron  en  la 
necesidad  de  aceptarla. 

Estos  reveses  no  desanimaban  á  Benavides.  Con  los 
milicianos  que  disciplinaba  Bocardo ,  y  con  los  vaga- 
mundos y  aventureros  que  no  faltaban  en  abundancia,  sus 
montoneras  se  rehacían  tan  pronto  como  eran  dispersa- 
das. Su  posición  se  mejoraba  ademas  con  la  esperanza 
de  recibir  algunos  refuerzos  de  Lima,  según  se  lo  ofrecía 
Pezuela  en  un  oficio  en  que  le  confirmó  el  nombramiento 
de  comandante  de  las  tropas  que  operaban  en  Chile. 
Benavides  con  su  tacto  acostumbrado  tenia  buen  cuidado 
de  propalar,  exajerándolas  ,  las  promesas  del  virey.  A 
su  cuñado  Ferrer  le  escribió  que  del  20   al  26  de  se- 


CAPÍTULO    L1V. 

tiembre  desembarcaría  una  espedicion  en  San  Antonio 
para  marchar  sobre  Santiago  y  que  irían  á  reunirse  con 
él  los  Valdivianos  y  los  Chilotes  :  á  Zapata  le  habia  di- 
cho antes,  encargándole  que  lo  divulgase  ,  que  habían 
salido  de  Lima  en  veinte  y  un  buques  y  catorce  lanchas 
cañoneras,  siete  mil  ochocientos  ochenta  y  cinco  hom- 
bres :  á  otros  por  último  les  aseguraba  que  se  habían  em- 
barcado de  España  ocho  mil  hombres  para  Chile,  y  doce 
mil  para  Buenos-Aires.  A  fin  de  que  se  diese  crédito  á 
estas  noticias  repartía  gacetas  de  Lima  ,  en  que  se  anun- 
ciaban algunas  de  ellas. 

Lo  que  daba  algún  viso  de  verdad  á  sus  noticias  era 
que  con  efecto  recibió  unos  cortos  socorros  de  Lima  y  que 
se  le  reunió  yendo  de  Ghiloe,  el  teniente  coronel  Carrero, 
hombre  muy  activo  y  diestro ,  de  que  fué  buena  prueba 
el  golpe  atrevido  que  dio  pocos  dias  después  de  su  de- 
sembarque. 

Hacia  tiempo  que  deseaba  Benavides  un  barco  para 
poder  estar  en  comunicación  con  las  provincias  del  sur 
dominadas  por  su  partido,  y  con  Lima,  depósito  jeneral 
del  material  de  guerra.  En  los  momentos  de  llegar  Car- 
rero, una  fragata  mercante  La  Dolores  ancló  en  la  bahía 
de  Talcahuano,  y  resolvieron  apoderarse  de  ella  por 
sorpresa.  Al  efecto  marchó  Carrero  á  aquella  ciudad,  dis- 
frazado así  él  como  los  que  le  acompañaban,  y  aprove- 
chando una  noche  oscura,  avanzó  osadamente  á  la  fra- 
gata, se  apoderó  de  ella,  de  los  trece  marineros  que  la 
tripulaban  y  del  capitán,  y  levando  anclas  salió  de  la 
bahía  el  buque  para  Arauco ,  de  donde  partió  pocos  dias 
después  para  Chiloe  á  las  órdenes  del  mismo  Carrero  en 
busca  de  algunos  socorros. 

Benavides,  como  tenia  de  costumbre,  obligó  á  los  ma- 


868 


HISTORIA    DE    CHILE. 


rineros  á  que  tomasen  las  armas  en  favor  de  su  partido, 
habiendo  sido  cruelmente  asesinados  los  que  se  resistieron 
á  seguirle,  entre  los  que  se  contaba  el  capitán  don  Agustin 
Borne ,  pariente  del  director  O'Higgins.  En  honor  á  la 
verdad  debo  decir  sin  embargo,  que  desde  San  Pedro 
se  le  hicieron  proposiciones  á  Freiré  el  11  de  setiembre 
para  el  canje  de  estos  marineros  con  igual  número  de  sol- 
dados, y  el  de  Borne  con  la  familia  de  Sánchez  de  Chile,  y 
que  por  no  haberse  verificado  tuvieron  lugar  los  asesinatos. 

Mientras  los  realistas  que  estaban  por  la  parte  de  Arauco 
se  entregaban  á  estos  actos  de  vandalismo,  los  del  llano  de 
la  Laja  continuaban  sus  estragos ,  y  de  tiempo  en  tiempo 
hasta  se  atrevían  á  querer  atacar  á  Alcázar  en  sus  atrin- 
cheramientos. La  montonera  de  don  Juan  de  Dios  Seguel, 
compuesta  de  doscientos  hombres  próximamente,  era  la 
que  manifestaba  mas  ardor  y  confianza ,  pues  atravesó 
la  Laja  muchas  veces  y  se  dejó  ver  en  los  alrededores  de 
Tucapel.  Un  dia  que  estaba  acampada  cerca  del  vado  de 
Guramilahue,  se  propuso  Alcázar  atacarla,  y  el  19  de 
noviembre  por  la  noche  salió  de  los  Alíjeles  por  un  ca- 
mino desierto  para  llegar  sin  ser  apercibido.  El  ataque 
lo  dio  en  el  momento  en  que  el  enemigo  iba  á  emprender 
la  fuga,  circunstancia  que  introdujo  la  confusión  en  sus 
filas  y  que  fué  causa  de  que  los  cazadores  pudiesen  acu- 
chillarlo á  su  sabor  :  pocos  escaparon  y  los  que  tuvieron 
tiempo  de  atravesar  el  rio,  cayeron  en  manos  del  capitán 
Florez,  apostado  por  Alcázar  en  el  otro  lado,  de  suerte 
que  la  montanera  pereció  casi  entera,  incluso  su  coman- 
dante el  famoso  Seguel. 

Otro  hecho  de  armas  de  esta  época,  de  mucha  menos 
consecuencia ,  pero  mucho  mas  honroso  para  las  de  los 
patriotas ,  fué  la  magnífica  defensa  que  hizo  en  Yumbel 


CAPITULO    L1V. 

el  valiente  capitán  don  Manuel  Quintana.  Después  de  la 
derrota  de  la  montonera  de  Seguel,  Bocardo  quiso  vengar 
la  muerte  de  este  jefe ,  haciendo  una  espedicion  mucho 
mas  importante.  En  diciembre  de  1819  salió  de  Quila- 
Palo  con  doscientos  soldados  y  cien  indios  mandados  por 
Grandon ,  á  los  que  incorporó  en  San  Carlos  las  tropas 
de  Zapata  y  los  indios  de  Burgos.  Con  este  pequeño  ejér- 
cito en  que  habría  unos  mil  hombres,  á  saber,  trescientos 
españoles  armados  con  fusiles  al  mando  de  Elizondo  y 
Zapata ,  y  setecientos  indios  con  lanzas  al  de  Burgos  y 
Sánchez ,  se  dirijió  por  el  lado  de  los  Anjeles,  donde  solo 
tuvo  que  sufrir  algunos  tiroteos,  y  después  pasando  por 
el  salto  de  la  Laja,  fué  á  presentarse  delante  de  Yumbel. 
No  habia  en  aquel  momento  en  esta  plaza  mas  que  cua- 
renta cazadores  reclutas,  veinte  artilleros  y  treinta  y  tres 
infantes  del  batallón  de  Carampangue,  pues  de  las  demás 
tropas,  los  cazadores  habian  pasado  á  Chillan  y  los  in- 
fantes á  Concepción.  Era  una  fuerza  demasiado  corta  para 
hacer  frente  á  un  enemigo  tan  numeroso,  y  mandado  por 
el  arrojado  Bocardo  ;  pero  los  que  han  conocido  á  don 
Manuel  Quintana  no  se  admirarán  ciertamente  de  que 
este  oficial  osase  medir  sus  armas  con  las  de  aquel  y 
resistiese  con  intrepidez  todos  sus  ataques.  El  incendio 
de  una  parte  de  la  ciudad  le  obligó  desde  el  principio  á 
refujiarse  al  cerro  que  hoy  lleva  su  nombre,  y  mandó  al 
joven  don  Manuel  Bulnes  que  á  la  cabeza  de  catorce  caza- 
dores cargase  á  mas  de  cien  realistas  é  indios,  que  su- 
bían por  el  lado  de  la  ciudad.  Estos  huyeron  por  de 
pronto,  pero  no  tardaron  en  volver  con  unos  cien  infantes 
de  refuerzo,  y  cargaron  al  joven  Bulnes,  á  quien  ya  casi 
tocaba  con  la  lanza  Marilhuan ,  cuando  uno  de  sus  sol- 
dados disparó  con  tal  acierto  al  cacique,  que  le  rompió 

VI.  Historia.  24 


-~&¿ 


HISTORIA    Dfí    CHILE. 


el  brazo  derecho ,  salvando  así  á  la  patria  un  militar  des- 
tinado á  darla  tantos  dias  de  gloria. 

Bulnes  continuó  dueño  de  la  angostura,  defendién- 
dola con  valor  y  firmeza  á  la  cabeza  del  corto  número 
de  sus  soldados,  de  los  que  solo  su  asistente  quedó 
fuera  de  combate.  Al  mismo  tiempo  Quintana  sostenía 
con  enerjía  admirable  desde  ía  cumbre  del  cerro,  los 
numerosos  ataques  de  Zapata  contra  la  artillería,  é 
inutilizaba  los  estraordinarios  esfuerzos  de  los  demás 
jefes  (1).  Estos  diferentes  ataques  duraron  cerca  de  cinco 
horas,  sin  que  el  cansancio  debilitase  la  firmeza  de  los 
sitiados  ni  el  valor  de  los  sitiadores,  y  si  al  cabo  estos  se 
retiraron ,  fué  porque  vieron  que  á  los  patriotas  les  lle- 
gaba un  refuerzo  de  sesenta  hombres  del  número  1  de 
Chile,  y  doscientos  milicianos,  los  cuales  tomaron  posi- 
ción en  el  cerro  de  Parra  á  corta  distancia  del  de  Quin- 
tana, que  no  abandonaron  hasta  después  de  haberse  mar- 
chado los  realistas. 

Esta  pequeña  acción ,  mas  gloriosa ,  como  ya  hemos 
dicho,  por  la  brillante  resistencia  que  hizo  un  puñado 
de  patriotas,  que  por  sus  resultados,  solo  costó  á  la 
patria  tres  muertos  y  cinco  heridos,  mientras  que  los 
realistas  perdieron  mas  de  sesenta  hombres.  Quintana, 
el  héroe  de  esta  acción,  dejó  á  los  recien  llegados  en  el 
cerro  que  habia  sido  teatro  de  la  resistencia  y  se  ocupó 
de  construir  en  el  de  la  Centinela  una  especie  de  reducto, 
temeroso  de  que  Bocardo  volviese  á  atacarle.  Pero  el 
resultado  de  su  tentativa  habia  sido  demasiado  humillante 
para  que  quisiese  volver  á  emprenderla  en  el  mismo  sitio 

(1)  Don  Manuel  Quintana  me  lia  hablado  muchas  veces  de  esta  acción  con 
una  animación  estraordinaria.  Sus  ojos  echaban  fuego,  accionaba  con  gran  vi- 
veza, y  su  manera  de  hablar,  inagotable  como  siempre,  daba  á  la  narración 
un  carácter  lleno  de  convicción  y  de  entusiasmo. 


CAPITULO    LIV. 


y  prefirió  repetirla  contra  los  Anjeles  defendido  por  Al- 
cazar.  Al  llegar  al  Avellano  encontró  unos  patriotas  que 
auxiliados  por  los  indios  de  Santa-Fe,  quisieron  impedirle 
el  paso.  El  famoso  Sánchez ,  algo  atolondrado  con  el 
aguardiente  que  habia  bebido  por  la  mañana,  cargó  sobre 
los  patriotas  con  una  impetuosidad  digna  de  mejor  causa, 
y  se  encontró  en  medio  de  los  indios  de  Santa-Fe  que 
no  conoció ,  los  cuales  le  echaron  el  lazo  y  lo  llevaron  á 
la  plaza  de  los  Anjeles,  donde  fuá  ahorcado.  El  cacique 
Marilhuan  quedó  herido,  y  lo  mismo  el  intrépido  Zapata, 
á  quien  le  mataron  el  caballo  salvándose  á  favor  de  unas 
cercas.  Los  patriotas  tuvieron  que  lamentar  al  valiente 
Marihuala,  cacique  de  Santa- Fe. 

No  fué  mas  afortunado  Benavides  en  sus  escursiones. 
En  un  ataque  que  dio  á  San  Pedro  fué  rechazado  con  el 
mayor  vigor  y  pagó  cara  su  temeraria  empresa.  En  todas 
partes  eran  las  guerrillas  rechazadas  y  batidas,  pero  no 
vencidas.  Todo  se  reducía  á  escaramuzas  que  no  deci- 
dían nada,  y  cuyos  resultados,  aunque  sensibles  para  los 
realistas,  no  podían  de  ninguna  manera  desconcertar  á 
hombres  de  su  temple.  Todas  sus  pérdidas  quedaban 
reparadas  al  cabo  de  pocos  meses,  pues,  como  nunca  les 
faltaban  indios  que  se  les  uniesen ,  sus  guerrillas  se  pre- 
sentaban nuevamente  con  arrojo  y  decisión.  Esperaban 
ademas  que  Valdivia  les  enviaría  algunos  refuerzos , 
sobre  todo  luego  que  llegasen  las  tropas  que  llevaba 
Sánchez  á  aquella  ciudad. 

Estas  tropas  llegaron  en  efecto  después  de  haber  pa- 
sado penas  infinitas.  Desde  su  salida  de  Angol ,  donde 
hemos  visto  que  los  indios  hicieron  fuerte  resistencia 
á  su  paso ,  su  marcha  no  fué  menos  penosa ,  especial- 
mente al  atravesar  la  cordillera  de  la  costa,  cuyos  ca- 


372 


HISTORIA.    DE    CHILE. 


minos,  muy  escabrosos  y  muy  estrechos ,  estaban  obs- 
truidos con  numerosos  troncos  de  árboles  y  llenos  de  un 
barro  resbaladizo  que  álos  caballos  les  llegaba  á  los  pe- 
chos. Estos  caminos  fueron  los  que  atravesaron  las  fami- 
lias de  los  emigrados  y  las  delicadas  monjas  trinitarias, 
que  muchas  veces  tuvieron  que  ir  á  pié  detras  del  ejér- 
cito, alentadas  solamente  por  su  vivo  fervor,  por  el  canto 
del  trisajio  que  tenían  aun  fuerza  bastante  para  entonar, 
y  por  la  presencia  de  un  crucifijo  grande  que  alternando 
llevaba  una  de  ellas,  escepto  cuando  el  mal  estado  del 
camino  hacia  temer  una  caida,  que  entonces  se  confiaba 
á  un  criado. 

Después  de  cinco  dias  de  marcha  tan  difícil,  el  ejército 
y  los  emigrados  llegaron  á  Tucapel ,  donde  descansaron 
algún  tiempo.  Las  monjas  no  quisieron  continuar  ade- 
lante, y  se  instalaron  en  la  orilla  septentrional  del  rio 
Levu ,  en  el  sitio  llamado  Curapalihue.  Muchos  emigrados 
siguieron  su  ejemplo,  no  atreviéndose  á  ir  mas  lejos  en 
una  tierra  tan  inhospitalaria  y  tan  peligrosa  por  la  clase 
del  terreno*.  En  una  revista  que  paso  el  comisario  don 
José  Mar/a  Gasmuri  aparecieron  mil  sesenta  y  cuatro 
entre  soldados  y  jefes ,  por  manera  que  desde  la  ante- 
rior, pasada  en  Nacimiento,  los  desertores  y  estraviados 
apenas  llegaban  á  cincuenta  y  cuatro  (1).  Pero  cuando 
el  8  de  marzo  emprendieron  de  nuevo  el  camino,  los 
trabajos  que  volvieron  á  empezar  y  las  dificultades  de 

(1)  La  clasificación  de  estos  mil  sesenta  y  cuatro  hombres  era  la  siguiente  s 
ocho  comandantes  y  deinas  jefes  de  superior  graduación  ,  veinte  y  un  capi- 
tanes, treinta  y  cinco  tenientes,  treinta  y  un  subtenientes,  ochenta  y  siete  sár- 
jenlos, ciento  cuarenta  y  dos  cabos,  cuarenta  tambores  ysetecienios  noventa 
y  cinco  soldados.  De  los  cincuenta  y  cuatro  hombres  que  fallaban,  veinte 
eran  soldados  de  Cantabria,  ocho  artilleros,  nueve  zapadores  y  diez  y  sieie 
cazadores  y  dragones.  Notas  dadas  por  don  Sa 'urnino  García,  oficial  de  la 
espediciofi. 


*r*B?m 


CAPITULO    L1V. 

obtener  de  los  indios  el  permiso  del  paso,  todo  introdujo 
el  desaliento  en  el  ejército,  y  promovió  la  deserción  hasta 
el  punto  que  al  llegar  á  Valdivia  á  mediados  de  abril  de 
1819,  no  quedaban  mas  que  ochocientos  hombres  ,  nú- 
mero sin  embargo  bastante  para  reforzar  á  Benavides,  á 
quien  se  le  consideraba  en  aquellas  circunstancias  el 
único  capaz  de  dirijir  la  guerra  de  esterminio,  que  había 
promovido  la  desesperación. 


CAPITULO  LV. 

Dificultades  que  encuentra  O'Hlggins  para  organizar  una  segunda  espedicion.- 
Establecimiento  de  un  depósito  de  comercio  en  Valparaíso.-  La  nueva  es- 
pedición  parte  contra  el  Perú.-  Proyecto  de  incendiar  la  escuadra  enemiga 
y  mal  resultado  de  los  cohetes  á  la  congreve  y  del  brulote.- El  capitán  Guise 
se  apodera  de  Pisco.  -  Muerte  del  teniente  coronel  Charles—  Lord  Cochrane 
entra  en  el  rio  Guayaquil  á  atacar  la  fragata  Prueba  y  captura  la  Águila  y 
la  Begona.-  Regreso  de  la  escuadra  hacia  Valparaíso  y  resolución  del  almi- 
rante de  ir  á  reconocer  el  puerto  de  Valdivia.  -  Se  presenta  en  él  con  pa- 
bellón español  y  se  apodera  de  una  chalupa  con  algunos  marineros  y  del 
Potrillo.  -  Decidido  lord  Cochrane  á  atacar  la  plaza  ,  vá  en  busca  del  in- 
tendente para  hablarle  de  este  proyecto  y  Freiré  le  dá  doscientos  cincuenta 
hombres.  -  Ataque  de  los  diferentes  fuertes  por  Beauchef,  que  se  apodera 
de  ellos.-  Valdivia  en  poder  de  los  patriotas.-  Lord  Cochrane  se  hace  á  la 
vela  para  Chiloe  y  ataca  el  fuerte  de  Aguy.-  Mal  resultado  de  este  ataque  - 
Vuelve  Cochrane  á  Valdivia  y  después  á  Valparaíso.  -  Batalla  del  Toro  ga- 
nada por  Beauchef. 


Si  O'Higgins  se  vio  en  la  necesidad  de  descuidar  al- 
gún tanto  el  ejército  del  sur  y  casi  abandonarlos  jefes  á 
sus  propios  recursos,  fué  porque  él  se  encontraba  en  una 
posición  muy  crítica.  Se  trataba  en  aquel  momento  de 
una  espedicion  española  de  veinte  mil  hombres  que  de- 
bía salir  de  Cádiz  para  apoderarse  de  la  república  arjen- 
tina  en  el  mes  de  agosto  ó  setiembre,  y  esto  unido  á  las 
convulsiones  de  algunos  pueblos  de  dicha   república, 
obligó  á  San  Martin  á  marchar  al  lado  de  su  gobierno^ 
dirijiendo  allá  el  batallón  de  cazadores  de  infantería,  el 
rejimiento  de  cazadores  á  caballo  de  su  escolta ,  tres  es- 
cuadrones de  granaderos  y  medio  batallón  de  artillería. 
Sabíase  igualmente  que  estaban  destinados  dos  navios  de 
línea  y  una  fragata  á  reforzar  la  escuadra  del  mar  del 
sur. 

Como  el  imperio  de  los  mares  era  el  principio  invariable 


CAPITULO    LV. 


del  director,  se  dedicó  á  un  nuevo  armamento  contra  el 
Perú ,  ocupando  todo  su  tiempo  y  toda  su  atención  en 
prevenir  los  malos  efectos  de  semejante  refuerzo.  Si  para 
la  primera  espedicion  hubo  que  vencer  dificultades  inau- 
ditas, no  se  presentaban  ni  menores  ni  menos  graves 
para  la  segunda  ,  por  la  especie  de  desmoralización  que 
habia  cundido  en  la  armada,  compuesta ,  como  sucede 
en  toda  lejion  estranjera,  de  una  multitud  de  hombres 
mercenarios,  sin  lazos  que  los  uniesen,  sin  principios,  y 
dispuestos  siempre  á  la  insubordinación.  Aunque  se  les 
daban  todas  las  presas  casi  por  entero,  bastaba  que  se 
les  debiera  algunos  meses  de  sueldo  para  que  estuviesen 
descontentos,  sobrescitados,  y  desertaran  al  fin ;  lo  cual 
hacian  con  tal  desfachatez,  que  en  poco  tiempo  queda- 
ron algunos  buques,  no  ya  sin  un  solo  soldado  ni  mari- 
nero, pero  ni  aun  con  contramaestres  y  oficiales. 

En  medio  de  tanto  desorden ,  O'Higgins  se  mostró 
como  siempre,  lleno  de  confianza,  de  jenio  y  de  actividad. 
Confió  en  su  crédito  como  en  un  principio,  y  es  necesario 
decirlo,  gracias  á  esta  confianza  en  sí  mismo  y  al  patrio- 
tismo de  sus  conciudadanos,  venció  también  esta  vez  su 
difícil  posición.  Para  conseguirlo  promovió,  como  de  eos- 
tumbre,  suscripciones  voluntarias ,  levantando  emprésti- 
tos, y  creó  ciertos  impuestos  obligatorios  hasta  para  las  cla- 
ses mas  privilejiadas,  como  los  estranjerosy  el  clero.  La 
medida  con  respecto  á  este  era  tan  contraria  al  espíritu  de 
la  nación,  mucho  mas  cuando  hacia  poco  tiempo  que  se 
habian  rebajado  los  réditos  de  censos  y  capellanías,  que 
el  decreto  se  redactó  con  gran  timidez,  y  para  llevarlo  á 
ejecución  se  consultó  antes  á  lejistas  entendidos,  y  el  ca- 
nónigo Cienfuegos  publicó  un  escrito  demostrando  que  no 
era  contrario  á  los  derechos  y  cánones  de  la  iglesia.   En 


376 


HISTORIA    DE    CHILE. 


lo  concerniente  á  los  estranjeros  O'Higgins  dejó  sin 
efecto  la  imposición,  luego  que  vio  su  jenerosidad  estre- 
mada en  tomar  parte  en  el  empréstito,  cuanto  mas  que 
deseaba  ardientemente  fomentar  el  tráfico  esterior,  verda- 
dero elemento  de  civilización  y  bienestar,  á  cuyo  efecto 
mejoró  notablemente  el  reglamento  del  comercio  libre 
de  1813.  Estableció  en  Valparaíso  un  depósito  de  mer- 
caderías ,  el  primero  que  hubo  en  el  mar  del  Sur,  po- 
niendo en  él  almacenes  de  franquicia  para  suspender 
los  derechos  onerosos  de  aduana  y  fomentar  el  tráfico 
internacional  que  preveía  para  época  muy  cercana,  aten- 
dido el  estado  de  la  guerra.  Rebajó  ademas  considera- 
blemente los  derechos  de  aduana  y  abolió  los  de  la  es- 
traccion  del  numerario,  que  eran  el  tres  por  ciento  para 
el  oro  y  el  cinco  para  la  plata.  Por  último  introdujo  una 
multitud  de  mejoras  en  cuanto  tenia  relación  con  el  co- 
mercio ,  preparando  así  por  medio  de  un  sistema  cada 
vez  menos  restrictivo,  la  alta  influencia  que  ha  alcanzado 
el  puerto  de  Valparaíso,  depósito  jeneral  hoy  de  todo  el 
comercio  del  mar  del  sur. 

El  objeto  de  la  nueva  espedicion  que  se  preparaba 
contra  el  Perú  debía  ser,  según  la  opinión  de  lord  Co- 
chrane,  incendiar  los  buques  anclados  en  la  bahía  del 
Callao  al  abrigo  de  los  fuegos  de  sus  fuertes.  Al  efecto 
encargó  á  Goldsack  que  construyese,  bajo  la  dirección 
del  teniente  coronel  Charles,  algunas  bombas  y  gran 
número  de  cohetes  á  la  Congreve,  y  destinó  los  dos  buques 
mercantes  recientemente  apresados,  la  Victoria  y  la  Je- 
rezana, á  que  sirviesen  primero  de  transportes  y  luego 
de  brulotes  para  completar  los  efectos  de  dichos  cohetes. 
Este  trabajo  duró  tres  meses  próximamente ,  y  eH  2  de 
setiembre  de  1819  la  escuadra  estuvo  lista  para  hacerse 


CAPITULO    LV. 

á  la  vela.  Se  componía  de  la  O'Higgins,  el  San  Martin,  la 
Lautaro,  el  Galvarino, etc. ,  los  dos  transportes  brulotes  y  la 
Independencia ,  fragata  de  veinte  y  ocho  cañones  recien 
llegada  de  los  Estados-Unidos,  formando  un  total  de  siete 
buques  de  guerra  armados  con  doscientos  treinta  y  dos 
cañones  y  montados  por  gran  número  de  marineros  y 
muchos  soldados,  entre  otros,  los  cuatrocientos  hombres 
del  batallón  de  marina  que  O'Higgins  habia  organizado 
últimamente  y  que  mandaban  el  teniente  coronel  Charles 
y  el  mayor  Miller. 

La  escuadra  arribó  á  Coquimbo  para  tomar  mas  tro- 
pas, y  de  allí  siguió  inmediatamente  al  Callao,  adonde 
llegó  el  28  de  setiembre.  Por  una  de  esas  inspiraciones 
propias  de  guerreros  de  corazón,  propuso  lord  Cochrane 
al  virey,  con  objeto,  según  decia,  de  salvar  las  propie- 
dades particulares ,  un  desafío  regular,  es  decir,  que  un 
combate  singular  entre  igual  número  de  buques  monta- 
dos por  igual  número  de  hombres  y  cañones,  decidiese  la 
suerte  de  las  dos  flotas.  El  virey,  que  no  quería  perder 
su  superioridad ,  contestó  que  lo  que  se  le  proponía  no 
estaba  en  uso  y  que  tenia  que  cumplir  otros  deberes  mas 
que  el  de  satisfacer  su  amor  propio.  En  vista  de  esta  res- 
puesta ,  lord  Cochrane  llamó  á  los  comandantes  de  los 
buques,  les  dio  sus  instrucciones,  y  «  en  la  noche  del 
Io  de  octubre,  dice  García  Reyes,  tres  balsas  dirijidas 
por  el  teniente  coronel  Charles ,  el  mayor  Miller  y  el  ca- 
pitán Hind ,  partieron  en  busca  de  la  línea  enemiga,  re- 
molcadas por  los  bergantines  Galvarino,  Araucano  y  Pueyr- 
redon.  Charles  y  Hind  debían  dirijir  los  cohetes,  Miller 
las  bombas.  El  San  Martin,  la  O'Higgins  y  el  Lautaro, 
buques  fuertes  y  de  gruesa  artillería,  recibieron  orden  de 
cargar  por  el  costado  opuesto  á  las  balsas,  aprovechán- 


HISTORIA    DE    CHILE. 

dose  de  la  confusión  que  habia  de  producir  el  ataque  de 
estas  últimas,  y  la  Independencia  debia  voltejear  por  la 
bahía  para  aprender  los  buques  enemigos  que  intentasen 
escapar.  Por  desgracia,  una  combinación  tan  bien  con- 
certada se  frustró  de  todo  punto.  Los  cohetes  en  que  se 
tenia  puesta  la  principal  confianza  fallaron  casi  comple- 
tamente :  unos  reventaban  á  mitad  de  su  carrera ,  otros 
caian  al  agua,  ó  bien  jirando  por  el  aire,  tomaban  una 
dirección  enteramente  opuesta  á  la  que  se  les  quería  dar. 
El  viento  faltó  también  y  dejó  sin  movimiento  la  escua- 
dra; de  manera  que  después  de  haber  pasado  una  noche 
entera  bajo  el  fuego  destructor  de  las  baterías,  los  ber- 
gantines y  las  balsas  se  retiraron  á  la  línea  de  bloqueo 
con  el  pesar  de  haber  perdido  al  activo  y  valiente  joven 
don  Tomas  Bayllie,  teniente  del  Galvarino,  con  veinte 
hombres  mas,  y  de  haberse  inutilizado  por  entonces  el 
capitán  Hind,  en  cuya  balsa  reventaron  una  porción  de 
cohetes  con  gran  daño  de  la  jente  que  la  servia.  » 

En  las  noches  succesivas  se  siguieron  lanzando  muchí- 
simos cohetes,  que  aunque  mejor  confeccionados  no  die- 
ron resultados  mayores.  De  cada  seis,  uno  todo  lo  mas, 
tomaba  la  dirección  que  se  quería,  los  otros  seguian  la 
contraria  ó  reventaban  antes  de  llegar,  con  asombro  de 
los  oficiales  acostumbrados  á  ver  esta  clase  de  proyectiles. 
Lord  Gochrane,  sobre  todo,  estaba  desesperado  con  un  in- 
cidente que  no  sabia  esplicarse ;  mas  sin  embargo  continuó 
los  disparos  y  el  dia  5  intentó  ademas  el  ensayo  de  un 
brulote ,  que  confió  á  Morgell ,  oficial  entendido  y  de  re- 
solución. La  brisa,  sin  ser  fuerte,  era  bastante  para  que 
marcharan  el  brulote  á  toda  vela  y  los  bergantines  que 
llevaban  al  sitio  del  combate  las  lanchas  en  que  iban  los 
bomberos  y  coheteros,  cubiertos  con  sus  preserva-vidas 


CAPITULO    LV. 


hechos  de  hoja  de  lata.  Desgraciadamente  cuando  todo  se 
preparaba  como  quería  el  almirante ,  la  brisa  faltó  de 
repente  y  una  calma  completa  puso  el  brulote  á  merced 
de  los  tiros  de  cañón  de  la  fortaleza  y  de  los  buques  es- 
pañoles. En  esta  difícil  posición  no  le  quedó  á  Morgell 
otro  partido  que  pasarse  á  su  embarcación,  pero  después 
de  haber  prendido  fuego  al  brulote ,  que  no  tardó  en  saltar, 
aunque  á  tan  larga  distancia  de  la  escuadra  enemiga, 
que  no  causó  el  menor  daño  á  ninguno  de  sus  buques. 
Fué  este  un  motivo  de  gran  sentimiento  para  lord  Co- 
chrane ,  que  tenia  mucha  fe  en  en  los  resultados  de  estas 
máquinas,  hechas  con  tanta  dificultad  y  tantos  gastos  en 
momentos  en  que  el  gobierno  necesitaba  hacer  esfuerzos 
inauditos  para  proporcionarse  dinero.  Queriendo  saber 
la  causa  de  la  irregularidad  de  los  cohetes  abrió  algunos, 
y  no  fué  poca  su  sorpresa  al  encontrar  en  ellos  trapos, 
tierra ,  aserraduras  y  astillas ,  lo  cual  y  la  mala  cons- 
trucción de  las  cajas  no  solo  los  hacia  inútiles  sino  muy 
espuestos  para  los  coheteros.  Entonces  recordó  que  el  go- 
bierno, por  economizar  el  jornal  de  los  trabajadores, 
habia  ocupado  en  la  confección  de  los  cohetes  prisioneros 
españoles,  los  cuales  tuvieron  sagacidad  bastante  para 
introducir  en  ellos  cuerpos  estraños,  capaces  de  impedir 
el  efecto  que  se  buscaba. 

Si  la  primera  espedicion  habia  terminado  sin  grandes 
resultados,  la  segunda  los  prometía  menores  aun,  á  juzgar 
por  los  malos  auspicios  con  que  comenzaba  la  campaña. 
No  parecía  sino  que  todo  conspiraba  contra  esta  espe- 
dicion. El  6  de  octubre,  el  Araucano,  que  cruzaba  á  la 
entrada  de  la  bahía ,  hizo  señal  de  verse  á  lo  lejos  un 
buque  sospechoso.  Lord  Gochrane  fué  al  punto  á  reco- 
nocerlo, y  faltándole  esta  vez  su  gran  perspicacia  de 


tm 


380 


HISTORIA    DE    CII1LE, 


marino ,  lo  tomó  por  un  ballenero  norte-americano  y  le 
dejó  continuar  tranquilo  su  marcha,  cuando  era  la  Prueba, 
uno  de  los  tres  buques  de  guerra  que  España  enviaba 
al  mar  del  Sur. 

Y  sin  embargo  lord  Cochrane  tenia  conocimiento  de 
la  salida  de  estos  buques,  que  pusieron  en  cuidado  al 
gobierno  chileno  y  le  decidieron  á  precipitar  la  espedi- 
cion  para  batir  la  flota  enemiga  antes  de  su  arribada. 
Todos  los  dias  estaba  esperando  verlos  llegar,  y  en  la 
confianza  de  encontrarlos  en  algún  puerto  de  la  costa,  se 
alejó  del  Callao,  donde  se  convenció  que  nada  podia' con- 
seguir ni  aun  con  la  astucia.  El  7  de  octubre  se  hizo  á 
la  vela  para  Arica  con  toda  la  escuadra,  y  después  de 
tres  semanas  de  una  navegación  contrariada,  por  fuertes 
corrientes,  por  vientos  opuestos,  y  por  la  marcha  suma- 
mente pesada  de  algunos  de  sus  buques ,  cambió  de  re- 
solución y  adoptó  otro  plan.  Dividió  la  escuadra  en  dos 
partes,  destinando  al  norte  la  una  cuyo  mando  se  reservó, 
compuesta  de  la  O'Higgins,  el  San  Martin,  el  Araucano 
y  el  Pueyrredon,  y  enviando  la  otra  formada  con  la  Lau- 
taro, el  Galvarino  y  el  transporte  Jerezana ,  á  que  fuese  á 
atacar  á  Pisco  para  proporcionarse  víveres  y  sobre  todo 
aguardiente,  que  lo  hay  en  abundancia  en  aquellos  con- 
tornos y  de  fama  muy  merecida. 

El  capitán  Guise,  comandante  de  estaespedicion,  llegó 
á  Pisco  en  la  mañana  del  7  de  noviembre,  no  habiéndole 
permitido  los  vientos  entrar  de  noche,  como  hubiera 
deseado.  Los  habitantes  tenían  pedidas  tropas  al  virey, 
y  la  guarnición,  á  las  órdenes  del  teniente  jeneral  Gon- 
zález, se  componía  en  aquel  momento  de  mas  de  la  mitad 
de  las  tropas  patriotas,  á  saber,  seiscientos  infantes, 
ciento  cincuenta  caballos  y  cuatro  piezas  de  campaña. 


it-Csti 


CAPÍTULO    IV. 


381 


En  cuanto  divisaron  la  flota  patriota  tomaron  posición 
los  diferentes  cuerpos.  La  artillería  de  campaña,  sos- 
tenida por  la  caballería,  ocupaba  á  la  izquierda  una  altu- 
rita,  que  domina  la  entrada  del  pueblo,  en  cuya  plaza 
se  hallaba  formada  la  infantería ;  y  su  ala  derecha  es- 
taba defendida  por  un  fuerte  construido  en  la  costa. 

«El  teniente  coronel  Charles,  dice  Miller,  con  veinte 
y  cinco  hombres  desfiló  al  frente  por  la  derecha  para 
reconocer  la  izquierda  del  enemigo  ,  mientras  que  el 
mayor  Miller  con  el  resto  de  los  marinos  adelantaba  sobre 
el  pueblo.  El  capitán  Hind  con  una  partida  de  coheteros, 
formada  de  marineros,  llamaba  al  mismo  tiempo  la  aten- 
ción del  fuerte.  Los  españoles  hacían  un  fuego  horroroso, 
tanto  con  la  artillería  de  campaña  y  del  fuerte,  como  con 
la  infantería  colocada  detras  de  las  tapias,  en  los  tejados 
de  las  casas  y  en  la  torre  de  la  iglesia.  La  columna  pa- 
triota avanzó  sin  tirar  un  tiro,  y  en  el  mayor  silencio, 
conservando  la  serenidad  y  la  firmeza  de  unos  veteranos, 
á  pesar  de  la  pérdida  que  sufrían  á  cada  paso.  El  silen- 
cio, la  rapidez  y  el  buen  orden  con  que  avanzaban ,  in- 
fundió un  terror  pánico  á  sus  enemigos ,  que  huyeron 
cuando  se  acercaron  a  quince  varas  de  sus  bayonetas,  y 
fueron  completamente  batidos. » 

Entre  los  oficiales  que  se  distinguieron  en  esta  acción 
se  citan  los  capitanes  don  Manuel  Orquiza  y  Guitica,  los 
tenientes  Rivera  y  Carón  y  el  contador  de  la  Lautaro  el 
señor  Soyer.  Pero  el  ejército  tuvo  que  deplorará  su  te- 
niente coronel  Charles,  oficial  de  gran  mérito ,  que  en 
tiempo  del  Imperio  hizo  con  distinción  las  guerras  de 
casi  toda  la  Europa  desde  Portugal  hasta  Rusia,  y  que 
hacia  muchos  meses  se  había  dedicado,  con  el  corazón  de 
un  valiente,  á  la  conquista  americana.  Murió  á  las  pocas 


382 


HISTORIA    DE    CHILE. 


horas  de  haberle  llevado  á  bordo  de  la  Lautaro  en  com- 
pañía de  su  noble  amigo  el  mayor  Miller,  acribillado  como 
él  á  balazos  que  mas  de  un  mes  tuvieron  su  vida  en  gran 
peligro. 

Dueño  el  capitán  Guise  de  la  ciudad  de  Pisco ,  em- 
barcó  los  víveres  que  necesitaba  y  gran  cantidad  de 
aguardiente ,  después  de  inutilizar  de  este  líquido  por 
valor  de  mas  de  doscientos  mil  pesos.  En  seguida  mar- 
chó á  reunirse  con  la  otra  división  que  encontró  en  Sana 
cuando  el  comandante  iba  á  partir  en  busca  de  la  Prueba, 
cuya  arribada  supo  en  tierra,   así  corno  la  suerte  que 
habia  cabido  á  los  otros  dos   buques ,  de  los  cuales  el 
uno,  el  Alejandro,  tuvo  por  su  mal  estado  que  volverse 
á  España  antes  de  llegar  á  la  línea  ,  y  el  otro  ,  el  San 
Telmo,  naufragó  al  doblar  el  cabo  de  Hornos.  No  que- 
daba, pues,  de  esta  espedicion,  mas  que  la  Prueba  man- 
dada por  el  capitán  de  navio  don  Meliton  Pérez  del  Ca- 
mino, que  no  cayó  en  poder  de  la  escuadra  patriota  por 
un  azar  de  la  fortuna.  Esta  fragata  fué  la  que  lord  Co- 
chrane  se  decidió  á  ir  á  buscar  con  toda  su  escuadra, 
escepto  el  San  Martin  y  la  Independencia,  que  volvieron 
á  Valparaíso  al  mando  del  contra-almirante  Blanco  con 
los  enfermos  atacados  de  una  especie  de  calentura  cere- 
bral llamada  chavalongo.  Desgraciadamente  se  supo  en 
Piura  que  la  Prueba,  después  de  desembarcar  los  cañones 
para  calar  lo  menos  posible,  se  hallaba  refujiada  bajo  las 
fortalezas  de  Guayaquil,  por  manera  que  las  esperanzas 
de  lord   Cochrane   hubieran  quedado  esta  vez  fallidas 
como  lo  quedaron  en  el  Callao,  á  no  haber  apresado  dos 
buques  mercantes  de  ochocientas  toneladas,  la  Águila  y 
la  Becjoña ,  los  cuales  recompensaron  algo  sus  activos  y 
audaces  esfuerzos.  Cada  uno  de  ellos  estaba  armado  con 


veinte  cañones,  y  su  cargamento  consistía  en  tablazón, 
vigas  y  otras  clases  de  madera ,  de  que  precisamente 
tenia  necesidad  la  escuadra  en  aquel  momento. 

La  imposibilidad  en  que  se  encontraba  lord  Cochrane 
de  atacar  un  enemigo  retirado  bajo  la  protección  de  sus 
imponentes  fortalezas,  le  decidió  á  volver  con  toda  la  es- 
cuadra á  Valparaíso.  Estarse  quieto,  en  la  inacción,  con- 
tentarse con  un  simple  bloqueo,  no  era  para  su  carácter, 
propio  para  las  grandes  acciones  y  no  para  las  que  piden 
paciencia  é  impasibilidad ;  y  á  mediados  de  diciembre 
se  puso  en  marcha,  dejando  el  Galvarino  y  el  Pueyrredon 
á  que  cruzasen  por  aquellas  aguas.  Guando  navegaba, 
su  alma,  vivamente  impresionada  por  los  malos  resulta- 
dos de  su  segunda  espedicion  ,  acojia  con  pena  la  idea 
de  volver  á  un  puerto  en  que  habia  enemigos  muy  malé- 
volos. En  este  conflicto  y  puesto  que  su  antagonista  era 
tan  tímido  que  no  quería  medir  sus  armas  con  él,  resol- 
vió hacer  un  reconocimiento  sobre  Valdivia  y  tentar,  si 
la  ocasión  se  presentaba,  uno  de  esos  grandes  golpes  de 
mano,  que  sus  numerosos  recursos  tenían  siempre  á  su 
disposición.  Dejó,  pues,  ir  á  los  otros  buques  al  puerto 
convenido  y  él  se  dirijió  en  la  O'Higgins  por  el  lado  de 
las  formidables  fortificaciones  de  Valdivia ,  de  manera 
que  el  18  de  enero  de  1820  se  presentó  delante  de  esta 
plaza  con  pabellón  español.  A  la  señal  que  hizo  pidiendo 
práctico,  se  le  acercó  una  barca  con  cuatro  marineros  y 
un  oficial  llamado  Monasteiro.  Fué  esta  gran  fortuna 
para  él,  que  en  aquel  momento  solo  deseaba  adquirir 
noticias  sobre  la  moral  de  la  guarnición  y  el  estado  de 
las  fortalezas,  noticias  que  le  suministraron  con  bastantes 
detalles  especialmente  el  cabo  de  la  embarcación.  Con 
estos  hombres  marchó  á  Concepción,  persuadido  de  que 


¡H1MM 


I 

1 


384 


HISTORIA    DE    CHILE 


Freiré  era  un  militar  demasiado  valiente  y  entusiasta  para 
no  secundar  el  golpe  de  mano  que  meditaba.  Al  empren- 
der ia  marcha  quiso  su  buena  estrella  que  se  presentase 
para  entrar  en  la  bahía  de  Valdivia  el  buque  de  guerra 
el  Potrillo,  que  en  1813  cometió  un  capitán  estranjero  la 
felonía  de  entregar  á  la  escuadra  realista.  Inmediata- 
mente la  O'Higginsdmjio  á  él  la  proa,  y  después  de  per- 
seguirlo tres  horas,  logró  capturarlo.  Su  cargamento 
consistía  en  armas,  municiones  y  veinte  mil  pesos  que 
llevaba  para  las  diferentes  guarniciones. 

En  la  corta  travesía  de  Valdivia  á  Concepción ,  Co- 
chrane  no  pensó  sino  en  la  empresa  que  habia  ideado, 
y  en  laque  insistía  mas  y  mas,  en  vista  de  las  noticias 
dadas  por  los  prisioneros.  Sin  embargo,  las  dificultades 
y  los  peligros  eran  muchos  y  grandes,  pues  según  la 
opinión  jeneral,  aunque  bastante  exajerada,  la  bahía  era 
tan  inespugnable  como  la  de  Gibraltar.  La  entrada,  aun- 
que corta,  se  hallaba  defendida  por  una  línea  de  forti- 
ficaciones que  parecían  desafiar  la  audacia  y  la  osadía. 
Al  norte  estaba  la  imponente  fortaleza  de  Niebla  que  de- 
fendía completamente  la  entrada,  siguiendo  la  del  Piojo, 
que  con  el  fuerte  de  Mansera  en  la  isla  de  este  nombre 
situada  casi  en  medio  de  la  bahía ,  amenazaba  con  todos 
sus  cañones  á  cualquier  buque  que  se  atreviera  á  penetrar 
en  la  embocadura  del  rio.  Al  sur,  las  fortificaciones  eran 
aun  en  mayor  número  y  estaban  mejor  acondicionadas. 
Habia  primeramente  la  Aguada  del  Inglés  y  San  Carlos 
y  entre  las  dos  una  batería  levantada  por  Lantaño  :  venia 
en  seguida  la  de  Amargos  enfrente  de  Niebla  y  por  con- 
siguiente destinada  á  obrar  sobre  el  mismo  punto  :  á 
corta  distancia  se  hallaba  la  no  menos  temible  de  Choro- 
camayo  ,  y  por  último  se  llegaba  al  fuerte  principal,  al 


CAPITULO    LV. 

Corral ,  grande  é  imponente  fortaleza  que  dominaba  el 
punto  mismo  que  servia  de  puerto  á  los  buques.  Todos 
estos  trabajos  se  habían  ejecutado  por  sabios  injenieros 
con  estricta  sujeción  á  las  reglas  mas  severas  del  arte. 
En  jeneral  las  fortalezas  secundarias  no  tenían  fuegos  de 
flanco  ni  casamatas,  pues  solo  estaban  construidas,  como 
puntos  de  defensas,  para  favorecer  un  golpe  de  audacia  y 
sostener  la  moral  del  soldado.  El  Corral  por  el  contrario 
tenia  todos  losadherentes  de  un  fuerte  de  gran  resistencia 
y  ofrecía  una  defensa  mas  bien  pasiva  que  activa  y  vigo- 
rosa. Si  después  de  todos  estos  trabajos  debidos  al  injenio 
del  hombre  paramos  la  consideración  en  el  terreno  que  es 
sumamente  accidentado ,  rodeado  de  numerosos  precipi- 
cíos,con  sendas  escesivamente  ásperas,  tortuosas,  estre- 
chas hasta  el  punto  de  no  poder  pasar  por  ellas  mas  que 
una  persona  y  raras  veces  dos  de  frente,  abiertas  en  las 
rocas  ó  en  los  impenetrables  bosques  vírjenes  que  cubren 
todo  el  contorno  desde  las  alturas  hasta  la  orilla  del  mar  : 
si  reflexionamos  ademas  en  la  grande  estension  y  en  las 
condiciones  de  esta  bahía,  resguardada  de  todos  los  vientos 
y  con  capacidad  bastante  para  la  mejor  flota  del  globo ; 
no  nos  admiraremos  de  que  España,  con  unaprevision  que 
alcanzaba  muy  lejos,  hiciese  de  ella  la  llave  del  mar  del 
sur,  y  gastase  sumas  verdaderamente  estraordinarias 
para  ponerla  al  abrigo  de  los  mas  vigorosos  ataques. 

Semejante  empresa  solo  un  hombre  del  temple  de  Co- 
chrane  podía  concebirla.  Es  necesario  decir  también  que 
el  amor  propio  entró  por  mucho  en  su  resolución.  Sus 
dos  espediciones  anteriores  no  habían  correspondido 
lo  que  él  se  prometió,  ni  á  lo  que  se  esperaba  de  él.  No 
es  que  otro  marino  hubiese  sido  mas  afortunado  en  sus 
combinaciones,  sino  que  la  opinión  pública  juzga  por  los 

VI.  Historia.  25 


I 


386 


HISTORIA    Dti    CHILE. 


resultados  y  no  tiene  en  cuenta  los  mil  incidentes  que 
ocurren  muchas  veces  en  los  azares  de  la  guerra,  espe- 
cialmente si  el  adversario  no  se  atreve  por  timidez  á  salir 
de  sus  fortalezas.  Cochrane  tenia  también  envidiosos  y 
enemigos,  los  cuales  no  se  descuidaban  en  poner  en  duda 
su  reputación  de  valiente  y  entendido,  que  como  siempre 
sucede,  la  distancia  habia,  por  decirlo  así,  duplicado. 
Necesitaba,  pues,  emprender  algo  que  le  diese  nombradla 
para  eerrar  la  boca  á  sus  detractores ,  y  resolvió  atacar 
á  Valdivia.  En  los  resultados  de  esta  empresa  abrigaba 
gran  confianza ,  «  pues  por  lo  mismo  que  parece  una  lo- 
cura, decia  al  mayor  Miller,  es  necesario  intentarla, 
puesto  que  los  españoles  difícilmente  nos  creerán  re- 
sueltos á  ejecutarla,  aun  después  que  la  hubiésemos  prin- 
cipiado. V.  verá,  anadia,  que  un  ataque  atrevido  y  des- 
pués una  poca  de  perseverancia  nos  darán  un  triunfo 
completo.  Las  operaciones  que  no  espera  el  enemigo  son 
casi  seguras  cuando  se  ejecutan  bien,  cualquiera  que  sea 
la  resistencia,  y  la  victoria  justifica  la  empresa  de  la  im- 
putación de  temeraria  (1).  » 

En  cuanto  llegó  á  Talcahuano  fué  a  cumplimentarle 
el  intendente  y  al  muy  poco  tiempo  le  dijo  cuales  eran 
sus  intenciones,  manifestándole  su  plan  de  ataque.  Cual- 
quiera hubiera  retrocedido  quizá  al  ver  tanta  audacia , 
pero  Freiré  era  del  temple  de  Cochrane ,  su  fibra  guer- 
rera vibraba  siempre  que  se  trataba  de  alguna  grande 
empresa,  y  á  pesar  de  los  escasos  recursos  con  que  con- 
taba, le  prometió,  no  los  trescientos  hombres  que  lepedia^ 
pero  sí  doscientos  cincuenta  escojidos  entre  sus  mejores 
tropas.  Para  el  mando  de  esta  fuerza  le  propuso  un  ofi- 
cial que  él  solo  valia  casi  tanto  como  los  doscientos  ein- 

(1)  Memorias  del  jeneral  Milier,  tomo  I,  pajina  211. 


CAPITULO    LV. 


387 


cuenta  hombres  :  este  oficial  era  Beauchef,  soldado  de 
Napoleón ,  ya  muy  conocido  en  Chile  por  actos  de  ver- 
dadera intrepidez.  Cochrane  aceptó  la  proposición  y  le 
inició  al  punto  en  todos  los  detalles  de  sus  proyectos, 
encargándole  el  secreto  hasta  para  con  el  gobierno  y  su- 
plicándole que  en  el  mas  corto  plazo  posible  reuniese  los 
soldados,  que  Beauchef  elijió  en  los  batallones  números  i 
y  3  que  estaban  de  guarnición  en  Concepción  y  Talca- 
huano.  Entre  estos  soldados  se  encontraban  los  grana- 
deros que  tenían  fama  de  escelentes  militares ,  así  como 
todos  los  que  componían  los  dos  espresados  batallones. 
Todo  estuvo  pronto  el  27  de  enero,  y  al  dia  siguiente 
salió  la  O'Higgins  del  puerto  de  Talcahuano  con  dos  pe- 
queños transportes ,  la  goleta  Montezuma  y  el  bergantín 
Intrépido.  La  impaciencia  de  Cochrane  era  tal  que  se  dio 
á  la  vela  con  viento  contrario,  en  la  confianza  de  poder 
salir  de  la  bahía  convoyándolos  ;  pero  por  la  noche,  una 
calma  repentina  detuvo  la  marcha  de  la  O'Higgins,  y  á 
eso  de  las  cuatro  de  la  mañana  se  retiró  á  descansar  el 
almirante,  dejando  el  cuidado  del  buque  á  su  segundo. 
Este  por  desgracia  ,  en  contravención  á  las  órdenes  que 
habia  recibido,  fué  también  á  acostarse  confiando  la  di- 
rección del  buque  á  un  guardia  marina,  joven  inesperto 
que  en  un  momento  de  fuerte  neblina  no  vio  la  tierra  y 
dejó  ir  la  fragata  sobre  una  grande  roca  de  la  isla  de  la 
Quinquina  que  hizo  estremecer  todo  el  buque  con  gran 
sobresalto  de  cuantos  iban  en  él.  Cochrane  fué  el  primero 
que  se  presentó  sobre  el  puente,  y  gracias  á  su  serenidad 
y  á  su  presencia  de  ánimo,  el  buque  no  tardó  en  estar  fuera 
de  riesgo ;  pero  con  tales  averías  que  se  notaron  en  plena 
mar,  que  la  bodega  se  habia  llenado  de  cinco  pies  de 
agua ,  lo  cual  y  el  mal  estado  de  las  bombas  dio  algún 


388 


IIIST0R1A    DÉ   CÍÍ1LE. 


cuidado  á  la  tripulación,  y  el  almirante  mismo  no  estaba 
muy  tranquilo.  Para  remediar  la  necesidad  del  momento» 
tuvo  que  trabajar  como  un  obrero,  mandó  subir  sobre  el 
puente  todos  los  accesorios  de  la  bomba ,  arreglarlos , 
ponerlos  en  estado  de  que  sirvieran  y  continuar  el  viaje. 
A  fuerza  de  dardia  y  noche  ala  bomba  pudo  conseguirse 
que  la  fragata  se  mantuviera  sobre  el  agua  y  que  llegase 
á  diez  leguas  al  sur  de  Valdivia ,  donde  todas  las  tropas 
de  la  O'Higcjins  pasaron  á  los  transportes,  por  el  temor 
de  que  fuese  reconocida  la  fragata  y  llamase  la  atención 
del' enemigo. 

Al  dia  siguiente  3  de  febrero  los  dos  transportes ,  lle- 
vando á  su  bordo  ocultas  en  los  entrepuentes  una  gran 
parte  de  las  tropas,  se  aproximaron  con  pabellones  espa- 
ñoles al  fuerte  del  Inglés.  Después  de  algunas  contesta- 
ciones en  que  los  patriotas  no  llevaron  otro  objeto  que 
cojer  algunos  marineros,  el  fuerte,  mejor  inspirado,  hizo 
fuego  sobre  el  Intrépido  y  de  un  cañonazo  le  derribó 
siete  hombres ,  dos  de  los  cuales  cayeron  muertos.  Esto 
abrevió  toda  esplicacion  y  el  noble  lord  mandó  inmedia- 
tamente el  desembarco  ,  que  se  efectuó  sin  grandes  en  - 
torpecimientos  ,  gracias  al  fuego  muy  vivo  que  hadara 
Tos  soldados  de  Miller  y  á  un  cañón  jiratorio  de  diez  y 
ocho,  que  iba  en  la  goleta  y  que  barrió  la  playa,  en  la 
que  se  presentaron  sesenta  ó  setenta  hombres  a  las  órde- 
nes de  Iriarte  para  impedir  el  desembarco.  El  mayor 
Miller,  como  jefe  de  los  marineros,  bajó  el  primero  en 
medio  de  la  metralla,  que  no  le  ocasionó  sin  embargo 
ningún  mal ,  y  el  mayor  Beauchef  el  último.  Este,  en 
cuanto  saltó  á  tierra,  ordenó  sus  tropas  y  marchó  derecho 
sobre  la  Aguada,  precedido  de  ocho  marineros  al  mando 
del  intrépido  Vidal   y  llevando  á  su  lado  el  cabo  es- 


CAPITULO    LV. 

pañol  cojido  cuando  la  primera  visita  de  Gochrane,  que 
se  habia  brindado  á  servir  de  guia.  El  camino  por  donde 
fueron  era  espantoso,  hasta  el  punto  que  en  ciertos  pasos 
habia  que  agarrarse  con  las  manos ;  y  sin  embargo  nadie 
se  presentó  á  defenderlo,  cuando  bastaba  un  cortísimo 
número  de  soldados  para  detener  un  ejército  entero.  Al 
llegar  á  una  esplanada ,  Beauchef  se  paró ,  pidió  nuevas 
esplicaciones  á  su  guia ,  y  en  el  momento  en  que  iba  á 
continuar  la  marcha  fueron  atacados  los  suyos  por  piezas 
de  á  veinte  y  cuatro  que  llenaron  de  inquieta  sorpresa  á 
aquellos  soldados  nada  acostumbrados  al  ruido  formi- 
dable de  la  artillería.  Beauchef  los  tranquilizó  mandán- 
doles hacer  fuego  sobre  los  artilleros  y  marchar  dere- 
chos á  las  empalizadas ,  que  franquearon  á  pesar  de  su 
altura,  encontrándose  á  los  pocos  minutos  confundidos 
con  el  enemigo.  Los  dos  granaderos  que  primero  llega- 
ron al  alto  de  los  parapetos  fueron  heridos  por  las  espa- 
das de  dos  oficiales,  que  mas  valientes  que  sus  compa- 
ñeros no  huyeron  como  estos ,  pero  pagaron  con  la  vida 
un  arrojo  digno  de  mejor  suerte.  Estos  dos  oficiales  eran 
Lafuente  y  el  alférez  Peña,  secretario  del  comandante, 
joven  de  grandes  recursos,  muy  instruido  y  que  prometía 
mucho. 

Apoderado  déla  Aguada,  Beauchef  marchó  inmediata- 
mente sobre  el  fuerte  de  San  Garlos,  que  le  era  muy  im- 
portante tomar,  porque  le  ponia  en  comunicación  con 
lord  Gochrane.  Los  primeros  tiros  cojieron  tan  de  im- 
proviso á  los  realistas,  que  creyeron  que  eran  de  sus  com- 
pañeros que  los  tiraban  por  equivocación ,  y  llenos  de 
cólera  les  reprendían ;  pero  cuando  se  apercibieron  de  la 
suya,  se  apresuraron  á  salvarse  poseídos  de  temor  y  so- 
bresalto ,  unos  por  tierra  y  otros  por  mar ,   estos  en  la 


390 


HISTORIA    I>E    CHILE. 


embarcación  del  comandante  don  Fausto  del  Hoyos.  Los 
patriotas  tiraron  entonces  sobre  estos  últimos  i  dirijiendo 
los  tiros  por  donde  se  oia  el  ruido,  causa  por  la  cual  cor- 
rió algún  riesgo  el  almirante,  que  seguía  en  una  embar- 
cación á  corta  distancia  de  la  costa  la  marcha  de  sus  in- 
trépidos soldados. 

La  rapidez  del  movimiento  de  este  pequeño  cuerpo  de 
ejército  llenó  de  la  mayor  confusión  á  los  realistas.  Su 
confianza  en  el  alcance  de  las  baterías  y  en  la  escabrosi- 
dad de  los  caminos  por  los  que  se  comunicaban  unas 
con  otras  era  tal,  que,  conforme  Cochranelo  previo,  no 
habían  tomado  ninguna  disposición  de  defensa.  A  la  pri- 
mera señal  de  alarma  salieron  á  toda  prisa  de  Valdivia 
Bobadilla,  don  Fausto  del  Hoyos  y  Lantaño,  el  primero 
para  el  fuerte  de  Niebla  con  la  caballería  desmontada  y 
los  dos  últimos  para  el  castillo  del  Corral.  Estos  avanza- 
ron hasta  el  fuerte  de  San  Carlos,  desde  el  cual  envió  Lan- 
taño al  capitán  don  Fermín  Quintero  para  que  mandase 
las  tropas  destinadas  á  impedir  el  desembarque;  pero 
por  el  estado  de  abandono  en  que  se  hallaban  los  solda- 
dos, estas  órdenes  no  fueron  cumplidas,  y  Quintero  per- 
maneció en  la  Aguada,  donde  se  atrincheraron  los  solda- 
dos y  de  donde  no  tardaron  en  ser  echados.  Por  manera 
que  á  medida  que  los  patriotas  avanzaban,  huian  los  rea- 
listas, pasando  de  San  Carlos  á  Amargos ,  de  Amargos 
á  Chorocamayo  y  finalmente  al  castillo  del  Corral,  que 
era  una  fortaleza  muy  grande ,  perfectamente  rodeada 
de  fosos  y  en  la  que  los  menos  amedrentados  esperaban 
poderse  sostener.  Vana  esperanza.  Beauchef,  para  evitar 
que  se  organizasen  y  recobrasen ,  los  persiguió  ponién- 
doles la  espada  al  pecho  y  con  una  rapidez  tal  que  pa- 
triotas y  realistas  entraron  en  desorden  en  estaciudadela, 


CAPITULO    LV. 

una  de  las  mas  fuertes  de  la  América  del  sur ,  armada 
con  veinte  cañones  de  á  veinte  y  cuatro.  Así  terminó  en 
pocas  horas  una  de  los  campañas  mas  notables  por  la  ce- 
leridad de  la  marcha  y  la  importancia  de  los  puntos  to- 
mados. A  las  nueve  de  la  noche  se  apoderó  Beauchef  del 
fuerte  de  la  Aguada ,  á  las  nueve  y  media  del  de  San 
Carlos,  á  las  diez  y  cuarto  entró  en  el  de  Amargos,  á  las 
once  y  cuarto  en  el  de  Chorocamayo  ,  por  último  ,  á  la 
una  de  la  madrugada  llegó  al  Corral ,  no  habiendo  em- 
pleado en  todo  esto  mas  tiempo  que  el  que  cualquiera 
necesitaría  para  andar  el  mismo  camino  á  pié.  Los  rea- 
listas casi  no  opusieron  ninguna  resistencia  :  sobreco- 
jidos  al  ver  tanta  audacia,  solo  pensaron  en  huir,  los 
unos  por  mar  apoderándose  de  las  embarcaciones  amar- 
radas en  la  ribera,  otros  por. tierra  internándose  en  los 
espesos  bosques  de  la  ensenada  de  San  Juan.  Los  que  no 
pudieron  salvarse  de  ninguno  de  los  dos  modos,  fueron 
sacrificados  en  el  Corral  mismo  ó  hechos  prisioneros, 
contándose  en  el  número  de  los  últimos  muchos  oficia- 
íes,  entre  ellos  el  segundo  comandante  de  la  plaza ,  te- 
niente coronel  don  Fausto  del  Hoyos ,  á  quien  por  una 
feliz  casualidad  el  secretario  del  almirante  don  Benedicto 
Bené  pudo  arrancar  de  manos  de  unos  soldados  que  que- 
rían asesinarle,  á  pesar  de  que  estaba  hacia  algún  tiempo 
bajo  la  salvaguardia  del  honor  militar  y  era  merecedor 
por  lo  tanto  de  todo  respeto. 

Cuando  Cochrane  supo  la  toma  del  Corral  no  pudo 
estar  mas  tiempo  sin  satisfacer  una  necesidad  de  su  co- 
razón que  era  ir  inmediatamente  á  abrazar  y  dar  la  en- 
horabuena á  los  jefes  que  con  tal  acierto  habían  ejecu- 
tado sus  órdenes  y  contribuido  con  tanto  valor  al  buen 
éxito  de  sus  admirables  é  injeniosas  combinaciones.  Nada 


392 


HISTORIA   DE    CIIILE. 


con  efecto  había  sido  obra  de  la  casualidad,  sino  que  todo 
estuvo  previsto  y  dicho  antes  con  el  instinto  de  un  jeneral 
consumado.  Al  rayar  el  dia  se  embarcó  en  la  goleta  y 
dando  orden  al  bric  que  la  siguiese,  ambos  buques  no 
tardaron  en  forzar  el  paso  de  Niebla,  que  estaba  aun  en 
poder  del  enemigo.  De  las  diversas  balas  de  cañón  que 
les  tiraron,  dos  tocaron  al  Intrépido,  pero  sin  causarle 
grandes  averías,  lo  que  acabó  de  desmoralizar  comple- 
tamente los  soldados  y  escitarlos  á  la  deserción  con  un 
afán  tan  jeneral,  especialmente  luego  que  vieron  que  los 
dos  buques  embarcaban  tropas  para  ir  á  atacarles,  que 
á  las  pocas  horas  no  quedó  nadie.  Santalla  mismo,  que 
con  un  fuerte  destacamento  bajaba  por  el  rio  en  muchas 
barcas,  no  se  atrevió  á  seguir  adelante  en  el  momento 
que  por  una  embarcación  que  encontró  con  fujitivos,  supo 
la  suerte  que  habia  cabido  á  las  fortalezas,  y  retrocedió 
á  Valdivia.  Luego  que  llegó,  sus  soldados  y  los  de  Bo- 
badilla  se  entregaron  á  todos  los  desórdenes  de  la  insu- 
bordinación y  casi  de  un  motin.  Unidos  al  pueblo  bajo, 
devastaron  los  almacenes  del  rey,  en  los  que  habia  por 
valor  de  mas  de  doscientos  mil  francos  de  azúcar  y  otros 
efectos  recientemente  comprados  á  un  buque  francés, 
saquearon  las  casas  de  ciertos  particulares  reputados  por 
patriotas,  asesinaron  á  Lapetegui ,  uno  de  los  personajes 
mas  influyentes  de  la  ciudad,  y  cometieron  en  fin  tales 
escesos  que  el  español  Marcelle,  á  instancias  de  la  seño- 
rita Guardia ,  envió  un  parlamentario  á  lord  Cochrane 
para  que  inmediatamente  fuese  á  Valdivia  á  hacer  cesar 
las  horrorosas  dilapidaciones  á  que  estaba  entregada  la 
ciudad. 

Cochrane  se  ocupaba  en  aquel  momento  en  embarcar 
en  botes  cierto  número  de  soldados  para  perseguir  los 


CAPITULO    LV. 

fujitivos  hasta  Valdivia.  En  vista  de  lo  que  le  dijo  el  par- 
lamentario despachó  cien  hombres  á  las  órdenes  del  mayor 
Beauchef,  y  como  la  marea  estaba  subiendo,  á  las  tres 
horas  desembarcó  este  oficial  en  aquella  ciudad,  que  en- 
contró devastada  casi  del  todo.  Sin  embargo ,  gracias  á 
algunos  oficiales  bastante  enérjicos  para  contener  á  los 
perturbadores,  quedó  intacto  un  almacén  de  la  tesorería , 
precisamente  el  en  que  habia  una  veintena  de  cajones 
con  plata  de  las  iglesias  de  la  provincia  de  Concepción 
y  entre  ella  algunos  copones  de  oro  incrustados  de  pie- 
dras preciosas ,  así  como  también  una  gran  cantidad  de 
mercaderías  que  los  realistas  no  tuvieron  tiempo  de  lle- 
varse. Todos  estos  objetos  fueron  colocados  en  lugar  se- 
guro, inventariados  y  confiados  á  una  guardia.  Al  dia 
siguiente  llegó  el  almirante  con  el  mayor  Miller,  y  lo  pri- 
mero que  hizo  fué  nombrar  un  gobernador  civil  que  aten- 
diese á  la  seguridad  de  la  ciudad.  Don  Vicente  Gómez, 
que  tenia  dadas  repetidas  pruebas  de  patriotismo  y  saber, 
fué  el  elejido  para  este  cargo  con  gran  satisfacción  de 
las  personas  sensatas,  que  esperaban  mucho  de  su  enerjía 
é  influencia.  Se  pusieron  á  su  disposición  algunas  tropas 
para  el  servicio  de  la  policía  y  para  inspirar  confianza 
á  las  familias  meticulosas  que  ignorantes  del  objeto  de 
la  revolución,  habían  marchado  á  los  bosques,  huyendo 
de  la  persecución  de  los  liberales.  Unos  cuantos  dias  de 
tranquilidad  y  una  proclama  de  Gochrane  bastaron  para 
vencer  todas  estas  preocupaciones  y  para  que  volviesen 
á  sus  hogares  las  familias  que  la  política  española  habia 
conseguido  estraviar. 

Los  resultados  de  esta  campaña  tuvieron  una  impor- 
tancia inmensa ,  y  sobre  todo  fueron  muy  gloriosos  para 
el  jeneral  que  concibió  el  plan  y  para  los  intelijentes  ofi- 


I 


1 1 


•JBC 


394 


HISTORIA    DE    CHILE 


cíales  que  tan  bien  supieron  ejecutarlo.  Con  efecto ,  en 
pocas  horas  cayó  en  poder  de  un  puñado  de  soldados 
una  línea  de  fortalezas  que  se  consideraban  inexpugna- 
bles, y  que  hubieran  podido  servir  de  asilo  desesperado 
á  los  últimos  restos  del  ejército  español.  En  las  fortalezas 
se  encontraron  ciento  veinte  cañones  de  bronce  en  buen 
estado,  ochocientos  cuarenta  barriles  de  pólvora,  ciento 
setenta  mil  cartuchos,  diez  mil  balas  de  cañón  casi  todas 
de  bronce ,  y  una  cantidad  inmensa  de  provisiones  de 
guerra  y  boca.  Se  halló  igualmente  el  buque  la  Dolores, 
que  con  arreglo  á  las  órdenes  de  Benavides  tuvo  Carrero 
el  arrojo  de  quitar  en  el  puerto  de  Talcahuano.  Todo 
esto  era  mucho  mas  de  lo  que  necesitaba  el  noble  lord 
para  que  su  corazón  se  entusiasmase  y  se  escitara  su 
ardiente  ambición.  Por  lo  que  supo  en  Valdivia  no  le 
quedó  la  menor  duda  de  que  todos  los  restos  del  ejército 
realista  se  habían  retirado  á  Chiloe,  única  provincia  que 
quedaba  en  poder  de  la  monarquía,  y  su  belicosa  imagi- 
nación le  sujirió  el  plan  de  ir  á  desalojarlos  de  este  último 
rincón ,  atacando  las  fortificaciones  de  San  Carlos.  Era 
esta  una  empresa  mucho  mas  atrevida  que  Beauchef  de- 
saprobó altamente,  porque  su  pequeño  ejército  contaba 
cuarenta  hombres  menos  entre  muertos  y  heridos,  y  por- 
que atendido  el  arrojo  del  gobernador  Quintanilla,  pre- 
veía una  resistencia  muy  distinta  de  la  que  acababan 
de  esperimentar.  Cochrane  cerró  los  oídos  á  estas  ob- 
servaciones. La  fortuna  le  era  propicia,  prefirió  cansarla 
á  dejar  de  seguirla  y  resolvió  hacer  la  espedicion. 

A  esta  nueva  campaña  no  llevó  Cochrane  mas  que 
ciento  sesenta  hombres,  sin  contar  los  marineros,  pues 
tuvo  que  dejar  algunos  en  Valdivia.  Contra  las  esperanzas 
y  deseos  de  Beauchef,  que  había  solicitado  el  mando  de 


CAPITULO    LV. 

estas  tropas,  lo  obtuvo  el  mayor  Millcr,  quien  recibió 
inmediatamente  laórdende  embarcarlas  en  la  Montezuma 
y  la  Dolores,  únicos  buques  que  se  hallaban  en  estado  de 
hacerse  á  la  mar ;  pues  el  Intrépido,  que  era  muy  viejo  y 
estaba  muy  malo ,  habia  sido  arrojado  sobre  un  banco 
de  arena  contra  el  que  se  estrelló,  y  \&0'Higgins  tenia  en 
reparación  casi  toda  su  quilla.  La  partida  tuvo  lugar  el 
13  de  febrero,  y  el  17  al  ponerse  el  sol  echaron  el  ancla 
en  una  pequeña  ensenada  de  la  bahía  de  Huechucucuy. 
Inmediatamente  se  presentó  á  impedir  el  desembarco  una 
avanzada  de  sesenta  infantes,  treinta  caballos  y  una  pieza 
de  campaña ;  pero  una  embarcación  enviada  un  poco 
delante  la  distrajo  y  pudo  desembarcar  el  mayor  Miller 
con  algunas  tropas,  que  obligaron  á  huir  al  enemigo, 
cojiéndole  la  pieza  de  campaña,  única  que  tenia.  Enton- 
ces las  demás  tropas  bajaron  á  tierra  sin  dificultad,  y  en 
número  de  setenta  se  dirijieron  contra  el  fuerte  Aguy 
situado  al  este  de  la  península  de  Lacuy ,  enfrente  de 
San  Carlos,  y  por  mar  á  menos  de  tres  leguas  de  esta 
capital.  El  camino  que  siguieron  era  malo  y  mal  tra- 
zado, lo  cual  unido  ala  obscuridad  de  la  noche  fué  causa 
de  que  avanzasen  muy  poco  y  que  al  fin  se  descarriasen. 
Tuvieron  que  esperar  el  dia  para  saber  donde  estaban, 
y  cuando  al  amanecer  vieron  que  no  se  encontraban  lejos 
del  pequeño  fuerte  de  la  Corona,  lo  atacaron  y  se  hicieron 
dueños  de  él  sin  dificultad.  Pero  no  sucedió  lo  mismo 
cuando  llegaron  al  de  Aguy,  situado  en  la  cima  de  una 
pequeña  colina  avanzada  por  el  lado  del  mar  haciendo 
la  figura  de  un  pilón  de  azúcar,  por  manera  que  se  ha- 
llaba rodeado  de  numerosos  precipicios  y  rocas  escarpa- 
das, en  medio  de  las  cuales  habían  abierto  un  camino 
estrecho,  pendiente  y  formando  s  s,  por  consiguiente  de 


fe 


396 


HISTORIA    DE    CIIILE. 


muy  difícil  acceso.  Ademas  de  estas  defensas  naturales, 
tenia  el  fuerte  doce  cañones  de  á  diez  y  ocho  y  una  guar- 
nición de  quinientos  hombres  entre  veteranos ,  artilleros 
y  milicianos,  todos  ellos  fanatizados,  ya  por  una  adhesión 
sincera  á  la  monarquía ,  ya  por  la  presencia  de  algunos 
relijiosos  que  con  un  crucifijo  en  una  mano  y  una  lanza 
en  la  otra,  esplotaban  la  ciega  fidelidad  de  tantas  vícti- 
mas. Y  á  pesar  de  todas  las  ventajas  que  les  ofrecía  la 
fuerza  numérica  y  la  posición ,  los  patriotas  no  titubea- 
ron en  atacar  y  se  precipitaron  con  el  ardor  que  infunde 
una  victoria  recientemente  ganada.  Circunscrito  el  com- 
bate á  un  punto  en  que  era  imposible  la  fuga,  fué  tenaz  y 
obstinado.  Por  una  y  otra  parte  se  sostuvo  con  el  mayor 
encarnizamiento  ,  animados  los  patriotas  con  la  bravura 
de  su  jefe  el  mayor  Miller ,  y  los  realistas  con  lo  fuerte 
de  su  posición  ,  con  las  exortaciones  de  los  relijiosos  y 
sobre  todo  con  la  obligación  en  que  se  creían  de  batirse 
como  hombres  desesperados.  Desgraciadamente  para 
los  patriotas,  de  sesenta  que  acometieron  el  asalto  que- 
daron desde  el  principio  treinta  y  ocho  fuera  de  com- 
bate, entre  ellos  el  intrépido  Miller.  El  capitán  Erescano, 
que  tomó  el  mando ,  bien  sabia  conservarles  su  primer 
ardor,  pero  el  número  de  muertos  y  heridos  era  tan 
grande  comparativamente  con  la  guarnición  ,  que  fué 
necesario  ceder  y  abandonar  una  posición  imposible  de 
conservar.  Antes  de  batirse  en  retirada  clavaron  algunos 
cañones,  inutilizaron  las  cureñas  y  reunieron  los  heridos 
que  pudieron  salvar  felizmente,  á  pesar  de  que  iban  por 
caminos  malísimos  y  que  gruesos  destacamentos  les  per- 
siguieron mas  de  dos  leguas  así  por  tierra  como  por  mar, 
habiendo  tenido  que  hacer  frente  al  ataque  (i). 

(l)  Sigo  ¡a  versión  de  Miller  y  no  la  de  Ballesteros. 


CAPÍTULO    LV. 


397 


Lord  Cochrane  hizo  mal  en  llevar  á  Miller  con  prefe- 
rencia á  Beauchef ,  porque  sus  recientes  heridas  no  le 
permitían  dar  á  sus  movimientos  toda  la  actividad  y 
enerjía  de  que  era  capaz  en  sana  salud  y  porque  no  cono- 
ciendo aun  bastante  la  lengua  del  país,  no  podia  hacerse 
entender  tan  bien  como  se  necesitaba.  Beauchef  reunía 
ademas  la  ventaja  de  ser  muy  conocido  y  estimado  de  los 
soldados ,  cuya  mayor  parte  eran  de  su  rejimiento  y  le 
habían  dado  repetidas  pruebas  de  la  gran  confianza  que 
les  inspiraba.  No  es  esto  decir  que  hubiese  conseguido 
mejores  resultados  que  Miller,  porque  según  veremos  en 
seguida ,  los  Chilotes  no  eran  hombres  que  se  dejaban 
echar  tan  fácilmente  de  sus  atrincheramientos ,  y  acaso 
también  lord  Cochrane  quiso  darle  una  muestra  de  alta 
estima,  mandándole  que  se  quedase  en  el  Corral,  porque 
en  atención  al  número  de  enemigos  que  rodeaba  este 
puesto ,  lo  consideraba  sumamente  importante  y  digno 
de  un  jefe  entendido  y  valiente. 

Beauchef  no  quedó  en  efecto  mas  que  con  noventa  sol- 
dados, cuando  los  españoles  retirados  á  los  Llanos  tenían 
mas  de  quinientos.  Aunque  contristado  por  no  haber  po- 
dido seguir  la  última  espedicion,  tomó  con  empeño  la  ta- 
rea de  organizar  algo  su  pequeña  guarnición  ,  ya  que  no 
podia  contar  con  los  que  componían  las  tripulaciones,  es- 
pecie de  marineros  sin  disciplina  militar,  procedentes  de 
todos  los  países  del  globo.  Se  hallaba  ocupado  en  estos 
trabajos,  cuando  supo  por  el  gobernador  Gómez  que  los 
fujitivos  de  los  Llanos,  en  número  de  quinientos,  se  prepa- 
raban á  atacarle.  La  cosa  era  seria  ,  porque  sabia  muy 
bien  que  muchas  veces  tras  una  derrota  vergonzosa,  el 
remordimiento  y  la  humillación  misma  infunden  aliento 
al  vencido  y  le  arrastran  á  actos  de  valor  y  desespera- 


398 


HISTORIA     DE    CHILE. 


;'?:■: 


cion  á  la  vez,  para  vengar  la  afrenta.  En  tan  difícil  posi- 
ción, recurrió  á  la  astucia.  Hizo  creer  que  iba  á  salir  á 
su  encuentro  con  igual  número  de  soldados ,  y  al  efecto 
mandó  llevar  cinco  bueyes  á  Pichi  para  matarlos  y  te- 
nerlos á  disposición  de  su  tropa.  Esta  orden  fué  perfec- 
tamente ejecutada  y  obtuvo  el  resultado  que  se  prometió 
su  autor,  es  decir,  que  los  españoles,  asustados  de  sus  in- 
tentos, se  dirijieron  al  sur  y  pasaron  el  rio  Bueno  de 
Thumao  echando  á  pique  ó  quemando  en  seguida  las 
barcas  de  que  se  habían  servido. 

Esta  retirada  la  supo  Beauchef  muy  pronto  por  los 
espías  que  el  gobernador  Gómez  tenia  en  los  Llanos,  y 
le  contentó  estraordinariamente,  porque  su  posición  era 
difícil  y  se  hubiera  hecho  en  estremo  peligrosa  á  tener 
otros  jefes  el  ejército  español ;  pues  Montoya  á  su  total 
ineptitud  reunía  el  ser  muy  anciano  y  Bobadilla,  antiguo 
guardia  de  corps,  usaba  de  mucha  dureza  con  el  soldado 
sin  tener  ningún  talento  militar  que  compensase  su  gran 
severidad.  No  era  mucho  mayor  el  talento  de  Sevalla, 
hombre  muy  detestado  de  los  demás  oficiales ,  especial- 
mente García  y  Narvaez,  á  quienes  había  tratado  de  trai- 
dores. Por  último,  los  oficiales  en  jeneral  eran  incapaces 
de  sostener  la  reputación  adquirida  por  sus  soldados  en 
las  guerras  de  la  independencia  española  ,  y  á  su  gran 
incapacidad  debió  España  la  pérdida  de  la  plaza  de  Val- 
divia ,  indudablemente  la  mejor  fortificada  de  todas  las 
de  la  América  del  sur. 

Lord  Cochrane  regresó  al  Corral  á  los  ocho  dias  de  su 
partida ,  y  casi  sin  detenerse  partió  para  Valdivia  con 
Beauchef,  á  quien  pensaba  dejar  de  gobernador  militar 
de  la  provincia.  Un  funesto  pensamiento  le  asaltó,  el  de 
destruir  las  fortificaciones  del   puerto  ,  en  razón   á  que 


CAPITULO    LV. 

servían  de  refujio  á  los  buques  españoles  y  eran  inútiles 
ala  patria.  Felizmente  Beauchef  le  recordó  que  esto  pon- 
dría á  los  chilenos  á  merced  de  los  numerosos  indios  do- 
miciliados en  los  alrededores  ,  y  de  Benavides,  que  no 
dejaría  de  irá  ajitarlos contra  ellos.  Gochrane  compren- 
dió toda  la  fuerza  de  esta  observación  y  respondió  que 
dejaría  al  gobierno  el  cuidado  de  disponer  de  ellas,  con- 
tentándose con  embarcar  todo  lo  perteneciente  al  fisco, 
sin  dejar  ningún  recurso  á  la  provincia ,  ni  mas  que  mil 
pesos  que  puso  en  poder  de  Beauchef  con  la  promesa 
de  enviarle  mayores  sumas  luego  que  llegase  á  Valpa- 
raíso. De  vuelta  al  Corral  dio  sus  disposiciones  para  ter- 
minar la  reparación  de  la  O'Higgins,  y  embarcándose  en 
la  Montezuma  se  hizo  á  la  vela  para  Talcahuano  y  de  allí 
para  Valparaíso,  adonde  llegó  el  7  de  marzo  de  1820. 
Luego  que  Beauchef  quedó  solo  en  Val Jivia  se  dedicó 
con  minucioso  cuidado  á  organizar  su  tropa  aumentada 
con  algunos  desertores  del  país ,  á  reparar  el  hospital 
para  que  estuviesen  con  mas  comodidad  los  enfermos,  y 
en  fin  á  hacer  todo  lo  que  de  él  dependía  en  beneficio  de 
sus  soldados,  á  quienes  tanto  quería  y  de  quienes  era  tan 
estimado.  Desgraciadamente,  su  buena  voluntad  no  bas- 
taba para  todo.  La  ciudad  se  hallaba  en  un  estado  mise- 
rable de  resultas  del  saqueo  que  había  sufrido,  los  alrede- 
dores ,  llenos  de  bosques ,  no  producían  casi  nada ,  y 
ademas  en  una  semana  quedaron  gastados  en  su  totali- 
dad los  mil  pesos  que  le  dejó  Gochrane.  En  este  conflicto 
y  siguiendo  los  consejos  del  gobernador  Gómez ,  tomó  la 
resolución  de  dejar  unos  cuantos  soldados  en  Valdivia  y 
partir  con  doscientos  á  los  Llanos  ,  donde  esperaba  que 
podrían  estar  mejor  asistidos.  Un  correo  que  despachó  á 
aquel  punto  anunciando  su  partida,  predispuso  perfecta» 


hoo 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mente  á  todos  sus  habitantes.  Un  rico  propietario ,  lla- 
mado Manriquez,  le  llevó  doscientos  caballos  para  que 
montasen  sus  soldados  poco  habituados  á  las  marchas; 
los  indios  le  ofrecieron  vacas,  verduras,  etc. ,  y  ayudaron 
á  los  soldados  á  pasar  el  rio  Bueno  por  medio  de  sus  pi- 
raguas; en  fin  en  Osorno  encontró  el  fuerte  muy  cómodo 
para  alojar  en  él  los  soldados,  y  todos  los  habitantes  se 
disputaban  la  honra  de  alojar  en  sus  casas  á  los  oficia- 
les. Nombrados  Manriquez  y  don  Diego  Reyes,  dos  esce- 
lentes  patriotas ,  el  primero  gobernador  de  los  Llanos  y 
el  segundo  de  Osorno,  la  provincia  recobró  su  tranquili- 
dad habitual  y  los  víveres  se  llevaban  en  abundancia  al 
cuartel  con  un  simple  recibo  del  ayudante ,  visado  por 
el  comandante. 

Beauchef  pensaba  continuar  de  guarnición  en  esta 
ciudad  hasta  recibir  las  nuevas  órdenes  que  esperaba 
del  gobierno ,  cuando  el  gobernador  don  Diego  Reyes  le 
anunció  con  referencia  á  unos  indios,  que  los  fujitivos 
de  Valdivia,  retirados  al  rio  Maullin,  se  disponían  á  ata- 
carle. 

Estos  fujitivos  se  habían  retirado  á  Daglipulli  cuando 
abandonaron  á  Valdivia,  pero  en  un  desorden  tal  que  el 
capitán  ayudante  Narvaez ,  joven  instruido  ,  intrigante  y 
ambicioso,  resolvió  reorganizarlos,  separando  á  los  co- 
mandantes que  no  eran  á  propósito  paralas  circunstancias 
del  momento.  García  y  casi  todos  los  demás  oficiales  apro- 
baron esta  determinación,  y  Lantaño,  Alejandro,  etc., 
y  el  mismo  Santalla  fueron  separados  del  servicio  á  pesar 
de  sus  protestas  :  solo  Bobadilla  conservó  el  mando  de  la 
caballería ,  mientras  que  Narvaez  recibió  interinamente 
el  de  la  infantería.  Con  esta  se  formó  un  solo  batallón 
dividido  en  cuatro  compañías,  á  saber,  una  de  setenta 


CAPITULO    LV. 


401 


y  cuatro  granaderos ,  otra  de  ochenta  y  cinco  cazadores 
y  las  dos  restantes  de  cuarenta  fusileros  cada  una. 

Reorganizadas  así  las  tropas,  se  dirijieron  sobre  Osorno. 
Al  pasar  el  rio  Bueno  en  Tumao  encontraron  al  gober- 
nador Montoya,  á  quien  los  oficiales  separados  hicieron 
mil  reclamaciones  aunque  sin  conseguir  nada,  por  ma- 
nera que  pocos  dias  después  la  infantería  continuó  su 
camino  á  las  órdenes  de  Narvaez,  quedando  la  caballería 
de  observación  sobre  el  rio. 

Al  llegar  al  rio  Rahue  del  otro  lado  de  Osorno,  las 
tropas,  por  uno  de  aquellos  impulsos  que  Narvaez  sabia 
imprimirles,  pidieron  con  grandes  gritos  repasarlo  é  ir 
á  batir  los  patriotas.  Advertido  Montoya  de  esta  reso- 
lución ,  retrocedió ,  habló  con  Narvaez  sobre  lo  que  pen- 
saba hacer,  adoptó  su  plan  de  campaña ,  y  dándole  su 
bendición ,  le  dijo  que  obrase  con  arreglo  á  sus  inspira- 
ciones. 

Narvaez  se  dispuso  á  marchar  sobre  Valdivia  espe- 
rando medir  sus  armas  con  las  de  los  patriotas  que  ha- 
bían quedado  en  aquella  ciudad.  Los  espías  exaltaban 
su  viva  imajinacion  diciéndole  que  el  número  de  los  pa- 
triotas era  muy  inferior  al  de  los  realistas,  y  en  esta  per- 
suasión se  puso  en  marcha  y  repasó  el  rio  Rahue,  cuando 
Bobadilla,  acompañado  del  cura  Pavón,  llegó  á  toda  prisa 
con  sus  cincuenta  caballos  repartiendo  la  nueva  de  que 
el  mayor  Beauchef  avanzaba  con  todas  sus  tropas.  Con- 
sultado Montoya  sobre  lo  que  convenia  hacer,  contestó 
que  era  necesario  dirijirse  sobre  Ghiloe,  lo  que  aprobaron 
la  mayor  parte  de  los  oficiales,  que  estaban  completamente 
desmoralizados,  y  todo  el  ejército  se  puso  al  punto  en 
marcha  esperando  ocultar  en  aquella  isla  la  confusión  de 
su  vergüenza.  Debían  saber  sin  embargo  que  Quintanilla 

VI.   H.STORIA. 


I 


hO-2 


HISTORIA    DU    CHILE. 


no  era  hombre  que  jugaba  con  el  honor  militar,  y  así  se 
los  demostró  saliéndoles  al  encuentro  para  impedir  que 
pasasen  adelante.  Su  entrevista  se  verificó  en  Carel- 
mapu ,  y  allí  poseído  aun  de  entusiasmo  por  la  bella  de- 
fensa hecha  en  el  fuerte  de  Agui  cuando  lo  atacó Cochrane^ 
les  afeó  su  afrenta  y  cobardía ,  asegurándoles  que  por 
ningún  motivo  entrarían  en  Ghiloe,  porque  no  quería  po- 
nerles en  contacto  con  sus  valientes  soldados,  para  que  no 
los  contaminasen  de  su  pusilanimidad.  En  medio  de  estas 
reconvenciones  animadas,  hubo  esplieaciones  sobre  todo 
lo  ocurrido  en  la  reorganización  del  batallón,  en  especial 
por  parte  de  Santalla,  quien  se  quejó  amargamente  de 
su  separación ,  llevando  la  inconveniencia  hasta  acusar 
de  traidores  á  Narvaez,  García,  etc.  Á  pesar  de  estor 
Quintanilla  procuró  ponerlos  de  acuerdo,  y  Santalla  in- 
gresó de  nuevo  en  el  ejército,  el  cual  provisto  de  arma- 
mento y  víveres  se  volvió  por  eí  mismo  camino  para  ir  a 
reconquistar  los  fuertes  de  Valdivia. 

Estas  eran  las  tropas  que  los  indios  anunciaron  á  don 
Diego  Reyes,  noticia  que  confirmó  al  dia  siguiente  el 
cacique  Railefí",  añadiendo  haberle  asegurado  sus  moce- 
tones,  que  se  componían  de  un  escuadrón ,  dos  piezas  de 
montaña  y  un  total  con  la  infantería  de  unos  cuatrocientos- 
hombres,  todos  perfectamente  armados  y  equipados  y 
muy  decididos  á  batirse»  Deseaba  Beauchef  salirles  al 
encuentro,  pero  no  tenia  mas  que  doscientos  hombres  que 
oponerles,  y  todavía,  pasada  una  revista,  quedaron  redu- 
cidos á  ciento  cuarenta,  rebajados  los  enfermos  y  los  que 
por  su  flojedad  eran  incapaces  de  soportar  la  fatiga.  No 
se  encontraban  en  mejor  disposición  los  oficiales,  que 
sobre  ser  pocos,  algunos  se  finjieron  enfermos  para  no  ir 
%u  la  espedicion,  impresionados  con  la  consternación  que- 


ÍHE3? 


CAPÍTULO    LV. 

reinaba  en  la  ciudad ,  en  la  que  habia  muchos  patriotas 
comprometidos ;  por  manera  que  el  comandante  no  pudo 
contar  verdaderamente  mas  que  con  cuatro,  que  fueron 
el  ayudante  don  Dionisio  Bergara,  don  José  Labe,  don 
Pedro  Alemparte  y  don  José  María  Garballo. 

A  pesar  de  la  inferioridad  del  número ,  Beauchef  se 
decidió  á  marchar  contra  el  enemigo.  El  patriota  don 
Diego  Reyes  le  facilitó  los  bueyes  necesarios  para  la  ma- 
nutención de  los  soldados  y  los  caballos  para  que  mon- 
tasen ,  y  don  Juan  Anjel  Agüero  se  brindó  á  servirle  de 
guia,  sin  cuidarse  de  los  riesgos  que  iba  á  correr.  La 
partida  tuvo  lugar  el  3  de  marzo  de  1820,  y  á  los  tres 
dias  la  vanguardia ,  compuesta  de  cincuenta  granaderos 
á  las  órdenes  del  valiente  Labe,  se  encontró  con  la  de  los 
realistas.  Al  punto  Beauchef  manda  desmontar  á  sus  tro- 
pas ,  les  habla  con  la  enerjía  que  le  caracterizaba,  toma 
un  fusil ,  y  poniéndose  á  la  cabeza,  vuela  en  socorro  de 
su  vanguardia  que  ya  se  replegaba,  aunque  con  orden 
y  tranquilamente.  El  enemigo  ocupaba  una  posición  ven- 
tajosa :  los  cazadores  estaban  á  derecha  é  izquierda  del 
camino  ocultos  en  los  bosques,  los  granaderos  delante  del 
rio  Toro,  dos  compañías  de  fusileros  detras  de  un  corral 
protejidos  por  las  estacas  de  este,  en  fin,  las  dos  piezas 
de  campaña  en  una  altura  con  la  caballería  á  retaguardia. 
Su  esperanza  de  vencer  era  tal,  que  Narvaez  quiso  avanzar 
temiendo  que  los  patriotas  huyesen  luego  que  recono- 
cieran sus  fuerzas,  pero  Bobadilla  prefirió  conservar  la 
ventaja  de  la  posición,  lo  cual  no  impidió  que  Beauchef 
atacase  á  paso  de  carga  y  á  los  gritos  atronadores  de  viva 
la  patria.  El  combate  no  tardó  en  hacerse  jeneral,  de 
todas  partes  se  oía  un  fuego  sostenido,  pero  en  seguida 
los  patriotas  cargaron  á  la  bayoneta  con  tal  vigor  que 


A 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


obligaron  al  enemigo  á  retirarse  del  otro  lado  del  n> 
Toro,  lo  dispersaron  en  todos  sentidos  y  le  obligaron  á 
emprender  la  fuga  abandonándolo  todo  en  el  campo.  El 
intrépido  Labe,  que  lo  persiguió  hasta  Amancay  con  veinte 
soldados  montados  en  caballos  que  se  le  cojieron,  ase- 
guró á  Beauchef  que  asimismo  los  perseguía,  que  los 
fujitivos  apenas  llegaban  á  unos  treinta,  y  que  todos  los 
demás  se  habían  salvado  en  los  bosques  inmediatos.  Va- 
rios destacamentos  enviados  á  estos  bosques,  cojieron 
muchos  soldados,  por  manera  que  ia  victoria  fué  casi 
completa.  Se  contaron  cuarenta  muertos,  y  catorce  ofi- 
ciales y  trescientos  sesenta  y  nueve  soldados  prisioneros, 
de  los  cuale&  sesenta  y  nueve  fueron  cojidos  en  los  bos-  • 
ques  al  día  siguiente  por  el  capitán  Alemparte.  La  patria 
tuvo  que  llorar  la  pérdida  de  cuarenta  hombres,  de  ellos 
once  muertos  y  veinte  y  nueve  heridos  de  mas  ó  menos 
gravedad. 

La  victoria  del  Toro  fué  de  grande  importancia  así 
bajo  el  punto  de  vista  material  como  moral ,  pues  echó 
para  siempre  de  la  provincia  de  Valdivia  á  los  españoles, 
separó  del  partido  de  estos  un  número  considerable  de 
caciques  y  colocó  á  Benavides  en  una  posición  muy  crí- 
tica, limitado  casi  á  sus  propios  recursos,  pues  no  podia 
recibirlos  por  mar  y  mucho  menos  por  tierra.  Por  otra 
parte,  los  numerosos  patriotas  de  la  provincia  temblaban 
ya  por  su  porvenir,  persuadidos  de  que  el  mal  resultado 
de  la  espedicion  de  Cochrane  y  las  pocas  tropas  que  este 
había  dejado  en  Valdivia  pondrían  la  provincia  en  el 
mayor  peligro  :  así  sucedió  que  la  vuelta  de  Beauchef  á 
Osorno  fué  celebrada  con  las  mas  vivas  aclamaciones, 
yendo  á  verle  y  á  cumplimentarle  todos  los  patriotas. 
Guando  al  dia  siguiente  continuó  la  marcha  con  su  divi— 


CAPITULO    LV. 

«ion  para  Valdivia,  le  acompañaron  hasta  cierta  distancia 
de  la  ciudad ,  no  faltando  algunos  que  llegaron  al  paso 
de  Tumao,  donde  habia  gran  número  de  indios  y  de  jentes 
de  los  Llanos  para  felicitarle  y  ayudar  á  los  soldados  á 
pasar  el  rio  Bueno.  Los  prisioneros  se  confiaron  á  jentes 
del  campo  armadas  con  lanzas ,  que  los  llevaron  á  Pichi , 
donde  habia  unas  embarcaciones  enviadas  á  petición  de 
Beauchef  por  el  capitán  de  fragata  don  Roberto  Foster, 
que  los  condujo  á  la  isla  de  Mansera. 

Este  capitán  Foster  acababa  de  llegar  en  el  Indepen- 
diente convoyando  un  transporte  con  víveres,  algún  ves- 
tuario y  un  poco  de  dinero.  Conducía  ademas  doscientos 
ladrones  que  el  gobierno  puso  á  disposición  de  Beauchef 
para  que  ingresasen  en  el  ejército,  si  lo  creia  conveniente. 
La  guarnición  se  habia  aumentado  entonces  con  algunos 
desertores  españoles,  muchos  voluntarios  y  también  mu- 
chos hijos  de' familia  que  entraron  de  cadetes  hasta  nueva 
orden.  Beauchef  incorporó  á  sus  soldados  los  doscientos 
ladrones,  encomendando  su  vijilancia  á  hombres  de  con- 
fianza, formó  con  todos  un  batallón  y  nombró  empleados 
para  el  servicio  militar,  dando  así  á  la  guarnición  una 
organización  y  una  disciplina  tales  como  su  jenio  militar 
le  hacia  concebir. 


t* 


"X>1 

■ 

3 

.Va 

'  • 

CAPITULO  LVÍ. 

Victorias  de  los  patriotas,  incompletas  como  siempre.  —  Freiré  marcha  á  Satf- 
tiago,  dejando  en  su  lugar  á  don  Juan  de  Dios  Rivera.—  Benavides  vá  áTalca- 
huano,  lo  saquea  y  se  lleva  á  Arauco  algunas  embarcaciones,  en  una  de  las 
cuales  marcha  Pico  á  Lima.—  Regreso  de  este  jefe  con  algunos  socorros.— 
Derrota  del  escuadrón  de  Viel  en  Rere  y  del  de  O'Carrol  en  Pangal.—  Ase- 
sinato de  este  comandante.—  Acción  de  Tarpellanca  y  asesinato  de  Alcázar, 
don  Gaspar  Ruiz  y  los  oficiales  del  batallón  de  Coquimbo.—  Freiré  se  retira 
á  Talcahuano  y  Benavides  ocupa  á  Concepción.  — Organización  de  la  pro- 
vincia.— Estado  desesperado  de  Freiré,  que  le  obliga  á  atacar  á  Benavides.— 
Victoria  que  aquel  consigue  en  Concepción  y  derrota  completa  de  este.  — 
Pico  incendia  las  ciudades  de  la  frontera.—  Vá  á  atacar  á  Prieto  en  Chillan 
y  es  derrotado.  -  Muerte  de  Zapata  é  influencia  que  ejerce  en  el  ánimo  de 
los  indios. 

Si  las  armas  de  la  patria  conseguían  algunos  grandes 
resultados  en  la  provincia  de  Valdivia,  en  las  de  Concepción 
permanecían  casi  en  la  inacción.  Colocado  el  enemigo 
al  sur  del  Biobio,  rodeado  de  bosques  sumamente  espe- 
sos y  protejido  por  las  numerosas  poblaciones  de  indios 
que  las  mas  veces  tomaban  parte  en  sus  escursiones,  po- 
día sustraerse  sin  grandes  esfuerzos  á  la  persecución  de 
los  patriotas  y  evitar  los  combates,  ó  por  lo  menos  hacer 
que  las  victorias  de  aquellos  fuesen  de  poca  importancia 
é  incompletas. 

Con  la  toma  de  Valdivia  y  la  ocupación  de  su  provin- 
cia, cualquiera  hubiese  creído  que  se  resentiría  de  esta 
pérdida  la  moral  de  los  realistas  y  que  se  limitarían  á  la 
defensiva,  esperando  época  mas  favorable  para  volver  á 
emprender  esos  combates  solapados ,  que  no  eran  otra 
cosa  que  una  guerra  de  esterminio  y  destrucción.  Sin 
embargo,  apenas  se  veian  vencidos  en  un  punto,  se  reha- 
cían en  otro ,  aprovechando  la  fidelidad  dilijente  de  las 


CAPITULO    LVr. 

familias  refujiadas  al  sur  del  Biobio  y  especialmente  por 
el  lado  de  Quilapalo,  verdadero  cuartel  jeneral  de  sus  es- 
pediciones  y  centro  de  una  grande  actividad.  Muchas 
veces  salió  Alcázar  de  su  acantonamiento  de  los  Anjeles 
á  batir  sus  desastrosas  guerrillas ,  pero  sus  salidas  no 
producían  mas  resultado  que  fatigar  las  tropas  ó  caer  en 
alguna  emboscada,  que  con  frecuencia  le  ocasionaba  pér- 
didas efectivas.  Si  alguna  vez  le  favorecía  un  tanto  la 
fortuna,  no  tardaba  en  ser  detenido  por  los  obstáculos 
que  sin  cesar  estaban  inventando  aquellos  hombres  de 
recursos. 

Freiré  por  su  parte  no  podía  enviar  refuerzos  á  Alca- 
zar.  Con  los  doscientos  cincuenta  hombres  que  dio  á 
Gochrane  para  la  afortunada  espedicion  de  Valdivia,  su 
ejército  quedó  en  el  mayor  apuro,  falto  absolutamente 
de  todo,  sin  que  sus  vivas  reclamaciones  al  gobierno  pro- 
dujesen apenas  resultado,  razón  por  la  cual  se  decidió 
á  ir  en  persona  á  Santiago,  dejando  de  intendente  al  co- 
ronel don  Juan  de  Dios  Rivera,  hombre  valiente,  conci- 
liador, pero  mucho  menos  emprendedor  y  temible  que 
su  succesor. 

En  el  momento  que  partió  Freiré ,  las  partidas  que 
hacia  algún  tiempo  estaban  como  adormecidas ,  desper- 
taron mas  audaces.  Las  de  Zapata  acampadas  en  Gua- 
ligueico ,  tierra  del  cacique  Marilhuan ,  amenazaron  á 
Nacimiento,  las  de  Ferrebúy  Macareno  llevaron  el  hierro 
y  el  fuego  á  Rere  y  sus  inmediaciones,  y  Renavides  se 
dirijió  el  12  de  mayo  á  Talcahuano,  que  tomó  y  saqueó  á 
favor  de  la  obscuridad  de  la  noche.  Unas  cuantas  embar- 
caciones que  habia  en  el  puerto,  le  sirvieron  para  tras- 
portar á  Arauco  los  efectos  robados  y  algunas  tropas  :  él 
regresó  con  las  restantes  por  el  camino  por  donde  habia 


ilOS 


HISTORIA    DE    CHILE. 


ido,  burlando  la  actividad  que  al  dia  siguiente  desplegó 
Rivera  para  perseguirle. 

Aunque  la  posición  del  ejército  de  Benavides  era  en- 
tonces bastante  satisfactoria,  sin  embargo,  tenia  necesi- 
dad este  jefe  de  ponerse  en  comunicación  con  el  virey 
del  Perú  para  obtener  los  socorros  que  le  faltaban.  Con 
este  objeto  propuso  á  don  Juan  Manuel  Pico  que  mar- 
chase al  Callao  en  una  de  las  embarcaciones  cojidas  en 
Talcahuano,  y  este  oficial  se  decidió,  lleno  de  confianza 
y  resolución,  á  emprender  un  viaje  largo,  peligroso,  que 
tuvo  la  suerte  de  llevar  á  cabo  con  buen  éxito.  A  los  po- 
cos meses  regresó  con  el  nombramiento  de  teniente  co- 
ronel de  los  dragones  de  la  frontera  en  un  gran  buque 
cargado  de  víveres,  efectos  y  armas,  siendo  portador  del 
despacho  de  coronel  de  infantería  para  el  jefe  del  ejér- 
cito ,  de  gran  número  de  medallas  de  oro  y  plata  para 
recompensar  los  hechos  meritorios  y  de  muchos  nombra- 
mientos en  blanco  para  completar  los  cuadros  ó  llenar 
los  vacíos  del  ejército.  Pezuela  se  propuso  protejer  las 
montoneras,  esperando  así  llamar  sobre  aquel  punto  la 
atención  del  gobierno  chileno  y  distraer  las  tropas  que 
se  organizaban  é  instruían  con  destino  á  la  tercera  espe- 
dicion  contra  el  Perú. 

Con  semejantes  auxilios  no  tardaron  en  aumentarse  las 
montoneras  de  Benavides  y  elevarse  la  cifra  de  su  ejér- 
cito á  dos  mil  hombres,  todos  aguijoneados  por  la  per- 
fidia y  la  envidia,  y  capaces  por  consiguiente  de  audacia 
y  resolución  para  todo.  El  número  de  los  patriotas  era 
al  contrario  muy  escaso.  Absorbida  completamente  la 
atención  de  O'Higgins  en  su  grande  espedicion  contra 
el  Perú,  sacrificó  en  cierto  modo  á  su  política  la  pro- 
vincia de  Concepción ,  despreciando  al  enemigo  que  no 


CAPITULO    l.VÍ. 


409 


la  dejaba  quieta  y  la  devastaba  ,  y  descuidando  con  esta 
falsa  idea  el  ejército ,  que  Freiré  tuvo  que  diseminar  en 
diferentes  puntos  de  la  provincia  para  contener  las  mon- 
toneras y  protejer  la  seguridad  de  los  habitantes. 

Con  esta  dispersión  no  podia  haber  unidad  en  el  mando 
del  ejército  ni  regularidad  en  sus  movimientos.  Cada  pe- 
queña división,  insuficiente  para  resistir  gran  número  de 
tropas,  marchaba  al  combate  sin  ardor  y  sin  fe,  de  manera 
que  al  primer  choque  los  soldados  echaban  á  correr,  lo 
que  producía  un  doble  efecto  moral  bien  diferente ,  pues 
llevaba  el  desaliento  á  los  patriotas  y  el  entusiasmo  á  los 
realistas.  Estos  tenían  ademas  la  ventaja  de  que  forma- 
ban una  asociación  de  intereses  individuales,  lo  cual  fa- 
vorecía sus  empresas,  cá  lo  que  hay  que  agregar  que  su 
imajinacion  estaba  exaltada  por  el  fanatismo  relijioso 
que  los  curas  sabían  inspirarles.  Antes  de  ir  al  combate 
les  obligaban  á  confesarse  y  comulgar,  y  muchas  veces  á 
hacer  una  devota  rogativa  á  la  madre  sacratísima  de  las 
Mercedes ,  patrona  venerada  de  sus  inicuas  espediciones. 
Después  de  esta  ceremonia  de  profanación  fué  cuando 
Pico ;  enviado  de  vanguardia  por  Benavides,  se  decidió 
á  atacar  los  patriotas  retirados  en  Pilco  para  cortar  sus 
comunicaciones  con  las  divisiones  del  sur.  En  una  carta 
que  escribió  el  8  de  setiembre  al  capitán  don  Julián 
Hermosilla  le  decía  que  su  madre  la  vírjen  de  la  Merced 
había  llevado  los  enemigos  á  aquel  sitio  para  ponerlos  á 
su  disposición  ;  pero  hasta  el  18  no  salió  de  Santa  Juana 
con  quinientos  hombres  en  dirección  á  Yumbel.  El  co- 
mandante don  Benjamín  Viel  se  encontraba  en  esta  plaza 
con  un  escuadrón  de  granaderos  á  caballo.  A  pesar  de 
su  grande  inferioridad ,  osó  desafiar  la  fuerza  enemiga 
y  oponerle  un  puñado  de  valientes,  que  no  pudo  resistir 


&. 


I 


fllO 


HISTORIA    DE    CDILE. 


largo  tiempo  sus  numerosos  ataques.  Rodeados  por  todas 
partes  de  infinidad  de  soldados  y  de  indios,  no  tardaron 
en  ser  acuchillados,  cojidos  ó  precisados  á  emprender 
la  fuga.  Del  número  de  los  últimos  fué  el  comandante , 
quien  marchó  inmediatamente  á  reunirse  al  escuadrón 
de  O'Carrol. 

Si  en  vez  de  arriesgar  un  combate,  se  hubiese  reunido 
Viel  á  este  jefe,  como  la  prudencia  aconsejaba,  es  pro- 
bable que  las  dos  pequeñas  divisiones  hubieran  podido 
resistir  á  Pico ,  y  acaso  con  ventaja ,  porque  si  bien  in- 
feriores en  número ,  no  lo  eran  en  la  disciplina ,  la  cual 
duplica  la  fuerza  de  un  ejército  ordenado.  Desgraciada- 
mente no  sucedió  así.  Viel  comprometió  con  su  animosa 
impaciencia  su  escuadrón  é  involuntariamente  el  de  O'Car- 
rol ,  á  quien  también  atacó  Pico.  La  acción  tuvo  lugar 
en  el  vado  del  Pangal  del  rio  de  la  Laja,  no  siendo  menos 
vigorosa  ni  encarnizada  que  la  anterior,  y  si  los  soldados 
de  Pico  consiguieron  vencer,  lo  debieron  menos  á  su 
valor  que  á  la  fortuna  de  ocupar  una  posición  ventajosa, 
pues  el  viento  llevaba  un  humo  muy  espeso  al  lado  donde 
estaban  los  patriotas.  El  desgraciado  O'Carrol  tuvo  la 
fatalidad  de  caer  prisionero  en  esta  refriega.  Cojido 
por  un  indio  con  el  lazo,  fué  muerto  á  los  pocos  mo- 
mentos, según  la  bárbara  costumbre  de  aquellos  defen- 
sores de  la  relijion  y  del  rey. 

Estos  dos  cortos  triunfos  reanimaron  mas  y  mas  el 
valor  de  los  realistas,  ya  muy  alentado  con  la  posición 
recíproca  de  ambos  ejércitos.  Inmediatamente  que  los 
supo  Benavides,  salió  de  su  campamento  y  marchó  á 
combinar  con  Pico  una  nueva  campaña.  Toda  la  estensa 
llanura  de  la  Laja  era  suya,  escepto  la  ciudad  de  los 
Anjeles  ocupada  por  Alcázar  con  algunos  milicianos  y 


CAPITULO    LVI. 

doscientos  cincuenta  soldados  del  batallón  de  Coquimbo, 
tropas  indudablemente  valientes  y  de  mucha  resistencia, 
pero  en  muy  corto  número  para  oponerse  á  un  enemigo 
que  disponía  de  cerca  de  tres  mil  hombres.  Benavides 
fué  de  este  parecer  y  creyó  que  estaba  en  el  caso  de  em- 
prender un  ataque,  valiéndose  de  la  astucia.  Al  efecto 
mandó  escribir  una  carta  supuesta  de  Freiré  á  Alcázar, 
manifestándole  la  necesidad  de  que  abandonase  los  An- 
jeles  lo  mas  pronto  posible,  y  fuese  á  reunirse  a  él  (1). 
La  carta  llegó  á  su  destino  y  la  firma  de  Freiré  estaba 
contrahecha  con  tal  perfección,  que  solo  don  Gaspar  Ruiz 
dudó  de  su  autenticidad.  A  pesar  de  las  observaciones 
de  este  se  decidió  la  salida,  y  un  número  considerable 
de  familias  comprometidas  quisieron  ir  en  la  retirada. 
Al  llegar  á  orillas  de  la  Laja  frente  por  frente  de  la  isla 
de  Tarpellanca,  acudió  una  mujer  á  prevenir  á  Alcázar 
que  Benavides  estaba  en  Rio-Claro  y  marchaba  á  su  en- 
cuentro. Ya  lo  habían  pasado  muchos  soldados,  pero 
Alcázar  les  hizo  volver  y  se  estaba  fortificando  en  dicha 
isla  con  los  aparejos  de  las  muías ,  los  efectos  y  equi- 
pajes de  los  emigrados,  etc.,  cuando  se  presentaron  los 
realistas  y  empezaron  á  tirar  sobre  los  diferentes  grupos. 
Siguióse  por  una  y  otra  parte  un  fuego  de  fusilería  que 
duró  desde  las  dos  de  la  tarde  hasta  el  anochecer,  hora 
en  que  un  comerciante,  don  José  Antonio  Pando,  se  pasó 
á  Benavides  y  le  dijo  que  las  municiones  de  los  patriotas 
tocaban  á  su  fin.  La  perfidia,  consejera  inseparable  de 
este  hombre  sanguinario,  le  inspiró  el  proyecto  de  apo- 
derarse por  estratajema  de  aquella  corta  división  y  en- 
tregarla á 


ferocidad  de  sus  salvajes  subordinados.  Un 


(1)  Esle  hecho  me  lo  conló  don  José  María  González  y  me  lo  ha  confirmado 
el  teniente  coronel  don  Manuel  Riquelmc,  de  los  Alíjeles. 


412 


HISTORIA    DE    CHILE. 


tal  Felipe  Lavandero  fué  de  parlamentario  á  proponer 
condiciones  de  paz,  que  Alcázar  no  podia  rehusar  en  su 
mala  posición.  Este  comisionó  por  su  parte  al  capitán 
Ríos  y  se  convino  que  partiría  en  libertad ,  que  los  ofi- 
ciales quedarían  prisioneros  de  guerra,  que  los  soldados 
ingresarían  en  el  ejército  realista  y  por  último  que  se  res- 
petaría la  vida  y  los  intereses  de  los  emigrados  y  de  los 
indios.  Por  la  noche,  habiendo  manifestado  Ríos  que 
sospechaba  mala  fe  en  Renavides,  propuso  Alcázar  á  don 
Gaspar  Ruiz  abrirse  camino  con  la  espada  para  dirijirse 
por  el  lado  de  Concepción  ;  pero  le  objetaron  que  esto 
seria  sacrificar  mucha  jente  y  el  gran  número  de  mujeres 
y  niños  que  seguía  al  ejército,  con  lo  cual  renunció  á  su 
proyecto  y  esperó  con  inquietud  los  resultados  de  la  ca- 
pitulación. Al  dia  siguiente  por  la  mañana,  pasó  Renavides 
á  Tarpellanca  con  unas  quince  personas,  y  al  apearse  del 
caballo  dio  la  mano  á  Alcázar,  asegurándole  sus  buenas 
intenciones.  Después  de  algunas  palabras  corteses,  mandó 
que  los  prisioneros  pasasen  el  rio  la  Laja  por  el  lado  en 
que  sus  tropas  estaban  formadas  en  batalla.  Solo  que- 
daron en  la  isla  al  cuidado  de  los  indios,  que  no  tardaron 
en  degollarlos,  los  enfermos  y  los  heridos  :  todos  los 
demás  siguieron  el  ejército  realista ,  que  se  dirijió  hacia 
el  oeste.  A  su  paso  por  Rio- Claro,  los  indios  separaron  al 
cacique  Huilcan  de  Angol ,  y  lo  sacrificaron  á  su  cruel 
furor,  haciendo  en  seguida  lo  mismo  con  todos  los  indios 
de  Santa-Fe  aliados  de  los  patriotas.  Tal  fué  el  preludio 
de  la  matanza  que  aquellos  hombres  bárbaros  preparaban 
para  santificar  sus  atroces  doctrinas.  Cuando  llegaron  á 
San  Cristoval,  los  oficiales  fueron  rodeados  por  una  fila 
de  sesenta  infantes  y  toda  ia  caballería  en  número  de  mas 
de  seiscientos  hombres,  que  tuvieron  orden  de  no  desen- 


CAPÍTULO    LVf.  M3 

sillar  los  caballos  en  toda  la  noche.  Porque  esta  noche 
era  la  víspera  de  uno  de  esos  dias  de  tempestad  que 
desafian  atrozmente  á  todo  sentimiento  humanitario.  Al 
dia  siguiente,  con  efecto,  fueron  fusilados  todos  los  ofi- 
ciales, reservando  para  los  dos  jefes  Alcázar  y  don  Gas- 
par Ruiz,  una  muerte  mas  cruel,  pero  al  mismo  tiempo 
mas  gloriosa.  Entregados  á  los  salvajes  que  formaban 
parte  del  ejército  realista,  fueron  hechos  pedazos  á  lanza- 
das en  medio  de  otros  indios  que  los  tenían  en  cierto 
modo  acorralados.  Así  perecieron  estos  dos  nobles  patrio- 
tas, mas  á  propósito  por  su  edad  y  antecedentes  á  ins- 
pirar respeto,  que  á  provocar  el  insulto  y  todavía  menos 
á  merecerlo.  Uno  de  los  oficiales,  el  capitán  Arcos,  no 
queriendo  morir  á  manos  de  estos  salvajes,  sacó  un  cu- 
chillo del  pecho,  y  con  el  coraje  de  la  desesperación,  se 
atravesó  el  corazón  en  presencia  de  sus  compañeros  (1). 
Así  murieron  casi  todos  los  oficiales  del  batallón  de 
Coquimbo,  nobles  militares  que  hablan  dado  repetidas 
pruebas  de  su  conducta  digna  y  jenerosa,  así  en  el  campo 
de  batalla  como  después  de  victorias  á  mucha  costa  con- 
seguidas. Los  soldados  ingresaron  en  las  filas  realistas  y 
se  vieron  precisados  á  volver  sus  armas  contra  una  pa- 
tria que  tan  bien  habían  servido  y  á  la  que  tantos  deseos 
tenían  de  defender.  Por  lo  que  hace  á  los  emigrados, 
aunque  su  opinión  en  jeneral  era  puramente  pasiva,  esto 

(1)  Cuando  Alcázar  salió  de  los  Anjeles  quisieron  seguirle  muchas  familias  y 
don  Tomás  García  tenia  ya  cargadas  con  sus  efectos  las  tres  únicas  carretas 
que  se  encontraron;  pero  aquel  las  reclamó  pira  llevar  las  municiones,  etc. 
Con  las  seguridades  que  dio  Alcázar  de  volver  pronto,  muchas  familias 
se  quedaron  y  fueron  degolladas  después  de  la  acción  de  Tarpellanca ,  no 
perdonando  los  indios  mas  que  á  las  mujeres  y  á  los  niños,  que  se  llevaron 
prisioneros.  Algunas  familias  se  escaparon  escondiéndose  en  los  bosques,  donde 
pasaron  seis  dias  sin  mas  alimento  que  pangue  y  dihueííes.  Conversación  con 
e!  teniente  coronel  don  Manuel  Riquelmc. 


!■ 


(4: 


Vf 


k\k 


HISTORIA    DE    CHILE. 


no  les  preservó  del  furor  de  aquellos  turbaros.  «  En  el 
mismo  dia,  dice  un  alférez  realista,  hizo  juntar  Bena- 
vides  todos  los  paisanos  que  tenían  algún  compromiso, 
y  allí  cerca  de  la  casa  en  que  estaba  alojado,  los  hizo 
desaparecer.  Esto  lo  estuve  yo  presenciando  sentado  so- 
bre mi  montura  (1).  » 

Mientras  se  cometían  estos  asesinatos ,  marchaba  el 
coronel  Freiré  en  socorro  de  Alcázar,  colocado  en  gran 
riesgo  con  las  derrotas  de  Rere  y  del  Pangal.  El  27  de 
setiembre  salió  de  Talcahuano ,  y  á  muy  corta  distancia 
de  Concepción  encontró  al  mayor  Thomson ,  que  por 
una  feliz  casualidad  había  podido  fugarse  de  la  isla  de 
Tarpellanca  arrastrado  por  las  aguas  del  rio  de  la  Laja. 
Con  este  encuentro  y  con  las  noticias  que  le  dio  aquel 
oficial ,  Freiré  consideró  ya  inútil  su  viaje ,  por  lo  que  se 
atrincheró  detras  de  las  colinas  y  fortificaciones  de  Tal- 
cahuano ,  pues  el  estado  de  estrema  debilidad  en  que  se 
encontraba  su  ejército,  solo  le  permitía  estar  á  la  defen- 
siva. Al  dia  siguiente  28  salió  de  Concepción  con  todos 
sus  soldados  y  gran  número  de  familias  y  fué  á  refujiarse 
al  pequeño  puerto  de  Talcahuano ,  perfectamente  seguro 
por  la  clase  y  disposición  de  sus  fortificaciones ,  y  á  los 
pocos  días ,  es  decir ,  el  2  de  octubre ,  tomó  posesión 
Benavides  de  aquella  capital ,  muy  orgulloso  con  que  los 
patriotas  se  hubiesen  visto  precisados  á  retirarse  á  un 
puerto ,  que ,  como  en  tiempo  de  Ordoñez ,  iba  á  ser  la 
protección  del  débil.  Tuvo  la  buena  precaución  de  enviar 

(1)  Don  Agustín  de  Aldea.  La  inocencia  vindicada,  p.  15. 

Es  necesario  decir  que  de  resultas  de  la  espantosa  carnicería  que  hizo  Dupui, 
gobernador  de  San  Luis,  en  los  prisioneros  de  Chacabuco  y  Maypu,  el  virey,  en 
su  justa  colera,  mandó  á  Benavides  que  no  diese  cuartel  á  nadie  y  que  usase 
esta  atroz  represalia.  En  una  conversación  que  tuve  acerca  del  particular  con 
don  Ramón  Freiré,  me  aseguró  este  ilustre  jeneral  que  Benavides  hizo  mérito 
de  esta  orden  cuando  se  le  juzgó. 


CAPITULO    LVÍ» 


lili 


todos  los  indios  á  Puren  bajo  la  dirección  de  Marilhuan 
para  poner  un  término  á  sus  latrocinios. 

Casi  toda  la  provincia  de  Concepción  se  hallaba  así 
bajóla  dependencia  del  partido  realista,  que  á  fuerza  de 
escesos  sobrevivía  á  todas  sus  derrotas  Benavides,  que 
era  su  jefe  legal,  quiso  organizaría  según  el  antiguo  ré- 
jimen,  haciendo  que  se  nombrasen  alcaldes  y  rejidores. 
Para  paliar  algún  tanto  sus  crímenes,  hizo  alarde  de  pro- 
tejer  á  los  patriotas  que  se  habían  quedado,  permitiéndoles 
marchar  sin  trabas  á  Talca  y  Santiago  ó  pasar  á  Talca- 
huano,  y  en  un  bando  publicado  el  12  de  octubre  ame- 
nazó castigar  severamente  y  á  su  arbitrio,  al  que  Íes- 
insultase,  pues  decía  que  habia  concedido  á  todos  su 
perdón  :  lo  cual  no  fué  obstáculo  para  que  á  los  dos  días 
escribiese  al  capitán  Hermosilla  que  atormentase  bien  á 
los  enemigos,  en  la  seguridad  de  que  el  virey  premiaría 
sus  servicios.  Tampoco  tuvo  reparo  en  prevenir  pocos 
días  después  á  los  subdelegados,  que  obligasen  á  las 
personas  sospechosas  y  á  los  antiguos  jueces  á  vivir  en 
las  capitales  de  los  departamentos  á  fin  de  vijilarlos  me- 
jor ,  y  que  secuestrasen  los  bienes  de  los  emigrados  que 
en  el  término  de  tres  dias  no  regresasen  á  sus  casas  6 
haciendas. 

Tomadas  estas  medidas  de  policía  ,  se  dedicó  Benavi- 
des á  aumentar  su  ejército  con  nuevos  reclutas  y  á  orga- 
nizar la  milicia  provincial ,  haciendo  ingresar  en  los  dife- 
rentes cuerpos  á  todos  los  habitantes  de  los  pueblos  y 
del  campo  desde  la  edad  de  doce  años  hasta  la  de  la 
vejez.  En  Concepción  renovó  la  institución  del  rejimiento 
de  la  Concordia ,  tomando  también  por  base  el  mismo 
principio  de  la  edad,  y  como  prueba  de  la  importancia 
quedaba  á  este  rejimiento,  se  reservó  el  título  de  coronel 


I 


HP 


HISTORIA    Dli    CIIILE. 

del  mismo.  Para  armar  un  número  tan  considerable  de 
milicianos,  mandó  recojer  por  causa  de  utilidad  pública 
todo  el  hierro  que  hubiese  en  poder  de  los  comerciantes, 
disponiendo  para  el  caso  en  que  este  no  bastase,  que  se 
echara  mano  del  que  se  encontrara  en  las  casas ,  sin  es- 
ceptuar  las  rejas  de  las  ventanas.  Los  herreros  de  la  pro- 
vincia fueron  los  encargados  de  recibir  el  hierro  y  de 
hacer  inmediatamente  picas ,  lanzas  y  otros  instrumentos 
de  guerra. 

Otra  de  las  cosas  que  preocuparon  á  Benavides  en  su 
efímera  administración,  fué  el  tesoro.  Como  debia  espe- 
rarlo ,  encontró  las  cajas  vacías ,  emigradas  ó  comple- 
tamente arruinadas  las  principales  familias  y  la  provin- 
cia en  un  estado  de  desolación  tal,  que  los  campos  estaban 
casi  incultos  y  las  habitaciones  en  jeneral  incendiadas. 
En  este  estado  de  cosas,  dio  Benavides  un  mentís  á  sus 
bandos  protectores ,  haciendo  uso  del  sistema  de  secues- 
tros de  que  alternativamente  eran  víctimas  las  familias 
de  los  dos  partidos.  Para  apoderarse  cuanto  antes  de  los 
bienes  secuestrados,  nombró  una  comisión  de  tres  perso- 
nas, que  fueron  don  Juan  Antonio  Rodríguez,  el  padre 
fray  Isidro  Vázquez  y  su  cuñado  don  Pedro  Ferrer ;  mas 
no  siendo  suficiente  todo  esto  para  las  necesidades  á  que 
tenia  que  atender,  levantó  un  empréstito  por  cuya  cuenta 
recibía  plata  labrada  á  razón  de  siete  pesos  el  marco  y 
estancó  todo  el  vino  y  aguardiente  de  la  provincia,  obli- 
gando á  los  propietarios  á  que  declarasen ,  bajo  pena  de 
una  fuerte  multa,  la  cantidad  que  poseían  de  estos  líqui- 
dos y  á  venderlos  al  fisco  por  doce  reales  la  arroba  de 
vino  y  tres  pesos  la  de  aguardiente. 

Un  gobierno  nacido  de  una  revolución  es  siempre  en 
sus  principios  un  gobierno  de  abusos  y  violencias,  mucho 


CAPÍTULO    LVÍ. 


hll 


mas  si  el  jefe  del  partido  triunfante  tiene  la  conciencia  de 
su  endeblez  y  su  impopularidad.  El  héroe  de  Tarpellanca, 
colocándose  en  el  puesto  de  jefe  interino  de  Chile  bajo  el 
modesto  título  de  intendente  de  la  provincia  de  Concep- 
ción ,  tenia  necesidad ,  para  sostenerse,  de  emplear  los 
medios  mas  ríjidos  y  arbitrarios.  Aunque  hizo  que  se 
nombrasen  alcaldes  y  rejidores  así  en  Concepción  como 
en  las  diferentes  ciudades  de  la  provincia ,  reunió  y  con- 
fundió en  su  persona  todos  los  poderes  políticos ,  el  poder 
lejislativo,  el  poder  ejecutivo  y  el  poder  judicial,  que- 
riendo sujetarlo  todo  á  su  inspección.  En  una  cosa  hay 
que  hacerle  justicia,  si  es  que  la  merece  tan  monstruosa 
severidad ,  en  que  en  todos  tiempos  y  lugares  se  mostró 
siempre  inexorable  con  los  ladrones,  á  quienes  perseguía 
sin  descanso  y  á  los  que  mandó  muchas  veces  que  se 
los  presentasen,  á  pesar  de  que  por  las  ordenanzas  com- 
petía á  los  subdelegados  proceder  contra  ellos.  En  estos 
casos  él  mismo  marcaba  el  jénero  de  muerte  que  merecía 
el  ladrón  según  su  delito ,  ya  el  fusilamiento ,  ya  la  horca. 
Muchos  oficiales  fueron  sacrificados  á  esta  severa  justi- 
cia, y  á  los  pocos  dias  de  llegar  á  Concepción  mandó  pa- 
sar por  las  armas  en  la  plaza  diez  soldados  que  habían 
intentado  desertarse  y  ahorcar  á  dos  del  batallón  de 
Coquimbo  por  mala  conducta.  Las  ejecuciones  se  veri- 
ficaron presenciándolas  toda  la  guarnición  (1). 

Mientras  Benavides  procuraba  organizar  un  gobierno 
á  su  manera,  en  la  confianza  de  que  no  tardaría  en  fun- 
cionar en  Santiago  como  se  lo  tenia  prometido  al  vírey 
del  Perú  respondiéndole  de  ello  con  su  cabeza,  Freiré , 
retirado  al  abrigo  de  las  fortificaciones  de  Talcahuano , 


(1)  Archivos  de  Concepción  y  manuscritos  de  Benavides  que  obran  en  nú 
poder. 

VJ.  Historia.  27 


AI8 


HISTORIA    DE    CHILE. 


% 

II 

5 

L. 

', 

redoblaba  sus  vivas  instancias  para  que  se  le  enviase  al- 
gún socorro ;  pero  en  el  estado  deplorable  á  que  habia 
quedado  reducido  el  tesoro  con  la  tercera  espedicion  de! 
Perú,  O'Higgins  apenas  contaba  con  medios  para  faci- 
litárselo. Todo  lo  que  estuvo  en  su  posibilidad  en  vista 
de  lo  que  le  manifestó  una  comisión  encargada  de  ha- 
cerle ver  los  peligros  de  la  posición  de  Freiré,  y  los  que 
corría  Santiago  si  Benavides  llevaba  allá  sus  soldados,  fué 
reunir  en  la  ribera  norte  del  rio  Nuble  é  Itata  una  parte 
de  la  milicia  de  San  Fernando  y  Talca  al  mando  de  don 
Joaquin  Prieto,  y  dar  orden  para  que  se  le  incorporase 
la  que  el  mayor  Viel  pudo  levantar  é  instruir  en  el  par- 
tido de  Gauquenes.  Estas  tropas  hubieran  sido  muy  in- 
suficientes sin  duda  para  contener  á  los  realistas,  si  me- 
jor inspirado  Benavides  se  hubiese  dirijido  sobre  San- 
tiago ,  pero  afortunadamente  para  el  país,  la  Providencia 
velaba  sobre  su  salvación,  y  quitándole  esta  idea,  le  lanzó 
á  guerras  de  escaramuzas  ,  en  las  que  por  lo  jeneral  lle- 
vaban la  ventaja  los  patriotas.  En  una  de  estas  escara- 
muzas, deploró  la  patria  la  pérdida  del  valiente  catalán 
Molina,  sárjente  mayor  del  ejército,  muerto  en  una  san- 
grienta carga  que  dio  al  enemigo. 

A  pesar  de  todo,  la  posición  de  Freiré  se  hacia  cada 
vez  mas  y  mas  difícil  y  arriesgada  :  los  socorros  eran  casi 
insignificantes  y  los  víveres  disminuían  considerable- 
mente, lo  que  llenaba  al  soldado  de  desesperación,  esta 
hija  del  sufrimiento.  Aunque  la  desproporción  de  los  dos 
ejércitos  era  muy  desventajosa  para  los  patriotas,  estos 
deseaban  sin  embargo  un  combate  decisivo,  que  de  una 
manera  ú  otra  los  sacase  de  su  posición.  Freiré  estaba 
animado  del  mismo  deseo,  y  la  ocasión  de  satisfacerlo 
se  presentó  al  fin. 


A 


CAPÍTULO   LVI. 


419 


El  25  de  noviembre  se  observó  en  los  realistas  un  mo- 
vimiento de  tropas  en  dirección  á  San  Vicente.  A  poco 
destacaron  una  compañía ,  que  al  alcance  de  los  fuegos 
de  fusil  de  los  patriotas ,  tomó  posición  en  el  cerro  del 
Morro.  Freiré  mandó  salir  la  caballería  fuera  del  portón, 
y  apenas  se  habia  formado,  la  de  los  realistas,  en  número 
de  seiscientos  próximamente ,  ocupó  el  Pajonal  y  meda- 
ños de  la  puntilla.  Estaba  á  pocas  cuadras  de  distancia  y 
se  manifestaba  indiferente  á  las  bajas  que  le  hacia  el 
fuego  de  algunas  baterías,  cuando  la  impaciencia  de 
Freiré  le  decidió  á  atacar.  Aunque  podia  disponer  de 
buen  número  de  caballos ,  sin  embargo ,  poseído  de  ese 
valor  personal  que  electriza  cuanto  le  rodea,  tornasolo 
ochenta  cazadores  y  los  intrépidos  indios  de  Angol  y 
puesto  á  su  cabeza  carga  á  gran  galope  sobre  la  caballe- 
ría, que  corta  por  diferentes  sitios.  Entonces  se  apodera 
el  terror  de  las  filas  enemigas,  la  caballería  toda  desor- 
denada emprende  la  fuga  y  es  perseguida  mas  de  una 
legua  por  los  patriotas,  que  matan  ciento  cincuenta  sol- 
dados con  mas  algunos  oficiales,  y  hacen  treinta  prisio- 
neros. Los  patriotas  solo  tuvieron  siete  heridos  y  tres 
muertos,  entre  estos  el  teniente  coronel  don  Enrique 
Larenas ,  de  Concepción ,  á  quien  la  fogosidad  de  su 
caballo  llevó  á  las  filas  enemigas,  donde  fué  acuchillado. 

Este  resultado,  que  hubiera  sido  mucho  mas  completo 
á  no  tener  que  dejar  la  persecución  por  el  mal  estado  de 
los  caballos,  reanimó  á  los  patriotas  entregados  hacia 
muchos  meses  al  mayor  desaliento.  Freiré,  con  su  jenio 
militar,  vio  en  él  el  preludio  de  una  victoria  decisiva ,  y 
ordenó  inmediatamente  los  preparativos  para  atacar  al 
enemigo  en  su  atrincheramiento.  Sus  tropas  eran  muy 
inferiores  en  número  á  las  de  Benavides,  que  tenia  de 


'■■': 


■I 


aso 


HISTORIA    DE    CHILE. 


setecientos  á  ochocientos  infantes  y  sobre  quinientos  ca- 
ballos, pero  esperaba  compensar  tamaña  desventaja  con 
la  bravura  de  sus  soldados  y  el  convencimiento  de  su  su- 
perioridad militar.  Por  desgracia  un  tiempo  horroroso 
no  le  permitió  salir  del  campamento  en  el  siguiente  día 
domingo,  pero  al  otro  se  puso  en  camino  muy  de  mañana 
con  la  mayor  parte  de  la  guarnición ,  y  á  mitad  del  día 
llegó  al  cerro  del  corral ,  de  donde  pasó  al  de  Chepe  á 
observar  la  posición  y  fuerza  del  enemigo.  Cuatro  ca- 
ñones que  puso  en  el  cerro  últimamente  citado ,  obliga- 
ron á  la  infantería  y  parte  de  la  caballería  ocultasen 
el  Pajonal ,  á  mudar  la  posición  y  situarse  cerca  de  la 
Alameda  bajo  los  fuegos  de  cuatro  piezas  volantes  colo- 
cadas en  el  cerro  de  Gavilán. 

«  Luego  que  el  enemigo,  dice  Freiré,  observóla  marcha 
de  nuestra  infantería  que  con  dos  piezas  de  artillería  de 
campaña  la  emprendió  por  el  Malecón,  se  dirijió  á  impe- 
dirla con  un  vivo  fuego  de  toda  su  infantería,  y  por  sus  cos- 
tados la  caballería  avanzando  con  intrepidez  entre  tanto 
su  artillería  obraba  contra  la  nuestra  que  pasaba  por  el 
camino  entre  el  Pajonal  y  cerro  de  Chepe.  Esta  oposición 
fué  vencida  luego  que  nuestra  caballería  pudo  pasar  por 
los  flancos  de  la  infantería  que  marchaba  por  el  estrecho 
camino  del  Malecón,  á  cuyo  efecto  destiné  al  comandante 
Cruz  con  los  cazadores  de  la  escolta  y  los  indios  de  Angol 
para  que  cargase  por  la  derecha  al  enemigo  y  al  sarjento 
mayor  Acosta  por  la  izquierda  con  los  dragones  de  la 
patria ,  y  en  seguida  el  teniente  coronel  Barnachea  con 
el  escuadrón  de  Plaza,  nuevamente  creado,  y  el  sar- 
jento mayor  Manzano  con  la  milicia  de  esta  ciudad  y 
Rere.  Estos  movimientos  se  hicieron  tan  oportuna  y  rá- 
pidamente que  lo  obligaron  á  huir  con  precipitación.  » 


CAPÍTULO    LVI. 


m 


La  carga  fué  tan  jeneral  y  tan  bien  dirijida  con  la 
infantería  en  el  centro  y  la  caballería  á  los  flancos,  que 
casi  toda  la  infantería  enemiga  cayó  muerta  ó  hecha  pri- 
sionera, contándose  en  esta  clase  todo  el  batallón  nú- 
mero 1  cojido  en  Tarpellanca,  pues  solo  el  gritar  Coquimbo 
bastaba  para  contener  el  brazo  de  sus  paisanos.  Muchos 
españoles  aprovecharon  este  grito  de  salvación  para  con- 
servar una  vida,  que  en  aquellos  momentos  de  exaltación 
y  de  delirio  no  hubiera  quizá  perdonado  la  venganza. 
La  caballería  pudo  salvarse  en  parte  por  la  Mochita, 
Caracol ,  Nonquen  y  Palomares,  perseguida  por  los  pa- 
triotas ,  que  la  acuchillaron  á  su  sabor.  El  comandante 
Cruz  avanzó  hasta  Hualqui  con  la  esperanza  de  alcanzar 
á  Benavides ,  que  se  habia  dirijido  por  este  lado ;  pero 
habiendo  llegado  desgraciadamente  cuando  acababa  do 
pasar  el  rio  con  unas  treinta  personas ,  tuvo  que  dejarle 
marchar  con  toda  seguridad  por  la  parte  de  Arauco.  No 
le  sucedió  lo  mismo  á  su  mujer,  que  tomó  por  la  del 
Biobio  en  dirección  á  San  Pedro.  No  encontrando  em- 
barcación, el  instinto  del  miedo  la  hizo  arrojarse  al  rio, 
y  sin  saber  cómo,  se  halló  en  un  pequeño  bajo  á  poca 
distancia  de  la  costa  en  compañía  de  muchas  personas. 
Estaban  con  el  agua  á  la  cintura  cuando  llegaron  los 
soldados  y  empezaron  á  tirarles,  pero  ellas  para  evitar 
las  balas  se  sumerjian  hasta  la  cabeza.  Muchas  fueron 
víctimas  del  furor  de  los  soldados,  pero  al  fin  triunfó  el 
sentimiento  humanitario,  y  la  caridad  completó  su  victo- 
ria, ayudando  á  aquellas  desgraciadas  jentes  á  pasar  el 
rio.  La  mujer  de  Benavides  fué  una  de  las  que  se  salvaron 
de  una  muerte  que  por  algún  tiempo  creyó  inevitable. 
Muchos  soldados  que  no  la  conocían ,  se  la  disputaban , 
pero  ella  prefirió  al  que  la  habia  cuidado  y  salvado ,  y 


I 


HP 


im 


HISTORIA    DE    CHILE. 


por  la  tarde  pudo  escaparse  marchando  á  casa  de  un 
amigo.  A  los  pocos  dias  su  marido  pasó  disfrazado  el 
Biobio  en  frente  de  San  Pedro,  esponiendo  atrevidamente 
su  vida  por  ir  á  buscar  á  su  mujer,  que  llevó  por  la  parte 
de  Arauco  (i). 

Esta  victoria  fué  sumamente  ventajosa  á  la  patria,  que 
solo  tuvo  un  capitán,  dos  sarjentos,  un  tambor  y  ocho 
soldados  muertos  y  veinte  y  seis  heridos,  mientras  que 
el  ejército  de  los  realistas  quedó  destruido  casi  entera- 
mente con  pérdida  completa  de  armas  y  bagajes.  A  los 
dos  dias  supo  Freiré  el  complemento  de  esta  victoria  con 
la  relación  que  le  hizo  el  teniente  coronel  don  Pedro 
Ramón  de  Arriaga  de  la  ventajosa  acción  que  acababa 
de  sostener  con  el  intrépido  Zapata.  En  efecto,  sabedor 
de  que  este  jefe  se  preparaba  para  ir  á  atacarle  en  San 
Garlos,  fué  á  esperarle  en  una  emboscada,  cerca  de  la 
capilla  de  Cocharca,  con  sus  dos  escuadrones  de  grana- 
deros y  cazadores ,  y  al  pasar  el  enemigo  cayó  de  im- 
proviso sobre  él  y  lo  derrotó  completamente,  matándole 
ó  hiriéndole  cerca  de  doscientos  hombres. 

Zapata  después  de  esta  derrota  se  retiró  á  Tucapel , 
casi  en  el  mismo  momento  en  que  el  cacique  pehuenche 
Toreano  fué  á  esta  plaza  con  objeto  de  ver  á  Benavides, 
á  quien  quería  conocer.  A  poco  llegaron  también  Pico  y 
Bocardo  con  casi  toda  la  caballería  derrotada  en  Con- 
cepción y  mas  de  cuatrocientos  hombres  de  tropas  de 
refresco  que  estuvieron  en  Santa  Juana  mientras  la  ac- 
ción, y  que  Benavides  habia  dado  á  Pico  para  que  fuese 
á  incendiar  las  ciudades  de  la  frontera,  Talcamavida, 
Nacimiento,  los  Anjeles,  etc.,  etc.,  comisión  que  desem- 

(1)  Cuando  esta  señora  me  contaba  el  suceso,  temblaba  cíe  espanto.  Tanta 
era  la  influencia  que  ejercía  en  sus  nervios  la  emoción  de  su  recuerdo 


CAPITULO    LVT. 

peñó  con  toda  la  ira  del  amor  propio  burlado.  Cuando 
dichos  jefes  entraron  en  Tucapel  habían  destruido  nueve 
ciudades  ó  villas,  y  la  presencia  de  Toreano  les  inspiró 
la  idea  de  una  junta  de  los  demás  caciques,  para  tratar 
de  lo  que  les  convenia  hacer  en  adelante.  Muchos  res- 
pondieron á  la  invitación  de  Toreano ,  especialmente 
Zapata,  que  tenia  grande  influencia  sobre  ellos,  y  después 
de  algunas  discusiones  decidieron  reunírseles  con  todos 
sus  indios  conas.  Cerca  de  dos  mil  de  estos  se  trasla- 
daron en  efecto  á  Tucapel  armados  y  montados,  que  con 
los  setecientos  caballos  de  que  próximamente  podia  dis- 
poner Pico,  se  hallaron  en  posición  de  ir  á  atacar  á  Chi- 
llan ,  para  que  sufriese  la  misma  suerte  que  las  demás 
ciudades.  Pero  Zapata,  que  tenia  en  dicha  ciudad  una 
casa  y  algunos  parientes,  no  queriendo  esponerlos  á  los 
horrores  del  incendio ,  se  opuso  al  proyecto  y  entonces 
se  contentaron  con  ir  á  apoderarse  de  cerca  de  mil  ca- 
ballos que  pastaban  en  el  Bajo  y  en  Guambali. 

Prieto,  que  mandaba  la  segunda  división  acantonada 
en  dicha  ciudad ,  salió  al  punto  para  hacer  frente  a  este 
poderoso  enemigo.  Después  de  muchas  marchas  y  contra 
marchas  se  decidió  á  tomar  la  ofensiva  y  atacar  con  su 
caballería  dividida  en  dos  partes,  una  compuesta  de  los 
milicianos  de  San  Fernando,  Talca,  etc.,  á  las  órdenes 
de  don  Domingo  Torres,  y  la  otra  de  los  cazadores,  hú- 
sares y  algunos  milicianos  á  las  de  don  José  María  Boi!» 
Las  dos  cargaron  en  esta  disposición  cada  una  á  su  vez 
sobre  la  caballería  enemiga,  que  las  rechazó  con  ímpetu , 
pero  sin  hacerlos  perder  el  orden  y  la  regularidad  de 
los  movimientos.  Entonces  se  limitaron  á  tirotearse  para 
poder  tomar  aliento,  y  en  seguida  volvieron  á  empezar 
las  cargas ,  en  una  de  las  cuales  la  fortuna  favoreció  á 


I 


am 


un 


HISTORIA    DE    CHILE. 


-á 


los  patriotas  con  la  muerte  de  Zapata ,  quien  recibió  un 
balazo  en  la  cabeza.  Desde  aquel  momento  reinó  la  mayor 
confusión  en  el  ejército  enemigo,  especialmente  entre  los 
indios,  que  estimaban  estraordinariamente  al  intrépido 
cabecilla.  Ya  no  se  pensó  mas  que  en  la  retirada  á  pesar 
del  refuerzo  que  les  llevó  Hermosilla,  y  Pico  tuvo  que 
seguir  el  torrente  é  ir  á  ocultar  su  nueva  humillación  á 
los  países  de  los  Araucanos. 

Este  nuevo  triunfo ,  sin  tener  la  importancia  que  el  de 
Concepción ,  contribuyó  á  desmoralizar  algún  tanto  el 
partido  realista  y  á  calmar  la  justa  inquietud  que  cau- 
saba la  prosperidad  siempre  en  aumento  de  los  enemigos 
de  la  patria.  La  muerte  de  Zapata ,  sobre  todo,  se  consi- 
deró como  el  mas  bello  trofeo ,  porque  ella  sola  valia  una 
victoria.  Aunque  de  condición  humilde,  pues  fué  peón  de 
Uréjola  en  Cucha-Cucha,  se  hizo  siempre  notable  por  su 
valor  y  jenerosidad.  Tenia  muy  buen  carácter  y  era 
muy  estimado ,  especialmente  de  los  indios ,  que  le  con- 
sideraban mas  que  á  los  otros  jefes,  porque  le  veian  va- 
liente, justiciero  y  siempre  á  la  cabeza  de  su  escuadrón. 
Así  sucedió,  que  después  de  su  muerte  los  indios  casi  se 
manifestaron  indiferentes  con  los  realistas.  La  mayor 
parte  de  ellos  se  mantuvieron  en  completa  neutralidad  y 
aun  algunos  se  pasaron  á  los  patriotas ,  abandonando  un 
partido  que  les  ofrecía  mas  ventajas ,  pues  la  crueldad  y 
el  robo ,  estos  dos  grandes  estímulos  del  salvaje ,  eran 
escitados  de  un  lado  y  prohibidos  totalmente  del  otro. 
Zapata  perdió  la  vida  por  esceso  de  valor.  Habiendo 
avanzado  cerca  del  estero  para  llegar  á  las  manos  con  un 
oficial  patriota ,  le  dispararon  dos  soldados  y  la  casuali- 
dad quiso  que  le  acertase  uno  de  ellos.  Reclinado  sobre  el 
caballo,  marchó  adonde  estaban  los  indios,  muchos  de  los 


CAPITULO    LVI. 

cuales  acudieron  á  su  defensa,  pero  perseguidos  por  los 
patriotas,  estos  le  echaron  el  lazo,  y  derribándolo  al  suelo, 
lo  llevaron  arrastrando  y  lo  pasaron  de  esta  manera  por 
el  estero  de  Bollen  y  después  por  el  rio  de  Chillan.  Prieto, 
que  le  vio  en  tal  estado  y  que  aun  daba  señales  de  vida, 
mandó  que  le  llevasen  con  mas  humanidad  á  la  plaza  de 
Chillan ,  pero  el  hermano  del  capitán  Riquelme,  que  se 
habia  encargado  de  esta  funesta  misión ,  continuó  arras- 
trándolo hasta  dicho  sitio,  al  que  llegó  casi  cadáver.  Este 
acto  de  barbarie,  que  desdice  siempre  del  honor  militar, 
fué  efecto  indudablemente  del  carácter  brutal  é  inhu- 
mano que  de  algún  tiempo  atrás  habia  tomado  la  guerra. 


fe 


E 

\ 


CAPITULO  LV1L 


O'Higgins  medita  una  tercera  espediclon  contra  el  Perú.  —  Dificultades  que 
encuentra  por  la  falta  de  dinero  y  la  anarquía  de  Buenos-Aires.  —  Síntomas 
de  mala  intelijencia  entre  ei  gobierno  y  lord  Cochrane.—  Pide  este  el  mando 
de  la  espedicion  y  O'Higgins  se  lo  da  á  San  Martin.— Reunidas  las  tropas,  se 
embarcan  en  presencia  de  miles  de  personas  que  acuden  de  todas  partes  á 
victorearlas.—  Llegan  á  Pisco,  donde  fija  San  Martin  su  cuartel  jeneral.—  El 
virey  Pezuela  toma  disposiciones  para  hacer  frente  al  enemigo.  —  Sabe  con 
gran  disgusto  la  revolución  de  España  y  la  dispersión  de  las  tropas  desti- 
nadas á  Buenos-Aires.—  Trata  de  entablar  con  San  Marlin  preliminares  de 
paz.  —  Reunión  en  Miraflores  de  los  plenipotenciarios,  que  no  produce  re- 
sultado ninguno.—  San  Martin  destaca  una  división  á  las  órdenes  de  Arenales 
para  revolucionar  el  interior  del  país.  —  Derrota  de  Quimper  en  Nasca.  — 
Deja  San  Martin  á  Pisco  y  establece  su  campamento  en  Ancón.  —  Cochrane 
bloquea  el  puerto  del  Callao.—  Ataca  la  fragata  Esmeralda  y  se  apodera  de 
ella.— Sabe  San  Martin  esta  importante  noticia  casi  al  mismo  tiempo  que  la 
revolución  de  Guayaquil.—  Marcha  al  valle  de  Haura  á  protejer  la  revolu- 
ción de  Huanuco  é  interceptar  las  comunicaciones  del  norte  con  Lima.— 
Valdés  va  á  atacar  á  Reyes  y  es  rechazado  por  Brandsen.  —  Don  Clemente 
Lantaño  es  hecho  prisionero  en  Huares  con  la  guarnición.  —  El  batallón  de 
Numancia  se  subleva  y  se  pasa  á  los  patriotas.  —  El  país  se  pronuncia  mas 
y  mas  por  la  libertad.  —  Arenales,  después  de  revolucionar  diferentes  pro- 
vincias, llega  al  cerro  de  Pasco,  donde  ataca  al  brigadier  O'Neilly  y  lo  der- 
rota completamente  —  Suerte  desgraciada  de  los  indios  que  abrazaron  su 
partido. 


Las  reconvenciones  que  el  ejército  del  sur  dirijia  al 
gobierno  de  Santiago  por  el  estado  precario  en  que  le 
tenia,  eran  sin  duda  alguna  sinceras,  espontáneas,  pero 
bajo  ningún  concepto  merecidas.  Cometió ,  es  verdad , 
O'Higgins  una  falta  en  mirar  con  demasiada  indife- 
rencia y  casi  con  desprecio  los  últimos  restos  del  ejército 
de  Ossorio  y  en  fiarse  demasiado  de  la  pericia  y  gran 
mérito  militar  de  don  Ramón  Freiré ,  confianza  que  no 
siempre  admiten  las  circunstancias,  y  que  esta  vez  colocó 
aquella  brillante  división  en  una  posición  tan  lastimosa 


CAPITULO    LVII. 

como  comprometida.  Es  necesario  confesar  por  otra 
parte,  que  la  inteligencia  y  actividad  suma  del  director 
no  podian  bastar  a  todo,  especialmente  en  momentos  en 
que  el  país  estaba  lanzado  alas  mas  vastas  empresas, 
porque  el  Perú  con  sus  numerosos  recursos  se  presen- 
taba siempre  como  el  gran  poder  opresor  de  su  libertad, 
el  verdadero  nudo  gordiano  que  era  preciso  cortar,  no 
con  simples  espediciones  marítimas  ya  que  las  dos  pri- 
meras habian  producido  escasos  resultados,  sino  con 
una  verdadera  invasión  terrestre,  invasión  cuyos  enor- 
mes gastos  muy  difícilmente  podría  soportar  el  estado 
del  país.  A  fuerza  de  empréstitos  y  de  donativos  repeti- 
dos tantas  veces,  y  mas  que  todo,  con  las  enormes  exac- 
ciones hechas  por  el  espíritu  violento  y  apasionado  de  los 
partidos  alternativamente  a  patriotas  y  realistas ,  á  exal- 
tados y  moderados ,  las  fortunas  estaban  enteramente 
arruinadas,  la  agricultura  y  el  comercio  eran  casi  nulos, 
y  el  país,  en  otro  tiempo  tan  rico  y  floreciente,  habia  lle- 
gado á  un  estado  de  miseria  tal ,  que  solo  la  virtud  repu- 
blicana podia  soportarlo  y  la  esperanza  de  un  porvenir 
mas  lisonjero. 

Otra  desgracia  que  aumentó  considerablemente  la  in- 
tranquilidad del  gobierno,  y  que  hubiera  paralizado  sus 
jenerosos  esfuerzos,  á  ser  posible  que  le  faltase  el  valor  y 
la  confianza ,  fué  el  estado  de  anarquía  en  que  cayó  por 
entonces  la  república  de  Buenos-Aires.  Mientras  Pueyr- 
redon  estuvo  en  el  poder,  un  solo  pensamiento,  una  sola 
política  dirijió  las  dos  repúblicas,  hubo  comunidad  de 
intereses  entre  los  jefes ,  y  en  esta  buena  coyuntura  se 
proyectó,  discutió  y  aprobó  la  invasión  del  Perú.  Cuando 
á  principios  de  1819  pasó  Irisarriá  Buenos- Aires,  se  de- 
batió de  nuevo  esta  cuestión  de  un  modo  mucho  mas  for- 


428 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mal  por  parte  del  gobierno  arjentino,  pues  que  por  medio 
de  un  contrato  se  comprometió  á  suministrar  para  los 
gastos  de  la  invasión  lo  que  antes  tenia  prometido,  es 
decir ,  trescientos  mil  pesos.  Pero  á  poco  tiempo,  aque- 
llas hermosas  provincias  lanzadas  por  la  anarquía  en 
grandes  revoluciones,  se  separaron  unas  de  otras,  ame- 
nazando hacerse  completamente  independientes  si  no  se 
tomaba  por  base  déla  constitución  el  sistema  federativo. 
Los  confederados ,  que  en  un  principio  no  tuvieron  sé- 
quito, lo  adquirieron  poderoso  con  las  censuras  dirijidas 
á  Pueyrredon ,  atribuyéndole  que  quería  protejer  una 
monarquía  constitucional  con  el  príncipe  de  Luca  á  su 
cabeza,  antiguo  heredero  del  reino  de  Etruria.  Los  en- 
viados de  Buenos-Aires  en  Paris  don  José  Valentín  Gómez 
y  don  Mariano  Gutiérrez  Moreno ,  así  como  don  José  Iri- 
sarri ,  enviado  de  Chile  en  Londres,  y  también  Rivadavia 
estuvieron  encargados  de  hacer  entrar  á  su  gobierno  en 
esta  nueva  combinación  política,  ideada  por  la  Francia  y 
aceptada,  según  aseguraban,  por  Pueyrredon.  Por  lo 
menos  los  federalistas  le  acusaron  de  ello  seriamente, 
acusación  que  tomó  la  suficiente  consistencia  para  obli- 
garle á  renunciar  la  dirección  de  los  negocios,  que  se 
encomendó  al  jeneral  don  José  Rondeau.  Desde  entonces 
las  guerras  civiles  en  que  tomó  una  parte  muy"  activa 
don  José  Miguel  Carrera ,  ocuparon  toda  la  atención  de 
los  facciosos.  El  país  quedó  entregado  á  sus  violentas 
pasiones  y  no  tardaron  en  seguirse  los  apuros  financieros 
que  paralizaron  la  marcha  del  gobierno,  y  le  impidieron 
cumplir  sus  obligaciones  relativamente  al  contrato  cele- 
brado entre  Irisarri  y  el  ministro  de  estado  don  Gregorio 
Tagle. 

Por  consecuencia  de  estos  incidentes,  O'Higgins  se  vio 


•y¡§.r:     <<*>  % 


CAPITULO    LVII. 


429 


reducido  otra  vez  á  sus  propios  recursos ,  casi  entera- 
mente agotados  con  las  dos  espediciones  anteriores.  Fuéle 
pues  necesario  apelar  de  nuevo  al  patriotismo  de  los  ha- 
bitantes, acelerar  la  venta  de  los  bienes  secuestrados  y 
valerse  de  su  crédito  para  con  los  comerciantes  ingleses 
y  americanos ,  que  se  apresuraron  á  contribuir  para  la 
tercera  espedicion  según  sus  facultades,  porque  no  veian 
en  esta  guerra  mas  que  un  negocio  de  comercio,  es  decir 
la  esplotacion  de  un  país  sumamente  rico  para  numero- 
sas esportaciones.  Y  todavía,  ademas  de  estos  mil  obs- 
táculos, la  discordia  se  apoderó  del  personal  de  la  ma- 
rina. Como  ya  hemos  dicho ,  la  tripulación  en  su  mayor 
parte  desde  el  marinero  hasta  el  jefe,  se  componía  de 
estranjeros,  j entes  que  por  lo  jeneral  no  miran  mas  que 
su  interés ,  y  carecen  completamente  del  espíritu  de  na- 
cionalidad, único  susceptible  de  grandes  cosas.  Cual- 
quiera hubiese  creido  que  eran  unos  nuevos  condottieri 
de  Italia  ó  mercenarios  de  la  antigua  Cartago ,  dispues- 
tos siempre  á  sublevarse  y  prontos  á  irse  con  el  que  les 
pagara  mejor.  Felizmente  el  jefe  que  les  mandaba,  les  im- 
ponía con  su  nombre  y  les  inspiraba  respeto  y  obediencia 
con  el  prestijio  de  su  valor  y  de  su  arrojo.  Lord  Cochrane, 
en  efecto,  pudo  introducir  la  disciplina  en  un  conjunto 
tan  heterojéneo  de  marineros,  y  aun  ligarlos  por  medio 
*  de  la  especie  de  patronato  que  se  atribuyó  sobre  ellos 
y  mas  que  todo  por  los  lazos  de  interés  común  ,  móvil 
único  de  sus  acciones.  Respecto  á  esto,   es  necesario 
decir  que  el  célebre  marino  favorecía  de  una  manera 
particular  á  toda  su  tripulación,  y  que  su  celo  le  arras- 
traba algunas  veces  á  pretensiones  bastante  inju  tas. 
Porque  se  ofreció  á  los  marinos  entregarles  una  parte 
muy  crecida  de  las  presas  para  que  se  repartiese  en  pro- 


430 


IIISTOUIA    Dli    CHILE. 


porción  á  la  categoría  de  cada  uno,  solicitaba  cosas  one- 
rosísimas, por  ejemplo  que  los  ciento  veinte  cañones  de 
bronce  cojidos  en  Valdivia  se  vendiesen  para  distribuir 
su  producto,  como  si  aquellos  no  hubiesen  sido  cojidos 
en  el  país  mismo  y  no  fueran  de  hecho  una  propiedad 
chilena,  accidentalmente  en  manos  de  una  facción  ó  de  un 
enemigo.  Una  cosa  que  reclamaba  igualmente  y  á  veces 
con  un  aire  de  reconvención  ofensivo  alas  autoridades,  era 
los  sueldos  atrasados  de  sus  subordinados  y  ciertas  presas 
que  pretendía  pertenecerles,  queriendo  que  en  esta  mate- 
ria rijiese  la lejislacion de  la  marina  inglesa  y  no  la  déla 
española ,  que  era  sin  embargo  la  que  estaba  en  plena 
observancia  en  el  país  (1).  Indudablemente  el  gobierno 
no  podía  retardar  el  pago  de  los  sueldos  corrientes  y  atra- 
sados á  aquellos  marineros,  cuya  mayor  parte  estaban 
atacados  de  una  comezón  de  actividad  que  á  veces  no 
era  inferior  á  su  mala  fe ;  pero  los  jefes,  por  lo  menos, 
debían  tener  en  consideración  el  estado  de  angustia  en 
que  momentáneamente  se  encontraba  el  país  de  resultas 
de  los  sacrificios  verdaderamente  inmensos  que  acaba- 
ban de  hacer  los  habitantes,  contribuyendo  cada  uno 
con  la  parte  que  se  le  repartió  para  armar  y  equipar  la 
tercera  espedicion.  También  debieran  apreciar  mejor  el 
respetable  carácter  de  O'Higgins,  que  no  deseaba  mas 
que  satisfacer  esta  deuda,  estando  muy  lejos  de  su  inten- 
ción retardar  su  pago,  y  mucho  menos  apelar  al  desin- 
terés de  los  marinos.  Hoy  causarían  grande  admiración 
las  duras  palabras  que  lord  Cochrane  usaba  con  las  au- 
toridades en  semejantes  ocasiones,  exajerando  estraordi- 
nariamente  el  estado  lastimoso  de  los  soldados  y  aun  de 

(1)  Véase  la  ingresante  memoria  de  don  Amonio  García  Reyes  sobre  la  pri- 
mera escuadra  nacional ,  pajina  59,  eic. 


CAPITULO    LVII. 


!\U 


los  oficiales,  si  no  se  supiese  que  un  desengaño  vino  á 
contrariar  en  aquel  momento  sus  bellas  aspiraciones  á 
ser  jefe  único  de  mar  y  tierra  en  esta  grande  espedicion. 

El  país  que  se  iba  en  efecto  á  rejenerar,  era  el  Perú, 
este  antiguo  imperio  de  los  incas  de  esclarecida  y  notable 
memoria ,  cuyos  habitantes  solo  esperaban  un  libertador 
para  someterse  inmediatamente  á  su  autoridad.  El  dic- 
tado de  libertador  era  seductor  en  demasía  para  no  des- 
pertar nuevas  ideas  ambiciosas  en  la  imajinacion  de  Go- 
chrane,  haciéndole  quizá  soñar  con  el  título  de  protector, 
convirtiendo  en  provecho  suyo  los  resultados  de  la  espe- 
dicion. Gochrane  tenia  todas  las  cualidades  del  hombre 
del  destino  :  el  prestijio  que  deslumhra  y  fascina,  el 
jenio  que  prevee  y  la  audacia  que  consigue.  Hombre  de 
Plutarco,  acaso  hubiera  podido  representar  el  papel  de 
Sforza,  si  otro  militar  no  menos  entendido  y  ambicioso, 
no  le  hubiera  detenido  en  su  brillante  carrera.  Este  mi- 
litar fué  el  jen  eral  San  Martin. 

Para  toda  persona  reflexiva,  San  Martin  era  el  héroe 
que  convenia  á  tamaña  empresa  y  el  único  merecedor  de 
ponerse  á  su  frente.  Americano  de  nacimiento,  profesaba 
la  misma  relijion  que  los  que  iba  á  libertar,  tenia  sus 
mismas  costumbres,  sus  mismos  hábitos  y  gozaba  de  mu- 
cha reputación,  no  solo  como  jeneral,  sino  como  hombre 
de  gran  prudencia  y  muy  entendido.  Ademas,  él  fué 
quien  meditó  con  O'Higgins  la  invasión,  aun  antes  de  la 
restauración  de  Chile,  no  habiendo  cesado  desde  entonces 
de  prepararse  para  ella  y  de  hacer  los  mas  laudables 
esfuerzos  para  conducirla  á  buen  término.  La  invitación 
misma  hecha  á  Gochrane  para  que  pasase  á  América,  no 
tuvo  mas  objeto  que  el  que  cooperase  á  esta  grande  obra, 
i  y  hubiera  sido  razonable  dejarle  toda  la  gloria  cuando 


432 


HISTORIA    DE    CHILE. 


su  cooperación  estaba  remunerada  con  recompensas  pe- 
cuniarias muy  considerables?  Sin  embargo,  esto  fué  lo 
que  pretendió  Cochrane,  y  lo  que  no  consiguió  de  O'Hig- 
gins, á  pesar  de  haberle  amenazado  formalmente  con 
dejar  el  mando  de  la  escuadra. 

Estas  amenazas  eran  sin  duda  muy  embarazosas  en 
momentos  en  que  la  espedicion  estaba  ya  pronta  para 
darse  á  la  vela.  El  gobierno  procuraba  contemporizar 
por  todos  medios  con  la  ridicula  pretencion  del  almirante 
y  satisfacer  sus  deseos,  aunque  sin  prescindir  un  solo 
instante  del  deber  de  dar  el  mando  de  la  espedicion  al 
jeneral  San  Martin.  Pero  la  envidia  y  los  zelos  habían 
penetrado  en  el  corazón  de  los  dos  rivales,  en  el  de 
Cochrane  sobre  todo,  que  mucho  mas  irritado  ,  dirijia 
diariamente  reconvenciones  al  gobierno,  ya  por  la  poca 
confianza  que  se  tenia  en  él ,  puesto  que  se  le  ocultaban 
ciertos  detalles  de  la  espedicion,  ya  sobre  sus  instruc- 
ciones, etc. ,  etc.,  y  todo  esto  en  un  lenguaje  tan  impropio 
de  un  subordinado ,  que  O'Higgins,  perdiendo  al  fin  la 
paciencia,  pensó  en  el  capitán  Guise  para  ponerle  al  frente 
de  la  escuadra,  si  se  veia  en  la  necesidad  de  separar  á 
Cochrane ,  medida  sin  duda  violenta  y  que  fué  oríjen  de 
mil  contestaciones  no  menos  desagradables. 

Tantas  y  de  tan  diversa  naturaleza  fueron  las  contra- 
riedades que  tuvo  que  vencer  O'Higgins  para  organizar 
la  espedicion,  una  de  las  mas  grandes  y  difíciles,  y  que 
llenó  de  admiración  á  todo  el  mundo,  hasta  á  sus  enemi- 
gos mas  encarnizados.  La  espedicion  se  componía  de 
ocho  buques  de  guerra,  que  formaban  casi  toda  la  escua- 
dra chilena,  y  diez  y  seis  transportes.  Las  tropas  no  lle- 
gaban á  cuatro  mil  quinientos  hombres,  incluso  el  ba- 
tallón número  2  de  Chile  que  debia  tomarse  en  el  puerto 


CAPITULO    LVIÍ. 

de  Coquimbo,  pero  llevaban  un  depósito  de  armas  y 
efectos  de  guerra  para  armar  y  equipar  un  ejército  de 
quince  mil  soldados.  Porque  se  esperaba  mucho  de  las 
ideas  de  libertad  que  empezaban  á  cundir  por  todas  las 
ciudades  de  América  y  que  debían  acabar  por  ganar  el 
ejército  realista,  compuesto  de  pocos  españoles  y  de 
muchos  criollos,  que  tarde  ó  temprano  habían  de  pasar 
adonde  estaban  sus  paisanos. 

Las  tropas  espedicionarias  acampadas  en  Rancagua, 
Quillota,  etc.,  emprendieron  la  marcha  y  se  dirijieron 
á  Valparaíso ,  donde  salieron  á  esperarlos  sus  parientes 
y  amigos  y  una  multitud  de  curiosos  que  deseaban  ver 
el  gran  movimiento  del  puerto  y  presenciar  la  salida  de 
una  flotilla  que  nunca  la  habia  tenido  igual  el  país.  San 
Martin  era,  como  le  correspondía  de  justicia,  el  jefe  de 
mar  y  tierra  de  la  espedicion,  y  por  consiguiente  Co- 
chrane  iba  á  sus  órdenes.  Para  mejor  obrar  de  común 
acuerdo  debieran  embarcarse  ambos  en  el  mismo  buque, 
pero  no  estando  muy  bien  avenidos,  prefirieron  ir  sepa- 
rados, y  el  primero  se  embarcó  en  el  navio  San  Martin 
y  el  segundo  en  la  fragata  O'Higgim,  destinada  á  mar- 
char de  vanguardia. 

Las  tropas  reunidas  en  Valparaíso  empezaron  á  em- 
barcarse en  los  diferentes  buques  el  19  de  agosto  de 
1820.  El  embarque  lo  verificaron  al  sonido  de  sus  mú- 
sicas y  de  los  repiques  de  campanas ,  en  presencia  del 
director  y  de  sus  principales  ministros,  que  habían  ido 
á  activar  la  espedicion ,  y  en  medio  de  los  mil  aplausos 
del  populacho  que  ocupaba  en  masa  todo  lo  largo  de 
la  playa  y  las  alturas  de  las  colinas.  El  20  por  la  tarde, 
estando  ya  todo  el  mundo  á  bordo ,  se  hizo  la  señal  de 
partir,  y  á  poco  rato  se  vio  surcada  la  bahía  de  Valpa- 

VI.  Historia.  28 


■ 


hU 


ÍIISTOIIM    DE    CHILE. 


raiso  por  el  gran  número  de  buques  que  llevaban  el  des- 
tino de  casi  toda  la  América  meridional.  Durante  la 
navegación,  dos  ó  tres  buques  se  separaron  momentá- 
neamente del  convoy,  pero  en  jeneral  hubo  el  mayor 
orden,  y  el  7  de  setiembre  casi  todos  se  hallaban  en  la 
bahía  de  Pararca  cerca  de  Pisco,  á  cincuenta  leguas  sur 
de  Lima.  Al  dia  siguiente  el  bizarro  coronel  Las  Heras, 
jefe  de  estado  mayor,  bajó  á  tierra  con  tres  batallones, 
cincuenta  caballos  y  dos  piezas  de  campaña,  protejidc* 
por  algunos  cañonazos  de  la  Moniezuma ,  que  bastaron 
para  dispersar  un  cuerpo  de  caballería  que  se  presentó 
á  oponerse  al  desembarque.  Estas  tropas  llegaron  por  la 
tarde  á  Pisco,  que  abandonaron  los  sesenta  hombres  á& 
su  guarnición,  después  de  devastarlo  completamente.  Las 
demás  desembarcaron  en  los  dias  siguientes  y  también. 
se  dirijieron  sobre  Pisco,  para  de  allí  desparramarse  por 
los  alrededores  con  el  objeto  de  proporcionarse  víveres, 
ganado  y  sobre  todo  negros ,  pues  habia  el  proyecto  de 
alistarlos  en  el  ejército  con  la  promesa  de  darles  la  liber- 
tad cuando  concluyese  la  campaña.  Desgraciadamente  e! 
retraso  de  algunos  buques  en  que  iban  caballos,,  hizo  qu& 
no  pudieran  utilizarlos,  de  lo  que  resultó  que  la  lentitud 
con  que  las  tropas  se  movían  de  un  punto  á  otro,  unido 
i  la  esquisita  prudencia  de  San  Martin,  dio  tiempo  á  los 
propietarios  para  internar  los  esclavos  y  ponerlos  en  sitio- 
seguro.  Sin  embargo,  aun  pudo  adquirirse  un  número  bas- 
tante regular,  pues  solo  de  la  hacienda  de  Caucato  se  to- 
maron quinientos  que  se  empezaron  á  instruir  y  disciplinar. 
También  seapoderaron  de  bastantes  carnerosy  ganado  va- 
cuno, mas  de  treinta  mil  arrobas  de  azúcar,  mucho  aguar- 
diente y  otros  varios  objetos  útiles  para  la  espedicion  (1). 

(1)  Véase  el  diario  militar  de  la  espedicion,  publicado  en  la  gaceta  estraosv- 
«linaria  de  Chile,  y  su  estrado  en  las  memorias  de  Miller. 


CAPITULO    LVJL 


435 


En  cuanto  Pezuela  supo  la  llegada  de  San  Martin,  tomó 
las  mas  prontas  medidas  para  hacer  frente  á  este  temible 
enemigo.  Su  posición  entonces  era  mucho  mas  ventajosa, 
porque  aprovechándose  de  la  anarquía  que  trabajaba  á  la 
república  arjentina,  de  cuyas  resultas  se  había  dispersado 
el  ejército  de  Tucuman ,  retiró  sus  tropas  en  número  de 
siete  mil  hombres  de  las  provincias  de  Salta  y  Jujuy,  las 
llevó  al  alto  Perú  y  estableció  el  cuartel  jeneral  en  Puno. 
Ramírez,  que  habia  reemplazado  á  Laserna  en  el  mando 
de  estas  tropas,  recibió  orden  de  dejar  á  Olañeta  con  su 
vanguardia  en  Tupiza ,  despachar  á  toda  prisa  á  Valdés 
sobre  Lima  con  parte  de  su  división  é  ir  á  incorporarse 
con  la  otra  al  ejército  de  reserva,  que  estaba  con  Rica- 
fort  en  Arequipa.  En  seguida  reunió  en  Lima  los  mili- 
cianos que  habia  despachado  á  sus  casas  por  no  serle  ya 
necesarios  después  de  los  sucesos  de  Rueños-Aires ;  nom- 
bró comandante  jeneral  de  la  costa  al  coronel  de  milicias 
Quimper;  envió  de  vanguardia  á  Lurin  al  brigadier 
O'Reilly,  á  quien  solo  dio  un  escuadrón  de  dragones  del 
Perú  y  otro  de  milicianos  de  Carabaillo,  cuando  debiera 
haberle  puesto  á  la  cabeza  de  una  fuerte  división ;  y  dedicó 
en  fin  su  atención  á  este  serio  asunto ,  en  el  que  quiso 
tomar  parte  el  consulado,  proponiendo,  aunque  en  vano, 
tripular  por  su  cuenta  las  tres  fragatas  fondeadas  en  la 
bahía,  la  Venganza,  la  Esmeralda  y  la  Prueba,  enviadas 
á  buscar  á  Arequipa  (1). 

Se  hallaba  ocupado  el  virey  en  estos  preparativos  de 

(1)  Según  don  José  Ballesteros  se  componía  entonces  el  ejército  real  ó  pe- 
ruano de  veinte  y  tres  mil  hombres  ,  á  saber  : 

En  el  Callao  y  Lima,  siete  mil  ochocientos  quince. 

En  Pisco ,  Cañetes  y  Chancas ,  setecientos. 

En  el  alto  Pera  ,  seis  mil. 

En  Arequipa,  Trujillo ,  Guayaquil,  Guammga,  Cuzco  y  Jauja,  ocho  mil 
cuatrocientos  ochenta  y  cinco. 


£36 


II1ST01UA    DE    CniEE. 


defensa,  cuando  una  nueva  sumamente  importante  víno; 
á  aumentarle  las  dificultades. 

Se  supo  la  gran  revolución  ocurrida  en  España,  en  la- 
que habiendo  triunfado  el  partido  liberal,  la  constitución 
de  1812  estaba  otra  vez  proclamada  en  todo  el  reino. 
A  pesar  de  la  impaciencia  de  muchos  para  que  se  jurase 
en  el  país  esta  constitución,  cuyo  dogma  era  una  monar- 
quía completamente  democrática,  el  virey  Pezuela  no  se 
resolvió  á  hacerlo,  porque  veía  en  ello  una  pendiente 
mas,  á  que  pudieran  ser  arrastrados  ciertos  oficiales  es- 
pañoles, no  poco  imbuidos  en  los  principios  revolucio- 
narios. Por  otra  parte,  no  siendo*  oficial  la  noticia,  no- 
debia  tomar  sobre  sí  la  responsabilidad  de  un  acto  de  tan 
trascendentales  consecuencias ;  pero  cuando  á  mediados 
de  setiembre  se  le  comunicó  la  orden ,  no  estuvo  en  su 
mano  diferir  su  cumplimiento,  y  el  dia  17  se  proclamó 
con  gran  ceremonia  la  nueva  ley  fundamental  en  todos 
los  pueblos  del  vireinato. 

Pezuela  conocía  en  efecto,  que  la  política  española 
iba  á  perder  considerablemente  en  esta  especie  de  re- 
forma. Suposición,  un  momento  mejorada  con  la  anarquía 
de  las  provincias  de  Buenos-Aires,  tenia  que  resentirse 
de  las  mil  disensiones  que  necesariamente  habían  de- 
nacer  en  el  ánimo  de  los  peruanos  y  de  los  españoles. 
Supo  también  una  noticia  sumamente  trascendental  para 
el  porvenir  de  los  realistas  del  Perú.  El  grande  ejército- 
reunido  cerca  de  Cádiz  para  marchar  á  la  reconquista 
de  Buenos-Aires  al  mando  del  conde  del  Abisbal ,  ha- 
biendo manifestado  con  repetición  su  mucha  repugnancia 
á  embarcarse  para  América,  sobre  todo  cuando  veia  y 
sentía  los  horrorosos  estragos  que  la  fiebre  amarilla  es- 
taba haciendo  en  Cádiz,  se  sublevó  enarbolando  la  ban- 


u*  *~       *«* 


CAPITULO    LV1I. 


w 


dora  de  la  libertad  y  reuniéndose  á  los  soldados  de  Riego. 
Este  suceso  era  ventajosísimo  á  los  patriotas ,  porque  en 
caso  de  llegar  estas  tropas ,  se  verían  acosadas  en  todos 
los  puntos  de  la  América  meridional,  en  el  sur  por  estas 
mismas  tropas,  en  el  norte  por  los  ejércitos  entonces 
brillantes  de  Morillo  y  de  Calzada  y  en  el  centro  por  el 
del  Perú  reforzado  con  el  de  Chiloe.  Pezuela  comprendía 
perfectamente  su  situación ,  y  sin  duda  para  salir  de  ella 
de  la  manera  mas  honrosa  posible ,  procuró  entablar 
negociaciones  con  el  jeneral  patriota,  proponiéndole  por 
medio  de  don  Cleto  Escudero  preliminares  de  paz ,  si  lo 
juzgaba  conveniente. 

San  Martin  recibió  el  mensaje  á  pocos  dias  de  su  de- 
sembarque y  respondió  al  virey  asegurándole  de  sus  sim- 
patías para  que  cesasen  cuanto  antes  los  horrores  de  la 
guerra.  Accediendo  á  los  deseos  de  su  adversario,  nom- 
bró dos  plenipotenciarios,  don  Tomas  Guido  y  don  Juan 
García  del  Rio ,  los  que  con  instrucciones  por  escrito 
marcharon  á  Miraflores ,  á  donde  no  tardaron  en  llegar 
los  dos  de  Pezuela ,  que  fueron  el  doctor  don  Hipólito 
Unanue  y  el  conde  de  Villar  de  Fuentes ,  ambos  perua- 
nos, que  habiendo  in fundido  por  esta  razón  alguna  des- 
confianza á  los  ánimos  suspicaces ,  se  les  agregó  á  poco 
el  teniente  de  navio  don  Dionisio  Capaz. 

En  las  cuestiones  de  opinión  y  en  las  que  se  ventilan 
grandes  intereses ,  mil  dificultades  salen  casi  siempre  al 
paso  de  las  pretensiones  y  aun  á  veces  de  la  buena  fe 
misma  de  los  encargados  de  discutirlas.  La  primera  reu- 
nión de  los  plenipotenciarias  en  Miraflores  hizo  entrever 
desde  luego  la  imposibilidad  de  que  se  entendieran.  Que- 
rían los  realistas  que  los  patriotas  jurasen  la  constitución , 
lo  cual  equivalía  á  un  reconocimiento  tácito  del  poder 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


español  sobre  América ,  que  era  precisamente  á  lo  que 
se  oponían  con  razón  los  plenipotenciarios  patriotas.  Es- 
tos por  el  contrario  establecían  como  condición  sitie  qua 
non  de  los  preliminares ,  el  reconocimiento  completo  de 
la  independencia,  no  solo  de  Chile  sino  de  Buenos- Aires, 
porque  en  aquel  entonces  la  alianza  arjentino-chilena  era 
tan  estrecha  y  eficaz,  que  envolvía  la  mas  absoluta  soli- 
daridad ,  escluyendo  la  acción  aislada  de  una  de  las  dos 
potencias  en  un  punto  de  tamaño  interés.  Con  semejantes 
pretensiones  ,  la  primera  sesión  no  dio  ningún  resultado, 
y  lo  mismo  sucedió  en  las  siguientes ,  á  pesar  de  que  el 
virey  fué  en  persona  á  ver  á  los  diputados  patriotas ,  con 
la  esperanza  de  concluir  un  asunto  que  tanto  le  importaba 
llevar  ábuen  término.  El  congreso  se  encontró  en  la  ne- 
cesidad de  cerrar  sus  puertas  y  las  hostilidades,  suspen- 
didas por  ocho  dias,  volvieron  á  empezar  sus  espantosas 
operaciones ,  enviando  San  Martin  partidas  á  los  alrede- 
dores para  que  protejiesen  las  deserciones  ó  inquietasen 
las  avanzadas  del  enemigo.  Pero  antes  publicó  varias 
proclamas ,  una  á  sus  soldados  diciéndoles  que  no  iba 
como  conquistador  sino  como  libertador,  y  que  castigaría 
con  la  muerte  ú  otras  penas  severas  al  que  robase  ó  in- 
sultase á  los  habitantes  ó  derramase  una  gota  de  sangre 
después  del  combate ,  otra  á  los  habitantes  haciéndoles 
ver  lo  absurdo  que  era  tener  el  gobierno  á  dos  mil  le- 
guas de  distancia  y  asegurándoles  que  iba  á  poner  tér- 
mino á  su  angustia  y  humillación  ;  por  último ,  otras  á 
los  propietarios,  prometiéndoles  que  lo  que  tomase  el 
ejército  les  seria  pagado  mas  adelante  bajo  recibo  é  ins- 
tando á  los  emigrados  á  que  volviesen  á  sus  casas,  en  la 
seguridad  de  que  nada  les  sucedería ,  á  pesar  de  sus  opi- 
niones avanzadas. 


CAPITULO    LV11. 


439 


:-,- 


Antes  de  que  el  ejército  libertador  saliese  de  Valpa- 
raíso, el  intrépido  Vidal  partió  para  el  Perú  en  una  mala 
embarcación,  con  objeto  deajitar  las  poblaciones  en  favor 
de  la  independencia  y  de  repartir  numerosas  proclamas 
en  que  se  iniciaba  al  pueblo  en  todos  los  beneficios  de 
aquella.  Ya  cuando  las  primeras  espediciones  de  Co- 
chrane  se  procuró  jeneralizar  estas  ideas  y  atraer  parti- 
darios, que  con  el  tiempo  fuesen  otros  tantos  auxiliares. 
San  Martin  sabia  muy  bien  que  esto  habia  producido 
buenos  resultados,  y  que  muchos  habitantes  y  aun  jefes 
americanos ,  solo  esperaban  una  ocasión  para  acreditar 
con  actos  y  con  las  armas,  sus  simpatías  á  la  conquista 
de  la  independencia.  En  esta  persuasión  envió  al  interior 
del  país  una  división  que  protejiese  á  los  que  tuvieran 
bastante  valor  para  pronunciarse,  dando  el  mando  de 
ella  al  coronel  don  Juan  Antonio  Alvarez  de  Arenales. 

Estese  encontraba  en  lea  encargado  de  batir  á  Quim- 
per,  que  se  habia  refujiado  allí  con  la  guarnición  de  Pisco, 
no  habiendo  sido  posible  alcanzarle  hasta  Nasca,  donde 
él  y  los  suyos  fueron  completamente  derrotados  con  pér- 
dida de  los  bagajes,  municiones,  gran  número  de  mu- 
las,  la  bandera,  etc.,  y  muchos  soldados  que  se  rindie- 
ron á  los  patriotas ,  ademas  de  dos  compañías  que  se 
pasaron  antes.  Dejando  en  lea  un  destacamento  de  cin- 
cuenta cazadores  á  las  órdenes  del  teniente  coronel  Ber- 
mudez  y  del  capitán  don  Luis  Aldao  con  buen  número  de 
oficiales  y  muchas  armas  para  levantar  tropas,  tomó  Are- 
nales el  camino  de  Huamanga  con  mil  doscientos  hombres 
próximamente  y  dos  piezas,  fuerza  sumamente  corta  para 
lanzarse  en  medio  de  un  país  enemigo.  Con  objeto  de 
protejer  su  salida  y  evitar  que  la  vanguardia  de  O'Reilíy 
marchase  en  su  seguimiento,  San  Martin  fué  á  atacar  á 


i5é 


% 


ü 


llflO 


HISTORIA    DE    CHILE. 


este  jefe  realista,  pera  solo  aparentemente,  pues  en  se- 
guida volvió  á  su  cuartel  jeneral ,  y  el  25  de  setiembre 
su  ejército  se  hizo  á  la  vela ,  yendo  a  desembarcar  á  los 
pocos  dias  á  Ancón ,  pequeño  puerto  á  seis  leguas  de 
Lima. 

Al  pasar  por  delante  de  la  bahía  del  Callao ,  el  vice- 
almirante se  quedó  en  aquellas  aguas  para  bloquear  el 
puerto  con  la  O'Higgins,  la  Lautaro,  la  Independencia  y 
el   Arauco.   El  estado  de  inercia  necesaria  para   esta 
operación  ,  no  podia  de  ninguna  manera  convenir  al  ca- 
rácter activo  é  impetuoso  de  un  guerrero,  cuya  exaltación 
adquiría  tanto  impulso  á  la  vista  del  enemigo.  Su  viva 
imajinacion  le  hizo  comprender  que  podia  atacar  con 
algún  éxito  la  fragata  Esmeralda,  por  mas  que  estaba  bajo 
los  fuegos  de  las  formidables  fortalezas  del  puerto ,  ro- 
deada de  cinco  buques  de  guerra  de  diferentes  portes, 
de  otros  tres  mercantes  bien  armados  y  de  veinte  lanchas 
cañoneras,  y  por  mas  que  el  puerto  estuviese  separado 
de  la  bahía  por  una  cadena  que  solo  ofrecía  un  paso  es- 
trecho para  la  entrada  de  las  embarcaciones.  Concertado 
el  plan  con  San  Martin  é  instruidos  de  sus  detalles  los 
oficiales,  estos  prepararon  por  medio  de  ejercicios  á  los 
doscientos  cuarenta  hombres  que  se  necesitaban  para  su 
ejecución  y  que  se  prestaron  de  buena  voluntad  á  ella. 
El  mismo  dia  del  ataque  se  trasladaron  los  doscientos  cua- 
renta hombres  á  la  O'Higgins,  y  los  demás  buques  reci- 
bieron orden  de  salir  de  la  bahía  á  las  órdenes  del  capi- 
tán Forster.  Fué  esta  una  escelente  idea  del  almirante, 
para  que  los  jefes  enemigos  creyesen  que  la  escuadra  de 
bloqueo  se  alejaba  de  la  bahía  y  relajasen  la  severidad 
del  servicio. 

Luego  que  todo  estuvo  preparado,  lord  Cochrane  di- 


CAriTULO    LVIf. 


llkl 


rijió  una  alocución  enérjica  á  los  que  iban  á  tomar  parte 
en  la  arriesgada  espedicion,  pidiéndoles  una  hora  de 
valor  para  el  feliz  éxito  de  la  empresa ,  y  ofreciéndoles 
en  premio  el  importe  de  los  buques  que  se  apresasen. 
Esto  sucedía  el  5  de  noviembre ,  y  á  eso  de  las  once 
de  la  noche  soldados  y  marineros  se  embarcaron  en 
trece  botes  y  se  dirijieron  á  la  Esmeralda ,  los  unos  á 
las  órdenes  del  capitán  Guise  y  los  otros  á  las  del  de  la 
misma  clase  Erosbic.  Al  pasar  cerca  de  dos  fragatas  de 
guerra  estranjeras,  UHiperion,  inglesa,  y  UMacedonia, 
de  los  Estados-Unidos ,  que  momentáneamente  estaban 
ancladas  en  el  puerto,  los  centinelas  dieron  el  quien  vive 
de  costumbre,  pero  sin  alarmar  mucho  á  los  buques  ene- 
migos. La  espedicion,  pues,  llegó  á  media  noche  á  la 
primera  lancha  cañonera  sin  el  menor  accidente  y  en 
seguida  á  la  Esmeralda ,  que  tomó  inmediatamente  por 
asalto.  Lord  Cochrane  á  estribor  y  el  capitán  Guise  á 
babor  fueron  de  los  primeros  que  saltaron  sobre  el  puente, 
y  en  el  alborozo  que  les  causó  su  heroico  encuentro ,  se 
dieron  un  fuerte  apretón  de  manos ,  como  una  protesta 
viva ,  por  desgracia  poco  duradera ,  contra  su  enemistad 
pasada.  Les  siguieron  sus  valientes  compañeros  que  al 
punto  atacaron  al  enemigo ,  el  cual  tuvo  que  refujiarse 
á  la  popa  y  rendirse  después  de  un  combate  encarnizado, 
ó  tirarse  al  mar  para  salvarse.  Entonces  la  noticia  de 
haber  sido  apresada  la  fragata  se  esparció  por  toda  la 
bahía,  no  obstante  los  repetidos  gritos  de  Viva  el  rey 
que  los  patriotas  hacían  resonar  por  todas  partes  con 
arreglo  á  las  órdenes  de  Cochrane ,  y  los  demás  buques 
que  no  habia  sido  posible  atacar,  empezaron  á  disparar 
cañonazos  sobre  ella ,  los  que  unidos  á  los  de  la  formi- 
dable artillería  de  las  fortalezas,  produjeron  la  escena 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mas  espantosa  de  cuantas  habían  visto  la  mayor  parte 
de  los  presentes.  En  medio  de  ella,  mandó  Guise  cortar 
los  cables  con  que  estaba  amarrada  la  fragata,  Grosbic 
desplegó  las  velas  del  bauprés,  etc. ,  y  á  poco  rato  veían 
los  españoles  á  su  principal  buque  de  guerra  alejarse 
del  puerto  para  ir  á  aumentar  el  número  de  los  de  la 
escuadra  enemiga.  Durante  la  marcha,  observó  Cochrane 
que  los  buques  de  guerra  estranjeros  se  alejaban  de  sus 
sitios  para  evitar  las  balas  de  cañón  de  las  fortalezas , 
y  que  en  lo  alto  de  los  palos  mayores  tenían  unos  fa- 
roles dispuestos  de  la  misma  manera.  Conociendo  que 
estas  eran  señales  convenidas  con  los  realistas  para  estar 
al  abrigo  de  sus  fuegos,  mandó  al  punto  ponerlos  en  la 
fragata ,  y  desconcertado  el  enemigo  con  esta  injeniosa 
estratajema,  la  Esmeralda  pudo  llegar  á  sitio  seguro  con 
grande  aplauso  de  sus  valientes  y  orgullosos  marinos. 

El  apresamiento  de  la  Esmeralda  es  con  efecto  una  de 
las  acciones  mas  brillantes  de  Cochrane.  Lo  mismo  que 
sucedió  en  la  toma  de  Valdivia,  todo  estuvo  previsto  y 
calculado  de  antemano ,  y  menos  el  ataque  de  los  demás 
buques  que  tuvo  lugar  por  circunstancias  particulares, 
todo  sucedió  absolutamente  conforme  lo  había  predicho. 
El  gobierno  dio  á  la  fragata  el  nombre  de  Valdivia,  en 
memoria  de  la  grande  empresa  que  tuvo  tan  feliz  éxito 
y  de  la  que  fué  también  el  héroe  Cochrane.  Estaba  en 
muy  buen  estado,  armada  con  cuarenta  y  cuatro  cañones 
y  perfectamente  provista  de  todo  lo  necesario,  así  en 
provisiones  de  boca  como  en  material.  Según  un  estado 
que  se  encontró  entre  los  papeles  de  á  bordo,  su  tripula- 
ción ,  comprendidos  marineros  y  soldados ,  se  componía 
de  trescientos  veinte  hombres,  pero  solo  se  hicieron  ciento 
setenta  y  tres  prisioneros  :  los  ciento  cincuenta  y  siete 


CAPITULO    LVU. 


/i  43 


restantes  fueron  muertos  ó  heridos,  ó  se  salvaron  tirán- 
dose al  mar.  El  comandante  don  Luis  Coig  entró  en  el 
número  de  los  prisioneros ,  habiendo  sido  herido  de  una 
bala  de  canon  lanzada  de  una  lancha  española.  Los  chi- 
lenos no  tuvieron  mas  que  once  muertos  y  treinta  heridos, 
entre  estos  el  vice-almirante. 

Lord  Cochrane  no  quiso  quedarse  con  los  heridos  es- 
pañoles. Por  medio  de  un  parlamentario  solicitó  que  los 
recibiesen  en  tierra,  y  el  mismo  dia  desembarcaron 
aquellos  desgraciados,  que  se  vieron  en  medio  de  un 
pueblo  atónito  con  lo  que  acababa  de  pasar.  La  guarni- 
ción sobre  todo  estaba  sumamente  ajitada.  Acusaba  de 
deslealtad  á  los  buques  neutrales,  y  en  un  momento  de 
exasperación  fueron  asesinados  un  oficial  y  varios  mari- 
neros de  la  Macedonia  que  habían  bajado  á  tierra  en  busca 
de  provisiones.  Algunos  oficiales  no  espresaban  menos, 
aunque  con  mas  reserva,  su  cólera  contra  las  tripulaciones 
estranjeras,  á  las  cuales  atribuían  igualmente  una  buena 
parte  de  un  suceso,  cuyas  consecuencias  conocían  per- 
fectamente. Porque  mejor  que  nadie  veian  que  la  marina 
española  iba  á  ser  echada  para  siempre  del  mar  del  Sur, 
y  que  no  tardarían  en  caer  también  en  poder  de  los  pa- 
triotas las  dos  fragatas  que  les  quedaban ,  la  Prueba  y  la 
Venganza,  entonces  en  la  costa  sur  del  país  (1).  A  los 
pocos  dias  el  pailebot  A ranzazu,  de  siete  cañones,  tuvo 
que  rendirse  al  Araucano,  á  pesar  de  la  vigorosa  resis- 
tencia que  hizo. 

San  Martin  esperaba  con  grande  ansiedad  los  resul- 

(!)  Estos  dos  buques  habían  idoá  buscar  ochocientos  hombres  de  Canterac 
venidos  del  alto  Perú  y  embarcados  en  los  puertos  intermedios.  Después  que 
desembarcaron  estas  tropas  en  Cerro-Azul  cerca  de  Cañete  ,  huyendo  de  Co- 
chrane, se  hicieron  á  la  vela  para  el  norte,  tocaron  en  Panamá,  San  Blas  y 
Acapulco  y  acabaron  por  rendirse  á  los  patriotas. 


hhii 


HISTORIA    DE    CHILE, 


tados  del  ataque,  que  supo  al  día  siguiente  por  el  Arau- 
cano, buque  destinado  á  servir  de  correo  para  tener  á 
los  demás  en  comunicación  constante.  Por  una  singular 
y  feliz  casualidad  supo  casi  al  mismo  tiempo  la  revolución 
de  Guayaquil  en  favor  de  las  ideas  americanas,  fomen- 
tada por  el  teniente  coronel  don  Gregorio  Escovedo,  á 
quien  nombraron  presidente  del  gobierno  provisional 
que  se  estableció ,  y  en  seguida  la  de  Huanuco  en  el 
interior  del  Perú  (1).  No  tenia  la  segunda  tanta  impor- 
tancia como  la  primera,  porque  era  mas  civil  que  militar, 
razón  por  la  cual  se  resolvió  ir  á  protejer  los  jenerosos 
esfuerzos  de  aquellos  patriotas.  Después  de  algunas  es- 
curcones á  los  alrededores  de  Ancón  y  Capacavana  y  de 
enviar  al  mayor  Reyes  á  que  se  apoderase  de  Ghancay, 
el  jeneral  en  jefe  embarcó  todas  sus  tropas,  que  al  dia 
siguiente  9  de  noviembre  desembarcaron  en  Huacho, 
puerto  del  valle  de  Haura  á  veinte  y  ocho  leguas  norte 
de  Lima ,  para  ir  á  acampar  á  dicho  valle ,  con  lo  que 
quedó  interceptada  toda  comunicación  entre  Lima  y  las 
grandes  poblaciones  del  norte. 

^  En  cuanto  el  virey  supo  la  salida  de  Ancón  de  los  pa- 
triotas y  la  ocupación  de  Chancay  por  un  corto  destaca- 
mento á  las  órdenes  de  Reyes,  mandó  á  don  Gregorio 
Valdés,  recien  llegado  del  campamento  jeneral  de  Azna- 
puquio  á  dos  leguas  al  norte  de  Lima,  que  marchase 
contra  dicho  destacamento  y  le  echase  de  su  posición. 
Valdés,  que  habia  dado  grandes  pruebas  de  valor  é  in- 

(1)  Llevada  á  cabo  esta  revolución  por  la  guarnición  y  los  habitantes  de  con- 
suno sin  derramar  una  sola  gota  de  sangre,  Guayaquil  ejerció  grande  inlluencia 
en  los  destinos  de  las  repúblicas  americanas,  porque  aparte  de  privar  de  sus 
maderas,  cacao,  etc.,  al  comercio  de  Lima,  puso  en  continua  comunicación  de 
intereses  á  los  numerosos  patriólas  de  Quilo,  que  jemian  bajo  el  yugo  de  su 
presidente  Aimerich. 


CAPÍTULO    LVII. 


AA5 


telijencia  mientras  estuvo  en  el  alto  Perú,  tomó  un  escua- 
drón de  dragones  de  la  Union ,  otro  del  Perú  y  el  ba- 
tallón de  Numancia,  y  marchó  á  Chancay,  que  encontró 
desierto.  Los  patriotas  se  habían  retirado  hacia  el  norte, 
yendo  delante  la  infantería  y  la  caballería  detras  para 
protejerla.  Como  se  hallaban  á  no  gran  distancia,  Valdés 
avanzó  sobre  ellos  con  el  escuadrón  de  la  Union ,  y 
cuando  ya  creia  alcanzar  la  caballería,  compuesta  sola- 
mente de  treinta  y  seis  cazadores ,  estos ,  que  estaban 
mandados  por  el  valiente  Bransden,  volvieron  caras  y 
cargaron  al  enemigo,  al  que  acuchillaron  hasta  el  final 
de  un  largo  callejón  en  que  estaban  los  dragones  del 
Perú,  que  asi  mismo  fueron  acuchillados  y  hubieran  sido 
completamente  deshechos,  á  no  llegar  á  tiempo  de  con- 
tener á  la  vez  vencedores  y  vencidos  una  compañía  de 
cazadores  de  Numancia.  Gracias  á  esta  magnífica  carga  r 
pudo  la  infantería  de  Reyes  llegar  con  toda  seguridad  á 
Supe ,  donde  habia  gran  número  de  tropas ,  y  Valdés , 
que  aun  quería  cargarles  con  los  dragones  del  Perú  ,  se 
volvió  á  Chancay,  pasando  de  allí  á  Chancaillo. 

No  eran  bien  conocidas  las  intenciones  de  este  coro- 
nel, cuya  división  se  habia  reforzado  con  los  batallones 
de  Arequipa,  segundo  del  Infante  y  dos  piezas  de  arti- 
llería. Se  sabia  solamente  que  pensaba  ir  á  Sayan,  diez  le- 
guas al  este  de  Huaura,  para  interponerse  entre  la  división 
de  Alvarez,  que  estaba  en  la  sierra,  y  las  demás  tropas 
que  se  encontraban  padeciendo  las  enfermedades  endé- 
micas en  aquellos  valles.  Con  objeto  de  espiar  sus  mo- 
vimientos destacó  San  Martin  al  coronel  Alvarado,  mien- 
tras el  de  igual  clase  don  Enrique  Campino  fué  áHuaras 
con  el  número  5  de  Chile  á  atacar  la  guarnición,  que 
tuvo  la  fortuna  de  que  cayese  toda  entera  en  su  poder,. 


1 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Entre  los  prisioneros  había  sesenta  soldados  de  Burgos  y 
del  infante  don  Carlos,  dos  oficiales  y  el  célebre  don 
Clemente  Lantaño ,  que  por  haber  manifestado  alguna 
tendencia  á  las  ideas  liberales  Pezuela  había  mandado  á 
aquel  pueblo.  Con  motivo  de  enfermedad  del  subdelegado 
coronel  de  milicias,  estaba  encargado  accidentalmente 
del  mando  de  las  tropas. 

Lejos  de  conformarse  el  virey  con  el  plan  de  Valdés, 
que  era  marchar  á  Sayan,  lo  que  probablemente  hubiera 
sido  muy  ventajoso  para  los  realistas,  le  mandó  reple- 
garse sobre  Chancaillo.  Alvarado  fué  en  su  seguimiento, 
llevando  de  vanguardia  al  teniente  don  Pascual  Prin- 
gúeles con  veinte  y  cinco  granaderos  á  caballo,  los  cuales 
se  vieron  atacados  por  sorpresa  y  cayeron  en  manos  de 
los  soldados  de  Valdés,  lo  que  no  impidió  que  Alvarado 
continuase  su  marcha  y  alcanzase  la  división  de  aquel 
coronel  en  Tecuán  :  pero  fuese  por  cansancio  ó  porque 
considerase  insuficientes  los  setecientos  caballos  que  lle- 
vaba, no  juzgó  oportuno  atacarla,  y  marchó  á  acampar 
á  Retes,  dos  leguas  de  Chancay,  mientras  los  realistas  se 
dirijieron  á  la  hacienda  de  Basurto,  de  donde  no  salieron 
hasta  el  primero  de  diciembre  para  Lima. 

Hasta  entonces  habia  tenido  en  gran  cuidado  á  Valdés 
lo  llano  del  terreno  por  que  caminaba,  conociendo  que 
podía  ser  atacado  con  desventaja  por  la  caballería  ene- 
miga, mucho  mas  fuerte  que  la  de  su  división,  la  cual 
consistía  principalmente  en  infantería.  Por  esta  razón 
habia  conservado  sus  tropas  reunidas,  sin  consentir  que 
nadie  se  separase ;  pero  luego  que  salió  de  Basurto  y  se  en- 
contró en  un  terreno  muy  desigual,  tomó  la  delantera  con- 
toda  la  caballería,  reforzada  con  un  escuadrón  de  drago- 
nes al  mando  de  Landázuri ,  para  llegar  cuanto  antes  á 


CAPITULO    LVII. 


hhl 


los  alfafares  de  Trapiche-viejo,  con  el  doble  objeto  de  dar 
de  comer  á  los  caballos,  que  se  morían  de  hambre,  y  pre- 
parar el  alojamiento  del  batallón  de  Numancia ,  que  iba 
en  retaguardia. 

Este  batallón,  que  llegó  con  Morillo  á  Venezuela,  habia 
sido  diezmado  de  tal  manera  con  las  guerras  y  las  enfer- 
medades, que  estaba  enteramente  renovado.  No  le  com- 
ponían sino  poquísimos  españoles  y  solo  sí  zambos ,  mu- 
latos é  indios  de  la  provincia  de  Barinas.  Después  de  la 
batalla  de  Maypu,  el  virey  Samano  se  lo  envió  á  Pezuela 
accediendo  alas  vivas  instancias  de  este,  y  entonces  con- 
taba mil  doscientos  hombres  bien  armados  y  perfecta- 
mente disciplinados.  Al  llegar  á  Lima  después  de  haber 
sufrido  fatigas  y  privaciones  inauditas,  se  manifestó  en 
él  el  descontento  con  numerosas  deserciones  que  tenían 
la  tendencia  de  pasarse  al  enemigo.  Los  mismos  oficiales 
daban  muestras  de  igual  inclinación ,  pues  el  28  de  no- 
viembre tres  se  habían  incorporado  ya  al  ejército  de  Al- 
varado  ;  lo  cual  debiera  haber  llamado  la  atención  de? 
Valdés,  que  era  sabedor  de  sus  proyectos.  Pero  el  des- 
tino de  América  lo  dispuso  de  otro  modo.  Abandonado 
este  batallón  á  sí  mismo,  y  siendo  liberales  casi  todos  su& 
oficiales  y  realistas  muy  pocos ,  aprovechó  un  momento 
de  descanso  al  pié  de  la  cuesta  de  Huachos  para  insur- 
reccionarse ,  apoderarse  del  coronel  y  del  corto  número 
de  oficiales  que  se  mantuvieron  fieles  y  marchar  por  el 
lado  en  que  estaba  el  campamento  de  Alvarado ,  en  unión 
con  un  escuadrón  de  granaderos,  que  habia  ido  á  protejer 
su  sublevación.  El  estado  miserable  en  que  se  encon- 
traba ,  tanto  por  la  fatiga  como  por  la  falta  de  víveres  y 
vestuario  ,  obligó  á  Alvarado  á  pedir  dos  buques  que  lo 
llevasen  donde  estaba  San  Martin  ,  quien  lo  recibió  con  el 


hhS 


HISTORIA    DE    CHILE. 


I 

M 

■■ 

\ 

\?*i 

mayor  gusto,  porque  vio  aumentado  su  ejército  con  ocho- 
cientos hombres  de  muy  buenas  tropas  y  perfectamente 
armados  y  disciplinados.  Como  prenda  de  su  gran  satis- 
facción conservó  al  batallón  el  nombre  que  tenia,  aña- 
diéndole el  dictado  de  fiel  á  la  patria.  Lo  declaró  el  ba- 
tallón mas  antiguo  del  ejército  libertador,  y  en  prueba 
de  la  confianza  que  le  inspiraba  su  bravura ,  le  confió  la 
bandera  del  ejército.  El  teniente  coronel  graduado  don 
Tomas  Heres,  jefe  principal  de  la  sublevación  del  bata- 
llón, fué  nombrado  su  coronel  efectivo,  encargándole  al 
propio  tiempo  que  propusiera  las  recompensas  á  que 
considerase  acreedores  á  sus  individuos. 

Ocurrió  este  feliz  suceso  el  3  de  diciembre  de  1820. 
La  víspera  se  presentaron  á  San  Martin  en  Supe  veinte 
y  dos  oficiales  y  ochenta  y  cinco  soldados  y  sarjentos 
prisioneros  depositados  hacia  mucho  tiempo  en  las  casa- 
matas de  Lima,  que  le  envió  Pezuela  en  canje  de  los  once 
militares  cojidos  cuando  la  revolución  de  Guayaquil  y  de 
otros  oficiales.  A  los  cinco  dias  un  nuevo  suceso  llenó  de 
entusiasmo  el  campamento  de  los  patriotas.  Treinta  y 
ocho  oficiales  y  muchos  cadetes  se  escaparon  de  Lima  y 
fueron  á  reunirse  á  ellos  llenos  de  buena  voluntad  para 
defender  su  causa.  Uno  de  estos  cadetes  era  Salaverri , 
joven  de  doce  años  fugado  de  la  casa  de  su  padre ,  que 
manifestó  en  esta  ocasión  la  gran  firmeza  de  carácter 
de  que  mas  adelante  dio  tan  repetidas  pruebas. 

El  interior  del  país  no  estaba  mas  al  abrigo  de  la  in- 
fluencia que  ejercía  en  las  ideas  peruanas  la  presencia 
del  ejército  libertador  en  la  costa.  Si  los  síntomas  de  de- 
fección se  manifestaron  en  los  soldados  y  milicianos 
cuando  las  primeras  espediciones  de  lord  Cochrane  , 
ahora  alcanzaban  á  los  oficiales,  muchos  de  los  cuales 


CAPÍTULO    LVII. 

solo  esperaban  la  aproximación  de  los  patriotas  para  pa- 
sarse. Por  otra  parte,  el  clero  del  Perú  y  especialmente 
el  de  Lima ,  no  tenia  ni  con  mucho  la  influencia  que  el  de 
Chile  en  la  conciencia  del  pueblo.  El  lujo,  la  ociosidad  y 
el  sensualismo  en  que  vivian  los  altos  personajes  y  algunos 
curas  de  aquella  gran  capital,  habia  echado  el  jérmen  de 
la  desmoralización  en  el  corazón  del  pueblo,  inspirán- 
dole cierta  especie  de  indiferencia  por  todo  lo  que  el  clero 
le  recomendaba  :  lo  cual  ocurría  precisamente  en  mo- 
mentos en  que  los  oficiales  españoles  adictos  por  convic- 
ción al  partido  liberal  de  España,  acababan  de  proclamar 
con  grande  entusiasmo  la  constitución  de  1812,  que 
decían  era  la  verdadera  base  de  un  buen  gobierno.  En 
todas  partes  se  hablaba  de  nuevas  conquistas  hechas 
por  las  nuevas  ideas,  no  solo  entre  los  peruanos  sino 
también  entre  los  españoles  mismos ,  estos  con  la  espe- 
ranza de  que  así  se  reconciliaría  España  con  sus  colo- 
nias, y  aquellos  con  la  seguridad  de  que  conseguirían 
la  independencia.  En  el  número  de  los  últimos  entraban 
personas  de  mucha  influencia,  y  hasta  oficiales  supe- 
riores, que  como  los  jenerales  Lámar  y  Llano  en  Lima , 
los  coroneles  Gamarra  en  Tupiza,  Lavin  en  Arequipa,  etc. , 
empezaron  á  conspirar,  no  habiendo  fracasado  sus  planes 
sino  porque  se  encontraron  aislados. 

Un  personaje  que  también  contribuyó  mucho  á  pro- 
pagar las  ideas  de  independencia  en  el  interior  del  país, 
fué  el  coronel  Arenales,  á  quien  hemos  visto  salir  de  lea 
el  21  de  octubre  para  su  arriesgada  y  audaz  espedicion. 
Desde  Huamanga,  adonde  llegó  á  los  diez  dias-escoltado 
por  tres  ó  cuatro  mil  campesinos  que  salieron  á  su  en- 
cuentro ,  se  dirijo  á  Huancavelica  y  después  á  Jauja , 
punto  en  que  se  encontró  con  los  milicianos  de  la  compa- 

V!.  HíSTORIA.  29 


um 


Zl50 


HISTOIUA    DE    CUILE. 


nía  de  Cárdenas  al  mando  del  brigadier  é  intendente  de 
la  provincia  don  José  Montenedro.  Arenales  no  tuvo  que 
cargar  mas  que  una  vez  para  derrotar  esta  compañía  in- 
disciplinada y  continuar  su  marcha  por  el  lado  de  Supe, 
en  que  se  encontraban  las  fuerzas  de  San  Martin. 

Al  llegar  á  Tarma  el  23  de  noviembre,  supo  que  el  bri- 
gadier O'Reilly,  á  la  cabeza  de  cerca  de  mil  hombres  cor- 
respondientes al  rejimiento  de  la  Victoria,  antes  Talavera, 
y  otros,  de  ciento  ochenta  dragones  y  lanceros  de  Lima  y 
cerca  de  doscientos  milicianos  de  los  alrededores  con  algu- 
nas piezas  de  campaña,  habia  salido  en  dirección  al  cerro 
de  Pasco  para  disputarle  su  paso.  El  caso  era  esta  vez  mu- 
cho mas  serio,  porque  los  patriotas,  sobre  ser  inferiores 
en  número,  estaban  muy  cansados,  no  obstante  que  con 
los  caballos  cojidos  en  Jauja  hubo  los  bastantes  para  la 
infantería,  y  tenían  muchos  reclutas,  con  los  que  se  podia 
contar  poco  porque  apenas  estaban  disciplinados.  Sin 
embargo,  Arenales  no  temió  atacar  á  su  antagonista.  Al 
llegar  el  5  de  diciembre  á  Pasco,  mandó  acampar  la  di- 
visión para  darle  algún  descanso  y  para  observar  al  ene- 
migo, que  encontró  desplegado  en  batalla  detras  de  un 
hondo  barranco,  apoyando  su  derecha  en  un  terreno 
pantanoso  y  su  izquierda  en  un  pequeño  lago.  Al  dia  si- 
guiente á  eso  de  las  nueve  cuando  estaba  cayendo  una 
gran  nevada,  fué  á  atacarle  á  pesar  de  su  ventajosa  posi- 
ción, rodeando  el  lago  y  amenazando  el  flanco  el  bi- 
zarro teniente  coronel  don  Santiago  Aldunate,  mientras 
el  número  11,  á  las  órdenes  del  no  menos  bizarro  Deza, 
atacaba  de  frente  con  tal  intrepidez,  que  puede  decirse 
que  los  realistas  fueron  completamente  vencidos  en  la  pri- 
mera carga.  Quedaron  en  el  campo  un  oficial  y  cincuenta 
y  tres  soldados,  habiendo  sido  hechos  prisioneros  casi  to- 


CAPITULO    LVH. 

dos  los  demás.  En  el  número  de  estos  entraron  el  co- 
ronel don  Manuel  Sánchez ,  jefe  de  infantería ,  y  el  te- 
niente coronel  Santa  Cruz,  que  hacia  mucho  tiempo  de- 
seaba pasar  á  las  filas  de  la  patria,  en  las  que  desde  aquel 
momento  prestó  sus  servicios  con  el  mayor  celo.  No  te- 
niendo ya  Arenales  enemigos  que  combatir  por  el  pronto, 
tomó  el  camino  de  Supe,  pero  antes  de  llegar  á  este  punto 
recibió  orden  de  repasar  las  cordilleras ,  y  cuando  ya  la 
habia  ejecutado,  la  revocó  San  Martin  mandándole  retro- 
ceder, por  manera  que  renovó  inútilmente  á  sus  desgra- 
ciados soldados  las  mil  fatigas  y  miserias  que  tantas  veces 
habían  sufrido.  Pocos  dias  antes,  es  decir  el  30  de  no- 
viembre, los  indios  de  Guamanga,  Guancavelicay  Jauja, 
que  al  pasar  Arenales  se  declararon  en  favor  de  la  inde- 
pendencia ,  fueron  atacados  cerca  de  Huancayo  por  Ri- 
cafort  con  unos  batallones  que  llevaba  de  Arequipa  y 
otros  que  marcharon  del  Cuzco  á  Andahuailas,  y  fueron 
batidos  y  destrozados ,  á  pesar  de  su  número  y  de  su 
resistencia.  El  batallón  chilote  de  Castro,  que  formaba 
parte  de  esta  espedicion  ,  se  portó  como  siempre  con  una 
valentía  digna  de  mejor  causa ,  y  facilitó  á  la  caballería 
el  que  pudiese  perseguir  con  encarnizamiento  á  los  des- 
graciados indios,  que  murieron  á  millares  (1).  Bermudez 
y  Aldao,  que  se  habían  quedado  en  Jauja  con  trescientos 
infantes  y  cien  caballos  para  protejerlos,  se  vieron  en  la 
necesidad  de  huir  por  la  parte  de  la  sierra ,  llegando  á 
Pasco  pocos  dias  después  de  la  salida  de  Alvarez. 

(1)  Por  este  y  otros  motivos  se  quejaba  San  Martin  á  Pezuela  de  la  barbarie 
de  sus  soldados  para  con  los  habitantes  que  no  tenían  mas  crimen  que  ser  li- 
berales, amenazándole  con  observar  la  misma  conducía  si  no  ponia  el  oportuno 
remedio.  En  una  proclama  á  los  españoles  les  dijo  que  se  veria  forzado  por  la 
ley  del  talion  á  poner  fuera  de  la  ley  á  todo  español  que  se  cojiese  y  man- 
darle fusilar  inmediatamente,  si  tal  barbarie  continuaba.  Gaceta  ministerial 
estraordinaria  de  17  de  enero  de  1821. 


.  vá':Í 


CAPITULO  LYIÍI 


Los  habitantes  de  Lima  presentan  á  Pezuela  una  esposicion ,  apoyada  por  el 
cabildo,  pidiéndole  que  capitule  con  San  Martin.  —  Indignación  que  esto 
causa  á  los  españoles.—  San  Martin  se  relira  á  Haura.  —  Pezuela  abdica  el 
vireinato  y  le  reemplaza  Laserna.  —  Llega  un  plenipotenciario  español  en- 
cargado de  tratar  con  los  patriotas.  —  Negociaciones  de  Puchanca ,  que  no 
producen  resultado.  —  Motín  de  los  oficiales  de  la  escuadra.  —  Espedicion 
de  Miller  al  sur  del  Perú.—  Toma  de  Arica.—  Victoria  de  Mirave.—  Miller 
regresa  á  Pisco.  —  Laserna  abandona  á  Lima.  —  Entrada  del  ejército  liber- 
tador en  esta  capital  —  Pérdida  del  San  Martin  y  del  Pueyrredon.—  San 
Martin  envia  á  Santiago  las  banderas  chilenas  cojidas  en  Rancagua.  —  Pro- 
clamación de  la  independencia  del  Perú.  —  Cochrane  se  apodera  de  los  bu- 
ques enemigos  fondeados  en  el  puerto  del  Callao.  —  Acaloradas  contesta- 
ciones entre  San  Martin  y  Cochrane.  —  Laserna  se  aprovecha  de  ellas  para 
enviar  una  espedicion  contra  Lima.  —  Lámar  entrega  á  San  Mariin  la  forta- 
leza del  Callao.  —  Las  fragatas  Prueba  y  Venganza  se  rinden  á  las  autori- 
dades peruanas.— Cochrane  las  reclama,  y  como  no  se  le  entreguen,  regresa 
á  Chile  con  la  escuadra.  —  Administración  de  San  Martin.—  Derrota  delje- 
neral  don  Domingo  Tristan  en  lea.  —  Entrevista  de  San  Martin  y  Bolivar  en 
Guayaquil  con  motivo  de  la  incorporación  de  esta  provincia  á  Colombia.  — 
Torre  Tagle,  delegado  de  San  Martin  en  Lima,  destierra  á  Monteagudo.  — 
Apertura  de  un  congreso.  —  San  Martin  depone  el  poder  en  manos  de  los 
representantes  y  se  vuelve  á  Chile. 


Hasta  aquí  las  guerras  del  Perú  habían  estado  redu- 
cidas á  lijeros  encuentros ,  simples  escaramuzas  sin  mas 
objeto  que  apoderarse  de  los  ganados,  víveres,  etc. ,  etc. , 
y  propagar  las  ideas  revolucionarias  :  no  obstante,  era 
fácil  conocer  cuanto  progresaban  estas  ideas  en  la  nación 
y  preveer  las  terribles  consecuencias  que  iban  á  tener 
muy  pronto  para  el  ejército  realista.  La  desmoralización 
empezaba  á  cundir  lo  mismo  en  las  ciudades  que  en  el 
campo ,  la  deserción  era  cada  dia  mayor,  á  pesar  de  las 
avanzadas  apostadas  para  contenerla,  y  las  tropas  espa- 
ñolas, acosadas  en  cierto  modo  en  la  capital ,  estaban  en 


CAPITULO    LV11I. 


A53 


vísperas  de  poner  á  San  Martin  en  el  caso  de  representar 
en  tierra  el  mismo  papel  que  Cochrane  representaba 
hacia  tiempo  en  el  mar. 

Los  limeños  no  se  hacían  ilusiones  acerca  de  su  posi- 
ción. Desde  que  Chile  se  enseñoreó  del  océano  Pacífico, 
conocieron  que  su  capital  caería  tarde  ó  temprano  en 
poder  de  los  patriotas,  capaces  en  aquella  época  de  ha- 
cerles sufrir,  en  caso  de  una  resistencia  formal,  todos  los 
horrores  de  la  toma  de  una  ciudad  por  asalto.  Para  evitar 
este  desastre  firmaron  muchos  habitantes,  así  paisanos 
como  militares ,  una  esposicion  dirijida  al  virey,  supli- 
cándole hiciese  una  capitulación  honrosa  con  el  jeneral 
San  Martin  ,  esposicion  que  fué  presentada  á  aquella 
autoridad  eH6  de  diciembre  de  1820  con  varias  obser- 
vaciones del  ayuntamiento ,  el  cual  se  ofrecía  á  tomar 
parte  en  las  nuevas  negociaciones. 

En  cuanto  corrió  por  la  ciudad  la  noticia  de  lo  que 
pasaba,  una  multitud  de  españoles  y  muchos  militares 
muy  apegados  á  sus  intereses,  se  manifestaron  indigna- 
dos ,  y  los  oficiales  de  la  Concordia  pidieron  por  escrito 
que  se  destituyese  á  los  de  su  rejimiento  que  habían  fir- 
mado la  esposicion ,  protestando  que  estaban  prontos  á 
sacrificar  sus  vidas  y  sus  fortunas  en  sosten  de  la  bandera 
que  habían  jurado  defender. 

Pezuela  no  accedió  á  lo  que  querían  ni  los  unos  ni  los 
otros,  por  mas  que  estuviese  muy  inclinado  á  capitular, 
porque  en  su  aislamiento  no  hallaba  otro  medio  de  salir 
con  alguna  ventaja  de  su  mala  posición.  Con  la  revolu- 
ción de  Guayaquil  y  la  muy  reciente  de  Trujillo ,  todo  el 
norte  habia  caido  en  poder  de  los  patriotas  y  estaban 
cortadas  sus  comunicaciones  con  Quito,  único  país  de 
que  podía  recibir  algún  socorro ,  pues  nada  tenia  que 


■   ;  f. 


khíx 


HISTORIA    DE    CHILE. 


esperar  de  España,  que  se  hallaba  sin  recursos  y  entre- 
gada á  un  partido  que  en  medio  de  su  triunfo  había  pro- 
clamado tácitamente  la  independencia  americana ,  en  el 
hecho  de  confesar  que  su  reconquista  era  imposible. 
Dominado  por  la  inquietud  de  su  posición  y  deseando  á 
toda  costa  defender  a  Lima  y  los  grandes  intereses  de  su» 
paisanos ,  desoyó  los  consejos  de  un  partido  militar  que 
quería  ir  á  atacar  directamente  á  San  Martin,  ó  bien  aban- 
donar la  capital  y  retirarse  á  las  ciudades  del  interior. 
Los  que  esto  le  propusieron ,  pertenecían  á  un  partido 
de  oposición  que  de  algún  tiempo  atrás  trabajaba  en 
favor  del  brigadier  Laserna.  Había  conseguido  este  par- 
tido que  se  formase  una  junta  directiva  de  guerra  que 
ponía  la  voluntad  del  virey  á  merced  de  una  mayoría 
sospechosa,  y  queriendo  aquel  disminuir  su  poder,  la 
redujo  á  simplemente  consultiva  á  pesar  de  las  vivas  re- 
clamaciones de  los  interesados ,  con  lo  cual  la  oposición 
se  hizo  mas  audaz,  mas  obstinada,  ganó  á  casi  todos  los 
oficiales  del  ejército  acampado  en  Aznapuquio  y  acabó 
por  la  caida  de  Pezuela. 

Cuanto  mas  prestijio  perdia  el  partido  realista  con  estos 
sucesos,  tanto  mas  ganaba  el  de  la  revolución  con  la  ha- 
bilidad de  su  jeneral.  La  táctica  de  San  Martin  era  mas 
bien  táctica  de  astucia  y  prudencia,  que  de  provocación. 
Siendo  su  ejército,  materialmente  considerado,  inferior 
al  del  virey,  esperaba  que  fuese  superior  á  fuerza  de 
tiempo  y  de  paciencia ,  porque  veía  con  que  afán  se  apre- 
suraban ciertos  pueblos  á  aceptar  su  bandera  y  confiaba 
en  apoderarse  poco  á  poco  del  país  entero ,  ya  por  la 
suerte  de  las  armas,  ya  por  la  traición.  Por  eso  continuó- 
la guerra  de  corrupción  y  de  escaramuzas,  contentándose 
con  llevar  la  alarma  á  las  avanzadas  enemigas  y  protejer 


CAPITULO    LVIII. 

los  desertores.  Un  dia  sin  embargo,  viéndose  amenazado 
por  una  fuerte  división  de  Valdés  tuvo  que  abandonar 
su  campamento  de  Retes  é  ir  á  fortificarse  sobre  el  rio 
de  Haura,  decidido  á  aceptar  el  combate.  Aunque  en  la 
escaramuza  que  trabó  la  vanguardia  enemiga  con  el  capitán 
Raulet  cupo  la  mejor  parte  á  este  valiente  patriota,  Valdés 
continuaba  su  marcha,  cuando  el  virey  Pezuela,  teme- 
roso de  que  San  Martin  por  medio  de  una  diversión  y 
valiéndose  de  sus  buques  se  dirijiese  sobre  Ancón  y  de 
allí  sobre  Lima,  le  mandó  retroceder  á  su  campamento 
de  Anapuquio.  Esta  contraorden  la  censuraron  mucho 
los  oficiales  intelijentes  del  ejército  realista,  porque  te- 
nían grandes  esperanzas  en  aquella  espedicion,  y  contri- 
buyó no  poco  á  acelerar  la  caida  del  virey,  que  tuvo  lugar 
á  los  ocho  dias.  Con  efecto,  el  29  de  enero  de  1821  se  vio 
obligado  Pezuela  á  renunciar  su  cargo  y  salió  de  Lima 
para  retirarse  á  una  casa  de  campo  de  la  Magdalena ; 
poniéndose  Laserna  á  la  cabeza  del  vireinato,  tan  moral 
como  materialmente  mutilado.  A  los  pocos  dias  habría 
caido  en  poder  de  San  Martin  la  fortaleza  del  Callao , 
para  lo  cual  se  habia  puesto  de  acuerdo  con  algunos  ofi- 
ciales que  pudo  ganar. 

Por  entonces  llegaron  á  diferentes  puntos  de  América 
comisionados  españoles  encargados  de  llevar  proposi- 
ciones de  paz.  El  partido  liberal ,  triunfante  en  aquella 
época  en  España ,  creyó  que  no  era  con  las  armas  con. 
lo  que  se  debia  atacar  las  nuevas  repúblicas ,  sino  coa 
la  diplomacia ;  y  siguiendo  este  sistema ,  muy  en  ar- 
monía por  otra  parte  con  sus  ideas  y  con  las  exijencias 
del  siglo ,  envió  al  Perú  dos  personas  muy  entendidas 
para  que  condujesen  á  buen  término  tan  importante  ne- 
gociación. Una  de  ellas  murió  al  atravesar  el  istmo  de 


' 


L*0 

1 

¿56 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Panamá  y  la  otra,  el  capitán  de  fragata  don  Manuel  Abren, 
llegó  á  Lima,  pasando  antes  por  el  campamento  de  San 
Martin,  donde  fué  recibido  con  mucho  interés.  Sus  ideas 
sumamente  favorables  á  las  libertades  americanas,  su 
descuidado  modo  de  vestir  y  su  pocotacto  para  los  asuntos 
diplomáticos ,  le  hicieron  mirar  desde  el  principio  con 
una  desconfianza,  de  que  participó  igualmente  Laserna. 
Sin  embargo,  como  este  tenia  que  dar  curso  á  la  misión 
de  Abreu ,  comunicó  á  San  Martin  los  deseos  de  su  go- 
bierno de  abrir  nuevas  negociaciones.  San  Martin  aceptó 
la  proposición  de  Laserna,  y  por  una  y  otra  parte  se  nom- 
braron plenipotenciarios  para  discutir  las  bases.  Los  de 
los  realistas  fueron  don  Manuel  Llano  y  don  José  María 
Galdiano ,  á  los  que  naturalmente  debe  agregarse  don 
Manuel  Abreu  r  y  los  de  los  patriotas  los  mismos  que  la 
otra  vez ,  es  decir,  García  del  Rio  y  don  Tomas  Guido 
recien  llegados  de  Guayaquil,  adonde  habían  ido  comi- 
sionados para  cumplimentar  á  Escovedo,  jefe  principal  del 
levantamiento  de  aquella  ciudad.  La  reunión  tuvo  lugar 
en  Punchanca,  hacienda  á  cinco  leguas  norte  de  Lima. 
Como  sucedió  la  vez  primera ,  estas  reuniones  no  die- 
ron ningún  resultado.  Por  espacio  de  veinte  dias  se  estu- 
vieron haciendo  esfuerzos  por  una  y  otra  parte  para  que 
prevaleciesen  ideas  que  no  podían  ser  aceptadas  de  nin- 
guna manera ,  y  aun  se  dijo  que  unos  y  otros  procedie- 
ron con  doblez  para  ganar  tiempo  y  prolongar  el  armis- 
ticio, que  empezó  con  los  preliminares.  La  dificultad  de 
llegar  á  un  acomodamiento  hizo  que  los  dos  jefes  se  cita- 
sen para  conferenciar,  yendo  acompañado  San  Martin  de 
Las  Heras  y  otros  oficiales  superiores  y  Laserna  de  su 
segundo  el  jeneral  Lámar  y  de  los  brigadieres  Ganterac 
y  Monet. 


i*  *~       uHu 


CAPITULO    LVI1I. 


La  entrevista  tuvo  lugar  el  23  de  mayo  de  1821.  Pre- 
cedieron á  las  primeras  conferencias  las  mayores  demos- 
traciones de  amistad  y  comidas  en  que  hubo  brindis  que 
manifestaban  las  mejores  intenciones.  San  Martin  pro- 
puso un  sistema  de  gobierno  muy  conforme  con  sus  opi- 
niones particulares,  que  consistía  en  poner  al  frente  del 
Perú  un  rey  independiente  sacado  de  la  familia  real  de 
España,  con  una  constitución,  cuyas  bases  fuesen  publi- 
cadas provisionalmente  por  una  junta  gubernativa  com- 
puesta de  tres  personas  ,  la  primera  nombrada  por  el 
mismo  San  Martin ,  la  segunda  por  Laserna  y  la  tercera 
por  los  peruanos ,  junta  que  desempeñaría  el  poder  eje- 
cutivo hasta  la  llegada  del  príncipe. 

Atendidos  los  progresos  déla  revolución,  estas  propo- 
siciones convenían  admirablemente  á  Laserna,  como  con- 
venían á  España,  que  tenia  que  contentarse  con  conservar 
en  América  una  influencia  puramente  comercial.  Los  ple- 
nipotenciarios lo  creyeron  así,  y  también  el  virey,  mas 
apenas  volvió  este  á  su  palacio,  propuso  una  nueva  com- 
binación, que  fué  firmar  un  armisticio  de  diez  y  seis  me- 
ses, en  cuyo  tiempo  irían  él  y  San  Martin  á  España  á 
tratar  del  asunto  directamente  con  su  majestad ,  conser- 
vando en  el  entretanto  los  patriotas  el  norte  del  Perú,  que 
gobernarían  á  su  manera ,  y  los  realistas  todo  el  sur,  es 
decir,  desde  el  rio  Chancay  hasta  el  desierto  de  Atacama. 
San  Martin  no  podía  aceptar  estas  proposiciones  y  las 
rechazó  para  no  volver  á  ocuparse  de  la  materia,  termi- 
nando así  el  armisticio,  que  habia  durado  cincuenta  y  dos 
dias ,  y  volviendo  á  tomar  las  hostilidades  su  impulso 
homicida. 

Antes  de  estas  negociaciones  juzgó  conveniente  San 
Martin  enviar  al  sur  al  teniente  coronel  Miller  con  quinien- 


m 


HISTORIA    DE    CHILE. 


MI 

4. 
i 


•     •  ., 


tos  infantes  y  cien  caballos  bajo  el  mando  discrecional  de 
lord  Cochrane.  Dueño  absoluto  de  laparte  norte  de  Lima, 
le  importaba  ocupar  asimismo  el  sur  para  revolucionarlo 
é  impedir  las  comunicaciones  de  Laserna  con  estas  pro- 
vincias, y  aun  con  Ramírez  acampado  en  Arequipa.  Lord 
Cochrane  era  entonces  el  blanco  de  una  gran  insubordi- 
nación de  algunos  de  sus  oficiales,  especialmente  de  los 
que  en  Valparaíso  sufrieron  los  rigores  de  su  autoridad, 
y  de  la  desavenencia  que  produjo  resultó  un  espíritu  de 
contrariedad ,  sobre  todo  por  parte  del  capitán  Guise. 
Mandaba  este  la  fregata  Valdivia,  y  sus  oficiales,  para 
halagarle  y  sin  duda  también  para  mortificar  el  amor 
propio  del  almirante,  pidieron  por  escrito  que  se  mudase 
el  nombre  á  dicho  buque ,  nombre  que ,  como  hemos 
dicho,  se  le  dio  en  memoria  del  glorioso  hecho  de  ar- 
mas de  lord  Cochrane.  Este,  agraviado  de  un  proceder 
tan  malévolo,  reconvino  vivamente  al  capitán  Guise,  á 
quien  sujetó  á  un  consejo  de  guerra  juntamente  con  los 
oficiales  que  habían  firmado  la  petición,  y  todos  fueron 
condenados,  los  unosá  ser  espulsados  de  la  escuadra  y 
los  otros  á  pasar  á  otros  buques.  A  los  pocos  dias  quiso 
Cochrane  atacar  las  embarcaciones  del  puerto  y  encargó 
esta  operación  al  capitán  Guise,  quien  para  obedecer 
exijió  por  condición  que  habían  de  acompañarle  todos 
los  oficiales  sentenciados ;  lo  cual  fué  causa  de  nuevas 
contestaciones  y  de  que  Guise  abandonase  su  buque,  de- 
jándolo á  las  órdenes  de  su  segundo.  La  misma  escena 
se  repitió  al  dia  siguiente  á  bordo  del  Galvarino,  cuyo 
comandante  John  Tooker  Spry  dio  igualmente  su  dimi- 
sión; y  los  dos  capitanes,  acompañados  de  casi  todos  los 
oficiales  de  la  Valdivia  y  otros  muchos,  se  presentaron 
áSan  Martin,  quien,  contra  lo  que  exijian  los  reglamen- 


CAPÍTULO  LVI1I. 

tos  de  la  disciplina  militar,  los  acojió  sin  manifestar  nin- 
guna señal  de  disgusto.  Muy  al  contrario,  admitió  á  su 
servicio  al  capitán  Spry  nombrándole  ayudante  naval  y 
se  interesó  con  el  vice-almirante  para  que  los  demás 
volviesen  á  la  escuadra ,  cosa  á  que  aquel  no  quiso  acce- 
der sino  con  ciertas  condiciones  que  no  fueron  admitidas, 
de  cuyas  resultas  Guise  se  separó  definitivamente  de  la 
marina  chilena.  En  medio  de  todas  estas  contrariedades 
preparó  lord  Cochrane  su  espedicion,  la  cual  se  hizo  al 
fin  á  la  vela  y  fué  á  fondear  á  la  bahía  de  Pisco. 

La  salida  de  esta  espedicion  y  su  arribada  á  Pisco  la 
supo  Laserna  casi  al  mismo  tiempo.  Con  objeto  de  con- 
tener la  invasión  y  obligar  á  Miller  á  que  se  reembar- 
case, envió  al  teniente  coronel  Camba  con  tropas  sufi- 
cientes para  tomar  la  ofensiva.  Al  llegar  á  mediados  de 
abril  el  jeneral  realista  á  Chincha-alto  ,  encontró  el  país 
desolado  por  las.  fiebres  endémicas.  Aunque  su  campa- 
mento estaba  inmediato  al  de  los  patriotas ,  las  enferme- 
dades hacían  tantos  estragos  en  ambos ,  que  ni  los  unos 
ni  los  otros  se  atrevieron  á  atacar.  La  epidemia  no  per- 
donó á  los  jefes ,  y  viéndose  estos  en  cama  é  imposibili- 
tados de  tomar  disposición  alguna,  tuvieron  que  reti- 
rarse, volviendo  los  realistas  al  norte,  y  los  patriotas, 
llamados  á  bordo  por  Cochrane ,  los  llevó  á  Arica. 

Esta  ciudad,  una  de  las  principales  del  Perú ,  tiene  un 
puerto  muy  importante,  pero  cuya  entrada  es  suma- 
mente difícil.  Lord  Cochrane  envió  un  parlamentario  al 
gobernador  para  intimarle  la  rendición  ,  y  habiendo  re- 
cibido una  respuesta  negativa,  mandó  que  saltase  en 
tierra  cierto  número  de  tropas ,  orden  que  estas  no  pu- 
dieron ejecutar  á  pesar  de  los  peligros  á  que  se  espusie- 
ron. Entonces  el  almirante  dispuso  que  se  trasbordasen 


¿a 


1 


^ 

¡r 

á  '  ■ '  IKil 

\*»T+ 

460 


HISTORIA    DE    CHILE. 


al  Aranzazu  y  que  fuesen  á  desembarcar  al  pequeño 
puerto  de  Sama,  distante  diez  leguas  de  Arica.  Con 
efecto,  marcharon  inmediatamente  á  las  órdenes  del 
mayor  Soler,  y  cuando  llegaron  á  la  ciudad,  á  la  que  te- 
nían en  inquietud  los  cañones  de  San  Martin ,  las  tropas 
y  muchos  habitantes  habían  huido  en  dirección  á  Tacna. 
Sabedor  Ramírez  de  este  desembarco ,  dio  orden  para 
que  muchas  compañías  de  las  que  estaban  acampadas  en 
las  diferentes  ciudades  de  su  jurisdicción  militar,  se  pu- 
siesen en  marcha.  Pero  en  vez  de  enviar  el  batallón  del 
centro ,  que  era  el  que  estaba  mas  inmediato  al  enemigo 
y  se  componía  de  buenos  soldados,  mandó  al  teniente 
coronel  don  Cayetano  Ameller,  de  guarnición  en  Oruro, 
que  fuese  á  Tacna  con  la  fuerza  disponible  de  Gerona, 
advirtiéndole  que  se  le  incorporarían  en  aquel  punto  dos- 
cientos cincuenta  hombres  de  Puno  á  las  órdenes  de 
Rivero.  Al  propio  tiempo  dispuso  que  su  subinspector  el 
coronel  Las  Heras  saliese  de  Arequipa  con  dos  compañías 
y  algunos  caballos,  todo  con  el  objeto  de  reunirse  á  las 
pequeñas  divisiones  ya  en  marcha,  para  poder  obrar  de 
concierto. 

La  distancia  á  que  iban  estas  diferentes  divisiones  era 
bastante  para  que  Miller  tuviese  tiempo  de  atacarlas  una 
á  una  y  batirlas  en  detal.  Hallábase  este  jefe  en  Tacna 
con  doscientos  setenta  hombres  y  dos  compañías  deser- 
tadas de  las  filas  enemigas,  que  fueron  para  Cochrane  la 
base  de  un  nuevo  rejimiento,  á  que  dio  el  nombre  de  pri- 
mer independiente  de  Tacna.  Para  detener  al  coronel 
Las  Heras  se  trasladó  á  Buena-vista,  y  con  la  noticia  que 
recibió  allí  de  haber  contramarchado  el  enemigo  sobre 
Ticapampa,  continuó  su  ruta  á  Mirave,  esperando  llegar 
á  tiempo  de  batirlo  antes  de  que  se  reuniera  con  las  tro- 


BSB 


CAPITULO    LVIII. 


pas  de  Puno  y  de  Oruro.  El  camino  por  donde  iba  estaba 
tan  desierto  y  era  tan  poco  frecuentado,  que  después  de 
mil  dificultades  se  encontró  enfrente   de  los  realistas 
cuando  menos  lo  esperaba.  Se  trabó  un  combate  que  du- 
rante la  noche  no  dio  resultados,  pero  que  al  rayar  el 
dia  se  renovó  con  mas  encarnizamiento,  habiendo  sido 
vencidos  los  realistas,  que  perdieron  doscientos  cincuenta 
y  cuatro  hombres,  de  los  cuales  noventa  y  seis  quedaron 
muertos  en  el  campo,  y  los  demás  fueron  hechos  prisio- 
neros y  casi  todos  heridos.  Las  Heras  se  vio  forzado 
aceptar  la  batalla  antes  que  se  le  incorporasen  las  tropas 
de  Rivero,  que  llegaron  cuando  ya  estaba  todo  concluido. 
Después  de  esta  victoria,  útil  aunque  no  de  gran  impor- 
tancia para  la  moral  del  ejército,  Miller  llevó  su  cuartel 
jeneral  á  Moquegua,  que  los  realistas  acababan  de  aban- 
donar.  Desde  allí  enviaba  á  diferentes  puntos  pequeños 
destacamentos,  que  alguna  vez  mandó  él  mismo  en  per- 
sona, para  molestar  al  enemigo  ó  protejer  su  deserción. 
El  plan  que  le  dióCochrane  fué  que  atacase  á  Ramírez  en 
Arequipa  para  marchar  de  allí  al  Cuzco,  y  correrse  por 
detras  del  ejército  de  Laserna  ,  acampado  en  el  hermoso 
valle  de  Jauja  ó  escalonado  en  el  camino  de  Guancavelica 
á  Lima.  Pero  no  podia  ejecutarlo  sin  los  mil  hombres  pe- 
didos con  tantas  instancias  y  el  armamento  preciso  para 
armar  las  jentes  del  campo ,  que  estaban  perfectamente 
dispuestas  en  favor  de  la  independencia.  El  espíritu  en  je- 
neral era  en  efecto  muy  bueno,  pero  las  personas  acomo- 
dadas no  se  atrevían  á  declararse,  inciertas  del  porvenir  y 
sin  ninguna  garantía  que  les  protejiese  en  el  caso  de  un 
revés.  Todos  estos  motivos  impidieron  que  se  realizase  la 
espedicion  ,  con  gran  sentimiento  de  lord  Gochrane,  que 
veia  en  ella  la  destrucción  completa  del  ejército  enemigo. 


:dft 


¿62 


HISTORIA    DE    CHILE» 


A  pesar  de  las  pérdidas  que  sucesivamente  esperi- 
mentaron  los  realistas  en  todas  estas  escaramuzas,  Las 
Heras  se  presentó  el  k  de  junio  delante  de  Tacna  con 
ochocientos  hombres  de  refuerzo  para  cortar  la  retirada 
á  los  patriotas.  Miller  consideró  prudente  retirarse  sobre 
lio,  pero  á  los  pocos  dias  volvió  á  Tacna ,  donde  por  una 
carta  interceptada  que  Ramírez  escribía  á  Las  Heras,  supo 
el  armisticio  firmado  por  San  Martin  y  Laserna.  Esta 
noticia,  que  no  tardó  en  saber  oficialmente,  le  obligó  á 
suspender  todo  movimiento  hostil  hasta  el  15  de  julio, 
dia  en  que  el  armisticio  debia  concluir.  Renunció  pues  á 
emprender  nuevas  escursiones  y  se  dirijió  á  Arica,  sa- 
liendo de  Tacna  con  gran  sentimiento  de  las  personas 
comprometidas,  y  dejando  en  los  hospitales  los  enfermos, 
que  recomendó  á  los  sentimientos  humanitarios  de  su 
adversario.  Se  componía  entonces  su  ejército  de  nueve- 
cientos  hombres  bien  equipados  y  un  corto  número  de 
montaneros,  pero  las  enfermedades  endémicas  en  aquellos 
contornos  le  eran  tan  perjudiciales,  que  temiendo  verse 
comprometido  con  un  enemigo  mucho  mas  numeroso, 
juzgó  prudente  abandonarlos  cuanto  antes  é  ir  á  buscar 
un  país  mas  sano.  En  Arica  le  costó  mucho  trabajo  pro- 
porcionarse los  buques  necesarios  para  embarcar  sus 
tropas  y  los  emigrados  cuyos  compromisos  no  les  per- 
mitían quedarse  á  merced  de  la  jenerosidad  de  los  rea- 
listas. Su  primera  idea  fué  marchar  á  Quilca  y  de  allí  á 
Arequipa ,  que  estaba  completamente  desguarnecido  con 
la  espedicion  de  Tacna ,  pero  el  viento  no  le  permitió 
desembarcar  y  se  fué  á  Pisco ,  adonde  llegó  el  Io  de 
agosto.  Las  lijeras  contestaciones  que  mediaron  entre  él 
y  el  comandante  Santailla  no  tuvieron  grandes  resultados, 
pero  llamaron  la  atención  á  los  realistas  del  sur  y  con  las 


E&SJ 


CAPITULO    LVIII. 


correrías  de  Arenales  al  interior  de  las  cordilleras  com- 
pletaron el  pensamiento  de  San  Martin,  que  era  estrechar 
mas  y  mas  los  límites  del  ejército  realista ,  muy  ame- 
nazado por  otra  parte  con  las  defecciones  y  con  las  ma- 
nifestaciones liberales  de  la  opinión  pública. 

Los  visibles  progresos  de  los  patriotas  así  en  la  costa 
como  en  el  interior  del  país,  eran  en  efecto  un  indicio 
seguro  de  que  los  realistas  no  podrían  sostener  mucho 
tiempo  su  posición.  Laserna  lo  conocía  muy  bien  y  hacia 
mucho  tiempo  que  no  veia  otro  recurso  que  abandonar 
á  Lima  y  retirarse  á  las  cordilleras.  Desde  los  primeros 
dias  de  su  mando  pensó  en  esta  retirada,  que  no  pudo 
efectuar  hasta  seis  meses  después,  habiéndoselo  impe- 
dido primero  las  negociaciones  de  Panchanca  y  luego 
los  numerosos  intereses  que  su  partida  iba  á  poner  en  re- 
volución. Por  otra  parte,  le  era  imposible  continuar  en 
una  capital  en  la  que  se  hallaba  en  pugna  con  el  cabildo, 
que  á  toda  costa  quería  un  arreglo  con  San  Martin,  y  con 
el  pueblo,  que  estaba  absolutamente  falto  de  todo.  Ha- 
ciéndose, pues,  sordo  á  los  instancias  de  los  españoles, 
que  veian  amenazadas  sus  fortunas,  escribió  su  resolu- 
ción á  San  Martin,  recomendándole  cerca  de  mil  sol- 
dados que  dejaba  en  los  hospitales ,  al  propio  tiempo  que 
le  pedia  su  protección  para  los  habitantes  de  Lima,  y  el 
6  de  julio  se  puso  en  marcha  con  todo  su  ejército.  Quedó 
de  gobernador  civil  y  político  de  la  ciudad  el  marqués 
de  Monte-Mira,  con  algunas  compañías  del  rejimiento  de 
la  Concordia  para  conservar  la  tranquilidad  y  tener  los 
habitantes  al  abrigo  del  populacho. 

La  salida  de  los  realistas  de  la  capital  del  Perú  pro- 
dujo gran  sensación  en  los  patriotas,  porque  vieron  en 
ella  la  próxima  terminación  de  sus  fatigas  y  sufrimientos. 


1 

■ 

ti 

1 

kStl  HISTORIA    DE    CHILE. 

El  7  de  julio  fué  á  tomar  posesión  de  Lima  un  destaca- 
mento de  caballería ,  y  el  8  hizo  su  entrada  el  ejército 
entero  para  ir  en  seguida  á  acampar  á  la  legua  en  el 
camino  del  Callao.  El  mismo  dia  tuvo  San  Martin  una 
entrevista  con  lord  Cochrane  á  bordo  del  buque  almirante, 
y  hasta  el  siguiente  por  la  noche  no  entró  en  Lima,  ha- 
ciéndolo de  incógnito  para  evitar,  como  tenia  de  costum- 
bre, la  recepción  oficial  de  las  autoridades.  No  así  lord 
Cochrane,  que  entró  el  17,  de  dia,  montado  en  un  her- 
moso caballo  que  le  envió  el  cabildo  y  en  medio  de  un 
inmenso  concurso,  que  acudía  á  conocer  al  célebre  héroe 
del  mar  del  Sur.  Disfrutaba  con  gran  curiosidad  los  fes- 
tejos que  se  hicieron  en  esta  ocasión ,  cuando  le  anunciaron 
la  pérdida  del  navio  San  Martin ,  arrojado  á  la  costa  con 
un  considerable  cargamento  de  trigo,  artículo  sumamente 
útil  en  aquellos  momentos  de  hambre.  A  los  pocos  dias 
la  escuadra  perdió  también  el  Pueyrredon ,  primer  bric 
de  la  flota  chilena,  al  que  el  tiempo  habia  inutilizado 
completamente. 

Una  de  las  primeras  cosas  que  hizo  San  Martin  fué 
enviar  á  Chile  las  cuatro  banderas  chilenas  cojidas  en  el 
sitio  de  Rancagua,  yendo  á  buscarlas  á  la  iglesia  de  Santo 
Domingo  el  comandante  Borgoño.  También  convocó  una 
reunión  de  las  personas  notables  para  deliberar  sobre 
la  forma  de  gobierno  mas  conveniente  al  país.  Esta  reu- 
nión se  verificó  el  14  de  julio  de  1821,  y  al  dia  siguiente 
dichas  personas ,  presididas  por  el  arzobispo  de  Lima , 
proclamaron  la  independencia  del  Perú,  aceptando  pro- 
visionalmente como  su  protector  al  jeneral  de  la  espedí - 
cion  libertadora.  Debiendo  ser  de  gran  fiesta  el  dia  de 
la  proclamación  oficial  y  juramento  de  costumbre,  se 
señaló  para  esta  ceremonia  el  28  del  mismo  mes. 


CAPÍTULO    LVIIT, 


465 


El  dictado  de  protector  dado  á  San  Martin  no  podia 
ser  otro  que  el  de  dictador,  porque  es  imposible  que  un 
jefe  conquistador  puesto  á  la  cabeza  de  un  ejército,  deje 
de  obrar  bajo  el  punto  de  vista  de  sus  ideas  y  de  su  vo- 
luntad :  afortunadamente  el  que  reasumió  tanto  poder 
era  un  verdadero  militar,  franco  y  de  entereza.  El  ejemplo 
de  las  repúblicas  vecinas ,  cuyo  estado  de  anarquía  era 
á  su  modo  de  entender  efecto  de  haber  instalado  con 
demasiada  precipitación  el  congreso,  le  hizo  comprender 
que  igual  precipitación  seria  muy  peligrosa  para  el  por- 
venir del  país  y  que  valia  mas  esperar  la  conclusión  de 
la  guerra  y  la  espulsion  completa  del  enemigo.  Por  lo 
demás,  al  encargarse  del  poder  civil  y  militar,  prometió 
dimitirlo  al.  punto  que  las  circunstancias  lo  permitiesen 
para  que  los  peruanos  se  organizasen  como  tuvieran  por 
conveniente  y  elijiesen  el  jefe  que  les  ofreciera  toda  clase 
de  garantías.  Entre  tanto,  para  revestir  de  mas  fuerza 
y  legalidad  sus  actos,  se  rodeó  de  un  ministerio  compuesto 
de  tres  personas,  que  fueron  don  Bernardo  Monteagudo 
para  el  departamento  de  guerra  y  marina,  don  Hipólito 
Unanue  para  el  de  hacienda  y  don  Juan  García  del  Rio 
para  el  de  todo  lo  relativo  á  lo  interior  y  estertor.  Don 
Juan  Gregorio  de  Las  Heras  obtuvo  el  nombramiento  de 
jeneral  en  jefe  del  ejército. 

Pocos  dias  antes  de  la  instalación  de  este  gobierno,  el 
Callao,  que  seguía  bloqueado  por  mar  y  tierra,  fué  teatro 
de  uno  de  esos  acontecimientos  que  el  jenio  y  actividad 
de  lord  Cochrane  sabían  preparar  y  aprovechar  tan  per- 
fectamente. Desde  el  apresamiento  de  la  Esmeralda,  to- 
dos los  buques  españoles  estaban  reunidos  en  el  fondo  de  la 
bahía  y  rodeados  de  un  cordón  de  cadenas  para  que  nin- 
gún otro  buque  pudiese  entrar  donde  se  hallaban  ellos. 


VI.    HISTORIA. 


30 


166 


HÍSTORU    DE    CHILE. 


Habiendo  observado  lord  Cochrane  una  abertura  en  esta 
especie  de  cadena ,  mandó  al  punto  al  capitán  Grosbic 
que  penetrase  por  ella  con  ocho  botes  mandados  por  otros 
tantos  oficiales,  y  aquel  cumplió  tan  bien  las  órdenes  é 
instrucciones  de  su  jefe ,  que  secundado  por  la  bravura 
de  dichos  oficiales,  especialmente  Morgell  y  Simpson,  to- 
dos los  buques  que  se  hallaban  al  abrigo  del  fuerte,  fue- 
ron apresados  ó  quemados.  Esta  brillante  acción  dio  el 
último  golpe  á  la  marina  española,  que  no  volvió  á  apa- 
recer mas  en  la  costa ,  asi  como  fué  la  última  gloria  de 
la  escuadra  chilena,  porque  desde  entonces  bajó  de  la 
elevada  altura  á  que  había  llegado,  para  entregarse  á  in- 
trigas y  maquinaciones  indignas  de  los  héroes  de  esta 
magnífica  espedicion  (1). 

Los  buenos  resultados  que  obtuvieron  en  tierra  los  pa- 
triotas, no  fueron  ni  en  menor  número  ni  menos  impor- 
tantes que  los  conseguidos  en  el  mar.  Cuando  el  virey 
salió  de  Lima,  sus  tropas  estaban  tan  endebles  y  enfer- 
mizas, que  ademas  de  haber  dejado  mil  soldados  en  los 
hospitales ,  otros  muchos  se  quedaron  en  el  camino ,  lo 
que  unido  á  las  numerosas  deserciones  y  á  los  prisioneros 
hechos  por  la  caballería  patriota  que  constantemente  fué 
picando  la  retaguardia ,  disminuyó  de  tal  manera  el  ejér- 
cito realista ,  que  cuando  se  reunió  en  Jauja  con  las  tro- 
pas de  Ganterac  y  Garratalá  apenas  contaba  Lasernacon 
cuatro  mil  hombres,  número  bien  reducido  para  hacer 
frente  á  un  enemigo  lleno  de  fuerza  y  vigor,  alentado 
con  sus  triunfos  y  con  la  opinión  pública  que  le  era  com- 
pletamente favorable. 

Si  la  discordia  no  hubiese  fermentado  en  aquellos  mo- 
mentos en  el  corazón  de  los  dos  jefes  patriotas ,  proba- 

(1)  Memoria  de  don  Antonio  Reyes  ,  pajina  80. 


CAPÍTULO    I.VflI. 


blemente  los  españoles,  que  se  encontraban  en  la  impo- 
tencia de  resistir  mas  tiempo  á  la  inminencia  del  peligro, 
se  hubieran  rendido,  porque  en  su  posición  aun  podian 
exijir  una  capitulación  honrosa.  Pero  las  cuestiones  per- 
sonales que  seguían  preocupando  á  los  marinos  de  la 
escuadra,  traían  ajilados  los  ánimos,  y  el  almirante  no  se 
contentaba  ya  con  pedir  los  atrasos  de  los  sueldos ,  sino 
que  reclamaba  las  recompensas  ofrecidas  y  el  valor  de  la 
Esmeralda ,  que  verdaderamente  correspondía  de  dere- 
cho á  la  tripulación,  ó  por  lo  menos  se  le  tenia  prometido 
en  una  proclama  de  las  autoridades  chilenas  que  también 
firmó  Gochrane. 

San  Martin  se  hallaba  muy  distante  de  negar  las  recom- 
pensas ofrecidas;  pero  ¿podia  realizarlas  después  de 
tantos  gastos,  en  medio  de  tantas  atenciones  y  cuando 
el  tesoro  estaba  tan  empeñado  y  desorganizado  ?  Sin  em- 
bargo ,  para  contentar  al  vice-almirante  dio  un  decreto 
reconociendo  las  sumas  reclamadas  y  prometiendo  pa- 
garlas sucesivamente  con  el  veinte  por  ciento  de  la  renta 
de  aduanas,  que  seria  lo  primero  que  se  separase.  Cier- 
tamente que  estas  proposiciones  eran  muy  razonables  y 
que  podia  contarse  con  su  realización  :  sin  embargo  Go- 
chrane no  quiso  admitirlas,  pretestando  que  estaban  su- 
bordinadas á  los  azares  de  la  guerra;  de  lo  cual  se 
siguieron  nuevas  contestaciones  que  llegaron  á  envene- 
narse hasta  tal  punto,  que  el  partido  español  las  aprove- 
chó. Sordos  manejos  empezaron  á  ajitarse  en  la  ciudad  y 
á  exaltar  á  las  personas  influyentes,  en  quienes  el  senti- 
miento realista  estaba  encarnado  cual  verdadero  princi- 
pio de  fe  y  de  convicción.  Porque  es  necesario  decirlo  : 
el  Perú  como  vireinato,  gozaba  una  gran  prosperidad.  La 
nobleza  que  abundaba  en  Lima,  pueblo  alegre  y  acostum- 


468 


HISTORIA    DE    CÍIIÍ.E, 


brado  á  los  placeres,  no  tenia  ni  quejas,  ni  agravios,  ni 
malesefectivosque  sublevasen  las  pasiones  nacionales  para 
correr  á  un  porvenir  desconocido,  que  de  seguro  habiade 
disminuir  su  fortuna  y  rebajar  su  alta  posición.  Tampoco  la 
clase  media  estaba  dispuesta  á  la  revolución  ,  porque  vi- 
vía dichosa  con  las  prodigalidades  de  los  grandes  y  los 
ricos,  y  participaba  de  los  placeres  que  con  sus  diarios  re- 
gocijos ofrecía  la  capital.  Aparte  pues  de  algunos  des- 
contentos y  ambiciosos  ,  no  hubo  mas  que  el  populacho, 
esta  clase  flotante  de  la  sociedad  ,  que  se  lanzase  resuel- 
tamente al  movimiento,  y  aun  ese  menos  por  interés  que 
por  la  novedad.  San  Martin  procuró  halagarlo  con  me- 
didas que  le  eran  muy  ventajosas,  amenazó  á  los  espa- 
ñoles con  todo  el  rigor  de  las  leyes  y  .hasta  desterró  al 
arzobispo  de  Lima  y  mas  tarde  al  obispo  de  Guamanga; 
pero  todo  esto  no  bastaba  para  refrenar  las  pasiones,  y 
en  tal  estado  se  supo  que  un  ejército  de  tres  mil  infantes  y 
nuevecientos  caballos  á  las  órdenes  de  Ganterac,  marchaba 
sobre  Lima ,  atraído  probablemente  por  las  noticias  que 
tenia  Laserna  del  desacuerdo  entre  ios  dos  jefes  patriotas. 

Sin  duda  que  San  Martin  podia  esperar  tranquilo  ai 
enemigo.  No  obstante ,  para  mas  seguridad  mandó  pre- 
parar las  embarcaciones  de  la  escuadra  á  fin  de  que  le 
sirviesen  de  tabla  de  salvación  si  le  era  adversa  la  for- 
tuna, y  embarcar  en  un  buque  de  transporte  una  gran 
cantidad  de  dinero  perteneciente  en  una  pequeña  parte 
al  tesoro  y  el  resto  á  particulares  comprometidos.  En 
cuanto  supo  esto  lord  Cochrane ,  sin  cuidarse  de  las  aten- 
ciones apremiantes  del  ejército ,  dio  orden  de  que  le  lle- 
vasen el  dinero  á  su  bordo  y  no  quiso  devolver  masque 
el  que  correspondía  á  los  particulares. 

Aparte  de  la  irregularidad  culpable  de  semejante  con- 


"JUÉC 


CAPITULO    LVII1. 


ducta,  este  proceder  era  injurioso  en  sumo  grado  á  San 
Martin  y  aun  al  gobierno  chileno ,  que  por  sus  jenerosos 
esfuerzos  y  por  el  sin  número  de  sacrificios  que  la  espedi- 
cion  le  habia  costado,  bien  merecía  todos  los  miramientos 
y  consideraciones  de  un  hombre  tan  inteligente  y  distin- 
guido como  lord  Gochrane.  ¿Cual  país,  por  mas  favore- 
cido que  sea  de  la  fortuna,  ve  en  medio  de  una  guerra 
desoladora,  funcionar  su  administración  con  la  regulara 
dad  necesaria  para  atender  puntualmente  á  todos  los 
gastos?  Mucho  menos  puede  esperarse  esto  de  uno  colo- 
cado en  la  posición  de  Chile ,  en  el  cual  la  guerra  llegó 
á  ser  una  especulación  mercantil  con  la  obligación  res- 
pecto á  los  marineros ,  no  solo  de  pagarles  sus  sueldos, 
sino  de  darles  grandes  premios  y  una  parte  en  las  pre- 
sas. En  el  primer  momento  San  Martin  no  pudo  contener 
su  indignación  ni  dejar  de  manifestarla  con  palabras  se- 
veras, que  fueron  causa  de  nuevas  y  vivas  contestaciones; 
pero  viendo  que  el  enemigo  se  acercaba,  prefirió  con- 
temporizar para  no  comprometer  el  porvenir  del  país. 

Canterac  se  hallaba  en  efecto  á  corta  distancia  de 
Lima.  Su  ejército  era  bastante  imponente  ,  pero  lo  era 
mucho  mas  el  de  los  patriotas ,  el  cual  se  encontraba 
lleno  de  confianza  y  vigor.  San  Martin  debió  atacarle ,  y 
todos  los  inteligentes,  y  lord  Gochrane  el  primero,  creye- 
ron que  iba  á  hacerlo  al  verle  tomar  posición  en  Mirones. 
Pero  vana  esperanza.  El  ejército  español  pasó  á  su  vista 
sin  que  le  molestase  en  lo  mas  mínimo ,  y  fué  á  encer- 
rarse en  la  fortaleza  del  Callao,  muy  dichoso  de  haber 
escapado  tan  bien  en  su  imprudente  espedicion.  A  los  po- 
cos dias  salió  en  dirección  al  norte  para  no  encontrarse 
con  el  ejército  de  San  Martin  y  pasar  el  Rimac  por  Boca- 
negra.  El  jeneral  en  jefe  del  ejército ,   el   valiente  La& 


II' 


470 


HISTORIA    DE    CHILE. 


Heras,  recibió  la  comisión  de  perseguirle ,  pero  con  or- 
den de  solo  picar  su  retaguardia,  sin  comprometerse  en 
una  batalla  formal.  Fiel  San  Martina  su  política  de  pru- 
dencia, esperaba  conseguir  con  el  tiempo  lo  que  no  po- 
dían asegurarle  los  azares  de  la  guerra.  Las  Heras  fué 
detras  del  enemigo  hasta  la  hacienda  de  los  Caballeros, 
nueve  leguas  de  Lima ;  pero  cansado  de  hacer  un  papel 
que  su  denuedo  no  le  permitía  soportar  mas  tiempo ,  se 
volvió  dejando  á  Miller  el  cuidado  de  continuar  la  perse- 
cución con  ochocientos  infantes,  ciento  veinte  y  cinco 
caballos  y  quinientos  montaneros  que  puso  á  sus  órdenes. 
Las  instrucciones  que  recibió  fueron  igualmente  de  no 
aceptar  ningún  combate ,  pero  sí  molestar  al  enemigo, 
empeñar  escaramuzas  y  sobre  todo  protejer  las  deser- 
ciones ,  llaga  del  ejército  realista ,  á  pesar  de  las  medidas 
sumamente  rigorosas  adoptadas  para  reprimirlas,  hasta 
emplear  muchas  veces  la  pena  de  muerte  como  medio  de 
terror.  En  una  de  estas  escursiones  á  las  cordilleras  se 
encontró  el  cadáver  de  don  Francisco  Sánchez,  persona 
muy  conocida  en  Chile  por  su  brillante  resistencia  en  el 
sitio  de  Chillan.  No  pudiendo  soportar  las  fatigas  del  viaje 
ni  los  rigores  del  aire  que  se  respira  en  las  cordilleras , 
acababa  de  espirar  en  una  de  las  malas  chozas  que  hay 
en  el  camino. 

Se  ha  censurado  á  San  Martin  el  que  no  se  aprovechase 
de  las  dificultades  que  tuvo  Canterac  para  entrar  y  salir 
del  Callao,  dificultades  que  antes  y  después  le  obligaron 
á  dar  rodeos  para  ejecutar  sus  movimientos.  Lo  probable 
es  que  los  patriotas,  que  eran  en  mucho  mayor  número, 
hubieran  podido  destruir  la  división  de  Canterac  y  ter- 
minar una  lucha,  cuyos  resultados,  sin  ser  dudosos,  po- 
dían retardarse  aun  largo  tiempo;  pero  San  Martin, 


C  A  TÍTULO    LVII1. 

hombre  conocedor  éintelijente,  veia  elevarse  delante  de 
él  un  enemigo,  que  le  llamaba  la  atención  casi  tanto  como 
el  ejército  de  Laserna.  Las  acaloradas  contestaciones  que 
tuvo  con  lord  Gochrane  sacaron  á  plaza  una  cuestión  del 
mayor  interés.  El  vice-almirante,  contra  la  profesión  de 
fe  del  director  O'Higgins,  queria  apoderarse  de  la  forta- 
leza del  Callao  y  enarbolar  en  ella,  por  un  tiempo  dado, 
la  bandera  de  Chile  :  San  Martin,  por  el  contrario,  que 
no  consideraba  el  ejército  chileno  mas  que  como  una 
fuerza  meramente  protectora,  queria  ponerla  desde  luego 
bajo  la  dependencia  inmediata  del  gobierno  peruano 
provisionalmente  establecido ;  y  de  esta  doble  pretensión 
nació  una  lucha  de  intrigas  ,  deque  fué  blanco  el  jeneral 
Lámar. 

Este  jeneral  continuaba  de  gobernador  de  dicha  plaza 
como  segundo  jefe  del  Perú.  Nacido  en  el  país  y  habiendo 
perdido  la  confianza  de  muchos  oficiales,  principalmente 
por  ciertos  consejos  que  dio  contrarios  á  los  intereses  del 
país  cuando  las  reuniones  de  la  junta  consultiva  de 
guerra,  de  que  fué  uno  de  los  miembros  mas  celosos, 
Laserna  se  vio  en  la  necesidad  de  conservarlo  para  no 
despertar  la  susceptibilidad  nacional.  Aunque  no  se  habia 
manifestado  ostensiblemente  adicto  al  partido  liberal,  no 
era  difícil  conocer  sus  inclinaciones ,  y  San  Martin  y  Co- 
chrane  empezaron  á  trabajar  cada  uno  por  su  lado  ,  para 
conquistar  esta  alta  influencia.  Como  debia  esperarse, 
Lámar  se  decidió  por  quien  representaba  su  nación ,  y 
las  puertas  de  la  fortaleza  se  abrieron  á  San  Martin ,.  el 
cual  envió  á  su  amigo  el  coronel  Guido  para  que  to- 
mase posesión  de  ella.  A  los  pocos  dias,  lord  Cochrane, 
viéndose  burlado  en  sus  esperanzas,  se  alejó  de  la  costa 
con  su  escuadra  en  busca  de  las  fragatas  Prueba  y  Ven- 


ur 


HISTORIA    DE    CHILE. 

ganza,  y  San  Martin,  luego  que  se  quedó  solo,  se  dedicó 
esclavamente  á  consolidar  su  gobierno  y  organizar  los 
diferentes  ramos  de  la  administración. 

Según  ya  hemos  visto,  apenas  era  posible  dar  á  cada 
uno  de  ellos  el  mecanismo  y  regularidad  que  exilian.  En 
los  momentos  solemnes  de  perturbación  social,  hay  que 
andar  á  tientas  y  muy  poco  á  poco  para  poner  en  eje- 
cución las  ideas  nuevas.  Las  reformas  demasiado  preci- 
pitadas son  jeneralmente  muy  peligrosas  para  el  porvenir 
de  las  naciones,  y  en  tales  circunstancias  el  hombre  pru- 
dente y  discreto  debe  contentarse  con  conservar  la  tran- 
quilidad, y  no  pensar  en  leyes  orgánicas  sino  después 
de  un  maduro  examen,  y  luego  que  la  razón  y  el  discerni- 
miento hayan   estinguido  las  pasiones  inherentes  á  las 
grandes  crisis.  Cuando  el  12  de  febrero  llegó  San  Mar- 
tin á  Huara,  publicó  un  reglamento  provisional  para  esta- 
blecer en  los  puntos  ocupados  por  los  patriotas  un  go- 
bierno adecuado  á  las  ideas  que  quería  que  prevaleciesen. 
Como  era  de  razón,  cambió  las  principales  autoridades 
y  ademas  hizo  algunas  reformas,  que  mas  afectaban  á 
los  nombres  de  las  cosas  que  á  las  cosas  mismas.  El  tí- 
tulo de  subdelegado  lo  sustituyó  por  el  de  gobernador 
con  iguales  atribuciones  poco  mas  ó  menos  que  las  que 
aquel  tenia.  Estableció  un  tribunal  de  apelaciones  para 
entender  en  los  negocios  de  la  real  audiencia,  menos  las 
causas  de  mayor  cuantía,  es  decir  las  que  pasaban  de 
quince  mil  pesos,  cuyo  conocimiento  reservó  á  tribunales 
especiales  que  se  crearían  en  el  Perú.  Para  ser  conse- 
cuente con  sus  principios  liberales,  abolió  la  esclavitud  en 
favor  de  los  hijos  que  naciesen  en  losuccesivo,  decretó  la 
libertad  de  imprenta  y  casi  al  mismo  tiempo  creó  una  or- 
den militar  con  el  título  de  Lejion  del  Sol  para  recompon- 


CAPITULO    LVHI. 

sar  el  mérito  así  militar  como  civil  en  todas  las  clases  de 
la  sociedad,  inclusas  las  señoras.  Una  idea  que  siempre 
tenia  fija  San  Martin  en  su  imajinacion  era  que  se  necesi- 
taban dijes  para  contentar  la  vanidad  de  los  grandes ,  y 
quiso  hacer  de  la  condecoración  el  símbolo  de  una  aris- 
tocracia hereditaria,  conservando  sin  embargo  los  altos 
títulos  de  Castilla,  á  cuyos  poseedores  autorizó  para  que 
pudieran  poner  sus  emblemas  sobre  las  puertas  de  sus 
casas  juntamente  con  el  del  sol ,  escudo  de  armas  de  la 
nueva  orden. 

Pero  á  lo  que  mas  se  dedicó  fué  á  consolidar ,  modifi- 
car y  cambiar  lo  que  las  circunstancias  y  la  precipitación 
no  habían  hecho  mas  que  bosquejar.  La  administración 
de  la  guerra  sobre  todo  le  ocupaba  una  gran  parte  del 
dia.  Sumamente  rigoroso  en  la  visualidad  y  disciplina 
de  sus  soldados,  quería  que  fuesen  en  lo  posible  hombres 
intelijentes  y  capaces  de  figurar  con  ventaja  al  lado  de 
los  veteranos  del  ejército.  La  lejion  peruana  de  la  guar- 
dia, formada  en  cuanto  llegó  á  Lima,  se  presentó  á 
poco  tiempo  tan  brillante  por  el  aseo  y  elegancia  de  sus 
diferentes  uniformes,  como  por  la  precisión  de  sus  evo- 
luciones, siendo  sus  jefes  Brandsen,  Miller  y  Arenales. 
San  Martin  nombró  jeneral  comandante  de  esta  lejion  al 
marques  de  Torre-Tagle,  y  es  necesario  decir  que  come- 
tió un  desacierto  en  elejir  para  cargos  de  esta  especie 
personas  muy  respetables  sin  duda  por  su  fortuna  y  su 
rango ,  pero  poco  á  propósito  para  cuidar  de  la  instruc- 
ción de  sus  batallones  y  sobre  todo  para  ponerse  á  su  ca- 
beza en  momentos  de  dar  una  carga  al  enemigo.  En  esto 
como  en  otras  cosas,  se  ve  que  San  Martin  conocía  por 
instinto  las  estravagancias  del  corazón  humano.  Para  él 
la  habilidad  era  su  arma  de  batalla,  y  colmando  de  ho- 


IIISTOIUA    DE    CHILE. 

ñores  los  altos  personajes  de  otras  épocas,  esperaba  fo- 
mentar mas  y  mas  la  defección  y  conseguir  así  la  caida 
del  partido  realista  en  el  Perú. 

Sin  embargo,  San  Martin  podia  disponer  entonces  de 
mil  hombres  lo  menos  contra  un  ejército  debilitado  pol- 
las enfermedades ,  las  deserciones  y  la  desmoralización. 
Ademas,  aunque  el  interior  del  país  estaba  en  poder  de 
los  realistas,  los  indios  civilizados  se  sublevaban  por 
todas  partes  y  sus  sublevaciones  producían  en  el  enemigo 
un  estrago  que  le  perjudicaba  mucho,  porque  lo  dividia 
y  le  quitaba  la  unidad  de  acción.  En  algunas  ciudades 
se  tramaban  también  grandes  conspiraciones,  y  no  hacia 
mucho  tiempo  que  Lavin ,  enviado  de  Arequipa  al  Cuzco  por 
una  felonía  que  hizo,  había  cometido  otras,  que  al  fin  pagó 
con  su  cabeza.  Con  no  menos  constancia  se  maquinaban 
iguales  conspiraciones  en  el  alto  Perú ,  por  manera  que 
el  ejército  realista,  inquietado  por  todas  partes,  hubiera 
tenido  que  rendirse,  á  haber  sabido  San  Martin  aprove- 
char su  posición.  Pero  dominado  siempre  por  su  política 
de  prudencia  y  defección ,  prefirió  dejar  obrar  al  tiempo, 
y  contra  su  costumbre,  permitió  que  los  oficiales  viviesen 
una  vida  ociosa,  lo  cual  unido  á  haber  puesto  en  el  ejército 
cierto  número  de  jefes,  que  no  tenían  mas  títulos  que 
su  rango  y  su  fortuna ,  acabó  por  viciar  sus  buenas  dis- 
posiciones (1 ).  Así  sucedió  que  al  poco  tiempo  el  jeneral 
Tristan ,  uno  de  los  agraciados ,  fué  destrozado  en  lea 
por  una  división  de  Canterac,  y  ademas  de  la  pérdida  de 
cuatro  cañones  y  gran  número  de  caballos,  tuvo  que  de- 
plorar la  patria  la  de  mas  de  mil  hombres,  que  pasaron 
á  engrosar  las  filas  realistas  y  mas  de  tres  mil  fusiles  que 
les  vinieron  muy  bien  á  estos.  El  número  de  muertos  fué 

(1)  Véanse  las  memorias  del  jrneral  Miller. 


CAPITULO    I.VIII. 

considerable  y  hubo  también  muchos  heridos  que  que- 
daron en  poder  del  enemigo,  contándose  entre  ellos  el 
valiente  y  amable  teniente  coronel  Aldunate  (1). 

Esta  derrota  la  sintieron  estraordinariamente  los  pa- 
triotas. San  Martin  procuró  atenuar  sus  consecuencias 
publicando  muchas  proclamas,  en  que  hablaba  del  estado 
miserable  del  ejército  realista  y  de  la  imposibilidad  de 
que  resistiese  mucho  tiempo.  Anunció  á  la  vez  la  gran 
victoria  de  Pichincha,  que  aseguró  para  siempre  la  in- 
dependencia de  Colombia ,  y  á  poco  la  noticia  de  haber 
perdido  España  las  dos  únicas  fragatas  que  le  quedaban, 
la  Prueba  y  la  Venganza.  Estas  se  rindieron  á  los  ajentes 
del  Perú  en  Guayaquil,  con  gran  sentimiento  de  lord 
Cochrane,  que  pretendía  corresponder  de  derecho  á  Chile. 
La  manera  con  que  las  reclamó  á  San  Martin  produjo 
nuevas  y  fuertes  contestaciones,  que  determinaron  al  vice- 
almirante á  abandonar  el  Perú  y  dirijirse  á  Valparaíso. 

La  provincia  de  Guayaquil,  que  se  habia  declarado 
independiente,  fué  también  un  motivo  de  contestaciones 
éntrelas  repúblicas  peruana  y  colombiana.  O'Higgins, 
á  quien  Guayaquil  pidió  protección ,  quería  hacerla  una 
ciudad  libre  como  Hamburgo,  y  ya  tenia  bastante  adelan- 
tado su  proyecto ,  cuando  la  victoria  de  Pichincha  y  la 
consolidación  de  la  república  de  Colombia  despertó  la 
ambición  de  Bolívar,  y  fué  reclamada  como  parte  inte- 
grante de  la  audiencia  de  Quito  en  lo  relativo  á  la  admi- 
nistración de  justicia.  El  Perú  alegaba  por  su  parte  que 

(1)  De  resultas  de  esta  derrota ,  y  para  evitar  la  influencia  tanto  moral  como 
material  de  los  españoles  establecidos  en  Lima  ,  espulsó  Monteagudo  á  mas  de 
seiscientos,  obligando  á  unos  a  embarcarse  en  buques  ingleses  y  enviando  los 
demás  hasta  el  número  de  quinientos  en  otros,  en  que  sufrieron  considerable- 
mente, tanto  por  el  carácter  brutal  de  los  oficiales,  como  por  ir  muy  apiñados 
y  darles  poco  alimento.  Felizmente  la  jenerosidad  chilena  les  hizo  olvidar  bien 
pronto  los  padecimientos  de  los  cuarenta  días  de  navegación  que  tuvieron. 


& 


5» 


I 


HÉÍa»'; 


¿70 


HISTORIA    Di;    CHILE. 


le  pertenecía  de  derecho  porque  en  todos  tiempos  de- 
pendió en  lo  militar  de  su  vireinato,  y  del  debate  entablado 
entre  las  dos  repúblicas  resultó  la  necesidad  de  una  en- 
trevista de  los  dos  jefes  en  el  mismo  Guayaquil.  San  Martin 
y  Bolívar  marcharon  pues  á  esta  ciudad,  donde  estaba 
de  presidente  el  célebre  poeta  natural  del  país,  doctor  don 
J.-J.  de  Olmedo.  Las  discusiones  no  fueron  largas  ni 
empeñadas  en  atención  á  que  cuando  Bolívar  llegó  el 
l/l  de  julio  de  1822,  declaró  la  provincia  de  Guayaquil 
parte  integrante  de  la  república  de  Colombia.  Viendo 
San  Martin  que  la  cuestión  estaba  resuelta  de  hecho,  se 
reembarcó  á  los  dos  dias  de  su  llegada,  es  decir  el  28 
de  agosto,  y  se  hizo  á  la  vela  para  el  Callao. 

Durante  su  ausencia,  el  marques  de  Torre-Tagle,  que 
habia  quedado  encargado  del  poder  protectoral  como 
delegado,  obligó  á  Monteagudo  á  que  renunciase  el 
ministerio,  de  resultas  de  una  conmoción  popular,  á 
que  el  mismo  Torre-Tagle  no  fué  del  todo  estraño.  Le 
hizo  salir  inmediatamente  para  el  Callao  y  muy  poco 
después  lo  desterró  á  Guayaquil.  Los  habitantes  en  je- 
neral  se  alegraron  mucho  de  verse  libres  de  un  hombre 
de  talento  sí,  pero  duro,  cruel,  audaz,  revoltoso,  mas 
á  propósito  para  ajitar  que  para  consolidar,  y  que  de  buena 
gana  hubiera  tomado  por  norma  de  su  conducta  los  actos 
de  la  mas  salvaje  demagojia  de  la  revolución  francesa.  Le 
acusaban  ademas  de  los  mas  atentatorios  delitos  contra  la 
propiedad  de  los  habitantes,  pues  oprimía  á  los  unos, 
perseguía  á  los  otros  y  todos  los  dias  formaba  listas  de 
proscritos,  en  las  que  la  cualidad  de  español  era  el  medio 
y  la  riqueza  el  fin.  Así  fué  que  jamas  estuvo  de  acuerdo 
con  su  colega  Unanue,  hombre  no  menos  intelijente  y 
muy  instruido ,  pero  débil ,  moderado  y  contrario  al  sis- 


ZMáOE 


CAPITULO    LVIII. 


477 


tema  de  espionaje  introducido  lo  mismo  en  los  sitios  pú- 
blicos que  en  los  privados. 

San  Martin,  que  habia  unido  Monteagudo  á  su  suerte 
y  que  lo  necesitaba  para  instrumento  de  los  actos  de  rigor 
y  violencia,  de  que,  mal  que  le  pese,  no  puede  prescindir 
un  jefe  de  partido,  quedó  poco  satisfecho  con  su  destierro 
y  con  la  manera  con  que  se  le  trató.  No  le  fué  dado  con- 
tener su  mal  humor  y  vituperó  encolerizado  la  medida, 
como  vituperó  también  la  precipitación  que  hubo  para 
convocar  un  congreso,  cuya  reunión  tuvo  lugar  el  20  de 
setiembre ,  un  mes  después  de  su  regreso  de  Guayaquil. 
Previendo  las  discordias  que  iban  á  suscitarse  en  el  país 
y  la  ingratitud  con  que  al  cabo  le  tratarían  los  habitantes 
de  Lima,  se  decidió  á  retirarse  para  conservar  intacta 
la  gloria  de  su  triunfo.  En  su  cualidad  de  protector  del 
Perú  se  presentó  á  presidir  la  Asamblea,  dirijió  algunas 
palabras  á  los  representantes  de  la  nación  y  depositó  sobre 
la  mesa  las  insignias  de  la  soberanía.  A  los  pocos  minutos 
salió  del  congreso  y  fué  á  vivir  á  una  casa  de  campo  de 
la  Magdalena  inmediata  á  la  que  habitó  Pezuela  cuando 
abdicó  el  vireinato.  Una  comisión  se  le  presentó  á  poco 
llevándole  dos  decretos,  en  uno  de  los  cuales  le  espresaba 
su  gratitud  la  nación  y  en  el  otro  le  nombraba  jeneralí- 
simo  del  ejército  del  Perú.  San  Martin  aceptó  el  primero, 
rehusó  el  segundo  y  por  la  noche  se  embarcó  para  Chile, 
dirijiendo  á  los  habitantes  una  proclama  llena  de  buen 
sentido,  de  patriotismo  y  dignidad.  Torre-Tagle  continuó 
desempeñando  provisionalmente  el  alto  poder  del  estado 
por  desgracia  del  país,  que  necesitaba  mas  que  nada  de 
un  hombre  de  armas ,  de  un  militar  que  contase  sobre 
todo  con  el  ejército ,  y  aquel  jeneral  era  en  él  demasiado 
nuevo  para  tener  gran  confianza  en  su  apoyo. 


up 


CAPITULO  LIX. 


O'Higgins  se  prepara  para  organizar  una  segunda  espedicion  contra  el  Perú  — 
Introduce  mejoras  en  el  sistema  de  hacienda.  -  Estado  del  país  respecto  á 
las  repúblicas  confinantes.  -  Auxilios  que  suministra  á  la  de  Buenos-Aires 
para  hacer  frente  á  las  tentativas  de  don  José  Miguel  Carrera.  -  Digresión 
sobre  este  jeneral.  —  Quiere  dedicarse  al  comercio,  pero  no  lo  consigue  — 
Polémica  entre  él  y  los  jefes  del  gobierno  de  Pueyrredon.  -  Abandona  á 
Montevideo  y  va  á  ajitar  las  provincias  en  favor  del  sistema  federal.-  Caida 
de  Pueyrredon.  —  Apoyo  momentáneo  que  Sarratea  da  á  Carrera  —  Este 
levanta  un  pequeño  ejército  chileno  con  la  intención  de  ir  á  reconquistar  la 
autoridad  en  su  país.  -  Su  influencia  en  las  guerras  anárquicas  déla  repú- 
blica arjentina.  -  Abandonado  por  la  victoria  se  ve  en  la  precisión  de  refu- 
tarse entre  los  indios  de  las  Pampas.-  Marcha  á  San  Juan—  Le  atacan  las 
tropas  de  Mendoza  y  es  completamente  derrotado.  —  unos  oficiales  suyos  le 
venden  y  Jo  llevan  preso  á  Mendoza.  -  Es  condenado  á  muerte  y  fusilado 
juntamente  con  Alvarez.—  Su  carácter  revolucionario. 


La  espedicion  del  Perú  estaba  rodeada  de  numerosos 
peligros.  Aparte  las  vicisitudes  de  la  guerra,  habia  que 
sobrellevar  los  climas  abrasadores  de  la  costa,  atravesar 
grandes  desiertos  de  arena,  y  lo  peor  de  todo,  resistir 
las  enfermedades  endémicas  que  se  padecen  en  todos 
los  valles  y  que  no  perdonan  ni  aún  á  los  mismos  indíje- 
nas,  arrebatando  todos  los  años  ó  debilitando  de  una  ma- 
nera cruel  al  que  comete  la  imprudencia  de  ir  á  ellos  en 
ciertas  épocas. 

Para  hacer  frente  á  tantas  eventualidades  y  cubrir  en 
lo  posible  las  bajasen  los  diferentes  cuadros  del  ejército, 
no  cesaba  O'Higgins  de  hacer  nuevos  reclutamientos 
con  el  doble  objeto  de  preparar  otra  espedicion  ,  suscep- 
tible en  todo  caso  de  ir  á  completar  los  resultados  de  la 
primera.  Se  ocupaba  al  propio  tiempo  en  introducir  gran- 
des reformas  en  los  diversos  ramos  de  la  administración 


CAPITULO    L1X. 

y  en  arreglar  el  sistema  de  hacienda  de  modo  que  hubiese 
¡os  fondos  necesarios  para  no  tener  que  recurrir  á  mas 
empréstitos,  ni  á  ninguno  de  los  otros  medios  que  hasta 
entonces  habían  proporcionado  recursos  al  tesoro.  La 
guerra  del  Perú  fué  siempre  para  él  el  objeto  principal 
de  la  cuestión  que  se  debatía  en  toda  la  América.  Consi- 
derándola como  la  que  había  de  conquistar  definitiva- 
mente la  libertad  de  Chile  y  consolidar  su  independencia, 
su  pensamiento  estaba  fijo  allí  con  perjuicio  del  ejército 
del  sur,  que  de  sus  resultas  cayó  en  una  especie  de  mal- 
estar, capaz  de  poner  en  peligro  la  provincia  de  Con- 
cepción. Verdad  es  que  entonces  gozaba  Chile  en  el 
interior  del  país,  y  aun  mas  en  el  esterior,  de  una  consi- 
deración muy  elevada.  Su  iniciativa  en  la  guerra  del 
Perú  y  la  importancia  de  su  espedicion  á  pesar  de  haber 
sido  improvisada  ó  poco  menos ,  la  habían  hecho,  sino 
la  arbitra,  la  potencia  tutelar  de  la  mayor  parte  de  las  re- 
públicas nacientes.  La  junta  gubernativa  de  Méjico  en- 
vió al  diputado  Stuart  para  que  pidiese  á  O'Higginslos 
socorros  que  el  estado  precario  del  partido  liberal  nece- 
sitaba desde  la  sensible  derrota  de  Guadalajara,  y  aquel, 
gracias  al  crédito  que  gozaba  con  los  comerciantes  ingle- 
ses establecidos  en  Valparaíso,  le  proporcionó  armas , 
municiones  y  otros  muchos  objetos.  Ademas  le  prometió 
auxiliarla  de  una  manera  mas  conforme  á  sus  deseos  en 
cuanto  concluyese  la  guerra  del  Perú ,  anunciándola  que 
acaso  entonces  podría  garantizar  el  empréstito  de  un  mi- 
llón de  pesos  que  la  junta  quería  levantar  en  Inglaterra  y 
que  no  tuvo  lugar  por  haber  tomado  á  Méjico  los  libe- 
rales. 

No  fué  Méjico  el  único  país  que  recurrió  á  Chile.  Tam- 
bién lo  hizo  Colombia,  y  O' Higgins  satisfizo  sus  deseos 


48G 


HISTORIA    DE    CHILE. 


suministrándole  una  gran  cantidad  de  municiones  de  to- 
das clases,  lo  cual  mejoró  estraordinariamente  la  condi- 
ción del  país  para  continuar  la  guerra  y  conseguir  triun- 
fos, que  la  gloriosa  victoria  de  Pichincha  aumentó  y 
consolidó  para  siempre.  Enfin ,  Buenos-Aires  mismo  se 
vio  en  la  necesidad  de  recurrir  á  su  aliada  para  pedirle  no 
solo  dinero  sino  soldados.  O'Higgins,  no  obstante  su  pe- 
nuria y  sus  incesantes  atenciones,  envió  cuarenta  mil  pe- 
sos al  ejército  de  Belgrano  y  una  división  á  Buenos-Aires 
de  cerca  de  quinientos  hombres ,  casi  todos  chilenos  he- 
chos prisioneros  en  la  batalla  de  Maypu  que  estaban  al 
servicio  de  la  patria.  Aunque  muy  resueltos  estos  anti- 
guos realistas  á  defender  la  nueva  bandera  que  habían 
abrazado ,  el  gobierno  no  se  atrevia  á  fiarse  de  ellos  y 
menos  á  enviarlos  á  la  frontera ,  en  donde  aun  se  movia 
mucho  el  partido  realista,  y  aprovechó  la  ocasión  para 
alejarlos  de  Chile.  Poco  tiempo  después  y  á  petición  del 
gobernador  de  Mendoza,  otra  división,  compuesta  de  dos- 
cientos granaderos  de  la  guardia  y  cien  cazadores  de  la 
escolta  directorial ,  marchó  á  las  órdenes  del  teniente 
coronel  Astorga  á  defender  aquella  provincia  contra  las 
facciones  liberales,  y  especialmente  contra  la  montanera 
de  don  José  Miguel  Carrera,  que  estaba  entonces  muy  pu- 
jante. Estas  tropas  acamparon  en  las  cordilleras  para 
ponerse  en  movimiento  al  primer  aviso ,  y  al  propio 
tiempo  con  el  objeto  de  estar  á  la  mira  de  las  audaces 
tentativas  de  Carrera  para  penetrar  en  Chile,  donde  aun 
contaba  con  numerosos  amigos. 

Este  célebre  jeneral,  á  quien  vimos  escaparse  el  21 
de  abril  de  1817  de  un  buque  de  Buenos-Aires  en 
que  se  encontraba  prisionero,  se  refujió  á  Montevideo, 
donde  ni  él  estaba  bien  con  los  brasileños  ni  los  brasile- 


~imt  t  ■mt 


CAPÍTULO    LIX. 


ños  con  él.  La  fortuna  le  trató  por  entonces  con  escesivo 
rigor.  Toda  su  familia  andaba  dispersa  y  casi  sin  apoyo  : 
su  mujer  y  sus  hijos  aislados  en  Buenos-Aires  eran  el 
blanco  de  las  vejaciones  del  gobierno ;  sns  hermanos  pre- 
sos en  Mendoza ;  sus  hermanas  abandonadas ;  su  padre, 
que  se  habia  quedado  en  Santiago ,  atormentado  por  las 
mil  angustias  de  su  aislamiento  y  sus  disgustos  y  con  el 
continuo  temor  de  que  le  espropiasen  de  lo  que  le  que- 
daba y  de  que  acaso  le  espulsasen  de  su  país;  él  en  fin 
perseguido  por  enemigos  poderosos ,  teniendo  que  vivir 
refujiado  en  una  ciudad,  donde  apenas  gozaba  crédito  y 
en  vísperas  de  faltarle  todo,  porque  pocos  dias  antes  de 
su  fuga  mandó  Pueyrredon  quitarle  mil  quinientos  pesos, 
único  recurso  que  le  quedaba  para  atender  á  sus  necesi- 
dades y  á  las  de  algunos  amigos  fieles. 

En  tal  conflicto  y  haciendo  violencia  á  sus  inclinacio- 
nes, se  decidió  á  abandonar  la  política  para  entregarse 
al  comercio,  con  la  esperanza  de  hallar  en  esta  nueva 
carrera  la  independencia  que  en  vano  habia  buscado  en 
otra  parte.  El  tráfico  de  maderas  le  pareció  bastante  lu- 
crativo y  se  resolvió  á  emprenderlo  como  último  recurso, 
para  lo  cual  pidió  á  Buenos-Aires  á  su  amigo  Manson  un 
buque  de  doscientas  á  trescientas  toneladas,  pedido  que 
igualmente  hizo  á  su  corresponsal  en  los  Estados-Unidos 
Henry  Didier ,  participando  á  uno  y  otro  sus  proyectos 
mercantiles  y  que  su  ánimo  era  trasladarse  bien  á  la  costa 
norte  del  Brasil  ó  al  Paraguay ,  donde  confiaba  obtener 
un  permiso  de  paso.  Desgraciadamente,  el  olvido  es  un 
compañero  casi  inseparable  de  la  desgracia.  Sus  amigos 
secundando  su  triste  destino,  no  correspondieron  á  lo 
que  esperaba  de  ellos  y  le  abandonaron  á  su  malestar  y 
á  su  desesperación.  Al  propio  tiempo  supo  la  muerte  de 

VI.  Historia.  31 


'-fc 


182 


HISTORIA    DE    CHILE. 


sus  dos  hermanos  asesinados ,  decia ,  mas  bien  que  sen- 
tenciados ,  por  los  alguaciles  de  Pueyrredon.  Su  alma 
ardiente  llegó  al  último  grado  de  la  amargura  y  le  arras- 
tró auna  venganza  inexorable.  No  pudiendo  hacer  guerra 
á  sus  enemigos  con  las  armas,  se  la  hizo  con  la  pluma, 
y  aprovechando  los  restos  de  una  grande  imprenta  que 
llevó  de  los  Estados-Unidos  para  enriquecer  con  ella  á 
su  país,  publicó  algunos  escritos  que  fueron  contestados 
con  no  menos  acrimonia  por  las  gacetas  ministeriales,  á 
que  se  siguió  una  polémica  violenta  y  apasionada ,  en  la 
cual  los  dos  partidos  se  acusaron  mutuamente  de  felonía, 
echando  en  cara  á  Carrera  los  satélites  de  Pueyrredon  su 
correspondencia  con  el  embajador  español  en  Rio  Ja- 
neiro para  entregar  el  país  al  rey  de  España ,  y  Carrera 
echando  en  cara  á  Pueyrredon  y  á  todos  los  jefes  de  la 
famosa  Lojia,  el  proyecto  de  cederlo  al  príncipe  de  Luca 
ó  á  cualquier  otro,  para  enterrar  el  principio  republicano 
bajo  el  pedestal  de  una  monarquía.  Algunas  espresio- 
nes inconsideradas  que  se  deslizaron  en  estas  recrimi- 
naciones y  ataques ,  envenenaron  mas  y  mas  el  debate. 
De  político  se  convirtió  en  personal ,  y  Pueyrredon  se 
vio  en  la  necesidad  de  recurrir  á  su  aliado  el  empe- 
rador del  Brasil  para  que  su  gobernador  Lecor  rom- 
piese la  pluma  de  Carrera  y  las  de  sus  compañeros  y 
les  cerrase  la  imprenta  que  ellos  mismos  dirijian,  por 
no  haber  encontrado  un  cajista  bastante  atrevido  que  lo 
hiciese. 

Viendo  don  José  Miguel  Carrera  que  con  esta  nueva 
hostilidad  no  podia  contestar  á  los  ataques  incesantes  que 
contra  él  divulgaban  en  el  público  los  periódicos  de  Buenos- 
Aires  y  aun  los  de  Chile,  su  vehemencia  le  hizo  tomar  la 
resolución  de  ir  á  ajitar  las  provincias  y  fomentar  las 


CAPÍTULO    LIX. 

guerras  civiles  con  el  proyecto  de  servirse  de  ellas  para 
destruir  el  poder  de  sus  dos  grandes  antagonistas,  el  de 
Pueyrredon  primero  y  el  de  O'Higgins  después.  Por  en- 
tonces la  discordia  fermentaba  en  el  interior  del  país. 
La  provincia  de  Santa- Fe  habia  dado  la  primera  señal 
de  rebelión  y  otras  muchas  manifestaban  ciertas  ten- 
dencias á  seguir  su  ejemplo.  Persuadido  Carrera  de 
que  bastaría  su  presencia  para  decidirlas  y  atraerlas, 
salió  furtivamente  de  Montevideo  y  corrió  á  poner  su  in- 
telijencia  y  su  espada  á  disposición  del  que  quisiese  con- 
sumar esta  gran  revolución.  El  sistema  federal,  que  era 
la  bandera  levantada  por  la  oposición ,  se  avenía  perfec- 
tamente con  su  carácter  activo  y  aventurero,  y  lo  adoptó 
como  medio  de  guerra  jeneral  y  conveniente  á  las  pro- 
vincias que  quería  revolucionar.  Llevaba  siempre  con- 
sigo su  pequeña  imprenta,  y  desde  los  mas  oscuros  rin- 
cones de  la  república  empezó  á  lanzar  las  proclamas  mas 
incendiarias,  manifiestos  contra  la  centralización  y  hasta 
folletos  que  él  mismo  escribía  ó  hacia  escribir  en  el  Hurón, 
la  Gaceta  y  otros  periódicos,  de  los  que  algunas  veces 
enviaba  ejemplares  gratis  á  las  provincias.  En  ellos  ata- 
caba con  violencia  los  actos  del  gobierno  y  los  manejos 
pérfidos  y  antinacionales  de  la  gran  Lojia,  de  esta  especie 
de  club  mucho  mas  poderoso  que  los  clubs  ordinarios, 
porque  contaba  con  todas  las  autoridades  superiores  del 
estado ,  incluso  el  director,  y  podía  obrar  á  la  vez  que 
legalmente  en  las  tinieblas.  Por  estos  medios  y  otros  de 
que  se  valieron  los  jefes  con  quienes  se  habia  unido,  la 
administración  de  Pueyrredon  fué  batida  en  brecha  en 
todas  sus  ramificaciones,  el  descontento  penetró  por  todas 
partes,  se  sublevaron  las  provincias  y  Buenos-Aires  no 
tardó  en  seguir  su  ejemplo,  de  cuyas  resultas  cayó  el 


HISTORIA    DE    CHILE, 

director,  que  tuvo  que  ir  á  implorar  á  su  vez  la  hospíía* 
iidad  del  gobernador  de  Montevideo. 

Luego  que  salió  Pueyrredon ,  la  dirección  de  la  repú- 
blica vino  á  ser  una  ciudadela  que  todos  los  jefes  ambi- 
ciosos quisieron  asaltar  para  apropiársela.  Los  directores 
se  succedieron  con  una  rapidez  pasmosa.  Rondeau,  Ser- 
ratea,  Balcarcel,  Dorrego,  Soler,  etc.,  se  apoderaron  á 
su  vez  de  la  silla  de  la  presidencia  para  cederla  al  cabo 
de  unas  cuantas  semanas  á  sus  antagonistas,  sin  haber 
podido  dejar  el  mas  mínimo  recuerdo  glorioso  de  su  admi- 
nistración. Siendo  impotente  la  guerra  civil  que  loshabia 
elevado,  para  imprimirles  la  fuerza  moral  que  es  la  que  da 
solidez  á  todo  gobierno,  los  directores  tuvieron  para  sos- 
tenerse que  continuar  las  intrigas  y  manejos,  único  dique 
que  podian  oponer  á  sus  audaces  adversarios. 

En  medio  de  este  flujo  y  reflujo,  esperaba  obtener  don 
José  Miguel  Carrera  los  socorros  necesarios  para  ir  á 
promover  en  Chile  las  mismas  metamorfosis,  á  que  tanto 
contribuyó  en  la  república  arjentina.  Cada  nuevo  director 
le  prometía  su  cooperación ,  pero  fuese  impotencia  ó 
razones  de  estado  que  les  obligase  á  la  reserva  y  la  inac- 
ción ,  solo  Sarratea  le  cumplió  la  oferta ,  declarándose 
completamente  hostil  al  gobierno  de  O'Higgins,  permi- 
tiéndole levantar  tropas,  defendiéndole  de  sus  detrac- 
tores y  hasta  espulsando  de  Buenos-Aires  al  ministro  chi- 
leno Zañartu ,  á  pesar  de  la  inviolabilidad  de  su  persona 
y  de  las  vivas  representaciones  del  cabildo  de  la  capital. 

Esta  fué  indudablemente  la  época  de  mayor  prospe- 
ridad que  tuvo  don  José  Miguel  Carrera ,  la  que  parecía 
prometerle  un  porvenir  mas  afortunado,  porque  en  poco 
tiempo  se  encontró  á  la  cabeza  de  una  pequeña  división 
de  seiscientos  cuarenta  hombres,  no  estranjeros  á  su  pa- 


CAPITULO    LIX. 

tria,  sino  verdaderos  chilenos,  que  Sarratea  le  permitió 
sacar  de  los  diferentes  Tejimientos  y  cuyo  núcleo  lo  com- 
ponían principalmente  los  chilenos  realistas  cojidos  en  la 
batalla  de  Maypu ,  que  O'Higgins  envió  á  Pueyrredon. 
Por  otra  parte ,  el  batallón  número  1  que  habia  hecho 
las  campañas  de  Chile  y  vuelto  á  la  república  arjentina, 
acababa  de  sublevarse  en  San  Juan  y  de  él  esperaba 
poder  alistar  un  buen  número  de  soldados  en  su  bandera. 
Por  último  sus  amigos  y  partidarios  de  Chile  se  prepa- 
raban á  coadyuvar  á  su  empresa,  y  ya  iban  á  alzar  el 
grito  cuando  el  gobierno  lo  supo  por  revelación  de  un 
conjurado  á  tiempo  de  poder  tomar  la  initiativa  contra 
ellos ,  arrestar  algunos  y  entregarlos  al  tribunal ,  por  el 
que  fueron  confinados  unos  al  interior  de  la  república  y 
desterrados  otros  á  paises  lejanos,  principalmente  á  la 
costa  del  Choco,  donde  se  alistaron  en  el  ejército  de  Bo- 
lívar, no  habiendo  faltado  quien  como  Vijil,  etc.,  llegasen 
á  los  grados  superiores  de  la  milicia. 

El  alma  ardiente  de  Carrera  no  se  intimidó  por  este 
contratiempo.  Sin  perder  nunca  la  esperanza,  sin  renun- 
ciar jamás  á  su  empresa,  confiando  en  su  destino  y  cada 
vez  mas  dominado  de  ese  vivo  sentimiento  de  odio  que 
frecuentemente  forma  los  héroes,  prosiguió  su  misión  con 
la  prodijiosa  actividad  que  exijia  la  grande  estension  del 
terreno  ,  nuevo  teatro  de  sus  hechos.  Tan  pronto  en  una 
provincia ,  tan  pronto  en  otra,  fomentaba  en  todas  partes 
la  rebelión ,  favorecía  á  los  ambiciosos  y  contribuía  á 
levantar  como  por  encanto  ejércitos,  que  un  soplo  bas- 
taba para  dispersar  ó  destruir. 

Desgraciadamente  olvidó  en  medio  de  algunos  gran- 
des triunfos,  la  prudencia  y  destreza  que  las  desgracias 
pasadas  debieran  tener  fijas  siempre  en  su  memoria.  La 


HISTORIA    DE   CHILE. 

influencia  que  supo  conquistar  entre  sus  compañeros , 
llegó  á  darle  prestijio  sobre  ellos.  En  cualquiera  parte 
en  que  se  presentaba  ponia  el  peso  decisivo  de  su  volun- 
tad y  su  talento  en  la  balanza  del  destino  del  país ,  pero 
debia  saber  también  que  como  estranjero  estaba  en  el 
caso  de  contentarse  con  un  papel  un  tanto  secundario,  y 
esto  fué  lo  que  su  fogosa  imajinacion  no  le  permitió  com- 
prender, habituado  á  que  todo  se  doblegase  á  sus  miras 
y  á  su  voluntad.  Jefe  de  partido  mas  bien  que  jeneral,  y 
enemigo  del  reposo  lo  mismo  en  tiempo  de  paz  que  en  el 
de  guerra ,  tenia  necesidad  de  estar  en  continuo  movi- 
miento, que  era  precisamente  lo  que  no  querian  sus  com- 
pañeros, los  cuales  cansados  de  la  vida  bulliciosa  y  aji- 
tada,  aspiraban  á  consolidar  sus  triunfos  por  medio  de 
negociaciones.  De  aquí  el  que  frecuentemente  se  le  viese 
pasarse  al  bando  de  los  descontentos ,  y  asociar  su  pe- 
queña división  á  las  montoneras  enemigas  del  director 
que  los  azares  de  un  combate  elevaban  á  la  presidencia, 
malquistándose  poco  á  poco  con  todos  sus  amigos  y  con 
el  mismo  Sarratea,  no  mucho  antes  su  poderoso  protec- 
tor, y  viéndose  en  fin  en  la  necesidad  de  refujiarse  entre 
los  indios  de  las  Pampas.  Con  ellos  hacia  una  vida  casi 
salvaje,  vistiéndose  muchas  veces  de  una  manera  fantás- 
tica como  los  héroes  aventureros ,  cosa  que  les  gustaba 
mucho ,  y  no  tardó  en  cautivar  su  afecto ,  entusiasmar  su 
barbarie,  marchar  á  su  cabeza  y  tener  la  fatalidad  de  ser 
cómplice,  aunque  indirectamente,  de  las  matanzas,  vio- 
laciones y  sacrilejios  que  aquellos  hombres  feroces  come- 
tían en  las  ciudades  conquistadas,  crímenes  que  á  pesar  de 
todos  sus  esfuerzos  no  le  era  dado  impedir.  Esta  fué  indu- 
dablemente una  de  las  faltas  mas  graves  que  le  desapro- 
baron las  personas  de  todos  los  partidos  y  que  no  puede 


CAPITULO    LIX. 


justificarse  ni  aun  con  el  estado  de  exaltación  producido 
por  tantas  desgracias.  Desde  entonces  su  estrella  solo 
brilló  con  una  luz  lívida.  Abandonado  de  los  pocos  jefes 
que  podían  ayudarle  en  sus  proyectos ,  anduvo  errante 
por  las  vastas  Pampas  sin  renunciar  á  la  esperanza  ni 
dejar  de  ajitarse,  creyendo  siempre  en  la  posibilidad  de 
reconquistar  la  soberanía  de  su  país  ejercida  por  su  ene- 
migo don  Bernardo  O'Higgins.  No  pudiendo  penetrar 
por  las  cordilleras  inmediatas  á  Mendoza  por  hallarse 
acampadas  en  ellas  las  tropas  chilenas,  se  fué  con  sus  ilu- 
siones por  el  lado  de  San  Juan  con  ánimo  de  entrar  por 
la  provincia  de  Coquimbo ,  donde  contaba  con  buen  nú- 
mero de  partidarios.  Pero  antes  quiso  tentar  de  nuevo 
la  fortuna ,  yendo  á  reunirse  con  las  montoneras  enemi- 
gas de  Buenos-Aires.  Continuaba  en  la  persuasión  de 
que  por  esta  capital ,  es  decir  por  la  influencia  y  protec- 
ción de  sus  jefes ,  podría  conseguir  su  objeto ;  pero  des- 
graciadamente para  él  empezó  su  nueva  campaña  con 
grandes  reveses ,  lo  que  hizo  su  posición  mas  y  mas  crí- 
tica. Esto  unido  á  la  ingratitud  de  todos  los  directores  r 
á  quienes  habia  ayudado  á  elevar  con  su  espada,  le  deci- 
dió á  renunciar  á  los  auxilios  estranjeros  y  á  marchar  so- 
bre San  Juan  con  los  pocos  soldados ,  casi  todos  chilenos, 
que  se  mantenían  fieles  á  su  persona.  El  país  que  tenia 
que  atravesar,  era  vasto  y  estaba  lleno  de  peligros.  Lo 
franqueó  no  obstante  sin  accidentes,  pero  al  llegar  cerca 
de  San  Juan  y  sitio  llamado  el  Medaño ,  se  vio  detenido 
por  una  corta  división  mandada  por  el  coronel  Gutiér- 
rez ,  que  habia  destacado  el  gobernador  de  Mendoza.  Don 
José  Miguel  Carrera  no  se  encontraba  en  estado  de  poder 
hacer  frente  á  un  enemigo  muy  superior  á  él ,  cuanto  mas 
que  su  reducido  ejército  estaba  medio  desmoralizad© , 


m 


. 


488 


HISTORIA    DE    CflILE. 


sumamente  cansado  y  muy  mal  montado.  Pero  no  po- 
día volver  atrás  y  huir  sin  emprender  algo.  Aceptó  pues 
la  batalla  y  dio  al  punto  las  órdenes  para  tomar  la  ini- 
ciativa y  para  que  la  caballería  se  lanzase  sobre  el  ene- 
migo, que  la  esperó  á  pié  firme  en  una  posición  escelente 
y  la  obligó  á  que  se  retirase.  Los  soldados  de  Carrera 
volvieron  muchas  veces  á  la  carga,  pero  otras  tantas  fue- 
ron rechazados  por  los  de  Gutiérrez,  que  cargándoles  á 
su  vez  acabaron  por  derrotarlos  completamente.  Esta  fué 
la  última  acción  que  dio  don  José  Miguel  Carrera  y  la 
que  cortó  para  siempre  el  vuelo  tempestuoso  que  le  trazó 
su  carácter  inconstante ,  ambicioso  y  turbulento.  Obli- 
gado á  huir  con  el  resto  de  su  división ,  tuvo  el  dolor  de 
verse  vendido  en  medio  de  la  noche  por  algunos  de  sus 
oficiales ,  cansados  sin  duda  de  la  vida  aventurera  y  de 
emociones  que  llevaban  hacia  mucho  tiempo.  Se  apode- 
raron de  él  á  pesar  de  la  resistencia  que  hizo ,  y  lo  con- 
dujeron con  las  manos  atadas  á  su  implacable  enemigo 
el  gobernador  Gutiérrez,  quien  al  punto  lo  encerró  en 
una  prisión  con  don  José  María  Benavente,  este  digno 
compañero  de  sus  infortunios ,  ei  coronel  Alvarez  y  otros 
muchos  oficiales  que  permanecieron  fieles  á  su  causa. 
Entró  en  ¡a  prisión  el  21  de  setiembre  de  182]  y  á  los  dos 
dias  un  consejo  de  guerra  le  condenó  á  muerte,  cosa  que  no 
le  cojió  de  sorpresa.  Lo  único  que  sentía  era  no  estrechar 
su  corazón  con  el  de  su  desgraciada  familia,  y  hasta  tuvo 
el  sentimiento  de  que  no  le  permitiesen  hablar  con  la 
suegra  de  su  hermano  don  Juan  José  á  la  sazón  en  Mendoza, 
bajo  el  falso  pretesto  de  que  estaba  en  cama.  Resignado 
pues  con  su  desgraciada  suerte,  marchó  al  dia  siguiente 
24  de  setiembre  al  lugar  de  la  ejecución  con  paso  firme, 
sin  que  le  conmoviesen  las  impresiones  de  la  multitud 


que  se  agolpaba  á  su  paso,  y  orgulloso  por  otra  parte  con 
un  pasado  que  consagró  á  la  felicidad  de  su  patria  y  que 
tantas  circunstancias  habían  arrastrado  á  la  violencia  y 
á  la  reacción.  Fué  fusilado  con  su  amigo  Alvarez  en  el 
mismo  sitio  en  que  sus  dos  hermanos  recibieron  la 
muerte ,  y  para  mengua  de  sus  enemigos ,  su  cabeza  fué 
espuesta  á  la  vergüenza  pública.  A  don  José  María  Be- 
navente,  este  amigo  cuya  fidelidad  rayaba  en  entusiasmo, 
lo  condenaron  también  á  la  pena  capital,  pero  no  la  su- 
frió por  las  vivas  instancias  de  un  hermano  que  tenia 
establecido  en  Mendoza  :  á  los  demás  oficiales  los  dise- 
minaron en  diferentes  puntos  de  la  república  y  en  Chile. 
Tal  fué  el  destino  del  ilustre  chileno  que  ocupará  sin 
duda  algún  dia  la  intelijente  perspicacia  de  los  historia- 
dores. Hoy  están  todavía  los  partidos  bajo  la  influencia 
de  las  pasiones  y  del  amor  propio  ofendido,  y  no  pueden 
juzgarle  convenientemente  y  á  satisfacción  de  todo  el 
mundo.  Sin  embargo,  es  innegable  que  prestó  grandes 
servicios  á  la  independencia ,  trazando  á  la  revolución 
una  marcha  mas  segura  y  mucho  mejor  pronunciada, 
entusiasmando  á  la  juventud  para  que  se  alistase  en  sus 
lejiones  y  dando  al  ejército  una  organización  de  que  dis- 
taba mucho  antes  de  que  él  regresase  á  su  patria.  A  su 
prodijiosa  actividad,  á  su  carácter  laborioso  y  á  su  jenio 
sumamente  fecundo  en  espedientes,  debió  también  po- 
der neutralizar  los  malos  efectos  de  su  aislamiento  y  pro- 
porcionarse recursos ,  por  medios  es  cierto  algunas  ve- 
ces violentos  que  la  calma  de  hoy  desaprobará  quizá,  pero 
que  las  circunstancias  de  entonces  hacían  inevitables. 
Porque  en  aquel  nuevo  período  de  vida  y  de  creación , 
era  imposible  proceder  con  regularidad,  sin  pasiones  y 
sin  escesos,  cuando  habia  que  producir  un  completo  de- 


490 


HISTORIA   DE    CHILE. 


sarrollo,  y  un  país  que  era  español  convertirlo  en  ame- 
ricano. 

Es  condición  inherente  á  toda  revolución  social ,  ser 
exajerada  é  impaciente  en  su  principio,  inquieta  é  impe- 
tuosa en  su  marcha.  Basta  una  chispa  de  oposición  para 
comunicar  el  incendio  á  toda  la  sociedad  fuertemente 
conmovida  entonces,  si  no  impide  su  propagación  el  jefe 
de  ella,  obrando  con  el  vigor  de  un  déspota  y  el  celo  de 
un  innovador  que  quiere  despertar  un  pueblo  al  nombre 
de  libertad.  La  naturaleza,  es  necesario  confesarlo,  habia 
formado  admirablemente  á  Carrera  para  destruir  añejas 
preocupaciones.  Era  de  carácter  franco,  dócil,  decidido, 
muy  seductor  y  persuasivo  cuando  se  replegaba  en  sí 
mismo,  capaz  de  atraerse  los  hombres  y  de  hacer  grandes 
cosas,  porque  comprendía  el  patriotismo  en  la  grandeza 
de  ánimo  y  no  en  la  mezquindad  y  no  contemporizaba 
con  los  enemigos  del  principio  revolucionario  para  evitar 
que  se  enervase  su  fuerza.  Pero  si  era  muy  á  propósito  para 
meter  el  hacha  en  una  sociedad  mal  organizada  y  para 
minar  sus  viejos  cimientos,  no  lo  era  para  restablecerla 
y  reconstruirla.  Turbulento  como  todo  revolucionario, 
pero  mas  por  naturaleza  que  por  egoísmo ;  enemigo  del 
reposo  y  de  trabajar  en  un  gabinete ;  dominado  siempre 
por  el  esceso  de  sus  cualidades,  lo  que  le  hacia  un  tanto 
inconstante,  á  veces  caprichoso  y  hasta  obstinado;  no 
queriendo  sufrir  el  predominio  de  nadie  fuese  quien  fuese, 
no  buscaba  en  cierto  modo  en  la  revolución  mas  que  el 
movimiento,  no  los  principios,  demostrando  con  esto  que 
tenia  todas  las  cualidades  de  un  jefe  de  partido,  pocas 
de  un  hombre  de  estado.  Así  es  que  en  su  partido  repre- 
sentaba la  fogosidad  y  la  actividad,  lo  que  le  dio  un  gran 
ascendiente  entre  la  juventud,  ávida  siempre  de  movi- 


CAPÍTULO    LIX. 

miento  y  de  emociones,  mientras  que  las  personas  de 
edad  mas  avanzada  no  tardaron  en  desaprobar  su  tur- 
bulencia, porque  para  ellas,  al  contrario  que  para  los 
jóvenes,  el  espíritu  revolucionario  debia  estar  casi  todo 
en  el  alma  y  muy  poco  en  el  cuerpo.  Las  mismas  personas 
veian  en  O'Higgins  un  atleta  de  la  libertad  del  país  no 
menos  apasionado  y  vehemente,  pero  de  mas  calma,  mas 
reflexivo ,  que  obraba  con  conocimiento  y  con  cálculo. 
Veian  también  claramente  que  Carrera  con  su  entusiasmo 
en  el  corazón  y  en  la  cabeza,  era  capaz  para  sublevar  las 
masas,  pero  no  para  gobernarlas;  porque  siendo  la  pri- 
mera condición  del  que  aspire  á  elevarse  al  poder  y  sos- 
tenerse en  él ,  tener  una  cabeza  y  un  corazón  fríos,  con- 
sideraban el  entusiasmo  la  virtud  de  los  que  ejecutan  y 
la  calma  y  la  sangre  fria  la  de  los  que  dirijen,  y  bajo  este 
último  punto  de  vista  la  naturaleza  fué  muy  avara  con 
Carrera.  Por  lo  demás,  lo  repito,  á  las  edades  venideras, 
y  á  ellas  solas,  incumbe  la  tarea  de  discutir  los  actos  de 
este  jenio  de  la  revolución  y  de  apreciarlos  del  modo  que 
la  historia  tiene  derecho  á  exijir.  Los  móviles  de  las  ac- 
ciones humanas  se  ocultan  en  profundidades  tan  obscuras, 
son  tan  parciales  los  escritos  contemporáneos  é  influidos 
por  tantas  opiniones  y  tantos  intereses  diversos,  que  se 
necesita  gran  número  de  años  y  la  reunión  de  muchas 
cartas  confidenciales  dictadas  sin  objeto  determinado, 
para  esclarecer  los  mas  sencillos  sucesos  de  épocas  muy 
modernas. 


*¿J* 


CAPITULO   LX. 


Benavtdes  se  apodera  de  todos  los  buques  estranjeros  que  tocan  en  la  isla  de 
Santa  María ,  y  alista  los  marineros  en  sus  batallones.—  Uno  de  estos  buques 
va  á  Chiloe  en  busca  de  refuerzos,  y  á  su  regreso  conduce  al  capitán  Seno- 
sain.  -  Deserción  de  las  tropas  en  los  dos  ejércitos.  -  Junta  de  Concepción 
para  vijilar  á  los  espías  de  Benavides.  -  Este  marcha  al  norte  y  es  perseguido 
por  Prieto  -  Victoria  de  la  Vega  de  Saldia.—  Dispersión  de  los  realistas.— 
Política  de  los  patriotas  para  destruir  los  restos  del  enemigo.  —  Sumisión  de 
Bocardo  y  de  casi  todas  las  familias  establecidas  en  Quilapalo.  —  Toma  de 
Arauco.—  Prieto  marcha  contra  los  indios  de  la  costa.  —  Benavides ,  redu- 
cido al  último  estremo,  se  embarca  para  el  Perú  ,  y  lo  arrestan  en  Topacalma. 
—  Llevado  á  Santiago  es  condenado á  una  muerte  ignominiosa.  —  Picarte, 
que  queda  de  comandante  de  la  Araucania,  consigue  que  regresen  á  Con- 
cepción las  monjas  trinitarias.—  Rebelión  de  las  tropas  de  Valdivia ,  y  muerte 
del  coronel  Letelier.—  O'Higgins  envia  á  aquel  punto  al  coronel  Beauchef.— 
Castigo  de  los  culpables.  —  Espedicion  de  Beauchef  contra  Palacio  y  su 
montonera.  —  Este  jefe  es  cojido  y  condenado  á  muerte. 

Hemos  dicho  en  el  capítulo  anterior  que  dedicado 
O'Higgins  esclusivamente  á  la  espedicion  del  Perú,  había 
descuidado  el  ejército  del  sur,  causa  por  la  cual  se  en- 
contraba este  en  una  posición  sumamente  crítica  y  muy 
amenazado  por  los  realistas.  En  efecto ,  Benavides  se 
manifestaba  cada  dia  mas  audaz.  Con  su  prodijiosa  ac- 
tividad, y  con  los  actos  de  vandalismo,  que  los  jefes  de 
partido  pretenden  siempre  justificar  con  que  la  necesidad 
les  obliga  á  ellos,  se  levantó  del  estado  deplorable  á  que 
lo  redujeron  la  derrota  de  Concepción  y  la  de  Pico  en 
Chillan.  Desde  que  se  verificó  la  última,  se  hallaba  refu- 
jiado  en  Arauco,  poniendo  en  juego  todos  los  recursos 
que  su  posición  sujeria  á  la  imajinacion  fecunda  de  un 
hombre  como  él.  Los  indios  de  la  costa,  y  aun  algunos 
del  interior,  continuaban  siéndole  afectos,  pero  esto  no 


CAPITULO    LX. 


Z|93 


era  bastante,  porque  necesitaba  ademas  tropas  discipli- 
nadas con  que  emprender  y  sostener  un  combate,  cosa 
que  no  sabían  hacer  aquellos  bárbaros,  útiles  solo  para 
completar  una  victoria.  En  la  imposibilidad  de  reclutarlas 
en  número  suficiente ,  se  propuso  apoderarse  de  cuantos 
buques  que  se  aproximasen  á  la  costa,  para  armarlos  en 
corso  contra  todos  los  que  navegaran  en  los  mares  del 
sur  con  otra  bandera  que  no  fuese  la  española. 

Por  entonces  el  comercio  de  los  Estados-Unidos  y  de 
Inglaterra  tomaba  mucha  estension  en  estas  nuevas  y 
ricas  comarcas.  En  la  pesca  de  la  ballena  había  grande 
actividad,  y  los  barcos  que  la  hacían ,  por  la  naturaleza 
misma  de  su  industria ,  tenían  necesidad  de  acercarse  á 
las  costas ,  y  muchas  veces  de  entrar  en  las  bahías.  Asi 
fué  que  el  primer  buque  que  conquistó  Benavides  en  su 
nueva  carrera,  fué  un  ballenero,  el  Hero,  que  vino  á  anclar 
en  la  isla  de  Santa  María ,  al  que  siguieron  poco  después 
la  Ersilia,  el  Occéano,  la  Luisa,  la  Perseverancia  y  otros, 
y  luego  algunos  de  ellos  armados  y  montados  por  hom- 
bres de  confianza,  fueron  á  ejercer  la  piratería  en  toda  la 
estension  del  Occéano.  Los  marineros  de  las  tripulaciones 
de  estos  buques  ingresaron  en  los  Tejimientos  que  formó, 
y  para  que  el  terror  les  impidiese  fugarse,  mandó  fusilar 
á  un  capitán ,  y  á  cuantos  marineros  manifestaron  la  me- 
nor tendencia  á  la  deserción. 

Los  buques  apresados  no  suministraron  á  Benavides 
soldados  solamente.  En  uno  de  ellos,  el  Occéano,  se  en- 
contraron mas  de  quince  mil  armas,  entre  fusiles,  terce- 
rolas, sables,  etc.,  con  las  que  hubo  bastantes  para  armar 
los  nuevos  reclutas  y  para  formar  un  repuesto.  Con  este 
motivo  despachó  un  buque  á  Chiloe  para  participar  al 
gobernador  Quintanilla  sus  presas,  y  pedirle  hombres  y 


ZDJÍ 


^L 


49/l 


HISTORIA    DE   CHILE, 


í 


municiones;  buque  que  regresó  á  los  dos  meses,  condu- 
ciendo un  escelente  refuerzo  al  mando  del  capitán  Seno- 
sain,  dos  cañones  y  la  cantidad  de  municiones  pedida. 

Por  estos  medios,  tan  ilícitos  como  inhumanos,  con- 
siguió Benavides  organizar  un  nuevo  ejército,  que  al  poco 
tiempo  contaba  cerca  de  tres  mil  hombres  bien  equipados, 
de  ellos  mil  doscientos  jinetes  entre  húsares  y  dragones! 
el  rejimiento  de  los  últimos  muy  reciente  y  formado  con 
el  mayor  esmero.  Estas  tropas,  repartidas  en  los  dife- 
rentes puntos  de  la  provincia  y  de  la  frontera,  renovaban 
de  cuando  en  cuando  las  guerras  de  destrucción ,  que 
constituían  entonces  todo  el  código  de  sus  actos ;  siéndoles 
esto,  por  lo  demás,  tanto  mas  fácil  cuando  que  la  división 
de  Prieto,  única  que  pudiera  hacerles  frente,  se  encon- 
traba sin  caballos,  y  falta  casi  de  todo,  así  de  víveres 
como  de  vestuario,  lo  que  era  causa  de  deserciones, 
algunas  de  las  cuales  se  verificaban  con  armas  y  ba- 
gajes. Ciertamente  que  no  era  menor  la  deserción  entre 
los  realistas,  con  la  circunstancia,  que  no  concurría  en 
los  patriotas,  de  que  se  les  desertaban  también  muchos 
oficiales,  especialmente  desde  que  se  publicó  el  bando 
de  indulto  de  30  de  diciembre  de  1820 ;  pero  esto  no 
podia  en  ninguna  manera  compensar  las  pérdidas  que 
tenia  el  ejército  del  sur,  porque,  cercado  en  cierto  modo 
por  todos  lados,  no  podia  proporcionarse  lo  que  necesi- 
taba para  su  subsistencia. 

Así  las  cosas,  Freiré,  cuya  división  era  la  que  estaba  mas 
descuidada,  se  decidió  á  ir  á  Santiago  para  obtener  de  viva 
voz  lo  que  no  había  podido  conseguir  por  una  correspon- 
dencia muy  seguida.  Al  marchar  recomendó  mucho  á 
Prieto ,  á  quien  dejó  de  intendente  subdelegado,  que  pu- 
siese en  juego  todos  los  recursos  de  su  astucia  para  de- 


CAPÍTULO    LX. 


495 


sunir  a  los  jefes  enemigos,  y  para  atraerlos  con  prome- 
sas de  honra  y  de  provecho.  Precisamente  era  la  política 
que  estaba  siguiendo  con  buen  éxito  este  digno  briga- 
dier, hombre  sumamente  humanitario,  pues  habia  hecho 
caer  en  emboscada  á  Turra,  uno  de  los  jefes  de  Pincheira, 
con  algunos  de  su  montonera ,  y  en  el  mes  de  marzo  se 
hallaba  ya  en  tratos  con  el  mismo  Pincheira,  quien  ofre- 
ció rendirse ,  después  de  haber  pedido  permiso  para  ir 
á  vengarse  de  losPehuenches,  y  quitarles  el  ganado  va- 
cuno y  lanar  que  le  habían  robado.  Estos  preliminares 
de  negociaciones  los  paralizó  desgraciadamente  Bocardo, 
nombrándole  capitán  efectivo  de  su  montonera,  nombra- 
miento que  le  halagó  lo  bastante  para  romper  toda  rela- 
ción con  Prieto ,  sin  que  le  detuviese  el  que  muchos  de 
los  suyos  se  habian  pasado  ya  á  los  patriotas,  y  trabaja- 
ban fuertemente  para  inquietarle.  También  el  capitán  de 
los  dragones  don  Juan  Bautista  Espinosa,  jefe  de  los  Hui- 
liches,  habia  conseguido  que  volviesen  gran  número  de 
familias,  soldados,  toda  la  reducción  de  Trilalevu  y  ademas 
los  dos  padres  franciscanos  don  Marcos  Rodríguez  y  don 
Patricio  Araneda,  personajes  de  gran  fama  y  que  inme- 
diatamente fueron  destinados ,  el  primero  con  el  capitán 
don  Francisco  Bulnes  á  Trilalevu,  para  avivar  desde 
el  pulpito  el  espíritu  patriótico  en  aquella  comarca,  y  el 
segundo  para  destruir  la  poca  influencia  que  les  quedaba 
á  los  realistas  en  la  credulidad  de  los  habitantes  de  la 
parte  sur  del  Biobio. 

No  procedía  Benavides  con  menos  intelijencia  y  acti- 
vidad. Aparte  sus  numerosas  montoneras,  organizó  un 
sistema  de  espionaje  que  se  estendia  á  toda  la  provincia  y 
alcanzaba  á  la  ciudad  de  Concepción ,  donde  funcionaba 
con  grande  actividad.  Sabido  esto  por  Prieto  mandó  que 


y 


'; 


;\!Íií 


'<:v-,'v 


&S3 


496 


HISTORIA    DE    CHILE. 


todos  los  ajentes  secretos  fuesen  vijilados  por  una  junta, 
encargada  ademas  de  velar  por  la  tranquilidad  de  la 
ciudad ,  y  de  cuidar  que  los  inspectores  de  barrio  cum- 
pliesen con  exactitud  sus  deberes.  Las  honradas  perso- 
nas que  la  componían,  los  señores  Barnachea,  Novoa  y 
Bilimelis,  sentenciaban  todas  las  causas  de  espionaje  é 
infidencia,  y  bastaba  el  informe  de  la  intendencia,  apro- 
bado por  el  jefe,  para  ejecutar  el  fallo. 

El  año  1821  pasó  en  estos  manejos ,  y  en  pequeñas 
escaramuzas,  todas  de  poca  importancia,  en  que  tan 
pronto  era  el  uno  como  el  otro  partido  el  vencedor.  Al 
fin  Benavides ,  fiado  en  la  superioridad  numérica  de  su 
ejército,  se  decidió  á  intentar  una  empresa  en  grande, 
que  fué  nada  menos  que  marchar  directamente  sobre  la 
capital,  desguarnecida  ó  poco  menos  de  tropas  regulares, 
desde  la  espedicion  del  Perú.  El  momento  elejido  era 
bastante  favorable  al  proyecto  para  no  dar  grave  inquie- 
tud á  Prieto,  y  forzarle  á  no  moverse  de  Chillan  y  á  re- 
nunciar á  su  viaje  á  la  Florida,  donde  debía  tener  una 
entrevista  con  el  comandante  de  armas  de  Concepción, 
el  coronel  Bivera.  Escribió  inmediatamente  áeste,  pi- 
diéndole sus  mejores  tropas  de  infantería  y  caballería  y 
los  indios  de  Benancio  acampados  en  Yumbel ,  y  esperó 
á  pié  firme  á  Benavides ,  que  no  tardó  en  presentarse  á 
la  cabeza  de  mil  hombres ,  protejidos  por  dos  cañones. 
Aunque  los  soldados  que  tenia  para  hacerlo  frente  apenas 
eran  seiscientos,  no  temió  salir  de  la  ciudad  á  provocar  un 
combate ,  que  esperaba  fuese  decisivo ;  pero  después  de 
unos  cuantos  tiroteos ,  Benavides  levantó  el  campo  y  se 
dirijió  al  norte.  Ya  habia  pasado  el  Nuble ,  cuando  la 
división  patriota  empezó  á  picarle  la  retaguardia ,   lo 
cual  le  obligó  á  repasar  el  rio  ;  y  marchando  siempre  en 


■■ 


CAPITULO    LX. 

su  persecución,  á  pesar  de  la  obscuridad  déla  noche  y  de 
una  lluvia  continua,  fué  á  acampar  á  la  hacienda  de 
Coto  con  la  esperanza  de  alcanzar  pronto  á  su  antago- 
nista, que  huia  hacia  Tucapel.  Al  llegar  el  dia  siguiente 
á  orillas  del  rio  Chillan,  supo  por  sus  espías  que  las  tro- 
pas enemigas  se  hallaban  acampadas  á  corta  distancia, 
en  un  sitio  llamado  la  Vega  de  Saldia.  Sin  pérdida  de 
tiempo  reunió  los  oficiales  superiores,  les  dio  las  órdenes 
para  los  preparativos,  y  á  las  dos  de  la  mañana  se  puso  en 
movimiento ,  marchando  la  caballería  sobre  los  flancos 
de  la  infantería  y  apoyando  á  esta  dos  piezas.  Desgra- 
ciadamente no  se  le  ocultó  al  enemigo  la  aproximación 
de  los  patriotas ,  y  levantando  el  campo  echó  á  huir. 
Iba  á  pasar  el  pequeño  rio  de  Chillan  cuando  los  húsares, 
destacados  por  el  jeneral  á  todo  escape,  llegaron  á  tiempo 
de  impedir  el  paso  que  los  realistas  quisieron  forzar. 
Entonces  se  empeñó  una  pequeña  acción ,  que  los  húsa- 
res no  pudieron  sostener  largo  tiempo  por  su  reducido 
número  :  pero  reforzados  muy  luego  con  las  partidas  de 
Arteaga,  y  sobre  todo  con  los  cazadores  del  intrépido 
don  Manuel  Bulnes ,  dieron  reunidos  vigorosas  cargas 
que  introdujeron  la  confusión  en  las  filas  de  los  realistas, 
acabando  por  derrotarlos  completamente ,  con  el  auxilio 
de  los  demás  escuadrones  y  del  batallón  número  3 ,  que 
llegó  todavía  á  tiempo  de  tomar  parte  en  esta  gloriosa 
victoria.  Por  una  de  esas  casualidades,  tan  raras  en  se- 
mejantes circunstancias ,  la  patria  no  tuvo  que  deplorar 
la  pérdida  de  un  solo  hombre ,  mientras  que  el  enemigo 
contó  mas  de  doscientos  muertos  entre  matados  y  aho- 
gados ,  entrando  en  este  número  los  famosos  Rojas  y 
Elizondo.  Los  prisioneros,  entre  los  cuales  se  hallaban  diez 
y  siete  ingleses  de  los  presos  por  Benavides,  ascendieron 

VI.  Historia.  32 


m¡:\ 


# 

'¡«■■i',  :'■'■ 


T 


'^ 


HISTORIA    DE    CHILE. 


á  muchos  mas,  porque  los  fujitivos  fueron  perseguidos 
hasta  la  orilla  de  la  Laja.  Los  que  pudieron  salvarse, 
se  dirijieron  á  las  cordilleras  con  Hermosilla  y  Pin- 
que  no  estaban  ya  en  buena  armonía,  ó  bien 
en  busca  de  los  indios,  los  unos  con  Pico  y  Carrero,  y 
los  otros,  aunque  muy  pocos,  con  Benavides  hacia 
Arauco.  Algunos  se  presentaron  á  los  patriotas  y  abra- 
zaron su  causa,  contándose  entre  ellos  Neira,  don  José 
Antonio  Sepúlveda,  Peña,  etc.  Gomo  estos  conservaban 
prestijio  entre  los  realistas ,  el  primero  fué  á  Santa  Juana 
á  promover  la  deserción  de  los  cazadores ,  que  protejian 
unos  cuantos  soldados  apostados  en  las  inmediaciones,  y 
los  demás  á  los  alrededores  de  Arauco ,  centro  principal 
de  todas  las  combinaciones  de  Benavides. 

Este  sistema  de  guerra ,  que  consistía  en  favorecer  la 
deserción  de  los  realistas  y  ganar  los  jefes  de  las  monto- 
neras ,  no  tardó  en  ser  la  política  de  Prieto ,  como  lo  era 
ya  la  del  intendente  Freiré.  Salvas  algunas  escepciones, 
el  partido  contrario  se  componía  de  chilenos,  y  era  un  de- 
ber de  los  oficiales  superiores  conservar  la  vida  á  sus 
desgraciados  paisanos,  á  quienes  una  fidelidad  mal  en- 
tendida los  comprometía  á  continuar  defendiendo  la  ban- 
dera española.  Con  esta  humanitaria  intención  organizó 
Prieto  dos  pequeñas  divisiones ,  y  las  envió  á  someter 
por  medio  de  la  persuasión  los  últimos  restos  de  las 
montoneras.  Una  de  ellas,  fuerte  de  doscientos  hombres, 
la  puso  al  mando  del  capitán  don  Manuel  Bulnes,  que 
en  la  última  refriega  habia  dado  brillantes  pruebas  de 
valor  y  de  pericia ,  y  la  otra,  poco  menos  que  insignifi- 
cante ,  al  de  don  Clemente  Lantaño. 

Este ,  á  quien  hemos  visto  caer  en  poder  de  los  patrio- 
tas en  Huaras  y  dedicarse  desde  entonces  con  celo  á  la 


CAPÍTULO    LX. 


499 


defensa  de  su  país,  estaba  de  comandante  de  la  fron- 
tera ,    para  cuyo  destino  fué  nombrado  en  reemplazo 
de  don  Santiago  Urrutia.  Su  valor  bien  conocido  y  sus 
relevantes  hechos  mientras  sirvió  en  el  partido  del  rey, 
le  habían  conquistado  en  este  cierta  superioridad,  y  con 
ella  algunas  simpatías  entre  los  soldados.  Esto  unido  á 
que  estaba  emparentado  con  algunos  jefes  realistas ,   le 
hacían  muy  á  propósito  para  llenar  las  miras  del  go- 
bierno en  sus   humanitarios  proyectos   de   seducción. 
Luego  que  llegó  á  Valparaíso  lo  enviaron  á  Chiloe  á  que 
ganase  al  gobernador  Quintanilla,  su  compadre,  lo  que 
á  haberse  conseguido  hubiera  ahorrado  las  espediciones 
contra  una  provincia  guerrera  y  muy  adicta  á  su  rey ;  pero 
desgraciadamente  Quintanilla,  hombre  honrado  y  de  fe, 
lo  recibió  como  á  enemigo,  obligándole  á  que  se  volviera, 
sin  permitir  que  desembarcara,  y  mucho  menos  oir  las 
proposiciones  de  paz  que  iba  encargado  de  llevarle.  Este 
desgraciado  principio  de  sus  negociaciones  no  le  impidió 
ofrecerse  á  entablarlas  con  otras  personas,  que  le  cons- 
taba ser  menos  incorruptibles  que  Quintanilla.  Una  de 
las  que  mas  importaba  ganar  era  el  famoso  Bocardo , 
compañero  suyo  de  la  infancia ,  natural  como  él  de  la 
provincia  de  Concepción  y  jefe  de  la  numerosa  pobla- 
ción de  emigrados  de  Quilapalo,  cuya  mayor  parte,  can- 
sados de  la  vida  miserable  que  tenían ,  nada  ansiaban 
mas  que  volver  á  sus  antiguos  hogares.  El  jeneral  Prieto 
daba  gran  valor  a  la  defección  de  este  jefe ,  y  el  princi- 
pal objeto  de  la  espedicion  de  don  Clemente  Lantaño  fué 
conseguirla.  En  sus  negociaciones  le  protejia  el  coman- 
dante Bulnes ,  el  cual  si  bien  tenia  orden  de  proceder 
igualmente  con  política  y  moderación,  estaba  autorizado 
en  caso  de  resistencia  obstinada,  para  emplear  los  medios 


m 


*mm 


500 


HISTORIA    DE    CHILE. 


'¿*H 


mas  rigorosos  con  objeto  de  obtener  una  sumisión  com- 
pleta. Su  carácter  bien  conocido  de  militar  valiente,  jus- 
tificado y  leal,  le  hacia  muy  á  propósito  para  el  desem- 
peño de  esta  doble  misión ,  por  lo  que  Prieto  le  elijió  con 
preferencia,  habiendo  demostrado  desde  sus  primeros 
pasos  que  era  digno  de  ella. 

Después  de  recorrer  la  estensa  llanura  de  la  Laja, 
Bulnes  fué  á  Nacimiento  con  su  división  muy  aumen- 
tada ,  y  de  allí  salió  el  22  de  marzo  para  ir  á  disper- 
sar en  Mulchen  un  gran  número  de  indios  enteramente 
hostiles  á  la  patria.  Hallábase  don  Clemente  Lantaño  en 
las  orillas  del  rio  Biobio  en  tratos  con  Bocardo  dispuesto 
completamente  á  rendirse,  y  Bulnes,  que  lo  supo,  fué  allá 
á  unir  su  poderosa  influencia  en  esta  ventajosa  negocia- 
ción. A  los  esfuerzos  combinados  de  estos  dos  respetables 
chilenos,  la  patria  debió  muy  pronto  poder  contar  aquel 
jefe  realista  entre  sus  hijos  y  en  el  número  de  sus  defen- 
sores. 

La  defección  de  Bocardo  produjo  un  efecto  escelente. 
En  primer  lugar  aumentó  la  desmoralización  en  el  par- 
tido realista,  y  ademas  fué  causa  de  que  la  numerosa 
colonia  de  chilenos  establecida  en  Quilapalo  desde  la 
retirada  de  don  Francisco  Sánchez ,  abandonase  este  lu- 
gar de  destierro  y  volviese  á  sus  casas,  con  la  seguridad 
de  que  todos  serian  mirados  benévolamente  y  con  indul- 
gencia por  el  gobierno.  Entre  los  nuevos  pasados  habia 
muchos  oficiales,  soldados,  curas,  frailes  y  monjas.  Hubo 
sin  embargo  algunos  tan  reacios  que  no  quisieron  ren- 
dirse, y  marcharon  á  refujiarse  á  Piule,  adonde  fueron 
á  atacarles  los  soldados  de  Bulnes ,  viéndose  precisados 
los  unos  á  ganar  las  cordilleras,  y  los  otros  á  reunirse 
á  Pico,  que  estaba  del  otro  lado  de  Puren. 


CAPITULO    LX. 


501 


Con  esto  la  guerra  quedó  circunscrita  al  país  araucano, 
y  sus  habitantes  hechos  el  juguete  de  los  dos  partidos, 
especialmente  de  los  realistas,  que  no  contaban  mas  que 
con  este  débil  recurso  para  sustraerse  á  la  persecución 
activa  é  incesante  de  los  patriotas.  La  influencia  que  ejer- 
cían en  ellos  los  capitanes  de  amigos,  afectos  en  jeneral 
al  principio  monárquico ,  y  la  no  menor  de  los  jefes  eu- 
ropeos, que  les  habían  inspirado  un  odio  terrible  contra 
los  chilenos,  tenia  convertidas  estas  poblaciones  en  ene- 
migos muy  peligrosos ,  á  quienes  era  necesario  atraer, 
mas  con  la  astucia  que  con  las  armas.  La  política  de 
Bulnes,  que  fué  la  que  Freiré  y  Prieto  le  recomendaron, 
consistió  en  introducir  la  perturbación  en  todas  estas 
tribus,  y  en  procurar  desunirlas  y  armar  unas  contra  otras 
para  someterlas  á  fuerza  de  cansancio  y  de  arruinar  su 
país.  Hacia  mucho  tiempo  que  la  patria  contaba  á  su  ser- 
vicio al  famoso  Benancio  Coyquepan ,  cacique  de  Malal , 
al  que  siguieron  los  caciques  Ligenpi ,  Coliman,  Cadin, 
Melipan ,  Paillaleb,  Paylahuala  y  otros  muchísimos.  Ofi- 
ciales tan  valientes  como  Ybañez,  Salazar,  etc. ,  los  lle- 
vaban en  sus  correrías  para  perseguir  sin  descanso  á  los 
caciques  Colqueman,  Maripil,  Catrileu,  Levilhuan ,  y 
especialmente  al  famoso  y  temible  Marilhuan ,  enemigo 
declarado  de  Benancio,  á  quien  siempre  estaba  desa- 
fiando, ya  directamente  ya  por  conducto  del  intendente 
Freiré  (1),  al  que  escribió  muchas  veces  ofreciéndole  una 
sumisión  en  que  estaba  muy  lejos  de  pensar.  Freiré  pro- 
curaba sostener  correspondencia  con  los  indios  realistas 


.i,;;, 


(1)  En  23  de  diciembre  de  1822  le  escribió  que  comprometiese  á  Benancio 
y  á  Ligenpi  á  reunir  todos  los  indios,  y  anadia  :  «  Aunque  es  de  tanta  opi- 
nión eso  es  lo  que  yo  solicito,  pelear  con  un  valiente  como  él  y  Ligenpi; 
aunque  su  campo  de  ellos  es  muy  crecido,  el  mió  es  corto,  pero  gente  aguer- 
rida. » 


502 


HISTORIA    DE    CHILE. 


para  introducir  en  ellos  la  desconfianza  y  fomentar  la 
desunión.  Por  este  medio  y  con  el  auxilio  de  la  poderosa 
espada  de  Bulnes ,  secundado  por  sus  valientes  oficiales, 
esperaba  acabar  con  tantas  rebeliones  organizadas  y  des- 
truir los  últimos  restos  de  los  soldados  y  oficiales  euro- 
peos. 

Mientras  eran  perseguidos  los  fujitivos  de  la  vega  de 
Saldia ,  el  brigadier  Prieto  comunicó  una  orden  al  co- 
mandante de  armas  de  Concepción  para  que  hiciese  una 
espedicion  contra  Arauco,  y  lo  tomase.  El  coronel  Rivero 
reunió  al  punto  doscientos  hombres  al  mando  de  Quin- 
tana y  Ríos  ,  y  los  envió  por  mar  en  un  bergantín  mer- 
cante el  Brujo,  fondeado  á  la  sazón  en  Talcahuano.  En- 
contraron dificultades  para  el  desembarque,  por  la  mucha 
mar  y  porque  algunas  partidas  de  enemigos  se  presen- 
taron á  atacarles ,  pero  una  vez  vencidas ,  marcharon  á 
Arauco,  que  encontraron  casi  desierto  é  incendiado.  A  los 
dos  dias  llegó  Benavides  á  las  inmediaciones ,  acompa- 
ñado solamente  de  algunos  soldados  y  oficiales.  Obli- 
gado á  continuar  su  ruta,  apostrofó  al  pasar  al  centinela, 
diciéndole  que  muy  pronto  habría  noticias  suyas ;  y  en 
efecto  volvió  al  cabo  de  una  semana  á  la  cabeza  de  una 
fuerte  indiada  con  objeto  de  apoderarse  de  los  caballos, 
y  hacer  alguna  tentativa  para  tomar  la  plaza.  Pero  Rios, 
fortificado  en  el  cerro  de  Colocólo,  resistió  perfectamente 
todos  sus  ataques ;  y  viéndose  Benavides  en  la  imposi- 
bilidad de  realizar  su  proyecto,  se  fué  á  Tucapel  á  con- 
vocar los  indios  con  el  fin  de  marchar  otra  vez  sobre 
Arauco,  punto  que  consideraba  el  de  mayor  importancia 
para  sus  operaciones  futuras.  Gracias  á  la  habilidad  que 
tenia  para  atraerlos,  pudo  reunir  bastantes,  con  los  que 
sitió  al  comandante  Rios,  le  estrechó  por  todos  lados,  y 


CAPÍTULO    LX. 

probablemente  le  hubiera  obligado  á  rendirse  á  discre- 
ción ,  si  la  llegada  de  un  buque  mandado  por  el  capitán 
Robinson,  no  le  hubiera  sacado  de  una  posición  tan  difícil 
y  peligrosa. 

Como  Arauco  habia  estado  casi  siempre  en  poder  de 
los  realistas ,  la  perniciosa  influencia  de  estos  se  dejaba 
sentir  en  el  alma  crédula  y  vivamente  interesada  de  los 
indios;  razón  por  la  cual,  á  pesar  de  las  ventajas  con- 
seguidas por  Rios ,  era  de  temer  que  la  presencia  de 
Benavides  en  aquellos  parajes ,  y  sus  recursos  tan  inje- 
niosos  como  oportunos,  hiciesen  algún  nuevo  daño  á  la 
república.  Para  poner  término  á  este  temor,  se  decidió 
el  brigadier  Prieto  á  ir  á  aquellos  sitios  á  castigar  á  los 
indios,  perseguirlos  hasta  Tucapel  de  la  costa  y  reunirse 
con  la  división  de  Buhes  por  Ilicura  ó  Pangueco.  Su 
división  se  componia  de  mil  hombres  próximamente,  á 
saber,  el  rejimiento  de  los  cazadores  de  caballería,  el 
batallón  número  3 ,  doscientos  hombres  del  número  1  y 
cuatro  piezas  de  montaña  del  número  Z¡. 

Esta  espedicion  salió  de  Concepción  en  diciembre  de 
1821  y  no  tardó  en  llegar  á  Arauco,  donde  se  detuvo 
algunos  dias  para  poner  esta  plaza  en  buen  estado  de 
defensa,  yendo  en  seguida  en  socorro  de  Rios,  que  es- 
taba temiendo  ser  atacado  por  fuerzas  muy  superiores  á 
las  suyas.  En  el  camino  supo  Prieto  que  los  indios  y  mon- 
toneras estaban  reunidos  en  un  llano,  y  en  disposición 
de  batirse.  Su  primer  pensamiento  fué  sorprenderlos,  y 
al  efecto  sus  tropas  marchaban  al  través  de  los  bosques 
durante  la  noche,  cuando  al  amanecer  fueron  ellas  las 
sorprendidas,  atacándolas  en  masa  el  enemigo  en  un  mo- 
mento en  que  la  división  no  estaba  preparada  para  hacer 
frente.  Dos  tenientes  coroneles  que  seguian  el  ejército 


■;-.;.. 

m 


Lolt 


504 


HISTORIA    DE    CHILE. 


sin  mando,  Viel  y  Beauchef,  se  colocaron  al  punto,  el 
primero  en  la  artillería  y  el  segundo  en  el  número  3,  y 
gracias  á  algunas  cargas,  á  algunos  tiros  de  cañón  bien 
dirijidos  por  el  mayor  Picarte  y  al  fuego  de  los  infantes, 
pudo  contenerse  aquella  masa  de  indios  y  perseguirlos 
en  seguida  con  intrepidez ,  á  pesar  de  los  peligros  que 
ofrecía  la  configuración  del  terreno.  El  coronel  Viel,  sobre 
todo,  corrió  un  gran  riesgo  entonces,  pero  mucho  mayor 
pocos  dias  después,  cuando  le  engañaron  unos  indios,  que 
con  pretesto  de  negociar  la  paz,  quisieron  llevarle  del  otro 
lado  del  rio  Levu.  Una  mera  casualidad  hizo  que  en  el 
momento  de  ir  á  pasarlo ,  retrocediese. 

La  división  volvió  á  emprender  la  marcha,  y  venciendo 
muchas  dificultades  y  sosteniendo  algunas  pequeñas  es- 
caramuzas, fué  á  acampar  á  los  llanos  inmediatos  á  Tu- 
capel,  que  estaban  cubiertos  de  una  yerba  muy  seca.  Los 
indios,  con  su  destreza  acostumbrada,  pusieron  fuego  á 
la  yerba,  y  á  no  ser  por  la  presencia  de  ánimo  del  jeneral 
en  jefe ,  que  cortó  el  incendio  mandando  hacer  fosos  á 
toda  prisa ,   su  división  lo  hubiera  pasado  muy  mal  y 
acaso  hubiese  sido  completamente  derrotada.  A  través 
del  espeso  humo  que  se  levantó ,  se  veia  á  la  masa  de  in- 
dios que  avanzaba  en   orden  y  se  preparaba  para  caer 
sobre  los  soldados ,  esperando  solo  un  momento  de  gran 
confusión ;  pero  los  fosos  no  solo  contuvieron  el  fuego, 
sino  también  á  los  indios,  los  cuales  fueron  desapiadada- 
mente metrallados  y  derrotados  completamente.  Sin  em- 
bargo ,  viendo  Prieto  que  no  podia  obtener  grandes  re- 
sultados y  que  empezaban  á  escasearle  los  víveres ,  dio 
orden  de  retroceder  á  Concepción ,  y  á  su  paso  por 
Arauco  dejó  á  Picarte  de  comandante  de  esta  plaza  y  de 
toda  la  costa. 


CAPÍTULO    LX. 

Benavides,  que  se  retiró  al  Rosal,  se  vio  hecho  el 
blanco  de  casi  todo  su  partido.  Uno  de  sus  mayores  ene- 
migos era  Carrero,  á  quien  poco  tiempo  antes  habia  que- 
rido fusilar,  y  á  quien  perdonó  la  vida  por  la  eficaz  reco- 
mendación de  su  prima,  que  le  quería  mucho  y  con  quien 
iba  á  casarse.  Desde  sus  últimas  derrotas,  Carrero,  en- 
tonces en  Puren  con  Marilhuan,  marchó  a  Tucapel  para 
poder  mejor  desacreditarle  en  el  concepto  de  los  suyos  y 
deshacerse  de  él  ,  y  gracias  á  un  ardid  de  Rios,  arreció 
la  desavenencia  entre  ambos  con  todo  el  odio  de  la  fe- 
lonía. Carrero  le  acusaba  de  que  estaba  de  acuerdo  con 
los  patriotas ,  y  para  probarlo  suplantó  cartas  de  Rios, 
que,  conforme  á  los  deseos  de  este ,  cayeron  en  poder  de 
los  realistas.  La  credulidad  de  los  indios,  esplotada  por 
la  ambición  de  Carrero,  dio  el  último  golpe  á  la  autoridad 
de  Benavides ,  y  si  gracias  ásu  previsor  talento  consiguió 
desarmar  la  cólera  y  escapar  á  los  tiros  de  aquellos  (1), 
no  dejó  de  conocer  que  su  presencia  en  aquel  país,  al  cual 
por  otra  parte  consideraba  perdido  para  siempre,  no  po- 
dia  durar  mucho  tiempo  sin  esponerse  á  los  mayores 
riesgos.  A  cada  momento  descubría  nuevos  lazos  tendidos 
por  su  enemigo  Carrero,  ó  nuevas  defecciones  de  sus  sol- 
dados, que  se  pasaban  á  los  patriotas.  Las  familias  emi- 
gradas respondían  al  llamamiento  afectuoso  de  estos  y 
abandonaban  el  destierro  para  volver  á  sus  antiguos  ho- 
gares. Un  dia,  yendo  el  alférez  Arevalo  a  Tubul  á  con- 
tener la  salida  de  estas  familias  y  llevarlas  al  campa- 
mento del  Rosal ,  lo  sedujo  con  todos  sus  soldados  don 

(1)  Entre  los  lienzos  cojidos  en  los  buques,  habia  uno  en  que  estaban  pintados 
unos  soldados  y  unos  turcos;  y  cuando  los  indios  se  acercaron  á  Benavides  les 
dijo  que  los  engañaban  ,  que  muy  pronto  iban  á  llegar  muchas  tropas  que  le 
enviaba  el  rey,  y  enseñándoles  la  pintura  les  hizo  creer  que  era  aquel  el  uni- 
forme que  llevaban  y^l  que  debían  darles  á  ellos. 


:B£' 


■W— - — **}&-'■ 


506 


niSTORIA    DE    CHILE, 


Dionisio  Aguayo ,  y  esta  pequeña  división  retrocedió,  no 
para  ponerse  á  las  órdenes  de  Benavides ,  sino  para  ata- 
carle y  batirle,  debiendo  este  á  la  casualidad  el  haber 
podido  fugarse.  Todo  esto  unido  á  la  animosidad  de  los 
oficiales  europeos  y  á  la  que  le  tenían  los  indios  que  le 
acusaban  de  tantas  desgracias,  le  decidió  á  separarse 
de  este  teatro  de  discordia  y  á  llevar  su  actividad  y  celo 
á  un  país  mejor.  En  vez  de  ir  á  Chiloe,  cuyo  camino  no 
ofrecía  dificultad  á  pesar  de  que  un  buque  estaba  blo- 
queando el  puerto  de  San  Carlos ,  dirijió  sus  miras  al 
Callao,  prometiéndose  poder  incorporarse  al  ejército  de 
Laserna,  que  estaba  acampado  en  el  interior  de  las  cor- 
dilleras. No  teniendo  ningún  buque  á su  disposición,  por- 
que los  que  quedaban  de  los  cojidos  á  los  estranjeros 
habían  sido  quemados  en  Tubul  inmediatamente  después 
de  la  pérdida  de  Arauco ,  se  confió  á  su  buena  estrella, 
y  se  embarcó  en  una  chalupa  que  había  mandado  arre- 
glar, esperando  tener  la  misma  feliz  suerte  que  tuvo  en 
Pico  cuando  hizo  otro  viaje  en  iguales  circunstancias. 
Iban  en  su  compañía  su  mujer ,  don  Nicolás  Artiga ,  su 
secretario ,  el  alférez  don  José  María  J.aramillo,  tres  sol- 
dados y  el  jenovés  don  Mateo  Martelli,  que  hacia  de  pi- 
loto. Aunque  no  grande  la  comitiva,  la  embarcación  era 
tan  pequeña,  que  á  los  pocos  dias ,  al  llegar  á  la  altura 
deTopocalma,  empezaron  á  escasear  los  comestibles  y 
á  faltar  completamente  el  agua.  En  tal  conflicto,  resol- 
vieron acercarse  á  la  costa  para  proveerse  de  los  artícu- 
los de  primera  necesidad.  El  soldado  González  fué  en- 
viado solo,  yendo  en  una  balsa  hecha  con  los  pellejos  que 
servían  para  el  agua.  Llevaba  orden  de  examinar  la 
localidad  y  preparar  los  ánimos  con  el  único  objeto  que 
les  llevaba  allí;  pero  sea  que  no  le  gustase  la  vida  de 


CAPITULO    LX. 

aventurero,  sea  que  estuviese  ganado  por  algunos  de  los 
que  iban  á  bordo,  como  todo  induce  á  creerlo  á  pesar  de 
la  dificultad  que  tenían  para  tramar  un  complot ,  lo  cierto 
es  que  en  cuanto  saltó  á  tierra,  fué  á  declarar  que  Bena- 
vides  estaba  en  la  embarcación  ,  manifestando  al  propio 
tiempo  la  posibilidad  de  apoderarse  de  él. 

El  terror  que  este  jefe  realista  había  infundido  en  todo 
el  país,  reunió  bien  pronto  en  los  alrededores  muchos 
hacendados,  dispuestos  á  intentar  este  gran  golpe  de 
mano.  De  acuerdo  con  González,  estuvieron  escondidas 
todas  estas  personasen  las  inmediaciones  de  la  playa,  y 
no  salieron  hasta  que  al  llegar  la  víctima  á  la  primera 
casa ,  cayeron  sobre  ella  y  la  sujetaron.  Benavides  no 
pudo  hacer  ningún  jénero  de  resistencia,  á  pesar  de  que 
conocía  su  posición  y  la  desgraciada  suerte  que  le  espe- 
raba. Atado  de  pies  y  manos,  lo  llevaron  á  Santiago  en 
compañía  de  sus  subalternos,  y  á  los  pocos  dias  fué  en- 
tregado ala  justicia.  Convicto  de  los  crímenes  mas  atro- 
ces que  las  leyes  de  la  guerra  ni  justifican  ni  toleran  ,  fué 
condenado  á  la  pena  de  horca ,  y  la  sentencia  se  ejecutó 
el  23  de  enero  de  1822  en  la  gran  plaza  de  la  indepen- 
dencia. Para  intimidar  á  las  numerosas  montoneras  que 
tenían  infestada  la  Araucania,  su  cabeza  y  miembros  se 
pusieron  á  la  espectacion  pública  en  los  sitios  en  que 
habia cometido  sus  mayores  crímenes,  es  decir,  en  Con- 
cepción, Santa  Juana,  Tarpellanca,  etc.,  y  su  cuerpo, 
reducido  á  cenizas ,  fué  arrojado  al  viento  en  el  llano  de 
Portales.  Tal  fué  el  destino  de  este  hombre ,  que  de  sim- 
ple criado  llegó  á  representar  el  poder  real  en  los  estre- 
chos límites  de  su  territorio ,  acabando  con  una  muerte 
degradante,  de  que  la  casualidad  le  habia  salvado  muchas 
veces  después  de  mil  peripecias  de  una  vida  ajitada  y 


¿I  i 


oü£ 


508 


HISTORIA   DE    CU1LE. 


siempre  rodeada  de  peligros.  Su  edad  era  entonces  de 
cuarenta  y  cuatro  años. 

Después  de  la  salida  de  Prieto,  Picarte,  que  habia  que- 
dado de  único  comandante  de  Arauco  y  toda  la  costa,  se 
ocupó  en  poner  en  ejecución,  lo  mejor  que  pudo,  las  ins- 
trucciones de  su  jeneral,  reducidas  á  fomentar  la  desu- 
nión entre  los  indios  y  favorecer  el  regreso  de  los  dester- 
rados á  sus  hogares.  Sobre  todo  le  preocupó  mucho  la 
suerte  de  las  monjas  trinitarias ,  é  hizo  los  mayores  es- 
fuerzos para  reducirlas  á  que  volviesen  á  Concepción , 
cuyos  habitantes  las  llamaban  con  el  mayor  ahinco. 

Hacia  cuatro  años  que  faltaban  de  esta  ciudad.  Salie- 
ron con  Sánchez  cuando  este  huyó  á  Valdivia,  y  no  pu- 
diendo  llegar  al  término  de  su  viaje,  tuvieron  que  volver 
por  el  lado  del  rio  Levu  y  esperar  allí  su  nuevo  destino. 
Eran  treinta  con  doce  criadas  y  construyeron  una  gran 
cabana,  en  la  que  y  al  final  de  un  largo  corredor  estaba 
una  hospedería  servida  por  cinco  hermanos  que  se  ha- 
bían quedado  con  ellas.  Tenían  ademas  un  provisor  y 
hubo  cuatro  familias  bastante  afectuosas  para  vivir  en 
su  sociedad  y  hacerles  mas  llevadero  su  triste  aislamiento 
y  el  peligro  continuo  en  que  estaban ,  á  pesar  de  las  re- 
comendaciones de  Benavides  y  de  que  en  un  principio 
se  les  puso  una  guardia  de  dos  oficiales,  un  cabo  y  cua- 
tro soldados  chilotes.  Su  posición  era  tan  penosa  como 
desgraciada.  Aunque  tenían  hecho  voto  de  no  salir  del 
convento,  se  veian  en  la  necesidad  de  faltar  á  él  para  ir 
ya á misa,  á  laque  asistían  la  mayor  parte  de  las  veces 
tapadas,  ya  á  las  chozas  de  los  indios,  únicos  que  po- 
dían suministrarles  víveres  en  cambio  de  objetos  que 
pedían  prestados á sus  vecinos,  pues  Benavides  las  aban- 
donó á  sus  propios  recursos ,  que  eran  cada  dia  mas  esca- 


CAPITULO    LX. 

sos  y  difíciles.  Afortunadamente  no  faltaron  personas 
caritativas  de  Lima  que  hiciesen  para  ellas  una  cuesta- 
ción ,  cuyo  producto  de  setecientos  pesos  lo  empleó  e! 
comisionado  de  la  misma  don  Pablo  Hurtado  en  comprar 
zapatos,  ropa  para  su  uso,  añil,  chaquiras  y  otros  objetos 
propios  para  escitar  el  deseo  de  los  indios,  que  eran  los 
que  les  suministraban  algunos  víveres  En  este  estado  de 
miseria  vivieron  estas  desgraciadas  víctimas  de  las  órde- 
nes de  Sánchez ,  cambiando  de  localidad  con  bastante 
frecuencia  según  los  caprichos  de  Benavides ,  ó  según  el 
temor  de  que  volviesen  á  Concepción,  ó  que  se  las  lleva- 
sen los  patriotas  de  Rios.  Últimamente  vivían  al  sur  del 
rio  Levu  y  sitio  llamado  Mansanal  del  Rosal ;  pero  des- 
pués de  la  fuga  de  Benavides  ,  Carrero  las  estableció  en 
Pehuen ,  desde  donde  empezaron  á  corresponderse  con 
Picarte ,  reclamándole  su  protección  y  pidiéndole  que 
favoreciese  su  regreso.  Carrero  mismo ,  á  impulsos  de 
su  conciencia  alarmada,  habló  en  su  favor  á  los  caciques, 
haciéndoles  comprender  que  puesto  que  no  prestaban 
ninguna  utilidad  en  aquellos  contornos  valia  mas  dejar- 
las ir  á  Arauco.  Al  fin  Picarte  consiguió  apoderarse  de 
ellas  y  quitarlas  del  medio  de  los  Araucanos  para  lle- 
varlas con  todos  los  miramientos  debidos  á  su  edad  y  á 
su  santa  misión.  Los  habitantes  de  Concepción  salieron 
en  tropel  á  la  orilla  del  Biobio  á  recibirlas  y  acompañarlas 
á  la  ciudad ,  á  la  que  llegaron  en  procesión  y  en  medio 
del  regocijo  jeneral  de  la  población  entera. 

A  poco  tiempo  se  hizo  otra  buena  conquista  para  la 
república,  que  fué  la  sumisión  de  Carrero ,  el  cual  se 
pasó  á  los  patriotas ,  arrastrando  tras  sí  otras  muchas 
personas,  dispuestas  como  él  á  volver  sus  armas  contra 
el  partido  que  abandonaron.  El  cura  Ferebu  ?  á  pesar 


:;:•.; 


510 


HISTORIA    DE    CHILE 


de  los  consejos  y  esfuerzos  de  Carrero,  no  podia  olvidar 
la  muerte  violenta  de  su  hermano,  para  pasarse  al  partido 
de  los  que  llamaba  sus  asesinos.  Persistió ,  como  otros 
muchos  adversarios ,  en  hacer  la  guerra  á  su  país,  y  con- 
forme á  los  deseos  del  chilote  Melchor  Mansilla,  se  puso 
á  la  cabeza  de  los  cortos  restos  de  la  división  de  la  costa, 
con  la  firme  resolución  de  sostener  hasta  el  último  mo- 
mento la  causa  de  su  rey. 

Cuando  el  ejército  caminaba  á  Arauco  corrieron  entre 
las  tropas  rumores  de  revolución  en  la  provincia  de  Val- 
divia, rumores  cuya  verosimilitud  se  negó,  pero  que  fueron 
confirmados  en  Concepción  por  un  oficio  del  gobierno, 
reclamando  al  coronel  Beauchef  para  que  fuese  á  reparar 
los  malos  resultados  de  aquella. 

Beauchef,  como  hemos  visto,  había  sido  el  pacificador 
de  la  provincia  de  Valdivia,  primero  con  su  magnífica 
victoria  del  Toro  y  después  poniendo  orden  en  los  diversos 
ramos  de  la  administración ,  así  civiles  como  militares. 
A  él  se  debió  ademas  la  sumisión  de  los  indios  de  las 
tribus  de  Maquegua,  Boroa  y  sobre  todo  de  Pitufquen, 
cuyo  cacique  Calfulevu  tenia  gran  reputación  por  la  gor- 
dura y  singular  deformidad  de  su  cuerpo,  signo  para 
ellos  de  sus  relaciones  con  sus  dioses,  y  verdadero  ideal 
de  su  gran  Machi.  También  se  apoderó  del  famoso  mi- 
sionero Barela,  relijioso  muy  influyente  entre  los  indios, 
así  como  en  la  gran  montonera  organizada  por  Palacio' 
tan  perfectamente  que  por  ella  se  comunicaban  los  ejér- 
citos de  Benavides  y  Quintanilla. 

A  pesar  de  tan  importantes  servicios  que  demostraban, 
no  solo  valor  y  talento  militar  sino  mucho  tacto,  el  go- 
bierno le  reemplazó  con  el  teniente  coronel  Letelier,  por- 
que este  pertenecía  al  cuerpo  de  injenieros  y  la  impor- 


CAPITULO    LX. 

tancia  de  la  plaza  y  sus  fortificaciones  exijian  un  oficial 
de  su  clase.  Beauchef  obedeció  con  cierto  despecho  á  las 
órdenes  del  director,  y  aunque  sus  intereses  le  llamaban 
entonces  á  Santiago,  para  donde  pudo  encaminarse  in- 
mediatamente ,  cedió  á  las  instancias  de  su  succesor  y 
se  quedó  algún  tiempo  para  enterarle  de  todo  lo  relativo 
á  sus  deberes  y  organizar  en  los  llanos  algunas  compa- 
ñías de  milicianos  con  que  hacer  frente  á  las  amenazas 
de  Quintanilla,  de  quien  se  sabia  por  una  carta  inter- 
ceptada ,  que  iba  á  invadir  la  provincia.  El  capitán  Isla 
se  habia  aproximado  ya  á  las  haciendas  de  Osorno  y  qui- 
tado gran  número  de  bueyes,  que  pudieron  recobrarse, 
gracias  á  las  dilijencias  que  se  hicieron  para  perseguirle. 

Desgraciadamente  los  buenos  oficios  de  Beauchef  para 
con  Letelier  no  pudieron  ponerle  al  abrigo  de  las  justas 
recriminaciones  que  le  dirijian  tanto  los  habitantes  como 
los  militares  á  causa  de  su  mal  modo  de  proceder  en  todo, 
sujerido  por  el  capricho  de  una  mujer  con  quien  vivia. 
Beauchef  le  hizo  varias  reflexiones  y  le  contaba  cuanto 
oia,  pero  viéndole  cada  vez  mas  sumiso  á  la  voluntad 
imperiosa  de  aquella  mujer,  creyó  que  no  debia  insistir 
en  sus  observaciones,  y  se  embarcó  en  un  buque  estran- 
jero  que  le  llevó  á  Valparaíso. 

Luego  que  Letelier  se  quedó  solo  en  Valdivia,  no  tardó 
en  ser  odiado  por  todos  sus  habitantes.  Tanto  como  Beau- 
chef era  querido  de  las  tropas,  tanto  era  detestado  el 
nuevo  gobernador,  y  á  tal  punto  subió  el  odio,  que  en  un 
momento  de  terrible  ira  los  sarjentos  le  asesinaron  en 
una  revolución ,  así  como  á  los  oficiales  que  quisieron 
defenderle.  Este  crimen  atroz,  cometido  en  Osorno,  era 
el  que  Beauchef  tenia  encargo  de  averiguar  y  castigar. 

La  empresa  no  se  presentaba  muy  fácil,  porque  los  sar- 


u; 


1 


512 


HISTORIA    DE    CHILE. 


jentos  autores  de  la  revolución  se  habían  nombrado  á  sí 
mismos  oficiales,  y  era  de  absoluta  necesidad  proceder  con 
ellos  mas  política  que  militarmente.  O'Higgins  al  echar 
mano  de  Beauchef  supo  muy  bien  lo  que  hizo.  Había  tenido 
muchas  ocasiones  de  apreciar  su  valor,  su  lealtad  y  su 
bello  carácter,  por  lo  que  era  el  ídolo  de  sus  soldados. 
Las  comunicaciones  de  Valdivia  estaban  contestes  en  que 
toda  la  guarnición  había  tomado  parte  en  el  motin ,  por 
lo  cual  era  de  suponer  que  sostendría  como  hecho  con- 
sumado los  cambios  verificados.  Felizmente  el  goberna- 
dor que  los  sublevados  nombraron,  don  Jaime  Guarda, 
perteneciente  á  las  primeras  familias  del  país,  honrado 
si  bien  ambicioso  de  gloria,  consiguió,  á  pesar  de  su  ca- 
rácter débil,  conservar  la  tranquilidad  de  la  provincia, 
prometiendo  á  todos  los  oficiales  que  se  les  conservarían 
sus  grados;  y  para  que  los  soldados  no  se  sublevasen, 
cosa  que  querían  hacer  á  cada  momento,  reunió  una  junta, 
la  cual  acordó  levantar  un  empréstito  de  cuatro  mil  onzas 
en  plata  de  chafalonía,  con  que  se  acuñaron  pesos  de  una 
cuarta  parte  menos  del  valor  legal,  lo  que  desaprobó  el 
gobierno.  Con  la  promesa  de  Guarda,  que  este  tuvo  la 
candidez  de  creer,  todo  entró  en  orden.  Las  administra- 
ciones siguieron  su  marcha  ordinaria,  los  soldados  de- 
sempeñaron exactamente  sus  deberes,  y  cuando  Beauchef 
llegó,  los  principales  jefes  del  motin  fueron  á  visitarle 
como  lo  hubieran  hecho  si  fuesen  oficiales  nombrados 
legalmente.  Beauchef  procuró  recibirlos  de  modo  que 
no  infundiese  la  menor  sospecha  sobre  sus  intenciones. 
Les  hizo  algunas  reconvenciones  por  todo  lo  que  habia 
pasado,  pero  añadiendo  que  esperaba  lavarían  esta  sen- 
sible mancha  con  su  buena  conducta  en  Chiloe,  adonde 
iba  á  llevarlos  para  conquistar  este  último  rincón  del 


CAPITULO    LX. 


513 


poder  español.  Contando  con  la  grande  influencia  que 
ejercía  en  sus  antiguos  soldados,  arrestó,  antes  de  desem- 
barcar, á  dos  de  los  principales  jefes,  Silva  y  Rubio,  que 
estaban  dispuestos  á  rebelarse  contra  él,  y  pocos  dias 
después  de  llegar  á  Valdivia  hizo  lo  mismo  con  los  demás. 
A  los  principales  los  sentenció  el  consejo  de  guerra  á  ser 
fusilados,  y  á  los  otros  los  envió  á  Valparaíso  á  disposi- 
ción del  gobierno. 

Gon  estas  útiles  medidas,  la  guarnición  de  Valdivia 
quedó  casi  limpia  de  todos  los  oficiales  asesinos,  que  fue- 
ron reemplazados  por  los  que  Beauchef  llevó,  los  cuales 
bien  pronto  hicieron  entraren  orden  á  algunos  revoltosos, 
que  aun  se  atrevían  á  levantar  la  cabeza.  Con  objeto  de 
ocupar  á  los  soldados,  Beauchef  proyectó  una  espedieion 
contra  Palacio,  jefe  de  la  montonera  que  tenia  en  movi- 
miento todas  las  tribus  del  norte  de  Valdivia,,  y  el  15  de 
diciembre  de  1822  se  puso  en  marcha  con  quinientos 
infantes  y  cincuenta  caballos.  A  medida  que  penetraba 
en  la  tierra  de  los  indios ,  se  le  presentaban  los  caciques 
á  hacer  su  sumisión  franca  ó  simulada.  Hubo  muchos 
encuentros  de  poca  importancia,  pero  al  llegar  á  Donguil 
le  llevaron  al  famoso  Caleufu ,  cacique  de  reputación , 
ájente  indispensable  de  los  proyectos  de  Palacio,  para 
quien  fué  grandísima  pérdida.  El  mismo  Palacio  no 
tardó  en  ser  víctima  de  su  confianza  en  estos  indios.  En 
cuanto  Beauchef  se  hizo  dueño  del  Malal ,  de  Boroa  y  de 
todo  lo  que  allí  habia,  envió  á  buscar  por  un  machi  al. 
cacique  Melalican  y  le  ofreció  devolverle  sus  mujeres, 
hijos  y  propiedades  si  le  entregaba  á  Palacio.  Aceptada 
la  proposición ,  este  jefe  fué  entregado  quince  dias  des- 
pués á  la  justicia,  que  le  condenó  á  muerte,  juntamente 
con  algunos  de  sus  cómplices.  Así  acabó  esta  montonera^ 

VI.   HtSTORSA.  33 


514 


HISTORIA    DE    CHILE. 


que  por  mucho  tiempo  habia  ejercido  sus  estragos  en  ios 
alrededores  de  Valdivia  y  servido  de  comunicación  entre 
los  ejércitos  de  Benavides  y  Quintanilla.  Desde  entonces 
pudieron  establecerse  las  comunicaciones  entre  Valdivia 
y  Concepción,  y  los  indios,  sometidos  casi  todos,  solo  se 
manifestaron  hostiles  en  las  inmediaciones  de  Puren , 
donde  les  animaba  la  presencia  de  Pico,  Ascensio,  Seno- 
sain  y  otros  jefes. 


CAPITULO   LXI 


Espíritu  de  oposición  á  la  administración  ilegal  de  O'Higglns.  —  Descontento 
contra  el  ministerio  de  don  José  Antonio  Rodríguez  y  obstinación  de  aquel 
en  conservarlo.—  Desavenencias  entre  los  ministros  Rodríguez  y  Zenteno.— 
Es  nombrado  este  gobernador  de  Valparaíso,  quedando  aquel  de  jefe  casi 
único  de  todos  los  ministerios.  —  Exijencia  del  pueblo  para  la  reunión  de 
un  congreso  y  manejos  del  gobierno  á  fin  de  que  saliese  nombrado  á  su  gusto. 
—  Instalación  del  congreso  y  censura  que  escita  el  nombramiento  del  su- 
plente don  Agustin  de  Aldea.—  Los  miembros  del  congreso  traspasan  sus 
atribuciones  y  promulgan  una  constitución  favorable  al  gobierno.  —  Los 
habitantes  protestan  contra  esta  constitución.  —  El  jeneral  Freiré  vuelve  á 
Concepción,  donde  organiza  una  asamblea  pronta  á  obrar.  —  La  provincia 
de  Coquimbo  sigue  su  ejemplo  y  toma  la  iniciativa  armada.—  Don  J.M.  Irar- 
razabal  marcha  sobre  Santiago  á  la  cabeza  de  algunos  milicianos.—  Los  ha- 
bitantes de  dicha  ciudad  se  reúnen  en  cabildo  abierto.—  OrHiggins,  sin  mas 
que  presentarse  en  los  diferentes  cuarteles,  recobra  el  amor  de  sus  soldados, 
que  estaban  medio  sublevados,  y  marcha  á  la  plaza.  Instado  por  sus  amigos 
para  que  fuese  al  consulado,  donde  se  hallaba  reunido  el  pueblo,  se  decide 
á  ir,  y  después  de  algunas  contestaciones,  abdica  el  poder.  —  Parte  para 
Valparaíso  y  llega  al  mismo  tiempo  que  Freiré,  quien  le  manda  arrestar  para 
sujetarlo  á  un  juicio  de  residencia.  —  A  los  seis  meses  sale  para  Lima.  — 
Digresión  sobre  su  administración. 


Mientras  el  furor  de  las  guerras  del  sur  tuvo  ocupados 
los  ánimos  de  las  principales  familias  de  Santiago,  \& 
autoridad  de  O'Higgins  fué  respetada,  y  sus  actos,  re- 
cibidos sin  ponerles  obstáculos  ni  casi  censurarlos,  pre- 
pararon al  país  los  elementos  de  una  prosperidad,  sino 
inmediata,  al  menos  segura.  Porque  no  es  al  dia  si- 
guiente de  una  revolución  social,  que  ataca  todos  los 
intereses  y  ajita  las  pasiones,  cuando  un  país  puede 
reponerse  y  volver  á  su  estado  normal ,  especialmente 
si  está  aun  en  su  infancia  política  y  es  del  todo  estraño 
á  nuestras  revoluciones  y  á  las  combinaciones  que  las 
dirijen.  Las  personas  interesadas  en  el  orden  lo  com- 


i¿&9Plto£3 


516 


HISTORIA    DE    CHILE. 


i 


prendieron  muy  bien  y  esperaron ;  pero  los  que  teniao 
que  vengar  ultrajes  ó  satisfacer  una  ambición ,  aprove- 
charon la  calma  que  había  en  el  teatro  de  la  guerra , 
para  minar  el  poder  existente  y  revivir  los  antiguos  par- 
tidos, recordando  actos  de  sensible  severidad  y  descor- 
riendo el  velo  á  concusiones  que  desgraciadamente  ha- 
bían sido  de  demasiado  bulto ,  y  bastante  públicas  para 
que  pudiesen  ser  mas  tiempo  toleradas. 

Por  otra  parte,  en  el  estado  de  continua  crisis  en  que 
se  encontraba  el  país,  O'Higgins  se  creia  el  jenio  provi- 
dencial de  su  destino,  y  el  único  capaz  de  organizado  y 
dirijirlo.  Los  seis  años  que  llevaba  en  el  poder  sin  una 
oposición  formal,  le  habían  hecho  concebir  de  sí  mismo 
una  opinión,  confirmada  por  otra  parte  por  los  grandes  é 
incontestables  servicios  que  habia  hecho  á  la  indepen- 
dencia, y  por  el  talento  de  que  habia  dado  pruebas,  no  solo 
comojeneral  valiente  y  decidido ,  sino  también  como  ad- 
ministrador intelijente,  laborioso  y  animado  de  las  me- 
jores intenciones.  En  este  convencimiento  y  movido  del 
deseo  de  los  adelantos  de  su  patria,  llevó  en  su  conducta 
de  los  seis  años  la  mira  de  conservar  el  poder ,  susti- 
tuyendo alguna  vez  su  voluntad  á  la  autoridad  de  las 
leves,  que  creia  del  todo  impotente  para  la  situación  y 
para  el  nuevo  estado  constitutivo  del  país ,  y  haciendo 
que  todo  convirjiese  á  él  como  eje  central  de  una  admi- 
nistración, que  estaba  muy  mal  organizada,  y  cuya 
dirección  quería  asegurar  por  largo  tiempo  para  sí. 

Esta  manera  de  proceder  no  podia  convenir  de  ma- 
nera alguna  á  un  pueblo  entregado  todavía  á  los 
partidos,  y  que  habiendo  conquistado  la  independencia 
política,  le  restaba  conquistar  la  independencia  civil, 
último  término  de  toda  revolución.  A  poco  que  O'Higgins 


V^. 


CAPITULO    LXT. 

hubiese  reflexionado  en  que  la  desconfianza  es  compañera 
inseparable  de  la  libertad  cuando  esta  es  naciente  y  aún 
mal  entendida,  seguramente  que  no  hubiera  seguido  se- 
mejante conducta,  y  que  se  hubiera  doblegado  á  las  ne- 
cesidades del  momento.  Por  desgracia  estaba  muy  pagado 
de  sus  servicios  y  de  que  era  muy  necesario  en  el  poder* 
y  creyendo  posible  fijar  la  opinión  y  dirijirla,  se  hizo  sordo 
á  los  consejos  de  sus  amigos,  despreció  las  murmuraciones 
de  verdaderos  patriotas,  á  quienes  de  ninguna  manera 
podia  confundir  con  sus  enemigos  los  carreristas,  y  usurpó 
mas  y  mas  é  instintivamente  la  soberanía ,  en  la  persua- 
sión de  que  obraba  en  el  círculo  de  sus  atribuciones,  al 
menos  según  el  espíritu  de  la  constitución  de  4  818,  hecha 
para  él  y  conservada  á  despecho  de  casi  todo  el  mundo. 

Habia  pasado  la  época  en  que  el  pueblo  era  todo  adhe- 
sión y  amor  al  que  le  gobernaba.  Discutidos  los  princi- 
pios de  libertad,  como  ya  hemos  dicho,  en  los  papeles 
públicos,  en  los  campamentos,  en  las  plazas;  proclama- 
dos algunas  veces  desde  el  pulpito ;  cada  habitante  era 
un  partidario  de  la  causa  pública  y  defensor  acérrimo  de 
cuanto  podia  interesar  á  la  nación.  Así  fué  que  cuando 
se  oyeron  gritos  contra  el  poder  ilegal  del  dictador  y 
contra  la  arbitrariedad  de  sus  actos,  el  pueblo  se  aso- 
ció á  ellos,  creyendo  como  los  promovedores,  en  una 
próxima  era  de  los  cesares  ,  y  pidiendo  en  alta  voz  y  con 
vehemencia  la  abolición  de  la  constitución  de  1818,  ó 
al  menos  que  se  modificara  de  modo  que  fuese  la  espre- 
sion  de  un  derecho  legal ,  establecido  por  la  voluntad  de 
todos. 

Se  encontraba  entonces  el  gobierno  bajo  la  influencia 
activa  del  ministerio  de  Hacienda,  y  este  ministerio 
lo  desempeñaba  don   José  Antonio   Rodríguez ,  hom- 


m 


i 


:3£ 


518 


HISTORIA    DE    CHILE. 


bre  de  un  talento  reconocido  y  positivo,  que  habia  re- 
presentado gran  papel  en  el  partido  realista,  ya  como 
principal  consejero  de  Gainza  en  el  famoso  tratado  de 
Lircay,  ya  como  fiscal  de  la  real  audiencia,  etc.,  du- 
rante el  mando  de  Marco.  Aunque  aceptó  lealmente  la 
revolución ,  estaba  tachado  de  realismo,  y  esto  le  atrajo 
algunos  enemigos  hasta  entre  los  partidarios  mismos  del 
gobierno. 

CTHiggins  tenia  demasiada  confianza  en  el  poder  de 
ía  revolución  para  formar  juicio  bajo  este  punto  de  vista 
de  los  hombres  de  talento  de  su  país.  Ademas,  ¿no 
habia  hecho  Rodríguez  algunos  servicios  á  los  patriotas, 
aun  á  riesgo  de  su  persona  en  tiempo  de  la  administra- 
ción de  Marco  (1),  y  no  era  de  suponer  por  lo  tanto  que 
jamas  habia  abdicado  su  cualidad  de  verdadero  chileno, 
y  que  solo  un  estravio  le  lanzó  al  partido  contrario  ?  Sea 
lo  que  quiera,  al  cabo  de  algunos  meses ,  O'Higgins  es- 
taba tan  contento  de  su  elección  ,  que  de  interino  que 
era,  lo  nombró  propietario,  y  Rodríguez  no  tardó  en 
ser  su  amigo  íntimo  y  el  consejero  de  su  mayor  confianza. 

Desgraciadamente  Rodríguez ,  al  lado  de  sus  buenas 
cualidades  de  hombre  laborioso  y  entendido ,  tenia  un 
carácter  terco  é  independiente,  y  ademas  una  afición 
al  dinero  que  le  metió  con  algunos  amigos  suyos  en 
un  laberinto  de  especulaciones  ilegales ,  de  que  no 
tardó  en  enterarse  el  público,  y  por  lo  que  fué  objeto  de 
grandes  y  justas  murmuraciones.  Quizá  las  disidencias 
que  á  los  pocos  meses  estallaron  entre  él  y  el  ministro 

(1)  «Marco  formó  un  sumario  secreto  de  mi  conducta  con  oficiales  de  Tala- 
vera,  y  con  él  informó  al  rey  por  triplicado  de  mi  insurjencia  y  venalidad  ;  pasó 
también  un  tanto  á  Abascal ,  pero  felizmente  fué  arrojado  al  mar  con  toda  la 
correspondencia  cuando  el  buque  cayó  prisionero  de  la  escuadrilla  de  Buenos- 
Aires  cjue  bloqueaba  el  Callao.»  Rodríguez  ,  Satisfacción  pública,  pajina  71. 


CAPÍTULO    LXI. 

Zenteno  tuvieron  su  principal  oríjen  en  estas  inmorales 
especulaciones ,  disidencias  que  de  tal  modo  agravaron 
su  posición  que  O'Higgins  se  vio  obligado  á  separarle 
del  ministerio,  al  menos  momentáneamente,  diciendo 
que  tenia  necesidad  de  enviarle  á  Lima  á  arreglar  cier- 
tos asuntos  relativos  á  la  marina  chilena,  y  á  la  guerra 
que  continuaba  en  aquel  país.  Esto  no  fué  mas. que  un 
pretesto  para  engañar  á  Zenteno ,  porque  á  los  pocos 
meses  nombró  á  este  gobernador  de  Valparaíso,  y  Ro- 
dríguez volvió  á  su  ministerio,  encargándose  ademas  del 
de  la  guerra,  con  lo  que  llegó  á  ser  el  eje  principal  de 
la  administración  de  O'Higgins. 

Fué  este  un  acto  de  doblez  escandaloso.  Todo  el  mundo 
se  indignó,  y  el  nombre  de  Rodríguez  se  hizo  aun  mas 
odioso  á  las  poblaciones  y  al  ejército.  En  todas  partes  se 
oia  el  clamor  de  una  oposición  amenazadora  contra  la 
administración  presente ,  y  las  quejas  recaían  sobre  el 
director,  cada  vez  mas  obstinado  en  sostener  á  su  mi- 
nistro, dando  así  pábulo  á  la  maledicencia,  que  le  acu- 
saba de  solidaridad  en  los  manejos  de  aquel.  Con  este 
motivo  se  dirijieron  nuevos  ataques  á  la  legalidad  de  su 
poder ,  se  le  acriminó  por  el  rigor  que  habia  usado  en 
ciertas  circunstancias,  y  se  exijió  la  pronta  convocación 
de  un  congreso  para  salir ,  decían  ,  del  estado  de  incer- 
tidumbre  en  que  se  hallaban  de  resultas  de  todas  sus 
arbitrariedades. 

El  ataque  estaba  fundado  esta  vez  en  razón.  No  eran 
solo  los  carreristas  los  que  pedían  reformas  y  la  reunión 
de  un  congreso,  sino  los  partidarios  mismos  de  O'Hig- 
gins, deseosos  como  los  demás  de  ver  establecido  en  su 
país  un  verdadero  gobierno  representativo  con  todas  sus 
garantías  de  libertad  é  intervención,  y  basado  en  la  so- 


520 


niSTOIUA    DE    CHILE. 


beranía  del  pueblo,  única  capaz  de  consolidar  la  inde- 
pendencia, y  organizar  con  acierto  y  moralizar  las  admi- 
nistraciones fiscales,  que  habían  estado  mucho  tiempo  á 
merced  de  los  hombres  y  de  las  cosas. 

En  estas  serias  demostraciones  vio  O'Higgins  que  su 
autoridad  empezaba  á  decaer,  y  conoció  que  si  no  cedia 
á  los  votos  de  la  nación ,  acabaría  por  perderla.  Ademas, 
'  le  contentaba  mucho  dividir  el  peso  y  la  responsabilidad 
de  su  gobierno  con  una  asamblea  de  hombres  patriotas 
y  probos,  y  para  satisfacer  este  deseo,  que  era  el  de  todos 
los  partidos,  publicó  un  manifiesto  el  7  de  mayo  de  1822, 
en  que  convocaba  una  convención  preparatoria  en  orden 
á  la  creación  y  organización  de  una  corte  de  represen- 
tantes, haciendo  notar  que  entonces  que  el  país  estaba 
lleno  de  gloria  y  de  triunfos  «  era  necesario  aplicar  re- 
medios á  males  envejecidos,  pesar  y  aumentar  nuestros 
recursos,  consolidar  el  crédito,  reformar  nuestros  códigos 
acomodándolos  á  los  progresos  de  la  ciencia  social  y  al 
estado  de  la  civilización  del  país ;  circunscribir  útilmente 
la  autoridad  dentro  de  ciertos  y  seguros  límites,  que  sean 
otras  tantas  garantías  de  los  derechos  civiles,  y  den  al 
poder  público  todas  las  facilidades  de  hacer  el  bien ,  sin 
poder  dañar  jamás.  »  En  seguida,  no  teniendo  la  nación 
ninguna  ley  sobre  el  modo  de  constituir  la  asamblea,  y 
estando  legalmente  disuelto  el  senado  por  ausencia  y  re- 
nuncia de  la  mayor  parte  de  sus  individuos,  se  consideró 
autorizado  para  disponer  la  forma  de  la  elección.  En  su 
consecuencia  dio  un  decreto  mandando  que  las  munici- 
palidades de  las  capitales  ó  partidos  de  las  provincias,  y 
en  su  defecto  los  tenientes  gobernadores ,  reuniesen  los 
principales  habitantes  para  elejir  por  cada  una  un  dipu- 
tado, que  había  de  ser  precisamente  oriundo  ó  vecino 


CAPITULO    I.XT. 

del  partido,  tener  mas  de  veinte  y  cinco  años  y  poseer 
una  propiedad  cualquiera,  inmueble  ó  industrial.  Las 
mismas  municipalidades  debían  conferir  «á  los  electos 
poderes  suficientes ,  no  solo  para  entender  en  la  organi- 
zación de  la  corte  de  representantes,  sino  también  para 
consultar  y  resolver  en  orden  á  las  mejoras  y  providen- 
cias, cuyas  iniciativas  les  presentará  el  gobierno.  » 

Desgraciadamente  O'Higgins,  al  propio  tiempo  que 
reconocía  la  necesidad  de  una  asamblea  que  satisficiese 
la  espectativa  de  la  nación  y  lo  que  esta  tenia  derecho  á 
esperar  de  ella,  trabajaba,  sino  para  eludir  el  principio, 
al  menos  para  violarlo. 

Persuadido  siempre  de  los  peligros  que  surjirian  si 
abandonaba  el  poder  en  unos  momentos  en  que  la  grande 
ajitacion  de  los  partidos  podia  arrastrarlos  á  una  guerra 
civil ,  procuró  por  medio  de  torcidos  manejos ,  por  des- 
gracia muy  comunes  en  todos  los  países  y  en  semejantes 
circunstancias,  dirijir  las  elecciones  en  utilidad  de  la 
administración  existente,  repartiendo  circulares  en  que 
se  designaban  las  personas  que  quería  se  nombrasen.  Los 
gobernadores  y  los  miembros  de  las  municipalidades, 
deseando  cumplir  por  simpatía  ó  por  deber  las  órdenes 
del  director,  su  jefe  ó  su  amigo,  emplearon  su  no  corta 
influencia  en  el  nombramiento  de  los  diputados ,  y  casi 
todas  las  personas  recomendadas  fueron  elejidas,  con  gran 
escándalo  de  los  enemigos  del  gobierno  y  de  las  jentes 
sensatas,  bastante  sencillas  en  aquella  época  para  creer 
en  la  posibilidad  de  una  elección  espontánea  y  sin  in- 
fluencia. A  pesar  de  esto,  la  oposición  no  se  movió  y  per- 
maneció muda,  esperando  la  apertura  del  congreso  á  fin 
de  presentarse  robusta  y  atacar  los  primeros  trabajos  de 
una  asamblea,  que  llevaba  consigo  el  jérmen  de  una  gran 


522 


HISTORIA    DE    CHILE. 


debilidad,  tanto  por  la  irregularidad  de  su  oríjen,  como 
por  la  escasez  de  conocimientos  de  los  diputados  para 
alimentarla  y  defenderla. 

La  apertura  se  verificó  el  23  de  julio  de  1822  con  gran 
ceremonia  y  al  ruido  de  las  campanas  y  de  las  salvas  de 
artillería.  O'Higgins,  ocupando  la  presidencia,  abrió  la 
sesión  con  un  discurso,  en  que  escitó  á  los  diputados 
á  llenar  con  celo  y  exactitud  su  misión  tan  difícil  como 
importante,  manifestando  al  propio  tiempo  la  esperanza 
que  abrigaba  de  ver  desaparecer  ante  su  esperiencia  y 
la  armonía  de  sus  trabajos,  el  espíritu  de  pasión  que 
tanto  habia  perjudicado  al  primer  congreso.  En  seguida 
hizo  que  se  nombrasen  un  presidente  y  un  vice-presidente, 
que  fueron  don  Francisco  Ruiz  Tagle  y  don  Casimiro 
Albano,  y  entregando  al  primero  una  memoria,  marchó 
á  su  palacio  acompañado  de  algunos  diputados,  á  esperar 
los  resultados  de  lo  que  en  ella  proponía. 

En  la  memoria  hacia  dejación  O'Higgins  de  sus  títulos 
de  director,  y  suplicaba  al  presidente  que  la  Cámara 
nombrase  otro  para  entrar  de  una  vez  en  las  vias  de  regu- 
laridad ,  que  el  estado  del  país  y  las  circunstancias  no 
habían  permitido  hasta  entonces.  Como  todo  el  mundo 
esperaba,  la  asamblea  se  apresuró  á  devolverle  sus  in- 
signias ,  con  gran  satisfacción  de  los  habitantes ,  á  pesar 
de  que  el  partido  de  la  oposición  atacó  este  nombramiento, 
avanzando  hasta  decir  que  aquella  no  tenia  derecho  para 
hacerlo,  y  que  ademas  la  dimisión  de  O'Higgins  habia 
sido  una  finjida  modestia  para  engañar  á  sus  conciuda- 
danos y  afianzar  su  poder. 

A  estar  el  país  bien  constituido,  y  funcionando  las  di- 
ferentes máquinas  de  las  principales  administraciones  con 
arreglo  á  los  principios  legalmente  establecidos  y  á  las 


CAPITULO    LXI. 

leyes  escritas,  sin  duda  que  semejante  renuncia  hubiera 
sido  ilegal,  y  la  asamblea,  como  convención  solamente 
preparatoria,  á  todas  luces  incompetente  para  aceptarla, 
y  mucho  mas  para  hacer  una  reelección.  Pero  las  cir- 
cunstancias eran  tan  precarias,  tan  irregulares,  la  época 
lo  era  de  una  infancia  tan  turbulenta ,  que  O'Higgins 
depositando  sus  insignias  en  manos  del  presidente,  creyó 
ver  en  la  asamblea,  si  no  la  espresion  de  la  voluntad  del 
pueblo,  al  menos  la  del  cuerpo  municipal,  órgano  del 
mismo  pueblo  y  tenido  desde  la  conquista  por  el  verda- 
dero tutor  de  sus  intereses.  Partiendo  de  este  principio, 
que  hoy,  en  que  todo  marcha  con  método  gracias  á  las 
leyes  orgánicas  trabajosamente  elaboradas,  no  tendría 
un  solo  partidario,  la  asamblea  se  creyó  autorizada  para 
abordar  y  discutir  las  cuestiones  mas  graves  y  de  mayor 
importancia,  por  manera  que  de  provisional  que  era,  se 
elevó  al  rango  de  lejisladora  y  acabó  siendo  constituyente 
con  asentimiento  de  casi  todos  los  diputados.  Solo  dos 
ó  tres  protestaron  contra  este  abuso  y  estuvieron  firmes 
en  su  convicción ,  á  pesar  de  los  discursos  que  se  pro- 
nunciaron por  hombres  de  talento ,  y  especialmente  por 
el  célebre  don  Camilo  Enriquez,  alma  de  la  revolución 
chilena  y  ahora  uno  de  los  mas  celosos  promovedores  de 
tamaña  usurpación. 

Pero  si  acerca  de  este  punto  hubo  casi  unanimidad  en 
la  asamblea,  no  sucedió  lo  mismo  con  ciertas  personas, 
que  solo  veian  en  todo  esto  el  deseo  de  O'Higgins  de 
aprovechar  aquel  cuerpo ,  compuesto  de  muchos  amigos 
y  protejidos  suyos,  para  legalizar  sus  actos  y  perpetuar 
su  presidencia  á  espensas  de  la  soberanía  nacional.  La 
oposición,  pues,  levantó  la  cabeza,  se  presentó  en  actitud 
amenazadora  y  esperó  un  pretesto  para  lanzarse  á  la 


E>;f:MTJ*^! 


524 


HISTORIA    DE    CHILE. 


arena.  Este  pretesto ,  como  sucede  siempre ,  no  tardó  en 
ofrecerse. 

Entre  los  suplentes  de  los  diputados  que  por  ausencia 
ó  renuncia  faltaban  del  congreso,  vio  el  público  con  cierta 
repugnancia  el  nombre  de  don  Agustín  de  Aldea,  antiguo 
realista,  oficial  en  otro  tiempo  de  Benavides  y  acusado 
de  muchos  desmanes,  entre  otros,  de  hat)er  tenido  parte 
en  el  incendio  de  los  Anjeles,  de  cuyo  distrito  era  pre- 
cisamente representante.  Aunque  habia  abjurado  hacia 
mucho  tiempo  sus  pasados  errores,  y  demostrado  ó  que- 
rido demostrar  en  un  escrito,  su  inocencia  en  el  incendio 
de  los  Anjeles  y  el  amor  patrio  que  le  dominaba  así  por 
inclinación  como  por  principios,  el  parentesco  inmediato 
que  le  unia  con  el  ministro  Rodríguez  le  hizo  aun  mas 
odioso  y  atrajo  sobre  la  asamblea  un  descrédito  que  no 
tardó  en  revelarse  en  ataques  apasionados  y  significativos. 
Esto  no  obstó  para  que  continuase  infrinjiendo  su  man- 
dato y  votando  leyes  orgánicas  y  hasta  fundamentales, 
pues  promulgó  una  constitución  que  no  hubo  tiempo  ni 
de  meditar  ni  de  discutir. 

Esta  constitución  fué ,  como  se  esperaba ,  completa- 
mente favorable  al  gobierno  y  en  particular  á  O'Higgins, 
que  estaba  elejido  por  seis  años  con  una  próroga  de 
cuatro,  decretada  por  el  mismo  congreso.  Este  se  compo- 
nía de  diputados,  cuya  elección  era  de  tres  grados  :  en 
el  primero  el  nombramiento  se  hacia  directamente  por 
los  gobernadores  y  municipalidades,  en  el  segundo  á  la 
suerte  en  la  proporción  de  uno  por  cada  mil  almas,  y  en 
el  tercero  en  escrutinio  secreto  por  los  electores  que  de- 
signase la  suerte.  Con  esta  combinación,  fruto  de  las 
vijilias  de  don  Camilo  Enriquez  y  algunos  amigos  suyos, 
el  gobierno  tenia  casi  asegurada  la  elección  de  los  dipu- 


CAPITULO    LXl. 


tados  por  medio  de  la  poderosa  influencia  de  los  gober- 
nadores y  alcaldes  encargados  de  nombrar  los  primeros 
electores.  A  mayor  abundamiento,  para  que  el  congreso 
no  pudiese  ser  arrastrado  por  las  facciones  y  pasarse  á 
la  oposición ,  se  le  puso  el  contrapeso  de  un  senado  com- 
puesto de  siete  diputados,  elejidos  en  asamblea  perma- 
nente con  el  nombre  de  corte  de  representantes ,  varios 
jenerales ,  el  obispo ,  los  ministros  y  otros  muchos  fun- 
cionarios identificados  con  la  causa  del  director  y  por 
consiguiente  dispuestos  siempre  á  sostenerle. 

Aunque  con  motivo  de  esta  constitución  se  dio  una 
amnistía  que  alcanzaba  á  casi  todos  los  presos  políticos  y 
la  ley  fundamental  recibió  la  sanción  del  pueblo,  pues 
tuvo  buen  cuidado  el  gobierno  de  depositarla  en  las  mu- 
nicipalidades para  someterla  á  la  aprobación  jeneral, 
pareció  tan  incompatible  con  las  ideas  que  se  tenían  de 
la  soberanía  del  pueblo,  que  unas  sencillas  observaciones 
bastaron  para  despertar  las  pasiones  y  propagar  el  in- 
cendio por  todo  el  país.  Santiago  tomó,  como  de  costum- 
bre ,  la  iniciativa  del  levantamiento ,  pero  mientras  que 
en  aquella  ciudad  solo  se  oian  murmuraciones,  la  pro- 
vincia de  Concepción  se  preparaba  á  obrar,  dispuesta  á 
echar  por  tierra  la  nueva  constitución  y  el  poder  arbi- 
trario que  la  había  inspirado. 

Por  entonces  llegó  á  esta  provincia  el  intendente  Freiré 
de  vuelta  de  un  viaje  que  habia  hecho  á  Santiago ,  en 
busca  de  recursos  para  su  ejército,  que  se  encontraba  de 
mucho  tiempo  atrás  desprovisto  de  todo.  Antes  de  em- 
prender este  viaje  no  estaba  ya  en  muy  buenas  relaciones 
con  el  ministro  Rodríguez,  y  en  el  tiempo  que  se  detuvo 
en  la  capital ,  su  desvío  se  impregnó  de  todo  el  odio  que 
tenia  á  aquel  el  público ,  siempre  dispuesto  á  creer  sus 


E 


-.IB&Wbrg 


526 


HISTORIA    DE    CHILE. 


dilapidaciones.  Por  otra  parte,  fué  testigo  del  descon- 
tento contra  O'Higgins  por  la  obstinación  en  conservar 
á  su  ministro,  lo  cual  unido  á  la  arbitrariedad  de  sus  úl- 
timos actos,  le  hizo  entrever  la  próxima  caida  del  direc- 
tor y  acaso  despertó  su  ambición ,  ambición  que  cierta- 
mente no  tenia  antes  de  su  partida.  Sea  de  esto  lo  que 
quiera ,  decidido  ,  á  su  llegada  á  Concepción  ,  á  tomar 
parte  activa  en  el  gran  pronunciamiento  proyectado, 
provocó  una  asamblea  popular  que  en  representación  de 
toda  la  provincia  legalizase  los  actos  subversivos  que 
meditaba,  y  el  8  de  diciembre  de  1822  ésta  asamblea, 
completamente  constituida,  celebró  su  primera  sesión 
bajo  la  presidencia  de  don  Estevan  Manzano  (1). 

Para  darle  cierto  aire  de  justicia  y  legalidad  se  levantó 
una  acta  de  la  instalación  ,  que  se  envió  al  director , 
echándole  en  cara  el  estado  de  miseria  en  que  se  encon- 
traba la  provincia  de  Concepción  ,  y  mas  particularmente 
el  ejército,  que  habia  sufrido  toda  clase  de  privaciones 
aunque  siempre  al  frente  de  un  enemigo,  al  que  por  mo- 
tivos culpables  se  habia  tenido  cuidado  de  dejar  esca- 
par. Se  le  censuraba  ademas  por  el  vicio  de  que  adole- 
cía el  nombramiento  de  los  diputados,  hecho  con  objeto 
de  perpetuar  su  mando ,  razón  por  la  cual  era  ilegal  y 
nula  la  asamblea ;  y  se  concluía  suplicándole  que  la  di- 
solviese y  se  nombrase  otra,  fundada  en  elecciones  en 
que  presidiera  la  libertad  y  la  moralidad. 

El  brigadier  Freiré ,  instigador  principal  de  esta  cru- 
zada, procedió  como  político  hábil  y  respetuoso.  Al  dia 
siguiente  hizo  su  sumisión  á  la  asamblea  y  le  envió  todos 

(l)  Se  componía  de  don  Estevan  Manzano,  don  Francisco  de  Binimelis,  don 
Pedro  José  de  Zañartu  ,  fray  Pablo  Rivas,  don  Julián  Xarpa,  don  José  Salvador 
Palma,  don  Félix  A.  Vázquez  de  Novoa,  don  Fernando  Figueroa ,  don  Gre- 
gorio Moreno,  don  Juan  Castellón  y  don  Pedro  José  del  Rio ,  secretario. 


■&¿ 


CArÍTULO    LXI. 


527 


sus  despachos  civiles  y  militares  que  los  individuos  de 
aquella  le  devolvieron  ,  «  reservándonos,  decian  ,  al  co- 
nocimiento de  los  grandes  asuntos  políticos  que  han  mo- 
tivado nuestra  reunión,  la  facultad  de  nombrar  el  que 
debe  sustituir  á  V.  S.  en  el  poder  judiciario  y  mando  de 
la  hacienda  cuando  haya  de  ausentarse  de  esta  capital 
por  asuntos  de  guerra ,  y  la  de  decidir  en  toda  clase  de 
asuntos  que  en  grado  de  apelación  se  eleven  á  esta  asam- 
blea (1).  » A  los  pocos  dias  le  autorizaron  para  hacer  un 
empréstito  en  víveres  y  dinero ,  recomendándole  que  lo 
exijiese  de  los  enemigos  de  la  independencia  y  de  los  de 
la  causa  actual.  Esto  fué  comenzar  el  ataque  por  exac- 
ciones á los  amigos  y  partidarios  de  Q'Iliggins,  y  conti- 
nuar la  aciaga  política  de  la  época,  oríjen  de  tantos  y 
tan  sensibles  ejemplos  de  represalias  que  llevaron  la  de- 
solación á  todos  los  partidos,  á  los  realistas  como  a 
los  liberales  de  todos  los  matices,  que  contribuyeron 
poderosamente  á  sumerjir  las  provincias  en  el  estado  de 
miseria  en  que  se  hallaban,  y  que  no  aprovecharon  ni 
para  la  consolidación  de  ningún  partido  ni  para  el  por- 
venir del  país. 

En  cuanto  O'Higgins  supo  por  los  diferentes  correos 
que  desde  Chillan  le  envió  don  Ramón  Lantaño,  la  forma- 
ción de  la  nueva  asamblea  y  las  hostiles  intenciones  que 
manifestaba  contra  su  autoridad,  escribió  al  presidente, 
espresándole  su  sorpresa  por  semejante  conducta,  cuyos 
motivos  ignoraba.  Tan  lejos  se  hallaba  de  pensar  en  un 
proyecto  de  insurrección ,  que  tres  dias  después ,  es  de- 
cir, el  30  de  diciembre,  le  propuso  el  nombramiento  por 
una  y  otra  parte  de  plenipotenciarios  para  que  se  enten- 

(1)  Contestación  de  la  asamblea  al  mariscal  don  Ramón  Freiré.  Archivos  de 
Concepción. 


:]2&JMN&&31 


528 


HISTORIA    DE    CHILE. 


diesen,  y  cesara  el  motivo  de  sus  disensiones.  Al  propio 
tiempo  se  quejaba  de  que  el  capitán  Boscorgue  habia 
empezado  las  hostilidades  apoderándose  en  la  ribera  norte 
del  Maule  del  oficial  Callejas  y  de  varios  útiles  de  guerra, 
queja  que  no  fué  atendida,  porque  el  mismo  Callejas  fué 
el  que,  faltando  á  sus  deberes,  provocó  la  medida  con 
sus  intrigas.  En  cuanto  á  la  proposición  de  los  plenipo- 
tenciarios ,  fué  aceptada  y  se  señaló  para  su  reunión  el 
22  de  enero  de  18*23 ,  pero  no  en  Talca  como  habia  re- 
suelto O'Higgins,  sino  en  la  isla  de  Duao  en  el  rio  Maule. 
Los  del  director  fueron  don  José  Gregorio  Argomedo, 
don  Salvador  de  laCavareda  y  don  José  Mana  Astorga : 
los  de  Concepción  los  individuos  de  la  asamblea  don  Es- 
tevan  Manzano,  don  Pedro  José  de  Zañartu  y  don  Pedro 
José  del  Rio. 

A  pesar  de  todos  estos  preliminares  de  avenencia,  la 
asamblea  de  Concepción  se  preparaba  para  oponer  una 
resistencia  firme  y  decidida  á  cualquiera  fuerza  que  qui^ 
siese  atacarla,  ó  bien  para  tomar  la  iniciativa  de  la 
agresión.  Con  este  objeto  aumentó  Freiré  las  compa- 
ñías de  dragones  de  la  frontera  con  otro  escuadrón  que 
denominó  dragones  de  la  libertad,  y  para  seguir  una 
marcha  regular,  sometió  el  nombramiento  de  ios  oficiales 
á  la  aprobación  de  la  junta.  Estas  tropas  fueron  destaca- 
das con  algunas  otras  á  las  riberas  del  rio  Maule  á  fin  de 
impedir  el  paso  á  las  de  O'Higgins  y  auxiliar  á  los  sub- 
delegados, encargados  de  vijilar  las  personas  influyentes 
del  contorno  ,  que  pudieran  entrar  en  comunicación  con 
ellas,  y  de  enviarlas  inmediatamente  á  Concepción.  Así 
se  practicó  muy  luego  con  el  teniente  gobernador  del 
partido  de  Cauquenes  don  J.  Antonio  Fernandez,  á  quien 
se  le  sorprendió  en  correspondencia  con  el  sarjento  mayor 


CAPÍTULO    LXÍ. 

don  J.  M.  Boyle,  y  después  con  el  cura  de  Chanco  don 
Baltasar  Hernández ,  acusado  del  mismo  delito.  A  los 
dos  y  á  otros  muchos  los  hicieron  ir  á  Concepción, 
donde  estuvieron  bajo  la  vijilancia  de  la  alta  policía.  A 
los  pocos  días  fué  destituido  el  gobernador  de  Talcahuano 
don  José  de  la  Cruz  por  considerársele  poco  partidario  del 
movimiento,  y  por  haber  dejado  marchar  á  un  marinero 
del  buque  Galvarino ,  que  fiel  al  gobierno  bloqueaba  en 
aquel  momento  el  puerto,  para  no  dejar  salir  de  la  bahía 
ninguna  embarcación. 

Pero  lo  que  principalmente  preocupaba  á  la  asamblea 
era  que  las  demás  provincias  entrasen  en  la  liga ,  é  hi- 
ciesen causa  común  con  ella.  Amalgamando  sus  miras 
particulares  con  los  intereses  comunes,  esperaba  con 
razón  aumentar  su  fuerza  moral  é  imprimir  mucha  mas 
enerjía  á  sus  actos  :  con  este  objeto  se  dirijió  á  algunos 
amigos  de  la  provincia  de  Coquimbo  y  á  Beauchef ,  co- 
mandante de  las  tropas  de  Valdivia ,  y  habiendo  sido 
favorables  las  contestaciones  de  todos ,  se  decidió  á  obrar, 
porque  en  aquel  momento ,  de  parlamentaria  que  era  la 
revolución  habia  tomado  un  carácter  completamente  ac- 
tivo. La  provincia  de  Coquimbo,  sobre  todo,  empezó  á 
levantar  compañías  de  milicianos  para  enviarlos  á  don 
José  María  Irarrazabal ,  nombrado  por  su  elevada  posi- 
ción y  bizarría  jefe  del  ejército  de  operaciones ;  escri- 
bieron á  todas  las  subdelegaciones  para  reunir  un  con- 
greso en  la  capital  de  la  provincia ;  mantuvieron  por  tierra 
una  correspondencia  seguida  con  la  asamblea  de  Concep- 
ción, y  enviaron  muchos  diputados  á  Mendoza  para  con- 
trabalancear la  influencia  de  Zañartu,  á  la  sazón  en  esta 
ciudad  y  en  vísperas  de  obtener  un  cuerpo  demuchosmiles 
de  soldados  para  ir  en  socorro  de  O'Higgins,  á  quien  Gu- 

VI.  Historia.  34 


^ 


530 


HISTORIA    DE    CHILF. 


tierrez  creía  hecho  el  blanco  de  una  gran  facción  realista» 
Todo,  pues,  conspiraba  contra  O'Higgins  :  el  espíritu 
de  novedad  ó  la  poco  firme  adhesión  de  los  unos,  la  in- 
fidelidad y  también  la  ingratitud  de  los  otros ;  y  sin  em- 
bargo no  era  esto  todo  lo  que  la  suerte  le  reservaba.  La 
llegada  del  almirante  Gochrane  á  Valparaíso  le  puso  en 
el  mayor  conflicto,  pues  tuvo  que  saldar,  en  momentos  en 
que  estaba  casi  vacío  el  tesoro,  los  muchos  atrasos  de  los 
marineros,  tropas  compuestas  por  lo  jeneral  de  estran- 
jeros  mercenarios ,  dispuestas  á  todo  para  hacerse  justi- 
cia. Lord  Gochrane,  que  como  su  jefe  estaba  en  la  obliga- 
ción de  protejerles,  reclamó  primero  estos  atrasos  de  una 
manera  conveniente  aunque  un  tanto  apremiante,  pero  no 
tardó  en  exijirlos  en  tono  altanero  é  imperioso,  lo  cual 
contribuyó  algo  á  un  motin  militar  en  Valparaíso ,  que 
O'Higgins  en  persona  fué  á  apaciguar,  y  que  apaciguó 
en  efecto ,  entregando  una  cantidad  á  buena  cuenta.  En 
medio  de  estas  penosas  ocupaciones  sobrevino  el  terrible 
terremoto  del  22  de  noviembre ,  que  destruyó  la  mayor 
parte  de  la  ciudad  y  ocasionó  un  crecido  número  de 
muertos.  El  director  escapó  milagrosamente  de  este  hor- 
roroso peligro,  y  la  fuerte  impresión  que  sufrió  su  alma 
le  produjo  padecimientos  morales  y  físicos  que  le  obli- 
garon á  volver  á  Santiago ,  donde  le  esperaban  nuevas 
contrariedades.  Porque  entonces  fué  cuando  supo  la  bien 
organizada  insurrección  de  Concepción ,  habiendo  sido 
su  primer  pensamiento  enviar  tropas  á  las  orillas  del 
Maule  para  defender  enéticamente  su  política  y  su  auto- 
ridad. A  los  pocos  dias  supo  también  la  llegada  de  San 
Martin  á  Valparaíso,  cuya  presencia,  estando  allí  lord 
Cochrane,  su  terrible  antagonista  en  Lima,  podía  tener 
graves  inconvenientes ,  y  aun  dar  márjen  á  serias  recri- 
minaciones por  parte  de  los  chilenos  de  la  oposición, 


g-a»^r&M^ 


CAPÍTULO    LXÍ. 


531 


echándole  en  cara  la  parte  que  habia  tomado  en  favor 
del  Perú  con  perjuicio  de  Chile. 

O'Higgins  recibió  á  Cochrane  á  su  regreso  del  Perú 
con  todos  los  miramientos  debidos  á  su  rango,  á  sus 
bellas  cualidades  y  á  los  importantes  servicios  que 
habia  prestado  á  Chile  y  á  la  independencia  americana. 
Fuera  de  algunos  altercados  que  tuvo  con  él  con  motivo 
de  los  atrasos  de  la  escuadra  y  de  haber  usado  medios 
ilegales  para  procurarse  recursos  con  que  pagar  sus  ma- 
rineros, su  buena  amistad  no  se  habia  resfriado,  y  con- 
tinuaba entre  los  dos  la  misma  simpatía  y  la  misma  ar- 
monía que  antes.  Pero  no  fué  lo  mismo  cuando  Cochrane 
supo  en  su  hacienda  de  Quintero  la  honorífica  recepción 
que  el  director  hizo  á  su  adversario ,  á  quien  miraba  muy 
culpable  contra  Chile  :  desde  aquel  momento  se  declaró 
enemigo  suyo ,  y  pidió  diferentes  veces  su  separación  de 
la  marina,  que  le  fué  concedida  al  fin. 

Esto  le  aumentó  su  irritación  contra  O'Higgins  y  le 
indujo  á  trabajar  sordamente  en  favor  de  la  insurrec- 
ción ;  por  lo  menos  no  cabe  duda  que  un  inglés  llamado 
don  Ricardo  Casey,  capitán  de  corbeta  enviado  á  Co- 
quimbo con  proclamas  y  despachos  de  la  asamblea  de 
Concepción ,  tuvo  con  él  largas  conferencias  á  su  paso 
por  Valparaíso ,  lo  que  motivó  una  correspondencia  muy 
seguida  con  el  jeneral  Freiré;  pero  no  pasó  de  aquí, 
porque  el  22  de  enero  partió  para  el  Brasil ,  adonde  le 
llamó  el  emperador  para  utilizar  su  denuedo  y  su  gran 
capacidad,  confiándole  el  mando  de  su  escuadra  (1).  Casi 
al  mismo  tiempo  se  alejó  San  Martin  de  Chile  para  reti- 
rarse á  la  república  de  Buenos-Aires,  de  donde  pasó  muy 
luego  á  Europa.  Antes  de  despedirse  de  O'Higgins  le 

(lj  La  independencia  chilena  debe  mucho  á  la  bizarría  de  lord  Cochrane  y 
al  acierto  que  Uno  en  destruir  la  marina  española.  Pero  justo  es  decir  también 


iSBfrí? 


532 


HISTORIA    DE    CHILE. 


instó  mucho,  aunque  sin  fruto,  para  que  separase  á  Ro- 
dríguez del  ministerio,  lo  que  probablemente  hubiera 
calmado  los  ánimos.  Cuando  lo  hizo  mas  adelante  fué  á 
instancias  de  los  amigos  del  mismo  Rodríguez,  pero  des- 
graciadamente tan  tarde  que  su  caida  no  ejerció  la  menor 
influencia  en  los  sucesos  que  sobrevinieron  después. 

La  dimisión  tuvo  en  efecto  lugar  el  7  de  enero,  cuando 
la  revolución,  por  un  concurso  de  estrañas  disposiciones, 
había  hecho  rapidísimos  y  muy  considerables  progresos. 
Por  todas  partes  manifestaciones,  algunas  de  ellas  ar- 
madas, sostenían  los  principios  de  la  insurrección  y  pre- 
paraban nuevas  conquistas  á  la  asamblea  del  sur.  Su 
propaganda  se  estendia  á  las  demás  provincias,  y  con 
sus  intrigas  las  tropas  con  que  contaba  O'Higgins  em- 
pezaban á  sublevarse  contra  él,  inclusas  algunas  de  las 
que  estaban  en  las  orillas  del  Maule.  Lo  mismo  sucedió 
con  las  enviadas  contra  don  Miguel  de  Irarrazabal,  quien 
marchaba  á  la  cabeza  de  sus  milicianos  y  de  los  que  le 
envió  la  asamblea  de  Coquimbo.  Antes  de  llegar  al  cerro 
de  las  Vacas  se  le  pasaron,  en  momentos  en  que  lo  temia 
todo  de  la  inesperiencia  de  sus  soldados  y  de  la  poca 
fijeza  de  sus  opiniones. 

Reforzada  la  pequeña  división  con  estos  cazadores, 
menos  los  oficiales  que  se  les  detuvo  como  prisioneros, 
continuó  la  marcha  atravesando  las  subdelegaciones  que 
muchas  veces  salieron  á  su  encuentro  y  aumentaron  con 
algunos  nuevos  reclutas.  Al  llegar  Irarrazabal  á  San  Fe- 
lipe se  hallaba  en  disposición  de  ir  á  tomar  parte  en  el 
movimiento  que  fermentaba  en  Santiago  y  realizar  sus 

que  el  mismo  resultado  se  hubiera  obtenido  con  mucho  menos  gasto  si  la  llegada 
de  este  célebre  marino  no  hubiese  detenido  la  espedicion  que  el  contra-almi- 
rante Blanco  preparaba  contra  la  escuadra  peruana ,  que  hubiera  encontrado 
dispersada  por  toda  la  costa  en  puertos  secundarios  en  Arica,  etc.,  y  en  estado 
de  no  poder  luchar  contra  él. 


^w»ra^aWTia^g"^TD^»trgg 


CAPITULO    LXI, 


533 


esperanzas  por  medio  de  un  golpe  de  mano,  de  que  era 
muy  capaz ;  sin  embargo  prefirió  detenerse  en  aquella 
ciudad,  y  esperar  la  decisión  del  cabildo  de  Santiago 
para  seguir  una  marcha  que,  con  los  sucesos  del  28  de 
enero  de  1823,  llegó  á  ser  completamente  inútil. 

En  este  dia  se  decidieron  á  obrar  los  principales  jefes 
de  la  oposición,  temerosos  de  que  la  insurrección  se  des- 
viase del  carril  por  donde  se  la  quería  llevar.  Supieron 
que  Freiré  había  tomado  una  parte  muy  activa  en  el 
movimiento,  y  sospechando  en  él  miras  ambiciosas,  qui- 
sieron evitar  la  intervención  militar  de  un  jeneral  que, 
contra  los  intereses  de  la  democracia,  querría  convertir 
la  revolución  en  su  provecho.  Por  eso  adelantaron  ei 
movimiento  y  promovieron  la  ajitacion  del  pueblo,  esta 
máquina  que  está  siempre  á  disposición  de  los  audaces  (1). 
En  un  conciliábulo  celebrado  la  noche  antes  en  casa  del 
intendente,  se  tomaron  las  medidas  necesarias,  y  se  acordó 
el  plan  de  ataque ,  y  por  la  mañana  aparecieron  las  mu- 
rallas de  la  ciudad  llenas  de  pasquines,  llamando  á  los 
ciudadanos  á  un  cabildo  abierto  para  salir  del  estado  de 
ajitacion  en  que  se  encontraba  la  sociedad.  La  reunión 
fué  tan  imponente  por  su  número,  como  por  las  personas 
que  la  componían.  Veíanse  en  ella  hombres  de  todas 
opiniones,  carreristas,  ultra-liberales  y  hasta  o'higgi- 
nistas,  á  quienes  inquietaba  el  estado  del  país  y  el  temor 
de  una  guerra  civil.  Los  jefes  de  las  tropas  de  guarnición 
en  Santiago  entraron  también  en  el  complot ;  por  lo  menos 
prometieron  dar  orden  á  los  soldados  de  no  hacer  armas 
contra  el  pueblo,  habiendo  ofrecido  obedecer  todos  los 

(1)  O  Higgins  reunió  pocos  dias  antes  en  su  palacio  muchas  personas  nota- 
bles de  la  ciudad  con  objeto  de  terminar  pacíficamente  todas  estas  disidencias, 
y  es  probable  que  lo  hubiera  logrado  si  el  temor  de  ver  llegar  á  Freiré  á  la 
cabeza  de  sus  tropas  no  hubiese  movido  á  los  jefes  de  la  oposición  á  nombrar 
una  junta.  Conversación  con  O'Higghis. 


\Q&'~MGtt$»i 


534 


HISTORIA    DE    CHILE. 


oficiales  de  guardia,  escepto  algunos  afectos  al  director, 
á  los  que  por  este  motivo  se  les  arrestó. 

Noticioso  O'Higgins  de  esta  orden  por  el  capitán  Ca- 
ballero, que  estaba  de  guardia  en  el  palacio,  se  llenó  de 
irritación  ,  y  á  pié  y  sin  vestir ,  se  fué  al  cuartel  del  es- 
cuadrón de  guias  de  la  guardia  de  honor,  y  allí  interpe- 
lando ásu  comandante  el  teniente  coronel  Merlo,  este 
por  toda  respuesta  le  presentó  el  papel  que  acababa  de  re- 
cibir, en  que  se  le  mandaba  no  disparar  contra  el  pueblo 
y  permanecer  neutral  en  este  importante  debate.  Poco  sa- 
tisfecho el  director  con  semejante  escusa,  tomó  el  papel , 
lo  hizo  mil  pedazos,  degradó  al  comandante  arrancán- 
dole las  charreteras  y  le  reemplazó  con  el  teniente  coro- 
nel don  Agustín  López ,  que  fué  recibido  con  entusiasmo 
y  á  los  gritos  de  viva  O'Higgins  (1). 

Apaciguado  este  semi-motin,  O'Higgins  volvió  al  pa- 
lacio, se  puso  sus  insignias,  montó  á  caballo,  y  acompa- 
ñado de  sus  ayudantes  de  campo ,  se  dirijió  por  el  lado 
del  convento  de  San  Agustín ,  donde  estaba  el  cuartel  de 
los  granaderos  de  la  guardia  de  honor,  también  insur- 
reccionados por  su  comandante  el  coronel  don  Luis  Pe- 
reira.  Al  llegar  á  media  cuadra  del  cuartel ,  un  centinela 
avanzado  le  pidió  el  quien  vive  y  le  mandó  hacer  alto; 
O'Higgins  sin  acobardarse  corre  hacia  él ,  le  pregunta  si 
ignora  quien  es  y  continuando  su  marcha  se  presenta 
delante  de  la  plazuela  de  San  Agustín ,  donde  se  halla- 
ban reunidos  y  sobre  las  armas  un  centenar  de  grana- 
deros. Los  oficiales  que  estaban  á  la  cabeza  de  estas  tro- 
pas fueron  apostrofados  por  el  director ,  y  como  Merlo, 
contestaron  con  medias  palabras,  que  aquel  oyó  con  la 
mayor  indignación,  calificándolos  de  traidores  :  en  se» 

(l)  He  oido  decir,  aunque  no  puedo  asegurarlo,  que  O'Higgins  repartió 
dinero  á  los  soldados,  antes  de  salir  del  cuarie!. 


scrvr  raMr: 


CAPITULO    LXI. 

guida  destituyéndoles  de  sus  grados,  dio  el  mando  de  la 
compañía  al  sarjento  primero,  y  entró  con  ella  en  el  patio 
del  cuartel,  en  el  que  estaba  reunido  todo  el  batallón 
con  mil  doscientos  hombres.  Inmediatamente  salió  á  su 
encuentro  Pereira,  quien  no  menos  turbado  que  los  de- 
mas,  procuró  escusar  su  modo  de  proceder  con  el  estado 
de  ajitacion  en  que  se  hallaba  la  ciudad ,  y  el  no  haberle 
dado  parte  de  todo  lo  que  habia  hecho  ,  con  la  falta  de 
tiempo.  Mientras  daba  estas  esplicaciones,  los  soldados, 
como  si  hubiesen  sido  electrizados  por  un  movimiento 
espontáneo  de  intelijencia  y  de  respeto ,  prorumpieron 
en  gritos  de  exaltación  en  honor  de  O'Higgins,  y  se  pu- 
sieron á  sus  órdenes ,  lo  que  también  hizo  Pereira  todo 
avergonzado  por  su  derrota.  Los  oficiales  que  habían 
sido  arrestados  por  precaución ,  entre  ellos  el  sarjento 
mayor  don  Manuel  Riquelme ,  fueron  á  ocupar  inmedia- 
tamente sus  puestos  en  el  batallón,  el  cual  se  dirijió  á  la 
plaza  de  la  independencia ,  donde  no  tardó  en  reunírsele 
el  escuadrón  de  Guias. 

Aunque  O'Higgins  era  dueño  de  la  fuerza  armada,  no 
se  atrevió  á  atacar  al  cabildo  abierto  y  disolverlo.  Entre- 
gado á  todos  los  resentimientos  de  la  irritación  y  de  la  có- 
lera, se  paseaba  en  medio  de  sus  soldados,  á  quienes  tenia 
motivos  para  considerar  como  su  guardia  pretoriana ,  y 
se  negó  tenazmente  á  presentarse  en  la  asamblea  popular, 
sin  embargo  de  que  fué  llamado  á  ella  muchas  veces  y 
que  á  ruegos  de  la  misma,  le  escribió  Rodríguez,  uno  de 
los  autores  principales  de  todas  sus  desgracias ,  que  no 
resistiese  mas  tiempo  porque  se  esponia  á  algún  suceso 
desagradable.  Renovada  esta  súplica  por  Cruz  y  otros 
amigos ,  cedió  al  fin  y  marchó  allá  con  su  escuadrón  de 
guias ,  que  dejó  en  la  plazuela  de  la  Compañía.  Su  alma 
en  aquel  momento  estaba  entregada  á  todas  las  iras  del 


3H&S3I 


HISTORIA   DE    CHILE. 

amor  propio  ofendido,  y  sin  embargo  pasó  tranquilo  y  sin 
decir  nada  por  medio  del  pueblo  para  ir  á  tomar  asiento 
en  el  lugar  que  le  correspondía.  Después  de  algunos  ins- 
tantes de  silencio  dijo  con  tono  firme  pero  sin  arrogancia , 
que  aunque  victorioso  de  las  tropas  un  momento  escarria- 
das, no  quería  aprovecharse  de  su  victoria  para  dispersar 
una  asamblea,  producto  de  una  simple  facción,  y  que  por 
el  contrario,  cansado  de  una  dirección  que  de  mucha 
tiempo  atrás  le  molestaba ,  se  adelantaría  á  sus  deseos, 
abdicando  el  poder  ante  el  congreso  que  iba  á  convocar 
muy  pronto.  Esto  es  lo  que  yo  debo  hacer,  añadió  con 
tono  de  superioridad ,  porque  cuando  la  nación  me  en- 
tregó estas  insignias,  no  fué  para  que  pasasen  á  manos 
de  unos  cuantos  habitantes  de  Santiago,  sin  autoridad  y 
sin  mandato.  Al  oir  estas  palabras  quiso  hablar  don 
Agustín  Eizaguirre,  pero  no  permitiéndoselo  apenas  su 
conmoción,  se  encargó  de  contestar  don  José  Miguel  In- 
fante, quien  lo  hizo  con  la  fogosidad  democrática  que  el 
amor  á  la  libertad  le  inspiraba  en  semejantes  casos.  Prin- 
cipió elojiando  las  buenas  cualidades  del  director  así  como 
sus  eminentes  servicios ,  y  habló  en  seguida  de  la  nece- 
sidad de  un  congreso  nombrado  por  el  pueblo  directa- 
mente y  sin  influencias  de  ninguna  especie,  puesto  que 
el  que  funcionaba  era  ilegal  á  todas  luces,  y  poco  conve- 
niente al  país  la  constitución  que  se  habia  permitido  pro- 
mulgar. En  cuanto  á  la  reunión  presente ,  procuró  de- 
mostrar su  legalidad  con  el  gran  número  de  personas 
notables  que  la  componían,  autorizadas  por  esta  circuns- 
tancia para  tomar  las  medidas  que  juzgasen  oportunas 
contra  la  autoridad  del  director. 

Guardaba  O'Higgins  un  silencio  convulsivo  mientras 
se  pronunciaba  este  discurso ;  pero  al  oir  que  se  le  ame- 
nazaba ,  no  pudo  contener  su  ardiente  susceptibilidad ,  é 


-..  '&u¡:ig:'.i£r*zute> 


CAPÍTULO    LXI 


537 


interrumpió  al  orador,  declarando  con  enerjía  y  nobleza 
que  no  reconocia  por  pueblo  á  una  reunión  en  que  no 
estaba  ni  la  milésima  parte  de  la  nación.  El  calor  con  que 
pronunció  estas  palabras  intimidaron  á  Infante  de  tal 
modo  que  se  quedó  turbado ;  pero  salió  en  su  ayuda  don 
Fernando  Errazurris ,  uno  de  los  mayores  adversarios  de 
la  constitución,  y  contestó  con  tanta  serenidad  como 
enerjía  haciendo  ver  la  necesidad  de  una  abdicación. 
Después  dirijiéndose  al  pueblo  ,  le  preguntó  su  parecer  , 
y  todo  el  mundo  contestó  con  entusiasmo  que  sí. 

La  sala  resonaba  con  las  voces  de  todos  los  asistentes. 
En  medio  de  este  gran  tumulto,  no  pudiendo  conseguir 
O'Higgins  que  le  oyesen,  se  levantó  de  su  asiento,  se 
adelantó  al  pueblo  con  semblante  muy  animado ,  y  des- 
cubriendo el  pecho  dijo  que  si  se  deseaba  su  vida ,  estaba 
pronto  á  darla ,  pues  no  temia  perderla  en  aquel  mo- 
mento mas  que  en  los  numerosos  combates  á  que  habia 
asistido.  Añadió  que  deseoso  de  dejar  una  dignidad  que 
tanto  le  fatigaba,  hacia  renuncia  de  ella  para  evitar  si  era 
posible  con  su  abnegación  hecha  en  momentos  en  que 
aun  disponia  de  las  tropas ,  una  guerra  civil ,  fruto  ine- 
vitable de  esta  clase  de  cambios.  Acercándose  en  seguida 
á  la  mesa ,  depositó  en  ella  la  faja  y  el  bastón  con  ade- 
manes que  no  indicaban  de  ninguna  manera  despecho , 
y  á  las  voces  de  viva  O'Higgins  (1). 

No  podia  menos  de  conmover  un  hombre  que  llevaba 
á  tal  punto  el  desinterés  por  evitar  á  su  patria  los  horro- 
res de  una  guerra  civil.  Todo  se  hizo  con  una  moderación 
y  un  decoro  tan  glorioso  para  el  jefe  que  abdicaba ,  como 

(1)  Mientras  hablaba  se  oyó  un  cañonazo,  lo  cual  le  intimidó  mucho,  porque 
la  artillería  estaba  contra  él.  A  poco  recibió  una  carta  y  pidió  permiso  para 
pasar  á  leerla  á  un  gabinete  inmediato.  Aunque  su  contenido  era  insignificante, 
le  hizo  tal  impresión,  que  volvió  á  entrar  en  la  sala  manso  como  un  cordero. 
Conversación  con  don  Miguel  Infante. 


¡fc» -"«SPEi^S^Sk^ 


538 


HISTORIA   DE    CHILE. 


! 


para  el  pueblo  que  exijia  este  sacrificio.  Los  que  estaban 
mas  inmediatos  á  él,  fuese  por  deber  ó  por  deferencia, 
le  preguntaron  en  alta  voz  qué  clase  de  gobierno  iba  á 
establecer ;  á  lo  cual  contestó  que  de  ninguna  manera 
quería  mezclarse  en  tan  importante  asunto ,  pero  que 
puesto  que  existia  de  hecho  una  junta,  podría  conti- 
nuar (1).  Entonces  todo  el  mundo  proclamó  con  entu- 
siasmo los  nombres  de  don  Agustín  Eizaguirre,  don  José 
Miguel  Infante  y  don  Fernando  Errazuris,  personas  las 
tres,  de  principios,  de  miras  muy  liberales  y  como  el 
diamante  inatacables  por  ninguno  de  sus  lados. 

Tal  fué  el  resultado  de  esta  sesión ,  oríjen  quizá  de  to- 
das las  funestas  revoluciones  de  que  tan  repetidos  ejem- 
plos daban  las  demás  repúblicas,  y  de  que  Chile  ha 
podido  librarse  al  cabo  de  algunos  años,  por  un  favor  es- 
cepcional  de  la  Providencia.  Desembarazado  O'Higgins 
de  sus  ocupaciones  del  dia,  volvió  al  palacio  acompa- 
ñado de  casi  todas  las  personas ,  que  lejos  de  censurar 
sus  cualidades  ni  su  administración ,  no  cesaban  de  elo- 
jiarle  en  alta  voz ,  llamándole  el  padre  de  la  patria.  Es 
cierto  que  muchas  de  estas  personas  eran  amigos  suyos, 
á  quienes  el  poder  de  las  circunstancias  habia  arrastrado 
á  la  reunión ,  y  otras  muchas  indiferentes,  que  no  tenían 
ninguna  queja  de  él.  Por  la  noche  fué  la  Junta  á  visitar 
á  O'Higgins,  y  habiéndola  hecho  esperar  un  momento, 
se  escusó  con  haber  estado  al  lado  de  su  hermana,  que 
repentinamente  se  habia  puesto  enferma.  Tenia  esta  se- 
ñora una  alma  muy  sensible,  y  no  pudiendo conservar  la 
serenidad  en  una  peripecia  tan  inesperada ,  fué  atacada 
de  violentas  convulsiones  nerviosas,  que  obligaron  á 
O'Higgins  á  detenerse  algunos  dias  en  Santiago,  en  cuyo 
tiempo  recibió  de  todo  el  mundo,  y  especialmente  del 

(i)  Conversación  con  don  Bernardo  O'Higgins. 


•  -  -  Mrrrrnr 


CAPITULO    LXT. 


539 


cabildo ,  numerosas  pruebas  de  afecto  y  liberalidad.  Pú- 
sose al  fin  en  camino,  y  fué  á  esperar  á  Valparaíso  el  re- 
sultado de  lo  que  había  pretendido ,  que  era  ponerse  á 
la  cabeza  de  cinco  mil  hombres ,  y  con  ellos  ir  al  Perú 
á  dar  el  último  golpe  al  poder  español ,  y  añadir  un 
nuevo  y  brillante  florón  de  gloria  á  la  corona  de  su 
amada  patria.  La  junta  le  dio  de  escolta  una  com- 
pañía de  ciento  cincuenta  hombres  de  su  antigua  guar- 
dia, compañía  que  conservó  en  Valparaíso  durante  su 
permanencia  en  casa  del  gobernador  Zenteno,  y  que  le 
hacia  los  mismos  honores  que  en  sus  mas  prósperos 
tiempos. 

Mientras  pasaba  todo  esto  en  Santiago,  el  jeneral 
Freiré  preparaba  en  Concepción  una  espedicion  militar 
contra  el  director,  para  el  caso  en  que  no  abdicase  el  po- 
der. Escribió  á  Beauchef ,  que  mandaba  en  Valdivia,  que 
fuese  á  reunirse  á  él  con  todas  sus  tropas ;  y  este  teniente 
coronel  recibió  á  los  pocos  dias  una  orden  de  O'Higgins 
para  que  marchase  á  Valparaíso,  lo  cual  le  puso  en  un 
grande  compromiso.  Su  deber  como  subdito  del  director 
y  jefe  completamente  independiente  de  la  autoridad  de 
Freiré,  era  cumplir  lo  que  aquel  mandaba ,  y  así  lo  exi- 
jia  su  honor  y  las  leyes  de  la  disciplina  á  que  era  tan  su- 
miso; pero  sabedor  por  Wilkinson,  capitán  del  buque 
enviado  por  O'Higgins,  que  muchas  provincias  se  ha- 
bían declarado  contra  su  gobierno  al  que  tachaban  de 
arbitrario  y  déspota ,  reunió  los  oficiales  y  los  miembros 
del  cabildo  ,  y  les  manifestó  su  intención  de  ir  á  reunirse 
con  Freiré ,  que  le  parecía  el  mas  fuerte  para  impedir 
una  guerra  civil.  Aprobado  el  pensamiento  por  los  con- 
currentes ala  reunión,  dispuestos  á  defender  sus  dere- 
chos como  ciudadanos,  de  la  misma  manera  que  los 
habian  defendido  como  militares ,  embarcó  sus  tropas  y 


540 


HISTORIA    DE    CHILE. 


ademas  una  brigada  de  artillería  con  cuatro  piezas,  de- 
jando en  Valdivia  trescientos  hombres  que  allí  habia  de 
la  guardia  de  honor,  lo  primero  porque  la  plaza  no  podia 
quedar  desguarnecida  y  lo  segundo  porque  los  oficiales 
de  esta  fuerza  no  le  inspiraban  gran  confianza  de  que 
fuesen  adictos  al  movimiento  (1). 

En  cuanto  las  tropas  de  Beauchef  llegaron  á  Concep- 
ción, donde  fueron  recibidas  con  salvas  de  artillería, 
Freiré,  que  no  esperaba  mas  que  este  refuerzo  para  em- 
prender la  marcha,  envió  por  tierra  toda  la  caballería  al 
mando  del  coronel  Puga  ,  y  él  se  embarcó,  con  la  infan- 
tería y  la  artillería,  para  Valparaíso.  Cuando  llegó,, 
quedó  sorprendido  al  saber  lo  que  habia  pasado ,  y  que 
O'Higgins  estaba  en  casa  del  gobernador.  Ignorando  la 
opinión  reinante  en  la  ciudad  y  las  intenciones  de  las  tro- 
pas que  en  ella  habia,  dispuso  que  desembarcase  un  buen 
número  de  las  suyas  al  mando  de  Tupper  y  Giménez,  con 
orden  de  formar  en  batalla  en  la  plaza  y  de  no  responder 
á  ninguna  pregunta  que  les  hiciesen.  En  seguida  previno 
á  Beauchef  que  fuese  á  relevar  con  sus  granaderos  la 
guardia  de  O'Higgins ,  y  él  marchó  á  acampar  al  Almen- 
dral con  su  estado  mayor  y  sus  tropas.  Aunque  era  muy 
desagradable  la  comisión  confiada  á  Beauchef,  la  cum- 
plió sin  embargo  por  deber  y  quedó  muy  admirado  al  oír 
de  boca  de  O'Higgins  la  aprobación  de  su  conducta*  con 
la  cual,  le  dijo,  se  habría  evitado  quizá  la  guerra  civiL 
Después  de  conversar  un  rato,  le  preguntó  O'Higgins  si 
quería  acompañarle,  pues  iba  con  el  gobernador  á  ver  á 
Freiré,  á  lo  que  accedió  sin  dificultad  Beauchef,  y  los 
tres  se  dirijieron  á  caballo  á  la  tienda  en  que  estaba  aquel 
jeneral.  O'Higgins  quiso  entrar  en  esplicaciones  sobre  la 
revolución ,   pero  Freiré  le  suplicó  que  olvidase  lo  pa- 

(t)  Memorias  manuscritas  de  Beauchef. 


B— WWffCTi»^ 


CAPÍTULO    LXI. 


541 


sado,  y  solo  hablaron  de  cosas  insignificantes  (1).  A  los 
pocos  dias  le  arrestó  este  jeneral  en  su  casa  y  lo  sometió 
á  un  tribunal  de  residencia,  que  era  precisamente  lo  que 
habia  solicitado  O'Higgins,  persuadido  de  que  nadie  po- 
dría echarle  en  cara  el  acto  mas  insignificante  de  infide- 
lidad. Con  efecto,  seis  meses  después  quedó  enteramente 
libre,  y  abandonó  á  principios  de  julio  su  querido  país, 
por  el  que  tanto  habia  hecho  con  la  mira  de  elevarlo  al 
rango  de  nación ,  y  que  como  Carrera  no  habia  de  vol- 
ver á  ver,  á  pesar  de  los  vivos  deseos  que  siempre  tuvo 
de  regresar  de  simple  ciudadano  para  trabajar  por  su 
prosperidad  que  fué  el  sueño  de  toda  su  vida.  El  jeneral 
Freiré,  elevado  ya  al  poder,  le  dio  al  partir  un  pasa- 
porte sumamente  honorífico ,  que  venia  á  ser  una  carta  de 
eficacísima  recomendación  para  los  gobiernos  amigos  de 
Chile  ,  en  que  se  decia  que  su  ausencia  seria  solo  por  dos 
años ,   debiendo  volver   pasado  este  tiempo  á  un  país 
«  que  le  cuenta  entre  sus  hijos  distinguidos,  y  cuyas  glo- 
rias están  tan  estrechamente  enlazadas  con  su  nombre, 
que  las  pajinas  mas  brillantes  de  la  historia  de  Chile  son 
el  monumento  consagrado  á  la  memoria  del  mérito  de 
V.  E.  i  Embarcado  en  la  corbeta  inglesa  Flis,  marchó 
á  la  ciudad  que  iba  á  ser  su  última  residencia ,  Lima ,  lle- 
vando por  toda  fortuna  los  productos  eventuales  de  la 
hacienda  de  la  Cantera ,  completamente  arruinada  con 
las  guerras  de  la  independencia.  Por  dicha  suya ,  encon- 
tró en  el  Perú  otra  hacienda ,  la  de  Montalvan ,  que  le 
habia  regalado  aquel  gobierno  en  prueba  de  reconoci- 
miento por  los  grandes  servicios  que  prestó  á  su  inde- 
pendencia. 

Así  acabó  la  administración  de  este  ilustre  chileno 
que  por  la  elevada  posición  que  tuvo,  suscitó  necesaria- 

(1)  Memoria  manuscrita  de  Beauchcf. 


542 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mente  muchas  envidias  y  ambiciones.  O'Higgins  cometió 
sin  duda  faltas,  ¿  pero  quién  es  el  que  en  su  puesto  no  las 
comete?  Antes,  pues,  de  juzgar  al  hombre,  es  necesario 
juzgar  las  circunstancias  en  que  obró  y  las  influencias 
de  todo  jénero  que  le  movieron  á  obrar.  Querer  condenar 
algunos  actos  arbitrarios  á  que   son    arrastrados   los 
depositarios  del  poder  cuando  prefieren  lo  útil  á  lo  justo 
es  querer  desconocer  los  principios  de  las  grandes  revo- 
luciones sociales,  que  son  la  enerjía,  la  audacia  y  alguna 
vez  hasta  el  despotismo  y  la  tiranía,  á  despecho  de  todas 
nuestras  bellas  teorías  que  la  calma  establece,  y  cuya 
inoportunidad,  ya  que  no  su  falsedad,  demuestra  fre- 
cuentemente la  esperiencia.  La  moderación  no  puede  in- 
vocarse sino  cuando  la  tempestad  ha  pasado,  la  tranqui- 
lidad se  ha  restablecido  del  todo  y  la  ira  de  la  discordia 
es  impotente  para  arrastrarnos  á  las  guerras  civiles 
companeras  inevitables  de  la  debilidad  de  los  gobiernos' 
Por  lo  demás,  cuando  O'Higgins  fué  elevado  sin  opo- 
sición alguna  á  la  suprema  majistratura,  nadie  habia  mas 
digno  que  él  de  tan  alto  puesto,  porque  nadie  habia  mas 
valiente,  ni  mas  probo,  ni  mas  patriota,  y  sus  títulos 
eran  también  los  mas  esclarecidos  y  lejítimos.  Desde  el 
primer  grito  de  independencia  fué  uno  de  los  jefes  in- 
fluyentes de  la  revolución.  En  todas  las  batallas  se  dis- 
tinguió por  cualidades,  que  en  una  época  en  que  le  fal- 
taba aun  la  madurez  de  la  esperiencia  y  los  conocimientos 
teóricos,  le  valieron  el  nombramiento  de  jeneral  en  jefe 
del  ejército,  cargo  que  desempeñó  algunas  veces  con 
gloria,  siempre  con  honra.  En  Mendoza  tomó  una  parte 
muy  activa  en  la  creación  é  instrucción  del  ejército  li- 
bertador, y  cuando  San  Martin,  por  motivos  de  gran 
prudencia,  se  lo  asoció  como  segundo,  el  tiempo  no  tardó 
en  justificar  el  acierto  de  la  elección.  Y  si  volvemos  la 


.  ....  _;*L. 


CMMTULO    LXI. 


543 


vista  al  estado  en  que  se  encontraba  Chile  cuando  se 
encargó  de  rejenerarlo,  veremos  que  la  tarea  que  aco- 
metió era  de  las  mas  penosas  é  ingratas,  y  que  al  aceptar 
su  ruda  responsabilidad ,  lo  hizo  solamente  movido  por 
un  vivo  sentimiento  de  patriotismo  y  por  la  ambición , 
bien  honrosa  por  cierto,  de  conquistar  el  título  de  bien- 
hechor de  su  país. 

Con  efecto,  desde  la  invasión  de  Pareja  los  partidos 
estaban  dominados  por  el  odio  y  la  venganza,  y  no  habia 
seguridad  ni  para  las  cosas  ni  para  las  personas.  Im- 
puestos forzosos,  contribuciones  estraordinarias,  y  lo  que 
es  mas,  despojos  considerables  de  todo  jénero,  se  suc- 
cedian  con  la  misma  rapidez  que  los  acontecimientos,  aca- 
bando por  llevar  la  desolación  al  seno  de  las  familias  é 
introducir  la  perturbación  mas  espantosa,  así  en  sus  pro- 
piedades como  en  sus  rentas.  Porque  con  la  falta  de 
brazos ,  las  minas  estaban  casi  abandonadas ,  y  la  agri- 
cultura, esta  riqueza  natural  é  importantísima  de  Chile, 
se  hallaba  en  un  decaimiento  tal  que  apenas  producía  para 
las  primeras  necesidades  de  la  vida. 

En  medio  de  tantas  calamidades,  tuvo  que  tomar 
O'Higgins  enérjicas  medidas  para  neutralizar  las  pasiones 
que  escitaron  los  sucesos  y  las  circunstancias,  y  vijilar  la 
madurez  progresiva  de  la  libertad  y  la  ardiente  lucha  de 
todas  las  fuerzas  que  se  desplegan  en  su  infancia  y  que , 
convertidas  en  elementos  de  anarquía ,  hubieran  favore- 
cido las  ideas  subversivas  de  los  enemigos  interiores ,  ó 
bien  exaltado  desacordadamente  á  los  verdaderos  libera- 
les, convirtiendo  su  celo  en  fanatismo.  Tenia  ademas  una 
necesidad  constante  de  inspirar,  exaltar  y  por  otra  parte 
afirmar  una  nación  joven ,  que  acababa  de  salir  de  las 
mantillas ,  y  que  no  se  habia  recobrado  aun  de  la  sor- 
presa de  su  conquista.  Porque  á  pesar  de  todos  sus  triun- 


-SJE^^S^SK^ 


5M 


HISTORIA    DE    CHILE. 


fos,  la  independencia  chilena  distaba  mucho  de  estar 
completamente  asegurada.  El  virey  del  Perú  dominaba 
con  todo  su  poder  una  gran  parte  de  la  América  del  sur, 
y  la  provincia  de  Concepción,  siempre  á  merced  de 
los  restos  de  Maypu ,  organizados  en  bandas  de  monto- 
neras ,  necesitaba  una  división  numerosa  que  detuviese 
sus  invasiones  y  pusiese  coto  á  sus  escesos.  Y  sin  em- 
bargo, en  medio  de  todos  estos  motivos  de  inquietud  y 
de  todas  estas  escaseces,  equipó  O'Higgins  la  brillante 
escuadra  que  barrió  de  buques  españoles  el  mar  Pacífico, 
lo  dominó  con  todo  su  poder,  y  aseguró  para  siempre  la 
independencia  de  Chile  con  el  aislamiento  completo  de  su 
obstinado  enemigo.  Puede  decirse  que  la  gloria  de  esta 
escuadra  fué  tan  grande  por  sus  resultados,  como  por 
haberla  creado  haciéndola  salir  de  la  nada.  Sin  disputa 
fué  esta  época  la  en  que  el  jenio  de  O'Higgins  brilló  con 
la  bella  aureola  que  sus  mismos  enemigos  no  han  podido 
rehusarle  jamás,  pues  en  cierto  modo  improvisó  la  es- 
cuadra ,  y  esto  se  hizo  en  momentos  en  que  la  hacienda 
estaba  en  completo  desorden ,  muy  empeñadas  las  prin- 
cipales rentas,  agotados  los  bolsillos  de  los  particulares, 
reinando  el  desaliento  por  todas  partes  y  siendo  los  re- 
cursos en  hombres  y  en  materiales  casi  nulos. 

A  vista  de  esto ,  ¿  podrá  esperarse  que  las  libertades 
civiles,  siempre  asustadizas  y  exijentes,  marchasen  á  la 
par  de  las  libertades  políticas?  Si  estas  piden  audacia, 
enerjía  y  aun  violencia,  aquellas,  por  el  contrario,  exijen 
la  calma  prolongada  necesaria  para  los  trabajos  elevados 
del  entendimiento,  y  ademas  un  caudal  de  conocimientos, 
muy  raros  en  aquella  época  entre  los  chilenos.  Por  otra 
parte,  el  país  acababa  de  salir  del  estado  de  servidumbre 
á  que  lo  habia  reducido  la  política  torcida  y  misteriosa 
de  España,  y  no  podia,  sin  un  verdadero  peligro,  lanzarse 


riM3£23 


capítulo  i.xr. 

de  lleno  en  un  sistema  de  libertad ,  porque  careciendo 
del  arte  y  de  la  discreción  que  se  necesitan  para  dirijirlo, 
se  esponia  á  ser  el  juguete  de  las  pasiones  y  de  los  am- 
biciosos. O'Higgins  lo  comprendió  así  perfectamente,  y 
á  riesgo  de  desmentir  su  pasado ,  procuró  restrinjir  estas 
libertades  con  objeto  de  dar  tiempo  á  que  se  formase  y 
madurase  la  opinión  pública,  y  á  que  los  principales  chi- 
lenos adquiriesen  instrucción  é  ideas  antes  de  ser  ciuda- 
danos y  lejisladores.  Este  fué  también  probablemente  el 
motivo  que  tuvieron ,  primero  los  senadores  y  luego  los 
diputados,  para  no  separarse  mucho  de  esta  manera  de 
pensar,  para  no  seguir  mas  inspiraciones  que  las  del 
momento,  y  para  no  ocuparse  sino  de  ensayos  que  natural- 
mente debían  ser  imperfectos,  y  muy  llenos  de  parcia- 
lidad, como  todo  lo  que  se  hace  sin  la  influencia  del  ver- 
dadero mérito. 

Es  necesario  decirlo  :  en  aquella  época  y  después  que 
Rodríguez  fué  separado  del  ministerio,  esta  política  era 
quizá  la  que  mas  convenia  á  Chile,  porque  asegurado  del 
desinterés  y  buenas  intenciones  de  O'Higgins,  lo  que  ya 
es  de  grande  importancia  para  un  estado  nuevo  que  exije 
siempre  el  sacrificio  del  interés  privado  en  aras  del  interés 
público,  la  tranquilidad  hubiera  ganado  mucho  con  el  go- 
bierno de  aquel  por  ilegal  que  fuese,  lo  cual  bien  merecía 
transijir  dos  ó  tres  años  mas  con  su  ambiciosa  y  honrada 
vanidad.  El  país  estaba  demasiado  ajitado  todavía  para 
no  seguir  el  gran  principio  político  de  que  todo  lo  que 
es  necesario  es  lejítimo,  principio  que  desgraciadamente 
no  quisieron  comprender  los  habitantes,  unos  por  espí- 
ritu de  oposición ,  otros  porque  se  dejaban  llevar  de  los 
demás,  y  muchos,  y  estos  eran  los  verdaderos  liberales, 
temerosos  de  ver  encadenada  á  una  dictadura  perpetua  su 
libertad  conquistada  á  tan  caro  precio.  Y  si  en  este  punto 

VI.  Historia.  35 


^g&o^Bgea 


546 


HISTORIA    DE    CHILE. 


las  apariencias  justificaban  su  conducta,  sobre  todo, 
cuando  los  miembros  del  congreso  cometían  abusos  de 
poder,  traspasando  mas  y  mas  cada  dia  sus  atribuciones, 
es  necesario  también  no  olvidarse  que  en  ello  tenia  mucha 
parte  la  inesperiencia  y  el  candor  de  unos  hombres  que 
estaban  persuadidos,  como  se  lo  aseguraba  su  oráculo 
don  Camilo  Enriquez,  de  que  su  elección  era  nacional 
y  la  constitución  que  dieron  representativa,  desde  que 
esta  recibió  la  sanción  de  todo  el  país  con  el  gran  número 
de  firmas  aprobándola,  que  de  todas  las  ciudades  y  pue- 
blos llegaron  al  gobierno. 

Esta  constitución ,  sometida  con  efecto  á  la  aproba- 
ción del  pueblo ,  al  que  se  llamó  á  dar  por  escrito  su 
voto,  fué  aprobada  casi  por  unanimidad,  lo  cual  sin 
embargo  no  prueba  que  estuviese  esenta  de  defectos  ni 
de  vicios.  Por  el  contrario,  tenia  muchos,  pero  es  nece- 
sario no  perder  de  vista  que  ninguna  obra  humana  ca- 
rece de  imperfecciones  y  lagunas ,  mucho  mas  si  se 
emprende  por  via  de  ensayo  y  en  momentos  en  que  la 
exaltación  de  los  ánimos  los  lleva  á  destruir  mas  bien 
que  á  edificar.  Es  necesario  conocer  también  que  las  cons- 
tituciones tienen  que  ser  necesariamente  transitorias  y 
basadas,  no  en  las  de  otros  paises,  por  mas  que  los 
principios  en  que  se  funden  sean  los  mismos,  sino  en  los 
hábitos ,  costumbres  y  necesidades  de  aquel  para  que  se 
hacen ,  y  que  solo  el  tiempo  y  la  esperiencia  pueden  for- 
marlas de  una  manera,  sino  perfecta,  al  menos  razona- 
ble. Guando  se  reflexiona  en  los  numerosos  ensayos 
hechos  en  este  punto  por  Inglaterra ,  Francia  y  los  Esta- 
dos-Unidos, y  en  el  tiempo  que  han  empleado  en  la  ela- 
boración de  las  imperfectas  que  hoy  rijen  en  estos  paises, 
hay  que  confesar  la  impotencia  del  hombre  para  producir 
una  obra  esenta  de  toda  interpretación  contradictoria,  y 


,„  ^tfes^gr^T^arngg 


CAPITULO    LXI. 


547 


cuan  necia  presunción  hubiese  sido  la  de  los  chilenos,  si 
en  aquella  época  de  infancia,  hubieran  tenido  la  preten- 
sión de  hacer  una  mejor  que  los  demás. 

Esto  no  es  decir  que  quiera  escusar  las  faltas  de 
O'Higgins.  Por  mucho  respecto  que  me  merezca  este 
hombre ,  que  tanto  hizo  por  Chile,  no  puedo  menos  de 
desaprobar  ciertos  actos  muy  significativos  de  venganza 
y  animosidad,  que  no  fué  bastante  á  saciar  la  muerte 
misma  de  sus  enemigos  políticos.  Me  refiero  á  las  mez- 
quinas sumas  que  se  pagaron  cuando  la  ejecución  de  las 
víctimas  de  los  acontecimientos,  pero  de  ninguna  manera 
á  la  muerte  de  Rodríguez,  en  la  que  verdaderamente 
no  puede  precisarse  lo  que  ocurrió,  y  menos  aun  á  la  de 
los  hermanos  Carrera ,  respecto  de  los  cuales  se  ha  cues- 
tionado muchas  veces  si  su  sentencia  fué  legal  ó  un  ase- 
sinato jurídico.  Todo  lo  que  el  proceso  arroja  de  sí  es 
que  la  conspiración  se  descubrió  en  fragranté  delito ,  y 
que  fué  castigada  con  arreglo  á  las  leyes,  escesivamente 
rigorosas  por  desgracia  en  tales  casos.  Reflexiónese, 
antes  de  juzgar  los  hechos,  en  el  estado  de  eferves- 
cencia febril  que  dominaba  los  ánimos  en  aquellos  mo- 
mentos de  lucha  política,  y  en  la  especie  de  delirio  que 
les  arrastraba  á  todo  sacrificio,  sin  que  ningún  rigor  les 
detuviese  ni  hiciese  volver  atrás.  Reflexiónese  bien  sobre 
todo ,  en  que  cuando  la  patria  está  en  convulsión ,  algu- 
nas gotas  de  sangre  para  apaciguarla ,  son  siempre  muy 
dolorosas,  especialmente  si  se  vierten  con  pasión  y  la 
justicia  procede  con  rigor  escesivo,  pero  que  ahorran  al 
pueblo  los  funestos  horrores  de  la  guerra  civil;  en  tal 
caso  la  humanidad  ,  habituada  á  semejantes  calamidades 
y  á  nuestras  pasiones,  pasa  indiferente  y  sin  detenerse,  y 
continúa  su  misión ,  que  es  avanzar  y  jamas  retroceder. 

Triste  y  espantoso  es  confesar  esto  ,  y  que  los  grandes 


5Z|8 


HISTORIA    DE    CHILE. 


pensamientos  sociales  no  pueden  llegar  á  sus  últimas  evo- 
luciones sino  entre  los  escesos  de  la  brutalidad  y  los  des- 
tellos déla  razón;  pero  lo  mismo  sucede  con  las  revolu- 
ciones cuando  están  dominadas  por  teorías  absolutas,  las 
cuales  no  podrían  dejarse  guiar  por  la  moderación  sin 
perder  su  virilidad  y  su  fecundidad.  Por  mas  que  la  his- 
toria rejistre  todos  estos  estravíos  del  corazón  humano, 
no  por  eso  dejan  de  ser  víctimas  de  ellos  las  jeneraciones 
que  se  succeden.  Compadezcamos,  pues,  las  debilidades 
y  miserias  de  nuestras  pasiones,  echemos  un  velo  so- 
bre los  errores  de  O'Higgins,  y  aun  sobre  sus  faltas, 
mientras  dimanen  de  la  necesidad  del  momento  y  de 
inesperiencia,  y  no  pensemos  mas  que  en  sus  buenas 
obras,  que  en  último  resultado  son  las  que  interesan  á 
la  jeneralidad  de  la  nación. 

Bajo  este  punto  de  vista  es  necesario  confesar  que  Chile 
debe  una  buena  parte  de  su  gloria  y  de  su  independencia 
á  este  ilustre  chileno.  En  el  curso  de  esta  historia  hemos 
visto  con  qué  celo,  con  qué  desinterés  y  con  qué  actividad 
trabajó,  poniendo  en  juego  todos  los  recursos  intelectua- 
les y  materiales  con  que  le  favorecieron  la  naturaleza  y 
el  destino.  Acabadas  las  guerras,  y  aun  en  medio  de 
ellas,  no  olvidó  nunca  la  suerte  interior  del  país,  y  pro- 
curó por  todos  los  medios  rejenerar  la  sociedad ,  prote- 
jiendo  la  instrucción,  este  motor  principal  de  la  felicidad 
pública.  Con  este  objeto  destinó  fuertes  sumas  en  medio 
desús  apuros,  á  dar  mas  estension  á  las  enseñanzas  del 
instituto,  y  á  mandar  comprar  en  Inglaterra  con  destino  al 
mismo  establecimiento,  instrumentos  de  física  y  química, 
á  fin  de  introducir  el  estudio  de  estas  ciencias  tan  útiles  á 
la  industria,  y  que  eran  completamente  desconocidas  en 
Chile.  Para  las  clases  inferiores  hizo  ir  de  Lima  al  pro- 
fesor Thomson ,  con  objeto  de  que  propagase  en  el  país 


jmK***a*rw^*z*mmr*i&*m8&K 


CAPITULO    LXI. 

la  enseñanza  mutua ,  entonces  muy  en  voga  en  toda  la 
Europay  que  aquel  estimable  inglés  acababa  de  introducir 
en  América.  Para  moralizar  aún  mas  la  instrucción , 
hizo  penetrar  en  ella  el  espíritu  relijioso,  valiéndose  de 
eclesiásticos  virtuosos,  y  por  entonces,  es  decir  en  1821, 
restableció  en  su  silla  al  señor  Rodríguez ,  cuya  primera 
entrada  en  la  iglesia  catedral  fué  celebrada  con  aclama- 
ción y  aplausos  de  los  ciudadanos  de  todas  clases  y  de 
todas  opiniones. 

De  resultas  del  abandono  en  que  se  hallaba  la  policía  de 
las  mujeres  de  clase  inferior,  muchas  se  habían  hecho  per- 
versas, corrompidas  é  indignas  del  progreso  moral  que 
debia  tener  la  nueva  sociedad.  Para  remediar  estos  vi- 
cios creó  una  casa  de  corrección ,  en  que  no  solo  esta- 
ban privadas  de  su  libertad  y  apartadas  de  los  sitios 
de  desorden,  sino  que  se  habituaban  al  trabajo.  Al  efecto 
puso  á  la  cabeza  de  esta  casa  un  suizo  muy  intelijente, 
que  les  enseñaba,  ó  les  obligaba  á  hacer ,  una  infinidad 
de  cosas ,  que  el  público  compraba,  y  cuyo  producto  era 
en  beneficio  de  las  detenidas.  De  la  misma  manera, 
para  que  no  estuviesen  ociosos  los  prisioneros  españoles, 
se  les  ocupó  en  una  multitud  de  trabajos  públicos  y  par- 
ticulares. Mas  de  mil  de  estos  antiguos  soldados  fueron 
empleados  en  el  canal  de  Maypu,  principiado  hacia  mu- 
cho tiempo  y  terminado  al  fin  con  gran  utilidad  de  aquella 
vasta  llanura  casi  estéril  hasta  entonces,  debiéndose  á 
él  el  pequeño  pueblo  que  con  tanto  acierto  supo  dirijir  y 
gobernar  el  gran  patriota  don  Domingo  Eizaguirre,  el 
cual  tuvo  la  feliz  idea  de  ponerle  el  nombre  de  San  Ber- 
nardo ,  en  memoria  de  su  ilustre  fundador.  La  alameda, 
este  hermoso  paseo ,  que  no  tiene  igual  en  América,  fué 
también  dibujado  bajo  su  inspiración  y  hecho  por  los 
mismos  prisioneros,   como  igualmente  muchos  monu- 


550 


HISTORIA    DE    CHILE. 


mentos  provinciales  con  que  hoy  Chile  se  honra  y  enva- 


nece. 


Ocioso  seria  ciertamente  recapitular  aquí  todo  lo  que 
O'Higgins  hizo  en  favor  de  su  país  :  inútil  hablar  de  lo 
que  trabajó  para  la  reunión  de  un  congreso  americano ; 
del  banco  de  rescate  que  estableció  en  Huasco  con  grande 
utilidad  de  la  casa  de  moneda  de  Santiago  ;  de  las  medi- 
das que  tomó  para  destruir  el  mucho  contrabando  que 
hacían  los  ingleses  y  los  americanos ;  de  los  útiles  esta- 
blecimientos de  comercio  que  creó ,  y  que  tanto  han 
contribuido  á  la  prosperidad  del  país ,  dando  á  Valpa- 
raíso la  perspectiva  de  llegar  á  ser  mas  tarde  el  depósito 
principal  de  la  mar  del  sur.  Procuró  igualmente  entablar 
relaciones  amistosas  con  las  diferentes  naciones,  cuya 
amistad  podia  ser  útil  á  Chile.  Al  efecto  envió  un  minis- 
tro á  los  Estados-Unidos  y  otro  á  que  negociase  en  In- 
glaterra un  empréstito,  que  desgraciadamente  no  fué  de 
grandes  resultados  para  la  felicidad  pública ,  y  cuya  pri- 
mera remesa  de  ochenta  mil  onzas  que  llegó  en  los  últi- 
mos dias  de  su  mando ,  acaso  contribuyó  mucho  á  su 
caida.  El  mismo  ministro  llevó  la  misión  de  promover 
la  independencia  de  Chile,  muy  amenazada  por  la  in- 
fluencia de  la  Santa  Alianza,  cuyos  individuos  reunidos 
en  congreso  en  Aix-la-Chapelle ,  se  hubieran  declarado 
decididamente  contra  América  ,  si  Inglaterra  por  un 
lado  y  los  Estados-Unidos  por  otro,  no  se  hubiesen 
opuesto  con  todas  sus  fuerzas  á  este  acto  de  injusticia 
internacional.  Por  último  fué  á  Roma  el  canónigo  Cien- 
fuegos  á  reanudar  los  lazos  que  deben  unir  á  la  iglesia 
cristiana  con  el  jefe  de  la  iglesia  universal ,  y  neutralizar 
al  mismo  tiempo  las  intrigas  de  España,  bastante  pode- 
rosas para  haber  conseguido  inclinar  de  su  lado  esta 
grande  influencia.  Mientras  Cienfuegos  negociaba  sobre 


mmsí^ 


CAPITULO    LXI. 


551 


el  destino  de  la  iglesia  chilena  y  sobre  sus  pretensiones 
al  concordato  americano,  hecho  en  otro  tiempo  en  favor 
del  rey  de  España,  los  publicistas  de  Santiago  empeza- 
ron á  discutir  cuestiones  de  la  mas  alta  importancia.  Se 
escribió  sobre  la  tolerancia  relijiosa,  sobre  ciertos  abusos 
de  los  curas,  y  sobre  la  reforma  de  los  conventos  de  frai- 
les de  diversas  congregaciones  :  cuestiones  que  nunca 
habia  habido  atrevimiento  bastante  para  abordar  y  de- 
masiado nuevas  para  haber  sido  apreciadas  y  sostenidas. 

Pero  en  lo  que  mas  brilló  el  gobierno  de  O'Higgins  fué 
como  poder  militar ,  y  bajo  este  punto  de  vista  y  el  de 
los  resultados  de  sus  grandes  empresas,  este  poder  llegó 
á  ser  el  preponderante,  á  consecuencia  de  algunas  grandes 
crisis  de  las  repúblicas  hispano-americanas.  Diputados 
de  Méjico  y  de  Colombia  fueron  en  momentos  de  apuro 
á  solicitar  su  protección.  Buenos-Aires  t  que  lo  había 
hecho  todo  por  Chile ,  le  debió  también  algunos  auxi- 
lios, y  elevados  personajes  de  Europa,  sabedores  de  sus 
buenos  servicios,  no  cesaron  de  alentarle  en  sus  cartas 
y  por  medio  de  escritos.  Por  entonces,  diferentes  gobier- 
nos ,  cuyos  países  disfrutaban  completa  tranquilidad , 
deseando  tener  relaciones  amistosas  y  comerciales  con 
Chile ,  favorecieron  ,  sino  oficial  al  menos  secretamente, 
el  comercio  de  sus  subditos;  y  el  rey  de  Suecia,  adelan- 
tándose á  las  intenciones  de  la  nación  francesa,  entonces 
sometida  á  los  protocolos  de  la  Santa  Alianza,  le  ofreció 
encargarse  á  sus  espensas  de  la  instrucción  de  una  docena 
de  jóvenes  chilenos,  que  siguiesen  los  cursos  de  mine- 
ralojia  para  que  mas  tarde  pudieran  sus  ricos  países 
aprovechar  tan  útiles  conocimientos. 

Todo  pues,  favoreció  los  deseos  y  buenas  intenciones 
de  O'Higgins.  Desgraciadamente  la  civilización  no  con- 
siente ni  la  monotonía ,  ni  una  marcha  jeométrica  y 


552 


HISTORIA.    DE    CHILE. 


acompasada  :  avanza  por  el  contrario  á  saltos  y  prefiere 
ante  de  todo  el  movimiento  y  la  variedad.  Precisado 
O'Higgins  á  obedecer  á  esta  ley  de  nuestros  adelantos, 
lo  hizo  sin  murmurar,  sin  segunda  intención ,  y  con  re- 
signación igual  á  la  que  tuvo  en  otro  tiempo  para  some- 
terse á  la  autoridad  de  don  José  Miguel  Carrera.  Y  es 
que  en  él ,  el  sentimiento  del  honor  despertado  por  el 
peligro  de  la  patria ,  le  conducía  á  toda  clase  de  abne- 
gación. Dirijió  seis  años  la  república ,  tiempo  dema- 
siado largo  para  momentos  de  ilusión ,  en  que  la  con- 
quista de  la  independencia  hacia  creer  á  los  chilenos  en 
un  verdadero  Edén,  y  fué  necesario  sacrificarlo  á  sus 
sueños  con  la  esperanza  de  encontrar  mejor  guia,  á 
pesar  de  las  bellas  cualidades  que  le  caracterizaban.  A 
este  respecto,  todos  los  estranjeros  residentes  entonces 
en  Chile  hicieron  de  él  los  mayores  elojios ,  y  el  jeneral 
Miller  le  llama  en  sus  memorias  «  uno  de  los  hombres 
mas  grandes  que  ha  producido  la  revolución  de  la  Amé- 
rica del  sur,  »  añadiendo  que  «  su  valor ,  integridad , 
patriotismo,  desinterés  y  su  capacidad,  merecen  los 
mayores  elojios. » 


FIN  DEL  TOMO  SEXTO. 


-ii/teV .       /*, 


¿Mi^üF 


índice 


DEL   TOMO   SEXTO 


Capitulo  XXXIII. —  Estado  de  los  ejércitos  y  de  la  provincia  de  Concep- 
ción cuando  O'Higgins  fué  elevado  al  poder  militar. —  Reformas  que 
hace  este  jefe.  —  Liberalidad  del  plenipotenciario  Cienfuegos  con  los 
prisioneros  de  Carrera. —  Su  vuelta  á  Talca. —  Tendencias  sediciosas  de 
los  partidarios  de  los  Carreras  y  disposiciones  del  gobierno  con  este  mo- 
tivo.—  Principio  de  federación  en  la  provincia  de  Concepción  y  su  fin.— 
O'Higgins  es  nombrado  intendente  de  la  provincia.—  Desea  separar  á 
los  hermanos  Carreras  del  teatro  de  la  guerra.  —  Síntomas  de  mala  in- 
telijencia  entre  O'Higgins  y  Carrera  y  principio  de  los  dos  partidos  á  que 
estos  dieron  nombre 5 

Capitulo  XXXIV.  —  Posición  de  los  dos  ejércitos. —  Don  Miguel  Carrera 
propone  inútilmente  la  toma  de  Arauco.—  Llegada  á  Chile  del  brigadier 
don  Gabino  Gainza  y  de  un  refuerzo  de  tropas.  —  Parte  para  Chillan 
y  después  para  Quinchamali.—  O'Higgins  se  ve  rodeado  de  realistas  por 
todas  partes.—  Principio  desgraciado  de  su  mando. —  Don  Miguel  y  don 
Luis  Carrera  se  dirijen  áSantiago  con  varios  amigos  y  son  hechos  prisio- 
neros por  los  soldados  de  don  Clemente  Lantaño. —  Toma  de  Talca  por 
Elorriaga. —  Muerte  del  coronel  don  Carlos  Ispano 14 

Capitulo  XXXV. — Estado  de  los  dos  ejércitos  de  los  patriotas. — Mackenna, 
atrincherado  en  el  Membrillar,  solicita  de  O'Higgins  que  se  le  reúna. — 
Salida  de  O'Higgins  de  Concepción  después  de  haber  nombrado  una 
junta.—  Su  llegada  á  la  Florida.—  Combate  del  alto  de  Quilo. —  Gainza 
ataca  á  Mackenna  en  el  Membrillar  y  es  completamente  batido. —  El 
teniente  coronel  don  Manuel  Blanco  de  Encalada  sale  de  Santiago  con 
una  espedicion  á  reconquistar  á  Talca. —  Mala  disposición  de  sus  tropas, 
que  son  vencidas  por  Olates  en  Cancharayada 28 

Capitulo  XXXVI.—  Decide  O'Higgins  atacar  al  enemigo  en  Chillan  ,  pero 
desiste  de  este  propósito  al  saber  sus  movimientos  hacia  el  norte.  —  Le 
sigue  con  objeto  de  pasar  el  rio  Maule  antes  que  él.—  En  Achihueno 
quiere  atacarle  por  sorpresa  ,  pero  el  incendio  de  veinte  y  dos  cargas 
de  pólvora  se  lo  impide.  —  Su  mala  posición  al  llegar  al  vado  de  Duado 
por  la  pérdida  de  la  división  Blanco  y  su  estratajema  para  pasar  el  de 
Queri. —  Acciones  de  Huajardo,  Rioclaro  y  Quechereguas.  —  Llegada 
de  un  refuerzo  de  hombres  al  mando  de  don  Santiago  Carrera.—  Salida 
de  Mackenna  y  Balcarce  para  Santiago. —  Los  realistas  se  apoderan  de 
Talcahuano  y  Concepción ,  quedando  dueños  de  toda  la  provincia.  .  .     [\l% 

Capitulo  XXXVII. —  Preparativos  de  la  junta  para  separar  del  ejército  á 
los  hermanos  Carrera.  —  Revolución  del  7  de  marzo  y  concentración 
del  poder  en  una  sola  persona.  —  El  coronel  don  Francisco  de  la  Lastra  ^ 


554 


ÍNDICE. 


Paj. 


57 


73 


88 


gobernador  de  Valparaíso  ,  es  nombrado  director  supremo  de  la  repú- 
blica.— Don  Antonio  José  de  Irisarri  desempeña  interinamente  esta  alta 
dignidad ,  y  manifiesta  en  sus  actos  la  mayor  enerjía  ,  sobre  todo  contra 
los  españoles  no  naturalizados  en  Chile. —  Recepción  de  Lastra  y  for- 
mación de  un  ministerio  y  de  un  senado  consultivo.  —  Recompensas 
concedidas  á  los  antiguos  miembros  de  la  junta 

Capitulo  XXXVIII.— Tratado  de  Lircay  entre  el  gobierno  y  el  coman- 
dante del  ejército  realista,  el  brigadier  don  Gavino  Gainza 

Capitulo  XXXIX.  —  Prisión  de  don  José  Miguel  y  don  Luis  Carrera  en 
Chillan.  —  Consiguen  escaparse  y  se  presentan  á  O'Higgins  en  Talca.— 
Salen  para  la  hacienda  de  San  Miguel,  desde  donde  escriben  al  director. 
—  Alarma  que  este  suceso  causa  á  las  autoridades  de  la  capital. —  Rigor 
con  que  se  les  trata.  —  Se  deciden  á  atravesar  las  cordilleras  y  se  ven 
detenidos  por  un  temporal  de  nieve.—  Don  José  Miguel  Carrera  no  halla 
mas  medio  de  salvación  que  arrojarse  decididamente  á  una  revolución. — 
Su  grande  actividad.  —  Prisión  de  su  hermano  don  Luis.  —  Resuello  á 
poner  en  ejecución  su  plan  de  ataque,  convoca  á  sus  afiliados  para  el 
22  de  julio.—  La  revolución  se  verifica  el  23  á  las  tres  de  la  mañana. 

Capitulo  XL.—  Formación  de  una  nueva  junta. —  Trabajos  de  organiza- 
ción militar  que  emprende.  —  Oposición  que  encuentra  en  !as  munici- 
palidades de  Santiago  y  Talca,  y  en  el  gobierno  de  Valparaíso.  —Con- 
sejo de  guerra  en  el  ejército  del  sur,  en  que  se  decide  no  obedecerla.  — 
Arresto  del  teniente  coronel  don  Diego  Benavente,  encargado  de  una 
misión  de  Carrera  cerca  de  OHiggins  y  Gainza.  —  Llegada  de  Ossorio 
á  la  provincia  de  Concepción.  —  A  petición  de  los  cabildos  de  Santiago 
y  Taka  marcha  O'Higgins  sobre  Santiago.  —  A  la  cabeza  de  su  van- 
guardia ataca  la  división  de  don  Luis  Carrera,  y  es  completamente  ba- 
tido.—  De  resultas  de  este  revés  se  reconcilian  los  dos  jefes  patriotas, 
y  se  unen  para  combatir  al  enemigo  común 105 

Capitulo  XLL—  Vuelve  Gainza  á  Chillan.— Adversarios  que  allí  encuentra 
de  resultas  del  tratado  que  habia  hecho.  —  Subterfujios  de  que  se  vale 
para  no  salir  de  la  provincia  á  pesar  de  lo  pactado.  —  El  virey  Abascal 
se  niega  á  firmar  el  tratado,  y  envia  una  espedicion  á  las  órdenes  de  don 
Mariano  Ossorio.  —  A  su  llegada  á  Chillan  ,  intima  la  rendición  á  los 
patriotas  por  el  parlamentario  Pasquel.  —  Al  saber  la  llegada  de  esta 
espedicion  ,  los  patriotas  olvidan  sus  diferencias ,  y  se  reconcilian  para 
oponerse  al  nuevo  enemigo.—  Actividad  que  desplega  don  José  Miguel 
Carrera  en  la  organización  de  su  ejército.  —  Salida  de  las  primeras 
tropas  para  Rancagua,  punto  elejido  para  la  resistencia.  —  Las  tropas 
de  Ossorio  se  ponen  en  marcha  y  pasan  el  rio  Cachapual  por  el  vado  de 
Cortés.  —  Acción  de  Rancagua  y  derrota  completa  de  los  patriotas. — 
Alboroto  y  huida  de  los  habitantes  de  Santiago  al  otro  lado  de  las  cor- 
dilleras. —  Don  José  Miguel  Carrera  reúne  en  la  capital  toda  la  plata 
posible,  así  labrada  como  acuñada,  para  organizar  un  nuevo  ejército 
en  el  norte.—  Su  decepción.  — Batalla  de  la  ladera  de  los  Papeles,  en 
que  pierde  la  mayor  parte  del  tesoro.  —  Atraviesa  las  cordilleras  con 
los  restos  del  ejército,  en  dirección  á  Mendoza 12ff 

Capitulo  XLII.  —  Gobierno  del  coronel  dun  Mariano  0>sorio.  —  Su 
entrada  y  buena  recepción  en  la  capital.  —  Distribución  que  da  á  su 
ejército.  —  Su  dcslealtad  con  los  patriotas  emigrados.  —  Los  manda 
arrestar  y  envia  unos  á  Lima  y  otros  á  la  isla  de  Juan  Fernandez,  donde 
pasan  una  vida  llena  de  privaciones  y  disgustos.—  Rehabilitación  de  al- 
gunos realistas.  —  Envío  de  un  refuerzo  de  tropas  á  Pezuela ,  que  le 


£MK3ff: 


ÍNDICE. 


555 


Pa.j 


imposibilita  hacer  una  espedicion  contra  Mendoza.  —  Consejo  de  guerra 
permanente.  —  Instalación  de  la  nueva  real  audiencia.—  Organización 
de  muchos  tribunales  políticos.  —  Escasez  de  dinero  y  fuertes  contri- 
buciones impuestas  para  proporcionarlo.— Restablecimiento  del  antiguo 

orden  de  cosas  en  la  administración 141 

Capitulo  XL1II.  —  Llegada  á  Chile  del  brigadier  don  Casimiro  Marco  del 
Pont.—  Primeras  impresiones  favorables  que  produjo. —  Se  deja  influir 
por  los  ultra  realistas  y  renueva  las  exacciones  con  mas  violencia  que 
Ossorio.  —  Ordenes  severas  contra  los  patriotas.—  Construcción  de  las 
fortalezas  de  Santa  Lucía. —  Tribunal  de  vijilancia  bajo  la  presidencia 
de  San  Bruno. —  Rigor  de  este  tribunal  en  Santiago  y  en  las  provincias, 
no  solo  con  los  patriotas ,  sino  también  con  los  militares  y  los  ladrones. 
—  Muerte  de  Traslaviña  y  sus  compañeros.  —  San  Bruno  se  hace  muy 
odioso  á  la  población.  —  Indulto  del  rey,  eludido  por  Marco.  —  Apa- 
rición de  una  escuadrilla  de  Buenos-Aires  en  el  mar  del  Sur. —  Marco 
dedica  toda  su   atención  al  ejército.  —  Pide  un  nuevo  empréstito  de 

600,000  pesos. —  Su  jenerosidad.— Sus  intenciones  probables 160 

Capitulo  XL1V.  —  San  Martin,  gobernador  de  Mendoza,  recibe  á  los  emi- 
grados. —  Don  José  Miguel  Carrera  tiene  altercados  con  él  y  es  enviado 
á  Buenos-Aires,  donde  sabe  el  desafío  de  su  hermano  don  Luis  con  Mac- 
kenna. —  Su  salida  para  los  Estados-Unidos.—  O'Higgins  va  á  Buenos- 
Aires  á  hablar  al  director  sobre  una  espedicion  contra  el  gobierno  de 
Chile.  —  Vuelve  á  Mendoza  satisfecho,  y  empieza  á  organizar  y  disci- 
plinar un  cuerpo  de  ejército  á  las  órdenes  de  San  Martin.  —  Táctica  de 
este  para  operar  una  diversión  en  e!  ejército  de  los  realistas,  mayor  que 
el  suyo.  —  Celebra  en  el  fuerte  de  San  Carlos  una  junta  con  los  Indios 
para  que  le  permitan  el  paso  del  ejército  por  su  territorio.—  Don  Manuel 
Rodríguez  va  á  Chile  á  ajilar  las  provincias.—  Salen  Freiré  para  el  Plan- 
chón y  Cabot  para  Coquimbo.  —  San  Martin  se  pone  en  movimiento, 
dividiendo  su  ejército  en  tres  partes.  —  Marco  del  Pont  cree  al  fin  en 
la  espedicion  de  San  Martin,  y  toma  las  mas  vigorosas  medidas.— 
Pregona  las  cabezas  de  don  Manuel  Rodríguez  y  de  Neira.  —  Bando 
mandando  presentar  todas  las  caballerías  existentes  en  el  sur  hasta  Maule.  178 
Capitulo  XLV.  —  El  ejercito  de  San  Martin  pasa  las  cordilleras.  — Batalla 
de  Chacabuco  ganada  por  los  patriotas.  —  El  capitán  Velazquez  lleva  la 
noticia  á  Santiago,  y  difunde  el  terror  entre  los  realistas.  — Emigración 
de  estos.  —  Gran  desorden  que  la  emigración  produce  en  el  camino  y 
en  Valparaíso.  —  Hecho  prisionero  Marco,  es  llevado  á  Santiago.  .  .  200 
Capitulo  XLVI.  —  Entrada  de  San  Martin  en  Santiago.  —  Es  nombrado 
director  de  la  república,  y  habiendo  renunciado,  recae  la  elección  en 
O'Higgins.—  Estado  del  país  cuando  este  se  puso  al  frente  del  gobierno. 
—  Son  ejecutados  el  mayor  San  Bruno  y  el  sarp.nto  Villalobos.  —  Re- 
greso de  los  patriotas  prisioneros  en  Juan  Fernandez.  —  Proyectos  de 
una  marina  chilena.—  Vuelve  de  los  Estados-Unidos  don  José  Miguel 
Carrera ,  y  es  mal  recibido  de  Pueyrredon  y  de  San  Martin  ,  que  se 
encontraba  en  Buenos-Aires.  —  Política  de  O'Higgins  con  los  realistas 
y  con  los  carreristas.—  Los  Tejedores  y  los  Anti-arjentinos.—  Medidas 
contra  los  realistas.—  Escuela  militar.  —  Talcahuano  es  el  único  punto 
en  que  no  ondea  la  bandera  de  la  libertad.  —  Supresión  de  la  nobleza 
y  de  todos  sus  blasones.  —  O'Higgins  sale  para  el  ejército  del  sur.  .  208 
Capitulo  XLVIL— Los  fujitivos  de  Chacabuco  van  á  Lima,  y  Pezuela  los 
cnvia  á  Talcahuano.  —  Ordoñez  ataca  á  Las  Heras  en  Gavilán  y  es  ba- 
lido—  Llega  O'Higgins  al  campamento  de  los  patriotas.  —  Establece 


556 


ÍNDICE. 


su  cuartel  de  invierno  en  Concepción.—  Toma  de  Nacimiento  por  Cien- 
fuegos  y  Urrutia.—  Acción  de  Carampangue  y  toma  de  Arauco  por  Freiré. 

—  Institución  de  la  lejion  de  mérito. —  Declaración  de  la  independencia. 

—  Se  establece  un  tribunal  de  alta  policía  unido  á  la  intendencia.  — 
Don  Hilarión  de  la  Quintana  renuncia  el  supremo  poder  que  ejercía  in- 
terinamente, de  resultas  del  descontento  que  escita  en  la  capital. — 
Nombramiento  de  una  junta ,  cuyos  poderes  se  reasumen  á  poco 
tiempo  en  una  sola  persona.  —  Trabajos  de  esta  junta 226 

Capitulo  XLVIII.  —  Ordoñez  fortifica  á  Talcahuano. —  El  teniente  jeneral 
Brayer  llega  á  Chile  y  es  nombrado  mayor  jeneral. —  Marcha  luego  al 
ejército  de  O'Higgins.— Asalto  de  Talcahuano  funesto  para  los  patriotas. 

—  O'Higgins  se  retira  con  su  ejército  y  se  reúne  al  de  San  Martin.  — 
Llega  una  nueva  espedicion  enviada  por  el  virey  del  Perú  á  las  órdenes 
de  Ossorio.  —  Se  le  incorporan  las  tropas  de  Ordoñez.  —  Sale  para  el 
norte. —  Primo  Rivera  llega  hasta  Curico  con  su  división  de  vanguardia 
y  repasa  el  rio  Lontue  al  aproximarse  el  ejército  de  San  Martin. —  Es- 
caramuza entre  Freiré  y  Primo  Rivera  en  Quecheregua.  —  Los  dos  ejér- 
citos, en  marcha  para  Talca,  acampan  en  Cancharayada.  —  Derrota 
del  ejército  patriota.  —  El  coronel  Las  Heras  salva  el  ala  derecha  del 
ejército.  —  Su  brillante  retirada.—  Honorífico  recibimiento  de  esta  di- 
visión en  el  campamento  de  Maypu 24fc 

Capitulo  XLIX.—  La  noticia  de  lo  ocurrido  en  Cancharayada  llega  á  San- 
tiago y  sumerje  á  los  patriotas  en  la  mayor  consternación.  —  Don  Ma- 
nuel Rodríguez  reanima  los  espíritus  abatidos  y  les  infunde  esperanzas. 

—  Una  asamblea  celebrada  en  casa  del  director,  le  asocia  al  gobierno  de 
don  Luis  de  la  Cruz. —  Armamento  del  pueblo  y  creación  del  Tejimiento 
de  húsares  de  la  muerte.  —  San  Martin  y  O'Higgins  llegan  á  Santiago  y 
toman  medidas  muy  activas  contra  el  ejército  de  Ossorio.  —  Zeloso  este 
de  Ordoñez  descuida  la  persecución  de  los  patriotas  y  les  da  tiempo  de 
rehacerse.  —  Batalla  y  victoria  decisiva  de  Maypu  ,  ganada  por  San 
Martin. —  Regreso  de  este  jeneral  y  de  O'Higgins  á  Santiago,  donde  son 
recibidos  con  delirantes  demostraciones  de  alegría.—  San  Martin  marcha 
á  Buenos-Aires.—  Cambio  en  el  ministerio.  —  El  ministro  de  hacienda 
Infante  introduce  reformas  en  su  departamento.  —  Nombramiento  de 
una  junta  de  hacienda.  —  Se  establece  la  navegación  de  cabotaje.  — 
Irisarri,  ministro  del  interior,  se  ocupa  también  de  algunas  mejoras.— 
Los  principales  prisioneros  de  Maypu  son  llevados  á  la  punta  de  San 
Luis  y  los  soldados  al  interior  de  la  república.  —  Se  forma  la  alameda 
de  la  Cañada.  —  Proyecto  de  erijir  una  iglesia  y  una  pirámide  en  el 
campo  de  batalla  de  Maypu 261 

Capitulo  L.—  Cabildo  abierto  para  legalizar  un  gobierno.— El  periodismo 
toma  nuevo  jiro. —  Arresto  de  don  Manuel  Rodríguez.—  Comisión  para 
preparar  un  proyecto  de  constitución.  —  La  que  se  publica  es  en  todo 
conforme  con  los  deseos  de  O'Higgins,  lo  cual  le  decide  á  proceder  con 
gran  severidad  contra  los  enemigos  del  gobierno.  —  Arresto  de  don 
Juan  José  y  don  Luis  Carrera.—  En  la  cárcel  de  Mendoza  conspiran 
contra  el  intendente.  —  Condenados  á  muerte,  son  ejecutados.  —  Don 
Manuel  Rodríguez  recibe  orden  de  seguir  al  batallón  de  los  cazadores 
que  va  de  guarnición  á  Quillota.  —  Al  llegar  á  Tiltil  muere  á  manos 
del  oficial  Navarro,  el  cual  es  arrestado  por  disposición  del  gobierno.— 
Muerte  de  los  hermanos  Prieto  de  Talca 271 

Capitulo  LI.—  Ossorio  lleva  á  Concepción  la  noticia  de  su  derrota.—  Se 
sitúa  en  Talcahuano  para  reunir  los  fujilivos  y  defenderse.  —  Las  forti- 


'■.  IR 


L\D1CE. 

íicaciones  de  la  Quinquina  son  destruidas  por  los  mismos  que  las  estaban 
construyendo.  —  Alarma  que  la  denota  de  Maypu  produce  en  el  Perú  y 
Nueva  Granada.  —  San  Martin  es  considerado  en  Buenos-Aires  como  el 
jenio  de  la  revolución.  —  Los  patriotas  no  saben  aprovecharse  de  su  vic- 
toria. —  Zapiola  persigue  á  los  fujitivos  sin  gran  resultado.  —  Ossorio 
vuelve  á  Lima  cumpliendo  las  instrucciones  de  Pezuela  y  con  arreglo 
á  lo  determinado  en  un  consejo  de  guerra.  —  Deja  de  jefe  del  ejército  á 
don  Juan  Francisco  Sánchez 295 

Capitulo  LII.  —  O'Higgins  se  dedica  con  actividad  á  la  creación  de  una 
escuadra.—  Dificultades  con  que  tropuza.  —  Proteje  á  los  corsarios.— 
La  fVindhan  ataca  sin  éxito  á  la  Esmeralda  y  el  Pezuela.  —  Muerte 
de  su  comandante  O'Brien.  —  El  buque  San  Miguel  es  apresado.  — 
O'Higgins  va  á  Valparaíso  á  activar  el  armamento  de  una  pequeña  es- 
cuadra. —  Visita  la  escuela  de  marina.—  Buques  de  que  se  compone  la 
marina  chilena. —  Sale  de  Cádiz  una  espedicion  militar  contra  Chile.  — 
Rebelión  en  la  Trinidad ,  de  cuyas  resultas  este  buque  se  dirije  á  Buenos- 
Aires.  —  El  gobierno  anuncia  inmediatamente  á  O'Higgins  este  suceso, 
y  le  revela  los  secretos  de  la  espedicion.  —  Parte  para  el  sur  una  divi- 
sión mandada  por  el  capitán  de  navio  don  Manuel  Blanco  Encalada.—  En 
la  isla  de  Santa  María  sabe  que  ha  llegado  á  Talcahuano  la  fragata  Reina 
María  Isabel. —  La  ataca  y  se  apodera  de  ella.  —  Vuelve  á  la  isla  de 
Santa  María  y  apresa  otros  buques  del  convoy.  —  Entusiasmo  que  pro- 
duce este  triunfo  en  Valparaíso  y  Santiago.  —  Fiestas  y  ovaciones  al 
comandante  don  Manuel  Blanco 306 

Capitulo  LIIL—  Simpatías  de  la  Europa  en  favor  de  la  libertad  americana. 

—  Lord  Cochrane  va  á  batirse  como  vice-almirante  por  la  libertad  chi- 
lena.—  Es  muy  bien  recibido  en  Valparaíso.  —  A  la  cabeza  de  una  divi- 
sión de  la  escuadra  chilena  marcha  sobre  el  Perú. —  Ataca  sin  resultado 
á  la  Esmeralda.  —  Salva  unos  prisioneros  que  habia  en  la  isla  de  San 
Lorenzo. —  Arma  en  estas  islas  dos  brulotes  y  un  bergantín  de  esplosion 
que  tampoco  dieron  resultados.  —  Vá  á  hacer  provisión  de  víveres  al 
puerto  de  Huacho.  —  En  este  se  le  incorpora  Blanco ,  á  quien  envia  á 
bloquear  el  Callao  con  los  principales  buques. —  Se  hace  de  nuevo  ala 
vela  y  esplora  los  puertos  de  Supe ,  Huarmey,  Huambacho  y  Payta.  — 
Desmanes  que  se  cometen  en  las  iglesias  de  esta  ciudad  y  castigo  de  los 
culpables. —  Blanco,  falto  de  víveres,  vuelve  á  Valparaíso.—  Murmura- 
ciones que  esto  produce. —  Se  le  juzga  por  un  consejo  de  guerra ,  y  es 
absuelto  por  completa  unanimidad.  —  Regreso  de  Cochrane  á  Valpa- 
raíso. —  Escasos  resultados  de  esta  primera  espedicion 325 

Capitulo  LIV. —  El  ejército  realista  sale  de  Talcahuano  con  los  empleados 
y  habitantes  de  Concepción.  —  También  abandonan  esta  ciudad  las 
monjas  trinitarias.— Balcarce  toma  el  mando  del  ejército  y  marcha  contra 
Sánchez.  —  Pasan  los  realistas  el  rio  Biobio  cerca  de  Nacimiento.  —  Se 
apodera  Balcarce  de  esta  plaza,  y  vuelve  á  Santiago.  —  Sánchez  se 
dirije  á  Valdivia,  y  deja  algunas  tropas  en  Angol  al  mando  de  Benavides. 
—  Digresión  sobre  este  célebre  jefe.—  La  provincia  de  Concepción  mas 
realista  que  patriota.— Dispersión  de  las  familias  en  las  orillas  del  Biobio. 

—  Benavides  ataca  á  Rivero  en  Santa  Juana  y  se  apodera  de  esta  plaza. — 
Asesinato  del  plenipotenciario  Torres  y  de  los  prisioneros  de  Santa 
Juana.  —  Mal  estado  de  la  gran  llanura  de  la  Laja  y  de  los  Anjeles. — 
Freiré  sale  de  Concepción  para  ir  á  atacar  á  Benavides.  —  Este  va  á  los 
Anjeles,  é  intima  á  Alcázar  la  orden  de  rendirse.—  Regresa  á  Curali, 
donde  es  completamente  derrotado  por  Freiré. —  Este  le  persigue  hasta 


558 


ÍNDICE. 


Pfcj. 


i 


Arauco  y  vuelve  á  Concepción,  donde  se  dedica  á  reformas  administra- 
tivas.—  Benavides  se  repone  de  su  derrota  y  lleva  la  desolación  al  llano 
de  la  Laja.  —  Llega  Carrero,  es  apresada  la  fragata  Dolores  y  son  ase- 
sinados su  comandante  y  parte  de  la  tripulación.—  La  montonera  de  Se- 
guel  es  completamente  destruida  y  muerto  su  jefe. — Brillante  resistencia 
de  don  Manuel  Quintana  al  ataque  de  Bocardo  contra  Yumbel. —  Escara- 
muza en  el  Avellano. — Benavides  rehace  sus  fuerzas  y  se  prepara  á  nuevos 
ataques.  —  Campamento  de  las  monjas  trinitarias  en  Curapalihue.  .  .  340 

Capitulo  LV.  —  Dificultades  que  encuentra  O'Higgins  para  organizar  una 
segunda  espedicion.  —  Establecimiento  de  un  depósito  de  comercio  en 
Valparaíso.—  La  nueva  espedicion  parte  contra  el  Perú.—  Proyecto  de 
incendiar  la  escuadra  enemiga  y  mal  resultado  de  los  cohetes  á  la  con- 
grevey  del  brulote. —  El  capitán  Guise  se  apodera  de  Pisco.  —  Muerte 
del  teniente  coronel  Charles.— Lord  Cochrane  entra  en  el  rio  Guayaquil 
á  atacar  la  fragata  Prueba  y  captura  la  águila  y  la  Begoña.—  Regreso 
de  la  escuadra  hacia  Valparaíso  y  resolución  del  almirante  de  ir  á  reco- 
nocer el  puerto  de  Valdivia. —  Se  presenta  en  él  con  pabellón  español  y 
se  apodera  de  una  chalupa  con  algunos  marineros  y  del  Potrillo.  — 
Decidido  lord  Cochrane  á  atacar  la  plaza  ,  vá  en  busca  del  intendente 
para  hablarle  de  este  proyecto  y  Freiré  le  dá  doscientos  cincuenta  hom- 
bres. —  Ataque  de  los  diferentes  fuertes  por  Beauchef ,  que  se  apodera 
de  ellos  —  Valdivia  en  poder  de  los  patriotas.—  Lord  Cochrane  se  hace 
á  la  vela  para  Chiloe  y  ataca  el  fuerte  de  Aguy.  —  Mal  resultado  de  este 
ataque. —  Vuelve  Cochrane  á  Valdivia  y  después  á  Valparaíso.  —  Batalla 
del  Toro  ganada  por  Beauchef 374 

Capitulo  LVl.  —  Victorias  de  los  patriotas,  incompletas  como  siempre. — 
Freiré  marcha  á  Santiago,  dejando  en  su  lu«ar  á  don  Juan  deDios  Rivera. 

—  Benavides  vá  á  Talcahuano,  lo  saquea  y  se  lleva  á  Arauco  algunas  em- 
barcaciones, en  una  de  las  cuales  marcha  Pico  á  Lima.  —  Regreso  de 
este  jefe  con  algunos  socorros.—  Derrota  del  escuadrón  de  Viel  en  Piere 
y  del  de  O'Carrol  en  Pangal.—  Asesinato  de  este  comandante. —  Acción 
de  Tarpellanca  y  asesinato  de  Alcázar,  don  Gaspar  Ruiz  y  los  oficiales  del 
batallón  de  Coquimbo.—  Freiré  se  retira  á  Talcahuano  y  Benavides  ocupa 
á  Concepción.—  Organización  de  la  provincia. —  Estado  desesperado 
de  Freiré,  que  le  obliga  á  atacar  á  Benavides.—  Victoria  que  aquel  con- 
sigue en  Concepción  y  derrota  completa  de  este.  —  Pico  incendia  las 
ciudades  de  la  frontera.— Vá  á  atacar  á  Prieto  en  Chillan  y  es  derrotado. 

—  Muerte  de  Zapata  é  influencia  que  ejerce  en  el  ánimo  de  los  indios.  406 
Capitulo  LVIL—  O'Higgins  medita  una  tercera  espedicion  contra  el  Perú. 

Dificultades  que  encuentra  por  la  falta  de  dinero  y  la  anarquía  de 

Buenos-Aires.  —  Síntomas  de  mala  intelijencia  entre  el  gobierno  y  lord 
Cochrane. —  Pide  este  el  mando  de  la  espedicion  y  O'Higgins  se  lo  da  á 
San  Martin.— Reunidas  las  tropas,  se  embarcan  en  presencia  de  miles 
de  personas  que  acuden  de  todas  partes  á  victorearlas.  —  Llegan  á 
Pisco,  donde  fija  San  Martin  su  cuartel  jeneral.—  El  virey  Pezuela  toma 
disposiciones  para  hacer  frente  al  enemigo.—  Sabe  con  gran  disgusto  la 
revolución  de  España  y  la  dispersión  de  las  tropas  destinadas  á  Buenos- 
Aires— Trata  de  entablar  con  San  Martin  preliminares  de  paz.  —  Reu- 
nión en  Miraflorcs  de  los  plenipotenciarios,  que  no  produce  resultado 
ninguno.— San  Martin  deslaca  una  división  á  las  órdenes  de  Arenales  para 
revolucionar  el  interior  del  país.—  Derrota  de  Quimper  en  Nasca.  — 
Deja  San  Martin  á  Pisco  y  establece  su  campamento  en  Ancón.  —  Co- 
chrane bloquea  el  puerto  del  Callao.—  Ataca  la  fragata  Esmeralda  y  se 


£H£E3£<: 


INDICE. 


559 


páj 


apodera  de  ella. —  Sabe  San  Martin  esta  importante  noticia  casi  al  mismo 
tiempo  que  la  revolución  de  Guayaquil.  ■—  Marcha  al  valle  de  Haura  á 
protejer  la  revolución  de  Huanuco  é  interceptar  las  comunicaciones 
del  norte  con  Lima.  —  Valdés  va  á  atacar  á  Reyes  y  es  rechazado  por 
Brandsen.—  Don  Clemente  Lanlaño  es  hecho  prisionero  en  Huares  con 
la  guarnición. —  El  batallón  de  Numancia  se  subleva  y  se  pasa  á  los 
patriotas.—  El  país  se  pronuncia  mas  y  mas  por  la  libertad. —  Arenales, 
después  de  revolucionar  diferentes  provincias,  llega  al  cerro  de  Pasco, 
donde  ataca  al  brigadier  O'Neilly  y  lo  derrota  completamente  —  Suerte 

desgraciada  de  los  indios  que  abrazaron  su  partido £26 

Capitulo  LVIII.  —  Los  habitantes  de  Lima  presentan  á  Pezuela  una  es- 
posicion,  apoyada  por  el  cabildo,  pidiéndole  que  capitule  con  San 
Martin.  —  Indignación  que  esto  causa  á  los  españoles.  —  San  Martin  se 
retira  á  Haura.  —  Pezuela  abdica  el  vireinato  y  le  reemplaza  Laserna.  — 
Llega  un  plenipotenciario  español  encargado  de  tratar  con  los  patriotas. 

—  Negociaciones  de  Puchanca,  que  no  producen  resultado. —  Molin  de 
los  oficiales  de  la  escuadra.  —  Espedicion  de  Miller  al  sur  del  Perú.  — 
Toma  de  Arica.  —  Victoria  de  Mirave.  —  Miller  regresa  á  Pisco.—  La- 
serna  abandona  á  Lima.— Entrada  del  ejército  libertador  en  esta  capital. 

—  Pérdida  del  San  Martin  y  del  Pueyrredon.  —  San  Martin  envia  á 
Santiago  las  banderas  chilenas  cojidas  en  Rancagua.  —  Proclamación 
de  la  independencia  del  Perú.  —  Cochrane  se  apodera  de  los  buques 
enemigos  fondeados  en  el  puerto  del  Callao.  —  Acaloradas  contesta- 
ciones entre  San  Martin  y  Cochrane.  —  Laserna  se  aprovecha  de  ellas 
para  enviar  una  espedicion  contra  Lima. —  Lámar  entrega  á  San  Martin 
la  fortaleza  del  Callao.  —  Las  fragatas  Prueba  y  Venganza  se  rinden 
á  las  autoridades  peruanas.  —  Cochrane  las  reclama,  y  como  no  se  le 
entreguen,  regresa  á  Chile  con  la  escuadra.  —  Administración  de  San 
Martin. —  Derrota  del  jeneral  don  Domingo  Tristan  en  lea.—  Entrevista 
de  San  Martin  y  Bolívar  en  Guayaquil  con  motivo  de  la  incorporación  de 
esta  provincia  á  Colombia.—  Torre  Tagle,  delegado  de  San  Martin  en 
Lima,  destierra  á  Monteagudo.— Apertura  de  un  congreso. — San  Martin 
depone  el  poder  en  manos  de  los  representantes  y  se  vuelve  á  Chile.  452 

Capitulo  LIX.  —  O'Higgins  se  prepara  para  organizar  uua  segunda  espe- 
dicion contra  el  Perú. —  Introduce  mejoras  en  el  sistema  de  hacienda.— 
Estado  del  país  respecto  á  las  repúblicas  confinantes.  —  Auxilios  que 
suministra  á  la  de  Buenos-Aires  para  hacer  frente  á  las  tentativas  de 
don  José  Miguel  Carrera.—  Digresión  sobre  este  jeneral. —  Quiere  de- 
dicarse al  comercio ,  pero  no  lo  consigue.  —  Polémica  entre  él  y  los 
jefes  del  gobierno  de  Pueyrredon.  —  Abandona  á  Montevideo  y  va  á 
ajitar  las  provincias  en  favor  del  sistema  federal.—  Caida  de  Pueyrredon. 

—  Apoyo  momentáneo  que  Sarratea  da  á  Carrera.  —  Este  levanta  un 
pequeño  ejército  chileno  con  intención  de  ir  á  reconquistar  la  auto- 
ridad en  su  país.  —  Su  influencia  en  las  guerras  anárquicas  de  la  repú- 
blica arjentina.  —  Abandonado  por  la  victoria  se  ve  en  la  precisión  de 
refujiarse  entre  los  indios  de  las  Pampas.  —  Marcha  á  San  Juan.  —  Le 
atacan  las  tropas  de  Mendoza  y  es  completamente  derrotado. —  Unos  ofi- 
ciales suyos  le  venden  y  lo  llevan  preso  á  Mendoza.  —  Es  condenado  á 
muerte  y  fusilado  juntamente  con  Alvarez.— Su  carácter  revolucionario.  478 

Capitulo  LX..  —  Benavides  se  apodera  de  todos  los  buques  estranjeros 
que  tocan  en  la  isla  de  Santa  María  ,  y  alista  los  marineros  en  sus  bata- 
llones.— Uno  de  estos  buques  va  á  Chiloe  en  busca  de  refuerzos,  y  á 
su  regreso  conduce  al  capitán  Senosain.  —  Deserción  de  las  tropas  en 


íl 


560 


ÍNDICE. 


los  dos  ejércitos.  —  Junta  de  Concepción  para  vijilar  á  los  espías  de  Be- 
navides.  —  Este  marcha  al  norte  y  es  perseguido  por  Prieto  —  Victoria 
de  la  Vega  de  Saldia.  —  Dispersión  de  los  realistas.  —  Política  de  los 
patriotas  para  destruir  los  restos  del  enemigo.  —  Sumisión  de  Bocardo 
y  de  casi  todas  las  familias  establecidas  en  Quilapalo.  —  Toma  de 
Arauco.  —  Prieto  marcha  contra  los  indios  de  la  costa.  — Benavides, 
reducido  al  último  estremo,  se  embarca  para  el  Perú,  y  lo  arrestan  en 
Topacalma.  —  Llevado  á  Santiago  es  condenado  á  una  muerte  ignomi- 
niosa. —  Picarte,  que  queda  de  comandante  de  la  Arau  jan.a,  consigue 
que  regresen  á  Concepción  las  monjas  trinitarias.  —  Rebelión  de  las 
tropas  de  Valdivia,  y  muerte  del  coronel  Letelier.  —  O'Higgins  envia  á 
aquel  punto  al  coronel  Beauchef.  —  Castigo  de  los  culpables.  —  Espe- 
dicion  de  Beauchef  contra  Palacio  y  su  montonera.  —  Este  jefe  es 
cojido  y  condenado  á  muerte. 


492 


Capitulo  LXI.  —  Espíritu  de  oposición  contra  la  administración  ilegal  de 
O'Higgins.—  Descontento  contra  el  ministerio  de  don  José  Antonio 
Rodríguez  y  obstinación  de  aquel  en  conservarlo.—  Desavenencias  entre 
los  ministros  Rodríguez  y  Zenteno.—  Es  nombrado  este  gobernador  de 
Valparaíso,  quedando  aquel  de  jefe  casi  único  de  todos  los  ministerios.— 
Exijencia  del  pueblo  para  la  reunión  de  un  congreso  y  manejos  del 
gobierno  para  que  saliese  nombrado  á  su  gusto.— Instalación  del  con- 
greso y  censura  que  escita  el  nombramiento  d«l  suplente  don  Agustín 
de  Aldea.  —  Los  miembros  del  congreso  traspasan  sus  atribuciones  y 
promulgan  una  constitución  favorable  al  gobierno.  —  Los  habitantes 
protestan  contra  esta  constitución.—  El  jeneral  Freiré  vuelve  á  Concep- 
ción, donde  organiza  una  asamblea  pronta  á  obrar.  —  La  provincia  de 
Coquimbo  sigue  su  ejemplo  y  tómala  iniciativa  armada.— Don  J.  M.Irar- 
razabal  marcha  sobre  Santiago  á  la  cabeza  de  algunos  milicianos.  —  Los 
habitantes  de  dicha  ciudad  se  reúnen  en  cabildo  abierto.  —  O'Higgins, 
sin  mas  que  presentarse  en  los  diferentes  cuarteles,  recobra  el  amor  de 
sus  soldados  que  estaban  medio  sublevados  y  marcha  á-la  plaza.—  Ins- 
tado por  sus  amigos  para  que  fuese  al  consulado ,  donde  se  hallaba 

•  reunido  el  pueblo,  se  decide  á  ir,  y  después  de  algunas  contestaciones, 
abdica  el  poder.-  Parte  para  Valparaíso  y  llega  al  mismo  tiempo  que 
Freiré ,  quien  le  manda  arrestar  para  sujetarlo  á  un  tribunal  de  resi- 
dencia.— A  los  seis  meses  sale  para  Lima.  -  Digresión  sobre  su  admi- 
nistración  » 


FIN  DEL  ÍNDICE. 


PARÍS.-  EN  LA   IMPRENTA  DE  E.  THÜNOT  Y  C>, 

Calle  Racine,  n°  26,  cerca  del  Odeon. 


:  JtjcüHSrS" 


£ 


ÍJtS»? 


e«S*S^; 


i 


'^■.^fc^ 


QK 


ÍT>¿i 


V'   ,/\ 


*éé  P