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Full text of "Historia general de España, desde los tiempos mas remotos hasta nuestros dias. Por Don Modesto Lafuente"

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nSTOBIA  GBIIRil  DB  BSPAfiA. 


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mnm  mmi 


DE  ESPAÑA 


^oft 


DON. MODESTO  LAFÜENTE, 

DB  LA  SEAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA. 

PARTE  TERCERA. 


■J-^ 


TOMO  XVII. 


MADRID. 

■STAHjgmiBNTO  UPOQRAFICO  DR  MBLLADO, 
cilU  i(  Suli  Tiiiii,  lia.  S. 

MDCGC1.YI. 


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HISTORIA  GENERAL  DE  ESPAIÜA. 


,  PARTE  TERCERA. 


DOMINACIÓN  DE  LA  GASA  DE  AUSTRIA. 


Lina  V. 

REINADO  DE  CARLOS  II. 

CAPITDLO  I 

PROCLAMACIÓN  DE  CARLOSr 
•e  1666  é  1668. 

Carácter  de  la  reina  do&a  Maríana.^Elevacion  de  suconfeior.— Día- 
gusto  público.— Prímeraa  disidencias  entre  don  Jaan  de  Aastria 
I  el  padre  Nithard.— 4<a  gaerra  con  Portugal  .—Malhadada  situa- 
ción de  aquella  corte  y  áe  ac(uel  reino.— Negociaciones  do  paz»— 
Parte  que  en  ellas  toman  la  Inglaterra  y  la  Francia.— Paz  entre  Por- 
tugal y  España.— Escándalos  en  la  corle  de  Lisboa.- Destronamien- 
lode  Alonso  VI.  y  y  regenota  de  so  hermano  don  Pedro.  r-Ooerra 


2;  >?.8r<5  ¿gitzedby  Google 


6  BlSTORIA  BE  BSPADa. 

de  FlaDdes  movida  por  Luis  XIV.^Rápidas  conquittat  del  fraiicéa. 
—Triple  alianza  de  Inglaterra,  Holanda  y  £^ecia  para  detener  ana 
progresos.-^Gendiciones  de  paz  inadmisibles  para  España  .^Apo- 
dérase éf  ft-aneis  ddl  Franeo-Oondade.^Preparafivos  de  España 
para  aquella  guerra.— Congreso  de  plenípolenctarios  para  tratar 
de  la  paz. — Paz  de  Agaisgram. 


Cuando  mas  necesitaba  la  moDarquia  española  de 
una  cabeza  esperimeDiada  y  firme  y  de  un  brazo  ro- 
busto y  vigorosa»  si  habia  de  irse  recobrando  del 
abatimiento  en  c|ne  (a  dojaroú  i  la  Oiüerte  del  coarto 
Felipe  tantas  pérdida^  y  quebrantamientos  comQ  ha- 
bla sufrido»  entonces  quiso  la  fatalidad  que  cayera  en 
las  manos  inesperías  y  débiles  de  un  niño  de  poco 
mas  da  cuatro  años,  de  constitución  física  ademas 
endeble,  miserable  y  pobi^e. 

Mucho  habria  podido  suplir  la  incapacidad  del 
tierno  principe  el  talento  de  la  reina  madre»  tuiora 
del  rey  y  regente  del  rpino.  Pero  desgraciadamente 
era  doña  Mariana  de  Austria. mes  caprichosa  y  terca 
que  discreta  y  prudente,  mas  ambiciosa  de  mando  que 
hábil  para  el  gobierno,  mas  orgullosa  que  dócil  á  los 
consejos  de  personas  sábíaé^  y  lo  que  era  peor,  ma^ 
amante  de  los  austríacos  que  de  los  españoles,  mas 
afecta  á  la  corte  deJiena  que  á  la  de  Madrid»  y  para 
quien  era  pdtx>  á  nada  la  España,  lodo  ó  caai  todo  su 
antigua  casa  y  familia.  Su  pñtísér  anhelo  f«é  dar  en* 
trada  en  el  consejo  de  regencia  designado  ^n  el  testa- 
mento de  Fttlípe  IV.  ásu  cotifesor  y  consultor  favorito 


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q)  Padre  Juw  E^erardp  NUhfird,  jesuita  fieman  que 
if)  reÍQ9  había  Iraido  consigo,  y  may  parecido  á  ella 
eo  ei  oarécter  y  la$  cpadicioues  personales.  Favoreció 
á  sa  proposito  la  vacante  que  ¿  las  pocas  horas  de  la 
moerte  del  rey  qaedd  en  el  consejo  por  falleciiíiiento 
del  cardenal  Sandoval,  arzobispo  de  Toledo»  para 
caya  dignidad  fué  nombrado  el  inquisidor  geqeral 
don  Pascual  de  Aragón.  La  reina  lláQió  i  este  último, 
y  enpl^ndo  tod^  la  mafia  y  astucia  que  para  estas 
posas  poseía, 7  á  fuerza  de  súplicas  é  instancias  con- 
9gQÍ6  que  renunciara  el  elevado  cargo  de  inquisidor 
general,  que  confirió  inmediatamente  y  sin  consultar 
con  qadie  ¿  su  confesor,  dándole  asi  cabida  en  el 
^ensejo. 

Gran  disgusto  y  genera)  murmuracioB  prodigo  el 
ipopibramiento  del  P.  Nitbard>  ya  por  caer  en  perso* 
na  que  el  pueblo  aborrecía,  ya  porque  en  ello  se  vio** 
laban  las  leyes  del  reino,  que  no' permitían  dar  á  es* 
trangeros  este  eminente  cargo,  ya  porque  era  pública^ 
voz  haber  sido  Interano  basta  los  catorce  años.  Y 
aunqqe  la  reina  hizo  que  se  le  otorgara  carta  de  na- 
turalización, y  hablando  á  todos  y  á  cada  uno  logró 
calipár  al.  pronto  la  tempestad  que  contra  el  favorito 
90  levantaba,  quedábanle  sin  embargo  muchos  ene- 
migos secretos,  que  no  podían  llevar  en  paciencia  la 
estensa  autoridad  qjue  ejercía  y  la  preferencia  que  en 
las  consultas  le  daba  la  reina  sobre  los  demás  minis- 
tros y  consejeros. 


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8  BlStOlU  DB  MPAÍ A. 

Eotre  los  enemigos  del  nuevo  inquisidor  general^ 
y  que  mas  murmaraban  y  combatian  su  etevacioo^ 
como  escandalosa,  descollaba  el  hermano  bastardo 
del  rey,  don  Juan  de  Austria,  que  se  hallaba  ya.harto  ' 
resentido  de  la^  reina,  porque  la  culpaba,  no  sin  algu- 
na  razón,  asi  de  haber  sido  la  causa  de  sus  últimas 
derrotas,  como,  de  haberle  hecho  caer  del  carino  y 
amor  de  ^u  padre. 

~  Cuanto  mas  que  creyéndose  don  Juan  en  su  orgu- 
llo el  único  capaz  de  salvar  la  monarquía,  no  podia 
sufrir  que  á  un  estrangero  de  tan  mediana  capacidad 
como  el  confesor  se  le  hubiera  encumbrado  al  mas 
alto  puesto  del  estado.  Y  como  supiese  que  la  reina 
y  el  P.  Nithard  pensaban  mandarle  salir  de  la  corte, 
anticipóse  al  mandamiento,  retirándose  lleno  ^e  in- 
dignación á  la  villa  de  Consuegra,  residencia  ordinaria 
de  los  grandes  priores  de  Castilla,  cuya  dignidad  po- 
seía don  Juan,  y  donde  ya  antes  había  estado,  menos 
por  su  gusto  que  por  voluntad  y  arte  de  la  reina.  No 
dejó  ésta  de  recelar,  y  no  se  equivocaba  mucho,  que 
iba  con  el  pensamiento  de  conspirar  mejor  desde  allí 
contra  ella  y  contra  su  privado  <V. 

A  pesar  de  lo  mal  paradas  que  en  la  guerra  con 
Portugal  hablan  quedado  las  armas  de  Castilla  poco 

(4)    Proclamación  de  Carlos  U.  teca  de  la  real' Academia  de  la 

en  Madrid  :  MS.  de  la  Biblioteca  Historia:  Eat.  S6,  Grad.  5,  o.  III.— 

Nacional.— Epítome  histórico  de  Papeles  j  noticias  de  la  menor 

todo  lo  ocurrido  desde  ia  muerto  edad  de  Cirios  Ü.:  MS.  de  la  Bi« 

de  Felipe  IV.  basta  la   de  don  bliot.  Nación, 

Juan  de  Au^ítria:  MS.  de  la  Biblio-  ' 


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PÁITB  III.  LIBHO  V.  9 

antes  de  morir  ei  rey,  con  alguna  energía  .de  parte 
del  gobierno  español  habría  podido  todavía  intentarse 
con  probabilidades  de  bnen  éxito  la  reconquista .  del 
reino  lusitano,  aprovechando  el  desconcierto  ydes- 
órden  en  (}ae  la  corte  de  Lisboa  se  hallaba,  á  conse- 
cuencia de  la  viciosa  y  desarreglada  vida  del  joven 
rey  don  Alfonso,  sostenido  en  su  disipad^  conducta  y 
perversas  inclinaciones  por  su  favorito  el  conde  de 
CastelrMelhor.  La  reina  regente  su  madre,  cansada 
de  sufrir  disgustos  y  amarguras,  había  entregado  los^ 
sellos  del  reino, á  su  hijo  y  retirádose  á  lin  convento; 
por  último  aquellos  disgustos  le  acarrearon  la  muerte. 
La  vida  licenciosa  del  rey  y  los  excesos  y  arbitrarie- 
dades del  favorito  dieron  ocasión  á  que  se  íormára  en 
Portugal  un  gran  partido  en  favor  del  infante  don 
Pedro,  heredero  presunto  de  la  corona,  tanto  mas, 
cuanto  que  se  suponia  que  don  Affonso  no  podría  te- 
ner sucesión,  á  causa  de  una  enfermedad  que  pade- 
ció de  niño,  agravada  cpn  sus  estragadas  costumbres. 
En  vez  de  desvanecerse  esta  creencia,  se  fué  confir^ 
mandtf  después  de  su  matrimonio  con  la  princesa  de 
Francia,  María  Isabel  Francisca  de  Saboya,  hija  del 
duque  de  Nemours,  joven  de  rara  hermosura,  que 
traída  á  Portugal,  pareció  interesar  á  todos,  y  princir 
pálmente  al  infante  don  Pedro,  masque  al  rey,  no 
tardando  en  sospecharse  generalmente  que  si  bien  te- 
nia el  título  de  rema,  solo  extertormente  y  en  apa- 
riencia le  correspondia  el  de  esposa.  Quiso  et  de  Cas- 


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40  OJSXaAU  DB  MwÁtá. 

tel*Melbor  dominarla  y  goberapría,  como  domiatbft 
y  gobernaba  al  rey»  pero  astrellironse  sua  intentos 
ante  la  aHívez  desdeñosa  de  la  princesa.  Las  pesa« 
dambres  y  desdichas»  y  las  eseenas  vergoniosas  de 
que  la  hacían  ser  víctima  en  palacio,  excitaron  la 
compasión  t  y  acabaron  dq  robustecer  el  partido  del 
ioAinte,  pidnsando  ya  seriamente  en  colocarle  en  et 
^  trono  de  su  hermano,  y  constituyéndose  él  con  mncha^ 
babiJidad  en  protector  de  su  cufiada,  y  en  reparador 
de  sus  ultrages.  Entró  en  éste  partido  el. mismo  ma* 
riscal  francés  Schomberg.  Ardían  en  discordias  la 
corte  y  el  palacio  de  Lisboa r  reinaba  una  agitación 
general»  y  parecia  inminente  tina  guerra  civil.  Empe- 
ñóse el  infante'én  alejar  de  palacio  al  valido ,  y  vién- 
dose  el  de  CasteUMelbor  desamparado  de  lodQS,  sa- 
lió nna  noche^  disfrazado  éomo  un  malhechor,  refu  -^ 
gióse  en  un  monasterio,  y  de  alU  partió  para  ir  á  bus- 
car un  asilo  en  Torin  ^^K 

En  vez  de  aprovecharse  eí  gobierno  español  de  es- 
te desconcierto  del  portugués  para  recobrar  lo  que  en 
la  guerra  había  perdido,  faltábanle  las  condiciones 
que  mas  necesitaba  para  eUo»  que  eran  energía  y  me« 
dios  de  ejecución.  Asi,  pues,  se  redujo  la  guerra  á 
correrías,  robos  y  devastaciones,  y  á  pequeños  en^ 
cuentees  entre  unas  y  otrasi  tropas,  asi  por  la  parte  de 
Extremadura  coma  por  la  de  Galicia  y  Castilla,  peieaii- 

(I)    Paria  y  Sous9,  Epitome  de    — Ladode  ,  HÍ8^>na  general  d^^ 
Htatorias  porUiguesaa,  P.  IV.  c.-6.    Pariugal. 


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WAMJM  tu.  UMOir.  41 

da  tili  por  loe  portugueses  Sebofoberg  y  tloa  Juan  de 
^Iva  de  SoQzat  por  los  españoles  el  príncipe  de  Par- 
ma  Alejandro  Famesto,  aqui  e)  coodeélable  de  Cabu- 
lla mandando  las  armas  españc^as,  las  de  Portugal  e) 
conde  de  Prado  y  Antonio  Soarezde  Costa  (4666),  mas 
sin  ocurrir  en  una  ni  otra  frontera  bechqs  notables  qne 
merezcan  ocupar  un  lugar  histórico. 

Deseaba  ya  la  reina  regente  de  España  hacer  las 
paces  con  Portugal,  movida,  no  solo  por  el  convenció 
miento  del  poco  fruto  que  esperaba  sacar  deuna.guerra 
dispendiosa  y  molesta  de  mas  de  Toiote  y  cinco  anos, 
sino  por  la  necesidad  de  quedar  desembarazada  para 
atender  á  la  que  por  otra  parte  nos- estaba  haciendo 
Luis  XIV.  de  Francia,  con  infracción  del  tratado  de 
los  Pirineos,  y  con  el  protesto  que  luego  habremos  de 
xer.  Pero  la  negociación  de  la  paz,  que  aceptaban  de 
buena  ^ana  los  portugueses  por  el  estado  de  abati*^ 
miento  de  su  reino^  en  que  ioterveoia  el  embajador 
del  rey  de  Inglaterra,  y  para-la  cual  aparentaba  por 
lo  menos  ofrecer  su  mediación  el  monarca  francés,  se 
lleró  con  lentitud  por  culpa  del  mismo  rey  Luis,  que 
interesado  en  debilitar  mas  y  mas  la  España  y  mos^ 
tráodose  amigo  del  portugués,  dábale  á  escoger  astu* 
tamente  entre  obtener  condiciones  ventajosas  de  la 
paz,  ó  continuar  la  guerra,  ofreciéndole  en  este  últi- 
mo caso  ayadarle  con  dinero  y  oon  tropas  de  mar  y 
tierra,  consiguiendo  al  fin  ques^  decidiera  á  ha- 
cer con  él  una  liga  ofensiva  y  defensiva  contra  los 


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42  HlSTOaiA  DB  BéPAilA. 

españoles,  y  sas  aHados,  que  habia  de  durar  diez 
años  (1667). 

Pefo  últimamente,  persuadidos  los  portugueses  por 
la  conducta  del  rey  de  Francia  de  que  eran  sacrifi- 
cados á  sus  intereses  y  ambición,  y  comprendiendo  la 
reina  regente  de  España  el  peligro,  que  corría  en  la 
dilación  de  la  paz,  solicitóse  con  urgencia  la  media- 
ción activa  de  Carlos  IL  de  Inglaterra,  y  merced  á 
su  eficaz  cooperación  llegó  á  concluirse  el  tratado  de 
paz  entre  Portugal  y  España  (13  de  febrero,  1668),  á 
los  veinte  y  ocho  años  de  la  revolución  de  aquel  reino, 
y  otros  tantos  de  una  lucha  no  tan  viva  como  ruinosa 
y  asoladora  para  ambos  pueblos.  Por  este  tratado,  que 
se  ratificó  en  Madrid  el  23  de  febrero,  y  por  el  cual 
venia  á  reconocerse  la  independencia  de  Portugal,  se 
obligábanlas  dos  naciones á  restituirse  las  plazas, con- 
quistadas, áescepcion  de  Ceuta,  que  quedaba  del  do- 
minio del  rey  Católico,  al  mutuo  rescate  de  los  prisio- 
neros, al  restablecimiento  del  comercia  entre  ambas 
naciones,  á  la  añulacipn  de  las  enagenaciones  de 
bfenesy  heredades  que  se  hubiesen  hecho,  y  se  deja«- 
ba  á  la  Inglaterra  la  facultad  de  poder  entrar  en  to-  ^ 
das  las  alianzas  defensivas  y  ofensivas  que  España  y 
Portugal  entré  sí  hiciesen  ^^K 


(1)    Coteccioo  do  tratados  de  Gaspar  de  Haro,  marqués  del  Gar- 

Pa¿.— Paria  y  Soasa,  Epitome  de  pió  y  conde-duque  de  Olivares; 

Uist.  Portos(.  p.  IV.  c.  6.  — -  Los  por  Inglaterra,  Eduardo,  cobde  de 

plenipotenciarios  que  firmaron  el  Sandwich;  por  Portugal,  el  daqpo 

irataao  fueron  :  "por  España,  don  de  Cadayal,e1  marqués  de  Niza,  el 


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^PARTB  III.  LIBIO  V.  13 

Cuaado  esta  paz  se  ajustó,  do  reinaba  ya  en  Por« 
togal  Alfonso  VL  Sos  desórdenes  le  habían  arrastrado 
hasta  perder  el  trono;  las  cortes  del  reino  le  hicieron 
firmar  so  propia  abdicación  de  la  autoridad  regia;  la 
reina*  qne  de  acuerdo  con  el  infante  don  Pedro  su 
cufiado  se  habia  fugado  de  palacio  y  refogiádoseá  un 
monasterio,  le  escribió  desde  alli  diciéndole  qne  na« 
die  mejor  que  él  sabia  que  no  habia  sido  su  esposa,  y 
le  pedia  su  dote»  Furioso  el  rey  con  esta  carta,  corrió 
al  convento,  pero  halló  á  la  puerta  él  infante  su  her* 
mano.con  los  de  su  partido,  que  no  solo  le  impidió  la 
entrada,  sino  que  le  prendió  después,  acompañado 
de  la  nobleza.  Firmada  por  Alfonso  VI.  la  renuncia  del 
trono,  fué  alejado  de  Lisboa  y  enviando  á  las  islas  Ter- 
ceras. Los  estados  del  reino  pusieron  el  cetro  en  ma* 
DOS  del  infante  don  Pedro,  bien  que  con  el  solo  título 
de  regente.  Y  para  complemento  de  estos  escándalos, 
el  abildo  catedral  de  Lisboa,  sede  vacante,  á  petición 
de  la  misma  reina  babel  de  Sab'oya,  declaró  nulo  su 
matrimonio  con  el  rey,  como  no  consumado  ¿  {)esar 
de  haber  llevado  cerca  de  quince  meses  de  vida  con* 
yngal,  y  la  reina  pasó  á  ser  esposa  de  su  cuñado  el 
infante  don  Pedro  ^^^  Uno  de  los  primeros  cuidados 
del  regente  fué  celebrar  la  paz  con  España. 

La  noticia  de  las  paces  con  Portugal  se  recibió  con 


d«Qol>ea,  el  de  118^1^8,61000-   ^  (O    Paría  y  Soosa  ,  Bpítome, 
da  de  Miranda,  y  don  Pedro  de    p.  IV.  o.  6. 


Vityra  y  Sika. 


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1 1  illlTOAlA    M  eiVAflA. 

ia  mapr  satMaocion  en  Madrid.  TbA  ara  ya  el  estado 
miiaerable  y  abatido  de  la  nación  española,  y  en  tal 

^  necesidad  la  había  pueslo  también  á  la  sazón  ta  ínjosta 
guerra  que  por  otra  parte  habia  movido  y  nos  estaba 
haciendo  Laís  XIV.  de  Fraocíát  de  que  vamos  á  dar 
coente  ahivra. 

Habia  quedado  demasiado  débil  á  la  mnéiíe  do 
Felipe  iV.  ia  España»  y  era  «demanado  ambicioso  de 
grandeza  7  de  conquistas  Lxm  XiV.  para  que  remn-* 
eiára  A  ellas  y  no  se  aprovechara  de  noestia  dehütdad 
y  de  la  ^ventajosa  situación  en  que  se  hallaba  su  reí* 
no.  Veíase  con  ^i^cilo  poderoso,  con  nmcha  y  tañen 
aiilíUería,  con  exceleodes  generales,  y  con  dinero  en' 
el  tesoro.  Oe  todo  w(o  carada  Eapaia.  JPero  necesita- 
ba de  4]n  prebesto  para  icohoDeatar  la  infracdion  del 
soiemoisimo  pacto  de  los  Pirineos,  y  este  ipretesto  le 
enoootró  en  el  dferecbo  qoe  ^tendió  tener  an^eaposa* 
la  reina  M«;*fa  Teresa  de  Aieatcia  A  los  «stados  de. 
Flanxles,  como,  hija  del  piiímer  malnímonio  de  Feli- 
pe iV.^  con  fNrefisrencia  ^A  \v»  de  Carlee  il.,  hijo  de  h 
éttima  «rager  «de  aquel  vey,  7<en  que  >no  «e  habia  pa^ 

.  gadop«r)laa3ónle  de liadcid 9a 'dote  de  tecina csti* 
piiMtaai  eltrataite.  Apóyate  lio  piámero  entnnaikíy, 
la  del  darseAo  da  daoatoaatm,  qae  «»sd  un  i«fnleyb 
dijo  MberienconlmAs  «en'tosiliteos  del  Estado  de  Ará- 
bante. En  vano  fué  que  jurisconsultos  españoles  de  la 
reputaision  deRamostdel  Manaano  refiilátan«yictQmoaa- 
mente  tan  estrena  doctrina  con  sólidas  é  incontestables 


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PAITE  111.  Lm»  v«  4  S 

razcbídd.  Cooveofale  á  Luis  no  dejarse  convencer»  y  re^ 
muir  el  IMio  de  lá  eueBÜ&a  á  loa  armas.  Pero  antea 
pnblicó  un  Maaifieato  para  sinoerarse  ¿  loa  ojos  de 
Europat  pretendiendo  den^istrar  la  justicia  qoe  sapo-^ 
nia  asistirle.  Hecho  lo  cual,  pasó  á  la  Trontera  de 
Flandes  para  ponerse  á  la  cabeza  de  treinta  y  cinco 
mil  bdmbréa;,  dia^niendo  al  propio  tiempo  que  inT^"* 
dieran  aquéllos  fpiaiaea  otras  dos  dÍTÍstoMs»  mandadas 
la  nna  pdr  e(  iftariaoíd  de  Aumont  y  la  otra  por  e\  m»iv 
qtiés  dé  Creqoi -(mayo,  Id67).  De  aqtíi  su  teteras  en 
la  1^  con  Pbrtugat  y  en  qne^costinnára  por  neá  Ib 
goerra^  .para  q«e  la  regente  no  pndiera  distraer  las 
tr<^  y  enirüirlasé  los  Irises  fiados. 

DesfiTovisto  ^e  recnrsoe,  y  con  frisca  ifu«rza»  y  <esa 
desorganizada  y  sin  pagas,  se  faallaba^litíarqoésde^ 
,  C^steKRodrigo  qoe  gobecnal»  aquellas  provincias^ 
cíiando  LntS'XIV.  «penetró  en  ellas  cdn  im  qército  de 
masde  ckíeQenia  mil  hombres,  bien  «bastecidos  de 
todé.  No  era  posible  rebatirá  tan  formidable  hueste; 
y  «si  la  cataspaña  delmoBafrcalraneés,  aonqoe  rápida 
y  *bréye^  no  4l]ve  «ada  de  flbríos»,  por  ma^  qcre  se 
baya  iponáeraiclo,  «i  rpodia  «arlo.  Ponqué  omsiplaMs 
etac^jpá  "dtegttapDecidaé  é  indrfemms;  ^^dpdnlanle 
poca  vteiatMeia<oniak;  y  aunque -atgimaeisecdefettdie^ 
iH>n  TatoNaatoeirtet  teriD  do  ifw  ipodlan  «leblfEaT-  era 
«mlhonriDaii'Cdfntalgcion,  y  elonayer  c^rtfto  que  el 
de  Castel-Rodrigo  pudo  reunir  no  excedia  de  seis  mil 
hombres  y  entre  alemanes,  eapaftbles  y  laminen»» 


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16        .  HlSTamiA   DB   BSPAÜA. 

Apoderóse  pues  el  francés  en  esta  campaña  de  Cbar« 
leroy,  Bergfies»  Fumes,  Gourlray»  Oudeaarde,  Tour- 
nay,  Alost,  Lille,  y  otras  ciudades  y  plazas  de  ineDor 
importancia,  muchas  de  las  cuales  hizo  desmante- 
lar t«^ 

La  rapidez  do  est^s  conquistas  y  la  desmedida  am- 
bición de  Luis  pusieron  en  inquietud  y  cuidado  ¿  Cár^ 
losi  de  Inglaterra  y  á  la  misma  república  de  Holanda. 
Ambas  naciones  se  entendieron  para  atajar  el  engran- 
decimiento de  una  potencia  que  parecía  ir  en  camino 
de  hacerse  mas  temible  que  lo  hábia  sido  la  España. 
Unióseles  la  Suecia,  y  las  tres  formaron  alianza,  con- 
viniendo en  hacerse  mediadoras  entre  Francia  y  Es« 
paña,  á  fin  de  obligar  á  la  primera  á  que  cesase  en 
las  hostilidades,  que  podian  comprometer  de  nuevo 
la  tranquilidad  de  Europa,  y  encargaron  ¿  sus  repre- 
sentantes en  París  que  hiciesen  saber  á  Luis  aquella 
resolución.  Luis  accedía  á  firmar  la  paz,  pero  con  ta- 
les condiciones  que  era  imposible  las  aceptase  la  corte 
de  España  siempre  que  conservara  un  resto  de  pun- 
donor. Tales  eran,  la  de  que  habia  de  cederle,  e^) 
recompensa  de  los  derechos  de  la  reina,  las  plazas  con- 
quistadas, ú  otras  equivalentes  que  él  designaría;  la 
de  que  en  otro  caso  se  le  diera  el  Franco-Condado,  y 
que  se  obligara  lá  república  holandesa'  á  mediar  con 
la  corte  de  Madrid  para  que  aceptara  aquella  alter-* 

(I)    QuÍDOy.HiatoriamitiUrdel    lAtú  XIV.-*DaraoQt ,    M^moriat 
ctiiuuio  de  Lais  XlV.^-Obras  de    poUiicaa.  ' 


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PARTE  III.  L1B&0  V.  17 

nativa.  Desechadas,  como  era  de  esperar,  tan  humi- 
liantes  condiciones,  fué  preciso  continuar  la  guerra. 
Inmediatamente  ordenó  Luis  ai  príncipe  de  Conde 
que  penetrara  con  sus  tropas  en  el  Franco-Condado, 
y  se  apodgrára  de  aquella  provincia.  Sin  mucha  difi- 
cultad rindió  su  capital,  Besanzon  (febrero,  4668), 
y  tras  ella  se  le  fueron  entregando,  con  mas  ó  menos 
resistencia,  las  demás  plazas,  en  lérminos  que  en 
menos  de  un  mes  se  halló  el  rey  de  Francia  dueño 
de  todo  el  Franco-Condado  ^*K  - 
'  Estos  sucesos  justifican  cumplidamente  lanecesi* 
dad  y  la  conveniencia  de  la  paz  que  en  este  Tiempo 
se  celebró  entre  España  y  Portugal,  asi  comoesplican 
el  interés  que  en  realizarla  y  llevarla  á  cabo  mostró 
Carlos  II.  de  Inglaterra. 

Tan  pronto  como  se  vio  Castilla  desembarazada 
de  la  guerra  de  Portugal,  dedicó  toda  su  atención  á  la 
de  Flandes;  y  en  lanto  qne  se  hacian  levas  de  tropas  ' 
en  Galicia,  Asturias  y  Castilla,  y  se  enviaban  órdenes 
á  Cádiz  para  que  se  armaran  nueve  bageles  en  que 
trasportarlas  á  Flandes  desde  laCóruña,  se  bnscaban 
recursos  y  dinero.  Alguno  se  juntó  de  los  donativos 
con  que  contribuyeron  generosamente  el  marqués  de 
Mortara,  el  almirante  de  Castilla,  el  arzobispo  de  To- 

(4)    Quijpcy,    Hist,    müit.  del  quista  no  necesitaba  delasgran- 

reiaado  de  Lum  XIV.— El  Tranco-  aes precauciones  militares  que  to- 

Gondado  después  de  la  paz  de  los  mó  Luis  XIV.,  ni  merecía  que  hu- 

Pirineodse  mantenía  en  estado  de  biera  ido,  como  fué,  á  celebrarla 

neutralidad.  Por  eso  se   hallaba  enpersona. 
también  mas  descaidado,  y  su  con* 

Tomo  xvii.  2 


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18  QlSTOftlA  D£  BSYAfiA* 

ledo,  el  cardeDal,  el  duque  de  Mootallo,  el  conde  de 
Pefiaranda  y  otros  grandes  y  señores.  Impúsose  uo 
tributo  sobre  los  carruages  y  muías;  se  rebajó  un 
quince  por  ciento  mas  á  la  deuda  de  juros  reales,  y  se 
arbitraron  otros  medios  de  losque  la  pobreza  d6l  pais 
consentía.  La  rema  regente  nombró  general  de  todas 
las  Tuerzas  destinada^  á  f  landes  á  don  'Juan  de  Aus-* 
tría.  La  razón  apárente  de  este  nombramiento  era  la 
de  necesitarse  allá  un  hombre  de  su  representación, 
y  que  por  otra  parte  conocía  ya  el  carácter  de  aque* 
líos  habitantes  y  la  situación  de  aquellos  paises,  como 
gobernador  qne  habia  sido  de  ellos;  pero  el  verdade- 
ro objeto  era  el  de  alejarle  (le  España,  y  librar  al 
P.  Nithard  de  la  inquietud  que  le  causaba  un  hombre 
que  le  aborrecía  de  muerte.  Donjuán  lo  comprendió^ 
y  sobre  estar  ya  poco  dispuesto  á  salir  de  España, 
sucesos  de  la  corle  que  le  indignaron  nñucho  y  que 
rererirémos  después  le  afirmaron  en  su  resolución.  Y 
sin  desobedecer  abiertamente  á  la  reina,  después  de 
enviar  los  soldados  en  pequeñas  partidas  áFlendes« 
hfzole  presente  que  el  estado  de  su  salud  no  le  per- 
mitía eoaprender  la  espedicíon,  que  asi  lo  certificaban 
los  médicos,  y  que  la  suplicaba  por  tanto  le  relevase 
del  cargo  y  le  dispensase  del  viage.  Por  mas  que  la 
reina  y  el  confesor  comprendieron  que  todo  era  pro- 
testo y  escusa  para  no  alejarse,  ádmitiósele  la  dimi- 
sión de  su  empleo,  mandándole  que  se  retirara  á  Con- 
suegra, y  en  su  lugar  fué  nombrado  general  y  go- 


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PARTB  Ule  LIBRO  V.  19 

bernador  de  Flandes  el  condestable  de  CaslíHa  ^*K 
Pero  ya  en  este  tiempo  hacia  meses  que  se.  halla- 
ban reanidos  en  Aix*Ia-Chapelle  los  plenipotenciarios 
tle  las  potencias  de  la  triple  alianza»  junto  con  los 
de  Francia»  España,  y  algunas  otras  naciones,  para 
tratar  de  la  paz.  Después  de  muchas  conferencias  se 
concluyó  y  firmó  un  tratado  (2  de  mayo,  1668),  por 
el  cual  LuisXiy.  se  obligaba  á  restituir  á  Espafia  el 
Franco-Condado  que  acababa  de  conquistar,  pero  con- 
servando todas  las  plazas  de  que  se  habia  apoderado  en 
Flandes  <^^  Sacrificio  grande  para  Espapa,  y  error  tor- 
pe y  funesto,  toda  vez  que  si  algo  importaba  conser- 
var era  lo  de  Flandes,  y  sobre  ser  imposible  la  con- 
servación del  Franco-Condado,  nada  nos  hubiera  im- 
portado cederle.  Pero  todo  pareció  preferible  á  la  con- 
tinuación de  la  guetra,  y  el  marqués  de  Castel-Ro- 
drigo  tuvo  orden  de  no  poner  gran  reparo  á  ningún 
género  de  condiciones. 

Lo  peor  era  que  aun  asi,  nadie  confiaba  en  la  du  - 
ración  de  la  paz  de  Aquisgran:  eran  ya  demasiado  co- 
nocidos el  carácter  y  los  designios  de  L^is  XIV.  y  sus 
poderosos  elementos  para  hacerlos  valer,  y  el  tiempo 
acreditó  que  no  habian  sido  infundados  estos  re- 
celos. 

(4)    Belacíonde  todo  lo,  ocurrí-  mia  do  Historia,  Est.  25.  grad.  8. 

do  en  el  asoDto  del  P;  Juan  Eve-  (2)    Colección  de  Tratados  de 

rard  y  don  Juan  de  Austria.  MS.  Paz.— Dumont,  Corps  Diplomat. 
de  la  Biblioteca  de  la  Real  Acade- 


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CAPITULO  II. 

DON  JUAN  DE  AUSTRIA  Y  EL  PADRE  NITHARD. 
De  i668>A  1670. 


Causas  de  las  desavenencias  entre' estos  dos  personages.— Prisión  y 
suplicio  de  Mallodas. — Indignación  de  don  Juan  contra  elconresor 
de  la  reina.— Se  intenta  prender  á  don  Juan.— Fúgase  de  Consue- 
gra.-^larta  que  dejó  escrita  á  S.  M.~Consulta  de  la  reina  al  Con- 
sejo sobre  este  asunto,  y  su  respuesta. — Sátiras  y  libelos  que  se 
jescribian  y  circulaban. — Partido  austríaco  y  partido  nithardista. — 
Don  Juan  de  Austría- en  Barcelona. — Contestaciones  con  la  reina.— 
Acércase  don  Juan  á  Madrid  con  gente  armada. — Alarma  y  con- 
fusión de  Id  corte.— Enemiga  contra  el  padre  Nitbard.— Carta  no- 
table de  un  jesuíta.— Sale  el  confesor  de  la  corte.— Insultos  en  las 
calles.-^Nuevas  exigencias  de  don  Juan  de  Austria. — Transijese 
con  sus  peticiones. — Creación  de  la  Guardia  Chamberga  en  Ma- 
drid.—Oposición  que  suscita.— Nuevas  quejas  de  don  Juan.— Agi- 
tación en  la  corte.— Es  nombrado  el  de  Austria  virey-de  Aragón 
y  va  á  Zaragoza. — Estrafieza  que  causa  el  nombramiento.— El  pa- 
dre Nithard  en  Roma.— Obtiene  el  capelo. — ^Enfermedad  peligrosa 
del  rey.— Recobra  su  salud  con  general  satisfacción. 


La  enemiga  que  ya  en  vida  de  Felipe  IV.  se  habia 
advertido  entre  la  reina,  su  segunda  esposa,  y  su  hijo 
bastardo  don  Juan  de  Austria,  y  el  aborrecimiento 
con  que  mutuamente  se  miraban  don  Juan  y  el  Padre 
Everardo  Nilhard,  confesor  y  privadío  de  la  reina;  ene- 


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I>AIIT1I  111.  UBttO  V.  21 

miga  que  había  costado  ya  al  de  Auslria  serios  disgus- 
tos, y  aborrecimiento  que  creció  desde  la  elevación 
del  confesor  á  inquisidor  general  y  á  individuo  del  con- 
soja de  regencia,  tomó  mayofes  proporciones  con  el 
nombramiento  del  austríaco  para  general  y  goberna- 
dor (le  Flandes,  hecho  á  propósito  de  alejarle  del  rei- 
no, y  con  su  resistencia  á  salir  de  España,  y  Cué  el 
principio  de  funestas  discordias  que  alarmaron  y  es- 
candalizaron la  corte,  y  pusieron  en  perturbac¡X)n  to- 
da la  monarquía. 

«¿Por  qué  no  se  enviaá  Flandes  al  reverendo  con- 
fesor,  dijo  un  dia  don  Juan  en  el  Consejo  consangrien- 
to  sarcasmo,  puesto  que  siendo  tan  santo,  no  dejaría 
Dios  de  darle  victorias  sobre  l'os  franceses?  Y  do  que 
sabe  hacer  milagros  es  harta  prueba  el  puesto  que 
ocupa.»  Y  como  replicara  el  confesor  que  su  profesión 
no  era  la  milicia: — «De  esas  cosas,  padre  mió,  repuso 
don  Juan,  os  vemos  hacer  cada  día  bien-agenas  de 
vuestro  estado. 9  El  confesor  calló  y  disimuló,  y  don 
Juan  se  partió  para  Galicia.  A  poco  tiempo  de  esto  el 
duque  de  Pastrana  era  desterrado  de  la  corte  y  con- 
denado á  pagar  una' gruesa  multa  por  ciertos  rumo- 
res que  corrieron,  y  suponiéndole  en  connivencia  con 
don  Juan  de  Austria.  El  conde  de  Castrilío,  afecto 
también  á  don  Juan,  se  retiró  misteriosamente  de  la 
presidencia  del  Consejo  de  Castilla  después  de  una 
conferencia  secreta  con  la  reina,  y  ocui>ó  su  lugar 
gI  obispo  de  Plasencia  don  Diego  Sarmiento  Valíacla- 


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a  IflSTOElA    DB  BSPAÑA. 

res,  grande  amigo  del  P.  Nilhard:  nuevo  motivo  de 
murmuración  en  la  corte.  Pero  el  escándalo  grande 
fué  la  prisión  ejecutada  á  las  once  de  la  noche  en  un 
hidalgo  aragonés,  llamado  don  José  de  Malladas,  muy 
del  cariño  de  donjuán,  y  el  suplicio  de  garrote  que  á 
las  dos  horas  le  dieron  en  la  cárcel  por  orden  escrita 
déla  reina,  sin  que  nadie  supiera  el  delito  que  aquel 
hombre  babia  podido  cometer.  Sospechó  acaso  la  rei- 
na que  había  una  conjuración  contra  su  confesor,  y 
que  el  Malladas  era  el  encargado  de  asesinarle.  De. 
lodos  modos  el  procedímienlo  fué  horrible,  y  el  he- 
cho llenó  de  indignación  á  donjuán  de  Austria,  que 
culpó  del  atentado  al  confesor,  y  esté  acontecimiento 
influyó  mucho  en  su  resolución  de  no"  pasar  á 
Flandes. 

Por  mas  que  don  Juan  se  escusabacon  la  falt^  de 
salud,  la  reina  lo  tomó  por  desobediencia,  y  en. un 
decreto,  que  trasmitió  á  iodos  los  consejos,  le  ,man- 
daba  qiíe  sin  acercarse  á  distancia  de  veinte  leguas 
déla  corte  pasase á  Consuegra,  y  alli  estuviese  hasta 
recibir  orden  suya  ^*K  Obedeció  el  príncipe;  pero  á 


(4)    Decreto   de  3  de  agosto  »cuídar  de  su  defensa.. ..>.  y  con 

ee  4668.— «Respecto  del  peligro-  Dtal  conocimiento  se  hicieron  los 

»so  estado,  decía  este  documento,  »úit¡mosy  mayores  esfuerzos  para 

j»á  que  se  redujeron  las  cosas  de  «ajustar  las  asistencias  necesarias 

dIos  Paises  Bajos  por  la  invasión  »do  gente  y  dinero,  queso  dispu- 

»que  en  el  afio  pasado  hicieron  asieron  con  el  trabajo  y  gasto  qoe 

«franceses  en  ellos,  mandé  á  don  »es  notorio,  en  que  se  consumió 

» Juan  de  Austria  que  como  es  go-  » todo  el  caudal  que  se  {>udo  reco- 

»bernador  y  capitán  general  pro-  »ger;  pues,  desde  el  tiempo  del 

^>p¡elar¡o  fuese  á  gobernarlos  y  »sefior  emperador  Carlos  V.  no  so 


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rABT»  111/ LIBRO  V. 


£3 


poco  de  hallarse  en  Consuegra  vino  á  palacio  el  capí- 
tan  don  Pedro  Pínilla»  y  solicitó  y  logró  hablar  largo 
ralo  á  solas  con  la  reina:  lo  (}ue  le  diría  de  los  planes 
de  don  Jaan»  no  se  sabe,  pero  los  efectos  de  aquella 
conferencia  se  vieron  en  la  prisión  que  .se  ejecutó  de 
don  Bernardo  Patino,  hermano  del  primer  secretario 
de  don  Juan,  ocupándole  los  papeles  y  formándole  pror 
.ceso.  Tomadas  secretamente  las  declaraciones,  salió 
de  Madrid  el  capitán  de  la  guardia  española  marqués 
de  Salinas,  con  ciqcuenta  oficiales  de  los  llamados  re- 
formados, llevando  órdenes  res^vadas  para  prender 
á  don  Juaade  Austria.  Mas  cuando  llegó  el  de  Salinas 
á  Consuegra,  don  Juan  se  había  fugado  de  la  villa, 
dejando  escrita  una  caria  á  la  reina  en  que  le  decia, 
(21  de  octubre,  1668):  «La  Urania  del  padre  Everar* 
>do,  y  la  execrable  maldad  que  ha  estendido  y  forja- 
ndo contra  mí,  habiendo  preso  á  un  hermano  de  mi 


»ha  hecho  basta  boY  tal  esfuerzo,  ni 
•juntádo^e  cerca  ae  nueve  mil  es- 
» pañoles  como  ahora  sa  hizo;  y. 
»  Dabiéndose  don  Juan  oncarninado 
»á  la  Gorufia  á  embarcarse  en  los 
)>bage]es  que  hablan  de  llevar  su 
apersona  y  los  socorros  preveoi- 
>doB,  después  de  la  dilación  de  al- 
agónos meses  que  se  ha  detenido 
Den  aquella  ciudad;  fíndiméole, 
k  cuando  según  ló  que  consecutiva- 
Amenté  babia  ido  avisaodo,  se joz- 
Dgaba  que  ya  se  babria  becbo  á  la 
»vela,  y  aguardaba  por  horas  no- 
>t¡cia  díe  ello,  se  ba  escusado  de 
»ejecatarsa  viage  á  Flaodes  re- 
«presentando  que  el  achaque  de 
»uDa  destil&cipn  se  lo  impide:  Y 


»notenieodo  yo  esto  por  bastante 
))cau8a  para  determinación  tan  in- 
•tempeslNa  y  no  pensada,  y  del 
»mayor  perjuicio  que  podia  recibir 
xei  real  servicio  y  la  convemeacia 
f  pública  en  la  coyuntura  presente, 
»le  be  ordenado  que  sin  llegar  en 
»la  distancia  de  veinte  leguas  á 
«esta  corte,  pase  luego á  Coosne- 
»gra,  y  se  detenga  aln  basta  otra 
«orden mia:héIoquerídojparticipa  , 
i>al  conseio  para  que  se  bal  le.  en- 
iterado  dfe  mi  resolución, y  de  los 
•motivos  que  por  ahora  ha  babido 
Dpara  ella.  Madrid,  etc.»  Colec- 
ción general  de  cortes,  leye&y 
cédulas  reales,  MM.  SS.  de  la  Real 
Academia  do  la  Historia,  t.  XXX . 


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24  UISTOBIA   DB   BSPAÍÍA.  , 

)»$ecretario,  y  hecho  otras  diligencias  con  ánimo  de 
i»perderme,.y  esparcir  en  mi  deshonra  abominables  vo- 
»ee^  me  obliga  á  poner  en  seguridad  mi  persona;  y 
«aunque  esta  acción  parezca  á  primera  vista  de  cul- 
>pado,  no  es  sino  de  finísimo  vasallo  del  rey  mi  'se- 
«ñor^  por  quien  daré  siempre  toda  la  sangre  de  mis 
» venas,  como,  siendo  Dios  servido,  conocerá  V.  M. 
>y  el  mundo  paas  fundamenlalmentedela  parte  ádbn- 
»de  me  encamino;  y  en  prueba  de  ésto,  declaro  desde 
» luego  á  V.  M.  y  cuantos  leyeren  .esta  carla,"nque  el 
» único  motivo  verdadero  que  me  detuvo  de  pasar  á. 
»Flandes  fué  el  apartar  del  lado  de  Y.  M.  esta  fiera  tan 
«indigna  por  todas  razones  del  lugar  tan  sagrado,  ha- 
to biéndome  inspirado  Dios  á  ello  con  una  fuerza  mas , 
»que  natural  desde  el  punto  que  oí  la  horrible  tiranía 
»dé  dar  garrote  á  aquel  inocente  hombre  con  tan  ne- 

»fandas  circunstancias »  Y  anadia  después:  «Su- 

>plico  áY.  M.  de  rodillas,  con  lágrimas  del^,  corazón, 
»que  no  oiga  Y.  M.  ni  se  deje  llevar  deMps  perversos 
j»consejos  de  ese  emponzoñado  basilisco,  pues  si  peli- 
frgra  la  vida  del  hermano  de  mi  secretario,  ó  de  otra 
«^cualquier  persona  que  me  toque  hacia  mí,  tS  á  mis 
«amigos,  ó  los  que  en  adelante  se  declarasen  mios,se 
«intentare  con  escritos,  órdenes  ó.acciones  hacer  la 
» menor  violencia  ó  sin  razón,  protesto  á  Dios,  at  rey 
))mi  señor,  á  Y.  M.  y  al  mundo  entero,  que  no  .cor- 
»rerán  por  mi  cuenta  los  danos  que  podrán  resul- 
»tar  á  la  quietud  pública  de  la  satisfacción  que  me 


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PAbTtt  til.    LIBEO  V.  25 

>será  preciso  tomar  en  semejantes  casos^  etc.  ^'^)S» 
Déjase  comprender  la  indignación  que  produciría 
en  la  rejna  la  lectura  (le  esta  carta,  junto  con  la  de»- 
aparicioQ  del  que  buscaba  como  reo.  La  carta,  y  los 
papeles  encontrados  á  Patino,  entre  los  cuales  solo 
habia  de  notable  un  horóscopo  hecho  en  Flandes  á 
don  íuan,  en  que  parece  se  le  vaticinaba  estar  desti- 
nado á  mas  alta  dignidad  de  la  que  tenia,  lodo  lo 
pasó  la  reina  al  consejo  de  Castilla,  mandando  le  die- 
se su  dictamen  sobre  la  manera  como  había  de  proce- 
der en  tan  grave  y  delicado  asunto.  La  respuesta  del 
Consejo  (29  de  octubre,  1668)  no  satisfizo  á  la  reina, 
ni  fué  muy  de  su  agrado;  pues  si  bien  aquella  respe- 
table corporación  calificaba  de  reprensible  la^  conduc- 
ta de  don  Juan  en  no  haber  ido  á  Flandes,  eo  haber- 
se fugado  de  Consuegra  y  en  los  medios  reprobados 
que  se  le  atribuían  al  intento  de  deshacerse  del  con- 
fesor, disculpábale  en  lo  de  pedir  su  separación,  tra- 
tábale con  cierta  consideración  y  blandura,  y  acouse- 
jaba  á  la  reina  que  procurara  arreglar  sus  diferencias 
con  él,  para  lo  cual  debía  permitírsele  venir  á  Con- 
suegra ó  acercarse  á  la  corte,  bajo  el  seguro  de  que 
seria  respetada  §u  persona.  Y  aun  un  consejero,  don 
Antonio  d¿  Cóntreras,  en  voto  particular  que  hizo,  se 
atrevió  á  proponer  que  le  contestase  con  palabras 
de  cariño,  y  que  convendría  apartase  de  sujado  al 

(1)    Colección  general  de  cor-    XXX.  MS. 
tes,  leyes  y  cédulas  reales:  tomo 


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29  B18X0RU  DB  BSPAffA. 

Padre  Everard  y  se  coofesase  cod  olro  religioso'que 
fuese  castellano,  y  no  tuviese  dependencia  ni  de  don 
Juan  ni  del  inquisidor  jesuíta  ^^K  Esta  consulta  quedó, 
sin  resolución. 

Viendo  con  cuánta  libertad  y  cuan  desravorable* 
mente  se  hablaba  en  el  pueblo  acerca  del  confesor r 
acusándole  de  haber  sido  el  autor  de  la  muerte  <le 
Malladas  y  de  la  prisión  de  Patino,  publicó  a<fuél  un 
manifiesto  sincerando  su  conducta*  protestando  no 
h'aber  tenido'parte  en  aquellos  dos  hechos,  afirmando 
que  aquellos  dos  hombres  habian  venido  á  Madrid  con 
intento  de  ejecutar  sus  perversos  designios  contra  su 
persona,  y  que  don  Juan  de  Austria  habia  intentado  ya 
muchaB  veces  hacerle  asesinar.  Este  escrito  fué  con- 
testado por  oXros  que  los  amigos  de  don  Juan  publi- 
caban, defendiéndole  con  mucho  calor,  y  haciendo  al 
confesor  cargos  é  imputaciones  gravísimas.  Circula- 
ban por  la  corte,  y  andaban  por  las  tertulias  y  corri- 
llos multitud  de  folletos,  sátiras  y  libelos,  impresos 
unos,  manuscritos  oti*os,  unos  perseguidos  y  otros  to- 
lerados, que  encendian  cada  vez  mas  los  ánimos  y 
mantenían  una  polémica,  que  era  el  pasto  de  los  chis* 
mosos  y  murmuradores,  y  el  escándalo  de  la  gente 
juiciosa  y  honrada.  Hasta  las  damas  de  palacio  toma* 
ban  parte  en  ía  contienda,  y  se  dividieron   en  dos 


(i)    Consulta  del  GoDscjo  real    Colección  de córXcs,  leyes  y  cédu- 
de  Castilla,  y  voto  particular  de    las,  tóm.  XXX.  pág.  31  á  37. 
don  Antonio  de  Gontreras:  «?n  la 


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PAHTH  IIK  UBao  V.  S7 

partidos,  liaméadose  unas  Nitharditas  y  otras  Aus- 
triacas  ^*K 

Don  Juan  se  babia  dirigido  disfrazado  y  por  des- 
poblados, primero  á  Aragón,  y  después  á  Barcelona, 
donde  faé  recibido  con  muestras  de  ciariño  y  amor, 
por  los  buenos  recuerdos  que  cuando  estuvo  antea  en 
aquella  ciudad  había  dejado,  y  por  lo  aborrecido  que 
era  allí  el  jesuita  alemán.  Nobleza  y  pueblo  se  pusie^ 
ron  de  su  parte,  y  hubo  payés  de  la^mootaña  que  le  pN 
dio  audiencia  para  ofrecerle  sus  servicios,  y  trescientas 
'  doblas  que  tenia  dé^un  ganado  que  acababa  de  ven- 
der {?^  Hasta  el  duque  de  Osuna,  quesera  virey  del 
Principado,  lejos  de  atreverse  á  proceder  contra  éK 
DO  pudo^escosarse  de  festejarle,  marchando  con  la 
opinión  general.  Desde  la  Torre  de  Lledó  donde  se 
aposentó  el  príncipe,  escribios  al  presidente  y  Consejo 
de  Castilla,  á  las  ciudades  de  Valencia  y  Zaragoza,  al 
cardenal  de  Aragón  y  á  otros  personages,  dándoles 
cuenta  de  los  motivos  qae  babia  tenido  para  poner  en 
seguridad  su  persona,  y  escribió  también  á  la  reina 
pidiendo  desembozadamente  la  salida  de  España  del 
P.  Everard.  Las  ciudades  contestaban  favorablemente 


(4)    Ea  nae&tras  bibliotecas  se  en  estos  sucesos,  y  de  las  sátiras 

eDCQenttaii  ínfiDÍtos  papeles  y  sá-  que  corrían  y  se  couser  vao,  impre- 

tiras  de  aquel  tiempo,  que  maDÍ-  sas  y  manuscritas,  se  podrían  for- 

fíestan  el  estado  lamentable  de  mar  algunos  volúmenes, 

una  corle,  que  se  alimentaba  de  '  (i)    MS.  del  archivo  de Salazar, 

cbismos.  en  la  Biblioteca  de  la  Real  Acade- 

Las  plumas  de  los  poetas  no  mia  de  la  Historia,  Est.  4.*  i^rad 

se  dpban  vagar  á  escribir  críticas  5.  V-  4B* 


de  los  personages  que  figuraban 


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''¿8  UlSiOaiA  DB  ESPAÑA. 

al  príncipe  fugitivo,  y  auQ  representaban  á  la  reina 
la  conveniencia  de  reconciliarse  con  él  y  aparlar  de 
su  lado  al  confesor.  La  regente»  tt^merbsa  de  ua  con- 
flicto si  se  empeñaba  en  contrariar  la  opinión  pública, 
cedió  de  su  natural  altivez,  y  encargó  al  duque  de  . 
Osuna,  y  á  los  diputados  de  Barcelona  procurasen 
persuadir  á  don* Juan  á  qud  se  acercase  para  ajustar 
un  tratado  de  amistad  y  reconciliación.  Envalentona- 
do con  esto  el  principe,  contestaba  á  la  reina  que  era 
menester  saliera  antes  e!  confesor  del  reino,  y  que 
entretanto  no  dejaria  el  lugar  seguro  en  que  estaba. 
Por  último,  después  de  muchas  conlesla-ciones  y  súpli- 
cas,  se  resolvió  don  Juan  á  aproximarse,  no  p  á 
Consuegra,  donde  la  reina  quería,  sino  á  la  corte,  y 
.  con  un  apáralo  que  no  era  propio  de  quien  buscaba 
avenencia  y  paz  ^*K 

V Salió  pues  don  Juan  de  Barcelona  escoltado  ele 
tres  buenas  compañías  de  caballos  que  le  dio  el  do 
Osuna,  so  protesto  de  corresponder  asi  al  decoro  de 
un  príncipe.  ^  Aclamábanle  á  su.  tránsito  los  pueblos 
catalaacs,  y  al  aceróarse  al  EbVo,>  per  mas  que  la 
reina  había  prevenido  á  los  testados  de  Aragón  que 
no  le  hiciesen  ni  festejos  ni  honores,  salieron  muchí- 
simas gentes  de  Zaragoza  á  recibirle,  é  hizo  su  entra- 


(4)    Hállansccopiasdcla  larga  cienteá  la  Real  Academia  dula  His- 

correspondencia  que  medió  en  tória>  Est.  4.<>  grad.  5.°,  k.  48,  y 

esto  asunto  en  los  meses  do  no-  en  otros  lomes  varios  de  raanus- 

viembro  y  diciembre  de  4068,  en  critos. 
el  Archivo  de  Salazar,  pcrteoe- 


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PARTB   III.  LIBRO   \.  '  29 

dacD  h  ciudad  eo  medio  de  aclamaciones  y  grilos  de: 
«  Viva  el  rey  I  viva  don  Juan  de  Austrial  muera  elje- 
suita  Ñithard!»  Y  aun  los  esludiaoles  y  la  gente  bu- 
lliciosa hicieron  un  maniquí  de  paja  representando  al 
confesor,  y  llevándole  á  la  puerta  del  convento  de  los 
jesuítas  le  quemaron  con  algazara  á  presencia  de  los  . 
padres \le  la  Goropañia.  Tomó  don  Juan*  en  Zaragoza 
hasta  trescientos  infantes,  y  con  estos  y  los  doscientos 
caballos,  y  otras  personas  armadas,  criados  y  amigos, 
se^ncaminó  hacia  Madrid,  llegando ^l  84  de  febrero 
(1669)  á  Torrejon  de  Ardoz,  distante  tres  leguas  de 
la  capital,  donde  hizo  alarde  de  su  gente. 

Gran  turbación  y  ruido  causó  en  la  corte  la  apro- 
ximacion  del  hermano  del  rey  en  aquella  actitud. 
Alegráronse  muchos,  pero  parecióles  á  otros  un  paso 
demasiado  atrevido  ,  y  que  podia  comprometer  la 
tranquilidad  del  país.  I^  reina  y  el  inquisidor  se  ro- 
dearon de  cuantas  fuerzas  pudieron  ,  como  si  se  pre- 
pararan á  resistir  á  un  enemigo;  y  como  viesen  que 
no  bastaban  estas  prevenciones  para  hacer  desistir  á 
don  Juan,  tomó  la  reina  el  parlido  de  escribirle  muy 
atenta  y  afectuosamente,  invitándole  á  que  dejase  las 
armas.  Contesta  el  príncipe  ,  con  mucha  cortesía 
también,  pero  insistiendo  en  que  saliera  de  España  el 
P.  Nithard,  después  de  lo  cual  sería  el  mas  obediente 
de  todos^  sus  subditos.  Salió  el  nuncio  de  S.  S.  á 
Torrejon  á  exhortarle  á  nombre  del  papa  que  se  so- 
metiera á  la  reina,  y  que  se  detuviera  al  menos  cua- 


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30  BISTOBIA  l>B  BSFAÍIa» 

tro  dias  en  tanto  que  se  ciaban  órdenes  para  satisfacer 
sus  agravios;  y  la  respuesta  que  alcanzó  fué,  que  la 
primera  satisfacción  sería  la  salida  del  P.  Nilbard  de 
la  corte  en  el  término  de  dos  dias,  añadiendo,  «que . 
si  no  salía  por  la  puerta,  iria  él  en  persona  á  hacerle 
salir  por  la  venítana  ^*K>  Cuando  volvió  el  nuncio  á 
Madrid  con  tan  áspera  y  destemplada  contestación^  el 
pueblo  corria  las  calles  indignado  contra  el  estrang^- 
ro  por  cuya  causa  se  veian  espuestos  á  un  conflicto  la 
corte  y  el  pais. 

Aunque  losjésuitas  eran  los  que  mas  favorecían  ál 
partido  de  la  reina  y  del  confesor,  no  faltó  entre  ellos 
(tan  impopular  era  ya^  su  causa),  quien  se  dirigiera 
por  escrito  al  P.  Evera/d  representándole  la  necesidad 
de  su  salida,  en  términos  los  mas  enérgicos,  fuertes  y 
duros.  «Aunque  V.  E.  (le  decía)  fuera  español,  nacido 
»en  Burgos,  Zaragoza  óSevilla,  con  sus  procedimien'»  ' 
)»tos  y  vanidades  le  aborrecieran  ios  españoles;  ptes 
^considérese  siendo  estrangero.  Muy  de  presto  le  ba 
centrado  á  V.  E.  la  grandeza,  y  el  apetito  al  obse- 
>qnio,  y  la  sugestión  al  mando.  Bien  disimula  haber- 
»se  criado  en  un  noviciado  de  la  Compañía,  donde  los 
«mayores  príncipes  del  mundo,  y  los  Borjas,  losGrón- 
«goras  y  otros  muchos  han  hollado  todo  eso  con  des- 
aprecio. En  fin,  siendo  ellos  como  eran  antes,  se  en- 
«traron  en  nuestra  sagrada  y  ejemplar  religión   para 

(i)    Relación  de  la  salida  del    Academia  de  la  Historia,  Est.  S5, 
P.  Juan  Byerardo;  MS.  de  la  Real    grad.  3.« 


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PARTfi  III.   LIORO  V.  31 

»dejarlo  todo.  V.  E.  que  no  seria  mas,  ni  aun  taolo» 
>se  entró  en  la  Compañia  para  apetecer  cuanto  hay» 
»y  hacerla  odiosa  al  pueMot  no  á  los  .prudentes  y  sá- 
>bios,  que  no  fueron  todos  los  doce  apósloies,  ni  to* 
»dos  los  de  la  Compañía  de  Jesús  padres  Juan  Eve- 
»rard.  V.  E.  quite  inconvenientes,  vénzase  á  sínrismo, 
^»evite  escándalos*  duélase  de  ese  ángel  que  Dios  nos 
»dió  milagrosa  mente  por  rey.  Y  pues  tanto  favor  me-^ 
»rece  en  la  graciada  la  reina  nuestra  señora,  atienda 
•á  su  decoro,  vayase  de  España^  crea  estos  avisos  que 
»le  da  un,  religioso  qne  profesa  isu  mismo  instituto,  y 
sanies  fué  su  amigo  apasionado  y  confidente,  pero  ya 
«desengañado,  le  habla  ingénoo,^  no  equivoco,  con 
» palabras  de  sinceridad,  no  de  ironía.  Acuérdese  de 
>le  porfía  del  mariscai  de  Ancre^n  ei  valimiento  de 
«Catalina  de  Médicis,  reina  mbdre  de  Francia,  que 
»por  eslrangero,  y  antojársele  ai  pueblo  que  era  causa 
>de  todos  sns  males,  después  de  muerto  y  arrastrado' 
>  por  las  calles  de  París,  nó  se  tenia  por  buen  francé^ 
>el  que  no  llevase  un  pedazo^  de  su  cuerpo  para  que- 
»mar  á  la  puerta  de  su  casa,  ó. en  su  pueblo  el  que 
>habia  venido  de  fuera.  Dios  alumbre  á  Y.JE!.  para 
>que  atienda  á  esto  sin  ambición,  y  d  espegado  de  la 
» vanidad  de  los  puestos  se  retire  donde  viva  con 
•quietud,  y  no  nos  embarace  la  nuestra  ^^K 

Decidióse  ai  fin,  asi  en  el  Consejo  Real  como  en  la 

(4)    Carta  del  P.  Dionisio  Tem-    de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
pula]  inquisidor  general:  MM.SS.    ria.  Est.  25,  grad.  3.*  c.  35. 


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3S         '  •    niSTOBIA  DB  ESPAÑA. 

juDta  de  gobierno,  aiinqoe  úo  faltó  -quien  disintiera 
de  esté  parecer,  que  era  necesario  y  urgente  decir  á 
la  reina  que  convenia  al  bien  y  á  la  traDquilidad  pú« 
blica  la  pronta  separación  y  salida  del  confesor-,  cuya 
misión  se  encojnéndóá  don  Blasco  de  Loyola.  'Acce- 
dió á  ello  la  reina,  "aunque  con  lágrimas  y  suspiros, 
y  encargáronse  de  comunicarle  tan  desagradable  nue»^ 
va  sus  amigos  el  cardenal  de  Aragón  y  el  conde  de^ 
Peñaranda,  los  mismos  que  le  acompañaron,  con  al- 
gunos otros,  en  su  sai  ida,  de  Madrid.  Mas  para  que 
saliese  pon  toda  la  honra  y  decoro  posible,  la  reina  en 
su  decreto  hizo  espresar,  que  accedía  á  las  repetidas 
instancias  que  le  habia  hecho  su  confesor  para  que  le 
permitiera  retirarse  de  estos  reinos,  y  le  dio  título  de 
embajador  de  Alemania  ó  flema,  para  que  pudiera  ir 
donde  quisiese.  Con  retención  de  todos  sus  empleos  y 
de.  la  que  por  ellos  gozaba  ^^K 

Salió  por  último.el  célebre  y  aborrecido jesnita  de 
Madrid  (lunes  25  do  febrero,  1669},  no  sin  que -su- 
friese en  las  calles  del  tránsito  los  insukos,  y  la  befa, 

(1)  El  decreto  decia:  «Juan  E  ve-  ,>  parte  que  le  pareciere.  Y  desean- 
»rapd  Nithard,  de  la  Compañía  «doseaconla  decencia  y  decoro 
Dde  Jesas,  mi  confesor,  del  consejo  »aue  es  justo,  y  solicitan  sus  gran- 
de Estado,  é  inquisidor  general,  »desparticularos  méritos,  he  re- 
»me  ha  suplicado  le  permita  reti-  »sueito  se  le  dé  título  de  ejnbaja- 
))rarse  de  estos  reinos;  y  aunque  i>dor  estraordinario  en  Alemania 
vmo  hallo  con  toda  la  satisfacción  »ó  Roma,  donde  eligiere  y  le  fue- 
»debida,á  su  virtud,  y  otras  bue-  »re  mas  conveniente,  con- reten- 
unas  prendas  que  concurren  ¿n  su  «cion  de  todos  sus  puestos  y  de  lo 
» persona,  atendiendo  á  susins-  »que  goza  por  ellos.  En  Madrid  á 
))tancias,  y  por  otras  justas  razonqs  »Í5  de  febrero  de  1669.— Fo  la 
)>he  venido  en  concederle  la  licen-  ))l{eina,» 
>;cia  que  pide  para  poder  ir  á  la 


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Min  III.  LiBEO  y. 


38 


y  IsL  gritería  de  las  gentes  que  se  agolpaban  en  der- 
redor de  su  carruage,  y  hobiéranle  algunos  apedreado 
ó  maltratado  de  otro  modo,  si  no  los  detuviera  el  res- 
peto al  cardenal  que  le  acompañaba  y  llevaba  en  su 
coche.  «A  DioSt  hijos,  ya  mé  voy:^  decía  él  con  cier- 
ta sonrisa  de  aparente  serenidad.  Y  asi  llegaron  basta 
el  pueblo  de  Foencafral,  legua  y  media  de  Madrid^ 
donde  ya  el  conresor  se  contempló  seguro,  y  de  donde 
partió  al  dia  de  siguiente  (26  de  febrero),  acompañado 
solo  de  un  secretario  de  los  de  su  habito  y  de  algu- 
nos criados,  camino  de  Vizcaya,  y  de  allí  se  diri- 
gió á  visitar  el  convento  de  San  Ignacio  de  Lo« 
ypla(*). 

Qoedaba  satisfecha  la  exigencia  de  don  Juan  de 
Austria,  pero  no  su  ambición.  La  reina  regente  habia 
cedido  al  temor  y  á  la  necesidad,  pero  orguUosa  y  ter* 
cat  y  resentida  de  la  humillación,  creció  eo  ella  el 
odio  al-que  la  había  [Hiesto  en  aquel  caso.  Don  Juan, 


<4)  Relación  de  la  salida  de]  pa- 
dre Joan  Eyerard,  confesor  de  la 
reina:  tomo  de  HM.  SS.  de  la  Real 
Acadeniia  de  la  Historia,  E^t.  S5. 
grad.'S.*,  G.  35.— En  esta  rela- 
ción, que  se  conoce  hab^r  sido  he« 
cha  por  un  jesuíta  amígojiel  des- 
terrado, se  dan  pormenores  cario- 
sos acerca  de  este  suceso,  que 
omitimos  por  carecer  de  importan- 
cia histórica.  AI  decir  de  sú  autor, 
el  P.  Everard  habia  ya  en  efecto 
soplicado  machas  veces  basta  de 
rodillas  le  permitiera  retirarse,  y 
la  reina  le  habia  rogado  siempre 
con  lágrimas  que  desistiera  de 

Tomo  xvii» 


aquella  idea:  los  superiores  de  los 
jesuítas  fueron  asa  casa  á  persua- 
dirle la  conveniencia  de  su  salida: 
él  recibió  la  orden  con  firmeza  y 
conformidad  cristiana;  no  quiso  > 
admitir  gruesas  sumas  que  ajgu- 
-nos  de  los  magnates  sus  a  micos  le 
ofrecian  para  el  viage,  ni  llevar 
consigo  otro  tren  que  su  habito  y 
su  breviario;  y  afiade  que  después 
de  su  salida  se  fué  a  registrar  so 
casa,  y  se  encontraron  ios  cilicios 
con  que  se  mortificaba  todos  los 
diaa.  Es  pues  a  preciable  esta  apa- 
sionada relación  solo  por  ciertas 
noticias  auténticas  que  contiene* 

3 


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34  HISTOKIA  DE  Uf  AÜA. 

envanecido  con  su  Irianfo»  se  bízo  mas  exigente,  y  el 
pueblo  de  Madrid,  irritado  coa  ciertas  amenazas  su- 
yas, le  fué  perdiendo  la  afición  ^^K  La  reina,  fojos  de 
acceder  á  la  petición  que  le  bizo  de  venir  á  la  oóHe, 
le  mandó  que  se  retirara  á  algunas  leguas  de  distan- 
cia, y  que  despidiera  la  escolta  que  tenia  consigo. 
Don  Juan  se  retjróá  Guadalpjara,  pero  desde  alli  hizo 
nuevas  peticiones,  no  ya  personales,  sino  $obre  refor- 
mas políticas,  y  de  carácter  revolucionario»  La  reina, 
en  tanto  que  se  proveia  de  los  medios  de  defensa  pa** 
ra  ocurrir  ^  una  eventualidad  que  no  dejaba  de  pa- 
recer inminente,  tuvo  que  transigir  todavía,  yaceei* 
der  á  que  pasara  el  cardenal  á  Guadalajara  para  tratar 
verbalmente  con  el  príncipe  sobre  los  medios  de  re- 
conciliación, condescendiendo,  siquiera  fuese  por  en- 
tretenerle,  con  mucha  parte  de-sos  pretensiones.  Ofre- 
cíósele,  pues,  que  se  crearía  una  Junta,  con  el  nom- 
bre üe  Junta  de  Ativios,  con  ei  fin  de  hacer  econo- 

*  mías  en  la  hacienda,  disqdinuír  los  tributos,  distribu- 
yéndolos equitativamente,  y  hacer  reformas  en  el 

n  ejército  y  éñ  la  administración  de  justicia;  de  cuya 
junta  sería  él  presidente:  que  seria  restablecido  ea  el 
gobierno  de  los  Países  Bajos,  no  obstante  haber  re- 
nunciado este  empleo:  que  el  P.  Nithard  no  volvería 
á  España:  que  don  Bernardo  Patino  seria  puesto  en 

(4^   Papel  impreso  ceDuiran-  oartasufa  4a  am6aBsaB.«»BibIiat. 

dó  los  actos  del  P«  Everard  y  des-  de  la  Real  Acad.  de  la  Hiatoría, 

aprobando  la  conducta  de  don  E^U  4/  £rad«  6.* 
Juan  de  Austria  respecte  de  una 


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rAHB  III.  UBEO  V  35 

libertad:  que  el  presídeote  de  Castilla  y  marqués  de 
Aytooa,  sus  edemigos,  ao  «sistirlaa  al  consejo  caaodo 
'  se  tratara  d^'sus  aegodos:  qoe  sa  tropa  seria  pagada 
y  se  retiraria  á  sus  casas  6  i  sus  respectivos  cuerpos: 
que  se  le  permitiría  eolrar  en  la  corte  ¿  besar  la  ma'-* 
no  á  los  reyes;  con  algunos  otros  artículos  menos  ím* 
portames,  qne  la  reíaa  aseguraba  cumplir  con  la  ga*  ' 
rantfa  del  papa,  y  que  abrazaban  casi  (odas  las  pre- 
tensiones de  don  Juan.  Coa  lo  cual  pareció  deber  so- 
segarse la  tempestad  por  entonces* 

Mas  entretanto  preveníase  la  reiaa;  y  sin  perjuicio 
de  las  órdenes  que  espidió  llamando  á  la  c4rte  los  po* 
eos  soldados  que  aun  quedaban  en  las  fronteras  de 
Portugal»  dispuso  á  toda  prisa  en  Madrid  mismo  la 
formación  de  un  cuerpo  oúlítar,  llamado  entonces co« 
roaelía  con  deslino  á  la  guarda  y  defensa  de  su  per- 
sona,  que  con  el  nombre  de  Guardia  de  la  Berna  ha* 
bía  de  mandar  .el  marqués  de  Aytoua,  ooi»ocido  eoe^ 
migo  de  don  Juan  de  Austria»  con  oficiales  de  las  fa- 
milias mas  ilustres  de  la  cdNe»  tal  como  el  conde  de 
Melgar,  el  de  Fueosalidaí  el  marqués  de  Jarandílla,^ 
el  de  tas  Nav»s>  el  duque  de  Abranies*  y  otros  par* 
ticuiares  y  caballeros  de  distinción»  que  deseaban  lu* 
dr  sus  galas  y  bizarría  ante  las  bellas  damas  de  la 
cdfte.  Este  regimiento  se  habia  de  vestir  á  la  france-^ 
sa  como  las  tropas  de  Schomberg»  dé  que  le  vino  por 
corrupcioo  el  nombre  de  chambergos  y  de-  gn^dia 
(^wAerga*  Aunque  la  reina  creó  este  cuerpo  con 


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36  HISTPEIA  DB  BSPaKa. 

aprobación  de  la  junla  de  gobierno  y  del  consejo  de 
lar  Guerra»  oponíase  á  eljo  fuerlemente  la  villa  de  Ma* 
drid,  representando  con  energía  los  perjuicios  que 
iban  á  originarse  ^*\  y  del  mismo  parecer  fué  el  con- 
sejo de  Castilla  á  qtiíen  se  consultó:  pero  la  regente» 
apoyada  eó  el  dictamen  de  las  dos  citadas  corporacio- 
nes, llevó  adelante  su  pensamiento,  y.  tampoco  quiso 
acceder  á  enviar  aquel  regimiento  á  la  frontera,  co- 
mo el  Consejo  le  proponia  para  calmar  la  inquietud  y 
los  temores  del  pueblo. 

Nuevo  motivo  de  enojo  dio  la  creación  de  esta 
fuerza  á  don  Juan  de  Austria,  que  rebosando  en  ira 
se  quejó  altamente  á  la  reina,  diciendo  que  los  reyes 
de  España  nunca  habían  necesitado  ni  querido  otros 
guardadores  de  su  persona  que  los  habitantes  de  Ma- 
drid, añadiendo  otra%  razones  que  su  orgullo  y  su  re- 
sentimiento le  sujerian.  La  reina,  que  ya  se  conside- 
raba mas  fuerte,  no  contestó  sino  que  se  escusase  de 
escribir  y  de  entrometerse  tanto  eu  los  negocios  de 
gobierno.  Pero-  estas  discordias  alimentaban  el  dis- 
gusto popular,  que  era  ya  grande,  y  tal,  que  se  temía 
que  de  un  momento  á  otro  se  remitiera  .  la  cuestión 
á  las  armas;  esperábase  ver  á  don  Juan  venir  sobre 
Madrid,  y  era  taLel  espanto  y  lá  turbación  que  había 
en  la  corte,  que  casi  nadie  se  atrevía  á  entrar  en  ella 

(1  ]    PublicósBT  an  escrito  tilula-  lía  V  asistencia  de  tai)tos  soldados 

do:  «Memorial  á  S.  M.  sobre  los  ea  la  corte.»  Imprimióse,  y  de  él 

dafios  éiDconyenientesqueresul-  hay  un  ejemplar  en  la  biblioteca 

tan  de  la  formación  de  la  corone-^  deSalazar.Est.4.<>srad.  5."k.  48. 


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PAHTK  III.  LIBUO  V«  ^7 

de  fuera/ y  llegaron  á  jbltar  los  viveras  y  raanleoi'- 
mieolos  en  el  mercado^ 

De  repente  se  vio  desaparecer  aquel  estado  de 
alarma.  Y  es  que  la  reina»  sintiéndose  ya  con  bas- 
tante fuerza  para  contener  las  demasías  de  don  Juan^ 
y  queriendo  ademas  alejarle  con  honroso  pretesto  de 
Gua^alajara,  le  envió  el  nombramiento  de  virey  de 
Aragón»  y  vicario  ó  vice-regenle  de  los  estados  que 
dependían  de  aquella  corona  (^);  y  el  de  Austria,  vien- 
do satisfecha  su  vanidad»  y  esperando,  que  aquel  car- 
go robustecería  su  poder  y  su  influencia  para  sus  ul- 
teriores fines,  le  aceptó  gustoso,  y  dio  la?  gracias  á 
la  reina'  con  palabras  las  mas  lisonjeras  y  hasU  hu- 
mildes. MedifS  en  esto  el  nuncio  de  S.  S.»  y  aprove- 
chando el  príncipe  aquella  circunstancia  escribid  al 
papa  conjurándole  á  que  obligase  al  P.'Nithard  (que 
ya  se  habia  ido  á  Roma)  á  hacer  dimisión  de  todos  sus 
einpleós»  que  era  todo  su  empeño  y  afán.  Estrañaron 
y  llevaron  muy  á  mal  muchos  amigos  del  príncipe 
que  por  un  empleo  como  el  de  virey  de  Aragón  se 

-  (I)    Hemofl  visto  el   nombra-  Dse  formen  los  despachos  deJ  cargo 

miento  original,  que  se  conserva  »de  virey  de  Aragón,  con  el  vicá- 

entre  los'manuscritos  de  la  biblio-  j»riato  de  los  reinos  aue  penden  de 

teca  del  soprimido  colefiio  mayor  i»ac[uella  «orooa,   deseando  ((ue 

de  Santa  Cruz  do  Vallaaolid,  hoy  -nejecuteís  luego  vuestra  jornada^ 

perteneciente  á  la  universidad. —  seto.»  Causó  mucha  novedad  que 

61  nombramiento  era  de  4  deja  ni  o,  la  reina  le  diera  el  dictado  de  pri- 

1669,  y  decía:  cDon  Juan  de  Aus-  mo.  Los  títulos  se  expidieron  lúe- 

»tría,  mi  primo:  Habiendo  recibido  go,  y  don  Juan  pasó  las  comunir 

vpor  mano  del  nuncio  de  S.  S.  la  caciones  respectivas  á  la  iunta  de 

»carla  del  2  de  este,  en  que  res-  Gobierno,  al  presidente  de  Casti-» 

>pondeÍ8¿  lo  que  os  mande  escri-  Ha,  al  arzobispo  de  Toledo,  al  ví- 

»AÍr,  he  dado  luego  ér4en  para  que  ce-canciller  de  Aragón,  etc. 


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38  HISTORIA   0B    BSPAÜA. 

someUeratandócilmeDte  ala  reina,  dejando  láaclilud 
imponente  que  babia  tomado,'  y  el  paeblo  de  Madrid 
ie  censuraba  altamente  de  que  asi  le  abandonara  en 
la  ocasjpn  en  que  mas  podía  contar  con  él;  mientrtas 
otros  criticaban  á  la  reina  calificando  de  imprudente 
el  hecho  de  conferir  á  don  Juan  un  cargo  qne  podría 
servirle  de  pedestal  para  aspirar  un  dia  á  la  realiza- 
ción del  horóscopo  de  Flandes. 

Pero  es  lo  cierto  que  en  la  situación  á  que  hablan 
llegado  las  cosas^  la  reina  por  su  parte  apenas  tenia 
otro  medio,  de  alejar  á  don  Juan  de  la  proximidad  de 
la  corte,  con  esto  solo  harto  inquieta  y  alarmada,  ni 
don  Juan  creyó  contar  todavía  con  elementos  seguros 
de  triunfo,  y  mas  después  de  haber  desaprove*  ^ 
chado4os  primeros  momentps  de  espanto  y  turbacíoú; 
y  con  su  retirada  á  Zaragoza  se  calmó  por  enton* 
ees  la  tempestad  que  amenazaba  á  todo  el  reino. 
Procuró  don  Juan  en  A^ragon  grangearse  la  estima- 
ción del  pueblo  y  de  la  nobleza.  Las  desconfianzas 
entre  la  reina  y  él,  aunque  ahora  disimuladas,  no  se 
hablan  eslinguido;  y  el  objeto  y  blanco  de  sus  ya  mas 
ocultas  disidencias  siguió  siendo,  como  por  una  espe- 
cie de  manía  común,  el  mismo  P.  Nitbard,  que  se 
hallaba  en  Roma,  si  no  desairado  por  lo  menos  poco 
atendido.  Pretendía  la  reina  que  el  papa  le  diera  el 
capelo  de  cardenal,  mientras  don  Juan  de  Austria  ins- 
taba para  que  le  obligara  á  hacer  renuncia  de  todos 
sus  empleos.  El  pontifico  Clemente  IX.  no  era'  muy 


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VABTB  iii.  Lino  V.  39 

adiciona  la, rdoa  doña  Mariana;  el  Consejo  trabajaba 
en  secreto  contra  ella  en  este  asunto;  el  embajador^ 
marqués  de  San  Román,  á  quien  la  reina  babia  enco- 
mendado la  gestión  de  este  negocio»  contrariaba  sus 
miras  lejos  de  favorecerlas,  y  el  general  de  los  jesui-- 
tas  se  bailaba  resentido  del  p.  Nithard  por  lo  poco 
que  le  debia  la  orden  de  cuando  babia  estado  en  fa* 
vor*  Con  que  lejos  de  vestir  la  púrpura  el  inquisidor 
general  de  España,  fué  destinado  por  el  general  de 
su  orden  á  un  colegio  fuera  de  Roína,  cosa  que  él  lie* 
vó  con  ejemplar  resignación,  de  que  se  alegró  el  Con- 
sejo, que  llenó  de  júbiío  á  don  Juan  de  Austria,  y  que 
irritó  á  la  reina,  la  cual  afectada  por  el  desaire  que 
acababa  de  recibir^  y  no  encontrando  medio  de  ven- 
garle, sufrió  en  su  salud  una  alteración  que  le  duró 
mucho  tiempo.  La  plaza  de  inquisidor  general  se  dio 
á  don  Antonio  Valladares,  presidente  del  consejo  de 
Castilla  (S6  de  diciembre,  1669).  Sin  embargo,  ha- 
biendo fallecido  pof  este  tiempo  el  papa  Clemente  IX. 
y  sucedidole  Clemente  X.,  la  reina  envió  en  calidad 
.  de  embajador  oxtraordioario  para  felicitarle  al  P.  Kiz 
thard,  y  renovando  sus  anteriores  solicitudes  consi* 
guió  qoe  le  nombrara  arzobispo  de  Edessa  y  cardenal 
con  el  título  de  San  Bartolomé  de  Insola.  Contento  él 
con  el  nuevo  estado,  satisfecha  hasta  cierto  punto  la 
reina,  y  conformándose  don  Juan  con  que  no  volviera 
á£spaña,  tuvieron  asi  tnenos  funesto  término  que  lo 
que  se  babia 'Creido  aquellas  diferencias  que  es- 


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40  HISTORIA  DB  ESPAÑA. 

candalizaroD  el  reino  y  pusieroD  eo  peligro  la  mo- 
narquía í*^ 

Otro  sueeso,  grave,  aunque  felizmente  de  corta 
duración,  vino  al  poco  tiempo  á  esparcir  en  toda  la 
nación  el  susto  y  el  temor  de  mes  terribles  males,  y 
¿despertar  la  ambición  4e  los  que  aspiraban  á  con- 
vertirlos en  provecho  propio,  á  saber,  la  gravísima 
enfermedad  que  sufrió  el  rey,  y  que  puso  en  inmi- 
nente peligro  su  vida  (1670).  Niño  como  era  todayía 
Carlos  n.   y  débil  de  complexión  y  de  espíritu,  su 
conservación  era  lo  único  que   podia  ir  conteniendo 
las  ambiciones  de  los  partidos,  asi  de  deiHro  como  de 
^  fuera  de  España^  y  preservando  el  pais  de  una  guer- 
ra cruel  que  precipitara  sii  ruin^.   Por  fortuna  esta 
agitación  duró  pocos  dias;  el  rey  salió  del  peligro  en 
que  habia  estado,  y  aun  al  recobrar  su  salud  se  notó 
irse  robusteciendo  mas  de  lo  que  antes  estaba.  Su 
restablecimiento    fué  celebrado    con  júbilo,   y   los 
poetas  le  cantaron  como  un  suceso  fausto  (^.  - 

(4)    Diario  de  los  sucesos  de  madre.— Poesías  que  á  nombre 

este  reinado,  MS.  perteneciente  á  de  un  l$ibrador  de  Garabancbel  se 

'los  papeleado  jesuítas,  de  la  co-  escribieron   é  imprimieron  con 

lección  que  boy  posee  la  Real  Acá-  ocasión  de  haber  recobrado  su  sa- 

demia  de  la  Historia.  lud  el  rey  Carlos  lK-*-MM.  SS.  do 

(2)    Noticias  de  la  menor  edad  la  Biblioteca  Nacional, 
de  Carlos  IL.  y  del  gobierno  de  su 


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CAPITULO  IIL 

GUERRA  DE  LUIS  XIV. 

CONTRil  ESPAttA,  HOLANDA  Y  EL  IMPERIQ. 

De    4670  A  1^78. 


Gonsígae  LaisXI'V.  disolver  h  tripíe  alianza.— Proyecta  subyugar  la 
Bolanda.— Basca  la  república  otros  aliados. — ^Declaración  de  guer- 
ra del  francés. — ^Uani^estos  de  I^aia  de  Francia  y  de  Carlos  de  In- 
glaterra.— Situación  de  los  holandeses.— Auxilios  de  Espafia.— El 
príncipe  de  Orange  y  el  conde  de  Monterrey. — Sitio  de  Maestrick. 
— Conrederacion  de  Espafia,  Holanda  y  el  Imperio  contra  la  Fran- 
eia«— Conferenpias  en  Ck>lon¡a  para  tratar  de  paz.-r*No  tienen  resul- 
tado.—Guerra  en  Flandes,  en  Alemania  y  ei)  el  Rosellon. — ^Apodé- 
rase Luis  XIV.  del  Franco-€ondadp.— Memorable  batalla  de  Seneff 
entre  los  príncipes  de  Conde  y  de  Orange.— El  mariscal  de  Tnrena 
en  Alemania.— Campaña  de  4674  en  el  Rosellon.— Triunfo  del  vi- 
rey  de  Cataluña  daqoe^e  San  Germán  sobre  el  francés  Schom-^ 
berg.'-Hazañas'  de  los  miqueletes  catalanes.— Desventajas  de  Tos 
españoles  en  la  guerra  de  Gatalufia  de  1675.—Lo8  franceses  en  el 
Ampurdan. — Toman  parte  en  la  guerra  otras  potencia». — Pro- 
gresos de  los  franceses  en  los  Paises  Bajos. — Notable  campaña 
de  Turenay  MontecuculU  en  Alemania.— Muerte  de  Turena.— 
Conferencias  en  Nim«ga  para  la  paz.— Nuevos  triunfos  y  conquis- 
tas de  Luis  XIV.  en  Flandes,  4676.— Guerra  de  Cataluña.— Los 
franceses  en  Fígueras. — ^Empeño  inüti!  por  destruir  los  miquele- 
tes.—Pérdidas  lamentables  de  nuestro  ejército,  4677.-^Apodé- 
lanse  loa  Trancases  de  Puigcerdá,  1678.— Bravura  de  don  Sancho 


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42  HISTORIA  DB  BSPAÑA. 

Miranda. — Inacción  del  conde  de  Monterrey.— Conquista  Luís  XIV. 
las  mejores  plazas  de  Flande^.*-Noevo  tratado  entre  Inglaterra, 
Holanda  y  Espafia.— Misteriosa  y  formidable  campafia  de  Luis'XIV. 
'—Ataca  y  toma  muchas  plazas  simultáneamente..— Recíbese  la  no- 
ticfa  de  la  paz  en  el  sitio  de  Mons. 


Que  Luis  XIV*  no  había  de  respetar  mucho  tiem- 
po la  paz  de  Aquisgrau,  como  do  babiá  respetado  la 
del  Púioeo,  cosa  era  que  ya  se  temia*  alendida.su 
ambición  y  los  elementos  de  guerra  con  que  contaba, 
según  al  final  del  capitulo  I.  dejamos  indicado».  Ba- 
ilábase irritado  contra  la  Holanda,  no  podiendo  en  su 
orgullo  perdonar  á  aquella  república,  ya  el  haberle 
detenido  «n  la  carrera  de  sus' conquistas  promoviendo 
la  triple  alianza,  lo  cual  llegó  á  simbolizarle  en  una 
medalla  en  que  se  representaba  á  Josué  deteniendo  al 
sol  en  su  carrera,  ya  la  libertad  y  el  atrevimiento 
con  que  le  habiah  hablado  aquellos  fieros  republi- 
canos. 

Con  un  ejército  el  mas  numeroso  que  se  había 
visto  hasta  entonces  en  Europa,  con  generales  los 
mas  acreditados  de  su  siglo,  con  un  reino  grande  por 
h  población  y  fuerte  por  la  unidad,  avaro  él  de  do- 
minación, ebrio  de  orgullo  por  la  rapidez  de  sus  con* 
quistasen  la  anterior  campaña  de  Flandesy  del  Fran- 
co^Condado,  poco  escrupuloso' en  sacrificar  millares 
de  subditos  con  tal  que  le  sirviera  para'  añadir  nna 
aldea  mas  ¿  sus  dominios,  determinó  subyugar  la  Ho- 
anda,  para  lo  cual  le  favorecía  la  posesión  de  mu- 


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,  rABTB   111.  LIBRO   T.  43 

chas  plazas  vecinas,  que  el  célebre  Vauban  kabia 
.  fortificado  segoo  su  ooevo  méiodot  que  ha  segiUdo 
llevando  sn  nombre  basta  nuestros  dias. 

Sin  embargOr  ptra  asegurar  mas  sn  triunfo*  quiso 
deshacer  antéala  triple  alianza >  separando  de  la  con-« 
federación  de  Holanda  la  Inglaterra  y  la  Soecia.  A  la 
primera  de  e$tas  naciones  envió  su  bermaDa  la  duque- 
sa de  Orieans,  á  quien  no  fué  difícil  conseguir  su  ob- 
jeto, como  que  sabia  que  el  rey  Carlos  11.,  príncipe 
voluptuoso  y  pródigo,  no  babia  de  ser  insensible  á  los 
halados  del  sexo  y  á  los  atractivos  del  oro.  Lf  Snecia 
no  (bé  tampoco  indiferente  ¿  los  medios  de  seducción 
y  á  las  artificiosas  promesas  del  rey  Luis.  Con  lo  cual 
aquellas  dos  potencias  dejaron  á  la  Holanda  abando* 
nada  y  sola  para  resistir  á  on  enemigo  tan  poderoso 
domo  el  monarca  francés  (4670).  Viendo  los  holan«* 
deses  la  tempestad  que  los  amenazaba,  y  convencidos 
de  no  poder  conjurarla  ellos  solos»  buscaron  aliados 
mas  fieles  que  los  que  antes  iiabian  tenido,  y  pidieron 
auxilios  alas  casas  de  Austria  y  de  España,  rivales 
eternas  de  la  Francia  y  de  los  Borbones.  Intentó  tam- 
bién el  francés  separar  á  España  de  esta  nueva  con-- 
federación,  no  dudando  que  la  reina  regente,  débil 
como  se  hallaba  el  reino,  no  querría  esponérse  á  su- 
frir las  consecuencias  de  su  enojo,  y  aceptaría  sus  pro* 
posiciones.  No  sucedió  asi.  La  reiiía  dona  Maríanat 
persuadida  de  la  imposibilidad  de  conservar  loque 
*aun  poseíamos  en  Flandest  una  vez  subyugada  por  el 


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44  IIISTOBIA  DB  BSPaHa. 

francés  la  Holanda,  desechó  las  promesas  y  las  ame« 
nazas  del  rey  Luis,  y  envió  tropas  y  dinero  á  Flandes, 
ó  para  defender  nnestras  plazas,  ó  para  ayudar,  si 
era  menester,  á  los  holandeses  (4671 ). 

Con  mas  tino  y  con  mejor  consejo  contestó  la^ma*» 
dre  de  Carlos  11.  asi  á  las  carias  que  desde  las  islas 
Terceras  le  dirigía  el  destronado  rey  de  Portugal  Al- 
fonso VI.,  como  á  las  excitaciones  queá  Madrid  vino 
á  hacerle  su  imprudente  favorito  el  conde  de  Castel- 
Melhor,  para  empeñarla  de  nuevo  en  la  guerra  con 
Portugal  que  tan  funesta  nos  había  sido»  La  reina  re- 
chazó con  indignación  las  proposiciones  del  desterra- 
do monarca  portugués  y  del  temerario  ministro  cau- 
sador de  su  ruina.  No  anduvo  tan  acertada  en  desoír 
á  Luis  XIV.,  porque  si  bien  para  conservar  lo  de  Flaur 
des  era  necesario  unirsSe  á  Holanda  y  al  Imperio,  de* 
seo  hasta  cierto  punto  natural   y .  disculpable,  debió 
proveer  las  consecuencias  de  empeñarse  de  nuevo  en 
una  guerra  contra  el  vengativo  y  poderoso  soberana 
de  la  Francia,  cuando  estábamos  casi  sin  soldados,  sin 
capitanes  y  sin  dinero,  y  cuando  los  hombres  media- 
namente previsores  conocian  ya  qjue  de  todos  modo» 
era  para  nosotros  inevitable  la  pérdida  de  los  Países 
Bajos.  Hacíase  esta  situación   mas  triste  por  el  calami- 
toso suceso  ocurrido  aquel  año  en  la  bahía 'de  Cádiz, 
donde  á  consecuencia  de  un  furioso  huracán  queda- 
ron sumidas  en  las  aguas  hasta  sesenta  naves,  pérdi- 
da irreparable  en  aquel  tiempo,  jjmto  con  la  muerte  (J(> 


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FAETB  111«  UBAO  V. 


45 


muchas  personas  y  la  destraccion  de  no  pocosodificios 
en  la  ciadad.  Acabó  de  conste  mar  losánimós  la  coín- 
cideDcia  de  este  lamei^^ble  suceso  con  el  lastimoso 
kicendio  del  monasterio  del  Escorial  (junio,  4671)^ 
qaeduró  por  espacio  de  quince  dias,  y  que  redujo  á 
payesas,  entre  otras  muchas  prec  iosidades,  multitud 
de  libros  y  manuscrito»  arábigos  y  griegos  de  su  bi- 
blioteca ^^K 


(4)  Los  pormenores  de  los  es* 
traijos  qoe  causó  este  incendio 
horrible  paeden  verse  en  ia  His- 
toria del  Monasterio  del  Escorial 
por  Qoevedo,  parte  2.*,  cap.  3.<> 
Trascribiremos  algunos  de  sus 
párrafos. 

«Describir  tpdos  los  pormeno- 
res de  aquella  noche  terrible  (la 
del  7  de  junio,  en  goe  coraenió), 

Ííntar  todos  los  esíuerzoe  <}ue  se 
icieron  para  contener  el  incen- 
die, dar  una  idea  de  la  aflicción, 
de  la  lástima  que  causaba  vercon- 
somírsepor  momentos  aquella  ri- 
ca maravilla  del  arte,  seria  cosa 
imposible;  la  imaginación  puede 
concebirlo,  pero  no  es  fácil  á  la 
lengua  espresarlo.  Las  aguias  de 
las  torres,  los  altos  chapiteles,  el 
voluminoso  enmaderadode  las  cu- 
biertas, se  iban  desplomando  uno 
en  pos  de  otro  con  detonaciones 
horribles  que  hacían  retemblar  el 
edificio  hasta  en  sus  mas  hondos 
cimientos:  á  ca^  paso  se  hundían 

grandes  pedazos  de  techumbre 
echos  ascuas^  para  luego  remon- 
tarse por  el  aire  convertidos  en 
phispas  y  pavesas:  el  cielo  enne- 

Srecido  por  una  densa  nube  de 
amo  nopodíBTei'se,  y  por  el  sue- 
lo corrían  los  metales  derretidos 
como  la  lava  de  los  volcanes.  Con- 
sumidas las  cobiertas  y  desploma- 
das sobre  los  pisos  mmediatos, 


rompia  el  fuego  por  puertas  y  ven- 
tanas, que  semeiaban  cada  una  de 
ellas  a  las  horribles  bocas  del  aver- 
no; tas  comunicaciones  se  inter- 
ceptaban, las  voces,  lamentos  y 
desentonados  gritos  de  los  que  se 
avisaban  del  peligro,  tomaban:dis- 
posiciones  ó  se  lameulaban  de  ta^ 
maña  pérdida,  aumentaban  la 
confusión  y  el  espanto;  el  calor 
iba  penetrando  basta  en  las  habi- 
taciones mas  retiradas,  y  estaba 
ya  muy  priSximo  el  momento  de* 
tener  que  abandonar  el  edificio  si 
querian  salvar  las  vidas.  En  todas 
partes  se  combatía  con  empeño, 
pero  en  todas  era  escasísimo  Jdl 
resultado;  la  voracidad  del  fuego 

Lia  violencia  del  viento  inutiliza- 
n  cuantos  esfuerzos  se  hacian^.. 

tComenzaban^ya  á  perderse  las 
esperanzas  de  todo  punto,  la  in- 
numerable multitud  de  gente  de 
los  pueblos  inmediatos  quo  hasta 
entonces  habia  peleado  con  ardor 
y  trabajado  estraordinariamente 
^esto  era  otro  dia),  se  iba  cansan- 
do de  una  lucha  inútil  al  par  que 
peligrosa,  el  humo  y  las  pavesas 
lo  habían  invadido  todo,  los  es- 
oombros  interceptaban  la  mayor 
parte  de  los  claustros  y  escaleras, 
nadie  daba  un  paso  sin  temer  que 
el  pavimentóse  escapase  bajo  sus 
pies,  ó  que  el  techo  se  desplomase 


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46  HlftMlU  DI  BfPAftA. 

^  GuaBcto  Luís  XIV*  io  uívo  todo  preparado»  decla- 
ró la  guerra  á  la  Holanda,  puUicanda  ua  manifieisto 
-(7  de  abril,  4672),  ea  qmse  quejafra  de  uq  modo  va- 
go de  los  agravióse  iojurtas  que  decía  haber  reci<- 
bidode4os  bolaodeses  y  que  le -habían  movido  á  io-* 
mar  contra  ellos  las  armas.  También  Carlos  IL  de  In- 
glaterra se  mostraba  quejoso  y  ofendido,  en  otro'  ma- 
nifiesto qué  dio,  de  los  insultos  que  afirmaba  haber 
hecho  los  holandeses  á  sus  subditos  en  las  Indias,  ombli- 
gándolos ¿  abatir  el  pabellón  delante  desús  bageles: 
«Insolencia  llena  de  ingratitud,  decía,  querer  díspu  - 


sobre  su  cabeza.  Gran  parte  de 
^  los  reKgiosos,  acogiéndose  á^la 
ánica  esperanza  que  les  quedaba, 
al  poder  de  Dios,  corrieron  á  la 
iglesia,  y  alli  guaridos'  en  un 
,  rmoonde  las  capillas,  unos  implo- 
raban la  divina  clemencia  con  de- 
voción y  lágrimas,  otros  se  esfor- 
"  zaban  en  desarmar  1^  cólera  del 
cielo  dándose  sangrientas  disci- 
plinas. ,  , 
«íQaé  aspecto  entofeicea  el  de 
-  aquel  templo  magnífico!  Las  vl- 
drieras  estallaban  una  en  pos  de 
otra  cayendo  deshecbas  en  me^ 
nudos  pedazos;  las^lamaradas  qué 
entraban  por  las  ventanasle  alnm- 
braban  por  intervalos  como  el  re- 
lámpago de  la  tempestad ;'el  zum- 
bar del  viento,  eí  estruendo  de 
los  hundimientos,  el  cr ugir  de  las 
maderas,  y  los  lamentos  de  los 
moDges  se  repetian  v  confundían 
en  aquellas  dilatadas  bóvedas,  for- 
mando un  sonido  fatídico  yespao* 
toao,  que  parecía  ser  el  estertor 
de  muerte  de  aquella  maravilla 
del  arte. 

«Juzgando  ya  imposible  salvar 
nada  en  el  edificio  de  lo  que  po- 


día quemarse,  dirigieron  todos  sus 
esfuerzos,  á  librar  algunas  de  sus 
preciosidades...  Veíanse  discurrir 
por  todas partesfflultitud  de  gen- 
tes cargadas  con  pinturas,  reí  i* 
quias  y  ornamentos  que  se  ibao 
amontonando  en  la  anchurosa 
plaza  que  rodea  al  monasterio.... 
El  tercer  día  del  incendio  se  te- 
mió que  todo  se  perdieíae,  hasta 
la^  alna  jas  y  demás  efectos  que  se 
habían  puesto  en  salvo...... 

cíQamce  días  se  proipnaó  esta 
lucha  terrible  sm  que  en  ellos  se 
desoansase  un  momento..—.  Por ' 
fin  el  22  de  junio  se  logró  apegar 
de  todo  ponto  las  llamas.  La  ale- 
gría y  ei  pesar  combatiaa  á  un 
mismo  tiempo  los  coraEOoes  de 
todos. etc.» , 

El  autor  refiere  coa  el  capítulo 
siguiente  las  medidas  que  se  to?- 
maron  para  sacar  los  escombros  y 
loque  se  fué  haoieudo  para  la 
reedificación  del  edifioíou  El  luego 
había  principiado  por  uua  chime- 
nea dcí  colegto,  situada  á  Isf  parte 
del  Norte,  y  se  oree  iuese  oaaiial, 
y  no  pueíAo  ée  propósito. 


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PAATB  III.  LIMO  ▼.  17 

» taróos  el  imperio  de  hr  mar  los  que  en  el  reinado 
i»del  difonle  rey  nuestro  padrones  pedían  licencia  pa* 
i»ra  pescar  pagándonos  on  tribato.»  Y  estos  dos  láo- 
narcas  arrastraron  iras  sí  contra  la  repáblica  al  arzo* 
bispo  de  Colonia  y  al  obispo  de  Mnnster.  Las  dos 
grandes  potencias  aprestaron  contra  ella  sus  «bagóles, 
y  Luís  XIV.  invadid  la^  Holanda  con  tres  foertes  ejér-- 
citos,  mandado  uno  de  ellos  por  el  rey  en  persom. 
Era  cosa  evidente  que  no  podia  la  república  re- 
sistir por  sí  sda  á  tan  numerosas  faercas;  foéie  per 
tanto  decesario  solicitar  de  nuevo  la  protección  dét 
Imperio  y  de  España.  Confirió  el  cargo  y  dignidad  de 
statuderal  principe  de  Orange  Guillermo  III.,  joven  de 
escasos  veinte  y  dos  anos,  pero  de  grende  y  precoz 
entendimiento  y  de  ejemplares  costumbres,  y  que 
ofrecía  las  mas  lisonjeras  esperanzas,  por  1^  aptitud  que 
ya  babia  manifest«(do  para  el  desempeño  de  los.  mas 
graves  negocids.  Fuerte  la  Holanda  cooao  potencia  ma* 
rttima,  sus  iotas  combatieron  mooiías  veces  las  de 
Francia  é  Inglaterra,  y  el  almiranie  Ruyter  sostenía 
con  gloria  en  los  mares  la  honra  de  la  repáblica.  No 
era  posible  por  tierra  hacer  frente  á  ios  ejércitos  de 
la  Francia  mffnda(k)s  por  el  rey,  por  Turena  y  por 
Lozemborg.  Asi  fué  que  seepoderaron  en  poco  tíem* 
pode  las  provincias  deOver-IsseUGtteldres  y  Utrech, 
y  llegaron  oasí  á  tas  puertas  de  Amsterdam.  La  de- 
sesperación misma  infondió^  un  valor  heroico  á  los  ho- 
landeses: el  jóven.statuder  se  mostró  digno  de  man* 


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4S  HI9T0BÍA  DB  BSPAHa» 

darlos»  jurando  estar  resueltp  á  segaír  el  ejemplo  üe 
sus  mayores»  exhortándolos  á  hi^  constancia»  anun- 
ciándoles que  las  potencias  de  Europa  no  tardarían 
en  prestarles  su  apoyo;^y  determinados  todos  á  sacri- 
ficarse por  la  libertad  y  á  morir  antes  qoe  someterse 
al  francés»  rompieron  los  diques,  é  inundaron  el  pais, 
que  era  siempre  uno  de  los  recursos  estremos  para  su 
defensa. 

Alarmáronse  en  efecto  otras  naciones  con  aquellas 
conquistas  d^  la  Francia  <*^  El  emperador»  resuelto  á 
ayudar  á  los  holandeses,  logró  que  se  le  adhirieran  á 
este  fin  algunos  príncipes  y  pequeños  soberanos  del 
imperio.  España  hizo  el  sacrificio  de  enviar  un  cuer- 
po de  doce  mil  hombres  al  conde  de  Monterrey  que 
gobernaba  los  Países  Bajos»  que  ya  habia  tenido  la 
precaución  de  poner  en  el  mejor  estado  de  defensa 
posible  nuestras  plazas  de  Flañdes  para  ver  de  pre- 
servarlas de  una  sorpresa  de  los  f^ranceses.  El  duque 
de  Saboya  se  declaró  por  éstos»  y  para  entretener  una' 
parte  <jle  las  tropas  españolas  hizo  la  guerra  á  lá  repú-» 
blica  de  Genova»  que  estaba  bajo  la  protección  de 
España.  Decidido  el  príncipe  de  Orange  á  poner  sitio 
á  Charleroy»  pidió  auxilio  á  nuestro,  gobernador  de 
Flandesque  no  vaciló  en  enviarle  seis  mil  españoles 

(4)    «í^no  se  hace  muy  pronto  nipses,  á  do  ser  que  se  vaya  á , 
nn  grande  esfuerzo»  dijo  en  toz  ofrecerá  Luis XIV. ser  rey  de  Ro- 
sita el  embajador  de  España  en  manos.»  Despacho  del  <SEibaHero 
la  antecámara  del  emperador,  creo  de  GremomTille  á  Luis  XIV.,  30 
ver  el  sitio  de  Viena  síntes  de  tres  de  junio,  467S. 


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PARTS  III.  LIRRO  V.  49 

ai  ruando  del  conde  de  Marsín;  más  no  habiendo  po- 
dido tomar  la  plaza,  retiróse  á  Holanda  el  deOrange» 
y  los  españoles  volvieron  á  sus  gaarniciones.  Aquel 
auxilio  puso  de  manifiesto  al  monarca  francés  las  in- 
tenciones de  la  corte  de  España:  quejóse  á  la  regente 
de  la  infrafcion  del  tratado  de  Aquisgran;  la  reina 
respondió  que  auxiliar  á  los  aliados  no  era  contraven- 
nir  á  aquel  tratado  de  paz;  pero  no  era  el*rey  Luis 
hombre  de  dejarse  tranquilizar  con  esta  t*espuésta,  y 
harto  comprendiót  y  no  le  sorprendía  ;  que  tema  la 
España  por  enemiga. 

No  podía  permitir  el  emperador  Leopoldo  el  en- 
grandecimiento que  á  la  vecindad  de  sus  estados  iba 
adquiriendo  la  Francia,  su  antigua  rival  y  enemiga,  y 
por  mas  protestas  que  el  rey  Luis  hiciera  ¿Lias  cortes 
de  las  naciones  de  que  su  intención  era  observar  reli- 
giosamente el  tratado  de  Weslfalia^  no  por  eso  desistió 
el  emperador  de  realizar  la  confederación  de  los  prín- 
cipes del  imperio  para  acudir  en  ayuda  de  la  Holan- 
da, y  de  levantar  tropas  y  prepararse  para  empezar 
Ja  campaña  tan  pronto  como  la  estación  lo  permitiese. 
Por  su  parte  el  francés,  viendo  que  no  eran  creídos 
sus  ofrecimientos  y  protestas ,  aumentó  también  su 
ejército  con  tropas  del  reino  ,  tomó  á  sueldo  mayor 
DÚoiero  de  suizos,  y  obtuvo  del  rey  de  Inglaterra,  un 
refuerzo  de  ocho  milhombres;  y  dividiendo  sus' fuer- 
zas, como  en  la  anterior  campaña,  en  tres  grandes  cuer- 
pos, de  los  cuales  uno  de  cuarenta  mil  hombres  guia<^ 
Tomo  xvii.  * 


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50  IIISTOftIA    DI    MBWAÍA. 

ba  él  mismo  llevando  por  generalísimo  á  su  hermano, 
y  los  otros  dos  condocidos  por  Conde  y  Turena  hablan 
de  opercfr  en  el  Bajo  y  Alto  Rhin,  se  preparó  á  em* 
prender  las  hostilidades  ^*K 

.  Fué  su^  primera  operación  el  sitio  de  Maeslrídk, 
anadie  las  plazas  mas  fuertes  y  mas  impártanles  de 
Europa.  Las  obras  de  sitio  fueron  dirigidas  por  el  cé* 
lebre  ingeniero  Vauban,  que  se  sirvió  de  paralelas  y 
de  plazas  de  armas,  medios  hasta  entonces  no  usados. 
La  gUaroicion  resistió  con  valor  los  ataques  de  una^ 
formidable  artillería,  y  se  mantuvo. hasta  trece  dias 
después  de  abiertas  trincheras.  Pero  el  príncipe  de 
Orange  no  pudo  forzar  las  líneas,  y  las  tropas  impe* 
riales  y  españolas  que  aguardaba  no  llegarron  á  tiem* 
po;  con  que  los  sitiados  tuvieron  que  capitular  (20  de 
junio ,  4673) ,  saliendo  con  todos  los  honores  dé  la 
guerra,  y  siendo  conducidos  á  6ois-le*Duc  ^^K 

Durante  eLsitio  de  Maestrick,  y  algon  tiempo  des- 
pués, sostuvo  la  armada  holandesa  mandada  por  Ruy- 
ter  hasta  tres  formales  combates  con  las  escuadras 
combinadas  inglesa  y  francesa ,  siendo  el  gefe  de  la 
¡primera  el  príncipe  inglés  Roberto  ,  que'ilevaba  por 
vice  almirante  á  Sprach,  y  de  la  segunda  el  conde  de 

(1)  Gesissierf  Historia  general  ▼iocias-Uoidas. — Relalion  du  3Íd* 
de  las  Provincias-Onidas.-^  Le-  ge  de  Maeatriok,  he^baal  marqdés 
clerc^id.—BasDague,  Anales  de  las  de  Villar,  embajador  del  rey  do 
Próviocias-Uoidas.— Histeria  de '  Espapa:  MS.  de  la  Biblioteca  de  la 
Turena.  ^  Samson  ,  Historia  de  Real  Academia  de  la  Historia,  so- 
Guillermo  llt.*  ñ'atado  A.  C— Obras  de  Luis  XIV. 

(2)  Historia    del    reinado   de  tomo  Hl. 
Luis  XlV. -*  Historia  de  las  Pro- 


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PAATB  411*  MBBO  V.  51 

Estrées.  Blankert  y  Tromp'erao  los  vioe^almirantes 
del  holandés.  Uoas  y  otras  escuadras  padecieron  en 
éstos  choques  terribles,  pero  Ruyter  tuvo  la  gloria 
de  preservar  las  costas  de  la  república  y  salvar  la 
flota  que- venía  de  Indias.  Pereció  ademas  en  uno  de 
estos  combates  el  vice-almirante  inglés  Sprach,  sin 
que  los  aliados  lograran  ninguno  de  los  designios  que 
se  habían  propuesto  ^*^ 

El  30  de  agosto  (1673)  se  confirmó  solemnemente 
en  la  Haya  el  tratado  de  alianza  y  amistad  entre  el 
emperador,  el  rey  dé  España  y  ios  Estados  generales 
de  las  Provincias-Unidas.  Por  este  tratado,  que  cons* 
taba- de  diez  y  ocho  artículos,  se  obligaba  la  Españai 
hacer  la  guerra  á  la  Francia  con  todas  sus  fuerzas,  y 
los  holandeses  se  comprometían  á  restituir  á  España, 
no  solamente  la  plaza  de  Maestríck  cuando  la  recon* 
quistaran,  sino  todas  las  que  los  franceses  habían 
conquistado  después  de  la  paz  de  los  Pirineos:  el  em*- 
perador  se  obligaba  á  tener  en  la  part^  del  Rhín  un 
ejército  de  treíinla  mil  hombres;  y  por  un  artículo  se* 
parado  se  comprometía  también  la  España  á  declarar 
la  guerra  al  rey  de  la  Gran  Bretaña,  si  por  su  parte 
se  oponía  á  admitir  las  condiciones  de  una  paz  razo-» 
Dable  y  equitativa  ^^K  En  virtud  de  este  convenio  el 

(4)    Garla  de  Tromp  á  4oa  Es-  '  (2)    Rymer,T(Bdera.--Dumont. 

tados.^d.  de  Ruvter  at  príocipe  Corp».  Diplomat,  tom.  VlI.^TraU- 

de  Orange.— -Id.  del  principe  Ro*  té  entre  PEsipagne   et  les  Etatt 

bertoal  lord  ArKogton^— >L«  Nea*  Geatraux:  MS.  Papeles  de  iesaitaa 

▼Ule,  Hiatoria-  de  la  Holanda,  li*  en  la  Real  Academia  de  la  Hia- 

broKV.  toria.    ' 


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52  IIISTOEIA  db'bspaüa. 

conde  de  Monterrey  hizo  pablicar  la  guerra  coolra  la  - 
Francia  en  Bruselas,  y  la  Francia  á  su  vez  la  declaró 
también  (setiembre»  1673).  El  efecto  inmediato  de 
esta  triple  alianza  fué  volver  los  holandeses  á  la  po- 
sesión de  la  tres  provincias  de  que  Luis  XIV.  se  ha- 
bía apoderado  con  tanta  rapidez.  La  corte  de  España 
hizo  aproximar  también  algunas  tropas  al  Rosellon 
para  divertir  por  aquella  parte  á  los  franceses,  bien 
que  fueron  rechazadas  por  el  general  Bret.  Entretanto 
los  habitantes  del  Franco-Condado,  mas  afectóse  los 
franceses  que  á  los  españoles,  obligaron  al  goberna- 
dor español  á  retirarse,  y  loa  suizos  se  negaron  á  dar 
paso  por  su  territorio  á  las  tropas  españolas  que  fueron 
enviadas  para  sujetar  aquellos  rebeldes. 

La  Holanda,  que  había  hecho  ya  muchas  gestiones 
con  el  parlamento  inglés  para  ver  de  separar  al  rey 
Carlos  de  Inglaterra  de  la  alianza  con  Luis  XIV.,  con- 
siguió al  fin  celebrar  con  aquella  potencia  un  tratado 
amistoso  de  comercio,  obligándose  ademas  el  rey 
Carlos  á  ser  mediador  con  las  potencias  beligerantes 
para  la  conclusión  de  la  paz,  á  lo  cual  sé  ofrecía  lam^ 
bien  el  rey  de  Suecia.  El  francés,  viéndose  asicasí 
abandonado  de  todos,  aceptó  las  ofertas  de  mediación, 
y  se  señaló  la  ciudad  de  Colonia  para  tener  en  ella  las 
confer^encias  sobre  la  paz.  Mas  cuando  al  través  de  las 
dificultades  que  se  ofrecían,  ya^en  público,  ya  en  se- 
creto, iba  la  Francia  cediendo  en  algunos  capítulos, 
la  prisión  ejecutada  en  público  y  en  medie  de  las  ca* 


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rAKTB  UU  LIBRO  V.  '    &3 

lies  de  Colonia  por  orden  del  emperador  en  la  perso- 
na del  príDcipetjuillermo  de  Furlerobarg  «  plenipo- 
tenciario del  elector  de  aquella  ciudad»  so  preteslo  de 
ser  traidor  á  su  patria  (febrero,  4  674)  irritó  á  LuisXIV.» 
que  no  pudiendo  obtener  del  emperador  la  sátisraccion 
que  pedia»  llamó  sus  embajadores  y  se  propuso  com- 
batir contra  todas  las  naciones  coligadas.  Aumentó  el 
ejército  de  tierra,  tomó  medidas  para  defender  las  pro- 
vincias marítimas  de  Normandía  y  Bretaña,  envió  tro- 
pas al  Rosellon  para  que  pudiera  contener  á  los  espa- 
ñoles el  general  Bret  en  tanto  que  llegaba  Schomberg 
destinada  á  mandarlas,  y  puso  su  mayor  cuidado  en 
atender  á  laBorgoña,  que  creia  la  mas  amenazada 
por  los  imperiales,  y  de  donde  podia  venir  el  mayor 
peligre  á  su  reino  ^^K 

Pero  libróle  de  este  cuidado  el  error  del  empe- 
rador, que  prefirió  atacar  la  Alsacia,  error  de  que  su- 
po aprovecharse  el  francés  haciendo  que  el  duque  de 
Novailles  se  apoderara  de  varias  villas  y  fuertes  de  la 
Borgooa,  y  que  aumentadas  sus  fuerzas  penetrara  en 
el  Franco-Condado  ahuyentando  los  españoles,  y  pu- 
siera sitio  á  la  fortificada  plaza  de  Grpy,  cuya  guar- 
nición rindió,  entrando  luego  sin  resietencia  en  algu- 
nas otras  ciudadcV.  Bl  gobierno  español  enyíó  á  aquel 


(1)    Negociacioaen  de  Goiooia,  U  youverneur  des  Payi-Baa  es-- 

MS.  —  Declaracioo  de  gaena  de  pagnols  á  fait  commencer  des  ac^ 

Luis  XIV.  contraía  España ,  en  tes  d*  hostilités  par  toule  la  fron-^ 

Versallea  ,  19  de  oclubro  ,  4673.  tiére  sur  le  iujets  de  Sa  Majes' f*, 

«So  Majeité  ayant  cié  informé  que  ella  á  ordonné,  elc.v  , 


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5 i  HISTORIA   DB  RSPAtU.^ 

país  al  prfDcip'e  de  Yaademont,  que  se  dedicó  activa* 
mente  á  fortiñcar  las  dos  priacipales  plazas  de  la  pro^ 
vincia,  BesanzoD  y  Dole.  Contra  la  primera  de  estas 
ciudades  dirigió  sos  miras  y  sus  esfuerzos  el  monarca 
francés.  Cercóla  el  duque  de  Enghien ,  que  habi^  to- 
mado el  mando  del  ejército,  y  el  mismo  Luis  XIV.  en 
pei*sona  se  presentó  delante  de  ella  (2  de  mayo,  4674}, 
y  visitó  todas  tas  obras  esteriores  acompañado  de  su 
famoso  ingeniero  Yauban.  Furiosamente  atacada  la 
plaza  ,  y  después  de  haber  resistido  cuanto  pudo  la 
guarnición ,  tuvo  el  gobernador  que  capitular,  que- 
dando aquella  prisionera  de  guerra  (1 4  de  mayo).  Al 
salir  de  la  ciudad  con  las  armas  en  la  mano,  la  ¡dea 
de  verse  prisioneros  de  franceses  encendió  en  ira  y 
en  despecho  muchos  de  aquellos  valientes  españoles, 
que  aun  «e  acordaban  de  lo  que  hablan  sido  en  otro 
tiempo,  y  preñrieado  la  muerte  &  la  humillación,  em- 
prendieron un  combate  desigual  y  desesperado,  en  el 
cual,  después  de  haber  degollado  muchos  franceses, 
cansados  y  rendidos  y  abrumados  por  el  número  su- 
cumbieron todos,  pereciendo  con  gloria  como  se  ha- 
blan propuesto.  Continuó  entonces  el  francés  el  ata- 
que contra  la  ciudíadela,  situada  sobre  una  escarpada 
roca,  y  abierta  brecha  y  dado  el  asalto,  el  príncipe  de 
Yaudemont  que  la  defendía  pidió  capitulación,  que  le 
fué  concedida^  dándole  pasaporte  para  Flandes,  y 
desfilando  él  con  toda  la  guarnición  por  delante  del 
rey  con  los  honores  de  la  guerra. 


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MftTB  111.  LIBIO  ▼«  5K 

.  Rendida  BesanzGOy  emprendió  el  de  Enghíen  el 
sitio  y  ataque  de  Dole,  que  también  quiso  avivar  con 
s»  presencia  el  rey  Luis.  Cúpole  igual  suerte  á  está 
plaza,  cabeza  de  la  provincia,  que  á  la  primera.  Lue- 
go que  saljó  la  guarnición  (1  «^  de  junio,  1674),  mn- 
dó  el  rey,  por  consejo  de  Vauban,  arrasar  sos  forli«- 
ficaciones,  y  trasladará  Besanzon  el  gobierno  supe* 
ríor  de  provinóia  que  antes  residía  en  ella.  Salina  y 
otras  pequeñas  poblaciones  y  fortalezas  se  fueron  so* 
metiendo  sucesivamente. En, seis  semanas  quedó  otra 
vez  Luis  XIV.  dueño  de  todo  el  Franco-Condado,  que 
desde  entonces  continuó  unido  á  la  Francia  ^^K 

En  tanto  que  esto  pasaba,  los  confederados  deja- 
ban trascurrir  tiempo  en  meditar  y  discutir  el  plan  de 
campaña  que  deberían  de  emprender.  No  asi  el  prío* 
cipe  de  Conde,  que  mandaba  el  ejército  francés  de 
Flandes,  el  cual  aprovechando  la  irresolución  de  1¿@ 
enemigos  é  imitando  la  actividad  de  su  soberano,  se 
apoderó  de  los  castillos  que  impedían  abastecer  de 
provisiones  á  Maestrick;  y  aunque  solo  contaba  cua- 
renta mil  hombres,  se  preparó  á  atacar  al  ejército  de 
los  aliados  mandado  por  el  príncipe  dp  Orange,  que  en^ 
tre españoles,  alemanes  y  holandeses  ascendía  á  la  cifra 
de  setenta  mil.  Deseábalo  el  de  Orange,  confiado  an 
4a superioridad  numérica  desús  fuerzas,  y  esperaba, 


(4  ]  Relación  de  Us  guerras  coo  loria  de  los  fraDceses.— Cartas  pa- 
Francia  y  Holanda;  MS.  de  la  Di-  ra  1^  Historia  militar  de  Luis  XiV. 
blioteca Nadooal.—SismoDdi,  Ui8-    —Historia   del  Franco-Gondado. 


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56  HlflTOBlA  DB  ESPAÑA. 

en  venciéndole,  penetrar  por  el  reino  de  Franciav  En- 
contráronse aqil^os  ejércitos  cerca  de  Séneff,  provio^- 
cía  de  Henao,  á  tres  y  media  leguas  de  Gbarleroy. 
Mandaba  la  vanguardia  de  los  aliados,  que  era  de  im- 
periales, el  marqués  de  Souche;  formaban  losespaño^ 
les  la  retaguardia,  mandada  por  el  conde  deMonter- 
rey;  ocupaba  el  centro  el  príncipe  de  Orange  con  sus 
holandeses,  y  estaba  el  de  Vaudemont  con  seis  mil 
caballos  para  proteger  todas  las  tropas  y  acudir  doD<-  . 
de  necesario  fuese. 

,  Dióse,  pues,  allí  una  de  las  n^s  memorables  ba^  ^ 
tallas  de  aquel  siglo:  se  estuvo  combatiendo  desde 
la  mañana  hasta  mas  de  las  once  de  la  noche  (H  de 
agostOi  1674):  cuéntase  que  en  el  e&pacio  de  dos  le^ 
guas  yacían  en  el  campo  sobre  veinte  y  cinco  mil  ca- 
dáveres,  franceses,  holandeses,  alemanes  y  españoles; 
¡sangriento  y  horrible  holocausto  humano,  debidoála 
ambición  de  unos  pocos  hombres!  Losdos  principes 
enemigos  pelearon  con  igual  brío,  y  ambos  correspon- 
dieron, el  uno  á  su  antigua  reputación  de  general  in- 
signe, el  otro  á  lá  fama  de  sus  mayores  y  á  las  espe* 
ranzas  que  ya  en  su  juventud  habia  hecho '  concebir. 
Tampoco  excedió  en  mucho  la  pérdida  de  uno  y  de 
Dtro  lado;  asi  que  ambos  ejércitos  se  proclamaron  vlc-~ 
toriosos,  y.porxina  y  otra  pártese  cantó  el  Te-Deum 
en  acción  de  gracias.  Bieú  puede,  sin  embargo,  de- 
cirse que  el  triunfo  moral  fué  del  príncipe  de  Gondé. 
Temió  éste  sin  duda  aventurarse  á  perder  en  otra  ba* 


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PARTB  111.   LIBRO  Y.  57 

talla  la  gloría  adquirida  eo  Sencff»  y  auuque  el  de 
Orange  inlenló  eneipeñarle  en  ella,  inanlúvose  el  fran^ 
cés  en  ventajosas  posiciones^  linútándose  á  conservar 
las  conquistas  hechas  y  á  impedir  que  los  enemigos 
penetraran  en  Francia-^^^  • 

Culpábanse  mutuamente  los  gcneiales  aliados  de 
los  pocos  progresos  que  habian  hecho  en  esta  campa* 
ña,  porque  ni  siquiera  supieron  apoderarse  de  Oude->c 
narde»  qué  el  príncipe  de  Orange  había  ido  á'  sitiar 
(setiembre,  1674),  y  se  fueron  unos  y  otros  á  coarte-- 
les  de  invierno;  los  españoles  á  Flandes  ,  los  de  Ale- 
mania á  su  país  ,  no  sin  saquear  al  paso  los  pueblos 
del  Brabante,  y  sin  cometer  otros  desmanes  y  trope- 
lías que  -desacreditaron  é  hicieron  odioso  el  nombre 
del  conde  de  Souche.  El  de  Orange  partió  con  sus  ho- 
landeses á  activar  y  apretar  eUsilio  de  Grave  ,  que 
desde  Enes  de  julio  tenia  puesto  el  general  Rabenbaut, 
y  cuya  plaza  defendía  el  marqués  de  Cbamilly.  Aun- 
que el  francés  continuaba  resistiendo  conobstinaci(fn, 
hubo  de  capitular  en  virtud  de  orden  que  recibió  del 
rey  (octubre,  1674),  para  qtíe  no  comprometiera  las 
vidas  de  unos  soldados  tan  valientes  en  una  defensa 
que  pbr  otra  parte  era  inútil.  Esta  fué  la  énica  venta- 
ja que  en  esta  campaña  obtuvieron  los  holandeses,  y 
para  eso  perdió  el  de  Orange  seis  mil  hombres  en  es- 
te sitio. 

(4)  Brusen  de  la  Martíníere,  Hutoria  de  las  rroviacia»-Uni- 
Historia  de  la  vida  y  del  reinado  das,  lom.  lí.— Obros  de  Lois  XIV. 
de  Luis  XIV.  Tom.  III.— Basnage, 


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58  ttlSTOaiA  DB  bspaSa. 

Turena,  qbe ,  como  dijimos»  operaba  en  el  Rfain, 
defeodió  con  solos  veinte  mil  hombres  contra  mayo* 
res  /aerzas  imperiales  la  Lorena  y  la  Alsacia ,  ganó 
contra  los  alemanes  tres  batallas  consecutivas,  descon^ 
certó  todos  los  proyectos  de  los  enemigos,  no  obstan- 
te estar  mandados  también  por  un  general  bébíl,  y  en, 
todas  partes  se  condujo  como  lo  que  era,  como  un 
guerrero  consumado,  sagaz  y  prudente  ,  bien  qne  ea 
el  Palatinada  manchó  algo  su  gloria  con  estragos  y  de- 
vastaciones, contándose  entre  estas  el  incendio  y  des* 
truccion  de  dos  ciudades  y  día  veinte  y  cinco  pue- 
,  bIosí«>. 

Ardia  al  mismo  tiempo  la  guerra  por  las  fronteras 
de  Cataluña  y  del  Rosellon.  Los  españoles  concibieron 
esperanzas  de  recobrar  esta  antigua  provincia  de  Es- 
paña por  inteligencias  secretas  que  mantenían  con  los 
naturales;  pero  descubierta  la  conjuración,  y  castiga^ 
dos  los  principales  autores  de  ella  por  el  general  Brel 
que  alli  mandaba,  no  quedó  otro  recurso  que  intentar- 
lo por  ja  fuerza,  y  con  toda  la  que  pudo  reunirse  se 
puso  alli  en  campaña  el  duque  de  San  Germán*  A 
mandar  el  ejército  francés  de  aquella  parte  acudió  el 
^  mariscal  Schomberg,  ya  de  antemano  destinado' á  ello 
y  harto  conocido  de  los  españoles  en  las  guerras  de 
Cataluña  y  de  Portugal.  Pero  condujese  él  de  San 
Germán  en  esta  campaña  con  una  inteligencia  y  una 

(4)    Historia  del  vizconde  de  Tureaa,  lom.  I. 


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PAftTB  111.  Limo  ▼•  g9 

astucia  qae  acaso  no  habría  podido  esperar  el  francés. 
Después  de  haberse  apoderado  del  castillo  de  Belle« 
garde,  qae  bailó  mal  fortificado  y  no  bien  provisto, 
cnando  se  encontró  después  frente  del'ejórcito  de 
Schomberg,  empleó  un  ardid  que  le  dio  muy  buen 
resultado.  Hizo  correr  la  voz  de  que  proyectaba  vol- 
verse á  Cataluña,  fingió  preparar  la  marcha,  cuidó  de 
que  llegara  á  oídos  d^  Scbomberg  por  medio  de  un 
echadizo,  colocó  su  infantería  en  unos  barrancos,  y 
buscando  gran  número  de  mulos,  mandó  que  los  lle-- 
vasen  por  la  cumbre  de  los  montes  para  que  apare- 
ciese ser  su  caballería  y  bagages  que  iban  en  retira- 
da. Bret,  qne  sentia  le  hubiesen  quitado  el  mando  en 
gefe,  y  quería  acreditarse  con  algún  hecho  brillante, 
salió  sin  orden  de  su  generafeo  persecución  del  ene- 
migo suponiéndole  en  fuga  (junio,  1674).  Esperáron- 
le los  españoles  donde  bien  les  vino,  cayó  el  francés 
en  la  emboscada^  sufrió  su  gente  descargas  mortífe- 
ras, y  cuanto  mas. quería  moverse  para  salir  del  peli- 
gro, mas  se  embarazaba  y  envolvía.    , 

Noticioso  Scbomberg  de  este  accidente^  envió  un 
grueso  refuerzo  de  tropas  á  Bret  para  ver  de  reparar 
el  desorden,  con  cuya  ocasión  se  trabó  una  seria  re- 
friega en  Maorellas,  á  las  márgenes  del  Tech,  que 
anoquede  corta  dnracion,  costó  á  los  franceses  cerca 
de  tres  mil  hombres  entre  muertos^  heridos  y  prisio- 
neros, contándose  entre  estos  el  hijo  de  Scbomberg, 
que  era  coronel  de  caballería.  A  pesar  de  este  triun- 


Digitizea  b^GoOgle 


60  lUSTOElA  DE  ESPAÑA. 

.  fo,  y  de  que  no  hdbia  pensado  San  Germán  retirarse  á 
Cataluña,  tuvo  que  verificarlo  por  orden  que  recibió 
del  gobiérno'do  Madrid,  que  necesitaba  enviar  parte 
de  aquella  tropa  á  Mesina^  donde  había  entallado  una 
sedición  contra  el  gobernador  de  £spaña.  Con  tal 
motivo  se  mantuvo  el  de  San  Germán  el  resto  del  año 
á  la  defensiva  en  la  frontera  de  Cataluña,  por  haberse 
quedado  sin  tropas  bastantes  para  poder  emprender 
espediciones.  En  esta  campaña^  en  que  mandaron  tam- 
bién comogefes,  al  lado  del  veterano  Tutlavilla  duque 
de  San  Germán,  el  conde  de  Lumiares,  y  los  jóvenes 
marqueses  de  Aylona  y  de  Leganés>  hicieron  señala- 
dos servicios  y  admirables  proezas  los  miqueletes  ca* 
talaues,  cuyos  principales  caudillos  era  un  tal  Trin- 
chería»  y  el  baile  de  Massagoda,  llamado  Lamberto 
Manera;  ya  interceptando  y  cogiendo  convoyes  aleñe- 
migo^  ya  impidiéndole  tomar  los  puentes,  y  haciendo 
atrevidas  incursiones,  llegando  en  alguna  ocasión  con 
increíble  audacia. hasta  los  muros  de  Perpiñan;  ya 
hostigándole  de  mil  maneras^  volviendo  comunmente 
cargados  de  botín,  y  matando  muchos  franceses,  á 

.  vveces  regimientos  casi  enteros,  entre  los  cuales  cayó 
á  sus  manos  el  teniente  general  de  la  caballería,  así 
como  quitó  la  vida  por  su  propio  brazo  el  de  Massago- 
da al  traidor  catalán  don  Juan  de  Ardena.  Verdades 
que  no  hubieran  podido  ser  tan  felices  en  sus  osadas 
empresas  sí  no  los  favoreciera  el  espíritu  de  aquellos 
naturales,  en  general  tan  adicto  á  los  catalanes,  á. 


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FARTB  III.  LIBAD  V.  6) 

quienes  laolo  tiempo  estuvieron  unidos,  como  adver- 
so ú  los  dominadores  franceses  ^^K 

Tal  rué  en  167.4  el  resultado  de  la  guerra  en  tantas 
partes  sostenida  por  los  ejércitos  de  Luis  XIV.  de 
Francia  contra  las  tres  potencias  aliadas,  y  los  prínci- 
pes y  estados  quo  se  habían  adherido  ¿  la  confedera- 
ción contra  el  francés.- 

Lejos  estuvo  en  el  de  1675  de  pensarse  por  nadie 
''en  la  paz;  antes  bien,  á  pesar  de  las  grandes  pérdi- 
das por  unos  y  otrtfs  sufridas,  todos  se  aprestaron  á 
continuar  con  nuevo  y  mayor  ardor  la  guerra'.  Por  la 
parto  de  Cataluña  y  Rosellon  no  podia  hacerse  con 
gran  ventaja  para  España>  porque  desmembradas  las 
tropas  que  se  embarcaron  para  Sicilia  á  sofocar  la'  re- 
belión que  antes  indicamos,  y  de  que  hablaremos  des* 
pues,  no  pudo  reunirse  un  ejército  que  oponer  al  ene- 
migo. Asi  fué  que  Schomberg  penetró  en  ei  Ampur- 
dan  por  el,  estrecho  y  difícil  Goll  de  Bañols,  se  detuvo 
tres  dias  en  Figueras,  que  abandonaron  los  españo- 
les, se  llegó  á  los  arrabales  de  Gerona,  y  atacó  la 
ciudad,  que  defendió  con  constancia  el  duque  de  Me- 
dinasidQnia,  hasta  que  el  francés,  cansado  de  una  re-- 
sistencia  que  no  esperaba,  alzó  el  cerco  y  se  retiró 
con  pena.  Yiéronse  en  la  defensa  del  rastrillo  de  San 
Lázaro  hechos  heroicos.  Un  solo  capitán,  don  Fran- 


(\)  Progresos'de  Us  armas  es-  Cataluña,  en  el  año  4674:  impr^e- 
paoolaa  al  mando  del  daque  de  so  en  Madrid.  Biblioteca  de  Sala- 
san  Germán,  capitán  generaít  de    zar,  Gst.  44,  núm.  473. 


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6S  BlSTOaiA  DB  B8PA$A. 

cisco  de  Vila,  detuvo  por  espacio  de  cioco  horas  cod 
treinta  hombres  á  uo  número  cien .  veces  mayor  de 
franceses;  y  allí  pereció  el  caudillo  de  miqneletes 
Lamberto  Manera,  después  de  haber  peleado  todo  el 
dia,  cubierto  de  sangre  enemiga  y  dé  la  suya  propia. 
Pero  su  compañero  Trinchería  no  cesó  de  acosar 
al  ejército  francés,  no  dejándole  asentarse  en  parte  al- 
guna, ni  menos  desmembrarse  en  partidas  sueltas, 
ni  cruzar  un  convoy  que  no  fuera  atacado,  habiendo 
alguno  que  aunque  escoltado  por  mas  de  dos  mil  hom- 
bres fué  acometido  en  un  desfiladero  por  solos  doS'- 
cientos  de  los  almogábares  ó  miquelMes  de  Trinche- 
ría,  matando  estos  hasta  otros  doscientos  enemigos,  y 
apoderándose  de  trescientas  acémilas.  Ya  que  no  po* 
^  dia  pelearse  como  de  ejército  á  ejército,  eran  prodi- 
giosas las  hazañas  de  los  catalanes  en  combates  par- 
ciales. Un  cuerpo  de  cuatro^  mil  infantes  y  quinientos 
ginetes  franceses  atacó  la  villa  de  Massanet ,  donde 
solo  se  encontraba  el  capitán  José  Boneñ  con  cuarenta 
miqueletes.  Rotas  fácilmente  por  el  enemigo  las  tapias 
de  la  villa,  encontró  á  Boneu  fortificado  en  las  calles 
con  sus  cuarenta  hombres,  que  las  fueron  defendien- 
do palmo  á  palmo  por  espacio  de  muchas  horas.  Re- 
fugiados por  último  en  la  iglesia,  resistieron  alli  has* 
ta  qne  escalando  los  franceses  las  bóvedas  y  pene- 
trando por  muchas  partes  á  un  tiempo,  viéndose  como 
ahogados  por  el  número  tuvieron  que  rendirse.  Quiso 
el  general  francés  mandar  ahorcar  á  Boneu,  mas  lue- 


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rAiTBiii.  Li0&«  y.  63 

go  desistió  acordándose  de  que  él  mismo  kabia  debido 
la  vida  á  los  calalanest  y  considerando  que  eran  ter- 
ribles en  sos  venganzas.  Hechos  como  éste  se  repe- 
lían con  frecuencia.  -  * 

Determinado  Schomberg  á  apoderarse  del  castillo 
de  Bellegarde,  que  los  españoles  habían  tomado  el 
año  anterior  tan  fácilmente,  pero  que  hablan  tenido 
cuidado  de  poner  en  buen  estado  de  defensa »  alacóle 
con  artillería  gruesa  que  hizo  llevar  de  Perpiñan. 
Circunvalada  la  fortaleza»  ofrecióse  el  intrépido  Trin* 
chería  á  abrirse  paso  con  sus  miqueleles»  y  le  abrió 
en  efecto  rompiendo  un  cuartel  enemigo  con  indecible 
arrojo;  pero  los  capitanes  y  soldados  que  el  de  San 
Germán  enviaba  en  socorro  del  fuerte  se  negaron  á 
encerrarse  dentro  de  sus  muros.  Con  lo  cual  los  sitia- 
dos, después  de  una  vigorosa  defensa,  se  vieron  pre* 
cisados  á  capitular  ,  y  evacuada  la  fortaleza  por  la 
guarnición,  que  se  componia  de  mil  hombres,  entra* 
ron  en  ella  los  franceses  (20  de  julio  ,  1675).  Des* 
cansó  Schombevg  en  la  estación  calurosa  de  las  fati* 
gas  de  la  campaña,  y  para  concluirla  seTuéá  la  Cer* 
daña,  donde  exigió  como  de  costumbre  contribucio* 
nes  para  mantener  su  ejército  ,  aupque  sin  saquear 
los  pueblos  ni  talar'  los  campos:  amenazó  á  Puigcer- 
dá,  mas  hallándola  bien  fortificada  y  provista  por  el 
duque  de  San  Germán,  se  retiró  sin  acometerla  á  cuar* 
teles  de  invierno  <*). 

(I)    Epítome  histórico  de  los  sucesos  de  España,  etc.  MS.  déla 


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6  i  HISTORIA    DE    B5PAÑA. 

En  Oíros  pantos  se  estaban  midiendo  en  mayor 
escala  las  fuerzas  de  Luis  XIV.  con  las  de  las  poten- 
cias aliadas.  El  emperador  habia  hecho  entrar  en  la 
confederación  otros  príncipes,  pero  también  Luis  ce- 
lebró pactos  con  el  rey  de  Suecia,  obligándose  éste  á 
distraer  la  atención  de  Leopoldo  por  el  Norte  de  Ale- 
mania,  á  cuyo  ñn,  y  so  preteslo  de  haber  infringido 
el  tratado  de  Westfalia  el  elector  de  Brandeburg, 
hizo  entrar  tropas  en  la  Pomerania  electoral  (enero, 
1675).  Buscó  entonces  el  elector  el  apoyo  del  imperio, 
de  Holanda,  de  Dinamarca  y  de  la  casa  de  Brunswiph 
para  defenderse  contra  la  Suecia,  y  asi  tomóla  lucha 
mas  colosales  dimensiones,  interesándose  en  ella  casi 
toda  Europa. 

En  los  Países  Bajos  el  príncipe  de  Orange,  y  el  du- 
que de  Yillahermosa,  que  sucedió  ül  conde  de  Mon- 
terrey en  el  gobierno  de  la  Flandes  española ,  junta- 
ron sus  fuerzas  para  oponerse  á  tas  empresas  de  los 
franceses.  Pero  confundíalos  el  rey  Luis  con  los  movi- 
mientos de  sus  ejércitos,  amagando  ya  á  un  lado  ya  á 
otro,  dando  vueltas  hacia  una  y  otra  parte,,  sin' que 
se  pudieran  penetrar  sus  intenciones.  Sabíanse  des- 
pués por  los  resultados.  Sus  excelentes  generales, 
Grequi,  Conde  y  Enghien,  rindieron  las  importantes 
plazas  de  Dinant  y  de  Limburgo  (de  mayo  á  julio, 
1675).  El  tnonarca  francés  impidió  al  de  Orange  y  á 

Bibljoteca'de  la  Real  Academia  de    Vida  y  reinado  de  Luís  XIV.  (o- 
U  listona,  c.  III.— La  Martiuiéreí    mo  IV. 


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rARTBlIl.  LIBBOT.  65 

los  españoles  el  paso  del  Mosa,  y  sos  tropas  los  faeroD 
persiguiendo  en  so  retroceso  á  Braselas,  apoderándo- 
se de  paso  de  Tillemont.  Su  necesidad  de  sacar  de 
Flandesun  cuerpo  considerable  de  tropas  francesas 
para  enviarlas  á  Alemania  mejoró  la  suerte  de  los 
holandeses  y  españoles:  el  de  Orange  quedó  en  aptitud 
de  obrar  con  mas  desembarazo  (julio,  4675),  pero  no 
pudo  desalojar  á  Conde  de  las  posiciones  yentajodas 
que  escogia,  ni  obligarle  á  aceptar  la  batalla  fuera  de 
ellas.  Otro  tanto  le  sucedió  con  el  duque  de  Lnxem* 
burg,  que  reemplazó  en  el  mando  á  Conde,  Guanda 
éste  tuvo  que  partir  á  Alemania  ¿  reparar  en  lo  posi- 
ble la  pérdida  que  alli  acababa  de  sufrir  la  Francia 
con  la  muerte  de  Turena.  Tampoco  fué  lucida  la 
campaña  de  este  año  en  Flandes  para  los  holandeses 
y  españoles  ^*K 

La  de  Alemania  fuá  famosa,  no  por  las  conquistas 
que  en  ella  hicieran  ni  franceses  ni  imperiales,  sino 
por  las  pruebas  que  de  su  respectiva  habilidad  dieron 
los  dos  mas  insignes  generales  de  su  siglo,  furena  y 
MontecucnUi.  El  de  los  franceses  era  singular  en  la 
elección  de  posiciones  y  en  los  artificios  para  burlar 
las  asechanzas  y  evitar  los  combates  siempre  que  le 
convenia.  El  de  los  alemanes  se  distinguía  por  su  pre- 
caución en  las  marchas,  y  por  la  manera  ingeniosa 
con  que  conduela  en  ellas  las  tropas,  los  trenes  y  los 

(4)    Baanage,  Historia  de   las    Hartiniére,  Vida  y   reinado  de 
ProTiacias  Unidas.^Brazen  de  la    Luis  \IV.— Obras  de  Luis  XIV, 

Tono  XVII.  .  5 


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66  mSTOElA  DE  ESPAÑA. 

bagages.  De  MoQteouculli  se  ha  dicho  que  nuDca  dío* 
guD  general  ha  sabido  imitarle  eo  el  órdeade  las  mar- 
chas por  cualquier  país  que  fuese.  Háse  dicho  de 
Tureoa  que  sabia  retroceder  como  Fa];^io  y  avanzar 
como  Auibal.  Halliadose  en  una  ocasión  frente  del 
ejercitó  de  Mootecno\illi  después  de  haber  dado  dispo- 
siciones para  )a  batalla,  y  observando  sus  movimien- 
tos, una  bala  de  canon  le  dejó  muerto  instantáneamen- 
te (80  de  jolio;  4676).  Su  muerte  causó  un  dolor  ge* 
Qerál  y  profundo  en  toda  la  Francia:  los  hombres  elo*- 
cuentes' lloraron  todos  sobre  su  tumba:  su  cadáver  fué 
llevado  á  París,  y  enterrado  en  el  panteón  de  los  re- 
yes ^^K  El  ^'ército  francés,  después  de  la  muerte  de 
este  grandeiiombre  emprpndió  la  retirada:  los  impe- 
riales pasaron  el  Rhin,  y  entraron  en  la  Alsaoía,  pero 
no  pudieron  mantenerse  en  ella. 

Deseaban  ya  casi  todas  ias  potencias  la  paz,  y  la 
Inglaterra  era  la  que  trabajaba  mas  por  ella  en  cali- 
dad de  mediadora.  Ocurrían  no  obstante  dificultades, 
4Súmo  siempre,  á  pesar  de  la  buena  disposición  de  la 
mayor  parle  de  los  soberanos.  El  de  Francia  especial- 
mente, acostumbrado  á  ganar  mucho  en  tales  tratos, 
aparentaba  hacer  grandes  sacrificios  cuándo  solo  ce- 
día en  cpsas  de  poca  monta,  tal  como  la  de  convenir 


(4)    B^anraiD,  Historia  de  las    morías  halladas  en  la  cartera  del 
cuatro  Mimas  campafias  de  Tu-   mariscal  de  Turena,  por  el  conde 


reoa.— vida  del  vizconde  de  Ta-   de  Grimoard 
roaat^-Coteocíon  de  cartas  y  me- 


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FASTB  III.  UBftO  V.  67 

sin  dificultad  en  el  lugar  que  se  seoalára  para  tener 
las  confereociasí*  Yeocidos  al  fio  algunos  inconv^meQ- 
les,  y  desigoada  de  comua  acuerdo  para  celebrarlas 
pláticas  la  ciudad  de  Nimegat  dada  soberano  eavió 
allá  sus  pleDipoteociarios  para  comeozar  las  Degocia-> 
cienes  (diciembre,  1 675) . 

Mas  óofflo  sí  en  tales  tratos  no  se  pensara,  asi  obró 
Luis  XIY.,  toda  ve2  que  so  protesto  de  obligar  á  los 
enemigos  de  la  paz  á  no  turbar  las  confereiipias,  re^ 
forzó  su%  regimientos,  y  puso  al  anp  signiente  (fB76) 
cuatro  ejércitos  en  campaSa;  el  del  tlbínal  mando^lel 
duque  deLuxemburg,elde  Sambre  y  Masa  al  delmá* 
riscal  do  Rocbefort,  dando  al  de  l^oailles  el  desti-* 
nado  á  obrar  en  el  Rosellon  y  (jlataluña,  y  quedando 
él  mismos!  frente  de  otro  de  cincuenta  mil  hombres, 
cujbs  tenientes  eran  el  duque  do  Orleans,  su  bermano, 
y  los  marisscales  de  Crequi,  Scbomberg,  Homiéres,  la 
Feuiilade  y  Lorges.  Cayeron  estas  fuerzas  primeramen- 
te  sobre  la  plaza  de  Conde  en  Flandes,  y  atacáronla  con 
formidables  baterfas  los  mariscales  reunidos  á  presen^ 
cía  del  rey.  Cuando  el  príncipe  de  Orairge  y  el  dnque 
de  Villabermosa  marchaban  en  socorro  de  la  plaza, 
ya  la  guarnición  consternada  babia  capitulado  (abril, 
i  676).  Mientras  el  rey  Luis  en  persona  contenía  al  dé 
Orange  y  Villahermosa,  otfo  cuerpo  considerable  de 
^us  tropas  sitiaba,  atacaba  y  rendia  la  plaza  de  Bou-* 
chain  (mayo,  1676).  Aun  después  de  enviar  refuer-* 
zos  á  la  Álsacia   y  4a  Lorena,  en  la  revista   que 


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68  '  UISTOftiA  DB  BSPaAa. 

pasó  á  su  ejército  en  jaDÍo  vio  que  no  bajaba  de  cua*'- 
renta  mil  hombres.  Con  ellos  se  corrió  laego  hacia 
Yalenciennes,  y- acampando  enQaievráin  taló  todo  el 
país  de  las  cercanía»  de  Mons»  despaes  de  lo  cpal  se 
volvió á  Francia  (julio),  dejando  el  mando  del  ejérci- 
to á  Schomberg. 

Mientras  que  el  mariscal  de  Humiéres  sitiaba  la 
dudad  de  Ayre,  una  de  las  mejores  y  mas  fuertes  que 
los  españoles  poseiánen  el  Artois,  y  se  apoderaba  de 
ella  sin  que  llegara  á  tiempo  de  impedirlo  el  duque 
de  YiUahermosa  (fin  de  julio,  A  676),  el  príncipe  de 
Orange  embestía  la  disputada  plaza  de  Maestrick  con 
un  ejércRo  compuesto  de  tropas  holandesas,  alema- 
nas, inglesas  y  españolas.  Grandes  esfuerzos  hizo  el 
joven  statuder  para  recobrarla:  muchos  y  muy  san-  . 
grientos  combates  hubo  entre  sitiadores  y  sitíados; 
muchos  estragos  causaron  en  unos  y  en  otros  las  mi- 
nas que  se  volaban;  á  costa  de  mucha  sangre  se  to- 
maba y  se  perdia  cada  fuerte,  cada  bastión,  cada 
reducto,  cada  camino  cubierto.  Pero  acudiendo  el 
mismo  Schomberg,  que  hasta  entonces  habid  estado 
deteniendo  á  YiUahermosa,  en  socorro  de  la  plaza, 
resolvieron  los  confederados  en  consejo '  de  generales 
levantar  el  cerco  (agosto,  4676).  No  fué  poco  el  isé- 
tito  del  statuder  en  saber  retirarse  burlando  á  fuerza 
de  estratagemas  al  enemigo.  Terminó  la  campaña  de 
este  año  en  Flandes  rindiendo  el  mariscal  Humiéres  el 
fuerte  de  Livíeky  tomando  el  de  Grequi  el  castillo  de 


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fARTB  III*   LIBftO  V  69 

Bouillon,   el  de  Lik  y  algunos  otros  de  meóos  ¡m- 
ortaocta   ^*). 

Aunque  no  tan  triunfantes  las  armas  francesas  en 
Alemania,  sin  embargo  también  ganaron  alli  algunas 
victpria&.  La  ciudad  de  Pfaiiisburg  cayó  en  poder  del 
mariscal  duque  de  Luxemburg;  el  duque  de  Lore- 
na,  que  babia  reemplazado  al  célebre  Montecuculli  en 
el  mando  del  ejército  imperial,  se  retiró  sin  gloría  á 
cuarteles  de  invierno  (octubre,  1676),  y  el  mariscal 
francés  situó  ^tts  tropas  en  la  Alsdcia  y  la  Lorena. 

No  se  descensaba  en  la  parte  del  Rosellon  y  Ca* 
taluña.  El  marqués  de  Cerralbo.habia  sustituido  en 
el  vireinato  del  Principado  al  veterano  Tuttavilla* 
duque  de  San  Germán.  A  Schomberg  babia  reempla- 
zado en  el  mando  de  las  tropas  francesas  el  mariscal 
dé  Noailles,  que  ^disponía  de  quince  mí(  hombres, 
con  mas  unas  compalUas  de  míqueletes  franceses  que 
formó  á  imitación  de  los  catalanes.  A  fines  de  abril 
(1676)  pasó  el  francés  revista  á  sus  tropas,  mudó  la 
guarnición  de  Bellegarde,  que  los  españoles  habian 
estado  á  punto  de  ganar  por  secretos  tratos,  y  entró 
en  el  Ampurdan.pór  el  Coll  de  Pertús,  tomó  á  Figue- 
ras  haciendo  prisionero  un  tercio  catatan  sin  que  se 
escapara  un  solo  hombre,  hízola  depósito  de  víveres, 
y  continuó  su  qiarcba  sin  tropiezo.  Gente  nueva  y  sin 

(1)    Carlas  y  despachos  de  Lan-  Provincias  Uaídas,  t..  il.— Obras 

noy,  de  Estrades,  a»  Colbort  y  de  de  Luis  XIV.  t.  IV.—Oacetas  e»- 

Avaas:.  correspondencia  de  lio-  pañolas  del  reinado  de  Carlos  11.: 

landa.— Basnage,  Historia  de  las  Noticias  estraordinarias  del  Norte. 


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70  HISTORIA  DB  BSPAÜA. 

esperíenoia  los  soldados  españoles  que  se  reanian  en 
las  cercanías  de  Gerona,  no  se  atrevieron  á  hacer 
frente  al  marisical  francés.  Sin  embargo,  salieron  á  dos 
leguas  de  la  ciudad»  con  voz,  pero  no  cbn  intención 
de  ir  á  atacar  al  enemigo:  mas  sabedores  por  los  mi* 
qoeletesde  (jtue  un  cuerpo  de  infantería  y  dragones 
franceses,  iba  sobre  ellos  con  la  confianza  de  des« 
truirlos  como  hisopos,  tuvieron  á  bien  retirarse  al 
abrigo  de  la  ciudad» 

Todo  eí  empeño  y  todo  el  afán  de  Noailies  era 
esterminar  los  importunos  miqueleles,  que  no  dejaban 
reposar  sus  tropas,  como  antes  no  habían  dejado  des- 
cansar las  de  sus  antecesores.  Con  órd  onde  perseguir- 
los sin  tregua  hasta  en  los  lugares  mas  ásperos  des- 
-tacó  al  mariscal  Cabaux  con  todos  los  dragones  y  bds* 
lante infantería;  pero  dividiéndoselos  miqueletes  Qn 
tres  trozos  para  mejor  burlar  la  persecución  y  hacer 
mas  libremente  sus  escuj*siones«  conocedores  del  pais 
hurtábanle  al  mariscal  ligeramente  las  vueltas,  y 
cuando  creiallevarlos  delante  cncontrábaseacometido 
por  la  espalda  ó  por  los  lados,  confundíase  y  s.e  fali-"^ 
gaba  sin  fruto^  hasta  que  cansado  tuvo  que  renunciar 
á  la  persecución,  y  cuidar  él  mismo  do  librarse  de 
ella.  Disminuido  luego  el  ejército  francés  por  haber 
desmembrado  cuatro  mil  hombres  para*  enviarlos 
también  á  Sicilia  (julio,  1676),  limitóse  el  de  Noai- 
lies el  resto  del  año  á  mantener  sus  tropas  á  costa  del 
pais  y  con  gran  vejámpn  de  los  pueblos,   hasta  que 


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PABTB  III.  LIBBO  V.  Ti 

aproximándose  la  estacioir  fria  y  distríbuyendo  so 
gente  entre  el  Ampordan  y  el  Rosellon  se  retiró  á 
Perpiñan,  desdé  donde  hacia  solamente  algunas  es^ 
corsiones  ^*^ 

Henos  feliz  fué  todavía  para  los  españolea  la  cam<- 
pana  de  GatalnSa  el  año  siguiente  (4677).  Sucedió  al 
marqués  de  Cer'ralbo  en  el  vireinato  el  príncipe  de 
Parma,  que  al  poco  tiempo,  sia  cansa  que  aparezca 
justificada,  fué  reemplazado  por  el  conde  de  Monterr 
rey,  gobernador  que  habia  sido  de  FlandejS.  Aunque 
*se  determinó  enviar  á  Cataluña  las  tropas  destinadas 
á  Sicilia,  y  el  Principado  hizo  un  gran  donativo  para 
la  guerra,  ^  muóhos  grandes  y  nobles  de  Castilla 
tomaron  las  armas,  procedióse  con  tanta  lentitud,  que 
eran  ya  fines  de  junio  (t677)  cuando  el  de  Montera 
rey  pudo  ponerse  en  marcha  con  un  ejército  de  cerca 
de  doce  mil  hombres,  cuyo  maestre  de  campo  gene* 
ral^éra  don  José  Galceran  de  Pinos,  á  fin  de  atacar  át. 
mariscal  de  Noailles  que  con  sus  ocho  mil  infantes 
infestaba  y  asolaba  los  pueblos  del  Ampurdan.  Esp^ó 
el  francés  en  posición  ventajosa  al  pie  de  una  montaña 
y  al  otro  lado  del  rio  Orlina.  Acampó  el  de  Monterrey 
y  pnso  en  batalla ^u  gente  &.  tiro  dé  cañón.  Estuvie- 
ron unos  y  btros, algunos  dias  observándose  y  hacien- 
do algunos  movimientos,  pero  sin  venir  á  las  manos* 
El  4  do  julio  levantó  el  francés  su  campo  y  fuese  re- 

(1)    Epítome  bistórico  de  los  sacesos  de  España,  ctc¡  MS.    \ 


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72  H18T01Ü  DB  BSPAAa. 

tirando  coo  macho  silencio*  Sigaíéronle  los  nnestrbs 
llenos  de  confianza,  y  especialmente  la  nobleza,  que 
creyó  llegado  el  caso  de  cubrirse  de  gloria.  Mas  vien- 
do el  de  Noailles  el  desorden  con  qne  la  vanguardia 
española  acometía  su  retaguardia,  mandó  hacer  alto  y 
disparar  la  artillería.  Empeñóse  con  esto  una  seria  y 
brava  pelea,  que  duró  de  cinco  á  seis  horas,  y  en  que 
nuestra  inesperta  nobleza  pagó  caro  su  ardor  y  su  cie- 
ga confianza.  Aili  cayó  mortalmente  herido  el  duque 
de  Monteleon,  que  guiaba  la  vanguardia;  alli  sucuin- 
bieron  el  joven  marqués  de  Fuentes,  el  vizconde  de 
San  Jorge  y  otros  caballeros  españoles  y  alemanes.  El 
conde  de  Monterrey  puso  en  buena  ordenanza  toda  su 
gente,  recogiendo  la  desecha  vanguardia,  y  el  com- 
bate se  hizo  general,  con  nd  poóo  estrago  de  una  y  de 
otra  parte,  mas  cuando  le  pareció  al  francés  conve- 
niente prosiguió  su  marcha  y  ganó  el  Rosellon.  Por 
mas  que  en  Barcelona  y  en  Madrid  se  celebrara  como 
un  triunfo  esta  jornada,  la  verdad  es  que  sufrimos 
lamentables  pérdidas,  y  que  nuestro  ejército  quedó 
quebrantado,  y  gracias  que  e^  enemigo  no  hizo  en  el 
resto  de  aquel  año  mas  irrupciones. 

La  que  hizo  al  año  siguiente  (abril,  1678)  fué  tra- 
yendo su  ejército  reforzado  hasta  veinte  mil  hombres, 
con  el  cual  emprendió  el  sitio  de  Puigcerdá,  capital 
de  la-Cerdaña.  Guarnecíala  el  bravo  oficial  don  San- 
cbo  Miranda  con  dos  iqíI  hombres  de  tropa  y  setecien- 
tos ciudadanos  armados.  Esfuerzos  prodigiosos  de  va- 


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PAETB  111.  UBM  T.  73 

lor  hizo  el  don  Sancho  en  un  mes  entero  que  dar^  el 
sitio,  y  en  el  cual  los  franceses  abrieron  muchas  bre- 
cbaSf  hicieron  y  volaron  mdiqhas  minas  y  dieron  vad- 
nos asaltos.  El  conde  de  Monterrey,  que  se  movió  con 
trece  milliombres  como  para  dar  socorro  á  la  plaza, 
contentóse  con  situarse  frente  al  ejército  sitiador,  sin 
atreverse  á  atacar  sus  cuarteles,  y  luego  se  retiró  de- 
jando abandonado  al  gobernador  de  Püigcerdá,  que 
con  aqoella  retirada  imprudente  se  vio  precisado  á 
capitular  (28  de  mayo,  1&78),  con  condiciones  dignas 
de  su  gloriosa  defensa*  Conquistada  y  guarnecida  es- 
ta plaza  por  el  francés,  volvióse  al  Rosellon  á  des- 
cansar, de  las  fatigas  del  sitio.  Pero  en  setiembre  pe- 
netró de  nuevo  en  Cataluña,  y  pasó  aquel  mes  y  el  de 
octubre  entre  el  Ampurdan  y  la  Cerdaña  sul)8istien- 
do  á  espensas  de  ambos  paises,  y  sin  acometer  em- 
presa considerable.  Por  último,  con  noticias  que  el 
mariscal  francés  tuvo  de  estar  para  concluirse  el  tra- 
tado de  paz  general,  hizo  destruir  las  fortificaciones 
de  Püigcerdá  y  otros  castillos  que  poseían  los  france- 
ses, para  que  no  pudieran  servir  á  los  españoles  en  él 
caso  de  una  nueva  guerra  ^*K 

Hablan  estado  en  este  tiempo  principalmente  em- 
pleadas laaleacion  y  las  fuerzas  de.Luis  XIV.' en  los 
Paises  Bajos,  de  cuya  posesión  se  había  propuesto  des- 
pojar á  España.  Yaunque  habia  manifestado  deseos  de 

(4)    Brozen  de  la  Martinióre,    Luis XIV.  tom.  III.— Basnage,  t.U* 
Uisi.    de  la  vida  y  reinado  de    «—Epítome  histórico,  etc. 


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74  iitSToaiA  DS  bapaRa.  \ 

paz  y  8Ído  el  primero  eo  enviar  sus  plenipoteüciarios  á 
Nimega,  no  por  eso  renunció  á  la  prosecución  de  sus 
conquistas.  Hteolas  ahoi!&  eon  mas  rapidez  por  el 
abandono  de  la  corle  de  España  en  enviar  socorros  á 
Fiandes.  Abrióse  esta  vez  la*  campana  por  el  sitio  de 
Valenciennes  (febre^y  4677),  á  cuyo  campo  llegó  el 
monarca  desde  París  el  4  de  marzo,  no  obstante  el  ri- 
gor de  la  estación.  La  plaza  de  Yalénciennes,  fuertí- 
sima y  délas  de  primer  orden»  qae  se  tenia  casi  por 
inexpugnable^  se  rindió  á  ios  franceses  (17  de  marzo)^ 
no  sin  sospechas  de  haberse  debido  en  gran  parte  á 
secretas  inteligencias  con  los  de  dentro.  Asediada  des- 
pués y  embestida,  la  ciudad  fuerte  deCambray,  se  en- 
tregó también  al  rey  Luis  por  capitulación  (6  de  abril)» 
El  duque  deOrleans,  hermano  único  del  rey,  batió  y 
derrotó  en  campal  batalla  al  príncipe  de  Orangeen 
Cassel,  con  pérdida  de  mas  de  cinco  mil  de  los  alia- 
dos entre  oiuertos  y  prisioneros,  y  de  loa  cañones, 
morteros,  provisiones  y  muchos  estandartes.  Después 
de  la  cual  continuó  el  de  Orleans  el  sitio  qué  tenia 
puesto  á  Sjaint-Omer,  y  ia  rindió  también  por  capitula- 
ción (22  de  abril), 

¥X  príncipe  de  Orange,  desptfes  de  la  derro- 
ta de  Cassel,  reunió  todas  sus  tropas  y  las  aumentó 
hasta  formar  un  ejército  de  cincuenta  milhombres, 
inclusos  los  españoles,  con  el  cual,  después  de  algu- 
nos movimientos  para  aparentar  que  iba  á  poner  cer- 
co á  Maestrick,  cayó  sobre  Charleroy.  Pero  habiendo 


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PABTB  III.  LIBRO  V.  75 

acudido  los  mariscales  $l'e  Luxemburg  y  de  Humiéres, 
y  deteniendo  el  de  Crequi  al  duque  de  Lorena  que 
marchaba  á  darle  refuerzo,,  levantó  el  sitio  (4  4  de 
agosto,  1677),  y  se  retiró  sin  aceptar  la  batalla  de  los 
franceses,  contra  el  parecer  del  duque  de  Villaher- 
mosa.  Con  mejor  suerte  el  de  Luxemburg,  sé  apoderó 
en  diciembre  de  la  plaza  de  San  Guillain,  con  que 
terminó  la  campana  de  1 677  en  Fiandes  tan  venta- 
josa para  los  franceses  como  desastrosa  é  infausta 
para  holandeses  y  españoles  ^*K 

Por  un  nuevo  tratado  que  hicieron  entre  sí  la  In« 
glaterra»  Holanda  y  España,  y  que.  se  firmó  en  La 
Haya  {16  de  enero,  1678),  fueron  retiradas  de  Fran- 
cia las  tropas  inglesas  que  estaban  als^ervicio  del  rey 
I^iSf'  y  á  petición  del  príncipe  de  Orange  suministró 
la  Gran  Bretaña  una  escuadra  de  ochenta  bageles  de 
guerra  con  treinta  mil  soldados.  Viéndose  tan  seria- 
mente  amenazado  LuisXIY.,  resolvió  separar  la  Ho<* 
Janda  de  la  confederación  ofreciéndole  partidos  ven- 
tajosos, para  poder  dictar  la  ley  á  las  demás  naciones; 
y  á  fin  de  obligar  á  España  á  dar  oídos  á  las  condi- 
ciones de  paz  que  quería  imponerle,  se  propuso  inti- 
-midarla,  moviendo  todos  sus  eyércitos  á  un  tiempo, 
sin  revelar  á  nadie  sus  planes  y  designios,  y  bacién- 


(4)    Correspondencia  de  Holán-  de  Lfis  XIV.-^ Noticias  exlraor- 
da.  Colección  de  Docamentos  bis-  diñarías  del  Norte,  impresaa  en 
tóricos  para  la  historia  de  Fran-  Zaragoza,  1677:  Colección  do  Cá- 
ela.— Basnage,  Historiare  las  Pro-  ^cctas  de  este  reinado, 
vincías  Unidas,  tom.  11.— Obras 


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76      .  HISTORIA   DB   ESPAfÍA. 

dolos  marchar  y  cootramarcbar  con  órdeqes  reserva- 
das y  xnisteriosasi  que  á  nadie  dejaban  adivióar  sus 
proyectos.  Asombrado  se  quedó  el  duque  de  Yillaher'^ 
mosa  que  gobernaba  por  España  ios  Países  Bajos» 
cuando  supo  que  los  franceses  atacaban  á  un  tiempo  á 
Iprés,  Namur,  Luxemburg  y  Mons. 

,  No  menos  sorprendió  al  gobernador  de  Gante, 
don  Francisco  Pafdo»  oficial  español  de  gran  valor, 
intrepidez  y  prudencial  ver  atacados  los  arrabales  de 
la  ciudad  por  el  ejército  de  Rumiéres  (marzo,  1678), 
hallándose  sin  tropas  para  defenderla.  Hizo  sinembar* 
go  heroicos  esfuerzos,  abrió  las  esclusas  é  inundó  el 
pais:  pero  al  cabo  de  ocho  días  tuvo  que  rendirse  (9 
de  marzo)^  por  falta  absoluta  de  medios  para  pro- 
longar mas  la  defensa;  Igual  suerte  cupo  á  iaxle  Iprés 
(S5  de  marzo},  cuyo  sitio  dirigió  el  rey  en  persona. 
Indignó  á  ios  ingleses  la  conquista  de  estas  dos  pla- 
zas, por  el  menosprecio  que  el  francés  hacía  de  su 
empeño  y  compromiso  en  la  conservación  de  la  Flan- 
des  española.  Empeñábase  el  parlamento  en  qtie  se 
había  de  declarar  la  guerra  á  Francia,  pero  Carlos,  ó 
ganado  por  la  corte  de  este  reino,  ó  bien  hallado  con 
su  Vida  de  deleites,  lo  difirió  cuanto  pudo,  hasta  que 
al  fin  la  declaró  (9  de  mayo).  Este  paso,  dado  algún 
tiempo  antes,  hubiera  podido  ser  mas  provechoso  á  los 
aliados:  mas  como  quiera  que  las  negociaciones  de  la 
paz,  entablpda  en  Nimega,  aunque  conducidas  con 
lentitud,  estuviesen  ya  adelantadas;  y  como  quiera 


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PAATB  111.  LIBEO  ▼•  77 

que  los  holandeses,  mas  cansados  de  guerra  que  I6s 
demás»  se  mostrasen  también  mas  dispuestos  á  acep- 
tar lel  tratado  de  paz  con  Francia,  la  guerra  de  los' 
Pai^s  Bajos  fué  ya  menos  viva,  si  bien  no  se  inter- 
rumpieron las  operaciones. 

Los  (Jos  ejércitos,  el  de  los  franceses  y  el  áe  los 
aliados^  se  dieron  todavía  un  sangriento  combate  de* 
lante  deMous  (agosto,  1678),  y  aun  creyeron  unos  y 
otros  que  se  renovaria  al  día  siguiente,  cuando  llegó 
á  los  dos  campos  la  noticia  de  haberse  firmado  la  paz 
que  puso  término  á  esta  larga'y  calamitosa  guerra,  y 
de  cuya  historia  y  condiciones  daremos  cuenta  sepa- 
radamente, por  lo  mucho  que  influyó  en  la  situación 
sucesiva  de  ios  estados  de  Europa  <*). 

.    (4)    Obras  de  Luis  XIV.  t.  IV.  Nimega.—CorrespondeDCÍa  délos 

.^Gacetas  de  4678:  Noticias  reci-  generales  de  los  Países  Bmos  coa 

bidasdel  Noil9.— Basnage^  Histo*  LaísXlV.  y  con  lacórtedeespafiat 

ría  de  las  ProTíncias  Unidas.—  Documentos  inéditos. 
Memorias  de  las  nsgociaciones  de 


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CAPITULO  IV. 

REBELIÓN  DE  MESSINA. 
De1«74  *  4678. 


Causa  y  ^riocipio^e  la  robclion.— Medidas  del  virey  para  sofocarla* 
-—Protección  y  socorro  de  los  franceses  á  los  sablevados.— Van 
tropas  do  Catalana  contra  elIos'.-^Roconocen  los  rebeldes  por  so- 
berano á  Luis  XIV.  de  Francia*— Don  Joan  de  Austria  se  niega  á 
embarcarse  para  Sicüia.— Armada  holandesa  y  espaílola.— Ruyter. . 
— Combates  de  la  escuadra  airada  contra  la  francesa.— Muerte  de 
Ruyter. — Destrucción  de  la  armada  holandesa  y  espafiola.— Nue* 
vos  esfuerzos  de  España. — Odio  da  los  sicilianos  á  los  france8ea.-<* 
Declaración  de  Inglaterra  contra  la  dominación  francesa  en  Mes- 
sina. — Retira'Lui^  XIV.  sus  naves  y  sus  tropas  de  Sicjjia.— Término 
do  la  rebelión.— Rigor  ep  los  castigos  de  los  rebeldes. 


Dijimos  en  el  capítulo  anterior,  que  en  el  verano 
de  1674  había  sido  necesario  desmembrar  una  parto 
del  ejército  de  Cataluña  para  enviarla  á  Sicilia  á  fín 
de  sofocar  una  rebelión,  que  acababa  de  estallar  en 
Messina  contra  el  gobierno  español. 

Nació  esta  rebelión  de  haber  querido  el  gpberna*- 
dor  español  don  Luis  del  Hoyo  quitar  á  los  mesineses 
el  gobierno  particular  con  que  ellos  se  reglan,  y  con 


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^  C0al  vivían  gomando  de  una  completa  libertad  eo 
medio  de  una  monarquía  absoluta.  Para  conseguirlo 
intentó  destruir  61  poder  de  la  ^oblesa  acariciando  al 
pueblo.  Uoa  carestía  que  se^  experimentó  habia  dadb 
ocasión  á  que  los  populares  se  levantaran  contra  el 
senado,  incendiando  y  devastando  las  casas  de  los 
senadores.  Don  Luis  del  Hoyo  aprovechó  aquella  es* 
cisión  para  proponer  que  se  compartiera  la  autoridad 
entre  nobles  y  plebeyos;  mas  no  por  esto  los  tumol* 
ios  cesaron,  y  se  formaron  en  Ifessiaa  dos  partidos, 
uno  de  ellos,  él  mas  poderoso,  apegado  á  su  antigua 
constitución,  y  enemigo  de '  los  españoles,  cuyas  in- 
tenciones sospechaba.  El  sucesor  de  don  Luis  del  Ho-k 
yo,  don  Diego  de  Soria,  marqués  de  Crispano,  creyó 
que  el  mejor  medio  para  sujetar  á  los  senadores  que 
'  'eran  de  este  partido  era  el  rigor,  y  llamándolos  una 
mañana  á  su  palacio  los  hizo  prender.  Al  rumor  de 
este  suceso  se  alborotó  la  población,  tomaron  las  ar-* 
mas  los  dos  partidos,  llamados  los  Malvazzi  y  los 
Merlit  chocaron  entre  sí,  y  vencedores  los  Malva2;3i, 
que  eran  los  mas,  dirigiéronse  al  palacio  del  gober^^ 
nador,  hicíéronle  soltar  los  presos  (agosto,  1674),  le 
depusieron  del  cargo,  é  intentaron^  apoderarse  de  su 

0 

persona,  pero  b  impidió  la  artillería  del  fuerte  de 
San  Salvador  disparando  "^contra  la  muchedumbre. 
El  virey  de  Sicilia,  marqués  de  Bayona,  llamó  tropas 
-  para  sujetar  la  óiudad  sublevada,  y  pidió  socorros  al 
virey  de  Ñapóles,  marqués  de  Ástorga;  pero  hacíanle 


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80  s       018T0EU  dbbspaIIa.     . 

falta  las  galeras  de  Malta  y  de  Genova  para  dominar 
el  mar. 

Los  mesineses,  viendo  el  peligro  -  que  corrían, 
aunque  se  habían  ido  apoderando  de  casi  todos  los 
fuertes  y  arrojado  de  ellos  á  los  españoles,  determí-% 
naron  pedir  auxilio  á  Luis  XIV.  de  Francia,  por  me* 
dio  del  embajador  francéis  en  Roma,  dnque  de  Es- 
irées  ^*K  El  monarca  francés  que  hacia  tiempo  desea-  . 
ba  intervenir  en  la  vida  política  de  Italia,  y  que  vio 
tan  buena  ocasión  de  cooperar  también  en  aquella 
parte  al  abatimiento  del  poder  español,  acogió  con 
avidez  la  proposición,  y  al  momento  ordenó  que  el 
caballero  deValbelle  fuese  con  una  pequeña  flota  álle-* 
var  provisiones  á  los  de  Messina.  A  la  aproximación 
de  este  socorro  los  mesineses  abatieron  las  armas 
españolas,  á  los  gritos^  de  <x¡Vtt>a  Praticial  ¡Muera 
BspáñaU  Las  provia^iones  entraron,  merced  á  la  íq-^ 
movilidad  de  don  Beltran  de  Guevara,  que  mandaba 
las  galeras  de  Nápole^,  el  cual  estaba  ya  en  el  puer- 
to, y  nada  Bizo  para  impedirlo.  A  instigación  de  Val- 
belle  atacaron  los  mesineses  el  fuerte  de  San  Salva- 
dor, y  después  de  minado  intimaron*  la  rendición  a) 
gobernador,  que  capituló  á  condición  de  entregar  la 
plaza  si  dentro  de  ocho  dias  no  le  llegaban  socorros. 

Con  noticia  de  estas  novedades  la  corte  de  Madrid 


.    (4}    Fué  el  encargado  de  esta    influyeate  en  aquelJas  cireans- 
comisión  Antoníio  Caffaro,  hijo^el    tancias. 


senador  Gaflfhro,  elpersonage  mas 


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PAATB  111.  LIBIO  V*  84 

mandó  embarcar  para  Sicilia  una  parte  de  las  (ropas 
que  operaban  en  Cataluña »  y  nombró  vírey  al  marqués 
de  Villafraoca,  que  con  aquoUas  tropas  y  las  que  de 
Milán  acudieron»  se  propuso  estrechar  la  ciudad.  Pero 
al  propio  tiempo,  y  cuando  ya  el  hambre  apuraba  á 
los  de  dentro»  arribaron  diex  y  nueve  naveafraneesas 
con  bastimentos  y  soldados  (13  de  enero,  1675),  y  á 
poco  tiempo  llegó  el  duque  de  Vivonne,  comandante 
de  las  fuerzas  maritimas  de.  la  Francia  en  el  Mediter* 
raneo,  con  nueve^  navios  gruesos  y  algunas  fragatas 
(febrero);  enarboléronse  enMessina  de  orden  del  se- ' 
nado  las  banderas  de  Francia,  y  desembarcado  que 
habo  el  francés  le  fberon  entregados  los  puestos  prin- 
cipíales de  la  ciudad,  y  se  le  hicieron  los  honores  co- 
mo á  quien  iba  investido  del  título  de  virey.  Pero  la 
entrada  en  el  ^puerto  le  había  costado  on  terrible  com-* 
bate,  en  que  al  fin  quedó  victorioso,  teniendo  que  re* 
tirarse  á  Ñápeles  la  ^scaadra  española»  El  almirante 
francés  declaró  que  Luis'XIV.  habia,  tomado  bajo  su 
benévola  protección  la  ciudad  de  jáessina,  en  cava 
virtud  se  prestó  en  la  catedral  con  toda  ceremonia  el 
juramento,  de  fidelidad  al  nuevo  soberano  {%%  de 
abril, '1675),  y  el  virey  á  su  ves  juró  á  nombre  de  su 
moiAma  guardar  los  fileros,  privilegios  y  libertades 
de  ios  mesineses. 

Mas  si  loa  fraaceses  dominaban  ee  la  ciudad,  no 
asi  Alera  de  allí,  niel  reMo  del  rein6,  doade  eran 
aborrecidos.  Palermo  se  declaró  contra  elloa:  nobles 
Tomo  xvii.  ,  6        . 


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82  &18T0RIA  DB  BSPAÑÁ. 

y  paisanos  sé  armaban  por  todas  parles  para  resislir- 
les;  y  si  bien  para  neulralizar  aqael  movimiento  de 
repalsion  publicó  Luis  XIV.  un  manifiesto  declarando 
que  su  intención  era  libertar  á  los  sicilianos  de  la  do* 
minacion  española  y  proteger  el  restablecimiento  dei 
trono  nacionaU  dejándoles  elegir  un  rey  de  su  san- 
gre; así  y  todo  el  duque  de  Vivonne  tenia  que  estar 
encerrado  en  la  ciudad,  sin  atreverse  á  emprender 
espedicion  alguna,  hasta  qne  le  llegaron  nuevos  re^ 
fuerzos  navales  (junio),  con  jos  cuales  pudo  acometer 
algunas  ciudades  de  la  costa,  y  apoderarse  de  Agosta 
y  de  Lentini  (agosto,  4  67K). 

En  vista  del  aspecto  que  presentaban  los  negocios 
de  Sicilia^  la  reina  regente  de  Bspaña  pidió  socorro^ 
á  la  Holanda  como  aliada  nuestra  que  era,  y  nombró 
á  donjuán  de  Austria  virey  y  general  de  todos  lOs 
dominios  españoles  en  Italia,  con  lo  cual  se  proponía 
alejarle  del  reino,  donde-siempre  le  estaba  inspirando 
recelos'y  temores.  La  república  respondió  al  llama- 
miento enviando  al  almirante  Ruyter,  que  llegó  á 
Cádiz  con  veinte  y  cuatro  navios  de  guerra  (S8  de  se- 
tiembre, 1675),  y  desde  alli  pasó  á  Barcelona,  donde 
^  le  debían  reunir  las  tropas  de  don  Juan  de  Austria 
destinadasr  á  la  espedicion.  Pero  el  hermano  bastardo 
del  rey,  á  quien  éste  por  consejo  de  su  confesor  había 
escrito  una  carta  de  su  puno  llamándole  á  la  corte, 
vino  á  Madrid,  y  desde  aqui  avisó  al  almirante  holab. 
des  que  podía  eibbarcarse,  pues  él  no  pensaba  partir 


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PARTBJÍII.  LIBRO  V.  83 

para  Sicilia.  Y  era  que  el  rey  estaba  muy  próximo  á 
cumplir  la  mayor  edad,  y  los  ODemrgos  de  la  reina 
madre  temau  ya  preparado  el  terreno  para  sustituir 
al  influjo  de  la  regente  el  de  don  Juan  de  Austria  en 
los  consejos  del  joven  soberano. 

Partió,  pues,  Ruyter  de  Barcelona  sin  llevar  tro- 
pas de  España,  y  después  de  sufrir  dos  borrascas  en 
el  tránsito  arribó  á  Sicilia^  donde  se  le  incorporó  la 
flota  española.  El  7  de  enero  (1676),  hubo  ya  un  recio 
combate  cerca  de  Stromboli  entre  las  escuadras  ho- 
landesa y  francesa,  mandada  esta  última  por  Duques- 
ne,  en  que  ambas  quedaron  maltratadas,  sin  resulta- 
do definitivo  para  ninguna.  Al  mismo  tiempo  el  ejér- 
cito español  de  tierra  batía  cerca  de  San  Basilio  en 
la  vecindad  de  Messina  á  los  franceses  y  moisineses 
reunidos.  Guando  nuestras  tropas  se  hallaban  á  tiro 
de  canon  de  la  ciudad,  ftuyter  se  aproximó  también 
al  puerto  con  la  armada,  y  queJó  aquella  circuida 
por  mar  y  tierra.  Mas  luegq  en  una  segunda^  batalla 
naval  que  las  dos  escuadras  enemigas  se  dieron  cerca 
de  Agosta  (21  de  abril,  4676),  hubo  la  desgraciado 
que  el  almirante  tolandés  Ruyter  fuese  morlalmenlo 
herido,  rotas  las  dos  piernas,  con  lo  cual  tuvo  que  re- 
tirarse á  Siracusa,  donde  murió  á  los  pocos  dias  (29 
de  abril).  General  de  mar  de  los  mejores  que  se  ha- 
bían conocido,  su  muerte  fué  una  pérdida  irreparable 
para  Holanda  y  para  España.  La  escuadra  dejos  alia- 
dos estuvo  un  mes  reparándose  en  Siracusa;  la  fran- 


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84  HISTORIA    DR   RSPaRa. 

cesa  Jiizo  io  mismo  en  Messina;  mas  habiendo  aquella 
hecho  rombo  hacia  Palermo,  Tué  tercera  vez  aco- 
metida por  la  de  Francia  (S  de  junio),  á  las  órdenes 
del  duque  de  Vivonne.  En  este  combale  tuvimos 
.desastres  y  pérdidas  horribles;  incendiada  la  atmiranta 
española,  todos  se  apresuraron  á  cortar  los  cables  y 
á  huir  de  las  llamas.  Quemáronse  también  varios  bru- 
lotes para  que  no  cayeran  en  manos  de  los  enemigos; 
las  piezas  de  hierro  y  madera  que  hizo  saltar  la 
pólvora  sumergieron  otras  embarcaciones,  y  quita- 
rx)n  la  vida  á  multidad  de  oficiales,  soldados  y  mari- 
neros. Entre  holandeses  y  españoles  se  perdieron 
cerca  de  circo  mil  hombres,  siete  navios  de  guerra, 
seis  galeras,  siete  brulotes,  varios  buques  menores  y 
setecientas  piezas  de  artillería. 

Resultado  de  esta  gran  derrota  fué  abandonar  la 
encuadra  aliada  los  mares  de  Sicilia  á  merced  de  los 
franceses,  que  sin  estorbo  pudieron  ya  socorrer  á 
Mesfeina.  Y  aprovechándose  el  duque  de  Yivonnb  de 
ja  imposibilidad  en  que  España  había  quedado  de  re- 
parar de  pronto  las  pérdidas,  hizo  sus  irrupciones  á 
la  Calabria:  apoderóse  de  MerilK  eo  el  Carlentíno: 
taormina  y  su  castillo  se  le  entregaron  sin  resisten* 
cía;  los  españoles  defendieron  á  Scaletta  con  valor, 
pero  al  fin  tuvieron  que  rendirse,  y  las  fortalezas 
próximas  á  Messina  cayeron  en  poder  del  virey  de 
Francia. 

Hizo  no  obstante  España  todo  género  ÚB  sacrifir 


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riETB  111.  LIBBO  V.  85 

ek)s  por  la  conservacioa  de  aquella  Ma.  El  nuevo  vir- 
rey de  Mápole9>  marqués  de  los  Yeíez,  obtuvo  de  ia 
nobleza  y  del  pueblo  un  donaUvó  de  doscientos  mtt 
ducados  para  sostener  las  tropas  sicilianas.  Porlocar* 
rero,  nombrado  vírey  de  Sicilia,  reparó  en  lo  posible 
los  desMlres  de  nuestra  flota  y  la  puso  en  aptitud  de 
volver  á  servir.  Los  franceses  no  hacían  progresos, 
porque  eran  aborrecidos  de  los  naturales  del  pais,  y 
en  la  misma  ciudad  de  M^sina  se  conspiraba  contra 
ellos:  muchos  de  los  que  antes  los  proclamaron,  can- 
sados é  irritados  con  su  violencia,  deseaban  volver 
á  la  obediencia  de  España;  y  ia  Inglaterra  en  las 
conferencias  de  Nimega  {i677),  so  mostraba  dispues- 
ta á  declararse  contra  el  rey  Luis,,  si  persistia  en  se- 
guir ocupando  un  punto  tan  importante  en  el  Medi- 
terráneo. Por  último,  el  tratado  que  mas  adelante  hi- 
cieron Inglaterra,  Holanda  y  España,   convenció  al 
monarca  francés  de.  que  no  le  era  posible  conservar 
.  aqneUa  ciudad  y  sus  fortalezas,  y  determinó  abando- 
narlas y  retirar  sus  naves  y  sus  soldados  de  Agosta  y 
de  Messina  (4678).  Y  como  el  duque  de  Vivonne  re- 
pugnara ejecutarlo,  fué  enviado  en  su  lugar  el  ma-- 
riscal  de  la  Feuilladé.  El  nuevo  virey  francés,  so  pre- 
testo  de  una  espedicion  que  decia  proyectar  contra 
Catana  y  Siraeusa,  preparó  sus  tropas  y  sus  bageles: 
hecho  esto^  convocó  él  Senado,  y  le  leyó  las  instruc- 
ciones que  llevaba  para  abandonar  la  Sicilia.  Asom- 
briroDse  todos,  y  los  comprometidos  en  la  rebelión 


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$6  HISTORIA    DB   BSPAiIa. 

se  UenaroD  de  coosteraacioQ  y  de  espanto.  Todas  las 
súplicas  que  hicieroa  al  maViscal  para  que  difiriese  su 
,  partida  fueron  inútiles :    el  francés  estuvo  inexo- 
rable. 

Al  arrancar  la  flota  del  puerto  (1 6  de.marzo,  1 678)» 
los  mesineses  se  precipitaban  en  tropel  y  se  lanzaban 
á  los  buques,  temerosos  del  castigo  que  ^esperaban 
de  los  españoles.  Los  mas  fueron  rechazadost  y  solo 
se  admitió  á  unas  quinientas  familias,  pertenecientes 
muchas  á  la  nobleza.  El  9  de  abril  entraba  la  esctia* 
dra  en  el  puerto  de  Tolón,  Ademas  abandonaron  la 
ciudad  hasta  siete  mil  habitantes  huyendo  la  ven- 
ganza que  del  gobierno  de  España  temian.  Y  no  iban 
infundados  en  temerla;  porque  «si  bien  el  gobernador, 
que  lo  era  entonces  Vicente  de  Gonzaga,  prometió 
una  amnistía  provisional ,  aquella  clemencia  no  gustó 
á  la  corte  de  Madrid»  que  envió  en  su  lugar  al  conde 
de  Santo-Stéfano,  virey  de  Gerdeña»  con  orden  de 
secuestrar  los  bienes  de  todos  los  emigrados»  de  ex* 
pulsar  del  pais  á  todo  el  que  hubiera  obtenido  empleo 
durante  la  dominación  francesa,  y  de  levantar  monu- 
mentos expiatorios  en  memoria  de  la  rebelión.  Pare- 
cieron suaves  al  conde  estas  instrucciones»  y  llevando 
mas  allá  el  rigor  por  su  propia  cuenta,  persiguió  á 
culpables  é  ^inocentes,  abolió  el  Senado,  suprimió  los 
privilegios  y  franquicias  de  la  ciudad»  demolió  el  pa-  . 
lacio  municipal,  y  sobre  su  solar  levantó  una  columna 
con  ona  inscripción  insultante  para  los  mesineses: 


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PAETB  III.  LIBEO  V.  87 

mandó  fundir  la  campana  que  llamaba  á  consejo  para 
constrnir  con  su  metal  una  estatua  del  rey:  prohibió 
toda  reunión,  arregló  á  su  capricho  los  impuestos, 
destruyó  la  universidad,  despojó  los  archivos  en  que 
se  conservaban  los  privilegios^  y  construyó  una  ciu- 
dadela  para  mantener  siempre  en  respeto  á  los  re- 
voltosos. 

Tal  fué  el  término  de  la  rebelión  de  Messina» 
muy  semejante  al  que  había  tenido  treinta  años  antes 
la  sublevación  de  Ñapóles,  sí  bien  la  de  Sicilia  fué 
mas  larga  y  menos  sangrienta  ^*K 

(4)  Relación  exacta  de  lat^U  Salazar.  Est.  14,  Krad.  3.*.— Lfo 
teracíoues  de  la  ciudad  de  Un&i-  el  Botta,  Sioria  d* Italia. --Qacetas 
na  desde  el  afio  i674  basta  el  pre*  •  .de  este  reinado:  Alisos  extraor- 
aante;  Paris,  4676.-oArchÍYO  de    diñar  ios  de  las  cosas  de  Sicilia.. 


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CAPITIllO  V. 

LA  PAZ  DB  NIME6A. 
1678. 


Leoiitad  de  los  pleD¡poteDciark>$  ea  concurrir  al  Congreso.— Interés 
de  cada  nación  enla  continoacion  de  la  guerra. — Mediación  del 
rey  de  Inglaterra  para  la  pas.— Conducta  interesada,  incierta  y  va- 
cilante del  monarca  ¡nglés.<^Exigen0ias  de  Luis  XIV.— ^^errespon- 
deneia  dlpl^nétíóik  sobre  las  condictone$  de  la  |isai«-«->Mstriaionio 
del  prfücipe  de  Oraege  cob  la  prinoesa  Maria  de  Ingletorre.-*  Alian* 
za  entre  Inglaterra  y  Holanda  á  consecuencia  de  este  enlace.— 
Nuevas  negociacionoB  entre  Garlos  y  Luis.— Paz  entre  Luís  XIV.  y 
las  Proviociss  unidas.— Quejas  y  desaprobación  de  It^s  demás  po- 
lenoias.— Resentimiento  del  inglés.— Tratado  de  paz  entre  Francia 
y  Espafia.— Sus  principales  oapUulos.^Tratado  de  Francia  con  el 
Imperio*— Conclusión  déla  guerra.— Reflexiones.  ^ 

Ya  hemos  vteto  cómo  ¿  pesar  de  haberse  acorda- 
do desde  fines  de  167S  la  reunión  de  los  plenipoten- 
ciarios de  las  potencias  beligerantes  en  Nimega  para 
tratar  de  la  paz»  tan  necesaria  á  la  tranquilidad  de 
Europa,  continuó  por  no  poco  espacio  de  tiempo  viva 
y  animada  en  todas  partes  la  guerra.  Nació  esto  pri- 
meramente de  la  lenlilud  en  concurrir  á  aquella  ciu* 
dad  los  negociadores,  difiriéndolo  con  diferentes  pre- 


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.rAETB  m.  LIBRO  v«  89 

(68(00  ellos  y  loasober9iio9qiie  habino  de  represeoiar. 
Cada  KQo  obraba  aaí  por  wa  parücolaresfioea*  La  E»- 
pafia»  el  Imperio  y  el  principe  de  Orauge,  persuadí-» 
di>sde  que  la  Inglaterra  oo  cooseotiría  auMa  que  los 
Países  B^os  pasArao  al  doioioio  de  la  Frapciat  lo  es^ 
perabau  lodo  de  la  cootiauacioa  de  la  guerra»  y  eo 
vez  de  cnoslrar  interés  ea  que  adelantara  en  sus  tra* 
bajos  el  congreso  de  Nimega»  1$  pooianen  compro- 
meter i  la  Inglaterra  á  que  lomira  parte  en  la  liw 
cba.  Por  su  parte  Luis  XI V.  se  proponía  deshacer  la 
eonfederacioa»  y  sacar  mas  partido  tratando  separa^ 
damente  cor  cada  uno  de  los  confederados  que  el 
que  se  pfometia  de  una  asamblea  en  ^qoe  se  bailaran 
cos^regados  los  representantes  de  lodos* 

Carlos  de  loglateiTa»  en  cuyas  manos  hubieran 
podido  estar  los  deatínos  de  Europa,  y  aai  se  lo  de- 
ciautsebabia  dc^íado  giaaar  por  Francia»  recibien- 
do por  premio  de  su  neutralidiid  una  pensión  anual 
de  cíen  mil  libcas  esbsrlinasi  él  mismo  subsidio  que 
había  percibido  por  sn  alianza  durante  la  guerra,, 
rednciéndose  asi  á  la  humilde  posición  de  un  príncipe 
pensionario  de  Luis  XiV»,  en  vez  de  ser  el  arbitro  de 
la  paz.  como  hubiera  podido  serlo  con  harta  honra  y 
dignidad  suya.  Pero  Carlos  pr^rió  tener  dinero,  con^ 
solándose  con  decir  qué  era  menos  ignominio^  de- 
pender  de  un  monarca  poderoso  y  grande,  de  cuya 
alianza  podia  desprenderse  cuando  quisiera,  que  del 
partido  enemigo  que  tenia  en  el  parlamento;  y  Luis 


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90  BISTOEU  DB  BAPAKá. 

adquiría  coo  esto  la  seguridad  de  que  al  menos  por 
algún  tiempo  el  inglés  no  baria  causa  común  con  los 
aliados.  Esta  conducta  de  Carlos  de  Inglaterra,  y  los 
tratos  en  que  todavía  anduvo  después  para  que  se  le 
aumentara  la  pensión,  procediendo  mas  como  un 
mercenario  que  como  el  monarca  dé  un  gran  pueblo, 
le  degradaban  á  los  ojos  de  Europa,  y  le  costaron 
largos  y  agrios  debates  con  él  parlamento.  Mas  á  pe- 
sar de  la  mata  posición  en  que  se  habia  colocado,  el 
rey  de  Inglaterra  vino  á  ser,  porque  á  nadie  mas  que 
á  él  correspondía  serlo,  el  mediador  para  la  paz,  y 
él  fué  el  que  señaló  para  celebrar  las  pláticas  la  ciu- 
dad de  Nimega,^*). 

De  los  primeros  plenipotenciarios  que  concurrieron 
fué  el  espaqol  don  Pedro  Ronquillo,  que  estuvo  de  in- 
cógnito hasta  que  llegó  el  enviado  del  emperador,  con- 
de de  Kínski.  Las  primeras  cuestiones  que  se  suscita- 
ron, al  paso  que  iban  llegando  otros  embajadores,  fue- 
ron las  de  presidencia  y  otros  ceremoniales,  y  en  tanto 
que  en  estas  bagatelas  se  consumía  un  tiempo  precio- 
so, los  ejércitos/del  rey  de  Francia  seguían  tomando 
plazas  y  ciudades  en  los  Países  Bajos  y  devastando  las 
provincias  catalanas.  Vinieron  después  las  pretensio- 
nes y  proposiciones  de  cada  potencia,  del  Imperio,  de 

(I)    Cartas  de  Danbv,  — Tem-  pana,  tomo  IV — Publicóse  enton- 

ple,  Docam.— Diario  de  la  Cámara  oes  en  Colonia  on  escrito  titulado: 

de  loa  Gomonea.— Las  Historias  de  tila  Europa  esclava,  si  Inglaler- 

Inglaterra.— Mígoet,  Colección  de  rano  rompe  las  cadenas.^  Archi 

Documentos  inóditos.  Negociacio*  to  de  Salazar,  Est.  4  i  grad.  3.* 

nes  relatÍTas  á  la  sucesión  de  Es-  copia  manuscrita,  on  francés. 


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PABTft  III.  LIBIO  ▼.  91 

España,  de  Qolanda,  del  prfDcipe  de  Brandeborp;,  del 
de  Loréna,  de  los  reyes  de  Saecia  y  Díoamarca,  las 
caales  aamentaban  la  natural  dificultad  de  llevar  á 
boen  termina  la  negociación.  Y  en  verdad,  mas  pa- 
recía que  cada  potencia  tenia  interés  y  empeño  en 
suscitar  embarazos  que  en  apresurar  la  paz:  porque 
todas  esperaban  sacar  partido  de- la  dilación  y  de  la 
suerte  de  la  guerra,  y  principalmente  porque  se  pro-* 
metían  que  la  cámara  de  los  Comunes  de  Inglaterra 
acabarla  de  obligar  á  aquel  soberano  á  declararla  á  la 
Francia,  que  era  el  enemigo  común,  y  que  aspiraba 
á  dar  la  ley  á  todos.  Hasta  la  corte  de  España  hizo 
reconvenciones  muy  duras  á  Carlos  de  Inglaterra  por 
su  conducta  y  su  retraimiento  en  unirse  á  los  confe- 
derados,  y  aun  le  amenazó  con  la  guerra,  anuncian- 
do que  se  iba  á  apoderar  de  los  mercaderes  estable- 
cidos en  España:  sobre  lo  cual  decia  al  embajador  de 
Francia  en  Londres  Mr,  BaríUon:  «(En  verdad  yo  creo 
á  los  españoles  bastante  rabiosos,  as$e%  enragés,  para 
hacer  lo  que  dicen  (^>.» 

Pero  un  suceso  que  no  se  esperaba  vino  á  deci  - 
dir  á  Caries  II.  de  Inglaterra  á  salir  de  aquella  posi* 
cion  tan  murmurada  dentro  y  fuera  de  su  reino,  y  á 
hacer  lo  que  no  habían  j^odido  lograr  los  esfuerzos 
del  parlamento,  y  principalmente  de  la  cámara  de  los 
Comunes.  El  príncipe  holandés  Guillermo  de  Oi^ange» 

i^)    í>e8p8cbodeMr.BarmoQli  LoisXIV.  A  de  octubre,  1677. 


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92  ^,U18TdElA  DI  BSPAÍÍA. 

que  algunos  anos  antes  babia  rebusádo  la  mano  de  la 
princesa  María  de  Inglaterra,  mejor  informado  de  las 
prendas  de  la  princesa,  y  pesaroso  de  baber  ofendido 
al  solo  monarca  qoe  podía  proporcionarle  tina  paz 
honrosa,  so^citó  despaes  él  mismo  aqnel  enlace,  pri* 
merecen  el  lord  canciller  y  ministro  favorito,  y  des- 
pués basando  él  en  persona  á  Ldndres  con  objeto  de 
negociarle  mas  activamente,  lo  cual  veriñcó  después 
de  haber  alzado  el  sitio  de  Cbarleroy  (49  dé  octubre^ 
4677).  Aunque  Carlos  aparentó  por  algunos  dias  cier* 
ta  repugnancia  á  esta  unión,  condescendió  al  fin  en 
ella,  y  se  realizó,  sin  noticia  ni  conocimiento  de 
Luis  XIY.,  que  nada  supo  hasta  que  se  lo  avisaron, 
como  él  decía,  los  fuegos  encendidos  en  Londres  en 
celebridad  de  este  matrimonio  <*>. 

Consecuencia  de  este  enlace  fué  el  cambio  de  po- 
lítica del  monarca  inglés,  y  las  condiciones  de  paz 
que  se  acordaron  entre  él  y  el  de  Orange,  tan  dife- 
rentes de  lasque  había  propuesto  Luis  XIV.,  que  se 
quedó  éste  asombrado  y  atónito  cuando  las  supo  por 
el  lord  Doras  que  pasó  á  comunicárselas.  La  respues- 
ta fué  negativa,  conK>  se  esperaba.  En  vano  intentó  el 
francés  sobornar  con  dhiero  al  de  Inglaterra,  ofrecién- 
dole hasta  tres  millones  de  libras  tornesas,  y  ganar 
por.  el  mismo  medio  al  lord  tesorero  y  á  otros  perso-* 
nages:  esta  vez  los  halló  á  todos  incorruptibles.  Tam* 

J)    Carla  doLuU  XIV.  á  Mr.  Barilloo,  4ade  noviembre,  4677 . 


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PARTBIII.  LIBEOT.  93 

poco  logró  qae  se  difiriera  la  apertora  de  las  cimaras  ' 
iogleaaa»  y  todos  los  demás  esfuerzos  y  ardides  qae 
empleó  para  apariar  al  ioglés  de  la   naeva  mar- 
cha poikica  qae  habia  emprendido  faeroQ  igualmeote 
infriictoosos.  Todas  sos  proposiciones  fueron  desecha-- 
das,  y  ei  40  de  enero  (1678)  se  firmó  en  la  Haya  el 
tratado  de  aUanaSt  qae  en  otro  capitulo  apuptaipos. 
entre  Inglaterra  y  las  Provincias  Unidas,  para  re^ta* 
blecer  la  pas  genera,  sobre  las  bases  de  restitueton 
reciproca  entre  la  Francia  y  ^os  Estados  generales  de 
Holanda;  de  que  la  Francia  restituiría  á  España  las 
plazas  de  Cbaríeroy,  Ath,  Courtray,  Tournay,  Va- 
(encienneS)  Saint^Obidain,  el  Limburgo,  Knch  y  to^ 
das  las  conquistas  de  Sicilia,  guardando  para  sí  el 
Fraoco-GondíBidOi  Gambray,  Ayre>  y  Saínt-Omer;  con 
otras  condiciones  relativas  á  las  demás  potencias  <*>• 
Entonces  y  de  sos  resultas  fué  cuando  retiró  de 
Francia  los  ocho  mil  ingleses  qae  desde  4672  servían^ 
en  las  banderas  de  Luís  XTV.  y  ademas  levantó  veinte' 
y  seis  regimientos  y  armó  una  escuadra  de  noventa 
bagóles,  y  pidió  á  los  españoles  el  puerto  de  Ostente 
en  los  Paises  Bajos  para  desombarcar  en  él  sus  tropas 
auxiliares*  A  pesar  de  estas,  disposiciones,  que  aounr 
ctabín  una  ruptura  próxima  con  la  Francia,  todi\v{a 
hito  llevar  á  Luis  XIV. ,  que  estaba  entonces  sitiando 
á  Gante^ona  propnesta  de  alianza,  con  tal  que  le  pa- 

(4)    Dnmont,  Corp»  Diplotnatiqíw,  tom.  Vil. 


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94.  HISTOftlA   DB  BSPAfiá. 

.  gase  de  uaa  vee  seiscientas  mil  libras  esterlinas  de 
que  tenia  necesidad:  {admirable  apego  al  dinero  el 
del  monarca  inglés!  Pero  las  reciente»  xonqoistas  que 
Á  la  sazón  estaba  haciendo  Luis  XIY.  en  Flandes,  y  la 
actitud  mas  favorable  á  la  paz  que  á  consecuencia  de 
ellas  manifestaban  los  españoles  en  el  congreso  de 
Nimega,  animado  también  por  la  revolución  que  se 
habia  efectuado  en  la  corte  d^  Madrid  con  la  separa* 
cion  de  laxeína  madre  y  la  entrada  de  don  Juan  de 
Austria  en  la  direcQion  de  los  negocios  (de  cuyos  su* 
cesoa  daremos  cuenta  después),  todo  tenia  envalento- 
nado á  Luis  XIV.,  y  por  tanto  despachó  con  respues- 
ta negativa  al  enibajador  de  Inglaterra.  Unido  esto 
á  la  profunda  sensación  que  causó  y  al  grito  de  guer- 
ra que  levantó  ea  aquel  reino  la  conquista  de  Gante, 
decidióse  Carlos  á  hacer  embarcar  algunos  batallones 
de  infantería  inglesa  para  Ostende.    * 

No  nos  es  posible  seguir  paso  á  paso  las  muchas  y 
fañadas  fases  que  por  algunos  meses  todavía  iban 
tomando  las  negociaciones  de  paz,  y  la  multitud  de 
proposiciones  y  ofertas,  de  negativas  y  modificacio- 
nes, de  cartas  y  notas,  que  alternativamente  mediar 
ron  sobre  diferente^  puntos  entre  el  irresoluto  y  codi- 
cioso Garlos  IL  de  Inglaterra,  el  activo  y  ambicioso 
Luis  XIY*  de  Francia,  y  el  Statuder  de  la  república 
holandesa,  que  eran  los  que  parecía  haberse, arroga- 
do todo  el  derecho  de  arreglar  á  su  gusto  un  negocio 
en  que  estaban  interesadas  todas  las  potencias  de 


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*    PAfttB  III.  LIMO  y;  96 

Europa*  El  ioglée  se  hubiera  prestada  á  todas  las  exi^ 
gencias  del  de  Francia,  con  tal  que  en  xecooopensa 
de  su  docilidad  se  le  asegurase  recibir  muchos  miles 
de  libras  esterlinas,  si  no  le  emfiQJárM  á  obrar  de 
otro  modo  los  votos  de  las  cámaras  y  el  espirita  ge<^ 
neral  del  pueblo  británico,  y  si  de  contrariar  este  es- 
pírKn  del  parlamento  y  del  pueblo  no  hubiera  temido 
ser  arrojado  del  trono  como  su  padre  ^^K  Tampoco  el 
de  Orange  obraba  yct  con  libertad,  porque  sospechan-- 
do  los  Estados  Generales  que  intentaba  alzarse  con  la 
soberanía  de  las  provincias,  mostrábanse  dispuestos  á 
negociar  ellos  por  s(  la  pass,  sin  contar  con  el  Statu* 
der  <*).  De  todas  estas  circunstancias  sacaba  partido 
"  LuisXIY.  para  no  aceptar  ninguna  condición  que  no 
le  fuese  Ventajosa.  lY  España,  España,  que  iba  á  ser 
la  mas  sacrificada;  España;  sobre  cuyas  posesiones 
^en  Flandes  versaban  las  principales  diferencias  y  dis- 
putas entre  los  grandes  negociadores,  manifestaba 
resignarse  á  tddol  Y  cuando  Luis  XIY.  pasó  su  tifti- 
fnattim  á  los  plenipotenciarios  del  congreso  deNime- 
ga,  don  Pedro  Ronquillo  contestó  con  resignación  al 
nuncio  de  S.  S.  que  se  le  comunicó:  vi\Oué  te  hemos  de 

M)  A  cada  proposición  que  {V  «Aquí  se  quiere  la  paz,  es- 
La»  XIV.  le  bacía  por  medio  de  cribian  de^laHava  eo  49  de  mar- 
tas embajadores  contestaba  aqael  so  de  1^78,  y  si  la  quiere  la  Frap- 
débil  soberano:  «To  accedería  á  cia,  pienso  que  se  haría  sin  su 
ello  porque  deseo  vivamente  la  alteza,  qae  inspira  grandes  celos 
paz»  éP^ro  quiere  viiestf o  amo  ba-  y  se  atrae  mil  maldiciopes.i  Gor- 
cermeperderel  trono  de  Inglater-  respondencia  de  Holanda;  en  la 
raf»  Despachos  de  Barillon  y  Ru-  Coleccioa  de  documentos  inéditos 

.   Tigny  en  los  meses  de  marzo  á  hecha  de  orden  del  rey  de  Pran- 

mayo  de  4678.  «ia,  tom.  IV.part.  V. 

f 


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96  HISrOUA  DB  B8P4ÍÍA. 

hacer!  ¡Mm  vale  ürrajaru  por  la  ventana  que  de  h 
éUodeltejado!  ^^^^ 

Por  AlUmo,  CAlcolaodo  el  astuio  Lois  XIV^  queha^ 
bria  de  salir  mas  aventajado  tratando  primero  en  par-* 
tienlai'  oóQ  Ió9  Estados  Generales  de  la  república^  co- 
yas dispo^ciones  en  favor  de  la  paz  le  eran  bien  co- 
nocidas, dirigió  á  este  objeto  todos  los  recunK»  de  su 
sagaz  polkica.  Por  espacio  de  trece  dias  estuvieron 
sus  emisarios  en  Nimega  trabajando  sin  descanso  en 
este  sentido  oon  arreglo  á  sus  instrucciones;  el  deci- 
mocuarlo>  cuando  cada  uno  esperaba  que  babria  que 
renovar  las  hostilidades,  anunciaron  los  de  Holanda 
que  estaban  dispuestos  á  consentir,  siempre  que  la  paz 
se  firmara  antes  de  media  noche«.  Uno  solo  de  ellos, 
Van  Harén,  vacilaba,  porque  Creía  que  debía  firmarse 
al  mismo  tiempo  el  tratado  con  España;  pero  suscole- 
gas  se  apresuraron  á  desvanecer  sus  escrúpulos;  y  á 
las  ónoe  de  aquella  tioche  célebre  (1 0  deagosto;  4  678), 
sin  oonocimtento  de  don  Pedro  Ronquillo  y  del  mar- 
qués de  los  Balbases,  plenipotenciarios  de  España  en 
aquel  congreso,  de  España  que  tantos  sacrificios  ha- 
bía hecho  por  ayudar  á  la  república  holandesa  contra 
los  franceses,  se  firmaron  dos  tratados,  uno  de  paz  y 
otro  de  comercio,  entre  Francia  y  las  Provincias 
Unidas,  sin  estipulaciones  particulares  en  favor  de&- 
paSa.  ¡Telera  el  papel  que  hacía  ya  esta  nación,  en 

(4)    Despaclio  de  MM.   Bitra-    PooiponQe,eDS6de  abrade4678. 
des,  d*  Afaux  y  Colb¡ert  á  M.  de 


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PAftTB  III.  LIBEO  ▼•  97 

si^o  «Dtes  arbitra  de  los  deetiaos  del  mundo,  en  los 
congresos  de  Europa  (*M  » 

Gran  sensación  causó  en  todas  las  demás  poten- 
cias la  noticia  inesperada  de  esta  paz.  Al  ejército  es- 
pañol de  los  Países  Bajos  le  sorprendió  esta  nueva  ha- 
llándose acampado,  como  indicamos  en  el  anterior  ca  - ' 
pílnlot  delante  de  la  plaza  de  Mons,  que  el  príncipe 
de  Orange  y  el  duque  de  Víllahermosa  halñan  ido  á 
libertar  con  las  tropas  bcrfandesas,  inglesas  y  españo- 
las, dei  sitio  que  le  tenían  puesto  los  franceses,  des- 
pués de  haber  dado  imprudentemente  aquel  príncipe 
la  terrible  y  sangrienta  batalla  de  Saint-Denis.  Reci- 
bida la  noticia,  se  suspendieron  las  hostilidades  y  áe 
separaron  los  ejércitos. 

.El  tratado  encontró  una  violenta  desaprobación  de 
parte  de  los  confederados.  Los  plenipotenciarios  de 
Dinamarca,  del  elector  deBrandeburg  y  del  obispó 
deMunsler,  se  indignaron  al  estremo  de  llegaren^ 
las  conferencias  de  Nimega  hasta  el  insulto  con  los 
embajadores  holandeses,  faltando  poco  para  venir  jk 
las  manos  con  ellos.  El  rey^  de  Inglaterra,  aunque  in- 
teriormente no  le  pesaba  la  conclusión  de  la  paz, 
protestó  también  contra  el  tratado,  y  el  mismo  prínci- 
pe de  Orange  hizo  cuanto  pudo  por  impedir  su  ratifica- 


.  (1)    Domont,  Corps  Diplomat.  iícolo  separado  concerniente  al 

—Acias  7  memorias  de  la  paz  de  príncipe  de  Orange,  y  una  esti- 

Nimega,  t.  II.— El  tratado  de  paz  poJacion  de  neutralidad   entre 

contenia  34  artículos,  el  de  co-  Saecia  y  las  ProTinciaa  Unidas, 

meroto  88.— Ademas  había  on  ar-  , 

Tomo  xvii.  7 


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98  »HTOaiA  DJI  b8pa(Ia. 

cíod;  y  eo  efi)clo,-lo6  Estados  Genéralos  la  dttríeron 
basta  que  le  suscribiera  la  Espafi|it  ooosUluyéodose  en 
medilidores  wtre  España  y  Francia*  Creiase  que  lá 
corte  dé  Madrid,  orgullosa  en  medio  del  abalimienlo 
del  reino,  no  sofrirta  el  desaire  qne  la  ingralílod  de 
la  lolandn  le  acababa  de  bacer:  pero  se  la  tío  nios- 
trprse  mas  rerisoada  de  lo  que  se  habria  podido  es* 
perar;  y  es  que  eontrtbuis  á  debilitarla  el  desacuerdo 
reciente  en  que  se  babia  puesto  con  el  imperio,  moti-- 
vado  por  la  separación  de*  ta  reina  regente  hermana 
del  emperador,  y  tan  adicta  como  bemos  dicho  é  les 
intereses  de  Austria.  Algo  alenté  i  los  espadóles  la 
iolervettcion  de  los  Estados  Generales,  y  el  partido 
aoti-francés  que  se  formó  después  del  tratado  de  4  O  de 
agosto,  al  menos  para  aspirar  á  obtener  de  Luis  XIV. 
condiciones  mas  favorables  de  las  que  aoles  proponía; 
y  en  tal  sentido  siguieroa  por  algooas  semanas  los 
tratos  y  nq^ciaciones* 

La  Inglaterra  en  su  resentimiento  hiao  entender 
por  MI  embajador  lf«  Hydei  loe  Estados  Generales  de 
larepábücá,  que  si  el  Francés  do  ovaooaba,  porcnal- 
qaier  causa  que  fuese,  las  plaeas  pertenecientes  á  Es- 
paña y  cedidas  en  el  conreaio,  era  llegado  el  caso  de 
rehusar  los  Estados  ta  ratificación  del  tratado  de  Ni- 
mega,  y  que  á  los  tres  dias  siguientes  á  serle  notifica- 
da esta  resolueío»  declararia  la  guerra  á  la  Francia, 
fie  sus  resellas  loe  botandesee  apretaron  á  lospteBtpo- 
tenciarios  de  Francia  á  que  renunciasen  i  algunas  de 


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WAwen  III.  uno  v.  99 

IsÁ  coodicioaes,  y  éstos  ¿  to  vez  dfroderoa  depositar 
es  sos  dMDOS  aquellas  plazas  á  fio  do  obteoer  la  rati- 
ioacion;  proposioiOA  qoe  por  coonprooieUda  y  emba- 
razosa ellos  00  qotsíoroii  admitir*  Dltímameiitey  des- 
pués de  -muchas  contestaciones,  los  pleúipotenciarios 
finooases  y  españoles  se  coavtoieroo  en  someterse  i 
la  decisioa  arbitral  de  los  Estados  Generales  de  Ho- 
landa respecto  á  las  condiciones  que  ana  sa  discutían. 
Merced  á  la  habilidad  de  aquellos  negociadores»  y  á 
la  fle:itibilidad  calculada  de  Luis  XIV.  en  ceder  en  los 
puntos  de  menor  importancia,  aparentando  dársela 
grande  para  ganar  en  los  qoe  realmente  la  teniao, 
coaviniéronse  al  fiq  unos  y  otros,  en  la  confedera-- 
clan  de  «6  de  setiembre  (4678),  en  las  condioio^ 
nes  defiuMvas  del  tmtado  de  paz  entre  f  rancia  y 
Eqiafla. 

Treinta  y  dos  artículos  compteían  el  oonjunio  de 
esta  estipulación,  paró  su  parte  fundamental  era  la 
que  deterdainaba  las  eoslones  recíprocas  de  territorios; 
¿  saber;  el  rey  de  Francia  reatítoia  al  poder  del  rey 
Gatéiíoo  laa  platas  y  fortaloiasde  Cbarléroy,  feinch, 
Atb^  Oudenarde  y  Couriray;  la  ciudad  y  ducado  de 
limburg.  Gante,  Rodeohuys,  él  paisda  Weresi  Saint* 
GhisMa,  y  la  plaza  de  Paigeerdá  ea  OatalufSai  al  me- 
DcMá  ftiancés  eoosarraba,  reoonooténdosa  como  per-- 
teneciente  en  adelante  á  sus  dominios,  todo  el  Franco- 
Goadado,  con  las  ciudades  y  plazas  de  Valeooieooes, 
Bouchain,  Conde,  Cambray,  Ayre,  Saint^^Omer,  Iprés, 


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100  niSToaiA  dr  sspaKa. 

WerwickfWaraetoa,  Popesiogue»  Bailleul  y  CasseU^^ 
EM  7  de  setiembre  los  dos  ¡olermediarios  holán* 
deses,  Bevernmgk  y  Harén,  se  liallaban  sentados  á  los 
dos  estremos  de  una  mesa,  sobre  la  cual  babia  dos 
templares  del  tratado,  uno  en  francés,  otro  en  es- 
pañol. AI  tiempo  convenido  entraron  simultáneamente 
por  los  dos  lados  opuestos  de  ia  sala  los  tres  plenipo- 
tenciarios franceses,  mariscal  de  Estrades,  c<»de  de 
Avaux  y  Golbert,  y  los  tres  españoles,  marqués  delod 
Balbases,  marqués  de  la  Fuente  y  M.  Christin.  Avan- 
zaron todos  á  compás  hacia  la  mesa,  se  sentaron  á  uo 
tiempo  en  sillones  ignaies,  firmaron  á  un  tiempo  los 
dos  ejemplares,  cambiándolos  reciprocamente,  y  to- 
mándolos después  el  holandés  Harén  les  dijo:  «De 
hoy  mas  los  reyes  vuestros  ames  vivirán  como  herma- 
nos y  primos  ^'^Ki»  Este  célebre  tratado  fué  ratificado 
por  Luis  XIV.  el  3  de  octubre,  y  por  Carlos  II.  de 
España  ell  4  de  noviembre  (4  678).   . 

Dilatóse  un  tiempo  lá  ratifioacion  de  España  por 
consideración  al  imperio;  pues  asi  cobio  los  holande- 
ses hablan  diferido  ratificar  su  tratado  hasta  que  se 
concluyera  el  de  España,  asi  la  corte  de  Madrid  que* 
ría  aguardar  á  que  el  emperador  se  adhiriera  á  la 
paz.  Era  ya  esto  inevitable  faltándole  la  Holanda  y 
la  España,  y  teniendo  que  atenderá  ia  guerra  de  Hun<- 

(4)  DomoQt,  Corps.  Diplomat.  firmarse  el  tratado  de  paz  entre 
— Acta»  y  memorias  de  la  paz  de  Francia  y  E^^paña,  etc.:  en  las 
Nimeg?,  t.  H.  Actas  de  la  paz  de  Nimega. 

(5)  Relación  de  lo  qae  pasó  al 


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PÁ&TB  III.  LIBKO  y.  401 

gría.  Siguiéroase  no  obstaúle  por  algunos  meses  ne- 
gociaciones parlicuíares  entre  Francia  y  Aoslriat 
caesliónándose  sobre  algnnas  condiciones  para  la  paz: 
pero  al  fin  ta  corle  de  Viena  siguió  el  ejemplo  de  sus 
aliadas,  y  lo  mismo  hicieron  después,  con  mas  4  me- 
nos díficokades  y  (rabajos,  ios  príncipes  y  las  polen « 
eiás  de  segundo  orden*  que  habiai|,entrado  en  la  con* 
federación  (V. 

Asi  concluyó  la  guerra  que  por  laníos  años  había 
afligido  á  Europa  desde  las  orillas  del  Bálliico  á  las 
de\  Mediterráneo.  Este  resullado,  tan  glorioso  para 
LuisXIY.  como  alarmante  para  las  potencias  euro- 
peas, se  debió  en  gran  parte  á  la  conducta  vacilan* 
te,  indecisa  y  contradictoria  del  monarca  y  del  go* 
bierpo  inglés,  en  lo  cual  estamo.«i  conformes  con  el 
juicio  de  un  historiador  de  aquella  nación.  Pero  tam- 
poco eximimos  de  culpa  á  la  corle  de  Madrid  por  la 
apatía  y  lentilud  en  enviar  socorros  á  Flandes  y  en 
proveer  á  nuestros  generales  de  los  medios  de  hacer 
con  ventaja  la  guerra;  efecto  de  causas  anteriores  y 
del  desconcierto  en  que  la  corte  de  España  se  halla- 
ba; ni  disculpamos  al  príncipe  de  Orange   por  el  em- 


(4)    La  historia  de  este  célebre  ciarios  de  todas  las  potencias  ¡i:i' 

tratado  se  baila  minuciosamente  teresadas  en  este  gran  negocio, 

referida  en  la  obra  titulada:  i4c¿0S  ha   sido    hábilmente   recopilada 

et  memoirei  de  la  paix  de  Nime-  por  el  sabio  Mígnet  en  el  tomo  IV. 

j^tie, 3  volúmenes: y  la  numerosí-  délas  Negociaciones  relativas  á 

sima  correspondencia   diplomé-  la  sucesión  de  España.  Colección 

tica  que  la  precedió  7  acompañó  de  Documentos  inéditos  para  la 

entre  los  soberanos  y  {)ríncipes,  y  Historia  de  Francia,  hecha  de  or- 


los embajadores  y   pleni poten-    den  del  rey. 


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402  BlSTOftlA   DB   nPÁÜA* 

píeo,  muchas  veces  inoportaoo»  que  hi20  ^  lis  tropas 
auxiliares  espaaoias.  LoisXIY.  deFraocia,  despaas 
<)e  haber  sabido  vencer,  supo  taaibieu  uegOMSÍsr*  Dice 
bien  UD  ilustrado  historiador  fraucést  Su  yolunlad  fué 
la  base  de  las  uegociaciooes  y  la  ley  de  les  traMKios. 
Supo  separar  la  Holanda  de  la  España»  la  Espafla  del 
Imperio,  pl  emper^^or  del  elector  de  Braudeburg,  á 
éste  del  rey  de  Dinamarca.  «Arbitro  victorioso  y  pa* 
cffico  de  la  Europa  temerosa  y  adouradat  Luis  XIV. 
llegó  en  Nimega  al  apogeo  de  su  grandeza*»  Y  Espa- 
ña, añadimos  nosotrost  puso  de  manifieste  en  Nimega 
el  grado  de  vergonzosa  impotencia  y  debilidad  en  qve 
habia  caído.  Y  sin  embargo,  la  paz  de  Nimega  fué 
celebrada  en  Madrid  con  gran  ji&bUo. 


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CAPITULO  11. 

PRIVANZA  Y  CAÍDA  DE  VALENZÜELA. 
••1670  4  1677.       . 

Cdmo  se  ntrodujo  tn  p»l8CÍo.— >3u8  reiacioQes  con  el  P.  NiU^rd.— 
Casa  coD  lo  camarista  querida  de  la  reina. -*Seryicios  que  hito  al 
oailéaor  éñ  tui  rfuideacias  cmi  don  litati  de  Aiistria.«^«Conferen* 
cíes  aoertlM  coü  i«  rráa  dwpMea  <e  la  aflída  del  Ui^isidor.-v- 
|.)áman1e  el  duende  de  palacio»  y  por  qué.— Progresa  en  la  pri* 
Yanza.— fimalos  y  enemigos  qne  suscita.— Horma  raciones  en  la 
•éiie.-— Bnlretiene  Vklenzaela  al  pneblo  con- diversiones,  y  ocupa 
(91  hm$H  en  obraa  pAMoas.^-Siiiraa  saq^rientaa  cODtra  la  reina  y 
el  privado*— GQnfpiíacion  de  sos  enemigo^  para  traer  á  la  corle  á 
don  Joan  de  Aastria.-^Entra  Cirios  II.  en  sa  mayor  edad.— Viene 
áea  Inan  de  Áttstria  á  Madrid.— Báeele  la  reina  toWerso  á  Aragón. 
— 9Mti^«^*«44ae  4  Vaif Bftif la  h>a  Ulnioa  de  aiarqoéa  da  Villa- 
aieita,  embajador  ^9  Venecia  7  grande  d^  ¥apaOa»-»Apogéo  de  ao 
valimiento.— Confederación  y  compromiso  de  los  grandes  de  Es* , 
pafla  eontra  la  reina  y  el  privadc^Pavorece  Aragón  á  don  loan 
4a  A9alrá.-«T««»4i»Q  Jnin  aira  vez  á  la  certa,  llamado  par  el 
r^y«— Pügaae  Valanzu^la.- El  rey  a^  aaoapa  de  ooobe  de  palacio  y 
se  va  al  Buen-Retiro.— Ruidosa  prisión  de  Valeo^uela  en  el  Esco- 
Ha).-^Notablea  circoñstaficias  de  este  suceso.*->Oecreto  exbonerén- 
dftla  d9  Mea  \m  bosoraa  y  oargo|.«-Va  preso  á  Goaaaagra  y  aa 
d^st^rrado  i  FUipinaa.'^Des^^ciada  asarte  de  ao  eaposg  y  üm^ 
Xa.— Miserable  condacta  del  rojf  en  este  sacefo. 

iQoé  bacía  la  corte  de  España,  m  tanto  que  allá 
en  apartadaa  mgíooos,  con  laa  armas  y  coo  la  diplo- 


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104  HISTORIA  DB  BSPaHa. 

macia,  eo  los  campos  de  batalla  y  en  el  fondo  de  los 
gabioetes»  en  las  plazas  de  guerra  y  en  los  congre- 
sos diplomáticos,  se  ventilaban  las  grandes  cuestio* 
oes  europeas  y  se  fallaba  sobre  la  suerte  de  las  nacio- 
nes? ¿Qué  hacía  la  corte  de  Madrid,  en  tanto  que 
en  Nimcga  se  acordaba  trasladar  al  dominio  del  mo- 
narca francés  las  mejores  y  mas  importantes  ciudades 
que  España  por  espacio  de  siglos  babia  poseído  en  los 
Países  Bajos? 

En  tanto  que  asi  se  menguaban  nuestros  domi- 
nios y,  se  ponía  de  manifiesto  á  los  ojos  de  Europa  la 
impotencia  en  que  rápidamente  íbamos  cayendo;  en 
tanto  que  asi  se  iba  desmoronando  el  edificio'  antes 
tan  grandioso  de  esta  vasta  monarquía,  ocupaban. á  la 
corte  de  Madrid  miserables  intrigas  y  rivalidades 
de  mando  y  de  empleos,  y  la  residencia  de  nuestros 
monarcas  era  un  hervidero  de  enredos,  de  murmu- 
raciones y  de  chismes,  que  dan  una  triste  y  lastimosa 
idea,  asi  del  gobierno  de  aquella  época,  como  de  la 
poca  esperanza  que  se  veia  de  encontrar  remedio 
para  aquella  situación  deplorable.  Guando  con  la  sali- 
da y  alejamiento  del  Padre  Everardo  Nithard,  y  con  la 
ida  de  don  Juan  de  Austria  á  Aragón  como  virey  y 
vicario  general  dé  todos  los  reinos  dependientes  de 
aquella  corona,  habia  algún  motivo  para  creer  que 
por  una  parte  el  herpiano  bastardo  del  rey,  si  no  sa« 
lisfecho,  al  menos  resignado  con  su  honorífico  cargo, 
daría  tregua  á  su  ambición  y  dejaría  tranquila  la  cór- 


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PASTB  111.  uraov.  405 

te,  y  que  por  otra  parte  la  reina  doña  Mariana»  alec- 
dcmada  ooo  ei  suceso  de  80  ooofesor,  renonciaría  á 
las  ittflueDciiis  de  aborrecibles  faYoritos»  vióae  con 
pena  rque  ni  el  principe  virey  desistia  de  sos  ambicio- 
sos proyectos,  ni  la  reina  regente  habia  aprendido  lo 
bastante  para  no  volver  á  facerse  odiosa  al  pueblo 
entregándose  á  y«Udos,  nnnca  tolerados  en  paciencia 
por  los  altivos  castellanos. 

Observóse  por  el  conbrario,  que  en  lilgar  del  re- 
ligioso alemán  que  so  protesto  de  ser  el  director  de  su 
.  conciencia  babia  dirigido  á  su  arbitrio  los  negocios 
públicos,  obtenía  su  confianza  y  le  habia  reemptazado 
en  el  favor  un  joven  de  agraciada  figura»  de  amena  y 
agradable  conversación,  no  desprovisto  de  talento, 
hábil  para  insinuarse,  aficionado  á  las  letras,  y  en  es- 
pecial á  la  poesía  tierna  y  amorosa,  en  que  hacia  no 
despreciares  composiciones,  y  aun  autor  de  algunas 
obras  dramáticas;  cualidades  muy  estimadas  todavía 
en  aquel  tiempo.  Algunas  comedias  suyas  se  habian 
representado  en  palacio  á  presencia  y  con  agrado  de 
la  reina  y  de  sus  damas. 

Era  este  joven  don  Fernando  de  Valenzuela»  na- 
tural de  Ronda,  hijo  de  padres  hidalgos,  aunque  po* 
bres.  Habia  venido  á  la  corte  á  buscar  Fortuna,  y 
afortunado  se  creyó  entonces  con  entrar  al  servicio  del 
duque  del  Infantado,  que  le  llevó  consigo  á  Roma, 
donde  iba  de  embajador;  y  á  su  regreso,  en  premio 
de  algunos  servicios  que  ^li  le  hizo,  le  dio  el  hábito 


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i  06  HlSTOftlA  DB  BSPAIIa. 

de  SaoUago.  Mas  como  moriese  á  jpoco  tiempo  so  pro- 
tector r  y  se  hallase  otra  vez  el  Valeozuela  desfaUdo 
y  pobre,  discorrió  que  para  poder  Ti?ir  eo  la  corte 
necesitaba  arrimarse  á  algooo  de  los  qoe  teoiQi  ma- 
nejo en  el  gobierno  y  en  palacio.  Y  sabiendo  qoe  el 
confesor  de  la  reina,  el  P.  Nithard,  de  eontínoo  ame- 
nasado  por  don  Juan  de  Austria,  necesitaba  de  la 
ayoda  de  hombres  resueltos  para  segoridad  de  su 
persona,  ofrecióle  sos  servicios  con  fesoloeion,  al  mis- 
mo tiempo  que  con  rendimiento.  Los  aceptó  con  goato 
el  inqoisidor,  y  como  esperimentaae  qoe* era  hom* 
bre  de  valor,  de  reserva,  y  de  cierta  capacidad,  foéie 
entregando  su  confianza  hasta  fiarte  los  secretos  de 
gobierno.  Érale  conveniente  introducirle  en  palacio 
para  qne  le  sirviera  como  de  espfo  y  mensagero  de  lo 
que  alli  pasaba;  de  ouya  proporción  se  aprovechó  bá« 
failmente  el  Valenzoela  para  dirigir  sos  obsequios  y 
galanteos  á  la  camarista  mas  fieivorecida  de  la  reina, 
llamada  dona  Ifarfa  Eugenia  de  Uceda*  Onstó  tai^ 
la  camarista  de  las  gracips  de  don  Femando,  qoe 
consintió  en  darle  so  mano,  con  aprobación  y  bene* 
plácito  de  la  reina,  la  coal  para  favorecer  el  matrimo* 
nio  agració  á  Valenzoela  con  una  plaza  de  caballerizo; 
y  en  mochas  ocasiones  siguió  dándole  muestras  de  so 
Kberalidad^'^ 


'  (I )  Bn  00  mannseríto  d«  aquel  dmUfo  y  fima  de  la  eóru,  dude 
tiempo,  titulado:  Epitome  hUtó^  la  muerle  de  Felipe  IV.  hasta  la 
rho  de  los  sucesos  de  España,    de  don  Juan  de  Austria ^yise  Teñe- 


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PARTÍ  lU.  UBftO  V.  407 

Cqaoclo  ocpirieroo  la9  graves  diaideociw  entre  la 
reioa  y  doo  Jota  de  Avstrís,  y  eiUre  éa(e  y  el  caofe- 
8or  Niihard,  Valeozoela  se  condujo  como  agradecido 
eon  U  regente  y  el  privado^  les  hizo  importantes  ser«^ 
viciciif  y  di6  pruebas  de  calo  y  de  aptitud  qae  le 
acreditaron  m^  y  nMia-cen  ellos.  Y  coando  el  P.  Ni- 
tbar  fuá  obligado  á  salir  de  España  y  don  Joan  de 
Austria  se  retiró  i  Aragón  (4669),  quedó  Yaiesmela 
de  confidente  de  la  reina»  y  era  el  condocio  por  el 
que  se  comunicaba  secretamente  con  el  desliar radoje^ 
sqita.  Parecióle  también  á  la  reina  el  nuevo  confiden- 
te apropósito  para  inionnarla  de  todo  lo  qae  pasaba 
en  la  oórte  y  de  lo  que  contra  ella  se  murmuraba,  asi 
cerno  para  aoonsstiarla  en  sos  resoluciones.  Doña  Ma- 
ría Eugenia  su  esposa,  4  qoien  la  reina  comunicó  este 
pensamienlo,  le  aopgió  muy  gustosa,  calculando  que 
era  un  oamipo  que  ae  abría  para  adelantar  en  so  for*- 
tnaat  y  era  la  que  introducía  á  don  Fernando  á  altas 
boias  de  la  noche  en  la  «amara  de  la  reina.  Cuéntase 
q}ií^  de«ide  la  primera  conferencia,  bien  que  tenida  de- 
lante de  su  mnger»  quedó  establecida  la  mayor  intimi- 
dad entre  la  reina  y  don  Fernando:  repetíanse  estas 
entrevistas  tQda9  6  laa  m^is  de  las  noches:  y  qoum»  de 

re  gtte  recién  eesade  Vtteozttela,  suHecr  e#luve  nmehos  días  es  ci- 

rettrándose  iroa  nociré  4  ao  caaa,  ma,  y  dvrabte  to  caracion  faó 

en  la  calle  de  Leganitoa  le  dispa-  machas  yeces  socorrido  de  la 

raron  un  carabinazo  y  le  estro-  reina  con  dinero,  por  intercesión 

PMroa  qa  brazo.  Qul¿  quien  di'^  de  su  muser.— Ms,  de  la  Bi)>lio- 

jera  baber  sido  ie  érden  del  da-  teea  de  la  Real  Academia  de  la 

qne  de  Moatalto,  pero  no  pudo  Historia^  G.  IH. 
averígnarse  la  verdad.  De  sus  re- 


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i  08  ItlSTOEIA  DB  BSPAffA* 

SUS  resultas  se  observase  qae  la  reina  se  mostraba 
enterada  de  todo  lo  que  se  hablaba  y  acontecía  en  la 
corte,  de  los  designios  de  don  Juan  de  Austria  y  de 
los  de  su  partido,  y  como  esterior mente  no  se  viera 
que  hablaba  con  nadie  desde  la  salida  del  P.  Nithard, 
dio  en  decirse  que  habla  algún  duende  en  palacio 
qne  la  informaba  de  todo.  Guando  se  supo  que  ei 
duende  de  palacio  era  don  Fernando  Yalenzuela  (que 
no  pudo  escaparse  mucho  tiempo  á  la  diligencia  de 
tantos  ojos),  produjo  el  descubrimiento' escándalo  ge* 
neral,  desatáronse  todas  las  lenguas,  y  no  faltaron 
gentes  que  dieran  á  las  relaciones  de  privanza  entré 
la  reina  y  Yalenzuela  un  carácter  y  una  significación 
que  la  malicia  propende  siempre  á  suponer,  y  que  no 
se  ha  averiguado  qué  tuviesen  ^^. 

Al  paso  que  fué  haciéndose  público  el  valimiento 
de  Yalenzuela,  y  su  influencia  en  las  cosas  de  gobier- 
no y  en  la  provisión  de  los  cargos,  honores  y  merce- 
des, crecia  el  desabrimiento  de  los  ministros  y  miem- 
bros de  las  juntas  y  consejos  que  veian  disminuida  y 
vilipendiada  su  autoridad  y  menguado  ta  prestigio; 
pero  los  pretendientes  y  aduladores  cortesanos  no  de- 
jaban de  agruparse  en  derredor  del  nuevo  privado, 
que  no  hay  ídolo  á  quien  no  inciense  la  ambición  cuan- 
do de  ello  se  promete  alcanzar  medros.  La  reina  ha-  « 

(4)    Memorias  históricas  de  la  Epítome  histórico  de  los  sucesos 

Monarquía  de  España:  Anón,  in-  de  España  dentro  y  fuera  de  la 

serio  en  el  tomo  XIV.  del  Sema-  corte,  etc.  MS.  de  la  Real  Acá- 

nario  erudito   de   Valladares.—  demia  de  la  Historia. 


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PAETB  lli.  LIBftO  y.  '  169 

bía  hecho  ya  á  su  favorito  introductor»  ó  conductor» 
como  eatoocesse  decia»  de  embajadores;  y  poco  des- 
pués le  nombró  su  primer  caballerizo,  sin  esperar  la 
consulta  ó  propuesta  que  solía  hacer  el  caballerizo 
mayor,  que  lo  era  á  la  sazón  el  marqués  de  CasteU 
Rodrigo  ^*K  Resintióse  éste  del  desaire,  y  repugnaba 
dar  posesión  al  agraciado,  fundándose  principalmente 
en  la  poca  calidad  del  sugeto,  cuya  dificultad  venció 
la  reina  confiriendo  á  «Yalenzuela  el  titulo  de  marqués 
de  San  Bartolomé  de  Pinares.  El  modo  que  la  reina 
tuvo  de  acallar  las  murmuraciones  que  esta  elevación 
suscitaba,  fué  consumar  su  bbra  haciendo  á  Yalenzue* 
la  su  primer  ministro. 

En  los  salones  y  en  las  plazas  se  hablaba  ya  con 
toda  libertad  y  descaro  de  la  súbita  y  escandalosa 
elevación  del  favorito,  mostrándose  la  reina  sorda  al 
universal  clamor,  atribuyéndolo  todo  á  efectos  de  la 
envidia.  Yalenzuela  procuraba  ganar  amigos  que  le 
ayudaran  á  sostenerse  en  el  valimiento,  distribuyendo 
los  empleos,  honores,  dignidades,  tesoros  y  mercedes 
de  que  era  arbitro  absoluto;  pero  sucedia  lo  que  era 
fácil  calcular^  que  si  cada  merced  le  proporcionaba  un 
amigo,  que  era  el  agraciado,  todos  los  demás  queda-* 
ban  descontentos  y  enojados,  y  se^onvertian  en  ene- 
migos, y  cuanto  mas  prodigaba  las  gracias,  mas  se 


(4)    A)  decir  del  antor  del  MS.    de  conductor  de  embajadores, 
aDÓnimo  titolado  Epítome  de  los    que  Yalenzuela  tenia,  á  don  Pc- 


tucesos,  se  díó  entonces  el  título    dro  de  Rivera. 


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440  ai^TORU   0JB  BSPAflA. 

muliiplicabaii  las  quejas»  Pafa  oaplarde  la  afición  del 
pueblo  procQfaba  qae  la  córM  esta  viera  sortida  én 
abuidaucia  de  todo  lo  oéoesario  párá  el  sostebio  y  la 
comodidad  de  la  vida:  cuidaba  de  Ofitretenerte  y  df- 
vertirie  coft  cortidaa  de  toros^  comedias  y  otrosespec^ 
Uoolodi  de  modo  qoe  Madrid  era  uDa  cotítíoaa  fieata: 
tampoco  deacttidaba  el  dar  ociipacioa  á  loa  ocioacd  y 
neóoBiíadodi  empreodieodo  obras  públieaa  de  ornato  y 
utilidad,  entre  laé  cuales  se  cnentan  la  reedífloacion 
de  ia  Plaza  Mayor  de  Madrid  en  la  parte  deslroida 
por  el  último  ioGendiOi  y  en  especial  la  casa  llamada 
de  la  Panadería;  el  puente  de  T^do  sobre  el  Manca** 
nares,  el  frontispicio  de  la  plazuela  de  palacio  y  la  tor- 
re del  cuarto  de  la  reina.  Al  propio  tiempo  entretenía 
al  rey,  que  comenstaba  á  manifestar  afición  al  ejercí* 
cío  de  la  caza,  y  cuéntase  que  en  una  montería  que  se 
dispuso  én  el  Escorial,  el  rey  en  su  ioesperiencia  al 
tirar  á  un  ciervo  hirió  en  el  muslo  á  Yalenzuela,  acci- 
dente que  dicen  prodnjo  á  la  reina  un  desmayo.  Para 
que  el  pueblo  le  eáluvierA  mas  agradecido,  solía  darle 
entrada  gratuita  en  los  espectáoolos,  especialmMte 
en  el  teatro  cuando-  se  representaba  alguna  come* 
dia  suya. 

A  pesar  de  estos  artificios,  que  prueban  que  por 
lo  menos  no  oarecta  de  algún  talento  el  privado,  no 
cesaban  de  difundirse  y  circular  por  la  corte  lassátíras  . 
y  laá  burlas,  ya  sobre  sos  intimidades  con  la  madre 
del  rey,  ya  sobre  el  tráfico  que  era    pública  voz  se 


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MITM  III.  UBftO  Vé  441 

hftcia  con  laB  digoidadet  y  eaipleos*  Algunas  de  aque- 
llas aátiraa  erao  oíertameate  saagrienlas.  Tío  día  aína- 
neeieroD  paealos  al  lado  de  palacio  loa  reiraios  db  la 
'  reina  7  dé  Vadenzaela;  aquella  con  la  mano  paca- 
ta sobre  rt  cora^Hi,  con  un  letrero  <)ae  decía:  E$tó  «• 
lid;  el  aainiMro  seis  lando  con  la  suya  á  laa  insignias 
de  los  emptote  y  dignidadest  diciendo:  £jto  se  tienda. 
Verdad  ea  que  por  su  parle  el  Ctrorito,  por  una  la^ 
queía  que  suele  ser  coman  á  los  que  obtienen  el  fa^ 
ver  de  la  primera  persona  de  un  astado,  hacia  tam- 
bieo  alarde  pAblico  de  su  fortuna;  y  éo  ona  de  las 
fiestas  de  la  córlOi  sinieiler  présenle  lo  que  en  el 
reinado  anterior  liabia  costtulo  al  conde  de  Villame- 
diana  presentarse  en  nn  ionieo  con  aquella  famosa 
divisa  de  los  Amora  fíales  ^*\  quiso  él  lucirse  tam- 
bien  llétondo  dos  divisas,  de  las  cuales  decia  la  una: 
Yo  túh  teng^  UcmitiM;  y  la  otra:  A  wU  solo  es  permi^ 
tidó.  Alardes  de  fhvor  que  dañan  al  que  los  hace, 
qae  deshonraii^  á  quien  loU  consiente»  qiie  irritan  á  los 
grandes  y  ofenden  á  los  pequeños»  y  que  ni  pequeños 
ni  grandes  perdonan  en  España  nunca. 

Llegado  el  caso  de  poner  casa  al  rey,  próximo 
como  se  halliiba  ya  á  entrar  en  la  mayor  edad,  amí^ 
gos  y  enemigos,  lodos  acudieron  sdiciips  á  Valen-* 
i;nela,  esperando  alcanisar  wá  so  Cavor  los  cargos  mas 
eminentes  de  palacio.  Pero  sucedió  lo  mismo  que  an- 

(4)   Becüé^SéM  to  que  Mbre    libró  IV. 
esto  dijimos  en  el  cap.  4.«  del 


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418  HlSTOftlA  DB   RSPáltA. 

tes  respecto  á  otros  paestos  había  acontecido:  que 
sioDdo  pocos  los  empleos  y  muchos  los  pretendientes» 
quedaron  los  mas  descontentos  y  quejosos,  y  aunque 
la  provisión  se  hiciera  en  personas  dignas  ^^\  no  por 
eso  ios  desfavorecidos  dejaron  de  darse  por  mny  agra- 
viados. Asi  estos  como  los  que  ya  eran  antes  enemi- 
gos  de  Valenzuela,  pusieron  sus  ojos  en  don  Juan  de 
Austria,  que  se  hallaba  en  Aragón,  no  olvidado  ni  de 
las  antiguas  ofensas  de  la  reina  ni  de  sus.  ambiciosos 
designios»  como  en  la  ÚDÍca  persona  que  podria  en  su 
dia  derrocar  al  valido  y  satisfacer  sus  personales  re- 
sentimientos. Al  efecto  ponderaban  al  rey  la  necesi- 
dad que  tendría  del  de  Austria  para  las  cosas  del  go- 
bierno cuyas  riendas  iba  á  empuñar  en  sus  manos. 
Ayudábanlos  eficazmente  en  este  plan  el  padre  Mon- 
tenegro, confesor  del  rey,  el  conde  de  Medelliu,  pri- 
mer caballerizo,  el  gentilhombre  conde  de  Talara,  y 
su  maestro  don  Fraucisco  Ramos  del  Ma^nzano. 

La  reina  sabia  todo  lo  que  se  tramaba,  y  sufría 
mucho:  Yalenzuela  vivía  receloso  y  desasosegado,  y 
los  dos  andaban  inciertos  y  vacilantes  sin  acertar  á 
tomar  resolución  para  impedir  la  venida  de  don  Juan. 
Los  sucesos  de  Messina  les  depararon  al  parecer  una 
buena  ocasión  para  alejarle  de  España,  y  de  aquí  el 
nombramiento  de  virey  de  Sicilia  de  que  dimos  cuen<> 


(4)  Dióse  el  empleo  de  caba-  Alborqaerqae;  el  de  samiller  de 
llerizo  mayor  al  almirante;  el  de  Corpa  al  de  Medioaceli,  y  así  los 
mayordomo  mayor  al  duque  de    demás. 


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PARTE   HI.  LIBBO   Y.  413 

ta  en  otro  lugar,  y  la  órdeo  para  que  se  embarcara  con 
la  Qotadel  almirante  holandés  Ruy  ter.  Pero  ya  los  par- 
tidarios de  don  Juan  se  habian  adelantado  y  obtenido 
del  rey  ana  carta  en  que  le  mandaba  viniese  á  la 
corte.  Grande  fué  el  enojo,  y  no  menos  el  apuro  de 
la  reina  al  saber  esta  novedad:  pidió  consejo  al  conde 
de  Yillaumbrosat  presidente  del  deCastilIa,  sóbrelo 
que  deberia  hacer,  y  aquel  prudente^  magistrado  le 
respondió,  que  si  la  venida  de  don  Juan  era  por  or- 
den del  rey,  solo  podría  obligarle  á  volverse  el  mismo 
que  le  habia  hecho  venir;  que  viera  si  tenia  bastantes 
razones  ó  bastante  ascendiente  con  su  hijo  para  poder 
conseguirlo,  pues  él  en  el  puesto  que  ocupaba  no  podia 
menos  de  acatar  con  la  debida  sumisión  las  disposi- 
ciones de  su  soberano. 

Era  la  mañana  del 6  de  noviembre  (4675),  dia  en 
que  Carlos  IL  entraba  en  su  mayor  edad  y  empuñaba 
el<;etro  del  gobierno,  y  los  grandes  palaciegos  te- 
nían ya  preparado  que  el  primer  decreto  del  rey  fue- 
ra nombrar  á  don  Juan  de  Austria  su  primer  minis- 
tro. Ya  don  Juan  habia  ^ido  conducido  en  un  coche  á 
palacio  por  el  conde  de  Medellin;  ya  se  iba  á  firmar 
el  decreto,  cuando  la  reina,  toda  azorada,  se  presen* 
ta  en  el  Buen  Retiro,  habla  al  rey  á  solas,  le  ruega, 
le  insta,  le  suplica  con  lágrimas,  y  consigue  del  débil 
Carlos  qu^e  revoque  la  orden  en  que  se  nombraba  á 
don  Juan  virey  de  Sicilia,  y  que  le  mande  volverá 
Aragón,  cuya  orden  le  comunica  el  duque  de  Medí* 
Tomo  xvii.  8 


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414  Uli»TORU  DB  B8PAÑA. 

Daceli:  don  Joan  se  sorprende;  sus  parciales  celebran 
una  reuDion  aquella  noche;  mas  con  una  debilidad  y 
una  cobardía  estrañas  en.  quienes  aspiraban  á  derro- 
car un  poder  aborrecido  y  parecían  estar  ya  tan  cerca 
de  realizarlo,  resuelven  todos  obedecer  sumisamente, 
y  en  la  mañana  del  siguiente  día  emprende  don  Juan 
de  Austria  la  vuelta  de  Aragón,  abrumado  de  tristeza 
y  de  bochorno^  en  vez  de  las  festivas  aclamaciones  con 
que  había  esperado  ser  saludado  por  la  grandeza  y 
por  el  pueblo  í*^ 

Triunfantes  la  reina  y  el  valido,  que  tan  en  riesgo 
estuvieron  de  ser  derrocados,  asistieron  aquella  noche 
ala  comedia  de  plació  haciendo  gala  de  su  triunfo. 
A  poco  tiempo  salieron  desterrados  de  Madrid  el  con- 
fesor y  el  maestro  del  rey,  juntamente  con  el  conde 
de  Medellin,  y  Valenzuela  recibía  los  tkulos  de  mar- 
qués de  Yíllasierra  y  de  embajador  de  Veneciá.  Y 
porque  este  último  empleo  no  le  obligara  á  salir  de 
España,  prefirió  hacerse  gobernador  y  general  de  la 
costa  de  Andalucía,  con  cuyo  motivo  pasó  á  residir 
por  algún  tiempo  en  Granada.  Mas  no  tardó  en  presen^ 
tarse  de  nuevo  en  la  corte,  apareciéndose  en  Aran-» 
juez  cuando  el  rey  se  hallaba  de  jornada  en  aquel  real 
sitio,  con  gran  sorpresa  de  sus  muchos  émulos  y  albo* 
rozo  de  sus  pocos  parciales.  Tan  escasos  eran  estos, 
que  habiéndole  dado  el  rey  la  llave  de  gentilhombre 

(4)  Diario  de  los  sucesos  de  la  Epítome  histórico,  MS.  de  id.^ 
corte:  MS.  de  la  Biblioteca  de  la  Memorias  históricas  de  la  monaiv 
Keal  Academia  do  la  Historia.—    quía,  etc. 


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VARTB  111.  LIBIO  V.  4  1S 

con  ejercicio^  honra  qoe  se  consideraba  entonces  co* 
BBO  una  de  ias  mas  señaladas  y  snblímes,  negdse  á 
tomarle  el  juramento  y  darle  la  investidura  el  duque 
de  Medinacelí,  y  hubo  que  recurrir  para  ello  al  prín* 
cipe  de  Aslillano,  que  lo  ejecutó  el  regreso  de  la  jor« 
nada  á  Madrid  (junio»  1676).  Y  como  á  este  tiempo 
morieseel  caballerizo  mayor  marqués  de  Castel^Rodri* 
go,  dióse  también  este  importante  pnestoá  Valonzuela, 
prefiriéndole  á  todos  los  grandes  que  le  ambicionaban* 
Para  justificar  el  ejercicio  de  tan  alto  empleo,  á  los 
pocos  meses  hízole  merced  el  rey  de  la  grandeza  de 
España  de  primera  clase  (2  de  noviembre,  1676),  de- 
clarándote al  propio  tiempo  valido,  y  dispuso  que  fue-* 
se  á  vivir  á  palacio,  destinándole  el  cuarto  del  prínci* 
pe  don  Baltasar.  Acabó  esto  de  escandalizar  y  deirri* 
tar  á  la  primera  aristocracia  de  la  corte:  .c¿Con  qué 
Vaknguda  el  grande?»  se  preguntaban  unos  á  otros; 
y  esclamaban:  «¡OA  temporal  ¡Oh  mores  (^>!d  Y  su- 
biendo con  esto  de  punto  su  resentimiento  y  su  indig<* 
nación,  comenzaron  los  grandes  á  conjurarse  contra 
el  privado  con  mas  decisión  y  con  mas  formalidad  que 
antes  lo  habian  hecho. 

Vivia  entretanto  don  Joan  de  Austria  retirado  en 

(1)  En  las  pocas  é  incompletas  tariosqueseescribian,  yenquese 
bietorias  ^tie  hay  de  este  reinado  iban  azrotando  Io9  sucesos  de  ca<)« 
se  supone  habérsele  otorgado  es-  uno,  ya  por  otra  porción  de  ma- 
tas mercedes  muy  al  principio  de  nnscritos  contemporáneos  gife  se 
su  privanza.  Nosotros  nos  hemos  hallaron  entre  los  papeles  de  loa 
guiado,  ya  por  Fas  eopias  de  los  Je^íÉas,  líoy  pertenecientes  arl  ar 
nombramientos  mismos,  en  que  se  chivo  de  la  Real  Academia  dcia 
espresan  suifetíba^, ya  pcm'  los dfe-  Historia . 


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116  HISTORIA    DB   BSPAÑA. 

Zaragoza,  do  ya  con  el  cargo  de  virey«  por  haber  es* 
pirado  el  término  por  el  que  le  fué  conferido,  y  ejer- 
ciendo el  gobierno  de  Aragón  don  Pedro  de  Urríes. 
Lejos  de  haber  renunciado  el  príncipe  á  sus  antiguas 
pretensiones,  habíase  avivado  su  ambición  y  encen* 
dido  mas  su  deseo  de  vengar  los  últimos  desaires  y 
humillaciones  recibidas  de  la  reina.  Contaba  don  Juan 
muchos  parciales  entre  los  aragoneses,  y  tanto  que  la 
misma  diputación  del  reino  fué  la  primera  que  para 
suscitar  embarazos  y  poner  en  cuidado  al  gobierno  de 
Madrid  pidió  ante  la  corte  del  Justicia  que  se  suspen- 
diera al  rey  lá  jurisdicción  voluntaria  y  contenciosa, 
mientras  no  fuera  á  jurar  los  fueros  y  libertades  dé 
aquel  reino,  con  arreglo  al  fuero  Coram  quibus.  Las 
alegaciones  é  instancia  en  este  sentido  practicadas 
alarmaron  en  efecto  al  ministrp  Yalenzuela,  á  la  reina 
y  á  los  consejos;  y  solo  se  debió  á  la  destreza  de  don 
Melchor  de  Navarra,  vice-canciller  de  Aragón,  que 
aquella  tempestad  se  fuera  serenando,  apartando  há- 
bilmente los  ánimos  de  aquel  camino,  con  no  poco 
sentimiento  de  don  Juan  que  esperaba  mucho  de 
aquella  negociación. 

Entretanto  los  grandes  de  la  corte  interesados  en 
separar  del  lado  del  rey  las  influencias  de  la  reina 
madre  y  del  valido,  y  en  elevar  á  don  Juan  de  Austria, 
amaestrados  con  el  mal  éxito  de  la  gestión  anterior, 
hablan  redoblado  sus  esfuerzos  y  procedido  con  mas 
cautela  y  maña  para  irse  apoderando  del  ánimo  del 


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PARTB  111.  LIBRO  y.  117 

joven  monarca,  persuadiéndole  por  una  parle  de  que 
todos  losdesórdenes  y  males  que  el  reino  padecía  eran 
debidos  al  siniestro  influjo  de  la  reina  y  del  privado» 
y  pintándole  por  otra  con  vivos  ¡colores  la  obligación 
en  que  estaba  de  librarse  de  tan  fatal  tutela,  recomen- 
dándole al  propio  tiempo  y  encareciéndole  las  altas 
prendas  de  don  Juan  de  Austria,,  y  la  conveniencia 
>  de  encomendarle  el  gobierno  de  la  monarquía,  como 
el  único  capaz  devolverle  su  antiguo  esplendor  y  gran- 
deza. No  contentos  con  esto  hicieron  entre  sí  un  pac* 
to  ó  compromiso  solemne  y  formal,  obligándose  á  tra- 
bajar todos  juntos  y  cada  uno  de  por  sí,  para  separar 
del  lado  de  S.  M.  para  siempre  la  reina  madre,  apri- 
sionar á  Yalenzuela,  y  traer  á  don  Juan  de  Austria  pa- 
ra que  fuese  el  primer  ministro  y  consejero  del  rey* 
Documento  notable  y  curioso,  que  revela  los  esfuerzos 
que  hacia  la  decaída  grandeza  de  España  que  resuci- 
tar sus  antiguos  brios  y  poder,  que  daremos  á  co- 
nocer íntegro  á  nuestros  lectores,  ya  que  no  se  en- 
cuentra en  ninguna  historia  impresaque  sepamos.  De- 
cía asi  esta  convención: 

aPor  cuanto  las  personas  cuyas  firmas  y  sellos  van  al  fin 
dcste  papel,  reconociendo  las  obligaciones  con  que  naci- 
mos, reconocemos  también  el  estrecho  vínculo  en  que  Dios 
Nuestro  Señor  por  medio  dellas  nos  ha  puesto  de  desear  y 
procura  r  con  toda  la  estension  de  nuestras  fuerzas  el  mayor 
bien  y  servicio  del  Key  nuestro  sefior.  Dios  le  guarde,  assi 
por  lo  que  mira  á  su  soberano  honor,  y  al  de  sus  gloriosos 
ascendientes,  como  á  su  Real  dignidad  y  persona;  y  queS.  H. 


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118  HlSTOaiA     M    WfÁVk* 

y  caasiguientemente  sus  buenos  y  leales  vasallos  padece- 
mos  hoy  grandísimo  detrimenlo  en  todo  lo  dicho  por  causa  - 
de  las  malas  influencias  y  asistencia  al  lado  de  S.  M.,  de  la 
Reina  su  madre,  de  la  cual  como  de  primera  raiz  se  han 
producido  y  producen  cuantos  males,  pérdidas,  ruinas  y 
desórdenes  experimentamos,  y  la  mayor  de  todas  en  la  exe* 
crable  elevación  de  don  Fernando  Yalenzuela;  de  todo  lo 
cual  se  deduce  con  evidencia  que  el  mayor  servicio  que  se 
puede  hacer  á  S.  M.,  y  en  que  mas  lucirá  la  verdadera  fide- 
lidad, es  separar  totalmente  y  para  siempre.de  la  cercanía 
de  S.  M.,  á  la  reina  su  madre,  aprisionar  á  don  Fernando 
Yalenzuela^  y  establecer  y  conservar  la  persona  del  señor 
don  Juan  al  lado  de  S.  M. — Por  tanto,  en  virtud  del 
presente  instrumento  decimos:  que  nos  obligamos  debajo 
de  todo  nuestro  honor,  fé  y  palabra  de  caballeros,,  la  cual 
recíprocamente  nos  damos,  y  de  pleito-homenage  que  unos 
para  otros  hacemos,  de  emplearnos  con  nuestras  personas, 
casas,  estados,  rentas  y  dependientes  á  los  fines  dichos,  y 
á  cuantos  medios  fuesen  mas  eficaces  para  su  cumplido  lo- 
gro sin  reserva  alguna.  Y  porque  mientras  S.  M.  no  estu- 
viese libre  de  la  engañosa  violencia  que  padece,  sea  en  la 
voluntad  ó  en  el  entendimiento,  se  debe  atribuir  cuanto  fir- 
mare ó  pronunciare  en  desaprobación  de  nuestras  opera- 
eiones,  noá  su  Real  voz  y  ánimo,  sino  á  la  tiranía  de  aque- 
llos que  en  vilipendio  dessas  sacras  prendas  se  las  usurpan 
para  autorizarconellassus  pérfidos  procedimientos:  decla- 
ramos también  que  tendremos  todo  lo  dicho  por  subrepti- 
cio, falsificado,  y  procedido,  no  de  la  Real  y  verdadera  vo- 
luntad de  6.  M.,  sino  de  las  de  sus  mayores  y  mas  domés- 
ticos enemigos;  y  que  en  esta  consecuencia  será  todo  ello 
desatendido  de  nosotros.— Assimisfho  declaramos,  que 
cualesquiera  que  intentaren  oponerse  ó  embarazar  nues- 
tros designios,  encaminados  al  mayor  servicio  de  Dios,  de 
S.  M.  y  bien  de  la  causa  pública,  los  tendremos  y  tratamos 
como  á  enemigos  jurados  del  Rey  y  de  la  patria,- poniéndo- 


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rAlTB    III.  LIMO  ▼•  119 

Qos  todos  contra  ellos. — Que  si  se  ÍDtentárQ  ó  ejecutare  al- 
gún agravio,  ofensa  ó  vejación  contra  cualquiera  de  noso- 
tros, la  tendremos  por  hecha  á  todos  en  común,  y  unida- 
mente saldremos  á  la  indemnidad  y  defensa  del  ofendido, 
sacando  sin  dilación  la  cara  en  cualquiera  hora  que  eso  su- 
ceda, antes  ó  después  de  haber  ejecutado  dichos  designios^ 
referidos.— Todo  lo  cual  cumpliremos  inviolablemente,  de 
modo  que  no  habrá  motivo  ó  interés  humano  que  nos  apar- 
te de  este  entender  y  obrar.— Esta  alianza  y  unión  entre 
nosotros  será  firme  é  inviolablemente  observada,  sin  ínter- 
pretacionni  comento  que  mireá  desvanecerla  ó  disminuir- 
la su  vigor  y  amplitud,  sino  en  la  buena  fé  que  sugetos  ta- 
les y  en  negocio  de  tanta  gravedad,  debemos  observar.  En 
cuyo  testimonio  lo  firmamos  de  nuestras  manos,  y  sella- 
mos con  el  sello  de  nuestras  armas. — Y  el  señor  don  Juan 
en  su  particular  declara,  que  el  haber  venido  en  el  último 
dolos  tres  puntos  dichos  que  toca  á  su  persona,  es  por  ha- 
berlo juzgado  los  demás  conveniente  al  servicio  de  Dios  y 
del  Rey,  pues  de  su  motivo  propio  protesta  delante  de  sa 
divina  Magostad  no  viniera  en  ello  por  muchas  razooes.— 
Dada  en  Madrid  á  15de  diciembre  de  1676.— Duque  de  Al- 
ba.— Duque  de  Osuna.— Marqués  de  Falces.— Conde  de  Al- 
tamira.— Duque  de  Medinasidonia.— Duque  de  Uceda. — 
Duque  de  Pastrana. — ^Duque  de  Camina.— Duque  de  Vera- 
gua.—Don  Antonio  de  Toledo.— Don  Juan.— Duque  de  Gan- 
día.—Duque  de  Hijar. — Conde  de  Benavente. — Conde  de 
Monterrey. — Marqués  de  Liche.— Duque  de  Arcos. — Mar- 
qués de  Leganés. — Marqués  de  Villena.— La  duquesa  del 
Infantado.— La  de  Terranova.— La  condesa  de  Oñale.— La 
de  Lemos.— La  de  Moaterrey  (*í . 

Hecho  esto,  y  cuando  ya  estaban  apoderados  del 
ánimo  del  rey,  dispósose  la  venida  de  don  Juan  de 

(i)    MS.  de  la  Real  Academia    Hay  varias  copias. 
delaHistoria.  Papeles  de  Jesuítas. 


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120  mSTORIA  DB  ESFAlÍA. 

Austria,  tomando  para  ello,  como  escarmentados  ya, 
mas  precauciones  que  la  vez  primera,  para  que  no 
se  malograra  el  golpe  como  entonces.  Mas  no  pudo 
hacerse  esto  tan  de  oculto  que  no  lo  supiera  Yalen- 
zuela,  el  cual,  reconociendo  que  no  podia^conjurar  ya 
la  tormenta  que  se  le  venia  encima,  desapareció  una 
noche  de  la  corte,  sin  saberse  al  pronto  el  rumbo  que 
habia  tomado.  Los  conjurados,  para  sacar  al  rey  del 
poder  de  la  reina  madre,  dispusieron  que  una  noche» 
á  deshora  y  cuando  todos  estaban  ya  recogidos,  se  sa- 
liera en  silencio  del  palacio  y  se  trasladara  al  Buen 
Retiro.  Asi  lo  ejecutó  el  buen  Carlos  la  noche  del  i  4 
de  enero  (1677),  acompañado  solo  de  un  gentil-hom- 
bre de  su  cámara.  Luego  que  se  vio  en  el  Retiro  ro- 
deado de  la  gente  que  habia  dispuesto  toda  aquella 
trama,  despachó  una  orden  á  su  madre  prohibiéndola 
salir  de  palacio.  En  vano  fué  que  la  reina,  atónita  con 
semejante  novedad  pasara  el  resto  de  la  noche  escri- 
biendo tiernas  y  afectuosas  cartas  á  su  hijo,  rogán- 
dole que  la  permitiese  verle.  No  ablandaron  al  rey,  ó 
por  mejor  decir,  no  le  permitieron  que  le  ablandaran 
los  ruegos  y  las  súplicas  de  la  madre.  Al  dia  siguien- 
te todos  los  cortesanos  se  presentaron  en  el  Retiro  á 
besar  la  mano  á  S.  M.,  aplaudiéndole  todos  la  resolu- 
ción que  habia  tomado. 

A  este  tiempo  don  Juan  de  Austria,  que  en  virtud 
de  cartas  del  rey,  de  la  reina  y  de  sus  parciales,  ha- 
bia salido  ya  de   Zaragoza  camino  de  la  corte  con 


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PAETR  111  •  LIBBO  Y.  424 

grande  aparato  de  escolta  y  de  criados  <^>;  habíase 
detenido  en  Hita,  donde  fueron  el  cardenal  de  Toledo 
y  otros  señores  á  decirle  de  parte  del  rey  que  despi- 
diera la  gente  armada  que  traía»  y  que  prosiguiera  su 
viageá  Madrid,  donde  le  esperaba  para  encomendar- 
le la  dirección  de  los  negocios  del  Estado.  Don  Juan, 
respondió  que. para  seguir  adelante  era  preciso  que  la 
reina  saliera  antes  de  la  corte,  que  se  prendiese  á 
Valenzuela,  y  se  extinguiese  el  batallón  de  la  Cham* 
berga.  Hízose  todo  lo  que  don  Juan  quería:  á  la  reina 
madre  se  le  ordenó  que  saliese  para  Toledo;  el  bata-^ 
Uon  de  chamberga  fué  enviado  ¿  Málaga  para  em- 
barcarle luego  á  Messina;  y  el  duque  de  Medinasi- 
donia  y  don  Antonio  de  Toledo  partieron  con  doscien- 
tos cabaljos  (17  de  enero,  1677),  para  el  Escoríala 
prender  á  Valenzuela,  que  supieron  se  hallaba  alli  re- 
fugiado. 

Hé  aqui  cómo  se  verificó  esta  prisión  ruidosa.  El 
valido  babia  ido  alli,  no  solo  con  conocimiento  del 
rey,  no  solo  con  su  beneplácito,  sino  hasta  de  ¿rden 

(I)    Cartas  de  Garlos  II.  y  de  mayor  parte  de  mis  resoluciones: 

doña  Mariana,  llamándole  ala  cor-  he  resuelto  ordenaros  vengáis  sin 

te;  dos  contestaciones  de  don  Juan,  dilación  alguna  á  asistirme  en  tan 

y  otra  carta  suya  al  papa  notician-  grave  peso,  como  espero  de  vues- 

dole  su  salida  de  Zaragoza:  MS,  tro  celo  ó  mi  servicio,  cumpliendo 

archivo  de  Salazar»  Est.  7,  f¡r.  4  .*  en  todas  las  circunstancias  deja 

«Don  Juan  de  Austria  mi  her-  jornada  con  la  atención  que  es 

mano(ledeciaelrej).— Hahiendo  propia  de  voestraa  tan  grandes 

llegado  las  cosas  universales  de  la  obligaciones.  Dios  N.  S.  os  guarde 

monarquía  á  términos  de  necesi-  como  deseo. — De  Madrid  á  97  de 

tar  de  toda  mi  aplicación,  dando  diciembre  de  4676.— Yo  el  Rey.— 

cobro  ejecutivo  a  las  mayores  im-  Por  n^andado  del  Rey  mi  sefior, 

portancias  en  que  os  hallo  tan  in-  Gerónimo  de  Eguía.» 
teresado;  debiendo  fiar  á  vos  la 


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m  HiSTOlUA  DE  BSPAÍA. 

soya;  orden  que  primera  meóte  comuaicó  de  palabra 
al  prior  del  monasterio  Fr.  Marcos  de  Herrera,  di* 
ciéndole:  a  Te  he  llamado,  porque  no  tengo  de  quien 
fiarme  sino  de  tí;  quiero  que  te  lleves  al  Escorial  á 
Valenzuela  y  lo  salvesin»  y  que  después  á  instancia 
del  prior  le  dio  por  escrito  concebida  en  estos  tér- 
minos: 

«Venerable  y  devoto  Fr.  Marcos  de  Herrera,  prior  del 
convento  real  de  San  Lorenzo:  En  caso  que  don  Fernando 
Valenzuela,  marqués  de  Villasierra,  vaya  á  ese  convento, 
os  mando  lo  recibáis  en  él,  y  le  aposentéis  en  los  aposen- 
tos de  palacio  que  se  le  señalaron  cuando  yo  estuve  en  ese 
sitio,  asistiéndole  en  iodo  cuanto  hubiese  menester  para  la 
comodidad  y  seguridad  de  su  persona  y.tamilia,  y  para  lo 
demás  que  pudiere  ofrecérsele,  en  el  particular  cuidado  y 
aplicación  que  fío  de  vos,  en  que  me  haréis  servicio  muy 
grande.  De  Madrid  á23  de  diciembre  de  4576.— Yo  el  Rey.i 

Y  en  la  tarde  del  siguiente  día  recibió  el  prior 
de  parte  del  rey  un  papelito  enrollado  con  estas  pa- 
labras autógrafas:  «tJbTañana  al  amanecer.  9  En  so 
virtud  al  amanecer  de  25  salieron  eJ  prior  y  Valen- 
zuela para  el  Escorial,  aunque  por  caminos  distinlos 
para  mayor  disimulo,  y  llegaron  aquella  noche  al  mo- 
nasterio, nosin  haber  sufrido  las  molestias  de  un  hor«- 
roroso  temporal.  Valenzuela  hizo  ir  después  allá  á  su 
esposa  y  sus  hijos  ^^K 

(A)    Manoscr.  de  la  Biblioteca    y  Descripcioa  del  mismo  monas- 
del  Escorial.—Quevedo,  Historia    Wrio,  p.  IL,  c.  5.® 


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PAITB  111.  L1S»0  ▼.  123 

Agasajado  de  los  monges,  y  al  parecer  iranqailo 
bajo  el  seguro  real  se  eacoDlraba  YaleDzuela  con  sa 
familia  en  el  monasleriOt  cuando  en  la  tarde  del  4  7 
de  enero  (1677)  vio  llegar  desde  ooa  de  las  ventanas 
de  su  habitación  porción  de  tropa  de  caballería  que  al 
momento  circundó  el  edificio.  Era  la  que  habia  salido 
de  la  corte  niandada  por  el  duque  de  Medinaoeli  y  por 
don  Anionio  de  Toledo,  hijo  del  duque  de  Alba,  á  los 
cuales  acompañaban  el  marqués  de  Falces,  el  de 
Fuentes,  el  de  Valparaíso  y  otros  varios  personages. 
Acogióse  Valenzoela  asustado  en  brazos  del  prior,  que 
después  de  ponerle  en  lugar  seguro  salió  al  encuentro 
de  la  tropa,  y  ofreciendo  á  los  gefes  alojamiento  les 
preguntó  qué  éralo  que  necesitaban:  ^Nada  ftiere^ 
mo8;  le  respondieron,  y  nada  necesitamos  sino  que  nos 
epUregueis  al  traidor  de  Valenzuela.  »  Preguntóles  sin 
allerai%e  si  llevaban  orden  del  rey,  y  como  le  contes- 
taran que  no  la  llevaban  sino  verbal,  él  y  los  demás 
monges  manifestaron  con  entereza  que  en  ese  caso  so- 
lo por  la  fuerza  podrian  apoderarse  de  un  hombre 
que  ellos  tenian  bajo  su  protección  por  orden  espresa 
y  autógrafa  de  S*  M.,  lo  cual  fué  contestado  con  dic- 
terios y  amenazas  de  aquella  gente,  que  iba  resuelta 
á  lodo  á  trueque  de  satisfacer  una  venganza.  Hubo  no 
obstante,  á  propuesta  del  prior,  negociaciones  y  en- 
trevistas entre  Valenzuela  y  los  dos  gefes  de  la  comi- 
tiva, que  se  veriBcaron  en  la  iglesia,  y  en  las  cuales 
recordó  ValenzuQla  á  don  Antonio  de  Toledo  los  mu« 


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124  HISTOBIA    DB  ESPAÑA. 

cbos  beneficios  y  honores  que  le  habia  dispensado 
durante  su  privanza,  lo  cual  solo  sirvió  para  exaspe- 
rar mas  el  duro  carácter  del  acalorado  joven,  y  la 
conferencia  concluyó  síq  resultado  ^^K 

.  Con  esto;  y  con  haber  visto  el  prior  que  la  tropa 
iba  penetrando  ya  en  el  interior  de  los  claustros,  to- 
mó el  partido  desencerrar  á  Yalenzuela  en  un  escondi- 
te que  habia  detrás  de  la  iglesia  y  sobre  el  dormitorio 
del  rey,  donde  le  creia  completamente  seguro,  y  don* 
de,  fuera  de  la  libertad^  nada  podía  echar  de  menos, 
porque  Fr.  Marcos  le  habia  provisto  de^^ma,  ropas, 
víveres,  vinos,  pastas,  frutas,  y  todo  lo  necesario  pa- 
ra que  ni  él  tuviera  que  salir,  ni  pudiera  notarse  que 
se  le  llevaba  'comida.  Muchas  y  muy  duras  y  fuertes 
contestaciones  mediaron  todavía  entre  los  enviados  de 
la  corte  que  se  empeñaban  en  que  les  fuera  entrega- 
do el  hombre  que  buscaban,  y  el  prior  y  los  mongos 
que  lo  resistían  con  admirable  firmeza.  Desesperado 
andaba  el  joven  don  Antonio  de  Toledo.  No  satisfecho 
con  tener  bloqueado  el  edificio,  dio  orden  á  los  solda- 
dos para  que  lo  invadieran  y  registraran  todo.  Claus- 
tros, celdas^  palacio  de  los  reyes,  templos  y  capillas, 


(4)  Esta  especie  de  par  I  amen-  protestas  de  adhesión  y  de  fideli- 
to  se  verificó  con  toda  formalidad  dad  que  éste  le  habia  hecho,  ro- 
en el  primer  plano  de  la  capilla  conviniéndole  con  energía  sa  io- 
mayor  á  puerta  cerrada,  pero  á  gratitud,  esclamó  el  de  Medinaei- 
presencia  de  toda  la  comunidad,  donia:  «Con/feso  que  si  conmigo 
que  silenciosa  rodeaba  el  presbi-  se  hubiera  hecho  «so,  nunca  fal- 
terio.  Cuando  Valenzuela  recordó  taria  al  lado  d$  V.  £.»— Queve- 
al  hijo  del  duque  do  Alba  las  mer-  do,  Historia  y  Descripción  del  Es- 
rejdes  que  le  debia,  y-  las  muchas  corial,  p.  II.,  c.  5.* 


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PAiTR  iii«  Lino  V.  425 

todo  faé  allanado  por  ia  soldadesca  fariosa,  que  basta 
los  altares  echaba  á  rodar  en  medio  de  improperios 
y  sacrilegas  ioterjecciones,  por  si  detrás  de  alguno  de 
ellos  se  ocultaba  el  objeto  de  sus  pesquisas.  Suplicó  el 
prior  al  de  Toledo  que  hiciera  á  su  tropa  respetar  por' 
lo  menos  el  templo  santo,  porque  de  otro  modo  se  ve-  ^ 
ría  obligado  á  fulminar  censuras  eclesiásticas  sobre 
los  que  cometían  semejante  profanación,  y  para  ver  ' 
de  imponerles  mandó  poner  de  manifiesip  por  todo  el 
dia  el  Santísimo  Sacramento.  Mas  no  cesando  por  eso 
el  desorden,  y  viendo  que  hasta  los  cánticos  de  los  sa- 
cerdotes eran  interrumpidos  con  insultos  por  los  sol« 
dados,  pronunció  sentencia  de  excomunión  contra  el 
de  Medinaceli  y  todos  sus  cómplices,  se  apagaron  las 
lámparas  y  candelas,  enmudecieron  las  campanas,  y 
se  hicieron  todas  las  ceremonias  que  se  acostumbran 
en  casos  tales. 

Nada,  sin  embargo,  fué  bastante  á  contener  la 
desenfrenada  soldadesca:  al  contrario,  bramaban  de 
cólera,  y  se  desataban  en  blasfemias  y  amenazas  con* 
tra  los  mongos,  y  lodo  lo  atropeilaban  y  rompían,  y 
andaban  desesperados  al  ver  que  después  de  cuatro 
días  de  escrupuloso  registro  no  daban  con  el  que  pa- 
recía haberse  convertido  ea  duende  del  monasterio 
después  de  haberlo  sido  de  palacio.  Y  en  verdad  ha* 
brian  sido  acaso  inútiles  todas  las  pesquisas,  si  el  mie- 
do, el  m(is  terrible  enemigo  en  tales  lances,  no  hubiera 
sido  causa  de  descubrirse  él  mismo.  La  noche  del  21 ,  • 


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126  HISTORIA  BB  B.ÍPkffk. 

creyendo  que  ou  grapo  de  soldadod  que  oyó  hablar* 
babia  deecubierto  su  escondite,  con  las 'sábanas  y 
las  ligas  se  apresuró  á  hacer  una  soga  con  la  cual  se 
descolgó/  yendo  á  parar  al  caramanchón  llamado  de 
Honserraty  y  de  allí  salió  üturdido  á  un  claustro,  don* 
de  encontró  un  centinela,  que  le  conoció  y  le  dijo  ge»* 
nerosamente:  ^Vaya  F.  E.  con  Dios,  y  elle  yute  y  /a- 
ixn'ezca:  la  contraíeña^  Bruíelas.i^  Pero  esto,  que  de- 
bió servirle  para  salvarse,  le  turbó  mas,  y  divagando 
fué  á  parar  aHormítorio  de  los  novicios.  Sorprendí* 
dos  estos,  pero  resueltos  á  libertarle  á  todo  trance,  sa^ 
lieroii  en  número  de  cuarenta,  y  metiéndole  en  medio 
con  disimulo^  le  Uevaron  á  un  pequeño  caramanchón 
de  la  celda  de  Juanelo,  y  poniendo  un  cuadro  delante 
de  la  ventana  en  que  le  colocaron-  se  volviéronla  so 
dormitorio*  Mas  fuese  que  lo  observaran  los  centinelas, 
ó  bien  que  le  delatase,  según  se  dijo,  un  criado  de  \a 
casa  llamado  Juan  Rodríguez,  es  lo  cierto  que  á  la 
mañana  siguiente  (S2de  enero),  después  de  aumen^ 
tar  el  número  de  los  centinelas  se  presentó  don  Anto- 
nio de  Toledo  con  los  alguaciles  de  corte,  y  encami- 
nándose  en  derechura  al  escondite,  dio  con  el  atribu- 
lado Yalenzuela,  que  estaba  á  medio  vestir,  y  en 
aquella  disposición,  que  tanto  se  prestaba  á  la  borla, 
sin  permitirle  otra  cosa  le  llevó  al  alojamiento  del  du- 
que de  Medinasidonia,  que  al  cabo  Ib  recibió  y  trató 
siquiera  con  mas  cortesía  y  benignidad  que  el  hijo 
>  del  de  Alba. 


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VAin  tti.  Lino  V.  4S7 

Aqaelta  misma  larde  parlíeroo  con  el  preso  pam 
Madríd,  mas  al  llegar  é  las  Rozas  se  hallaron  con  ór^ 
den  para  que  sin  pasar  por  la  corte  se  le  llerára  á  la 
fortaleza  deConsoegra,  á  cuyo  alcaide  se  le  previno^ 
qne  le  tuviera  incomanícado  ^^K  Noticioso  do!^ Juan 
de  Austria  de  la  prisión,  presentóse  en  la  corle  9I  i9 
de  enero,  siendo  recibido  por  el  r^y  con  benévolas 
demostraciones,  por  los  cortesanos  con  adulación, 
por  el  pueblo  con  verdadero  entusiasmo,  porque  el 
pueblo,  á  quien  tanto  habían  encarecido  sus  altas 
prendas,  creía  de  buena  té  que  lo  iba  á  remediar  to- 
do. Sus  primeras  disposiciones  como  ministro  fueron 
unos  decretos,  en  que  después  de  ^ensal^ar  el  servicio 
que  habian  hecho  á  la  corona  los  grandes  que  se  con- 
federaron contra  Yaienzuela,  se  declaraban  nulas 
todas  las  niercedes,  títulos  y  despachos  que  había 
obtenido,  mandando  que  se  recogieran,  y  comenzando 
por  el  de  la  grandeza  de  España;  cpor  no  hallarse  en 
él,  decía,  ninguna  de  las  circunstancias  que  deben 
concurrir  juntas  en  los  que  llegan  á  obtener  este 
honor  (^^»  Don  Antonio  de  Toledo  se  había  quedado 


(4)    «La  persona  de  Fernando  importancia  qae  provino  á  mi  oo-* 

de  Valenzaela  (decía  la  real  orden)  roña  de  la  alianza  y  concordia  que 
se  oe  entregará;  la  caal  tendréis  ^hizo  la  primera  y^masfíet  nobleza 

con  las  guardas  que  sean  necesa-  de  mis  reinos  para  remediar  los 

riaSy  sin  manifestarle  á  persona  execrables  daflos  que  padecían, 

alguna,  de  ningana  calidad,  esta-  para  que  en  todo  tiempo  conste  de 
do  7  condición  que  sea,  sino  á  los    ella  y  se  recono,zGa  el  mayor  oum* 

jueces  que  tengo  nombrados.-^  ptimientode  sus  obligaciones;  no 

Buen  Retiro,  29  de  enero  de  4677.»  habiendo  concurrido  en  las  mer-« 

{%    tPor  cuanto  he  reconocido  ceidesque  consiguió  don  Fernán*' 

(decía  este  notable  documento)  la  do  Valenruela  aquella  libre  y  de-« 


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428  HI9T01IA    DB   B8FAÍA 

en  el  Escorial  con  el  encargo  de  recoger  todos  los 
papeles,  riquezas,  alhajas  y  efectos  pertenecientes  al 
don  Fernando,  é  hfzolo  con  tanto  rigor,  que  pene- 
trando bruscamente  en  la  habitación  de  la  desgracia- 
da doña  María  de  Uceda  su  esposa,  y  sin  reparar  ni 
en  su  quebranto,  ni  en  el  estado  de  preñez  en  que  se 
hallaba,  registró  hasta  en  la  cama  en  que  yacía,  y  le 
embargó  todo,  ropas,  alhajas  y  muebles.  Por  cierto 
que  ni  en  esta  pesquisa  ni  en  las  investigaciones  que 
después  so  practicaron  se  halló  que  la  fortuna  de  Va- 
lenzuela  correspondiera  ni  con  mucho  á  la  riqueza  y  á 


liberada  voluntad  mía  que  era  ne- 
cesaria para  su  validacioa  y  per- 
manencia, ni  el  de  los  méritos  y 
servicios  persoDales  ni  heredados 
que  le  pudiesen  hacer  digno  para 
obtenerlas,  y  por  otras  justas  cau- 
sas que  me  mueyen:  he  resuelto 
de  dar  por  nulas  dichas  mercedes 

Ír  los  títulos  despachados  que  de- 
las  se  hubiesen  espedido,  man- 
dando se  recojan,  anoten  y  glosen, 
ejecutando  las  demás  preyenciO'- 
nes  necesarias  en  la  forma  que 
conyenga,  para  gue  en  ningún 
tiempo  valgan,  ni  se  pueda  usar 
dallas:  y  por  que  entre  ellas  es 
una  el  titulo  de  Grandeza  para  él 
y  sus  sucesores  que  bajó  á  la  cá- 
mara en  decreto  de  8  de  noviem- 
bre del  afio  pasado,  mando  que  el 
original  se  ponea  en  mis  mauQS. 
recogiendo  todos  los  papeles  é 
instrumentos  en  que  se  hiciese 
mención  desta  merced;  porque  mi 
intención  y  voluntad  es  ^ue  no 
quede  memoria  della  en  ninguna 

SBrte;  queriendo  yo  por  este  me- 
ló conseryar  á  la  primera  nobleza 
de  mis  reinos  y,  á  los  que  delta 


están  condecorados,  con  el  honor 
de  la  Grandeza,  con  el  esplendor 

3ue  han  tenido  en  todos  tiempos, 
el  cual  descaecería  si  se  inclu- 
yese en  el  número  de  los  grandes 
unsugeto  en  que  no  se  baila  nin- 
guna de  las  c¡  rcunstancias  que  de- 
ben concurrir  juntas  en  los  que 
llegan  á  obtener  este  hoocr,  y 
atendiendo,  como  los  reyes  mis 
predecesores  hicieron  en  su  tiem- 
po, á  todo  lo  que  puede  ser  mayor 
estimación  de  taies  vasallos,  y  al 
desconsuelo  con  que  se  hallan 
viendo  á  don  Fernando  Valenzue- 
la  tan  desproporcionadamente  in- 
cluido en  su  linea;  he  tomado  esta 
resolución,  quedando  según  ella 
priyado  de  todos  ios  honores, 
preminencias  y  prerogativas  que 
gozan  los  grandes.  Tendréislo  en- 
tendido en  la  cámara  para  ejecu- 
tarlo asi,  y  darme  cuenta  de  ha- 
berlo hecho.  £n  el  Buen  Retiro,  á 
2Tde  enero  de  4677.— Yo  el  Rey. 
—Al  presidente  del  Conseio.»— 
Archivo  de  Salazar,  Est.  7.  gra- 
da 4. «núm.  63. 


.    DigitizedbyLjOOQlC 


PARTR  II1«  LIBRO  V^     '  .439 

los  tesoros  qut  se  le  aliibuía  haber  acumulado  ^^K 
La  infeliz  doña  María  fué  desterrada  á  Toledo, 
donde  se  vio  presa,  y  pasó  mil  tribulaciones;  y  cuan- 
do se  le  permitió  fijar  su  residencia  en  Tala  vera,  per- 
dió el  juicio  y  murió  demente  después  de  haberse 
visto  reducida  al  estremo  de  pedir  limosna  de  puerta 
en  puerta.  En  cuanto  á  don  Fernando  su  esposo,  des- 
pués de  su  prisión  en  Consuegra,  y  de  terribles  pade- 
cimientos, fué  desterrado  á  Filipinas,  de  donde  pasa- 
do algún  tiempo  volvió  á  Méjico,  en  cuyas  cercanías 
muYió  maltratado  por  un  potro  que  •  estaba  doman- 
do (^l  A  tal  punto  llevó  don  Juan  de  Austria  su  ven- 
gativo encono!  Y  tal  fué  La  miserable  caida  de  don 
Fernando  Yalenzuela,  que  tan  rápida  y  monstruosa- 


(4 )  Ed  treinta  y  dos  mil  dobio^ 
Des  faé  tasado  todo  lo  aue  se  eo- 
contró  perteneciente  áValeozae- 
1a.  Parecíéndole  poco  á  don  luán 
de  Aastría,  y  sospechando  que  ha- 
bría habido  ocultación,  requiríóal 
prior  del  Escorial  para  que  lepre- 
'  sentara  el  tesoro  que  el  preso  ha- 
bía llevado  allí. La  di^na  respues- 
ta que  le  dio  el  religioso  le  valió 
amenazas  y  persecuciones. 'Se  hi- 
cieron aigunasprisiones  en  el  mo- 
nasterio; se  reconoció  escrapulo- 
samentela  casa  del  Nuevo  Rezado 
en  Madrid;  se  giró  otra  nueva  vi- 
sita al  Escoria^  se  registraron  to- 
das lasceldas,  papeles  y  muebles, 
en  busca  de  mas  dinejro  y  mas 
alhajas,  pero  todo  fué  inútil,  no^ 
se  encontró  mas.  La  prueba  mas 
evidente  de  que  no  lo  había  es 
que  la  desgraciada  esposa  de  doa 
Fernando  se  vio  después  reducida 
á  vivir .  de  la  caridad  públícji.-** 

Tomo  xvii. 


Quevedo,  Historia  y  descripción 
del'Escoriah,  Pdrt.  II.  cap.  6.<» 

(2)  En  Manila  fué  encerrado 
en  Ja  fortaleza  de  San  Felipe:  al 
principio  fué  tratado  con  mucha 
severidad,  mas  luego  logró  alcan- 
zar el  favor  del  -  gobernador,  el 
cual  le  permitió  salir  y  represen- 
-tar  sus  propias  comedias.  En  4689 
obtuvo  licencia  para  trasladarse  á 
Méjico,  donde  nié  bien  recibido 

Eor  el  virey,  conde  de  Calvez, 
ermano  del  duque  del  Infantado, 
8U  primer  protector;  allí  obtuvo 
una  pensión  de  4,200  duros,  coa 
la  cual  vivía.  Murió,  como  hemos 
dicho,  de  una  coz  que  recibid  de 
un  potro  que  domaba,  lo  cual  ha 
hecbo  creer  ^  algunos  que  era 
una  ocupación  y  un  recurso,  pero 
nosotros  creemos  que  lo  hacia  solo 
por  afición  y  recreo.— nGemelli, 
Viage  á  las  Islas  Filipinas. 

9 


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1 30  HISTORIA  DB  BSlPAfrA. 

mente  sé  había  encumbrado  en  alas  del  favor  y  de  la 
fortuna!  Pero  si  merecía  la  caída  como  todo  valido,  y 
como  todos  se  hirvió  de  reprobados  medios  para  ele- 
varse, .convengamos  en  que  no  mereció  que  á  tal  es- 
tremo se  ensañaran* sus  enemigos  con  él  y  con^su  fa- 
milia, pues  ni  abusó  tanto  del  poder,  ni  de  él  so  con* 
taban  los  crímenes  con  que  otros  habían  manchado  su 
privanza,  y  el  pueblo  no  tardó  en  esperimenlar  que 
nada  babia  gafado  con  el  que  vino  á  ocupar  su  puesto 
al  lado  del  soberano. 

Si  en  el  'curso  dQ  este  suceso  se  vio  la  falta  de  ca- 
rácter y  de  dignidad  del  rey,  en  el  hecho  de  haber 
permitido  que  se  fuera  con  tanto  aparato  y  estrépito 
á  prender  un  hombre  que  se  hallaba  confiado  bajo  el 
seguro  de  la  palabra  y  firma  reaU  con  todo  lo  demás 
que  contrit^uyó  á  dar  ruido  y  escándalo,  también  se 
puso  de  manifiesto  la  supersticiosa  incapacidad  de 
Garlos  II.  en  un  diálogo  que  al  siguiente  día  dé  la  prw 
sion  tuvo  con  el  prior  del  monasterio  Fr. .  Marcos  de  . 
Herrera.  Habiendo  venido  á  Madrid  este  religiosOy  ál 
presentarse  al  rey,  poseído  do  cierta  emoción,  le  pre- 
guntó sonriéndose:  «¿Con  qué  le  cogieron? — Le  cogie- 
ron, Señor;^  le  contestó  el  prior  avergonzado;  y  le 
refiriólas  circunstancias  del  suceso.— ¿7  íti  esposa? 
preguntó  Carlos. — Su  esj^osa,  respondió  el  monge,  ha 
venido  á  Mairii,  y  yo  me  atrevo  á  suplicar  á  V.  M. 
se  digne  ampararla  á  ella,  y  á  su  desgraciado  mari^ 
do. — A  su  muger,  si,  á  ¿í,  no^^-^Señor^  ¿y  será  posi- 


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PARTB  111.  LIBRO  V* 


131 


ble  que  se  olvide  V.  M.  de  su  desgraciado  ministro? — 
¿Creerás,  4'\¡o  el  rey,  que  ha  habido  una  revelación  de 
una  sierva  de  Dios,  en  que  daba  á  entender  que  habian 
de  prender  á  Valenzúela  en  el  Escorialf^^Mas  bien 
será,  repuso  el  padre  un  tanto  amostazadoi  una  re- 
velación del  demonio;  y  no  crea  V.  M.  que  defiendo  á 
Valenzúela  por  interés,  pues  jamás  he  recibido  de  él 
sino  esta  pastilla  de  benjui. — Aparta. ... .  aparta.., . . 
esclaaió  Carlos  dando  dos  pasos  atrás  y  santiguando- 
^  se;  fio  la  traigan  contigo,  que  será  un  hechizo  ó  un  ve- 
neno.^ Trabajo  costó  al  buen  padre,  al  oír  tal  simpli- 
cidad, no  faltar  al  respeto  de  sil  soberano  dando  suelta 
á  la  risa.  Contenióse  con  besarle  la  mano  y  despedir- 
se, iUvando  un  triste  concepto  del  hombre  que  aca- 
baba de  empuñar  las  riendas  de  la  gobernación  del 
Estado  í*\ 


(t)  Este  diálogo,^  asi  como  las 
demias  circanstancias  que  media* 
roD  60  esta  ruidosa  prisión,  igual- 
mente que  otros  pormenores  de 
que  no  hemos  creioo  necesario  ha- 
cer mérito,  se  hallan  minuciosa- 
raente  referidos  en  una  Relación 
manuscrita  que  existe  en  la  Bi- 
blioteca del  escorial,  y  que  es- 
cribió sin  duda  en  aquellos  dias 
un  monge  testigo  de.  los  sucesos. 
El  ¡lustrado  bioliotecario  j  ex- 
monge  del  mismo  monasterio  don 
Josó^de  Quevedo  en  su  Historia  y 
Descripción  del  Escorial,  que  pu- 
blicó en  1849,  en  la  parte  que 
arriba  hemos  citado^  nos  ha  dado 
á  conocer  muchos  de  estos  curio- 
sos pormenores. 

En  este  mismo  libro  se  hace 


00  relato  de  las  coosecuencias 

alie  produjo  la  escomonion  lanza- 
a  por  el  prior  contra  los  profa- 
nadores del  templo  y  Tioladores 
del  sagrado  asilo,  que  manifiesta 
las  costumbre^ y  las  ideas  que  so- 
bre estas  materias  dominaban  en 
aquel  tiempo.  Muchas  fueron  las 
diiigelQcias  y  gestiones,  muchos 
los  esfuerzos  y  recursos  que  em- 
plearon para  que  el  prior  los  ab- 
solviera de  la  terrible  censara. 
Mas  como  el  sumo  pontífice,  noti- 
cioso del  hecho,  aprobara  y  ensal- 
zara la  conducta  oelprelaao  en  la 
defensa  de  la  inmunidad  eclesiás- 
tica, y  escribiera  en  este  propio 
sentido  á  don  > Juan  de  Austria  y 
al  mismo  Carlos  U.,  fué  menester 
que  el  rey  suplicara  ¿Sm  Santidad 


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132 


HISTOtU  DB  ESrAftl. 


por  tres  Teccii  el  perdón  de  los 
senteDciados.  Al  fin  el  papa  expi- 
dió aa  breve  cometiendo  al  nun- 
cio la  facultad  de  la  absolacíon, 
pero  imponiendo  á  los  incursos  la 
obligación  de  edificar  á  sus  espen- 
sas  en  la  iglesia,  del  ¿scorialuna 
capilla  correspondiente  á  la  ma- 
gostad y  grandeza  del  templo  que 
habían  profanado,  en  la  cual  se 
les  daría  la  absolución  cuando  es- 
tuviera concluida. 

Ldrgo  era  el  plazo  y  mucho  el 
coste  que  la  condición  les  impo- 
nía. Pera  ellos  lograron  que  el 
monarca  propusiera  al  pontífice 
suplirlo  con  una  alhaja  tan  rica 

a'  ue  sobrepujara  el  valor  de  aque- 
a  obra.  Era  aquella  la  caja  de  un 
reloj  que  le<habia  regalado  su  tío 
efemoerador  Leopoldo,  de  plata 
sobredorada,  guarnecido  de  deli- 
cadísima fíligranti,  d& turquesas, 
amatistas^  granates,  y  otras  pie- 
dras preciosas,  con  colgante^,  fes- 
tones y  otros  adornos  riquísimos 
y  deesquisitogustoy  labor.  Acep- 
tado el  camhio  y  recibida  por  el 
nui^io  la  alhaja  (que  con  otras 
mncnas  faé^Ue  vada  por  los  france- 
ses en  4840),  se  designó  la  iglesia 
de  San  Isidro  el  Real  de  Madrid 
para  que  los  escomulgados  recibie- 
ran en  ella  la  absolución.  El  dia  y 
hora  señalados,  en  medio  de  un 


inmenso  gentío,  se  presentó  á  la 
puertj  esterior  el  nuncio  de  S.  S. 
vestido  de  pontijfical  y  coo  grande 
acompañamiento.  A  poco  compa-. 
recieron  el  duquetle  Medínasido- 
nia,  don  Antonio  de  Toledo  y  los 
demás  comprendidos  en  las  cen- 
suras, todos  descalzos  y  puesta 
una  camisa  sobre  la  ropilla:  pos- 
tráronse á  los  pies  del  nuncio,  el 
ciíal  los  iba  hiriendo  en  las  espal- 
das con  una  variia,  y  luego  los  to- 
maba del  brazo  y  ios  intro'ducia 
en  la  iglesia,  y  con  esto  y  las  de- 
mas  ceremonias  de  costumbre  en- 
cases tales  se  concluyó  afjuella 
ruidosa  causa,  pero  no  los  disgus- 
tos para  el' prior  y  otros  monges, 
que  tuvieron  que  sufrir  mucho 
tiempo  la  enemiga  y  la  persecu- 
ción de  aquellos  resentíaos  y  po- 
derosos magnates.. 

Entre  los  precisos  documen- 
tos del  archivo  de  Salazar,  refe- 
rentes á  esta  materia,  se  encuen- 
tra el  «Alega  toqub  hizo  el  monas- 
terio de  San  Lorenzo  del  Escorial 
en  la  causa  sobre  la  estraccion 
violenta  que  de  su  iglesia  se  hizo 
de  la  persona  de  don  Fernando 
Valenzuela  (impreso  en  treinta  fo- 
lios, Est.  8.0  gr.  6.«):»  y  el  Breve 
del  papa  Inocencio  XI.  dirigidb  á 
Garios  n.  sobre  lo  mismo  (MS.  en 
dos  folios,  Est.  7."  grad.  4  .•) 


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CAPITULO  IIK 

60BIERN0  PE  DON  JUAN  DE  AUSTRFA- 
B«  1677  á  1680. 

Esperanzas  dósvapecidas«— Altiyezdel  príncipe.— Su  espíritu  de  ven- 
ganza.—Destierros.-^Desórden  en  la  administración.— Disgusto  del 
pueblo.-^Ocúpase  don  Juan  en  cosae  frivolas.— Desoontento  de  los 
grandes.— Tratan  estos  con  la  reina  madre.— Recelos  é  inquietad 
de  don  Juan.- Lleva  al  rey  á  laa  Cortes  de  Zaragoza.— Descuida 
don  Juan  los  oegocios  de  la  guerra.— Sátiras  y  pasquines^ontra  el 
miniitro.-^Trátase  de  casar  al  rey  Carlos.— Miras  que  se  atríbuian 
4'dou  Juan.— ^Gpnciórtase  el  matrimonio  del  rey  con  la  princesa 
María  Luisa  de  Borbon. — Decaimiónto  de  la  privanza  de  don  Juan 
de  Austria*. — Pierde  la  salud. —  Muerte  de  don  Juan. — ^Vuelvls  la 
r.eíDa  madre  á  Madrid.— Preparativos  para  las  bodas  reales.  «-Re- 
cibimiento de  la  reina  en  el  Bídasoa.— Va  el  rey  á  Burgos  á  espe- 
rar á  su  esposa. — Ratifícase  el  matrimonio  en  Quintanápalla.-T-Vi^-- 
ge  de  los  reyes.— Llegas  al  Buen  Retiro. — Entrada  soIerQne  en 
Madrid.— Aiegría  del  pueblo.— Fiestas  y  regocj^  piiblicoa. 

Sí  DO  es  caso  raro,  aoles  bien  lo  es  por  desgracia 
harto  frecueatet  qae  los  pueblos  vean  defraudadas  las 
esperanzas  que  leoian  paeslas  en  un  hombre,  cuando 
á  e^te  se  le  prueba  en  la  piedra  de  loque  de  la  direc- 
ción y  gobierno  de  un  estado,  no  por  eso  deja  de  ser 
reparable  que  una  persona  de  tantas  y  tan  antiguas 


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434  mSTORlA  DE  ESBAÜA. 

aspiraeioDes  y  de  tan  larga  carrera  como  don  Juan  de 
Auslria,  tan  conocido  como  debia  ser  de  lodos  loses- 
pañoles,  por  los  papeles  y  por  los  pueslos  que  había 
desempeñado  en  Madrid,  en  Flandes,  en  Italia,  en  Por* 
tugal,  en  Cataluña  y  en  Aragón,  en  cuyas  altas  cuali- 
dades y  prendas  el  pueblo  creía  y  fiaba  tanto,  por 
cuya  elevación  los  grandes  y  nobles  babian  hecho  tan- 
tos esfuerzos  y  tan  repetidas. y  solemnes  confedera^ 
clones,  á  quien  el  reino  de  Aragón  había  protegido  y 
aclamado  con  tanto  entusiasmo,  y  á  quien  todos  en  una 
palabra  consideraban  como  el  tínico  capaz  de  curar 
los  males  y  remediar  los  dafíos  que  se  lamentaban,  y 
de  restituir  la  felicidad  y  el  bienestar  á  esta  monar-- 
quía;  es  bien  reparable,  decimos,  que  el  hombre  en 
quien  hacia  tantos  años  se  cifraban  tan  universales 
esperanzas,  desvaneciera  tan  pronto  tantas  y  tan 
antiguas  ilusiones. 

Pero  es  lo  cierto  que  se  observó  muy  pronto  que 
e]  tan  aclamado  príncipe,  luego  que  se  vio  arbitro  y 
dueño  absoluto  del  poder  codiciado,  en  vez  de  la  ca- 
pacidad, del  táletelo  y  de  la  prudencia  que  se4e  su- 
ponía para  la  dirección  de  los  negocios,  no  mostró  si- 
no altivez  y  soberbia,  ni  parecía  cuidar  de  otra  cosa 
que  de  satisfacer  uq  espíritu  mezquino  de  venganza 
contra  todos  los  que  se  hablan  opuesto  á  sus  ambicia- 
sos  planes,  ó  disfrutado  algún  favor  en  el  anterior  va- 
limiento, ó  no  hablan  firmado  el  compromiso  ó  pleito^ 
boiaeEiag!9  de  los  griamdes  para  traerle  al  ladodel  rey«. 


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rim  111.  LIBIO  V.  43S 

Asi  que,  fueron  siatieodo  los  golpes  de  sus  iias  y  sa- 
liendo sucesivamente  desterrados  die  la^  corte  el  almU 
Fanlede  Castilla,  el  conde  de  Águila p,  coronel  del  re* 
gimiento  de  la  Chamberga,  don  Pedro  de  Rivera,  con* 
ductor  de  embajadores,  el  caballerizo  mayor  marqués 
de  la  Algava,  el  conde  de  Monlijo,  el  de  Aranda  y  va^ 
píos  otros  grandes  señores,  como  el  príncipe  de  Sti* 
gliano,  el  marqués  de  Mondejar  y  el  conde  de  Huma- 
nes, ó  por  no  haber  suscrito  la  confederación,  ó  por 
haber  conservado  cierta  fidelidad  á  la  reina  madre,  á 
simplemente  por  no  ser  sus  partidarios  y  adeptos.  Se- 
ñalóse  contra  el  respetable  vice-cancüler  de  Aragón, 
don  Melchor  de  ^Navarra,  porque  con  su  prudencia  ha* 
bia  desviado  á  los  aragoneses  de  las  reclamaciones  que 
el  año  anterior  hablan  entablado  en  su  favor,  Je  exo«- 
«eró  del  cargo^;  y  dio  al  cardenal  Aragón  el  puesto  de 
vice-x^anciller  de  aquel  reino  (*^  Ni  respetó  al  digno 
presidente  de  Castilla  conde  de  Villaumbrosa,  el  mas 
Integro  y  el  mejor  magistrado  de  aquel  tiempo,  sin 
otra  razón  que  la  de  no  haber  firmado  el  píéíto-home- 
nageide  los  grandes,  dándole  por  sucesor  en  la  presi^ 
dencia  á  don  Juan  de  la  Puente,  á  quien  ni  el  naci- 
miento, ni  el  talento,  ni  las  letras  recomendaban  para 
tan  elevado  puesto.  Y  aun  parecléndole  que  el  conde 
de  Monterrey  divertía  demasiado  al  monarca,  lo  cua' 
era  bastante  para  mirarle^  con  recelo  y  sospecha;  le 

(4)    Roa)  decreto  espedido  en    ro,  4677. 
el  Buen  Retiro,  á  40  de  febre- 


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1 36  . '  HISTORIA  DB  bspaHa. 

alejó  también  de  la  corte,  enviándole  de  capitán  ge- 
neral á  Calalbña;  y  por  cierto  le  hizo  residenciar  des- 
pués severamente  poi*  su  conduela  en  el  negocio  de 
Puigcerdá  (*\ 

Fijos  constantemente  los  recelosos  ojos  del  hermas 
no  bastardo  del  rey  en  el  alcázar  de  Toledo,  residencia 
que  se  había  señalado  &,  la  reina  madre,  y  ^donde  la 
acompañaban  el  embajador  de  Alemania,  el  marqués 
de  Mancera,  el  cardenal,  y  el  confesor  Moya,  de  la 
compañía  de  Jesús,  vi\ia  mártir  de  la  desconfianza, 
hacia  reconocer  las  cartas  que  iban  y  veniande  Toíe- 
do,'daba  oídos  á  todos  los  chismes,  y  como  si  esto  no 
bastara  para  traerle  en  continua  inquietud  y  zozobra^ 
rodeóse  de  espías,  y  empleó  tantos  para  averiguar  lo 
que  contra  él  se  decía  ó  tramaba,  que  esto  solo,  habría 
sido  suficiente  para  impedirle  fijar  la  atención  en  los 
negocios  graves,  consumirle  el  tiempo,  y  trastornarle 
el  juicio. 

El  puebla  por  su  parte  veía  que  ni^  se  rebajaban 
los  impuestos,  ni  los  precios  de  los  mantenimientos 
disminuían,  ni  la  hacienda  iba  mejor  administrada, 
ni'la  justicia  se  restablecía,  nt  esperJmentaba  ningu- 
no de  aquellos  bienes  que  del  nuevo  ministro  se  ha « . 
bia  prometido;  y  que  por  el  contrario  iban  las*  cosas 
en  igual  ó  mayor  desorden  que  antes,  y  que  ocupado 
solo  en  desterrar  á  los  que  tenia  por  desafectos,  y  en 

(4J    Aquel  suceso  desgraciado    bablamos  en  el  capítulo  3/' 
de  la  guerra  de  Cataluña,  de  que 


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PARTB  III.  UÜRO  V.  437 

dar  vator  á  tos  chismes  y  enredos  de  corte,  átenlo 
solo  á  su  iaterés,  y  mas  cuidadoso  de  entretener  con 
pasatiempos  y  bagatelas  al  joven  soberano  que  de 
instruirle  y  guiarle  en  eí  arte  de  reinar,  por  esta  vez 
Ja  mudanza  de  señor  nada^  le  hábia  apVovechado.  Y 
como  el  pueblo  pasa  t'ácilmente,  coandose  ve  burla- 
do, del  estremo  del  entusiasmo  al  del  aborrecimiento, 
hubiera  sido  de  temer, alguna  sublevación  á  no  estar 
ya  tan  encarnado  en  los  españoles  el  respeto  á  sus 
monarcas.  Por  lo  demás  hacíanse  comparaciones  en* 
tre  el  de  Aastria,  Nithard  y  Yalenzuela,  y  decíase  de 
público  que  sobre  no  haber  mejorado  en  el  cambio, 
al  menos  aquellos  favoritos  habían  sido  mas  indulgen- 
tes con  él  en  su  tiempo,  y  nunca  se  los  vio  ^ominados 
deese  espíritu  exaltado  de  venganza. 

Ocupaban  á  don  Juan  con  preferencia  las  cosas 
mas  frivolas,  ó  de  pura  etiqueta,  ó  de  pura  vanidad. 
Daba  grande  importancia  al  asiento  que  debería  cor- 
responderle  ocupar  en  la  real  capilla/  y  tomó  el  in- 
mediato á  S.  M.  con  silla  y  almohada,  que  solo  ha* 
bian  tenido  en  lo  antiguo  los  príncipes  de  Parma  y  de 
Florencia.  Recibía  de  pié  á  los  (Ministros  efstrañgeros, 
y  esto  solo  en  la  secretaría,  dándose  aire  de  príncipe; 
rasgo  de  orgullo  que  fué  censurado  con  merecida  se- 
veridad.  En  el  afán  de  deshacer  todo  lo  que  había 
hecho  Valenzuela,  hasta  el  caballo  de  bronce,  ó  sea 
la  estatua  ecuestre  de  Felipe  IV.  que  Valenzuela  ha- 
bia-trasladado  del  Retiro  para  coronar  el  frontispicio 


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4S8  HlSTOllÁ    DK  BSPAÜA. 

de  palacio,  fué  quitada  de  su  puesto»  y  vuelta  al  silb^ 
en  que  aoles  estaba.  Y  eo  tanto  que  el  oiÍDÍslro  ateo- 
dia  á  estas  pequeíieces«  y  á  hacer  variaciones  en  los 
trages  de  palacio,  aboliendo  las  antiguas  y  autorizadas 
golillas  y  subrogándolas  con  las  corbatas,  las  cham- 
bergas, los  calzones  anchos  y  los  bridecúes,  tolaU 
mente  estrangeros,  ni  se  cuidaba  de  reforzar  los  ter- 
cios de  Flandes^  ni  de  enviar  á  las  tropas  que  alli  ha^ 
bia  socorros  de  (linero,  y  los  ejércitos  de  Luis  XIY. 
nos  iban  tomando  las  mejores  plazas  de  los  Países 
Bajos,  y  devastando  y  asolando  el  principado  de  Cata- 
luña, yendo \pnra  nosotros  la  guerra  de  mal  en  peor,, 
como  recordará  el  lector  fácilmente  por  lo  que  deja- 
mos referido  en  ios  capítulos  anteriores. 

Tan  largo  don  Juan  en  decretar  destierros  coma 
corto  en  otorgar  recompensas,  que  todas  se  redujeron 
á  unos  pocos  empleos  y  á  algunas  llaves  de  gentil-^ 
hombre,  no  solo  concitó  contra  sí  el  odio  de  los  no- 
bles desterrados  y  de  los  parientes  y  amigos  de  éstos^ 
en  la  corte,  sino  que  se  enagenó  á  los  mismos  que 
habían  sido  su^  parciales  y  favorecedores,  que  todos^ 
se  consideraban  con  derecho  á  recibir  gracias  y 
acreedores  á  medros.  Y  ofendidos  lodos,  los  unos  de 
sü  altivez  y  de  su  despotismo,  los  otros  de  su  orgullo 
y  do  "su  ingratitud,  volviaq  los  ojos  á  la  reina  madre 
desterrada  «n  Toledo,  y  no  faltaron  quienes  la  escri- 
bieran asegurándole  que  su  vuelta  al  lado  de  S.  M. 
se  esperaba  con  impaciencia,  promeliendo  (¡ue  ellos 


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Mrri  iiu  LIBIO  T.  139 

por  sn  parte  harían  cuanto  pudieran  por  conseguirla. 
Gon  esto  y  con  difundirse  la  voz  de  que  don  Juan,^ 
no  obstante  su  cplidad  de  bastardo  y  de  bijo  de  una 
cómica,  aspiraba  á  hacerse  ajgun  dia  señor  de  esta 
monarquía,  no  dejó  de  haber  inteligencias  y  tratos 
l^ra  derribarle.  Pero  era  todavía  muy  temprano  para 
otra  mudanza,  y  comq  don  Juan  asediaba  de  continuo 
ál  rey,  y  no  permitia  que  nadie  sino  él  ^e  le  acerca- 
ra, escudado  con  esta  esclusiva  influencia  sobre  un 
monarca  ínespertó  y  débil,  no  \e  fué  difícil  ir  ven- 
eiendo  aquellas  nacientes  y  no  bien  organizadas  ten* 
(ativas,  ó  mas  bien  tendencias  de  conspiración  ^^K 

Con  todo,,  cuando  vio  que  el  rey  disponía  su  jor- 
nada de  primavera  á  Aranjuez,  tuvo  por  peligroso 
estar  á  tan  corta  distancia  de  Toledo,  residencia  de  la 
reina  madre;  y  representando  á  S.  M*  la  convenien- 
cia de  ir  á  jurar  á  los  aragoneses  sus  fueros,  según  él 
t^uando  eslaba  allá  les  habia  ofrecido,  inclinóle  á  que 
convocara  cortes  en  Galatayud;  hecho  lo  cual,  salie« 
ron  sin  apafato  y  por  la  puerta  secreta  del  palacio 
camino  de  Aragón  (állimos  de  abril,  1677),  dejando 
como  burlada  y  con  cierto  desconsuelo  á  la  gran  mu- 
chedumbre que  en  casos  tales  se  agrupa  siempre  en 
calles  y  plazas  para  presenciar  la  salida  de  sus  reyes, 
A  instancia  de  los  de  Zaragoza  se  trasladaron  á  esta 

(4)    SacioU  relación  del  vario  mo  XIV .--Epítome  histórico  de 

estado  que  ha  tenido  la  monar-  los-  sucesos  de  España,  etc.  MS. 

quia  de  España^  etc.  en  el  Sema-  del  Archivo  d<e  Salazar,  c.  III. 
nario  erudito  de  Valladares,  to- 


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140  HHTORIA  DK  BSÍAftA» 

ciudad  las  cortéis  convocadas  para  Calalayud*.  A  pri- 
meros de  mayo  llegó  el  rey  á  aquella  poblacioú,  don- 
de después  de  descansar  dos  dias  en  et  palacio  de  la 
Aljafería  hizo  su  entrada  pública  con  gran  cortejo  y 
con  gran  júbilo  de  los  naturales,  que  hacia  treinta  y 
seis  años  que  no  veian  á  su  natural  señor.  Abriéroot- 
se  fas  cortes,  juró  el  monarca  los  fueros  del  reino,  y 
hecha  su  propuejsita  determinó  volverse  pronto  á  la 
corte  á  cansa  de  la  impaciencia  t|ne  mostraban  los 
castellanos,  dejando  por  presidente  en  ellas  á  don 
Pedro  de  Aragón,  de  la  ilustre  casa  de  Cardona,  y 
muy  venerado  en  aquellos  reinos  ^*K  El  principadc» 
de  Cataluña  y  ciudad  dé  Barcelona  le  enviaron  em- 
bajada rogándole  fuese  también  á  favorecerles,  pero 
su  resolución  estaba  tomada,  la  guerra  de  Cataluña 
le  ofrecía  poco  aliciente,  y  á  principios  de  junio  dio 
la  vuelta  á  Madrid,  distribuyendo  algunas  gracias  ¿ 
los  aragoneses,  pero  encontrando  la  corte  un  peco 
intranquila  por  la  escasez  de  paq  y  de  otros  artículos 
de  necesario  consumo.     ' 

No  logró  reponerse  el  príncipe  bastardo  en  la 
opinión  páblica  después  de  su  regreso  á  Madrid,  por 
mas  que  procurara  acallar  á  los  descontentos,  dando 
algunos  empleos  á  los  desterrados  antes,  ó  á  sus  her- 


ii)    Cerráronse   estds    cortos  reioo  de  Aragón  de  Garlos  ir.  coa 

el  25  de  enero  del  año  siguiente,  su   hermano  don  Juan  do  Aus- 

Sus  fue  ros  y  actos  se' imprimieron  tria.  4  de  abril,   4677:  impreso: 

«u  Zaragoza  por  Pascual  Bueno  Archivo  de  Salazar,  Est.  44. 


en   1678,  en  folio.— Jornada  al 


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rABTB    ni.  LIBBO   V.  141 

manos  y  parientes,  haciendo  algunas  reformas  econó- 
micas, espidiendo  algunas^  pragmáticas  para  moderar 
los  trages  y  so  coste,  desterrando  las  muías  de  los 
coches  y  fomentando  la  introducción  de  los  caballos, 
con  otras  cosas  por  este  drden,  mandadas  ya  antes 
mochas  vqpes,  y  pocas  practicadas.  Mas  como  quiera 
qae  los  sucesos  deja  guerra  nos  eran  tan  contrarios, 
que  los  víreyes  y  generales  de  nuestras  tropas  en  Si-: 
cilia,  en  Alemania,  en  Iqs  Países  Bajos  y  en  Cataluña, 
carecían  de  socorros  de  hembras  ^^  dinero  «y  de 
mantenimientos  por  mas  que  repetidamente  los  re- 
clamaban, y^que  nuestras  armas  iban  en  todas  parles 
en  decadencia,  perdíamos  ierritorios,  y  las  potencias 
de  Europa  negociaban  una  paz  que  no  podia  menos 
de  ser  humillante  y  vergonzosa  para  España,  atVi- 
bufase  en  la  maj'or  parte  á  indolencia  y  á  torpeza  del 
^  príncipe  ministro,  decíase  públicamente  que  el  crédi* 
toque  en  tal  cual  ocasión  había  ganado  en.  la  guerra 
era  debido  á  sus  generales  y  consejeros,  añadíase  que 
el  que  había  perdido  á  Portugal  perdería  á  Flandes, 
la  ociosa  malicia  dallaba  materia  de  crítica  en  todas 
sus  acciones,  pululaban  las  sátiras  y  los  pasqiíines, 
manía  y  ocupación  de^casi  todos  los  ingenios^  media- 
nos y  de  algunos  agudos  entendimientos  en  aquella 
época.  Y  don  Juan,  que  en  vez  de  despreciar  con 
magnanimidad  tales  niñerías,  las  tomaba  por  lo  serio, 
desterrando  ó  encarcelando  á  algunos  de  los  que  se 
suponía  autores  de  aquellos  papeles,  coipo  al  marqués 


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1  a  .  IKSTOUIA  DE    BSPASa. 

de  Agrópoti.y  al  doctor  I^pez,  daba  teotacíoD  á  tos 
hombres  malignos  para  seguir  mortiñcándole  con  es- 
critos satíricos,  que  se  multiplicaban  hasta  un  grado 
que  solo  puede  concebirse  registrando  en  los  archivos 
y  bibliotecas  los  infinitos' que  todavía  se  conservan 
y  existen.. 

La  paz  de  Nimega  (1678),  que  ai  fío  se  recibió 
con  júbilo  en  la  corte  de  España,  siquiera  porque, 
agotados  todos  los  recursos, ,  era  ya  imposible  conti^ 
nuar  la  guerra  sia  perderlo  todo,  afirmó  á  don  Juan 
en  el  favor  del  soberano,  impuso  silencio  por  algún 
tiempo  á  sus  enemigos,  y  le  inspiró  un  pensamiento 
que  él  creyó  sería  el  que  le  consolidarla  en  el  favor 
y  en  el  poder,  sin  calcular  que  un  medio  semejante 
había  ocasionado  la  ruina  de  otros  privados.  Toda  la 
nación  deseaba  ya  que  el  rey  contrajera  matrimonio^ 
para  ver  de  asegurar  la  sucesión  al  tropo.  Sabia  don 
Juan  que  la  reina  madre  le  tenia  destinada  la  archi- 
duquesa de  Austria,  hija  del  emperador»  y  que  esta* 
ban  ya  convenidos  y  hasta  firmados  los  artículos  del 
contrato.  Interés  del  ministro  era  contrariar  el  enlace 
con  una  princesa  de  la  misma  casa  y  pariente.de  la. 
reina.  Érale,  pues,  preciso  trastornar  aquel  plan,  per- 
suadiendo' al. rey  que  la  razón  de  estado  y  iá  nueva 
marcha  que  después  de  la  paz  habia  de  llevar  la  po- 
lítica hacian  necesario  dar  otro  giro  á  este  negoció. 
Propúsole  primeframente  la  princesa  heredera  de  Por-- 
iugal,  jóven^  robusta  y  hermosa,  y  conveniente  ade- 


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rAáTBill.  LIBftO  V.  143 

mas  coDAo  medio  de  unir  otra  vez  aquella  corona  á  la 
de  Casulla.  Pero  sobre  estar  ya  aquella  princesa  pro* 
metida  al  duque  de  Saboya,  el  suceso  de  la  emanci- 
pación de  Portugal  estaba  demasiado  reciente  para 
que  los. portugueses  no  rechazaran  todo  lo  que  ten- 
diera á  llevarles  alü  un  monarca  castellano.  Fué, 
pues,  inútil  toda  gestión  en  este  senlido,  y  entonces 
don  Juan,  aprovechando  la  buena  ocasión  que  le  ofre-  . 
cía  la  paz  con  Franciat  y  como  medio  para  hacerla 
mas  sólida,  propuso  á  Carlos  como  el  enlace  mas^ ven- 
tajoso el  de  la  hija  primogénita  del  duque  de  Orleans^ 
hermano  único  de  Luis  XIV^ 

Tenia  este  plan  la  ventaja  de  agradar  á'  la  nación 
y  de  gustar  mas  que  otro  alguno  al  rey.  Al  pueblo» 
porque  recordando  con  placer  á  la  reina  María  Isabel 
de  Francia,  esposa  de  Felipe  IV.,  y  las  virtudes  que 
le  habían  grangeadx)  la  estimación  pública  de  jos  es--  , 
paineles,  le  halagaba  tener  otra  reina  de  la  misma  fa*  . 
milía^  A  Carlos,  porque  habia  visto  su  retrato  y  se 
babia  enamorado  de  su  hermosura;  era  casi  ,de  so 
misma  edad,  y  todos  los  españoles  que  habían  estado 
en  Parts  encarecían  su  amabilidad,  su  fina  educación, 
y  las  bellas  dotes  de  su  espíritu.  Solo  no  se  compren^- 
dia  el  empeñó  de  don  Juan  de  Austria  en  casar  al 
rey,  puesto  que  cualquiera  que  fuese  la  reina,  la  le- 
gitima y  natural  influencia  de  esposa  habia  de  dismi- 
nuir, dado  que  no  le  ñiese  del  todo  contraria ,  la 
del  favorito,  y  tal  vez  acabarla,  como  de  ello  se  ha- 


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14i  IllSTOaiA  OK  BSPAÑA. 

biaQ  vista  ejemplares  en^  tiempos  no  muy  apartados^  ' 
Discurríase  por  lo  lauto  sobrede!  estrano  iulerés  qud  . 
mostraba  en  poner  al  rey  en  el  caso  de  tener  sucesión 
el  mismo  de  quien  se  murmuraba  que  en  la  falta  de 
ella  cifrada  sus  aspiraciones  al  trono;  y  habla  quien 
llevaba  su  suspicacia 7  malignidad  hasta  el  punto  de 
suponer  que  con  este  maljcimonio  se  proponía  don  Juan 
de  Austria  acabar  de  destruir  mas  pronto  la  comple- 
xión ya  harto  débil  del  rey,  y  allanar  por  este  medio 
el  camino  del  solio.  La  malicia  délos  cortesanos  ha- 
cia estos  y  otros  semejantes  discursos,  que  por  lome- 
nos  demuestran  el  odio  que  los  animaba  hacia  el  va- 
lido y  el  apasionado  afán  con  que  trabajaban  pdr  la- 
brar su  descrédito. 

A  pedir  la  mano  de  la  princesa  fué  enviado  á  Pa- 
rís, el  marqués  de  los  Balbases,  uno  de  los  plenipo- 
tenciarios españoles  en  el  congreso  de  Nimega.  La 
proposición  fué  muy  bien  recibida,  asi  por  el  padre 
de  la  princesa  como  por  el  rey  cristianísimo,  su  tio. 
Con  cuya  noticia  procedió  don  Juan  de  Austria  á  pro- 
veer los  oficios  y  empleos  del  cuarto  de  la  futura 
reina,  cuidando  d6  poner  en  ellos  las  personas  de  su 
mayor  devoción  para,  hacerse- lugar  por   medio  de 
eílas  en  la  gracia  de  la  esposa  de  su  rey  (enero,  \  679).   . 
Hizo  venir  de  Salamanca  al  dominicano  Fr*  Francisco 
Reluz  para  confesor  de  S.  M.  bajo  la  fianza  que  le  dio 
el  duque  de  Alba  de  que  se  conformaría  en  todo  á  su 
voluntad.  Para  -distraer  á  Carlos  de  la  jornada  de 


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PARTE  III.   LIBRO  T*  145 

Aranjuez,  por  temor  de  que  cayera  en  la  tealacion 
de  llamar  á  la  reina  madre  ó  de  ir  á  verla,  éntrete- 
níale  coiv  diversiones  de  toros,  carias  y  comedias,  y 
con  cacerías  en  los  bosques  de  la  Zarzuela  y  del  Par- 
do. Pero  tampoco,  se  descuidaban  la  madre  y  sus  par- 
ciales, que  iban  siendo  mas  cada  día,  al  paso -que 
'  hsfbian  ido  disminuyendo  los  de  don  Juan,  en  negociar 
la  vuelta  de  aquella  señora  ala  corte;  y.  tal  vez  lo 
habrían  logrado  pronto,-  si  el  marqués  de  Villa rs,  em-^ 
bajador  de  Francia,  que  vino  á  Madrid  (17  de  ju- 
nio, 1679),  á  tratar  de  la"  conclusión' del  malrímonio, 
y  hombre  poco  afecto  al  ministro  favorito,  no  hubie- 
ra manifestado  repugnancia  á  entrar  en  aquella  intri- 
ga,  y  propuesto  que  se  difiriera  hasta  la  venida  de  la 
reina,  no  dudando  que  entonces  seria  mas  cierta  y  se- 
gura la  caída  del  privado  f*^ 

Asi  pensaban  todos  los  hombres  que  discurrían 
con  menos  pasión,  y  era  sin  duda  el  partido  mas  sen- 
sato. Mas  iban  siendo  ya  tantos  los  enendigos  de  don 
Juan,  y  tantos  los  que  habiéndosete  mostrado  antes  de- 
votos le  abandonaban,  que  hasta  aquel  mismo  confe- 
sor que  de  Salamanca  trajo  ex^profeso,  devolvió  las 
espaldas  alegando  que  nada  babia  hecho  por  él  de  la 
que  le  habia  prometido;   razón  singular,  que  revela- 


(4)    Gacetas  del  año  4679.  En  Balbases,  embajador extraordína* 

ellas  hay  varias  cartas  do  Parísen  río  del  R^y  Ntro.  Sr.:»  y  e&  que 

qne  se  hace  relación  «de  la  mag«  se  dan  noticias  de  lo  que  iba  ocur- 

qíBca  y  pomposa  entrada  del  Ex-  riendo  en  orden  al  casamiento, 
celentisimo  sefior  marqués  de  los 

Tomo  xvii.  '-'  10 


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14G  HISTORIA   DB  BSPAÑA. 

,  1x1  las  miras  mundanas  del  buen  religioso  llamado^  á 
dirigir  la  conciencia  real.  Vio  que  por  su  mediación 
se  alzó  el  deslierro  al  principe  de  Stigliano.  El  duque 
de  Osuna  9  á  quien  quiso  el  ministro  alejar  mas  de  la 
corte,  también  obtuvo  su  regreso  por  intercesión  del 
de  Medtnaceli.  Y  como  pidiesen  al  rey  por  los  de^ 
mas  desterrados,  y  le  manifestasen  la  oposicioa  que 
á  ello  hacía  el  ministro,  contestó  Carlos  con  desacos- 
tumbrada entereza:  Qiimporta  poco  que  don  Juan  se 
oponga;  lo  quiero  yo  y  basta.^  Palabras  que  llenaron 
al  favorito'  de  amargura,  y  (e  hicieron  comprender 
que  el  favor  se  le  escapaba,  que  se  nublaba  á  toda 
prisa  la  estrella  de  su  valimiento,  con  síntomas  de 
acabar  de  oscurecerse,  lo  cual  le  infundió  una  melan- 
colía profunda,  que  se  agravó  con  una  fiebre  tercia- 
naria que  le  sobrevino. 

El  31  de  julio  (1679)  llegó  á  Madrid  un  estraor- 
dinario  despachado  por  el  de  los  Balbases,  con  la  ne- 
cia de  haberse  ajustado  el  casamiento  de  S*  M.  con  la 
princesa  María  Luisa  de  Orleans  y  firmadas  las  capi« 
tulaciones,  cosa  que  se  celebró  en  la  corle  con  gran 
regocijo  y  se  solemnizó  con  tres  dias  de  luminarias  y 
fiestas  públicas  ^^K  Y  el  30  salió  de  Madrid  el  duque 

(4)    Gaceta  del  85  de  julio.—  pasado.» — Capitulaciones  matri- 

En  la   misma  Gaceta  so  decia:  moniales  entre  Garios. II.  y  dofia^ 

«S.  A.  (doD  Joan  de  Austria)  des-  María  Luisa  de  Orleans,  otorga- 

faes  de  la  cuarta  sangría  se  halla',  das  en  Footenebleau:  MS«  de  la 

Dios  gracias,  mejorado  de  las  Real  Academia  de    la  Historia., 

tercianas,  ao  habiéndole  repeti-  G.  ti, 
do  la  accesión  desde  el  miércoles 


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PARTB  III.  LIBEO  V.  147 

de  Pasiraaa  nombrado  embajador  estraordiDario  cer^ 
ca  del  rey  de  Fraocia,  para  que  llevara  la  joya,  que 
eolonces  se  decía,  á  la  reina.  Hízosele  en  París  an  re- 
cibimienlo  ostentoso,  y  los  desposorios  se  celebraron 
con  toda  magnificencia  (31  de  agosto)  en  Fontene- 
bleaucoB  el  principe  de  Conti»  en  quien  se  sustituyó 
el  poder  dado  por  S.  M.;  noticia  que  se  celebró  en 
.  Madrid  con  mascaradas  y  otros  espectáculos  ^*K 

No  alcanzó  á  ver  don  Juan  de  Austria  la  venida 
de  la  reina:  acabósele  la  vida  antes  que  llegara  la  es- 
posa de  su  rey:  habiansele  hecho  dobles  las  tercia- 
nas; los  médicos  no  le  curaban  el  mal  de  espíritu  que 
se  le  había  apoderado;  Carlos  le  visitó  con  frecuencia 
durante  su  enfermedad,  manifestándole  el  mas  vivo 
interés  por  su  salud;  él  nombró  al  rey  heredero  de 
sns  bienes,  y  legó  á4ás  dos  reinas  sus  piedras  pre- 
ciosas, y  eH7  de  setiembre,  á  los  cincuenta  anos  de 
-su  edad,  pasó  á  mejor  vida,  causando  general  admi- 
ración la  resignación  cristiana  que  mostró  en  sus  últi- 
mos momentos  ^^K  Asi  murió,  ni  bien  conservando  la 
privanza,  ni  bien  caido  de  ella,  el  hijo  bastardo  de 
Felipe  IV.  y  de  María  Calderón,  á  quien  los  estrange- 


(4)  Relación'  de  k  ostentosa^  bre,  1679. 
entrada  eD  Francia  del  claque  de  (2)  Gaceta  ordinaria  de  M&- 
Pasirana,  portador  del  presente  drid  de  49  de  setiembre  de  4679. 
de  Garlos  II.  á  so  esposa  María  — Dejó  don  Juan  una  hija  muy 
IfOtsa^de  Borbon:  impresa  en  dos  hermosa  que  había  tenido  4e  una 
folios. — Relación  del  desposorio  persona  de  distinción,  la  cual  to- 
do Garlos  II.  etc.  id.  Archivo  de  mó  el  hábito  de  religiosa  en  las 
Salazar,  Est.  7.  arad.  2.  n.  G6.  Doscálzas  Reales. 
—Gaceta   de!    4Í  de     setiem- 


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.    148  HISTORIA  DB  ESPAÑA. 

Vos  represeotan  como  el  último  hombre-  grande  de 
la  dinastía  de  Auslria  en  España,  y  de  cuya  nobleza 
de  alma,  ingenio,  talento,  yirtades  y  esperiencia  en 
el  arle  de  gobernar  hacen  I9S  mismos  elogios  que  hi- 
zo el  papel  oficial  del  gobierno  al  anunciar  su  muerte. 
Pero  este  juicio  está  en  completo  desacuerdo  con  el 
que  mereció  á  sus  contemporáneos,  y  dista  mucho  del 
que  imparcialmente  se  puede  formar  de  sus 'acciones 
y  conducta  como  gobernante.  Por  que  si  bien  don 
Juan  de  Austria  había  logrado  en  ocasiones  dadas 
ganar  algunas  glorias  en  las  guerras  como  general, 
tuvo  la  desgracia  de  que  en  sus  manos  se  perdiera 
Portugal  y  la  mayor  parte  dé  Flandes,  y  sobre  todo 
perdió  la  reputación  y  el  buen  concepto  en  que  antes 
muchos  le  tenían  desde  que  comenzó  á  obrar  como 
ministro  y  á  ejercer  el  poder  que  tanto  habia  ambicio* 
nado,  y  que  por  espacio  de  tantos  años  y  por  tan  tor- 
tuosos medios  habia  intentado  escalar. 

Apenas  murió  dop  Juan,  el  rey,  como  si  hubiera 
tenido hastaentonces  el  espfritu  y  el  cuerpo  sujetos 
con  ligaduras,  soltólas  de  repente  y  se  fué  á  Toledo 
á  ver  á  doña  Mariana  su  madre.  Abrazáronse  madre 
é  hijo,  llorando  tiernamente  y  conferenciando  á  solas, 
y  quedó  determinada  la  venida  de  la  reina  á  la  corte'. 
Volvióse  Carlos,  y  á  los  pocos  dias  salió  otra  vez  ca- 
mino de  Toledo  á  recibir  á  su  madre;  encontráronse, 
y  subiendo  los  dos  á  un  mismo  coche,  hicieron  jun* 
tos  su  entrada  en  el  Buen  Retiro  (28  de  setiem- 


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PARTE  m.  LIBRO  Y .      .  1  &9 

brc,  4679),  donde  permaneció  la  reina  hasta  que  se 
le  preparó  la  casa  del  duque  de  üceda  que  escogió 
para  su  morada.  El  pueblo,  cuyo  odio  y  cuyas  mal- 
diciones habían  seguido  dos  anos  antes  á  la  madre  de 
Carlos  II.  en  su  destierro  de  la  corle,  la  recibió  ahora 
con  alegría  y  la  victoreó  con  entusiasmo.  £1  pueblo, 
por  lo  común  inconstante  y  voluble  en  sus  juicios» 
pero  á  quien  nada  hace  mudar  tanto  de  opinión  como 
el  verse  burlado  en  las  esperanzas  que  ha  concebido 
de  un  hombre,  olvidó  con  las  faltas  de  don  Juan  las 
que  antes  habia  abominado  tanto  en  la  reina  madre. 
Los  cortesanos  volvieron  á  rodearla  como  en  los  dias 
de  su  mayor  poder,  aun  los  mismos  que  antes  hablan 
conspirado  á  su  caida,  porque  todos  esperaban  que 
siendo  el  rey  inesperto  y  joven,  la  madre  recobraría 
su  antiguo  ascendiente  sobre  él,  y  sería  otra  vez  la 
distribuidora  de  las  gracias,  que  calculaban  serían 
muchas  estando  tan  próximas  las  boílas  del  hijo.  Mu» 
cbos  sin  embargo  sospechaban  que  escarmentada  con 
los  pasados  disgustos  se  abslendria  de  lomar  parte  en 
la  política <  Todo  eran  conjeturas,  y  todo  el  mundo 
estaba  en  espectacion,  pero  aquella  señora  mostraba 
cierta  indiferencia  hacia  la  política,  contentándose  al. 
parecer  con  tener  y  conservar  la  gracia  y  el  favor  de 
su  hijo. 

Mas  en  realidad  lo  que ,  embargaba  la  atención 
del  rey  y  de  la  corte  eran  los  preparativos  para  reci- 
bir á  la  nueva  reina  María  Luisa.  Por  fortuna  hubo 


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450  IllSTOmu  DB  bspáSa. 

te  feliz  coincidencia  de  que  arribaran  por  este  tiempo 
á  Cádiz  los  galeones  de  América  trayendo  treinta 
millones;  remesa  que  llegó  tan  oportunamente  que 
sin  ella  en  tales  circunstancias,  y  exhausto  como  se 
kallaba  el  tesoro,  hubiera  sido  muy  difícii  y  casi  im- 
posible atender  á  los  gastos  del  viage.  A  recibir  á  la 
reina  en  la  frontera  de  ambas  naciones  salieron  de 
Madrid  (26  de  setiembre)  el  marqués  de  Astorga  y  la 
duquesa  de  Terranova,  llevando  lo  que  se  decia  en-  ' 
toncos  la  casa  reaí/qne  eha  la  servidumbre  destinada 
á  la  reina,  y  á  los  pocos  dias  lo  verificó  el  duque  do 
Osuna  que  acababa  de  llegar  de  su  destierro.  Acom- 
pañábale el  padre  Yingtímiglia,  teatino  siciliano,  que 
escapado  de  su  pais  por  los  alborótoa  de  Messlna  en 
que  tomó  parte,  se  refugió  á  España,  se  introdujo 
primeramente  con  don  Juan  de  Austria  y  después  con 
el  duque  de  Osuna,  y  liado  en  que  hablaba  francés  y 
aspirando  á  ser  confesor  de  la  reina,  quiso  ser  el  piri- 
mero  á  hablarla,  y  no  paró  hasta  llegar  á  Bayona. 
Avisó  el  marqués  de  los  Balbasesla  salida  de  la  reina 
de  Fonlenebleau  y  de  París,  después  de  haber  sido 
suntuosamente  agasajada  en  su  despodida  del  rey  y 
de  la  corte,  trayendo  en  su  compañía  al  duque  do 
Harcourt  como  embajador  estraordinario,  á  su  aya  la 
maríscala  de  Clerambaut  como  camarera  mayor,  y 
porción  de  damas  jóvenes  y  bellas  de  la  prin^era  no- 
bleza de  Francia.  Hacia  su  viage  en  jornadas  cortas, 
y  por  todos  los  pueblos  del  tránsito  era  festejada  con 


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PAKTB  III.  LIBRO  V.  451 

luaguiBcencia,  y  recibía  las  mas  cordiales  demoslra* 
cioaesdc  cariño  y  de  respeto.  Al  llegar  á  Bayona  se- 
le  preseoló  el  osado  YÍDglitniglia,  y  cq  su  impacien- 
cia de  conquistarse  so  Favor,  y  valiéndose  con  aslacia 
de  la  gente  de  su  servidumbre,  comenzó  por  inspirar- 
le sentimientos  de  desconfianza  hacia  la  reina  madre 
y  el  embajador  francés,  la  persuadió  á  que  moviera 
al  rey  á  formar  un  consejo  de  Estado,  del  cual,  decia, 
seria  el  mejor  presidente  ef  duque  de  Osuna,  y  por 
últínop  solicitó  del  de  Iflarconrt  que  le  presentara 
una  memoria  que  llevaba  escrita,  desenvolviendo  un 
plan  de  gobierna  á  su  manera.  Pero  en  vista  de  su 
importunidad  y  de  su  mal  disimulada  ambición,  con- 
denáronle al  desprecio,  y  abocliornado  el  de  Osuna " 
de  que  á  la  sombra  de  su  protección  hubiera  qiierido 
hacer  valer  proyector  que  él  ignoraba,  le  abandonó 
á  su  suerte,  no  queriendo  ya  admitirle  siquiera  en  su 
compañía  para  que  no  le  comprometiera  ^'^ 

Esperaba  ya  á  la  reina  la  comitiva   española  en 
Irán.  Habíase  preparado  una  linda  casita  de  madera 


(O  El  tal  padre  Vingtimiglia  del  favor  do  la  que  venia  á  ser 
hubiera  ya  muerto  en  un  cadalso  reina  de  España,  de  la  manera 
en  Sicilia  como  uno  de  los  princi-  que  hcmcTs  visto. — Corresponden- 
pales  revoltosos,  si  no  Inibicra  cin  del  embajador  de  Dinamarca 
acertado  á  fugarse  y  venir  á  Espa-  en  Madrid;  cartas  á  sugobiernQ 
Da.Aqui  se  hizo  del  partido  de  don  sobre  esto  dsunto,  en  Mignet, 
Juan  de  Aüstfia,  conspiró  coh  él,  Documentos  inéditos  sobre  la  $u- 
le  fué  á  buscar  á  Zaragoza,  y  era  cesión  de  España,  tom.  IV.— MS. 
el  alma  do  la  conjuración  onaquc-  del  Archivo  ae  Salazar,  en  stf  Bi- 
lla ciudad.  Muerto  don  Juan,  se  bliotec.1  do  la  Academia  de  la  His- 
arrimó  al  duque  de  Osuna,  y  qni-  loria, 
so  á  61)  ^ombra  elevarse  en  alas  • 


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to2  HISTORIA    DR    BSFAíÑA. 

orilla  del  Bidasoa  para  que  descansara;  la  eulrega  se 
habia  de  hacer  en  la  ya  célebre  isla  de  los  Faisanes:     . 
llegó  alli  la  reina  el  3  de  noviembre  (1679),  y  em- 
barcándose en  una  hermosa  falúa  que  estaba  dispues- 
ta, la  rel^ibió  el  marqués  de  Astorga,  a  quien  se  hizo 
la  entrega  con  la  ceremonia   y    las  formalidades  de 
costumbre.  Pasaron  luego  todos  á  Irún,  en  cuya  igle- 
sia se  cantó  un  solemne  Te  Deum  en  acción  de  gra- 
cias al  Todopoderoso  por  su  feliz  viage.  Iguales  de* 
mostraciones  xJe  regocijo  que  en  aquella  villa  fué  re- 
cibiendo la  reina  en  todos  los  pueblos  por  donde  pa- 
saba. El  21  de  OQtubre  habia  salido  de  Madrid  el  rey 
á  encontrar  á  su  real  esposa,  con  gran  séquito  de  se- 
ñores, caballeros  y  ^criados,    lodos  de  gran  gala,   y    ' 
Iras  él  partieron  luego  en  posta  ol  duque  de  Pas- 
Irana  que  acababa  de  llegar,  y  el  primer  caballerizo 
don  José  de  Silva  con  un  magníQco   boato.   El  esta- 
do  deplorable  de  los  caminos  hizo  que  la  reina  po  pu- 
diera llegar  á  Burgos  el  dia  que  se  la  esperaba,  pero 
la  impaciencia  de  Carlos  suplió  a(}uella  dilación,  pues 
sabiendo  que  el  18  (noviembre)  habia  tenido  que  ha- 
cer alto  en  la  pequeña  aldea   de  Quiutanapalla,  dis- 
tante Ires  leguas  de  aquella  ciudad,  el  19  partió  el 
rey  de  Burgos,  precedido  del  patriarca  de  las  Indias, 
no  llevando  consigo  sino  lasj)ersoñas  precisas  para 
su  asistencia,  y  cerca  de  la  hora  de  medio  día  se  vie- 
ron por  primera  vez  en   Quintanapalla  los  augustos 
novios,  saludándose  con  mutuo  cariño  y  ternura. 


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PARTE  111.   LIBRO  V.  453 

RalificároDse  aquel  día  las  bodas  aule  el  patriar- 
ca de  las  Indias  en  aquella  pobre  y  miserable  aldea, 
qae  nunca  pudo  pensar  tener  tanta  díchii;  comieron 
juntos  los  regios  consortes,  y  partieron  por  la  tarde  en 
una  misma  carroza.  Hicieron  su  entrada  en  Burgos, 
donde  descansaron  algunos  dias,  alternando  entre  las 
dulzuras  conyugales  y  los  festejos  de  mascaradas, 
comedias  y  otras  diversiones  con  que  los  obsequia- 
ron ^^K  Desde  Burgos  se  dividieron  las  dos  comitivas 

(4)  Entre  las  mascaradas buLo  llegado  el  mal  gusto  literario  en 
una  en  que  los  hombres  marcha-  esta  épocaí  sin  aue  por  eso  falta- 
ban en  parejas  figurando  en  sus  ran  en  la  corte  algunos  buenos  in- 
trages  aves  y  animales,  Qada  uno  genios,  vamos  ^  citar  elgunos  de 
con  su  mote  en  verso.  Como  mués-  aquellos  motéis: 
tra  de  la  depravación á  que  habla 

A  dos  águilas. 

Aqueste  fiero  arcaduz 

aunque  un  águila  le  aprieta, 

'  Jo  mismo  es  que  una  escopeta. 

4  dos  milanos.  ^ 

Estas  aves  de  rapiña 
con  las  plumas  de  milanos, 
dicen  que  son  escribanos. 

A  dos  cochinos. 

Quitándome  de  porfias, 
por  a  de  no  digan-  soy  terco, 
yo  digo  que  soy  un  puerco. 

A  dos  ratones. 

De' ver  ratones  aqui 
no  hay  que  admirar  el  esceso, 
que  hace  obscuro  y  huele  á  ques<rC 

A  dos  gallos. 

Si  quieres  parecer  gallo, 


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de  la  servidumbre  del  rey  y  de  la  reina  para  no  em* 
barazarse  en  el  viage  á  Madrid,  viniendo  la  una  por 
Valladolid  y  k»  olra  por  Aranda  de  Duero,  y  el  2  de 
diciembre  (1679)  llogarori  SS.  MM.  felizmente  al  pa- 
lacio del  Buen  Retiro  enire  las  aclaiDaciones  del  in- 
menso pueblo  que  ansioso  los  aguardaba.  Alli  perma- 
necieron ^muchos  dias,  recibiendo  frecuentes  visitas 
de  (a  reina  madre,  y  los  parabienes  de  los  embajado- 
res, grandes,  y  <)a1>alleros  de  la  corte,  entretenidos 
con  comedias  y  divertido  el  rey  con  partidas  de  caza, 

pues  á ser  gallote  inclinas,    " 
anda. siempre  entre  gallinas. 

t  A  dos  que  iban  majando^ 

Yá  no  dirán  que  el  majar 
es  cosa  de  majaderos, 
pues  majan  dos  caballeros. 

A  dos  que  marchaban  de  espaldas.  ' 

No  es  quimera  esta  que  ves, 
pues  sucede,  si  reparas, 
Iiabcr  hombres  de  dos  caras. 

A  una  pareja  con  los  pies  hacia  arriba. 

En  esla  rara  invención 
N      al  mundo  pintado  ves, 

pues  también  anda  al  revés. 

.4  dos  papagayos. 

Piensan  que  el  ser  papagayo 
es  animal  de  Jas  Indias, 
y  80  CDgafian,  porque  hay  muchos 
papagayos  en  Castilla. 

Y  por  este  orden  y  de  este  gó-  tulada:  tiDichas  de  Quinianapa" 
ñero  otros  muchisimos  moles. —  lia,  y  Glorias  de  Burgos,^  y  publi- 
Uelacion  impresa  de  aquel  año  ti*    cada  como  gaceta  estraordínaria. 


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^AATB  111.    LIBHO  Y.  155 

hasta  el  23  de  enero  (iQ80],  que  hicieron  su  eulrada 
pública  y  su  traslación  al  palacio  de  Madrid»  por  en 
medio  de  arcos  triunfales  qon  inscripciones  y  versos, 
fachadas  adornadas  con  vaciedad  de  gustos,  compar-* 
sas  de  gremios,  coros  de  música,  y  otros  vistosos  apa- 
ratos. Por  muchos  días  duraron  en  Madrid  las  fiestas, 
tales  y  tan  suntuosas,  que  pareciá  que  la  nación  se 
hallaba  en  el  colmo  de  su  prosperidad,  y  que  no  ha- 
bia  otra  cosa  en  qué  pensar  sino  en  regocijos.  Ya  ire- 
mos viendo  la  gangrena  que  se  ocultaba  bajo  estas 
brillantes  y  engañosas  apariencias  ^*K 


(1)  De  todos  estos  sucesos  nos 
informan  minuciosamente  las  ga- 
cetas ordinarias  de  aquel  tiempo, 
quesalian  cada  ocho  días,  y  las  mu- 
chas Fclacionesquese  escribían  y 
publicaban  como  gacelas  estraor- 
diñarlas,  tales  como  lassiguientes: 
Descripción  de  las  pircutistancias 
mas  esencialesde  lo  sucedido  en  la 
augusta  y  célebre  función  del  dfs^ 
posorio  del  Señor  Bey  Don  Car- 
tos  II.  con  laSerma.  ñeal  Princesa 
Doña  Haría  Luisa  de  Borbon^  eje^ 
cutado  en  el  Real  Sitio  de  Fonta" 
nablóf  á  3l  de  este  presente  año 
de  <679:  por  caria  de  un  caballero 
que  se  halló  presente  y  escrita  á  otVo 


de  esta  corte  á  i  de  setiembre. — 
/{elación  de  la  salida  que  hizo  el 
Esc  ce  lentísimo  Señor  Duque  de 
Osuna,  caballerizo  mayor  de  la 
lieina  Nuestra  Señora  doria  Marta 
Luisa  de  Borbont  de  orden  deS.  Af. 
elC'-'Prímera  y  segunda  parle 
del  viage  de  la  Iteina  Nuestra  Se- 
ñora, etc, — Dichas  de  Quintanas- 
palla  y  Glorias  de  Burgos,  bosque- 
jadas, e  te, —Relación  compendiosa, 
del  recibimiento  y  entrada  triun^ 
(ante  de  la  Reina  Nuestra  Señora, 
etc,  en  la  muy  Noble,  Leal,  Coro- 
nada villa  de  Madrid»  Y  otras 
infinitas  que  podríamos  citar. 


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CAPITCLa  VIIL 

MliNISTERlO  DEL  DUQUE  DE   MEDINACELI. 
■le  4680  4  1685. 

Aspirantes  al  puesto  do  primer  ministro.— Partidos  que  se  formaron 
en  la  corte.— Trabajos  dol  confesor  y  de  la  camarera. — Indecisión 
del  rey.— Da  el  ministerio  al  de  Medíoaceli. — Males  y  apuros  del 
reino  .-«Alborotos  en  la  corte.— Célebre  y  famoso  auto  general  de 
fé  ejecutado  en  la  plaza  de  Madrid'. — Desgracias  y  calamidades 
dentro  de  Espafia. — Pretensiones  de  Luis  XIV.  sobre  nuestros  do- 
minios de  Flandes. — Guerra  con  Francia  en  Cataluña  y  en  Ipis 
Paises  Bajos.^'Gloriosa  defensa  de  Gerona.— Pérdida  de  Luxem- 
burgo. — Tregua  de  veinte  nfios  humillante  para  Espafia. — Genova 
combatida  por  una  escuadra  francesa. — Mantiénese  bajo  el  protec- 
torado español.- Rivalidades  é  intrigas  en  ia  córie  de  Madrid.— 
La  reina  madre;  el  ministro;  la  camarera;  otros  personages. — 
Caída  del  confesor  Fray  Francisco  Re  luz. —Re  tí  rásenla  camarera. 
— ^Reemplazo  en  estos  cargos.— ^Situación  lastimosa  del  reino. — 
Caida  y  destierro  del  duque  de  Medinaceli. — Sacédele  el  conde 
de  Oropesa. 

No  todos  penaabaQ  solamente  en  las  fiestas  y  re- 
gocijos.  Eñ  nsedio  de  la  algazara  popular  y  de  aque- 
lla especie  de  vértigo  por  las  diversiones  que  parecia 
haberse  apoderado  de  todos,  los  hombres  políticos  se 
agitaban  y  movian:  vacante  la  plaza  de  ministro  des- 
do la  muerte  de  don  Juan  de  Austria;-  fiado  intcrina*- 


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PARTB  111.   LinRO  V.  1  57 

mente  el  despacho  de  los  negocios  al  secretario  don 
Gerónimo  de  Egnía;  con  un  rey  joven,  sin  experien- 
cia ni  tárenlo,  y  á  quien  llamaban  mas  la  atención 
las  gracias  de  su  bella  esposa  que  los  áridos  asuntos 
de  Estado,  y  los  accidentes  de  la  ^aza  y  de  los  toros 
que  las  necesidades  del  reino,  hacíanse  mil  cálculos 
y  cfonjeturas  en  los  círculos  políticos  de  la  corte  so- 
bre la  persona  en  quien  recaería  el  ministerio»  que 
era  entonces  como  decir  el  ejercicio  de  la  autori* 
dad  real. 

Entre  los  que  andaban  en  lenguas,  ó  como  pre- 
tendientes, ó  eomo  designados  por  la  opinión  para 
este  puesto»  la  voz  pública  señalaba  como  los  mas 
dignos  y  que  reunían  mas  aptitud  y  mas  probabilida- 
des de  ser  llamados  á  él,  al  duque  de  Medínaceli  y 
al  condestable  de  Castilla.  El  primero  .tenia  en  su  fa- 
vor el  cariño  del  rey;  el  segundo  contaba^coo  el  apo- 
yo de  la  reina  madre.  De  ilustre  cuna  los  dos,  hom- 
bres ambos  de  talento  y  de  experiencia,  el  de  Medi- 
naceli  tenia  mas  partido  en  el  pueblo  y  entre  los 
grandes  por  la  dulzura  y  suavidad  de  su  trato;  era 
sumiller  de  Corps  y  presidente  del  consejo  de  Indias: 
el  condestable,  decano  de  el  de  Estado,  de  mas  edad 
y  de  mas  instrucción  que  Medinaceli,  tenia  menos 
adictos  por*la  austeridad  y  aun  por  la  adustez  de  su 
genio;  nunca  don  Juan  de  Austria  había  podido  atraer- 
le á  su  partido  por  mas  que  había  empleado  los  hala- 
gos y  las  promesas. 


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f58  HISTOEIA    DB    ESPAÑA. 

La  corle  estaba  dividida  entre  estas  dos  parciali*-- 
dades,  y  cada  una  de  ellas  ponia  en  juego  los  resor-- 
tes  y  artificios  de  la  política  cortesana^  haciéodose 
una  guerra  secreta.  Hacíasela  también  disimulada  y 
sorda  al  uno  y  al  otro  el  secretario  don  Gerónimo  de 
Egufa,  hombre  que  deja  nada  habia  subido  á  aquel 
puesto  al  amparo  de  los  dos  ministros  anteriores  Ya- 
lenzuela  y  don  Juan  de  Austria,  acomodándose  y  do- 
blegándose con  admirable  flexibilidad  y  inmisión  á 
todo  el  que  podia  satisfacer  sus  ambiciones.  Ahora, 
explotando  cierta  confianza  que  habia  alcanzado  con 
el  rey,  y  bien  hallado  con  el  manejo  de  los  negocios 
que  despachaba  interinamente,  aspiraba  ya  á  ser  él 
mismo  ministro,  ayudado  del  confesor,  que  no  queria 
ver  en  el  ministerio  persona  que  eclipsara  su  influen- 
cia. Al  efecto^  en  unión  con  Ja  duquesa  de  Terrano* 
va,  procuraba  apartar  á  la  reina  madre  y  á  los  de  su 
partido  dé  toda  intervención  en  el  gobierno,  interesar 
á  la  reina  consorte,  inspirar  al  rey  desconfianza  ha- 
cia los  dos  personages  que  estaban  mas  en  aptitud 
de  ser  llamados  al  ministerio,  y  persuadirle  de  que 
debia  gobernar  por  sí  mismo,  sin  favorito,  sin  junta» 
sin  dependencia  de  curadores.  Con  estas  y  otras  tra- 
zas logró  el  Eguía  tener  por  algún  tiempo  indeciso  y 
vacilante  al  rey,  disponiendo  él  entretanto  de  la  suer- 
te de  la  monarquía. 

Pero  todas  las  combinaciones  se  le-  fueron  fnis* 
Irando;  no  le  sirvió  unirse  con  el  condestable,  con  el 


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PABTB    lU.  LIBRO  y.  .459 

'  confesor  y  con  la  camarera;  las  dos  reinas  se  en- 
lendieroo  y  unieron»  qo  obstante  iasintrtgasque  para 
dividirlas  é  indisponerlas  se  empleaban;  don  Gcróni* 
mo  de  Eguia  se  fué  convenciendo  de  que  todos  le  ba* 
cían  traición,  porque  de  résuhas  de  una  conferencia 
que  con  1a  reina  tuvo  el  de  Medinaceli,  y  de  la  cual 
salió  muy  satisfecho^  hasta  el  mismo  condestable  va- 
rió da  lenguaje  y  de  conducta,  sorprendiendo  á  to*. 
dosoirle  recomendar  al  de  Medinaceli,  antes  su  ri« 
val,  como  el  mas  apropósilo  y  el  que  mas  merecía  el 
ministerio.  Por  último  salió  el  monarca  de  aquella 
irresolución  que  tantos  perjuicios  estaba  causando, 
por  el  retraso  que  padecían  los  negocios  del  Estado 
y  los  intereses  de  los  particulares,  estancados  todos 
los  asuntos  en  las  oficinas  de  las  secretarías,  y  el  22 
de  febrero  (16;80)  se  publicó  el  decreto  nombrando 
al  duque  de  Medinaceli  primer  ministro  ^*\  y  el  mis- 
mo confesor,  antes  tan  enemigo  suyo,  se  encargó  de 
llevársele.  A  nadie  causó  sorpresa  el  nombramiento^ 
ni  fué  tampoco  mal  recibido,  porque  del  duque  ma^ 
qoe  de  otro  alguno  se  esperaba  que  podria  poner  al- 
gún remedio  al  estado  deplorable  en  que  se  enoontra-^ 
bán  los  negocios  públicos.  Iremos  viendo  si  su  con* 
ducta  correspondió  á  estas  esperanzas. 

Indolente  y  perezoso  el  nuevo  ministro,  dejó  al 
Consejo  la  autoridad  de  resolver  los  negocios,  no  de-  * 

(4)    Gaceta  ordinaria  de  Madrid  do  27  do  febrero  do  \$S0, 


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160  HISTORIA  druspaKa. 

terminando  por  s(  cosa  alguna.  Creó  ademas  varias 
juntas  particulares,  entre  ellas  una  de  hacienda,  que 
se  llamó  Magna,  compuesta  de  los  presidentes  de 
Castilla  y  Hacienda,  del  condestable,  el  almirante,  el 
marqués  de  Aylona,  y  de  tres  teólogos,  todos  frailes, 
uno  de  ellos  el  confesor  del  rey,  Fr.  Francisco  Reluz, 
otro  el  P.  Cornejo,  franciscano,  y  otro  el  obispo  de 
Avila  Fr.  Juan  Asensio,  que  reemplazó  en  la  presi- 
dencia de  Castilla  á  don  Juan  de  la  Fuente  (12  de 
abril,  4680),  al  cual  se  desterró  por  complacer  al 
papa.  El  Asensio  era  mercenario  calzado. 

Mala. era  la  coyuntura  en  que  esta  jnota  entraba. 
Las  gentes  andaban  ya  muy  disgustadas,  porque  to- 
dos sentían  los  males,  y  iodos  veían  crecer  lo$  apuros 
del  erario;  que  el  dinero  traído  en  el  año  anterior  por 
Iqs  galeones  de  la  India  habíase  consumido  en  los 
gastos  y  en  las  fiestas  de  las  bodas.  En  tales  apuros 
hubo  UD  comerciante  que  presentó  al  de  Medinaceli 
un  memorial,  proponiendo  ciertos  medios  para  au- 
mentar las  rentas  reales  con  alivio  de  los  pueblos, 
y  haciendo  otras  proposiciones  al  parecer  muy  bene- 
ficiosas. Oyóle  el  duque,  pero  le  despidió  sin  resol- 
ver nada,  y  no  faltó  quien  amenazara  al  Marcos  Díaz, 
que  asi  sé  llamaba  e)  conierciante,  con  que  seria  ase- 
sinado si  continuaba  haciendo  semejantes  proposicio- 
nes. Y  así  fué,  que  Solviendo  un  día  de  Alcalá  á  Ma- 
drid le  acometieron  unos  enmascarados,  y  le  dieran 
tales  golpes  que  de  ellos  murió  poco  tiempo  después. 


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PABTB  111.  LIBAO  V.  461 

El  puehlo  á  (|uieii  habiaD  iialagado  las  proposiciones 
de.Diaz  y  esperaba  que  cou  ellas  se  aliviana  su  mi- 
seria, se  amotinó  gritando  que  habia^sido  sacrificado, 
y. pidiendo  castigo  dontra  los  culpables.  Como  diese 
la  casualidad  de  pasar  el  rey  en  aquella  ocasión  por 
junto  á  las  turbas,  rodearon  su  coche,  y  comenzaron 
á  gritar:  «¡Viva  el  reyj  {Muera  el  mal  gobierno!»  El 
alboroto  duró  algunos  dias,  sin  que  las  autoridades 
pudieran  reprimirle,  y  el  rey  no  se  atrevía  á  salir  de 
palacio;  pero  lodose  redujo  á  quejas,  injurias  y  ame- 
nazas contra  las  personas  á  quienes  se  atribuía  la  mi- 
seria que  afligía  al  pueblo,  y  la  sedición  se  fué  caU 
mando  poco  á  poco.  Coidcidian  por  desdicha  con  este 
estado  de  cosas  los  terremotos,  la  peste  y  el  hambre 
que  sufrían  al  mismo  tiempo  muchas  provincias  de 
España. 

La  alteración  en  el  valor  de  la  moneda  hecha  por 
el  secretario  Egufa,  y  la  tasa  puesta  á  los  precios  de 
|0S artefactos  portel  ministro  Medinaceli  produjeron 
también  serios  disturbios,  que  promovían  los  artesa- 
nos y  vendedores.  Los  panaderos  se  retiraron,  y  faltó 
este  interesante  artículo,  quedándose  un  dia  la  corte 
sin  un  pedazo  de  pan.  La  codicia  tentó  á  uno  de  ellos, 
que  comenzó  á  espender  cada  pan  á  tres  reales.  Pero 
se  le  impuso  un  durísimo  castigo,  se  le  dieron  dos- 
cientos  azotes  (30  de  abril,  4680),  Be  le  condenó  á 
galeras,  y  escarmentados  con  esto  los  demás  abrieron 
sus  tiendas,  y  se  encontraron  otra  vez  sqrlidos  de  pan 
TóMo  XVII.  44 


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462  msTORu  db  laPáfiA. 

los  habiíanles.  Mais  al  día  siguiente  (f  .^  de  Diayo)^ 
coD  motilo  de  una  pragmática  qae  se  publicó  ponietH- 
do  UQ  precio  bastante  bajo  á  cada  par  de  zapatos, 
juntáronse  tumultuariamente  hasta  cuatrocientos  za- 
pateros en  la  plaza  íle  Santa  Catalina  de  los  Donados, 
donde  vivía  el  nuevo  presidente  de  Castilla »  gritando 
como  se  acostumbraba  entonces  en  tos  motines: 
«(Viva  el  rey,  muera  el  mal  goblernol»  Vn  alcalde  de 
corte  que  se  presentó  á  aplacar  el  tumulto,  irritó  de 
tal  modo  con  sus  ameoazjas  á  los  amoUoados,  queba* 
biera  pagado  su  imprudencia  con  la  vida  si  no  hubiera 
sido  tan  diestro  para  escabullirse  y  .  retirarse.  Por  e{ 
contrario  el  presidente  de  Castilla  fué  tan  condescen- 
diente con  los  tumultuados,  que  oídas  sus  quejas  les 
facultó  para  que  vendieran  su  obra  á  como  pudiesen, 
con  lo  cual  se  retiraron  sosegados  y  satisfechos.  Sin 
embargo  se  castigó  despula  los  principales  mo* 
tores  ^*K 

Parecían  esolusívamente  ocupados  entonces^ elmi^ 
nistro  y  los  monarcas  en  visitar  templos  y  santuarios, 
y  en  asistir  á  fiestas  religiosas.  Las  gac^s  de  aquel 
tiempo  apenas.conlienen  otras  noticias  interiores  que 
relaciones  minuciosas  de  la  función  én  celebridad  de 
la  canonización  dental  santo,  de  la  asistencia  de 
SS«  MM.al  novenario  delal  capilla^  de  la  celebración 
de  una  misa  en  rito  caldeo,  y  otras  semejantes,  con 

(4)    Diario  de  los  sucesos  de    Jesuítas,  pertenecientes  á  la  Ueal 
aquel  tiempo,  MS.:  Pieles  de    Academia  de  la  l^istoría. 


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PAttTBJlI.  Litio  Y«  463, 

qw  86  descostraba  al  pueblo  la  acendrada  devocíoD 
de  sus  reyes  y  su  afición  á  ios  actos  religiosos. 

Mas  loque  creyeron  iba  á  hacer  perpetaamenie 
memorable  este  mísero  reinado  fuéel  famoso  y  soiem* 
nísimo  Auto  de  féqne  se  celebró  en  la  Plaza  Mayor 
de  Madrid  el  39  de  junio  de  1680.  El  inquisidor  ge- 
nera/, que  lo  era  entonces  el  obispo  de  Plasencia  don 
Diego  Sarmiento  Valladares,  manifestó  al  rey  que  en 
las  cárceles  inqoisitoriales  de  la  Corte,  de  Toledo  y 
de  otras  ciudades  había  multitud  de  reos  cuyas  cau-*- 
sas  estaban  fenecidas,  y  que  seria  muy  digno  de  un 
rey  católico  que  se  celebrara  en  la  corte  un  auto  ge- 
neral defé,  honrado  con  la  presenciada  SS.  MM.,  á 
ejemplo  de  sus.  augustos  padres  y  abuelos.  «Aprobó 
Garlos  lo  que  se  le  proponía,  ofreció  asistí r,  y  quedó 
resueUo  el  auto  general.  Se  avisó  á  los  inquisidores 
de  los  diferentes  tribunales  del  reino;  se  nombraron 
nluchas  comisiones  en  forma  para  hacer  los  prepara- 
tivos convenientes  á  tan  solemne  función,  y  el  30  de 
mayo,  dia  de  San  Fernando,  se  publicó  él  auto  con 
todo  aparato  y  suntuosidad  ^^K 


(4)  ^  cSepan  (decía  el  pregón)  los  sudóos  pontífices  dadas  á  todos 

toaos  los  vecinos  y  moradores  de  los  gae  acompañasen  y  -ayudasen 

esta  villa  de  Madrid,  corte  de  á  dicho  auto.  Mándase, publicar 

S.  M.,  estantes  y  habitantes  en  para  que  venga  á  noticia  de  todos.» 

ella,  como  el  Santo  Oficio  de  la  In-  — Este  pregón  se  repitió  en  ocho 

qoisicion  de  la  ciodad  y  reino  de  puntos  principales  de  la  población, 

Toledo  celebra  anto  público  de  la  en  que  la  procesión  hizo  alto.^^ 

fé  en  la  Plaza  Mayor  de  esta  corte  Relación  histórica  del  auto  general 

el  domingo  30  de  jnnip  de  este  de  fé  que  se  celebró  en  Madrid 

presente  afio,  y  que  se  lea  conce-  este  afio  de  46S0,  con  asistencia 

den  las  gracias  é  indulgencias  por  del  Rey  N.  S.  Garlea  II.,  ele.  Por 


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.464  'HISTORIA  DB   BSPAflA. 

Dio  el  rey  ud  decreto  para  que  se  leivanlára  en 
la  plaza  un  anchuroso  y  magnifico  teatro  (que  asi  se 
llamaba),  capaz  de  contener. con  desabogo  ia^  mu- 
cbas  personas  que  habían  de  asistir  de  oficio»  con  sus 
escaleras,  valla,  corredores,  balcones,  departamen- 
tos, altares,,  tribunas,  pulpitos*  solio  y  demás,  cuyo 
diseño  encargó  al  familiar  José  del  Olmo  ^*],  y  el  cual 
habia  de  cubrirse  con  ricas  tapicerías  y  colgaduras., 
y  con  un  gran  toldo  para  preservarse  de  los  ardores 
del  sol.  Fué  obra  de  muchísimo  coste,  y  en  que  se 
emplearon  los  mas  lujosos  adornos.  Se  formó  una 
compañía  que  se  llamó  de  las  soldados  de  la  fé,  com- 
puesta  de  2&0  hombres  entre  oficíales  y  soldados, 
para  que  estuviesen  al  servicio  de  la  Inquisición,  y  á 
los  cuales  se  dieron  mosquetes,  arcabuces,  partesa-  - 
ñas,  picas,  y  uniformes  de  mucho  lujo.  Cada  uno 
de  estos  había  de  llevar,  como  asi  se  ejecutó,  un  haz 
de  leña  desde  la  puerta  de  Alcalá  hasta  el  palacio;  y 
el  capitán,  que  io^ra  Francisco  de  Salcedo,  subió  al 
cuarto  del  rey,  llevando  en  la*  rodela  su  fajina,  que 
recibió  de  su  mano  el  duque  de  Pastranapara  pre- 
sentarla á  S.  M.  y  después  á  la  reina;  hecho  lo  cual 
la  volvió  á  entregar  diciendo:  «S.  M.  manda  que  la 


i<^é  del  Olmo,  alcaide  y  familiar  curiosa  lámina,  que  representa  el 

del  Santo  Oficio:  un  vol.,  4.^  teairo^con  todos  Jos  ooncarren tes 

impreso  en  4680,  y  reimpreso  al  acto  ensus  respectivos  trages 

en  48S0.  y   vestimentas,   ocupando  cada 

(4)    El  mismo  autor  de  la.  Re-  cual  el  lugar  que  le  habia  sido 

hicion  histórica.  En  ella  hay  una  designado. 


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«      '  PAETBIU.  UBEO  V.  4  65 

llevéis  en  su  aoinbre,  y  sea  la  primera  que  se  eche  en 
el  fuego.» 

Para  ésta  función  se  hicieron  familiares  del  Santo 
Oñcio  hasta  ochenta  y  cinco,  entrQ  grandes  de  Es- 
paña» títulos  de  Castilla,  y  otras  personas  ilus- 
tres ^^K  Los  cuales  todos  acompañaron  la  solemne  pro-* 
cesión  llamada  de  la  cruz  blanca  y  la  cruz  verde^  que 
se  hizo  la  víspera  del  auto»  llevando  el  estandarte  el 
primer  ministro  duque  de  Medinaceli,  y  recorriendo 
las  principales  calles  de  la  corte*  haciendo  salvas  de 
tiempo  én  tiempo  la  compañía  de  los  soldados^  de  la 
fé»  hasta  dejar  colocada  la  cruz  blanca  en  el  testero 
del  brasero,  que  estaba  fuera  de  la  puerta  de  Fuen- 
carral,  como  á  trescientos  pasos  á  la  izquierda,  orilla 
del  camino.  , 

Llegado  el  dia  del  auto,  salió  en  direccíonnle  la 
plaza  la  gran  procesión,  compuesta  de  todos  los  con- 
sejos, de  todos  losHribunales,  do  todas  las  corpora- 
ciones religiosas,  de  todos  los  personages  de  la  corté, 
llevando  delante  los  reos^.  aLa  corona  de  toda  esta  ce- 
-  )ilebridad  (dice  entusiasmado  el  historiador  de  este 
)isuceso),  y  en  lo  que  propiamente  consiste  la  función 
»del  auto  general  de  fé,  fué  la  magestuosa  pompa  con 
))que  salió  el  tribunal,  llevando  delante  los  reos  para 

(t)    Nomínalmente  se  insertaa  Alba  de  Liste,  el  duque  de  Albur- 

en  ia  relación,  y  por  orden  alfa-  quergjue,  el  conde  de  Altamira, 

bétbo  de  sus  títulos.  Asi  los  pri-  el  principe  de  Astillano;  siguen  el 

meros  son:  el  duque  de  Abran*  duque  de  Bcjar,  el  conde  de  Be* 

tes,  el  conde  do  Aguilar,  el  do  navcnte,  etc. 


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460  UISTOEIA  DB  BSPAÜA. 

•haberlos  de  juzgar  en  el  mas  esclarecido  trono  y  mag-* 
unifico  teatro  que  para  hacerse  temer  y  venerar  ha  sa- 
Tábido  discurrir  la  ostentación  de  los  hombres  ^^Ka  Espe- 
raban ya  SS.  Mlkf  •  el  rey  y  las  dos  reinas,  esposa  y^ 
madre,f  én  su  balcón  dorado,. teniendo  en  derredor 
suyo  las  damas  de  honor,  ios  gentiles-hombres  y 
mayordomos,  los  embajadores,  el  cardenal  arzobis- 
po, el  patriarca  y  otras  personas  de  la  primera  re- 
presentación. En  medio  de  este  aparato  y  de  un  in- 
menso concurso  de  espectadores,  en  el  recinto  de  la 
plaza,  en  los  balcones  y  basta  en  los  tejados,  subieron 
al  tablado  los  reos,  ett  número  do  ciento  veinte,  con 
sus  sanbenitos  y  corozas,  sus  velas  amarillas  en  las 
manos,  algunos  con  sogas  á  la  garganta  y  mordaza  ¿ 
.  la  boca,  y  los  con'clenádos  á  relajar  con  capotillos  de 
llamas,  y  dragones  pintados  en  ellos.  Subió  el  inqui- 
sidor general  á  su  solio,  vistióse  de  ponlifícal,  tomó  el 
juramento  al  rey  ^'^  jurando  también  el  corregidor, 


<4)  La  sontdncia  qu«  se  noli- 
ficó  ]a  noche  anterior  á  los  reos 
condenados  á  relajar  decía:  «Her- 
mano, vuestra  causa  se  ha  visto 
Y  comunicado  con  personas  muy 
doctas  de  grandes  letras  y  cien- 
cia, y  Tuostros  delitos  son  tan 
graves  y  de  tan  mala  calidad,  que 
para  castigo  y  ejemplo  de  ellos  se 
na  hallado  y  ju2^do  que  mañana 
habéis  de  morir:  prevenios  y 
apercibios,  y  para  que  lo  podáis 
haéer  como  conviene,  queaan 
aqui  dos  religiosos.» 

(S)  £l  juramento  se  hizo  en 
los  términos  siguientes:  «^V.li. 


jura  y  promete  por  su  fé  y  pala* 
bra  real,  que  como  verdadero  ca« 
tólrco  rey,  puesto  por  la  mano  de 
Dios,  defenderá  con  todo  sy  poder 
la  fó  católíc»  que  tiene  y  cree  la 
Santa  Madre  Iglesia  apostólica  de 
Roma,  y  la  conservación  y  aumen- 
to de  ella,  y  persegairá  y  man- 
dará perseguir  á  los  hereses  y 
apóstatas  contrarios  de  ella,  y 
que  mandará  dar  y  dará  el  favor 
y  ayuda  necesaria  para  el  Santo 
oficio  de  la  Inquisición  y  minis- 
tros de  ella,  para  que  los  hereges 
oeKuibadores  de  nuestra  religión 
cristiana  sean  prendidos  y  casti*- 


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PAKYK  111.  Lmso  V.  467 

alcalcles,  regidores  y  hombres  buenos  á  nombre  del 
pueblo.  Comenzó  ia  misa,  y  predicó  un  largo  sermón 
Fr.  Tomás  Navarro,  calificador  de  la  Suprema,  sobre 
el  tema:  Ecourge,  Domine^  judiea  causam  tuam. 

Concluido  el  sermón,  se  dio  principio,  á  sa^r  de 
las  arquillas  las  causas  y  sedlenoias  de  los  reos,  y  á 
leerlas  desde  uno  de  los  pulpitos.  A  las  cuatro  de  la 
tarde  se  acabaron  de  leer  las  sentencias  de  los  reía* 
¡ados,  y  en  tanto  que  continuaba  la  lectura  de  las 
otras  se  hizo  entrega  <le  aquellos  al  brazo  secular, 
que  condenándolos  á  morir  en  la  forma  ordinaria,  co« 
mo  ^empre  se  hacia,  los  mandó  conducir  al  lugar 
del  suplicio,  ó  sea  al  brasero,  que  como  hemos  dicho, 
estaba  fuera  de  la  puerta  de  Fuencarral,  escoltados 
por  una  escuadra  de  soldados  de  la  fé,  los  ministros 
de  la  justicia  seglar^  y  el  secretario  de  la  Inquisición 
que  habla  de  dar  testimonio  de  haberse  ejecutado  las 
sentencias.  Dejemos  al  familiar  del  Santo  Oficio,  que 
nos  dejó  escrita  esta  rela<;bn  de  orden  del  tribunal, 
describir  ^ta  ejecución  terrible. 

«Era,  dice,  el  brasero  de  sesenta  pies  en  cuadro 
¿y  tie  siete  pies  en  alto,  y  se  subia  á  él  por  una  es- 
» calera  de  fábrica  del  ancho  de  siete  pies,  con  tal 


9ido8  coüfermo  á  los  derechos  y  S.  E.:  Haciéndolo  V.  M.  asi  como 

sacros  cánones,  sin  que  baya  omi-  de  su  grao  religión  y  cristiandad 

sion  de  paríe  do  V.  M.  ni  escep-  esperamos,  ensalzará  nuestro  Se- 

cion  de  persona  alguna  de  cpal-  ñor  en  su  santo  servicio  á  V.  U.  y 

quiera  calidad  que  sea?— Y  S*  Bf .  todas  sus  reales  acciones,  y  le  da- 

respondió:  Asi  lo  juro  y  prometo  rá  tanta  salud  y  larga  vida  como 

por  mi  fé  y  palal^ra  real.— Y  dijo  la  cristiandad  ha  menester. 


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168  llfSTOtlA  DB  bsmIIá. 

ir  capacidad  y  disposición,  qoe  á  competentes  distan^ 
ncias  se  pudiesen  fijar  tos -palos  (que  eran  veinte),  y 
>al  mismo  tiempo,  si  fuese  conveniente,  se  pudiese  sin 
-«estorbo  ejecutar  ^n  todos  la  justicia,  quedando  lugar 
> competente  para  que  los  ministros  y  religiosos  pu- 
«diesen  asistirles  sin  embarazo.  Coronaban  el  brasero 
»los  soldados  de  la  fé,  y  parle  de  ellos  estaban  en  la 
«escalera  guardando  que  no  subiesen  mas  de  los  pre^ 
«cisamente  necesarios;  pero  la  multitud  de  gente  que 
«concarrió  fué  tan  crecida,  que  no  se  pudo  en  todo 
«guardar  el  orden,  y  asi  se  ejecutó,  si  no  lo  que  con- 
«vino,  loque  se  pudo..*..  Fuérbose  ejecutando  los 
«suplicios,  dando  primero  garrote  á  los  reducidos,  y 
«luego  aplicando  él  fuego  á  los  pertinaces,  qué  fiíe* 
«ron  quemados  vivos  con  no  pocas  señas  de  impa- 
«ciencia,  despecho  y  desesperación.  Y  echando  lodos 
«los  cadáveres  en  el  fuego,  los  verdugos  1e  fomenia- 
«ron  con  la  leñé  hasta  acabarlos^  de  convertir  en  ce- 
«niza,  que  seria  conio  á  las  nueve  de  la  mañatía. 
«-Pnede  ser  que  hiciese  reparo  algún  incauto  en  que 
«tal  ó  dual  se  arrojase  en  el  fuego,  como  si  fuera  lo 
«mismo  el  verdadero  valor  que  la  brutalidad  necia  de 
«un  culpable  desprecio  de  la  yida,  á  que  le  digue  la 

«condenación  eterna Acabados  de  ejecutar  los 

«suplicios,  etc.»  Sigue  él  historiador  refiriendo  lo 
que  pasó  hasta  darse  por  terminado  el  acto. 

La  lúgubre  ceremonia  de  la  Plaza  Mayor  no  ha- 
bía concluido  hasta  mas  de  las  nueve  de  la  noche. 


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rÁETB  til.  DBKO  V.  160 

de  modo  queso  emplearon  doce  horas  en  aquella  im- 
pofíente  solemnidad.  Los  reos  ha)>ian  ido  saliendo  por 
grupos  y  claseSr  según  sus  deliíos  y  sentenciast  que 
dos  secretarios  del  Santo  Oficio  iban  leyendo  y  pnbli* 
cando»  siendo  uno  de  los  mas  terribles  espectáenlos  el 
de  las  estatuas  de  los.reos  difuntos  que  pendientes  en 
cestos  sobresalían  á  los  dos  lados  del  llamado  teatro, 
con  sus  fúnebres  insignias,  y  algunos  con  la  caja  de 
sus  huesos,  qoe  al  efecto  se  habían  desenterrado.  Tal 
fué,  compendiosamente  referida,  el  célebre  auto  ge* 
neral  de  fé  celebrado  en  Madrid  en  4680,  testimonio 
lamentable  de  los  progresos  que  iba  haciendo  el  fana* 
tismo  en  este  miserable  reinado  ^^K 

En  tanto  que  acá  Carlos  II  y  sus  ministros  emplea*- 
ban  el  tiempo  de  esta  manera,  los  Estados  de  Italia,  y 
señaladamente  Ñápeles,  estaban  infestado^,  de  babdi* 
dos^  no  pudiéndose  andar  con  seguridad  m  por  los  ca- 
minos ni  por  las  ciudades.  Los  flibustiers  y  otros  pi- 
ratas continuaban  ejecutando  sus  acostumbradas  de- 
vastaciones en  nuestras  posesiones  de  América;  y 
Luis  XIV.'  de  Francia,  cuya  ambicien  no  bastaban  á 

(4)    Los  reos  fueron  448:  de  c¡os,m¡serabIessirv¡eDtes,  y  has- 

ellos  unos  abjuraron  de  levi,  otros  ta  muchachas  de  quince  y  diez  y 

de  «e^amemiy-mucbos  eran  judai-  siete  años  perlenecientes   á   la 

zantes,  y  anos  fueron  relajados  en  ciase  mas  pobre  y  humilde,  que 

estatua  y  otros  en  persona.  El  fa«  no  se  comprende  de  ^ué  errores 

miliar  del  Santo  Oficio,  historia-  podian  abjurar  en  materias  de  fé. 

4or  de  estQ  suceso,  inserCa  los  En  28  de  octubre  del  mismo 

nombres  de  todos,  con  un  sumario  año  so  celebró  en  Madrid  otro 

delosdeJitosy  sentencias  do  cada  auto  particular  de  fé,  al  cual  sa* 

uno.  Entre  ellos  los  había  artesa-  lieron  quince  reos, 

nos  infelices  de  los  mas  bajos  ofí-  -    - 


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470  ÜISTOEU  DB  MrAÜA* 

contener  lodos  los  tratados,  se  apoderaba  de  Casal  y 
de  Strasburgo,  no  obstante  ei  interés  que  tenían  el 
duque  de  Saboya,  el  emperador  y  el  rey  de  España 
en  oponerse  á  que  se  hiciera  dueño  de  una^  plasas  que 
estaban  en  los  confines  de  sus  Estados  (4681).  Hubo 
también  necesidad  de  cederle  el  condado  de  Ciney,  y 
prevaliéndose  aquel  soberano  y  sus  ministros  (le  nues- 
tra debilidad,  nos  H)an  despojando  píocb  á  poco  de  lo 
que  por  allá  teníamos,  y  con  el  mas  leve  pretesto  nos 
hacian  reclamaciones. y  nos  pedian  en. tono  amenaza- 
dor reparaciones  de  agravios,  ó  indemnizaciones  de 
dañoss  muchas  veces  mas  imaginados  que  recibidos.  ^ 
H^sta  á  Portugal  hubo  que  dar,satísfaccion  por  una 
plaza  que  se  había  tomado  en  la  tsla  de  San  Miguel, 
castigando  al  cabo  que  la  lomó  ^^K 

Las  desgracias  y  calamidades  que  se  esperimen^ 
taban  fuera^ parecían  enviadas  para  ayudar  á  la  indo^ 
lenciatlel  rey  y  de  los  ministros  españoles  á  arruinar 
esta  monarquía.  Una  tempestad  hundia  en  el  Océano 
cinco  bageles  que  veniaú  «de  la  India  con  veinte  millo- 
nes y  mas  de  mil  cuatrocientas  personas,  sin  que  se 
pudieran  salvar  ni  hombres  ni  dinero.  La  ciudad  do 
Torlorici  en  Sicilia  era  destruida  por  un  lorrente  im- 
petuoso; y  rompiendo  el  mar  los  diques  con  que  le  te- 
nían comprimido  los  flamencos,  inundaba  las  provin- 


'  (4)    Que  fué,  dice  el  autor  del    «¡Buena    va   la    priyanza!    Ello 
dietario  manuscrito,  gran  eolio-    dirá.» 


nería  de  loá  e3|)añoios.  Y  añade : 


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PABTB  III.  L1DB0  V»  171 

cías  de  Brabante»  Holanda  y  Zelanda,  ;  dejaba  su^ 
midas  en  las  agoas  poblaciones  y  comarcas  eale** 
ras  (1682).  El  francés  sacaba  provecho  de  la  flaquera 
en  que  ponían  á  España  estas  calamidades,  y  para 
defenderse  la  nación  jde  sus  insultos  se  logró  al  me-* 
nos  hacer  un  tratado  de  confederación  con  la  Suecta, 
la  Holanda  y  el  Imperio^  á  fin  de  poder  defender  los 
Paises  Bajos,  por  el  interés  común  que  estas  poten- 
cias tenían  en  atajar  las  conquistas  de  la  Francia  por 
aquella  parte. 

A  tiempo  fué  hecho  el  tratado;  porque  nó  tardó 
Luis  XIV,  en  pretender  que  se  le  cediera  el  condado 
de  Alost  en  la  Flandes  Oriental,  á  que  decia  tener  de- 
recho, si  bien  se  prestaba  á  dar  un  equivalente,  por 
evitar  el  acudir  á  las  armas  para  hacejse  justicia.  Y 
como  el  rey  de  España  i  consultado  el  punto  en  con- 
ejo, contestase  no  resultar  claro  el  derecho  que  su* 
ponia,  Luis  que  no  deseaba  sino  un  pretesto  para 
acometer  los  dominios  que  allí  nos  quedaban,  alegó  el 
de  no  observarse  la  paz  de  Nímega  para  invadir  el 
condado  de  AJost,  y  para  mandar  bombardear  á  Lu- 
xemburg  y  sitiar  á  Courtray  (1683)..No  hubo  en  Eu- 
ropa nadie  que  no  conociera  la  mala  fé  y  el  mal  pro- 
ceder del  francés,  estando  expresamente  estipulado 
en  la  paz  hecha  con  Holanda  no  poder  poseer  plazas 
sino  á  cierta  distancia  de  las  dé  las  Provincia3*Uüida8, 
lo  cual  se  llamaba  barrera.  Pero  aunque  todas  las 
potencias  lo  conocían,  ninguna  se  atrevió  á  defender 


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172  HISTORIA    DB    ESPAÑA.    . 

te  juslicia  de  la  causa  de  Espam.  Circunvalada  Cour^ 
tray,  ei  gobernador,  que  ignoraba  la^  intenciones  de 
los  franceses,  envió  á  preguntar  al  mariscal  ef  objeto 
de  la  aproximación  de  tantas  tropas;  la  respuesta  del 
mariscal  Humiéres  fué:  que  se  rindiera,  si  queria  sal* 
var  los  habitUntes  de  la  ciudad.  Llenos  de  indigna- 
ción ios  españoles,  defendieron  heroicamente  la  plaza 
con  muerte  de  muchos  enemigos,  pero  al  fin  tuvieron 
que  fetírarse  á  la  ciudadela.  Batida  luego  ésta  por  el 
de  Humiéres,  dueño  ya  de  la  pobíacioUí'abierta  trin- 
chera y  bombardeada,  vióse  obligado  el  gobernador 
á  pedir  capitulación,  que  le  fué' concedida  con  todos 
los  honores  de  la  guerra  (noviembre,  1683).  Dueño 
ya  de  Courtray,  pasó  el  mariscal  francés  á  Dixmuder> 
la  cual  le  fué  entregada  sin  resistencia. 

Conociendo  Luis  XIV.  que  con  semejante  conduc- 
ía estaba  siendo  el  objeto  de  las  censuras  de  toda 
Europa,  publicó  un  Manifiesto,  en  que  parecía  tratar 
de  justificarla,  manifestando  ^star  dispuesto  á  reanu-^ 
dar  las  relaciones  de  amistad  con  la  España  y  el  Im- 
perio, quejándose  de  que  los  españoles  no  hubieran 
querido  aceptar  el  arbítrage  del  rey  de  Inglaterraque 
les  habia  "propuesto,  y  manifestando  á  todos  los  sobe- 
ranos las  condiciones  con  que  él  se  prestaba  á  reno- 
var la  paz.  Decia  qge  si  no  so  le  dabaLuxemburg,  se 
contentaría  con  Dixmude  y  Courtray:  que  si  el  rey  de 
España  queria  darle  un  equivalente  en  Cataluña  ó 
Navarra,  tomaría  una  pacte  de  la  Cerdaña,  compren- 


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PABTB  1IK  LIBEO  V.  '     473 

didas  Puigcerdá,  la  Seo  de  Urgel,  Catnprodon  y  Cas-^ 
tellfolitó  Gerona,  ó  bieQ  Pamplona  y  Fuenterrabía 
en  Navarra  y  Guipúzcoa.  Pero  añadiendo,  que  si  el 
rey  Católico  no  aceptaba  alguna  de  estas  disposicio- 
nes antes  de  fin  de  año,  y  no  le  haci  a  la  indemniza- 
ción de  los  lugares  que  prometia  recibir,  á  España  y 
sos  aliados  se  deberían  imputar  las  desgracias  de  una 
guerra  que  provocarían  negándose  á  todo  acomoda^ 
miento  <*^ 

De  esta  manera  se  erigía  el  orgulloso  Luis  XIV* 
en  arbitro  de  su  propia  causa  y  derecho  ante  la  Eu- 
ropa escandalizada  á.  vista  de  tanta  insolencia*  De  so* 
bra  sabia  él  que  España  no  podia  acceder  á  tales  pre* 
tensiones  sin  degradarse.  Por  eso  lo  hacia,  fiado  en 
que  en  último  lérmino  la  fuerza  era  la  que  había  de 
resolver  las  cuestiones.  Asi  fué  que  la  corte  de  Ma- 
drid, por  un  resto  de  pundonor  nacional,  á*  pesar  de 
su  impotencia,  tuvo  que  declarar  solemnemente,  la 
guerra  á  la  Francia  (26  de  octubre,  1683),  y  se  man* 
dó  salir  de  los  dominios  de  España  á  todos  los  fran** 
ceses  y  secuestrarles  los  bienes.  Luis  XIV.  ya  se  ha- 
bía preparado  para  la  guerra,  como  quien  la  había 
andado  buscando;  intrigó  con  los  holandeses  para  que' 
no  nos  diesen  el  socorro  de  catorce  mil  hombres  que 
se  había  estipulado,  y  entretuvo  el  resto  del  invierno 
las  tropas  en  saquear  los  pueblos  y  talar  los  campos 

(4)   Historia  y  obras  de  Luis  XIV.    cetas  de  4  683.~-Quincy,  Historia 
Historia  de  los  Paises  Bajos.«-Ga-    militar  de  Luis  el  Grande. 


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4  74  aiSTOtlA  DB  BSPAAA. 

vecinos,  hasta  que  llegó  la  estación  oportuna  para 
emprender  formalmente  la  campaña.  . 

En  el  marzo  inmediato  sq  dirigió  un  cuerpo  de 
ejército  al  mando  del  mariscal  de  Bellefont  por  San 
Juan  <le  P¡é-de-Puerto  y  Roncesvalles  ^  Navarra. 
Has  no  hizo  sino  amagar  á  esta  provincia,  porque 
luego  se  filó  el  mariscal  al  Rosellon  á  mandar  laa 
fuerzas  destinadas  á  invadir  la  Cataluña,  fin  primeros^* 
de  mayo  amenazaba  ya  el  ejército  francés  á  Gerona* 
cuando  aun  no  hablan  tenido  tiempo  nuestras  tropas 
para  juntarse;  asi  fué  que  las  que  pudieron  reunirse 
para  impedir  la  marcha  del  francés  lu vieron  que  re<* 
tirarse  en  dispersión  al  abrigo  de  aquella  plaza,  que 
los  franceses  embistieron  con  intrepidez  y  resolución 
á  los  últimos  de  maya  (1 684).  Con  valor  y  con  brío  la 
defendieron  también  los  sitiados,  y  tanto,  que  aiiuque 
los  franceses  venciendo  con  admirable  arrojo  todo  gé* 
ñero  de  díñcnltades  y  sin  reparar  en  la  mortandad  que 
sufrían,  penetraron  hasta  el  medio  de  la  ciudad,  bas- 
tiéronlos alli  con  tal  furor* los  paisanos  armados  que 
los  obligaron  á  retirarse  en  la  mayor  confusión,  y  á 
recoger  la  artillería  y  municiones  y  abandonar  el  si- 
tio ^*^  «Veinte  y  tres'  veces,  observa  á  este  propósito 
un  escritor  español,  habia  sido  sitiada  hasta  entonces 

(4)  Primeras  noticisis  laurea-  yo,  4684.— Ilustración  á  las  noti- 
das  de  la  valerosísima  defensa  de  ci^s  laureadas,  eic.—Relacion  es- 
la  muy  noble  y  muy  leal  ciudad  traordínaria  do  las  cosas  de  la 
de  Girona  contra  et  ejército  de  guerra  de  Cataluña,  etc.— Tres 
P  rancia  que  manda  el  mariscal  de  ,  papeles  impresos  en  la  colección 
B  ellefonas;  publicase  á  34  de  ma-    de  Gacetas  de  4  684. 


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rAftTB  III.  LIBEO  Tv  47S 

esta  famosa  ciudad,  y  en  todas  ellas  se  había  cubierto 
de  gloria,  y  asi  los  catalanes,  aunque  toda  la  nación 
se4>ierda,  siempre  tienen  esperanzas  fundadas  de  ven- 
cer mientras  no  se  pierda  ésta.» 

Por  la  parle  de  Flandes  emprendió  el  mariscal  de 
Crequi  el  sitio  de  Luxemburg,  la  ptaza  acaso  mas 
fuerte  de  Europa  por  la  naUíraleza  y  por  el  arte.  Pe^ 
ro  ¿  la  fortaleza  de  la  plaza  oorrespondiao  los  formi- 
dables medios  de  expugnación  que  llevó  y  empleó  él 
numeroso  ejército  francés  que  la  cercaba,  dirigien-* 
do  los  ataques  el  fisimoso  ingeniero  Yauban^  que  tan- 
ta celebridad  gozaba  ya,  y  tan  merecido  renombr^ 
dejó  á  los  futuros  siglos.   Defendíala  el  príncipe  de 
Cfaimay  con  una  corta  guarnición  de  españoles  y  wa« 
Iones.  No  nos  detendremos  á  referir  los  accidentes  de 
este  sitio,  que  fueron  muchos  y  muy^  notables.  Solo 
diremos,  que  después  de  haber  disparado  los  sitiados  . 
cincuenta  mil  tiros  de  canon  y  arrojado  al   campo 
enemigo  síeta  mil  y  quinientas  bombas;  después  de 
j^einte  y  cinco  dias  de  trinchera  abierta  y  de  haber 
apurado  todos  los  recursos  que  el  valor,  Ja  prudencia 
y  el  arte  podian  ofrecer  al  general  mas  consumado, 
el  principe  de  Ghimay  obtuvo  una   honrosísima  capi« 
iulacion  (junio,  4684),  saliendo  de  la  plaza  con  ban- 
deras  desplegadas,  tambor  batiente,  cuatro  cañones» 
un  mortero  y  las  correspondientes  municiones.  El  rey 
Luis,  que  se  hallaba  en  Yalenciennes  cuando  recibió 
la  noticia  de'  la  rendición,  dio  por  satisfechos. y  cum« 


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4  70  ni9Teftu  dr  bsvaía. 

piídos  sus  ambiciosos  deseos,  y  se  volvió  lleno  de  go^ 
ZQ  á  Yersalles.' 

No  prosiguió  adelanté  esta  campaña,  porque 
viendo  el .  emperador  y  los  Estados  de  Holanda  que 
con  la  toma  de  Luxemburg  quedaba  abierta  al  fran« 
cés  la  entrada  en  los  Países  Bajos,  apresuráronse  á 
hacer  la  paz  con  él,  y  á  ofrecer  su  mediación  para 
que  España  aceptara  |a  tregua  de  veinte  años  que  le 
proponía,  bajo  las  condiciones  ^e  cederle  la  plaza  de 
Luxemburg,  restituyendo  él  las  de  Dixmude  y  Cour- 
tray,  bien  que  arrasadas  sus  fortificaciones,  asi  co- 
mo todo  lo  conquistado  desde  el  20  de  agosto  del  año 
anterior,  á  escepcion  de  Beaumont,  Bovines  y  Chi* 
may,  con«sus  dependencias,  y  la  ciudad  de  Stras- 
burg.  Este  tratado  se  firmó  en  Ratisbona  (29  de  ju- 
nio, 1684)*  Y  Carlos  II.  de  España,  viéndose  ya  sin 
aliados  que  le  auxiliaran,  y  con  su  ejército  de  Catar 
luna. derrotado  por  el  mariscal  Beljefonten  una  bata* 
Ha  junto  al  Ter,  ^o  ttívo  otro  remedio  que  aceptar  la 
tregua,  .cediendo  á  la  Francia  todo  lo  que  Luis  habia 
propuesto  y  querido.  Luis  XIV.  llegó  con  esto  .al 
apogeo  dé  su  poder  ^^K 

También  en  Italia  habia  intentado  el  monarca 
francés  arrancarnos  por  la  *  fuerza  la  amistad  de  las 
potencias  amigas.  No  pudiendo  en  el  desvanecimiento 


(i)  Qaiooy,  Historia  militar  de  general  de  las  ProTiacias-ynidas 
Luis  XIV.— Colección  de  tratados  do  Flandes.— Gaceta^  de  4684. 
de  paces,  treguas,  etc.-»Historiá 


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PARTB  III.   LlUttO  V,  177 

de  su  orgullo  sufrir  qué  un  rey  tan  débil  cooio  Car- 
los IL  de  España  continuara  llamándose  protector  de 
la  repúl)lica  de  Genova,  proyectó  separar  aquel  Es- 
tado del  protectorado  español,  y  so  prelesto  de  agra- 
vios que  decía  haber  recibido  la  Francia^  armó  en  los 
puertos  del  Mediterráneo  una  escuadra  poderosa,  que 
se  presentó  delante  de  Genova,  y  comenzó  á  bombar- 
dear aquella  rica  ciudad.  Tanto  á  este  acto  de  hostili- 
dad como  á  las  amenazas  del  almirante  francés  con* 
testaron  los  gcnoveses  con  la  altivez  y  la  fiereza  pro* 
pias  de  republicanos,  y  se  aprestaron  á  resistir  la 
fuerza  con  la  fuerza.  Hubo  pues  ataques  y  combates 
mortíferos;  las  bombas  arrojadas  desde  las  naves  in- 
cendiaron'ia  casa  del  Dux,  la  de  la  tesorería  y  el  ar- 
senal, y^destruyeron  ó  quemaron  hasta  otras  trescien- 
tas (mayo,  1684).  El  senado,  temeroso  de  sufrir  nue«- 
vas  desgracias,  se  inclinaba  á  someterse  é  las  propo- 
siciones del  francés;  pero  los  españoles  que  alii  habia 
se  opusieron  á  ello,  y  se  resolvió  responder  que  no 
podían  aceptarlas,  manifestando  no  haber  dado  moti- 
vos al  rey  de  Francia  para  que  asi  los  hiciera  objeto 
y  blanco  de  su  indignación.  Con  esta  respuesta  se  re- 
novaron los  ataques  por  tieri'a  y  por  mar,  los  arraba- 
les fueron  entregados  á  las  llamas  y  reducidos  á  ceni- 
zas; pero  no  obstante  estos  estragos  no  se  pudo  redu- 
cir ni  al  senado  ni  al  pueblo  á  renunciar  al  protectora- 
do del  rey  católico  y  ponerse  bajo  el  del  monarca 
francés;  con  que  el  alorirante  tuvoá  bien  mandar  le^* 
Tomo  xvii.  12 


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178  HISTOBIA    DB    ESPAÑA* 

var  ¿oclas,  y  (lióse  la  escuadra  á  la  vela  con  rumbo  ¿ 
las  cosías  de  Caialuña,  quedando  solo  el  caballero 
Tourville  cruzando  las  de  Géaova  con  cuatro  galeotas 
y  cinco  navios  <*^ 

Enlretaolo  la  córfe  de  Madrid  no  se  ocupaba  en 
otra  cosa.que  en  miserables  rivalidades  é  intrigas  de 
favoritismo;  y  mientras  el  cuitado  Carlos  II.  cazaba 
y  se  divertía  como  si  el  reino  marchara  en  proápefi- 
dad,  disputábanle  el  valimiento  y  pugnaban  por  der« 
ribarse  y  sustituirse  en  el  influjo  y  manejo  de  las 
,  cosas  de  palacio,  no  soto  las  dos  reinas,  y  la  camare* 
ra,  y  Jas  damas  de  la  corte,  sino  personas  tan  graves 
coma  debían  ser  el  confesor  y  el  primer  ministro, 
mezclándose  puerilmente  y  con  mengua  de  su  dígni* 
dad  en  una  guerra  que  hubiera  podido  disimularse  en 
flacas  mugeres.  El  gravísimo  asunto  que  traía  em- 
bargados i,  todos,  era  el  deseo  manifestado  por  la 
reina  María  Luisa  de  separar  á.  la  camarera»  duque* 
sa  de  Terranova,  cuya  presencia  y  cuya  severidad  la 
incomodada.  Era  negocio  arduo,  ya  por  la  costum^ 
bre  que  había  de  que  las  camareras  no  se  mudaran, 
ya  por  las,  diñcultades  que  ofrecía  la  elección  de  la 
que  hubiera  de  sucedería.  Designábase  entre  las  que 
contaban  con  mas  probabilidades  para  esto  la  mar- 
ques^  de  los  Velez,  la  duquesa  de  Alburquerque,  la  del 

(()    Relación  de  los  incendios  y  nes  de  fuego,  desde  el  dia  4  8  has- 

rainas  ejecutadas  por  la  armada  ta  el  25  de  mayo,'  468i:  impresa  en 

de  Francia  en  la  ciudad  de  Geno-  el  mismo  año  por  Sebastian  do 

Ya)  con  bombas  y  otras  in venció*  Armendariz. 


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paatuiii.  libuov.  179 

lofaDtadOf  y  la  marquesa  de  Aytooa.  Y  era  de  ver  ios 
manejos  y  artificios  qoe  empleaba  la  de  Terranova 
para  mantenerse  en  sa  puesto,  y  ios  ingeniosos  me- 
dioA  para  desacreditar  con  la  reina  á  cada  nna  de  sos 
rivales,  ponderando  el  genio  imperioso  y  altanero  de 
la  una,  las  impertinencias  y  la  falta  de  luces  de  la 
otra,  el  odio  de  la  otra  á  todo  Ip  que  fuera  francés 
y  hubiera  venido  de  Francia;  con  lo  cual  no  dejaba  de 
ir  parando  el  golpe,  Centeodo  á  la  reina  indecisa.  Pe* 
ro  hacíale  una  gnerra  disimulada  y  secreta  la  reina 
madre,  que  no  olvidaba  haber  sido  la  de  Terranova 
del  partido  de  don  loan  de  Austria. 

Mezclábanse,  como  hemos  dicho,  en  estos  comba- 
tes mugeriles  el  secretario  don  Gerónimo  de  Eguía. 
y  el  P.  Reloz,  confesor  del  rey,  y  el  duque  de  Medí* 
naceli,  su  primer  ministro,  trabajando  clandestina- 
mente el  confesor  y  Egula  con  la  de  Terranova  para 
derribar  ¿  Medinaceli>  y  haciendo  éste  todo  género 
de  esfuerzos  para  sostenerse  y  para  persuadir  al  rey 
á  que  se  despidiera  á  la  camarera  y  al  confesor.  Los 
resortes  que  el  confesor  tocaba  para  indisponer  al  so- 
berano con  el  primer  ministro  eran  sin  duda  eficaces, 
porque  bacía  caso  y  obligación  de  conciencia,  de  que 
tendría  que  dar  estrecha  cuenta  á  Dios,  el  separar  del 
ministerio  un  hombre  que  con  su  flojedad  y  su  inep- 
titud tenia  el  reino  en  el  mayor  abatimiento  y  miseria, 
y  estaba  perdiendo  y  arruinando  la  monarquía.  Re« 
presentábale  la  situación  lastimosa  de  ésta  en^lo  ex-* 


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180  IIISroaiA   DE  BSPAÑA. 

lertór  y  en  lo  interior.  Que  las  tropas  de  Flandes  ca- 
recian  absolulameotQ  dé  pagas;  que  er  príncipe  Aler 
jandro  Farnesio,  á  quien  acababa  de  conferir  el  go- 
bierno de  los  Paises  Bajos  en  reemplazo  ,del  duque 
de  Yíllahermosa»  era  un  hombre  gastador,  disipado, 
lleno  de  deudas,  obeso  ademas  y  gotoso,  y  por  lo  mis- 
mo completamente  inútil  para  aquel  cargo.  Que  pare- 
cía castigo  de  Dios  la  peste  que  estaba  asolando  las 
provincias  de  Andalucía,  y  se  iba  estendiendo  por  un 
lado  á  la  de  Extremadura,  por  otro  á  ia  dq  Alicante. 
Qu.e  el  tesoro  estaba  da  todo  punto  exhausto,  sin  ver- 
se de  dónde  poder  sacar  un  escudo:  que  tos  grandes 
vendian  sus  muebles  mas  preciosos,  los  banqueros 
cerraban  sus  casas,  los  comerciantes  sus  tiendas  y  es- 
critorios, los  empleados  renunciaban  sus  destinos  por- 
que no  les  pagaban  y  no  podian   mantenerse ,  y  solo 

.  por  la  fuerza'ó  la  amenaza  seguían  desempeñándolos 
algunos;  que  habia  sido  necesario  sacar  muchos  em- 
pleos á  pública  subasta,  llegando  á  mirarse  como  licito 
lo  que  antes  se 'había  considerado  siempre  como  abu- 
so, y  los  que  no  se  vendian  se  daban  por  motivos  in- 
dignos y  vergonzosos;  que  en  las  provincias  ya  no  se 
compraba á  metálico  lo  que  se  necesitaba,  sino  á  cam- 
bio y  trueque  de  unas  cosas  por  otras;  en  una  pala- 
bra, que  la  situación  del  reino  no  podia  ser  en  todo 
mas  deplorable,  y  que  si  Dios  contenia  algún  tiempo 

.Ja  ira  de  los  pueblos  vejados  y  oprimidos,  también  á 
veces  la  dejaba  estallar  para  castigo  de  los  soberanos 


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PARTB  111.  LIDRO  V.  181 

que  pudiendo  no  habían  remediado  sus  males.  Y  por 
último,  que  eo  cumplimiento  de  los  deberes  de  su 
cargo  le  advertia  que  si  no  procuraba  poner  remedio 
á  tan  miserable  estado  de  cosas,  no  podría  en  concien- 
cia darle  su  absolución. 

Tales  y.  tan  graves  palabras,  dichas  á  un  rey  tan 
reUgioso  y  tan  apocado  y  tímido  como  Carlos  II.  por  el 
director  de  su  conciencia,  no  podían  menos  de  poner- 
le pensativo»  apenado  y  triste.  Mas  como  amaba  tan- 
to al  de  Medinaceli,  sentia  en  su  corazón  una  angus^ 
tiosa  zozobra  que  no  podia  soportar.  Decidióse  al  fin 
á  llamar  al  duque,  y  encerrado  con  él  en  su  cámara 
le  confió  todo  lo  que  con  el  confesor  le  habia  pasado. 
Espúsole  entonces  mañosamente  el  de  Medinaceli  que 
el  P.  Reluz  le  parecía  un  hombre  de  buena  intención, 
pero  que  educado  en  el  claustro,  sin  conocimiento 
del  mundo,  ni  menos  de  los  negocios  de  gobierno,  ni 
de  las  verdaderas  necesidades  de  los  pueblos,  ni  de 
las  obligaciones  políticas  de  los  reyes,  era  un  pobre 
iluso,  de  poéa  instrucción  y  escaso  talento,  que  por 
meterse  en  cosas  que  no  le  pertenecían,  lo  cotarundia 
lastimosamente  todo,  y  que  asi  no  debia  inquietarse 
ni  padecer  el  mas  pequeño  escrúpulo  por  todo  lo  que 
le  habia  dicho,  y  lo  que  le  convenia  era  buscar  otro 
confesor  mas  ilustrado  y  prudente. 

Vacilai\te  y  perplejo  el  rey  entre  tan  opuestos 
consejos,  consultó  al  secretario  Eguía,  el  cua^  atento 
como  siempre  á  su  interés  propio,  y  dispuesto  á  sa- 


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182  UISTOBIA  DE   ESPAÍIa. 

criflcar  lodos  su3  anteriores  compromisos  si  asi  le 
convenia,  calculó  tenerle  mas  cuenta  ponerse  del  la- 
do del  de  Medioaceli,  y  á  pesar  de  su  intimidad  apa- 
rente con  el  confesor  y  la  camarera,  habló  al  rey  en 
favor  del  duque,  aüadiendo  que  pensaba  como  él  en 
lo  de  que  debía  buscar  otro  confesor  mas  blando  y 
menos  entrometido  €n  las  cosas  de  gobierno.  Con  es- 
to el  rey  ^  determinó  á  apartar  de  su  lado  al  P.  Re* 
luz»  nombrándole  obispo  de  Avila,  bien  que  él  prefi- 
rió una  plaza  en  el  consejo  de  la  Suprema:  y  á  pro- 
puesta del  .ministro  nombró  Carlos  confesor  suyo  al 
P«  Bayona,  dominico  y  profesor  de  la  universidad  de 
Alcalá  (julio,  1684). 

Privada  con  esto  de  su  mejor  apoyo  la  de  Terra- 
nova,  sospechó  que  á  la  calda  del  confesor  no  tarda- 
ría en  seguir  la  suya,  y  no  se  equivocó.  Pronto  feci- 
bió  un  recado  de  Carlos,  diciéndole  que  convendría 
pidiese  su  retiro  fundándose  en  sus  achaques:  cosa^ 
entonces  desacostumbrada,  porque  las  camareras  so- 
lian  serlo  toda  la  vida,  ó  por  lo  menos  mientras  du* 
rara  la  de  la  reina  á  cuyo  servicio  una  vez  entraban. 
Hízolo  asi  la  de  Terranova,  esforzándose  cqánto  pudo 
por  disimular  la  amargura,  el  resentimiento  y  la  rabia 
que  interiormente  la.  corroían  ^^K  Entró  en  su  lugar 


{i)    No  pudo  llevar  muy  ade^    mas  que  la  aoompafiaban  les  dijo: 
lante  la Gccion  y  el  disimulo,  pues  '  «Me  voy  á  micasa, á sozar  de  re-^ 
al  decir  de  nn ,  escritor  de  aouel    poso,  y  no  pienso  volver  jamás  á 
tiempo,  luego  que  se  despidió  de    palacio  ni  acordarme  de  él.»  Y  dio 
la  rema,  y  al  separarse  de  las  da-    dos  fuertes  golpes  sobre  un;  mo- 


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PAETK  III.  UBBO  y.  483 

la  duquesa  de  Alborqucrque,  señora  de  bastaole  ta- 
lento y  muy  cuita,  del  fmrtído  de  la  reioa  madre,  de 
quien  tenia  también  buenos  informes  la  reina  Maria 
Luisa,  y  aun  el  ísúsmp  Carlos  no  tardó  en  deponer 
las  malignáis  prevenciones  que  contra  ella  le  había 
inspirado  la  de  Terranova. 

Creyóde  don  esto  afirmado  en  su  ministerio  el  de 
Medinaceli.  Y  tal  vez  habría  podido  sostenerse  contra 
sus  enemigos  y  envidiosos,  si  hubiera  encontrado  re- 
cursos siquiera  para  satisfacer  ciertas  ambiciones.  Mas 
era  el  caso  que  á  tal  estrechez  habian  ido  viniendo 
los  pueblos  y  los  particulares,  que  poruñas  diligencias 
que  hacia  no  hallaba  de  dónde  sacar  dinero  ni  aun 
para  las  urgencias  de  la  corte,  cuando  mas  para  los 
acreedores  holandeses  que  á  este  tiempo  se  presenta- 
ron reclamando  el  pago  de  los  anticipos  que  para  la 
guerra 'había  hecho  aquella  república  desde  4 675; 
cosa  que  obligó  al  buen  Carlos  á  esclamar:  «Jamás  he 
BVisto  mas  deudas'  y  menos  dinero  para  pagarlas:  si 
»esto  sigae  asi  me  veré  obligado  á  no  dar  audiencia  á 
)iIqs  acreedores.»  Lo  peor  para  el  ministro  era  haber 
dejado  retrasar  el  pago  de  la  pensión  de  la  reina  ma- 
dre, lo  cual  no  le  perdonaba  fácilmente  aquella  seño- 
ra, que  habia  vuelto  á  recobrar  casi  todo  su  antiguo 
ascendiente  sobre  su  hijo,  y  por  ella  se  daban  otra 
vez  los  empleos  sin  consulta  del  Consejo.  Por  otra 

sa,é  hizo  trizas  UQ  abanico,  y  le  otros  semejantes  adeoiaoes  de 
"Tojó  al,  suelo  y  le  pisoteó,  con    «olera. 


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484  HISTORIA   DB    ESPaITa. 

parte  los  amigos  de  fuera  dos  iban  abandonando»  y 
aquellos  mismos  geooveses  que  con  tanta  glori^  se  ha- 
bían defendido  contra  el  poder  marítimo  de  la  Fran- 
cia por  conservarse  bajo  la  protección  del  rey  cató* 
lico,  reconciliáronse  con  Luis  XIV.  por  mediación  del 
papa  (4685);  que  fué  cosa  triste  ver  que  hasta  el 
pontíñce  caía  en  la  flaqueza  humana  de  desamparar 
al  débil,  y  aun  sacrificarle  al  poderosol  Y  tanto  se 
humillaron  ante  el  sepor  y  el  tirano  de  Europa  aque- 
llos antes  tan  fieros  repúblicos,  que  á  trueque  de  ha- 
cérsele benévolo  y  propicio  le  prometieron  solemne* 
mente  arrojar  ellos  mismos  de  su  ciudad  y  fortalezas 
^  las  tropas  españolas  y  desarmar  sus  galeras. 

No  dejaban  de  llegar  ¿  oídos  del  rey  las  quejas 
de  tantos  males,  y  las  murmuraciones  contra  la  inep- 
titud de  su  primer  ministro.  Veía  también  que  ni  los 
consejos  ni  las  jnntas  ponian  remedio  al  desorden  de 
la  administración.  Veíalo  igualmente  la  reina  María 
Luisa,  señora  de  buenos  deseos  y  de  mas  resolución 
quesu  marídoi  aunque  de  complexión  también  débil, 
y  ella  fué  la  que  le  aconsejó  que  separase  á  Medina-*- 
celi.  Si  el  mismo  duque  se  convenció  ó  nó  de  que  es- 
taba siendo  ya  objeto  de  la  indignación  pública,  y  de 
que  no  servia  para  gobernar  en  circunstancias  tan  di- 
fíciles, cosa  es  de  que  puede  dudarse.  Porque  ello  es 
que  se  mantuvo  en  su  puesto  hasta  que  recibió  una 
orden  del  rey  diciéndole  que  podía  relirarse  á  su  vi- 
lla de  Cogolludo;  y  acabóle  de  informar  de  su  des- 


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PAETBIII.   LIBHO  V.  185 

gracia  el  saber  qoe  iba  privado  de  todos  sus  empleos. 
Salió  pues  el  duque  de  Madrid  para  Guadalajara  (11 
de  junto,  ^68S),  quedándose  en  la  corte  la  duquesa 
su  esposa  para  ver  si  conseguía  que  se  le  levantara  el 
destierro  ^^K 

Habiendo  salido  del  ministerio  el  duque  de  Me- 
dinacelí,  reemplazóle  en  el  cargo  de  primer  ministro 
el  conde  de  Oropesa,  uno  de  los  que  mas  habían  ib* 
&ui(]o  en  su  caída,  no  obstante  que  tenia  motivos  pa- 
ra estarle  agradecido,  porque  á  él  le  debía  el  haber 
sido  consejero  de  Estado  y  presidente  de  Castilla. 


(4)    ReltfcioD  maDoscríta  déios  Ibid.  Papeles  de  Jesuítas.— Rela- 

sQcesoe  de  la  corte  en  este  tiempo:  ciooes,  etc.  MM.  SS.  de  la  Biblio* 

BlbÜQteca  de  la  Real  Academia  de  teca  aacioDal.-^Di^rios  manuscri- 

la  Historia,  Archivo  de  Salazar.—  tos  del  tiempo. 


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CAPITULO  IX. 

MINISTERIO  DEL  CONDE  DE  OROPESA. 
De  4686  *  1691. 


Roforoias  económicas  emprendidas  por  el  de  Oropesa. — ^Trabajos  di-  < 
plomáticos. — Confederación  de  algunas  potencias  contra  Luis  XIV. 
—La  Liga  de  Augsburg.— Penetran  las  tropas  francesas-cn  Alema- 
nia^-^Rcvolucion  de  Inglaterra.— Destronamiento  de  JacoboH. — 
Coronación  de  GuiUermo,príncipe  d%Orange* — Conquistas  del  fran- 
cés en  Alemania. — Armamentos  en  España.— Muerte  déla  reina 

.  Haría  Luisa.— Segundas  nupcias  do  Garlos  II.— Declaración  do  guer- 
ra eixtre  la  Francia  y  los  confederados. — Campaña  de  Flandes. — 
Célebre  batalla  de  Fleurus.-^Sitio  y  rendición  de  Mons.— Campaña 
del  francés  en  el  Rhin. — ídem  en  Italia.— Apodérase  el  francés  de 
la  Saboya.— Campaña  de  Cataluña.— El  duque  de  Noaílles  toma  á 
Gamprodon.— Hecóbranla  los  españoles.— Piérdese  Urgél.— Bom- 
bardea el  francés  á  Barcelona,  y  se  retira.— Gobierno  del  conde 
de  Oropesa. — El  marqués  de  los  Velez  superintendente  de  Ha- 
cienda.—Escandalosa  grangería  de  los  empleos.— Disgusto  y  mur- 
muración del  pueblo.— Trabajos  y  manejos  para  derribar  al  mi- 
nistro Oropesa.— La  reiAa;  el  confesor;  el  presidente  de  Castilla; 
el  secretario  Lira.— Chismes  ep  palacio.— Conducta  miserable  de 
Garlos  II.— Caida  del  conde  do  Oropesa.— Nombramiento  de  nue- 
vos, consejeros. 

Mostróse  el  de  Oropesa  eo  el  principio  de  su  mi- 
nisterio mas  activo  y  mas  hábil  qtie  el  de  Mediaaceli, 
y  sus  primeras  providencias  se  encaminaron  princi- 


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PAaTB  111.  UBáo  V.  187 

palúdeUte  á  la  roforma  de  la  hacienda,  á  la  disminu- 
cioD  de  ios  gastos  públicos  y  ai  alivio  de  los  impues- 
tos. Abolió  muchos  empleos  militares  pór  inútiles, 
suprimió  por  iunecesarias  muchas  plazas  en  los  tribu- 
nales y  secretarias^  aumentó  i^s  horas  de  trabajo  á 
ios  que  quedaban  y  les  rebajó  el  sueldo,  biea  que 
asegurándoles  el  pubtual  cobro  del  que  se  les  señala- 
ba. Esta  lúedida,  como  todas  las  reformas  de  esta  cla- 
se, y  como  la  suprfesion  que  hizo  de  todas  las  pensio- 
nes que  se  habían  dado  sin  causa  justa,  produjo  gran 
clamoreo  de  parte  de  los  interesados, 

Intentó  también  la  reforma  en  los  gastos  de  la  ca- 
sa real,  que  eran  "^escesivos  y  consumian  una  gran 
parte  de  las  rentas  públicas,  siendo  muchos  de  ellos, 
no  solo  superfinos,  sino  escandalosos  ademas.  Pero 
estrellóse  en  esto  su  buen  deseo,  y  tuvo  que  retro- 
ceder ante  el  disgusto  que  sus  insinuaciones  produje- 
ron en  palacio  ^^K 

(I)  La  proporción  entre  los  reino  puedo* verse  por  la  siguien- 
gastos  de  la  Real  Casa  y  las  rentas  te  relación  qué  de  órdende  S.  M. 
públicas  de  dentro  y,  fuera  del    se  dio  el  año  4674. 

'  Gasto  ordinario. 

Ducado». 


La  capilla '.  .  .  3S,^0 

Ornamentos  de  la  capilla 9,000 

Gages  de  mayordomos,  gentiles  hombres  de  cámara  de  la 

casa  y  boca 50,000 

Criados  domésticos  de  casa  y  boca  y  demás  de  la  casa.  .  35,000 

Gasto  de  despensa. 900,000 

Plato  de  S.  M U,000 

Cera  de  la  capilla 7,000 

Limosnas  de  cera 40,000 

Otras  limosnas.  . 8,000 


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188  HISTOEIA  DB  BSPAflA. 

Dictó  asimismo  otras  medidas  económicas,  algu- 
nas acertadas,  otras  no  tan  convenientes,  pero  con- 
formes al  espíritu, y  á  los  conocimientos  de  la  época, 
y  que  probaban  sobre  todo  su  buen  deseo.  Tal  fué  lá 
de  prohibir  el  uso  de  todos  los  géneros  y  artículos 
estrangeros,  con  el  doblo  fin  de  poner  coto  al  escesi-- 


-Acemilería  •  r <0,000 

Mercader .^ ,  .  f60,000 

Botica 7,000 

Gasto  de  las  tres  guardias 50^000 

Gages  de  criados  de  caballeriza 42,000 

Gasa  de  pases  y  caballeriza 50,000 

Gasto  de  cámara  y  guardaropa  t S4,000 

Gasto  ordinario  al  afio 668,000 

Jomadas  ordinarias. 

U  del  Pardo !  .  450,000 

La  de  Aranjuez 4^.000 

La  del  Retiro.  .......; 80,000 

La  de  San  Lorenzo 420,000 

620,000 
Casa  de  la  reina. 

qs.  díe  nrs 

La  despensa 442,000. 

Gastos  de  criados ,  .  •. , 43,000 

Bolsillo  y  cámara. ., 60,000 

Caballeriza - 30,000 

245,000 

Importan  en  ducados  ios  gastos  ordinarios  de  apibas  casas  4.760,866 

Gastos  esíraardinarios, 

obras  de  palacio  y  sus  jardines 269,6M) 

Gasto  de  montería 2f  4 ,600 

Buen  Retiro  y  sus  ministros 80,000 

Real  bolsillo..  . 750,000 

Consignaciones : 2.080,000 

Nómina  de  los  consejos ^  5.900,-000 


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PAHTK  111.  LIBEO  V»  4  8d 

vo  y  ruidoso  lujo»  y  de  qué  no  saliera  el  oro  y  la  plata 
de  España,  queriendo  que  empezara  el  ejemplo  por 
la  casa  real,  y  haciendo  quemar  públicamente  y  á 
voz  de  pregón,  para  inspirar  mas  horror  á  estos  obje- 
tos, gran  parte  de  los  que  existían  en  los  comercios 
y  almacenes/ Quejáronse  de  ello  los  interesados,  es- 
trangeros  y  nacionales;  pero  acalláronse  con  la  se- 
guridad que  el  rey  les  dio  de  que  serian  pagados  relí- 

Gastos  do  la  casa  del  tesoro,  correos,  ejércitos  j  ayudas 

de  costa. \  .  .    5.000,000 

Apresto  de  armada,  flotas  y  galeones 434.000 

Con  que  suman  en  ducados  todas  las  partidas  de  gastos  de  % 

caaa  afio 46.492,356, 

Rentas  de  S.  M.  dentro  y  fuera  de  España. 

El  servicio  de  los  veinte  y  cuatro  millones 2.500,000 

El  de  quiebras 1.300,000 

Servicio  ordinario  y  estraordinarío 400,000 

Papel  sellado 266,000 

Almojarifazgo,  sesmos,  lanas,  yerbas,  puertos  secos  y 

montazgo,  y  naipes. , 600,000 

Papel  blancO;  azúcares,  chocolates,  conservas  y  pescados.  400, 000 

Los  dos  servicios  de  crecimiento  de  carne  y  vino.  ....  4 .600,000 

Medias  anatas  de  mercedes ,  .  .  .  .  200.000 

Los  ocho  mil  soldados # 200,000 

La  cruzada,  subsidio  y  escusado., '4.600,000 

Alcabalas,  sin  las  enagenadas 2.500,000 

Bl  tributo  de  la  sal 700,000 

El  3,«»  i  por  400 600,000 

El  4.®  4  por  400 600,000 

El  tabaco. 684,618 

La  martiniega. 485,645 

La  renta  de  sosa  y  barrilla 80,000 

La  renta  de  los  diezmos  de  la  mar , 427,616 

La  de  maestrazgos -.- '.  .  427,650 

La  de  lanzas .  427,450 

La  de  galeras  cargada  á  Tos  canónicos  profesos 457,450 

La  de  lanzas  cargada  sobre  encomienaas..  .r 428,654 

La  delmadernelo  del  reino 25,543 

La  preátamera  de  Vizcaya 760,543 

La  de  confirmaciones  de  privilegios é6,000 

La  de  solimán  y  azogues,  nieye  y  tabletas,  barquillos. .  .       443,643 


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490  iiisTOBiA  DR  rspaAa. 

giosamente,  así  como  los  prestamistas  al  estado  que 
temieran  perder  sus  hipotecas  cod  la  abolición  de  cier- 
tos impuestos  odiosos  (4  68&)« 

Estas  providencias,  siempre  útiles,  aunque  muy 
tardías  para  curar  males  tan  anej[os/no  nacían  solo 
del  ministro  Oropesa,  sino  también  en  gran  parte  de 
los  consejos  y  juntas  á  quienes  consaltaba,  porque 
era  sistema  de  este  ministro  compartir  el  gobierno 
con  ostros  para  no  llevar  solo  las  culpas  en  lo  que  des- 
acertase. Así  dio  tanta  parte  en  los  negocios  á  don 
Manuel  de  Lira¡  nombrado  por  su  influjo  secretario 
de  Estado  y  del  despacho  universal;  bien  que  este 
ambicioso,  aunque  hábil  funcionario,  le  correspondió 
mal,  aborreciéndole  disimuladamente  desde  el  prin* 
cipio,  para  declararle  después  la  guerra  abiertamen- 
te. El  rey  mismo  pareció  haberse  hecho  laborioso, 
dedicándose  menos  á  las  diversiones  y  mas  á  los  ne- 
gocios públicos^  manifestando  deseos  de  informarse 
de  todo,  y  mucha  satisfacción  de  ver  el  talento  y  la 
claridad  con  que  íe  enteraba  el  de  Oropesa. 

Velase  también  otra  actividad  y  otro  tino  en  los 

Casas  de  aposento « 450,00d 

PoDss  de  cámara^  de  consejos  y  cbancillerías S50,000 

De  flotas  y  raleones  un  afio^con  otro. 3.500,000 

Las  rentas  de  loa  demás  reinos 9.000,000 

Las  mHicias 300,000 

Importan  en  ducados  estas  partidas  que  tiene  S*  M.  on 
este  año  de  4674 « ^ 36.746,434 

MM  SS.  de  la  Real  Academia    lazar, 
de  la  Historia:  ArchÍTo  de  Sa- 


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PAHTB  IIU  LIBRO  V.  191 

representantes  de  España  en  las  corles  eslf angeras» 
para  hacer  ver  á  las  hombres  políticos  la  coúveQÍen* 
cia  de  unirse  al  objeto  de  cortar  la  desmedida  ambi- 
ción de  Luis  XIV.  de  Francia  y  de  enfrenar  sus  pre* 
tensiones  de  dominación  sobre  la  Europa  entera,  si 
no  hablan  de  ser  todos  los  príncipes  víctimas  de  su 
orgullo  y  de  sns  artificios.  En  cuanto  al  papa  Inocen- 
cio XL »  la  ruidosa  cuestión  de  las  libertades  de  la 
iglesia  galicana  que  por  este  tiempo  se  babia  agitado  y 
duraba  todavía,  y  la  del  derecho  de  franquicia  que 
gozaban  los  embajadores  franceses  en  Roma,  facilita- 
ban al  español  inclinar  el  ánimo  del  pontífice  á  entrar 
en  una  liga  coutrael  francés.  El  de  Londres,  don  Pe< 
dro  Ronquillo,  trabajaba  activamente  para  separar  á 
lacobo  n.,  que  babia  sucedido  hacia  poco  tiempo  á  su 
hermano  Carlos  1I«  en  el  trono  de  Inglaterra,  de  la 
amistad  que  tenia  con  el  de  Francia.  Al  propio  fin  se 
enderezaban  los  trabajos  de  los  demás  ministros  es« 
pañoles  cerca  de  otras  potencias  y  soberanos.  Con  lo 
cual  llegó  á  formarse  una  confederación,  que  dos 
años  antes  habian  intentado  el  duque  de  Neuburg  y 
el  príncipe  de  Orange,  entre  el  Imperio,  la  Suecia,  la 
España,  y  algunos  príncipes  alemanes,  que  se  llamó . 
la  liga  de  Augsburg,  y  se  fii*mó  el  29  de  junio  (4686). 
Esta  negociación,  que  se  hiao  sin  conocimiento  del 
rey  Luis,  tenia  por /objeto  preservar  cada  cual  sus  es- 
tados de  las  usurpaciones  del  francés,  con  arreglo  á 
la  paz  de  Nimega  y  á  la  tregua  de  Aquisgran.  Los 


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192  HISTOEIA    DR  RSPAÜA. 

Estados  generales  de  Holanda  no  entraron  en  ella  por 
circunstancias  especiales. 

Entretanto  Luis  XIV.  t  que  siempre  estaba  en  ace- 
cho del  menor  preleslo  ú  ocasión  para  cometer  vio- 
lencias contra  España  y  lanzarse  con  avidez  sobre 
nuestras  posesiones,  dióse  por  injuriado  deque  el  go- 
bierno español  castigara  con  arreglo  á  sus  leyes  á 
ciertos  contrabandistas  franceses  que  infestaban  nues- 
tras provincias,  para  hacer  reclamaciones  tan  atrevi- 
das como  injustas.  Y  habiéndolas  rechazado  el  minis- 
tro de  Carlos  con  la  debida  firmeza,  vengóse  aquel 
soberbio  soberano  enviando  á  las  costas  de  España 
una  numerosa  Qota  al  mando  del  mariscal  d'Estrées, 
-que  presentándose  delante  de  Cádiz  apresó  dos  ga* 
leones,  sorprendió-aquella  descuidada  población,  y  le 
pidió  quinientos  mil  escudos,  que  fué  menester  áatisfa- 
cer  alirancés  para  evitar  que  la 'bombardeara.  Estos 
insultos,  que  nada  podía  justificar,  se  repetían  con 
sobrada  frecuencia. 

Las  reformas  emprendidas  por  el  ministre  Oropesa 
iban  dando  algunos  buenos  frutos,  tanto  que  pudo 
Carlos  IL,  afecto  á  la  casa  imperial  de  Austria  como 
todos  los  de  su  familia,  enviar  socorros  de  hombres  y 
dinero  al  emperador  parala  famosa  guerra  que  estaba 
sosteniendo  contra  el  turco  en  Hungría,  y  en  la  cual 
se  dio  un  gran  paso  con  la  toma  que  entonces  se  hizo 
(diciembre,  1686)  de  la  plaza  de  Buda  ^^K 

(4)    Esta  guerra ,  en  que  intervinieron  tantas  potencias  cristia* 


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PARTB  III.   LlBftO  V  193 

Pero  ciertamente  era  una  época  esta  de  calamida- 
des y  de  contratiempos  para  España.  Una  impruden- 
cia del  gobernador  de  Oran  don  Diego  de  Bracamen- 
te, hija  de  su  viveza  y  de  so  temerario  arrojo,  fué 
causa  de  que  setecientos  cincuenta  soldados  españoles 
fueran  degollados  por  los  moros,  incluso  el  impruden- 
te gobernador,  yhubiérase  perdido  aquella  plaza,  sí 
el  duque  de  Veraguas  no  la  hubiera  oportunamente 
socorrido  (1687).  La  de  Melila  estuvo  sitiada  por 
aquellos  bárbaros  cuarenta  dias,  y  el  gobernador  es- 
pañol fué  muerto  por  un  tiro  de  mosquete.  En  la  Amé- 
rica  Meridional  las  sacudidas  violentas  de  los  terre- 
motos arruinaban  ciudades  y  comarcas,  y  pareciaque 
los  elementos  se  encargaban  de  destruir  lo  que  perdo-r 
naban  los  filibusteros.  Y  en  Ñápeles  esperimenta- 
ban  iguales  estragos,  siendo  víctimas  de  ellos  milla* 
res  de  familias. 

La  confederación  de  Augsburgo  se  iba  secreta  y 
lentamente  ensanchando  con  la  adhesión  de  otros 
príncipes  que  no  podian  tolerar,  sin  faltar  á  su  dig- 
nidad y  decoro,  el  predominio  del  orgulloso  monarca 
francés.  Tales  fueron  el  elector  de  Baviera  y  el  duque 
deSaboya,  con  quienes  el  papa  trabajó  sigilosa  y  ma- 
ñosamente para  que  se  unieran  é  lo3  otros  soberanos. 
Las  victorias  por  este  tiempo  ganadas  por  venecianos 


Das,  faé  la  mas  importante  de  la  líos  años  salian  llenas  casi  es- 

segunda  mitad  de  este  siglo.  Las  elusivamente  de  noticias  de  aque- 

Gacetas  de  Madrid  de  todos  aque-  lia  guerra  sagrada. 

Tomo  xvii.  13 


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194  IIISTOBIA    DB   KSPaI^A. 

y  alemanes  contra  los  turcos/ en  la  Morea  y  la  Hun- 
gría, victorias  que  quebrantaron  el  poder  de  la  Me« 
dia*luna,  quese  solemnizaban  con. regocijo  en  Viena, 
y  se  celebraban  en  Madrid  con  mascaradas^  fuegos 
de  artificio  y  otros  espectáculos,  por  alguna  parle  que 
en  ellas  tenían  como  auxiliares  los  españoles,  daban 
cierto  respiro  al  emperador,  que  le  permitía  pensar 
en  una  nueva  tentativa  contra  la  Francia  en  unión 
con  los  demás  aliados.  Pero  antes  quiso  dejar  coro- 
nado rey  de  Hungría  al  archiduque  José,  y  lo  que  es 
mas,  consigui5  á  fuerza  de  artificios  que  se  declarara 
aquella  corona  hereditaria  «n  la  casa  y  familia  impe* 
rial  de  Austria,  contra  las  leyes  y  contra  la  costum- 
bre del  reino  de  elegir  sus  soberanos;  novedad  que 
fué  por  muchos  recibida  con  gran  disgusto,  y  dio  mas 
adelante  ocasión  á  una  guerra  cruel. 

Apercibióse  ya  Luis  XIV.  del  plan  que  contra  él 
se  había  ido  fraguando  en  la  confederación  de  Augs- 
burgo,  que  hasta  ahora  se  había  escapado  á  su  pers- 
picacia y  á  la  sagacidad  de  sus  ministros.  Trató  en- 
tonces de  conjurarle,  primero  separando  algunas  po* 
tencias,  halagando  á  unas  con  ofertas  ó  intimidando  á 
otras  con  amenazas;  y  después,  cuando  vio  la  inefi- 
cacia de  aquella  tentativa,  proponiendo  &  las  cortes 
de  y iena  y  tle  Madrid  convertir  en  paz  verdadera  y 
sólida  la  tregua  de  veinte  años  ajustada  en  Aquisgran» 
También  le  fueron  desechadas  estas  proposiciones: 
'  en  vista  de  lo  cual  se  preparó  para  la  lucha  que  veía 


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PAETB  111.  LIBEO  Y.  195 

amenazarle,  con  la  estraordinaría  actiyidad  propia  de 
su  genioi  y  que  tanto  contrastaba  con  la  lentitud  ale- 
mana y  española.  Verdad  es  que  el  emperador  conti-- 
nuata  todavía  embarazado  con  la  guerra  de  Turquía, 
y  no  le  era  á  él  decoroso  solicitar  la  paz^  por  mas 
que  á  ello  le  instaba  Carlos  IL  de  España.  Ello  fué 
que  el  francés  se  halló  pronto  para  entrar  en  campa* 
ña  antes  que  los  imperiales  y  españoles  hubieran  he- 
cho los  oportunos  preparativos,  y  con  pretesto  de  la 
sucesión  al  arzobispado  de  Colonia,  y  de  favorecer  ¿ 
uno  de  los  pretendientes  contra  el  otro  á  quien  prole-  . 
giau  el  emperador,  el  rey  de  España  y  los  Estados 
Generales  de  Holanda  ^^\  penetraron  sus  tropas  en  los 
dominios  alemanes  (1688). 

Pero  ocurrió  á  este  tiempo  un  suceso  de  la  mayor 
gravedad,  que  hizo  variar  en  gran  parte  la  política  ^ 
de  las  naciones,  y  produjo  no  poca  mudanza  en  las 
relaciones  de  algunas  potencias  europeas.  El  príncipe 
Guillermo  de  Orange,  que,  como  dijimos,  no  habia 
entrado  en  la  liga  de  Augsburgo  por  mas  que  le  inte-* 
rosaba  envolver  á  la  Francia  en  una  guerra  con  los 
confederados,  habia  hecho  en  sus  Estados  grandes 
armamentos  marítimos  y  terrestres,  cuyo  verdadero 
objeto  ocultaba  y  no  le  conocia  tampoco  el  francés» 
Ahorii  se  descubrió,  bien  á  pesar  de  éste,  cuál  era  su 


(4)  El  que  estos  últimoá  prole-  bispo:  el  protegido  de  Luis  XIV. 
gian  era  el  príncipe  José  de  Ba-  era  el  cardenal  de  Farstemberg. 
viera,  hermano  del  difunto  arzo- 


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196  IIISTOaiA    DE    ESPAÑA. 

(lesígDÍo.  El  rey  Jacobo  I(.  de  Inglaterra,  hombre  de 
voluntad  may  firme,  pero  de  escaso  talento,  babia 
intentado  establecer  en  la  Gran  Bretaña  el  poder  ab« 
sokito  y  el  catolicismo  que  él  profesaba,  con  maniíies^ 
to  disgusto  de  la  mayoría  de  sus  subditos.  Guillermo 
de  Orange  era  su  yerno,  y  estaba  educado  en  la  sec- 
ta calvinista.  Mantenia  el  statader  de  Holanda  se- 
cretas inteligencias  con  un  gran  número  de  ingleseg 
descontento^^,  y  por  mas  que  Jacobo  fué  avisado  de 
peligro  que  corria,  lleno  de  ciega  confianza  menos- 
preció los  avisos  creyéndose  con  fuerzas  para  ocurrir 
á  cuanto  sobreviniese.  Cuando  el  de  Orange  lo  tuvo 
todo  preparado,  dióse  á  la  vela  con  una  numerosa  flo- 
ta en  que  llevaba  catorce  mil  hombres.  Sin  resistencia 
desembarcó  en  Inglaterra,  y  -co  el  momento  se  le  in- 
corporaron multitud  de  inglese^  enemigos  del  rey.  , 
Abandonado  Jacobo  hasta  de  su  propia  hija  segunda, 
casada  con  el  príncipe  de  Dinamarca,  perdió  toda  su 
firmeza,  y  esclamando:  ii\Gran  Dios^  tened  compasión 
de  mí,  pues  mis  propios  hijos  me  abandonan  con  tanta 
crueldadU  sG  embarcó  y  huyó  del  reino;  El  trono 
fué  declarado  vacante;  Guillermo  convocó  una  con- 
vención nacional,  y  ésta,  después  de  muchos  deba- 
tes, hizo  un  bilí  por  el  cual  se  conferia  la  corona  de 
Inglaterra  al  príncipe  Guillermo  de  Orange  y  sü  espo* 
sa  María,  determinando  él  mismo  el  orden  de  la  suce- 
sión ^*^ 

(4)   Vida  dé  Jacobo  11.  de  Inglaterra.— Jacques ,  Memorias.— 


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H>RTB  III.  LllíRO  V>  497 

Esto  revolución  inesperada  privaba  á  Luis  XIV. 
de  un  poderoso  aliado,  y  hacía  al  nuevo  monarca  in- 
glés dueño  de  todos  los  recursos  reunidos  de  SolaBda 
y  de  Inglaterra.  Por   otra  parle   los  confederados  se 


Diarios  de  los  Lores. — Diario  de 
GJarendoD. 

Al  tiempo  de  partir  de  IToIan- 
da  el  príncipe  ae  Orante,  dejó 
escrita  el  emperador  la  siguiente 
curiosa  carta  (que  poseemos  ma- 
nuscrita, y  creemos  inédita)^  por 
la  cual  se  verá  si  los  confederados 
tuvieron  razón  para  darse  por  en- 
gafiados  acerca  de  los  planes  de 
aquel  príncipe. 

«Señor:  no  he  podido  ni  que- 
rido faltar  á  dar  aviso  á  V.  M.  Ce- 
sárea de  que  las  desavenencias  que 
de  algún  tiempo  á  esta  parte  pa* 
san  entre  el  rev  do  la  Gran  Bre- 
taña y  sus  subditos  han  llegado  á 
tales  estremos,  que  estando  en  vis* 
peras  de  reventar  con  una  rotura 
forma),  me  han  obligado  á  deter-r 
minarme  á  pasar  la  mar  á  vivas  y 
reiteradas  instanciasque  me  han 
hecho  muchos  pares,  y  otras  per- 
sonas considerables  del  reino  asi 
eclesiásticas  como  seglares.  Hame 
parecido  necesario  llevar  conmigo 
algunas  tropas  de  caballería  é  in- 
fantería, para  no  quedar  expuesto 
á  los  insultos  do  los  que  con  sus 
malos  consejos  y  las  violencias  que 
se  han  seguido  de  ellos  han  dado 
lugar  á  aquellos  desaciertos.  He 
querido,  señor,  asegurar  con  esta 
carta  áV.  M.  Imperial,  aue  no 
obstante  las  voces  que  puedan  ha- 
ber corrido,  ó  corrieren  en  ade- 
lante, no  tengo  lamenor  inlencion 
de  hacer  agravio  á  la  Magestad 
Británica,  ni  á  los  que  tuvieren 
derecho  á  pretender  las  sucesio- 
nes de  sus  reinos,  y  aun  menos  de 
apoderarme  yo  de  su  corona  ó 
apropiáfmala.  Tampoco  es  mi  áni- 


mo querer  extirpar  los  católicos  ro- 
manos, sino  solo  emplear  mis  cui- 
dados á componer  los  desórdenes 
éirregularidadesquesehanheóho 
contra  la  leyes  de  aquellos  reinos 
por  los  malos  consejos  de  los  mal 
intencionados.  También  procuraré 
que  en  un  parlamento  legítima- 
mente convocado,  y  compuesto  de 
personas  debidamente  calificadas, 
según  las  leyes  de  la  nación,  se 
arréglenlos  negocios  de  tal  mane- 
ra, que  la  religión  protestante  con 
sus  privilegios»  y  los  derechos  áñ 
la  Clerecía,  de  la  nobleza  y  del 
pueblo,  queden  enteramente  se- 
guros  Debo  suplicar  á  V.M.  I. 

se  asegure  que  emplearéjodo  mi 
crédito  para  conseguir  que  los 
calóUcos  romanos  de  ax[uel  reino 
gocen  de  la  libertad  de  conciencia, 
y  queden  libres  de  toda  inquietud 
en  cuanto  d  que  los  hayan  de  per^ 
seguir  á  causa  de  su  religión^  y 
que  como  la  ejerxan  sin  ruido  y 
con  modestia  no  estén  sujetos  á 
castigo  alguno. He  tenido  siempre 
una  muy  grande  aversión  para 
todo  género  de  persecución  en  ma- 
teria de  religión  entre  cristianos. 
Pidué  Dios  Todopoderoso  bendi- 
ga esta  mi  sTnccra  intención,  etc. 
—De  la  Haya  á  26  de  octubre, 
4688.-^Señor;  De  V.M.  I.  muy  hu- 
milde y  muy  obediente  servidor.— 
G.  Príncipe  de'Orange.» 

El  emperador  le  contestó  aplau- 
diendo su  buen  propósito  de  no 
intentar  cosa  alguna  *contra  el  , 
r^  de  la  Gran  Bretaña  y  contra 
su  corona,  ni  contra  los  que  ten-' 
gan  derecho  á  sucederle  en  ella.1^ 
Le  aplaudía  también  la  intención. 


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f98  HISTORIA   DE   ESPAÑA. 

considerabaa  engañados  por  el  de  Orange,  cuya  con- 
ducta trastornaba  todos  sus  proyectos.  El  ejército 
francés  del  Rhin  sitió  á  Pbilisburg  y  la  rindió  al  cabo 
de  veinte  y  cuatro  dias  de  abierta  trinchera.  Después 
de  lo  cual  brindó  Luis  XIV.  al  emperador  con  la  paz, 
y  como  éste  üo  aceptara  las  condiciones  con  que  se  la 
ofrecía,  continuó  el  francés  sus  conquistas^  y  se  apo- 
deró antes  del  fin  del  año  (1688)  de  Manhein^  Spira, 
Worms,  Oppenhgin,  Tréveris  y  Frakendal.  España 
armó  su  escuadra,  diéronse  instrucciones  al  marqj^és 
de  Gaslañaga  que  gobernaba  los  Países  Bajos,  se  re- 
forzó el  ejército  de  Cataluña,  cuyo  gobierno  se  dio  al 
conde  de  Melgar,  hombre  á  propósito  para  conciliar 
los  ánimos  que  andaban  algo  alterados  con  los  escesos 
que  la  tropa  ^ometia,  y  se  recibieron  de  Italia  cuan- 
tiosos donativos  para  la  guerra. 

Tuvo  á  poco  de  esto  el  rey  Carlos  II.  la  desgracia 
y  la  pena  de  perder  á  su  amada  esposa  María  Luisa 
deOrleans(42  de  febrero,  1689),  víctima  en  pocos 
dias  de  una  enfermedad  aguda  ^^K  La  circunstancia  de 

de  abolir  las  leyes  pénalos  contra  mano  Imperio,  donde  por  la  paz. 

los  católicos,  y  afiadía:  «Pero  me  de  Westfalia  adquieren  el  derecho 

obligará  mas  Vuestra  Dilección,  y    de  naturaleza Yo  observóla 

merecerá  los  aplausos  de  todo  el  propia  máxima  en  mis  ejércitos, 

mundo si  allí  se  puede  con-  y  Vuestra  Dilección  en  elmasglo- 

cluir  la  obra  de  manera  que  á  los  rioso  manejo  de  su  gobierno  no 

ministros  de  la  religión  del  rey  excluye  de  los  puestos  militares 

(los  católicos)  se  les  permita  scr^  álos  ofícialescatólicos  que  los  me- 

virUy  yhl  reino  en  lo  político,  recéntete.»— Ambas  cartas  se  én- 

sin  que  se  lo  impidan   las  leyes  cuentran  entre  los  Papeles  de  Je- 

penales.  A  vuestra  Dilección  es  suitas,  pertenecientes  hoy  á  la 

notoria  la  conformidad  con  lo  que  Real  Academia  de  la  Historia, 

pasan  las  tres  religiones  en  el  ro-  (\)    Tenemos  á  la  vista  copia 


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PAETB  111*  LIBEO  V.  499 

RO  haber  tenido  sucesión,  falla  que  en  general  se 
achacaba  mas  al  rey  que  á  la  reina,  hizo  mas  sensi- 
ble  su  muerle  á  los  españoles,  porque  sabían  la  es- 
peranza que  en  ello  fuudaba  el  francés  de  heredar  el 
trono  da  Castilla  ^^K  Entre  sus  papeles  reservados  fe 
afírma  haberse  hallado  u|^  escrito  en  francés,  y  que 
parecía  ser  del  rey  »u  tío,  en  el  cual  la  exhortaba  á 
que,  pues  la  providencia  en  su  altísima  sabiduría  no 
había  querido  darle  sucesión,  no  apartara  su  corazón 
7  su  afecto  de  la  patria  en  que  había  recibido  el  ser; 
y  á  que  procurara  aprovecharse  del  puesto  que  ocu- 
paba para  «(sembrar,  cultivar  y  establecer  las  venta- 
jas de  la  Francia;»  dábale  consejos  y  lecciones  de  cor 
0)0  había  de  conducirse  con  su  esposo,  y  la  instruía 
de  cómo  había  de  tratar  á  cada  uno  de  los  persona* 
ges  qu^  manejaban  los  negocios  del  gobierno  y  de 
palacio,  lo  cual  da  en  mucha  parle  la  clave  de  la  con- 
ducta  de  aquella  rein?i  ^^K 

de  su  testamento  otorgado  el  pro-  meo,  y  para  tener  derecho  á  que 

pío  día  por  don  Manuel  de  Lita  se  crean  cargos  tan  graves  se  ne- 

como  notario  mayor  de  los  rei-  cesita  algo  mas  que  acusaciones 

nos.  vagas. 

No  ha  faltado  quien  atribuya  á  (1)    Cantaba  ya  el  pueblo  una 

envenenamiento  la  muerto  de  es-  copia' que  debia: . 

^a  princesa.  Asi  lo  indica  el  mar-  - 

qués  de  Louville  en  sus  Memorias  Si  parís,  parís  4  España; 

secretas.  El  de  Lafayette,  eñ  las  Si  no  parís,  á  París, 
suyas,  no  solólo  afirma,  sino  que 

Bfiade  haberlo  sido*  por  .orden  del  (2)    Sentimos  no  poder  inser- 

Consejo  de  España,  Pero  ni  estos  tar  íntegro,  por  su  mucha  esteU'- 

«scritorcs  presentan,  ni  nosotros  síon,  este  interesante  documento, 

hemos  hallado,  ni  creemos  se  en-  Pero  no  podemos  dejar  de  trascri- 

cuentren,  documentos  ni  datos  qu8  bir  akunos  de  sus  mas  curiosos 

autoricen  á  tener  por  cierto,  ni  períodos, 

aun  por  verosímil,  semejante  crí-  Después  de  advertirla  como  ha- 


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áOO 


fclISroafA  liB  BSPA^A.. 


El  deseo  do  tener  sucesión  movió  á  Carlos  á  pe»-, 
qaral  instante  en  tomar  nueva  esposa;  bien  quena 
sintiendo  inclinación  á  ninguna,  después  de  algunas 
gestiones  mal  conducidas  por  el  obispo  de  Avila  con 
la  princesa  de  Portugal,  dejó  la  elección  al  emperador 


bia  de  sacar  provecho  del  natural 
temperamento  y  costumbres  del 
rey.  le  decía:  «No  menor  oportu- 
«niaad  para  intentos  grandes  ha- 
» liareis  en  la  inaplicación  del  rey 
Ȏi  los  negocios:  llamad  esta  fortu- 
»na  vuestra,  pero  no  culpa  su- 
jo ya...  Crecido  entre  melindrosas 
Ddelicadezas  de  mugeres;  doclri- 
cnado  de  un  maestro  que  en  las 
«escuelas  y  tribunales  habia  estu- 
»  diado  solo  cuestionas  cabilosas  y 
•formalidades  impertinentes,  ¿có- 
«mo  podía  en  tal  fragua  forjarse 
«aquella  vigorosa  fuerza  de  espí- 
)>ritu  que  pide  para  ser  bien  ^os- 
«tenido  eí  peso  de  la  goberna- 
jDcion?  Servios  de  este  error  pa- 
»ra  vuestros  aciertos...  etc. 

•  Entiendo,  con  mucho  placer 
»mio  que  ya  en  ese  palacio  se^ha- 
»llan  bien  establecidos  los  estilos 
ny  bien  recibidas  las  modas  fran- 
Dcesas...  De  esto  os  deberá  éter- 
»na  gratitud  la  Francia,  pues  por 
«solo  complaceros  han  abrazado 
«anticipadamente  Jos  españoles 
«(depuesta  ya  su  obstinación  an- 
»tigua)  en  nuestro  trage  v  nues- 
>tro  idioma  los  principios ae  núes- 
»tra  dominación 

)>Con  la  reina  madre  conviene 
«mantener  una  correspondencia 
«independiente  entre  los  dos  es- 
« tremes  de  queja  y  confianza;  en 

«uno  y  otro  hay  peligro Del 

«conde  de  Oropesa  servios,  pero 

«no  os  fíeis Haced  vos,  Mada- 

>>ma,  el  milagro  que  ha  menester 
nel  conde  para  mantenerse  en  eh 


Mvalimiento,  pero  no.  le  permitáis 
«que  se  desvie  de  la  presidencia: 
«fácil  será  persuadirle  á  que  io' 
«sobran  fuerzas  para  todo,  y  á 
«que  la  presidencia  es  el  velo  que 
«preserva  al  rey  el  escrúpulo  ent- 
«cubrieodola  privanza. «.  Ciertos 
«  de  que  si  hubiese  tenido  parte  en 
«el  execrable  atentado  del  de 
nprange  ha  concitado  contra  sí 
«justa    é   implacable  la  ira   de 

»Dios vuelvo  á  suplicaros  que 

«le  mantengáis,  y  nada  podéis  na- 
ncer por  la  Francia  que  le  importe 
«mas  y  que  le  esté  mejor. 

•  M  confesor  del  rey  tratadle 
»con  estimaciorij'putis  por  su  es- 
)>tado  se  le  debe,  y  entiendo  que 
«él  también  Jo  merece  por  su  doc** 
«trina,  virtud  y  modestia;  valeos 
jtde  él  para  afianzar  la  mejor  sa- 
«tisfaccion  del  rey,  condoliéndoos 
«de  sus  descuidos,  y  para  dispo- 
«ner  la  vuestra  en  lo  que  huoié- 
«reis  insinuado  y  viereis  que  se 
«dilata..... 

«En  don  Manuel  de  Lira  podéis 
«estar  segura  de  que  no  se  malo- 
«gre  nuestro  favor,  ni  se  aventu- 
'«re  vuestra  confianza:  él  es  hom- 
«bre  de  grande  alma,  noble  en- 
«tendimiento,  bizarros  espíritus, 
«y  condición  generosa;  sabe  lo 
^ue  os  debe,  y  si  no  pierde  su 
«ser,  no  puede  ser  ingrato;  nada 
«antepondría  vuestro  gusto  sino 
«su  honra;  él  se  conoce  superior 
»á  su  esfera.. «  Divisando  Oropesa 
«los  quilates  de  Lira,  no  quisiera 
«verle  tan  cerca  del  rey,  y  deaeá- 


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PABTB  1 11.  LIBEO  V.  201 

SU  lio,  el  cual  por  cousejo  de  la  emperatriz  le  designó 
á  la  hija  del  elector  Palatino  María  Ana  de  Neuburg, 
hermana  suya.  No  puso  .Carlos  dificultad,  y  llevóse  á 
cabo  el  matrimonio,  en  verdad  no  para  bien  del  rey 
ni  del  reino.  Porque  sobre  haber  enviado  á  España 


»ra  UD  hombre  que  coBtentáado- 
>se  coü  ser  860  rota  rio,  y  haciendo 
•blasón  de  sa  criatura  le  tributa- 
»se  inalterable  obediencia....  no 
»lo  permitáis  vos...  Pésame  de  no 
9poder  suplicaros  animéis  con 
•vuestra  autoridad  é  ingenio  los 
«medios  que  no  faltan  á  Lira  para 
)»Ia  opresión  del  conde,  por  que 
»ya  08  he  propuesto  la  importan- 
)>cia  de  (]fue  se  mantenga,  y  por 
•que  no  me  atrevo  á  medir  las 
•hneas  de  Lira,  pues  animado  de 
»vo8  nada  le  parecería  temeri- 
•dad.... 

»En  el  Consejo  de  Estado,  ya 
»7e¡s  que  no  hay  quien  pueda 
>serv¡r  ni  embarazar  vuestros  de- 
•sienios,  pero  no  es  poco  lo  que 
»aaelanta  Jos  nuestros  la  flaqueza 
•y  desautoridad  ¿  que  ha  declina- 
>do  un  Consejo  que  era  y  debiera 
•ser  el  primer  móvil  del  orbe  de 
•esa  monarquía..  .  No  faltan  en 
•ese  Consejo  de  EspaTQa  hombres 
>de  largas  y  varias  esperiencias, 
>de  profundo  discurso,  de  seguro 
'juicio,  de  fundadas  noticias  y  de 
•conocimiento  práctico  de  países, 
•negocios  é  intereses,  ¿pero  qué 
•artífice  no  se  desalienta  y  atrasa 
»los  compases,  si  al  medirlas  lí- 
>neasde  los  designios  halla  impo- 
•síbles  las  eíecuciones....? 

>Don  Pedro  de  Araron,  como 
•siempre,  aunque  mejorado  con 
•la  disculpa  que  le  dan  sus  acha- 
•ques.  Osuna,  convaleciente  de 
•sus  accidentes^  y  templando  los 
•sinsabores  de  su  casa  con  elgus- 


•to  de  su  Castilla.  Otros  entrega- 
vdos  á  las  reglas  de  vivir  mas,  y 
«algunos  á  las  de  morir  mejor. 
«Demonos  el  parabién.  Madama, 
»de  mirar  en  este  estado  el  Gon- 
•sejo  de  Estado  de  España.... 

» Procurad cuidadosamenteque  ' 
>en  Tos  cuatro  puestos  principales 
»de  Italia  no  se  haga  novedad^  (y 
da  la  razón  de  Jo  que  ganarla  la 
Francia  en  hallar  aquellos  domi- 
nios «desabrigados  ae  capitanes 
>y  fácilmente  movedizos  los  áni- 
•mo8  de  aquellos  subditos)»' 

»  En  Balbases  hallareis  habili- 
•  dad  y  buen  genio  para  cultivar 
üel  fruto  de  vuestras  intencio- 

vnes pero  tened  presente  al 

•honrarle  que  á  su  predecesor 
•costaron  la  vida  las  desconfian- 
» zas  por  la  correspondencia  con 
i»RocneIi  (debe  ser  Richclieu)....» 

Sigue  aconsejándola  que  pro- 
cure estar  siempre  bien  informa- 
da de  lo  que  pasa  en  la  cámara  y 
gabinetes  del  rey,  y  concluye: 
«Retirad  este  papel  á  vuestro  mas 
•sellado  secreto;  vivid  para  vos  y 
•para  vuestra  Francia;  mirad  que 
»en  España  no  os  aman,  y  no  os 
» temen;  que  en  los  corazones  fia- 
scos se  introducen  con  facilidad 
•las  sospechas,  y  que  no  son  me- 
>nester  fuerzas  para  una  cruel- 
»dad.««~llS.  de  Ja  Biblioteca  Na- 
cional, H.  ll.fol.  426. — Sí  acasoei 
documento  no  fuese  auténtico,  al 
menos  fué  escritp  por  persona  en- 
tendida y  conocedora  de  ambas 
cortes. 


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202  HISTORIA    DR  RSPAÜA. 

una  reina  imperiosa  y  altiva,  ambiciosa  de  mando  y^ 
avara  de  diñero,  aquel  nuevo  lazo  de  unión  entre  las 
dos  familias  reinantes  de  la  casa  de  Austria  en  la  si- 
tuación en  que  nos  encontrábamos  con'  el  francés, 
avivó  lá  enemiga  de  Luis  XIV.,  y  le  dio  nuevo  motivo, 
sí  él  lo  necesitara,  para  apresurarse  á  declararnos  la 
guerra  (marzo,  1689).  Correspondióle  á  su  vez  la 
dieta  de  Ratisboñá  proclamándole  enemigo  del  impe- 
rio por  las  repelidas  infracciones  de  los  tratados  de 
Munster  y  de  Nimega,  y  enemigo  ademas  de  lo^ 
príncipes  cristianos  por  el  favor  que  contra  ellos  daba 
al  turco  y  á  los  rebeldes  de  Hungría,  digno  por  tanto 
de  que  todos  se  unieran  para  vengarse  de  él. 

Abrió  pues  el  monarca  francés  la  campafia  contra 
todos  los  confederados  (mayo,  1689),  conaquella  con- 
fianza que  le  daban  sus  anteriores  triunfos,  en  Irlan- 
dés, en  Cataluña  y  en  Italia.  Pocos  progresos  hizo, 
aquel  año  el  mariscal  de  Humiéres  en  Fiandes.  Man-  . 
daba  las  tropas  holandesas  el  príncipe  de  Waldeck, 
las  españolas  el  de  Vaudemoat,  junto  con  el  goberna- 
dor de  ios  Países  Bajos  españoles,  marqués  de  Gas- 
tanaga.  Hubo  algunos  combates,  pero  sin  resultado 
decisivo.  Mas  afortunado  en  la  campaña  siguiente  el 
mariscal  de  Luxemburg,  ganó  la  famosa  batalla  de 
Fieurus  (1 .°  de  julio,  1 690)  contra  holandeses  y  espa* 
ñoles,  en  que  los  aliados  tuvieron  seis  mil  muertos  y 
multitud  de  heridos,  y  dejaron  en  poder  del  enemigo 
ocho  mil  prisioneros,  cuarenta  y  óueve  cañones,  dos- 


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PABTB  til.  LIBBO  V.  203 

cientos  estandartes  y  doscientos  carros  de  municiones 
de  guerra.  No  fué  meuor  la  pérdida  del  francés»  por- 
que la  caballería  y  la  infantepfa  de  los  confederados 
habia  hecho  prodigios  de  valor,  pero  quedó  dueño  del 
campo,  y  los  nuestros  se  retiraron  á  Bruselas.  Unos  y 
otros  se  reforzaron  después;  los  aliados  con  las  tropas 
del  elector  de  Brandebui*g,  que  tomó  el  mando  de 
todas  como  generalísimo;  los  franceses  con  los  refuer- 
sos  que  les  enviaron  el  marfscal  de  Humiéres  y  el 
marquésde  Bouflers.  Pero  ni  unos  ni  otros  se  atre- 
vieron á  venir  á  las  mano?  en  el  resto  de  aquel 
ano,  aunque  algunas  veces  llegaron  á  ponerse  en 
orden  de  batalla,  contentándose  con  exigir  contribu- 
ciones, tomar  ó  demoler  alguna  fortaleza,  destruir 
esclusas  ó  incendiar  pueblos. 

.  Indudablemente  Luis  XIV.  llevaba  gran  ventaja  á 
todos  los  príncipes  en  la  actividad,  en  la  maña  y  en 
el  sigilo  con  que  lo  preparaba  y  lo  conducía  todo. 
Tenia  ademas  por  ministro  de  la  Guerra  á  Louvois,  el 
hombre  mas  activo  que  se  ha  conocido  jamás.  Asi  fué 
que  á  principios  del  año  siguiente  (1691),  cuando 
Guillerma  de  Orange,  ya  rey  de  Inglaterra,  se  encon- 
traba en  la  Haya,  donde  vino  á  animar  á  los  confe- 
derados ofreciéndoles  el  auxilio  del  poder  inglés,  y  á 
acordar  con  ellos  el  plan  de  campaña  contra  Luis  XIV.,. 
y  cuando  en  sus  conferencias  celebraban  ya  antici- 
padamente sus  triunfos,  quedáronse  lodos  absortos  al 
ver  aparecer  un  ejército  de  cien  mil  hooibres  delan- 


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i(^i  ttlSTORlA   DB   ESPAÑA. 

le  de  Mous,  plaza  de  primer  órdea  de  Europa,  des- 
cuidado como  el  que. mas  el  prfücipe  de  Berghes  su^ 
gobernador,  que  la  guarnecia  coa  uoos  seis  mil,  la 
mayor  parte  españoles.  Auo  no  creia  nadie  que  fiíera 
su  ánimo  poner  sitio  formal  á  plaza  tan  fuerte,  pero 
las  operaciones  que  fueron  viendo  los  desengañaron, 
y  tanto  fué  lo  que  apretaron  el. cerco,  y  tan  reciamen- 
te atacaron  la  plaza,  lodo  á  presencia  de  Luis  XIY. 
que  lo  inspeccionaba  y  dirigia  con  no  poco  riesgo  de 
su  persona,  y  tantas  las  bombas  que  arrojaron  sobre  la 
ciudad  incendiándola  en  su  mayor  parle,  y  tanta  la 
gente  qbe  allegó  el  monarca  francés  para  impedir  que 
la^  socorriera  el  de  Orange,  que  á  pesar  de  la  gloriosa, 
defensa  que  hicieron  casi  esclusi va  mente  los  españo-^ 
les,  renovando  la  fama,  proverbial  de  los  antiguos 
tercios,  la  plaza  tuvo  que  rendirse  con  capitulación 
honrosa  (8  de  abril,  1691),  y  entró  en  ella  el  rey  Luis 
y  la*dejó  guarnecida  con  cuatro  mil  caballos  y  diez 
mil  infantes. 

De  esta  importantísima  pérdida  cupo  mucha  cul- 
pa á  nuestro  gobernador  de  Flandes,  marqués  de 
Castañaga,  hombre  de  mas  vanidad  que  talento,  y 
mas  dado  á  hacer  alardes  de  riqueza  y  de  lujo  que  á 
buscar  recursos  de  gucita  y  dirigir  soldados:  el  cual 
con  imprudente  ligereza  habia  asegurado  al  rey  Gui- 
llermo que  no  habia  cuidado  alguno  por  Mons,  que  la 
defendian  doce  mil  hombres,  y  sobraban  medios  para 
sostener  un  largo  sitio.  Irritóse  mucho  el  rey  de  In-^ 


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PARTB  III •  LIBRO  V.  S05 

glaterra  cuando  supo  el  engaño,  y  asi  se  lo  escribió 
¿€áriosII;  pero  sostenía  á  Gastañaga  en  Madrid  don' 
Manuel  de  Lira,  confidente  de  la  reina.  Sin  embargo, 
cada  vez  mas  irritado  el  de  Orange^  volvió  á  escribir 
á  Carlos  en  términos  tan  fuertes,  que  costó  al  de  Lira 
ser  separado.de  su  puesto,  y  no  tardó,  como  á  su 
tiempo  veremos,  en  morir  de  pesadumbre.  En  cuanto 
al  rey  Guillermo,-  fué  y  vino  diferentes  veces  de  In* 
glaterra  á  Flandes,  mas  aunque  no  dejaba  de  animar 
«on  su  presencia  las  operaciones  de  la  campaña,  ni 
impidió  que  el  mariscal  de  Lui^emburg  se  apoderara 
de  Hall  (junio,  1691),  ni  aunque  llegó  á  juntar  un 
ejército  de  cincuenta  y  seis  mil  hombres,  hizo  otra 
cosa  en  el  resto  del  verano  y  otoño  que  reforzar  al- 
gunas plazas,  impedir  los  progresos  de  los  franceses, 
y  volverse  á  Londres  dejando  ef  mando  de  las  tropas 
al  príncipe  de  Waldeck  ^^K 

Menos  de  gloriosa  que  de  feroz  tuvo  la  campaña 
del  ejército  francés  que  operaba  en  el  Rhin.  Mientras 
'e  mandó  el  brutal  Melac,  redújose  á  espediciones 
vandálicas,  repugnantes,  y  hasta  sacrilegas,  puesto 
que  la  rapacidad  insaciable  del  soldado  no  perdonó 
por  ir  en  busca  del  oro  ni  aun  los  sepulcros  de  los 
Electores,  cuyas  cenizas  fueron  arrojadas  al  viento  con 
atroz  barbarie.  Los  pueblos  que»  ó  no  querían  ó  no 

(4)    Memorias  para  Ja  vida  mí-  Luis  el  Grande  en  Flandes.— His- 

litar  de  Lnis  XIV.—- Colección  de  tona  de  las  Provincias-Unidas.  — 

cartas  para  ilustrar  la  historia  mi-  Gacetas  de  Madrid  de  4  690  y  91 . 
Utardesu  reinado.^Campañas  de 


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Sü6  HiSTORIA^  ÜB  BSPÁfiA. 

podíun  pagar  las  conlribucíoDes  que  les  imponía  el 
.  francés,  eran  reducidos  á  cenizas:  de  estos  se  conta- 
ron mas  de  cincuenta.  El  deI6n»  que  pasó  después  á 
mandar  aq^uel  ejército ,  tuvo  el  mérito  de  defenderse 
de  cincuenta  mil  alemanes,  divididos  en  tres  cuerpos* 
que  guiaban  el  Elector  de  Baviera,  el  de  Branáeburg 
yDumenvald. 

También  en  Italia  peleó  el  francés  contra  nuestro 
aliado  el  duque  de  Saboya.  Por  cierto  que  aun  supo^ 
nia  el  duque  á  Luis  XIV.  ignorante  de  que  hubiera 
entrado  en  la  liga  con  España,  aun  lo  creía  un  secre- 
U>f  cuando  se  vio  sorprendido  por  el  mariscal  de  Ga- 
tínat  que  de  improviso  penetró  en  el  Piamonle  con 
doce  mil  hombres»  s^ntqs  que  hubiera  podido  recibir' 
socorros  del  Imperio  ni  de  España.  Llegáronle  des- 
pués cuatro  mil  alemanes  al  mando  del  príncipe  Eu- 
genio» y  un  buen  trozo  de  españoles  enviados  pof  el 
conde  de  Fuensalida,  gobernador  del  Mílanés.  Mas  no 
impidió  esto  que  los  franceses  se  apoderaran  de  Cham* 
bery,  Anpecy,  Rumilli  y  otras  ciudades  de  Saboya. 
En  Slaffarde  hubo  una  famosa  acción,  mandada  por 
el  mismo  duque  de  Saboya,  y  en  la  cual  quedó  de 
todo  punto  derrotado  el  ejército  aliado,  no  obstante 
estar  defendida  la  primera  línea  por  dragones  de 
Saboya^  de  España  y  del  príncipe  Eugenio  (ju- 
lio, 1690).  De  sus  resultas  abrió  sus  puertas  á  Catinat 
la  ciudad  de  Saluzzo*  Otro  tanto  hicieron  Carignan  y 
Carmagnole.  Susa  fué  atacada  y  rendida;  y  á  pesar 


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PAftTB  III.  LIBRO  y.  ,    207 

<lc  los  socorros  que  el  duqae  continuó  recibiendo  de 
Austria  y  de  España,  perdió  toda  la  Saboya,  á  escep- 
cion  de  Montmeillan  (novienabre  y  diciembre,  1690). 
No  iba  siendo  mas  afortunada  la  campaña  del  año 
siguiente  para  el  saboyano.  Por  que  los  mariscales 
franceses  Catinat  y  Fouquiéres,  que  se  habían  ido  ha- 
ciendo dueños  de  Pignerol,  de  Sa villano,^  de  Villa- 
franca,  de  Niza,  de  Luserna  y  de  otras  muchas  po- 
blaciones <le  los  Estados  Sardos,  parecia  amcnaxar  á 
Turín.  En  vista  de  esto  tentó  el  deSaboya  entraren 
tratos  de  pazcón  Francia,  mas  como  quiera  que  ob«- 
servasen  les  franceses  que. no  obraba  de  buena  fé, 
continuaron  sus  conquistas,  y  solo  sufrieron  un  fuerte 
descalabro  en  Coni.  Al  ñn  llegó  el  duque  de  Baviera 
con  un  refuerzo  de  trece  mil  veteranos  alemanes,  y 
con  este  socoiro  y  los  que  recibió  de  España  reunió  el 
saboyano  un  ejército  de  cuarenta  y  cinco  mil  hom- 
bres, que  dividió  en  tres  cuerpos;  fuerzas  ya  muy  su- 
periores á  las  que  tenia  Catinat.  Asi  pudieron  los  alia- 
dos recobrar  á  Saluzzo,  Savillano  y  Carmagnole,  don- 
de un  tercio  de  españoles  al  tomar  un  reducto  asom- 
bró por  su  arrojo  y  temeridad  á  los  franceses  (setiem- 
bre, 1691).  En  cambio  Catinat  puso  6ií  á  la  campaña 
de  aquel  año  con  la  toma  dé  Montmeillan,  la  plaza, 
al  decir  de  algunos,  mas  fuerte  de  toda  Europa.  Con 
esto  los  españoles  se  volvieron  al  Milanesado,  los 
jpiamonteses  á  su  pais,  y  los  demás  al  Monferrato. 
Luis  XIV.,  que  quedaba  dueño  de  la  Saboya,  propuso 


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SfOS  UISTORU  DB  BSPaHa* 

al  duque  que  si  se  apartaba  de  la  confederación  con 
España  y  el  Imperio  le  restituiría  las  plazas  conquis- 
tadas, reteniéndolas  solo  basta  la  paz  general.  El  sd- 
boyano  sospechó  en  esta  proposición  algún  artifíciOt  y 
respondió  con  firmeza  que  estaba  resuelto  á  no  sepa- 
rarse de  sus  aliados.  Con  esta  respuesta  pasaron  unos 
y  otros  el  invierno  preparándose  para  otra  cam- 
paña. « 
Pero  vengamos  ya  á  nuestra  propia  península» 
donde  mas,  ó  por  lo  menos  tanto  como  en  los  domi- 
nios españoles  de  fuera,  volvió  á  arder  la  antigua  lu- 
cha con  Francia.  Al  mismo  tiempo  que  se  habia  di* 
rígido  el  mariscal  de  Luxemburg  á  los  Paises  Bajos, 
fué  destinado  á  traer  la  guerra  á  Cataluña  el  duque 
de  Noailles  (mayo,  1689),  cuando  este  pais  se  baila- 
ba todavía  interiormente  mas  agitado  que  tranquilo 
por  efecto  de  los  choques  entre  paisanos  y  soldados , 
antiguos  ya,  pero  renovados  recientemente  en  esta 
desgraciada  provincia  por  la  cuestión  de  los  aloja- 
mientos y  otras  infracciones  de  fueros  de  que  se  que- 
jaban los  naturales.  En  tal  estado  vino  el  de  Noailles 
y  se  puso  sobre  la  plaza  de  Camprodon,  que  tomó  en 
pocos  dias  (23  de  mayo,  1689),  acaso  porque  los  pai- 
sanos y  miqueletes  resentidos  del  gobierno  no  le  die- 
ron oportuna  asistencia/ El  gobernador  del  castillo 
don  Diego  Rodado,  que  le  rindió  temeroso  deque  la 
guarnición  se  le  rebelara,  fué  acusado  de  traición,  tal 
vez  no  con  Justicia,  y  ahorcado  en  la  plaza  de   Bar- 


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PAETB  III.  LIMO  T«  S09 

celona»  Era  entonces  viréy  de  Cataluña  el  daqae  de 
Tiljafaermosa.  El  Principado  levantó  gente  como  en 
tales  casos  acostó mbraba:  y  mientras  el  intrépido  ca« 
pitan  don  José  Agulló  bloqueaba  Ja  villa,  bien  que 
sin  poder  sostener  el  bloqneo  por  el  fuego  que  le  ha- 
cían del  castillo,  llegaron  refuerzos  de  tropas  envia- 
dos de  la  corte  al  mando  del  marqués  de  Conflans. 
Fuerte  ya  de  mas  de  diez  y  seis  mil  hombres  el  ejér- 
cito de  Cataluña,  se  resolvió  recobrar  á  Camprodon, 
'y  se  puso  á  la  plaza  formal  asedio.  A  socorrerla  acu- 
dió el  de  Noailles,  mas  no  pudo  lograrlo.  Después  de 
algunas  acciones  sangrientas  sostenidas  por  nuestras 
tropas,  ya  contra  el  general  francés^  ya  contra  los  de 
la  plaza,  la  abandonó  el  gobernador  (25  de  agos- 
to, 1689),  haciendo  antes  volar  por  medio  de  minas 
las  dos  fortalezas,  y  habiendo  perdido  los  franceses 
durante  el  sitio  sobre  dos  mil  hombres. 

Con  la  retirada  de  Noailles  hubiera  quedado  Cata- 
luña vn  tanto  tranquila,  y  mas  estando  como  estaban 
contentos  los  barceloneses  con  haberles  concedido  e[ 
rey  el  privilegio  por  ellos  tan  apetecido  de  poderse  cu- 
brir sus  conselleres  delante  de  los  príncipes,  á  no  ha- 
ber continuado  las  refriegas  y  combates  entre  paisanos 
y  soldados,  que  algo  por  fin  se  calmaron  con  el  casti- 
go de  algunos  sediciosos.  El  mariscal  francés  se  limitó 
el- año  siguiente  (1690)  á  arrojar  de  las  montañas  las 
partidas  de  miqueletes  que  le  incomodaban;  á  cons- 
truir un  reduelo  para  su  defensa  en  la  que  domina 
Tomo  tvíu  14 


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filo  UISTWIA  DB  BSPÁHa* 

las  qu$  hay  entre  Camprodon  y  el  Ampurdan,  y  á 
apoderarse  de  San  JaaD  de  las  Abadesas,  de  Ripoll»  y 
de  algunos  otros  puntos  forti6cados.  No  se  creyó  con 
bastantes  fuerzas  para  sitiar  á  Gerona,  y  se  corrió  a| 
llano  de  Yicb  para  mantener  sus  tropas  á  costa  de  los 
catalanes,  volviéndose  al  cabo  de  algan  tiempo  a] 
Rosellon,  no  sin  x  dejar  algunas  tropas  en  Prades  y 
Puigcerdá. 

Atribaian  los  catalanes  al  duque  de  Vílláhermosa 
ios  males  del  pais  y  la  flojedad  con  que  se  hacia  la 
guerra.  La  corte  parece  halló  fundadas  sus  quejas  y 
clamores,  puesto  que  envió  para  reetüplazarle  en  el 
vírelnato  al  duque  de  Medinasidonia.  Llegó  el  nuevo 
virey  en  qcasion  qu.e  los  franceses  sitiaban  á^  Urgél. 
Todo  lo  que  hieo,  y  en  verdad  que  tenia  gente  para 
mas,  fué  amagar  con  socorro,  pero  intimidóle  el  de 
Noailles,   y  se  volvió  pronto  á  Vich  de  donde  había 
salido.  Asi,  por  mas  qne  ia  defendió  con  bravara  don 
José  Agulló  que  la  guarnecía,  Urgél  tuvo  que  rendirse 
al  francés,  quedando  prisionera  de  guerra  toda  la 
guarnición  (1S  de  junio,  1691),  y  siendo  en  sn  conse* 
cuencía  trasporta^oaal  Languedoc  novecientos  hom- 
bres de  tropa,  ciento  treinta  y  seis  oficiales,  y  mil  dos- 
cientos paisanos.  Con  este  triunfo  nn  cuerpo  de  tropas 
francesas  se  atrevió  á  penetrar  hasta  tas  cercanías  de 
Barcelona,  mientras  Noail les  con  otro  se  fortificaba  en 
Bellver  para  observar  los  movimientos  del  enemigo. 
El  duque  de  Medinasidonia  no  se  mostró  4nas  guer^ 


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VARTB  in.  LlBtO  V.  211 

reroni  maoifesíó  fflás  deseos  de  dar  batallas  que  sa 
antecesor  el  de  Víllahermosa,  y  eso  qoe  de  Aragón 
le  fueron  enviados  refuerzos^  con  los  cuales  reunia  un 
ejército  bastante  superior  al  francés. 

Por  ^te  mismo  tiempo  una  escuadra  francesa  de 
cuarenta  velas,  mandada  por  el  conde  de  Estrées,  se 
presentó  en  el  puerta  de  Barcelona,  y  bombardeó  la 
ciudad  por  espacio  de  dos  dias ,  aunque  con  poco 
daño.  Después  se  bizo  á  la  vela  para  Alicante  con 
ánfmo  de  bombardearla  también,  si  el  tiempo  lo  per- 
mitía: arrojó  en  efecto  sobre  la  ciudad  multitud  de 
bombas,  basta  que  se  avistó  la  flota  de  España  que, 
mandaba  el  conde  de  Aguüar  (29  de  julio^  1 692). 
Entonces  el  de  Estrées  puso  la  suya  en  orden  de  ba- 
talla, pero  de  no  querer  aceptarla  dio  muestras  hu- 
yendo luego  mar  adentro,  disparándole  algunos  ca- 
ñonazos lá  española,  aunque  sin  poder  darle  al- 
cance ^^K  ,4 

Tal  era  el  estado  de  la  guerra  que  la  Francia 
sosienia  en  todas  partes  contra  España  y  sus  aliados, 
aparte  de  la  que  nos  movia  también  en  nuestras 
posesiones  de  África  y  de  América,  escitando  y  ayu- 
dando á  los  moros  y  á  los  filibusteros,  cuando  ocurrió 

(4)    Feliú  de  la  Pefia,  Anales  de  les  decía,  escrito  de  sa  pufio:  «Y 

€atalufia,l¡b.XXI.  cap»  lOyil.—  podéis  estar  Muy  ciertos  que  oo 

Archivo  de  la  ciudad  de  Barcelo-  alzaré  la  mano  en  cuanto  fuera  de 

na.— Idr  de  la  diputación. ^Ibid.  vuestro  alivio  en  la  aflicción  en 

Labro  de  las  deliberaciones, — Cer-  qoe  os  halláis,  como  lo  esperimen- 

respondencía  entre  la  ciudad  j  el  taréis  de  mi  partemal  carifio  á  tan 

rey.— En  una  carta  con  motivo  fieles  y  leales  vasallos.» 
del  bombardeo  de  los  franceses, 


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212  HISTORIA   DE   ESPAÑA. 

ea  Madrid  uaa  de  aquellas  novedades  que  eo  ^slos 
miserables  reinados  caasabau  siempre  graaseusacion» 
y  á  las  cuales  sé  clabau  mucha  importancia,  á  saber, 
la  caída  del  ministro  Oropesa.  Apuntáremos  las  cau- 
sas que  prepararon  y  produjeron  la  caída  de  este  mi- 
nistro ,  en  quien  se  habfan .  fundado  tantas  espe- 
ranzas. ' 

Las  reformas  que  el  de  Oropesa  babia  emprendido 
y  ejecutado  en  lo  tocante  á  la  hacienda  y   rentas  del 
Estado»  no  habían  dejado  de  ir  aliviando  los  apuros 
del  tesoro,  y  hubieran  surtido  mucho  mejores  y  mas 
saludables  efectos,  á  no  haber  dadq  la  superintenden- 
.  cia  de  la  hacienda  á  su  primo  el  marqués  de  los  Ye- 
lez,  hombre  bondadoso  sii  pero  de  escasísimo  talen- 
to, que  por  lo  mismo  fió  la  dirección  de  todos  los 
negocios  de  su  cargo  á  un  criado  ó  dependiente  suyo 
4lamado  don  Manuel  García  de  Bustamante,  siígeto 
.  dotado  de  cierta  amenidad  en  el  decir^  pero  sin  nin- 
gún pudor  en  lo  de  medrar  á  costa  de  los  negocios 
que  manejaba.  Este  hombre,  progresando  en  la  es- 
cuela de  inmoralidad  que  se  habia  abierto  en  tiempo 
del  duque  de  Medínaceli  •   llevó  á  un  punto  es- 
candaloso el  tráfico-  en  la  provisión  de  los  empleos, 
inclusos  los  de  justicia,  y  aun  los  de  la  iglesia,  hasta 
llegar  á  venderse  las  togas  y  las  mitras-como  eu  pú- 
blica almoneda.   Era  voz  común  que  se   mezclaban 
como  partícipes  en  este  bpoborooso   tráfico ,  con  no 
poca  habilidad  para  hacer  subir  los  precios  de  la  gran- 


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PABTB   III.  LIBBO    V.  .  S13 

jeríá,  don  Bernardino  de  Valdés  y  el  marqués  de 
Santíllana,  indigno  de  la  limpieza  de  sos  ilustres  pro* 
genitores.  El  mas  ageno  á  esta  clase  de  negocios  era 
el  marqués  de  los  Velez;  acaso  también  lo  era  el  de 
Oropesa;  pero  no  asi  la  condesa  su  muger,  no  poco 
tildada  de  codiciosa,  y  de  quien  llegó  á  sospecharse, 
lo  que  casi  es  tan  feo  de  decir  como  de  hacer,  que  le 
alcanzaba  una  buena  parte  de  las  ganancias  que  en 
el  abasto  déla  carne,  mas  cara  de  lo  que  era  razón, 
reportaban  unos  negociantes  llaórados  los  Prietos.  Al 
hablar  de  estos  manejos  y  de  los  de  Bustamanle  es« 
clamaba  un  escritor  de  aquel  tiempo.  «Si  esto  se  ve, 
)»se  sabe,  se  consiente,  se  tolera,  y  por  último  en  vez 
»de  castigarse  se  premia;  ¿qué  estraña  nadie  qne 
)>lleneJDios  de  calamidades  á  una  monarquía,  donde 
)^el  desorden,,  la  injusticia,  la  sinrazón,  la  tiranía, 
i  la  ambición  y  el  robo  reinan?  ^^^j» 

Ya  no  se  contentaba  el  Bustamanfe  con  ser  cfco; 
quería  honores  y  posición;  y  lo  logró,  puesto  que  lle- 
gó á  obtener  plaza  en  el  consejo  de  Hacienda,  y  lue- 
go en  el  de  Indias,  y  aun  aspiraba  á  cosas  mayores. 
Semejantes  escándalos  dieron  ocasión  á  todo  é\  muq- 
do  para  murmurar  de  Oropesa,  yá  sus  envidiosos 
para  trabajar  por  derribarle.  Tenia  enemigos  fuertes, 
y  habia  sido  muy<lescaidado  en  grangearse  amigos. 

(4]    El  autor  de  las  Memorias  ra  los  empleos,  y  que  produjeron 

Mslórteas  que  esto  dice,  cita  no-  especial  escándalo,  asi  en  Espafia, 

minalmente  varias  de  las  persona¿  como  en  Flandes,  en  Italia  y  en 

é quienes  se  dieron  de  esta  mane-  las  Indias. 


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SI  4  HI8T0BIA  DB  BSPAÜA. 

CiilpábaDJe  del  retraso  que  aofríau  los  oegocios,  ba^ 
hiendo  espedientes  y  consultas  qqe  estaban  en  su  po^^ 
der  anos  enteros  sin  despachar;  y  como  el  cargo  era 
fondado»  fuéle^ menester  desprenderse  de  la  presiden- 
cía  de  Castilla,  que  hasta  entonces  se  había  empeña-» 
do  en  conservar,  y  qne  le  embarazaba  y  ocupaba 
mucho  tiempo.  Dlóse  aquella  al  arzobispo  de  Zarago* 
xa  don  Antonio  Ibañéz,  y  esto  le  atrajo  nuevos  y  muy 
temibles  enemigos.  Fué  primero  el  confesor  del  rey, 
que  lo  era  ya  Fray  Pedro  Matilla,  traído  por  el  mis^ 
mo  conde  de  Orop^sa  á  aquel  puesto,  donde  nunca 
pudo  prometerse  llegar:  pero  tuvo  la  Candidez  de  ín- 
feirr  dé  unas  palabras  del  ministro  que  iba  á  ser  él 
el  llamado  i  sucederle  en  la  presidencia ^  resintióle 
el  desengaño,  y  vengóse  en  iudisponer  al  agraciado 
arzobispo  con  el  de  Oropesa.  Uniéronse  los  dos  con 
el  condestable,  él  cardenal  arzobispo  de  Toledo,  ^el 
duque  de  Arcos  y  otros  que  ya  eran  enemigos  del 
conde,  y  sobre  todo  con  el  secretario  don  Manuel  de 
Lira,  y  todos  conspiraban  á  hacerle  caer  de  la  gracia 
del  soberano. 

Sin  repugnancia  hubiera  dejado  el  de  Oropesa  el  ^ 
mkúBterio  á  Irueque  de  descansar  libre  de  intrigas  y 
de  persecuciones,  sin  el  ascendiente  que  sobre  él 
ejercía  la  condesa  su  esposa,.muger  altiva  y  soberbia», 
que  no  podía  resignarse  á  vivir  sin  las  consideracio- 
nes«  sin  el  brillo,  y  aun  sin  el  interés  y  el  provecho , 
que  sabia  sacar  de  su  alta  posición.  La  muerte  dé  la ' 


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l»AHTtt  111.  LIUIIO  V.  SI  9 

reina  María  Luisa  de  Orleans,  y  la  venida  de  la  nueva 
reina  María  Ana  de  Neuburg,  fueiron  do9  verdaderos 
í^ontratiempos  para  el  conde  y  la  condesa  de  Oropel 
sa.  Sobre  padecer  la  reina  alemana  de  aeoidenles, 
que  en  ocasiones  la  ponían  á  morir,  y  obligaban  al 
rey  y  á  toda  la  servidumbre  á  tratarla  con^  d  mas  es* 
quísito  esmero  y  cuidado,  y  á  no  contrariarla  en  ninf» 
guno  de  sus  caprichos  y  antojos,  que  eran  muchos; 
sobre  traer  despierta  una  grao  codicia,  y  ser  de  un 
genio  dominante  y  altanero,  y  á  quien  por  lo  mismo 
el  rey^  enfermo  y  flaco»  no  se  atrevía  nunca  á  dia^ 
gustar,  metióse  de  lleno  en  el  manejo  de  los  nego^ 
cios,  y  púsose  ¿  la  cabeza  del  partido  que  babia  con* 
tra  Oropesa.  Y  como  don  Manuel  de  Ura  se  adelan^ 
tara  á  ofrecerle  todo  su  influjo  y  servicios,  hizole  la 
reina  su  inatrumento  y  au  coafldente,  y  destinábale 
para  su  ministro.  Con  este  apoyo  arrojó  ya  el  de.lira 
la  máscara  del  disimulo  con  que  hasta  entonces  ha* 
bia  pncubierto  su  odio  i  Oropesa,  y  descaradamctfite 
le  injuriaba  y  desacreditaba.  Pero  sosteníale  todavía 
la  reina  madre,  que  menospreciada  por  la  esposa  de 
su  hijo,  tenia  interés  en  maa^ner  al  conde. 

El  infelís  Garlos  II.  oía  las  murm^uradones  y  los 
chismes  que  cada  uno  le  llevaba,  y  >sia  atreverse  i 
roo>per  ni  con  Ura  ni  Oropesa»  ni  contradecir  á  la 
reina  madre  ni  á  la  reina  consorte,  contaba  reser- 
vadao^ente  á  la  una  y  al  otro  lo  que  el  uno  ó  la  otra 
en  secreto  le  decían,  haciéndose  de  este  joiodo  el  pa- 


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216  msnroftiA  db  bspaSa. 

lacio  UQ  hervidero  de  cuentos  y  de  intrigas  de  mal 
género,  qae  mas  parecía  casa  de  vecindad  qne  mo^ 
rada  de  reyes;  porqae  lo  mismo  que  las^  reinasi  y 
que  el  ministro  y  el  secrelariOi  obraban  el  confesor, 
y  el  condestable»  y  el  presidente  de  Castilla,  y  todos 
los  enemigos  del  de  Orbpesa.  Daban  armas  y  argu- 
mentos contra  éi  los  desgraciados  sucesos  de  la  guer- 
ra»  que  siempre  se  atribuyen  al  que  ocupa  el  primer 
puesto  en  el  gobierno.  Pero  la  pérdida  de  Mons  en 
Flandes,  de  que  antes  hemos  dado  cuenta^  y  la  culpa 
que  de  aquel  desastre  se  descubrió  haber  tenido  el 
marqués  d^  Gaslánaga,  imprudentemente  defendido 
por  don  Manuel  de  Lira  de  las  justas  acusaciones  que 
le  hacia  el  rey  de  Inglaterra  Guillermo  de  Orange, 
produjeron  la  separación  del  de  Lira  antes  de  ver  lo- 
grado su  deseo  de  derribar  á  su  rival.  Fué»  pues,  re- 
levado el  de  Lira  de  la  secretaria  del  despacho  uni- 
versal, y  aunque  se  le  dio  una  plaza  en  la  cámara  de 
Indias,  túvolo,  como  todo  el  mundo,  por  una  especie 
de  retiro  mas  ó  menos  honroso,  y  no  pedia  sobrelle- 
var el  peso  de  ver  asi  burladas  sus  esperanzas  ^*K 

La  caida  de  Lira  retardó  algor  pero  ya  no  bastó  á 
detener  la  del  ministro,  y  poco  tiempo  pudo  éste  go* 
zar  de  su  triunfo.  La  reina,  irritada  con  Ja  separación 
4e  su  confidente,  redobló  sus  esfuerzos  contra  Orope- 


(i)  Papel  qaB  escribió  al  rey  despide  de  la  asidCencia  del  des- 
doa  Manuel  de  Lira  por  mano  de  pacao  universal:  En  el  Semanario 
don  Juan  de  Ángulo,  en  que  se    erudito  de  Valladares,  tom.  XIV. 


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PABTB  111.  LIBRO  V.  217 

sa,  ayudada  ahora  por  el  embajador  de  Alemania,  y/ 
aun  poi*  el  mismo  emperador  á  quien  logró  interesar, 
ademas  del  confesor,  del  condestable,  del  presidente 
de  Castilla  y  los  otros  persona ges  que  antes  nombra- 
mos, los  cuales  todos  asestaron  contra  él  sus  baterías, 
Por  encariñado  que  el  rey  estuviera,  como  lo  estaba, 
con  Oropesa,  tío  pudo,  ya  resistir  á  tantos  ataques; 
cedió  al  fin,  y  undia  (24  de  junio,  1691),  le  dirigió 
el  siguiente  papel  escrito  de  su  mano:  «Oropesa;  bien 
usabes  que  me  bas  dicha  muchas  veces  que  para  con- 
»tigo  no  lie  menester  cu  mplimientos,  y  asi,  viendo  de  - 
> la- manera  que  está  esto,  que  es  como  tú  sabes,  y 
»que  si  por  justos  juicios  de  Dios  y  "por  nuestros  pe-^ 
meados  quiere  castigarnos  con  su  pérdida,  que  no  lo  , 
]» espero  por  su  infinita  misericordia,  por  lo  que  te  es- 
» timo  y  te  estimaré  mientras  viviere  no  quiero  que 
»sea  en  tus  manos;  y  así  tú  verás  de  la  manera  que 
]»ha  de  ser,  pues  nadie  como  tú,  por  tu  gran  juicio  y 
»amor  á  mi  servicio,  lo  sabrá  mejor.  Y  puedes  creer 
>que  siempre  te  tendré  en  mi  memoria,  para  todo  lo 
»que  fuese  mayor  satisfacción  tuya  y  de  tu  familia. 
»Y  asi  verás  si  ahora  te  se  ofrece  ^Igo  para  que  lo 
)»esperimentes  de  mi  benignidad  y  afecto  á  tu  perso- 
jina.— Yo  el  Rey.» 

Cuando  Oropesa  se  presentó  á  su  soberano,  y 
después  &b  algunas  reflexiones  le  manifestó  que  el 
único  medio  para  que  no  se  perdiera  en  sus  manos  ia 
monarquía  era  que  le  concediera  el  permiso  para  re*- 


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218  HISTORIA  DB  B9PAÑA. 

tirarse,  le  di|o  el  rey:  tEso  quierm^  y  es  preciso  que 
yo  me  confarme.Ti^  Eotonces  se  echaroa  mútaameDle 
los  brassos»  y  se  despidieron  tíernameQle.  A  los  dos 
dias  salió  él  de  Oropesa  de  la  corle  para  la  Paebia  do 
Montalvao,  lugar  de  su  cuñado  el  duque  de  Uceda» 
El  pueblo,  amigo  siempre  de  novedades,  se  alegró  d^ 
la  salida  del  ministro,  á  quien  por  entonces  se  ecba<* 
bao  las  culpas  de  todas  las  desgracias  y  de  todo  lo 
malo  que  sucedía.  Cuatro  dias  después  de  la  retirada 
del  conde  bizo  el  rey  consejeros  de  Estado  i  los  du« 
ques  del  Infantado  y  de  Montaito,  .á  los  marqueses  de 
YilUfranoa  y  deBurgomaine,  á  los  condes  de  Melgar 
y  de  FrigiUana  y  á  don  Pedro  Ronquillo,  conde  dQ 
Granedo  y  embajador  de  Inglaterra  ^*K 

Formábanse  diversos  cálculos  y  juicios  acerca  del 
futuro  gobierno,  lo  mismo  que  antes  sucedió  cuan* 
do  cayó  del  min'v9terío  y  de  la  privanza  el  duque  do 
Medinaceli,  Creían  unos  que  el  rey ,  cansado  y  escar- 
meuiado  de  ministros  y  validos  que  tanto  disgusto  y 
tantos  clamores  suscitaban,  se  dedicaría  por  si  mismo 
á  los  negocios,  bailándose  ya  en  edad  bastante  para 
poderlo  hacer*  Sospechaban  otros,  que  mas  acostum- 
brado á  las  diversiones  que  al  trabajo,  y  débil  de 

(4)    El  autar  do  la  ifwiorw  maneios  á  aue  d^biá  el  haber  su- 

histórieas  insertas  en  el  Semana-  bido  atan  alto  puesto.  Entre  ellos 

rio  Erudito  haoo  una  triste  pintu-  los  habia  muy  digoos,  como  el 

ra  de  h)s  escasos  méritos  y  corta  marqués  de  Villafranca,  el  de  Bur- 

capaeidad  dealganos  de  estosnae-*  gootaine,  y  9l  miando  Reoquillo,  no^ 

vos  consejeros,  y  cuenta  lo  que  obstante  ciertos  defectos, 
cadacval  había  ado  antes^  y  los 


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PAftTB  111.   LIBRO  V.  '819 

complexión  como  era,  cuando  el  estado  de  la  monar- 
quía necesitaba  mas  quien  con  robustas  fuerzas  y  dis* 
crecion  grande  remediara  las  ^desgracias  y  las  mise- 
rias y  los  desórdenes  que,  padecía,  no  era  Carlos 
quien  gobernando  por  sí  fuera  capaz  dé  evitar  la  rui« 
na  que  amenazaba,  ni  veían  tampoco  sugetos  bastante 
hábiles,  íntegros  y  capaces  á  quienes'  pudiera  fiar  la 
gobernación  con  acierto.  Unos  y  otros  discurrian  bien; 
porque  los  primeros  dias  se  copsagró  el  rey  á  los  ne- 
gocios coa  una  aplicación  inesperada  y  casi  increíble; 
mas  no  tardó  en  suceder  al  fervor  el  fastidio,  y  ca- 
yendo en  el  opuesto  estremo  de  no  resolver  oada  por 
sí  y  consultar  á  muchos,  se  abrió  )a  puerta  á  un  des- 
orden mayor  que  todos  los  (jte  antes,  aprovechándole 
^n  utilidad  propia  y  eo  daño  del  Estado,  la  reina,  el 
confesor,  el  presidente  de  Castilla  y  los  allegados  y 
servidores  de  estos,  algunos  de  los  cuales  era  mengua 
y  escándalo  entonces,  y  ahora  causa  bochorno  y  ru- 
bor tener  qne  nombrar. 

Pero  el  cuadro  que  ofrecia  el  palacio,  y  la  corte, 
y  el  gobierno  de  España^  si  no  halagüeño  antes,  las- 
timoso después  de  la  caída  de  Oropesa,  merece  ser 
bosquerjado  aparte,  por  doloroso  que  sea  9I  historia-» 
dor  actíante  de  la  honra  y  del  decoro  de  su  patria. 


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CAPITULO  X- 

LA  CORTE  Y  EL  GOBIERNO  DE  CARLOS  IL 
De  1691   A  1697.     . 


Inflaencías  que  qaedaron  rodeando  al  rey. — ^La  reina  y  sas  confideiH 
tes^  la  Berlips  j  el  Cojo.— El  conde  de  Bafios  y  don  Juan  de  Ángu- 
lo.—Inmoralidad   y  degrad9cion. — ^Escandalosos  nombramientos 

'para  los  altos  empleos.— La  Junta  Magna.— Debilidad  del  rey.— 
Busca  el  acierto  y  se  confunde  mas.— Lucha  ¿le  rivalidades  y  en^ 
▼idías  entre  los  palaciegos.— >Priv8iiza  del  duque  de  Montalto*- 
Peregrina  división  que  hace  del  reii^.— Monstruosa  Junta,  de  ter 
nieátes  günerales.— Medidas  ruinosas  de  administración.— Con- 
tribución tiránica  dé. sangre.— Resultados  desastrosos  de  estas  me- 
didas.- Carencia  absoluta  de  recursos.- Suspensión  de  todos  los 
pagos. — Estado  miserable  de  la  monarqfuía. —Vigorosa  representa- 
ción del  cardenal  Portocarrero  al  rey.— Célebre  consulta  de  una 
Junta  spbre  abusos  del4)oder  inquísitorisrl.— Vislúnibrase  el  perío- 
do de  su  decadencia.. 


Solo  tnomontáneamente  pudo  el  pnebló  alegrarse 
de  la  caida  dé  Oropesa»  porque  tardó  muy  poco  en 
conocer  que  si  la  gobernación  del  reinó  no  haVia  esta- 
do bien  en  las  manos  desgraciadas  de  aquel  ministro, 
las  influencias  que  quedaron  rodeando  al  monarca  no 
solo  no  eran  mas  beneficiosas,  sino  mucho  mas  per-- 
oiciosas  y  fatales.  Orgullosa  ia  reina  con  el  triunfo  de 


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PABTB  Ifl.'LlBEO  V.  221 

lá  salida  de  Oropesa»  se  contempló  doeña  absoluta  y 
arbitra  del  rey  y  del  gobieroo.  Y  no  era  ya  lo  peor 
so  carácter  imperioso  y  violento,  caprichoso  y  avaro, 
sino  la  gente  ruin  de  que  estaba  rodeada  y  aconseja « 
da,  y  que  por  lo  mismo  tuvo  influjo  en  la  suerte  del 

^  pais,  para  desgracia  del  reino  y  mengua  de  este  rei« 
nado. 

Era  una  de  sus  confidentes  la  baronesa  de  Berlips, 
ó  Perlips  (que  de  ambos  modos  la  nombran  los  escri- 
tores y  los  documentos  de  aquel  tiempo),  muger  de  no 
ilustre  estirpe,  pero  que  llevaba  muchos  años  de  estar 
á  su  servicio:  habíala  traido  de  Alemania,  y  el  pue- 
blo buscando  un  retruécano  burlesco  á  su  titulo  la 
llcrmaba  por  desprecie  la  Perdiz.  Con  ella  trataba  con 
cierta  intimidad  un  Enrique  Jovier  y  Wiser,  alemán 
también,  pereque  babia servido  en  Portugal,  y  de  alli 
habla  sido  espulsado  con  ignominia:  su  intrepidez  na- 
tural y  las  relaciones  de  paisanage  le  ahrieron  entra- 
da en  el  palacio  de  España,  y  era  el  que  privaba  con 
la  Berlips:  nombrábanle  el  C(^Of  porqueT  lo  era  en 
realidad,  y  las  gentes  lenian  cierta  fruición  en  desig- 
narlos por  los  apodos,  como  para  mostrar  que  les 

.  merecian  escarnio.  Y  en  verdad  no  eran  acreedpres 
á  otra  cosa  por  su  conducta  estos  dos  personages, 
cómplices  y  agentes  de  la  reina  en  sus  injusticias  y 
en  sus  dilapidaciones.  Ellos  con  sus  malas  artes  logra- 
ron echar  de  España  al  jesuíta  confesor  que  la  reina 
habia  traido  de  Alemania,  porqué  los  incomodaba  y 


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222  RISTOBIA  DS  BSPAffA. 

estorbaba  su  virtud,  y  en  su  lagar  trajeron  de  allí  un 
capuchino,  el  P.  Chíusa,  hombre  como  ellos  le  habiaa 
menester,  y  de  tal  conciencia  que  no  fuera  obstáculo 
á  sus  fines. 

Ancha  .debia  ser  aquella  para  no  oponerse  alme* 
dio  que  los  tres  adoptaron  para  hacer  en  breve  tiem- 
po su  fortuna,  que  era  el  no  poner  freno  á  su  codicia 
ni  guardar  miramiento  en  la  venta  que  hacían  de  los 
empleos,  cargos  y  dignidades,  civiles,  judiciales  6 
eclesiásticas,  que  todo  se  proveía  deesa  sola  manera. 
Tolerábanlo  de  mal  grado  y  con  repugnancia  los  gran- 
des, pero  al  cabo  lo  sufrían;  que  es  una  prueba  de  la 
degradación  á  que  ellos  mismos  habian  venido»  Y 
aun  hubo  entre  ellos  quien,  com«  el  conde  de  Baños, 
debió  á  la  intervención  de  aquellos  dos  favoritos  su 
amistad  con  la  reina,  y  las  mercedes  con  que  el  rey 
le  distinguió,  de  la  grandeza  de  España,  de  primer 
caballerizo,  y  de  gobernador  de  la  caballería,  Cosa 
que  asombró  á  todos  los  que  conocían  la  buena  inten* 
cion  del  rey,  y  Jas  costumbres  desenvueltas  del  de 
Baños.  Por  empeño  de  la  reina  y  de  su  camarilla  fué 
también  nombrado  Secretario  del  despacho  un  don 
Juan  Ángulo,  hombre  de  tan  corto  entendimiento  y 
de  tan  limitada  capacidad,  y  tan  inepto,  que  el  rey 
mismo  se  burlaba  de  él  llamándole  su  Mulo  y  solía 
decir  á  sns  criados:  Sabed  que  nómeva  mal  ccn  mi 
Mulo.  Y  para  que  no  faltara  lado  feo  á  la  elección  de 
tales  sugetos,  era  pública  voz  y  fama  que  habia  com«- 


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^ÁRTB  III.  LIBAO  V.  22^) 

prado  el  Angolo  so  destino  por  bastantes  miles  de  do* 
blones.  Tal  era  el  cuadro  inmuDclo  y  repugnante  que 
iba  presentando  el  palacio  de  los  reyes  de  Castilla  á 
poco  tieoipo  de  la  retirada  del  ministro  Orope- 
sa  (1691.) 

St  se  quitó  el  manejo  de  la  hacienda  al  impuden- 
te Busla.mante»  no  fué  por  pasarle  á  manos  mas  lim- 
pias» sino  por  ser  hechura  del  ministro  caido,  y  aun 
'  con  ser  un  concusioaajio  público  le  dejaron  la  mitad 
de  sus  gages.  Este  golpe,  junto  con  otros  desaires 
que  se  hicieron  al  marqués  de  lo^  Velez  su  padrino» 
obligaron  á  éste  á  hacer  dimisión, do  la  superinten* 
dencia»  que  á  la  tercera  instancia  le  admitió  el  rey 
(3  de  enero,  1092),  bien  que  dejándole  en  ^  muestra 
de  so  aprecio  la  presidencia  de  Indias.  Confióse  la  ad^ 
ministracfoo  de  la  hacienda  á  don  Diego  Espejo,  que 
solo  la  tttTO  basta  que  por  medio  del  confesor  de  la 
reina  logró  el  obispado  de  Málaga,  que  era  lo  que 
apetecía.  Entonces  se  puso  en  sn  lugar  á  don  Pedro 
Nuñéz  de  Prado,  á  quien  nadie  conocía,  causando  ge- 
nera! asombro  que  para  tan  importantes*  puestos  se 
fuese  á  buscar  hombres  tan  ignorados  y  oscuros:  mas 
para  que  no  lo  fuese  tanto  en  adelante  hízosele  de  re- 
pente conde  de  Adaúero. 

Quitóse  también  la  presidencia  de  Castilla  al  ar- 
zobispo de  Zaragoza  don  Antonio  Ibanez,  que  nnnca 
tuvo  ni  méritos  ni  aptitud  para  tan  elevado  cargo. 
Hasta  aqüi  Carlos  IK  no  habia*  hecho  sino  satisfacer 


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224  HISTOEIA    DB    BSPAHá. 

todos  los  antojos  de  su  esposa;  pero  volviendo  ahora 
en  sí,  y  queriendo  ya  poner  coto  al  imperioso  predo* 
minio  de  la  reina»  se  reservó  la  elección  del  sucesor 
de  Ibañez,  y  llamando  secretamente  á  don  Manuel 
Arias,  embajador  que  era  del  gran  maestre  de  la 
orden  de  San  Juan  en  España,  le  manifestó  su  reso- 
lución, no  admitiéndole  réplica  ni  escusa.  Dos  conse* 
cuencias  parecia' deducirse  de  esta  inesperada  nove^ 
dad  que  hirió  vivamente  la  altivez  de  la  reina;  la  una^ 
que  el  rey  habia  salido  de  sú  habitual  apocanvento  y 
entrado  en  una  marcha  resuelta  y  firme;  la  otra,  que 
en  lugar  de  las  nulidades  que  hasta  entonces  habian 
ocupado  los  altos  puestos  se  comenzaba  á  buscar  hom- 
bres de  mérito  y  de  capacidad,  que  por  tal  se  tenia 
al  Arias  por  un  papel  que  habia  escrito  señalando  los 
remedios  para  muchos  de  los  males  y  desórdenes  de 
la  monarquía,  pero  ambas  esperanzas  se  vieron  des- 
vanecidas bien  pronto.  Carlos,  que  solo  tenia  -pasa« 
geros  momentos  de  cierta  especie  de  energía,  cuando 
se  los  dejaban  de  alivio  sus  enfermedades,  aflojaba  tan 
pronto  como  le  volvian  á  molestar  aquellas-,  y  se 
abandonaba  á  sus  inespertos  ó  interesados  consejeros; 
y  el  Arias  no  tardó  en  acreditar  que  sobre  no  exce- 
der los  límites  de  una  medianía,  tampoco  padecía  de 
escrúpulos  por  mantener  la  ppreza  de  su  honra. 

domenzó  el  Arias  reuniendo  con  frecuencia  y 
asistiendo  á  la  Junta  Magna ^  que  se  componía  de  los 
presidentes  del  consejo  de  Castilla  y  del  tle  Hacienda, 


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PARTB  III.  MBEO  V. 


225 


de  dos  ¡Qdividaos  de  cada  uqo  de  los  dos  consejos,  de 
otros  del  de  Estado,  del  confesor  del  rey  como  teólo- 
go, y  de  un  religioso  franciscano  llamado  Fr.  Diego 
Cornejo.  Al  cabo  de  machas  reuniones  se  espidió  á 
consulta  de  la  Junta  Magna  un  real  decreto  para  cor- 
tar el  abuso  y  la  prodigalidad  que  habia  en  la  previ*- 
sionde  los  hábitos  de  las  órdenes  militares,  prescri- 
biendo que  en  lo-  sucesivo  no  se  propusiera  á  nadie 
que  no  hubiera  servido  en  la  guerra,  con  otras 
condiciones  que  se  señalaban  (4  de  setiembre,  1692), 
reservándose  no  obstante  el  rey  conferirlos  á  sugetos 
de  mérito  especial  y  de  calidad  notoria  ^*K  La  medida 


(4 )  «ReconocieDdo  (decía  este 
docameoto)  caanto  ha  descaecido 
la  eBttmacioD  de  las  órdenes  mUt- 
tares  de  Santiago,  Galatrava  y  Al- 
cántara, pues  cuando  en  otros 
tiempos  era  an  hábito  de  eílas 
premio  competente  de  heroicas 

? proezas  en  la  gaerra,  hoy  no  se 
iene  esta  merced  por  remunera-  ^ 
cion  aun  de.  los  mas  modernos 
seryicios,  á  causa  de  lo  común 
que  se  ha  hecho  este  honor :  y  con- 
vmiendo  restablecer  en  su  primi- 
tivo y  antiguo  esplendor  las  órde- 
nes, cuyo  mstitoto  y  origen  fué 
únicamente  el  de  acaudillar  y  alis- 
tar la  nobleza  en  defensa  dé  la 
religión  y  de  estos  reinos,  siendo 
a]  mismo  tiempo  sus  insignias  lus- 
troso índice  de  las  personas  de 
talento  y  virtud:  he  resuelto  que 
de  aquí /adelante  no  se  me  consul- 
te hábito  ninguno  de  las  tres  ór- 
denes para  quien  no  hobieae  ser- 
vido en  la  guerra;  porque  mí  vo- 
luntad esque  sean  para  los  milita- 
res, y  que  ademas  de  esta  gene- 

TOMO    XYII. 


ralidadqueden  reservados  los  de 
Santiago,  en  honor  y  obsequio  do 
este  santo  apóstol,  patrón,  defen- 
sor y  gloria  de  Espafia,  para  los 
que  sirven  ó  sirvieren  en  mis 
ejércitos,  armadas,  presidios  y 
fronteras,  sin  que  para  ello  nece- 
siten nueva  declaración.  Obser- 
vándpse  las  órdenes  que  están  da- 
das sQbre  el  grado  y  tiempo  de 
servicios  que  lian  oe  concurrir 
precisamente  en  el  que  pretendie- 
re  el  hábito^  quedando  solo  á  mi 
arbitrio  el  dispensarlos,  ó  por  la 
notoria  calidad  de  las  personas,  ó 
por  mérito  especial  que  los  facili- 
te; y  tambien^el  conceder  alguna 
merced 'de  hábito  de  Galatrava  ó 
Alcántara  á  ^aíen  le  mereciese  eu 
empleos  políticos,  ó  por  el  lustre 
de  su  sangre,  sin  que  ningún  con- 
sejo ó  tribunal  pasea  proponerlos, 
menos  de  proceder  orden  mia  pa- 
ra ello:  en  cuyo  cumplimiento  se 
me  dará  cuenta  del  mérito  y  cali- 
dad de  la  persona,  haciéndome 
presente  esta  resolución,  quedan- 

15 


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S26  HISTORIA  DB  BSPaSa. 

era  juslísima,  y  el  abuso  habia  hecho  iadispeasable 
k  reforma .  ¿Mas  cómo  se  cumplió  el  decreto?  Los  con- 
sejos le  observaron  los  primeros  meses,  pero  luego 
se  fué  relajando  y  confiriéndose  hábitos  á  personas 
poco  dignas»  hasta  venir  á  parar  en  que  por  influjo  de 
la  reina  y  de  sus  dos  confidentes  la  Perdiz  y  el  CcjOf 
se  diese,  no  sin  costarle  gran  desembolso,  á  un  tal  Si- 
món Peroa,  arrendador  del  tabaco.  La  fortuna  fué 
c[ue  el  encargado  de  hacer  sus  pruebas,  hombre  in- 
corruptible, é  inaccesible  al  soborno  con  que  le  ten^ 
iaron,  volvió  por  la  dignidad  de  la  orden  justificando 
que  el  Peroa 'había  sido  penitenciado  por  el  Santo  Ofi- 
cio, y  se  suspendió  su  investidura. 

6tro  tanto  aconteció  con  otra  providencia  que  hu- 
biera podido  ser  también  muy  saludable,  la  de  abolir 
las  mercedes  de  por  vida.  No  hubo  la  firmeza  nece- 
saria para  resistir  al  favor  de  los  poderosos  cuyos  in- 
tereses se  lastimaban:  las  juntas  se  cansaron  de  ver 
que  sus  informes  se  desvirtuaban  ante  la  debilidad  y 
la  condescendencia  del  rey,  y  la  medida  quedó  sin 
efecto.  Igual  resultado  tuvo  la  propuesta  que  hizo  el 
duque  de  Montalto  para  que  se  suprimiese  lo  que  se 
llamaba  el  bolsillo  del  rey,  no  obstante  que  él  cedía 
desde  luego  los  ocho  mil  ducados  que  por  aquel  con- 


do  también  á  mi  cuidado  que  las  observarlo  puntualmente  donde 

encomiendas  que  vacaren  recai-  tocare.  Madrid  y  setiembre  4  de 

gan  en  los  mifítares,  para  que  se  4692.»— En  el  Semanario  Erudito 

49gre  su  maspropia  y  natural  aplí-  de  Valladares,  tom.  XIV. 
cacion.  Tendráse  entendido  para 


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PAUTB  111.  LIDftO  T.  SS7 

cepto  percibía.  Ni  el  rey»  ni  otros  magnates  en  ello 
interesados  consiatieron  ea  prívarse^de  aqael  pingüe 
recurso. 

La  disminución  en  qna  iban  las  rentas  inspiró  al 
corregidor  de  Madrid  don  Francisco  Ronquillo  un  re- 
media singular  y  estrano,  que  el  rey  por  sugestión 
suya  adoptó,  á  saber»  el  de  traer  á  Madrid  mil  qui- 
nientos hombres  del  ejército  de  Cataluña  y  formar  con 
ellos  un  cordón  para  que  nada  pudiera  entrar  en  la 
capital  sin  registro.  Déjase  discurrir  la  odiosidad  que 
produciría  esta  medida. 

Aturdido  y  confuso  el  buen  Carlos  sin  saber  qué 
giro  dar  á  la  administración  y  deapacbo  de  los  negó* 
cios»  y  queriendo  huir  de  entregarse  al  valimiento  de 
un  primer  ministro,  cayó  en  el ,  opuesto  eslremo  de 
consultar,  no  splo  á  los  varios  consejos  y  juntas,  sino 
á  personas  particulares  de  fuera  de  ellas,  algunas  os^ 
curas  y  sin  nombre,  y  á  veces  pidiendo  informes  á  los 
que  sabía  ser  enemigos  del  que  solicitaba  ó  del  que 
proponía  un  asunto,  adhiriéndose  al  dictamen  que  le 
parecía,  y  sin  que  el  interesado  pudiera  muchas  veces 
saber  de  quien  pendía  stí  recurso,  ni  en  qué  manos 
estaba,  Y  en  medio  de  la  confusión  y  el  laberinto  que 
este  sistema  produjo,  vióse  con  nuevo  escándalo  dar 
al  llamado  el  Cojo  los  honores  de  consejero  del  de 
Flandes,  con  opción  á  ocupar  la  primera  vacante  de 
número  que  ocurriese.  Y  para  mayor  desgracia  y 
apuro,  estando  las  cosas  en  tan  miserable  estado  acó- 


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2SÍ8  HISTORIA  DB  BSPAÜA. 

metieron  al  rey  tan  terribles  accidentes  que  pusieron 

^^u  vida  en  inminente  peligro  (1693). 

El  cuidado  y  esmere  con  que  le  asistió  en  sn  en-, 
fermedad  el  conde  de  Monterrey  por  indisposición  del 
duque  del  Infantado»  su  genlil-hombre  de  cámara» 
dejó  tan  agradecido  á  Cario?,  que  cobró  á  aquel  magna- 
te tanto  cariño  como  repugnancia  le  babia  tenido  antes, 
y  le  hizo  del  consejo  de  Estado.  Pero  esto  mismo 
atrajo  al  de  Monterrey  los  celos  y  la  envidia  de  otros 
grandes,  y  muy  especialmente  del  duque  de  Monlal- 

,  to,  que  tuvo  maña,  no  solo  para  neutralizar  y  des- 
virtuar la  nueva  iúBuencia,  sino  para  alzarse  con  la 
privanza,  no  fallándole  mas  que  teneí*el  nombre  de 
valido.  A  poco  tiempo  de  esto  murió  el  marqués  de 

'  los  Velez  (15  de  noviembre,  1693),  cargado  de 
achaques  y  de  pesadumbres,  que  habian  llegado  á 
trastornarle  el  juicio,  dejando  vacante  la  presidencia 
de  Indias  ^^K  Murió  también  luego  el  duque  del  In- 
fantado, que  era  sumiller  de  Corps.  Movióse  con  esto 


(I)    cFaé  hombre  (dice  el  autor  gasto  que  tenia...  Aunque  su  ta- 

de  las  Memorias  contemporáneas  lento  no  fué  nunca  capai  para 

'  de  que  tomamos  e8tasnotic¡as),de  desempeñar  los  puestos  que  ocu- 

moderada  capacidnd,  de  grande  p<v  como  tenemoi  en  nuestra  £s- 

humanidad,  blandura  y  cortesía,  paña  la  mala  costumbre  de  mu- 

aunque  contrapesada   con  una  ehos  años  á  esta  parte,  de  quepa- 

grande  ostentación, 'y  á  las  veces  ra  los  mayores  empleos  se  haya 

con  gran  soberbia...  Tan  poco  de  buscary  no  la  suficiencia,  sino 

atento  á  los  intereses  de  su  casa,  la  ^rande%a  ayudada  del  favor^ 

X[ue  en  medio  de  sor  considerable  habiendo  tenido  el  marqués  el  de 

suma  la  que  gozaba  con  los  gajes  su  madre,  que  se  hallaba  siendo 

de  sus  puestos  y  las  rentas  de  sus  aya  del  rey,  le  fué  fácil  obtener 

estados,  era  necesario  empeñarse  para  principio  de  su  carrera  el 

por  no  alcanzar  el  desorden  del  gobierno  de  Oran,  etc.» 


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PAATB  m.   LIBRO  V.  SS9 

iioa  tiva  lucha  de  intrigas  entre  los  preteadientes  i 
los  dos  cargos  y  los  protectores  y  amigos  de  cada 
UDO,  tomando  la  parte  mas  activa  en  esta  guerra  la 
reina,  el  confesor,  el  de  Monta! to,  el  de  Monterrey, 
el  de  Ádanero,  el  almirante,  eí  condestable,  el  conde 
de  Bena vente  y  otros,  recayendo  al  fin  la  presidencia 
de  Indias  en  el  de  Monlalto,  y  la  snmilleria  de  Corps^ 
por  ruegos  y  lágrimas  de  la  reina,  en  el  de  Benaven- 
te,  y  quedando  en  alto  grado  quejosos  y  desabridos 
lodos  los  demás  no  agraciados. 

Aunque  el  de  Mbntallo  iba  logrando  cada  dia 
mayores  aumentos  en  la  gracia  del  rey,  sin  que  na- 
die pudiera  competirle  en  la  preferencia,  temia,  sin 
embargo,  cargar  él  solo  con  lodo  el  pesó  del  gobier- 
no en  el  infeliz  estado  en  que  se  encontraba  la  oto- 
narquía,  y  temia  también  los  peligros  en  que  podían 
ponerle  tantos  émulos  y  rivales.  Por  tanto  su  primer 
pensamiento  fué  retirarse;  mas  no  resolviéndose  á  re- 
nunciar á  las  dulzuras  del  mando  y  á  los  halagos  de 
la  posición,  inventó  un  medid  muy  peregrino  para 
contener  ¿  sus  principales  enemigos  y  envidiosos, 
que  (úé  proponer  al  rey,  so  protesto  de  compartir  los 
trabajos  del  goÍ3Íerno  á  que  le  era  imposible  acudir 
él  solo,  dividir  el  reino  en  cuatro  grandes  porciones 
ó  distritos,  distribuyendo  el  mando  superior  de  ellos 
entre  él,  el  condestable,  el  almirante  y  el  coade  de 
Monterrey.  El  monarca  estimó  la  propuesta*  y  en  su 
virtud  expidió  uo  de<;reto  nombrando  al  condestable 


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230  HISTORIA  DB  ESFaKa. 

teniente  general  y  gobernador  de  Castilla  ia  Yiejat 
al  duque  de  Montalto  de  Castilla  la  Nneva,  al  almi- 
rante de  las  dó8  Andalucías»  Alta  y  Baja,  y  de  las  is- 
las Canarias,  y  al  de  Monterrey  de  los  reinos  de  Ara- 
gón, Navarra,  Valencia  y  Principado  de  Cataluña. 
Mas  no  permitiendo  al  de  Monterrey  su  quebrantada  . 
salud  el  desempeña  de  aquel  cargo^  Mzose  nuevo  re- 
partimiento, señalando  al  de  Montalto  los  reinos  de 
Aragón,  NaVarra,  Valencia  y  Principado  de  Cataluña, 
al  condestable  el  de.Galicia,  el  Principado  de  Astu- 
rias y  las  dos  Castillas,  y  al  almirante  las  Andalucías 
y  Canarias.  La  autoridad  de  estos  cargos  era  superior 
á  la  de  todos  los  tribunales  y  consejos,  y  á  la  de  to-^ 
dos  los  vireyes  y  capitanes  generales,  y  era  poner  al 
rey  como  ea  tutela,  y  hacerse  cada  uno  una  especie 
de  patrimonio  de  la  parte  de  monarquía  que  se  ad- 
judicaba. 

Con  tan  estravagante  idea  creyó  el  de  Montalto 
recoger  muchos  aplausos;  mas  lo  qne  sucedió  fuéqne 
los  consejos  y  tribunales  protestaron,  algunos  gene- 
rales y  vireyes  hicieron  dimisión  de  sus  empleos, 
y  se  movió  un  descontento  y  una  irritación  general. 
Ellos,  sin  embargo,  entraron  en  el  ejercicio  de  sus 
monstruosos  cargos,  celebrando  dos  reuniones  por  se- 
mana, y  acordando  en  una  de  las  pripieras  qiie  se 
,  formara  una  junta  de  ministros  á  6n  de  que  arbitrara 
los  recursos  necesarios  parala  guerra.  Esta  junta, 
eñ  que  no,  faltaron  los  dos  eclesiásticos  de  la  Junta 


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'       PARTB  111.  LIBRO  V.  231 

Magna,  el  confesor  y  el  franciscano  Cornejo,  después 
de  muchas  y  frecuentes  conferencias,  acordó:  1  .^  que 
no  se  pagase  merced  alguna  en  todo  el  año  1694: 
S."*  que  por  el  líiísmo  año,  no  obstante  haberse  saca- 
do en  el  anterior  un  cuantioso  donativo  á  todos  los 
consejos,  grandes,  y  títulos,  cediesen  todos  los  em- 
pleados del  Estado,  incluso  los  ministros,  la  tercera 
parte  de  sus  sueldos:  3.''  que'  se  pidiese  un  donativo 
general  en  todo  el  reino,  sin  escepcion  de  personas^ 
siendo  de  trescientos  ducados  el  de  cada  tftulo,  de 
doscientos  el  de  cada  caballero  de  las  órdenes»,  y  con- 
tribuyendo los  demás  en  proporción  á  su  fortuna.  Se 
sometió  á  varios  ministros  la  cobranza  de  este  im- 
I^uesto,  y  fueron  las  únicas  resoluciones  que  tomó 
aquella  junta  ^*). 

La  que  se  llamaba  de  los  Tenientes,  dtscnrriendo 
cómo  y  por  qué  medios  levantaría  gente  para. la  guer- 
ra que  en  Cataluña  como  en  todas  partes  continuába-r 
mos  sosteniendo  contra  la  Francia,  determinó  queon 
todas  las  ciudades,  villas  y  lugares  del  reino  se  pidie- 
ca  y  sacara  un  soldado  por  cada  diez  vecinos,  man* 
dando  á  las  justicias  y  corregidores  que  tuvieran  toda 
esta  gente  dispuesta  para  principio  de  marzo  (1695). 
Levantó  esta  medida  un  clamoreo  universal  en  el  rei- 
no,  llevó  la  congoja  y  la  perturbación  á  las  familias, 

(i).   Decreto  de  Garlos  ü.  exi-  goerra.— MS.  de  la  Biblioteca  de 

giendo  la  tercera  parte  de  los  suel-  la  Real  Academia  de  la  Historia, 

dos  de  todos  los  empleos  para  Archivo  de  Salazar.  Est.  4.4^ 
atender  á  las  necesidades  de  Id 


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S38  HISTOEIA  DB  ESPAKa. 

y  llovieron  quejas,  represeotaciones  y  protestas  coo- 
tra  ella.  Pero  á  todo  se  hicieron  sordos  los  reyezue-* 
los  de  la  junta»  ni  atendieron  á  mas  que  &  hacer  eje-» 
CQtar  y  cumplir  so  tiránico  mandamiento.  A  su  vez  la 
mayor  parte  de  aquellos  á  quienes  tocaba  la  suerte  - 
se  iban  fugando,  y  para  evitar  este  mal  y  no  verse 
comprometidas  las  justicias  metian  en  prisión  á  los  que 
oaian  soldados;  mas  como  fuese  preciso  mantenerlos, 
y  acudieran  los  corregidores  á  los  de  la  junta  para 
que  proveyeran  el  medio  de  sustentarlos,  respondían^ 
les,  que  le  buscaran  ellos.  ^ 

Fueron  por  último  enviados  á  las  provincias  los 
oficiales  destinados  á  recoger  la  gente;  pero  sucedia' 
que  á  Madrid,  donde  habian  de  reunirse,  no  llegaban 
la  mitad  de  los  que  salían  de  los  pueblos,  y  á  Gataln* 
ña  no  llegaba  la  coarta  parte  de  los  que  habian  sali* 
do  de  Madrid.  En  el  desórdea  é  inmoralidad  á  que 
había  venido  todo,  se  averiguó  que  los  mismos  oficia- 
les facilitaban  la  fuga  á  los  qqe  se  la  pagaban  bien. 
Y  eñ  esta  malhadada  conscripción  se  consumió,  no 
solo  todo  el  producto  del  donativo,  sino  ademas  lo 
poco  que  había  en  las  arcas  del  tesoro  ^^. 

A  Qiayor  abundamiento  reinaba  la  discordia  entre 
los  mismos  tenientes,  en  particular  entre  el  almirante 
y  el  de  Montalto,  protegido  aquél  por  la  reina  y  el 

(4)  «De  manera,  dioe  tteeacri-  así  coibo  ni  tampoco  atiento  he- 
lor contemporéneo.  qae  á  la  hora  cho,  n¡  para  laa asistencias  de  Mi- 
presente  no  hay  ni  ainéro,  ni  efoo-  lan,  ni  para  las  de  Phndes,  ni  pa- 
to pronto  de  que  poderse  servir,  ra  las  deGatalafia.j» 


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rARTB  111.  LlttftO  Y.  S33 

confesor,  apoyado  éste  en  el  afecto  y  eo  la  coúSaos» 
del  rey,  y  gozándose  en  ello  el  condestablé,  y  fomea* 
tando  con  mana  y  sagacidad  la  mal  encubierta  riva^ 
lidad  de  sus  compañeros.  Por  otra  parte  los  consejos 
no  dejaban  de  trabajar  contra  el  de  Monlalto^  autor  y 
causa  de  la  postergación  én  que  se  veian,  y  él  mismo 
con  su  conducta  se  iba  enagenando  las  simpatías  que 
antes  habia  tenido,  tratando  y  respondiendo  con  se* 
Teridad  y  aspereza  á  Tos  pretendientes,  dificultando  y 
casi  cerrando  á  todos,  aun  á  ios  mas  amigos,  el  acceso 
al  rey,  y  no  queriendo  auxiliarse  de  nadie  para  sus 
trabajos,  como  quien  presumia  bastar  él  solo  para 
todo,  siendo  la  verdad  que  todo  lo  tenia  atrasado,  con 
lo  cual  se  fué  haciendo  tan  aborreoíble  como  habia. 
sido  apreciado  antes* 

Consumidos  los  productos  del  donativo  forzoso,  y 
no  habiendo  ccm  qué  acudir  á  las  necesidades  de  la 
guerra  de  Cataluña^  fórmese  á  propuesta  del  duque 
otra  junta  de  ministros  y  teólogos  presidida  por  él 
mismo,  para  tratar  de  si  convendría  emplear  de  nueva 
el  propio  arbitrio;  y  reconocida  la  necesidad  por  la 
mayoría,  expidió  el  rey  el  decreto  correspondiente* 
Mas  en  tanto  qun  se  obtenían  los  resultados;  que  na 
podian  ser  en  manera  alguna  muy  satisfactorios,  lia* 
mó  la  junta  de  los  Tenientes  al  presidente  de  Hacien- 
da para  ver.  con  qué  recursos  podría  contarse  de 
pronto.  Hícíéronle  sentar  en  un  banquillo  que  le  te- 
nían prevenido,  de    cuyo  tratamiento  él  s&  quejó 


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,      S34  HISTOEIA  DB  ESPaHa. 

ágríaínente,  diciendo  que  si  no  por  su  persona,  por 
la. dignidad  del  ministerio  que  ejercía,  y  del  rey  á 
quien  representaba,  merecía  ser  mas  considerado: 
mas  ni  por  eso  moderaron  su  orgullo  aquellos  sober- 
bios magnates.  De  la  conferencia  no  sacaron  otro  fru- 
to que  la  ninguna  esperanza  de  los  recursos  que  ne- 
cesitaban. Asi  fué  que  se  dieron  órdenes  para  que  no 
96  pagaran  libranzas,  juros,  ni  rentas  algunas,  y  so- 
lamente logró  cobrar  alguno  que  se  valia  del  favor  y 
la  influencia  de  la  Berlips,  y  en  verdad  que  no  alean*- 
zaria  de  valde  este  privilegio. 

En  situación  tan  apurada,  estrecha  y  miserable, 
llegaban  cada  día  al  rey  correos  y  despachos  de  Mi- 
lán, deFlandes  y  de  Cataluña  (1696),  dando  aviso 
de  las  numerosas  tropas  francesas  que,  ó  se  estaban 
esperando  en  aquellos  dominios,  ó  los  habían  invadi- 
do ya,  y  de  las  necesidades  que  allá  se  padecían,  y  de 
la  imposibilidad  de  defenderlos  si  no  se  remediaban. 
Mascóme  esto  pertenezca  ya  á  los  sucesos  de  la  guer- 
ra, de  que  habremos  de  dar  cuenta  en  otro  capítulo> 
reservámoslo  para  el  lugar  á  que  pop  su  naturaleza 
corresponde. 

Sobreesté  infeliz  estado  de  la  monarquía  había 
llamado  ya  algunas  veces  la  atención  del  no  menos 
infeliz  monarca  el  arzobispo  cardenal  Portocarrero, 
que  en  enero  de  4695  le  había  dicho  entre  otras  co^ 
sas,  que  era  muy  conveniente  salieran  de^ Madrid  los 
sugetos  que  estaban  destruyendo  los  pueblos,  «que 


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PAfeTB  111.  LIBRO  ▼.  236  - 

»soD,  decía,  los  que  nombré  á  Y.  M.  en  11  de  dí«» 
)iciembre  de  1694  en  el  Consejo  de  Establo  que  se 
» tuvo  en  su  real  presencia;  y  sería  en  mí  culpable 
«omisión  no  repetir  á  Y*  M.  mi  rendida  súplica  para 
»qne  esta  gente  salga  de  los  dominios  de  Y.  M.,  y  Qn 
i»lo  restante  se  dé  planta  conveniente  para  que  estos 
«reinos  no  se  vean  en  el  abandono  que  boy  se  consi- 
»deran,  reconociéndose  destruidos  y  arruinados»  no 
«por  el  servicio  de  Y.  M.  sino  por  superfluidades  y 
«disipaciones  indignas,  estando  atropellada  y  vendida 
«la  justicia  y  desperdiciada  la  gracia»  debiendo  ser 
«éstas»  bien  dispensadas  y  observadas,  la  base  funda* 
«mental  con  qoe  se  aliente  e)  amor  y  servicio  de 
>Y.  Mm  que  como  tengo  dicho,  ambas  contribuyen  á 
«la  total  enagenacion  del  corazón  de  los  vasallos,  que 
«es  la  mayor  pérdida  que  Y.  M.  puede  haber;  y  están 
«hoy  desesperados  de  lo  que  ven,  tocan  y  padecen, 
> no  conviniendo  afligirlos  mas,  pues  públicamente  y 
>sin  reserva,  alguna  están  discurriendo  muchas  nove- 
«dades,  y  con  el  celo  de  laús  grandes  obligaciones 
«á  Y.  M.  no  pudo  omitir  hacer  personalmente  esta 
«representación. ••.  etc.  (*>•« 

Y  como  en  vez  de  disminuir  observase  el  prelado 
que  crecian  los  desórdenes  del  gobierno  y  las  cala- 
midades públicas,  dirigió  al  rey  en  8  de  diciembre  de 
1696  otra  mas  estensa  y  mas  enérgica  representación, 

(O   MS.  de  la  Real  Academia    de  la  Historia,  Papeles  de  Jesiiítas» 


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SS6  RlfTOEU  DB  KIPáÍIa. 

en  que  por  menor  y  cod  toda  claridad  le  iba  señalan- 
do las  causas  de  los  males.  «Han  nacido  estos,  le  de- 
neis»  de  la  candidísima  conciencia  de  Y.  M»»  qne 
^deseando  lo  mejor,  ha'  entregado  su  gobierno  total  al 
»qnela  dirige  y  encamina.»  Pasaba  luego  revista  á 
sus  confesores:  decia  de  Fr.  Francisco  Reluz  que  di- 
rigia  con  acierto  las  cosas,  pero  que.  los  poderosos 
enemigos  de  la  reina  madre  le  apartaron  de  su  lado 
para  traer  al  Padre  Bayona,  hombre  docto  y  resuelto^ 
aunque  excesivamente  contemplativo,  el  cual  murió 
luego.  Que  su  sucesor  el  P.  Carbonell,  varón  docto  y 
santo,  liabia  encontrado  ya  el  daño  muy  arraigado,  y 
por  no  poderle  remediar  se  retiró  á  su  obispado  de 
Sigttenza.  Que  luego  vino  el  P.  Matilla,  causa  de  la 
ruina  de  S.  M«  y  del  reino:  el  cual^  después  de  babee 
abusado  cono  director  de  la  conciencia  del  rey  parjs 
derribar  al  ministro  Oropesa;  y  quedado  dueño  abso- 
luto del  gobierno,  se  mantenía  en  él  aterrando  al  ti-- 
morato  monarca  con  ejemplos  artificiosos  sacados  de 
Dios  y  de  Luzbel,  y  con  sutilezas  sofísticas,  confun- 
diendo lo  humano  con  lo  dívinef^que  con  mañosas  ar- 
tes se  habia  grangeado  la  gratitud  de  la  reina  y  do« 
aunándola  hasta  disponer  á  su  antojo  de  los  destinos 
de  palacio,  y  pasar  por  su  mano  la  previsión  de  to- 
dos los  empleos  públicos. 

Que  solo  por  antojo  y  por  interés  del  confesor  se 
habia  dado  el  escándalo  de  traer  á  la  presidencia  de 
la  Hacienda  á  un  hombre  tan  oscuro  como  don  Pedro 


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PAETB  lll.  L1BE0  ▼•  SS7 

Ñoñez  de  Prado»  simple  comisionado  de  un  arrenda- 
dor, haciéndole  luego,  con  general  asombro,  conde 
de  Adanero  y  asistente  de  Sevilla.  Que  el  tal  Nonez 
de  Prado  habiá  quitado  á  todos  sos  haciendas,  supri- 
mido todas  las  mercedes  á  viudas  y  huérfanos  otorga- 
das por  servicios  hechos  á  S.  M»,  negado  ei  pago  de 
las  libranzas  mas  legítimas,  y  hecho  otras  tiranías  que 
arrancaban  á  todos  el  corazón.  Qoe  en  el  reino  no  fal- 
taban riquezas,  caudales,  plata,  joyas  y  tesoros,  pe* 
ro  que  el  miedo  lo  tenia  todo  escondido.  Que  siendo 
las  mismas  las  rentas  reales^  pues  no  se  había  supri- 
mido ningún  tributo,  por  16  menos  antes  había  una 
armada  permanente  y  se  mantenían  ejércitos  en  Flan- 
des,  Milán,  Cataluña,  las  Castillas  y  Galicia,  y  ahora 
todo  había  desaparecido,  perdiéndose  no  solo  los  era- 
rios reales,  sino  otro  principal  erario  de  los  reyes, 
que  es  el  amor  desús  vasallos;  todo  por  culpa  «de 
ese  fiero  y  cruel  ejecutor  de  las  tiranías  del  Padre Ma- 
tilla.)»  Que  no  satisfecha  la  hidrópica  ambición  del 
confesor  y  de  Adanero,  habían  elevado  á  los  mas  altos 
cargos  á  sus  amigos,  y  los  oHnislros  y  consejeros  vo- 
taban lo  que  ellos  querían;  que  no  contentos  con 
mandar  en  España,  disponían  de  todos  los  empleos 
del  Nuevo  Mundo;  y  que  este  género  de  misteriosa 
privanza  procuraban  conservarle  entreteniendo  á 
S.  M.  con  juegos,  músicas  y  jardines. 

Finalmente,  después   de  enumerar  el  cardenal 
varios  de  los  otros  males  que  nosotros  hemos  apunta- 


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2S8  HI8TMIÁ  DB  BSPíJIa* 

do,  coDcioia  diciendo  que  el  descontento  y  las  que- 
jas de  toda  la  nación  se  desahogan  en  escritos»  pape* 
Iones  é  invectivas,  que  era  urgente  poner  remedio  á 
aquel  estado,  y  oir  una  vez  los  justos  lamentos  de 
tantos  y  tan  leales  vasallos  ^*K 

Aqui  terminaríamos  la  resena  que  en  este  capítu- 
lo nos  propusimos  hacer  da  la  corte  y  del  gobierno 
de  Cárlos'II.  en  este  periodo,  si  no  nos  llamara  la 
atención  un  importantísimo  documento  sobre  una  de 
las  graves  materias  y  asuntos  de  Estado  de  aquel 
tiempo,  del  cual  nos  imponemos  gustosos  el  deber  de 
dar  cuenta  á  nuestros  lectores,  porque  él  revela  con 
no  poco  consuelo  las  ideas  que  ya  germinaban  en  las 
cabezas  de  los  hombres  ilustrados,  en  una  época  que 
parecia  toda  de  ignorancia,  de  fanatismo  y  de  hipo- 
cresía. Es  un  estenso  y  luminosísimo  informe  que  dio 
á  Garlos  11.  una  junta  especial  que  el  rey  formó  para 
que  emitiese  sü  dictamen  acerca  de  las  competencias 
que  tiempo  había  se  venian  suscitando  entre  el  tribu- 
nal de  la  Inquisición  y  los  consejos  reales  sobre  pun- 
tos de  jurisdicción,  y  sobre  las  facultades  y  privilegios 
que  el  Santo  Oficio  iba  usurpando  y  arrogándose  en 
todas  las  materias,  para  tomar  el  rey,  en  vista  de  su 
informe,  la  resolución  mas  conveniente. 

La  junta,  después  de  examinados  los  antecedentes 


(4¡    Consulta  del  cardenalPor-    de  la  H¡dtoria,MS.DÚm.Si5.— Ma« 
tocar  rero;  Papeles  de  jesai  tas  per-    nascrito  de  la  Biblioteca  nacional 


tenecientes  á  la  Beal  Academia    sefialado  R.  54. 


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PAETB  III.  LIBAO  V.  S3d 

que  obraban  en  los  consejos  de  Castilla,  de  Aragón, 
de  Italia,  de  Indias  y  de  las  Ordenes,  decia:  cRecono- 
>cidos  estos  papeles,  se  halla  ser  mny  antigua  y  muy 
» universal  en  todos  los  dominios  de  Y.  M.,  donde  hay 
«tribunales  del  Santo  Oficio,  la  turbación  de  las  juris* 
«dicciones,  por  la  incesante  aplicación  con  que  los 
>inquis|dores  han  porfiado  siempre  en  dilatar  la  suya 
>con tan  desarreglado  desordenen  el  uso,  en  los  casoisi 
•y  en  las  personas,  que  apenas  han  dejado  ejercicio 
>á  la  jurisdicción  real  ordinaria,  ni  autoridad  á  los  que 
»la  administran.  No  hay  especie  de  negocio,  por 
>8geno  que  sea  de  su  insütulo  y  facultades,  en  que 
>con  cualquier  flaco  motivo  no  se  arroguen  el  cono- 
Bcimiento.  No  hay  vasallo  por  mas  independiente  que 
»séa  de  su  potestad,  que  no  lo  traten  como  á  súbdi- 

»to  inmediato No  hay  ofensa  casual,  ni  leve  des- 

]iicomedimiento  contra  sus  domésticos,  que  no  le  vén- 

>guen  y  castiguen  como  crimen  de  religión Nó 

•solamente  estienden  sus  privilegios  á  sus  depen- 

«dientes  y  familiares no  les  basta  eximir  las  per- 

Bsonas  y  las  haciendas  de  los  oficiales  de  todas  las 
Bcargas  y  contribuciones  públicas,  por  mas  privilegia- 
idas  que  sean,  pero  aun  las  casas  de  sus  habitaciones 
«quieren  que  gocen  la  inmunidad  de  no  poderse  es« 

«traer  de  ellas  ningunos  reos En  la  forma  de  sus 

«procedimientos  y  en  el  estilo  de  sus  despachos  usan 
«y. afectan  modos  con  que  deprimir  la  estimación  de 
«los  jueces  reales  ordinarios,  y  aun  la  autoridad  de 


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840.  HISTOEIA  DB  BSPAflA. 

»los  magistrados  superiores;  y  esto  no  solo  en  las 
oimaterías  judiciales  y  contenciosas,  pero  en  los  pan* 
»tos  de  gobernación  política  y  económica  ostentan 
vesta  independencia  y  desconocen  la  soberanía.» 

Hacía  luego  la  junta  una  curiosa  y  erudita  reseña 
histórica  de  los  escesos  y  abasos  cometidos  por  los 
inquisidores^en  su  afán  dejnvadir  los  derechos  y  atri- 
buciones de  la  antorídad  real  y  de  la  potestad  civil 
desde  la  creación  del  tribunal  de  la  Fé  hasta  aquellos 
dias;  recordaba  las  competencias  que  en  cada  reinado 
se  hablan  motivado  en  materia  de  jurisdicción;  enu« 
moraba  las  diferentes  medidas  que  para  contener 
aquel  espíritu  invasor  habia  sido  menester  tomar  en 
cada  época;  quejábase  de  la  inobservancia  de  aquellas 
providencias  por  parte  de  los  inquisidores;  lamentá- 
base de  la  frecuente  eslralimitacion  de  sus  facultades, 
de  la  usurpación  dé  inmunidades  y  privilegios,  del 
abuso  que  babia  hecho  siempre  de  las  censuras,  y  de 
sus  ilegales  y  tiránicos  procedimientos;  demostraba 
que  nb  tenia  la  Inquisición  otra  jurisdicción  en  lo  tem- 
poral que  la  que  los  reyes  le  hablan  dado  y  le  podian 
retirar,  y  que  lo  que  en  otro  tiempo  habia  otorgado 
Qua  piedad  confiada  podía  ahora  mejorarlo  una  espe- 
ríenpia  advertida;  y  concluía  diciendo: 

«Señor:  reconoce  esta  junta  que  á  las  despropor- 
»ciones  que  ejecutasen  los  tribunales  del  Santo  Oficio 
> corresponderían  bien  resoluciones  mas  vigorosas. 
«Tiene  V.  M.  muy  presentes  las  noticias  qne  de  mu- 


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^ART«HI.  MBRO  V.  241 

»obo  tiempo  á  est?  parte  han  llegado  y  no  cesan  de 
»ias  novedades  que  en  todos  los  dominios  de  V.  M. 
iintentan  y  ejecutan. los  inqnisidores,  y  de  la  traba- 
»josa  agitación  en  qué  tienen  á  los  ministros  reales. 
>¡Qué  inconvenientes  no  han  podido  producir  los  ca- 
nsos de  Cartagena  de  las  Indias,  Méjico  y  la  Puebla, 
.»y  los  cércanosle  Barcelona  y  Zaragoza,  si  la  vigi- 
»lant(siiBa  atención  de  V.  M.  no  hubiera  ocurrido  con 
«tempestivas  providencias!  Y  aun  no  desisten- los  in- 
«qaisídores,  porque  están  ya  tan  acostumbrados  á  go* 
«zarde  la  tolerancia,  que  se  les  ha  olvidado  la  obe- 

ndiencia A  la  junta  parece,  por  lo  que  V.  M.  se 

»ha  servido  de  cometerla,  que  satisface  á  su  obliga- 
>cioa  proponiendo  estos  cuatro  puntos  generales: 
•Que  la  Inquisición  en  las  causas  temporales  no  pro- 
»ceda  con  usuras:  Que  si  lo  biciesei  usen  los  tribuna-. 
»les  de  V.  M.  para  reprimirlo  el  remedio  de  las  fuer- 
»za8:  Que  se  modere  el  privilegio  del  fuero  en  los 
•ministros  y  familiares  de  la  Inquisición  y  en  las  fa- 
>milias  de  los  inquisidores:  Que  se  dé  forma  precisa 
ȇ  la  mas  breve  espedicion  de  las  competencias.  Es* 
>to  será  mandar  Y.  M.  en  lo  que  es  todo  suyo;  res- 
Ktablecer  sus  regalías;  componer  el  uso  de  lasjuris- 
» dicciones,  redimir  de  intolerables  opresiones  á  los 
•vasallos,  y  aumentar  la  autoridad  de  la  Inquisición, 
»pues  nunca  será  mas  respetada  que  cuando  se  vea 
»ma8  contenida  en  su  sagrado  instituto,  creciendo  su 
» corso  con  lo  que  ahora  se  derrama  sobre  laÉmár- 
Tuvo  rvii.  '  16 


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242  HISTORIA   DB   ESI^AÜA. 

«genes,  y  convirtieDda  ájos  negocios  de  la  fé  so  cuí- 
•dado,  y  á  los  eDeiDÍgo&  de  la  religión  sü  severidad. 
»Este  será  el  ejercicio  perpetuo  d^l  Santo  Oficio;  san- 
óte y  saludable  cauterio,  que  aplicado  á  donde  hay 
«llaga  la  cura,  pero  donde  ñola  hay  la  ocasiona  ^*^» 
Semejante  consulta  hecha  á  un  monarca  (an  su^ 
persticioso  como  Carlos  IIm  y  tales  doctrinas  emitidas 
por  una  junta  de  hombres  doctos  á  los  diez  y  seis 
'  anos  de  haberse  ejecutado  el  célebre  auto  de  fé  de  la 
Plaza  Blayor  de  Madrid,  podían  sin  duda  considerar* 
se  como  el  anuncio  de  que  la  casi-omnipotencia  in* 
quisitorialv  que  llevaba  mas  de  dos  siglos  de  un  pre- 
dominio siempre  creciente,  iba  á  entrar  en  el  periodo 
de  su  decadencia. 

(4)    Colección  de  leyes  y^eales  provechosa  copia  de  datos^  que  á 

cédulas;  Beinadó  de  Garlos  II.  pesar  de  su  macha  ostensioo  nos 

MM.  SS.  de  la  Biblioteca  de  la  hemos  decidido  á darlo  pora pén- 

Real  Academia  de  la  Historia,  to-»  dice  á  la  historia  de  este  reinado, 

maXXX.— La  consulta  es  de  21  mucho  ma&  cuando  no  sabemos 

4e  mayo  de  4696.  que  haya  sido  dado  hasta  ahora  á 

Es  tan  importante  este  docu-  la  estampa,  y  llamamos  hacia  él 

mentó,  y  esta  eacríto'con  tanta  la  atención  de  nuestros  lectores, 
•rudicion,  y  con  tan  abundante  y 


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CAPITULO  \\. 

GUERRA  CON  FRANCIA. 
riU  DB  RISWIC». 

»e1692é1i597. 

Campana  de  Flandes.— Asiste  Lais  XIV.  en  persona  al  sitio  y  con- 
qoíMa  de  Naamr.— derrota  Lexembvrg  á  los  aliados  en  Steinker- 

'  que.— Desastre  de  la  armada  francesa  en  la  Hogue.— Célebre 
triunfo  del  ejército  francés  en  Jieerwinde.— Victoria  naval  del  al- 
mirante Tourville.— Maerte  de  Luxemburg :  sucédele  Villeroy. — 
Repobrao  los  aliados  ú  Namur«— GampofiSs  do  Itaita.'— Trtonfos  d^ 
Catinat.— Tratado  parücalar  opiro  Lais  XIV.  y  el  daqoe  de  Sabo- 
ya.—- Gampafias  de  Gatalafia.— Viremato  del  duqae  de  Medinasi- 
donía.— Piérdese  la  plaza  de  Rosas.— Vireinato  del  marqués  de  Vi- 
lifliia.^Rerrota  de  los  espafloles  «rulas  del  Ter.^-mérdense  Gero- 
na, Hostairíeh  y  otras  plazas. ^Vireinato  del  marqués  do  Gasta- 
fiaga.— Proezas  de  los  miqoeletes,— Recibe  grandes  refuerzos  et 
ejército  espafiol.— Es  derrotado  orillas  del  Tordera. — ^Vireinato  de 
doB  Franmeo  do  Velaaeo.— Sitio  y  ataque  da  Barcelona  por  los 
IroBoeaes.— Ftojedad  y  cobardea  del  Tirey.— Ardor  de  los  catala* 
nes,— Barcelona  se  rinde  y  entrega  al  duque  de  Vendóme.— Tratos 
y  negociaciones  para  la  paz  general — Capítulos  y  condiciones  de 
la  paz  do  Riowick.— Dosconfiaina  do  quo  descaaso  la  Europa  do 
tantas  guerras  —Objeto  y  n&ms  dol  francés  ee  el  tratado  4o  paz  do 
Riswick. 

La  guerra  que  cod  los  ejércitos  de  Luis  XIV.  es- 
tábanos hacia  anos  aoetenieiido  en  todos  ios  domioios 
eapañoles,  y  que  dejamos  pendiente  eo  4694,  contí- 


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2i4  HISTORIA  DE  BSPaAa. 

nuó  mas  viva  al  ano  siguiente,  cuando^á  la  falta  or- 
dinaria de  recursos  en  que  habitúa  I  mente  estábamos 
se  anadia  !a  desgracia  de  haberse  perdido  la  mitad 
de  la  flota  que  venia  de  Indias»  con  ocho  millones 
con  que  se  contaba  para  la  próxima  campaña. 

El  poderoso  monarca  francés,  que  deseaba  acabar 
/de  aniquilar  nuestra  potencia  para  sujetarla  después 
sin  obstáculo  al  designio  que  sobre  ella  tenia,  no  abri- 
gando ya  temores,  ni  por  la  parte  de  la  Alemania  ni 
por  la  de  Saboya,  resolvió  caer  con  el  grueso  de  sus 
fuerzas  sobre  Ftandes  y  sobre  Cataluña,  habiendo 
ademas  equipado  dos  poderosas^ flotas,  la  una  con  des- 
tino á  obrar  en  el  Occéano  é  Impedir  que  pasaran  á 
Flandes  tropas  de  Inglaterra,  la  otra  en  el  Mediter- 
ráneo para  estorbar  que  entrasen  convoyes  en  Espa- 
ña. Quiso  mandar  él  mismo  en  persona  el  ejército  de 
los  Países  Bajos,  con  el  cual  puso  sitio  A  Namur  (ma- 
yo, 1692),  que  defendia  el  príncipe  de  Rarbanzon 
con  ocho  mil  doscientos  españoles,  alemanes,  holan- 
deses é  ingleses.  Encomendó,  como  acoatumbrabat  la 
dirección  de  las  operaciones  del  sitio  aPítimoso  inge- 
niero Vauban,  y.  la  plaza  fué  rendida  (junio)  después 
de  ana  defensa  vigorosa,  sin  que  pudieran  socorrerla 
el  príncipe  de  Orange,  rey  de. Inglaterra,  y  el  elec- 
tor de  Baviera,  que  mandaban  las  tropas  de  los 
aliados. 

Después  de  algunos  movimientos  y  de  haberse  es- 
tado algún  tiempo  observando  los  ejércitos  de  Fran--. 


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PAIITB  III.  LIBRO  V.  246 

cía  y  los  dd  la  coaféderacíon»  dióse  al  fio  una  saa^ 
grieota  y  famosa  batalla  ea  üu  lugar  llamado  -  Slein- 
kerque  (3  de  agosto,  1692),  ó  por  mejor  decir,  mu- 
chos sangrientos  combates  en  un  mi^mo  día,- puesto 
I  que  en  cada  ooo  de  ellos  se  lomaban  y  recobraban 
baterías  espada  en  mano,  y  caían  á  las  descargas  re- 
gimientos enteros;  sin  que  tal  mortandad  sirviera  para 
otratX)8a  que  para  acreditar  el  valor  y  la  inteligencia 
de  los  dos  generales  (era  el  de  los  franceses  el  ma- 
riscal de  Luxemburg),  para  sacrificar  ocho  ó  diez  mil 
hombres  de  cada  parte  entre  muertos  y  heridos,  y 
para  llevar  el  luto  y  el  llanto  al  seno  de  muchas  fa- 
milias distinguidas.  Por  lo  demás  los  dos  ejércitos  se 
retiraron  á  sus  respectivos  campos^  sin  que  .ninguno 
de  ellos  pudiera  templar  el  dolor  de  tanta  pérdida  con 
la  satisfacción  del  triunfo.  Lo  demás  de  la  campaña 
de  aquel  año  se  redujo  á  reencuentros  parciales  y  pe- 
queñas acciones  con  éxito  vario,  á  arrojar  los  fran-^ 
ceses  algunas  bouibas  sobre  Bruselas,  y  á  fortificar 
cada  cual  sus  respectivas  plazas  ^^K 

En  cambio  de  las  ventajas  que  Luis  XIV,  habia 
obtenido  en  Flandes,  su  proyecto  de  restablecer  ai 
rey  Jácobo.en  el  trono  de  Inglaterra  le  costó  la  pér- 
dida de  so  escuadra  en  la  gran  batalla  naval  de  la 
Hogue  (1692),  una  de  las  mas  terribles  que  en  los 
állimos  siglos  se  hablan  dado  en  ios  mares.  Cincuenta 

(I)    Memoríká  pava  la  Historia    Hist.  de  las  Provincias  Uaidas.—- 
déla  vida  miiiUr  de  Luis  XIV.—    Gacelas  de  Madrid  de  4694  y  92. 


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246  niiToaiA  mi  n§tAiií^ 

aavíoé  franceses  lavieronqoe  luchar  contra  ochenta  j 
uno  de  línea  ingleses,  qoe,  llevaban  cerca  de  seis  mil 
cañones  y  treinta  y  seis  mil  soldados.  Los  francesest 
obligados  á  retirarse,  fueron  arrobados  por  los  Tientos 
á  las  costas  de  Bretona  y  Normandía»  donde  el  almi-  ^ 
ranle  inglés  les^  quemd  trece  navios,  ademas  de  los 
catorce  que  fueron  quemados  en  la  rada  de  la  Bogue» 
El  rey  liacobo  perdió  enteramente  la  e^ranza  de 
volver  á  ceoír  la  corona,  y  aquel  desafstre  señaló  una 
de  las  primeras  épocas  de  la  decadencia  del  poder 
marítimo  de  la  Francia  y  de  la  preponderancia  de  la 
marina  inglesa  ^^^. 

Acusaba  Luis  XIY.  á  los  aliados  de  perturbadores 
de  la  (uiz  pública,  porque  no  le  dejaban  gozar  con 
quietud  de  lo  qne  les  habia  usorpado^  cuando  ellos 
en  verdad  no  hacian  sioo  procurar  contener  su  am-- 
bicion  y  defenderse  de  sus  agresiooes.  Grandes  eran 
los  preparativos  de  unos  y  otros  para  la  sigulenta 
campaña  en  los  Países  Bajos.  El  francés  tenia  distri- 
buidos en  la  frontera  ochenta  mil  hombres,  que  se 
podían  reunir  en  meóos  de  veinte  y  cuatro  horas. 
Las  primeras  operaciones,  que  comenzaron  este  año 
mas  larde  y  pasada  ya  la  primavera  (1693),  fueron 
en  general  desfavorables  á  los  alíacfos.  Pero  todo  el 
interés  de  esta  campaña  le  absorbió  la  famosa  batalla 
de  Neerwinde,.  en  que  pelearon  desesperadamente 

(#)    loba  lingard,.  BÍtUde  lDglal«rra,  iom.  V.  c«  £(» 


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PAATB  lU.  LIMO  V.  247 

franeeses».  inglese»,  holandesest  alemaDes,  italianos  y 
españoles,  en  que  él  mariscal  de  Luxemborg  ganó 
una  de  las  mas  insignes  y  señaladas  victorias»,  y  en^ 
que  los  aliados  perdieron,  ademas  de  muchos  mills^*- 
res  de  guerreros  valerosoSf ,  setenta  y  seis  ea  ñones, 
ocb|0  morteros,  nueve  pontones,  y  ochenta  y  dos 
estandartes  {%9  de  julio,  1 693).  Los  españoles  mara- 
villaron allí  por  la  obstinación  y  la  constancia  conque 
sostuvieron  por  tres  veces  en  el  ala  derecha  otros 
tantos  sangrientos  combales  contra  los  franceses  ya 
victoriosos  de  los  de  Brandeburg  y  de  Hanooyer;  y  el 
principe  de  Orange  mostró  que  mérecia  ser  contado 
entre  los  mas  famosos  generales  de  su  tiempo,  no 
tanto  por  su  arrojo  en  la  pelea  como  por  la  pruden* 
cia  y  la  habilidad  con  que  ejecutó  la  retirada.  El  ejér- 
cito francés  babia  sido  una  tercera  parle.superior  eo 
número  al  de  los  confederados.  La  mas  notable  que 
ocurrió  después  de  este  triunfo  fué  la  rendición  de 
Charleroy  al  mariscal  de  Luxemburg  (40  de  noviem* 
bre,  4693),  cuando  ya  los  cuatro  mil  hombres  que  la 
guarnecían  hablan  quedado  reducidos  á  mil  doscien- 
tos: después  de  lo  cual  unos  y  otros  se  retiraron  á 
descansar  en  cuarteles  de  invierno  ^^K 

Vengáronse  también  este  año  los  franceses  del 
desasiré  naval  que  en  el  anterior  hablan  sufrido.  Luis 

(4)  vida  militar  de  Luis  XIV.  agosto,  1693:  Refiérele  el  suceso 
— Hist.  de  las  Provincias  Unidas,  de  la  sangrienta  batalla,  etc.  De 
—Gaceta  de  Madrid  do  48  de    Bru3olas>  á  4 .»  de  agosto  • 


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Sl48  lirSTOKlA  DE   BSPAflA. 

había  hecho  construir  y  armar  otros  tantos  navios  ca^ 
mo  los  que  perdió  en  la  Hogue.Una  escuadra  formi** 
dable  al  mando  del  almirante  Tourville  salió  de  I09 
puertos  de  Francia  á  cruzar  el  Mediterráneo;  detúvose 
en  el  golfo  de  Rosas,  tomó  rumbo  hacia  el  cabo  de. 
San  Vicente,  llegó  ceica  de  Lisboa,  y  á catorce  leguas 
de  Lagos  presentóse  la  gran  flota  inglesa  y  holandesa 
cargada  de  abundantes  provisiones  de  boca  y  guerra. 
El  almirante  Tourville  hizo  con  sus  naves  un  espacioso 
semicírcula,  en  t|ue  habla  de  coger  á  las  enemígaseos 
mo  en  una  red,  no  quedándoles  mas  arbitrio  que  en- 
tregarse ó  ir  á  varar  en  la  costa.  De  todo  hubo  en 
verdad;  rindiéronse  unas,  otras  fueron  quemadas,  y 
otras,  se  estrellaron»  escapándose  pocas.  Hasta  el  29 
de  junio  llevaban  los  franceses  apresadas  veinte  y 
siete  y  quemadas  cuarenta  y  cinco,  y  los  capitanes 
prisioneros  calculaban  la  pérdida  de  los  ingleses  y  ho- 
landeses én  treinta  y  seis  millones  de  libras'esterlínas. 
De  gran  pesadumbre  fué  este  suceso  para  España, 
qué  liabia  cifrado  las  mas  halagüeñas  esperanzas  eá, 
esta  espedicion  marítima  de  sus  aliados. 

La  paz  que  propuso  Luis  al  fin  de  este  año  no 
fué  aceptada  por  ninguna  de  las  potencias»  porque 
todas  calculaban  que  ahora  como  otras  veces  no  bus^ 
eaba  sino  pretestos  ó  para  adormecerlas  ó  para  sin- 
cerarse ante  la  Europa  de  sus  usurpaciones.  Así, 
pues»  todas  se  prepararon  para  coniinuar  la  guerra, 
La  de  los  Pdises  Bajos  fué  mas  notable  en  i6M,  por 


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^Aiin  111.  LIBRO  y.  249 

la  habilidad  y  la  prudeucia  de  los  generales  Guillernio 
de  Qrange  y  Luxembarg,  que  por  los  hechos  de  ar- 
mas; que  de  estos  no.  los  hubo  sino  parciales*  y  las 
plazas  de  Haisse  y  Dtxmunde  que  recobraron  los  alia- 
dos eran  de  poca  consideración  y  estaban  casi  aban- 
donadas: mientras  aquellos  admiraron  á  la' Europa 
por  la  manera  hábil  de  hacer  las  marchas  y  contra- 
marchas, de  elegir  las  posiciones  y  campamentos, 
de  asegurar  tos  convoyes,  de  revolverse,  en  6n, 
dos  ejércitos  de  ochenta  mil  hombres  cada  uno,  casi 
siempre  á  la  vista  uno  de  otro,  en  un  pais  de  tan 
poca  estension  como  lo  era  ya  la  Flandes  española, 
sin  dejarse  sorprender  nunca,  y  temiéndose  y  res- 
pe tándoíle  mutuamente. 

Gran  pérdida,  y  muy  sansible  fué  para  toda  la 
Francia  la  del  mariscal  de  Luxemburg,  que  murió 
á  poco  tiempo  (4  de  enero,  4  695);  general  el  mas 
querido  de  los  soldados,  porque  sobre  haberlos  con- 
ducido tantas  veces  á  la  victoria,  era  para  ellos  un 
padre,  y  mil  veces  los  habia  salvado  de  las.  priva- 
ciones con  que  los  amenazaba  la  penuria  del  tesoro 
Trances.  Nadíe^  en  Francia,  desde  Filijpo-Augusto, 
habia  hecho  maniobrar  con  tanta  habilidad  tan  gran- 
des masas  de  tropas:  el  príncipe  de  Orange  se  de- 
sesperaba de  no  poder  batirle  nunca:  el  rey  y  el 
ejército  lloraron  sobrQ  sus  cenizas,  como  por  una  es- 
pecie de  compensación  de  los  disgustos  que  le  habia 
dado  la  corte.  Harto  se  conoció  su  falta  en  Flandes. 


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SdO  U19T0AU   DB   BaPAfÍA* 

ViUeroy  que  le  socedid  ea  el  mando  arrojó  roas  á» 
irea  mil  boiabas  sobre  Bruselas,  abrasó  y  demolió 
templos,  palacios,  oasas  y  todo  géoero  de  edificios, 
mas  DO  pudo  tomarla.  Por  el  coolrario,  el  príncipe 
de  Orange,  aprovechándose  bien  de^  la  falta  de  su. 
antiguo  y  temible  competidor,  recobró  la  plaza  y 
castillo  deNamur  (agosto  y  setiembre,  1695),  ha- 
ciendo perder  á  los  sitiados  mas  de  siete  mil  hom- 
bres, bien  que  epatándole  é  él  la  enorme  pérdida  de 
.  cerca  de  veinte  mil  ^^K 

Ocupado  Luis  XIV  en  su  antiguo  proyecto  de  res-' 
lableeer  ér  Jacobo  en  el  trono  de  la  Gran  Bretaña,  or* 
donó  á  sus  generales  de  Flandes  que  tomando  posi* 
ciones  fuertes  estuviesen  solo  á  la  defensiva.  Asi  lo 
ejecutaron,  sin  que  el  de  Orange  encontrara  medio 
de  atacarlos  con  ventaja,  y  pasóse  todo  el  año  4696 
sin  acometer  ni  intentar  los  unos  ni  los  otros  empre- 
sa notable,  y  viviendo  todos  á  costando  aquel  des* 
graciado  pais,  que  parece  imposible  que  después  de 
tantos  años  de  tan  asoladoras  guerras  pudiera  manu- 
tener ejércitos  tan  numerosos  como  los  que  allí  ter 
nian  el  Delfin,  ViUeroy  y  Bouflers,  los  príncipes  de 
Orange  y  de  Ba viera,  y  el  landgrave  de  Hesse,  que 
jantes  no  bajarían  de  ciento  sesenta  mil  hombres. 

En  Italia,  donde  aliados  y  franceses  llevaban  tam- 
bién mas  de  cinco  años  de  guerra,   la  campaña 

H)    GaeeUa  de  1695. 


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MITB 111*  L1MM>  Yp  861 

de  1608  DO  fué  taa  desfavorable  á  aquellos  como  las 
aolerkHW,  bieo  que  ellos  tampoco  lograron  otra  ven- 
taja que  tomar  y  destruir  alguna  otra  ciudad  del 
Delfinado,  eo  que  penetró  el  duque  de  Saboya  con 
un  ejército  de  píamooteses;  alemanes  y  españolest 
para  retirarse  á  la  aproximación  del  inviernot  no 
mereciendo  el  resultado  de  la  espedicion  las  sumas 
inmensas  que  costó  á  los  confedecados.  Aun  menos 
favoreció  á  estos  la  fortuna  eo  4693.  Después  de  bia- 
bar tenido  sitiada  por  mas  de  cuatro  meses  la  plaza 
de  Pignerol,  y  dádole  repetidos  ataques^  y  arrojado 
sobre  ella  cuatro  mil  balas  y  otras  tantas  bombes»  no 
pudieron  rendirla:  y  en  una  batalla  que  les  dio  ¿  po-' 
co  tiempo  el  mariscal  francés  Catinat  perdieron  los 
aliados  seis  mil  hombres,  veinte  y  cuatro  cañones  y 
ipas  de  cien  estandartes  y  banderas.  El  marqués  de 
Leganés»  que  era  gobernador  de'Milan^  no  cesaba  de 
enviar  al  duque  de  Saboya  refuerzos  de  españolest 
llegando  A  diez  y  seis  mil  los  que  peleaban  en  aqiie* 
lias  parles.  Hasta  cuarenta  y  cinco  mil  ascendía 
en  4694  ei  número  de  los  soldados  de  la  confedera- 
cíon«  reducido  Catinat  á  estar  á  la  defensiva;  y  sin 
embargo  el  duque  de  Saboya  gastó  el  4¡empo  en 
marchas  y  contramarchas  inútiles»  y  con  aquel  ejér- 
cito qne  estaba  devorando  sn  pais,  ni  0mprendió  una 
espedicion  al  Delfinado  ni  á  la  Provenza»  ni  hizo  otra 
conquista  que  la  del  castillo  de  San  Jorge.  Verdad 
es  que  la  discordia  reinaba  entre  sus  generales,,  y  no 


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268  ttlSTOMA  DB  BSI^aSa. 

había  eplre  elles  bi  cooperación,  ni  unidad,  ni  coih 
cierto.  Solo  en  4695  rindió  á  Casal,  que  habia  tenido 
bloqueada  todo  el  invierno  con  un  cuerpo  de  seis  mil 
españoles  y  otros  seis  mil  alemanes,  y  la  restituye^  at 
duque  de  Mantua.  Eran  tales  las  disidencias  entre  los 
generales,  que  ni. el  duque  de  Saboya  y  Caprara  que 
mandaban  los  italianos,  ni  el  principe  Eugenio  que 
guiaba  los  imperiales,  ni  el  marqués  de  Leganés  que 
gobernaba  los  españoles,  podían  avenirse  entre  sí; 
culpábanse  unos  á  otros,  y  desesperado  el  duque  de 
Saboya  se  separó  de  la  liga:  entre  él  y  Luis^XIV*  se 
celebró  un  tratado  particular  (30  de  mayo,  4696),  y 
por  último  convinieron  el  imperio  y  la  España  en  que 
se  declarara  la  Italia  pais  neutral,  evacuando  en  su 
virtud  el  Pía  monte  las  tropas  alemanas  y  francesas  ^V* 
Aunque  ademas  de  la  Italia  y  de  los  Paisés  Bajos 
hablan  sido  también  las  orillas  del  Rhin  y  los  campos 
de  Alemania  teatro  de  la  gran  lucha  entre  aliados  y 
franceses  durante  todos  estos  años,  y  aunque  en  to- 
das partes  peleaban  los  soldados  españoles,  ya  que 
no  como  el  alma  de  la  confederación,  á  la  manera 
de  otros  tiempos,  al  menos  como  auxiliares  de  ella, 
donde  mas  se  sentían  los  males  de  esta  contienda  fa- 
tal era  en  Cataluña,  como  parte  ya  de  nuestro  propio 
territorio,  kubo  alli  la  desgracia  de  que  el  virey  du- 
que de  Medinasidonia,  que  pudo  en  4692  con  un  re- 

M)    Leo  y  Bolta,  Historia  de    de  Madrid  de  los  años  x^orrespon- 
Italia,  Ub.  XVII.  c.  ^.«'^Gacetas   dientes.' 


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PAiTB  III.  UBio  y.  253 

guiar  ejército  que  tenia  haberse  acaso  apoderado  üel 
Roseilon  cuando  el  mariscal  de  Noailles  contaba  con 
muy  escasas  fuerzas,  tuvo  la  cobardía  de  retroceder 
desde  las  alturas  que  dividen  ambas  provincias  y  en 
que  había  acampado,  y  dio  lugar  á  que  él  francés 
penetrara  en  elpais  catalán  sin  batirle  siquiera  en  los 
desfiladeros.  Y  lo  que  fué  peor,  al  ano  siguiente  sitió 
á  Rosas,  protegido  por  la  escuadra  del  conde  de  Es-^ 
trées  que  salió  al  efecto  del  puerto  de  Tolón,  y  como  - 
faltase  á  los  sitiados  el  socorro  que  el  de  Medínasido- 
nia  pudo  fácilmente  darles,  rindióse  aquella  importan- 
te plaza  (junio,  4693),  con  poco  crédito  y  honra  del 
nombre  español:  suceso  que  no  alteró  la  impasible 
indiferencia  del  duque  virey,  el  cual  continuó  sin  ha- 
cer ni  intentar  cosa  en  defensa  de  la  provincia,  como 
quien  opinaba,  y  lo  decia  asi  á  los  naturales,  que  ño 
veia  otro  camino  ni  otro  medio  qjue  hacer  las  paces 
con  Francia, 

Relevóle  la  corte  enviando  en  sa  reemplazo  al 
duque  de  Escalona,  marqués  de  Yillena,  hombre  ni 
de  mas  talento,  ni  de  mas  resolución,  ni  de  mas  pru- 
dencia qoe  su  antecesor;  pero  tan  confiado,  que  por- 
que de  Castilla  llegaron  cuerpos  de  recltitas,  á  quie- 
nes los  mismos  muchachos  catalanes  tenian  qoe  en- 
señar el  manejo  de  las^armas,  no  contando  mas  que 
con  el  número  dócia:  «Con  veinte  mil  soldados,  todos, 
españoles,  no  hay  que  temer  <*).»  Si  habia  que  temer 

(4)    Peliú  de  la  Pefia,  Anales  de  Cataluña,  lib.  XXI.  cap.  43. 


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284  aiSTWU  di  itrAftA 

ó  no,  mostróselo  loego  el  de  NoailleB,  que  entrin- 
dofie  (KNT  el  Ampordan  con  poco  mas  crecido  ejército 
que  el  espafiol  (mayo,  4694)^  fué  á  acampar  á  Tor* 
roella  de  MoDlgrit  orilla  del  Ter.  Alli  fué  á  buscarle 
el  marqués  de  Villéna  lleno  de  una  imprudente  con- 
flanea»  de  la  cual  8upo  aprovecharse  bien  el  veterano 
y  esperímwtado  Noailles,  eisguazando  el  rio  y  ea- 
yendo  sobre  nuestros  Usónos  y  descuidados  solda- 
dos. Alli  toé  prontamente  arroliada  y  deshecha  nues- 
tra caballería,  prisioneros  ó  muertos  el  general  y  los 
capitanes,  desordenada  y.  ahuyentada  la  infantería, 
escapando  tan  precipitadameifteY  que  en  cuatro  leguas 
q9t  la  Alerón  persiguiendo  los  franceses  victoriosos 
no  pudieron  darle  alcance  (f  7  de  mayo,  4694).  Solo 
se  condujo  bizarramente  iol  catatan  don  losé  Bpnéu, 
que  «Mudaba  el  tercio  de  la  diputacioD,  el  mismo  que 
anos  antes  babia  defendido  tan  briosamente  la  villa 
de  Blassanet.  Perdiéronse  alii  tres  mil  hombres,  con 
todas  las  tiendas  y  bagages,  con  toda  la  plata  y  toda 
la  correspondencia  del  virey. 

No  se  estuvo  ocioso  después  del  triunfo  del  Ter  el 
de  Neailles.  A  los  pocos  dips  estaban  ya  los  franceses 
sobre  Palamds.  La  escuadradeTourville  llegó  á  tiem* 
po  de  ínpedir  que  le  entrasen  socorros,  y  el  gober* 
nador  tuvo  que  capitular,  quedando  alli  otros  tres  mü 
hombres  prisioneros  de  guerra*  Embistió  d^pues  el 
de  NoBÍUes  la  importantisima  plana  de  Gerona,  tan 
gloriosamente  defendida  otras  veces.  Pero  engañado 


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M«TB  111.  LIBIO  y.  255 

fA  de  ViHenácon  la  voz  qae  hizo  correr  el.  francés  dé 
que  iba  á  poner  silio  á  Barcelona,  dejó  en  abandono 
aquella  pFaza*  Desamparó  también  tino  de  los  princi- 
pales Serles  don  Joan  Simón «  y  entrególa  con  poco 
decorosas  condiciones  don  Carlos  Sucre,  sin  contar 
paralada  con  lá  ciudad  (29  de  junio).  Luis  XIY.  pre«- 
mió  los  servicios  del  de  Noailles  nombrándole  virey 
de  Cataluña,  de  cuyo  cargo  tomó  posesión  el  9  de  julio 
con  gran  ceremonia.  Un  terror  pánico  se  habla  apo* 
derado  del  de  ViUena  y  de  sus  tropas.  Asi  fué  que 
aprovechándose  él  francés  de  esta  consternación 
acometió  á  Hostalrích,  que  á  pesar  de  su  Ibrtaleza 
natural  se  te  rindió  sin  gran  resistencia.  Igual  suerte 
cupo  á  Corbera  y  Castelfollit,  quedando  también  pri* 
siooera  la  guarnición  de  esta  última.  Qmsieron  los 
miqueletes  y  paisanos  recobrar  á  Bostalrích,  juntan-^ 
dose  para  ello  casi  tximultnariamente;  aparecióse  en- 
tre ellos  el  virey,  pero  coli  noticia  de  la  aproximadon 
de  Noailles  todc^  se  retiraron.  Asi  iban  siendo  arra^ 
liadas  nuestras  tropas  en  Cataluña  y  tomadas  nues- 
tras plazas,  y  gracias  qne'pudo  impedirse  que  la  es-^ 
cuadra  francesa  bloquease  á  Barcelona . 

El  marqués  de  Yillena  representaba  que  se  halla- 
ba sin  fuerzas  para  defender  el  Principado,  y  que  tos 
catalanes,  cansados  de  guerra^  se  resistian  á  tomar 
las  armas,  y  con  su  miedo á  los  IVanceses  eran  la 
causa  de  los  males  que  se  sufrían.  La  corle  compren- 
'  dio  que  lo  que  habia  de  dertó  era  su  incapacidad;  le 


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256  HISTOEIA  01  BgPAflA. 

indicó  qoe  renunciara  el  vireinalo,  y  nombró  en  su 
lugar  al  marqués  de  Gastañaga,  que  en  verdad  no 
había  dado  muestras  ni  de  hábil  ni  de  valeroso  en 
Flandes  y  en  Italia.  Pero  al  menos  tuvo  .aqui  la  pru- 
dencia de  no  aventurar  su  persona  y  de  no  desairar 
á  los  catalanes;  antes  bien,  encerrándose  él  con  la 
(ropa  en  las  plazas,  encomendó  la  defensa  exterior 
de  la  provincia  á  los  paisanos  y  miqueletes»  que  vol- 
vieron á  su  antiguo  sistema  de  molestar  incesante- 
mente á  los  enemigos*  de  interceptar  y  apresar  Con- 
voyes, de  no  dejar  un./rancés  con  vida  >de  los  que 
andaban  sueltos  ó  en  pequeñas  partidas,  y  no  unidos 
á  un  cuerpo  de  ejército,  de  apoderarse  por  sorpresa 
de  algunas  fortalezas  y  villas  y  degollar  las  peque- 
ñas guarnicfones,  y  aun  llegaron  á  poner  formal  blo- 
queo á  plazas  como  las  de  Gastelfollit  y  Hostalrich, 
cuyas  fortificaciones  hicieron  al  fin  los  franceses  de- 
moler, por  temor  de  que  volviendo  á  ellas  los  mi- 
queletes las  conquistaran  y  les  sirvieran  de  abri- 
go (4695). 

Halagaba  el  virey,  y  acariciaba  y  agasajaba  á  los 
paisanos,  y  hacia  celebrar  en  Barcelona  sus  proezas 
y  sus  triunfos;  mas  luego  se  le  vio  cambiar  de  con- 
ducta y  de  semblante  con  ellos,  ó  por  órdenes  qué 
recibiera  de  la  corte,,  qu0  acaso  recelara  ya  del  as- 
cendiente que  iban  tomando,  ó  lo  que  es  mas  verosí- 
mil, porque,  no  creyera  necesitarlos  ya,  atendidos  los 
refuerzos  considerables  de  tropas  que  le  llegaron  de 


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tAMS  ilt.  LIBAO  V.  257 

iodas  parles.  Eo  efecto,  llegaron  por  este  tiempo  al 
Príoóipado  malütud  de  alemanés,  irlandeses  y  walo* 
áes,  enviados  por  el  emperador  y  conducidos  por  el 
príncipe  Jorge  de  Héssé  Darmstad:  y  (9mbien  habian 
ido  llegando  los  reclutas  de  Castilla  y  de  Navarra; 
sacados  de  la  manera  y  con  los  trabajos  que  dijimos 
en  el  anterior  capitulo.  De  modo  que  reunió  el  de 
Gástañaga  mi  ejército  de  cerca  de  treinta  mil  hom« 
bres,  sin  contar  loa  miqueletes  y  paisanos  ar* 
^roados;  '  .  ' 

En  verdad»  si  en  España  babia  costado  sacriBcios 
y  esfiiwzos  la  famosa  conscripción  de  1695,  y  habia 
«ido  menester  encerrar  en  las  cári^eles  á  los  que  caiai^ 
soldados  para  que  no  se  desertaran,  y  4e  ellos  solo 
la  cuarta  parte  llegaba  á  entrar  en  fil9s,  en  Francia 
pasaban  aun  oiayores  trabajos  este  ano  para  reclutas 
getate,  y  tanto  que  las  tropas  que  habia  eo  París  co> 
gian  á  los  mozos  que  se  bañaban  en  aptitud  de  ma,t 
iid|ar  las  armas,  ios  encerraban  en  casas  destinada^ 
al  efectOi  y  \m  vendían  á  los  oficiales.  Hi|bia  en  Pa- 
rís treinta  de  estas  (^sas  que  llamaban  gazap^r»^ 
(/btirs):  basta  que  noticioso  el  rey  de  este  horrible 
atentado  contra  la  humanidad  y  contrat  I9  segurid$|c) 
individual,  mandó  pooe^  en  libertad  Aquello^  í^f^li- 
ees,  y  que  se  formána  causa  á  Iq^.apreh^p^qres .  j  se 
los  jozgi^ra  ooü  todo  el  rigor,  de^  Us,  leyes ,  ,   . ,     .  , , 

El!duq«e  de  Npailles  se  bftbia  retirado  .á  ^ranp^ 
enfermo  y  lleno  de  gloria,  y  habíale  sustituidp  efi  {QI 
Tomo  xvii.  47 


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-     2S8  IflSTOBIA  DI  bspaíIa. 

mando  de  las  tropas  de  Cataluña  el  duque  de  Vendó* 
me,  general  acreditado  en  las  campañas  de  Alema- 
nia, de  Italia  y  de  Fiandes.  El  virey  español  marqués 
deGastafiága,  con  haber  recibido  tan  numerosos  re- 
fuerzos de  gente,  y  con  ayudarte  no  poco  en  sos  ope*» 
raciones  la  escuadra  de  los  aliados  que  á  la  saion 
costeaba  el  litoral  de  Cataluña  y  le  enviaba  socorros, 
ni  siquiera  pudo  tomar  la  plaza  de  Palamós  á  que  ha- 
bla puesto  sitio,  y  el  de  Vendóme  demolió  después 
sus  fortificaciones:  hecho  lo  cual,  se  retiraron  á  des* 
cansar  unos  y  otros  sin  acometer  otra  empresa. 

Al  año  siguiente  (1696),  fueron  aun  menos  iiota«- 
bles  los  accidentes  de  la  campaña.  Hubo,  sí,  entre  va- 
rios encuentros  y  combates  parciales,  algunos  mas 
generales  y  mas  siSríos,  y  en  uno  de  ellos,  dado  ori^ 
Ilab  del  Tordera,  fué  el  ejército  español  desordenado» 
huyendo  vergonzosamente,  sin  que  los  oficiales  lo* 
gráran  detener  á  los  soldados  fugitivos;  pereció  casi 
toda  la  caballería  walona  con  el  comisario  general 
conde  de  Titlí,  y  hubiera  sido  mayor  el  destrozo  en 
este  y  -en  otros  choques  sin  los  esfuerzos  vigorosos 
del  principe  de  Darmstad.  Los  franceses  demolían 
fuertes,  exigían  contribuciones,  y  vivían  sobre  el 
páis.  Su  ejército  se  habia  aumentado  mucho  última- 
mente, y  era  ya  muy  superior  al  nuestro.  Con  esto  y 
con  él  poco  vigor  y  no  mas  aptitud  del  marqués  de 
Gastañaga,  era  tanto  el  disgusto,  y  fueron  tantas  las 
quejas  de  los  catalanes  contra  el  virey  y  contra  el 


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PARTB  111.  LIBBO  T.  2S9 

maestre  de  campo  general  marqaés  tle  YUladarias, 
que  la  corte  determinó  relevar  al  uno  y  al  otro,  y 
nombró  virey  á  don  Francisco  de  Yelasco,  hombre 
de  probado  valor  y  hermano  del  condestable;  maes* 
tre  de  campo  general  al  conde  de  Córzana»  y  general 
de  la  caballería  al  do  la  Florida. 

Como  habrán  observado  nuestros  lectores,  ni  la 
famosa  junta  llamada  de  los  Tenientes  generales  crea- 
da en  Madrid,  ni  sa  monstrnosa  contribución  de  un 
soldado  por  cada  dies  vecinos,  ni  los  donativos  for- 
zosos impuestos  á  toda  la  nación  para  atender  á  los 
gastos  de  la  guerra,  habian  bastado  á  hacer  mejorar 
el  aspecto  de  la  de  Cataluña,  antes  iba  empeorando 
cada  día  visiblemente.  Tiempo  hacia  que  se  andaba 
tratando  de  la  pa2  general;  mas  Como  quiera  qpe 
nunca  suelen  ser  mayores  los  aprestos  bélicos  q«e 
cuando  se  andan  negociando  las  paces,  procurando 
cada  cual  mostrarse  fberte  para  sacar  mejores  condi- 
ciones de  ellas,  Luis  XIV.  quiso  poner  la  España  en 
la  necesidad  de  aceptar  las  que  él  dictase,  á  cuyo  fin 
mandó  al  de  Vendóme  que  emprendiera  el  sitio  y 
conquista  de  Barcelona,  y  «i  propio  tiempo  ordenóal 
conde  de  Estrées  que  con  las  flotas  de  Marsella  y  de 
Tolón  fuera  á  cerrar  la  boca  de  aquel  puerto.  Tedose 
ejecutó  asi,  y  casi  simolláoeamente  se  pusieron  deb- 
íante de  aquella  insigfke  cinded  (principioa  dejq* 
nio,  1ft97),  el  de  VAndóoe  con  su  ejército  de  veinie 
y  cuatro  mil  hombres,  y  el  dei  Bstróes  oon  ciento,  oin*- 


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260  HISTORIA   DB   R$PASa« 

cuenta  velas  y  multitud  de  cañones,  de  los  cuales 
puso  en  tierra  setenta  de  grueso  calibre  con  veinti- 
cuatro morteros.  El  rirey  con  una  parte  del  ejército 
español  se  retiró  detrás  de  Barcelona,  dejando  no 
obstante  en  la  ciudad  basta  once  mil  hombres  -al 
mando  del  maestre  de  campo  conde  de  Gorzana  y  del 
príncipe  de  Darmstad,  y  ademas  otros  cuatro  mil 
hombres  á  que  ascendía  la  milicia  de  ios  gremios» 
gente  valerosa  y  resuelta,  armada  también  una  parte 
de  la  nobleza  del  país,  en  la  cual  se  contaba  al  mar** 
qués  de  Aytona. 

Vergonzosa  fué  la  facilidad  con  que  se  yió  al  'de 
Vendóme,  á  presencia  del  virey  Vefasco,  establecer 
sus  cuarteles  desde  SaYis  hasta  Esplugas,  poner  sose* 
gadamente  sus  depósitos  en  Sarria»  plantar  sos  bate- 
rías y  abrir  trincheras»  mientras  los  cañones  y  mor- 
teros de  la  escuadra  arrojaban  balas  y  bombas  sobre 
la  ciudad»  y  destruían  y  quemaban  edificios.  Como  si 
tuviera  al  enemigo^  á  cien  leguas  de  distancia»  asi  se 
hallaba  descuidado  el  virey  Yelasco  en  su  cuartel  ge- 
neral de  Molins  de  Rey»  cuando  sus  tropas  se  vieron' 
sorprendidas  por  una  columna  francesa  ínandada  por 
el  mismo  Vendóme  ,(4  4  de  julio»  1697).  En  la  cama 
estaba  cuando  supo  la  derrota  de  su  gente  por  los  que 
llegaron  dispersos  y  azorados,. y  tan  de  prisa  tuvo 
que  andar  él  mismo,  que  á  poco  mas  que  se  detuvie- 
ra apoderárase  de  su  persona  el  general  francés,  co- 
mo se  apoderó  de  su  bajilla»  de  su  bastón  y  de  su,  di- 


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PAETB  111.  LIUHO  Y.  261 

ñero.  En  esta  igoominiosa  acción  porlároose  cobarde - 
^  meble  los  nuestros  desde  el  virey  hasla  el  último  soU 
dado,  á  escepcion  de^  ana  parte  de  la  caballería  que 
hizo  frente  y  fué  deteniendo  y  rechazando  algo  al 
enemigo. 

Tanto  como  se  advertía  de  flojedad  y  de  inercia 
en  la  tropa  y  en  los  generales,  se  notaba  de  energfa, 
de  decisión  y  de  valor  en  los  naturales  del  pais,  asi 
fuera  como  dentro  de  la  ciudad.  Al  terrible  retumbar 
del -caracol  que  llamaba  á  somaten  a párecian  las  mon- 
tañas coronadas  de  paisanos  armados,  conducidos  por 
JB^nén,  Agulló  y  otros  de  sus  intrépidos  caudillos. 
Dentro  de  Barcelona  todos  gritaban  que  morir  antes 
que  entregar  al  francés  aquella  población  invicta: 
clérigos,  magistrados,  mercaderes,  artesanos,  nauge-' 
res,  todos  participaban  de  igual  irritación,  y  todos 
trabajaban  á  porfía.  La  guarnición  hizo  diferentes  sa- 
lidas, y  hubo  día  en  que  sostuvo  siete  combates  con- 
secutivos. Mas  al  ver  el  poco  fruto  que  de  ello  se  sa- 
caba, que  se  descuidaba  de  fortificar  los  puestos  dé^ 
bilcs,  y  que  se  negaban  armas  á  los  que  las  pedían, 
sospechábase  ya  muy  desfavorablemente  delde  Cor- 
zana,  y  mas  cuando  ya  andaban  voces  de  capitula* 
clon.  Barcelona  se  ofrecía  á  defenderse  sola,  con  tal 
que  se  saliera  el  de  Corzana  con  todas  las  tropas,  á 
escepcion  de  las  que  mandaba  et  príncipe  de  Darms- 
lad.  Mas  justamente  en  aquellos  días  llegó  de  Madrid 
el  nombramiento  de  virey  y  general  en  gefe  del  ejér- 


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262  HisToaiA  DB  bspaSa. 

cito  hecho  en  el  conde  de  Corzana  en  reemplazo  de 
Velasco  (7  de  agostOi  4697),  con  lo  cual  llevó  aquel 
adelante  su  plan  de  capitulación  y  de  entrega,  que  se 
firmó  á  los  tres  dias  (10  de  agosto),  á. despecho  y  con 
llanto  de  todo  el  pueblo,  y  con  disgusto  y  enojo  del 
de  Darmstad  y  de  los  mejores  capitanes.  El  conseller 
en  Cap  de  Barcelona  murió  de  dolor  de  no  haber  po-^ 
dido  salvar  la  ciudad.  Los  franceses  se  obligaron  á 
üo  cometer  insulto  alguno  contra  los  naturales,  á  con- 
servarles todos  sus  privilegios,  á  que  la  guarnición 
saliera  por  la  brecha  con  todos  los  bonores,  como  asi 
se  verificó,  y  i  que  desde  primero  de  setiembre  ha- 
bría una  suspensión  de  armas,  separando  los  dos  ejér- 
citos el  rio  Llobregat. 

Concluida  la  tregua,  el  general  francés  sorpren- 
dió de  nuevo  al  de  Corzana,  el  cual  hubo  de  retirarse 
tan  precipitadamente  que  dejó  en  el  campo  sii  propio 
cocho,  que  el  de  Vendóme,  le  devohió  con  mucha 
atención  y  cortesanía.  La  rendición  de  Yich  fué  el 
último  triunfo  del  francés  en  esta  guerra.  El  de  Ven- 
dome  fué  recompensado  por  Luis  XIV.  aumentándole 
'sus  pensiones,-^  y  dándole  ademas  cien  mil  escudos 
j)ara  pagar  sus  deudas.  Carlos  IL  de  España  dester^* 
ró  á  don  Francisco  de  Velasco  á  sus  tierras,  con  pro- 
hibición de  entrar  en  la  corte  y  sitios  reales  hasta 
nueva  orden,  porque  le  culpaba  de  la  pérdida  de  Bar- 
celona. Al  príncipe  de  Darmstad  le  nombró  general  del 
ejército  de  Cataluña,  que  se  hallaba  en  Martorell, 


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r^ETB  111.  UBio  y«  S6a 

donde  30  le  había  mcorporado  ia  goarnicion  de  Bar* 
celona  ^*K 

lodicamosaotes  que  hacia  macho  tiempo  ae  ha- 
Ua  tratado  ya  de  hacer  la  paz  generar,  pero  ood 
condiciones  tales  de  parte  de  Luis  XIV.,  que  la  corte 
de  España  las  había  rechazado  por  deshonrosas  é 
inadmisibles.  Aunque  victorioso  en  todas  partes  aquel 
soberano,  deseaba  poner  término  ¿  tan  larga  lucha, 
ya  por  el  estado,  de  su  tesoro,  ya  porque  le  convenia 
romper  la  gran  liga  europea,  ya  por  las  miras  y  pro^ 
yectos  que  tenia  de  traer  al  trono  de  EspaSa  un  prín- 
cipe de  su  familia  cuando  Carlos  muriera  sin  suce* 
sion.  En  1696  habia  hecho  ya  un  tratado  particular 
con  el  duque  de  Saboya:  el  rey  de  Suecia  habia  ofre* 
oido  8u  mediación  para  la  paz  general,  y  tqdas^  las 
potencias  la  hablan  aceptado.  En  su  virtud  se  habian 
congregado  los  plenipotenciarios  de  todas  las  nacio- 
nes beligerantes  desde  mayo  de  este  año  (1 697)  en 
Riswick,  pueblo  de  la  Holanda  Meridional,  á  una  le-* 
gua  de  la  Haya.  Erau  loa  representantes  de  España 
don  Francisco  Bernardo  de  Quirós  y  el  conde  de  Tír« 
lemont.  Después  de  alguuas  conferencias  y  debales, 
en  que  los  enviados  de  Carlos  XIL  de  Suecia  hicieron 
bien  eJ  oficio  de  mediadores,  presentaron  los  de  Fran- 

(4)  Feliú  de  la  Peña,  Anales  tasdelrev  y  de  la  reina  en  con- 
de Gatalufia.  cap.  U  al  49.~En-  testación  a  las  de  la  ciudad,  y  se 
tre  los  muchos  pormenores  que  imlla  la  lista  nominal  de  los  gefes 
este  escritor  renere  de  la  suerra  y  capitanes  muertos  y  heridos 
de  Gatalufia  y  conquista  de  Barce-  duraotc  el  sit^o* 
lona^  se  encaentran  muchas  car- 


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264     .  lUSrOBlA^DB   BSPAftA'. 

cia  los  artículos  sobre  los  cuales  estaba  Lbis  XIY.  re- 
suelto á  concluir  la  paz,  añadiendo  después  qiie  si  en 
un  término  dado  no  eran  admitidos  se  apartaría  del 
tratado  y  decidirían  lias .  armas  sus  pretensfooee.  En 
vista  de  esta  declaraóion,  Inglaterra,  España  y  Ho- 
landa, separándose  del  emperador,  suscribieron  á  la 
pazcón  Fraboia  (20  de  setiembre,  4607)<  Pero  vién- 
dose sólo  el  emperador  Leo()oldo,  y  oidas  las  razones 
qne  á  sus  quejas  dieron  los  plenipotenciarios  de  las 
demás  potencias,  ordenó  á  los  suyos  que  se  adhirie- 
ran al  tratado,  como  lo  hicieron  (30  de  octubre),  ce^ 
sando  coh  esto  la  guerra  en  todas  partes. 

Por  la  paz  de  Riswick  reconoció  Luis  XIV.  á  Gui* 
llermoUI.  de  Orange  como  rey  de  Inglaterra:  se  se-* 
Salaron  las  aguas  del  Rhin  por  límites  á  los  dominios 
de  Alemania  y  de  Francia:  devolvía  Luis  XIV.  todas 
las  conquistas  hechas  en*  la  Holanda  y  Países  Bajos 
españoles  después  de  la  paz  de  Nimega,  á  escepcion ' 
de  algunos  pueblos  y  plazas  que  decia  haberle  sido 
cedidos  por  tratados  anteriores,  y  se  obligaba  tamluea 
á  restituir  á  España  las  plazas  de  Barcelona,  Gerona, 
Rosas,  y  todo  lo  demás  de  Cataluña  ocupado  por  las 
armas  francesas,  sin  deterioro  algnao,  y  en  el  mismo 
estado  en  que  antes  de  la  guerra  se  hallaba  cada  for- 
taleza y  cada  pueblo  ^*K  .       . 

(4)    Este  tratado,  que  consta  piar  de  la  primera  edición  se  halla 

de  treinta  y  cinco  artículos,  se  en  el  Archivo  de  Salazar.  Est.  44. 

publicó  é  imprimió  en  Madrid  el  10  grad.  3.<^ 
de  noviembre  de  1697.  Un  ejem- 


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PARTB  111.  lilBEO  V.  266 

Escusado  es  ponderar  la  alegría  cod  qae  se  reci* 
bió  en  todas  partes  la  noticia  de  este  tratado,  y  prin- 
cipalmente en  los  países  qae  habían  sido  teatro  de  tan 
prolongada  guerra.  En  verdad  no  parecia  que  debía 
esperarse  tanta  generosidad  de  parte  del  poderoso 
monarca  francés  qne  babia  sabido  resistir  por  tantos 
años  á  toda  la  ¿oropa  confederada  contra  él,  y  cuan- 
do sas  ejércitos  habían  alcanzado  no  pequeños  triun* 
fos  en  todas  partes.  Que  algún  pensamiento  grande 
le  impulsaba  á  obrar  de  aquella  manera,  era  cosa  que 
no  podía  ocultarse,  y  ciertamente  tío  se  ocultaba.  Así 
es  que  en  vano  era  esperar  que  la  Europa  reposara 
de  las  fatigas  de  una  lucha  tan  larga  y  tan  cruel,  y 
en  que  tanta  sangre  se  babia  vertido,  y  que  los  esta- 
dos y  los  principes  se  repusieran  de  tantas  calamidad- 
des.  El  motivo  que  había  guiado  á  Luis  XIV.  á  ajus- 
tar  la  paz  de  Riswick  eran  los  planes  que  indicamos 
ya  tenia  sobre  la  sucesión  al  trono  de  España,  objetó 
también  de  las  aspiraciones  de  otros  príncipes  y  de 
otras  potencias,  y  cuestión  que  hacía  años  se  estaba 
agitando  dentro  de  la  misma  España,  y  que  será  la 
materia  del  siguiente  capitulo. 


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CAPITULO  Xll. 

CÜESTIOPT  DE  SUCESIÓN. 
»*  1694  «4699. 

V 

Fondados  temores  de  que  faltara  socesioo  directa  al  trono  de  España 
é  la  maerte  de  Carlos  fl. — Partidos  qae  se  formaron  en  la  corle  con 
motÍTO  de  la  caesiioa  de  sacesion.-^nsaltas  6  iaforoies  de  los 
Consejos.— Dictámenes  y  Totos  particulares  notablep.— Estado  de 
la  cuestión  después  de  la  -paz  de  Riswick.— Trabajos  de  loé  -emba- 
jadores austríaco  y  francés  en  la  corte  de  Espafia.— Pretendientes 
é  la  eorona  de  Castilla,  y  títulos  y  dorechoa  que  alégate  cada  ano. 
—Cuáles  eran  los  principales.-^-Partido  dominante  ^n  Madrid  en 
favor  del  austríaco.— Hábil  política  del  embajador  francés  para  des- 
hacerle.—Dádivas  y  promesas.— Gana  terreno  el  partido  de  Fran* 
c¡a.«-Yacilaoion  de  la  reina.— Retírase  disgnatada  el  embajador 
alemán.— Muda  de  partido  el  cardenal  Portocarrera.— Bi  separado 
el  confesor  Ma  ti  lia,— Reemplázalo  Fr.  Froitan  Díaz.— Vuelve  el 
conde  de  Oropesa  á  la  corte.— Declárase  por  el  ^rindpe  de  Ba- 
viera.— Célebre  tratado  para  el  repartimlaiito  de  Esiialia  entre  Ta- 
rías  potencias.— Enojo  del  emperador.— Indignación  de  loa  eapafio> 
les.'— Protestas  enérgicas.— Nombra  Garlos  II.  sucesor  al  príncipe 
de  Baviera.- Muere  el  príncipe  electo.— Nuevo  aspecto  de  la  cues- 
tión.—Motín  en  Madrid.— Peligro  qae  corrió  el  de  Oropesa.-^iao 
se  aplacé  el  tamolto.— Destierro  de  Oropesa  y  del  almiraato,— 
Quedan  dominando  Portocarrero  y  el  partido  francés. 

La  circuDStancia  de  no  haber  tenido  Carlos  U.  su- 
cesión,  ni  de  sa  primera  ni  de  su  segunda  esposa;  la 
ninguna  esperanza  que  habia  de  que  la  tuvies^t  aten- 
dida so  complexión  débil;  los  pocos  años  que  se  su- 
ponía ó  calculaba  que  podría  ya  vivir,  y  la  considera* 


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rAtw  111.  Liv&o  v«  267 

ckm  de  estar  próxiitaa  á  extinguirle  coa  él  la  lÍDeadi- 
recta  varonil  de  los  reyes  de  la  dinastía  austi^aca,  que 
bacía  oerca  de  dos  siglos  babian  ocupado  el  trono  de 
Castilla,  babia  becbo  pensar  dentro  y  fuera  de  España 
á  todos  los  bombres  que  tenian  alguna  parte  y  manejo 
en  la  política,  incluso  al  mismo  rey,  en  la  femilia  y 
persona  que  debería  heredar  á  su  muerte  la  corona 
de  los  dominios  españoles* 

Asunto  era  este  que  preocupaba  los  ánimos  de 
todos,  así  en. la  corte  de.  España  como  en  las  de 
otras  naciones,  y  por  sentado  debía  darse,  aunque 
no  lo  dijéramos,  que  no  babia  de  ser  el  ambicioso 
Luis  XIV.  el  último  que  fijara  sus  codiciosas  miras  en 
esta  mas  para  él  que  para  nadie  apetecible  berencia, 
mucbo  mas  siendo  uno  de  los  que  podían  alegar  mas 
derecbo  á  recogerla  para  su  familia  á  la  muerte  de 
Carlos  ^^K  Pero  en  tanto  que  estábamos  en  ardíeiile  y  ^ 
viva  lucha  con  Francia,  la  prudencia  le  aconsejaba, 
trabajar  en  este  plan  con  el  mayor  disimulo  posible, 
y  conducirle  con  mañosa  habilidad,  como  él  y  sus 
agentes  diplomáticos  sabían  hacerlo.  Mientras  vivió 
la  primera  esposa  de  Carlos,  María  Luisa  de  Orleans, 
sus  embajadores  en  Madrid  no  se  descuidaron  en 
preparar  el  espíritu  y  los  ánimos  á  este  propósito. 

(1)  Al  decir  de  algunos  escrn  Orleans,  y  que  con  este  conocí- 
toreé  espafioles  bacía  tiempo  que  miento  ei  monarca  francés  fué 
LuisXIv.  sabia  que  Cárlo3  li.  era    preparando  con  tiempo  susplanes 


inbóbiipara  tener  posteridad,  por    de  sucesión,  aunque  con  ¡ 
habérselo  descubierto,  dicen,  su    reserva  por  la  guerra  que  enton- 


I  mucha 

_  ,    ^    ,  -  ^^ „ aue 

primera  esposa  María  Luisa  a«   cea  tema  coa  Bspafia. 


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268  UlSTORlA    DB   ESPAÑA. 

Mas  habiendo  muerto  aquella  y  sucedídole  en  el  tro- 
no español  la  princesa  María  Ana  de  Newburg,  el 
emperador  Leopoldo  de  AIemania.su  pariente,  que 
también  aspiraba  á  que  heredarse  la  corona  de  Casti- 
lla su  hijo  el  archiduque  Garlos,  envió  de  embajador 
Qon  el  propio  objeto  al  conde  de  Harrachv  uno  de  los 
principales  de  &u  consejo,  y  hombre  de  gran  capaci*- 
dad  y  destreza  para  el  manejo  de  estos  negocios- 
dividióse  la  corte,  y  aun  la  misma  familia  real, 
en  dos,  ó  por  mejor  decir,  en  tres  partidos.  La  rei- 
na, como  alemana  que  era,  el. cardenal  Poriocar- 
rero,  él  almirante  de  Castilla  conde  de  Melgar,  y 
otros  Doagnates,  estaban  por  la  sucesión  de  la  casa 
de  Austria,  ó  sea  del  hijq  segundo  del  emperador, 
que  era  el  designado,  y  en  quien  renunciaban  su  pa- 
dre Leopoldo  y  su  hermano  mayor  José.  El  rey,  la 
reina  madre,  el  marqués  de  Mancera,  el  conde  de 
Oropesa,  á  quien  .todavía  se  consultaba  á  pesar  de 
su  separación  de  los  negocios,  y  otros  varios  mi- 
nistros, preferían  al  príncipe  electoral  de  Bavie- 
ra,  que  también  alegaba  á  la  sucesión  de  España 
el  derecho  que  luego  esplicaremos.  El  partido  del 
delfín  de  Francia  era  menor  al  principio,  por  la 
circunstancia  de  la  guerra,  si  bien  se  contaba  en  él  al 
conde  de  Monterrey,  al  consejero  de  Castilla  y  gran 
jurisconsulto  do;i  José  Soto',  y  á  otros  principales 
señores.  Llegó  el  embajador  de  Austria  á  alcanzar 
del  rey  1á  promesa  Tle  que  nombraría  sucesor  al  ar- 


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.  PARTB  IIK  LIBRO  V.  260 

chidaque,  á  condicioD  de  que  el  emperador  le  envía- ' 
ria  doce  mil  hombres  para  rechazar  la  invasión  de  ios 
franceses  en  Cataluña.  Mas  sobre  no  haberse  cumplí- 
do  esla  condición;  que  la  situación  del  imperio  no 
permitía,  y  sobre  pedir  el  emperador  el  gobierno  del 
Milanesado,  que  era  como  dividir  la  monarquía,  el 
-partido  austríaco  perdía  de  cada  dia  mas  en  ^paña, 
ya  por  el  carácter  altanero»  codicioso  y  díscolo  de  la 
reina,  ya  por  la  influencia  de  mala  índole  que  con  ella 
ejercían  personas  de  Alemania  de  tan  miserable  con- 
dición é- indigno  proceder  coino  las  que  en  otro  lugar 
hemos  mencionado,  ya  teniendo  en  cuenta  los  inmen- 
sos daños  que  habla  causado  á  España  la  imprudente 
protección  dada  siempre  por  nuestros  reyes  al  impe- 
rio, y  la  miseria  y  la  ruina  que  nos  habia  ocasionado 
el  afán  indiscreto  de  estar  incesantemente  enviando  y 
sacrificando  nuestros  hombres,  y  consumiendo  y  ago- 
tando nuestros  tesoros  por  engrandecer  ó  sostener  la 
casa  austro-alemana. 

El  infeliz  Carlos  II,  condenado  á  la  disgustosa  ne-* 
cesidad  de  oír  las  disputas  sobre  los  que  tenían  me<- 
jor  derecho  á  sucederle,  y  aun  á  tomar  una  parló 
principal  en  ellas»  como  aquel  cuya  decisión  había 
de  influir  tanto  en  la  resolución  4e  tan  importante  ne- 
gocio, coúsultaba  á  sus  Consejos,  y  tratábalo  en  jun- 
tas especiales  que  formaba  para  oír  los  dictámenes  de 
todos.  Vamos  á  dar  una  muestra  de  cómo  se  trataba 
en  ellas  este  interesantísimo  punto,  y  cómo  se  le  con- 


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S70  m^TMIA  DB  fiS^AfiA. 

siderdba  en  so  relación  con  la  guerra  y  con  los  pro- 
yectos de  paz,  y  daremos  á  conocer  algunos  de  los ' 
votos  de  más  importancia  é  influja»  tomando  por  tipo 
las  consultas  de  1694  <*^ 

Sbñor,  (decía  una  de  ellas):  Después  de  haber  resuelto 
y.  M.  á  consulta  de  los  ministros  que  componen  esta  jun- 
ta, que  se  continuase  la  guerra  sin  escuchar  las  proposicio- 
nes de  Francia  para  la  paz  y  el  artículo  sóbrela  sucesión;  y 
habiendo  Y.  M.  mandado  escribir  cartas  particulares  al 
Sr.  Emperador  y  demás  aliados,  diciéodoles  que  sin  común 
acuerdo  de  todos  estaba  V.  M.  en  (irme  ánimo  de  no  dar 
oidos  á  estas  proposiciones,  y  que  antes  de  consentir  Y.  M. 
en  tratados  indignos  aventuraria.  Y.  M.  todos  sus  dominios, 
aunque  sus  aliados  le  dejasen  solo  en  la  guerra;  se  han  ido 
recibiendo  sucesivamente  délos  ministros  que  Y.  M.  tiene 
en. las  cortes  de  Europa  y  de  algunos  príncipes  las  cartas 
que  resumidas  ligeramente' es  la  sustancia  de  su  contenido 
como  se  sígue.-^El  Elector  de  Baviera  respondió  de  mano 
propia  como  príncipe  de  la  liga  poniendo  todas  sus  aceiiH 
nes  en  la  voluntad  de  Y.  M.,  y  como  gobernador  de  Flan- 
des  envió  copia  de  una  carta  que  le  había  escrito  desde  Ra- 
tisbona  el  mensagero  Neuveforge  espresando  lo  bien  que 
había  sido  oída  en  aquella  dieta  la  resolución  de  Y.  M.— 
También  el  Elector  de  Maguncia  respondió  aplaodíóndola. 
— ^Don  Juan  Garlos  Bazan  envió  la  respuesta  que  le  dio  el 
secretario  dé  Estado  del  duque  de  Saboya  estimando  la  no- 
ticia.— ^El  marqués  de  Leganés  dijo  que  para  mantener  lo 
resuelto  era  menester  hacer  con  vigor  la  guerra.«^DoA 

(I)  Teoemos  á  la  vista  las  mi-  sumamente  interesantes  y  curio- 
ñutas  de  multitud  de  consultas  das;  pero  nos  es  imposible  darlas 
hechas  en  aquel  tiempo  y  en  di-  á  conocer  todas,  poraoe  forma- 
ferentes  aftos,  pertenecientes  á  la  rían  ellas  solas  mas  de  tino,  y 
Colección  de  Manuscritos  del  Ar-  acaso  mas  de  dos  volnnlenes. 
chivodeSalazar,  K.  49,  todas  ellas 


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•  fáwn  nu  libeó  v¿  274   * 

Fra&oiseo  Bernardo  de  Quirós,  qne  él  habhi  participado  i 
ios  miBisiros  de  los  principales  aliados  que  están  en  la  Ha- 
ya, y  qae  iodos  habian  quedado  gozosos  y  satisfechos  y. 
aseguñdos  de  que  no  vendrá  ese  tratado  sin  su  anuencia. 
*--EI  marqués  de  Canales  representó  que  esta  noticia  habia 
llegado  ámuy  buen  tiempo:  que  el  rey  Güiliento  estaba  ofen- 
dido deque  Francia  no  *  hablase  con  él  en  sus  proyectos,  y 
que  había  remitido  la  respuesta  al  congreso  <)el  Ha^a  por  si 
con  este  cimiento  pedia  radicarelli  los  tratados.— -El  duque 
de  Medinaoeli  respondió  que  se  valdría  de  la  noticia,  y  que 
reconocía  que  su  Santidad  no  dejaba  de  aprobar  la  propo- 
sición dé  ceder  al  Elector  de  Baviera  las  pretensiones  del 
Sr.  Emperador  y  del  delfin.^T  últimamente  el  marqués 
deBurgomayne  dijo  que  el  Sr.  Emperador  habia  oído  su- 
idamente gustoso  la  resolución  de  Y.  Jtf .,  y  que  aguardaba 
para  responder  á  estos  proyectos  lo  que  diría  el  rey  Gui- 
llermo, pero  que  entretanto  estaba  S.  M.  Cesárea  con  el 
espíritu  sumamente  fatigado  por  las  diferentes  proposicio- 
nes de  Francia  sobre  la  sucesión  de  España,  y  no  sin  rece- 
los de  que  aquella  corona  trate  particularmente  con  el  Eltéc- 
tor  de  Baviera,  de  cuya  sospecha  recela  el  marqués  algún 
grave  inconveniente,  niayormente  dudando  el  Sr.  Empe- 
rador lo  que  en  V.  M.  se  entiende  sobre  la  materia^  y  vién- 
dole muy  sensible  que  para  esto  se  piense  en  otra  cosa  que 
en  la  suya. 

«Con  cartade  46  de  enero  remitió  el  marqués  de  Burgo- 
mayne  copia  deliro  proyecto  que  esparcían  los  ministros 
de  Dinamarca  en-las  cortes  dé  Alemania,  el  cual  se  reduce 
por  lo  que  mira  al  señor  Emperador,  imperio,  y  duques  de 
Lorana  y  Saboya^  á  las  condiciones  ofrecidas  en  el  prime- 
ro: en  cuanto  á  España,  á  restituir  todo  lo  conquistado  en 
Cataluña  en  esta  guerra,  y  en  Flandes,~  Itons  y  Namur,  y 

demolido  Gharleroy En  cuanto  á  la  í^ucesion,  que  ror 

nunóiaráel  Gristianisimo  y  hará  renunciar  al  delfin  todo 
Qénerode  pretensiooque  pueda  tener  en  los  Países  Bi^oa» 


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272  H;S'f OEIA   DK  9fttA&4«/ 

en  calidad  deque  el  seQor  Emperador  baga  )o  mismo  á  bh- 
vor  del  elector  de  Ba viera. —Con  motivo  de  enviar  este  pro- 
yecto el  marqués  de  Burgomayno,  representa  que  Suecía 
habia  añadido  á  él  en  todo  secreto  que  el  embajador;de 
Francia  habia  dicho  que  comojS.  M.  Cesárea  se  conformase 
en  cuanto  á  la  cesión  de  los  Países  Bajos  en  el  elector  de 
Baviera,  cederla  Francia  al  señor  Emperador  ei  derecho  que 
tiene  á  España,  y  que  esto  tenia  muy  en£ada,do  al  señor 
Emperador  y  á  los  mas  de  Jos  aliados Este  misino  pro- 
yecto remite  el  duque  deMedinaceli,  diciendo  que  el  Cris- 
tianísimo le  habia liecho  notorio  á  todos  los .  ministros  de 
príncipes  que  residen  en  París,  y  qué  S.  S/no  dejaba  de 
aprobarle.— -Tambiea  le  envía  el  marqués  de  Canales,  di- 
ciendo que  habia  sido  presentado  por  el  ministro  de  Dina* 
marca  al  rey  Guillermo.  Siendo  de  advertir  que  en  este 
proyecto^  presentado  en  Londres  hay  un  artículo  separado 
que  no  está  en  los  otros,  en  que  ofrece  Francia  que  por  lo 
que  toca  al  rey  Jacobo  se  comprometerá  en  las  dos  CjMrpnas  ' 
del  Norte,  ó  en  el  señor  Emperador.  Y  el  marqués  dé  Cana* 
les  añade  que  esta  declaración  no  solo  no  ha  entibiado  á 
aquel  gobierno,  sinb  que  antes  le  ha  ensoberbecido,  persua^ 
diéndose  á  que  ya  la  Francia  siente  los  efectos  de  la  guer-- 
ra.  Con  que  son  tres  las  diferencias  do  un  mismo  proyecto; 
el  presentado  en  Londres  añadiendo  lo  que  va  referido;  el 
de  Yiena  con  el  artículo  separado  acerca  de  ceder .  Francia 
al  señor  Emperador  el  derecho  que  supone  tener  á  España; 
y  el  que  ha  dado  en  P^rís  á  los  ministros  de  los  principes 
sin  una  ni  otra  circunstancia » 

Prosegaia  la  junta  espUcando  el  aspedto  que  pre« 
sentaba  el  discurso  de  la  sucesión  á  España  en  caída 
una  de  las  córled  de  Europa*  Y.  viniendo  á  los  votos 
particulares  de  sus  individuos,  el  almirante,  quei 
como  bemoá  dicho,  estaba  por  el  archiduque  Garlos 


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PARTB  111.   UBftO  V.  S73 

de  Austria,  decia  eatre  muclias  cosas  para  desvirtuar 
el  derecho  de  la  Francia. 

«Dos  derechos  tiene  la  Francia  para  la  sucesión  de  estos 
reinos;  uno  físico  y  real  é  incontrovertible,  que  es  el  de  sus 
fuerzas,  el  de  la  situación  de  su  pais  y  el  nuestro;  con  tres 
bi:echas  abiertas  tan  principales  en  los  Pirineos,  y  nuestra 
última  reconocida  debilidad  para  la  defensa: otro  imagina- 
rio, pues  no  se  debe  llamar  legal,  habiéndole  desvanecido 
tan  clara  y  distintamente  nuestros  jurisconsultos.  El  Qd  que 
de  esta  proposición- de  la  Francia  Se  viene  mas  á  los  ojos 
es  el  de  feriar  este  derecho  imaginario  al  señor  Emperador, 
ó  al  duque  de  Baviera,  haciendo  mas  formidable  y  mas  per- 
manente el  otro  derecho  que  le  da  su  poder etc.» 

Pero  entre  los  votos  particulares  de  los  consejeros 
es  uno  de  los  mas  notables  el  def  marqués  de  Man- 
cera»  que  es  bueno  conozcan  nuestros  lectores. 

«Señor  (decia  la  consulta  de  6  de  agosto,  4694):  El  mar- 
qués de  Mancera  dice,  que  la  suma  gravedad  de  la  mate- 
ria en  que  V.  M.  le  manda  decir  su  modo  de  entender  le 
constituye  en  justo  recelo  de  acertar,  porque  sin  duda  es 
superior  á  cuantas  se  han  tratado  desde  que  el  señor  Rey 
don  Pelayo  empezó  á  restablecar  esta  monarquía. 

«La  caducidad  inevitable  de  ella,  ya  sea  vencida  delpo-  , 
der  del  rey  de  Francia,  ó  ya  heredada  del  príncipe  electo- 
ral de  Baviera,  ni  es  oculta  á  Y.  H.  ni  remota.  Su  impo- 
tencia universal  en  todas  partes  y-miembros  se  viene  á  los 
ojos,  por  falta  de  cabos,  por  defecto  «de  habitadores,  por 
inopia  de  caudal  regio  y  privado,  por  entera  privación  de 
armas,  municiones,  pertrechos,  fortifícacioñes,  artillería, 
bagóles,  y  lo  que  es  mas,  disciplina  militar,  naval  jterres- 
,  tre;  por  el  universal  desmayo,  desidia  y  vergonzoso  miedo, 
á  que  por  nuestros  pecados  se  ve  reducida  la  nación,  olvi- 
dada de  su  nativo  valor  y  generosidad  antigua.  Aunque 
'    ToMO^vii.  18 


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374  UlSTOHlA   DB   BSPlkfÍA, 

demos  el  caso  de  poder  valemos  de  las  naciones  eslrange* 
raS)  conduciendo  á  España  alemanes,  irlandeses  ó  italia- 
nos, con  los  gastos  crecidos  que  esto  pide,  y  se  hallasen 
iñedios  para  formar  con  ellos  ejército^  quedamos  espuestos 
á  no  conservarlos,  y  al  peligro  de  que  sí  fuesen  pocos  los 
forasteros  conducidos,  servirían  de  poco,  y  si  muchos,  es- 
tará en  su  arbitrio  hacer  lo  que  quisieren,  y  por  ventura 
pasarse  al  enemigo  á  la  primer  retardación  de  paga. 

))Todo  esto  representa  á  V.  M.  el  que  vota,  ho  para  me^- 
iancolizar  su  Real  ánimo,  sino  para  valerse  destos  presu- 
puestos como  ciertos  y  precisos  fundamentos  sobre  que  ha 
de  edificar  su  voto, .  '  .  - 

>No  hay  doctrina  teológica  ó  política  que  dé  facultad  á 
un  rey  para  subvertir  el  orden  de  las  leyes  fundamentales 
de  su  reino  por  su  voluntad,  ni  postergar  el  sucesor  que  ^ 
ellas  le  ssñalan  como  índices  de  la  providencia  del  Alti&imo, 
por  motivos  de  odio  ó  benevolencia,  y  en  este  sentimiento 
he  estado  y  estaré'siempre.  Tiene  apoyo  esta  verdad  en  lo 
que  sucedió  al  señor  Rey  don  Fernando  el  Católico,  que 
estando  jiróximo  á  pasar  á  mejor  vida,  ocupado  del  cari- 
ño á  su  nieto  segundo  el  infante  don  Fernando,  que  des-  ' 
pues  fué  el  primero  d^os  Césares  de  este  nombre,  quiso 
noVnbrarle  por  sucesor  en  la  mon^^rquía  de  España,  •  ante- 
poniéndole al  señor  Príncipe  don  Carlos  su  nieto  mayor, 
después  emperador  quinto  de  este  nombre.  Comunicó  su 
dictamen  á  un  ministro  de  su  consejo  y  cámara,  merítísi- 
mo  confidente  suyo:  opúsosele'el  ministro  con  cristiana  y 
heroica  libertad;  contendieron  ambos  sobre  la  materia^  y 
el  ministro  obtuvo  la  victoria  por  la  razón;  rindiéndose  el 
rey  m«ribundo  á  ella;  de  que  se  sigue  que  el  odio  no  debe 
excluir  al  legítimo  sucesor;  ni  el  amor  anteponer  al  que 
las  leyes  excluyen.  Igualmente  estoy  firme  y  no  por  ica- 
pricho  ó  antjíjo,  sino  movido  de  sólidos  fundamentos, 
en  que  no  solo  puede,  sino  debe  en. conciencia  el  rey,  pre* 
ferir  la  utilidad,  conservación  y  paz  de  la  monarquía  á 


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PAKTB  III.  LI'bAO  ▼.  S75 

Id  conveniencia  particular  de  aquel  individuo  pregunto 
inmediato  sucesor  suyo,  aunque  sea  su  faijoIegitimOy  cuan- 
do esto  conduce  al  publico  y  universal  bien:  y  no  se  ofre- 
ce otfo  camino  de  asegurársele  á  la  república',  porque  co- 
mo el  rey  es  su  padre,  cabeza  y  tutor,  debe  anteponer  la 
conveniencia  pública  á  la  de  cualquier  otro  particular.  Asi 
loensefióel  prjidentfóimo  sefíor  rey  don  Felipe  11.  con- 
sultando á  las  universidades  de  España  en  el  caso  que  nos 
refieren  con  claridad  las  historias  estrángeras,  y  con  rebo- 
zo y  misterio  las  dcEspaña,  del'  señor  príncipe  don  Cár- 
'     los,  su  hijo  único.' 

^Pruébase  la  certeza  y  seguridad  de  este  dogma  con  el 
símil  que  sigue.  Cualquiera  que  por  sola  su  Toluntad, 
aunque  llevado  de  fin  honesto  y  loable,  se  cortase  una  ma- 
no ó  se  sacase  un  ojo,  pecaría  mortal  mente  incurriendo 
en  el  condenado  error  de  Orígéaes,  y  traspasahdo  lo  que 
Bies  tiene  declarado  de  que  nadie  es  dueño  de  sus  miem- 
bros. Pero  el  que  viéndose  herido  de  animal  venenoso  tu- 
viese constancia  para  mutilarse  el  miembro  envenenado, 
no  solo  no  pecara,  sino  mereciera  en  la  observancia  del 
precepto  de  caridad,  porque  el  valor  del  todo  de  aquel  in- 
sdividuo  prevalece  al  valor  del  miembro  separado.  Creces* 
te  voto  positivamente  que  nos  vemos  reducidos  á  estos 
términos,  y  para  mayor  espresíon  se  propondrá  en  forma 
silogística. 

»La  mayor  es,  que  no  á  paso  ordinario,  á  precipitada 
carrera  va  despeñándose  está  monarquía  ai  abismo  de  su 
perdición  total,  ya  sea  porque  la  conquiste  el  rey  de  Fran- 
cia, á  cuyo  intento  parece  que  tiene  vencido  lo  mas  difi- 
cultoso, ó  ya  porque  la  herede  el  príncipe  electoral  de 
Baviefa,  si  Dios  por  su  infinita  clemencia,  como  siempre 
lo  espero,  no  nos  socorre  conia  deseada  sucesión  de  V.  M.^ 
pues  lo  mismo  será  recaer  la  monarquía  en  Baviera  que 
-pasar  á  iH  infeliz  esclavitud  de  la  Francia. 

»La  menor  es^  que  de  nuestros  aliados  no  tenemos  que 


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276  HISTORIA  DE  ESPA&A. 

esperar  ni  válido  ni  oportuno  remedio.  No  del  Sr.  Empe-^ 
rador,  por  su  inmensa  distancia  y  diversión  de  sus  fuer- 
xas  en  Hungría  y  en  e]  Alto  Hhín.  Wo  del  rey  Guillermo 
de  Inglaterra,  porque  ó  no  puede  ó  no  quiero  asistirnos 
como  debiera,  ó  no  quieren  sus  cabo^  ejecutar  sus  órde  • 
n^S,  según  lo  están  diciendo  las  «sposiciones.  Ko  de  ho- 
landeses, por  sus  aviesas  y  cautelosas  máximas,  que  tie- 
nen tan  diversos  fines;  y  mucho  menos  de  los  demás  alia- 
dos, cuya  impotencia  es  notoria.         '  ,     / 

vLuego  sigúese  la  irrefragable  consecuencia  de  quq 
V.  M.  en  conciencia,  en  justicia  y  en  polítioa,  está  obli- 
gado y  necesitado  debajo  de  precepto  divino,  natural  y 
político,  á  obviar  por  todos  los  medios  y  esfuerzos  posibles 
este  oprobio  de  su  nación,  este  yugo  intolerable  que  ame- 
naza á  sus  fieles  vasallos,  este  peligro  inminente  del  ultra- 
ge  de  la  religión  católicá.de  España  y  reverencia  á  los  al- 
ta)*es,  desacatoé  las  vírgenes  consagradas  á  Dios,  turbacioo 
del  reposo  en  que  yacian  los  huesos  de  muertos  honrado3 
progenitores;  pues  todo  esto  será  triunfo  de  la  licencia  sa- 
crilega de  franceses. 

•  El  único  medio  que  desde  la  atalaya  del  corto  discur- 
so del  que  vota  se  descubre  para  tomar  parte  en  tan  pro- 
celosa borrasca,  después  de  la  misericordia  divina  á  quien 
se  debe  recurrir  con  afectuosas  y  humildes  súplicas,  es  el 
de  condescender  V.  M.  á  las  insinuaciones  ^el  rey  de  Fran- 
c¡a,'de  que  renunciando  V.  M.  y  el  Sr.  Emperador  en  favor 
del  principe  electoral  de  Baviera  el  Pais  Bajo  en  caso  de  no 
tener  Y.  M.  sucesión,  renunciase  el  Cristianísimo  y  el  Del- 
finel  derecho  pretenso  á  e^tshmonarquía  á  favor  del  Sr.  Em- 
perador y  Sres.  archiduques  de  Austria,  sobre  el  mismo 
presupuesto^  de  negarnos  el  cielo  el  beneficio,  que  espero 
siempre  de  su  misericordia,  de  la  real  sucesión  de  V.  M.... 

dEI  principal  fundamento  de  justicia  para  proponer  al 
sucesor  de  mejor  derecho  y  anteponer  al  mas  remoto,  con- 
siste en  la  utilidad  pública:  porque  como  los  reyes  se  ins- 


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PARTfi  111  •  limEo  y.  277 

iHuyen  para  beneficio  de  los  reinos,  y  no  al  contrario  los 
reinos  para  conveniencia  de  los  reyes,  llegado  el  caso  de 
haber  de  declarar  sucesor,  está  obligado  en  sentir  del  que 
vola  el  rey  reinante  á  elegir  al  que  sea  mas  idóneo,  y  mas 
útil  y  conveniente  á  sus  reinos,  sin  que  eiresto  tenga  ar- 
bitrio  la  sangre  ó  la  inclinación.  Confio  en  la  piedad  divina 
que  ha  de  sacarnos  con  felicidad  de  este  enredado  laberin-* 
to,  concediéndonos  la  real  sucesión  que  tanto  importa;  pero 
si  fuese  su  beneplácito  castigarnos,  ¿cómo  puede  pensarse 
que  un  principé  de  año  y  medio  sea  mas  útil  al  gobierno, 
tutela,  protección  y  administración  de  justicia  en  estos  y 
en  ios  demás  reinos  de  la  monarquía,  que  el  señor  archidu- 
que Garlos  en  tan  diferente  edad,  educación  y  esperanza? 
»Parece  que  hacen  alguna  resistencia  á  la  renunciación 
del  País  Bajólos  vínculos  recíprocos  de  reiterados jura- 
mentoB  entre  aquellos  subditos  y  Y.  M.  y  sus  ínclitos  pro- 
genitores, de  no  separarlos  jamás  de  su  corona;  pero  cuan- 
do la  causa  púljüca  y  el  bien  de  la  paz  se  interesan,  todo 
se  dispensa  y  se  facilita  sin  el  menor  escrúpulo,  de  que  son 
pruebas  incontrastables  los  ejemplos  siguientes.~-El  señor 
emperador  Garlos  Yv  capituló  con  la  señora  reina  do  In- 
'glatera  María  Stuard  casar  á'  su  hijo  el  señor  don  Feli- 
pe 11.  dotando  aqucfconsorcio  con  el  Pais  Bajo  á  favor  de 
los  príncipes  que  dellos  procediesen;  y  es  de  advertir  que 
se  hallaba  ya  el  señor  rey  Felipe  II.  coi)  hijo,  que  era  el 
señor  príncipe  don  Carlos,  y  no  so  hizo  reparo  en  esta  di- 
visión de  aquel  estado^  ni  era  perjuicio  del  príncipe.-^ 
£1  mismo  señor  emperador  don  Carlos  Y.  renunció  los  es- 
tados hereditarios  de  Austria,  Stiria,  Carintia,  etc.,  en  sa 
hermano  el  señor  don  Fernando,  tocando  de  derecho  á  su 
.hijo  único  el  señor  don  Felipe  II. — ^Este  propio  señor'  rey 
renunció  en  su  hija  la  señora  infanta  doña  Isabel  Clara  Eu- 
genia todas  las  diez  y  siete  provincias  que  contenía  enton- 
ces el  Pais  Bajo  casándola  con  el  señor  archiduque  Alber- 
to de  Austria,  y  no  personalmcnle,  sino  también  á  favop 


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278  HISTORIA    INB    B&PAiÍA. 

de  sus  hijos  y  descendientes:  ,por  maneFa  qué  estas  diví-^ 
sienes  y  renunciaciones,  cuando  interviene  la  causa  públí* 
ca,  la  paz,  quietud  y  conservación  de  I09  reinos,  siempre' 
han,  sido  admitidas  y  aprobadas  del  muüdo  católico,  y  no 
se  ha  visto  autor  que  las  repruebe,  sinala  del  rey  Cristia- 
nísimo establecida  en  los  Pirineos  juntamente  con  los  ca- 
pítulo de  paces,  y  esto  por  tal  ó  cual  francés  apasionado  y 
de  ningún  crédito. 

^  »Lo  que  queda  apuntado  es  cuanto  mira  á  la  sustancia 
desta  importantísima  materia,  en  que  no  presume  el  que 
vota  que  puede  hacer  opinión^  antes  suplica  á  V.  M.  se  sir- 
va de  comunicarla  con  la  mayor  reserva  posible  á  sugetos 
de  doctrin»,  prudencia,  cristiandad  y  noticias  históricas, 
para  que  si  hallaren  repugnancia  en  algo  de  lo  que  va 
presupuesto,  desengañen  y  den  luz  á  V.  M.  de  lo  que  se 
d^be  seguir  y  resolver.^ 

jDPorloque  toca  al' modo  de  encaminar  esta  negocia- 
ción,  jv^ga  el  marqués  sin  el  menor  recelo  de  engasarse, 
que  no  teniendo  Y.  M.  pariente,  amigo  ni  aliado  que  mas 
de  corazón  le  ame,  desee  sus  aciertos  y  se  interese  en  sus 
fortunas  que  al  señor  emperador,  debe  V.  M.  fijarla  ente- 
ramente de  S.  M., Cesárea,  remitiéndole  ampliskiia  pleni- 
potencia para  que  use  della  cuando  y  en  la  forma  que  lo. 
juzgase  oportuno,  poniendo  á  su  dirección  los  demás  pun- 
tos concernientes  á  la  paz,  y  esto  con  el  mayor  secreto 
y  reserva  que  cupiese  en  lo~ posible. 

»Seria  la  mejor  la  que  se  hiciese  sobre  la  planta  de  la 
de  Westphalia.  La  menos  mala  la  de  los  Pirineos.  La  me^. 
nos  buena  la  de  Nimega.  Pero  el  grado  á  que  nos  vemos 
reducidos  no  nos  da  facultad  -de  escoger,  sino  de  tomar  la  - 
menos  mala:  y  si  cualquiera  no  se  estableciese  con  la  es- 
'presa  calidad  de  continuarse  la  liga  defensiva,  con  clau- 
sulare garantir  todos  los  aliados  al  .que  fuere  invadido  de 
la  Francia,  será  fundar  edificios  sobre  arena,  y  perdernos 
l^or  la  negociación  como  nos  |>erdemos  por  la  hostilidad.. 


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FAATB  111.  LIBRO  V»  2^70 

»Esto,  señor,  es  lo  que  ha  podido  aprend^sr  la  corta  ca- 
pacidad del  que  vota  en  la  prolija  &érie  de  muchos  años, 
negocios  y  ocupaciones,  y  lo  qu^  el  flaco  aliento  ile  la 
salud  quebrantada  le  ha  permitido  representar  áV.M.  con 
vivo  y  cordial  deseo  y  amor  á  su  real  servicio,  pidiendo 
á  la  Pivina  Providencia  conceda  á  V.  M.  los  aciertos  y  lar- 
ga vida  y  feliz  sucesión  que  nos  importa  á  sqs  vasallos....» 

Tal  era  el  modo  de  pensar  del  marqués  de  Man- 
cera  sóbrelos  dos  graves  asuntos  de  la  paz  y  do  la 
sucesión,  emitido  y  espresado  con  la  franqueza  y  en' 
el  estilo  que  han  podido  observar  nuestros  lectores. 
Y  por  este  orden  iban  dando  su  opinión  en  las  consul- 
tas el  cardenal  Portocarrero^el  almirante^  jel  condes- 
table, el  duque  de  Montalto  y  el  conde  de  Monterrey» 
según  el  m(Jdo  de  ver  de  cada  uno,  y  su  inclinación  ó 
su  interés^  por  las  personas  que  se  designaban  como 
'  aspirantes  con  mas  ó  menos  derecho  á  la   sucesión. 

Ajustada  que  fuá  la  paz  de  Riswick,  en  la  que 
llevó  Luis  XIV,  el  designio  que  hemos  eaunciado,  y  á 
cuyo  &n  se  propuso  contentar  y  halagar  á  los  españo- 
les, resolvió  trabajar  j^a  mad  abiertamente  y  con  ahin.-^ 
co  en  hacer  valer  el  derecho  de  su  nieto  Felipe  de 
Anjou  á  la  sucesión  del  trono  de  España,  en  el  caso» 
cierto  para  él,  de  no'  tener  Garlos  11.  posteridad,  á 
coyo  objeto  envió  de  embajador  á  Madrid  al  conde 
de  Harcourt,  hombre  de  gran  penetración  y  no  esca- 
sa ciencia,  guerrero'  valiente  y  afortunado,  afable» 
cortés,  y  sobre  todo  fastuoso,  cualidades  de  macha 
eslima  para  los  españoles.  Asi  foé  que  luego  se  cmpe- 


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S80  H19T0BIA  DK  BS^AÜA. 

ñó  uQa  lucha  activa  de  manejos  é  intrigas  diplomáti- 
cas entre  él  y  el  embajador  del  imperio  conde  de  Har. 
rach.  Mas  como  quiera  que  no  fuesen  el  archiduque 
Carlos  de  Austria  y  el  hijo  del  delfin  de  Francia  los 
solos  quQ  alegaban  derechos  á>  la  futura  vacante  del 
trono  de  Castilla,  diremos  cuántos  y  cuáles  eran  los 
pretendientes,  y  de  donde  le  venia  á  cada  cual  ehde- 
'  recho  que  alegaba; 

Era  el  delQa  de  Francia  hijo  dé  la  infanta  María 
Teresa  de  España,  primogénita  de  Felipe  IV.  y  her(na- 
na  mayor  de  Carlos  II.  Por  consecuencia,  sucediendo 
por  las  leyes  de  Castilla  en  el  trono  las  hembras  pri- 
mogénitas á  sus  hermanos  varones  á  falta  de  hijos  de 
estos,  bien  que  no  hubiera  la  misma  costumbre  ea 
Aragón,,  indudablemente  el  derecho  público  de  Cas- 
tilla favorecía  á  los  hijos  de  María  Teresa  y  de 
Luis  XIV.,  y  el  delfin  renunciaba  en  su  hijo  segundo 
Felipoi  duque  de  Anjou.  Pero  mediaba  la  renuncia 
solemne  de  María  Teresa  al  trqno  de  España,  hecha 
por  el  tratado  de  los  Pirineos,  y  confirmada  por  las 
cortes  y,  por  el  testamento  de  su  padre;  A  esto  con- 
testaba la  corte  de  Francia  que  aquella  rebuncia  ha- 
bla sido  hecha  para  disipar  los  ten)ores  de  las  nacio- 
nes europeas  de  que^pudieran  un  dia  reunirse  en  una 
misma  persona  las  dos  coronas  de  Francia,  y  de  Espa* 
Ja,  pero  que  aquella  cesión  no  había  podido  hacerse 
legalmente,  porque  nadie  puede  por  su  sola  voluntad 
alterar  las  leyes  de  sucesión  de  un  reino  con  perjuicia , 


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PARTE  111.  LIBKO  Y.  281 

de  sus  (jíesceDdieDtes;  y  por  la  ato  subsistía  íntegro  el 
derecho  de  los  hijos  de  María  Teresa. 

Fundaba  su  derecho  el  emperador  Leopoldo  de 
Austria  en  que  estioguida  la  primera  línea' varonil  de 
la  dinastía  austriaco-española,  debía  acodirse  á  la  lí- 
nea segundogénila,  do  que  él  descendiá  como  cuarto 
nielo  de  Fernando  I.  hermana  del  emperador  Gar- 
los Vm  y. ademas  en  los  derechos  de  su  madre  Ma- 
riana, bija  de  Felipe  III.  Para  evitar  Ja  reunipn  de 
jas  coronas  de  Austria  y  España  en  una  misma  per- 
sona, lo  cual  daria  celos  á  las  potencias  europeas,  él 
y  su  >híjo  mayor  José  abdicaban  en  su  hijo  segundo 
el  archiduque  Carlos.  Alegaba  ademas,  que  aun  en 
el  caso  de  suceder  las  hembras,  debia  preferirse  la 
mas  cercana  al  tronco,  no  la  mas  cercana  al  último 
poseedor.  Bien  que  en  este  caso^xcnia  mejor  derecho 
Luis  XIV.  como  hijo  de  Ana  de  Austria,  hija  mayor 
de  Felipe  III. 

Apoyaba  los  suyos  el.  príncipe  de  Baviera  en  ser 
nieto  de  la  infanta  Margarita,  hija  menor  <le  Feli* 
pe  IV.  y  primera  muger  del  emperador  Leopoldo.  Y 
aunque  la  madre  del  príncipe,  al  casarse  con- el  du- 
que de  Baviera,  había* renunciiído  también  los  dere- 
chos á  la  corona  de  España,  aquella  renuncia  no  ha- 
bía sido  confirmada  ni  por  Carlos  II.  ni  por  las  cortes 
de  Castilla,  y  por  tanto  no  se  tenia  por  válida.  Por  eso 
los  mas  de  los  consejeros  españoles,  y  el  mismo  rey, 
consideraban  de  mejor  derecho  al  príncipe  de  Baviera. 


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282  IllSTOftlA  DB  BSPAKA. 

Había  ademas  oiros  tres  pretendieoles,  á  saber: 
el  duque  Felipe  de  OrleaDs,  como  hijo  úe  la  mfanta 
Ana  de  Austria,  mtiger  dé  Luis  XIII.:  el  doqae  Víc- 
tor Amadeo  de  Sdboya,  como  desceodieote  de  Cala- 
lÍQa',  hija  segunda  de  Felipe  II.;  y  aao  el  rey  de  Por- 
tugal, cu^  tílAlo  era  desceoder  de  la  iofanla  doña 
María,  hermana  menor  de  doña  Juana  la  Loca,  que 
casó  con  el  fey  don  Manuel.  Pero  las  pretensiones  de 
lp6  Ires  últimos  príncipes  desaparecían  ante  los  mejo- 
res derechos  de  los  otros  tres  pretendientes,  que  eran 
los  principales. 

Aunque  todo  el  mundo  preveía  que  en  último  re- 
sultado esta  cuesytion  habría  de  decidirse  y  fallarse 
mas  por  las  armas  que  por  los  alegatos  en  derecho, 
cada  uno  de  los  representantes  de  las  corles  compe- 
tidoras procuraba  ganar  con  maña  el  afecto  del  rey, 
de  los  magnates  y  del  pueblo  español,  sin  perjuicio 
de  provenirse  cada  soberano,  y  muy  especialmente  el 
francés,  aumentando  sus  fuerzas  de  mar  y  tierra  en 
las  fronteras  y  en  los  puertos.  Cuando  llegó  á  Madrid 
el  embajador  francés  Harcourt,  encontró  el  partido 
ausVriaco  dominante.  La  reina,  que  con  su  genio  im- 
perioso tenia  supeditado  al  débil  Carlos,  había  traba- 
jado mucho.  Los  gobiernos  de  Cataluña,  dé  los  Países 
Bajos  y  de  Ñapóles,  habían  sido  conferidos  ¿ios  prín< 
cipes  deDarmslad  y  de  Vaudemont  y  al  duque  de 
'Pópoli,  alemanes  aquellos,  y  afecto^éste  al  mismo- 
partido.  Por  arte  de  la  reina  fué  al  principio  bastante 


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PAATB  111.  LIMO  V«  2S3 

laal  acogido  por  el  rey  el  conde  de  Harcourl;  pero  él 
disimuló,  y  espléndido  como  era,  y  ámpllamenle  fa* 
cuitado  y  asistido  para  ello  de  sa  soberano,  comenzó 
por  agasajar  con  delicados  presentes  y  obsequios  á  los 
grandes  menos  afectos  á  Francia,  f&rmando  contraste 
su  conducta  con  la  seca  altivez  delaustriaco.  De  igual 
conciicion  también  las  mngeres  de  los  dos  embajado* 
res,  mientras  el  orgullo  de  la  de  Harrach  la  hacia 
aborrecible  á  las  damas  de  palacio,  la  fina  franc(ueza 
de  la  de  Harcourt  se  fué  atrayendo  la  adhesión  de 
casi  todas,  y  llegó  con  su  dulce  trato  hasta  gran* 
jearse  el  cariño  de  la  reina,  siendo  tan  de  corazón 
alemana.  EL  oro  francés  hizo  su  efecto  con  la  Perdiz 
y  el  CojOy  personages  tan  importantes  como  ya  hemoa 
dicho  por  su  favor  con  la  reina.  El  confesor  Ghiusa 
fué  halagado  con  la  esperanza  da  alca^nzarle  el  cape- 
lo. A  la  reina  misma  le  dio  á  entender  el  de  Harcourt 
que  solo  á  su  mediación  quería  que  debiera  el  duque 
de  Aojoo  Isr  corona;  bfzole  entrever  la  idea  de  su  en- 
lace con  el  Delfin  cpando  quedara  viuda;  le  prometió 
que  se  devolverla  á  España  el  Rosellon,  y  que  la 
.  Francia  la  ayudaría  á  la  reconquista  de  Portugal  ^^K 

(4)    No  permitiéndonos  la  na-  la,  y  entre  los  embajadores  y  sus 

ioraieza  de  esta  obra  bacer  un  respectivos  gobiernos,  n6  bace- 

minocioso  y  detenido  relato  déla  mos  sino  indioar  las  fases  y  vicisi- 

. .  copiosa  correspondencia  diploma-  tudes  qae  iba  tomando  este  ^éle* 

tica  y  do  (as  largas  negociaoiones  bre  asunto,  y  los  resaltados  qae 

qoe   mediaron  durante  algunos  ibaa  dando  (as  gestiones.  En  la 

años  entre  los  príncipes  y  los  re-  gran  Colección  de  Documentos  in ó- 

presentante»  y  ministros  de  las  ditos  para  la  Historia  de  Francia, 

'  potencias  interesadas  en  la  raido-~  emprendida  de  drden  del  rey  Luis  ' 

$a do estion  déla  sucesión españo-  Felipe,  y  prtncipahnente  en  lo» 


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2S4  niSTORlA    DB    ESPAÑA. 

GoD  estos  y  otros  alicieutes,.  hábilmente  emplea* 
dos,  estuvo  la  reina  indecisa  y  casi  inclinada  á  aban- 
donar el  partido  auslriaco;  y  tal  vezHo  hubiera  hecho 
á  no  haber  visto  á  sus  mayores  enemigos  desparte  de 
la  casa  de  Borbon,  á  no  haberla  alentado  el  confe- 
sor Matilla,  el  almirante  y  oíros  ministros  y  conseje- 
ros. Pero  ya  la  causa  de  la  Francia  habia  ganado  tan- 
to en  el  pueblo,  que  apenas  la  de  Austria  contaba  con 
apoyo  sólido  fuera  .de  la  inclinación  del  rey,  y  aún 
ésta  se  la  enagenaban  ca&i  completamente  los  agentes 
del  imperio  con.la  indiscreción  de  estar  hablando  de 
(^llo  constantemente  á  Carlos,  sin  consideración  al  es- 
tado entonces  ya  delicadísimo  de  su  salud,  y  sin  mi- 
lamiente  ^al  disgusto  con  que  naturalmente  habia  de 
oir  el  afán  con  que  se  disputaba  su  herencia,  como  si 
ya  se  le  diera  |)or  muerto.  Esto  le  movió  á  es({uivar 
cuanto  pudo  las  visitas  de  Hanach,  y.  el  embajador 
alemán,  menos  flexible  y  menos  sufrido  que  el  fran- 
cés, no  puliendo  tolerar  aquél  desvío  se  retiró  amos- 
tazado á  Vieaa,  dejando  &n  su  lugar  un  hijo  suyo,  tan 
altanero  como  él,  y  sin  la  experiencia  ni  la  sagacidad 
de  su  padr<í*  Aquel  enfado  y  esta  novedad  diplomáti- 


volúmenes  dedicados  á  esclarecer  nesque  sobre  este  negocio  medía- 
la caestion  relativa  á  la  sucesión  ron  en  nuestra  Jispafis,  y  se  con- 
de España  se  hülian  piezas  y  docu-  servan,  impresos  unos,  manascri- 
mentos  en  abundancia,  que  debe  tos  los  mas,-ennuestíras  bibliotecas 
consultar  el  que  desee  bacer  un  y  archivos,  liemos  revisado  estas 
estudio  especial  sobre  esta  mate-  numerosas  colecciones,  y  de  unas 
ría.  Asi  como  nos  seria  también  y  otras  nos  hemos  servido  para  el 
imposible  hacer  k)  mismo  con  las  sucinto  extracto  que  dapios  en  el 
consullas,  respuestas  y  dictámc-  testo. 


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PARTE  III.  LIBRO  V.     ^    -  285 

ca  fué  uno  de  los  incidentes  que  favorecieron  mas^al 
ínflojo  de  la  casa  de  Borbon. 

Otra  de  las  conquistas,  y  acaso  la  mayor  de  todas, 
que4iizo  con  su  política  el  francés,   fué  la  del  carde- 
nal Portocarrero,  que  celoso  ya  del  almirante  por  pri- 
vados motivos,  abandonó  el  partidoaustriaco  que  has- 
ta entonces  habia  sostenido  con  él,  y  se  decidió  en 
favor  de  la  Francia.  Era  el  cardenal  hombre  de  corto 
talento  y  de  muy  escasa  lectura,  pero  muy  acreditado 
por  su  piedad  y  virtud,  y  por  la  incansable  generosi- 
dad con  que  socorría  á  los  necesitados.  Tenia  mucha 
influencia  con  el  rey,  y  por  tanto  la  causa  que  abra- 
zaba llevaba  muchas  probabilidades  de  triunfo.    Así 
fué  que  á  su  ejemplo  se  alistaron  en  el  mismo  parti- 
da el  inquisidor  general  Rocaberti,  y  otros  principales 
señores.  Saben  ya  nuestros  lectores,   porque  atrás  lo 
hemos  dicho,  que  el  cardenal  acusaba  al  P.  Matilla, 
confesor  del  rey,  de  ser  la  eausa  principal  de  los  ma- 
les del  reino:  logró  pues  en  esta  ocasión  que  el  rey  le  ' 
apartara  del  confesonario,  y  á  propuesta  del  mismo^ 
cardenal  vino  á  reemplazarie  el  P.  Fr.  FroilanDiaz, 
catedrático  de  prima  en  la  universidad  de  Alcalá,  de 
la  misma   religión  de  Matilla,  y  hombre  de  mas  pie- 
dad que  juicio  y  de  mas  virtud  que  talento. 

En  tal  estado  habria  podido  tal  vez  triunfar  defi- 
nitivamente la  política  y  el  intento  dé  Luis  XIV.,  á  no 
haberse  aparecido  de  nuevo  en  la  corte  el  conde  de 
Oropesa,  desterrado  hasta  entonces  en  la  Puebla  de 


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286  HISTORIA  DE  BflPAÜA. 

Mental  van.  La  reina»  qae  no  le  amaba,  pero  quesabfa 
qae  era  hombre  de  valer,  en  el  conOiclo  en  que  se  ha** 
Haba  se  acogió  á  él,  y  le  halagó  haciéndole  presidente 
de  Castilla.  Con  la  adhesión  del  de  Oropesa  se  reanir 
mó  algan  tanta  el  p3Ftido  austríaco;  mas  no  tardó  en 
desavenirse  y  romper  con  el  almirante,  al  modo  que 
le  habia  sucedido  á  Portocarrero,  y  entonces  sq  pro* 
puso  fomentar  el  que  podía  lla'maríse  tercer  partido, 
el  del  príncipe  de  Baviera,  el  ihas  apoyado  por  los 
jurisconsultos,  ai  que  mas  propendía  el  rey,  pero  que 
desde  la  muerte  de  la  reina  madre  no  habia  tenido 
quien  le  impulsárf  y  le  diera  calor.  Asi  se  abrazaban 
y  se  defendían  las  causas  de  los  pretendientes,  pasán- 
dose de  uno  á  otro  partido,  menos  por  convicción  que 
por  resentimientos,  rivalidades  é  intereses. 

Pero  al  mismo  tiempo  que  asi  se  empleaba  enMa- 
drid  la  intriga  cortesana,  Luis  XIY.  acudía  á  otra  cía* 
se  de  medios  mas  políticos  y  de  mas  elevada  esfera. 
AparcQtando  deseos  de  paz,  pero  teniendo  «medren«- 
tado  al  emperador  con  sus  preparativos  de  guerra; 
fingiendo  abandonar  sus  preleü9Íones  sobre  España  á 
fin  de  reconciliarse  con  el  monarca  inglés  Guiller- 
mo IIL,  negoció  con  las  potencias  marítimas  un  nuevo 
tratado  que  irritara  al  propio  tiempo  ai  emperador  y 
á  los  españoles,  para  peiyudicar  á  aquél,  y  sacar  des- 
pués mejor  partido  de  éstos.  So  pretesto  de  mantener 
el  equilibrio  europeo,  y  que  ninguna  de  las  potencias 
se  engrandeciera  demasiado  con  la  sucesión  de  Espa<* 


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PARTB  111.  LIBRO  V.  287 

fia,  iodújaias  á  hacer  9I  famoso  tratado  qae  se  llamó 
del  Repartimiento  (11  de  octabre,  1698).  Porque  eo 
él  se  estipuló  dividir  los  domi oíos  de  España  y  repar- 
tírselosr  aplicando  al  priocipe  de  Baviera  la  peufasüla 
española,  los  Países  Bajos  y  las  Indias;  al  delfiñ  de 
Francia  los  estados  de  Ñápeles  y  Sicilia,  con  el  mar^ 
.  quesado  de  Final»  y  la  provincia  de  Guipúzcoa,  y  al 
archiduque  Carlos  de  Austria  elMílanesado;  obligan* 
dose  los  aliados»  en  el  caso~  de  que  las  familias  de  , 
Austria  6  Baviera  negaran  su  adhesión  á  este  pacto, 
á  reunir  sus  fuerzas  para  atacarlas»  quedándola  salvo 
sus  derechos  respectivos.  Este  contrato  celebrado^  en- 
tre Francia»  Inglaterra  y  Holanda»  habla  de  permane- 
cer por  entonces  secreto»  y  Guillermo  de  Inglaterra 
se  encargaba  de  pedir  el  consentimiento  al  empera- 
dor. Asi  conseguía  Ltiis  XtV.  separar  del  Austria  las 
potencias  marítimas»  y  poner  en  pugna  al  de  Bavie- 
ra con  el. imperio,  lo  cual  era  un  gran  paso  para  sus 
ulteriores  planes. 

Como  era  de  esperar  y  suponer»  eLeníperador  se 
mostró  altamente  indignado  por  la  pequeña  porción 
que  en  el  reparto  se  adjudicaba  á  su  familia,  des- 
conociendo sus  derechos.  Los  españoles  se  irritaron 
de  ver  que  las  potencias  esírangeras*  dispusieran  asi 
á  su  antojo  dé  la  monarquía»  revivió  la  natural  alti- 
vez y  antigua  soberbia  del  pueblo  español»  la  nación 
ardía  en  cólera»  y  Carlos  II.,  no  obstante  la  flaqueza 
en  que  le  tenia  su  enfermedad,  se  quejó  enérgicamen- 


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288  HISTORIA  DR  RSPAftá. 

ifi  por  medio  del  embajador  marqués  de  Caoales  a( 
rey  de  Inglaterra  por  el  insulto  que  en  el  tratado  se 
habia  hecho  al  rey  y  á  la  naiSion  española,  y  proles* 
lando  contra  tan  escandalosa  arbitrariedad*  Ya  el  pue- 
blo en  este  caso  se  conformaba  á  recibir  al  sucesor 
i|uc  su  soberano  señalase,  y  el  conde  de  Oropesa  se 
aprovechó  de  todas  esta«  circunstancias  y  de  las  dis- 
posiciones anteriores  del  rey  para  acabar  de  decidirle 
en  favor  de  su  candidato  el  de  Bavie;*a.  Los  tñagis-^ 
trado  y  juristas  a  quienes  se  consultó,  informaron 
iambien  que  era  el  pretendiente  de  mejor  derecho, 
.  y  en  su  virtud  declaró  Carlos  II.  sucesor  y  heredero 
de  todos  sus  estados  después  de  su  muerte  al  prínci- 
pe José  Leopoldo  de  Bavierá.  Prorumpió  el  empera- 
dor cuando  lo  supo  en  tan  fuertes  quejas,  y  protestó 
-con  tal  altivez  que  acabó  de  ofender  é  irritar  coQ' 
tra  sí  á  los  españoles.  Al  contrario  el  rey  de  Francia, 
contento  al  parecer  con  hab^r  alejado  al  rival  mas  pe-, 
ligroso,  no  se  dio  por  sentido,  sin  renunciar  por  eso 
ásus  proyectos.  Portpcarrefo  tuvo  también  la  pru- 
dencia de  no  mezclarse  en  este  asunto,  ni  manifestar 
oposición,  iio  obstante  sus  últimos  compromisos  con 
el  francés.  ' 

Parecía  resuelta  ya  con  esto  la  cuestión.  Perolin 
acontecimiento  inesperado  vino  de  repente  á  compli- 
carla y  dificultarla  de  nuevo,  á  saberla  muerte  del 
presunto  heredero  de  la  corona  de  España,  el  prínci- 
pe de  Bavíera,  acaecida  en  Bruselas  ala  temprana 


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^PARTB  111.   LIBRO  V.  289 

edad  de  seis  años  (S  de  febrero,  1699).  No  nos  admi- 
ran las  sospechas  que  hubo  de  qae  la  muerte  no  fue- 
se enteramente  natural.  De  todos  modos  este   suceso 
acabó  con  las  esperanzas  de  un  partido»  y  puso  á  los 
otros  dos,  el  francés  y  el  austríaco,  en  situación  de 
luchar  frente  á  frente.  Ambos  eran  fuertes,  y  no  po- 
día asegurarse  cuál  de  ellos  acabaría  por  vencer  al 
otro.  Porque  si  el  de  Austria  se  reforzó  con  el  conde 
de  Oropesa,  que  hacia  gran  peso  en  la  balanza,  y  fal« 
tándole  el  príncipe  bávaro  se  puso  del  lado  de  la  reí* 
na  y  el  almirante;  en  cambio  el  antiguo  presidente  de 
Castilla  Arias  y  el  corregidor  de  Madrid  don   Pedro 
Ronquillo,  resentidos  de  Oropesa,  pasaron  á    rcfor* 
zar  á  Harcourt  y  á  Portocarrero.  Oropesa  y  el  carde- 
nal eran  los  personages  mas  inQuyentes  en;  la  eórte, 
y  como  la  cuestión  de  sucesión  era  el  negocio  que 
absorvia  todo  el  interés,  el  gobierno  y  la  administra- 
ción del  Estado  estaban  abandonados  completamente, 
y  ni  aun  la  junta  de  los  tenientes  generales  daba  se-* 
nales  de  vida,  habiendo  caido  en  la  inacción  y  casi 
en  el  olvide  desde  que  se  concluyó  la  guerra.   Eoí- 
fermo  de  cada  día  mas  el  rey,  siendo  el  joguete  las* 
limoso  de  los  que  por  ignorancia  ó  por  malicia  atri- 
buían sus  enfermedades  á  hechizos  y  le  trataban  como 
á  maleficiado;  poseído  de  ana  profunda  melancolía, 
ni  se  ocupaba  en  nada  ni  estaba  sino  para  pensar  'en 
la  muerte,  y  todo  marchaba  á  la  ventura. 

La  falta  de  gobierno  y  la^  malas  cosechas  deaque-» 
Touo  XTii.  49 


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290  UISTOKIA  DE   BSPAÑAk 

líos  años  produjjsron  escasez  y  carestía  de  manteni- 
mientes  en  Madrid,  y  con  ella  el  hambre.  Echaba 
el  pueblo  la  culpa  de  este  mal  al  coiíde  de  Oropesa 
como  presidente  de  Castilla,  yaomentaba  el  disgusto  y 
la  murmuración  la  voz,  no  ya  nueva,  ^deque'ét  y  su 
mugér  comerciaban  y  especulaban  á  costa  de  la  mi* 
seria  pública  en  ciertos  artículos  de  primera  necesi* 
dad.  Formaba  contraste  con  esta  conducta  la  solicitud 
y  la  generosidad  con  que  el  embajador  francés  y  sus 
amigos  distribuían  limosnas  y  prodigaban  socorros, 
cosa  que  el  pueblo  recibe  siempre  bien,  y  que  ellos 
no  hacían  sin  estudio,  siendo  su  comportamiento  una 
acusación  elocuente,  aunque  tácita,  de  sus  adversa- 
rios. Una  mañana  (abril,  1699),  por  uno  de  eBos  cho- 
ques ó  reyertas  que  nunca  faltan  cuando  están  pre* 
dispuestos  los  ánimos,  alborotóse  en  la  plaza  un  gru- 
po de  gentes,  primero  contra  un  alguacil,  después 
contra  el  corregidor»  insultándole  y  persiguiéndole 
buen  trecho.  La  multitud  amotitíada  llegó  hasta  la  pla- 
za de  palacio  atronando  conloe  gritos  de:  nijPan^panl 
jYiva  el  Rey¡  ¡Mueran  los  que  le  engañan!  ¡Muera 
Oropesaln  Acudieron  varios  magnates  al  regio  alcázar, 
pei'o  azorados  todos,  nadie  sabía  qué  aconsejar  al 
aturdido  Carlos.  La  muchedumbre  pedia  que  saliera 
el  rey  al  balcón  y  se  dejara  ver  del  puebb:  kr  reina 
entpnoes  con  bastante  presenoia  de  ánimo  fué  la  que 
se  asomó  y  dijo  á  los  tumultuados  que  el  rey  dormía.: 
^  <Mu(^  tiempo  ha  que' duerme,  contestaron  aqtiellos, 


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rktTB  III.  LIOBO  V*  291 

y  ffa  lo  es  de  que  desipieirte^i^  Tuvo  at  fio  qae  presen-- 
tarso  el  rey,  el  casi  les  ofreció  que  el  conde  dé  Be- 
naveote  les  hablaría  eo  su  nombre  y  oir(a  stts  quejas. 
Salió  en  efecto  el  de  Beoaventet  que  no  dejaba  de 
tener  cierta  popularidad,  y  acaso  estaba  en  alguna 
inteligencia  con  ios  insurrectos;  ello  es  que  estos  le 
prometieron  retirarse  con  tal  que  no  se  tos  castigara, 
y  se  nombrara  coi:regidor  de  Madrid  á  Ronquillo. 
Concedido  que  fué  esto  por  el  rey,  y  llamado  Ronqui- 
llo á  palacio,  salieron  los  dos  á  caballo  á  la  plaza, 
siendo  victoreados  por  la  muchedumbre.  tEl  rey  os 
perdona^  les  dijo  el  de  Benavent'e,  pero  en  cuanto  á 
la  carestía  del  pan  no  puede  él  remediarla,  y  sobre 
ésto  será  bien  os  dirijáis  al  conde  de  Otopesa^  que 
tiene  los  abastos. i» 

No  era  menester  mas,  y  lal  vez  no  con  otro  in^ 
tMto  fueron  pronunciadas  aquellas  palabras,  para 
que  bi  multitud  evacuara  instantáneamente  la  p\MA 
de  palacio  y  se  trasladara  en  tropel  á  la  de  Santo  Do^ 
mingo  donde  vivía  Oropesa.  Lograron  éüe  y  su  mo^ 
gér  salvarse,  avisados  por  el  almirante  poco  antes  dú 
llegar  las  Ittrbas,  pero  no  se  libró  su  ca^  de  ser  sa- 
queada. Lo  ftiéi  después  la  def  almirante,  aun  conmad 
foría^  ik>r  la  resistencia  qae  opusieron  sus  criados{  asf 
fdé  qae  no  quedó  en  ella  cosa  que  los  asaltantes  no 
destrozaran^  ni  hnbo  exceso  que  no  cometieran.  Va-* 
lióle  al  de  Oropesa  haberse  refegíado  en  las  oasa$  de) 
inquísidot  general,  ante  coyas  puertas  se  detuvo  la 


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292  HI8T01IA  1>B  CSPAÜA. 

multitud,  bien  que  no  dejando  de  pedir  á  voces  sü 
cabeza.  Era  ya  casi  de  noche»  y  el  motin  no  se  sose- 
gaba. Salieron  entonces  el  cardenal  de  Córdoba  y  los 
frailes  de  Santo  Domingo  como  en  procesión»  y  at 
lOismo  tiempo  andaba  Ronquillo  á  caballo  entre  los 
insurrectos  con  un  Cruci6jo  en  la  mano.  Bien  se  de- 
biera á  las  exhortaciones  de  los  religiosos,  bien  que  á 
Ronquillo  le  pareciera  que  no  debian  ir  las  posas  mas 
adelante,  ó  que  impusiera  á  los  tumultuados  Ja  noticia 
de  qne  entraba  en  Madrid  un  cQerpo  de  doscientos 
caballos  conducidos  por  el  príncipe  de  Darmstad,  á 
qaien  antes  se  habia  mandado  venir  de  Gatalunat  fué- 
ronse  deshaciendo  los  grupos  y  retirándose»  y  quedó* 
seel  resto  de  la  noche  Madrid  en  silencio. 

Aprovecháronse  de  este  suceso  los  del  partido 
francés  para  gestionar  con  el  rey  la  separación  de 
Oropesa:  él  mismo  pidió  su  retiro,  fundado  en  la  im.« 
ponidad  en  que  se  dejaba  á  los  alborotadores;  mas 
como  el  rey,  qtieaun  le  conservaba  el  antiguo  carino, 
se  negara  á  admitirle  la  renuncia  de  la  presidencia  de 
Castilla,  celebraron  aquellos  una  junta  en  casa  del 
cardenal  Portocarréro,  y  oido  el  parecer  del  respeta* 
ble  jurisconsulto  Pérez  de  Soto,  que  era  favorable  á  la 
casa  de  Borbon,  acordóse  hacerlos  mayores  esfuer2S08 
para  alejar  de  la  corte  á  los  del  partido  imperial'. 
Empleó'Portocarrero  todo  el  influjo  que  por  su  digni- 
dad y  sus  virtudes  ejercía  en  la  conciencia  del  rey, 
hasta  conseguir  que  volviera  á  desterrar  á  Oropesa  á 


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PAaTB  111.  LIBRO  V.  293 

te  Puebla  (Je  Monlalvao,  reslablec  ieudo  á  donManueb 
Arias  CQ  la  presidencia  de  Castilla;  que  mandara  al 
almirante'  retirarse  á  treinta  ^leguas  de  la  'corte;  que 
ordenara  al  de  Darmstad  volverse  á  Cataluña  con  sus 
tropas  alemanas.  A  la  condesa  de  Berlíps  se  le  señaló 
una  pensión  sobre  las  rentas  de  los  Paises  Bajos, 
aunque  todavía  no  salió  hasta  el  año  siguiente  de  Es- 
paña. También  se  descerró  al  de  Monterrey  por  espre- 
siones ofensivas  y  poco  decorosas  que  hubo  de  soltar, 
con  cuyo  motivo  hubo  otro  amago  de  motin  en  la  cór^ 
te,  dirigido  sin  duda  por  una  mano  oculta,  que  mu- 
chos no  dudaban  fuese,  la  del  embajador  de  franela. 
De  este  modo  quedaba  campeando  en  1 699  el  par- 
tido francés,  reducido  el  auslriaco  á  la  reina,  al  con- 
de deFrígilíana,  y  al  que  era  entonces  secretario  del 
despacho  universal  don  Mariano  de  Ubilla,  con  algu- 
nos otros  de  menos  importancia.  Ma^  es  ya  tiempo  de 
dar  cuenta  del  peregrino  sucesos  de  los  hechizos  que 
se  decia  estaba  padeciendo  el  rey,  y  los  verdade- 
ros tormentos  y  sinsabores  que  con  aquel  motivo 
sufría. 


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CAPITULO  Xlil. 

LOS  HECHIZOS  DEL  REY. 
••1608*1700. 


Lo  que  did  ocasión  á  sospechar  que  estaba  heohízado.— Sus  padeci- 
knieotos  físicos,  su  conducta. — Cobra  cuerpo  la  especie  de  los  hechi- 
zos.—>El  inquisidor  general  Rocaberti,  y  el  confesor  Fr .  Froilan  diaa. 
-*Su  correspondencia  con  el  vicario  de  las  monjas  de  Gangas  en 
Asturias. — ^Monjas  energúmenaa.— Conjuros:  respuestas  de  los  ma- 
los espíritus  sobre  los  hechizos  del  rey.— -Relacionea  estravagantes. 
-Sufrimientos  de  Cárlos.—Nuevas  revelaciones  de  unos  endemo-> 
niados  do  Víena  sobre  los  hechizos  del  rey.-— Viene  de  Alemania  un 
famoso  exorcista  á  conjurarle— Indagaciones  que  se  hicieron  dé 
otras  energdmenas  en  Madrid.— Quiénes  jugaban  en  estos  enredos. 
-«Nómbrase  inquisidor  general  al  cardenal  Córdoba.— Muere  casi 
de  repente.— Sucédele  el  obispo  de  Segoviá. — Delata  á  la  Inquisi- 
ción al  confesor  Fr.  Froilan  Diaz.— Despójase  á  éste  de  los  cargos 
de  confesor  y  de  ministro  del  Consejo  de  Inquisición. — Célebre  pro- 
ceso formado  á  Fr.  Froilan  Diaz  sobre  los  hechizos.^ mportao te  y 
curiosa  historia  de  este  ruidoso  proceso. 7-Tér mino  que  iuvo. 


No  era  nuevo  ea  España,  y  acoutecia  lo  propio  en 
otros  países  en  el  siglo  XVQ.,  atribuir  á  los  malos  es- 
píritus, ó  á  obra  de  hechicería,  ó  bien  áarte  de  encan- 
tamiento,  cierto  estado,  ya  físico,  ya  moral,  de  los  re- 
yes y  de  otros  persona ges  ilustres.   Recordemos  sino 


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PARTE  1^1.  LIBEO  V.  296 

las  dilígencfas  judiciales  que  con  toda  formalidad  se 
ioslruyeron  sobre  los  hechizos  que  se  suponia  daba  el 
conde-duque  de  Olivares  al  rey  Felipe  IV.  Los  que  se 
cuenta  haber  padecido  Carlos  IK  han  alcanzado,  no' 
sin  razón;  cierta  celebridad  histórica  que  nos  pone  en 
la  obligación  de  referir  \q  que  sobre  ello  hubo  de  cier- 
to, lo  cuál  al  propio  tiempo  dará  idea  á  nuestros  lecr 
tores  délas  costumbres  de  aquella  época,  y  de  aque- 
lla rara  mezcla  que  se  advierte  de  fanática  superstición 
y  Cándida  ignorancia  en  unos,  de  hipócrita  y  refinada 
maldad  en  otros. 

La  estrema  flaqueza  y  desfallecimiento  físico  que 
desde  muy  temprana  edad  esperimentaba  el  rey,  jun- 
to conciertos  movimientos  convulsivos  que  en  deter- 
minados períodos  padecia,  y  que  los  médicos  no  acer- 
taron á  curarle,  degenerando  en  dolencia  crónica  que 
á  veces  se  le  agravaba  en  términos  de  poner  en  inmi-  ^ 
nenie  peligro  su  vida;  la  circunstancia  de  reconocerse 
en  Garlos  un  entendimiento  claro,  una  conciencia  rec- 
ta y  una  piedad  acendrada,  y  de  verle  obrar  común* 
menté  en  sentido  contrario  á  estas  dotes  y  á  estas  vir- 
tudes^ hizo  nacer  y  cundir  la  sospecha  y  el  rumor  de 
que  los  malos  espíritus  estaban  apoderados  de  su  per* 
sana.  Ya  en  tiempo  del  inquisidor  general  don  Diego 
Sarmiento  Valladares  llegó  á  tratarse  este  asunto  en 
el  Consejo  de  Inquisición,  si  bien  se  sobreseyó  pronto 
en  él  por  falta  de  pruebas.  Cbn  noticia  que  de  correr 
estaespecietuvoei  enfermizo  monarca,  él  mismo  coa- 


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3í96  HISTORIA  OR  bsfaAa. 

sultó  en  secreto  coa  el  inquisidor  general  Rocabertí 
^principios  de  enero,  4698),  encomendándole  averi- 
guase loque  hubiera  de  cierto,  6  para  buscar  el  re- 
medio, ó  para  salir  de  su  cuidado.  Era  Rocaberti hom- 
bre mas  fanático  y  crédulo  que  avisado  y  docto.  Dio 
cuenta  de  ello  al  tribunal  del  Santo  Oficio;  y  los  in- 
quisidores, mas  ilustrados  que  su  superior,  no  encon- 
trando materia  de  procedimiento,  no  quisieron  tam- 
poco llenar  de  escándalo  y  turbación  la  corte  con  una 
cosa  que  miraron  como  inverosíolil  y  absurda,  mien- 
tras otros  datos  ó  pruebas  no  hubiese. 

Insistiendo  no  obstante  en  su  idea  el  Rocaberti, 
aprovechó  la  circunstancia  de  haber  sido  destinado  al 
confesonario  del  rey  (abril,  1698)  el  padre  Fr.  Froi- 
lan  Diaz,  varón  de  (anta  piedad  como  candidez,  y  de 
no  muchas  letras  aunque  catedrático  de  Alcalá,  para 
inducirle,  como  lo  logrón  á  que  le  ayudara  en  sus  in- 
vestigaciones sobre  los  hechizos  del  rey.  Dio  la  ca- 
sualidad queá'poco  tiempo  de  esto  un  religioso  do- 
minico, contemporáneo  d^l  Fr.  Froilan,  le  diese  noti- 
cias de  que  en  el  convento  de  dominicas  recoletas  de 
la  villa  de  Cangas  de  Tineo  en  Asturias  se  hallaba  de 
confesor  y  vicario  otro  religioso,  amigo  antiguo  de 
ambos»  llamado  Fr.  Antonio  Alvarez  de  Arguelles, 
que  tenia  especial  habilidad  para  exorcizar  endemo- 
niados, como  lo  estaba  acreditando  con  tres  religiosas 
poseídas  que  habiaen  el  convento,  y  que  por  lo  tanto 
platicaba;  con  los  demonios,  quienes  le  hablan  revela- 


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PARTE  111.  LIBRO  V.  S97 

do  cosas  importantes.  Faltóle  tiempo  aLFr.  Froilan 
para  comunicar  tan  interesante  descubrimiento  al  in- 
quisidor, y  éste  vio,  como  decirse  suele,  el  cielo  abier- 
to para  sus  fines.  Inmediatamente  escribió  al  obispo 
de  Oviedo  don  Fr.  Tomas  Reluz  para  que  interrogara 
al  vicario.  Pero  aquel  prelado  dio  una  lección  de  buen 
sentido  al  inquisidor  general,  contestándole,  que  lo 
que  el  rey  padecía  no  eran  hechizos,  sino  flaqueza  de 
cuerpo  y  una  escesivh  bumisíon  á  la  voluntad  de  la 
reina,  y  asi  lo  que  necesitaba  no  eran  exorcismos  sí- 
no  saludables  medicinas  y  buenos  consejos. 

Mas  no  dándose  por  abochornados  con  esto  Roca- 
berti  y  el  confesor,  escribieron  directamente  al  vica- 
rio de  las  monjas  (18  de  junio,  1698),  dándole  ins- 
trucciones dé  como  había  de  preguntar  al  clemonio, 
teniendo  en  el  pecho  una  cédula  con  los  nombres  del 
rey  y  de  la  reina.  Respondióles  el  Fr.  Antonio  que 
habia  hecho  el  conjuro,  puestas  las  manos  de  una  de 
las  energúmenas  sobre  un  ara,  y  que  el  demonio  ha- 
bia dicho  que  en  efecto  el  rey  estaba  hechizado  desde 
los  catorce  aqos,  y  que  el  hechizo  le  habia  sido  dado 
en  una  bebid^a  ^^K  Prescribía  luego  el  padre,  como  co- 
sa suya,  las  medicinas  que  se  le  habían  de  dar  en 
ayunas,  y*  cómo  se  habian  de  bendecir,  añadiendo  que 


(4)    Et  hoe  (afiadia  en  latín,  ad   regnum   admini$trandum,^ 

y  en  latín  debemos  trascribirlo  Proceso  criminal  fulminado  con- 

lümhiennosoiros) addestruendam  tra  el  P.  Fr.  Froilan  D¡a2,  impre- 

materiam  gmeratianis  in  Rege,  so  en  Madrid  en  4787,  tome  I. 


et  ad  eutn  incapacem  ponendum 


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298  IIIHTOEIA  DR  RSPaKa* 

DO  8e  perdiera  tiempo»  porqae  habia  mucho  peligro. 
A  esta  carta  cootestó  el  confesor  dando  las  gracias  aj 
P,  Arguelles,  pero  haciéndole  mil  preguntas;  cuántas 
veces  y  en  qué  lugar  se  habían  de  hacer  los  conjuros, 
qqé  remedio  habría  jen  lugar  del  aceite  que  habia 
mandado  y  que  el  rey  no  podia*  tomar,  cómo  se  lla- 
maba la  persona  que  le  hs^bia  hechizado,  y  dónde  vi- 
vía, etc.  A  fuerza  de  instancias  que  en  otras  cartas 
posteriores  le  hicieron,  pues  á  aquella  no  dio  contes- 
tación, respondió  el  vicario  á  nombre  del  oráculo  á 
quien  consultaba  (22  de  octubre,  1698),  que  los  he- 
chizos se  los  habia  dado  en  1675  la  reina  dona  Ma- 
riana de  Austria,  por  medio  de 'tina  muger  que  se 
llamaba  Casilda,  en  un  pocilio  de  chocolate,  y  que  el 
maleficio  le  habia  confeccionado  de  los  huesos  de  un 
ajusticiado  en  la  Misericordia:  que  esto  lo  había  he- 
cho á  ^de  reinar,  ^n  tiempo  de  don  Juan  de  Aus- 
tria,  y  que  Valenzuela  habia  sido  el  intermedio;  da- 
ba repugnantes  pormenores  acerca  del  filtro,  é  insis-  ~ 
tia.en  prescribir  como  remedios  lo  del  aceite  bende- 
cido en  ayunas,  ungirle  el  cuerpo  y  cabeza,  y  cier- 
tas ceremonias  para  los  exorcismos.  ' 
Asi  continuó  por  algún  tiempo  esta  corresponden- 
cia, llena  de  ridici^leces  y  puerilidades  cada  día  mas 
absurdas,  hasta  que  el  vicarib  de  las  monjas,  se  co- 
noce que  hostigado  y  apretado  con  tantas  preguntas, 
escribió  en  28  de  noviembre  (1698),  que  habia  en- 
contrado á  los  demonios  por  demás  rebeldes,  y  que 


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FAETB  III*  Liimo  V.  299 

después  de  do6  horas  de '  conjuros  para  hacerlos  ha  - 
blar,  le  respondió  Lacifer  que  ao  se  fatigase,  que  el 
rey  do  tenia  nada,  y  que  todo  lo  que  antes  le  habia 
dicho  era  menlira.  Aun  no  bastó  tan  desengañada  res- 
puesta  á  la  fanática  gente  que  rodeaba  al  infeliz  mo* 
narca,  y  no  pararon  el  inquisidor  y  el  confesor  has* 
ta  arrancar  del  vicario  (que  sin  duda  no  se  atrevía  á 
fiíitar'á  Rooaberti»  que  habia  sido  su  superior,  yá 
quieo^  llaiD$ba  tnt  am^  otros  pormenores  y  señas 
acerca  dé  ios  maleficios.  En  estas  hablaba,  no  solo  de 
la  Casilda  Pérez,  sino  de  otra  segunda  hechicera, 
por  opmbre  Ana  Diaz,  que  vivia  en  la  calle  Mayor; 
pero  asegurando  repetidamente  el  demonio  que  ya 
no  se  descubriría  mas  en  el  asunto  hasta  que  fuera 
exorcizado  el  rey  en  la  capilla  de  Atocha,  cosa  que 
no  les  pareció  bien  á  los  de  acá.  Pero  esta  singular 
correspondencia  prosiguió  hasta  junio  de  1699»  en 
que  cesó  por  muerte  del  in<)uisídor  general  Roca- 
bertití). 

Lo  peregrino  del  caso  es,  que  á  pesar  de  las  e&« 
travagáncias  de  aquellas  revelaciones,  en  Madrid  se 
practicaba  con  el  rey  todo  lo  que  el  demonio  por  con- 
ducto del  vicario  de  las  monjas  de  Cangas  prevenía 
que  se  hiciese,  escepto  lo  que  evidentemente  se  co* 
nocía  que  era  mas  a  propósito  para  matarle  que  para 
sanarle.  Pero  se  Iq  llevó  á  Toledo»  se  trajeron  á  la  cá* 

(4 )    Todo  esto  se  encuentra  mi-    opúsculo:  Proceso  criminal  contra 
Duciosamente  referido  en  el  citado    el  P.  Fr,  Froilan  Dtas,  tom.  I. 


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300  lilSTOftlA    DB   B^PAÑA. 

mará  médicos  de  fuera,  y  se  hícíeroo  otras  cosas  de 
que  nadie  acertaba  á  darse  espHcacioa,  y  era  que 
veniaQ  sugeridas  de  Asturias.  El  pobre  Garios  sufría, 
muchos  tormentos,  y  no  era  el  menor  de  ellos  el,  de 
la  aprensión  en  que  le  habían  metido;  y  cada  vez 
que  se  advertía  algún  alivio  ó  mejoría  en  sn  salud> 
se  atribuía  á  la  eficacia  de  ios  exorcismos  y  de  los 
otros  remedios.  La  reina  no  se  apercibid  de  lo  que 
pasaba  hasta  poco  ^ntes  de  morir  Rocáberti:  en  el 
enojo  y  la  indignación  que  le  produjo  semejante  su- 
perchería, ya  que  «no  pudo  vengarse  del  inquisidor 
porque  la  muerte  le  libró  de  sus  iras,  meditó  como 
tomar  venganza  del  confesor  Fr.  Froílan. 

Si  hasta  aquí  habían  hablado  los  malos  espíritus 
de  Asturias,  después  comenzaron  á  hablar  los  de 
-  Alemania,  de  donde  envió  el  emperador  Leopoldo  una 
información  auténtica,  hecha  por  el  obispo-  de  Viena, 
de  lo  que  dijeron  unos  energúmenos  exorcizados  en 
la  iglesia  de  Santa  Sofía;  á  saber,  que  Carlos  IL  de 
España  estaba  maleficiado,  y  que  la  hechicera  había 
sido  una  muger  llamada  Isabel  que  vivía  en  la  calle  ' 
de  Silva,  y  los  instrumentos  del  maleficio  estaban  en 
el  umbral  de  la  puerta  de  su  casa  y  en  cierta  pieza 
de  palacio.  Llevados  estos  papeles  por  el  embajador 
del  imperio  al  consejo  de  Inquisición,  hiciéronse  ave- 
riguaciones, y  en  ambos  lugares  designados  se  encon- 
traron unos  muñecos  y  envoltorios,  que  por  dictamen  ^ 
de  teólogos  y  peritos  so  quemaron  en  lugar  sagrado 


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PAftTK  III.  LIBRO  y.  301 

coa  las  ceremonias  que  prescribe  el  misal  romano  (julio , 
4699).  Para  exorcizar  al  rey  se  hizo  veüír  también  de 
Alemania  al  capuchino  Fr.  Mauro  Tenda ,  que  tenia  gra  n 
fimia  en  esto  de  conjurar  y  lanzar  demonios,  el  cual 
con  sus  conjuros,  hechos  con  atronadora  voz,  dio  no 
pocos  sustos  y  sobresaltos  al  infeliz  monarca,  que 
acabaron  do  ponerle  en  el  mas  miserable  estado.  Y 
como  los  exorcistas  de  ahora  eran  alemanes,  temióse 
mucho  que  los  demonios  de  Alemania  trastornaran  su 
juicio  hasta  hacer  que  viniese  la  corona  al  archiduque 
austríaco.' 

En  esto  aconteció  que  un  dia  (setiembre,  1 699) 
se  entró  en  palacio  una  muger  desgreñada  .y  como 
frenética,  sin  que  pudiera  contenerla  nadie  hasta  que 
logró  llegar  á  la  presencia  del  rey,  el  cual  asi  que  la 
vio  sacó  el  £t(jrnum  Crucis  que  llevaba. consigo,  con 
<]ae  se  detuvo  la  muger,  siendo  después  sacada  en 
hombros  hasta  las  galerías.  Súpose  que  estq  muger 
vivia  con  otras  dos,  poseídas  también  del  espíritu  ma- 
ligno, y  se  envió  á  conjurarlas  á  Fr.  Mauro  Tenda, 
acompañándole  algunas  veces  de  orden  del  rey  el  psi- 
dre  Froilan.  Interrogado  el  demonio,  resultó  esta  vez 
de  su  respuesta  ser  los  autores  tlel  maleficio  la  reina 
y  un  allegado  suyo,  llamado  don  Juan  Palia,  que  le 
habían  dado  los  hechizos  en  un  polvo  de  tabaco,  cuyos 
restos  se  conservaban  en  un  escritorio.  Jugat)an  ade- 
mas en  ello  otras  mugeres,  y  np  salian  bien  libr^idos 
niel  almirante  ni  la  reina- Mariana  de  Neuburg,  loque 


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'    308  ttl6T0«U  ÍOL  BSrAÜA. 

dio  lugar  á  qoe  mudios  sospecharan  qae  este  mal  es- 
píritu era  francés,  y  la  reina  acabó  de  enardecerse 
contra  el  P^  Froilan  Díaz.  Delajtóle  á  la  InqoisicioQ, 
pidiendo  qae  se  le  declarara  por  reo  de  fé;  y  para 
qoe  la  denaocia  no  fuese  ineficaz,  trabajó  mocHo  pa^ 
ra  que  el  rey  nombrara  inquisidor  al  comisario  gene* 
ral  de  la  orden  de  San  Francisco  Fr.  Antonio  Folch 
de  Cardona,  que  era  partidario  suyo.  Mas  por  esto 
mismo,  y  porque  era  amigo  del  almirante,  se  resistió 
á  ello  Carlos,  nombrando  al  cardenal  Córdoba,  hijo 
de  los  marqueses  de  Priego.  Cuando  el  nuevo  íoqoi** 
sidor  general  se  mostraba  resuelto  á  proceder  severa- 
mente contra  el  almirante,  á  quien  suponía  agente 
principal  de  todos  aquellos  enredos,  baciendo  qoe  le 
prendiera  el  Santo  Oficio  de  Granada,  donde  i  Mi  sa- 
zón habla  sido  desterrado,  y  que  se  ocuparan  y  sella- 
ran lodos  sus  papeles,  sobrevínole  al  cardenal  Córde^ 
ba  una  ligera  indisposición:  hiciáronle  sangrar  lol 
médicos,  y  tal  fué  la  sangría  qne  á  ice  tres  días,  y  en 
la  propia  noche  que  le  llegó  la  bula  de  inquisidor  ge* 
netal,  había  d^do  de  exietír.  Sobre  tan  repenttne 
ftillecimiento  hiciéronse  los  juicios  y  comentarios  que 
el  lector  podrá  discorrír  en  época  de  taota  intriga  y 
enredo. 

Desfallecido  entonces  el  rey,  y  mas  agitado  que 

nunca  su  espíritu  con  tan  estraordinarios  accideoles* 

.  fuele  fácil  á  la  reina  lograr  el  cargo  de  inqatsidor  g»* 

neral,  ya  que  no  para  el  comisario  de  San'Franciseo 


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fARTB  111.  LIBRO  V.  303 

á  quien  aborrecía  Carlos,  para  el  obispo  de  Segovia 
don  Baltasar  de  MoDcloza,  con  quieo  la  reina  con(ab^\ 
y  á  qoien  ofreció  proponer  para  el  capelo  si  obraba 
en  conformidad  á  sus  planes.  Hízolo  asi  el  prelado, 
delataudo  á  la  Inquisición  á  Fr.  Mauro  Tenda  por  su- 
persticioso (enero,  <700),  y  haciendo  que  lo  fuese 
después  el  confesor  Fr.  ÍProilan,  acusándole  de  todo 
lo  sucedido  en  el  asunto  del  vicario  y  las  endemonia « 
das  de  Cangas  y  en  los  exorcismos  del  rey.  Aunque  el 
P.  Froilan  declaró  haber  sido  lodo  practicado  por  ór-. 
den  del  difunto  inquisidor  general  Rocaberli  y  con 
anuencia  del  soberano,  no  pudo  conjurar  la  ^tormenta 
que  contra  él  se  habia  fraguado  entre  la  reina  y  Men- 
doza. Presentóse  el  nuevo  inquisidor  general  al  rey 
pidiendo  separase  del  confesonario  á  Fr.  Froilan  como 
procesado  por  el  Santo  Oficio.  El  infeliz  Carlos  no  esp- 
iaba ya  en, disposición  de  resistir  á  nada,  y  el  cargo 
de  confesor  fué  conferido  á  Fr.  Nicolás  de  Torres-Pad. 
mota,  capital  enemigo  de  Fr.  Froilan^  el  cual  al  dia 
siguiente  fué  privado  también  de  la  plaza  que  tenia 
en  el  Consejo.   ' 

Todo  esto,  sin  embargo,  no  era  sino  el  principio 
de  la  larga  persecución  que  aquel  religioso  estaba 
destinado  á  sufrir,  en  expiación,  no  de  sus  maldades 
ni  crímenes,  sino  de  su  credulidad  y  supersticiosa  ig<*- 
norancía,  y  de  la  enemiga  y  maldad  de  sus  persegui- 
dores. A  los  pocos  dias  se  te  mandó  presentai'se  en 
su  convento  de  San  Pablo  de  Valladotid.  En  dirección 


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304  QiSTOAu  DB  bsbaüa; 

de  esta  ciodad  salió  el  depuesto  confesor,  mas  tor- 
ciendo luego  el  camino  fuese  á  Roma,  donde  en  vir- 
tud de  severísimas  ordenas  recibidas  de,  la  corle  le 
arrestó  el  embajador,  duque  de  Uceda,  y  le  envió  á 
España  en  un  mal  buque,  en  el  cual  arribó  como  por 
milagro  á  Cartagena.  Alli  le  esperaban  ya  los  minis- 
tros de!  Santo  Oficio,  que  apoderándose  de  su  per- 
sona le  condujeron  á  las  cárceles  secretas  del  de 
Murcia. 

Mas  como  quiera  que  este  ruidoso  proceso  durara 
hasta  mucho  después  de  la  muerte  del  rey,  y  que  á 
este  tiempo  estuvieran  ocurriendo  otros  gravísimos 
sucesos  que  habian  de  producir  fundamentales  mu- 
danzas en  la  suerte  y  la  vida  de  esta  monarquía,  fuer- 
za nos  es  dejar  ya  el  incidente  de  los  hechizos  y  de  la 
célebre  causa  del  confesor^  de  cuya  marcha  y  termi- 
nación podrán  no  obstante  informarse  nuestros  lecto- 
res por  la  sucinta  relación  que  de  ella  hacemos  en  la 
nota  que  va  al  pie,  y  dar  cuenta  de  lo  que  en  Ma- 
drid y  en  las  cortes  estrangeras  se  trabajaba  en  el  ne- 
gocio de  la  sucesión  al  trono  de  España  en  los  últimos 
momentos  del  reinado  de  Carlos  IL  Nuestros  lectores 
comprenderán  cuan  abundante  pasto  suministrarían 
los  supuestos  hechizos  á  la  crítica  y  la  mordacidad  de 
los  murmuradores  y  noveleros  de  la  corte,  y  cuan 
triste  espectáculo  estaríamos  dando  á  todas  las  nació* 
nes  del  mundo,  entretenida  la  corte  de  España  con 
puerilidades  y  sandeces  ridiculas,  con  los  cuentos  y 


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PARTB  III.   LIBEO  V«  30S 

diismes  de  los  energúmenos,  con  tos  conjuros  y 
exorcismos  de  un  rey  que  se  suponía  hechizado,  ma- 
nejado este  negoció  por  inquisidores^  frailes  y  muge- 
res,  en  tanto  que  las  potencias  de  Europa  se  ocupa- 
ban en  repartirse  nuestros  dominios,  y  en  disputarse 
con  encarnizamiento  la  pobre  herencia  que  del  inmen-^ 
^  poder  de  la  Es[faña  del  siglo  XVI.  había  de  dejar 
á  su  muerte  el  desgraciado  Carlos  IL  <*> 


(4)  Están  importante,  bajo  el 
punto  de  vista  histórico,  este  pro- 
ceso, aue  no  podemos  dejar  de 
seguirle,  siquiera  sea  rápida  y  su- 
mariamente, hasta  su  fin. 

Preso  el  P.  Froilan  Díaz  en  las 
cárceles  del  Santo  Oficio  de  Mur- 
cia^ di6se  cuenta  de  todo  lo  actua- 
do en  el  Conaeio  Supremo  de  la 
Inquisición,  y  leidos  los  autos,  á 
petición  del  ínguisidor  general, 
se  nombró  una  junta  de  cinco  ca- 
lificadores; la  cual^  aunque  presi- 
dida por  un  consejero  que  no  era 
amigo  del  acusado,  opinó  que  na 
merecía  censura  ni  podin  conside- 
rársele como  reo  de  fé.  Vista  des- 
Í)ues  la  causa  en  Consejo  pleno 
S3  de  junio,  4  770),  todoel  cénse- 
lo declaró  que  debía  sobreseerse. 
Empefióse,  no  obstante,  el  inquisi- 
dorgeneral  en  que  babia  de  seguir- 
seliasta  la  definitiva^  y  que  se  ha- 
bía de  tener  al  P.  Froilan  en  las 
cárceles  secretas.  Y  en  efecto,  el  8 
de  julio  se  estendió  y  levó  el  auto 
de  prisión,  como  proveído  por  todo 
el  Consejo,  pretendiendo  el  pre- 
lado presidíente  que  se  rubricase. 
Pasmáronse  al  oirltf  los  conseje- 
jeros,  y  Begá)*onse  á  rubricar  lo 

?ue  no  habían  resuelto  ni  votado, 
irmes  aquellos  magistrados  en 
este  proposito,  y  no  bastando  á 
intimidarlos  las  amenazas  del  in- 

Tono  ^xvii. 


quisidor  general,  mandó  estupren- 
aer  á  tres  y  al' secretario^  cosa 

3ue  produjo  imponderable  escán- 
alo  en  la  corte,  y  se  hizo  pábulo 
de  todas  las  conversaciones.  £l  no 
haber  sido  preso  también  el  con- 
sejero Cardona ,  fué  atribuido  por 
unos  á  ser  hermano  del<;omisario 
general  de  San  Francisco,  tan  fa- 
vorecido de  la  reina;  por  otros  á 
un  rico  presente  que  este  había 
hecho  al  inquisidorgeneral  por  en-*> 
horabuena  de  su  nombramiento, 
que  cons  stia  eo  un  juego  de  ora- 
torio, á  sa'ber,  cáliz,  patena,  pla- 
tillo, vinageras.  aguamanil  y  cua- 
tro f^  en  tes,  todo  de  plata  sobre* 
dorada,  y  con  esquisilas  labores  • 
de  buril,  cuya  dáoiva  apreció  mu- 
cho el  agraciado. 

Noticioso  el  desatentado  obís- 

§0  de  que  á  casado  Miguelez,  ano 
e  los  consejeros  arrestados,  con- 
currían vanas  personas  de  distin- 
ción, y  de  que  en  las  conversa- 
ciones se  prorumpia  en  dicterios 
contra  él,  hizo  una  noche  que  el 
alguacil  mayor  y  los  familiares  del 
Santo  Oficio^  todos  armados,'  le  sa- 
caran de  su  casa^  le  llevaran  á 
Santiago  de  Galicia,  y  le  recluye- 
ran sin  comunicación  en  el  colegio 
de  la  Compañía  de  Jesús  (agosto, 
1700).  Acto  continuo,  jubiló  á  los 
tres  ÍRquisidores,  y  desterró  d« 

20 


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306 


HISTOftU  DB  80PA11a. 


Madrid  por  cuatro  aflos  al  secre- 
tario Can  tolla. 

Proceder  tan  despótico  levantó 
un  clamor  universal,  y  el  Consejo 
de  i;astilla  represento,  al  rey  en 
favor  de  los  ministros  jubilados, 
ponderando  so  ilustración,  sos 
merecimientos  y  servicios,  dicien- 
do <^ue  el  escandaloso  atentado  co- 
metido contra  sus  personas  no  te- 
nía mas  causa  qoe^  haber  querido 
ellos  cumplir  las  leyes,  las  órde- 
nes y  las  bulas  pontificias,  y  exci- 
tando á  S.  M.  á  que  tomara  mano 
en  el  negocio  á  fin  de  reprimir 
semejantes  arbitrariedades  y  vio- 
lencias. Temió  Ja  reina  los  eiectos- 
de  este  paso  de  una  corporación 
tan  respetable,  y  dirigió  algunos 
cargos  y  exhorto  á  la  templanza  á 
SQ  amigo  el  inquisidor  general.  Por 
so  parte  el  generalísimo  de  la  or- 
den de  Santo  Domingo  (á  que  per- 
tenecía Fr.  Froilan),  que  se  hallaba 
en  Roma,  en vióá  Madrid  un  religio- 
so catalán  de  los  mas  doctos,  y  prac- 
tico en  los  negocios  políticos,  con 
la  comisión  de  solicitar  en  so  nom- 
bre la  libertad  y  la  absolución  del 
padre  Froilan.  Había  ya  muerto  en 
este  tiempo  Carlos  II.  El  dominico 
catalán  trabajó  desesperadamen- 
te y  sin  descanso  por  espacio  de 
dos  años  con  los  mitiistros  de  Fe- 
lipe V.  y  principalmente  con  el 
nuncio  ae  S.S.,  á  quien  encontró 
obstinado  y  tercamente  hostil  al 
procesado.  Tantas  fueron  las  fati- 
^s,  tantas  las  contrariedades  y, 
disgustos  que  sufrió,  que  dieron  a  I 
traste  con  so  robustez,  adquirió 
una  enfermedad  peligrosa,  y  su- 
plicó al  general  le  relevara  de  tan 
penosa  comisión.  Eu  su  reemplazo 
fué  enviado  de  Roma  otro  religio- 
so, también  catalán,  hombre  ma- 
duro, de  muchas  letras,  ^de  gran 
serenidad  y  constancia,  y  muy  co- 
nocedor de  mundo.  Este,  como  su 
ai^tecesor,  se  entendían  para  sus 
gestiones  con  el  consejero  Cardo- 
na, pero  tanto  tuvo  que  luchar 


con  el  inquisidor  general  y  el  nun- 
cio, que  también  jenfermo  de  gra- 
vedad; si  bien  contnioó  sastra- 
bajos  tan  pronto  como  estuvo  en 
convalecencia. 

En  tal  estado  la  cuestión  del 
proceso  de  Fr.  Froilan  tomó  unas 
proporciones  gigantescas.  Porque 
calculando  einuncio  el  partido 
que  de  esta  competencia  podía  sa- 
car en  favor  de  Roma,  comenzó 
por  pretender  que  este  asunto  nó 
podía  ser'íallado  ni  por  el  rey  ni 
por  sus  tribunales,  siendo  todos 
seculares,  sino  que  correspondía 
su  decisión  á  S.  S.  ó  ¿  las  perso- 
nas que  para  ello  delegara.  Lle- 
vada á  este  terreno  fa  cuestión, 
naturalmente  vino  á  parar  en  si 
el  Gonseio  de  Inquisición  de  Es- 
paña podia  resolver  por  autoridad 
xpropia,  ó  solo  por  delegación  pon- 
tificia: si  las  bulas  delegaban  toda 
la  jurisdicción  apostólica  en  elcón- 
seio,  ó  solo  en  el  inquisidor  gene- 
ral; en  una  palabra,  si  la  Inquisi- 
ción de  España  era  una  mera  de- 
pendencia de  Roma.  Las  preten- 
siones del  nuncio  causaron  una 
verdadera  alarma:  entre  las  per- 
sonas con  quienes' se  consultó  el 
negocio  fué  uno  el  consejero  de 
Inquisición  don  Lorenzo  Folch  de 
Cardona,  el  cual  en  su  respuesta 
defendió  firme  y  valerosamente 
los  derechos  del  tribunal,  demos- 
tró al  nuncio  la  falsedad  ó  futili- 
dad de  los  fundamentos  y  razones 
en  que  quería  apoyarse,  y  le  pre- 
vino procediera  en  adelante  coa 
mas  cautela  en  asentar  proposi- 
ciones que  atendían  á  despojar  al 
rey  de  España  de  sus  mas  precio- 
sas regalías,  y  que  ai  rey  y  á  sus 
tribunales  era  a  quien  competía 
discutir  la  cuestión  pendiente. 

•Por  espacio  de  zOO  años  (de- 
»cía  entre  otras  cosas),  ha  tenido 
y  el  Consejo  de  Inquisición  voto 
«decisivo,  á  vista,  ciencia  y/to)e- 
«rancia  de  todos  los  señores  ínq^ui- 
ksidores  generales  que  ha  habido 


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FAETB  III.  LIBEO  V. 


807 


»6n  el  dilatado  tiempo  de  dos  si- 
•glos;  y  síeodo  siempre  los  bravea 
»uno8  mismos,  nioguno  ha  puesto 
ndada  en  ellos,  hasta  aue  la  saaci- 
•tó  el  sefior  inquisidor  general 
«presente:  y  sena  cosa  bien  nota- 
iibie  y  de  las  mas  r&ras,  qae  á  to- 
mdos  sus  antecesores  se  les  hubie* 
»se  escapado  lo  que  á  S.  B.  se  le 
Dhabia  ofrecido;  siendo  asi  que  en 
•lá  gran  modestia  de  S.  E.  no  ca- 
»b¡a  decir,  ni  aun  imaginar,  era 
urnas  docto  y  sabio  que  tantos  ilns* 
«tres  y  excelsos  varones  cómelos 
•que  10  hablan  antecedido,  ha- 
•hiendo  ocupado  su  silla  varios 
•cardenales,  entre  ellos  el  emi* 
»nentÍ8Ímo  sefior  don  Fr.  Francis- 
»co  Jiménez  de  Gisneros,  varón  á 
Htodas  laces  grande,  y  que  no  se- 
»ría  menos  amante  de  defender 
»Ía  jurisdicción  de  sus  dignidades 
»qne  el  limo,  sefior  obispo  tie  Se- 

»gov¡a etc.» 

Es  inexplicable  lo  que  irritó  á 
Monseñor  nuncio  tan  enérgica  res- 
puesta; quejábase  é  gritos  de  la 
ofensa  que  decia  haberse  hecho  á 
su  dignidad  y  á  su  persona,  y  pe- 
dia satisfacción  del  agravio.  Re- 
plicaba Cardona  que  contestara 
por  escrito  y  con  raiones  ¿  su  pa^ 
peUqne  él  sabría  defenderse.  Esta 
acalorada  polémica  duró  algún 
tiempo,'  y  al  fin  los  amigos  del 
nuncio  y  del  inquisidor  general 
publicaron  un  escrito,  que  escan^ 
dalizó  por  Ip  destemplado,  y  pare* 
ció  mal  aun  á  los  mismos  de  su 
partido.  Hubo  hasta  lances  perso- 
nales en  el  mismo  Consejo  entre 
el  fiscal  y  Cardona,  de  que  resultó 
privar  la  reina  gobernadora  ri  fis- 
cal de  la  asistencia  al  Consejo»  que 
fué  un'^olpe  terrible  para  el  nun- 
cio y  el  inquisidor  señera).  El  rey 
.  al  regreso  de  una  de  sos  espedi- 
eiones  convocó  varías  juntas,  de 
cóvds  informes,  asi  como  del  que 
dio  el  Consejo  de  Castilla,  salie- 
ron mal  librados  los  que  querían 
hacer  de  la  Inquisición  de  Espafla 


una  mora  delegación  de  Roma. 
Uitinbamente  resolvió  el  rey 
Felipe  Y,  cortar  por  sí  mismo  tan 
larú  competencia,  y  habiendo 
conterenciado  secretamente  con 
el  consejero  Cardona,  y  *  teniendo 
presente  el  informe  del  ConsHo 
Real  de  Castilla,  expidió  el  si- 

f  Diente  decreto,  que  apareció  un 
ia  en  el  Consejo  de  la  Inquisi- 
ción: «Yo  BL  Rey.— Por  un  efecto 
»demi  beoig'.idad  y  justicia^  y  pa- 
jira  subsanar  mi  real  conciencia, 
»he  venido  en  mandar  qué  en  mi 

•  real  nombre,  y  por  el  mi  Conse- 
rje de  Inquisición,  inmediatanken- 
»te  se  restituya  al  ejercicio  de 
«sus empleos  a  lostres  consejeros 
•jubilados,  don  Antonio  Zamora- 
•no,  donjuán  Baptista  Arzeamen- 
»di  y  don  Juan  Iliguelez,  verifí- 
»c¿ndose  en  esto  el  Omnímoda,  de 
•suerte  que  sin  intermisión  ni 
tthueco  alguuo-he  de  percibir  en- 

•  toramente  todos  sus  sueldos,  ga- 
lgos y  emolumentos  de  iodo  e! 
«referido  tiempo;  y  efectuada  que 
«sea  esta  mi  real  voluntad,  se  pa- 
usará aviso  d«  su  entero  cumplt- 
•miento  á  mi  secretaría.— Uadrid 
vy  noviembre  3  de  l'^^Oi.» 

.A  los  cuatro  días  pasó  al  inqui- 
sidor general  ia  real  orden  siguien- 
te, que  es  notable:  <cYo  bl  Rct.— 
»A  vos  el  obispo  de  Segovia,  como 
» inquisidor  general.— Tendreisen* 
iftendido  para  vuestro  gobierno  y 
•el  de  los  que  os  sucedan  en  el 

•  empleo  de  inquisidor  general,  6 
•presidente  del  mi  Consejo  de  In- 
;!)quisicion,  que  habiéndose  de  mi 
«orden  examinado  por  personas 
)»de  la  mayor  Jiteratura,  virtud  y 
•prudencia  todos  los  fundamentos, 
•bulas,  reales  pragmáticas,  y  de- 
•raas  que  sirvieron  como  de  ci- 
smiento  para  la  erección  y  crea- 
•cion  que  los  reyes  tnis  predece-* 
•sores  nicieroo  de  este  mi  Consejo 
•de  Inquisición:  que  á  losmjnis- 
•tros  que  le  componen,  y  á  los  que 
•en  adelante  eligiese  y  nombrase 


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308 


III8T0B1A  DR  RSPAÜA» 


f  mi  real  voluntad,  que  los  habéis 
»derecoDOcer  y  respetar  (en cuan- 
»to  03  permita  la  superioridad  de 
npresiaente  del  dicno  mi  Conse- 
iHO),  como  á  ministros,  y  que  ha- 
•beis  de  tener  presente  son  mis 
Mministros,  que  representan  mi 
«real  persona,  ejerciendo  mi  ju- 
»r¡sdiccion  territorial,  y  que  como 
»¿  tales  los  hayan  de  reconooer  y 
«respetar  todos  los  inquisidores 
•generales,  no  embarazándoles  de 
•ningún  modo  el  voto  decisivo  que 
»por  derecho  les  compete,  y  en 
»mi  real  nombre  ejercen. — ^Asi-  . 
» mismo  08  mando,  pena  de  ocu- 
» paros  las  temporalidades,  sacan- 
»doos  de  todos  mis  reinos  y  sefio- 
»río8,  que  dentro  del  tercero  día, 
»de  que  se  ha  de  dar  testimonio, 
«esto  es,  que  á  las  It  horas  de 
«recibida  y  leida  esta  mi  real  vo- 
sluntad,  habéis  de  remitir  y  pre- 
» sentar  en  el  Consejo  de  Inquisi- 
»cion  todos  los  documentos,  de- 
iclaraciones,  sumarias  informacio- 
tnes,  cartas  y  demás  instrumen- 
»tos  púbFicos  y  secretos,  correa-* 
>  pendientes  á  la  criminaiidad  ful- 
•  minada  por  vos  en  dicho  Consejo 
•contra  los  procedimientos  del  M. 
•Fr.  Froilan  Diaz,  del  orden  de 
•Santo  Domingo,  del  mismo  Con- 
•sejo,  confesor  que  fué  del  señor 
•  Carlos  11.  (que  sana  gloria  haya); 
•y  efectuado  que  sea,  me  daréis 
•aviso  de  haberlo  así  ejecutado, 
•como  también  me  habéis  de  cer- 
» tífica r  en  el  mismo  Consejo  de  In- 
oquisicion  la  verdadera  existencia 
•ó  prisión  de  dicho  religioso.— 
|Madríd  7  de  noviembre  de  4  704.— 
»  Al  obispo  de  Segovia,  inquisidor 
«genera  !.• 

Ejecutado  todo  por  el  inquisi- 
dor general,  quien  al  propio  tiem- 
po certificó  hallarse  preso  el  fray 
Froilan  Díaz  en  el  colegio  de  do- 
minicoB  de  Atocha,  y  llevados  al 
Consejo  todos  los  papeles  concer- 
nientes ásu  causa,  el  Consejo  dic- 
tó el  siguiente  fallo:  «En  la  villa 


•de  Madrid,  á47  de  noviembre 
^de  1704,  juntos  y  congregados  en 
•el  Supremo  Consejo  de  Ta  Santa 
«Inquisición  todos  los  ministros 
>aue  le  componen,  acompañados 
)»ae  los  asesores  del  real  de  Cas- 
vtilla,  se  hizo  exactísima  relación 
»de  esta  causa  criminal  fulminada 
» contra  Fr.  Frolían  Díaz....  y  be- 
jucho  cargo  este  Supremo  Senado 
•de  todo  cuanto  se  le  imputaba, 
•como de  la  tropelía  que  injusta-- 
)»mente  se  había  hecho  padecer  á 
»6u  persona  en  el  dilatado  térmí- 
»no  de  cuatro  afios,  determinó  y 
•sentenció  esta  causa  en  la  forma 
«siguiente: 

«Fallamos  unánimes  y  confor- 
9  mes  (némine  discrepante) y  atento 
«los  autos  y  méritos  del  proceso  y 
•cuanto  de  ellos  resulta;  que  de- 
«bemos .absolver  j  absolvemos  al 
»P.  Fr.  Froilan  Díaz,  de  la  sagra- 
»da  orden  de  predicadores,  coofe- 
«sor  del  sefior  Carlos  II.  y  mínis- 
«trode  este  cuerpo,  de  todíais  cuan- 
•tas  violencias,  de  todas  cuantas 
«calumnias,  hechos  y  dichos  se  han' 
» imputado  en  esta  causa,  dándole 
» por  totalmente  inocente  y  salvo 
>de  eílos.  Y  qn  su  consecuencia 
«mandamos,  qu^  en  el  mismo  dia 
•de  la  publicación  se  le  ponga  en 
«libertad,  para  que  jdesde  el  si- 
«guiente,  o  cuando  mas  le  con-» 
r  venga,  vuelva  á  ocupar  y  servir  * 
«la  plaza  de  ministro  que  en  pro- 
«piedad  soza  y  tiene  en  este  Con- 
«sejo.  á  la  que  le  reintegramos 
«desde  luego  oon  todo^sus  bono- 
«res,  antigüedad,  sueldos  deven- 
«gados  y  no  percibidos,  gases, 
•emolumentos  y  demás  que  le  han 
«correspondido  en  los  referidos 
•cuatro  afios,  de  modo  que  se  ha 
•de  verificar  el  Omnímoda  y  total 
•percepción  de  todo» sus  sueldos 
Acoriio  si  sin  intermisión  alguna 
•hubiera  asistido  al  Consejo  de  In- 
•quisicion:  y  asimismo  mandamos 
«que  por  uno  de  los  ministros  de 
«este  tribunal  (para  mayor  confir- 


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MKTB  III.  LIBKO  Y. 


309 


]»macion  de  su  iDocencia),  se  le 
»poD^  en  posesión  de  la  celda 
» destinada  en  el  convento  del  Ao- 
«sarío  páralos  confesores  del  mo- 
Boarca,  de  laque  se  le  desposeyó 
utan  indebidamente:  Y  que  de  esta 
innestra  sentencia  se  remita  copia 
•autorizada  por  elsecretario  de  la 
»  causa  á  todas  las  inquisiciones  de 
]»esta  monarquía,  las  que  deberán 
»dar  aviso  á  este  Supremo  tribu-» 
»nal  de  quedar  enteradas  de  esta 

•  resolución,  j  asi  lo  pronunciamos 

•  y  declaramos.» 

Tal  fué  el  término  aue  tuvo  el 
ruidoso  proceso  formado  al  P.  Fr. 
Froilan  Díaz  sobre  los  hechizosdef 
rey,  reservando  para  otro  lugar 
hacer  laa  muchas  reflexionesá  que 
se  presta,  y  sacar  las  importantes 
consecuencias  que  se  desprenden 
relativamente  al  cambio  de  ideas 
ala  variación  en  la  marcha  po- 
íítica  que  se  experimentó  en  la 


I 


transición  de  uno  á  otro   rei- 
nado. 

Hállase  todo  mas  minuciosa^ 
men>e  referido  en  el  toro.  I.  del 
antes  citado  Opúsculo:  los  otros 
dos  volúmenes  contienen  copias 
de  las  consultas  que  se  hicieron  á 
varios  consejos  yjuntas,  y  sus  res- 
puestas, con  otros  varios  docu- 
mentos, entre  ellos  el  luminoso 
informe  del  Consejo  de  Castilla. 
El  erudito  don  Melchor  Rafael 
Macanaz,  en  sus  MemoriaB  jpara 
la  Historia  del  reinado  -de  Feli- 
pe V.  (MM.  SS.))  dedicó  varios  ca- 
§  (tolos  á  la  «elación  de  este  rui- 
•so  proceso,  que  proseguía  en  su 
tiempo.  El  lector  que  desee  estu- 
diar este  célebre  episodio,  de  que 
nosotros  tendremos  tal  vez  nece- 
sidad de  volver  á  hablar  mas  ade- 
lante, encontrará  en  dicha  obra 
abundantes  y  curiosas  noticias. 


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CAPITULO  XIV. 

MUERTE  DE  CARLOS  II. 

su  TBSTAII8NT0. 

'       ^  4700. 

Segundo  tratado  do  paHicion  de  los  dominios  espiífioles.*— {protesta 
del  emperador.— IndigDacion  de  losespaaoJee,  y  quejas  de  Garlos  ll« 
-^Interrupción  de  nuestras  relacidnés  con  las  potencias  marítimas. 
— Mapejos  de  los  partidos  en  la  corte  de  EspaeLa.—Iocertídumbre  y 
fluctuación  del  rey. — ^Salida  del  embajador  francés.— Gonsuitas  á  los 
Consejos  y  al  papa  sobre  el'  derecho  de  sucesión.— Informes  favo- 
rables á  la  casa  de  Francia.— Escrúpulos  de  Carlos.— Agrávase  su 
enfek'medad.— Instálase  á  su  lado  el  cardenal  Portocarrero.— Indú- 
'  cele  á  que  haga  testamento,  y  le  otorga.-^ Nombramiento  de  suce- 
sor.—Séllase  el  instrumento,  y  permanecen  ignoradas  sus  dísposi-^ 
cienes.— Oodicilo.— Creación  de  la  junta  de  gobierno.— Relación  de 
la  muerte  de  Carlos.— Ábrese  el  testamento .-^Espectacion  y  ansie- 
dad pública.— Anécdota.— Resulta  nombrado  rey  de  España  Felipe 
de  Borbon.— Despachos  de  la  corte  de  Francia.— Aceptación  de 
Luis  XIY.— Proclamación  dé  Folipe  en  Madrid.— Ceremonia  en  el 
palacio  de  Versa  lies.— Palabras  memorables  de  Luis  XIV.  á  su  nie- 
to.—Llega  el  nuevo  rey  Felipe  de  Anjou  á  la  frontera  de  España. 

Repartíanse  las  potencias  de  Europa*  decíamos  al 
final  del  anterior  capítulo,  á  su  capricho  y  convenien- 
cia los  dominios  españoles,  mientras  la  corte  de  És<- 
paña  se  hallaba  entretenida  con  los  ridículos  inciden- 


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rARTB  III.   LIBAO  T.  341 

tes  de  los  hechizos  y  conjuros  del  rey.  Y  asi  era. 
Coostaote  Luis XIV.  en  obligará  los  españólese  cod- 
sentir  en  la  sucesión  de  su  familia  ó  someterse  á'  la 
desmembración  del  reino»  había  negociado  con  Gui-* 
Ilermo  ili.  de  Inglaterra  y  los  holandeses  un  segundo 
tratado  de  partición,  por  el  cual  se  aplicaban  al  ar- 
chiduque Garlos  de  Austria*,  como  ihéredero  univer- 
sal, la  España,  los  Países  Bajos,  la  Cerdeña  y  las  In- 
dias, se  añadía  la  Lorena  &  los  estados  que  por  el 
concierto  anterior  debia  recibir  el  Delfín  de  Francia, 
-y  se  daba'  al  duque  de  Lorena  en  recompensa  el  Mi- 
lanesado.  El  emperador  debia  declarar  en  b1  término 
de  tres  meses  si  aceptaba  el  tratado:  si  el  duque  de 
Lorena  no  accedía  á  este  arreglo  se  destinaría  Milaa 
al  elector  de  Ba viera,  ó  en  caso  que  esté  no  lo  admi- 
tiese, al  duque  de  Saboya;  si  sucedía  lo  primero, 
Francia  tendría  el  Luxemburg;  si  lo  segundo,  adqui- 
riría Niza,  Barcelonesa,^  y  el  ducado  de  Saboya  con 
la  Alta  Navarra.  Este  tratado  se  firmó  en  Londres  por 
los  ministros  de  Inglaterra  y  de  Francia  el  3  de  mar- 
zo (1700),  y  el  25  en  la  Haya  por  los  plenipotencia* 
ríos  áe  los  Estados  generales  ^*K ' 

Protestó  el  emperador  contra  el  tratado,  como 
quien  pretendía  tjsner  derechq  á.  la  herencia  de  Espa- 
ña sin  desmembración  alguna,  y  en  su  virtud  se  pro- 
rogó  el  plazo  hasta  los  cinco  meses,  en  cuyo  tiempo 

(i)  Rymer,F(Bdera. — Damont,    lados.— Hist,  de  Luis  XIV. 
Gorp&Dipk)m.-«GoloccioDd«Tra-  '     ** 


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312  HISTORIA  DB  RSPA^A* 

se  acomodó  amigablemente  la  desavenencia  con  ln« 
.  gtalerra  por  la  mediación  de  la  Holanda.  Pero  foé 
moeho  ma  jor  la  irritación  de  Carlos  y  de  los  españo- 
les» y  tanto  quct  en  las  reclamacioneá  y  quejas  qne 
España  prodajo  ante  las  cortes  de  Europa  se  osó  de 
un  lenguaje  y  un  tono  cuya  actitud  solo  podia  discul- 
par la  justicia  de  la  indignación.  Sin  embargo,  no 
pudieron  tolerarle  algunos  soberanos^y  especialmen- 
te Guillermo  de  Inglaterra,  que  dio  orden  á  nuestro 
embajador  marqués  de  Canales  para  que  saliese  dp 
aquel  reino  en  el  terminó  de  diez  y  ocho  días.  Por 
nuestra  parte  se  expidieron  los  pasaportes  al  embaja* 
dor  inglés  en  Madrid,  Stanhope,^  siguióse  natural* 
mente  la  interrupción  de  nuestras  relaciones  con  las 
potencias  marítimas.  Carlos  11.,  que  siempre  conser- 
vaba afecto á  la  casa  de  Austria,  y  deseaba  darle  la 
preferencia  en  la  sucesión  á  todos  les  demás,  envió  de 
embajador  á  Yiéna  á  don  Francisco  Moles,  aseguran- 
do al  emperador  que  estos  eran,  como  lo  habían  sido 
siempre,  sus  sentimientos.  Pero  el  partido  contrario, 
que  entonces  estaba  en  boga,  tampoco  se  descuidaba 
en  trabajar,  y  una  de  las  cosas  que  consiguió  fué  la 
saudade  la  Berlips  para  Alemania  (31  de  marzo, 
1700),  haciendo  que  el  pueblo  lo  pidiera  tumultua- 
riamente, á  lo  cual  estaba  muy  dÍ3puesto,  por  el  odio 
qne  se  habia  logirado  inspirarle  á  los  alemanes. 

Las  mismas  alternativas  que  esperimentaba  el  rey 
en  su  salud,  pues  tinos  días  parecía  ponerse  á  morir. 


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PAATB  111.  UMO  y.  313 

y  otros  86  reanimaba^  se  presentaba  en  público,  y 
hasta  se  paseaba  y  divertía,  esas  mismas  oscilacioDes 
sofría  su  espíritu,  vacilando  al  compás  de  los  esfuer- 
zos que  hacia  cada  partido  para  decidirle,  ya  en  favor 
del  francés,  ya  del  aostriaco,  usando  los  parciales  de 
cada  uno  de  todo  género  de  armas  y  de  toda  cíasele 
invenciones  para  recomendar  á  aquel  por  quien  tenia 
inter^  y  desacreditar  á  su  competidor.  Hacíanse  jofer- 
tas,  inventábanse  calumnias,  concertábanse  planes, 
empleábase  todo  género  de  manejos,  y  hablóse  eoton* 
ees  por  algunos  de  la  conveniencia  de  convocar  core- 
tes, que  era  en  verdad  á  las  que  correspondía  dirimir 
la  cuestión  de  sucesión;  pero  este  recuerdo  tardío  no 
encontró  eco,  porque  no  convenia  á  los  que  hubie- 
ran -debido  fomentar  idea  tan  saludable.  Entre  los 
manejos  que  osaron  los  del  partido  austríaco  parece 
fué  uno  el  de  prometer  á  la  reina  casarla  con  el  ar- 
chiduque, en  el  caso  de  ser  nombrado  heredero  el 
príncipe  imperial,  y  que  bien  recibida  por  la  reina 
esta  proposición,  la  indujo  en  uno  de  los  momentos 
en  que  la  dominaba  el  afecto  á  su  familia  á  revelar  al 
rey  la  propuesta  de  igual  índole  que  antes  le  habia 
hecho  el  de  Harcourt  respecto  al   Delfín.  Ofendido 
jostamente  al  monarca,  irritóse  tanto  como  era  nato* 
ral  contra  el  embajador  francés,  y  dio  orden  al  de 
España  en  París,  marqués  de  Gasteldosrios,  para  que 
hiciese  entender  á  Luis  XIV.  la  gravísima  queja  que 
tenia  de  su  ministro.  Y  como  entraba  en  la  política  de 


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314  UI8T0EÍA  J>B  BSPAAa. 

Lui9  00  dar  motivos  de  disgoslo  á  Carlos,  mandó  reti- 
rar do  Madrid  á  su  embajador,  quedando  en  sa  logar 
su  pariente  Blecouri.  Asi  es  como  esplican  bs  escrílo- 
res  españoles  la  retirada  del  de  Harcoort  de  Madrid, 
blea  que  los  historiadores  franceses  lo  atribuyan,  ó  á 
la  necesidad  de  ponerse  al  frente  del  ejército  francés 
de.  la  frontera,  ó  á  ardid  para  burlar  la  atención  pú« 
bfíca  de  la  corte  de  España  ^^K 

Pero  quedaba  aqui  el  cardenal  Portocarrero,  el 
partidario  mas  eBcaz  y  mas  influyenle  de  la'  casa  de 
Borbon»  que  ademas  de  contar  con  muchos  magnates 
de  su  parcialidad,  era  el  que  por  el  carácter  de  su 
elevado  mioisterio  éjercia  mas  ascendiente  sobre  la 
conciencia  del  rey,  y  como  caso  de  conciencia  le  re* 
presentó  el  deber  de  consultar  á  los  láas  acreditados 
teólogos  y  jurisconsultos  del  reiuo  y  á  los  consejos  de 
Estado  y  de  Castilla,  para  resolver  con  cónoeimiento 
de  causa  eo  tan  delicado  punte  como  el  del  nombra* 
miento  de  sucesor.  Asi  en  los  consejos  como  en  las 
juntas  de  letrados  prevaleció  <  el  dictamen  favorable 
al  nieto  de  Luis  XIV.  Felipe  de  Anjou,  con  tal  que^e 
adoptasen  medios  para  evitar  la  unión  de  ambas  co- 
ronas en  unas  mismas  sienes.  Ya  lo  sabia  de  antema- 
no Portocarrero,  y  por  eso  había  aconsejado  las  con- 
sultas. Hubo,  sin  embargo,  algunos  individuos  que 
propusieron  que  se  convocaran  cortes,  pero  fué  des* 

(4)    Memorias  del  marqués  de  j5a  bajo  el  reinado  de  la  casa  do 
San  Felipe.— Willíam  Goxe,  Bspa-    Borbon,  inlrodoocion,  Sección  3.* 


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rAUTB  iiu  Lini>  V  316 

estímada  la  proposictoii  por  la  mayoría.  Y  como  to- 
davía el  monarca   repogoiára  tomar  una  resol  ación 
GOBtraria  á  la  casa  de  Austria»  persuadióle  Porlocar* 
rero  deque  debeila  pedir  parecer  al  padre' comou  de 
los  fieles^  como  el  mejor  y  mas  síeguro  consejero  en 
materias  de  tanta  monta.  Un  monarca  tan  timorato 
como  Garlos  II.  no  podía  menos  de  acoger  bien  el  con- 
sejo, bixolo  asi,  y  la  respuesta  del  Pontífice  fué  tal 
como  el  cardenal  la  esperaba  de  la  antigua  enemistad 
del  papa  Inocencio  XI.  ala  casa  de  Austria,  á  saber, 
•que  los  hijos  del  Delfiu  de  Francia  eran  los  legttiotos 
hierederos  de  la  corona  de  Gastilla  ^*K 
.    Tal  era  el  apego  y  la  afición  de  Garlos  á  su  familia 
austríaca,  que  aun  no  bastó  la  poderosa  y  sagrada 
autoridad  del  pontífice  para  disiparla  incertidumbre  y 
acallar  los  escrúpulos  que  agitaban  su  corazón  y  mor- 
tificaban su  conciencia.  Terdad  es  qué  la  reina  y  los 
I  enemigos  de  Francia  segtiian  ian>bien  trabajando  de- 
sesperadamente, y  en  esta  lucha  y  agitación  continua 
pasaba  Carlos  los  pocos  días  que  restaban  ya  á  su  pe* 
nosa  existencia.,  Sin  embargo,  todavía  ^e  procuraba 
distraerle  con  idas  y  venidas  al  Escorial,  y  lo  que  es 
mas  de  notar,  con  fiestas  de  toros,  á  que  se  hacia  asis- 
tir áSS.MM.  ^K  Y  entretanto  no  se  dormían  las  cortes 


(4 )  William  Coxe  insecta  la  car»  Spada,  todos  tres  afectos  á  Fraa- 

ta  del  rey  al  ppotííipe,  que  entre-  cía. 

gó  el  embajador  duqae  de  ücedia,  {%)    Hvbo  um  corrida  de  loros 

y  la  respoesta  del  papak^  Loa  car-  eo  21  de  junio;  y  otra  oa  44  de 

dónales  con  quienes  consultó  S.  S.  iah'o  (4700)  en  la  Plaza  Mayor,  á 

fueron  los  de  Albano,  Spinola  y  las  coates  coneurrieron  el  rey  y  la 


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9!6  HISTOMA   M   8SPAÜA. 

estraogeras;  la  reíoa  procuraba  secretamente  una  re* 
coDCÜiacion  con  las  potedcíasinarílialas,  pero  Luis  XIV. 
ganando  en  energía  á  todas,  publicó  en  el  mes  de  se- 
tiembre uaa.  Memoria,  en  que  sentaba  que  el  modo  de 
conservar  la  tranquilidad  pública  era  realizar  el  tratan- 
do de  partidon,  y  amenazaba  con  no  consentir  que  tro- 
pas imperiales  pisaran  ningún  territorio  de  losdomi* 
nioB  españoles.  .Nuevo  conflicto  para  el  monarca  espa- 
ñol, que  ya  llegó  ¿  temer  de  Luis  que  en  vez  de  acep- 
tar con  gusto  un  testamento  en  Tavor  de  so  femília  se 
empeñaría  en  desmembrar  la  España,  qae  era  lo  que 
Carlos  sentía  mas,  y  lo  que  repugnaba  íñ»s  su  con- 
ciencia: y  asi  procuró  asegurarse  de  la  disposición  del 
monarca  francés  á  aceptar  la  Iverencia  de  España  para 
su  oieto. 

Difusa  tarea  sería  la  de  seguir  en  todos  sus  acci- 
dentes los  mil  combates  que  todavía  sufrió  el  espíritu 
del  irresoluto  Carlos,  asediado  de  la  reina,  de  los  mi- 
nistros, embajadores,  consejeros,  confesores  y  mag* 
nates,  habiéndole  todos  según  sus  encontrados  intere- 
ses y  pasiones,  basta  que  agravada  su  enfermedad  el 
8Q  de  setiembre  (1700),  fué  obligado  al  siguiente  dia 
á  acostarse  en  el  lecho  de  que  no  habia  ya  de  levan- 
tarse mas.  El  S8  le  fueron  administrados  los  sacra- 
mentos por  mano  del  patriarca  de  las  Indias.  Recibió- 
reina.  La  primera  se  condoyó  ya  aquel  tiempo;  Papeleado  Jesuilas, 
isaai  de  noche,  y  se  Tinoaiam-  pertenecientes  ala  real  Academia 
brando  con  bachas  el  coche  de  de  la  Historia. 
SS.  MM.r-Díario  manuscrito  de 


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iM.  PAETB  111.  LIBM  ▼.  317 

los  el  aagasto  enfermo  con  edificaote  religiosidad;  pi- 
dió perdop  á  todos,  aooqoe  declaró  no  haber  tenido 
nunca  deseo  ni  intención  de  ofender  á  nadie,  y  man- 
dó  volver  á  las  viodas  lo  queies  habia  sido  quitado 
por  la  reforma.  Al  otro  dia  pareció  tan  de  peligro,^ 
que  la  gente  devota  fué  llevando  á  la  cámara  regia  y 
á  la  capilla  las  imágenes  mas  veneradas  eu  ios  tem« 
píos  de  Madrid,  la  virgen  de  la  Soledad,  la  de  Ato- 
cha, la  de  fa  Almodena,  la  de  Beleo,  Santa  Maria  de  < 
la  Cabeza,  San  Isidro,  San  Diego  de  Alcalá,  y  otras 
varias,  y  hasta  se  mandó  traer  el  niño  del  Sagrario 
de  la  catedral  de  Toledo,  eu  términos  que  hubo  ne- 
cesidad de  volver  algunas,  porque  ya  no  cabían.  El 
rey  esperimentó  una  mejoría  notable,  que  la  piedad 
nopodia  dejar  de  atribuir  á  las  oraciones  de  les  que 
rogaban  por  su  salud,  y  á  la  intervención  de  las  imá- 
genes sagradas. 

Instalado  el  cardenal  Portocarrero  en  el  aposento 
real  para  hablar  al  augusto  paciente  de  las  cosas  que 
tocaban  al  bien  y  salvación  de  su  alma,  logró  ahu- 
yentar de^lli  ala  reina,  al  inquisidor  general  Men« 
doza,  al  confesor  Torres-Padmota,  al  secretario  del 
despacho  universal  Ubilla,  y  á  todos  los  que  no  eran 
de  su  partido,  y  para  el  servicio  espirilual  del  enfer- 
mo habia  llevado  consigo  dos  religiosos  de  su  oonBan- 
za.  Eútonces  comentó  á  exponerle;  que  estando  su  fin, 
á  lo  que  parecía,  tan  cercano,  debia  para  descargo  de 
su  conciencia  y  para  no  dejar  el  reino  sumido  en  loa 


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318  HiSToaiA  DB  bstaSa.  « 

horrores  de  una  guerra  civil  hacer  su  teslameolo  y 
designar  el  heredero  de  la  corooa,  para  lo-t:uai,  de* 
cia,  no  debía  escuchar  la  voz  de  ias  afcccioiies  tenre- 
naleSt  ni  guiarse  por  motivos  de  odio  6  de  amtsiad» 
sino  mirar  la  convenieocia  del  reino»  y  aleoerse  á  lo 
que  le  representaba  como  mejor  la  mayoría  del  con* 
sejo,  compuesto  de  los  hombres  mas  ilustrados  y  mas 
amantes  de  la  justicia^  y  verdadero  intérprete  de  los 
deseos  nacionales  ^*\  con  cuyo  dictamen  estaba  de 
acuerdo  el  del  padre  común  de  lois.  fieles.  Carlos  no 
pudo  resistir  ya  mas,  y  mandando  salir  déla  cáma- 
ra á  los  que  rodeaban  stí  lecho,  y  llamando  al  secre* 
tario  Ubilla,  le  ordenó  que  estendiera  como  notario 
mayor  de  reinos  su  última  voluntad  á  presencia  de 
los  cardenales  Portocarrero  y  Borja,  de  los  duques 
de  Medinasidonia/  Infantado  y  Sesa,  del  conde  de 
Benavente  y  de  don  Manuel  Arias.  El  3»  de  octubre 
(4700)  le  fué  presentado  el  testamento  para  que  pu- 
siese en  él  su  firma»  hecho  lo  cual  se  cerró  y  selló 
segon  costumbre.  cDios  solo,  esclamó  Carlos,  es  el 
quédalos  reinos,  porque  á  él  solo  pertenecen.»  Y 
anadió  suspirando:  tYano  ¿oy  naia.B  Ademas  del 
sucesor  al  trono,  dejaba  nombrada  una  junta  que  ha^ 
bia  de  gobernar  el  reino  hasta  tanto  que  aquél  vinie-  ^ 

(4)    Ya  hemos  dicho  que  la  ma-  nía,  los  marqueses  de  Víllafranca, 

VQrfodel  consejo  de  Estado  se  Iffaceda  y  el  Fresno,  y  loa  eondei 

bahía  decidido  por  el  duque  de  de  Montijo  y  Sao  Esteban»  Solo 

Anjon,  nieto  de  Lvis  XIV.  Gom-»  disentían  ios  condei  de  Fn^liana 

ponían  aquella  el  x^rdenal  Porto-  y  de  Fuensalída. 
earrero,  ol  duque  do  Medínasitfo^ 


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PARTB  111.  UBftO  V.  319 

se»  compoesla  de  la  reina,  con  voto  de  calidad,  de 
los  presideates  de  los  consejos  de  Castilla  y  Aragón, 
el  arzobispo  de  Toledo,  ei  inquisidor  general ,  un 
grande  y^  un  consejero  de  Estado,  los  qne  él  desig- 
naría en  un  codicii(J. 

Las  disposiciones  del  testamento  permanecian  se- 
cretas é  ignoradas;  mas  como  no  lo  fuesen  para  Por* 
tocarrero,  aquella  misma  noche  las  comunicó  -á  Re- 
courl,  quien  no  se  descuidó  en  trasmitirlas  á  Paris* 
Pero'teroióse  que  todo  iba  á  cambiar  con  la  mejoría 
que  impensadamente  esperimentó  el  rey,  tanto  que 
llegaron  á  concebirse  lisonjeras  esperanzas  del  com- 
pleto restablecimiento  de  su  salud,  se  le  diverlia  con 
músicas,  y  se  celebraba  su  alivio  con  fiestas  ^^K  En 
este  período  la  reina  y  sus  parciales  renovaron  sus 
esfuerzos  para  ver  de  apoderarse  del  énimoxlel  rey; 
el  mismo  Carlos  sintió  revivir  los  impulsos  nunca  apa- 
gados en  favor  de  su  familia,  y  hubo  de  decidirse  á 
despachar  un  correo  á  Víena  indicando  ai  emperador 
su  pensamiento  definitivo  de  declarar  sucesor  al  arr 
chiduque.  Aparte  de  esto,  el  21  de  octubre  otorgó  un 
codicilo  disponiendo  que  si  la  reina  su  esposa  quísie* 
ra  después  de  su  fallecimiento  retirarse  de  la  corte, 
y  vivir,  bien  en  ona  ciudad  de  España,  bien  en  cual- 
quiera de  los  estados  de  Italia  ó  de  Klandes',  se  le 
diera  el  gobierno  de  aquella  ciudad  ó  de  aqpellos  es-* 
tados,  con  sus  correspondientes  ministros. 

(1)    Gacelas  de  Madrid  de  9,  it  y  49  de  octubre  de  4700. 


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320  HISTORIA  DB  BSPAIÍA. 

Pero  aquella  mejoría  desapareció  pronto.  El  S6 
de  oclubre  volvió  á  agravarse  con  síntomas  alarman* 
les:  el  89  dio  un  decreto  nombrando  para  el  gobier- . 
no  del  reino  hasta  la  llegada  del  sucesor  á  la  reina 
(con  voto  de  calidad),  al  cardenal  Portocarrero,  á  don 
Manuel  Arias  como  presidente  del  consejo  de  Casti- 
lla, al  duque  de  Montalto  como  presidente  del  de 
Aragón,  á  don  Baltasar  de  Mendoza  como  inquisidor 
general,  al  conde  de  Frigiliana  como  consejero  de 
Estado,  y  al  de  Benavente  como  grande  de  España. 
Hé  aqui  como  anunció  la  Gaceta  del  2  de  noviembre 
todo  lo  que  aconteció  en  estos  últimos  dias  basta  la 
muerte  del  rey.  «Desde  el  S6  de  octubre  se  fué  an* 
» mentando  la  enfermedad  con  mas  graves  accidentes 
)»y  calentura,  llegando  á  temerse  alguna  inflamación 
linterna;  de  suerte  que  desenfrenándose  la.  causa 
•principal  del  desconcierto,  se  vio  obligado  S.  M.  á 
•señalar  el  decreto  en  que  dejó  nombrado  al  señor 
' » cardenal  Períoca  rrero  por  su  lugarteniente  y  gober- 
»nador  absoluto  durante  la  vida  de  S.  M.  en  postura 
)»que  no  pueda  despachar  por  sí.  Reiteró  los  sacra- 
j»mentosdela  Penitencia  y  Comunión  sagrada,  y  la 
»Santa  Extrema-unción  que  S.  M.  habia  pedido,  co- 
»mq  también  sacerdotes  que  le  ayudasen  á  bien  mo- 
•rir,  Qon  otras  demostraciones  de  su  catolicísíma  pie* 
»dad  estando  toda  la  corte  en  el  último  desconsuelo 
•basta  las  dos  de  la  tarde  del  día  31  de  octubre,  a 
>>!a  cual  hora,  cuando  estaban  mas  perdidas  las  espe- 


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PARTE  III.  LIBRO  V.  3S1 

)»raDzas  de  todos»  comenzó  á  recobrarse  S.  M.  yol- 
i^viendo  sobre  sí,  cou  aa  sudor  benigno  que  le  duró 

.  *  »cerca  de  media  hora,  los  pulsos  altos  y  descubier- 
utos,  y  con  vigor,  y  apetencia  al  alimento  proporcio-  x 
»nado,  y  con  algunas  horas  de  reposado  sueño,  la 
»cual  favorable  novedad,  que  casi  se  tuvo  por  mita- 
»grosa,  continuó  toda  aquella  noche  y  la  mañana  del 
»1.^  de  noviembre,  llegando  á  respirar  las  esperan-' 
»za8  casi  muertas  de  todos  sus  buenos  vasallos,  fué 
»Dios  servido,'  por  sus  altísimos  juicios  y  merecido 

'  ^castigo  de  nuestros  pecados,  que  á  la  hora  de  me- 
»dio  dia  sobresaltase  á  S.  M.  el  mismo  accidenté  de 
» fiebre  maligna,  y  letargo,  con  tanto  rigor  y  violen- 
Dcia  que  le  arrebató  la  vida, entredós  y  tres  de  aque- 
»lla  tarde  1  .^  de  noviembre,  dejándonos  solamente 
»el  consuelo  de  su  premeditada  y  cristiana  cpuerte  ^^K^» 
Fallecido  que  hubo  el  rey,  procedióse  á  abrir  el 
misterioso  testamento  con  toda  la  solemnidad  que  el 
caso  requería,  llenándose  basta  las  antecámaras  y  sa- 
lones de  palacio  de  magnates  del  reino  y  de  ministros 
estrangeros,  impacientes  todos  por  saber  el  nombre 

(4)  Gaceta  de  Madrid  do)  %  de  ber  mueHoe]  reyeoSdeDoviem- 
noviembre  de  4700.— No  sabemos  bre,  equivocación  patraña  babien- 
como  el  señor  Cánovas,  en  su/>0-  do  tantos  y  tan  públicos,  doco- 
eadencia  de  España^  pudo  caer  menlos  para  comprobar  la  exac- 
en  el  error  de  súponet  todos  estos  titud  de  las  fecbas.— Equivócase 
últimos  sucesos  de  la  vida  de  Car*  igualmente  este  historiaaor  eu  da  r 
los  n.,  inclusa  su  muerte,  como  ¿  Garlos  II.  37  años  de  reinado, ' 
acontecidos  en  el  año4  704  .—Tam-  habiendo  sido  solos  35^  de  los  39 
bien  William  Coxe,  en  su  £spaAa  aue  vivió:  pequefias  inexactitu- 
bajo  el  reinado  de  lacasade  Bor--  des,  pero  notables  tratándose  de 
bon^  dice  en  dos  ó  tres  partes  ha-  cosas  tan  averiguadas  y  sabidas. 

Tomo  xvii.  ,  21  . 


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322  aiSTORIA   DB  ESPAÑA. 

del  futuro  rey  de  España,  y  priacipalmenle  los  em- 
bajadores  francés  y  austríaco,  los  dos  mas  interesa-* 
dosi  y  qne  ignoraban  ó  afectaban  ignorar  el  conteni- 
do del  documento.  Cuéntase  que  estando  todos  en  es-* 
ta  expectativa,  y  saHendo  á  anunciarlo  el  duque  de 
Abrantes,  saludó  con  taucba  afectuosidad  al  embaja* 
dor  de  Austria,  y  después  de  cruzarse  muchas  corte- 
sías, le  dijo  el  duque:  mTsngo  el  mayor  placer,  mi 
buen  amigo,  y  la  satisfacción  mas  verdadera,  en  despe- 
dirme para  siempre  de  la  ilustre  casa  de  Austria  (*\» 
Sobrecogido  se  quedó  el  de  Austria  con  tan  pesada 
burla,  tanto  como  se  vio  pintado  él  júbilo  en  el  sem- 
blante del  embajador  francés  Blecourt. 

Era  en  efecto  el  designado  en  el  testamento  de 
Carlos  para  sucederle  en  todos  los  dominios  de  la  ^mo- 
narquía española  el  nieto  de  Luid  XIV.,  hijo  segundo 
del  Delfin  de  Francia,  Felipe  duque  de  Anjou,  y  en 
el  casp  de  que  éste  heredara  aquel  trono  ó  muriera 
sin  hijos,  era  llamado  al  de  España  su  hermano  me- 
nor el  du(iue  de  Berry.  Designábase  en  tercer  lugar 
al  archiduque  Carlos  de  Austria,  hijo  segundo  del 
emperador,  y  á  falta  de  éstos  pasaria  la  corona  al  du- 
que de  Saboya  y  sus  descendientes,  con  las  mismas 
condiciones  ^'^  . 

(4)    Memorias  deSan  SJmoD.—  (t)    La  cláasola  del  testamento 

Otra  cosa  semejante  parece  que  decía:  «Y  reconociendo,  conforme 

pasó  en  Yersalies  al  embajador  á'  diversas  consaltas  de  ministros 

anstriacocon  el  ministro  Torcj,  de  Bstadoj  Justicia,  qne  la  razón 

según  las  Memorias  secretas  del  en  que  se  runda  la  renuncia  de  las  - 

marqués  de  Loumlle.  señoras  dofia  Ana  y  dofia  Mar/a  ^ 


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PAftTB  III.  LlBftOV. 


8S3 


Tan  pronto  como  la  junta  de  gobierno  entró  en  el 
éj)erciciode  su  cargo,  se  despachó  un  correo  á  la  cór-^ 
te  de  Francia  con  copia  del  testamento  y  con  cartM 
de  la  junta  para  Luis  XIY.  suplicáqdole  reconociese 
al  nuevo  soberano  de  España,  y  le  permitiese  venir  á 
tomar  posesión  de  su  reino,  pero  con  orden  al  porta- 
dor para  que  en  el  caso  de  que  Luis  no  aceptase  la 
herencia  prosiguiese  basta  Viena  y  ofreciese  la  corona 
al  archiduque  Carlos.  Hallábase  la  corte  de  Francia 
enFontainebleau  cuando  llegó  el  mensagero:  para  jus- 
tificar Luis  su  conducta  ante  los  ojos  de  Europa,  ne- 
góse á  recibir  al  embajador  hasta  oír  el  parecer  de 
su  consejo  de  Estado,  que  convocó  en  efecto,  y  en  él 


Teresa,  rainas  de  Francia,  mi  tía 
y  hermana,  á  la  aaceaion  de  estos 
reinos,  fae  evitar  elperjuicio  de 
unirse  á  la  corona  de  Francia;  y 
reconocienddqne  viniendo  á  cesar 
este  motÍTO  faadamental,  subsiste 
ei  derecho  de  |a  sucesión  en  el 

r tríente  mas  inmediatOf  conforme 
las  leyes  de  estos  reinos,  y  qne 
boy  se  verifica  este  caso  en  el  hijo 
segundo  del  Delphin  de  Francia: 

f»or  tantOf  arreglándome  á  dichas 
eyes,  declaro  ser  mi  sucesor  (en 
caso  que  Dios  me  Hete  sin  dejar 
hijos)  el  duqne  de  Anjou,  hijo  se- 
gando del  Delphin,  y  cono  á  tal  le 
mmo^á  la  sucesión  de  todos  mis 
reinos  y  dominios,  sin  escepcion 
de  ninguna  parte  de  ellos;  y  man* 
Mo  y  ordeno  A  todos  mis  subditos  y 
-vasallos  de  todos  mis  reinos  y  se- 
fiorios,  que  en  el  caso  referido  de 
que  Dios  me  llere  sin  sucesión  le- 
gítima, le  tengan  y  reconozcan 
por  su  rey  y  seüor  natural,  y  se  le 


dé  luBgo  y  sin  la  menor  dilación 
Ja  posesión  actual,  precediendo  ei 
juramento  que  debe  hacer  de  ob- 
servar las  leyes,  fueros  y  costum^ 
brea  de  dichos  mis  feinos  y  sefiO'- 
r/os.  Y  porque  es  mi^intencíon,  y 
conviene  asi  á  la  par  de  la  cris«- 
tiandad,  y  de  la  Europa  toda,  yá 
la  tranquilidad  de  estoé  mis  reinos, 
que  se  mantenga  siempre  desuni- 
da esta  monarquía  de  la  corona  de 
Francia;  declaroconsigutentemen- 
te  á  lo  referido,  que  en  caso  de 
morir  dicho  duque  de  Anjou^ó  en 
caso  de  heredar  la  corona  de  Fran- 
cia, y  preferir  el  goce  de  ella  al 
de  esta  monarquía,  en  tal  caso  de- 
ba pasiir  dicha  sucesión  al  duqoe 
de  Berry ,  su  hermano,  hijo  terce- 
ro del  dicho  Delphin,  en  la  misma 
forma.. ..te^Bl  testamento  consta 
de  eincaenta  y  nueve  artíenlos. 
És  documento  bien  conocido;  .y 
corre  ya  impreso  en  varias  publi- 
caciones. 


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324 


HISTOHIA  DE  BSPAMA. 


se  discutió  seriamente,  como  si  no  fqese  cosa  harto 
acordada,  si  se  aceptaria  ó  nó  el  testamento  de  Gar- 
los. Decidióse  afirmativamente,  á  esce'pcíon  de  un  vo* 
lo  que  hubo  por  el  tratado  de  partición,  y  entonces 
Luis,  fingiendo  todavía  dejarse  ganar  por  las  razones^ 
de  su  consejo  y  de  su  hijo,  declaró  que  le  aceptaba, 
recibió  al  embajador,  y  despachó  un  mensage  á  Ma- 
drid con  s\í  respuesta  á  la  junta  (1).  Acompañaba  á 
esta  respuesta  una  caria  confidencial  de  letra  del  mis«* 
mo  Luis  al  cardenal  Porlocárrero  (12  de  noviembre, 


(4)  Hé  aquí  los  dos  úkimospár- 
rafos  de  la  carta  de  Lnis  XIV. 
«Aceptamos  pue&á  favor  de  nues- 
tro meto,  el  duque  de  Aujou,  el 
testamento  del  difunto  rev  católi- 
co, y  nuestrp  hijo  elDotfiolo  acep- 
ta igualmente^  abandonando  sin 
dificultad  los  justos  é  íncontesta-. 
bles  derechos  de  la. difunta  reina, 
sa  madre  y  nuestra  amada  esposa, 
como  losde  la  difunta  reina,  nues- 
tra augusta  madre,  conforme  al  pa- 
recer aevarios  ministros  de  Estado 
yjusticia,  consultados  por  el  di- 
funto rey  de  Espafia;  y  lejos  de 
reservar  para  sí  parte  ninguna  do 
la  monarquía,  sacrifica  su  propio 
interés  al  deseo  de  restablecer  el 
antiguo  esplendor  de  una  corona, 
que  la  voluntad  del  difunto  rey 
,  católico  V  el  voto  de  los  pueblos 
confian  a  nuestro  nieto  el  duque 
de;Anjou.  Quieroai  mismo  tiempo 
dar  á  esa  .fiel  nación  el  conduelo 
de  quebosea  un  rey  que  conoce 
que  le  llama  Dios  altrono^  á  fio  de 
que  impere  la  religión  y  la  lusticia, 
asegurando  la  felicidad  de  los  pue- 
blos, realzando  el  esplendor  de 
una  monarquía  tan  poderosa^  y 
asegurando  la  recompensa  debida 


aknérito,  que  tantoabunda  onunt 
nación  igualmente  animosa  que 
ilustrada,  y  distinguida  en  el  con- 
sejo y  en  la  guerra,  y  finalmente 
en  todas  las  carreras  de  la  iglesia 
y  del  estado. 

»Di remos á  nuestro  nieto  cuán- 
to debe  á  un  pueblo  tan  amante 
de  sus  reyes  y  de  su  propia  gloria: 
le  exhortamos  también  á  que  no  se 
olvide  de  la  sangre  que  corre  por 
sus  venas,  conservando  amora  su, 
patria;  pero  tan  solo  á  fin  de  con- 
servar la  perfecta  armonía  tan  ne- 
cesaria á  la  mutua  felicidad  de 
nuestrossúbditos  y  )os  suyos.  Es- 
te ba  sido  siempre  el  principal 
objeto  de  nuestros  propósitos;  y 
si  la  desgracia  de  épocas  pasadas 
no  en  todos  tiempos  nos  na  per- 
mitido manifestar  estos  déseos, 
esperamos  que  este  grande  acon- 
tecimiento cambiará  la  faz  de  los 
negocios,  de  tal  modo  que  ,cada 
dia  se  nos  ofrezcan  nueviis  ocasio- 
nas de  dar  pruebas  de  nuestra  es- 
timación y  particular  benevolen- 
'  cia  á  la  nación  esoaflola.  Por  tanto 
etc.— Firmado,  Zruís.»— Copia  del 
Diario  de  Ubilla. 


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PAETJI  III.  LIBRO  y.  325 

1 700)t  mostrándose  agradecido  á  sos  servicio^  y  á  la 
parte  tan  principal  que  había  tenido  en  que  se  diese 
ásu  nieto  la  corona,  y  ofreciéndole  su  protección  y 
que  el  joven  soberano  se  guiara  por  sus  consejos  ^^K^ 
El  portador  de  estos  pliegos  llegó  á  Madrid  el  21  de 
noviembre,  y  el  23  se  anunció  que  el  rey  cristianísi- 
mo habla  premiado  los  servicios  del  marqués  de  Har* 
court  con  la  merced  de  duque  y  de  par  de  Francia, 
y  que  volvía  á  enviarle  á  España  de  embajador.  El  24 
se  hizo  en  Madrid  la  solemne'  proclamación  del  rey  . 
Felipe  y.  con  .toda  solemnidad,  llevándolos  pendones 
como  alférez  mayor  el  marqués  de  Francavilla,  acom- 
pañado del  corregidor  don  Francisco  Ronquillo  ^  de  r 
iodo  el  ayuntamiento  ^^. 

Verificábanse  casi  al  mismo  tiempo  en  el  palacio 
de  Versalles  escenas  y  ceremonias  imponentes  á  pre* 
seocia  de  toda  la  familia  real,  de  todo  lo  mas  ilustre 
y  elevado  de  la  Francia,  y  de  todos  los  representan- 
tes de  tds  naciones  estrangeras.  «El  rey  de  España 
)»os  ha  dado  una  corona,  dijo  Luis  XI-V.  á  su  nieto  an- 
»te  aqnella  esclarecida  asamblea;  vais  á  reinar,  se^- 
»ñoTf  en  la  monarquía  mas  vasta  del  mundo,  y  ádic- 
)»tar  leyes  á  un  pueblo  esforzado  y  generoso,  célebre 
»en  todos  los  tiempos  por  sú  honor  y  lealtad.  Os  en- 
»cargo'que  le  améis,  y  merezcáis  su  amor  y  confianza 


(4)    Memorias  del  marqués  >de    tes  23  ;  martes  30  de  noviembre 
San  Felipe,  tom.  I.  de  4700. 

(2)    Gacetas  de  Madrid  del  mar-  "  ^ 


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326  HISTORIA.  DB  B8PA9a» 

)»por  la  dulzura  de  vuestro  gobierno.»  Y  dirigiendo* 
se  al  embajador  de  España:  «Saludad»  marqués»  ie 
>dijo,  á  vuestro  rey.»  El  embajador  selnclinó  fespor 
iuosamente  y  ie  dirigió  una  breve  arenga.— «Sed 
9 buen  español,  que  ese  e^  vuestro  deber,  le  dijo  otra 
»vez  Luis  al  nuevo  soberano:  mas  recordad  que  habéis 
anacido  francés,  á  fin  de  que  conservéis  la  unión  de 
cambas  coronas.  De  este  modo  haréis  felices  á  las  dos 
Koaciones  y  conservareis  la  paz  de  Europa.»  Y  en  se- 
guida  el  joven  príncipe  recibió  los  homenages  debi* 
dos  á  la  magestad. 

La  regencia  de  España  manifestaba  deseos  de  ver' 
cuanto  antes  al  nuevo  soberano,  y  asi  le  convenia 
para  no  dar  lugar  á  las  maquinaciones  del  Austria. 
El  embajador  de  Harcourt  llegó  anticipadamente  á 
Madrid  el  4  3  de  diciembre,  pero  la  saj^ida  del  rey  de 
VfLTís  tuvo  que  diferirse  hasta  el  4  de  enero  inmedia- 
to. Al  separarse  d^  su  real  familia,  le  dirigió  su  vene- 
rable abuelo  estas  palabras  memorables.  tEstos  son 
los  príncipes  de  mi  sangre  y  de  la  vuestra.  De  horf 
más  deben  ser  consideradas  ambas  naciones  como  si 
fueran  una  sola;  deben  tener  idénticos  intereses,  tf 
espero  que  estos  principes  os  permanezcan  afectos-como 
á  mí  mismo.  Desde,  este  instante  no  hat  PiRilnses.» 
— Palabras,  observa  juiciosamente  ún  escritor  de 
<i'|ik-lla  nación,  que  anunciaron  á  Europa  los  resuU 
lados  terribles  que  podian  esperarse  de  la  unión  de 
estas  dos  monarquías  en  la  misma  familia. 


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PAaiB  111.  Liisno  v«  327 

AcompañaroD  al  monarca  electo  sus  dos  hermanos 
hasta  la  frontera,  y  se  despidieron  en  la  isla  de  los 
Faisanes,  memorable  por  el  famoso  tratado  en  que 
quedó  escluida  para  siempre  la  casa  de  Borbon  de  la 
sucesión  al  trono  de  España.  fQué  contraste  el  de  la 
venida  de  este  príncipe  con  aquel  tratado!  ^^K 
^  Asi  se  estinguió  en  España  la  dinastía  austríaca, 
que  habia  dominado  dos  siglos,  reemplazándola  la  de 
los  Berbenes  de  Francia:  gran  novqdad  para  un  pue- 
blo. Veremos  como  influyó  en  la  condición  social  de 
España  el  cambio  de  la  raza  dinástica  de  sus  reyes. 

(4)    Memorias  de  Torcy.— Id.    de  San  Felipe. — Memorias  secre- 
de  San  Simoñ.— Id.  del  marqués    tas  de  Luville. 


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CAPITULO  XL 

ESPAÑA  EN  EL  SIGLO  XVIL 


OJEABA  CRITICA  SOBRE  EL  REINADO  DE  FELIPE  IIL 


Los  reiaadosde  Carlos  I •  y  Felipe  IL  habían  ab- 
'  sorbido  casi  todo  el  siglo  XYI.  Los  de  los  tres  últimos 
soberanos  de  la  casa  de  Austria  llenaron  todo  el  si- 
glo XVIL  Una  dominación  de  cerca  de  dos  siglos  no 
puede  ser  un  paréntesis  de  la  historia  de  España,'  eo- 
ido  la  llamó,  con  mas  ingenio  que  propiedad,,  un  cé- 
lebre orador  de  nuestros  dias  que  ya  no  existe. 

El  primer  período  fué  el  de  la  mayor  grandeza 
material  que  la  España  alcanzó  jamás;  el  segundó  fué 
el  de  su  niayor  decadencia.  Aquel  sol  que,  en  jos 
tiempos  del  primer  Carlos  y  del  segundo  Felipe  nacia 
y  no  se  ocultaba  nunca  en  bs  dominios  españoles»  pa- 
'  recio  como  arrepentido  de  la  desigualdad  con  que 
habia  derramado  su  luz  por  las  naciones  del  globo,  y 
nos  fué  retirando  sus  resplandores  hasta  amenazar 


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.     PABTB  111.  LlBftaV,  .     329 

dejarnos  sumidos  en  oscuras  sombras,  como  si  todo  se 
necesitará  para  la  compensación  de  lo  mucho  que  en 
otro  tiempo  nos  habla  privilegiado. 

«No  conocemos,  dijimos  ya  en  otra  parte,  una 
raza  de  príncipes  en  que  se  diferenciaran  mas  los  hi- 
jos de  los  padres  qqe  la  dinastía  austriaco-española.» 
Ya  lo  hemos  visto.  De  Carlos  L  á  Garlos  IL  se  ha  pa- 
sado de  la  robustez  mas  vigorosa  á  la  mayor  Qaque- 
za  y  estennacion,  c6mo  sí  hubieran  trascurrido  mu- 
chos«iglos  y  muchas  generaciohes;  y  sin  embargo  el 
que  estuvo  á  punto  de  hacer  desaparecer  la  monar- 
quía española  no  era  mas  qué  el  tercer  nieto  del  que 
hizo  á  España  señora  de  medio  mundo.  Mas  no  fué 
la  culpa  solamente  del  segundo  Carlos.  Su  abuelo  y  su  ' 
padre  le  habian  dejado  la  herencia  bario  menguada. 
Pasemos  una  rápida  revista  á  cada  uno  de  estos  tres 
últimos  infelices  reinados.  ^  , 

Algo  mejor  que  sus  propios  maestros  habia  cono- 
cido Felipe  II.  lo  que  de  su  hijo  podia  prometerse  el 
reino.  Por  masque  sus  preceptores  le  hubiesen  dicho: 
<rtene,^eJior,  todas  las  partes  de  principe  cristiano; 
es  muy  religioso,  devoto  y  honesto:  vicio  ninguno  no  se 
sabe:9  Felipe  II.  dijo  á  su  vez  suspirando  poco  antes 
de  morir:  nDios,  que  me  ha  concedido  tantos  estados^ 
me  niega  un  hijo  capa%  de  gobernar  los. i^  No  faltó  algu* 
na  razón  á  Virgilio  Malvezzi  para  decir  de  Felipe  IIL, 
«gtie  hubiera  podido  contarse  entre  los  mejores  hombres 
á  no  haber,  sido  rey.i»  Pero  las  naciones j  hemos  dicho 


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330  HISTOaU  DB  BSPAJÍA» 

nosolros,  necesitan  reyes^  que  sepan  ser  algo  tnas  que 
santos  varones. 

La  piedad  y  la  dévocioo  religiosa,  sin  otras  vir* 
lades  sociales,  pueden  salvar  un  hooorbre  y  perder  un 
estado.  Por  ser  Felipe  IIL  el  Piadoso  po  dejó  de  ser 
Felipe  III.  el  Funesto.  Semcyanle  á  aquel  célebre  as- 
trónomo que  por  mirar  al  cielo  tropezaba  y  Caía  en  la 
tierra,  Felipe  IIL  por  encomendarse  á  Dios  olvidaba 
los  hombres  que  Dipa  lehabia  encomendado.  Mientras 
él  oraba  sus  validos  se  enriquecian.  Asistía  á  los  no*- 
vcnarios,  pero  no  concurría  á  los  consejos.  Pesábale 
el  cetro  en  la  mano  y  se  le  encomendó  á  un  favorito, 
pero  no  le  pesaba  el  blandón  que  en  aquella  mfsma 
maño  llevaba  en  las  procesiones.  Poblaba  conventos 
y  despoblaba  lugares.  Enriqueció  ^  España  trayendo 
á  ella  los  cuerpos  ó  reliquias  de  mas  de  doscientos 
santos,  pero  la  empobreció  echando  del  reino  cerca' 
de  un  millón  de  agricultores.  No  sabia  cómo  podía 
acostarse  tranquilo  el  que  hubiera  cometido  un  peca- 
do mortal,  pero  no  reparaba  que  su  indolencia  y  mal 
'  gobierno  ponía  á  muchos  hqmbres  en  la  necesidad  de^ 
dirse  al  robo  para  comer,  y  á  muchas  mugeres  en  la 
de  vender  su  honestidad  para  vivir.  Piadosísimo  era 
el  pensamiento  de  hacer  un  viage  á  pié  á  Roma»  con 
tal  que  se  declarara  dogma  de  fé  que  la  Madre  de 
Dios  habia  sido  concebida  sin  pecado,  pero  de  mas 
provecho  para  la  conservación  de  los  dominios  here- 
dados habría  sido  la  resolución  de  ir,  enbagel,  ó  en 


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PABTB  111.  LIBRO  Y»   .^  331 

carroza,  á  salvar  sns  ejércitos  en  Irlanda  ó  en  las  Du- 
nas» ÜDcioD  religiosa  manirestaba  en  verdad  cuando 
encontraba  á  sus  hijos  con  el  rosario  en  la  mano  y  les 
decia:  tEsas  son^  hijos  mios,  las  espadas  conque  ha^ 
beis  de  defender  el  retno.»  Pero  no  eran  las  espadas 
de  aquel  temple  las  que  su  abuelo  y  su  padre- hablan 
empleado  para  acrecentar  la  monarquía  que  estaba 
en  obligación  de  conservar. 

Sin  embargo,  esta  religiosa  piedad,  estas  virtudes 
cristianas,  que  hacian  de  Felipe  III.  un  buen  hombre, 
no  el  rey  que  necesitaba  la  nación,  habrían  influido 
mucho  mas  de  lo  que  influyeron  en  el  mejoramiento 
de  las  costumbres  públicas,  á  no  haber  sido  aquella 
estraña  mezcla  de  miaticismoy  de  disipación,  de  prác- 
ticas devotas  y  de  aficiones  y  distracciones  profanas 
en  que  pasó  este  monarca  su  vida,  alternando  entre 
los  rosarios  y  los  torneos,  entre  las  procesiones  y  las 
mascaradas,  entre  misas  y  saraos,  orando  de  dia  en 
la  capilla,  bailando  de  noche  en  los  salones  de  pala- 
cío,  comulgando  por  la  mañana,  asistiendo  á  la  cor- 
yida  de  loros  por  la  tarde,  empleando  la  mitad  de  un 
mes  en  novenarios  y  setenarios,  la  otra  mitad  en  par- 
tidas de  caza,  saliendo  de  los  templos  de  Madrid  pa- 
ra ir  á  solazarse  en  los  montes  de  la  Ventosilla,  en  los 
bosques  del  Escorial,  ó  en  los  sotos  de Lerpia,  pasan- 
do de  escuchar  el  grave  acento  del  orador  sagrado  á 
recrear  el  oido  con  la  bulliciosa  vocinglería  de  los 
ojeadores  y  de  los  sabuesos,  no  permitiendo   que  á 


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332  piSTOElii  DB  BSPAfÍA. 

Lerma»  ni  al  Escorial,  oíanla  yentos¡lld,ní  á  suscoo- 
tornos  se  acercara  nadí^  á  ÍDlerr4iinpir  sas  solaces, 
jii  á  importunarle  con  pretensiones,  ni  á  molestarle 
con  negocios  de  estado,  ni  á  fatigarle  con  asuntos  de 
gobierno. 

Asi  el  devoto  y  distraído  rey  oraba  y  se  divertía, 
pero  no  gobernaba.  El  duque  de  Lerma  su  valido  era 
el  que  gobernaba  el  reino  solo,  y  le  perdían  entre  él 
y  el  soberano:  mientras  el  rey  pescaba  en  el  estanque 
de  laGranjilla^  ó  en  las  corrientes  del  Arlanza,  el  de 
Lerma  acumulaba  para  sí  en  la  secretaría  <iel  despa- 
cho títulos,  encomiendas,  rentas  y  mercede^:  en  taa- 
to  que  Felipe  perseguía  venados  y  perdices  por  valles 
y  por  montes,  el  valido  compraba  casas,  palacios  y 
cotos:  el  soberano  distribuía  la  caza  del  día  entre  los 
guardas  y  los  labriegos  de  los  Reales  sitios,  el  priva- 
do repartid  los  empleos  y  oficios  del  Estado  entre  sus 
anügos  y  deudos;  el  rey  empobrecía  el  reino  sin  ad- 
vertirlo por  no  gobernarle,  el  favorito  gobernándole 
arruinaba  á  sabiendas  por  hacer  oputenta.su  casa  y 
familia. 

Felipe  111.  que  á  los  trece  dias  de  haber  subido  al 
trono  se  lamentaba  á  las  cortes  de  la  estrechez  en  que 
su  padre  le  había  dejado  la  hacienda,  casi  del  todo 
acabada,  en  medio  de  sus  distracciones  no^  volvió  á 
advertir  que  la  hacienda  iba  de  mal  en  peor,  hasta 
que  se  encontró  como  Enrique  III.  de  ¿astilla  con  que 
no  tenia  para  pagar  los  gages  á  sus  criados.  Habíase 


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PAETB  IIK  LlBftO  V.  333 

disipado  locamente  ea  ios  espléndidos  gastos  de  las 
bodas  reales,  en  tos  bautizos  de  los  príncipes»  en  re^ 
cibimientos  de  embajadores,  en  torneos  y  justas,  en 
comedias  y  monterias,  en  mercedes  y  pensiones,  en 
erección  y  dotación  de  conventos. 

Hasta  qué  punto  llegara  la  multiplicación  de  los 
conventos  y  de  las  comunidades  religiosas  de  ambos 
sexos,  fundadas  y  dotadas  por  el  tercer  Eelipe,  manía 
en  que  á  ejemplo  del  monarca  dieron  lambien  enton- 
ces los  grandes  del  reino,  muéslranlo  las  continuas 
reclamacionjBs  de  las  cortes  y  del  consejo  de  Castilla, 
pidiendo  que  se  pusiera  límite  y  coto  y  aun  prohibi- 
ción absoluta  á  la  fundación  de  nuevos  institutos  mo- 
násticos, por  perjudiciales  á  la  población  y  á  la  moral, 
por  recaer  las  cargas  de  los  tributos  con  peso  desigual 
sobre  los  demás  vasallos,  y  por  haberse  hecho  el  cen- 
tro y  asilo  de  la  holganza,  donde  se  refugiaban  sin 
vocación  y  acudían  sin  llamamiento  de  Dios  los  que 
buscaban  la  seguridad  del  sustento  sin  la  fatiga  del 
trabajo.  Tales  medidas  proponían  y  de  tales  frases- 
usaban  los  mas  respetables  cuerpos  del  reino,  asusta- 
dos de  ver  el  suelo  español  valdíoé  inculto,  y  sembra- 
do de  monasterios* 

Cuando  se' apercibía  de  la  penuria,  ácudia  á  las 
cortes,  y  como  se  recelara  que  las  ciudades  repugna- 
rán otorgar  el  servicio,  andavo  el  rey  de  ciudad  en 
ciudad  mendigando  votos  y  recursos.  Consumidos  es- 
tos, eL  rey  devoto  no  tuvo  escrúpulo  en  mandar  in- 


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334  HISTORIA  DB  ESPAÜA. 

ventariar  y  pesar  toda  la  plaU  y  oro  de  las  iglesias  y 
moDasterios  para  ateader  con  sú  valor  á  las  necesida- 
des públicas.  El  clero  tronó  contra  esta  medida  del 
religiosísimo  monarca.  En  vano  otorgó  el  pontífice 
Clemente  Yin.  un  breve  autorizando  la  Venta.  El  cle- 
ro español  dejó  venir  el  breve  del  Santo  Padre,  y 
continuó  resistiendo  al  rey  católico;  Felipe  cedió  an- 
te aquella  oposición  y  revocó  el  edicto.  El  que  habia 
fundado,  dotado  y  enriquecido  tantas  iglesias  y  con-^ 
ventos,  fué  calificado  de  usurpador  cuando  los  llamó 
paraque  le  ayudaran  á  sacar  de  apuros  ai  Estado. 

Privado  de  aquel  recurso,  apeló  á  los  donativos  ^' 
voluntarios,  y  los  mayordomos  y  gentiles^hombres  del 
rey  de  España  y  de  las  Indias  andaban  de  casa  en  ca- 
sa, acompañados  de  un  párroco  y  de  un  religioso,  re* 
cogiendo  la  limosna  que  cada  uno  quería  dar.  Agota- 
do el  producto  del  donativo,  se  recurrió  á  doblar  el 
valor  de  la  moneda  de  cobre.  Absurda  y  ruinosísima 
medida,  que  llevó  al  estrangero  toda  la  plata  de  ley 
de  España,  que  trajo  á  Castilla  lodo  el  cobre  de  que 
los  monederos  falsos  de  otros  paises  quisieron  inun- 
darlar  que  hizo  esconder  las  mercancias,^  interrumpió 
el  trabajo  en  el  seno  de  la  paz,  mató  el  tráfico,  cua- 
dcuplicó  el  precio  de  los  consumos,  y  arrapcó  risas  de 
alegría  sarcástica  á  las  naciones  enemigas  del  nom^^ 
bre  español.  Mas  ¡cuál  seria  la  estrechez  que  acosaba 
al  reino,  cuando  un  monarca  tan  cristiano,  tan  católi  - 
co  y  tan  piadoso  como  el  tercer  Felipe,  accedió  á  nc- 


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FAtTB  111.  UBtO  Y.    •  335 

gociar  un  breve  pontiBcio  para  absolver  de  los  delitos 
contra  la  fé  á  los  judíos  portugueses  á  precio  de  an 
milloD  ochocientos  mil  ducados  ^*M 

¿Qué  habia  de  suceder?  Ademas  de  los  gastos  y 
de  las  dilapidaciones  apuntadas  antes,  los  grandes,  y 


(i)  Un  historiador  contempo- 
ráneo da  ios  siguientes  pormenor 
res  acerca  déla  sitaaicioQ  de  cada 
una  de  las  rentas  reales  en  este 
tiempo,  sacados  de  unas  Memorias 
sobre  las  rentas  y  gastos  de  Es- 
pafia  en  4640,  existentes  en  el 
Archivo  de  la  secretaría  de  Es- 
tado. 

Estaban,  dice,  empeñados  los 

f productos  de  las  salinas  de  Casti- 
la,  arrendados  en  342,000  duca- 
dos anuales.— El  diezmo  de  mar, 
que  se  arrendaba  en  306,000.— 
El  impuesto  sobre  las  sedas,  que 
se  percibia  en  el  reino  de  Grana- 
d;,  y  redituaba  420,000.— Estaba 
hipotecada  la  renta  de  los  puertos 
secos  de  las  fronteras  de  Castilla, 
Aragón,  Valencia  y  Navarra,  que 
importaba  45,000.— Empefiados 
440,000  ducados,  délos  246,000 
que  prodocia  el  derecho  de  ex- 
portación de  lanas.— Hipotecadas 
en  450,000  las  rentas  de  les  puer- 
tos secos  de  la  frontera  de  Castilla 
Y  Portugal.— Empeñados  los  pro- 
ductos ofel  estanco  del  azogue,  de 
los  naipes,  del  almojarifazgo  ma-^ 
yor  de  Castilla,  del  de  Indias,  del 
monopolio  de  la  pimienta,  de  la 
acuñacionde  plata,  de  los  maes- 
trazgos de  Santiago,  Calatrava  y 
Alcántara.  —  Estaban  libres  las 
rentas  de  los  azúcares,  y  las  de 
las  misas  de  Almadén.— Empeña- 
da^ á  banqueros  genoveses  basta 
4642  las  del  montazgo  de  los  ga- 
nados trashumantes,  las  de  cru- 
zada, subsidio  y  escuéado,  que 


juntas  producían  4.640,000  duca- 
dos.—Estaban  libres,  las  de  la  mo- 
neda forera,  que  ascendían  á 
24,000  y  las  procedentes  de  -mul- 
tas y  ventas  de  edificios,  que  se 
calculaban  en  400,000;  pero  em- 
peñado á  genoveses  hasta  4642  el 
quinto  de  las  minas  del  Potoaf, 
Perú  y  Nueva  España,  y  el  servi- 
cio ordinario  ane  se  cobraba  en 
las  Indias  á  todod  los  que  no  eran , 
cristianos  viejos  ni  nobles— Esta^ 
han  libres  las  rentas  de  Navarra, 
que  producían  400,000  ducados, 
pero  empeñadas  las  de  Aragón, 
Valencia  y  Cataluña  que  ascendían 
á  200,000;  y  lo  mismo  las  de'  Ña- 
póles yMilan,  y  lo  pocoque  sobra- 
ba de  las  de  Sicilia  .—Las  de  Flan- 
des  se'consumián  allá,  y  no  basta- 
ba.-vEstaban  iaualmente  empe- 
ñadas la  alcabala  y  tercias  reales, 
que  ascendian  á  3.400,000  duc|a- 
dos,  y  solo  quedaba  libre  el'  im- 
puesto llamado  de  millones. 

Resultaba  pu'es,  que  siendo  la 
suma  total  de  las  rentas  de  monar- 
quía 45.648,000  ducados,  habia 
empeñados  en  4640  los  8.308,000^ 
y  que  con  lo  que  se  debia  á  los 
genoveses  quedaban  reducidas  las 
rentas  de  la  corona  á  3.330,000 
ducados  para  el  mantenimiento  de 
los  ejércitos  dé  mar  y  tierra,  y  gas- 
to ordinario  dé  la  casa^,  y  para  el 
pago  de  las  deudas  que  dejaron 
Garlos  V.  y  Felipe  II.— La  hacien- 
da de  Portugal  no  se  hallaba  en 
mejor  estado  que  la  de  Castilla. 


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Google       ""*^ 


336  UISTOAIA  DB  BgPAlfA. 

basta  los  hidalgos  habían  abandonado  las  modestas 
viviendas  de  los  lugares  de  sus  Señoríos,  para  volver 
á  la  -corte»  y  habitar  palacios,  y  lucir  galas*  y  arras- 
trar carrozas,  y  marchar  escoltados  de  caballerizos  y 
de  pages,  y  brillar  en  las  fiestas,  y  ostentar  lujo  de 
joyas  en  sos  vestidos  y  de  tapicerías  en  sus  casas,  y 
comer  en  bajilla  de  oro,  y  contar  por  centenafes  de 
decebas  los  platos  y  fuentes  de  plata,  y  asombrar  con 
su  fausto  y  su  boata  á  los  embijados  estran^eros,  y 
desmoralizar  con  él  ejemplo  de  su  inmoderado  lujo 
las  clases  medias  y  humildes  ^^K  Que  este  empleo  ve- 
nían á  tener  muchas  de  las  riquezas  que  de  las  Indias 
traiau.  los  galeones,  cuando  no  eran  apresados  por  los 
piratas  berberiscos,  ó  por  los  corsarios  ingleses  ti  ho- 
landeses. La  escala  de  la  riqueza  de  cada  uno  de  es-  '- 
tosseooresse  medía,  ó  por  la  proximidad  del  paren- 
tesco, ó  por  la  estrechez  de  la  amistad  con  el  duque 
deLerma,  ó  por  el  vireinato  que  hubiera  tenido,  ó 
por  el  empleo  en  hacienda  que  hubiera  desempeñado. 
Hacíase,  es  verdad,  lal  cual  severo  y  duro  escar- 
miento en  alguno  de  los  que  con  mas  escándalo  se  ha- 
bían enriquecido  á  costa  de  la  miseria  pública,  como 
sucedió  con  el  consejero  de  Hacienda  conde  de  Yilla- 


(1)  '  cCualqaíer  hidalgo  gueria  -  so  como  los  nobles,  y  qae  no  ta- 
que no  saliera  su  muger  sino  en  viera  sa  espada,  so  pafial  y  su 
carruage,  y  qae  este  fuese  tan  guitarra  colgada  en  lasparedes  de 
brillante  como  el  del  primer  señor  sa  tiend^.i  — Navarrete,  Conser- 
de  la  corte.. ..«v  «No  se  veía  oar--  vacien  de  Monarquías.— Mariana, 
pintero,  sillero  ni  artesano  alguno    De  Rege  et  Kegis  institatione. 


que  no  vistiese  de  terciopelo  o  ra- 


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rAtn  III.  Liuo  V.  337 

franqueza,  á  qaiea  se  condeDó  á  privacíoo  de  todos 
sus  lítalos,  oficios  y  mercedes,  á  reclusión  perpetua, 
y  á  ladevolocion  de  un  millón  cuatrocientos  mil  du- 
cados, con  mas  los  cofres  atestados  de  alhajas  que  se 
le  hallaron  escondidos  debajo  del  sepulcro  de  un  con- 
ventó. Pero  el '  bondadoso  Felipe  no  reparaba  que 
mientras  tales  y  tan  justas  penas  se  imponían  á  tal 
cual  de  aquellos  condecorados  espolíadores,  el  de  Ler- 
ma  y  otra  pequeña  falange  de  magnates  le  estaban 
dando  cada  dia  en  rostro  con  una  opulencia  y  una 
fastuosidad  ,  que  oscurecía  el  brill^  y  esplendor 
de  la  corona,  y  que  no  podian  haber  sido  adquiri- 
das á  ley  de  Dios  y  de  hombres  probos.  ¿Mas  qué  po- 
dfan  ellos  temer  de  un  soberano  que  habia  comenzado 
por  consentirles  tomar  ayudas  de  costa  y  presentes 
de  miles  de  ducados  de  las  corles  de  Cataluña,  de 
Aragón  y  de  CastílIa?4Ni  qué  podian  prometer  ya  unas 
cortes  que  asi  hacian  agasajos  de  dinero  á  los  minis- 
tros, secretarios  y  oficiales  del  rey?  ¿Ni  qué  podiá  es* 
perarse  de  los  que  los  reclbian,  sino  que  se  acoslum- 
bráryn  á  hacer  del  valimiento  especulación,  y  granje- 
ria del  cargo? 

No  era,  pues,  que  faltara  aun  riqueza  en  España. 
Era  que  se  hallaba  monopolizada  y  concentrada  parte 
en  manos  muertas,  parle,  permítasenos  la  frase,  e& 
manos  demasiado  vivas.  Habia  en  la  corte  unos  pocos 
Cresos,  á  cambie  de  muchos  menesterosos  en  las  vi- 
llas y  lugares.  Exentos  de  tributos  el  clero  y  los  hi- 
Tomo  xvii.  22 


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338  HISTOEIA  D£  KSPaKa* 

dalgoSi  agobiados  de  gabelas  ios  pecheros»  sucedía 
que  los  pequeños  propietarios,  agricultores  ó  merca* 
aderes»  sacrificaban  su  corta  fortuna  á  la  adqaisicioo 
de  una  bidalguia»  ya  que  de  venta  estaban»  por  el 
placer  de  pasearse  en  corte  y  por  la  vanidad  de  lla- 
marse caballeros,  siquiera  fuesen  de  aquellos  hidal- 
guetes  de  Calderón»  que  con. sus  enfáticas  palabras  y 
su  jubón  roto  hacian  reir  al  alcalde  de  Zalamea,  ó  de 
aquellos  caballeros  cuya  ropilla  y  gregüescos  daban 
al  festivo  Quevedo  asunto  para  sus  punzantes  sátiras. 
Los  que  no  tenian  para  comprar  una  ejecutoria  de  no- 
bleza, ó  se  refugiaban  en  los^  claustros»  ó  «á  la  guerra 
los  llevaba  su  necesidad,»  como  cantaba  el  voluntario- 
forzoso  de  Cervantes,  ó  se  alistaban  entre  los  aventu- 
reros que  en  numerosas  cuadrillas  emigraban  cada 
año  de  España»  acosados  de  hambre  y  picatlos  de  co- 
dicia á  buscar  fortuna  en  el  Nuevo  Mundo.  Todo  me- 
nos sujetarse  á  labrar  la  tierra,  que  apenas  producía 
para  pagar  los  impuestos,  ó  á ^ejercer  un  oficia  mecá- 
nico, que  era  ocupación  oprobiosa  y  degradante  para 
el  orgullo  español  (l^  y  cuyo  ejercicio  se  dejaba  á  los 

(i)  Greíase  deshonrada  la  fa-  herencia,  por  haber,  decía,  des- 
milia  noble,  en  que  hubiera  un  in->  honrado  su  hermano  la  familia  con. 
dividuo  que  enlazara  su  mano  con  aquel  enlace;  y  tantos  disgustos  le 
la  de  la  hija  de  un  vil  artesano^  ocasionó  el  pleito,  que  después  de 
que  entonces  se  decia;  y  cuéntase  haber  pasaao  por  varios  tribuna- 
entre,  multitud  de  ejemplos  el  de  les,  y  antea»  que  se  sentenciara, 
un  pequeño  mayorazgo  de  Galicia,  causo  la  muerte  del  hidalgo,  aba- 

3ue  por  haber  casado  con  la  hija  tido  por  el  desprecio  y  loa  desai- 

e  un  rico  curtidor,  tuvo  que  sos-  res  que  recibía  de  la  Amilia*— 

tener  un  largo  pleito  contra  el  Memorias  de  la  Sociedad  Econó- 

hermano  menor  que  reclamaba  la  mica  de  Madrid. 


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PAHTB  111.  LIBRO  V*  839 

moriscos  y  á  los  estrangeros  ^^^  De  aquí  la  despobla- 
ción de  los  logares,  y  la  decadencia  de  la  agricultura, 
de  la  industria  y  del  comercio,  y  la  falta  del  comer- 
cio y  de  la  agricultura  ocasionaba  cada  dia  mayor 
despoblación.  ¿Qué  importaba  á4os  magnates  de  la 
corte  la  carestía  de  la  mano  de  obra,  que  era  otra  de 
las  consecuencias  naturales  de  esta  decadencia  indus- 
trial? Ellos  podian  tomar  á  cualquier  precio  las  telas, 
tapices  y  linos,  las  capas,  gorras  y  calzado,  de  que 
les  surtian  las  fábricas  de  Holanda,  de  Florencia,  de 
Milán,  de  Inglaterra  y  de  Alemania;  lo  que  tuviera  de 
exorbitante  el  coste  lo  disminuía  el  contrabando,  que 
era  otra  de  las  precisas  derivaciones  del  atraso  fabril 
de  nuestra  nación. 

Pero  lo  que  influyó  mas  directa  y  mas  rápidamen- 
te en  la  despoblación  del  reino  y  en  la  ruina  de 
la  industria  fué  la  famosa  medida  qué  caracteriza  mas 
el  reinado  de  Felipe  III.,  á  saber,  la  expulsión  de  los 
moriscos.  En  otra  parte  hemos  considerado  ya  esta 
providencia  bajo  sus  tres  aspectos,  religioso,  político 
y  económico  ^K  Juzgada  queda  ya  también  la  manera 
como  se  ejecutó  esta  medida.  Cúmplenos  aquí  sola- 

(4)'   Ya  ¿  fines  de}  siglo  XVI.,  á  cal,  que  esplotaban  en  su  prove- 

consecuencia  de  estas  causas,  bo-  cho  todo  genero  de  manufacturas 

biaban  las  ciudades  y  villas  de  Es-  y  se  daban  prisa  á  bacér  su  pe^ 

paña  mucbos  milos  de  artesanos  quefio  capital  para  volverse  cuan- 

estrangeros,  alemanes,  italianos,  to  antes  a  su  pais.— Marina,  fin- 

walones,  loreneses,  bearneses  y  sayo  sobre  la  antigua  legislación 

gascones;  tabojieros,  carpinteros,  de  León  y  Castilla. 
2apateros,  carboneros,  etc.  y  has-       (2)    Parte  111.,  lib.  III.,  cap.  4 

;ta  fabricantes  de  ladrillos  y  de  de  nuestra  Historia. 


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3Í0  HISTORIA  DE  BSPAMA. 

meóle  observar  que  cod  la  expulsión  y  desaparfcbn 
de  aquella  raza  laboriosa t  sobria ,  productora  y  com- 
tríbuyenle,  de  aquella  gente  toda  agrícola,  artista» 
industrial  y  mercantil,  de  aquella  población  en  que 
no  babia  ni  frailes,  ni  soldados,  ni  magnates,  ni  bi- 
dalgos,  ni  oficinistas,  ni  aventureros,  ni  célibes  de  por 
vida;  de  aquella  población  apegada  á  la  tierra  y  al 
taller,  que  producía  mucho  y  consumía  poco,  qu0 
cultivaba  con  esmero  y  se  alimentaba  con  sobriedad, 
que  fabricaba  con  primor  y  vestía  con  ^sencillez,  que 
pagaba  muchas  rentas  y  moraba  en  viviendas  humil- 
des, que  construía  con  sus  manos  cauces  y  canales 
de  riego  para  fertilizar  heredades  que  nó  eran  suyas» 
que  trabajaba  los  famosos  paños  de  Murcia,  las  deli- 
cadas  sedas  de  Granada  y  de  Armería,  y  losónos  cur* 
tídos  de  Córdoba,  y  no  los  usaba;  con  la  ei^pulsion» 
decimos,  de  aquella  raza,  al  movimiento  y  bullicio  de 
las  fábricas  comenzó  á  sustituir  la  quietud,  la  soledad 
y  el  silencio  .de  los  talleres;  las  bellas  campiñas  á  con^  . 
vertirse  en  deslucidos  páramos,  y  en  s^os  y  desnu- 
dos eriales;  las  poblaciones  en  desiertos,  en  cuevas 
las  casas,  los  trajineros  en  salteadores. 

Con  la  expulsión  se  completó  el  principio  de  la 
unidad  religiosa  en  España,  que  fué  un  bien  inmenso, 
pero  se  consumó  la  ruina  de  lá  agricultura^  que  fué 
un  inmenso  mal:  se  limpió  el  suelo  español  de  cristia- 
nos sospechosos,  pero  se  despoblaron  provincias  en- 
teras: quedaron  algunos  moriscos  para  que  ensefiá- 


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rABTB  IIK  LIBAO  Y.  341 

ran  el  cultivo  de  los  campos,  pero  la^  loquisícion  se 
encargó  de  acabar  c6n  ellos:  el  erario  público  de- 
jó de  percibir  los  impuestos  mas  s$Deados,  pero  se  re- 
'^  llenaron  las  arcas  del  de  Lerma  y^us  amigos.  Feli- 
pelll.,  indolente  para  todo,  solo  fué  activo  para  echar 
gente  de  España.  Pesaron  mas  en  sir  ánimo  las  instan- 
cias de  dos  arzobispos,  que  las  representaciones  y  rue- 
gos de  los  señores  y  de  los  diputados  de  Valencia,  de 
Murcia,  de  Aragón  y  de  Castilla'.  Ofreció  al  servicio 
de  Dios  el  esterminio  de  toda  una  generaciop,  y  sacri- 
ficó á  la  idea  religiosa  la  prosperidad  de  su  reino.  El 
pensamiento  de  acabar  con  la  raza  morisca  no^ra  una 
novedad;  habíanle  tenido  los  Reyes  Católicos,  Car- 
los y.  y  Felipe  II.:  ninguno  habia  tenido  valor  para 
realizarle;  le  realizó  el  que  no  habia  heredado  el.  Va- 
lor de  SHS  progenitores. 

Primer  soberano  de  la  casa  de  Austria  que  mos- 
tró mas  tendencias  á  la  paz  que  á  la  guerra,  hizo  no 
obstante  algunas  tentativas  de  conquista  que  le  salie- 
ron mal,  y  acometió  algunas  empresas  semejan  tes  alas 
de  los  últimos  tiempos  de  Felipe  IL,  que  jnos  fueron 
poco  menos  desastrosas  que  aquellas.  Tal  fué  la  indis- 
creta expedición  á  Irlanda.  Al  fin  hizo  la  paz  con  In- 
glaterra,'de  que  toda  España  se  alegró  yá,  á  excep- 
ción d^  fanático  doQ  Juan  de  Rivera,  arzobispo  de 
Valencia,  el  gran  instigador  de  la  expulsión  de  los 
moriscos,  que  no  podia  tolerar  que  un  rey  católico 
estuviera  en  pas^dDn  un  reino  protestante,  porque 


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342  RISTOEIA   DR  BSPaHa. 

pronosticaba  de  ella  que  todos  los  españoles  se  iban  á 
hacer  hefeges. 

La  Iregaa  de  doce  años  con  las  provincias  rebel- 
des de  los  Países  Bajos  puso,  es  verdad,  de  manifies- 
to á  los  ojos  de  Europa  la  decadencia  de  España;  y  el 
pactar  con^  las  Provincias  Unidas  como  con  Estados 
libres,  y  como  de  potencia  á  *poiencia,  después  de 
cuarenta  años  de  tenaz,  incesante  y  sangrienta  lucha, 
pudo  parecer  huniillante  para  un  monarca  que  aun  se 
llamaba  señor  de  dos  mundos:  pero  no  le  haremos 
nosotros  un  cargo  por  ello.  La  tregua  era  una  nece- 
sidad, y  fué  una  conveniencia.  No  estúvolo  bochor- 
noso en  el  suceso,  sino  en  los  antecedentes  que  le  h^^ 
Í)ian  hecho  necesario;  y  al  fin  el  acomodamiento  fué 
útil,  porque  detuvo  el  torrente  de  la  sangré,  dio  un 
respiro  á  España,  y  aplazó  su  ruina  por  algunos  años. 
Con  la  paz  de  Inglaterra,  la  tregua  de  Holanda,  y  el 
doble  matrimonio  de  los  príncipes  españoles  y  fran^ 
ceses,  hubiera  podido  reponerse  la  monarquía,  sin  la 
expulsión  de  los  moriscos,  sin  la  guerra  con  e)  sabo«- 
yano,  sin  la  imprudencia  de  mezclarse  en  las  con- 
tiendas de  Alefbania,  sin  el  loco  empeño  de  auxiliar  y 
engrandecer  la  casa  de  Austria,  tomando  una  parte 
principal  en  la  guerra  de  Treinta  añoSf  ganando  nues- 
tros soldados  coronas  para  el  emperador,  y  gastando 
el  rey  en  proteger  empresas  é  intereses  estraños,  la 
vida,  la  hacienda  y  los  hombres  que  necesitábamos 
paraaueslra  propia  patria.  Merced  á  algunos  insignes 


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FARTB  UI.  LIBEO  ▼.  343 

capitanes  y  á  algaoos  hábiles  diplomáticos,  restos 
honrosos  de  los  reiaados  anteriores,  y  viviendo  Espa-' 
fia  de  su  pasada  grandeza,  aaa  se  respetaba  enEoro- 
pa  el  nombre  español:  conservábase  fuera  alguna  glo- 
ria: dentro  estaba  la  levadura  del  mal. 

Los  últimos  años  del  reinado  de  Felipe  III.  no  fue- 
ron otra  cosa  que  una  continuada  serie  de  miserables 
'ntrígas  y  vergonzosas  rivalidades  palaciegas,  entre 
grandes  sin  grandeza  de  alma  y  magnates  sin  magna- 
nimidad de  espíritu,  que  se  disputaban  el  favor  del 
monarca  reinante  y  del  príncipe  sucesor*  La  lucha  de 
favoritismo  entre  los  duques  de  Lerma  y  de  Uceda, 
padre  é  hijo,  eauno  de  esos  episodios  bochornosos  que 
pasan  á  veces  en  los  regios  alcázares,  y  que  degra- 
dan la  magestad  que  los  tolera,  deshonran  á  los  que 
los  ejecutan,  y  ruborizan  hasta  al  que  los  lee.  , 

Instrumento  toda  su  vida  de  un  valido  á  quien  fió 
el  gobierno  y  hasta  la  firma  para  no  hacer  nada,  re- 
verso de  su  padre  Felipe  II.  que  quiso  hacerlo  todo 
N|K)r  no  fiarse  de  nadie,  Felipe  IIL  acabó  de  reinar  sin 
haber  sido  rey,  y  solo  al  tiempo  de  morir  abrió  los 
ojos,  y  exclamó  con  dolorido  y  pesaroso  acento:  «OAI 
¡si  al  cielo  pluguiera  proUmgar  mi  vida^cuán  diferen^^ 
te  fuera  mi,  conducta  de  la  que  hasta  ahora  he  tenido h 
Al  cielo  no  le  plugo  prolongar  su  vida* 


N-^  .  *  _      ,  '        Dig¡tizedi)y  Google 


II. 

REINiDO  DE  FEUPE  IV. 
DURANTE  LA  PRIVANZA  DE  OLIVARES. 

I 

Felipe  IV.  I  al  revés  de  su  padre»  habia  obrado  ya 
como  rey  ante^de  reinar.  En  cambio  aotes  de  ser  rey 
tenia  ya  su  valido.  Habíamos  entrado  en  la  época  fa- 
tal de  las  privanzas»  y  se  sucedian  los  favoritos  aan 
antes  que  se  sucedieran  los -rey  es.  Síntoma  seguro  de 
la  degradación  de  los  tronos  y  de  la  flaqueza  de  los 
pueblos. 

Primera  ocupación  del  conde-duque  de  Olivares; 
acabar  con  todos  los  que  hablan  gozado  de  favor  en 
el  ultimo  reinado.  Don  Rodrigo  Calderón,  el  duque 
de  Osuna,  el  de  Uceda,  el  de  Lerma,  el  confesor 
Fr.  Luis  de  Aliaga,  todos  perecen»  ó  eti  el  patíbulo» 
ó  en  la  prisión»  ó  en  el  destierro,  6  cargados  de  ca- 
denas» ó  abrumados  de  pesadumbres. 

Sin  embargo»  tuvo  habilidad  al  principio  el  de 
Olivares  para  aparecer  un  gran  ministro»  mi  gober- 
nador prudente,  y  un  hombre  probo.  Medidas  econó- 
piicas,  formación  de  bancos  y  de  montes  de  piedad» 
providencias' para  la  repoblación  del  reino,  para  ata- 
jar los  males  de  la  amortización,  para  reprimir  el  lujo 


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PAATB  111.  Liuao  V.  345 

desenfrenado,  para  remediar  la  emigración  y  la  va- 
gancia, para  el  restablecimiento  de  la  jaslicia  y  de  la 
moralidad. ...•  ¿A  quién  no  seducía  la  creación  de  la 
junta  de  Reformación  dé  costumbres,  y  á  quién  no 
fascinaba  jel :  ejemplo  de  cpmenzar  la  reforma  por  las 
de  la  casa  real?  ¿Quién  nq  aplaudid  el  famoso  decreto 
mandando  registrar  la  hacienda  de  todos  los  minis- 
tros de  treinta  años  atrás  para  ver  quiénes  y  cuánto 
se  hablan  enriquecido  por  medios  ilegítin[K)s  y  bastar- 
dos? ¿Y  qué  no  debia  esperarse  de  la  célebre  prag-  . 
matice  para  que  se  hiciera  formal  y  escrupuloso  in- 
ventario de  todo  lo  que  poseían  los  que  eran  nombra- 
dos vireyes,  consejeros,  gobernadores,  ó  subían  á 
otros  elevados  cargos^   y  que  se  practicara  igual  di- 
ligencia cuando  cesaban  en  sus  funciones,  designando 
las  penas  en  que  habían  de  incurrir  los  que  hubieran 
engrosado  su  fortuna  mas  de  lo  que  permitía  la  legí-  . 
tima  remuneración  de  sus  empleos?  ¿Qué  estraño  es 
que  el  pueblo  esperara  la  reparación  de  sus  males,  y 
ensalzara  hasta  las  nubes  al  ministro  que  tales  mues- 
tras daba  de  querer  restablecer  el  imperio  de  la  jus- 
ticia y  de  la  moral?      ^       * 

Mas  pronto  sucedió  á  la  ilusión  del  halqgo  el  es- 
cozor de  la  sospecha,  y.á  la  dulzura  de  la  esperanza 
la  amargura  del  desengaño.  Las  reales  cédulas  que- 
daban escritas;  las  medidas  no  se  ejecutaban;  los 
pueUos  no  esperimentaban  alivio  en  los  tributos.  El 
conde-duque  de  Olivares,  tomando  habitación  en  el 


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346  HISTOEU   DB   ESPAÑA. 

alcázar  regio;  ocupando  el  deparlameiito  de  los  prín- 
cipes de  Aslarias;  alejando  del  lado  del  monarca  á 
los  infantes,  sus  hermanos,  á  quienes  miraba  como 
estorbos  para  sus  fines;  dando  audiencias  y  dictando 
órdenes  á  los  Consejos  como  un  soberano,  ya  no  era, 
ya  no  podia  ser  á  los  ojos  del  pueblo  el  hombre  pru- 
dente, el  gobernador  justo,  el  modesto  consejero. 

Por  la  angustiosa  situación  en. que  encontró  el  te- 
soro podia  tolerarse  al  ministro  de  las  medidas  eco- 
nómicas que  pidiera  á  un  tiempo  subsidios  de  dinero 
y  de  hombres  á  las  cortes  de  Castilla,  de  Aragón, 
de  Valencia  y  de  Cataluña.  Pero  btzolo  con  tal  al-  ^ 
ti  vez  y  con  tal  acritud  en  la  forma,  que  disgustó  á 
los  castellanos,  incomodó  á  los  aragoneses,  ocasio- 
nó serios  conflictos  y  estuvo  á  punto  de  producir  fu- 
nestos choques  con  los  valencianos,  y  fué  causa  de 
que  la  magostad  real  volviera  desairada  de  los  ca- 
talanes. En  el  viage  del  monarca  y  del  favorito  á 
aquellos  tres  reinos  hizo  el  ministro  al  rey  cometer 
alternativamente  actos  de  baja  lisonja  y  de  despó- 
tica tiranía;  alcanzó  subsidios,  pero  dejó  sembrada 
en  el  suelo  catalán  la  semilla  de  un  desafecto  du-- 
radero  al  soberano,  y  de  un  odio  perdurable  al 
valido. 

Por  lo  demás,  los  recursos  eran  necesarios:  las 
guerras  que  desde  el  principio  del  reinado  volvieron 
á  emprenderse  los  hacian  precisos;  la  penuria  de  la 
^hacienda  los.hacia  indispensables.  iQué  melancólico 


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»A1TB  lll.  LIBIO  Vi  347 

cuadro  el  que.  presentó  al  rey  un  procurador  de  una 
de  las  ciudades  de  Andalucíal  «Muchos  lugares* des- 
poblados, templos  caidos,  casas  hundidas,  heredades 
perdidas,  tierras  sin  cultivar,  habitantes  mudándose 
de  unos  lugares  á  otros  con  sus  mugeres  é  hijos  bus- 
cando el  remedio,  comiendo  yerbas  y  raices  del  cam- 
po para  .sustentarse,  etros  emigrando  á  diferentes 
reinos  y  provincias  donde  no  se  pagan  los  derechos 
de  millones...!»  ¡Qué  confianza  tendrían  ya  los  pue- 
blos en  sus  gobernantes  cuando  apelaban  á  los  obispos 
y:  curas  para  que  vieran  de  remediar  la  miseria  y  la 
desnudez  que  los  afligia  por  la  falta  de  fábricas  y  la  ca- 
restía de  los  artefactos!  Ibanse  sintiendo  cada  día  mas 
Jos  efectos  de  la  expulsión  de  la  población  morisca. 

Sin  duda  con  objeto  de  fomentar  la  industria  na- 
cional, prohibió  el  de  Olivares  todo  género  de  co- 
mercio con  los  paises  rebeldes  ó  enemigos  de  Espa- 
ña, que  eran  ya  casi  todos  los  de  Europa,  no  permi- 
tiéndola introducción  ni  de  objetos  de  lujo,  ni  de  ar- 
tículos de  vestir,  ni  de  producciones  alimenticias,  ni 
de  nada  de  lo  mas  necesario  para  el  sustento  de  la 
vida  y  para  él  abrigo  del  cuerpo.  Felipe  IV.  por  su 
consejo  nos  afsló  í^  ercantilmente  del  mundo,  como 
Felipe  II.  nos  habia  aislado  intelectuabnente.  Acá  no 
habia  fabricación:  del  estrangero  no  podian  venir  ar- 
tefactos; era  difloil  proveer  á  las  necesidades  de  la 
vida:  el  contrabando  se  hizo  una  ocupación  para  unos, 
y  un  recurso  para  otros. 


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348    ^  HI8T011A  D&  BSPAIÍA. 

Eomeadó,  es  verdad,  el  desacierto  del  reinado 
anterior  de  haber  doblado  el  valor  de  la  moneda,  pe- 
ro estableció  la  tasa  en  el  precio  de  los  cereales.  Las 
cortes  le  esquivaban  ya  los  recursos,  ó  sé  los  escati-  , 
maban,  porque  les  do  lia  verlos  emplear  en  guerras 
innecesarias  y  ruinosas.  Recurrió  Felipe  lY.,  como  sa  . 
antecesor,  á  la  generosidad  de  los  particulares,  y  no 
la  invocó  en  vano.  Hubo  grandes  que  levantaron  á 
su  costa  regimientos;  rasgo  laudable  de  patriotismo, 
pero  que  rebajaba  el  prestigio  de  la  corona,  y  debili* 
taba  el  poder  real.  Con  permiso  del  pontífice  echó  ma- 
no de  una  parte  de  las  rentas  eclesiásticas  y  de  las 
de  cruzada;  y  sin  permiso  de  los  dueños  solía  apa-  - 
derarse  como  Felipe  II.  del  dinero  que  venia  de  In-r* 
dias  para  particulares.  Vendíanse  hábitos  y  oficios,  y 
se  inventó  el  impuesto  del  papel  sellado.  En  Ingát  del 
alivio  que  se  habia  prometido  al  pueblo,  se  le  carga- 
ba con  nuevas  gabelas.  El  de  Olivares  era  mirado  y^ 
como  un  embaidor;  porque  se  veia  ademas  que  quien 
al  principio  se  habia  mostrado  tan  severo  fiscalizador 
de  las  Fortunas  de  otros  no  se  descuidaba  en  acrecen- 
tar la  suya.  La  junta  *de  Reformación  de  costumbres 
habia  sido  una  bella  creación,  pero  se  redujo  á  crea- 
'don  fantástica.  Si  hubiera  funcionado,  habría  tenido 
qué  residenciar  á  su  propio  autbr,  y  no  sabemos  qué 
pena  le  hubiera  impuesto; 

Quiso  también  la  fatalidad  que  afligieran  á  la  des- 
graciada Espafia  en  este  reinado  porpion  do  calami- 


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*    PARTB  lu.  Liaao  V.  349 

dades  públicas,  iouñdaciuaes,  terremotos,  epidemias» 
ÍDcendiós,  que  asolaron  pueblos  y  campiñas  y  devo* 
raroQ  hombres  y  ganados.  ¿Qué  remedios  aplicaban, 
ó  por  lo  menos  qué  luto  vestían  en  tales  infortunios  el 
monarca  y  su  primer  mioistro?  Casi  humeaban  toda- 
vía las  ruinas  de  la  Plaza  Mayor  de  Madrid,  cuyos 
dos  ángulos  habia  reducido  á  pavesas  el  voraz  incen- 
dio de  1631,  cuando  asistieron  el  rey  y  la  cortea  la 
fiesta  de  toros  y  cañas  que  se  celebró  en  el  mismo  lu- 
gar de  la  catástrofe.  Que  estuviera  constantemente 
distraído  con  espectáculos  y  festines,  con  justas  y  tor- 
neos, con  toros  y  comedias,  con  banquetes,  monterías  ' 
y  saraos,  y  lo  qne  es  peor,  con  galanteos;  esta  ha- 
•  bia  sido  la  política  del  de  Olivares  con  Felipe  desde 
que  era  príncipe.  Estudiar  y  halagar  sus  pasiones  ju- 
veniles, darles  pábulo,  embriagarle  con  placeres  y 
recreos,  hacerle  tomar  aversión  á  los  negocios  y  hastío 
á  las  ocupaciones  graves,  aparecer  entonces  el  favorito  v 
como  el  alivio  y  el  sustentáculo  del  rey,^  haciendo  el 
sacrifício  de  tomar  sobre  sus  hombros  la  pesada  carga 
del  gobierno,  dp  que  sabia  fingirse  como  abrumado, 
magnetizar  con  estos  artificios  la  voluntad  y  el  cora- 
zón del  monarca  y  hacerse  el  arbitro  de  la  monarquía; 
éste  era  el  sistema  del  conder duque  con  Felipe  IV. 

Si  tragaba  un  terremoto  poblaciones  enteras,  en 
Madrid  se  construía  un  coliseo  en  el  Buen  Retiro. 
¿Qué  importaba  que  se  rebefáran  provincias,  con  tal 
qjue  el  rey  y  la  reina  y  las  damas  de  palacio  se  entre-*      x 


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360  UlSTOftlA   OB  BSPAfCAW 

tuvieran  en  representar  comedias?  ¿Se  insurreccio* 
naba  y  se  perdia  no  reino?  El  monarca  y  sa  favorito 
se  distraían  entre  bastidores»  bacian  los  galanes  con  - 
las  comediantas  de  oficio,  y  corrían  aventuras  y  lan- 
ces nocturnos;  los  resultados  de  estas  misteriosas  es- 
cenas se  hacian  públicos,  coh  tanta  mengua  de  la  ma- 
gestad  de  rey  como  del  decoro  y  de  la  dignidad  de 
bombre,  y  en  las  conversaciones  y  en  los  escritos  se 
mezclaban  de  continuo  los  nombres  y  se  glosaban 
á  un  tiempo  las  travesuras  de  María  Calderón,  la  có- 
mica, y  de  Felipe  IV.  rey  de  España. 

.  Asi  andaban  de  sueltas  las  costumbres  públicas. 
Asi  los  galanteos  sin  recato;  asi  la  licenciosa  vida  sin 
miramiento  á  la  ^lecencia  social;  asi  el  frecuente  y 
público  quebrantamiento  de  los  deberes  conyugales; 
asi  te  profanación  de  los  lugareá  mismos  destinados  á 
servir  de  asilo  á  la  virginidad;  asi  los  procesos  escan- 
dalosos á  individuos  y  comunidades  religiosas  de  am- 
bos sexos;  así  las  pendencias,  las  riñas,  y  los  desafíos 
diarios;  asi  los  asesinatos,  en  casas,  en  portales  y  en 
plazas;  asi  las  refriegas,  y  las  estopadas,  y  las  muer-» 
tes,  de  los  grandes  señores  entre  si,  entre  los  mag- 
nates y  sus  propios  criados  y  cocheros,  y  aun  entre 
clérigos  y  magistrados,  que  á  tal  situación  habían 
venido  todas  las  clases  ^^^  asi  aquellos  perdona- vidas 

(1)  EDtre  los  muchos  hechos  á  ooo  de  sas  criados,  é  hizo  ar- 
de esta  especie  gue  podríamos  ci-  mas  contra  uo  alcalde  de  corte, 
tar,  solo  mencionaremos  el  del  todo  lo  caal  quedó  impune:  el  del 
condestable  de  Castiiia,  que  mató  asesinato  del  marqués  de  Cañete 


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PARTB  III.  LIBRO  V.  3S1 

de  profesión,  y  aqaellos  espadachines  y  malones  de 
oficio,  escándalo  de  la  época;  asi  las  amargas  y  san- 
grientas censuras  de  los  escritores  de  aquel  tiempo 
contra  la  corrupción  y  la  inmoralidad  del  palacio,  de 
la  corte  y  del  pueblo,  que  les  valian  el  destierro,  la 
prisión  y  las  cadenas. 

Pero  asi  aseguraba  el  conde -duque  de  Olivares  su 
privanza  con  el  soberano,  para  quien  todo  iba  bien, 
con  tal  que  le  proporcionaran  goces,  y  no  le  turbara 
nadie  en  ellos,  que  estos  eran  los  reales  hechizos  de 
que  por  primera  vez  comenzó  á  hablar  el  vulgo.  Es-; 
torbábanle  al  conde-duque  los  Consejos,  y  encomen- 
daba los  negocios  á  juntas  estraordinarias,  que  forma- 
ba á  su  conveniencia  y  disolvía  á  su  antojo.  Aquella 
multitud  de  juntas,  algunas  de  las  cuales  eran  ya  es- 
travagantes  por  sus  títulos  y  ridiculas  por  la  frivolidad 
de  sus  ocupaciones,  semejaban  otras  tantas  máquinas 
que  se  movían  por  un  resorte  oculto;  y  funcionaban  á 
voluntad  del  fabricante,  y  solo  jen  la  forma  y  por  el 
tiempo  que  entraba  en  su  interés  y  en  sus  cálculos. 

por  un  lacayo  suyo,  en  venganza  ejecutara  el  suplicio,  y  hubiera 
oe  haber  intentado  su  amo  herirte  habido  un  choque  terríl^e,  que 
antes;  mas  como  quiera  que  el  por  fortuna  se  evitó  por  haber  de- 
asesinato  apareciera  y  se  creyera  clarado  el  cochero  que  él  era  el 
cometido  por  don  Antonio  de  .culpable.  Poi«  aquellos  mismos 
Amada,  y  éste  fuera  condenado  á  días  el  cochero  del  duque  de  Pas* 
muerte,  clero,  grandeza  y  pueblo,  traila  en  una  reyerta  con  su  amo 
todos  tomaron  parte,  unos  en  con-  le  dijo,  que  todos  eran  hombres, 
tra,  otros  en  pro  del  sentenciado,  y  que  cada  uno  so  tenia  por  hijo 
y  formáronse  cuadrillas  armadas  de  su  padre.  Todo  esto  era  pro- 
de  frailes  y  de  criados,  de  señores  ducido  por  el  género  de  vida  que 
Y  de  plebeyos,  unas  para  arran-  hacían  muchos  de  los  grandes  de 
car  al  reo  ae  las  manos  del  ver-  aquel  tiempo  con  desdoro  de  la 
dugo,  otras  para  hacer  que  se  clase. 


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352  HISTORIA   DB   B8PÁÑA. 

No  se  puede  negar  al  de  Olivares  cierta  habilidad  y 
artificio  para  resolver  á  su  arbitrio  todos  los  asuntos 
del  reino  bajo  la  apariencia.de  resoluciones  de  los  tri- 
bunales, de  los  consejos  ó  cuerpos  consultivos  del  Es- 
tado, asi  como  para  aparecer  á  los  ojos  del  rey  un  mi- 
nistro fabulosamente  laborioso  é  incomprensiblemente 
infatigable.  Causaba  grima  y  compasión  al  buen  Feli- 
pe ver  á  su  lado  un  ^hombre  chorreando  siempre  me« 
moriales,  consultas,  legajos  y  espedientes,  sacrifican- 
do el  sueño,  el  reposo,  la  salud  y  la  vida,  todo  por 
tener  el  reino  gobernado  y  arreglado  á  maravilla  con 
descanso  y  sin  molestia  de  su  rey  y  señor  1 

No  fué  mas  feliz  el  de  Olivares  en  las  luchas  exte- 
riores en  que  empeñó  á  su  soberano  y  en  que  volvió ¿ 
comprometer  lá  España.  Con  la  muerte  de  Felipe  IIL 
se  acabó  aquel  breve  período  de  reposo,  cuya  prolon- 
gación hubiera  sido  tan  conveniente  éi  la  monarquía  ^ 
para  reponerse  de  sus  quebrantos.  aYo  os  haré,  dijo 
el  de  Olivares  al  nuevo  monarca,  el  señor  mas  pode- 
roso de  la  tierra.»  Y  lo  creyó  el  joven  é  inesperto 
príncipe.  Y  acaso  llegó  también  á  creerlo  el  mismo 
.don  Gaspar  de  Guzman;  ¡que  tan  alto  rayaba  la  pre- 
sunción de  su  capacidad  y  talento!  Y  pqso.otra  vez  á 
la  enflaquecida  España  en  lucha  con  toda  Europa  co- 
mo en  los  tiempos  de  su  mayor  pujanza  y  robustez. 
Resucita  imprudentemente  la  cuestión  de  la  Valtelinia, 
y  provoca  una  confederación  de  Francia,  Saboya,  Ye- 
necia  y  Holanda ,  contra  España.  Oblíganos  á  hacer 


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PAUTE  111.  LIERO  Y.  -  353 

esfuerzos  y  sacrificios  prodigiosos,  y  eon  ayuda  de  al- 
gunas repúblicas  y  príncipes  italianos  logramos  salvar 
á  Genova  y  ajustar  un  tratado  de  paz.  Mas  luego  sue^ 
na  en  agregar  á  la  corona  de  Castilla  el  ducado  de 
Mantua,  ó  por  lo  knenosla  mitad  del  MonUerrato:  otra 
guerra  en  Italia  entre  españoles  y  franceses,  iii^peria* 
les,  saboyanos  y  venecianos,  en  que  perdemos  al  ilus-- 
tre  marqués  de  Espinóla,  alma  y  sostén  del  nombre 
español,  y  sin  ganar  á  Mantua,  ni  conquistar  siquiera 
á  Casal,  tenemos  que  sucumbir  á  la  humillante  paz  de. 
Querasco. 

El  loco  empeño  y  temerario  afán  de  hacer  á  los 
españolea  los  redentores  del  emperador  en  sus  san- 
grientos  litigios  con  la  Turquía,  y  la  Bohemia,  y  la 
Suecia,  y  con  los  príncipes  protestantes  del  imperio 
germánico,  habia  llevado  al  propio  tiempo  las  armas 
españolas  á  Alemania.  Glorioso  era  que  tremolara 
triunfante  el  pabellón  de  Castilla  en  los  campos  de 
Fleurus;  justo  y  natural  era  el  orgullo  de  ver  al  car- 
denal infanle  de  España  don  Fernando  coronarse  de 
laureles  en  Nordlingh^n;  pero,  aparlede  la  gloria  mi- 
litar, ¿qué  bien  redundaba  á  España  de  qué  los.  sajo- 
nes fueran  arrojados  de  Bohemia,  ni  de  que  el  Rhínd- 
grave  Olhon  fuera  derrotado  por  el  lorenés,  y  de  que 
sucumbiera  peleando  heroicamente  en  Lutz^en  <el  gr^n 
Gustavo  de  Suecia?  Consumir  hombres  y  tesoros,  y 
quedarnos  sin  tesoros  y  sin  hombres  con  que  mante- 
ner nuestros  propios  dominios. 

Tomo  xvii.  23 


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354  IIISTOEIA  DE  ESPAÑA. 

Fué  desgracia  haber  espirado  al  advetniúiento  de 
Felipe  IV.  al  trono  la  tregua  de  doce  años  con  las 
Provincias  Unidas  de  Holanda,  y  que  volviera  á  en- 
cenderse también  la  antigua  guerra  de  los  Países  Ba- 
jos. Otro  ministro  menc»  presuntuoso  y  mas  hábil  que 
el  de  Olivares  hubiera  procurado  ó  renovar  la  tregua 
ó  convertirla  en  paz:  el  Favorito  de  Felipe  IV.,  que 
desde^  el  principio  pareció  haber  querido  inspirar  á  su 
rey  aquella  jactanciosa  divisa  con  que '  se  dice  que 
después  hizo  acuñar  moneda:  Todos  contra Nos^  y  Nos 
contra  todos;  no  halló  dificultad  ni  reparo  en  luphar 
con  todos  los  aliados  de  lo& holandeses,  con  Dinamar- 
ca, Francia  é  Inglaterra;  y  las  fuerzas  mililares  de  la 
empobrecida  España,  desparramadas  por  las  tierras 
de  Europa  y  por  los  mares  de  Arríca  y  dé  la  India, 
peleaban  simultáneamente  en  Alemania  y  en  Flandes, 
en  la  Lorena  y  en  Milán,  en  la  Alsacia  y  en  la  Valte- 
lina,  en  el  interior  de  Francia  y  en  las  costas  de  lur 
glatorra.  Nuestros  guerreros  y  nuestros  marinos  man* 
tenian  todavía  la  aütigua  gloría  y  renombre  de  Espa- 
ña: Espinóla  en  el  sitio  de  Breda,  don  Martih  de  Ara- 
gón en  el  combate  del  Tesino,  don  Fadrique  de  Tole*  - 
do  en  Puerto  Rico  y  Guayaquil,  don  Francisco  Manri- 
que en  las  costas  africanaSf  un  ejército  de  imperiales 
y  españoles  amenazando  á  Paris  cooqo  eta  los  tiempos 
de  Carlos  Y.  y  Felipe  II.,  todos  estos  eran  esfuerzos 
hottrosos,  señales  y  como  restos  gloriosos  de  la  aott* 
gua  grandeza,  pero  semejantes  ya  á  los  últimos  ar- 


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PAETB  lir.   LIBRO  V.  355 

ranques  de  un  enfermo  que  está  cerca  de  acabar ^  á 
los  últimos  fulgores  de  ona^  antorcha  que  está  para 
extinguirse. 

La  nueva  guerra  de  Flandes  nos  costó  la  pérdida 
de  Landrecy,  de  La  Chapelle,  de  Chatelel,  derHesdin, 
de  Arras»  y  de  otras  plazas  importantes  en  el  Braban- 
te, en  el  Artois  y  en  el  Luxemburg:  en  Italia  nos  to* 
marón  los  franceses  á  Turin:  nuestras  tropas  fueron 
arrojadas  de  la  Guiena  y  del  Languedoo:  los  ejercí** 
tos  de  Francia  se  atrevieron  á  penetrar  en  Guipúzcoa 
y  en  el  Rosellon,  y  aunque  fueron  escarmentados  de- 
lante de  Fuenterrabía  y  de  Salces»  merced  aquí  al  ar- 
rojo de  los  voluntarios  catalanes^  allá  al  denuedo  de 
los  soldados  castellanos,  es  lo  cierto  qjie  la  España» 
invasora  por  mas  de  dos  siglos»  comenzaba  fi  ser  in* 
vadida  por  mas  de  una  frontera.  Nuestras  escuadras» 
mandadas  por  Oquendo  y  Mascareñas,  eran  derrotadas 
por  los  almiranles  holandeses  en  el  canal  de  la  Man- 
cha y  en  los  mares  de  la  India.  La  compañía  bolandcr 
sa  de  este  nombre  nos  apresó  en  trece  años  sobre  qui* 
nientos  bageles  de  guerra  y  mercantes»  y  aquellas 
presas  la  decidieron  á  intentar  la  conquista  del  Brasil. 
Bl  príncipe  de  Nassau  subyugó  todo  el  litoral  de  la 
América  del  Sur.  Pero  don  Gaspar  de  Gnzman  era 
primer  ministro  de  España,  y  seguia^  nombrando  á  su 
rey  Felipe  ei  Grande. 

En  tal  estado,  suceden  las  desi  revoluciones  casi 
simultáneas  de  Cataluña  y  Portugah  aquella  para  en- 


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356  HISTORIA    DR  RSPaAa, 

tregarse  á  im  rey  estraño,  ésta  para  darse  un  rey 
propio;  la  una  y  la  otra  para  librarse  del  gobierno 
de  Castilla,  de  quien  habían  recibido  agravios.  Ya  no 
eran  países  remotos,  ya  no  eran  regiones  apartadas 
por  la  inmensidad  de  los  mares  que  nos  arrebataba 
una  potencia  enemiga  ó  rival.  Eran  nuestras  propias 
provincias  las  que  espontáneamente  se  separaban  de  « 
su  natural  y  legítimo  soberano.  ¡Qué  descenso  desdo 
Felipe  II.  hasta  Felipe  IV!  Felipe  II.  habia  estado  á 
punto  de  ser  rey  de  Francia,  y  sus  tropas  dieron  guar* 
nicion  á  París.  En  el  reinado  de  su  nielo  es  procla- 
mado rey  de  Cataluña  Luis  XIII.  doi  Francia,  y  tropas 
francesas  vienen  á  guarnecer  á  Barcelona.  Felipe  II* 
de  Castilla  fué  á  Lisboa  á  cor'onarse  rey  de  Portugal. 
Felipe  IV.  de  Castilla  supo  que  Portugal  habia  dejado  ^ 
de  pertenecerle  cuando  estaba  ya  coronado  en  Lisboa  * 
don  Juan  IV.  de  Braganza.'  Y  sin  embargo  el  adulador 
ministro  de  Felipe  IV.  seguía  apellidándole  el  Grande* 
¿A  qué  sino  á  la  soberbia  y  la  torpeza  del  ministro 
castellano  se  debió  que  estallara  la  rebelión  en  Cata- 
luña? ¿A  qué  sino  á  su  torpeza  y  su  soberbia  se  debió 
la  duración  de  una  guerra  que  pudo  haberse  sofocado 
eu/su  origen?  Antiguo  y  no  infundado  era  el  odio  de 
los  catalanes  al  conde-rduque:  recientes  y  fundadas 
eran  sus  quejas  por  los  malos  Iratamientos  que  habían 
recibido  de  las  tropas  reales  y  del  gobierno  de  Madrid. 
El  mismo  que  habia  sido  siempre  era  ahora  el  pueblo 
catalán.  El  de  Olivares,  debia  conocerle  y  no  le  cono- 


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PA&TB  III.   LIORO  V.  '  357 

ció.  Ahora  coqío  á  fines  del  siglo  XIIL  la  decisión  y  el 
arrojo  de  los  catalanes  lanzó  á  los  ejército^  fi^nceses 
del  RoselloD.  Sí  entonces  destrozaron  el  ejército  de 
Felipe  el  Atrevido  de  Francia,  ahora  acab^bagí  de  es* 
cacmentar  las  huestes  de  Luis  XIIL  acaudilladas  por 
el  príncipe  de  Conde.  ¿Merecían  por  recompensa  'la 
carga  de  los  alojamientos,  la  violación  de  sus  fueros  y 
usages,  los  ultrages  é  insultos  de  los  soldados  caste- 
llanos, lo$  oQenosprecios  del  marqués  de  los  Balbases, 
las  irritantes  respuestas  del  conde-duque,  y  los  rudos 
ordenamientos  de  Felipe  de  Castilla?  ¿Se  babia  ólvi«- 
dado  loque  babia  sido  siempre  el  pueblo  catalán  en 
los  arranques  de  su  indignación  y  su  despecho?  ¿Ha- 
biase  borrado  de  la  memoria  la  guerra  de 'diez  años 
sostenida  en  el  siglo  XV.  por  ese  pueblo  belicoso, 
altivo,  pertinaz,  temoso  é- inflexible  en  sus  adhesio- 
nes como  en  sus  odios,  contra  don  Juan  IL  de  Ara- 
gón su  legítimo  soberano?  ¿No  se  tenia  presente  que 
en  aquella  ocasión  ese  pueblo,  tan  adicto  á  los  mo- 
narcas nacidos  en  su  suelo,  anduvo  brindando  con 
la  corona  y.  señorío  del  Principado  sucesivamente  á 
Luis  XI.  de  Francia,  á  Enrique  IV.  de  Castilla,  á  Pe- 
dro de  Portugal,  á  Renato  y  Juan  de.  Anjou,  y  que  se 
dio  á  buscar  por  Europa  un  príncipe  que  quisiera  ser 
rey  de  Cataluña  antes  que  doblegar  su  altiva  cerviz 
al  monarca  propio  contra  quien  una  vez  se  habia  re- 
belado? 

Nosotros  dijimos  entonces:    «Semejante   tesón   y 


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3B8  HISTORIA  DE  ESPAÜA. 

ilemerídad  daba  la  pauta  de  lo  que  había  de  ser  este 
» pueblo  indómito  en  análogos  casos  y  en  los  tiempo^ 
»sucesivos!  pueblo  que  por  una  idea,  ó  por  una  per- 
»sona»  ó  por  la  satisraccion  de  una  ofensát  ni  ahorra 
usacrificios,  ni  economiza  sangre,  ni  cuenta  los  con* 
itrarios,  ni  mide  las  fuerzas,  ni  pesn  los^lígros^*^» 
¿No  era  dé  temei>,  añadimos  ahora,  que  se'  entrega* 
ra  en  esta  ocasión  á  Luis  XUL  de  Francia,  como  en- 
tonces se  entregó  á  Luis  IX.?  ¿O  no  han  de'servir  na* 
da  á  los  que  gobiernan  los  Estados  tas  lecciones  de  la 
historia? 

Si  desacertado  y  torpe  anduvo  el  de  Olivares  en 
DO  precaver  una  rebelión  que  se  veia  venir,  no  andu- 
vo mas  atinado  en  los  medios  de  vencerla  cuando  co* 
noció  la  necesidad  de  reprimirla.  La  sublevación,  que 
comenzó  por  los  bárbaros  desmanes  de  las  turbas  de 
agrestes  segadores,  por  el  asesinato  del  virey  Santa 
Coloma  y  por  las  tragedias  horribles  ejecutadas  con 
los  magistrados,  los  nobles  y  los  soldados  castellanos, 
se  ccínvirtió  por  su  culpa  en  ruda,  obstinada  y  san- 
grieuta  guerra,  sembrada  de  matanzas  horrorosas, 
de  lastimosas  catástrofes,  de  represalias  feroces.  Si 
al  principio  las  disciplinadas  tropas  del  rey  de  Casti- 
Ha  vencian  y  arrollaban  j^or  todas  partes  las  irregu- 
lares masas  de  los  insurrectos,  después  entre  fran- 
ceses y  catalanes  acabaron  sucesivamente  con  tres 

(I)    Parte  \U  lib.  III.  cap.  34  de  nuestra  Historia. 


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PARTB  III.  LIBRO  V.  359 

ejércitos  qastellanos,  mandados  por  los  marqueses  8e 
los  Velez,  de  Povac  y  de  Leganés,  haciendo  uno  de 
ellos  prisionero,  sin  que  se  escapara  ni  infante ,  ni 
ginete>  ni  maeslre  de  campo,  ni  oficial,  ni  aoldado. 
.  Y  cuando  el  conde-duque  de  Olivares  comprendió  la 
necesidad  de  sacar  al  rey  de  la  mansión  encantada 
de  la  corte  y  de^  acercarle  al  teatro  de  la  guerra 
para  que  diese  con  su  real  presencia  ánimo  á  sus 
guerreros  y  calor  á  la  campaña,  contenióse  conte- 
nerle como  enjaulado  en  Zaragoza ,  luciendo  brillan- 
tes galas,  pero  sin  cuidarse  de  operaciones  militares; 
y  mientras  el  rey  de  Castilla  jugaba  á  la  pelota  en  la 
capital  de  Aragón,  el  mariscal  francés  La  Motte  der- 
rotaba al  ejército  castellano  en  la  colina  de  los  Cua- 
tro Pilares.  Felipe  IV.  regresaba  mustio  de  Zaragoza 
á  Madrid,  y  el  general  francés  era  recibido  en  triunfo 
por  los  catalanes  en  Barcelona.  Por  no  perder  el  de 
Olivares  su  privanza,  perdió  la  corona  de  Castilla  pa* 
ra  sjempre  el  Roselton,  y  el  monarca  y  el  privado  de- 
jaron'triunfante  la  insurrección  de  Cataluña,  después 
de  haber  impuesto  al  reino  sacrificios  costosísimos, 
que  vio  con  tanta  amargura  malogrados  como  habi^ 
sido  la  buena  voluntad  con  que  se  había  prestado  á 
hacerlos. 

La  revolución  de  Portugal  no  fué^otra  cosa  que  el 
movimiento  natural  de  un  pueblo  vejado  y  oprimido, 
que  se  acuerda  de  que  fué  libre ,  y  que  encuentra 
ocasión  de  recobrar  su  antigua  independencia.  Trata* 


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360  tflSTOaiA    DE    BSPA^A.      . 

do  por  los  tres  Felipes  mas  como  reino  conquistado 
que  como  hermfino  y  amigo,  su  anexión  á  Castilla  du- 
ró solamente  lo  que  Casulla  tardó  en  debilitarse  y 
Portugal  en  preparar  su  emancipación.  El  conde-du* 
que  de  Olivares  acabó  de  avivar»  en  vez  de  templar 
ó  estinguir,  las 'anejas  antipatías'entre  pueblo  y  pue- 
blo; la  guerra  de  C^^tuña  dejaba  desguarnecido  de 
fuerzas  á  Portugal,  y  Portugal  se  habría  levantado  aun 
sin  las  instigaciones  y  los  auxilios  de  la  Francia.  £1  si- 
gilo con  que  se  manejti  la  conjuración,  la  rapidez  con 
que  el  plan  fué  ejecutado,  el  éxito  completo  y  fácil 
que. alcanzó,  todo  manifiesta  evidentemente  que  era 
uno  de  esos  movimientos  nacionales  que  empujados 
por  la  fuerza  impalpable  é  irresistible  déla  pública 
opinión  llevan  en  el  sentimiento  universal,  deiin  pue- 
-  blo  la  seguridad  de  su  triunfo.  Felipe  IV.  de  Castilla 
nada  supo  hasta  que  le  anunciaron  que  don  Juan  IV.  . 
de  Braganza  era  rey  de  Portugal.  Un  monarca  que  ig- 
nora lo  que  pasa  en  uno  de  sus  reinos  hasta  que  le  ha 
perdido,  no  merece  poseerle.  El  ministro  Olivares  le 
dio  la  nueva  rienclo,  y  quiso  haceV  participar  de  su 
fingida  risa  al  monarca  dicíéñdole  que  el  de  Braganza 
habia  perdido  el  juicio.  El  rey  debió  comprender  que 
vquien  le  habia  perdido  era  el  conde-duque  de  Oli- 
vares. ,. 

iQiié  hizo  después  el  de  Olivares  para  ver  de  en- 
gastar otra  vez  k  la  corona  de  Castilla  y  de  León 
aquella  joya   lastimosamente  desprendida?  Mientras 


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PJUITB  UK   LIBRO  V.  361 

don  Juan  lY.  obtenía  el  reconocimiento  délas  princi- 
pales potencias  europeas»  la  corte  de  Madrid  se  con- 
tentaba con  trabajar»  á  costa  de  producir  escenas  de 
escándalo,  para  que  el  embajador  portugués  no  fuera 
recibido  en  audiencia  por  el  .Santo  Padre.  En  tanlo 
que  el  de  Braganza  era  .jurado  en  las  cortes  portu- 
guesas, y  que  se  rodeaba  de  decididos  y  leales  vasa* 
líos  y  se  afirmaba  en  el  trono  de  sus  mayores,  el  de 
Olivares  se  vengaba  en  hacer  aprisionar  allá  en  Ale- 
mania al  valeroso  é  inocente  príncipe  don  Duarte  de 
PóriugaU  El  nuevo  monarca  lusitano  fortificaba  sus 
plazas  de  guerra,  y  el  soberano  de  Castilla  perdía  las 
antiguas  posesiones  portuguesas  de  África  y  ^e  las 
Indias»  que  ^é  segregaban  á  medida  que  se  iban  in- 
formando del  alzamiento  de' PortugaL  Fraguóse  una 
conspiración  para  derrocar  al  de  Braganza  y  procla- 
mar de  nuevo  al  de  Castilla,  y  los  conjurados  perecie- 
ron en  los  calabozos  ó  en  los  patíbulos:  ni  siqqiera 
supo  el  ministro  del  rey  de  España  cómo  habi^  sido 
descubierta  la  conjura.  Se  trató  de  formar  ejércitos 
para  la  reconquista,  y  merced  á.  un  llamamiento  pa- 
iriótico  y  á  un  esfuerzo-estraordinario  se  logró  reunir 
algunos  cuerpos  de  tropas  en  las  fronteras  de  Extre- 
madura, de  Galicia  y  de  Castilla;  no  bien  disciplina- 
das y  peor  dirigidas.  El  nieto  de  aquel  Carlos  Y.  que 
viajó  cuarenta  veces  por  Europa  ganando  coronas  y 
sujetando  imperios,  no  se  movió  de  la  corle  para  re- 
cobrar un  pequeño  reino  que  se  le  escapaba  casi  á  la 


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368  HISTORIA  DB  ESPAÑA. 

vfsla  de  los  balcoaes  de  palacio.  La  nación  cuyos 
ejércitos  habían  dado  la  jey  al  mundo»  se  veía  redur 
cida  á  hacer  vandálicas  incursiones  de  incendio  y  de 
saqueo  en  una  de  sus  mismas  provincias.  La  poderosa 
España  era  impotente  para  recobrar  el  Portugal.  A  tal 
flaqueza  habia  venido  con  Felipe JV.  la  monarquía 
gigante  de  Felipe  IL 

Aun  quedaba  en  España  bastante  pundonor,  9I 
menos  para  no  sufrir  con  resignación  impasible  tantas 
humillaciones  y  quebrantos  fuera,  tanto  baldón  é  ig- 
nominia dentro,  tan  miserable  y  bochornosa  situación 
dentro  y  fuera.  El  dedo  público  señalaba  al  de  Oliva- 
res cómo-al  causador  de  todas  las  afrentas,  y  el  fas- 
cinado monarca  halló  al  fin  quien  le  apartara  de  ios 
ojos  la  venda  que  se  los  cubría  hacia  mas  de  veinte  y 
dos  años.  Hicíóronle  ver  que  el  hombre  de  los  pompo- 
sos ofrecimientos,  el  que  habia  prometido  hacer  á 
España  la  nación  mas  formidable  del  orbe,  y  al  mo* 
narca  español  el  príncipe  mas  poderoso  de  la  tierra, 
era  el  hombre  que  estaba  acelerando  la  ruina  y  per- 
dición del  monarca  y  la  ruina  y  perdición  de  la  mo- 
narquía. El  mismo  rey  no  pudo  sostener  ya  al  favori- 
to, y  c^yó  el  conde-duque  de  Olivares.  Debióse  esta 
novedad  principalmente  á  la  reina  Isabel  de  Borbon, 
ofendida  del  valido,  que  hasta  alli  habia  llegado  su 
desatentado  orgullo:  á  la  princesa  Margarita  de  Sa- 
boya,  que  por  causa  suya  habia  perdido  la  regencia 
de  Portugal,   y  á  algunos  prelados,  consejeros»  em- 


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PAETB  lll.  LIBRO  V.  363 

bajadores  y  grandes,  que  ayudaron  á  aqnella  buena 
dbfa  tan  pronto  como  encontraron  tan  poderoso  apo- 
yo. No  se  pareció  la  caida  del  don  Gaspar  de  Guzman 
á  la  de  don  Alvaro  de  Luna  y  á  la  de  don  Rodrigo 
Calderón.  Para  el  de  Olivares  no  habo  patíbulo  ni  ro- 
ca Tarpeya:  bajó  del  Capitolio  mas  como  qnien  se  des- 
liza suavemente  y  por  su  voluntad ,  que  como  quien 
es  derrumbado  con  violencia  y  por  castigo.  Felipe  IV. 
se  dignó  conoederle  el  permiso  que  solicitaba  de  re* 
tirarle,  diciendo  que  estaba  muy  satisfecho  de  su  des- 
interés y  so  celo.  Bastarla  esto  solo  para  hacer  la  ca- 
lificación de: este  monarca. 

Francia  habia  ido  creciendo  todo  lo  qué  España 
habia  ido  menguando.  Eran  dos  reinos  qtie  vlvian  de 
devorarse,  al  modo  de  dos  plantas  vecinas,  de  las 
cuales  la  una  se  alimenta  y  robustece  del  jugo  que 
roba  á  la  otra.  La  rivalidad  venia  desde  Carlos  V.  y 
Francisco  L  Verdad  es  que  Luis  XIII.  era  mas  rey  que 
Felipe  IV.,  y  que  los  guerreros  de  la  Francia  comen- 
zaron ár  brillar,  Quando  los  insignes  capitanes  españo**^ 
les  se  hábian  casi  estinguido,  y  de  ellos  no  quedaba 
sino  tal  cual  muestra  y  muchos  gloriosos  recuerdos. 
Pero  lo  que  influyó  mas  en  la  preponderancia  de  uno 
sobre  otro  reino  fué  la  gran  diferencia,  en  capacidad, 
talento,  astucia  y  energía,  entre  el  pripaer  o^ioistro 
del  soberano  fraqcés  y  el  primer  ministro  del  monar- 
ca español^  Richelieu  fué  un  gran  político  y  un  grande 
hombre,  mientras  Olivares  no  fué  sino  un  gran  pre- 


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364  HISTORIA  DB   BSPAfiA. 

suntuoso  y  un  gran  soñador.  Y  no  es  que  el  nainislro 
cardenal  aventajara  al  magnate  favorito,  ni  en  mora* 
lidady  ni  en  poreza,  ni  en  sobriedad,  ni  en  recato,  ni 
en  otro  género  de  virtudes.  Al  contrario,  con  ser  un 
prelado  de  la  iglesia  Armand  Duplessis,  aun  fué  ma¿ 
dado  al  faustp  y  á  la  disipación  que  don  Gaspar  de 
Guzman:  montaba  el  gasto  de  su  casa  á  mil  escudos  de 
oro  por  dia;  las  riquezas  que  acumuló  el  de  Olivares 
eran  una  modesta  fortuna  al  lado  de  la  escandalosa 
opulencia  de  Richelieu:  ^i  el  Guzman  alejó  de  la  pre- 
sencia del  rey  á  los  infantes  sus  hermanos,  Richelieu 
iba  siempre  delante  de  los  príncipes  de  la  sangre, , 
pensó  sobrevivir  á  su  soberano,  y  hacerse  patriarca  y 
regente  del  reino:  si  Olivares  sacrificó  algunas  víc- 
timas á  la  envidia  y  la  rivalidad,  el  ministro  de  Luis XIII. 
ejerció  execrables  venganzas  personales,  tiranizó  la 
nobleza,  abatió  los  hugonotes-  del  reino  siendo  pro- 
tector de  los  calvinistas  de  fuera,  fué  ingrato  con  la 
reina  madre^  con  el  hermano  del  rey;  con  el  rey,  y  con 
la  reina  misma,  á  quienes  áe  hizo  tan  necesario  como 
odioso:  acabó  con  las  libertades  francesas,  y  vivió  y 
murió  aborrecido. 

Mas  si  en  las  prendas  del  corazón  no  aventajó  el 
de  Richelieu  al  de  Olivares,  en  las  dotes  del  entendi- 
miento no  sufren  paralelo  las  de  uno  y  cftro  ministro, 
y  el  gran  talento  y  la  sabia  polílica  de  aquel  tenaz  y 
eterno  enemigo  de  la  casa  de  Austria  fueron  las  dos 
grandes  fatalidades  para  la  monarquía  española  eq  es- 


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PARTB  IIU  LIBRO  V.  365 

le  reinado.  Síd  que  aceptemos  nosotros  la  apasionada 
asimilación  que  algunos  escritores  franceses  quieren 
establecer  entre  el  célebre  Ricbelieu  y  el  inmortal  Ji- 
ménez de  CisnéroSy  modelo  éste  de  virtud  y  de  gran- 
deza, varón  santo  y  gobernador  admirable  á  un  tiem-r 
po,  confesamos  que  la  Francia  debió  á  Ricbelieu  gran*- 
des  servicios,  que  abatió  las  dos  ramas  de  la  casa  de 
Austria,  humilló  una  aristocracia  insolente,  favoreció 
el  movimiento  de  la  civilización,, protegió  las  letras  y 
las  artes,  engrandeció  el  reino,  y  le  colocó  á  la  cabe- 
za de  las  naciones  europeas.  Asi  fué  que  si  por  sus 
vicios  y  su  orgullo  ef  ministro  de  Luis  XIII.  murió 
aborrecido,  por  sus  servicios  y  su  grandeza  murió  ad- 
mirado. El  ministrode  Felipe,  IV.  vivió  teniendo  quien 
le  aborreciera,  y  murió  sin  tener  quien  Je  admirara. 


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Hí. 
REINADO  DE  FELIPE  IV.  '     \ 

DESDE  LA  caída  DE  OLIVARES  HASTA  LA  MUERTE  DEL  REY. 

Algo  mejoró  cod  la  caida  de  Oti vares  la  sitqacioD 
del  reino,  aunque  no  laotOt  ni  con  mocho»  como  el 
pueblo  creía  y  esperaba;  que* los  pueblos  son  siempre 
fáciles  en  creer  y  largos  en  esperar  de  toda  mudanza 
que  desean.  Pareció»  en  efecto,  que  el  rey  empezaba 
¿  ser  rey,  la  reina  á  ser  reínaT^  ser  consejos  los  con- 
sejos, i  funcionar  las  cortes  como  cortes,  y  á  ser  Ira- 
lados  como  hombres  de  valer  los  hombres  que  algo 
vallan.  El  rey  dando  de  mano  á  los  devaneos  y  po- 
niéndola en  los  negocios; .  la  reina  recobrando  su  in- 
fluencia'legítima;  los  consejos  deliberando;  las  cortes 
volando  los  subsidios;  los  hombres  de  valer  volviendo 
del  destierro  á  ocupar  los  altos  cargos  del  Estado. 
Comenzaron  á  arribar  con  piala  los  galeones' de  Méji- 
co; mejoró  la  guerra  de  Cataluña;  tremoló  en  Lérida 
el  pabellón  de  Castilla,  y  Felipe  IV.,  que  ya  fué  al 
^  teatro  de  la  guerra,  no  como  un  cautivo  con  las  in- 
signias y  galps  de  rey,  sino  con  un  rey  que  habia 
salido  de  la  cautividad,  entró  en  aquella  ciudad  en 
triunfo,  y  le  juró  sus  fueros. 


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PAftTH  lIl.'LIBaOT.  367 

Coincidió  felizmente  con  aste  cambio  la  muerte 
del  miaistro  de  Francia  Richelíeu;  sucedió  el  falleci- 
miento del  monarca  Luis  XHI.;  la  hermana  del  rey  de 
^  España  quedaba  regentando  aquel  reino  á  nombre 
del  niño  Luis  XIV.;  esperábase  mucho  de  tan  iume- 
.  diato  deudo  entre  la  gobernadora  de  FranciaT  y  el  mo- , 
narca  español;  confiábase  no  poco  en  los  disturbios 
que  allá  se  suscitarían  en  la  miinoría  del  rey;  y  cuan- 
do se  trató  de  paz  se  desechó  el  pensamiento,  por 
creer  que  traia  ya  mejor  cuenta  guerrear  que  hacer 
paces.  Todo  iba  bien  con  tal  que  durara. 

Pero  si  hubo  algunas  prosperidades,  sobrevinie* 
ron  mas  infortunios;  aquellas  fueron  breves  y  pasage* 
ras,  éstos  largos  y  duraderos.  Malogróse  en  Flandes 
el  cardenal  infante  de  España  don  Fernando,  y  des- 
gracióse en  Madrid  la  reina  Isabel  de  BoFbon.  Allá 
con  el  infante  faltó  á  España  la  única  columna  que 
sostenia,  mal  que  bien,  el  resto  de  nuestra  domina- 
ción en  aquellos  países:  acá  con  la  reina  faltó  al  mo- 
narca el  buen  consejo,  la  única  influencia  legftima  y 
saludable.  La  reina  regente  de  Francia  no  setondujo 
CQmo  la  hermana  de  Felipe  IV.  de  Castilla,  sino  como 
la  viada  de  Luis  XIII.  y  como  la  madre  de  Luis  XIV. 
de  Francia.  Con  la  muerte  de  Richelieu  nada  ade- 
lantamos; porque  Mazarino  que  le  sucedió,  cardenal 
como  él,  primer  ministro  como  él,  privado  como  él, 
poUtico  como  él,  y  todavía  mas  astuto  y  sagaz  que  él, 
era  tanto  ó  mas  enemigo  qne  él  de  las  casas  de  Aus- 


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368  Historia  DB  BSPAÜA. 

tría  y  de  España,  con  tanta  ó  mayor  perlioacia  y  te- 
nacidad que  él  empeñado  en  abatir  y  destruir  los  do- 
minios alemanes  y  españoles* 

Y  en  tanto  que  allá  sucedía  un  gran  político  á 
otro  gran  político  en  el  ministerio,  acá  reemplazaba 
en  la  cámara  real  un  privada  á  otro^  privado.  Feli-' 
pe  IV.  se  cansó  pronto  de  obrar  como  rey:  rati^ábanle 
los  negocios  y  volvió  á  los  devaneos,  y  entregó  su 
poder  y  su  confianza  á  don  Luis  de  Haro,  como  antes 
la  habia  entregado  á  don  Gaspar  de  Guzman.  Asi  el 
indolente  monarca  dividió  su  largo  reinado  en  dos  pe- 
ríodos, señalados  por  dos  privanzas  de  dos  inmedia- 
tos deudós,^iio  y  sobrino.  El  favoritismo  parecía  ya 
hereditario  como  la  corona.  Y  en  verdad  no  pronos- 
ticó bien  el  que  á  la  caída  de  Olivares  fijó  á  laxpuerta 
del  palacio  aquel  pasquín  que  decía:  < A/tora  serás  Fe^ 
Upe  el  Grande,  pues  el  Cond^-duque  no  te  hará  pe^ 
guano. «^Felipe  IV.  no  fué  mas  grande  con  el  marqués 
del  Carpió  que  con  el  Conde-duque  de  Olivares,  con 
don  Luis  de  Haro  que  con  don  Gaspar  de  Guzman. 

La  batalla  de  Rocroy,  en  que  el  joven  Conde  re- 
cogió los  laureles  con  que  engalanó  la  dorada  cuna 
del  niño  Luis  XIV.,  aéabó  con  la  reputación  que>  aun 
habían  podido  ir  conservando  los  viejos  tercios  espa- 
ñoles de  Flandes.  Allí  pereció  éi  valeroso  conde  de 
Fuentes,  último  representante  de  aquella  antigua  es- 
cuela de  ilustres  guerreros  castellanos.  El  triunfo  de  ' 
imperiales  y  españoles  allá  en  los  campos  de  Tuttlin- 


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^     PÁRTB    111.  LIBRO  V.  369 

,  L 

ghea  no  fué  ya  sino  como  una  chispa  que  revivió  y 
brilló  entre  apagadas  cenizas*  Sucesivamente  nos  fué 
arrebatando  el  francés  las  plazas  de  Tbionvil|e,  Gra- 
velines,  Mardik,  Armentieres,  Gourlray  y  Dunkerque. 
Nuestros  generales,  Meló,  Fuensaldaña.  Picolomipi, 
Garmona  y  Becb,  no  eran  hombres  que  pudieran  com- ' 
petir  con  Orleans,  Gondé,  Gassion,  Ghatillon  y  Rant- 
zau;  ni  el  archiduque  Leopoldo  de  Austria  fué  el  sus- 
tituto que  s%  necesitaba  en  el  gobierno  de  Flandes 
para  reemplazar  al  cardenal  infante  de  España.  Ix)S 
Países  Bajos  amenazaban  acabar  de  perderse.  ^ 

Gon  languidez  vergonzosa  se  arrastraba  la  guerra 
de  Portugal,  reducida  á  irrupciones  asoladoras,  y  á 
tentativas  reciprocas,  de  tos  castellanos  sobre  Oliven- 
za,  de  los  portugueses  sobre  Badajoz.  Las  fuerzas  de 
Castilla  estaban  casi  todas  en  Gataluna,  donde  alter- 
naban entre  triunfos  y  reveses,  merced  á  las  disiden- 
"  cías  y  al  disgusto  que  entre  los  pocos  buenos  genera- 
les que  aun  quedaban  produjo  él  nuevo  favoritismo  á 
que  se  habia  entregado  el  rey,  retirándose  desazona- 
dos los  que  babian  sabido  vencer,  y  dirigiendo  la 
campaña  los  que  en  otroá  países  no  habían  sabido' 
triunfar;  Y  cuando  habría  podido  sacarse  gran  pro- 
vecho de  la  reacción  que  en  el  espíritu  de  los  catala- 
nes se  estaba  obriin4o  en  contra  de  la  Francia  y  en 
favor  de  Castilla,  sobrevienen  las  insurrecciones  de 
Sicilia  y  de  Ñapóles,  y  con  ellas  la  necesidad  de  des- 
membrar el  no  robusto  ejército  de  Cataluña  paraapa- 

ToMo  XVII.  24 


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870  mSTOBIA    Bl  HSPAéx. 

gar  el  fiíego  que  por  aquella  parte  ardía  Toras  á  im- 
pooeiite. 

Las  rebeltonea  de  Sicilia  ;de  Ñápeles  faeroD  pro- 
daeídas  por  caqsas  semíegantesá  las  de  Catalana  y 
Portugal:  acá  por  la  imprudencia  y  el  mal  gobtemo 
del  rey  y  so  ministro,  allá  por  las  tiranfas  y  las  con- 
^  cisíoBes  de  los  vireyes,  acá  y  allá  por  la  moltitud  de 
exacciones  y  Iribatos  arrancados  á  los  agobiados  poe* 
blos  para  atender  á  tantas  goerras  Amestas  y  roinosas, 
y  para  enriquecerse  á  la  sombra  y  so  pretesto  de  ellas 
mióistros,  vireyes  y  gobernadores*  Cierto  que  en  Ja 
península  española  comeen  la  italiana  soplaba  dfran* 
cés  la  discordia  y  atizaba  la  rebcáion.  Pero  al  modo 
que  Gatdluña  y  Portugal  se  hubieran  alzado  aun  sin 
las  intrigas  de  Ricbdien,  Sicilia  y  Ñápeles  se  habrían 
rebelado  también  aun  sin  ser  movidas  por  Mazarino. 
devoluciones  en  que  se  alzaban  tantas  poblaciones  y 
tantos  hombres  no  podían  menos  de  ser  populares.  En 
todo  el  reino  de  SicHia  sdo  La  ciudad  de  Messina  se 
mantuvo  fiel  á  España:  en  sola  la  ciudad  de  Ñápeles 
llegaron  á  ponerse  en  armas  ciento  veinte  mil  hom- 
bres. ¿GómOt  sí  aquellos  alzamientos  no  hubieran  sido 
populares,  habrían  podido  llegará  dominar  en  capita- 
les tan  populosas  hombres  de  tan  baja  extracion  como 
up  calderero  y  un  vendedor  de  pescado?  iQoé  degra- 
dación la  de  nuestros  vireyesl  iQné  transacciones  tan 
bochornosas,  la  del  marqués  de  los  Yelez  con  José 
Alecio,  I9  del  duque  de  Arcos  con  Masaniellol  {Quién 


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PAETB  III.  UBtO  V*  374 

habría  podido  reconocer  eo  aquellos  dos  degenerados 
magnates  los  sucesores  del  gran  don  Pedro  Tellez  6i« 
ron,  daque  de- Osuna?' 

'  Sofocóse  la  inanrreociod  de  Sicilia,  merced  á  los 
barones  y  señores  del  país,  qae  la  combaUaron.  Tenaz 
y  sangrienta 'fué  ia  de  Nápoies.  Después  de  mil  esce- 
nas de  horror,  de  desolación,  de  estragos,  de  moerte 
y  de  estermioio,  aquella  rica  y  bella  oonqoista  de  los 
monarcaB  eapanoles  estuvo  ya  muy  cerca  de  perderse 
igjDojDinioaamente  para  Bspana.  A  imitación  de  Cala^r 
luna.  Ñapóles  aspiró  áhaceiw  independíente,  proyeor 
tó  erigirae  en  república,  y  concluyó  por  entregarse  á 
un  francés,  descendiente  de  la  antigua  casa  de  Anjou. 
Por  fortuna  la  elección  de  los  insurrectos  fué  para  ellos 
despcertiMla.  Si  el  duque  de  Guisa  no  .hubiera  sido  un 
presontaoso,  que  am^^^  portándose  /oon  íoprudan- 
cía  para  aechar  ceoduoiéodoseioap  cobardía,  la  iosur*- 
reccion  habría  trionladQ^  Como  gobernador,  cansó  y 
descontentó  á  los -napolitanos,  como  guerrero  no  supo 
resistir  á  Is^  tropas  españolas.  Hecho  j^mknero  en 
Capua,  y  traido  al  alcáawr  de  Segi^via,  fugóse  de  la 
prisioo;  pero  aIca9;^ado  en  Vi;^ay»^  fué  de  nuevo  ea^- 
^cerradoen  ella,  ^  que  haiya  sido  imprudente  en  Ná--. 
polea,  cobarde  eo  Capua  y  desleal  en  JBegoyja^  obré 
después  i^ofno  m  ingrato  para  coaclñír  au  4>arrera 
como  UP  traidor.  Bien  hw^roo  la  reina  Ana  de  Aaairía 
y  el  inipístro  Ha^ariop  m  »o  proteger  )a  dominacíoB 
del  de  Gnisa  m  Capoles,  aiao  con  ser  príncipe  franí* 


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'      372  HISTORIA  DB  BAPAHa. 

cés,  y  Psp^fia  fué  la  qae  recogió  el  fruto  de  aquel 
desvío. 

Debióse,  pues,  la  recuperación  de  Ñapóles  á  las  ' 
locuras  de  Masaniello,  al  desenfreno  y  á  la  versatili- 
-  dad  del  populacho,  á  la  presuntuosa  arrogancia  de 
el  de  Guisa t  á  las  rivalidades  entre  la  regente  y  el 
ministro  de  Francia  con  la  casa  de  Lorena,  al  opor'-  ' 
tuno  socorro  que  llevó  don  Juan  de  Austriaj  y  al 
reemplazo  del  indiscreto  y  desconceptuado  duque  de 
Arcos  por  el  acreditado  y  hábil  conde  de  Onate*  El 
joven  de  Austria,  hijo  bastardo  de  Felipe  lY.,  co-  . 
/menzó  alli  su  carrera,  obrando  con  una  firmeza,  con 
una  cordura  y  un  tino  que  hizo  concebir  esperanzas 
de  que  en  los  hechos  como  en  el  nombre^  habría  de 
ser  un  trasunto  del  bastardo  de  Garlos  Y..  Esta  ilu- 
sión desapareció  después.  El  de  Oñate  pecó  de  seve* 
ro  y  rudo  en  el  castigar,  y  tanto  regó  aquel  suelo  de 
sangr^t  que  faltó  poco  para  que  volviera  á  ^brotar  la 
.  insurrección. 

El  tratado  de  Westfalia  puso  término  á  la  guerra 
de.  los  Treinta  años  en  el  imperio  aleman/y  á  la 
lucha  de  ochenta  afios  entre  España  y  las  provincias 
disidentes  del  Pais  Bajo.  ¡Ochenta  años  de  continúo 
pelearl  ¡Ochenta  años  de  consumir  tesoros  y  hom- 
bres para  acabar  por  reconocer  la  independencia  de 
aquellas  provinciasl  Y  sin  embargo,  aquella  paz  fué 
^recibida  y  celebrada  con  júbilo  en  Madrid.  ¿Qué  ha- 
biá  de  hacerse  ya?  Quebrantado  el  poder  de  España 


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ÍAATB  lli.  LiBAO  V.   >  373 

en  FlaadeSi  enflaquecido  en  Ilalid,  anulado  en  Por- 
tugal, y  vacilante  en  Cataluña,  la  paz  de  Westfalia, 
si  bien  ponia  de  manifiesto  nuestra  flaqueza  á  los  ojos 
de  lEuropa»  daba  al  menos  un  respiro  para  atender  á 
las  dos  guerras  que  ardian  simultáneamente  en  dos 
estremos  de  nuestra  propia  península. 

Lo  único,  en  que  Felipe  IV.  y  don  Luis  de  Uaro 
obraron  con  algún  talento  fué  en  atizar  las  discordias 
que  luego  agitaron  la  Francia,  fomentando  las  guer- 
ras llamadas  de  la  Fronda.  Lograron  ver  al  temible 
Mazarino  objeto  allá  del  odio  popular,  como  acá  Jo 
habia  sido  el  de  Olivares:  abatirle  y  ensalzarle  alter- 
nativamente los  partidos:  desterrarle  los  unos  del 
reino,  los  otros  darle  mas  ascendiente  y  poder:  en/ 
peligro  estuvo  su  cabeza,  y  á  milagro  puclo  tener 
salvarla.  Los  mas  famosos  -generales  franceses  aban- 
donaron la  causa  del  rey,  y  emigraron  á  Flandes  á 
tomar  partido  en  favor  de  Espaoa:  algunos  nos  deja- 
ron para  volver  á  ser  realistas  de  Luis  XIV.,  pero 
el  gran  Conde  [íermaneció  constante  aliado  y  auxi- 
liar perseverante  del  rey  Católico  y  del  archiduque 
gobernador  de  Flandes  contra  el  Cristianísimo  de 
Francia,  su  soberano.  Magnífica  ocasión  para  repo- 
nerse España  de  sus  pasados  reveses  y  pérdidas,  á 
no  haberle  contrariado  dos  fatalidades.  De  la  una 
culpamos  á  la  torpeza  política  de  nuestra  corte;  la 
otra  no  podia  ser  remediada.  Fué  la  primera  no  ha- 
ber sabido  el  de  Haro  ni  nuestros  embajadores  en 


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874  iiiSXomiA  db  bíbaiía. 

Londres  coovertir  ea  provecho  de  España  la  revoló* 
qíoQ  de  Inglaterra:  mas  hábil  ó  mas  afortttoado  que 
ellos  el  cardenal  HazaHno,  acertó  á  decidir  á  Crotn- 
well  en  favor  de  la  Francia,  y  el  terrible  protector 
envió  tropas  inglesas  á  Flandes  oontra  nosotros,  y  ^ 
naves  Inglesas  contra  nuestras  Antillas,  se  apoderó 
de  la  Jamaica^  amagó  á  liéjicor  Cuba  y  Tierra  Fir- 
me, y  nos  apresó  galeones,  hombres  y  dinero. 

Fué  la  segunda  (ktalidad,  que  el  joven  Luis  XIV., 
el  que  al  cumplir  su  mayor  edad  entró  en  el  parla- 
mento con  un  látigo,  símbolo  de  la  monarquía  absolu- 
ta que  iba  á  establecer»  entró  también  en  los  Países 
Bajos  espada  en  mano,  símbolo  de  su  belicoso  espíri- 
tu, y  de  sus  aspiraciones  á  dómiüar  la  Europa  con  las 
armas.  No  era  menester  mas  que  un  rey  del  temple 
^  de  Luis  XIV.,  que  presenciaba  todos  los  sitios  de  las 
placas,  y  hacía  Jas  campañas  como  un  soldado,  para 
augurar  ta  suerte  que  habían  de  tx>rrer  nuestros  ya 
harto  cercenados  dominios  de  Flandes.  Don  Juan  de 
Austria  y  C¡oadé  habían  sido  afortunados  delante  de 
Valenpiennes,  pero  después  perdimos  nuestro  ejército 
en  las  Dunas,  sitio  tan  fatal  para  nuestros  tercios  de 
Europa  como  lo  habían  sido  los  Gelbes  para  nuestras 
tropas  de  África;  y  asi  como  la  Holanda  nos  había 
llevado  antes  toda  la  parte  septentrional  de  los  Países 
.  Bajos,  la  Francia  nos  arjreba^  después  la  parto  me- 
ridional del  Brabante,  del  Artois  y  del  Henao. 

Barcelona,  y  casi  todo  el  principado  de  Cataluña, 


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f 

volvieran  á  la  obediencia  del  rey  de  Castilla  á  los  ire* 
ce  años  de  una  guerra  sangrienta  y  tenaz,  y  volvieron 
mas  por  odio  á  los  franceses  que  por  afición  á  los  cas- 
tellanos. Sin  rebajar  el  mérito  del  marqués^  de^  Mor- 
tara  y  de  don  Juan  de  Austria  en  el  sitio  de  Barcelo» 
na  qoe  produjo  so  rendición,  de  cierto  no  habría  sido 
lácil,  dado  que  fuera  posible»  sujetar  al  Principado» 
á  no  haber  precedido  el  grito  popular  de:  «{mueran 
loa  francesesi»  Tan  abominablemente  se  habían  estos 
.  conducido»  tales  habían  sido  sus  tiranías^  atropellos, 
vejaciones»  desafueros  y  liviandades»  que  les  pareció 
á  los  catalanes  cien  veces  mas  soportable  y  preferible^ 
la  dominación  de  Castilla  que  hablan  sacudido  que  el 
yogo  francés  á  que  se  hablan  sujetado»  y  aqoel  pue* 
blo  altivo  y  fiero  se  irritó  mas  contra  los  nuevos  tira- 
nos por  lo  mismo  q^ue  los  habia  invocado  como  liber- 
tadores. La  ingratitud  de  la  Financia  al  pueblo  cata- 
lán fué  horrible;  asi  el  odio  que  quedó  en  Catalana 
al  pueblo  francés  fué  tan  profundo  que  doró  todo  el 
resto  de  aquel  siglo  y  gran  parte  del  otro.  Discreto  y 
político»,  como  no  tenia  de  costumbre,  anduvo  Fe- 
lipe rv.  de  Castilla  en  confirmar  á  los  catalanes  sus 
fueros  tan  luego  como  se  sometió  Barcelona* 

Menester  es  conocer  el  tesón  y  la  tenacidad  de  los 
nalorales  de  aquella  provincia  para  no  sorprenderse 
de  la  pertinacia  y  temeridad  de  algunos  catalanes» 
qoQ  no  obstante  la  sumisión  general  del  Príocipado 
llevaron  so  espíritu  de  rebelión  al  estremo  de  seguir 


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376  Ht^XOElA  DE  BSPAÍ A. 

ayudando  á  la  Francia  á  mantener  todavía  la  guerra 
en  BÚ  territorio  por  otros  seis  años.  Fué  necesario  un 
tratado  de  paz  general  para  que  las  armas  francesas 
evacuaran  el  suelo  catalán,  que  por  cerca  de  veinte 
años  habían  estado  asolando. 

Afrentoso  era  lo  qué  entretanto  pasaba  por  las 
fronteras  de  Portugal.  Tan  raquítica  y  miserablemen- 
te se  habia  hecho  la  guerra  por  aquella  parte,  que  se 
celebró  como  hazaña  y  se  solemnizó  como  suceso  prós- 
pero haber  rendido^ á  Oli venza  á  los  diez  y  siete  años 
de  lucha  y  después  de  cíen  tentativas  frustradas.  En 
cambio  á  poco  tiempo  de  esto  se  vio  la  corte  de  Casti- 
lla consternada,  el  rey  abatido,  los  ministros  azora- 
dos, asustados  los  coosejos»  encendida  en  vergüenza 
y  ardiendo  en  ira  toda  la  población.  ¿Por  qué  tanto 
aturdimiento  y  espanto?  Porque  un  general  portugués 
estaba  á  punto  de  apoderarse  de  Badajoz,  la  plaza 
mas  importante  de  la  Extremadura  española.  La  na- 
ción conquistadora  de  tantas  regiones  é  imperios  se 
veía  invadida  y  temia  ser  dominada  por  el  diminuto 
xeino  lusitano,  poco  há  provincia  suya.  Hicíéronse  ta- 
les esfuerzos  como  si  se  tratara  de  una  empresa  gi- 
gantesca, y  el  primer  ministro  y  favorito  del  rey  se 
víó  precisado  á  trocar  los  goces  de  la  corle  *y  los  ar- 
tesonados  salones  del  regio  alcázar  por  el  estruendo  y 
las  fatigas  del  campamento  militar.  Por  fortuna  el  por- 
tugués abandonó  el  sitio  de  Badajoz  antes  que  llegara 
don  Luis  de  Haro.  Pero  debió  creer  sin  duda  el  suce- 


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PABTB  111.  LIBBO  Y.  377 

sor  y  heredero  de  los  títulos  y  del  favor  de  Olivares 
que  era  ío  mismo  atacar  una  plaza  que  recibir  un  em- 
bajadort  y  librar  ud  combate  al  enemigo  que  dar  un 
consejo  al  rey:  porque  solo  asi  seesplicala  confiada ar* 
rogancia  con  que  penetró  en  Portugal  y  puso  sitio  á 
El  vas  CQntrael  dictamen  del  veterano  San  Germán: 
¿para  qué?  para  presenciar  la  batalla  desde  punto  don- 
de no  podian  alcanzarle  las  puntas  de  las  lanzas,  ni 
siquiera  el  humo  de  los  mosquetes,  y  huir  azorada- 
mente  á  una  dp  caballo  después  de  haber  perdido  un 
ejército  y  olvidado  con  la  prisa  hasta  los  papeles  de 
la  cartera  ministerial.  Y  todavía  le  llamó  Felipe  lY.  á 
su  corte  y  le  mantuvo  en  so  real  privanza.  Hizo  mas; 
que  fué  escogerle  y  enviarle,  no  solo  como  el  hombre 
de  su  mayor  confianza,  sino  como  el  mas  hábil  nego- 
ciador político,  á  la  isla  de  los  Faisanes,  á  conferen? 
ciar  con  Mazarino  sobre  la  paz  general  de  que  ya  ep-- 
toncesse  trataba. 

La  paz  de  los  Pirineos,  tan  humillante  como,  fué 
para  España,  no  era  sino  una  natural  y  precisa  con*' 
secuencia  de  la  diversa  situación  en  que  se  encontra- 
ban las  dos  potencias  contratantes.  Fué  la  promulga- 
ción oficial  de  la  pujanza  francesa  y  de  la  decadencia 
española  formulada  en  capítulos*  Fué  Ip  que  no  podía 
ya  menos  de  ser.  La  polilica  de  Felipe  ILdejó  á  Feli- 
pe III.  la  necesidad  de  la  tregua  de  doce  años;  aque- 
lla tregua  hacia  presentir  el  tratado  de  Westfalia;  y 
tras  la  paz  de  Munster  no  era  difícil  augurar  la  paz. 


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379  HI8T0KU  DM  USWáSa. 

delBidasoa*  Los  tres  tratados  fueron  suceaivamente 
la  espresñoD  de  la  debüídad»  de  la  flaqueza»  y  de  la 
impotencia  á  que  gradualmente  iba  viniendo  España. 
Esto  tenia  que  suceder  con  monarcas  como  Felipe  UI. 
y  Felipe  IV.  y  coa  ministros  como  el  de  Lérma,  el  de 
Olivares  y  el  de  Haro,  en  pugna  y  competencia  oon 
soberanos  como  Luis  XUL  y  Luis  XIV.,  con  ministros 
como  Riche^ieu  y  Mazarino.  Esto  tenia  que  acontecer, 
vista  la  superioridad  de  los  generales  franceses  Turé- 
na,  Conde,  Crequi,  Grammont,  La  Motte,  Luxem«- 
burg  y  Schomberg,  sobre  los  generales  españoles 
marqueses  de  los  Ralbases,  de  los  Yelez,  de  Pobar, 
de  Leganés,  de  Aytona,  de  Caracena,  y  sobre  el  mis* 
mo  don  Juan  de  Austria.  Si  ya  el  tratado  de^Westfa*. 
lia  había  sido  una  necesidad,  quebrantado,  como  di- 
jimos, el  poder  de  España  en  Flandes,  enflaquecido 
en  Italia,  anulado  en  Portugal  y  vacilante  en  Calalú* 
ña,  ahora  que  Felipe  se  veía  abandonado  del  empe* 
rador  con  ingratitud  inaudita,^  que  los  príncipes  de 
Saboya  habían  cambiado  la  alianza  española  por  la 
francesa,  que  nos  había  follado  el  auxilio  del  lore- 
nés,  que  la  flor  de  nuestras  posesiones  dé  Flandes 
y  de  la  India  se  habían  repartido  entre  holandeses, 
ingleses  y  franceses,  que  el  Roisellon  había  dejado 
de  pertenecemos,  que  las  quinas  portuguesas  aba- 
tían al  león  de  Castilla,  que  en  Cataluña  luchábamos 
débilmente  contra  la  Francia,  ¿qué  había  de  ba- 
cer  Felipe  IV.  sino  aceptar  la  paz  de  los  Pirineos 


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PABTB  111.  Luaó  V.  870 

con  las  condicioDes  que  quisiera  dictar  el  vencedor? 

Una  de  ellas»  la  del  matrimonio  de  la  infiíntá  Ma«- 
ría  Teresa  de  España  con  Luis  XIV.,  fué  sm  duda  la 
cláusula  en  que  contrasiaron  mas  la  astucia  y  la  do- 
blez del  ministro  de  Francia,  la  nobleza  y  buena  Yé 
del  que  ellos  llamaban  «un  cumplido  caballei^o  espa- 
ñol.» Con  anticipado  cálcalo  y  con  propósito  para  lo 
futuro  la  propusieron  y  estipularon  Luis  XIY*  y  Ma- 
zarino;  sin  proveer  que  con  el  tiempo  habia  de  costar 
sangrientos  litigios  su  interpretación,  la  acordaron  y 
suscribieron  el  ministro  y  el  rey  de  Castilla.  Luis  XIV. 
después  de  abatir  la  España  quiso  cimentar  su  futura 
dominación  sobre  ella.  El  cimiento  fué  la  cláusula 
matrimonial  de  la  paz  de  los  Pirineos.  La  muerte  de 
Mazarino  precedió  poco  tiempo  á  la  del  marqués  del 
Carpió,  como  la  de  Richelieu  habia  acontecido  poco 
antes  de  la  caida  y  de  la  muerte  del  conde  de  Oliva- 
res. Los  dos  favoritos  del  rey  de  España  no  sobrevi- 
vieron á  loados  ministros  cardenales  de  Francia  sino 
lo  necesario  para  conocer  y  llorar  lo  cara  qne  al  reí* 
no  había  costado  su  rivalidad  con  quienes  tanto  los 
habían  aventajado  en  talento. 

Portugal  no  habia  sido  comprendido  en  el  proto- 
colo de  losPiriueos,  pero  se  estipuló  que  Francia  no 
le  daría  auxilios.  Dióseios  sin  embargo  Luis  XIV. 
ihuy  eficaces.  Esta  fué  una  iniquidad  de  la  Francia 
muy  fatal  á  Castilla.  A  pesar  de  esto,  Portugal  debió 
ser  reconquistado:  porque  niogun  otro  puntónos  que- 


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380  mSTOAIA  Dh  SdFAÑA. 

daba  ya  á  qué  atender;  alli  pudimos  concentrar  nues- 
tras fuerzas.  Favorecíanos  el  ser  el  nuevo  monarca 
portugués  un  joven  licencioso»  un  calavera,  un  liber- 
tino de  la  peor  especie,  desconceptuado  entre  los  es- 
traños  y  aborrecido  de  los  suyos.  Pero  faltaba  á  Fe- 
lipe IV.  ^frír  la  última  amargura»  y  á  España  la  úl- 
^  tima  afrenta  con  el  resultado  de  esta  postrera  cam- 
paña. 

Don  Juan  de  .Austria  fué  en  Portugal  como  en 
Flandes  afortunado  en  el  principio  y  desgraciado 
después.  Rindió  muchas  plazas  y  llevó  el  espanto 
hasta  Lisboa:  tomó  á  Evora  para  ser  luego  derrotado 
en  Amejial»  donjie^e  portó  como  mal  general,  y  pe- 
,leó  como  buen  soldado.  Pero  al  menos  en  Amejial  se 
salvó  la  honra  y  la  fama  del  valor  castellano:  no  así 
delante  de  Castel-Rodrigo,  donde  la  gente  que  acau- 
dillaba el  duque  de  Osuna»  hijo  degenerado  del  gran 
don  Pedro  Tellez  Girón»  no  recogió  en  su  Cobarde 
huida  sino  baldón  y  vituperio.  Ambos  generales  fue- 
ron bien  separados.  Coíno  uji  remedio  heroico  se  hizo 
venir  de  Flandes  al  marqués  de  Cara  cena»  que  pro- 
metió con  presuntuosa  arrogancia  marchar  en  dere- 
chura á  Lisboa,  y  conquistar  todo  el  reino  con  la  ra- 
pidez de  un  César.  Al  foco  4.iempo  el  soñador  de  tan 
rápida  conquista  comunicaba  al  rey  desde  Badajoz  el 
desastre  que  habia  sufrido  en  Yiliaviciosa»  donde  se 
consumó  la  ruina  militar  de  España,  y  aseguró  Portu- 
gal su  independencia.  La  poderosa  monarquía   de 


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PlftTB  líl.  LIBIO  V.  381 

Garlos  y.  y  de  Felipe  II.,  la  nación  á  cuyo  nombre  y 
ante  cuyas  banderas  babia  temblado  el  orbe  entero*, 
después  de  agotar  todos. sus  recursos  acabó  por  ser  ' 
anonadada  en  Villa  viciosa  por  un  puBado  de  portu- 
gueses. El  infortunio  de  Villavíciosa  fué  el  resumen 
de  un  siglo  entero  de  poHtíca  infausta,  consumido  en 
empresas  temerarias  y.  ruinosas;  fué  el  fruto  y  como 
el  compendio  de  los  errores  y  de  los  desaciertos  de 
tres  reinados. 

Felipe  IV.,  no  obstante  la  resignación  religiosa 
con  que  exclamó:  «¡2)to«  lo  quiere,  cúmplase  su  volun- 
todli  no  pudo  resistir  aquel  golpe,  y  sucumbió  de 
pesadumbre.  Bajó  pues  á  la  tumba,  dejando  la  mo- 
narquía menguada  de  reinos,  despoblada  de  hombres, 
agotada  de  caudales,  desprovista  de  soldados,  este- 
nuada  de  fuerzas,  desmoralizada,  abatida  y  pobre 
dentro,  menospreciada  y  escarnecida  fuera. 

«Hallábanse,  dice  un  escritor  contemporáneo,  los 
»reales  erarios, '  sobre  consumidos,  empeñados;  la 
»real  hacienda  vendida;  los  hombres  de  candad  unos 
«apurados  y  no  satisfechos,  y  otros  que  de  muy  sa- 
«tisfechos  lo  traían  todo  apurado;  los  mantenimientos 
i>al  precio  de  quien  vendía  las  necesidades;  los  ves- 
»tnaríos  falsos  como  exóticos;  los  puertos  marítimos 
icon  el  muelle  para  España  ^y  las  mercadurías  para 
»fuera,  sacando  los  estrangeros  los  géneros  para  vol- 
» verlos  á  vender  beneficiados;  galera  y  flotas  pagados 
»á  costa  de  España,  pero  alquilados  para  los  tratos  de 


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\ 
38S  BI9T0ÍIA   DB   WfAiU 

» Francia,  Eolanda  é  Inglaterra;  el  llediterráoeo  aio 
«galeras  ni  bajeles;  las  ciudades  7  logares  sin  riquezas 
»ni  habUadorés;  los  castillos  fronterizos  sin  mas  de-* 
ofensa  que  su  planta,  m  mas  soldados  qqe  m  buen 
^terreno;  los  campos  sío  labradores;  la  labor  pública 
jiolvidada;  la  moneda  tan  iMurable»  que  era  ruina» 
»se  bajaba»  y  era  perdíoion  sí  se  coiiser?aha;  los  tri* 
tbuualey»  achacosos;;  la  justicia  con  pasiones;  los  jueces 
»sin  temor  á  la  fama;  los  puestos  como  de  quien  los 
»posee  habiéndolos  comprado;  las  dignidades  hechas 
>herepcias  <}  compras;  los- honores  tan  vendidos  en 
^pública  almopeda,  que  solo  faltaba  la  voz  del  pregor 
»Qero;  letras  y  armas  sin  mérito  ;  con  de^r^oio;  én 
^máscara  U»  pecados  y  con  honor  los  delitos;  el  real 
i>  patrimonio  sangrado  ¿  mercedes  y  desperdicios;  los 
^espíritus  apegados  i  la  vil  tolerancia,  <}  á  la  violenta 
» impaciencia;  las  campanas  sin  soldados,  ni  me« 
#dios  para  tenerlos;  los  cabos  procurando  vivir  mas 
»que  merecer;  los  soldados  con  la  precisa  tolerancia 
»que  pide  traerlos  desnudos  y  oMá  pagadcisi  el  fran- 
»'cés,  como  victorioso,  atrevido;  el  emperador  dsfen* 
adiendo  con  nuestfos  tesoros  sus  dcxuinios;  y  final- 
lamente  sin  reputación  aueatras  arnias;  sin  crédito 
j>ouestros  coasc))06;  con  desprecio  l{ps  ejércitos,  y  con 
«desconfianza  todos^» 

¿Qué  dsjíába  Felipe  IV»  cuando  áo&oeoái^  i  la 
tumba*  para  remediar  tan  hondos  males?  Uaa  raina 
regeate*  alemana,  caprichosa,  soberbia,  dominai;i(e, 


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FAin  III.  tiMio  V.  3S88 

y  enemiga  de  España;  wnchoa  hijos  bastardos  <*>,  y  an 
solo  hijoiegtttcDO,  nifto  eadebld,  enfermizo  posiláni** 
me,  apropdsito  para  dejar  caer  el  reino  en  mayor 
poflítracion. 

PeiD  este  reinado  tan  desastroso  en  lo  militar,  tan 
fiínesto  en  lo  político,  tan  miserable  en  lo  económico 
y  tan  vitnperable  en  lo  moraU  señalóse' ra  una  de  las 
glorias  mas  apreciafoles  de  nn  pueblo,  la  gloría  artfsp- 
üca  y  litercfria.  No  hubo,  es  verdad,  ni  grandes  filó- 
sofos, ni  poHtícos  profundos,  ni  puWicisia*  diaüngui- 
dos;  y  gracias  que  alguno  alcanzó  no  oomnn  repata-- 
cion  de  pensador  y  escritor  entendido,  en  medio  de 
la  compresión  que  ejercia  sobre  las  inteligencias  en 
estos  ramos  del  saber  el  severo  tribunal  del  Santo  Ofi- 
cio, y  del  aislamiento  en  que  vivia  España  del  movi- 
miento inleleotual,  europeo  desde  Felipa D.  Eft  cambio 
florecieron  y  brillaros  mullí  tod  de  ingenios  en  el 
campo  libremente  cultivado  de  ISfS  bellas  letras  y  da 

rt)  HacemoB  mérito  de  ertt  nando  Vd|d6i.  wneril  de  trtíHa. 
circanstoncia.paraqoeseveiftcon  ría  en  Milán;  donAlonao  deS«n 
cnántaiazoníiemosTiabladodelt  Martm,  obispo  de  Oyiedo;  y  don 
vida  desenvuelta,  disipadaylicen-  Juan  Corso,  llamado  fray  Juan 
ciosa  del  rey,  ejemplo  fnnesto  de  del  Sacramento,  qne  se  biw  pr^ 
inmoralidad;  y  cania  grande  de  dicador  célebre,  tí  reconooimien- 
abandono  en  el  gobiemodel  Esta-  to  de  don  Juan  de  Awtria  le  bizo 
do.  dentase  pnes  entre  los  hijos  á  inaiígacion  del  cowle^daqiip  de 
bastardos  de  don  Felipe,  ademas  Olivares,  qne  tampoco  tema  hijos 
del  conocido  don  Joan  de  Austria,  legítimos,  y  deseaba  qne,  el  rev 
otrodónFraaoiaoode  Austria,  que  d^eseei.eiwpiopera  recopocorél 
murió  de  edad  de  ocho  a«o«;dofla  éiinhaitoilotae  twjiwent^^^ 
HarttfiU/mMÓa  q»©  M  m  to  y  «•Hwwba  J«im  ValcvceLy 
SncSSw5Íon  de  Madrid;  ém  Al-  /iédeapve»  don  Snriq^e  Felipe 
fonaede  ^nle  Tomas,  obispo  de  d#  Guzma^» 
Málaga;  an  don  Garlos  ó  don  Fer- 


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384  HISTORIA   DB   ESPAÑA. 

las  artes  liberales,  y  siempre  se  recordarán  con  de- 
leite  y  se  verán  con  admiración  los  delicados  pensa- 
mientos del  fecundo  Lope,  las  maliciosas  agudezas  de 
Tirso,  tas  lozanas  galas  de  Calderón,  los  sQtiles, 
aunqae  estravagantps  conceptos  de  Góngora,  las  amar- 
gas sales  de  Qaevedo,  las  delicadas  rimas  de  Rioja, 
asi  como  los  inspirados  y  encantadores  cuadros  de 
Yelazquezi  las  grandiosas  y  sencillas  obras  de  Cano, 
laisescelenles  y  atrevidas  de  Zurbarán,  y  las  dulces  y 
maravillosas  creaciones  de  Murillo. 

Ni  faltaban  todavía  hombres  doctos,  y  muy  ente- 
ros en  sostener  con  firmeza  las  regalías  de  la  corona 
en  las  competencias  y  negocios  de  las  jurisdiéciones 
eclesiástica  y  real.  Monarcas  tan  piadosos  como  Feli- 
pe IIÍ.  y  Felipe  IV.,  que  consagraron  tantos  esfuerzos 
y  trabajaron  con  tanto  ardor  á  fin  que  se  declarara 
dogma  defá  el  misterio  de  la  Inmaculada  Concepción 
de  la  Virgen,  reclamaban  de  Su  Saotidad,  á  consulta 
de  consejeros  de  ciencia  y  de  ánimo  firme,  la  liber- 
tad de  opinar  en  materias  de  jurisdicción,  y  que  no 
rigieran  en  España  las  declaraciones  de  la  congrega- 
ción del  índice,  ni  se  estimaran  las  prohibiciones  pu- 
blicadas por  el  Nuncio  contra  las  obras  y  escritos  en 
que  se  defendían  las  prerogativas  del  poder  real  í*^ 

(4)    Qaedó  un  testimonio  so-  rey  FeüpelV.  presentaron  al  papa 

lemne  y  honroso  de  las  ideas  que  Urbano  VIH.  en  calidad  deemba- 

aun  en  aquellos  tiempos  deabati-  jadores  extraordiriarios  el  obÍ3()o 

miento  sostenían   los  espafioles  de  Córdoba  don  Fr.  Domingo  Pi- 

doctos  en  tales  puntos,  en  el  cé-  mentel  y  el  consejero  de  Castilla 

lebre  Memorial  que  á  nombre  del  don  Juan  Ghumacero  sobreal^usos  ^ 


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PAETB  111.  LIBRO  V. 


385 


Mas  ¿cómo  podiaa  sostenerse  estos  arranques  de 
dignidad  naeional?  ¿Cómo  habian  de  seguir  susten- 
tándose con  entereza  estos  saludables  principios  de 
derecho  público?  ¿Cómo  habian  de  ppder  conservar- 
se la  gloria  de  las  letras- y  el  lustre  de,  las  artes  fen 
'  medio  de  la  abyección  general?  Imposible  que  sobre- 
víviersín  al  universal  marasma.  Y  á  la  muerte  del 
cuarto  Felipe  el  genio  de  las  letras  y  el  genio  de  las 
artes  debieron  avergonzarse  de  la  corrupción  en  que 
con  rapidez  tan  lastimosa  habian  caido. 


de  la  Nunciatura  y  de  la  Dataría 
de  Roma,  sobre  provisiones  de  be- 
neficios, sobre  iurisdiccibn  dejos 
obispos,  españoles,  sobre  creación 
de  Rotas,  cono  puestas  de  ministros 
deEspaña,y  otros  diferentes  pun- 
tos de  disciplina.  Este  famoso  me^ 
moría],  aunque  no  surtió  todo  el 
fruto  que  se  deseaba,  produjo  no 
obstante  una  especie  de  concor- 
dato may  fayorable  á  España;  y 
fué  como  la  base  y  el  principio  de 
la  doctjrina  llamada  regalista  qué 
con  tanto  tesón,  firmeza  y  digni- 
dad sostuvieron  losespafioles  mas 
eminentes  del  siguiente  siglo. 

El  título  de  ^ste  célebre  opús- 
culo era:  crMemoríal  de  S.  M.  G. 


que  dieron  á  nuestro  muy  Santo 
Padre  Urbano  Papa  VUf.don  Fray 
Domingo  Pimentel,  obispo  de  Cór- 
doba, y  don  Juan  Chumacero  y 
Carrillo,  de  su  Consejo  y  Cámara, 
en  la  embajada  á  que  vinieron  el 
afio  de  633,  incluso  en  él  otro  que  , 
presentaron  los  reinos  de  Castilla 
juntos  en  cortes  el  afio  antece- 
dente, sobre  diferentes  agravios 
aue  reciben  en  las  espediciones 
ae  Roma,  de  que  piden  reforma- 
ción: con  la  respuesta  de  Monse- 
ñor Maraldi,  y  la  replica  de  Ios# 
mismos  embajadores.»  Este  céle- 
bre documo^nto,  impreso  anaquel 
mismo  siglo,  se  reimprimió  en  Vi- 
toria en  4842. 


Tomo  XYii. 


25 


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IV. 
llÉINADO  DE  CARLOS  lí. 

EL  PADftE  NlTdi^RD:  LA  REINA  MADRE:  VALENZUELA: 
DON  JUAN  DE  AUSTRIA^ 

¿Quién  puede  determÍDar  nunca  cuál  es  el  último 
grado  de  la  escala  del  engrandecimiento  de  un  impe- 
rio, y  quién  puede  decir:. «este  es  el  postrer  escalón 

^  de  su  decadencia,  y  de  aquí  no  descenderá  ja  mas?» 
Por  precipitada  y  rápida  ^ue  esta  sea,  las  naciones 
que  han  llegado  á  ser  muy  poderosas  tienen  una  dis- 

'  tancia  necesaria  que  recorrer  desde  la  cumbre  de  su 
grandeza  basta  el  abismo  de  su  ruina.  Por  eso  la  caí* 
da  de  los  grandes  imperios  se  semeja  siempre,  á  un 
estado  de  agonía  mas  ó  menos  prolongada  y  lenta. 
Por  eso  también,  aunque  en  los  últimos  tiempos  de 
Felipe  IV.  parecía  haber  llegado  la  monarquía  de 
Carlos  V.  al  último  período  de  su  caimiento,  todavía 
le  faltaba  venir  á  mayor  postración.  No  podia  ni  pro- 
nosticarse ni  esperarse  otra  cosa  de  los  elementos  que 
quedaban  dominando  á  la  muerte  de  aquel  monarca. 
En  nuestro  discurso  preliminar  habíamos  dicho: 
^  «Un  rey  de  cuatro  años,  flaco  de  espíritu  y  enfermizo 
de  cuerpo,   una  madre  regente  caprichosa  y  terca, 


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Mlin  III.  LIBRO  T«  36*} 

toda  austríaca  y  nada  española,  entregada  á  la  direc- 
ción de  UD  confesor  aloman  y  jesuíta,  inquisidor  ge- 
neral y  ministro  orgulloso;  con  un  reino  estenuado  y 
UDf  enemigo  tan  poderoso  y  hábil  como  Luís  XIV., 
¿qué  suerte  podia  esperará  esta  desventurada  monar-. 
quía?» 

Nada  mas  natural  que  él  aborrecimiento  del  pae- 
bio  español  á  la  reiné  regente  y  al  confesor  Nitbard, 
y  que  este  pueblo  volviera  los  ojos  al  hermano  bas- 
tardo del  rey:  porque  al  fin  don  Juan  de  Austria,  con 
no  ser  ni  un  genio  para  ia  g:uerra,  ni  una  capacidad 
para  el  gobierno,  ni  un  ejemplo  de  virtudes,  ni  un  de- 
chado de  personales  prendas,  era  la  persona  de  mas 
representación  que  .babia  quedado  en  España;  y  por 
sn  buena  edad,  y  por  los  cargos  que  había  desempe* 
nado,  y  por  ser  hijo  del  rey,  y  por  enemigo  de  la  rei- 
na madre  y  del  inquisidor  alemán,  y  como  apreciado 
de  la  grandeza,  parecía  el  único  que  pudiera  reaní-  - 
mar  la  monarquía  y  sacarla  de  su  desfallecimiento  y 
de  su  letargo.  ¿Cómo  correspondió  don  Juan  d^  Aus- 
tria á  estas  esperanzas  del  pueblo? 

Firme  y  enérgico  se  mostró  en  un  principio  en  su 
lucha  con  la  reina  y  con  el  confesor,  prefiriendo  elde87 
tierro  de  Consuegra  al  gobierno  de  Flandes;  constitu- 
yéndose en  vengador  del  infame  suplicio  de  Malladas, 
y  de  la  ruidosa  separación  de  Patino;  proclamándose 
el  reparador  de  los  escándalos  de  la  córte;^  haciéndo- 
se el  gefe  natural  del  partido  español  contra  las  in- 


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388  mSTORlA     DE    ESPAÑA. 

fluencias  austríacas,  y  el  ectf  del' odio  popular  á  la 
madre  del  rey  y  al  jesuíta  alemán  sü  favorito.  Su 
carta  á  la  regente  desde  Consuegra  al  huir  dé  la  pri- 
sión que  le  amenazaba,  revelaba  nn  hombre  de  cora- 
zón y  de  nervio,  lleno  de  justo  enojo,  capaz  de  gran- 
des y  atrevidas  resoluciones,  y  decidido  á  ejecutarlas. 
Guando  luego  se  vio  al  fugitivo  de  Consuegra  partiq 
de  Barcelona  con.  gruesa  escolta  en  dirección  á  la 
corte,  ser  recibido  con  aclamaciones  en  Zaragoza^ 
allegársele  alli  nueva  gente  de  armas,  acercarse, en 
esta  imponente  actitud  á  tres  leguas  de  Madrid,  y  exi- 
gir imperiosamente  desde  Torpejon  la  pronta  .  salida 
de  España  del  P,  Nílhard,  intimidóse  la  reina,  espe- 
ranzáronse sus  amigos,  turbáronse  sus^  contrarios,  y 
teftoieron  unos,  y  confiaron  otros,  y  creyeron  todos  que 
era  hombre  capaz  de  trastornar  el  gobierno  y  erigir- 
se eh  irbitro  de  la  monarquía. 

Salió 'pues  de  España  el  confesor  jesuita,  befado 
y  escarnecido,  y  casi  apedreado  del  pueblo,  sin  peña 
de  los  mismos  jesuítas  españoles,  y  solo  llorado  de  la 
reina.  Como  rival  y  enemigo  del  inquisidor,  ha  triun-- 
fado  el  bastardo  príncipe;  se  ha  vengado;  ha  satisfe- 
cho su  amor  propio.  Codqo  hombre  de  gobierno,  exi- 
ge reformas  y  economías;  la  reina  le  teme,  accede  á 
iodas  sus  pretensiones,  inclusa  la  creación  de  la  Junta 
de  Alivios,  y  lé  asegura  su  cumplimiento  con  la  ga- 
rantía del  papa.  ¿Qué  fallaba  á  don  Juan  para  hacer- 
se dueño  del  reino,,  regii:lc  ásu  placer,  dirigir  al  rey 


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PAHTE    III.   LlUttO  V.  ,389 

Bienor,  y  lleoár  las  egperaozas-y  deseos  que  general^ 
meóle  sé  habían  en  él  fundado?  Amigos  y  enemigos, 
en  gran  número  aquellos,  en  corlo   éslos  enlonces, 

-  lodos  le  oslaban  viendo  enlrar  en  Madrid,  y  la  corle 
se  haUaba  en  una  angusliosa  cspocíaliva.  Pero  vióge 
con  sorpresa  al  hombre  amenazador  y^  exigente   de 

.-  Torrejon  relroceder  primero  á  Guadalajara  ,  retirarso 
Jespues  mansamente  á  Zaragoza,  y  quedar  mandan- 
do sin  conlradtccion  la  reina  madre.  ¿Qué  fué  lo  que 
produjo  tan  súbito  cambio  en  don  Juan  de  Austria? 
El  príncipe  para  cuya  ambición  parcela  no  bastar  un 
cetro,  que  se  habia  presentado  como  un  Aníbal  á  las 
puertas  de  Roma,  dio  por  satisfecha  su  vaniíiad  con  el 
víreinato  dé  Aragón,  besó  humildemente  la  mano  de 
su  real  enemiga,  y  regrosó  dócil  á  regir  una  provin- 
cia d&'la  monarquía  española  en  nombre  de  la  reina 
.alemana.       '  ' 

Si  él  creia  en  el  horóscopo' de  Flandes,'y  el  horós- 
copo de  Flandes  le  habia  avivado  la  ambición,  anua** 
dándole  que  estaba  destinado  para  grandes  cosas, 
¿qué  le  impidió  intentar  un  golpe  de  mano  sobre  Ma- 
drid, y  acaso  aprovechar  la  ocasión  de  ver  cumplido 
ül  vaticinio  a'BlroIógico?  Apoyábale  el  favor  popular; 
Cataluña  y  Aragón  le  guardaban  la  espalda;  aclamado 
habia  sido  en  su  viage;  favorecíale  la  opinión  de  los 
consejos,  de  las  ciudades  y  de  los  prelados  á  quienes 
se  habia  dirigido;  eran  sus  amigos  la  mayor  parte  de 
los  nobles;  el  papa  y  su  nuncio  no   eran  afectos  á  la 


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SOO  HiéTOUA   DE   BSi*A5A. 

regente;  el  confesor  salió  desterrado^  llena  de  espan- 
to estaba  le  reina;  sin  tropas  de  guarnición  la  corte; 
y  la  guardia  Chamberga^que  se  creó  para  resistirle, 
se  organizó  trabajosamente  y  con  universal  repugnan-, 
eia.  Con  tantos  y  tan  propicios  elementos  no  tuvo  re* 
solución  don  luán  para  penetrar  en  la  corte,  Ubrar  á 
España  del  aborrecido  gobierno  de  la  regente,  y  ser 
proclamado  como  libertador  del  reino;  y  prefirió  voU 
verse  á  Aragón  á  gestionar  desde  allí  con  el  papa  pa-- 
ra  que  privara  al  jesuíta  Nitbard  de  los  títulos  yem- 
pieos  que  aun  conservaba »  en  vez  de  darle  el  capelo 
que  pretendía.  Semejante  conducta  daba  la  medida  de 
los  pensamientos  y  de  la  capacidad  del  de  Austria. 
iPodia  este  hombre  ser  el  regenerador  de  la  desfalle- 
cida monarquía? 

Casi  aun  no  había  fijado  su  planta  don  luán  en^ 
Aragón,  cuando  ya  campeaba  en  palacio  un  sucesor 
del  P.  Niihard  en  el  favor  y  en  la  privanza  de  la  rei- 
na. EstQ  no  era  ni  religioso;  ni  confesor,  n!  inqgrsi- 
dor,  01  Jesuíta.  Era  un  joven  aventurero,  agraciado^ 
decidor,  resuello,  galante,  poeta,  que  de  page  de  un 
gpande  habia  pasado  sucesivamente  á  adiáteredel  con- 
fesor, á  galanteador  de  una  camarista,  y  á  confiden- 
te dé  la  reina.  La  nueva  privanza  creció  y  se  man- 
tuvo llevando  el  fevorito  y  oyendo  la  regente  ios  chis* 
mes,  las  murmuraciones  y  las  intrigas  de  la  corte 
contra  la  madre  del  rey.  El  título  de  Duende  dePalch- 
cía  fué  el  primero  con  ^ue  bautizó  la  voz  popular  at 


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;.     'ABTB  111.  LlbBO  V*  S94 

jóveo  Yalenzuela  por  su  habilidad  ea  ejercer  esta  é 
pecie  de  indigno  espionage.  Hasta  los  valimieDlos  de-> 
generaban  ya,  y  se  iban  degradando. 

Vióse  luego  al  Duende  subir  rápidamente  á  intro* 
ductor  de  embajadores,  á  primer  caballerizo»  á  mar-' 
qués  de  San  Bartolomé  de  Pinares,  á  caballerizo  ma«* 
yor,á  primer  ministro,  á  marqués  de  Villasierra,  á. 
Grande  de  España,  á  embajador  de  Venecia,  á  gene- 
ral de  la  costa  de  Andalucía,  á  todo  lo  que  quiso  y 
podia  ser  encumbrado.  ¡Si  al  menos  el  improvisado 
poderoso  hubiera  guardado  los  deberes  del  decoro,  y 
les  prescripciones  del  recato  y  del  pudor II  Pero  aque*» 
*  Has  divisas  de  que  hacía  jactancioso  y  pueril  alardeen 
los  torneos,  aquellos  lemas  de  los  Amores  realeo  y  de 
Yo  salo  tengo  licenáay  mDtes  mas  imprudentes  que 
verdaderos,  ¿qué  habían  de  producir  sino  pasquines 
como  el  de  Esto  se  vende  y  Esto  se  da,  señalan- 
do el  uno  á  los  empleos,  eL otro  al  corazón  de  la 
reind? 

Y  con  todo  eso,  los  magnates  al  principio  tan  re- 
sentidos, los  cortesanos  que  tanto  le  aborrecían,  los 
ociosos  que  tantt>  murmuraban,  los  poetas  que  tantas 
sátiras  escribían,  el  pueblo^laborioso  que  tanto  se  la- 
mentaba, cuando  observaron  que*  el  Duende  era  el 
dispensador  de  las  mercedes,  el  distribuidor  de  los 
títulos,  el  repartidor  de  los  empleos  y  dignidades,  to- 
dos iban  quemando  incienso  enlas  aras  del  nuevo  ído- 
lo, todos  se  iban  agrupando  en  torno  suyo,  los  unos 


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392  HISTORIA   DE   BSPAÍÍA.    \ 

por  alcanzar  pÍDgttes  sueldos,  los  oíros  en  busca  del 
lucro  de  las  magníficas  obras  que  emprendía»  lo3^  me- 
nos interesados  porque  los  gustaba  asistir  de  valde  á 
los  teatros,  donde  daba  entrada  gratis  cuando  se  re- 
presentaban comedías  suyas.  Asi  trascendía  la  degra- 
dación de  los  monarca^  á  los  validos,  de  los  validos 
á  los  magnates,  de  los  magnates  al  pueblo.  Y  solo 
cuando  veían  que  no  había  puestos  elevados  ni  em* 
pieos  lucrativos  paralodos,  volvían' los  desairados, 
que  eran  muchos,  á  conspirar  contra  el  favorito,  á 
poner  otra  vez  los  ojos  en  don  Juan  de  Austria,  á 
traerle  de  auevo  á  Madrid,  á  introducirle  en  palacio, 
á  proponerle  al  rey  el  dia  que  entraba  en  su  mayor 
edad  para  su  primer  ministro. 

Pero  toda  aquella  trama,  que  parecía  -  tocar  á  su 
término,  se  deshace  gomo  el  humo  al.  débil  soplo  de 
una  mugcr.  La  reina  habla  á  su  hijo.  Don  Juan  reci- 
be orden  de  volverse  á  Aragón.  Sus  parciales  se  reu« 
nen  y  murmuran,  pero  no  obran.  Al  siguiente  dia,  el 
general  de  los  ejércitos  de  Ñapóles,  de  los  Países  Ba- 
jos, de  Cataluña  y  de  Portugal,  el  que  había  rehusa- 
do el  gobierno  de  Fiandes  y  el  virdnato  de  Sicilia 
por  no  salir  de  España,  el  destinado  por  el  horósco- 
po para  grandes  cosas,  el  aclamado  en  Cataluña,  en 
^Aragón  y  en  Madrid,  el  querido  del  pueblo,  el  pro- 
tegido de  la  nobleza,  el  presunto  regenerador  de  Es- 
paña, emprende  otra  vez  el  camino  de  Zaragoza, 
mustio,  pero  no  resignado,  abochornado,  pero  sin  re- 


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PARTE  iit.  Lmao  v^  -  393 

nanciar  á  sus  proyectos,  lleao  de  pesadumbre,  pero 
devorado  de  la  misma  ambiciou. 

Alimentada  ésta  por  aquel  pueblo  generoso,  am- 
paro casi  siempre  dé  los  perseguidos  por  los  monar- 
cas, y  ahora  justamente  indignado  contra  la  reina  y 
el  valido;  confederados  después  los  magnates  de  la 
corte,  y  hasta  las  señoras  de  la  primera  grandeza,  y 
juramentados  todos  para  derrocar  el  poder  de,  la  rei- 
na madre  y  del  privado  Yalenzuela;  fugado  el  rey 
de  su  propio  palacio  á  deshora  de  la,  noche,  como  un 
niño  que  se  escapa  del  colegio  por  buir  de  la  férula  de 
su  maestro;  llamado  .otra  vez  por  toJos  don  Juan  á 
Madrid  para  conferirle  el  podercomo  él  único  reden- 
tor y  salvador  del  reino,  por  tercera  vez  se  presenta 
el  de  Austria  en  las  cercaúías  de  la  corte  con  grande 
aparato;  pero  no  entra;  pide  desde  átli  que  le  sean 
apartados  todos  los  estorbos;  y  todo  se  le  allana:  y  la  . 
guardia  chamberga  se  aleja;  y  la  reina  madre  es  en- 
viada á  Toledo;  y  Yalenzuela  se  esconde;  y  suceden  ' 
las  escandalosas  escenas  de  su  prisión  en  el  Escorial; 
y  se  le  encierra  en  un  castillo;  y  el  rey  espera  á  su 
hermano  bastardo  con  los  brazos  abiertos;  y  grandes, 
y  prelados,  y  nobles,  y  pueblo,  todos  aguardan  á  don 
Juan  de  Austria  con  hosannas  y  festejos  que  le  tienen 
preparados.  Y  cuando  ya  no  hay  obstáculo  que  le  de- 
tenga, ni  estorbo  qne  le  embarace,  entra  don  Juan 
en  Madrid,  y  empuña  las  riendas  del  gobierno  que 
tanto  ambicionaba. 


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394  uistOAfA  HB  bspaAa» 

Ya  es  dueño  del  apetecido  poder  el  hombre  por 
lodos  aclamado;  ya  domiaa  sin  contrariedad  al  débil 
Carlos  el  bastardo  príncipe  qne  lleva  el  nombre  de  otro 
ilustre  bastardo  del  linage  de  Austria;  todos  le  áyu^* 
dan,  y  nadie  le  estórba;^  libre  y  desembarazadamente 
puede  consagrarse  el  nueva  ministro  á  sanar  los  ma* 
les  y  cicatrizar  las  llagas  de  lá  monarquía.  ¿Cómo  cor- 
responde á  las  pública^  esperanzas? 

Ensáñase  don  Juan  cpn  sus  adversarios,  pero  na 
recompensa  á  sus  amigos.  Largo  en  venganzas  y 
mezquino  en  premios*  persigue,  pero  no  remunera. 
Altivo  y  soberbio,  dase  aire  de  príncipe  mas  que  de 
ministro:  toma  para  sí  silla  y  almohada  en  la  capilla^ 
y  no  da  asiento  en  la  secretaría  á  los  embajadores. 
El  hombre  de  la  Junta  de  Alivios  cuando  era  preten- 
diente, recarga  á  los  pueblos  en  vez  de  aliviarlos  cuan- 
do es  gobernante.  Los  tríbulos  crecen,  los  manteni- 
mientos menguan.  La  justicia  anda  tan  perdida  como 
la  hacienda»  y  la  guerra  tan  mal  parada  como  la  ha- 
cienda y  lá  justicia.  Mientras  se  pierden  plazas  en  Ca* 
taluña  y  Flandes,  don  Juan  se  oóupa  en  proscribir  las 
golillas  de  los  cuellos  y  en  sustituirlas  con  corbatas» 
Mientras  Luis  XIV.  dispone  dq  la  suerte  d^  España  ea 
Nimega,  don  Juan  dispone  que  el  caballo  de  bronce^ 
sea  trasladado  del  palacio  al  Buen  Retiro.  Fijos  el 
pensamiento  y  los  ojos  en  el  alcázar  de  Toledo,  ni 
ve,  ni  oye,  ni  lee  lo  que  pasa  en  los  Paises  Bajos,  pero 
ve,  oye  y  (ee  todos  los  chismes  que  de  la  reina  madre 


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PAKTB  III.  L1BB0V«  39S 

le  traen  ó  comunicaD  sus  numerosos  espías.  Mimia- 
mente  suspicaz,  y  puerilmente  receloso,  el  que  se  su- 
ponía con  aspiraciones  á-tina  corona,  desciende  al  pa- 
pel de  un  gefe  de  policía  local.  Las  sátiras  y  pasquines 
que  contra  él  pululan  le  trastornan  el  juicio;  lómalos 
por  lo  serio,  castigií  en  vez  de  despreciar,  y  llueven 
escritos  malignos  y  picantes,  que  á  él  le  desesperan, 
,y  al  pueblo  le  alivian  en  su  desesperación. 

Este  pueblo,  que,  como  hemos  dicho  en  otro  lu« 
gar,  pasa  fácilmente  del  aplauso  al  enojo,  del  entu- 
siasmo al  aborrecimiento,  y  mas  cuando  ve  de  tal  ma- 
n€!ra  defraudadas  sus  esperanzas,  toma  á  don  Juan 
tanto  odio  como  habia  sido  su  carÍQ0,-y  hace  escarnio 
^  y  befa  del  ídolo  que  antes  había  adorado.  Mal  corr es>* 
pendida  la  nobleza  que  le  encumbró,  da  las  espaldas 
al  de  Austria,  y  vuelve  otra  vez  el  rostro  á  la  dester- 
rada de  Toledo,  que  con  ser  caprichosa  y  avara,  or- 
gullosa  y  vengativa,  con  ser  estrangera  y  desafecta  á 
España,  con  haber  merecido  Ja  abominación  general, 
le  parece  preferible  al  principe  español,  y  conspira 
para  traerla  de  nuevo  á  la  corte.  El  pueblo  casi  echa- 
ba  de  menos  á  Valenzuela;  la  grandeza  buscaba  otra 
vez  á  la  reina  madre:  melancólico  testimonio  del  me- 
nosprecio en  que  habia  caído  el  príncipe  bastardo,  á 
quien  no  quedaba  mas  amparo  que  el  rey,  que  ni  le 
amaba  ni  le  aborrecia;  visitábale  en  sus  enfermeda- 
des, pero  en  los  negocios  solia  decir:  ^Importa  poco 
que  don  Juan  se  oponga.j^  Sucumbió  el  de  Austria  de* 


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396  mSTOElADB. ESPAÑA. 

vorado  por  la  pesadumbre  de  laa  universal  abandono, 
yno  alcanzó  á  ver  las  bodas  del  r^y  con  María  Luisa 
de  Orleans,  que  él  mismo  babia  negociado  con  la  ilu- 
soria esperanza  (que  de  esperanzas  y  sueños  viven  mas 
que  todos  los  hombres  los  que  reciben  mas  tristes  des- 
engaños,) de  que  habia  de  encontrar  en  ella  favor  y 
apoyo.  El  rey  ni  sintió  su  muerte,  ni  se  aiegrjóde 
ella:  no  pensó  mas  que  en  esperar  á  su  esposa^  y  en 
ir  á  Toledo  á  buscar  á  sü  madre  para  traerla  otra  vez 
á  su  lado.  El  pueblo  continuó  preparando  sus  fiestas 
para  el  recibimiento  de  la  princesa  de  Francia  que 
venia  á  ser  su  reina. 

Asi  se  pasóel  primer  tercio  del  reinado  de  Car- 
los II.  Ni  un  solo  pensamiento  salvador  para  esta  des- 
graciada monarquía,  ni  un  solo  hombre  de  estado,  ni 
una  sola  esperanza  de  remedio.  Nada  mas  que  orgu- 
llo^ acompañado  de  ineptitud,  ambición  acompañada 
de  flaqueza  y  cobardía,  genio  para  la  intriga  acompa^ 
nado  de  incapacidad  para  el  gobierno;  que  esto  y  no 
mas  representábanla  reina  madre,  el  confesor  Ni- 
thard,  el  privado  Yalenzuela,  y  el  hermano  natural 
del  rey.  El  pobre  Garlos  II.  que  cumplió  la  mayor 
edad  para  no  dejar  üunca  de  ser  iratadacomo  niño, 
víctima  inocente  de  aquellas  intrigas  y  rivalidades,  te- 
nia al  menos  la  fortuna  de  no  sufrir,  porque  tenia  la 
desgracia  de  np  conocer  cómo  se  iba  acabando  la 
monarquía.  Hasta  ahora  figuraba  tan  poco  el  rey 
en  su  reino ,  que ,  como  habrá  observado  el  lee- 


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PARTB  111.  LIBRO  V.  397 

ior,  apenas  hemos  tenido  necesidad  de  nombrarle. 
Con  tan  miserable  eátado  en  lo  interior  del  rei- 
no, ¿qué  podíamos  prometernos  fuera?  Si  al  menos 
Luis  XIV.,  ya  que  no  acostumbraba  á  ser  generoso, 
hubiera  sido  justo....!  Mas  no  pueden  ser  estas  nunca 
las. virtudes  del  hombre  á  quien  domina  una  ambición 
insaciable.^El  monarca  francés,  aguijooeado  por  la  co« 
dicia  y  nada  atormentado  por  la  conciencia,  rasga  sin 
escrúpulo  dos  páginas  del  tratado  solemne  de  los  Piri- 
neos, y  por  una  p^rte  fomenta  y  protege  la  guerra  de 
Portugal,  por  otra  conduce  atrevidamente  sus  ejércitos 
á  los  Países  Bajos,  alli  para  arrancarnos  un  reino,  aqui 
para  arrebatarnos  los  menguados  dominios  que  nos 
quedaban,  so  protesto  del  pretendido  derecho  de  devo^ 
lucion  que  alega  corresponder  á  la  reii\a  su  esposa. 

.  No  nos  maravilla  que  en  menos  de  tres  meses  se 
hiciera  el  francés  dueño  de  toda  la  -línea  de  fortifica- 
ciones que  habia  entreoí  Canal  y  el  Escalda,  y' que 
en  cuatro  semanas  se  apoderara  del  Franco-Condado* 
Confesamos  su  actividad,  pero  no  le  atribuimos  gloria, 
porque  no  hay  gloria  donde  no  hay  resistencia,  y  era 
bien  escasa  la  que  podía  oponerle  el  marqués  de 
Castel-RodrigQ.  Triste  necesidad,  pero  necesidad 
verdadera  fué  para  España,  si  no  habia  de  desatender 
á  lo  de  Flandes,  hacer  las  paces  con  Portugal,  y  re- 
conocer la  independencia  del  reino  lusitano^  casi  ya  de 
hecho  reconocida,  después  de  veinte  y  ocho  años  de 
estéril  y  vergonzosa  lucha.  T^  pérdida  estaba  consu- 


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398 


lirSTORlA  DK  BSPAHa* 


mada:  el  reconocimieDlo  no  era  masque  uoa  formali- 
dad. Aun  desembarazada  Castilla  de  aquella  atencioD, 
babria  sido  impotente  para  recobrar  lo  de  Flan- 
des,  porque  sus  fuerzas,  y  sus  recursos  estaban  ago- 
tados í*^ 

Por  fortuna  la  ambición  y  la  osadía  de  Luís  XIV. 
alarma  las  potencias  marítimas;  y  Suecia,  Inglaterra 
y  Holanda,  recelosas  de  tanto,  engrandecimiento/  y 
temiendo' por  su  propia  seguridad,  se  unen  para 
oponer  un  dique  ¿  tales  agresiones»  y  obligan  á  Frao- 


(4 )  «Me  he  informado  pariicu- 
larmente,  escribía  el  embajador 
de  Francia,  de  los  medios  que  se 
han  empleado  aqui  para  reunir  di- 
Dero  á  fin  de  socorrer  pronto  á 

Flandes Los  señores  del  oon- 

fiejo  de  Castilla  bandado  volunta- 
riamente la  mitad  de  sus  emolu-r 
mentes  de  unafio,  que  puede  cal- 
cularse en  veinte  mil  escudos  ... 
El  de  Indias  ha  dado  cuarenta  mil 
en  ciertos  bienes  confiscados  que 
le  correspondían.  Los  demás  con- 
sejos han  segaido  lá  misma  pro- 
porción, hasta  el  de  Estjdo...,  y 
he  sabido  qae  el  marqués  deMor- 
tara,  que  no  anda  muy  deáahoga- 
do,  ha  contribuido  con  mil  pata- 
cones. Este  medio  ha  podido  pro- 
ducir una  cantidad  efectiva  de 
ciento  cincaenta  á  dosciejatos  mil 
escudos,  que  se  han  enviado  á 
Flandes  por  letras  de  cambio,  que 
acaso  no  serán  aceptadas.  En  cnan- 
to á  los  otros  donativos  de  perso- 
nas de  categoría,  aun  no  he  sabido 
mas  que  el  del  almirante  de  Casti- 
lla de  mil  pistolas.  Sin  embargo.  la 
reina  ha  escrito  una  carta  circular 
a  todos  los  particulares  esponien- 
do los  apuros  del  reino,  y  «segu- 


rándoles que  esttfrá  eternamente 
agradecid'a  por  los  auxilios  que  le 
preste  coda  uno  en  esta  ocasiqn 
según  sus  fuerzas.  Como  este  me- 
dio es  puramente  voluntario,  no 
creo  produzca  mucho  dinero  por- 
que ya  principia  á  decirse  que  «so 
viene  á  ser  pedir  limosna.— Acaba 
de  adoptarse  otra  resolución,  que 
ea  rebajar  aun  el  quince  por  cien-, 
to  á  las  rentas  de  los  juros  por  via 
de  socorro:  antes  les  habian  re- 
bajado el  cibcuenta  por  ciepto:  en 
seguida  el  diez  por  ciento  de  la 
otra  mitad;  y  ahora  le  quitan  el 
quince  por  ciento,  de  modo  que  el 
juri^la  ya  no  cuenta  eso  en  el  nú- 
mero de  sus  bienes,  lo  que  empo- 
brece aqui  una  infinidad  de  casas 
]5aVticulares..,  También  se  ha  da- 
do un  decreto  para  que  se  paguen 
cien  escudos  al  año  por  los  car- 
rueges  de  cuatro  muías,  cincuenta 
porlos  de  dos,  7  quince  por  las 
xmulasde  paso  que  los  particulares 
montan  por  la  ciudad.  Es  cuanto 
puede  hacerse  aqui  para  sacar  di- 
nero.»— Despacho  aeí  duque  de 
Embrun  áLuisXIY.— Mignet,  Su- 
cesión, tóm.  II. 


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FAHTB  III.  LIDHO  V.  399 

cia  á  suscribir,  á  Espafia  á  resigoarse  coa  la  paz  de 
Aquisgran.  España  se  sostieDe  ya  de  la  caridad  de 
otras  potencias;  pero  recibiendo  siempre  heridas  mor- 
tales* ¿Qaé  ittporta  que  se  le  devuelva  el  Franco- 
Condado,  que  no  ha  de  poder  oonservaCí  si  retiene 
el  francés  las  plazas  de  Flandes  que  le  hacen  dueño  - 
del  Lys  y  del  Escalda;  y  le  abren  fácil  paso  á  los 
Países  Bajos  españoles? 

Que  el  violador  de  la  paz  de  los' Pirineos  no  ha- 
bía de  ser  mas  escrupuloso  guardador  de  la  de  Aquis* 
graut  cosa  era  que  podia  preverse*  Inglaterra  y 
Soecia  ceden  vergonzosamente  al  oro  y  los  halagos 
de  Luis XIV.;  y  deshecha  asi  la  triple  alianza,  y  so- 
pretesto  de  vengar  agravios  recibidos  de  los  holande- 
ses» y  como  si  no  existiera  el  tratado  de  Aquisgran, 
arrójase  el  francés  sobre  las  Provincias-Unidas,  su 
primer  ímpetu  es  irresistible,  y  penetra  hasta  las 
puertas  de  Amsterdam.  La  invasión  de  los  Paises  Ba- 
jos españoles  había  alarmado  las  Provincias-Doidas; 
la  invasión  de  las  Provincias  alarma  la  Alemania. 
Aquella  produjo  la  triple  ^K^nisa;.  esta  produce  la 
gran  confederación  en^re  el  emperador  Leopoldo,  los 
Estados  germánicos,  la  Holanda  y  la  España. 

Yióse  entonces  un  fenómeno  notable,  y  digno  de    ' 
la  consideración  de  los  hombres  pensadores.  Las  pro- 
vincias disidentes  de  Flandes,  que  protegidas  por 
Francia  y  por  Inglaterra  hablan  sostenido  una  lucha 
sangrienta  de  ochenta  años  contra  España. y  el  Impe- 


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400  HISTORIA  PE  ESPAÑA. 

;'io  por  sacudir  la  dominacioa  española;  aqueHa  repú-  . 
blica  de  las  Proviocías^lJuidaSf  cuya  independencia 
reconoció  por  último  España,  se  encontró  ahora  in- 
vadida por  Francia  é  Inglaterra»  sus  antiguos -emigos. 
y  protectores,  y  halló  el  mas  noble  apoyo,^  los*  mas 
leales  aliados  en  España  y  en  el  Imperio,  sus  antiguos 
dominadores  y  enemigos. 

Y  es  que  los  papeles  han  cambiado.  Luis  XIV.  de 
Francia  representa  en  el  siglo  XVII.  el  que  habían 
desempeñado  en  el  siglo  XVI.  Carlos  I.  y  Felipe  II. 
de  España;  el  de  aspirante  á  la  dominacioi^  universal 
de  Europa;  y  ahora  como^entonces  las  naciones  por 
el  instinto  de  la  propia  conservación  se  unen  para 
combatir  al  coloso  que  amenaza  absorberlas.  Las  so- 
ciedades políticas  buscan  su  equilibrio  como  los  cuer- 
pos fluidos;  y  la  necesidad  y  la  conveniencia  del  equi- 
librio europeo,  sistema  nacido  en  el  siglo  XVI.  para 
atajar  la  desmedida  preponderancia  de  un  monarca 
español,  produce  á  su  vez  que  España  en  el  si-* 
gloXVII.  reducida  á  la  mayor  impotencia  encuentre 
naciones  que  se  interesen  en  defender  lo  que  aun  ie 
resta  de  sus  antiguos  dominios.  Suecia  es  vencida  en 
esta  lucha.  Luis  XIV.  pierde  sus  conquistas  con  la 
misma  celeridad  que  las  habia  hecho.  Inglaterra 
abandona  á  la  Francia;  desampáranla  también  el  elec- 
tor la  Colonia  y  el  obispo  de'Monster  y  Luis  XIV.  se 
queda  solo  contra  todos  los  aliados.  No  le  importa,  y 
asi  se  cumplen  \os  cíeseos  de  su  ministro  y  consejero 


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rARTB  MI.  tmo  ▼;.  104 

Loavotai  qtie  le  estaba  diciencb  siempre:  ^Vi»  ióh 
tmtraiodoi^^K 

En  esta  ocasión  acirediló  la  Francia  coán  inmenso 
era  so  poder  militar:  Luis  XIV.  se  mostr^S  uno  de  los 
mas  activos  y  mas  hábiles  guerreros  de  sa  siglo;  y  sus 
generales,  Conde,  Tarena,  €reqoi,  Homieres,  Lu- 
xembarg,  Scbomberg,  Enghien,  Rochefon,  Orleans  y 
La  Fenillade  ganaron  infinitos  laoros  peleando  contra 
todas  las  potencias  aliadas,  en  la  Alsacia  y  la  Lorena, 
en  Fiandes  y  en  Henao,  en  Rosellon  y  en  Cataluña. 
En  las  campanas  de  4674  á  4 &79. parecían  inagota* 
bles  las  fuerzas  de  la  Francia,  y  en  la  persona  y  en 
los  ejércitos  de  Luis  XIV.  se  veían  reproducidos  los 
mejores  tiempos  de  Garlos  V.  En  seis  semanas  se  apo- 
deró por  segunda  vez  del  Franco-Condado,  para  ha-  ^ 
cerle  dominio  permanenie  de  la  Francia.  El  principe 
de  Conde  vencía  en  SenefT  al  de  Oraoge,  el  mejor 
general  holandés:  Turena  fatigaba  y  rendía  en  Ale* 
mania  á  Moo^tecocolli,  el  mejor  general  del  imperio: 
Schomberg  y  Noailles  nos  tomaban  en  Cataluña  á 
Figueras  y  Puigcepdá.  La  guerra  era  colosal,  y  el 
triunfo  coronaba  por  lo  coáiuo  el  vigor,  la  actividad 
y  la  superior  inteligencia  de  tos  guerreros  franceses. 

La  desgraciada  España,  que  en  medio  de  su  fla- 
queza y  de  su  desconcierto  interior,  bacía  esfuerzos 


(4)    «Si  alean  emblema  ha  sido  fodo^.^^Testamento  político  de 

slo  bajo  toaos  lospimitos  de  vía-  Loovoia,  en  la  Geleccion  de  Tea-^ 

,  es  el  gue  se  ha  hecho  para  lamentos  políticos,  tomo  IV. 
lestra  Magestad:  Solo  contra 

Tomo  xvii.  26 


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*     402  mSTOHIA  DB  BSPAftA. 

iaverosímires,  como  galvanizada  por  los  aoxilios  de 
tas  potencias  confederadas,  iba  perdiendo  las  mejores 
plazas  del  País  Bajo  españolt  y  solo  en,  Cataluña  esta- 
ban sirviendo  de  estorbo  á  mayores  conquistas  del 
francés  las  hazañas  heroicas  de  los  miqoeletes  délpats, 
que  haciao  maravillas  de  vBlor  y  de  arrojo. 

Mas  para  colmo  de  nuestro  infortunio,  hubo  ne« 
cesidad  de  <lesmembrar  las  escasas  fuerzas  que  ope- 
raban en  el  Principado,  para  llevarlas  á  Italia*  Messi- 
na,  la  única  ciudad  de  Sicilia  que  habia  permanecido 
fiel  á  España  cuando  se  sublevaron  aquel  reino  y  el 
de  Ñapóles  en  el  reinado  de  Felipe  IV.,  se  insurrec'- 
cionó  ahora  contra  el  gobernador  español  en  recia- 
macion  desús  fueros  bollados.  Ahora  en  Messinn,  co- 
mo entonces  en  Ñapóles,  fueron  abatidos,  los  escudos 
de  armas  españoles  al  grito  de  «/Vtt>a  Prancial 
¡Muera  EspañaU  Aquella  ciudad  aclamó  y  juró  por 
rey  á  Luid  XIV.,  cotno  Barcelona  algunos  años  antes' 
á  Luis  XIII.  Allá  pelearon  también  por  tierra  y  por 
mar  las  tropas  y  las  naves  españolas  y  francesas:  sa- 
frimos  contratiempos  y. reveses  sangrientos»  perdimos 
una  escuadra,  y  pereció  lastimosamente  noeatro  mas 
poderoso  auxiliar ,  el  famoso  almirante  holandés 
Ruyter. 

Tal  era  nuestro  miserable  estado  en  Italia,  en  Ca- 
taluña y  en  Flandes,  cuando  se  estipuló  la  célebre  paz 
de  Nimega,  en  que  á  costa  de  algunas  plazas  que  nos 
fueron  devueltas,  perdimos  lodo  el  Franco-Condado 


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PAHT&  III «  LIBEO  y*  403 

y  catorce  cíQdades  de  los  Países  Bajos.  Victorioso  en 
todas  partes  ¿uis  XIVm  tan  diestro  negociador  como, 
incansable  guerrero,  tuvo  habilidad  para^  ir  pactando 
separadamente  con  cada  potencia  y  obligando  á  todas. 
¿Qué  habia  de  hacer  España  sino  resignarse7,aceptar  * 
cualesquiera  condiciones,  viéndose  abandonada  de  las 
ProvinciasrUnidas,  ajustadas  ya  en  canvenio  separa* 
do  con  la  Francia?  ¿Y  qué  habia  de  hacer  el  empe- 
rador y  los  príncipes  del  Imperio  ^  sino  someterse  y 
snscríbir,  faltándoles  ya  todos  sos  aliados?  La  paz  de 
Nimega  señaló  el  ponto  culminante  de  la  grandeza  de 
Luis  XIV.  Habíase  cumplido  ía  máxima  de  Louvois; 
Solo  contra  todos. 

Con  la  paz  de  Nimega  comienza  el  influjo  moral 
de  Luis  XIV.  en  España.  La  política  de  la  cdrte  de 
Madrid  Inuda  de  rumbo,  Desbácese  el  tratado  de  ca- 
samiento de  Carlos  II.  con  una  archiduquesa  de  Aus- 
tria, solemnemente  estipulado  y  ^  firmado,  y  se  trae 
para  reina  de  España  á  María  Luisa  de  Orleans,  so- 
brina camal  de  Luis  XIV. 


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REINADO  DB  GARLOS  11. 

MEDINACELI:  OROPESA:  LAS  REINAS:  PORTOCARRERO: 
CAMBIO  DB  DINASTÍA. 

La  corle  de  Madrid  se  divertía  ea  celebrar  las 
bodas,  y  consumía  en  fiestas-  lodo  lo  que  venia  de 
Indias.  Sin  curso  ios  espedientes*  sin  despacho  los 
negocios,  sin  movimiento  la  administración,  solo  se 
movían  y  agitaban  los  aspirantes  al  puesto  vacante  de 
primer  ministro.  Pretendíale  entre  otros  un  hombre 
que  de  sigiple  escribiente,  babia  ido  sabiendo  hasta 
secretario  de  Estado,  pero  tenia  cierto  favor  y  confiaq- 
za  con  el  rey,  por  el  mérito  de  haber  servido  á  todos 
los  favoritos  anteriores.  Dividíanse  las  influencias  y 
andaban  las  intrigas  entre  la  reina  madre,  la  reina 
consorte,  el  confesor  del  rey,  la  camarera  de  la  rei- 
na, el  secretario  Eguía  y  algunas  damas  de  una  y  otra 
reina;  hasta  hombres  graves  se  mezclaban  en  esta 
guerra  de  favoritismo  de  mugeres. 

El  duque  de  Medinaceli,  que  se  alzó  por  fin  con 
el  primer  ministerio,  era  un  hombre  amable  y  dulce, 
^ero  tan  indolente  y  '  perezoso  que  todo  4o  remitía  y 
confiaba  á  las  jimias.  En  la  de  haciencia,  que  era  ta 


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~  PARTB  III.  LIBRO  Y.  405 

magDa,  dio  cabida  á  tres  teólogos.  Asi  andaba  la  ad* 
mioistracioo.  La  alteracioD  de  la  moneda  y  la  tasa  en 
IOS  precios  de  los  comestilDles  y  artefactos  produjo  al- 
borotos popularen.  Los  panaderos  cercaban  8us|tieB* 

>  das  ó  dejaban  su  ofipio,  y  los  zapateros  se  tumultua- 
ban y  ponian  en  consternación  la'córte«  Al  propio 
tiempo»  de  todas  partes  se  rccibian  calamitosas  nue- 
vas.  Una  tempestad  hacía  desaparecer  en  el  piélago' 

*  los  galeones^  el  dinero,  y  la  tripulación  que  venían  de 
Indias.  Los  piratas-  filibusteros  devastaban  nuestras 
posesiones  del  Nuevo  Mundo.  El  reino  de  Ñapóles  es-  , 
taba  plagado  de  bandidos.  Un  torrente  destruía  una 
ciudad  de  Sicilia.  El  mar  rompia  los  diques  de  Can- 
des, é  inundaba  provincias  y  tragaba  poblaciones^  y 
coínarcas  enteras.  Lo  cual  unido  alhuracan  de  Gádiz^ 
que  antes  había  sumido  en  las  aguas  sesenta  bagóles, 
al  horrible  y  devastador  incendio  del  Escorial,  á  las 
epidemias  que  habían  diezmado  las  provincias  espa- 
ñolas de  Mediodía  y  Levante,  y  á  los  desastres  de  las 
anteriores  guerras,  todo  parecía  anunciar  el  término 
y  fin  de  esta  desventurada  monarquía. 

Y  todavía  el  desapiadado  Luis  XIV.,  prevaliéndo- 
se de  nuestro  infeliz  estado,  bajo  frivolos  protestos  de 
imaginados  agravios,  con  apariencias  pacíficas  mal 
disfrazadas,  socolor  de  no  observarse  por  nuestra 
parte  la  paz  de  Nimega,  cuando  era  él  el  violador  de 
todos  los  tratados,  con  mas  codicia  que  razón,  y  con 
menos  corazón  que  avaricia,  queriendo  fascinar  á  Eu* 


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406  HISTORIA    DB  «SrAÜA. 

ropa  con  un  rnaaifieslo  iosidioso,  pretendía  usurpar- 
nos condados  enleros  en  Flandes ,  acometía  á  Gerona 
en  Cataloñat  intentaba  ser  dueño  de  las  principales 
plazas  de  Guipúzcost  y  de  Navarra,  y  sus  escuadras 
bombardeaban  á  Genova  á  fin  de  Arrancarla  del  pro- 
tectorado español;  y  lo  que  ni  el  fuego,  ni  la  deslruc- 
clon,  ni  la  sangre  pudieron  lograr  de  aquella  repii* 
blica,  lo  alcanzó  mas  adelante  el  francés  con  su  enga- 
ñosa diplomacia. 

Aterrados  y  débiles  los  demás  Estados  de  Europa, 
transijen  flacamente  con  el  poderoso,  y  constituyen* 
dose  nuevamente  en  mediadores  ponen  á  España  en 
ta  triste  necesidad  de  aceptar  l^i  tregua  de  veinte 
años.  La  frontera  de  Francia  se  estendtó  desde  el 
Sambre  hasta  el  Mosela,  y  el  mismo  emperador  tuvo 
qae  ceder  Slrasburg  y  Kehl.  Nunca  tan  alto'habiá 
rayado  el  poder  de  Luis  XIV. 

Entretanto  en  la  corte  de  España  los  reyes  y  el 
primer  ministro  alternaban,  como  en  tiempo  de  Feli-^ 
pe  IIL,  entre  festividades  religiosas  y  diversiones  pro* 
lanas,  entre  novenarios  y  cacerías,  entre  canonizacio-' 
nes  de  santos  y  representaciones  de  comedias  nuevas; 
celebraban  autos  de  fé  con  asombrosa  solemnidad  y 
con  dispendiosa  magnificencia,  siquiera  para  exornar 
y  vestir  con  lujo  el  teatro  hubiera  que  traer  los  solda- 
dos desnudos.  Tomaban  parte  actívaen  las  miserables 
intrigas  palaciegas,  y  miraban,  como  los  mas  graves 
negocios  dé  Estado  el  que  el  P.  Relüz^  confesor  del 


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PAftTB  III.  LIBHO  V.  407 

rey^  fuera  reemplazada  por  el  P.  Bayona;  que  ¿  la 
camarera  duquesa  de  Terranova  sucediera  la  de  Al-< 
burquerque;  y  que  él  duque  de  Medioaceli  Tuera  sus- 
tituido en  el  primer  ministerio  por  el  conde  de  Oro- 
pesa.  Esto  último  podia-serlo  de  ma&  trascendencia, 
y  aun  esto  se  debió  á  la  reina  María  Luisa;  que  el 
íofeliz  Carlos  II.  no  hacia  otra  cosa  que  oir  á  todos, 
y  dejarse  conducir  por  quien  tuviera  roas  maña  para  ^ 
jipoderarse  de  su  ánimo* 

Comenzó  ^  el  ministerio  de  Oropesa  bajo  buenos 
auspicios;  y  muy  parecidos  ák>s  que  en  el  reitiado  de  ' 
Felipe  IV.  señalaron  el  principio  del  gobierno  del  con- 
de-duque'de  Olivares.  Econqorías  en  los  gastos;  ali* 
vio  en  los  impuestos;  supresión  de  empleos  inútiles  y 
de  sueldos  innecesarios;  represión  del  lujo;  medidas 
de  moralidad  dentro  del  reino;  mas  dignidad  y  mas 
energía  en  los'representa'nles  de  España  en  las  cortes 
estrangeras;  pareció  que  hasta  el  entendimiento  dpi 
rey  se  habia  despejado,  y  que  Carlos  quería  hacerse 
laborioso. 

No  dejaban  de  irse  sioüliendo  en  el  interior  losfru-^ 
tos  de  una  admioistracioo  regular,  y  et  corazón  se 
abria  á  lisongeras  esperanzad.  En  el  esterior  formóse 
.para  enfrenar  á  Luis  XI V.  la  famosa  liga  de  Augs- 
l}Org,  compuesta  del  emperador,  el  rey  de  España, 
las  Provincias-Unidas  de  Holanda,  los  estados  de  Ale« 
mania,  el  rey  de  Suecía  y  el  duque  deSaboya.  Habian 
ido  abandonando  al  francés  todos  sus  aliados.  Nó  le 


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408  ItlSTOHIA  DB  BSPAtA.^ 

'  fallaba   ya  perder  masr  que  la  Inglaterra,  y  esto  oo 
tardó  en  suceder  con  la  revolución  de  aquel  reino, 
que  produjo  el  destronamiento  de  Jacobo  H,,  el  pro*- 
tectór  de  los  católicos,  y  la  proclamación  del  prínci- 

'pedeOraoge  Guillermo  IIL,  el  favorecedor  de  los 
protestantes.  Solo  otra  vez  Luis  XIV.  contra  la  mayor 
confederación  que  jamá^  se  habia  formado  (porque  la 
gran  coalición  de  1 689  era  mayor  que  la  liga  de  Augs- 
buTg  de  1686,  como  esta  habia  sido  mayor  que  la 
gran  confederación  de  1673,  y  esta  mayor  que  la  tri- 
ple alianza  de  4668),  brindó  varias  veces  con  la  paz 
al  Imperio  y  á  España,  paz  que  ni  aquél  ni  ésta  acep- 
taron¿  El  emperador  se  hallaba  envalentonado  con  sus 
recientes  vibtorias  contra  los  turcos;  y  Carlos  de  Es- 
paña, que  por  este  tiempo  perdió  su  esposa  María 
Luisa,  y  contrajo  segundo  enlace  con  la  princesa  ale-* 
mana  María  Ana  de  Newburg,  se  halló  con  esto  des- 
ligado de  Francia,  y  estrechado  con  nuevos  vínculos 
de  familia  con  Alemania'  y  el  Imperio. 

A  pesar  del  completo  aislamiento  en  que^sé  vio 
Luis  XIV.,  acreditó  al  mundo  y  á  la  historia  que  una 
gran  monarquía,  ventajosamente  situada,  con  uqso«- 
berano  enérgico,  y  con  un  ejército  numeroso  y  disci- 
plinado, mandado  por  generales  entendidos,  puede  lon- 
char sola  contra  muchas  naciones  confederadas,  im* 
pulsadas  por  intereses  diferentes  y  heterogéneos,  sin 
unidad  de  miras,  y  sin  un  plan  uniforme  y  ordenado* 
Luis  XIV.  arroja  resuelta  y  simultáneamente  sus.ejér- 


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PAHTB  III.  LIBHO  V.  409 

cítos  sobre  Flaodes,  sobre  AlemaDÍa,  sobre  Italia  y 
sobreCatalaoa*  Allá  en  los  Países  Rajos,  á  preseócia 
del  mismo  monarca,  gana  el  mariscal  tie  Loxembarg 
la  famosa  batalla  de  Fleuros  contra  holandeses  y  es- 
pañoles, y  rinde  á  Mons  y  se  apodera  de  Hall  con 
harta  desesperación  de  Guillermo  de  Orange.  En  el 
Rhin  se  defiende  el  delfin  de  Francia  contra  tres  ejér* 
citos  alemanes.  En  Italia  Gatinat  penetra  de  improvt* 
so  en  el  Piamonte,  vence  en  Staffarde  al  de  Saboya 
con  sn  ejército  de  saboyanos,  españoles  y  alemanes', 
y  se  apodera  de  casi  todas  las  plazas  y  ciudades  de 
Cerdeña.  En JSspaña  el  dnqne  de  Noailles  nos  arreba- 
ta diferentes  plazas  de  Cataluña,  derrota  los  ejércitos 
de  Castilla  y  los  miqueletes  del  pais,  y  el  conde  de 
Estrées  con  una  escuadra  francesa  bombdrdea  á  Bar- 
celona y  Alicante. 

Sin  temor  ya  por  Alemania  ni  por  Saboya,  cargan 
las  formidables  fuerzas  del  francés  sobre  Flandes  y 
sobre  España.  Allá  rinde  á  NamurLuis  XIV.  en  perso- 
na. Luxembnrg  gaña  al  de^  Orange  la  sangrienta  ba- 
talla de  Steinkerque»  complemento  de  la  de  Fleurus: 
dos  triunfos  que  solo  podían  ser  eclipsados  por  el  ma- 
yor que  poco  después  "alcanzó  aquel  insigne  mariscal 
en  Neerwinde  contra  ingleses,  holandeses,  alemanes, 
italianos  y  españoles,  á  que  siguió  la  rendición  de 
Gharleroy,  con  que  puso  término  á  su  gloriosa  car- 
rera el  general  mas  prudente  de  su  siglo ,  el  mas 
querido  desús  soldados,  y  cuya  pérdida  lloró  la 


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4Í  o  HISTORIA  DE  ESPAÑA.' 

Francia  tan  amargamenle  como  la  del  grao  Conde. 
El  afán  de  restablecer  en  el  trono  de  Inglaterra  *  á 

,  Jacobo  II.  costó  á  Luis  XIY,  la  pérdida  de  una  es* 
coadra  en  la  Hogue;  principio  de  la  preponderancia 
déla  marina  inglesa  sobre  la  .francesa.  Pero  Tourvi* 
lie,  que  sapo  todavía  mantener  á  buena  altura  el  po- 
der naval  de  la  Francia»  volvió  pronto  por  la  ¿onra 
de  su  pabellón  marítimo  en  las  aguas  de  Lisboa. 

Todo  era  desastres  para  nosotros  en  Cataluña.  In- 
fructuosos eran  los  sacrificios  del  reino;  inútiles  los 
refuerzos  que  iban  de  Castilla;  en  vano  se  sustituían 
unos  á  otros  vireyes;  ó  flojos,  ó  ineptos,  ó  cobardes, 
ni  el  duque  de  Yillabermosa,  ni  el.  marqués  de  Yille^ 
na»  ni  el  de  Gastanaga,  ni  el  conde  de  Gorzana,  ni 
don  Francisco  de  Yelasco,  ni  el  príncipe  de  Darmstad, 
contenían  los  progresos  de  los  generales  franceses 
lioailles  y  Yenddme.  Nuestras  plazas  y  fuertes  iban 
cayendo  en  su  poder.  Gerona,  la  invicta  Gerona,  el 
baluarte  y  la  esperanza  de  los  catalanes,  fué  mise- 
rablemente abandonada,  y  vergonzosanxente  rendida. 

^  Sola  los  naturales  del  pais  hacían  una  resistencia 
desesperada^^Eran  los  catalanes  de  todos  los  tiempos: 
resuelcos  y  heroicos  siempre,  cualquiera  que  fuese  la 

"^  causa  que  abrazaran.  El  bronco  sonido  del  caracol 

que  resonaba  en  las  montañas  llamando  á  somaten, 

era  el  terror  de  los  franceses.  Hondos  gemidos  de  do^ 

lor  y  lágrimas  de  «desesperación  y  de  corage  arrancó 

'    á  lodos  los  catalanes  la  noticia  de  haber  sido  entr^^ft* 


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PAHTB  III.  LIBBO  Y.  411 

da  Barcelona  arduqae  de  Vendóme^  y  bobo  conseller 
que  sucumbió  á  la  fuerza  de  la  amargura  y  de  la-  pe- 
na^ La  ciudad  se  babia  ofrecido  á  defenderse  sola,  ,y 
acaso  se  hubiera  salvado;  pero  do  le  fué -otorgado; 
decretada  estaba  ya  su  suerte.  La  separación  del  du- 
que de  Sabbya  de  la  gran  liga,  y  su  lacomoda miento 
con  Luis  XIV.  permitió  al  francés  descargar  con  mas 
desabogo  su  terrible  furia  sobre  los  dominios  de 
íspaña. 

Afortunadamente  entraba  ya  la  paz  en  tos  cálcu- 
los del  soberano  francés:  deseábanla  mas  que  él  la 
mayor  parte  de  las  potencias  cpnfederadaá:  Saboya 
se  babia  separado,  de-  la  coalición;  Suecia  se  babia 
ofrecido  á  servir  de  mediadora;  Inglaterra  y  Holanda 
esjleraban  .salir  aventajadas;  para  España  era  una 
necesidad  apremiante;  y  aunque  á  disgusto  y  contra 
la  voluntad  del  emperador,  se  firmó  la  famosa  paz  de 
Ryswick  (1697),  teniendo  al  fin  que  adherirse  á  ella 
el  mismo  Leopoldo. 

¿Cómo  babia  de  haberse  prometido  la  infeliz  Es- 
paña, arrollada  en  todas  partes,  en  todas  victorioso 
el  rey  Luis,  salir  tan  beneficiada  en  est^  paz,  hasta  el 
punto  de  devolverle  generosamente  el  francés  las  con- 
quistas hechas  en  Cataluña  y  en  los  Paises  Bajos  des* 
pues  de  la  paz  de  Nimega  y  aun  de  la  tregua  de  Ra** 
(isbona?  Nonos  maravilla  que  se  Vecibiera  con  uni- 
versal alegría,  mezclada  con  el  asombro  de  la  sorpre-c 
sa.  ¿Pero  quién  no  investigaba  una  causa?  Porque  no 


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4i3  HISTORIA  DE  BSPAÍÍA. 

tf a  Luis  XIV.  hoiñbre  que  tuviera  fama  de  obrar  con 
abnegación  y.  desinterés,  y  por  pura  generosidad.  En 
el  tratado  de  Ryswick  parecía  haberse  olvidado  el 
gran  principio  de  la  alianza»  al  de  as^urar  á  la  casa 
de  Austria  la  sucesión  de  España.*  Olvido  meditado  fué 
por  parle  del  que  prescribió  las  condiciones;  porque 
si  Luis  XIY.  puso  fín  á  la  guerra,  fué  para  mejor  ne-. 
goeiar  la  sucesión  de  España.  La  paz  de  Ryswick, 
sin  ser  el  término  de  sus  glorias,  fué  el  punto  en  que 
se  detuvo  su  fortuna. 

Al  fin,  en  el  exterior,  aunque  España  no  tenia  mas 
vida  qué  la  que  le  prestaba  el  egoismo  de  otras  na- 
ciones, salvó  como  milagrosamente  los  pobres  restos 
de  su  antigua  dominación,  merced  á  los  ulteriores  de- 
signios del  que  habla  estadp  á  punto  de  aniquilarla. 
Peor  y  mas  irremediable  se  presentaba  su  mal  en  el 
nteríor:  la  gangrena  estaba  corroyendo  las  entrañas 
del  cuerpo  social:  la  miseria,  la  corrupción  y  la  in- 
moralidad le  Iban  devorando.  El  ministerio  de  Orope- 
sa,  que  pareció  el  más  decente  de  los  de  este  reinado, 
cayó  también  en  descrédito  por  el  repugnante  tpéfíco 
y  la  vergonzosa  grangerfa  que  se  hacia  de  todo,  sin 
escéptuar  lo  mas  sagrado.  Hasta  la  misma  condesa 
alcanzó  ía  fama  de  participe  en  aquel  deshonroso  co- 
mercio. 

Por  si  algo  faltaba  al  cuadro  lastimoso  que  pre- 
sentaba la  corle,  vino  á  darle  mas  subido  color  la  rei-  ' 
no  Marfa  Ana  de-Newburg,  segunda  esposa  del  rey, 


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PAETBlil.  LIBBO  T.  413 

altanera,  aolojadiza,  codiciosa,  entremetida  en  nego- 
cios, y  enfermiza  además.  Yióse,  pues,  el  infeliz  Gar- 
los colocado  entre  dos  reinas,  ambas  alemanas,  am- 
bas dominan  tes  y  soberbias,  ambas^^apriciiosasy  ava- 
ras, dadas  las  dos  á  la  intriga  y  al  onredo,  de  que 
constituiandos  focos.  La  primera  victima  de  la  nueva 
reina  fué  el  ministro  Oropesa,  contra  el  cual  sé  con- 
juraron también  un  confesor  lleno  de  codicia  y  falto 
de  conciencia,  un  secretario  y  un  prelado  ingratos, 
un  embajador  avíesoí  y  varios  magnates  envidiosos. 
Resignóse,  pues,  Carlos  á  separar  al  de  Oropesa,  ha- 
ciéndole protestas  de  afición  y  de  carino.  Y  era  ver- 
dad que  Carlos  queria  bi^n  al  de  Oropesa,  como  ha- 
bía querido  bien  á  Nithard,  á  Yalenzuela,  don  Juan 
de  Austria  y  al  de  Medinaceli;  como  queria  bien  á 
Ma tilla  y  al  de  Lira.  Carlos  quería  bien  á  todos;  era 
incapaz  de  querer  mal  á  nadie,  pero  los  apartaba  de 
su  lado  si  otros  no  los  querían  bien. 

Con  la  caida  de  Oropesa  pareció  haberse  estingui- 
do  en  la  corte  y  en  «I  palacio  de  los  reyes  de  Castilla 
todo  sentimiento  de  dignidad  y  toda  idea  de  pudor.  La 
nueva  reina  alemana  quedó  dominando  coi)  sus  in- 
fluencias. Rubor  causa  recordar  los  nombres  con  que 
el  pueblo  alto  y  bajo  designaba  en  las  calles  y  en  las 
tertulias,  en  las  conversaciones  y  en  los  escritos,  en 
los  libelos  y  en  los  salones,  estas  influencias  bastardas. 
y  ruines.  £a  Perdiz^  el  Cojo  y  el  ifti/o  Jlamaba  á  estos 
personages  de  siniestro  influjo,  que  todo  lo  vendían 


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4f4  HISTORIA    DB  BSP^ÜA. 

desvergonzadámeaie,  empleos,  dignidaides  y  honores. 
Pero  la  Perdiz  habia  sido  hecha  barpnesa  de  Berlipsr 
el  Cojoohinyo  los  honor^de  consejero  de  Flandes,  y 
el  Mulo  era  secretario  del  despacho  ^^K  Con  tales  dis- 
tribuidores no  se  estrañaba  qae  se  hiciere  caballero  de 
una  orden  militar  á  na  estanquero  penitenciado  por  el 
Santo  Oficio;  á  un  simple  comisionado  de  un  arrenda- 
dor, superintendente  de  la  hacienda,  conde  de  Ada- 
neroi  asistente  de  Sevilla.  Todo  iba  asi,  merced  á  la 
reina  y  sus  dos  confidentes.  El  pueblo  lo  lamentaba  y 
lo  sufría;  los  grandes  lo  sentían  y  lo  toleraban.  Los 
ingenios  de  la  corte  desahogaban  su  disgusto  en  sáti^ 
ras  amargas,  y  el  vulgo  le  espresaba  cantando  coplas 
horriblemente  cáusticas  ^'^K 


(4)  Con  el  título  de:  Lágrimas  ron  unas  endechas  alasivas  á  es<- 
del  vufgo  cuerdo  en  llorar  los  tosr  tres  personages,  que  empe- 
desaciertos  del  regir,  se  pablica--    zaban: 

Pies  del  reino  es  an  Cojo; 

Una  Perdiz  las  manos; 

Un  romo  es  la  cabeza; 

Miren  por  Dios  qué  tres,  si  fueran  cuatro. 

Y  entre  otras,  contenia  las  estrofos  siguientes: 

Coa  estos  pies  fi^aSa* 

Anda  de  pió  quebrado,      • 

Haciendo  reverencias^ 

Sometida  á  cualquiera  leve  amago..'.. 

Manos  para  sangrías 

Sutiles  cirajanos, 

Que  hasta  que  sangre  no  haya 

Sangrarán  sin  sentir  a)  real  erario.... 

(i)    Gomo  una  que  decía: 

Rey  inocente; 
Reina  traidora; 
Pueblo  cobarde; 
Grandes  sin  honra. 


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PABTB  111*  Lino  V.  4Í5 

Cosas  pasaban  tan  de  bullo,  que  al  mismo*  Carlos, 
le  sacaban  de  su  apatía  y  apocamiento,  y  aguijado 
por  él  escándalo  (porque  él  era  bueno,  y  juicio  recto 
no  le  faltaba),  daba  algunas  muestras  de  resolución  y 
de  energía,  apartando  ioflnencias  perniciosas,  y  que- 
riendo remediar  los  males  por  sí  mismo.  Mas  luego 
le  postraba  su  enfermedad  habitual,  le  faltaban  las 
fuerzas  del  cuerpo,  le  abandonaban  las  del  espíritu, 
y  volvía  á  caer  eu  la  misma  inacción.  Los  alivios  eran 
pasagerosy  fugaces;  la  enfermedad  del  rey  perti- 
naz y  crónica;  á  la  del  reino  no  se  le  veia  remedio 
ni   cura. 

.  La  junta  Magna  de  Hacienda  dictaba  algunas  pro- ' 
videncias  útiles,  pero  no  se  ejecutaba  ninguna.  Se 
pensó  en  abolir  las  mercedes  de  por  vida,  y  bástalo 
que  se  llamaba  el  bolsillo  del  rey.  ¿Mas  no  estaba  ya 
harto  agotado  el  bolsillo  de  un  rey  á  quien  poco  tiem- 
po antes  no  habían  querido  los  mercaderes  fiar  las 
provisiones  de  la  cocina  jeal,  y  cubndo  sesenta  pala- 
freneros se  habian  salido  de  las  reales  caballerizas 
por  debérseles  los  salarios  de  cerca  de  tres  años,  te- 
niendo el  caballerizo  mayor  que  valerse  de  los  mozos 
de  esquina  para  limpiar  los  caballos  del  rey? 

Agotados  los  recursos,  y  siendo  el  único  que  pro- 
ducía algo  el  derecho  de  las  puertas  y  aduanas,  hubo 
artículos  que  se  recargaron  hasta  el  doscientos,  y  aun 
hasta  el  cuatrocientos  por  ciento  de  su  valor  (1).  Y 

(4)    Memoria  del  conde  de  Rebenac,  embajador  en  Espafia. 


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416  •       HISTOEIA  DB  BSPaCa. 

para  raprimir  el  contrabando  que  lan  desmedido  tm- 
pnesto  producía  fué  para  loque  se  inventó  acordonar 
Madrid  con  un  cuerpo  de  quinientos  caballos  que  se 
hizo  venir  de  Cataluña;  sobre  lo  cual  se  escribieron 
también  no  pocas  sátiras,  ridiculizando  al  corregidor: 
Ronquillo  í*>. 

(4)'  Hé  aquí  algttnas  de  ellas: 

Lo  derio  es  que  al  buen  Ronquillo  ' 

no  le  ha  de  estar  mal  su  ardid, 
y  el  cordón  para  Madrid 
será  para  su  bolsillo. 
Va- que  se  enoja  de  oillo, 
y  nos  quiere  persuadir  ^ 
que  esto  puede  producir 
para  conquistar  á  Arjgél; 
y  va  que  me en  él. 

Dice  han  de  dar  los  montados 
á  las  rentas  mas  valores, 
y  si  los  arrendadores 
quebraren,  les  trae  soldados. 
Va  que  por  ello  obligados 
la  taberna  y  el  figón 
le  ofrecen  sueldo  y  blasón 
de  teniente  coronel; 
y  va  guarne enéL 

Y  á  la  junta  Magna,  que  lia-    ciencia  le  decían: 
maban  también  Junta  ae  Con- 

¿Hay  tan  grande  impertinencia 
como  acdarse  preguntando 
qué  es  lo  que  se  está  tratando 
'  en  la  junta  de  Conciencia, 

cuando  sin  indiferencia 
^     se  dice  por  esas  plazas        ■        , 
que  está  discurriendo  trazas 
para  elesir  lo  mejor, 
mandando  al  corregidor 
que  tase  las  calabazas? 

Y  en  otra  décima: 

Díganme;  lo  que  se  junta 
de  mercedes  reíormadas, 


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PABTB  III.  LIBKO  V.  417 

En  verdad,  los  medios  á  que  apeló  por  úUimo  la 
lunla  Magna  para  ver  de  salir  de  apuros  eran  bien 
sencillos,  y  no  exigían  gran  esfuerzo  de  ingenio.  Im- 
poner por  dos  años  seguidos  un  fuerte  donativo  forzo- 
so á  lodo  el  reino,  sin  escepcion  de  personas;  reba- 
jar  la  tercera  parte  de  los  sueldos  á  todos  los  emplea- 
dos altos  y  bajos;  y  por  último,  no  pagar,  ni  merce- 
des, ni  libranzas,  ni  viudedades,  ni  juros,  ni  rentas  de 

sefiorías  limitadas, 
y  cuanto  el  decreto  encierra, 
¿se  ha  dé  aplicar  á  la  goerra, 
ó  á  comedias  y  jornadas? 

Como  se  yé  por  estas  mués-  n^ges  de  la  corte,  en  las  cuales  á 
tras^  y  se  vena  por  otras  inBnitos  vueltas  de  tal  cual  agudo  chiste  'de 
que  podríamos  facjmente  acumu-  tal  cual  ingenioso  retruécano  v  de 
Jar,  y  según  anteriormente  he-  algunas  sazonadas  agudezas  di- 
mos ya  observado,  el  ^nsto  litera-  chas  con  donaire,  se  empleaba  las 
rio,  ya  hartd  corrompido  al  fin  del  mas  veces  un  lenguage  vtfj«»ar  no- 
reinado  anterior,  acabó  de  per-  co  decoroso,  y  hasta  chocarrea 
derse  en  el  de  Carlos  \h  Habla,  sí,  y  frases  que  no  solo  la  cultura  si- 
abundancia  de  ingenios,  y  eran  no  la  decencia  rechazan.  ^  ' 
innumerables  las  composiciones  También  en  ocasiones  se  la- 
poéticas  qne  se  escribían;  pero  mentába>por  lo  serio  el  estado  de 
aquellos  en  general  no  llegaban  las  cosas  públicas,  y  no  sin  cierto 
cuando  mas  sino  á  la  medianía,  y  fuego  y  energía  en  la  idea  y  en 
éstas  por  lo  común  eran  sátiras  li-  las  palabras,  como  en  el  siguiente 
geras  sobre  los  vicios  y  contra  las  soneto:  : 
flaquezas  y  miserias  de  los  perso- 

¡Oh,  Esjyafia,  madre  4]n  tiempo  de  victorias 
y  hoy  irrisión  de  todas  las  naciones!      '         * 
¿Qué  se  han  hecho  tus  bélicos  pendones, 
que  aun  de  su  orgullo  faltan  las  memorias? 

¿Quién  ha  borrado  tus  augustas  glorías. 
Siendo  toda  proezas  y  blasones? 
¿Dóode  están  tus  castillos  y  leones, 
Que  dieron  tanto  asunto  á  ras  historias? 

Ta  de  todo  te  ved  desfigurada, 
Sin  providencia,  sin  valor,  ni  leyes, 
Ni  quien  te  mire  conro  madre  atento; 

Todo  es  llanto;  la  colpa  entronizada, 
Y  faltando  los  reyes  á  ser  reyes,  - 
También  Oilta  razón  al  escarmiento. 

Tomo  xvii,  27 


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418  *   HISTORIA  DB   ESPAÑA. 

nioguna  especie.  El  sistema  era  án  dada  bien  cómo* 
do,  al  menos  para  aquellos  consejeros  de  adminislra- 
cioQ.  No  lo  fué  menos  para  la  célebre  junta  llamada 
de  los  Tenientes  el  modo  de  reclutar  gente  para  la 
guerra.  Verdad  es  que  el  resultado  correspondió  á  la 
medida;  puesto  que  sí  la  junta  sacó  un  soldado,  por 
cada  diez  vedóos,  á  Cataluña  apenas  llegó  uno  por 
cada  diez  soldados^  ocultándose  ó  desertándose  los 


Hacíase  eo  diferentes  |prmas    reyes,  como  efi  el  sígaiente  jn- 
la  censara  mas  amarga  de  todos    guete.  ' 
los  personagesy  sin  perdonar  á  los 

<La  gran  comedía  de  La  Torre  de  Babel  y  confusión  deBaHUmia, 
que  se  representa  enlladrid,  reducida  á  papeles: 

PERSONAS  QUE  HABLáN  EN  ELLA. 

la  MageUad  cautiva SI  Eey. 

La  Ambician  y  el  poder La  reina  regente. 

La  Nobleza  ultrajada La  reina  Hariana. 

La  Heregia  exaltada.  .  •  .^ LaBerlips. 

La  Púrpura  y  la  Ignorat^cia El  Cardenal. 

El  Todo  y  la  Sada.  .  « BI  Condestable. 

Nemhrot  y  Naceiso.  ,....«...  .El  Almirante. 

La  Verdad  iin  provecho Montalto. 

La  Presunción  y  Arrogancia Víllaf ranea. 

La  Traición  laureada •  .    Agoilar. 

La  intención  malograda Monterrey. 

El  Desengaño  por  logro Halbases. 

La  Jfoltcta  y  el  Escarmiento Oropesa. 

La  Fortuna  y  lá  Desgracia.  .......    Safios. 

El  Socf i/lcto  violento ',  .  •    Carnero. 

La  Insensatez  premiada. Arias. 

La  Simpleza  agradable Bena vente. 

La  Maldad  necesaria. Pedro  Nnfiez.  ' 

La  universidad  de  lenguas Vülena. 

La  Pérdida  de  Barcelona Gastaílaga. 

La  Emerienoia  mas  inúlil Manoera. 

SlDiablfi  con  familiar Bl  Cojo. 

El  Anteeristo  de  España. ;    ElConfeior. 

La  Desunión  é  Ignorancia El  Consejo  de  Estado. 

La  Paz  Octaviana El  de  Gaerra. 

L^  Ii^ustieia  solapada El  de  Castilla. 


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PAtn  III*  LIBAO  v«  *  il9 

nueve  décimos;  eran  encubridores  de  prófugos  las 
mismas  jnsticiaSt  consentidores  de  la  deserción  los 
oficiales  mismos  encargados  de  la  entrega  de  los  re- 
chitas;  tan  impopular  era  la  medida,  y  tanta  ya  lacor* 
ropcion  y  la  venalidad  en  todas  las  otases  del  Estado! 
Con  esta  flaqneai  y  penuria,  y  toü  esle  desoon« 


La  LéMmm  9  Compoiixm. El  de  Aragón, 

El  Vicio  apetecido. El  de  Flandes. 

El  Vicio  ihsirado El  de  iUlia. 

La  Sinrazón  ma$  imfiia El  de  Hacienda. 

La  Gala  tin  la  Muida .^ .  El  de  Ordenes. 

La  Bapiña  moi  cruel. La  Sala  de  Alcaldes. 

La  Estafa  establecida El  de  Indias. 

'  El  Mauor  w^érito El  Oro. 

La  Fdiriea  en.lo  caido ;  El  Corregidor. 

£1  RobopermUido 61  CordOD. 

El  Vestuario  turbado.  •  .  .  ~ La  Goyachaela. 

ElApvntador.  .*.  . Larrea. 

El  Teatro El  Orbe. 

La  Eeperanaadeiñmediú: u  Sacesíoa. 

La  MofMf^nia  acabada,  y  la  comedia  también. 

0  como  en  el  signieiite: 

C^tSIfDAUO  OOlf  LAS  FIESTAS   DEL  aHo. 

La  Espeftadoní' Por  iodo  el  mes. 

La  Nock^Bum^ En  el  Retira. 

El  Niño  perdido En  Palacio. 

El  Premimimtio gtt  el  Bscerial. . 

El  Patrocinio En  Aragón. 

ToáoiSemiae Xn  JaJuate. 

Loe  ¡nocemes En  el  reinQ  (Ayuno  pqr  fuerza). 

La  TremsfgmmcUm.  .  ...  Biel  Gohierao. 

La  Crucifixión En  Consuegra. 

La  Soledad Ba  Teleéo,  etc.,  6(0. 

Siguieron,  pues,  las  letras^  co-  lo  algún  ingenio  como  el  del  bis- 

mo  laa  artes,  el  noTiüieBlo  ge»-  toriador  4fitmode  SeKs,  4 4omo 

neral  de  descensión  de  todiT  lo  el  del  pintor  Claudio  Goello,  ser- 

qoe  ceUríbuye  al  biOBaainr,  6  al  tiao  de  gloriosa  reiMiiaoeDeía  de 

esplendor,  ó  á  la  prosperidad,  ó  los  buenos  tiempos  literarios  y 

á  h  dignidad  de  un  ^ueMe,  jr  so-  ariistíeos  de  Capaila. 


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ItO  UISTOBIA  DE  BSPAfÍA« 

cierto  y  desorden»  ¿cómo  no  habia  de  ser  España  ar- 
rollada  y  vencida  en  la  lucha  con  ana  nación  tan  pú« 
jante  entonces  como  la  Francia,  y  con  un  jsoberaao 
tan  poderoso»  tan  famoso  en  las  lides  y  lan  diestro  en 
la  política  como  Luis  XIV?  ¿Y  quéestraño  es  que  allá 
en  los  congresos  europeos  se  dispusiera  de  la  suerte 
de  España»  si  aqui  mismo  entre  cuatro  magnates  divi- 
dían á  su  gusto  la  península  en  .cuatro  grandes  por- 
ciones, constituyéndose  á  sí  mismos  en  reyezuelos  y 
soberanos  de  su  respectivo  territorio?  La  monstruosa 
junta  de  los  cuatro  Tenientes  dio  ocasión  á  que  se  di- 
jera» no  sin  razón»  que  en  España  por  falta  de  un  rey 
se  babian  levantado  cuatro  soberanos.  La  fortuna  fué 
que  ellos  no  supieron  serlo*        ' 

Débil  y  flaca  la  monarquía  desde  el  principio  del 
reinado;  flaco  y  débil  desde  sus  primeros  años  el  mo- 
narca; siempre  en  tutela  como  un  niño  por  su  espíri- 
tu apocado;  viejo  á  los  treinta  y  seis  años»  sin  haber 
sentida  nunca  el  vigor  de  la  juventud;  casado  suce- 
sivamente con  dos  mugeres;  sin  sucesión  de  ninguna» 
y  éiñ  esperanzas  de  tenerla;  miradas  por  todos  como 
próximas  á  extinguirse  su  vida  y  su  raza;  suscítase 
anticipadamente  la  cuestión  de  sucesión  para  llenar 
de  amargura  los  últimos  dias  del  rey,  y  de  nuevos 
conflictos  al  reino.. 

El  desventurado  Garlos»  hipocondriaco  y  enfermo» 
se  ve  condenado  á  no  oir  hablar  sino  de  la  proximi- 
dad de  su  muerte  y  de  laa  gestiones  de  los  que  aspí- 


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PARTB  III.  LIBIO  V.  4ÍI1 

pan  á  heredar  su  trono.  En  las  cortes  estrangeras,  en 
la  de  España,  dentri^  de  su  mismo  palacio,  en  el  con* 
fesonarío^  en  la  cámara,  en  todas  partes  se  agita  la 
cuestión  de  sucesión.  Es  el  objeto  de  las  negociacio- 
nes diplomáticas;  es  el  asunto  de  las  consultas:  es  el 
tema  de  las  conversaciones  y  de  los  escritos;  es  el 
argumento  de  las  intrigas.  Emperadores,  reyes  y  prín* 
cipes  de  Europa,  el  romano  (lontífice  y  sus  legados, 
los  embajadores  de  las  potencias,  los  consejos  de  Es- 
paña, las  juntas,  la  reina  madre,  la  esposa  del  rey, 
los  confesores,  los  teólogos,  los  jurisconsultos,  los  pre- 
'  lados,  los  magnates,  el  pueblo,  todos  toman  parle  en 
esta  ruidosa  contienda.  Hay  desacuerdo  en  los  conse- 
jos; disidencia  entre  los  grandes;  la  corte  y  el  pueblo 
se  dividen  en  dos  grandes  partidos,  ausiriaco  y  fran- 
cés. Motivos  de  resentimiento  sobraban  á  los  unos 
contra  la  Frnacia;  motivos  de  queja  contra  el  Austria 
sobraban  á  los  otros.  Largas  y  sangrientas  guerras ha- 
bia  movido  á  España  el  francés,  y  habia  usurpador 
gran  parte  de  sus  dominios;  pero  era  la  nación  -mas 
poderosa  de  Europa;  su  dinastía  la  mas  robusta;  las 
reinas  que  de  alli  hablan  venido  las  que  habian  deja- 
do mejores  recuerdos.  Austria  era  bacía  siglos  la  alia- 
da natural  de  España;  $u  dinastía  la  dinastía  españo-^ 
la;  pero  era  ya  un  linage  degenerado;  las  reinas  que 
deallibabian  venido,  habían  sido  y  estaban  siendo 
funestas  á  España;  Austria  nos  b^bia  'correspondido 
con  ingratitud,  y  su  amistad  nos  habia  sido  mas  fatal 


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423  mmuA  db  eskaSa. 

y  mas  costosa  qae  la  eaeíaistad  de  la  Francia.  Ate- 
maniís  las  dos  reioas,  aaibas  qóeriaa  m  sucesor  ale* 
man;  pero  la  uDa  preteadia  que  foese  de  l^casa  de 
Baviera,  la  otra  del  Imperio.  No  habla  acuerdo,  ni 
entre  la  madre  y  la  bija,  ni^  entre  el  esposo  y  la  es- 
posa. La.  dispula  de  sucesipd  babia  desatado  los  lazos 
déla  sangre^  y  loe  lazos  "del  consorcio. 

Deseábase  conooer  ta  voluntad  del  rey^  pero  mas 
para  contrariarla  que  pera  cumplirla*  Faltaban  fuer- 
ViB  i  Carlos  para  hacer  respetar  su  Toluntad;  foltaban 
fuerzas  á  la  nadon  para  hacer  respetar  la  voluntad 
de  su  monarca.  Las  cortes  del  reino,  ese  tribunal  su- 
premo y  legítimo  en  que  debian  faltarse  las  cuestiones 
de  alto  interés  nacional,  habían  dejado  de  existir:  he- 
ridas de  muerte  por  Garlos  I„  habían  ido  arrastrando 
ona  vida  lánguicto  basta  que  murieron  por  inanición 
con  Carlos  IL  ^^^  En  vano  se  consultaban  consejos  y 


(4)  Felipe  IV.  había  convoca^ 
áo  pocoanles  da  morir  lascArtoa 
de  Castilla  (34  do  agosto,  4666) 
n9x»  goejarárao  ti  prnicipe  Car- 
ks.  Mas  habiendo  fallecido  el  rey 
el  17  de  setiembre  inmediato,  la 
reina  viuda,' ,do0a  Mariana,  go- 
bernadora del  reino,  dispaso  qae 
no  tuviera  efecto  la  reunión  de  las , 
cortes  (Real  Cédala  de  87  de  se- 
tiembre), puesto  que  había  cesa- 
do la  causa  porque  las  mandó 
convocar  el  rey,  habiéndole  suce- 
dido ya  Carlos  en  el  trono. 

No  eonsta  ninguna  celebración 
de  cortes  en  el  reinado  de  Car- 
los 11.  La  prorojcacion  del  servicio 
de  millones  se  nacia  pidiéndola  á 
hs  ciudades  y  villa8>  y  otorgándo- 


la éstas.  Practicábase  esto  por 
medio  de  una  diputación  perma- 
nente, compuesta  de  tres  procu- 
radores de  las  ciudades  de  voto 
en  edrtes.  á  quienes  tocaba  (K)r 
turno,  fií  cargo  de  la  diputación 
era  villar  si  tos  tribunales  con- 
travenían á  las  leyes  y  á  las  con- 
diciones bajo  las  cuales  se  oU)rga- 
ban  los  servicios,  consultando  al 
rey  y  poniéndolo  en  su  noticia, 
procurar  la  defensa  de  ios  pueblos^ 
y  celar  por  todo  aquello  que  po- 
día tener  interés  para  la  causa  pú« 
Wiea.  En  4S94  hizo  Garlos  il.  al- 
gunas modificaciones,  aunque  po- 
co esenciales,  en  la  or^nizacioa 
y  forma  dé  esta  diputacioD. 


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PABTB  III.  LIBRO  V.  423 

|üDta8.  Esta  cuestión  eBeDcialmeote  española  oo  la  ha* 
bia  de  resolver  la  España:  la  soIucíod  se  esperaba  de 
fuera:  |á  tal  estremo  de  íiD[fbtenoia  babiamos  venidol 

Mas  de  treinta  años  hacía  que  Luis  XIV.  y  el  em- 
perador Leopoldo  se  estaban  disputando  con  prodi« 
giosa  antelación  la  herencia  de  España.  Ya  en  4668 
sala  habían  repartido  entre  sí  con  arbitrariedad  es- 
can(|alosa»  La  sitoacion  de  Europa  varió  después. 
Carlos  U»  de  España  contrajo  primeras  y  segundas 
nupcias.  El  emperador  tuvo  sucesion^y  de  una  infanta 
de  España  naoió  el  príncipe  de  Baviera.  Aumentaron- 
^  se  con  esto  los  que  podían  tener  derecho  á  la  corona 
de  España.  Las  guerras  produjeron  hondas  enemista- 
des entre  el  austriaco  y  el  francés.  Cuando  Leopoldo 
vio  rotas  todas  las  antiguas  alianzas  de  la  Francia,  di- 
suelta la  liga  delRbin,  la  Alemania' unida  al  Austria 
por  temor  del  francés,  la  dinastía  de  Orange  reempla* 
zandd  en  el  trono  de  Inglaterra  á  los  Estuardos,  la 
Suecia  empeñada  en  los  negocios  del  Norte,  la  Espa- 
ña en  guerra  con  Francia^  y  á  LuisXIY.  aislado  y  so- 
lo, entonces  ya  no  se  contentó  con  una  parte  de  la  he« 
reacia  españolai,  aspiró  á  poseerla  integra.  Quiso  in- 
utilizar á  todos  los  que  podían  derivar  sus  derechos 
délas  hembras  descendientes  de  Felipe  lY.,  hacién- 
dolos remontar  á  lasque  descendían  de  Felipe  IIL; 
así  se  erigía  en  único  y  legítimo  heredero  de  Gar- 
los U. 

¿De  qué  servia  al  monarca  español  dar  la  prefe- 


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tZí  IllSTORUriE  BSPAÑA. 

reocia  al  príncipe  bávaro,  adoptarle  por  sucesor  suydr 
y  auQ  otorgar  testamento  en  sq  favor?  El  emperador 
dominaba  á  Carlos  por  medio  de  la  reina,  y  obligaba 
al  débil  monarca  á  rasgar  el  documento  hecho  en  fa- 
vor del  príncipe  efectorah  Un  alemán  mandaba  las 
armas  en  Cataluña,  y  el  embajador  de  Yiena  intríga*- 
ba  en  la  corte,  acosaba  al  rey,  le  hostigaba,  lecausa- 
ba  tedio  y  hastío,  pero  tanto  te  importunó,  qae  estu- 
YO  apunto  de  arrancarle  el  llamamiento  del  archidu- 
que de  Austria. 

En  tal  estado  la  paz  de  Ryswick  (1699),  en  que 
Luis  XIY.  ha  tenido  la  destreza  de  dejar  suelto  el  ca- 
bo de  1^  sucesión  española,  le  permite  reanudar  los 
hilos  de  la  trama  que  habia  venido  urdiendo  desdesu 
matrimonio  con  la  infanta  de  España.  Ei^tonces  se 
presenta  en  Madrid  el  embajador  francés.  Hábil,  astu- 
to, amable,  pródigo,  fecundo  en  artes  diplomáticas, 
vence  al-  embajador  alemán,  y  le  hace  retirarse  de^ 
sesperado  y  aborrecido.  El  partido  austríaco^  que  era 
el  dominante^  se  debilita;  robustécese  el  francés:  afi- 
lianse  en  él  el  cardenal  Portocarrero,  el  inquisidor  ge- 
neral y  otros  magnates:  es  apartado  del  lado  del  rey 
el  confesor,  de  la  fr^íccion  austríaca,  y  es  traido  al 
confesonario  una  hechura  del  cardenal. 

Fáltales  sin  embargo  vencer  al  rey^  ganar  á  la 
reina,  y  destruir  el  influyente  manejo  de  Oropesa,  que 
ha  vuelto  del  destierro  á  la  corte  á  reanimar  el  partid 
do  del  príncipe  bávaro.  Entonces  Luis  XIV.  dá  otro 


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PARTE  111.  LIBRO  V.  425 

rumbo  á  su  políUca;  reconciliase  con  Guillermo,  rey 
de  Inglaterra  y  de  Holanda,  y  só  pretesto  de  mante- 
ner el  eqQíljbrio  continental,  negocia  con  él  el  repar- 
timiento de  ios  domíííiQS  españoles;  con  que  logra  ir- 
ritar al  emperador^  ponerle  en  pugna  con  las  poten- 
cias marítimas  y  con  la  casa  de  Ba viera,  y  herir  eq  lo 
mas  vivo  la  altivez  española.  Era  lo  que  el  astuto 
francés  se  proponia.  La  corte  y  el  monarca  de  Casti- 
lla, justamente  indignados  de  que  potencias  estrange- 
ras  dispusieran  asi  á  su  antojo  de  la  suerte  de  la  mo- 
narquía, se  deciden  por  el  príncipe  José  de  Baviera, 
y  Carlos  en  otro>  testamento  le  declara  heredero  suyo. 
La  muerte  prematura  del  tierno  príncipe  elec- 
to (1699),  da  ocasioQ  á  que  los  franceses  supongan 
culpable  de  ella  aUAustria,  á  que  los  alemanes  á  su 
vez  atribuyan  á  Francia  la  culpabilidad  del  suceso. 
Nadie  dejó  de  sospechar  un  crimen.  ¿Quiénes  serian 
maa  capaces  de  cometerle?  De  todos  modos,  la  cues* 
tíon  que  parecía  resuelta,  vuelve  á  quedar  en  pié.  Se 
ha  simplificado,  porque  restan  ya  dos  solos  preten- 
dientes; pero  se  ha  hecho  mas  espinosa,  porque  la  lu* 
cha  ha  de  ser  mas  viva  y  terrible  entre  dos  rivales 
igualmente  irritados,  y  casi  igualmente  poderosos. 
En  la  misma  corte  de  Madrid  crecen  las  dos  parciali- 
dades, adhiriéndosela  la  una  ó  á  la  otra  los  adictos  á 
la  que  quedaba  ya  estinguida,  sostenidos  los  unos  por 
Oropela,  los  otros  por  Portocarrero.  Todos  se  deciden 
menos  el  rey,  que,  enfermo,  melancólico,   aturdido, 


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436  H  ISTMIA  DB  I8f  aHa* 

mareado  entre  hechizos,  exorcismos  é  intrigas  dd  so^ 
oesioB»  permanecía  irresoluto  y  vacilante,  como  quiea 
^o  desea  morir,  para  qae  le  dejen  descansar. 

Un  motín  popular,  viene  á  dar  nnova  fuerza  at 
partido  francés.  El  pueblo  atribuye  la  escasez  de  loa 
mantenimientos  al  conde  y  ta  condesa  de  Oropesa» 
que  dice  han  vuelto  á  su  antigua  costumbre  de  espe- 
cular con  la  miseria  pública,  y  grita:  «Huera  Orope- 
sa!»  Harcourt  y  Portocarrero  ge  aprovechan  hábil- 
mente de  este  tumulto  popular  para  recabar  del  rey 
el  destierro  de  Oropesa  y  sus  parciales;  y  el  de  Oro« 
pesa,  y  el  almirante,  y  el  de  Darmstad,  y  el  de  Mon- 
terrey, y  la  Berlips,  y  casi  todos  los  partidarios  de 
Austria  son  alejados  con  uno  ú  otro  pretesto  de  la  cor- 
to. Queda  campeando  el  partido  délos  Borbones,  oixi- 
tra  la  reina  y  muy  contados  de  los  ^uyos. 

Jamás  monarca  ni  pueblo  alguno  se  vieron  en  tan 
lastimosa  situación  y  en  tan  mísero  trance  como  se 
hallaron  en  este  tiempo  Carlos  II.  y  la  España.  El  rey 
tratado  como  endemoniado;  la  nación  como  presa  que 
disputan  los  mas  fuertos:  el  monarca  siendo  J4]gue« 
te  miserable  de  mugerauelas  hechiceras  y  de  frailes 
exorcistas;  la  monarquía  objeto,  de  partrjas  entre  po- 
tencias enemigas  y  eslrañas;  el  rey  moribundo  y  cre^ 
yéndose  él  mismo  poseído  de  los  malos  espíritus;  la 
nación  en  otro4iempo  señora  del  orbe  siendo  mate- 
ria de  partición  y  como  deuda  que  se  reparte  en  con- 
curso de.  acreedores:  €árlos  sin  saber  á  quién  pasará 


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PAATV  lll,  LIBRO  T.  4S7 

SU  corona;  España  sin  saber  á  qoieo  pasarán  los  do- 
minios españoles;  monarca  y  monarquía  sin  saber 
qnién  y  de  dónde  habrá  de  venir  á  heredarlos. 

Ridfcalo,  estravagante  y  pueril,  absurdo  y  bo- 
chornoso ftié  todo  lo  que  pasó  en  el  asunto  de  los  he- 
chizos y  de  los  conjuros.  Entre  inquisidores  fanáticos 
y  supersticiosos,  confesores  indoctos  y  crédulos,  frai- 
les admirablemente  candidos  ó  refinadamente  malicio- 
sos, médicos  ignorantes;  intrigantes  cortesanos,  mon* 
jas  que  se  suponia  endemoniadas,  y  mugeres  que  se 
fingian  energúmenas,  el  infeliz  nionarca,  que  con 
igual  docilidad  se  prestaba  á  tomar  las  pócimas  que 
le  propinaban  los  médicos,  que  á  sufrir  los  conjuros 
de  exorcistas  alemanes  y  españoles,  de  continuo  ator- 
mentado su  flaco  cuerpo  y  su  débil  espíritu,  debia  ser, 
si  no  k)  era,  lastimoso  espectáculo  á  propios  y  estra- 
ños.  De  sobra  se  traslada  que  los  malos  espíritus  no  * 
eran  ágenos  al  negocio  de  sucesión,  y  que  las  res- 
puestas de  los  energúmenos  eran  sugeridas  alternati- 
vamente ó  por  el  demonio  del  Austria  ó  por  eidemo- 
qiode  la  Francia.  El  único  que  dio  pruebas  d^ dis- 
creción y  de  sensatez  en  este  negocio  fué  el  consejo 
de  la  Inquisición,  que  supo  tratar  como  se  merecían, 
asi  al  malicioso  exorcista  alemán  Fr.  Mauro  Tenda, 
como  al  Cándido  exorcista  español  Fr.  Froilan  Diaz^*^ 

M)    La  condacU  prudente  del  el  rey  sobre  la  manera  de  oorreisir 

trioana)  en  esta  ocasión,  y  el  Tu-  las  usurpaciones  de  jurisdicción  y 

mtnoso  informe  de  la  junta  espe-  otroa  abusos  del  Santo  Oficio»  do-- 

cial  do  consejeros,  ¿  que  consultó  cumentos  á  que  nos  referimos  en 


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i28  UISTORU  DB   BSPAffA. 

El  segundo  tratado  de  la  repartición  de  España» 
hecho  entre  Luis  XIV.  y  Guillermo  dé  Inglaterra^ 
(1700)  fné  miradOf  como  era  de  mirar,  por  ef  empe- 
rador I^eopoldo  y  los  austríacos  como  una  traición,  por 
Garlos  IL  y  los  españoles  como  un  insulto  inaguanta- 
ble y  como  una  humillación  insufrible.  Duro  y  acre^ 
pero  merecido  y  justo,  fué  el  lenguaje  con  que  el  go- 
bierno español  se  quejó  de  tan  insolente  arbitrariedad 
ante  aquellas  cortés.  La  nación  en  medio  de  su  deca- 
dencia aun  conservaba  el- sentimiento  de  su  dignidad, 
y  el  abatido  espíritu  dé  Garlos  todavía  se  sublevaba  á 
la  idea  de  una  desnlembraciondesn  reino.  Tenia  Gar- 
los II.  entre  otras  esta  buena  prenda  de  rey.  Pero  co- 
nocíala Luis  XIV.,  y  por  eso  le  ponia  en  esta  dura 
alternativa  y  cruel  perplejidad  con  los ,  tratados  de 
partición.  Si  elegía  sucesor  de  la  casa  de  Austria,  á 
que  le  inclinaba  su  corazón,  esponia  so  reino  á. ser 
miserablemente  desmembrado  y  repartido.  Si  prefe- 
ría un  príncipe  francés,  como  aconsei[aba  la  política, 
desheredaba  su  propia  dinastía.  Para  cualquiera  ha- 
bría sido  terrible,  cuanto  mas  para^^un  hombre  que  se 
hallaba  en  tan  deplorable  estado  de  cuerpo  y  de  espí- 
ritUt  la  alternativa,  ó  de   sacrifi<5ar  su  pueblo  á  su 

otra  parte,  y  quo  damos  por  apén-  que  no  fuese  en  gran  número,  de 
dice,  todos  eran  anuncios  ae  lo  sólida  erudición  y  de  buena  doc- 
cerca  que  estaba  la  institución  de  trina,  aue  babian  de  servir  de  nú- 
sufrir  reformas  é  ir  perdiendo  de  cleo  á  la  marcba  de  reformación 
influjo  y  de  poder;  y  todo  indica  que  no  babia  de  tardar  en  empren- 
que  en  medio  del  atraso  intelec-  derse  en  España  tan  luego  como 
tual  en  que  España  babia  ido  ca<  hubiese  quien  le  díera  un  impulso 
yendo,  aun  había  hombres,  bien  saludable. 


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PARTB  111.  LIBRO  V.  429 

familia,  ó  de  sacrificar  su  familia  á  su  pueblo/ 
Dominante  á  la  sazón  en  Madrid  el  parlido  fran- 
cés,  á  cuya  cabeza  estaba  Portocarrero;  consultados 
•  nuevamente  á  instigación  del  cardenal  consejos  y 
juntas,  teólogos  y  letrados;  favorables  sus  dictámenes 
á  la  sucesión  de  Francia,  como  la  mas  legítima  y  do 
mejor  derecho,  y  como  la  única  capaz  de  mantener 
la  integridad  del  reino,  á  condición  de  no  reunirse 
nunca  en  una  misma  cabeza  las  dos  coronas  de  Fran^ 
cia  y  España;  agravados  luego  los  padecimientos  de 
Carlos,  y  postrado  en  el  lecho  de  muerte;  habiendo 
cesado  los  exorcismos,  pero  circundadas  su  cámara  y 
su  alcoba  de  loa  cuerpos,  las  reliquias  y  las  imágenes 
de  todos  los  santos  y  santas  de  mas  devoción  suya  y 
del  pueblo,  trasladados  alli  de  los  templos  déla  corte, 
instalado  á  su  cabecera  Portocarrero  coñudos  confeso* 
res  de  su  conQanza  para  aconsejarle  la  resolución 
mas  conveniente  al  descargo  de  su  conciencia  y  á  la 
salvación  de  su  alma,  firma  por  último  con  trémula 
mano  el  moribundo  monarca  el  testamento  en  que  de- 
clara sucesor  de  su,  reino  y  heredero  de  su  corona  á 
Felipe  de  Anjou,  y  pronuncia  aquella  melancólica  fra- 
se: Ya  no  soy  nada. 

Muere  Carlos  11.  y  se  abre  su  misterioso  testa- 
mento. La  nación  española  en  su  mayoría  recibe  con 
júbilo  la  noticia  de  so  última  resolución  testamentaria. 
Siglos  hacía  que  no  habia  ocurrido  un  acontecimien* 
to  de  tanta  trascendencia.  Solo  la  inquietaba  ya  saber 


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430  ilISTOlU   DB  BaPAÜA. 

la  deoisioQ  que  á  sq  vez  tomarla  Luis  XIY.  La  Fran- 
cia y  la  Europa  entera  parlidpaban  de  la  misma  in- 
qaietod*  Tratábase  para  todos  de  la  resolacíon  mas 
importante  del  siglo*^  Los  conaesos  de  Francia  se  divi* 
den  también  en  opiniones,  y  al  mismo  monarca  fran- 
cés no  le  foltaba  por  qné  vacilar.  Tenia  que  elegir 
entre  ana  corona  para  sa  nielo  y  el  engrandecimiento 
de  sus  propios  estados;  enlre  la  estensbn  de  sa  siste» 
ma  mas  acá  de  los  Pirineos  y  mas  allá  de  los  Alpes»  y 
la  estsnsion  de  su  poder  propio;  entre  su  honor  oomo 
rey  y  las  ventajas  de  su  reino;  entre  su  familia  y  la 
Francia.  Cualquiera  resolución  podía  traer  la  guerra; 
pero  en  un  caso  podia  ser  óorta  y  de  éxito  seguro* 
en  otro  de  duración  incierta  y  de  éxito  dudoso. 

Por  último,  ante  una  asamblea  de  señores  y  altos 
funcionarios  del  reino,  presenta  al  duque  de  Anjou,  y 
les  dice:  ^Smiorei^  aqui  Imeis  al  re^  de  España*)^ 
Luis  XIV.  ha  pronunciado:  lodo  está  resuelto.  La  di- 
nastía de  Austria  ha  concluido  en  España*  Reemplá- 
zale la  dinastía  de  Borbon.  La  suerte  y  la  condición 
de  la  monarquía  española  ha  cambiado  esenciáU 
mente. 


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AFlSDICB. 


DÍPOBIIK  DE  UNA  JUNTA 
GOHTOKSTA  DE  tNDfVIDUOS  DE  TODOS  LOS  CONSEJOS, 

SOBRE  ABUSOS  T  :ESOE80S  DEL  SANTO  OFICIO 

KH  M&TBKUS  DB  jñtlSDICQOR. 

Gompoiitaii  It  Junta  los  Sres.  marqués  de  Ifancen»  conde  de  Frigilia»* 
na,  dtm  Joaé  Soto,  don  losé  de  Ledesma,  don  rnaclsco  Gomes  y 
forro,  don  Joan  de  la  Tone,  don  Antonio  Jando,  don  Diego  Ifiigoex 
de  Abarca,  ion  Francisco  Camargo,  don  Juan  de  iOasfro»  don  Alonso 
Rico,  y  el  marqués  de  Castroíkierte. 


Sefior:  El  real  decreto  en  q«e  V.  M.  fué  aérf  ido  de  ordenarla  for- 
ma<»Oín  de  esta  junta  y  lo  que  se  debía  tratar  en  ella,  dice  asi: 

«Siendo  tan  repetidos  los  embarazos  que  en  todas  partes  se  ofireoea 
entre  mis  ministros  y  los  del  G<»sejo  de  Inqoisícíon  sobre  pontos 
de  jnrisdieclon  y  el  uso  y  práctica  de  sus  privilegios  y  las  eosas  y  ca* 
sos  en  qoe  deben  usar  de  ellos,  de  qué  se  siguen  ineeosíderablesda^ 
fies  hacíala  quietid  de  les  puebles  yrectaadmiBistraoion  de  Justicia» 
como  actoalmente  esté  snoedíende  en  alguoaa  provincias,  surtrrand» 
continuas oofl^Mtencias  y  díferenciasentrelostnbvnaies.  Ydeseando 
yo  mvy.Tivamente  qoe  el  Santo  Oficio,  propognácnlo  el  mas  ñrme  y 
segare  de  la  fé  y  de  la  religión,  en  todos  mis  demiaios  se  isantengpi 
en  aquel  respeto  y  Teneracion  qoe  le  solicita  sn  recomendable  erec* 
eion  y  que  con  plausible  emulación  han  procurado  coiiser?ar  mtsgio^ 


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432  HISTORIA  DB  bspaSa. 

rio60s  progenitores,  y  qae  al  mismo  tiempo  se  trate  de  dar  upa  regla 
fija,  indfvidnal  y  clara  qae  evite  en  adelante  semejantes  embarazos, 
•  controYersias  y  disputas,  y  que  esperimente  el  Santo  tribunal  aque- 
lla aceptación  y  amor  con  que  ha  sido  atendido  en  todos  tiempos, 
sin  entrometerse  én  cosas  y  materias  agenas  de  su  venerable  institu- 
to, y  manteniéndose  unos  y  otros  ministros  en  los  términos  debidos:- 
he  resuelto  áestefín  se  forme  una  junta  en  que  concurran  el  marqués 
de  Mancera  y  conde  de  Frigiiiana,  del  Consejo  de  Estado;  don  José  de 
Soto  y  don  José  de  Ledesma,  del  de  Castilla;  don  Francisco  Comes  y 
Torro  y  don  Juan  de  la  Torre,  del  de  Aragón;  don  Antonio^  Jurado  y 
'  don  Diego  Ifiiguez  d£.  Abarca,  del  de  Italia;  don  Francisco  Gamargo  y 
don  Juan  de  Castro,  del  de  Indias;  don  Alonso  Rico  y  el  marqués  de 
Castro-fuerte,  del  de  Ordenes;  y  que  don  Martin  de  Serralta,  oficial 
mayor  de  la  secretaría  de  Estado  del  Norte,  entre  en  ella  con  los  pa- 
peles, con  advertencia  de  que  precisamente  se  ha  de  tener  una  vez 
á  lo  menos  cada  semana,  hasta  su  entera  y  efectiva  conclusión,  no 
obstante  que  falte  algún  ministro  délos  referidos,  como  asista  otro  de 
e^da  consejo;  y  fío  del  celo  y  esperioncia-de  los  que  la  componen  que 
tratando  esta  materia  con  la  atenta  reflexión  qué  pide  su  importancia 
y  el  deseo  que  me  asiste,  de  que  se  dé  á  ella  feliz  éxito,  no  omitan 
diligencia,  aplicación  ni  desvelo  que  pueda  conducir  afín  tan  honesto 
y  justo,  representándome  lo  quese  le  ofreciere  y  pareciere  para  que 
yo  tome  la  resolucion^mas  conveniente.iT 

Para  obedecer  esta  real  orden  con  mayor  puntualidad  y  mas  pre- 
sente comprensión,  suplicó  la  Junta  de  V.  M.  se  sirviese  de  mandar 
á  los  Consejos  de  Castilla,  Aragón,  Italia,  Indias  y  Ordenes,  qae  por  lo 
tocante  á  cada  uno  y  á  los  territorios  de  su  jurisdicción  formasen  re- 
súmenes de  los  casos  en  que  pareciese  haber  escedido  los  tribunales 
d^  la  Inquisición  con  perjuicio  de  la  jurisdiocíon  real,  y  que  estos  y 
copias  de  las  concordias  que  se  hubiesen  tomado  con  Ja  Inquisición, 
se  pusiesen  «n  las  reales  manos  de  V.  M.,  para  que  V.  M.  mandase 
remitirlo  á  la  Junta,  y  habiéndole  V.  M.  ordenado  se  ejecutó  asi. 

Aeoonocidos  estos  papeles,  se  halla  ser  muy  antigua  y  muy  uni- 
versal en  todos  ios  dominios  de  V.  M.  á  donde  hay  tribunales  del 
iSanto  Oficio  la  turbación  de  las  jurisdicciones  por  la  incesante  apli- 
cación con  qae  los  inquisidores  han  porfiado  siempre  en  dilatar  la  su- 
ya con.  tan  desarreglado  desorden  en  el  uso,  en  los  casos  y  en  las 


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APÉNDICE.  433 

personas,  que  apenas  han  dejado  ejercicio  á  la  jurisdiccioa  real  or- 
dinaria ni  autoridad  á  los  qne  la  administran;  no  hay  especie  de  ne- 
gocio, por  mas  ageno  que  sea  de  so  instituto  y  facultades,  en  que  con 
cualquier  flaco  motivo  no  se  arroguen  el  conocimiento.  No  hay  vasa- 
llo, por  mas  iorde pendiente  de  su  potestad,  que  no  le  traten  .como  á 
subdito  inmediato,  subordinándole  á  sus  mandatos,  ceQ^tfras,  multas, 
cárceles,  y  lo  qiio  es  mis,  á  la  nota  de  estas  ejecuciones.  No  hay 
ofensa  casojl  ni  levo  doscomedimiento  contra  sus  domésticos,  que  no 
le  venguen  y  castiguen  como  crimen  de  religión,  sin  distinguir  los 
términos  ni  los  rigores:  no  solamente  estienden  sus  privilegiosásus 
dependientes  y  familiares,  pero  los  defienden  con  igual  vigoi:  en  su; 
ésolavos  negros  é  infieles:  no  les  basta  eximir  las  personas  y  las  ha- ^ 
ciendas  de  los  oficiales  de  todas  cargas  y  contribuciones  públicas,  por 
roas  privilegiadas  que  sean,  pero  aun  las  casas  de  sus  habit^ionps 
quieren  que  gocen  la  inmunidad  de  no  poderse  estraer  de  ellas  nin- 
gunos reos,  ni  ser  allí  buscados  por  las  justicias,  y  cuando  lo  ejecu- 
tan esporimentan  las  mismas  demostraciones  que  si  hubieran  violado 
nn  templo;  en  la  forma  de  sus  procedimientos  y  en  el  estilo  de  sus 
despachos  usan  y  afectan  modos  conque  deprimir  la  estimación  de  lo« 
jueces  reales  ordinarios,  y  aun  la  autoridad  de  los  magistrados  supe- 
.  rieres:  y  esto  no  solo  en  las  materias  judiciales  y  contenciosas,  pero 
en  los  puntos^e  gobernación  política  y  económica  ostentan  esta  inde- 
pendencia y  desconocen  la  sobetanía. 

Los  efectos  de  este  pernicioso  desorden  han  llegado  á  tan  peligror 
sos  y  tales  inconvenientes,  qué  ya  muchas  veces  excitaron  la  provi? 
denciajde  lossefiores  reyes  y  la  obligación  de  sus  primeros  tribunales 
á  tratar  cuidadosamente^l  remedio,  y  sobre  muy  consideradas  con- 
sttltasde  juntas  graves  y  de  ^doctos. ministros,  se  formaron  concordias, 
se  espidieron  cédulas,  y  se  asentaron  reglas  para  el  mejor  concierto  de 
estas  jurisdicciones  entodos  los  reinos  de  esta  monarquía  con  propro- 
cion  á  la  conveniencia  y  estado  de  cada  uno. 

Pero  aunque  estas  prudentes  disposiciones  se  anticiparon  á  pre- 
servar estos  dafios  aun  antes  de  su  experiencia,  pues  en  elafio  de  4484, 
inmediato  del  de  la  gloriosa  institución  del  Santo  Oficio,  los  señores 
Reyes  Católicos  qne  religiosamente  la  ¿abran  promovida,  mandaron  . 
^  formar  una  junta  de  consejeros  suyos  y  varones  graves,  en  que  se  to- 
mase acuerdo  sobre  el  uso  de  la  jurís<^cion  temporal  que  habiancop- 
TOMO  XVIK  %S 


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43i  niSTO&U  DK  RSPAÜA. 

cedido  por  fortalecer  y  aatorizaír  al  ejercicio  de  la  apostólica,  y  aan- 
qoe  después  saccsivamente  en  iodos  los  reioados  de  estos  dos  siglos  se 
han  repetido  estaainíportantes  prevenciones,  no  han  sido  bdstantesá 
facilitar  el  fin  qae  con  ellas  se  ha  procarado,  y  que  siempre  ha  sido 
engrandecer  la  autoridad  de  la  {nqnisicion,  moderando  los  excesos  do 
los  inquisidores:  antes  con  su  inobservancia  é  inobediencia  han  dado 
ipacha6  veces  ocasión  justa  para  severas  reprensiones/ multas,  man- 
datos de  comparecer  en  la  corte,  estrafiaciones  de  los  reinos,  priva- 
ción de  temporalidades  y  otras  demostraciones  correspondientes á  los 
casos  en  que  se  han  practicado,  pero  no  conformes  á  el  mayor  decoro 
de  los  tribunales  del  Santo  Oficio,  consideración  que  debiera  por  sa 
propio  respeto  haber  reprimido  á  sus  ministros. 

Debe  la  Inquisición  á  los  progenitores  augustos  de  V.  M.  todo  el 
colmo  de  hoñoces  y  autoridad  que  dignamente  goza  sn  fundación  y 
asiento  en  estos  reinos,  y  los  de  la  corona  de  Aragón  y  do  las  Indias, 
su  elevación  al  grado  y  honr^  de  Consejo  Real,  la  creación  de  la  dig-  . 
nidad  de  Inquisición  general  con  todas  las  especiales  y  soperiorespre- 
rogativas,  la  concesión  de  tantas  exenciones  y  privilegios  á  sus  oficia- 
les y  familíareá,  la  permisión  del  uso  de  la  jurisdicción  real  qué  ejerce 
en  ellos,  y  la  mas  apreciablo  y  singular  demostración  da  la  real  con- 
fianza, suspendiendo  en  los  negocios  dependientes  de  la  Inquisición  los 
recorsos  y  conocimientos  por  via  de  fuerza:  pero  aunque  éstos  favores 
bab  sido  tantos  y  tan  precisos,  deberá  mas  á  V.  M.  si  con  una  refor- 
mación acordada  y  reducida  á  reglas  invariables  fuere  Y.  M.  servido 
de  mandar  qoe  se  prescriban  álos  tribunales  déla  Inquisición  los  tér- 
minos y  modo  en  que  se  debe  contener  la  jurisdicción  temporal  qae 
administran  en  causas  y  materias  no  pertenecientes  á  ia  fé,  pnes  el 
abaso  con  que  esto  se  ha  tratado  ha  producido  desconsuelo  en  los  va- 
sallos, desunión  en  los  ministros,  desdoro  en  los  tribunales,  y  no  poca 
molestia  á  V.  M.  en  la  decisión  de  tan  repetidas  y  porfiadas  compe- 
tencias. 

Pareció  esto  tan  intolerable  aun  en  sus  principios  al  sefior  empe- 
rador don  Garlos,,  qoe  ^ivel  año  de  153ft,  resolvió  suspender  á  )a!n- 
qnísicionel  ejercicio  de  la  jurisdicción  temporal  que  el  señor  rey  don 
Fernando  sn  abuelo  ia  había  concedido,  y  esta  suspensión  seRiantavo 
por  diez  afios  en  este  reino  y  en  el  de  Sicilia,  hasta  que  el  sellor  don 
Felipe  el  Segundo,  siendo  prfmfpe  y  gobernador  por  la  ansencia  del 


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César  su  padre,  Tolvió  á  permitir  qué  el  Santo  Oficio  usase  de  su  ju- 
risdiccioQ  real^  pero  ceñida  á  Ip^  capítulos  de  mu^preyeoidas  instruc- 
ciones y  concordias  que  después  han  sido  muy  mal  observadas,  porque 
la  soma  templanza  con  que  se  han  tratado  las  cosas  de  los  inquisidores» 
leshadadoalientaparaconvertir  esta  tolerancia  en  ejecutoria,  ypart 
desconocer  tan  de  todo  ponto  lo  quehiú  recibido  de  la  piadosa  libe- 
ralidad de  los  sefiorejí  reyes,  que  ya  afirman  y  quieren  sostener  con 
bien  estrafia  animosidad  que  la  jurisdicción  que  ejercen  en  todo  lo 
tocante  á  jas  personas,  bienes,  derechos  y  dependencias  de  sus  mt*- 
nistros,  oficíales,  familiares  y  domésticos,  es  apostólica  eclesiástica,  y 
|>or  consecuencia,  independiente  de  cualquier  secular  por  suprema 
que  sea. 

Y  porque  sobre  esto  presuposición  fundan  los  tribunales  del  Santo 
Oficio  las  estensiones  de  sus  privilegios  y  facultades  á  personas,  casos 
y  negocios  ni  comprendidos  ni  capaces  de  comprenderse  en  ellas,  y 
.fundan  el  uso  de  las  censuras  en  materias  no  purtenecientes  á  esta  dis- 
ciplina eclesiástica, y  fundan  también  la  desobligacíon  de  observar  las 
concordias  y  obedecer  las  resoluciones,  leyes  y  pragmáticas  reales; 
representará  á  V.  M.  esta  junta  la  insubsisténcia  de  estos  fundamentos 
que  han  parecido  dignos  de  mayor  reflexion.para  pasar  con  mayor  se- 
guridad á  proponer  lo  que  sobre  estos  puntos  se  ofrece. 

Sefipr:  toda  la  jurisdicción  queadmtnistran  los  tribunales  del  Santo 
Oficio  en  personas  seglares  y  en  negocios  no  pertenecientes  á  nues- 
tra santa  católica  fé  y  cristiana  religión,  es  de  V.  M.  concedida  preca- 
riamente y  subordinada  á  las  limitaciones,  modiécaciones  y  revocacio- 
nes queV.  M.  por  su  real  y  justísimo  arbitrio  fuere  servido  de  ejerci-> 
taren  ella:  esta  verdad  tiene  tan  cía  ras  y  preceptibles  demostraciones, 
que  solamente^  á  quien  cerrase  los  ojos  á  la  los  podrán  parecer  os- 
coras. 

En  todo  el  tiempo  que  él  ministerio  santo  de  la  Inquisición  estuvo 
por  los  conoilios  y  cánones  sagrados  encargado  al  cuidado  y  pastoral 
vigilancia  de  los  obispos,  no  fueron  menos  vigitaotesy  cuidadosos  loa 
^mperadoresy  re  y  es  cristianos  en  establecerseveros  edictos  y  saluda- 
bles leyes  para  conservar  la  pureza  de  la  fé  preservada  del  contagio 
de  las  heregfas,  atendiendo  en  esto  no  aolo  al  oficio  de  vicarios  de 
Dios  en  Jo  temporal,  pero  también  á  la  seguridad  y  duración  de  sos 
imperitas  y  dominios,  uniendo  con  ia  sobrenatural  y  suave  fuerza  de 


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436    ^  uiSTonu  dr  bsfaña. 

nuestras  católicas  verdades  los  corazones  de  los  súbditosciitresíy  to- 
dos ala  fidelidad  y  obediencia  de  sus  príncipes,  que  son  los  efectos  que 
influye  la  unidad  de  culto  y  religión  insensiblemente  en  los  ánimos: 
pudiera  bien  decirse  que  estos  piadosos  príncipes  Jueron  verdaderos 
inquisidores.  Lo  no  dudable  es  que  el  título  y  nombre  de  inquisidores 
contra  la  heregía  se  halla  con  dífarencia  de  muchos  años  antes  en  las 
leyes  imperialesqne  en  las  eclesiásticas,  pues  la  primera  vez  que  se 
lee  con  esta  expresión  en  el  derecho  canónico  es  en  una  decretal  de 
,.  la  santidad  de  Alejandro  IV.,  que  rigió  la  Iglesia  en  los  principios  de 
el  décimo  tercio  siglo,  cuando  ya  desde  los  fines  del  siglo  IV.  por  cons* 
titacion  expresa  de  Teodosio  el  Grande  se  habiad  creado  jueces  con 
nombre  de  inquisidores  contra  los  maniqueos;  y  no  es  menos  notable 
haberse  visto  el  cargo  y  ejercicio  de  inquisidor  general  concedido  á 
ministro  seglar  y  aunque  por  esto  incapaz  de  jurisdicción  espiritual 
confirmada  después  por  la  Sede  Apostólica  oon  asignación  de  asesores: 
asi  sucedió  en  Flandes  cuando  en  el  año  de  46S2  el  señor  emperador 
donCárlosdió  patente  é  instrucción  para  esta  dígifidad  al  doctor  Fran- 
oisco  de  Uultet,  (}el  consejo  de  firahante',  á  quien,  no  obstante  el  ser 
>ego  confirmó  en  el  año  siguiente  el  pontífice  Adriano  VI.  con  que  se 
valiese  de  asesores,  eclesiásticos  y  teólogos. 

Tal  ha  sido  en  todos  tiempos  el  celo  con  que  las  supremas  potesta- 
des temporales  han  dedicado  la  mas  excelsa  parte  de  su  soberanía, 
que  es  la  jurisdicción,  á  la  autoridad  y  aumento  de  los  tribunales  de 
la  fé,  pero  esto  manteniéndose  en  la  distinción  de  ministros  y  eier'* 
cicios,  hasta  que  los  señores  Reyes  Católicos,  para  ocurrir  al  grande 
y  cercano  peligro  que  amenazaba  en  la  frecuente  conversación  délos 
muchos  infieles  judíos  y  moros  que  habitaban  en  estos  jeinos,  cuya  in- 
fección había  tocado  ya  la  parte  mas  vital  y  noble  en  algunos  prelados 
y  personas  eclesiásticas,  erigieron  la  dignidad  de  inquisidor  general  y 
el  consejo  de  la  general  Inquisición,  al  cual  y  á  sus/ tribunales,  entre 
otras  prerogativás,  concedieron  la  adáiinistraeion  y  aso  de  su  jurisdi&r 
cion  real  para  todo  lo  concerniente  á  la  mayor  expedición  de  sus  en- 
cargos y  delegaciones  apostólicas;  pero  esta  religiosa  largueza  fué,  , 
romo  era  justo,  acompañada  con  la  prudente  prevención  de  que  era 
permitir,  no  enagenar,  y  queaquella  jurisdicción,  cuya  administración  ' 
ric  cometía  á  los  inquisidores,  no  se  abdicaba  de  la  regalía:  asi  lo  de- 
clararon en  una  real  cédula  expedida  en  el  año  de  1504,  en  que  con 


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APENDICB.  *37 

!a  cláusula  ttodo  e$  nueslro^^  explicaron  que  su  real  ánimo  habia  sido 
oooservar  este  derecho  jurisdiccional  enteramente. 

Con  igual  espresion  repitió  esto  mi$mo  el  señor  emperador  don 
Garlos,  enotracéduladadaen^Ode  marzo  de  4553,  que  fué  la  concor- 
dia en  qué  se  dio  forma  ala  Inquisición,  para  volver  á  usar  de  la  ju- 
'  risdiccion  que  estaba  suspendida,  y  en  ella  se  dijo:  Quede  d  los  ingui" 
sidorea^  sobre  los  [amüiares,  la  jufisdicoion  criminaljpara  que  pro^ 
cedan  en  sus  causas  y  las  determinen  como  jueces,  que  para  ello  tienen 
jurisdicción  de  S.  M*  Y  asi,  en  esta  cédula  como  en  otras  que  antes  se 
f  hablan  despachado,  se.prevínoque  los  inquisidores  debiesen  arreglar- 
se á  las  instrucciones  que  se  les  daba. 

Y  el  señor^don  Felipe  U.  repitió  esta  misma  declaración,  en  las 
concordias  de  los  afios  de  4580,  y  1582  y  4597,  que  todas  concluían  di- 
ciendo: todo  lo  cualy  según  dicho  es,  sea  y  se  entienda  por  elMempo 
que  fuere  mi  voluntad  y  de  los  reyes  mis  sucesores,  Y  .para  después 
mandar  á  los  ministros  reales  y  á  los  inquisidores,  que  observen  los 
capítulos  prflucediendo  cada  uno  en  lo  que  por  ellos  le  toca,  y  con  im- 
posición de  penas  á  los  inobedientes  y  transgresores. 

El  señor  don  Felipe  III.  en  las.  reales  cédulas  espodidas  en  los  años 
de  4606  y  4608,  con  ocasión  de  las  controversias  que  ocurrieron  entre 
el  duque  de  Feria  y  los  inquisidores  de  Sicilia,  y  tratándose  entre 
otras  pretensiones  que  tenían  los  inquisidores,  la  de  ejercer  jurisdic- 

<  cion  céntralos  arrendadof es  de  los  estados,  puestos  en  diputación  ó 
concurso,  la  decidió  por  estas  palabras:  Y  mucho  menos  la  deben  pre- 

.  tender  los  Oficiales  de  la  Inquisición,  pues  la  jurisdicción  civil  que 
ejercen  contra  los  m:!ros  seculares^  es  jurisdicción  mia,  y  la  tienen  á 

^  mi  beneplácito. 

Siguiendo  este  justo  y  firmísimo  dictamen,  el  rey  nuestro  señor 
don  Felipe  el  Grande, glorioso  padro  de  V.  M.,  en  real  despacho  de 
4603,  dio  la  última  y  mayor  claridad  á  este  punto,  diciendo  en  una 
cláusula:  No  podían  los  inquisidores  pretender,  por  la  jurisdicción 
temporal  que  tienen  concedida  á  beneplácito.X  en  oír  a:  tTantomaspor 
ser  en  esta  parte  tan  interesada  la  jurisdicción  real,  la  cual  ejercitan 
los  inquisidores  en  los  familiares,  temporal,  concedida  á  beneplá- 
cito real.» 

Y  V.  M.  se  ha  conformado  coa  este  mismo  sentir,  tantas  veces 
cuantos  han  sido  los  reales  decretos  en  que  se  han  mandado  obsor\ar 


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438  msTOBU  db  ispaHa. 


i  concordias  y  preYenciones»  y  cuantas  han  sido  las  resolaciones 
qae  V.  M.  se  ba  senrido  dar  á  las  competencias  que  se  han  ofrecido 
con  la  Inquisición,  lo  cual  no  pudiera  haber  pasado  asi^  tratándose  de 
jurisdicción  eclesiástica. 

Este  concepto,  segoido  por  seis  reinados  y  por  casi  dos  siglos,  ao- 
torÍ2a  tanto  esta  tardad,  que  no  deja  discolpa  á  la  temeridad  de  do« 
dárh,  y  mas  cuando  se  halla  asistida  de  buenas  y  firmes  reglas  de 
justicia,  porque  V.  M.  en  todos  sus  dominios  funda,  por  todos  dere- 
chos, ser  soya  umversalmente  la  jurisdicción  temporal,  de  que  solo 
se  trata,  no  mostrándose,  por  quien  la  pretendiese,  título  justo  y  efi« 
caz  para  habérsela  trasferido,  el  cual  ni  se  muestra  por  los  inquisido- 
res, ni  se  ha  mostrado  en  tantos  affos  como  ha  que^mantíenen  esta 
perfía,,y  solo  han  podido  hallar  en  sus  archivos  y  trasladaren  los  pa- 
peles que  han  escrito  sobre  esto  y  que  ya  se  alegan  como  libros,  al- 
gunos reales  decretos  y  despachos  en  que  se  les  concede  el  uso  de  esta 
■jurisdicción^  pero  ninguno  en  que  funden  haber  síjoesta  concesión  ir- 
revocable, ni  haberse  esta  jurisdicción  separado  del  alto  dominio  que 
solo  reside  en  T.  M.,  ni  haberse  alterado  su  naturaleza.  Y  con  esto 
solo  se  da  fácil  y  breve  respuesta  á  cnaiftas  ponderaciones  ha  repeti- 
do en  los  discursos  que  han  hecho  sobre  esto,  tan  flacas,  que  aun  no 
merecen  el  nombre  de  argumentos,' porque  siendo  proposición  iiídis- 
íputable  que  toda  concesión' de  jorisdiccion,  dada  en  ejercicio,  se  debe 
tener  por  precaria,  no  es  mas  innegable,  cuando  en  el  mismo  acto  de 
la  concesión  y  en  otros  subsiguientes,  se  halla  declarada  esta  calidad 
por  la  esprésion  de  quien  concede  y  por  la  aceptación  de  quien  reci- 
be; qne  son  los  términos  puntuales  de  las  declaraciones  ya  refe- 
ridas y  todas  aceptadas  por  los  inquisidores. 

Y  es  subterfugio  ageno  de  la  gravedad  de  esta  materia  el  querer 
'  que  esta  concesión  se  considere  como  hecha  á  la  Iglesia  y  que  por 
esto  sea. irrevocable;  porque  esta  proposición  ¿olo  es  cierta  en  las  do- 
Mioiones  hechas,  y  especfficamente  en  las  jurisdicciones  concedidas 
á  la  Iglesia  romana  y  á  su  cabeza  el  sumo  pontifico,  pero  no  en  hsqvte 
se  conceden  á otras  personase  cuerpos  eclesiásticos,  y  mucho  menos 
á  los  inquisidores,  ácuyo  favor  no  podrá  hallarse  mas  fundamento  que 
haberlo  dicho  así  voluntariamente  algún  escritor  parcial  de  sus  pre- 
tensiones. 

N¡  hay  mas  razón  para  querer  que  por  haberse  esta  jurisdicción. 


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APENDICB.  439^^ 

OQido  coD  la  eclesiástica  que  redidia  en  los'¡nquis¡dor«^,  se  haya  mes- 
ciado  ni  confundido  tan^o  con  ella  qae  baya  podido  pasar  y  trasfun- 
dirse en  eolesíástica: áestQ resiste  la  misma  forma  de  la  concesión  y 
•lespresD ánimo  de  los  seQores  reyesi  que  siempre  han  dicho  no  ha- 
ber sjdo  su  intención  confundir  estas  jurisdicciones  y  siempre  bao 
llamado  y  tratado  como  temporal:  resiste  también  eu  el  defecto  do 
potestad,  pues  de  los  príncipes  temporales  no  se  puede  derivar  ju- 
risdicción eclesiástica,  y  no  menos  el  menor  defecto  de  aptitud  para 
su  ejercicio,  pues  en  cansas  profanas  y  con  personas  seglares  no  le 
puede  tener  la  jurisdicción  eclesiástica;  y  el  concurrir  en  un  misaba 
tribunal  ó  persona  las  dos  jurisdicciones  no  repugna  á  que  cada  ano 
conserve  su  naturaleza  y  cualidades  como  si  estuviesen  separadas, 
oomo^ucede  en  los  Concejos  de  Ordenes  y  Cruzada,  en  el  maestre  de 
escuela  de  la  universidad  de  Salamanca,  y  en  todos  los  prelados  que 
son  dueños  deT jurisdicciones  temporales,  sin  que  en  ninguno  de  estos 
ejemplos  se  haya  considerado  ni  intentado  jamás  esta  nueva  especie 
de  trasmutación  de  jurisdicción  temporal  en  eclesiástica,  que  so  ha 
inventado  por  los  inquisidores  con  insustanciales  sutileza^. 

Discurrir  en  qué  prescripción  ó  costumbre  puedan  haber  dado  á 
la  Inquisición  este  derecho-seria  olvidar  las  reglas  mas  conocidas  y 
trilladas,  pues  se  trata  de  jurisdicción  absoluta,  omnímoda  ó  inde- 
pendiente y  de  niero  imperio,  que  son  de  la  primera  clase  de  la  su- 
prema regalía,  y  por  osto  imprescriptibles  é  incapaces  de  esta  forma 
de  adquisición:  ni  puede  hallarse  de  costumbre  inmemorial  cuando 
el  principio  de  las  concesiones  y  el  de  lamismajnqoisicionse  tienen 
tan  á  la  vista,  ni  en  las  leyes  canónicas  ni  civiles  puede  hallar  sufra- 
gios una  costumbre  contraria  al  mismo  título  én  que  so  funda  y  des- 
acompaflada  de  la  buena  fó  de  quien  Is  propone ,  como  sucedería  si 
los  inquisidores  intentasen  de  prescribir  como  irrevocable  la  juris- 
dicción que  se  les  permitió  como  precaria,  y  si  lejfendo  cada  dia  y  re- 
pitiendo en  todas  sus  representacídnes  las  reales  cédulas,  concordias 
y  decreto^  en  que  apoyan  el  ejercicio  de  o^a  jurisdicción,  se  hicieren 
desentendidos  de  aquellas  cláusulas  en  que  se  dejaron  siempre  estas 
concesiones,  pendientes  de  la  voluntad  de  quien  las  hizo. 

Mal  se  puede  llamar  posesión  la  que  ha  sido  tan  interrumpida  que 
no  ha  tenido  paso  sin  tropiezo:  si  esta  jurisdicción  fuese  eclesiástica, 
si  no  fuese  toda  de  V.  M.,  si  en  esto  hubiese  duda,  ¿cómo  se  hubieraá 


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lid  lUSTOttlA  DÉ  BlSf  a6a. 

espedido  tantas  concordias  y  despachos  en  que  para  todos  los  reíoo# 
se  ha  dado  forma  á  sa, mejor  uso,  esceptuan  do  casos  y  personas  según 
ha  parecido  conveniente,  imponiendo  á  los  inquisidores  preceptos  pa-^ 
ra  su  observancia,  no  sin  conminación  de  penas,  y  todo  esto  sin  pedir 
beneplácito  á  la  Sede  Apostólica  ni  consentimiento  Á  Jos  inquisidores 
generales?  ¿cómo  se  hubiera  ejecutado  aquella  suspensión  de  dosquin* 
queníos  sin  que  los  inquisidores  reclamasen  ni  los  sumos  pontífices  la 
resistiesen?  ¿cómo  ae  pudiera  haber  tolerado  la  práctica  de  que  las 
competencias  entre  los  tribunales  d^  Inquisición,  no  conformán^pse 
en  su  determinación  los  ministros,  se  consulten  y  remitan  á  V.  M.,  que 
como  es  servido  las  resuelve?  Nada  de  esto  hubieran  ejecutada  ni  per- 
mitido las  religiosísimas  concien cias de  V.M.  y  de  tantossefiores  reyes 
católicos,  sino  tuviesen  incontrovertible  seguridad  de  que  esta  juris- 
dicción era  temporal  y  suya, y  deque  en  ella  son  losinquisidoresjue- 
ees  delegados  de  V.M.,'comolo  son  de  la  Sedo  Apostólica  en  la  jurts- 
diccioA  eclesiástica  que  en  su  nombre  y  con  su  autoridad  administran. 

Gravo  testigo  de  efta  verdad  tiene  contra  su  istento  la  Inquisición 
en  su  inquisidor^  después  obispo  de  Astorga,  don  Nicolás  Permosíno, 
«1  cual,  en  la  dedicatoria  xie  sus  libros  que  ofreció  á  la  magestad  del 
rey  nuestro  señor  don  Felipe  IV.  puso  una  cláusula  en  que  dijo  así: 

«Y  habiendo  hallado  el  aeñor  rey  don  Fernando  en  los  principios 
de  su  reinado  la  jurisdicción  fea]  ordinaria  en  suma  alteza,  de  mane- 
ra, que  todo  corria  por  una  madre,  y  no  habia  mas  fueros  privilegia- 
dos que  el  de  la  milicia  en  los  ejércitos  y  el  del  estudio  en  las  univer- 
sidades, tuvo  por  bien  de  darla  cinco  sangrías  muy  copiosas  á  la  ju- 
risdicción ordinaria,  y  favorecer  la  de  la  Inquisición  con  la  exención 
de  sus  oficiales  y  familiares,  la  de  la  Santa  Hermandad  para  los  deli- 
tos cometidos  en  el  campo,  la  de  la  Mesta  y  Cabana  real  para  los  ga- 
nados ypastos,  la  del  consulado  para  las  causas  mercantiles;  que  to- 
das estas  jurisdicciones  la  instituyó  y  fundó  desde  sus  principios.»  Y 
omitiendo  otras  reflexiones  que  se  ofrecen  sobre  esta  cláusula,  lo  que 
literalmente  hay  en  ella,  es,  que  este  prelado  que  tan  afectuosamen- 
te escribió  por  los  privilegios  y  derechos  de  la  Inquisición ,  como  lo 
manifiestan  sus  obras,  hizo  voluntariamente  esta  ingenua  confesión^ 
de  que  toda  «sta  jurisdicción  la  recibió  el  Santo  Oficio  de  los  señores 
reyes,  y  que  la  recibió  con  la  naturaleza  de  temporal  y  en  la  mismtf 
forma  que  las  otras  con  que  la  equipara. 


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AMNDICe.  ^  .441 

áibía  bien  este  escritor  y  saben  bien  los  inquisidores,  que  nunc^i  " 
podrán  hallar  otro  origen,  ni  fundar  en  otro  principio  esta  especie  de 
jurisdicción  qae  administran,  pues  la  que  por  los  sagrados  cánones  se 
concedió  á  los  obispos  en  cuyo  lugar  se  ban  subrogado,  fué  limitada  á 
las  causas  de  fó,  y  con  severas  prohibiciones  de  no  tocar  ni  estenderse 
á  otras;  y  dentro  de  estos  precisos  términos  se  les  permitió  el  cono- 
cimiento de  las  dependencias  inseparables  y  de  las  incidencias  uni*- 
das  á  la  consecución  de  su  principal  fin,  y  la  facultad  de  interpelar  á 
h9S  jueces  seglares  para  que  con  su  jurisdicción  diesen  auxilio  en  lo 
que  no  pudiese  ejecutar  por  sí  la  eclesiástica,  y  aun  obligarlos  con 
eensuras  cuando  sin  razqn  lo  resistiesen,  tener  ministros  seglares  con 
el  nombre  de  familia  armada,  y  conocer  de  las  culpas  ó  escesos  que 
cometresen  en  sus  oficios  y  proceder  contra  los  autores  de  estatutos 
y  decretos  impeditivos  dejl  oficio  de  la  Inquisición,  contra  los  inobe- 
dientes do  los  mandatos  dejos  inquisidores,  contra  los  protectores  y 
auxiliadores  de  hereges  y  otros  reos  en  materia  de  religión,  contra 
los  que  ofendiesen  ó  incluyesen  en  las  personas  de  los  iuquisjdoresi 
esto  y  nada  mas  les  concede  el  derecho  capónico,  prescribiéndoles 
tan  precisos  loa  términos  de  su  potestad,  que  aun  no  pormitió  la  usa- 
sen en  los  delitos  de  adivinaciones  y  sortilegios,  cuando  en  ellos  noiiu- 
biese  manifiesta  malicia  de  beregía;  j  la  santidad  de  Clemente  VIH. 
no  condescendió  á  la  súplica,  que  en  nombre  del  sefior  don  Felipe  II. 
se  le  hizo,  para  que  permitiese  á  la  Inquisición  el  conocimiento  y 
castigo  de  otro  delito  abominable,  dando  por  razón,  que  todo  el  enlo- 
dado, ocupación  y  ejercicio  de  los  inquisidores,  debia  aplicarse  y 
contenerse  en  solo  el  gran  negocio  de  la  fé,  cláusula  repetida  por  el 
sagrado  oráculo  déla  Iglesia,  pues  ya  la  habia  proferido ^n  una  de- 
cretal la  santidad  de  Alejandro  IV. 

Las  bulas  y  privilegios  apostólicos  en  que  los  inquisidores  preten- 
den fundar  el  principio  y  calidad  eclesiástica  de  esta  jurisdicción,  so 
enuncian  y  alegan  indistintamente  y  pon  grande  generalidad,  pero  no 
se  producen  los  escritores  que  han  inclinado  mas  su  dictamen  á  la  es- 
tensión  de  las  faqultadesdel  Santo  Oficio:  tampoco  las  refieren  literal- 
mente; mas  la  obligación  de  esta  junta  en  proponer  á  V.  M.  apuradas 
las  verdades  de  esta  materia,  ha  pasado  á  reconocer  cuidadosamente 
todas  las  bulas  que  suelen  alegarse  sobre  esto,  y  lo  que  se  halla  es  que 
en  las  mas  antiguas,  desde  el  pontificado  de  Inocencio  III.  hasta  el  de 


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442  HISTOIUA    DB    B81»ARrA« 

LeoD  X»9  qae  pataron  3U  «fios,  en  que  se  comprenden  lee  espedidas 
por  Alejandro  kV.,Urbaoo  IV.»  Glemenie  IV.  é  Inocencio  VIII.,  ni  hay  ni 
pudo  haber  disposición  adaptable  al  intento  de  los  ioqaisidores,  por* 
que  este  encargo  entóneosle  tenian  los  obispos,  cuya  potestad  nanea 
escedió  los  límites  determinados  por  derecho  canónico,  y  obraban  au- 
xiliados de  los  jaeces  seglares,  y  asi  lo  comprueban  las  mismas  balas, 
qoe  todas  son  dirigidas  á  los  obispos,  esoitando  la  obligación  de  los 
magistrados  y  justicias  temporales  á  darles  su  asistencia  y  auxilio.  Y 
es  notable  una  constitución  de  Inocencio  IV.  confirmada  por  Alejan- 

^dro  IV.  en  el  afto  primero  de  su  pontificado,  que  fuó  el  de  4254, en  quo 
se  da  forma  para  la  elección  délos  notarios,  sirvientes  y  ministros  n^ 
cesarios  para  las  prisiones  de  los  hereges,  7P<^ra  la  averiguación  de 
sus  culpas  y  formación  de  sos  proceso6,'sin  hacer  mención  alguna  d« 
fuero  privilegiado  en  estos  mioislros,  ni  atribuir  á  los  inquisidores  ju- 
risdicción sobre  ellos  en  sus  causas  temporales;  y  en  la  bula  de  Cle- 
mente Vil./ que  se  dio  á  instancia  del  señor  emperador  don  Carlos  y 
de  la  sefiora  reina  dofia  Juana  su  madre,  á  favor  del  arzobispo  de  Se- 
villa»  inquisidor  general  entonces,  y  de  sus  sucesores,  delegándoles  el 

^  conocimiento  de  todas  las  apelaciones  que  se  hubiesen  interpuesto 
ó  se  pudiesen  interponer  A  la  Sede  Apostólica,  se  halla  espresameota 
laesplícita  limitación  á  las  causas  tocantes  ala  fé,sin  mencionar  otras. 
Las  bulas  que  con  mayor  frecuencia  y  confianza  se  alegan  por  los 
inquisidores,  son  las  del  santo  Pie  V.,  y  especialmente  ja  queso  pu- 
blicó eu  Roma  en  %  de  mayo  del  afio  de  i  tt69,  qué  empieza  Si  de  prot$^ 
gendU\  pero  examinados  con  desapasionada  atención  loa  catorce  ca- 
pítulos que  contiene  el  proemio  en  esta  bula,  no  hay  en  ellos  cláu- 
sula aplicable  al  intento  de  los  inquisidores,  porque  en  el  proemio  y  en 
el  cap(tulo  primero  se  propone  la  congruencia  que  hay  en  que  la  Sede 
Apostólica  conserve  en  su  inviolada  protección  á  ios  ministros  aplica- 
dbs  al  Santo  Oficio  de  la  Inquisición,  y  á  la  exaltación  de  la  fécaCólica, 
y  se  pondera  que  la  impiedad  y  malas  artes  de  los  hereges  aplicados  á 
impedir  el  recto  ejercicio  de  este  instituto  y  disturbará  sus  ministros, 
instaba  al  mas  pronto  remedio  exacerbando  las  penas.  En  ^1  capítulo 
segundo  trata  de  cualesquier  cornuoidades,  ó  personas  privadas,  ó 
constituidas  en  dignidad,  que  matasen,  hiriesen,  maltratasen  ó  ame- 
drentasen á  los  inquisidores,  abogados,  procuradores,  notarios  ú  otros 
ministros  del  mismo  Santo  Oficio,  ó  á  los  obispos  que  le  ejercieren  en. 

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▲TBirmcE.  443 

siudióceBÍft  ó  provincias,  y  los  queejecataren  alguna  de  estas  violen-  , 
olas  en  los  acusadores,  denunciadores  ó  testigos  en  causas  de  fé.  En  el 
capítulo  tercero,  estieñde  esta  disposición  é  los  que  invadiesen,  in- 
cen^liasen  ydespoja9en  las  iglesias,  casas  y  otras  cosas  públicas  ó  par- 
ticulares del  Santo  Oficio,  y  á  sus  ministros,  y  á  los  que  en  cualquier 
'  'orma  quitaren,  ó  suprimieren  libros,  protocolos  ó  escrituras,  y-á  los 
que  asistieren  ó  auxiliaren  é  esto.  En  el  capítulo  coarto  habla  de  los 
efractores  de  las  cárceles,  y  de  los  que  eximieren  algún  preso,  y  en 
cualquier  manera  dispusieren  ó  maquinaren  su  fuga,  ¿  loscualesy  á 
los  mencionados  en  los  capítulosantecedentes,  impone  pena  de  anate- 
ma y  las  que  corresponden  á  los  reos  de  lesa  magostad  en  primera  es- 
pecie. En  el  capítulo  quinto  dispone  que  los  Culpados  en  estos  delitos 
cometidos  en  odio  y  menosprecio  del  Santo  Oficio,  no  pueden  defen- 
derse si  no  fuere  con  evidentes  probanzas  de  su  inocencia,  y  compren-  . 
de  en'  esta  disposición  é  las  personas  eclesiásticas,  de  cualquier  dig- 
nidad ó  4)rivilegio,  para  que  siendo  conTencidos'ó  condenado^  se  de- 
graden y- remitan  á  las  justicias  seglares.  En  el  sesto  reseryaá  laS^ 
de  Apostólica  el  conocimiento  de  las  canssfs  de  los  obispos.  En  el  sóti* 
rao  prohíbelas  intercesiones  á  favor  de  estos  feos.  En  el  octavo  indttl«- 
ta  álos  que  declararen  ó  revelaren  estos  delitos.  En  el  nono  prescribe 
la  forma  de  ahsolucion  ó  habilitación  en  ^estos  casos.  En  el  décimo  co- 
mete la  ejecución  á  los  patria  reas,  arzobispos  y  otros  prelados  aciesias-  . 
ticos.  En  el  undécimo  derógalas  constituciones  contrarias.  En  e^doce 
manda  que  hagan  entera  fé  los  trasuntos  de  esta  bola.  En  el  trece 
exhorta  á  los  príncipes  cristianos  á  la  protección  det  Santo  Oficio.  Y 
en  el  catorce  concluye  con  la  conminación  de  penas  á  Jos  tranl^* 
grosores. 

Esta  es,  puntualmente  reasumida,  la  célebre,  santa  y  saludable 
bulo  de  San  Pió  V.,  en  que,  ni  por  su  letra  s?  halla,  ni  por  inducciones 
secol¡ge,qoe  la  intención  deaqueJ  grande^  bienaventurado  pontífice 
fuese  dar  á  los  inquisidores  jurisdicción  alguna  en  causas  temporales, 
poei  todo  su  contexto  se  refiere  á  meterías  de  fé,  y  todo  el  fin  á  que 
se  dirige  es  á  prevenir  la  libertad  del  Santo  Oficio  en  sa  principal  y 
sagrado  ministerío;  y  en  este  sentido  solo,  y  no  eu  otro,  se  ha  podicío 
entender  el  capítulo  segundo  de  esta  bula,  y  que  las  ofensas  de  qoe 
habla  en  los  ministros  del  Santo  Oficio,  sean  las  qoe  se  hicieren  en 
ádio,  ó  por  venganza,  ó  para  impedimento  de  los  oficios  que  adminis. 


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"        444  UISTOAIA  irE  BftPAÜA. 

V 

Irao:  pero  ñolas  que  sin  esta  dependencia  nacieren  de  enemisUd,  é 
causa  particular  con  sus  personas,  y  asi  lo  esplica  la  misma  bula  en  el 
capítulo  quinto,  y  asi  lo  declara  con  otros  espositores  un  docto  mi^ 
nistro  de  la  Inquisición,  que  escribió  con  sinceridad  de  ella; 

Otra  bula  de  este  mismo  pontífice  suele  alegarse  publicada  en  el 
año  de  4570,  pero  en  ella  no  se  halla  masque  una  confirmación  délos 
privilegios  concedidos  á  la  sociedad  de  los  Cruces  ignatos;  cuyo  ins- 
tituto era  asistirá  los  inquisidores  en  todo  lo  que  pertenecía  á  la  per- 
secución de  los  hereges,  y  en  cuyo  ministerio  se  ban  subrogado  los 
familiar^  del  Santo,  Oficio;  y  siendo  como  es  cierto,  que  por  la  cons- 
titución de  Inocencio  III.,  á  que  se  refiere  esta  bula,  solamente  se  con- 
cedían á  Cruces  i^n^tos^  graciaá  é  indulgencias  sin  pasar  á  cosa  to- 
caqte  á  jurisdicción,  no  puede  conducir  al  intento  de  los  inquisidores 
esta  disposición. 

La  bula  de  Sixto  V.  espedida  en  el  aiüode  4587,  en  la  primera 
congregación  de  la  Santa  Inquisición  quesetuvoen  Roma,  es  confir- 
matoria de  privilegios  concedidos  á  los  inquisidores  y  sus  mÍDÍstros, 
sin  aumentar  ni  alterar  cosa  alguna,  y  concluía  ordenando  que,  en 
cuanto  á  la  Inquisición  dg  España,  erigida  pocos  años  antes,  no  se  in- 
nove sin  especial  providencia  de  la  Sede  Apostólica,  y  siendo  cons- 
tante que  en  aquel  tiempo  no  tenían  los  inquisidores,  según  se  ba  vis- 
to, concesión  de  lo  que  pretenden,  es  claro  que  no  pudo  ser  inten- 
ción del  sumo  pontífice  confirmarles  lo  quo  ño  tenían. 

Tiénese  noticia  que  los  inquisidores,  para  esforzar  su  proposición 
ó  propósito,  han  hecho  suprimir  y  han  esparcido  copias  de  un  decre- 
to de  la  santidad  de  Paulo  V.  dada  en  29  de  noviembre  del  año  de 
1606,  en  que  estendió  el  breve  concedido  por  San'Pio  V.  á  la  santa  y 
general  Inquisición  de  Roma, á  los  tribunales  de  la  rnquísicion  dees- 
tos  reinos  de  España,  para  poder,  sin  incurrir  en  írregularrdadni  cen- 
sura, sentenciar  y  condenar  en  cualquier  pena,  hasta  la  de  muerte,  y 
relajar  para  su  ejecución,  eú  todas  las  causas  cuyo  conocimiento  per- 
tenezca al  Santo  Oficio,  aunque  no  sean  de  heregía;  de  aquí  los  in- 
quisidores quieren  deducir  que  ya  por  la  sede  apostólica  tienen  reco- 
nocida y  aprobada  la  jurisdicción  para  proceder,  no  solo  en  los  delitos 
de  heregía,  sino  también  en  los  temporales. 

La  inconsecuenciade  este  discurso  se  percibe  teniendo  presente, 
que  los  tribunales  de  la  Inquisición  no  solo  conocen,  en  virtud  de  la     < 


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APÉNDICE*  445 

antoridad  y  delegación  apostólica,  en  las  causas  do  heregía,  sino  eo 
otras  muchas,  quo  por  d^^echo  .coman  no  les  pertenecía  ,  pero  en 
odio  de  algunos  delitos  y  por  motivos  especiaíes  se  las  han  cometido 
los  sumos  pontífices;  y  asi  so  ve  en  el  delito  de  la  usura  que  por  la 
do  León  X.  so  cometió  á  los  inquisidores  de  Aragón  y  reinos  da  su' 
corona;  y  en  el  críipen  detestable  á  la  naturaleza,  que  por  bula  de 
ClementeVII.se  cometióá  los  inquisidores  de  los  mismos  reinos;  y  en 
los  diez  casos  contenidos  en  la  bula  de  Gregorio  XIII.,  para  preceder 
contra  los  judíos;  y  en  la  bula  de  Gregorio  XIV.,  contra  los  confeso- 
res solicitantes,  y  en  otros  muchos  casos  declarados  en  otras  bulas,  á 
los  cuales  sin  duda  puede  y  debe  referirse  el  decreto  de  San  Pió  V., 
pues  todas  estas  causas  y  negocios,  aunque  no  sean  do  heregía,  se 
tratan  y  conocen  en  los  tribunales  de  la  fó,  y  en  esta  inteligencia  ha- 
bla el  decreto  de  Paulo  V.  para  los  inquisidores  de  Espafia,  dándoles 
la  misma  permisión  en  esta  Tormal  cláusula:  «tanto  en  las  causas  del 
mismo  Santo  Oficio,  cuanto  en  otras  causas  criminales  que  los  inqui- 
sidores hacen  y  conocen  en  el  tribunal  de  la  Santa  Inquisición,  por 
concesión  de  su  santidad  y  de  la  santa  sedeapostólica.i  Palabras  que 
solo  deben  y  pueden  entenderse  en  estas  causas,  en  que  sin  ser  pro- 
pias del  Santo  Oficio/ procedan  sus  tribunales  por  concesióú  de  los  v 
sumos  pontífices,  la  cual  no  tienen  para  las  causas  temporales  desús 
oficiales  y  ministros,  .'ni  de  ellas  puede  entenderse  este  decreto,  ni 
acomodarse  sus  palabras  ni  sentido. 

En  el  amo  de  4627,  resolvió  el  rey  nuestro  sefior  don  Felipe  IV., 
por  motivos  que  entonces  le  persuadieron,  que  conociese  la  inquisi- 
ción de  los  que  introdujesen  moneda  de  vellón  en  estos  reinos,  y  por 
decreto  de  45  de  febrero  del  mismo  afio ,  se  declaró  que  tocase  al 
fisco  de  la  Inquisición  en  las  causas  que  sobre  esto  hiciese  la  cuarta 
parte,  qtie  por  leyes  del  reinó  se  aplica  á  los  jueces  seglares;  digan  . 
los  inquisidores  «i  la  jurisdicción  que  se  les  permitió  para  esto,  la 
adquirieron  irrevocablemente,  y  digan  si  se  trasfundió  en  la  natura*' 
leza  de  eclesiástica,  y  si  por  concurrir  en  un  mismo  sugeto  estas  ju«* 
risdicciooes,  dejó  de  conservar  cada  una  entera vy  separadamente  stt 
propia  naturaleza.  No  podrán  decirlo  ni  entenderlo  asi  tan  doctos  y 
tales  ministros.' 

Dicen  que  los  sumos  pontífices,  por  la  universal  jurisdicción  tenv* 
por^lque  habitual mente^íenen,  han  podido  eximir  de  jurÍ5diccion 


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I4<S  IIISTOaiA   DB  RSPAÑA. 

reartodas  las  personas  aanqu«  legas  y  seglares  de  los  oficiales»  mí- 
BÍstros,  familiares  y  otros  depeodieytes  de  ios  tribunales  del  Santo 
Oficio,  privilegiándolos  con  que  de  ellos  y'sas  causas  conozca  la  ju- 
risdicción eclssiástica,  por  considerar  esto  necesario  al  ministerio  do 
la  Santa  Inquisición  y  é  los  altísimos  fines  de  la  pureza  y  exaltación 
de  la  fé  á  qae  se  dirige;  y  sobre  esta  proposición  sé  iian  escrito  dila- 
tados y.  afectados  discursos,  pero  sin  proporción  ni  aplicación  á  sn 
intento. 

Porque  aunque  es  doctrina  cierta,  común  y  católica  que  puedo  el 
papa  sin  conocimiento  de  los  príncipes  «Católicos  eximir  de  su  juris- 
dicción y  pasar  al  fu  ero  eclesiástico  algunos  vasallos  cuando^  esta  «o 
requiere  para  la  consecución  de  algún  fin  espiritual  é  importante  á 
la  Iglesia;  ésta  potestad  no  la  ejerce  la  Seád  Apostólica  fuera  de  los 
casos  en  qae  es  necesaria  para  el  efecto  y  fío  espiritual  que  se  desea, 
como  sucede  en  ^os  clérigos  y  religiosos,  sin  cuya  asunción  no  pudie- 
-  ra  constar  el  estado  eclesiástico,  que  con  el  civil  compone  el  perfecto 
<$uerpo  de  la  monarquía,  y  á  estas  personas  para  eximirlas  del  fuero 
seglar  se  les  dan  aquellas  calidades  de  orden  y  religión  qae  repug- 
nan con  él,  y  aun  en  estos  tan  justos  y  convenientes  términos  tienea 
los  cánones  y  concilios  prevenida  la  moder(icioo,  porque  la  suma  y 
santa  justicia  de  la  Sede  Apostólica  retribuye  á  el  obsequio  de  los  re- 
yes en  la  obediencia  de  sus  sagrados  decretos  con  el  cuidado  de  man- 
tener independientes  sus  regalías* 

La  exención  de  los  oficiales^  familiares  y  otros  ministros  de  la  In- 
quisición, ni  "es  ni  se  puede  considerar  n^edio  necesario  para  eleun^ 
plimientode  su  instituto,  ni  tiene  dependencia  con  la  buena  dirección 
de  las  causas  de  fé  el  que  de  las  causas  temporaleado  estos  ministros 
'Oonozcaalos  inquisidores  oomo  delegados  apostólicos  ó  como  regios:  f 
las  razones  que  movieron  para  concederles  esta  jurisdicción,  mirando 
A  la  mayor  autoridad  de  estos  tribunales  cuando  se  introducían  y  for- 
maban, y  al  estado  de  aquellos  tiempos  en  que  por  ser  tantos  los  ene* 
migos  dQ  la  religión  era  menester  mayor  fuerza  y  ni&mero  do  minifr- 
iros  para  perseguirlos,  y  que  estos  se  moviesen  á  la  mayor  asistencia 
<lelos  inquisidores  reconociéndolos  por  sus  jueces;  fueron  todas  razo- 
nes de  congruencia,  pero  nodo  necesidad,  pues  sin  esta  circunstancia 
ae  bebía  ejercido  la  Inquisición  por  tan  largo  tiempo,  y  se  ejerciddes- 
ipnes  por  el  que  estuvo  suspendida  fa  jurisdiQDion  temporal  bastándoles ' 


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APBUDIGB.  447. 

á  ]o9  inquisidores  las  facultades  concedidas  por  el  derdcho  cau6hico  y 
el  aosiüo  que  se  les  daba  por  las  potestades  y  justicias  seculares:  pero 
estos  motivos  no  siendo  de  necesidad  no  lostuvieron  por  bastantes  los 
sumos  pontífices  para  decretar  esta  exención,  ni  la  decretaron:  con- 
que 'es  ociosa  y  no  conveniente  la'  cuestión  de  potestad,  y  solo  es 
<uerto  que  aun  estas  congruencias  con  que  se  concedió  la  jurisdicción 
temporal  han  cesado  muobos  afioshá  en  estos  reinos,  pues  con  lases* 
polsionjds  de  los  judíos  y  moriscos,  y  con  el  celo  y  vigilancia  de  los 
inquisidores  se  bd  purificado  el  cuerpo  do  la  religión  que  ha  crecido 
basta  el  sumo  grado  el  respeto  del  Santo  Oficio,  y  se  ba  aumentado 
el  fervor  de  todos  en  tal  forma,  que  tiene  ya  la  Inquisición  tantos 
ministros  y  familiares  de  quien  servirse  en  los  negocios  de  fó  cuan- 
tos son  ios  vasallos  de  V.  If  • 

Sí  los  inquisidores  reconociesen  de  V.  M.  esta  jurisdicción  y  osa- 
sen de  ella  en  la  conformidad  que  les  fué  concedida,  ajustándose  á  los 
términos  de  las  concordias  y  á  las  declaraciones  de  los  reales  decre* 
tos  en  las  resol uciones^de  las  competencias,  seria  dignísimo  y  propio 
de  la  grandeza  de  V.  M.  el  mantenerlossín  novedad  en  esta  concesión,  , 
'  viéndola  encaminada  y  convertida  en  aumento  y  exaltación  del  Santo 
Oficio;  pero  no  es  esto  asi;  niegandesagradecidamente  el  especiosísi- 
mo don  que  en  esto  recibieron,  desconocen  la  dependencia  siempre 
reservada  ál  arbitrio  de  V.lf .,  y  sin  rendirse  é  las  leyes  canónicasque 
sabetti  ni  á  las  bulas  apostólicas  que  han  visto/ni  é  los  decretos  reales 
qne  guardan  en  sus  archivos,  inventan  motivos  no  seguros  ni  legales 
con  que  dan  calor  y  protesto  á  sus  abusos,  y  teniendo  contra  sí  el  sei^ 
tirde  cuantos  graves  y  acreditados  escritores  han  tratado  con  ingenua 
yerdad  esta  materia,  se  persuaden  ó  quieren  persuadir  é  lo  que  artifi- 
ciosa y  apasionadamente  dijeron  pocos,  que  lo  escribieron  asi  porque 
eran  inquisidores,  ó  lo  fueron  después  porque  lo  habían  escrito.  Reco- 
nocíeroneste  inconveniente  dos  grandes  míoistros,  don  Alonso  de  \a 
Carrera  y  donPrancisco  Antonio  de  Ala rcon,  y  consultaron  que  se  man* 
dase  recoger  sin  permitir  qne  se  divulgasen  ni  imprimiesen  los  escritos 
en  qne  se  impugnase  ser  esta  jurisdicción  de  V.  11.  revocable  á  so  ar- 
bitrio; y  en  la  jonta  formada  para  conferir  y  consultar  sobre  la  oon- 
oordia  del  afio  de  4639,  en  que  asistieron  el  arzobispo  de  las  Charcas 
y  don  Pedro  Pacheco,  ambos  del  Consejo  de  la  Inquisición,  se  sabe  qse 
sin  contradiccioit  asintieron  á  esta  verdad,  como  lo  han  hecho  otros 


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4(8  tllSTOElA  Aff  «SI'AitA* 

doctos  iaquisidorcs,  y  lo  harán  ouaDlos  la  tratasen  con  deselApefiada 
iodiferencia:  y  el  vice  canciller  de  Aragón  don  Cristóbal  Grespi,  en  su 
librp  de  Observaciones,  hace  mencionvde  una  junta  que  se  tuvo  en  Va- 
lencia por  orden  del  conde  de  Oropesa,  virey  entonces  de  aqaél  rei- 
no, en  que  concurrieron  diez  graves  teólogos,  de  los  cuales  fueron  los 
cuatro  obispos,  y  habiéndose  tratado  entre  otros  puntos  éste,  no  dis-^ 
cordaron  en  que  esta  jurisdicción  fuese  temporal  y  dimanase  de  V.  M. 
No  crece  la  representación  ni  la  potestad  del  Santo  Oficio  con  lo 
que  excede  los  límites  de  sus  facultades;  solamente  puede  ya  seroEía- 
yor  no  queriendo  ser  mas  de  loque  debe  en  la  proporción  justa;  mejor 
que  la  desmesurada  grandeza  se  asegura  la  conservación  de  las  cosas, 
y  mas  la  de  los  cuerpos  políticos:  ¿qué  decoro  podrá  dar  á  la.lt)qui8i- 
cion  santa,  cuyo  instituto  veneran  profundamentelos  católicos  y  temen 
losliereges,  el  que  se  vea  distraída  la  aplicación  de  sus  tribunales  á 
materias  profanas,  puesto  el  cuidado  y  el  empeño  en  disputar  cóntí* 
nuamente  jurisdicción  con  las  justicias  reales  para  acoger  al  privile- 
gio de  su  fuero  losdelitos  muchas  veces  atroces  cometidos  por  sus  mi- 
nistros, ó  para  castigar  con  sumos  rigores  levísimas  ofensas  de  sus- 
súbditos  y  dependientes?  Escandalizó  á  todos  el  caso  que  pocos  años 
ha  sucedió  en  la  ciudad  de  Córdoba,  donde  un  negro,  esclavo  de  un 
receptor  ó  tesorero  que  lo  habia  sido  de  aquel  Santo  Oficio,  escaló  una 
noche  la  casa  de  un  vecino  honrado  de  aquella  ciudad  por  desordena- 
do amor  de  una  esclava,  yjiabiendé  sentidoalgun  mido  la  muger  del 
dueño  de  la  casa,  salió,  y  encontrando  con  el  esclavo  la  dio  una  puñala- 
da de  que  la  pasó  el  pecho,  y  á  sus  voces  acudió  el  marido  y  concor- 
rieron otras  personas  que  ie  prendieron  al  esclavo,  el  cual  fué  entre-» 
gado  á  la  justicra,  y  confeso  en  su  delito,  fué  condenado  á  muerte  de 
horca  y  puesto  en  la  capilla  para  su  ejecución;  y  i  este  tiempo  el  tri- 
bunal del  SantoOfícto  despachó  letras  para  que  eUIcalde  de  la  justi- 
cia le  remitiese  el  preso,  y  aunque  por  el  alcalde  se  respond  ójegal- 
mente  y  se  formóla  competencia,  nada  pudo  bastar  para  que  el  tribu- 
Bal  dejase  de  imponer  y  reagravar  censuras  y  penas,  hasta  que  ate- 
morizado el  alcalde  entregó  el  esclavo;  y  habiendo  llegado  esta  noti- 
cia al  consejo  de  Castilla,  hizo  repetidas  consultas  á  V.  M.  represen- 
tando las  graves  circunstancias  de  este  caso  y  la  precisa  obligación 
que  el  tribunal  tenia  de  restituir  el  esclavo,  y  las  grandes  razones  pata 
iu)  dejar  tal  ejemplar  consentido;  y  aunque  V.M.  fué  servido  demaa* 


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APÉNDICE.  419 

dar  a]  inqaisidor  general  qae  hiciese  luego  restituir  el  preso  para 
que  se  siguiese  y  üetermiaase  la  competencia,  y  que  pasase  á  demos- 
tración competente  con  los  ministros  de  aquel  tribunal  para  que  sir- 
viese de  escarmiento,  hizo  para  no  cumplirlo  asi  otras  consultas  el 
consejó  de  Inquisición,  y  repitió  las  suyas  el  de  Castilla:  acudió  á  los 
reales  pies  de  V.  H .  la  ciudad  de  Córdoba  representando  su  aflicción 
en  las  consecuencias  de  este  suceso,  y  V.  M.  cuatro  veces  resolvió  y 
mandó  que  se  cumpliese  lo  que  tenia  ordenado;  y  viendo  los  inqui- 
sidores que  no  quedaba  otro  recurso  á  su  inobediencia,  dijeron  que  el 
esclavo  se  habia  huido  de  su  cárcel,  dejando  desobedecido  á  V.  M., 
ajada  la  real  justicia,  sin  satisfacción  las  ofensas  de  aquel  vasallo  y 
las  de  k  causa'públíca,  desconsolados  á  todos,  en  libertad  al  reo  y 
vencedora  por  este  injustísimo  modo  la  tema  de  los  inquisidores. 

>  En  Córdoba  también  sucedió  que  habiéndose  ofrecido  ejecatar 
prontamente  una  sentencia  de  azotes,  y  faltando  alli  entonces  ejeco* 
tor  de  la  justicia,  se  ofreció  á  serlo  en  aquella  ocasión  un  mozo  es- 
clavo de  don  Agustin  de  Villavicencio,  del  Consejo  de  Inquisición, 
que  se  hallaba  preio  en  aquellas  cárceles  por  fugitivo,  y  habiendo 
hecho  la  ejecución  voluntariamente  y  recibido  la  paga  que  se  concer- 
tó por  ell^,  la  Inquisición,  con  protesto,  de  que  se  habian  vulnerado 
sus  privilegios,  de  los  cuales  y  de  su  fuero  debia  participar  aquél  mo- 
zo por  ser,  como  decían,  comensal  de  un  inquisidor,  procedió  contra 
el  corregidor,  siéndolo  entonces  don  Gregorio  Antonio  de  Chaves,  al- 
calde de  corte,  y  puso  preso  en  las  cárceles  del -Santo  Oficio  á  un 
criado  suyo,  perturbando  la  quietud  de  aquella  ciudad,  hasta  que  el 
rey  nuestro  señor  don  Felipe  IV.,  á  consulta  deí  Consejo  de  Castilla, 
fué  servido  de  mandar  á  la  Inquisición  que  soltase  al  criado  del  cor- 
regidor y  cesase  en  sus  procedimientos. 

Pudiera  referir  á  V.  M.  esta  junta  otras  muchas,  y  semejantes  y 
aun  mas  graves  cosas  que  se  han  visto  en  los  papeles  que  han  llegado 
á  ella,  en  que  con  iguales  fundamentos  ha  procedido  la  Inquisición  á 
no  menores  ni  menos  estravagantes  demostraciones.  No  es  esto  lo 
que  la  recta  y  santa  intención  de  los  sumos  pontífioes  ha  encargado  á 
los  inquisidores,  ni  para  esto  se  les  concediéronlos  privilegios  de  que 
gozan,  ni  se  les  permitió  la  jurisdicción  temporal  de  que  usan:  estos 
desórdenes  pudieron  en  algunas  partes  hacer  mal  quisto  el  venera- 
ble nombria  de  inquisidores,  y  ya  en  Flandes  fué  conveniente  müdaiv 
Tomo  xvii.  29 


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450  mSTOAIA  BB  BSPAflA. 

ie  en  el  de  ministros  eclesiásticoQ,  y  los  napolitanos,  temerosos  de 
estas  destemplanzas,  carecen  del  gran  bien  de  la  Inquisicicn  ^cn 
aquel  católico  reino.  < 

No  fueron  otras  aquellas  quejas  que  lastimaron  los  oídos  y  provo- 
caron la  santa  indignación  de  los  padres  que  asistieron  á  el  décimo 
quinto  concilio  ecoménico  celebrado  en  Viena  el  año  de  4341,  en  el 
pontificado  de  Clemente  V.  Clamaron  allí  muchos  que  los  inquisidores 
excedían  su  potestad  y  su  oficio;  que  las  providencias  que  la  Sede 
Apostólica  había  ordenado  para  elaumento  de  la  fé,  con  circunspección 
y  vigilancia,  las  convertian  en  detrimento  de  los  fieles,  y  con  especie 
de  piedad  agravaban  á  los  inocentes»  que  con  afectados  pretéstos  de 
que  se  lesimpedia  su  ministerio  maltrataban  á  los  inculpadas;  asi  se 
lee  en  ana  Constitución  que  con  el  nombre  de  Clementína,  por  el  de 
aquel  pontífice,  se  halla  incorporada  en  el  derecho  canónico.  Alli  se 
decretaron  contra  estas  culpas  las  gravísimas  penas  de  suspensión  á 
los  obispos  superiores,  yálos  de  menor  grado  excomunión  incarrida 
por  el  mismo  hecho  y  reservada  su  absolución  al  romano  pontífice^ 
con  revocación  de  cualquiera  privilegio;  este  gran  dispertador  tiene 
la  obligación  y  la  conciencia  de 'los  inquisidores. 

Considerando  esta  junta  cuin  infructuosas  han  sido  cuantas  pro- 
videncias se  han  aplicado  para  arreglar  los  tribunales  de  la  Inquisi- 
ción en  el  ejercicio  de  esta  jurisdiccioo  temporal,  y  que  antes  se  es- 
perimenta  mayor  relajación  en  su  abuso  y  mayores  inconvenientes 
oontra  la  autoridad  real,  la  buena  administración  de  justicia  y  qaie- 
tud  de  los  vasallos,  pasaría  muy  sin  escrúpulo  á  proponer  como  úl- 
timo remedio  la  revocación  do  las  concesiones  de  esta  jurisdicción,  - 
que  como  se  ha  fundado,  es  innegablemente  de  V.M.,  y  solo  puede  de- 
pender de  su  real  beneplácito,  el  cual  notoria  y  sobradamente  se  justi- 
ficaria  con  las  razones  de  faltar  la  Inquisición  al  reconocimiento  de 
este  benefício,escr¡biendoyafirmandoquee8tajurisdicciones plena  y 
absolutamente  suya,  ufar  maído  ella  conU'aviniendo  ala  forma  de  su 
concesión,  y  hallarse  ya  gravemente  perjudicial  á  las  regabas  de 
V.  M.  y  á  los  derechos  y  conveniencias  de  la  causa  públiccu  motivos 
tales,  que  ningunos  pueden  imaginarse  ni  mas  justos  ni  mayores, 

Pero  atendiendo  á  que  serán  mas  conformes  á  la  religiosa  inten- 
ción de  V.  M.  los  temperamentos  que  ocurriendo  efectivamente  á  es- 
tos perjuicios  mantengan  el  decoro  de  I9  Inquisición  con  mayor  activi-* 


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APENBICE.  (g4 

dad,  reducido  á  su  esfera,  desembarazando  sus  tribunales  de  la  que 
menos  dignamente  los  distrae  y  ocupa,  dirá  aqui  algunos  pontos  ge- 
nerales, cuya  resolucFon  y  buena  práctica  entiende  quesera  bastante 
para  el  fin  que  se  desea. 

Lo  primero,  y  que  esta  junta  tiene  por  importantísimo,  es  que  V.  M; 
se  sirva  de  mandar,  que  los  inquisidores  en  las  causas  y  negocios  que 
no  fueren  de  fé  espirituales  ni  eclesiásticas,  y  en  que  ejerctfn  la  juris- 
dicción temporal,  no  procedan  por^vía  de  escom uniones  ni  censuras, 
sino  en  la  forma  y  por  los  términos  que  conocen  y  proceden  los  demás 
jaeces  y  justicias  reales. 

Es  tan  considerable  y  tan  esencial  este  punte,  que  sin  él  serán 
incurables  é  inútiles  como  basta  ahora  cuantos  medios  se  apliquen, 
porque  los  inquisidores  con  las  censuras  que  indistinta  é  indiscreta- 
mente fulminan  en  todos  los  casos  y  causas  temporales,  por  leves  que 
sean,  bien  que  contra  las  disposiciones  de  los  sagrados  cánones  y  san- 
tos concilios,  se  hacen  tan  formidables  á  lasjusticias  reales,  con  quíeu 
disputan  la  jurisdicción,  y  á  los  particulares  con  quien  proceden,  que 
no  hay  aliento  para  resistirles,  ^ues  aunque  la  interior  conciencia  los 
asegure  del  rigor  de  las  escom  un  ion  es,  la  esterior  apariencia  de  es- 
tar tenidos  y  tratados  como  escomulgados,  aflijo  de  modo  que  las  mas 
Teces  se  dejan  vencer  de  la  fuerza  de  esta  impiedad,  y  ceden  al  in- 
tento de  ios  inquisidores;  y  §í  algunos  ministros  mas  advertidos  res- 
ponden con  formalidad  y  forman  la  competencia,  lo  cual  no  suele  ser 
bastante  para  que  Jos  inquisidores  suspendan  sus  procedimientos,  es  . 
siempre  gravísimo  el  perjuicio  que -se  sigue  á  la  causa  principal,  por- 
que en  las  inmensas  dilaciones  que  tienen  las  competencias'conla  In- 
quisición, si  el  negocio  es  civil,  se  desvanecen  las  probanzas;  se  ocul- 
tan los  bienes,  se  facilitan  las  cautelas  y  se  frustra  la  satisfacción  de  ios. 
acreedores:  y  si  es  criminal,  en  que  importa  mas  la  pronta  solicitud 
de  las  diligencias,  se  embarazan  las-averiguaciones,  se  desvanece  la 
verdad  de  los  hachos  y  se  da  lugar  á  la  fuga  de  los  delincuentes.  De 
esto  son  tan  frecuentes  los  ejemplos,  que  Seria  prolijo  y  ocioso  el  re- 
petirlos. 

Con  este  violento  uso  de  las  censuras  consigi^en  los  inquisidores^ 
contra  la  razón  y  las  leyes»  la  estincion  del  fuero  no  solo  pasivo,  sino 
también  activo,  en  sus  ministros  titulares^y  se  le  mantienen  aun  eú 
los  casos  mas  escoptuados  de  juicios  universales,  deudas  y  obligacio- 


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452  HlflTOlUA   tín   BflPAÑA. 

Des  que  resulten  de  oficio  y  administración  pública,  de  tratos,  tate^ 
fas,  curadorías  ó  tesorerías,  aunque  sean  de  rentas  reales:  ~con  esto 
también  los  preservan  y  á  sus  familiares  de  todas  las  cargas  públi- 
cas, que  deben  participar  como  vecinos  de  los  pueblos,  y  aun  de  aque- 
llas en  que  les  comprendi9  la  natural  obligación  de  vasallos. 

Fué  notable  el  caso  que  sucedió  el  aíh)  de  1639,  con  don  Antonio 
de  Valdés,  del  Ck)nsejo  de  Castilla,  y  uno  do  los  iñas  doctos  ministros 
que  ha  tenido  este  siglo,  que  habiendo  salido  de  la  corte  con  especial 
demisión  y  orden  del  rey  nuestro  sefior,  don  Felipe  IV.,  para  dispo- 
ner el  apresto  de  unas  milicias,  y  para  pedir  generalmente  algún  do- 
nativo que  sirviese  á  este  gosto,  habiendo  ejecutado  esta  orden  coa 
algunos  oficiales  y  familiares  de  la  Inquisición  de  Llerena,  despacha- 
ron aquellos  inquisidores  escrituras  con  censuras,  ordenando  á  doA 
Antonio  que  restituyese  luego  lo  que  hubiese  repartido  y  cobrado  de 
los  ministros  y  dependientes  de  aquel  tribunal,  y  habiendo  consulta- 
do sobre  esto  al  Consejo,  ponderando  la  inconsideración  de  los  in- 
quisidores con  ministros  de  aquel  grado  y  el  defecto  de  potestad  para 
proceder  en  aquel  caso  con  censuras,  se  sirvió  V.  M.  resolver  entre 
otras  cosas,  que  el  auto  en  cuya  virtud  se  hablan  despachado  aque- 
llas letras,  se  testase  y  se  notase  para  que  nunca  hubiese  ejemplar/ 

'  y  que  esta  nota  se  fíjase  en  la  pieza  del  secreto  de  aquel  tribunal,  y  se 
remitiese  testimonio  de  haberse  ejecutado  asi;  el  cual  vino  al  Consejo 
de  Castilla:  pero  ni  aun  esta  severa  y  sensible  demostración  ha  bas- 
tado para  que  los  inquisidores  se  abstengan  de  este  abuso. 

Con  este  medio  de  las  censuras,  se  constituyen  los  inquisidores  tan 
desiguales  y  tan  superiores  á  los  ministfos  de  V.  M.,  como  lo  esplicó  el 
Concejo  de  Castilla  en  consulta  de  7  de  octubre  de  4628,  en  que  sig- 
nificando bien  esta  verdad,  dijo:  «Y  es  dura  cosa,  que  la  prisión  cor- 
poral que  aflige  al  cuerpo,  no  la  haga  la  jurisdicción  real  en  los  minis- 
tros de  la  Inquisición,  y  que  ella  tenga  esta  ventaja  de  afligir,  como 
lo  hace,  el  alma  con  censuras  y  la  vida  con  desconsuelos,  y  la  honra 
con  demostraciones.»  El  caso  que  dio  motivo  á aquella  consulta,  fué  que 
habiendo  procedido  el  corregidor  de  Toledo  contra  un  despensero  y 
carnicero  de  aquel  tribunal  del  Santo  Oficio,  por  intolerables  fraudes 
que  cometía  en  perjuicio  del  abasto  público  y  sus  vecinos,  y  habiendo- 

.  lo  hecho  prender  por  esta  ciusa,  procedió  aquel  tribunal  contra  el 
corregidor,  para  que  le  remitiese  los  autos  y  el  preso,  pasando  á  pa- 


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APÉNDICE.  4S3 

blkarie  escomalgado.  y  ponerle  ea  las  tablillas  de  las  parroq,aias,  ó 
hizo  prender  al  algaacil  y  portero  del  corFegldor,  que  habían  preso 
2Ü  carnicero,  poniéndolos  en  los  calabozos  de  la  cárcel  secreta,  sin 
permitir  les. comunicación  poc  muchos  dias,  y  cuando  los  sacaron,  pa- 
ra recibirlea.su  confesión,  fué  haciéndoles  primero  quitar  todo  él  ca- 
bello y  barbas,  y  que  saliesen  descalzos  y  desceñidos,  y  los  examina- 
ron, mandándoles  primero  santiguar  y  decir  las  oraciones,  y  pregun- 
tándoles por  sus  padres,  parientes  y  calidad,  y  después  los  conde- 
naron en  destierro;  y  aunque  pidieron  testimonio  de  la  causa,  para 
preservar  su  honra  y  la  de  sus  familias,  no  quisieron  los  inquisidores 
mandar  que  se  les  diese. 

Hirió  este  caso,  con  dolor  y  lástima,  los  corazones  de  aquellos  va--. 
^Ilos,  y  estuvo  la  ciudad  de  Toledo  en  contingencias  peligrosas  al 
respeto  del  Santo  Oficie:  formóse,  por  orden  de  S.  M.,  una  junta  de 
once  ministros,  y  procediendo  su  consulta,  se  resolvió  lo  que  convino 
por  entonces,  pero  no  se  dieron  providencias  para  después,  porque 
siempre  se  ha  confiado  que  los  tribunales  de  la  Inquisición  atenderían 
á  mejorar  sus  procedimientos,  lo  cual  no  ha  sucedido. 

Qne  V.  M.  pueda  mandar  á  los  inquisidores,  que  en  estqs  casos  y 
09  todo  lo  tocante  á  lo  temporafno  usen  de  censuras,  es  tan  cierto 
que  no  puedo  sin  temeridad  dudarse;  pues  esto  mismo  se  halla  orde- 
nado por  leyes  de  estos  reinos  y  se  praetica  sia  embarazo  con  todas 
las  personas  eclesiásticas  y  prelados  en  quien  concurre  jurisdicción 
temporal,  y  no  se  les  permite  que  para  nada  perteneciente  á  ella 
usen  de  censuras,  sino  que  procedan  en  la  misma  f9rma  que  los  otros 
jueces  reales,  y  lo  mismo  se  observa  con  los  ministros  de  cruzada;  y 
aunque  el  consejo  tiene  también  ambas  jurisdicciones,  se  previene  en 
las  leyes,  que  para  todo  lo  tocante  á  lo  temporal  y  á  proceder  contra 
personas  legas,  no  se  use  de  escomuniones  ni  censuras,  y  la  Inquisi- 
ción, gara  este  modo  de  proceder,  en-relnos  de  la  corona  de  Aragón > 
tuvo  necesidad  de  que  se.le  permitiese  por  fueros  y  concordias,  y  este 
con  la  prevención  de  que  hubiesen  de  hacerlo  con  todo  miramiento, 
según  se  dice  en  la  concordia  que  llaman  del  cardenal  Espinosa,  y  en 
la  de  Sicilia  con  la  moderación  do  que  no  se  entendiese  esto  con  los 
vireyes,  ni  con  los  presidentes  de  la  gran  corte,  ni  en  los  casos  en 
que^  por  los  jueces  reales,  se  formase  competencia  ó  se  pidiese  con- 
ferencia; y  lo  mismo  se  previno  para  Cataluña,  Valencia  y  Ccrdcfia^ 


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l64  .   HlSTOfttA    DB   BSPaAa. 

por  los  y í  reyes  y  lugartenientesgenerales,  y  para  los  remos  de  lasln*- 
días  en  la  aoncordia  del  afío  de  4  61 0;  y  en  la  real  cédala  de  4 1  de  abrí ^ 
de  4633,  eü  qae  se  añadieron  algunos  puntos  y  declaraciones  á  esta 
concordia,  se  mandó  espresamente  á  los  inquisidores  qae  no  proce- 
dan con  censuras  contra  las  jasticias  ^jaeces  de  aquellas  provincias^ 
y  así  se  ve  que  esto  ha  dependido  enteramente  de  la  permisión  de  los 
sefiores  reyes,  la  cual  nunca  han  tenido  los  tribunales  de  la  Inquisi-^ 
cion  para  lo^reinos  de  Castilla,  aunque  también  en  ellos  se  les  ha  to*» 
lerado. 

Ni  podrán  los  inquisidores  con  buen  fundamento  decir,  que  en  este  , 
use  de  las  censuras  se  les  baya  concedido  el  derecho;  porque  lo 
cierto  es,  en  la  doctrina  canónica,  que  los  prelados  y  juecea  eclesiás- 
ticos, para  defender  sus  propios  bienes  y  posesiones  temporales, 
pueden  propulsar  las  violencias,  invasiones  y  despojos  con  las  armas 
de  la-  Iglesia  en  defecto  de  otro  remedio,  pero  ningún  canon  ni  espo- 
sitor  ha  dicho,  que  para  él  mero  ejercicio  de  la  jurisdicción  temporal, 
concedida  á  un  prelado  ó  tribunal  eclesiástico,  pueden  usar  de  cen- 
suras;  y  mucho  menos  cuando  en  la  misma  jurisdicción  temporal^ 
tiene  medios  eficaces  para  compeler  á  los  subditos  y  poner  en  ejecu- 
cion^sus  mandatos,  procediendo  en  los  términos  y  forma  que  todos 
los  jaeces  de  V.  M. 

Persuade  esto  mismo  la  razón  de  que  estas  jurisdicciones  secón- 
serven  cada  una  en  su  especie,  sin  turbarse  ni  confundirse,  como 
precisamente  sucede,  cuando  en  las  causas  profanas  contra  persona» 
seglares  se  procede  con  censuras,  que  es  modo  propio  de  negocios  y 
juicios  eclesiásticos,  y  en  esto  es  de  gravísima  consideración  el  per- 
juicio de  los  vasallos,  pues  ademas  de  las  leyes  reales,  que  deben 
obedecer,  se  les  grava  también  con  las  eclesiásticas;  i  cuya  disposi- 
ción, en  materias  temporales,  no  están  sometidos  ni  pueden  volunta- 
riamente someterse,  porque  seria  perjuicio  de  la  regalia  y  de  la  in- 
tegridad de  jurisdicción  que  reside  en  ella,  razón  que  justifica  estas 
y  otras  semejantes  leyes  sin  ofensa  de  la  inmunidad. 

Cierto  es  que  ño  pertenece  á  la  potestad  real,  sino  á  la  pontificia, 
el  dar  ó  quitar  la  facultad  de  fulminar  censuras;  pero  igualmente  es 
cierto  que  en  todas  las  supi^emas  potestades  temporales,  no  solo  hay 
facultad,  sino  precisa  obligación  de  proteger  á  sus  subditos,  cuando 
los  jueces  eclesiásticos,en  causas  del  siglo,  ejercen  contra  ellos  la  jM^ 


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APÉNDICE,  4BS 

risdiccioD  de  la  Iglesia;  por  esto  han  podido  las  leyos  prohibir  ¿  la 
nsqiíisicioD,  á  los  prelados  y  á  los  ministros  de  cruiada,  el  uso  de  las 
censaras  en  causas  y  con  personas  seglares;  y  por  esto  taiübien  se 
pudo  prohibir  lo  mismo  á  la  Inqnisicion:  y  el  no  haberlo  hecho, 
esperando  que  tan  santos  y  justos  tribunales  se  coniu  viesen  en  lo  de- 
bláo,  no  se  entiende  que  fuese  darle  facultad,  sino  tan  solamente  no 
impedírsela  quedando  siempre  reservada  á  la  regalía,  la  moderación 
de  los  esoesosy  la  revocación  de  cualquiera  permisión  ó  tolerancia 
eomo  la  misma  jurisdicción  temporal  y  sus  concesiones. 

La  costumbre  en  que  se  hallan  los  tribunales  de  la  Inquisición  de 
'  proceder  en  esta  forma,  no  puede  haberles  dado  razón  en  que  estribe 
el  derecho  de  continuarla,  porque  siendo  cierto,  como  lo  es,  y  se  ha 
manifestado,  que  esta  jurisdicción  se  les  copcedíó  precariamente  y 
6on  empresas  cláusulas  proservativas  del  arbitrio  de  revocarla,  nopuo- 
de  dudarse  que  estas  mismas  calidades  influyen. en  el  uso  do  la  mis- 
ma jurisdicción,  y  q^e  contra  esta  no  puede  haber  prescripción  ni 
costumbre,  la  cual  no  admite  el  derecho  en  lo  que  se  posee  y  goza 
con  Citulos  precarios,  porque  destruye  la  buena  fó  sin  la  cual  nada 
so  puede  prescribir,  y  el  quererlo  hacer  la  voluntad  y  forma  dada  por 
el  concedente, 'Seria  con  vertir  la  posesión  en  usurpación,  y  hacer  fruc- 
tuosa la  culpa;  y  habiendo  sido  acto  facultativo  en  los  sefiores  reyes 
el  impedir  ó  tolerar  á  la  Inquisición  el  oso  du  las  censuras,  es  conclu- 
sión firmísima  que  se  puede  dar  prescripción  contra  esta  facultad, 
como  loes  también  que  todas  las  concesiones  de  jurisdicción  llevan 
consigo,  implícita  é  inseparable,  la  condición  de  que  el  que  las  reci- 
ba deba  ejercerla  en  la  misma  forma  que  la  ejercía  el  superior  que  se 
la  concede,  y  asi  deben  la  Inquisición  y  sus  tribunales  usar  de  esta 
jurisdicción,  no  de  otro  modo  que  en  nombre  de  V.  M.  la  ejercen  sus 
tribunales  y  justicias. 

Goce  en  hora  buena  la  Inquisición  de  la  jurisdicción  temporal  que 
para  aumento  de  su  autoridad  y  decoro  le  concedieron  nuestros  pia- 
dosos reyes,  y  que  será  tan  propio  de  la  igual  piedad  de  V.  M.  el  man- 
tenerla, pero  sea  esto  sin  alterársela,  sin  que  la  confundan  con  la 
eclesiástica,  sin  molestar  con  olla  á  los  ministros  áé  V.  M.,  y  sin  gra- 
var á  sus  vasallos:  esto,  y  el  prohibir  para  esto  el  uso  de  las  censuras, 
que  es  de  donde  nacen  siempre  estas  turbaciones,  se  ha  tenido  en  to- 
dos tiempos  por  tan  conveniente  y  tan  justo,  que  lo  ha  representado 


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4&&  .  HISTORU  DE  BfiPAÜA. 

asi  el  Consejo  de  Castilla  en  mochas  consultasi  y  en  una  que  hizo  en 
30  de  junio  del  afio  de  4634,  con  ocasión  de  los  grandes  embarazost 
que  entonces  hubo  por  haberse  repartido  ¿  un  familiar,  vecino  deVii- 
c¿lyaro,  pocos  reales  para  el  carruage  del  señor  infiínte  don  Fer*. 
nando,  tio  de  V.  M.,  en  su  jornada  á  Barcelona;  ^iabiendo  pasado, 
desde  este  tan  pequeño  principio  el  tribunal  de  toledo,  y  después  el 
Consejo  de  Inquisición,  á  los  mayores  empeños  y  mas  estraordinarias 
demostraciones  qxie  jamásse  han  vistO)  dijo  entre  otras  cláusulasasi. 
«Mucho  se  escusaria,  mandando  V..M.  no  ejerza  la  jurisdicción  real 
de  que  usa  la  InquisiciOQ  por  medio  d»  censuras,  moderándosela  y 
limitándosela  en  esta  parte,  como  puede  V.  H.  quitársela,  siendopre- 
caria,  sujeta  á  la  libre  voluntad  de  V.  H.,  de  quien  ja  obtúvola  Inqui- 
sición, como  ya  lo  confiesa  en  sus  consultas,  como  quiera  que  lo  han 
negado  algunos  inquisidores  en  escritos  suyos,  de  lo  cual  se  seguiría 
muchas  conveniencias,  y  entre  otras,  escusar  la  opresión  grande  de 
los  vasaUos  de  V.  M.,  contra  quieneshan  procedido  y  proceden ácen- 
suras,  oprimiéndolos  y  molestándolos  con  ellas  por  muchos  meses,  in- 
timidándolos por  este  medio  para  que  no  se  atrevan  á  defender  la  ju- 
risdiccjon  r^al,  y  dilatándoles  la  absolución  aun  después  de  man- 
darlo V.  M.;»  comprendiéndole  todo  en  estos  pocos  renglones  aquel 
grave  consejo,  y  en  la  resolución  de  esta  consulta  el  rey  nuestro  se- 
ñor don  Felipe  IV.  se  sirvió  de  mandar  al  consejo  de  Inquisición  que 
nunca  procediese  con  censuras  contra  los  alcaldes  de  corte  sin  dar 
cuenta  primero  á  S.  M.,  dejando  autorizado  con  esta  deliberación 
que  el  uso  Ae  las  censuras  en  semejantes  casos  es  dependiente  del 
real  arbitrio. 

Y  habiendo  de  quedar  en  el  Santo  Oficio  reducido  el  uso  de  la  ju- 
risdicción temporal  á  los  términos  en  que  la  ejercen  los  jueces 
de  V.  M.,  será  prevención  muy  importante,  que  siendo  V»  M.  servi- 
do, se  mande,  que  todas  las  personas  que  por  orden  del  Santo  0¿cio 
se  prendieron,  no  siendo  por  causa  de  fé  ó  materias  tocantes  á  ella, 
se  hayan  de  poner  en  l^s  cárceles  reales,  asentándose  allí  por  presos 
del  Santo  Oficio,  y  tebióndose  enla  forma  de  prisión  que  se  ordenare 
por  los  inquisidores  correspondiente  á  la  calidad  de  las  causas:  con 
esto  se  evitará  á  los  vasallos  el  irreparable  daño  quieseles  siguecuan-^ 
do  por  cualquier  causa  civil  ó  crimina],  independiente  de  punto  de 
jurisdicción,  se  lea  pone  presos  eii  las  cárceles  del  Santo  Oficio,  piies. 


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dTVQlgándose  la  voz  y  noticia ^de  qae  eatin  en  la  cárcel  de  la  Inquísí-* 
cíoD)  sin  distinguir  el  motivo,  ni  si  la  caree]  es  ó  no  secreta,  queda  á 
sos  personas  y  familias  íina  nota  de  sumo  descrédito  y  de  grande  em- 
barazo para  cualquier  honor  que  pretendan;  y  es  tan  grande  el  hor- 
ror que  universalmente  está  concebido  -de  la  cárcel  de  la  Inquisición 
que  env  Gsanada,  el  a£io  de  f  682,  habiendo  ido  unos  ministros  del  Santo 
Oficio  á  prender  una  moger  por  causa  tan  ligera  como  unas  palabraa 
que  había  tenido  con  la  de  un  secretario  de  aquel  tribunal,  ^e  arrojó' 
.  para  no  ir  presa,  por  una  ventana  y  se  quebró  ambas  piernas,  tenien- 
do esto  por  menos  daño  que  el  de  ser  llevada  por  orden  de  la  Inquisi- 
ción á  sus  cárceles;  y  aunque  es  cierto  que  en  algunas  concordias  sd 
asienta,  que  la  Inquisición  tenga  cárceles  separadas  para  los  presos 
por  causas  de  fé,  y  para  los  que  no  lo  son,  es  oenstante  el  abuso  que 
hay  en  esto,,  y  que  debiéndose  regular  por  la  calidad  del  negocio,  de- 
pende^ solamente  de  ]a  indignación  de  los  inquisidores,  que  muchas 
Teces  han  hecho  poner  en  los  calabozos  mas  profundos  de  la&cáice-* 
les  secretas  á  quien  no  ha  tenido  mas  culpa  que  la  de  haber  ofendi- 
do á  alguno  de  sus  familiares.  Todos  los  presos  por  los  consejos  de 
V.  M.,  y  por  el  de  Estado,  y  aun  por  orden  de  V.  M.,  se  ponen  en  la» 
cárceles  reales,  y  no  se  halla  razón  para  que  dejen  de  ponerse 
los  del  Santo  Oficio  coando  se  procede  con  jurisdicción  real  contra 
ellos,  ni  para  que  se  tolere  el  gravísimo  inconveniente  que  resuita 
á  muchas  honradas  familias,  no  siendo  este  punto  de  importancia 
al  Santo  Oficio,  mas  que  para  mantener  aun  en  esto  k  indepen- 
dencia y  la  separación  que  afecta,  en  todo. 

El  segundo  punto,  no  menos  esencial  y  que  parece  á  esta  junta 
preciso,  para  que  la  Inquisición  se  abstenga  del  uso  de  las  censuras  en 
juicios  seglares  $egun  se  ha  dicho,  es,  que  V.  M.  se  sirva  de  mandar 
que  en  caso  que  los  inquisidores  en  los  negocios  y  causas  tocantes  á  la 
jurisdicción  temporal  qae  administran  contra  personas  legarproce- 
diesen  con  censuras,  puedan  las  tales  personas  contra  quienes  las 
fulminan  recurrir  por  via  de  fuerza  al  consejo,  chaocillería  y  tribu- 
nales á  quienes  toca  este  conocimiento,  agraviándose  de  este  modo  de 
proceder  de  los  inquisidores,  y  con  la  queja  de  la  parte  ó  á  pedimen- 
to del  fiscal  de  V.  H.  se  conozca  en  sus  tribunales  sobre  estos  recur- 
sos, y  se  proceda  en  ellos,  y  se  determinen  por  la  via  y  forma  que 
se  tiene  en  los  artículos  de  fuerza,  y  se  intentan  de  proceder 


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4S8  UlSTOftlA  DB  BSPAKA. 

j  oonooer  los  jueces  eclesiásticos  escedic^ndo  de  sa  jariMflccioiK 
fisie  conocimiento  de  las  faerzas,  que  con  diferentes  nombres  se 
(H^ctica  en  todos  los- reinos  y  dominios  católicos^  era  de  la  primera  ji 
mas  alta  soberanía  y  tan  nnida  á  la  magostad,  que  por  esto  antono- 
misticamente  se  llama  oficio  de  los  reyes,  porque  en  él  consiste  la 
ccgaservacíon  de  sa  propia  real  dignidad  y  el  amparo  y  protección  der 
sn^TasalIos;^  muy  presente  tayieron  esto  los  prudentísimos  señores 
Reyes  Católicos,  que  habiendo  sido  fundadores  de  la  Inquisición  en. 
estos  reinos,  y  habiéndola  enriquecido  con  tantos  privilegios,  dejaron^ 
siempre  intacta  esta  regalía  del  recurso  de  las  fuerzas,  hasta  que  pa- 
sados algunos  afios,  en  elde4553,  el  señor  emperador  doñearlos  y  el  • 
señor  rey  ^on  Felipe  11.,.  abundando  eu  liberalidad  con  la  Inquisición, 
tayieron  por  bien  inhibir  á  todos  sus  tribunales  reales  del  conocí* 
miento,  por  via  de  fuerza,,  en  todos  los  negocios  y  causas  tocantes  al. 
Santa  Oficio,  remitieodoy  cometiendo  este  conocimiento  á  solo  el 
consejo  de  la  santa  y  general  Inquisición. 

Na  fué  esto  abrogar  ni  prohibir  los  recursos  por  via  de  fuerza  ent 
los  negocios  y  causas  de  la  Inquisición,  ni  tal  pudiera  ser,  ni  pudieran 
quererlo  asi  las  magestadesdel  señor  emperador  ysu  hijo,  porque  se- 
ría esto  destruir  una  regalía  en  que  se  enlazan  la  primera  obligación 
de  los  príncipes  y  el  último  y  mayor  auxilio  de  los  vasallos:  lo  que 
verdaderamente  se  hizo  fué,  usar  de  otra  regalía,  que  consiste  en  la 
distribuciou  de  ios  negocios,  la  cual  depende  únicamente  de  la  real' 
voluntad,  y  por  ella  sé  asignan  y  cometen  á  los  tribunales  las  causas  y 
materias  en  que  han  de  tener  conocimiento,  pero  esto  alte  rabie  al  ar- 
bitrio de  quien  lo  distribuye,  y  asi  el  conocimiento  de  las  fuerzas,  que. 
generalmente  estaba  cometido  al  consejo-chancillería,  se  cometió  en* 
toncos  particularmente  al  consejo  de  Inquisición,  por  lo  tocante  á  las 
fuerzas  de  sus  tribunales,  quedando  siempre  existente  este  recurso  y 
quedando  en  la  potestad  real  la  £acultad  de  alterar  esta  comisión;  asi 
han  entendido  y  declarado  los  escritores  mas  autorizados  y  clásicos 
la  real  cédula  que  se  despachó  sobre  este  punto. 

Considerándose  dos  especies  de  fuerzas,  á  estas  corresponden  los 
recursos  que  ordinariamente  suelen  intentarse:  la  primera  es  cuando 
los  jueces  eclesiásticos  niegan  ia  apelación  délas  determinaciones 
apelables:  la  segunda  cuando  con  la  jurisdicción  eclesiástica  proceden 
en  causas  y  con  personas  seglares:  en  cl  primer  caso  en  que  se  presu- 


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APBmiGlS.  ,         459 

pone  fundada  la  jurisdicción  eclesiástica,  y  soioconsíste'e]  agraTiocín 
lá  injusticia  de  (a  determinación^  será  bien  y  muy  justo  queden  re* 
serrados  siempre  arconsejo  de  Inquisición  los  recursos. de  las  fuer- 
zas de  sus  tribunales;  pero  en  el  segundo,  en  que  el  agravio  consiste 
en  proceder  sin  jurisdicción  el  eclesiástico  encausas  y  contra  per- 
sonas que  no  son  de  su  fuero;  usurpando,  turbando  ó  impidiendo  la 
jurisdicción  real,  no  pudo  ni  podrá  jamás  abdicarse  de  Y.  M.  este  oo- 
nocimiento,  ni  seria  bien  que  la  enmienda  de  estos  agrayios  se  fiase  á 
los  inquisidores,  tan  formalmente  interesados  y  atentos  en  ampliar 
su  jurisdicción,  y  en  mantener  y  en  abrigar  los  excesos  y  aun  los  er-^ 
rores  que  con  este  fin  cometen  sus  tribunales,  como  cada  dia  lo  mués* 
tralaesperiencia. 

Por  esto  cuando  los  inquisidores  en  causas  profanas  en  que  ejer¿ 
^en  jurisdiccion4emporai  proceden  con  censura,  será  litigio  el  re^ 
curso  por  via  de  fuerza,  porque  el  acto  de  la  fulminación  de  censu- 
ras es  ejercicio  de  jurisdicción  eclesiástica,  la  cual  no  tienen  ni  pue^ 
den  ejercer  en  aquellos  casos,  y  usándolos  individualmente  en  ellos  . 
es  notorio  en  esto  el  defecto  de  jurisdicción,  y  es  notorio  el  perjui-> 
cío  que  se  bace  á  la  real  y  el  agravio  de  la  parte  que  se  justifica  él 
recurso,  y  será  jurfdica  la  determinación  declarando  la  fuerza  con  el 
auto  que  llaman  de  legos. 

Y  no  podrá  causar  gran  novedad  esta  resolución  á  los  inquisido- 
res, porque  no  pueden  ígnorer  que  después  del  afio  de  4568,  en  que 
se  suspendió  el  conocimiento  de  las  fuerzas  á  los  tribunales  reales  ,^ 
han  acontecido  algunos  casos  en  que  no  obstante  aquella  disposición' 
se  ha  usado  de  este  recurso  sin  que  en  esto  haya  habido  desaproba- 
ción real;  asi  sucedió  en  Sevilla  el  afio  de  4598,  con  oca$ion  del  em- 
barazo que  tuvieron  la  Inquisición  y  Audiencia  de  aquella  ciudad  en 
h  iglesia  mayor  de  ella,  estándose  celebrando  las  exequias  funerales 
del  sefior  don  Felipe  I!.,  y  habiendo  procedido  los  inquisidores  coú- 
oensuras  contra  la  Audiencia,  se  propuso  en  ella  por  su  fiscal  el  re- 
curso y  se  mandaron  llevar  Jos  autos  por  via  de  fuerza,  y  vistos  se 
declaró  que  la  hacían  los  inquisidores,  y  se  les  mandó  que  repusie-* 
sen,  y  habiéndose  despachado  segunda  provisión  para  que  lo  hicie- 
sen asi,  se  dio  cuenta  al  sefior  rey  don  Felipe  III.,  que  fué  servido  de 
mandar  que  los  inquisidores.no  conociesen  ni  procediesen  masen 
aquel  negocio  y  alzasen  Jas  censuras  que  Ijubiescn  impuesto,  y  absoí- 


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469  nisTomu  dk  km^aüa. 

Tíesen  acautela  libremente  á  los  que  por  aquella  causa  hubiesen  es- 
comulgado»  y  que  los  inquisidores  Blanco  y  Zapata  compareciesen 
eaeataeórtey  no  saliesen  de  ella  sm  licencia  de  V.  M.»  de  que  se 
despacharon  cédula^  reales  en  2S  de  setiembre  de  aquel  afio  dd  98* 
Y  en  el  afio  de  1634»  con  motivo  de  unos  excesos,  del  tribunal  de 
Inquisición  de  Toledo,  procedió  el  Consejo  de  Castilla  en  la  misma 
forma,  y  habiéndose  traído  á  ól  los  autos,  se  proveyó  uno  para  que 
un  clérigo  notario  del  Santo  Oficio  fuese  sacado  de  estos  reinos  y  pri- 
vado délas  temporalidades,  y  para  que  al  inquisidor  de  Toledo  quo 
residia  en  e^ta  corte  se  le  notificase  que  no  procediese  mas  en  aque- 
lla causa  y  se  inhibiese  de  ella,  con  apercibimiento  de  pena  de  lastem- 
porairdades;  y  que  el  inquisidor  mas  antiguo  del  tribunal  de  Toledp 
compareciese  eq  esta  corte,  y  habiéndose  dado  cuenta  de  esta  resolu- 
ción á  S.  M.,  fué  servido  sin  desaprobarlo  de  mandar  que  el  Consejo 
en  semejantes  casos  antes  de  usar  del  remedio  de  las  fuerzas. lo  pu- 
siese en  su  noticia. 

En  el  afio  de  4639  la  chancillería  de  Valladolid  mandó  sacar  unas 
multas  á  lo»  ioquisidores  de  aquella  ciudad  por  los  excesos  con  que 
habian  procedido  en  unas  controversias  pendientes,  y  los  inquisido- 
res, bien  advertidos,  no  usaron  de  censuras  y  acudieron  ¿  S.  ]f.,por 
cuya  orden  se  acomodó  aquella  dependencia. 

En  el  afio  de  1682,  habiéndose  ofrecido  otra  controversia  eatre 
la  chancHlería  de  Granada  y  los  inquisidores  de  aquella  ciudad,  dio 
cuenta  la  chaneillería  al  Consejo,  y  en  él  resolvió  que  á  don  Baltasar 
de  Luarte,  inquisidor  mas  antiguo  de  aquel  tribunal,  se  le  sacase  de 
estos  reinos  de  Castilla,  y  á  don  Bodrigo  de  Salazar,  secretario  del 
secreto  de  aquella  Inquisición,  se  le  sacase  desterrado  veinte  leguas 
de  Granada,  cometiéndose  la  pronta  ejecución  de  uno  y  otro  al  pré- 
ndente de  aquella  chancilleria;'y  habiéndose  consultádoá  Y.  M.esta 
resolución,  fué  servido  de  conformarse,  para  lo  cual  se  despacharon 
provisiones,  aunque  por  entonces  no  pudieron  ejecutarse,  porque 
asi  el  inquisidor  como  el  secretario  se  retiraron  adonde  no  se  tuvo 
noticia  de  ellos  en  muchos  meses,  hasta  que  después  Y.  M.  en  real 
decreto  de  nueve  de  marzo  de  4683,  tuvo  por  bien  mandar  que  el  se- 
cretario volviese  y  que  el  inquisidor  quedase  desterrado  de  Granada^ 
declarando  Y.  M .  que  por  esto  no  quedase  perjudicada  su  regalía  pa- 
ra usar  de  ella  en  los  casos  que  conviniese  al  real  servicio. 


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APEKDICB.  464 

Y  en  todas  Jas  reaolucionos  qa»  V.  M.  y  loa  sefiores  reyes  antece-^ 
Bores^ehan  aeryido  de  tomar  mandando  por  sus  reales  ordenes  y  de* 
cretos  decisivos  ejecutar  algunas demostracíonescoando  ha  conveni- 
do así,  para  corregir  los  excesos  de  los  inquisidores^  en  ol  uso  de  la 
jurisdicción,  no  es  dudable  quo  se  ha  ejercido  esta  regalía  y  se  ha 
obrado  en  conformidad  de  una  ley  de  estos  reinos,  en  que  el  conoei- 
mientpy  enmienda  de  los  excesos,  impedimentos  ó  usurpaciones  que 
contra  la  jurisdiecion  real  se  hacen  por  los  eclesiásticos,  se  reserva 
privativamente  á  la  persona  real,  que  por  tan  privilegiado  é  impor^ 
tante  se  ha  considerado  siempre  este  punte. 

Por  lo  tocante  á  estos  reinos  de  Castilla,  no  se  puede  ofrecer  difi- 
cultad ni  reparo,  en  que  al  Consejo  y  Chanciliería  se  vuelva  el  conocí- 
miiento  de  las  fuerzas,  cuando  los  inquisidores  procediesen  con  juris- 
dicción eclesiistica  y  con  cpnsuras  sin  poderlo  hacer;  porque  en  estos 
reinos  ninguna  concordia  ni  ordenanza  ha  permitido á  los  inquisido- 
res el  uso  de  las  censuras  para  lo  temporal;  y  asi  és  evidente  el  de* 
fecto  de  facultad  y  jurisdicción  con  que  en  esto  proceden,  y  es  mani- 
fiesta la  fuerza  que  hacen.  ^ 

Para  los  reinos  de  las  indias  procede  la  misma  consideración,  pues 
por  la  ordenanza  del  afio  de  4563  y  otras  leyes  y  cédulas  posterio- 
res está  mandado  que  aquellas  audiencias,  en  el  conocimiento 'de  las 
fuerzas, se  arreglen  aloque  observan  laschanclllerías  deValladolidy 
Granada,  conque  la  forma  que  se  diere  para  estas  habrá  de  tenerse 
en  las  otras;  y  alli  no  solo  es  igua(,  pero  superior  la  razón:  pues,  co- 
mo se  ha  dicho,  está  prohibido  á  los  inquisidores  eluso  de  las  censu- 
ran contra  los  ministros,  con  quesera  notoria  la  fuerza  si  las  usasen. 

En  Aragón  es  cierto  que  por  fuero  de  aquel  reino  el  aflo  do  46^6, 
en  que  se  estableció  la  forma  y  términos  que  habían  de  tener  entre  sí* 
la  jurisdicción  r^al  y  la  de  la  inquisición,  se  permite  que  puedan  los 
inquisidores  valerse  de  la  conjuras  en  caso  qM  por  la  jurisdicción 
real  se  contravenga  á  lo  que  dispone  aquel  fuero:  pero  en  aquel  rei* 
.  no  providentísimo  en  la  conservación  de  sus  derechos  no  se  necesita 
de  nuevas  providencias;  porque  loé  inquisidores  esceden  sus  lími- 
tes, se  usa  indificultablementeel  remedio  de  las  firmase  inhibiciones, 
con  que  se  les  corta  los  pasos  cuando  no  van  bien  dirigidos. 

Bn  los  otros  reinos  de  aquella  corona  se  dio  providencia,  en  las 
concordias  del  afio  de  4568  del  cardenal  Espinosa  y  del  afto  de  4631 


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4€S  aisToaiA  db  bspíSa. 

del  cardenal  Zapata,  para  que  sin  Uegarae  á  osar  de  la  citación  del 
.  banco  regio  ni  de  la  commioacion  del  bannimiento^  que  son  los  reme** 
dios  que  allí  corresponden  al  de  las  fuerzas  de  Castilla,  se  determi* 
aasen  ó  compuaiedeti  por  viade  conferenciase  en  formalidad  de  com- 
petencias las  contraversias  de  jurisdicción  entre  los  inquisidores  y 
jaeces  reales,  y  aunque  para  esto  se  impusieron penaa  pecuniarias  y 
otras  á  los  ministros  de  una  y  otra  jurisdicción,  que  faltasen  á  la  ob^ 
servencia  de  lo  que  alU  se  dispone,  mostró  después  la  esperiencia  la 
gran  dificultad  y  dilaciones  que  babia  en  practicar  este  remedio^  oca* 
alonando  siempre  por  parte  de  los  inquisidores  los  embarazos,  y 
continuándose  porla  del  juez  los  procedimientos;  con  que  fué  preciso^ 
siempre  que  los  inquisidores  rehusaban  la  conferencia,  ó  procedían 
contraviniendo  ó  apartándose  de  las  concordias,  ui^r  el  remedio  de  la 
citación  al  banco  regio  y  otros  consiguientes  á  él;  lo  cual  afirman 
haberse  practicado  asi  los  escritores  mas  bien  informados  de  aquellos 
estilos,  y  y^  no  puede  esto  dudarse,  por  haberlo  mandado  aói  el  rey 
nuestro  señor  don  Felipe  IV.  en  réM  cédula  de  %  de  junio  de  4664,  y 
V.  M.  en  otra  de  40  do  abril  de  este  afio  se  haservidode  mandar  que 
so  observe  y  cumpla  precisa  y  puntualmente,  sin  embargo  de  otras  , 
enalesqnier  órdenes  anteriores  ó  posteriores  que  por  los  inquisidores 
se  pretenda  hacer  en  contrario:  y  asi  en  aquellos  reinos  tienen  reme- 
4io8  bien  proporcionados  para  los  casos  en  que  It  Inquisición  esceda 
usando  de  las  censuras. 

Para  el  reino  de  Siciljia  se  necesita  mas  de  especial  providencia; 
porque  alli,  por  capítulo  de  la  concordia  del  año  de  4580  no  alterada 
en  esto  por  las  posteriores,  no  solo  se  concedió  á  los  inquisidores  el 
uso  de  las  censuras  en  estas  causas  temporalea,  pero  se  prohibió  es* 
presamente  al  juez  déla  monarquía  el  conocimiento  de  este  punto  por 
vía  de  recorso  y  en  otra  forma  y  el  poder  dar  absolución  á  instancia 
4é  parte  ni  de  oficio. 

Has  como  todo  esto  se  ordenó  con  la  declaración  de  que  se  hubie- 
se de  entender  y  ejecutar  por  el  tiempo  que  fuese  la  real  voluntad,  y 
no  mas,  habiendo  mostrado  la  esperiencia  los  gravísimos  daños  que 
en  perjuicio  de  la  regalía  y  de  aquellos  vasallos  produce  esta  forma» 
^ue  pareció  conveniente  entonces,  seráeonforme  á  toda  razón  y  re*' 
^las  de  buen  gobiorno  mejorarle  de  modo  que  se  ocurra  á  los  incon- 
venientes que  despoes  se  han  reconocido,  y  mas  cuando  es  tan  noto- 


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APBKBIGB.  463   , 

TÍa  á  y.  M«  por  las  frecuentes  carta?  de  los  vireyes  de  Silicia  y  con«- 
sultas  del  Consejo  de  Italia  la  inobediencia  y  poca  cuenta  con  que 
aquellos  inquisidores  tratan  las  concordias  y  órdenes  que  se  han  es- 
pedido para  el  mejor  ejercicio  deambas  jurisdicciones,  y  especialmen- 
te lo  que  mira  ¿  la  determinación  de  las  competencias,  pues  oi  las  ad-^ 
miten  aunque  se  formen,  ni  las  confetencias  ñi  juntas  aunque  se  les 
ofrezca,  ni  remiten  los  autos  al  Consejo  de  Inquisición,  para  que  aqui 
se  vean  con  los  que  hubiere  en  Italia  y  se  consulten,  ni  suspenden  los 
procedimientos;  conque  si  algunas  personas  se  hallan  escomulgadas  á 
presas,  se  quedan  en  aquel  estado  y  sin  remedio,  eternizándose  estos 
embarazos,  hasta  que  la  fuerza  de  los  inquisidores  rinde  á  la  razón 

.  de  los  tribunales  de  V.  M.  y  á  ajusticia  de  sus  vasallos. 

Y  aunque  en  la  concordia  del  afio  de  4635  para  remediar  esto  se 
erdenóque  los  ministros  de  una  y  otra  jurisdicción,  que  ofreciéndose- 
les la  conferencia  y  junta,  no  la  aceptasen,  incurriesen  por  la  primera 
vez  en  la  pena  de  quinientos  ducados  y  porta  segunda  en  suspensión 
de  sus  oficios,  ni  ha  bastado  esto  ni  puede  llegar  el  caso  de  ejecutarse 
contra  los  inquisidores;  por  una  parte  siempre  se  rehusa  la  conferencia, 
porqne  alli  se  dispone  que  para  la  ejecución  de  está  pena,  cuando  in- 
currieren los  inquisidores  haya  de  dar  comisión  el  inquisidor  general 
y  Consejo  de  Inquisición  al  Consejo  de  Italia  ó  i  la  persona  que  por  él  se 
nombrare:  y  asi,  habiendo  de  proceder  la  declaración  de  estar  in- 
oursosen  la  pena  los  inquisidores  y  la  comisión  del  un  Consejo  al  otro 
para  convocarla,  es  tan  dificultosa  y  dilatada  la  práctica  de  esto,  que 
jamás  llegó  ni  podra  llegar  á  conseguirse»  por  lo  cual  parece  á  esta 
junta  necesario  que  V.  M.  se  sirva  de  mandar  que,  en  baso  que  los 
inquisidores  del  reino  de  Sicilia  proce<kn  con  censuras  en  Trusas 
temporales,  puedan  las  personas  que  se  sintieren  de  esto  gravadas, 
recurrir  al  juez  de  la  monarquía,  eícual  en  estoá  casos  use  de  su  ju-  * 
risdiccion  y  ÍBCultades  no  obstante  lo  dispuesto  en  lasreferidascoocor- 
dias,  que  en  cuanto  á  esto  hayan  de  quedar  espresamente  derogadas. 
Nose  necesita  de  discurrir  medios  para  reprimir  los  procedimien* 

.  ios  de  los  inquisidores,  y  contenerlos  en  loslímitesjustes:  tienen  ya 
prevenido  el  modo  las  leyes  dadas  por  V,  M .  á  sus  dominios:  si  V.  Jf  • 
manda  que  se  ejecuten,  no  serán  impuntuales  sus  efectos.  Si  el  s^fior 
rey  don  Felipe  li.  hubiese  imaginado  que  el  suspender  á  sus  tribuna- 
les las  fuerzas  de  los  inquisidores,  se  había  de  convertir  en  dar  á  loa 


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46^  IIISTOAIA  DR  ISSPaHa. 

inquisidores  mas  fuerza  pera  perturbar  la  jurisdicción  real  y  moles- 
tar á  sus  vasallos,  debemos  creer  que  se  hubiera  prudentemente  abs- 
tenido de  esceptuar  Wtribunales  de  la  Inquisición  de  lo  que  no  se 
.  esceptúan  los  de  todos  los  prelados  y  príncipes  de  la  Iglesia,  ni  los 
nuncios  y  legados  del  papa:  lo  que  obró  entonces  una  piedad  confía* 
da,  podrá  ahora  mejorarlo  una  experiencia  advertida.  Sefior,  este 
remedio  de  volver  á  los  tribunales  de  Y.  M.  el  conocimiento  de  las 
-  fuerzas^  no  solo  con  la  limitación  que  ahora  le  propone  esta  junta  para 
cuando  esceden  usando  censuras  en  causas  temporales,  sino  con  la 
generalidad  de  todos  los  casos  en  que  se  practica  con  los  demás  jueces 
eclesiásticos,  le  ha  consultado  muchas  veces  significando  se^r  nece- 
sario el  Consejo  de  Castilla;  y  espebialmeíite  en  consulta  de  8  de  oc- 
tubre de  4634,  habiendo  disjcurrido  en  los  escesos  de  los  inquisido- 
res, concluyó  diciendo:  «rpara  cuyo  remedio,  y  que  la  jurisdicción  de 
y.  M .  tenga  la  autoridad  que  conviene  á  la  puntual  observancia  de 
sus  leyes  y  pragmáticas,  y  que  las  materias  de  gobierno  y  hacienda 
real  corran  con  la  igualdad  y  seguridad  que  deben  sin  el  embarazo  de 
tantos  y  tan  poderosos  privilegiados,  importaría  mucho  dejase  cono- 
cer V.  K  la  jurisdicción  real  de  las  fuerzas,  en  todo  lo  que  no  fuese 
mataría  de  fé,  porque  no  es  justo  ni  jurídico  que  los  privilegios  secu* 
lares  que  ha  concedido  V.  M.  á  la  Inquisición  y  á  sus  ministros  se  ha- 
gan de  corona,  se  defiendan  con  censuras  teniendo  excomulgado 
muchos  meses  á  los  corregidores,  y  empobreciendo  á  los  particulares 
con  la  dilación  de  las  competencias  y  de  su  decisión,  en  que  cada  día, 
y  boy  particularrmente,  ve  el  Consejo  con  grande  lástima  padecer 
gente  muy  pobre  siu  poderla  remediar,  y  esto  mismo  repitió  éd  con- 
sultas de  4634, 4669,  y  4682:  y  en  una  representación  llena  de  pru- 
dencia y  de  celo  que  hizo  sobre  esto  el  obispo  de  Valladolid,  don 
'Francisco  Gregorio  de  Pedresa,  el  afio  de  4646,  dijo  al  rey  nuestro 
sefior^  don  Felipe  IV:  «Es  un  dafio  grande  que  el  Consejo  real  permita 
imprimir  libros,  ni  entrar  defuera  impresos  sin  examinar  ni  borrar  lo 
que  en  esta  materia  van  ^atendiendo  los  autores  dependientes  ó  pre- 
tendientes de  la  Inquisición,  pues  llegan  á  estampar  que  la  jurisdicción 
que  V.  M.  fué  servido  de  comunicar  á  los  inquisidores  pot*  el  tiempo 
de  su  voluntad  no  se  la  puede  quitar  sin  su  consentimiento,  proposi- 
ción'á  que  casualmente  no  puede  responderie,  sino  es  viendo  el 
mundo  que  V.  M.  6-se  la  quita  ó  se  la  limita.  : .^ 


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APÉNDICE.  46S 

El  tercero  punto,  y  qae  es  fundamental  para  evitar  Ice  continuos 
embarazos  con  los  inqnisidpres  y  sus  tribunales,  consiste  en  dar  asien- 
to fijo  sobre  las  personas  qué  han  de  gozar  del  fuero  de  la  Inquisición , 
y  la  regla  qne  en  esto  so  ha  de  tener,  moderando  el  desorden  y  rela« 
cton  que  hoy  se  tiene,  por  lo  cual  es  necesario  considerar  tres  gra- 
dos de  personas,  unas  de  los  familiares,  criados  domésticos  y  comen- 
^les  de  los  mismos  inquisidores;  otras  de  los  familiares  de  la  Santa 
nquisicion;  otras  de  los  oficiales  y  ministros  titulares  y^alariados.   . 

Ed  cuanto  á  los  primeros,  debe  esta  junta  representar  á  V.  M.  que 
por  los  papeles  que  en  ella  se  han  reconocido  parece  que  las  mas 
frecuentes  y  reflidas  controYersias  que  en  todas  partes  se  ofrecen  con 
los  tribunales  de  la  Inquisición  y  las  justicias  reales,  son  originada»  ' 
de  este  género  de  personas  adherentesá  los  inquisidores,  que  muy  sin 
razón  están  persuadidos  de  que  gozan  de  todo  el  fuero  activo  y  pasivo 
que  pueden  pretender  ellos  mismos,  y  sobre  este  desacertado  supues- 
to, si  á  un  cochero  ó  lacayo  de  un  inquisidor  se  le  hace  por  cualquier 
causa  la  mas  leye  ofensa  aunque  sea  verbal,  si  á  un  comprador  ó  cria- 
da suya  no  se  le  da  todo  lo  mejor  de  cuanto  públicamente  se  vende,  ó 
se  tarda  eñ  dárselo,  6  se  le  dice  alguna  palabra  menos  compuesta, 
|Uego  los  inquuidores  ponen  mano  á  los  mandamientos,  prisiones  y 
censuras,  y  como  las  justicias  de  V.  M.  no  pueden  omitir  la  defensa 
de  su  jurisdicción,  ni  permitir  que  aquellos  subditos  suyos  sean  mo- 
lestados por  otra,mano,  ni  llevados  á  otrojuicio,  de  aqni  se  ocasionan 
y  fomentan  disensiones  que  han  llegado  muchas  veces  á  los  mayores 
escándalos  en  todos  los  reinos  de  V.  M. 

En  los  de  Castilla  no  tienen  los  inquisidores  razón  ni  fundamento  > 
para  pretender  esto,  pues  seguramente  puede  afirmarse  qu^  ni  hay 
disposición  canónica  ni  civil  que  tal  les  conceda ,  de  lo  cuál  tenemos 
dos/declaraciones  irrefragables;  la  primera  fué  de  los  seflores  Reyes 
Católicos  en  el  afio  4604,  dirigida  al  abad  de  Valladolid  don  Fernando 
Enriquez,  el  cual  pretendía  que  so  remitiesen  para  conocer  de  ellos 
unos  criados  suyospresos  por  la  justicia  ordinaria,  y  en  la  real  cédula 
que  sobre  esto  se  lo  despachó ,  se  le  dice  asi:  cE  agora  dis  que  se 
querían  escusar  ó  aafvar  diciendo  que  son  vuestros  familiares,  e  so- 
mos de  ello  maravillado,  porque  allende  que  de  de^echo  no  gozan 
por  vuestros  familiares,  no  debíades  vos  favoreeerloi.r^  La  otra  y  bien 
'expresa  se  halla  en  una  de  las  notas  de  la  recopilación  de  las  leyes  de 
Tomo  xvii.  -      30 


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166  ui$TomiA  VE  bspaSa. 

Castilla  que  dice:  «Los  familiares  de  los  obispos  y  prelados  no  gozan 
del  priYileglo  del  fuero;»  y  en  esta  conformidad  se  despacharon  rea* 
les  cédulas  á  las  chancillertas  que  están  entre  sus  ordenanzas,  y  asi 
se  observa  por  todos  los  tribunales.  «    "^ 

Recurren  los  inquisidores  destituidos  del  derecho  propio  á  valerse 
del  de  los  obispos,  los  cuales  eran  inquisidores «i^tes  de  la  nueva  ins- 
titución del  Santo  Oficio,  y  han  querido  fundaren  lardos  y  prolijos  es- 
critos que  á  los  obispas  tocaba  este  conocimiento  y  que  por  esto  les 

.  toca  á  ellos  como  subrogados  en  su  lugar  y  oficio,  pero  es  de  ningún 
provecho  para  su  intento  este  recurso,  porque  también  no  hay  canon 
ni  decreto  que  les  diese  tal  privilegio  á  los  familiares  de  los  obispos, 
ni  á  ellos  tal  conocimiento;  y  una  decretal  de  Honorio  III  que  alegan  y- 
en  que  principalmente  se  fundan,  solamente  refiere  la  duda  que  sobre 
esto  se  propuso  á  aquel  pontífice  y  que  la  remitió  á  j  ueces  delegados 
para  aquella  causa,  cuya  determinación  ni  aquel  testo  la  dice  ni  hasta 
ahora  se  sabe,  y  aunque  algunos  autores  ^ue  han  escrito  con  afecto  á 
la  Inquisición  ó  á.estender  el  fuero  eclesiástico  se  han  inclinado  á  esta 
opinión,  lo  cierto  y  seguro  es  lo  que  dispone  el  santo  concibo,  en  que 
feformándose  el  uso  antiguo  de  que  los  seglares  ordenándose  de  nre- 
ñores  órdenes  gozasen  del  fuero  eclesiástico,  se  definió  que  para  go- 
zarle no  teniendo  beneficio  hubiesen  de^tener  precisamente -los  otros 
requisitos  dp  hábito  clerical,  corona  y  asignación  á  Iglesia,  sin  que 
de  otro  modo,  aun  siendo  cUrigos,  se  eximiesen  déla  jurisdicción  or- 
dinaria: sobre  este  sólido  fundamento  apoyan  los  mas  doctos  teólogos 
y  graves  escritores  y  mas  religiosos  la  resolución  de  que  ni  los  cria- 
dos de  los  obispos  gozaron,  ni  los  de  loa^  inquisidores  gozan  este  fuero; 

'  y  aun  los  que  han  sido  de  la  opinión  contraria  lo  dicen  anU>igua  y  du- 
dosamente, refiriéndose  siempre  á  las  costumbres  de  los  reinos  y  pro- 
vincias, y  asi  en  Castilla  no  tienen  los  inquisidores  mas  motivo  que  el 
de  su  deseo,  y  esto  mismo  se  «ntlende  sin  diferencia  para  los  reinos 
de  las  Indias. 

En  Aragón,  per  capítulo  de  las  cortes  del  año  de  4  6  ^6,  se  concedió 
á  los  criados  comensales  de  los  titulares  oficiales  y  asalariados  de  la ' 
Inquisición,  cuyo  número  alli se  redujo  á  veinte  y  tres  personas,  que 
gozasen  del  fuero  pasivamente  en  las  causas  crimínales,  esceptaando 
algunas  de  mayor  gravedad;  pero  en  aquel  reino  es  menor  incon- 
veniente, asi  poi(,  reducirse  esto  á  poco  número  de  personas,  como 


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Gopgle 


APÉNDICE.  467 

porque  es  fácil  y  practicado  e]  remedio  si  escediesen  los  inquisi- 
dores.  ^ 

En  Yaiencif,  por  la  concordia  y  cédula  real  del  año  de  4568^  go- 
zan también  \th  criados  y  familiares  de  los  inquisidores  y  oficiales  sa- 
lariados del  fuero  pasivo,  y  en  Gatalufia  por  la  concordia  del  mismo 
a  fio  corre  esto  en  la  misma  forma. 

En  Sicilia  tiene  esto  mas  ostensión,  porque  en  la  concordia  del 
afio  4580  ae  concedió  indistintamente  el  fuero  del  Santo'  Olicio,  no 
solo  para  las  familias  de  los  inquisidores,  sino  también  á  las  de  los 
ofioiflles  y  ministros  de  su  tribunal,  y  á'su^  tenientes  y  las  suyas, 
aunque  después  en  la» concordias  de  losafios  de  1597  y  4634,  se  de- 
claró el  modo  de  entender  esta  generalidad  moderándola  á  los  yer- 
daderos  comensales. 

Con  esta  diferencia  se  practica  esta  exención  de  las  familias  d^los 
inquisidores;  siendo  cierto  que  en  los  reinos  donde  la  gozan,  ba  sido 
por  concesiones  reales,  en  que  revocable  yprecariarúente  se  ha  per- 
mitido á  los  inquisidores  esta  jurisdicción  tén^poral  en  sus  domésti- 
cos Y  adherentes,  y  dependiendo  absolutamente  del  real  arbitrio  de 
V.  M .  'el  revocársela,  parece  á  esta  junt^  justo,  conveniente  y  preci- 
so que  V.  M.  se  la  revoque,  y  que  las  familias,  criados,  adherentes  y 
comensales 'de  los  inquisidores  y  de  los  oficios  titulares  y  salariados 
de  Ja  Inquisición,  no  gocen  de  este  fuero  privilegiado  en  causas  cri- 
minales ni  civiles,  activa  ni  pasivamente  :  este  privilegio  ni  conduce 
ni  importa  aun  remotisimamente  á  la  autoridad  de  la  loquisieion  ni 
i  su  mejor  ejercicio:  ha  sido  y  es  principio  de  escandalosísimos  casos 
en  que  se  han  visto  demostraciones  agenas  de  la  circunspección  de 
los  inquisidores  y  aun  de  kt  decencia  de  las  personas,  estirQacíon  su- 
ya será  apartarlos  este  riesgo  en  que  tantas  veces  ha  peligrado  y 
padecido  la  opinión  de'su  integridad,  y  entnendar  en  los  dominios 
de  V.  M.  este  abuso  de  que  con  la  librea  de  un  inquisidor  se  adquie- 
ra un  carácter  y  una  inmunidad  que  ni  tema  ni  respete  á  las  justi- 
cias reales,  y  que  se  vean  en  implacable  lid  las  jurisdicciones  por  este 
fuero  de  adherencia  no  conocido  en  las  leyes  y  mal  usado  para  es- 
torbo de  la  justicia. 

En  los  familiares  del  Santo  Oficio  también  hay  variedad,  porque 
en  estos  reinos  y  los  de  Indias  no  gozan  del  fuero  en  causas  civiles, 
sino  tan  solamente  en  las  criminales,  con  la  esencion  de'algunos'ca- 


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468  msTOliiA  i>B  b9pa(Ia. 

sos.  En  Aragoa  se  observa  esto  mismo  de  ias  cortes  del  año  de  16^6: 
ea  Valencia,  Catalaóa,  Cerdeña  y  Mallorca,  gozan  del  fuero  pasivo  en 
lo  civil  y  en  lo  ciiminal  también  con  algunas  escepciones,  y  asi  tam- 
bién en  Sicilia.  Todo  esto  no  tiene  inconveniente  que  corra  en  la  mis- 
ma forma  y  s|n  novedad,  porque  en  jas  concordias  en  que  se  lee  ha 
permitido  e)  fuero  en  lo  civil,  se  esceptuan  los  casos  en  que  no  le 
deben  gozar,  y  s^  previene  el  número  de  familiares  que  ha  de  haber 
en  cada  parte,  y  las  circunstancias  que  han  de  concurrir  en  sus  per- 
sonas y  forma  de  sus  nombramientos,  y  arreglándose  los  inquisido- 
res á  estas  disposiciones,  y  estando  cuidadosos  los  ministros  de  Y.  If« 
sobre  que  lasx)bserven,  no  se  necesita  de  nueva  providencia  y  baeta- 
rá  que  V.  M.  se  sirva  de  mandárselo  á  unes  y  á  otros  para  que  estén  - 
mas  advertidos.  So[o  para  Mallorca,  donde  no  bay  concordia  ni  otra 
disposición  en  que  se  prefiere  el  número  de  los  íamilirres  que  ,dehe 
haber  en  aquel  reino,  con  que  se  da  ocasión  para  que  lo  sean  como 
actualmente  lo  son  los  que  componen  la  mayor  y  mejor  parte,  exi- 
miendo por  este  medio  de  la  jurisdicción  real  y  causando  muchos  y  ^ 
graves  Inconvenientes,  será  bien  que  Y.  M.  se  sirva  de  mandar  que 
en  aquel  reino  se  modefe  el  número  de  los  familiares,  arreglándose 
en  todo  á  la  forma  dada  en  la'conccrdia  del  cardenal  Espinosa. 

Sobre  los  oficiales  y  ministros  titulares  y  salaríactos  es  bien  me- 
nester mas  remedio,  porque  no  hablando  de  ellos  ni  comprendién- 
^dolos  las  concordias  de  estos  reinos  y  de  las  Indias,  ni  podiendo  por 
las  de  Gatalufia,  Valencia,  Cerdefia  y  Sicilia  gozar  en  lo  criminal  y  ci- 
vil mas  fuero  que  el  pasivo,  pues  solamente  en  Aragón  se  les  conce- 
dió el  activo  por  el  capítulo  de  cortes;  pretenden  absolutamente  en  , 
todas  partes  este  fuero,  y  sin  mas  título  ni  razón  que  la  facilidad  que 
hallan  en  los  inquisidores  para  defender  sos  pretensiones  con  todo  el 
rigor  de  las  censuras,  interesándose  en  esto  la  ostensión  de  su  juris- 
dicción, llevan  á  sus  tribunales  todos  los  negocios  criminales  ó  civiles  en 
que  tienen  ó  pretenden  tener  cualquier  interés  activa  ó  pasivamente: 
privilegio  tan  exorbitante  que  escede  á  la  inmunidad  del  estado 
eclesiástico:  esto  ofende  únicamente  á  la  jurisdicción  real,  y  es  in-^ 
tolerable  perjuicio  de  los  vasallos,  y  asi  parece  á  esta  junta  que  V.  M. 
se  sirva  de  mandar  que  estos  ministros  titulares  y  salariados  de  cual- 
quier grado  que  sean,  gocen  solamente  en  lo  pasivo,  civil  y  criminal 
el  fuero  de  la  Inquisición,  asi  en  los  reinos  de  Castilla  y  las  Indias^ 


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AFEHDICB.  469 

como  en  Gatalulia, ^Valencia,  Gerdefia,  Mallorca  y  Sicilia,  esceptuan- 
do  solamente  á  Aragón  por  la  especial  disposición  que  alli  está  dada 
en  cortes,  y  qne  esto  se  entienda  con  que  en  lo  criminal  no  hayan 
de  jgoxar  en  aquellos  casos  y  delitos  qaé  en  las  concordias  de  todos  los 
reinos  referidos  se  es<^ptQaaén  para  con  los  familiares,  y  qae  en  lo 
cíyíI  30  esceptuen  las  causaa  y  pleitos  sobre  mayorazgos  y  vínculos 
y  sobre  bienes  inmuebles  y  raices,  asi  en  la  propiedad  como  en  pose- 
sión, los  juicios  universales  de  pleitos  y  concursos  de  acreedores,  las 
particiones  y  divisiones  de  herencias,  loa  discernimientos  de  tutelas, 
'  curadorías  y  administraciones,  y  las  cuentas  y  dependencias  de  todo 
esto,  quedando  el  conocimiento  en'estos  casos,  enteramente  y  sin 
embarazo  á  las  justicias  ordinarias;  y  para  los  reinos  fuera  de  los  de 
Caatilla,  y  donde  por  concordia  ylcostnmbre  estuviere  asentado  ó  in- 
troducido que  los  familiares  gocen  del  fuero  pasivo  en  lo  civil  se  po- 
drá mandar  si  Y.  M.  fuere  servido,  que  todas  las  limitaciones  preve- 
nidas con  ellos  se  entiendan  también  con  los  oficiales  y  ministros 
.  titulares  y  salariados,  para  que  gocen  como  los  familiares  y  no  mas. 
Esto  se  conforma  con  lo  que  ordenan  las  leyes,  con  lo  que  dicta  la 
razón  y  con  lo  que  pide  la  buena  distribución  de  las  jurisdicciones. 

El  cuarto  punto  se  reducirá  á  algunas  prevenciones  importantes 
para  eortar  las  dilaciones  qde  suelen  ofrecerse,  procuradas  siempre  ó 
afectadas  per  los  inquisidores  en  las  determinaciones  de  las  competen- 
cias, en  que  suelen  pasar  alios  sin  llegar  el  casode  decidirse,  con  des- 
consuelo de  los  que  se  hallan  escomulgados  ó  presos  y  sin  modo  para 
conseguir  absolución  ósoltura,  y  esto  sucede  en  los  casos  en  que  los 
inquisidores  se  hallan  menos  asistidos  de  justicia  para  fundar  su  ju- 
risdicción  \ 

Sigue  la  ¡Unta  aconsejando  y  proponiendo  á  S.  M.  la  nveva  for- 
ma que  86  debe  emplear  para  estos  procedimientos ,  y  para  corregir 
los  abusos  de  que  se  lamenta,  en  Caslillaf  en  Aragón,  en  Valencia, 
en  CofalttfUi.Vn  Cerd^ia^  en  Mallorca,  en  Sicilia  y  en  los  reinos  de 
Indias f  según  las  piréunsiantiiu  particulares  en  que  se  encontraba 
cada  uno  de  eftós  paises ,  y  concluye: 

Sefior:  reconoce  esta  junta  que  á  las  desproporciones  que  ejecutan 
los  tribunales  del  Santo  Oficio  corresponderían  bien  resoluciones  ma^ 


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470  uisTORU  DB  bspaSa. 

vigorosas:  tiene  V.  M.  may  presentes  las  noticias  que  de  mucho  tiem* 
po  á  esta  parte  han  llegado  y  no  cesan  de  las  novedades  que  en  todos 
los  dominios  de  V.  U.  intentan  y  ejecutan  los  inquisidores,  y  de  la' 
trabajosa  agitación  en  que  tienen  á  los  ministros  reales:  ¿qué  incon- 
venientes no  han  podido  producir  los  casos  de  Cartagena  de  las  Indias» 
Méjico  y  la  Puebla^ y  los  cercanos  de  Barcelona,  y  Zaragoza,  si  la  vi« 
gilantísima  atención  de  Y.  M.  no  hubiera  ocurrido  .con  tempestivas 
providencias?  y  aun  no  desisten  los  inquisidores  pdrque  están  ya  tan 
acostumbrados  á  gozar  de  la  tolerancia,  que  se  les  ha  olvidado  la  obe- 
diencia. Tocará  á  los  tribunales  por  donde  pasan  aquellos  pasos  parti» 
cuiares  y  representando  á  V.  Bl.  sobre  ellos  ló  que  sea  mas  de  su 
real  servicio:  á  esta  junta  parece,  por  lo  que  V.  M,  se  ha  servido  co- 
meterla, que  satisíace  á  su  pblígacíon  proponiendo' estos  cuatro  pun- 
tos generales:  Que  la  Inquisición  en  las  causa?  tedíporales no  proceda 
con  censuras:  que  si  lo  hiciere,  usen  los  tribunales  de  V.  M .  para  re- 
primirlo el  remedio  de  las  fuerzas:  que  se  modere  el  privilegio  del 
fuero  en  los  ministros  y  familiares  de  la  Inquisición,  y  en  las  familias 
de  los  inquisidores:  que  se  dé  £orma  prepisa  á  la  mas  breve  expedi- 
ción de  las  competencias^  Esto  será  mandar  Y.  M.  en  lo  que  es  todo 
suyo, restablecer  sus  regalías,  componer  el  uso  de  las  jurisdiccionesi 
redimir  de  intolerables  opresiones  á  los  vasallos,  y  aumentarla  auto- 
ridad de  la  Inquisición,  pues  nunca  será  mas  respetada  que  cuando  se 
yea  mas  contenida  en  su  sagrado  instituto,  creciendo  su  curso  con  lo 
que  ahora  se  derrama  sóbrelas  márgenes,  y  convirtiendo  á  los  nego- 
cios de  la  fé  su  cuidado,  y  á  los  enemigos  de  la  Religión  su  severidad. 
Este  será  el  ejercicio  perpetuo  del  Santo  Oficio;  santo  y  saludable 
cauterio,  que  aplicado  adonde  hay  llaga  la  sana,  pero  donde  ñola  hay 
la  ocasiona. 

El  conde  de  Frigiliana  dijo,  que  sirviéndose  Y.  M.  en  el  real  decre- 
to expedido  para  la  formación  de  esta  junta  de  mandar  se  trato  en 
ella  de  todos  los  escesos  de  la  Inquisición,  asi  en  materias  de  juris- 
dicción como  en  su3.prívilegios,  y  siendo  punto  tan  considerable  el 
del  Fisco,  el  cual  tiene  entendido  el  conde  ser  de  Y.  M.,  conformán- 
dose á  estolasreales  órdenes,  que  siendo  virey  de  Yalencia  tuvo  para 
poner  cobro  en  el  Fisco  de  la  Inquisición  ¿e  aquel  reino,  cuyo  efecto 
no  pudo  conseguir:  seria  de  dictamen  que  se  hiciese  memoria  á  Y.  M. 
de  lo  tocante  á  esto  y  de  su  importancia,  por  si  Y.  M.  fuese  servido 


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APÉNDICE.  471 

de  que  sin  gaspendér  las  resolaqiones  qae  la  junta  lleva  consultadas 
sobre  las  demás  proTÍdenciás,  se  examinase  y  apurase  de  una  vez 
donde  V.  M.  se  sirviese  de  ordenar:  si  la  Inquisición  tiene  ó  no  este 
privilo^o  de  no  dar  cuenta  de  los  caudales  que  eptran  en  aquel  Fis- 
co, pues  la  obligación  de  mantener  aquellos  tribunales  parece  que  se 
halla  ya  satisfecha  sobre  el  dote  que  tienen  asignado  en  jas  preben- 
das de  las  iglesias,  con  el  de  tantas  haciendas  raices  que  por.razon  de 
confiscaciones  poseen,  y  tantos  censos  y  juros  adquiridos  ó  impues- 
tos con  caudales  confiscados,  y  esta  representación  parece  al  conde 
mas  conveniente  para  que  los  inquisidores  no  aleguen  otro  dia,  que 
el  no  haberse  hecho  en  esta  junta  ha  sido  reconocer  ó  aprobar  el  de- 
recho que  suponen  tener  á  otros. 

A  lá  junta  pareció  que  el  reahdecreto  d^  V.  M.  no  comprende  este 
punto,  ni  mas  que  las  materias  jurisdiccionales^  por  lo  cual  no  pasa  á 
discurrir  en  esto.  V.  M.  mandará  lo  que  fuere  servido. 

Madrid  24  de  mayo  de  4696. 


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mm  DEL  TONO  XVIK 

PARTE  TERCERA 

IM»AD  MODBBniA. 

DÓxMINAaON  DB  LA  CASA  DE  AUSTRIA. 


LIBRO  y. 

REINADO  DE  CARIAS  lí. 

CAPITULO  r. 

PROCLAMACIÓN  DE  CARLOS: 


•«1665*4668. 


Carácter  de  la  reina  doña  Mariana.— Elevación  de  su 
coDfegor.— Disgusto  público.— Primeras  disidencias 
entre  don  Joan  de  Austria  y  el  padre  Níthard.— La 

^  gaeirra  con  Portogal.  —  Malhadada  situación  de 
atiuella  corte  y  de  aque)  reino.— Negodiaciones  de 

faz.--Parte  que  en  ellas  toman  la  Inglaterra  y  la 
rancia.-»Pax  entre  Portugal  y  Espan^.— Eíjcénda- 
r  *°w  ^^^^^  **®  Lisboa.— Destronamiento  de  Al- 
fonso VL,  y  regencia  de  su  hermano  don  Pedro.— 


píoina». 


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474  OlStOElA  DB  bspaHa. 


PAGINAS. 


Guerra  de  Flandes  movida  por  Luis  XIV.— Rápidas 
conquistas  del  francés.— Triple  alianza  de  Ingl/i- 
Ierra,  Holanda  y  Suecia  para  detener  sos  progre- 
sos.—Condiciones  de  paz  inadmisibles  para  Espa- 
ña .—-Apodérase  el  francés  del  Franco-Condado. — 
Preparativos  de  España  para  aquella  guerra.— Con- 
grego de  plenipotenciarios  para  tratar  de  la  paz. — 
Paz  de  Aquisgram De   5   á    49. 


CAPITULO  II. 
DON  JUAN  DE  AUSTRIA  Y  EL  PADRE  NITHARD. 
.     »eM668  *  4670. 


Causas  de  las  desavenencias  entre  estos  dos persona- 

§08. — Prisión  y  suplicio  de  Malladas. — lúdignacion 
e  don  Juan  contra  el  confesor  de  la  reina.— Se 
intenta  prender  á  don  Juan.— Fúgaáe  de  Consue- 
gra.—Carta  que  dejó  escrita  á  S.  M.-rConsulta  de 
la  reina  al  Consejo  sobreesté  asunto,  y  so  respues- 
ta.— Sátiras  y  libelos  que  se  escribían  y  circula- 
ban.— Partido  austríaco  y  partido  nithardista.— 
Don  Juan  de  Austria  en  Barcelona. — Conteatado-* 
nos  con  la  reina.^Acércase  don  Juan  á  Madrid  con 
gente  armada.— Alarma  y  confusión  de  la  corte.— 
enemiga  contra  el  padre  Nitbard. — Carta  notable 
'  de  un  jesuit^.-vSale  el  confesor  de  la  corte.— In- 
sultos en  las  calles. — Nuevas  exigencias  de  don 
Juan  de  Austria. — ^Transíjese  con  sus  peticiones. — 
Creación  de  la  Guardia  Chamberga  en  Madrid. 
-«Oposición  que  i^uscita.— Nuevas  quejas  de  don 
Juan.— Agitación  en  la  corte.— Es  nombrado  el  de 
Austria  virey  de  Aragón  y  va  á  Zaragoza. — ^Estra- 
ñeza que  causa  el  nombramiento. — El  padre  Ni- 
tnard  en  Roma.— Obtiene  el  capelo. — ^Enfermedad 
peligrosa  del  rey.— Recobra  su  salud  con  general 
satisfacción '  De  tO  á  40* 


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CAPITULO  III. 
GUERRA  DE  LUIS  XIV. 
CONTRA  ESPAÑA,  HOLANDA  Y  EL  IMPERIO. 
De    4670  *  1678. 

Consigue  La ¡8  XIV.  disolver  la  triple  alianza .<^Pro-    "  " 

yecta , subyugar  la  Holanda.— Busca  la  república 
otros  aliados. — ^Declaración  áe  guerra  del  francés. 
-—Manifiestos  de  Luis  do  Francia  y  de  Carlos  de  lo^ 

Slaterra .^Situación  de  los  holandeses. — Auxilios 
e  EspajSa  ?-^El  príncipe  de  Orange  y  ei  conde  de 

,  Monterrey. — Sitio  de  Maestrick.— Confederación 
de  España,  Holanda  y  el  Imperio  contra  la  Fran- 
cia.— Conferencias  en  Colonia  para  tratar  de  paz. —  ^ 
No  tienen  resultado. — Goerra  en  Flandes,  en  -^lo- 
pania  y  en  el  Roselloo. — ^Apodérase  Lnis\iV.  del 
Franco-Condado.-^  Memora  ble  bataJla  de  Seneff 
entre  los  príncipes  de  Conde  y  de*Orapge. — El  ma-  - 
riscal  de  Turena  en  Alemania.— Campaña  do  467^ 
en  el  Rosellon.— Triunfo  del  virey  de  Cataluña  du- 
que de  San  Germán  sobre  el  franc4s  Schomberg.^ 
Hazañas  de  los  miqaeletos  catalanes. — Dcsventajns 
de  los  españoles  en  la  guerra  de  Cataluña  de  1675. 
— Los  franceses  en  el  Ampurdan. — Toman  parte  e^ 
la  guerra  otras  potencias. — Progresos  de  los  fran- 
ceses- ea  los  Paises  Bajos. — Notable  campaña  do 
Ture  na  y  Montecucullien  Alemania.— Muerte  de  ' 
Turena. — Conferencias  en  Nimcga  para  la  paz.— 

^  Nuevos  triunfos^  conquistas'deLuis  XiV.  en  Flan- 
des,  4676.— >Guerra  de  Cataluña. — Los  francesesen 
,Figu eras.— Empeño  inútil  por  destruir  los  mí^ue- 
letes.— Pérdidas  lamentables  de  nuestro  ejérci- 
to, 1677.— Apodéranse  los  franceses  de  Pnigcer- 
dá,  1678.— Bravura  de  don  Sancho  Miranda.— ¡npc-  >,       ^ 

cion  del  conde  de  Monterrey. — Conquista  Luis  XIV. 
las  mejores  plazas  de  Flandes.— Nuevo  tratado  en- 
tre Inglaterra,  Holanda  y  España,— Misteriosa  y 
formidable  campaña  de  Luis  XIV.— Ataca  y  loma 
muchas  plazas  simultáneamente.— Recíbese  lano- 
ircia  de  la  paz  en  el  «itio  .de  Mons Dd  44  i  77 


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CAPITULO  IV. 
REBEUON  DE  MESSINA. 
*•     ••1674  a  1678. 


pXginas* 


causa  y  principio  de  la  rebelión.— Medidas  del  virey 
para  sofocarla.— >Protecc¡oD  y  socorro  de  los  fran* 
ceses  áTos  snblevados.'^yan  tropas  de  Cataluña 
contra  ellos.— Beconocen  los  rebeldes  por  soberano 
¿  Luis  XIV.  de  Francia.— Don  Juan  de  Austria  se 
niega  á  embarcarse  para  Sicilia.— Armada  holande- 
sa y  española.— Buy  ter.— Combates  de  la  esonadra 
aliada  contra  la  francesa.— Muerte  de  Buyter. — 
'Destrucción  de  la  armada  holaildesa  y  espafiola. 
—Nuevos  esfuerzos  de  Bspafia.— Odio  de  los  sici- 
lianos á  los  franceses.— Declaración  de  Inglaterra 
contra  la  dominación  francesa  en  Messina.— Betira 
Luis  XIV.  sus  naves  y  sis  tropas  de  Sicilia.— Tér-  " 

mino  de  la  rebelion.->-Rigor  en  los  castigos  de  los 
rebeldes ^ De  78   á  87. 


CAPITULO  V. 

LA  PAZ  DE  NIMEGA. 
1678. 


Lentitud  de  los  plenipotenoiarios  en  concurrir  al  Con- 

Sreso. — ínteres  de  cada  uacien  en  la  continuación 
e  la  guerra. — Mediación  del  re^  de  Inglaterra  pa- 
ra la  paz.-^onducta  interesada,  incierta  y  vacilan- 
te del  monarca  inglés^— Exigencias  de  Luis  XIV.— 
.  Correspondencia  aiplomátíca  sobre  las  condiciones 
de  la  paz.  —Matrimonio  del  príncipe  de  Orange  con 
la  princesa  Murta  de  Inglaterra.— Alianza  entre  lo- 
glatrerra  y  H  olaiída  á  consecuencia  de  este  ^nla- . 


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iilDiCB.  477 , 

PAfílNAS. 

ce.— Naevas  negociacioiies  entre  Carlos  y  Lois.— 
Paz  entre  Luis  xIV.  y  las  Proviocias  Unidas.— Que- 
jas y  desaprobación  de  las  damas  pot^noias.-*Re- 
sentimieoto  del  inglés.— Tratado  de  paz  entre  Fran- 
cia y  Esptafia.— Sus  principales  capítulos.— Tratado  . 
de  Francia  con  el  Imperio. — Conclusión  de  la  guer- 
ra .-*Reflex  iones. De    88  á  40t 


CAPITULO  VI. 

PRIVANZA  Y  caída  DE  VALENZUELA. 

¿•1670*1677. 


Gomoso  introdujo  on  palacio.^Sus  relaciones  con  el 
P.  Nitbdrd.— Ca$a  con  la  camarista  querida  do  la 
reina .^Seryicios  que  hizo  al  confesor  en  sus  disi- 
dencias con  don  Juan 'de  Austria. — Conferencias  se- 
cretas con  la  reina  después  de  la  salida  del  inquisi- 
dor.— Llamante  el  duende  de  palacio,  y  por  qué.—  *- 
Progresa  en  la  privanza. — ^Émulos  y  enemigos  que 
suscita.— Murmuraciones  en  la  oórte. — ^Entretiene 
Valenzoela  al  pueblo  con  diversiones,  y  ocupa  los 
brazos  en  obras  públicas.— Sátiras  sangrientas  con- 
tra la  reina  y  el  privado. — Conspiración  de  sus  ene- 
migos p^ra  traer  á  la  corte  á  don  Juan  de  Austria. 
—Entra  Carlos  II.  en  su  mayor  edad.— Viene  don 
Juan  de  Austria  á  Madrid.— Hácele  la  reina  volver- 
se á  Aragón. — Destierros.— Dése  á  Valenzuela  los     " 
títulos  de  marqués  de  Villasíerra,  embajador  de 
yenecia  y  grande  de  Espáfia. — Apogeo  de  su  vali-^ 
miento.— Confederación  y  compromiso  de  los  gran- 
des de  España  contra  la  Toina  y  el  privado.— Favo- 
rece Aragón  á  don  Juan  de  Austria.— Viene  don 
Juan  otra  vez  ¿  la  corte,  llamado  por  el  rey.— Fú- 
gase Valenzuela.— El  rey  se  escapa  de  noche  de 
palacio.y  se  va  al  Bueo-Hétiro. — Ruidosa  prisión  de 
Valenzuela  en  el  Escorial.— Notables  circunstancias 
de  este  suceso. — Decreto  exbonerándole  de  todos 
los  honores  y  caraos.— Va  preso  á  Consuegra  y  es 
desterrado  á  Filipinas.— Desgraciada  suerte  de  su 
esposa  y  familia.— Miserable  conducta  del  rey  en 
éste  suceso De  103  á  432 


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CAPITULO  VIL 
GOBIERNO  DE  DON  JUAN  DE  AUSTRIA.    '  . 
»e  1677  *  1680. 

PlGINAfl. 


Esperanzas  desvanecidas. — AlbÍTezdel  príncipe.— ^u 
espirita  de  venganza^^Destierros.— Desorden  en 
la  administración.— Disgusto  del  pueblo.— Ocúpase 
don  Juan  en  cosas  frivolas.— Descontento  de  los 
grandes.— Traían  estos  con  la  reina  madre.— Re- 
celos é  inquietud  de  don  Juan.— Lleva  al  rey  á  las 
Cortes  de  Zaragoza.— Descuida  don  Juan  los  nego- 
cios de  la  guerra. — Sátiras  y  pasquines  contra  el 
ministro.- Trátase  de  cagar  al  rey  Carlos.— Miras 
que  se  atribuían  á  don  luán. — Conciértase  el  ma-  , 
trimonio  del  rey  coi)  la  princesa  Marfa  Luisa  de 
Borbon .^Decaimiento  de  la  privanza  de  don  Juan 
de  Austria.— Pierde  la  salud. -r Muerte  de  dop 
Juan.— Vuelve  la  reina  madre  á  Madrid.-rPrepa- 
rativos  para  las  bodas  reates.  —Recibimiento  de  la 
reina  en  el  Bidasoa. — Va  el  reyú  Burgos  á  espe-  . 
rar  á  su  esposa. — Ratifícase  el  matrimonio  en  Qujn- 
tanapalla. — Viage  de  los  reyes. — Llegan  al  Buen 
Retiro. — Entrada  solemne  en  Madrid. — Alegría'  del  . 
pueblo.— Fiestas  y  regocijos  públicoó De  433  á  455. 


CAPITULO  VIII. 

MINISTERIO  DEL  DUQUE  DE  MEDINACBLI. 

De  1680  A  1685. 

Aspirantes  al  puesto  de  primer  minislro.— Partidos 
que  se  formaron  en  la  corte.— Trabajos  del  confe- 
sor y  de  la  camarera. — Indecisión  del  rey.— Da  el  ' 
ministerio  al  de  Medinaceli.— Males  v  apuros  del 
reino.— Alborotos  en  la  corte.— Célebre  y  famoso 


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IRDIGB.  ,      479 

PJOINAS* 

auto  g$neral4e  fé  ejecnMo  en  la  plaza  de  üa-^ 
drid. — Desgracias  y  calamidades  dentro  de  Eapa- 
fia.— Pretensiones  de  Luis  XIV.  sobre  naesiros  do- 
minios de  Flandes. — Gaerr a  con  Francia  en  Gata- 
lafia  y  en  los  Países  Bajo8.--^Gloriosa  defensa  de   - 
Gerona.— Pérdida   de  Luxembargo.— Tregua  de 
veinte afios  humillante  paraEspafia. — Genova  com- 
batida por  una  escuadra  francesa . -^Man ti ónese  bajo 
el  protectorado  español. — ^Rivalidades  ó  intrigas  en 
la  corte  de  Madrid.— La  reina  madre;  el  ministro; 
la  camarera;  otros  personages. — Caida  dal  confe- 
sor Fray  Francisco  Relnz. — Retírase  la  camarera,     v 
— ^Reemplazo  en  estos  cargos. — Situación  lastimosa 
del  reino,— Caida  y  destierro  del  duque  de  Medina^ 
ceIi.-*-Sacédele  el  conde  de  Oropesa. De  456  á  4  ¿'5. 


CAPITULO   IX. 

MINISTERIO  DEL  CONDE  DE  OROPESA. 

••4685  A  1691. 


Reformas  económicas  emprendidas  por  el  de  Orope- 
sa.—Trabajos  diplomáticos. — Confederación  de  al- 
gunas potencias  contra  Luís  ICIV. — ^La  Liga  de 
Augsburg.— Penetran  las  tropas  francesas  en  Ale- 
mania.— Revolución  de  Inglaterra.— Destronamien- 
to de  Jacobo  H. — Coronación  de  Guillermo,  príncipe 
de  Orange. — Conquistas  del  francés  en  Alemania. 
—Armamentos  en  Espafia.— Muerte  de  la  reina  Ma- 

.  ría  Luisa.— Segundas  nupcias  de  Carlos  II.— Decla- 
ración de  guerra  entre  la  Francia  y  los  confedera- 
dos.— Campaña  de  Flañdes^-^-Célebre  batalla  de 
Pleurus.— Sitio  y  rendición  de  Mons.— Campaña  del 
francés  en  el  Rhm. — ^Idemen  Italia.— Apodérase  el 
francés  de  la  Saboy a. —Campaña  de  Cataluña.- El 
duque  de  Noailles  toma  i  Camprodon.— Recóbranla 
los  españoles.— Piérdese  Urgél  .—Bomba  rdea  el  fran- 

I  eésá  Barcelona,  y  se  retira.— Gobierno  del  eonde. 
de  Oropesa.— El  marqués  de  los  Velez  superinten- 
dente de  Hacienda.— Escandalosa  grangería  de  los 
empleos.— Disgusto  y  murmuración  deí  pueblo.— 


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480  flISTOEU  DI  BSPAffA. 


p/OOfA». 


Trabajos  y  manejos  para  derribar  al  miAistro  Oro- 
pesa.— La  reina;  el  confesor;  el  presidente  de  Gas^ 
tilla;  el  secretario  Lira.— Chismes  en  palacio.— •Con- 
ducta miserable  de  Garlos  IL— Caida  del  conde  de 
Oropesa.— Nombramiento  de  nuevos  consejeros.  .    De  186  á  S49  • 

CAPITULO  X. 
LA  CORTE  Y  EL  GOBIERNO  DE  CARLOS  II. 

»•  1691  é  169?: 

* 

Influencias  qae  quedaron  rodeando  al  rey.-— La  reina 
y  sos  confidentes,  la  Berlips  y  el  Cojo. — El  conde ^ 

V  de  Baños  y  don  Juan  de  Angolo.-*lnmoral¡dad  y 
degradación.— Escandalosos  nombramientos  para 
los  altos  empleos.— La  Junta  Magoa.—Debilidad 
del  rey.— Busca  el  acierto  y  se  confunde  mas.— Lu- 
cb^  de  rivalidades  y  envidias  entre  los  palaciegos. 
— PrivaiTuí  del  duaue  de  Hontalto.— Peregrina  di- 
visión que  hace  del  reino.— Monstfoosa  Junta  de 
tenientes  generales.— Medidas  ruinosas  de  admi- 
nistración.—Contribución  tiránica  de  sangre.— Re- 
sultados desastrosos  de  ests^s  medidas*--%arenoia 
absoluta  de  recursos.— ¡-Suspensión  de  todos  los  pa- 
gos.—Estado  miserable  de  la  monarquía.- Vigorosa 
representación  del  cardenal  F^ortocarrero  al  rey. — 
Célebre  consulta  de  una  Junta  sobre  abusos  del 
poder  inquisitorial. — ^Vislúmbrase  el  período  de  su 
decadencia .^ De  Ií20á  f4t. 

CAPITULO  XL 
GUERRA   CON  FRANCIA. 

PASDERISWIK. 

••1692*1697. 

Campaña  de  Flandes.— .Vsiste  LtiisvXIV.  en  personV 
al  sitio  y  conquista  de  Namur.— Derrota  Luxern- 
bar¿  á  ios  aliados  en  Steinkerque.— Desastre  de  la 
armada  francesa  en  la  Hogqe.— Célebre  triunfo  del 


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índice.  481 

PAGINAS. 


ejército  francés  en  Neerwíode.—Victorm  nava]  del 
almiranterToaryUle.— Muerte  de  Lnxenibarg:  su- 
cédele  Villeroy.— Recobran  los  aliados  á  Namur.— 
Campaflas  de  Italia.—Triunfos  de  Gatinat«~Trata- 
do  particular  entre  Luis  XIY.  y  el  duque  de  Sabo- 
ya.— Campañas  de  Cataluña.— Vireinato  del  duque 
de  Medinasidonia.— Piérdese  la  plaza  de  Rosas.— 
Vireinato  del  marqués  de  Yillena.— Derrota  de  los 
españolea  orillas  delTer. — ^Prérdeose  Gerona,  Hos- 
tafrich  y  otras  plazas* — Vireinato  del  marqués  de 
Gastañaga.— Proezas  de  los  miqueletes. — Recibe 

Srandes  refuerzos  el  ejército  español. — Es  derrota- 
o  orinas  del  Tordera. — Vireinato  de  don  Francis*- 
co  de  Velasco.— Sitio7  ataque  de  Barcelona  por  \o9 
franceses.— Flojedad  y  cobardía  del  virey.— Ardor 
de  los  catalanes. — Barcelona  se  rinde  y  entrega  al 
duque  de  Vendóme.— Tratos  y  ne£[ociacione3  para 
la  paz  general. — Capítulos  y  condiciones  de  la  paz 
de  Riswick. — Desconfianza  de  que  descanse  la  Euro- 
pa de  tantas  guerras  — Obieto  y  miras  del  francés 
en  el  tratado  de  paz  de  Riswick De  143  á  165. 


CAPITULO  XII. 

CUESTIÓN  DE  SUCESIÓN. 

»e1694  *  4699. 


Fufadados  temores  de  que  faltara  sucesión  directa  al 
trono  de  España  á  la  muerte  de  Carlos  II.— Partidos 
que  se  formaron  en  la  corte  con  motivo  de  la  cues- 
tión de  sucesión. — Consultase  informes  de  los  Con-^ 
sejos.— Dictámenes  y  votos  particulares  notables. 
— Estado  de  la  cuestión  desnues  de  la  paz  de  Ris- 
wick.— Trabajos  de  los  embajadores  austriaco  y 
francés  en  la  corte  de  España.— Pretendientes  á  )a 
corona  de  Castilla,  y  títulos  y  derechos  que  ale- 
aba cada  uno.— Cuales  eran  los  principalea.— Par- 
tido dominante  en  Madrid  en  favor  del  austriaco.— 
Hábil  política  del  embajador  francés  para  deshacer*- 
le.— >Mvidas  y  promesas.— Gana  terreno  el  partido 
de  Francia  .-Vacilación  de  la  teina.— Retírase  dis- 
gustado el  embajador  alemán.— Muda  de  partido  el 

Tomo  xvii.  3f 


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48S  UrSTOIlIA  DE   ESPAJÜA. 


píoinas. 


eardenal  Portoe9rrero.^B4  separado  ei  coaftaor 
^  Maulla.— Reempíázalfa  Fr-  fT9lm  Díaz.— Vuelva  al 
conde  de  Oropeaa^  >•  eórte.*— Declárase  por  el 
príncipe  de  Ba  viera»— Célebre  traUdo  para  el  re* 
partimiento  de  fispafia  entre  varías  potencias. — 
Enojo  del  em parador. —Indignación  de  los  espadó- 
les.—Protestasenérgicas.— Nombra  Garlos  II.  SQce- 
sor  al  príncipe  de  Baviera.^-llttefeel  prínoipeelec* 
io.— NaflTO  aspecto  de  ia  cuestión.— Motín  en  Ma- 
drid.—Peligro  que  corrió  el  de  Oropesa.— Gémo  so 
aplacó  él  tum o Uo.— Destierro  de  Oropesa  y  del  al* 
*  mirante.— Qnedau  dominando  Portocarrero  y  ti 
partido  francés.  . DeUSá  t9S. 


CAPITULO  XflI. 

LOS  HECHIZOS  DEL.  REY, 
»•  1698*1700. 


Lo  que  dio  ocasión  á  sospechar  qne  estaba  hechiza* 
'do. — Sus  padecimientos  físicos,  su  conducta.— Co- 
bra cuerpo  la  especie  de  los  bechizos.^^El  inquisi- 
dor general  Rocaberti,  y  el  confesor  Fr.  Proilan 
Diaz. — Su  correspondencia  con  el  vicario  de  las 
monjas  de  Cangas  en  Asturias.-^Monjas  enérgume- 
nas.^Conjuros:  respuestas  de  los  malos  espíritus  ^ 
sobre  los  bechiaosdd  rey.n^elactonea  estravagvia- 
tes.-^Sufrimienloe  as  Garlos.— Muevas  retelaoiopes 
de  unos  endemoniados  de  Viana  sobre  l<i»  httcliicos 
del  rey  .—Viene  de  Alemania  un  famoso  exorciaU  á 
conjurarle.— >Indagaoiooes  que  se  hioieroa  de  otras 
energúmenas  en  Ifadríd.^Quiánes  jugaban  en  es-  ' 
tos  ^n rodos.— Nómbrsse  iaifuisidor  general  al  car* 
denal  Córdoba.— -Muere casi  de  repente.— Socédele 
el  obispo  de  Segovia.— Delata  i  la  Inquisición  al 
confesor  Fr.  Froilan  Diaz.— Despójase  a  este  de  los 
cargos  de  confesor  y  de  ministro  del  OoBsejo  de  la*- 

3 ufsicion.— Célebre  proceso  formado  á  Fr.  Proilan 
tai  sobre  los  hecbms.— Importante  y  curiosa  his- 
toria de  este  ruidoso  proceso.  -Térinina  que  tuTb.    De  294  ú  309. 


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CAPITULO  xiy. 
MUERTE  DE  CARLOS  H. 


1700. 


PiCIIfAf, 


Segundo  tratado  da  parUciPQ  da  las  daminiofi  aapv 
fioIes.^-Protesta  oél  emperador.— IndigDacion  da 
los  españoles,  y  qaajaa  de  QarJaa  ll^^JniarmpaíaB 
de  naestras  relacioBea  con  las  pol  encías  maríti* 
mas.— Manejos  de  los  partidos  en  ta  corte  de  Espa-  ' 
fia.— Incertidumbre  y  fluctuación  del  rey. — Salida  ^ 
del  emb9Jador  fraoces.— Consultase  los  GoDsejos  y 
al  papa  sobro  el  derecho  de  sueeaioa.-— Informes 
favorables  á  la  casa  de  Francia.— Bscrápolos  de 
Cárlos.T-Agrávase  su  enfermedad.— Instalase  á  su 
lado  el  cardenal  Portocarrero.— Indúcele  ¿  cniehaga 

'  testamento,  y  le  otorga.— Nombramiento  de  suce- 
sor.— Séllase  el  instrumento,  y  permanecen  igno- 
radas sus  disposiciones. — Codicilo. — Creación  de  la 

.  junta  de  gobierno.— Relación  de  la  muerte  de  Cár- 

^  los.— Ábrese  el  tostamento,«»Espectaci6n  y  ansie- 
dad pública.— Anécdota.— Resolta  nombrado  rey  de 
Espafia  Felipe  de  Rorbon.— Despachos  de  la  corie 
de  Francia.— Aceptación  de  Luis  XIV.— Proclama- 
ción de  Folipe  en  Madrid.— Ceremonia  en  el  palacio 
de  Yersalles.— Palabras  memorables  de  Luis  XIV.  á 
su  nieto. — ^Llega  el  nuevo  rey  Felipe  de  Anjou  á  la 
frontera  de  Espafia De  316  á  517. 


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CAPITULO   XV. 

ESPAÑA  EN  EL  SIGLO  XVIÍ. 

pXoiwas. 

L— Ojeada  erftica  sobre  el  reinadode Felipe UL   De  328  ü  343. 

IL  —Reinado  de  Felipe  IV.  —Durante  la  privan- 
za de  Olivares De  344  ¿  365. 

IIL— Reinado  de  Felipe  IV.— Desde  la  caidade 
Olivares  hasta  la  muerte  del  rey De  366  á  385- 

IV .  —Reinado  de  Carlos  II .—El  padre  Nithard:  la 
reinamadre:  Valénzuela:  don  Juande  Austria.     De  386  i  403 

V.— Reinado  deCárlos II.—Medinaceli:  Orope- 
sa:  las  Reinas:  Portocarrero. — Cambio  de  di-^ 
nastia. De  404  á  430. 

Apéndice De  43 1  á  474 


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SEÑORES  SUSGRITORES  A  ESTA  OBRA: 


MADRID. 


{€ontinuacion)  (4). 

Sr.  D..Juan  Luis  Paupart. 

Sra.  D.'  Josefa  Argaiz. 

Sr.  D.  Juan  Vicente. 

Sr.  D.  Antonio  VellosUIo. 

Sr.  D.  Manuel  Robleií  de  Avecilla. 

Sr.  D.  Andrés  Mfis. 

Sr.  D.  Francisco  Quintana. 

Sr.  D.  Eduardo  Bazage. 

Sr.  D.  Rafael  García  Santisteban. 

Sr.  D.  Rafael  Lozano.  . 

Sr.  D.  Esteban  Marcos. 

Sr.  D.  Narciso  Soria. 

Sr.  D.  JoséRodrigaez. 

(4)    Véase  el  Catálogo  al  fin  del  tomo  XV. 


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Sr.  D.  Patrícró  González. 
'  Sr.  D.  Vicente Terrer. 

Sr.  D.  Saturnino  Alvarez.    •  . 

St.  D.  Antonia  Yíccmte  y  C^tapAíiá. 

Sr.  D.  Crisanto  Escudero. 

Sr.  D.  Juan  Manuel  María  Palacios^ 

Sr.  D.  Domingo  del  Bo3. 

Sr,  de  Weisvelhierg. 

Sr.  D.  Juan  R.  Blanco. ' 

Sr.  D.  José  María  Escoríaza. 

Sr.  D^  Juan  Miguel  Losada. 

Sra.  D.'  Carmen  DusmeL 

Sr.  D.  José  Martínez. 

Sr.  D.  Garlos  Steiger. 

Sr.  b.  Tomás  Olavarría.     - 

Sr.  D.  José  Valdivieso. 

Sr.  D.  Joaquín  iMayOni. 

Sr.  D.  Julián  Perate. 
•   Sr .  D.  José  Pastor  y  Rivenr. 

Sr.  D.  José  déla  Fuente. 

Sr.  D.  Juan  Pelaez. 

Sr.  D.  Saturnino  Redecilla. 

Sr.  D.  Ecequiel  de  Selgas. 
'Sr.  D.Pedro  Miralles. 

Sr.  D.  Antonio  Rotondo. 

Sr.  José  Vicente  Martínez. 


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Sr.  D.  Inocencio  Escudero.       , 

Escuela  Especial  del  í .  M.  G. 

Sr.  D.  Calisto  Crespo. 

Sr.  D.  Eduardo  Rom. 

Sr.  D.  José  María  Fariñas.. 

Sr.  D.  Agustin  Valera. 

Sr.  D.  Ricardo  Valderraraa. 

Sr.  D.^José  Sánchez. 

Sr.  D.  Tomás  Jiménez. 

Sr.  D.  Bonifacio  Duro. 

Sr.  D.  Román  Goicóerretea. 

Sr.  D.  Juan  José  Fuentes. 

Sr.  D.  Tiburcio  Pérez. 

Sr.  D.  Eduardo  Montero  y  Alvarez. 

Sr.  D.  José  María  Alonso  Colmenares. 

Sr.  D.  Antonio  Rodriguez. 

Sr.  D.  Francisco  Gaviria. 

Sr.  D.  Celestino  Rula  de  Labasiida. 

Sr.  D.  Fernando  Ramirez. 

Sr.  D.  Manuel  Serrano. 

^r.  D.  José  María  de  la  Calle. 

Sr.  D.  José  Marrón. 
.    Sr.  D.  Santiago  Barra. 

Excmo,  Sr.  Marqués  Viudo  de  Espinardo. 

S;r.  D.  José  de  San  Román. 

Sr.  D.  Simón  Márquez. 


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Sr.  D.  Manuel  Ibarreta. 

Sr-  D.  Rafael  Ferraz. 

Sr.  D.  Miguel  Vaquero. 

Sr.  D.  Antonio  Ferrer  y  Beniter. 

Sr.  D.  Santos  Robledo. 

Sr.  D.  Tomás  Alvear. 

Sr.  D.  Pedro  Aenile. 

Sr.  D.  Pedro  González  de  la  Peña. 

Sr.  D.  Sebastian  González. 

Sr.  D.  Lorenzo  F.  de  la  Reguera. 

Sr.  D.^N¡colá3  Je  Achava. 

Sr.  D.  Guillermo  RetortiUo.  • 

Sra.  D/  Rita  Laborde. 

Sr.'D.. Manuel  Izquierdo. 

Sr.  D.  Prudencio  Blanco  Garda. 

Sr.D.. Pedro  Reales. 

Sr.  D.  Bernardino  ^nchez. 

Sr.  Marqués  de  Riscaj  de  Alegre. 

Sr.  D.  Isidro  Blanco  de  la  Carrera. 

Excmo.  Sr.  D:  Esteban  León  y  Medina. 


Digitized  by  LjOOQ IC 


PROVINCIAS. 


Sr.  D.  Antonio  María  de  Montes,  Aguilar  de  la,Frontera,  por 
cinco  ejemplares. 
-    Sr.  D.  Pablo  del  Pino,  td.,  por  cuatro  ejemplares- 

Sr.D,  Vicente  Nuflo,tíl. 

Sr.  D.  Ramón  Sebastian  Pérez,  Albacete. 

Sr.  D.  Cristóbal  Valera,  id.         ,  "  . 

Sr.  D.  José  Malo  Molina,  id. 

Sr.  D.  Alfonso  Diego  Aroca,  id. 

Sr.  D.  Antonio  Vidal  Martínez,  id.. 

Sr.  D.  Pedro  límenez,  id.      * 

Sr.  D.  Antonio  Várela,  id.^ 

Instituto  de  2.*  enseñanza,  id. 

Sr.  D.  Tomás  Herrero  Soier,'i/toida. 

Ayuntamiento  de  Álcali  la  Real,  por  tres  ejemplares. 

Sr.  D.  Eugenio  David,  Alcalá  de  Chisvert. 

Sr.  D.  Joaquin  Fuentes,  Alcalá  de  los  Gasules. 

Sr.-D.  Manuel  Maria  de  Prutles,  td. 
'  Ayuntamiento  de  Alcaráx. 

Sr.  D.  Juan  Bautista  Gallart,  Alara. 


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Sr.  D.  Pedro  Puerto,  id. 

Sr.  p.  Manuel  Aparicio,  id^ 

Sr.  D.  Francisco  Pascual  Lledó,  id. 

Sr.  D.  Agustín  Sagaseta,  id. 

Sr.  D.  Bernardo  Setfa,  id. 

Sr.  D.  Ignacio  Pascual,  id. 

Sr.  D.  Juan  Bautista  Roca,  id. 

Sr.  D.  Santos  Navarro,  iX.  .      . 

Sr.  D.  Gaspar  Vieta,  id. 

Sres.  Paya  é  kíjos^  Aiooy,  por  cinco  ejemplares. 

Sr.  D.  Juan  Bautista  Fust,  id. 

Ayuntamiento  de  Aldda  M  Reg. 

Sr.  D.  Remigio  Diez  del  Carral^  Alesanto. 

Sr.  D.  Jflanuel  García  de  la  Torte,  Atgiéiráé,  pbt  9iéte  ejeili- 

piares. 
Sr.  D.  Rafael  de  Muro,  tef.,  por  tres  ejdmplaresr. 
Sr.  D.  Ramón  Benito  yGalvez,  Alicante. 
Sr.  D.  Pedro  Ibaira,  id  .         -        . 

Sr,.  D.  Manuel  Señante,  id. 

Asociación  de  amigos,  id.  '         .        .      "* 

Sr.  D.  Agustín  González,  id. 
Sr.  D.  Miguel  Carratalá,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Soler  de  Gijona,  id. 
Sr.  D.  Juan  Alvarez  Freijoó,  áhnenétal0jo^  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  Manuel  Malo  de  Molina,  Alm$ria. 
Sr.  D.  Mateo  Feicovcch,  id. 


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Sr.  D.  Mariano  Alvarez,  Almería. 

Sr.  D.  Mariano  Esteban  Géngora,  id.         ^ 

Sr.  D..  Marcos  Campos,  ti. 

Sr.  D.  AntoníoMombieia,  ii. 

Sr,  D.  Andrés  Cano»  U. 

Sr.  D.  José  MaFia  Espada!^,  M* 

Sr.  D.  Domingo  Massa,  ti. 

Sr.  D.  Andrés  Falguera,  ii. 

Sr.  D.  Domingo.  Moreno,  Aniújé^. 

Sr.  Di  Manuel  Garrido,  id. 

Sr.  B.  Manuel  María  Serfftnd,  id»  {W  cna(ro  ejéttpiafes. 

Ayuntamiento  de  id. 

Sr.  I>.  Diego  Tapia  y  Bundi,  Arákél,  por  (re»  ejemplares. 

Sr.  D.  Fernando  Gómez  y  Zata»,  Aténjuix. 

Sr.  D.  José  María  de  Prado,  Ü. 

Sr.  D.  Manuel  Forero,  id.  ' 

Sr.  D.  BaltMflr  García  Olalla,  Áreos  de  la  Froñiera. 

Sr.  D.  Miguel  de  Lema  y  Romano,  M. 

Sr.  D.  Ramón  Rodríguez,  id. 

Sr.  D.  Bartolomé  Olivares,  ii. 

Sr.  D.  Manuel  de  Beas  Silva,  ii. 

3r.  D.  Ildefonso  Nufiez  del  Prado,  «d. 

Sr.  D.  José  Almendra,  ii. 

Sr.  D.  Zoilo  Peftalver,  ii,  ^ 

Sr.  D.  Pmdmiclo  Álbajtf,  Ü. 

Sr.  D.  José  Martínez,  ii. 


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Sr..  D.  José  Maldonado,  Arcas  de  la  Frontera^.    • 

Sr.  D.  Manuel  Rodríguez  Romero,  id. 

Sr.'D.  Federico  Pérotas,  Árévalo. 

Sr.  D.  Ramón  Ruiz  de  Flores^  ir/ojia,  por  diez  ejemplares. 

ár.  D.  Bernardo  María  Ramirez,  Arjoni¡la. 

Sr.  D.  Gregorio  Obregon,  Ástorga.     , 

Sr.  D.  Antonio  Ramos,  xd. 

Sr.  D.  Joaquin  García,  td. 

Sr.  D.  Juan  Manuel  Calzado,  id. 

Ayuntamiento  de  td.,  por  dos  ejemplares. 

Sr.  D.  Matias  Arias  Rodríguez,  id, 

Sr.  D.  Cayetano  Rodríguez,  id. 

Sr.  D.  Santiago  López  Fernandez,  i«i7a. 

Sr.^  D.  Gerónimo  González,  id. 

Sr.  D.  Vicente  José  Martínez,  id. 

Sr.  D.  Rafael  Serrano  Brochero,  id. 

Sra.  Viuda  de  Carrillo,  Badajoz^  por  seis. ejediplares. 

Sr.  D.  Isidro  Rosa  Romero,  id. 

Sr.  D.  Manuel  Martínez  Crespo,  id. 

Sr.  D.  José  María  Alvarran,  id, 

Sr.  D.  Juan  Azpiroz,  id, 

Sr.  D.  Pablo  Alvarez,  id, 

Sr.  D.  Tomás  San  Juan,  id. 

Sr.  n.  Federico  Patrón,  id, 

Sr.  D.  Gerónimo  Orduña,  id.,  por  tres  ejemplares. 

Sr..D.  León  Beguer,  id. 


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Sr.  D.  Manuel  Garda  del  Campo,  Bndajoz. 

Sr.  D.  Francisco  Garay»  id. 

Sr.  D.  José  Cabello  Sanz,  Badolatoxa. 

Sr.  D.  Manuel  Alambra,  Baexa^  por  tires  ejemplares. 

Sr.  D.  Manuel  Garrido,  id. 

Ayuntamiento  de  Baigoni. 

Ayuntamiento  de  Balazote. 

Ayuntamiento  de  Baños.  t  , 

Sr.  D.  Joan  Cipriano  Roanes,  Bürearrota. 

Sr.  D.  José  Diaz,  id. 

Ayuntamiento  id. 

Sr.  D.  Matías  Cueva,  id.,  por  dos  ejemplares. 

Sr.  M.  Roqu^  Patrón,  id. 

Sres.  Sala  y  hermanos,  Bareelíma,  por  quince  ejemplares. 

Sr.  D.  Manuel  deBofarully  Sartorio,  id. 

Sr.  D.  Wenceslao  Cifuentes,  id. 

Sr.  D.  Pablo  Molíst,iii. 

Sr.  D.  Fernando  Jauregui,  id. 

Sr.  D.  Lorenzo  Brindis  Costa,  id. 

Sr.  D.  Juan  María  Prat,  id. 

Sr.  D.  JuanDam,id. 
^Sr.  Cónsul  inglés^  id. 

Sr.  D.  Juan  Cabrera,  id. 

Sr.  D.  Simeón  Cambea,  id. 

Sr.  D.  QuirícQ  Busquet,  id. 

Sr.  D.  Juan  Domenech,  id. 


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Sr.  D.  Mariano  Fulla,  B^ce¡/$ñ^. 

^res.  Piferrer  y  Depam,  tVI.,  por  diet  7  leia  ejemplares. 

^r.  D.  JuanPio  TorrecUit,  U- 

Sr.  D.  MaftUAl  Arrp,  ú(. 

Sr.  D.  José  Mestres,  id, 

Sr.  D.  Fernando  Puig,  id. 

Sr.  D.  Miguel  Garrega,  id. 

Sr.  D.  José  Arrufat,  id. 

Sr.  D.  Ramón  de  Ciaear,  id. 

Sr.  D.  Antonio  Elias  y  Bttsquet,  id. 

Si.  D.  Jaime  Ramonacho,  id. 

Sr.  b.  Pedro  Soler,  «. 

Sr.  D.  José  Borras,  id. 

Sr.  D.  losé  A.  Mantudas,  íi. 

Sr.  D.  Francisco  Guarren,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Oliva,  id. 

Sra.  viuda  de  Sauri,  id.,  por  cuarenta  y  tres  ejemplares. 

Sr.  D.  Ramón  Ferrer  y  Garóes,  id. 

Sr.  D.  Emilio  Pi,  id. 

Sr.  D.  Esteban  Badia,  id. 

Sr.  D.  Pedro  Ruiz  y  Liado,  id. 

Sr. J).  José  Frias,  id. 

Sr.  D.  Miguel  Plana,  id. 

Sr.  D.  Simón  Pich,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Amoros,  id. 

Sr.  D.  Gerardo  Marestang,  id. 


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Sr.  D.  Fernando  Llauder,  Barcelona. 

Sr.  D.  Fulgencio  Martin,  id. 

Sr.  D.  Tomás  Serra,  id. 

Sr.  D.  Francisco  de  Font,  írf. 

Sr.  D.  Agustín  Taftez,  trf. 

Sr.  D.' Miguel  Aragonés,  id. 

Sr.  D.  José  Muntané,  id. 

Sr.  D.  José  Julia,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Gotzeus,  id. 

Sr.  D.  VictorCompte,  id. 

Sr.  D.  Juan  Gravier,  id. 

Sr.  D.  Ramón  Sandoval  y  Arcayna,  id. 

Sr.  D.  Joaquín  Calderón,  Bmb,  por  nueve  ejemplares. 

Excmo.  Sr.  general  D.  Manuel  Monteverde,  Bayona. 

Ayuntamiento  de  Benamaurtsl. 

Ayuntamiento  de  Benamtítarra. 

Ayuntamiento  de  Benasear. 

Sr.  D.  Pedro  Fidalgo  Blanco,  B$na9entt. 

Sr.  D.  Vicente  Garcia,  id.        . 

Sr.  D.  José  Meas,  B$taM6s. 

Sr.  D.  Benjamín  Rodríguez,  ii. 

Sr.  D.  José  María  Garcia,  id. 

Sr.  D.  Antonio  Pita  Vahamonde,  id. 

Sr.  D.  José  Sevilla,  Berja.  - 

Sr.  D.  Juan  Pío  Esteban,  Bi9nv0nida. 

Sr.  D.  Nicolás  Delmas,  fUbao,  por  seis  ejemplares: 


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Sr.  D.  Isidro  Cortina,  Bilbao. 

Sr.  D.  José  Benito  Galdaracenp,  id.  >     t 

Sr.  D.  Pascual  Zarate^  id. 

Sociedad  Bilbaina,  id, 

Sr.  D.  Agustín  María  de  Obieta,  id. 

Sr.  D.  J.  A.  de  Torres  Vildosola,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Morales,  id. 

Sr.  D.  Benito  Palacios,  id. 

Sr.  D^  Francisco  Sánchez  Serrano,  id. 

Sr.  D.  Manuel  de  Latabura,  id. 

Sr.  D.  Manuel  Pérez  Camino,  id.  > 

Sr.  D..  Juan  Manuel  Ulalde,  id. 

Sr.  D.  Jos^  María  deRecacoechea,  id. 

Sr.  D.  Gabriel  Lambarri,  id. 

Sr.  D.  Serapio  de  la  Hormaza,  id. 

Sr.  D.  Pedro  Errazquin,  tá. 

Sr.  D:  Santiago  de  las.Rivas,  id, 

Sr.  D.José  Hurtado  de  Saracho^  id. 

Sr.  D.  Roque  Gómez  Collantes,  id. 

Sr.  D.  Tiburcio  de  Astuy,  td.,  por  diez  ejemplares. 

Sr.  D.  Federico  Lecea,  id:  ' 

Sr.  D.  Manuel  José  Vela,  Bornes. 

Sr.  D.  Francisco  Ortega,  id. 

Sr.  D.  Francisco  de  Paula  Navarro,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Domínguez  Ruiz,  Bvozas.   ~ 

Sr.  D.  Rafael  Navarro,  Bujalance. 


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Sr.  D.  Pedro  Romero,  Bujalanee. 
Sr.  D.  Teodoro  Espinosa  y  Ligues,  id. 
Sr.  D.  Domingo  José  López,  id. 
Sr.  D.  Joaquín  deRpjas,  id. 
Sr.  D.  Timoteo  Arnaiz,  Burgos. 
Sr.  D.  José  Antonio  Azpiazii,  id. 
Sr.  D.  Ambrosio  Hervias,  úí.,  por  doce  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  Pérez  San  Millan,  id. 
Sr.  D.  Fulgencio  Gutiérrez,  id. 
Sr.  D.  Juan  Antonio  Moreno,  Cabezas  de  San  Juan. 
Sr.  D.  Antonio  Morales,  Cabra. 
Señora  viuda  de  Burgos,  Cáceres\  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  Gaspar  Calafr,,t({. 
Sr.  D.  Cándido  Pozo,  id. 
Sr.  D.  Antonio  Martin  Sánchez,  id: 
Sr.  D.  José  Alvarez  Carrasco,  id. 
Sr.  D.  Nicanor  Fernandez  Bravo,  id. 
Sr.  D.  Bartolomé  Crespo,  id. 
Sr.  D.  Florencio  Martin  Castro,  id. 
Sr.  D.  Antonio  Concha  y  Compafila,  t^.,  por  dos  ejemplares. 
Señora  viuda  de  Moraleda,  Cadiz^  por  diez  ejemplares. 
Sr.  D.  Pedro  Croharé,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Julián,  id. 
Sr.  D.  Gabriel  Sánchez  del  Castillo,  t^. 
Sr.  D.  Manuel  Ramón  I^odriguez,  id. 
Sr.  D.  Juan  Machorro,  td.,  por  diez  y  siete  ejemplares. 
Tomo  xvii.  ,32 


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Sr.  D.  Abelardo  de  Carlos,  Oadix,  por  cuarenU  y  siete  ejem- 
plares. 

Sr.  D.  Juan  Antonio  Llórente  y  Compañía,  fd.,  por  aneye, 
ejemplares. 

Sr.  D.  Juan  Peña,  írf. 

Sr.  D.  Juan  Bautista  Gaona,  U,,  por  siete  ejemplares.  - 

Sr.  D.  Juan  Vidal,  tí.,  por  cuatro  ejemplares,, 

Sr.  D.  Mariano  Diez,  Calatayui. 

Sr.  D.  Gregorio  Guedea,  ii. 

Sr.  D.  José  García,  id. 

Sr.  D.  Aniceto  Tagüe,  id. 

Sr.  D.  Timoteo  Orera,  td. 

Sr.  D,  Pascual  Senac,  id. 

Sr.  D.  Juan  Pueyo,  ü. 

Sr.  D.  AndrésMolina,  Campanario, 

Sr.  D.  Juan  Antonio  Cabeza,  ii. 

Sr.  D.  Manuel  Fernandez,  ü, 

Sr.  D.  Francisco  Pérez  Gutiérrez,  ii. 

Sr.  D.  Antonio  Llamas Goyeneche,  CaMeielM  Torrea. 

Sr.  D.  José  Granados,  id. 

Sr.  D.  Vicente  Medina,  ii. 

Sr.  D.  Pedro  Jaén  Briceño,  Caravaea, 

Sr.  D.  Mariano  Navarro,  id. 

Sr.  D.  Manuel  Amoraga. 

Sr,  I>r  Ramón  Abad,  Cardona,        *  . 

Sr.  D,  Francisco  Ballaro,  ü. 


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Sr.  D.  Juan  Riva,  Cardona. 

Sr.  D.  José  María  Moreno,  Carmonay  por  Ires  ejemplares. 

Sr.  D.  Posé  Juan,  Cartagena^  poreinco ejemplares. 

Sr.  D.  Ántonio' Abudo,  ttf. 

Sr.  D.  Manuel  Antón,  úf. 

Sr.  D.  Francisco  Oliver,  ii. 

Sr.  D.  Benito  Moreno,  td.,  por  tre»  ejemplares. 

Sr.  D.  Pascual  Sanz  de  Aniza,  Caitellon^  por  dos  ejemplares. 

Sr.  D.  Joaquín  Víllaplana,  id, 

Sr.  D.  Félix  Cruzado,  tá.  . 

Sr.  D.  Francisco  Sangüesa,  id, 

Sr.  D.  Felipe  Vázquez,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Villaroig,  id. 

Sr.  p.  Vicente  Ferrer y  Mingue t,  ti 

Sr.  D.  Juan  Monfor,  id. 

Sr.  D.  Gonzalo Sanahuja,  til.,  por  nueve  ejemplares. 

Sr.  D.  VicenteRoig,t(i. 

Sr.  D.  Pedro  Bayarri,  id, 

Sr.  D.  Anastasio  Melero,  úi. 

Sr.  D.  Bernabé  Trelles,  Castropol,  por  dos  ejemplares. 

Sr.  D.  José  Carrera,  Cervera. 

Sr.  D.  Mariano  Duran,  id. 

Sr.  D,  Ignacio  Servet,  tá.    - 

Sr.  p.  José  Picó,  id, 

Sr.  D.  Buenaventura  Robiol,  id, 

Sr.  D.  FranciscTo  Cortés,  Cet«(a,  por  tres  ejemplares. 


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Sr.  D.  Antonio  Crivell,  Ceuta. , 

Sr.  D.  José  María  Lanlhe,  tj. 

Sr.  D.  Juan  Albunib,  td. 

Sr.  D.  José  Martínez  Mérida,  id, 

Sr.  D.  Rabel  Correa,  td. 

Sr.  D.  AnJtbnioRuíz,  id^  >     • 

Sr.  D.  Antonio  Abado,  id. 

Sr.  D.  Gil  Sánchez,  Chiclana, 

Gobierno  Civil  de  Ciudad-Real. 

Ayuntamiento  de  id. 

r 

Sr.  D.  Joaquin  de  Ibarrola,  id. 

Sr.  D.  Diego  Monroy,  Córdoba. 

Sr.  D.  Antonio  Aomero  Linares,  id. 

Sr.  D.  Miguel  de  Barcia  y  Velasco,  tcí. 

Diputación  provincial  de  id. 

Sr.  D.  N.  Ramirez  Areliano,  id. 

Sr.  D.  José  María  Calleja,  id. 

Sr.  D.  Francisco  de  Borja,  Pabon^-^Córdoba^  por  diezy  nueve 

ejemplares. 
Sr.  D.  Pedro  Romera,  id.,  por  dos  ejemplares. 
Sr^  D.  Francisco  Banet,  id. 

Sr.  D.  Hilario  Gutiérrez,  Carull&n,  por  dos  ejemplares.   - 
Sr.  D.  Celestino  García  Alvarez,  Coruña^  por  diez  y  nueve 

ejemplares. 
Sr.  D.  Antonio  Pardo,  id.  * 

Sr.  D.  Ramón  Arias,  id. 


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Sr.  D.  José  María  Pérez,  Coruña,  por  catorce  ejemplares. 

Gobierno  político  de  id. 

Consejo  provincial  de  id. 
•   Sr.  D.  Francisca  Garbayo,  id. 

Sr.  D.  Pedro  Mariana,  Cuenca, 

Sr.  D.  Francisco  Miralles  Folecti,  Ctuvas  de  Viwroman, 

Aynntajonento  de  Dalias. 

Sr.  D.  Manuel  Gómez  de  Mendoza,  Don  Benito. 

Sr.  D.  Manuel  Calderón  de  la  Barca,  id. 

Sr.  D.  Juan  Otero,  Dueñas. 

Sr.  D.  Martin  Ochoa  de  Antezana,  Durango. 

Sr.  D.  Bruno  de  Calle,  id. 

Sr.  D.  Antonio  de  Argunizomi,  id. 
'    Sr.  D.  José  María  de  Ampuero;  id. 

Sr.  D.  Juan  P.  García^  Ecija. 

Sr.  D.  Andrés  Caparros,  id. 

Sr.  D.  José  Cortés,  \d. 

Sr.  D.  Mariano  Benitez,  id. 

Sr.  D.  Juanlbarra,  Elche. 

Sr.  D.  Pedro  Miralles  Imperial,  id. 

Sr.  D.  Francisco  de  P.  Fabarnes,  id. 

Sr.  D.  José  Buch,  ii. 

Ayuntamiento  de  Entrino. 

Ayuntamiento  de  Escullar. 

Sr.  D.  Nicasio  Tajonera,  Ferrol. 

Br.-  D.  Felipe  Romero,  id. 


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Sr.  D.  Ramón  Regalado,  FertJoL 

Sr.  D.  Miguel  Salgado  Araujo,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Diaz  Vázquez,  <*.. 

Circo  de  la  Recreación  de  id. 

Sr.  D.  José  María  Albucete,  id. 

Sr.  D.  Vicente  Romero  y  Guizo,  id, 

Sr.  D.  Ramón  González  López,  id. 

Sr.  D.  Domingo  Rodriguez,  id. 

Sr.  D.  Carlos  Suancas,  id. 

Sr.  h.  José  Montero  Zubiela,  id. 

Sr.  D.  Luis  Amado,  id. 

Sr.  D.  Pedro  Pueyo,  id. 

Sr.  D.  Juan  Calero,  id. 

Sr.  D.  Joa^uin  Fontela,  id. 

Sr.  D.  Tomás  Hermida,  id. 

Sr.  D.  Nicolás  Marasi,  id. 

Sr.  D.  Santiago  Pelaez,  id. 

Sr.  D,.  José  Quevedo,  id. 

Sr.  D:  Esteban  Suarez,  id. 

Sr.  D.  Andrés  Suárez,  id. 

Sr.  D.  Félix  Alvarez  Villamil,  id. 

Sr.  D.  Pablo  Selíé,  id.  ,  . 

Sr.  D.  Rafael  ürobia,  id. 

Sr.  D.  José' García  Lozano,  td. 

Sr.  D..  Antonio  Romalde,  id. 

Sr.  D,  Joaquin.  Jofre  y  Pérez,  id. 


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Sr.  D.  Antonio  Osorio  y  Mallen,  Perra¡. 
Sr.  D.  Jacinto  Locaci,  id, 
Sr.  D.  Benito  Doldau,  id. 
Sr.  D..  Ramón  Llanos,  id, 
Sr.  D.  Ricardo  Garcia  y  Calvo,  id, 
Sr.  D.  Manuel  García  y  García,  id, 
;.  Sr.  D.  Francisco  Franco,  id. 
Sr.  D.  José  Canalejas,  id, 
Sr.  D.  Gaspar  Bacorelles,  id. 
Sr.  D.  Fermín  Celada,  id. 
Sr.  D.  José  Sala,  Figueras,  por  tres  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  Miegeville,  id, 
Sr.  D.  Sixto  Prat,  id. 
Sr.  D.  Miguel  García  Camps,  id. 
Sr.  D.  /oséObandáCeballos,  Fuent$  del  Maestro. 
Sr.  D.  Antonio  Quiñones,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Sanares,  id, 
Sr.  D.  Antonio  Barrientos,  id. 
Sr.  D*  José  Obando,  id. 
Sr.  D.  Juan  Crn^  Matute,  Fuenmayor. 
Sr.  D.  Gabriel  Fernandez,  Fuenh  Obejuna, 
Sr.  D.  José  Boca  y  Boca,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Dorca,  Gerona,  por  seis  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  Riambau,  id. 
Sr.  D.  José  Carara,  Gibraltar,  por  tres  ejemplares. 
Sr.  D.  Lorenzo  Recaño,  id. 


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Sr.  D.  José  Arguelles,.  Gijon^ 
Sr.  D.  Juan  Valdés,  id,    . 
Sr.  D.  Abdon  Acebal,  id. 
.  Sr.  D.  Miguel  Valdaliso,  Grajal  de  Cmpo». 
Sr.  D.  José  María  Zamora,  Grunaday  por  trece  ejemplares, 
Sr.  D.  Vicente  Guarnerio,  td. 
Sr.  D.  Manuel  Garrido,  id. 
Sr.  D.  Tomás  Astudillo,  id.,  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  Gerónimo  Abn9o,t(i.,  por  diez  ejemplares. 
Sr.  D.  Andrés  Falgüeras,  id. 
Sr.  D.  Miguel  Carmona,  id. 
Sr.  D.  SeveríanoMarcb,  Gnadalajara.. 
Sr.  D.  Félix  Flores,  id. 
Sr.  D.  Gregorio  Sausa,  id. 
Sr.  D.  José  Cachafeiro,  id. 
Sr.  D.  Juan  Martín  Acpurre,  id^ 
Sr.  D.  F.  Osorio,  td.    • 
Sr.  D.  Salvador  Clavijo,  id. 
Sr.  D.  Vicente  García,  td. 
Sr.  D.  Isidro  Cepero,  GuadiXy  por  dos  ejemplares^ 
Sr.  D.  Manuel  Soler,,  id. 
Sr.  D.  Rafael  González  Con treras,  td.. 
Sr.  D.  José  Constan tin,  td. 

Sr.  D.  Francisco  García  León,  id.  por  dos  ejemplares., 
^Ayuntamiento  de  Gíiaro. 
Sr.  D.  Roque Reñaga,  Guernicá. 


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Sr.  D.  Demetrio  Ayguals  de  Izco,  Habana^  por  cuarenta  y 

seis  ejemplares. 
Sra.  D.*  Asunción  Suarez  de  Casas,  id, 
Sr.  D.  Norberto  Saiazar,  Haro. 
Sr.  D.  José  Rieras,  Hueha,     . 
Sr.  D.  Domingo  Vieros,  Haercal  (hera, 
Sr.  D.  Hipólito  Real,  id,,  por  cuatro  ejemplares. 
Sr.  D.  Manuel  Gudreano  y  Muñoz,  Hwzca, 
Conseja  provincial,  id, 
Sr.  D.  Cristóbal  Paluci,  Igualada. 
Sr.  D.  Antonio  Osuna,  id. 
Sr.  D.  José  María  Martes,  Jaén. 
Escuela  Normal,  de  id 
Sr.  D.  Gil  Luis  de  Moya,  id\ 
Sr.  D.  Baltasar  Leignalda,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Aguilera,  id. 
Sr.  D.  José  Sagrista,  id, 
Sr.  p.  Blas  Bellver  Játiva,  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  José  Bueno,  Jeres  de  la  Frontera ,  por  siete  ejern^ 

jplares: 
Sr.  D.  Manuel  Contrastin  y  Moyano,  id.,  por  veinte  y  tres 

ejemplares. 
Sr.  D.  Francisco  Giles,  Jerez  de  los  Caballeros. 
Sr.  D.  Francisco  García  Pérez,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Pulido,  ící. 
Ayuntamiento  de  Jimena  de  Jaén, 


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Áyuntamieaio  de  Joiar. 

Sr.  D.  Anselmo  García  Seraates,  La  Bañeza. 

Sr.  I>.  Narciso  Yinardell  y  Marti,  La  BiAal,  por  dos  ejesn- 

plares. 
Sr.  D.  Vitor  Iradiel,  Laguardia^  por  trece  ejemplares. 
Sr.  D.  Paulino  San  Juan,  Laguna  de  Conlreras, 
Sr.  D.  Ángel  Izquierdo,  La  Roda. 
Sr.  D.  Francisco  Javier  Verdes,  id.  / 

Sr.  D.  Miguel  Pinedo,  La  Seca^  por  tres  ejemplares. 
Sr.  D.  José  Urquia,  Las  Palmas. 
Sr.  D.  Antonio  Palacios,  id. 
Sr.'  D.  Nicolás  Falcon,  id. 
Sr.  D.  Pedro  González,  id. 
Sr.  D.  Blas  Doreste,  id. 
Sr.  D.  Carlos.  Grandy,  id. 
Sr.  D.  Esteban  Quintana,  id. 
Sr.  D.  Graciliano  Alonso,'  id. 
Sr.  D.  Bartolomé  Genzalez,  id. 
Sr.  D.  José  de  la  Torre,  id. 
Sr.  D:  Sebastian  Miranda,  León. 
Sr.  D.  Rafael  Morete,  id. 
Sr.  D.  Isidro  Llamazares,  id. 
Sr.  D.  Jacinto  Arguello,  id.  ^ 
.  Sr.  D.  Salvador  Carrillo,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Sendero,  Lepe. 
Sr.  D.  jQsé  Sol,  Lérida,  por  diez  y  nueve  ejemplares.. 


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limo.  Sr.  D.  Francisco  Pereirade  Almeida,  Lisboa,  por  treinta 

y  un  ejemplares.. 
Sr.  i).  Hermógenes  Esteban,  Uerena,  por  ocho  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  Espino,  id. 
Sr.  D.  Emeterio  Marcos  García,  id.   - 
Sr.  D.  José  Coy,  id, 
Sr.  D.  Manuel  María  Gastón,  Lodosa. 
Sr.  D,.  Ramón  Ulloa  M.  de  Bóbeda,  id, . 
Secretaría  del  gobierno  civil  de  Logroño. 
Sr.  D.  Ángel  Reg¡l,td. 
Señores  Arbieu,  hermanos,  id.' 
Sr.  D.  Dámaso  Cerezo,*  Loja^  por  ocho  ejemplares. 
Sr.  D.  Francisco  Delgado,  Lorca,  por  doce  ejemplares.    . 
Sr.  D.  Mapuel  Ballestero,  id. 
Sr.  D.  Pedro  Lope¿  y  Rueda,  Lüceha. 
Sr.  D.  Alonso  Moreno,  id. 

Sr.  D.  Manuel  Pujol  y  María,  Lugo,  por  tres  ejemplares. 
Sr.  D.  Francisco  Tresiveiro  y  Pardo,  id. 
Sr.  D.  Manuel  Soto  Freyre,  id.,  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  Camilo  Quiroga,  id. 

Sr.  D.  Fidel  Salguerro,wí. 
Sr.  D.  Antonio  González,  id. 
Sr.  D.  José  María  Pedrosa,  id. 
Sr.  D.  José  María  Trabadel,  id.  • 
Sr.  D.  Isidro  López,  id. 
Sr.  D.  José  Prieto,  id.  ^ 


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Sr.  D.  Domingo  Orfila,  lía A«it,  por  cinco  ejemplares. 

Sr.  D.Juan  Sintes/td. 

Sr.  D.  Andrés  López,  comandante  4le  ingenieros,  id., 

Sr.  D.  Bernardo  Paz,  ü, 

Sr.  D.  Juan  Tello,  trf. 

Sr.  Di  FránciscodeMoya,  Jfáto^a,  por  sesenta  y  cincoejenh- 

piares. 
Sr.  D.  José  Ramírez  del  Pulgar,  td.,  por  dos  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  de  Troya,  id. 

Sres.  herederos  de  Carreras,,  td.,  por  diez  ejemplares. 
Sr.  D.  Antonio  Martin  Padilla,  id. 
Sa.  D.  Pedro 'Alvarez  Toledo,  tá.. 
Sr.  D.  José  FernandezCernuda,  id. 
Sr.  D.  José  Mas  y  Mateu,  Manreiá. 
Sr.  D.  José  Herp^  Perora,  id. 
Sr.  D.  JoséPeToau,  lá.  - 

Sr.  D.  Francisco  Bohtgas,  id. . 
Sr.  D.  Joaquin  Puig  y  Mas,  id. 
Sr.  D.  Francisco  de  Asís  Mas  y  Mateu,  id. 
Sr.  D.  Juan  Ibañez,  id. 
Sr.  í).  Francisco  de  Asís  Coll  y  Mas,  id. 
Sr.  D.  Ignacio^Cots,  trf. 
Sr.  D.  José  Escarravill,  trf. 
Sr.  D.  JoséRovis,t(í. 
Sf  D.  francisco  de  Paula  Puig,  id. 
Sr.  D.  José  Valles,  trf. 


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Sr.  D.  José  María  Pascual,  Manretu, 

Sr.  D.  Pedro  Llaramunt,  id, 

Sr.  D.  Venancio  Soler  y  Maten,  ii. 

Ayuntamiento  de  Mansilta.    , 

Sr.  D.  Juan  Mateo,  Marchena. 

Sr.  D.  Pedro  Croave,  id.    ' 

Sr.  D.  Jaime  Morros,  Martorell^  por  dos  ejemplares. 

Sr.  D.  José  Ignacio  Garrido,  Martoi^  por  ocho  ejemplares. 

Sr.  D.  Manuel  María  Serrano,  id, 

Sr.  D.  Rafael  Sotomayor,  id. 

Ayuntamiento  de  id.  .       #     ' 

Sr.  D.  Antonio  Viada,  Matari, 

Sr.  D.  Adolfo  Pérez,  td. 

Sr.  D.José  Abadal,td.  . 

Sr.  D.  Ramón  Aravia,  id. 

Sr.  D.  Francisco  de  F.  Rosso,  ifedína-Stdanta,  por  siete  ejem- ' 


Ayuntamiento  de  iíercada/. 

Sr.  D.  Bartolomé  Romero  Leal,  Marida,' 

Sr.  J>,  Dioni£;io  Bote  Pabon,  id, 

Sr.  D.  Juan  Francisco  Flores,  Mieret,  por  seis  ejemplares. 

Ayuntamiento  deJftnaya. 

Sr.  D.  Antonio  Castro  Barrientos,  id. 

Ayuntamiento  de  Monackil, 

Ayuntamiento  áeMonterey.  > 

Sr.  D.  Vicente  Escobar,  Montijo, 


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Sr.  D.  Antonio  Alvear,  Moníüla. 

Sr.  D.  Hermenegildo  Sanz,  Moquer,  por  si^te  ejemplares. 

Sr.  D.  Francisco  Gil  de  Montes,  Moron^  por  des  ejemplares. 

Sr.  D.  Joáé  Diaz  Labandero,  id. 

Sr.  D.  Juan  de  Dios  Estrada,  id. 

Sr.  D.  Ramón  Dtaz  Mayorga,  id. 

Sr.  D.  Antonio  Romeco,t((. 

Sr.  D.  Pedro  Martínez  Villalto,  Muía. 

Sres.  Galán  y  Vázquez,  Murcia,  por  catorce  ejemplares.  ' 

Sr.  D.  Santiago  Salazar,  id. 

Marqués  de  Ordoño,  id. 

Ayuntamiento  de  Nava  del  Rey. 

Sr.  D.  Francisco  Vargas,  Nijar. 

Ayuntamiento  de  Ocaña. 

Sr.  D.  Francisco  Ramirez,  Olivehza. 

Ayuntamiento  de  id. 

Sr.  José  Bontreu,  y  Moner,  Olol,  por  cinco  ejemplares. 

Sr.  D.  José  Bayreda,  id. 

Sr.  D.  José  María  Caballero,  OnlerUente. 

Ayuntamiento  de  Orduña. 

Sr.  D.  Manuel  Gómez  Novoa,  Órense,  por  tres  ejemplares. 

Ayuntamiento  de  Oria. 

Sr.  D.  Victor  Montero,  Osuna» 

S.  D.  Migtiel  Morrillo,  id. 

Sr.  D.  Juan  de  Calves,  td. 

Sr.  D.  Andrés  Garcia,  id. 


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Sr.  Marqués  de  Casa  Tamayo,  Osuna. 

Sr.  D.  Nicolás  Longoria  y  Acero,  Oviedo^  por  dos  ejemplares. 

Sr.  D.  Felipe  Soto  Posada,  id,     / 

Sr.  D.  Domingo  Solis,  id. 

S.  D.  José  Samandres,  id. 

Sr.  D.  José  Paente,  id. 

Sr.  D.  Magia  Bonet,  id. 

Sr.  D.  Aureliano  Caminó,  id. 

Sr.  D.  Aniceto  Jarata,  id. 

Sr.  D.  José  María  Guisasola,  id.  ^  . 

Sr.  D.  Guillermo  Schulz,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Bernardo  de  Quiros,úf. 

Sr.  D.' Juan  Luis  Argtlelles,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Elorza,  id. 

Sr.  D.  N.  Rubin  de  Celis,  id. 

Sres.  Martínez  y  Lueso,  id.,  por  tres  ejemplares. 

Sr.  D.  Rafael  C.  Fernandez,  id.j  por  tres  ejemplares.     . 

Sr.  D.  Pedro  José  Garcia,  Palma  de  Mallorca^  por  diez  y 

nueve  ejemplares. 
Sr.  D.  Juan  Cubeiro,.  Pontevedra,  por  ocho  ejemplares. 
Sr.  D.  Antonio  Morales  Ruiz,  Puente  Génil. 
Sr.  D.  Josév  Valderrama,  Puerto  de  Santa  María,  por  cincQ 

ejemplares. 
Sr.  D.  Antonio  Lalrraz,  id. 
Sr.  D.  Francisco  Sánchez,  Redondela. 
Ayuniamíento  de  Rivadavia. 


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Sra.  viuda  de- Blanco,  Salamanca. 

Sr.  D.  Francisco  Sala,  id. 

St.  D.  Hipólito  Fernandez,  id. 

Sr.  D.  Francisco  Hernández,  id. 

Sr.  D.' Manuel  Gómez,  id. 

Sr.  p.  Miguelde  Lis,  id. 

Sr.  D.  Vicente  Hernández,  id. 

Sr.  D.  Vicente  Beato,  id. 

Sr.  D.  José  Vega,  id. 

Sr.  D.  Gaspar  Lobato,  id. 

Sr.  D.  Joaquín  Delicado,  id. 

Sr.  D.  Lorenzo  Cerrallo,  id. 

Sr.  D.  Manuel  Villar  y  Maclas,  id. 

Sr.  D.  José  Ogesto  y  Puerto,  id. 

Sr.  D,  Isidro  Cadenas,  id. 


(Sé  continuará.) 


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